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A . BALIL
(Santiago de Compostela)
Arquitectura y sociedad en la España romana
La revisión y reelaboración, aún reciente, de un estudio sobre el urbanismo y la arquitectura privada de las provincias romanas de Hispania me
ha llevado a intentar el planteamien to de las relaciones entre estos aspectos y la sociedad que los hizo posibles.
Este planteamiento requiere un presupuesto previo, e l peculiarismo
hispánico que obliga a efectuar tales sín tesis u tilizando materiales que
no han sido suficientemente elaborad::>s. Valoración critica y sín tesis no
son, en nuestro caso, dos fases de la investigación que tienen lugar en
un tiempo distinto. Análisis y síntesis tienen un t e mpo común cuando se
aspira a presentar una valoración basada en una metodología propia y no
en la suma heterogénea de opiniones ajenas. Sólo en tal caso es posible
advertir la diferencia entre la España romana «real» y la España romana
«de manual» ( 1). Superar esta diferencia significa superar la estructuración de los resultados de medio siglo de investigación efectuada según
unos supuestos previos, idealismo neoclásico, planteamiento histórico inadecuado {romántico, apologét ico, simplificador, etc.), mentalidad triunfalista y presupuestos ideológicos, que hoy ni nos sa t isfacen ni podemos comprender.
Nuestro compromiso con la sociedad a la que pertenecemos nos obliga a darle lo que de nosotros se espera «un conocimiento del pasado que
permita comprender el presen te y nos prepare para el futuro». No n::>s es
líci to, por compromiso o por dependencia, presentar imágenes modificadas, embelleci éndolo o alterándolo, de este pasado.
Durante tres lustros me he dedicado al es tudio del urbanismo y la ar( 1) Véase " Arte y Sociedad en la España romana".
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quitectura privada de la España romana. Durante estos años la bibliografía ha aumentado pero el aumento de la documentación ha sido escaso.
El aspecto más nuevo es la multiplicación de las referencias sobre insulae.
En la metodología se advierte la pervivencia de los condicionantes que han
moldeado las estructuras del trabajo de campo durante medio siglo.
Urbanismo y arquitectura privada son aspectos muy unidos. El esquema urbanístico es, consciente o inconscientemente, modificado por la actividad privada . La arquitectura privada representa un tanto por ciento
muy elevado de la superficie edificable de una ciudad. El «aspecto» de
ésta no depende tanto del p lan urbanizador como de la construcción privada que establecerá una uniformidad o, por e l contrario, dará lugar a
pecu liaridades, variedades o, en ocasiones, d isonancias.
Cuando se considera globalmente, se advierte que la arquitectura privada de la España romana, sea rural o urbana, corresponde a una notable
variedad de tipos y esquemas. Durante tiempo se ha querido ver en ello
el resultado de la difusión de unas forma s, de procedencias diferentes,
que era consecuencia de unas determinadas «in fluen cias» o «contactos».
Se olvida con ello, puesto que ni tipos urbanísticos y arquitectónicos o
formas y medios de expresión de un lenguaje art ístico no se propagan
«por contagio» n i son consecuencia de unas <
la significación del medio ambiente, geográfico, económico y social, en la
aceptación, o rechazo, de una manifestación plástica o a rquitectónica. Un
determinado estímulo puede tener, cuando se manifiesta en un determinado medio geográfico, respuestas idénticas o diferentes. Un hecho socia l puede tener igual traducción en ambientes geográficos distin tos o
variar en zonas geográficas cuyas peculiaridades son idénticas.
Por ello, cuando se observa la semejanza entre la arquitectura rural
romana del N . y NW peninsular con la de Británica o el N. de las Galias
no es correcto, como método histórico, pensar inmediatamen te que «el
modelo» pudo «llegar» o «ir a», de un determinado lugar. En primer lugar es necesario establecer con certeza la existencia de una analogía climá t ica, de una semejanza de estructuras socio-económicas y, finalmente,
plantear un análisis de la documentación sobre los vínculos y relaciones
entre dos áreas para aceptar la existencia de una «di fusión>>. Si nos planteamos el problema a una escala que supere lo «nacional » actual vemos
que el fenómeno de la difusión t iene lugar, con mayor frecuencia, no
tanto por razones de tipo climático como por razones de tipo social" o
económico. En tales casos se manifiesta, generalmente, como una supraestructura, como un «añadido», discorde con las formas tradicionales, que
s uponen una adaptación al medio, de la arquitectura doméstica de aquel
territorio.
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La variedad climática peninsular requiere, por si misma, la presencia
de formas adaptadas al clima atlántico, formas que respondan al clima
continental y formas adecuadas al clima mediterráneo. El mayor, o menor, grado de adaptación se conseguirá, aparte la forma arquitectónica,
mediante unos recursos tecnológicos. Una t ecnología que no alcance a
sat isfacer ciertas necesidades, p. e. ventilación, iluminación, evacuación de
aguas residuales, etc., puede obligar a utilizar estructuras o elemen tos arquitectónicos que, propiamente, no se adaptan al clima propio de la zona .
Un caso típico de ello puede ser el uso del patio cen t ra l desde el Rhin al
Sahara y desde e l Atlántico hasta el Cercano Orie nte .
El factor socio-económico se manifiesta con formas diversas. Una de
ellas es el desarrollo tecnológico pero se muestra menos pa ten te que los
condicionantes ideológicos. Estos pueden dar lugar a la aparición de formas adap tadas a un cli ma de montaña en zonas marítimas, unas formas
de clima atlánt ico aparecen en lugares de escasa nubosidad, o bien se
manifiestan con la ut ilización de determinados materiales de construcción
.:;in otra razón que su escasez, coste o rareza en el lugar donde se emplean,
p. e . la utilización del ladrillo en zonas donde abunda la piedra, otro tipo
de condicionantes puede ser la utilización de ciertas estructuras arquitectónicas, aulae, dietae, etc., no por razones funcionales sino por prejuicios
de clase o de rango. Estos fac tores ideológicos, vinculados a conceptos de
clase o de rango, se manifiestan con singular agudeza en aquellos ambientes donde los elementos de la cultura material autóctonos son voluntaria mente substi tuidos, o enmascarados, por formas propias de otra cultura .
