Archivo de Prehistoria Levantina XXXIV
2022
Museu de Prehistòria de València , ISBN ISSN: 0210-3230
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Archivo
de
Prehistoria Levantina
Servicio de Investigación Prehistórica
Museo de Prehistoria de Valencia
Vol. XXXIV
Diputación de Valencia
Valencia, 2022
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA (APL)
Revista del Museu de Prehistòria de València.
Fundada en 1928 por D. Isidro Ballester Tormo como Anuario del Servicio de Investigación Prehistórica
de la Diputación Provincial de Valencia.
Directora: María Jesús de Pedro Michó (MPV).
Editor: Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez (MPV).
Consejo de redacción: Ferran Arasa i Gil (Universitat de València), Yolanda Carrión Marco (Universitat de
València), Carlos Ferrer García (MPV), Oreto García Puchol (Universitat de València), Manuel Gozalbes
Fernández de Palencia (MPV), Sonia Gutiérrez Lloret (Universidad de Alicante), Alfred Sanchis Serra (MPV),
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Alicante), Natàlia Alonso Martínez (Universitat de Lleida), Carmen Aranegui Gascó (Universitat de València),
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APL se intercambia con publicaciones dedicadas a la Prehistoria, Arqueología en general y ciencias o disciplinas
relacionadas (Antropología cultural o Etnología, Antropología física o Paleoantropología, Paleontología,
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Prehistòria de València.
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in general, and related sciences (Cultural Anthropology or Ethnology, Physical Anthropology or Human
Palaeontology, Palaeolinguistics, Epigraphy, Numismatics, etc) in order to increase the batch of the Library of
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Anthropological Literature, Historical Abstracts y DIALNET y evaluada en ERIHPlus y LATINDEX. Catálogo
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Edita: MUSEU DE PREHISTÒRIA DE VALÈNCIA – DIPUTACIÓ DE VALÈNCIA
Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España (CC BY-NC-SA 3.0).
Excepto para aquellas imágenes donde se indican las reservas de derechos.
ISSN: 0210-3230
eISSN: 1989-0508
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Maquetación: Museu de Prehistòria de València (MG)
Imprime: Gráficas Papallona
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Í NDI CE
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M. Á. Bel
¿Buscar agujas en un pajar? Evaluación de la metodología del estudio de remontajes líticos
de la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
29
A. Eixea y A. Sanchis
Reconstrucción preliminar de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial
de la Cova Foradada (Oliva, Valencia) a partir del estudio de los materiales líticos
61
M. Vadillo Conesa, C. Real y A. Ribera
El Abric de l’Hedra (Ontinyent, Valencia). Nuevos datos para el conocimiento de los grupos
de cazadores recolectores del Paleolítico medio y superior en La Vall d’Albaida
83
M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
Revisión tipológica de los sepulcros calcolíticos del cuadrante Sureste de la Península Ibérica.
Las sepulturas construidas en mampostería con corredor, cámara circular y cubierta plana
del Grupo Arqueológico de Los Millares
109
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
145
F. Prados Martínez, H. Jiménez Vialás y A. García Menárguez
De la Astarté fenicia a la diosa-madre ibérica. Análisis de la documentación arqueológica
del santuario del Castillo de Guardamar (Alicante)
173 I. Amorós López
Más allá de la imitación. Vajillas ibéricas con formas áticas en La Bastida de les Alcusses
(Moixent, Valencia)
199
J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico con decoración antropomorfa
procedente de Cabezo del Agua Salada (Alcantarilla, Murcia)
221
P. Cerdà Insa
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (siglos III-I a.C.)
263
Normas para la presentación de originales
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 9-27
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1585
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Miguel Ángel BEL a
¿Buscar agujas en un pajar? Evaluación de la
metodología del estudio de remontajes líticos de la
Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
RESUMEN: La búsqueda de remontajes requiere de unos procedimientos adecuados para optimizar el
tiempo y esfuerzo invertidos. En este trabajo se analizan diversos factores que han podido condicionar
el estudio de remontajes líticos de los conjuntos del Paleolítico superior de la Cova de les Cendres.
La variabilidad de las materias primas o la presencia de restos con córtex influyen claramente en los
resultados obtenidos. Se evalúa el tiempo invertido en buscar remontajes y se señala la utilidad de
realizar gráficas de esfuerzo-rendimiento. La valoración de estos y otros factores permite discutir la
idoneidad de los procedimientos seguidos y plantear algunas directrices que pueden ser de utilidad para
futuros estudios desarrollados en contextos similares de la fachada mediterránea ibérica.
PALABRAS CLAVE: remontajes, industria lítica, metodología, Paleolítico superior, fachada
mediterránea ibérica.
Looking for needles in a haystack? Assessing the methodology
of the lithic refitting study of Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
ABSTRACT: Refitting requires some adequate procedures to optimise the invested time and effort.
In this work, several factors which could determine the lithic refitting study of the Upper Palaeolithic
assemblages of Cova de les Cendres are analysed. The variability of raw material and the presence of
remains with cortical surfaces clearly influenced the obtained results. Time spent in refitting is assessed
and the utility of effort-productivity charts is highlighted. The assessment of these and other factors
allows the discussion of the suitability of the applied procedures and the suggestion of some guidelines
which could be useful for future research on similar contexts from Iberian Mediterranean Basin.
KEYWORDS: refitting, lithic industry, methodology, Upper Palaeolithic, Iberian Mediterranean Basin.
a PREMEDOC-GIUV2015-213. Universitat de València, Departament de Prehistòria, Arqueologia i Història Antiga.
miguel.bel@uv.es
Recibido: 02/05/2022. Aceptado: 27/10/2022.
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M. Á. Bel
1. INTRODUCCIÓN
Los remontajes de restos líticos se vienen aplicando de forma más o menos continuada durante los
últimos 50 años para abordar diversas cuestiones del registro arqueológico. En la década de los 60
del pasado siglo, el estudio del yacimiento al aire libre de Pincevent evidenció el potencial de los
remontajes, al emplearlos de forma sistemática para analizar el comportamiento tecnológico y la
organización espacial de los grupos magdalenienses que habitaron el lugar (Leroi-Gourhan y Brézillon,
1966, 1972). Desde entonces se han utilizado en diversidad de contextos con el objetivo de tratar
fundamentalmente tres tipos de cuestiones: tafonómicas, tecnológicas y de organización espacial. En
cuanto a las tafonómicas, los remontajes permiten evaluar la integridad de los conjuntos arqueológicos
y aportan información sobre los procesos de formación de los depósitos (Aubry et al., 2014; Bordes,
2000; Deschamps y Zilhão, 2018; Staurset y Coulson, 2014; Villa, 1982). En los estudios tecnológicos
muestran cómo se producen las piezas líticas y qué lugar ocupan en la chaîne opératoire, con lo que
permiten analizar la variabilidad de los sistemas tecnológicos y las decisiones humanas vinculadas con
distintos factores (Bachellerie et al., 2007; Bodu et al., 1990; Davidzon y Goring-Morris, 2007; Hallos,
2005; Turq et al., 2013). En el análisis espacial de las ocupaciones humanas contribuyen a conocer la
organización espacial de las actividades y las relaciones entre distintas áreas del yacimiento, a partir
de lo cual se puede valorar la sincronía o diacronía entre distintos espacios (Brenet et al., 2018; Cahen
et al., 1979; Clark, 2017; Leroi-Gourhan y Brézillon, 1972; Vaquero et al., 2017).
Independientemente del objetivo con que se utilicen, el potencial de los remontajes radica
principalmente en su naturaleza relativamente inequívoca, su aplicabilidad a todo tipo de conjuntos
que presenten materiales fracturados –ya sean líticos o de otra naturaleza– y los vínculos espaciotemporales que permiten trazar referidos a eventos concretos (Hofman, 1992b; Romagnoli y Vaquero,
2019). No obstante, a pesar de las ventajas que ofrecen a la hora de analizar el registro arqueológico,
en la actualidad siguen sin ser una herramienta que se utilice de forma sistemática en los proyectos
de investigación, en gran medida debido a limitaciones como ciertas características de las piezas
líticas (homogeneidad de las materias primas, presencia de alteraciones térmicas o pátinas, etc.) o
las dificultades que imponen conjuntos de cuevas y abrigos donde son comunes los palimpsestos
formados por diversos eventos deposicionales (Vaquero et al., 2017), así como por la inversión de
tiempo requerida, la frecuente valoración negativa de su productividad o las necesidades logísticas y
de espacio en los laboratorios.
Sus fundamentos teóricos y metodológicos se han tratado de forma general en diversos trabajos
(Almeida, 1995; Cahen, 1987; Cziesla, 1990b; Hofman, 1992b; Larson e Ingbar, 1992; Laughlin y
Kelly, 2010; McCall, 2010; Romagnoli y Vaquero, 2019; Schurmans, 2007), en los que se valoran
los factores que influyen en la búsqueda e identificación de remontajes. En este trabajo valoramos
los factores que han influido en el análisis de un caso concreto, el estudio realizado en los niveles
paleolíticos de la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante) (Bel, 2020). Nuestro principal
propósito es evaluar las ventajas y limitaciones de la metodología utilizada a partir del análisis de
distintas variables que han influido en el estudio, discutir la idoneidad de los procedimientos seguidos
y plantear algunas directrices que puedan ser de utilidad para futuras investigaciones.
2. LA COVA DE LES CENDRES
La Cova de les Cendres se encuentra a 60 m.s.n.m. en los acantilados costeros de la punta de Moraira
(Teulada-Moraira, Alicante) (fig. 1a, b). Su formación está vinculada a una fractura vertical en los
niveles de calizas margosas del Cretácico superior (Bergadà et al., 2013). Se trata de una cavidad
kárstica de 1000 m2, cuya boca se abre al Sureste y que comprende dos zonas bien diferenciadas
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¿Buscar agujas en un pajar? Estudio de remontajes líticos de la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
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Fig. 1. a) Localización de la Cova de les Cendres en la Península Ibérica; b) vista de los acantilados en los que se
encuentra la cavidad (la flecha señala la boca de la cueva) (fotografía: C. Real); c) planta de la cueva; d) área excavada.
(fig. 1c): una exterior bien iluminada que presenta grandes bloques caídos de la visera y otra interior
constituida por una amplia sala de en torno a 600 m2. Esta última se encuentra escasamente iluminada
debido al fuerte descenso del techo de la cueva, el cual vuelve a ascender a medida que se profundiza
en la cavidad. En esta zona interior se encuentra el área excavada de 42,5 m2 (fig. 1d). Las excavaciones
desarrolladas en el yacimiento durante los últimos 40 años han documentado una larga secuencia con
niveles pleistocenos adscritos al Auriñaciense, Gravetiense, Solutrense y Magdaleniense (Villaverde
et al., 2010, 2012, 2019), además de niveles del Neolítico (Bernabeu y Molina, 2009).
Los niveles analizados en este trabajo son, de base a techo (Bel, 2020; Martínez-Alfaro et al., 2019;
Villaverde et al., 2019): XVII (sin dataciones ni adscripción cultural por el momento); XVID y XVIC
(35.340 – 31.020 cal BP, Auriñaciense); XVIB, XVIA y XV (31.000 – 25.340 cal BP, Gravetiense);
XIV (24.620 – 24.030 cal BP, principalmente Gravetiense aunque presenta algunas mezclas con el
Solutrense); XIII (23.230 – 20.050 cal BP, Solutrense). Estos niveles se han documentado en el Sector
B, una parte del área excavada que comprende como máximo unos 11-12 m2, pero que en su mitad
inferior (desde el nivel XVIA al XVII) se ve reducida a 3-4 m2 que se corresponden con los cuadros
A-B-C/17-18. El espesor total de estos ocho niveles está en torno a 2,25-2,5 m.
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M. Á. Bel
3. MATERIALES Y MÉTODOS
La industria lítica de los niveles analizados comprende un total de 33.987 restos, de los cuales 9117 son
los que se han incluido en el estudio de remontajes (tabla 1) y los 24.870 restantes son esquirlas1. El
estudio tecno-tipológico de estos materiales ha seguido los criterios de trabajos de referencia (Baena,
1998; Inizan et al., 1995; Pelegrin, 2000; Sonneville-Bordes y Perrot, 1954, 1955, 1956a, 1956b; Tixier
et al., 1980) y ya ha sido parcialmente publicado (Martínez-Alfaro et al., 2019, 2021; Villaverde et al.,
2010, 2019; Villaverde y Roman, 2004, 2012). El sílex es la materia prima mayoritaria en la secuencia,
con tres tipos principales: uno local y dos alóctonos, estos últimos los tipos Serreta y Mariola. La talla
está orientada a la explotación laminar en los tres tipos de sílex, excepto en el nivel XVII, en el que
no se han documentado soportes laminares. En todos los niveles analizados, la chaîne opératoire está
completamente representada, ya que más del 20 % de las piezas cuenta con superficies corticales y hay
una buena representación de núcleos y productos de mantenimiento de los núcleos, lo cual demuestra
los procesos de talla in situ. En relación con las piezas retocadas, el nivel XVIC se caracteriza por la
presencia de algunas laminitas Dufour. El utillaje de dorso –puntas de la Gravette, microgravettes o
puntas tipo Cendres– es destacable en los niveles XV, XVIA y XVIB, y no se documenta en los niveles
XVIC, XVID y XVII. El grupo Solutrense está bien representado en el nivel XIII, principalmente
compuesto de puntas de cara plana y puntas escotadas.
En cuanto al estudio de remontajes, cada conjunto de dos o más piezas que presenten superficies
de contacto entre sí se ha considerado como un remontaje, mientras que cada relación entre dos piezas
se considera una conexión. Las conexiones documentadas han sido clasificadas siguiendo los tipos
propuestos por Cziesla (1990b): secuencia de producción, fractura, modificación e insert. En las de
tipo insert hemos diferenciado entre las de fractura térmica y las de fractura diaclásica, es decir,
producidas por fisuras presentes en la materia prima de forma natural. Para la búsqueda de remontajes,
todos los restos líticos se dispusieron en mesas acompañados de las etiquetas en que se indicaba
su procedencia (año de campaña, cuadro, capa, unidad sedimentaria y subcuadro), así como de las
etiquetas individuales con el número de inventario de cada pieza, debido a que los restos líticos no
están siglados a causa del reducido tamaño de la mayoría de ellos. En un diario de laboratorio se
anotaba el tiempo invertido en cada jornada de trabajo y la hora a la que se encontraba cada conexión.
En una primera fase, se buscaron conexiones dentro de los niveles durante 561 horas. Las piezas de
los distintos niveles se distribuyeron en las mesas organizadas sucesivamente en seis conjuntos (o
extendidas). Inicialmente, las piezas fueron clasificadas por grupos de materia prima (GMP) siguiendo
criterios macroscópicos (Mangado, 2004), si bien una buena parte de ellas no pudieron clasificarse por
GMP debido a las alteraciones térmicas que presentaban o al reducido tamaño que impedía identificar
los atributos distintivos del posible grupo. Los principales criterios macroscópicos utilizados fueron:
textura, color, grado de rugosidad de las superficies concoidales y corticales, color del córtex,
particularidades (grado de opacidad, inclusiones, fósiles, fisuras, vetas, intrusiones, etc.) y aptitud
para la talla. Se definieron 50 GMP agrupados en 13 conjuntos en función de ciertas características
que compartían. Esta clasificación en GMP en lugar de en unidades de materia prima (UMP) se realizó
debido a la alta homogeneidad de muchas litologías. Una vez hecho esto, se buscaron sistemáticamente
conexiones de fractura entre los fragmentos laminares (Bel et al., 2020) y después, conexiones de
cualquier tipo entre todo el conjunto extendido en las mesas. La búsqueda no se priorizó por proximidad
1 Se han considerado esquirlas aquellos restos cuyas dimensiones estando completos no superan los 10 mm tanto en su longitud
como en su anchura, a excepción de laminitas de pequeño tamaño en las que ciertos atributos (como la preparación previa del
talón o el retoque) indican que se han producido intencionalmente o han sido transformadas para su uso. El elevado número de
esquirlas propició que fueran excluidas del estudio para hacerlo viable en cuanto a inversión de tiempo y esfuerzo, así como a
nivel logístico.
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¿Buscar agujas en un pajar? Estudio de remontajes líticos de la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
Tabla 1. Composición de la industria lítica analizada por niveles, piezas remontadas y porcentaje de conexiones
calculados sobre el total de piezas analizadas en cada nivel. PAN: producto de acondicionamiento de núcleo.
Lasca
Lasca laminar
Lámina
Laminita
Astilla
Núcleo
PAN
Golpe de buril
Debris
Canto/bloque
Total
Piezas remontadas
% de conexiones
XIII
XIV
XV
XVIA
XVIB
XVIC
XVID
XVII
1985
258
142
602
33
81
159
65
299
5
3629
152
4,19
232
30
14
61
25
16
43
9
63
0
493
22
4,46
584
76
35
130
34
34
108
19
159
1
1180
56
4,75
1337
193
92
579
107
52
253
85
483
7
3188
127
3,98
201
29
10
50
26
17
30
15
77
2
457
47
10,28
66
17
4
17
3
1
8
0
25
0
141
15
10,64
5
1
0
1
1
3
0
0
1
0
12
1
8,33
15
0
0
0
0
0
0
0
2
0
17
4
23,53
espacial de las piezas para no introducir de partida un sesgo en favor de las conexiones con distancias
más cortas. Además, en varios de los conjuntos extendidos, se invirtió tiempo específicamente en
buscar conexiones entre los núcleos y los soportes producidos con ellos. En una segunda fase, se
buscaron conexiones entre piezas pertenecientes a distintos niveles durante 291 horas. En esta última
fase nos centramos en buscar conexiones de fractura de fragmentos laminares y conexiones entre
restos pertenecientes a un mismo GMP, en este caso empleando la clasificación realizada previamente
y priorizando las litologías menos frecuentes y/o con unos atributos más distintivos. Todas estas
búsquedas fueron llevadas a cabo únicamente por el autor de este trabajo, aunque otros dos compañeros
del laboratorio buscaron remontajes ocasionalmente (de forma no sistematizada) e incluso llegaron a
encontrar alguna conexión. En cuanto al tratamiento estadístico de los datos, se calculó el porcentaje
de conexiones –o porcentaje de remontaje– (Cziesla, 1990b), que refleja la proporción que representan
las piezas remontadas en relación al conjunto total de piezas analizadas.
Se han documentado 186 remontajes, compuestos por 424 piezas que representan un 4,65 % del total de
9117 restos analizados (Bel, 2020). El porcentaje de conexiones por nivel también es reducido, rondando
generalmente el 5 % y superando ligeramente el 10 % en los niveles XVIB y XVIC (tabla 1). Los remontajes
de secuencias de producción son los más abundantes (103) –que en 19 casos incluyen el núcleo explotado–,
seguidos de los de fractura (46), insert (30) y modificación (7). Predominan los remontajes integrados por
dos piezas, y aquellos de tres y cuatro piezas representan porcentajes reducidos. En cuanto al tamaño de los
restos remontados, la mayoría se encuentran entre 10 y 20 mm, mientras que hay una proporción destacada
entre 20 y 30 mm. De las 238 conexiones que componen estos remontajes, algo más de un 80 % se dan
dentro de los niveles y el resto vinculan piezas de niveles diferentes.
4. RESULTADOS
Con el propósito de analizar los factores que han podido influir en la búsqueda e identificación de los
remontajes, abordamos diversos aspectos referidos a las propias características de los conjuntos líticos, al
proceso de excavación y a los procedimientos seguidos en la búsqueda de remontajes en el laboratorio.
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M. Á. Bel
4.1. Características de la industria lítica
La clasificación por GMP de las piezas líticas sirve para valorar cómo han influido el grado de variación de las
materias primas y la presencia de litologías con rasgos muy distintivos. En la mayor parte de los conjuntos de
GMP definidos (Bel, 2020) el porcentaje de conexiones ronda el 5 % (fig. 2a), en consonancia con el porcentaje
general obtenido para el conjunto de la industria lítica analizada. La excepción más clara la constituyen la
cuarcita y el sílex Mariola opaco, con un 37 % y un 20 % de sus restos remontados respectivamente, mientras
que el Mariola gris claro – blanco y la calcedonia superan ligeramente el 10 %. Estos cuatro conjuntos de GMP
representan, por otro lado, una proporción reducida del total de la industria lítica analizada (fig. 2b). Además, hay
que destacar que en todos ellos se seleccionaron todas sus piezas para buscar remontajes en la fase de búsqueda
por GMP. Contrariamente a esto, el segundo conjunto más numeroso en restos, el Serreta translúcido, presenta
el porcentaje de remontaje más bajo, si bien hay que señalar que sus restos no fueron seleccionados para buscar
conexiones por GMP. Entre los cinco conjuntos más numerosos cabe destacar el Local gris claro – blanco y el
Serreta opaco, con porcentajes de conexiones por encima del 7 % y en los que sí que se seleccionaron algunos
restos para buscar remontajes por GMP.
Tal como se ha planteado anteriormente, el tamaño de los restos remontados es reducido, situándose una gran
parte entre 10 y 30 mm. La comparativa con el tamaño de los restos que componen todo el conjunto de piezas
analizado puede permitirnos valorar cómo ha influido esta variable en el estudio. La longitud y anchura de las
piezas presenta una distribución similar entre el conjunto total de piezas analizado y las piezas remontadas (fig.
3). En la longitud, el conjunto total supera en más de cinco puntos porcentuales a las piezas remontadas en los dos
primeros intervalos, mientras que a partir del intervalo de 15 – 20 mm esto se invierte y son las piezas remontadas
las que presentan porcentajes ligeramente más altos. En la anchura, el conjunto total supera en casi nueve puntos
a las piezas remontadas en el primer intervalo, pero a partir del intervalo de 10 – 15 mm las piezas remontadas
presentan un porcentaje ligeramente superior, tanto en ese como en el resto de intervalos.
En cuanto a los restos líticos con córtex, por falta de tiempo en el estudio realizado, no se ha priorizado su
búsqueda de forma sistemática en ningún momento, por lo que comparar las proporciones de estos restos puede
servir para valorar cómo influye la presencia de superficies corticales sin que exista un condicionamiento de la
metodología empleada. En el conjunto total analizado los restos con córtex constituyen en torno a un 28 % de las
piezas, mientras que entre las piezas remontadas cuentan con una proporción muy superior, rondando el 47 %.
Si nos centramos en la representación de los soportes producidos, los núcleos y los productos de
acondicionamiento de núcleo (PAN), la comparativa se ciñe en este caso a las conexiones de secuencias de
producción. Se observa una gran similitud entre los porcentajes documentados en el conjunto total analizado
y en las piezas remontadas (fig. 4). Las diferencias más importantes, de en torno a seis puntos porcentuales, se
dan en las laminitas y en los núcleos, con una mayor proporción en el conjunto total y en las piezas remontadas
respectivamente. Además, cabe destacar el caso de las astillas, que también cuentan con un peso mayor entre las
piezas remontadas.
El material retocado supone alrededor del 16 % del conjunto total analizado, mientras que su porcentaje es
claramente más reducido en las piezas que conforman estas conexiones de secuencias de producción, con tan
solo un 6 %. De entre estas últimas cabe destacar que más de un tercio (n = 5) son piezas astilladas. Asimismo,
entre los siete remontajes con conexiones de modificación documentados en todo el conjunto, cuatro de ellos son
fruto del uso de piezas astilladas.
4.2. Factores metodológicos de la excavación y el trabajo de laboratorio
Las características del área excavada y la metodología seguida en campo pueden influir en los porcentajes
de remontaje. Dado que los procedimientos de recuperación de los materiales, tanto en excavación como en
el triado del sedimento, han sido lo más cuidadosos posibles, nos centraremos en valorar las dimensiones
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¿Buscar agujas en un pajar? Estudio de remontajes líticos de la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
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Fig. 2. Porcentaje de conexiones en cada conjunto de GMP (a), calculado en cada caso sobre el total de piezas de
cada GMP; proporción de los conjuntos de GMP en la industria lítica analizada (b), calculada sobre el total de piezas
incluidas en algún conjunto de GMP; conjuntos de GMP con mayor porcentaje de conexiones (c), de izquierda a
derecha: lasca de cuarcita, remontaje de sílex Mariola opaco, lasca de sílex Mariola gris claro – blanco, remontaje de
calcedonia (escala de 1 cm).
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Fig. 3. Proporción de los intervalos de longitud (a) y anchura (b) en el conjunto total de piezas analizadas y remontadas.
del área excavada. Como ya se ha planteado, esta es de reducidas dimensiones, sobre todo si la comparamos
con las de la sala interior de la cavidad en la que se desarrollan los trabajos, de en torno a 600 m2. En los
niveles superiores de la secuencia estudiada (XIII, XIV y XV) la superficie excavada comprende como
máximo unos 11-12 m2 y los porcentajes de conexiones están entre el 4 y 5 % (tabla 1). El área se reduce
a 3-4 m2 en los niveles inferiores (XVIA, XVIB, XVIC y XVID), entre los que destacan el XVIB y XVIC
con alrededor de un 10 % de las piezas remontadas. En el nivel XVII el área queda limitada a tan solo 2 m2
y el porcentaje de conexiones ronda el 24 %, si bien el conjunto de piezas recuperadas es muy reducido.
En lo referente al estudio de remontajes en el laboratorio, para valorar la inversión de tiempo se ha
elaborado una gráfica de esfuerzo-rendimiento (fig. 5) de la búsqueda de conexiones de todo tipo en las
seis extendidas de material para buscar remontajes dentro de niveles. Cada una de estas extendidas se
corresponde con un tramo de la secuencia analizada y en estas búsquedas solo se detectó una parte del
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Fig. 4. Proporción de los soportes producidos, núcleos y productos de acondicionamiento de núcleo (PAN) en el
conjunto total de piezas analizado (exceptuando golpes de buril, debris y cantos/bloques) y en las piezas remontadas
con conexiones de secuencias de producción.
conjunto total de conexiones (aproximadamente el 40 %)2. En la gráfica se aprecia cómo aumenta el número
de conexiones encontradas –de forma acumulativa– a medida que avanza el tiempo (dividido en intervalos
de tres horas). En general se observa un aumento más rápido en las primeras 18-21 horas y un crecimiento
más lento a partir de ese momento, con periodos de varias horas sin encontrar conexiones (periodos vacíos)
representados por tramos horizontales de la línea. La línea de la 2ª extendida tiene un crecimiento más
lento debido a que en ella se optó por una estrategia de búsqueda distinta al presentar un conjunto de
materiales más reducido, por lo que se confrontaron todas las piezas sistemáticamente y de forma ordenada
con el resto de piezas susceptibles de remontar. Las búsquedas en cada extendida concluyen con amplios
periodos vacíos similares a periodos de este tipo anteriores en cada extendida, con la excepción de la
1ª y la 6ª extendida. En la 1ª el largo periodo vacío entre las 30 y las 51 horas puede deberse a que en
esta extendida se combinó la búsqueda de remontajes con la clasificación por GMP, por lo que en ciertos
momentos pudimos centrarnos más en esta última tarea. En la 6ª se debe a las limitaciones de tiempo que
nos impidieron seguir prolongando más la búsqueda de remontajes. A pesar de que se podía haber invertido
más tiempo en estas seis extendidas con la intención de obtener periodos vacíos finales más dilatados, esto
se palió en parte con la búsqueda sistemática de conexiones de fractura entre fragmentos laminares y las
búsquedas por GMP que permitieron un análisis más concienzudo de la secuencia.
5. DISCUSIÓN
La valoración de los datos que acabamos de exponer y de otros aspectos nos permitirá evaluar cómo han
influido distintos factores en los resultados obtenidos con la búsqueda de remontajes. Aunque en este
trabajo nos centremos en factores relativos a las características de los conjuntos líticos analizados y a la
metodología de recuperación y estudio del material, cabe destacar que hay otros factores que tienen una
2
El resto se encontraron en las búsquedas de conexiones de fractura entre fragmentos laminares, en las búsquedas por GMP entre
todos los niveles o incluso durante la clasificación tecno-tipológica y por GMP del material.
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Fig. 5. Gráfica de esfuerzo-rendimiento en la que se muestra la relación entre el número de conexiones encontradas –de
forma acumulativa– y el tiempo invertido en la búsqueda.
influencia muy importante en el grado de éxito a la hora de encontrar remontajes, como son los concernientes
a los procesos de formación del registro arqueológico, que ya han sido tratados para los conjuntos que nos
ocupan (Bel, 2020). La evaluación de los aspectos analizados que presentamos a continuación contribuirá
a la discusión sobre las ventajas y limitaciones del método, con el propósito final de plantear algunas
directrices que creemos que pueden ser de utilidad a la hora de buscar remontajes en función de nuestra
experiencia particular.
5.1. Valoración de los factores de los conjuntos líticos
El estado de conservación de los restos, entre los que escasean pátinas o concreciones y no hay una presencia
elevada de aquellos con intensas alteraciones térmicas, ha permitido clasificar por materias buena parte del
conjunto y ha facilitado la búsqueda de remontajes. La variabilidad de las materias primas influye en el
porcentaje de restos remontados (Laughlin y Kelly, 2010: 427; Sumner y Kuman, 2014: 175) y nuestro caso
no es una excepción al respecto. Por un lado, el peso mayoritario del sílex hace que sea una industria muy
homogénea en cuanto a lo que a materias primas se refiere, lo que dificulta la búsqueda de remontajes. No
obstante, el alto porcentaje de éxito obtenido en los restos de cuarcita, o incluso el 8 % obtenido en el jaspe,
evidencian la utilidad de invertir tiempo en buscar remontajes en las materias minoritarias, aunque cuenten
con muy pocos restos. En cuanto al sílex, los destacados porcentajes de conexiones del Mariola opaco, el
Mariola gris claro – blanco y la calcedonia se deben en gran medida a atributos claramente distintivos: en
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el primer caso la presencia de puntos negros, en el segundo por su coloración, textura y estructura interna
características, y en el tercer caso por las intrusiones que presenta. Estos atributos nos llevaron a seleccionarlos
para buscar remontajes en la fase de búsqueda por GMP, a lo que se sumó el hecho de que no fueran litologías
muy abundantes, lo cual facilitaba el trabajo con ellas. En contraposición a esto, la alta homogeneidad de
los restos del Serreta translúcido contribuye a que el porcentaje de restos remontados en este conjunto sea
tan reducido. La abundancia de sus restos se sumó a esta homogeneidad a la hora de descartarlo para las
búsquedas por GMP, lo que también ha podido influir en el bajo porcentaje de conexiones. El Local gris
claro – blanco, a pesar de su abundancia, presenta un porcentaje de conexiones más destacado, a lo cual ha
podido contribuir su mayor variabilidad o el hecho de que uno de sus GMP sea muy distintivo. Además, al ser
un sílex local puede haberse tallado en mayor medida en el yacimiento en comparación con otras litologías
abundantes, especialmente el GMP que presenta numerosas fisuras y una escasa aptitud para la talla.
En cualquier caso, todo esto demuestra las ventajas que ofrece una adecuada caracterización de las
materias primas, así como la necesidad de invertir tiempo y esfuerzo en discriminar correctamente distintos
grupos dentro de un mismo tipo de sílex u otras rocas, tal y como evidencian trabajos que se basan en la
identificación de distintas UMP a partir de las cuales se buscan remontajes (Machado et al., 2013, 2017;
Romagnoli et al., 2018; Vaquero, 2008). Para ello es importante la capacidad de observación, comparar los
restos entre sí y fijarse en distintos atributos de las materias primas (color, textura, presencia de intrusiones,
etc.). Gracias a esto se puede priorizar la búsqueda de remontajes entre las litologías con unas características
más distintivas y descartar o postergar la búsqueda entre aquellas más homogéneas. En los conjuntos del
Paleolítico superior de la fachada mediterránea, en los que hay una preponderancia muy elevada de la
explotación del sílex (Aura y Jordá, 2012; Cortés-Sánchez, 2007; Mangado et al., 2006; Villaverde et al.,
2021), puede resultar especialmente útil un análisis de la industria con el objetivo de discriminar variedades
de sílex con atributos muy distintivos que faciliten la identificación de remontajes.
La comparativa entre el tamaño de las piezas del conjunto total analizado y las piezas remontadas
evidencia una gran similitud entre ambos conjuntos. Así pues, el tamaño de las piezas remontadas es
reducido en términos generales, del mismo modo que ocurre con las dimensiones de las piezas del conjunto
analizado. En la distribución por tamaños se aprecia la elevada proporción de aquellos restos que presentan
alguna de las magnitudes por debajo de los 20 mm, lo que confirma la utilidad de haber incluido estas
piezas pequeñas en el estudio de remontajes. A pesar del alto grado de correspondencia que presentan los
dos conjuntos, cabe detenerse en la menor proporción de piezas muy pequeñas y la mayor de las piezas más
grandes entre las remontadas. Esto puede deberse a la mayor facilidad para detectar conexiones cuanto más
grandes sean los restos (Laughlin y Kelly, 2010), con lo cual puede que no se hayan llegado a identificar
algunas conexiones entre restos muy pequeños. En cualquier caso, el alto grado de correspondencia entre
ambos conjuntos evidencia que el tamaño de los restos no parece haber influido de forma significativa en el
mayor o menor éxito a la hora de encontrar remontajes, y además, subraya la necesidad de incluir los restos
de dimensiones más reducidas –a excepción de las esquirlas– en los estudios de remontajes que se puedan
realizar en conjuntos líticos que presenten una distribución por tamaños similar a la presentada aquí.
En cuanto a la presencia de restos con superficies corticales, la marcada diferencia entre sus proporciones
en el conjunto total analizado y en las piezas remontadas evidencia la mayor facilidad de remontar restos
con córtex (Laughlin y Kelly, 2010: 430; Richardson, 1992: 413). Por un lado, esto puede deberse a que las
superficies corticales suponen un atributo distintivo en sí mismo, el cual constituye un añadido que facilita
asociar piezas visualmente. Por otro lado, estos restos al estar vinculados a las primeras fases de la cadena
operativa no suelen ser el objetivo principal de la talla y es más probable que sean abandonados por los humanos
en el mismo momento en que los producen, por lo que pueden quedar depositados con mayor probabilidad
en el mismo lugar donde se han generado. El elevado porcentaje de piezas con córtex remontadas en nuestro
estudio muestra la utilidad de buscar remontajes entre este tipo de restos, por lo que consideramos que dedicar
tiempo a ello de forma sistemática puede resultar altamente productivo y debería ser un procedimiento a
priorizar a la hora de abordar conjuntos que presenten un porcentaje destacado de estos restos.
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La notable similitud que hay en las proporciones de las distintas piezas (soportes, núcleos y PAN) si
comparamos el conjunto total analizado con las piezas que integran conexiones de secuencias de producción,
además de reflejar la lógica influencia de la composición tecnológica del conjunto en los resultados
obtenidos, muestra que en general la búsqueda de estas conexiones se ha centrado por igual en todos los
tipos de piezas. La única excepción a esto último es el caso de los núcleos, cuyo mayor porcentaje entre
las piezas remontadas puede deberse en parte a que en varias extendidas se dedicó tiempo específicamente
a buscar remontajes con ellos. La menor proporción de laminitas remontadas podría responder a la mayor
dificultad en remontar secuencias de producción de estos soportes pequeños. En cuanto al material retocado,
su escasa presencia entre las conexiones de secuencias de producción se explica en gran medida por las
historias de uso más prolongadas que pueden tener estas piezas, en las que pueden quedar desvinculadas
del espacio en que se producen con mayor probabilidad. Por último, el caso de las astillas y de las piezas
astilladas (De la Peña, 2011) merece un comentario separado. El mayor porcentaje de astillas entre las
piezas remontadas, así como el de piezas astilladas entre el material retocado que integra conexiones de
secuencias de producción y conexiones de modificación puede estar vinculado con que este tipo de piezas
formen parte frecuentemente de las fases finales de la cadena operativa. Por un lado, en Cendres existen
varios ejemplos de núcleos de astillas que reflejan una reutilización de otros tipos de núcleo con el objetivo
de aprovechar al máximo los volúmenes de materia antes de ser abandonados (Villaverde et al., 2019:
109). Por otro lado, las piezas astilladas también se vinculan frecuentemente con un último uso de las
piezas, ya sea empleando soportes sin retocar o reciclando piezas retocadas (Villaverde et al., 2019: 114).
Su uso expeditivo en tareas domésticas y las modificaciones que sufren hacen más probable su abandono
una vez concluida la actividad en la que se han empleado, lo que unido a los restos líticos que se generan
accidentalmente al utilizarlas puede explicar su destacada presencia en los remontajes.
Para concluir con la valoración de las características de la industria lítica, cabe hacer mención a las
conexiones de fractura y más concretamente a aquellas entre fragmentos laminares, que ya se han valorado
detalladamente en otro trabajo (Bel et al., 2020). Simplemente queremos llamar la atención sobre que
su análisis determinó que no parecía existir una influencia del grado de fragmentación de los conjuntos
laminares en el porcentaje de conexiones obtenido, puesto que entre los niveles con un porcentaje similar
de restos remontados había tanto índices de fragmentación altos como otros notablemente más reducidos.
5.2. Valoración de los factores metodológicos
Pasando a valorar la metodología de recuperación y estudio del conjunto analizado, las reducidas dimensiones
del área excavada han podido influir, junto con otros factores como las alteraciones postdeposicionales
de carácter natural o antrópico, en los bajos porcentajes de piezas remontadas (Bel, 2020). No obstante,
cabe detenerse en comentar las variaciones del porcentaje en función del tamaño del área en cada tramo
de la secuencia. Algunos de los niveles con porcentajes más altos son precisamente los documentados en
un espacio más reducido, como ocurre con el XVIB, el XVIC o el XVII. En el caso del nivel XVII, las
conclusiones extraídas deben tomarse con cierta cautela debido al escaso conjunto lítico recuperado, pero
no deja de llamar la atención que remonte en torno a un 24 % de los restos documentados en tan solo 2
m2. El porcentaje de remontaje es una medida que deriva de una causalidad compleja, en la que diversos
factores condicionan un mayor o menor éxito en la identificación de remontajes. Teniendo esto en cuenta,
lo que sí que evidencian los mayores porcentajes obtenidos en la parte inferior de la secuencia es que el
reducido tamaño del área excavada no debe ser tomado como excusa para no llevar a cabo un estudio de
remontajes. En este sentido cabe señalar que, además del tamaño del área (Cziesla, 1990a; Hallos, 2005),
también pueden influir factores como su forma o su grado de correspondencia con los espacios ocupados
por los grupos humanos en los yacimientos (Bordes, 2002; Cziesla, 1990b; Hofman, 1992a). En diversos
yacimientos de la fachada mediterránea con ocupaciones del Paleolítico superior los datos proceden de
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áreas excavadas reducidas, puesto que las excavaciones se han centrado en documentar el depósito en
sentido diacrónico (p. ej. Aura et al., 2019; Cortés-Sánchez, 2007; Villaverde et al., 2019). En función
de lo observado en nuestro trabajo, incluso en las excavaciones donde los datos recuperados procedan de
un sondeo de reducidas dimensiones, podría resultar útil buscar remontajes con el objetivo de realizar un
análisis tafonómico de las secuencias documentadas.
En cuanto al tiempo invertido en el trabajo de laboratorio, las 852 horas empleadas en buscar remontajes
dentro de los niveles y entre niveles distintos han posibilitado realizar un análisis amplio y en profundidad
de la secuencia. No obstante, llevar a cabo una destacable inversión de tiempo como esta es más difícil fuera
de un proyecto de investigación predoctoral, en el que es más fácil focalizar tiempo y recursos en el análisis
de una cuestión concreta. Independientemente de las horas invertidas, es importante registrar el tiempo que
se dedica e indicarlo en la publicación de la investigación, ya que es un dato que rara vez se recoge (p. ej.
De la Torre et al., 2018; López-Ortega et al., 2011; Rees, 2000) y que influye en el porcentaje de remontaje.
Por otro lado, el hecho de que el conjunto total de remontajes encontrados proceda de distintas fases del
estudio, y no solo de las búsquedas en las seis extendidas analizadas en la gráfica de esfuerzo-rendimiento
(ver fig. 5), hace difícil valorar la influencia del tiempo en los porcentajes de conexiones de cada conjunto.
En cuanto a las tendencias que refleja la gráfica, a priori es lógico pensar que en las primeras horas se
encuentren remontajes más rápidamente, aunque el hecho de que en varias extendidas el crecimiento siga
siendo destacable más allá de las primeras 20 horas puede deberse a que cuanto más tiempo invertimos
mejor conocemos los conjuntos extendidos y dónde se disponen las piezas en las mesas, lo que facilita
seguir encontrando remontajes. A nivel metodológico nos parece que nuestro trabajo demuestra la utilidad
de las gráficas de esfuerzo-rendimiento, que ya han sido empleadas en estudios experimentales (Laughlin y
Kelly, 2010) y que aquí aplicamos al análisis de conjuntos arqueológicos. Su uso en estudios de remontajes,
ya sean sobre conjuntos de piezas sigladas o bien acompañadas de sus etiquetas como es nuestro caso,
puede indicar cuál es el mejor momento para dejar de buscar remontajes dado que de ahí en adelante
el rendimiento obtenido no compensará el tiempo invertido. Para ello es necesario registrar durante las
búsquedas las horas empleadas cada jornada y la hora exacta en que se encuentra cada conexión, con lo que
se podrán elaborar estas gráficas y valorar si es conveniente dejar de buscar en el momento en que la línea
tienda a la horizontalidad de forma reiterada. La decisión de recurrir a estas gráficas debe estar motivada
por los objetivos de cada investigación, teniendo en cuenta qué aspectos interesa tratar, ya sea en términos
cuantitativos o cualitativos.
Las distintas fases en que dividimos nuestra búsqueda de remontajes se asemejan a las planteadas por
Hofman (1992b: 10). Se empezó por buscar conexiones dentro de los niveles y entre niveles adyacentes
en todo el conjunto de restos, y posteriormente se pasó a buscar conexiones entre todos los niveles de
la secuencia a partir de la selección de piezas en función de determinados GMP. El desarrollo de estas
fases, así como la búsqueda sistemática de conexiones de fractura de fragmentos laminares tanto dentro de
los niveles como entre ellos, han permitido realizar un estudio de remontajes más completo. Además, la
jerarquización de la búsqueda, ya sea a partir de este esquema organizativo o de otro distinto (p. ej. Morrow,
1996: 359-361; Deschamps y Zilhão, 2018: 13), posibilita aumentar su eficacia.
Otro condicionante a tener en cuenta es el espacio disponible en los laboratorios para poder extender
el material lítico. En nuestro caso contamos con varias mesas en el Laboratori d’Arqueologia Milagro
Gil-Mascarell del Departament de Prehistòria, Arqueologia i Història Antiga de la Universitat de
València, de las que pudimos disponer exclusivamente durante los tres años que duró el trabajo en el
laboratorio. Sin lugar a dudas, esto, junto con la buena iluminación artificial de la sala, facilitó que el
estudio pudiera realizarse con las garantías suficientes. El espacio disponible es una limitación habitual
en este tipo de estudios, por lo que es importante que valoremos tanto si se dispone de suficiente espacio
para desarrollar el estudio con garantías, como también si contamos con este espacio durante un periodo
de tiempo suficientemente largo, teniendo en cuenta no solo la propia búsqueda sino también el tiempo
invertido en extender y recoger los restos. Se trata de factores muy a tener en cuenta ya que en los
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laboratorios es frecuente que trabajen distintas personas o equipos al mismo tiempo en diversos temas, lo
que puede limitar nuestras posibilidades. Además, el hecho de que frecuentemente la industria lítica sea
abundante en la mayoría de los conjuntos paleolíticos, especialmente en depósitos con una estructura de
palimpsesto habituales en cuevas y abrigos, así como la necesidad de confrontar los materiales de niveles
distintos condicionan esta necesidad de espacio.
También son importantes los conocimientos previos sobre tecnología lítica, en general, y sobre las
características de los conjuntos analizados, en particular, de la persona que realiza el estudio. Consideramos
que nuestros conocimientos previos contribuyeron a guiar la búsqueda y facilitaron la identificación de
remontajes, si bien un mayor conocimiento por nuestra parte de la talla lítica experimental y de conjuntos
producidos con ella podría haber influido positivamente. Más allá de los conocimientos previos, o de la
experiencia previa en buscar remontajes, es importante tener en cuenta que las capacidades innatas de
determinadas personas también juegan un papel, tal y como demuestran Laughlin y Kelly (2010).
Por último, y en relación a esto último, un factor que condiciona de forma considerable un estudio
de remontajes son las capacidades personales de quien realiza la búsqueda3. Cualidades como la
paciencia, la perseverancia, la capacidad de observación y de fijarse en los detalles o la memoria
visual influyen en esta actividad, por lo que cuanto más desarrolladas estén en un persona más fácil
será la búsqueda e identificación de remontajes. En lo que respecta a la paciencia y la perseverancia,
pudimos constatar su importancia especialmente al encontrar conexiones después de periodos en que
se sucedieron varias horas sin encontrar ninguna. La capacidad de observación y la importancia de los
detalles se evidencian en las conexiones identificadas a partir de, por ejemplo, determinadas intrusiones
o irregularidades de la materia prima compartidas por las piezas, fracturas llamativas o caracteres
tecnológicos distintivos como puede ser un reflejado. La memoria visual resulta fundamental para
retener mentalmente las características de distintas piezas, y en nuestro caso, al no estar las piezas
sigladas, también fue especialmente útil para recordar dónde se encontraban situadas determinadas
piezas en las mesas. Para poder sacar el máximo partido a estas dos últimas cualidades es importante
disponer los restos líticos correctamente en las mesas, con las caras dorsales de los soportes producidos
hacia arriba –ya que los negativos dorsales pueden servir para identificar qué piezas remontan sobre
ellos mientras que la cara ventral es más homogénea– y dejando visibles las caras más explotadas de
los núcleos. En cualquier caso es importante observar detenidamente por todas sus caras la mayor
cantidad de restos posible.
6. CONCLUSIONES
El potencial de los remontajes líticos para responder a diversas cuestiones es innegable. En gran
medida deriva del carácter relativamente inequívoco de las relaciones que permiten establecer entre
distintas piezas y de su elevada aplicabilidad a la mayor parte de conjuntos de industria lítica. Además,
los vínculos espacio-temporales que permiten establecer entre los restos remontados posibilitan un
conocimiento más completo del registro arqueológico (para lo que es necesario un adecuado registro de
la información espacial durante el proceso de excavación). Su utilidad se ve reforzada por la diversidad
de aspectos que permiten abordar, principalmente de orden tafonómico, tecnológico y de organización
espacial. No obstante, su aplicación se ve muchas veces limitada por la importante cantidad de tiempo
3 Aunque en este trabajo la búsqueda la haya llevado a cabo una única persona y por lo tanto la valoración de las capacidades
personales se limite a ello, el hecho de que los otros dos compañeros que participaron en alguna ocasión encontraran alguna
conexión podría estar relacionado con la variabilidad entre sujetos y evidenciar los beneficios de que varias personas participen
en un estudio de remontajes. No obstante, esta última cuestión no se puede valorar de forma rigurosa al no haber realizado la
búsqueda en las mismas condiciones los distintos sujetos.
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que es necesario dedicar, por los requerimientos de espacio en los laboratorios, por las dificultades
que pueden imponer las propias características de los conjuntos líticos o por la percepción de que
la búsqueda de remontajes es una tarea menos productiva que otros tipos de análisis. En relación a
esta última percepción se ha planteado que con los remontajes se privilegia la calidad y resolución
de los datos por encima del ritmo de publicación (Romagnoli y Vaquero, 2019). Teniendo en cuenta
las limitaciones que presentan, resulta imprescindible que la búsqueda de remontajes se desarrolle de
forma apropiada para aprovechar al máximo el tiempo invertido y optimizar los resultados. En este
sentido, algunos autores han hecho especial hincapié en la necesidad de sistematizar el proceso de
búsqueda, ya sea manualmente (Bordes, 2000) o mediante el uso de las nuevas tecnologías aplicadas
tanto a restos líticos (Cooper y Qiu, 2006; Schurmans et al., 2002) como óseos (Holland et al., 2022).
Así pues, y en respuesta a la pregunta que encabeza el título de este trabajo, si desarrollamos
los procedimientos adecuados la búsqueda de remontajes no se parecerá en absoluto a buscar agujas
en un pajar. Se puede empezar por buscar remontajes dentro de los niveles, para pasar después a
buscar conexiones entre niveles adyacentes y finalmente entre todos los niveles de la secuencia. Es
conveniente invertir tiempo en clasificar las piezas por grupos de materia prima, o unidades de materia
prima en los casos en que sea posible, y priorizar la búsqueda de litologías minoritarias. La búsqueda
entre restos con córtex también puede resultar muy productiva a juzgar por los resultados de nuestro
estudio y además puede servir para buscar remontajes en las litologías más abundantes seleccionando
solo este tipo de restos. En los conjuntos con talla laminar la búsqueda sistemática de conexiones de
fractura de fragmentos laminares permite un análisis más concienzudo. Finalmente, buscar conexiones
entre todos los restos extendidos sin seleccionarlos en función de los atributos anteriores puede
posibilitar un estudio más completo del conjunto. Evidentemente, la aplicación o no de cada uno
de estos procedimientos dependerá de los objetivos concretos de la investigación y de las posibles
limitaciones de cada proyecto. En cualquier caso, desde cuantos más puntos se aborde la búsqueda de
conexiones más completo será el estudio. Todo ello con la finalidad de maximizar la productividad de
la búsqueda de remontajes.
En base a las ventajas que ofrecen los remontajes líticos para analizar el registro arqueológico
y responder a distintas cuestiones, es importante que su estudio se extienda a todos los proyectos
de investigación. Una vía posible para que la búsqueda de remontajes se convierta en una práctica
generalizada es su aplicación al estudio tafonómico de los depósitos arqueológicos (Hofman, 1992b),
pero para ello es necesario que las investigadoras e investigadores tomen conciencia real de la
necesidad de evaluar la integridad de los conjuntos antes de interpretarlos en términos conductuales
o paleoambientales. Con este propósito podría aumentar su aplicación en conjuntos del Paleolítico
superior peninsular, en los que contamos con menos ejemplos en comparación con el uso de remontajes
en estudios sobre el Paleolítico medio, y a partir de ahí aprovechar la información obtenida para
abordar, en los casos en que sea posible, aspectos tecnológicos y de organización espacial de las
ocupaciones.
AGRADECIMIENTOS
Las investigaciones en la Cova de les Cendres han sido financiadas por el Ministerio de Ciencia e Innovación
(HAR2011-24978, HAR2014-52671-P y HAR2017-85153P) y por la Generalitat Valenciana (PROMETEOII/2013/016
y PROMETEO/2017/060). La investigación presentada en este trabajo fue realizada en el marco de un contrato predoctoral (Ayuda para contratos predoctorales para la formación de doctores BES-2015-075108) del Ministerio de
Economía, Industria y Competitividad, concedido a Miguel Ángel Bel. Queremos agradecer a Carmen M. Martínez
Varea la revisión de este trabajo. Además, agradecemos los comentarios y sugerencias de los/as dos revisores/as anónimos/as que han contribuido a mejorar este trabajo.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 29-59
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1586
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Aleix EIXEA a y Alfred SANCHIS b
Reconstrucción preliminar de la secuencia del
Paleolítico medio y superior inicial de la Cova
Foradada (Oliva, Valencia) a partir del estudio
de los materiales líticos
RESUMEN: En este trabajo se estudia la colección lítica del yacimiento de la Cova Foradada (Oliva,
Valencia), depositada en el Museu de Prehistòria de València, desde una aproximación tecno-tipológica.
El principal objetivo es la reconstrucción de la secuencia del yacimiento y la valoración de su interés
en el contexto regional. El estudio ha permitido establecer y caracterizar la existencia de, al menos, tres
periodos industriales: Paleolítico medio, Auriñaciense y Gravetiense. La parte superior de la secuencia,
con materiales adscritos al Solutrense y Magdaleniense, queda fuera de este trabajo. Hasta la fecha el
yacimiento tan solo contaba con algunas apreciaciones de índole general en las que no se analizaba
el material de manera detallada. El estudio de los conjuntos líticos nos ha permitido reconstruir de
manera parcial la secuencia estratigráfica del yacimiento. Los datos obtenidos muestran una importante
diversidad en los sistemas de talla empleados y la constatación de unos fósiles directores que son
característicos de los distintos periodos de ocupación de la cavidad.
PALABRAS CLAVE: Paleolítico medio, Auriñaciense, Gravetiense, industria lítica, País Valenciano.
Preliminary reconstruction of the Middle and Early Upper Palaeolithic sequence
from Cova Foradada (Oliva, Valencia) based on the study of lithic materials
ABSTRACT: This paper analyses the lithic collection from Cova Foradada site (Oliva, Valencia),
hosted at the Museu de Prehistòria de València, from a techno-typological approach. The main objective
is to reconstruct the sequence of the deposit and assess its interest in the regional context. The study
has made it possible to establish and characterize the existence of at least three industrial periods:
Middle Paleolithic, Aurignacian and Gravettian. The upper part of the sequence, with materials ascribed
to the Solutrean and Magdalenian, is left out of this study. To date, the site only had some general
assessments in which the material was not analyzed in detail. The study of the lithic assemblages allows
us to partially reconstruct the stratigraphic sequence of the site. The data obtained show an important
diversity in the knapping methods as well as director fossils that indicate us the different periods of
cavity occupation.
KEYWORDS: Middle Palaeolithic, Aurignacian, Gravettian, lithic industry, Valencian Country.
a Departament de Prehistòria, Arqueologia i Història Antiga, Universitat de València.
alejo.eixea@uv.es
b Servei d’Investigació Prehistòrica, Museu de Prehistòria de València, Diputació de València.
alfred.sanchis@dival.es
Recibido: 14/10/2021. Aceptado: 01/08/2022.
[page-n-31]
30
A. Eixea y A. Sanchis
1. INTRODUCCIÓN
La Cova Foradada de Oliva probablemente sea uno de los yacimientos paleolíticos más importantes del
ámbito peninsular ibérico. Prueba de ello es el descubrimiento en el año 2000 de un maxilar y de varios
fragmentos craneales neandertales (Campillo et al., 2002; Lozano et al., 2013), y más recientemente en
el año 2010, de los restos parciales de un esqueleto neandertal que incluyen el cráneo, tórax y los huesos
de uno de los brazos, hallado en posición anatómica y depositado en una pequeña oquedad de la pared
de la cueva y que podría corresponder a un posible enterramiento (Aparicio et al., 2014). Los restos
se hallaban dentro de una matriz carbonatada, por lo que fueron trasladados al IPHES de Tarragona
(Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social) para su extracción y restauración y, desde
octubre de 2021, se encuentran depositados en el Museu de Prehistòria de València (MPV). El interés
paleoantropológico y arqueológico de estos es excepcional.
Además de la importancia de estos fósiles humanos, el yacimiento posee una amplia secuencia
estratigráfica con niveles asignados al Mesolítico, Paleolítico superior y medio y donde aparecen
multitud de evidencias arqueológicas, en forma de restos líticos, fauna y estructuras de combustión
(Aparicio, 2014).
Sin embargo, se observa de antemano una clara discrepancia entre la investigación desarrollada
en el yacimiento y los resultados obtenidos. En este sentido, son varios los factores problemáticos
con los que nos encontramos al intentar estudiar este yacimiento. En primer lugar, las memorias
de excavación existentes aportan escasa información a partir de la cual poder seguir y conocer el
transcurso de las 30 campañas de excavación (de 1975 a 2013) que allí se desarrollaron (se indican las
capas y cuadros excavados cada año pero sin una caracterización sedimentaria precisa de los distintos
niveles, asociación de los diversos materiales a los niveles determinados, situación tridimensional de
los mismos, etc., es decir, la metodología general de trabajo). En segundo lugar, tampoco se dispone de
un cuadro estratigráfico detallado con un análisis de los distintos niveles arqueológicos documentados
en la cavidad. En la decena de publicaciones que existen (dejando de lado multitud de recortes de
periódicos, entrevistas personales al equipo de excavación, etc.) siempre se utiliza el mismo corte
de excavación y la planimetría de la cueva en la que se detallan únicamente una parte de las capas
artificiales del yacimiento (1 a 27), sin atender a profundidades ni aspectos relacionados con las cotas
de cada uno de los niveles y los materiales encontrados en cada uno de ellos. Y, en tercer lugar,
no se ha podido averiguar el cómputo total de restos líticos, óseos o de estructuras de combustión
documentadas, y tampoco de carbones o semillas, entre otros aspectos. En ningún trabajo aparecen
cuantificaciones totales de los restos determinados indicándose tan solo el uso del término “abundantes
restos”. En cambio, lo que se observa cada vez que se recurre a la bibliografía existente de este
yacimiento (Aparicio et al., 1983, 2014; Campillo et al., 2002; Lozano et al., 2013; Aparicio, 2014),
es la reiteración de datos generalistas y cualitativos que tratan de demostrar su importancia (y con
seguridad están en lo cierto) dentro del ámbito peninsular, pero con una absoluta falta de argumentos
y análisis que permitan demostrarlo.
Del mismo modo, a partir de los datos publicados se afirma la existencia de una potente e
interesante secuencia estratigráfica que abarca desde el Mesolítico, pasando por un Magdaleniense
con abundante industria ósea (no sabemos si superior, medio o inferior, si bien existe constancia de un
arpón que apunta a una fase superior de esta industria), Solutrense con puntas escotadas, Solutrense
medio, Protosolutrense y un Graveto-Auriñaciense (denominación que no entendemos a qué se refiere;
¿aparece mezclado o hay coexistencia de ambas culturas?), hasta el Paleolítico medio, sin haber
llegado a la base de la secuencia.
El capítulo de las dataciones realizadas merece un comentario aparte. Tal y como se puede ver en
los distintos trabajos (Aparicio, 2008, 2014 y 2015), se ofrece siempre la misma tabla en la que se
observa la sigla de cada una de las muestras y una capa de donde fue tomada, si es de carbón o hueso
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
31
(sin determinar el taxón) y el resultado. El problema radica en que no se determina en ningún caso
el cuadro, sector o nivel del que proviene dicha datación, el tratamiento seguido en las muestras o la
referencia del laboratorio, entre otras cuestiones. Así pues, resulta imposible establecer una asociación
entre las dataciones y el material arqueológico recuperado. En definitiva, no aportan información
cronocultural ni estratigráfica de la procedencia de las muestras.
En este sentido y a la vista de la información ofrecida, nuestro objetivo principal en este trabajo
ha sido el de sacar a la luz la recopilación de los datos procedentes de la industria lítica depositada
en el MPV dentro del nuevo proyecto de investigación que se está desarrollando en el yacimiento.
Se han estudiado desde un punto de vista tecno-tipológico sus industrias líticas a nivel diacrónico,
tanto del Paleolítico medio como del Paleolítico superior inicial, con el objetivo de caracterizarlas
y encuadrarlas dentro del panorama regional valenciano. Esto se debe a una doble intención: por
un lado, nuestro interés por las poblaciones del Paleolítico medio, que constituye una de nuestras
principales líneas de investigación, y por otro, la importancia que en los últimos años se ha prestado
al poblamiento de los primeros Homo sapiens en la región del Mediterráneo peninsular (Zilhão et al.,
2017; Cortés et al., 2019; Morales et al., 2019; Villaverde et al., 2019, 2021), con yacimientos a los
que la amplia secuencia de Cova Foradada puede aportar información adicional.
2. EL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE COVA FORADADA1
La Cova Foradada se ubica en la localidad valenciana de Oliva a unos 75 km al sur de Valencia. La
cavidad se localiza en las últimas estribaciones de la Serra de Mustalla a unos 35 m de altitud dentro
de la partida llamada Racó de Gisbert, junto a surgencias de agua, cerca del marjal de Oliva-Pego y
de la costa actual. Geológicamente, la cueva se asienta sobre unas dolomías masivas del Cretácico
superior, las cuales representan una potente formación, de unos 250-300 m, de coloración oscura y
muy fragmentada y con algunos niveles de mayor contenido arcilloso. Dicha formación ocupa una
gran extensión en el flanco septentrional del sinclinal de Pego, con suaves inflexiones que aumentan
la extensión de afloramiento. En esta masa dolomítica se encuentra el Cenomaniense y el Turoniense
por encima del nivel margoso, con orbitolinas y bajo un paquete de margas y calizas con fauna del
Senoniense (IGME, 1975).
Los trabajos arqueológicos llevados a cabo en la cavidad se remontan a 1975 cuando un lote
de piezas líticas recogidas por unos aficionados fue entregado a José Aparicio Pérez quien después
de analizarlas las adscribió al Musteriense (Aparicio, 2014). Posteriormente y desde 1981 de forma
continuada, este mismo decidió iniciar las excavaciones arqueológicas las cuales acabaron en 2013 sin
llegar a la base del relleno estratigráfico. Durante los primeros años los trabajos se ubicaron en la zona
externa u Oeste de la cavidad (cuadros D a K-7, 8 y 9, posteriormente ampliando a I-11 a 13) donde
la remoción de materiales del Paleolítico medio y superior junto con restos modernos y las dataciones
obtenidas (no se concreta en que cuadros fueron estas tomadas) hizo que se determinaran estos niveles
como revueltos fruto de actividades clandestinas pasadas (fig. 1).
En los años siguientes y ante esta coyuntura, se decidió trasladar la superficie de excavación a una
zona más interna de la cavidad (zona Este) en la que la presencia de unos grandes bloques desprendidos
de la zona cenital habría sellado los niveles contiguos, lo cual hizo pensar a sus excavadores en la
posibilidad de encontrarlos in situ. De hecho, así fue, al documentarse entre estos un enterramiento
de la Edad del Bronce al cual se le realizó una datación, pero con la incógnita de que no se precisa en
la documentación presentada cuál es la referencia exacta de esta datación de todo el listado aportado
1 En las escasas publicaciones realizadas hasta la fecha se emplea el término “Foradà” en valenciano coloquial. En nuestro caso,
preferimos la utilización en el lenguaje escrito del normativo “Foradada”.
APL XXXIV, 2022
[page-n-33]
32
A. Eixea y A. Sanchis
Fig. 1. A) Planta general de la cavidad en la que se señalan los cuadros de excavación con la ampliación de los cuadros
nuevos en el sector este (modificado a partir de Aparicio, 2014). B) Corte longitudinal (d-c) del relleno en el que se
indican las capas excavadas (Aparicio, 2014).
APL XXXIV, 2022
[page-n-34]
Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
33
(Aparicio et al., 2014: 13-14). Los cuadros excavados fueron A-12 y 13, a12, a16, b-12 a 16 y c-12 a
15 en los que tras un nivel revuelto de 50 cm de potencia aparecieron los niveles in situ. El problema
de estos niveles radica en que no hay documentación al respecto y no se aporta ninguna información
en ningún trabajo sobre aspectos estratigráficos, sedimentológicos, micromorfológicos, etc. En este
sentido, solo cabe creer que estos niveles no presentan mezclas ni alteraciones postdeposicionales que
hayan podido afectar el registro. Tan solo se puede observar en las distintas publicaciones un corte
estratigráfico en el que se detallan hasta un total de 27 capas (que suponemos son artificiales), no
determinándose el cómputo total de tallas levantadas ni la profundidad individualizada de las mismas
(fig. 2). Del mismo modo, en la bibliografía pertinente se habla de la existencia de un sondeo, el cual
se hallaba en 2013 en niveles musterienses, aportando abundantes restos líticos y óseos, pero no se da
la ubicación precisa ni el cuadro correspondiente en ningún momento.
Fig. 2. Detalle del
corte longitudinal
del relleno en el que
se indican las capas
excavadas (Aparicio,
2014).
APL XXXIV, 2022
[page-n-35]
34
A. Eixea y A. Sanchis
3. MATERIALES Y MÉTODOS
En relación con los materiales analizados en este trabajo, nos hemos centrado con mayor profundidad en el
conjunto lítico adscrito al Paleolítico medio y, en menor medida, en tratar de determinar los fósiles guía y
atestiguar elementos que nos permitan afirmar la presencia de un Paleolítico superior inicial en la cavidad.
A pesar de todo, debemos ser cautos y destacar que, aun siendo una excavación relativamente moderna,
tal y como se ha comentado anteriormente, la falta de un protocolo de trabajo claro y el desconocimiento
de la metodología de excavación, nos impide por el momento establecer afirmaciones taxativas y obliga a
plantear dudas por problemas estratigráficos no documentados. Por ello, se ha partido de la base del relleno
ubicada en la capa 42 (según los materiales existentes en el MPV) y hasta la 25, a partir de la cual existen
tres capas (22 a 24) que contienen materiales mezclados tanto del Paleolítico medio como del superior
inicial (Auriñaciense). Después siguen dos capas (20 y 21) cuyos materiales no hemos localizado en el
MPV. De la 19 a la 18, los restos determinados no presentan alteraciones y se adscriben claramente, en base
a criterios tecno-tipológicos, al Gravetiense. Finalmente, de la capa 17 a la 15, se entremezclan materiales
gravetienses y solutrenses por lo que estas capas han quedado fuera del estudio.
Metodológicamente, el análisis industrial se ha realizado a partir de la aproximación tecno-tipológica
centrada en la escuela francesa de la chaîne opératoire (Cresswell, 1982; Lemonnier, 1986; Karlin et al.,
1991) y que tiene por objetivos fundamentales el reconocimiento de los distintos estadios en la manufactura
lítica y los conceptos y procesos mentales básicos que subyacen en esta producción. Siguiendo dichos
criterios, esta corriente considera que la gestión lítica es un proceso dinámico que parte de la captación de
las distintas materias primas en el medio hasta el abandono de los artefactos utilizados. En definitiva, intenta
establecer todo el proceso de vida útil de los elementos líticos, que se divide en cuatro partes fundamentales:
adquisición, producción, utilización y abandono (Tixier et al., 1980; Boëda et al., 1990; Julien, 1992;
Texier, 1996). El utillaje retocado, junto con aquellos elementos que presentan macrohuellas de uso, son
clasificados utilizando la lista-tipo bordesiana (Bordes, 1988). El estudio se complementa con el análisis
de las materias primas a nivel macroscópico. Tras una primera clasificación macroscópica, que ha atendido
a los parámetros habituales en este tipo de trabajos (color, textura, impurezas y características del córtex)
se ha utilizado una lupa binocular de 40 aumentos que ha permitido precisar algunas de las características
morfológicas de los minerales que componen la roca. Nuestro objetivo es aplicar próximamente técnicas de
análisis geológico, como láminas delgadas, difracción de rayos X (DRX), fluorescencia de rayos X (FRX)
o análisis de activación neutrónica (ICP-MS), de la misma manera que hemos realizado en otros conjuntos
de la zona (Eixea et al., 2014; Roldán et al., 2015; Prudêncio et al., 2016), y que nos permitirán profundizar
en la identificación de los ambientes de formación de las distintas rocas y en sus tipos genéticos.
4. EL CONJUNTO DE LOS MATERIALES LÍTICOS
El conjunto de materiales líticos del yacimiento tampoco está exento de problemas. En la tabla 1 se detalla
toda la información obtenida de la industria lítica depositada en el MPV y que pasamos a analizar. Sirva
esto también de aclaración de qué restos se estudian, por qué y de qué manera.
Vistos los datos y tal y como se ha comentado anteriormente, se observa como en la excavación no se
llega a la base del relleno, no poseyendo datos directos sobre cuál es la última capa excavada. Lo que se
aprecia es que la última capa depositada en el MPV es la 48 de los cuadros a14 y b14, la cual fue excavada
en 2013 (en principio parece ser que es el último año de excavación) pero con la problemática que solo
encontramos una decena de esquirlas líticas y en la que faltan las piezas retocadas y otros soportes, tal y
como se documenta en el Inventario provisional de material recuperado de La Labor del SEAP (Sección
de Estudios de Arqueología y Prehistoria) y de la SEI (Sección de Estudios Ibéricos) durante el año 2013
(RACV, 2014: 15). En este inventario se dice que en a14 hay “lasquitas” y en b14 “una raedera, dos lascas
APL XXXIV, 2022
[page-n-36]
Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
35
Tabla 1. Cova Foradada (Oliva, Valencia). Materiales estudiados y su contextualización en la secuencia. NR (número
de restos), SOL (Solutrense), GR (Gravetiense), AU (Auriñaciense), PM (Paleolítico medio).
Año
Capa Cuadros (*estudiados)
NR
Fósil director
Adscripción
Observaciones
1993
15
a14, a15, a16, b14 y
b15/16
-
Dorsos, astilladas
y retoque plano
GR-¿SOL?
mezcla
Cuadros revisados
1994
16
a12, a13, a14, a15, a16,
b13, b14, b15 y b16
-
Dorsos, astilladas
y retoque plano
GR-¿SOL?
mezcla
Cuadros revisados
1994
17
a14, a15, a16, b13, b14,
b15 y b16
-
Dorsos, astilladas
y retoque plano
GR-¿SOL?
mezcla
Cuadros revisados
1994
18
a14, a15, a16, b13, b14,
b15 y b16
-
Dorsos y astilladas GR
Cuadros revisados.
Azagaya
1994
19
a15, a16, b14, b15 y b16
-
Dorsos y astilladas GR
Cuadros revisados.
Azagaya
1995
20
-
-
-
-
Campaña dedicada a la
regularización de taludes
1996
21
a14, a15, a16, b13, b14,
b15, b16, c14, c15 y c16
-
-
PM y PS
(indet.) mezcla
1997
22
a13, a14, a15, a16, b13,
b14, b15, b16, c14 y c15
-
Levallois, raederas PM y PS (AU) Cuadros revisados
y hojitas Dufour
mezcla
1997
23
a13, a14, a15, a16, b13,
b14, b15, b16, c14 y c15
-
Levallois, raederas PM y PS (AU) Cuadros revisados
y hojitas Dufour
mezcla
1997
24
a13 y a16
-
Levallois, raederas PM y PS
Cuadros revisados
y hojitas
(indet.) mezcla
1998
25
b13, b15, b16, c14* y
c15*
3213
Talla Levallois y
raederas
PM
-
1998
26
a14*, a15, b13, b14, b15, 2394
b16 y c15*
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2000
27
a14*, a15, a16, b14, b15,
b16, c14* y c15*
3592
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2000
28
a14, a15, a15-b16,
a16-b16, b14, b16,
b15-b16, a(nº1), b (nº2)
c14 y c15
1745
Talla Levallois y
raederas
PM
Frag. craneales (2000) y
esqueleto parcial (2010).
En algunos trabajos se citan
7 frags. craneales humanos
en la capa 27 y 29
2002 y
2003
29
a14*, a15, a16, b14, b15,
b16 y c14*
2019
Talla Levallois y
raederas
PM
Peroné. Un resto humano
aparece citado en los cortes
de los trabajos de J. Aparicio
(2008, 2014 y 2015)
2003
30
a14*, a15 y a16
712
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2006
31
a14*, a15, b14 y b15
103
Talla Levallois y
raederas
PM
-
¿?
32
¿?
-
-
PM
-
2007
33
a14*, a15, b14 y b15
51
Talla Levallois y
raederas
PM
-
APL XXXIV, 2022
[page-n-37]
36
A. Eixea y A. Sanchis
Tabla 1 (cont.).
Año
Capa Cuadros (*estudiados)
NR
Fósil director
Adscripción
Observaciones
2007
34
a14*, a15, b14 y b15
18
Talla Levallois y
raederas
PM
-
¿?
35
¿?
-
-
PM
Material no depositado en
el MPV
2008
36
a14*, a15, b14 y b15
51
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2009
37
a14*, a15, b14 y b15
290
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2009
38
a14*, a15, b14 y b15
106
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2009
39
a14* y a15
207
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2009
40
a14* y a15
141
Talla Levallois y
raederas
PM
-
¿?
41
¿?
-
-
PM
Material no depositado en
el MPV
2010
42
b14* y b15*
55
Talla Levallois y
raederas
PM
-
¿?
43 a
47
¿?
-
-
PM
Material no depositado en
el MPV
2013
48
a14* y b14
22
Esquirlas indet.
PM
Material (parcialmente)
depositado en el MPV
y cuatro lasquitas”. Lo mismo ocurre con las siguientes capas, 47 y 46, donde se indica también que existen
materiales líticos, pero no se han encontrado en los depósitos del MPV. Desde la capa 45 hasta la 43 no
tenemos ningún tipo de información y es a partir de la capa 42 cuando empezamos a ver cierta continuidad
en el registro de los materiales. Esta misma, excavada en 2010 en los cuadros b14 y b15, presenta caracteres
típicos de una industria lítica del Paleolítico medio. Así que, debido a la falta de información anterior,
constituirá para nosotros la primera y más antigua en este trabajo. De la capa 41, tampoco encontramos
ningún registro en los fondos del museo. Por su parte, de la 40 a la 30, a excepción de la 35 y 32 que tampoco
se documentan y la 34 que tan solo posee elementos configurados y en la que faltan los otros soportes y
se decide dejar de lado para no alterar la visión global de la muestra, el resto aparecen al completo. En
este sentido, de los cuatro cuadros excavados (a14, a15, b14 y b15), decidimos estudiar de base a techo y
a modo de testigo, uno de ellos (a14). Todo este conjunto se adscribe también sin problemas al Paleolítico
medio. El siguiente bloque se compone de las capas 29 a la 25 en las cuales la superficie de excavación
se amplía (hasta los 7 u 8 m2) y en las que pasamos a seguir estudiando el testigo (a14) y al que añadimos
los cuadros en los que aparece el esqueleto parcial de Neandertal (c14 y c15). En estos, la industria se
relaciona también con un Paleolítico medio clásico. Respecto al siguiente bloque de capas, se observa la
presencia de materiales mezclados determinados a partir de criterios tecno-tipológicos. En las siguientes,
el estudio realizado ya no es cuantitativo, sino que se enfoca desde una perspectiva cualitativa en la que se
revisan todas las bolsas de materiales tratando de identificar y contabilizar los elementos diagnósticos que
nos guíen en la caracterización cultural de la capa. En este sentido, la 24 posee tanto restos del Paleolítico
APL XXXIV, 2022
[page-n-38]
Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
37
medio clásico visto en las capas anteriores como elementos de tipo Paleolítico superior (soportes laminares
y microlaminares), pero con la ausencia de fósiles guía que permitan adscribirla a uno u otro complejo. En
cambio, en las capas 22 y 23 observamos junto con los materiales musterienses, elementos de tipo laminar
a modo de hojitas Dufour, típicas del Auriñaciense. En las siguientes capas, 21 y 20, volvemos a tener un
hiato en el registro, dado también por la ausencia de los materiales adscritos a estas capas. A partir de la
capa 19 y 18, la abundante presencia de dorsos, piezas astilladas y puntas de la Gravette, nos indican el
cambio hacia un nuevo complejo como es el Gravetiense. Finalmente, de la capa 17 a la 15 se combinan
materiales gravetienses junto con elementos de tipo solutrense como es la aparición del retoque plano y
algún fragmento foliáceo.
A modo de conclusión, sabemos que el estudio industrial de la secuencia de Foradada presenta problemas
que deben tenerse en cuenta a la hora de interpretar los datos. La ausencia de un registro estratigráfico
de dichos materiales hace que no podamos encuadrar las distintas capas dentro de un mismo o diferente
nivel, pero al poseer datos, aunque sea de capas con número corrido de mayor a menor, nos permite ver
qué está por encima y qué por debajo. Así, a lo largo de esta amplia secuencia que engloba por lo menos
tres momentos industriales bien diferenciados (Paleolítico medio, Auriñaciense y Gravetiense), podemos
abordar de forma general aspectos diacrónicos y de cambio en la producción lítica, centrándonos en la
gestión de las materias primas, las cadenas operativas empleadas y la configuración del utillaje.
4.1. Materias primas
Respecto a las materias primas empleadas en la secuencia (tabla 2), observamos como existe un absoluto
dominio de las rocas locales, fundamentalmente el sílex (fig. 3). Su estado de conservación no es
excesivamente bueno debido a que buena parte del conjunto está alterado por concreciones, deshidrataciones
y afecciones térmicas. Además, se aprecia en una parte sustancial de los restos la acción de ácidos para el
lavado de material lo que dificulta también su descripción macroscópica.
Dentro del grupo del sílex local, el mayoritario se caracteriza por presentar unas coloraciones verdosas,
un grano fino y aspecto mate. La textura es lisa y suave, presentando algunas inclusiones menores de
tipo biogénico y mineral, como los óxidos de hierro. Los córtex poseen unas tonalidades marrones claras
(probablemente vinculado a una roca caja calcárea) y con una morfología semi y, sobre todo, rodada lo
que indica que se puedan encontrar a unos pocos metros, tanto en los barrancos contiguos como en la
misma playa de Gandia, ambos en posición secundaria producto de la acción de transporte a través de los
ríos contiguos, como el Serpis. Aunque el afloramiento en posición primaria lo desconocemos, pensamos
que no debe estar muy lejos ya que coincide con uno de los tipos locales encontrados en el cercano
yacimiento de la Cova de les Malladetes (Eixea et al., 2021). A nivel técnico, este sílex presenta unos
buenos planos de fractura de morfología concoide lo que hacen que su calidad para la talla sea buena. Los
otros tipos que conforman este grupo local son los ya conocidos Serreta y Mariola, los cuales, tal y como
ya se ha apuntado en otras ocasiones, aparecen documentados a lo largo del río Serpis procedentes de la
zona de Alcoi y en la misma playa de Gandia donde se depositan a lo largo de toda la franja litoral y a
unos pocos kilómetros del yacimiento (Eixea et al., 2014; Molina, 2015). En relación con los alóctonos,
a excepción de los que no se han podido determinar y que se encuentran en proceso de estudio, tan solo
podemos destacar el sílex cenomaniense-turoniense determinado en los afloramientos primarios del Puig
de la Llorença. Este se caracteriza por presentar bastantes variaciones dentro del mismo afloramiento,
predominando los que poseen tonalidades marrones meladas. A nivel interno, es translúcido con motas
blancas y, generalmente, su estructura aparece muy fisurada (aunque también aparecen otros nódulos sin
fisuras y en mejor estado). Aunque no sabemos si este tipo podría estar documentado en zonas inmediatas
al propio afloramiento primario más hacia el norte, la realidad es que entre este y el yacimiento la
distancia asciende a unos 40 km.
APL XXXIV, 2022
[page-n-39]
38
A. Eixea y A. Sanchis
Tabla 2. Cova Foradada (Oliva, Valencia). Número de restos contabilizados en las figuras 3, 4, 6a, 6b, 6c, 7, 10a y 10b
según las diferentes capas.
Fig. 3
Sílex local
Sílex alóctono
Fig. 4
29
30
31
33
36
37
38
39
40
42
218
180
392
166
139
78
82
87
33
58
33
61
30
12
17
5
61
40
10
10
9
3
-
2
5
7
9
2
2
3
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
188
453
206
149
88
91
90
33
60
38
68
39
14
LL y FL
212
161
404
178
139
83
71
76
32
56
35
66
36
12
LL y FLL
6
-
7
4
-
-
2
2
-
-
1
-
-
-
Hyh
3
5
1
2
-
-
6
1
1
3
2
1
3
-
16
22
40
22
10
5
12
11
-
1
-
1
-
2
2544 1903 2463 1235 1325
534
6
142
9
160
51
117
83
34
90
6
44
9
67
17
22
19
7
IF
TOTAL
404
283
603
291
522
28
20
74
13
23
-
-
13
-
3
-
-
-
-
3213 2394 3592 1745 2019
712
103
289
51
290
106
207
141
55
Primero
3
1
13
1
3
4
-
-
-
-
-
-
-
-
Segundo
59
56
114
47
39
24
36
18
10
24
7
24
12
5
Tercero
563
392
889
427
619
145
49
106
32
102
48
65
46
14
TOTAL
625
449 1016
475
661
173
85
124
42
126
55
89
58
19
Inicio
16
5
29
6
6
7
3
4
1
2
2
6
-
-
Plena
165
128
348
173
121
66
71
66
25
44
28
56
31
8
8
1
17
2
5
5
1
4
-
2
2
1
1
-
Dudosa
436
315
622
294
529
95
10
50
16
78
23
26
26
11
TOTAL
625
449 1016
475
661
173
85
124
42
126
55
89
58
19
Cortical
9
11
26
5
6
5
8
5
-
3
-
7
-
-
Mantenimiento
Liso
Fig. 7
28
237
FLT
Fig. 6c
27
TOTAL
E
Fig. 6b
26
Cuarcita
N
Fig. 6a
25
126
87
236
89
78
44
30
41
16
29
17
37
21
6
Diedro
15
16
24
15
11
8
5
6
1
3
2
2
1
3
Facetado
13
14
33
17
14
5
3
13
6
10
15
9
7
-
Lineal
2
2
9
2
4
1
-
1
-
-
-
-
-
-
Machacado
-
-
2
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
Roto
8
5
6
8
6
4
3
5
1
6
1
3
5
-
Suprimido
6
4
17
7
2
3
8
2
2
-
-
-
1
-
Puntiforme
-
-
1
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
Sin talón por
fractura
446
310
662
332
540
103
28
51
16
75
20
31
23
10
TOTAL
625
449 1016
Lev. preferencial
Lev. recurrente
Discoide
475
661
173
85
124
42
126
55
89
58
19
1
1
1
-
-
1
1
2
1
2
4
-
10
46
20
20
5
5
8
7
10
8
15
8
1
44
125
53
47
21
39
23
5
10
6
17
14
6
-
1
3
9
68
Laminar
-
-
1
-
-
-
-
-
2
-
-
1
-
Kombewa
1
1
6
4
5
-
-
1
-
1
1
2
-
-
546
391
837
397
588
147
41
91
27
103
39
52
32
12
Indet.
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39
Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
Tabla 2. (cont.).
25
TOTAL
Fig. 10a
Puntas
27
28
29
30
31
33
36
37
38
39
40
42
449 1016
475
661
173
85
124
42
126
55
89
58
19
7
6
10
3
-
2
4
3
-
-
1
-
-
-
Raederas simples
56
30
99
53
22
27
37
16
6
2
2
7
7
3
Raederas
compuestas
14
8
23
18
4
6
11
1
1
-
1
-
1
-
Muescas y
denticulados
11
21
24
12
8
-
6
5
-
2
3
10
2
-
Grupo Paleo. sup.
5
5
6
4
-
2
4
-
-
2
1
1
-
-
Macrohuellas uso
12
12
13
10
6
4
6
5
2
6
8
8
5
-
1
-
3
1
-
-
-
-
2
-
-
-
1
-
TOTAL
106
82
178
101
40
41
68
30
11
12
16
26
16
3
Retocado
106
82
178
101
40
41
68
30
11
12
16
26
16
3
Otros
Fig. 10b
625
26
No retocado
115
84
235
83
99
42
11
50
22
47
22
41
23
9
TOTAL
221
166
413
184
139
83
79
80
33
59
38
67
39
12
A nivel diacrónico, lo que observamos es como existe un absoluto dominio de estos tipos locales los
cuales se sitúan en todo momento por encima del 80 %, a excepción de una pequeña pulsación en la parte
basal (capa 40). En líneas generales, tan solo se aprecia como hay una pequeña variación porcentual en
la base (capa 40 y 42) y en la parte media-final (capas 27 y 28), capas en las que alcanza los valores más
bajos, pero sin suponer grandes cambios en la visión de conjunto. Lo mismo ocurre a nivel cualitativo en la
secuencia perteneciente al Paleolítico superior. No se detectan cambios importantes en las materias primas
ya que los tipos locales continúan dominando con gran diferencia sobre los alóctonos.
Fig. 3. Evolución diacrónica de las distintas materias primas utilizadas en la secuencia.
APL XXXIV, 2022
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40
A. Eixea y A. Sanchis
4.2. Tecnología
A nivel tecnológico, los soportes mejor representados a lo largo de toda la secuencia del yacimiento son
las esquirlas que suponen entre el 50 y el 70 %, dejando de lado capas como la 31 y la 36 en la que la
baja representatividad de elementos hace que queden descartadas de la cuantificación (fig. 4). Aspecto que
resulta interesante y que nos indica la intensa actividad de manufactura lítica documentada en el yacimiento.
Por su parte, los fragmentos de lasca térmica también alcanzan cotas elevadas ya que como se aprecia en los
materiales, la aparición de cúpulas, craquelados y rugosidades fruto del calor, evidencia una presencia del
fuego continuada a lo largo de toda la secuencia.
Pero dejando de lado ambos grupos, el soporte mayoritario sobre el cual se confecciona la mayor
parte de la industria son las lascas. Su representación oscila entre el 10 y el 30 % del registro y muestra
como la producción va encaminada hacia la obtención de este tipo de soportes los cuales son el grupo
dominante en cuanto al grado de transformación mediante el retoque. Resulta interesante destacar como
el componente alargado es reducido, a excepción de la parte media en la que por ejemplo capas como la
31, 33 o 38 aparecen mejor representadas. Además, se observa como especialmente en la 31, que es la
que mayor porcentaje de efectivos alargados dispone, se combina también con el punto más elevado de
presencia de hojas y hojitas. Este último grupo, a pesar de ser esporádico, cabe mencionar que tiene un
mayor protagonismo en la secuencia inferior del yacimiento (capas 36 a 40). A pesar de ello, debemos ser
cautos y mencionar que ninguno de estos soportes aparece retocado ni existe ningún núcleo laminar o de
morfología Levallois destinado a la obtención de este tipo de soportes, sino que más bien la mayor parte
de ellas podrían ser de fortuna procedentes de explotaciones de superficies ligeramente alargadas. Cuestión
aparte es su documentación a partir de las capas en contacto con los materiales del Paleolítico superior
(capa 24 en adelante) en las que pasarán a ser el grupo dominante, a excepción también de las esquirlas,
junto con el de las lascas. Respecto a los otros soportes, no existe ningún tipo de diferencia entre el conjunto
del Paleolítico medio y el del superior.
Fig. 4. Evolución diacrónica de los distintos soportes documentados en la secuencia: L y FL (lasca y fragmento de
lasca), LL y FLL (Lasca laminar y fragmento de lasca laminar), H y h (hoja y hojita), N (núcleo), E (esquirla), FLT
(fragmento de lasca térmica) e IF (informe).
APL XXXIV, 2022
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
41
Desde el punto de vista tipométrico, obtenidos a partir de todos aquellos soportes completos, las dimensiones
oscilan entre los 2 y 4 cm de longitud en la mayor parte del conjunto, al igual que ha sido atestiguado en la
mayoría de los conjuntos del Paleolítico medio regional (Villaverde, 1984; Iturbe et al., 1993; Fernández Peris,
2007; Galván et al., 2009; Villaverde et al., 2012; Eixea, 2015). Además, los elementos más pequeños (<2 cm)
aparecen bien representados a lo largo de todas las capas, con algunos ejemplos que llegan a situarse por debajo
de 1 cm. Contrariamente, los restos más grandes apenas superan los 4 cm siendo estos muy marginales en
relación con el resto de soportes. Existe una tendencia en la que se constata una mayor presencia de elementos
de mayor tamaño en la mitad inferior de la secuencia (capas 36 a 42), alcanzando unos valores que oscilan entre
los 3 y 4 cm, con repuntes mayores en soportes que se encuentran por encima de los 4 cm (fig. 5). En cambio,
en la parte superior (capas 25 a 29), la tendencia es a la baja donde se aprecia como las medias de los soportes
giran en torno a los 2,4 cm de longitud. En las anchuras, se da esta misma situación, aunque la variación es tan
minúscula que hace imposible encontrar diferencias en las distintas capas. La mayor parte del registro se ubica
en torno a los 1,8-2,6 cm, con cierto aumento de tamaño en la parte basal. Respecto al espesor, resulta interesante
destacar como, mientras veíamos soportes más grandes en la parte inferior y más pequeños en la superior, ahora
denotamos como el espesor es similar en la parte alta y baja, mientras que en la parte media (capas 30 a 33)
aparece un pico de mayor espesor que en el resto.
Por tanto, nos encontramos con una industria que morfológicamente no tiene grandes cambios ni a nivel
diacrónico ni dentro del panorama regional, donde buena parte de los conjuntos presentan características
similares centradas en soportes de tamaños pequeños y medios, de formato cuadrangular y poco espesor.
Si bien es cierto que sí existirán diferencias tipométricas en cuanto a los métodos de talla empleados donde
los formatos Levallois presentarán tamaños mayores, de tendencia más alargada y de menor espesor que los
discoide que serán más cortos, anchos y espesos, aspecto inherente al desarrollo de la propia gestión lítica.
Por otro lado, si nos centramos en la reconstrucción de las cadenas operativas y en la evaluación del
grado de fragmentación documentado a lo largo de la secuencia, observamos como existe un absoluto
predominio de las piezas de tercer orden y de plena explotación, es decir, aquellas que se ubican en las
últimas fases de la producción lítica. Por su parte, aquellos elementos que presentan superficies corticales
menores (<20 %) suponen unas cuantificaciones mucho más bajas (alrededor del 20 % del registro) (fig.
6). En ambos casos, el marcado dominio de la segunda y tercera fase nos indica unos estadios avanzados
de la manufactura lítica, llevados a cabo en el interior del yacimiento a lo largo del tiempo. En cambio, los
elementos con superficies corticales mayores (>50 %) que formarían parte de los primeros órdenes y de las
fases iniciales de la producción lítica son prácticamente inexistentes, a excepción de la capa 27 y 30 pero
con menos del 3 % del registro, lo que indica cómo buena parte del material lítico entra ya preconfigurado
en el yacimiento. Mención especial suponen los restos englobados en el mantenimiento de la gestión, caso
de los típicos elementos Levallois desbordantes, los cuales están presentes en todas las capas menos en
las dos últimas de la parte baja (capa 40 y 42). Resulta interesante destacar como la presencia de este tipo
de restos, muestra la existencia de unas cadenas operativas que, a pesar de carecer probablemente de las
primeras fases de pelado y preconfiguración de los nódulos, son continuas en el interior del yacimiento
donde se preparan los núcleos para su explotación y se van reajustando para satisfacer las necesidades
demandadas en cada momento por los grupos humanos. En este mismo sentido y en estrecha relación,
destaca la determinación en toda la secuencia de las lascas de reavivado (reaffûtage) de los filos de las
raederas lo que muestra también la reparación de los filos embotados y, en definitiva, el mantenimiento del
utillaje empleado para las distintas actividades, como las vinculadas a la carnicería, trabajo de las pieles,
etc., que se dan en el interior del yacimiento.
Respecto a las plataformas de percusión de los soportes documentados, vemos como, dejando de lado aquellos
sin talón por fractura, dominan los ejemplares no preparados. Dentro de este grupo, son los lisos junto con los
corticales los que tienen una mayor relevancia suponiendo casi la mitad del registro, lo que indica que los puntos
de impacto buscados en las superficies de golpeo no necesitan de un mayor acondicionamiento. Por su parte,
facetados y diedros, vinculados fundamentalmente a sistemas de talla más elaborados como es el caso de la talla
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42
A. Eixea y A. Sanchis
Fig. 5. Distribución de la longitud (a), anchura (b) y espesor (c) de los soportes documentados en la secuencia. Los
gráficos de cajas y arbotantes representan la media (barra central), el 75 % de los casos (caja) y el 95 % de los casos
(arbotantes).
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
43
a)
b)
c)
Fig. 6. Evolución diacrónica de los distintos órdenes (a), fases de producción (b) y tipos de talón documentados en la
secuencia (c).
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44
A. Eixea y A. Sanchis
Levallois, son minoritarios. Cabe destacar que estos tienen una mayor relevancia en la mitad baja de la secuencia
(capas 33 a 40) donde alcanzan valores de entre el 10 y 20 % de los elementos. El resto, como lineales, rotos,
machacados o puntiformes son esporádicos y, especialmente interesantes, los suprimidos, los cuales aparecen
asociados mayoritariamente a las raederas, algunas de ellas de tipo semiquina, en las que el intenso retoque del
filo llega a abarcar la parte proximal de las piezas suprimiendo los mismos.
Mención aparte merecen los núcleos y los distintos sistemas de talla empleados los cuales, como hemos
visto anteriormente en la cuantificación de los soportes, alcanzan unos valores muy interesantes. Además,
desde un punto de vista técnico, esta buena representación nos da suficientes garantías para llevar a cabo el
estudio tecnológico y la reconstrucción de los distintos procesos de la manufactura lítica. Los tipos determinados
fundamentalmente son los discoide, Levallois, tanto de lasca preferencial como los recurrentes centrípetos y, en
menor cuantificación, los explotados a partir de las caras ventrales de soportes más espesos y que se englobarían
dentro de producciones de tipo ramificado. Debemos destacar que, a pesar de haber encontrado elementos de tipo
laminar, no se atestigua en estas capas del Paleolítico medio ningún núcleo con una típica estructura de este tipo.
Pensamos que pueden deberse más bien a elementos englobados en las otras producciones pero que de forma
fortuita se materializan en este tipo de morfologías. Además, sus cuantificaciones no dejan de ser testimoniales.
Respecto al primer grupo, los núcleos discoides y los soportes obtenidos, cuantitativamente son los mayoritarios,
situándose entre unos valores del 60-70 % a lo largo de la secuencia, a excepción de las capas basales (36 a 40),
en las que observamos como este tipo de gestión y la Levallois recurrente son similares (fig. 7).
Respecto a sus modalidades, existe un cierto equilibrio entre las gestiones de tipo uni y bifacial, con
direcciones centrípetas y cordales, las cuales se configuran mayoritariamente a partir de soportes nodulares
de características rodadas y semirodadas en los que se generan unos formatos de morfología cuadrangular
y triangular y con cierto espesor. En algunos casos, se producen tanto elementos de tipo pseudolevallois
en los que el flanco de núcleo o meplat se opone al filo activo y constituye una buena zona para el agarre y
uso de estas lascas, como soportes desbordantes en sentido amplio, que van en relación con unas gestiones
discoides de configuración cordal (fig. 8).
Fig. 7. Evolución diacrónica de los distintos sistemas de talla documentados a partir de las lascas en la secuencia.
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
45
Resulta interesante destacar que la mayor parte de los núcleos son abandonados debido a su agotamiento,
especialmente aquellos relacionados con defectos en la misma materia prima, ya que la mediana calidad de
los sílex (presencia de impurezas, diaclasas internas, granos medios, etc.) hace que las ondas de choque al
propio golpeo sean incontrolables y se plasmen en numerosos reflejados múltiples, sobrepasados y fracturas
por la talla (fig. 9).
Por otro lado, las producciones de tipo Levallois se documentan en las variantes recurrentes centrípetas,
que son las más numerosas en toda la secuencia, y las preferenciales, que son minoritarias. Aquellas
recurrentes uni y bipolares, están completamente ausentes. Siguiendo la definición propuesta por Boëda
(1994), la mayor parte son núcleos sobre lasca o nódulo, en la que se explota de forma jerarquizada una
superficie y de la que, a la vista de los negativos determinados en la superficie, se obtienen series largas hasta
acabar con las posibilidades que ofrece el mismo. La característica fundamental de estas producciones es el
pequeño tamaño de los núcleos los cuales forman parte de los sistemas de talla microlevallois, reconocidos
en buena parte de los yacimientos peninsulares y del ámbito regional (Villaverde et al., 2012; Rios-Garaizar
et al., 2015; Eixea, 2015). En los soportes obtenidos, se observa el mismo patrón, con lascas preferenciales
típicas y de buen formato minoritarias y dominio de las recurrentes, que se encuadrarían morfológicamente
dentro de las lascas Levallois atípicas (Eixea, 2015). A excepción de estos grandes grupos, quedan relegados
a un tercer plano aquellos elementos de tipo ramificado, entre los que las lascas de tipo Kombewa aparecen
Fig. 8. Soportes líticos
adscritos al Paleolítico
medio.
1-6) Lascas Levallois: 1 (capa
39), 2 (capa 33), 3 (capa
37), 4 (capa 38), 5 (capa 39)
y 6 (capa 38)
7-8) Lascas microlevallois: 7
(capa 29) y 8 (capa 27)
9) Lasca microlevallois
desbordante (capa 27)
10, 11, 16) Puntas
pseudolevallois: 10 (capa
30), 11 (capa 29) y 16 (capa
28)
12, 13, 17) Lascas
desbordantes: 12 (capa 39),
13 (capa 30) y 17 (capa 28)
14, 15, 18) Lascas centrípetas:
14 (capa 29), 15 (capa 33) y
18 (capa 42)
19) Lasca Kombewa (capa 38)
20, 21) Lascas de reavivado de
filo de raedera (reaffûtage):
20 (capa 27) y 21 (capa 28)
APL XXXIV, 2022
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46
A. Eixea y A. Sanchis
Fig. 9. Núcleos adscritos al
Paleolítico medio.
1, 2, 6, 8) Núcleos Levallois
recurrentes centrípetos: 1
(capa 42), 2 (capa 33), 6 (capa
28) y 8 (capa 30)
3, 7) Núcleos discoide bifaciales:
3 (capa 33) y 7 (capa 28)
4) Núcleo microlevallois
recurrente centrípeto. Nótense
las últimas extracciones
obtenidas de <1 cm de
longitud y anchura (capa 28)
5) Núcleo discoide unifacial
(capa 31)
incluidas. Esta producción no suele superar el 5 % del registro y aparece representada de forma bastante
homogénea a lo largo de las distintas capas. Tal y como ha sido atestiguado por otros autores (Bourguignon
et al., 2004; Dibble y McPherron, 2006; Rios-Garaizar, 2012; Rios-Garaizar et al., 2015), estas cadenas
operativas tienen como objetivo principal la obtención de nuevos soportes a partir de lascas espesas, en
algunos casos de talla discoide, para realizar nuevas generaciones de útiles. Dentro de estos procesos de
ramificación destaca la fabricación de lascas pequeñas y microlíticas mediante explotaciones Kombewa,
a partir de las caras ventrales de las mismas. Comportamiento que ha sido señalado como reserva de un
utillaje destinado para su utilización en las fases finales de los procesos productivos (Bourguignon et al.,
2004; Rios-Garaizar, 2012). Finalmente, mencionar la inexistencia de otro tipo de gestiones como pueden
ser la talla Quina, trifacial o laminar, entre otras, y que, aunque suelen ser marginales, sí aparecen en otros
conjuntos del ámbito peninsular y valenciano.
Respecto a las capas adscritas al Paleolítico superior (de la 24 a la 15), como veremos en el
siguiente apartado, a partir de los aspectos tipológicos se han podido documentar los diferentes
periodos culturales, siguiendo como guía principal los típicos fósiles directores. Aun así, desde un
punto de vista tecnológico, durante estas capas también se generaliza el componente laminar en las
industrias estudiadas. Este factor es clave y determinante en su análisis ya que en los conjuntos del
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
47
Paleolítico medio peninsular y, sobre todo valenciano, es inexistente. En primer lugar, se ha podido
documentar como a lo largo de las capas 22 a 24, empiezan a aparecer algunas laminitas, sobre todo de
perfil curvo y torcido que responden a las características típicas de los conjuntos auriñacienses. Junto
a estas se observan algunos núcleos laminares, sobre todo unipolares, explotados a partir de pequeños
nódulos de sílex de en torno a los 5 cm de diámetro, sobre caras estrechas y en los que predominan los
negativos paralelos. Respecto a la técnica de talla, podemos determinar el empleo tanto de percutores
blandos como duros, con un claro dominio de la percusión blanda. Posteriormente, a partir de las capas
18 y 19 en adelante, este componente se generaliza y aparecen junto a un buen número de laminitas,
las cuales ya no poseen las características anteriores, sino que más bien son simétricas, con perfiles
rectilíneos y de morfología apuntada, otros formatos de tipo laminar de mejor factura y mayores
dimensiones. Respecto a los núcleos, podemos observar una diversificación bastante amplia, con un
equilibrio entre los núcleos unipolares y bipolares y con una morfología prismática y piramidal. Se
configuran a partir de soportes nodulares y, en algunos casos, a partir de lascas espesas las cuales
suelen poseer una superficie cortical opuesta a la cara de lascado. Se empiezan con la apertura de una
plataforma de explotación amplia y a partir de ella se obtienen los soportes laminares desde el inicio
de la secuencia que se produce mediante la guía de meplats laterales, siendo escasos los ejemplos de
crestas y semicrestas debido a la elevada cantidad de materia prima que necesita esta configuración.
Finalmente, junto a estos, aparecen elementos vinculados con la talla como son los productos de
acondicionamiento de núcleo (PAN), tabletas, semitabletas y, en menor medida, algunas crestas, lo
cual nos indica una generalización y mayor desarrollo del componente laminar y de su producción.
En este sentido, todo ello da cuenta de la presencia de una talla laminar bien definida adscrita al
Paleolítico superior, como veremos en el siguiente apartado, dentro de los complejos auriñacienses,
gravetienses y, en menor medida, solutrenses.
4.3. Tipología
Entre el material retocado, se observa como el grupo mayoritario al igual que ocurre en buena parte de los
conjuntos del ámbito regional inmediato, es el formado por las raederas. Si bien es cierto, existen algunas
pulsaciones y tendencias interesantes a lo largo de la secuencia que pasamos a comentar. En primer lugar,
documentamos como en la capa inferior los elementos dominantes son las raederas, en cambio, estas van
decreciendo progresivamente desde la capa 40 a la 37 hasta llegar a unas cuantificaciones muy bajas (<20 %).
Contrariamente, son las piezas con macrohuellas de uso, muescas y denticulados y los útiles del grupo III,
las que van a poseer unos valores realmente importantes. Caso excepcional es la capa 38 en la que las puntas
suponen unas cuantificaciones igualmente importantes que el resto. Entre las piezas con huellas de uso, son las
lascas Levallois las que mejor representación tienen, cuestión que queda ratificada si atendemos a los sistemas
de talla empleados en estas capas ya que la gestión Levallois recurrente tiene valores similares a la discoide.
Es decir, la mayor parte de los soportes Levallois producidos, van a estar usados de forma intensiva por los
grupos neandertales (fig. 10a).
Por su parte, a lo largo de este primer tramo, las raederas confeccionadas son simples (laterales y
transversales), con filos muy poco retrocedidos y retoques fundamentalmente marginales (fig. 11). Desde
la parte media de la secuencia y en adelante, donde la capa 36 nos muestra un marcado punto de inflexión,
el grupo de las raederas va a pasar a ser el mayoritario con diferencia, quedando reducidos los otros
grupos a valores que apenas van a superar el 15 %. Una tendencia que se observa en otros yacimientos
como por ejemplo en el Abrigo de la Quebrada donde las cuantificaciones son similares (Eixea, 2015).
En este contexto, dominan las raederas con un filo retocado, pero aquellas que poseen dos o más, como
es el caso de las desviadas y dobles fundamentalmente, poseen unas cuantificaciones más elevadas. En
esta parte vemos como los retoques son más profundos, las piezas opuestas a dorsos naturales y meplats
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48
A. Eixea y A. Sanchis
a)
b)
Fig. 10. Evolución diacrónica del utillaje (a) e índices de transformación (b) documentados en la secuencia.
son también más significativas y los elementos de tipo Quina y semiquina están más documentados.
Por su parte, las muescas y denticulados junto con las piezas con huellas de uso descienden, sobre todo
estas últimas. Respecto a las características del primer grupo, se trata de muescas poco marcadas, con
delineaciones más bien sinuosas y en las que no se suelen observar más de tres o cuatro muescas en cada
pieza. Estas suelen afectar al filo lateral frente al distal y, al igual que ocurre con las raederas, en muchos
casos aparecen opuestas a dorsos naturales. Todo ello, probablemente, vinculado a un mejor agarre y
adaptabilidad a la mano y, en definitiva, al uso de las mismas.
Mención especial requieren los grupos de utillaje del Paleolítico superior y de las puntas ya que
sus valores representan en torno al 5-10 % del registro. Unos valores que si los comparamos con
otros conjuntos valencianos como pueden ser Quebrada o Cova Negra, son más elevados. Respecto
al primero, se componen principalmente de perforadores, seguidos de raspadores y truncaduras. En
todos los casos, estos se caracterizan por estar configurados a partir de lascas, normalmente, de cierto
espesor. En los perforadores, que son los dominantes, cabe resaltar como todos ellos se combinan
APL XXXIV, 2022
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
49
Fig. 11. Utillaje lítico adscrito al
Paleolítico medio.
1) Denticulado (capa 40)
2) Punta musteriense alargada
(capa 33)
3) Raedera simple cóncavoconvexa sobre lasca Levallois
desbordante (capa 33)
4) Raedera desviada (capa 27);
5) Punta musteriense. Nótese
el adelgazamiento ventral
del bulbo para el enmangue
(capa 31)
6, 9) Raedera simple convexa
semiquina opuesta a dorso
natural (capa 31)
7) Punta musteriense (capa 27)
8) Pieza con muesca en extremo
(capa 27)
10) Raedera doble con
extracciones en la cara ventral
de lascas Kombewa dentro de
una gestión de tipo ramificada
(capa 27)
11) Punta musteriense. Nótese
la fractura distal por impacto
(capa 27)
12) Raedera simple convexa
(capa 27)
13) Raedera sobre cara plana
(capa 42)
con un frente de raedera en el filo opuesto o con macrohuellas de uso lo que nos indica que se trata
de útiles, probablemente, con más de una función. Y, en relación con el segundo, contamos con un
total de 36 puntas en toda la secuencia. Aunque merecería un estudio aparte, tanto tecnológico como
funcional, aquí tan solo vamos a citar sus principales características. Como hemos comentado, hasta
la capa 36 tan solo se documenta un ejemplar, en cambio, a partir de esta y relacionado con la parte
media y superior de la secuencia, es cuando nos encontramos con la mayor parte de ellos. A excepción
de la capa 29 donde no aparecen representadas, en el resto de capas los valores medios se sitúan en
torno al 5,4 % (n = 36), unas cuantificaciones que en comparación con Quebrada, el yacimiento con
más ejemplares disponibles (n = 96) (Eixea et al., 2015), resultan muy interesantes, más aún, cuando
en este trabajo no se ha estudiado el conjunto completo de los cuadros de cada capa. Además, a falta
de estudios traceológicos y funcionales, algunas de las raederas desviadas y convergentes podrían
estar englobadas también dentro de este grupo. Así, podemos ver como existe un marcado dominio
de las puntas musterienses (n = 33) frente a las Levallois (n = 3). Respecto a las primeras, cuatro
ejemplares se encuadran dentro de las puntas musterienses alargadas, dos de ellas confeccionadas
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A. Eixea y A. Sanchis
sobre lasca y otras dos sobre lascas laminares. En todos los casos, los tamaños oscilan en los 3-4
cm de longitud y 1,5-2 cm de anchura, unas medidas que muestran también como las dimensiones
medias se ajustan a los parámetros generales de la industria que es de tamaño pequeño. En cuanto a
las características generales de todos los efectivos, vemos como se confeccionan mayoritariamente a
partir de lascas de tipo discoide (n = 14), y en menor medida sobre lasca Levallois (n = 5), y el resto,
de talla indeterminable, son minoritarias. Se trata de elementos en los que el retoque de apuntamiento
es muy marcado, profundo y que reduce de forma intensa el filo. También se documentan golpes
ventrales en las zonas proximales que reducen el abombamiento del bulbo y facilitan el enmangue. En
más de la mitad de los ejemplares se detectan posibles fracturas distales de impacto, lo que demuestra
su uso como punta. Y, respecto a las segundas, dos son sobre lasca y una sobre lasca laminar. En todos
los casos, la gestión empleada para la obtención del soporte es a partir de lascas Levallois recurrentes
centrípetas. Resulta interesante ver como las dimensiones, a pesar de ser una muestra reducida, son algo
mayores a las musterienses ya que los tamaños medios son de 4 cm de longitud por 2 cm de anchura.
Respecto al retoque, a diferencia de las anteriores, son mucho más someros, simples y marginales,
no afectando sustancialmente ni al filo ni al retroceso del mismo. Así pues, nos encontramos ante una
buena representación de este tipo de elementos, que alcanzan valores significativos. En este sentido,
sería necesario realizar en los próximos años un estudio tecnológico específico y, sobre todo, funcional
que nos aporte más información en relación con las actividades cinegéticas de estas poblaciones.
Si nos centramos ahora en los índices de transformación determinados, se observa como los valores
relacionados con los elementos retocados son bastante altos, más aún si los comparamos con otros
yacimientos de la región central del Mediterráneo peninsular. Aunque los valores medios oscilan
alrededor del 40 % del registro, existen puntos de más del 50 % y en un caso de hasta el 85 % lo que
nos indica como el grado de transformación de la industria mediante el retoque es bastante elevado. A
nivel diacrónico, se observa como en la parte basal y media (capas 33 a 42), los índices están alrededor
del 30 %, marcando un punto de inflexión la capa 31 en la que los valores ascienden marcadamente.
Posteriormente, a partir de la capa 30, las cuantificaciones descienden, pero van a estar ligeramente
por encima de lo visto en la parte basal, situándose alrededor de casi el 50 %. Con esto se desprende
que, dejando de lado los puntos discordantes como la capa 37 o la 31, los datos indican unos valores
estables y ciertamente homogéneos a lo largo de toda la secuencia y, a nivel comparativo, más elevados
que los restantes yacimientos del ámbito regional.
Nos centramos ahora en el material de las capas adscritas al Paleolítico superior (de la 24 a la
15). Quizás este apartado tenga cierto interés debido a la presencia de unos fósiles directores que nos
indican la clara presencia de los tecnocomplejos adscritos al Auriñaciense y Gravetiense ya que, como
hemos comentado, el Solutrense queda al límite de este trabajo. Respecto al primero, en las capas
22 y 23, dentro de un conjunto en el cual dominan los fragmentos indeterminados y el bajo número
de utillaje, se han recuperado diversas laminitas (n = 37) entre las que destacan las de tipo Dufour
(n = 5), concretamente subtipo Roc-de-Combe (Demars y Laurent, 1989), obtenidas a partir de
raspadores carenados o pequeños núcleos unipolares, con la típica morfología de perfil curvo-torcido
en la parte distal y retoque fino y marginal (fig. 12). La percusión blanda es la única documentada
en los elementos laminares, especialmente mediante el uso del percutor mineral blando. Resulta
interesante destacar como no se atestiguan dorsos, lo cual parece indicar que no hay mezcla con los
paquetes superiores gravetienses. Se trata por tanto de un lote reducido pero diagnóstico en cuanto a su
tipología. No se han recuperado ni restos de industria ósea ni adorno lo cual nos hubiera podido ayudar
en la concreción y mejor definición de dicho periodo en el yacimiento.
Respecto al conjunto correspondiente a las capas 18 y 19, los elementos más llamativos y
característicos son las piezas de dorso laminares y microlaminares y una elevada proporción
de microgravettes, en la línea de lo documentado en otros conjuntos de la vertiente mediterránea
(Fullola et al., 2007; Villaverde et al., 2007-2008). Al igual que ocurre en yacimientos como Cendres
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
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Fig. 12. Material adscrito al
Paleolítico superior (1-4 dibujos
ampliados con posición del
retoque en línea más gruesa):
1) Laminita Dufour (capa 23)
2-4) Laminitas Dufour subtipo
Roc-de-Combe (capa 23)
5) Núcleo unipolar (capa 23)
6) Pieza astillada (capa 17)
7) Golpe de buril (capa 17)
8) Punta tipo Cendres (capa 17)
9) Raspador (capa 17)
10) Núcleo de astillas (capa 18)
11) Raspador (capa 17)
12) Gravette (capa 18)
13) Gravette (capa 19)
14) Gravette (capa 18)
15-17) Microgravettes: 15 y 16
(capa 17) y 17 (capa 19)
18-19) Laminitas de dorso
apuntado: 18 (capa 19) y 19
(capa 18)
20) Azagaya (capa 18)
o Malladetes, las laminitas de dorso son el tipo mayoritario debido a que el conjunto presenta un
alto grado de fragmentación y, por tanto, los extremos no suelen conservarse. En lo que se refiere a
los elementos apuntados, las gravettes y microgravettes poseen cuantificaciones similares. Ambos
casos presentan retoques bipolares y profundos, reduciendo marcadamente el perfil del soporte de
partida. Al hilo de otros trabajos, para distinguir entre las distintas variantes hemos recurrido a un
criterio tipométrico, centrado en la anchura de las piezas, de manera que las superiores a los 8 mm
de anchura se han considerado gravettes, las comprendidas entre 5 y 8 mm se han clasificado como
microgravettes, y las menores de 5 mm, que combinan el dorso con el apuntamiento se han clasificado
como laminitas de dorso apuntadas (Villaverde et al., 2019). También se han determinado varias puntas
de tipo Cendres las cuales se definen por ser unas láminas relativamente anchas (la longitud se mueve
entre tres y cuatro veces la anchura de la pieza) y algo disimétricas, apuntadas con retoques simples
someros, muchas veces parciales, que aprovechan la morfología apuntada de los soportes para reforzar
el apuntamiento de unas piezas que bien podrían clasificarse como láminas apuntadas (Villaverde y
Roman, 2004). La ausencia de adelgazamiento dorsal en la base las diferencia de las puntas de tipo Vale
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A. Eixea y A. Sanchis
Comprido (Zilhão y Aubry, 1996), mientras que la falta de simetría permite diferenciarlas de las puntas
tipo Casal do Felipe (Zilhão, 1997), ambas del Gravetiense portugués. Un rasgo de individualización
de este Gravetiense regional que se documenta a lo largo de estos niveles en el yacimiento. Por su
parte, las piezas astilladas y las mismas astillas también aparecen bien representadas, y proceden del
reciclado de raspadores o núcleos, produciéndose un aprovechamiento intensivo de la materia prima.
Debemos resaltar que, como ha sido tratado en otros estudios, algunas de las piezas pueden presentar
dudas en cuanto a su consideración como instrumentos destinados a la percusión o el hendido, tal y
como ha sido propuesto a partir de una pieza inserta en un hueso de Vale Boi (Bicho y Bao, 2007)
o como soportes destinados a la extracción de astillas. En Foradada, las piezas astilladas dominan
claramente frente a los núcleos de astillas, aprovechando en muchos casos flancos y aristas de núcleos
y, en otros, incluso raspadores y piezas de bordes retocados lo que concuerda con la idea de un intenso
reciclado de los soportes. Por su parte, los buriles son minoritarios del mismo modo que las hojitas de
finos retoques. A lo largo de estas capas, el número de raspadores es superior siempre al de los buriles
tal y como sucede en un número importante de yacimientos de la vertiente mediterránea peninsular,
como Beneito (Iturbe et al., 1993) o Barranc Blanc (Fullola, 1978).
A todo este conjunto lítico, cabe añadir la presencia en la capa 18 de una azagaya prácticamente completa
en hueso la cual presenta unas dimensiones de 9,3 cm de longitud, 0,8 cm de anchura y 0,7 cm de espesor.
Está elaborada a partir de un hueso largo de un animal de talla media, presenta una sección circular y el
procedimiento de acabado es exhaustivo y se realiza mediante la técnica del raspado en la que se observan
estrías continúas, largas y paralelas entre sí, organizadas en bandas de densidad media que se extienden de
manera periférica en la pieza.
No se han documentado elementos de adorno, los cuales suelen aparecer representados en niveles
contemporáneos a Foradada.
Finalmente, a partir de la capa 17 y hasta la 15, nos encontramos una mezcla de elementos gravetienses
y solutrenses (puntas de cara plana, foliáceos, generalización del retoque plano, etc.). Por esta razón se han
decidido dejar de lado estos materiales y centrar este trabajo únicamente en el Paleolítico superior inicial.
5. VALORACIÓN PRELIMINAR DE LA FAUNA
De cara a completar la visión ofrecida por los materiales líticos, se ha llevado a cabo también la revisión
de los restos de fauna correspondientes a tres capas del cuadro b-15. Teniendo en cuenta la industria lítica
aparecida en estas capas y su situación estratigráfica pertenecerían, a priori, al Paleolítico medio (capa 26),
Paleolítico medio-Auriñaciense (capa 23) y Gravetiense (capa 19). Aportamos exclusivamente y de forma
preliminar la información sobre la representación taxonómica y el estado de conservación de los materiales
faunísticos de las capas seleccionadas.
El conjunto de la fauna de la capa 26, presenta un espectro taxonómico bastante diversificado con
presencia de varias especies de ungulados de talla grande y mediana (Equidae, Bovinae, Cervidae
y Suidae), de pequeñas presas donde destacan restos de Leporidae, aves y Testudinidae, a los que hay
que añadir algún fragmento de Carnivora de talla pequeña-mediana. Este conjunto muestra una elevada
fragmentación, con restos afectados en general por la concreción y algunos incluso brechificados; se
observan manganesos y también termoalteraciones. Estos materiales muestran una pátina de coloración
marrón-gris y en general están bien conservados. La presencia de restos de Testudinidae en la capa, muy
posiblemente correspondientes a la tortuga mediterránea (cf. Testudo hermanni), confirma su pertenencia al
Paleolítico medio, ya que se trata de un taxón con citas en diversos yacimientos valencianos del Pleistoceno
medio y superior, como la Cova del Bolomor, Cova Negra, Abric del Pastor o la Cova del Puntal del Gat,
taxón que se rarifica en la zona a lo largo del MIS 3 y que ya no aparece entre los conjuntos de fauna del
Paleolítico superior (Morales y Sanchis, 2009).
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
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La fauna de la capa 23 muestra un número de taxones más reducido, con presencia de Leporidae,
Equidae, Cervidae y de aves. Los restos están muy fragmentados, afectados por la concreción, con alguna
brechificación y también algunos están quemados. Los restos muestran una pátina de color marrón claro.
Finalmente, entre la fauna de la capa 19 se documenta la presencia de restos de Leporidae, Bovinae,
Cervidae y de aves. Se identifica una elevada fragmentación en los mismos, con restos muy afectados por la
concreción, con alguna brechificación y algunos están quemados. El conjunto muestra una pátina de color
marrón oscuro.
6. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
A la luz de los datos expuestos, se confirma que el yacimiento de Cova Foradada constituye un conjunto de
enorme interés para el estudio de las poblaciones del Paleolítico medio y superior de la vertiente mediterránea
ibérica. Prueba de ello, es la amplia secuencia documentada, que empieza con el Paleolítico medio y se
compone de un total de 29 capas (24 a 48) que han aportado un total de 14.719 restos líticos analizados y en
los que no se han estudiado todos los cuadros excavados. Esta secuencia continúa con los materiales adscritos
al Paleolítico superior, en los que, a pesar de no haber sido objetivo de estudio en detalle en este trabajo,
se han podido diferenciar claramente dos complejos industriales como son el Auriñaciense y Gravetiense
determinados a partir de nueve capas (15 a 23). Su escasa representación en el ámbito regional le otorga un
mayor interés a esta parte de la secuencia.
En relación con la primera parte de la secuencia, tal y como se ha comentado, no poseemos
dataciones directas de los niveles adscritos al Paleolítico medio por lo que intentar fechar estos niveles
(radiocarbono, OSL o ESR) resultaría de gran interés en los próximos años. Más aún, teniendo en
cuenta el espectacular registro paleoantropológico que ha aportado hasta el momento la cavidad y que
puede permitir caracterizar detalladamente estas poblaciones neandertales.
Un detenido repaso al registro lítico visto anteriormente nos permite corroborar y sintetizar
diferentes aspectos industriales, culturales y territoriales que encuadran el yacimiento dentro del
panorama regional:
En primer lugar, el uso del sílex como materia prima principal en toda la secuencia, mientras que
otras rocas como la cuarcita, caliza o cuarzo, documentadas en diversos yacimientos de la zona, no
aparecen representadas. Esto puede deberse a la buena disponibilidad del sílex en las inmediaciones
del yacimiento lo que haría que las poblaciones captaran esta litología y obviaran el resto. Ejemplos
como este podemos ver en El Pinar, Bolomor, Cova Negra, Petxina, El Salt o Pastor, donde los distintos
tipos de sílex de medias y buenas características hacen que las otras litologías estén prácticamente
ausentes (Villaverde, 1984; Casabó y Rovira, 1992; Fernández Peris, 2007; Molina et al., 2010). En
cambio, en otros enclaves como el Abrigo de la Quebrada, existe una buena disponibilidad de sílex en
las inmediaciones y el uso de cuarcitas y calizas alcanza unas cuantificaciones de en torno al 20-30 %
del registro de cada nivel (Eixea et al., 2011). O en los yacimientos al aire libre de Árguinas-Majadal y
Hoya Albaida-Titonares donde la cuarcita supone más del 95 % del total (Casabó y Rovira, 2002). En
este contexto, pensamos que la determinación de una u otra materia prima se vincula, obviamente, a su
disponibilidad, pero también a otro aspecto fundamental como es la forma de ocupación del territorio
de estas poblaciones. Así, la funcionalidad del lugar, la duración de las ocupaciones o la misma
variación de los recursos faunísticos aportados (estudio que deberá llevarse a cabo en los próximos
años), determinan la planificación de la movilidad territorial de estas poblaciones y su gestión del
espacio, en la que la captación de las materias primas será otro de los diversos aspectos cotidianos que
llevan a cabo estas poblaciones en el territorio.
En segundo lugar, la gestión técnica de estos grupos se centra fundamentalmente en la producción
y obtención de lascas con las que confeccionan su utillaje. Tipométricamente, los valores de estas
industrias siguen la tónica general de los conjuntos de la zona, documentándose unos elementos que
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A. Eixea y A. Sanchis
oscilan en torno a los 2-4 cm de longitud y anchura, con poco espesor y que pueden considerarse como
de tamaño medio y pequeño. Las distintas gestiones aplicadas para su obtención son mayoritariamente
de tipo discoide, a partir de las cuales se producen unos elementos de morfología pseudolevallois
o cuadrangular, en muchos casos opuestas a dorsos naturales y a meplats. Esta morfología en los
soportes permite conseguir buenos formatos para la realización de raederas que, a la vista del retroceso
de sus filos y, en algún caso, de reciclados vistos a partir de diferentes pátinas en la misma pieza, van
a tener una intensa y larga utilización. Hay que destacar la presencia también de explotaciones de
lascas de tipo Kombewa en la cara ventral de las mismas lo que indica una gestión de tipo ramificado,
tal y como se ha atestiguado en otros yacimientos del ámbito regional y europeo (Bourguignon et
al., 2004; Villaverde et al., 2012; Rios-Garaizar et al., 2015; Romagnoli et al., 2018). Respecto a la
producción de tipo Levallois, al igual que los conjuntos de la vertiente mediterránea y a diferencia de
otros lugares como puede ser la Dordoña francesa o el norte europeo, domina la variante recurrente.
Resulta obvio pensar que en zonas en las que el sílex no es abundante y con una calidad inferior a
otros ámbitos donde existen tipos de muy buena calidad, la preparación del núcleo para la obtención
de una sola lasca de tipo preferencial y su posterior abandono, no resulta ni razonable ni económico.
Es por ello, que tanto en Foradada como en el ámbito inmediato de estudio, la aplicación de criterios
de recurrencia que permitan maximizar la materia prima disponible parece la opción más sensata. Esto
se ajusta además a la explotación al máximo de los núcleos en una gestión de tipo pequeño englobada
dentro del concepto microlevallois y determinada en buena parte de yacimientos del ámbito peninsular
ibérico (Cortés, 2007; Galván et al., 2009; Giles et al., 2012; Villaverde et al., 2012). Respecto a las
capas del Paleolítico superior, si bien la identificación del material no es muy elevada, sí que existen
criterios básicos que nos han permitido determinar diferentes periodos. En líneas generales y dejando
para el siguiente apartado las cuestiones tipológicas, a nivel técnico se aprecia como la producción de
lascas es sustituida por un buen número de elementos laminares y microlaminares. Prueba de ello es
la presencia de núcleos uni y bipolares, de morfología prismática y piramidal, confeccionados sobre
pequeños cantos de sílex en los que, al igual que durante el Paleolítico medio, la explotación va a ser
muy intensa llegando hasta el máximo de lo que ofrece la materia prima. También la determinación de
una buena proporción de productos de acondicionamiento de núcleo va a mostrar como la talla pasa a
ser más compleja y la búsqueda de unos soportes más específicos para confeccionar el utillaje.
En tercer lugar, el útil predominante es el formado por el grupo de las raederas de entre las cuales
dominan las simples frente a las compuestas o que poseen más de un filo retocado. En este sentido,
poca es la excepcionalidad que presenta Foradada en el contexto regional ya que, dejando de lado
algún nivel de Bolomor o de Beneito en los que los denticulados poseen cuantificaciones mayores, la
tónica general, tal y como se puede ver en Quebrada, Cova Negra o Petxina, es el dominio de dicho
grupo. Dentro de este, es cierto que también siempre dominan las simples frente a las compuestas ya
que dobles, desviadas o convergentes suelen oscilar entre unos valores del 10-15 % de cada registro.
Lo mismo ocurre en el panorama regional a nivel diacrónico ya que los cambios que se observan
son siempre menores porcentualmente y no se concretan en grandes modificaciones secuenciales.
Probablemente, frente a esta homogeneidad del Paleolítico medio, vista en la práctica totalidad de
los conjuntos del ámbito de estudio, quizás resulte más llamativo lo documentado en los paquetes
superiores. La determinación de niveles auriñacienses y gravetienses, tanto a partir de núcleos como
de un utillaje especifico a través de los fósiles directores (laminitas Dufour, gravettes y microgravettes,
puntas de tipo Cendres, etc.), no resulta discordante con la aparición de nueva documentación en
los últimos años de la presencia humana en la zona durante este periodo. En este contexto y a poca
distancia del lugar, nos encontramos con yacimientos de sobra conocidos como Parpalló (Gandia)
o Malladetes (Barx) el cual ha sido reexcavado y publicado recientemente (Villaverde et al., 2021)
y en el que se ha ampliado tanto la secuencia auriñaciense como la gravetiense, y en el que se ha
identificado un nuevo nivel probablemente del Paleolítico medio. La presencia humana en la zona
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
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durante estos momentos del Paleolítico superior queda constatada en las áreas más inmediatas en
otros yacimientos como Meravelles (Gandia), Barranc Blanc (Ròtova) y, más al sur, Tossal de la
Roca (la Vall d’Alcalà), Cova Fosca (la Vall d’Ebo), Cova del Comte (Pedreguer), Cova del Randero
(Pedreguer), Cova de la Barriada (Benidorm) o la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira). Al igual que
los recientes estudios publicados de conjuntos superficiales que constatan y amplían el poblamiento
auriñaciense y gravetiense en los alrededores, como es el caso de Els Bancals de Pere Jordi (Eixea y
Villaverde, 2012), Les Majones, La Llacuna o Pla de Palau (Bel y Eixea, 2015).
Y, en último lugar, respecto a la ocupación de la cavidad, con los datos que poseemos las inferencias
que podemos hacer resultan especulativas. Aun así, resulta interesante destacar como la presencia de
elementos de mantenimiento de núcleos, tanto durante el Paleolítico medio como superior, el reavivado
y reciclado de algunos útiles y la presencia de cadenas operativas, en algunos casos, fragmentadas y
determinadas en las últimas fases de la producción, nos incitan a pensar en un patrón de ocupación que,
sin poder determinarlo con detalle a nivel diacrónico, parece similar. En este sentido y con estos datos,
pensamos que se trata de ocupaciones de carácter corto y esporádico en el que los grupos humanos
visitaron la cavidad recurrentemente y, probablemente, ya que los estudios de fauna permitirán acotar
estas apreciaciones, encuadradas dentro de un patrón estacional de movilidad territorial, y dirigidas,
entre otros objetivos, hacia la caza de diversos taxones. El conocimiento de los principales recursos
bióticos y abióticos de la zona fue el que determinó el movimiento de las poblaciones humanas en esta
área. Si comparamos estos datos con otros yacimientos del ámbito inmediato, pensamos que siguen
un patrón diferente a, por ejemplo, el nivel II de Cova Negra o el nivel VIII de Quebrada. En estos, la
densidad de restos es mucho menor, las cadenas operativas aparecen mucho más fragmentadas, buena
parte del material está configurado y se constata una mayor presencia de carnívoros, quirópteros,
etc., respecto a otros niveles, lo que hace pensar en ocupaciones de carácter mucho más corto,
limitadas espacialmente y con amplios espacios de abandono de los yacimientos (Fernández Peris,
2007; Villaverde et al., 2009, 2017). En cambio, otros conjuntos, como el nivel IV de Bolomor, el
IV de Quebrada o el X de El Salt, parecen responder a ocupaciones diferentes en las que la mayor
parte del registro es aportado por los grupos humanos y en el que los carnívoros son minoritarios
(Sañudo y Fernández Peris, 2007; Eixea et al., 2011-2012; Machado et al., 2017). Estos conjuntos
corresponderían a zonas de hábitat y donde las labores domésticas serían las principales actividades
realizadas por los grupos humanos.
Finalmente, para acabar tan solo nos queda comentar que se ha iniciado un nuevo proyecto de
investigación en la Cova Foradada formado por un equipo científico multi e interdisciplinar (materias
primas, tecnología lítica, arqueozoología, tafonomía, carpología, antracología o paleoantropología,
entre otros) que pretende desarrollar una metodología de trabajo actual y rigurosa con el objetivo
de conseguir más información de la que ahora se posee. Tal y como se ha documentado, el registro
lítico, óseo y vegetal tiene un enorme potencial, pero la información estratigráfica es pobre y
contradictoria lo que impide hacer valoraciones de orden cronoestratigráfico y diacrónico. En este
trabajo, hemos aportado unas breves pinceladas al registro lítico, lo que nos ha permitido reconstruir
de manera preliminar una parte de la secuencia adscrita al Paleolítico medio y superior inicial. En
este sentido, teniendo en cuenta la problemática que posee el yacimiento, nos parece una necesidad
científica inexcusable no dejar el conocimiento de la Cova Foradada tal y como se encuentra en la
actualidad. Por lo que será necesario precisar sus características estratigráficas, profundizar en su
estudio y encuadrarlo en el panorama regional. Es significativo ver, si atendemos a las referencias
bibliográficas existentes que casi nunca aparece citado, a pesar de poseer una rica secuencia del
Paleolítico medio y superior a nivel peninsular y, probablemente, del continente europeo y no sólo
por los restos faunísticos y líticos recuperados hasta la fecha, sino también por el importante material
paleoantropológico que ha proporcionado (Campillo et al., 2002; Chimenos et al., 2002; Lozano et
al., 2013; Aparicio et al., 2014).
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A. Eixea y A. Sanchis
AGRADECIMIENTOS
Agradecemos al Museu de Prehistòria de València, a su directora María Jesús de Pedro y conservadores y, especialmente, a Carmen Martínez-Varea y a Margarita Vadillo por la ayuda prestada en todo momento con el manejo de
las cajas de materiales. Damos también las gracias a José Castelló Barber y a Vicent Burguera, director del Museu
Arqueològic d’Oliva, por su ayuda e interés en el proyecto. Finalmente, agradecemos los comentarios del profesor
Valentín Villaverde y de los dos revisores anónimos que han permitido mejorar este trabajo.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 61-82
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1587
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Margarita VADILLO CONESA a, Cristina REAL a, c y Agustí RIBERA c
El Abric de l’Hedra (Ontinyent, Valencia).
Nuevos datos para el conocimiento de los
grupos de cazadores recolectores del Paleolítico
medio y superior en La Vall d’Albaida
RESUMEN: El desarrollo de dos campañas de excavación realizadas en el 2021 en el Abric de l’Hedra
(Ontinyent, Valencia) ha propiciado la recuperación de materiales, sobre todo líticos y restos de fauna, y
datos preliminares sobre las ocupaciones en el yacimiento. La industria lítica apunta a la diferenciación
de dos grandes episodios ocupacionales que remiten al Paleolítico superior y al Paleolítico medio. El
estudio de la fauna abre la discusión sobre cuestiones relacionadas con las estrategias de subsistencia de
los grupos que utilizaron el abrigo, relacionándolas con los patrones conocidos para la región.
PALABRAS CLAVE: Prehistoria, Paleolítico, industria lítica, industria ósea, arqueozoología.
The Abric de l'Hedra (Ontinyent, Valencia). New data for the knowledge
of Middle and Upper Palaeolithic hunter-gatherers in La Vall d'Albaida
ABSTRACT: The development of two excavation surveys carried out in 2021 at the Abric de l’Hedra
site (Ontinyent, Valencia) has led to the recovery of mainly lithic materials and faunal remains that
provide preliminary data on the occupations at the shelter. The lithic industry allows us to differentiate
between two major occupational episodes which date back to the Upper Palaeolithic and the Middle
Palaeolithic. The study of the fauna has allowed us to discuss questions related to the subsistence
strategies of the groups that occupied the site, relating them to the patterns known for the region.
KEYWORDS: Prehistory, Palaeolithic, lithic industry, bone industry, archaeozoology.
a
b
c
Departament de Prehistòria, Arqueologia i Història Antiga. Facultat de Geografia i Història, Universitat de València.
Grupo de Investigación PREMEDOC-GIV2015-213.
Laboratory of Osteoarchaeology and Paleoanthropology (BONES Lab). Department of Cultural Heritage. University
of Bologna.
Museu Arqueològic d’Ontinyent i la Vall d’Albaida (MAOVA).
Recibido: 14/02/2022. Aceptado: 06/04/2022.
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M. Vadillo Conesa, C. Real y A. Ribera
1. INTRODUCCIÓN
El Abric de l’Hedra se sitúa en el término municipal de Ontinyent (Valencia). A pocos metros del abrigo
encontramos una cavidad, la Cova de l’Hedra, que también recoge el nombre de la vegetación característica
de las paredes de la formación rocosa en que se encuentran ambos yacimientos. La primera cita que hace
referencia a estos lugares aparece en una breve descripción que hace José Donat Zopo de la cueva en su
catálogo de cavidades valencianas (1966: 112). El descubrimiento del valor arqueológico de ambos sitios se
da en los años 60 y se debe a los miembros del Centro Excursionista de Ontinyent, Salvador Guerola Mollà
y Agustí Ribera. Este descubrimiento fue notificado al Servei d’Investigació Prehistòrica de la Diputació
de València. Desde esta institución se envió al arqueólogo José Aparicio, con quien se prospectaron los
dos yacimientos, valorándose como yacimientos prehistóricos de cierto interés. Aparecen citados en
algunas publicaciones del SIP (Fletcher, 1970: 70; Fletcher y Pla, 1977: 72), así como del Departamento
de Historia Antigua de la Universitat de València (Aparicio y San Valero, 1977: 72). A mediados de los 80
se realizan las primeras fichas de protección arqueológica de los dos yacimientos, que quedarán incluidas
en el Catálogo del Patrimonio para el nuevo PGOU de Ontinyent. Hacia el año 1994 se realizó igualmente
la ficha correspondiente para Conselleria por A. Ribera y J. Pascual Beneyto. En publicaciones posteriores
que tratan la prehistoria de Ontinyent y la Vall d’Albaida se recogen referencias a ambos yacimientos (por
ejemplo Ribera 1988 y 1995), pero sin el estudio de los materiales. En esta década se realizan unos sondeos
en el interior de la cavidad que, aparte de confirmar la desaparición de la mayor parte de la sedimentación
original y la alteración de la que queda, aportaron una buena muestra de materiales prehistóricos.
Los materiales de la Cova de l’Hedra, igual que los superficiales recogidos en el Abric de l’Hedra, se
depositaron íntegramente en el Museu Arqueològic d’Ontinyent i la Vall d’Albaida (MAOVA). No será hasta
el 2021 cuando se plantee su estudio y se ponga de nuevo atención en estos yacimientos considerándolos
relevantes para el estudio de la Prehistoria en el interior de las comarcas centrales valencianas. La revisión del
conjunto de materiales recuperados en los años 80 en la cueva (Vadillo Conesa et al., 2021), evidencia una
ocupación de la cavidad que va desde momentos del Paleolítico medio hasta la Edad de Bronce. Por otra parte,
el estudio de los materiales líticos superficiales del Abric de l’Hedra (Vadillo Conesa y Ribera, 2020) permite
su asociación a ocupaciones que remiten al Paleolítico superior, sin que exista ningún elemento que permita
acotar más la cronología. El interés que evidenciaban estos materiales, por remitir a ocupaciones paleolíticas
y el buen estado de conservación que mostraba el yacimiento del Abric de l’Hedra, con un sedimento
aparentemente intacto, fueron los motivos que llevaron a plantear la intervención en el mismo. En 2021 se
desarrollaron dos campañas de excavación, que pretendían responder a las hipótesis planteadas a través de la
observación inicial del yacimiento, comprobar el aparente buen estado de conservación, determinar si existe
una secuencia arqueológica y a qué episodio o episodios crono-culturales se puede asociar.
2. EL YACIMIENTO
En la comarca de la Vall d’Albaida, el Abric de l’Hedra se ubica en un sector al sur de la Serra Grossa,
en la zona de solana recayente a Ontinyent, término municipal al cual pertenece (fig. 1: 1-2). Se sitúa
en el margen derecho del barranco homónimo, de corto recorrido. Este recoge las aguas de la vertiente
montañosa, siguiendo primero la dirección de noroeste a sureste, para después orientarse hacia levante,
denominándose entonces barranco de la Xosa; corre en paralelo al barranco de la Casa Mora, al cual se une
poco antes de desembocar en el río de Ontinyent, o Clariano, a 1 km al este de la cavidad.
El Abric de l’Hedra se encuentra a tan solo 80 m al norte de la Cova de l’Hedra, mucho más conocida
a nivel popular, y en la misma terraza del barranco (Vadillo Conesa et al., 2021). Los dos yacimientos,
aunque perfectamente diferenciados físicamente, comparten paraje, y por su cercanía, serán indisociables
en muchos aspectos. Mientras que el abrigo se abre hacia el norte, la cueva penetra hacia el oeste y entre
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El Abric de l’Hedra (Ontinyent, Valencia)
63
Fig. 1. 1) Localización del Abric de l’Hedra; 2) Detalle de la ubicación del yacimiento; 3) Formación rocosa en la que
se encuentran la cueva y el abrigo y detalle de la misma.
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M. Vadillo Conesa, C. Real y A. Ribera
ambos existen diversas concavidades o abrigos menores, casi todos con sedimentación, y en la actualidad
con abundante vegetación que impide su completa visión. En toda esta zona de sierra las alturas máximas
están en torno a los 550 m. aflorando siempre la roca calcárea, con vegetación escasa en general. Las
cavidades se sitúan en la zona baja de la sierra -360/70 m-, y a corta distancia de las tierras llanas del valle,
desde donde son fácilmente accesibles.
La vegetación actual es de pinar poco denso, con alguna carrasca y matorrales dispersos, en general.
El área concreta del abrigo, es más sombría, con algún enebro, muchas zarzas y yedras abundantes
cubriendo las paredes, característica que debe haber dado origen al nombre que reciben tanto los
yacimientos como el barranco mismo.
El Abric de l’Hedra se sitúa concretamente a unos 3,5 km al norte de la Ciudad de Ontinyent1 a una
altura de 370 msnm. Es un abrigo rocoso natural, de notables dimensiones, al menos unos 15 m de largo
por unos 5 m de ancho máximo a cubierto, o de visera, por unos 4 m de altura. Sin embargo, el hecho de
descender la pared interna de forma oblicua a la base, sin formar concavidad, quizás le resta capacidad de
abrigo o habitabilidad, tanto como, quizás, su orientación, totalmente abierta a norte, por lo que, a pesar
de ser un lugar relativamente a cobijo de los vientos, será en periodo estival cuando podrá alcanzar mayor
grado de confort. La roca donde se ubica el abrigo es de calizas cretácicas (del Senoniense-Santoniense2).
En el sector del abrigo la base es de tierras, con pocas piedras, mostrándose relativamente llana, o muy
levemente descendente hacia el exterior. Debe acumular una potencia en torno a 1,5 a 2 m de profundidad
(hasta el momento 1,20 m constatados por excavación). En el área oriental del abrigo se ve, casi a ras de
suelo, una penetración o continuidad de la cavidad, igualmente cubierta de tierra, que alcanza al menos los
2 m hacia el interior, lo que en caso de mantenerse las constantes de potencia sedimentaria, implicaría un
mayor desarrollo del yacimiento en su sector de mayor interés. El nivel de la terraza donde se abre el abrigo
se encuentra aproximadamente a unos 25 m sobre el del cauce del barranco (fig. 1: 3), bastante estrecho en
este sector. Por encima del abrigo, a pocos metros del techo, se conforma a manera de un pequeño balcón
corrido, en el mismo estrato calizo, que recoge y encauza las aguas de lluvia desde la sierra inmediata
hacia el interior del abrigo. Este hecho, que se ha podido verificar mientras se realizaban los trabajos de
excavación, implicaría la aportación de tierras procedentes de la parte superior del abrigo, en los episodios
estacionales de lluvias, que se irían depositando sucesivamente sobre los espacios ocupados.
Por lo que respecta al poblamiento prehistórico constatado en el entorno, es en general poco relevante,
excepción hecha de los márgenes del río d’Ontinyent, limitándose a alguna cueva con restos calcolíticos y/o
campaniformes (Cova de l’Avern), en la misma sierra, pero bastante alejada, así como algunas estaciones de la
Edad del Bronce, más cercanas. Sin duda, la relativa proximidad al río d’Ontinyent (1 km), con su abundancia
de aguas corrientes y encajado formando un cañón -la Fos de l’Agrillent, entre Ontinyent y Aielo-, debe haber
jugado un papel determinante en el poblamiento de la zona en todos los tiempos y debió asimismo ser un
factor de atracción de primer orden en el caso de las ocupaciones de l’Hedra. Este estrecho o cañón de la Fos
de l’Agrillent, con grandes paredes calcáreas donde se abren cuevas y abrigos, ha sido aprovechado desde
la Prehistoria hasta época medieval, como hábitat, refugio y otras actividades. Se constata por la presencia
de, al menos, dos pequeñas muestras de arte rupestre (naturalista y esquemático), un gran asentamiento de
la Edad del Bronce –el Molló de les Mentires-, y otras cuevas con indicios prehistóricos. Se completa el
panorama con una estación de época ibérica -la Serratella-, un refugio de época medieval andalusí -la Balma
dels Murets-, amén de la ocupación esporádica de gran parte de las cuevas, en este mismo momento. Se remata
su aprovechamiento humano, en época moderna, con la instalación de un batán o molino hidráulico (molí de
la Fos), así como con diversos azudes y acequias (Ribera y Roselló, 2019). Con todo, será la proximidad
del paso del río por este enclave, con sus posibilidades también para la caza, uno de los principales factores
explicativos, desde nuestro punto de vista, de la ocupación humana del Abric de l’Hedra.
1
2
En coordenadas UTM (ETRS89, huso 30) X: 707.987,11 Y: 4.303.809,46..
IGME. Mapa Geológico de España. Hoja 63. Escala 1:200.000. Madrid, 1973.
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El Abric de l’Hedra (Ontinyent, Valencia)
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3. MATERIALES Y MÉTODOS
Los materiales que presentamos proceden de los 2 m2 que se han excavado a modo de sondeo (fig. 2). El
cuadro que queda más en el interior del abrigo, pegado a la pared del mismo, lo hemos llamado S1, y en él se
han distinguido 12 capas artificiales de unos 10 cm (Sup-Sup1-Sup2-Capas 1 a la 9), alcanzándose en este
cuadro una profundidad total de aproximadamente 120 cm. Mientras que en el cuadro S2 no se ha alcanzado
la cota del anterior, distinguiéndose además de las capas superficiales, las capas 1 y 2, llegando así a una
profundidad que rondaría los 60 cm. El análisis de los materiales arqueológicos recuperados ha permitido
una agrupación de las capas en tres grandes conjuntos (fig. 3). En primer lugar, hemos diferenciado los
Fig. 2. 1) Croquis del abrigo con la localización de la superficie excavada y la indicación de los cuadros S1 y S2;
2) Imagen del proceso de excavación; 3) Detalle de la superficie excavada con la señalización de los cuadros S1 y S2.
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Fig. 3. Fotografía del corte estratigráfico
frontal interior del cuadro S1 con la
separación de bloques de niveles.
niveles superficiales, que abarcan las tres primeras capas (Sup-Sup1-Sup2), es decir, estos comprenden los
primeros 30 cm de profundidad. Se evidencia una alteración postdeposicional muy marcada, consecuencia
de la acción de las raíces. Este hecho se relaciona con la presencia de materiales arqueológicos revueltos,
detectándose la presencia tanto de materiales paleolíticos como de fragmentos cerámicos. En segundo
lugar, el bloque de los niveles superiores incluye un paquete sedimentario de unos 50-60 cm (capas 1-6),
y contiene materiales arqueológicos relacionados con el Paleolítico superior. Estos quedan englobados
en un sedimento que no contiene fracción pequeña o media, pero se advierte la presencia de bloques de
ciertas dimensiones. Por último, los niveles inferiores comprenden unos 30-40 cm (capas 7-9), y en ellos
se distinguen piezas del Paleolítico medio. El sedimento presenta una gran cantidad de fracción de tamaño
pequeño y medio, junto con algunos bloques mayores en la zona inferior.
En cuanto al proceso de recuperación de los materiales arqueológicos, se ha basado, por un lado, en la
recogida in situ del material arqueológico, normalmente el de mayores dimensiones y por tanto fácilmente
visible durante el proceso de excavación. Por otro lado, todo el sedimento ha sido cribado con el objetivo
de recuperar aquellos restos de menores dimensiones y que no han podido ser identificados durante la
excavación. Para ello, se ha realizado un cribado en seco del sedimento con mallas de 2 y 3 mm.