En ocasiones son una manifestación del escapismo de grupo, elementos
desplazados que intentan des tacar su superioridad, o su diferenciación,
mediante el uso, no sólo en lo arquitectónico, de formas cu lturales no
autóctonas.
La sociedad hispanorromana mostraba una especial diferenciación que
faci litaba, c uando no exigía, estas manifestaciones. El colono itáli co mantenía las formas culturales propias de su lugar de origen, el mestizo o el
indígena, asimi lados o en vías de asimilación cultural, proclamaba esta situación con la adopción de otras formas culturales. Estas expresaban también la movilidad social y económica en el caso del liberto, el mercader
enriquecido, el minero afortunado o el ciudadano romano de nuevo cuño.
No siempre la forma «nueva» era realmente sentida en sus valores, de aquí
su presencia como supraestructura y no como resul tado de una verdadera
asimilación o de una nueva cultura, y de ello nace el antagonismo que
man ifiestan ciertos esquemas donde la incorporación de las formas forasteras no se ensambla, lo cual nos permite reconocer su carácter foráneo,
eón los esquemas propios. ·
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Todo ello iden t ifica un sector de la sociedad que une al concepto de
rango, o de clase, los medios económicos, medio a su vez de conseguir
el rango (o su apariencia) cuando no se posee . Quienes no cuentan con
uno ni otro quedan fuera de esta corriente aunque, en cierto modo, intenten también aproximarse a la misma o atenuar la distancia que les separa. Esta aproximación t iene lugar insistiendo más en lo aparente que
en lo esencial, en lo accesorio más que en lo funcional, en lo accesorio,
pero no en lo fundamental.
No sólo movilidad social sino el hecho dinámico de asimilación de for mas y esencias culturales, que llamamos «romanización», dan lugar la presencia de este hecho en épocas d ife rentes. Ba jo la colonización de época
republicana se inició un despla zamiento de las moda lidades de la arquitectura doméstica autóctona. Poco a poco ésta fue desposeída de sus valores sociales y reducida a modalidades aptas para el sólo consumo de los
sectores económicamen te débiles, primero urbanos y, luego, rura les. Estos
aplicaron algunas novedades de tipo tecnológico, mejora de las cubriciones, aumento del espacio disponible, nuevos materiales, uso de las tégulas,
y algún ornamento, revoque y estucado de los muros. Desde el punto de
vista urbano, singularmente de los grupos dirigentes, este tipo de arqui tectura privada debía ser considerada una manifestación subcultural.
Salvadas las diferencias cronológicas y de intensidad puede decirse que
lo expuesto es válid::> para toda la zona occiden tal del Imperio romano.
En Oriente este proceso se manifestó bajo las monarquías heleníst icas por
lo cual es posible estudiarlo en un marco cronológico mucho más amplio.
Un hecho di ferencia la península Ibérica de algunas provincias occidentales del Imperio. En éstas, con la excepción de una zona de las Galias,
pesó, debido a su posición más que a su número, el sector, forastero, del
persona l administrativo y militar. En Hispania, tras la colonización de época
republicana, actuó una parte de la sociedad formada por g3ntes cuyas actividades eran a jenas a la adminis tración impuia l o a las tareas mi litares,
gentes vincu ladas al país desde va ri as generaciones, asen tadas en sus localidades de residencia y cuya riqueza procedía mc1s de la explotación agraria que de l comercio o la producción a rtesana, o industrial.
Para este sector de la sociedad los esquemas arquitectónicos de origen
medi terráneo, con sus relaciones, más o menos próximas, con la arquitectura de corte, constit uían el modelo más adecuado para traducir su visión
del mundo, su concepto de sí mismos, y el que mejor refle jaba sus aspiraciones. Las costas medi terráneas, el bajo y medio del Ebro o las tierras
del S. de la penínsu la documentan este hecho, ya hacia el cambio de era .
Es distinto el caso de la Meseta. Sabemos que, en cierto momento, el
valle del Duero es el eje de la distribución de las mansiones de grandes
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latifundistas. En cierto modo cabe suponerlo, aunque la documentación
sea menor, en los valles medios del Tajo y Guadiana. Sin embargo, desconocemos cual fue el proceso de la formac ión de estas grandes propiedades
en las tierras de la Meseta. Cuando advertimos su existencia es en un
momento de plenitud, la conclusión de un proceso que no sabemos cuándo
ni cómo se inició.
En parte podemos pensar que este proceso tuvo su comienzo en la
adaptación al orden romano de las estructuras agrarias, en cuanto a propiedad y explotación de la tierra, de la sociedad prerromana . La nobleza
1ndígena, con sus ideales aristocráticos, sus clientes y siervos, debía mantener este esti lo de vida gracias a la propiedad de la tierra . Pero ello, aparte
que desconocemos cómo se formó esta nobleza y cómo consiguió ser propietaria de tierras, sólo explica la formación de los latifundios en ciertas
zonas, pero no en aquellas cuyos pueblos, como los vacceos, practicaban,
en cierto modo, un colectivismo agrario.
Excepto en las zonas inmediatas a los montes astures y cán tabros,
donde se formaron los prata militaría que dependían de las guarniciones
establecidas en aquel territorio, la conquista romana no dio lugar a redis1ribuciones ni expropiaciones de tierras. Tampoco hubo asentamiento ni
deducción de colonos o asignación de parcelas a los mismos. En pocos lugares cabe atribuir tan poco al elemento forastero .
El sistema de grandes propiedades aparece en el valle del Duero, como
algo sólido y consti tuido, ya en el s. 111 d. C. y continúa en expans1on, a
veces apropiándose parcelas pertenecientes a los antiguos prata militaría,
en el s. IV d. C. Los propietarios, a juzgar por sus lujosas viviendas, resi dían en sus fincas y, en todo caso, sólo ocasionalmente se trasladarían a
las ciudades.
Cuando se estudia la trama urbana de la Meseta durante el Imperio
se advierte la continuidad de las ciudades ya conocidas en la época de la
conquista romana. Las nuevas ciudades, construidas en el llano, como Augustobriga no parece que llevaran una vida muy floreciente. Otras, como
Clunia, cuando necesitaron ampliar su superficie eligieron un emplazamiento semejante al que ocupaban. El reconocimiento ofical de la «romani zación» de la Meseta acusa un desfase de s iglo y medio respecto a la Bética, la costa mediterránea o el valle del Ebro.
En estas circunstancias no parece arriesgado aceptar, como hipótesis
de t rabajo, que una parte de los propietarios de la época de la conquista
consiguió mantenerse en su situación privilegiada después de la misma.
La legislación de Vespasiano, que hacía posible a los magistrados munici pales el disfrutar de la ciudadanía romana, brindaría nuevas posibilidades
a esta nobleza indígena . A sus privilegios familia res añadieron el disfrute
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de los derechos del ciudadano romano. Las antiguas diferencias con los
hombres libres, clientes y siervos, o sus descendientes ya libres, se vieron
aumentadas por este nuevo favor . Esta situación requería una manifestación, un signo, exterior y evidente.
El contraste entre los esquemas de la vivienda señoria l romana y las
casas de tradición indígena es un símbolo de la diferente situación entre
el ciudadano romano, aunque fuera de nuevo cuño, y el hombre libre que
carecía de aquella. Al mismo tiempo la adopción de la «Casa a la romana»
simboliza la adhesión y compenetración con un estilo de vida y unas formas cul turales presupuestas en el disfrute de la ciudadanía romana.
La adopción de los esquemas arquitectónicos mediterráneos no se efectuó, probablemente, como un trasplante de los modelos que ofrecían las
ciudades del Mediterráneo o del valle del Ebro. En éste, debido al clima,
los esquemas medí terráneos debieron modificarse y adaptarse de igual
modo que en la zona danubiana los esquemas mediterráneos llegaron con
las modalidades propias del N. de Italia y no según los t ipos de la zona
Centromeridional. Hoy no podemos reconstruir, más que en vía de hipótesis, este proceso de adaptación. Las casas que se conocen corresponden
a un momento posterior y, de conocer viviendas del momento que nos interesa, es probable que no mostraran ya su disposición original sino que
englobaran las modificaciones y adaptaciones impuestas por la experiencia .
Estas modificaciones las hallamos en las casas de ciudad y en las resi dencias campestres. El patio, porticada, central mantiene su carácter de
centro social de la casa, pero ya no es el centro físico de la misma. La
multiplicación de corredores y antesalas tiende a facilitar la comunicación
entre las distintas habitaciones sin que fuera necesario cruzar el patio.
En el N. de Italia y, por consiguiente, en la zona renana y danubiana
las modificaciones tuvieron como meta la acomodación al clima invernal.
En el caso de la Meseta también tuvo que tenerse en cuenta el riguroso
verano. Tampoco puede olvidarse que, en ciertos lugares, existían microclimas que imponían soluciones propias válidas, en todo caso, sólo para
aquel lugar. Tal es el caso de las casas señoriales, «núm. 1» y «núm. 2»,
de Ampurias, donde era necesario defenderse del viento N. Es este un
hecho que hay que tener en cuenta aunque se conozca mejor la modificación y adaptación determinada por las peculiaridades climáticas dominantes. Las casas señoriales de 1tálica, como la casa señorial andaluza de
nuestros días, muestran la clara preocupación por las temperaturas veraniegas y olvidan los molestos, aunque breves, fríos invernales. Igual se
advierte en las casas de Baelo pese a su exposición a las borrascas atlánticas.
Es habitual que el uso de los hipocaustos, que podían constituir una
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excelente defensa contra el frío invernal, se limite a las construcciones
termales. No se trata de una particularidad de la arquitectura domést ica
de la España romana ni es necesario explicarla por la escasez de combustible en la España seca. Lo mismo se observa en otros lugares del Impe rio romano. Aparte algunas excepciones, el uso de los hipocaustos en otro
lugar que en las instalaciones termales es tan raro en Africa como en el
Rhin o en el Danubio. La generalización del hipocausto corresponde a una
época avanzada y su difusión fue lenta .
Si es cierto que el aspecto mejor conocido de la arquitectura domést ica de la España romana corresponde a la vivienda señorial uni - familiar
ello no autoriza a olvidar la vivienda colectiva tanto más frecuente cuan to,
cómo en las grandes ciudades del Medi terráneo y del S., más escaso o costoso era el espacio edificable. Es posible que este tipo de vivienda, aunque
no puede afirmarse, fuera poco frecuente en las ciudades de la Meseta,
pero no hay que olvidar su presencia en ciudades como Ampurias o Troia
de Setubal, que no podemos considerar como grandes o superpobladas.
Vivienda señorial y vivienda colectiva representan dos clases sociales
y esta diferenciación debió ser más acusada en España y, dentro de ella,
en las pequeñas ciudades de lo que podía serlo en Roma donde eran muy
pocas las familias que podían aspirar a poseer, o mantener, una casa para
su uso exclusivo.
En un lugar de la península, al menos, la vivienda colectiva, la construcción que gana en altura el volumen que no puede alcanzar extendiéndose en superficie, era conocida antes de la conquista romana. Este
era el caso de Gades, pero es imposible afirmar que el modelo gaditano
tuviera versiones en otras ciudades peninsulares. Las viviendas colect ivas
que conocemos, las insulae de T roía de Setubal y de Ampurias, o las t abernae de Tarragona, no desentonarían en Roma, Ostia, Cartago o en las
cercanías del foro de alguna ciudad africana, aun teniendo en cuen ta que,
probablemente, la ínsula no nació en un determinado cen tro, para extenderse a otros, sino que nació como respuesta local a un problema frecuen te, falta de espacio, coste del terreno y superpoblación. Las taberna e de
Tarragona, construidas de acuerdo con un esquema tan viejo como el urbanismo romano, corresponden a un ambiente distinto del de Ampurias y,
más aún, de Troia de Setubal, pero ninguna de éstas parece haya podido
nacer in sítu, como desarrollo de las buhardillas y trasteros de los pisos de
las casas señoriales. La ínsula de Ampurias quizá refleje el ambiente de las
insulae de Roma a fines de la República, pero la ínsula de Troia de Setubal
responde al concepto de la arquitectura planificada, del dirigismo de la
nova Urbs neroniana desarrollado en Roma y en Ostia .