Por lo que se refiere a la industria lítica tallada, aunque se evidencia una explotación de la caliza, el
sílex es la materia prima mayoritaria, y generalmente se muestra con alteraciones postdeposicionales.
Las piezas aparecen con un alto grado de deshidratación y desilificación, además algunas presentan
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alteraciones térmicas. Todo ello ha contribuido a que no se haya podido determinar la materia prima
en muchos elementos. En los casos que la materia prima se ha podido observar, se ha caracterizado de
forma macroscópica atendiendo a diferentes variables como la transparencia, el color, la estructura, la
presencia de inclusiones y el tipo de córtex. El estudio de estos materiales se ha realizado a partir de una
aproximación tecnológica (Inizan et al., 1995; Pelegrin, 2000; Perlès, 1991) y tipológica (SonnevilleBordes y Perrot, 1954, 1955, 1956a, 1956b).
La identificación taxonómica y anatómica de los huesos de fauna se ha realizado gracias a la colección
de referencia de la Universitat de València. Los restos indeterminados han sido clasificados por tallas:
pequeña, media y grande; y tipo de hueso: largo, esponjoso, plano y dental. Los restos menores de 3 cm se
han registrado como esquirlas. Para la cuantificación se ha utilizado: el Número de Restos (NR), el Número
de Especímenes Identificados (NISP) y el Número Mínimo de Individuos (NMI) (Brain, 1981; Lyman,
2008). En cuanto al análisis tafonómico del conjunto, en primer lugar, la clasificación de las fracturas se
basa en el trabajo de Villa y Mahieu (1991) y la de los morfotipos de fractura en Real et al. (aceptado).
En segundo lugar, la superficie de todos los restos óseos ha sido observada con una lupa binocular (Nikon
SMZ-10A) con el fin de identificar la presencia de modificaciones y alteraciones postdeposicionales.
No se han documentado modificaciones producidas por depredadores no humanos. Por lo tanto, se han
registrado las modificaciones antrópicas, las termoalteraciones y alteraciones postdeposicionales siguiendo
la bibliografía ya aplicada a otros trabajos (ver, por ejemplo, Real, 2020a).
4. RESULTADOS
4.1. Industria lítica
El total de restos líticos recuperados en los dos cuadros del sondeo, se eleva a 1045 piezas, la mayoría de
las cuales (n=589) se corresponden con restos de talla y restos indeterminados debido a su fracturación
o a la alteración térmica. Las observaciones tecno-económicas realizadas sobre el resto de elementos
recuperados (n=456), permiten obtener datos sobre las materias primas elegidas para la talla, sobre los
procesos de explotación llevados a cabo para la obtención de los soportes, así como sobre la configuración
de determinados útiles.
4.1.1. Observaciones macroscópicas de la materia prima
A nivel macroscópico se han podido diferenciar 4 tipos de sílex atendiendo a las características mencionadas
en el apartado de metodología: tipo de grano, coloración, estructura interna de la materia, la presencia de
inclusiones identificables o el tipo de córtex (tabla 1). El tipo 1 parece tener similitudes con el llamado
tipo Mariola identificado en algunos afloramientos del Prebético y utilizado en algunos yacimientos
de las comarcas centrales del País Valencià (Molina, 2015). Del mismo modo, el tipo 3 se identificaría
con el denominado tipo Serreta, también presente en el Prebético e identificado en explotaciones de
diferentes ocupaciones de la zona (Molina, 2015). Los otros 2 tipos de sílex identificados (tipos 2 y 4)
tienen una menor calidad, ya que su grano es más grueso y contienen más diaclasas. La observación del
córtex permite determinar una captación de estos volúmenes en contextos secundarios, ya que se trata
de un córtex rodado. Se han podido determinar 2 tipos de córtex diferentes, uno más poroso, y el otro,
igualmente rodado, pero con una porosidad menor y más homogéneo, sin que se creen irregularidades en
la superficie, a diferencia del caso anterior.
Si bien, como ya apuntábamos en un apartado anterior, el grado de deshidratación de muchas de las
piezas es elevado, en los pocos casos en los que se ha podido determinar la materia prima la mayoría se
vinculan con los tipos 1 y 3.
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Tabla 1. Tipos de sílex identificados a nivel macroscópico.
Tipos
Grano
Transparencia
Coloración Estructura
Inclusiones identificables Córtex
1
2
3
4
fino
medio
fino
grueso
transparente
opaco
de opaco a translúcido
opaco
marrón
gris
beige
beige
no
no
no
foraminíferos
homogéneo
heterogéneo
homogéneo
heterogéneo
?
rodado
?
?
4.1.2. Observaciones tecnológicas y tipológicas de la industria lítica tallada
Siguiendo los principios de la cadena operativa se establece la presencia de diferentes grupos o categorías
(tabla 2). Como ya se avanzaba, la mayor parte de los elementos líticos recuperados se corresponden con
restos o fragmentos de la talla, por una parte, o con elementos indeterminados debido a la fracturación o a
las alteraciones térmicas que presentan. Si se dejan de lado estos grupos, se puede observar que, de las 456
piezas analizadas, la mayor parte son productos de la talla, tanto láminas como lascas. Se puede determinar
también la presencia de núcleos y de elementos destinados a la gestión del proceso de talla, con lo cual se
puede establecer que se han llevado a cabo explotaciones de los volúmenes en el yacimiento. Por último,
se ha individualizado el grupo de los retocados. En la tabla 2 se observa como los niveles superficiales
concentran el 50 % de los elementos recuperados, los niveles superiores el 40 %, mientras que el restante
10 % de los materiales se ha recuperado en los niveles inferiores.
Destacamos el hecho de que los núcleos tienen una representatividad mucho mayor en los niveles
superiores que en los superficiales e inferiores, acumulando el 73 % de los volúmenes recuperados. Todos
los volúmenes explotados recuperados son de sílex.
En los niveles superficiales, los 4 núcleos evidencian explotaciones destinadas a la obtención de productos
laminares laterales sobre diferentes volúmenes (una lasca y una lámina espesa), así como la explotación de
un nódulo para obtener lascas a través de explotaciones multipolares. El último de los volúmenes asociado
a estos niveles sería un nódulo de sílex sobre el que se habría intentado una explotación, que no obstante
se habría abandonado en los estadios iniciales de la misma debido a la mala calidad de la materia prima.
Destacar entre las piezas relacionadas con la gestión del proceso de la talla, la elevada presencia en estos
niveles de las crestas (n=13), aunque también se han recuperado otros elementos ligados al mantenimiento
Tabla 2. Categorías tecnológicas identificadas en el conjunto.
Categoría tecnológica
Productos de talla
Mantenimiento
Núcleos
Retocados
Débris / restos de talla
Cassons / fragmentos de talla
Indeterminados térmicos
Fragmentos indeterminados
Total
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Superficiales
Superiores
Inferiores
N
%
N
%
N
%
197
21
4
14
128
2
133
22
521
54 %
66 %
27 %
33 %
43 %
50 %
56 %
43 %
50 %
159
11
11
25
101
2
94
19
422
43 %
34 %
73 %
60 %
34 %
50 %
39 %
37 %
40 %
11
3
66
12
10
102
3%
7%
22 %
5%
20 %
10 %
Total
367
32
15
42
295
4
239
51
1045
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Tabla 3. Tipos retocados.
Categoría tecnológica
Armaduras
Raspadores
Truncaduras
Buriles
Perforadores
Muescas y denticulados
Raederas
Piezas con retoque continuo
Total
Superficiales
Superiores
Inferiores
Total
N
%
N
%
N
%
7
4
2
1
14
41 %
67 %
100 %
20 %
33 %
10
2
2
2
3
2
4
25
59 %
33 %
100 %
100 %
100 %
40 %
80 %
60 %
3
3
60 %
7%
17
6
2
2
2
3
5
5
42
de las condiciones óptimas del volumen para continuar con su explotación, como las lascas destinadas a
gestionar la convexidad transversal atendiendo a los flancos, o lascas extraídas con la finalidad de mantener
la morfología o inclinación adecuada del plano de percusión y de la superficie de talla.
Los volúmenes asociados a los niveles superiores se concentran en las 3 capas superiores. Estas capas acumulan
9 de los núcleos, mientras que los otros 2 restantes se asocian uno a la capa 4 y el otro a la 5. Los objetivos de las
tallas son tanto láminas, centrales y laterales, como lascas. Se han distinguido explotaciones mayormente sobre
nódulos, tanto sobre cara ancha, como sobre cara estrecha, así como explotaciones sobre flancos de lascas para
la obtención de productos carenados. Así mismo, se ha diferenciado una explotación sobre una lasca carenada,
de tipo raspador carenado (fig. 2: 5). En la mayoría de las explotaciones los núcleos evidencian una gestión de
las convexidades con el objetivo de mantener la morfología adecuada de las superficies para poder continuar con
la talla. Así mismo los productos de mantenimiento nos informan de estas tareas, reconociéndose tanto crestas
como otros productos destinados a la gestión de los flancos, lascas de reavivado del plano de percusión y lascas
destinadas a la limpieza de la superficie de talla. Generalmente los volúmenes aparecen explotados hasta el
agotamiento de la materia o hasta una ausencia de productividad relacionada con accidentes que requerirían una
inversión importante en las tareas de gestión. Por otra parte, se diferencian volúmenes abandonados en las fases
iniciales de la explotación debido a la mala calidad de la materia prima. Por último, destacamos el hecho de que
en los niveles inferiores no se ha recuperado ningún núcleo.
Por lo que se refiere a los tipos retocados se observa que estos se concentran en su mayoría en los niveles
superiores, apareciendo en ellos el 60 % de los útiles, frente al 33 % que acumulan los superficiales y el 7 %
que acumulan los inferiores. La categoría con un mayor número de piezas es la de las armaduras, estando estas
más representadas en los niveles superiores (fig. 4: 1-4). La mayoría de las piezas que engloba este grupo son
laminitas de dorso o fragmentos de laminitas de dorso. En los niveles superficiales se han recuperado asimismo
2 puntas, una de dorso curvo y otra de dorso rectilíneo. En los superiores, a las laminitas de dorso y piezas
fragmentadas se suman una laminita Dufour recuperada en la capa 5 (fig. 4: 4; fig. 5) y una punta de dorso
rectilíneo asociada a la capa 3. La presencia del resto de tipos es muy escasa en ambas agrupaciones. Se han
recuperado también otras piezas retocadas con una representación menor como las piezas con retoque continuo
(fig. 4: 5-6), los buriles (fig. 4: 9), o los raspadores (fig. 4: 10). Destacar el hecho de que entre los raspadores
recuperados en las capas superficiales del S2 se observa una escasa inversión en la fase de configuración de
los frentes. Se trata de piezas que parecen utilizadas sin apenas haber estado configuradas previamente, más
bien se habrían utilizado las piezas con morfologías naturalmente adaptadas a los objetivos. Además, muestran
un grado de utilización elevado, que los coloca al límite con las truncaduras. Se localizan así mismo en estos
niveles superiores otras piezas con huellas de uso, como las piezas intermediarias (fig. 4: 11).
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Fig. 4. Industria lítica. 1-3) laminitas de dorso; 4) laminita Dufour; 5) núcleo-raspador carenado; 6-7) láminas con
retoque continuo; 8) producto laminar de mantenimiento de la talla; 9) buril; 10) raspador; 11) pieza intermediaria;
12-14) raederas.
Cabe hacer mención, por otra parte, al hecho de que los únicos retocados que se han recuperado en
los niveles inferiores se corresponden con la categoría de las raederas (fig. 4: 12 y 13). En los niveles
superiores, en las capas 5 y 6 también se han recuperado 2 piezas asociadas a esta categoría tipológica
(fig. 4: 14). Se pueden diferenciar dentro de este grupo diferentes tipos, 3 raederas simples convexas,
una de ellas sobre lasca levallois atípica, y otra opuesta a un dorso natural cortical, además de 1 raedera
transversal convexa con un flanco natural y una raedera bifacial. Además de estos tipos retocados en la capa
8 reconocemos una pieza que presenta un alto grado de deshidratación que podría ser un cuchillo de dorso,
sobre dorso no retocado y opuesto a un dorso natural cortical. El deterioro de la pieza debido al fenómeno
indicado dificulta la observación de lo que se intuye que podrían ser las huellas de uso del dorso utilizado.
Fig. 5. Fotografía de detalle y dibujo
de la laminita Dufour.
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4.2. Restos de fauna
4.2.1. Composición taxonómica
El conjunto de fauna del sondeo se compone de un total de 3456 restos, 167 de los niveles superficiales,
3167 de los niveles superiores y 122 de los niveles inferiores (tabla 4). Se ha podido identificar taxonómica
y anatómicamente el 7,96 % de los huesos (NISP=275). El 21,7 % son restos indeterminados clasificados
por tallas, de las cuales destaca la mayor presencia de talla media/grande y talla muy pequeña. Por último,
el 70,3 % son esquirlas menores de 2 cm.
El conjunto de determinados taxonómicamente se encuentra localizado principalmente en los niveles
superiores de la secuencia, aunque también en los niveles superficiales. En los niveles inferiores tan sólo se
registra un hueso de conejo, el resto son de talla muy pequeña y esquirlas. Se han identificado siete familias
de taxones: Equidae, Bovidae, Cervidae, Suidae, Felidae, Canidae y Leporidae, además de tres restos de
Tabla 4. Composición taxonómica en los diferentes niveles por NISP y porcentaje NISP.
Superficiales
NISP
% NISP
Superiores
Inferiores
Total
NISP
% NISP
NISP
% NISP
20
2
2
15
5
10
1
1
1
1
12
10
10
75
25
50
5
5
5
5
254
13
13
135
69
15
40
1
10
10
1
4
1
1
3
94
2
8
5,1
5,1
53,1
27,2
5,9
15,7
0,4
3,9
3,9
0,4
1,6
0,4
0,4
1,2
37
0,8
1
1
-
0,8
100
-
275
15
15
150
69
15
45
1
20
11
1
4
2
1
3
96
3
INDETERMINADOS
Esquirlas
Talla muy pequeña
Talla pequeña
Talla media
Talla media/grande
Talla grande
147
102
3
1
39
2
88
2913
2228
128
3
13
490
51
92
121
101
20
-
99,2
3181
2431
151
4
13
529
53
Total
167
DETERMINADOS
Perissodactyla
Equus sp.
Artiodactyla
Bos sp.
Capra sp.
Cervus elaphus
Sus sp.
Artiodactyla
Carnivora
Felinae
Felis sp.
Lynx pardinus
Vulpes vulpes
Carnivora
Lagomorpha
Ave
3167
122
-
3456
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ave de talla pequeña. Se ha podido determinar la especie en el caso del ciervo, el resto de taxones se ha
clasificado hasta el género, pues no hemos podido valorar si trata de especies salvajes o domésticas dada la
alta fragmentación del conjunto y la alteración postdeposicional que ha sufrido.
En las capas superficiales, destaca la presencia de dos restos de équidos y cinco de ciervo.
En cuanto a los niveles superiores, entre los ungulados (NISP=148) destaca el bovino y el ciervo.
Por detrás, se encuentran las cabras y los équidos con porcentajes bastante más bajos. Por último, se ha
documentado la presencia de un único resto de suido, un fragmento de M/1 de un individuo muy joven. La
representación anatómica muestra valores más altos para las extremidades y el miembro posterior tanto en
Tabla 5. Clasificación anatómica por taxones de los niveles superiores.
Cervus Capra
Sus
Equus
Bos
Felis
Lynx
Vulpes Leporidae
TOTAL
40
15
1
10
69
4
2
1
95
Craneal
Asta
Cráneo
Maxilar
Hem
Diente
Miembro Axial
Vértebra
Costilla
Miembro anterior
Escápula
Húmero
Radio
Ulna
Carpo
Metacarpo
Miembro posterior
Coxal
Fémur
Tibia
Tarso
Astrágalo
Calcáneo
Metatarso
Extremidades
Metapodio
Falange 1
Falange 2
Sesamoideo
Indeterminado
Compacto
6
2
1
3
0
10
3
2
2
3
5
1
1
1
2
19
3
11
2
3
-
4
4
0
5
1
2
2
1
1
5
1
2
1
1
-
1
1
0
0
0
0
-
4
4
0
1
1
1
1
3
1
1
1
1
1
57
1
8
13
35
3
1
2
3
1
2
3
2
1
3
2
1
-
0
0
3
1
1
1
1
1
0
-
1
1
0
0
0
1
1
-
0
0
0
0
1
1
-
41
1
2
5
33
1
1
20
1
4
9
6
28
5
2
13
2
5
1
5
3
2
-
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la cabra como en el ciervo, aunque el esqueleto craneal también está muy presente en la cabra. Entre los
restos de talla pequeña-media se observan también cantidades altas de huesos largos que pertenecerían a los
elementos del miembro anterior y posterior (tabla 5, fig. 6: 1). En cambio, el esqueleto axial está ausente,
salvo por algunos restos (NISP=11) clasificados por la talla. Se ha calculado un NMI de dos adultos para el
ciervo, y de tres individuos en el caso de la cabra, uno muy joven y dos de al menos 1-2 años.
En cuanto al grupo de taxones de talla grande, se observa una representación desigual (tabla 5, fig.
6: 2). En el caso del bovino, sobresale el esqueleto craneal por la gran presencia de dientes y fragmentos
mandibulares y maxilares. Por su parte, en el équido, aunque el valor más alto siga siendo la zona craneal,
también destacan los valores de las extremidades y el miembro anterior. La identificación taxonómica
del esqueleto axial parece también estar bastante afectada, aunque entre los restos clasificados como talla
media-grande el porcentaje es muy alto, por lo que podría corresponder a alguno de los dos taxones grandes.
Con los pocos restos de équido, el NMI es tan solo de un adulto.
En el caso del bovino, en la excavación se encontraron los restos dentales en conexión anatómica tanto
de la mandíbula como del maxilar, lo que ha permitido establecer un NMI de cinco: uno de menos de 24-30
meses, dos entre 24-30 meses y uno de más de 28-36 meses. Además, la presencia de dos articulaciones
Fig. 6. Proporción de los grupos anatómicos por talla de los niveles superiores: 1) talla grande, incluyendo équidos y
bovinos; 2) talla pequeña-media, incluyendo cabra y ciervo; 3) lepóridos
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distales de metapodios sin osificar coincidirían con estas edades de menos de 36 meses. Por otra parte, los
restos apendiculares están muy fragmentados, aunque se encontró un metatarso y dos tarsos articulados
durante la excavación. En este sentido, tan solo se conserva la epífisis proximal de dicho metatarso, la cual
ha podido ser medida en parte. La anchura máxima es de 49,33 mm, cifra muy inferior a las existentes para
los uros de conjuntos paleolíticos. Esta medida está más en consonancia con la obtenida para la especie
doméstica (p.e. Altuna y Mariezkurrena, 2001; Castaños Ugarte, 2004). No obstante, se trata solo de un
resto con una única medida, y hay que tener en cuenta que el conjunto de restos de bovino pertenece a
individuos jóvenes. Por lo tanto, es posible que esta medida más pequeña de lo habitual se deba a que el
metatarso pertenezca a un individuo joven de uro, y no a uno adulto de toro. Por ahora, no podemos dar
una respuesta final a esta problemática, para ello será necesario el estudio de los materiales óseos del resto
de la excavación.
En cuanto a los carnívoros de los niveles superiores (NISP=10), se han identificado restos de felinos,
incluyendo el lince y gato, y de cánidos, con tan solo referencia al zorro. El mejor representado es el gato,
con presencia del estilopodio y zeugopodio del miembro anterior y un fragmento de tibia (tabla 5). Por el
contrario, tanto lince como zorro quedan reducidos a una primera falange respectivamente y un canino de
lince. A partir de esta composición tan reducida, se puede determinar la presencia de al menos un individuo
adulto por cada especie, pues tampoco hay evidencias de restos juveniles.
Finalmente, se han registrado 94 restos de lepóridos (37 %) en los niveles superiores, con presencia al
menos de conejo (93,6 %). Se trata principalmente de elementos del miembro anterior y posterior y una
elevada cantidad de dientes aislados (tabla 5, fig. 6: 3). La presencia de las extremidades es muy reducida
y el esqueleto axial está prácticamente ausente salvo por un fragmento de una apófisis vertebral. A partir de
las mandíbulas, las tibias y los calcáneos se ha calculado un NMI de cuatro, todos ellos podrían ser adultos,
pues no hay ningún elemento sin osificar.
4.2.2. Análisis tafonómico
El conjunto óseo está muy fragmentado, tan sólo 57 restos (1,7 %) están completos. Estos restos completos
están más presentes en los niveles superiores (NR=55) y sobre todo pertenecen a bovinos (NISP=33) y
lepóridos (NISP=15), aunque también en menor medida a ciervos (NISP=4) y cabras (NISP=2). Se trata
de elementos compactos del carpo y del tarso, dientes aislados, algún sesamoideo y una epífisis distal no
osificada de un metapodio de bovino.
En cuanto a los huesos fragmentados, el origen de las fracturas es diverso en función de los taxones.
En el caso del ciervo y la cabra de los niveles superiores, las fracturas en fresco son más abundantes
y se encuentran en las falanges primeras, los metapodios y en los elementos del estilopodio en el caso
del ciervo (fig. 7: 3-4). Este patrón muestra una acción antrópica vinculada al acceso a la médula de
huesos importantes como fémur y húmero, pero también otros elementos con menor cavidad medular
de las extremidades. Por el contrario, tanto en el bovino como en el équido las fracturas predominantes
son las indeterminadas, así como las de origen seco en el caso de este último. Los huesos de carnívoros
y de lepóridos también parecen seguir este último patrón, con una mayor cantidad de fracturas de
origen indeterminado y seco. Por lo tanto, tanto la talla grande como los taxones de pequeño tamaño
podrían estar bastante alterados por acciones postdeposicionales que hayan fracturado los restos en el
yacimiento.
De hecho, el 25,9 % de los restos están afectados por alteraciones diagenéticas. En los niveles
superficiales destaca la erosión (28,7 %), en los superiores la concreción (20,8 %) y la erosión (5,7 %)
con niveles medios de alteración. Aunque también se registra la presencia de manchas de manganeso (2,4
%; 2,4 %), vermiculaciones (2,4 %; 1,2 %) y meteorización (0,1 % solo en los niveles superiores). En los
niveles inferiores, todos los huesos están afectados por la erosión con un nivel alto de alteración, y el 4,9 %
también presenta manchas de manganeso.
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Fig. 7. Restos de fauna:
1) Metatarso de bovino.
2) Hemimandíbula de
bovino con incisión.
3) Falanges de ciervo
fracturadas.
4) Metapodios de ciervo
fracturados.
5) Hueso largo con
marca de percusión.
6) Canino de lince.
Resultado de esta alta alteración de los restos, es el hecho de que tan sólo se han identificado 11
modificaciones antrópicas (0,33 %) y únicamente en los niveles superiores (tabla 6; fig. 7). Se han registrado
6 restos con marcas de corte y 5 con muescas de percusión sobre huesos de cabra (6,7 %), bovino (4,3 %),
talla grande (1,9 %), talla media-grande (0,9 %) y talla media (7,7 %). En cuanto a las marcas de corte,
encontramos una incisión sobre un metacarpo de cabra, dos huesos largos indeterminados, y en tres restos
de bovino, una costilla, en la zona del ramus de la mandíbula y en la diáfisis de una falange. Estas marcas se
pueden vincular principalmente con el descarnado, pero también con el desarticulado y pelado del animal.
En cuanto a las muescas de percusión, se han identificado todas sobre fragmentos de diáfisis de talla media/
grande y grande, siempre relacionadas con el acceso y consumo de la médula ósea. Aunque es común en
otros conjuntos, en este caso no se han registrado lascas corticales ni conos de percusión.
Por último, las termoalteraciones están presentes en el 35,9 % (NR=60) de los restos de los niveles
superficiales, el 17,9 % (NR=566) de los niveles superiores y el 33,6 % (NR=41) de los niveles inferiores, y
afectan en la mayor parte de los casos a toda la superficie. Los huesos en estadios avanzados de calcinación
son más numerosos en los niveles superficiales (65 %) y los niveles superiores (54,2 %), en cambio, en los
niveles inferiores destaca la coloración marrón-negra (64,3 %).
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Tabla 6. Relación de modificaciones identificadas y sus características de los restos de fauna. En todos los
casos se encuentran fragmentados y la distribución es unilateral.
Capa y Taxón
cuadro
Hueso
Tipo de
marca
Localiza- Morfología Dirección
ción
Intensidad Cantidad Intención
5 - S1 Bos sp.
Costilla
Incisión Diáfisis
Larga
Oblicua
Simple
Descarnado
5 - S1 Bos sp.
Hemimandí- Incisión Ramus
bula
Larga
Longitudi- Media
nal/Oblicua
Dos
Desarticulación o
descarnado
5 - S1 Bos sp.
Falange 1
Incisión Diáfisis
dorsal
Corta
Transversal Media
Múltiple Pelado
4 - S1 Capra sp.
Metacarpo
Incisión Diáfisis
dorsal
Corta
Oblicua
Leve
Simple
Pelado?
1 - S2 Talla media Hueso largo Incisión Diáfisis
Corta
Oblicua
Media
Simple
Descarnado
2 - S2 Talla media/ Hueso largo Incisión Diáfisis
grande
Larga
Transversal/ Media
Oblicua
Simple
Descarnado
3 - S1 Talla media/ Hueso largo Muesca Diáfisis
grande
Semicircular
Simple
Médula
3 - S1 Talla media/ Hueso largo Muesca Diáfisis
grande
Triangular
Simple
Médula
3 - S1 Talla media/ Hueso largo Muesca Diáfisis
grande
Triangular
Simple
Médula
5 - S1 Talla media/ Hueso largo Muesca Diáfisis
grande
Semicircular
Simple
Médula
3 - S1 Talla grande Hueso largo Muesca Diáfisis
Semicircular
Simple
Médula
Media
4.3. Otros restos arqueológicos
Además de los restos líticos y de fauna se han recuperado otros materiales arqueológicos. Se trata de
algunos fragmentos de cerámica a mano, escasos, y que aparecen muy deteriorados. Su hallazgo se limita a
los niveles superficiales. Por otra parte, disponemos de un pequeño fragmento de azagaya (fig. 8:1) asociada
a los niveles superiores (capa 5 del cuadro S1), que al igual que ocurre con los demás restos óseos, tiene
una superficie alterada por procesos diagenéticos. No obstante, la fractura que presenta en ambos extremos
es antigua. También se ha identificado una pieza de adorno (capa 1 del cuadro S1). Se trata de un canino
atrofiado de ciervo con estrías que evidencian el trabajo de la pieza para la conformación de una perforación
(fig. 8:2). La perforación está incompleta debido a una fractura antigua en la zona más distal. Por último,
también se ha recuperado un amplio conjunto de colorantes de morfología, dimensiones y materia prima
diversa. Contamos con varios macroútiles con huellas de uso y restos de colorante que parecen estar
relacionados con su procesado. El análisis de este conjunto está en proceso.
5. DISCUSIÓN
La presencia de elementos cerámicos a mano, nos ha servido de argumento para la diferenciación entre
los niveles superficiales, donde se detectan los elementos mencionados, y los superiores. No obstante, se
trata de intrusiones puntuales, y la mayor parte de los materiales que aparecen en los niveles superficiales
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remiten a un contexto del Paleolítico superior. Los niveles superiores, integran todas aquellas capas donde
aparecen materiales que se vinculan con el Paleolítico superior (1-6), aunque en las últimas dos capas estos
aparecen junto con otros que podrían atribuirse a cronologías más antiguas. En todo este bloque atribuible
al Paleolítico superior, existe un único elemento, la laminita Dufour, que podría vincularse con una fase
concreta, con los primeros momentos del periodo. Las características de la laminita Dufour recuperada
permiten un paralelismo al tipo Roc-de-Combe. La presencia de laminitas Dufour no es exclusiva del
Auriñaciense, sino que también existen en contextos posteriores del Gravetiense. No obstante, ciertas
observaciones del soporte como su torsión, así como su concavidad, cuadrarían bien con las producciones
típicas auriñacienses, es decir, extracciones laminares a partir de volúmenes carenados, y no a partir de
núcleos prismáticos, como se da en cronologías posteriores (Martínez-Alfaro et al., 2020). Además, se
ha recuperado en la misma capa un volumen carenado, que confirma la presencia en estos niveles de
explotaciones de estas características para la obtención de soportes laminares de dimensiones reducidas. Por
otra parte, el argumento tradicional de que los elementos de dorso aparecen con la llegada del Gravetiense
ha sido revisado. Algunas publicaciones ya establecían la presencia de este tipo de piezas en contextos
auriñacienses situados en las comarcas centrales valencianas, por ejemplo, en la Cova Beneito (Muro,
Alicante) (Iturbe et al., 1993), y excavaciones recientes han venido a confirmar esta tendencia como en el
yacimiento de la Boja (Mula, Murcia) (Zilhao et al., 2017). Por tanto, podemos establecer que la asociación
de los restos líticos recuperados es coherente con este episodio crono-cultural, aunque también somos
conscientes de la necesidad de ampliar el registro material para confirmar estas primeras apreciaciones.
Además de las piezas líticas, la presencia de un fragmento de azagaya y un elemento de adorno sobre un
canino atrofiado de ciervo, podrían concordar perfectamente con ocupaciones del Paleolítico superior (p.e.
Villaverde et al., 2012, 2019).
La identificación de un Paleolítico superior en el yacimiento, lo coloca en un contexto crono-cultural
general que apreciamos en otras ocupaciones de las comarcas centrales valencianas. Disponemos de varias
secuencias que remiten a diversos momentos crono-culturales del Paleolítico superior, como son la Cova
del Parpalló en Gandia (Fullola, 1979) o la Cova de les Malladetes en Barx (Fortea y Jordà, 1976). Y en
zonas más interiores disponemos de referencias a partir de yacimientos como Coves de Santa Maira en
Castell de Castells (Aura et al., 2006; Vadillo Conesa, 2018) y Tossal de la Roca en la Vall d’Ebo (Cacho
et al., 1995, 2001), que han aportado información sobre los grupos de cazadores recolectores de finales del
Paleolítico superior y del Epipaleolítico. Para la región más interior de las comarcas centrales valencianas
no disponemos de estudios comparables, si bien, si que se han registrado algunas ocupaciones relacionadas
con el Paleolítico superior como en el Abric de la Senda Vedada, en Sumacàrcer (Villaverde, 1984), la
Cova del Barranc Fondo en Xàtiva (García Borja et al., 2015) y también en Xàtiva existen evidencias de
ocupaciones del Paleolítico superior en Cova Negra (Villaverde y Eixea, 2017) y en Cova de l’Assut de
Bellús (Tiffagom y Sanchis, 2008). Además, encontramos los yacimientos de Cova Santa, en la Font de
la Figuera (Sanz Tormo, 2017) y Pinaret dels Frares en Albaida (Faus Terol, 1994), haciendo referencia
a aquellos yacimientos que disponen de estudios publicados. Si fijamos la mirada exclusivamente en la
comarca de la Vall d’Albaida, el panorama es el siguiente. En Albaida encontramos el yacimiento al aire
libre de Pinaret dels Frares, atribuido al Solutrense (Faus Terol, 1994). Disponemos solo de referencias de
ocupaciones del Paleolítico superior en la Cova Sant Nicolau de l’Olleria (Sánchez Juan, 1988) y Cova
del Vinalopó en Bocairent (Bernabeu Sanchis et al., 1995). Estos dos sitios relacionados también con el
Solutrense por la industria lítica asociada. No obstante, ninguno de ellos ha estado excavado ni estudiado.
A parte de estas tres ocupaciones, existen menciones a ocupaciones del Paleolítico superior en la Cova dels
Ossos (Bèlgida), y a un yacimiento en superficie en Alforins (Bernabeu Sanchis et al., 1995).
En la misma capa del cuadro S1 en la que se ha recuperado la laminita Dufour (capa 5), aparecen
algunas lascas retocadas, que se corresponden tipológicamente con una raedera transversal y con una pieza
con muescas. Se trata de piezas que podrían cuadrar en contextos del Paleolítico medio, aunque también
podrían encontrarse en contextos del Paleolítico superior de manera puntual, ya que no parecen proceder
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de tallas levallois. En la capa 6, aparece una lasca levallois, un perforador sobre lasca espesa, una lasca
espesa y cortical con muescas, que podrían ser piezas asociadas a ocupaciones del Paleolítico medio. Así
como una raedera simple convexa sobre lasca levallois. No obstante, aparecen otros elementos asociados
a cronologías posteriores como una lámina y una pieza intermediaria con características que remitirían
también a estos contextos. La posibilidad de contaminaciones interestratigráficas debe ser contemplada.
Los estudios sedimentológicos futuros nos permitirán discutir esta cuestión de manera detallada.
Será a partir de la capa 7 cuando desaparecen los elementos laminares, y todas las piezas recuperadas se
asocian a episodios más antiguos. Es por eso que hemos distinguido una segunda agrupación de capas, que
engloba de la 7 a la 9, que hemos denominado niveles inferiores. y que se vinculan al Paleolítico medio.
Aparecen en ellos diferentes tipos de raederas y un posible cuchillo de dorso recuperado en la capa 8,
que bien podría integrarse en conjuntos líticos de esta cronología. La homogeneidad tecno-tipológica que
en general muestra este periodo no permite hacer por el momento distinciones en base a la aplicación de
las metodologías empleadas. Para poder afinar con mayor exactitud el rango temporal al cual atribuir las
ocupaciones del Paleolítico medio identificadas, estamos a la espera de las dataciones realizadas a través de
la termoluminiscencia (OSL).
En la zona en la que se integra el Abric de l’Hedra encontramos yacimientos de estas cronologías,
como Cova Negra (Eixea et al., 2020) en Xàtiva, yacimiento para el que disponemos de numerosas
informaciones. Así mismo, en la ocupación vecina al abrigo, en la Cova de l’Hedra, se han recuperado
materiales claramente vinculados a los grupos neandertales (Vadillo Conesa et al., 2021).
En cuanto a las materias primas, se ha detectado la presencia de los tipos Mariola y Serreta, cuyos
afloramientos se ubicarían a cierta distancia del yacimiento, a unos 15 y 30 km respectivamente. Por
otra parte, la presencia de volúmenes de ciertas dimensiones y escasamente explotados nos pueden estar
informando de una recuperación de volúmenes de sílex en un radio cercano al yacimiento, puesto que el
transporte se realiza íntegro y sin que exista una selección en el afloramiento, ya que algunos no son de
buena calidad. El problema reside en el alto grado de alteración del conjunto, que no permite en muchos
casos la asociación de las piezas a los tipos de materias primas distinguidos, y por tanto quedan dentro de
la categoría de los indeterminados.
En relación con el conjunto de fauna analizado de los niveles superiores, se observa una variedad de
especies de ungulados, carnívoros y lepóridos presente ya en otros conjuntos del Pleistoceno superior e
incluso del inicio del Holoceno de la zona (p.e. Aura et al., 2009; Villaverde et al., 2019, 2021). Sin embargo,
ninguno de los taxones identificados aporta información cronológica clave. La presencia de un metatarso
de bovino con una medida de la articulación proximal similar a las existentes en conjuntos domésticos se
plantea como una problemática a tratar con cautela, dado que se trata de un estudio preliminar a partir de
un sondeo. Para establecer su identificación taxonómica concreta, será necesario una muestra más amplia a
partir del estudio de los materiales procedentes de la excavación en extensión. No obstante, los restos óseos
de bovino pertenecen a individuos jóvenes, por lo que es posible que dicha medida sea consecuencia de la
edad y no de la existencia de especies domésticas, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de individuos
que presentan conexiones anatómicas en posición horizontal junto con una industria lítica que no hace
pensar en la existencia de ocupaciones holocenas o mezclas de materiales a dicho nivel.
A pesar de la problemática explicada, y si tenemos en cuenta que el estudio de la industria lítica parece
indicar que al menos en los niveles superiores del abrigo existen ocupaciones humanas del Paleolítico
superior, podemos comparar los resultados de la fauna con otros conjuntos óseos estudiados de la zona
como Cova Beneito, Cova del Parpalló, Volcán del Faro, Cova de les Malladetes, Tossal de la Roca o Coves
de Santa Maira (Cacho et al., 2001; Martínez Valle, 1996; Davidson, 1989; Morales, 2015; Villaverde et
al., 2021). Las especies dominantes son los ungulados de talla pequeña-media como la cabra y el ciervo,
aunque en función del periodo cronológico otros taxones de mayor tamaño como el uro o el caballo pueden
tener un papel más relevante. Tanto cabra como ciervo tienen una representación anatómica centrada en
los miembros y las extremidades, con un patrón de procesado completo, en el cual se aprovecha la carne
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y la médula, no solo de los huesos largos sino también la grasa procedente de otros elementos de menor
tamaño como las falanges. La presencia de diferentes especies de carnívoros es constante, aunque su origen
puede ser mixto durante el Paleolítico superior inicial, y tiende a ser completamente antrópico en momentos
avanzados de este periodo (Real et al., 2017; Villaverde et al., 2021). Por último, la relevancia de los
lepóridos en los conjuntos óseos de la zona mediterránea peninsular es de sobra conocida (p.e. Aura et
al., 2002; Pérez Ripoll y Villaverde, 2015; Sanchis et al., 2016), aunque su origen también sufre ciertas
variaciones a lo largo del Paleolítico superior. En conjuntos auriñacienses e incluso a inicios del Gravetiense,
los aportes pueden corresponder tanto a actividades antrópicas como de carnívoros o aves rapaces (Martínez
Valle, 1996; Villaverde et al., 2021). En cambio, ya a partir del Gravetiense, son los grupos humanos los
responsables del consumo y procesado de los lepóridos en los yacimientos (Real, 2020b; Sanchis et al.,
2016). Sin embargo, en el conjunto del Abric de l’Hedra, los restos de lepóridos parecen tener un origen al
menos natural, o es posible que no antrópico. La dificultad de determinarlo reside en la elevada alteración
postdeposicional de los huesos, lo que no ha permitido identificar ninguna modificación dental ni corrosión
digestiva que pueda vincular el conjunto con algún depredador no humano.
En cuanto a los niveles inferiores, no podemos establecer comparativa alguna con el resto de conjuntos
del Paleolítico medio de la zona, pues en nuestro conjunto tan solo se ha podido identificar un hueso de
lepórido, el resto son fragmentos indeterminados. Dada la escasez de restos de fauna, así como de piezas
líticas, por ahora tan solo podemos señalar que los grupos neandertales que utilizaron el abrigo lo hicieron
de forma muy puntual y posiblemente no como lugar de hábitat.
Debemos tener en cuenta que estamos aportando los resultados del análisis de los materiales procedentes
de un sondeo de 2 m2. El espacio total del abrigo podría llegar a alcanzar los 75 m2, por lo que serán las
excavaciones en extensión las que nos permitirán afinar en estas primeras interpretaciones.
6. CONCLUSIONES PRELIMINARES SOBRE LA OCUPACIÓN DEL ABRIC DE L’HEDRA
En la secuencia que hemos podido conocer hasta ahora a partir del sondeo realizado en el Abric de l’Hedra
detectamos la presencia de ocupaciones que remiten a diversos episodios del Paleolítico. En la primeras
capas o niveles superficiales, aunque contienen en su mayor parte elementos que se pueden atribuir al
Paleolítico superior, aparecen algunos elementos cerámicos que nos indican que se trata de un sedimento
revuelto. Así, en los niveles superficiales y en los niveles superiores aparecen laminitas de dorso y alguna
punta de dorso, así como un fragmento de azagaya y un elemento de adorno sobre un canino atrofiado
de ciervo, que permiten establecer la presencia de grupos del Paleolítico superior, sin que haya ningún
elemento de asociación directa con algún episodio concreto. A este hecho debemos exceptuar la presencia
de una laminita Dufour que podría remitir a contextos del inicio del Paleolítico superior. En las capas más
profundas del cuadro S1 la desaparición de los elementos laminares, y la aparición exclusiva de lascas, en
las que se observan en ocasiones tallas levallois, remite a ocupaciones del Paleolítico medio. Así mismo,
la tipología de piezas recuperadas cuadraría bien con este episodio. Se trata de raederas, entre las cuales
hemos podido distinguir diferentes variantes. En estas últimas capas excavadas en el S1, la densidad de
elementos líticos es muy inferior, si la comparamos con las capas superiores, pero todos los elementos
recuperados son coherentes y diagnósticos de ocupaciones neandertales. Queda por resolver la posibilidad
de una contaminación interestratigráfica entre los niveles superiores e inferiores.
El conjunto de fauna de los niveles superiores muestra un elenco de especies que no han podido ayudar a
especificar la cronología de las ocupaciones. No obstante, esta variedad de especies es coherente con momentos
del Paleolítico superior, con presencia de ungulados de talla media y grande y algún resto de carnívoros. El
conjunto está muy fragmentado, al menos entre los restos de talla pequeña y media como es el caso del ciervo y
la cabra. Esto podría relacionarse con una actividad antrópica de procesado y consumo, a pesar de que la elevada
alteración postdeposicional no haya permitido la observación de la superficie ósea en busca de marcas líticas.
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En cuanto al carácter de las ocupaciones, la aparición de ciertos tipos como los raspadores escasamente
configurados y muy utilizados podría vincularse con ocupaciones breves y en las que se ejecutan
determinadas tareas de forma intensa. Además, el conjunto de restos óseos de conejo cuyo origen no parece
responder a actividades antrópicas, podría también vincularse a estancias temporales cortas.
Por otra parte, a través de las materias primas podemos establecer una primera apreciación general en
cuanto a la movilidad de los grupos en relación al aprovisionamiento de materia. Esta nos indicaría una
movilidad que combinaría el desplazamiento a fuentes de aprovisionamiento cercanas, así como a otras
dentro del ámbito regional, que no parecen exceder los 30 km.
En definitiva, los resultados de este primer análisis de los restos arqueológicos del sondeo realizado
en el Abric de l’Hedra, incluyen este nuevo yacimiento en el contexto del Paleolítico medio y superior de
las comarcas centrales valencianas. Somos conscientes que los datos proporcionados son relativamente
reducidos, puesto que provienen de tan solo 2 m2, pero dada la escasez de yacimientos en esta zona merecen
ser tenidos en cuenta. Tras los futuros análisis, como son el estudio de los materiales colorantes, el análisis
químico del sedimento y las dataciones de OSL, obtendremos una mayor concreción en relación a las
actividades humanas que se llevaron a cabo en el abrigo y a su cronología.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 83-108
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1588
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
María Eugenia CALVÍN VELASCO a, Juan Antonio CÁMARA SERRANO b
y Fernando MOLINA GONZÁLEZ b
Revisión tipológica de los sepulcros calcolíticos
del cuadrante Sureste de la Península Ibérica.
Las sepulturas construidas en mampostería
con corredor, cámara circular y cubierta plana
del Grupo Arqueológico de Los Millares
RESUMEN: Se presenta una revisión de la arquitectura funeraria del sureste de la Península Ibérica
durante el Calcolítico para el territorio de influencia del Grupo Arqueológico de Los Millares, así
como otros puntos de Almería. Se han analizado las características arquitectónicas de las sepulturas en
mampostería con corredor y cámara circular, con el objetivo de esclarecer el tipo de cubrición de estos
sepulcros, tradicionalmente denominados tholoi, en muchos casos de manera errónea. Se ha llevado a
cabo también una aproximación social y cronológica a través del estudio de sus ajuares y las dataciones
disponibles. Se han identificado 29 sepulturas que presentan una cubierta plana, con un estatus social
elevado y especial concentración en el Bajo Andarax. Su intervalo de uso se sitúa entre el último tercio
del IV milenio a.C. y mediados del III milenio a.C.
PALABRAS CLAVE: Los Millares, Calcolítico, arquitectura funeraria, estudio tipológico, sureste de
la Península Ibérica.
Typological review on Chalcolithic graves from Southeastern Iberia.
The masonry graves with corridor, circular chambers and flat roof
of Los Millares Archaeological Group
ABSTRACT: A review of Iberian Southeast Chalcolithic funerary architecture, for the territory of
influence of Los Millares Archaeological Group, in addition to other areas in Almería, is presented
here. Architectonic features of masonry graves with corridor and circular chamber have been analyzed,
in order to define the type of covering presented by these tombs, traditionally called tholoi, in many
cases erroneously. A social and chronological approach has also been carried out through the study of
their grave goods and the available dating. 29 graves have been identified as having a flat roof, with a
high social status and a special concentration in the Lower Andarax basin. Their period of use is mainly
placed between the last third of the IV millennium BC and the middle of the III millennium BC.
KEYWORDS: Los Millares, Chalcolithic, funerary architecture, typological study, southeastern Iberia.
a Programa de Doctorado en Historia y Artes, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Granada.
me.calvin.v@gmail.com
b Dpto. de Prehistoria y Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Granada.
jacamara@ugr.es | molinag@ugr.es
Recibido: 14/06/2021. Aceptado: 20/02/2022.
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
1. INTRODUCCIÓN
El Sureste de la Península Ibérica alberga una de las mayores concentraciones de monumentos funerarios,
correspondientes a fines del Neolítico y al desarrollo de la Edad del Cobre, de toda Europa. En la zona se
encuentran ampliamente representados diferentes tipos de tumbas, desde aquellas más sencillas sin corredor
de acceso y cámara circular simple a complejos sepulcros como los tholoi o las sepulturas con corredor de
acceso, cámara circular y cubierta plana.
Contamos con abundantes estudios sobre arquitectura funeraria calcolítica para el sur de la Península
Ibérica (Leisner y Leisner, 1943; García y Spanhi, 1959; Almagro y Arribas, 1963; Blance, 1971; Acosta
y Cruz-Auñón, 1981; Cruz-Auñón, 1983-84; Afonso et al., 2008; Lozano, 2011; Calvín, 2014 y 2019)
si bien la tradición investigadora no ha tenido tanto en cuenta la variedad tipológica, centrándose en
analizar otras pautas no menos interesantes en relación con los sepulcros megalíticos del Sureste como su
cronología (Balsera et al., 2015; Lozano, 2017; Lozano y Aranda, 2017; Aranda et al., 2017, 2018, 2020a
y 2020c; Molina et al., 2020a), las reutilizaciones (Lorrio, 2008; Aranda et al., 2020b) o el significado del
emplazamiento y distribución de los sepulcros (Maldonado et al., 1991-92; Cámara, 2001; Cámara et al.,
2014; Spanedda et al., 2014; Cabrero, 2018; Cabrero et al., 2020).
En lo que respecta a la tipología, contamos con una serie de trabajos que han estudiado en
profundidad la arquitectura megalítica estableciendo diferentes tipos en función de una serie de criterios
consideraros más relevantes por sus investigadores, mayormente la complejidad de la construcción,
la forma de las cámaras funerarias o la existencia de corredores. Destaca en primer lugar la obra
de referencia sobre el Megalitismo del sur de la Península Ibérica del matrimonio alemán G. y V.
Leisner (1943), recogiendo para el Sureste la información cedida por Luis Siret. A partir de este corpus
megalítico comienzan a surgir otros trabajos centrados en áreas más concretas como el de M. García
Sánchez y J. C. Spanhi (1959) para los sepulcros del valle del río Gor en Granada o el de M. Almagro
y A. Arribas (1963) para la necrópolis de Los Millares, así como otros que pretendían abarcar toda
Andalucía como los de P. Acosta y R. Cruz-Auñón (Acosta y Cruz-Auñón, 1981; Cruz-Auñón, 198384) o centrados en sepulcros relacionados con el mundo megalítico pero realizados excavándolos en
la roca (Berdichewsky, 1964; Rivero, 1988). De hecho, la excavación de una parte de la construcción
es un rasgo que afecta también a varias partes de los sepulcros tradicionalmente considerados como
verdaderos megalitos.
En cualquier caso, desde principios del siglo XX todas las investigaciones realizadas sobre las sepulturas
del Sureste se habían limitado a catalogar como tholoi a aquellas tumbas que presentaban un corredor de
acceso y cámara circular construidas por un alzado de mampostería, a veces con lajas de revestimiento,
y un túmulo de tierra y piedras, considerando que todas ellas presentaban la singularidad de cubrir la
cámara con una falsa cúpula a partir de la aproximación de hiladas. Esta situación venía favorecida por
las tesis orientalistas de principios del siglo XX (Leisner y Leisner, 1951; Blance, 1961; Childe, 1968)
que comparaban estas estructuras funerarias con los tholoi micénicos y cretenses, estableciendo por tanto
un origen común para todos desde el Egeo. Aunque las teorías orientalistas finalmente fueran refutadas
en favor de las autoctonistas (Renfrew, 1970, 1973 y 1979), se continuó catalogando como tholoi a todos
aquellos sepulcros que cumplieran la norma citada.
Así, no es hasta la publicación de B. Blance (1971) cuando se señala la presencia de un tipo de sepulcros
idénticos a los tholoi en su sistema de alzado y esquema planimétrico, con la diferencia que estos no podrían
presentar una falsa cúpula debido a las dimensiones de la cámara funeraria y los empujes que tendría que
soportar la construcción. Esta pauta arquitectónica no se había tenido en cuenta en ningún estudio previo
pero tampoco B. Blance llegó a diferenciar claramente qué sepulturas con corredor de acceso y cámara
circular del Sureste sustentarían una cubierta plana en lugar de una falsa cúpula. A partir de esta obra se
consideró la existencia de este tipo arquitectónico para las necrópolis calcolíticas pero sin identificar las
tumbas (Molina y Cámara 2005 y 2009). Esta identificación concreta se realizó, al final, para la necrópolis
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de Los Millares, en la que se llegó a demostrar la presencia de estas sepulturas (Calvín, 2014). Lo mismo
se ha hecho con posterioridad para otros enclaves de menor entidad como Los Rubialillos (Tabernas) y Las
Peñicas (Níjar) (Calvín, 2019).
En cualquier caso, aún es necesario realizar un análisis a mayor escala en el área de influencia de Los
Millares que es, hasta la fecha, la zona donde se constata con mayor seguridad la existencia de este tipo
constructivo.
2. OBJETIVOS Y MÉTODOS
En este trabajo pretendemos realizar una aproximación a la existencia del tipo de sepultura en mampostería
con corredor de acceso y cubierta plana señalado por B. Blance (1971) en diferentes áreas del Sureste de
la Península Ibérica. Se pretende definir si existen diferencias cronológicas con respecto a otros tipos de
tumbas, concentraciones en relación con ciertas comarcas o yacimientos o asociación a otros rasgos que
permitan hablar de variabilidad en términos sociales.
En muchos casos este tipo de sepultura ha sido clasificada erróneamente o ha pasado desapercibida
en algunas investigaciones, por lo que, en primer lugar, es necesario realizar una revisión de los tipos
arquitectónicos de las necrópolis donde podrían documentarse estas estructuras.
Para ello se ha realizado un estudio en profundidad de aquellos documentos y trabajos, fundamentalmente
de G. y V. Leisner (1943), en los que se indica la existencia de necrópolis con sepulturas en mampostería
con corredor de acceso y cámara circular. Este estudio se basa en la lectura de las técnicas constructivas
de dichas estructuras con la finalidad de diferenciar las que se cubrieron con una falsa cúpula de las que
utilizaron una cubierta plana, según las dimensiones de las cámaras, la profundidad de la cimentación
excavada y el tamaño de los túmulos y los sistemas de contención incluidos en estos. Mayores detalles
sobre estos criterios se presentan en el apartado 5 de este trabajo.
Además, el análisis de los objetos de ajuar, junto con las recientes dataciones de C14 (Balsera et al.,
2015; Aranda et al., 2017, 2018, 2020a, 2020b y 2020c; Lozano, 2017; Lozano y Aranda, 2017; Molina
et al., 2020a), nos aportarán más información sobre este tipo de tumba, de forma que se pueda llegar a
establecer su propio intervalo de uso funerario, diferente a los tipos relativamente coetáneos, dentro del
marco general de desarrollo de Megalitismo en el Sureste entre el Neolítico Reciente y el fin del Calcolítico.
3. EL GRUPO ARQUEOLÓGICO DE LOS MILLARES
El yacimiento arqueológico de Los Millares (Molina y Cámara, 2005) en Santa Fe de Mondújar
(Almería), es uno de los referentes más destacados para el estudio de las sociedades de la Edad del
Cobre en Europa. No sólo se caracteriza por su impresionante sistema de delimitación defensivo y
simbólico, compuesto por cuatro líneas de muralla, un sistema de 13 fortines en los cerros próximos
y una extensa necrópolis de sepulcros de corredor con cámara circular y paredes de mampostería
situada junto al poblado principal sino que fue capaz de exportar su modelo socioeconómico y las
estrategias de demarcación territorial, coercitivas y simbólicas a zonas mucho más alejadas para su
control (Cámara, 2001; Cámara et al., 2014).
Las áreas que consideramos bajo la influencia directa de Los Millares han sido propuestas a partir de
la caracterización del llamado Grupo Arqueológico de Los Millares, que ocupa, como zona nuclear, el
Bajo Andarax y, como zonas de control más alejadas el Campo de Níjar y el Cabo de Gata hacia el este,
Sierra Alhamilla y el Pasillo de Tabernas hacia el nordeste, la Hoya de Adra, el Campo de Dalías y la Baja
Alpujarra hacia el suroeste, el valle del río Nacimiento y el Pasillo de Fiñana hasta llegar al Altiplano de
Guadix hacia el oeste y norte, ocupando gran parte de la provincia de Almería y una pequeña zona de la
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
Fig. 1. Localización
geográfica aproximada del
Grupo Arqueológico de Los
Millares.
de Granada (fig. 1). Otros grupos arqueológicos contemporáneos, con formaciones sociales similares a la
de Los Millares, se situarían en los territorios contiguos de la Cuenca de Vera y el valle del Almanzora,
los altiplanos granadinos de Guadix-Baza-Huéscar y el Pasillo de Chirivel, y el área murciana de Lorca
(Molina y Cámara, 2005)
Al menos una amplia parte de estos grupos arqueológicos se puede pensar que corresponden a una
formación social en la que conviven un conjunto de comunidades o grupos sociales que compartieron
una serie de características pero que también muestran particularidades resultado de trayectorias históricas
de partida diferentes y una mayor o menor cercanía al centro político. Podríamos resumir los rasgos más
distintivos de estas comunidades en varios puntos (Molina, 1988; Cámara, 2001; Molina y Cámara, 2005;
Cámara et al., 2014):
1. Organización territorial basada en la delimitación a partir de yacimientos rituales (megalitos, abrigos
con pintura rupestre…) de las zonas agropecuarias, rutas de paso y fuentes de agua.
2. Articulación de un sistema de poblados centrales y pequeños asentamientos basados en relaciones de
dependencia e intercambio de productos de tipo subsistencial y no subsistencial.
3. Asociación de necrópolis concentradas, de sepulcros de corredor con cámara circular construidos en
mampostería, a poblados centrales, y de necrópolis megalíticas ortostáticas a veces asociadas a poblados
dependientes pero especialmente dispersas en áreas de explotación extensiva para facilitar su control.
4. El uso de determinados elementos rituales en la justificación de la dependencia y la asimilación, desde
la concentración de símbolos en Los Millares (sepulcros de corredor con cámara circular construidos
en mampostería, representaciones figuradas, cerámica simbólica y campaniforme…) hasta su difusión
de forma marginal por el resto del territorio o la integración de ciertos sistemas de enterramiento
característicos de las poblaciones dependientes en la propia necrópolis de Los Millares.
5. Utilización, al menos desde momentos tempranos del Calcolítico, de sistemas defensivos con
murallas de piedra y fosos además de otros dispositivos complementarios en las zonas de especial
interés (fortines).
6. Existencia de una cultura material mueble específica, que incluye la difusión de formas particulares
en industria lítica, especialmente puntas de flecha de talla bifacial y base cóncava, y en cerámica,
por ejemplo con el descuidado tratamiento superficial de las cazuelas realizadas a partir del molde de
cestería y destinadas a la cocción de alimentos frente a un desarrollo importante de estilos cerámicos
propios de calidad en recipientes de consumo como las cerámicas de las clases “simbólica”, “naranja”
y, finalmente, “campaniforme (del Sureste)”.
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El núcleo principal lo encontramos en Los Millares (Molina y Cámara, 2005) en el Bajo Andarax,
existiendo también otros enclaves de gran entidad pero secundarios, como El Tarajal (Almagro, 1976 y
1977) en Níjar, Terrera Ventura (Gusi, 1986 y 1988) en Tabernas (Almería), Las Angosturas (Botella, 1980)
en Gor o El Cerro de los Castellones (Molina et al., 1975; Aguayo, 1977) en Laborcillas (Granada), que
ayudaban a controlar, como centros subsidiarios, territorios más alejados.
4. LAS NECRÓPOLIS DEL GRUPO ARQUEOLÓGICO DE LOS MILLARES
Dado que a los poblados centrales (de primer y segundo orden) en este territorio se asocian pequeñas
necrópolis, y que, como se ha propuesto al interior del Pasillo de Tabernas (Cámara, 2001; Cámara et al.,
2014; Spanedda et al., 2015), pueden existir también límites al interior de este amplio territorio, el estudio
del tipo concreto de sepulcros dominante en cada área o la concentración de tipos específicos, como el que
aquí nos ocupa, puede ser de particular ayuda para abordar la existencia o no de tales límites, junto con
aspectos ya referidos como la articulación entre poblados y necrópolis (de diverso tipo).
En el área en examen, para el caso de los grandes poblados con sistemas defensivos encontramos
necrópolis concentradas, inmediatas a los asentamientos, con sepulturas de corredor con cámara circular,
construidas en mampostería, en las que se pueden observar, en función a los ajuares, procesos de distinción.
A los poblados de menor entidad y dependientes, de carácter agropecuario, silvo-pastoriles o especializados
en actividades no subsistenciales, todos ellos sin apenas estructuras defensivas, se asocian megalitos
ortostáticos dispersos, raramente pequeñas necrópolis, que delimitan y controlan, a veces en asociación a
abrigos con pinturas rupestres, todo el territorio de explotación (Cámara, 2001; Cámara et al., 2014).
Este modelo de necrópolis concentradas y dispersas puede observarse en diferentes zonas de Almería,
como en el Bajo Andarax, con la necrópolis de Los Millares y los grupos dolménicos de Alhama y Gádor
(Cámara et al., 2014), en el Alto Andarax (Cara y Rodríguez, 1984), en el Pasillo de Fiñana donde contrasta
la necrópolis de Los Milanes y el gran entorno dolménico de Tacita de Plata (Ramos et al., 2005), en el
Pasillo de Tabernas con necrópolis como los Rubialillos junto a Terrera Ventura y dispersiones extensas
hacia los Filabres (Maldonado et al., 1991-92; Cámara et al., 2014), en el territorio del Campo de Níjar,
con la necrópolis del Barranquete y los conjuntos dolménicos dispersos como Amarguilla y Cortijo de
Buenavista (Haro, 2004), e incluso penetrando hacia los altiplanos granadinos donde a necrópolis centrales,
posiblemente vinculadas a poblados como Los Eriales o la necrópolis cercana a Las Angosturas, se
contraponen amplias dispersiones conservadas especialmente a lo largo de los ríos encajados (Leisner y
Leisner, 1943; García y Spanhi, 1959; Afonso et al., 2008; Spanedda et al., 2014).
5. LAS SEPULTURAS DE CUBIERTA PLANA
Los trabajos de Louis Siret y Pedro Flores, especialmente “Los Cuadernos de Campo” y “El Libro de las
Sepulturas”, proporcionaron la base documental con la que trabajaron G. y V. Leisner y que dio lugar a su
publicación de 1943 “Die Megalithgräber der Iberischen Halbinsel: Der Süden”, obra de referencia para
el estudio del Megalitismo andaluz. Este trabajo se divide en varias partes, comenzando por una amplia
catalogación de todas las sepulturas hasta esa fecha documentadas, siendo las provincias con más peso
Almería y Granada, las cuales llegaron a reunir un total de 650 sepulturas distribuidas en 61 grupos.
Dentro de cada grupo, cada sepultura recibe un término que designa su tipología, un aspecto bastante
interesante ya que los Leisner realizaron una sistematización de todas las tumbas documentadas guiados por un
análisis externo de las tumbas excavadas por L. Siret y P. Flores, estableciendo dos tipos principales, las tumbas
de cámara circular y las tumbas megalíticas de corredor (Leisner y Leisner, 1943). Dentro del primer grupo
se incluyen las sepulturas con cámara circular sin corredor o Rundgräber, las sepulturas con corredor, cámara
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
circular y falsa cúpula o Kuppelgräber y las sepulturas con corredor y cámara circular denominadas Rundgräber
mit Gang debido a que se desconocía el tipo de cubierta porque en esas tumbas no se apreciaba claramente el
arranque de la cúpula. Aún con este punto de partida hay que tener en cuenta que, a veces, los Leisner clasificaron
erróneamente las sepulturas, como se ha demostrado en la nueva catalogación de la necrópolis de Los Millares
(Calvín, 2014), de forma que en ocasiones encontramos sepulturas de cámara circular ortostáticas o en las que
la cubierta no recurría a la aproximación de hiladas clasificadas como Kuppelgrab, denominación con la que
se refieren a las de falsa cúpula (tholoi). Además, como vemos, los Leisner no llegaron a definir de forma clara
el tipo Rundgräber mit Gang, por lo que dejaron en una categoría ambigua un conjunto de tumbas que podrían
ser desde tholoi hasta sepulturas de mampostería sin falsa cúpula o incluso sepulturas ortostáticas con corredor.
Como se ha indicado, no será hasta los años 70 del siglo pasado, y a raíz de las nuevas excavaciones
en la necrópolis de Los Millares (Almagro y Arribas, 1963), cuando B. Blance (1971) proponga en su tesis
doctoral la existencia de una serie de sepulturas que denominó como “tumbas circulares con corredor”, ya
que según sus características arquitectónicas no habrían podido sustentar la falsa cúpula característica de
los tholoi. En su trabajo indició que estas sepulturas carecían del inicio de la aproximación las hiladas de
piedra que configuran la curvatura de la falsa cúpula y destacó el papel que jugaba en las posibilidades de
sustentación de esta el diámetro de la cámara funeraria, señalando que aquellas que tenían un diámetro igual
o mayor a 4 metros no podrían haber soportado una falsa cúpula y probablemente habrían dispuesto una
cubierta de material orgánico o una losa a partir de una cierta altura. A raíz de estos rasgos, recientemente
se ha podido concretar una clasificación inicial para las sepulturas con corredor de acceso y cámara circular
de Los Millares, Los Rubialillos y Las Peñicas (Calvín, 2019).
Debemos tener en cuenta que la existencia de algunas hiladas en aproximación no implica realmente la
existencia de un tholos real que debe caracterizarse por la conformación general de la techumbre en forma
de (falsa) cúpula y no de tronco de cono o “cúpula troncada”. En este aspecto, se consideran de “cubierta
plana”, en primer lugar, aquellas tumbas que presenten las paredes casi verticales, en ángulos de unos
80-90º respecto al suelo y que, salvo que esas paredes revistieran la roca y sólo en sus últimas hiladas se
produjera la aproximación, indudablemente no pudieron cubrir con falsa cúpula. En segundo lugar, también
se consideran como de cubierta plana otros sepulcros que, aun mostrando aproximación de hiladas desde
una cierta altura, al presentar cámaras de amplias dimensiones, iguales o superiores a 4 m de diámetro,
aun pudiendo llegar a presentar el inicio de una falsa cúpula, cerrarían con una losa plana formando una
sección troncocónica y no ojival (falsa cúpula “no completa”), a no ser con dispositivos que redujeran
mucho los empujes, como amplios túmulos con estructuras de contención (anillos) internas o una profunda
cimentación de la cámara, como en el caso ya referido de las paredes verticales.
El diámetro de la cámara funeraria se considera así esencial para comenzar el estudio de la tipología
de cubierta. Sin embargo, se deben tener en cuenta otros elementos arquitectónicos para establecer una
correcta distinción entre los sepulcros de mampostería con cámara circular que cubrieron con falsa cúpula y
aquellos que no lo hicieron, ya que podemos documentar excepciones si nos ceñimos sólo al tamaño. Estos
elementos son, como hemos dicho (fig. 2):
1. La profundidad de la excavación en la roca virgen de la cámara funeraria, que puede llegar a alcanzar
un tercio de la altura total en los verdaderos tholoi.
3. El diámetro del túmulo, que suele oscilar entre dos y tres veces el diámetro de la cámara y que
para poder soportar la falsa cúpula, aun dependiendo de la altura de esta, interviniendo por tanto el
factor anterior, debería superar esa última medida, si bien en las dimensiones del túmulo también
intervienen factores de tipo social.
3. La cantidad y disposición de los anillos concéntricos o de muretes de contención integrados en el
túmulo. Las sepulturas de cubierta plana normalmente presentan un anillo delimitador y rara vez,
uno interno más, mientras que las de falsa cúpula pueden llegar a tener entre tres y nueve.
4. La verticalidad de las paredes o la aproximación de las hiladas desde puntos cercanos o lejanos al
suelo, en combinación , especialmente, con el criterio 1.
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Fig. 2. Diferencias y similitudes entre la sepultura de falsa cúpula LM XVIII y la sepultura de cubierta plana LM XX
(platas de Almagro y Arribas, 1963).
Teniendo en cuenta todo esto, las cámaras de las sepulturas en mampostería con corredor pueden
presentar las siguientes secciones (fig. 3):
1. Sección cilíndrica. Sepulturas de paredes rectas y cubierta plana, cuya cámara no suele estar excavada
en la roca, y tiene un diámetro a partir de 5 m.
2. Sección troncocónica. Sepulturas de paredes convergentes, sin excavación en la roca, con aproximación de hiladas, cubierta plana y cámaras de 4 m de diámetro.
3. Sección mixta cilíndrica en la base y troncocónica en la parte superior. Sepulturas con cubierta plana,
excavadas o no en la roca, y cámaras entre 4 y 5 m de diámetro.
4. Sección mixta cilíndrica en la base y ojival en la parte superior. Sepulturas con falsa cúpula íntegra,
no siempre excavadas en la roca, con diámetros inferiores o iguales a 4 m si presentan sistemas de
contención.
5. Sección ojival. Sepulturas con verdadera falsa cúpula que arranca desde la base, a menudo con
revestimiento de partes excavadas, con diámetros inferiores a 4 m.
En líneas generales podemos establecer tanto para las sepulturas de cubierta plana como para los tholoi
el siguiente esquema constructivo: un corredor de acceso dividido o no en tramos, con la presencia o no de
puertas perforadas y nichos, que conduce a una cámara circular construida con mampuestos irregulares de
piedra, revestida con un zócalo de lajas de pizarra verticales a menudo decoradas con pintura roja, y que
también puede albergar pequeños nichos, estando éstos también presentes en los laterales del corredor. En
ocasiones podemos encontrar un vestíbulo trapezoidal, anterior al corredor, para las actividades ceremoniales
y para albergar pequeños recintos de betilos, que en alguna ocasión se sitúan también al exterior de la
sepultura. Toda esta estructura, excepto el vestíbulo, se cubriría con un túmulo de tierra y piedras, en el que
serían integrados anillos concéntricos de mampostería, formando algunas veces verdaderos armazones, y
delimitando la sepultura al exterior mediante uno o varios círculos de mampostería o lajas hincadas que
formarían el frente delantero de la tumba (Almagro y Arribas, 1963; Molina y Cámara, 2005).
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
Fig. 3. Alzado de las sepulturas,
enumeradas en función a los tipos de
sección descritos. Ejemplos:
1. Las Peñicas 4
2. Los Millares 53
3. Rambla de Huéchar 2
4. Los Millares 10
5. Los Millares 49
La singularidad de las sepulturas de cubierta plana viene dada por su cubrición, siendo frecuente
documentar varias hiladas en vertical (y no aproximándose) en la parte superior de las paredes de la cámara
para sostener una cubierta plana. El peso de ésta posiblemente sería soportado también por columnas o
postes de madera, para los que no se puede excluir un significado simbólico (Leisner y Leisner, 1941;
Blance, 1971; Cámara y Molina, 2005; Calvín, 2014 y 2019). Además son tumbas que destacan por sus
dimensiones, con cámaras funerarias entre los 4 y los 6 metros de diámetro, frente a los tholoi en torno a
2,50 y, en raras ocasiones, alcanzado los 4 metros, siempre y cuando cumplan con los criterios anteriormente
citados (cámara excavada en la roca natural al menos con casi una tercera parte de su altura total y al menos
tres anillos de contención en el túmulo) para facilitar la sustentación de la falsa cúpula.
Otros rasgos que presenta la cámara de las sepulturas de cubierta plana es su frecuente edificación
partiendo la primera hilada a ras del suelo, aunque algunas pueden encontrarse parcialmente excavadas
en la roca, algo que, como hemos comentado, es más necesario en los tholoi. En éstos el corte de la roca
que constituye la parte inferior de la cámara permite que se sostenga mejor la falsa cúpula sobre el suelo al
reducir su número real de hiladas que parten del suelo.
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Revisión tipológica de los sepulcros calcolíticos del cuadrante Sureste de la Península Ibérica
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Si las primeras hiladas partiesen del nivel natural del suelo, sin excavación para la cámara, o bien se
debía recurrir a sistemas de cubrición alternativos, como los que aquí discutimos, o bien se debía reducir
el tamaño de la cámara o incrementar el diámetro del túmulo y los anillos de contención internos de los
que debía contar (normalmente entre tres y nueve), tirantes de conexión e incluso losas hincadas entre los
propios anillos y al borde del túmulo (Lozano, 2011; Calvín, 2014) para poder sostener los empujes de
la falsa cúpula. Teniendo en cuenta esta situación, se deduce que las sepulturas de cubierta plana apenas
presentan anillos integrados en el túmulo, o ninguno, a excepción del que delimita la sepultura, que más
bien tendría una funcionalidad decorativa (Almagro y Arribas, 1963).
6. DISTRIBUCIÓN TERRITORIAL
6.1. El Bajo Andarax
En cuanto a la provincia de Almería, el territorio del Bajo Andarax es el que reúne el mayor número
de necrópolis megalíticas en las que se puede apreciar la dualidad sepulcro de mampostería – dolmen.
Especialmente destaca la concentración de sepulturas en mampostería con corredor de acceso y cámara
circular de la necrópolis de Los Millares (Molina y Cámara, 2005). En ella se documenta un total de 83
tumbas definidas hasta la fecha (incluidos todos los tipos), respecto a un territorio circundante de necrópolis
dispersas en las que podemos observar una disminución del número de tumbas y de su densidad a medida
que se alejan de la zona nuclear.
En los municipios colindantes como Alhama de Almería se documentan necrópolis de tipo dolménico
como Loma de Galera con 36 tumbas, Loma de Huéchar – La Garibola con 42 y El Mojón con 10 (Rodríguez,
1982). En Gádor destacan Llanos de Regina con 12 tumbas y el conjunto de la Loma de los Mudos con
un total de 14 sepulturas, frente a otros menores como Llanos de Retamar con 8, Tajos Coloraos con 6, La
Corraliza con 5 y Jacalgarín con 4 tumbas. Se trata de grupos situados a menos de 4 km de Los Millares.
En los municipios de Benahadux y Huércal de Almería las agrupaciones son menores, destacando en este
caso la necrópolis de El Chuche, a menos de 9 km de Los Millares, en la que existía un pequeño grupo de
sepulturas de mampostería con corredor de acceso y cámara circular asociadas a un poblado calcolítico
(Olaria, 1976), sin embargo la falta de estudios arqueológicos nos impide determinar a día de hoy las
características tipológicas concretas. En su entorno próximo se encuentra el conjunto de La Churruta con 6
sepulturas además de un dolmen de reciente descubrimiento en el paraje de Hoya del Castellón1.
Respecto a las tipos presentes, para toda el área del Bajo Andarax se documentan más de 200 sepulturas de
tipo ortostático frente a las 68 tumbas en mampostería de cámara circular y corredor de acceso documentadas
hasta la fecha para Los Millares. De ese total, en Los Millares 12 sepulturas presentan las características
arquitectónicas para sustentar una cubierta plana (tabla 1), frente a 56 tholoi y 5 sepulturas ortostáticas. En
1963 A. Arribas y M. Almagro estudiaron cinco de las sepulturas de cubierta plana, correlacionándolas con
las publicadas por los Leisner y localizando sobre el terreno solamente cuatro: LM 40/XXXVI, LM 12/
XXXVII, LM 5/IX y LM 7/VII. La sepultura que no pudieron relacionar fue LM XX. En este punto, A.
Arribas y M. Almagro también analizaron una sepultura que aparentemente, por sus dimensiones, reúne
las condiciones necesarias para incluirla en el grupo de las tumbas de cubierta plana, la LM 74/XIII. Sin
embargo, el estudio realizado en 2014 demostró que, tanto debido a las estructuras de sustentación que
presentaba como al grueso paredón de 2 m de grosor más dos anillos concéntricos, probablemente habría
sostenido una falsa cúpula (Calvín 2014). Las otras seis sepulturas con la cubierta plana son: LM 57, LM
73, LM 53, LM 70, LM 65, LM 54, además de Loma de la Rambla de Huéchar 2, las cuales han sido
1
Información facilitada por la Secretaría General del Excmo. Ayuntamiento de Huércal de Almería.
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
Tabla 1. Características arquitectónicas de las sepulturas en mampostería con corredor y cámara circular con diámetro
de ≥ 4 metros.
Necrópolis
Sepultura
Ø cámara
Los Millares
6,40 x 5,70 m 2,20 m
5m
-
16 m
-
-
Kuppelgrab
Kuppelgrab
El Barranquete
Las Peñicas
LM 40/XXXVI
L. de la Rambla de Huéchar 2
LM 12/XXXVII
LM 74/XIII (*)
LM 57
LM 73
LM 53
LM 70
LM 65
LM 54
LM 5/IX
LM 7/VII
LM XX
Tumba nº 9 (1)
Las Peñicas 4
4m
4m
4m
4m
4m
4m
4m
4m
4,15 m
4,30 x 4,20 m
4,30 m
4,10 m
5,60 x 4,20 m
11,5 m
13 m
12 m
13 m
16 m
15 m
14-15 m
10,5 m
12 m
-
2
3
1
2
3
-
Cerro Cánovas
Los Rubialillos
Tumba 1
Los Rubialillos 1
6m
4,70 x 4,20 m -
-
-
Los Rubialillos 3
4m
-
-
-
AL-TA-90
AL-TA-98
AL-TA-205
AL-TA-95
4,20 x 4,20 m
5,10 x 5,20 m
4x4m
5x5m
Parcial
Parcial
-
10,20 x 8,8 m
6,20 x 4,50 m
8,50 x 7,60 m
1
1
1
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Rundgrab mit
Gang
Rundgrab mit
Gang
Rundgrab mit
Gang
-
Cañada de los Meones 1
4,90 m
-
-
-
Loma del Llano de las
4m
Eras 2
Rambla de los Pozicos 8 4 m
-
-
-
-
-
-
Campo de Mojácar 2
Loma de Belmonte 1
Cabecito de Aguilar
Loma del Boticario 2
5 x 5,30 m
5,50 m
5,75 x 6,18 m
4m
-
-
-
Las Alparatas 2
4m
-
-
-
Las Churuletas 4
4m
-
-
-
Los Peñones
Cerro de las
Yeguas
Cañada de los
Meones
Loma del Llano
de las Eras
Rambla de los
Pozicos
Mojácar
Turre
Las Churuletas
* Sepulturas tipo tholoi
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Corte en la roca Túmulo
1m
0,65 m
No excavada
0,30 m
No excavada
Anillos Tipos Leisner
Rundgrab mit
Gang
Rundgrab mit
Gang
Rundgrab mit
Gang
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Rundgrab mit
Gang
Rundgrab mit
Gang
Rundgrab mit
Gang
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Revisión tipológica de los sepulcros calcolíticos del cuadrante Sureste de la Península Ibérica
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estudiadas a partir de la información ofrecida por G. y V. Leisner (1943). Todas ellas fueron referidas como
Kuppelgräber por los Leisner, sin diferencias de los verdaderos tholoi, mientras que, paradójicamente, para
otros territorios utilizaron otros términos que no se referían al tipo de cubrición para denominar sepulcros
similares, como veremos más adelante.
6.2. El Campo de Níjar
El principal problema al que nos enfrentamos en este territorio es el alto grado de destrucción de los
yacimientos calcolíticos debido especialmente al rápido aumento del número de invernaderos, fenómeno
que tiene lugar en prácticamente toda la costa almeriense. A esta situación se le une la falta de estudios
arqueológicos desde antiguo, ya que los Leisner señalan apenas 10 sepulturas en el grupo número 20 de
su corpus (Leisner y Leisner, 1943: 61). Al margen de la tradicional obra de referencia, encontramos los
trabajos sobre el poblado del Tarajal y la necrópolis de El Barranquete (Almagro, 1973, 1976 y 1977),
diversas prospecciones arqueológicas (Ramos, 1987a, 1987b y 1990) y estudios sobre población y
georrecursos (Haro, 2004; Haro et al., 2008), que nos aportan información sobre la ocupación calcolítica.
En cuanto a los estudios tipológicos, podemos realizar una aproximación a partir de a las necrópolis que
sí fueron estudiadas como es el caso de El Barranquete (Almagro, 1973). Se trata de la única necrópolis
de todo el entorno que reúne 14 sepulturas en mampostería con corredor de acceso y cámara circular y
una sepultura ortostática (la tumba 10), situada en un entorno de dualidad dolménica, ya que hacia el sur
se sitúa Amarguilla, una necrópolis de sepulturas ortostáticas considerada como una posible prolongación
de El Barranquete (Haro, 2004) y, continuando en la margen derecha de la Rambla Morales, Cortijo de
Buenavista, poblado y necrópolis dolménica situados a menos de 4 km del poblado de El Tarajal al que se
adscribe El Barranquete.
La necrópolis fue descubierta en 1968 por el arqueólogo Charles Bonnet, y el estudio principal fue
realizado por Mª J. Almagro en 1973, que clasificó las 15 sepulturas como tholoi, existiendo, además de
la tumba dolménica referida (tumba 10), sólo un caso que cumple los requisitos para ser considerada de
cubierta plana: la tumba 9 (tabla 1). No obstante nos encontramos con un caso similar al de la sepultura Los
Millares 74/XIII, en la que la presencia de tres anillos concéntricos junto con una serie de lajas hincadas
entre ellos en el túmulo, nos hace considerar que realmente pudo cubrirse con falsa cúpula.
En cuanto a las sepulturas documentadas por G. y V. Leisner (1943), se trata de pequeños conjuntos
situados al sur del pueblo de Níjar y a menos de 9 km de El Tarajal. Se diferencian cuatro necrópolis, si bien,
y en función del emplazamiento de las mismas, es más que probable que fueran una sola originariamente.
De este grupo destaca Las Peñicas, necrópolis compuesta por 3 sepulturas en mampostería con corredor de
acceso y cámara circular y El Tejar, a 600 m de la anterior, con 3 sepulturas en mampostería con corredor de
acceso y cámara circular y 4 sepulturas ortostáticas, entre ellas 2 circulares sin corredor y 2 cistas. Respecto
a las 4 últimas tumbas los Leisner distinguen para cada par una necrópolis diferente: Los Cerricos y Cerro
del Castillo respectivamente. Probablemente esta agrupación se realizó según las tipologías, diferenciando
por tanto cuatro grupos diferentes que muy probablemente se encontrasen integrados en el mismo conjunto
funerario original. En cuanto a los tipos concretos, los Leisner consideran que las 3 sepulturas de Las
Peñicas son Rundgräber mit Gang, mientras que en El Tejar sólo una fue considerada un Kuppelgrab frente
a dos Rundgräber mit Gang, los dos Rundgräber de Los Cerricos y las dos “rechteckige Grabkammern” (o
sepulturas ortostáticas de planta cuadrangular) de Cerro del Castillo.
A pesar de la denominación Rundgräber mit Gang, si nos ajustamos al protocolo arquitectónico antes
propuesto para la clasificación de los sepulcros, documentaríamos una sepultura de cubierta plana en Las
Peñicas (tabla 1), la de mayor tamaño de toda la necrópolis frente a 5 posibles tholoi (Calvín, 2019).
Actualmente, según la base de datos de la Junta de Andalucía, Las Peñicas cuenta con 4 enterramientos
y El Tejar con 12. Esta situación nos demuestra dos cosas:
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
1. Que en su origen estas necrópolis contaron con muchas más sepulturas y probablemente, dados los
escasos metros de separación entre las tumbas, fue una sola agrupación.
2. Que se vuelve a reproducir la dualidad sepulcros de mampostería – dolmen, constatándose que las
sepulturas de cámara circular y corredor se sitúan sobre una zona llana próximas al poblado de
Cerricos II, mientras que las ortostáticas se sitúan sobre los márgenes de los barrancos, a mayor
altura y próximas a los fortines vinculados al poblado original y denominados como Cerricos I.
6.3. El Pasillo de Tabernas
El territorio del Pasillo de Tabernas cuenta con una alta densidad de tumbas megalíticas dispuestas
generalmente de forma dispersa a lo largo de las pequeñas sierras que separan los pequeños cursos fluviales
que descienden desde Filabres o que jalonan el curso principal de la Rambla de los Molinos, cerca de la
cual algunas pequeñas necrópolis se vinculan a los poblados principales, en zonas más llanas (Alcaraz
et al,. 1987 y 1990), aunque hay diferencias entre el oeste y el este de la zona prospectada (Maldonado
et al., 1991-92; Cámara et al., 2014; Spanedda et al., 2015). Se trata de un entorno dominado por una
mayoría de sepulturas ortostáticas, si bien L. Siret y los Leisner (1943) ya documentaron la presencia de
tumbas en mampostería de corredor y cámara circular que, aunque todavía hoy se constatan, son difíciles
de correlacionar con los datos concretos de L. Siret.
Al este, estas tumbas de mampostería también muestran una disposición dispersa y en el piedemonte.
Sin embargo, al oeste, se documentan sobre todo en zonas llanas, muy cerca de las principales ramblas
del Pasillo de Tabernas, como es el caso de Los Rubialillos, enmarcada entre la confluencia de la Rambla
de Los Molinos y la de La Sierra, y relacionada con el poblado de Terrera Ventura (Gusi, 1986 y 1988).
Cuenta con un total de 5 tumbas de las cuales, según G. y V. Leisner, dos son Rundgräber de más de 4 m de
diámetro y tres son Rundgräber mit Gang, aunque en realidad una es un tholos y dos se corresponden con
la tipología de sepulturas de cubierta plana (tabla 1) (Calvín, 2019). Debido al alto grado de destrucción
que presenta esta necrópolis, es complicado poder establecer una comparativa o una correlación sobre el
terreno, ya que de la mayoría sólo quedan grandes agujeros en el lugar de las cámaras y los corredores.
Respecto al entorno de Los Rubialillos, destacaban las necrópolis dolménicas de La Serrata del Pueblo (6
tumbas) y La Serrata del Marchante (17 tumbas), entre los 2 y los 4,50 km de distancia, ya en relación con
las dispersiones de la zona oriental del Pasillo.
En la margen derecha de la Rambla de Benavides, sobre una suave elevación montañosa, se
localiza otra necrópolis, Cerro de las Yeguas, a menos de 2 km de Los Rubialillos, compuesta por 4
sepulturas. Todas son de tipo ortostático menos una, la cual a pesar de no conservar ortostatos in situ,
se considera por la investigación de los años 90 realizada en el marco del Proyecto “Millares”, como
una sepultura con corredor de acceso y cámara circular. Según las medidas que presenta, carecería
de cúpula y tendría una cubierta plana (AL-TA-95) (tabla 1). A menos de 3 km de esta agrupación se
ubicarían otras necrópolis de tipo dolménico como Rambla del Búho con 10 tumbas muy próximas
a un importante yacimiento calcolítico, Rambla de Tabernas con 2 o Rambla de Los Pilares con 8
(Maldonado et al., 1991-92; Cámara, 2001).
En lo que respecta al área, al este del Pasillo de Tabernas, destaca la necrópolis de Los Peñones junto
a la Rambla de Los Molinos, muy próxima a La Serrata del Marchante y a menos de 5,50 km de Los
Rubialillos, que no es visible desde esa área. Las prospecciones realizadas en el marco del Proyecto
“Millares” documentan la presencia de 6 tumbas para este conjunto, tres de tipo ortostático y tres
consideradas de corredor y cámara circular, correspondientes a la tipología de cubierta plana (AL-TA-90,
AL-TA-98 y AL-TA-205) (tabla 1). Si bien, es importante señalar que estas tres tumbas manifiestan
un alto grado de destrucción debido a la erosión y el expolio, lo que hace muy difícil determinar sus
verdaderas dimensiones.
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Para el Pasillo de Tabernas los Leisner describen un total de 12 necrópolis. Si bien las tumbas
documentadas en las nuevas prospecciones no han podido correlacionarse con las citadas por el matrimonio
alemán. G. y V. Leisner (1943) señalan tres tumbas dispersas como Rundgräber mit Gang que según los
topónimos antiguos podrían ubicarse próximas a las necrópolis anteriormente referidas. Dos de ellas
podrían encontrarse muy cerca de Los Rubialillos: Cañada de los Meones, posiblemente situada al N del
pueblo de Tabernas, y Loma del Llano de las Eras a la salida del pueblo en dirección Murcia. En cuanto a la
tercera, Rambla de los Pozicos, podría estar próxima a la rambla que la bautiza, entre la del Búho y de las
Piedras de Gérgal, en torno al Llano de Benvadies y muy próxima al Cerro de las Yeguas. Se trataría de tres
sepulturas de mampostería con corredor de acceso, cámara circular y cubierta plana (tab, 1).
Los sepulcros localizados en las sierras que jalonan las ramblas que descienden desde los Filabres
(Rambla de Velefique, Rambla de Senés, Sierra Bermeja, Hoya de la Matanza, etc.) serían todos ortostáticos
aunque las cámaras muestran diferentes formas (Maldonado et al., 1991-92; Cámara, 2001).
Por tanto, en el Pasillo de Tabernas, y sobre todo al oeste en el área correspondiente a las ramblas
de Tabernas – Molinos, Galera y Benavides, volvemos a observar la dualidad sepulcros de mampostería
– dólmenes, a la que además se le une el fenómeno de “resistencia” al este, ayudando las sepulturas de
mampostería con corredor y cámara circular, concentradas en necrópolis junto a los poblados al oeste, a
enfatizar la vinculación del área occidental a Los Millares (Cámara et al., 2014; Spanedda et al., 2015).
6.4. El Medio – Alto Andarax y el valle del río Nacimiento
Se trata de un territorio muy amplio en el cual los pocos yacimientos calcolíticos conocidos se han situado
muy próximos a los dos ríos principales de la zona: el Andarax que discurre en sentido oeste – este, y su
afluente más importante el Nacimiento, que desciende del norte.
Por una parte, hacia el tramo medio del río Andarax, encontramos el conjunto de Loma de Alicún, entre
Alicún y Terque, compuesto por 11 sepulturas ortostáticas. Esta agrupación se encuentra más relacionada
con las necrópolis del entorno de Los Millares, del cual dista casi 4 km, que con cualquier otro conjunto de
tholoi que pudiera aparecer en todo este territorio.
Hacia el curso alto del Andarax aparecen principalmente megalitos aislados y en muy mal estado
de conservación como los 4 dólmenes de El Planete II en Huécija, el megalito de Bocharalla y el de
Cerrillo de las Ramblas en Canjáyar o el de las Viñas y el de Las Lomas en Láujar del Andarax (Cara
y Rodríguez, 1984, 1987 y 1992). Para esta zona los Leisner sólo publican un conjunto denominado
Piedras de Canajáyar en Alcolea, compuesto por tres cistas que en realidad forman parte de una
necrópolis argárica2 (Cara, 2015).
Siguiendo el río Nacimiento, hacia su curso alto, se documenta la necrópolis de Los Milanes en
Abla, compuesta por 13 o más sepulturas de mampostería con corredor de acceso y cámara circular, y su
entorno dolménico de Tacita de Plata, con más de 100 sepulturas ortostáticas agrupadas mayormente en
el municipio de Las Tres Villas. Es un territorio en el que se reproduce de nuevo el fenómeno sepulcros
de mampostería – dólmenes, y en el que se documenta un poblado fortificado, precisamente asociado
a Los Milanes, El Peñón de las Juntas, separado de la necrópolis por el río Nacimiento. No podemos
constatar si existen o no sepulturas de cámara circular y cubierta plana, debido principalmente a que
Los Milanes carece de estudio arqueológico y tipológico. Es posible que nos encontremos con una
situación similar a la del Campo de Níjar con El Barranquete, sólo que en este caso se conserva todo
un entorno de sepulturas ortostáticas, localizadas desde los años 90 del siglo pasado por F. M. Alcaraz
Hernández, y que sólo han merecido, en el mejor de los casos, actuaciones puntuales por las agresiones
2 P. Flores documenta además de estas tres cistas dos tumbas “en tinaja” que los Leisner no incluyen probablemente al no
considerarlas megalíticas. Además de las tipologías de las tumbas, en los ajuares predominan objetos de cobre y plata, este último
material claramente ausente en los contextos calcolíticos peninsulares.
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
sufridas sea por la construcción de la Autovía A-92 sea por la proliferación de parques eólicos en la
zona. Las pocas tumbas excavadas a raíz de la construcción de la Autovía (Ramos et al., 2005) presentan
la particularidad de no tener corredor de acceso, lo que enriquece aún más la variabilidad arquitectónica
de los megalitos del área.
Al margen de este grupo, las investigaciones realizadas han puesto de manifiesto la existencia de más
agrupaciones de este tipo, una hacia el curso medio del Nacimiento en Alboloduy, y otra en el tramo medio del
Andarax en Instinción, que presenta continuidad hacia Rágol, hallazgos que aún se encuentran a la espera de ser
catalogados por la Delegación de Cultura de Almería, pero que presentan estructura ortostática.
6.5. La Baja Alpujarra y el Campo de Dalías
Al igual que sucede con la zona del Campo de Níjar y Cabo de Gata, se trata de un territorio altamente
antropizado, sobre todo en la línea de costa, lo que ha incidido en la pérdida de numerosos yacimientos
calcolíticos sobre los cuales se han edificado mayormente invernaderos.
Desde la Baja Alpujarra hacia la Hoya de Adra destacan las agrupaciones de Berja de El Cid, Cerro
Cánovas y Cerro de Tomás Meina. De estos conjuntos la necrópolis que presenta un mayor número de
sepulturas es Cerro Cánovas, situada en la margen derecha de la Rambla del Higueral y separada del poblado
fortificado del Cerro del Tajo de los Gavilanes, del que dista apenas 2 km. Se compone de 6 sepulturas,
aunque es posible que existan más, de las cuales sólo han sido estudiadas cuatro: tres son sepulturas de
mampostería con cámara circular que carecen del corredor, siendo atribuidas al Neolítico Reciente de la
Cultura de Almería, y la otra se identifica como un tholos. Esta sepultura, a diferencia de las otras tres, se
encuentra situada en la zona superior de la necrópolis, y su cámara presenta 6 m de diámetro, lo que nos
lleva a considerarla como una sepultura en mampostería de corredor con cámara circular y cubierta plana,
en lugar de falsa cúpula. Desgraciadamente se trata de una necrópolis altamente destruida por el expolio,
por lo que apenas se puede valorar la existencia de otras características arquitectónicas. Se ha referido a 15
m de esta, otra sepultura con las mismas características de la cual solo queda el corredor, y otro pequeño
enterramiento circular, casi irreconocible (Cara, 1997).
Las otras dos agrupaciones a destacar son Cerro de Tomás Meina y El Cid, publicada por los Leisner
como El Sí (Leisner y Leisner, 1943: 14). Esta última presenta una sepultura con cámara circular sin corredor
de 3,65 x 4,05 m de diámetro, lo que ha permitido relacionarla con las primeras fases de ocupación del
poblado cercano durante el Neolítico Final, siendo utilizada también durante la Edad del Cobre y reutilizada
hasta el Bronce Pleno (Cara, 2016). No se descarta la existencia de más sepulturas en las cercanías. Este
conjunto dista de Cerro Cánovas y Cerro de Tomás Meina algo menos de 3 km.
Respecto a este último yacimiento, Cerro de Tomás Meina, nos encontramos con la misma situación
anterior. La única sepultura asociada al poblado también carece de corredor, pero su cámara funeraria mide
13,5 x 16 m de diámetro (Cara, 1997). Teniendo en cuenta que el poblado al que se asocia está fortificado,
aunque no se puede excluir un origen en el Neolítico Reciente, probablemente la sepultura se adscriba a las
primeras fases de ocupación calcolítica, siendo utilizada también durante el Calcolítico Pleno.
En cuanto al territorio abderitano, la presencia de sepulturas se limita a dólmenes aislados como Guainos
Alto (Arribas, 1953), La Pedriza o Cerro del Campillo, prácticamente destruidos (Cara y Rodríguez, 1992).
Situación similar tiene lugar en El Ejido, destacando únicamente la tumba de Santo Domingo, sepultura
que ha desaparecido a día de hoy. Según L. Cara Barrionuevo (2015) cuando la estructura fue estudiada sólo
se apreciaba un segmento de círculo que no determinaba si realmente se trataba de un tholos o una sepultura
ortostática. Esta necrópolis se relaciona con El Cerrillo de Ciavieja (Carrilero et al., 1989-90), al igual que
el conjunto de 3 sepulturas ortostáticas de Simón de Acién (Cara, 2015).
Si la tumba de Santo Domingo fuera un tholos podríamos encontrar de nuevo, para todo el territorio del
Poniente Almeriense, la repetición del fenómeno sepulcro de mampostería – dolmen.
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Revisión tipológica de los sepulcros calcolíticos del cuadrante Sureste de la Península Ibérica
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Sin embargo, casi todos los escasos sepulcros referidos pueden pertenecer a esta última tipología, en la
que también quedaría integrado el conjunto de La Cumbre, situado a menos de 5 km de Simón de Acién y
a menos de 3,5 km de Santo Domingo. La Cumbre alberga únicamente dos sepulturas ortostáticas aunque
R. Octobon, su descubridor y excavador (1963-1964), señaló la presencia de muchas más que no llegó a
estudiar, ya que sólo intervino las que estaban a punto de ser destruidas (Cara, 2015).
6.6. El Altiplano de Guadix
La Hoya de Guadix, al norte de la provincia de Granada, está bordeada por sierras, y estructurada en torno
a sus principales cauces fluviales, el río Fardes y sus afluentes como los ríos Gor y Guadix.
El principal conjunto megalítico se encuentra dispuesto a lo largo de todo el valle del río Gor (García
y Spahni, 1959). Se han distinguido 11 necrópolis de tipo disperso, situadas sobre las laderas próximas a
los bordes del barranco que ha generado el río en la zona, y compuestas casi exclusivamente por sepulturas
ortostáticas en las que las principales diferencias arquitectónicas se remiten al tamaño y la forma de la cámara
funeraria (Afonso et al., 2008). Aún con la dispersión, algunas necrópolis incluyen un amplio número de
megalitos, destacando La Sabina con 51 tumbas, La Gabiarra con 15 o Las Majadillas y Llanos de Olivares
con 23, conformando la mayoría de las agrupaciones una unidad en lo que respecta al control estructurado
del territorio (Spanedda et al., 2014; Cabrero, 2018; Cabrero et al., 2020). Estudiados, como muchas de las
agrupaciones vecinas ya por L. Siret y P. Flores, los cuales excavaron un total de 166 tumbas, este conjunto
fue incluido en la obra de G. y V. Leisner (1943), quienes sólo publicaron 82 tumbas, por lo que no fue
hasta el estudio sistemático de M. García y J. C. Spahni (1959) que se volvió a constatar la existencia de, al
menos, 198 dólmenes, estimándose que habían desaparecido otros 40 desde la época de L. Siret. Es posible,
sin embargo, que algunos sepulcros no estuvieran bien correlacionados y que la destrucción haya sido algo
menor, lo que también podría aplicarse a las nuevas localizaciones (Manarqueoteca, 2001; Spanedda et al.,
2014; Cabrero et al., 2021).
Siguiendo en dirección oeste hacia los Montes Orientales, las agrupaciones de tumbas comienzan a
disminuir pero no dejan de ser numerosas. Destacan los conjuntos ortostáticos dispuestos en torno al río
Fardes y sus proximidades, situados a menos de 10 km3 del río Gor. Se trata de un total de 7 grupos entre los
que destaca Fonelas con 15 tumbas, la única necrópolis con estudio arqueológico tras los trabajos de L. Siret
(Ferrer, 1976 y 1977; Ferrer et al., 1988), habiendo desaparecido muchas tumbas por los trabajos agrícolas.
Situación similar ocurre en el territorio de Morelábor, donde destacaba la necrópolis de Los Eriales con 48
sepulturas, relacionada con el poblado calcolítico y argárico del Cerro de los Castellones (Molina et al.,
1975; Aguayo, 1977) y hacia el norte en Pedro Martínez, con los conjuntos de El Espartal con 39 dólmenes
o Cañada del Águila con 10 (Leisner y Leisner, 1943), de las que tampoco queda prácticamente nada,
a excepción de los que fueron puestos en valor en Morrón de la Meseta (Sánchez, 2016). En cualquier
caso, nuevas actividades de prospección arqueológica sistemática podrían reservar sorpresas y facilitar
programas de investigación, como ha sucedido con la necrópolis de Panoria (Darro), compuesta por 19
sepulturas ortostáticas (Arboledas y Alarcón, 2013).
La tipología mayoritaria para todo el territorio es la sepultura ortostática con corredor de acceso y planta
poligonal resultando muy escasa la presencia de las sepulturas de mampostería con corredor y cámara circular,
de las cuales únicamente conocemos su existencia gracias al corpus de los Leisner (1943), ya que ninguna ha
sido documentada en las actividades recientes. Destaca, eso sí, su concentración en determinadas necrópolis.
Para el territorio del valle del río Gor L. Siret documentó un pequeño grupo de sepulturas tipo tholos,
a menos de 2 km del poblado fortificado de Las Angosturas, que fue objeto de excavaciones en época
más reciente (Botella 1980). Según la publicación de los Leisner (1943: 120) y de M. García Sánchez y
3 Desde la necrópolis de La Gabiarra hasta la de Fonelas.
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98
M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
J. C. Spahni (1959: 76) se trata de dos pequeños tholoi pertenecientes a la necrópolis de La Torrecilla:
Las Angosturas L8, cuya cámara mide 2 m de diámetro, y Las Angosturas L12. De ambas sepulturas M.
García Sánchez y J. C. Spanhi habían señalado su desaparición en los años 50, aunque las prospecciones
recientes en La Torrecilla muestran restos de tumbas que quizás originalmente tuvieron cámara circular
pero, habiendo desaparecido todas las piedras de las partes más altas de las cámaras, es difícil de probar
sin una excavación de los niveles aún cubiertos por sedimentos que nos muestre restos de la estructura de
mampostería.
El otro conjunto de posibles tholoi se documenta en la necrópolis de El Espartal, entre Delgadillo y Pedro
Martínez. Incluye dos sepulturas que los Leisner denominan Rundgräber mit Gang (Leisner y Leisner,
1943: 128): Puntal de la Rambla 6 y Puntal de la Rambla 5, de 1,8 y 1,5 m de diámetro respectivamente. Se
trata de una agrupación funeraria mayoritariamente compuesta por sepulturas ortostáticas (37) frente a sólo
dos circulares con corredor, situada a menos de 2 km de Los Eriales y del poblado fortificado del Cerro de
los Castellones (Molina et al., 1975; Aguayo, 1977) en Laborcillas.
A pesar de la presencia de poblados fortificados de cierta envergadura como Las Angosturas o Cerro
de los Castellones, el número de sepulcros en mampostería (tholoi por las pequeñas dimensiones de las
cámaras), es escaso, aunque sea significativa su asociación. Si bien es muy probable que el irrefrenable
proceso de destrucción de los sepulcros situados en llanura iniciase incluso antes de las actividades
de investigación de L. Siret, también parece que las concentraciones de sepulcros en mampostería
decrecen a medida que nos alejamos de Los Millares, un aspecto constatado ya en el mismo curso del
Río Nacimiento.
6.7. Otros territorios almerienses
Al margen de las áreas de influencia de Los Millares, existen otros puntos de Almería donde también podemos
encontrar sepulturas en mampostería de corredor y cámara circular (fig. 4). Sin embargo, las principales
diferencias con las áreas ya tratadas radican sea en la distribución de las sepulturas, con menos tendencia
a mostrar alineaciones, y en la disposición de las necrópolis concentradas, que muestran pequeños núcleos
circundando los asentamientos, sea en los tipos predominantes. En relación con este último aspecto, frente
a las abundantes sepulturas ortostáticas con corredor del grupo millarense, nos encontramos un territorio
donde dominan los Rundgräber y en el que aparecen esporádicamente tipos poligonales (Maicas, 2005),
mientras que las tumbas en mampostería de corredor y cámara circular continúan siendo muy minoritarias.
Esta nueva dualidad “sepulcro de corredor en mampostería – rundgrab” se manifiesta especialmente en el
área de la Cuenca de Vera (Delibes et al., 1996).
En primer lugar destacamos las agrupaciones de la Cuenca de Vera estructuradas en torno al
valle del río Almanzora. En su desembocadura hacia el mar Mediterráneo encontramos uno de los
yacimientos más relevantes, Almizaraque en Cuevas del Almanzora (Delibes et al., 1986), para el
que L. Siret señaló la presencia de tres sepulturas, para la hoy conocida como necrópolis de La
Encantada. Los Leisner sólo describen muy detalladamente una de ellas, un Kuppelgrab denominado
Almizaraque, también conocido como La Encantada I (Almagro, 1965), y mencionan la existencia de
dos Grabkammer de los cuales desconocemos tanto su forma como sus dimensiones, (aunque señalan
que uno de ellos estaba construido con losas). Posteriormente, en el trabajo de M. J. Almagro (1965)
se señala la presencia de otro posible tholos, La Encantada II (dolmen 2 según P. Flores), mientras
que con la Encantada III, no se pudo establecer qué tipo de tumba era, al encontrarse prácticamente
desaparecida (Almagro, 1965).
A medida que remontamos el curso del Almanzora, aparecen agrupaciones megalíticas integradas en su
mayoría por sepulturas sin corredor y cámara circular, como el grupo de Arbolea con 5 sepulcros y Cantoria
con 19, separados de Almizaraque por más de 16 km.
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Revisión tipológica de los sepulcros calcolíticos del cuadrante Sureste de la Península Ibérica
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Hacia el sur, en el entorno de Antas y Vera, aparecen algunas cistas de forma esporádica, sin embargo en
el grupo de Mojácar, a menos de 7 km de Vera, sí documentamos las primeras sepulturas en mampostería
con corredor y cámara circular. Se trata de un conjunto de 9 sepulturas dispuestas en torno al río Aguas, 4
Rundgräber, 3 Kuppelgräber, 1 megalithisches Ganggrab o sepultura ortostática con corredor y 1 Steinkiste
o cista (Leisner y Leisner, 1943). Es significativo comprobar que estos tres supuestos tholoi son realmente
sepulturas de cubierta plana, ya que la cámara más pequeña mide 5 m de diámetro (tabla 1): Campo de
Mojácar 2, Loma de Belmonte 1 y Cabecito de Aguilar. Se trata de un conjunto que posiblemente se encuentre
relacionado con el cercano poblado de Las Pilas (Pino et al., 2018). A menos de 3 km encontramos el
conjunto de Turre compuesto por 2 Rundgräber y 3 Rundgräber mit Gang, de los cuales dos son sepulturas
de cubierta plana, de menor tamaño que las de Mojácar.
Retomando el cauce del Almanzora, hacia el curso medio se documenta otro posible tholos en la localidad
de Fines. Sin embargo la concentración más significativa aparece hacia el curso alto del río en Purchena,
donde los Leisner señalan 6 necrópolis. En todas estas agrupaciones predominan las sepulturas sin corredor
y cámara circular, apareciendo en cinco de ellas las variantes que presentan corredor de acceso. Este es el
caso del conjunto de La Atalaya compuesto por 12 Rundgräber y 3 Rundgräber mit Gang, la necrópolis
de Jocalla que presenta 1 Rundgräber y 2 Rundgräber mit Gang, al igual que Buena Arena, con sólo dos
posibles sepulturas en mampostería con corredor y cámara circular, y Llano de Jautón con 6 Rundgräber y
otro posible tholos. Llegados a este punto algunos investigadores han considerado que El Jautón 5 podría
haber sustentado una falsa cúpula por las grandes dimensiones de su cámara (6,80 x 5,60 m) y la presencia
de un pilar central (Maicas, 2007; Lozano, 2017; Aranda et al., 2017). Por nuestra parte, esta teoría quedaría
descartada ya que la sepultura no presenta corredor de acceso, y como ya se ha comentado, un diámetro
Fig. 4. Distribución de las necrópolis que presentan sepulturas en mampostería con corredor de acceso y cámara circular
con diámetro de ≥ 4m.
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
superior a 4 m no podría sustentar el empuje de una falsa cúpula. Además, como también se ha indicado, los
pilares o columnas no servirían para sustentar losas de cierre pesadas, siendo consideradas más elementos
rituales que arquitectónicos (Leisner y Leisner, 1941; Blance, 1971; Cámara y Molina, 2005; Calvín, 2014).
Como ejemplo similar a esta tumba señalamos la sepultura de cámara circular sin corredor de El Cerro de
Tomás Meina, de 13,50 x 16 m de diámetro (Cara, 1997). Por último, la necrópolis de Las Churuletas se
compone de 5 Rundgräber y 1 Rundgräber mit Gang, Las Churuletas 4, que según las características que
presenta sería una sepultura de cubierta plana (tabla 1).
7. DISCUSIÓN: ASPECTOS SOCIALES Y CRONOLÓGICOS
El estudio de los ajuares funerarios de las sepulturas de cubierta plana para las necrópolis de Los Millares,
Los Rubialillos y Las Peñicas reveló dos aspectos fundamentales (Calvín, 2014 y 2019):
Se trata de sepulturas, en general, de nivel social alto si atendemos a la variedad y calidad de los
elementos presentes en el ajuar, aunque en ocasiones no se puede determinar para ciertas tumbas debido a
su alto grado de expolio y destrucción.
La ausencia de ciertos tipos de objetos de ajuar como la cerámica campaniforme podría sugerir que estas
sepulturas no continuaron su uso a partir del Cobre Tardío (2500 cal a. C.).
La ampliación del estudio de los ajuares al resto de las sepulturas de cubierta plana documentadas en
la provincia de Almería (tabla 2) parece confirmar estas hipótesis, ya que en ciertos conjuntos, como en el
grupo de Mojácar, las tumbas de cubierta plana presentan unos ajuares típicos de los niveles jerárquicos
A y B propuestos para la necrópolis de Los Millares (Afonso et al., 2011), con presencia de abundantes
puntas de flecha, puñales de sílex, cerámicas decoradas, punzones e ídolos de hueso además de elementos
de cobre. La sepultura de mayor tamaño, Cabecico de Aguilar, destaca por la presencia de un cuenco de
cerámica simbólica y un recinto de 5 betilos, aunque también Llano del Manzano 4 presenta un gran recinto
rectangular con 42 betilos.
Tabla 2. Proporción de los tipos arquitectónicos funerarios por zonas.
Alto
Baja Alpujarra
Bajo Campo Pasillo de Andarax y y Campo de Altiplano Cuenca
Andarax de Níjar Tabernas Nacimiento
Dalías
de Guadix de Vera
S. ortostática con corredor 205
y cámara poligonal
S. ortostática sin corredor
0
y cámara poligonal
S. ortostática sin corredor
2
y cámara circular
S. de mampostería con
58
corredor, cámara circular
y falsa cúpula
S. de mampostería con
12
corredor, cámara circular
y cubierta plana
Cista
3
Cueva artificial
3
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1
178
106
7
390
6
2
7
8
0
6
3
1
10
0
6
1
86
18
7
13
1
4
12
2
9
0
1
0
6
1
0
1
0
0
0
0
0
2
0
10
0
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En cuanto a la sepultura de Las Churuletas y el conjunto de Turre, los ajuares son más básicos,
compuestos sobre todo por cerámicas sin decoración, puñales de sílex y punzones de hueso.
Similar es el ajuar de la sepultura de Tabernas, Cañada de los Meones 1, todo lo contrario a lo
documentado en Loma del Llano de las Eras 2, con abundantes hachas pulimentadas, puñales y puntas de
flecha de sílex y cerámica decorada, o en Rambla de los Pozicos 8, la cual destaca por la presencia de 14
ídolos de alabastro situados cada uno cerca de los cráneos de 14 de los 20 esqueletos documentados, lo
que indica una posible relación de cada individuo inhumado con el ídolo más cercano (Leisner y Leisner,
1943: 75). Los recipientes decorados de estas últimas sepulturas se encuentran también en la tradición
del Neolítico Reciente. Para la agrupación de Los Rubialillos, respecto a las sepulturas de cubierta plana
no se documentó un gran número de objetos de ajuar debido a su alto grado destrucción, apenas unos
cuantos fragmentos cerámicos en Los Rubialillos 1 y un fragmento de hacha de cobre para Los Rubialillos
3 (Calvín, 2019).
En la necrópolis de Las Peñicas y El Tejar la única sepultura de cubierta plana presenta el ajuar más
relevante de todo el conjunto. En ella se han documentado restos de 100 individuos inhumados junto con
hachas pulimentadas, puñales de sílex, puntas de flecha, ídolos falange, punzones de hueso, etc., mientras
que en el resto de tumbas los ajuares son más bien escasos. Parece ser que en esta necrópolis se observa una
relación entre tamaño y riqueza de las sepulturas (Calvín, 2019), siendo probablemente la tumba de cubierta
plana el lugar de enterramiento de las élites de Cerricos II, aunque debemos tener en cuenta el alto grado de
expolio y destrucción del resto de las sepulturas.
En cuanto al resto de grupos, exceptuando las tumbas de la necrópolis de Los Millares, apenas hay datos
sobre su ajuar, como sucede en la sepultura de Cerro Cánovas de Berja o en el conjunto de Los Peñones de
Tabernas, por lo que es difícil hacer valoraciones sociales.
En cuanto a la distribución espacial, en el territorio del Grupo Arqueológico de Los Millares, las
sepulturas de cubierta plana aparecen generalmente junto a los tholoi en entornos donde predominan las
tumbas ortostáticas con corredor. Por el contrario, el número de tholoi en la cuenca de Vera es muy reducido,
como lo son también las tumbas de cubierta plana, predominando los Rundgräber.
En el aspecto cronológico, este nuevo estudio ha dado un aparente giro a las teorías hasta ahora
propuestas. En ninguna de las tumbas de cubierta plana estudiadas precedentemente se habían documentado
objetos típicos del Cobre Reciente, sin embargo, en la sepultura Loma de Belmonte 1 se localizó un
vaso campaniforme de estilo marítimo, un brazalete de arquero y diversos puñales de lengüeta de cobre,
elementos todos propios del Cobre Reciente (a partir del 2500 cal a.C.), junto con más de 100 individuos
enterrados. Indudablemente, este uso de las sepulturas en el Cobre Reciente se relaciona con el período
de ocupación del cercano poblado de Las Pilas (Alcaraz, 1990; Pino et al., 2018), pero contrasta con lo
que hemos observado para la mayoría de las tumbas de cubierta plana que no muestran esa continuidad de
uso. Lo que sí coincide es su inicio en momentos relativamente tempranos si atendemos a la presencia de
algunos recipientes con numerosas asas en la tradición de la Cultura de Almería.
Respecto a las dataciones actualmente disponibles (tabla 3 y fig. 5), es interesante señalar que la
investigación no ha distinguido los distintos tipos de sepulturas en mampostería con corredor y cámara
circular a la hora de realizar un estudio cronológico (Aranda et al., 2017, 2020a y 2020c), considerándolas
todas como pertenecientes a un único tipo (Lozano y Aranda, 2017; Lozano, 2017).
Atendiendo a los conjuntos de la Cuenca de Vera (Aranda et al., 2017 y 2020c), según las dataciones
para las tres únicas sepulturas de cubierta plana, sólo Loma de Belmonte 1 presenta un intervalo de uso
durante todo el Calcolítico hasta el Cobre Final, mientras que Campo de Mojácar 2 sólo presenta fechas
hasta inicios del Cobre Pleno y Las Churuletas 4 hacia comienzos del Cobre Tardío. Estas dataciones, junto
con el análisis de los objetos de ajuar, nos confirmarían la propuesta de que el uso funerario de las tumbas de
cubierta plana no se prolongaría mucho más allá de finales del Cobre Pleno, siendo la única clara excepción
Loma de Belmonte 1 (tabla 3). Si bien es necesario hacer hincapié en el insuficiente número de dataciones
sobre las sepulturas del grupo de Purchena, ya que con sólo dos muestras, las dataciones obtenidas no serían
APL XXXIV, 2022
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102
M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
Tabla 3. Cronología de las sepulturas en mampostería con corredor y cámara circular con diámetro
de ≥ 4 metros.*
Sepultura
Elementos de ajuar diagnósticos
Cronología
1 σ cal AC
2 σ cal AC
Loma de Belmonte 1
Campaniforme marítimo, brazalete de arquero, puñal con lengüeta
Cobre Antiguo/
3125-3010/
3235-2970/
Campo de Mojácar 2
–
Las Churuletas 4
–
LM 57
Cerámica simbólica
LM 74/XIII **
Campaniforme marítimo, puñal
con lengüeta de cobre
2370-2255
3130-3050/
2995-2900
Neolítico Final/ 3330-3090/
Cobre Tardío
2570-2460
Cobre Pleno
2904-2780/
2832-2500
Cobre Antiguo/ 3480-3130/
2425-2140
3185-3030/
3015-2870
3340-3020/
2580-2450
2911-2705/
2851-2491
3490-3100/
Cobre Final
Cobre Tardío/
Bronce Tardío
2580-2340
2470-2300/
1740-1520
El Barranquete nº 9 ** Vasos carenados
Cobre Final
Cobre Antiguo
2570-2460
2470-2340/
1690-1540
* Dataciones de Aranda et al., 2017 y 2020c y Molina et al., 2020a; ** sepulturas tipo tholoi
tan representativas del período de uso funerario. En cualquier caso, los materiales de ajuar y las dataciones
disponibles podrían situar el origen de las sepulturas en mampostería con corredor y cámara circular con
cubierta plana durante el Neolítico Final en los grupos de Mojácar y Purchena. De hecho las dataciones para
la Cuenca de Vera barajan la posibilidad de que las sepulturas de corredor y cámara de tendencia circular
pudieran ser ligeramente anteriores a los Rundgräber (Aranda et al., 2017), con un origen en la primera
mitad del IV milenio a. C. Aun cuando existen algunos materiales de tradición neolítica en varios algunos
de los sepulcros, la anterioridad de estos respecto a los Rundgräber constituye una hipótesis que requiere
una mayor contrastación. Además, entre estas sepulturas con corredor y cámara de tendencia circular, la
mayoría no presentan estructura en mampostería, quedando fuera de los objetivos de este trabajo.
Para el área del Grupo Arqueológico de Los Millares contamos con una única tumba de cubierta plana
datada, precisamente de la necrópolis de Los Millares, la LM 57. Se trata de una sepultura con 30 inhumados
y un ajuar de gran prestigio compuesto por numerosas puntas de flecha, hojas de sílex, ídolos falange, tolva
y antropomorfos, cerámica simbólica y un hacha, un punzón, una aguja y un puñal de cobre (Leisner y
Leisner, 1943: 32). La probabilidad conjunta de las 4 fechas obtenidas nos indica que su uso funerario se
enmarca entre 2902 y 2575 cal AC dentro del Calcolítico Pleno básicamente (Molina et al., 2020a: 206).
Esto nos indica que esta sepultura podría haber dejado de ser utilizada en momentos precampaniformes, lo
que coincidiría con la cronología atribuida a los objetos de ajuar documentados en la mayoría de las tumbas
de este tipo, a excepción, como hemos dicho, de Loma de Belmonte 1.
Según las adscripciones cronológicas de L. Siret y los Leisner, la mayor parte de las sepulturas que
presentan signos de reutilización posterior a la Edad del Cobre son de tipo ortostático, o son sepulturas
sin corredor, destacando los Rundgräber para la zona de la Cuenca de Vera, como Campo de Mojácar 4 y
Loma de la Atalaya 8, y las ortostáticas con corredor y planta poligonal del grupo de Los Millares, como
Huéchar 3 y Loma de Galera 16 (Leisner y Leisner 1943; Lorrio, 2008). Lo mismo sucede con algunas
sepulturas ortostáticas de la zona granadina como el sepulcro Domingo 1 de Fonelas (Ferrer, 1978; Ferrer
y Baldomero, 1977) o Llano de la Sabina 98 y Baños de Alicún 6 en el valle del río Gor (Lorrio, 2008) con
objetos adscritos al Bronce Final.
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Revisión tipológica de los sepulcros calcolíticos del cuadrante Sureste de la Península Ibérica
103
Fig. 5. Dataciones calibradas de las sepulturas en mampostería con corredor y cámara circular de ≥ 4m, realizadas con
el programa Calib 7.1.1 siguiendo la curva IntCal20 (Reimer et al., 2020).
En el caso de las sepulturas con corredor y cámara circular, han sido reutilizados varios tholoi como
las sepulturas Los Millares 17/I y 71, la tumba 9 de El Barranquete (reutilizaciones durante el Bronce
Argárico, conocidas gracias a las dataciones sobre los restos humanos y no a los objetos de ajuar) y Pozos
del Marchantillo 1 en Tabernas, y sólo una sepultura de cubierta plana: Cañada de los Meones 1, cuyo ajuar
se compone de 4 hachas de piedra pulida, un conjunto de puntas de flecha y 9 puñales de sílex, fragmentos
de punzones de hueso y el fragmento de una pulsera de cobre o bronce4 (Leisner y Leisner, 1943: 77).
Un último aspecto debemos considerar, la posibilidad de que, como otros elementos relacionados con el
ritual, las sepulturas de cubierta plana pudieran constituir un indicador de la expansión de la influencia de
determinados centros políticos, especialmente de Los Millares. El escaso número de tumbas documentado
conlleva que cualquier consideración que hagamos resulte arriesgada, especialmente cuando, como hemos
visto, se constatan en áreas situadas al exterior del propio Grupo Arqueológico de Los Millares. En cualquier
caso, la articulación entre tipos de sepulcros, por un lado al oeste de Almería entre sepulcros ortostáticos
frente a sepulcros en mampostería y, por otro en el este entre Rundgräber y, raramente, tumbas de tendencia
circular con corredor no realizadas en mampostería, frente a sepulcros en mampostería con corredor, ya
es un indicio de oposición. Además el número de sepulcros en mampostería de cubierta plana, aun con las
diferencias en la investigación, así como el propio número de tholoi decrecen a medida que nos alejamos del
Bajo Andarax, con pequeñas concentraciones todavía en el valle del Río Nacimiento y el Río de Gor, junto a
los poblados centrales de ambos territorios, lo que demuestra la emulación de este tipo de sepulcros por las
4
Los Leisner no llegaron a diferenciar qué tipo de material es, pudiendo tratarse de cobre arsenicado, lo que llevaría a la confusión
con el bronce.
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élites locales, mientras en el Poniente almeriense se desconocen casos claros. Esto estaría en relación con
las propuestas sobre el control del Poniente desde otros núcleos, como Ciavieja donde, como en Millares
o Almizaraque, se ha localizado una importante concentración de cerámica campaniforme, rasgo que se ha
referido como típico de los centros políticos comarcales (Molina et al., 2017).
8. VALORACIÓN FINAL
Las sepulturas en mampostería con corredor, cámara circular y cubierta plana destacan por ser un tipo
que hasta la fecha sólo se ha podido documentar en Almería. En total, se ha constatado la presencia de 29
tumbas repartidas por toda la provincia, pero con mayores concentraciones en el Bajo Andarax y las zonas
inmediatas. Sin embargo, es cierto que la escasez de datos de tipo arquitectónico no ha contribuido a poder
realizar un estudio mucho más exhaustivo, así como ha contribuido a aumentar las posibles confusiones
generadas por la presencia de aproximaciones de hiladas en sepulturas cuyos diámetros son iguales o
superiores a 4 m, lo que las ha clasificado tradicionalmente, en términos estrictos, de manera errónea como
sepulcros con falsa cúpula. Es necesario hacer hincapié en que sólo con sistemas adicionales de contención
de los empujes de las cubiertas, como en el caso de Los Millares 74/XIII y El Barranquete 9 (sepulturas
de sección mixta cilíndrica y cónica con diámetros de 4 m), las paredes pueden continuar desde que
empiezan a aproximarse hasta cerrar en falsa cúpula. De lo contrario, sin estos refuerzos, las sepulturas de
grandes diámetros tenderán a mostrar una curvatura de las paredes por aproximación de hiladas que incluso
partiendo de la base llegarían a un punto en que cerrarán la techumbre con una losa plana, generando una
sección troncocónica (casi cilíndrica para las de mayor tamaño en las que no se constata casi ninguna
hilada aproximándose) y no cónica como sería característico de un tholos. Otro problema, dado el estado
de preservación actual de los sepulcros, sería probar si los de menor tamaño llegaron siempre a constituir
la tholos en su integridad.
Para concluir, se trata de sepulturas cuyo nivel social se puede vincular a los estatus elevados de las
comunidades que las utilizaban, durante un período de tiempo concreto, terminando su uso, en la mayoría
de los casos, al final del Cobre Pleno, con la excepción de Loma de Belmonte 1. Es arriesgado teorizar sobre
el origen de este tipo de sepulcro, teniendo en cuenta la variabilidad de las pocas dataciones radiocarbónicas
que hay sobre las sepulturas de cubierta plana, pudiendo únicamente aproximarnos a los momentos finales
del Neolítico en la Cuenca de Vera y al Cobre Temprano en el área de Los Millares.
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo se incluye en los preparativos del Proyecto “Producción artesanal y división del trabajo en el Calcolítico
del Sudeste de la Península Ibérica: un análisis a partir del registro arqueológico de Los Millares (PARTESI)” financiado por la Agencia Estatal de Investigación del Ministerio de Ciencia e Innovación (PID2020-117437GB-I00/ AEI/
10.13039/501100011033).
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 109-144
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1589
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Ángela PÉREZ FERNÁNDEZ a, Pablo GARCÍA BORJA b,
Carles MIRET ESTRUCH c y Joan NEGRE d
Prácticas de canibalismo
durante la Edad del Bronce:
la Cova del Garrofer (Gandia, València)
RESUMEN: La identificación de restos óseos humanos desarticulados en cavidades naturales del
País Valenciano es un hecho ampliamente extendido que, sin embargo, no siempre ha conllevado el
análisis exhaustivo de los mismos. En este trabajo presentamos los resultados obtenidos en el estudio
antropológico de la Cova del Garrofer (Gandia, València). El análisis tafonómico reveló la presencia de
marcas de manipulación antrópica, las cuales sugieren la práctica del canibalismo durante los inicios
de la Edad del Bronce, un tema que ha sido poco tratado para estos momentos de la Prehistoria en el
mediterráneo peninsular.
PALABRAS CLAVE: tafonomía, canibalismo, Edad del Bronce, cronología radiocarbónica.
Bronze Age cannibalism: the Cova del Garrofer (Gandia, Valencia)
ABSTRACT: The identification of disarticulated human bone remains in natural cavities in the
Valencian Country is a widespread fact, but it has not always led to an exhaustive analysis of them. In
this paper we present the results obtained in the anthropological study of the Cova del Garrofer (Gandia,
València). The taphonomic analysis revealed the presence of anthropic manipulation marks, which
suggest the practice of cannibalism during the Early Bronze Age, a topic that has not been addressed
for these moments of Prehistory on the Mediterranean coast of the Iberian peninsula.
KEYWORDS: taphonomy, cannibalism, Bronze Age, radiocarbon chronology.
a Investigadora independiente
angelasamsa@gmail.com
b Universidad Nacional de Educación a Distancia. Centro asociado Alzira-València.
pabgarcia@valencia.uned.es
c Investigador independiente
carlesmiret@hotmail.com
d Museu Arqueològic de Gandia (MAGa)
joan.negre@gandia.org
Recibido: 07/02/2022. Aceptado: 06/09/2022.
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
1. INTRODUCCIÓN
La aparición de restos óseos humanos con marcas de manipulación antrópica que muestran evidencias de
desmembramiento, descarnado y consumo es un tipo de registro arqueológico que ha generado debate.
Aunque algunos investigadores han negado la práctica del canibalismo (Salas, 1921; Arens, 1979) debido
a las dificultades que plantea reconocer las marcas, hoy en día el registro arqueológico y los análisis
tafonómicos inciden en la existencia de este tipo de comportamientos desde el Pleistoceno.
Los primeros estudios sobre canibalismo realizados en el siglo XX se iniciaron en la década de 1970,
centrados en diversos yacimientos de México y del sudeste de los Estados Unidos (Gibbons, 1997; Turner y
Turner, 1999). En Europa no fue hasta la década de 1990 cuando se experimenta un verdadero interés por este
tipo de prácticas, destacando la publicación del yacimiento neolítico de Fontbrégoua, situado en la Provenza
francesa (Villa et al., 1986b; Villa, 1992). Este conjunto fue estudiado por primera vez desde una perspectiva
holística, basándose en criterios tafonómicos. De hecho, la mayoría de las publicaciones más recientes se han
centrado en la definición de los marcadores tafonómicos que posibilitan su identificación y en la creación de
un marco metodológico (Outram et al., 2005; Bello, Parfitt y Stringer, 2009; Fernández-Jalvo y Andrews,
2011, 2016; Bosch et al., 2011; Saladié et al., 2013; Solari et al., 2015; Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
En este sentido, la zooarqueología y la tafonomía han aportado pruebas empíricas y objetivas sobre
la evidencia de esta práctica. Turner propuso 14 indicadores tafonómicos para identificar el canibalismo
(Turner, 1983), aunque en una revisión posterior (Turner y Turner, 1999) los redujo a seis: presencia de
rotura de huesos, marcas de corte sobre el hueso, abrasiones, exposición al fuego o evidencias de cocción,
ausencia o aplastamiento de las vértebras (como consecuencia de la extracción de la grasa y la médula ósea)
y pot polish o pulimento de las superficies óseas. No obstante, esta síntesis plantea problemas cuando se
aplica a conjuntos más antiguos, ya que el criterio de cocción y pot polish se restringe a los momentos en
los que hay un dominio del fuego y en la aparición de los recipientes de cerámica.
Recientemente Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017) han realizado una revisión exhaustiva sobre los
conjuntos prehistóricos de Europa occidental con evidencias de canibalismo. En total contabilizan 18
yacimientos entre el final del Pleistoceno y la Edad del Bronce que pasamos a enumerar con la referencia
a su cronología calibrada: el nivel TD6 de la Gran Dolina (España), c. 800.000 BP (Fernández-Jalvo et al.,
1996 y 1999; Carbonell et al., 2010; Saladié et al., 2011 y 2012); Caune de l’Aragó (Francia), c. 680.000 BP
(de Lumley, 2015); Krapina (Croacia), c. 130.000 BP (Russell, 1987; Trinkaus, 1985; Patou-Mathis, 1997;
White y Toth, 2007); restos neandertales del nivel XV de la cueva de Moula Guercy (Francia), 120.000100.000 BP (Defleur et al., 1999); Pradelles (Francia), 45.000 BP (Maureille et al., 2007); la Cueva del
Sidrón, (España), 43.000 BP (Rosas et al., 2006); Cueva del Boquete de Zafarraya (España), 42.000 BP
(Barroso y de Lumley, 2006); las cuevas de Goyet (Bélgica), 45.500-40.500 BP (Rougeir et al., 2016); el
yacimiento del Paleolítico superior de la cueva de Gough (Inglaterra), 14.700 BP (Andrews y FernándezJalvo, 2003; Bello et al., 2015 y 2016); Brillenhöhle (Alemania), 12.000 BP (Orschiedt, 2002; Sala y
Conard, 2016); el enclave mesolítico de Coves de Santa Maira (España), c. 10.200-9.000 BP (Aura Tortosa
et al., 2010; Morales et al., 2017); la cueva de Perrats (Francia), 9.000 BP (Boulestin, 1999); Herxheim
(Alemania), 6.300-5.900 BP (Orschiedt y Haidle, 2006; Boulestin et al., 2009); Fontbrégoua (Francia),
6.200-5.100 BP (Villa et al., 1986b); Cueva de la Carigüela (España), de adscripción neolítica (Jiménez
Brobeil, 1990; Botella et al., 2000); Cueva de Malalmuerzo (España), de adscripción neolítica (Jiménez
Brobeil, 1990; Botella et al., 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012); Las Majólicas (España), de adscripción
neolítica (Jiménez Brobeil, 1990; Botella et al., 2000); y la Cueva de El Mirador (España), 4.400-4.100 cal
BP (Cáceres, Lozano y Saladié., 2007). A esta lista cabría añadir el yacimiento neolítico de Cueva del Toro
(España), 5.080-4.780 cal BC, recientemente publicado (Santana et al., 2019).
A partir de las características de estos conjuntos arqueológicos, los marcadores tafonómicos más
comunes para la identificación del canibalismo son (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017): la abundancia de
las modificaciones antropogénicas, que afectan a algo más del 30 % de los restos; la correlación de estas
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modificaciones con marcas de corte, rotura de huesos por percusión y exfoliación (principalmente en las
costillas y las apófisis de las vértebras); procesado para la extracción y aprovechamiento de la carne, las
vísceras y la médula ósea; evidencias de modificaciones térmicas por cocción, principalmente entre los
huesos pertenecientes al Neolítico; y presencia de marcas de dientes humanos, modificación que se ha
identificado en, al menos, 8 de los 19 conjuntos canibalizados europeos.
Intentar establecer las causas de esta práctica es un problema complejo y todavía no resuelto, ya que
son pocos los conjuntos arqueológicos que pueden vincularse a un origen específico y en los que se alcance
a establecer una relación entre los consumidores y los consumidos (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
El exceso de precisión para explicar las causas de este fenómeno ha provocado numerosas y variadas
clasificaciones (Dole, 1962; Sanday, 1986; Villa et al., 1986a, 1986b; Villa, 1992; White, 1992; Boulestin,
1999; Kantner 1999; Fernández-Jalvo et al., 1999): canibalismo nutricional, dietético, gastronómico,
canibalismo de placer, autocanibalismo, canibalismo de supervivencia, canibalismo de guerra, canibalismo
mortuorio y canibalismo con fines medicinales. Por lo tanto, por qué los humanos procesan y consumen
a otros humanos es una cuestión que abarca diversos fines, como los nutricionales, económicos,
cosmogónicos, sociales y políticos, incluso todos ellos se pueden combinar (Carbonell et al., 2010), de ahí
que, en la mayoría de los casos, este tipo de clasificaciones tan precisas no puedan llegar a establecerse en
la interpretación de los conjuntos.
El canibalismo se define por la acción de comer, es decir, por la acción de alimentarse de los tejidos
de individuos de la misma especie. Por lo tanto, necesariamente tiene un componente nutricional, y
por consiguiente todos los tipos de canibalismo son nutricionales (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
Boulestin y Coupey (2015) proponen que cualquier canibalismo nutricional tiene necesariamente una
dimensión ritual, porque es una actividad que se realiza de acuerdo con una costumbre social o siguiendo
un determinado protocolo. Considerando estas premisas, Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017) clasifican
el canibalismo en dos categorías. La primera, se basa en la relación social de los consumidos y se
clasifica como endo y exocanibalismo. El endocanibalismo se produce cuando ambas partes son de un
mismo grupo social o familiar y suele estar asociado con creencias sagradas, y el exocanibalismo cuando
pertenecen a grupos diferentes, normalmente asociado con ambientes hostiles o de violencia. La segunda
clasificación se centra en las motivaciones que podrían subyacer considerando tres posibles escenarios:
canibalismo de supervivencia (utilizado como último recurso en condiciones extremas), canibalismo
agresivo (en situaciones de hostilidad y conflicto) y canibalismo funerario (relacionado con las creencias
o la religión).
Para discernir la posible relación del conjunto osteoarqueólogico de la Cova del Garrofer con alguno de
estos tres contextos, hemos realizado un análisis detallado de la colección y de las marcas de manipulación
observadas. Asimismo, se han efectuado dataciones por espectrometría de masas con acelerador (AMS).
Finalmente discutimos el significado de este tipo de prácticas en el marco local y regional, y ofrecemos una
visión diferente a la proporcionada en los primeros años en los que fueron descubiertos los restos.
2. LA COVA DEL GARROFER
En 1975 un grupo de aficionados a la espeleología, de la Organización Juvenil Española “Hogar del Cid”
de València, realizó una visita a la Cova del Garrofer de Gandia con el fin de desarrollar una práctica en el
interior de sus galerías (Fletcher, 1976: 31). Durante la exploración de la cavidad, los miembros del grupo
detectaron la presencia de restos óseos humanos de apariencia prehistórica en la sala inicial, notificando
inmediatamente el hallazgo al Servicio de Investigación Prehistórica (SIP), hecho que motivó la visita el
día 30 de junio del ayudante técnico José Aparicio Pérez, acompañado por los descubridores. Durante estas
visitas se recuperó un pequeño lote de cerámica a mano, dos fragmentos de fauna y numerosos fragmentos
óseos humanos pertenecientes, al parecer, a varios individuos (Aparicio, Gurrea y Climent, 1983: 254).
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Los materiales fueron guardados en las instalaciones del SIP, interpretándose de forma preliminar como
restos de inhumaciones en cueva, con una cronología, a grandes rasgos, entre el final del Neolítico y la Edad
del Bronce (Fletcher, 1976). Permanecieron almacenados hasta que en el año 2008 fueron revisados por una
de las firmantes (A.P.F.), como consecuencia de un proyecto de actualización y catalogación de los restos
humanos depositados entre 1927 y 1987 en el Museu de Prehistòria de València, actividad financiada por
esta misma institución. En el momento de su revisión, ya se apuntó la singularidad de la colección, pues se
habían documentado marcas de manipulación antrópica en la mayoría de los huesos.
Tras una primera valoración, los resultados preliminares también fueron puestos en conocimiento al
entonces arqueólogo municipal de Gandia, Joan Cardona Escrivà, quien realizó una visita de comprobación
a la Cova del Garrofer, certificando la presencia de más restos humanos y documentando su dispersión.
Por nuestra parte, en el año 2020 y 2021, y a través de la implicación directa del Museu Arqueològic de
Gandia (MAGa), realizamos sendas visitas acompañados por los espeleólogos Miquel Guerrero Blázquez,
Marc Miret Estruch y Salvador Escrivà, cerciorándonos de primera mano de que, en el tramo bajo de
la pronunciada rampa de entrada a la cavidad, se encontraban restos humanos dispersos, si bien la gran
mayoría se concentraban en el lateral oeste de la primera sala.
2.1. Descripción de la cavidad
La Cova del Garrofer se encuentra en el margen derecho del Barranc de la Font del Garrofer, a 330 m s.n.m. (fig.
1), justo en la vertiente opuesta a la epónima Font del Garrofer, surgencia hídrica que da nombre a este paraje
ubicado en las inmediaciones del Tossal de la Caldereta, cuya ladera cobija la cavidad objeto de estudio.
El Tossal de la Caldereta se halla en uno de los contrafuertes meridionales del macizo del Mondúver
(841 m s.n.m.), masa dolomítica del Cretáceo con un importante desarrollo cárstico (Rosselló, 1968) en que
menudean varios tipos de formaciones (lapiaz, simas, cuevas, torcas, pináculos, etc.) (Garay, 1990), zona de
interferencia entre la unidad del Prebético e Ibérica (Ferrairó, 1983: 198), que podría motivar la presencia
de cuevas y manantiales. Esta circunstancia, unida a otras de carácter paleoecológico y de tradición de la
investigación (Miret, 2018), explica la abundancia de yacimientos en cueva o en abrigo en la comarca de la
Safor-Valldigna desde el Paleolítico inferior hasta la Prehistoria reciente.
Fig. 1. Localización geográfica de la Cova del Garrofer sobre mapa de relieve del Institut Cartogràfic Valencià.
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En cuanto a su ubicación orográfica, se encuentra en un área de transición entre dos llanos de diferente
altura: el superior, que constituye el Pla de la Drova y el inferior de Marxuquera, comunicados mediante dos
posibles corredores naturales, el Barranc de les Revoltes (la actual carretera de Gandia a Barx) y el Barranc
de la Font del Garrofer. Este último barranco facilita una vía más rápida y cómoda entre ambos llanos.
El acceso a la cavidad resulta complejo, siendo necesario atravesar el Barranc de la Font del
Garrofer y salvar un pronunciado y continuo desnivel hasta llegar a la boca de entrada vertical, a la que
se accede por un frente escarpado. Cabe señalar que a la cavidad se accede sin necesidad de material de
escalada. El ingreso al interior se realiza a través de una oquedad orientada al norte, de 1,5 m de altura
y 3,5 m de anchura máxima, que da paso a una abrupta rampa que salva 6,5 m de desnivel en apenas
10 m de recorrido (fig. 2). Esta disposición geológica natural provoca un difícil tránsito, debido a la
potente acumulación de sedimentos a modo de sumidero. Al final de esta rampa se encuentra la única
zona identificable con una sala abierta a modo de vestíbulo denominada “Sala de l’Entrada”, de 12
m de anchura y 5 m de altura, si bien en buena parte del recorrido la techumbre se encuentra cercana
al suelo. Es en este punto donde se recogieron los hallazgos estudiados, conservándose todavía en la
superficie restos de huesos humanos (fig. 3). Al final de esta sala se encuentran dos bocas: una que da
acceso a una galería de 4 x 1 m y otra situada en el suelo de la sala de 1 x 0,5 m, por la que reptando
se logra penetrar a una gran sala de 20 x 9 x 5 m, con el suelo cubierto de grandes bloques que no
Fig. 2. Planta
y sección de
la Cova del
Garrofer.
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Fig. 3. Localización de los restos humanos más significativos documentados en la cavidad en las diferentes visitas del
Museu Arqueològic Municipal de Gandia en el siglo XXI.
permiten vislumbrar buena parte de la superficie. Desde esta sala se accede a una serie de galerías y
salas interiores, con un amplio desarrollo que en total supera los 150 m de recorrido acumulado en los
que, por el momento, no se documentan más restos arqueológicos.
Sobre la nomenclatura de la cavidad y las diferentes visitas realizadas a la zona por arqueólogos y
prehistoriadores, existe cierta confusión sobre la que cabe detenerse antes de exponer los resultados. En el
momento en el que se dio a conocer el hallazgo en la publicación del anuario de trabajos del SIP correspondiente
a 1975 (Fletcher, 1976), apareció citada como Cova del Barranc del Garrofer, topónimo que será repetido
siguiendo esta primera noticia en la publicación de la Carta Arqueológica de la Safor (Aparicio, Gurrea y
Climent, 1983). Creemos que esta confusión podría remontarse a la exploración de la zona que entre 1929 y 1931
realizó el equipo de excavación de la cercana Cova del Parpalló (Miret, 2018: 94-95 y 118). De este modo, Lluís
Pericot (1942: 275 y 277) dejó unas escuetas notas sobre una cueva “cerca de la anterior [Cova del Barranc del
Garrofer] que poseía galerías interiores con ricas estalactitas. La tierra resultó estéril en las catas realizadas”,
apuntándose que no se localizaron restos arqueológicos en su interior. La descripción proporcionada coincide
con la Cova del Garrofer objeto del presente estudio.
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Según el Inventari de Cavitats del Terme Municipal de Gandia, refrendado por el Nomenclàtor
Toponímic Valencià de l’Institut Cartogràfic Valencià, la Cova del Barranc del Garrofer se corresponde
con una cavidad descrita como una galería artificial de 12 m de recorrido, parcialmente inundada
por localizarse inmediata a la Font del Garrofer. Esta cavidad, que nos aparece hoy profundamente
transformada por dos perforaciones artesianas, fue sondeada el día 28 de julio de 1954 por Enric Pla,
Santiago Alcobé, Beatrice Blance, Pilar Faus Sevilla, Alfred Fayos y los obreros Salvador Alonso y Joan
Burguera (Diario de excavaciones de Pla, depositado en la biblioteca del SIP), describiéndola como
una galería de 2 m de anchura y de 15 a 20 m de longitud, con una pequeña cámara al final de 4 m de
diámetro, descripción que imposibilita su correlación con la Cova del Garrofer. En su interior se realizó
una cata que aportó una punta de flecha de pedúnculo y aletas de “tipo eneolítico”, un diente de ciervo y
restos humanos, entre los cuales destacaba un cráneo y una costilla, sin más especificaciones. No existen
dudas de que esta última gruta sondeada en 1954 corresponde con la Cova del Barranc del Garrofer, pues
la descripción coincide con la elaborada por el citado catálogo de cavidades de Gandia y el croquis del
Diario de excavaciones de Pla así lo certifica. Más dudas nos generan las visitas de Pericot a la zona,
pues en ellas no se documentaron restos arqueológicos y tanto la Cova del Garrofer como la Cova del
Barranc del Garrofer finalmente conservaban restos arqueológicos de cronología prehistórica. Resulta
compleja cualquier afirmación sobre estas visitas que, sin embargo, nos obliga a la prudencia sobre las
valoraciones de los trabajos de prospección de la época.
3. RESTOS ARQUEOLÓGICOS Y MÉTODO ANALÍTICO
Todos los restos arqueológicos revisados pertenecen al conjunto recuperado en 1975. Es decir, se trata
de una colección antigua compuesta por: 533 fragmentos de hueso humano y 112 esquirlas óseas; dos
fragmentos de fauna y cinco fragmentos cerámicos realizados a mano. Los dos fragmentos de fauna se
han identificado como un fragmento anterior de mandíbula de Sus sp., de individuo adulto, que conserva
el c1, p2, p3 y p4 derechos y como un fragmento distal de metapodio de Sus sp. Los cinco fragmentos
cerámicos realizados a mano no presentan decoración ni rasgos morfológicos diferenciables y atendiendo a
criterios tecnológicos parece que pertenecen al mismo vaso. Existe un documento que acredita que algunos
fragmentos cerámicos de la Cova del Garrofer fueron entregados para su análisis tecnológico a María
Dolores Gallart Martí (Fletcher, 1976: 57-58). Lamentablemente, no hay publicación científica sobre estos
materiales cerámicos, por lo que desconocemos el número de fragmentos que pudo analizar Gallart en sus
estudios tecnológicos, quizás los cinco que hemos podido observar, pues se observan fracturas recientes
típicas para el muestreo de pastas. En las diferentes visitas a la cavidad no se han localizado más fragmentos
cerámicos ni restos muebles de adscripción prehistórica.
3.1. Dataciones radiocarbónicas
Con el fin de obtener una horquilla cronológica más precisa del conjunto estudiado se han seleccionado dos
muestras para su datación por radiocarbono. El criterio de selección de éstas fue determinado por tres principios:
a) Deberían fechar elementos arqueológicos, por lo que se decidió seleccionar huesos humanos; b) Deberían
seguirse los criterios propios establecidos por el Museu de Prehistòria de València (MPV), en este caso centrado
en la preservación de las piezas con mayores posibilidades museográficas, coincidentes en gran medida con los
cráneos; c) Considerando la propia problemática del yacimiento, se seleccionarían dos muestras que presentaran
evidencias de manipulación antrópica, que pertenecen a dos individuos diferentes.
Las muestras fueron enviadas al laboratorio Beta-Analytic (Florida, EE.UU), donde se realizó todo el
proceso hasta obtener el resultado que se presenta, incluyendo una fase de ultrafiltración y las analíticas
encaminadas a establecer la calidad del colágeno. Tras comprobar que los índices de calidad del colágeno se
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Tabla 1. Dataciones radiocarbónicas obtenidas a partir de huesos humanos de la Cova del Garrofer.
Cod.
lab.
Catálogo
δ13C
δ15N
%C
(>35)
%N
(>10)
C:N
14C
age BP
Cal BC
95,4 %
Cal BC
68,3 %
2045-1896
(84,5 %)
2130-2089
(10,9 %)
2205-2032
(93,5 %)
2272-2259
(1,9 %)
2032-1946
(68,3 %)
Muestra 1
Beta570450
24.490
-19,00
8,60
42,42
15,45
3,20
3630 ± 30
Muestra 2
Beta611821
24.478
-18,30
11,00
39,48
14,03
3,3
3730 ± 30
2091-2042
(32,5 %)
2199-2166
(22,2 %)
2150-2128
(13,9 %)
situaban dentro del rango establecido por Van Klinken (1999), se obtuvieron sendas fechas radiocarbónicas
(tabla 1). Los resultados se han ajustado mediante el conjunto de curvas de calibración IntCal20, integradas
en el software OxCal 4, utilizando el método de probabilidad establecido por Bronk Ramsey (2009). La
descripción detallada de las fechas radiométricas se realiza a continuación.
Muestra 1: Número de catálogo 24.490 del MPV. Se trata de un fragmento de diáfisis de una tibia adulta
de 14 cm de longitud, 2,5 cm de ancho y 50 g de peso. El fragmento presenta márgenes de fractura lisos y
bien definidos, característicos de las fracturas realizadas en el perimortem. En la parte media de la diáfisis
se observa una pequeña incisión transversal, de pequeño tamaño, producida también en el perimortem,
relacionada con el proceso de descarnado, realizada de manera antrópica e intencional. La datación (Beta570450) arrojó un resultado convencional de 3630 ± 30, calibrado a dos horquillas temporales integradas
dentro del intervalo de probabilidad 2σ (95,4 %) que cubren los períodos 2130-2089 y 2045-1896 cal ANE,
así como una segunda horquilla entre 2032-1944 cal ANE al reducir la probabilidad a 1σ (68,3 %).