Entre unos esquemas y otros hay que situar algunas casas de Itál ica .
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Construcciones como la llamada «Casa del Gimnas io», o «de la Exedra»,
y la «casa de los pájaros» se hallan entre la casa señorial y la vivienda colect iva. No se trata de buhardillas o mansardas, como en una parte de la
«casa núm . 1» de Ampurias, sino de un auténtico piso cuyo acceso se
efectúa mediante una escalera que no afecta la vida de quienes ocupan la
planta, de carácter señorial. Ello obliga a excluir que este piso alto tuviera,
forzosamente, el carácter de apartamento del servicio o, simplemente, fuera un hospitium, reservado a amigos e invitados. Las semejanzas con las
«Case a cortile» de Ostia son evidentes y, como en éstas, hay que aceptar
su carácter de vivienda colectiva aunque, como en Ostia, con una clara
d isti nción entre los habitantes de la planta y los habitantes del piso, o pisos. Una diferenciación social que es difícil sost ener en el caso de Itálica .
Las viviendas de Mérida, excavadas en los últimos años, muestran un
esquema mediterráneo, pero no itálico, semejante al tan conocido de las
ciudades africanas. Elementos y formas se disocian, se modifican y disgregan para adaptarse a la irregularidad del terreno, al igual que en las
ciudades africanas del interior. Se trata de viviendas surgidas a tenor del
c recimiento de la ciudad, sin sujetarse a un plan regulador, un urbanismo
«espontáneo», un crecimiento a lo largo de los caminos, de calles laberínticas y estrechas nacidas en función de las casas y no éstas adaptadas a
unas parcelas preestablecidas.
Acaso estas casas de Mérida tuvieran, como las citadas de 1tálica un
piso alto. En este caso podríamos tener una imagen de la vivienda colectiva en Mérida, pero, hoy, las casas de Mérida son, todas ellas, viviendas
uni- familiares, propias de una burguesía acomodada o, en algún caso, rica.
Es la imagen de la ciudad administrativa, habitada por los descendientes
de los veteranos que fundaron la colonia. Gentes cuyo porvenir, y el de
sus descendien tes, quedaba asegurado por la propiedad de las parcelas, verdaderos latifundios, que, con tanta generosidad, distribuyó el estado romano entre los colonos. A estas fami lias de propietarios absentistas, alejados del campo y de la estrechez de la colonia fundacional, cabría atribuir
estas casas del ensanche de Mérida, a fines del s. 11 - principios del s. 111
de Cristo, junto al anfiteatro y el «cerro de San Albín». Viviendas amplias,
cómodas sin, en general, un lujo excesivo, donde contrastan las habitaciones de respet:J, la parte pública de la casa, y las habitaciones privadas.
Las moradas de una parte de la población de Mérida, las «viejas familias»
que se han trasladado a nuevas casas, los, cada día más poderosos, fun cionarios de la administración provincial. Pero esto es sólo una parte. Falta el gran palacio, como hallamos en la plácida Conimbriga o la agreste
Clunia, de la familia noble y la residencia de bs altos funcionarios y, también faltan, en nuestro conocimiento, las viviendas de la población mo-
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desta, los artesanos, los pequeños comerciantes, las sedes de sus asocia ciones, los lugares de reunión cotidiana, las viviendas de los artistas y de
quienes ejercían profesiones liberales. Este mundo, esta vida, este sector,
el más numeroso, de la sociedad hispanorromana escapa a nuestro conoci miento en Mérida y, en general, en toda la península. La vivienda periférica, entre rural y urbana apenas nos es conocida, con excepción de Tarragona, e igual sucede con otras formas de construcciones modestas. Es
más ¿hasta qué extremo estamos en lo cierto cuando llamamos a una construcción vivienda modesta y, con ello, queremos aludir a la situación económica de sus habitan tes? Modestas nos parecen hoy las casas de la
Numancia romana o las rupestres de Tiermes, pero fal ta un término de
referencia, con la excepción de alguna casa numantina, que nos indique
una construcción «menos modesta» como, al menos, sucede en Clunia .
En todo caso estas viviendas, por su carácter urbano, suponen la morada
de artesanos y pequeños comerciantes, propietarios agrícolas modestos, que
sólo en ocasiones visitarían sus fincas. Es éste el marco de la vida provin ciana que, de nuevo en Bílbilis, aburría a Marcial. Una vida modesta, de
cortos horizontes, sin preocupaciones intelectuales, donde se gastaba poco
porque ape nas se compraba ni había en que gastar, donde apenas se tenían
noticias del mundo exterior y, cuando llegaban, se comprendían a medias . ..
Es la vida provinciana propia de gran parte de las ciudades de la península.
La Bilbilis de Marcial se diferencia en poco de la andaluza lpora de Filostrato, pese a su proximidad a Gades. Son las condiciones que, en parte,
llevaron a Floro a preferir Tarragona a Roma, pero, junto a estas ventajas
de la vida tranquila no olvida otras razones consecuencia de la capitalidad.
Igual preocupación tendrán, en distinto sentido, Ausonio y Paulino de Nota,
vivir en una ciudad donde la vida intelectual sea activa no en ciudades
casi deshabitadas. Estas ofrecían sus ventajas. Quien deseaba olvidar, y
que fuera olvidado, su pasado podía, como Dinamio, rehacer su vida en
ellas y labrarse una posición hasta el extremo, como el personaje de Floro,
de no querer abandonarlas. Tal vez el gusto de hombres maduros, escépt icos o experimentados, pero no el de los jóvenes y ambiciosos que, en el
cultivo de las letras, en la administración civil o en la militar, esperaban
triunfar en otro ambiente que el monótono, plácido e inmóvi l de las ciudades nativas.
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La revisión y reelaboración, aún reciente, de un estudio sobre el urbanismo y la arquitectura privada de las provincias romanas de Hispania me
ha llevado a intentar el planteamien to de las relaciones entre estos aspectos y la sociedad que los hizo posibles.
Este planteamiento requiere un presupuesto previo, e l peculiarismo
hispánico que obliga a efectuar tales sín tesis u tilizando materiales que
no han sido suficientemente elaborad::>s. Valoración critica y sín tesis no
son, en nuestro caso, dos fases de la investigación que tienen lugar en
un tiempo distinto. Análisis y síntesis tienen un t e mpo común cuando se
aspira a presentar una valoración basada en una metodología propia y no
en la suma heterogénea de opiniones ajenas. Sólo en tal caso es posible
advertir la diferencia entre la España romana «real» y la España romana
«de manual» ( 1). Superar esta diferencia significa superar la estructuración de los resultados de medio siglo de investigación efectuada según
unos supuestos previos, idealismo neoclásico, planteamiento histórico inadecuado {romántico, apologét ico, simplificador, etc.), mentalidad triunfalista y presupuestos ideológicos, que hoy ni nos sa t isfacen ni podemos comprender.
Nuestro compromiso con la sociedad a la que pertenecemos nos obliga a darle lo que de nosotros se espera «un conocimiento del pasado que
permita comprender el presen te y nos prepare para el futuro». No n::>s es
líci to, por compromiso o por dependencia, presentar imágenes modificadas, embelleci éndolo o alterándolo, de este pasado.
Durante tres lustros me he dedicado al es tudio del urbanismo y la ar( 1) Véase " Arte y Sociedad en la España romana".
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quitectura privada de la España romana. Durante estos años la bibliografía ha aumentado pero el aumento de la documentación ha sido escaso.
El aspecto más nuevo es la multiplicación de las referencias sobre insulae.
En la metodología se advierte la pervivencia de los condicionantes que han
moldeado las estructuras del trabajo de campo durante medio siglo.
Urbanismo y arquitectura privada son aspectos muy unidos. El esquema urbanístico es, consciente o inconscientemente, modificado por la actividad privada . La arquitectura privada representa un tanto por ciento
muy elevado de la superficie edificable de una ciudad. El «aspecto» de
ésta no depende tanto del p lan urbanizador como de la construcción privada que establecerá una uniformidad o, por e l contrario, dará lugar a
pecu liaridades, variedades o, en ocasiones, d isonancias.
Cuando se considera globalmente, se advierte que la arquitectura privada de la España romana, sea rural o urbana, corresponde a una notable
variedad de tipos y esquemas. Durante tiempo se ha querido ver en ello
el resultado de la difusión de unas forma s, de procedencias diferentes,
que era consecuencia de unas determinadas «in fluen cias» o «contactos».
Se olvida con ello, puesto que ni tipos urbanísticos y arquitectónicos o
formas y medios de expresión de un lenguaje art ístico no se propagan
«por contagio» n i son consecuencia de unas <
aceptación, o rechazo, de una manifestación plástica o a rquitectónica. Un
determinado estímulo puede tener, cuando se manifiesta en un determinado medio geográfico, respuestas idénticas o diferentes. Un hecho socia l puede tener igual traducción en ambientes geográficos distin tos o
variar en zonas geográficas cuyas peculiaridades son idénticas.
Por ello, cuando se observa la semejanza entre la arquitectura rural
romana del N . y NW peninsular con la de Británica o el N. de las Galias
no es correcto, como método histórico, pensar inmediatamen te que «el
modelo» pudo «llegar» o «ir a», de un determinado lugar. En primer lugar es necesario establecer con certeza la existencia de una analogía climá t ica, de una semejanza de estructuras socio-económicas y, finalmente,
plantear un análisis de la documentación sobre los vínculos y relaciones
entre dos áreas para aceptar la existencia de una «di fusión>>. Si nos planteamos el problema a una escala que supere lo «nacional » actual vemos
que el fenómeno de la difusión t iene lugar, con mayor frecuencia, no
tanto por razones de tipo climático como por razones de tipo social" o
económico. En tales casos se manifiesta, generalmente, como una supraestructura, como un «añadido», discorde con las formas tradicionales, que
s uponen una adaptación al medio, de la arquitectura doméstica de aquel
territorio.
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La variedad climática peninsular requiere, por si misma, la presencia
de formas adaptadas al clima atlántico, formas que respondan al clima
continental y formas adecuadas al clima mediterráneo. El mayor, o menor, grado de adaptación se conseguirá, aparte la forma arquitectónica,
mediante unos recursos tecnológicos. Una t ecnología que no alcance a
sat isfacer ciertas necesidades, p. e. ventilación, iluminación, evacuación de
aguas residuales, etc., puede obligar a utilizar estructuras o elemen tos arquitectónicos que, propiamente, no se adaptan al clima propio de la zona .
Un caso típico de ello puede ser el uso del patio cen t ra l desde el Rhin al
Sahara y desde e l Atlántico hasta el Cercano Orie nte .
El factor socio-económico se manifiesta con formas diversas. Una de
ellas es el desarrollo tecnológico pero se muestra menos pa ten te que los
condicionantes ideológicos. Estos pueden dar lugar a la aparición de formas adap tadas a un cli ma de montaña en zonas marítimas, unas formas
de clima atlánt ico aparecen en lugares de escasa nubosidad, o bien se
manifiestan con la ut ilización de determinados materiales de construcción
.:;in otra razón que su escasez, coste o rareza en el lugar donde se emplean,
p. e . la utilización del ladrillo en zonas donde abunda la piedra, otro tipo
de condicionantes puede ser la utilización de ciertas estructuras arquitectónicas, aulae, dietae, etc., no por razones funcionales sino por prejuicios
de clase o de rango. Estos fac tores ideológicos, vinculados a conceptos de
clase o de rango, se manifiestan con singular agudeza en aquellos ambientes donde los elementos de la cultura material autóctonos son voluntaria mente substi tuidos, o enmascarados, por formas propias de otra cultura .