Muestra 2: Número de catálogo 24.478 del MPV. La muestra se ha tomado de un fragmento de frontal
perteneciente a un individuo subadulto que conserva parte de la sutura sagital de 8 cm de longitud, 7 cm
de anchura y 19 g de peso. Se observan diversas incisiones transversales sobre la superficie externa del
hueso, de pequeñas dimensiones, relacionadas con el desollado y realizadas también de manera antrópica
e intencional. La datación (Beta-570450) arrojó un resultado convencional de 3730 ± 30, calibrado a dos
horquillas temporales integradas dentro del intervalo de probabilidad 2σ (95,4 %) que cubren los períodos
2272-2259 y 2205-2032 cal ANE, así como tres horquillas entre 2199-2166, 2150-2128 y 2091-2042 cal
ANE al reducir la probabilidad a 1σ (68,2 %).
3.2. Métodos empleados para el estudio óseo
El método utilizado para el análisis de los restos óseos humanos ha sido la inspección macroscópica y con
lupa binocular Nikon SMZ-10A Optika, teniendo en cuenta las recomendaciones de Buikstra y Ubelaker
(1994). El análisis se basó en la clasificación e identificación anatómica de los elementos óseos, de la
porción del hueso conservado, del lado esquelético, de la estimación del sexo, de la edad, del estado y del
grado de preservación de los huesos, del análisis tafonómico y de la inspección paleopatológica.
Dado que el material óseo corresponde con un conjunto sin validez estratigráfica, la estimación del
Número Mínimo de Individuos (NMI) se realizó a partir de la frecuencia de todos los tipos de hueso y su
lado de distribución, teniendo en cuenta la madurez o inmadurez esquelética. La estimación del sexo se realizó
mediante parámetros cualitativos (Buikstra y Ubelaker, 1994) y cuantitativos. Se aplicó la serie de funciones
discriminantes para el esqueleto postcraneal de Alemán (1997), basada en una población mediterránea actual.
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Para la estimación de la edad se consideró el grado de erupción dental (Ubelaker, 1989), el estado de fusión de las
epífisis de los huesos largos (Ferembach, Schwidetzky, Stloukal, 1980; Brothwell, 1987) y el grado de sinostosis
de las suturas craneales (Olivier, 1960; Meindl y Lovejoy, 1985). El estado y grado de preservación de los
huesos se ha valorado según los criterios de White (1992), que considera el estado de fragmentación (completo
o fragmentado), el porcentaje del elemento conservado (1 a 25 %, 26 a 50 %, 51 a 75 % y 76 a 100 %) y el
porcentaje de la superficie intacta del hueso (1 a 25 %, 26 a 50 %, 51 a 75 % y 76 a 100 %).
Las alteraciones tafonómicas observadas incluyen procesos postdeposicionales (depósitos cálcicos y
fracturas post mortem) y de manipulación intencional: marcas de corte sobre el hueso (desollamiento,
desarticulación, descarnado y raspado), fracturas perimortem, marcas de percusión, alteraciones térmicas
(cocido) y marcas dentales.
Las marcas de corte sobre el hueso son pequeñas incisiones y cortes para seccionar las partes
blandas. En general son de pequeño tamaño y con sección en “V” (Botella, Alemán y Jiménez, 2000;
Botella, 2005; Bello y Soligo, 2008; Bello, Parfitt y Stringer, 2009). Para su análisis se tuvo en cuenta
su localización anatómica, la distribución sobre la superficie del hueso (aislado, disperso, agrupado o
cruzado) y la orientación con respecto al eje longitudinal del hueso (oblicuo, longitudinal, transversal). Se
tomaron medidas de las incisiones en milímetros (longitud máxima y mínima). Siempre que fue posible,
se clasificaron según su intencionalidad, siguiendo los criterios propuestos por Botella y Alemán (1998),
Botella, Alemán y Jiménez, (2000) y Botella (2005). De este modo, se diferenciaron marcas de desollado,
desarticulación, descarnado y raspado.
Las marcas de desollado se localizan únicamente en el cráneo y se relacionan con la retirada de la piel del
cráneo y del cuero cabelludo. Son incisiones lineales, largas y poco profundas. En las zonas de mayor adherencia,
como en el frontal, estas incisiones son más numerosas y cortas. Las marcas de desarticulación se relacionan con
el proceso de separación de las articulaciones o segmentos corporales. Se localizan en las epífisis de los huesos,
con el fin de cortar las partes blandas, los tendones y los ligamentos. Las marcas de descarnado se relacionan con
el proceso de extirpar los músculos. Son incisiones normalmente agrupadas y en la misma dirección. Se localizan
en aquellas zonas donde hay menos densidad carnosa y en las porciones óseas salientes. Las marcas de raspado
se relacionan con el descarnado y la limpieza de ciertas zonas. Se observan numerosas estrías, poco profundas e
irregulares, a veces superpuestas y entrecruzadas (Botella, Alemán y Jiménez, 2000; Botella, 2005).
La fracturación de los huesos se analizó siguiendo el modelo de Villa y Mahieu (1991) y las recomendaciones
de Sauer (1998), Outram (2001) y Outram et al. (2005). Para ello se tuvo en cuenta el contorno de la fractura
(transversal, curvada en forma de “V”, longitudinal), el ángulo de la fractura (oblicuo, recto, mixto), el borde
de la fractura (liso o dentado), la longitud del fragmento (menos de ¼, entre ¼ y ½, entre ½ y ¾, más de ¾ de
la longitud total de la diáfisis), la porción de la circunferencia del hueso (menos de la ½, más de la ½) y los
cambios o daños observados en la superficie cortical del hueso (presente o ausente).
Las modificaciones producidas como consecuencia de la fracturación intencional de los huesos, es decir, las
marcas de percusión, se registraron siguiendo las pautas de Vettese et al. (2020), que clasifica estas huellas en tres
categorías: marcas de percusión en sentido estricto o marcas directas debidas al impacto; huellas consecutivas a
la apertura del canal medular; y estrías auxiliares relacionadas con la extracción de la médula.
La cocción se identificó a través de los criterios macroscópicos establecidos por White (1992), Botella,
Alemán y Jiménez (2000) y Hurlbut, (2000): los huesos cocidos presentan una textura más lisa y suave,
ausencia generalizada de opacidad ósea, disminución de su peso y presencia de superficies redondeadas y
pulidas o pot polish, localizadas en los extremos de los fragmentos de hueso (White, 1992). Esta apariencia
pulida es consecuencia de la acción de partículas abrasivas en el agua o en el recipiente utilizado para su
cocción o cocinado.
Las marcas de dientes humanos se han analizado siguiendo las recomendaciones de Fernández-Jalvo
y Andrews (2011, 2016) y Saladié et al. (2013). Las características que definen el modelo de huesos
masticados por humanos son: extremos doblados, bordes crenulados, punciones, fosas y marcas o surcos
lineales en las superficies de los huesos.
APL XXXIV, 2022
[page-n-119]
118
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
4. ESTUDIO PALEOANTROPOLÓGICO
El conjunto de restos humanos recuperados en la Cova del Garrofer consta de 533 elementos de hueso y 112
esquirlas óseas (de las cuales 49 pertenecen a fragmentos de huesos largos y 63 a fragmentos del cráneo).
De los 533 elementos óseos, tan solo 16 (3 %) están completos, el resto (517 o el 97 %) son fragmentos de
hueso (tabla 2). A pesar de la alta fragmentación de la muestra, se encuentran representadas casi todas las
unidades anatómicas del esqueleto humano, a excepción del esternón, coxal y sacro (fig. 4). Predominan los
fragmentos de huesos largos (45,96 %), tanto de la extremidad superior como los de la inferior, seguido de
los fragmentos craneales (35,08 %), costillas (3 %), fragmentos mandibulares (2,81 %), dientes (2,25 %),
vértebras (1,98 %), huesos de la mano (1,68 %), escápulas (1,5 %) y maxilas (1,12 %). El resto de unidades
anatómicas se encuentran representadas por debajo del 1 %.
Pertenecen a un NMI de siete, establecido a partir de los elementos anatómicos más representativos, en
este caso las mandíbulas. De acuerdo al grado de maduración esquelética, corresponden a dos subadultos,
dos adultos jóvenes y tres adultos. Según el grado de la erupción dental (Ubelaker, 1989), uno de los
subadultos tenía 9 años ± 24 meses.
El resto de los huesos se han clasificado según el grado de madurez esquelética (fig. 5), y son la mayoría
de adultos. Este porcentaje podría estar sobrestimado debido a la gran cantidad de fragmentos de diáfisis de
huesos largos, que no han podido clasificarse con precisión.
Tabla 2. Fragmentos óseos analizados del yacimiento de la Cova del Garrofer con número de restos observados.
Taxón
Elemento
Lateralidad
Borde supraorbitario
Frontal
Frontal con órbita
Derecha
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Izquierda y derecha
Izquierda
Izquierda y derecha
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Izquierda-Derecha
Indeterminado
Izquierda y derecha
Izquierda
Indeterminado
Derecha
Derecha
Izquierda
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Frontal y parietal
Parietal
Occipital
Cráneo
Occipital y parietal
Cigomático
Esfenoides
Nasal
Apófisis mastoides
Maxila
APL XXXIV, 2022
Porción petrosa
Porción basilar
Indeterminado
Hemimaxila
Fragmentos
(n)
Completos
(n)
1
8
3
1
1
1
1
27
1
1
6
1
1
5
1
1
5
3
1
117
3
3
1
-
Total Porcentaje
(n)
187
35,08 %
6
1,12 %
[page-n-120]
Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
119
Tabla 2 (cont.).
Taxón
Elemento
Lateralidad
Hemimandíbula
Izquierda
Derecha
Mentón
Hemimandíbula y mentón
Cuerpo
Carpo
Izquierda
Derecha
Izquierda
Rama
Derecha
Izquierda
Incisivo I superior
Izquierda
Incisivo II superior
Derecha
Canino superior
Derecha
Premolar1 superior
Izquierda
Premolar2 superior
Izquierda
Derecha
Incisivo I inferior
Derecha
Incisivo II inferior
Izquierda
Premolar1 inferior
Derecha
Premolar2 inferior
Derecha
Corona molar 1 inferior
Derecha
Raíz
Indeterminado
Diáfisis
Indeterminado
Derecha
Cuerpo
Indeterminado
Cavidad glenoidea, frag. acro- Izquierda
mion y frag. borde lateral
Cavidad glenoidea y parte del Izquierda
acromion
Cavidad glenoidea y parte
Derecha
apófisis coracoides
Borde lateral
Indeterminado
Izquierda
Cavidad glenoidea
Indeterminado
Arco
Indeterminado
Diáfisis
Derecha
Izquierda
Epífisis proximal y frag.
Izquierda
diáfisis
Epífisis proximal
Derecha
Izquierda
Diáfisis
Derecha
Diáfisis
Derecha
Epífisis distal
Derecha
Semilunar
Derecha
Metacarpo
Diáfisis
Mandíbula
Diente
Clavícula
Costilla
Escápula
Vértebra
Húmero
Cúbito
Radio
Indeterminado
Fragmentos
(n)
Completos
(n)
4
2
1
2
1
1
3
1
1
3
1
16
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
-
1
-
1
Total Porcentaje
(n)
15
2,81 %
12
2,25 %
4
0,75 %
16
3%
-
8
1,50 %
3
1
1
9
2
1
1
-
9
1,98 %
3
0,56 %
1
1
1
1
1
1
4
0,75 %
2
0,37 %
1
0,18 %
-
9
1,68 %
9
APL XXXIV, 2022
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120
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Tabla 2 (cont.).
Taxón
Elemento
Lateralidad
Metacarpo III
Falange medial
Fémur
Rótula
Tibia
Diáfisis y epífisis proximal
Falange medial
Diáfisis
Rótula
Epífisis distal
Diáfisis
Epífisis distal
Diáfisis
Cabeza
Calcáneo
Diáfisis
Diáfisis
Derecha
Izquierda
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Indeterminado
Izquierda
Indeterminado
Izquierda
Izquierda
Derecha
Indeterminado
Peroné
Astrágalo
Calcáneo
Metatarso III
Hueso largo
Total
Fragmentos
(n)
Completos
(n)
1
1
1
1
1
1
1
1
1
245
1
2
-
517
16
Total Porcentaje
(n)
1
1
1
2
2
2
1
1
1
533
Fig. 4. Distribución porcentual de la representación esquelética de la muestra de Cova del Garrofer.
APL XXXIV, 2022
0,18 %
0,18 %
0,18 %
0,37 %
0,37 %
0,37 %
0,18 %
0,18 %
0,18 %
45,96 %
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
121
Fig. 5. Porcentaje de rangos de edad
estimados en la muestra de Cova
del Garrofer.
En cuanto a la estimación del sexo, la alta fragmentación de la muestra junto con la ausencia de huesos
pélvicos, ha imposibilitado realizar una adecuada estimación sexual. No obstante, se han observado
características sexuales tanto masculinas como femeninas en los cráneos y las mandíbulas, confirmando
la presencia de ambos sexos, pero sin poder estimar porcentajes de representación. La aplicación de las
funciones discriminantes de Alemán (1997) se ha realizado en un fragmento de escápula izquierda de un
adulto, indicando que se trata de un individuo de sexo femenino.
El grado de preservación de la superficie externa del hueso es elevado (fig. 6), ya que el 95,13 %
presenta entre un 76-100 % de la superficie ósea intacta y bien conservada, sin alteraciones macroscópicas
causadas por agentes meteorológicos u otros agentes hídricos, químicos o biológicos. Tan solo el 4,31 %
presenta menos del 50 % de su superficie externa en buen estado.
La alta intensidad de fragmentación ósea se manifiesta también en el porcentaje del elemento conservado.
De los 517 huesos fragmentados, el 95,55 % son porciones que representan menos de la mitad del hueso,
es decir, son de pequeño tamaño (fig. 7). No se ha documentado ningún hueso largo completo. Respecto
a la fragmentación de los huesos largos, todos representan menos de ¼ de la longitud original del hueso,
con una porción de menos de la mitad de la circunferencia de la diáfisis, es decir, con circunferencias
incompletas. Predominan los contornos de fractura curvados y en “V” (64,96 %), con ángulos de fractura
mixtos (58,39 %) y oblicuos (41,61 %) y bordes lisos (64,96 %) (fig. 7).
En cuanto a las modificaciones antrópicas, el 45,02 % (240 fragmentos de hueso) de la muestra presenta
algún tipo de manipulación, presentes en individuos de ambos sexos y de diferentes edades, sin distinción
de sexo o edad. Las más frecuentes son las fracturas en fresco o perimortem, presente en el 35,83 % de
la colección y los cortes sobre la superficie del hueso (12,75 %), las marcas de percusión (10,13 %) y las
marcas dentales (2,43 %) (tabla 3).
Los cortes se han observado tanto en el esqueleto post-craneal como en el craneal, ya sea por
desollamiento, descarnado, desarticulación o raspado, es decir, por acciones implicadas en el procesamiento
del cadáver. La más frecuente fue el desollado, seguido de las marcas de desarticulación y descarnado.
Las incisiones muestran características microscópicas que evidencian que se realizaron con instrumentos
de piedra (sílex), como son microestrías en la pared del corte y recorridos más irregulares, así como con
instrumentos metálicos, más lisas, profundas y sin estrías (Domínguez-Rodrigo et al., 2009).
Fig. 6. Porcentaje del grado de preservación de la superficie externa
del hueso de la muestra de Cova del
Garrofer.
APL XXXIV, 2022
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122
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 7. Porcentaje del elemento conservado de los huesos fragmentados (517) de la muestra de Cova del Garrofer.
Contorno, ángulo y borde de fractura de los huesos largos. Los contornos longitudinales, más de la mitad de los ángulos
de fractura mixtos y los bordes dentados, corresponden a fracturas en seco o post mortem.
La mayoría de los fragmentos óseos analizados presentan una textura lisa y suave, de aspecto vítreo
y muy bien conservados, con superficies redondeadas o pulidas. También presentan transparencia o
aspecto translúcido. A falta de pruebas analíticas físico-químicas, estos rasgos macroscópicos son
coincidentes con los resultados microscópicos obtenidos en otros estudios experimentales (Bosch et
al., 2011; Solari et al., 2015). Por lo tanto, sugieren que fueron expuestos a alteraciones térmicas,
concretamente a la exposición indirecta al fuego a bajas temperaturas, relacionados con el proceso de
cocción, tal y como se ha observado en otros casos arqueológicos (White, 1992; Botella, Alemán y
Jiménez, 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012).
Llegados a este punto, consideramos necesario realizar una descripción de las modificaciones antrópicas
documentadas por elementos anatómicos (tabla 3):
Tabla 3. Modificaciones antrópicas observadas en la Cova del Garrofer (Gandia) con el número de fragmentos observados
con alguna marca de manipulación antrópica y el porcentaje de fragmentos con marcas por segmento anatómico.
Fractura
perimortem
Cortes
Desollamiento Desarticulación
Descarnado
Percusión
Marcas
dentales
n
%
n
%
n
%
n
%
n
%
n
%
n
%
Cráneo
2
1,06
30
16,04
30
16,04
-
-
-
-
12
6,41
-
-
Mandíbula
11
73,33
12
80
-
-
4
26,66
8
53,33
2
13,33
2
13,33
Maxila
-
-
2
33,33
-
-
-
2
33,33
-
-
-
-
Axial
-
-
3
8,1
-
-
2
5,4
1
2,7
-
-
2
5,4
Hueso
largo
178
64,49
21
7,6
-
-
4
1,44
17
6,15
40
14,49
9
2,26
Total
191
35,83
68
12,75
30
5,62
10
1,87
28
5,25
54
10,13
13
2,43
APL XXXIV, 2022
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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- Fragmentos craneales: se han identificado un total de 187 fragmentos craneales (tabla 1), incluyendo
frontal, parietal, occipital, temporal, apófisis mastoides, cigomático, esfenoides, porción basilar y
porción petrosa. No se ha recuperado ningún cráneo completo. Las marcas de corte se han observado
en 30 fragmentos del cráneo y son muy similares respecto a su ubicación, tamaño y disposición. Todas
se relacionan con el proceso de desollamiento, excepto una de raspado. Se localizan en la cara externa
del hueso, en frontales, parietales, occipitales y en una apófisis mastoides. Por lo general se encuentran
próximas a las suturas craneales y en las zonas donde la piel está más próxima al cráneo (figs. 8, 9 y 10).
Son incisiones lineales, en su mayoría agrupadas, en dos o más líneas paralelas, muy próximas entre sí,
con orientación longitudinal, oblicua y transversal, de longitud variable, entre los 18 mm la más larga y
los 2,73 mm la más corta. No obstante, la mayoría son de pequeño tamaño, oscilando entre los 4-8 mm de
longitud, muy finas y de sección en “V”. En las zonas de mayor adherencia muscular se observan estrías
poco profundas e irregulares o marcas de raspado (fig. 8B), relacionadas con el descarnado y la limpieza
del cráneo.
También se han observado dos fragmentos con bordes de fractura perimortem y 12 con marcas de
percusión (el 6,41 % de los fragmentos craneales) de morfología semicircular, que evidencian la rotura
intencional de los cráneos, asociadas al procesado del mismo (fig. 11).
Fig. 8. Marcas de corte sobre diversos frontales de la muestra de la Cova del Garrofer. Pequeñas incisiones en la cara
externa del área supraorbitaria del frontal. A) corte transversal en la zona superior de la apófisis orbitaria externa;
B) corte transversal en la zona superior de la apófisis orbitaria externa y marcas de raspado muy finas y superpuestas;
C) cortes longitudinales en la parte superior de la eminencia de la glabela; D) cortes en el borde de la órbita.
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 9. Marcas de desollado en dos calotas de la muestra de la Cova del Garrofer. A) cortes longitudinales y lineales
localizados a lo largo de la escama del frontal; B) agrupación de pequeños cortes longitudinales en la zona sagital
superior del frontal; C) corte transversal en el parietal izquierdo y fractura asociada al procesado del cráneo; D) corte
transversal en el parietal izquierdo; E) corte longitudinal en la parte superior de la glabela; F) cortes longitudinales y
paralelos, localizados en el parietal izquierdo, muy próximos a la sutura sagital. Los cortes E y F debieron de seccionar
el músculo occipito-frontal.
APL XXXIV, 2022
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Fig. 10. Modificaciones observadas en tres occipitales de la muestra de la Cova del Garrofer. A) cortes oblicuos en la
escama occipital. Las flechas indican borde e inicio de línea de fractura generada por un trauma o impacto perimortem;
B, C y D) cortes longitudinales en la parte media del occipital; E) norma anterior y posterior de un occipital adulto con
líneas de fractura generadas por un trauma perimortem.
- Maxilares: de los seis fragmentos documentados, en dos se han observado marcas de corte en las áreas
cercanas a los alvéolos de los caninos y los premolares (fig. 12). Estas marcas sugieren la extracción de la
nariz y los labios.
- Mandíbulas: de los 15 fragmentos mandibulares documentados, 12 presentan algún tipo de manipulación intencional. Se observan marcas de corte en el 80 % de los fragmentos mandibulares. Se localizan
debajo del orificio mentoniano, en el cuerpo mandibular, en los bordes laterales y mediales de la rama mandibular, en la escotadura mandibular y debajo de la apófisis condilar (figs. 13 y 14). El 73,33 % presenta
márgenes de fractura lisos, producidos en el perimortem, entre las cuales 5 se sitúan en la zona cercana a la
sínfisis (fig. 14). También se han observado dos fragmentos con marcas de percusión y otros dos con marcas
de dientes. En todos los casos las marcas dentales son superficiales. La mandíbula nº 88 muestra dos fosas
continuas, superficiales y en forma de media luna. La nº 60 (fig. 17E-H) presenta en la zona del gonion
izquierdo una pequeña fosa de contorno incompleto y descamación en los bordes. Debajo del orificio mentoniano muestra otra pequeña fosa triangular, y a esa misma altura, pero en su norma interna, se observan
diversos surcos dentales, probablemente producidos por la acción del arrastre. Estas lesiones revelan un
procesamiento intensivo de la mandíbula.
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 11. Marcas de percusión en diversos fragmentos craneales de la muestra de la Cova del Garrofer. A) norma
anterior de un fragmento de frontal con muesca de percusión por impacto directo; B) fragmento de parietal con fractura
semicircular generada por trauma perimortem; C) corte transversal en la apófisis mastoides, muy cerca del canal
auditivo; D) posible marca de percusión o aplastamiento. Estas lesiones (C y D) pudieron haber afectado a múltiples
nervios y vasos sanguíneos.
Fig. 12. Hemimaxila
izquierda de individuo
adulto de la muestra de la
Cova del Garrofer. Presenta
tres pequeños cortes en el
borde de los alvéolos 24 y
25, los cuales se encuentran
reabsorbidos por pérdida ante
mortem de los premolares.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Fig. 13. Fragmentos mandibulares de subadultos con marcas de corte, de la muestra de la Cova del Garrofer. A y
C) marcas de corte en el borde externo de la rama; B) cortes en la escotadura mandibular; D) marcas de corte en el
cuerpo mandibular izquierdo, en la zona de los molares.
- Escápulas: de los 12 fragmentos escapulares documentados, dos presentan pequeños cortes en la
zona superior de la cavidad glenoidea y en la zona del acromion, ambas relacionadas con el proceso de
desarticulación (fig. 15D).
- Clavícula: de los cuatro fragmentos de diáfisis claviculares identificados, una presenta una incisión de
pequeño tamaño, en dirección oblicua, localizada en la zona de la impresión del ligamento costoclavicular,
relacionada con el descarnado (fig. 15E).
- Manos y pies: dos falanges mediales de la mano y un fragmento de astrágalo del pie izquierdo muestran
pequeños cortes relacionados con la desarticulación (figs. 15A, 15B y 15C). Los cortes en el astrágalo, cerca
de la articulación tibiotalar, tienen una orientación perpendicular, probablemente para cortar los ligamentos
y así desmembrar el pie (fig. 15C). Una falange de la mano y un metacarpo muestran bordes crenulados en
los extremos de las diáfisis, es decir, modificaciones causadas por dientes humanos (fig. 17A).
- Brazos y piernas: de los 13 fragmentos identificados, nueve presentan algún tipo de modificación
intencional. Se han observado seis marcas de corte relacionadas con la desarticulación y el descarnado.
La mayoría de los márgenes de fractura se produjeron en fresco. Dos húmeros, un radio, una tibia y un
peroné muestran marcas de percusión, del tipo impacto directo en forma de muesca y escama adherida y
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Fig. 14. Patrón de fractura en la zona de la sínfisis y marcas de corte en fragmentos mandibulares adultos, de la
muestra de la Cova del Garrofer. A y D) cortes en el cuerpo mandibular izquierdo, zona de los molares; G) cortes en
el borde medial de la rama mandibular izquierda; B, E y H) cortes en el borde lateral de la rama mandibular izquierda;
C) corte en la zona del orificio mentoniano izquierdo; F e I: cortes en la zona del mentón.
otras consecutivas a la apertura del canal medular, en forma de ondulaciones y pseudo-muescas (fig. 18).
Un radio, un cúbito y dos tibias presentan marcas de dientes: una de las tibias y el cúbito muestran marcas
similares en sus epífisis, en forma de pequeñas fosas con base plana y de forma ovalada (fig. 17B-C). El
resto de marcas dentales son similares a las documentadas en los fragmentos de huesos largos, esto es,
pequeñas fosas o perforaciones de sección triangular.
- Huesos largos: se han identificado 178 fragmentos con márgenes de fractura lisos, de contorno curvado
y en “V” y con ángulo oblicuo o mixto en su mayoría, es decir, márgenes de fractura producidos en el
perimortem o en estado fresco (Sauer, 1998; Villa y Mahieu, 1991). El 14,49 % de los fragmentos de hueso
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Fig. 15. Marcas de corte
en diversos fragmentos del
esqueleto axial de la muestra
de la Cova del Garrofer. A
y B) cortes en dos falanges
mediales de la mano de un
adulto; C) astrágalo de un
individuo adulto, con un
corte perpendicular en la cara
articular para el calcáneo; D)
norma ventral de escápula
derecha de individuo adulto,
con un corte entre la cavidad
glenoidea y el acromion;
E) fragmento de diáfisis de
una clavícula de individuo
adulto, con un corte en la parte
proximal de la diáfisis.
largo presenta marcas de percusión (40 fragmentos): golpes directos en forma de muescas o impactos de
percusión y marcas consecutivas a la apertura del canal medular, es decir, ondulaciones y pseudo-muescas.
También se han registrado marcas de corte relacionadas con la desarticulación, normalmente ubicadas en la
zona de las epífisis y el descarnado, en las diáfisis. En nueve fragmentos se han observado marcas dentales
en forma de pequeñas fosas o punciones de sección triangular y surcos irregulares (fig. 16).
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 16. Marcas dentales y de percusión observadas en diversos fragmentos óseos de la Cova del Garrofer. A, B, D
y E) marcas de dientes humanos localizadas en la superficie externa de dos diáfisis; A y D) pequeña fosa o punción
superficial de morfología triangular; B) pequeña fosa superficial en forma de media luna; C) norma externa e interna de
un fragmento de diáfisis. Las flechas indican marcas de percusión completa. En un extremo del fragmento se observa
marca de corte sobre la superficie externa del hueso, relacionada con el descarnado y ondulaciones en el extremo por
rotura de percusión, relacionada con la apertura del canal medular; E) fosas superficiales con contorno incompleto y
descamación en los bordes.
5. INTERPRETACIÓN Y DISCUSIÓN
En el momento del descubrimiento del conjunto de los restos arqueológicos de la Cova del Garrofer
depositados en el Museu de Prehistòria de València, se propuso que su presencia en la cavidad
debía interpretarse en relación a su utilización como espacio de necrópolis del Calcolítico o, más
probablemente, de la Edad del Bronce. El fenómeno de inhumación múltiple en cavidades naturales
en el País Valenciano está muy extendido, si bien no siempre se han analizado de forma exhaustiva los
hallazgos documentados. Es una cuestión que ha centrado nuestro interés en los últimos años (García
Borja et al., 2013, 2016 y 2020; Miret et al., 2021), aplicada a cavidades utilizadas como necrópolis en
la Prehistoria reciente, localizadas en espacios en los que se ha documentado una intensa ocupación del
territorio en momentos sincrónicos.
En el caso concreto de la Cova del Garrofer, cabe admitir que la colección de restos humanos merece
un marco interpretativo particular. Ello es consecuencia del tipo de depósito analizado: un conjunto de siete
individuos, todos desarticulados, mezclados entre sí en un espacio concreto de la superficie de la cueva,
con el esqueleto incompleto y con la presencia de marcas de manipulación antrópica en casi la mitad de la
muestra analizada.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Fig. 17. Marcas de dientes humanos observadas en diversos fragmentos de la muestra de la Cova del Garrofer.
A) falange de la mano que muestra borde crenulado en el extremo proximal y fractura longitudinal; B) fosa superficial
de morfología ovalada en la zona de la epífisis distal de una tibia; C y D) cúbito izquierdo con fosa superficial de
morfología ovalada en la zona de la epífisis proximal (C) y pequeña incisión en la diáfisis relacionada con el descarnado
(D); E-H) marcas observadas en una mandíbula de adulto. E) pequeños cortes en el borde lateral de la rama mandibular;
F-H) marcas dentales. F) fosas o punciones de morfología triangular, localizadas en la zona próxima a la sínfisis, la cual
también está fractura intencionadamente; G) hundimiento o fosa de contorno incompleto y descamación de los bordes;
H) norma lingual de la mandíbula. Surcos y fosas poco profundas.
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Fig. 18. Fragmentos de diáfisis de la muestra de la Cova del Garrofer, sistemáticamente fracturados. Izquierda: fragmentos
con muescas de percusión completas y dobles, relacionadas con golpes en sentido estricto. Derecha: fragmentos con
ondulaciones y marcas concoides en los bordes de las fracturas, relacionadas con las marcas consecutivas a la apertura
del canal medular.
Las alteraciones o marcas de manipulación observadas en el presente estudio son coincidentes con los
criterios tafonómicos establecidos para la identificación de canibalismo (Turner, 1983; Botella y Alemán,
1998; Turner y Turner, 1999; Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017). No obstante, tal y como se desprende en
el análisis de Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017), no siempre se registran todos y cada uno de los rasgos
propuestos por Turner (1983). En este sentido, la ausencia significativa de ciertos elementos anatómicos,
así como la desigual representación esquelética documentada en la Cova del Garrofer, podría responder a
actividades relacionadas con la manipulación intencional del cadáver y el canibalismo, donde los huesos de
las vértebras, manos y pies suelen estar infrarrepresentados (Turner, 1983; Turner y Turner, 1999) y la zona
craneal suele ser la mejor representada. Sin embargo, considerando las características del hallazgo, este
sesgo anatómico puede deberse también a la selección realizada en los años 70 y los elementos que faltan
podrían estar todavía en la cavidad.
Las modificaciones observadas afectaron al 45,02 % de los fragmentos óseos estudiados, es decir, casi
la mitad de la colección presenta algún tipo de alteración relacionada con el procesamiento del cadáver
para su consumo. Una frecuencia del 30 % o más es común en los procesos de carnicería intensiva (Saladié
et al., 2015), presente también en otros conjuntos canibalizados como en el nivel TD6 de la Gran Dolina
(Fernández-Jalvo et al., 1996, 1999; Carbonell et al., 2010; Saladié et al., 2011, 2012 y 2014), en la cueva
de Moula Guercy (Defleur et al., 1999), en el yacimiento del Paleolítico superior de la cueva de Gough
(Andrews y Fernández-Jalvo, 2003; Bello et al., 2015, 2016), en los niveles mesolíticos de la cueva de
Perrats (Boulestin, 1999), en los restos neolíticos de la cueva de Malalmuerzo (Jiménez Brobeil, 1990;
Botella et al., 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012) y en los restos de la Edad del Bronce recuperados en
la cueva de El Mirador (Cáceres, Lozano y Saladié, 2007).
En los restos de la Cova del Garrofer se observaron fracturas perimortem, cortes sobre la superficie
del hueso, marcas de percusión y marcas dentales. El porcentaje de fracturas en fresco o perimortem
documentado es elevado (35,83 %). No presentan ningún signo de remodelación ósea, con bordes de
fractura cortante, ondulante y superficie suave, poco rugosa. Estas características indican que la fractura
se produjo en el hueso en estado fresco, en un momento próximo a la muerte del individuo (Villa y
Mahieu, 1991; Loe, 2016). Las diáfisis de los huesos largos más grandes y ricos en médula, como el
fémur, así como otros más pequeños y con menor proporción medular, como el cúbito, se encuentran
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sistemáticamente fracturados en porciones largas y estrechas, fruto de la fracturación humana (Villa y
Mahieu, 1991). Los huesos de pequeño tamaño, los de la mano y del pie, en general se conservan intactos,
debido a su baja cantidad de tejido esponjoso, factor que también se ha relacionado con prácticas de
canibalismo (Boulestin et al., 2009).
También se ha observado un porcentaje significativo de modificaciones relacionadas con la fracturación
intencional, como son las marcas de percusión y las alteraciones del canal medular, que implican directamente
la acción humana para la obtención y el consumo de la médula ósea. El uso de la percusión está presente
en cráneos, mandíbulas y huesos largos. En la mayoría de los fragmentos de diáfisis de los huesos largos, el
canal medular se encuentra liso, con las trabéculas óseas eliminadas, posiblemente debido a la introducción
de un útil alargado para empujar y así obtener la médula (Botella y Alemán, 1998). Las fracturas y marcas
de percusión en los cráneos, evidencian la exposición del cerebro, probablemente para su consumo. Las
fracturas observadas en las mandíbulas, evidencian un patrón o tratamiento muy similar a las observadas
en el yacimiento de la cueva de El Mirador, la mayoría también fracturadas en la zona cercana a la sínfisis
(Cáceres, Lozano y Saladié, 2007). La rotura masiva de huesos (cráneos y huesos largos) y la presencia de
marcas de percusión son características que se repiten en todos los casos europeos con canibalismo (Saladié
y Rodríguez-Hidalgo, 2017; Santana et al., 2019).
Las frecuencias de marcas de corte son del 12,75 % mientras que en la mayoría de conjuntos europeos
son superiores al 5 % (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017; Santana et al., 2019). Reflejan actividades de
carnicería vinculadas al procesamiento del cadáver y al consumo humano: desollamiento, desarticulación,
descarnado y raspado. Los cortes aparecen en las áreas periarticulares del esqueleto, normalmente en
las epífisis de los huesos largos, con la finalidad de separar los elementos óseos por las articulaciones.
También aparecen cortes alrededor de las zonas de masa muscular, generalmente agrupadas y en dirección
transversal. Se identifican como marcas de descarnado, es decir, con el proceso de cortar las partes blandas
y separarlas del hueso. En los cráneos, se observan cortes lineales en sentido longitudinal y transversal,
que responden a la técnica del desollado, esto es, cortar la piel para separarla del resto (Botella y Alemán,
1998). La técnica o patrón observado es el mismo que el utilizado en la carnicería de animales (Boulestin
et al., 2009): se realiza una incisión desde la raíz de la nariz hasta la nuca para cortar el cuero cabelludo,
a la vez que se realizan otras más cortas en dirección transversal para descarnar los músculos craneales,
como el occipitofrontal y el temporal. Los cortes observados en la superficie anterior y posterior de la rama
mandibular evidencian la intencionalidad de separar el cráneo de la mandíbula.
Las marcas dentales documentadas en los fragmentos óseos humanos es una de las pruebas más claras
que avalan la práctica del canibalismo (Botella, 2002; Boulestin, 1999; Saladié y Rodríguez-Hidalgo,
2017). Sin embargo es, al mismo tiempo, un rasgo tafonómico de difícil identificación, además de que
las mordeduras humanas pueden ser confundidas con las mordeduras producidas por otros carnívoros
(Fernández-Jalvo y Andrews, 2016). No obstante, las marcas dentales producidas por humanos suelen
ser de menor intensidad que las producidas por carnívoros, con fosas y punciones más claras, intensas y
abundantes (Fernández-Jalvo y Andrews, 2016). En el caso de la Cova del Garrofer, las marcas dentales
documentadas son muy superficiales o poco profundas y revelan una baja intensidad de la mordida.
Según estudios experimentales sobre huesos masticados por humanos (Fernández-Jalvo y Andrews,
2011; Saladié, 2013), existen ciertos rasgos discriminantes, algunos de los cuales se han documentado
en la Cova del Garrofer, como son: bordes crenulados o almenados en los extremos de las epífisis, fosas
triangulares y aisladas y marcas o surcos lineales poco profundos. Por otro lado, hay que señalar que
nueve de los trece fragmentos que evidencian algún tipo de marca dental, presentan también otro tipo
de manipulación antrópica (marcas de corte y de percusión), lo que hace aún más plausible el origen
antrópico. Las marcas de dientes humanos se han identificado en al menos ocho yacimientos europeos
canibalizados (Andrews y Fernández-Jalvo, 2003; Aura Tortosa et al., 2010; Bello et al., 2015; Botella
et al., 2000; Cáceres, Lozano y Saladié, 2007; Fernández-Jalvo y Andrews, 2011; Botella et al., 2014;
White y Toth 2007; Santana et al., 2019).
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Muchos de los fragmentos de diáfisis presentan bordes de fractura pulidos y redondeados. En general,
los huesos tienen una textura compacta, brillante y de color blanco amarillento, y en las zonas de menor
espesor son, en ocasiones, translúcidos. Según estudios experimentales (Botella y Alemán, 1998) estos
cambios de textura y coloración se producen durante la cocción de entre 2 y 4,5 horas de hueso humano
fresco, dentro de un líquido en torno a los 100 grados de temperatura. (White, 1992; Botella, Alemán y
Jiménez, 2000). Muy probablemente, después de hervirlos, la carne se desprendería de los huesos con cierta
facilidad para su consumo, y puede que en ocasiones no fuesen necesarias herramientas líticas o metálicas.
Este tipo de modificación o pulido también se ha observado en los restos de Majólicas (Jiménez Brobeil,
1990; Botella et al., 2000), Malalmuerzo (Jiménez Brobeil, 1990; Botella et al., 2000; Solari, Botella y
Alemán, 2012), la Cueva de El Mirador (Cáceres, Lozano y Saladié, 2007), en la Cueva del Toro (Santana
et al., 2019) y en yacimientos del suroeste americano (Hurlburt, 2000; Turner y Turner, 1999; White, 1992).
Este rasgo se ha considerado como un marcador eficaz y compatible para identificar el canibalismo (White,
1992; Turner y Turner, 1999; Botella y Alemán, 1998; Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017), aunque solo
está presente cuando hay un dominio del fuego y hay recipientes de cerámica.
Las modificaciones tafonómicas anteriormente discutidas forman parte de un proceso de carnicería
enfocado a la extracción y el aprovechamiento de la carne, las vísceras y la médula ósea. Excepto en
Brillenhöhle (Alemania), en el resto de los conjuntos canibalizados europeos, se registra el proceso
completo de descuartizamiento y preparación del cadáver para su consumo (Saladié y Rodríguez-Hidalgo,
2017): desollamiento, desmembramiento, evisceración y rotura de huesos, incineración/cocido (cuando hay
capacidad pirotécnica), consumo (marcas de dientes humanos) y posibles cremaciones posteriores.
Los resultados de las dataciones radiocarbónicas indican que los restos humanos se fechan en los
estadios iniciales de la Edad del Bronce. La búsqueda de un marco temporal preciso nos ha llevado a
la aplicación de la prueba de Ward y Wilson (1978) sobre los resultados obtenidos en las dataciones
radiocarbónicas, que indica que las dos muestras analizadas no son estrictamente contemporáneas. Sin
embargo, a partir de la exploración de las horquillas de calibración de ambas fechas observamos que estas
presentan en la parte superior (o inicial) de su calibración una probabilidad marginal (fig. 19). Si analizamos
las probabilidades máximas de ambas fechas dentro de la distribución al 95 % de probabilidad (M1 = 84,5;
M2 = 93,5) observamos que existe un solapamiento de 13 años (entre 2045-2032 calibrado ANE). Por ello
ambos individuos pueden ser considerados como contemporáneos y es posible proponer que los individuos
datados fueron depositados en la cavidad dentro del mismo intervalo temporal.
Por otro lado, la similitud observada en su procesamiento permite establecer que fueron consumidos en
un periodo corto de tiempo. Tanto en el momento de la recuperación de los restos, como en las posteriores
visitas realizadas a la cueva, se ha comprobado que, efectivamente, los restos aparecen en la superficie de
Fig. 19. Representación gráfica de las fechas calibradas utilizando la curva IntCal20 y el software Oxcal versión 4.4.
Las líneas rojas verticales indican el solapamiento indicado a partir de la máxima probabilidad dentro de la calibración
a 2 sigmas (95 %).
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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una zona concreta de la cavidad. Si a ello unimos que la tafonomía de la colección no presenta importantes
variaciones, que no se han documentado de forma sistemática este tipo de prácticas a lo largo del Calcolítico
y del Bronce Valenciano y que las propias dataciones se solapan en un periodo concreto, se propone que los
restos responden a un episodio puntual.
Llegados a este punto y considerando las evidencias descritas que demuestran la práctica de canibalismo,
el principal desafío es proporcionar una explicación sobre las posibles causas. Siguiendo la propuesta de
Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017), según los datos antropológicos el canibalismo se puede enmarcar en
tres contextos diferentes: de supervivencia, agresivo y funerario.
Si consideramos la primera hipótesis, es decir, el canibalismo de supervivencia, cabría relacionar el evento
con un momento de carestía. En este sentido, algunos autores han propuesto a partir del registro geoarqueológico
un descenso en los niveles de aporte hídrico y un incremento general de la aridez para los momentos iniciales de
la Edad del Bronce, con una marcada estacionalidad que no se superará hasta la mitad del milenio (Fumanal y
Ferrer, 1992; Ferrer, Fumanal y Guitart, 1993). Para la zona de la cubeta de Villena, estudios recientes muestran
eventos áridos en una cronología entre el 2300 y el 1800 calibrado ANE, que parecen corresponder con el
denominado evento Bond 4.2 ka. AP (Elsie et al., 2018), con una oscilación de especial aridez documentada en
otras regiones del Mediterráneo que se sitúa entre 2150 y 2000 calibrado ANE. Cabe preguntarse si este episodio
de aridez en una zona con tantos recursos naturales como la comarca de la Safor, sería tan intenso como para
provocar este episodio de canibalismo. En este sentido, algunos autores plantean que los eventos de canibalismo
observados en zonas de clima suave y abundantes recursos, podría ser el resultado de un estrés periódico o
desequilibrio dietético excepcional (Villa, Courtin y Helmer, 1988).
Se ha generado una cartografía temática en la que se recogen las noticias de los hallazgos arqueológicos
en el ámbito local y comarcal. Pese a que son muchas las fuentes consultadas para la realización de esta
cartografía, fundamentalmente quedan agrupados en la Carta Arqueológica de la Safor (Aparicio, Gurrea y
Climent, 1983) y el Inventario de Yacimientos Arqueológicos de la Dirección General de Patrimonio Cultural
Valenciano. La ubicación de los yacimientos conocidos da cuenta de la intensa ocupación del área de estudio
durante la Prehistoria reciente (fig. 20). Poblados en altura, poblados en el llano, cuevas de hábitat, cuevas de
inhumación, abrigos y estaciones de arte rupestre postpaleolítico (no representadas en el mapa) proporcionan
una imagen de la sólida articulación territorial y cultural entre el final del Calcolítico y la Edad del Bronce
en la zona de estudio (Miret, 2019). Sin embargo, con los datos disponibles no es posible vincular los restos
aparecidos en la Cova del Garrofer con un poblado concreto. No es posible descartar que los restos se puedan
relacionar con algún hábitat todavía por descubrir en las mismas estribaciones del Mondúver, cuestión que
podría relacionarse con la falta de prospecciones en esta zona, pero por el momento los hábitats al aire libre
conocidos se sitúan a una distancia considerable de la cueva, y ninguno de ellos, cabe señalarlo, ha sido
excavado sistemáticamente (es el caso del Castell de Bairén, Puntal de Ponent de la Falconera o Puntal de
Bondia en Gandia, Molló Terrer en el Real de Gandia o Piló de les Hortes en Xeresa).
La segunda hipótesis plantea un canibalismo agresivo, enmarcado en un contexto de violencia. Se basa
en la ausencia de tratamiento simbólico o cuidado de los restos y en una alta frecuencia de lesiones craneales
traumáticas mortales. Respecto al tratamiento simbólico, en la Cova del Garrofer no ha podido establecerse con
claridad si los siete individuos se han procesado, hervido y consumido en el interior de la cueva o si se realizó en
otro espacio y posteriormente se trasladaron los restos a la cavidad. En este sentido, cabe señalar que el vestíbulo
de la Cova del Garrofer ofrece un espacio suficiente para realizar estas actividades. Las concentraciones de
huesos que encontramos sobre la roca bien podrían corresponder con el consumo in situ de los mismos o con
una deposición de los restos desarticulados tras ser consumidos en otro espacio, cuestión que podría implicar la
aceptación de un cierto comportamiento simbólico que debe ser valorado. La dispersión y depósito secundario de
los restos no indica necesariamente una falta de actitud simbólica hacia los muertos, ya que los restos insepultos
se encuentran frecuentemente dispersos después de prácticas de enterramiento secundarias (Weiss-Krejci,
2013). Por el momento, a excepción de los cinco fragmentos cerámicos pertenecientes a un mismo vaso, no hay
evidencias de ajuar funerario ni de ocupaciones humanas estables en la cavidad.
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Fig. 20. Yacimientos arqueológicos conocidos en el entorno de la Cova del Garrofer. Se señala la cronología propuesta
en cada caso: Calcolítico (C), Calcolítico con campaniforme (CC), Edad del Bronce (EB). 1) Cova del Garrofer (Gandia)
(EB); 2) Cova de la Font del Garrofer (Gandia) (C); 3) Cova del Vell (Xeraco) (EB); 4) Cova de les Cent Ungles (Xeresa)
(EB); 5) Coveta del Racó de Tomàs I (Xeresa) (C-EB); 6) Coveta del Racó de Tomàs II (Xeresa) (C-EB); 7) La Barcella
(Xeresa) (EB); 8) Cova del Piló de la Bassa de l’Horta (Xeresa) (EB); 9) Piló de les Hortes (Xeresa) (EB); 10) Cova de
l’Heura (Barx) (C-EB); 11) Cova de Malladetes (Barx) (C-EB); 12) Cova Bolta (Real de Gandia) (CC-EB); 13) Cova
dels Teixons (Real de Gandia) (EB); 14) Molló Terrer o els Bancalets (Real de Gandia) (CC-EB); 15) Cova del Barranc
del Nano (Real de Gandia) (C); 16) Cova Bernarda (Palma de Gandia) (C-EB); 17) Carrers de Sant Pasqual i Castelar
(Gandia) (C); 18) Cova de la Clau II (Palma de Gandia) (EB); 19) Cova del Blanquissar (Palma de Gandia) (C); 20) Cova
del Porc (Palma de Gandia) (C); 21) La Torreta (Palma de Gandia) (EB); 22) Partida de la Plana (Palma de Gandia) (EB);
23) Alt de la Creu Blanca (Palma de Gandia) (EB); 24) Cova del Potaque (Palma de Gandia) (C); 25) Castell del Rebollet
(Font d’en Carròs) (EB); 26) El Rabat (Alqueria de la Comtessa) (EB); 27) Cova de la Solana de l’Almuixic (Oliva)
(CC); 28) Camp de Sant Antoni (Oliva) (CC-EB); 29) Barranc de Beniteixir (Piles) (C); 30) L’Alteró (Alfauir) (EB);
31) La Vital-Sanxo Llop (CC); 32) Tossal del Morquí (Llocnou de Sant Jeroni) (EB); 33) Cova del Rabosar (Llocnou
de Sant Jeroni) (C); 34) L’Horteta o Casa Fosca (Potries) (CC); 35) Els Penyascos (Potries) (EB); 36) Cova del Barranc
Figueral (Ador) (CC); 37) Cova del Forat de l’Aire Calent (Ròtova) (CC-EB); 38) Cova de les Rates Penades (Ròtova)
(CC); 39) Cova del Barranc del Llop (Gandia) (CC); 40) Cova de Minyana (Ròtova) (C); 41) Cova del Parpalló (CC);
42) Cova Negra de Marxuquera (Gandia) (CC-EB); 43) Puntal de Bondia (Gandia) (EB); 44) Abrics del Barranc de Bondia
(Gandia) (EB); 45) Cova de la Trofada (Gandia) (C); 46) Puntal de Ponent de la Falconera (Gandia) (EB); 47) Abric de
la Pols (Gandia) (C-EB); 48) Cova del Cansalader o dels Ninotets (Gandia); 49) Cova de les Goteres (Gandia) (EB);
50) Puntal de la Mola (Gandia) (EB); 51) Cova Xurra (Gandia) (EB); 52) Cova del Racó Tancat (Gandia) (C); 53) Cova
del Cingle (Gandia) (C); 54) Cova de l’Anella (Gandia) (C); 55) Cova del Beat (Gandia) (EB); 56) Cova de la Recambra
(Gandia) (CC-EB); 57) Cova de les Meravelles (Gandia) (CC-EB); 58) Cova de Rausell (Gandia) (C); 59) Abric de la
Casa Blanca (Gandia) (C-EB); 60) Cova de l’Abisme o avenc de Xaro (Gandia) (EB); 61) Cova del Porc (Gandia) (EB);
62) Cova del Racó del Nap (Gandia) (EB); 63) Cova del Corral o Oberta (Gandia) (C); 64) Coveta de Zacarés (Gandia)
(C); 65) Cova de la Finestra (Gandia) (EB); 66) G-70 (Gandia) (EB); 67) G-71 (Gandia) (EB); 68) Cova de l’Aigua
(Gandia) (CC-EB); 69) Castell de Bairén (Gandia) (EB); 70) Abric de Bairén (Gandia) (EB); 71) Cova de Bairén (Gandia)
(C-EB); 72) Cova de Bairén (Gandia) (C-EB).
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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El final del Calcolítico constituye un momento de cambio que culminará con la formación de lo que
la historiografía denomina Bronce Valenciano (Tarradell, 1969). Los cambios que se documentan en este
espacio temporal de tránsito entre el III y el II milenio ANE en tierras valencianas implican la utilización
de la piedra como elemento constructivo principal de los nuevos poblados (De Pedro, 2004), el cambio
en su ubicación del llano a pasar a coronar las montañas (Martí, 2001), la desaparición del típico ajuar
campaniforme y la aparición de una cultura material característica (Tarradell, 1969), e incluso cambios en
el modelo agrario (Pérez Jordà, 2013) y de familia (Jover y López Padilla, 2004). Para valorar las causas
del inicio de la Edad del Bronce, los especialistas en Prehistoria también han tenido en cuenta los datos
obtenidos en el campo de la paleogenética, los cuales han detectado la inclusión de un importante aporte
genético provocado por la llegada de nuevos pobladores vinculados, en última instancia, a la expansión de
la cultura Yamna desde las estepas pónticas hasta la península ibérica, cuya aparición y rápida distribución
implica algún tipo de control de la reproducción (Olalde et al., 2019). Este episodio de inestabilidad se
introduce en la península de norte a sur y arranca en el Calcolítico campaniforme, documentándose en el
Mediterráneo peninsular de forma efectiva entre el 2200 y 1900 calibrado ANE. Los estudios genéticos han
demostrado la incorporación de una nueva variante transmitida por vía paterna, que ha sido corroborada en
trabajos más específicos sobre zonas concretas como el territorio argárico, vinculándose la llegada de estas
nuevas poblaciones a la propia formación de esta conocida cultura arqueológica (Villalba et al., 2021). En
el territorio valenciano, además de los cambios descritos durante la formación del Bronce Valenciano, el
registro arqueológico también proporciona evidencias de inestabilidad en los inicios de la Edad del Bronce,
por ejemplo con la presencia de niveles de incendio en poblados ubicados en altura como la Lloma de Betxí
de Paterna (De Pedro, 1998) y Barranco Tuerto (Jover y López Padilla, 2005), Terlinques (Jover y López
Padilla, 2004), Peñón de la Zorra (García Atiénzar, 2016) o el Polovar (Jover et al., 2016) en la zona de la
cubeta de Villena. Pero cabe señalar que en los restos humanos de la Cova del Garrofer no hemos detectado
lesiones traumáticas mortales que puedan atribuirse a la violencia intencionada (Jiménez-Brobeil, Du
Souich y Al Oumaoui, 2009).
El evento de canibalismo documentado en la Cova del Garrofer se enmarca en este contexto de cambio
e inestabilidad que caracteriza el tránsito del Calcolítico a la Edad del Bronce, que permite a su vez dos
interpretaciones: un endocanibalismo entre humanos de un mismo grupo social o familiar (normalmente
asociado con creencias religiosas); o un exocanibalismo, entre grupos diferentes (asociado a contextos
hostiles) (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
El canibalismo funerario, en términos de endocanibalismo, se ha sugerido en el yacimiento de Caune de
l’Aragó (de Lumley, 2015) y en los conjuntos neolíticos de Malalmuerzo, Majólicas y Carigüela (Botella
et al., 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012). En el caso de la Cova del Garrofer, no parece que se trate de
una práctica generalizada o con tradición, ya que en la zona del Mediterráneo no encontramos paralelos y,
por el momento, debe ser considerado de forma aislada. Los casos en los que se han identificado marcas
antrópicas durante el Calcolítico y la Edad del Bronce en el País Valenciano, son muy escasos y en ningún
caso se relacionan con la práctica del canibalismo. Nos referimos a los yacimientos de Cova del Rectoret
(Gandia) (Miret et al., 2021) y en el Avenc del Dos Forats (Carcaixent) (García Puchol et al., 2010). En este
sentido, la revisión de colecciones óseas aún no estudiadas de los fondos de los museos podría cambiar la
visión del canibalismo en la Prehistoria.
En la Cova del Rectoret (Miret et al., 2021), se identificaron un NMI de cinco individuos, todos
incompletos, fragmentados e inconexos. De entre los restos craneales, una calota de adulto, un frontal de
subadulto y un fragmento de frontal de subadulto, presentan cortes sobre el hueso y marcas de percusión,
relacionadas con el desollado y el descarnado. Las modificaciones observadas se relacionan con un gesto
funerario que implica, al menos, el tratamiento y la manipulación del cráneo.
En la cueva del Avenc dels Dos Forats (García Puchol et al., 2010), hasta el momento se han recuperado un
total de 253 fragmentos de hueso, que corresponden con un NMI de 10 individuos (inconexos e incompletos).
En cuatro restos se observaron marcas de corte, fracturas perimortem y marcas de percusión en la zona
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de los antebrazos y de la rodilla, las cuales se interpretan como gestos funerarios de desmembramiento
y descarnado, con el fin de reubicar y reorganizar el espacio sepulcral. En este caso, los investigadores
plantean la relación de estas marcas con la rigidez cadavérica o rigor mortis, que puede producir una ligera
flexión en las extremidades y dificultad a la hora de manipular el cuerpo, de ahí la necesidad de desgarrar y
seccionar ciertos músculos con el fin de ubicarlo en la cueva.
El único conjunto documentado con evidencias de canibalismo en la península ibérica cuyos restos
humanos se enmarcan en la Edad del Bronce, es el de la cueva de El Mirador, en Burgos (Cáceres, Lozano
y Saladié, 2007). La ausencia de un comportamiento ritual o simbólico en el patrón de procesamiento de
los huesos ha permitido concluir a las investigadoras de El Mirador que los restos documentados responden
a un canibalismo del tipo gastronómico, aunque recientemente esta interpretación ha sido cuestionada,
ya que no se descarta su correspondencia con prácticas simbólicas (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017;
Marginedas et al., 2020).
6. CONCLUSIONES
El estudio de los restos óseos humanos recuperados en el año 1975 en la Cova del Garrofer de Gandia
ha evidenciado un patrón de procesamiento de los cadáveres relacionado con actividades de canibalismo
sobre, al menos, siete individuos de ambos sexos y de diferentes edades. Las evidencias ostearqueológicas
documentadas que sostienen estas prácticas de canibalismo son: huesos humanos desarticulados, elevado
porcentaje de fracturas en fresco o perimortem, marcas de percusión, alteraciones del canal medular,
abundantes marcas de corte para el procesado del cadáver (desollamiento, desarticulación, descarnado y
raspado), marcas dentales y exposición indirecta al fuego o cocción.
Las dataciones radiocarbónicas han revelado que los restos quedan fechados en los momentos iniciales de la
Edad del Bronce. Si analizamos las probabilidades máximas de ambas fechas dentro de la distribución al 95 %
de probabilidad existe un solapamiento de 13 años (entre 2045-2032 calibrado ANE) entre ambas dataciones. En
caso de considerarse como un evento puntual, como interpretamos, este rango cronológico es, por el momento,
el que mayor aproximación estadística ofrece para fechar el episodio de canibalismo analizado.
La proximidad estadística en los resultados de las dataciones realizadas, la falta de paralelos en el
ámbito mediterráneo peninsular, las propias modificaciones antrópicas observadas sobre los restos óseos
humanos y su localización en un espacio concreto de la cavidad, nos llevan a proponer que se trata de un
evento puntual de canibalismo, realizado en un corto espacio temporal sobre un pequeño grupo heterogéneo
que habitaba un poblado de las inmediaciones de Gandia. La variedad de sexo y edad de los individuos
analizados no permite identificar patrones en la elección para su consumo. Por todo ello proponemos que la
colección analizada podría corresponder, en parte o en la totalidad, a un grupo humano que habitaba uno de
los poblados en alto cercanos que caracterizan el Bronce Valenciano en la Safor. En el entorno inmediato no
se ha documentado ningún poblado en altura de finales del Calcolítico o inicios de la Edad del Bronce. Sin
embargo, si ampliamos el foco sobre un territorio mayor, se comprueba una intensa ocupación del territorio
en los momentos de tránsito del III al II milenio ANE.
No es posible establecer con precisión si los restos humanos son fruto de un consumo en la propia
cavidad o si se depositaron en la superficie de la cueva tras ser procesados en otro espacio, lo que implicaría
la práctica de cierta actividad simbólica. Las modificaciones registradas, no autorizan por sí solas a hablar
más de lo que objetivamente muestran. En este sentido, cabe destacar que no disponemos de información
concluyente sobre el contexto arqueológico de aparición, debido a las circunstancias en las que fueron
recuperados los restos analizados. Por el momento es prematuro ofrecer una explicación exhaustiva de las
modificaciones óseas observadas en la Cova del Garrofer.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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AGRADECIMIENTOS
La financiación de los estudios expuestos ha corrido a cargo de la Museu Arqueològic de Gandia y el Servei Municipal
d’Arqueologia del Ajuntament de Gandia. Agradecemos al Museu de Prehistòria de la Diputació de València las facilidades prestadas, así como los consejos recibidos por parte de los investigadores Alfred Sanchis Serra, Joaquim Juan
Cabanilles y Salvador Pardo Gordó. A Miguel Guerrero Blázquez, por su incansable ayuda a diferentes generaciones
de investigadores interesados en el patrimonio de Gandia. Marc Miret y Salvador Escrivà también nos ayudaron en las
exploraciones. Reconocer el interés de Joan Cardona Escrivà, sin cuya tarea en la dirección del MAGa, nada de lo que
estas páginas muestran podría ser una realidad. Finalmente, agradecemos enormemente a los expertos que revisaron de
forma anónima el manuscrito, cuyos comentarios han ayudado a mejorar la calidad del trabajo presentado.
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Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 145-171
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1590
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Fernando PRADOS MARTÍNEZ a, Helena JIMÉNEZ VIALÁS b y Antonio GARCÍA MENÁRGUEZ c
De la Astarté fenicia a la diosa-madre ibérica.
Análisis de la documentación arqueológica
del santuario del Castillo de Guardamar (Alicante)
RESUMEN: Este artículo se concentra en las fases más antiguas del yacimiento ubicado en el cerro
del Castillo de Guardamar del Segura (Alicante). Junto a la presentación de un lote de materiales
arqueológicos en su mayoría inéditos o poco conocidos, se plantea la existencia de un santuario que
pudo estar activo desde el siglo VIII a.C. A partir del análisis de los distintos hallazgos y de la iconografía
de las terracotas existentes, se propone una advocación para este espacio sacro: la diosa Astarté fenicia,
cuyo culto se pudo prolongar en este lugar a lo largo de prácticamente todo el primer milenio a.C.
PALABRAS CLAVE: santuario, Astarté, religión fenicia, colonización, religión ibérica, terracotas,
pebeteros.
From Phoenician Astarte to the Iberian Mother-Goddess.
Analysis of the archaeological documentation
from the sanctuary of Castillo de Guardamar (Alicante)
ABSTRACT: This article focuses on the earliest phases of the site located on the hill where the castle
of Guardamar del Segura (Alicante) lies. Along with the presentation of several mostly unpublished or
little-known archaeological materials, the existence of a sanctuary that could have been active since
the 8th century BC is proposed. Based on the analysis of the different finds and the iconography of
terracotta figurines, the dedication of this sacred space is proposed: Phoenician goddess Astarte, whose
cult would have continued throughout practically the entire first millennium BC in this place.
KEYWORDS: sanctuary, Astarte, Phoenician religion, colonization, Iberian religion, terracotta,
perfume-burner
a Institut Universitari d’Investigació en Arqueologia i Patrimoni Històric. Universitat d’Alacant.
fernando.prados@ua.es | https://orcid.org/0000-0001-8441-8508
b Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología. Universidad Complutense de Madrid.
heljimen@ucm.es | https://orcid.org/0000-0002-9679-6968
c Museo Arqueológico de Guardamar.
agarciamenarguez@gmail.com | https://orcid.org/0000-0001-9453-1133
Recibido: 22/04/2021. Aceptado: 12/11/2021.
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F. Prados Martínez, H. Jiménez Vialás y A. García Menárguez
INTRODUCCIÓN. ENTRE FENICIOS E ÍBEROS:
UN SANTUARIO EN LA DESEMBOCADURA DEL SEGURA
Desde finales del siglo XX el tramo final del río Segura próximo a su desembocadura ha adquirido un
singular protagonismo en lo que concierne a la investigación arqueológica protohistórica (fig. 1). En este
marco hay que incluir las campañas llevadas a cabo en varios poblados ibéricos señeros: en la orilla norte
El Oral y La Escuera, situados ambos en el término de San Fulgencio (Abad y Sala, 1993; Abad y Sala,
2001) y en la meridional el Cabezo Lucero, en el término de Guardamar (Aranegui et al., 1993; Rouillard,
2010). El descubrimiento años más tarde de los asentamientos fenicios de La Fonteta (González Prats,
2010; Rouillard et al., 2007) y del Cabezo Pequeño del Estaño (García Menárguez, 1995; García y Prados,
2014) fechados entre principios del siglo VIII y finales del VII a.C., permitieron conocer mucho mejor tanto
el origen como el desarrollo de la floreciente cultura ibérica en el sureste (Abad, 2010).
Pero existe otro yacimiento, menos conocido para las fases más antiguas, que consideramos
fundamental dar a conocer con detalle por sus especificidades: el Castillo de Guardamar. En unas
campañas llevadas a cabo en 1993 y 1995, motivadas por la restauración de la fortaleza bajomedieval
y moderna, se realizaron actuaciones arqueológicas en la zona llamada “cuartel de Caballería” (Bevià,
1986). Los resultados no sólo contribuyeron a fijar los criterios para guiar las actuaciones de restauración,
sino que, además, permitieron ampliar la secuencia cultural y cronológica del yacimiento. Aunque ya se
Fig. 1. Mapa de la desembocadura del río Segura con indicación de los principales yacimientos fenicios e ibéricos
mencionados en el texto.
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De la Astarté fenicia a la diosa-madre ibérica.
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había reconocido una fase ibérica gracias a los trabajos de excavación dirigidos por el profesor L. Abad
en 1982 (Abad, 1986: 151) en las citadas campañas se documentó una fase de ocupación correspondiente
a la primera Edad del Hierro (García Menárguez, 1992-1993).
Como ya se ha expuesto en trabajos previos (por ejemplo, García Menárguez, 1995 y 2010), la novedad
que ello suponía quedó limitada por la naturaleza de los niveles arqueológicos excavados, ya que el registro
había padecido intensos procesos postdeposicionales de génesis antrópica. Pese a ello, y tras la actual
revisión de los materiales, junto a la documentación gráfica, el conjunto dibuja un interesante panorama
que, como vamos a referir, subraya su función sagrada durante un largo periodo histórico.
La primera referencia sobre el posible carácter cultual del Castillo de Guardamar se remonta al siglo
XVI. La noticia la proporciona E. Gisbert quien, citando al canónigo D. Juan Cival, comenta que en 1594
se encontró en las cercanías de la villa (posiblemente en el cerro del Castillo) una estatua de bronce
representando a Mercurio, de unos dos palmos de altura (Gisbert y Ballesteros, 1901). En el siglo XVIII
Joseph Montesinos menciona más hallazgos, destacando la aparición de varias inscripciones y un tesorillo
de monedas romanas (Montesinos, 1795). Otras evidencias arqueológicas las recoge el mismo Montesinos
citando a Don Joseph Claramunt, canónigo de la Iglesia de Orihuela e hijo de esta Villa de Guardamar,
halladas con motivo de unas excavaciones junto a la Iglesia de la Villa (García Menárguez, 2010).
El término Castillo con que se conoce comúnmente a este yacimiento en realidad se corresponde con
la villa amurallada bajomedieval y moderna que, desde finales del siglo XIII hasta el primer tercio del
siglo XIX, ocupó el cerro que se levanta a espaldas de la actual localidad de Guardamar. La destrucción y
abandono de esta fortaleza tuvo lugar como consecuencia del terremoto de l829, que asoló muchos pueblos
de la comarca alicantina de la Vega Baja del Segura. En Guardamar, la villa amurallada fue reducida a
escombros, obligando a sus habitantes a levantar una población de nueva planta en el llano, a los pies del
cerro y separada del mar por la duna litoral (fig. 2).
Fig. 2. Vista aérea del castillo y su entorno costero. El cuadro señala el lugar donde se concentran la mayor parte de los
hallazgos (fotografía MAG-Museo Arqueológico de Guardamar).
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F. Prados Martínez, H. Jiménez Vialás y A. García Menárguez
Fig. 3. Aspectos diversos de la factoría fenicia del Cabezo Pequeño del Estaño. Vista aérea y foso defensivo (arriba).
Manzana de casas y taller metalúrgico (abajo).
Con una altura máxima de 64 m sobre el nivel del mar, esta meseta alargada se compone geológicamente
de margas, calizas y areniscas pliocuaternarias. Presenta defensas naturales por todos sus lados, menos por
el que mira al norte, donde la pendiente desciende suavemente hasta alcanzar el curso fluvial del Segura.
Esta topografía garantiza la defensa y permite el dominio directo de su entorno en 360º. La cuenca visual
incluye el tramo final del valle aluvial, la Vega Baja, y toda la bahía que se abre desde el Cabo de Santa Pola
y la isla de Tabarca hasta el Cabo Cervera, el sinus Ilicitanus que citan autores clásicos como Pomponio
Mela (Chorog., II, 93) o Plinio (N.H., III, 4, 19-20).
Para los navegantes fenicios, estas condiciones naturales no pudieron pasar desapercibidas: prueba de
ello son las instalaciones estables que se fueron fundando en el entorno. El cerro, entendido como accidente
costero, señalaba la existencia de un buen puerto y del lugar donde virar hacia la factoría del Cabezo
Pequeño del Estaño, fundada en la primera mitad del siglo VIII a.C., y ubicada a un kilómetro escaso en
línea recta. Este enclave fortificado (fig. 3) cumplió los requisitos propios de las primeras instalaciones
fenicias (García y Prados, 2014 y 2017): se fundó sobre un espolón de altura moderada, de una superficie
de algo más de una hectárea, con un buen fondeadero, rodeado de una lámina de agua por tres de sus cuatro
partes y al abrigo de los vientos dominantes. Por delante del cerro del Castillo discurrían las principales
rutas náuticas que utilizaron este tramo de la costa como cabeza de puente tanto en los viajes de ida hacia
el estrecho de Gibraltar y el océano Atlántico, como los de vuelta hacia las Baleares, Cerdeña, Sicilia y el
Mediterráneo oriental. No cabe duda de que las fundaciones fenicias de Sa Caleta e Ybusim (Ibiza), desde
una perspectiva de la navegación por el Mediterráneo, jugaron un rol fundamental como bases intermedias
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en las rutas marítimas que unieron oriente y occidente (Ruiz de Arbulo, 2000; Aubet, 2009). Algo similar
sucedería con el Castillo y las colonias fenicias de Guardamar, a medio camino entre las citadas islas y el
área tartesia, más allá de las columnas de Hércules.
Como veremos más adelante, creemos que su prominencia, que lo convierte en el accidente geográfico
más destacado de la desembocadura, fue determinante para su sacralización. Aún hoy día, para cualquier
embarcación que pretenda llegar navegando hasta la gola del Segura, el cerro del Castillo constituye una
referencia geográfica de primer orden, pues visto desde el mar se erige como el hito más destacado de la
costa. En la talasonimia local se le considera una referencia básica para los pescadores (Sempere, 1991).
2. LAS INTERVENCIONES ARQUEOLÓGICAS: LOS NIVELES PROTOHISTÓRICOS
Desde las primeras excavaciones se constató que la estratigrafía había sido en gran medida alterada
por las construcciones medievales y modernas (Abad, 1986; 1992). Pese a ello, en todos los cortes se
documentaron materiales de diferentes épocas y usos, sobresaliendo por su singularidad los de carácter
religioso. De entre éstos, destacaron los denominados pebeteros de terracota en forma de cabeza femenina
(fig. 4), sin duda el conjunto mejor estudiado y conocido de este yacimiento (Abad, 2010). De hecho, del
total de materiales protohistóricos recuperados en las excavaciones y prospecciones el porcentaje de los
fragmentos de pebeteros supuso casi el 50 %. Esta cuestión indicaba, en paralelo, la escasa presencia de
registro arqueológico propio de un hábitat, algo sobre lo que volveremos después. Los datos permitían
inferir que en la cota más alta del cerro del Castillo pudo existir un espacio sacro, quizás un santuario cuyo
uso se prolongó en el tiempo, adquiriendo su máxima expresión en época ibérica, entre los siglos IV y I a.C.
a tenor de los materiales, especialmente las citadas terracotas (Abad, 2010: 60).
Fig. 4. Conjunto de pebeteros ibéricos de terracota tipo “Guardamar” (fotografía MAG-Museo Arqueológico de
Guardamar).
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F. Prados Martínez, H. Jiménez Vialás y A. García Menárguez
Fig. 5. Vista del corte A (excavaciones de A. García Menárguez, 1993).
La intervención arqueológica de urgencia de 1993 se concentró en la muralla oriental del Castillo. En
esa campaña, la excavación del corte A (fig. 5) permitió exhumar en su cara externa un potente relleno que
sirvió para sellar, durante las reformas renacentistas, un foso tallado en la roca como defensa avanzada
de la muralla bajomedieval. La excavación de este sector sirvió para observar que la instalación de esta
muralla seccionó el registro estratigráfico de los niveles previos de la Edad del Hierro, pero no supuso su
desmantelamiento.
Una vez retirados los estratos recientes, generados con posterioridad al seísmo de 1829, afloró un
pavimento de época moderna que cubría los niveles inferiores. Debajo se documentó un segundo suelo de
tierra margosa de color amarillento y verdoso compactada, relacionado con la ocupación de época ibérica.
Lo interesante es que sellaba un último estrato compuesto por tierra y piedras menudas que regularizaba las
oquedades de la roca base.
Presuponemos que este último nivel debió de estar asociado a alguna estructura arquitectónica, según se
desprende del hallazgo de improntas vegetales sobre el barro, quizás de la techumbre. El conjunto de materiales,
aunque no muy abundante, era tremendamente significativo: primero, porque estaba ubicado bajo un nivel de
época ibérica que lo sellaba, y, segundo, porque se podía adscribir en su totalidad al Hierro Antiguo.
De todo el lote cabe subrayar el hallazgo de varios elementos relacionados con la artesanía textil.
En concreto, una fusayola bicónica, con perforación central y varias pesas de telar, algunas de ellas en
buen estado de conservación, de las denominadas de doble perforación y escotadura en “V” (fig. 6),
que aparecieron formando línea recta, junto a los restos de un fragmento de madera carbonizada. Ello
posibilitaba interpretar este hallazgo como parte de un telar de bastidor, aparecido en posición primaria.
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Fig. 6. Pesas de telar y fusayolas recuperadas en las excavaciones del Castillo.
Junto a estos elementos se recuperaron fragmentos de cerámica muy tosca, fabricada a mano, representativa
de los tipos clásicos de la vajilla del Bronce Final y del Hierro Antiguo del sureste. Junto a la cerámica a
mano se localizó cerámica a torno, destacando un fragmento de hombro perteneciente a un ánfora fenicia
del grupo de las T-10, de procedencia malagueña. Se trata en su conjunto de un elenco cerámico similar al
que se localiza en la factoría del Cabezo Pequeño del Estaño (García y Prados, 2014: 129).
En 1995 prosiguieron los trabajos con la excavación del corte B, contiguo al anterior por su lado sur (fig. 7).
En este caso, los materiales arqueológicos fenicios aparecieron asociados a un área de desechos, formada por un
estrato de color oscuro de unos 50 cm de espesor. Se documentó una decena de huesos de mamíferos (ovicaprinos
y lepóridos) y malacofauna terrestre (gasterópodos del tipo Iberus alonensis) y marina, sobresaliendo las lapas
del género patella y las peonzas tipo Monodonta turbinata. Por el contexto y los hallazgos daba la impresión de
que se había seleccionado y acondicionado un área de desechos o basurero, aprovechando una depresión entre
las rocas de arenisca y calizas de la base del cerro (García Menárguez, 1992-1993).
Indicativo de la actividad que reflejaba este basurero, junto a la fauna, no muy abundante a excepción
de la malacológica, se recogieron algunas cerámicas a mano muy fragmentadas y un trozo de borde de un
plato de barniz rojo fenicio que podría fecharse hacia mediados del siglo VIII a.C. como veremos en el
siguiente apartado. Aparecieron también otras cerámicas a torno, entre ellas varios fragmentos de plato
de cerámica gris, así como un asa y otros fragmentos del cuerpo de un ánfora del tipo T-10 de producción
fenicia occidental (fig. 8).
Siguiendo una lectura inversa de la estratigrafía, este basurero fue cubierto por un nivel de tierra arcillosa
perteneciente al periodo denominado Ibérico Antiguo (ss. VI-V a.C.). De este periodo se documentó un
muro de mampostería, con una orientación SE-NO, que conservaba una longitud de unos 3 m de largo
por unos 50 cm de ancho conservados. Se le asociaba un pavimento de adobes, con algunos ejemplares
cuadrados de 30 x 30 cm y otros rectangulares de 30 x 25 cm, muy similares a los que se conocen en las
casas destacadas del vecino poblado de El Oral (habitaciones IVH2 y IVH4; Abad y Sala, 2001: 68).
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F. Prados Martínez, H. Jiménez Vialás y A. García Menárguez
Fig. 7. Fotografía del corte B (excavaciones de A. García Menárguez, 1995).
El registro asociado a este pavimento no fue abundante, pero sí significativo como para reconocer una
clara ocupación durante el periodo Ibérico Antiguo: varios fragmentos de ánforas y la parte superior de un
plato de cerámica gris, de carena alta y borde exvasado. Se recogieron restos de malacofauna, en este caso
gasterópodos terrestres. Sobre el nivel de abandono que sellaba esta fase la estratigrafía apareció muy alterada
por las fosas bajomedievales. Aun así, se pudo exhumar un pequeño hogar, de forma rectangular, junto al perfil
sur del corte. El estrato grisáceo asociado a éste contenía algunas bolsadas con restos de carbón y materia
orgánica como consecuencia de la estructura de combustión, ofreciendo un registro donde se documentaron
ecofactos: pocos restos óseos de ovicaprinos, cáscaras de huevo de avestruz y de nuevo malacofauna. Se
recuperaron también fragmentos de cerámicas ibéricas con decoración geométrica, de barniz negro y otras ya
de época romana. Lo escaso del registro faunístico no parece resultado de una ocupación estable y un consumo
de tipo doméstico, por lo que habría que pensar en prácticas rituales, sobre todo si lo comparamos con los
volúmenes procedentes de los hábitats fenicios próximos (Moreno, 1996; Iborra, 2007).
De esta intervención cabe destacar por último la localización de varios fragmentos de terracota de época
ibérica, correspondientes a exvotos de pebeteros de cabeza femenina, con las facciones del rostro algo
desfiguradas, encuadrables dentro del Grupo 2 de L. Abad (2010). Este hallazgo, como veremos, viene a
sumarse a la interpretación ritual y a la existencia de un espacio sacralizado en época ibérica, situado en la
cima del cerro, que se emplaza en el sector meridional.
Las últimas intervenciones arqueológicas realizadas durante 2019 por la empresa Alebus Patrimonio
Histórico S.L., han vuelto a incidir especialmente en la misma problemática, corroborando la existencia
de una fase de ocupación histórica correspondiente al Hierro Antiguo a la que se superpone otra de época
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Fig. 8. Conjunto de cerámicas fenicias del Castillo (selección).
ibérica. Esta excavación (fig. 9), desarrollada por la cara interior del flanco occidental de la muralla
bajomedieval, ha permitido documentar de nuevo sobre la roca base un nivel de ocupación del Hierro
Antiguo. Entre los materiales sobresalen las cerámicas a mano, en las formas típicas del Bronce Final o la
primera Edad del Hierro, así como materiales a torno entre los que destacan las grises orientalizantes y otros
vasos con decoración bícroma de bandas paralelas y varios fragmentos de ánforas fenicias que nuevamente
se adscriben al grupo de las T-10. Se trata, en definitiva, de un conjunto representativo que se fecha desde
finales del siglo VIII al siglo VI a.C., y con ello, en clara sintonía con lo que se documenta en los enclaves
fenicios vecinos (García y Prados, 2014; García, Prados y Jiménez, 2020).
Los niveles de época ibérica se constataron en algunos puntos, tanto sobre la roca del cerro como sobre el
citado estrato del Hierro Antiguo. Relacionados con esta fase ibérica se localizaron un par de construcciones
muy afectadas por las transformaciones urbanas bajomedievales. Se trata de dos muros de mampostería,
uno de ellos con tendencia curva y el otro rectilínea. De los materiales asociados a estas construcciones
destacan las producciones ibéricas, sobre todo las cerámicas pintadas decoradas con elementos geométricos
y las ánforas, así como otras importadas, caso de las cerámicas áticas de figuras rojas. Se trata, por tanto,
de un conjunto que se puede fechar en época ibérica plena (siglos IV y III a.C.) y en el no aparece cerámica
común. Además, cabe resaltar la aparición, junto al citado conjunto, de un fragmento de terracota del grupo
1 del “tipo Guardamar” (Abad, 2010: 126). Se trata de un hallazgo relevante debido a que se documenta en
un contexto cronológico algo anterior al que se propone generalmente para estos pebeteros, los siglos II y I
a.C. (Moratalla y Verdú, 2007: 362; Horn, 2011; Grau et al., 2017: 84), y concuerda con la cronología algo
anterior planteada por Sala y Verdú (2017: 32).
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154
F. Prados Martínez, H. Jiménez Vialás y A. García Menárguez
Fig. 9. Ortofoto
del Castillo tras las
restauraciones de
2020. Se indican las
distintas actuaciones
llevadas a cabo.
Cortesía Ayto. de
Guardamar.
3. DEL SANTUARIO EMPÓRICO AL CÍVICO: PAISAJE Y MATERIALES
ARQUEOLÓGICOS
Una vez referidas sucintamente las intervenciones arqueológicas desarrolladas en el Castillo, queremos
incidir en el reconocimiento de la fase fenicia e ibérica antigua y plena (siglos VIII-IV a.C.) y en la existencia
de un lugar sagrado desde los primeros momentos de su ocupación. Esta cuestión resulta fundamental para
comprender la naturaleza de la primera presencia fenicia y su posterior desarrollo, junto a la organización
del proceso de urbanización de toda el área de la desembocadura del río Segura. A partir del examen de
los materiales arqueológicos y del análisis de otras variables, como aquellas que se refieren a la posición
estratégica del emplazamiento respecto del territorio circundante y su percepción desde el mar, como lugar
destacado, proponemos como hipótesis la existencia en el extremo meridional del cerro de un espacio
sacralizado (ver figs. 2 y 9).
Cabe la posibilidad de que este carácter sagrado tuviese su origen en la Prehistoria reciente. La existencia
en el entorno del Castillo de algunos conjuntos de grabados rupestres aún inéditos (cruciformes, cazoletas y
líneas que las conectan) muy similares a otros estudiados en la provincia en conexión con el consumo de sal
por el ganado y asociados a poblados de la Edad del Bronce (Mataix et al., 2015: 38), así como la singular
importancia de las vías de comunicación que discurrían a su pie –que presentan rodadas de carro en algunos
sectores– debió suponer, en opinión de algunos investigadores, su significación como hito territorial desde
fechas tempranas (Mederos, 1999; Mederos y Ruiz, 2001). A todo ello habría que añadir lo conspicuo de
este punto, destacado sobre la plataforma litoral y perceptible desde todo el arco montañoso que rodea la
desembocadura del río Segura.
Sumado a todo ello, la llegada de los navegantes fenicios en los albores del siglo VIII a.C. supuso
la elección de este promontorio costero para ubicar un santuario, que pasaría a convertirse también en
referencia principal para la navegación. Es bien conocida la relación de los primeros establecimientos
fenicios con la elección de un lugar, en un punto significativo de la geografía, generalmente dedicado a
la protección de los navegantes o a rendir culto a determinadas deidades que debían serles propicias en
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su empresa colonial (Brody, 1998: 40). Así sucedió en Gadir, por ejemplo, y en otros muchos lugares de
la colonización fenicia de la península ibérica como Baria (Villaricos, Almería), el peñón de Salobreña
(Granada), el peñón de Gibraltar, El Carambolo (Santiponce, Sevilla) o Ratinhos (Alqueva, Portugal),
donde la primera instalación de fenicios estuvo ligada a la construcción de un santuario o un templo (Ferrer,
2002; López Castro, 2005; Fernández y Rodríguez, 2007; Escacena et al., 2007; Prados, 2010; Silva et al.,
2019). Tanto la posición como la materialidad que ahora pasaremos a estudiar indican que sobre el cerro del
Castillo de Guardamar se erigió un santuario de tipo empórico (López Castro, 2006) y de carácter costero
(García et al., 2020) ubicado en un punto de referencia estratégico y simbólico, fundamental para marcar la
cercanía de la desembocadura del Segura a los navegantes.
El santuario del Castillo responde a un modelo de implantación que se repite a lo largo del litoral costero
del tercio sur peninsular relacionado con el incremento del comercio y, con ello, de la navegación fenicia
a partir del I milenio a.C. (Marín Ceballos, 2010). Es cierto que algunos de estos hitos estratégicos de
especial significación ya habían tenido un origen anterior. Parece evidente que en los lugares sagrados de
advocación a dioses fenicios como Baal Saphon, Melkart o la diosa Astarté, debieron de existir ritos ligados
a la protección de los navegantes, aunque apenas haya quedado constancia en el registro arqueológico, caso
de las anclas de piedra, por ejemplo (Escacena, 2005; Romero, 2012: 112). De hecho, algunos periplos nos
ilustran sobre la religiosidad de las gentes del mar, y refieren la obligatoriedad que tenían los marineros
de bajar a tierra con ofrendas, o realizar sacrificios en la propia embarcación al avistar los promontorios
sacros (Kapitän, 1989; Vargas Girón, 2020); así como la prohibición de permanecer más tiempo del preciso,
como alerta la Ora Maritima respecto a las columnas de Hércules: “las naves se acercan a hacer sacrificios
al dios y se marchan rápidamente: se considera un sacrilegio demorarse en estas islas” (vv. 361-362). De
hecho, la existencia de lugares sagrados en los accidentes geográficos costeros es una constante a lo largo
del Mediterráneo (Gras, 1999; Ferrer, 2002). Los objetos que nos ocuparán más adelante hallados en el
Castillo, junto a la cerámica fenicia y las dataciones radiocarbónicas obtenidas en el Cabezo Pequeño
del Estaño, manifiestan que las prácticas religiosas del santuario arrancaron en un momento inicial de la
presencia colonial en la zona (García y Prados, 2014; García et al., 2020).
Ya hemos avanzado que el carácter sacro del cerro parece inferirse también por su peculiar situación en
un área liminal, lugar de paso, punto estratégico y nodal donde confluían diversas vías de comunicación.
Por un lado, en sentido este-oeste, la vía fluvial que conectaba las rutas marítimas con el antiguo estuario
y el valle del Segura en dirección a tierras murcianas y de la alta Andalucía, con abundantes recursos
agrícolas y metalíferos (Prados et al., 2018). Por lo que se refiere a las vías terrestres, el cerro del Castillo
constituye un cruce de caminos que une las citadas rutas marítimas y fluviales con territorios del interior,
a través de caminos carreteros y cañadas de ganado trashumante, empleadas hasta tiempos recientes –en la
zona se conserva aún el topónimo medieval “bovalar” destinado a un lugar de pastos y reunión del ganado–
(Beviá, 1985). Éstas conectaban la Meseta, a través del valle del Vinalopó, con los pastos que se abren en
la margen derecha del Segura y las lagunas saladas de Torrevieja y La Mata. Por estos mismos caminos,
una vez asentados los fenicios en la costa, discurrirán elementos de prestigio de procedencia oriental y
productos de intercambio como los documentados en Camara y en El Monastil de Elda (Poveda, 1994 y
2000; Mederos y Ruiz, 2001), en el Castellar de Villena (Esquembre, y Ortega, 2017) e incluso más al norte,
en las comarcas del Alcoià y el Comtat (Acosta et al., 2010).
Desde esta perspectiva, y entendido el cerro del Castillo como punto nodal, creemos que reúne las
condiciones de lo que algunos autores han identificado, según los relatos que narran los viajes a occidente,
como un espacio sagrado, sin que sea necesario para ello la presencia de una arquitectura monumental
(Marín, 2010: 500). Así solían operar los santuarios de tránsito y de frontera (Prados, 2006: 55). Es muy
esclarecedor a este respecto la descripción que hace Estrabón (3.1.4) del Hierón Akroterion identificado
con el portugués cabo de San Vicente “como un espacio al aire libre donde no hay templos ni altares, sino
piedras sobre las que, según una antigua costumbre, se derraman libaciones” (Ferrer, 2002: 190; Romero,
2008: 78). Con el tiempo, los espacios sagrados, propiedad de los dioses, lugar de contacto entre éstos y
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los mortales, y entre el mar y la tierra (Aranegui, 1994; Delgado, 2010), podrían disponer de un espacio
delimitado por un murete, a modo de lugar sagrado de exclusión o témenos, y algún altar, como elemento de
comunicación entre el hombre y la divinidad, a través del sacrificio y la plegaria. De existir en el primigenio
espacio sacralizado del Castillo alguna estructura edilicia, tal vez el culto inicial integró en su interior
alguna grieta, como las que afloran en la base de la muralla norte, o quizá en alguna de las cuevas que se
observan en el borde inferior del cerro (fig. 2). Recordemos al respecto que los propios santuarios ibéricos,
excluyendo a los urbanos, no desarrollaron una arquitectura como tal hasta el siglo III a.C. (Ramallo et al.,
1998; Almagro y Moneo, 2000; Grau y Rueda, 2018).
Según algunos autores, parece ser que la sacralización de los accidentes naturales a lo largo de las
costas peninsulares estuvo ligada a un sistema de orientación, con el propósito de garantizar a largo plazo
las rutas de navegación (Aranegui, 1994; Belén, 2000; Ruiz de Arbulo, 2000). Por ello, la disposición de
derroteros y un conocimiento lo más exhaustivo posible de los puntos de fondeo, resguardo y aguada,
resultaba primordial, como también lo era la necesidad de asegurar el carácter neutral del santuario como
punto de escala.
En los periodos conocidos como Bronce Tardío y Bronce Final tanto las cuevas como los promontorios
costeros se consideraban santuarios en sí mismos, lugares santos para los númenes (Gómez-Bellard y
Vidal, 2000; Mateos, 2006; Marín, 2010: 499) y pudieron ser empleados por los navegantes mediterráneos
que alcanzaron las tierras de Iberia en esa época (Ruiz-Gálvez, 1995). Algunos siglos más tarde y quizás
apoyados en derroteros e itinerarios confeccionados en esta etapa previa que se acaba de referir, hay que
situar la llegada regular de los marinos fenicios y su asiento en las tierras del sur y el sureste peninsular.
La fundación del Cabezo Pequeño del Estaño, probablemente en las primeras décadas del siglo VIII a.C.,
con su potente fortificación y foso recientemente excavado (fig. 3), así como la constatación de la recepción
y elaboración de lingotes de plomo y plata en el seno del yacimiento, se han de vincular con este momento
(Prados et al., 2018). Algo después, y como paradigma de lo exitoso del modelo de implantación fenicio, surgió
la ciudad portuaria de La Fonteta, que se enmarca en otro proceso más abierto y menos especializado que el
que refleja la factoría prístina, cuya materialidad indica casi un monopolio fenicio occidental centrado en el
trasiego de plata (recientemente, Prados et al., 2020: 109). Pero todos estos indicios no se pueden comprender
sin la existencia tanto de la divinidad protectora y sancionadora de las fundaciones y los intercambios, como
del centro sagrado de cohesión territorial: ahí es donde incluimos el santuario del Castillo. Junto al vector
principal que supuso el metal (Aranegui y Vives-Ferrándiz, 2017: 27) el desarrollo del nuevo modelo colonial
en las bocas del Segura debió incrementar tanto el flujo comercial con el interior (que explicaría la presencia
de materiales fenicios en Peña Negra, por ejemplo) como el del ganado trashumante y el comercio de la sal a
lo largo del corredor del río Vinalopó (González Prats, 2002; Mederos y Ruiz Cabrero, 2001).
Los materiales arqueológicos documentados en el Castillo ofrecen luz tanto sobre su función religiosa
como sobre su cronología. De todo el conjunto de hallazgos el mayor porcentaje pertenecía a restos
cerámicos. Cabe destacar, en primer lugar, la aparición del citado fragmento de plato fenicio de barniz rojo,
con un borde de 2,2 cm. de ancho (fig. 8.3) que se puede fechar a mediados del siglo VIII a.C. Destacan
también las piezas de cerámica gris (figs. 8.4 y 8.5), con varios fragmentos pertenecientes a dos platos de
borde saliente que se podrían fechar por sus paralelos con el Castillo de doña Blanca (Cádiz) y con Fonteta I
y II a finales del siglo VIII a.C. y principios del VII a.C. (Ruiz Mata, 2016; González Prats, 2014). También
se han documentado fragmentos a torno pertenecientes a un ánfora del grupo de las T-10, de hombro
carenado (fig. 8.2) que se puede vincular con la misma cronología. Del material cerámico fabricado a
mano destaca un recipiente de forma ovoide y bordes reentrantes, con dos mamelones como elementos de
aprehensión (fig. 8.1) cuyos paralelos más cercanos se encuentran en el vecino Cabezo Pequeño del Estaño
en contextos de mediados-finales del siglo VIII a.C.
Junto a la cerámica llama poderosamente la atención la aparición de los citados elementos vinculados
a la artesanía textil. Estas pesas de telar (fig. 6), aunque más evolucionadas, tienen sus precedentes en
los ejemplares documentados en poblados del Bronce Final del sureste (Molina, 1978: 207), como es el
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caso del Cerro de la Encina de Monachil (Arribas et al., 1975). Nuestro paralelo más próximo está en
Peña Negra, donde aparecieron restos de un telar con numerosas pesas de escotadura superior sobre un
pavimento que sellaba desechos de fundición (González Prats, 1992). Ya hemos adelantado que en el
momento de su recuperación los cuatro ejemplares de pesas aparecieron alineados sugiriendo la presencia
del telar instalado in situ. Así pues, en el cerro del Castillo se documenta la existencia de un espacio de
actividad textil que ya estaba en uso en época fenicia arcaica.
Junto a los materiales obtenidos en las excavaciones se han sucedido otros hallazgos de singular interés
que se pueden relacionar con la fase fenicia. Nos estamos refiriendo, en primer lugar, a dos elementos de
metal: dos puntas de flecha de bronce recuperadas en las laderas del Castillo. Una de ellas, donada al Museo
Arqueológico de Guardamar en 1991, era de doble filo con arpón lateral recortado (tipo 11a de Lorrio et al.,
2016: 55). Este tipo, relacionado con la llegada de los fenicios a las costas peninsulares (Mancebo y Ferrer,
1988-1989; Quesada, 1989), se empleó tanto como arma de guerra como para la caza (Elayi y Planas, 1995).
La segunda punta de flecha (fig. 10) fue descubierta a raíz de unas excavaciones de urgencia practicadas
en 1999 en el sector suroccidental de la muralla, con motivo de unos trabajos de restauración. Su localización
en un depósito de ladera dificultó su contextualización estratigráfica. Se trata de una punta de bronce, con
hoja lanceolada, de sección aplanada y largo pedúnculo de sección rectangular, doblado en su extremo
interior. Por su tipología parece tratarse de un ejemplar procedente de la costa sirio-palestina (Yadin, 1963:
353; García et al., 2020: 311 y fig. 10).
Los primeros ejemplos de este peculiar tipo de punta de flecha los tenemos en oriente, ya en el Bronce
Medio, como se aprecia en algunos ejemplares conservados hoy en el Museo Nacional de Beirut (Puech,
2000). Aunque la pieza del Castillo es igual a las orientales, cabe referir la existencia de otra similar localizada
en La Fonteta, algo más evolucionada, lanceolada y de largo pedúnculo (González Prats, 2014: fig. 29).
Documentada en la fase III de este enclave presenta un marco cronológico del siglo VII a.C. (González
Fig. 10. Punta de flecha de bronce del castillo. A la derecha, ejemplares fenicios del Museo Nacional de Beirut (según
Yadin, 1963: 353).
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Prats, 2014: 272). Junto a los citados paralelos orientales, este contexto nos es muy útil para fechar la del
Castillo, que podría encuadrarse sin problema a lo largo del siglo VIII a.C. Mención aparte merecen las
noticias, algo difusas, que señalan la aparición de un hacha de talón de bronce en las laderas del cerro,
que fue entregada al Museo Arqueológico Provincial de Alicante. Pese a las limitaciones, consideramos
que todos estos hallazgos metálicos se pueden relacionar con el carácter sagrado del cerro del Castillo: en
oriente, flechas y otras armas formaron parte de los depósitos votivos que se realizaban en los santuarios
(Chamberlain, 1983). Se debió tratar de ofrendas religiosas depositadas ante la divinidad para corresponder
su protección o agradecer el haber llegado a buen puerto tras una larga y peligrosa travesía.
Otro hallazgo muy significativo es el de un fragmento de terracota de una figura femenina velada que
presenta un peinado de tipo hathórico, si bien se encuentra erosionada (fig. 11, izq.). Tiene los brazos
cruzados sobre el pecho, el derecho sobre el izquierdo, en una actitud similar a la de los ushebti egipcios,
si bien aquí no se reconocen atributos reales como el cetro y el látigo. Aunque la postura remite a modelos
egipcios, su rostro no tanto. Su mirada frontal, ojos almendrados, las arrugas de la frente y sus orejas
remiten a las imágenes de la diosa Astarté que se conocen bien en terracotas del ámbito fenicio (fig. 11
abajo) y piezas orientalizantes hispanas como la del llamado bronce Carriazo, el marfil de Medellín o la
Astarté del monumento de Pozo Moro. Aunque las imágenes de Astarté que se conocen en terracota o en
las placas áureas presentan los brazos en similar disposición, se cogen los pechos en clara referencia a la
fecundidad y a la maternidad, o sujetan otros atributos (fig. 12) tales como flores de loto o sistros (Bonnet,
1996; Cornelius, 2008). El estado de conservación de la pieza, especialmente dañada en la parte frontal, no
permite saber si sostuvo algo en las manos. Aunque adolece de un contexto claro para fechar su uso, como
se ha dicho, tanto su vinculación con esta divinidad femenina como los rasgos y los paralelos descritos nos
permiten proponer una fecha de los siglos VII o VI a.C. para su fabricación.
Fig. 11. Figura orientalizante de terracota procedente del Castillo. Debajo, ejemplares de la costa sirio-palestina (a partir
de Press, 2014).
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Fig. 12. Colgantes áureos
de Astarté con peinado
hathórico (según Ziffer et
al., 2019).
Por último, en la ladera suroccidental destaca el hallazgo de una cabeza femenina de terracota, con
un cuello largo, a modo de vástago, parcialmente ennegrecida por la acción del fuego. La cabeza aparece
ataviada con un tocado egipcio, quizás un nemes o klaft, fijado en la cabeza mediante una diadema de la
cobra real (fig. 13). Estos tocados se relacionan también en el ámbito religioso fenicio con la imagen de
Astarté (Cornelius, 2008). Ésta es una pieza muy interesante debido a que se conoce incluso un centro de
fabricación en Ascalón, en Palestina, que ha sido objeto de un reciente estudio monográfico (Press, 2014).
Del amplio elenco de figuritas de Ascalón (fig. 13, a la derecha) clasificadas en cuatro tipos: “filisteo-psi”,
“Asdod”, “micénico” o “fenicio”, la nuestra se puede adscribir sin problema a este último grupo (Press,
2014: 58 y ss.). Estas piezas, interpretadas como tapones de recipientes sagrados en algún caso, parece que
fueron empleadas en los santuarios próximo-orientales como ofrendas o exvotos entre los siglos XI y VIII
a.C. Su largo cuello, a modo de vástago, era hincado en los altares o colocado sobre pequeños agujeros
realizados a tal efecto (Press, 2014: 233).
Aunque perteneciente a la fase ibérica del santuario, junto a los pebeteros “tipo Guardamar”, de
amplísima difusión en el área contestana (Horn y Moratalla, 2014: 159; Grau et al., 2017: 77) una de las
terracotas más interesantes del conjunto recuperado en el Castillo es la que representa a una divinidad
nutricia, una diosa curótrofa, que amamanta a un niño (o quizás a dos, pues está fragmentada). Se trata
de un tipo conocido en otros santuarios ibéricos como el de La Serreta de Alcoi, donde se documenta la
llamada “deesa mare” fechada en el siglo III a.C. (Grau et al., 2008; Grau et al., 2017, 95). El ejemplar
guardamarenco (fig. 14, izq.), de un acabado más cuidado y realista que el alcoyano, presenta una figura
femenina en el centro, vestida con un manto y velada, que porta una especie de torque u otro adorno en el
cuello, y que sostiene en su regazo, sobre su brazo izquierdo, un niño –y posiblemente otro en el otro brazo-.
La pieza que representa al bebé se ha perdido, quedando tan solo la pella de barro triangular colocada en el
lugar en el que éste se fijaba al brazo de la madre. Donde debían estar los pechos la figura femenina presenta
dos oquedades que indican el vacío o la pérdida por rotura de los bebés que amamantaba. La pieza, de unos
13 x 9 cm, sólo conserva la mitad superior y, debido a que no es simétrica, siendo más ancha en su parte
derecha, pensamos que se trata de una representación grupal similar a la citada de La Serreta.
En la terracota de Alcoi, de unos 18 x 17 cm, la imagen es mucho más esquemática (fig. 14, dcha.).
Aparece la diosa en un trono amamantando a dos lactantes, y a sus dos lados, dos parejas de mujeres
y niños de menor tamaño que la figura central. A la derecha la mayor coge con el brazo derecho a la
menor, y ambas apoyan el brazo izquierdo en el trono donde se sienta la figura principal. A la izquierda,
una paloma posada en el trono separa la figura principal de las dos menores. Éstas dos tocan el aulós o
flauta doble, dotando a toda la escena de un acentuado carácter ritual cargado de simbolismo. La pieza
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Fig. 13. Cabeza egiptizante de terracota del Castillo. A la derecha, ejemplares similares de Ascalón (a partir de Press, 2014).
Fig. 14. Fragmento de terracota que representa a la divinidad nutricia. A la derecha, conjunto de La Serreta de Alcoi y
terracota fenicia procedente de Tiro, Líbano (National Museum of Beirut; fotografía hmn.wiki/es).
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conservada en el Museu Arqueològic Municipal Camilo Visedo Moltó de Alcoi ha permitido identificar
otros fragmentos sueltos con grupos y escenas similares (Grau et al. 2017: 95-99). En el Castillo sucede
igual: de entre los fragmentos destaca la parte inferior de una figura femenina de la que se conservan los
pliegues bajos del manto y un pie, calzado, que asoma por debajo. La misma diosa de la fecundidad, en
su atributo de curótrofa, se ha hallado en otros yacimientos ibéricos del sureste como Cabecico del Tesoro
(Verdolay, Murcia) o Jumilla (García Cano et al., 1987; Gil y Hernández, 1995-1996: 156), así como de la
Oretania septentrional (Benítez de Lugo y Moraleda, 2013). En el ámbito fenicio-púnico, la imagen de Isis
curótrofa tuvo una amplia difusión en relación con el ámbito funerario fundamentalmente (recientemente
Ferrer y López-Bertran, 2020: 379).
Otra pieza muy significativa del Castillo que remite a la religiosidad oriental en general, y a la fenicia
en particular, es la placa de terracota que representa a un felino en actitud de ataque a otro animal (fig.
15). Aunque la pieza está fragmentada, el animal que aparece sometido bajo las patas y el torso del que
ataca parece otro felino por las garras de la pata con que se defiende. Entre las del animal atacante parece
reconocerse una cabeza que le muerde la zona de los genitales. De ser así, la escena representaría una lucha
entre dos leones o la lucha entre un león y un gran herbívoro. Estas representaciones son bien conocidas en
los relieves asirios, en los marfiles fenicios y en algunas piezas metálicas como las páteras de plata, y están
cargadas de mensajes rituales. El soporte en terracota quizás le podría dar un carácter mucho más local y
próximo a los exvotos y objetos de culto que reconocemos en el Castillo. Dado su estado de fragmentación,
con unos 7 x 5 cm conservados, desconocemos si la escena era mayor y más compleja. Por su sección
pudo formar parte de una caja (la placa tiene unos 2 cm de grosor), de un altar de terracota similar a los de
Kerkouane (Fantar, 1998: 58) o formar parte de algún elemento de decoración arquitectónica.
4. EL CULTO A ASTARTÉ: UNA PROPUESTA INTERPRETATIVA
A la hora de proponer una advocación para el santuario es necesario recoger todas las representaciones,
tanto las que se pueden adscribir a época fenicia u orientalizante, como las ibéricas, hasta prácticamente la
conquista romana y su aparente abandono. Presumimos este abandono por la falta de datos, conscientes de
la fórmula típicamente romana de integración territorial consistente en mantener los cultos en los santuarios
locales hasta transformarlos, mediante sincretismos o asimilaciones, en otros más próximos a la oficialidad
del imperio (ej. Henig y King, 1986; Marco, 1996; Bendala, 2006; Machuca, 2019) con ejemplos en el área
de estudio (Stylow, 1986; Ramallo, 2000; Abad, 2015). Por tanto, se han de relacionar todos los hallazgos
materiales, ofrendas, exvotos, terracotas y actividades detectadas en las excavaciones con la situación
geográfica del Castillo, para proponer su función y su potencial advocación.
Fig. 15. Fragmento de terracota que representa a un felino atacando otro animal o bien una lucha entre felinos. A la
derecha, altar portátil en terracota de Kerkouane, Túnez (Museo de Kerkouane; fotografía F. Prados).
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Aunque se desconoce la divinidad a cuya tutela se consagraría el santuario, es muy probable que fuese
Astarté, la diosa fenicia por antonomasia, la más antigua, pero también la más compleja (Bonnet, 1996:
142). Esta propuesta ya había sido apuntada en algunos trabajos previos (González Prats, 2010: 62; García,
Prados y Jiménez, 2020: 301). Dado que durante la vida de un santuario era bastante improbable cambiar
la advocación principal (Roux, 1984: 163), pensamos que ésta se mantuvo en el tiempo. La diversidad de
elementos localizados, algunos de distinta procedencia o estilo, apuntan en todos los casos a Astarté, de
la que derivarían –al menos en parte– la divinidad femenina de los íberos, la Tinnit de los cartagineses
y la diosa alada representada en los vasos de Ilici, ya en los primeros momentos de dominio romano.
Es importante recordar que Astarté, en su vertiente de diosa marina, Asherar-yam, es la divinidad más
representada en los santuarios fenicios del extremo occidente, la mayoría de ellos situados, como éste,
en promontorios costeros (Belén, 2000: 62; Marín, 2010). Aunque se suele citar a Baal Saphon como
garante de la navegación, a quien los marineros fenicios dejaban anclas en sus templos (Frost, 1991: 356;
Escacena, 2005; Romero, 2008: 79) los hallazgos del Castillo pueden relacionarse con otra diosa protectora
de esta actividad, conocida como “Astarté del mar” (González Wagner, 2001: 25) llamada así en los papiros
egipcios. Esta Astarté estuvo ligada siempre a los avatares de la colonización fenicia. Astarté del mar,
Venus, es patrona de los navegantes, la estrella que les guía en la noche al ser la primera que aparece en
el cielo. Tenía un carácter multiforme y heterogéneo: divinidad celeste, de la guerra, de la navegación y
fundamentalmente de la fecundidad y del erotismo (Fantar, 1973; Bonnet, 1996 y 2010). El culto a Astarté,
como más tarde a Tinnit desde el siglo V a.C., estuvo también relacionado con el uso mágico y sagrado
del agua, dada la importancia de ésta como elemento purificador (Bonnet, 1996; López Castro, 2005: 11;
Rodríguez, 2008, entre otros).
La existencia de un espacio religioso fenicio dedicado a la diosa Astarté en el cerro del Castillo explicaría
también el ámbito de fabricación textil, una actividad generalmente femenina que suele vincularse con el
culto a esta divinidad, que podría haber sido efectuado por mujeres (Jiménez Flores, 2007: 62; Ruiz de
Haro, 2012) y que tiene presencia en muchos santuarios fenicios y orientalizantes, como Cancho Roano
(Berrocal-Rangel, 2003; Celestino y Cazorla, 2010: 94-95). Por otra parte, la aparición de puntas de flecha
de bronce también puede identificarse con las ofrendas de los navegantes a esta diosa. La donación de
armas fue habitual en los santuarios de Astarté, dada la vinculación con Hathor e Isis, de las que debió
de asimilar estos atributos guerreros (Negbi, 1976; Bonnet, 1996: 151; Muñiz, 2012: 190). Recordemos
que, en el santuario de Astarté de Baria, Luis Siret documentó varias puntas de flecha junto a otras armas
(López Castro, 2005: 14-16). También las ofrendas de moluscos son propias del culto a Astarté-Afrodita
(Romero, 2012: 113) y ya se ha comentado la abundancia de este tipo de fauna en los contextos excavados,
en porcentajes superiores al resto.
Por último, y para subrayar esta advocación, cabe mencionar las dos figuras que podrían representar
directamente a esta divinidad (figs. 11 y 13) así como la terracota con la escena del león que también podría
ser relacionada con el culto a Astarté. Para ello existen numerosos ejemplos que vinculan a esta divinidad
con los leones (Cornelius, 2000; Belén y Marín Ceballos, 2002: 174; Ziffer et al., 2009) (véase la presencia
de leones en las imágenes de Astarté de la fig. 12)
Para la segunda Edad del Hierro, que en el bajo Segura se caracteriza por una cultura ibérica abierta
al mundo mediterráneo, debido a la falta de evidencias específicas, es complicado atribuir a una divinidad
precisa el culto que se detecta en el santuario del Castillo, aunque desde luego es evidente la influencia de
Astarté en la religiosidad del mundo ibérico del sureste (López Castro, 2017: 395). La veneración a Astarté
asimiló con frecuencia cultos dedicados a otras diosas, tanto orientales como de los lugares donde se
asentaron los fenicios a lo largo del Mediterráneo, reproduciendo prácticas cultuales diversas y generando
una “identidad divina plural” (Bonnet, 2010: 453). Los citados contactos mediterráneos aportaron rasgos
bajo los que se esconden las variantes de la diosa local que pueden traducirse en procesos heterogéneos de
asimilación e interacción. En nuestra opinión, las imágenes reproducidas son paralelizables a las divinidades
mediterráneas conocidas. Es cierto que la identidad pudo no ser necesariamente la misma que se reconoció
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en el contexto religioso íbero en las zonas del interior, como apuntan algunos colegas (por ejemplo, Grau
y Rueda, 2018: 53) pero creemos que en esta zona costera de la Contestania, marcada por una presencia
efectiva de población semita desde antiguo, esa advocación de Astarté habría mantenido muchos rasgos de
la diosa oriental original. Quizás solo podamos plantear una asimilación temprana de los dioses locales con
los del panteón fenicio hasta alcanzar la Tinnit púnica y la Juno-Caelestis romana, cuyo culto sabemos que
se mantuvo con fuerza en la zona, expresado particularmente en la Colonia Iulia Ilici Augusta (Poveda,
1995), algo que no debe pasarse por alto. Es probable que la divinidad ibérica femenina que se atestigua en
el Castillo sea resultado, pues, de un proceso complejo de evolución del culto fenicio a través de una fórmula
de interpretatio ibérica, no necesariamente sincrética, que conllevaría armonizar creencias diferentes. El
resultado final lo podemos encontrar en la imagen de la diosa nutricia o en la representada en los pebeteros
de “tipo Guardamar”, cuyo uso se prolongó hasta más allá incluso de la conquista romana.
En este sentido, queremos destacar la importancia del Bajo Segura a la hora de entender la complejidad
que caracteriza el I milenio a.C., desde la colonización fenicia hasta la conformación de las culturas
ibéricas en la segunda Edad del Hierro. Con los fenicios arrancó un proceso histórico que implicó no
solo la consolidación de formas de vida urbana en el Bajo Segura sino también, de forma paralela, la
integración cultural y étnica del componente semita y el indígena. Dicho proceso, como es propio de los
contextos coloniales, genera prácticas y formas nuevas y distintas de las originales (van Dommelen, 2006:
119), que explican en nuestra opinión la naturaleza tan particular de la religiosidad o la cultura material
de asentamientos como El Oral o La Escuera, enclaves ibéricos en los que se ha subrayado su marcada
influencia púnica (Abad et al., 2017).
Nos parece oportuno por tanto subrayar que las tierras contestanas, como bien se ha señalado para
Turdetania (Ferrer y García, 2002), han de entenderse como un concepto geográfico que abarcó una realidad
étnica y cultural diversa. Es incontestable el protagonismo en este territorio de las poblaciones ibéricas,
herederas de aquellas que poblaban la zona en el Bronce Final (Llobregat, 1972), pero sería absurdo negar
a día de hoy el peso demográfico y cultural que las poblaciones de origen semita tuvieron en entornos
costeros como el Bajo Segura. La religión y, en este caso, el culto a Astarté, nos parece clave para entender
estos complejos procesos y valorar la originalidad de las nuevas formas, más allá de limitarnos a calificarlas
de “indígenas” o “exógenas”, y desde luego, posibilitan dotar de contenido el concepto “híbrido” (García
Cardiel, 2014), a veces poco aclaratorio, que hemos de entender desde una perspectiva diacrónica, en
el sentido del contexto cronológico. Los hallazgos del santuario presentados en este texto dotan de
materialidad concreta a dichos procesos históricos, y está claro con la documentación de que disponemos
hoy, que las poblaciones del Bajo Segura, cuyo substrato aúna un componente fenicio y otro local, tuvieron
un referente simbólico importante en esta antigua Astarté, que fue dotándose de nuevos significados y
generando nuevas prácticas rituales. Fue precisamente el carácter híbrido y abierto de estos significados y
prácticas lo que facilitó la incorporación de nuevos lenguajes iconográficos en su culto, como los pebeteros
de cabeza femenina de origen centro-mediterráneo –pero reinterpretados en una nueva forma aquí–, así
como la integración del santuario en nuevos esquemas territoriales impuestos por la hegemonía púnica en
la zona, apreciable al menos desde el siglo III a.C., y la posterior integración en el mundo romano.
5. SÍNTESIS Y CONCLUSIONES
No cabe duda de que el cerro del Castillo ha sido, desde siempre, un punto estratégico en las rutas de
navegación de cabotaje que unían el sur y este peninsulares con Ibiza. Su propia configuración, como hito
geográfico y referencia de navegantes, le confirieron per se un carácter sagrado, como otros tantos cerros
costeros de similares características (Marín, 2010: 498). Este promontorio señala además la desembocadura
del río más importante del sureste, y por ello tuvo seguramente ese carácter sagrado ya desde la prehistoria
reciente, a tenor de los mencionados grabados.
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Estas cualidades no pasaron desapercibidas para los fenicios, que utilizarían el cerro con fines religiosos,
en primer lugar, de forma esporádica y en relación con sus singladuras, para pasar posteriormente a
establecerse en la zona y erigir un santuario. Los hallazgos permiten situar la fundación del santuario a
principios del siglo VIII a.C., al mismo tiempo que la implantación fenicia en la zona (Prados, et al., 2020:
106). El poblamiento se articuló en torno a este punto, que ejercería de núcleo simbólico en un territorio
recién ocupado, y con el trascurrir de los siglos quedó fosilizado el carácter sagrado del lugar, y con él, el
culto a una divinidad femenina compleja, con atribuciones varias, que hundía sus raíces en la diosa fenicia
Astarté, de cuya imagen se han recuperado dos terracotas.
No hay que olvidar el papel que la literatura clásica otorgó a los templos y a los santuarios en la
expansión fenicia en occidente, como el de Melkart en Cádiz, sin duda el más célebre (Bonnet, 1988). Los
santuarios costeros aseguraron la protección jurídica y religiosa a los colonos, permitiendo el contacto
entre diferentes culturas y sancionando el desarrollo de las actividades comerciales en tierras lejanas.
Estos lugares sacros parecen preceder a la instalación de ciudades propiamente dichas, más tardías. Es
en este contexto donde habría que situar el santuario del Castillo de Guardamar. La implantación de los
santuarios de esta fase arcaica se corresponde con una serie de asentamientos que surgen a lo largo del
litoral Mediterráneo, denominados por algunos autores como centros de producción para el intercambio,
con actividades económicas y artesanales diversificadas (González Wagner, 2000). Esta configuración
“dual” (santuario/hábitat fenicio) se reconoce en otros ejemplos como en Sevilla (Carambolo/Spal) la bahía
de Algeciras (Gorham’s Cave/Carteia) o Ibiza (Illa Plana/Dalt Vila-Ybusim). Como ya se ha comentado
páginas arriba, quizá podría ser éste el modelo que explique la naturaleza del asentamiento del Cabezo
Pequeño del Estaño, donde encontramos todo un registro ligado al comercio fenicio, a la explotación del
metal, a la defensa militar, pero nada que podamos relacionar con el culto religioso.
El santuario del Castillo de Guardamar se emplazó en un lugar prominente, manifestando una
apropiación simbólica del espacio, paso previo e ineludible del proceso de implantación fenicia, como bien
ejemplifica la traslación del mito de Melkart a occidente (González Wagner, 2008). La propia evolución
del santuario trasluce la de la presencia fenicia en la zona: una primera fase de asentamiento puramente
colonial o empórico, protagonizado por el enclave del Cabezo Pequeño del Estaño y el santuario de carácter
marítimo, que regularía actividades económicas y simbólicas por igual (Fumadó, 2012: 23); y una segunda
fase de consolidación urbana, marcada por la existencia de una verdadera ciudad, La Fonteta, desde la
segunda mitad del siglo VII a.C., que dotaría de sentido cívico y territorial al antiguo santuario (García et
al., 2020: 302). La perduración del santuario a lo largo de la segunda Edad del Hierro y hasta prácticamente
la conquista romana, subraya su categoría y su anclaje al territorio del Bajo Segura, a la vez que encarna la
continuidad entre los asentamientos fenicios citados y las poblaciones que los sucedieron: El Oral, Cabezo
Lucero o La Escuera.
La propia situación del santuario como “punto destacable” en el paisaje debió ser un estímulo para
que navegantes de distinta procedencia depositasen sus ofrendas. Esta cuestión, nada trivial, subraya su
importancia y su naturaleza “internacional”, explicando la diversidad y variabilidad formal y tipológica
de las ofrendas que aparecen en el registro y su abanico cronológico, que abarca grosso modo desde el
siglo VIII al I a.C. Esta amplitud temporal nos ilustra sobre lo enraizado de la sacralización en este punto,
aunque, como se ha comentado, la naturaleza del contexto arqueológico y el hecho de encontrarse bajo el
Castillo y la pobla de Guardamar durante siglos planteen problemas de conservación y registro.
Por otra parte, aunque en distintos apartados hemos mencionado la falta de contextos claros pertenecientes
a las fases arcaicas, en realidad hemos de valorar en profundidad tanto el conjunto de material presente
como el ausente, y la no existencia de esos contextos construidos, como un dato muy apreciable. Cabe
indicar que en este caso es tan importante lo poco que hay como lo mucho que falta, que debe entenderse
como reflejo del uso particular del lugar. Por ejemplo, si analizamos el conjunto de materiales, aunque
escaso, remite a formas muy precisas: ofrendas, ánforas y platos para la fase fenicia; otras ofrendas, ánforas,
cerámicas áticas y pintadas para el periodo ibérico pleno, y los pebeteros para el último uso. No se detectan
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cerámicas comunes, ni de cocina, y fuera del mencionado basurero, es testimonial el registro faunístico, a
excepción del malacológico, algo nada casual. Todo ello es, en sí mismo, un contexto, y es indicativo tanto
de las acciones que se llevaron a cabo como de las acciones que no se llevaron a cabo en la superficie del
cerro. La aparente limpieza, la concentración de elementos orgánicos sólo en el basurero, las actividades
artesanales y el carácter selecto de los materiales parecen reflejar acciones rituales, que no dejan el mismo
registro que cabría esperar en contextos domésticos. Por eso queremos incidir en el valor de lo ausente
como soporte interpretativo.
El análisis del material, por las cualidades y las cantidades de los elementos recuperados en las
prospecciones y las excavaciones descritas, subraya su longue durée, es decir, su continuidad a lo largo de
prácticamente todo el I milenio a.C., prueba fehaciente de la importancia del santuario, que fue utilizado
con los mismos fines rituales, si bien con distintos significados a través de los siglos.
Para terminar, es importante señalar que, desde un momento determinado, que apunta por la cronología
inicial de las piezas al siglo III a.C., hubo una homogeneización del culto a través del uso, casi exclusivo,
de un mismo tipo de manifestación religiosa y simbólica. La abundante presencia de los pebeteros de “tipo
Guardamar”, muy superior porcentualmente al resto de objetos como hemos visto, redunda en la idea de
que el culto se uniformizó, y que el viejo santuario, usado indistintamente por población local y extranjera,
se convirtió en escenario para la práctica de una religiosidad más estructurada y homogénea. Por eso será
una vez más el contexto material y geográfico, cultural, en definitiva, el que debe prevalecer a la hora de
evaluar esquemas particularmente conservadores como los religiosos. El fuerte impacto del culto a Astarté,
el continuismo subyacente en los objetos y en las actividades que se constatan, y el lugar en el que se
encuentra este santuario, ha de tenerse muy presente a la hora de equipararlo con otros santuarios ibéricos
como, por ejemplo, los de la montaña alicantina u otros enclaves costeros (García Cardiel, 2015).
Por último, dado que en el entorno próximo del yacimiento no se conocen grandes estructuras urbanas
desde el siglo III a.C., consideramos que el santuario pudo desempeñar un papel relevante en ese paisaje
rural disperso, como lugar de memoria y posible centro de peregrinación, en la línea señalada para otros
espacios religiosos de tradición fenicia y de carácter liminal (López-Bertran, 2011: 87). Al igual que otros
santuarios ibéricos, su implantación en el territorio le permitió actuar como garante del carácter cívico y de
la cohesión territorial en una fase de gran inestabilidad, vacíos de poder y formidables transformaciones,
siendo las últimas resultado del dominio púnico y la subsiguiente conquista romana.
NOTA
El trabajo se enmarca en el Proyecto LIMOS. Litoral y Montañas en transición. Arqueología del cambio social en las
comarcas meridionales de la Comunidad Valenciana (Prometeo 2019/035) financiado por la Generalitat Valenciana.
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Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 173-197
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1591
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Iván AMORÓS LÓPEZ a
Más allá de la imitación.
Vajillas ibéricas con formas áticas
en La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia)
RESUMEN: En este trabajo se presenta el repertorio de cerámicas ibéricas tradicionalmente consideradas
como imitaciones de tipos áticos procedentes del oppidum de La Bastida de les Alcusses (Moixent,
Valencia). Desde el punto de vista interpretativo, tratamos de ir más allá de esta conceptualización como
imitación o mera copia de un modelo griego para entenderlas como el resultado de una reinterpretación
por parte de los productores y consumidores locales como respuesta a diversas motivaciones sociales.
En este sentido, se aborda el estudio formal y cuantitativo de las distintas formas presentes en el
yacimiento, estableciendo una comparativa con los supuestos originales áticos, tratando de dilucidar
qué se “copia” y qué no, así como el análisis de su distribución espacial en el poblado. Finalmente, se
analiza su valor social teniendo en cuenta el papel que pudieron desempeñar como elemento diacrítico
o piezas de encargo en el marco de las prácticas de comensalidad y las estrategias de poder desplegadas
por los distintos grupos en la construcción de las relaciones sociales.
PALABRAS CLAVE: Cultura ibérica, Contestania, cerámica ática, imitaciones, poder.
Beyond imitation. Iberian tableware with Attic shapes
in La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia)
ABSTRACT: This paper presents the repertoire of Iberian pottery traditionally considered as imitations
of Attic types from the oppidum of La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia). We try to go beyond
the conceptualization as an imitation or mere copy of Greek model and to understand them as the result
of reinterpretations by local producers and consumers in response to different social motivations. In
this sense, the formal and quantitative study of the different forms present in the site is addressed,
establishing a comparison with the supposed Attic originals, trying to explain what is “copied” and
what is not, as well as the analysis of their spatial distribution in the settlement. Finally, social value
of these productions is analysed, considering the role they may have played as diacritical elements
or commissioned pieces within the framework of commensal practices and the strategies of power
deployed by the different groups in the construction of social relations.
KEYWORDS: Iberian culture, Contestania, Attic pottery, imitations, power.
a
Museu Arqueològic Municipal, Ajuntament de Moixent.
iamoros@moixent.es | https://orcid.org/0000-0003-4791-3248
Recibido: 08/02/2022. Aceptado: 20/04/2022.
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I. Amorós López
1. INTRODUCCIÓN
El fenómeno de lo que tradicionalmente se ha denominado imitaciones en el ámbito de la cerámica
se caracteriza por su ubicuidad, estando presente en la mayoría de las culturas y, más en concreto,
en el caso del Mediterráneo antiguo que nos ocupa (Stockhammer, 2013; Balco, 2018; Beck, 2020).
En el ámbito peninsular, este interés se remonta a los mismos albores de la investigación sobre la
cultura ibérica, con los vínculos, hoy en día totalmente descartados, con las cerámicas micénicas
propuestos por P. Paris (1903) o E. Albertini (1906-1907). También de estos primeros pasos de la
arqueología ibérica datan las propuestas que establecían una relación entre los motivos figurativos de
la cerámica pintada de estilo Oliva-Llíria y las decoraciones de figuras rojas y negras de la cerámica
griega (Carpenter, 1925; Ballester, 1945). Junto a este influjo griego en las decoraciones, hoy en día
poco tenido en cuenta por el décalage cronológico, también son tempranas las propuestas respecto a
una influencia de las formas en el Corpus Vasorum Antiquorum (Olmos, 1990: 40) o en las cerámicas
del poblado de La Gessera (Bosch, 1919).
Es a partir de los años 70 cuando se produce una aproximación tipológica al estudio de las cerámicas
ibéricas y cuando empiezan a estudiarse de forma más sistemática las relaciones formales entre algunas
piezas locales y los prototipos áticos. En el año 1979 se publica el estudio de las cerámicas de la
cámara funeraria de Toya, donde se llama la atención sobre las imitaciones de cratera de columnas y
de campana (Pereira, 1979), y el conjunto de cerámicas de imitación ática del Museo Arqueológico de
Ibiza (Fernández y Granados, 1979).
En los años 80 encontramos los primeros repertorios que recogen de forma específica este tipo
de piezas en distintas regiones, donde cabe destacar el trabajo de V. Page (1984) para el territorio de
Valencia, Alicante y Murcia. Se trata de un catálogo muy completo que recoge todas las evidencias
documentadas hasta ese momento, tanto en poblados como en necrópolis, y estructurado desde la
comparación con las formas griegas e itálicas. A pesar de ser un catálogo muy exhaustivo, la parte
interpretativa queda en un segundo plano y se inserta en la tradición preponderante y común a la
mayoría de los trabajos del momento, que las valora desde la óptica de la helenización y aculturación,
quedando las poblaciones locales en un segundo término. Otros trabajos contribuyeron a ampliar el
corpus de evidencias conocidas como los estudios de C. Aranegui y J. Pérez Ballester (1990), de J.
Pereira y C. Sánchez (1987) para el área andaluza o los de C. Mata y H. Bonet (1988), centrado en las
imitaciones de cerámica campaniense en el área edetana y contestana. También se incluyen como un
tipo específico en la propuesta tipológica para la cerámica ibérica de estas dos últimas autoras (Mata
y Bonet, 1992).
En este contexto encontramos también los trabajos de R. Olmos (1984; 1988-89; 1990) que, aún
desde una perspectiva ligada en cierto modo a los conceptos de aculturación y helenización, aporta
reflexiones que van más allá de la consideración de estos productos como meras imitaciones. En
este sentido, se llama la atención sobre la complejidad del fenómeno que presenta múltiples aristas
sociales, simbólicas o productivas y que deben ser entendidas y analizadas en su propio contexto social
y no como una mera copia de modelos foráneos. Algo más recientes, son dos trabajos que podríamos
considerar como estados de la cuestión sobre esta temática en el ámbito de la cerámica ibérica (Bonet
y Mata, 2008; Sala, 2009). Finalmente, cabe destacar los trabajos recogidos en el volumen El problema
de las “imitaciones” durante la Protohistoria en el Mediterráneo centro-occidental: entre el concepto
y el ejemplo (Graells et al., 2014) donde se aborda esta cuestión desde nuevas perspectivas y que
supone uno de los puntos de partida para el estudio que ahora presentamos.
Tras esta introducción historiográfica se exponen, en un primer apartado, las bases teóricas y
metodológicas sobre las que se asienta nuestro trabajo acerca de las producciones locales con formas
áticas en el oppidum ibérico de La Bastida de les Alcusses. A continuación, y como se ha propuesto
para el estudio de objetos similares en el contexto peninsular (Sardà, 2014: 137-138), se aborda
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Más allá de la imitación.Vajillas ibéricas con formas áticas en La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia)
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el estudio formal del repertorio, valorando el conocimiento de los modelos áticos por parte de las
comunidades locales y analizando comparativamente las importaciones y las producciones ibéricas.
Parte del estudio plantea los motivos funcionales e ideológicos que llevaron a las poblaciones ibéricas
a seleccionar y adaptar determinados tipos y no otros, y si se copiaron de manera fiel o en cambio solo
se escogieron y reinterpretaron ciertos elementos. La distribución de este tipo de cerámicas entre los
distintos conjuntos y estancias de La Bastida de les Alcusses y su relación con las cerámicas importadas
es objeto del siguiente apartado, junto a la presencia de este tipo de vajillas en el contexto regional.
Finalmente, valoramos el uso y significado que estos objetos pudieron tener en la nueva realidad
social ibérica, reflexionando acerca del valor social de estas vajillas en el marco de las estrategias
de diferenciación social, prácticas de consumo o construcciones identitarias de los diferentes grupos
sociales que habitaron el oppidum.
2. ASPECTOS TEÓRICOS: ¿IMITACIÓN, HIBRIDACIÓN O ENTANGLEMENT?
Centrándonos ya en la perspectiva que adoptaremos en nuestro estudio, creemos que es esencial valorar
el papel concreto que juegan estas producciones en el contexto local, así como su valor social en las
comunidades ibéricas que las produjeron y consumieron. Estas imitaciones han sido tradicionalmente
interpretadas a la luz del paradigma aculturacionista, que parte de presupuestos evolucionistas y que
concibe la interacción entre dos culturas de forma desigual, con la adopción o imitación de rasgos de
un grupo social considerado como más desarrollado (griegos) por parte de otro menos evolucionado
(iberos). Estos productos tienen entidad en sí mismos y deben interpretarse en el contexto social en que
son producidos y consumidos, por lo que se trataría de una relación mucho más compleja y que iría
más allá de una mera irradiación cultural (Jiménez, 2014: 34-37), además de que presentan diferencias
en una serie de aspectos tecnológicos de la producción cerámica.
Uno de los modelos interpretativos más adecuados a la hora de entender estas situaciones de
contacto cultural y adopción de objetos ha sido el de middle ground social, un espacio abstracto de
negociación e intercambio entre los distintos agentes participantes que poseen sus propias agencias e
intereses y que van a dar lugar a distintas estrategias y respuestas por parte de las comunidades que
entran en contacto (White, 1991; Bhabha, 1994; Malkin, 2002;). Este concepto está muy ligado a la
perspectiva postcolonial y a la teoría de la hibridación cultural donde estos actores crean y reproducen
tanto sus prácticas sociales como su cultura material, construyendo formas nuevas, pero al mismo
tiempo familiares. Creemos que este es un buen marco teórico de partida, especialmente pertinente
para contextos coloniales donde existe un contacto mucho más directo y estrecho entre diferentes
comunidades, aunque debe ser matizado en nuestro caso de estudio.
En este contexto de contacto cultural, ya sea de objetos, ideas o personas, las prácticas culturales
y su reproducción, en ocasiones de forma repetitiva e inconsciente, juegan un papel esencial en los
procesos de cambio social y material, dando lugar a nuevas creaciones. En este sentido resulta muy
adecuado el modelo de P. Bourdieu y su concepto de habitus, un esquema o forma de entender el
mundo compartido por un grupo social y que en cierto modo guía la forma de actuar de sus miembros
(Bourdieu, 1977). Esta relación entre la estructura y la agencia está mediada por la práctica, la cual
está condicionada por la estructura pero al mismo tiempo la va reconfigurando en la medida en que la
reproduce (Dietler y Herbich, 1998: 245). De igual modo, los objetos son al mismo tiempo productos
y configuradores de la estructura, constituyendo algo más que una realidad física (Beck, 2020: 627).
Por tanto, es necesario entender estos objetos y su adopción no solo desde un punto de vista
meramente funcional, sino como entangled objects (Thomas, 1991) con múltiples significados y
valores y como resultado de una interacción intercultural definida por su contexto social (VivesFerrándiz, 2005: 46). P. Stockhammer propone incluso la utilización del término entanglement en lugar
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I. Amorós López
de hibridación para describir estos fenómenos que son el resultado de procesos creativos provocados
por encuentros interculturales (Stockhammer, 2013: 16). Este autor distingue entre dos estados o
grados de interacción tras este encuentro con un objeto externo como son el relational entanglement y
el material entanglement. El primero implica la apropiación e integración del objeto en las prácticas,
significados y habitus locales sin que se produzcan transformaciones en su materialidad. La segunda
fase, o material entanglement, implica la creación de un objeto nuevo que es algo más que la suma
de sus partes y no es el resultado de continuidades locales, combinando los elementos familiares y
reconocibles con los foráneos y novedosos, pero que se acomoda a las expectativas (Stockhammer,
2013: 16-17). Este modelo interpretativo es útil para explicar satisfactoriamente la presencia de las
cerámicas áticas (relational entanglement) y las producciones locales siguiendo formas áticas (material
entanglement) en el contexto social ibérico.
Esta mezcla cultural, que podría considerarse también como una incorporación de nueva cultura
material, puede ser valorada desde dos escalas de análisis interrelacionadas como son el propio objeto
y el conjunto del que pasa a formar parte, teniendo en cuenta tanto las prácticas de producción como de
consumo (Beck, 2020: 622). En nuestro caso y como veremos más adelante, la relación con el conjunto
de formas precedentes se produce mediante acumulación (Beck, 2020: 629), ya que las nuevas formas
no estarían reemplazando ni compitiendo con las ya existentes, sino que ocupan un vacío tipológico
que es especialmente evidente en el caso de las copas con asas o las crateras.
En este sentido, resulta muy útil entender a los alfareros locales que produjeron estas piezas como
comunidades de prácticas, definidas como una red de relaciones entre personas y objetos mediatizadas
por las acciones que llevan a cabo, que a su vez se relacionan con otras comunidades y se prolongan en
el tiempo (Lave y Wenger, 1991: 98). Estos alfareros comparten un habitus, una tradición tecnológica
y una forma particular de hacer las cosas, aprendidas en el seno de estos grupos y reproducida por sus
miembros en la medida en que van aplicando sus propias prácticas. La repetición de estas permite a la
comunidad de prácticas perpetuarse en el tiempo (Joyce, 2012: 150). Por otra parte, estos alfareros, en
la medida en que forman parte de redes sociales dinámicas y son miembros de numerosas comunidades
superpuestas, no necesariamente reproducen la cultura material de forma mecánica (Kohring, 2013:
115). Estos pueden innovar por diversas razones, como el contacto directo con otros productores,
el conocimiento de nuevos usos relacionados con estos objetos o la llegada de vajillas foráneas,
transformando las tradiciones estilísticas o los procesos de producción. Si estos nuevos tipos son
aceptados como adecuados y demandados por los consumidores, pueden llegar a extenderse por las
diversas comunidades de prácticas que además suelen compartir elementos identitarios. Sin embargo,
la definición de este tipo de comunidades de prácticas en el ámbito de la producción alfarera ibérica no
ha sido lo suficientemente abordada y supone una interesante línea de investigación futura.
Para la aproximación metodológica hacia este tipo de objetos, W. Balco propone la utilización del
término “estilo mixto” como alternativa a los de imitación u objeto híbrido. Según este autor, estos
dos últimos ignoran, por un lado, el papel de la agencia y las diferentes perspectivas del productor y
del consumidor y, por otro, no especifican qué se está imitando o hibridando, si se trata del uso, de las
características materiales u otra cosa. Por tanto, la definición de estilo mixto desliga la descripción
objetiva previa (técnicas de fabricación, forma y decoración) de la interpretación subjetiva, que en
todo caso es absolutamente necesaria más adelante (Balco, 2018: 181).
Por su parte, Dietler y Herbich establecen una clara distinción entre los objetos, entidades físicas
que ocupan un espacio, y las técnicas, las acciones humanas que dan lugar a la producción o utilización
de estos objetos (Dietler y Herbich, 1998: 235). Para el estudio de la cultura material y su dimensión
social se propone el análisis integrado de tres aspectos como son la tecnología, la función y el estilo,
entendiendo su producción como una serie temporal de elecciones operativas interrelacionadas, más
que como un acto instantáneo de creación (Dietler y Herbich, 1998: 238).
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3. TÉCNICAS DE PRODUCCIÓN, FORMAS Y DECORACIONES
A partir de estos postulados teóricos y metodológicos, creemos adecuada la aproximación a este tipo de
producciones mediante la deconstrucción de los elementos que las componen a nivel técnico y tipológico
(Dietler y Herbich, 1998) para poder establecer una comparativa con los supuestos originales áticos. De
este modo podremos diferenciar aspectos que interesaron a los productores y consumidores ibéricos en la
creación de estas formas.
3.1. Técnicas de producción
En primer lugar, hay que tener en cuenta cuáles fueron las técnicas y materiales utilizados en la producción
primaria de estos objetos, en nuestro caso las dos tradiciones alfareras implicadas. Se trata de dos tradiciones
diferentes pero hasta cierto punto análogas, lo que permite la transposición de ciertos esquemas culturales
y conceptuales de un contexto de fabricación a otro, dando lugar a objetos nuevos pero al mismo tiempo
reconocibles (Beck, 2020: 628).
Ambas producciones presentan una cadena operativa similar (Schreiber, 1999; Coll, 2000), al menos
en líneas generales, ya que existen detalles productivos específicos que deberán tratarse con mayor
detenimiento en el futuro. Esta incluye una selección y preparación cuidadosa de las arcillas, que da lugar
a unas pastas de gran calidad y con poco desgrasante. Posteriormente, se produce la conformación que
consiste en dar forma al objeto mediante el uso del torno rápido, añadiendo a continuación elementos
como las asas o los pies, así como el retoque mediante el uso de algunas herramientas. Tras ello, y con la
pieza en el punto de dureza de cuero, se produce el tratamiento de la superficie, donde empezamos a ver
ya diferencias más claras entre tradiciones, con el bruñido en el caso de las piezas áticas, mientras que las
ibéricas que nos ocupan fueron alisadas. Más tarde se aplica la decoración, que veremos específicamente
a continuación, y la cocción en hornos de doble cámara y tiro vertical. En este caso se aprecian, de nuevo,
diferencias muy claras ya que en el caso ibérico se trata de una monococción que puede alternar fases
reductoras y oxidantes, predominando estas últimas, mientras que las cerámicas áticas requieren de una
compleja cocción en tres fases, oxidante-reductora-reoxidante, que le da su característica apariencia con
zonas barnizadas en negro y otras en reserva.
La tradición alfarera local, que podríamos denominar como “ibérica”, se remonta al s. VI a.C. y en sus
inicios guarda una estrecha relación con el ámbito fenicio, en lo que respecta a las formas, decoraciones y
soluciones técnicas con el torno rápido o los hornos de doble cámara y tiro vertical (Mata y Bonet, 1992;
Coll, 2000).
3.2. Formas
La forma es el conjunto de atributos que definen un determinado tipo y que se relaciona de forma directa con
la función del objeto. Normalmente, este concepto hace referencia al aspecto más utilitario o instrumental de
los objetos, diseñados para funcionar como “herramientas” en prácticas concretas (Dietler y Herbich, 1998:
237). Las propiedades físicas, así como el proceso productivo de estas cerámicas, están condicionados por
la función definida por el alfarero durante su elaboración, que por otra parte no tiene por qué coincidir con
el uso final que le vaya a dar el consumidor.
En cuanto a las funciones existentes entre los repertorios que estamos analizando, existen diferencias
bastante claras entre los conjuntos importados y las producciones locales. En el caso de las cerámicas áticas
de La Bastida nos encontramos con una mayoría absoluta de elementos de vajilla de mesa (98 %) y dentro
de este grupo una presencia mayoritaria de recipientes relacionados con el consumo de productos sólidos y
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semisólidos (70 %) frente a los objetos vinculados al consumo de bebidas (30 %). Dentro del grupo de las
bebidas, la mayoría son copas para su consumo (88 %) frente a contenedores (3 %), preparación (7 %) y
servicio (2 %) (Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022: fig. 3). En el caso de las producciones locales con formas
áticas se invierten los porcentajes mayoritarios, pues las formas relacionadas con el consumo de bebida
constituyen un 66 % frente al 34 % de los cuencos y platos relacionados con el consumo de comida.
3.3. Decoraciones
La decoración, sinónimo en muchas ocasiones de estilo cerámico, se refiere normalmente a ese atributo
material que no tiene un papel claro que afecte a su rendimiento utilitario en el contexto de uso y para
cuya explicación se suele recurrir a causas sociales y culturales, entre ellas las identitarias (Dietler y
Herbich, 1998: 237). En este elemento en concreto existen claras diferencias comparativas entre las
cerámicas áticas y las locales.
La decoración de las cerámicas griegas que llegan al poblado es mayoritariamente de barniz negro, en
algunos casos con decoraciones estampilladas de palmetas, ruedecillas u ovas, y en menor medida de figuras
rojas. La característica superficie brillante de estas cerámicas se consigue mediante arcilla levigada y mezclada
con agua que da lugar a una barbotina que se aplica al vaso mediante el uso de un pincel en la fase de dureza
del cuero, dejando en reserva las imágenes en el caso de las figuras rojas. Esta barbotina sinteriza durante la
compleja cocción en tres fases hasta alcanzar el característico color negro brillante, mientras que las zonas en
reserva quedan con tonos claros como consecuencia de la última fase oxidante (Schreiber, 1999: 53-56).
Por otra parte, las cerámicas ibéricas que nos ocupan se decoran con la característica pintura de color
rojizo que se obtiene a partir de la disolución de los pigmentos en agua, basados normalmente en óxido de
hierro. La mezcla obtenida se aplica previamente a la cocción mediante el uso de diferentes tipos de pincel
que dan lugar a diversas formas geométricas, en ningún caso figuradas en estos momentos, como bandas,
filetes, sectores de círculo concéntricos o líneas onduladas verticales, bien con el vaso sobre una torneta de
pintor o sobre el regazo (Coll, 2000: 196-197). En ningún caso parece buscarse la copia exacta en cuanto a
apariencia o decoración, que podría haberse aproximado en mayor medida con la utilización de cocciones
reductoras que habrían dado como resultado una cerámica gris o el bruñido de las superficies para lograr un
aspecto más brillante, semejante al barniz negro de las producciones áticas. Así pues, se descartan de forma
intencionada tanto las decoraciones como el cromatismo de las cerámicas griegas.
Por tanto, nos encontramos ante reinterpretaciones, no imitaciones, que combinan técnicas de fabricación
y decoraciones locales con perfiles y atributos inspirados por producciones foráneas dando lugar a piezas
híbridas, en el sentido estrictamente formal del término. Sí parece existir una voluntad de reproducir la
funcionalidad de la pieza, con una preferencia mayoritaria por las vajillas para el consumo de líquidos. De
este modo se adaptan nuevas formas funcionales a las tradiciones locales, en un posible intento de hacerlas
más reconocibles y familiares, pero no completamente, ya que en este tipo de manifestaciones se intenta
mantener la percepción de la diferencia con lo “otro” (Jiménez, 2014: 33).
En este sentido, cobra especial importancia el concepto de apropiación como herramienta teórica. Se
refiere a la incorporación de nueva cultura material en un nuevo contexto social, en el que los objetos adquieren
nuevos significados y funciones (Hahn, 2004; Stockhammer, 2012; Van Dommelen y Rowlands, 2012). Según
Hahn (2004: 218-220) en este proceso intervienen cuatro aspectos interrelacionados que ocurren de forma
simultánea. El contacto con las importaciones áticas desencadenaría el proceso de apropiación, mediante el
cual pasarían de ser meras mercancías a bienes personales. De este modo el bien se objetiviza, enmarcándose
en una de las categorías ya existentes de objetos, se incorpora, ligándolo a determinadas prácticas y finalmente,
mediante la transformación, se le atribuyen nuevos significados. Tras esta primera fase, se produciría, como
hemos visto, lo que Stockhammer (2012: 50) denomina material entanglement que da lugar a la creación
activa de nuevos objetos, en nuestro caso, las producciones locales con formas áticas.
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4. EL CONJUNTO DE VAJILLA LOCAL
CON FORMAS ÁTICAS DE LA BASTIDA DE LES ALCUSSES
La elección de La Bastida de les Alcusses como caso de estudio concreto para nuestra reflexión acerca de
este fenómeno se basa en las características del registro arqueológico de este yacimiento, que favorecen
el estudio contextualizado de elementos diversos en un momento cronológico muy concreto (fig. 1). Se
trata de un oppidum ibérico con una ocupación relativamente limitada en el tiempo y centrada en el s.
IV a.C. (Bonet y Vives-Ferrándiz, 2011). Presenta una extensión de 4 ha delimitadas por una potente
muralla perimetral y cuatro puertas fortificadas lo que unido a la existencia de una ordenación regular de
las manzanas de viviendas, viales acondicionados para el tráfico rodado o edificios públicos para reuniones
o con funciones de almacén, han llevado a su interpretación como un espacio de poder y residencia de las
elites del territorio regional (Bonet et al., 2015). El espacio interno se organiza en conjuntos o bloques
constructivos compuestos por un número variable de departamentos que presentan una numeración
correlativa, asignada a medida que se fueron excavando.
Fig. 1. Localización de La Bastida de les Alcusses y de los principales yacimientos citados en el texto.
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El grueso de los materiales que analizamos en este trabajo, las cerámicas ibéricas con formas
áticas, corresponde a las campañas llevadas a cabo por el Servicio de Investigación Prehistórica de
la Diputación de Valencia entre 1928 y 1931, cuando se excavó un tercio del yacimiento. Se incluyen
tanto los publicados, correspondientes a los 100 primeros departamentos (Fletcher et al., 1965; 1969),
como los hallados en los 142 inéditos. En el recuento de individuos se incluyen también los ejemplares
recuperados en las excavaciones más recientes, desde 1992 a 2019, aunque son mucho menos frecuentes
por la extensión excavada y no se han tenido en cuenta en la distribución, centrada en el sector central.
Como en otros trabajos similares (Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022; Amorós et al., 2021; Amorós,
2020) y basándonos en metodologías establecidas para el tratamiento estadístico de los datos (Raux,
1998; Asensio y Sanmartí, 1998; Adroher, Sánchez y De la Torre, 2016; Sanmartí y Asensio, 2017
entre otros) hemos realizado el recuento mediante el establecimiento del número mínimo de individuos
a partir de elementos representativos de este tipo de piezas que permiten diferenciarlos claramente
de otras, como bordes, asas o volutas. Se ha tomado el departamento como unidad de referencia
para el establecimiento del NMI. Es importante señalar el problema de la representatividad de estos
materiales en el marco de las excavaciones antiguas. A diferencia de lo que sucede con las cerámicas
áticas donde se recogían todos los fragmentos, no parece que en el caso de las cerámicas ibéricas se
siga un procedimiento tan sistemático, por lo que podría darse una cierta infrarrepresentación. No
obstante, las excavaciones modernas tanto en la Puerta Oeste (Vives-Ferrándiz et al., 2015) como en
el sector oriental (Díes et al., 1997) indican que en todo caso las cerámicas ibéricas con formas áticas
no son abundantes.
En ocasiones, distinguir este tipo producciones de las formas de tradición local no resulta sencillo, sobre
todo en el caso de los cuencos, como veremos a continuación. En estos casos se han incluido solo aquellas
piezas que presentan atributos o perfiles propios de las formas áticas y que no están presentes en las formas
ibéricas precedentes del repertorio local. De este modo, hemos podido identificar e incluir en este grupo 65
individuos, 43 de ellos correspondientes a formas relacionadas con la preparación, servicio y consumo de
bebidas (66,2 %) y 22 con el consumo de alimentos sólidos o semisólidos (33,8 %) (fig. 2). Estamos, por
Fig. 2. Gráfica de las formas identificadas con indicación del porcentaje y el número mínimo de individuos.
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tanto, ante un producto muy minoritario si lo comparamos con los 2294 individuos áticos (Amorós y VivesFerrándiz, 2022), con una proporción de una pieza local de estos tipos por cada 35 griegas. Asimismo, es
un fenómeno que se da prácticamente de forma exclusiva en relación con las vajillas de mesa áticas, ya que
no hay “imitaciones” de otras producciones como las púnicas, por otra parte, muy minoritarias tanto en el
yacimiento como en el contexto regional.
Es lógico pensar que existiera un número mayor de objetos de este tipo cuya identificación resulta
difícil si no se han conservado los elementos que las diferencian claramente de las formas preexistentes,
ya que determinadas partes, como por ejemplo las bases, son indistinguibles de otras formas ibéricas. A
continuación, trataremos de analizar detalladamente estas formas para poder reflexionar acerca de qué
atributos se copian de los originales griegos (fig. 3) y cuáles pudieron ser los intereses de los alfareros y
consumidores locales en torno a estas producciones.
4.1. Servicio y consumo de bebidas
Crateras
El conjunto mayoritario está formado por vajilla relacionada con el consumo y servicio de bebidas, entre la
que encontramos una forma que ha sido tradicionalmente identificada como una imitación de cratera y que
supone el tipo más frecuente con 14 individuos (21,5 %) (fig. 4: 1, 3 y 6). Aunque existen reproducciones
más fieles de crateras de columnas y de campana, sobre todo en el área andaluza (Pereira y Sánchez, 1983),
los ejemplares de La Bastida se alejan bastante de esta forma, a pesar de que en la mayoría de los casos
se encuentran muy fragmentadas y solo se han podido identificar los individuos por algunos elementos
característicos como las columnas o las volutas.
En líneas generales, se trata de recipientes muy estilizados que no guardan las proporciones canónicas
de los ejemplares áticos. Presentan labio saliente, cuello cilíndrico, cuerpo de tendencia globular, que
recuerda vagamente al de las crateras de columnas, y sin peana. A este perfil se añaden las dos columnas
que conforman las asas, rematadas en algún caso por una banda de arcilla en la parte superior o, en muchos
casos, dos volutas. Los ejemplares documentados, se elaboran con pastas oxidantes y se pintan con motivos
geométricos típicamente ibéricos distribuidos por el cuerpo, el cuello y en ocasiones, las asas.
Desde el punto de vista cronológico también resultan muy interesantes, ya que a la escasez del
supuesto modelo ático se une el desfase cronológico entre ambos productos, puesto que en el caso
de La Bastida de les Alcusses se datarían en los tres primeros cuartos del s. IV a.C. mientras que las
crateras de columnas son más propias del s. V a.C. En cuanto a su funcionalidad, el diámetro de la
boca y su profundidad dificultan su uso como recipiente para mezclar líquidos e introducir luego la
jarra o la copa, por lo que su uso se aproximaría más al de contenedores como las pélices o las ánforas
de figuras rojas. Se trata de un formato más adecuado para el traslado de líquidos desde el lugar de
almacenamiento al de preparación o consumo.
Enócoes
Se trata de una forma utilizada para el vertido de líquidos y que presenta una cierta variedad dentro del
repertorio ibérico, especialmente en momentos posteriores, por lo que solo hemos considerado algunos
ejemplares que se asemejan más a las formas áticas. Hemos incluido solo 3 individuos (4,7 %), dos de
ellos casi completos (fig. 4: 2). El primero presenta, aparte de la característica boca trilobulada y asa simple
sobrelevada, un cuerpo globular que recuerda al tipo 2 de Beazley en figuras rojas, aunque con pie anular.
Por otra parte, existe otro ejemplar con cuerpo piriforme muy similar a la forma L.44 ática, documentada
también con un ejemplar en el mismo asentamiento (Fletcher et al., 1965: 184).
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Fig. 3. Comparativa formal entre las vajillas ibéricas y los tipos áticos. 1: Cratera de columnas; 2: Enócoe; 3. Cántaros;
4: Copa-escifo; 5: Copa de pie bajo; 6: L.22; 7: L.21; 8: L.23; 9: L.24; 10: L.21/25.
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Fig. 4. Selección de formas relacionadas con la preparación y el servicio de bebidas. 1, 3, y 6: Crateras de columnas;
2: Enócoe; 4: Sítula; 5: Posible ánfora (dibujos elaborados a partir de Fletcher et al., 1965; 1969 y 3 a partir de G.
Tortajada).
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Sítula
Se incluye únicamente un fragmento de pitorro vertedor con cabeza de animal que se ha interpretado como
parte de una sítula (fig. 4: 4), descartándose el resto de recipientes con asa horizontal cuya variedad de
perfiles y amplia cronología las excluiría del grupo de imitaciones (Mata y Bonet, 1992: 131). El supuesto
origen de esta forma se encontraría en objetos metálicos de origen suditálico (Page, 1984: 95-100).
Copas
Los vasos para el consumo de líquidos constituyen el grupo más numeroso y variado del repertorio. Resultan
claramente identificables y distinguibles de las formas ibéricas, ya que los tipos precedentes para beber no
presentan asas horizontales (Mata y Bonet, 1992). Al igual que en los casos anteriores, parece existir un
interés en copiar la forma, pero no el cromatismo ni las decoraciones, que son de carácter local.
Entre las formas más completas encontramos mayoritariamente un tipo que recuerda a las copas-escifo
(NMI 11) (fig. 5: 4-10), que no es una forma común entre los repertorios importados, ya que supone únicamente
un 1,9 % (Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022: fig. 2). Se trata de recipientes de cuerpo globular, borde exvasado,
pie anular y asas horizontales. Se decoran con motivos pintados de tipo geométrico en forma de bandas,
círculos y sectores de círculo. En varios casos también presentan decoración en su cara interna en forma de
banda o líneas. Otra forma documentada son las llamadas copas Cástulo (NMI 3) (fig. 5: 1 y 2), en un caso
con una forma muy similar a la ática, mientras que en otro diverge más del tipo griego. También se documenta
una copa con asas verticales que recuerda a un cántaros, aunque comparta algunas características con las
copas-escifo (fig. 5: 11). Finalmente, se han identificado 10 individuos de copas a partir de la presencia de asas
horizontales, que corresponderían a copas-escifo o copas de pie bajo (fig. 5: 3).
4.2. Consumo de sólidos y semisólidos
Dentro de esta categoría resulta más difícil identificar este tipo de producciones, ya que entre el
repertorio ibérico sí existe una cierta variedad de platos y cuencos que se remontan al periodo Ibérico
Antiguo (ss. VI-V a.C.), como pueden ser los platos de borde exvasado (A.III.8.1), las páteras de borde
entrante (A.III.8.2) o las escudillas (A.III.8.3) (Mata y Bonet, 1992: 134) con ejemplos bien datados en
poblados como El Puig (Grau y Segura, 2013: 100), El Oral (Sala, 1995) o Los Villares-Kelin (Vidal et
al., 1997). Entre las distintas páteras presentes en el repertorio de La Bastida, hemos tenido en cuenta
solo 8 individuos que creemos que podrían considerarse como reinterpretaciones locales de la forma
L.21 (12,3 %) (fig. 6: 6), basándonos en las características del perfil. Los ejemplares documentados
pertenecientes a esta forma no presentan ningún tipo de decoración. Otra forma imitada es el cuenco
L.22, un recipiente muy presente en el repertorio ático del asentamiento, del que se documentan 7
individuos (10,8 %), identificados por la presencia del característico borde engrosado al exterior (fig.
6: 1-5). Su consideración como una reproducción de los tipos áticos resulta algo más clara puesto que
se trata de una forma muy característica del s. IV a.C. que no se asimila de forma tan evidente en el
repertorio ibérico de momentos posteriores.
Otro tipo de platos inspirados en modelos áticos es el denominado de pescado o L.23 con un perfil muy
característico de borde pendiente, base anillada y cazoleta central. Se trata de un tipo muy poco presente
entre los repertorios importados del asentamiento, con 20 individuos que suponen un 0,9 % (Amorós y
Vives-Ferrándiz, 2022: fig. 2) y de los que encontramos 5 ejemplares de producción local (fig. 6: 9). Esta
forma tendrá un mayor protagonismo en otros asentamientos regionales durante el s. III a.C. tanto entre
los conjuntos de importaciones itálicas y púnicas como entre las vajillas locales, donde se convierte en un
tipo muy común y plenamente asimilado dentro de la tipología ibérica, perdiendo en muchas ocasiones la
característica cazoleta y decorándose incluso con motivos de peces como en La Covalta, Corral de Saus,
Tossal de la Cala, Los Villares o en el Tossal de Sant Miquel (Aranegui, 1996).
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Fig. 5. Selección de formas relacionadas con el consumo de bebidas. 1 y 2: Copas Cástulo; 3: Copa de pie bajo; 4-10:
Copas-escifo; 11: Cántaros (dibujos elaborados a partir de Fletcher et al., 1965; 1969 excepto la copa de pie bajo a partir
de G. Tortajada y las copas-escifo 6 y 7 a partir de Díes et al., 1997).
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Fig. 6. Selección de formas relacionadas con el consumo de sólidos y semisólidos. 1-5: L.22; 6. L.21; 7: L.24; 8:
L.21/25; 9: L.23 (dibujos elaborados a partir de Fletcher et al., 1965; 1969).
Finalmente, encontramos dos ejemplares de lo que podríamos considerar como imitaciones de pequeños
cuencos del tipo L.24 (fig. 6: 7) o L.21/25 (fig. 6: 8) con un único ejemplar de cada forma. El cuenco que
hemos considerado como una recreación de la forma L.21/25 es el único caso en el que sí parece existir una
cierta voluntad por recrear la decoración, aunque desde una reinterpretación local. Dicho cuenco presenta
una decoración pintada típicamente ibérica con filetes en su cara externa y círculos concéntricos en la
interna, pero en este caso incluye también una palmeta pintada que parece imitar los motivos impresos
áticos, aunque de gran tamaño y sin guardar ningún tipo de simetría.
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5. LA DISTRIBUCIÓN EN EL POBLADO
Una primera aproximación a la distribución de estos productos en el plano de La Bastida nos sugiere, como
en el caso de muchas otras producciones en los espacios de hábitat, un patrón descentralizado con una
dispersión bastante amplia (fig. 7). Aunque si lo analizamos con mayor detenimiento podremos observar
algunos matices a nivel interpretativo. Antes de proceder al análisis detallado de la distribución de estas
cerámicas ibéricas con formas áticas, es importante señalar que solo hemos incluido el sector central del
poblado ya que es el que concentra la práctica totalidad de este tipo de producciones, con una muestra lo
suficientemente amplia para nuestras interpretaciones. No obstante, también se han documentado algunas
piezas en las excavaciones más recientes junto a la Puerta Oeste que sí se han tenido en cuenta en los
recuentos totales, como un cuenco L.22, una copa Cástulo, y dos volutas correspondientes a sendas crateras,
o las dos copas-escifo y una copa de pie bajo de la llamada casa 11 en el sector oriental del poblado.
Al tratarse de una producción bastante excepcional en cuanto al número de individuos, no se observan
grandes concentraciones en ningún caso y el patrón de distribución es relativamente similar al que veíamos
para las importaciones áticas (Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022: figs. 9 y 10), salvo en alguna excepción
como veremos a continuación. El espacio que presenta un mayor número de producciones de este tipo,
igual que sucedía con las cerámicas áticas, es el Conjunto 11 con 13 ejemplares. Este hecho podría estar
indicando que la unidad social que habitaba esta manzana basaba una parte importante de sus estrategias en
este tipo de bienes relacionados con el consumo conspicuo, bien como organizadores y redistribuidores en
eventos y prácticas de tipo comensal, o bien con su intercambio. En la misma línea de coincidencia entre
estas prácticas, cabría citar el Dep. 163 (Conjunto 2) donde se da una acumulación relativamente numerosa
(NMI 4), si lo comparamos con los demás contextos, mientras que en resto del conjunto apenas habría
evidencia de estas prácticas, salvo algunas áticas y dos de los tres platos de pescado locales documentados.
Fig. 7. Distribución espacial en el sector central del asentamiento.
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En estos casos, la coincidencia entre la presencia de las vajillas importadas y las producciones locales
podría estar indicando que ambos repertorios son objeto de prácticas y usos similares relacionados con el
consumo de comida y bebida.
En el mismo sentido, que interpretamos como una consecuencia de las estrategias y prácticas
desplegadas por las distintas unidades sociales, las encontramos prácticamente ausentes en el Conjunto
3 (tan solo un par de copas), donde se da una concentración importante de elementos relacionados con
actividades metalúrgicas, y en una buena parte del Conjunto 4. Se trata, por tanto, de residencias destacadas
del poblado, donde se encontraron objetos como las figurillas de bronce del jinete en el Conjunto 4 o el toro
uncido del Conjunto 3 pero bastante ajenas a las prácticas sociales relacionadas con el consumo en vajillas
tanto áticas como locales de inspiración foránea.
Sin embargo, junto a estas coincidencias, también existen algunos patrones divergentes entre áticas
y producciones locales. En primer lugar, encontramos una ausencia tanto en los espacios abiertos como
en grandes concentraciones en estancias vinculadas al almacén (Conjunto 7), donde hay densidades de
cerámica ática que en algunos casos sobrepasan el centenar de individuos. Este hecho podría estar en
relación con su valoración como piezas singulares de encargo y no tanto como un producto estandarizado,
producido y almacenado en grandes cantidades, o al menos no comercializados con los mismos mecanismos
que las cerámicas áticas.
Otro caso bastante claro es el de la casa ubicada en el sector occidental del Conjunto 10, donde no
hay importaciones áticas, a pesar de tratarse de una vivienda muy destacada que debió controlar grandes
extensiones de tierra, ya que concentra una significativa acumulación de arados y un plomo escrito de
carácter económico (Bonet y Vives-Ferrándiz, 2011; Vives-Ferrándiz, 2013). Esta unidad social, que
formaría parte de lo que podríamos considerar elites del poblado y que rechazaba de forma consciente la
posesión de áticas, presenta en cambio la que sería la segunda acumulación más importante de producciones
locales que se inspiran en modelos foráneos con 6 individuos. Se trata además de un repertorio bastante
variado con una cratera, dos L.22, una copa Cástulo, una copa-escifo y el único fragmento de una sítula
con pitorro de cabeza zoomorfa. Volveremos más adelante sobre las posibles implicaciones sociales que
pudieron estar detrás de este comportamiento.
6. LAS PRODUCCIONES LOCALES CON TIPOS FORMALES ÁTICOS EN EL
CONTEXTO REGIONAL
El fenómeno de las cerámicas ibéricas inspiradas en formas áticas se extiende, con diversos matices
dependiendo de los distintos territorios, por prácticamente toda el área ibérica. No pretendemos ser
exhaustivos y no es nuestra pretensión recopilar en este trabajo todas las evidencias de este tipo de objetos
en yacimientos ibéricos, ya que a pesar de ser un conjunto de piezas no demasiado numerosas, sí que se
trata de un fenómeno muy extendido.
En el caso de la zona catalana se producen normalmente en cerámica gris y se documenta un repertorio
bastante amplio de vajilla de mesa que, en el caso mejor estudiado de Ullastret, incluye crateras, pélices,
ascos, luterios, enócoes, kylikes, cántaros, escifos, platos y cuencos, con un predominio de las copas para
beber (Codina et al., 2017). En el otro extremo, y antes de ir aproximándonos al área donde se encuentra
nuestro caso de estudio, en la Alta Andalucía se documentan también este tipo de producciones, aunque de
forma casi exclusiva en contextos funerarios y limitadas a las crateras, tanto de columnas como de campana
(Pereira y Sánchez, 1987).
Una tercera zona bien diferenciada es la franja central mediterránea y el sureste peninsular, donde
cabría enmarcar La Bastida de les Alcusses, y donde se constata tanto el mayor número de individuos de
estas producciones, como la mayor variedad de formas. Estas cubren todo un abanico de posibilidades
funcionales, con elementos de preparación y servicio (crateras, enócoes, ánforas y sítulas), consumo de
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sólidos y semisólidos (platos y cuencos), consumo de líquidos (cántaros, escifos, copas-escifo, kylikes de
pie bajo y bolsales), siendo este grupo el predominante, así como elementos relacionados con el tocador
(lécitos y píxides) (Page, 1984).
En esta zona contestana las encontramos presentes tanto en necrópolis como en poblados. En el caso
de los contextos funerarios se documentan crateras, como en El Cigarralejo (Page, 1985: 73-74), Coimbra
del Barranco Ancho (García Cano, 1997) o L’Albufereta, en este último caso empleadas claramente como
urnas funerarias (Verdú, 2015: 198-199). Aparte de las crateras, también están presentes las copas con asas,
debiendo sumar a las tres necrópolis citadas los casos de Cabezo Lucero (Aranegui et al., 1993: 105 y 255),
Llano de la Consolación (Valenciano, 2000: 224-225) o Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 220).
Aunque quizá se les haya prestado una menor atención, estas producciones también aparecen en
poblados. En los asentamientos edetanos se han hallado algunas cerámicas catalogadas como imitaciones
de kylikes, cántaros, cratera de columnas, los llamados “skyphoides” y platos de pescado, aunque estos dos
últimos tipos seguramente correspondan a perduraciones del s. III a.C. que aparecen junto a imitaciones de
formas campanienses y calenas (Bonet, 1995: 430-431; Bonet y Mata, 2002: 141). Este tipo de producciones
también han sido bien estudiadas en el asentamiento de Kelin-Los Villares y su territorio, donde se han
documentado kylikes, escifos, copas-escifo, cántaros o crateras con volutas (Mata y Quixal, 2014). Dentro
de este territorio encontramos también una copa-escifo y dos posibles L.22 en el contexto de una cuevasantuario, la de los Ángeles (Martínez Valle, 2016: 242; Machause, 2019: 129-143).
En el área contestana se encuentran también en poblados como La Escuera, Coimbra del Barranco
Ancho o La Covalta, aunque en este último caso se trata de un plato de pescado que podría corresponder
ya a inicios del s. III a.C. (Page, 1984). Más clara resulta la adscripción de una cratera de columnas hallada
en el poblado de El Puntal de Salinas que sigue de forma bastante fiel los modelos áticos en cuanto a
forma y proporciones y para la que se propone una procedencia foránea, posiblemente de la Alta Andalucía
(Hernández y Sala, 1996: 81).
Por último, sí quisiéramos detenernos un poco más en el caso de El Puig d’Alcoi, un oppidum que
guarda algunas similitudes con La Bastida de les Alcusses, permitiendo una aproximación comparativa
(Grau y Segura, 2013). Su repertorio está compuesto por 22 individuos, aunque resulta mucho más limitado
en cuanto al número de formas. Se documenta un pequeño fragmento de cratera de columnas (fig. 8: 1),
dos individuos que cabría adscribir a kylikes, aunque uno de ellos con un perfil que se asemeja a una copa
Cástulo (fig. 8: 2 y 3) y finalmente 19 ejemplares de cuencos con labio engrosado al exterior (fig. 8: 4). Esta
última es una forma característica del s. IV y parece estar inspirada en la forma L.22 ática (Grau y Segura,
2013: 162-163), aunque ya hemos visto que la consideración de los cuencos ibéricos como imitaciones
resulta algo más problemática que en el caso de las copas o las crateras, por ejemplo. Al igual que en el
resto de casos, se trata de formas inspiradas en el repertorio ático, pero tanto la técnica de elaboración como
la decoración son ibéricas.
Si distribuimos dichas cerámicas sobre un plano y las comparamos con las áticas, vemos como están
presentes en prácticamente todas las viviendas del poblado. Aunque dada la sobrerrepresentación de los
cuencos de borde engrosado, cabría preguntarse si tendrían el mismo valor diacrítico que atribuimos a
otras formas y si no formarían parte más bien de la vajilla de mesa de uso más cotidiano. En cambio, la
ubicación de las otras piezas viene a coincidir con las viviendas donde hay una mayor concentración de
cerámicas áticas. En el sector 11Fb (fig. 8: A) encontramos el fragmento de cratera de columnas en una
vivienda donde existe un variado repertorio ático de copas, escifos y cuencos de diversos tamaños, pero
ninguna cratera. En el caso de los kylikes ibéricos, encontramos uno de ellos en la vivienda donde se da
la mayor concentración de áticas de todo el poblado (fig. 8: B) y donde además se concentran todas las
crateras (4), una de ellas de columnas, junto a tres copas, un escifo, un bolsal y tres L.22. La otra copa
se documentó durante las excavaciones antiguas de Tarradell en la cata C-4, que se correspondería con
un espacio abierto no lejos de esta vivienda (Rubio, 1985: 120). En este caso, vemos como este tipo de
producciones se encuentran en los mismos contextos en los que se han documentado las cerámicas áticas
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Fig. 8. Formas documentadas y plano de distribución en El Puig d’Alcoi. 1: Cratera de columnas; 2-3: Copas de pie
bajo; 4: L.22 (dibujos elaborados a partir de Grau y Segura, 2013 y Rubio, 1985). A. Sector 11 Fb; B: Sector Corona
(datos para la distribución a partir de Grau y Segura, 2013).
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y en ocasiones incluso se podrían estar complementando, como hemos visto en el caso de la cratera
de columnas local. Por tanto, cabría pensar que pudieron tener usos similares a los de las cerámicas
importadas.
A falta de más estudios de caso concretos para el área ibérica, parece dibujarse un patrón similar
basado en la existencia de piezas con formas inspiradas en la cerámica ática pero elaboradas con técnicas
y decoraciones propiamente locales. El fenómeno de las “imitaciones” se extiende por diferentes culturas,
áreas geográficas y cronologías en la Edad del Hierro del Mediterráneo occidental por lo que un estudio
detallado de todos los casos excedería las posibilidades de este trabajo, aunque sí es relevante citar un par
de ejemplos que ponen de manifiesto la diversidad existente.
En el oeste de Sicilia encontramos un fenómeno similar al ibérico durante la Edad del Hierro, donde el
contacto de las poblaciones locales con grupos de origen griego y fenicio da lugar a la producción de piezas de
estilo mixto que combinan las formas, en muchos casos relacionadas con el consumo de bebida, y decoraciones
foráneas con técnicas de elaboración locales (Balco, 2018). Por otro lado, en Cerdeña se atestigua una copresencia física entre artesanos locales y fenicios durante la Edad del Hierro, como en Nuraghe Sirai (Perra,
2012) o S’Uraki (Roppa et al., 2013). Esta interacción más estrecha, fruto de una co-residencia entre grupos
artesanales diversos, da lugar a cambios visibles en la cadena operativa del proceso productivo. Mientras que la
producción local de nuevas formas, o reinterpretaciones de tipos foráneos no supone necesariamente cambios en
las prácticas artesanales, como sucede en los casos ibéricos analizados, la introducción de técnicas nuevas como
el modelado a torno o la aplicación de engobe implica un periodo de aprendizaje e intercambio de conocimientos
a partir de una experiencia artesanal compartida. Por tanto, en estos contextos sardos no solo se documentan
objetos formalmente híbridos, sino también prácticas híbridas como consecuencia de una interacción con un
mayor grado de intensidad (Roppa et al., 2013: 133-134; van Dommelen y Rowlands, 2012: 24 y 28).
7. REFLEXIONES EN TORNO AL VALOR SOCIAL
DE LA VAJILLA LOCAL CON FORMA ÁTICA
Dos cuestiones nos parecen esenciales a la hora de tratar el fenómeno de este tipo de producciones desde
una perspectiva social. En primer lugar, cabe preguntarse de qué son resultado estos objetos, teniendo en
cuenta cuáles son los mecanismos que entraron en contacto y las posibles motivaciones por parte tanto de
productores como de consumidores. Por otra parte, es necesario valorar el papel social que estas piezas
pudieron tener en una comunidad ibérica concreta como la que habitó el asentamiento de La Bastida de les
Alcusses en el s. IV a.C.
Partamos de la premisa de que existe un grupo de alfareros ibéricos, que comparten una tradición
tecnológica que se materializa en el uso del torno, las clases A (cerámica fina) y B (cerámica tosca), un
uso similar de los desgrasantes y las cocciones, que da lugar a pastas similares, una tipología relativamente
limitada, decoraciones compartidas… Esta tradición productiva, que podríamos denominar ibérica, se
encuentra ya bien definida en el s. VI a.C. y está constituida por una serie de decisiones tomadas por
grupos de alfareros durante cada paso del proceso productivo, y son transmitidas de una generación a la
siguiente en el marco de estas comunidades (Eckert et al., 2015: 2; Stark, 2006). Sin embargo, es muy
importante señalar que asumimos la existencia de una tradición alfarera “ibérica” cuando en realidad parece
existir un panorama mucho más heterogéneo, con diferencias entre distintas comunidades, así como una
enorme amplitud geográfica. A ello se añade que estas prácticas alfareras aún no han sido suficientemente
investigadas desde una perspectiva comparativa y definiendo de forma clara y detallada la existencia de
comunidades de prácticas en el ámbito ibérico.
Creemos que el contacto debió darse de forma mayoritaria con las piezas importadas, lo que resulta
totalmente lógico dada la llegada masiva de estos productos áticos en el s. IV a.C. En ocasiones, detrás de
este tipo de innovaciones y fenómenos de mímesis se encuentra una motivación comercial, utilizando este
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término con todas las cautelas en una sociedad tradicional, relacionada con una gran demanda de estos bienes
de prestigio foráneos que se cubre con las producciones locales. No parece que esta sea una explicación
plausible en nuestro caso, ya que si atendemos a la proporción entre individuos, nos encontramos con una
producción local por cada 35 áticas. El acceso a las importaciones no sería tan restringido como el acceso
a las inspiraciones ibéricas. Por tanto, habría que buscar una motivación eminentemente social detrás de
estas producciones.
Ya hemos señalado con anterioridad, que lo que interesa a los productores, y debemos pensar que
también a los consumidores, es la forma y su función, descartándose la decoración o el cromatismo de los
originales. Desde un punto de vista conceptual, los alfareros no imitan simplemente las piezas foráneas,
sino que combinan su forma, que además se reinterpreta en la mayoría de los casos, con las técnicas y
decoraciones que ya conocen, generando un producto nuevo, pero al mismo tiempo familiar (Balco, 2018:
193). En definitiva, tras el proceso de apropiación de las cerámicas áticas importadas y su integración en
los sistemas de clasificación y prácticas sociales locales con nuevos significados, se da lo que podríamos
denominar una maraña material (material entanglement) con la creación de nuevos elementos de cultura
material (Stockhammer, 2012: 50-51). Por tanto, no estaríamos ante un proceso de hibridación cultural en
el sentido de la mezcla de prácticas de diversos orígenes, sino de apropiación, ya que en este caso no hay
pruebas de una co-presencia física y directa entre alfareros ibéricos y griegos que dé como resultado unas
prácticas o técnicas artesanales híbridas, como hemos visto en que sucede en el caso sardo.
De esta forma, se copian en mayor medida recipientes relacionados con el consumo de bebidas (66,6
%), y más en concreto copas con asas (36,6 %) y crateras (23,33 %), dos tipos que no son mayoritarios entre
las piezas áticas de La Bastida (Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022). La importancia de las agencias locales
se evidencia en una inversión de los porcentajes mayoritarios en cuanto a los tipos funcionales (comida/
bebida) con una relación del 70/30 % en el caso de las áticas frente al 34/66 % en el caso de las producciones
ibéricas. También resulta llamativo que las dos formas más numerosas, las crateras y las copas-escifo, no
son ni mucho menos las mayoritarias entre las piezas áticas del poblado, que suponen apenas un 2 y un 1,9
% de los repertorios importados. Este hecho estaría indicando que los tipos preferidos para esta clase de
producciones no vienen determinados por el contacto con las piezas más abundantes.
En este sentido, se buscan formas que no tienen paralelos claros en el repertorio tradicional ibérico
donde no eran comunes los pequeños recipientes con asas o una forma que recordara a las crateras o ánforas
áticas para el servicio de bebidas y que además son escasas en los repertorios importados. Por otra parte,
existe una mayor variedad de platos en el repertorio local, cuyas formas son muy funcionales y con pocos
atributos distintivos. Esto los hace muy similares a los cuencos áticos, por lo que no tendría tanto sentido
distinguirse con ellos durante el consumo, además de que son la forma más abundante con diferencia de los
conjuntos importados.
Una de las formas más frecuentes del repertorio, la cratera de columnas, se inspira en un tipo propio del
s. V a.C., aunque algunos ejemplares podrían datarse a inicios del IV, y que llega solo de forma excepcional
a los asentamientos de esta zona. Es muy posible que estos alfareros no tuviesen ningún contacto directo con
las piezas originales, de ahí que sean creaciones que mantienen pocos elementos de las piezas originales sin
alterar (fig. 3). En este sentido, se toman algunos de los atributos más característicos, como las columnas,
aunque en ocasiones reinterpretadas con el añadido de volutas, mientras que la forma estilizada recuerda
a la de las ánforas o las pélices de boca estrecha. Quizá estas piezas traten de vincularse al pasado, cuando
estas crateras eran un verdadero bien de prestigio, dada su escasez en el s. V a.C. ya que en el norte de la
Contestania solo se documentan tres ejemplares en El Puig (Grau y Segura, 2013: 109 y 132) y uno en El
Pitxòcol (Amorós, 2015: 149, fig. 5.9).
La distribución de las vajillas locales con formas áticas en La Bastida apunta a un patrón interesante:
coinciden donde hay áticas (por ejemplo en el Conjunto 11) y son inexistentes en contextos sin áticas
(Conjuntos 3 y 4), lo que nos hace pensar en usos y prácticas de consumo similares, siendo los mismos
grupos los que demandan estas piezas. Ante la abundante llegada de cerámicas áticas, es posible que hayan
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perdido parte de su valor diacrítico (Dietler, 1999: 146), por lo que estos grupos sociales heterárquicos en
continua competencia, buscarían nuevas formas de distinción. Estas piezas de encargo permitirían participar
en estos banquetes, pero con un objeto que, aún teniendo la misma función, se encuentra personalizado,
es escaso y está más vinculado a la tradición local, lo que pudo constituir un peldaño más en la distinción.
No obstante, hay otros casos donde no se da esta conjunción de cerámicas áticas e ibéricas, como son los
espacios abiertos o las estancias vinculadas al almacén, donde ya se ha señalado que operarían otras lógicas.
Otro caso es el de la vivienda ubicada en la parte oeste del Conjunto 10. En otros trabajos ya se ha señalado la
ausencia de cerámicas importadas, igual que sucedía en otras casas destacadas (Conjuntos 3 y 4), donde apareció
el jinete de bronce o un toro uncido, consideradas por distintas razones como residencias del segmento de las
elites del poblado (Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022). En los dos últimos casos, la ausencia de producciones
locales de este tipo se mantiene, lo que podría estar relacionado con el escaso interés de sus habitantes por
las estrategias relacionadas con el consumo destacado. No sucede lo mismo con la casa del Conjunto 10,
donde aparece, como ya hemos señalado, una de las mayores concentraciones de este tipo de cerámicas
locales. Este hecho podría estar indicando que esta unidad social, que rechaza conscientemente la posesión
de cerámicas de importación, no renuncia en cambio a su función y a las prácticas de consumo asociadas a
ellas. Esta participación pudo haberse llevado a cabo mediante piezas de encargo, que aunque tienen formas
muy similares e inspiradas en las de las importaciones, se vinculan a los cromatismos y decoraciones propias
de la cerámica ibérica. Quizá nos encontramos ante un segmento de la elite especialmente conservador, muy
vinculado a la tierra como fuente de poder, como indicaría la presencia de una acumulación de arados y
herramientas agrícolas (Vives-Ferrándiz, 2013: fig. 3), que rechaza esta llegada masiva de productos foráneos
y prefiere cerámicas de tradición local con innovaciones formales.
El estudio del repertorio de estas producciones locales, tradicionalmente consideradas como imitaciones,
en el oppidum de La Bastida de les Alcusses nos ha servido como punto de partida para reflexionar sobre
un complejo fenómeno que presenta numerosas aristas en cuanto a su interpretación. En este trabajo hemos
tratado de ir más allá de su consideración como meras imitaciones o copias de menor calidad de un modelo
griego ideal, entendiendo estos productos como reinterpretaciones que deben ser valoradas en sus contextos
locales de uso.
El análisis matizado de los datos desde la escala de un oppidum nos permite definir las características
tanto de las elites ibéricas como de las distintas unidades sociales que habitaron el poblado y que reflejan un
paisaje urbano marcado por la heterogeneidad social con el despliegue de diferentes estrategias identitarias
y de poder (Vives-Ferrándiz, 2013; Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022).
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación PROMETEO/2019/035, LIMOS. LItoral y
MOntañaS en transición: arqueología del cambio social en las comarcas meridionales de la Comunidad Valenciana,
financiado por la Generalitat Valenciana. Agradezco a los doctores Jaime Vives-Ferrándiz y Peter van Dommelen, así
como a otro/a revisor/a anónimo/a, su interés por esta investigación y sus siempre valiosos comentarios y sugerencias
de mejora, que han contribuido a mejorar sustancialmente el trabajo original.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 199-220
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1592
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Jesús ROBLES MORENO a y José FENOLL CASCALES b
De jinetes y talleres escultóricos.
Un nuevo pilar ibérico con decoración
antropomorfa procedente de Cabezo del Agua
Salada (Alcantarilla, Murcia)
RESUMEN: El estudio detenido de un fragmento escultórico antropomorfo procedente de Cabezo del
Agua Salada (Alcantarilla, Murcia) ha permitido constatar que se trata en realidad de un altorrelieve.
Sus características morfológicas, iconográficas y técnicas, así como el estudio comparativo con una
serie de paralelos directos llevan a su interpretación como posible parte de un pilar correspondiente a
un pilar-estela de un tipo bien documentado en Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia) y en
Corral de Saus (Moixent, Valencia). Este hecho sitúa esa pieza, y junto a ella otras del Cabezo del Agua
Salada, en el contexto de las producciones del taller escultórico “Verdolay-Mula”, al que pertenecen
este tipo de pilares como ya estudiaron Teresa Chapa e Isabel Izquierdo en esta misma revista. De esta
manera, la pieza contribuye al conocimiento de dicho centro productivo, ayudando a caracterizar su
producción y los centros donde actuó.
PALABRAS CLAVE: Cultura Ibérica, monumentos, arquitectura, iconografía, escultura.
Of horsemen and sculpture workshops. A new Iberian Iron Age pillar with
anthropomorphic decoration from Cabezo del Agua Salada (Alcantarilla, Murcia)
ABSTRACT: The study of a sculptural fragment depicting a human head from Cabezo del Agua Salada
(Alcantarilla, Murcia) has allowed us to identify it as a high-relief. Its morphological, iconographical
and morphological features, as well as the comparison with direct parallels lead us to interpret it as part
of a pillar-stele monument, a type of pillar well documented in Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla,
Murcia) and Corral de Saus (Moixent, Valencia). This allows us to contextualise this fragment, as well as
others found at Cabezo del Agua Salada a, as productions of the so-called “Verdolay-Mula” workshop,
which has been studied by Teresa Chapa and Isabel Izquierdo in this same journal. In this way, the piece
contributes to the study of this sculptural workshop by helping to characterize its productions and to
identify the oppida where it worked.
KEYWORDS: Iberian Iron Age, monuments, architecture, iconography, sculpture.
a
Departamento de Prehistoria y Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Campus de Cantoblanco, Universidad
Autónoma de Madrid
jesus.robles@uam.es
b Departamento de Historia del Arte, Facultad de Letras, Campus de la Merced, Universidad de Murcia
jose.fenoll@um.es
Recibido: 24/05/2022. Aceptado: 14/11/2022.
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200
J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
1. INTRODUCCIÓN. EL CABEZO DEL AGUA SALADA (ALCANTARILLA, MURCIA)
El Cabezo del Agua Salada, también denominado “de la Rueda” o “de la Noria”1 es un yacimiento
arqueológico con una ocupación constatada desde época proto-ibérica (finales del siglo VII a.C.) hasta
la época romana (García Cano e Iniesta, 1987: 154; Serrano Várez y Fernández Palmeiro, 1991; López
Campuzano, 1998) localizado en Alcantarilla, Murcia (fig. 1). El nombre de “Agua Salada” se debe al
manantial que brota en la ladera norte, tradicionalmente considerado con propiedades terapéuticas (Serrano
Várez, 1990). Físicamente la estación se emplaza en una finca de 180 x 120 m, coronada por una meseta de
90 x 60 m, situado en el margen sur del río Segura, a su paso por dicha localidad (fig. 2).
Fig. 1. Mapa con los principales yacimientos mencionados en el texto. 1. Cabezo del Agua Salada (Alcantarilla); 2.
Cabecico del Tesoro (Verdolay, Murcia); 3. El Cigarralejo (Mula, Murcia); 4. Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla,
Murcia); 5. El Prado (Jumilla, Murcia); 6. Corral de Saus (Moixent, Valencia); 7. El Monastil (Elda, Alicante); 8. Cerro
de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete); 9. Pozo Moro (Chinchilla de Montearagón, Albacete); 10. Libisosa
(Lezuza, Albacete); 11. Coy (Murcia).
Ocupa pues, un lugar estratégico al encontrarse sobreelevado respecto al terreno circundante y
emplazarse en la confluencia del valle del Guadalentín con el valle del Segura. Esto le permite un mayor
control del territorio circundante, protección frente a posibles avenidas de agua y garantiza el acceso a las
fértiles tierras que rodean el cerro en las que se desarrollarían actividades agrícolas y ganaderas (Ramos
Martínez, 2018: 103). Estas tierras cuentan además con ricas arcillas, lo que justifica la actividad alfarera de
época ibérica y romana documentada en la confluencia de las calles Sevilla y Aurora del municipio (Ramos
Martínez, 2018: 104).
1
A pesar de que en la literatura científica se pueden encontrar los tres términos, se ha optado aquí por usar el término “del Agua
Salada”, por ser el más habitual en la bibliografía científica y el más común al referirse a este yacimiento.
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De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico procedente de Cabezo del Agua Salada
201
Fig. 2. Fotografía aérea del Cabezo del Agua Salada (adaptado de Google Earth).
Este yacimiento, el Cabezo del Agua Salada, hoy sumamente afectado por las labores agrícolas y
el continuo expolio de clandestinos, se descubrió en el año 1981 por el añorado Daniel Serrano Várez,
hecho al que siguieron las excavaciones por parte de García Cano e Iniesta (1987) dirigidas por la Dra.
Muñoz Amilibia. Posteriormente, Serrano Várez y Fernández Palmeiro (1991) desarrollaron una serie de
prospecciones superficiales en este yacimiento y, por último, López Campuzano (1998) llevó a cabo cuatro
sondeos en el mismo. Todos estos trabajos permitieron conocer la extensión del yacimiento, aunque apenas
se han documentado estructuras y no se ha constatado con seguridad el recinto amurallado del mismo, cuyo
trazado Lillo y Serrano Várez (1989: 81) intuían al sur del yacimiento. Paralelamente, también se pudo
documentar su secuencia ocupacional, destacando entre ellas la entidad de la fase perteneciente al periodo
Ibérico Pleno, documentada por numerosos hallazgos cerámicos y una serie de pavimentos (García Cano e
Iniesta, 1987; López Campuzano, 1998; Ramos Martínez, 2018: 101).
Todos estos datos, a pesar del mal estado de conservación del cerro y de la escasez de investigaciones en
el mismo, permiten en definitiva señalar que estamos ante un asentamiento ibérico, quizá un oppidum2 de
unas 2 ha de extensión similar en sus características y secuencia ocupacional a otros de la región.
Entre los relativamente escasos hallazgos vinculados a este yacimiento, cabe destacar el de una serie
de fragmentos escultóricos y arquitectónicos en el entorno del cerro, concretamente reutilizados en muros
de abancalamiento contemporáneos en el sector sur del mismo. Lillo y Serrano Várez (1989) ofrecieron un
estudio en profundidad de dos de ellos: un fragmento de un caballo y una voluta arquitectónica, posiblemente
de gola. A estos se añadirían nuevas piezas procedentes también de muros de terraza, conservadas
actualmente en el Museo Arqueológico de Murcia y, en su gran mayoría, inéditas o escasamente abordadas,
tales como el torso de un guerrero o elementos arquitectónicos con decoración vegetal (Serrano Várez,
1999 y 2016; Carrillo García, 2019: 48).3
2 Si bien Ramos Martínez (2018: 103) discrepa por no haberse identificado el recinto amurallado hasta la fecha.
3 Estas son las piezas a las que Izquierdo (2000: 120) hace referencia en su trabajo, aunque no pudo estudiar por cuestiones
administrativas. Para un catálogo de las mismas, véase Serrano Várez, 2016. Algunos de estos fragmentos se encuentran
actualmente en fase de estudio y publicación por parte de Jesús Robles Moreno en la tesis doctoral: “Monumentos ibéricos:
decoración arquitectónica con relieves no figurativos. Contexto, talleres e iconografía”.
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
Fig. 3. Croquis inéditos de D. Serrano Várez (2016) donde se señala la aparición de las esculturas en Alcantarilla.
El número 2 indica el Cabezo del Agua Salada y las “X” en la ampliación del mismo (a la izquierda) ilustran dónde
aparecieron las esculturas en muros de abancalamiento. Los números 6, 7, 8, 10 señalan los hallazgos vinculados a una
posible necrópolis en la calle Hurtado y plaza Cayitas.
Estas piezas permitieron a otros autores (Castelo, 1995: 314; Izquierdo, 2000: 119) señalar la existencia
de un paisaje monumental de necrópolis vinculado a este asentamiento. De acuerdo con los últimos trabajos
de Serrano Várez (2016) esta necrópolis pudo encontrarse bajo el actual casco urbano de Alcantarilla,
en concreto bajo la plaza Cayitas y la calle Hurtado: allí, además del célebre oinochoe y fragmentos de
cerámica ibérica, se hallaron varios restos escultóricos y de piedra arenisca. Sugería, pues, este autor que
esta zona era el emplazamiento original de dichas esculturas que, tras ver la luz en labores de remoción
de tierras en el siglo XX, fueron trasladadas al Cabezo para crear terrazas, ubicándose en los muros de
abancalamiento situados en el sector oriental de la parcela que se extiende en el emplazamiento de Cabezo
del Agua Salada donde estas fueron halladas como se puede ver en un croquis del propio Serrano Várez
(2016) (fig. 3).
2. DESCRIPCIÓN DE LA PIEZA
De toda la colección de fragmentos escultóricos, nos centraremos aquí en uno antropomorfo, conservado y
expuesto en el Museo Arqueológico de Murcia con el número de sigla DA100110 (1994/4). La pieza no ha sido
estudiada en profundidad y solo existen breves menciones a la misma publicadas recientemente (Serrano Várez,
2016; Carrillo García: 2019: 48). Corresponde este fragmento a la parte inferior de una cabeza humana de la
que, si bien no se puede precisar el género, muy probablemente sea masculina por la presencia del pendiente
amorcillado y los paralelos existentes (vid. infr.). El estado de conservación es bastante malo, quedando en sus 14
cm de altura, el segmento comprendido entre los labios/nariz y el final del cuello (fig. 4).
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De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico procedente de Cabezo del Agua Salada
203
Fig. 4. Varias vistas de la pieza estudiada (fotografías y montaje: José Fenoll)
No obstante, esta pequeña parte de la escultura que ha llegado hasta nosotros presenta excelente acabado
e indudable calidad. Así, sobre un mentón poco prominente y de barbilla redondeada, se pueden apreciar
unos finos labios cerrados de rictus sereno que tienen 2,4 cm de altura. Por su parte, la oreja, de la cual solo
queda la mitad inferior presenta 5,6 cm de altura y 3,5 cm de anchura. Esta se adorna con un pendiente de
los llamados “amorcillados”, de aspecto ligeramente ovalado (2 x 2,4 cm). En la nuca se aprecia el arranque
del cabello, lo mismo sucede en la unión frontal de la cabeza con el cuello, quedando menos de 1 cm del
mismo, lo suficiente para poder constatar su existencia.
Con todo, la característica más importante de esta cabeza y la razón por la que es preciso dedicarle un
trabajo monográfico es porque, aunque pudiera parecer una escultura exenta por su tamaño, nos inclinamos
a pensar en su catalogación como un elemento en relieve. Esto se debe en primer lugar a que el lateral
derecho del rostro parece que nunca llegó a concebirse pues la fractura sigue una orientación recta y
bastante regular y, sobre todo, porque en el labio, justo antes de la línea de fractura, se observa un pequeño
saliente vertical y en posición secante al mismo, identificable como el arranque de la pared en el que se
tallaba este relieve. Es importante señalar que un arranque análogo se observa también en el mentón de la
figura (fig. 5.1). Además, el rostro está claramente desviado con respecto a su eje vertical, ya que se orienta
hacia su izquierda anatómica, como si el personaje girase la cabeza hacia ese lugar. Es decir, el rostro no
se concibe para ser observado desde el frente, sino desde el lateral izquierdo porque, como se ha dicho, la
cara no tendría un lateral derecho, ya que ahí se encontraría la pared del probable elemento arquitectónico
en el que este se talló (fig. 5.2).
En definitiva, a pesar del estado fragmentario de la pieza, creemos que conserva los indicios suficientes
para señalar que se trata de un altorrelieve, muy posiblemente perteneciente a un pilar-estela dadas sus
dimensiones (la cabeza, midiendo desde la base del cuello, tendría algo menos de 20 cm de alto), su estilo
y características.
2.1. Paralelos de la escultura
La hipótesis que se acaba de plantear se ve apoyada por un paralelo directo en cuanto a orientación,
morfología, estilo e iconografía: el pilar-estela de la tumba 70 de la necrópolis de Coimbra del Barranco
Ancho (Jumilla, Murcia) (García Cano, 1994; García Cano, 1997: 263 y ss.) (fig. 6.1). No vamos a insistir
aquí sobre la importancia de este conjunto, sobradamente abordado ya por la bibliografía. Bastará con
señalar que es uno de los ejemplares de pilares-estela mejor contextualizados tanto arquitectónicamente,
pues se conservan todos los elementos que lo configuran, como arqueológica y cronológicamente, ya
que el estudio de la tumba sobre la que se encontró su base como de la posición estratigráfica de sus
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
Fig. 5. Rasgos que permite interpretar el fragmento como un altorrelieve: 1. Vista cenital e inferior con indicación de
los pequeños arranques de la pared en la que se tallaba la pieza, conservados en el labio y en el mentón. 2. Desviación
de la cabeza con respecto a su eje anatómico (fotografías y montaje: autores).
elementos reutilizados para salvar un desnivel permite fecharlo con precisión hacia mediados del siglo
IV a.C. (García Cano, 1994). Sí nos centraremos, en cambio, en el llamado “cipo” o “pilar”, un elemento
monolítico de base rectangular, con 56 cm de lado y 93 cm de altura, que se decora en todas sus caras con
una serie de altorrelieves de excelente calidad (p. ej.: Muñoz, 1983; García Cano, 1994; Castelo, 1995:
256; García Cano, 1997: 267; Izquierdo, 2000: 278; Sala, 2007: 63-64). Una de ellas ofrece una escena
de posible despedida o acogida en el Más Allá, mientras que las tres restantes ofrecen jinetes inermes que
cabalgan hacia la izquierda, con caballos ricamente enjaezados (García Cano, 1994).
Es precisamente en esas escenas de jinetes donde se observa el paralelismo con nuestra pieza. Como en
nuestro caso, las cabezas de los jinetes se giran ligeramente hacia la izquierda anatómica, es decir, hacia el
“exterior” del sillar, ofrecen un mentón redondeado y los labios finos y cerrados con el mismo rictus que en
nuestro caso y presentan también un pendiente amorcillado en la oreja.
No obstante, hay que considerar que existen diferencias en cuanto a la escala, pues el ejemplar de Alcantarilla
resultaría ligeramente superior al de Coimbra del Barranco Ancho: la cabeza del ejemplar jumillano tiene 15 cm
desde la base del cuello hasta la su parte superior, frente a los cerca de 20 cm que tendría la otra, indicando así
que el pilar sería de mayor tamaño. Sin embargo, dado que en este caso sólo se posee este fragmento, no se puede
asegurar cuál sería el modelo iconográfico -aunque es probable que sea un jinete como hemos mencionado- ni
qué proporciones guardaría la cabeza respecto al resto de su cuerpo o al sillar.
Con todo, el modelo iconográfico y la orientación del rostro, ligeramente desviado hacia la izquierda
anatómica, son idénticos en ambos ejemplares hasta el punto de que incluso se pudiera hablar de un mismo
escultor y, como veremos, de un mismo taller. Tanto es así que si realizando un ejercicio de comparación
técnico-estilística se escalan ambos ejemplares al mismo tamaño, puede comprobarse cómo este ejemplar
encaja en el relieve jumillano (fig. 7). La realización de un mismo modelo iconográfico y tipo arquitectónico
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De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico procedente de Cabezo del Agua Salada
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Fig. 6. Pilares con decoración antropomorfa en altorrelieve de jinetes marchando hacia la izquierda. 1. Pilar del pilarestela de Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia). 2. Pilar de un pilar-estela de Corral de Saus (Moixent,
Valencia) (fotografías y montaje: autores).
en distintas escalas es algo que no debe extrañar en tanto que es un fenómeno que, como veremos, está bien
documentado en el mundo ibérico y permite hablar de la existencia de un taller que es capaz de replicar
modelos idénticos con distintas proporciones.
A propósito de estos cipos con jinetes, otro paralelo que se puede considerar, es el ejemplar de Corral
de Saus estudiado por Chapa e Izquierdo (2012), peor conservado que el de Jumilla y de un tamaño más
reducido, pero de concepción técnica e iconográfica idéntica y, con toda probabilidad, perteneciente a un
mismo taller (fig. 6.2.). En este caso lamentablemente no se conserva la cara del jinete por lo que no puede
hacerse una comparación tan precisa como la anterior.
Otra opción es que la pieza de Alcantarilla pertenezca a una gola del “tipo Corral de Saus” (Almagro,
1987), es decir que se tratase de un sillar de gola con decoración antropomorfa de figuras yacentes en su
nacela. Aunque posible, nos parece poco probable porque en estas nacelas -a excepción del caso de Coimbra
del Barranco Ancho- los personajes son damitas y no personajes masculinos. Por otro lado, estas aparecen
mirando al frente, como se ve en el caso de Corral de Saus (Izquierdo, 1998-1999 con amplia bibliografía)
y cuando tienen la cabeza ladeada, como en El Prado (Lillo, 1990), el rostro queda tallado prácticamente en
bulto redondo, orientándose mayoritariamente hacia el frente. Por esta razón, la hipótesis de integración en
el cipo o pilar de un pilar-estela es la que parece más plausible.
Dicha hipótesis queda también apoyada por datos de índole arqueológica y arquitectónica. Esto
se debe a que, el pilar-estela es el tipo de monumento mejor documentado en las necrópolis del
siglo IV a.C. en el sureste peninsular (Izquierdo, 2000). No hay prácticamente datos para proponer
la existencia de monumentos turriformes en este contexto cronológico y territorial, si bien Castelo
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
Fig. 7. Comparación y montaje de la pieza de Cabezo del Agua Salada sobre el pilar del pilar-estela de Coimbra del
Barranco Ancho, tras escalar la primera con la segunda (fotografía y montaje: autores).
(1995) señaló la presencia de los mismos en algunos de estos yacimientos como El Cigarralejo4. Esta
misma circunstancia se produce, como se verá a continuación, en Cabezo del Agua Salada, pues la
revisión de los materiales conservados en el Museo Arqueológico de Murcia permite señalar que estos,
mayoritariamente, pertenecían a pilares-estela y tal vez a otros monumentos como las esculturas sobre
túmulos (Page y García Cano, 1993-1994), pero en el estado actual de la cuestión, difícilmente pueden
incluirse en monumentos turriformes.
En cualquier caso, e independientemente de la fragmentación que impide caracterizarlo
arquitectónicamente con precisión y sólo permite hipotetizar al respecto, el hecho de que se trate de
una cabeza masculina con un pendiente amorcillado permite identificar su modelo iconográfico: se
trata de la representación del aristócrata masculino, propia del sureste peninsular durante el Ibérico
Pleno y la Baja Época (siglos IV-II a.C.). Estas se caracterizan por mostrar a un hombre de edad adulta,
con pendientes en sus orejas y el pelo ocasionalmente tonsurado. En relieve, estos aparecen sobre los
pilares comentados montando a caballos ricamente enjaezados que, con claro sentido escatológico
(García Cardiel, 2016: 180-181), marchan hacia la izquierda y pisan con sus patas elementos simbólicos
como cabezas humanas o animales. Este es el modelo presente en Coimbra del Barranco Ancho y
Corral de Saus (Chapa e Izquierdo, 2012), también -aunque sobre un sillar y fragmentado de tal
manera que no es posible visualizar el jinete- en el pilar-estela de Lo Mejorado (Daya Nueva, Alicante)
(De Gea, 2008) y, muy probablemente, en el caso que nos ocupa. Más allá de las escenas ecuestres,
4
Algo que en nuestra opinión parece plausible por la presencia de, al menos, un sillar de esquina zoomorfo (Castelo, 1995: 317) y
de otros fragmentos que actualmente están siendo fruto de una detallada revisión (Fenoll y Robles, 2022).
APL XXXIV, 2022
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De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico procedente de Cabezo del Agua Salada
207
Fig. 8. Comparación entre la pieza de Cabezo del Agua Salada (1) con esculturas exentas del Cerro de los Santos. 2.
Cabeza de CS/MAN/031 (según Ramallo y Brotons, 2019: lám. XIX); 3. Cabeza de CS/MAN/ 052 031 (según Ramallo
y Brotons, 2019: lám. XXXIII); 4. Cabeza de CS/LOUVRE/008 (según Ramallo y Brotons, 2019: lám. CCXX).
representaciones de varones aparecen en el pequeño relieve de L’Albufereta (Alicante) (Verdú, 2015:
374-375 con amplia bibliografía precedente)5, con una escena de posible despedida en la que el varón
se orienta hacia la izquierda. Finalmente, como escultura exenta, el modelo se replica en El Cerro de
Los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete).
De hecho, de este último sitio proceden una serie de cabezas escultóricas que muestran la
pervivencia de este modelo iconográfico y que en ocasiones resultan muy similares a la pieza que aquí
se trata. Entre otros muchos ejemplos recogidos por Ramallo y Brotons (2019) en su reciente catálogo,
al que remitimos para esta cuestión, se pueden citar algunos como son CS/MAN/006, de factura más
tosca, pero con un pendiente similar y un ángulo de barbilla análoga, características similares, con
algunas variaciones a las que presentan los ejemplares CS/MAN/031, CS/MAN/052, así como CS/
LOUVRE/008 entre otros (fig. 8).
En definitiva, nos inclinamos a pensar que este fragmento de altorrelieve pudo pertenecer a un pilarestela que se integraría en un paisaje funerario-conmemorativo vinculado al hábitat del Cabezo del Agua
Salada, al que también pertenecerían los otros restos hallados en superficie o en muros de abancalamiento
y que, en cuanto a su decoración arquitectónica, ofrecería características análogas a otras necrópolis mejor
conocidas del sureste como son Coimbra del Barranco Ancho, El Cigarralejo o Corral de Saus. De hecho,
las características iconográficas y morfológicas de este relieve, a pesar de su fragmentación, remite de
nuevo a un tipo de pilar-estela caracterizado por ofrecer en su cipo figuras antropomorfas masculinas
que marchan hacia la izquierda sobre caballos ricamente enjaezados. Este modelo arquitectónico y sobre
todo iconográfico, es bien conocido en tanto que, con ligeras variaciones formales, se replica en el sureste
peninsular durante el siglo IV a.C. aportando indicios así sobre la actividad de un mismo taller escultóricoarquitectónico (Chapa e Izquierdo, 2012).
Teniendo en cuenta estas circunstancias y el precedente de esas dos últimas autoras (Chapa e Izquierdo,
2012) que evaluaron el desarrollo de este tipo es preciso reflexionar sobre esa última cuestión, es decir,
sobre el taller que originó estas piezas.
5
El caso de L’Albufereta es interesante porque muestra lo anteriormente comentado: un mismo modelo iconográfico en altorrelieve
puede realizarse a distintas escalas según el propósito del elemento en el que se talle. Dicho relieve alicantino cuenta con 17 cm
de altura (Verdú, 2015: 1522).
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
Tabla 1. Síntesis de las principales propuestas sobre talleres de escultura en el mundo ibérico.
Autor
Talleres
Tarradell, 1968
León, 1999
Cigarralejo, Elche y Cerro de los Santos
Área de la costa levantina: Taller de Elche Alicante; Taller de Verdolay-Murcia-Mula.
Área del Sureste: Taller de Pozo Moro. Taller del Cerro de los Santos/Llano de la Consolación. Área Andaluza: Taller de Baena-Nueva Carteya, Taller de Porcuna, Taller de
Osuna-Estepa
Área del sureste: Taller de Elche-Alicante, Taller de Verdolay-Mula-Murcia. Área de
la meseta sur: Taller de Pozo Moro, Taller del Cerro de los Santos/Llano de la Consolación. Área de Andalucía: Taller de Villaricos, Taller de Porcuna, Taller de Cástulo,
Taller de Baena-Nueva Carteya, Taller de Baza, Taller de Osuna-Estepa.
Izquierdo, 2000
3. TALLERES DE ESCULTURA Y MONUMENTOS DE ÉPOCA IBÉRICA: BREVE SÍNTESIS
A pesar de la numerosa bibliografía existente sobre la arquitectura y la escultura funeraria ibérica, existen
pocas certezas sobre los centros de producción de la misma y su funcionamiento. Esta cuestión ha sido
tratada, no sin cierto debate, en varios ámbitos de la cultura ibérica como son la cerámica (p.ej.: Tortosa,
2006; Page et al., 2021) o la metalurgia (Quesada et al., 2000), por poner algunos ejemplos, pero es en la
escultura y la arquitectura monumental donde este problema parece volverse aún más complejo.
Además de trabajos tradicionales donde se abordaba la cuestión productiva (Almagro Gorbea, 1983: 288;
Negueruela, 1990-1991; León, 1999) en los últimos años han visto la luz una serie de trabajos dedicados a
definir el concepto de taller (Chapa e Izquierdo, 2012), las canteras (Truzowsky et al., 2006; Rouillard et al.,
2020) o la “cadena operativa” seguida por los escultores (Chapa y García Cardiel, 2018; Chapa y Martínez
Navarrete, 2020). Aun así, la identificación de talleres sigue siendo una de las asignaturas pendientes de la
escultura ibérica porque estas no se firman6, no se ha documentado ningún espacio que pueda identificarse
como un taller escultórico, ni tampoco se conserva documentación escrita que nos informe sobre estos
procesos de producción en el caso concreto del mundo ibérico.
Todo ello obliga a acudir a criterios técnicos y estilísticos para agrupar en talleres los diferentes
hallazgos de escultura, con la complejidad que esto conlleva y que en el caso ibérico se ve aumentada
por la descontextualización y la fragmentación que afecta a numerosos ejemplares. Aun así, han sido
varios los autores que, a lo largo de la historiografía y sobre todo en estudios de síntesis, han llevado
a cabo diferentes propuestas sobre el número de talleres escultóricos existentes y el área que cubría
cada uno de ellos (tabla 1).
El taller en torno a Cabecico del Tesoro y El Cigarralejo ha sido uno de los más discutidos en la
bibliografía y, si bien hay autores que dudan sobre si se trata de un único taller, un taller itinerante o varios
que comparten un modelo iconográfico (Almagro Gorbea, 1987; Izquierdo, 2000: 380-381), la existencia
de este centro productor parece generalmente aceptada. Precisamente, es al que tradicionalmente se ha
adscrito el modelo de pilar que aquí se ha revisado, de manera que la pieza de Alcantarilla constituye un
nuevo testimonio de su actividad y, a su vez, ofrece una excelente oportunidad para caracterizar el taller,
sus estaciones y los centros ibéricos en los que estuvo presente.
6 Ciertamente, en algunas esculturas de Porcuna (Chapa et al., 2009) o en los sillares de Pozo Moro (Almagro Gorbea, 1983)
aparecen motivos incisos que no han sido interpretados, sin embargo, como firmas sino como marcas que señalan la posición de
los elementos o sirvieron para algún tipo de comunicación interna en el taller.
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De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico procedente de Cabezo del Agua Salada
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Tabla 2. Síntesis de las principales hipótesis sobre el taller “Verdolay-Mula”.
Autor
Propuesta
Almagro, 1987
No puede precisar si es un único taller o si es un modelo compartido por varios de
ellos. Indica (p. 28) que podría tratarse de un taller periférico que deriva del modelo
jumillano
García Cano y Page, Taller que abastece a Corral de Saus, Mula y Cabecico del Tesoro y en un momento
1993-1994
posterior a Jumilla.
León, 1999
Taller que cubriría Cabecico del Tesoro, Cigarralejo y Jumilla al que se podrían añadir
otras producciones de Murcia como el león de Coy
Izquierdo, 2000
Taller con centro en Cabecico del Tesoro y Cigarralejo, relacionado con Jumilla, Cerro
de los Santos, Corral de Saus, Los Nietos y Coy mediante artesanos itinerantes.
Chapa e Izquierdo, Un único taller que tendría núcleo en torno al Segura, quizá en Verdolay, y que acudiría
2012
en función de la demanda a otros núcleos como: Cigarralejo, Corral de Saus y Jumilla.
3.1. El taller “Verdolay-Mula”, caracterización y repertorio
Dicho taller ha recibido numerosas denominaciones en función de cada autor: “Verdolay-Murcia-Mula” (León,
1999: 38); “Verdolay-Mula” (Izquierdo, 2000: 379), mientras que otros han preferido referirse a él a través del
tipo de pilar-estela denominado “tipo Corral de Saus” (Almagro Gorbea, 1987; Page y García Cano, 1993-1994).
Finalmente, Chapa e Izquierdo (2012: 259) han señalado que se trata de un taller establecido “en torno al núcleo
del Segura”. Estas denominaciones no son sino el reflejo que cada autor ha propuesto para los límites geográficos
del taller (tabla 2). Todos ellos coinciden en señalar que el núcleo del mismo se localizaba en Verdolay o en El
Cigarralejo desde donde se desplazaría hacia otros puntos por el valle del Segura, como es Jumilla y, a través
del corredor de Montesa llegaría hasta Corral de Saus (Almagro, 1987: 200). Este área de actuación ha sido
definida, como se ha dicho, en función de los hallazgos de esculturas y fragmentos de monumentos que, según
criterios tipológicos y arquitectónicos, son asimilables a los que aparecen en El Cigarralejo y Cabecico del
Tesoro y que configuran ese pilar-estela del “tipo Corral de Saus”, caracterizado por las nacelas con decoraciones
antropomorfas (Almagro Gorbea, 1987; García Cano, 1994).
Con todo ello, se define un repertorio arquitectónico e iconográfico que, dejando a un lado las esculturas
zoomorfas y antropomorfas exentas -pues consideramos que sus tipos e iconografía merecen ser analizadas
independientemente- se caracteriza por los siguientes elementos arquitectónicos con determinados
programas iconográficos asociados, todos ellos vinculables a monumentos del tipo pilar-estela (fig. 9):
1. Pilares. Son el elemento que sustenta el resto del pilar-estela. Se conservan pocos ejemplares, pero tienen
forma paralelepípeda de sección cuadrangular:
1.a. Lisos o con decoración de ovas en su parte superior.
Conocemos ejemplares de este tipo procedentes de Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 283), El Prado
(Lillo, 1990; Izquierdo, 2000: 461, Murcia, nº 8) y quizá un ejemplar de Cabecico del Tesoro (Page y
García Cano, 1993-1994: 49; Izquierdo, 2000: 466, Murcia, nº 44).
1.b. Con decoración antropomorfa, principalmente jinetes marchando hacia la izquierda.
Los casos mejor conocidos son los de Coimbra del Barranco Ancho (Muñoz Amilibia, 1983; García
Cano, 1994; García Cano, 1997: 94) y Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 486, Valencia, nº 18; Chapa e
Izquierdo, 2012) con bibliografía previa. A ellos se añade el ejemplar aquí presentado.
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
Fig. 9. Síntesis del repertorio arquitectónico y decorativo con ejemplos para cada una de las categorías: 1.a. Pilar estela
del Prado (Museo Arqueológico “Jerónimo Molina” de Jumilla). 1.b. Pilar-estela de Coimbra del Barranco Ancho
(Museo Arqueológico “Jerónimo Molina” de Jumilla). 2.1.a. Baquetón de El Cigarralejo (Museo de Arte Ibérico de
El Cigarralejo, nº inv. 5203). 2.1.b. Baquetón de Cabecico del Tesoro (Museo Arqueológico de Murcia, nº inv. 2171).
2.1.c. Baquetón del monumento de El Prado (Museo Arqueológico “Jerónimo Molina” de Jumilla). 2.1.d. Baquetón
de El Cabecico del Tesoro (Museo Arqueológico de Murcia, nº inv. 208). 2.1.e. Baquetón del pilar-estela de Coimbra
del Barranco Ancho (Museo Arqueológico “Jerónimo Molina de Jumilla). 2.2.a. Nacela del pilar-estela de Coy (Museo
Arqueológico de Murcia). 2.2.b. Gola de pilar estela de Corral de Saus (Museu de Prehistòria de València, nº inv.
13581) (fotografías y montaje: Jesús Robles Moreno).
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De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico procedente de Cabezo del Agua Salada
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2. Sillares de gola
2.1. Baquetones.
Se refiere a la parte inferior del sillar de gola sobre la que arranca la nacela. En la concepción arquitectónica
de los pilares-estela por parte de este taller lo habitual que se elaboren separados del resto de la gola, en
un sillar exento. Estos pueden aparecer:
2.1.a. Con decoración de ovas lésbicas en posición invertida sobre moldura de cyma recta.
Este tipo de decoraciones se documenta hasta en tres ocasiones en El Cigarralejo (Cuadrado, 1984: 255,
nº 2 y 20; Izquierdo, 2000: 462-464, Murcia, nº 16 y 31), dos veces en Cabecico del Tesoro (Page y
García Cano, 1993-1994: nº 38 y 39), al menos tres en Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 484, Valencia,
nº 7, 8, 9), una en Pozo Moro (Almagro Gorbea, 1983: 257; Robles Moreno, e.p.) y otra en Libisosa
(Uroz, 2022: 22). Quizá haya otro en El Monastil (Izquierdo, 2000: 475, Alicante, nº 10) aunque es difícil
asegurarlo por la fragmentación que presenta.
2.1.b. Con decoración de ovas jónicas en posición canónica o invertida sobre una moldura de óvolo.
Este tipo de moldura cuenta con una enorme dispersión por toda el área ibérica y con características
bastante análogas, lo que impide considerarlo como un elemento diagnóstico en la definición de este
taller. No obstante, cabe destacar su acusada presencia en Cabecico del Tesoro (Page y García Cano,
1993-1994: nº 20, 21, 22, 23, 24, 25) y una en Libisosa (Uroz, 2022: 22). Paralelamente, aparece en
yacimientos cercanos al área de dispersión tradicionalmente vinculados a este taller, como L’Albufereta
(Izquierdo, 2000: 483, Alicante, nº 64/65 y 66), los de las plataformas de Cabezo Lucero (Izquierdo,
2000: 475, Alicante, nº 11), el pilar-estela de Monforte del Cid (Almagro Gorbea y Ramos Fernández,
1986) o las que aparecen coronadas por un contario de Llano de la Consolación (Ruano, 1990: nº 5 y 6;
Izquierdo, 2000: 471-472, Albacete, nº 15, 18, 19 y 22/23). No obstante, al ser un elemento tan recurrente
es difícil asegurar que todas ellas pertenecieron a un mismo taller.
2.1.c. Compuestos.
Combinan las dos molduras de ovas que se acaban de describir. Se localizan en El Prado (Lillo, 1990;
Izquierdo, 2000: 461, Murcia, nº 6) y Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 484, Valencia, nº 6).
2.1.d. Con moldura de listel y motivos vegetales en libre disposición formados por cintas habitualmente
culminadas en roleos.
Se documentan en El Cigarralejo (Izquierdo, 2000: 463, Murcia, nº 18), Cabecico del Tesoro (Page y
García Cano, 1993-1994: nº 34, nº 36, nº 37, nº 40), Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 486, Valencia, nº
20).
2.1.e. Con moldura troncopiramidal y motivos vegetales en libre disposición.
Se documenta en Coimbra del Barranco Ancho (García Cano, 1997: 267; Izquierdo, 2000: 460, Murcia,
nº 1) y Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 485, Valencia, nº 10, 12).
2.2. Nacelas de gola
2.2.a. Lisas con volutas de gola.
Al igual que ocurría con las ovas jónicas, las volutas de gola aparecen por toda la península ibérica. No
obstante, gozan de una presencia acusada en: El Cigarralejo (Cuadrado, 1984: 255, nº 5; Izquierdo, 2000:
464-465, Murcia, nº 27, 28, 29, 30, 31/33, 32, 36), Cabecico del Tesoro (Page y García Cano, 19831984: nº 29, 30, 31, 32, 33), el Monastil (Elda) (Izquierdo, 2000: 475, Alicante, nº 8, 9; Poveda, 2015:
90), Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 486, Valencia, nº 17) y Coy (Murcia) (Almagro Gorbea, 1988;
Izquierdo, 2000: 462, Murcia, nº 14).
2.2.b. Con personajes antropomorfos yacentes en altorrelieve.
Se trata quizá del elemento más distintivo de este tipo de pilares estela, como han remarcado ya algunos
autores (vid. supr.). Se documentan en Cabecico del Tesoro (Page y García Cano, 1993-1994: nº 7 y
8), El Cigarralejo (Izquierdo, 2000: 463-464, Murcia, nº 22, 23, 24, 25), Coimbra del Barranco Ancho
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
(García Cano, 1997: 268; Izquierdo, 2000: 461, Murcia, nº 3) El Prado (Lillo, 1990; Izquierdo, 2000:
461, Murcia, nº 7) y Corral de Saus (Almagro, 1987; Izquierdo, 2000: 484-488, Valencia, nº 3/4, 34). A
estas se podría añadir el caso de l’Horta Major (Almagro Gorbea, 1982) que difiere en sus características
de la serie y que resulta bastante polémica en cuanto a su datación (Izquierdo, 2000: 138; González
Villaescusa, 2001: 288 y ss., ambos con bibliografía precedente)
Este repaso y sistematización del repertorio arquitectónico e iconográfico muestra algunos de los
yacimientos en los que este taller actuó. El área en el que lo hizo queda definida en un marco geográfico
delimitado por Corral de Saus, al norte, y Cabecico del Tesoro, al sur. Precisamente este último yacimiento
marcaría el límite oriental de esta área, y hacia el interior el límite se encontraría quizá en Libisosa como
parecen sugerir los recientes hallazgos (Uroz, 2022: 22).
No nos vamos a extender aquí sobre la ya tratada cuestión de si se trataba de un taller itinerante,
en la línea de lo propuesto por Quesada (2000) para los artesanos de metal, o si se trataba de artesanos
intercambiados como bienes de prestigio (Almagro Gorbea, 1983: 283). Bastará con señalar que, en nuestra
opinión, el modelo más plausible de funcionamiento para este taller concreto es el que han propuesto Chapa
e Izquierdo (2012: 260) en el que la demanda se mueve en busca del especialista y no al contrario. Es decir,
los talleres se situaban en grandes centros urbanos, que quizá aquí como veremos se puede ubicar en torno
a Cabecico del Tesoro, y no se desplazaban ofreciendo su trabajo, sino que acudían allí donde este era
solicitado.
Restaría para futuros trabajos precisar aún más en los límites geográficos aquí planteados y, sobre
todo, definir bien cuál es su relación con otras áreas y talleres de producción. En este sentido, interesan
especialmente las posibles interacciones con el área de Elche-Alicante y el posible taller allí ubicado, pues
en dicho territorio existen numerosos restos que comparten o adoptan ciertos elementos y motivos que
abundan en el área que se ha definido para este taller “Verdolay-Mula”.
Cronológicamente, los contextos de las piezas revelan que la producción de este taller se inicia en el
paso del siglo V al IV a.C. (Page y García Cano, 1993-1994: 58; Izquierdo, 2000: 379; Chapa e Izquierdo,
2012: 259) y se prolongaría a lo largo de esta centuria, como muestra entre otros el ejemplar de Coimbra
del Barranco Ancho, bien datado por contexto a mediados del siglo IV a.C. (García Cano, 1994). Este
momento es fundamental porque se relaciona con la aparición de los grandes poblados en Murcia y de los
cementerios a ellos vinculados, un contexto en el que la aristocracia hará uso de la escultura arquitectónica
como un elemento de representación ante sus iguales y el resto de la sociedad (Page y García Cano, 19931994; Sala, 2007: 66).
Conforme avanza la centuria los fragmentos de estos monumentos, ya sea caídos o destruidos
violentamente7, empiezan a ser reutilizados en tumbas posteriores desde mediados de la centuria y sobre
todo en tumbas de las centurias siguientes. Precisamente, esa posición estratigráfica es la más abundante
para las piezas de estos yacimientos (Quesada, 1989; Izquierdo, 2000: 331), lo que implica una disminución
progresiva e incluso un cese de la actividad de ese taller que, a inicios de la centuria, tuvo gran éxito entre
las élites locales.
Quizá en ese sentido se pueda explicar la relación entre este taller y el de El Cerro de los Santos ya
esbozada por algunos autores que han mencionado cómo el primero pudo influir sobre el segundo con
sus modelos (León, 1999: 40; Izquierdo, 2000: 379-380) o enmarcarse en el mismo impulso religioso y
artístico (Sala, 2007: 65). Sobre esta relación, nuestra cabeza, a pesar de su estado fragmentario, aporta
nuevos datos ya que, como hemos visto, esta encuentra paralelos directos en dicho yacimiento. No parece
baladí que, justo en los momentos en los que la demanda de obras de este taller disminuye en el contexto
de los grandes monumentos, comience el verdadero auge de la escultura del Cerro de los Santos que podría
7 No pretendemos entrar aquí sobre esta debatida cuestión que bien daría para un artículo individual. Remitimos a los trabajos de
Quesada (1989), Chapa (1993), Talavera Costa (1999) y García Cardiel (2012) para un estado de la cuestión sobre las mismas.
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De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico procedente de Cabezo del Agua Salada
213
Fig. 10. Modelo iconográfico compartido: Baquetón de Corral de Saus (Museo de Prehistoria de Valencia, n. inv.
13583) y diadema de una dama del Cerro de los Santos (Museo Arqueológico Nacional, nº inv. 7510) (fotografía y
montaje: Jesús Robles Moreno).
datarse en un momento avanzado de esta centuria (García Cardiel, 2015: 101; Aranegui, 2020: 156)8 y en
las siguientes. Más aún cuando ambos comparten modelos iconográficos similares e incluso idénticos en lo
que a representaciones antropomorfas se refiere.
Con toda la cautela que estas cuestiones requieren, creemos que es posible ir un paso más allá y señalar
que quizá, cuando comenzó a disminuir la demanda de monumentos funerarios y conmemorativos en el área
mencionada, este taller sobrevivió aferrándose a la demanda de exvotos del Cerro de los Santos, una demanda que
incluso pudo ayudar a generar. Este santuario se ubica en su área de distribución, por lo que, cuando la escultura
y arquitectura cae en desuso en el ámbito de las necrópolis, los escultores de este taller -junto a los de otros
talleres- se pudieron establecer en el Cerro de los Santos. Allí adaptarían su producción, pasando de los edificios
con relieves a las figuras exentas, pero conservando sus características formales, estilísticas e iconográficas.
Esto último se aprecia tanto en los rasgos antropomorfos -baste con recordar el paralelismo de los
rasgos de la cabeza de Alcantarilla con los ejemplares de El Cerro de los Santos- como en las decoraciones
vegetales, que pasarán de decorar baquetones a las vestimentas de las damas, a veces con esquemas
iconográficamente idénticos (fig. 10).
8 Como apuntan Ramallo et al. (2020: 255) en su reciente catálogo, datar el santuario por el estilo de los exvotos es complejo
e incluso imposible. Si bien tradicionalmente se viene datando el origen del santuario a inicios del siglo IV a.C., ya Sánchez
Gómez (2002: 257) advertía de que esta datación depende de escasos materiales áticos. En ese sentido, remitimos al trabajo
de García Cardiel (2015) para una minuciosa revisión de material cerámico que le permite fechar este entre el III y el I a.C.
Independientemente de la cronología global del santuario, el auge de la producción de exvotos en piedra parece tener lugar en un
momento avanzado del Ibérico Pleno.
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3.2. El Cabezo del Agua Salada: una nueva estación del taller “Verdolay-Murcia”
En la línea de lo comentado en el apartado anterior, la pieza estudiada en este trabajo permite, en nuestra
opinión, integrar plenamente el Cabezo del Agua Salada de Alcantarilla en el listado de estaciones ibéricas
en las que este taller actuó. Esta inclusión ya ha sido esbozada, aunque no de manera concluyente por
algunos autores (Izquierdo, 2000: 379; Chapa e Izquierdo, 2012: 257). Sin embargo, existe documentación
poco tratada e incluso inédita que apunta claramente en ese sentido y permite arrojar nueva luz sobre esta
cuestión en tanto que hay piezas que pueden vincularse a los grupos tipológicos pertenecientes a este taller,
señalados en el apartado anterior
Por ejemplo, la pieza que se aborda en el trabajo es un altorrelieve que presenta una iconografía análoga
a esos núcleos del sureste en los que este taller pudo actuar, en concreto Coimbra del Barranco Ancho. De
hecho, es posible que perteneciera a un pilar como el de este yacimiento o como el localizado en Corral de
Saus, una semejanza tipológica que nos acerca al conocimiento de la producción de ese taller que se acaba
de describir. Sin embargo, no es la única pieza que interesa en este sentido, puesto que se pueden añadir
otros ejemplares procedentes de Cabezo del Agua Salada. Esta posible pertenencia a un mismo taller fue
ya esbozada por Izquierdo (2000: 379) a propósito de las dos piezas publicadas por Lillo y Serrano Várez
(1989) (vid. infr.) y recientemente también ha sido planteado por Serrano Várez (2016: 17). Este autor
señalaba la cercanía estilística de algunos de esos fragmentos de Cabezo del Agua Salada a otros de El
Cigarralejo o de Cabecico del Tesoro.
Sin querer realizar un estudio exhaustivo de todas las piezas de Cabezo del Agua Salada9, conviene
fijarse en aquellas que, una vez caracterizada la producción de ese taller “Verdolay-Mula” pueden incluirse
en las diferentes categorías o tipos arquitectónicos e iconográficos que este núcleo productivo realizó. Dos
de esos elementos fueron los publicados por Lillo y Serrano Várez (1989): el primero es una voluta que
remataría la esquina de un sillar de gola (fig. 11.1) (Museo Arqueológico de Murcia, DA 0/62/2). Como
hemos visto, este tipo de nacelas son muy habituales en el sureste y forman parte de la producción de este
taller (fig. 9: 2.2.b). Las medidas de estas volutas ofrecen en torno a 10-15 cm de diámetro, algo que encaja
bien con la aquí presente que ofrece 11,2 y 12 cm respectivamente. Es interesante además remarcar la
existencia de la decoración en relieve de su canto: motivos florales que describiendo una suerte de guirnalda
recorren la superficie. Este modelo iconográfico para una voluta de gola se ha constatado hasta en tres
ocasiones en El Cigarralejo (Castelo, 1995: 118).
El segundo testimonio presentado por estos autores es un fragmento que corresponde a parte del cuello
y del arranque de la cabeza de un équido. Es cierto que, para este trabajo, hemos preferido centrarnos en
elementos arquitectónicos dejando a un lado la escultura zoomorfa, pero esta merece un comentario en
tanto que se puede relacionar directamente con un ejemplar procedente también de El Cigarralejo (fig. 12).
En este caso, ambos ejemplares comparten dimensiones, pero también decoración, pues ambos comparten
el atalaje formado por correas con doble fila de perlas y discos, representados con ricos altorrelieves.
Más interesantes son, para nuestro estudio arquitectónico, los baquetones hallados en este yacimiento,
piezas que por sus dimensiones y tipología pertenecieron a pilares-estela del taller que aquí se estudia. Uno
de ellos, con 7,13 cm de altura máxima conservada y 15,2 cm de lado máximo, presenta una moldura de
listel con decoración fitomorfa: son motivos vegetales complejos, entre los que hay una cinta culminada
en roleo de la que sale una flor de loto (fig. 11.2) (Museo Arqueológico de Murcia, DA/1994-004-1). Esto
permite vincularlo tipológicamente a los baquetones de tipo “d” (fig. 9), pues la estructura arquitectónica
que presenta y su decoración es exactamente la misma.
9
Aunque es cierto que el estudio de conjunto está por hacer, este desbordaría los límites y objetivos de nuestro trabajo, sobre todo
si se considera el elevado número de fragmentos escultóricos inéditos hoy conservados en el Museo Arqueológico de Murcia. Por
esa razón, aquí hemos preferido centrarnos en los elementos arquitectónicos y en aquellas piezas que presentan características que
se pueden vincular a la producción del taller analizado en este trabajo.
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Fig. 11. Elementos arquitectónicos y escultóricos de Cabezo del Agua Salada vinculables al taller “Verdolay-Mula”:
1. Voluta de gola (Museo Arqueológico de Murcia, nº inv. DA 0/62/2). 2. Baquetón con perfil de listel y motivos
fitomorfos (Museo Arqueológico de Murcia, nº inv DA/1994-004/001). 3. Baquetón con perfil de cyma recta y ovas
lésbicas (Museo Arqueológico de Murcia, nº inv. DA/1994-004/002) (fotografías y montaje: Jesús Robles Moreno).
El segundo baquetón está dividido en dos fragmentos, que no pegan entre sí a pesar de que sus medidas
y decoración sugieren que pertenecen a la misma pieza. Se corresponde en este caso con un baquetón de
los del tipo “a”, los más abundantes en este área, en tanto que ofrece un perfil con moldura de cyma recta
y se decora con ovas lésbicas en posición invertida que se altera con anchos dardos entre los que aparecen
flores de loto10 (fig. 10.3) (Museo Arqueológico de Murcia, DA/1994-004-1). El lado máximo conservado
en los dos fragmentos es de 14,50 m y la altura, que mantiene la dimensión total, es de 6,1 cm. A propósito
de esto último, es interesante comentar que de nuevo se puede observar una variación en la escala, en
tanto que los ejemplares de un mismo modelo iconográfico y de un mismo tipo arquitectónico presentan
variaciones en sus dimensiones: el ejemplar de este tipo documentado en El Cigarralejo, reproducido en la
fig. 9, presenta casi el doble de altura del de Cabezo del Agua Salada, con 10,3 cm. (Cuadrado, 1984: 255,
nº 2 y 20), algo similar a lo que se observa en Corral de Saus, donde hay ejemplares también de 10,5 cm,
pero otros llegan casi a los 20 cm (Izquierdo, 2000: 484, Valencia, nº 7, 8, 9), por poner algunos ejemplos.
Como ya hemos dicho, todas las piezas aquí comentadas han sido halladas en superficie y/o reutilizadas
en muros de abancalamiento, lo que ha provocado que se carezca de un contexto estratigráfico preciso que
permita asegurar que todas o algunas de ellas, junto a otros fragmentos inéditos conservados en los fondos
del Museo Arqueológico de Murcia, formasen parte del mismo monumento que la cabeza estudiada. Pese a
ello, consideramos que indican la existencia de pilares-estela análogos a los de otras necrópolis donde actuó
ese taller comúnmente denominado “Verdolay-Mula”.
Lógicamente, no todos los tipos del repertorio propuesto para este taller se han documentado en
Alcantarilla, pero si se presta atención a los ejemplares comentados, contamos con los indicios necesarios
para proponer que aquí actúo ese taller: así lo sugiere la presencia de baquetones con moldura de cyma
reversa y decoración de ovas lésbicas (tipo “a”), baquetones con perfil de listel y decoración fitomorfa
compleja (tipo “d”), nacelas con volutas (tipo “b”) y por supuesto, ese posible pilar (tipo “a”) al que se ha
dedicado principalmente este trabajo. A ello habría que añadir la escultura zoomorfa y antropomorfa que,
10 Se trata de una ligera variación en los mismos, similares a las que vemos en otros yacimientos y aplicadas a otros motivos.
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Fig. 12. Semejanzas en la escultura zoomorfa. Comparativa entre el caballo de Cabezo del Agua Salada (según Serrano
Várez y Fernández Palmeiro, 1991; completado con reconstrucción de Lillo y Serrano Várez, 1989) y el ejemplar
de El Cigarralejo (fotografía: José Fenoll y reconstrucción de Lillo y Serrano, 1989).
aunque muy erosionada, existió en la necrópolis y que requiere de un análisis en profundidad, aún por
llevar a cabo. Únicamente como apunte se ha citado aquí la cabeza de caballo estudiada por Lillo y Serrano
Várez que, tipológicamente, es idéntico a otro hallado en la cercana necrópolis de El Cigarralejo con la que
Cabezo del Agua Salada comparte numerosos modelos arquitectónicos e iconográficos.
La inclusión de Alcantarilla en el ámbito operativo y en el repertorio estilístico de dicho taller, no supone
la simple adición de una nueva estación en el que este trabajo. Por el contrario, creemos que se trata de otro
dato que permite situar el centro de trabajo principal de este taller en torno a la actual ciudad de Murcia,
pues es el lugar al cual se concentran las mayores evidencias de la actuación del mismo. A modo de hipótesis
podría señalarse incluso que este se localizaría en el poblado de Santa Catalina del Monte, del que sabemos
muy poco (Ros Sala, 1987), pero cuya necrópolis (Quesada, 1989; García Cano, 1992) y santuario (Comino,
2015 con bibliografía) dan buena prueba de su existencia e importancia. Dicha necrópolis generaría una gran
demanda de estas manifestaciones en tanto que es la que más tumbas posee de todo el mundo ibérico y uno
de los yacimientos del sureste que más restos escultóricos y arquitectónicos ha aportado.
Desde este centro, el taller sirvió a otros oppida aledaños, como El Cigarralejo (Mula) o Cabezo del
Agua Salada (Alcantarilla) y quizá pudo extender sus servicios hasta Coy. Posteriormente, a través del valle
del Segura y del corredor del altiplano, atendió a la demanda de poblados más alejados como Coimbra del
Barranco Ancho y quizá El Monastil. La extensión por este territorio le llevaría a servir también a zonas
del interior, como Libisosa y de seguir -a través del corredor de Montesa- hacia el norte, llegando incluso
a Corral de Saus.
Como se ha comentado, esto no implica necesariamente que el taller fuese itinerante y estuviese en un
continuo desplazamiento; más bien, el éxito de su modelo en las grandes necrópolis del sureste provocó
que cada vez fueran más los aristócratas en torno al Segura que solicitaron el trabajo de este taller, lo que
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propició su extensión (Chapa e Izquierdo, 2012). Aunque es posible, no creemos tampoco, como propuso
Almagro (1987: 200), que fuesen varios talleres o que Corral de Saus constituyese un “taller periférico” ya
que, como advertía Tarradell (1968: 14-15), la demanda no era suficiente para permitir el mantenimiento
de prácticamente un taller por oppidum. Sin descartar que pudiera influir sobre otros talleres -y viceversacreemos que en la zona descrita actuó un único taller con un repertorio iconográfico y arquitectónico bien
definido y reiterativo en diversas necrópolis. Las variaciones existentes en la iconografía, metrología y
factura de las piezas no responden tampoco a diferentes talleres, sino a la diversidad de la demanda de
quienes encargaban los monumentos que sería cubierta por diferentes escultores y arquitectos, dando cada
un acabado distinto en función a su forma de trabajar (Baier, 2014).
4. CONCLUSIONES
Es innegable señalar que en los últimos años se ha producido un enorme avance en el ámbito de la escultura
ibérica gracias no solo a los nuevos hallazgos, sino también a las técnicas y metodologías que se han
ido implementando. Gran parte de ese avance ha pasado por la revisión de piezas que, por su estado
fragmentario y aparentemente “poco atractivo” han quedado sin estudiar o, al menos, no han recibido toda
la atención que merecían.
Prueba de ello es la pieza aquí presentada que, si bien podría parecer un fragmento más de una
escultura exenta antropomorfa, ha sido identificada como un altorrelieve. Concretamente, su orientación,
morfología, y los paralelos directos existentes tanto a nivel técnico como iconográfico permiten, a pesar
de su fragmentación, clasificarla como un altorrelieve perteneciente a un posible pilar-estela cuyo cipo
o pilar ofrecía decoración antropomorfa. Se trataría pues del tercer ejemplar de este tipo de elemento
arquitectónico, sumándose a los ejemplares bien conocidos de Coimbra del Barranco Ancho y de Corral
de Saus.
Más allá de presentar una pieza inédita e incorporar un ejemplar más a dicha serie, el estudio en
profundidad de este elemento y el repaso a otros inéditos procedentes de Cabezo del Agua Salada, permite
reflexionar sobre los talleres escultóricos del mundo ibérico y en concreto, sobre ese taller “Verdolay-Mula”
al que perteneció la pieza estudiada y del que se han aportado nuevos datos.
Estas novedades se refieren a su extensión, aumentada al incorporar nuevas estaciones como Cabezo
del Agua Salada u otros en los que se han realizado hallazgos, como Libisosa. Por otro lado, se ha esbozado
la relación de este con otros talleres, como uno que operaría en Alicante y el del Cerro de los Santos, este
último quizá formado por escultores del taller estudiado una vez que cesa o disminuye notablemente la
demanda de monumentos funerarios.
Con todo, trabajos como este revelan la necesidad de seguir profundizando en la cuestión de los talleres
escultóricos ibéricos, una línea de investigación que, a pesar de toda la bibliografía generada, puede seguir
aportando interesantes datos. Es preciso, pues seguir profundizando en a su logística, la caracterización de
sus repertorios arquitectónicos e iconográficos y la delimitación de las áreas geográficas y la cronología que
estos cubrían, así como acerca de los contactos no solo con talleres y áreas mediterráneas, sino también con
otros centros productivos ibéricos.
La importancia de la cuestión de los talleres y sus escultores no se debe exclusivamente a que
permita contextualizar cronológica y arquitectónicamente piezas fragmentadas y dispersas, sino también
a que, como señalaron Chapa et al. (2009: 171), permite comprender mejor las piezas al situarlas en
el contexto social y productivo en el que se generaron. Se requieren pues de nuevos planteamientos
teóricos y metodológicos para el caso concreto del mundo ibérico que, continuando trabajos previos
sobre producción, permitan profundizar en esta cuestión, planteamientos basados en la transmisión del
conocimiento técnico (Bianchi, 1996) que aquí solo se pueden apuntar y que se desarrollarán en futuros
trabajos.
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En cualquier caso, esas metodologías y trabajos deben partir de la caracterización de cada una
de las piezas, lo que implica una revisión de las mismas, y posteriormente, de la caracterización de
repertorios para definir talleres. Precisamente, esto es lo que se ha intentado conseguir aquí a propósito
del posible pilar ibérico con decoración antropomorfa procedente de Cabezo del Agua Salada y el
centro productivo al que perteneció.
AGRADECIMIENTOS
Trabajo realizado en el marco del proyecto de I+D+I HAR-2017-82806-P: “Ciudades y complejos aristocráticos ibéricos en la conquista romana de la Alta Andalucía. Nuevas perspectivas y programa de puesta en valor (Cerro de la Cruz
y Cerro de la Merced, Córdoba). Grupo de investigación “Pólemos. Arqueología e Historia Militar y de la Guerra”
(Universidad Autónoma de Madrid). Ayudas para la Formación del Profesorado Universitario (FPU18/00735) del
Ministerio de Universidades.
Los autores de este trabajo agradecen a Luis de Miquel Santed, director del Museo Arqueológico de Murcia, que haya
permitido y facilitado el acceso a la pieza aquí presentada. Por las mismas razones a los directores de aquellos que
han facilitado el estudio de las que se presentan como paralelos: Dña. Virginia Page del Pozo (Museo de Arte Ibérico
“El Cigarralejo”), Dr. Jaime Vives-Ferrándiz (Museu de Prehistòria de València) y Dra. Estefanía Gandía Cutillas y D.
Emiliano Hernández Carrión (Museo Arqueológico Municipal “Jerónimo Molina” de Jumilla). Por último, agradecemos a las personas encargadas de la revisión de este manuscrito su atenta lectura y comentarios que han contribuido
notablemente a la mejora de este trabajo.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 221-262
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1593
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Pablo CERDÀ INSA a
Las contramarcas en las monedas antiguas
de Hispania (siglos III-I a.C.)
RESUMEN: En este artículo se presenta un trabajo sobre las contramarcas aplicadas en las
monedas antiguas de la Península Ibérica desde finales del siglo III a.C. hasta mediados del siglo I
a.C. La recopilación ha utilizado como nuevo catálogo de referencia la base documental digital de
monedaiberica.org MIB. Tras reunir una muestra de 679 monedas, se han estudiado las 558 piezas que
admiten una lectura clara de las marcas estampadas. Este conjunto conforma un catálogo con 104 tipos
de contramarcas diferentes en el que se incluyen monedas ya publicadas en estudios previos, así como
material inédito.
PALABRAS CLAVE: Numismática, moneda ibérica, epigrafía, catálogo, Hispania, contramarcas,
punzones.
The countermarks on the ancient coins of Hispania (3rd–1st century BC)
ABSTRACT: This paper presents a study of the countermarks applied on the Ancient coins of the
Iberian Peninsula from the end of the 3rd century BC until the middle of the 1st century BC. The
documentary base of the digital catalogue monedaiberica.org MIB constitutes the corpus of this study.
After collecting a sample of 679 coins, the 558 pieces that present a clear interpretation of the punched
marks have been studied. This set makes up a catalogue with 104 different types of countermarks,
which includes coins already published in previous studies and unpublished material as well.
KEYWORDS: Numismatics, Iberian coinage, epigraphy, catalogue, Hispania, countermarks, punches.
a Pablo Cerdà Insa, Universitat de València
pacerin@alumni.uv.es
Recibido: 03/10/2022. Aceptado: 21/11/2022.
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P. Cerdà Insa
1. INTRODUCCIÓN
El objetivo de este trabajo es presentar, de forma abreviada, un catálogo de las contramarcas estampadas
sobre las monedas acuñadas en la Península Ibérica desde su aparición, presumiblemente a finales del siglo
III a.C., hasta mediados del siglo I a.C. Tomaremos la fecha en la que se precipitó la caída de la República
romana tras el asesinato de César como límite temporal (44 a.C.), pues las contramarcas aplicadas desde
dicho momento hasta el final de las emisiones provinciales hispanas –durante el reinado de Claudio I–
han sido estudiadas por Burnett, Amandry y Ripollès (1992, RPC) y más recientemente por Ripollès
(2010, APRH), cuya obra agrupa la recopilación más exhaustiva de las marcas provinciales de Hispania.
No obstante, en estos últimos años se han documentado algunos punzones imperiales más, por lo que
planeamos la confección de un futuro corpus en el que se pueda publicar, por un lado, el análisis completo
de las contramarcas que presentamos en este artículo y, por otro, una revisión del material provincial.
La muestra de monedas contramarcadas asciende a 679, de las que únicamente 558 permiten una lectura
adecuada de las marcas que tienen aplicadas. A partir de estas piezas hemos ordenado 104 tipos distintos
de contramarcas. Gran parte de los ejemplares estudiados en este trabajo proceden de la base de datos que
nutre el catálogo digital monedaiberica.org (MIB), que contiene más de 100.000 monedas acuñadas entre
los siglos VI y I a.C. en territorio peninsular.
El material clasificado, casi en su totalidad, carece de contexto arqueológico1, por lo que alguno de los
punzones podría no ser antiguo. Por tanto, con este trabajo pretendemos proporcionar una actualización y
un análisis de las contramarcas estampadas sobre el numerario peninsular preimperial. La sistematización
de los diferentes punzones, ha sido un trabajo difícil de abordar por el escaso volumen de publicaciones
específicas sobre este tema y por el desconocimiento que, por el momento, tenemos sobre el significado de
gran parte de las contramarcas estampadas en el marco cronológico estudiado.
2. EL ESTUDIO DE LAS CONTRAMARCAS ANTIGUAS DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
La acción de contramarcar una moneda consiste en estampar mecánicamente diseños figurativos o
epigráficos sobre su superficie utilizando punzones grabados. Estos elementos, según se ha estudiado,
se podían aplicar en frío o en caliente y requerían, generalmente, de cierta capacidad técnica para
su elaboración, pues muestran representaciones tanto en relieve como incisas (Le Rider, 1975: 27;
Hurtado, 2013: 209). Aunque fueron los griegos los primeros que iniciaron el proceso de contramarcado
de monedas (Le Rider, 1975: 27-29; Howgego, 1985: 1), el fenómeno de grabar cualquier elemento
con un punzón sobre el circulante se difundió rápidamente durante la Antigüedad y tuvo pervivencia
en el tiempo. Los romanos fueron quienes se apartaron del interés estético del contramarcado griego
y lo sustituyeron por uno más pragmático y efectivo que hacía que se entendiera mejor el mensaje
(Herreras Belled, 2001-2002: 196).
1 Entre las monedas catalogadas se cuentan piezas procedentes de hallazgos esporádicos, de tesoros, o de distintas colecciones
y subastas. Únicamente 5 de las 558 monedas catalogadas (lo que supone un 0,9 % del total) forman parte de tesoros que han
permitido definir con mayor exactitud el momento de aplicación de las contramarcas. La primera de ellas es una unidad de Bilbiliz
del tipo MIB 116/1b proveniente del tesoro de Azaila (Navascués, 1971: 45, n.º 130; Villaronga 1993: n.º 170; Beltrán Lloris,
1995: 284) que tiene una incisión realizada con un punzón circular (cat. n.º 36
). También hay dos denarios de Arekorata de los
tipos MIB 102/17a y 102/17e con una contramarca que muestra el signo ibérico ku (cat. n.º 94a
) que aparecieron en el tesoro
de Borja (Millán, 1957: 436, n.º 31-32; Villaronga, 1993: n.º 102). Tenemos un denario de Sekobirikez del tipo MIB 125/09a con
una contramarca similar (cat. n.º 94b
) procedente del tesoro de Roa (Monteverde, 1949: 378; Villaronga, 1993: n.º 111).
Finalmente, en el tesoro de Palenzuela (Monteverde, 1947; Villaronga, 1993: n.º 96) documentamos otro denario de Sekobirikez
del mismo tipo con un punzón aplicado con las letras SS (cat. n.º 71b
). Estas ocultaciones monetales efectuadas durante
las Guerras Sertorianas (80-72 a.C.) proporcionan un marco cronológico que ha sido de utilidad para establecer el momento de
aplicación de las contramarcas que tienen algunas de sus monedas.
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Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
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Las contramarcas hispánicas son un objeto de estudio escasamente tratado, por lo que la mayoría de
las interpretaciones propuestas resultan bastante hipotéticas. En general, pocos autores se han interesado
por analizar este peculiar tratamiento secundario de las monedas antiguas de la Península Ibérica, aunque
la aparición de trabajos en los que se ilustran piezas contramarcadas se remonta al siglo XVIII con la obra
de Flórez (1757-1773). El autor presenta un listado breve con las 24 contramarcas que conoce y explica el
posible significado de algunas de ellas (Flórez, 1757: 82-85). En el siglo XIX se siguieron documentando
monedas con esta particularidad en otros trabajos numismáticos, pero se les dedicó poca atención y no
siempre se dibujaron correctamente. Sestini (1818) y Lorichs (1852) exponen algunas contramarcas
singulares en sus disertaciones, pero no ofrecen una explicación detallada de las mismas. En cambio, Heiss
(1870: 470-472) aporta una tabla con las 26 marcas diferentes que conoce estampadas sobre numerario
hispánico, explicando su posible significado y motivos de aplicación. Delgado (1871: 83-84), por su parte,
analiza este fenómeno en el prólogo de su primer volumen, pero no aporta una relación de todas las marcas,
sino que las va describiendo progresivamente a lo largo de su obra.
A inicios del siglo XX todavía no se habían ampliado estas aportaciones decimonónicas. La obra de
Vives (1924-1926) sigue la misma disposición planteada por Delgado, pero tampoco realiza un estudio
exhaustivo del material contramarcado, sino que únicamente comenta las marcas más frecuentes al
inicio del primer tomo (Vives, 1926, I: 41-43) e incorpora progresivamente en los siguientes volúmenes
otras que hasta aquel momento no se conocían.
Tendremos que esperar unos años para encontrar los trabajos de dos autores que se interesaron
específicamente por las contramarcas de la Península Ibérica, aunque ninguno de ellos distingue
cronológicamente el material que recoge entre el periodo republicano e imperial, sino que ambos
únicamente compilan las piezas que conocen y aportan información en mayor o menor medida.
Primero, tenemos la publicación de Vigo (1952) que contiene 65 dibujos de contramarcas aplicadas
sobre numerario hispánico, tanto de época republicana como imperial. Es un trabajo breve que no
pretende ser exhaustivo, pero allanó el camino a futuras investigaciones.
Guadán será quien amplíe esta lista con sus dos publicaciones sobre contramarcas (1960a; 1960b). La primera
de ellas (1960a) es un artículo breve que recoge 29 marcas de las que realiza un comentario e interpretación para
cada una, aunque no las ilustra, pues solo muestra los dibujos de las mismas. La segunda publicación (1960b)
constituye una de las obras más completas editadas sobre las contramarcas de la Península Ibérica. Aunque sigue
las líneas del texto anterior, amplía hasta 148 el número de contramarcas, grafitos y marcas diversas que conoce
a partir de distintas colecciones, argumentando en cada caso posibles interpretaciones a los diseños aplicados, así
como otras referencias a los trabajos que le preceden.
Unas décadas más tarde, Herreras Belled presentó su tesis doctoral (1995), en la que compiló un volumen
considerable de contramarcas sobre numerario hispánico. Su estudio se centró principalmente en material
de época imperial de las cecas de la Tarraconense, aunque también documentó marcas más antiguas.
Todos estos trabajos agrupan el estudio de piezas contramarcadas de diferentes épocas, pero
tienden a dar un mayor protagonismo a las aplicadas durante la dinastía Julio-Claudia porque son más
abundantes y tienen un significado algo mejor definido que las anteriores2. Los estudios más recientes
2 En este periodo se difundió el proceso de contramarcado de monedas por otras partes del Imperio, especialmente por las zonas
periféricas, donde diferentes necesidades económicas –en ocasiones probablemente ligadas a motivos militares– posibilitaron este
fenómeno (Hurtado, 2005: 867). El catálogo RIC I (1923; 1984) dedica un apartado a tratar las contramarcas aplicadas durante la dinastía
Julio-Claudia, pero tendremos que esperar unas décadas hasta la publicación de estudios específicos a nivel provincial. Grünwald (1946)
y Kraay (1956; 1962) analizaron el material contramarcado de Germania, centrando sus investigaciones en los hallazgos de Vindonissa,
un campamento romano fundado en el siglo I d.C. cerca del río Rin. Progresivamente, diferentes autores han ido publicando trabajos más
completos que estudian otras zonas, tal y como es el caso de Howgego (1985) con su análisis de las contramarcas imperiales griegas o
de Martini (2003) que abarca las provincias occidentales del Imperio. De estos estudios se desprende que la forma y disposición de las
contramarcas en la Antigüedad varía según el marco temporal y geográfico en el que se aplicaron.
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y completos sobre las marcas de las monedas provinciales de Hispania encuentran en las obras RPC (1992)
y, especialmente, en APRH (2010), aunque poco a poco se van publicando nuevas aportaciones (Hurtado,
2005; Herreras Belled, 2012; 2016b; 2019; 2020a; 2020b; Gómez Barreiro y Blázquez, 2016).
En cambio, para el estudio de las contramarcas hispánicas desde sus inicios hasta el año 44 a.C., la
bibliografía es escasa y no tenemos, hasta el momento, ninguna propuesta de sistematización, aparte de
los trabajos anteriormente citados de Vigo (1952) y de Guadán (1960a; 1960b). Para poder estudiar estas
contramarcas ha sido útil la información procedente de las publicaciones de Domínguez Arranz (1978),
García-Bellido (1985-1986; 1986; 1987-1988; 1993b), Blanco (1988), Faria (1995), Gozalbes (1995),
Arévalo (2006) y, especialmente, Herreras Belled (2001-2002; 2003; 2011-2012; 2016a; 2016-2017), cuyas
contribuciones constituyen los trabajos más recientes que conocemos sobre el contramarcado de monedas
hispánicas en el marco cronológico que estudiamos.
También ha sido provechosa la información bibliográfica procedente las diferentes monografías que
analizan algunos de los talleres antiguos más importantes de la Península Ibérica. Trabajos sobre las cecas
de Gadir (Alfaro, 1988), Ebusus (Campo, 1976), Malaca (Campo y Mora, 1995), Kese (Villaronga, 1983),
Sekaiza (Gomis Justo, 2001), Turiasu (Gozalbes, 2009) o Arse-Saguntum (Ripollès y Llorens, 2002) han
contribuido a compilar parte de las contramarcas que conocemos, aportando en la mayoría de los casos
estudios algo más detallados sobre los diferentes punzones que documentan en sus monedas.
3. ANÁLISIS DE LAS CONTRAMARCAS DEL CATÁLOGO
La muestra de monedas con marcas sobre su superficie asciende a un total de 679 piezas, tanto de
plata como de bronce, de las que hemos podido seleccionar 558 monedas que permiten una lectura
clara de sus contramarcas. El análisis detallado de este conjunto ha hecho posible diferenciar un total
de 104 tipos. Por consiguiente, no todas las monedas documentadas han podido ser utilizadas en
este trabajo. Hemos tenido que excluir piezas que presentan marcas hechas de forma particular con
instrumentos metálicos sobre su superficie (30 monedas) porque, si bien, cronológicamente pudieron
haber sido estampadas en el periodo que estudiamos, suelen ser incisiones indeterminadas que no se
comportan como lo hacen las contramarcas. Además, tampoco hemos incluido las piezas que presentan
deficiencias en el estampado de sus marcas (53 monedas), ya que no permiten atribuirlas con certeza
a ninguno de los tipos definidos.
De acuerdo con el periodo cronológico que hemos definido, se han excluido también los punzones
provinciales aplicados sobre piezas peninsulares anteriores al 44 a.C. (38 monedas). La presencia de
estas contramarcas sobre numerario de los siglos II y I a.C. solo muestra que estas piezas estuvieron
en circulación durante un largo periodo de tiempo, que en ocasiones puede ser de casi un siglo o más
(tabla 1). Sin lugar a duda, se trata de material singular que muestra la continuidad en el proceso
de aplicación de contramarcas en la Península y la pervivencia del numerario antiguo en la masa
monetaria de época alto-imperial.
Los punzones documentados en este estudio muestran múltiples formas. Según los tipos del catálogo y
sus variantes, hemos contabilizado, como mínimo, 135 punzones: 49 con forma cuadrada/rectangular, 33
redondos/ovales, 3 triangulares, 1 romboidal, 44 que conforman diseños incisos y 5 punzones pequeños con
los que se hicieron motivos punteados. Son, sin duda, instrumentos de buena factura, pues las contramarcas
figurativas que con ellos se aplicaron tienen bastante relieve y las epigráficas presentan una buena definición
en sus caracteres. Además, para valorar la pericia de sus grabadores se ha de tener en cuenta que el tamaño
de los punzones fue relativamente pequeño. Los cuadrados-rectangulares miden entre 4 y 20 mm de ancho
–aunque la mayoría no excede los 8 mm– y entre 2 y 5 mm de alto, los redondos entre 2 y 14 mm de
diámetro, el romboidal 5 mm de alto, los triangulares entre 2 y 4 mm de alto, los incisos entre 1 y 11 mm
de alto y los punteados prefiguran rótulos con unas medidas que oscilan entre los 8 y 16 mm de ancho y los
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Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
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Tabla 1. Contramarcas provinciales sobre monedas peninsulares anteriores al 44 a.C.
Núm. cat.
Contramarca
Ceca
Núm. cat.
Contramarca
Ceca
APRH 4, 8
Belikio, Sekia,
Kelse, Lakine y
Konterbia Karbika
APRH 94, 97
Castulo, Ulia, Bora,
Ipora y Untikesken
APRH 26
Gadir
APRH 104
Kelse
APRH 34
Castulo
APRH 114
Castulo
APRH 36
Iltirta e Ikalesken
APRH 116
Untikesken
APRH 59
Kelse
APRH 126
Kelse y Obulco
APRH 77
Kelse
APRH 147
Kelse
APRH 78
Sekaiza
APRH 166
Bilbiliz y Kelse
6 y 9 mm de alto. Como podemos apreciar en el gráfico (fig. 1), las contramarcas cuadradas-rectangulares
y las que muestran diseños incisos son las más abundantes, pues constituyen respectivamente, el 36,3 % y
32,6 % de este conjunto.
Las contramarcas que componen el catálogo se han ordenado siguiendo la sistematización que
propone el catálogo APRH (p. 324-326), por lo que hemos distinguido los siguientes grupos: figuras
animadas (cat. n.º 1-6), inanimadas (cat. n.º 7-18), objetos inciertos (cat. n.º 19-37) y letras (cat. n.º 38104). Dentro de este último apartado hemos agrupado contramarcas compuestas por una letra latina (cat.
n.º 38-53), dos letras latinas (cat. n.º 54-75), monogramas latinos (cat. n.º 76-85), letras neopúnicas (cat.
n.º 86-87) y signos ibéricos (cat. n.º 88-104). Como podemos apreciar, son los punzones epigráficos los
más abundantes del conjunto, pues constituyen 66 de los 104 tipos que presentamos.
De las 558 monedas que componen el catálogo, podemos desglosar las diferentes denominaciones
sobre los que hemos registrado las contramarcas estampadas (fig. 2). En plata hay un número más
reducido de ejemplares, pues únicamente se documentan marcas sobre dracmas (13 monedas) y sobre
Rectangulares
/ Cuadrados
Redondos
/ Ovales
Romboidales
Triangulares
Incisos
Punteados
Fig. 1. Tipos de punzones que componen el catálogo (135 punzones).
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Dracmas
Denarios
Ases
Semis
Dobles
unidades
Unidades Unidades
y media
Medias Cuartos de Tercios de Sextos de
unidades
unidad
unidad
unidad
Fig. 2. Denominaciones de las monedas contramarcadas que componen el catálogo (558 monedas).
denarios (34 monedas). En cambio, sobre monedas de bronce tenemos contramarcas aplicadas sobre
un mayor número de denominaciones y de piezas. Entre todo este volumen destaca especialmente
el cuantioso número de unidades contramarcadas, ya que alcanzan las 344 monedas, una cifra que
representa el 60% respecto al total de piezas documentadas. Este último conjunto incluye ejemplares
cuyo diámetro oscila los 25 y los 29 mm que ofrecen una superficie amplia para aplicar cómodamente
punzones con una notable variedad de dimensiones.
El análisis del modelo de aplicación, sobre anverso o reverso, así como el lugar exacto en el que se
estamparon permite detectar patrones. De las más de 200 cecas que estuvieron activas con anterioridad al
44 a.C. hemos registrado contramarcas sobre 66 de ellas. Siguiendo la división provincial de la Hispania
Citerior y la Ulterior, en la primera provincia tenemos contramarcas sobre monedas de 36 cecas y en la
segunda registramos marcas sobre monedas de 30 cecas (fig. 3). Como se puede apreciar, el fenómeno del
contramarcado afectó de forma similar a ambas provincias hispanas, pues el número de cecas con contramarcas
se mantiene bastante parejo. No obstante, atendiendo a datos numéricos, de los talleres de la Ulterior provienen
298 monedas contramarcadas, mientras que de los de la Citerior tenemos 260 (tabla 2).
Es interesante destacar que las cecas que aglutinan el mayor número de contramarcas se encuentran
en la Ulterior. Se trata de Gadir (129 monedas) y de Castulo (55 monedas), las cuales agrupan gran
parte de las monedas reselladas que documentamos en esta región. En cambio, en la Citerior, solo se
aprecia un volumen considerable de contramarcas en la ceca de Kese3 (67 monedas). En cualquier
caso, se trata de talleres con una gran producción monetaria, por lo que podemos deducir que este
puede ser parte del motivo por el que sus piezas sean las más contramarcadas.
Siguiendo con el modelo de aplicación debemos analizar el lugar de las monedas en las que se
estamparon las contramarcas. De las 558 piezas del catálogo se puede desglosar la siguiente relación.
Documentamos 316, monedas que tienen contramarcas aplicadas en el anverso y 235 que las muestran
estampadas en sus reversos. También hemos reunido 5 monedas que presentan marcas en ambas caras.
3 Hay que tener en cuenta que este elevado número de monedas contramarcas de Kese tienen aplicado un diseño punteado que
prefigura las letras S·C (cat. n.º 69
), que probablemente está relacionado con las actividades mineras de Sierra Morena,
por lo que se ha propuesto que se pudieron contramarcar allí las monedas (Hill y Sandars, 1911; Villaronga, 1983: 32; Stannard
et al., 2021: 56, 60-62).
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Fig. 3. Cantidad de monedas contramarcadas por ceca (algunas localizaciones son aproximadas).
Finalmente, tenemos 2 monedas de las que desconocemos el lugar de la aplicación de la contramarca
porque su deficiente estado de conservación, sumado a que únicamente tenemos la imagen de la cara
donde se encuentra estampada, nos impiden abordar este aspecto con exactitud.
Se aprecia que hay grupos de contramarcas que fueron muy sistemáticos en cuanto a la cara en
la que se aplicaron y otros que indistintamente contramarcaron los anversos o los reversos. Cabe
destacar el caso de las contramarcas que muestran un delfín inciso (cat. n.º 4
), pues las 59
monedas de Gadir que presentan esta figura, la tienen aplicada en el reverso con los mismos punzones.
Lo mismo ocurre con las marcas circulares con una cruz fina interna (cat. 23a
) estampadas en la
parte superior de los anversos de 13 monedas de Castulo y en el centro de los reversos de otras 2 piezas
de este taller. Esto indica que hubo una voluntad por organizar la producción de las contramarcas y
quienes las estamparon fueron rigurosos con su trabajo porque querían difundir un mensaje concreto
que, por el momento, desconocemos. En cambio, tenemos otros casos en los que las contramarcas
están aplicadas indistintamente en cualquier parte del anverso o del reverso de las monedas, como en
el caso de los cuadrados o rectángulos incisos que documentamos sobre 11 dracmas de Emporion (cat.
n.º 32
), de las que podemos deducir que sus autores descuidaron la estética de
su trabajo en favor de la utilidad práctica de aquello que estaban haciendo, porque consideramos que
estos punzones se utilizaron para verificar la calidad metálica de las monedas.
Otro aspecto interesante de las contramarcas es analizar la función que pudieron haber tenido.
Gran parte de los autores consultados destacan en sus trabajos que la mayor problemática a la que
nos enfrentamos en el estudio de estas marcas es la ausencia de fuentes documentales que puedan
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Tabla 2. Cecas peninsulares con monedas contramarcadas (558 monedas).
Ceca
Monedas
HISPANIA CITERIOR
Abariltur
Aratikos
Arekorata
Arketurki
Arsaos
Arse-Saguntum
Ausesken
Baskunes
Belikio
Bentian
Bilbiliz
Bolskan
Burzau
Emporion
Eustibaikula
Ikalesken
Ikesankom
Iltirkesken
Iltirta
Iltukoite
Kelse
Kese
Kili
1
8
23
1
1
1
1
2
9
1
10
4
1
13
1
15
1
1
4
1
23
67
2
Ceca
Konterbia Belaiska
Konterbia Karbika
Laiesken
Okelakom
Orosiz
Saiti
Sekaiza
Sekobirikez
Tamaniu
Tamusia
Titiakos
Turiazu
Untikesken
TOTAL
Monedas
Ceca
2
2
3
2
15
3
19
8
3
1
1
2
8
Castulo
260
HISPANIA ULTERIOR
Albatha
Asido
Baria
Bora
Carbula
Carisa
Carmo
3
11
1
1
1
2
8
Carteia
2
Dipo
Ebusus
Gadir
Monedas
55
1
4
129
Ilipa
2
Ilturir
2
Ilurco
2
Ituci
9
Labini
1
Lascuta
3
Malaca
19
Murtili
2
Obulco
5
Orippo
1
Sacili
1
Salacia
21
Searo
1
Seks
5
Ulia
1
Urso
3
Ventipo
1
Vesci
1
TOTAL
298
informarnos sobre la función y su utilidad (Vigo, 1952: 33; Guadán, 1960b: 7; Domínguez Arranz,
1978: 135; Alfaro, 1988: 65; DCPH I: 109; Gomis Justo, 2001: 59; Ripollès y Llorens, 2002: 269;
Herreras Belled, 2003). No cabe la menor duda de que hubo intencionalidad en su aplicación, puesto
que se aprecia que las contramarcas intentan transmitir un mensaje. Para algunas de ellas se puede
proponer un posible significado porque su contenido permite aproximarnos a su finalidad o definir un
ámbito de aplicación.
Por un lado, destacan las marcas posiblemente estampadas por las ciudades o sus instituciones,
que Hurtado (2005) denomina como “contramarcas locales”. Entre los tipos que componen el catálogo
podemos destacar los siguientes ejemplos.
Con letras latinas documentamos las marcas n.º 49b
y 49c
que aparecen estampadas únicamente
sobre monedas de Salacia en el lugar donde en los cuños debería estar la leyenda monetal alusiva a la
ciudad. Según Faria (1995: 145), esta letra podría ser la inicial del nombre de la ceca. Su propuesta parece
factible, pues la muestra evidencia que fueron sistemáticos con su aplicación. También han de relacionarse
con las ciudades y sus instituciones las marcas n.º 55
y n.º 58
, pues proponemos que quizá
la primera podría constituir el topónimo Castulo y, la segunda, el rótulo Decreto Decurionum. En este
último caso parece haber unanimidad con el significado de la marca (Guadán, 1960b: 47, 93; Herreras
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Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
229
Belled, 2011-2012: 307; 2016a: 94-95), por lo que su aplicación debió ser obra de una curia municipal.
Hay punzones de época imperial que muestran también las letras DD (RPC: n.º 46-47; APRH: n.º 91-97),
aunque formalmente no coinciden con estas, por lo que esta contramarca ha de ser una de las más recientes
del conjunto estudiado.
La utilización de marcas por parte de las ciudades o sus instituciones con otros caracteres o signos
es algo más reducida, pero consideramos que hay ejemplos de este fenómeno bastante claros. Tenemos
la contramarca n.º 87
aplicada con letras neopúnicas (Guadán, 1960b: 94; 1960a: 25) que
recientes trabajos han relacionado con la ciudad de Asido, lugar donde se debieron marcar las monedas. La
transcripción de este rótulo es dudosa, aunque se considera que los trazos deben configurar las letras ‘šd‘
del topónimo Asido (Alfaro, 1995: 332-333; 2001: 40; DCPH I: 109; II: 343). En cambio, la contramarca
n.º 90
muestra el signo ibérico o, que se ha relacionado con la inicial de la ceca de Orosiz (Guadán,
1960b: 87; 1960a: 24-25; Gozalbes, 1995). Esta marca pudo servir como un comprobante de las monedas
de la ciudad o para regular el numerario a nivel interno (Gozalbes, 1995: 173-174).
Por otro lado, tendríamos punzones que se estamparon de forma privada en relación con personajes
históricos o actividades comerciales, industriales o mineras. Entre los tipos que componen este catálogo
podemos destacar algunos ejemplos.
En primer lugar, hemos documentado marcas que pueden aludir a nombres propios, como es el caso de la
n.º 70
que podría hacer referencia a Publius Sittius4 (Alfaro, 1988: 69, 113; Arévalo, 2006: 76; Herreras
Belled, 2003: 193) o la n.º 77
posiblemente relacionada con el cognomen Caesar (Guadán, 1960b: 98).
Seguidamente, tenemos contramarcas que se vinculan con la industria. La n.º 4
y la
n.º 15
pudieron estamparse para volver a poner en circulación monedas desgastadas posiblemente
en relación con las actividades portuarias y la producción de salazones (Arévalo, 2006: 73-74, 93).
También tenemos la contramarca n.º 36
que se aplicó sobre las monedas con algún tipo de
procedimiento mecánico, por lo que consideramos que posiblemente las piezas adquirieron un uso
artesano o doméstico como bases de algún tipo de torno rotatorio.
Hay marcas que deben relacionarse con el comercio y la orfebrería. Como hemos mencionado
anteriormente, proponemos que la aplicación de la contramarca n.º 32
puede
relacionarse con las actividades comerciales, pues diferentes usuarios privados utilizaron instrumentos para
comprobar el metal del interior de las monedas de plata que recibían. En cambio, los punzones con los que
se aplicaron las contramarcas, n.º 19
, n.º 20
, n.º 21
, n.º 22
y n.º 92d
tienen una
morfología similar a la que presentan los bordes de numerosos objetos de joyería ibérica. Sabemos que
estos artesanos remataban las piezas que fabricaban con adornos globulares o geométricos estampados,
por lo que cabe la posibilidad de que estas contramarcas pudieran haberse aplicado con esos punzones.
Proponemos que quizá servían para marcar o validar, de forma privada, las piezas de plata que recibía por
sus trabajos. Hemos documentado un paralelo claro entre el punzón de la contramarca n.º 21
y el que
se aplicó sobre un pequeño fragmento de plata procedente del tesoro de Armuña de Tajuña. Conocemos esta
lámina de plata a partir de información facilitada por Ripollès, aunque no ha sido publicada todavía. En el
trabajo donde se estudiaron los hallazgos numismáticos de este tesoro, se fechó la ocultación del mismo a
finales del siglo III a.C. (Ripollès et al., 2009: 164), por lo que podemos apreciar que el uso de este diseño
tuvo pervivencia en el tiempo, pues el punzón que se estampó sobre el fragmento de plata es más antiguo
que el que se aplicó sobre las monedas.
4
Las fuentes clásicas explican que Sittius fue un condotiero itálico –nacido en Niceria– que se dedicó a hacer la guerra en el norte
de África tras abandonar Roma en el 64 a.C. por sus vínculos con Catilina. Hacia el 46 a.C. apoyó con sus tropas a César en la
guerra civil, de quien recibió en compensación la parte oriental del territorio de Masinisa (Cic. Sul. 56; Att. 15.17; Sallust. Cat.
21.3; Caes. Bell. Afric. 48.3; App. BC IV 54). Gestionó esta región hasta que en el 44 a.C. el hijo de Masinisa le dio muerte
mediante una estratagema (Cic. Att. 15.17).
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230
P. Cerdà Insa
Finalmente, hay otras marcas que se han relacionado con la minería porque posiblemente las letras
que las componen constituyen las iniciales de diferentes sociedades mineras de la Bética. Por un
lado, tenemos la contramarca n.º 69
que se ha propuesto que pudo ser aplicada sobre las
monedas por la Societas Castulonensis –o la Cordubensis– para ser distribuidas como parte del pago
entre los trabajadores, quienes las pudieron usar en las dependencias de la empresa (Stannard et al.,
2021: 56, 60-62). Por otro lado, tenemos las marcas n.º 71
y n.º 72
que podrían tener relación con la Societas Sisaponensis a la que aluden Cicerón (Phil. 19) y Plinio
(N.H. XXXIII 40.118), aunque no exista consenso al respecto (Stannard et al. 2021: 56, 62-63).
Es interesante señalar que, por el momento, no documentamos ningún punzón aplicado con fines militares,
aunque hay autores que relacionan algunas marcas con las legiones romanas enviadas a Hispania en el siglo
I a.C. Herreras Belled (2011-2012: 312) interpreta la marca n.º 25b
como un numeral X y la asocia
a la Legio X, por lo que fecha su aplicación antes de la época de Augusto. También propone que quizá la
contramarca n.º 91
puede aludir a la novena legión Hispana, que probablemente fue reclutada hacia el
60 a.C. y recibió sus títulos honoríficos a partir del 24 a.C. (Herreras Belled, 2011-2012: 316). No obstante,
consideramos que la relación de estas dos contramarcas con el entorno militar es dudosa. Por su parte, García
Bellido y Blázquez (1987-1988: 65) interpretan la contramarca n.º 93
, estampada únicamente sobre
monedas de Malaca, como un numeral X y la atribuyen a la Legio X Gemina. Siguiendo a Guadán (1960b: 84;
1960a: 25) y a Campo y Mora (1995: 149-150), proponemos que esta contramarca muestra el signo ibérico ko
por lo que tampoco parece tener relación con las legiones romanas.
La datación de las contramarcas que presentamos en el catálogo se ha establecido a partir de su desgaste, del
de las monedas sobre las que se encuentran estampadas y del momento en que estas se acuñaron, pues casi en
su totalidad, tal y como hemos mencionado anteriormente, el material reunido carece de contexto arqueológico.
Siguiendo este procedimiento, podemos afirmar que el fenómeno del contramarcado en la Península Ibérica se
inició sobre dracmas de Emporion a finales del siglo III a.C. (cat. n.º 32
). Esta ceca fue la
primera que batió moneda hacia el 515 a.C. (Ripollès y Chevillon 2013: 13), por lo que es comprensible que
sus emisiones sean las primeras en ser contramarcadas, aunque no hemos visto ninguna aplicada sobre moneda
fraccionaria de los siglos V y IV a.C. La moneda emporitana más antigua que presenta una incisión con este tipo
de punzón corresponde al tipo MIB 1/211b, que se puede fechar entre el 218 y el 200 a.C. La más reciente del
grupo pertenece al tipo MIB 1/232c, acuñada entre el 200 y el 100 a.C. Estas piezas tienen poco desgaste, por lo
que fechar el inicio del contramarcado peninsular a finales del siglo III a.C. (ca. 205-200 a.C.) parece coherente.
Hemos establecido cuatro momentos diferentes en los que se marcaron las monedas de la muestra:
- El primer grupo lo constituyen las contramarcas de Emporion aplicadas a finales del siglo III a.C. (cat.
n.º 32
).
- Un segundo grupo compuesto por 8 tipos distintos de contramarcas que se estamparon en el siglo II a.C
(cat. n.º 10
, n.º 15
, n.º 25a
, n.º 35
, n.º 45b
, n.º 46
, n.º 97
, n.º 49e
), .
- El tercer grupo lo componen 9 tipos de contramarcas que hemos datado en un momento de
transición entre finales del siglo II a.C. e inicios del siglo I a.C. (cat. n.º 18
, n.º 29
, n.º 33
, n.º 41b
, n.º 41c
, n.º 45a
, n.º 64
, n.º 75
, n.º 102
),
- Finalmente, tenemos un cuarto grupo muy cuantioso que comprende los tipos restantes, todos
ellos fechados antes del año 44 a.C. En el mapa (fig. 4) podemos ver la distribución territorial de las
contramarcas en los cuatro momentos de aplicación.
Esta distribución temporal indica dos aspectos interesantes a comentar. Por un lado, que los
punzones figurativos se aplicaron primero y que progresivamente se tendió hacia los epigráficos en
el siglo II a.C., siendo especialmente abundantes en el siglo I a.C. Por otro lado, que el fenómeno
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Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
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Fig. 4. Distribución de las cecas con contramarcas aplicadas entre finales del siglo III a.C. y el siglo I a.C. (algunas
localizaciones son aproximadas).
del contramarcado en la Península Ibérica tiene una base antigua que parece ir en paralelo con el
progresivo control romano del territorio y la monetización del mismo a partir de la Segunda Guerra
Púnica (218-201 a.C.). Este proceso de expansión de la economía monetaria fue gradual y primero se
consolidó en el Levante y el sur peninsular, extendiéndose en el siglo I a.C. por buena parte del interior
de Hispania con motivo del fin de las conquistas y la aparición de numerosos talleres que abastecían de
moneda local (García-Bellido, 1993a: 336-337; Ripollès, 2000: 331-337). La datación de los diferentes
punzones de este catálogo permite apreciar este proceso, pues el contramarcado se empezó a difundir
en el siglo II a.C. y se asentó definitivamente en el siglo I a.C., ya que en esta centuria se documentan
casi la totalidad de las contramarcas que documentamos. El contramarcado en Hispania continuará con
gran auge sobre las emisiones provinciales acuñadas durante el periodo de la dinastía Julio-Claudia
(RPC p. 809-810; APRH p. 324-326; Herreras Belled, 2012; 2016b; 2019; 2020a; 2020b).
4. CONSIDERACIONES FINALES
El proceso de contramarcado iniciado por los griegos se difundió rápidamente por todo el Mundo
Antiguo y llegó con los romanos a Hispania, donde a finales del siglo III a.C. se empezaron a estampar
las primeras marcas sobre el numerario peninsular. Este tratamiento secundario de las piezas despertó
escaso interés entre los estudiosos de las monedas antiguas de Hispania desde el siglo XVIII al XX,
momento en el que se inician los primeros trabajos de rigor. El estudio de las contramarcas peninsulares
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P. Cerdà Insa
entre los siglos III a.C. y I a.C. es difícil de abordar por la descontextualización arqueológica de las
piezas y el desconocimiento actual del significado que se quería transmitir con los diseños estampados.
En este estudio se ha pretendido sistematizar el material conocido hasta la fecha e interpretar, en
algunos casos, el propósito funcional de la contramarca aplicada.
La base de datos del catálogo digital monedaiberica.org (MIB) ha sido esencial en la elaboración de este
trabajo, puesto que permite el acceso a casi la totalidad de monedas antiguas de Hispania conocidas hasta
la fecha. Por ello, es imprescindible la aproximación a este tipo de recursos que proporcionan una amplia
visión del material de estudio.
Todavía queda mucho por conocer sobre las contramarcas presentes en el numerario hispano
antiguo, pues su tratamiento aún está lejos de ser una materia consolidada. No obstante, el análisis de
las contramarcas nos ha permitido apreciar la complejidad del sistema monetario ibérico y los diferentes
usos secundarios que tuvo parte de su numerario. Por ello, el catálogo que presentamos pretende
constituir, de forma abreviada, una aproximación a la ordenación y el análisis de las contramarcas
antiguas de Hispania, para así publicar un futuro corpus con el estudio completo de estas marcas
prerromanas y la revisión del material provincial.
AGRADECIMIENTOS
La elaboración de este trabajo no hubiese sido posible sin las directrices y correcciones de Pere Pau Ripollès, que han
contribuido al enriquecimiento del mismo. Además, agradecemos a Juan Carlos Herreras Belled la información facilitada y la ayuda prestada y a Manuel Gozalbes sus pertinentes indicaciones.
5. CATÁLOGO
Notas para el uso del catálogo:
Las contramarcas aparecen ordenadas numéricamente y algunos tipos se han dividido en diferentes
variantes que hemos catalogado con letras (1a, 1b, 1c, etc.), pues corresponden a punzones similares
pero con alguna variación. Mostramos un dibujo de la contramarca cuya parte representada en color
negro es la que se encuentra incisa sobre la moneda, junto con una breve descripción de la misma.
En una segunda línea se indica el tamaño de los punzones, el número de ejemplares conocidos y un
recuento de los anversos y reversos sobre los que se estamparon las marcas. Debajo se enumeran las
cecas sobre las que se han documentado dichas contramarcas. Seguidamente se disponen las referencias
bibliográficas de cada tipo. Las entradas del catálogo se ilustran mediante una moneda identificativa con
la contramarca orientada en posición de lectura. Bajo la misma se detalla la información del ejemplar
ilustrado, que aparece referenciado con el nombre de la ceca a la que pertenece, su catalogación MIB, la
posición donde se encuentra la contramarca y la procedencia de la moneda. En la mayoría de los casos
se adjunta un número (ID) que si se agrega al final de la URI https://monedaiberica.org/coin/ permite
acceder a la ficha de las piezas. Asimismo, aportamos la datación de los soportes contramarcados
(según MIB), junto con la conservación general de las piezas conocidas y una sugerencia del momento
de la aplicación de cada contramarca.
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Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
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ANIMADAS
1. Cabeza a dcha. con punzón circular
1a. Cabeza galeada
12 mm. 2 ejemplares (1 anv.; 1 rev.).
Sobre Ebusus.
Ref.: Campo, 1976: lám. XVII, n.º XIX-A-1, XIX-A-2.
Soportes: ca. 125-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
1b. Cabeza con casco de peinado erizado
7 mm. 5 ejemplares (5 anv.).
Sobre Kelse.
Ref.: Herreras Belled, 2011-2012: 316, n.º 8.38;
Cores y Cores, 2017: 166-167.
Soportes: ca. 72-45 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
1c. Cabeza con casco redondo
6 mm. 2 ejemplares (2 anv.).
Sobre Kelse.
Ref.: Herreras Belled, 2011-2012: 316, n.º 8.38;
Cores y Cores, 2017: 165.
Soportes: ca. 72-45 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Ebusus, MIB 16/67a | ID 25250 Vico
14/11/2012, lote 132 (anv.).
Kelse, MIB 69/26a | ID 126796 Museu de
Prehistòria de València 31212 (anv.).
Kelse, MIB 69/23 | ID 79627 Vico
01/03/2018, lote 225 (anv.).
1d. Cabeza sin casco definido
9 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 160-130 a.C.; mucho desgaste,
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/36a
Col. L. Costa (anv.).
2. Cabeza con casco a izq. con punzón circular
5 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Ikalesken.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 253.
Soportes: ca. 150-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Ikalesken, MIB 154/22 | ID 6310
Hervera 05/11/2009, lote 2193 (anv.).
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P. Cerdà Insa
3. Animal cuadrúpedo parado con punzón
circular
7 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kese.
Ref.: Benages, 2022: n.º 64h.
Soporte: ca. 170-150 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
4. Delfín inciso
Kese, MIB 46/52
Benages, 2022: n.º 64h (anv.).
4a. Delfín con los extremos de la aleta caudal
puntiagudos
11x6 mm. 28 ejemplares (28 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Vigo, 1952: n.º 54; Guadán, 1960b: XCVII;
Alfaro, 1988: 72, n.º 2.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
4b. Delfín con extremidades redondeadas
10x5 mm. 31 ejemplares (31 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Alfaro, 1988: 72, n.º 3.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
5. Delfín con punzón rectangular
5x3 mm. 2 ejemplares (1 anv.; 1 rev.).
Sobre Emporion y Untikesken.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 260-40 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
6. Pecten con punzón rectangular
3x3 mm. 2 ejemplares (1 anv.; 1 rev.).
Sobre Emporion y Untikesken.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 200-40 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Gadir, MIB 9/60e | ID 25258
Vico 14/11/2012, lote 691 (rev.).
Gadir, MIB 9/60e | ID 26136
Pliego 04/12/2012, lote 220 (rev.).
Emporion, MIB 1/202 | ID 106640
Musée des Antiquités Nationales N3030 (anv.).
Emporion, MIB 1/225b | ID 106682
Musée des monnaies et médailles Joseph Puig
T299-21 (anv.).
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Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
235
INANIMADAS
7. Palma con punzón circular
14 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kese.
Ref.: Benages, 2022: n.º 124b.
Soporte: ca. 100-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kese, MIB 46/104b
Benages, 2022: 124b (anv.).
8. Arado con punzón rectangular
12x4 mm. 4 ejemplares (4 rev.).
Sobre Bilbiliz y Sekaiza.
Ref.: Gomis Justo, 2001: n.º 3; Herreras
Belled, 2016a: 90.
Soportes: ca. 155-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Bilbiliz, MIB 116/03 | ID 129728
Ibercoin 16/10/2019, lote 43 (rev.).
9. Hacha incisa con punzón adaptado a su
perfil
3x6 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Alfaro, 1988: 72, n.º 16; Ruiz Trapero,
2000, I: 371.
Soporte: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/65 | ID 55345
Instituto Valencia de Don Juan 1804 (rev.).
10. Rueda de carro con punzón circular
5 mm. 4 ejemplares (4 anv.).
Sobre Arekorata.
Ref.: Guadán, 1960b: IV; 1960a: XII.
Soportes: ca. 170-150 a.C., poco desgaste.
Contramarca: segunda mitad del siglo II a.C.
Arekorata, MIB 102/01 | ID 8008
Vico 11/11/2010, lote 15 (anv.).
11. Estrella o roseta con punzón circular
8 mm. 8 ejemplares (8 anv.).
Sobre Ituci.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 76.
Soportes: ca. 140-90 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Ituci, MIB 25/03 | ID 81902
Áureo & Calicó 30/05/2018, lote 1181
APL XXXIV, 2022
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236
P. Cerdà Insa
12. Estrella de seis puntas con punzón circular
3 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Orosiz.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 100-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
13. Estrella de siete puntas con punzón circular
8 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Malaca.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 170-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: hacia mediados del siglo I a.C.
14. Estrella de ocho puntas circular incisa
2 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Bolskan.
Ref.: Ripollès y Abascal, 2000: 185.
Soporte: ca. 100-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Orosiz, MIB 75/5 | ID 29293
Hervera 29/10/2013, lote 2349 (anv.).
Malaca, MIB 10/17
Asociación Numismática Española 12/1960,
lote 113.
Bolskan, MIB 79/11a | ID 50971
Real Academia de la Historia n.º 1222 (anv.).
15. Estrella de seis puntas y punto central con
punzón adaptado a su perfil
7 mm. 18 ejemplares (18 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Vigo, 1952: n.º 55; Guadán, 1960b: XCVIII,
CXLVI, CXVII; Alfaro, 1988: 72, n.º 1.
Soportes: ca. 237-218 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: inicios del siglo II a.C.
Gadir, MIB 9/32b | ID 5675
Vico 02/04/2009, lote 120 (rev.).
16. Estrella de seis puntas y punto central con punzón
circular
7 mm. 3 ejemplares (3 rev.).
Sobre Gadir y Sekaiza.
Ref.: Alfaro, 1988: 72, n.º 1 vte.
Soportes: ca. 237-72 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Gadir, MIB 9/35a | ID 53680
Instituto Valencia de Don Juan n.º 139 (rev.).
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Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
237
17. Creciente con puntos y espiga
13x8 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Untikesken.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 142.
Soporte: ca. 195-170 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
Unitkesken, MIB 57/01a | ID 79465
Vico 01/03/2018, lote 63 (rev.).
18. Emblema rectangular con puntos
7x8 mm. 2 ejemplares (2 rev.).
Sobre Ebusus.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 59.
Soportes: ca. 218-200 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o inicios
del siglo I a.C.
Ebusus, MIB 16/40 | ID 120908
Museu de Prehistòria de València 42670 (rev.).
OBJETOS INCIERTOS
19. Incisión con punzón rectangular
2x1 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Arekorata.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-120 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Arekorata, MIB 102/17f | ID 79875
Hervera 05/03/2018, lote 2138 (anv.).
20. Dos puntos alineados con punzón
rectangular
2x1 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Turiazu.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 120-80 a.C., poco desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
21. Triángulo con tres puntos
2x2 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Arekorata.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-120 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Turiazu, MIB 109/17
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
Arekorata, MIB 102/17m | ID 151234
eBay 284594767045 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-239]
238
P. Cerdà Insa
22. Tres puntos alineados con punzón
rectangular
3x1 mm. 2 ejemplares (2 anv.).
Sobre Arsaos y Sekobirikez.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 110-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
23. Dos puntos incisos
1 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 130-80 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Sekobirikez, MIB 125/11a | ID 150452
Museo Nacional del Prado n.º O002208 (rev.).
Castulo, MIB 157/39a | ID 136401
Tauler & Fau 29/04/2020, lote 11 (anv.).
24. Cuatro puntos incisos
2 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kese.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 100-40 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kese, MIB 46/102 | ID 144784
Tauler & Fau 12/05/2020, lote 1036 (anv.).
25. Cruz con punzón circular
25a. Cruz fina con punzón circular
5 mm. 15 ejemplares (13 anv.; 2 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Guadán, 1960b: XLV; 1960a: IX.
Soportes: ca. 190-160 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: segunda mitad del siglo II a.C.
Castulo, MIB 157/12 | ID 115032
Vico 06/06/2019, lote 18 (anv.).
25b. Cruz gruesa con punzón circular
5 mm. 2 ejemplares (2 anv.).
Sobre Kelse.
Ref.: Herreras Belled, 2011-2012: 312, n.º 5.4.
Soportes: ca. 140-50 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Kelse, MIB 69/26a
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-240]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
239
26. Cruz cantonada de puntos con punzón
circular
8 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Malaca.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 100-40 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
27. Cruz fina con punzón romboidal
5x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 80-40 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
28. ¿Enganche o fíbula?
7x9 mm. 7 ejemplares (7 anv.).
Sobre Ikalesken.
Ref.: Guadán, 1960b: CIII; Cores y
Cores, 2017: 252.
Soportes: ca. 175-100 a.C., bastante
desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I
a.C.
Malaka, MIB 10/26b
Vico 15/02/2022, lote 54 (anv.)
Castulo, MIB 157/53 | ID 20224
denarios.org 06/2012 (anv.).
Ikalesken, MIB 154/22 | ID 23146
Imperio Numismático 08/2012 (anv.).
29. Objeto incierto con cuadriculado
6x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Ilurco.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 195-150 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o
inicios del siglo I a.C.
Ilurco, MIB 212/01
eBay 141319986956 (anv.).
30. Rectángulo inciso con divisiones
internas
12x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Murtili.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 160-72 a.C., poco
desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Murtili, MIB 171/07a
tesorillo.com 09/2022 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-241]
240
P. Cerdà Insa
31. Rectángulo inciso
6x4 mm. 5 ejemplares (5 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
32. Rectángulo / cuadrado macizo inciso
4x3-2x2 mm. 11 ejemplares (1 anv. y rev.; 6
anv.; 4 rev.).
Sobre Emporion.
Ref.: Guadán, 1960b: LIV; 1960a: X.
Soportes: ca. 218-200 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo III a.C.
33. Objeto incierto con forma de gancho
5x6 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref. Inédita.
Soporte: ca. 190-160 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o inicios
del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60 | ID 145719
Vico 16/07/2020, lote 16 (rev.).
Emporion, MIB 1/232c | ID 109617
Áureo & Calicó 14/03/2019, lote 1073 (rev.).
Castulo, MIB 157/12
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
34. Cenefa con punzón rectangular
6x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 130-80 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/39b | ID 101210
Ashmolean Museum n.º 49354 (anv.).
35. Objeto incierto con apéndice
6x7 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Untikesken.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-100 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C.
Untikesken, MIB 57/30 | ID 25042
Vico 14/11/2012, lote 466 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-242]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
36. Incisión con punzón circular
Diámetro variable. 36 ejemplares (36 anv.).
Sobre Bilbiliz, Burzau, Carmo, Castulo, Gadir,
Ikalesken, Ikesankom, Iltirta, Kelse, Kese,
Konterbia Karbika y Untikesken.
Ref.: Guadán, 1960b: XIV; Villaronga, 1983: 31;
Alfaro 1988: 72, n.º 1; Herreras Belled, 2016a: 91.
Soportes: ca. 220-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
241
Iltirta, MIB 67/75a | ID 65594
Vico 01/03/2018, lote 183 (anv.).
37. Incisión con punzón triangular
37a. Incisión con punzón triangular regular
4x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Saiti.
Ref.: Ripollès, 2007: 16c.
Saiti, MIB 30/12 | ID 31438
Soporte: ca. 120-100 a.C., poco desgaste.
Classical
Numismatic
Group 04/12/2013, lote 79 (anv.).
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
37b. Incisión con punzón triangular irregular
3x3 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Bolskan e Ilurco.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 195-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
LETRAS
Ilurco, MIB 212/1
Soler & Llach 17/12/2015, lote 2375 (anv.).