En ocasiones son una manifestación del escapismo de grupo, elementos
desplazados que intentan des tacar su superioridad, o su diferenciación,
mediante el uso, no sólo en lo arquitectónico, de formas cu lturales no
autóctonas.
La sociedad hispanorromana mostraba una especial diferenciación que
faci litaba, c uando no exigía, estas manifestaciones. El colono itáli co mantenía las formas culturales propias de su lugar de origen, el mestizo o el
indígena, asimi lados o en vías de asimilación cultural, proclamaba esta situación con la adopción de otras formas culturales. Estas expresaban también la movilidad social y económica en el caso del liberto, el mercader
enriquecido, el minero afortunado o el ciudadano romano de nuevo cuño.
No siempre la forma «nueva» era realmente sentida en sus valores, de aquí
su presencia como supraestructura y no como resul tado de una verdadera
asimilación o de una nueva cultura, y de ello nace el antagonismo que
man ifiestan ciertos esquemas donde la incorporación de las formas forasteras no se ensambla, lo cual nos permite reconocer su carácter foráneo,
eón los esquemas propios. ·
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Todo ello iden t ifica un sector de la sociedad que une al concepto de
rango, o de clase, los medios económicos, medio a su vez de conseguir
el rango (o su apariencia) cuando no se posee . Quienes no cuentan con
uno ni otro quedan fuera de esta corriente aunque, en cierto modo, intenten también aproximarse a la misma o atenuar la distancia que les separa. Esta aproximación t iene lugar insistiendo más en lo aparente que
en lo esencial, en lo accesorio más que en lo funcional, en lo accesorio,
pero no en lo fundamental.
No sólo movilidad social sino el hecho dinámico de asimilación de for mas y esencias culturales, que llamamos «romanización», dan lugar la presencia de este hecho en épocas d ife rentes. Ba jo la colonización de época
republicana se inició un despla zamiento de las moda lidades de la arquitectura doméstica autóctona. Poco a poco ésta fue desposeída de sus valores sociales y reducida a modalidades aptas para el sólo consumo de los
sectores económicamen te débiles, primero urbanos y, luego, rura les. Estos
aplicaron algunas novedades de tipo tecnológico, mejora de las cubriciones, aumento del espacio disponible, nuevos materiales, uso de las tégulas,
y algún ornamento, revoque y estucado de los muros. Desde el punto de
vista urbano, singularmente de los grupos dirigentes, este tipo de arqui tectura privada debía ser considerada una manifestación subcultural.
Salvadas las diferencias cronológicas y de intensidad puede decirse que
lo expuesto es válid::> para toda la zona occiden tal del Imperio romano.
En Oriente este proceso se manifestó bajo las monarquías heleníst icas por
lo cual es posible estudiarlo en un marco cronológico mucho más amplio.
Un hecho di ferencia la península Ibérica de algunas provincias occidentales del Imperio. En éstas, con la excepción de una zona de las Galias,
pesó, debido a su posición más que a su número, el sector, forastero, del
persona l administrativo y militar. En Hispania, tras la colonización de época
republicana, actuó una parte de la sociedad formada por g3ntes cuyas actividades eran a jenas a la adminis tración impuia l o a las tareas mi litares,
gentes vincu ladas al país desde va ri as generaciones, asen tadas en sus localidades de residencia y cuya riqueza procedía mc1s de la explotación agraria que de l comercio o la producción a rtesana, o industrial.
Para este sector de la sociedad los esquemas arquitectónicos de origen
medi terráneo, con sus relaciones, más o menos próximas, con la arquitectura de corte, constit uían el modelo más adecuado para traducir su visión
del mundo, su concepto de sí mismos, y el que mejor refle jaba sus aspiraciones. Las costas medi terráneas, el bajo y medio del Ebro o las tierras
del S. de la penínsu la documentan este hecho, ya hacia el cambio de era .
Es distinto el caso de la Meseta. Sabemos que, en cierto momento, el
valle del Duero es el eje de la distribución de las mansiones de grandes
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latifundistas. En cierto modo cabe suponerlo, aunque la documentación
sea menor, en los valles medios del Tajo y Guadiana. Sin embargo, desconocemos cual fue el proceso de la formac ión de estas grandes propiedades
en las tierras de la Meseta. Cuando advertimos su existencia es en un
momento de plenitud, la conclusión de un proceso que no sabemos cuándo
ni cómo se inició.
En parte podemos pensar que este proceso tuvo su comienzo en la
adaptación al orden romano de las estructuras agrarias, en cuanto a propiedad y explotación de la tierra, de la sociedad prerromana . La nobleza
1ndígena, con sus ideales aristocráticos, sus clientes y siervos, debía mantener este esti lo de vida gracias a la propiedad de la tierra . Pero ello, aparte
que desconocemos cómo se formó esta nobleza y cómo consiguió ser propietaria de tierras, sólo explica la formación de los latifundios en ciertas
zonas, pero no en aquellas cuyos pueblos, como los vacceos, practicaban,
en cierto modo, un colectivismo agrario.
Excepto en las zonas inmediatas a los montes astures y cán tabros,
donde se formaron los prata militaría que dependían de las guarniciones
establecidas en aquel territorio, la conquista romana no dio lugar a redis1ribuciones ni expropiaciones de tierras. Tampoco hubo asentamiento ni
deducción de colonos o asignación de parcelas a los mismos. En pocos lugares cabe atribuir tan poco al elemento forastero .
El sistema de grandes propiedades aparece en el valle del Duero, como
algo sólido y consti tuido, ya en el s. 111 d. C. y continúa en expans1on, a
veces apropiándose parcelas pertenecientes a los antiguos prata militaría,
en el s. IV d. C. Los propietarios, a juzgar por sus lujosas viviendas, resi dían en sus fincas y, en todo caso, sólo ocasionalmente se trasladarían a
las ciudades.