Una letra
38. Letra A incisa
11x8 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Ilturir.
Ref.: Guadán, 1960b: XIX.
Soporte: ca. 130-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Ilturir, MIB 165/13d | ID 130450
Vico 07/11/2019, lote 23 (anv.).
39. Letra A con punzón rectangular
4x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Guadán, 1960b: XVIII.
Soporte: ca. 220-190 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: aplicada en el siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/07a | ID 603
Cayón 11/12/2006, lote 5100 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-243]
242
P. Cerdà Insa
40. Letra A con punzón circular
6-5 mm. 4 ejemplares (1 rev.; 3 anv.).
Sobre Carmo y Kelse.
Ref.: Vigo, 1952: n.º 1; Guadán, 1960b:
XXIX; Herreras Belled, 2011-2012: 313,
n.º 6.2.; Cores y Cores, 2017: 167, 355.
Soportes: ca. 160-45 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Ver también S·AE.
Carmo, MIB 198/04a | ID 134193
Vico 05/03/2020, lote 73 (rev.).
41. Letra C incisa
41a. Letra C fina
6x5 mm. 2 ejemplares (2 anv.).
Sobre Arekorata y Bilbiliz.
Ref.: Herreras Belled, 2016a: 91; Cores y Cores,
2017: 205.
Soportes: ca. 150-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
41b. Letra C pequeña (con posible punto central)
2,5x3 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Turiasu.
Ref.: Gozalbes, 2009: 62.
Soporte: ca. 150-120 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C.
o inicios del siglo I a.C.
41c. Letra C gruesa
3x3 mm. 2 ejemplares (2 anv.).
Sobre Arekorata.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 150-120 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C.
o inicios del siglo I a.C.
Arekorata, MIB 102/18f | ID 98183
Vico 15/11/2018, lote 21 (anv.).
Turiasu, MIB 109/13 | ID 24189
Vico 09/10/2012, lote 439 (anv.).
Arekorata, MIB 102/18g | ID 86227
Áureo 21/05/1998, lote 307 (anv.).
42. Letra C con punzón circular
42a. Letra C fina con punzón circular
6 mm. 4 ejemplares (4 anv.).
Sobre Ikalesken.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 150-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Ikalesken, MIB 154/21 | ID 116686
Col. Vidal Valle n.º 489 (anv.).
[page-n-244]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
243
42b. Letra C gruesa y con la parte superior
cerrada con punzón circular
5 mm. 4 ejemplares (4 anv.).
Sobre Sekaiza, Tamaniu y Orosiz.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 155-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Sekaiza, MIB 117/15 | ID 123406
eBay 221645114637 (anv.).
42c. Letra C gruesa y con la parte superior
abierta con punzón circular
6 mm. 19 ejemplares (17 anv.; 2 rev.).
Sobre Bilbiliz, Belikio, Iltukoite, Kese, Konterbia
Belaiska, Orosiz, Saiti y Tamaniu.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 176.
Soportes: ca. 160-40 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
43. Letra F con punzón rectangular irregular
4x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Guadán, 1960b: XLIX.
Soporte: ca. 130-80 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
44. Letra L con punzón rectangular
4x5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: incierta, mucho desgaste.
Contramarca: cronología incierta.
Belikio, MIB 76/4c | ID 128077
Museu de Prehistòria de València n.º 42673 (rev.).
Castulo, MIB 157/39b | ID 151080
Museo Arqueológico Nacional 1993/67/5655 (anv.).
Castulo, MIB 157/tesorillo.com 09/2022 (rev.).
45. Letra O incisa
45a. Letra O con punzón anular
3,5-2,5 mm. 7 ejemplares (4 anv.; 3 rev.).
Sobre Arketurki, Laiesken, Sekaiza y Sekobirikez.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 133.
Soportes: ca. 180-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o inicios del siglo
I a.C.
Arketurki, MIB 61/03 | ID 14207
Col. R. González (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-245]
244
P. Cerdà Insa
45b. Letra O con punzón oval inciso
2 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Gadir.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 218-195 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: segunda mitad del siglo II a.C.
Gadir, MIB 9/48c
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
46. Letra P incisa
4,5x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Seks.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 49.
Soporte: ca. 237-195 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: aplicada en el siglo II a.C.
Seks, MIB 11/05 | ID 74948
Vico 08/06/2017, lote 230 (anv.).
47. Letra R incisa a izq.
2,5x3 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Eustibaikula.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-130 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
Eustibaikula, MIB 59/01 | ID 149724
Museo Nacional del Prado O001909 (anv.).
48. Letra R con punzón rectangular a dcha.
3x3 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Dipo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 170-130 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
49. Letra S a dcha.
Ref.: Guadán, 1960b: LI; 1960a: XV.
Dipo, MIB 137/02
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
49a. Letra S incisa con trazo fino y estilizado
3x7 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Laiesken.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 134.
Soporte: ca. 150-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Laiesken, MIB 51/06 | ID 79412
Vico 01/03/2018, lote 10 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-246]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
245
49b. Letra S incisa con trazo regular
4x6 mm. 7 ejemplares (7 rev.).
Sobre Salacia.
Ref.: ACIP 987; CNH 135/12B.
Soportes: ca. 100-40 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Salacia, MIB 166/20b | ID 135422
Museo Arqueológico Nacional 1993/67/7607 (rev.).
49c. Letra S incisa con trazo grueso
4x6 mm. 12 ejemplares (12 rev.).
Sobre Salacia.
Ref.: ACIP 987; CNH 135/12B.
Soportes: ca. 100-40 a.C., bastante desgaste
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Salacia, MIB 166/20d | ID 26423
Herrero 13/12/2012, lote 162 (rev.).
49d. Letra S incisa con extremo inferior grueso
2x3 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Carisa.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 120-80 a.C.; mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
49e. Letra S con punzón adaptado al perfil de la
Carisa, MIB 194/02a | ID 100005
Asociación Numismática Española 07-09/05/1991,
lote 117 (anv.).
letra
3x5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 190-160 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C.
50. Letra S a izq.
Castulo, MIB 157/12 | ID 955
Áureo 21/09/2006, lote 178 (rev.).
50a. Letra S incisa trazo fino y estilizado
2,5x3,5 mm. 2 ejemplares (1anv; 1 rev.).
Sobre Baskunes e Ituci.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 125-110 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Baskunes, MIB 87/11a | ID 29648
Vico 07/11/2013, lote 68 (anv.).
50b. Letra S incisa con los extremos gruesos
4,5x7 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Salacia.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 310.
Soporte: ca. 150-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: aplicada hacia mediados del siglo I a.C.
Salacia, MIB 166/02 | ID 130458
Vico 07/11/2019, lote 31 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-247]
246
P. Cerdà Insa
50c. Letra S incisa muy fina
2x9 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Carteia.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 130-90 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
51. Letra T incisa
Carteia, MIB 200/01b | ID 142782
Ayuntamiento de Sevilla (rev.).
51a. Letra T tipo tau con punzón adaptado al
perfil de la letra
4x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kelse.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 75-45 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kelse, MIB 69/26b | ID 132321
Tauler & Fau 16/12/2019, lote 1057 (anv.).
51b. Depresión incisa en forma de letra T
5x3 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Searo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-100 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Searo, MIB 197/01 | ID 12166
Áureo & Calicó 30/11/2011, lote 1187 (anv.).
52. Letra T con punzón rectangular
4x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Obulco.
Ref.: Vigo, 1952: n.º 39.
Soporte: ca. 165-110 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Obulco, MIB 159/11b
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
53. Letra V con punzón rectangular
4x4,5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kelse.
Ref.: Herreras Belled, 2011-2012: 313, n.º 6.1; Cores y
Cores, 2017: 170.
Soporte: ca. 72-45 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Kelse, MIB 69/24 | ID 79644
Vico 01/03/2018, lote 242 (anv.).
[page-n-248]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
247
Dos o más letras
54. CA con punzón rectangular
6,5x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Guadán, 1960b: II; Cores y Cores, 2017: 276.
Soporte: ca. 80-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: segunda mitad del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/60 | ID 115097
Vico 06/09/2018, lote 83 (anv.).
55. CAST con punzón rectangular
9x4 mm. 1 ejemplar (1 ¿anv./rev.?).
Sobre ¿Castulo?
Ref.: Inédita.
Soporte: incierta, mucho desgaste.
Contramarca: cronología incierta.
¿Castulo?, MIB 157/Col. C. Segura. (¿anv./rev.?).
56. COL inciso
14x5-10x5 mm. 6 ejemplares (1 anv.; 5 rev.).
Sobre Gadir y Malaca.
Ref.: Alfaro, 1988: 72, n.º 8.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60a
Museo Arqueológico Nacional 1993/67/606 (rev.).
57. DISCOI entre dos espigas en punzón
rectangular
13x6 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Lascuta.
Ref.: Vives, 1924: 92/10.
Soportes: ca. 160-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
No se aprecia con claridad el cierre del a letra D, cuyo
trazado se asemeja a un creciente.
Lascuta, MIB 18/03 | ID 21504
OMNI 07/07/2012 (anv.).
58. D·D con punto entre las letras y
apéndices
6x3 mm. 4 ejemplares (4 rev.).
Sobre Seks.
Ref.: Guadán, 1960b: XXIII vte.; Cores y Cores,
2017: 50.
Soportes: ca. 100-50 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Seks, MIB 11/21a | ID 74954
Vico 08/06/2017, lote 236 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-249]
248
P. Cerdà Insa
59. EC con punzón circular
6 mm. 2 ejemplares (2 rev.).
Sobre Bilbiliz e Iltirta.
Ref.: Vigo, 1952: n.º 18; Guadán, 1960b: VIII;
1960a: XXIV.
Soportes: ca. 150-25 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
Iltirta, MIB 67/78a | ID 48390
SNG Stockholm n.º 714 (rev.).
60. FER con punzón rectangular
8x4 mm. 3 ejemplares (1 anv.; 2 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Ruiz Trapero, 2000, I: 316.
Soportes: ca. 220-130 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/01 | ID 82570
Ibercoin 27/06/2018, lote 86 (rev.).
61. LE con punzón rectangular
4x4 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 160-130 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/15a
tesorillo.com 09/2022 (rev.).
62. LL con punzón rectangular
6x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Obulco.
Ref.: Inédita.
Soporte: incierta, mucho desgaste.
Contramarca: cronología incierta.
Obulco, MIB 159/Pliego 26/04/2021, lote 29 (anv.)
63. L·S con punzón rectangular
5x4 mm. 2 ejemplares (2 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: incierta, mucho desgaste.
Contramarca: cronología incierta.
Castulo, MIB 157/- | ID 120374
eBay 371332589572 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-250]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
249
64. OM con punzón circular
7 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Murtili.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 160-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o
inicios del siglo I a.C.
Murtili, MIB 171/02a
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
65. OR con punzón rectangular
6x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Ruiz Trapero, 2000, I: 316.
Soporte: ca. 190-160 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
66. PO con punzón adaptado al perfil
Castulo, MIB 157/08a | ID 55021
Instituto Valencia de Don Juan n.º 1480 (anv.).
de las letras
7x5,5 mm. 14 ejemplares (14 rev.).
Sobre Castulo, Kelse, Konterbia Belaiska,
Konterbia Karbika, Obulco, Orippo y Sekaiza.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 170, 258, 266-267, 374.
Soportes: ca. 190-45 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/- | ID 1624
Cayón 11/04/2002, lote 656 (rev.).
67. PR inciso
6,5x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Carteia.
Ref.: Ruiz Trapero, 2000, II: 76.
Soporte: ca. 65-40 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Carteia, MIB 200/42 | ID 56192
Instituto Valencia de Don Juan n.º 2651 (anv.).
68. REC con punzón rectangular
8x4 mm. 2 ejemplares (2 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Alfaro, 1988: 72, n.º 13; Cores y Cores, 2017: 38.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60 | ID 74886
Vico 08/06/2017, lote 168 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-251]
250
P. Cerdà Insa
69. S·C punteado
69a. S·C punteado regular
1 mm. 41 ejemplares (41 anv.).
Sobre Abariltur, Castulo, Iltirkesken, Iltirta y Kese.
Ref.: Villaronga, 1983: 32; Cores y Cores, 2017: 128131.
Soportes: ca. 195-80 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Kese, MIB 46/90 | ID 65300
Cores y Cores, 2017: n.º 1300 (anv.).
69b. S·C punteado irregular
1 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kese.
Ref.: Benages, 2022: n.º 35f.
Soporte: ca. 195-170 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Kese, MIB 46/24 | ID 8312
Vico 11/11/2010, lote 321 (anv.).
70. SITII con punzón rectangular
8x5 mm. 7 ejemplares (7 anv.).
Sobre Gadir.
Ref.: Guadán, 1960b: XCIX; Alfaro, 1988: 72, n.º 11;
Cores y Cores, 2017: 38.
Soportes: ca. 190-45 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60 | ID 64316
Cores y Cores, 2017: n.º 316 (anv.).
71. SS incisas a dcha.
71a. SS incisas con trazo grueso y puntas
redondeadas
13x8-7x8 mm. 16 ejemplares (10 anv.; 6 rev.).
Sobre Bora, Carbula, Carmo, Castulo, Ilipa, Ilturir,
Okelakom, Sacili, Salacia, Sekaiza, Titiakos y
Urso.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 125.
Soportes: ca. 175-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/- | ID 67990
Col. Cores (anv.).
71b. SS incisas con trazo grueso acabado en
punta
8x5-2,5x2,5 mm. 8 ejemplares (7 anv.; 1 rev.).
Sobre Kese y Sekobirikez.
Ref.: Villaronga, 1983: 32; Cores y Cores, 2017: 128.
Soportes: ca. 195-80 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Kese, MIB 46/55 | ID 65248
Cores y Cores, 2017: n.º 1248 (anv.).
[page-n-252]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
251
71c. SS incisas con trazo grueso y casi vertical
6x4-5x6 mm. 4 ejemplares (3 anv.; 1 rev.).
Sobre Baria, Carmo, Kese y Vesci.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 72.
Soportes: ca. 237-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: aplicada en el siglo I a.C.
Vesci, MIB 23/01 | ID 64713
Cores y Cores, 2017: n.º 713 (anv.).
72. SS incisas a izq.
4x6 mm. 3 ejemplares (3 rev.).
Sobre Carmo y Untikesken.
Ref.: Ruiz Trapero, 2000, I: 425
Soportes: ca. 100-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
73. S incisa con apéndice
Carmo, MIB 198/22 | ID 55713
Instituto Valencia de Don Juan n.º 2172 (rev.).
73a. S incisa con apéndice, sin espacio entre
los elementos
6x5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Arse-Saguntum.
Ref.: Ripollès y Llorens, 2002: 268.
Soporte: ca. 130-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Arse-Saguntum, MIB 34/63 | ID 93684
Col. F. Caudet (rev.).
73b. S incisa con apéndice, con espacio entre
los elementos
6,5x6,5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kese.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-100 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Kese, MIB 46/65 | ID 87070
Col. particular (anv.).
74. VG con punzón rectangular
7,5x4 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 38.
Soporte: ca. 195-40 a.C., poco desgaste.
Contramarca: aplicada en el siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60a | ID 127570
Museu de Prehistòria de València 41109 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-253]
252
P. Cerdà Insa
75. VIC con punzón rectangular
7x4 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Albatha.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 54.
Soportes: ca. 140-90 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o inicios del siglo
I a.C.
Albatha, MIB 13/02 | ID 116399
Col. particular (anv.).
Monogramas latinos
76. AV inciso
8x5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Guadán, 1960b: XXVI, LXXVI; Alfaro, 1988:
72, n.º 9.
Soporte: incierta, mucho desgaste.
Contramarca: cronología incierta.
Gadir, MIB 9/- | ID 55334
Instituto Valencia de Don Juan n.º 1793 (rev.).
77. CAE con punzón rectangular
9x4 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Guadán, 1960b: XXXV.
Soporte: incierta, mucho desgaste.
Contramarca: cronología incierta.
Gadir, MIB 9/- | ID 55333
Instituto Valencia de Don Juan n.º 1792 (rev.).
78. CAESVLAM con punzón rectangular
20x4 mm. 15 ejemplares (1 anv.; 14 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Delgado, 1873: Lám. XXVI, n.º 23-24; Guadán,
1960b: XCV; 1960a: XXVIII; Alfaro, 1988: 72, n.º 7;
Cores y Cores, 2017: 39.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60 | ID 101407
Ashmolean Museum n.º 49552 (rev.).
79. EMP con punzón rectangular
6x4 mm. 6 ejemplares (5 rev.; 1 anv. y rev.).
Sobre Castulo y Obulco.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 160-130 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/28
García-Bellido, 1986: Fig. 19 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-254]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
253
80. EPL con punzón rectangular
5x5,5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 258.
Soporte: ca. 190-160 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
81. MA inciso
9x4-8x4 mm. 5 ejemplares (5 anv.).
Sobre Gadir.
Ref.: Delgado, 1873: Lám. XXVI, n.º 17; Guadán,
1960b: XCIII; 1960a: XXIX; Alfaro, 1988: 72, n.º 5.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/08a | ID 115026, Vico
06/06/2019, lote 12 (anv.).
Gadir, MIB 9/60h
Museo Arqueológico Nacional 1993/67/535 (anv.).
82. S·AE con punzón rectangular
7,5x6 mm. 5 ejemplares (1 anv.; 4 rev.).
Sobre Ausesken, Carmo, ¿Gadir? y Saiti.
Ref.: Guadán 1960b: CXXXIII; Cores y Cores,
2017: 355.
Soportes: ca. 195-45 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: segunda mitad del siglo I a.C.
Saiti, MIB 30/18 | ID 135413
Museo Arqueológico Nacional 1993/67/3715 (rev.).
83. S AL con punzón circular
10x6 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Vigo, 1952: n.º 36; Guadán, 1960b: XCIV;
1960a: XXVI; Alfaro, 1988: 72, n.º 10.
Soporte: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60h | ID 55337
Instituto Valencia de Don Juan n.º 1796 (rev.).
84. VE con punzón rectangular
8x8 mm. 2 ejemplares (2 rev.).
Sobre Labini y Ulia.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 305.
Soportes: ca. 195-140 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
Labini, MIB 164/01 | ID 130435
Vico 07/11/2019, lote 8 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-255]
254
P. Cerdà Insa
85. Monograma incierto
Este tipo incluye tres contramarcas de punzones
rectangulares con monogramas inciertos que son
difíciles de interpretar por el escaso número de piezas
sobre las que se encuentran aplicadas.
85a. Monograma incierto I
5x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Ventipo.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 376.
Soporte: ca. 160-120 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
Ventipo, MIB 206/01 | ID 134310
Vico 05/03/2020, lote 190 (anv.).
85b. Monograma incierto II
4x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 160-130 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
85c. Monograma incierto III
Castulo, MIB 157/15
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
10x8 mm. 2 ejemplares (1 anv.; 1 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Alfaro, 1988: 72, n.º 14.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Letras neopúnicas
86. Letras B‘B‘L con punzón rectangular
Gadir, MIB 9/60
Alfaro, 1988: n.º 2519 (rev.).
11x6,5 mm. 11 ejemplares (11 anv.).
Sobre Asido.
Ref.: Vives, 1924: 90/6; Guadán, 1960b: V; ACIP
915; CNH 122/4.
Soportes: ca. 130-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
87. Letras ‘ŠD‘
87a. Letras ‘ŠD‘ con punzón circular
9 mm. 8 ejemplares (8 anv.).
Sobre Okelakom, Sekaiza y Tamusia.
Ref.: Guadán, 1960b: CXXXVIII; 1960a: V;
Gomis Justo, 2001: n.º 1-2; ACIP 968; CNH
130/2.
Soportes: ca. 130-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Asido, MIB 17/02 | ID 31242
Herrero 12/12/2013, lote 23 (anv.).
Sekaiza, MIB 117/26c | ID 87681
Col. particular (anv.).
[page-n-256]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
255
87b. Letras ‘ŠD‘ con punzón rectangular
9x7 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Sekaiza.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 130-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados siglo I a.C.
Signos ibéricos
Sekaiza, MIB 117/24d
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
88. Signo ibérico U inciso
7x6 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Sekobirikez.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 110-80 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Sekobirikez, MIB 125/25 | ID 51492
Real Academia de la Historia 1743 (rev.).
89. Signo ibérico M inciso
11x12 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Sekobirikez.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 110-80 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Sekobirikez, MIB 125/25 | ID 51492
Real Academia de la Historia 1743 (anv.).
90. Signo ibérico O con punzón circular
4 mm. 9 ejemplares (9 rev.).
Sobre Orosiz.
Ref.: Vigo, 1952: 35 (citada en el texto como dudosa);
Guadán, 1960b: CXXIV; 1960a: IV; Cores y Cores,
2017: 172-173.
Soportes: ca. 120-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Orosiz, MIB 73/04 | ID 128010
Museu de Prehistòria de València 42162 (anv.).
91. Signo ibérico O con punzón rectangular
5x6 mm. 2 ejemplares (2 anv.).
Sobre Kelse.
Ref.: Herreras Belled, 2011-2012: 316, n.º 8.11.
Soportes: ca. 72-45 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kelse, MIB 69/26b
eBay 320703944206 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-257]
256
P. Cerdà Insa
92. Signo ibérico Ś/S
92a. Signo ibérico Ś/S con punzón adaptado al
perfil de la letra
5x3,5 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Aratikos.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 217.
Soportes: ca. 130-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Aratikos, MIB 113/02a | ID 98270
Vico 15/11/2018, lote 108 (anv.).
92b. Signo ibérico Ś con punzón rectangular
5x6 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kili.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 117.
Soporte: ca. 50 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
92c. Signo ibérico Ś/S inciso
Kili, MIB 31/03 | ID 78368
Vico 16/11/2017, lote 208 (anv.).
4x3 mm. 5 ejemplares (5 anv.).
Sobre Aratikos.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 130-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Aratikos, MIB 113/02a | ID 3240
Vico 05/06/2008, lote 23 (anv.).
92d. Signo ibérico Ś con las uniones planas
2x1 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Bolskan.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 100-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Bolskan, MIB 79/11c | ID 140521
Áureo & Calicó 02/07/2020, lote 450 (anv.).
93. Signo ibérico KO con punzón circular
93a. Signo ibérico KO regular
6 mm. 12 ejemplares (12 rev.).
Sobre Malaca.
Ref.: Guadán, 1960b: CXIX; 1960a: VI; Campo y
Mora, 1995: 149-150.
Soportes: ca. 170-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Malaca, MIB 10/16 | ID 46254
SNG BM Spain n.º 380 (rev.).
[page-n-258]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
257
93b. Signo ibérico KO irregular
7 mm. 4 ejemplares (4 rev.).
Sobre Malaca.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 170-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
94. Signo ibérico KU
Malaca, MIB 10/13 | ID 80295
Áureo & Calicó 24/04/2018, lote 3439 (rev.).
94a. Signo ibérico KU con punzón circular
inciso con punto central
2 mm. 13 ejemplares (10 anv.; 3 rev.).
Sobre Arekorata, Baskunes y Sekobirikez.
Ref.: Guadán, 1960b: VI; 1960a: XI.
Soportes: ca. 150-80 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Arekorata, MIB 102/23 | ID 14438
Col. R. González (anv.).
94b. Signo ibérico KU con punzón circular
inciso doble
3 mm. 4 ejemplares (3 anv.; 1 rev.).
Sobre Arekorata, Bentian y Sekobirikez.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 130-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Sekobirikez, MIB 125/09a | ID 140638
Áureo & Calicó 17/09/2020, lote 255 (anv.).
95. Signo ibérico TI con punzón rectangular
4x4,5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Iltirta.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-135 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Iltirta, MIB 67/78e | ID 67935
Col. Cores (rev.).
96. Signo ibérico KI con punzón circular
5 mm. 2 ejemplares (1 anv.; 1 rev.).
Sobre Kese y Laiesken.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 150-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kese, MIB 46/06 | ID 112719
Áureo 29/10/2002, lote 4259 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-259]
258
P. Cerdà Insa
97. Signos ibéricos A I con punzón adaptado a
su forma
6x3,5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Bolskan.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 160-140 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C.
Bolskan, MIB 79/03
Vico 06/06/1991, lote 38 (rev.).
98. Signos ibéricos UA con punzón
rectangular
7x7,5 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Bilbiliz.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 130-72 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Bilbiliz, MIB 116/01a | ID 115806
OMNI 28/11/2016 (anv.).
99. Signos ibéricos A R con punzón
rectangular
5x3 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Kelse.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 167.
Soporte: ca. 140-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kelse, MIB 69/08a | ID 79635
Vico 01/03/2018, lote 233 (rev.).
100. Signos ibéricos E L con punzón
rectangular
7x5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Kili.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Kili, MIB 31/01 | ID 116688
Col. Vidal Valle n.º 491 (rev.).
101. Letras Q y P y signo ibérico meridional
O intercalado con punzón rectangular
9x3,5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 80-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/59b
tesorillo.com 09/2022 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-260]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
259
102. Signos ibéricos L BI con punzón
rectangular
6x5 mm. 2 ejemplares (2 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Guadán 1960a: I.
Soportes: ca. 190-160 a.C., bastante
desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o
inicios del siglo I a.C.
103. Signos ibéricos M N punteados
Castulo, MIB 157/08a | ID 47105
SNG BM Spain n.º 1231 (rev.).
1 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Untikesken.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 149.
Soporte: ca. 150-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
104. Inscripción ibérica LESE con punzón
Untikesken, MIB 57/36 | ID 82336
Áureo & Calicó 04/07/2018, lote 1094 (anv.).
rectangular
15,5x5 mm. 3 ejemplares (3 rev.).
Sobre Kelse.
Ref.: Herreras Belled, 2011-2012: 316, n.º
8.2; Cores y Cores, 2017: 166.
Soportes: ca. 72-45 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kelse, MIB 69/26a | ID 79628
Vico 01/03/2018, lote 226 (rev.).
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A r c h i v o d e P r ehistor ia L evantina
Archivo de Prehistoria Levantina es una revista periódica de carácter bienal, editada por el Museu de Prehistòria
de València. Tiene como objetivo la publicación de estudios y notas de temática arqueológica (de la prehistoria a la
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se permiten las líneas horizontales esenciales para su comprensión y no se admiten rellenos de fondo. Un ejemplo de
formalización es el siguiente:
Tabla 28. Medidas comparativas del M2/ de diferentes caprinos.
Pla Llomes
Senèze (1)
Venta Micena (2)
Procamptoceras
PLl-51
Hemitragus albus
n
v
m
n
v
m
Longitud MD oclusal
18,18
5
18-18,5
18,3
17
17,12-19,59
18,43
Longitud MD (a 1 cm)
17,26
3
14-16,5
15,3
19
12,04-18,45
17,01
Anchura lób. ant. (a 1 cm)
12,40
5
13-16
14,5
16
11,17-13,47
12,09
Anchura lób. post. (a 1 cm)
10,62
5
11,5-15
13,3
18
9,41-12,06
10,11
(1) Duvernois y Guérin, 1989; (2) Crégut-Bonnoure, 1999.
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Figuras
Las figuras (dibujos de línea, fotografías y gráficos), preferentemente a color, se entregarán en formato tiff, eps
o jpg, a una resolución mínima de 300 ppp a tamaño de impresión. Sus dimensiones máximas se ajustarán a la
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correlativa. Los pies se presentarán en un archivo aparte. Cuando corresponda, las figuras llevarán escala gráfica
y los mapas/planos indicación además del Norte geográfico. Los textos que formen parte de las figuras deberán
tener a tamaño de impresión un cuerpo mínimo de 9 puntos y un máximo de 16.
Referencias bibliográficas
Las citas bibliográficas en el texto se realizarán con el apellido(s) del autor(es) en minúsculas y el año de
publicación, entre paréntesis, de la siguiente forma:
· Un autor: (Aura Tortosa, 1984: 138) o Aura Tortosa (1984: 138).
· Dos autores: (Pérez Jordà y Carrión, 2011) o Pérez Jordà y Carrión (2011).
· Tres o más autores: (Pla et al., 1983a) o Pla et al. (1983a).
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c… después del año para referencias con idénticos autores y misma fecha de publicación.
La bibliografía, listada al final del trabajo, seguirá el orden alfabético por apellidos. Para un autor específico, el
criterio será, consecutivamente:
· Autor solo: ordenación cronológica por año de publicación.
· Con un coautor: ordenación alfabética por el coautor.
· Con dos coautores o más: ordenación por año de publicación.
Deben incluirse todos los nombres en las obras colectivas. No son aconsejables las citas en texto de trabajos inéditos
(tesis, tesinas), siendo preferible su reseña completa en notas al pie. Las obras en prensa, para ser aceptadas, deberán
tener todos los datos editoriales. Los siguientes ejemplos ilustran los criterios formales a seguir:
Artículos
Artículo en revista
ROMAN MONROIG, D. (2014): “El jaciment de Sant Joan de Nepomucé (La
Serratella, La Plana Alta, Castelló)”. Saguntum-PLAV, 46, p. 9-20. [doi opcional].
Artículo en revista electrónica
(no paginado)
FERNÁNDEZ-LÓPEZ DE PABLO, J.; BADAL, E.; FERRER GARCÍA, C.;
MARTÍNEZ-ORTÍ, A. y SANCHIS SERRA, A. (2014): “Land snails as a diet
diversification proxy during the Early Upper Palaeolithic in Europe”. PLoS ONE, 9
(8): e104898. doi:10.1371/journal.pone.0104898.
Libros y obras colectivas
Libro
ARANEGUI, C. (2012): Los iberos ayer y hoy. Arqueologías y culturas. Marcial
Pons Historia, Madrid.
Libro dentro de serie
FUMANAL GARCÍA, M. P. (1986): Sedimentología y clima en el País Valenciano.
Las cuevas habitadas en el cuaternario reciente. Servicio de Investigación
Prehistórica, Diputación Provincial de Valencia (Trabajos Varios del SIP, 83),
Valencia.
Obra colectiva sin responsable(s)
de publicación
VV.AA. (1995): Actas de la I Reunión Internacional sobre el Patrimonio
arqueológico: Modelos de Gestión. Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en
Filosofía y Letras y en Ciencias de Valencia y Castellón, Valencia.
Obra colectiva con responsable(s)
de publicación
SANCHIS SERRA, A. y PASCUAL BENITO, J. L. (ed.) (2013): Animals i
arqueologia hui. I jornades d’arqueozoologia del Museu de Prehistòria de
València. Museu de Prehistòria de València, Diputació de València, València.
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Contribuciones a obras
colectivas
Capítulo de libro
MARTÍ OLIVER, B. (1998): “El Neolítico: los primeros agricultores y ganaderos”.
En Prehistoria de la Península Ibérica. Ariel, Barcelona, p. 121-195.
Obra sin responsable(s)
de publicación
AURA TORTOSA, J. E. (1984): “Las sociedades cazadoras y recolectoras:
Paleolítico y Epipaleolítico en Alcoy”. En Alcoy. Prehistoria y Arqueología. Cien
años de investigación. Ayuntamiento de Alcoy e Instituto de Estudios ‘Juan GilAlbert’, Alcoy, p. 133-155.
Obra con responsable(s)
de publicación
PÉREZ JORDÀ, G. y CARRIÓN MARCO, Y. (2011): “Los recursos vegetales”.
En G. Pérez Jordà, J. Bernabeu, Y. Carrión, O. García Puchol, L. Molina y M. Gómez
Puche (ed.): La Vital (Gandia, Valencia). Vida y muerte en la desembocadura del
Serpis durante el III y el I milenio a.C. Museu de Prehistòria de València, Diputació
de València (Trabajos Varios del SIP, 113), Valencia, p. 97-103.
Reunión científica sin
responsable(s) de publicación
Reunión científica con
responsable(s) de publicación
PLA BALLESTER, E.; MARTÍ OLIVER, B. y BERNABEU AUBÁN, J. (1983):
“La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia) y los inicios de la Edad del Bronce”.
XVI Congreso Nacional de Arqueología (Murcia-Cartagena, 1982). Secretaría
general de los congresos arqueológicos nacionales, Zaragoza, p. 239-247.
MARTÍ OLIVER, B.; FORTEA PÉREZ, J.; BERNABEU AUBÁN, J.; PÉREZ
RIPOLL, M.; ACUÑA HERNÁNDEZ, J. D.; ROBLES CUENCA, F. y GALLART
MARTÍ, M. D. (1987): “El Neolítico antiguo en la zona oriental de la Península
Ibérica”. En J. Guilaine, J. Courtin, J.-L. Roudil y J.-L. Vernet (dirs.): Premières
communautés paysannes en Méditerranée occidentale. Actes du Colloque
International du CNRS (Montpellier, 1983). Éditions du CNRS, Paris, p. 607-619.
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Archivo
de
Prehistoria Levantina
Servicio de Investigación Prehistórica
Museo de Prehistoria de Valencia
Vol. XXXIV
Diputación de Valencia
Valencia, 2022
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA (APL)
Revista del Museu de Prehistòria de València.
Fundada en 1928 por D. Isidro Ballester Tormo como Anuario del Servicio de Investigación Prehistórica
de la Diputación Provincial de Valencia.
Directora: María Jesús de Pedro Michó (MPV).
Editor: Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez (MPV).
Consejo de redacción: Ferran Arasa i Gil (Universitat de València), Yolanda Carrión Marco (Universitat de
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Fernández de Palencia (MPV), Sonia Gutiérrez Lloret (Universidad de Alicante), Alfred Sanchis Serra (MPV),
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Ribera Lacomba (ICAC), Pere Pau Ripollés Alegre (Universitat de València), Corinna Riva (UCL, Institute
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(Museo Arqueológico de Alicante-MARQ), Valentín Villaverde Bonilla (Universitat de València), João Zilhão
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Ayudante de edición: Ángel Sánchez Molina (MPV).
CORRESPONDENCIA
Revista APL
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eISSN: 1989-0508
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Í NDI CE
9
M. Á. Bel
¿Buscar agujas en un pajar? Evaluación de la metodología del estudio de remontajes líticos
de la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
29
A. Eixea y A. Sanchis
Reconstrucción preliminar de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial
de la Cova Foradada (Oliva, Valencia) a partir del estudio de los materiales líticos
61
M. Vadillo Conesa, C. Real y A. Ribera
El Abric de l’Hedra (Ontinyent, Valencia). Nuevos datos para el conocimiento de los grupos
de cazadores recolectores del Paleolítico medio y superior en La Vall d’Albaida
83
M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
Revisión tipológica de los sepulcros calcolíticos del cuadrante Sureste de la Península Ibérica.
Las sepulturas construidas en mampostería con corredor, cámara circular y cubierta plana
del Grupo Arqueológico de Los Millares
109
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
145
F. Prados Martínez, H. Jiménez Vialás y A. García Menárguez
De la Astarté fenicia a la diosa-madre ibérica. Análisis de la documentación arqueológica
del santuario del Castillo de Guardamar (Alicante)
173 I. Amorós López
Más allá de la imitación. Vajillas ibéricas con formas áticas en La Bastida de les Alcusses
(Moixent, Valencia)
199
J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico con decoración antropomorfa
procedente de Cabezo del Agua Salada (Alcantarilla, Murcia)
221
P. Cerdà Insa
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (siglos III-I a.C.)
263
Normas para la presentación de originales
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 9-27
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1585
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Miguel Ángel BEL a
¿Buscar agujas en un pajar? Evaluación de la
metodología del estudio de remontajes líticos de la
Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
RESUMEN: La búsqueda de remontajes requiere de unos procedimientos adecuados para optimizar el
tiempo y esfuerzo invertidos. En este trabajo se analizan diversos factores que han podido condicionar
el estudio de remontajes líticos de los conjuntos del Paleolítico superior de la Cova de les Cendres.
La variabilidad de las materias primas o la presencia de restos con córtex influyen claramente en los
resultados obtenidos. Se evalúa el tiempo invertido en buscar remontajes y se señala la utilidad de
realizar gráficas de esfuerzo-rendimiento. La valoración de estos y otros factores permite discutir la
idoneidad de los procedimientos seguidos y plantear algunas directrices que pueden ser de utilidad para
futuros estudios desarrollados en contextos similares de la fachada mediterránea ibérica.
PALABRAS CLAVE: remontajes, industria lítica, metodología, Paleolítico superior, fachada
mediterránea ibérica.
Looking for needles in a haystack? Assessing the methodology
of the lithic refitting study of Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
ABSTRACT: Refitting requires some adequate procedures to optimise the invested time and effort.
In this work, several factors which could determine the lithic refitting study of the Upper Palaeolithic
assemblages of Cova de les Cendres are analysed. The variability of raw material and the presence of
remains with cortical surfaces clearly influenced the obtained results. Time spent in refitting is assessed
and the utility of effort-productivity charts is highlighted. The assessment of these and other factors
allows the discussion of the suitability of the applied procedures and the suggestion of some guidelines
which could be useful for future research on similar contexts from Iberian Mediterranean Basin.
KEYWORDS: refitting, lithic industry, methodology, Upper Palaeolithic, Iberian Mediterranean Basin.
a PREMEDOC-GIUV2015-213. Universitat de València, Departament de Prehistòria, Arqueologia i Història Antiga.
miguel.bel@uv.es
Recibido: 02/05/2022. Aceptado: 27/10/2022.
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10
M. Á. Bel
1. INTRODUCCIÓN
Los remontajes de restos líticos se vienen aplicando de forma más o menos continuada durante los
últimos 50 años para abordar diversas cuestiones del registro arqueológico. En la década de los 60
del pasado siglo, el estudio del yacimiento al aire libre de Pincevent evidenció el potencial de los
remontajes, al emplearlos de forma sistemática para analizar el comportamiento tecnológico y la
organización espacial de los grupos magdalenienses que habitaron el lugar (Leroi-Gourhan y Brézillon,
1966, 1972). Desde entonces se han utilizado en diversidad de contextos con el objetivo de tratar
fundamentalmente tres tipos de cuestiones: tafonómicas, tecnológicas y de organización espacial. En
cuanto a las tafonómicas, los remontajes permiten evaluar la integridad de los conjuntos arqueológicos
y aportan información sobre los procesos de formación de los depósitos (Aubry et al., 2014; Bordes,
2000; Deschamps y Zilhão, 2018; Staurset y Coulson, 2014; Villa, 1982). En los estudios tecnológicos
muestran cómo se producen las piezas líticas y qué lugar ocupan en la chaîne opératoire, con lo que
permiten analizar la variabilidad de los sistemas tecnológicos y las decisiones humanas vinculadas con
distintos factores (Bachellerie et al., 2007; Bodu et al., 1990; Davidzon y Goring-Morris, 2007; Hallos,
2005; Turq et al., 2013). En el análisis espacial de las ocupaciones humanas contribuyen a conocer la
organización espacial de las actividades y las relaciones entre distintas áreas del yacimiento, a partir
de lo cual se puede valorar la sincronía o diacronía entre distintos espacios (Brenet et al., 2018; Cahen
et al., 1979; Clark, 2017; Leroi-Gourhan y Brézillon, 1972; Vaquero et al., 2017).
Independientemente del objetivo con que se utilicen, el potencial de los remontajes radica
principalmente en su naturaleza relativamente inequívoca, su aplicabilidad a todo tipo de conjuntos
que presenten materiales fracturados –ya sean líticos o de otra naturaleza– y los vínculos espaciotemporales que permiten trazar referidos a eventos concretos (Hofman, 1992b; Romagnoli y Vaquero,
2019). No obstante, a pesar de las ventajas que ofrecen a la hora de analizar el registro arqueológico,
en la actualidad siguen sin ser una herramienta que se utilice de forma sistemática en los proyectos
de investigación, en gran medida debido a limitaciones como ciertas características de las piezas
líticas (homogeneidad de las materias primas, presencia de alteraciones térmicas o pátinas, etc.) o
las dificultades que imponen conjuntos de cuevas y abrigos donde son comunes los palimpsestos
formados por diversos eventos deposicionales (Vaquero et al., 2017), así como por la inversión de
tiempo requerida, la frecuente valoración negativa de su productividad o las necesidades logísticas y
de espacio en los laboratorios.
Sus fundamentos teóricos y metodológicos se han tratado de forma general en diversos trabajos
(Almeida, 1995; Cahen, 1987; Cziesla, 1990b; Hofman, 1992b; Larson e Ingbar, 1992; Laughlin y
Kelly, 2010; McCall, 2010; Romagnoli y Vaquero, 2019; Schurmans, 2007), en los que se valoran
los factores que influyen en la búsqueda e identificación de remontajes. En este trabajo valoramos
los factores que han influido en el análisis de un caso concreto, el estudio realizado en los niveles
paleolíticos de la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante) (Bel, 2020). Nuestro principal
propósito es evaluar las ventajas y limitaciones de la metodología utilizada a partir del análisis de
distintas variables que han influido en el estudio, discutir la idoneidad de los procedimientos seguidos
y plantear algunas directrices que puedan ser de utilidad para futuras investigaciones.
2. LA COVA DE LES CENDRES
La Cova de les Cendres se encuentra a 60 m.s.n.m. en los acantilados costeros de la punta de Moraira
(Teulada-Moraira, Alicante) (fig. 1a, b). Su formación está vinculada a una fractura vertical en los
niveles de calizas margosas del Cretácico superior (Bergadà et al., 2013). Se trata de una cavidad
kárstica de 1000 m2, cuya boca se abre al Sureste y que comprende dos zonas bien diferenciadas
APL XXXIV, 2022
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¿Buscar agujas en un pajar? Estudio de remontajes líticos de la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
11
Fig. 1. a) Localización de la Cova de les Cendres en la Península Ibérica; b) vista de los acantilados en los que se
encuentra la cavidad (la flecha señala la boca de la cueva) (fotografía: C. Real); c) planta de la cueva; d) área excavada.
(fig. 1c): una exterior bien iluminada que presenta grandes bloques caídos de la visera y otra interior
constituida por una amplia sala de en torno a 600 m2. Esta última se encuentra escasamente iluminada
debido al fuerte descenso del techo de la cueva, el cual vuelve a ascender a medida que se profundiza
en la cavidad. En esta zona interior se encuentra el área excavada de 42,5 m2 (fig. 1d). Las excavaciones
desarrolladas en el yacimiento durante los últimos 40 años han documentado una larga secuencia con
niveles pleistocenos adscritos al Auriñaciense, Gravetiense, Solutrense y Magdaleniense (Villaverde
et al., 2010, 2012, 2019), además de niveles del Neolítico (Bernabeu y Molina, 2009).
Los niveles analizados en este trabajo son, de base a techo (Bel, 2020; Martínez-Alfaro et al., 2019;
Villaverde et al., 2019): XVII (sin dataciones ni adscripción cultural por el momento); XVID y XVIC
(35.340 – 31.020 cal BP, Auriñaciense); XVIB, XVIA y XV (31.000 – 25.340 cal BP, Gravetiense);
XIV (24.620 – 24.030 cal BP, principalmente Gravetiense aunque presenta algunas mezclas con el
Solutrense); XIII (23.230 – 20.050 cal BP, Solutrense). Estos niveles se han documentado en el Sector
B, una parte del área excavada que comprende como máximo unos 11-12 m2, pero que en su mitad
inferior (desde el nivel XVIA al XVII) se ve reducida a 3-4 m2 que se corresponden con los cuadros
A-B-C/17-18. El espesor total de estos ocho niveles está en torno a 2,25-2,5 m.
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M. Á. Bel
3. MATERIALES Y MÉTODOS
La industria lítica de los niveles analizados comprende un total de 33.987 restos, de los cuales 9117 son
los que se han incluido en el estudio de remontajes (tabla 1) y los 24.870 restantes son esquirlas1. El
estudio tecno-tipológico de estos materiales ha seguido los criterios de trabajos de referencia (Baena,
1998; Inizan et al., 1995; Pelegrin, 2000; Sonneville-Bordes y Perrot, 1954, 1955, 1956a, 1956b; Tixier
et al., 1980) y ya ha sido parcialmente publicado (Martínez-Alfaro et al., 2019, 2021; Villaverde et al.,
2010, 2019; Villaverde y Roman, 2004, 2012). El sílex es la materia prima mayoritaria en la secuencia,
con tres tipos principales: uno local y dos alóctonos, estos últimos los tipos Serreta y Mariola. La talla
está orientada a la explotación laminar en los tres tipos de sílex, excepto en el nivel XVII, en el que
no se han documentado soportes laminares. En todos los niveles analizados, la chaîne opératoire está
completamente representada, ya que más del 20 % de las piezas cuenta con superficies corticales y hay
una buena representación de núcleos y productos de mantenimiento de los núcleos, lo cual demuestra
los procesos de talla in situ. En relación con las piezas retocadas, el nivel XVIC se caracteriza por la
presencia de algunas laminitas Dufour. El utillaje de dorso –puntas de la Gravette, microgravettes o
puntas tipo Cendres– es destacable en los niveles XV, XVIA y XVIB, y no se documenta en los niveles
XVIC, XVID y XVII. El grupo Solutrense está bien representado en el nivel XIII, principalmente
compuesto de puntas de cara plana y puntas escotadas.
En cuanto al estudio de remontajes, cada conjunto de dos o más piezas que presenten superficies
de contacto entre sí se ha considerado como un remontaje, mientras que cada relación entre dos piezas
se considera una conexión. Las conexiones documentadas han sido clasificadas siguiendo los tipos
propuestos por Cziesla (1990b): secuencia de producción, fractura, modificación e insert. En las de
tipo insert hemos diferenciado entre las de fractura térmica y las de fractura diaclásica, es decir,
producidas por fisuras presentes en la materia prima de forma natural. Para la búsqueda de remontajes,
todos los restos líticos se dispusieron en mesas acompañados de las etiquetas en que se indicaba
su procedencia (año de campaña, cuadro, capa, unidad sedimentaria y subcuadro), así como de las
etiquetas individuales con el número de inventario de cada pieza, debido a que los restos líticos no
están siglados a causa del reducido tamaño de la mayoría de ellos. En un diario de laboratorio se
anotaba el tiempo invertido en cada jornada de trabajo y la hora a la que se encontraba cada conexión.
En una primera fase, se buscaron conexiones dentro de los niveles durante 561 horas. Las piezas de
los distintos niveles se distribuyeron en las mesas organizadas sucesivamente en seis conjuntos (o
extendidas). Inicialmente, las piezas fueron clasificadas por grupos de materia prima (GMP) siguiendo
criterios macroscópicos (Mangado, 2004), si bien una buena parte de ellas no pudieron clasificarse por
GMP debido a las alteraciones térmicas que presentaban o al reducido tamaño que impedía identificar
los atributos distintivos del posible grupo. Los principales criterios macroscópicos utilizados fueron:
textura, color, grado de rugosidad de las superficies concoidales y corticales, color del córtex,
particularidades (grado de opacidad, inclusiones, fósiles, fisuras, vetas, intrusiones, etc.) y aptitud
para la talla. Se definieron 50 GMP agrupados en 13 conjuntos en función de ciertas características
que compartían. Esta clasificación en GMP en lugar de en unidades de materia prima (UMP) se realizó
debido a la alta homogeneidad de muchas litologías. Una vez hecho esto, se buscaron sistemáticamente
conexiones de fractura entre los fragmentos laminares (Bel et al., 2020) y después, conexiones de
cualquier tipo entre todo el conjunto extendido en las mesas. La búsqueda no se priorizó por proximidad
1 Se han considerado esquirlas aquellos restos cuyas dimensiones estando completos no superan los 10 mm tanto en su longitud
como en su anchura, a excepción de laminitas de pequeño tamaño en las que ciertos atributos (como la preparación previa del
talón o el retoque) indican que se han producido intencionalmente o han sido transformadas para su uso. El elevado número de
esquirlas propició que fueran excluidas del estudio para hacerlo viable en cuanto a inversión de tiempo y esfuerzo, así como a
nivel logístico.
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¿Buscar agujas en un pajar? Estudio de remontajes líticos de la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
Tabla 1. Composición de la industria lítica analizada por niveles, piezas remontadas y porcentaje de conexiones
calculados sobre el total de piezas analizadas en cada nivel. PAN: producto de acondicionamiento de núcleo.
Lasca
Lasca laminar
Lámina
Laminita
Astilla
Núcleo
PAN
Golpe de buril
Debris
Canto/bloque
Total
Piezas remontadas
% de conexiones
XIII
XIV
XV
XVIA
XVIB
XVIC
XVID
XVII
1985
258
142
602
33
81
159
65
299
5
3629
152
4,19
232
30
14
61
25
16
43
9
63
0
493
22
4,46
584
76
35
130
34
34
108
19
159
1
1180
56
4,75
1337
193
92
579
107
52
253
85
483
7
3188
127
3,98
201
29
10
50
26
17
30
15
77
2
457
47
10,28
66
17
4
17
3
1
8
0
25
0
141
15
10,64
5
1
0
1
1
3
0
0
1
0
12
1
8,33
15
0
0
0
0
0
0
0
2
0
17
4
23,53
espacial de las piezas para no introducir de partida un sesgo en favor de las conexiones con distancias
más cortas. Además, en varios de los conjuntos extendidos, se invirtió tiempo específicamente en
buscar conexiones entre los núcleos y los soportes producidos con ellos. En una segunda fase, se
buscaron conexiones entre piezas pertenecientes a distintos niveles durante 291 horas. En esta última
fase nos centramos en buscar conexiones de fractura de fragmentos laminares y conexiones entre
restos pertenecientes a un mismo GMP, en este caso empleando la clasificación realizada previamente
y priorizando las litologías menos frecuentes y/o con unos atributos más distintivos. Todas estas
búsquedas fueron llevadas a cabo únicamente por el autor de este trabajo, aunque otros dos compañeros
del laboratorio buscaron remontajes ocasionalmente (de forma no sistematizada) e incluso llegaron a
encontrar alguna conexión. En cuanto al tratamiento estadístico de los datos, se calculó el porcentaje
de conexiones –o porcentaje de remontaje– (Cziesla, 1990b), que refleja la proporción que representan
las piezas remontadas en relación al conjunto total de piezas analizadas.
Se han documentado 186 remontajes, compuestos por 424 piezas que representan un 4,65 % del total de
9117 restos analizados (Bel, 2020). El porcentaje de conexiones por nivel también es reducido, rondando
generalmente el 5 % y superando ligeramente el 10 % en los niveles XVIB y XVIC (tabla 1). Los remontajes
de secuencias de producción son los más abundantes (103) –que en 19 casos incluyen el núcleo explotado–,
seguidos de los de fractura (46), insert (30) y modificación (7). Predominan los remontajes integrados por
dos piezas, y aquellos de tres y cuatro piezas representan porcentajes reducidos. En cuanto al tamaño de los
restos remontados, la mayoría se encuentran entre 10 y 20 mm, mientras que hay una proporción destacada
entre 20 y 30 mm. De las 238 conexiones que componen estos remontajes, algo más de un 80 % se dan
dentro de los niveles y el resto vinculan piezas de niveles diferentes.
4. RESULTADOS
Con el propósito de analizar los factores que han podido influir en la búsqueda e identificación de los
remontajes, abordamos diversos aspectos referidos a las propias características de los conjuntos líticos, al
proceso de excavación y a los procedimientos seguidos en la búsqueda de remontajes en el laboratorio.
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M. Á. Bel
4.1. Características de la industria lítica
La clasificación por GMP de las piezas líticas sirve para valorar cómo han influido el grado de variación de las
materias primas y la presencia de litologías con rasgos muy distintivos. En la mayor parte de los conjuntos de
GMP definidos (Bel, 2020) el porcentaje de conexiones ronda el 5 % (fig. 2a), en consonancia con el porcentaje
general obtenido para el conjunto de la industria lítica analizada. La excepción más clara la constituyen la
cuarcita y el sílex Mariola opaco, con un 37 % y un 20 % de sus restos remontados respectivamente, mientras
que el Mariola gris claro – blanco y la calcedonia superan ligeramente el 10 %. Estos cuatro conjuntos de GMP
representan, por otro lado, una proporción reducida del total de la industria lítica analizada (fig. 2b). Además, hay
que destacar que en todos ellos se seleccionaron todas sus piezas para buscar remontajes en la fase de búsqueda
por GMP. Contrariamente a esto, el segundo conjunto más numeroso en restos, el Serreta translúcido, presenta
el porcentaje de remontaje más bajo, si bien hay que señalar que sus restos no fueron seleccionados para buscar
conexiones por GMP. Entre los cinco conjuntos más numerosos cabe destacar el Local gris claro – blanco y el
Serreta opaco, con porcentajes de conexiones por encima del 7 % y en los que sí que se seleccionaron algunos
restos para buscar remontajes por GMP.
Tal como se ha planteado anteriormente, el tamaño de los restos remontados es reducido, situándose una gran
parte entre 10 y 30 mm. La comparativa con el tamaño de los restos que componen todo el conjunto de piezas
analizado puede permitirnos valorar cómo ha influido esta variable en el estudio. La longitud y anchura de las
piezas presenta una distribución similar entre el conjunto total de piezas analizado y las piezas remontadas (fig.
3). En la longitud, el conjunto total supera en más de cinco puntos porcentuales a las piezas remontadas en los dos
primeros intervalos, mientras que a partir del intervalo de 15 – 20 mm esto se invierte y son las piezas remontadas
las que presentan porcentajes ligeramente más altos. En la anchura, el conjunto total supera en casi nueve puntos
a las piezas remontadas en el primer intervalo, pero a partir del intervalo de 10 – 15 mm las piezas remontadas
presentan un porcentaje ligeramente superior, tanto en ese como en el resto de intervalos.
En cuanto a los restos líticos con córtex, por falta de tiempo en el estudio realizado, no se ha priorizado su
búsqueda de forma sistemática en ningún momento, por lo que comparar las proporciones de estos restos puede
servir para valorar cómo influye la presencia de superficies corticales sin que exista un condicionamiento de la
metodología empleada. En el conjunto total analizado los restos con córtex constituyen en torno a un 28 % de las
piezas, mientras que entre las piezas remontadas cuentan con una proporción muy superior, rondando el 47 %.
Si nos centramos en la representación de los soportes producidos, los núcleos y los productos de
acondicionamiento de núcleo (PAN), la comparativa se ciñe en este caso a las conexiones de secuencias de
producción. Se observa una gran similitud entre los porcentajes documentados en el conjunto total analizado
y en las piezas remontadas (fig. 4). Las diferencias más importantes, de en torno a seis puntos porcentuales, se
dan en las laminitas y en los núcleos, con una mayor proporción en el conjunto total y en las piezas remontadas
respectivamente. Además, cabe destacar el caso de las astillas, que también cuentan con un peso mayor entre las
piezas remontadas.
El material retocado supone alrededor del 16 % del conjunto total analizado, mientras que su porcentaje es
claramente más reducido en las piezas que conforman estas conexiones de secuencias de producción, con tan
solo un 6 %. De entre estas últimas cabe destacar que más de un tercio (n = 5) son piezas astilladas. Asimismo,
entre los siete remontajes con conexiones de modificación documentados en todo el conjunto, cuatro de ellos son
fruto del uso de piezas astilladas.
4.2. Factores metodológicos de la excavación y el trabajo de laboratorio
Las características del área excavada y la metodología seguida en campo pueden influir en los porcentajes
de remontaje. Dado que los procedimientos de recuperación de los materiales, tanto en excavación como en
el triado del sedimento, han sido lo más cuidadosos posibles, nos centraremos en valorar las dimensiones
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¿Buscar agujas en un pajar? Estudio de remontajes líticos de la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
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Fig. 2. Porcentaje de conexiones en cada conjunto de GMP (a), calculado en cada caso sobre el total de piezas de
cada GMP; proporción de los conjuntos de GMP en la industria lítica analizada (b), calculada sobre el total de piezas
incluidas en algún conjunto de GMP; conjuntos de GMP con mayor porcentaje de conexiones (c), de izquierda a
derecha: lasca de cuarcita, remontaje de sílex Mariola opaco, lasca de sílex Mariola gris claro – blanco, remontaje de
calcedonia (escala de 1 cm).
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M. Á. Bel
Fig. 3. Proporción de los intervalos de longitud (a) y anchura (b) en el conjunto total de piezas analizadas y remontadas.
del área excavada. Como ya se ha planteado, esta es de reducidas dimensiones, sobre todo si la comparamos
con las de la sala interior de la cavidad en la que se desarrollan los trabajos, de en torno a 600 m2. En los
niveles superiores de la secuencia estudiada (XIII, XIV y XV) la superficie excavada comprende como
máximo unos 11-12 m2 y los porcentajes de conexiones están entre el 4 y 5 % (tabla 1). El área se reduce
a 3-4 m2 en los niveles inferiores (XVIA, XVIB, XVIC y XVID), entre los que destacan el XVIB y XVIC
con alrededor de un 10 % de las piezas remontadas. En el nivel XVII el área queda limitada a tan solo 2 m2
y el porcentaje de conexiones ronda el 24 %, si bien el conjunto de piezas recuperadas es muy reducido.
En lo referente al estudio de remontajes en el laboratorio, para valorar la inversión de tiempo se ha
elaborado una gráfica de esfuerzo-rendimiento (fig. 5) de la búsqueda de conexiones de todo tipo en las
seis extendidas de material para buscar remontajes dentro de niveles. Cada una de estas extendidas se
corresponde con un tramo de la secuencia analizada y en estas búsquedas solo se detectó una parte del
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¿Buscar agujas en un pajar? Estudio de remontajes líticos de la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
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Fig. 4. Proporción de los soportes producidos, núcleos y productos de acondicionamiento de núcleo (PAN) en el
conjunto total de piezas analizado (exceptuando golpes de buril, debris y cantos/bloques) y en las piezas remontadas
con conexiones de secuencias de producción.
conjunto total de conexiones (aproximadamente el 40 %)2. En la gráfica se aprecia cómo aumenta el número
de conexiones encontradas –de forma acumulativa– a medida que avanza el tiempo (dividido en intervalos
de tres horas). En general se observa un aumento más rápido en las primeras 18-21 horas y un crecimiento
más lento a partir de ese momento, con periodos de varias horas sin encontrar conexiones (periodos vacíos)
representados por tramos horizontales de la línea. La línea de la 2ª extendida tiene un crecimiento más
lento debido a que en ella se optó por una estrategia de búsqueda distinta al presentar un conjunto de
materiales más reducido, por lo que se confrontaron todas las piezas sistemáticamente y de forma ordenada
con el resto de piezas susceptibles de remontar. Las búsquedas en cada extendida concluyen con amplios
periodos vacíos similares a periodos de este tipo anteriores en cada extendida, con la excepción de la
1ª y la 6ª extendida. En la 1ª el largo periodo vacío entre las 30 y las 51 horas puede deberse a que en
esta extendida se combinó la búsqueda de remontajes con la clasificación por GMP, por lo que en ciertos
momentos pudimos centrarnos más en esta última tarea. En la 6ª se debe a las limitaciones de tiempo que
nos impidieron seguir prolongando más la búsqueda de remontajes. A pesar de que se podía haber invertido
más tiempo en estas seis extendidas con la intención de obtener periodos vacíos finales más dilatados, esto
se palió en parte con la búsqueda sistemática de conexiones de fractura entre fragmentos laminares y las
búsquedas por GMP que permitieron un análisis más concienzudo de la secuencia.
5. DISCUSIÓN
La valoración de los datos que acabamos de exponer y de otros aspectos nos permitirá evaluar cómo han
influido distintos factores en los resultados obtenidos con la búsqueda de remontajes. Aunque en este
trabajo nos centremos en factores relativos a las características de los conjuntos líticos analizados y a la
metodología de recuperación y estudio del material, cabe destacar que hay otros factores que tienen una
2
El resto se encontraron en las búsquedas de conexiones de fractura entre fragmentos laminares, en las búsquedas por GMP entre
todos los niveles o incluso durante la clasificación tecno-tipológica y por GMP del material.
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Fig. 5. Gráfica de esfuerzo-rendimiento en la que se muestra la relación entre el número de conexiones encontradas –de
forma acumulativa– y el tiempo invertido en la búsqueda.
influencia muy importante en el grado de éxito a la hora de encontrar remontajes, como son los concernientes
a los procesos de formación del registro arqueológico, que ya han sido tratados para los conjuntos que nos
ocupan (Bel, 2020). La evaluación de los aspectos analizados que presentamos a continuación contribuirá
a la discusión sobre las ventajas y limitaciones del método, con el propósito final de plantear algunas
directrices que creemos que pueden ser de utilidad a la hora de buscar remontajes en función de nuestra
experiencia particular.
5.1. Valoración de los factores de los conjuntos líticos
El estado de conservación de los restos, entre los que escasean pátinas o concreciones y no hay una presencia
elevada de aquellos con intensas alteraciones térmicas, ha permitido clasificar por materias buena parte del
conjunto y ha facilitado la búsqueda de remontajes. La variabilidad de las materias primas influye en el
porcentaje de restos remontados (Laughlin y Kelly, 2010: 427; Sumner y Kuman, 2014: 175) y nuestro caso
no es una excepción al respecto. Por un lado, el peso mayoritario del sílex hace que sea una industria muy
homogénea en cuanto a lo que a materias primas se refiere, lo que dificulta la búsqueda de remontajes. No
obstante, el alto porcentaje de éxito obtenido en los restos de cuarcita, o incluso el 8 % obtenido en el jaspe,
evidencian la utilidad de invertir tiempo en buscar remontajes en las materias minoritarias, aunque cuenten
con muy pocos restos. En cuanto al sílex, los destacados porcentajes de conexiones del Mariola opaco, el
Mariola gris claro – blanco y la calcedonia se deben en gran medida a atributos claramente distintivos: en
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el primer caso la presencia de puntos negros, en el segundo por su coloración, textura y estructura interna
características, y en el tercer caso por las intrusiones que presenta. Estos atributos nos llevaron a seleccionarlos
para buscar remontajes en la fase de búsqueda por GMP, a lo que se sumó el hecho de que no fueran litologías
muy abundantes, lo cual facilitaba el trabajo con ellas. En contraposición a esto, la alta homogeneidad de
los restos del Serreta translúcido contribuye a que el porcentaje de restos remontados en este conjunto sea
tan reducido. La abundancia de sus restos se sumó a esta homogeneidad a la hora de descartarlo para las
búsquedas por GMP, lo que también ha podido influir en el bajo porcentaje de conexiones. El Local gris
claro – blanco, a pesar de su abundancia, presenta un porcentaje de conexiones más destacado, a lo cual ha
podido contribuir su mayor variabilidad o el hecho de que uno de sus GMP sea muy distintivo. Además, al ser
un sílex local puede haberse tallado en mayor medida en el yacimiento en comparación con otras litologías
abundantes, especialmente el GMP que presenta numerosas fisuras y una escasa aptitud para la talla.
En cualquier caso, todo esto demuestra las ventajas que ofrece una adecuada caracterización de las
materias primas, así como la necesidad de invertir tiempo y esfuerzo en discriminar correctamente distintos
grupos dentro de un mismo tipo de sílex u otras rocas, tal y como evidencian trabajos que se basan en la
identificación de distintas UMP a partir de las cuales se buscan remontajes (Machado et al., 2013, 2017;
Romagnoli et al., 2018; Vaquero, 2008). Para ello es importante la capacidad de observación, comparar los
restos entre sí y fijarse en distintos atributos de las materias primas (color, textura, presencia de intrusiones,
etc.). Gracias a esto se puede priorizar la búsqueda de remontajes entre las litologías con unas características
más distintivas y descartar o postergar la búsqueda entre aquellas más homogéneas. En los conjuntos del
Paleolítico superior de la fachada mediterránea, en los que hay una preponderancia muy elevada de la
explotación del sílex (Aura y Jordá, 2012; Cortés-Sánchez, 2007; Mangado et al., 2006; Villaverde et al.,
2021), puede resultar especialmente útil un análisis de la industria con el objetivo de discriminar variedades
de sílex con atributos muy distintivos que faciliten la identificación de remontajes.
La comparativa entre el tamaño de las piezas del conjunto total analizado y las piezas remontadas
evidencia una gran similitud entre ambos conjuntos. Así pues, el tamaño de las piezas remontadas es
reducido en términos generales, del mismo modo que ocurre con las dimensiones de las piezas del conjunto
analizado. En la distribución por tamaños se aprecia la elevada proporción de aquellos restos que presentan
alguna de las magnitudes por debajo de los 20 mm, lo que confirma la utilidad de haber incluido estas
piezas pequeñas en el estudio de remontajes. A pesar del alto grado de correspondencia que presentan los
dos conjuntos, cabe detenerse en la menor proporción de piezas muy pequeñas y la mayor de las piezas más
grandes entre las remontadas. Esto puede deberse a la mayor facilidad para detectar conexiones cuanto más
grandes sean los restos (Laughlin y Kelly, 2010), con lo cual puede que no se hayan llegado a identificar
algunas conexiones entre restos muy pequeños. En cualquier caso, el alto grado de correspondencia entre
ambos conjuntos evidencia que el tamaño de los restos no parece haber influido de forma significativa en el
mayor o menor éxito a la hora de encontrar remontajes, y además, subraya la necesidad de incluir los restos
de dimensiones más reducidas –a excepción de las esquirlas– en los estudios de remontajes que se puedan
realizar en conjuntos líticos que presenten una distribución por tamaños similar a la presentada aquí.
En cuanto a la presencia de restos con superficies corticales, la marcada diferencia entre sus proporciones
en el conjunto total analizado y en las piezas remontadas evidencia la mayor facilidad de remontar restos
con córtex (Laughlin y Kelly, 2010: 430; Richardson, 1992: 413). Por un lado, esto puede deberse a que las
superficies corticales suponen un atributo distintivo en sí mismo, el cual constituye un añadido que facilita
asociar piezas visualmente. Por otro lado, estos restos al estar vinculados a las primeras fases de la cadena
operativa no suelen ser el objetivo principal de la talla y es más probable que sean abandonados por los humanos
en el mismo momento en que los producen, por lo que pueden quedar depositados con mayor probabilidad
en el mismo lugar donde se han generado. El elevado porcentaje de piezas con córtex remontadas en nuestro
estudio muestra la utilidad de buscar remontajes entre este tipo de restos, por lo que consideramos que dedicar
tiempo a ello de forma sistemática puede resultar altamente productivo y debería ser un procedimiento a
priorizar a la hora de abordar conjuntos que presenten un porcentaje destacado de estos restos.
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La notable similitud que hay en las proporciones de las distintas piezas (soportes, núcleos y PAN) si
comparamos el conjunto total analizado con las piezas que integran conexiones de secuencias de producción,
además de reflejar la lógica influencia de la composición tecnológica del conjunto en los resultados
obtenidos, muestra que en general la búsqueda de estas conexiones se ha centrado por igual en todos los
tipos de piezas. La única excepción a esto último es el caso de los núcleos, cuyo mayor porcentaje entre
las piezas remontadas puede deberse en parte a que en varias extendidas se dedicó tiempo específicamente
a buscar remontajes con ellos. La menor proporción de laminitas remontadas podría responder a la mayor
dificultad en remontar secuencias de producción de estos soportes pequeños. En cuanto al material retocado,
su escasa presencia entre las conexiones de secuencias de producción se explica en gran medida por las
historias de uso más prolongadas que pueden tener estas piezas, en las que pueden quedar desvinculadas
del espacio en que se producen con mayor probabilidad. Por último, el caso de las astillas y de las piezas
astilladas (De la Peña, 2011) merece un comentario separado. El mayor porcentaje de astillas entre las
piezas remontadas, así como el de piezas astilladas entre el material retocado que integra conexiones de
secuencias de producción y conexiones de modificación puede estar vinculado con que este tipo de piezas
formen parte frecuentemente de las fases finales de la cadena operativa. Por un lado, en Cendres existen
varios ejemplos de núcleos de astillas que reflejan una reutilización de otros tipos de núcleo con el objetivo
de aprovechar al máximo los volúmenes de materia antes de ser abandonados (Villaverde et al., 2019:
109). Por otro lado, las piezas astilladas también se vinculan frecuentemente con un último uso de las
piezas, ya sea empleando soportes sin retocar o reciclando piezas retocadas (Villaverde et al., 2019: 114).
Su uso expeditivo en tareas domésticas y las modificaciones que sufren hacen más probable su abandono
una vez concluida la actividad en la que se han empleado, lo que unido a los restos líticos que se generan
accidentalmente al utilizarlas puede explicar su destacada presencia en los remontajes.
Para concluir con la valoración de las características de la industria lítica, cabe hacer mención a las
conexiones de fractura y más concretamente a aquellas entre fragmentos laminares, que ya se han valorado
detalladamente en otro trabajo (Bel et al., 2020). Simplemente queremos llamar la atención sobre que
su análisis determinó que no parecía existir una influencia del grado de fragmentación de los conjuntos
laminares en el porcentaje de conexiones obtenido, puesto que entre los niveles con un porcentaje similar
de restos remontados había tanto índices de fragmentación altos como otros notablemente más reducidos.
5.2. Valoración de los factores metodológicos
Pasando a valorar la metodología de recuperación y estudio del conjunto analizado, las reducidas dimensiones
del área excavada han podido influir, junto con otros factores como las alteraciones postdeposicionales
de carácter natural o antrópico, en los bajos porcentajes de piezas remontadas (Bel, 2020). No obstante,
cabe detenerse en comentar las variaciones del porcentaje en función del tamaño del área en cada tramo
de la secuencia. Algunos de los niveles con porcentajes más altos son precisamente los documentados en
un espacio más reducido, como ocurre con el XVIB, el XVIC o el XVII. En el caso del nivel XVII, las
conclusiones extraídas deben tomarse con cierta cautela debido al escaso conjunto lítico recuperado, pero
no deja de llamar la atención que remonte en torno a un 24 % de los restos documentados en tan solo 2
m2. El porcentaje de remontaje es una medida que deriva de una causalidad compleja, en la que diversos
factores condicionan un mayor o menor éxito en la identificación de remontajes. Teniendo esto en cuenta,
lo que sí que evidencian los mayores porcentajes obtenidos en la parte inferior de la secuencia es que el
reducido tamaño del área excavada no debe ser tomado como excusa para no llevar a cabo un estudio de
remontajes. En este sentido cabe señalar que, además del tamaño del área (Cziesla, 1990a; Hallos, 2005),
también pueden influir factores como su forma o su grado de correspondencia con los espacios ocupados
por los grupos humanos en los yacimientos (Bordes, 2002; Cziesla, 1990b; Hofman, 1992a). En diversos
yacimientos de la fachada mediterránea con ocupaciones del Paleolítico superior los datos proceden de
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áreas excavadas reducidas, puesto que las excavaciones se han centrado en documentar el depósito en
sentido diacrónico (p. ej. Aura et al., 2019; Cortés-Sánchez, 2007; Villaverde et al., 2019). En función
de lo observado en nuestro trabajo, incluso en las excavaciones donde los datos recuperados procedan de
un sondeo de reducidas dimensiones, podría resultar útil buscar remontajes con el objetivo de realizar un
análisis tafonómico de las secuencias documentadas.
En cuanto al tiempo invertido en el trabajo de laboratorio, las 852 horas empleadas en buscar remontajes
dentro de los niveles y entre niveles distintos han posibilitado realizar un análisis amplio y en profundidad
de la secuencia. No obstante, llevar a cabo una destacable inversión de tiempo como esta es más difícil fuera
de un proyecto de investigación predoctoral, en el que es más fácil focalizar tiempo y recursos en el análisis
de una cuestión concreta. Independientemente de las horas invertidas, es importante registrar el tiempo que
se dedica e indicarlo en la publicación de la investigación, ya que es un dato que rara vez se recoge (p. ej.
De la Torre et al., 2018; López-Ortega et al., 2011; Rees, 2000) y que influye en el porcentaje de remontaje.
Por otro lado, el hecho de que el conjunto total de remontajes encontrados proceda de distintas fases del
estudio, y no solo de las búsquedas en las seis extendidas analizadas en la gráfica de esfuerzo-rendimiento
(ver fig. 5), hace difícil valorar la influencia del tiempo en los porcentajes de conexiones de cada conjunto.
En cuanto a las tendencias que refleja la gráfica, a priori es lógico pensar que en las primeras horas se
encuentren remontajes más rápidamente, aunque el hecho de que en varias extendidas el crecimiento siga
siendo destacable más allá de las primeras 20 horas puede deberse a que cuanto más tiempo invertimos
mejor conocemos los conjuntos extendidos y dónde se disponen las piezas en las mesas, lo que facilita
seguir encontrando remontajes. A nivel metodológico nos parece que nuestro trabajo demuestra la utilidad
de las gráficas de esfuerzo-rendimiento, que ya han sido empleadas en estudios experimentales (Laughlin y
Kelly, 2010) y que aquí aplicamos al análisis de conjuntos arqueológicos. Su uso en estudios de remontajes,
ya sean sobre conjuntos de piezas sigladas o bien acompañadas de sus etiquetas como es nuestro caso,
puede indicar cuál es el mejor momento para dejar de buscar remontajes dado que de ahí en adelante
el rendimiento obtenido no compensará el tiempo invertido. Para ello es necesario registrar durante las
búsquedas las horas empleadas cada jornada y la hora exacta en que se encuentra cada conexión, con lo que
se podrán elaborar estas gráficas y valorar si es conveniente dejar de buscar en el momento en que la línea
tienda a la horizontalidad de forma reiterada. La decisión de recurrir a estas gráficas debe estar motivada
por los objetivos de cada investigación, teniendo en cuenta qué aspectos interesa tratar, ya sea en términos
cuantitativos o cualitativos.
Las distintas fases en que dividimos nuestra búsqueda de remontajes se asemejan a las planteadas por
Hofman (1992b: 10). Se empezó por buscar conexiones dentro de los niveles y entre niveles adyacentes
en todo el conjunto de restos, y posteriormente se pasó a buscar conexiones entre todos los niveles de
la secuencia a partir de la selección de piezas en función de determinados GMP. El desarrollo de estas
fases, así como la búsqueda sistemática de conexiones de fractura de fragmentos laminares tanto dentro de
los niveles como entre ellos, han permitido realizar un estudio de remontajes más completo. Además, la
jerarquización de la búsqueda, ya sea a partir de este esquema organizativo o de otro distinto (p. ej. Morrow,
1996: 359-361; Deschamps y Zilhão, 2018: 13), posibilita aumentar su eficacia.
Otro condicionante a tener en cuenta es el espacio disponible en los laboratorios para poder extender
el material lítico. En nuestro caso contamos con varias mesas en el Laboratori d’Arqueologia Milagro
Gil-Mascarell del Departament de Prehistòria, Arqueologia i Història Antiga de la Universitat de
València, de las que pudimos disponer exclusivamente durante los tres años que duró el trabajo en el
laboratorio. Sin lugar a dudas, esto, junto con la buena iluminación artificial de la sala, facilitó que el
estudio pudiera realizarse con las garantías suficientes. El espacio disponible es una limitación habitual
en este tipo de estudios, por lo que es importante que valoremos tanto si se dispone de suficiente espacio
para desarrollar el estudio con garantías, como también si contamos con este espacio durante un periodo
de tiempo suficientemente largo, teniendo en cuenta no solo la propia búsqueda sino también el tiempo
invertido en extender y recoger los restos. Se trata de factores muy a tener en cuenta ya que en los
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laboratorios es frecuente que trabajen distintas personas o equipos al mismo tiempo en diversos temas, lo
que puede limitar nuestras posibilidades. Además, el hecho de que frecuentemente la industria lítica sea
abundante en la mayoría de los conjuntos paleolíticos, especialmente en depósitos con una estructura de
palimpsesto habituales en cuevas y abrigos, así como la necesidad de confrontar los materiales de niveles
distintos condicionan esta necesidad de espacio.
También son importantes los conocimientos previos sobre tecnología lítica, en general, y sobre las
características de los conjuntos analizados, en particular, de la persona que realiza el estudio. Consideramos
que nuestros conocimientos previos contribuyeron a guiar la búsqueda y facilitaron la identificación de
remontajes, si bien un mayor conocimiento por nuestra parte de la talla lítica experimental y de conjuntos
producidos con ella podría haber influido positivamente. Más allá de los conocimientos previos, o de la
experiencia previa en buscar remontajes, es importante tener en cuenta que las capacidades innatas de
determinadas personas también juegan un papel, tal y como demuestran Laughlin y Kelly (2010).
Por último, y en relación a esto último, un factor que condiciona de forma considerable un estudio
de remontajes son las capacidades personales de quien realiza la búsqueda3. Cualidades como la
paciencia, la perseverancia, la capacidad de observación y de fijarse en los detalles o la memoria
visual influyen en esta actividad, por lo que cuanto más desarrolladas estén en un persona más fácil
será la búsqueda e identificación de remontajes. En lo que respecta a la paciencia y la perseverancia,
pudimos constatar su importancia especialmente al encontrar conexiones después de periodos en que
se sucedieron varias horas sin encontrar ninguna. La capacidad de observación y la importancia de los
detalles se evidencian en las conexiones identificadas a partir de, por ejemplo, determinadas intrusiones
o irregularidades de la materia prima compartidas por las piezas, fracturas llamativas o caracteres
tecnológicos distintivos como puede ser un reflejado. La memoria visual resulta fundamental para
retener mentalmente las características de distintas piezas, y en nuestro caso, al no estar las piezas
sigladas, también fue especialmente útil para recordar dónde se encontraban situadas determinadas
piezas en las mesas. Para poder sacar el máximo partido a estas dos últimas cualidades es importante
disponer los restos líticos correctamente en las mesas, con las caras dorsales de los soportes producidos
hacia arriba –ya que los negativos dorsales pueden servir para identificar qué piezas remontan sobre
ellos mientras que la cara ventral es más homogénea– y dejando visibles las caras más explotadas de
los núcleos. En cualquier caso es importante observar detenidamente por todas sus caras la mayor
cantidad de restos posible.
6. CONCLUSIONES
El potencial de los remontajes líticos para responder a diversas cuestiones es innegable. En gran
medida deriva del carácter relativamente inequívoco de las relaciones que permiten establecer entre
distintas piezas y de su elevada aplicabilidad a la mayor parte de conjuntos de industria lítica. Además,
los vínculos espacio-temporales que permiten establecer entre los restos remontados posibilitan un
conocimiento más completo del registro arqueológico (para lo que es necesario un adecuado registro de
la información espacial durante el proceso de excavación). Su utilidad se ve reforzada por la diversidad
de aspectos que permiten abordar, principalmente de orden tafonómico, tecnológico y de organización
espacial. No obstante, su aplicación se ve muchas veces limitada por la importante cantidad de tiempo
3 Aunque en este trabajo la búsqueda la haya llevado a cabo una única persona y por lo tanto la valoración de las capacidades
personales se limite a ello, el hecho de que los otros dos compañeros que participaron en alguna ocasión encontraran alguna
conexión podría estar relacionado con la variabilidad entre sujetos y evidenciar los beneficios de que varias personas participen
en un estudio de remontajes. No obstante, esta última cuestión no se puede valorar de forma rigurosa al no haber realizado la
búsqueda en las mismas condiciones los distintos sujetos.
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que es necesario dedicar, por los requerimientos de espacio en los laboratorios, por las dificultades
que pueden imponer las propias características de los conjuntos líticos o por la percepción de que
la búsqueda de remontajes es una tarea menos productiva que otros tipos de análisis. En relación a
esta última percepción se ha planteado que con los remontajes se privilegia la calidad y resolución
de los datos por encima del ritmo de publicación (Romagnoli y Vaquero, 2019). Teniendo en cuenta
las limitaciones que presentan, resulta imprescindible que la búsqueda de remontajes se desarrolle de
forma apropiada para aprovechar al máximo el tiempo invertido y optimizar los resultados. En este
sentido, algunos autores han hecho especial hincapié en la necesidad de sistematizar el proceso de
búsqueda, ya sea manualmente (Bordes, 2000) o mediante el uso de las nuevas tecnologías aplicadas
tanto a restos líticos (Cooper y Qiu, 2006; Schurmans et al., 2002) como óseos (Holland et al., 2022).
Así pues, y en respuesta a la pregunta que encabeza el título de este trabajo, si desarrollamos
los procedimientos adecuados la búsqueda de remontajes no se parecerá en absoluto a buscar agujas
en un pajar. Se puede empezar por buscar remontajes dentro de los niveles, para pasar después a
buscar conexiones entre niveles adyacentes y finalmente entre todos los niveles de la secuencia. Es
conveniente invertir tiempo en clasificar las piezas por grupos de materia prima, o unidades de materia
prima en los casos en que sea posible, y priorizar la búsqueda de litologías minoritarias. La búsqueda
entre restos con córtex también puede resultar muy productiva a juzgar por los resultados de nuestro
estudio y además puede servir para buscar remontajes en las litologías más abundantes seleccionando
solo este tipo de restos. En los conjuntos con talla laminar la búsqueda sistemática de conexiones de
fractura de fragmentos laminares permite un análisis más concienzudo. Finalmente, buscar conexiones
entre todos los restos extendidos sin seleccionarlos en función de los atributos anteriores puede
posibilitar un estudio más completo del conjunto. Evidentemente, la aplicación o no de cada uno
de estos procedimientos dependerá de los objetivos concretos de la investigación y de las posibles
limitaciones de cada proyecto. En cualquier caso, desde cuantos más puntos se aborde la búsqueda de
conexiones más completo será el estudio. Todo ello con la finalidad de maximizar la productividad de
la búsqueda de remontajes.
En base a las ventajas que ofrecen los remontajes líticos para analizar el registro arqueológico
y responder a distintas cuestiones, es importante que su estudio se extienda a todos los proyectos
de investigación. Una vía posible para que la búsqueda de remontajes se convierta en una práctica
generalizada es su aplicación al estudio tafonómico de los depósitos arqueológicos (Hofman, 1992b),
pero para ello es necesario que las investigadoras e investigadores tomen conciencia real de la
necesidad de evaluar la integridad de los conjuntos antes de interpretarlos en términos conductuales
o paleoambientales. Con este propósito podría aumentar su aplicación en conjuntos del Paleolítico
superior peninsular, en los que contamos con menos ejemplos en comparación con el uso de remontajes
en estudios sobre el Paleolítico medio, y a partir de ahí aprovechar la información obtenida para
abordar, en los casos en que sea posible, aspectos tecnológicos y de organización espacial de las
ocupaciones.
AGRADECIMIENTOS
Las investigaciones en la Cova de les Cendres han sido financiadas por el Ministerio de Ciencia e Innovación
(HAR2011-24978, HAR2014-52671-P y HAR2017-85153P) y por la Generalitat Valenciana (PROMETEOII/2013/016
y PROMETEO/2017/060). La investigación presentada en este trabajo fue realizada en el marco de un contrato predoctoral (Ayuda para contratos predoctorales para la formación de doctores BES-2015-075108) del Ministerio de
Economía, Industria y Competitividad, concedido a Miguel Ángel Bel. Queremos agradecer a Carmen M. Martínez
Varea la revisión de este trabajo. Además, agradecemos los comentarios y sugerencias de los/as dos revisores/as anónimos/as que han contribuido a mejorar este trabajo.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 29-59
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1586
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Aleix EIXEA a y Alfred SANCHIS b
Reconstrucción preliminar de la secuencia del
Paleolítico medio y superior inicial de la Cova
Foradada (Oliva, Valencia) a partir del estudio
de los materiales líticos
RESUMEN: En este trabajo se estudia la colección lítica del yacimiento de la Cova Foradada (Oliva,
Valencia), depositada en el Museu de Prehistòria de València, desde una aproximación tecno-tipológica.
El principal objetivo es la reconstrucción de la secuencia del yacimiento y la valoración de su interés
en el contexto regional. El estudio ha permitido establecer y caracterizar la existencia de, al menos, tres
periodos industriales: Paleolítico medio, Auriñaciense y Gravetiense. La parte superior de la secuencia,
con materiales adscritos al Solutrense y Magdaleniense, queda fuera de este trabajo. Hasta la fecha el
yacimiento tan solo contaba con algunas apreciaciones de índole general en las que no se analizaba
el material de manera detallada. El estudio de los conjuntos líticos nos ha permitido reconstruir de
manera parcial la secuencia estratigráfica del yacimiento. Los datos obtenidos muestran una importante
diversidad en los sistemas de talla empleados y la constatación de unos fósiles directores que son
característicos de los distintos periodos de ocupación de la cavidad.
PALABRAS CLAVE: Paleolítico medio, Auriñaciense, Gravetiense, industria lítica, País Valenciano.
Preliminary reconstruction of the Middle and Early Upper Palaeolithic sequence
from Cova Foradada (Oliva, Valencia) based on the study of lithic materials
ABSTRACT: This paper analyses the lithic collection from Cova Foradada site (Oliva, Valencia),
hosted at the Museu de Prehistòria de València, from a techno-typological approach. The main objective
is to reconstruct the sequence of the deposit and assess its interest in the regional context. The study
has made it possible to establish and characterize the existence of at least three industrial periods:
Middle Paleolithic, Aurignacian and Gravettian. The upper part of the sequence, with materials ascribed
to the Solutrean and Magdalenian, is left out of this study. To date, the site only had some general
assessments in which the material was not analyzed in detail. The study of the lithic assemblages allows
us to partially reconstruct the stratigraphic sequence of the site. The data obtained show an important
diversity in the knapping methods as well as director fossils that indicate us the different periods of
cavity occupation.
KEYWORDS: Middle Palaeolithic, Aurignacian, Gravettian, lithic industry, Valencian Country.
a Departament de Prehistòria, Arqueologia i Història Antiga, Universitat de València.
alejo.eixea@uv.es
b Servei d’Investigació Prehistòrica, Museu de Prehistòria de València, Diputació de València.
alfred.sanchis@dival.es
Recibido: 14/10/2021. Aceptado: 01/08/2022.
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30
A. Eixea y A. Sanchis
1. INTRODUCCIÓN
La Cova Foradada de Oliva probablemente sea uno de los yacimientos paleolíticos más importantes del
ámbito peninsular ibérico. Prueba de ello es el descubrimiento en el año 2000 de un maxilar y de varios
fragmentos craneales neandertales (Campillo et al., 2002; Lozano et al., 2013), y más recientemente en
el año 2010, de los restos parciales de un esqueleto neandertal que incluyen el cráneo, tórax y los huesos
de uno de los brazos, hallado en posición anatómica y depositado en una pequeña oquedad de la pared
de la cueva y que podría corresponder a un posible enterramiento (Aparicio et al., 2014). Los restos
se hallaban dentro de una matriz carbonatada, por lo que fueron trasladados al IPHES de Tarragona
(Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social) para su extracción y restauración y, desde
octubre de 2021, se encuentran depositados en el Museu de Prehistòria de València (MPV). El interés
paleoantropológico y arqueológico de estos es excepcional.
Además de la importancia de estos fósiles humanos, el yacimiento posee una amplia secuencia
estratigráfica con niveles asignados al Mesolítico, Paleolítico superior y medio y donde aparecen
multitud de evidencias arqueológicas, en forma de restos líticos, fauna y estructuras de combustión
(Aparicio, 2014).
Sin embargo, se observa de antemano una clara discrepancia entre la investigación desarrollada
en el yacimiento y los resultados obtenidos. En este sentido, son varios los factores problemáticos
con los que nos encontramos al intentar estudiar este yacimiento. En primer lugar, las memorias
de excavación existentes aportan escasa información a partir de la cual poder seguir y conocer el
transcurso de las 30 campañas de excavación (de 1975 a 2013) que allí se desarrollaron (se indican las
capas y cuadros excavados cada año pero sin una caracterización sedimentaria precisa de los distintos
niveles, asociación de los diversos materiales a los niveles determinados, situación tridimensional de
los mismos, etc., es decir, la metodología general de trabajo). En segundo lugar, tampoco se dispone de
un cuadro estratigráfico detallado con un análisis de los distintos niveles arqueológicos documentados
en la cavidad. En la decena de publicaciones que existen (dejando de lado multitud de recortes de
periódicos, entrevistas personales al equipo de excavación, etc.) siempre se utiliza el mismo corte
de excavación y la planimetría de la cueva en la que se detallan únicamente una parte de las capas
artificiales del yacimiento (1 a 27), sin atender a profundidades ni aspectos relacionados con las cotas
de cada uno de los niveles y los materiales encontrados en cada uno de ellos. Y, en tercer lugar,
no se ha podido averiguar el cómputo total de restos líticos, óseos o de estructuras de combustión
documentadas, y tampoco de carbones o semillas, entre otros aspectos. En ningún trabajo aparecen
cuantificaciones totales de los restos determinados indicándose tan solo el uso del término “abundantes
restos”. En cambio, lo que se observa cada vez que se recurre a la bibliografía existente de este
yacimiento (Aparicio et al., 1983, 2014; Campillo et al., 2002; Lozano et al., 2013; Aparicio, 2014),
es la reiteración de datos generalistas y cualitativos que tratan de demostrar su importancia (y con
seguridad están en lo cierto) dentro del ámbito peninsular, pero con una absoluta falta de argumentos
y análisis que permitan demostrarlo.
Del mismo modo, a partir de los datos publicados se afirma la existencia de una potente e
interesante secuencia estratigráfica que abarca desde el Mesolítico, pasando por un Magdaleniense
con abundante industria ósea (no sabemos si superior, medio o inferior, si bien existe constancia de un
arpón que apunta a una fase superior de esta industria), Solutrense con puntas escotadas, Solutrense
medio, Protosolutrense y un Graveto-Auriñaciense (denominación que no entendemos a qué se refiere;
¿aparece mezclado o hay coexistencia de ambas culturas?), hasta el Paleolítico medio, sin haber
llegado a la base de la secuencia.
El capítulo de las dataciones realizadas merece un comentario aparte. Tal y como se puede ver en
los distintos trabajos (Aparicio, 2008, 2014 y 2015), se ofrece siempre la misma tabla en la que se
observa la sigla de cada una de las muestras y una capa de donde fue tomada, si es de carbón o hueso
APL XXXIV, 2022
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
31
(sin determinar el taxón) y el resultado. El problema radica en que no se determina en ningún caso
el cuadro, sector o nivel del que proviene dicha datación, el tratamiento seguido en las muestras o la
referencia del laboratorio, entre otras cuestiones. Así pues, resulta imposible establecer una asociación
entre las dataciones y el material arqueológico recuperado. En definitiva, no aportan información
cronocultural ni estratigráfica de la procedencia de las muestras.
En este sentido y a la vista de la información ofrecida, nuestro objetivo principal en este trabajo
ha sido el de sacar a la luz la recopilación de los datos procedentes de la industria lítica depositada
en el MPV dentro del nuevo proyecto de investigación que se está desarrollando en el yacimiento.
Se han estudiado desde un punto de vista tecno-tipológico sus industrias líticas a nivel diacrónico,
tanto del Paleolítico medio como del Paleolítico superior inicial, con el objetivo de caracterizarlas
y encuadrarlas dentro del panorama regional valenciano. Esto se debe a una doble intención: por
un lado, nuestro interés por las poblaciones del Paleolítico medio, que constituye una de nuestras
principales líneas de investigación, y por otro, la importancia que en los últimos años se ha prestado
al poblamiento de los primeros Homo sapiens en la región del Mediterráneo peninsular (Zilhão et al.,
2017; Cortés et al., 2019; Morales et al., 2019; Villaverde et al., 2019, 2021), con yacimientos a los
que la amplia secuencia de Cova Foradada puede aportar información adicional.
2. EL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE COVA FORADADA1
La Cova Foradada se ubica en la localidad valenciana de Oliva a unos 75 km al sur de Valencia. La
cavidad se localiza en las últimas estribaciones de la Serra de Mustalla a unos 35 m de altitud dentro
de la partida llamada Racó de Gisbert, junto a surgencias de agua, cerca del marjal de Oliva-Pego y
de la costa actual. Geológicamente, la cueva se asienta sobre unas dolomías masivas del Cretácico
superior, las cuales representan una potente formación, de unos 250-300 m, de coloración oscura y
muy fragmentada y con algunos niveles de mayor contenido arcilloso. Dicha formación ocupa una
gran extensión en el flanco septentrional del sinclinal de Pego, con suaves inflexiones que aumentan
la extensión de afloramiento. En esta masa dolomítica se encuentra el Cenomaniense y el Turoniense
por encima del nivel margoso, con orbitolinas y bajo un paquete de margas y calizas con fauna del
Senoniense (IGME, 1975).
Los trabajos arqueológicos llevados a cabo en la cavidad se remontan a 1975 cuando un lote
de piezas líticas recogidas por unos aficionados fue entregado a José Aparicio Pérez quien después
de analizarlas las adscribió al Musteriense (Aparicio, 2014). Posteriormente y desde 1981 de forma
continuada, este mismo decidió iniciar las excavaciones arqueológicas las cuales acabaron en 2013 sin
llegar a la base del relleno estratigráfico. Durante los primeros años los trabajos se ubicaron en la zona
externa u Oeste de la cavidad (cuadros D a K-7, 8 y 9, posteriormente ampliando a I-11 a 13) donde
la remoción de materiales del Paleolítico medio y superior junto con restos modernos y las dataciones
obtenidas (no se concreta en que cuadros fueron estas tomadas) hizo que se determinaran estos niveles
como revueltos fruto de actividades clandestinas pasadas (fig. 1).
En los años siguientes y ante esta coyuntura, se decidió trasladar la superficie de excavación a una
zona más interna de la cavidad (zona Este) en la que la presencia de unos grandes bloques desprendidos
de la zona cenital habría sellado los niveles contiguos, lo cual hizo pensar a sus excavadores en la
posibilidad de encontrarlos in situ. De hecho, así fue, al documentarse entre estos un enterramiento
de la Edad del Bronce al cual se le realizó una datación, pero con la incógnita de que no se precisa en
la documentación presentada cuál es la referencia exacta de esta datación de todo el listado aportado
1 En las escasas publicaciones realizadas hasta la fecha se emplea el término “Foradà” en valenciano coloquial. En nuestro caso,
preferimos la utilización en el lenguaje escrito del normativo “Foradada”.
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A. Eixea y A. Sanchis
Fig. 1. A) Planta general de la cavidad en la que se señalan los cuadros de excavación con la ampliación de los cuadros
nuevos en el sector este (modificado a partir de Aparicio, 2014). B) Corte longitudinal (d-c) del relleno en el que se
indican las capas excavadas (Aparicio, 2014).
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
33
(Aparicio et al., 2014: 13-14). Los cuadros excavados fueron A-12 y 13, a12, a16, b-12 a 16 y c-12 a
15 en los que tras un nivel revuelto de 50 cm de potencia aparecieron los niveles in situ. El problema
de estos niveles radica en que no hay documentación al respecto y no se aporta ninguna información
en ningún trabajo sobre aspectos estratigráficos, sedimentológicos, micromorfológicos, etc. En este
sentido, solo cabe creer que estos niveles no presentan mezclas ni alteraciones postdeposicionales que
hayan podido afectar el registro. Tan solo se puede observar en las distintas publicaciones un corte
estratigráfico en el que se detallan hasta un total de 27 capas (que suponemos son artificiales), no
determinándose el cómputo total de tallas levantadas ni la profundidad individualizada de las mismas
(fig. 2). Del mismo modo, en la bibliografía pertinente se habla de la existencia de un sondeo, el cual
se hallaba en 2013 en niveles musterienses, aportando abundantes restos líticos y óseos, pero no se da
la ubicación precisa ni el cuadro correspondiente en ningún momento.
Fig. 2. Detalle del
corte longitudinal
del relleno en el que
se indican las capas
excavadas (Aparicio,
2014).
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34
A. Eixea y A. Sanchis
3. MATERIALES Y MÉTODOS
En relación con los materiales analizados en este trabajo, nos hemos centrado con mayor profundidad en el
conjunto lítico adscrito al Paleolítico medio y, en menor medida, en tratar de determinar los fósiles guía y
atestiguar elementos que nos permitan afirmar la presencia de un Paleolítico superior inicial en la cavidad.
A pesar de todo, debemos ser cautos y destacar que, aun siendo una excavación relativamente moderna,
tal y como se ha comentado anteriormente, la falta de un protocolo de trabajo claro y el desconocimiento
de la metodología de excavación, nos impide por el momento establecer afirmaciones taxativas y obliga a
plantear dudas por problemas estratigráficos no documentados. Por ello, se ha partido de la base del relleno
ubicada en la capa 42 (según los materiales existentes en el MPV) y hasta la 25, a partir de la cual existen
tres capas (22 a 24) que contienen materiales mezclados tanto del Paleolítico medio como del superior
inicial (Auriñaciense). Después siguen dos capas (20 y 21) cuyos materiales no hemos localizado en el
MPV. De la 19 a la 18, los restos determinados no presentan alteraciones y se adscriben claramente, en base
a criterios tecno-tipológicos, al Gravetiense. Finalmente, de la capa 17 a la 15, se entremezclan materiales
gravetienses y solutrenses por lo que estas capas han quedado fuera del estudio.
Metodológicamente, el análisis industrial se ha realizado a partir de la aproximación tecno-tipológica
centrada en la escuela francesa de la chaîne opératoire (Cresswell, 1982; Lemonnier, 1986; Karlin et al.,
1991) y que tiene por objetivos fundamentales el reconocimiento de los distintos estadios en la manufactura
lítica y los conceptos y procesos mentales básicos que subyacen en esta producción. Siguiendo dichos
criterios, esta corriente considera que la gestión lítica es un proceso dinámico que parte de la captación de
las distintas materias primas en el medio hasta el abandono de los artefactos utilizados. En definitiva, intenta
establecer todo el proceso de vida útil de los elementos líticos, que se divide en cuatro partes fundamentales:
adquisición, producción, utilización y abandono (Tixier et al., 1980; Boëda et al., 1990; Julien, 1992;
Texier, 1996). El utillaje retocado, junto con aquellos elementos que presentan macrohuellas de uso, son
clasificados utilizando la lista-tipo bordesiana (Bordes, 1988). El estudio se complementa con el análisis
de las materias primas a nivel macroscópico. Tras una primera clasificación macroscópica, que ha atendido
a los parámetros habituales en este tipo de trabajos (color, textura, impurezas y características del córtex)
se ha utilizado una lupa binocular de 40 aumentos que ha permitido precisar algunas de las características
morfológicas de los minerales que componen la roca. Nuestro objetivo es aplicar próximamente técnicas de
análisis geológico, como láminas delgadas, difracción de rayos X (DRX), fluorescencia de rayos X (FRX)
o análisis de activación neutrónica (ICP-MS), de la misma manera que hemos realizado en otros conjuntos
de la zona (Eixea et al., 2014; Roldán et al., 2015; Prudêncio et al., 2016), y que nos permitirán profundizar
en la identificación de los ambientes de formación de las distintas rocas y en sus tipos genéticos.
4. EL CONJUNTO DE LOS MATERIALES LÍTICOS
El conjunto de materiales líticos del yacimiento tampoco está exento de problemas. En la tabla 1 se detalla
toda la información obtenida de la industria lítica depositada en el MPV y que pasamos a analizar. Sirva
esto también de aclaración de qué restos se estudian, por qué y de qué manera.
Vistos los datos y tal y como se ha comentado anteriormente, se observa como en la excavación no se
llega a la base del relleno, no poseyendo datos directos sobre cuál es la última capa excavada. Lo que se
aprecia es que la última capa depositada en el MPV es la 48 de los cuadros a14 y b14, la cual fue excavada
en 2013 (en principio parece ser que es el último año de excavación) pero con la problemática que solo
encontramos una decena de esquirlas líticas y en la que faltan las piezas retocadas y otros soportes, tal y
como se documenta en el Inventario provisional de material recuperado de La Labor del SEAP (Sección
de Estudios de Arqueología y Prehistoria) y de la SEI (Sección de Estudios Ibéricos) durante el año 2013
(RACV, 2014: 15). En este inventario se dice que en a14 hay “lasquitas” y en b14 “una raedera, dos lascas
APL XXXIV, 2022
[page-n-36]
Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
35
Tabla 1. Cova Foradada (Oliva, Valencia). Materiales estudiados y su contextualización en la secuencia. NR (número
de restos), SOL (Solutrense), GR (Gravetiense), AU (Auriñaciense), PM (Paleolítico medio).
Año
Capa Cuadros (*estudiados)
NR
Fósil director
Adscripción
Observaciones
1993
15
a14, a15, a16, b14 y
b15/16
-
Dorsos, astilladas
y retoque plano
GR-¿SOL?
mezcla
Cuadros revisados
1994
16
a12, a13, a14, a15, a16,
b13, b14, b15 y b16
-
Dorsos, astilladas
y retoque plano
GR-¿SOL?
mezcla
Cuadros revisados
1994
17
a14, a15, a16, b13, b14,
b15 y b16
-
Dorsos, astilladas
y retoque plano
GR-¿SOL?
mezcla
Cuadros revisados
1994
18
a14, a15, a16, b13, b14,
b15 y b16
-
Dorsos y astilladas GR
Cuadros revisados.
Azagaya
1994
19
a15, a16, b14, b15 y b16
-
Dorsos y astilladas GR
Cuadros revisados.
Azagaya
1995
20
-
-
-
-
Campaña dedicada a la
regularización de taludes
1996
21
a14, a15, a16, b13, b14,
b15, b16, c14, c15 y c16
-
-
PM y PS
(indet.) mezcla
1997
22
a13, a14, a15, a16, b13,
b14, b15, b16, c14 y c15
-
Levallois, raederas PM y PS (AU) Cuadros revisados
y hojitas Dufour
mezcla
1997
23
a13, a14, a15, a16, b13,
b14, b15, b16, c14 y c15
-
Levallois, raederas PM y PS (AU) Cuadros revisados
y hojitas Dufour
mezcla
1997
24
a13 y a16
-
Levallois, raederas PM y PS
Cuadros revisados
y hojitas
(indet.) mezcla
1998
25
b13, b15, b16, c14* y
c15*
3213
Talla Levallois y
raederas
PM
-
1998
26
a14*, a15, b13, b14, b15, 2394
b16 y c15*
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2000
27
a14*, a15, a16, b14, b15,
b16, c14* y c15*
3592
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2000
28
a14, a15, a15-b16,
a16-b16, b14, b16,
b15-b16, a(nº1), b (nº2)
c14 y c15
1745
Talla Levallois y
raederas
PM
Frag. craneales (2000) y
esqueleto parcial (2010).
En algunos trabajos se citan
7 frags. craneales humanos
en la capa 27 y 29
2002 y
2003
29
a14*, a15, a16, b14, b15,
b16 y c14*
2019
Talla Levallois y
raederas
PM
Peroné. Un resto humano
aparece citado en los cortes
de los trabajos de J. Aparicio
(2008, 2014 y 2015)
2003
30
a14*, a15 y a16
712
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2006
31
a14*, a15, b14 y b15
103
Talla Levallois y
raederas
PM
-
¿?
32
¿?
-
-
PM
-
2007
33
a14*, a15, b14 y b15
51
Talla Levallois y
raederas
PM
-
APL XXXIV, 2022
[page-n-37]
36
A. Eixea y A. Sanchis
Tabla 1 (cont.).
Año
Capa Cuadros (*estudiados)
NR
Fósil director
Adscripción
Observaciones
2007
34
a14*, a15, b14 y b15
18
Talla Levallois y
raederas
PM
-
¿?
35
¿?
-
-
PM
Material no depositado en
el MPV
2008
36
a14*, a15, b14 y b15
51
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2009
37
a14*, a15, b14 y b15
290
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2009
38
a14*, a15, b14 y b15
106
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2009
39
a14* y a15
207
Talla Levallois y
raederas
PM
-
2009
40
a14* y a15
141
Talla Levallois y
raederas
PM
-
¿?
41
¿?
-
-
PM
Material no depositado en
el MPV
2010
42
b14* y b15*
55
Talla Levallois y
raederas
PM
-
¿?
43 a
47
¿?
-
-
PM
Material no depositado en
el MPV
2013
48
a14* y b14
22
Esquirlas indet.
PM
Material (parcialmente)
depositado en el MPV
y cuatro lasquitas”. Lo mismo ocurre con las siguientes capas, 47 y 46, donde se indica también que existen
materiales líticos, pero no se han encontrado en los depósitos del MPV. Desde la capa 45 hasta la 43 no
tenemos ningún tipo de información y es a partir de la capa 42 cuando empezamos a ver cierta continuidad
en el registro de los materiales. Esta misma, excavada en 2010 en los cuadros b14 y b15, presenta caracteres
típicos de una industria lítica del Paleolítico medio. Así que, debido a la falta de información anterior,
constituirá para nosotros la primera y más antigua en este trabajo. De la capa 41, tampoco encontramos
ningún registro en los fondos del museo. Por su parte, de la 40 a la 30, a excepción de la 35 y 32 que tampoco
se documentan y la 34 que tan solo posee elementos configurados y en la que faltan los otros soportes y
se decide dejar de lado para no alterar la visión global de la muestra, el resto aparecen al completo. En
este sentido, de los cuatro cuadros excavados (a14, a15, b14 y b15), decidimos estudiar de base a techo y
a modo de testigo, uno de ellos (a14). Todo este conjunto se adscribe también sin problemas al Paleolítico
medio. El siguiente bloque se compone de las capas 29 a la 25 en las cuales la superficie de excavación
se amplía (hasta los 7 u 8 m2) y en las que pasamos a seguir estudiando el testigo (a14) y al que añadimos
los cuadros en los que aparece el esqueleto parcial de Neandertal (c14 y c15). En estos, la industria se
relaciona también con un Paleolítico medio clásico. Respecto al siguiente bloque de capas, se observa la
presencia de materiales mezclados determinados a partir de criterios tecno-tipológicos. En las siguientes,
el estudio realizado ya no es cuantitativo, sino que se enfoca desde una perspectiva cualitativa en la que se
revisan todas las bolsas de materiales tratando de identificar y contabilizar los elementos diagnósticos que
nos guíen en la caracterización cultural de la capa. En este sentido, la 24 posee tanto restos del Paleolítico
APL XXXIV, 2022
[page-n-38]
Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
37
medio clásico visto en las capas anteriores como elementos de tipo Paleolítico superior (soportes laminares
y microlaminares), pero con la ausencia de fósiles guía que permitan adscribirla a uno u otro complejo. En
cambio, en las capas 22 y 23 observamos junto con los materiales musterienses, elementos de tipo laminar
a modo de hojitas Dufour, típicas del Auriñaciense. En las siguientes capas, 21 y 20, volvemos a tener un
hiato en el registro, dado también por la ausencia de los materiales adscritos a estas capas. A partir de la
capa 19 y 18, la abundante presencia de dorsos, piezas astilladas y puntas de la Gravette, nos indican el
cambio hacia un nuevo complejo como es el Gravetiense. Finalmente, de la capa 17 a la 15 se combinan
materiales gravetienses junto con elementos de tipo solutrense como es la aparición del retoque plano y
algún fragmento foliáceo.
A modo de conclusión, sabemos que el estudio industrial de la secuencia de Foradada presenta problemas
que deben tenerse en cuenta a la hora de interpretar los datos. La ausencia de un registro estratigráfico
de dichos materiales hace que no podamos encuadrar las distintas capas dentro de un mismo o diferente
nivel, pero al poseer datos, aunque sea de capas con número corrido de mayor a menor, nos permite ver
qué está por encima y qué por debajo. Así, a lo largo de esta amplia secuencia que engloba por lo menos
tres momentos industriales bien diferenciados (Paleolítico medio, Auriñaciense y Gravetiense), podemos
abordar de forma general aspectos diacrónicos y de cambio en la producción lítica, centrándonos en la
gestión de las materias primas, las cadenas operativas empleadas y la configuración del utillaje.
4.1. Materias primas
Respecto a las materias primas empleadas en la secuencia (tabla 2), observamos como existe un absoluto
dominio de las rocas locales, fundamentalmente el sílex (fig. 3). Su estado de conservación no es
excesivamente bueno debido a que buena parte del conjunto está alterado por concreciones, deshidrataciones
y afecciones térmicas. Además, se aprecia en una parte sustancial de los restos la acción de ácidos para el
lavado de material lo que dificulta también su descripción macroscópica.
Dentro del grupo del sílex local, el mayoritario se caracteriza por presentar unas coloraciones verdosas,
un grano fino y aspecto mate. La textura es lisa y suave, presentando algunas inclusiones menores de
tipo biogénico y mineral, como los óxidos de hierro. Los córtex poseen unas tonalidades marrones claras
(probablemente vinculado a una roca caja calcárea) y con una morfología semi y, sobre todo, rodada lo
que indica que se puedan encontrar a unos pocos metros, tanto en los barrancos contiguos como en la
misma playa de Gandia, ambos en posición secundaria producto de la acción de transporte a través de los
ríos contiguos, como el Serpis. Aunque el afloramiento en posición primaria lo desconocemos, pensamos
que no debe estar muy lejos ya que coincide con uno de los tipos locales encontrados en el cercano
yacimiento de la Cova de les Malladetes (Eixea et al., 2021). A nivel técnico, este sílex presenta unos
buenos planos de fractura de morfología concoide lo que hacen que su calidad para la talla sea buena. Los
otros tipos que conforman este grupo local son los ya conocidos Serreta y Mariola, los cuales, tal y como
ya se ha apuntado en otras ocasiones, aparecen documentados a lo largo del río Serpis procedentes de la
zona de Alcoi y en la misma playa de Gandia donde se depositan a lo largo de toda la franja litoral y a
unos pocos kilómetros del yacimiento (Eixea et al., 2014; Molina, 2015). En relación con los alóctonos,
a excepción de los que no se han podido determinar y que se encuentran en proceso de estudio, tan solo
podemos destacar el sílex cenomaniense-turoniense determinado en los afloramientos primarios del Puig
de la Llorença. Este se caracteriza por presentar bastantes variaciones dentro del mismo afloramiento,
predominando los que poseen tonalidades marrones meladas. A nivel interno, es translúcido con motas
blancas y, generalmente, su estructura aparece muy fisurada (aunque también aparecen otros nódulos sin
fisuras y en mejor estado). Aunque no sabemos si este tipo podría estar documentado en zonas inmediatas
al propio afloramiento primario más hacia el norte, la realidad es que entre este y el yacimiento la
distancia asciende a unos 40 km.
APL XXXIV, 2022
[page-n-39]
38
A. Eixea y A. Sanchis
Tabla 2. Cova Foradada (Oliva, Valencia). Número de restos contabilizados en las figuras 3, 4, 6a, 6b, 6c, 7, 10a y 10b
según las diferentes capas.
Fig. 3
Sílex local
Sílex alóctono
Fig. 4
29
30
31
33
36
37
38
39
40
42
218
180
392
166
139
78
82
87
33
58
33
61
30
12
17
5
61
40
10
10
9
3
-
2
5
7
9
2
2
3
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
188
453
206
149
88
91
90
33
60
38
68
39
14
LL y FL
212
161
404
178
139
83
71
76
32
56
35
66
36
12
LL y FLL
6
-
7
4
-
-
2
2
-
-
1
-
-
-
Hyh
3
5
1
2
-
-
6
1
1
3
2
1
3
-
16
22
40
22
10
5
12
11
-
1
-
1
-
2
2544 1903 2463 1235 1325
534
6
142
9
160
51
117
83
34
90
6
44
9
67
17
22
19
7
IF
TOTAL
404
283
603
291
522
28
20
74
13
23
-
-
13
-
3
-
-
-
-
3213 2394 3592 1745 2019
712
103
289
51
290
106
207
141
55
Primero
3
1
13
1
3
4
-
-
-
-
-
-
-
-
Segundo
59
56
114
47
39
24
36
18
10
24
7
24
12
5
Tercero
563
392
889
427
619
145
49
106
32
102
48
65
46
14
TOTAL
625
449 1016
475
661
173
85
124
42
126
55
89
58
19
Inicio
16
5
29
6
6
7
3
4
1
2
2
6
-
-
Plena
165
128
348
173
121
66
71
66
25
44
28
56
31
8
8
1
17
2
5
5
1
4
-
2
2
1
1
-
Dudosa
436
315
622
294
529
95
10
50
16
78
23
26
26
11
TOTAL
625
449 1016
475
661
173
85
124
42
126
55
89
58
19
Cortical
9
11
26
5
6
5
8
5
-
3
-
7
-
-
Mantenimiento
Liso
Fig. 7
28
237
FLT
Fig. 6c
27
TOTAL
E
Fig. 6b
26
Cuarcita
N
Fig. 6a
25
126
87
236
89
78
44
30
41
16
29
17
37
21
6
Diedro
15
16
24
15
11
8
5
6
1
3
2
2
1
3
Facetado
13
14
33
17
14
5
3
13
6
10
15
9
7
-
Lineal
2
2
9
2
4
1
-
1
-
-
-
-
-
-
Machacado
-
-
2
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
Roto
8
5
6
8
6
4
3
5
1
6
1
3
5
-
Suprimido
6
4
17
7
2
3
8
2
2
-
-
-
1
-
Puntiforme
-
-
1
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-
Sin talón por
fractura
446
310
662
332
540
103
28
51
16
75
20
31
23
10
TOTAL
625
449 1016
Lev. preferencial
Lev. recurrente
Discoide
475
661
173
85
124
42
126
55
89
58
19
1
1
1
-
-
1
1
2
1
2
4
-
10
46
20
20
5
5
8
7
10
8
15
8
1
44
125
53
47
21
39
23
5
10
6
17
14
6
-
1
3
9
68
Laminar
-
-
1
-
-
-
-
-
2
-
-
1
-
Kombewa
1
1
6
4
5
-
-
1
-
1
1
2
-
-
546
391
837
397
588
147
41
91
27
103
39
52
32
12
Indet.
APL XXXIV, 2022
[page-n-40]
39
Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
Tabla 2. (cont.).
25
TOTAL
Fig. 10a
Puntas
27
28
29
30
31
33
36
37
38
39
40
42
449 1016
475
661
173
85
124
42
126
55
89
58
19
7
6
10
3
-
2
4
3
-
-
1
-
-
-
Raederas simples
56
30
99
53
22
27
37
16
6
2
2
7
7
3
Raederas
compuestas
14
8
23
18
4
6
11
1
1
-
1
-
1
-
Muescas y
denticulados
11
21
24
12
8
-
6
5
-
2
3
10
2
-
Grupo Paleo. sup.
5
5
6
4
-
2
4
-
-
2
1
1
-
-
Macrohuellas uso
12
12
13
10
6
4
6
5
2
6
8
8
5
-
1
-
3
1
-
-
-
-
2
-
-
-
1
-
TOTAL
106
82
178
101
40
41
68
30
11
12
16
26
16
3
Retocado
106
82
178
101
40
41
68
30
11
12
16
26
16
3
Otros
Fig. 10b
625
26
No retocado
115
84
235
83
99
42
11
50
22
47
22
41
23
9
TOTAL
221
166
413
184
139
83
79
80
33
59
38
67
39
12
A nivel diacrónico, lo que observamos es como existe un absoluto dominio de estos tipos locales los
cuales se sitúan en todo momento por encima del 80 %, a excepción de una pequeña pulsación en la parte
basal (capa 40). En líneas generales, tan solo se aprecia como hay una pequeña variación porcentual en
la base (capa 40 y 42) y en la parte media-final (capas 27 y 28), capas en las que alcanza los valores más
bajos, pero sin suponer grandes cambios en la visión de conjunto. Lo mismo ocurre a nivel cualitativo en la
secuencia perteneciente al Paleolítico superior. No se detectan cambios importantes en las materias primas
ya que los tipos locales continúan dominando con gran diferencia sobre los alóctonos.
Fig. 3. Evolución diacrónica de las distintas materias primas utilizadas en la secuencia.
APL XXXIV, 2022
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40
A. Eixea y A. Sanchis
4.2. Tecnología
A nivel tecnológico, los soportes mejor representados a lo largo de toda la secuencia del yacimiento son
las esquirlas que suponen entre el 50 y el 70 %, dejando de lado capas como la 31 y la 36 en la que la
baja representatividad de elementos hace que queden descartadas de la cuantificación (fig. 4). Aspecto que
resulta interesante y que nos indica la intensa actividad de manufactura lítica documentada en el yacimiento.
Por su parte, los fragmentos de lasca térmica también alcanzan cotas elevadas ya que como se aprecia en los
materiales, la aparición de cúpulas, craquelados y rugosidades fruto del calor, evidencia una presencia del
fuego continuada a lo largo de toda la secuencia.
Pero dejando de lado ambos grupos, el soporte mayoritario sobre el cual se confecciona la mayor
parte de la industria son las lascas. Su representación oscila entre el 10 y el 30 % del registro y muestra
como la producción va encaminada hacia la obtención de este tipo de soportes los cuales son el grupo
dominante en cuanto al grado de transformación mediante el retoque. Resulta interesante destacar como
el componente alargado es reducido, a excepción de la parte media en la que por ejemplo capas como la
31, 33 o 38 aparecen mejor representadas. Además, se observa como especialmente en la 31, que es la
que mayor porcentaje de efectivos alargados dispone, se combina también con el punto más elevado de
presencia de hojas y hojitas. Este último grupo, a pesar de ser esporádico, cabe mencionar que tiene un
mayor protagonismo en la secuencia inferior del yacimiento (capas 36 a 40). A pesar de ello, debemos ser
cautos y mencionar que ninguno de estos soportes aparece retocado ni existe ningún núcleo laminar o de
morfología Levallois destinado a la obtención de este tipo de soportes, sino que más bien la mayor parte
de ellas podrían ser de fortuna procedentes de explotaciones de superficies ligeramente alargadas. Cuestión
aparte es su documentación a partir de las capas en contacto con los materiales del Paleolítico superior
(capa 24 en adelante) en las que pasarán a ser el grupo dominante, a excepción también de las esquirlas,
junto con el de las lascas. Respecto a los otros soportes, no existe ningún tipo de diferencia entre el conjunto
del Paleolítico medio y el del superior.
Fig. 4. Evolución diacrónica de los distintos soportes documentados en la secuencia: L y FL (lasca y fragmento de
lasca), LL y FLL (Lasca laminar y fragmento de lasca laminar), H y h (hoja y hojita), N (núcleo), E (esquirla), FLT
(fragmento de lasca térmica) e IF (informe).
APL XXXIV, 2022
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
41
Desde el punto de vista tipométrico, obtenidos a partir de todos aquellos soportes completos, las dimensiones
oscilan entre los 2 y 4 cm de longitud en la mayor parte del conjunto, al igual que ha sido atestiguado en la
mayoría de los conjuntos del Paleolítico medio regional (Villaverde, 1984; Iturbe et al., 1993; Fernández Peris,
2007; Galván et al., 2009; Villaverde et al., 2012; Eixea, 2015). Además, los elementos más pequeños (<2 cm)
aparecen bien representados a lo largo de todas las capas, con algunos ejemplos que llegan a situarse por debajo
de 1 cm. Contrariamente, los restos más grandes apenas superan los 4 cm siendo estos muy marginales en
relación con el resto de soportes. Existe una tendencia en la que se constata una mayor presencia de elementos
de mayor tamaño en la mitad inferior de la secuencia (capas 36 a 42), alcanzando unos valores que oscilan entre
los 3 y 4 cm, con repuntes mayores en soportes que se encuentran por encima de los 4 cm (fig. 5). En cambio,
en la parte superior (capas 25 a 29), la tendencia es a la baja donde se aprecia como las medias de los soportes
giran en torno a los 2,4 cm de longitud. En las anchuras, se da esta misma situación, aunque la variación es tan
minúscula que hace imposible encontrar diferencias en las distintas capas. La mayor parte del registro se ubica
en torno a los 1,8-2,6 cm, con cierto aumento de tamaño en la parte basal. Respecto al espesor, resulta interesante
destacar como, mientras veíamos soportes más grandes en la parte inferior y más pequeños en la superior, ahora
denotamos como el espesor es similar en la parte alta y baja, mientras que en la parte media (capas 30 a 33)
aparece un pico de mayor espesor que en el resto.
Por tanto, nos encontramos con una industria que morfológicamente no tiene grandes cambios ni a nivel
diacrónico ni dentro del panorama regional, donde buena parte de los conjuntos presentan características
similares centradas en soportes de tamaños pequeños y medios, de formato cuadrangular y poco espesor.
Si bien es cierto que sí existirán diferencias tipométricas en cuanto a los métodos de talla empleados donde
los formatos Levallois presentarán tamaños mayores, de tendencia más alargada y de menor espesor que los
discoide que serán más cortos, anchos y espesos, aspecto inherente al desarrollo de la propia gestión lítica.
Por otro lado, si nos centramos en la reconstrucción de las cadenas operativas y en la evaluación del
grado de fragmentación documentado a lo largo de la secuencia, observamos como existe un absoluto
predominio de las piezas de tercer orden y de plena explotación, es decir, aquellas que se ubican en las
últimas fases de la producción lítica. Por su parte, aquellos elementos que presentan superficies corticales
menores (<20 %) suponen unas cuantificaciones mucho más bajas (alrededor del 20 % del registro) (fig.
6). En ambos casos, el marcado dominio de la segunda y tercera fase nos indica unos estadios avanzados
de la manufactura lítica, llevados a cabo en el interior del yacimiento a lo largo del tiempo. En cambio, los
elementos con superficies corticales mayores (>50 %) que formarían parte de los primeros órdenes y de las
fases iniciales de la producción lítica son prácticamente inexistentes, a excepción de la capa 27 y 30 pero
con menos del 3 % del registro, lo que indica cómo buena parte del material lítico entra ya preconfigurado
en el yacimiento. Mención especial suponen los restos englobados en el mantenimiento de la gestión, caso
de los típicos elementos Levallois desbordantes, los cuales están presentes en todas las capas menos en
las dos últimas de la parte baja (capa 40 y 42). Resulta interesante destacar como la presencia de este tipo
de restos, muestra la existencia de unas cadenas operativas que, a pesar de carecer probablemente de las
primeras fases de pelado y preconfiguración de los nódulos, son continuas en el interior del yacimiento
donde se preparan los núcleos para su explotación y se van reajustando para satisfacer las necesidades
demandadas en cada momento por los grupos humanos. En este mismo sentido y en estrecha relación,
destaca la determinación en toda la secuencia de las lascas de reavivado (reaffûtage) de los filos de las
raederas lo que muestra también la reparación de los filos embotados y, en definitiva, el mantenimiento del
utillaje empleado para las distintas actividades, como las vinculadas a la carnicería, trabajo de las pieles,
etc., que se dan en el interior del yacimiento.
Respecto a las plataformas de percusión de los soportes documentados, vemos como, dejando de lado aquellos
sin talón por fractura, dominan los ejemplares no preparados. Dentro de este grupo, son los lisos junto con los
corticales los que tienen una mayor relevancia suponiendo casi la mitad del registro, lo que indica que los puntos
de impacto buscados en las superficies de golpeo no necesitan de un mayor acondicionamiento. Por su parte,
facetados y diedros, vinculados fundamentalmente a sistemas de talla más elaborados como es el caso de la talla
APL XXXIV, 2022
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42
A. Eixea y A. Sanchis
Fig. 5. Distribución de la longitud (a), anchura (b) y espesor (c) de los soportes documentados en la secuencia. Los
gráficos de cajas y arbotantes representan la media (barra central), el 75 % de los casos (caja) y el 95 % de los casos
(arbotantes).
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
43
a)
b)
c)
Fig. 6. Evolución diacrónica de los distintos órdenes (a), fases de producción (b) y tipos de talón documentados en la
secuencia (c).
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44
A. Eixea y A. Sanchis
Levallois, son minoritarios. Cabe destacar que estos tienen una mayor relevancia en la mitad baja de la secuencia
(capas 33 a 40) donde alcanzan valores de entre el 10 y 20 % de los elementos. El resto, como lineales, rotos,
machacados o puntiformes son esporádicos y, especialmente interesantes, los suprimidos, los cuales aparecen
asociados mayoritariamente a las raederas, algunas de ellas de tipo semiquina, en las que el intenso retoque del
filo llega a abarcar la parte proximal de las piezas suprimiendo los mismos.
Mención aparte merecen los núcleos y los distintos sistemas de talla empleados los cuales, como hemos
visto anteriormente en la cuantificación de los soportes, alcanzan unos valores muy interesantes. Además,
desde un punto de vista técnico, esta buena representación nos da suficientes garantías para llevar a cabo el
estudio tecnológico y la reconstrucción de los distintos procesos de la manufactura lítica. Los tipos determinados
fundamentalmente son los discoide, Levallois, tanto de lasca preferencial como los recurrentes centrípetos y, en
menor cuantificación, los explotados a partir de las caras ventrales de soportes más espesos y que se englobarían
dentro de producciones de tipo ramificado. Debemos destacar que, a pesar de haber encontrado elementos de tipo
laminar, no se atestigua en estas capas del Paleolítico medio ningún núcleo con una típica estructura de este tipo.
Pensamos que pueden deberse más bien a elementos englobados en las otras producciones pero que de forma
fortuita se materializan en este tipo de morfologías. Además, sus cuantificaciones no dejan de ser testimoniales.
Respecto al primer grupo, los núcleos discoides y los soportes obtenidos, cuantitativamente son los mayoritarios,
situándose entre unos valores del 60-70 % a lo largo de la secuencia, a excepción de las capas basales (36 a 40),
en las que observamos como este tipo de gestión y la Levallois recurrente son similares (fig. 7).
Respecto a sus modalidades, existe un cierto equilibrio entre las gestiones de tipo uni y bifacial, con
direcciones centrípetas y cordales, las cuales se configuran mayoritariamente a partir de soportes nodulares
de características rodadas y semirodadas en los que se generan unos formatos de morfología cuadrangular
y triangular y con cierto espesor. En algunos casos, se producen tanto elementos de tipo pseudolevallois
en los que el flanco de núcleo o meplat se opone al filo activo y constituye una buena zona para el agarre y
uso de estas lascas, como soportes desbordantes en sentido amplio, que van en relación con unas gestiones
discoides de configuración cordal (fig. 8).
Fig. 7. Evolución diacrónica de los distintos sistemas de talla documentados a partir de las lascas en la secuencia.
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
45
Resulta interesante destacar que la mayor parte de los núcleos son abandonados debido a su agotamiento,
especialmente aquellos relacionados con defectos en la misma materia prima, ya que la mediana calidad de
los sílex (presencia de impurezas, diaclasas internas, granos medios, etc.) hace que las ondas de choque al
propio golpeo sean incontrolables y se plasmen en numerosos reflejados múltiples, sobrepasados y fracturas
por la talla (fig. 9).
Por otro lado, las producciones de tipo Levallois se documentan en las variantes recurrentes centrípetas,
que son las más numerosas en toda la secuencia, y las preferenciales, que son minoritarias. Aquellas
recurrentes uni y bipolares, están completamente ausentes. Siguiendo la definición propuesta por Boëda
(1994), la mayor parte son núcleos sobre lasca o nódulo, en la que se explota de forma jerarquizada una
superficie y de la que, a la vista de los negativos determinados en la superficie, se obtienen series largas hasta
acabar con las posibilidades que ofrece el mismo. La característica fundamental de estas producciones es el
pequeño tamaño de los núcleos los cuales forman parte de los sistemas de talla microlevallois, reconocidos
en buena parte de los yacimientos peninsulares y del ámbito regional (Villaverde et al., 2012; Rios-Garaizar
et al., 2015; Eixea, 2015). En los soportes obtenidos, se observa el mismo patrón, con lascas preferenciales
típicas y de buen formato minoritarias y dominio de las recurrentes, que se encuadrarían morfológicamente
dentro de las lascas Levallois atípicas (Eixea, 2015). A excepción de estos grandes grupos, quedan relegados
a un tercer plano aquellos elementos de tipo ramificado, entre los que las lascas de tipo Kombewa aparecen
Fig. 8. Soportes líticos
adscritos al Paleolítico
medio.
1-6) Lascas Levallois: 1 (capa
39), 2 (capa 33), 3 (capa
37), 4 (capa 38), 5 (capa 39)
y 6 (capa 38)
7-8) Lascas microlevallois: 7
(capa 29) y 8 (capa 27)
9) Lasca microlevallois
desbordante (capa 27)
10, 11, 16) Puntas
pseudolevallois: 10 (capa
30), 11 (capa 29) y 16 (capa
28)
12, 13, 17) Lascas
desbordantes: 12 (capa 39),
13 (capa 30) y 17 (capa 28)
14, 15, 18) Lascas centrípetas:
14 (capa 29), 15 (capa 33) y
18 (capa 42)
19) Lasca Kombewa (capa 38)
20, 21) Lascas de reavivado de
filo de raedera (reaffûtage):
20 (capa 27) y 21 (capa 28)
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A. Eixea y A. Sanchis
Fig. 9. Núcleos adscritos al
Paleolítico medio.
1, 2, 6, 8) Núcleos Levallois
recurrentes centrípetos: 1
(capa 42), 2 (capa 33), 6 (capa
28) y 8 (capa 30)
3, 7) Núcleos discoide bifaciales:
3 (capa 33) y 7 (capa 28)
4) Núcleo microlevallois
recurrente centrípeto. Nótense
las últimas extracciones
obtenidas de <1 cm de
longitud y anchura (capa 28)
5) Núcleo discoide unifacial
(capa 31)
incluidas. Esta producción no suele superar el 5 % del registro y aparece representada de forma bastante
homogénea a lo largo de las distintas capas. Tal y como ha sido atestiguado por otros autores (Bourguignon
et al., 2004; Dibble y McPherron, 2006; Rios-Garaizar, 2012; Rios-Garaizar et al., 2015), estas cadenas
operativas tienen como objetivo principal la obtención de nuevos soportes a partir de lascas espesas, en
algunos casos de talla discoide, para realizar nuevas generaciones de útiles. Dentro de estos procesos de
ramificación destaca la fabricación de lascas pequeñas y microlíticas mediante explotaciones Kombewa,
a partir de las caras ventrales de las mismas. Comportamiento que ha sido señalado como reserva de un
utillaje destinado para su utilización en las fases finales de los procesos productivos (Bourguignon et al.,
2004; Rios-Garaizar, 2012). Finalmente, mencionar la inexistencia de otro tipo de gestiones como pueden
ser la talla Quina, trifacial o laminar, entre otras, y que, aunque suelen ser marginales, sí aparecen en otros
conjuntos del ámbito peninsular y valenciano.
Respecto a las capas adscritas al Paleolítico superior (de la 24 a la 15), como veremos en el
siguiente apartado, a partir de los aspectos tipológicos se han podido documentar los diferentes
periodos culturales, siguiendo como guía principal los típicos fósiles directores. Aun así, desde un
punto de vista tecnológico, durante estas capas también se generaliza el componente laminar en las
industrias estudiadas. Este factor es clave y determinante en su análisis ya que en los conjuntos del
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
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Paleolítico medio peninsular y, sobre todo valenciano, es inexistente. En primer lugar, se ha podido
documentar como a lo largo de las capas 22 a 24, empiezan a aparecer algunas laminitas, sobre todo de
perfil curvo y torcido que responden a las características típicas de los conjuntos auriñacienses. Junto
a estas se observan algunos núcleos laminares, sobre todo unipolares, explotados a partir de pequeños
nódulos de sílex de en torno a los 5 cm de diámetro, sobre caras estrechas y en los que predominan los
negativos paralelos. Respecto a la técnica de talla, podemos determinar el empleo tanto de percutores
blandos como duros, con un claro dominio de la percusión blanda. Posteriormente, a partir de las capas
18 y 19 en adelante, este componente se generaliza y aparecen junto a un buen número de laminitas,
las cuales ya no poseen las características anteriores, sino que más bien son simétricas, con perfiles
rectilíneos y de morfología apuntada, otros formatos de tipo laminar de mejor factura y mayores
dimensiones. Respecto a los núcleos, podemos observar una diversificación bastante amplia, con un
equilibrio entre los núcleos unipolares y bipolares y con una morfología prismática y piramidal. Se
configuran a partir de soportes nodulares y, en algunos casos, a partir de lascas espesas las cuales
suelen poseer una superficie cortical opuesta a la cara de lascado. Se empiezan con la apertura de una
plataforma de explotación amplia y a partir de ella se obtienen los soportes laminares desde el inicio
de la secuencia que se produce mediante la guía de meplats laterales, siendo escasos los ejemplos de
crestas y semicrestas debido a la elevada cantidad de materia prima que necesita esta configuración.
Finalmente, junto a estos, aparecen elementos vinculados con la talla como son los productos de
acondicionamiento de núcleo (PAN), tabletas, semitabletas y, en menor medida, algunas crestas, lo
cual nos indica una generalización y mayor desarrollo del componente laminar y de su producción.
En este sentido, todo ello da cuenta de la presencia de una talla laminar bien definida adscrita al
Paleolítico superior, como veremos en el siguiente apartado, dentro de los complejos auriñacienses,
gravetienses y, en menor medida, solutrenses.
4.3. Tipología
Entre el material retocado, se observa como el grupo mayoritario al igual que ocurre en buena parte de los
conjuntos del ámbito regional inmediato, es el formado por las raederas. Si bien es cierto, existen algunas
pulsaciones y tendencias interesantes a lo largo de la secuencia que pasamos a comentar. En primer lugar,
documentamos como en la capa inferior los elementos dominantes son las raederas, en cambio, estas van
decreciendo progresivamente desde la capa 40 a la 37 hasta llegar a unas cuantificaciones muy bajas (<20 %).
Contrariamente, son las piezas con macrohuellas de uso, muescas y denticulados y los útiles del grupo III,
las que van a poseer unos valores realmente importantes. Caso excepcional es la capa 38 en la que las puntas
suponen unas cuantificaciones igualmente importantes que el resto. Entre las piezas con huellas de uso, son las
lascas Levallois las que mejor representación tienen, cuestión que queda ratificada si atendemos a los sistemas
de talla empleados en estas capas ya que la gestión Levallois recurrente tiene valores similares a la discoide.
Es decir, la mayor parte de los soportes Levallois producidos, van a estar usados de forma intensiva por los
grupos neandertales (fig. 10a).
Por su parte, a lo largo de este primer tramo, las raederas confeccionadas son simples (laterales y
transversales), con filos muy poco retrocedidos y retoques fundamentalmente marginales (fig. 11). Desde
la parte media de la secuencia y en adelante, donde la capa 36 nos muestra un marcado punto de inflexión,
el grupo de las raederas va a pasar a ser el mayoritario con diferencia, quedando reducidos los otros
grupos a valores que apenas van a superar el 15 %. Una tendencia que se observa en otros yacimientos
como por ejemplo en el Abrigo de la Quebrada donde las cuantificaciones son similares (Eixea, 2015).
En este contexto, dominan las raederas con un filo retocado, pero aquellas que poseen dos o más, como
es el caso de las desviadas y dobles fundamentalmente, poseen unas cuantificaciones más elevadas. En
esta parte vemos como los retoques son más profundos, las piezas opuestas a dorsos naturales y meplats
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48
A. Eixea y A. Sanchis
a)
b)
Fig. 10. Evolución diacrónica del utillaje (a) e índices de transformación (b) documentados en la secuencia.
son también más significativas y los elementos de tipo Quina y semiquina están más documentados.
Por su parte, las muescas y denticulados junto con las piezas con huellas de uso descienden, sobre todo
estas últimas. Respecto a las características del primer grupo, se trata de muescas poco marcadas, con
delineaciones más bien sinuosas y en las que no se suelen observar más de tres o cuatro muescas en cada
pieza. Estas suelen afectar al filo lateral frente al distal y, al igual que ocurre con las raederas, en muchos
casos aparecen opuestas a dorsos naturales. Todo ello, probablemente, vinculado a un mejor agarre y
adaptabilidad a la mano y, en definitiva, al uso de las mismas.
Mención especial requieren los grupos de utillaje del Paleolítico superior y de las puntas ya que
sus valores representan en torno al 5-10 % del registro. Unos valores que si los comparamos con
otros conjuntos valencianos como pueden ser Quebrada o Cova Negra, son más elevados. Respecto
al primero, se componen principalmente de perforadores, seguidos de raspadores y truncaduras. En
todos los casos, estos se caracterizan por estar configurados a partir de lascas, normalmente, de cierto
espesor. En los perforadores, que son los dominantes, cabe resaltar como todos ellos se combinan
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
49
Fig. 11. Utillaje lítico adscrito al
Paleolítico medio.
1) Denticulado (capa 40)
2) Punta musteriense alargada
(capa 33)
3) Raedera simple cóncavoconvexa sobre lasca Levallois
desbordante (capa 33)
4) Raedera desviada (capa 27);
5) Punta musteriense. Nótese
el adelgazamiento ventral
del bulbo para el enmangue
(capa 31)
6, 9) Raedera simple convexa
semiquina opuesta a dorso
natural (capa 31)
7) Punta musteriense (capa 27)
8) Pieza con muesca en extremo
(capa 27)
10) Raedera doble con
extracciones en la cara ventral
de lascas Kombewa dentro de
una gestión de tipo ramificada
(capa 27)
11) Punta musteriense. Nótese
la fractura distal por impacto
(capa 27)
12) Raedera simple convexa
(capa 27)
13) Raedera sobre cara plana
(capa 42)
con un frente de raedera en el filo opuesto o con macrohuellas de uso lo que nos indica que se trata
de útiles, probablemente, con más de una función. Y, en relación con el segundo, contamos con un
total de 36 puntas en toda la secuencia. Aunque merecería un estudio aparte, tanto tecnológico como
funcional, aquí tan solo vamos a citar sus principales características. Como hemos comentado, hasta
la capa 36 tan solo se documenta un ejemplar, en cambio, a partir de esta y relacionado con la parte
media y superior de la secuencia, es cuando nos encontramos con la mayor parte de ellos. A excepción
de la capa 29 donde no aparecen representadas, en el resto de capas los valores medios se sitúan en
torno al 5,4 % (n = 36), unas cuantificaciones que en comparación con Quebrada, el yacimiento con
más ejemplares disponibles (n = 96) (Eixea et al., 2015), resultan muy interesantes, más aún, cuando
en este trabajo no se ha estudiado el conjunto completo de los cuadros de cada capa. Además, a falta
de estudios traceológicos y funcionales, algunas de las raederas desviadas y convergentes podrían
estar englobadas también dentro de este grupo. Así, podemos ver como existe un marcado dominio
de las puntas musterienses (n = 33) frente a las Levallois (n = 3). Respecto a las primeras, cuatro
ejemplares se encuadran dentro de las puntas musterienses alargadas, dos de ellas confeccionadas
APL XXXIV, 2022
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50
A. Eixea y A. Sanchis
sobre lasca y otras dos sobre lascas laminares. En todos los casos, los tamaños oscilan en los 3-4
cm de longitud y 1,5-2 cm de anchura, unas medidas que muestran también como las dimensiones
medias se ajustan a los parámetros generales de la industria que es de tamaño pequeño. En cuanto a
las características generales de todos los efectivos, vemos como se confeccionan mayoritariamente a
partir de lascas de tipo discoide (n = 14), y en menor medida sobre lasca Levallois (n = 5), y el resto,
de talla indeterminable, son minoritarias. Se trata de elementos en los que el retoque de apuntamiento
es muy marcado, profundo y que reduce de forma intensa el filo. También se documentan golpes
ventrales en las zonas proximales que reducen el abombamiento del bulbo y facilitan el enmangue. En
más de la mitad de los ejemplares se detectan posibles fracturas distales de impacto, lo que demuestra
su uso como punta. Y, respecto a las segundas, dos son sobre lasca y una sobre lasca laminar. En todos
los casos, la gestión empleada para la obtención del soporte es a partir de lascas Levallois recurrentes
centrípetas. Resulta interesante ver como las dimensiones, a pesar de ser una muestra reducida, son algo
mayores a las musterienses ya que los tamaños medios son de 4 cm de longitud por 2 cm de anchura.
Respecto al retoque, a diferencia de las anteriores, son mucho más someros, simples y marginales,
no afectando sustancialmente ni al filo ni al retroceso del mismo. Así pues, nos encontramos ante una
buena representación de este tipo de elementos, que alcanzan valores significativos. En este sentido,
sería necesario realizar en los próximos años un estudio tecnológico específico y, sobre todo, funcional
que nos aporte más información en relación con las actividades cinegéticas de estas poblaciones.
Si nos centramos ahora en los índices de transformación determinados, se observa como los valores
relacionados con los elementos retocados son bastante altos, más aún si los comparamos con otros
yacimientos de la región central del Mediterráneo peninsular. Aunque los valores medios oscilan
alrededor del 40 % del registro, existen puntos de más del 50 % y en un caso de hasta el 85 % lo que
nos indica como el grado de transformación de la industria mediante el retoque es bastante elevado. A
nivel diacrónico, se observa como en la parte basal y media (capas 33 a 42), los índices están alrededor
del 30 %, marcando un punto de inflexión la capa 31 en la que los valores ascienden marcadamente.
Posteriormente, a partir de la capa 30, las cuantificaciones descienden, pero van a estar ligeramente
por encima de lo visto en la parte basal, situándose alrededor de casi el 50 %. Con esto se desprende
que, dejando de lado los puntos discordantes como la capa 37 o la 31, los datos indican unos valores
estables y ciertamente homogéneos a lo largo de toda la secuencia y, a nivel comparativo, más elevados
que los restantes yacimientos del ámbito regional.
Nos centramos ahora en el material de las capas adscritas al Paleolítico superior (de la 24 a la
15). Quizás este apartado tenga cierto interés debido a la presencia de unos fósiles directores que nos
indican la clara presencia de los tecnocomplejos adscritos al Auriñaciense y Gravetiense ya que, como
hemos comentado, el Solutrense queda al límite de este trabajo. Respecto al primero, en las capas
22 y 23, dentro de un conjunto en el cual dominan los fragmentos indeterminados y el bajo número
de utillaje, se han recuperado diversas laminitas (n = 37) entre las que destacan las de tipo Dufour
(n = 5), concretamente subtipo Roc-de-Combe (Demars y Laurent, 1989), obtenidas a partir de
raspadores carenados o pequeños núcleos unipolares, con la típica morfología de perfil curvo-torcido
en la parte distal y retoque fino y marginal (fig. 12). La percusión blanda es la única documentada
en los elementos laminares, especialmente mediante el uso del percutor mineral blando. Resulta
interesante destacar como no se atestiguan dorsos, lo cual parece indicar que no hay mezcla con los
paquetes superiores gravetienses. Se trata por tanto de un lote reducido pero diagnóstico en cuanto a su
tipología. No se han recuperado ni restos de industria ósea ni adorno lo cual nos hubiera podido ayudar
en la concreción y mejor definición de dicho periodo en el yacimiento.
Respecto al conjunto correspondiente a las capas 18 y 19, los elementos más llamativos y
característicos son las piezas de dorso laminares y microlaminares y una elevada proporción
de microgravettes, en la línea de lo documentado en otros conjuntos de la vertiente mediterránea
(Fullola et al., 2007; Villaverde et al., 2007-2008). Al igual que ocurre en yacimientos como Cendres
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Fig. 12. Material adscrito al
Paleolítico superior (1-4 dibujos
ampliados con posición del
retoque en línea más gruesa):
1) Laminita Dufour (capa 23)
2-4) Laminitas Dufour subtipo
Roc-de-Combe (capa 23)
5) Núcleo unipolar (capa 23)
6) Pieza astillada (capa 17)
7) Golpe de buril (capa 17)
8) Punta tipo Cendres (capa 17)
9) Raspador (capa 17)
10) Núcleo de astillas (capa 18)
11) Raspador (capa 17)
12) Gravette (capa 18)
13) Gravette (capa 19)
14) Gravette (capa 18)
15-17) Microgravettes: 15 y 16
(capa 17) y 17 (capa 19)
18-19) Laminitas de dorso
apuntado: 18 (capa 19) y 19
(capa 18)
20) Azagaya (capa 18)
o Malladetes, las laminitas de dorso son el tipo mayoritario debido a que el conjunto presenta un
alto grado de fragmentación y, por tanto, los extremos no suelen conservarse. En lo que se refiere a
los elementos apuntados, las gravettes y microgravettes poseen cuantificaciones similares. Ambos
casos presentan retoques bipolares y profundos, reduciendo marcadamente el perfil del soporte de
partida. Al hilo de otros trabajos, para distinguir entre las distintas variantes hemos recurrido a un
criterio tipométrico, centrado en la anchura de las piezas, de manera que las superiores a los 8 mm
de anchura se han considerado gravettes, las comprendidas entre 5 y 8 mm se han clasificado como
microgravettes, y las menores de 5 mm, que combinan el dorso con el apuntamiento se han clasificado
como laminitas de dorso apuntadas (Villaverde et al., 2019). También se han determinado varias puntas
de tipo Cendres las cuales se definen por ser unas láminas relativamente anchas (la longitud se mueve
entre tres y cuatro veces la anchura de la pieza) y algo disimétricas, apuntadas con retoques simples
someros, muchas veces parciales, que aprovechan la morfología apuntada de los soportes para reforzar
el apuntamiento de unas piezas que bien podrían clasificarse como láminas apuntadas (Villaverde y
Roman, 2004). La ausencia de adelgazamiento dorsal en la base las diferencia de las puntas de tipo Vale
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A. Eixea y A. Sanchis
Comprido (Zilhão y Aubry, 1996), mientras que la falta de simetría permite diferenciarlas de las puntas
tipo Casal do Felipe (Zilhão, 1997), ambas del Gravetiense portugués. Un rasgo de individualización
de este Gravetiense regional que se documenta a lo largo de estos niveles en el yacimiento. Por su
parte, las piezas astilladas y las mismas astillas también aparecen bien representadas, y proceden del
reciclado de raspadores o núcleos, produciéndose un aprovechamiento intensivo de la materia prima.
Debemos resaltar que, como ha sido tratado en otros estudios, algunas de las piezas pueden presentar
dudas en cuanto a su consideración como instrumentos destinados a la percusión o el hendido, tal y
como ha sido propuesto a partir de una pieza inserta en un hueso de Vale Boi (Bicho y Bao, 2007)
o como soportes destinados a la extracción de astillas. En Foradada, las piezas astilladas dominan
claramente frente a los núcleos de astillas, aprovechando en muchos casos flancos y aristas de núcleos
y, en otros, incluso raspadores y piezas de bordes retocados lo que concuerda con la idea de un intenso
reciclado de los soportes. Por su parte, los buriles son minoritarios del mismo modo que las hojitas de
finos retoques. A lo largo de estas capas, el número de raspadores es superior siempre al de los buriles
tal y como sucede en un número importante de yacimientos de la vertiente mediterránea peninsular,
como Beneito (Iturbe et al., 1993) o Barranc Blanc (Fullola, 1978).
A todo este conjunto lítico, cabe añadir la presencia en la capa 18 de una azagaya prácticamente completa
en hueso la cual presenta unas dimensiones de 9,3 cm de longitud, 0,8 cm de anchura y 0,7 cm de espesor.
Está elaborada a partir de un hueso largo de un animal de talla media, presenta una sección circular y el
procedimiento de acabado es exhaustivo y se realiza mediante la técnica del raspado en la que se observan
estrías continúas, largas y paralelas entre sí, organizadas en bandas de densidad media que se extienden de
manera periférica en la pieza.
No se han documentado elementos de adorno, los cuales suelen aparecer representados en niveles
contemporáneos a Foradada.
Finalmente, a partir de la capa 17 y hasta la 15, nos encontramos una mezcla de elementos gravetienses
y solutrenses (puntas de cara plana, foliáceos, generalización del retoque plano, etc.). Por esta razón se han
decidido dejar de lado estos materiales y centrar este trabajo únicamente en el Paleolítico superior inicial.
5. VALORACIÓN PRELIMINAR DE LA FAUNA
De cara a completar la visión ofrecida por los materiales líticos, se ha llevado a cabo también la revisión
de los restos de fauna correspondientes a tres capas del cuadro b-15. Teniendo en cuenta la industria lítica
aparecida en estas capas y su situación estratigráfica pertenecerían, a priori, al Paleolítico medio (capa 26),
Paleolítico medio-Auriñaciense (capa 23) y Gravetiense (capa 19). Aportamos exclusivamente y de forma
preliminar la información sobre la representación taxonómica y el estado de conservación de los materiales
faunísticos de las capas seleccionadas.
El conjunto de la fauna de la capa 26, presenta un espectro taxonómico bastante diversificado con
presencia de varias especies de ungulados de talla grande y mediana (Equidae, Bovinae, Cervidae
y Suidae), de pequeñas presas donde destacan restos de Leporidae, aves y Testudinidae, a los que hay
que añadir algún fragmento de Carnivora de talla pequeña-mediana. Este conjunto muestra una elevada
fragmentación, con restos afectados en general por la concreción y algunos incluso brechificados; se
observan manganesos y también termoalteraciones. Estos materiales muestran una pátina de coloración
marrón-gris y en general están bien conservados. La presencia de restos de Testudinidae en la capa, muy
posiblemente correspondientes a la tortuga mediterránea (cf. Testudo hermanni), confirma su pertenencia al
Paleolítico medio, ya que se trata de un taxón con citas en diversos yacimientos valencianos del Pleistoceno
medio y superior, como la Cova del Bolomor, Cova Negra, Abric del Pastor o la Cova del Puntal del Gat,
taxón que se rarifica en la zona a lo largo del MIS 3 y que ya no aparece entre los conjuntos de fauna del
Paleolítico superior (Morales y Sanchis, 2009).
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La fauna de la capa 23 muestra un número de taxones más reducido, con presencia de Leporidae,
Equidae, Cervidae y de aves. Los restos están muy fragmentados, afectados por la concreción, con alguna
brechificación y también algunos están quemados. Los restos muestran una pátina de color marrón claro.
Finalmente, entre la fauna de la capa 19 se documenta la presencia de restos de Leporidae, Bovinae,
Cervidae y de aves. Se identifica una elevada fragmentación en los mismos, con restos muy afectados por la
concreción, con alguna brechificación y algunos están quemados. El conjunto muestra una pátina de color
marrón oscuro.
6. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
A la luz de los datos expuestos, se confirma que el yacimiento de Cova Foradada constituye un conjunto de
enorme interés para el estudio de las poblaciones del Paleolítico medio y superior de la vertiente mediterránea
ibérica. Prueba de ello, es la amplia secuencia documentada, que empieza con el Paleolítico medio y se
compone de un total de 29 capas (24 a 48) que han aportado un total de 14.719 restos líticos analizados y en
los que no se han estudiado todos los cuadros excavados. Esta secuencia continúa con los materiales adscritos
al Paleolítico superior, en los que, a pesar de no haber sido objetivo de estudio en detalle en este trabajo,
se han podido diferenciar claramente dos complejos industriales como son el Auriñaciense y Gravetiense
determinados a partir de nueve capas (15 a 23). Su escasa representación en el ámbito regional le otorga un
mayor interés a esta parte de la secuencia.
En relación con la primera parte de la secuencia, tal y como se ha comentado, no poseemos
dataciones directas de los niveles adscritos al Paleolítico medio por lo que intentar fechar estos niveles
(radiocarbono, OSL o ESR) resultaría de gran interés en los próximos años. Más aún, teniendo en
cuenta el espectacular registro paleoantropológico que ha aportado hasta el momento la cavidad y que
puede permitir caracterizar detalladamente estas poblaciones neandertales.
Un detenido repaso al registro lítico visto anteriormente nos permite corroborar y sintetizar
diferentes aspectos industriales, culturales y territoriales que encuadran el yacimiento dentro del
panorama regional:
En primer lugar, el uso del sílex como materia prima principal en toda la secuencia, mientras que
otras rocas como la cuarcita, caliza o cuarzo, documentadas en diversos yacimientos de la zona, no
aparecen representadas. Esto puede deberse a la buena disponibilidad del sílex en las inmediaciones
del yacimiento lo que haría que las poblaciones captaran esta litología y obviaran el resto. Ejemplos
como este podemos ver en El Pinar, Bolomor, Cova Negra, Petxina, El Salt o Pastor, donde los distintos
tipos de sílex de medias y buenas características hacen que las otras litologías estén prácticamente
ausentes (Villaverde, 1984; Casabó y Rovira, 1992; Fernández Peris, 2007; Molina et al., 2010). En
cambio, en otros enclaves como el Abrigo de la Quebrada, existe una buena disponibilidad de sílex en
las inmediaciones y el uso de cuarcitas y calizas alcanza unas cuantificaciones de en torno al 20-30 %
del registro de cada nivel (Eixea et al., 2011). O en los yacimientos al aire libre de Árguinas-Majadal y
Hoya Albaida-Titonares donde la cuarcita supone más del 95 % del total (Casabó y Rovira, 2002). En
este contexto, pensamos que la determinación de una u otra materia prima se vincula, obviamente, a su
disponibilidad, pero también a otro aspecto fundamental como es la forma de ocupación del territorio
de estas poblaciones. Así, la funcionalidad del lugar, la duración de las ocupaciones o la misma
variación de los recursos faunísticos aportados (estudio que deberá llevarse a cabo en los próximos
años), determinan la planificación de la movilidad territorial de estas poblaciones y su gestión del
espacio, en la que la captación de las materias primas será otro de los diversos aspectos cotidianos que
llevan a cabo estas poblaciones en el territorio.
En segundo lugar, la gestión técnica de estos grupos se centra fundamentalmente en la producción
y obtención de lascas con las que confeccionan su utillaje. Tipométricamente, los valores de estas
industrias siguen la tónica general de los conjuntos de la zona, documentándose unos elementos que
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A. Eixea y A. Sanchis
oscilan en torno a los 2-4 cm de longitud y anchura, con poco espesor y que pueden considerarse como
de tamaño medio y pequeño. Las distintas gestiones aplicadas para su obtención son mayoritariamente
de tipo discoide, a partir de las cuales se producen unos elementos de morfología pseudolevallois
o cuadrangular, en muchos casos opuestas a dorsos naturales y a meplats. Esta morfología en los
soportes permite conseguir buenos formatos para la realización de raederas que, a la vista del retroceso
de sus filos y, en algún caso, de reciclados vistos a partir de diferentes pátinas en la misma pieza, van
a tener una intensa y larga utilización. Hay que destacar la presencia también de explotaciones de
lascas de tipo Kombewa en la cara ventral de las mismas lo que indica una gestión de tipo ramificado,
tal y como se ha atestiguado en otros yacimientos del ámbito regional y europeo (Bourguignon et
al., 2004; Villaverde et al., 2012; Rios-Garaizar et al., 2015; Romagnoli et al., 2018). Respecto a la
producción de tipo Levallois, al igual que los conjuntos de la vertiente mediterránea y a diferencia de
otros lugares como puede ser la Dordoña francesa o el norte europeo, domina la variante recurrente.
Resulta obvio pensar que en zonas en las que el sílex no es abundante y con una calidad inferior a
otros ámbitos donde existen tipos de muy buena calidad, la preparación del núcleo para la obtención
de una sola lasca de tipo preferencial y su posterior abandono, no resulta ni razonable ni económico.
Es por ello, que tanto en Foradada como en el ámbito inmediato de estudio, la aplicación de criterios
de recurrencia que permitan maximizar la materia prima disponible parece la opción más sensata. Esto
se ajusta además a la explotación al máximo de los núcleos en una gestión de tipo pequeño englobada
dentro del concepto microlevallois y determinada en buena parte de yacimientos del ámbito peninsular
ibérico (Cortés, 2007; Galván et al., 2009; Giles et al., 2012; Villaverde et al., 2012). Respecto a las
capas del Paleolítico superior, si bien la identificación del material no es muy elevada, sí que existen
criterios básicos que nos han permitido determinar diferentes periodos. En líneas generales y dejando
para el siguiente apartado las cuestiones tipológicas, a nivel técnico se aprecia como la producción de
lascas es sustituida por un buen número de elementos laminares y microlaminares. Prueba de ello es
la presencia de núcleos uni y bipolares, de morfología prismática y piramidal, confeccionados sobre
pequeños cantos de sílex en los que, al igual que durante el Paleolítico medio, la explotación va a ser
muy intensa llegando hasta el máximo de lo que ofrece la materia prima. También la determinación de
una buena proporción de productos de acondicionamiento de núcleo va a mostrar como la talla pasa a
ser más compleja y la búsqueda de unos soportes más específicos para confeccionar el utillaje.
En tercer lugar, el útil predominante es el formado por el grupo de las raederas de entre las cuales
dominan las simples frente a las compuestas o que poseen más de un filo retocado. En este sentido,
poca es la excepcionalidad que presenta Foradada en el contexto regional ya que, dejando de lado
algún nivel de Bolomor o de Beneito en los que los denticulados poseen cuantificaciones mayores, la
tónica general, tal y como se puede ver en Quebrada, Cova Negra o Petxina, es el dominio de dicho
grupo. Dentro de este, es cierto que también siempre dominan las simples frente a las compuestas ya
que dobles, desviadas o convergentes suelen oscilar entre unos valores del 10-15 % de cada registro.
Lo mismo ocurre en el panorama regional a nivel diacrónico ya que los cambios que se observan
son siempre menores porcentualmente y no se concretan en grandes modificaciones secuenciales.
Probablemente, frente a esta homogeneidad del Paleolítico medio, vista en la práctica totalidad de
los conjuntos del ámbito de estudio, quizás resulte más llamativo lo documentado en los paquetes
superiores. La determinación de niveles auriñacienses y gravetienses, tanto a partir de núcleos como
de un utillaje especifico a través de los fósiles directores (laminitas Dufour, gravettes y microgravettes,
puntas de tipo Cendres, etc.), no resulta discordante con la aparición de nueva documentación en
los últimos años de la presencia humana en la zona durante este periodo. En este contexto y a poca
distancia del lugar, nos encontramos con yacimientos de sobra conocidos como Parpalló (Gandia)
o Malladetes (Barx) el cual ha sido reexcavado y publicado recientemente (Villaverde et al., 2021)
y en el que se ha ampliado tanto la secuencia auriñaciense como la gravetiense, y en el que se ha
identificado un nuevo nivel probablemente del Paleolítico medio. La presencia humana en la zona
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Reconstrucción de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia)
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durante estos momentos del Paleolítico superior queda constatada en las áreas más inmediatas en
otros yacimientos como Meravelles (Gandia), Barranc Blanc (Ròtova) y, más al sur, Tossal de la
Roca (la Vall d’Alcalà), Cova Fosca (la Vall d’Ebo), Cova del Comte (Pedreguer), Cova del Randero
(Pedreguer), Cova de la Barriada (Benidorm) o la Cova de les Cendres (Teulada-Moraira). Al igual que
los recientes estudios publicados de conjuntos superficiales que constatan y amplían el poblamiento
auriñaciense y gravetiense en los alrededores, como es el caso de Els Bancals de Pere Jordi (Eixea y
Villaverde, 2012), Les Majones, La Llacuna o Pla de Palau (Bel y Eixea, 2015).
Y, en último lugar, respecto a la ocupación de la cavidad, con los datos que poseemos las inferencias
que podemos hacer resultan especulativas. Aun así, resulta interesante destacar como la presencia de
elementos de mantenimiento de núcleos, tanto durante el Paleolítico medio como superior, el reavivado
y reciclado de algunos útiles y la presencia de cadenas operativas, en algunos casos, fragmentadas y
determinadas en las últimas fases de la producción, nos incitan a pensar en un patrón de ocupación que,
sin poder determinarlo con detalle a nivel diacrónico, parece similar. En este sentido y con estos datos,
pensamos que se trata de ocupaciones de carácter corto y esporádico en el que los grupos humanos
visitaron la cavidad recurrentemente y, probablemente, ya que los estudios de fauna permitirán acotar
estas apreciaciones, encuadradas dentro de un patrón estacional de movilidad territorial, y dirigidas,
entre otros objetivos, hacia la caza de diversos taxones. El conocimiento de los principales recursos
bióticos y abióticos de la zona fue el que determinó el movimiento de las poblaciones humanas en esta
área. Si comparamos estos datos con otros yacimientos del ámbito inmediato, pensamos que siguen
un patrón diferente a, por ejemplo, el nivel II de Cova Negra o el nivel VIII de Quebrada. En estos, la
densidad de restos es mucho menor, las cadenas operativas aparecen mucho más fragmentadas, buena
parte del material está configurado y se constata una mayor presencia de carnívoros, quirópteros,
etc., respecto a otros niveles, lo que hace pensar en ocupaciones de carácter mucho más corto,
limitadas espacialmente y con amplios espacios de abandono de los yacimientos (Fernández Peris,
2007; Villaverde et al., 2009, 2017). En cambio, otros conjuntos, como el nivel IV de Bolomor, el
IV de Quebrada o el X de El Salt, parecen responder a ocupaciones diferentes en las que la mayor
parte del registro es aportado por los grupos humanos y en el que los carnívoros son minoritarios
(Sañudo y Fernández Peris, 2007; Eixea et al., 2011-2012; Machado et al., 2017). Estos conjuntos
corresponderían a zonas de hábitat y donde las labores domésticas serían las principales actividades
realizadas por los grupos humanos.
Finalmente, para acabar tan solo nos queda comentar que se ha iniciado un nuevo proyecto de
investigación en la Cova Foradada formado por un equipo científico multi e interdisciplinar (materias
primas, tecnología lítica, arqueozoología, tafonomía, carpología, antracología o paleoantropología,
entre otros) que pretende desarrollar una metodología de trabajo actual y rigurosa con el objetivo
de conseguir más información de la que ahora se posee. Tal y como se ha documentado, el registro
lítico, óseo y vegetal tiene un enorme potencial, pero la información estratigráfica es pobre y
contradictoria lo que impide hacer valoraciones de orden cronoestratigráfico y diacrónico. En este
trabajo, hemos aportado unas breves pinceladas al registro lítico, lo que nos ha permitido reconstruir
de manera preliminar una parte de la secuencia adscrita al Paleolítico medio y superior inicial. En
este sentido, teniendo en cuenta la problemática que posee el yacimiento, nos parece una necesidad
científica inexcusable no dejar el conocimiento de la Cova Foradada tal y como se encuentra en la
actualidad. Por lo que será necesario precisar sus características estratigráficas, profundizar en su
estudio y encuadrarlo en el panorama regional. Es significativo ver, si atendemos a las referencias
bibliográficas existentes que casi nunca aparece citado, a pesar de poseer una rica secuencia del
Paleolítico medio y superior a nivel peninsular y, probablemente, del continente europeo y no sólo
por los restos faunísticos y líticos recuperados hasta la fecha, sino también por el importante material
paleoantropológico que ha proporcionado (Campillo et al., 2002; Chimenos et al., 2002; Lozano et
al., 2013; Aparicio et al., 2014).
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A. Eixea y A. Sanchis
AGRADECIMIENTOS
Agradecemos al Museu de Prehistòria de València, a su directora María Jesús de Pedro y conservadores y, especialmente, a Carmen Martínez-Varea y a Margarita Vadillo por la ayuda prestada en todo momento con el manejo de
las cajas de materiales. Damos también las gracias a José Castelló Barber y a Vicent Burguera, director del Museu
Arqueològic d’Oliva, por su ayuda e interés en el proyecto. Finalmente, agradecemos los comentarios del profesor
Valentín Villaverde y de los dos revisores anónimos que han permitido mejorar este trabajo.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 61-82
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1587
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Margarita VADILLO CONESA a, Cristina REAL a, c y Agustí RIBERA c
El Abric de l’Hedra (Ontinyent, Valencia).
Nuevos datos para el conocimiento de los
grupos de cazadores recolectores del Paleolítico
medio y superior en La Vall d’Albaida
RESUMEN: El desarrollo de dos campañas de excavación realizadas en el 2021 en el Abric de l’Hedra
(Ontinyent, Valencia) ha propiciado la recuperación de materiales, sobre todo líticos y restos de fauna, y
datos preliminares sobre las ocupaciones en el yacimiento. La industria lítica apunta a la diferenciación
de dos grandes episodios ocupacionales que remiten al Paleolítico superior y al Paleolítico medio. El
estudio de la fauna abre la discusión sobre cuestiones relacionadas con las estrategias de subsistencia de
los grupos que utilizaron el abrigo, relacionándolas con los patrones conocidos para la región.
PALABRAS CLAVE: Prehistoria, Paleolítico, industria lítica, industria ósea, arqueozoología.
The Abric de l'Hedra (Ontinyent, Valencia). New data for the knowledge
of Middle and Upper Palaeolithic hunter-gatherers in La Vall d'Albaida
ABSTRACT: The development of two excavation surveys carried out in 2021 at the Abric de l’Hedra
site (Ontinyent, Valencia) has led to the recovery of mainly lithic materials and faunal remains that
provide preliminary data on the occupations at the shelter. The lithic industry allows us to differentiate
between two major occupational episodes which date back to the Upper Palaeolithic and the Middle
Palaeolithic. The study of the fauna has allowed us to discuss questions related to the subsistence
strategies of the groups that occupied the site, relating them to the patterns known for the region.
KEYWORDS: Prehistory, Palaeolithic, lithic industry, bone industry, archaeozoology.
a
b
c
Departament de Prehistòria, Arqueologia i Història Antiga. Facultat de Geografia i Història, Universitat de València.
Grupo de Investigación PREMEDOC-GIV2015-213.
Laboratory of Osteoarchaeology and Paleoanthropology (BONES Lab). Department of Cultural Heritage. University
of Bologna.
Museu Arqueològic d’Ontinyent i la Vall d’Albaida (MAOVA).
Recibido: 14/02/2022. Aceptado: 06/04/2022.
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M. Vadillo Conesa, C. Real y A. Ribera
1. INTRODUCCIÓN
El Abric de l’Hedra se sitúa en el término municipal de Ontinyent (Valencia). A pocos metros del abrigo
encontramos una cavidad, la Cova de l’Hedra, que también recoge el nombre de la vegetación característica
de las paredes de la formación rocosa en que se encuentran ambos yacimientos. La primera cita que hace
referencia a estos lugares aparece en una breve descripción que hace José Donat Zopo de la cueva en su
catálogo de cavidades valencianas (1966: 112). El descubrimiento del valor arqueológico de ambos sitios se
da en los años 60 y se debe a los miembros del Centro Excursionista de Ontinyent, Salvador Guerola Mollà
y Agustí Ribera. Este descubrimiento fue notificado al Servei d’Investigació Prehistòrica de la Diputació
de València. Desde esta institución se envió al arqueólogo José Aparicio, con quien se prospectaron los
dos yacimientos, valorándose como yacimientos prehistóricos de cierto interés. Aparecen citados en
algunas publicaciones del SIP (Fletcher, 1970: 70; Fletcher y Pla, 1977: 72), así como del Departamento
de Historia Antigua de la Universitat de València (Aparicio y San Valero, 1977: 72). A mediados de los 80
se realizan las primeras fichas de protección arqueológica de los dos yacimientos, que quedarán incluidas
en el Catálogo del Patrimonio para el nuevo PGOU de Ontinyent. Hacia el año 1994 se realizó igualmente
la ficha correspondiente para Conselleria por A. Ribera y J. Pascual Beneyto. En publicaciones posteriores
que tratan la prehistoria de Ontinyent y la Vall d’Albaida se recogen referencias a ambos yacimientos (por
ejemplo Ribera 1988 y 1995), pero sin el estudio de los materiales. En esta década se realizan unos sondeos
en el interior de la cavidad que, aparte de confirmar la desaparición de la mayor parte de la sedimentación
original y la alteración de la que queda, aportaron una buena muestra de materiales prehistóricos.
Los materiales de la Cova de l’Hedra, igual que los superficiales recogidos en el Abric de l’Hedra, se
depositaron íntegramente en el Museu Arqueològic d’Ontinyent i la Vall d’Albaida (MAOVA). No será hasta
el 2021 cuando se plantee su estudio y se ponga de nuevo atención en estos yacimientos considerándolos
relevantes para el estudio de la Prehistoria en el interior de las comarcas centrales valencianas. La revisión del
conjunto de materiales recuperados en los años 80 en la cueva (Vadillo Conesa et al., 2021), evidencia una
ocupación de la cavidad que va desde momentos del Paleolítico medio hasta la Edad de Bronce. Por otra parte,
el estudio de los materiales líticos superficiales del Abric de l’Hedra (Vadillo Conesa y Ribera, 2020) permite
su asociación a ocupaciones que remiten al Paleolítico superior, sin que exista ningún elemento que permita
acotar más la cronología. El interés que evidenciaban estos materiales, por remitir a ocupaciones paleolíticas
y el buen estado de conservación que mostraba el yacimiento del Abric de l’Hedra, con un sedimento
aparentemente intacto, fueron los motivos que llevaron a plantear la intervención en el mismo. En 2021 se
desarrollaron dos campañas de excavación, que pretendían responder a las hipótesis planteadas a través de la
observación inicial del yacimiento, comprobar el aparente buen estado de conservación, determinar si existe
una secuencia arqueológica y a qué episodio o episodios crono-culturales se puede asociar.
2. EL YACIMIENTO
En la comarca de la Vall d’Albaida, el Abric de l’Hedra se ubica en un sector al sur de la Serra Grossa,
en la zona de solana recayente a Ontinyent, término municipal al cual pertenece (fig. 1: 1-2). Se sitúa
en el margen derecho del barranco homónimo, de corto recorrido. Este recoge las aguas de la vertiente
montañosa, siguiendo primero la dirección de noroeste a sureste, para después orientarse hacia levante,
denominándose entonces barranco de la Xosa; corre en paralelo al barranco de la Casa Mora, al cual se une
poco antes de desembocar en el río de Ontinyent, o Clariano, a 1 km al este de la cavidad.
El Abric de l’Hedra se encuentra a tan solo 80 m al norte de la Cova de l’Hedra, mucho más conocida
a nivel popular, y en la misma terraza del barranco (Vadillo Conesa et al., 2021). Los dos yacimientos,
aunque perfectamente diferenciados físicamente, comparten paraje, y por su cercanía, serán indisociables
en muchos aspectos. Mientras que el abrigo se abre hacia el norte, la cueva penetra hacia el oeste y entre
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El Abric de l’Hedra (Ontinyent, Valencia)
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Fig. 1. 1) Localización del Abric de l’Hedra; 2) Detalle de la ubicación del yacimiento; 3) Formación rocosa en la que
se encuentran la cueva y el abrigo y detalle de la misma.
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M. Vadillo Conesa, C. Real y A. Ribera
ambos existen diversas concavidades o abrigos menores, casi todos con sedimentación, y en la actualidad
con abundante vegetación que impide su completa visión. En toda esta zona de sierra las alturas máximas
están en torno a los 550 m. aflorando siempre la roca calcárea, con vegetación escasa en general. Las
cavidades se sitúan en la zona baja de la sierra -360/70 m-, y a corta distancia de las tierras llanas del valle,
desde donde son fácilmente accesibles.
La vegetación actual es de pinar poco denso, con alguna carrasca y matorrales dispersos, en general.
El área concreta del abrigo, es más sombría, con algún enebro, muchas zarzas y yedras abundantes
cubriendo las paredes, característica que debe haber dado origen al nombre que reciben tanto los
yacimientos como el barranco mismo.
El Abric de l’Hedra se sitúa concretamente a unos 3,5 km al norte de la Ciudad de Ontinyent1 a una
altura de 370 msnm. Es un abrigo rocoso natural, de notables dimensiones, al menos unos 15 m de largo
por unos 5 m de ancho máximo a cubierto, o de visera, por unos 4 m de altura. Sin embargo, el hecho de
descender la pared interna de forma oblicua a la base, sin formar concavidad, quizás le resta capacidad de
abrigo o habitabilidad, tanto como, quizás, su orientación, totalmente abierta a norte, por lo que, a pesar
de ser un lugar relativamente a cobijo de los vientos, será en periodo estival cuando podrá alcanzar mayor
grado de confort. La roca donde se ubica el abrigo es de calizas cretácicas (del Senoniense-Santoniense2).
En el sector del abrigo la base es de tierras, con pocas piedras, mostrándose relativamente llana, o muy
levemente descendente hacia el exterior. Debe acumular una potencia en torno a 1,5 a 2 m de profundidad
(hasta el momento 1,20 m constatados por excavación). En el área oriental del abrigo se ve, casi a ras de
suelo, una penetración o continuidad de la cavidad, igualmente cubierta de tierra, que alcanza al menos los
2 m hacia el interior, lo que en caso de mantenerse las constantes de potencia sedimentaria, implicaría un
mayor desarrollo del yacimiento en su sector de mayor interés. El nivel de la terraza donde se abre el abrigo
se encuentra aproximadamente a unos 25 m sobre el del cauce del barranco (fig. 1: 3), bastante estrecho en
este sector. Por encima del abrigo, a pocos metros del techo, se conforma a manera de un pequeño balcón
corrido, en el mismo estrato calizo, que recoge y encauza las aguas de lluvia desde la sierra inmediata
hacia el interior del abrigo. Este hecho, que se ha podido verificar mientras se realizaban los trabajos de
excavación, implicaría la aportación de tierras procedentes de la parte superior del abrigo, en los episodios
estacionales de lluvias, que se irían depositando sucesivamente sobre los espacios ocupados.
Por lo que respecta al poblamiento prehistórico constatado en el entorno, es en general poco relevante,
excepción hecha de los márgenes del río d’Ontinyent, limitándose a alguna cueva con restos calcolíticos y/o
campaniformes (Cova de l’Avern), en la misma sierra, pero bastante alejada, así como algunas estaciones de la
Edad del Bronce, más cercanas. Sin duda, la relativa proximidad al río d’Ontinyent (1 km), con su abundancia
de aguas corrientes y encajado formando un cañón -la Fos de l’Agrillent, entre Ontinyent y Aielo-, debe haber
jugado un papel determinante en el poblamiento de la zona en todos los tiempos y debió asimismo ser un
factor de atracción de primer orden en el caso de las ocupaciones de l’Hedra. Este estrecho o cañón de la Fos
de l’Agrillent, con grandes paredes calcáreas donde se abren cuevas y abrigos, ha sido aprovechado desde
la Prehistoria hasta época medieval, como hábitat, refugio y otras actividades. Se constata por la presencia
de, al menos, dos pequeñas muestras de arte rupestre (naturalista y esquemático), un gran asentamiento de
la Edad del Bronce –el Molló de les Mentires-, y otras cuevas con indicios prehistóricos. Se completa el
panorama con una estación de época ibérica -la Serratella-, un refugio de época medieval andalusí -la Balma
dels Murets-, amén de la ocupación esporádica de gran parte de las cuevas, en este mismo momento. Se remata
su aprovechamiento humano, en época moderna, con la instalación de un batán o molino hidráulico (molí de
la Fos), así como con diversos azudes y acequias (Ribera y Roselló, 2019). Con todo, será la proximidad
del paso del río por este enclave, con sus posibilidades también para la caza, uno de los principales factores
explicativos, desde nuestro punto de vista, de la ocupación humana del Abric de l’Hedra.
1
2
En coordenadas UTM (ETRS89, huso 30) X: 707.987,11 Y: 4.303.809,46..
IGME. Mapa Geológico de España. Hoja 63. Escala 1:200.000. Madrid, 1973.
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El Abric de l’Hedra (Ontinyent, Valencia)
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3. MATERIALES Y MÉTODOS
Los materiales que presentamos proceden de los 2 m2 que se han excavado a modo de sondeo (fig. 2). El
cuadro que queda más en el interior del abrigo, pegado a la pared del mismo, lo hemos llamado S1, y en él se
han distinguido 12 capas artificiales de unos 10 cm (Sup-Sup1-Sup2-Capas 1 a la 9), alcanzándose en este
cuadro una profundidad total de aproximadamente 120 cm. Mientras que en el cuadro S2 no se ha alcanzado
la cota del anterior, distinguiéndose además de las capas superficiales, las capas 1 y 2, llegando así a una
profundidad que rondaría los 60 cm. El análisis de los materiales arqueológicos recuperados ha permitido
una agrupación de las capas en tres grandes conjuntos (fig. 3). En primer lugar, hemos diferenciado los
Fig. 2. 1) Croquis del abrigo con la localización de la superficie excavada y la indicación de los cuadros S1 y S2;
2) Imagen del proceso de excavación; 3) Detalle de la superficie excavada con la señalización de los cuadros S1 y S2.
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M. Vadillo Conesa, C. Real y A. Ribera
Fig. 3. Fotografía del corte estratigráfico
frontal interior del cuadro S1 con la
separación de bloques de niveles.
niveles superficiales, que abarcan las tres primeras capas (Sup-Sup1-Sup2), es decir, estos comprenden los
primeros 30 cm de profundidad. Se evidencia una alteración postdeposicional muy marcada, consecuencia
de la acción de las raíces. Este hecho se relaciona con la presencia de materiales arqueológicos revueltos,
detectándose la presencia tanto de materiales paleolíticos como de fragmentos cerámicos. En segundo
lugar, el bloque de los niveles superiores incluye un paquete sedimentario de unos 50-60 cm (capas 1-6),
y contiene materiales arqueológicos relacionados con el Paleolítico superior. Estos quedan englobados
en un sedimento que no contiene fracción pequeña o media, pero se advierte la presencia de bloques de
ciertas dimensiones. Por último, los niveles inferiores comprenden unos 30-40 cm (capas 7-9), y en ellos
se distinguen piezas del Paleolítico medio. El sedimento presenta una gran cantidad de fracción de tamaño
pequeño y medio, junto con algunos bloques mayores en la zona inferior.
En cuanto al proceso de recuperación de los materiales arqueológicos, se ha basado, por un lado, en la
recogida in situ del material arqueológico, normalmente el de mayores dimensiones y por tanto fácilmente
visible durante el proceso de excavación. Por otro lado, todo el sedimento ha sido cribado con el objetivo
de recuperar aquellos restos de menores dimensiones y que no han podido ser identificados durante la
excavación. Para ello, se ha realizado un cribado en seco del sedimento con mallas de 2 y 3 mm.
Por lo que se refiere a la industria lítica tallada, aunque se evidencia una explotación de la caliza, el
sílex es la materia prima mayoritaria, y generalmente se muestra con alteraciones postdeposicionales.
Las piezas aparecen con un alto grado de deshidratación y desilificación, además algunas presentan
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El Abric de l’Hedra (Ontinyent, Valencia)
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alteraciones térmicas. Todo ello ha contribuido a que no se haya podido determinar la materia prima
en muchos elementos. En los casos que la materia prima se ha podido observar, se ha caracterizado de
forma macroscópica atendiendo a diferentes variables como la transparencia, el color, la estructura, la
presencia de inclusiones y el tipo de córtex. El estudio de estos materiales se ha realizado a partir de una
aproximación tecnológica (Inizan et al., 1995; Pelegrin, 2000; Perlès, 1991) y tipológica (SonnevilleBordes y Perrot, 1954, 1955, 1956a, 1956b).
La identificación taxonómica y anatómica de los huesos de fauna se ha realizado gracias a la colección
de referencia de la Universitat de València. Los restos indeterminados han sido clasificados por tallas:
pequeña, media y grande; y tipo de hueso: largo, esponjoso, plano y dental. Los restos menores de 3 cm se
han registrado como esquirlas. Para la cuantificación se ha utilizado: el Número de Restos (NR), el Número
de Especímenes Identificados (NISP) y el Número Mínimo de Individuos (NMI) (Brain, 1981; Lyman,
2008). En cuanto al análisis tafonómico del conjunto, en primer lugar, la clasificación de las fracturas se
basa en el trabajo de Villa y Mahieu (1991) y la de los morfotipos de fractura en Real et al. (aceptado).
En segundo lugar, la superficie de todos los restos óseos ha sido observada con una lupa binocular (Nikon
SMZ-10A) con el fin de identificar la presencia de modificaciones y alteraciones postdeposicionales.
No se han documentado modificaciones producidas por depredadores no humanos. Por lo tanto, se han
registrado las modificaciones antrópicas, las termoalteraciones y alteraciones postdeposicionales siguiendo
la bibliografía ya aplicada a otros trabajos (ver, por ejemplo, Real, 2020a).
4. RESULTADOS
4.1. Industria lítica
El total de restos líticos recuperados en los dos cuadros del sondeo, se eleva a 1045 piezas, la mayoría de
las cuales (n=589) se corresponden con restos de talla y restos indeterminados debido a su fracturación
o a la alteración térmica. Las observaciones tecno-económicas realizadas sobre el resto de elementos
recuperados (n=456), permiten obtener datos sobre las materias primas elegidas para la talla, sobre los
procesos de explotación llevados a cabo para la obtención de los soportes, así como sobre la configuración
de determinados útiles.
4.1.1. Observaciones macroscópicas de la materia prima
A nivel macroscópico se han podido diferenciar 4 tipos de sílex atendiendo a las características mencionadas
en el apartado de metodología: tipo de grano, coloración, estructura interna de la materia, la presencia de
inclusiones identificables o el tipo de córtex (tabla 1). El tipo 1 parece tener similitudes con el llamado
tipo Mariola identificado en algunos afloramientos del Prebético y utilizado en algunos yacimientos
de las comarcas centrales del País Valencià (Molina, 2015). Del mismo modo, el tipo 3 se identificaría
con el denominado tipo Serreta, también presente en el Prebético e identificado en explotaciones de
diferentes ocupaciones de la zona (Molina, 2015). Los otros 2 tipos de sílex identificados (tipos 2 y 4)
tienen una menor calidad, ya que su grano es más grueso y contienen más diaclasas. La observación del
córtex permite determinar una captación de estos volúmenes en contextos secundarios, ya que se trata
de un córtex rodado. Se han podido determinar 2 tipos de córtex diferentes, uno más poroso, y el otro,
igualmente rodado, pero con una porosidad menor y más homogéneo, sin que se creen irregularidades en
la superficie, a diferencia del caso anterior.
Si bien, como ya apuntábamos en un apartado anterior, el grado de deshidratación de muchas de las
piezas es elevado, en los pocos casos en los que se ha podido determinar la materia prima la mayoría se
vinculan con los tipos 1 y 3.
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Tabla 1. Tipos de sílex identificados a nivel macroscópico.
Tipos
Grano
Transparencia
Coloración Estructura
Inclusiones identificables Córtex
1
2
3
4
fino
medio
fino
grueso
transparente
opaco
de opaco a translúcido
opaco
marrón
gris
beige
beige
no
no
no
foraminíferos
homogéneo
heterogéneo
homogéneo
heterogéneo
?
rodado
?
?
4.1.2. Observaciones tecnológicas y tipológicas de la industria lítica tallada
Siguiendo los principios de la cadena operativa se establece la presencia de diferentes grupos o categorías
(tabla 2). Como ya se avanzaba, la mayor parte de los elementos líticos recuperados se corresponden con
restos o fragmentos de la talla, por una parte, o con elementos indeterminados debido a la fracturación o a
las alteraciones térmicas que presentan. Si se dejan de lado estos grupos, se puede observar que, de las 456
piezas analizadas, la mayor parte son productos de la talla, tanto láminas como lascas. Se puede determinar
también la presencia de núcleos y de elementos destinados a la gestión del proceso de talla, con lo cual se
puede establecer que se han llevado a cabo explotaciones de los volúmenes en el yacimiento. Por último,
se ha individualizado el grupo de los retocados. En la tabla 2 se observa como los niveles superficiales
concentran el 50 % de los elementos recuperados, los niveles superiores el 40 %, mientras que el restante
10 % de los materiales se ha recuperado en los niveles inferiores.
Destacamos el hecho de que los núcleos tienen una representatividad mucho mayor en los niveles
superiores que en los superficiales e inferiores, acumulando el 73 % de los volúmenes recuperados. Todos
los volúmenes explotados recuperados son de sílex.
En los niveles superficiales, los 4 núcleos evidencian explotaciones destinadas a la obtención de productos
laminares laterales sobre diferentes volúmenes (una lasca y una lámina espesa), así como la explotación de
un nódulo para obtener lascas a través de explotaciones multipolares. El último de los volúmenes asociado
a estos niveles sería un nódulo de sílex sobre el que se habría intentado una explotación, que no obstante
se habría abandonado en los estadios iniciales de la misma debido a la mala calidad de la materia prima.
Destacar entre las piezas relacionadas con la gestión del proceso de la talla, la elevada presencia en estos
niveles de las crestas (n=13), aunque también se han recuperado otros elementos ligados al mantenimiento
Tabla 2. Categorías tecnológicas identificadas en el conjunto.
Categoría tecnológica
Productos de talla
Mantenimiento
Núcleos
Retocados
Débris / restos de talla
Cassons / fragmentos de talla
Indeterminados térmicos
Fragmentos indeterminados
Total
APL XXXIV, 2022
Superficiales
Superiores
Inferiores
N
%
N
%
N
%
197
21
4
14
128
2
133
22
521
54 %
66 %
27 %
33 %
43 %
50 %
56 %
43 %
50 %
159
11
11
25
101
2
94
19
422
43 %
34 %
73 %
60 %
34 %
50 %
39 %
37 %
40 %
11
3
66
12
10
102
3%
7%
22 %
5%
20 %
10 %
Total
367
32
15
42
295
4
239
51
1045
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Tabla 3. Tipos retocados.
Categoría tecnológica
Armaduras
Raspadores
Truncaduras
Buriles
Perforadores
Muescas y denticulados
Raederas
Piezas con retoque continuo
Total
Superficiales
Superiores
Inferiores
Total
N
%
N
%
N
%
7
4
2
1
14
41 %
67 %
100 %
20 %
33 %
10
2
2
2
3
2
4
25
59 %
33 %
100 %
100 %
100 %
40 %
80 %
60 %
3
3
60 %
7%
17
6
2
2
2
3
5
5
42
de las condiciones óptimas del volumen para continuar con su explotación, como las lascas destinadas a
gestionar la convexidad transversal atendiendo a los flancos, o lascas extraídas con la finalidad de mantener
la morfología o inclinación adecuada del plano de percusión y de la superficie de talla.
Los volúmenes asociados a los niveles superiores se concentran en las 3 capas superiores. Estas capas acumulan
9 de los núcleos, mientras que los otros 2 restantes se asocian uno a la capa 4 y el otro a la 5. Los objetivos de las
tallas son tanto láminas, centrales y laterales, como lascas. Se han distinguido explotaciones mayormente sobre
nódulos, tanto sobre cara ancha, como sobre cara estrecha, así como explotaciones sobre flancos de lascas para
la obtención de productos carenados. Así mismo, se ha diferenciado una explotación sobre una lasca carenada,
de tipo raspador carenado (fig. 2: 5). En la mayoría de las explotaciones los núcleos evidencian una gestión de
las convexidades con el objetivo de mantener la morfología adecuada de las superficies para poder continuar con
la talla. Así mismo los productos de mantenimiento nos informan de estas tareas, reconociéndose tanto crestas
como otros productos destinados a la gestión de los flancos, lascas de reavivado del plano de percusión y lascas
destinadas a la limpieza de la superficie de talla. Generalmente los volúmenes aparecen explotados hasta el
agotamiento de la materia o hasta una ausencia de productividad relacionada con accidentes que requerirían una
inversión importante en las tareas de gestión. Por otra parte, se diferencian volúmenes abandonados en las fases
iniciales de la explotación debido a la mala calidad de la materia prima. Por último, destacamos el hecho de que
en los niveles inferiores no se ha recuperado ningún núcleo.
Por lo que se refiere a los tipos retocados se observa que estos se concentran en su mayoría en los niveles
superiores, apareciendo en ellos el 60 % de los útiles, frente al 33 % que acumulan los superficiales y el 7 %
que acumulan los inferiores. La categoría con un mayor número de piezas es la de las armaduras, estando estas
más representadas en los niveles superiores (fig. 4: 1-4). La mayoría de las piezas que engloba este grupo son
laminitas de dorso o fragmentos de laminitas de dorso. En los niveles superficiales se han recuperado asimismo
2 puntas, una de dorso curvo y otra de dorso rectilíneo. En los superiores, a las laminitas de dorso y piezas
fragmentadas se suman una laminita Dufour recuperada en la capa 5 (fig. 4: 4; fig. 5) y una punta de dorso
rectilíneo asociada a la capa 3. La presencia del resto de tipos es muy escasa en ambas agrupaciones. Se han
recuperado también otras piezas retocadas con una representación menor como las piezas con retoque continuo
(fig. 4: 5-6), los buriles (fig. 4: 9), o los raspadores (fig. 4: 10). Destacar el hecho de que entre los raspadores
recuperados en las capas superficiales del S2 se observa una escasa inversión en la fase de configuración de
los frentes. Se trata de piezas que parecen utilizadas sin apenas haber estado configuradas previamente, más
bien se habrían utilizado las piezas con morfologías naturalmente adaptadas a los objetivos. Además, muestran
un grado de utilización elevado, que los coloca al límite con las truncaduras. Se localizan así mismo en estos
niveles superiores otras piezas con huellas de uso, como las piezas intermediarias (fig. 4: 11).
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Fig. 4. Industria lítica. 1-3) laminitas de dorso; 4) laminita Dufour; 5) núcleo-raspador carenado; 6-7) láminas con
retoque continuo; 8) producto laminar de mantenimiento de la talla; 9) buril; 10) raspador; 11) pieza intermediaria;
12-14) raederas.
Cabe hacer mención, por otra parte, al hecho de que los únicos retocados que se han recuperado en
los niveles inferiores se corresponden con la categoría de las raederas (fig. 4: 12 y 13). En los niveles
superiores, en las capas 5 y 6 también se han recuperado 2 piezas asociadas a esta categoría tipológica
(fig. 4: 14). Se pueden diferenciar dentro de este grupo diferentes tipos, 3 raederas simples convexas,
una de ellas sobre lasca levallois atípica, y otra opuesta a un dorso natural cortical, además de 1 raedera
transversal convexa con un flanco natural y una raedera bifacial. Además de estos tipos retocados en la capa
8 reconocemos una pieza que presenta un alto grado de deshidratación que podría ser un cuchillo de dorso,
sobre dorso no retocado y opuesto a un dorso natural cortical. El deterioro de la pieza debido al fenómeno
indicado dificulta la observación de lo que se intuye que podrían ser las huellas de uso del dorso utilizado.
Fig. 5. Fotografía de detalle y dibujo
de la laminita Dufour.
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4.2. Restos de fauna
4.2.1. Composición taxonómica
El conjunto de fauna del sondeo se compone de un total de 3456 restos, 167 de los niveles superficiales,
3167 de los niveles superiores y 122 de los niveles inferiores (tabla 4). Se ha podido identificar taxonómica
y anatómicamente el 7,96 % de los huesos (NISP=275). El 21,7 % son restos indeterminados clasificados
por tallas, de las cuales destaca la mayor presencia de talla media/grande y talla muy pequeña. Por último,
el 70,3 % son esquirlas menores de 2 cm.
El conjunto de determinados taxonómicamente se encuentra localizado principalmente en los niveles
superiores de la secuencia, aunque también en los niveles superficiales. En los niveles inferiores tan sólo se
registra un hueso de conejo, el resto son de talla muy pequeña y esquirlas. Se han identificado siete familias
de taxones: Equidae, Bovidae, Cervidae, Suidae, Felidae, Canidae y Leporidae, además de tres restos de
Tabla 4. Composición taxonómica en los diferentes niveles por NISP y porcentaje NISP.
Superficiales
NISP
% NISP
Superiores
Inferiores
Total
NISP
% NISP
NISP
% NISP
20
2
2
15
5
10
1
1
1
1
12
10
10
75
25
50
5
5
5
5
254
13
13
135
69
15
40
1
10
10
1
4
1
1
3
94
2
8
5,1
5,1
53,1
27,2
5,9
15,7
0,4
3,9
3,9
0,4
1,6
0,4
0,4
1,2
37
0,8
1
1
-
0,8
100
-
275
15
15
150
69
15
45
1
20
11
1
4
2
1
3
96
3
INDETERMINADOS
Esquirlas
Talla muy pequeña
Talla pequeña
Talla media
Talla media/grande
Talla grande
147
102
3
1
39
2
88
2913
2228
128
3
13
490
51
92
121
101
20
-
99,2
3181
2431
151
4
13
529
53
Total
167
DETERMINADOS
Perissodactyla
Equus sp.
Artiodactyla
Bos sp.
Capra sp.
Cervus elaphus
Sus sp.
Artiodactyla
Carnivora
Felinae
Felis sp.
Lynx pardinus
Vulpes vulpes
Carnivora
Lagomorpha
Ave
3167
122
-
3456
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ave de talla pequeña. Se ha podido determinar la especie en el caso del ciervo, el resto de taxones se ha
clasificado hasta el género, pues no hemos podido valorar si trata de especies salvajes o domésticas dada la
alta fragmentación del conjunto y la alteración postdeposicional que ha sufrido.
En las capas superficiales, destaca la presencia de dos restos de équidos y cinco de ciervo.
En cuanto a los niveles superiores, entre los ungulados (NISP=148) destaca el bovino y el ciervo.
Por detrás, se encuentran las cabras y los équidos con porcentajes bastante más bajos. Por último, se ha
documentado la presencia de un único resto de suido, un fragmento de M/1 de un individuo muy joven. La
representación anatómica muestra valores más altos para las extremidades y el miembro posterior tanto en
Tabla 5. Clasificación anatómica por taxones de los niveles superiores.
Cervus Capra
Sus
Equus
Bos
Felis
Lynx
Vulpes Leporidae
TOTAL
40
15
1
10
69
4
2
1
95
Craneal
Asta
Cráneo
Maxilar
Hem
Diente
Miembro Axial
Vértebra
Costilla
Miembro anterior
Escápula
Húmero
Radio
Ulna
Carpo
Metacarpo
Miembro posterior
Coxal
Fémur
Tibia
Tarso
Astrágalo
Calcáneo
Metatarso
Extremidades
Metapodio
Falange 1
Falange 2
Sesamoideo
Indeterminado
Compacto
6
2
1
3
0
10
3
2
2
3
5
1
1
1
2
19
3
11
2
3
-
4
4
0
5
1
2
2
1
1
5
1
2
1
1
-
1
1
0
0
0
0
-
4
4
0
1
1
1
1
3
1
1
1
1
1
57
1
8
13
35
3
1
2
3
1
2
3
2
1
3
2
1
-
0
0
3
1
1
1
1
1
0
-
1
1
0
0
0
1
1
-
0
0
0
0
1
1
-
41
1
2
5
33
1
1
20
1
4
9
6
28
5
2
13
2
5
1
5
3
2
-
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la cabra como en el ciervo, aunque el esqueleto craneal también está muy presente en la cabra. Entre los
restos de talla pequeña-media se observan también cantidades altas de huesos largos que pertenecerían a los
elementos del miembro anterior y posterior (tabla 5, fig. 6: 1). En cambio, el esqueleto axial está ausente,
salvo por algunos restos (NISP=11) clasificados por la talla. Se ha calculado un NMI de dos adultos para el
ciervo, y de tres individuos en el caso de la cabra, uno muy joven y dos de al menos 1-2 años.
En cuanto al grupo de taxones de talla grande, se observa una representación desigual (tabla 5, fig.
6: 2). En el caso del bovino, sobresale el esqueleto craneal por la gran presencia de dientes y fragmentos
mandibulares y maxilares. Por su parte, en el équido, aunque el valor más alto siga siendo la zona craneal,
también destacan los valores de las extremidades y el miembro anterior. La identificación taxonómica
del esqueleto axial parece también estar bastante afectada, aunque entre los restos clasificados como talla
media-grande el porcentaje es muy alto, por lo que podría corresponder a alguno de los dos taxones grandes.
Con los pocos restos de équido, el NMI es tan solo de un adulto.
En el caso del bovino, en la excavación se encontraron los restos dentales en conexión anatómica tanto
de la mandíbula como del maxilar, lo que ha permitido establecer un NMI de cinco: uno de menos de 24-30
meses, dos entre 24-30 meses y uno de más de 28-36 meses. Además, la presencia de dos articulaciones
Fig. 6. Proporción de los grupos anatómicos por talla de los niveles superiores: 1) talla grande, incluyendo équidos y
bovinos; 2) talla pequeña-media, incluyendo cabra y ciervo; 3) lepóridos
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distales de metapodios sin osificar coincidirían con estas edades de menos de 36 meses. Por otra parte, los
restos apendiculares están muy fragmentados, aunque se encontró un metatarso y dos tarsos articulados
durante la excavación. En este sentido, tan solo se conserva la epífisis proximal de dicho metatarso, la cual
ha podido ser medida en parte. La anchura máxima es de 49,33 mm, cifra muy inferior a las existentes para
los uros de conjuntos paleolíticos. Esta medida está más en consonancia con la obtenida para la especie
doméstica (p.e. Altuna y Mariezkurrena, 2001; Castaños Ugarte, 2004). No obstante, se trata solo de un
resto con una única medida, y hay que tener en cuenta que el conjunto de restos de bovino pertenece a
individuos jóvenes. Por lo tanto, es posible que esta medida más pequeña de lo habitual se deba a que el
metatarso pertenezca a un individuo joven de uro, y no a uno adulto de toro. Por ahora, no podemos dar
una respuesta final a esta problemática, para ello será necesario el estudio de los materiales óseos del resto
de la excavación.
En cuanto a los carnívoros de los niveles superiores (NISP=10), se han identificado restos de felinos,
incluyendo el lince y gato, y de cánidos, con tan solo referencia al zorro. El mejor representado es el gato,
con presencia del estilopodio y zeugopodio del miembro anterior y un fragmento de tibia (tabla 5). Por el
contrario, tanto lince como zorro quedan reducidos a una primera falange respectivamente y un canino de
lince. A partir de esta composición tan reducida, se puede determinar la presencia de al menos un individuo
adulto por cada especie, pues tampoco hay evidencias de restos juveniles.
Finalmente, se han registrado 94 restos de lepóridos (37 %) en los niveles superiores, con presencia al
menos de conejo (93,6 %). Se trata principalmente de elementos del miembro anterior y posterior y una
elevada cantidad de dientes aislados (tabla 5, fig. 6: 3). La presencia de las extremidades es muy reducida
y el esqueleto axial está prácticamente ausente salvo por un fragmento de una apófisis vertebral. A partir de
las mandíbulas, las tibias y los calcáneos se ha calculado un NMI de cuatro, todos ellos podrían ser adultos,
pues no hay ningún elemento sin osificar.
4.2.2. Análisis tafonómico
El conjunto óseo está muy fragmentado, tan sólo 57 restos (1,7 %) están completos. Estos restos completos
están más presentes en los niveles superiores (NR=55) y sobre todo pertenecen a bovinos (NISP=33) y
lepóridos (NISP=15), aunque también en menor medida a ciervos (NISP=4) y cabras (NISP=2). Se trata
de elementos compactos del carpo y del tarso, dientes aislados, algún sesamoideo y una epífisis distal no
osificada de un metapodio de bovino.
En cuanto a los huesos fragmentados, el origen de las fracturas es diverso en función de los taxones.
En el caso del ciervo y la cabra de los niveles superiores, las fracturas en fresco son más abundantes
y se encuentran en las falanges primeras, los metapodios y en los elementos del estilopodio en el caso
del ciervo (fig. 7: 3-4). Este patrón muestra una acción antrópica vinculada al acceso a la médula de
huesos importantes como fémur y húmero, pero también otros elementos con menor cavidad medular
de las extremidades. Por el contrario, tanto en el bovino como en el équido las fracturas predominantes
son las indeterminadas, así como las de origen seco en el caso de este último. Los huesos de carnívoros
y de lepóridos también parecen seguir este último patrón, con una mayor cantidad de fracturas de
origen indeterminado y seco. Por lo tanto, tanto la talla grande como los taxones de pequeño tamaño
podrían estar bastante alterados por acciones postdeposicionales que hayan fracturado los restos en el
yacimiento.
De hecho, el 25,9 % de los restos están afectados por alteraciones diagenéticas. En los niveles
superficiales destaca la erosión (28,7 %), en los superiores la concreción (20,8 %) y la erosión (5,7 %)
con niveles medios de alteración. Aunque también se registra la presencia de manchas de manganeso (2,4
%; 2,4 %), vermiculaciones (2,4 %; 1,2 %) y meteorización (0,1 % solo en los niveles superiores). En los
niveles inferiores, todos los huesos están afectados por la erosión con un nivel alto de alteración, y el 4,9 %
también presenta manchas de manganeso.
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Fig. 7. Restos de fauna:
1) Metatarso de bovino.
2) Hemimandíbula de
bovino con incisión.
3) Falanges de ciervo
fracturadas.
4) Metapodios de ciervo
fracturados.
5) Hueso largo con
marca de percusión.
6) Canino de lince.
Resultado de esta alta alteración de los restos, es el hecho de que tan sólo se han identificado 11
modificaciones antrópicas (0,33 %) y únicamente en los niveles superiores (tabla 6; fig. 7). Se han registrado
6 restos con marcas de corte y 5 con muescas de percusión sobre huesos de cabra (6,7 %), bovino (4,3 %),
talla grande (1,9 %), talla media-grande (0,9 %) y talla media (7,7 %). En cuanto a las marcas de corte,
encontramos una incisión sobre un metacarpo de cabra, dos huesos largos indeterminados, y en tres restos
de bovino, una costilla, en la zona del ramus de la mandíbula y en la diáfisis de una falange. Estas marcas se
pueden vincular principalmente con el descarnado, pero también con el desarticulado y pelado del animal.
En cuanto a las muescas de percusión, se han identificado todas sobre fragmentos de diáfisis de talla media/
grande y grande, siempre relacionadas con el acceso y consumo de la médula ósea. Aunque es común en
otros conjuntos, en este caso no se han registrado lascas corticales ni conos de percusión.
Por último, las termoalteraciones están presentes en el 35,9 % (NR=60) de los restos de los niveles
superficiales, el 17,9 % (NR=566) de los niveles superiores y el 33,6 % (NR=41) de los niveles inferiores, y
afectan en la mayor parte de los casos a toda la superficie. Los huesos en estadios avanzados de calcinación
son más numerosos en los niveles superficiales (65 %) y los niveles superiores (54,2 %), en cambio, en los
niveles inferiores destaca la coloración marrón-negra (64,3 %).
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Tabla 6. Relación de modificaciones identificadas y sus características de los restos de fauna. En todos los
casos se encuentran fragmentados y la distribución es unilateral.
Capa y Taxón
cuadro
Hueso
Tipo de
marca
Localiza- Morfología Dirección
ción
Intensidad Cantidad Intención
5 - S1 Bos sp.
Costilla
Incisión Diáfisis
Larga
Oblicua
Simple
Descarnado
5 - S1 Bos sp.
Hemimandí- Incisión Ramus
bula
Larga
Longitudi- Media
nal/Oblicua
Dos
Desarticulación o
descarnado
5 - S1 Bos sp.
Falange 1
Incisión Diáfisis
dorsal
Corta
Transversal Media
Múltiple Pelado
4 - S1 Capra sp.
Metacarpo
Incisión Diáfisis
dorsal
Corta
Oblicua
Leve
Simple
Pelado?
1 - S2 Talla media Hueso largo Incisión Diáfisis
Corta
Oblicua
Media
Simple
Descarnado
2 - S2 Talla media/ Hueso largo Incisión Diáfisis
grande
Larga
Transversal/ Media
Oblicua
Simple
Descarnado
3 - S1 Talla media/ Hueso largo Muesca Diáfisis
grande
Semicircular
Simple
Médula
3 - S1 Talla media/ Hueso largo Muesca Diáfisis
grande
Triangular
Simple
Médula
3 - S1 Talla media/ Hueso largo Muesca Diáfisis
grande
Triangular
Simple
Médula
5 - S1 Talla media/ Hueso largo Muesca Diáfisis
grande
Semicircular
Simple
Médula
3 - S1 Talla grande Hueso largo Muesca Diáfisis
Semicircular
Simple
Médula
Media
4.3. Otros restos arqueológicos
Además de los restos líticos y de fauna se han recuperado otros materiales arqueológicos. Se trata de
algunos fragmentos de cerámica a mano, escasos, y que aparecen muy deteriorados. Su hallazgo se limita a
los niveles superficiales. Por otra parte, disponemos de un pequeño fragmento de azagaya (fig. 8:1) asociada
a los niveles superiores (capa 5 del cuadro S1), que al igual que ocurre con los demás restos óseos, tiene
una superficie alterada por procesos diagenéticos. No obstante, la fractura que presenta en ambos extremos
es antigua. También se ha identificado una pieza de adorno (capa 1 del cuadro S1). Se trata de un canino
atrofiado de ciervo con estrías que evidencian el trabajo de la pieza para la conformación de una perforación
(fig. 8:2). La perforación está incompleta debido a una fractura antigua en la zona más distal. Por último,
también se ha recuperado un amplio conjunto de colorantes de morfología, dimensiones y materia prima
diversa. Contamos con varios macroútiles con huellas de uso y restos de colorante que parecen estar
relacionados con su procesado. El análisis de este conjunto está en proceso.
5. DISCUSIÓN
La presencia de elementos cerámicos a mano, nos ha servido de argumento para la diferenciación entre
los niveles superficiales, donde se detectan los elementos mencionados, y los superiores. No obstante, se
trata de intrusiones puntuales, y la mayor parte de los materiales que aparecen en los niveles superficiales
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remiten a un contexto del Paleolítico superior. Los niveles superiores, integran todas aquellas capas donde
aparecen materiales que se vinculan con el Paleolítico superior (1-6), aunque en las últimas dos capas estos
aparecen junto con otros que podrían atribuirse a cronologías más antiguas. En todo este bloque atribuible
al Paleolítico superior, existe un único elemento, la laminita Dufour, que podría vincularse con una fase
concreta, con los primeros momentos del periodo. Las características de la laminita Dufour recuperada
permiten un paralelismo al tipo Roc-de-Combe. La presencia de laminitas Dufour no es exclusiva del
Auriñaciense, sino que también existen en contextos posteriores del Gravetiense. No obstante, ciertas
observaciones del soporte como su torsión, así como su concavidad, cuadrarían bien con las producciones
típicas auriñacienses, es decir, extracciones laminares a partir de volúmenes carenados, y no a partir de
núcleos prismáticos, como se da en cronologías posteriores (Martínez-Alfaro et al., 2020). Además, se
ha recuperado en la misma capa un volumen carenado, que confirma la presencia en estos niveles de
explotaciones de estas características para la obtención de soportes laminares de dimensiones reducidas. Por
otra parte, el argumento tradicional de que los elementos de dorso aparecen con la llegada del Gravetiense
ha sido revisado. Algunas publicaciones ya establecían la presencia de este tipo de piezas en contextos
auriñacienses situados en las comarcas centrales valencianas, por ejemplo, en la Cova Beneito (Muro,
Alicante) (Iturbe et al., 1993), y excavaciones recientes han venido a confirmar esta tendencia como en el
yacimiento de la Boja (Mula, Murcia) (Zilhao et al., 2017). Por tanto, podemos establecer que la asociación
de los restos líticos recuperados es coherente con este episodio crono-cultural, aunque también somos
conscientes de la necesidad de ampliar el registro material para confirmar estas primeras apreciaciones.
Además de las piezas líticas, la presencia de un fragmento de azagaya y un elemento de adorno sobre un
canino atrofiado de ciervo, podrían concordar perfectamente con ocupaciones del Paleolítico superior (p.e.
Villaverde et al., 2012, 2019).
La identificación de un Paleolítico superior en el yacimiento, lo coloca en un contexto crono-cultural
general que apreciamos en otras ocupaciones de las comarcas centrales valencianas. Disponemos de varias
secuencias que remiten a diversos momentos crono-culturales del Paleolítico superior, como son la Cova
del Parpalló en Gandia (Fullola, 1979) o la Cova de les Malladetes en Barx (Fortea y Jordà, 1976). Y en
zonas más interiores disponemos de referencias a partir de yacimientos como Coves de Santa Maira en
Castell de Castells (Aura et al., 2006; Vadillo Conesa, 2018) y Tossal de la Roca en la Vall d’Ebo (Cacho
et al., 1995, 2001), que han aportado información sobre los grupos de cazadores recolectores de finales del
Paleolítico superior y del Epipaleolítico. Para la región más interior de las comarcas centrales valencianas
no disponemos de estudios comparables, si bien, si que se han registrado algunas ocupaciones relacionadas
con el Paleolítico superior como en el Abric de la Senda Vedada, en Sumacàrcer (Villaverde, 1984), la
Cova del Barranc Fondo en Xàtiva (García Borja et al., 2015) y también en Xàtiva existen evidencias de
ocupaciones del Paleolítico superior en Cova Negra (Villaverde y Eixea, 2017) y en Cova de l’Assut de
Bellús (Tiffagom y Sanchis, 2008). Además, encontramos los yacimientos de Cova Santa, en la Font de
la Figuera (Sanz Tormo, 2017) y Pinaret dels Frares en Albaida (Faus Terol, 1994), haciendo referencia
a aquellos yacimientos que disponen de estudios publicados. Si fijamos la mirada exclusivamente en la
comarca de la Vall d’Albaida, el panorama es el siguiente. En Albaida encontramos el yacimiento al aire
libre de Pinaret dels Frares, atribuido al Solutrense (Faus Terol, 1994). Disponemos solo de referencias de
ocupaciones del Paleolítico superior en la Cova Sant Nicolau de l’Olleria (Sánchez Juan, 1988) y Cova
del Vinalopó en Bocairent (Bernabeu Sanchis et al., 1995). Estos dos sitios relacionados también con el
Solutrense por la industria lítica asociada. No obstante, ninguno de ellos ha estado excavado ni estudiado.
A parte de estas tres ocupaciones, existen menciones a ocupaciones del Paleolítico superior en la Cova dels
Ossos (Bèlgida), y a un yacimiento en superficie en Alforins (Bernabeu Sanchis et al., 1995).
En la misma capa del cuadro S1 en la que se ha recuperado la laminita Dufour (capa 5), aparecen
algunas lascas retocadas, que se corresponden tipológicamente con una raedera transversal y con una pieza
con muescas. Se trata de piezas que podrían cuadrar en contextos del Paleolítico medio, aunque también
podrían encontrarse en contextos del Paleolítico superior de manera puntual, ya que no parecen proceder
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de tallas levallois. En la capa 6, aparece una lasca levallois, un perforador sobre lasca espesa, una lasca
espesa y cortical con muescas, que podrían ser piezas asociadas a ocupaciones del Paleolítico medio. Así
como una raedera simple convexa sobre lasca levallois. No obstante, aparecen otros elementos asociados
a cronologías posteriores como una lámina y una pieza intermediaria con características que remitirían
también a estos contextos. La posibilidad de contaminaciones interestratigráficas debe ser contemplada.
Los estudios sedimentológicos futuros nos permitirán discutir esta cuestión de manera detallada.
Será a partir de la capa 7 cuando desaparecen los elementos laminares, y todas las piezas recuperadas se
asocian a episodios más antiguos. Es por eso que hemos distinguido una segunda agrupación de capas, que
engloba de la 7 a la 9, que hemos denominado niveles inferiores. y que se vinculan al Paleolítico medio.
Aparecen en ellos diferentes tipos de raederas y un posible cuchillo de dorso recuperado en la capa 8,
que bien podría integrarse en conjuntos líticos de esta cronología. La homogeneidad tecno-tipológica que
en general muestra este periodo no permite hacer por el momento distinciones en base a la aplicación de
las metodologías empleadas. Para poder afinar con mayor exactitud el rango temporal al cual atribuir las
ocupaciones del Paleolítico medio identificadas, estamos a la espera de las dataciones realizadas a través de
la termoluminiscencia (OSL).
En la zona en la que se integra el Abric de l’Hedra encontramos yacimientos de estas cronologías,
como Cova Negra (Eixea et al., 2020) en Xàtiva, yacimiento para el que disponemos de numerosas
informaciones. Así mismo, en la ocupación vecina al abrigo, en la Cova de l’Hedra, se han recuperado
materiales claramente vinculados a los grupos neandertales (Vadillo Conesa et al., 2021).
En cuanto a las materias primas, se ha detectado la presencia de los tipos Mariola y Serreta, cuyos
afloramientos se ubicarían a cierta distancia del yacimiento, a unos 15 y 30 km respectivamente. Por
otra parte, la presencia de volúmenes de ciertas dimensiones y escasamente explotados nos pueden estar
informando de una recuperación de volúmenes de sílex en un radio cercano al yacimiento, puesto que el
transporte se realiza íntegro y sin que exista una selección en el afloramiento, ya que algunos no son de
buena calidad. El problema reside en el alto grado de alteración del conjunto, que no permite en muchos
casos la asociación de las piezas a los tipos de materias primas distinguidos, y por tanto quedan dentro de
la categoría de los indeterminados.
En relación con el conjunto de fauna analizado de los niveles superiores, se observa una variedad de
especies de ungulados, carnívoros y lepóridos presente ya en otros conjuntos del Pleistoceno superior e
incluso del inicio del Holoceno de la zona (p.e. Aura et al., 2009; Villaverde et al., 2019, 2021). Sin embargo,
ninguno de los taxones identificados aporta información cronológica clave. La presencia de un metatarso
de bovino con una medida de la articulación proximal similar a las existentes en conjuntos domésticos se
plantea como una problemática a tratar con cautela, dado que se trata de un estudio preliminar a partir de
un sondeo. Para establecer su identificación taxonómica concreta, será necesario una muestra más amplia a
partir del estudio de los materiales procedentes de la excavación en extensión. No obstante, los restos óseos
de bovino pertenecen a individuos jóvenes, por lo que es posible que dicha medida sea consecuencia de la
edad y no de la existencia de especies domésticas, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de individuos
que presentan conexiones anatómicas en posición horizontal junto con una industria lítica que no hace
pensar en la existencia de ocupaciones holocenas o mezclas de materiales a dicho nivel.
A pesar de la problemática explicada, y si tenemos en cuenta que el estudio de la industria lítica parece
indicar que al menos en los niveles superiores del abrigo existen ocupaciones humanas del Paleolítico
superior, podemos comparar los resultados de la fauna con otros conjuntos óseos estudiados de la zona
como Cova Beneito, Cova del Parpalló, Volcán del Faro, Cova de les Malladetes, Tossal de la Roca o Coves
de Santa Maira (Cacho et al., 2001; Martínez Valle, 1996; Davidson, 1989; Morales, 2015; Villaverde et
al., 2021). Las especies dominantes son los ungulados de talla pequeña-media como la cabra y el ciervo,
aunque en función del periodo cronológico otros taxones de mayor tamaño como el uro o el caballo pueden
tener un papel más relevante. Tanto cabra como ciervo tienen una representación anatómica centrada en
los miembros y las extremidades, con un patrón de procesado completo, en el cual se aprovecha la carne
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y la médula, no solo de los huesos largos sino también la grasa procedente de otros elementos de menor
tamaño como las falanges. La presencia de diferentes especies de carnívoros es constante, aunque su origen
puede ser mixto durante el Paleolítico superior inicial, y tiende a ser completamente antrópico en momentos
avanzados de este periodo (Real et al., 2017; Villaverde et al., 2021). Por último, la relevancia de los
lepóridos en los conjuntos óseos de la zona mediterránea peninsular es de sobra conocida (p.e. Aura et
al., 2002; Pérez Ripoll y Villaverde, 2015; Sanchis et al., 2016), aunque su origen también sufre ciertas
variaciones a lo largo del Paleolítico superior. En conjuntos auriñacienses e incluso a inicios del Gravetiense,
los aportes pueden corresponder tanto a actividades antrópicas como de carnívoros o aves rapaces (Martínez
Valle, 1996; Villaverde et al., 2021). En cambio, ya a partir del Gravetiense, son los grupos humanos los
responsables del consumo y procesado de los lepóridos en los yacimientos (Real, 2020b; Sanchis et al.,
2016). Sin embargo, en el conjunto del Abric de l’Hedra, los restos de lepóridos parecen tener un origen al
menos natural, o es posible que no antrópico. La dificultad de determinarlo reside en la elevada alteración
postdeposicional de los huesos, lo que no ha permitido identificar ninguna modificación dental ni corrosión
digestiva que pueda vincular el conjunto con algún depredador no humano.
En cuanto a los niveles inferiores, no podemos establecer comparativa alguna con el resto de conjuntos
del Paleolítico medio de la zona, pues en nuestro conjunto tan solo se ha podido identificar un hueso de
lepórido, el resto son fragmentos indeterminados. Dada la escasez de restos de fauna, así como de piezas
líticas, por ahora tan solo podemos señalar que los grupos neandertales que utilizaron el abrigo lo hicieron
de forma muy puntual y posiblemente no como lugar de hábitat.
Debemos tener en cuenta que estamos aportando los resultados del análisis de los materiales procedentes
de un sondeo de 2 m2. El espacio total del abrigo podría llegar a alcanzar los 75 m2, por lo que serán las
excavaciones en extensión las que nos permitirán afinar en estas primeras interpretaciones.
6. CONCLUSIONES PRELIMINARES SOBRE LA OCUPACIÓN DEL ABRIC DE L’HEDRA
En la secuencia que hemos podido conocer hasta ahora a partir del sondeo realizado en el Abric de l’Hedra
detectamos la presencia de ocupaciones que remiten a diversos episodios del Paleolítico. En la primeras
capas o niveles superficiales, aunque contienen en su mayor parte elementos que se pueden atribuir al
Paleolítico superior, aparecen algunos elementos cerámicos que nos indican que se trata de un sedimento
revuelto. Así, en los niveles superficiales y en los niveles superiores aparecen laminitas de dorso y alguna
punta de dorso, así como un fragmento de azagaya y un elemento de adorno sobre un canino atrofiado
de ciervo, que permiten establecer la presencia de grupos del Paleolítico superior, sin que haya ningún
elemento de asociación directa con algún episodio concreto. A este hecho debemos exceptuar la presencia
de una laminita Dufour que podría remitir a contextos del inicio del Paleolítico superior. En las capas más
profundas del cuadro S1 la desaparición de los elementos laminares, y la aparición exclusiva de lascas, en
las que se observan en ocasiones tallas levallois, remite a ocupaciones del Paleolítico medio. Así mismo,
la tipología de piezas recuperadas cuadraría bien con este episodio. Se trata de raederas, entre las cuales
hemos podido distinguir diferentes variantes. En estas últimas capas excavadas en el S1, la densidad de
elementos líticos es muy inferior, si la comparamos con las capas superiores, pero todos los elementos
recuperados son coherentes y diagnósticos de ocupaciones neandertales. Queda por resolver la posibilidad
de una contaminación interestratigráfica entre los niveles superiores e inferiores.
El conjunto de fauna de los niveles superiores muestra un elenco de especies que no han podido ayudar a
especificar la cronología de las ocupaciones. No obstante, esta variedad de especies es coherente con momentos
del Paleolítico superior, con presencia de ungulados de talla media y grande y algún resto de carnívoros. El
conjunto está muy fragmentado, al menos entre los restos de talla pequeña y media como es el caso del ciervo y
la cabra. Esto podría relacionarse con una actividad antrópica de procesado y consumo, a pesar de que la elevada
alteración postdeposicional no haya permitido la observación de la superficie ósea en busca de marcas líticas.
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En cuanto al carácter de las ocupaciones, la aparición de ciertos tipos como los raspadores escasamente
configurados y muy utilizados podría vincularse con ocupaciones breves y en las que se ejecutan
determinadas tareas de forma intensa. Además, el conjunto de restos óseos de conejo cuyo origen no parece
responder a actividades antrópicas, podría también vincularse a estancias temporales cortas.
Por otra parte, a través de las materias primas podemos establecer una primera apreciación general en
cuanto a la movilidad de los grupos en relación al aprovisionamiento de materia. Esta nos indicaría una
movilidad que combinaría el desplazamiento a fuentes de aprovisionamiento cercanas, así como a otras
dentro del ámbito regional, que no parecen exceder los 30 km.
En definitiva, los resultados de este primer análisis de los restos arqueológicos del sondeo realizado
en el Abric de l’Hedra, incluyen este nuevo yacimiento en el contexto del Paleolítico medio y superior de
las comarcas centrales valencianas. Somos conscientes que los datos proporcionados son relativamente
reducidos, puesto que provienen de tan solo 2 m2, pero dada la escasez de yacimientos en esta zona merecen
ser tenidos en cuenta. Tras los futuros análisis, como son el estudio de los materiales colorantes, el análisis
químico del sedimento y las dataciones de OSL, obtendremos una mayor concreción en relación a las
actividades humanas que se llevaron a cabo en el abrigo y a su cronología.
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e00435
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 83-108
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1588
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
María Eugenia CALVÍN VELASCO a, Juan Antonio CÁMARA SERRANO b
y Fernando MOLINA GONZÁLEZ b
Revisión tipológica de los sepulcros calcolíticos
del cuadrante Sureste de la Península Ibérica.
Las sepulturas construidas en mampostería
con corredor, cámara circular y cubierta plana
del Grupo Arqueológico de Los Millares
RESUMEN: Se presenta una revisión de la arquitectura funeraria del sureste de la Península Ibérica
durante el Calcolítico para el territorio de influencia del Grupo Arqueológico de Los Millares, así
como otros puntos de Almería. Se han analizado las características arquitectónicas de las sepulturas en
mampostería con corredor y cámara circular, con el objetivo de esclarecer el tipo de cubrición de estos
sepulcros, tradicionalmente denominados tholoi, en muchos casos de manera errónea. Se ha llevado a
cabo también una aproximación social y cronológica a través del estudio de sus ajuares y las dataciones
disponibles. Se han identificado 29 sepulturas que presentan una cubierta plana, con un estatus social
elevado y especial concentración en el Bajo Andarax. Su intervalo de uso se sitúa entre el último tercio
del IV milenio a.C. y mediados del III milenio a.C.
PALABRAS CLAVE: Los Millares, Calcolítico, arquitectura funeraria, estudio tipológico, sureste de
la Península Ibérica.
Typological review on Chalcolithic graves from Southeastern Iberia.
The masonry graves with corridor, circular chambers and flat roof
of Los Millares Archaeological Group
ABSTRACT: A review of Iberian Southeast Chalcolithic funerary architecture, for the territory of
influence of Los Millares Archaeological Group, in addition to other areas in Almería, is presented
here. Architectonic features of masonry graves with corridor and circular chamber have been analyzed,
in order to define the type of covering presented by these tombs, traditionally called tholoi, in many
cases erroneously. A social and chronological approach has also been carried out through the study of
their grave goods and the available dating. 29 graves have been identified as having a flat roof, with a
high social status and a special concentration in the Lower Andarax basin. Their period of use is mainly
placed between the last third of the IV millennium BC and the middle of the III millennium BC.
KEYWORDS: Los Millares, Chalcolithic, funerary architecture, typological study, southeastern Iberia.
a Programa de Doctorado en Historia y Artes, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Granada.
me.calvin.v@gmail.com
b Dpto. de Prehistoria y Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Granada.
jacamara@ugr.es | molinag@ugr.es
Recibido: 14/06/2021. Aceptado: 20/02/2022.
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
1. INTRODUCCIÓN
El Sureste de la Península Ibérica alberga una de las mayores concentraciones de monumentos funerarios,
correspondientes a fines del Neolítico y al desarrollo de la Edad del Cobre, de toda Europa. En la zona se
encuentran ampliamente representados diferentes tipos de tumbas, desde aquellas más sencillas sin corredor
de acceso y cámara circular simple a complejos sepulcros como los tholoi o las sepulturas con corredor de
acceso, cámara circular y cubierta plana.
Contamos con abundantes estudios sobre arquitectura funeraria calcolítica para el sur de la Península
Ibérica (Leisner y Leisner, 1943; García y Spanhi, 1959; Almagro y Arribas, 1963; Blance, 1971; Acosta
y Cruz-Auñón, 1981; Cruz-Auñón, 1983-84; Afonso et al., 2008; Lozano, 2011; Calvín, 2014 y 2019)
si bien la tradición investigadora no ha tenido tanto en cuenta la variedad tipológica, centrándose en
analizar otras pautas no menos interesantes en relación con los sepulcros megalíticos del Sureste como su
cronología (Balsera et al., 2015; Lozano, 2017; Lozano y Aranda, 2017; Aranda et al., 2017, 2018, 2020a
y 2020c; Molina et al., 2020a), las reutilizaciones (Lorrio, 2008; Aranda et al., 2020b) o el significado del
emplazamiento y distribución de los sepulcros (Maldonado et al., 1991-92; Cámara, 2001; Cámara et al.,
2014; Spanedda et al., 2014; Cabrero, 2018; Cabrero et al., 2020).
En lo que respecta a la tipología, contamos con una serie de trabajos que han estudiado en
profundidad la arquitectura megalítica estableciendo diferentes tipos en función de una serie de criterios
consideraros más relevantes por sus investigadores, mayormente la complejidad de la construcción,
la forma de las cámaras funerarias o la existencia de corredores. Destaca en primer lugar la obra
de referencia sobre el Megalitismo del sur de la Península Ibérica del matrimonio alemán G. y V.
Leisner (1943), recogiendo para el Sureste la información cedida por Luis Siret. A partir de este corpus
megalítico comienzan a surgir otros trabajos centrados en áreas más concretas como el de M. García
Sánchez y J. C. Spanhi (1959) para los sepulcros del valle del río Gor en Granada o el de M. Almagro
y A. Arribas (1963) para la necrópolis de Los Millares, así como otros que pretendían abarcar toda
Andalucía como los de P. Acosta y R. Cruz-Auñón (Acosta y Cruz-Auñón, 1981; Cruz-Auñón, 198384) o centrados en sepulcros relacionados con el mundo megalítico pero realizados excavándolos en
la roca (Berdichewsky, 1964; Rivero, 1988). De hecho, la excavación de una parte de la construcción
es un rasgo que afecta también a varias partes de los sepulcros tradicionalmente considerados como
verdaderos megalitos.
En cualquier caso, desde principios del siglo XX todas las investigaciones realizadas sobre las sepulturas
del Sureste se habían limitado a catalogar como tholoi a aquellas tumbas que presentaban un corredor de
acceso y cámara circular construidas por un alzado de mampostería, a veces con lajas de revestimiento,
y un túmulo de tierra y piedras, considerando que todas ellas presentaban la singularidad de cubrir la
cámara con una falsa cúpula a partir de la aproximación de hiladas. Esta situación venía favorecida por
las tesis orientalistas de principios del siglo XX (Leisner y Leisner, 1951; Blance, 1961; Childe, 1968)
que comparaban estas estructuras funerarias con los tholoi micénicos y cretenses, estableciendo por tanto
un origen común para todos desde el Egeo. Aunque las teorías orientalistas finalmente fueran refutadas
en favor de las autoctonistas (Renfrew, 1970, 1973 y 1979), se continuó catalogando como tholoi a todos
aquellos sepulcros que cumplieran la norma citada.
Así, no es hasta la publicación de B. Blance (1971) cuando se señala la presencia de un tipo de sepulcros
idénticos a los tholoi en su sistema de alzado y esquema planimétrico, con la diferencia que estos no podrían
presentar una falsa cúpula debido a las dimensiones de la cámara funeraria y los empujes que tendría que
soportar la construcción. Esta pauta arquitectónica no se había tenido en cuenta en ningún estudio previo
pero tampoco B. Blance llegó a diferenciar claramente qué sepulturas con corredor de acceso y cámara
circular del Sureste sustentarían una cubierta plana en lugar de una falsa cúpula. A partir de esta obra se
consideró la existencia de este tipo arquitectónico para las necrópolis calcolíticas pero sin identificar las
tumbas (Molina y Cámara 2005 y 2009). Esta identificación concreta se realizó, al final, para la necrópolis
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de Los Millares, en la que se llegó a demostrar la presencia de estas sepulturas (Calvín, 2014). Lo mismo
se ha hecho con posterioridad para otros enclaves de menor entidad como Los Rubialillos (Tabernas) y Las
Peñicas (Níjar) (Calvín, 2019).
En cualquier caso, aún es necesario realizar un análisis a mayor escala en el área de influencia de Los
Millares que es, hasta la fecha, la zona donde se constata con mayor seguridad la existencia de este tipo
constructivo.
2. OBJETIVOS Y MÉTODOS
En este trabajo pretendemos realizar una aproximación a la existencia del tipo de sepultura en mampostería
con corredor de acceso y cubierta plana señalado por B. Blance (1971) en diferentes áreas del Sureste de
la Península Ibérica. Se pretende definir si existen diferencias cronológicas con respecto a otros tipos de
tumbas, concentraciones en relación con ciertas comarcas o yacimientos o asociación a otros rasgos que
permitan hablar de variabilidad en términos sociales.
En muchos casos este tipo de sepultura ha sido clasificada erróneamente o ha pasado desapercibida
en algunas investigaciones, por lo que, en primer lugar, es necesario realizar una revisión de los tipos
arquitectónicos de las necrópolis donde podrían documentarse estas estructuras.
Para ello se ha realizado un estudio en profundidad de aquellos documentos y trabajos, fundamentalmente
de G. y V. Leisner (1943), en los que se indica la existencia de necrópolis con sepulturas en mampostería
con corredor de acceso y cámara circular. Este estudio se basa en la lectura de las técnicas constructivas
de dichas estructuras con la finalidad de diferenciar las que se cubrieron con una falsa cúpula de las que
utilizaron una cubierta plana, según las dimensiones de las cámaras, la profundidad de la cimentación
excavada y el tamaño de los túmulos y los sistemas de contención incluidos en estos. Mayores detalles
sobre estos criterios se presentan en el apartado 5 de este trabajo.
Además, el análisis de los objetos de ajuar, junto con las recientes dataciones de C14 (Balsera et al.,
2015; Aranda et al., 2017, 2018, 2020a, 2020b y 2020c; Lozano, 2017; Lozano y Aranda, 2017; Molina
et al., 2020a), nos aportarán más información sobre este tipo de tumba, de forma que se pueda llegar a
establecer su propio intervalo de uso funerario, diferente a los tipos relativamente coetáneos, dentro del
marco general de desarrollo de Megalitismo en el Sureste entre el Neolítico Reciente y el fin del Calcolítico.
3. EL GRUPO ARQUEOLÓGICO DE LOS MILLARES
El yacimiento arqueológico de Los Millares (Molina y Cámara, 2005) en Santa Fe de Mondújar
(Almería), es uno de los referentes más destacados para el estudio de las sociedades de la Edad del
Cobre en Europa. No sólo se caracteriza por su impresionante sistema de delimitación defensivo y
simbólico, compuesto por cuatro líneas de muralla, un sistema de 13 fortines en los cerros próximos
y una extensa necrópolis de sepulcros de corredor con cámara circular y paredes de mampostería
situada junto al poblado principal sino que fue capaz de exportar su modelo socioeconómico y las
estrategias de demarcación territorial, coercitivas y simbólicas a zonas mucho más alejadas para su
control (Cámara, 2001; Cámara et al., 2014).
Las áreas que consideramos bajo la influencia directa de Los Millares han sido propuestas a partir de
la caracterización del llamado Grupo Arqueológico de Los Millares, que ocupa, como zona nuclear, el
Bajo Andarax y, como zonas de control más alejadas el Campo de Níjar y el Cabo de Gata hacia el este,
Sierra Alhamilla y el Pasillo de Tabernas hacia el nordeste, la Hoya de Adra, el Campo de Dalías y la Baja
Alpujarra hacia el suroeste, el valle del río Nacimiento y el Pasillo de Fiñana hasta llegar al Altiplano de
Guadix hacia el oeste y norte, ocupando gran parte de la provincia de Almería y una pequeña zona de la
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
Fig. 1. Localización
geográfica aproximada del
Grupo Arqueológico de Los
Millares.
de Granada (fig. 1). Otros grupos arqueológicos contemporáneos, con formaciones sociales similares a la
de Los Millares, se situarían en los territorios contiguos de la Cuenca de Vera y el valle del Almanzora,
los altiplanos granadinos de Guadix-Baza-Huéscar y el Pasillo de Chirivel, y el área murciana de Lorca
(Molina y Cámara, 2005)
Al menos una amplia parte de estos grupos arqueológicos se puede pensar que corresponden a una
formación social en la que conviven un conjunto de comunidades o grupos sociales que compartieron
una serie de características pero que también muestran particularidades resultado de trayectorias históricas
de partida diferentes y una mayor o menor cercanía al centro político. Podríamos resumir los rasgos más
distintivos de estas comunidades en varios puntos (Molina, 1988; Cámara, 2001; Molina y Cámara, 2005;
Cámara et al., 2014):
1. Organización territorial basada en la delimitación a partir de yacimientos rituales (megalitos, abrigos
con pintura rupestre…) de las zonas agropecuarias, rutas de paso y fuentes de agua.
2. Articulación de un sistema de poblados centrales y pequeños asentamientos basados en relaciones de
dependencia e intercambio de productos de tipo subsistencial y no subsistencial.
3. Asociación de necrópolis concentradas, de sepulcros de corredor con cámara circular construidos en
mampostería, a poblados centrales, y de necrópolis megalíticas ortostáticas a veces asociadas a poblados
dependientes pero especialmente dispersas en áreas de explotación extensiva para facilitar su control.
4. El uso de determinados elementos rituales en la justificación de la dependencia y la asimilación, desde
la concentración de símbolos en Los Millares (sepulcros de corredor con cámara circular construidos
en mampostería, representaciones figuradas, cerámica simbólica y campaniforme…) hasta su difusión
de forma marginal por el resto del territorio o la integración de ciertos sistemas de enterramiento
característicos de las poblaciones dependientes en la propia necrópolis de Los Millares.
5. Utilización, al menos desde momentos tempranos del Calcolítico, de sistemas defensivos con
murallas de piedra y fosos además de otros dispositivos complementarios en las zonas de especial
interés (fortines).
6. Existencia de una cultura material mueble específica, que incluye la difusión de formas particulares
en industria lítica, especialmente puntas de flecha de talla bifacial y base cóncava, y en cerámica,
por ejemplo con el descuidado tratamiento superficial de las cazuelas realizadas a partir del molde de
cestería y destinadas a la cocción de alimentos frente a un desarrollo importante de estilos cerámicos
propios de calidad en recipientes de consumo como las cerámicas de las clases “simbólica”, “naranja”
y, finalmente, “campaniforme (del Sureste)”.
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El núcleo principal lo encontramos en Los Millares (Molina y Cámara, 2005) en el Bajo Andarax,
existiendo también otros enclaves de gran entidad pero secundarios, como El Tarajal (Almagro, 1976 y
1977) en Níjar, Terrera Ventura (Gusi, 1986 y 1988) en Tabernas (Almería), Las Angosturas (Botella, 1980)
en Gor o El Cerro de los Castellones (Molina et al., 1975; Aguayo, 1977) en Laborcillas (Granada), que
ayudaban a controlar, como centros subsidiarios, territorios más alejados.
4. LAS NECRÓPOLIS DEL GRUPO ARQUEOLÓGICO DE LOS MILLARES
Dado que a los poblados centrales (de primer y segundo orden) en este territorio se asocian pequeñas
necrópolis, y que, como se ha propuesto al interior del Pasillo de Tabernas (Cámara, 2001; Cámara et al.,
2014; Spanedda et al., 2015), pueden existir también límites al interior de este amplio territorio, el estudio
del tipo concreto de sepulcros dominante en cada área o la concentración de tipos específicos, como el que
aquí nos ocupa, puede ser de particular ayuda para abordar la existencia o no de tales límites, junto con
aspectos ya referidos como la articulación entre poblados y necrópolis (de diverso tipo).
En el área en examen, para el caso de los grandes poblados con sistemas defensivos encontramos
necrópolis concentradas, inmediatas a los asentamientos, con sepulturas de corredor con cámara circular,
construidas en mampostería, en las que se pueden observar, en función a los ajuares, procesos de distinción.
A los poblados de menor entidad y dependientes, de carácter agropecuario, silvo-pastoriles o especializados
en actividades no subsistenciales, todos ellos sin apenas estructuras defensivas, se asocian megalitos
ortostáticos dispersos, raramente pequeñas necrópolis, que delimitan y controlan, a veces en asociación a
abrigos con pinturas rupestres, todo el territorio de explotación (Cámara, 2001; Cámara et al., 2014).
Este modelo de necrópolis concentradas y dispersas puede observarse en diferentes zonas de Almería,
como en el Bajo Andarax, con la necrópolis de Los Millares y los grupos dolménicos de Alhama y Gádor
(Cámara et al., 2014), en el Alto Andarax (Cara y Rodríguez, 1984), en el Pasillo de Fiñana donde contrasta
la necrópolis de Los Milanes y el gran entorno dolménico de Tacita de Plata (Ramos et al., 2005), en el
Pasillo de Tabernas con necrópolis como los Rubialillos junto a Terrera Ventura y dispersiones extensas
hacia los Filabres (Maldonado et al., 1991-92; Cámara et al., 2014), en el territorio del Campo de Níjar,
con la necrópolis del Barranquete y los conjuntos dolménicos dispersos como Amarguilla y Cortijo de
Buenavista (Haro, 2004), e incluso penetrando hacia los altiplanos granadinos donde a necrópolis centrales,
posiblemente vinculadas a poblados como Los Eriales o la necrópolis cercana a Las Angosturas, se
contraponen amplias dispersiones conservadas especialmente a lo largo de los ríos encajados (Leisner y
Leisner, 1943; García y Spanhi, 1959; Afonso et al., 2008; Spanedda et al., 2014).
5. LAS SEPULTURAS DE CUBIERTA PLANA
Los trabajos de Louis Siret y Pedro Flores, especialmente “Los Cuadernos de Campo” y “El Libro de las
Sepulturas”, proporcionaron la base documental con la que trabajaron G. y V. Leisner y que dio lugar a su
publicación de 1943 “Die Megalithgräber der Iberischen Halbinsel: Der Süden”, obra de referencia para
el estudio del Megalitismo andaluz. Este trabajo se divide en varias partes, comenzando por una amplia
catalogación de todas las sepulturas hasta esa fecha documentadas, siendo las provincias con más peso
Almería y Granada, las cuales llegaron a reunir un total de 650 sepulturas distribuidas en 61 grupos.
Dentro de cada grupo, cada sepultura recibe un término que designa su tipología, un aspecto bastante
interesante ya que los Leisner realizaron una sistematización de todas las tumbas documentadas guiados por un
análisis externo de las tumbas excavadas por L. Siret y P. Flores, estableciendo dos tipos principales, las tumbas
de cámara circular y las tumbas megalíticas de corredor (Leisner y Leisner, 1943). Dentro del primer grupo
se incluyen las sepulturas con cámara circular sin corredor o Rundgräber, las sepulturas con corredor, cámara
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
circular y falsa cúpula o Kuppelgräber y las sepulturas con corredor y cámara circular denominadas Rundgräber
mit Gang debido a que se desconocía el tipo de cubierta porque en esas tumbas no se apreciaba claramente el
arranque de la cúpula. Aún con este punto de partida hay que tener en cuenta que, a veces, los Leisner clasificaron
erróneamente las sepulturas, como se ha demostrado en la nueva catalogación de la necrópolis de Los Millares
(Calvín, 2014), de forma que en ocasiones encontramos sepulturas de cámara circular ortostáticas o en las que
la cubierta no recurría a la aproximación de hiladas clasificadas como Kuppelgrab, denominación con la que
se refieren a las de falsa cúpula (tholoi). Además, como vemos, los Leisner no llegaron a definir de forma clara
el tipo Rundgräber mit Gang, por lo que dejaron en una categoría ambigua un conjunto de tumbas que podrían
ser desde tholoi hasta sepulturas de mampostería sin falsa cúpula o incluso sepulturas ortostáticas con corredor.
Como se ha indicado, no será hasta los años 70 del siglo pasado, y a raíz de las nuevas excavaciones
en la necrópolis de Los Millares (Almagro y Arribas, 1963), cuando B. Blance (1971) proponga en su tesis
doctoral la existencia de una serie de sepulturas que denominó como “tumbas circulares con corredor”, ya
que según sus características arquitectónicas no habrían podido sustentar la falsa cúpula característica de
los tholoi. En su trabajo indició que estas sepulturas carecían del inicio de la aproximación las hiladas de
piedra que configuran la curvatura de la falsa cúpula y destacó el papel que jugaba en las posibilidades de
sustentación de esta el diámetro de la cámara funeraria, señalando que aquellas que tenían un diámetro igual
o mayor a 4 metros no podrían haber soportado una falsa cúpula y probablemente habrían dispuesto una
cubierta de material orgánico o una losa a partir de una cierta altura. A raíz de estos rasgos, recientemente
se ha podido concretar una clasificación inicial para las sepulturas con corredor de acceso y cámara circular
de Los Millares, Los Rubialillos y Las Peñicas (Calvín, 2019).
Debemos tener en cuenta que la existencia de algunas hiladas en aproximación no implica realmente la
existencia de un tholos real que debe caracterizarse por la conformación general de la techumbre en forma
de (falsa) cúpula y no de tronco de cono o “cúpula troncada”. En este aspecto, se consideran de “cubierta
plana”, en primer lugar, aquellas tumbas que presenten las paredes casi verticales, en ángulos de unos
80-90º respecto al suelo y que, salvo que esas paredes revistieran la roca y sólo en sus últimas hiladas se
produjera la aproximación, indudablemente no pudieron cubrir con falsa cúpula. En segundo lugar, también
se consideran como de cubierta plana otros sepulcros que, aun mostrando aproximación de hiladas desde
una cierta altura, al presentar cámaras de amplias dimensiones, iguales o superiores a 4 m de diámetro,
aun pudiendo llegar a presentar el inicio de una falsa cúpula, cerrarían con una losa plana formando una
sección troncocónica y no ojival (falsa cúpula “no completa”), a no ser con dispositivos que redujeran
mucho los empujes, como amplios túmulos con estructuras de contención (anillos) internas o una profunda
cimentación de la cámara, como en el caso ya referido de las paredes verticales.
El diámetro de la cámara funeraria se considera así esencial para comenzar el estudio de la tipología
de cubierta. Sin embargo, se deben tener en cuenta otros elementos arquitectónicos para establecer una
correcta distinción entre los sepulcros de mampostería con cámara circular que cubrieron con falsa cúpula y
aquellos que no lo hicieron, ya que podemos documentar excepciones si nos ceñimos sólo al tamaño. Estos
elementos son, como hemos dicho (fig. 2):
1. La profundidad de la excavación en la roca virgen de la cámara funeraria, que puede llegar a alcanzar
un tercio de la altura total en los verdaderos tholoi.
3. El diámetro del túmulo, que suele oscilar entre dos y tres veces el diámetro de la cámara y que
para poder soportar la falsa cúpula, aun dependiendo de la altura de esta, interviniendo por tanto el
factor anterior, debería superar esa última medida, si bien en las dimensiones del túmulo también
intervienen factores de tipo social.
3. La cantidad y disposición de los anillos concéntricos o de muretes de contención integrados en el
túmulo. Las sepulturas de cubierta plana normalmente presentan un anillo delimitador y rara vez,
uno interno más, mientras que las de falsa cúpula pueden llegar a tener entre tres y nueve.
4. La verticalidad de las paredes o la aproximación de las hiladas desde puntos cercanos o lejanos al
suelo, en combinación , especialmente, con el criterio 1.
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Fig. 2. Diferencias y similitudes entre la sepultura de falsa cúpula LM XVIII y la sepultura de cubierta plana LM XX
(platas de Almagro y Arribas, 1963).
Teniendo en cuenta todo esto, las cámaras de las sepulturas en mampostería con corredor pueden
presentar las siguientes secciones (fig. 3):
1. Sección cilíndrica. Sepulturas de paredes rectas y cubierta plana, cuya cámara no suele estar excavada
en la roca, y tiene un diámetro a partir de 5 m.
2. Sección troncocónica. Sepulturas de paredes convergentes, sin excavación en la roca, con aproximación de hiladas, cubierta plana y cámaras de 4 m de diámetro.
3. Sección mixta cilíndrica en la base y troncocónica en la parte superior. Sepulturas con cubierta plana,
excavadas o no en la roca, y cámaras entre 4 y 5 m de diámetro.
4. Sección mixta cilíndrica en la base y ojival en la parte superior. Sepulturas con falsa cúpula íntegra,
no siempre excavadas en la roca, con diámetros inferiores o iguales a 4 m si presentan sistemas de
contención.
5. Sección ojival. Sepulturas con verdadera falsa cúpula que arranca desde la base, a menudo con
revestimiento de partes excavadas, con diámetros inferiores a 4 m.
En líneas generales podemos establecer tanto para las sepulturas de cubierta plana como para los tholoi
el siguiente esquema constructivo: un corredor de acceso dividido o no en tramos, con la presencia o no de
puertas perforadas y nichos, que conduce a una cámara circular construida con mampuestos irregulares de
piedra, revestida con un zócalo de lajas de pizarra verticales a menudo decoradas con pintura roja, y que
también puede albergar pequeños nichos, estando éstos también presentes en los laterales del corredor. En
ocasiones podemos encontrar un vestíbulo trapezoidal, anterior al corredor, para las actividades ceremoniales
y para albergar pequeños recintos de betilos, que en alguna ocasión se sitúan también al exterior de la
sepultura. Toda esta estructura, excepto el vestíbulo, se cubriría con un túmulo de tierra y piedras, en el que
serían integrados anillos concéntricos de mampostería, formando algunas veces verdaderos armazones, y
delimitando la sepultura al exterior mediante uno o varios círculos de mampostería o lajas hincadas que
formarían el frente delantero de la tumba (Almagro y Arribas, 1963; Molina y Cámara, 2005).
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
Fig. 3. Alzado de las sepulturas,
enumeradas en función a los tipos de
sección descritos. Ejemplos:
1. Las Peñicas 4
2. Los Millares 53
3. Rambla de Huéchar 2
4. Los Millares 10
5. Los Millares 49
La singularidad de las sepulturas de cubierta plana viene dada por su cubrición, siendo frecuente
documentar varias hiladas en vertical (y no aproximándose) en la parte superior de las paredes de la cámara
para sostener una cubierta plana. El peso de ésta posiblemente sería soportado también por columnas o
postes de madera, para los que no se puede excluir un significado simbólico (Leisner y Leisner, 1941;
Blance, 1971; Cámara y Molina, 2005; Calvín, 2014 y 2019). Además son tumbas que destacan por sus
dimensiones, con cámaras funerarias entre los 4 y los 6 metros de diámetro, frente a los tholoi en torno a
2,50 y, en raras ocasiones, alcanzado los 4 metros, siempre y cuando cumplan con los criterios anteriormente
citados (cámara excavada en la roca natural al menos con casi una tercera parte de su altura total y al menos
tres anillos de contención en el túmulo) para facilitar la sustentación de la falsa cúpula.
Otros rasgos que presenta la cámara de las sepulturas de cubierta plana es su frecuente edificación
partiendo la primera hilada a ras del suelo, aunque algunas pueden encontrarse parcialmente excavadas
en la roca, algo que, como hemos comentado, es más necesario en los tholoi. En éstos el corte de la roca
que constituye la parte inferior de la cámara permite que se sostenga mejor la falsa cúpula sobre el suelo al
reducir su número real de hiladas que parten del suelo.
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Revisión tipológica de los sepulcros calcolíticos del cuadrante Sureste de la Península Ibérica
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Si las primeras hiladas partiesen del nivel natural del suelo, sin excavación para la cámara, o bien se
debía recurrir a sistemas de cubrición alternativos, como los que aquí discutimos, o bien se debía reducir
el tamaño de la cámara o incrementar el diámetro del túmulo y los anillos de contención internos de los
que debía contar (normalmente entre tres y nueve), tirantes de conexión e incluso losas hincadas entre los
propios anillos y al borde del túmulo (Lozano, 2011; Calvín, 2014) para poder sostener los empujes de
la falsa cúpula. Teniendo en cuenta esta situación, se deduce que las sepulturas de cubierta plana apenas
presentan anillos integrados en el túmulo, o ninguno, a excepción del que delimita la sepultura, que más
bien tendría una funcionalidad decorativa (Almagro y Arribas, 1963).
6. DISTRIBUCIÓN TERRITORIAL
6.1. El Bajo Andarax
En cuanto a la provincia de Almería, el territorio del Bajo Andarax es el que reúne el mayor número
de necrópolis megalíticas en las que se puede apreciar la dualidad sepulcro de mampostería – dolmen.
Especialmente destaca la concentración de sepulturas en mampostería con corredor de acceso y cámara
circular de la necrópolis de Los Millares (Molina y Cámara, 2005). En ella se documenta un total de 83
tumbas definidas hasta la fecha (incluidos todos los tipos), respecto a un territorio circundante de necrópolis
dispersas en las que podemos observar una disminución del número de tumbas y de su densidad a medida
que se alejan de la zona nuclear.
En los municipios colindantes como Alhama de Almería se documentan necrópolis de tipo dolménico
como Loma de Galera con 36 tumbas, Loma de Huéchar – La Garibola con 42 y El Mojón con 10 (Rodríguez,
1982). En Gádor destacan Llanos de Regina con 12 tumbas y el conjunto de la Loma de los Mudos con
un total de 14 sepulturas, frente a otros menores como Llanos de Retamar con 8, Tajos Coloraos con 6, La
Corraliza con 5 y Jacalgarín con 4 tumbas. Se trata de grupos situados a menos de 4 km de Los Millares.
En los municipios de Benahadux y Huércal de Almería las agrupaciones son menores, destacando en este
caso la necrópolis de El Chuche, a menos de 9 km de Los Millares, en la que existía un pequeño grupo de
sepulturas de mampostería con corredor de acceso y cámara circular asociadas a un poblado calcolítico
(Olaria, 1976), sin embargo la falta de estudios arqueológicos nos impide determinar a día de hoy las
características tipológicas concretas. En su entorno próximo se encuentra el conjunto de La Churruta con 6
sepulturas además de un dolmen de reciente descubrimiento en el paraje de Hoya del Castellón1.
Respecto a las tipos presentes, para toda el área del Bajo Andarax se documentan más de 200 sepulturas de
tipo ortostático frente a las 68 tumbas en mampostería de cámara circular y corredor de acceso documentadas
hasta la fecha para Los Millares. De ese total, en Los Millares 12 sepulturas presentan las características
arquitectónicas para sustentar una cubierta plana (tabla 1), frente a 56 tholoi y 5 sepulturas ortostáticas. En
1963 A. Arribas y M. Almagro estudiaron cinco de las sepulturas de cubierta plana, correlacionándolas con
las publicadas por los Leisner y localizando sobre el terreno solamente cuatro: LM 40/XXXVI, LM 12/
XXXVII, LM 5/IX y LM 7/VII. La sepultura que no pudieron relacionar fue LM XX. En este punto, A.
Arribas y M. Almagro también analizaron una sepultura que aparentemente, por sus dimensiones, reúne
las condiciones necesarias para incluirla en el grupo de las tumbas de cubierta plana, la LM 74/XIII. Sin
embargo, el estudio realizado en 2014 demostró que, tanto debido a las estructuras de sustentación que
presentaba como al grueso paredón de 2 m de grosor más dos anillos concéntricos, probablemente habría
sostenido una falsa cúpula (Calvín 2014). Las otras seis sepulturas con la cubierta plana son: LM 57, LM
73, LM 53, LM 70, LM 65, LM 54, además de Loma de la Rambla de Huéchar 2, las cuales han sido
1
Información facilitada por la Secretaría General del Excmo. Ayuntamiento de Huércal de Almería.
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
Tabla 1. Características arquitectónicas de las sepulturas en mampostería con corredor y cámara circular con diámetro
de ≥ 4 metros.
Necrópolis
Sepultura
Ø cámara
Los Millares
6,40 x 5,70 m 2,20 m
5m
-
16 m
-
-
Kuppelgrab
Kuppelgrab
El Barranquete
Las Peñicas
LM 40/XXXVI
L. de la Rambla de Huéchar 2
LM 12/XXXVII
LM 74/XIII (*)
LM 57
LM 73
LM 53
LM 70
LM 65
LM 54
LM 5/IX
LM 7/VII
LM XX
Tumba nº 9 (1)
Las Peñicas 4
4m
4m
4m
4m
4m
4m
4m
4m
4,15 m
4,30 x 4,20 m
4,30 m
4,10 m
5,60 x 4,20 m
11,5 m
13 m
12 m
13 m
16 m
15 m
14-15 m
10,5 m
12 m
-
2
3
1
2
3
-
Cerro Cánovas
Los Rubialillos
Tumba 1
Los Rubialillos 1
6m
4,70 x 4,20 m -
-
-
Los Rubialillos 3
4m
-
-
-
AL-TA-90
AL-TA-98
AL-TA-205
AL-TA-95
4,20 x 4,20 m
5,10 x 5,20 m
4x4m
5x5m
Parcial
Parcial
-
10,20 x 8,8 m
6,20 x 4,50 m
8,50 x 7,60 m
1
1
1
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Rundgrab mit
Gang
Rundgrab mit
Gang
Rundgrab mit
Gang
-
Cañada de los Meones 1
4,90 m
-
-
-
Loma del Llano de las
4m
Eras 2
Rambla de los Pozicos 8 4 m
-
-
-
-
-
-
Campo de Mojácar 2
Loma de Belmonte 1
Cabecito de Aguilar
Loma del Boticario 2
5 x 5,30 m
5,50 m
5,75 x 6,18 m
4m
-
-
-
Las Alparatas 2
4m
-
-
-
Las Churuletas 4
4m
-
-
-
Los Peñones
Cerro de las
Yeguas
Cañada de los
Meones
Loma del Llano
de las Eras
Rambla de los
Pozicos
Mojácar
Turre
Las Churuletas
* Sepulturas tipo tholoi
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Corte en la roca Túmulo
1m
0,65 m
No excavada
0,30 m
No excavada
Anillos Tipos Leisner
Rundgrab mit
Gang
Rundgrab mit
Gang
Rundgrab mit
Gang
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Kuppelgrab
Rundgrab mit
Gang
Rundgrab mit
Gang
Rundgrab mit
Gang
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estudiadas a partir de la información ofrecida por G. y V. Leisner (1943). Todas ellas fueron referidas como
Kuppelgräber por los Leisner, sin diferencias de los verdaderos tholoi, mientras que, paradójicamente, para
otros territorios utilizaron otros términos que no se referían al tipo de cubrición para denominar sepulcros
similares, como veremos más adelante.
6.2. El Campo de Níjar
El principal problema al que nos enfrentamos en este territorio es el alto grado de destrucción de los
yacimientos calcolíticos debido especialmente al rápido aumento del número de invernaderos, fenómeno
que tiene lugar en prácticamente toda la costa almeriense. A esta situación se le une la falta de estudios
arqueológicos desde antiguo, ya que los Leisner señalan apenas 10 sepulturas en el grupo número 20 de
su corpus (Leisner y Leisner, 1943: 61). Al margen de la tradicional obra de referencia, encontramos los
trabajos sobre el poblado del Tarajal y la necrópolis de El Barranquete (Almagro, 1973, 1976 y 1977),
diversas prospecciones arqueológicas (Ramos, 1987a, 1987b y 1990) y estudios sobre población y
georrecursos (Haro, 2004; Haro et al., 2008), que nos aportan información sobre la ocupación calcolítica.
En cuanto a los estudios tipológicos, podemos realizar una aproximación a partir de a las necrópolis que
sí fueron estudiadas como es el caso de El Barranquete (Almagro, 1973). Se trata de la única necrópolis
de todo el entorno que reúne 14 sepulturas en mampostería con corredor de acceso y cámara circular y
una sepultura ortostática (la tumba 10), situada en un entorno de dualidad dolménica, ya que hacia el sur
se sitúa Amarguilla, una necrópolis de sepulturas ortostáticas considerada como una posible prolongación
de El Barranquete (Haro, 2004) y, continuando en la margen derecha de la Rambla Morales, Cortijo de
Buenavista, poblado y necrópolis dolménica situados a menos de 4 km del poblado de El Tarajal al que se
adscribe El Barranquete.
La necrópolis fue descubierta en 1968 por el arqueólogo Charles Bonnet, y el estudio principal fue
realizado por Mª J. Almagro en 1973, que clasificó las 15 sepulturas como tholoi, existiendo, además de
la tumba dolménica referida (tumba 10), sólo un caso que cumple los requisitos para ser considerada de
cubierta plana: la tumba 9 (tabla 1). No obstante nos encontramos con un caso similar al de la sepultura Los
Millares 74/XIII, en la que la presencia de tres anillos concéntricos junto con una serie de lajas hincadas
entre ellos en el túmulo, nos hace considerar que realmente pudo cubrirse con falsa cúpula.
En cuanto a las sepulturas documentadas por G. y V. Leisner (1943), se trata de pequeños conjuntos
situados al sur del pueblo de Níjar y a menos de 9 km de El Tarajal. Se diferencian cuatro necrópolis, si bien,
y en función del emplazamiento de las mismas, es más que probable que fueran una sola originariamente.
De este grupo destaca Las Peñicas, necrópolis compuesta por 3 sepulturas en mampostería con corredor de
acceso y cámara circular y El Tejar, a 600 m de la anterior, con 3 sepulturas en mampostería con corredor de
acceso y cámara circular y 4 sepulturas ortostáticas, entre ellas 2 circulares sin corredor y 2 cistas. Respecto
a las 4 últimas tumbas los Leisner distinguen para cada par una necrópolis diferente: Los Cerricos y Cerro
del Castillo respectivamente. Probablemente esta agrupación se realizó según las tipologías, diferenciando
por tanto cuatro grupos diferentes que muy probablemente se encontrasen integrados en el mismo conjunto
funerario original. En cuanto a los tipos concretos, los Leisner consideran que las 3 sepulturas de Las
Peñicas son Rundgräber mit Gang, mientras que en El Tejar sólo una fue considerada un Kuppelgrab frente
a dos Rundgräber mit Gang, los dos Rundgräber de Los Cerricos y las dos “rechteckige Grabkammern” (o
sepulturas ortostáticas de planta cuadrangular) de Cerro del Castillo.
A pesar de la denominación Rundgräber mit Gang, si nos ajustamos al protocolo arquitectónico antes
propuesto para la clasificación de los sepulcros, documentaríamos una sepultura de cubierta plana en Las
Peñicas (tabla 1), la de mayor tamaño de toda la necrópolis frente a 5 posibles tholoi (Calvín, 2019).
Actualmente, según la base de datos de la Junta de Andalucía, Las Peñicas cuenta con 4 enterramientos
y El Tejar con 12. Esta situación nos demuestra dos cosas:
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
1. Que en su origen estas necrópolis contaron con muchas más sepulturas y probablemente, dados los
escasos metros de separación entre las tumbas, fue una sola agrupación.
2. Que se vuelve a reproducir la dualidad sepulcros de mampostería – dolmen, constatándose que las
sepulturas de cámara circular y corredor se sitúan sobre una zona llana próximas al poblado de
Cerricos II, mientras que las ortostáticas se sitúan sobre los márgenes de los barrancos, a mayor
altura y próximas a los fortines vinculados al poblado original y denominados como Cerricos I.
6.3. El Pasillo de Tabernas
El territorio del Pasillo de Tabernas cuenta con una alta densidad de tumbas megalíticas dispuestas
generalmente de forma dispersa a lo largo de las pequeñas sierras que separan los pequeños cursos fluviales
que descienden desde Filabres o que jalonan el curso principal de la Rambla de los Molinos, cerca de la
cual algunas pequeñas necrópolis se vinculan a los poblados principales, en zonas más llanas (Alcaraz
et al,. 1987 y 1990), aunque hay diferencias entre el oeste y el este de la zona prospectada (Maldonado
et al., 1991-92; Cámara et al., 2014; Spanedda et al., 2015). Se trata de un entorno dominado por una
mayoría de sepulturas ortostáticas, si bien L. Siret y los Leisner (1943) ya documentaron la presencia de
tumbas en mampostería de corredor y cámara circular que, aunque todavía hoy se constatan, son difíciles
de correlacionar con los datos concretos de L. Siret.
Al este, estas tumbas de mampostería también muestran una disposición dispersa y en el piedemonte.
Sin embargo, al oeste, se documentan sobre todo en zonas llanas, muy cerca de las principales ramblas
del Pasillo de Tabernas, como es el caso de Los Rubialillos, enmarcada entre la confluencia de la Rambla
de Los Molinos y la de La Sierra, y relacionada con el poblado de Terrera Ventura (Gusi, 1986 y 1988).
Cuenta con un total de 5 tumbas de las cuales, según G. y V. Leisner, dos son Rundgräber de más de 4 m de
diámetro y tres son Rundgräber mit Gang, aunque en realidad una es un tholos y dos se corresponden con
la tipología de sepulturas de cubierta plana (tabla 1) (Calvín, 2019). Debido al alto grado de destrucción
que presenta esta necrópolis, es complicado poder establecer una comparativa o una correlación sobre el
terreno, ya que de la mayoría sólo quedan grandes agujeros en el lugar de las cámaras y los corredores.
Respecto al entorno de Los Rubialillos, destacaban las necrópolis dolménicas de La Serrata del Pueblo (6
tumbas) y La Serrata del Marchante (17 tumbas), entre los 2 y los 4,50 km de distancia, ya en relación con
las dispersiones de la zona oriental del Pasillo.
En la margen derecha de la Rambla de Benavides, sobre una suave elevación montañosa, se
localiza otra necrópolis, Cerro de las Yeguas, a menos de 2 km de Los Rubialillos, compuesta por 4
sepulturas. Todas son de tipo ortostático menos una, la cual a pesar de no conservar ortostatos in situ,
se considera por la investigación de los años 90 realizada en el marco del Proyecto “Millares”, como
una sepultura con corredor de acceso y cámara circular. Según las medidas que presenta, carecería
de cúpula y tendría una cubierta plana (AL-TA-95) (tabla 1). A menos de 3 km de esta agrupación se
ubicarían otras necrópolis de tipo dolménico como Rambla del Búho con 10 tumbas muy próximas
a un importante yacimiento calcolítico, Rambla de Tabernas con 2 o Rambla de Los Pilares con 8
(Maldonado et al., 1991-92; Cámara, 2001).
En lo que respecta al área, al este del Pasillo de Tabernas, destaca la necrópolis de Los Peñones junto
a la Rambla de Los Molinos, muy próxima a La Serrata del Marchante y a menos de 5,50 km de Los
Rubialillos, que no es visible desde esa área. Las prospecciones realizadas en el marco del Proyecto
“Millares” documentan la presencia de 6 tumbas para este conjunto, tres de tipo ortostático y tres
consideradas de corredor y cámara circular, correspondientes a la tipología de cubierta plana (AL-TA-90,
AL-TA-98 y AL-TA-205) (tabla 1). Si bien, es importante señalar que estas tres tumbas manifiestan
un alto grado de destrucción debido a la erosión y el expolio, lo que hace muy difícil determinar sus
verdaderas dimensiones.
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Para el Pasillo de Tabernas los Leisner describen un total de 12 necrópolis. Si bien las tumbas
documentadas en las nuevas prospecciones no han podido correlacionarse con las citadas por el matrimonio
alemán. G. y V. Leisner (1943) señalan tres tumbas dispersas como Rundgräber mit Gang que según los
topónimos antiguos podrían ubicarse próximas a las necrópolis anteriormente referidas. Dos de ellas
podrían encontrarse muy cerca de Los Rubialillos: Cañada de los Meones, posiblemente situada al N del
pueblo de Tabernas, y Loma del Llano de las Eras a la salida del pueblo en dirección Murcia. En cuanto a la
tercera, Rambla de los Pozicos, podría estar próxima a la rambla que la bautiza, entre la del Búho y de las
Piedras de Gérgal, en torno al Llano de Benvadies y muy próxima al Cerro de las Yeguas. Se trataría de tres
sepulturas de mampostería con corredor de acceso, cámara circular y cubierta plana (tab, 1).
Los sepulcros localizados en las sierras que jalonan las ramblas que descienden desde los Filabres
(Rambla de Velefique, Rambla de Senés, Sierra Bermeja, Hoya de la Matanza, etc.) serían todos ortostáticos
aunque las cámaras muestran diferentes formas (Maldonado et al., 1991-92; Cámara, 2001).
Por tanto, en el Pasillo de Tabernas, y sobre todo al oeste en el área correspondiente a las ramblas
de Tabernas – Molinos, Galera y Benavides, volvemos a observar la dualidad sepulcros de mampostería
– dólmenes, a la que además se le une el fenómeno de “resistencia” al este, ayudando las sepulturas de
mampostería con corredor y cámara circular, concentradas en necrópolis junto a los poblados al oeste, a
enfatizar la vinculación del área occidental a Los Millares (Cámara et al., 2014; Spanedda et al., 2015).
6.4. El Medio – Alto Andarax y el valle del río Nacimiento
Se trata de un territorio muy amplio en el cual los pocos yacimientos calcolíticos conocidos se han situado
muy próximos a los dos ríos principales de la zona: el Andarax que discurre en sentido oeste – este, y su
afluente más importante el Nacimiento, que desciende del norte.
Por una parte, hacia el tramo medio del río Andarax, encontramos el conjunto de Loma de Alicún, entre
Alicún y Terque, compuesto por 11 sepulturas ortostáticas. Esta agrupación se encuentra más relacionada
con las necrópolis del entorno de Los Millares, del cual dista casi 4 km, que con cualquier otro conjunto de
tholoi que pudiera aparecer en todo este territorio.
Hacia el curso alto del Andarax aparecen principalmente megalitos aislados y en muy mal estado
de conservación como los 4 dólmenes de El Planete II en Huécija, el megalito de Bocharalla y el de
Cerrillo de las Ramblas en Canjáyar o el de las Viñas y el de Las Lomas en Láujar del Andarax (Cara
y Rodríguez, 1984, 1987 y 1992). Para esta zona los Leisner sólo publican un conjunto denominado
Piedras de Canajáyar en Alcolea, compuesto por tres cistas que en realidad forman parte de una
necrópolis argárica2 (Cara, 2015).
Siguiendo el río Nacimiento, hacia su curso alto, se documenta la necrópolis de Los Milanes en
Abla, compuesta por 13 o más sepulturas de mampostería con corredor de acceso y cámara circular, y su
entorno dolménico de Tacita de Plata, con más de 100 sepulturas ortostáticas agrupadas mayormente en
el municipio de Las Tres Villas. Es un territorio en el que se reproduce de nuevo el fenómeno sepulcros
de mampostería – dólmenes, y en el que se documenta un poblado fortificado, precisamente asociado
a Los Milanes, El Peñón de las Juntas, separado de la necrópolis por el río Nacimiento. No podemos
constatar si existen o no sepulturas de cámara circular y cubierta plana, debido principalmente a que
Los Milanes carece de estudio arqueológico y tipológico. Es posible que nos encontremos con una
situación similar a la del Campo de Níjar con El Barranquete, sólo que en este caso se conserva todo
un entorno de sepulturas ortostáticas, localizadas desde los años 90 del siglo pasado por F. M. Alcaraz
Hernández, y que sólo han merecido, en el mejor de los casos, actuaciones puntuales por las agresiones
2 P. Flores documenta además de estas tres cistas dos tumbas “en tinaja” que los Leisner no incluyen probablemente al no
considerarlas megalíticas. Además de las tipologías de las tumbas, en los ajuares predominan objetos de cobre y plata, este último
material claramente ausente en los contextos calcolíticos peninsulares.
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
sufridas sea por la construcción de la Autovía A-92 sea por la proliferación de parques eólicos en la
zona. Las pocas tumbas excavadas a raíz de la construcción de la Autovía (Ramos et al., 2005) presentan
la particularidad de no tener corredor de acceso, lo que enriquece aún más la variabilidad arquitectónica
de los megalitos del área.
Al margen de este grupo, las investigaciones realizadas han puesto de manifiesto la existencia de más
agrupaciones de este tipo, una hacia el curso medio del Nacimiento en Alboloduy, y otra en el tramo medio del
Andarax en Instinción, que presenta continuidad hacia Rágol, hallazgos que aún se encuentran a la espera de ser
catalogados por la Delegación de Cultura de Almería, pero que presentan estructura ortostática.
6.5. La Baja Alpujarra y el Campo de Dalías
Al igual que sucede con la zona del Campo de Níjar y Cabo de Gata, se trata de un territorio altamente
antropizado, sobre todo en la línea de costa, lo que ha incidido en la pérdida de numerosos yacimientos
calcolíticos sobre los cuales se han edificado mayormente invernaderos.
Desde la Baja Alpujarra hacia la Hoya de Adra destacan las agrupaciones de Berja de El Cid, Cerro
Cánovas y Cerro de Tomás Meina. De estos conjuntos la necrópolis que presenta un mayor número de
sepulturas es Cerro Cánovas, situada en la margen derecha de la Rambla del Higueral y separada del poblado
fortificado del Cerro del Tajo de los Gavilanes, del que dista apenas 2 km. Se compone de 6 sepulturas,
aunque es posible que existan más, de las cuales sólo han sido estudiadas cuatro: tres son sepulturas de
mampostería con cámara circular que carecen del corredor, siendo atribuidas al Neolítico Reciente de la
Cultura de Almería, y la otra se identifica como un tholos. Esta sepultura, a diferencia de las otras tres, se
encuentra situada en la zona superior de la necrópolis, y su cámara presenta 6 m de diámetro, lo que nos
lleva a considerarla como una sepultura en mampostería de corredor con cámara circular y cubierta plana,
en lugar de falsa cúpula. Desgraciadamente se trata de una necrópolis altamente destruida por el expolio,
por lo que apenas se puede valorar la existencia de otras características arquitectónicas. Se ha referido a 15
m de esta, otra sepultura con las mismas características de la cual solo queda el corredor, y otro pequeño
enterramiento circular, casi irreconocible (Cara, 1997).
Las otras dos agrupaciones a destacar son Cerro de Tomás Meina y El Cid, publicada por los Leisner
como El Sí (Leisner y Leisner, 1943: 14). Esta última presenta una sepultura con cámara circular sin corredor
de 3,65 x 4,05 m de diámetro, lo que ha permitido relacionarla con las primeras fases de ocupación del
poblado cercano durante el Neolítico Final, siendo utilizada también durante la Edad del Cobre y reutilizada
hasta el Bronce Pleno (Cara, 2016). No se descarta la existencia de más sepulturas en las cercanías. Este
conjunto dista de Cerro Cánovas y Cerro de Tomás Meina algo menos de 3 km.
Respecto a este último yacimiento, Cerro de Tomás Meina, nos encontramos con la misma situación
anterior. La única sepultura asociada al poblado también carece de corredor, pero su cámara funeraria mide
13,5 x 16 m de diámetro (Cara, 1997). Teniendo en cuenta que el poblado al que se asocia está fortificado,
aunque no se puede excluir un origen en el Neolítico Reciente, probablemente la sepultura se adscriba a las
primeras fases de ocupación calcolítica, siendo utilizada también durante el Calcolítico Pleno.
En cuanto al territorio abderitano, la presencia de sepulturas se limita a dólmenes aislados como Guainos
Alto (Arribas, 1953), La Pedriza o Cerro del Campillo, prácticamente destruidos (Cara y Rodríguez, 1992).
Situación similar tiene lugar en El Ejido, destacando únicamente la tumba de Santo Domingo, sepultura
que ha desaparecido a día de hoy. Según L. Cara Barrionuevo (2015) cuando la estructura fue estudiada sólo
se apreciaba un segmento de círculo que no determinaba si realmente se trataba de un tholos o una sepultura
ortostática. Esta necrópolis se relaciona con El Cerrillo de Ciavieja (Carrilero et al., 1989-90), al igual que
el conjunto de 3 sepulturas ortostáticas de Simón de Acién (Cara, 2015).
Si la tumba de Santo Domingo fuera un tholos podríamos encontrar de nuevo, para todo el territorio del
Poniente Almeriense, la repetición del fenómeno sepulcro de mampostería – dolmen.
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Sin embargo, casi todos los escasos sepulcros referidos pueden pertenecer a esta última tipología, en la
que también quedaría integrado el conjunto de La Cumbre, situado a menos de 5 km de Simón de Acién y
a menos de 3,5 km de Santo Domingo. La Cumbre alberga únicamente dos sepulturas ortostáticas aunque
R. Octobon, su descubridor y excavador (1963-1964), señaló la presencia de muchas más que no llegó a
estudiar, ya que sólo intervino las que estaban a punto de ser destruidas (Cara, 2015).
6.6. El Altiplano de Guadix
La Hoya de Guadix, al norte de la provincia de Granada, está bordeada por sierras, y estructurada en torno
a sus principales cauces fluviales, el río Fardes y sus afluentes como los ríos Gor y Guadix.
El principal conjunto megalítico se encuentra dispuesto a lo largo de todo el valle del río Gor (García
y Spahni, 1959). Se han distinguido 11 necrópolis de tipo disperso, situadas sobre las laderas próximas a
los bordes del barranco que ha generado el río en la zona, y compuestas casi exclusivamente por sepulturas
ortostáticas en las que las principales diferencias arquitectónicas se remiten al tamaño y la forma de la cámara
funeraria (Afonso et al., 2008). Aún con la dispersión, algunas necrópolis incluyen un amplio número de
megalitos, destacando La Sabina con 51 tumbas, La Gabiarra con 15 o Las Majadillas y Llanos de Olivares
con 23, conformando la mayoría de las agrupaciones una unidad en lo que respecta al control estructurado
del territorio (Spanedda et al., 2014; Cabrero, 2018; Cabrero et al., 2020). Estudiados, como muchas de las
agrupaciones vecinas ya por L. Siret y P. Flores, los cuales excavaron un total de 166 tumbas, este conjunto
fue incluido en la obra de G. y V. Leisner (1943), quienes sólo publicaron 82 tumbas, por lo que no fue
hasta el estudio sistemático de M. García y J. C. Spahni (1959) que se volvió a constatar la existencia de, al
menos, 198 dólmenes, estimándose que habían desaparecido otros 40 desde la época de L. Siret. Es posible,
sin embargo, que algunos sepulcros no estuvieran bien correlacionados y que la destrucción haya sido algo
menor, lo que también podría aplicarse a las nuevas localizaciones (Manarqueoteca, 2001; Spanedda et al.,
2014; Cabrero et al., 2021).
Siguiendo en dirección oeste hacia los Montes Orientales, las agrupaciones de tumbas comienzan a
disminuir pero no dejan de ser numerosas. Destacan los conjuntos ortostáticos dispuestos en torno al río
Fardes y sus proximidades, situados a menos de 10 km3 del río Gor. Se trata de un total de 7 grupos entre los
que destaca Fonelas con 15 tumbas, la única necrópolis con estudio arqueológico tras los trabajos de L. Siret
(Ferrer, 1976 y 1977; Ferrer et al., 1988), habiendo desaparecido muchas tumbas por los trabajos agrícolas.
Situación similar ocurre en el territorio de Morelábor, donde destacaba la necrópolis de Los Eriales con 48
sepulturas, relacionada con el poblado calcolítico y argárico del Cerro de los Castellones (Molina et al.,
1975; Aguayo, 1977) y hacia el norte en Pedro Martínez, con los conjuntos de El Espartal con 39 dólmenes
o Cañada del Águila con 10 (Leisner y Leisner, 1943), de las que tampoco queda prácticamente nada,
a excepción de los que fueron puestos en valor en Morrón de la Meseta (Sánchez, 2016). En cualquier
caso, nuevas actividades de prospección arqueológica sistemática podrían reservar sorpresas y facilitar
programas de investigación, como ha sucedido con la necrópolis de Panoria (Darro), compuesta por 19
sepulturas ortostáticas (Arboledas y Alarcón, 2013).
La tipología mayoritaria para todo el territorio es la sepultura ortostática con corredor de acceso y planta
poligonal resultando muy escasa la presencia de las sepulturas de mampostería con corredor y cámara circular,
de las cuales únicamente conocemos su existencia gracias al corpus de los Leisner (1943), ya que ninguna ha
sido documentada en las actividades recientes. Destaca, eso sí, su concentración en determinadas necrópolis.
Para el territorio del valle del río Gor L. Siret documentó un pequeño grupo de sepulturas tipo tholos,
a menos de 2 km del poblado fortificado de Las Angosturas, que fue objeto de excavaciones en época
más reciente (Botella 1980). Según la publicación de los Leisner (1943: 120) y de M. García Sánchez y
3 Desde la necrópolis de La Gabiarra hasta la de Fonelas.
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
J. C. Spahni (1959: 76) se trata de dos pequeños tholoi pertenecientes a la necrópolis de La Torrecilla:
Las Angosturas L8, cuya cámara mide 2 m de diámetro, y Las Angosturas L12. De ambas sepulturas M.
García Sánchez y J. C. Spanhi habían señalado su desaparición en los años 50, aunque las prospecciones
recientes en La Torrecilla muestran restos de tumbas que quizás originalmente tuvieron cámara circular
pero, habiendo desaparecido todas las piedras de las partes más altas de las cámaras, es difícil de probar
sin una excavación de los niveles aún cubiertos por sedimentos que nos muestre restos de la estructura de
mampostería.
El otro conjunto de posibles tholoi se documenta en la necrópolis de El Espartal, entre Delgadillo y Pedro
Martínez. Incluye dos sepulturas que los Leisner denominan Rundgräber mit Gang (Leisner y Leisner,
1943: 128): Puntal de la Rambla 6 y Puntal de la Rambla 5, de 1,8 y 1,5 m de diámetro respectivamente. Se
trata de una agrupación funeraria mayoritariamente compuesta por sepulturas ortostáticas (37) frente a sólo
dos circulares con corredor, situada a menos de 2 km de Los Eriales y del poblado fortificado del Cerro de
los Castellones (Molina et al., 1975; Aguayo, 1977) en Laborcillas.
A pesar de la presencia de poblados fortificados de cierta envergadura como Las Angosturas o Cerro
de los Castellones, el número de sepulcros en mampostería (tholoi por las pequeñas dimensiones de las
cámaras), es escaso, aunque sea significativa su asociación. Si bien es muy probable que el irrefrenable
proceso de destrucción de los sepulcros situados en llanura iniciase incluso antes de las actividades
de investigación de L. Siret, también parece que las concentraciones de sepulcros en mampostería
decrecen a medida que nos alejamos de Los Millares, un aspecto constatado ya en el mismo curso del
Río Nacimiento.
6.7. Otros territorios almerienses
Al margen de las áreas de influencia de Los Millares, existen otros puntos de Almería donde también podemos
encontrar sepulturas en mampostería de corredor y cámara circular (fig. 4). Sin embargo, las principales
diferencias con las áreas ya tratadas radican sea en la distribución de las sepulturas, con menos tendencia
a mostrar alineaciones, y en la disposición de las necrópolis concentradas, que muestran pequeños núcleos
circundando los asentamientos, sea en los tipos predominantes. En relación con este último aspecto, frente
a las abundantes sepulturas ortostáticas con corredor del grupo millarense, nos encontramos un territorio
donde dominan los Rundgräber y en el que aparecen esporádicamente tipos poligonales (Maicas, 2005),
mientras que las tumbas en mampostería de corredor y cámara circular continúan siendo muy minoritarias.
Esta nueva dualidad “sepulcro de corredor en mampostería – rundgrab” se manifiesta especialmente en el
área de la Cuenca de Vera (Delibes et al., 1996).
En primer lugar destacamos las agrupaciones de la Cuenca de Vera estructuradas en torno al
valle del río Almanzora. En su desembocadura hacia el mar Mediterráneo encontramos uno de los
yacimientos más relevantes, Almizaraque en Cuevas del Almanzora (Delibes et al., 1986), para el
que L. Siret señaló la presencia de tres sepulturas, para la hoy conocida como necrópolis de La
Encantada. Los Leisner sólo describen muy detalladamente una de ellas, un Kuppelgrab denominado
Almizaraque, también conocido como La Encantada I (Almagro, 1965), y mencionan la existencia de
dos Grabkammer de los cuales desconocemos tanto su forma como sus dimensiones, (aunque señalan
que uno de ellos estaba construido con losas). Posteriormente, en el trabajo de M. J. Almagro (1965)
se señala la presencia de otro posible tholos, La Encantada II (dolmen 2 según P. Flores), mientras
que con la Encantada III, no se pudo establecer qué tipo de tumba era, al encontrarse prácticamente
desaparecida (Almagro, 1965).
A medida que remontamos el curso del Almanzora, aparecen agrupaciones megalíticas integradas en su
mayoría por sepulturas sin corredor y cámara circular, como el grupo de Arbolea con 5 sepulcros y Cantoria
con 19, separados de Almizaraque por más de 16 km.
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Hacia el sur, en el entorno de Antas y Vera, aparecen algunas cistas de forma esporádica, sin embargo en
el grupo de Mojácar, a menos de 7 km de Vera, sí documentamos las primeras sepulturas en mampostería
con corredor y cámara circular. Se trata de un conjunto de 9 sepulturas dispuestas en torno al río Aguas, 4
Rundgräber, 3 Kuppelgräber, 1 megalithisches Ganggrab o sepultura ortostática con corredor y 1 Steinkiste
o cista (Leisner y Leisner, 1943). Es significativo comprobar que estos tres supuestos tholoi son realmente
sepulturas de cubierta plana, ya que la cámara más pequeña mide 5 m de diámetro (tabla 1): Campo de
Mojácar 2, Loma de Belmonte 1 y Cabecito de Aguilar. Se trata de un conjunto que posiblemente se encuentre
relacionado con el cercano poblado de Las Pilas (Pino et al., 2018). A menos de 3 km encontramos el
conjunto de Turre compuesto por 2 Rundgräber y 3 Rundgräber mit Gang, de los cuales dos son sepulturas
de cubierta plana, de menor tamaño que las de Mojácar.
Retomando el cauce del Almanzora, hacia el curso medio se documenta otro posible tholos en la localidad
de Fines. Sin embargo la concentración más significativa aparece hacia el curso alto del río en Purchena,
donde los Leisner señalan 6 necrópolis. En todas estas agrupaciones predominan las sepulturas sin corredor
y cámara circular, apareciendo en cinco de ellas las variantes que presentan corredor de acceso. Este es el
caso del conjunto de La Atalaya compuesto por 12 Rundgräber y 3 Rundgräber mit Gang, la necrópolis
de Jocalla que presenta 1 Rundgräber y 2 Rundgräber mit Gang, al igual que Buena Arena, con sólo dos
posibles sepulturas en mampostería con corredor y cámara circular, y Llano de Jautón con 6 Rundgräber y
otro posible tholos. Llegados a este punto algunos investigadores han considerado que El Jautón 5 podría
haber sustentado una falsa cúpula por las grandes dimensiones de su cámara (6,80 x 5,60 m) y la presencia
de un pilar central (Maicas, 2007; Lozano, 2017; Aranda et al., 2017). Por nuestra parte, esta teoría quedaría
descartada ya que la sepultura no presenta corredor de acceso, y como ya se ha comentado, un diámetro
Fig. 4. Distribución de las necrópolis que presentan sepulturas en mampostería con corredor de acceso y cámara circular
con diámetro de ≥ 4m.
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
superior a 4 m no podría sustentar el empuje de una falsa cúpula. Además, como también se ha indicado, los
pilares o columnas no servirían para sustentar losas de cierre pesadas, siendo consideradas más elementos
rituales que arquitectónicos (Leisner y Leisner, 1941; Blance, 1971; Cámara y Molina, 2005; Calvín, 2014).
Como ejemplo similar a esta tumba señalamos la sepultura de cámara circular sin corredor de El Cerro de
Tomás Meina, de 13,50 x 16 m de diámetro (Cara, 1997). Por último, la necrópolis de Las Churuletas se
compone de 5 Rundgräber y 1 Rundgräber mit Gang, Las Churuletas 4, que según las características que
presenta sería una sepultura de cubierta plana (tabla 1).
7. DISCUSIÓN: ASPECTOS SOCIALES Y CRONOLÓGICOS
El estudio de los ajuares funerarios de las sepulturas de cubierta plana para las necrópolis de Los Millares,
Los Rubialillos y Las Peñicas reveló dos aspectos fundamentales (Calvín, 2014 y 2019):
Se trata de sepulturas, en general, de nivel social alto si atendemos a la variedad y calidad de los
elementos presentes en el ajuar, aunque en ocasiones no se puede determinar para ciertas tumbas debido a
su alto grado de expolio y destrucción.
La ausencia de ciertos tipos de objetos de ajuar como la cerámica campaniforme podría sugerir que estas
sepulturas no continuaron su uso a partir del Cobre Tardío (2500 cal a. C.).
La ampliación del estudio de los ajuares al resto de las sepulturas de cubierta plana documentadas en
la provincia de Almería (tabla 2) parece confirmar estas hipótesis, ya que en ciertos conjuntos, como en el
grupo de Mojácar, las tumbas de cubierta plana presentan unos ajuares típicos de los niveles jerárquicos
A y B propuestos para la necrópolis de Los Millares (Afonso et al., 2011), con presencia de abundantes
puntas de flecha, puñales de sílex, cerámicas decoradas, punzones e ídolos de hueso además de elementos
de cobre. La sepultura de mayor tamaño, Cabecico de Aguilar, destaca por la presencia de un cuenco de
cerámica simbólica y un recinto de 5 betilos, aunque también Llano del Manzano 4 presenta un gran recinto
rectangular con 42 betilos.
Tabla 2. Proporción de los tipos arquitectónicos funerarios por zonas.
Alto
Baja Alpujarra
Bajo Campo Pasillo de Andarax y y Campo de Altiplano Cuenca
Andarax de Níjar Tabernas Nacimiento
Dalías
de Guadix de Vera
S. ortostática con corredor 205
y cámara poligonal
S. ortostática sin corredor
0
y cámara poligonal
S. ortostática sin corredor
2
y cámara circular
S. de mampostería con
58
corredor, cámara circular
y falsa cúpula
S. de mampostería con
12
corredor, cámara circular
y cubierta plana
Cista
3
Cueva artificial
3
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1
178
106
7
390
6
2
7
8
0
6
3
1
10
0
6
1
86
18
7
13
1
4
12
2
9
0
1
0
6
1
0
1
0
0
0
0
0
2
0
10
0
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En cuanto a la sepultura de Las Churuletas y el conjunto de Turre, los ajuares son más básicos,
compuestos sobre todo por cerámicas sin decoración, puñales de sílex y punzones de hueso.
Similar es el ajuar de la sepultura de Tabernas, Cañada de los Meones 1, todo lo contrario a lo
documentado en Loma del Llano de las Eras 2, con abundantes hachas pulimentadas, puñales y puntas de
flecha de sílex y cerámica decorada, o en Rambla de los Pozicos 8, la cual destaca por la presencia de 14
ídolos de alabastro situados cada uno cerca de los cráneos de 14 de los 20 esqueletos documentados, lo
que indica una posible relación de cada individuo inhumado con el ídolo más cercano (Leisner y Leisner,
1943: 75). Los recipientes decorados de estas últimas sepulturas se encuentran también en la tradición
del Neolítico Reciente. Para la agrupación de Los Rubialillos, respecto a las sepulturas de cubierta plana
no se documentó un gran número de objetos de ajuar debido a su alto grado destrucción, apenas unos
cuantos fragmentos cerámicos en Los Rubialillos 1 y un fragmento de hacha de cobre para Los Rubialillos
3 (Calvín, 2019).
En la necrópolis de Las Peñicas y El Tejar la única sepultura de cubierta plana presenta el ajuar más
relevante de todo el conjunto. En ella se han documentado restos de 100 individuos inhumados junto con
hachas pulimentadas, puñales de sílex, puntas de flecha, ídolos falange, punzones de hueso, etc., mientras
que en el resto de tumbas los ajuares son más bien escasos. Parece ser que en esta necrópolis se observa una
relación entre tamaño y riqueza de las sepulturas (Calvín, 2019), siendo probablemente la tumba de cubierta
plana el lugar de enterramiento de las élites de Cerricos II, aunque debemos tener en cuenta el alto grado de
expolio y destrucción del resto de las sepulturas.
En cuanto al resto de grupos, exceptuando las tumbas de la necrópolis de Los Millares, apenas hay datos
sobre su ajuar, como sucede en la sepultura de Cerro Cánovas de Berja o en el conjunto de Los Peñones de
Tabernas, por lo que es difícil hacer valoraciones sociales.
En cuanto a la distribución espacial, en el territorio del Grupo Arqueológico de Los Millares, las
sepulturas de cubierta plana aparecen generalmente junto a los tholoi en entornos donde predominan las
tumbas ortostáticas con corredor. Por el contrario, el número de tholoi en la cuenca de Vera es muy reducido,
como lo son también las tumbas de cubierta plana, predominando los Rundgräber.
En el aspecto cronológico, este nuevo estudio ha dado un aparente giro a las teorías hasta ahora
propuestas. En ninguna de las tumbas de cubierta plana estudiadas precedentemente se habían documentado
objetos típicos del Cobre Reciente, sin embargo, en la sepultura Loma de Belmonte 1 se localizó un
vaso campaniforme de estilo marítimo, un brazalete de arquero y diversos puñales de lengüeta de cobre,
elementos todos propios del Cobre Reciente (a partir del 2500 cal a.C.), junto con más de 100 individuos
enterrados. Indudablemente, este uso de las sepulturas en el Cobre Reciente se relaciona con el período
de ocupación del cercano poblado de Las Pilas (Alcaraz, 1990; Pino et al., 2018), pero contrasta con lo
que hemos observado para la mayoría de las tumbas de cubierta plana que no muestran esa continuidad de
uso. Lo que sí coincide es su inicio en momentos relativamente tempranos si atendemos a la presencia de
algunos recipientes con numerosas asas en la tradición de la Cultura de Almería.
Respecto a las dataciones actualmente disponibles (tabla 3 y fig. 5), es interesante señalar que la
investigación no ha distinguido los distintos tipos de sepulturas en mampostería con corredor y cámara
circular a la hora de realizar un estudio cronológico (Aranda et al., 2017, 2020a y 2020c), considerándolas
todas como pertenecientes a un único tipo (Lozano y Aranda, 2017; Lozano, 2017).
Atendiendo a los conjuntos de la Cuenca de Vera (Aranda et al., 2017 y 2020c), según las dataciones
para las tres únicas sepulturas de cubierta plana, sólo Loma de Belmonte 1 presenta un intervalo de uso
durante todo el Calcolítico hasta el Cobre Final, mientras que Campo de Mojácar 2 sólo presenta fechas
hasta inicios del Cobre Pleno y Las Churuletas 4 hacia comienzos del Cobre Tardío. Estas dataciones, junto
con el análisis de los objetos de ajuar, nos confirmarían la propuesta de que el uso funerario de las tumbas de
cubierta plana no se prolongaría mucho más allá de finales del Cobre Pleno, siendo la única clara excepción
Loma de Belmonte 1 (tabla 3). Si bien es necesario hacer hincapié en el insuficiente número de dataciones
sobre las sepulturas del grupo de Purchena, ya que con sólo dos muestras, las dataciones obtenidas no serían
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
Tabla 3. Cronología de las sepulturas en mampostería con corredor y cámara circular con diámetro
de ≥ 4 metros.*
Sepultura
Elementos de ajuar diagnósticos
Cronología
1 σ cal AC
2 σ cal AC
Loma de Belmonte 1
Campaniforme marítimo, brazalete de arquero, puñal con lengüeta
Cobre Antiguo/
3125-3010/
3235-2970/
Campo de Mojácar 2
–
Las Churuletas 4
–
LM 57
Cerámica simbólica
LM 74/XIII **
Campaniforme marítimo, puñal
con lengüeta de cobre
2370-2255
3130-3050/
2995-2900
Neolítico Final/ 3330-3090/
Cobre Tardío
2570-2460
Cobre Pleno
2904-2780/
2832-2500
Cobre Antiguo/ 3480-3130/
2425-2140
3185-3030/
3015-2870
3340-3020/
2580-2450
2911-2705/
2851-2491
3490-3100/
Cobre Final
Cobre Tardío/
Bronce Tardío
2580-2340
2470-2300/
1740-1520
El Barranquete nº 9 ** Vasos carenados
Cobre Final
Cobre Antiguo
2570-2460
2470-2340/
1690-1540
* Dataciones de Aranda et al., 2017 y 2020c y Molina et al., 2020a; ** sepulturas tipo tholoi
tan representativas del período de uso funerario. En cualquier caso, los materiales de ajuar y las dataciones
disponibles podrían situar el origen de las sepulturas en mampostería con corredor y cámara circular con
cubierta plana durante el Neolítico Final en los grupos de Mojácar y Purchena. De hecho las dataciones para
la Cuenca de Vera barajan la posibilidad de que las sepulturas de corredor y cámara de tendencia circular
pudieran ser ligeramente anteriores a los Rundgräber (Aranda et al., 2017), con un origen en la primera
mitad del IV milenio a. C. Aun cuando existen algunos materiales de tradición neolítica en varios algunos
de los sepulcros, la anterioridad de estos respecto a los Rundgräber constituye una hipótesis que requiere
una mayor contrastación. Además, entre estas sepulturas con corredor y cámara de tendencia circular, la
mayoría no presentan estructura en mampostería, quedando fuera de los objetivos de este trabajo.