Cuando se estudia la trama urbana de la Meseta durante el Imperio
se advierte la continuidad de las ciudades ya conocidas en la época de la
conquista romana. Las nuevas ciudades, construidas en el llano, como Augustobriga no parece que llevaran una vida muy floreciente. Otras, como
Clunia, cuando necesitaron ampliar su superficie eligieron un emplazamiento semejante al que ocupaban. El reconocimiento ofical de la «romani zación» de la Meseta acusa un desfase de s iglo y medio respecto a la Bética, la costa mediterránea o el valle del Ebro.
En estas circunstancias no parece arriesgado aceptar, como hipótesis
de t rabajo, que una parte de los propietarios de la época de la conquista
consiguió mantenerse en su situación privilegiada después de la misma.
La legislación de Vespasiano, que hacía posible a los magistrados munici pales el disfrutar de la ciudadanía romana, brindaría nuevas posibilidades
a esta nobleza indígena . A sus privilegios familia res añadieron el disfrute
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A. B.U.IL
de los derechos del ciudadano romano. Las antiguas diferencias con los
hombres libres, clientes y siervos, o sus descendientes ya libres, se vieron
aumentadas por este nuevo favor . Esta situación requería una manifestación, un signo, exterior y evidente.
El contraste entre los esquemas de la vivienda señoria l romana y las
casas de tradición indígena es un símbolo de la diferente situación entre
el ciudadano romano, aunque fuera de nuevo cuño, y el hombre libre que
carecía de aquella. Al mismo tiempo la adopción de la «Casa a la romana»
simboliza la adhesión y compenetración con un estilo de vida y unas formas cul turales presupuestas en el disfrute de la ciudadanía romana.
La adopción de los esquemas arquitectónicos mediterráneos no se efectuó, probablemente, como un trasplante de los modelos que ofrecían las
ciudades del Mediterráneo o del valle del Ebro. En éste, debido al clima,
los esquemas medí terráneos debieron modificarse y adaptarse de igual
modo que en la zona danubiana los esquemas mediterráneos llegaron con
las modalidades propias del N. de Italia y no según los t ipos de la zona
Centromeridional. Hoy no podemos reconstruir, más que en vía de hipótesis, este proceso de adaptación. Las casas que se conocen corresponden
a un momento posterior y, de conocer viviendas del momento que nos interesa, es probable que no mostraran ya su disposición original sino que
englobaran las modificaciones y adaptaciones impuestas por la experiencia .
Estas modificaciones las hallamos en las casas de ciudad y en las resi dencias campestres. El patio, porticada, central mantiene su carácter de
centro social de la casa, pero ya no es el centro físico de la misma. La
multiplicación de corredores y antesalas tiende a facilitar la comunicación
entre las distintas habitaciones sin que fuera necesario cruzar el patio.
En el N. de Italia y, por consiguiente, en la zona renana y danubiana
las modificaciones tuvieron como meta la acomodación al clima invernal.
En el caso de la Meseta también tuvo que tenerse en cuenta el riguroso
verano. Tampoco puede olvidarse que, en ciertos lugares, existían microclimas que imponían soluciones propias válidas, en todo caso, sólo para
aquel lugar. Tal es el caso de las casas señoriales, «núm. 1» y «núm. 2»,
de Ampurias, donde era necesario defenderse del viento N. Es este un
hecho que hay que tener en cuenta aunque se conozca mejor la modificación y adaptación determinada por las peculiaridades climáticas dominantes. Las casas señoriales de 1tálica, como la casa señorial andaluza de
nuestros días, muestran la clara preocupación por las temperaturas veraniegas y olvidan los molestos, aunque breves, fríos invernales. Igual se
advierte en las casas de Baelo pese a su exposición a las borrascas atlánticas.
Es habitual que el uso de los hipocaustos, que podían constituir una
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excelente defensa contra el frío invernal, se limite a las construcciones
termales. No se trata de una particularidad de la arquitectura domést ica
de la España romana ni es necesario explicarla por la escasez de combustible en la España seca. Lo mismo se observa en otros lugares del Impe rio romano. Aparte algunas excepciones, el uso de los hipocaustos en otro
lugar que en las instalaciones termales es tan raro en Africa como en el
Rhin o en el Danubio. La generalización del hipocausto corresponde a una
época avanzada y su difusión fue lenta .
Si es cierto que el aspecto mejor conocido de la arquitectura domést ica de la España romana corresponde a la vivienda señorial uni - familiar
ello no autoriza a olvidar la vivienda colectiva tanto más frecuente cuan to,
cómo en las grandes ciudades del Medi terráneo y del S., más escaso o costoso era el espacio edificable. Es posible que este tipo de vivienda, aunque
no puede afirmarse, fuera poco frecuente en las ciudades de la Meseta,
pero no hay que olvidar su presencia en ciudades como Ampurias o Troia
de Setubal, que no podemos considerar como grandes o superpobladas.
Vivienda señorial y vivienda colectiva representan dos clases sociales
y esta diferenciación debió ser más acusada en España y, dentro de ella,
en las pequeñas ciudades de lo que podía serlo en Roma donde eran muy
pocas las familias que podían aspirar a poseer, o mantener, una casa para
su uso exclusivo.
En un lugar de la península, al menos, la vivienda colectiva, la construcción que gana en altura el volumen que no puede alcanzar extendiéndose en superficie, era conocida antes de la conquista romana. Este
era el caso de Gades, pero es imposible afirmar que el modelo gaditano
tuviera versiones en otras ciudades peninsulares. Las viviendas colect ivas
que conocemos, las insulae de T roía de Setubal y de Ampurias, o las t abernae de Tarragona, no desentonarían en Roma, Ostia, Cartago o en las
cercanías del foro de alguna ciudad africana, aun teniendo en cuen ta que,
probablemente, la ínsula no nació en un determinado cen tro, para extenderse a otros, sino que nació como respuesta local a un problema frecuen te, falta de espacio, coste del terreno y superpoblación. Las taberna e de
Tarragona, construidas de acuerdo con un esquema tan viejo como el urbanismo romano, corresponden a un ambiente distinto del de Ampurias y,
más aún, de Troia de Setubal, pero ninguna de éstas parece haya podido
nacer in sítu, como desarrollo de las buhardillas y trasteros de los pisos de
las casas señoriales. La ínsula de Ampurias quizá refleje el ambiente de las
insulae de Roma a fines de la República, pero la ínsula de Troia de Setubal
responde al concepto de la arquitectura planificada, del dirigismo de la
nova Urbs neroniana desarrollado en Roma y en Ostia .