Para el área del Grupo Arqueológico de Los Millares contamos con una única tumba de cubierta plana
datada, precisamente de la necrópolis de Los Millares, la LM 57. Se trata de una sepultura con 30 inhumados
y un ajuar de gran prestigio compuesto por numerosas puntas de flecha, hojas de sílex, ídolos falange, tolva
y antropomorfos, cerámica simbólica y un hacha, un punzón, una aguja y un puñal de cobre (Leisner y
Leisner, 1943: 32). La probabilidad conjunta de las 4 fechas obtenidas nos indica que su uso funerario se
enmarca entre 2902 y 2575 cal AC dentro del Calcolítico Pleno básicamente (Molina et al., 2020a: 206).
Esto nos indica que esta sepultura podría haber dejado de ser utilizada en momentos precampaniformes, lo
que coincidiría con la cronología atribuida a los objetos de ajuar documentados en la mayoría de las tumbas
de este tipo, a excepción, como hemos dicho, de Loma de Belmonte 1.
Según las adscripciones cronológicas de L. Siret y los Leisner, la mayor parte de las sepulturas que
presentan signos de reutilización posterior a la Edad del Cobre son de tipo ortostático, o son sepulturas
sin corredor, destacando los Rundgräber para la zona de la Cuenca de Vera, como Campo de Mojácar 4 y
Loma de la Atalaya 8, y las ortostáticas con corredor y planta poligonal del grupo de Los Millares, como
Huéchar 3 y Loma de Galera 16 (Leisner y Leisner 1943; Lorrio, 2008). Lo mismo sucede con algunas
sepulturas ortostáticas de la zona granadina como el sepulcro Domingo 1 de Fonelas (Ferrer, 1978; Ferrer
y Baldomero, 1977) o Llano de la Sabina 98 y Baños de Alicún 6 en el valle del río Gor (Lorrio, 2008) con
objetos adscritos al Bronce Final.
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Fig. 5. Dataciones calibradas de las sepulturas en mampostería con corredor y cámara circular de ≥ 4m, realizadas con
el programa Calib 7.1.1 siguiendo la curva IntCal20 (Reimer et al., 2020).
En el caso de las sepulturas con corredor y cámara circular, han sido reutilizados varios tholoi como
las sepulturas Los Millares 17/I y 71, la tumba 9 de El Barranquete (reutilizaciones durante el Bronce
Argárico, conocidas gracias a las dataciones sobre los restos humanos y no a los objetos de ajuar) y Pozos
del Marchantillo 1 en Tabernas, y sólo una sepultura de cubierta plana: Cañada de los Meones 1, cuyo ajuar
se compone de 4 hachas de piedra pulida, un conjunto de puntas de flecha y 9 puñales de sílex, fragmentos
de punzones de hueso y el fragmento de una pulsera de cobre o bronce4 (Leisner y Leisner, 1943: 77).
Un último aspecto debemos considerar, la posibilidad de que, como otros elementos relacionados con el
ritual, las sepulturas de cubierta plana pudieran constituir un indicador de la expansión de la influencia de
determinados centros políticos, especialmente de Los Millares. El escaso número de tumbas documentado
conlleva que cualquier consideración que hagamos resulte arriesgada, especialmente cuando, como hemos
visto, se constatan en áreas situadas al exterior del propio Grupo Arqueológico de Los Millares. En cualquier
caso, la articulación entre tipos de sepulcros, por un lado al oeste de Almería entre sepulcros ortostáticos
frente a sepulcros en mampostería y, por otro en el este entre Rundgräber y, raramente, tumbas de tendencia
circular con corredor no realizadas en mampostería, frente a sepulcros en mampostería con corredor, ya
es un indicio de oposición. Además el número de sepulcros en mampostería de cubierta plana, aun con las
diferencias en la investigación, así como el propio número de tholoi decrecen a medida que nos alejamos del
Bajo Andarax, con pequeñas concentraciones todavía en el valle del Río Nacimiento y el Río de Gor, junto a
los poblados centrales de ambos territorios, lo que demuestra la emulación de este tipo de sepulcros por las
4
Los Leisner no llegaron a diferenciar qué tipo de material es, pudiendo tratarse de cobre arsenicado, lo que llevaría a la confusión
con el bronce.
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M. E. Calvín Velasco, J. A. Cámara Serrano y F. Molina González
élites locales, mientras en el Poniente almeriense se desconocen casos claros. Esto estaría en relación con
las propuestas sobre el control del Poniente desde otros núcleos, como Ciavieja donde, como en Millares
o Almizaraque, se ha localizado una importante concentración de cerámica campaniforme, rasgo que se ha
referido como típico de los centros políticos comarcales (Molina et al., 2017).
8. VALORACIÓN FINAL
Las sepulturas en mampostería con corredor, cámara circular y cubierta plana destacan por ser un tipo
que hasta la fecha sólo se ha podido documentar en Almería. En total, se ha constatado la presencia de 29
tumbas repartidas por toda la provincia, pero con mayores concentraciones en el Bajo Andarax y las zonas
inmediatas. Sin embargo, es cierto que la escasez de datos de tipo arquitectónico no ha contribuido a poder
realizar un estudio mucho más exhaustivo, así como ha contribuido a aumentar las posibles confusiones
generadas por la presencia de aproximaciones de hiladas en sepulturas cuyos diámetros son iguales o
superiores a 4 m, lo que las ha clasificado tradicionalmente, en términos estrictos, de manera errónea como
sepulcros con falsa cúpula. Es necesario hacer hincapié en que sólo con sistemas adicionales de contención
de los empujes de las cubiertas, como en el caso de Los Millares 74/XIII y El Barranquete 9 (sepulturas
de sección mixta cilíndrica y cónica con diámetros de 4 m), las paredes pueden continuar desde que
empiezan a aproximarse hasta cerrar en falsa cúpula. De lo contrario, sin estos refuerzos, las sepulturas de
grandes diámetros tenderán a mostrar una curvatura de las paredes por aproximación de hiladas que incluso
partiendo de la base llegarían a un punto en que cerrarán la techumbre con una losa plana, generando una
sección troncocónica (casi cilíndrica para las de mayor tamaño en las que no se constata casi ninguna
hilada aproximándose) y no cónica como sería característico de un tholos. Otro problema, dado el estado
de preservación actual de los sepulcros, sería probar si los de menor tamaño llegaron siempre a constituir
la tholos en su integridad.
Para concluir, se trata de sepulturas cuyo nivel social se puede vincular a los estatus elevados de las
comunidades que las utilizaban, durante un período de tiempo concreto, terminando su uso, en la mayoría
de los casos, al final del Cobre Pleno, con la excepción de Loma de Belmonte 1. Es arriesgado teorizar sobre
el origen de este tipo de sepulcro, teniendo en cuenta la variabilidad de las pocas dataciones radiocarbónicas
que hay sobre las sepulturas de cubierta plana, pudiendo únicamente aproximarnos a los momentos finales
del Neolítico en la Cuenca de Vera y al Cobre Temprano en el área de Los Millares.
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo se incluye en los preparativos del Proyecto “Producción artesanal y división del trabajo en el Calcolítico
del Sudeste de la Península Ibérica: un análisis a partir del registro arqueológico de Los Millares (PARTESI)” financiado por la Agencia Estatal de Investigación del Ministerio de Ciencia e Innovación (PID2020-117437GB-I00/ AEI/
10.13039/501100011033).
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 109-144
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1589
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Ángela PÉREZ FERNÁNDEZ a, Pablo GARCÍA BORJA b,
Carles MIRET ESTRUCH c y Joan NEGRE d
Prácticas de canibalismo
durante la Edad del Bronce:
la Cova del Garrofer (Gandia, València)
RESUMEN: La identificación de restos óseos humanos desarticulados en cavidades naturales del
País Valenciano es un hecho ampliamente extendido que, sin embargo, no siempre ha conllevado el
análisis exhaustivo de los mismos. En este trabajo presentamos los resultados obtenidos en el estudio
antropológico de la Cova del Garrofer (Gandia, València). El análisis tafonómico reveló la presencia de
marcas de manipulación antrópica, las cuales sugieren la práctica del canibalismo durante los inicios
de la Edad del Bronce, un tema que ha sido poco tratado para estos momentos de la Prehistoria en el
mediterráneo peninsular.
PALABRAS CLAVE: tafonomía, canibalismo, Edad del Bronce, cronología radiocarbónica.
Bronze Age cannibalism: the Cova del Garrofer (Gandia, Valencia)
ABSTRACT: The identification of disarticulated human bone remains in natural cavities in the
Valencian Country is a widespread fact, but it has not always led to an exhaustive analysis of them. In
this paper we present the results obtained in the anthropological study of the Cova del Garrofer (Gandia,
València). The taphonomic analysis revealed the presence of anthropic manipulation marks, which
suggest the practice of cannibalism during the Early Bronze Age, a topic that has not been addressed
for these moments of Prehistory on the Mediterranean coast of the Iberian peninsula.
KEYWORDS: taphonomy, cannibalism, Bronze Age, radiocarbon chronology.
a Investigadora independiente
angelasamsa@gmail.com
b Universidad Nacional de Educación a Distancia. Centro asociado Alzira-València.
pabgarcia@valencia.uned.es
c Investigador independiente
carlesmiret@hotmail.com
d Museu Arqueològic de Gandia (MAGa)
joan.negre@gandia.org
Recibido: 07/02/2022. Aceptado: 06/09/2022.
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
1. INTRODUCCIÓN
La aparición de restos óseos humanos con marcas de manipulación antrópica que muestran evidencias de
desmembramiento, descarnado y consumo es un tipo de registro arqueológico que ha generado debate.
Aunque algunos investigadores han negado la práctica del canibalismo (Salas, 1921; Arens, 1979) debido
a las dificultades que plantea reconocer las marcas, hoy en día el registro arqueológico y los análisis
tafonómicos inciden en la existencia de este tipo de comportamientos desde el Pleistoceno.
Los primeros estudios sobre canibalismo realizados en el siglo XX se iniciaron en la década de 1970,
centrados en diversos yacimientos de México y del sudeste de los Estados Unidos (Gibbons, 1997; Turner y
Turner, 1999). En Europa no fue hasta la década de 1990 cuando se experimenta un verdadero interés por este
tipo de prácticas, destacando la publicación del yacimiento neolítico de Fontbrégoua, situado en la Provenza
francesa (Villa et al., 1986b; Villa, 1992). Este conjunto fue estudiado por primera vez desde una perspectiva
holística, basándose en criterios tafonómicos. De hecho, la mayoría de las publicaciones más recientes se han
centrado en la definición de los marcadores tafonómicos que posibilitan su identificación y en la creación de
un marco metodológico (Outram et al., 2005; Bello, Parfitt y Stringer, 2009; Fernández-Jalvo y Andrews,
2011, 2016; Bosch et al., 2011; Saladié et al., 2013; Solari et al., 2015; Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
En este sentido, la zooarqueología y la tafonomía han aportado pruebas empíricas y objetivas sobre
la evidencia de esta práctica. Turner propuso 14 indicadores tafonómicos para identificar el canibalismo
(Turner, 1983), aunque en una revisión posterior (Turner y Turner, 1999) los redujo a seis: presencia de
rotura de huesos, marcas de corte sobre el hueso, abrasiones, exposición al fuego o evidencias de cocción,
ausencia o aplastamiento de las vértebras (como consecuencia de la extracción de la grasa y la médula ósea)
y pot polish o pulimento de las superficies óseas. No obstante, esta síntesis plantea problemas cuando se
aplica a conjuntos más antiguos, ya que el criterio de cocción y pot polish se restringe a los momentos en
los que hay un dominio del fuego y en la aparición de los recipientes de cerámica.
Recientemente Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017) han realizado una revisión exhaustiva sobre los
conjuntos prehistóricos de Europa occidental con evidencias de canibalismo. En total contabilizan 18
yacimientos entre el final del Pleistoceno y la Edad del Bronce que pasamos a enumerar con la referencia
a su cronología calibrada: el nivel TD6 de la Gran Dolina (España), c. 800.000 BP (Fernández-Jalvo et al.,
1996 y 1999; Carbonell et al., 2010; Saladié et al., 2011 y 2012); Caune de l’Aragó (Francia), c. 680.000 BP
(de Lumley, 2015); Krapina (Croacia), c. 130.000 BP (Russell, 1987; Trinkaus, 1985; Patou-Mathis, 1997;
White y Toth, 2007); restos neandertales del nivel XV de la cueva de Moula Guercy (Francia), 120.000100.000 BP (Defleur et al., 1999); Pradelles (Francia), 45.000 BP (Maureille et al., 2007); la Cueva del
Sidrón, (España), 43.000 BP (Rosas et al., 2006); Cueva del Boquete de Zafarraya (España), 42.000 BP
(Barroso y de Lumley, 2006); las cuevas de Goyet (Bélgica), 45.500-40.500 BP (Rougeir et al., 2016); el
yacimiento del Paleolítico superior de la cueva de Gough (Inglaterra), 14.700 BP (Andrews y FernándezJalvo, 2003; Bello et al., 2015 y 2016); Brillenhöhle (Alemania), 12.000 BP (Orschiedt, 2002; Sala y
Conard, 2016); el enclave mesolítico de Coves de Santa Maira (España), c. 10.200-9.000 BP (Aura Tortosa
et al., 2010; Morales et al., 2017); la cueva de Perrats (Francia), 9.000 BP (Boulestin, 1999); Herxheim
(Alemania), 6.300-5.900 BP (Orschiedt y Haidle, 2006; Boulestin et al., 2009); Fontbrégoua (Francia),
6.200-5.100 BP (Villa et al., 1986b); Cueva de la Carigüela (España), de adscripción neolítica (Jiménez
Brobeil, 1990; Botella et al., 2000); Cueva de Malalmuerzo (España), de adscripción neolítica (Jiménez
Brobeil, 1990; Botella et al., 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012); Las Majólicas (España), de adscripción
neolítica (Jiménez Brobeil, 1990; Botella et al., 2000); y la Cueva de El Mirador (España), 4.400-4.100 cal
BP (Cáceres, Lozano y Saladié., 2007). A esta lista cabría añadir el yacimiento neolítico de Cueva del Toro
(España), 5.080-4.780 cal BC, recientemente publicado (Santana et al., 2019).
A partir de las características de estos conjuntos arqueológicos, los marcadores tafonómicos más
comunes para la identificación del canibalismo son (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017): la abundancia de
las modificaciones antropogénicas, que afectan a algo más del 30 % de los restos; la correlación de estas
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modificaciones con marcas de corte, rotura de huesos por percusión y exfoliación (principalmente en las
costillas y las apófisis de las vértebras); procesado para la extracción y aprovechamiento de la carne, las
vísceras y la médula ósea; evidencias de modificaciones térmicas por cocción, principalmente entre los
huesos pertenecientes al Neolítico; y presencia de marcas de dientes humanos, modificación que se ha
identificado en, al menos, 8 de los 19 conjuntos canibalizados europeos.
Intentar establecer las causas de esta práctica es un problema complejo y todavía no resuelto, ya que
son pocos los conjuntos arqueológicos que pueden vincularse a un origen específico y en los que se alcance
a establecer una relación entre los consumidores y los consumidos (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
El exceso de precisión para explicar las causas de este fenómeno ha provocado numerosas y variadas
clasificaciones (Dole, 1962; Sanday, 1986; Villa et al., 1986a, 1986b; Villa, 1992; White, 1992; Boulestin,
1999; Kantner 1999; Fernández-Jalvo et al., 1999): canibalismo nutricional, dietético, gastronómico,
canibalismo de placer, autocanibalismo, canibalismo de supervivencia, canibalismo de guerra, canibalismo
mortuorio y canibalismo con fines medicinales. Por lo tanto, por qué los humanos procesan y consumen
a otros humanos es una cuestión que abarca diversos fines, como los nutricionales, económicos,
cosmogónicos, sociales y políticos, incluso todos ellos se pueden combinar (Carbonell et al., 2010), de ahí
que, en la mayoría de los casos, este tipo de clasificaciones tan precisas no puedan llegar a establecerse en
la interpretación de los conjuntos.
El canibalismo se define por la acción de comer, es decir, por la acción de alimentarse de los tejidos
de individuos de la misma especie. Por lo tanto, necesariamente tiene un componente nutricional, y
por consiguiente todos los tipos de canibalismo son nutricionales (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
Boulestin y Coupey (2015) proponen que cualquier canibalismo nutricional tiene necesariamente una
dimensión ritual, porque es una actividad que se realiza de acuerdo con una costumbre social o siguiendo
un determinado protocolo. Considerando estas premisas, Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017) clasifican
el canibalismo en dos categorías. La primera, se basa en la relación social de los consumidos y se
clasifica como endo y exocanibalismo. El endocanibalismo se produce cuando ambas partes son de un
mismo grupo social o familiar y suele estar asociado con creencias sagradas, y el exocanibalismo cuando
pertenecen a grupos diferentes, normalmente asociado con ambientes hostiles o de violencia. La segunda
clasificación se centra en las motivaciones que podrían subyacer considerando tres posibles escenarios:
canibalismo de supervivencia (utilizado como último recurso en condiciones extremas), canibalismo
agresivo (en situaciones de hostilidad y conflicto) y canibalismo funerario (relacionado con las creencias
o la religión).
Para discernir la posible relación del conjunto osteoarqueólogico de la Cova del Garrofer con alguno de
estos tres contextos, hemos realizado un análisis detallado de la colección y de las marcas de manipulación
observadas. Asimismo, se han efectuado dataciones por espectrometría de masas con acelerador (AMS).
Finalmente discutimos el significado de este tipo de prácticas en el marco local y regional, y ofrecemos una
visión diferente a la proporcionada en los primeros años en los que fueron descubiertos los restos.
2. LA COVA DEL GARROFER
En 1975 un grupo de aficionados a la espeleología, de la Organización Juvenil Española “Hogar del Cid”
de València, realizó una visita a la Cova del Garrofer de Gandia con el fin de desarrollar una práctica en el
interior de sus galerías (Fletcher, 1976: 31). Durante la exploración de la cavidad, los miembros del grupo
detectaron la presencia de restos óseos humanos de apariencia prehistórica en la sala inicial, notificando
inmediatamente el hallazgo al Servicio de Investigación Prehistórica (SIP), hecho que motivó la visita el
día 30 de junio del ayudante técnico José Aparicio Pérez, acompañado por los descubridores. Durante estas
visitas se recuperó un pequeño lote de cerámica a mano, dos fragmentos de fauna y numerosos fragmentos
óseos humanos pertenecientes, al parecer, a varios individuos (Aparicio, Gurrea y Climent, 1983: 254).
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Los materiales fueron guardados en las instalaciones del SIP, interpretándose de forma preliminar como
restos de inhumaciones en cueva, con una cronología, a grandes rasgos, entre el final del Neolítico y la Edad
del Bronce (Fletcher, 1976). Permanecieron almacenados hasta que en el año 2008 fueron revisados por una
de las firmantes (A.P.F.), como consecuencia de un proyecto de actualización y catalogación de los restos
humanos depositados entre 1927 y 1987 en el Museu de Prehistòria de València, actividad financiada por
esta misma institución. En el momento de su revisión, ya se apuntó la singularidad de la colección, pues se
habían documentado marcas de manipulación antrópica en la mayoría de los huesos.
Tras una primera valoración, los resultados preliminares también fueron puestos en conocimiento al
entonces arqueólogo municipal de Gandia, Joan Cardona Escrivà, quien realizó una visita de comprobación
a la Cova del Garrofer, certificando la presencia de más restos humanos y documentando su dispersión.
Por nuestra parte, en el año 2020 y 2021, y a través de la implicación directa del Museu Arqueològic de
Gandia (MAGa), realizamos sendas visitas acompañados por los espeleólogos Miquel Guerrero Blázquez,
Marc Miret Estruch y Salvador Escrivà, cerciorándonos de primera mano de que, en el tramo bajo de
la pronunciada rampa de entrada a la cavidad, se encontraban restos humanos dispersos, si bien la gran
mayoría se concentraban en el lateral oeste de la primera sala.
2.1. Descripción de la cavidad
La Cova del Garrofer se encuentra en el margen derecho del Barranc de la Font del Garrofer, a 330 m s.n.m. (fig.
1), justo en la vertiente opuesta a la epónima Font del Garrofer, surgencia hídrica que da nombre a este paraje
ubicado en las inmediaciones del Tossal de la Caldereta, cuya ladera cobija la cavidad objeto de estudio.
El Tossal de la Caldereta se halla en uno de los contrafuertes meridionales del macizo del Mondúver
(841 m s.n.m.), masa dolomítica del Cretáceo con un importante desarrollo cárstico (Rosselló, 1968) en que
menudean varios tipos de formaciones (lapiaz, simas, cuevas, torcas, pináculos, etc.) (Garay, 1990), zona de
interferencia entre la unidad del Prebético e Ibérica (Ferrairó, 1983: 198), que podría motivar la presencia
de cuevas y manantiales. Esta circunstancia, unida a otras de carácter paleoecológico y de tradición de la
investigación (Miret, 2018), explica la abundancia de yacimientos en cueva o en abrigo en la comarca de la
Safor-Valldigna desde el Paleolítico inferior hasta la Prehistoria reciente.
Fig. 1. Localización geográfica de la Cova del Garrofer sobre mapa de relieve del Institut Cartogràfic Valencià.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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En cuanto a su ubicación orográfica, se encuentra en un área de transición entre dos llanos de diferente
altura: el superior, que constituye el Pla de la Drova y el inferior de Marxuquera, comunicados mediante dos
posibles corredores naturales, el Barranc de les Revoltes (la actual carretera de Gandia a Barx) y el Barranc
de la Font del Garrofer. Este último barranco facilita una vía más rápida y cómoda entre ambos llanos.
El acceso a la cavidad resulta complejo, siendo necesario atravesar el Barranc de la Font del
Garrofer y salvar un pronunciado y continuo desnivel hasta llegar a la boca de entrada vertical, a la que
se accede por un frente escarpado. Cabe señalar que a la cavidad se accede sin necesidad de material de
escalada. El ingreso al interior se realiza a través de una oquedad orientada al norte, de 1,5 m de altura
y 3,5 m de anchura máxima, que da paso a una abrupta rampa que salva 6,5 m de desnivel en apenas
10 m de recorrido (fig. 2). Esta disposición geológica natural provoca un difícil tránsito, debido a la
potente acumulación de sedimentos a modo de sumidero. Al final de esta rampa se encuentra la única
zona identificable con una sala abierta a modo de vestíbulo denominada “Sala de l’Entrada”, de 12
m de anchura y 5 m de altura, si bien en buena parte del recorrido la techumbre se encuentra cercana
al suelo. Es en este punto donde se recogieron los hallazgos estudiados, conservándose todavía en la
superficie restos de huesos humanos (fig. 3). Al final de esta sala se encuentran dos bocas: una que da
acceso a una galería de 4 x 1 m y otra situada en el suelo de la sala de 1 x 0,5 m, por la que reptando
se logra penetrar a una gran sala de 20 x 9 x 5 m, con el suelo cubierto de grandes bloques que no
Fig. 2. Planta
y sección de
la Cova del
Garrofer.
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Fig. 3. Localización de los restos humanos más significativos documentados en la cavidad en las diferentes visitas del
Museu Arqueològic Municipal de Gandia en el siglo XXI.
permiten vislumbrar buena parte de la superficie. Desde esta sala se accede a una serie de galerías y
salas interiores, con un amplio desarrollo que en total supera los 150 m de recorrido acumulado en los
que, por el momento, no se documentan más restos arqueológicos.
Sobre la nomenclatura de la cavidad y las diferentes visitas realizadas a la zona por arqueólogos y
prehistoriadores, existe cierta confusión sobre la que cabe detenerse antes de exponer los resultados. En el
momento en el que se dio a conocer el hallazgo en la publicación del anuario de trabajos del SIP correspondiente
a 1975 (Fletcher, 1976), apareció citada como Cova del Barranc del Garrofer, topónimo que será repetido
siguiendo esta primera noticia en la publicación de la Carta Arqueológica de la Safor (Aparicio, Gurrea y
Climent, 1983). Creemos que esta confusión podría remontarse a la exploración de la zona que entre 1929 y 1931
realizó el equipo de excavación de la cercana Cova del Parpalló (Miret, 2018: 94-95 y 118). De este modo, Lluís
Pericot (1942: 275 y 277) dejó unas escuetas notas sobre una cueva “cerca de la anterior [Cova del Barranc del
Garrofer] que poseía galerías interiores con ricas estalactitas. La tierra resultó estéril en las catas realizadas”,
apuntándose que no se localizaron restos arqueológicos en su interior. La descripción proporcionada coincide
con la Cova del Garrofer objeto del presente estudio.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Según el Inventari de Cavitats del Terme Municipal de Gandia, refrendado por el Nomenclàtor
Toponímic Valencià de l’Institut Cartogràfic Valencià, la Cova del Barranc del Garrofer se corresponde
con una cavidad descrita como una galería artificial de 12 m de recorrido, parcialmente inundada
por localizarse inmediata a la Font del Garrofer. Esta cavidad, que nos aparece hoy profundamente
transformada por dos perforaciones artesianas, fue sondeada el día 28 de julio de 1954 por Enric Pla,
Santiago Alcobé, Beatrice Blance, Pilar Faus Sevilla, Alfred Fayos y los obreros Salvador Alonso y Joan
Burguera (Diario de excavaciones de Pla, depositado en la biblioteca del SIP), describiéndola como
una galería de 2 m de anchura y de 15 a 20 m de longitud, con una pequeña cámara al final de 4 m de
diámetro, descripción que imposibilita su correlación con la Cova del Garrofer. En su interior se realizó
una cata que aportó una punta de flecha de pedúnculo y aletas de “tipo eneolítico”, un diente de ciervo y
restos humanos, entre los cuales destacaba un cráneo y una costilla, sin más especificaciones. No existen
dudas de que esta última gruta sondeada en 1954 corresponde con la Cova del Barranc del Garrofer, pues
la descripción coincide con la elaborada por el citado catálogo de cavidades de Gandia y el croquis del
Diario de excavaciones de Pla así lo certifica. Más dudas nos generan las visitas de Pericot a la zona,
pues en ellas no se documentaron restos arqueológicos y tanto la Cova del Garrofer como la Cova del
Barranc del Garrofer finalmente conservaban restos arqueológicos de cronología prehistórica. Resulta
compleja cualquier afirmación sobre estas visitas que, sin embargo, nos obliga a la prudencia sobre las
valoraciones de los trabajos de prospección de la época.
3. RESTOS ARQUEOLÓGICOS Y MÉTODO ANALÍTICO
Todos los restos arqueológicos revisados pertenecen al conjunto recuperado en 1975. Es decir, se trata
de una colección antigua compuesta por: 533 fragmentos de hueso humano y 112 esquirlas óseas; dos
fragmentos de fauna y cinco fragmentos cerámicos realizados a mano. Los dos fragmentos de fauna se
han identificado como un fragmento anterior de mandíbula de Sus sp., de individuo adulto, que conserva
el c1, p2, p3 y p4 derechos y como un fragmento distal de metapodio de Sus sp. Los cinco fragmentos
cerámicos realizados a mano no presentan decoración ni rasgos morfológicos diferenciables y atendiendo a
criterios tecnológicos parece que pertenecen al mismo vaso. Existe un documento que acredita que algunos
fragmentos cerámicos de la Cova del Garrofer fueron entregados para su análisis tecnológico a María
Dolores Gallart Martí (Fletcher, 1976: 57-58). Lamentablemente, no hay publicación científica sobre estos
materiales cerámicos, por lo que desconocemos el número de fragmentos que pudo analizar Gallart en sus
estudios tecnológicos, quizás los cinco que hemos podido observar, pues se observan fracturas recientes
típicas para el muestreo de pastas. En las diferentes visitas a la cavidad no se han localizado más fragmentos
cerámicos ni restos muebles de adscripción prehistórica.
3.1. Dataciones radiocarbónicas
Con el fin de obtener una horquilla cronológica más precisa del conjunto estudiado se han seleccionado dos
muestras para su datación por radiocarbono. El criterio de selección de éstas fue determinado por tres principios:
a) Deberían fechar elementos arqueológicos, por lo que se decidió seleccionar huesos humanos; b) Deberían
seguirse los criterios propios establecidos por el Museu de Prehistòria de València (MPV), en este caso centrado
en la preservación de las piezas con mayores posibilidades museográficas, coincidentes en gran medida con los
cráneos; c) Considerando la propia problemática del yacimiento, se seleccionarían dos muestras que presentaran
evidencias de manipulación antrópica, que pertenecen a dos individuos diferentes.
Las muestras fueron enviadas al laboratorio Beta-Analytic (Florida, EE.UU), donde se realizó todo el
proceso hasta obtener el resultado que se presenta, incluyendo una fase de ultrafiltración y las analíticas
encaminadas a establecer la calidad del colágeno. Tras comprobar que los índices de calidad del colágeno se
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Tabla 1. Dataciones radiocarbónicas obtenidas a partir de huesos humanos de la Cova del Garrofer.
Cod.
lab.
Catálogo
δ13C
δ15N
%C
(>35)
%N
(>10)
C:N
14C
age BP
Cal BC
95,4 %
Cal BC
68,3 %
2045-1896
(84,5 %)
2130-2089
(10,9 %)
2205-2032
(93,5 %)
2272-2259
(1,9 %)
2032-1946
(68,3 %)
Muestra 1
Beta570450
24.490
-19,00
8,60
42,42
15,45
3,20
3630 ± 30
Muestra 2
Beta611821
24.478
-18,30
11,00
39,48
14,03
3,3
3730 ± 30
2091-2042
(32,5 %)
2199-2166
(22,2 %)
2150-2128
(13,9 %)
situaban dentro del rango establecido por Van Klinken (1999), se obtuvieron sendas fechas radiocarbónicas
(tabla 1). Los resultados se han ajustado mediante el conjunto de curvas de calibración IntCal20, integradas
en el software OxCal 4, utilizando el método de probabilidad establecido por Bronk Ramsey (2009). La
descripción detallada de las fechas radiométricas se realiza a continuación.
Muestra 1: Número de catálogo 24.490 del MPV. Se trata de un fragmento de diáfisis de una tibia adulta
de 14 cm de longitud, 2,5 cm de ancho y 50 g de peso. El fragmento presenta márgenes de fractura lisos y
bien definidos, característicos de las fracturas realizadas en el perimortem. En la parte media de la diáfisis
se observa una pequeña incisión transversal, de pequeño tamaño, producida también en el perimortem,
relacionada con el proceso de descarnado, realizada de manera antrópica e intencional. La datación (Beta570450) arrojó un resultado convencional de 3630 ± 30, calibrado a dos horquillas temporales integradas
dentro del intervalo de probabilidad 2σ (95,4 %) que cubren los períodos 2130-2089 y 2045-1896 cal ANE,
así como una segunda horquilla entre 2032-1944 cal ANE al reducir la probabilidad a 1σ (68,3 %).
Muestra 2: Número de catálogo 24.478 del MPV. La muestra se ha tomado de un fragmento de frontal
perteneciente a un individuo subadulto que conserva parte de la sutura sagital de 8 cm de longitud, 7 cm
de anchura y 19 g de peso. Se observan diversas incisiones transversales sobre la superficie externa del
hueso, de pequeñas dimensiones, relacionadas con el desollado y realizadas también de manera antrópica
e intencional. La datación (Beta-570450) arrojó un resultado convencional de 3730 ± 30, calibrado a dos
horquillas temporales integradas dentro del intervalo de probabilidad 2σ (95,4 %) que cubren los períodos
2272-2259 y 2205-2032 cal ANE, así como tres horquillas entre 2199-2166, 2150-2128 y 2091-2042 cal
ANE al reducir la probabilidad a 1σ (68,2 %).
3.2. Métodos empleados para el estudio óseo
El método utilizado para el análisis de los restos óseos humanos ha sido la inspección macroscópica y con
lupa binocular Nikon SMZ-10A Optika, teniendo en cuenta las recomendaciones de Buikstra y Ubelaker
(1994). El análisis se basó en la clasificación e identificación anatómica de los elementos óseos, de la
porción del hueso conservado, del lado esquelético, de la estimación del sexo, de la edad, del estado y del
grado de preservación de los huesos, del análisis tafonómico y de la inspección paleopatológica.
Dado que el material óseo corresponde con un conjunto sin validez estratigráfica, la estimación del
Número Mínimo de Individuos (NMI) se realizó a partir de la frecuencia de todos los tipos de hueso y su
lado de distribución, teniendo en cuenta la madurez o inmadurez esquelética. La estimación del sexo se realizó
mediante parámetros cualitativos (Buikstra y Ubelaker, 1994) y cuantitativos. Se aplicó la serie de funciones
discriminantes para el esqueleto postcraneal de Alemán (1997), basada en una población mediterránea actual.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Para la estimación de la edad se consideró el grado de erupción dental (Ubelaker, 1989), el estado de fusión de las
epífisis de los huesos largos (Ferembach, Schwidetzky, Stloukal, 1980; Brothwell, 1987) y el grado de sinostosis
de las suturas craneales (Olivier, 1960; Meindl y Lovejoy, 1985). El estado y grado de preservación de los
huesos se ha valorado según los criterios de White (1992), que considera el estado de fragmentación (completo
o fragmentado), el porcentaje del elemento conservado (1 a 25 %, 26 a 50 %, 51 a 75 % y 76 a 100 %) y el
porcentaje de la superficie intacta del hueso (1 a 25 %, 26 a 50 %, 51 a 75 % y 76 a 100 %).
Las alteraciones tafonómicas observadas incluyen procesos postdeposicionales (depósitos cálcicos y
fracturas post mortem) y de manipulación intencional: marcas de corte sobre el hueso (desollamiento,
desarticulación, descarnado y raspado), fracturas perimortem, marcas de percusión, alteraciones térmicas
(cocido) y marcas dentales.
Las marcas de corte sobre el hueso son pequeñas incisiones y cortes para seccionar las partes
blandas. En general son de pequeño tamaño y con sección en “V” (Botella, Alemán y Jiménez, 2000;
Botella, 2005; Bello y Soligo, 2008; Bello, Parfitt y Stringer, 2009). Para su análisis se tuvo en cuenta
su localización anatómica, la distribución sobre la superficie del hueso (aislado, disperso, agrupado o
cruzado) y la orientación con respecto al eje longitudinal del hueso (oblicuo, longitudinal, transversal). Se
tomaron medidas de las incisiones en milímetros (longitud máxima y mínima). Siempre que fue posible,
se clasificaron según su intencionalidad, siguiendo los criterios propuestos por Botella y Alemán (1998),
Botella, Alemán y Jiménez, (2000) y Botella (2005). De este modo, se diferenciaron marcas de desollado,
desarticulación, descarnado y raspado.
Las marcas de desollado se localizan únicamente en el cráneo y se relacionan con la retirada de la piel del
cráneo y del cuero cabelludo. Son incisiones lineales, largas y poco profundas. En las zonas de mayor adherencia,
como en el frontal, estas incisiones son más numerosas y cortas. Las marcas de desarticulación se relacionan con
el proceso de separación de las articulaciones o segmentos corporales. Se localizan en las epífisis de los huesos,
con el fin de cortar las partes blandas, los tendones y los ligamentos. Las marcas de descarnado se relacionan con
el proceso de extirpar los músculos. Son incisiones normalmente agrupadas y en la misma dirección. Se localizan
en aquellas zonas donde hay menos densidad carnosa y en las porciones óseas salientes. Las marcas de raspado
se relacionan con el descarnado y la limpieza de ciertas zonas. Se observan numerosas estrías, poco profundas e
irregulares, a veces superpuestas y entrecruzadas (Botella, Alemán y Jiménez, 2000; Botella, 2005).
La fracturación de los huesos se analizó siguiendo el modelo de Villa y Mahieu (1991) y las recomendaciones
de Sauer (1998), Outram (2001) y Outram et al. (2005). Para ello se tuvo en cuenta el contorno de la fractura
(transversal, curvada en forma de “V”, longitudinal), el ángulo de la fractura (oblicuo, recto, mixto), el borde
de la fractura (liso o dentado), la longitud del fragmento (menos de ¼, entre ¼ y ½, entre ½ y ¾, más de ¾ de
la longitud total de la diáfisis), la porción de la circunferencia del hueso (menos de la ½, más de la ½) y los
cambios o daños observados en la superficie cortical del hueso (presente o ausente).
Las modificaciones producidas como consecuencia de la fracturación intencional de los huesos, es decir, las
marcas de percusión, se registraron siguiendo las pautas de Vettese et al. (2020), que clasifica estas huellas en tres
categorías: marcas de percusión en sentido estricto o marcas directas debidas al impacto; huellas consecutivas a
la apertura del canal medular; y estrías auxiliares relacionadas con la extracción de la médula.
La cocción se identificó a través de los criterios macroscópicos establecidos por White (1992), Botella,
Alemán y Jiménez (2000) y Hurlbut, (2000): los huesos cocidos presentan una textura más lisa y suave,
ausencia generalizada de opacidad ósea, disminución de su peso y presencia de superficies redondeadas y
pulidas o pot polish, localizadas en los extremos de los fragmentos de hueso (White, 1992). Esta apariencia
pulida es consecuencia de la acción de partículas abrasivas en el agua o en el recipiente utilizado para su
cocción o cocinado.
Las marcas de dientes humanos se han analizado siguiendo las recomendaciones de Fernández-Jalvo
y Andrews (2011, 2016) y Saladié et al. (2013). Las características que definen el modelo de huesos
masticados por humanos son: extremos doblados, bordes crenulados, punciones, fosas y marcas o surcos
lineales en las superficies de los huesos.
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4. ESTUDIO PALEOANTROPOLÓGICO
El conjunto de restos humanos recuperados en la Cova del Garrofer consta de 533 elementos de hueso y 112
esquirlas óseas (de las cuales 49 pertenecen a fragmentos de huesos largos y 63 a fragmentos del cráneo).
De los 533 elementos óseos, tan solo 16 (3 %) están completos, el resto (517 o el 97 %) son fragmentos de
hueso (tabla 2). A pesar de la alta fragmentación de la muestra, se encuentran representadas casi todas las
unidades anatómicas del esqueleto humano, a excepción del esternón, coxal y sacro (fig. 4). Predominan los
fragmentos de huesos largos (45,96 %), tanto de la extremidad superior como los de la inferior, seguido de
los fragmentos craneales (35,08 %), costillas (3 %), fragmentos mandibulares (2,81 %), dientes (2,25 %),
vértebras (1,98 %), huesos de la mano (1,68 %), escápulas (1,5 %) y maxilas (1,12 %). El resto de unidades
anatómicas se encuentran representadas por debajo del 1 %.
Pertenecen a un NMI de siete, establecido a partir de los elementos anatómicos más representativos, en
este caso las mandíbulas. De acuerdo al grado de maduración esquelética, corresponden a dos subadultos,
dos adultos jóvenes y tres adultos. Según el grado de la erupción dental (Ubelaker, 1989), uno de los
subadultos tenía 9 años ± 24 meses.
El resto de los huesos se han clasificado según el grado de madurez esquelética (fig. 5), y son la mayoría
de adultos. Este porcentaje podría estar sobrestimado debido a la gran cantidad de fragmentos de diáfisis de
huesos largos, que no han podido clasificarse con precisión.
Tabla 2. Fragmentos óseos analizados del yacimiento de la Cova del Garrofer con número de restos observados.
Taxón
Elemento
Lateralidad
Borde supraorbitario
Frontal
Frontal con órbita
Derecha
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Izquierda y derecha
Izquierda
Izquierda y derecha
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Izquierda-Derecha
Indeterminado
Izquierda y derecha
Izquierda
Indeterminado
Derecha
Derecha
Izquierda
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Frontal y parietal
Parietal
Occipital
Cráneo
Occipital y parietal
Cigomático
Esfenoides
Nasal
Apófisis mastoides
Maxila
APL XXXIV, 2022
Porción petrosa
Porción basilar
Indeterminado
Hemimaxila
Fragmentos
(n)
Completos
(n)
1
8
3
1
1
1
1
27
1
1
6
1
1
5
1
1
5
3
1
117
3
3
1
-
Total Porcentaje
(n)
187
35,08 %
6
1,12 %
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Tabla 2 (cont.).
Taxón
Elemento
Lateralidad
Hemimandíbula
Izquierda
Derecha
Mentón
Hemimandíbula y mentón
Cuerpo
Carpo
Izquierda
Derecha
Izquierda
Rama
Derecha
Izquierda
Incisivo I superior
Izquierda
Incisivo II superior
Derecha
Canino superior
Derecha
Premolar1 superior
Izquierda
Premolar2 superior
Izquierda
Derecha
Incisivo I inferior
Derecha
Incisivo II inferior
Izquierda
Premolar1 inferior
Derecha
Premolar2 inferior
Derecha
Corona molar 1 inferior
Derecha
Raíz
Indeterminado
Diáfisis
Indeterminado
Derecha
Cuerpo
Indeterminado
Cavidad glenoidea, frag. acro- Izquierda
mion y frag. borde lateral
Cavidad glenoidea y parte del Izquierda
acromion
Cavidad glenoidea y parte
Derecha
apófisis coracoides
Borde lateral
Indeterminado
Izquierda
Cavidad glenoidea
Indeterminado
Arco
Indeterminado
Diáfisis
Derecha
Izquierda
Epífisis proximal y frag.
Izquierda
diáfisis
Epífisis proximal
Derecha
Izquierda
Diáfisis
Derecha
Diáfisis
Derecha
Epífisis distal
Derecha
Semilunar
Derecha
Metacarpo
Diáfisis
Mandíbula
Diente
Clavícula
Costilla
Escápula
Vértebra
Húmero
Cúbito
Radio
Indeterminado
Fragmentos
(n)
Completos
(n)
4
2
1
2
1
1
3
1
1
3
1
16
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
-
1
-
1
Total Porcentaje
(n)
15
2,81 %
12
2,25 %
4
0,75 %
16
3%
-
8
1,50 %
3
1
1
9
2
1
1
-
9
1,98 %
3
0,56 %
1
1
1
1
1
1
4
0,75 %
2
0,37 %
1
0,18 %
-
9
1,68 %
9
APL XXXIV, 2022
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120
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Tabla 2 (cont.).
Taxón
Elemento
Lateralidad
Metacarpo III
Falange medial
Fémur
Rótula
Tibia
Diáfisis y epífisis proximal
Falange medial
Diáfisis
Rótula
Epífisis distal
Diáfisis
Epífisis distal
Diáfisis
Cabeza
Calcáneo
Diáfisis
Diáfisis
Derecha
Izquierda
Indeterminado
Derecha
Izquierda
Indeterminado
Izquierda
Indeterminado
Izquierda
Izquierda
Derecha
Indeterminado
Peroné
Astrágalo
Calcáneo
Metatarso III
Hueso largo
Total
Fragmentos
(n)
Completos
(n)
1
1
1
1
1
1
1
1
1
245
1
2
-
517
16
Total Porcentaje
(n)
1
1
1
2
2
2
1
1
1
533
Fig. 4. Distribución porcentual de la representación esquelética de la muestra de Cova del Garrofer.
APL XXXIV, 2022
0,18 %
0,18 %
0,18 %
0,37 %
0,37 %
0,37 %
0,18 %
0,18 %
0,18 %
45,96 %
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
121
Fig. 5. Porcentaje de rangos de edad
estimados en la muestra de Cova
del Garrofer.
En cuanto a la estimación del sexo, la alta fragmentación de la muestra junto con la ausencia de huesos
pélvicos, ha imposibilitado realizar una adecuada estimación sexual. No obstante, se han observado
características sexuales tanto masculinas como femeninas en los cráneos y las mandíbulas, confirmando
la presencia de ambos sexos, pero sin poder estimar porcentajes de representación. La aplicación de las
funciones discriminantes de Alemán (1997) se ha realizado en un fragmento de escápula izquierda de un
adulto, indicando que se trata de un individuo de sexo femenino.
El grado de preservación de la superficie externa del hueso es elevado (fig. 6), ya que el 95,13 %
presenta entre un 76-100 % de la superficie ósea intacta y bien conservada, sin alteraciones macroscópicas
causadas por agentes meteorológicos u otros agentes hídricos, químicos o biológicos. Tan solo el 4,31 %
presenta menos del 50 % de su superficie externa en buen estado.
La alta intensidad de fragmentación ósea se manifiesta también en el porcentaje del elemento conservado.
De los 517 huesos fragmentados, el 95,55 % son porciones que representan menos de la mitad del hueso,
es decir, son de pequeño tamaño (fig. 7). No se ha documentado ningún hueso largo completo. Respecto
a la fragmentación de los huesos largos, todos representan menos de ¼ de la longitud original del hueso,
con una porción de menos de la mitad de la circunferencia de la diáfisis, es decir, con circunferencias
incompletas. Predominan los contornos de fractura curvados y en “V” (64,96 %), con ángulos de fractura
mixtos (58,39 %) y oblicuos (41,61 %) y bordes lisos (64,96 %) (fig. 7).
En cuanto a las modificaciones antrópicas, el 45,02 % (240 fragmentos de hueso) de la muestra presenta
algún tipo de manipulación, presentes en individuos de ambos sexos y de diferentes edades, sin distinción
de sexo o edad. Las más frecuentes son las fracturas en fresco o perimortem, presente en el 35,83 % de
la colección y los cortes sobre la superficie del hueso (12,75 %), las marcas de percusión (10,13 %) y las
marcas dentales (2,43 %) (tabla 3).
Los cortes se han observado tanto en el esqueleto post-craneal como en el craneal, ya sea por
desollamiento, descarnado, desarticulación o raspado, es decir, por acciones implicadas en el procesamiento
del cadáver. La más frecuente fue el desollado, seguido de las marcas de desarticulación y descarnado.
Las incisiones muestran características microscópicas que evidencian que se realizaron con instrumentos
de piedra (sílex), como son microestrías en la pared del corte y recorridos más irregulares, así como con
instrumentos metálicos, más lisas, profundas y sin estrías (Domínguez-Rodrigo et al., 2009).
Fig. 6. Porcentaje del grado de preservación de la superficie externa
del hueso de la muestra de Cova del
Garrofer.
APL XXXIV, 2022
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122
Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 7. Porcentaje del elemento conservado de los huesos fragmentados (517) de la muestra de Cova del Garrofer.
Contorno, ángulo y borde de fractura de los huesos largos. Los contornos longitudinales, más de la mitad de los ángulos
de fractura mixtos y los bordes dentados, corresponden a fracturas en seco o post mortem.
La mayoría de los fragmentos óseos analizados presentan una textura lisa y suave, de aspecto vítreo
y muy bien conservados, con superficies redondeadas o pulidas. También presentan transparencia o
aspecto translúcido. A falta de pruebas analíticas físico-químicas, estos rasgos macroscópicos son
coincidentes con los resultados microscópicos obtenidos en otros estudios experimentales (Bosch et
al., 2011; Solari et al., 2015). Por lo tanto, sugieren que fueron expuestos a alteraciones térmicas,
concretamente a la exposición indirecta al fuego a bajas temperaturas, relacionados con el proceso de
cocción, tal y como se ha observado en otros casos arqueológicos (White, 1992; Botella, Alemán y
Jiménez, 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012).
Llegados a este punto, consideramos necesario realizar una descripción de las modificaciones antrópicas
documentadas por elementos anatómicos (tabla 3):
Tabla 3. Modificaciones antrópicas observadas en la Cova del Garrofer (Gandia) con el número de fragmentos observados
con alguna marca de manipulación antrópica y el porcentaje de fragmentos con marcas por segmento anatómico.
Fractura
perimortem
Cortes
Desollamiento Desarticulación
Descarnado
Percusión
Marcas
dentales
n
%
n
%
n
%
n
%
n
%
n
%
n
%
Cráneo
2
1,06
30
16,04
30
16,04
-
-
-
-
12
6,41
-
-
Mandíbula
11
73,33
12
80
-
-
4
26,66
8
53,33
2
13,33
2
13,33
Maxila
-
-
2
33,33
-
-
-
2
33,33
-
-
-
-
Axial
-
-
3
8,1
-
-
2
5,4
1
2,7
-
-
2
5,4
Hueso
largo
178
64,49
21
7,6
-
-
4
1,44
17
6,15
40
14,49
9
2,26
Total
191
35,83
68
12,75
30
5,62
10
1,87
28
5,25
54
10,13
13
2,43
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
123
- Fragmentos craneales: se han identificado un total de 187 fragmentos craneales (tabla 1), incluyendo
frontal, parietal, occipital, temporal, apófisis mastoides, cigomático, esfenoides, porción basilar y
porción petrosa. No se ha recuperado ningún cráneo completo. Las marcas de corte se han observado
en 30 fragmentos del cráneo y son muy similares respecto a su ubicación, tamaño y disposición. Todas
se relacionan con el proceso de desollamiento, excepto una de raspado. Se localizan en la cara externa
del hueso, en frontales, parietales, occipitales y en una apófisis mastoides. Por lo general se encuentran
próximas a las suturas craneales y en las zonas donde la piel está más próxima al cráneo (figs. 8, 9 y 10).
Son incisiones lineales, en su mayoría agrupadas, en dos o más líneas paralelas, muy próximas entre sí,
con orientación longitudinal, oblicua y transversal, de longitud variable, entre los 18 mm la más larga y
los 2,73 mm la más corta. No obstante, la mayoría son de pequeño tamaño, oscilando entre los 4-8 mm de
longitud, muy finas y de sección en “V”. En las zonas de mayor adherencia muscular se observan estrías
poco profundas e irregulares o marcas de raspado (fig. 8B), relacionadas con el descarnado y la limpieza
del cráneo.
También se han observado dos fragmentos con bordes de fractura perimortem y 12 con marcas de
percusión (el 6,41 % de los fragmentos craneales) de morfología semicircular, que evidencian la rotura
intencional de los cráneos, asociadas al procesado del mismo (fig. 11).
Fig. 8. Marcas de corte sobre diversos frontales de la muestra de la Cova del Garrofer. Pequeñas incisiones en la cara
externa del área supraorbitaria del frontal. A) corte transversal en la zona superior de la apófisis orbitaria externa;
B) corte transversal en la zona superior de la apófisis orbitaria externa y marcas de raspado muy finas y superpuestas;
C) cortes longitudinales en la parte superior de la eminencia de la glabela; D) cortes en el borde de la órbita.
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 9. Marcas de desollado en dos calotas de la muestra de la Cova del Garrofer. A) cortes longitudinales y lineales
localizados a lo largo de la escama del frontal; B) agrupación de pequeños cortes longitudinales en la zona sagital
superior del frontal; C) corte transversal en el parietal izquierdo y fractura asociada al procesado del cráneo; D) corte
transversal en el parietal izquierdo; E) corte longitudinal en la parte superior de la glabela; F) cortes longitudinales y
paralelos, localizados en el parietal izquierdo, muy próximos a la sutura sagital. Los cortes E y F debieron de seccionar
el músculo occipito-frontal.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Fig. 10. Modificaciones observadas en tres occipitales de la muestra de la Cova del Garrofer. A) cortes oblicuos en la
escama occipital. Las flechas indican borde e inicio de línea de fractura generada por un trauma o impacto perimortem;
B, C y D) cortes longitudinales en la parte media del occipital; E) norma anterior y posterior de un occipital adulto con
líneas de fractura generadas por un trauma perimortem.
- Maxilares: de los seis fragmentos documentados, en dos se han observado marcas de corte en las áreas
cercanas a los alvéolos de los caninos y los premolares (fig. 12). Estas marcas sugieren la extracción de la
nariz y los labios.
- Mandíbulas: de los 15 fragmentos mandibulares documentados, 12 presentan algún tipo de manipulación intencional. Se observan marcas de corte en el 80 % de los fragmentos mandibulares. Se localizan
debajo del orificio mentoniano, en el cuerpo mandibular, en los bordes laterales y mediales de la rama mandibular, en la escotadura mandibular y debajo de la apófisis condilar (figs. 13 y 14). El 73,33 % presenta
márgenes de fractura lisos, producidos en el perimortem, entre las cuales 5 se sitúan en la zona cercana a la
sínfisis (fig. 14). También se han observado dos fragmentos con marcas de percusión y otros dos con marcas
de dientes. En todos los casos las marcas dentales son superficiales. La mandíbula nº 88 muestra dos fosas
continuas, superficiales y en forma de media luna. La nº 60 (fig. 17E-H) presenta en la zona del gonion
izquierdo una pequeña fosa de contorno incompleto y descamación en los bordes. Debajo del orificio mentoniano muestra otra pequeña fosa triangular, y a esa misma altura, pero en su norma interna, se observan
diversos surcos dentales, probablemente producidos por la acción del arrastre. Estas lesiones revelan un
procesamiento intensivo de la mandíbula.
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 11. Marcas de percusión en diversos fragmentos craneales de la muestra de la Cova del Garrofer. A) norma
anterior de un fragmento de frontal con muesca de percusión por impacto directo; B) fragmento de parietal con fractura
semicircular generada por trauma perimortem; C) corte transversal en la apófisis mastoides, muy cerca del canal
auditivo; D) posible marca de percusión o aplastamiento. Estas lesiones (C y D) pudieron haber afectado a múltiples
nervios y vasos sanguíneos.
Fig. 12. Hemimaxila
izquierda de individuo
adulto de la muestra de la
Cova del Garrofer. Presenta
tres pequeños cortes en el
borde de los alvéolos 24 y
25, los cuales se encuentran
reabsorbidos por pérdida ante
mortem de los premolares.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Fig. 13. Fragmentos mandibulares de subadultos con marcas de corte, de la muestra de la Cova del Garrofer. A y
C) marcas de corte en el borde externo de la rama; B) cortes en la escotadura mandibular; D) marcas de corte en el
cuerpo mandibular izquierdo, en la zona de los molares.
- Escápulas: de los 12 fragmentos escapulares documentados, dos presentan pequeños cortes en la
zona superior de la cavidad glenoidea y en la zona del acromion, ambas relacionadas con el proceso de
desarticulación (fig. 15D).
- Clavícula: de los cuatro fragmentos de diáfisis claviculares identificados, una presenta una incisión de
pequeño tamaño, en dirección oblicua, localizada en la zona de la impresión del ligamento costoclavicular,
relacionada con el descarnado (fig. 15E).
- Manos y pies: dos falanges mediales de la mano y un fragmento de astrágalo del pie izquierdo muestran
pequeños cortes relacionados con la desarticulación (figs. 15A, 15B y 15C). Los cortes en el astrágalo, cerca
de la articulación tibiotalar, tienen una orientación perpendicular, probablemente para cortar los ligamentos
y así desmembrar el pie (fig. 15C). Una falange de la mano y un metacarpo muestran bordes crenulados en
los extremos de las diáfisis, es decir, modificaciones causadas por dientes humanos (fig. 17A).
- Brazos y piernas: de los 13 fragmentos identificados, nueve presentan algún tipo de modificación
intencional. Se han observado seis marcas de corte relacionadas con la desarticulación y el descarnado.
La mayoría de los márgenes de fractura se produjeron en fresco. Dos húmeros, un radio, una tibia y un
peroné muestran marcas de percusión, del tipo impacto directo en forma de muesca y escama adherida y
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 14. Patrón de fractura en la zona de la sínfisis y marcas de corte en fragmentos mandibulares adultos, de la
muestra de la Cova del Garrofer. A y D) cortes en el cuerpo mandibular izquierdo, zona de los molares; G) cortes en
el borde medial de la rama mandibular izquierda; B, E y H) cortes en el borde lateral de la rama mandibular izquierda;
C) corte en la zona del orificio mentoniano izquierdo; F e I: cortes en la zona del mentón.
otras consecutivas a la apertura del canal medular, en forma de ondulaciones y pseudo-muescas (fig. 18).
Un radio, un cúbito y dos tibias presentan marcas de dientes: una de las tibias y el cúbito muestran marcas
similares en sus epífisis, en forma de pequeñas fosas con base plana y de forma ovalada (fig. 17B-C). El
resto de marcas dentales son similares a las documentadas en los fragmentos de huesos largos, esto es,
pequeñas fosas o perforaciones de sección triangular.
- Huesos largos: se han identificado 178 fragmentos con márgenes de fractura lisos, de contorno curvado
y en “V” y con ángulo oblicuo o mixto en su mayoría, es decir, márgenes de fractura producidos en el
perimortem o en estado fresco (Sauer, 1998; Villa y Mahieu, 1991). El 14,49 % de los fragmentos de hueso
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
129
Fig. 15. Marcas de corte
en diversos fragmentos del
esqueleto axial de la muestra
de la Cova del Garrofer. A
y B) cortes en dos falanges
mediales de la mano de un
adulto; C) astrágalo de un
individuo adulto, con un
corte perpendicular en la cara
articular para el calcáneo; D)
norma ventral de escápula
derecha de individuo adulto,
con un corte entre la cavidad
glenoidea y el acromion;
E) fragmento de diáfisis de
una clavícula de individuo
adulto, con un corte en la parte
proximal de la diáfisis.
largo presenta marcas de percusión (40 fragmentos): golpes directos en forma de muescas o impactos de
percusión y marcas consecutivas a la apertura del canal medular, es decir, ondulaciones y pseudo-muescas.
También se han registrado marcas de corte relacionadas con la desarticulación, normalmente ubicadas en la
zona de las epífisis y el descarnado, en las diáfisis. En nueve fragmentos se han observado marcas dentales
en forma de pequeñas fosas o punciones de sección triangular y surcos irregulares (fig. 16).
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 16. Marcas dentales y de percusión observadas en diversos fragmentos óseos de la Cova del Garrofer. A, B, D
y E) marcas de dientes humanos localizadas en la superficie externa de dos diáfisis; A y D) pequeña fosa o punción
superficial de morfología triangular; B) pequeña fosa superficial en forma de media luna; C) norma externa e interna de
un fragmento de diáfisis. Las flechas indican marcas de percusión completa. En un extremo del fragmento se observa
marca de corte sobre la superficie externa del hueso, relacionada con el descarnado y ondulaciones en el extremo por
rotura de percusión, relacionada con la apertura del canal medular; E) fosas superficiales con contorno incompleto y
descamación en los bordes.
5. INTERPRETACIÓN Y DISCUSIÓN
En el momento del descubrimiento del conjunto de los restos arqueológicos de la Cova del Garrofer
depositados en el Museu de Prehistòria de València, se propuso que su presencia en la cavidad
debía interpretarse en relación a su utilización como espacio de necrópolis del Calcolítico o, más
probablemente, de la Edad del Bronce. El fenómeno de inhumación múltiple en cavidades naturales
en el País Valenciano está muy extendido, si bien no siempre se han analizado de forma exhaustiva los
hallazgos documentados. Es una cuestión que ha centrado nuestro interés en los últimos años (García
Borja et al., 2013, 2016 y 2020; Miret et al., 2021), aplicada a cavidades utilizadas como necrópolis en
la Prehistoria reciente, localizadas en espacios en los que se ha documentado una intensa ocupación del
territorio en momentos sincrónicos.
En el caso concreto de la Cova del Garrofer, cabe admitir que la colección de restos humanos merece
un marco interpretativo particular. Ello es consecuencia del tipo de depósito analizado: un conjunto de siete
individuos, todos desarticulados, mezclados entre sí en un espacio concreto de la superficie de la cueva,
con el esqueleto incompleto y con la presencia de marcas de manipulación antrópica en casi la mitad de la
muestra analizada.
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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Fig. 17. Marcas de dientes humanos observadas en diversos fragmentos de la muestra de la Cova del Garrofer.
A) falange de la mano que muestra borde crenulado en el extremo proximal y fractura longitudinal; B) fosa superficial
de morfología ovalada en la zona de la epífisis distal de una tibia; C y D) cúbito izquierdo con fosa superficial de
morfología ovalada en la zona de la epífisis proximal (C) y pequeña incisión en la diáfisis relacionada con el descarnado
(D); E-H) marcas observadas en una mandíbula de adulto. E) pequeños cortes en el borde lateral de la rama mandibular;
F-H) marcas dentales. F) fosas o punciones de morfología triangular, localizadas en la zona próxima a la sínfisis, la cual
también está fractura intencionadamente; G) hundimiento o fosa de contorno incompleto y descamación de los bordes;
H) norma lingual de la mandíbula. Surcos y fosas poco profundas.
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Á. Pérez Fernández, P. García Borja, C. Miret Estruch y J. Negre
Fig. 18. Fragmentos de diáfisis de la muestra de la Cova del Garrofer, sistemáticamente fracturados. Izquierda: fragmentos
con muescas de percusión completas y dobles, relacionadas con golpes en sentido estricto. Derecha: fragmentos con
ondulaciones y marcas concoides en los bordes de las fracturas, relacionadas con las marcas consecutivas a la apertura
del canal medular.
Las alteraciones o marcas de manipulación observadas en el presente estudio son coincidentes con los
criterios tafonómicos establecidos para la identificación de canibalismo (Turner, 1983; Botella y Alemán,
1998; Turner y Turner, 1999; Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017). No obstante, tal y como se desprende en
el análisis de Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017), no siempre se registran todos y cada uno de los rasgos
propuestos por Turner (1983). En este sentido, la ausencia significativa de ciertos elementos anatómicos,
así como la desigual representación esquelética documentada en la Cova del Garrofer, podría responder a
actividades relacionadas con la manipulación intencional del cadáver y el canibalismo, donde los huesos de
las vértebras, manos y pies suelen estar infrarrepresentados (Turner, 1983; Turner y Turner, 1999) y la zona
craneal suele ser la mejor representada. Sin embargo, considerando las características del hallazgo, este
sesgo anatómico puede deberse también a la selección realizada en los años 70 y los elementos que faltan
podrían estar todavía en la cavidad.
Las modificaciones observadas afectaron al 45,02 % de los fragmentos óseos estudiados, es decir, casi
la mitad de la colección presenta algún tipo de alteración relacionada con el procesamiento del cadáver
para su consumo. Una frecuencia del 30 % o más es común en los procesos de carnicería intensiva (Saladié
et al., 2015), presente también en otros conjuntos canibalizados como en el nivel TD6 de la Gran Dolina
(Fernández-Jalvo et al., 1996, 1999; Carbonell et al., 2010; Saladié et al., 2011, 2012 y 2014), en la cueva
de Moula Guercy (Defleur et al., 1999), en el yacimiento del Paleolítico superior de la cueva de Gough
(Andrews y Fernández-Jalvo, 2003; Bello et al., 2015, 2016), en los niveles mesolíticos de la cueva de
Perrats (Boulestin, 1999), en los restos neolíticos de la cueva de Malalmuerzo (Jiménez Brobeil, 1990;
Botella et al., 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012) y en los restos de la Edad del Bronce recuperados en
la cueva de El Mirador (Cáceres, Lozano y Saladié, 2007).
En los restos de la Cova del Garrofer se observaron fracturas perimortem, cortes sobre la superficie
del hueso, marcas de percusión y marcas dentales. El porcentaje de fracturas en fresco o perimortem
documentado es elevado (35,83 %). No presentan ningún signo de remodelación ósea, con bordes de
fractura cortante, ondulante y superficie suave, poco rugosa. Estas características indican que la fractura
se produjo en el hueso en estado fresco, en un momento próximo a la muerte del individuo (Villa y
Mahieu, 1991; Loe, 2016). Las diáfisis de los huesos largos más grandes y ricos en médula, como el
fémur, así como otros más pequeños y con menor proporción medular, como el cúbito, se encuentran
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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sistemáticamente fracturados en porciones largas y estrechas, fruto de la fracturación humana (Villa y
Mahieu, 1991). Los huesos de pequeño tamaño, los de la mano y del pie, en general se conservan intactos,
debido a su baja cantidad de tejido esponjoso, factor que también se ha relacionado con prácticas de
canibalismo (Boulestin et al., 2009).
También se ha observado un porcentaje significativo de modificaciones relacionadas con la fracturación
intencional, como son las marcas de percusión y las alteraciones del canal medular, que implican directamente
la acción humana para la obtención y el consumo de la médula ósea. El uso de la percusión está presente
en cráneos, mandíbulas y huesos largos. En la mayoría de los fragmentos de diáfisis de los huesos largos, el
canal medular se encuentra liso, con las trabéculas óseas eliminadas, posiblemente debido a la introducción
de un útil alargado para empujar y así obtener la médula (Botella y Alemán, 1998). Las fracturas y marcas
de percusión en los cráneos, evidencian la exposición del cerebro, probablemente para su consumo. Las
fracturas observadas en las mandíbulas, evidencian un patrón o tratamiento muy similar a las observadas
en el yacimiento de la cueva de El Mirador, la mayoría también fracturadas en la zona cercana a la sínfisis
(Cáceres, Lozano y Saladié, 2007). La rotura masiva de huesos (cráneos y huesos largos) y la presencia de
marcas de percusión son características que se repiten en todos los casos europeos con canibalismo (Saladié
y Rodríguez-Hidalgo, 2017; Santana et al., 2019).
Las frecuencias de marcas de corte son del 12,75 % mientras que en la mayoría de conjuntos europeos
son superiores al 5 % (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017; Santana et al., 2019). Reflejan actividades de
carnicería vinculadas al procesamiento del cadáver y al consumo humano: desollamiento, desarticulación,
descarnado y raspado. Los cortes aparecen en las áreas periarticulares del esqueleto, normalmente en
las epífisis de los huesos largos, con la finalidad de separar los elementos óseos por las articulaciones.
También aparecen cortes alrededor de las zonas de masa muscular, generalmente agrupadas y en dirección
transversal. Se identifican como marcas de descarnado, es decir, con el proceso de cortar las partes blandas
y separarlas del hueso. En los cráneos, se observan cortes lineales en sentido longitudinal y transversal,
que responden a la técnica del desollado, esto es, cortar la piel para separarla del resto (Botella y Alemán,
1998). La técnica o patrón observado es el mismo que el utilizado en la carnicería de animales (Boulestin
et al., 2009): se realiza una incisión desde la raíz de la nariz hasta la nuca para cortar el cuero cabelludo,
a la vez que se realizan otras más cortas en dirección transversal para descarnar los músculos craneales,
como el occipitofrontal y el temporal. Los cortes observados en la superficie anterior y posterior de la rama
mandibular evidencian la intencionalidad de separar el cráneo de la mandíbula.
Las marcas dentales documentadas en los fragmentos óseos humanos es una de las pruebas más claras
que avalan la práctica del canibalismo (Botella, 2002; Boulestin, 1999; Saladié y Rodríguez-Hidalgo,
2017). Sin embargo es, al mismo tiempo, un rasgo tafonómico de difícil identificación, además de que
las mordeduras humanas pueden ser confundidas con las mordeduras producidas por otros carnívoros
(Fernández-Jalvo y Andrews, 2016). No obstante, las marcas dentales producidas por humanos suelen
ser de menor intensidad que las producidas por carnívoros, con fosas y punciones más claras, intensas y
abundantes (Fernández-Jalvo y Andrews, 2016). En el caso de la Cova del Garrofer, las marcas dentales
documentadas son muy superficiales o poco profundas y revelan una baja intensidad de la mordida.
Según estudios experimentales sobre huesos masticados por humanos (Fernández-Jalvo y Andrews,
2011; Saladié, 2013), existen ciertos rasgos discriminantes, algunos de los cuales se han documentado
en la Cova del Garrofer, como son: bordes crenulados o almenados en los extremos de las epífisis, fosas
triangulares y aisladas y marcas o surcos lineales poco profundos. Por otro lado, hay que señalar que
nueve de los trece fragmentos que evidencian algún tipo de marca dental, presentan también otro tipo
de manipulación antrópica (marcas de corte y de percusión), lo que hace aún más plausible el origen
antrópico. Las marcas de dientes humanos se han identificado en al menos ocho yacimientos europeos
canibalizados (Andrews y Fernández-Jalvo, 2003; Aura Tortosa et al., 2010; Bello et al., 2015; Botella
et al., 2000; Cáceres, Lozano y Saladié, 2007; Fernández-Jalvo y Andrews, 2011; Botella et al., 2014;
White y Toth 2007; Santana et al., 2019).
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Muchos de los fragmentos de diáfisis presentan bordes de fractura pulidos y redondeados. En general,
los huesos tienen una textura compacta, brillante y de color blanco amarillento, y en las zonas de menor
espesor son, en ocasiones, translúcidos. Según estudios experimentales (Botella y Alemán, 1998) estos
cambios de textura y coloración se producen durante la cocción de entre 2 y 4,5 horas de hueso humano
fresco, dentro de un líquido en torno a los 100 grados de temperatura. (White, 1992; Botella, Alemán y
Jiménez, 2000). Muy probablemente, después de hervirlos, la carne se desprendería de los huesos con cierta
facilidad para su consumo, y puede que en ocasiones no fuesen necesarias herramientas líticas o metálicas.
Este tipo de modificación o pulido también se ha observado en los restos de Majólicas (Jiménez Brobeil,
1990; Botella et al., 2000), Malalmuerzo (Jiménez Brobeil, 1990; Botella et al., 2000; Solari, Botella y
Alemán, 2012), la Cueva de El Mirador (Cáceres, Lozano y Saladié, 2007), en la Cueva del Toro (Santana
et al., 2019) y en yacimientos del suroeste americano (Hurlburt, 2000; Turner y Turner, 1999; White, 1992).
Este rasgo se ha considerado como un marcador eficaz y compatible para identificar el canibalismo (White,
1992; Turner y Turner, 1999; Botella y Alemán, 1998; Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017), aunque solo
está presente cuando hay un dominio del fuego y hay recipientes de cerámica.
Las modificaciones tafonómicas anteriormente discutidas forman parte de un proceso de carnicería
enfocado a la extracción y el aprovechamiento de la carne, las vísceras y la médula ósea. Excepto en
Brillenhöhle (Alemania), en el resto de los conjuntos canibalizados europeos, se registra el proceso
completo de descuartizamiento y preparación del cadáver para su consumo (Saladié y Rodríguez-Hidalgo,
2017): desollamiento, desmembramiento, evisceración y rotura de huesos, incineración/cocido (cuando hay
capacidad pirotécnica), consumo (marcas de dientes humanos) y posibles cremaciones posteriores.
Los resultados de las dataciones radiocarbónicas indican que los restos humanos se fechan en los
estadios iniciales de la Edad del Bronce. La búsqueda de un marco temporal preciso nos ha llevado a
la aplicación de la prueba de Ward y Wilson (1978) sobre los resultados obtenidos en las dataciones
radiocarbónicas, que indica que las dos muestras analizadas no son estrictamente contemporáneas. Sin
embargo, a partir de la exploración de las horquillas de calibración de ambas fechas observamos que estas
presentan en la parte superior (o inicial) de su calibración una probabilidad marginal (fig. 19). Si analizamos
las probabilidades máximas de ambas fechas dentro de la distribución al 95 % de probabilidad (M1 = 84,5;
M2 = 93,5) observamos que existe un solapamiento de 13 años (entre 2045-2032 calibrado ANE). Por ello
ambos individuos pueden ser considerados como contemporáneos y es posible proponer que los individuos
datados fueron depositados en la cavidad dentro del mismo intervalo temporal.
Por otro lado, la similitud observada en su procesamiento permite establecer que fueron consumidos en
un periodo corto de tiempo. Tanto en el momento de la recuperación de los restos, como en las posteriores
visitas realizadas a la cueva, se ha comprobado que, efectivamente, los restos aparecen en la superficie de
Fig. 19. Representación gráfica de las fechas calibradas utilizando la curva IntCal20 y el software Oxcal versión 4.4.
Las líneas rojas verticales indican el solapamiento indicado a partir de la máxima probabilidad dentro de la calibración
a 2 sigmas (95 %).
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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una zona concreta de la cavidad. Si a ello unimos que la tafonomía de la colección no presenta importantes
variaciones, que no se han documentado de forma sistemática este tipo de prácticas a lo largo del Calcolítico
y del Bronce Valenciano y que las propias dataciones se solapan en un periodo concreto, se propone que los
restos responden a un episodio puntual.
Llegados a este punto y considerando las evidencias descritas que demuestran la práctica de canibalismo,
el principal desafío es proporcionar una explicación sobre las posibles causas. Siguiendo la propuesta de
Saladié y Rodríguez-Hidalgo (2017), según los datos antropológicos el canibalismo se puede enmarcar en
tres contextos diferentes: de supervivencia, agresivo y funerario.
Si consideramos la primera hipótesis, es decir, el canibalismo de supervivencia, cabría relacionar el evento
con un momento de carestía. En este sentido, algunos autores han propuesto a partir del registro geoarqueológico
un descenso en los niveles de aporte hídrico y un incremento general de la aridez para los momentos iniciales de
la Edad del Bronce, con una marcada estacionalidad que no se superará hasta la mitad del milenio (Fumanal y
Ferrer, 1992; Ferrer, Fumanal y Guitart, 1993). Para la zona de la cubeta de Villena, estudios recientes muestran
eventos áridos en una cronología entre el 2300 y el 1800 calibrado ANE, que parecen corresponder con el
denominado evento Bond 4.2 ka. AP (Elsie et al., 2018), con una oscilación de especial aridez documentada en
otras regiones del Mediterráneo que se sitúa entre 2150 y 2000 calibrado ANE. Cabe preguntarse si este episodio
de aridez en una zona con tantos recursos naturales como la comarca de la Safor, sería tan intenso como para
provocar este episodio de canibalismo. En este sentido, algunos autores plantean que los eventos de canibalismo
observados en zonas de clima suave y abundantes recursos, podría ser el resultado de un estrés periódico o
desequilibrio dietético excepcional (Villa, Courtin y Helmer, 1988).
Se ha generado una cartografía temática en la que se recogen las noticias de los hallazgos arqueológicos
en el ámbito local y comarcal. Pese a que son muchas las fuentes consultadas para la realización de esta
cartografía, fundamentalmente quedan agrupados en la Carta Arqueológica de la Safor (Aparicio, Gurrea y
Climent, 1983) y el Inventario de Yacimientos Arqueológicos de la Dirección General de Patrimonio Cultural
Valenciano. La ubicación de los yacimientos conocidos da cuenta de la intensa ocupación del área de estudio
durante la Prehistoria reciente (fig. 20). Poblados en altura, poblados en el llano, cuevas de hábitat, cuevas de
inhumación, abrigos y estaciones de arte rupestre postpaleolítico (no representadas en el mapa) proporcionan
una imagen de la sólida articulación territorial y cultural entre el final del Calcolítico y la Edad del Bronce
en la zona de estudio (Miret, 2019). Sin embargo, con los datos disponibles no es posible vincular los restos
aparecidos en la Cova del Garrofer con un poblado concreto. No es posible descartar que los restos se puedan
relacionar con algún hábitat todavía por descubrir en las mismas estribaciones del Mondúver, cuestión que
podría relacionarse con la falta de prospecciones en esta zona, pero por el momento los hábitats al aire libre
conocidos se sitúan a una distancia considerable de la cueva, y ninguno de ellos, cabe señalarlo, ha sido
excavado sistemáticamente (es el caso del Castell de Bairén, Puntal de Ponent de la Falconera o Puntal de
Bondia en Gandia, Molló Terrer en el Real de Gandia o Piló de les Hortes en Xeresa).
La segunda hipótesis plantea un canibalismo agresivo, enmarcado en un contexto de violencia. Se basa
en la ausencia de tratamiento simbólico o cuidado de los restos y en una alta frecuencia de lesiones craneales
traumáticas mortales. Respecto al tratamiento simbólico, en la Cova del Garrofer no ha podido establecerse con
claridad si los siete individuos se han procesado, hervido y consumido en el interior de la cueva o si se realizó en
otro espacio y posteriormente se trasladaron los restos a la cavidad. En este sentido, cabe señalar que el vestíbulo
de la Cova del Garrofer ofrece un espacio suficiente para realizar estas actividades. Las concentraciones de
huesos que encontramos sobre la roca bien podrían corresponder con el consumo in situ de los mismos o con
una deposición de los restos desarticulados tras ser consumidos en otro espacio, cuestión que podría implicar la
aceptación de un cierto comportamiento simbólico que debe ser valorado. La dispersión y depósito secundario de
los restos no indica necesariamente una falta de actitud simbólica hacia los muertos, ya que los restos insepultos
se encuentran frecuentemente dispersos después de prácticas de enterramiento secundarias (Weiss-Krejci,
2013). Por el momento, a excepción de los cinco fragmentos cerámicos pertenecientes a un mismo vaso, no hay
evidencias de ajuar funerario ni de ocupaciones humanas estables en la cavidad.
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Fig. 20. Yacimientos arqueológicos conocidos en el entorno de la Cova del Garrofer. Se señala la cronología propuesta
en cada caso: Calcolítico (C), Calcolítico con campaniforme (CC), Edad del Bronce (EB). 1) Cova del Garrofer (Gandia)
(EB); 2) Cova de la Font del Garrofer (Gandia) (C); 3) Cova del Vell (Xeraco) (EB); 4) Cova de les Cent Ungles (Xeresa)
(EB); 5) Coveta del Racó de Tomàs I (Xeresa) (C-EB); 6) Coveta del Racó de Tomàs II (Xeresa) (C-EB); 7) La Barcella
(Xeresa) (EB); 8) Cova del Piló de la Bassa de l’Horta (Xeresa) (EB); 9) Piló de les Hortes (Xeresa) (EB); 10) Cova de
l’Heura (Barx) (C-EB); 11) Cova de Malladetes (Barx) (C-EB); 12) Cova Bolta (Real de Gandia) (CC-EB); 13) Cova
dels Teixons (Real de Gandia) (EB); 14) Molló Terrer o els Bancalets (Real de Gandia) (CC-EB); 15) Cova del Barranc
del Nano (Real de Gandia) (C); 16) Cova Bernarda (Palma de Gandia) (C-EB); 17) Carrers de Sant Pasqual i Castelar
(Gandia) (C); 18) Cova de la Clau II (Palma de Gandia) (EB); 19) Cova del Blanquissar (Palma de Gandia) (C); 20) Cova
del Porc (Palma de Gandia) (C); 21) La Torreta (Palma de Gandia) (EB); 22) Partida de la Plana (Palma de Gandia) (EB);
23) Alt de la Creu Blanca (Palma de Gandia) (EB); 24) Cova del Potaque (Palma de Gandia) (C); 25) Castell del Rebollet
(Font d’en Carròs) (EB); 26) El Rabat (Alqueria de la Comtessa) (EB); 27) Cova de la Solana de l’Almuixic (Oliva)
(CC); 28) Camp de Sant Antoni (Oliva) (CC-EB); 29) Barranc de Beniteixir (Piles) (C); 30) L’Alteró (Alfauir) (EB);
31) La Vital-Sanxo Llop (CC); 32) Tossal del Morquí (Llocnou de Sant Jeroni) (EB); 33) Cova del Rabosar (Llocnou
de Sant Jeroni) (C); 34) L’Horteta o Casa Fosca (Potries) (CC); 35) Els Penyascos (Potries) (EB); 36) Cova del Barranc
Figueral (Ador) (CC); 37) Cova del Forat de l’Aire Calent (Ròtova) (CC-EB); 38) Cova de les Rates Penades (Ròtova)
(CC); 39) Cova del Barranc del Llop (Gandia) (CC); 40) Cova de Minyana (Ròtova) (C); 41) Cova del Parpalló (CC);
42) Cova Negra de Marxuquera (Gandia) (CC-EB); 43) Puntal de Bondia (Gandia) (EB); 44) Abrics del Barranc de Bondia
(Gandia) (EB); 45) Cova de la Trofada (Gandia) (C); 46) Puntal de Ponent de la Falconera (Gandia) (EB); 47) Abric de
la Pols (Gandia) (C-EB); 48) Cova del Cansalader o dels Ninotets (Gandia); 49) Cova de les Goteres (Gandia) (EB);
50) Puntal de la Mola (Gandia) (EB); 51) Cova Xurra (Gandia) (EB); 52) Cova del Racó Tancat (Gandia) (C); 53) Cova
del Cingle (Gandia) (C); 54) Cova de l’Anella (Gandia) (C); 55) Cova del Beat (Gandia) (EB); 56) Cova de la Recambra
(Gandia) (CC-EB); 57) Cova de les Meravelles (Gandia) (CC-EB); 58) Cova de Rausell (Gandia) (C); 59) Abric de la
Casa Blanca (Gandia) (C-EB); 60) Cova de l’Abisme o avenc de Xaro (Gandia) (EB); 61) Cova del Porc (Gandia) (EB);
62) Cova del Racó del Nap (Gandia) (EB); 63) Cova del Corral o Oberta (Gandia) (C); 64) Coveta de Zacarés (Gandia)
(C); 65) Cova de la Finestra (Gandia) (EB); 66) G-70 (Gandia) (EB); 67) G-71 (Gandia) (EB); 68) Cova de l’Aigua
(Gandia) (CC-EB); 69) Castell de Bairén (Gandia) (EB); 70) Abric de Bairén (Gandia) (EB); 71) Cova de Bairén (Gandia)
(C-EB); 72) Cova de Bairén (Gandia) (C-EB).
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Prácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
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El final del Calcolítico constituye un momento de cambio que culminará con la formación de lo que
la historiografía denomina Bronce Valenciano (Tarradell, 1969). Los cambios que se documentan en este
espacio temporal de tránsito entre el III y el II milenio ANE en tierras valencianas implican la utilización
de la piedra como elemento constructivo principal de los nuevos poblados (De Pedro, 2004), el cambio
en su ubicación del llano a pasar a coronar las montañas (Martí, 2001), la desaparición del típico ajuar
campaniforme y la aparición de una cultura material característica (Tarradell, 1969), e incluso cambios en
el modelo agrario (Pérez Jordà, 2013) y de familia (Jover y López Padilla, 2004). Para valorar las causas
del inicio de la Edad del Bronce, los especialistas en Prehistoria también han tenido en cuenta los datos
obtenidos en el campo de la paleogenética, los cuales han detectado la inclusión de un importante aporte
genético provocado por la llegada de nuevos pobladores vinculados, en última instancia, a la expansión de
la cultura Yamna desde las estepas pónticas hasta la península ibérica, cuya aparición y rápida distribución
implica algún tipo de control de la reproducción (Olalde et al., 2019). Este episodio de inestabilidad se
introduce en la península de norte a sur y arranca en el Calcolítico campaniforme, documentándose en el
Mediterráneo peninsular de forma efectiva entre el 2200 y 1900 calibrado ANE. Los estudios genéticos han
demostrado la incorporación de una nueva variante transmitida por vía paterna, que ha sido corroborada en
trabajos más específicos sobre zonas concretas como el territorio argárico, vinculándose la llegada de estas
nuevas poblaciones a la propia formación de esta conocida cultura arqueológica (Villalba et al., 2021). En
el territorio valenciano, además de los cambios descritos durante la formación del Bronce Valenciano, el
registro arqueológico también proporciona evidencias de inestabilidad en los inicios de la Edad del Bronce,
por ejemplo con la presencia de niveles de incendio en poblados ubicados en altura como la Lloma de Betxí
de Paterna (De Pedro, 1998) y Barranco Tuerto (Jover y López Padilla, 2005), Terlinques (Jover y López
Padilla, 2004), Peñón de la Zorra (García Atiénzar, 2016) o el Polovar (Jover et al., 2016) en la zona de la
cubeta de Villena. Pero cabe señalar que en los restos humanos de la Cova del Garrofer no hemos detectado
lesiones traumáticas mortales que puedan atribuirse a la violencia intencionada (Jiménez-Brobeil, Du
Souich y Al Oumaoui, 2009).
El evento de canibalismo documentado en la Cova del Garrofer se enmarca en este contexto de cambio
e inestabilidad que caracteriza el tránsito del Calcolítico a la Edad del Bronce, que permite a su vez dos
interpretaciones: un endocanibalismo entre humanos de un mismo grupo social o familiar (normalmente
asociado con creencias religiosas); o un exocanibalismo, entre grupos diferentes (asociado a contextos
hostiles) (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017).
El canibalismo funerario, en términos de endocanibalismo, se ha sugerido en el yacimiento de Caune de
l’Aragó (de Lumley, 2015) y en los conjuntos neolíticos de Malalmuerzo, Majólicas y Carigüela (Botella
et al., 2000; Solari, Botella y Alemán, 2012). En el caso de la Cova del Garrofer, no parece que se trate de
una práctica generalizada o con tradición, ya que en la zona del Mediterráneo no encontramos paralelos y,
por el momento, debe ser considerado de forma aislada. Los casos en los que se han identificado marcas
antrópicas durante el Calcolítico y la Edad del Bronce en el País Valenciano, son muy escasos y en ningún
caso se relacionan con la práctica del canibalismo. Nos referimos a los yacimientos de Cova del Rectoret
(Gandia) (Miret et al., 2021) y en el Avenc del Dos Forats (Carcaixent) (García Puchol et al., 2010). En este
sentido, la revisión de colecciones óseas aún no estudiadas de los fondos de los museos podría cambiar la
visión del canibalismo en la Prehistoria.
En la Cova del Rectoret (Miret et al., 2021), se identificaron un NMI de cinco individuos, todos
incompletos, fragmentados e inconexos. De entre los restos craneales, una calota de adulto, un frontal de
subadulto y un fragmento de frontal de subadulto, presentan cortes sobre el hueso y marcas de percusión,
relacionadas con el desollado y el descarnado. Las modificaciones observadas se relacionan con un gesto
funerario que implica, al menos, el tratamiento y la manipulación del cráneo.
En la cueva del Avenc dels Dos Forats (García Puchol et al., 2010), hasta el momento se han recuperado un
total de 253 fragmentos de hueso, que corresponden con un NMI de 10 individuos (inconexos e incompletos).
En cuatro restos se observaron marcas de corte, fracturas perimortem y marcas de percusión en la zona
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de los antebrazos y de la rodilla, las cuales se interpretan como gestos funerarios de desmembramiento
y descarnado, con el fin de reubicar y reorganizar el espacio sepulcral. En este caso, los investigadores
plantean la relación de estas marcas con la rigidez cadavérica o rigor mortis, que puede producir una ligera
flexión en las extremidades y dificultad a la hora de manipular el cuerpo, de ahí la necesidad de desgarrar y
seccionar ciertos músculos con el fin de ubicarlo en la cueva.
El único conjunto documentado con evidencias de canibalismo en la península ibérica cuyos restos
humanos se enmarcan en la Edad del Bronce, es el de la cueva de El Mirador, en Burgos (Cáceres, Lozano
y Saladié, 2007). La ausencia de un comportamiento ritual o simbólico en el patrón de procesamiento de
los huesos ha permitido concluir a las investigadoras de El Mirador que los restos documentados responden
a un canibalismo del tipo gastronómico, aunque recientemente esta interpretación ha sido cuestionada,
ya que no se descarta su correspondencia con prácticas simbólicas (Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2017;
Marginedas et al., 2020).
6. CONCLUSIONES
El estudio de los restos óseos humanos recuperados en el año 1975 en la Cova del Garrofer de Gandia
ha evidenciado un patrón de procesamiento de los cadáveres relacionado con actividades de canibalismo
sobre, al menos, siete individuos de ambos sexos y de diferentes edades. Las evidencias ostearqueológicas
documentadas que sostienen estas prácticas de canibalismo son: huesos humanos desarticulados, elevado
porcentaje de fracturas en fresco o perimortem, marcas de percusión, alteraciones del canal medular,
abundantes marcas de corte para el procesado del cadáver (desollamiento, desarticulación, descarnado y
raspado), marcas dentales y exposición indirecta al fuego o cocción.
Las dataciones radiocarbónicas han revelado que los restos quedan fechados en los momentos iniciales de la
Edad del Bronce. Si analizamos las probabilidades máximas de ambas fechas dentro de la distribución al 95 %
de probabilidad existe un solapamiento de 13 años (entre 2045-2032 calibrado ANE) entre ambas dataciones. En
caso de considerarse como un evento puntual, como interpretamos, este rango cronológico es, por el momento,
el que mayor aproximación estadística ofrece para fechar el episodio de canibalismo analizado.
La proximidad estadística en los resultados de las dataciones realizadas, la falta de paralelos en el
ámbito mediterráneo peninsular, las propias modificaciones antrópicas observadas sobre los restos óseos
humanos y su localización en un espacio concreto de la cavidad, nos llevan a proponer que se trata de un
evento puntual de canibalismo, realizado en un corto espacio temporal sobre un pequeño grupo heterogéneo
que habitaba un poblado de las inmediaciones de Gandia. La variedad de sexo y edad de los individuos
analizados no permite identificar patrones en la elección para su consumo. Por todo ello proponemos que la
colección analizada podría corresponder, en parte o en la totalidad, a un grupo humano que habitaba uno de
los poblados en alto cercanos que caracterizan el Bronce Valenciano en la Safor. En el entorno inmediato no
se ha documentado ningún poblado en altura de finales del Calcolítico o inicios de la Edad del Bronce. Sin
embargo, si ampliamos el foco sobre un territorio mayor, se comprueba una intensa ocupación del territorio
en los momentos de tránsito del III al II milenio ANE.
No es posible establecer con precisión si los restos humanos son fruto de un consumo en la propia
cavidad o si se depositaron en la superficie de la cueva tras ser procesados en otro espacio, lo que implicaría
la práctica de cierta actividad simbólica. Las modificaciones registradas, no autorizan por sí solas a hablar
más de lo que objetivamente muestran. En este sentido, cabe destacar que no disponemos de información
concluyente sobre el contexto arqueológico de aparición, debido a las circunstancias en las que fueron
recuperados los restos analizados. Por el momento es prematuro ofrecer una explicación exhaustiva de las
modificaciones óseas observadas en la Cova del Garrofer.
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AGRADECIMIENTOS
La financiación de los estudios expuestos ha corrido a cargo de la Museu Arqueològic de Gandia y el Servei Municipal
d’Arqueologia del Ajuntament de Gandia. Agradecemos al Museu de Prehistòria de la Diputació de València las facilidades prestadas, así como los consejos recibidos por parte de los investigadores Alfred Sanchis Serra, Joaquim Juan
Cabanilles y Salvador Pardo Gordó. A Miguel Guerrero Blázquez, por su incansable ayuda a diferentes generaciones
de investigadores interesados en el patrimonio de Gandia. Marc Miret y Salvador Escrivà también nos ayudaron en las
exploraciones. Reconocer el interés de Joan Cardona Escrivà, sin cuya tarea en la dirección del MAGa, nada de lo que
estas páginas muestran podría ser una realidad. Finalmente, agradecemos enormemente a los expertos que revisaron de
forma anónima el manuscrito, cuyos comentarios han ayudado a mejorar la calidad del trabajo presentado.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 145-171
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1590
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Fernando PRADOS MARTÍNEZ a, Helena JIMÉNEZ VIALÁS b y Antonio GARCÍA MENÁRGUEZ c
De la Astarté fenicia a la diosa-madre ibérica.
Análisis de la documentación arqueológica
del santuario del Castillo de Guardamar (Alicante)
RESUMEN: Este artículo se concentra en las fases más antiguas del yacimiento ubicado en el cerro
del Castillo de Guardamar del Segura (Alicante). Junto a la presentación de un lote de materiales
arqueológicos en su mayoría inéditos o poco conocidos, se plantea la existencia de un santuario que
pudo estar activo desde el siglo VIII a.C. A partir del análisis de los distintos hallazgos y de la iconografía
de las terracotas existentes, se propone una advocación para este espacio sacro: la diosa Astarté fenicia,
cuyo culto se pudo prolongar en este lugar a lo largo de prácticamente todo el primer milenio a.C.
PALABRAS CLAVE: santuario, Astarté, religión fenicia, colonización, religión ibérica, terracotas,
pebeteros.
From Phoenician Astarte to the Iberian Mother-Goddess.
Analysis of the archaeological documentation
from the sanctuary of Castillo de Guardamar (Alicante)
ABSTRACT: This article focuses on the earliest phases of the site located on the hill where the castle
of Guardamar del Segura (Alicante) lies. Along with the presentation of several mostly unpublished or
little-known archaeological materials, the existence of a sanctuary that could have been active since
the 8th century BC is proposed. Based on the analysis of the different finds and the iconography of
terracotta figurines, the dedication of this sacred space is proposed: Phoenician goddess Astarte, whose
cult would have continued throughout practically the entire first millennium BC in this place.
KEYWORDS: sanctuary, Astarte, Phoenician religion, colonization, Iberian religion, terracotta,
perfume-burner
a Institut Universitari d’Investigació en Arqueologia i Patrimoni Històric. Universitat d’Alacant.
fernando.prados@ua.es | https://orcid.org/0000-0001-8441-8508
b Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología. Universidad Complutense de Madrid.
heljimen@ucm.es | https://orcid.org/0000-0002-9679-6968
c Museo Arqueológico de Guardamar.
agarciamenarguez@gmail.com | https://orcid.org/0000-0001-9453-1133
Recibido: 22/04/2021. Aceptado: 12/11/2021.
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F. Prados Martínez, H. Jiménez Vialás y A. García Menárguez
INTRODUCCIÓN. ENTRE FENICIOS E ÍBEROS:
UN SANTUARIO EN LA DESEMBOCADURA DEL SEGURA
Desde finales del siglo XX el tramo final del río Segura próximo a su desembocadura ha adquirido un
singular protagonismo en lo que concierne a la investigación arqueológica protohistórica (fig. 1). En este
marco hay que incluir las campañas llevadas a cabo en varios poblados ibéricos señeros: en la orilla norte
El Oral y La Escuera, situados ambos en el término de San Fulgencio (Abad y Sala, 1993; Abad y Sala,
2001) y en la meridional el Cabezo Lucero, en el término de Guardamar (Aranegui et al., 1993; Rouillard,
2010). El descubrimiento años más tarde de los asentamientos fenicios de La Fonteta (González Prats,
2010; Rouillard et al., 2007) y del Cabezo Pequeño del Estaño (García Menárguez, 1995; García y Prados,
2014) fechados entre principios del siglo VIII y finales del VII a.C., permitieron conocer mucho mejor tanto
el origen como el desarrollo de la floreciente cultura ibérica en el sureste (Abad, 2010).
Pero existe otro yacimiento, menos conocido para las fases más antiguas, que consideramos
fundamental dar a conocer con detalle por sus especificidades: el Castillo de Guardamar. En unas
campañas llevadas a cabo en 1993 y 1995, motivadas por la restauración de la fortaleza bajomedieval
y moderna, se realizaron actuaciones arqueológicas en la zona llamada “cuartel de Caballería” (Bevià,
1986). Los resultados no sólo contribuyeron a fijar los criterios para guiar las actuaciones de restauración,
sino que, además, permitieron ampliar la secuencia cultural y cronológica del yacimiento. Aunque ya se
Fig. 1. Mapa de la desembocadura del río Segura con indicación de los principales yacimientos fenicios e ibéricos
mencionados en el texto.
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había reconocido una fase ibérica gracias a los trabajos de excavación dirigidos por el profesor L. Abad
en 1982 (Abad, 1986: 151) en las citadas campañas se documentó una fase de ocupación correspondiente
a la primera Edad del Hierro (García Menárguez, 1992-1993).
Como ya se ha expuesto en trabajos previos (por ejemplo, García Menárguez, 1995 y 2010), la novedad
que ello suponía quedó limitada por la naturaleza de los niveles arqueológicos excavados, ya que el registro
había padecido intensos procesos postdeposicionales de génesis antrópica. Pese a ello, y tras la actual
revisión de los materiales, junto a la documentación gráfica, el conjunto dibuja un interesante panorama
que, como vamos a referir, subraya su función sagrada durante un largo periodo histórico.
La primera referencia sobre el posible carácter cultual del Castillo de Guardamar se remonta al siglo
XVI. La noticia la proporciona E. Gisbert quien, citando al canónigo D. Juan Cival, comenta que en 1594
se encontró en las cercanías de la villa (posiblemente en el cerro del Castillo) una estatua de bronce
representando a Mercurio, de unos dos palmos de altura (Gisbert y Ballesteros, 1901). En el siglo XVIII
Joseph Montesinos menciona más hallazgos, destacando la aparición de varias inscripciones y un tesorillo
de monedas romanas (Montesinos, 1795). Otras evidencias arqueológicas las recoge el mismo Montesinos
citando a Don Joseph Claramunt, canónigo de la Iglesia de Orihuela e hijo de esta Villa de Guardamar,
halladas con motivo de unas excavaciones junto a la Iglesia de la Villa (García Menárguez, 2010).
El término Castillo con que se conoce comúnmente a este yacimiento en realidad se corresponde con
la villa amurallada bajomedieval y moderna que, desde finales del siglo XIII hasta el primer tercio del
siglo XIX, ocupó el cerro que se levanta a espaldas de la actual localidad de Guardamar. La destrucción y
abandono de esta fortaleza tuvo lugar como consecuencia del terremoto de l829, que asoló muchos pueblos
de la comarca alicantina de la Vega Baja del Segura. En Guardamar, la villa amurallada fue reducida a
escombros, obligando a sus habitantes a levantar una población de nueva planta en el llano, a los pies del
cerro y separada del mar por la duna litoral (fig. 2).
Fig. 2. Vista aérea del castillo y su entorno costero. El cuadro señala el lugar donde se concentran la mayor parte de los
hallazgos (fotografía MAG-Museo Arqueológico de Guardamar).
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F. Prados Martínez, H. Jiménez Vialás y A. García Menárguez
Fig. 3. Aspectos diversos de la factoría fenicia del Cabezo Pequeño del Estaño. Vista aérea y foso defensivo (arriba).
Manzana de casas y taller metalúrgico (abajo).
Con una altura máxima de 64 m sobre el nivel del mar, esta meseta alargada se compone geológicamente
de margas, calizas y areniscas pliocuaternarias. Presenta defensas naturales por todos sus lados, menos por
el que mira al norte, donde la pendiente desciende suavemente hasta alcanzar el curso fluvial del Segura.
Esta topografía garantiza la defensa y permite el dominio directo de su entorno en 360º. La cuenca visual
incluye el tramo final del valle aluvial, la Vega Baja, y toda la bahía que se abre desde el Cabo de Santa Pola
y la isla de Tabarca hasta el Cabo Cervera, el sinus Ilicitanus que citan autores clásicos como Pomponio
Mela (Chorog., II, 93) o Plinio (N.H., III, 4, 19-20).
Para los navegantes fenicios, estas condiciones naturales no pudieron pasar desapercibidas: prueba de
ello son las instalaciones estables que se fueron fundando en el entorno. El cerro, entendido como accidente
costero, señalaba la existencia de un buen puerto y del lugar donde virar hacia la factoría del Cabezo
Pequeño del Estaño, fundada en la primera mitad del siglo VIII a.C., y ubicada a un kilómetro escaso en
línea recta. Este enclave fortificado (fig. 3) cumplió los requisitos propios de las primeras instalaciones
fenicias (García y Prados, 2014 y 2017): se fundó sobre un espolón de altura moderada, de una superficie
de algo más de una hectárea, con un buen fondeadero, rodeado de una lámina de agua por tres de sus cuatro
partes y al abrigo de los vientos dominantes. Por delante del cerro del Castillo discurrían las principales
rutas náuticas que utilizaron este tramo de la costa como cabeza de puente tanto en los viajes de ida hacia
el estrecho de Gibraltar y el océano Atlántico, como los de vuelta hacia las Baleares, Cerdeña, Sicilia y el
Mediterráneo oriental. No cabe duda de que las fundaciones fenicias de Sa Caleta e Ybusim (Ibiza), desde
una perspectiva de la navegación por el Mediterráneo, jugaron un rol fundamental como bases intermedias
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en las rutas marítimas que unieron oriente y occidente (Ruiz de Arbulo, 2000; Aubet, 2009). Algo similar
sucedería con el Castillo y las colonias fenicias de Guardamar, a medio camino entre las citadas islas y el
área tartesia, más allá de las columnas de Hércules.
Como veremos más adelante, creemos que su prominencia, que lo convierte en el accidente geográfico
más destacado de la desembocadura, fue determinante para su sacralización. Aún hoy día, para cualquier
embarcación que pretenda llegar navegando hasta la gola del Segura, el cerro del Castillo constituye una
referencia geográfica de primer orden, pues visto desde el mar se erige como el hito más destacado de la
costa. En la talasonimia local se le considera una referencia básica para los pescadores (Sempere, 1991).
2. LAS INTERVENCIONES ARQUEOLÓGICAS: LOS NIVELES PROTOHISTÓRICOS
Desde las primeras excavaciones se constató que la estratigrafía había sido en gran medida alterada
por las construcciones medievales y modernas (Abad, 1986; 1992). Pese a ello, en todos los cortes se
documentaron materiales de diferentes épocas y usos, sobresaliendo por su singularidad los de carácter
religioso. De entre éstos, destacaron los denominados pebeteros de terracota en forma de cabeza femenina
(fig. 4), sin duda el conjunto mejor estudiado y conocido de este yacimiento (Abad, 2010). De hecho, del
total de materiales protohistóricos recuperados en las excavaciones y prospecciones el porcentaje de los
fragmentos de pebeteros supuso casi el 50 %. Esta cuestión indicaba, en paralelo, la escasa presencia de
registro arqueológico propio de un hábitat, algo sobre lo que volveremos después. Los datos permitían
inferir que en la cota más alta del cerro del Castillo pudo existir un espacio sacro, quizás un santuario cuyo
uso se prolongó en el tiempo, adquiriendo su máxima expresión en época ibérica, entre los siglos IV y I a.C.
a tenor de los materiales, especialmente las citadas terracotas (Abad, 2010: 60).
Fig. 4. Conjunto de pebeteros ibéricos de terracota tipo “Guardamar” (fotografía MAG-Museo Arqueológico de
Guardamar).
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Fig. 5. Vista del corte A (excavaciones de A. García Menárguez, 1993).
La intervención arqueológica de urgencia de 1993 se concentró en la muralla oriental del Castillo. En
esa campaña, la excavación del corte A (fig. 5) permitió exhumar en su cara externa un potente relleno que
sirvió para sellar, durante las reformas renacentistas, un foso tallado en la roca como defensa avanzada
de la muralla bajomedieval. La excavación de este sector sirvió para observar que la instalación de esta
muralla seccionó el registro estratigráfico de los niveles previos de la Edad del Hierro, pero no supuso su
desmantelamiento.
Una vez retirados los estratos recientes, generados con posterioridad al seísmo de 1829, afloró un
pavimento de época moderna que cubría los niveles inferiores. Debajo se documentó un segundo suelo de
tierra margosa de color amarillento y verdoso compactada, relacionado con la ocupación de época ibérica.
Lo interesante es que sellaba un último estrato compuesto por tierra y piedras menudas que regularizaba las
oquedades de la roca base.
Presuponemos que este último nivel debió de estar asociado a alguna estructura arquitectónica, según se
desprende del hallazgo de improntas vegetales sobre el barro, quizás de la techumbre. El conjunto de materiales,
aunque no muy abundante, era tremendamente significativo: primero, porque estaba ubicado bajo un nivel de
época ibérica que lo sellaba, y, segundo, porque se podía adscribir en su totalidad al Hierro Antiguo.
De todo el lote cabe subrayar el hallazgo de varios elementos relacionados con la artesanía textil.
En concreto, una fusayola bicónica, con perforación central y varias pesas de telar, algunas de ellas en
buen estado de conservación, de las denominadas de doble perforación y escotadura en “V” (fig. 6),
que aparecieron formando línea recta, junto a los restos de un fragmento de madera carbonizada. Ello
posibilitaba interpretar este hallazgo como parte de un telar de bastidor, aparecido en posición primaria.
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Fig. 6. Pesas de telar y fusayolas recuperadas en las excavaciones del Castillo.
Junto a estos elementos se recuperaron fragmentos de cerámica muy tosca, fabricada a mano, representativa
de los tipos clásicos de la vajilla del Bronce Final y del Hierro Antiguo del sureste. Junto a la cerámica a
mano se localizó cerámica a torno, destacando un fragmento de hombro perteneciente a un ánfora fenicia
del grupo de las T-10, de procedencia malagueña. Se trata en su conjunto de un elenco cerámico similar al
que se localiza en la factoría del Cabezo Pequeño del Estaño (García y Prados, 2014: 129).
En 1995 prosiguieron los trabajos con la excavación del corte B, contiguo al anterior por su lado sur (fig. 7).
En este caso, los materiales arqueológicos fenicios aparecieron asociados a un área de desechos, formada por un
estrato de color oscuro de unos 50 cm de espesor. Se documentó una decena de huesos de mamíferos (ovicaprinos
y lepóridos) y malacofauna terrestre (gasterópodos del tipo Iberus alonensis) y marina, sobresaliendo las lapas
del género patella y las peonzas tipo Monodonta turbinata. Por el contexto y los hallazgos daba la impresión de
que se había seleccionado y acondicionado un área de desechos o basurero, aprovechando una depresión entre
las rocas de arenisca y calizas de la base del cerro (García Menárguez, 1992-1993).
Indicativo de la actividad que reflejaba este basurero, junto a la fauna, no muy abundante a excepción
de la malacológica, se recogieron algunas cerámicas a mano muy fragmentadas y un trozo de borde de un
plato de barniz rojo fenicio que podría fecharse hacia mediados del siglo VIII a.C. como veremos en el
siguiente apartado. Aparecieron también otras cerámicas a torno, entre ellas varios fragmentos de plato
de cerámica gris, así como un asa y otros fragmentos del cuerpo de un ánfora del tipo T-10 de producción
fenicia occidental (fig. 8).
Siguiendo una lectura inversa de la estratigrafía, este basurero fue cubierto por un nivel de tierra arcillosa
perteneciente al periodo denominado Ibérico Antiguo (ss. VI-V a.C.). De este periodo se documentó un
muro de mampostería, con una orientación SE-NO, que conservaba una longitud de unos 3 m de largo
por unos 50 cm de ancho conservados. Se le asociaba un pavimento de adobes, con algunos ejemplares
cuadrados de 30 x 30 cm y otros rectangulares de 30 x 25 cm, muy similares a los que se conocen en las
casas destacadas del vecino poblado de El Oral (habitaciones IVH2 y IVH4; Abad y Sala, 2001: 68).
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Fig. 7. Fotografía del corte B (excavaciones de A. García Menárguez, 1995).
El registro asociado a este pavimento no fue abundante, pero sí significativo como para reconocer una
clara ocupación durante el periodo Ibérico Antiguo: varios fragmentos de ánforas y la parte superior de un
plato de cerámica gris, de carena alta y borde exvasado. Se recogieron restos de malacofauna, en este caso
gasterópodos terrestres. Sobre el nivel de abandono que sellaba esta fase la estratigrafía apareció muy alterada
por las fosas bajomedievales. Aun así, se pudo exhumar un pequeño hogar, de forma rectangular, junto al perfil
sur del corte. El estrato grisáceo asociado a éste contenía algunas bolsadas con restos de carbón y materia
orgánica como consecuencia de la estructura de combustión, ofreciendo un registro donde se documentaron
ecofactos: pocos restos óseos de ovicaprinos, cáscaras de huevo de avestruz y de nuevo malacofauna. Se
recuperaron también fragmentos de cerámicas ibéricas con decoración geométrica, de barniz negro y otras ya
de época romana. Lo escaso del registro faunístico no parece resultado de una ocupación estable y un consumo
de tipo doméstico, por lo que habría que pensar en prácticas rituales, sobre todo si lo comparamos con los
volúmenes procedentes de los hábitats fenicios próximos (Moreno, 1996; Iborra, 2007).
De esta intervención cabe destacar por último la localización de varios fragmentos de terracota de época
ibérica, correspondientes a exvotos de pebeteros de cabeza femenina, con las facciones del rostro algo
desfiguradas, encuadrables dentro del Grupo 2 de L. Abad (2010). Este hallazgo, como veremos, viene a
sumarse a la interpretación ritual y a la existencia de un espacio sacralizado en época ibérica, situado en la
cima del cerro, que se emplaza en el sector meridional.
Las últimas intervenciones arqueológicas realizadas durante 2019 por la empresa Alebus Patrimonio
Histórico S.L., han vuelto a incidir especialmente en la misma problemática, corroborando la existencia
de una fase de ocupación histórica correspondiente al Hierro Antiguo a la que se superpone otra de época
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Fig. 8. Conjunto de cerámicas fenicias del Castillo (selección).
ibérica. Esta excavación (fig. 9), desarrollada por la cara interior del flanco occidental de la muralla
bajomedieval, ha permitido documentar de nuevo sobre la roca base un nivel de ocupación del Hierro
Antiguo. Entre los materiales sobresalen las cerámicas a mano, en las formas típicas del Bronce Final o la
primera Edad del Hierro, así como materiales a torno entre los que destacan las grises orientalizantes y otros
vasos con decoración bícroma de bandas paralelas y varios fragmentos de ánforas fenicias que nuevamente
se adscriben al grupo de las T-10. Se trata, en definitiva, de un conjunto representativo que se fecha desde
finales del siglo VIII al siglo VI a.C., y con ello, en clara sintonía con lo que se documenta en los enclaves
fenicios vecinos (García y Prados, 2014; García, Prados y Jiménez, 2020).
Los niveles de época ibérica se constataron en algunos puntos, tanto sobre la roca del cerro como sobre el
citado estrato del Hierro Antiguo. Relacionados con esta fase ibérica se localizaron un par de construcciones
muy afectadas por las transformaciones urbanas bajomedievales. Se trata de dos muros de mampostería,
uno de ellos con tendencia curva y el otro rectilínea. De los materiales asociados a estas construcciones
destacan las producciones ibéricas, sobre todo las cerámicas pintadas decoradas con elementos geométricos
y las ánforas, así como otras importadas, caso de las cerámicas áticas de figuras rojas. Se trata, por tanto,
de un conjunto que se puede fechar en época ibérica plena (siglos IV y III a.C.) y en el no aparece cerámica
común. Además, cabe resaltar la aparición, junto al citado conjunto, de un fragmento de terracota del grupo
1 del “tipo Guardamar” (Abad, 2010: 126). Se trata de un hallazgo relevante debido a que se documenta en
un contexto cronológico algo anterior al que se propone generalmente para estos pebeteros, los siglos II y I
a.C. (Moratalla y Verdú, 2007: 362; Horn, 2011; Grau et al., 2017: 84), y concuerda con la cronología algo
anterior planteada por Sala y Verdú (2017: 32).
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F. Prados Martínez, H. Jiménez Vialás y A. García Menárguez
Fig. 9. Ortofoto
del Castillo tras las
restauraciones de
2020. Se indican las
distintas actuaciones
llevadas a cabo.
Cortesía Ayto. de
Guardamar.
3. DEL SANTUARIO EMPÓRICO AL CÍVICO: PAISAJE Y MATERIALES
ARQUEOLÓGICOS
Una vez referidas sucintamente las intervenciones arqueológicas desarrolladas en el Castillo, queremos
incidir en el reconocimiento de la fase fenicia e ibérica antigua y plena (siglos VIII-IV a.C.) y en la existencia
de un lugar sagrado desde los primeros momentos de su ocupación. Esta cuestión resulta fundamental para
comprender la naturaleza de la primera presencia fenicia y su posterior desarrollo, junto a la organización
del proceso de urbanización de toda el área de la desembocadura del río Segura. A partir del examen de
los materiales arqueológicos y del análisis de otras variables, como aquellas que se refieren a la posición
estratégica del emplazamiento respecto del territorio circundante y su percepción desde el mar, como lugar
destacado, proponemos como hipótesis la existencia en el extremo meridional del cerro de un espacio
sacralizado (ver figs. 2 y 9).
Cabe la posibilidad de que este carácter sagrado tuviese su origen en la Prehistoria reciente. La existencia
en el entorno del Castillo de algunos conjuntos de grabados rupestres aún inéditos (cruciformes, cazoletas y
líneas que las conectan) muy similares a otros estudiados en la provincia en conexión con el consumo de sal
por el ganado y asociados a poblados de la Edad del Bronce (Mataix et al., 2015: 38), así como la singular
importancia de las vías de comunicación que discurrían a su pie –que presentan rodadas de carro en algunos
sectores– debió suponer, en opinión de algunos investigadores, su significación como hito territorial desde
fechas tempranas (Mederos, 1999; Mederos y Ruiz, 2001). A todo ello habría que añadir lo conspicuo de
este punto, destacado sobre la plataforma litoral y perceptible desde todo el arco montañoso que rodea la
desembocadura del río Segura.
Sumado a todo ello, la llegada de los navegantes fenicios en los albores del siglo VIII a.C. supuso
la elección de este promontorio costero para ubicar un santuario, que pasaría a convertirse también en
referencia principal para la navegación. Es bien conocida la relación de los primeros establecimientos
fenicios con la elección de un lugar, en un punto significativo de la geografía, generalmente dedicado a
la protección de los navegantes o a rendir culto a determinadas deidades que debían serles propicias en
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su empresa colonial (Brody, 1998: 40). Así sucedió en Gadir, por ejemplo, y en otros muchos lugares de
la colonización fenicia de la península ibérica como Baria (Villaricos, Almería), el peñón de Salobreña
(Granada), el peñón de Gibraltar, El Carambolo (Santiponce, Sevilla) o Ratinhos (Alqueva, Portugal),
donde la primera instalación de fenicios estuvo ligada a la construcción de un santuario o un templo (Ferrer,
2002; López Castro, 2005; Fernández y Rodríguez, 2007; Escacena et al., 2007; Prados, 2010; Silva et al.,
2019). Tanto la posición como la materialidad que ahora pasaremos a estudiar indican que sobre el cerro del
Castillo de Guardamar se erigió un santuario de tipo empórico (López Castro, 2006) y de carácter costero
(García et al., 2020) ubicado en un punto de referencia estratégico y simbólico, fundamental para marcar la
cercanía de la desembocadura del Segura a los navegantes.
El santuario del Castillo responde a un modelo de implantación que se repite a lo largo del litoral costero
del tercio sur peninsular relacionado con el incremento del comercio y, con ello, de la navegación fenicia
a partir del I milenio a.C. (Marín Ceballos, 2010). Es cierto que algunos de estos hitos estratégicos de
especial significación ya habían tenido un origen anterior. Parece evidente que en los lugares sagrados de
advocación a dioses fenicios como Baal Saphon, Melkart o la diosa Astarté, debieron de existir ritos ligados
a la protección de los navegantes, aunque apenas haya quedado constancia en el registro arqueológico, caso
de las anclas de piedra, por ejemplo (Escacena, 2005; Romero, 2012: 112). De hecho, algunos periplos nos
ilustran sobre la religiosidad de las gentes del mar, y refieren la obligatoriedad que tenían los marineros
de bajar a tierra con ofrendas, o realizar sacrificios en la propia embarcación al avistar los promontorios
sacros (Kapitän, 1989; Vargas Girón, 2020); así como la prohibición de permanecer más tiempo del preciso,
como alerta la Ora Maritima respecto a las columnas de Hércules: “las naves se acercan a hacer sacrificios
al dios y se marchan rápidamente: se considera un sacrilegio demorarse en estas islas” (vv. 361-362). De
hecho, la existencia de lugares sagrados en los accidentes geográficos costeros es una constante a lo largo
del Mediterráneo (Gras, 1999; Ferrer, 2002). Los objetos que nos ocuparán más adelante hallados en el
Castillo, junto a la cerámica fenicia y las dataciones radiocarbónicas obtenidas en el Cabezo Pequeño
del Estaño, manifiestan que las prácticas religiosas del santuario arrancaron en un momento inicial de la
presencia colonial en la zona (García y Prados, 2014; García et al., 2020).
Ya hemos avanzado que el carácter sacro del cerro parece inferirse también por su peculiar situación en
un área liminal, lugar de paso, punto estratégico y nodal donde confluían diversas vías de comunicación.
Por un lado, en sentido este-oeste, la vía fluvial que conectaba las rutas marítimas con el antiguo estuario
y el valle del Segura en dirección a tierras murcianas y de la alta Andalucía, con abundantes recursos
agrícolas y metalíferos (Prados et al., 2018). Por lo que se refiere a las vías terrestres, el cerro del Castillo
constituye un cruce de caminos que une las citadas rutas marítimas y fluviales con territorios del interior,
a través de caminos carreteros y cañadas de ganado trashumante, empleadas hasta tiempos recientes –en la
zona se conserva aún el topónimo medieval “bovalar” destinado a un lugar de pastos y reunión del ganado–
(Beviá, 1985). Éstas conectaban la Meseta, a través del valle del Vinalopó, con los pastos que se abren en
la margen derecha del Segura y las lagunas saladas de Torrevieja y La Mata. Por estos mismos caminos,
una vez asentados los fenicios en la costa, discurrirán elementos de prestigio de procedencia oriental y
productos de intercambio como los documentados en Camara y en El Monastil de Elda (Poveda, 1994 y
2000; Mederos y Ruiz, 2001), en el Castellar de Villena (Esquembre, y Ortega, 2017) e incluso más al norte,
en las comarcas del Alcoià y el Comtat (Acosta et al., 2010).
Desde esta perspectiva, y entendido el cerro del Castillo como punto nodal, creemos que reúne las
condiciones de lo que algunos autores han identificado, según los relatos que narran los viajes a occidente,
como un espacio sagrado, sin que sea necesario para ello la presencia de una arquitectura monumental
(Marín, 2010: 500). Así solían operar los santuarios de tránsito y de frontera (Prados, 2006: 55). Es muy
esclarecedor a este respecto la descripción que hace Estrabón (3.1.4) del Hierón Akroterion identificado
con el portugués cabo de San Vicente “como un espacio al aire libre donde no hay templos ni altares, sino
piedras sobre las que, según una antigua costumbre, se derraman libaciones” (Ferrer, 2002: 190; Romero,
2008: 78). Con el tiempo, los espacios sagrados, propiedad de los dioses, lugar de contacto entre éstos y
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los mortales, y entre el mar y la tierra (Aranegui, 1994; Delgado, 2010), podrían disponer de un espacio
delimitado por un murete, a modo de lugar sagrado de exclusión o témenos, y algún altar, como elemento de
comunicación entre el hombre y la divinidad, a través del sacrificio y la plegaria. De existir en el primigenio
espacio sacralizado del Castillo alguna estructura edilicia, tal vez el culto inicial integró en su interior
alguna grieta, como las que afloran en la base de la muralla norte, o quizá en alguna de las cuevas que se
observan en el borde inferior del cerro (fig. 2). Recordemos al respecto que los propios santuarios ibéricos,
excluyendo a los urbanos, no desarrollaron una arquitectura como tal hasta el siglo III a.C. (Ramallo et al.,
1998; Almagro y Moneo, 2000; Grau y Rueda, 2018).
Según algunos autores, parece ser que la sacralización de los accidentes naturales a lo largo de las
costas peninsulares estuvo ligada a un sistema de orientación, con el propósito de garantizar a largo plazo
las rutas de navegación (Aranegui, 1994; Belén, 2000; Ruiz de Arbulo, 2000). Por ello, la disposición de
derroteros y un conocimiento lo más exhaustivo posible de los puntos de fondeo, resguardo y aguada,
resultaba primordial, como también lo era la necesidad de asegurar el carácter neutral del santuario como
punto de escala.
En los periodos conocidos como Bronce Tardío y Bronce Final tanto las cuevas como los promontorios
costeros se consideraban santuarios en sí mismos, lugares santos para los númenes (Gómez-Bellard y
Vidal, 2000; Mateos, 2006; Marín, 2010: 499) y pudieron ser empleados por los navegantes mediterráneos
que alcanzaron las tierras de Iberia en esa época (Ruiz-Gálvez, 1995). Algunos siglos más tarde y quizás
apoyados en derroteros e itinerarios confeccionados en esta etapa previa que se acaba de referir, hay que
situar la llegada regular de los marinos fenicios y su asiento en las tierras del sur y el sureste peninsular.
La fundación del Cabezo Pequeño del Estaño, probablemente en las primeras décadas del siglo VIII a.C.,
con su potente fortificación y foso recientemente excavado (fig. 3), así como la constatación de la recepción
y elaboración de lingotes de plomo y plata en el seno del yacimiento, se han de vincular con este momento
(Prados et al., 2018). Algo después, y como paradigma de lo exitoso del modelo de implantación fenicio, surgió
la ciudad portuaria de La Fonteta, que se enmarca en otro proceso más abierto y menos especializado que el
que refleja la factoría prístina, cuya materialidad indica casi un monopolio fenicio occidental centrado en el
trasiego de plata (recientemente, Prados et al., 2020: 109). Pero todos estos indicios no se pueden comprender
sin la existencia tanto de la divinidad protectora y sancionadora de las fundaciones y los intercambios, como
del centro sagrado de cohesión territorial: ahí es donde incluimos el santuario del Castillo. Junto al vector
principal que supuso el metal (Aranegui y Vives-Ferrándiz, 2017: 27) el desarrollo del nuevo modelo colonial
en las bocas del Segura debió incrementar tanto el flujo comercial con el interior (que explicaría la presencia
de materiales fenicios en Peña Negra, por ejemplo) como el del ganado trashumante y el comercio de la sal a
lo largo del corredor del río Vinalopó (González Prats, 2002; Mederos y Ruiz Cabrero, 2001).
Los materiales arqueológicos documentados en el Castillo ofrecen luz tanto sobre su función religiosa
como sobre su cronología. De todo el conjunto de hallazgos el mayor porcentaje pertenecía a restos
cerámicos. Cabe destacar, en primer lugar, la aparición del citado fragmento de plato fenicio de barniz rojo,
con un borde de 2,2 cm. de ancho (fig. 8.3) que se puede fechar a mediados del siglo VIII a.C. Destacan
también las piezas de cerámica gris (figs. 8.4 y 8.5), con varios fragmentos pertenecientes a dos platos de
borde saliente que se podrían fechar por sus paralelos con el Castillo de doña Blanca (Cádiz) y con Fonteta I
y II a finales del siglo VIII a.C. y principios del VII a.C. (Ruiz Mata, 2016; González Prats, 2014). También
se han documentado fragmentos a torno pertenecientes a un ánfora del grupo de las T-10, de hombro
carenado (fig. 8.2) que se puede vincular con la misma cronología. Del material cerámico fabricado a
mano destaca un recipiente de forma ovoide y bordes reentrantes, con dos mamelones como elementos de
aprehensión (fig. 8.1) cuyos paralelos más cercanos se encuentran en el vecino Cabezo Pequeño del Estaño
en contextos de mediados-finales del siglo VIII a.C.
Junto a la cerámica llama poderosamente la atención la aparición de los citados elementos vinculados
a la artesanía textil. Estas pesas de telar (fig. 6), aunque más evolucionadas, tienen sus precedentes en
los ejemplares documentados en poblados del Bronce Final del sureste (Molina, 1978: 207), como es el
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caso del Cerro de la Encina de Monachil (Arribas et al., 1975). Nuestro paralelo más próximo está en
Peña Negra, donde aparecieron restos de un telar con numerosas pesas de escotadura superior sobre un
pavimento que sellaba desechos de fundición (González Prats, 1992). Ya hemos adelantado que en el
momento de su recuperación los cuatro ejemplares de pesas aparecieron alineados sugiriendo la presencia
del telar instalado in situ. Así pues, en el cerro del Castillo se documenta la existencia de un espacio de
actividad textil que ya estaba en uso en época fenicia arcaica.
Junto a los materiales obtenidos en las excavaciones se han sucedido otros hallazgos de singular interés
que se pueden relacionar con la fase fenicia. Nos estamos refiriendo, en primer lugar, a dos elementos de
metal: dos puntas de flecha de bronce recuperadas en las laderas del Castillo. Una de ellas, donada al Museo
Arqueológico de Guardamar en 1991, era de doble filo con arpón lateral recortado (tipo 11a de Lorrio et al.,
2016: 55). Este tipo, relacionado con la llegada de los fenicios a las costas peninsulares (Mancebo y Ferrer,
1988-1989; Quesada, 1989), se empleó tanto como arma de guerra como para la caza (Elayi y Planas, 1995).
La segunda punta de flecha (fig. 10) fue descubierta a raíz de unas excavaciones de urgencia practicadas
en 1999 en el sector suroccidental de la muralla, con motivo de unos trabajos de restauración. Su localización
en un depósito de ladera dificultó su contextualización estratigráfica. Se trata de una punta de bronce, con
hoja lanceolada, de sección aplanada y largo pedúnculo de sección rectangular, doblado en su extremo
interior. Por su tipología parece tratarse de un ejemplar procedente de la costa sirio-palestina (Yadin, 1963:
353; García et al., 2020: 311 y fig. 10).
Los primeros ejemplos de este peculiar tipo de punta de flecha los tenemos en oriente, ya en el Bronce
Medio, como se aprecia en algunos ejemplares conservados hoy en el Museo Nacional de Beirut (Puech,
2000). Aunque la pieza del Castillo es igual a las orientales, cabe referir la existencia de otra similar localizada
en La Fonteta, algo más evolucionada, lanceolada y de largo pedúnculo (González Prats, 2014: fig. 29).
Documentada en la fase III de este enclave presenta un marco cronológico del siglo VII a.C. (González
Fig. 10. Punta de flecha de bronce del castillo. A la derecha, ejemplares fenicios del Museo Nacional de Beirut (según
Yadin, 1963: 353).
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Prats, 2014: 272). Junto a los citados paralelos orientales, este contexto nos es muy útil para fechar la del
Castillo, que podría encuadrarse sin problema a lo largo del siglo VIII a.C. Mención aparte merecen las
noticias, algo difusas, que señalan la aparición de un hacha de talón de bronce en las laderas del cerro,
que fue entregada al Museo Arqueológico Provincial de Alicante. Pese a las limitaciones, consideramos
que todos estos hallazgos metálicos se pueden relacionar con el carácter sagrado del cerro del Castillo: en
oriente, flechas y otras armas formaron parte de los depósitos votivos que se realizaban en los santuarios
(Chamberlain, 1983). Se debió tratar de ofrendas religiosas depositadas ante la divinidad para corresponder
su protección o agradecer el haber llegado a buen puerto tras una larga y peligrosa travesía.
Otro hallazgo muy significativo es el de un fragmento de terracota de una figura femenina velada que
presenta un peinado de tipo hathórico, si bien se encuentra erosionada (fig. 11, izq.). Tiene los brazos
cruzados sobre el pecho, el derecho sobre el izquierdo, en una actitud similar a la de los ushebti egipcios,
si bien aquí no se reconocen atributos reales como el cetro y el látigo. Aunque la postura remite a modelos
egipcios, su rostro no tanto. Su mirada frontal, ojos almendrados, las arrugas de la frente y sus orejas
remiten a las imágenes de la diosa Astarté que se conocen bien en terracotas del ámbito fenicio (fig. 11
abajo) y piezas orientalizantes hispanas como la del llamado bronce Carriazo, el marfil de Medellín o la
Astarté del monumento de Pozo Moro. Aunque las imágenes de Astarté que se conocen en terracota o en
las placas áureas presentan los brazos en similar disposición, se cogen los pechos en clara referencia a la
fecundidad y a la maternidad, o sujetan otros atributos (fig. 12) tales como flores de loto o sistros (Bonnet,
1996; Cornelius, 2008). El estado de conservación de la pieza, especialmente dañada en la parte frontal, no
permite saber si sostuvo algo en las manos. Aunque adolece de un contexto claro para fechar su uso, como
se ha dicho, tanto su vinculación con esta divinidad femenina como los rasgos y los paralelos descritos nos
permiten proponer una fecha de los siglos VII o VI a.C. para su fabricación.
Fig. 11. Figura orientalizante de terracota procedente del Castillo. Debajo, ejemplares de la costa sirio-palestina (a partir
de Press, 2014).
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Fig. 12. Colgantes áureos
de Astarté con peinado
hathórico (según Ziffer et
al., 2019).
Por último, en la ladera suroccidental destaca el hallazgo de una cabeza femenina de terracota, con
un cuello largo, a modo de vástago, parcialmente ennegrecida por la acción del fuego. La cabeza aparece
ataviada con un tocado egipcio, quizás un nemes o klaft, fijado en la cabeza mediante una diadema de la
cobra real (fig. 13). Estos tocados se relacionan también en el ámbito religioso fenicio con la imagen de
Astarté (Cornelius, 2008). Ésta es una pieza muy interesante debido a que se conoce incluso un centro de
fabricación en Ascalón, en Palestina, que ha sido objeto de un reciente estudio monográfico (Press, 2014).
Del amplio elenco de figuritas de Ascalón (fig. 13, a la derecha) clasificadas en cuatro tipos: “filisteo-psi”,
“Asdod”, “micénico” o “fenicio”, la nuestra se puede adscribir sin problema a este último grupo (Press,
2014: 58 y ss.). Estas piezas, interpretadas como tapones de recipientes sagrados en algún caso, parece que
fueron empleadas en los santuarios próximo-orientales como ofrendas o exvotos entre los siglos XI y VIII
a.C. Su largo cuello, a modo de vástago, era hincado en los altares o colocado sobre pequeños agujeros
realizados a tal efecto (Press, 2014: 233).
Aunque perteneciente a la fase ibérica del santuario, junto a los pebeteros “tipo Guardamar”, de
amplísima difusión en el área contestana (Horn y Moratalla, 2014: 159; Grau et al., 2017: 77) una de las
terracotas más interesantes del conjunto recuperado en el Castillo es la que representa a una divinidad
nutricia, una diosa curótrofa, que amamanta a un niño (o quizás a dos, pues está fragmentada). Se trata
de un tipo conocido en otros santuarios ibéricos como el de La Serreta de Alcoi, donde se documenta la
llamada “deesa mare” fechada en el siglo III a.C. (Grau et al., 2008; Grau et al., 2017, 95). El ejemplar
guardamarenco (fig. 14, izq.), de un acabado más cuidado y realista que el alcoyano, presenta una figura
femenina en el centro, vestida con un manto y velada, que porta una especie de torque u otro adorno en el
cuello, y que sostiene en su regazo, sobre su brazo izquierdo, un niño –y posiblemente otro en el otro brazo-.
La pieza que representa al bebé se ha perdido, quedando tan solo la pella de barro triangular colocada en el
lugar en el que éste se fijaba al brazo de la madre. Donde debían estar los pechos la figura femenina presenta
dos oquedades que indican el vacío o la pérdida por rotura de los bebés que amamantaba. La pieza, de unos
13 x 9 cm, sólo conserva la mitad superior y, debido a que no es simétrica, siendo más ancha en su parte
derecha, pensamos que se trata de una representación grupal similar a la citada de La Serreta.
En la terracota de Alcoi, de unos 18 x 17 cm, la imagen es mucho más esquemática (fig. 14, dcha.).
Aparece la diosa en un trono amamantando a dos lactantes, y a sus dos lados, dos parejas de mujeres
y niños de menor tamaño que la figura central. A la derecha la mayor coge con el brazo derecho a la
menor, y ambas apoyan el brazo izquierdo en el trono donde se sienta la figura principal. A la izquierda,
una paloma posada en el trono separa la figura principal de las dos menores. Éstas dos tocan el aulós o
flauta doble, dotando a toda la escena de un acentuado carácter ritual cargado de simbolismo. La pieza
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Fig. 13. Cabeza egiptizante de terracota del Castillo. A la derecha, ejemplares similares de Ascalón (a partir de Press, 2014).
Fig. 14. Fragmento de terracota que representa a la divinidad nutricia. A la derecha, conjunto de La Serreta de Alcoi y
terracota fenicia procedente de Tiro, Líbano (National Museum of Beirut; fotografía hmn.wiki/es).
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conservada en el Museu Arqueològic Municipal Camilo Visedo Moltó de Alcoi ha permitido identificar
otros fragmentos sueltos con grupos y escenas similares (Grau et al. 2017: 95-99). En el Castillo sucede
igual: de entre los fragmentos destaca la parte inferior de una figura femenina de la que se conservan los
pliegues bajos del manto y un pie, calzado, que asoma por debajo. La misma diosa de la fecundidad, en
su atributo de curótrofa, se ha hallado en otros yacimientos ibéricos del sureste como Cabecico del Tesoro
(Verdolay, Murcia) o Jumilla (García Cano et al., 1987; Gil y Hernández, 1995-1996: 156), así como de la
Oretania septentrional (Benítez de Lugo y Moraleda, 2013). En el ámbito fenicio-púnico, la imagen de Isis
curótrofa tuvo una amplia difusión en relación con el ámbito funerario fundamentalmente (recientemente
Ferrer y López-Bertran, 2020: 379).
Otra pieza muy significativa del Castillo que remite a la religiosidad oriental en general, y a la fenicia
en particular, es la placa de terracota que representa a un felino en actitud de ataque a otro animal (fig.
15). Aunque la pieza está fragmentada, el animal que aparece sometido bajo las patas y el torso del que
ataca parece otro felino por las garras de la pata con que se defiende. Entre las del animal atacante parece
reconocerse una cabeza que le muerde la zona de los genitales. De ser así, la escena representaría una lucha
entre dos leones o la lucha entre un león y un gran herbívoro. Estas representaciones son bien conocidas en
los relieves asirios, en los marfiles fenicios y en algunas piezas metálicas como las páteras de plata, y están
cargadas de mensajes rituales. El soporte en terracota quizás le podría dar un carácter mucho más local y
próximo a los exvotos y objetos de culto que reconocemos en el Castillo. Dado su estado de fragmentación,
con unos 7 x 5 cm conservados, desconocemos si la escena era mayor y más compleja. Por su sección
pudo formar parte de una caja (la placa tiene unos 2 cm de grosor), de un altar de terracota similar a los de
Kerkouane (Fantar, 1998: 58) o formar parte de algún elemento de decoración arquitectónica.
4. EL CULTO A ASTARTÉ: UNA PROPUESTA INTERPRETATIVA
A la hora de proponer una advocación para el santuario es necesario recoger todas las representaciones,
tanto las que se pueden adscribir a época fenicia u orientalizante, como las ibéricas, hasta prácticamente la
conquista romana y su aparente abandono. Presumimos este abandono por la falta de datos, conscientes de
la fórmula típicamente romana de integración territorial consistente en mantener los cultos en los santuarios
locales hasta transformarlos, mediante sincretismos o asimilaciones, en otros más próximos a la oficialidad
del imperio (ej. Henig y King, 1986; Marco, 1996; Bendala, 2006; Machuca, 2019) con ejemplos en el área
de estudio (Stylow, 1986; Ramallo, 2000; Abad, 2015). Por tanto, se han de relacionar todos los hallazgos
materiales, ofrendas, exvotos, terracotas y actividades detectadas en las excavaciones con la situación
geográfica del Castillo, para proponer su función y su potencial advocación.
Fig. 15. Fragmento de terracota que representa a un felino atacando otro animal o bien una lucha entre felinos. A la
derecha, altar portátil en terracota de Kerkouane, Túnez (Museo de Kerkouane; fotografía F. Prados).
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Aunque se desconoce la divinidad a cuya tutela se consagraría el santuario, es muy probable que fuese
Astarté, la diosa fenicia por antonomasia, la más antigua, pero también la más compleja (Bonnet, 1996:
142). Esta propuesta ya había sido apuntada en algunos trabajos previos (González Prats, 2010: 62; García,
Prados y Jiménez, 2020: 301). Dado que durante la vida de un santuario era bastante improbable cambiar
la advocación principal (Roux, 1984: 163), pensamos que ésta se mantuvo en el tiempo. La diversidad de
elementos localizados, algunos de distinta procedencia o estilo, apuntan en todos los casos a Astarté, de
la que derivarían –al menos en parte– la divinidad femenina de los íberos, la Tinnit de los cartagineses
y la diosa alada representada en los vasos de Ilici, ya en los primeros momentos de dominio romano.
Es importante recordar que Astarté, en su vertiente de diosa marina, Asherar-yam, es la divinidad más
representada en los santuarios fenicios del extremo occidente, la mayoría de ellos situados, como éste,
en promontorios costeros (Belén, 2000: 62; Marín, 2010). Aunque se suele citar a Baal Saphon como
garante de la navegación, a quien los marineros fenicios dejaban anclas en sus templos (Frost, 1991: 356;
Escacena, 2005; Romero, 2008: 79) los hallazgos del Castillo pueden relacionarse con otra diosa protectora
de esta actividad, conocida como “Astarté del mar” (González Wagner, 2001: 25) llamada así en los papiros
egipcios. Esta Astarté estuvo ligada siempre a los avatares de la colonización fenicia. Astarté del mar,
Venus, es patrona de los navegantes, la estrella que les guía en la noche al ser la primera que aparece en
el cielo. Tenía un carácter multiforme y heterogéneo: divinidad celeste, de la guerra, de la navegación y
fundamentalmente de la fecundidad y del erotismo (Fantar, 1973; Bonnet, 1996 y 2010). El culto a Astarté,
como más tarde a Tinnit desde el siglo V a.C., estuvo también relacionado con el uso mágico y sagrado
del agua, dada la importancia de ésta como elemento purificador (Bonnet, 1996; López Castro, 2005: 11;
Rodríguez, 2008, entre otros).
La existencia de un espacio religioso fenicio dedicado a la diosa Astarté en el cerro del Castillo explicaría
también el ámbito de fabricación textil, una actividad generalmente femenina que suele vincularse con el
culto a esta divinidad, que podría haber sido efectuado por mujeres (Jiménez Flores, 2007: 62; Ruiz de
Haro, 2012) y que tiene presencia en muchos santuarios fenicios y orientalizantes, como Cancho Roano
(Berrocal-Rangel, 2003; Celestino y Cazorla, 2010: 94-95). Por otra parte, la aparición de puntas de flecha
de bronce también puede identificarse con las ofrendas de los navegantes a esta diosa. La donación de
armas fue habitual en los santuarios de Astarté, dada la vinculación con Hathor e Isis, de las que debió
de asimilar estos atributos guerreros (Negbi, 1976; Bonnet, 1996: 151; Muñiz, 2012: 190). Recordemos
que, en el santuario de Astarté de Baria, Luis Siret documentó varias puntas de flecha junto a otras armas
(López Castro, 2005: 14-16). También las ofrendas de moluscos son propias del culto a Astarté-Afrodita
(Romero, 2012: 113) y ya se ha comentado la abundancia de este tipo de fauna en los contextos excavados,
en porcentajes superiores al resto.
Por último, y para subrayar esta advocación, cabe mencionar las dos figuras que podrían representar
directamente a esta divinidad (figs. 11 y 13) así como la terracota con la escena del león que también podría
ser relacionada con el culto a Astarté. Para ello existen numerosos ejemplos que vinculan a esta divinidad
con los leones (Cornelius, 2000; Belén y Marín Ceballos, 2002: 174; Ziffer et al., 2009) (véase la presencia
de leones en las imágenes de Astarté de la fig. 12)
Para la segunda Edad del Hierro, que en el bajo Segura se caracteriza por una cultura ibérica abierta
al mundo mediterráneo, debido a la falta de evidencias específicas, es complicado atribuir a una divinidad
precisa el culto que se detecta en el santuario del Castillo, aunque desde luego es evidente la influencia de
Astarté en la religiosidad del mundo ibérico del sureste (López Castro, 2017: 395). La veneración a Astarté
asimiló con frecuencia cultos dedicados a otras diosas, tanto orientales como de los lugares donde se
asentaron los fenicios a lo largo del Mediterráneo, reproduciendo prácticas cultuales diversas y generando
una “identidad divina plural” (Bonnet, 2010: 453). Los citados contactos mediterráneos aportaron rasgos
bajo los que se esconden las variantes de la diosa local que pueden traducirse en procesos heterogéneos de
asimilación e interacción. En nuestra opinión, las imágenes reproducidas son paralelizables a las divinidades
mediterráneas conocidas. Es cierto que la identidad pudo no ser necesariamente la misma que se reconoció
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en el contexto religioso íbero en las zonas del interior, como apuntan algunos colegas (por ejemplo, Grau
y Rueda, 2018: 53) pero creemos que en esta zona costera de la Contestania, marcada por una presencia
efectiva de población semita desde antiguo, esa advocación de Astarté habría mantenido muchos rasgos de
la diosa oriental original. Quizás solo podamos plantear una asimilación temprana de los dioses locales con
los del panteón fenicio hasta alcanzar la Tinnit púnica y la Juno-Caelestis romana, cuyo culto sabemos que
se mantuvo con fuerza en la zona, expresado particularmente en la Colonia Iulia Ilici Augusta (Poveda,
1995), algo que no debe pasarse por alto. Es probable que la divinidad ibérica femenina que se atestigua en
el Castillo sea resultado, pues, de un proceso complejo de evolución del culto fenicio a través de una fórmula
de interpretatio ibérica, no necesariamente sincrética, que conllevaría armonizar creencias diferentes. El
resultado final lo podemos encontrar en la imagen de la diosa nutricia o en la representada en los pebeteros
de “tipo Guardamar”, cuyo uso se prolongó hasta más allá incluso de la conquista romana.
En este sentido, queremos destacar la importancia del Bajo Segura a la hora de entender la complejidad
que caracteriza el I milenio a.C., desde la colonización fenicia hasta la conformación de las culturas
ibéricas en la segunda Edad del Hierro. Con los fenicios arrancó un proceso histórico que implicó no
solo la consolidación de formas de vida urbana en el Bajo Segura sino también, de forma paralela, la
integración cultural y étnica del componente semita y el indígena. Dicho proceso, como es propio de los
contextos coloniales, genera prácticas y formas nuevas y distintas de las originales (van Dommelen, 2006:
119), que explican en nuestra opinión la naturaleza tan particular de la religiosidad o la cultura material
de asentamientos como El Oral o La Escuera, enclaves ibéricos en los que se ha subrayado su marcada
influencia púnica (Abad et al., 2017).
Nos parece oportuno por tanto subrayar que las tierras contestanas, como bien se ha señalado para
Turdetania (Ferrer y García, 2002), han de entenderse como un concepto geográfico que abarcó una realidad
étnica y cultural diversa. Es incontestable el protagonismo en este territorio de las poblaciones ibéricas,
herederas de aquellas que poblaban la zona en el Bronce Final (Llobregat, 1972), pero sería absurdo negar
a día de hoy el peso demográfico y cultural que las poblaciones de origen semita tuvieron en entornos
costeros como el Bajo Segura. La religión y, en este caso, el culto a Astarté, nos parece clave para entender
estos complejos procesos y valorar la originalidad de las nuevas formas, más allá de limitarnos a calificarlas
de “indígenas” o “exógenas”, y desde luego, posibilitan dotar de contenido el concepto “híbrido” (García
Cardiel, 2014), a veces poco aclaratorio, que hemos de entender desde una perspectiva diacrónica, en
el sentido del contexto cronológico. Los hallazgos del santuario presentados en este texto dotan de
materialidad concreta a dichos procesos históricos, y está claro con la documentación de que disponemos
hoy, que las poblaciones del Bajo Segura, cuyo substrato aúna un componente fenicio y otro local, tuvieron
un referente simbólico importante en esta antigua Astarté, que fue dotándose de nuevos significados y
generando nuevas prácticas rituales. Fue precisamente el carácter híbrido y abierto de estos significados y
prácticas lo que facilitó la incorporación de nuevos lenguajes iconográficos en su culto, como los pebeteros
de cabeza femenina de origen centro-mediterráneo –pero reinterpretados en una nueva forma aquí–, así
como la integración del santuario en nuevos esquemas territoriales impuestos por la hegemonía púnica en
la zona, apreciable al menos desde el siglo III a.C., y la posterior integración en el mundo romano.
5. SÍNTESIS Y CONCLUSIONES
No cabe duda de que el cerro del Castillo ha sido, desde siempre, un punto estratégico en las rutas de
navegación de cabotaje que unían el sur y este peninsulares con Ibiza. Su propia configuración, como hito
geográfico y referencia de navegantes, le confirieron per se un carácter sagrado, como otros tantos cerros
costeros de similares características (Marín, 2010: 498). Este promontorio señala además la desembocadura
del río más importante del sureste, y por ello tuvo seguramente ese carácter sagrado ya desde la prehistoria
reciente, a tenor de los mencionados grabados.
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Estas cualidades no pasaron desapercibidas para los fenicios, que utilizarían el cerro con fines religiosos,
en primer lugar, de forma esporádica y en relación con sus singladuras, para pasar posteriormente a
establecerse en la zona y erigir un santuario. Los hallazgos permiten situar la fundación del santuario a
principios del siglo VIII a.C., al mismo tiempo que la implantación fenicia en la zona (Prados, et al., 2020:
106). El poblamiento se articuló en torno a este punto, que ejercería de núcleo simbólico en un territorio
recién ocupado, y con el trascurrir de los siglos quedó fosilizado el carácter sagrado del lugar, y con él, el
culto a una divinidad femenina compleja, con atribuciones varias, que hundía sus raíces en la diosa fenicia
Astarté, de cuya imagen se han recuperado dos terracotas.