Entre unos esquemas y otros hay que situar algunas casas de Itál ica .
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A. BALIL
Construcciones como la llamada «Casa del Gimnas io», o «de la Exedra»,
y la «casa de los pájaros» se hallan entre la casa señorial y la vivienda colect iva. No se trata de buhardillas o mansardas, como en una parte de la
«casa núm . 1» de Ampurias, sino de un auténtico piso cuyo acceso se
efectúa mediante una escalera que no afecta la vida de quienes ocupan la
planta, de carácter señorial. Ello obliga a excluir que este piso alto tuviera,
forzosamente, el carácter de apartamento del servicio o, simplemente, fuera un hospitium, reservado a amigos e invitados. Las semejanzas con las
«Case a cortile» de Ostia son evidentes y, como en éstas, hay que aceptar
su carácter de vivienda colectiva aunque, como en Ostia, con una clara
d isti nción entre los habitantes de la planta y los habitantes del piso, o pisos. Una diferenciación social que es difícil sost ener en el caso de Itálica .
Las viviendas de Mérida, excavadas en los últimos años, muestran un
esquema mediterráneo, pero no itálico, semejante al tan conocido de las
ciudades africanas. Elementos y formas se disocian, se modifican y disgregan para adaptarse a la irregularidad del terreno, al igual que en las
ciudades africanas del interior. Se trata de viviendas surgidas a tenor del
c recimiento de la ciudad, sin sujetarse a un plan regulador, un urbanismo
«espontáneo», un crecimiento a lo largo de los caminos, de calles laberínticas y estrechas nacidas en función de las casas y no éstas adaptadas a
unas parcelas preestablecidas.
Acaso estas casas de Mérida tuvieran, como las citadas de 1tálica un
piso alto. En este caso podríamos tener una imagen de la vivienda colectiva en Mérida, pero, hoy, las casas de Mérida son, todas ellas, viviendas
uni- familiares, propias de una burguesía acomodada o, en algún caso, rica.
Es la imagen de la ciudad administrativa, habitada por los descendientes
de los veteranos que fundaron la colonia. Gentes cuyo porvenir, y el de
sus descendien tes, quedaba asegurado por la propiedad de las parcelas, verdaderos latifundios, que, con tanta generosidad, distribuyó el estado romano entre los colonos. A estas fami lias de propietarios absentistas, alejados del campo y de la estrechez de la colonia fundacional, cabría atribuir
estas casas del ensanche de Mérida, a fines del s. 11 - principios del s. 111
de Cristo, junto al anfiteatro y el «cerro de San Albín». Viviendas amplias,
cómodas sin, en general, un lujo excesivo, donde contrastan las habitaciones de respet:J, la parte pública de la casa, y las habitaciones privadas.
Las moradas de una parte de la población de Mérida, las «viejas familias»
que se han trasladado a nuevas casas, los, cada día más poderosos, fun cionarios de la administración provincial. Pero esto es sólo una parte. Falta el gran palacio, como hallamos en la plácida Conimbriga o la agreste
Clunia, de la familia noble y la residencia de bs altos funcionarios y, también faltan, en nuestro conocimiento, las viviendas de la población mo-
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desta, los artesanos, los pequeños comerciantes, las sedes de sus asocia ciones, los lugares de reunión cotidiana, las viviendas de los artistas y de
quienes ejercían profesiones liberales. Este mundo, esta vida, este sector,
el más numeroso, de la sociedad hispanorromana escapa a nuestro conoci miento en Mérida y, en general, en toda la península. La vivienda periférica, entre rural y urbana apenas nos es conocida, con excepción de Tarragona, e igual sucede con otras formas de construcciones modestas. Es
más ¿hasta qué extremo estamos en lo cierto cuando llamamos a una construcción vivienda modesta y, con ello, queremos aludir a la situación económica de sus habitan tes? Modestas nos parecen hoy las casas de la
Numancia romana o las rupestres de Tiermes, pero fal ta un término de
referencia, con la excepción de alguna casa numantina, que nos indique
una construcción «menos modesta» como, al menos, sucede en Clunia .
En todo caso estas viviendas, por su carácter urbano, suponen la morada
de artesanos y pequeños comerciantes, propietarios agrícolas modestos, que
sólo en ocasiones visitarían sus fincas. Es éste el marco de la vida provin ciana que, de nuevo en Bílbilis, aburría a Marcial. Una vida modesta, de
cortos horizontes, sin preocupaciones intelectuales, donde se gastaba poco
porque ape nas se compraba ni había en que gastar, donde apenas se tenían
noticias del mundo exterior y, cuando llegaban, se comprendían a medias . ..
Es la vida provinciana propia de gran parte de las ciudades de la península.
La Bilbilis de Marcial se diferencia en poco de la andaluza lpora de Filostrato, pese a su proximidad a Gades. Son las condiciones que, en parte,
llevaron a Floro a preferir Tarragona a Roma, pero, junto a estas ventajas
de la vida tranquila no olvida otras razones consecuencia de la capitalidad.
Igual preocupación tendrán, en distinto sentido, Ausonio y Paulino de Nota,
vivir en una ciudad donde la vida intelectual sea activa no en ciudades
casi deshabitadas. Estas ofrecían sus ventajas. Quien deseaba olvidar, y
que fuera olvidado, su pasado podía, como Dinamio, rehacer su vida en
ellas y labrarse una posición hasta el extremo, como el personaje de Floro,
de no querer abandonarlas. Tal vez el gusto de hombres maduros, escépt icos o experimentados, pero no el de los jóvenes y ambiciosos que, en el
cultivo de las letras, en la administración civil o en la militar, esperaban
triunfar en otro ambiente que el monótono, plácido e inmóvi l de las ciudades nativas.
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