No hay que olvidar el papel que la literatura clásica otorgó a los templos y a los santuarios en la
expansión fenicia en occidente, como el de Melkart en Cádiz, sin duda el más célebre (Bonnet, 1988). Los
santuarios costeros aseguraron la protección jurídica y religiosa a los colonos, permitiendo el contacto
entre diferentes culturas y sancionando el desarrollo de las actividades comerciales en tierras lejanas.
Estos lugares sacros parecen preceder a la instalación de ciudades propiamente dichas, más tardías. Es
en este contexto donde habría que situar el santuario del Castillo de Guardamar. La implantación de los
santuarios de esta fase arcaica se corresponde con una serie de asentamientos que surgen a lo largo del
litoral Mediterráneo, denominados por algunos autores como centros de producción para el intercambio,
con actividades económicas y artesanales diversificadas (González Wagner, 2000). Esta configuración
“dual” (santuario/hábitat fenicio) se reconoce en otros ejemplos como en Sevilla (Carambolo/Spal) la bahía
de Algeciras (Gorham’s Cave/Carteia) o Ibiza (Illa Plana/Dalt Vila-Ybusim). Como ya se ha comentado
páginas arriba, quizá podría ser éste el modelo que explique la naturaleza del asentamiento del Cabezo
Pequeño del Estaño, donde encontramos todo un registro ligado al comercio fenicio, a la explotación del
metal, a la defensa militar, pero nada que podamos relacionar con el culto religioso.
El santuario del Castillo de Guardamar se emplazó en un lugar prominente, manifestando una
apropiación simbólica del espacio, paso previo e ineludible del proceso de implantación fenicia, como bien
ejemplifica la traslación del mito de Melkart a occidente (González Wagner, 2008). La propia evolución
del santuario trasluce la de la presencia fenicia en la zona: una primera fase de asentamiento puramente
colonial o empórico, protagonizado por el enclave del Cabezo Pequeño del Estaño y el santuario de carácter
marítimo, que regularía actividades económicas y simbólicas por igual (Fumadó, 2012: 23); y una segunda
fase de consolidación urbana, marcada por la existencia de una verdadera ciudad, La Fonteta, desde la
segunda mitad del siglo VII a.C., que dotaría de sentido cívico y territorial al antiguo santuario (García et
al., 2020: 302). La perduración del santuario a lo largo de la segunda Edad del Hierro y hasta prácticamente
la conquista romana, subraya su categoría y su anclaje al territorio del Bajo Segura, a la vez que encarna la
continuidad entre los asentamientos fenicios citados y las poblaciones que los sucedieron: El Oral, Cabezo
Lucero o La Escuera.
La propia situación del santuario como “punto destacable” en el paisaje debió ser un estímulo para
que navegantes de distinta procedencia depositasen sus ofrendas. Esta cuestión, nada trivial, subraya su
importancia y su naturaleza “internacional”, explicando la diversidad y variabilidad formal y tipológica
de las ofrendas que aparecen en el registro y su abanico cronológico, que abarca grosso modo desde el
siglo VIII al I a.C. Esta amplitud temporal nos ilustra sobre lo enraizado de la sacralización en este punto,
aunque, como se ha comentado, la naturaleza del contexto arqueológico y el hecho de encontrarse bajo el
Castillo y la pobla de Guardamar durante siglos planteen problemas de conservación y registro.
Por otra parte, aunque en distintos apartados hemos mencionado la falta de contextos claros pertenecientes
a las fases arcaicas, en realidad hemos de valorar en profundidad tanto el conjunto de material presente
como el ausente, y la no existencia de esos contextos construidos, como un dato muy apreciable. Cabe
indicar que en este caso es tan importante lo poco que hay como lo mucho que falta, que debe entenderse
como reflejo del uso particular del lugar. Por ejemplo, si analizamos el conjunto de materiales, aunque
escaso, remite a formas muy precisas: ofrendas, ánforas y platos para la fase fenicia; otras ofrendas, ánforas,
cerámicas áticas y pintadas para el periodo ibérico pleno, y los pebeteros para el último uso. No se detectan
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cerámicas comunes, ni de cocina, y fuera del mencionado basurero, es testimonial el registro faunístico, a
excepción del malacológico, algo nada casual. Todo ello es, en sí mismo, un contexto, y es indicativo tanto
de las acciones que se llevaron a cabo como de las acciones que no se llevaron a cabo en la superficie del
cerro. La aparente limpieza, la concentración de elementos orgánicos sólo en el basurero, las actividades
artesanales y el carácter selecto de los materiales parecen reflejar acciones rituales, que no dejan el mismo
registro que cabría esperar en contextos domésticos. Por eso queremos incidir en el valor de lo ausente
como soporte interpretativo.
El análisis del material, por las cualidades y las cantidades de los elementos recuperados en las
prospecciones y las excavaciones descritas, subraya su longue durée, es decir, su continuidad a lo largo de
prácticamente todo el I milenio a.C., prueba fehaciente de la importancia del santuario, que fue utilizado
con los mismos fines rituales, si bien con distintos significados a través de los siglos.
Para terminar, es importante señalar que, desde un momento determinado, que apunta por la cronología
inicial de las piezas al siglo III a.C., hubo una homogeneización del culto a través del uso, casi exclusivo,
de un mismo tipo de manifestación religiosa y simbólica. La abundante presencia de los pebeteros de “tipo
Guardamar”, muy superior porcentualmente al resto de objetos como hemos visto, redunda en la idea de
que el culto se uniformizó, y que el viejo santuario, usado indistintamente por población local y extranjera,
se convirtió en escenario para la práctica de una religiosidad más estructurada y homogénea. Por eso será
una vez más el contexto material y geográfico, cultural, en definitiva, el que debe prevalecer a la hora de
evaluar esquemas particularmente conservadores como los religiosos. El fuerte impacto del culto a Astarté,
el continuismo subyacente en los objetos y en las actividades que se constatan, y el lugar en el que se
encuentra este santuario, ha de tenerse muy presente a la hora de equipararlo con otros santuarios ibéricos
como, por ejemplo, los de la montaña alicantina u otros enclaves costeros (García Cardiel, 2015).
Por último, dado que en el entorno próximo del yacimiento no se conocen grandes estructuras urbanas
desde el siglo III a.C., consideramos que el santuario pudo desempeñar un papel relevante en ese paisaje
rural disperso, como lugar de memoria y posible centro de peregrinación, en la línea señalada para otros
espacios religiosos de tradición fenicia y de carácter liminal (López-Bertran, 2011: 87). Al igual que otros
santuarios ibéricos, su implantación en el territorio le permitió actuar como garante del carácter cívico y de
la cohesión territorial en una fase de gran inestabilidad, vacíos de poder y formidables transformaciones,
siendo las últimas resultado del dominio púnico y la subsiguiente conquista romana.
NOTA
El trabajo se enmarca en el Proyecto LIMOS. Litoral y Montañas en transición. Arqueología del cambio social en las
comarcas meridionales de la Comunidad Valenciana (Prometeo 2019/035) financiado por la Generalitat Valenciana.
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Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Iván AMORÓS LÓPEZ a
Más allá de la imitación.
Vajillas ibéricas con formas áticas
en La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia)
RESUMEN: En este trabajo se presenta el repertorio de cerámicas ibéricas tradicionalmente consideradas
como imitaciones de tipos áticos procedentes del oppidum de La Bastida de les Alcusses (Moixent,
Valencia). Desde el punto de vista interpretativo, tratamos de ir más allá de esta conceptualización como
imitación o mera copia de un modelo griego para entenderlas como el resultado de una reinterpretación
por parte de los productores y consumidores locales como respuesta a diversas motivaciones sociales.
En este sentido, se aborda el estudio formal y cuantitativo de las distintas formas presentes en el
yacimiento, estableciendo una comparativa con los supuestos originales áticos, tratando de dilucidar
qué se “copia” y qué no, así como el análisis de su distribución espacial en el poblado. Finalmente, se
analiza su valor social teniendo en cuenta el papel que pudieron desempeñar como elemento diacrítico
o piezas de encargo en el marco de las prácticas de comensalidad y las estrategias de poder desplegadas
por los distintos grupos en la construcción de las relaciones sociales.
PALABRAS CLAVE: Cultura ibérica, Contestania, cerámica ática, imitaciones, poder.
Beyond imitation. Iberian tableware with Attic shapes
in La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia)
ABSTRACT: This paper presents the repertoire of Iberian pottery traditionally considered as imitations
of Attic types from the oppidum of La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia). We try to go beyond
the conceptualization as an imitation or mere copy of Greek model and to understand them as the result
of reinterpretations by local producers and consumers in response to different social motivations. In
this sense, the formal and quantitative study of the different forms present in the site is addressed,
establishing a comparison with the supposed Attic originals, trying to explain what is “copied” and
what is not, as well as the analysis of their spatial distribution in the settlement. Finally, social value
of these productions is analysed, considering the role they may have played as diacritical elements
or commissioned pieces within the framework of commensal practices and the strategies of power
deployed by the different groups in the construction of social relations.
KEYWORDS: Iberian culture, Contestania, Attic pottery, imitations, power.
a
Museu Arqueològic Municipal, Ajuntament de Moixent.
iamoros@moixent.es | https://orcid.org/0000-0003-4791-3248
Recibido: 08/02/2022. Aceptado: 20/04/2022.
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I. Amorós López
1. INTRODUCCIÓN
El fenómeno de lo que tradicionalmente se ha denominado imitaciones en el ámbito de la cerámica
se caracteriza por su ubicuidad, estando presente en la mayoría de las culturas y, más en concreto,
en el caso del Mediterráneo antiguo que nos ocupa (Stockhammer, 2013; Balco, 2018; Beck, 2020).
En el ámbito peninsular, este interés se remonta a los mismos albores de la investigación sobre la
cultura ibérica, con los vínculos, hoy en día totalmente descartados, con las cerámicas micénicas
propuestos por P. Paris (1903) o E. Albertini (1906-1907). También de estos primeros pasos de la
arqueología ibérica datan las propuestas que establecían una relación entre los motivos figurativos de
la cerámica pintada de estilo Oliva-Llíria y las decoraciones de figuras rojas y negras de la cerámica
griega (Carpenter, 1925; Ballester, 1945). Junto a este influjo griego en las decoraciones, hoy en día
poco tenido en cuenta por el décalage cronológico, también son tempranas las propuestas respecto a
una influencia de las formas en el Corpus Vasorum Antiquorum (Olmos, 1990: 40) o en las cerámicas
del poblado de La Gessera (Bosch, 1919).
Es a partir de los años 70 cuando se produce una aproximación tipológica al estudio de las cerámicas
ibéricas y cuando empiezan a estudiarse de forma más sistemática las relaciones formales entre algunas
piezas locales y los prototipos áticos. En el año 1979 se publica el estudio de las cerámicas de la
cámara funeraria de Toya, donde se llama la atención sobre las imitaciones de cratera de columnas y
de campana (Pereira, 1979), y el conjunto de cerámicas de imitación ática del Museo Arqueológico de
Ibiza (Fernández y Granados, 1979).
En los años 80 encontramos los primeros repertorios que recogen de forma específica este tipo
de piezas en distintas regiones, donde cabe destacar el trabajo de V. Page (1984) para el territorio de
Valencia, Alicante y Murcia. Se trata de un catálogo muy completo que recoge todas las evidencias
documentadas hasta ese momento, tanto en poblados como en necrópolis, y estructurado desde la
comparación con las formas griegas e itálicas. A pesar de ser un catálogo muy exhaustivo, la parte
interpretativa queda en un segundo plano y se inserta en la tradición preponderante y común a la
mayoría de los trabajos del momento, que las valora desde la óptica de la helenización y aculturación,
quedando las poblaciones locales en un segundo término. Otros trabajos contribuyeron a ampliar el
corpus de evidencias conocidas como los estudios de C. Aranegui y J. Pérez Ballester (1990), de J.
Pereira y C. Sánchez (1987) para el área andaluza o los de C. Mata y H. Bonet (1988), centrado en las
imitaciones de cerámica campaniense en el área edetana y contestana. También se incluyen como un
tipo específico en la propuesta tipológica para la cerámica ibérica de estas dos últimas autoras (Mata
y Bonet, 1992).
En este contexto encontramos también los trabajos de R. Olmos (1984; 1988-89; 1990) que, aún
desde una perspectiva ligada en cierto modo a los conceptos de aculturación y helenización, aporta
reflexiones que van más allá de la consideración de estos productos como meras imitaciones. En
este sentido, se llama la atención sobre la complejidad del fenómeno que presenta múltiples aristas
sociales, simbólicas o productivas y que deben ser entendidas y analizadas en su propio contexto social
y no como una mera copia de modelos foráneos. Algo más recientes, son dos trabajos que podríamos
considerar como estados de la cuestión sobre esta temática en el ámbito de la cerámica ibérica (Bonet
y Mata, 2008; Sala, 2009). Finalmente, cabe destacar los trabajos recogidos en el volumen El problema
de las “imitaciones” durante la Protohistoria en el Mediterráneo centro-occidental: entre el concepto
y el ejemplo (Graells et al., 2014) donde se aborda esta cuestión desde nuevas perspectivas y que
supone uno de los puntos de partida para el estudio que ahora presentamos.
Tras esta introducción historiográfica se exponen, en un primer apartado, las bases teóricas y
metodológicas sobre las que se asienta nuestro trabajo acerca de las producciones locales con formas
áticas en el oppidum ibérico de La Bastida de les Alcusses. A continuación, y como se ha propuesto
para el estudio de objetos similares en el contexto peninsular (Sardà, 2014: 137-138), se aborda
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Más allá de la imitación.Vajillas ibéricas con formas áticas en La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia)
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el estudio formal del repertorio, valorando el conocimiento de los modelos áticos por parte de las
comunidades locales y analizando comparativamente las importaciones y las producciones ibéricas.
Parte del estudio plantea los motivos funcionales e ideológicos que llevaron a las poblaciones ibéricas
a seleccionar y adaptar determinados tipos y no otros, y si se copiaron de manera fiel o en cambio solo
se escogieron y reinterpretaron ciertos elementos. La distribución de este tipo de cerámicas entre los
distintos conjuntos y estancias de La Bastida de les Alcusses y su relación con las cerámicas importadas
es objeto del siguiente apartado, junto a la presencia de este tipo de vajillas en el contexto regional.
Finalmente, valoramos el uso y significado que estos objetos pudieron tener en la nueva realidad
social ibérica, reflexionando acerca del valor social de estas vajillas en el marco de las estrategias
de diferenciación social, prácticas de consumo o construcciones identitarias de los diferentes grupos
sociales que habitaron el oppidum.
2. ASPECTOS TEÓRICOS: ¿IMITACIÓN, HIBRIDACIÓN O ENTANGLEMENT?
Centrándonos ya en la perspectiva que adoptaremos en nuestro estudio, creemos que es esencial valorar
el papel concreto que juegan estas producciones en el contexto local, así como su valor social en las
comunidades ibéricas que las produjeron y consumieron. Estas imitaciones han sido tradicionalmente
interpretadas a la luz del paradigma aculturacionista, que parte de presupuestos evolucionistas y que
concibe la interacción entre dos culturas de forma desigual, con la adopción o imitación de rasgos de
un grupo social considerado como más desarrollado (griegos) por parte de otro menos evolucionado
(iberos). Estos productos tienen entidad en sí mismos y deben interpretarse en el contexto social en que
son producidos y consumidos, por lo que se trataría de una relación mucho más compleja y que iría
más allá de una mera irradiación cultural (Jiménez, 2014: 34-37), además de que presentan diferencias
en una serie de aspectos tecnológicos de la producción cerámica.
Uno de los modelos interpretativos más adecuados a la hora de entender estas situaciones de
contacto cultural y adopción de objetos ha sido el de middle ground social, un espacio abstracto de
negociación e intercambio entre los distintos agentes participantes que poseen sus propias agencias e
intereses y que van a dar lugar a distintas estrategias y respuestas por parte de las comunidades que
entran en contacto (White, 1991; Bhabha, 1994; Malkin, 2002;). Este concepto está muy ligado a la
perspectiva postcolonial y a la teoría de la hibridación cultural donde estos actores crean y reproducen
tanto sus prácticas sociales como su cultura material, construyendo formas nuevas, pero al mismo
tiempo familiares. Creemos que este es un buen marco teórico de partida, especialmente pertinente
para contextos coloniales donde existe un contacto mucho más directo y estrecho entre diferentes
comunidades, aunque debe ser matizado en nuestro caso de estudio.
En este contexto de contacto cultural, ya sea de objetos, ideas o personas, las prácticas culturales
y su reproducción, en ocasiones de forma repetitiva e inconsciente, juegan un papel esencial en los
procesos de cambio social y material, dando lugar a nuevas creaciones. En este sentido resulta muy
adecuado el modelo de P. Bourdieu y su concepto de habitus, un esquema o forma de entender el
mundo compartido por un grupo social y que en cierto modo guía la forma de actuar de sus miembros
(Bourdieu, 1977). Esta relación entre la estructura y la agencia está mediada por la práctica, la cual
está condicionada por la estructura pero al mismo tiempo la va reconfigurando en la medida en que la
reproduce (Dietler y Herbich, 1998: 245). De igual modo, los objetos son al mismo tiempo productos
y configuradores de la estructura, constituyendo algo más que una realidad física (Beck, 2020: 627).
Por tanto, es necesario entender estos objetos y su adopción no solo desde un punto de vista
meramente funcional, sino como entangled objects (Thomas, 1991) con múltiples significados y
valores y como resultado de una interacción intercultural definida por su contexto social (VivesFerrándiz, 2005: 46). P. Stockhammer propone incluso la utilización del término entanglement en lugar
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I. Amorós López
de hibridación para describir estos fenómenos que son el resultado de procesos creativos provocados
por encuentros interculturales (Stockhammer, 2013: 16). Este autor distingue entre dos estados o
grados de interacción tras este encuentro con un objeto externo como son el relational entanglement y
el material entanglement. El primero implica la apropiación e integración del objeto en las prácticas,
significados y habitus locales sin que se produzcan transformaciones en su materialidad. La segunda
fase, o material entanglement, implica la creación de un objeto nuevo que es algo más que la suma
de sus partes y no es el resultado de continuidades locales, combinando los elementos familiares y
reconocibles con los foráneos y novedosos, pero que se acomoda a las expectativas (Stockhammer,
2013: 16-17). Este modelo interpretativo es útil para explicar satisfactoriamente la presencia de las
cerámicas áticas (relational entanglement) y las producciones locales siguiendo formas áticas (material
entanglement) en el contexto social ibérico.
Esta mezcla cultural, que podría considerarse también como una incorporación de nueva cultura
material, puede ser valorada desde dos escalas de análisis interrelacionadas como son el propio objeto
y el conjunto del que pasa a formar parte, teniendo en cuenta tanto las prácticas de producción como de
consumo (Beck, 2020: 622). En nuestro caso y como veremos más adelante, la relación con el conjunto
de formas precedentes se produce mediante acumulación (Beck, 2020: 629), ya que las nuevas formas
no estarían reemplazando ni compitiendo con las ya existentes, sino que ocupan un vacío tipológico
que es especialmente evidente en el caso de las copas con asas o las crateras.
En este sentido, resulta muy útil entender a los alfareros locales que produjeron estas piezas como
comunidades de prácticas, definidas como una red de relaciones entre personas y objetos mediatizadas
por las acciones que llevan a cabo, que a su vez se relacionan con otras comunidades y se prolongan en
el tiempo (Lave y Wenger, 1991: 98). Estos alfareros comparten un habitus, una tradición tecnológica
y una forma particular de hacer las cosas, aprendidas en el seno de estos grupos y reproducida por sus
miembros en la medida en que van aplicando sus propias prácticas. La repetición de estas permite a la
comunidad de prácticas perpetuarse en el tiempo (Joyce, 2012: 150). Por otra parte, estos alfareros, en
la medida en que forman parte de redes sociales dinámicas y son miembros de numerosas comunidades
superpuestas, no necesariamente reproducen la cultura material de forma mecánica (Kohring, 2013:
115). Estos pueden innovar por diversas razones, como el contacto directo con otros productores,
el conocimiento de nuevos usos relacionados con estos objetos o la llegada de vajillas foráneas,
transformando las tradiciones estilísticas o los procesos de producción. Si estos nuevos tipos son
aceptados como adecuados y demandados por los consumidores, pueden llegar a extenderse por las
diversas comunidades de prácticas que además suelen compartir elementos identitarios. Sin embargo,
la definición de este tipo de comunidades de prácticas en el ámbito de la producción alfarera ibérica no
ha sido lo suficientemente abordada y supone una interesante línea de investigación futura.
Para la aproximación metodológica hacia este tipo de objetos, W. Balco propone la utilización del
término “estilo mixto” como alternativa a los de imitación u objeto híbrido. Según este autor, estos
dos últimos ignoran, por un lado, el papel de la agencia y las diferentes perspectivas del productor y
del consumidor y, por otro, no especifican qué se está imitando o hibridando, si se trata del uso, de las
características materiales u otra cosa. Por tanto, la definición de estilo mixto desliga la descripción
objetiva previa (técnicas de fabricación, forma y decoración) de la interpretación subjetiva, que en
todo caso es absolutamente necesaria más adelante (Balco, 2018: 181).
Por su parte, Dietler y Herbich establecen una clara distinción entre los objetos, entidades físicas
que ocupan un espacio, y las técnicas, las acciones humanas que dan lugar a la producción o utilización
de estos objetos (Dietler y Herbich, 1998: 235). Para el estudio de la cultura material y su dimensión
social se propone el análisis integrado de tres aspectos como son la tecnología, la función y el estilo,
entendiendo su producción como una serie temporal de elecciones operativas interrelacionadas, más
que como un acto instantáneo de creación (Dietler y Herbich, 1998: 238).
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Más allá de la imitación.Vajillas ibéricas con formas áticas en La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia)
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3. TÉCNICAS DE PRODUCCIÓN, FORMAS Y DECORACIONES
A partir de estos postulados teóricos y metodológicos, creemos adecuada la aproximación a este tipo de
producciones mediante la deconstrucción de los elementos que las componen a nivel técnico y tipológico
(Dietler y Herbich, 1998) para poder establecer una comparativa con los supuestos originales áticos. De
este modo podremos diferenciar aspectos que interesaron a los productores y consumidores ibéricos en la
creación de estas formas.
3.1. Técnicas de producción
En primer lugar, hay que tener en cuenta cuáles fueron las técnicas y materiales utilizados en la producción
primaria de estos objetos, en nuestro caso las dos tradiciones alfareras implicadas. Se trata de dos tradiciones
diferentes pero hasta cierto punto análogas, lo que permite la transposición de ciertos esquemas culturales
y conceptuales de un contexto de fabricación a otro, dando lugar a objetos nuevos pero al mismo tiempo
reconocibles (Beck, 2020: 628).
Ambas producciones presentan una cadena operativa similar (Schreiber, 1999; Coll, 2000), al menos
en líneas generales, ya que existen detalles productivos específicos que deberán tratarse con mayor
detenimiento en el futuro. Esta incluye una selección y preparación cuidadosa de las arcillas, que da lugar
a unas pastas de gran calidad y con poco desgrasante. Posteriormente, se produce la conformación que
consiste en dar forma al objeto mediante el uso del torno rápido, añadiendo a continuación elementos
como las asas o los pies, así como el retoque mediante el uso de algunas herramientas. Tras ello, y con la
pieza en el punto de dureza de cuero, se produce el tratamiento de la superficie, donde empezamos a ver
ya diferencias más claras entre tradiciones, con el bruñido en el caso de las piezas áticas, mientras que las
ibéricas que nos ocupan fueron alisadas. Más tarde se aplica la decoración, que veremos específicamente
a continuación, y la cocción en hornos de doble cámara y tiro vertical. En este caso se aprecian, de nuevo,
diferencias muy claras ya que en el caso ibérico se trata de una monococción que puede alternar fases
reductoras y oxidantes, predominando estas últimas, mientras que las cerámicas áticas requieren de una
compleja cocción en tres fases, oxidante-reductora-reoxidante, que le da su característica apariencia con
zonas barnizadas en negro y otras en reserva.
La tradición alfarera local, que podríamos denominar como “ibérica”, se remonta al s. VI a.C. y en sus
inicios guarda una estrecha relación con el ámbito fenicio, en lo que respecta a las formas, decoraciones y
soluciones técnicas con el torno rápido o los hornos de doble cámara y tiro vertical (Mata y Bonet, 1992;
Coll, 2000).
3.2. Formas
La forma es el conjunto de atributos que definen un determinado tipo y que se relaciona de forma directa con
la función del objeto. Normalmente, este concepto hace referencia al aspecto más utilitario o instrumental de
los objetos, diseñados para funcionar como “herramientas” en prácticas concretas (Dietler y Herbich, 1998:
237). Las propiedades físicas, así como el proceso productivo de estas cerámicas, están condicionados por
la función definida por el alfarero durante su elaboración, que por otra parte no tiene por qué coincidir con
el uso final que le vaya a dar el consumidor.
En cuanto a las funciones existentes entre los repertorios que estamos analizando, existen diferencias
bastante claras entre los conjuntos importados y las producciones locales. En el caso de las cerámicas áticas
de La Bastida nos encontramos con una mayoría absoluta de elementos de vajilla de mesa (98 %) y dentro
de este grupo una presencia mayoritaria de recipientes relacionados con el consumo de productos sólidos y
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semisólidos (70 %) frente a los objetos vinculados al consumo de bebidas (30 %). Dentro del grupo de las
bebidas, la mayoría son copas para su consumo (88 %) frente a contenedores (3 %), preparación (7 %) y
servicio (2 %) (Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022: fig. 3). En el caso de las producciones locales con formas
áticas se invierten los porcentajes mayoritarios, pues las formas relacionadas con el consumo de bebida
constituyen un 66 % frente al 34 % de los cuencos y platos relacionados con el consumo de comida.
3.3. Decoraciones
La decoración, sinónimo en muchas ocasiones de estilo cerámico, se refiere normalmente a ese atributo
material que no tiene un papel claro que afecte a su rendimiento utilitario en el contexto de uso y para
cuya explicación se suele recurrir a causas sociales y culturales, entre ellas las identitarias (Dietler y
Herbich, 1998: 237). En este elemento en concreto existen claras diferencias comparativas entre las
cerámicas áticas y las locales.
La decoración de las cerámicas griegas que llegan al poblado es mayoritariamente de barniz negro, en
algunos casos con decoraciones estampilladas de palmetas, ruedecillas u ovas, y en menor medida de figuras
rojas. La característica superficie brillante de estas cerámicas se consigue mediante arcilla levigada y mezclada
con agua que da lugar a una barbotina que se aplica al vaso mediante el uso de un pincel en la fase de dureza
del cuero, dejando en reserva las imágenes en el caso de las figuras rojas. Esta barbotina sinteriza durante la
compleja cocción en tres fases hasta alcanzar el característico color negro brillante, mientras que las zonas en
reserva quedan con tonos claros como consecuencia de la última fase oxidante (Schreiber, 1999: 53-56).
Por otra parte, las cerámicas ibéricas que nos ocupan se decoran con la característica pintura de color
rojizo que se obtiene a partir de la disolución de los pigmentos en agua, basados normalmente en óxido de
hierro. La mezcla obtenida se aplica previamente a la cocción mediante el uso de diferentes tipos de pincel
que dan lugar a diversas formas geométricas, en ningún caso figuradas en estos momentos, como bandas,
filetes, sectores de círculo concéntricos o líneas onduladas verticales, bien con el vaso sobre una torneta de
pintor o sobre el regazo (Coll, 2000: 196-197). En ningún caso parece buscarse la copia exacta en cuanto a
apariencia o decoración, que podría haberse aproximado en mayor medida con la utilización de cocciones
reductoras que habrían dado como resultado una cerámica gris o el bruñido de las superficies para lograr un
aspecto más brillante, semejante al barniz negro de las producciones áticas. Así pues, se descartan de forma
intencionada tanto las decoraciones como el cromatismo de las cerámicas griegas.
Por tanto, nos encontramos ante reinterpretaciones, no imitaciones, que combinan técnicas de fabricación
y decoraciones locales con perfiles y atributos inspirados por producciones foráneas dando lugar a piezas
híbridas, en el sentido estrictamente formal del término. Sí parece existir una voluntad de reproducir la
funcionalidad de la pieza, con una preferencia mayoritaria por las vajillas para el consumo de líquidos. De
este modo se adaptan nuevas formas funcionales a las tradiciones locales, en un posible intento de hacerlas
más reconocibles y familiares, pero no completamente, ya que en este tipo de manifestaciones se intenta
mantener la percepción de la diferencia con lo “otro” (Jiménez, 2014: 33).
En este sentido, cobra especial importancia el concepto de apropiación como herramienta teórica. Se
refiere a la incorporación de nueva cultura material en un nuevo contexto social, en el que los objetos adquieren
nuevos significados y funciones (Hahn, 2004; Stockhammer, 2012; Van Dommelen y Rowlands, 2012). Según
Hahn (2004: 218-220) en este proceso intervienen cuatro aspectos interrelacionados que ocurren de forma
simultánea. El contacto con las importaciones áticas desencadenaría el proceso de apropiación, mediante el
cual pasarían de ser meras mercancías a bienes personales. De este modo el bien se objetiviza, enmarcándose
en una de las categorías ya existentes de objetos, se incorpora, ligándolo a determinadas prácticas y finalmente,
mediante la transformación, se le atribuyen nuevos significados. Tras esta primera fase, se produciría, como
hemos visto, lo que Stockhammer (2012: 50) denomina material entanglement que da lugar a la creación
activa de nuevos objetos, en nuestro caso, las producciones locales con formas áticas.
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4. EL CONJUNTO DE VAJILLA LOCAL
CON FORMAS ÁTICAS DE LA BASTIDA DE LES ALCUSSES
La elección de La Bastida de les Alcusses como caso de estudio concreto para nuestra reflexión acerca de
este fenómeno se basa en las características del registro arqueológico de este yacimiento, que favorecen
el estudio contextualizado de elementos diversos en un momento cronológico muy concreto (fig. 1). Se
trata de un oppidum ibérico con una ocupación relativamente limitada en el tiempo y centrada en el s.
IV a.C. (Bonet y Vives-Ferrándiz, 2011). Presenta una extensión de 4 ha delimitadas por una potente
muralla perimetral y cuatro puertas fortificadas lo que unido a la existencia de una ordenación regular de
las manzanas de viviendas, viales acondicionados para el tráfico rodado o edificios públicos para reuniones
o con funciones de almacén, han llevado a su interpretación como un espacio de poder y residencia de las
elites del territorio regional (Bonet et al., 2015). El espacio interno se organiza en conjuntos o bloques
constructivos compuestos por un número variable de departamentos que presentan una numeración
correlativa, asignada a medida que se fueron excavando.
Fig. 1. Localización de La Bastida de les Alcusses y de los principales yacimientos citados en el texto.
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El grueso de los materiales que analizamos en este trabajo, las cerámicas ibéricas con formas
áticas, corresponde a las campañas llevadas a cabo por el Servicio de Investigación Prehistórica de
la Diputación de Valencia entre 1928 y 1931, cuando se excavó un tercio del yacimiento. Se incluyen
tanto los publicados, correspondientes a los 100 primeros departamentos (Fletcher et al., 1965; 1969),
como los hallados en los 142 inéditos. En el recuento de individuos se incluyen también los ejemplares
recuperados en las excavaciones más recientes, desde 1992 a 2019, aunque son mucho menos frecuentes
por la extensión excavada y no se han tenido en cuenta en la distribución, centrada en el sector central.
Como en otros trabajos similares (Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022; Amorós et al., 2021; Amorós,
2020) y basándonos en metodologías establecidas para el tratamiento estadístico de los datos (Raux,
1998; Asensio y Sanmartí, 1998; Adroher, Sánchez y De la Torre, 2016; Sanmartí y Asensio, 2017
entre otros) hemos realizado el recuento mediante el establecimiento del número mínimo de individuos
a partir de elementos representativos de este tipo de piezas que permiten diferenciarlos claramente
de otras, como bordes, asas o volutas. Se ha tomado el departamento como unidad de referencia
para el establecimiento del NMI. Es importante señalar el problema de la representatividad de estos
materiales en el marco de las excavaciones antiguas. A diferencia de lo que sucede con las cerámicas
áticas donde se recogían todos los fragmentos, no parece que en el caso de las cerámicas ibéricas se
siga un procedimiento tan sistemático, por lo que podría darse una cierta infrarrepresentación. No
obstante, las excavaciones modernas tanto en la Puerta Oeste (Vives-Ferrándiz et al., 2015) como en
el sector oriental (Díes et al., 1997) indican que en todo caso las cerámicas ibéricas con formas áticas
no son abundantes.
En ocasiones, distinguir este tipo producciones de las formas de tradición local no resulta sencillo, sobre
todo en el caso de los cuencos, como veremos a continuación. En estos casos se han incluido solo aquellas
piezas que presentan atributos o perfiles propios de las formas áticas y que no están presentes en las formas
ibéricas precedentes del repertorio local. De este modo, hemos podido identificar e incluir en este grupo 65
individuos, 43 de ellos correspondientes a formas relacionadas con la preparación, servicio y consumo de
bebidas (66,2 %) y 22 con el consumo de alimentos sólidos o semisólidos (33,8 %) (fig. 2). Estamos, por
Fig. 2. Gráfica de las formas identificadas con indicación del porcentaje y el número mínimo de individuos.
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tanto, ante un producto muy minoritario si lo comparamos con los 2294 individuos áticos (Amorós y VivesFerrándiz, 2022), con una proporción de una pieza local de estos tipos por cada 35 griegas. Asimismo, es
un fenómeno que se da prácticamente de forma exclusiva en relación con las vajillas de mesa áticas, ya que
no hay “imitaciones” de otras producciones como las púnicas, por otra parte, muy minoritarias tanto en el
yacimiento como en el contexto regional.
Es lógico pensar que existiera un número mayor de objetos de este tipo cuya identificación resulta
difícil si no se han conservado los elementos que las diferencian claramente de las formas preexistentes,
ya que determinadas partes, como por ejemplo las bases, son indistinguibles de otras formas ibéricas. A
continuación, trataremos de analizar detalladamente estas formas para poder reflexionar acerca de qué
atributos se copian de los originales griegos (fig. 3) y cuáles pudieron ser los intereses de los alfareros y
consumidores locales en torno a estas producciones.
4.1. Servicio y consumo de bebidas
Crateras
El conjunto mayoritario está formado por vajilla relacionada con el consumo y servicio de bebidas, entre la
que encontramos una forma que ha sido tradicionalmente identificada como una imitación de cratera y que
supone el tipo más frecuente con 14 individuos (21,5 %) (fig. 4: 1, 3 y 6). Aunque existen reproducciones
más fieles de crateras de columnas y de campana, sobre todo en el área andaluza (Pereira y Sánchez, 1983),
los ejemplares de La Bastida se alejan bastante de esta forma, a pesar de que en la mayoría de los casos
se encuentran muy fragmentadas y solo se han podido identificar los individuos por algunos elementos
característicos como las columnas o las volutas.
En líneas generales, se trata de recipientes muy estilizados que no guardan las proporciones canónicas
de los ejemplares áticos. Presentan labio saliente, cuello cilíndrico, cuerpo de tendencia globular, que
recuerda vagamente al de las crateras de columnas, y sin peana. A este perfil se añaden las dos columnas
que conforman las asas, rematadas en algún caso por una banda de arcilla en la parte superior o, en muchos
casos, dos volutas. Los ejemplares documentados, se elaboran con pastas oxidantes y se pintan con motivos
geométricos típicamente ibéricos distribuidos por el cuerpo, el cuello y en ocasiones, las asas.
Desde el punto de vista cronológico también resultan muy interesantes, ya que a la escasez del
supuesto modelo ático se une el desfase cronológico entre ambos productos, puesto que en el caso
de La Bastida de les Alcusses se datarían en los tres primeros cuartos del s. IV a.C. mientras que las
crateras de columnas son más propias del s. V a.C. En cuanto a su funcionalidad, el diámetro de la
boca y su profundidad dificultan su uso como recipiente para mezclar líquidos e introducir luego la
jarra o la copa, por lo que su uso se aproximaría más al de contenedores como las pélices o las ánforas
de figuras rojas. Se trata de un formato más adecuado para el traslado de líquidos desde el lugar de
almacenamiento al de preparación o consumo.
Enócoes
Se trata de una forma utilizada para el vertido de líquidos y que presenta una cierta variedad dentro del
repertorio ibérico, especialmente en momentos posteriores, por lo que solo hemos considerado algunos
ejemplares que se asemejan más a las formas áticas. Hemos incluido solo 3 individuos (4,7 %), dos de
ellos casi completos (fig. 4: 2). El primero presenta, aparte de la característica boca trilobulada y asa simple
sobrelevada, un cuerpo globular que recuerda al tipo 2 de Beazley en figuras rojas, aunque con pie anular.
Por otra parte, existe otro ejemplar con cuerpo piriforme muy similar a la forma L.44 ática, documentada
también con un ejemplar en el mismo asentamiento (Fletcher et al., 1965: 184).
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Fig. 3. Comparativa formal entre las vajillas ibéricas y los tipos áticos. 1: Cratera de columnas; 2: Enócoe; 3. Cántaros;
4: Copa-escifo; 5: Copa de pie bajo; 6: L.22; 7: L.21; 8: L.23; 9: L.24; 10: L.21/25.
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Fig. 4. Selección de formas relacionadas con la preparación y el servicio de bebidas. 1, 3, y 6: Crateras de columnas;
2: Enócoe; 4: Sítula; 5: Posible ánfora (dibujos elaborados a partir de Fletcher et al., 1965; 1969 y 3 a partir de G.
Tortajada).
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Sítula
Se incluye únicamente un fragmento de pitorro vertedor con cabeza de animal que se ha interpretado como
parte de una sítula (fig. 4: 4), descartándose el resto de recipientes con asa horizontal cuya variedad de
perfiles y amplia cronología las excluiría del grupo de imitaciones (Mata y Bonet, 1992: 131). El supuesto
origen de esta forma se encontraría en objetos metálicos de origen suditálico (Page, 1984: 95-100).
Copas
Los vasos para el consumo de líquidos constituyen el grupo más numeroso y variado del repertorio. Resultan
claramente identificables y distinguibles de las formas ibéricas, ya que los tipos precedentes para beber no
presentan asas horizontales (Mata y Bonet, 1992). Al igual que en los casos anteriores, parece existir un
interés en copiar la forma, pero no el cromatismo ni las decoraciones, que son de carácter local.
Entre las formas más completas encontramos mayoritariamente un tipo que recuerda a las copas-escifo
(NMI 11) (fig. 5: 4-10), que no es una forma común entre los repertorios importados, ya que supone únicamente
un 1,9 % (Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022: fig. 2). Se trata de recipientes de cuerpo globular, borde exvasado,
pie anular y asas horizontales. Se decoran con motivos pintados de tipo geométrico en forma de bandas,
círculos y sectores de círculo. En varios casos también presentan decoración en su cara interna en forma de
banda o líneas. Otra forma documentada son las llamadas copas Cástulo (NMI 3) (fig. 5: 1 y 2), en un caso
con una forma muy similar a la ática, mientras que en otro diverge más del tipo griego. También se documenta
una copa con asas verticales que recuerda a un cántaros, aunque comparta algunas características con las
copas-escifo (fig. 5: 11). Finalmente, se han identificado 10 individuos de copas a partir de la presencia de asas
horizontales, que corresponderían a copas-escifo o copas de pie bajo (fig. 5: 3).
4.2. Consumo de sólidos y semisólidos
Dentro de esta categoría resulta más difícil identificar este tipo de producciones, ya que entre el
repertorio ibérico sí existe una cierta variedad de platos y cuencos que se remontan al periodo Ibérico
Antiguo (ss. VI-V a.C.), como pueden ser los platos de borde exvasado (A.III.8.1), las páteras de borde
entrante (A.III.8.2) o las escudillas (A.III.8.3) (Mata y Bonet, 1992: 134) con ejemplos bien datados en
poblados como El Puig (Grau y Segura, 2013: 100), El Oral (Sala, 1995) o Los Villares-Kelin (Vidal et
al., 1997). Entre las distintas páteras presentes en el repertorio de La Bastida, hemos tenido en cuenta
solo 8 individuos que creemos que podrían considerarse como reinterpretaciones locales de la forma
L.21 (12,3 %) (fig. 6: 6), basándonos en las características del perfil. Los ejemplares documentados
pertenecientes a esta forma no presentan ningún tipo de decoración. Otra forma imitada es el cuenco
L.22, un recipiente muy presente en el repertorio ático del asentamiento, del que se documentan 7
individuos (10,8 %), identificados por la presencia del característico borde engrosado al exterior (fig.
6: 1-5). Su consideración como una reproducción de los tipos áticos resulta algo más clara puesto que
se trata de una forma muy característica del s. IV a.C. que no se asimila de forma tan evidente en el
repertorio ibérico de momentos posteriores.
Otro tipo de platos inspirados en modelos áticos es el denominado de pescado o L.23 con un perfil muy
característico de borde pendiente, base anillada y cazoleta central. Se trata de un tipo muy poco presente
entre los repertorios importados del asentamiento, con 20 individuos que suponen un 0,9 % (Amorós y
Vives-Ferrándiz, 2022: fig. 2) y de los que encontramos 5 ejemplares de producción local (fig. 6: 9). Esta
forma tendrá un mayor protagonismo en otros asentamientos regionales durante el s. III a.C. tanto entre
los conjuntos de importaciones itálicas y púnicas como entre las vajillas locales, donde se convierte en un
tipo muy común y plenamente asimilado dentro de la tipología ibérica, perdiendo en muchas ocasiones la
característica cazoleta y decorándose incluso con motivos de peces como en La Covalta, Corral de Saus,
Tossal de la Cala, Los Villares o en el Tossal de Sant Miquel (Aranegui, 1996).
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Fig. 5. Selección de formas relacionadas con el consumo de bebidas. 1 y 2: Copas Cástulo; 3: Copa de pie bajo; 4-10:
Copas-escifo; 11: Cántaros (dibujos elaborados a partir de Fletcher et al., 1965; 1969 excepto la copa de pie bajo a partir
de G. Tortajada y las copas-escifo 6 y 7 a partir de Díes et al., 1997).
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Fig. 6. Selección de formas relacionadas con el consumo de sólidos y semisólidos. 1-5: L.22; 6. L.21; 7: L.24; 8:
L.21/25; 9: L.23 (dibujos elaborados a partir de Fletcher et al., 1965; 1969).
Finalmente, encontramos dos ejemplares de lo que podríamos considerar como imitaciones de pequeños
cuencos del tipo L.24 (fig. 6: 7) o L.21/25 (fig. 6: 8) con un único ejemplar de cada forma. El cuenco que
hemos considerado como una recreación de la forma L.21/25 es el único caso en el que sí parece existir una
cierta voluntad por recrear la decoración, aunque desde una reinterpretación local. Dicho cuenco presenta
una decoración pintada típicamente ibérica con filetes en su cara externa y círculos concéntricos en la
interna, pero en este caso incluye también una palmeta pintada que parece imitar los motivos impresos
áticos, aunque de gran tamaño y sin guardar ningún tipo de simetría.
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5. LA DISTRIBUCIÓN EN EL POBLADO
Una primera aproximación a la distribución de estos productos en el plano de La Bastida nos sugiere, como
en el caso de muchas otras producciones en los espacios de hábitat, un patrón descentralizado con una
dispersión bastante amplia (fig. 7). Aunque si lo analizamos con mayor detenimiento podremos observar
algunos matices a nivel interpretativo. Antes de proceder al análisis detallado de la distribución de estas
cerámicas ibéricas con formas áticas, es importante señalar que solo hemos incluido el sector central del
poblado ya que es el que concentra la práctica totalidad de este tipo de producciones, con una muestra lo
suficientemente amplia para nuestras interpretaciones. No obstante, también se han documentado algunas
piezas en las excavaciones más recientes junto a la Puerta Oeste que sí se han tenido en cuenta en los
recuentos totales, como un cuenco L.22, una copa Cástulo, y dos volutas correspondientes a sendas crateras,
o las dos copas-escifo y una copa de pie bajo de la llamada casa 11 en el sector oriental del poblado.
Al tratarse de una producción bastante excepcional en cuanto al número de individuos, no se observan
grandes concentraciones en ningún caso y el patrón de distribución es relativamente similar al que veíamos
para las importaciones áticas (Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022: figs. 9 y 10), salvo en alguna excepción
como veremos a continuación. El espacio que presenta un mayor número de producciones de este tipo,
igual que sucedía con las cerámicas áticas, es el Conjunto 11 con 13 ejemplares. Este hecho podría estar
indicando que la unidad social que habitaba esta manzana basaba una parte importante de sus estrategias en
este tipo de bienes relacionados con el consumo conspicuo, bien como organizadores y redistribuidores en
eventos y prácticas de tipo comensal, o bien con su intercambio. En la misma línea de coincidencia entre
estas prácticas, cabría citar el Dep. 163 (Conjunto 2) donde se da una acumulación relativamente numerosa
(NMI 4), si lo comparamos con los demás contextos, mientras que en resto del conjunto apenas habría
evidencia de estas prácticas, salvo algunas áticas y dos de los tres platos de pescado locales documentados.
Fig. 7. Distribución espacial en el sector central del asentamiento.
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En estos casos, la coincidencia entre la presencia de las vajillas importadas y las producciones locales
podría estar indicando que ambos repertorios son objeto de prácticas y usos similares relacionados con el
consumo de comida y bebida.
En el mismo sentido, que interpretamos como una consecuencia de las estrategias y prácticas
desplegadas por las distintas unidades sociales, las encontramos prácticamente ausentes en el Conjunto
3 (tan solo un par de copas), donde se da una concentración importante de elementos relacionados con
actividades metalúrgicas, y en una buena parte del Conjunto 4. Se trata, por tanto, de residencias destacadas
del poblado, donde se encontraron objetos como las figurillas de bronce del jinete en el Conjunto 4 o el toro
uncido del Conjunto 3 pero bastante ajenas a las prácticas sociales relacionadas con el consumo en vajillas
tanto áticas como locales de inspiración foránea.
Sin embargo, junto a estas coincidencias, también existen algunos patrones divergentes entre áticas
y producciones locales. En primer lugar, encontramos una ausencia tanto en los espacios abiertos como
en grandes concentraciones en estancias vinculadas al almacén (Conjunto 7), donde hay densidades de
cerámica ática que en algunos casos sobrepasan el centenar de individuos. Este hecho podría estar en
relación con su valoración como piezas singulares de encargo y no tanto como un producto estandarizado,
producido y almacenado en grandes cantidades, o al menos no comercializados con los mismos mecanismos
que las cerámicas áticas.
Otro caso bastante claro es el de la casa ubicada en el sector occidental del Conjunto 10, donde no
hay importaciones áticas, a pesar de tratarse de una vivienda muy destacada que debió controlar grandes
extensiones de tierra, ya que concentra una significativa acumulación de arados y un plomo escrito de
carácter económico (Bonet y Vives-Ferrándiz, 2011; Vives-Ferrándiz, 2013). Esta unidad social, que
formaría parte de lo que podríamos considerar elites del poblado y que rechazaba de forma consciente la
posesión de áticas, presenta en cambio la que sería la segunda acumulación más importante de producciones
locales que se inspiran en modelos foráneos con 6 individuos. Se trata además de un repertorio bastante
variado con una cratera, dos L.22, una copa Cástulo, una copa-escifo y el único fragmento de una sítula
con pitorro de cabeza zoomorfa. Volveremos más adelante sobre las posibles implicaciones sociales que
pudieron estar detrás de este comportamiento.
6. LAS PRODUCCIONES LOCALES CON TIPOS FORMALES ÁTICOS EN EL
CONTEXTO REGIONAL
El fenómeno de las cerámicas ibéricas inspiradas en formas áticas se extiende, con diversos matices
dependiendo de los distintos territorios, por prácticamente toda el área ibérica. No pretendemos ser
exhaustivos y no es nuestra pretensión recopilar en este trabajo todas las evidencias de este tipo de objetos
en yacimientos ibéricos, ya que a pesar de ser un conjunto de piezas no demasiado numerosas, sí que se
trata de un fenómeno muy extendido.
En el caso de la zona catalana se producen normalmente en cerámica gris y se documenta un repertorio
bastante amplio de vajilla de mesa que, en el caso mejor estudiado de Ullastret, incluye crateras, pélices,
ascos, luterios, enócoes, kylikes, cántaros, escifos, platos y cuencos, con un predominio de las copas para
beber (Codina et al., 2017). En el otro extremo, y antes de ir aproximándonos al área donde se encuentra
nuestro caso de estudio, en la Alta Andalucía se documentan también este tipo de producciones, aunque de
forma casi exclusiva en contextos funerarios y limitadas a las crateras, tanto de columnas como de campana
(Pereira y Sánchez, 1987).
Una tercera zona bien diferenciada es la franja central mediterránea y el sureste peninsular, donde
cabría enmarcar La Bastida de les Alcusses, y donde se constata tanto el mayor número de individuos de
estas producciones, como la mayor variedad de formas. Estas cubren todo un abanico de posibilidades
funcionales, con elementos de preparación y servicio (crateras, enócoes, ánforas y sítulas), consumo de
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sólidos y semisólidos (platos y cuencos), consumo de líquidos (cántaros, escifos, copas-escifo, kylikes de
pie bajo y bolsales), siendo este grupo el predominante, así como elementos relacionados con el tocador
(lécitos y píxides) (Page, 1984).
En esta zona contestana las encontramos presentes tanto en necrópolis como en poblados. En el caso
de los contextos funerarios se documentan crateras, como en El Cigarralejo (Page, 1985: 73-74), Coimbra
del Barranco Ancho (García Cano, 1997) o L’Albufereta, en este último caso empleadas claramente como
urnas funerarias (Verdú, 2015: 198-199). Aparte de las crateras, también están presentes las copas con asas,
debiendo sumar a las tres necrópolis citadas los casos de Cabezo Lucero (Aranegui et al., 1993: 105 y 255),
Llano de la Consolación (Valenciano, 2000: 224-225) o Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 220).
Aunque quizá se les haya prestado una menor atención, estas producciones también aparecen en
poblados. En los asentamientos edetanos se han hallado algunas cerámicas catalogadas como imitaciones
de kylikes, cántaros, cratera de columnas, los llamados “skyphoides” y platos de pescado, aunque estos dos
últimos tipos seguramente correspondan a perduraciones del s. III a.C. que aparecen junto a imitaciones de
formas campanienses y calenas (Bonet, 1995: 430-431; Bonet y Mata, 2002: 141). Este tipo de producciones
también han sido bien estudiadas en el asentamiento de Kelin-Los Villares y su territorio, donde se han
documentado kylikes, escifos, copas-escifo, cántaros o crateras con volutas (Mata y Quixal, 2014). Dentro
de este territorio encontramos también una copa-escifo y dos posibles L.22 en el contexto de una cuevasantuario, la de los Ángeles (Martínez Valle, 2016: 242; Machause, 2019: 129-143).
En el área contestana se encuentran también en poblados como La Escuera, Coimbra del Barranco
Ancho o La Covalta, aunque en este último caso se trata de un plato de pescado que podría corresponder
ya a inicios del s. III a.C. (Page, 1984). Más clara resulta la adscripción de una cratera de columnas hallada
en el poblado de El Puntal de Salinas que sigue de forma bastante fiel los modelos áticos en cuanto a
forma y proporciones y para la que se propone una procedencia foránea, posiblemente de la Alta Andalucía
(Hernández y Sala, 1996: 81).
Por último, sí quisiéramos detenernos un poco más en el caso de El Puig d’Alcoi, un oppidum que
guarda algunas similitudes con La Bastida de les Alcusses, permitiendo una aproximación comparativa
(Grau y Segura, 2013). Su repertorio está compuesto por 22 individuos, aunque resulta mucho más limitado
en cuanto al número de formas. Se documenta un pequeño fragmento de cratera de columnas (fig. 8: 1),
dos individuos que cabría adscribir a kylikes, aunque uno de ellos con un perfil que se asemeja a una copa
Cástulo (fig. 8: 2 y 3) y finalmente 19 ejemplares de cuencos con labio engrosado al exterior (fig. 8: 4). Esta
última es una forma característica del s. IV y parece estar inspirada en la forma L.22 ática (Grau y Segura,
2013: 162-163), aunque ya hemos visto que la consideración de los cuencos ibéricos como imitaciones
resulta algo más problemática que en el caso de las copas o las crateras, por ejemplo. Al igual que en el
resto de casos, se trata de formas inspiradas en el repertorio ático, pero tanto la técnica de elaboración como
la decoración son ibéricas.
Si distribuimos dichas cerámicas sobre un plano y las comparamos con las áticas, vemos como están
presentes en prácticamente todas las viviendas del poblado. Aunque dada la sobrerrepresentación de los
cuencos de borde engrosado, cabría preguntarse si tendrían el mismo valor diacrítico que atribuimos a
otras formas y si no formarían parte más bien de la vajilla de mesa de uso más cotidiano. En cambio, la
ubicación de las otras piezas viene a coincidir con las viviendas donde hay una mayor concentración de
cerámicas áticas. En el sector 11Fb (fig. 8: A) encontramos el fragmento de cratera de columnas en una
vivienda donde existe un variado repertorio ático de copas, escifos y cuencos de diversos tamaños, pero
ninguna cratera. En el caso de los kylikes ibéricos, encontramos uno de ellos en la vivienda donde se da
la mayor concentración de áticas de todo el poblado (fig. 8: B) y donde además se concentran todas las
crateras (4), una de ellas de columnas, junto a tres copas, un escifo, un bolsal y tres L.22. La otra copa
se documentó durante las excavaciones antiguas de Tarradell en la cata C-4, que se correspondería con
un espacio abierto no lejos de esta vivienda (Rubio, 1985: 120). En este caso, vemos como este tipo de
producciones se encuentran en los mismos contextos en los que se han documentado las cerámicas áticas
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Fig. 8. Formas documentadas y plano de distribución en El Puig d’Alcoi. 1: Cratera de columnas; 2-3: Copas de pie
bajo; 4: L.22 (dibujos elaborados a partir de Grau y Segura, 2013 y Rubio, 1985). A. Sector 11 Fb; B: Sector Corona
(datos para la distribución a partir de Grau y Segura, 2013).
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Más allá de la imitación.Vajillas ibéricas con formas áticas en La Bastida de les Alcusses (Moixent, Valencia)
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y en ocasiones incluso se podrían estar complementando, como hemos visto en el caso de la cratera
de columnas local. Por tanto, cabría pensar que pudieron tener usos similares a los de las cerámicas
importadas.
A falta de más estudios de caso concretos para el área ibérica, parece dibujarse un patrón similar
basado en la existencia de piezas con formas inspiradas en la cerámica ática pero elaboradas con técnicas
y decoraciones propiamente locales. El fenómeno de las “imitaciones” se extiende por diferentes culturas,
áreas geográficas y cronologías en la Edad del Hierro del Mediterráneo occidental por lo que un estudio
detallado de todos los casos excedería las posibilidades de este trabajo, aunque sí es relevante citar un par
de ejemplos que ponen de manifiesto la diversidad existente.
En el oeste de Sicilia encontramos un fenómeno similar al ibérico durante la Edad del Hierro, donde el
contacto de las poblaciones locales con grupos de origen griego y fenicio da lugar a la producción de piezas de
estilo mixto que combinan las formas, en muchos casos relacionadas con el consumo de bebida, y decoraciones
foráneas con técnicas de elaboración locales (Balco, 2018). Por otro lado, en Cerdeña se atestigua una copresencia física entre artesanos locales y fenicios durante la Edad del Hierro, como en Nuraghe Sirai (Perra,
2012) o S’Uraki (Roppa et al., 2013). Esta interacción más estrecha, fruto de una co-residencia entre grupos
artesanales diversos, da lugar a cambios visibles en la cadena operativa del proceso productivo. Mientras que la
producción local de nuevas formas, o reinterpretaciones de tipos foráneos no supone necesariamente cambios en
las prácticas artesanales, como sucede en los casos ibéricos analizados, la introducción de técnicas nuevas como
el modelado a torno o la aplicación de engobe implica un periodo de aprendizaje e intercambio de conocimientos
a partir de una experiencia artesanal compartida. Por tanto, en estos contextos sardos no solo se documentan
objetos formalmente híbridos, sino también prácticas híbridas como consecuencia de una interacción con un
mayor grado de intensidad (Roppa et al., 2013: 133-134; van Dommelen y Rowlands, 2012: 24 y 28).
7. REFLEXIONES EN TORNO AL VALOR SOCIAL
DE LA VAJILLA LOCAL CON FORMA ÁTICA
Dos cuestiones nos parecen esenciales a la hora de tratar el fenómeno de este tipo de producciones desde
una perspectiva social. En primer lugar, cabe preguntarse de qué son resultado estos objetos, teniendo en
cuenta cuáles son los mecanismos que entraron en contacto y las posibles motivaciones por parte tanto de
productores como de consumidores. Por otra parte, es necesario valorar el papel social que estas piezas
pudieron tener en una comunidad ibérica concreta como la que habitó el asentamiento de La Bastida de les
Alcusses en el s. IV a.C.
Partamos de la premisa de que existe un grupo de alfareros ibéricos, que comparten una tradición
tecnológica que se materializa en el uso del torno, las clases A (cerámica fina) y B (cerámica tosca), un
uso similar de los desgrasantes y las cocciones, que da lugar a pastas similares, una tipología relativamente
limitada, decoraciones compartidas… Esta tradición productiva, que podríamos denominar ibérica, se
encuentra ya bien definida en el s. VI a.C. y está constituida por una serie de decisiones tomadas por
grupos de alfareros durante cada paso del proceso productivo, y son transmitidas de una generación a la
siguiente en el marco de estas comunidades (Eckert et al., 2015: 2; Stark, 2006). Sin embargo, es muy
importante señalar que asumimos la existencia de una tradición alfarera “ibérica” cuando en realidad parece
existir un panorama mucho más heterogéneo, con diferencias entre distintas comunidades, así como una
enorme amplitud geográfica. A ello se añade que estas prácticas alfareras aún no han sido suficientemente
investigadas desde una perspectiva comparativa y definiendo de forma clara y detallada la existencia de
comunidades de prácticas en el ámbito ibérico.
Creemos que el contacto debió darse de forma mayoritaria con las piezas importadas, lo que resulta
totalmente lógico dada la llegada masiva de estos productos áticos en el s. IV a.C. En ocasiones, detrás de
este tipo de innovaciones y fenómenos de mímesis se encuentra una motivación comercial, utilizando este
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término con todas las cautelas en una sociedad tradicional, relacionada con una gran demanda de estos bienes
de prestigio foráneos que se cubre con las producciones locales. No parece que esta sea una explicación
plausible en nuestro caso, ya que si atendemos a la proporción entre individuos, nos encontramos con una
producción local por cada 35 áticas. El acceso a las importaciones no sería tan restringido como el acceso
a las inspiraciones ibéricas. Por tanto, habría que buscar una motivación eminentemente social detrás de
estas producciones.
Ya hemos señalado con anterioridad, que lo que interesa a los productores, y debemos pensar que
también a los consumidores, es la forma y su función, descartándose la decoración o el cromatismo de los
originales. Desde un punto de vista conceptual, los alfareros no imitan simplemente las piezas foráneas,
sino que combinan su forma, que además se reinterpreta en la mayoría de los casos, con las técnicas y
decoraciones que ya conocen, generando un producto nuevo, pero al mismo tiempo familiar (Balco, 2018:
193). En definitiva, tras el proceso de apropiación de las cerámicas áticas importadas y su integración en
los sistemas de clasificación y prácticas sociales locales con nuevos significados, se da lo que podríamos
denominar una maraña material (material entanglement) con la creación de nuevos elementos de cultura
material (Stockhammer, 2012: 50-51). Por tanto, no estaríamos ante un proceso de hibridación cultural en
el sentido de la mezcla de prácticas de diversos orígenes, sino de apropiación, ya que en este caso no hay
pruebas de una co-presencia física y directa entre alfareros ibéricos y griegos que dé como resultado unas
prácticas o técnicas artesanales híbridas, como hemos visto en que sucede en el caso sardo.
De esta forma, se copian en mayor medida recipientes relacionados con el consumo de bebidas (66,6
%), y más en concreto copas con asas (36,6 %) y crateras (23,33 %), dos tipos que no son mayoritarios entre
las piezas áticas de La Bastida (Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022). La importancia de las agencias locales
se evidencia en una inversión de los porcentajes mayoritarios en cuanto a los tipos funcionales (comida/
bebida) con una relación del 70/30 % en el caso de las áticas frente al 34/66 % en el caso de las producciones
ibéricas. También resulta llamativo que las dos formas más numerosas, las crateras y las copas-escifo, no
son ni mucho menos las mayoritarias entre las piezas áticas del poblado, que suponen apenas un 2 y un 1,9
% de los repertorios importados. Este hecho estaría indicando que los tipos preferidos para esta clase de
producciones no vienen determinados por el contacto con las piezas más abundantes.
En este sentido, se buscan formas que no tienen paralelos claros en el repertorio tradicional ibérico
donde no eran comunes los pequeños recipientes con asas o una forma que recordara a las crateras o ánforas
áticas para el servicio de bebidas y que además son escasas en los repertorios importados. Por otra parte,
existe una mayor variedad de platos en el repertorio local, cuyas formas son muy funcionales y con pocos
atributos distintivos. Esto los hace muy similares a los cuencos áticos, por lo que no tendría tanto sentido
distinguirse con ellos durante el consumo, además de que son la forma más abundante con diferencia de los
conjuntos importados.
Una de las formas más frecuentes del repertorio, la cratera de columnas, se inspira en un tipo propio del
s. V a.C., aunque algunos ejemplares podrían datarse a inicios del IV, y que llega solo de forma excepcional
a los asentamientos de esta zona. Es muy posible que estos alfareros no tuviesen ningún contacto directo con
las piezas originales, de ahí que sean creaciones que mantienen pocos elementos de las piezas originales sin
alterar (fig. 3). En este sentido, se toman algunos de los atributos más característicos, como las columnas,
aunque en ocasiones reinterpretadas con el añadido de volutas, mientras que la forma estilizada recuerda
a la de las ánforas o las pélices de boca estrecha. Quizá estas piezas traten de vincularse al pasado, cuando
estas crateras eran un verdadero bien de prestigio, dada su escasez en el s. V a.C. ya que en el norte de la
Contestania solo se documentan tres ejemplares en El Puig (Grau y Segura, 2013: 109 y 132) y uno en El
Pitxòcol (Amorós, 2015: 149, fig. 5.9).
La distribución de las vajillas locales con formas áticas en La Bastida apunta a un patrón interesante:
coinciden donde hay áticas (por ejemplo en el Conjunto 11) y son inexistentes en contextos sin áticas
(Conjuntos 3 y 4), lo que nos hace pensar en usos y prácticas de consumo similares, siendo los mismos
grupos los que demandan estas piezas. Ante la abundante llegada de cerámicas áticas, es posible que hayan
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perdido parte de su valor diacrítico (Dietler, 1999: 146), por lo que estos grupos sociales heterárquicos en
continua competencia, buscarían nuevas formas de distinción. Estas piezas de encargo permitirían participar
en estos banquetes, pero con un objeto que, aún teniendo la misma función, se encuentra personalizado,
es escaso y está más vinculado a la tradición local, lo que pudo constituir un peldaño más en la distinción.
No obstante, hay otros casos donde no se da esta conjunción de cerámicas áticas e ibéricas, como son los
espacios abiertos o las estancias vinculadas al almacén, donde ya se ha señalado que operarían otras lógicas.
Otro caso es el de la vivienda ubicada en la parte oeste del Conjunto 10. En otros trabajos ya se ha señalado la
ausencia de cerámicas importadas, igual que sucedía en otras casas destacadas (Conjuntos 3 y 4), donde apareció
el jinete de bronce o un toro uncido, consideradas por distintas razones como residencias del segmento de las
elites del poblado (Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022). En los dos últimos casos, la ausencia de producciones
locales de este tipo se mantiene, lo que podría estar relacionado con el escaso interés de sus habitantes por
las estrategias relacionadas con el consumo destacado. No sucede lo mismo con la casa del Conjunto 10,
donde aparece, como ya hemos señalado, una de las mayores concentraciones de este tipo de cerámicas
locales. Este hecho podría estar indicando que esta unidad social, que rechaza conscientemente la posesión
de cerámicas de importación, no renuncia en cambio a su función y a las prácticas de consumo asociadas a
ellas. Esta participación pudo haberse llevado a cabo mediante piezas de encargo, que aunque tienen formas
muy similares e inspiradas en las de las importaciones, se vinculan a los cromatismos y decoraciones propias
de la cerámica ibérica. Quizá nos encontramos ante un segmento de la elite especialmente conservador, muy
vinculado a la tierra como fuente de poder, como indicaría la presencia de una acumulación de arados y
herramientas agrícolas (Vives-Ferrándiz, 2013: fig. 3), que rechaza esta llegada masiva de productos foráneos
y prefiere cerámicas de tradición local con innovaciones formales.
El estudio del repertorio de estas producciones locales, tradicionalmente consideradas como imitaciones,
en el oppidum de La Bastida de les Alcusses nos ha servido como punto de partida para reflexionar sobre
un complejo fenómeno que presenta numerosas aristas en cuanto a su interpretación. En este trabajo hemos
tratado de ir más allá de su consideración como meras imitaciones o copias de menor calidad de un modelo
griego ideal, entendiendo estos productos como reinterpretaciones que deben ser valoradas en sus contextos
locales de uso.
El análisis matizado de los datos desde la escala de un oppidum nos permite definir las características
tanto de las elites ibéricas como de las distintas unidades sociales que habitaron el poblado y que reflejan un
paisaje urbano marcado por la heterogeneidad social con el despliegue de diferentes estrategias identitarias
y de poder (Vives-Ferrándiz, 2013; Amorós y Vives-Ferrándiz, 2022).
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación PROMETEO/2019/035, LIMOS. LItoral y
MOntañaS en transición: arqueología del cambio social en las comarcas meridionales de la Comunidad Valenciana,
financiado por la Generalitat Valenciana. Agradezco a los doctores Jaime Vives-Ferrándiz y Peter van Dommelen, así
como a otro/a revisor/a anónimo/a, su interés por esta investigación y sus siempre valiosos comentarios y sugerencias
de mejora, que han contribuido a mejorar sustancialmente el trabajo original.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 199-220
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1592
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Jesús ROBLES MORENO a y José FENOLL CASCALES b
De jinetes y talleres escultóricos.
Un nuevo pilar ibérico con decoración
antropomorfa procedente de Cabezo del Agua
Salada (Alcantarilla, Murcia)
RESUMEN: El estudio detenido de un fragmento escultórico antropomorfo procedente de Cabezo del
Agua Salada (Alcantarilla, Murcia) ha permitido constatar que se trata en realidad de un altorrelieve.
Sus características morfológicas, iconográficas y técnicas, así como el estudio comparativo con una
serie de paralelos directos llevan a su interpretación como posible parte de un pilar correspondiente a
un pilar-estela de un tipo bien documentado en Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia) y en
Corral de Saus (Moixent, Valencia). Este hecho sitúa esa pieza, y junto a ella otras del Cabezo del Agua
Salada, en el contexto de las producciones del taller escultórico “Verdolay-Mula”, al que pertenecen
este tipo de pilares como ya estudiaron Teresa Chapa e Isabel Izquierdo en esta misma revista. De esta
manera, la pieza contribuye al conocimiento de dicho centro productivo, ayudando a caracterizar su
producción y los centros donde actuó.
PALABRAS CLAVE: Cultura Ibérica, monumentos, arquitectura, iconografía, escultura.
Of horsemen and sculpture workshops. A new Iberian Iron Age pillar with
anthropomorphic decoration from Cabezo del Agua Salada (Alcantarilla, Murcia)
ABSTRACT: The study of a sculptural fragment depicting a human head from Cabezo del Agua Salada
(Alcantarilla, Murcia) has allowed us to identify it as a high-relief. Its morphological, iconographical
and morphological features, as well as the comparison with direct parallels lead us to interpret it as part
of a pillar-stele monument, a type of pillar well documented in Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla,
Murcia) and Corral de Saus (Moixent, Valencia). This allows us to contextualise this fragment, as well as
others found at Cabezo del Agua Salada a, as productions of the so-called “Verdolay-Mula” workshop,
which has been studied by Teresa Chapa and Isabel Izquierdo in this same journal. In this way, the piece
contributes to the study of this sculptural workshop by helping to characterize its productions and to
identify the oppida where it worked.
KEYWORDS: Iberian Iron Age, monuments, architecture, iconography, sculpture.
a
Departamento de Prehistoria y Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Campus de Cantoblanco, Universidad
Autónoma de Madrid
jesus.robles@uam.es
b Departamento de Historia del Arte, Facultad de Letras, Campus de la Merced, Universidad de Murcia
jose.fenoll@um.es
Recibido: 24/05/2022. Aceptado: 14/11/2022.
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
1. INTRODUCCIÓN. EL CABEZO DEL AGUA SALADA (ALCANTARILLA, MURCIA)
El Cabezo del Agua Salada, también denominado “de la Rueda” o “de la Noria”1 es un yacimiento
arqueológico con una ocupación constatada desde época proto-ibérica (finales del siglo VII a.C.) hasta
la época romana (García Cano e Iniesta, 1987: 154; Serrano Várez y Fernández Palmeiro, 1991; López
Campuzano, 1998) localizado en Alcantarilla, Murcia (fig. 1). El nombre de “Agua Salada” se debe al
manantial que brota en la ladera norte, tradicionalmente considerado con propiedades terapéuticas (Serrano
Várez, 1990). Físicamente la estación se emplaza en una finca de 180 x 120 m, coronada por una meseta de
90 x 60 m, situado en el margen sur del río Segura, a su paso por dicha localidad (fig. 2).
Fig. 1. Mapa con los principales yacimientos mencionados en el texto. 1. Cabezo del Agua Salada (Alcantarilla); 2.
Cabecico del Tesoro (Verdolay, Murcia); 3. El Cigarralejo (Mula, Murcia); 4. Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla,
Murcia); 5. El Prado (Jumilla, Murcia); 6. Corral de Saus (Moixent, Valencia); 7. El Monastil (Elda, Alicante); 8. Cerro
de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete); 9. Pozo Moro (Chinchilla de Montearagón, Albacete); 10. Libisosa
(Lezuza, Albacete); 11. Coy (Murcia).
Ocupa pues, un lugar estratégico al encontrarse sobreelevado respecto al terreno circundante y
emplazarse en la confluencia del valle del Guadalentín con el valle del Segura. Esto le permite un mayor
control del territorio circundante, protección frente a posibles avenidas de agua y garantiza el acceso a las
fértiles tierras que rodean el cerro en las que se desarrollarían actividades agrícolas y ganaderas (Ramos
Martínez, 2018: 103). Estas tierras cuentan además con ricas arcillas, lo que justifica la actividad alfarera de
época ibérica y romana documentada en la confluencia de las calles Sevilla y Aurora del municipio (Ramos
Martínez, 2018: 104).
1
A pesar de que en la literatura científica se pueden encontrar los tres términos, se ha optado aquí por usar el término “del Agua
Salada”, por ser el más habitual en la bibliografía científica y el más común al referirse a este yacimiento.
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De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico procedente de Cabezo del Agua Salada
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Fig. 2. Fotografía aérea del Cabezo del Agua Salada (adaptado de Google Earth).
Este yacimiento, el Cabezo del Agua Salada, hoy sumamente afectado por las labores agrícolas y
el continuo expolio de clandestinos, se descubrió en el año 1981 por el añorado Daniel Serrano Várez,
hecho al que siguieron las excavaciones por parte de García Cano e Iniesta (1987) dirigidas por la Dra.
Muñoz Amilibia. Posteriormente, Serrano Várez y Fernández Palmeiro (1991) desarrollaron una serie de
prospecciones superficiales en este yacimiento y, por último, López Campuzano (1998) llevó a cabo cuatro
sondeos en el mismo. Todos estos trabajos permitieron conocer la extensión del yacimiento, aunque apenas
se han documentado estructuras y no se ha constatado con seguridad el recinto amurallado del mismo, cuyo
trazado Lillo y Serrano Várez (1989: 81) intuían al sur del yacimiento. Paralelamente, también se pudo
documentar su secuencia ocupacional, destacando entre ellas la entidad de la fase perteneciente al periodo
Ibérico Pleno, documentada por numerosos hallazgos cerámicos y una serie de pavimentos (García Cano e
Iniesta, 1987; López Campuzano, 1998; Ramos Martínez, 2018: 101).
Todos estos datos, a pesar del mal estado de conservación del cerro y de la escasez de investigaciones en
el mismo, permiten en definitiva señalar que estamos ante un asentamiento ibérico, quizá un oppidum2 de
unas 2 ha de extensión similar en sus características y secuencia ocupacional a otros de la región.
Entre los relativamente escasos hallazgos vinculados a este yacimiento, cabe destacar el de una serie
de fragmentos escultóricos y arquitectónicos en el entorno del cerro, concretamente reutilizados en muros
de abancalamiento contemporáneos en el sector sur del mismo. Lillo y Serrano Várez (1989) ofrecieron un
estudio en profundidad de dos de ellos: un fragmento de un caballo y una voluta arquitectónica, posiblemente
de gola. A estos se añadirían nuevas piezas procedentes también de muros de terraza, conservadas
actualmente en el Museo Arqueológico de Murcia y, en su gran mayoría, inéditas o escasamente abordadas,
tales como el torso de un guerrero o elementos arquitectónicos con decoración vegetal (Serrano Várez,
1999 y 2016; Carrillo García, 2019: 48).3
2 Si bien Ramos Martínez (2018: 103) discrepa por no haberse identificado el recinto amurallado hasta la fecha.
3 Estas son las piezas a las que Izquierdo (2000: 120) hace referencia en su trabajo, aunque no pudo estudiar por cuestiones
administrativas. Para un catálogo de las mismas, véase Serrano Várez, 2016. Algunos de estos fragmentos se encuentran
actualmente en fase de estudio y publicación por parte de Jesús Robles Moreno en la tesis doctoral: “Monumentos ibéricos:
decoración arquitectónica con relieves no figurativos. Contexto, talleres e iconografía”.
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
Fig. 3. Croquis inéditos de D. Serrano Várez (2016) donde se señala la aparición de las esculturas en Alcantarilla.
El número 2 indica el Cabezo del Agua Salada y las “X” en la ampliación del mismo (a la izquierda) ilustran dónde
aparecieron las esculturas en muros de abancalamiento. Los números 6, 7, 8, 10 señalan los hallazgos vinculados a una
posible necrópolis en la calle Hurtado y plaza Cayitas.
Estas piezas permitieron a otros autores (Castelo, 1995: 314; Izquierdo, 2000: 119) señalar la existencia
de un paisaje monumental de necrópolis vinculado a este asentamiento. De acuerdo con los últimos trabajos
de Serrano Várez (2016) esta necrópolis pudo encontrarse bajo el actual casco urbano de Alcantarilla,
en concreto bajo la plaza Cayitas y la calle Hurtado: allí, además del célebre oinochoe y fragmentos de
cerámica ibérica, se hallaron varios restos escultóricos y de piedra arenisca. Sugería, pues, este autor que
esta zona era el emplazamiento original de dichas esculturas que, tras ver la luz en labores de remoción
de tierras en el siglo XX, fueron trasladadas al Cabezo para crear terrazas, ubicándose en los muros de
abancalamiento situados en el sector oriental de la parcela que se extiende en el emplazamiento de Cabezo
del Agua Salada donde estas fueron halladas como se puede ver en un croquis del propio Serrano Várez
(2016) (fig. 3).
2. DESCRIPCIÓN DE LA PIEZA
De toda la colección de fragmentos escultóricos, nos centraremos aquí en uno antropomorfo, conservado y
expuesto en el Museo Arqueológico de Murcia con el número de sigla DA100110 (1994/4). La pieza no ha sido
estudiada en profundidad y solo existen breves menciones a la misma publicadas recientemente (Serrano Várez,
2016; Carrillo García: 2019: 48). Corresponde este fragmento a la parte inferior de una cabeza humana de la
que, si bien no se puede precisar el género, muy probablemente sea masculina por la presencia del pendiente
amorcillado y los paralelos existentes (vid. infr.). El estado de conservación es bastante malo, quedando en sus 14
cm de altura, el segmento comprendido entre los labios/nariz y el final del cuello (fig. 4).
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Fig. 4. Varias vistas de la pieza estudiada (fotografías y montaje: José Fenoll)
No obstante, esta pequeña parte de la escultura que ha llegado hasta nosotros presenta excelente acabado
e indudable calidad. Así, sobre un mentón poco prominente y de barbilla redondeada, se pueden apreciar
unos finos labios cerrados de rictus sereno que tienen 2,4 cm de altura. Por su parte, la oreja, de la cual solo
queda la mitad inferior presenta 5,6 cm de altura y 3,5 cm de anchura. Esta se adorna con un pendiente de
los llamados “amorcillados”, de aspecto ligeramente ovalado (2 x 2,4 cm). En la nuca se aprecia el arranque
del cabello, lo mismo sucede en la unión frontal de la cabeza con el cuello, quedando menos de 1 cm del
mismo, lo suficiente para poder constatar su existencia.
Con todo, la característica más importante de esta cabeza y la razón por la que es preciso dedicarle un
trabajo monográfico es porque, aunque pudiera parecer una escultura exenta por su tamaño, nos inclinamos
a pensar en su catalogación como un elemento en relieve. Esto se debe en primer lugar a que el lateral
derecho del rostro parece que nunca llegó a concebirse pues la fractura sigue una orientación recta y
bastante regular y, sobre todo, porque en el labio, justo antes de la línea de fractura, se observa un pequeño
saliente vertical y en posición secante al mismo, identificable como el arranque de la pared en el que se
tallaba este relieve. Es importante señalar que un arranque análogo se observa también en el mentón de la
figura (fig. 5.1). Además, el rostro está claramente desviado con respecto a su eje vertical, ya que se orienta
hacia su izquierda anatómica, como si el personaje girase la cabeza hacia ese lugar. Es decir, el rostro no
se concibe para ser observado desde el frente, sino desde el lateral izquierdo porque, como se ha dicho, la
cara no tendría un lateral derecho, ya que ahí se encontraría la pared del probable elemento arquitectónico
en el que este se talló (fig. 5.2).
En definitiva, a pesar del estado fragmentario de la pieza, creemos que conserva los indicios suficientes
para señalar que se trata de un altorrelieve, muy posiblemente perteneciente a un pilar-estela dadas sus
dimensiones (la cabeza, midiendo desde la base del cuello, tendría algo menos de 20 cm de alto), su estilo
y características.
2.1. Paralelos de la escultura
La hipótesis que se acaba de plantear se ve apoyada por un paralelo directo en cuanto a orientación,
morfología, estilo e iconografía: el pilar-estela de la tumba 70 de la necrópolis de Coimbra del Barranco
Ancho (Jumilla, Murcia) (García Cano, 1994; García Cano, 1997: 263 y ss.) (fig. 6.1). No vamos a insistir
aquí sobre la importancia de este conjunto, sobradamente abordado ya por la bibliografía. Bastará con
señalar que es uno de los ejemplares de pilares-estela mejor contextualizados tanto arquitectónicamente,
pues se conservan todos los elementos que lo configuran, como arqueológica y cronológicamente, ya
que el estudio de la tumba sobre la que se encontró su base como de la posición estratigráfica de sus
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
Fig. 5. Rasgos que permite interpretar el fragmento como un altorrelieve: 1. Vista cenital e inferior con indicación de
los pequeños arranques de la pared en la que se tallaba la pieza, conservados en el labio y en el mentón. 2. Desviación
de la cabeza con respecto a su eje anatómico (fotografías y montaje: autores).
elementos reutilizados para salvar un desnivel permite fecharlo con precisión hacia mediados del siglo
IV a.C. (García Cano, 1994). Sí nos centraremos, en cambio, en el llamado “cipo” o “pilar”, un elemento
monolítico de base rectangular, con 56 cm de lado y 93 cm de altura, que se decora en todas sus caras con
una serie de altorrelieves de excelente calidad (p. ej.: Muñoz, 1983; García Cano, 1994; Castelo, 1995:
256; García Cano, 1997: 267; Izquierdo, 2000: 278; Sala, 2007: 63-64). Una de ellas ofrece una escena
de posible despedida o acogida en el Más Allá, mientras que las tres restantes ofrecen jinetes inermes que
cabalgan hacia la izquierda, con caballos ricamente enjaezados (García Cano, 1994).
Es precisamente en esas escenas de jinetes donde se observa el paralelismo con nuestra pieza. Como en
nuestro caso, las cabezas de los jinetes se giran ligeramente hacia la izquierda anatómica, es decir, hacia el
“exterior” del sillar, ofrecen un mentón redondeado y los labios finos y cerrados con el mismo rictus que en
nuestro caso y presentan también un pendiente amorcillado en la oreja.
No obstante, hay que considerar que existen diferencias en cuanto a la escala, pues el ejemplar de Alcantarilla
resultaría ligeramente superior al de Coimbra del Barranco Ancho: la cabeza del ejemplar jumillano tiene 15 cm
desde la base del cuello hasta la su parte superior, frente a los cerca de 20 cm que tendría la otra, indicando así
que el pilar sería de mayor tamaño. Sin embargo, dado que en este caso sólo se posee este fragmento, no se puede
asegurar cuál sería el modelo iconográfico -aunque es probable que sea un jinete como hemos mencionado- ni
qué proporciones guardaría la cabeza respecto al resto de su cuerpo o al sillar.
Con todo, el modelo iconográfico y la orientación del rostro, ligeramente desviado hacia la izquierda
anatómica, son idénticos en ambos ejemplares hasta el punto de que incluso se pudiera hablar de un mismo
escultor y, como veremos, de un mismo taller. Tanto es así que si realizando un ejercicio de comparación
técnico-estilística se escalan ambos ejemplares al mismo tamaño, puede comprobarse cómo este ejemplar
encaja en el relieve jumillano (fig. 7). La realización de un mismo modelo iconográfico y tipo arquitectónico
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Fig. 6. Pilares con decoración antropomorfa en altorrelieve de jinetes marchando hacia la izquierda. 1. Pilar del pilarestela de Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia). 2. Pilar de un pilar-estela de Corral de Saus (Moixent,
Valencia) (fotografías y montaje: autores).
en distintas escalas es algo que no debe extrañar en tanto que es un fenómeno que, como veremos, está bien
documentado en el mundo ibérico y permite hablar de la existencia de un taller que es capaz de replicar
modelos idénticos con distintas proporciones.
A propósito de estos cipos con jinetes, otro paralelo que se puede considerar, es el ejemplar de Corral
de Saus estudiado por Chapa e Izquierdo (2012), peor conservado que el de Jumilla y de un tamaño más
reducido, pero de concepción técnica e iconográfica idéntica y, con toda probabilidad, perteneciente a un
mismo taller (fig. 6.2.). En este caso lamentablemente no se conserva la cara del jinete por lo que no puede
hacerse una comparación tan precisa como la anterior.
Otra opción es que la pieza de Alcantarilla pertenezca a una gola del “tipo Corral de Saus” (Almagro,
1987), es decir que se tratase de un sillar de gola con decoración antropomorfa de figuras yacentes en su
nacela. Aunque posible, nos parece poco probable porque en estas nacelas -a excepción del caso de Coimbra
del Barranco Ancho- los personajes son damitas y no personajes masculinos. Por otro lado, estas aparecen
mirando al frente, como se ve en el caso de Corral de Saus (Izquierdo, 1998-1999 con amplia bibliografía)
y cuando tienen la cabeza ladeada, como en El Prado (Lillo, 1990), el rostro queda tallado prácticamente en
bulto redondo, orientándose mayoritariamente hacia el frente. Por esta razón, la hipótesis de integración en
el cipo o pilar de un pilar-estela es la que parece más plausible.
Dicha hipótesis queda también apoyada por datos de índole arqueológica y arquitectónica. Esto
se debe a que, el pilar-estela es el tipo de monumento mejor documentado en las necrópolis del
siglo IV a.C. en el sureste peninsular (Izquierdo, 2000). No hay prácticamente datos para proponer
la existencia de monumentos turriformes en este contexto cronológico y territorial, si bien Castelo
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
Fig. 7. Comparación y montaje de la pieza de Cabezo del Agua Salada sobre el pilar del pilar-estela de Coimbra del
Barranco Ancho, tras escalar la primera con la segunda (fotografía y montaje: autores).
(1995) señaló la presencia de los mismos en algunos de estos yacimientos como El Cigarralejo4. Esta
misma circunstancia se produce, como se verá a continuación, en Cabezo del Agua Salada, pues la
revisión de los materiales conservados en el Museo Arqueológico de Murcia permite señalar que estos,
mayoritariamente, pertenecían a pilares-estela y tal vez a otros monumentos como las esculturas sobre
túmulos (Page y García Cano, 1993-1994), pero en el estado actual de la cuestión, difícilmente pueden
incluirse en monumentos turriformes.
En cualquier caso, e independientemente de la fragmentación que impide caracterizarlo
arquitectónicamente con precisión y sólo permite hipotetizar al respecto, el hecho de que se trate de
una cabeza masculina con un pendiente amorcillado permite identificar su modelo iconográfico: se
trata de la representación del aristócrata masculino, propia del sureste peninsular durante el Ibérico
Pleno y la Baja Época (siglos IV-II a.C.). Estas se caracterizan por mostrar a un hombre de edad adulta,
con pendientes en sus orejas y el pelo ocasionalmente tonsurado. En relieve, estos aparecen sobre los
pilares comentados montando a caballos ricamente enjaezados que, con claro sentido escatológico
(García Cardiel, 2016: 180-181), marchan hacia la izquierda y pisan con sus patas elementos simbólicos
como cabezas humanas o animales. Este es el modelo presente en Coimbra del Barranco Ancho y
Corral de Saus (Chapa e Izquierdo, 2012), también -aunque sobre un sillar y fragmentado de tal
manera que no es posible visualizar el jinete- en el pilar-estela de Lo Mejorado (Daya Nueva, Alicante)
(De Gea, 2008) y, muy probablemente, en el caso que nos ocupa. Más allá de las escenas ecuestres,
4
Algo que en nuestra opinión parece plausible por la presencia de, al menos, un sillar de esquina zoomorfo (Castelo, 1995: 317) y
de otros fragmentos que actualmente están siendo fruto de una detallada revisión (Fenoll y Robles, 2022).
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Fig. 8. Comparación entre la pieza de Cabezo del Agua Salada (1) con esculturas exentas del Cerro de los Santos. 2.
Cabeza de CS/MAN/031 (según Ramallo y Brotons, 2019: lám. XIX); 3. Cabeza de CS/MAN/ 052 031 (según Ramallo
y Brotons, 2019: lám. XXXIII); 4. Cabeza de CS/LOUVRE/008 (según Ramallo y Brotons, 2019: lám. CCXX).
representaciones de varones aparecen en el pequeño relieve de L’Albufereta (Alicante) (Verdú, 2015:
374-375 con amplia bibliografía precedente)5, con una escena de posible despedida en la que el varón
se orienta hacia la izquierda. Finalmente, como escultura exenta, el modelo se replica en El Cerro de
Los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete).
De hecho, de este último sitio proceden una serie de cabezas escultóricas que muestran la
pervivencia de este modelo iconográfico y que en ocasiones resultan muy similares a la pieza que aquí
se trata. Entre otros muchos ejemplos recogidos por Ramallo y Brotons (2019) en su reciente catálogo,
al que remitimos para esta cuestión, se pueden citar algunos como son CS/MAN/006, de factura más
tosca, pero con un pendiente similar y un ángulo de barbilla análoga, características similares, con
algunas variaciones a las que presentan los ejemplares CS/MAN/031, CS/MAN/052, así como CS/
LOUVRE/008 entre otros (fig. 8).
En definitiva, nos inclinamos a pensar que este fragmento de altorrelieve pudo pertenecer a un pilarestela que se integraría en un paisaje funerario-conmemorativo vinculado al hábitat del Cabezo del Agua
Salada, al que también pertenecerían los otros restos hallados en superficie o en muros de abancalamiento
y que, en cuanto a su decoración arquitectónica, ofrecería características análogas a otras necrópolis mejor
conocidas del sureste como son Coimbra del Barranco Ancho, El Cigarralejo o Corral de Saus. De hecho,
las características iconográficas y morfológicas de este relieve, a pesar de su fragmentación, remite de
nuevo a un tipo de pilar-estela caracterizado por ofrecer en su cipo figuras antropomorfas masculinas
que marchan hacia la izquierda sobre caballos ricamente enjaezados. Este modelo arquitectónico y sobre
todo iconográfico, es bien conocido en tanto que, con ligeras variaciones formales, se replica en el sureste
peninsular durante el siglo IV a.C. aportando indicios así sobre la actividad de un mismo taller escultóricoarquitectónico (Chapa e Izquierdo, 2012).
Teniendo en cuenta estas circunstancias y el precedente de esas dos últimas autoras (Chapa e Izquierdo,
2012) que evaluaron el desarrollo de este tipo es preciso reflexionar sobre esa última cuestión, es decir,
sobre el taller que originó estas piezas.
5
El caso de L’Albufereta es interesante porque muestra lo anteriormente comentado: un mismo modelo iconográfico en altorrelieve
puede realizarse a distintas escalas según el propósito del elemento en el que se talle. Dicho relieve alicantino cuenta con 17 cm
de altura (Verdú, 2015: 1522).
APL XXXIV, 2022
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
Tabla 1. Síntesis de las principales propuestas sobre talleres de escultura en el mundo ibérico.
Autor
Talleres
Tarradell, 1968
León, 1999
Cigarralejo, Elche y Cerro de los Santos
Área de la costa levantina: Taller de Elche Alicante; Taller de Verdolay-Murcia-Mula.
Área del Sureste: Taller de Pozo Moro. Taller del Cerro de los Santos/Llano de la Consolación. Área Andaluza: Taller de Baena-Nueva Carteya, Taller de Porcuna, Taller de
Osuna-Estepa
Área del sureste: Taller de Elche-Alicante, Taller de Verdolay-Mula-Murcia. Área de
la meseta sur: Taller de Pozo Moro, Taller del Cerro de los Santos/Llano de la Consolación. Área de Andalucía: Taller de Villaricos, Taller de Porcuna, Taller de Cástulo,
Taller de Baena-Nueva Carteya, Taller de Baza, Taller de Osuna-Estepa.
Izquierdo, 2000
3. TALLERES DE ESCULTURA Y MONUMENTOS DE ÉPOCA IBÉRICA: BREVE SÍNTESIS
A pesar de la numerosa bibliografía existente sobre la arquitectura y la escultura funeraria ibérica, existen
pocas certezas sobre los centros de producción de la misma y su funcionamiento. Esta cuestión ha sido
tratada, no sin cierto debate, en varios ámbitos de la cultura ibérica como son la cerámica (p.ej.: Tortosa,
2006; Page et al., 2021) o la metalurgia (Quesada et al., 2000), por poner algunos ejemplos, pero es en la
escultura y la arquitectura monumental donde este problema parece volverse aún más complejo.
Además de trabajos tradicionales donde se abordaba la cuestión productiva (Almagro Gorbea, 1983: 288;
Negueruela, 1990-1991; León, 1999) en los últimos años han visto la luz una serie de trabajos dedicados a
definir el concepto de taller (Chapa e Izquierdo, 2012), las canteras (Truzowsky et al., 2006; Rouillard et al.,
2020) o la “cadena operativa” seguida por los escultores (Chapa y García Cardiel, 2018; Chapa y Martínez
Navarrete, 2020). Aun así, la identificación de talleres sigue siendo una de las asignaturas pendientes de la
escultura ibérica porque estas no se firman6, no se ha documentado ningún espacio que pueda identificarse
como un taller escultórico, ni tampoco se conserva documentación escrita que nos informe sobre estos
procesos de producción en el caso concreto del mundo ibérico.
Todo ello obliga a acudir a criterios técnicos y estilísticos para agrupar en talleres los diferentes
hallazgos de escultura, con la complejidad que esto conlleva y que en el caso ibérico se ve aumentada
por la descontextualización y la fragmentación que afecta a numerosos ejemplares. Aun así, han sido
varios los autores que, a lo largo de la historiografía y sobre todo en estudios de síntesis, han llevado
a cabo diferentes propuestas sobre el número de talleres escultóricos existentes y el área que cubría
cada uno de ellos (tabla 1).
El taller en torno a Cabecico del Tesoro y El Cigarralejo ha sido uno de los más discutidos en la
bibliografía y, si bien hay autores que dudan sobre si se trata de un único taller, un taller itinerante o varios
que comparten un modelo iconográfico (Almagro Gorbea, 1987; Izquierdo, 2000: 380-381), la existencia
de este centro productor parece generalmente aceptada. Precisamente, es al que tradicionalmente se ha
adscrito el modelo de pilar que aquí se ha revisado, de manera que la pieza de Alcantarilla constituye un
nuevo testimonio de su actividad y, a su vez, ofrece una excelente oportunidad para caracterizar el taller,
sus estaciones y los centros ibéricos en los que estuvo presente.
6 Ciertamente, en algunas esculturas de Porcuna (Chapa et al., 2009) o en los sillares de Pozo Moro (Almagro Gorbea, 1983)
aparecen motivos incisos que no han sido interpretados, sin embargo, como firmas sino como marcas que señalan la posición de
los elementos o sirvieron para algún tipo de comunicación interna en el taller.
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De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico procedente de Cabezo del Agua Salada
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Tabla 2. Síntesis de las principales hipótesis sobre el taller “Verdolay-Mula”.
Autor
Propuesta
Almagro, 1987
No puede precisar si es un único taller o si es un modelo compartido por varios de
ellos. Indica (p. 28) que podría tratarse de un taller periférico que deriva del modelo
jumillano
García Cano y Page, Taller que abastece a Corral de Saus, Mula y Cabecico del Tesoro y en un momento
1993-1994
posterior a Jumilla.
León, 1999
Taller que cubriría Cabecico del Tesoro, Cigarralejo y Jumilla al que se podrían añadir
otras producciones de Murcia como el león de Coy
Izquierdo, 2000
Taller con centro en Cabecico del Tesoro y Cigarralejo, relacionado con Jumilla, Cerro
de los Santos, Corral de Saus, Los Nietos y Coy mediante artesanos itinerantes.
Chapa e Izquierdo, Un único taller que tendría núcleo en torno al Segura, quizá en Verdolay, y que acudiría
2012
en función de la demanda a otros núcleos como: Cigarralejo, Corral de Saus y Jumilla.
3.1. El taller “Verdolay-Mula”, caracterización y repertorio
Dicho taller ha recibido numerosas denominaciones en función de cada autor: “Verdolay-Murcia-Mula” (León,
1999: 38); “Verdolay-Mula” (Izquierdo, 2000: 379), mientras que otros han preferido referirse a él a través del
tipo de pilar-estela denominado “tipo Corral de Saus” (Almagro Gorbea, 1987; Page y García Cano, 1993-1994).
Finalmente, Chapa e Izquierdo (2012: 259) han señalado que se trata de un taller establecido “en torno al núcleo
del Segura”. Estas denominaciones no son sino el reflejo que cada autor ha propuesto para los límites geográficos
del taller (tabla 2). Todos ellos coinciden en señalar que el núcleo del mismo se localizaba en Verdolay o en El
Cigarralejo desde donde se desplazaría hacia otros puntos por el valle del Segura, como es Jumilla y, a través
del corredor de Montesa llegaría hasta Corral de Saus (Almagro, 1987: 200). Este área de actuación ha sido
definida, como se ha dicho, en función de los hallazgos de esculturas y fragmentos de monumentos que, según
criterios tipológicos y arquitectónicos, son asimilables a los que aparecen en El Cigarralejo y Cabecico del
Tesoro y que configuran ese pilar-estela del “tipo Corral de Saus”, caracterizado por las nacelas con decoraciones
antropomorfas (Almagro Gorbea, 1987; García Cano, 1994).
Con todo ello, se define un repertorio arquitectónico e iconográfico que, dejando a un lado las esculturas
zoomorfas y antropomorfas exentas -pues consideramos que sus tipos e iconografía merecen ser analizadas
independientemente- se caracteriza por los siguientes elementos arquitectónicos con determinados
programas iconográficos asociados, todos ellos vinculables a monumentos del tipo pilar-estela (fig. 9):
1. Pilares. Son el elemento que sustenta el resto del pilar-estela. Se conservan pocos ejemplares, pero tienen
forma paralelepípeda de sección cuadrangular:
1.a. Lisos o con decoración de ovas en su parte superior.
Conocemos ejemplares de este tipo procedentes de Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 283), El Prado
(Lillo, 1990; Izquierdo, 2000: 461, Murcia, nº 8) y quizá un ejemplar de Cabecico del Tesoro (Page y
García Cano, 1993-1994: 49; Izquierdo, 2000: 466, Murcia, nº 44).
1.b. Con decoración antropomorfa, principalmente jinetes marchando hacia la izquierda.
Los casos mejor conocidos son los de Coimbra del Barranco Ancho (Muñoz Amilibia, 1983; García
Cano, 1994; García Cano, 1997: 94) y Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 486, Valencia, nº 18; Chapa e
Izquierdo, 2012) con bibliografía previa. A ellos se añade el ejemplar aquí presentado.
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
Fig. 9. Síntesis del repertorio arquitectónico y decorativo con ejemplos para cada una de las categorías: 1.a. Pilar estela
del Prado (Museo Arqueológico “Jerónimo Molina” de Jumilla). 1.b. Pilar-estela de Coimbra del Barranco Ancho
(Museo Arqueológico “Jerónimo Molina” de Jumilla). 2.1.a. Baquetón de El Cigarralejo (Museo de Arte Ibérico de
El Cigarralejo, nº inv. 5203). 2.1.b. Baquetón de Cabecico del Tesoro (Museo Arqueológico de Murcia, nº inv. 2171).
2.1.c. Baquetón del monumento de El Prado (Museo Arqueológico “Jerónimo Molina” de Jumilla). 2.1.d. Baquetón
de El Cabecico del Tesoro (Museo Arqueológico de Murcia, nº inv. 208). 2.1.e. Baquetón del pilar-estela de Coimbra
del Barranco Ancho (Museo Arqueológico “Jerónimo Molina de Jumilla). 2.2.a. Nacela del pilar-estela de Coy (Museo
Arqueológico de Murcia). 2.2.b. Gola de pilar estela de Corral de Saus (Museu de Prehistòria de València, nº inv.
13581) (fotografías y montaje: Jesús Robles Moreno).
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De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico procedente de Cabezo del Agua Salada
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2. Sillares de gola
2.1. Baquetones.
Se refiere a la parte inferior del sillar de gola sobre la que arranca la nacela. En la concepción arquitectónica
de los pilares-estela por parte de este taller lo habitual que se elaboren separados del resto de la gola, en
un sillar exento. Estos pueden aparecer:
2.1.a. Con decoración de ovas lésbicas en posición invertida sobre moldura de cyma recta.
Este tipo de decoraciones se documenta hasta en tres ocasiones en El Cigarralejo (Cuadrado, 1984: 255,
nº 2 y 20; Izquierdo, 2000: 462-464, Murcia, nº 16 y 31), dos veces en Cabecico del Tesoro (Page y
García Cano, 1993-1994: nº 38 y 39), al menos tres en Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 484, Valencia,
nº 7, 8, 9), una en Pozo Moro (Almagro Gorbea, 1983: 257; Robles Moreno, e.p.) y otra en Libisosa
(Uroz, 2022: 22). Quizá haya otro en El Monastil (Izquierdo, 2000: 475, Alicante, nº 10) aunque es difícil
asegurarlo por la fragmentación que presenta.
2.1.b. Con decoración de ovas jónicas en posición canónica o invertida sobre una moldura de óvolo.
Este tipo de moldura cuenta con una enorme dispersión por toda el área ibérica y con características
bastante análogas, lo que impide considerarlo como un elemento diagnóstico en la definición de este
taller. No obstante, cabe destacar su acusada presencia en Cabecico del Tesoro (Page y García Cano,
1993-1994: nº 20, 21, 22, 23, 24, 25) y una en Libisosa (Uroz, 2022: 22). Paralelamente, aparece en
yacimientos cercanos al área de dispersión tradicionalmente vinculados a este taller, como L’Albufereta
(Izquierdo, 2000: 483, Alicante, nº 64/65 y 66), los de las plataformas de Cabezo Lucero (Izquierdo,
2000: 475, Alicante, nº 11), el pilar-estela de Monforte del Cid (Almagro Gorbea y Ramos Fernández,
1986) o las que aparecen coronadas por un contario de Llano de la Consolación (Ruano, 1990: nº 5 y 6;
Izquierdo, 2000: 471-472, Albacete, nº 15, 18, 19 y 22/23). No obstante, al ser un elemento tan recurrente
es difícil asegurar que todas ellas pertenecieron a un mismo taller.
2.1.c. Compuestos.
Combinan las dos molduras de ovas que se acaban de describir. Se localizan en El Prado (Lillo, 1990;
Izquierdo, 2000: 461, Murcia, nº 6) y Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 484, Valencia, nº 6).
2.1.d. Con moldura de listel y motivos vegetales en libre disposición formados por cintas habitualmente
culminadas en roleos.
Se documentan en El Cigarralejo (Izquierdo, 2000: 463, Murcia, nº 18), Cabecico del Tesoro (Page y
García Cano, 1993-1994: nº 34, nº 36, nº 37, nº 40), Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 486, Valencia, nº
20).
2.1.e. Con moldura troncopiramidal y motivos vegetales en libre disposición.
Se documenta en Coimbra del Barranco Ancho (García Cano, 1997: 267; Izquierdo, 2000: 460, Murcia,
nº 1) y Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 485, Valencia, nº 10, 12).
2.2. Nacelas de gola
2.2.a. Lisas con volutas de gola.
Al igual que ocurría con las ovas jónicas, las volutas de gola aparecen por toda la península ibérica. No
obstante, gozan de una presencia acusada en: El Cigarralejo (Cuadrado, 1984: 255, nº 5; Izquierdo, 2000:
464-465, Murcia, nº 27, 28, 29, 30, 31/33, 32, 36), Cabecico del Tesoro (Page y García Cano, 19831984: nº 29, 30, 31, 32, 33), el Monastil (Elda) (Izquierdo, 2000: 475, Alicante, nº 8, 9; Poveda, 2015:
90), Corral de Saus (Izquierdo, 2000: 486, Valencia, nº 17) y Coy (Murcia) (Almagro Gorbea, 1988;
Izquierdo, 2000: 462, Murcia, nº 14).
2.2.b. Con personajes antropomorfos yacentes en altorrelieve.
Se trata quizá del elemento más distintivo de este tipo de pilares estela, como han remarcado ya algunos
autores (vid. supr.). Se documentan en Cabecico del Tesoro (Page y García Cano, 1993-1994: nº 7 y
8), El Cigarralejo (Izquierdo, 2000: 463-464, Murcia, nº 22, 23, 24, 25), Coimbra del Barranco Ancho
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
(García Cano, 1997: 268; Izquierdo, 2000: 461, Murcia, nº 3) El Prado (Lillo, 1990; Izquierdo, 2000:
461, Murcia, nº 7) y Corral de Saus (Almagro, 1987; Izquierdo, 2000: 484-488, Valencia, nº 3/4, 34). A
estas se podría añadir el caso de l’Horta Major (Almagro Gorbea, 1982) que difiere en sus características
de la serie y que resulta bastante polémica en cuanto a su datación (Izquierdo, 2000: 138; González
Villaescusa, 2001: 288 y ss., ambos con bibliografía precedente)
Este repaso y sistematización del repertorio arquitectónico e iconográfico muestra algunos de los
yacimientos en los que este taller actuó. El área en el que lo hizo queda definida en un marco geográfico
delimitado por Corral de Saus, al norte, y Cabecico del Tesoro, al sur. Precisamente este último yacimiento
marcaría el límite oriental de esta área, y hacia el interior el límite se encontraría quizá en Libisosa como
parecen sugerir los recientes hallazgos (Uroz, 2022: 22).
No nos vamos a extender aquí sobre la ya tratada cuestión de si se trataba de un taller itinerante,
en la línea de lo propuesto por Quesada (2000) para los artesanos de metal, o si se trataba de artesanos
intercambiados como bienes de prestigio (Almagro Gorbea, 1983: 283). Bastará con señalar que, en nuestra
opinión, el modelo más plausible de funcionamiento para este taller concreto es el que han propuesto Chapa
e Izquierdo (2012: 260) en el que la demanda se mueve en busca del especialista y no al contrario. Es decir,
los talleres se situaban en grandes centros urbanos, que quizá aquí como veremos se puede ubicar en torno
a Cabecico del Tesoro, y no se desplazaban ofreciendo su trabajo, sino que acudían allí donde este era
solicitado.
Restaría para futuros trabajos precisar aún más en los límites geográficos aquí planteados y, sobre
todo, definir bien cuál es su relación con otras áreas y talleres de producción. En este sentido, interesan
especialmente las posibles interacciones con el área de Elche-Alicante y el posible taller allí ubicado, pues
en dicho territorio existen numerosos restos que comparten o adoptan ciertos elementos y motivos que
abundan en el área que se ha definido para este taller “Verdolay-Mula”.
Cronológicamente, los contextos de las piezas revelan que la producción de este taller se inicia en el
paso del siglo V al IV a.C. (Page y García Cano, 1993-1994: 58; Izquierdo, 2000: 379; Chapa e Izquierdo,
2012: 259) y se prolongaría a lo largo de esta centuria, como muestra entre otros el ejemplar de Coimbra
del Barranco Ancho, bien datado por contexto a mediados del siglo IV a.C. (García Cano, 1994). Este
momento es fundamental porque se relaciona con la aparición de los grandes poblados en Murcia y de los
cementerios a ellos vinculados, un contexto en el que la aristocracia hará uso de la escultura arquitectónica
como un elemento de representación ante sus iguales y el resto de la sociedad (Page y García Cano, 19931994; Sala, 2007: 66).
Conforme avanza la centuria los fragmentos de estos monumentos, ya sea caídos o destruidos
violentamente7, empiezan a ser reutilizados en tumbas posteriores desde mediados de la centuria y sobre
todo en tumbas de las centurias siguientes. Precisamente, esa posición estratigráfica es la más abundante
para las piezas de estos yacimientos (Quesada, 1989; Izquierdo, 2000: 331), lo que implica una disminución
progresiva e incluso un cese de la actividad de ese taller que, a inicios de la centuria, tuvo gran éxito entre
las élites locales.
Quizá en ese sentido se pueda explicar la relación entre este taller y el de El Cerro de los Santos ya
esbozada por algunos autores que han mencionado cómo el primero pudo influir sobre el segundo con
sus modelos (León, 1999: 40; Izquierdo, 2000: 379-380) o enmarcarse en el mismo impulso religioso y
artístico (Sala, 2007: 65). Sobre esta relación, nuestra cabeza, a pesar de su estado fragmentario, aporta
nuevos datos ya que, como hemos visto, esta encuentra paralelos directos en dicho yacimiento. No parece
baladí que, justo en los momentos en los que la demanda de obras de este taller disminuye en el contexto
de los grandes monumentos, comience el verdadero auge de la escultura del Cerro de los Santos que podría
7 No pretendemos entrar aquí sobre esta debatida cuestión que bien daría para un artículo individual. Remitimos a los trabajos de
Quesada (1989), Chapa (1993), Talavera Costa (1999) y García Cardiel (2012) para un estado de la cuestión sobre las mismas.
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De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico procedente de Cabezo del Agua Salada
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Fig. 10. Modelo iconográfico compartido: Baquetón de Corral de Saus (Museo de Prehistoria de Valencia, n. inv.
13583) y diadema de una dama del Cerro de los Santos (Museo Arqueológico Nacional, nº inv. 7510) (fotografía y
montaje: Jesús Robles Moreno).
datarse en un momento avanzado de esta centuria (García Cardiel, 2015: 101; Aranegui, 2020: 156)8 y en
las siguientes. Más aún cuando ambos comparten modelos iconográficos similares e incluso idénticos en lo
que a representaciones antropomorfas se refiere.
Con toda la cautela que estas cuestiones requieren, creemos que es posible ir un paso más allá y señalar
que quizá, cuando comenzó a disminuir la demanda de monumentos funerarios y conmemorativos en el área
mencionada, este taller sobrevivió aferrándose a la demanda de exvotos del Cerro de los Santos, una demanda que
incluso pudo ayudar a generar. Este santuario se ubica en su área de distribución, por lo que, cuando la escultura
y arquitectura cae en desuso en el ámbito de las necrópolis, los escultores de este taller -junto a los de otros
talleres- se pudieron establecer en el Cerro de los Santos. Allí adaptarían su producción, pasando de los edificios
con relieves a las figuras exentas, pero conservando sus características formales, estilísticas e iconográficas.
Esto último se aprecia tanto en los rasgos antropomorfos -baste con recordar el paralelismo de los
rasgos de la cabeza de Alcantarilla con los ejemplares de El Cerro de los Santos- como en las decoraciones
vegetales, que pasarán de decorar baquetones a las vestimentas de las damas, a veces con esquemas
iconográficamente idénticos (fig. 10).
8 Como apuntan Ramallo et al. (2020: 255) en su reciente catálogo, datar el santuario por el estilo de los exvotos es complejo
e incluso imposible. Si bien tradicionalmente se viene datando el origen del santuario a inicios del siglo IV a.C., ya Sánchez
Gómez (2002: 257) advertía de que esta datación depende de escasos materiales áticos. En ese sentido, remitimos al trabajo
de García Cardiel (2015) para una minuciosa revisión de material cerámico que le permite fechar este entre el III y el I a.C.
Independientemente de la cronología global del santuario, el auge de la producción de exvotos en piedra parece tener lugar en un
momento avanzado del Ibérico Pleno.
APL XXXIV, 2022
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J. Robles Moreno y J. Fenoll Cascales
3.2. El Cabezo del Agua Salada: una nueva estación del taller “Verdolay-Murcia”
En la línea de lo comentado en el apartado anterior, la pieza estudiada en este trabajo permite, en nuestra
opinión, integrar plenamente el Cabezo del Agua Salada de Alcantarilla en el listado de estaciones ibéricas
en las que este taller actuó. Esta inclusión ya ha sido esbozada, aunque no de manera concluyente por
algunos autores (Izquierdo, 2000: 379; Chapa e Izquierdo, 2012: 257). Sin embargo, existe documentación
poco tratada e incluso inédita que apunta claramente en ese sentido y permite arrojar nueva luz sobre esta
cuestión en tanto que hay piezas que pueden vincularse a los grupos tipológicos pertenecientes a este taller,
señalados en el apartado anterior
Por ejemplo, la pieza que se aborda en el trabajo es un altorrelieve que presenta una iconografía análoga
a esos núcleos del sureste en los que este taller pudo actuar, en concreto Coimbra del Barranco Ancho. De
hecho, es posible que perteneciera a un pilar como el de este yacimiento o como el localizado en Corral de
Saus, una semejanza tipológica que nos acerca al conocimiento de la producción de ese taller que se acaba
de describir. Sin embargo, no es la única pieza que interesa en este sentido, puesto que se pueden añadir
otros ejemplares procedentes de Cabezo del Agua Salada. Esta posible pertenencia a un mismo taller fue
ya esbozada por Izquierdo (2000: 379) a propósito de las dos piezas publicadas por Lillo y Serrano Várez
(1989) (vid. infr.) y recientemente también ha sido planteado por Serrano Várez (2016: 17). Este autor
señalaba la cercanía estilística de algunos de esos fragmentos de Cabezo del Agua Salada a otros de El
Cigarralejo o de Cabecico del Tesoro.
Sin querer realizar un estudio exhaustivo de todas las piezas de Cabezo del Agua Salada9, conviene
fijarse en aquellas que, una vez caracterizada la producción de ese taller “Verdolay-Mula” pueden incluirse
en las diferentes categorías o tipos arquitectónicos e iconográficos que este núcleo productivo realizó. Dos
de esos elementos fueron los publicados por Lillo y Serrano Várez (1989): el primero es una voluta que
remataría la esquina de un sillar de gola (fig. 11.1) (Museo Arqueológico de Murcia, DA 0/62/2). Como
hemos visto, este tipo de nacelas son muy habituales en el sureste y forman parte de la producción de este
taller (fig. 9: 2.2.b). Las medidas de estas volutas ofrecen en torno a 10-15 cm de diámetro, algo que encaja
bien con la aquí presente que ofrece 11,2 y 12 cm respectivamente. Es interesante además remarcar la
existencia de la decoración en relieve de su canto: motivos florales que describiendo una suerte de guirnalda
recorren la superficie. Este modelo iconográfico para una voluta de gola se ha constatado hasta en tres
ocasiones en El Cigarralejo (Castelo, 1995: 118).
El segundo testimonio presentado por estos autores es un fragmento que corresponde a parte del cuello
y del arranque de la cabeza de un équido. Es cierto que, para este trabajo, hemos preferido centrarnos en
elementos arquitectónicos dejando a un lado la escultura zoomorfa, pero esta merece un comentario en
tanto que se puede relacionar directamente con un ejemplar procedente también de El Cigarralejo (fig. 12).
En este caso, ambos ejemplares comparten dimensiones, pero también decoración, pues ambos comparten
el atalaje formado por correas con doble fila de perlas y discos, representados con ricos altorrelieves.
Más interesantes son, para nuestro estudio arquitectónico, los baquetones hallados en este yacimiento,
piezas que por sus dimensiones y tipología pertenecieron a pilares-estela del taller que aquí se estudia. Uno
de ellos, con 7,13 cm de altura máxima conservada y 15,2 cm de lado máximo, presenta una moldura de
listel con decoración fitomorfa: son motivos vegetales complejos, entre los que hay una cinta culminada
en roleo de la que sale una flor de loto (fig. 11.2) (Museo Arqueológico de Murcia, DA/1994-004-1). Esto
permite vincularlo tipológicamente a los baquetones de tipo “d” (fig. 9), pues la estructura arquitectónica
que presenta y su decoración es exactamente la misma.
9
Aunque es cierto que el estudio de conjunto está por hacer, este desbordaría los límites y objetivos de nuestro trabajo, sobre todo
si se considera el elevado número de fragmentos escultóricos inéditos hoy conservados en el Museo Arqueológico de Murcia. Por
esa razón, aquí hemos preferido centrarnos en los elementos arquitectónicos y en aquellas piezas que presentan características que
se pueden vincular a la producción del taller analizado en este trabajo.
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De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico procedente de Cabezo del Agua Salada
215
Fig. 11. Elementos arquitectónicos y escultóricos de Cabezo del Agua Salada vinculables al taller “Verdolay-Mula”:
1. Voluta de gola (Museo Arqueológico de Murcia, nº inv. DA 0/62/2). 2. Baquetón con perfil de listel y motivos
fitomorfos (Museo Arqueológico de Murcia, nº inv DA/1994-004/001). 3. Baquetón con perfil de cyma recta y ovas
lésbicas (Museo Arqueológico de Murcia, nº inv. DA/1994-004/002) (fotografías y montaje: Jesús Robles Moreno).
El segundo baquetón está dividido en dos fragmentos, que no pegan entre sí a pesar de que sus medidas
y decoración sugieren que pertenecen a la misma pieza. Se corresponde en este caso con un baquetón de
los del tipo “a”, los más abundantes en este área, en tanto que ofrece un perfil con moldura de cyma recta
y se decora con ovas lésbicas en posición invertida que se altera con anchos dardos entre los que aparecen
flores de loto10 (fig. 10.3) (Museo Arqueológico de Murcia, DA/1994-004-1). El lado máximo conservado
en los dos fragmentos es de 14,50 m y la altura, que mantiene la dimensión total, es de 6,1 cm. A propósito
de esto último, es interesante comentar que de nuevo se puede observar una variación en la escala, en
tanto que los ejemplares de un mismo modelo iconográfico y de un mismo tipo arquitectónico presentan
variaciones en sus dimensiones: el ejemplar de este tipo documentado en El Cigarralejo, reproducido en la
fig. 9, presenta casi el doble de altura del de Cabezo del Agua Salada, con 10,3 cm. (Cuadrado, 1984: 255,
nº 2 y 20), algo similar a lo que se observa en Corral de Saus, donde hay ejemplares también de 10,5 cm,
pero otros llegan casi a los 20 cm (Izquierdo, 2000: 484, Valencia, nº 7, 8, 9), por poner algunos ejemplos.
Como ya hemos dicho, todas las piezas aquí comentadas han sido halladas en superficie y/o reutilizadas
en muros de abancalamiento, lo que ha provocado que se carezca de un contexto estratigráfico preciso que
permita asegurar que todas o algunas de ellas, junto a otros fragmentos inéditos conservados en los fondos
del Museo Arqueológico de Murcia, formasen parte del mismo monumento que la cabeza estudiada. Pese a
ello, consideramos que indican la existencia de pilares-estela análogos a los de otras necrópolis donde actuó
ese taller comúnmente denominado “Verdolay-Mula”.
Lógicamente, no todos los tipos del repertorio propuesto para este taller se han documentado en
Alcantarilla, pero si se presta atención a los ejemplares comentados, contamos con los indicios necesarios
para proponer que aquí actúo ese taller: así lo sugiere la presencia de baquetones con moldura de cyma
reversa y decoración de ovas lésbicas (tipo “a”), baquetones con perfil de listel y decoración fitomorfa
compleja (tipo “d”), nacelas con volutas (tipo “b”) y por supuesto, ese posible pilar (tipo “a”) al que se ha
dedicado principalmente este trabajo. A ello habría que añadir la escultura zoomorfa y antropomorfa que,
10 Se trata de una ligera variación en los mismos, similares a las que vemos en otros yacimientos y aplicadas a otros motivos.
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Fig. 12. Semejanzas en la escultura zoomorfa. Comparativa entre el caballo de Cabezo del Agua Salada (según Serrano
Várez y Fernández Palmeiro, 1991; completado con reconstrucción de Lillo y Serrano Várez, 1989) y el ejemplar
de El Cigarralejo (fotografía: José Fenoll y reconstrucción de Lillo y Serrano, 1989).
aunque muy erosionada, existió en la necrópolis y que requiere de un análisis en profundidad, aún por
llevar a cabo. Únicamente como apunte se ha citado aquí la cabeza de caballo estudiada por Lillo y Serrano
Várez que, tipológicamente, es idéntico a otro hallado en la cercana necrópolis de El Cigarralejo con la que
Cabezo del Agua Salada comparte numerosos modelos arquitectónicos e iconográficos.
La inclusión de Alcantarilla en el ámbito operativo y en el repertorio estilístico de dicho taller, no supone
la simple adición de una nueva estación en el que este trabajo. Por el contrario, creemos que se trata de otro
dato que permite situar el centro de trabajo principal de este taller en torno a la actual ciudad de Murcia,
pues es el lugar al cual se concentran las mayores evidencias de la actuación del mismo. A modo de hipótesis
podría señalarse incluso que este se localizaría en el poblado de Santa Catalina del Monte, del que sabemos
muy poco (Ros Sala, 1987), pero cuya necrópolis (Quesada, 1989; García Cano, 1992) y santuario (Comino,
2015 con bibliografía) dan buena prueba de su existencia e importancia. Dicha necrópolis generaría una gran
demanda de estas manifestaciones en tanto que es la que más tumbas posee de todo el mundo ibérico y uno
de los yacimientos del sureste que más restos escultóricos y arquitectónicos ha aportado.
Desde este centro, el taller sirvió a otros oppida aledaños, como El Cigarralejo (Mula) o Cabezo del
Agua Salada (Alcantarilla) y quizá pudo extender sus servicios hasta Coy. Posteriormente, a través del valle
del Segura y del corredor del altiplano, atendió a la demanda de poblados más alejados como Coimbra del
Barranco Ancho y quizá El Monastil. La extensión por este territorio le llevaría a servir también a zonas
del interior, como Libisosa y de seguir -a través del corredor de Montesa- hacia el norte, llegando incluso
a Corral de Saus.
Como se ha comentado, esto no implica necesariamente que el taller fuese itinerante y estuviese en un
continuo desplazamiento; más bien, el éxito de su modelo en las grandes necrópolis del sureste provocó
que cada vez fueran más los aristócratas en torno al Segura que solicitaron el trabajo de este taller, lo que
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De jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico procedente de Cabezo del Agua Salada
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propició su extensión (Chapa e Izquierdo, 2012). Aunque es posible, no creemos tampoco, como propuso
Almagro (1987: 200), que fuesen varios talleres o que Corral de Saus constituyese un “taller periférico” ya
que, como advertía Tarradell (1968: 14-15), la demanda no era suficiente para permitir el mantenimiento
de prácticamente un taller por oppidum. Sin descartar que pudiera influir sobre otros talleres -y viceversacreemos que en la zona descrita actuó un único taller con un repertorio iconográfico y arquitectónico bien
definido y reiterativo en diversas necrópolis. Las variaciones existentes en la iconografía, metrología y
factura de las piezas no responden tampoco a diferentes talleres, sino a la diversidad de la demanda de
quienes encargaban los monumentos que sería cubierta por diferentes escultores y arquitectos, dando cada
un acabado distinto en función a su forma de trabajar (Baier, 2014).
4. CONCLUSIONES
Es innegable señalar que en los últimos años se ha producido un enorme avance en el ámbito de la escultura
ibérica gracias no solo a los nuevos hallazgos, sino también a las técnicas y metodologías que se han
ido implementando. Gran parte de ese avance ha pasado por la revisión de piezas que, por su estado
fragmentario y aparentemente “poco atractivo” han quedado sin estudiar o, al menos, no han recibido toda
la atención que merecían.
Prueba de ello es la pieza aquí presentada que, si bien podría parecer un fragmento más de una
escultura exenta antropomorfa, ha sido identificada como un altorrelieve. Concretamente, su orientación,
morfología, y los paralelos directos existentes tanto a nivel técnico como iconográfico permiten, a pesar
de su fragmentación, clasificarla como un altorrelieve perteneciente a un posible pilar-estela cuyo cipo
o pilar ofrecía decoración antropomorfa. Se trataría pues del tercer ejemplar de este tipo de elemento
arquitectónico, sumándose a los ejemplares bien conocidos de Coimbra del Barranco Ancho y de Corral
de Saus.
Más allá de presentar una pieza inédita e incorporar un ejemplar más a dicha serie, el estudio en
profundidad de este elemento y el repaso a otros inéditos procedentes de Cabezo del Agua Salada, permite
reflexionar sobre los talleres escultóricos del mundo ibérico y en concreto, sobre ese taller “Verdolay-Mula”
al que perteneció la pieza estudiada y del que se han aportado nuevos datos.
Estas novedades se refieren a su extensión, aumentada al incorporar nuevas estaciones como Cabezo
del Agua Salada u otros en los que se han realizado hallazgos, como Libisosa. Por otro lado, se ha esbozado
la relación de este con otros talleres, como uno que operaría en Alicante y el del Cerro de los Santos, este
último quizá formado por escultores del taller estudiado una vez que cesa o disminuye notablemente la
demanda de monumentos funerarios.
Con todo, trabajos como este revelan la necesidad de seguir profundizando en la cuestión de los talleres
escultóricos ibéricos, una línea de investigación que, a pesar de toda la bibliografía generada, puede seguir
aportando interesantes datos. Es preciso, pues seguir profundizando en a su logística, la caracterización de
sus repertorios arquitectónicos e iconográficos y la delimitación de las áreas geográficas y la cronología que
estos cubrían, así como acerca de los contactos no solo con talleres y áreas mediterráneas, sino también con
otros centros productivos ibéricos.
La importancia de la cuestión de los talleres y sus escultores no se debe exclusivamente a que
permita contextualizar cronológica y arquitectónicamente piezas fragmentadas y dispersas, sino también
a que, como señalaron Chapa et al. (2009: 171), permite comprender mejor las piezas al situarlas en
el contexto social y productivo en el que se generaron. Se requieren pues de nuevos planteamientos
teóricos y metodológicos para el caso concreto del mundo ibérico que, continuando trabajos previos
sobre producción, permitan profundizar en esta cuestión, planteamientos basados en la transmisión del
conocimiento técnico (Bianchi, 1996) que aquí solo se pueden apuntar y que se desarrollarán en futuros
trabajos.
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En cualquier caso, esas metodologías y trabajos deben partir de la caracterización de cada una
de las piezas, lo que implica una revisión de las mismas, y posteriormente, de la caracterización de
repertorios para definir talleres. Precisamente, esto es lo que se ha intentado conseguir aquí a propósito
del posible pilar ibérico con decoración antropomorfa procedente de Cabezo del Agua Salada y el
centro productivo al que perteneció.
AGRADECIMIENTOS
Trabajo realizado en el marco del proyecto de I+D+I HAR-2017-82806-P: “Ciudades y complejos aristocráticos ibéricos en la conquista romana de la Alta Andalucía. Nuevas perspectivas y programa de puesta en valor (Cerro de la Cruz
y Cerro de la Merced, Córdoba). Grupo de investigación “Pólemos. Arqueología e Historia Militar y de la Guerra”
(Universidad Autónoma de Madrid). Ayudas para la Formación del Profesorado Universitario (FPU18/00735) del
Ministerio de Universidades.
Los autores de este trabajo agradecen a Luis de Miquel Santed, director del Museo Arqueológico de Murcia, que haya
permitido y facilitado el acceso a la pieza aquí presentada. Por las mismas razones a los directores de aquellos que
han facilitado el estudio de las que se presentan como paralelos: Dña. Virginia Page del Pozo (Museo de Arte Ibérico
“El Cigarralejo”), Dr. Jaime Vives-Ferrándiz (Museu de Prehistòria de València) y Dra. Estefanía Gandía Cutillas y D.
Emiliano Hernández Carrión (Museo Arqueológico Municipal “Jerónimo Molina” de Jumilla). Por último, agradecemos a las personas encargadas de la revisión de este manuscrito su atenta lectura y comentarios que han contribuido
notablemente a la mejora de este trabajo.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXIV, Valencia, 2022, p. 221-262
Permanent IRI: http://mupreva.org/pub/1593
Creative Commons BY-NC-SA 3.0 ES
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Pablo CERDÀ INSA a
Las contramarcas en las monedas antiguas
de Hispania (siglos III-I a.C.)
RESUMEN: En este artículo se presenta un trabajo sobre las contramarcas aplicadas en las
monedas antiguas de la Península Ibérica desde finales del siglo III a.C. hasta mediados del siglo I
a.C. La recopilación ha utilizado como nuevo catálogo de referencia la base documental digital de
monedaiberica.org MIB. Tras reunir una muestra de 679 monedas, se han estudiado las 558 piezas que
admiten una lectura clara de las marcas estampadas. Este conjunto conforma un catálogo con 104 tipos
de contramarcas diferentes en el que se incluyen monedas ya publicadas en estudios previos, así como
material inédito.
PALABRAS CLAVE: Numismática, moneda ibérica, epigrafía, catálogo, Hispania, contramarcas,
punzones.
The countermarks on the ancient coins of Hispania (3rd–1st century BC)
ABSTRACT: This paper presents a study of the countermarks applied on the Ancient coins of the
Iberian Peninsula from the end of the 3rd century BC until the middle of the 1st century BC. The
documentary base of the digital catalogue monedaiberica.org MIB constitutes the corpus of this study.
After collecting a sample of 679 coins, the 558 pieces that present a clear interpretation of the punched
marks have been studied. This set makes up a catalogue with 104 different types of countermarks,
which includes coins already published in previous studies and unpublished material as well.
KEYWORDS: Numismatics, Iberian coinage, epigraphy, catalogue, Hispania, countermarks, punches.
a Pablo Cerdà Insa, Universitat de València
pacerin@alumni.uv.es
Recibido: 03/10/2022. Aceptado: 21/11/2022.
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P. Cerdà Insa
1. INTRODUCCIÓN
El objetivo de este trabajo es presentar, de forma abreviada, un catálogo de las contramarcas estampadas
sobre las monedas acuñadas en la Península Ibérica desde su aparición, presumiblemente a finales del siglo
III a.C., hasta mediados del siglo I a.C. Tomaremos la fecha en la que se precipitó la caída de la República
romana tras el asesinato de César como límite temporal (44 a.C.), pues las contramarcas aplicadas desde
dicho momento hasta el final de las emisiones provinciales hispanas –durante el reinado de Claudio I–
han sido estudiadas por Burnett, Amandry y Ripollès (1992, RPC) y más recientemente por Ripollès
(2010, APRH), cuya obra agrupa la recopilación más exhaustiva de las marcas provinciales de Hispania.
No obstante, en estos últimos años se han documentado algunos punzones imperiales más, por lo que
planeamos la confección de un futuro corpus en el que se pueda publicar, por un lado, el análisis completo
de las contramarcas que presentamos en este artículo y, por otro, una revisión del material provincial.
La muestra de monedas contramarcadas asciende a 679, de las que únicamente 558 permiten una lectura
adecuada de las marcas que tienen aplicadas. A partir de estas piezas hemos ordenado 104 tipos distintos
de contramarcas. Gran parte de los ejemplares estudiados en este trabajo proceden de la base de datos que
nutre el catálogo digital monedaiberica.org (MIB), que contiene más de 100.000 monedas acuñadas entre
los siglos VI y I a.C. en territorio peninsular.
El material clasificado, casi en su totalidad, carece de contexto arqueológico1, por lo que alguno de los
punzones podría no ser antiguo. Por tanto, con este trabajo pretendemos proporcionar una actualización y
un análisis de las contramarcas estampadas sobre el numerario peninsular preimperial. La sistematización
de los diferentes punzones, ha sido un trabajo difícil de abordar por el escaso volumen de publicaciones
específicas sobre este tema y por el desconocimiento que, por el momento, tenemos sobre el significado de
gran parte de las contramarcas estampadas en el marco cronológico estudiado.
2. EL ESTUDIO DE LAS CONTRAMARCAS ANTIGUAS DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
La acción de contramarcar una moneda consiste en estampar mecánicamente diseños figurativos o
epigráficos sobre su superficie utilizando punzones grabados. Estos elementos, según se ha estudiado,
se podían aplicar en frío o en caliente y requerían, generalmente, de cierta capacidad técnica para
su elaboración, pues muestran representaciones tanto en relieve como incisas (Le Rider, 1975: 27;
Hurtado, 2013: 209). Aunque fueron los griegos los primeros que iniciaron el proceso de contramarcado
de monedas (Le Rider, 1975: 27-29; Howgego, 1985: 1), el fenómeno de grabar cualquier elemento
con un punzón sobre el circulante se difundió rápidamente durante la Antigüedad y tuvo pervivencia
en el tiempo. Los romanos fueron quienes se apartaron del interés estético del contramarcado griego
y lo sustituyeron por uno más pragmático y efectivo que hacía que se entendiera mejor el mensaje
(Herreras Belled, 2001-2002: 196).
1 Entre las monedas catalogadas se cuentan piezas procedentes de hallazgos esporádicos, de tesoros, o de distintas colecciones
y subastas. Únicamente 5 de las 558 monedas catalogadas (lo que supone un 0,9 % del total) forman parte de tesoros que han
permitido definir con mayor exactitud el momento de aplicación de las contramarcas. La primera de ellas es una unidad de Bilbiliz
del tipo MIB 116/1b proveniente del tesoro de Azaila (Navascués, 1971: 45, n.º 130; Villaronga 1993: n.º 170; Beltrán Lloris,
1995: 284) que tiene una incisión realizada con un punzón circular (cat. n.º 36
). También hay dos denarios de Arekorata de los
tipos MIB 102/17a y 102/17e con una contramarca que muestra el signo ibérico ku (cat. n.º 94a
) que aparecieron en el tesoro
de Borja (Millán, 1957: 436, n.º 31-32; Villaronga, 1993: n.º 102). Tenemos un denario de Sekobirikez del tipo MIB 125/09a con
una contramarca similar (cat. n.º 94b
) procedente del tesoro de Roa (Monteverde, 1949: 378; Villaronga, 1993: n.º 111).
Finalmente, en el tesoro de Palenzuela (Monteverde, 1947; Villaronga, 1993: n.º 96) documentamos otro denario de Sekobirikez
del mismo tipo con un punzón aplicado con las letras SS (cat. n.º 71b
). Estas ocultaciones monetales efectuadas durante
las Guerras Sertorianas (80-72 a.C.) proporcionan un marco cronológico que ha sido de utilidad para establecer el momento de
aplicación de las contramarcas que tienen algunas de sus monedas.
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[page-n-224]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
223
Las contramarcas hispánicas son un objeto de estudio escasamente tratado, por lo que la mayoría de
las interpretaciones propuestas resultan bastante hipotéticas. En general, pocos autores se han interesado
por analizar este peculiar tratamiento secundario de las monedas antiguas de la Península Ibérica, aunque
la aparición de trabajos en los que se ilustran piezas contramarcadas se remonta al siglo XVIII con la obra
de Flórez (1757-1773). El autor presenta un listado breve con las 24 contramarcas que conoce y explica el
posible significado de algunas de ellas (Flórez, 1757: 82-85). En el siglo XIX se siguieron documentando
monedas con esta particularidad en otros trabajos numismáticos, pero se les dedicó poca atención y no
siempre se dibujaron correctamente. Sestini (1818) y Lorichs (1852) exponen algunas contramarcas
singulares en sus disertaciones, pero no ofrecen una explicación detallada de las mismas. En cambio, Heiss
(1870: 470-472) aporta una tabla con las 26 marcas diferentes que conoce estampadas sobre numerario
hispánico, explicando su posible significado y motivos de aplicación. Delgado (1871: 83-84), por su parte,
analiza este fenómeno en el prólogo de su primer volumen, pero no aporta una relación de todas las marcas,
sino que las va describiendo progresivamente a lo largo de su obra.
A inicios del siglo XX todavía no se habían ampliado estas aportaciones decimonónicas. La obra de
Vives (1924-1926) sigue la misma disposición planteada por Delgado, pero tampoco realiza un estudio
exhaustivo del material contramarcado, sino que únicamente comenta las marcas más frecuentes al
inicio del primer tomo (Vives, 1926, I: 41-43) e incorpora progresivamente en los siguientes volúmenes
otras que hasta aquel momento no se conocían.
Tendremos que esperar unos años para encontrar los trabajos de dos autores que se interesaron
específicamente por las contramarcas de la Península Ibérica, aunque ninguno de ellos distingue
cronológicamente el material que recoge entre el periodo republicano e imperial, sino que ambos
únicamente compilan las piezas que conocen y aportan información en mayor o menor medida.
Primero, tenemos la publicación de Vigo (1952) que contiene 65 dibujos de contramarcas aplicadas
sobre numerario hispánico, tanto de época republicana como imperial. Es un trabajo breve que no
pretende ser exhaustivo, pero allanó el camino a futuras investigaciones.
Guadán será quien amplíe esta lista con sus dos publicaciones sobre contramarcas (1960a; 1960b). La primera
de ellas (1960a) es un artículo breve que recoge 29 marcas de las que realiza un comentario e interpretación para
cada una, aunque no las ilustra, pues solo muestra los dibujos de las mismas. La segunda publicación (1960b)
constituye una de las obras más completas editadas sobre las contramarcas de la Península Ibérica. Aunque sigue
las líneas del texto anterior, amplía hasta 148 el número de contramarcas, grafitos y marcas diversas que conoce
a partir de distintas colecciones, argumentando en cada caso posibles interpretaciones a los diseños aplicados, así
como otras referencias a los trabajos que le preceden.
Unas décadas más tarde, Herreras Belled presentó su tesis doctoral (1995), en la que compiló un volumen
considerable de contramarcas sobre numerario hispánico. Su estudio se centró principalmente en material
de época imperial de las cecas de la Tarraconense, aunque también documentó marcas más antiguas.
Todos estos trabajos agrupan el estudio de piezas contramarcadas de diferentes épocas, pero
tienden a dar un mayor protagonismo a las aplicadas durante la dinastía Julio-Claudia porque son más
abundantes y tienen un significado algo mejor definido que las anteriores2. Los estudios más recientes
2 En este periodo se difundió el proceso de contramarcado de monedas por otras partes del Imperio, especialmente por las zonas
periféricas, donde diferentes necesidades económicas –en ocasiones probablemente ligadas a motivos militares– posibilitaron este
fenómeno (Hurtado, 2005: 867). El catálogo RIC I (1923; 1984) dedica un apartado a tratar las contramarcas aplicadas durante la dinastía
Julio-Claudia, pero tendremos que esperar unas décadas hasta la publicación de estudios específicos a nivel provincial. Grünwald (1946)
y Kraay (1956; 1962) analizaron el material contramarcado de Germania, centrando sus investigaciones en los hallazgos de Vindonissa,
un campamento romano fundado en el siglo I d.C. cerca del río Rin. Progresivamente, diferentes autores han ido publicando trabajos más
completos que estudian otras zonas, tal y como es el caso de Howgego (1985) con su análisis de las contramarcas imperiales griegas o
de Martini (2003) que abarca las provincias occidentales del Imperio. De estos estudios se desprende que la forma y disposición de las
contramarcas en la Antigüedad varía según el marco temporal y geográfico en el que se aplicaron.
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P. Cerdà Insa
y completos sobre las marcas de las monedas provinciales de Hispania encuentran en las obras RPC (1992)
y, especialmente, en APRH (2010), aunque poco a poco se van publicando nuevas aportaciones (Hurtado,
2005; Herreras Belled, 2012; 2016b; 2019; 2020a; 2020b; Gómez Barreiro y Blázquez, 2016).
En cambio, para el estudio de las contramarcas hispánicas desde sus inicios hasta el año 44 a.C., la
bibliografía es escasa y no tenemos, hasta el momento, ninguna propuesta de sistematización, aparte de
los trabajos anteriormente citados de Vigo (1952) y de Guadán (1960a; 1960b). Para poder estudiar estas
contramarcas ha sido útil la información procedente de las publicaciones de Domínguez Arranz (1978),
García-Bellido (1985-1986; 1986; 1987-1988; 1993b), Blanco (1988), Faria (1995), Gozalbes (1995),
Arévalo (2006) y, especialmente, Herreras Belled (2001-2002; 2003; 2011-2012; 2016a; 2016-2017), cuyas
contribuciones constituyen los trabajos más recientes que conocemos sobre el contramarcado de monedas
hispánicas en el marco cronológico que estudiamos.
También ha sido provechosa la información bibliográfica procedente las diferentes monografías que
analizan algunos de los talleres antiguos más importantes de la Península Ibérica. Trabajos sobre las cecas
de Gadir (Alfaro, 1988), Ebusus (Campo, 1976), Malaca (Campo y Mora, 1995), Kese (Villaronga, 1983),
Sekaiza (Gomis Justo, 2001), Turiasu (Gozalbes, 2009) o Arse-Saguntum (Ripollès y Llorens, 2002) han
contribuido a compilar parte de las contramarcas que conocemos, aportando en la mayoría de los casos
estudios algo más detallados sobre los diferentes punzones que documentan en sus monedas.
3. ANÁLISIS DE LAS CONTRAMARCAS DEL CATÁLOGO
La muestra de monedas con marcas sobre su superficie asciende a un total de 679 piezas, tanto de
plata como de bronce, de las que hemos podido seleccionar 558 monedas que permiten una lectura
clara de sus contramarcas. El análisis detallado de este conjunto ha hecho posible diferenciar un total
de 104 tipos. Por consiguiente, no todas las monedas documentadas han podido ser utilizadas en
este trabajo. Hemos tenido que excluir piezas que presentan marcas hechas de forma particular con
instrumentos metálicos sobre su superficie (30 monedas) porque, si bien, cronológicamente pudieron
haber sido estampadas en el periodo que estudiamos, suelen ser incisiones indeterminadas que no se
comportan como lo hacen las contramarcas. Además, tampoco hemos incluido las piezas que presentan
deficiencias en el estampado de sus marcas (53 monedas), ya que no permiten atribuirlas con certeza
a ninguno de los tipos definidos.
De acuerdo con el periodo cronológico que hemos definido, se han excluido también los punzones
provinciales aplicados sobre piezas peninsulares anteriores al 44 a.C. (38 monedas). La presencia de
estas contramarcas sobre numerario de los siglos II y I a.C. solo muestra que estas piezas estuvieron
en circulación durante un largo periodo de tiempo, que en ocasiones puede ser de casi un siglo o más
(tabla 1). Sin lugar a duda, se trata de material singular que muestra la continuidad en el proceso
de aplicación de contramarcas en la Península y la pervivencia del numerario antiguo en la masa
monetaria de época alto-imperial.
Los punzones documentados en este estudio muestran múltiples formas. Según los tipos del catálogo y
sus variantes, hemos contabilizado, como mínimo, 135 punzones: 49 con forma cuadrada/rectangular, 33
redondos/ovales, 3 triangulares, 1 romboidal, 44 que conforman diseños incisos y 5 punzones pequeños con
los que se hicieron motivos punteados. Son, sin duda, instrumentos de buena factura, pues las contramarcas
figurativas que con ellos se aplicaron tienen bastante relieve y las epigráficas presentan una buena definición
en sus caracteres. Además, para valorar la pericia de sus grabadores se ha de tener en cuenta que el tamaño
de los punzones fue relativamente pequeño. Los cuadrados-rectangulares miden entre 4 y 20 mm de ancho
–aunque la mayoría no excede los 8 mm– y entre 2 y 5 mm de alto, los redondos entre 2 y 14 mm de
diámetro, el romboidal 5 mm de alto, los triangulares entre 2 y 4 mm de alto, los incisos entre 1 y 11 mm
de alto y los punteados prefiguran rótulos con unas medidas que oscilan entre los 8 y 16 mm de ancho y los
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Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
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Tabla 1. Contramarcas provinciales sobre monedas peninsulares anteriores al 44 a.C.
Núm. cat.
Contramarca
Ceca
Núm. cat.
Contramarca
Ceca
APRH 4, 8
Belikio, Sekia,
Kelse, Lakine y
Konterbia Karbika
APRH 94, 97
Castulo, Ulia, Bora,
Ipora y Untikesken
APRH 26
Gadir
APRH 104
Kelse
APRH 34
Castulo
APRH 114
Castulo
APRH 36
Iltirta e Ikalesken
APRH 116
Untikesken
APRH 59
Kelse
APRH 126
Kelse y Obulco
APRH 77
Kelse
APRH 147
Kelse
APRH 78
Sekaiza
APRH 166
Bilbiliz y Kelse
6 y 9 mm de alto. Como podemos apreciar en el gráfico (fig. 1), las contramarcas cuadradas-rectangulares
y las que muestran diseños incisos son las más abundantes, pues constituyen respectivamente, el 36,3 % y
32,6 % de este conjunto.
Las contramarcas que componen el catálogo se han ordenado siguiendo la sistematización que
propone el catálogo APRH (p. 324-326), por lo que hemos distinguido los siguientes grupos: figuras
animadas (cat. n.º 1-6), inanimadas (cat. n.º 7-18), objetos inciertos (cat. n.º 19-37) y letras (cat. n.º 38104). Dentro de este último apartado hemos agrupado contramarcas compuestas por una letra latina (cat.
n.º 38-53), dos letras latinas (cat. n.º 54-75), monogramas latinos (cat. n.º 76-85), letras neopúnicas (cat.
n.º 86-87) y signos ibéricos (cat. n.º 88-104). Como podemos apreciar, son los punzones epigráficos los
más abundantes del conjunto, pues constituyen 66 de los 104 tipos que presentamos.
De las 558 monedas que componen el catálogo, podemos desglosar las diferentes denominaciones
sobre los que hemos registrado las contramarcas estampadas (fig. 2). En plata hay un número más
reducido de ejemplares, pues únicamente se documentan marcas sobre dracmas (13 monedas) y sobre
Rectangulares
/ Cuadrados
Redondos
/ Ovales
Romboidales
Triangulares
Incisos
Punteados
Fig. 1. Tipos de punzones que componen el catálogo (135 punzones).
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Dracmas
Denarios
Ases
Semis
Dobles
unidades
Unidades Unidades
y media
Medias Cuartos de Tercios de Sextos de
unidades
unidad
unidad
unidad
Fig. 2. Denominaciones de las monedas contramarcadas que componen el catálogo (558 monedas).
denarios (34 monedas). En cambio, sobre monedas de bronce tenemos contramarcas aplicadas sobre
un mayor número de denominaciones y de piezas. Entre todo este volumen destaca especialmente
el cuantioso número de unidades contramarcadas, ya que alcanzan las 344 monedas, una cifra que
representa el 60% respecto al total de piezas documentadas. Este último conjunto incluye ejemplares
cuyo diámetro oscila los 25 y los 29 mm que ofrecen una superficie amplia para aplicar cómodamente
punzones con una notable variedad de dimensiones.
El análisis del modelo de aplicación, sobre anverso o reverso, así como el lugar exacto en el que se
estamparon permite detectar patrones. De las más de 200 cecas que estuvieron activas con anterioridad al
44 a.C. hemos registrado contramarcas sobre 66 de ellas. Siguiendo la división provincial de la Hispania
Citerior y la Ulterior, en la primera provincia tenemos contramarcas sobre monedas de 36 cecas y en la
segunda registramos marcas sobre monedas de 30 cecas (fig. 3). Como se puede apreciar, el fenómeno del
contramarcado afectó de forma similar a ambas provincias hispanas, pues el número de cecas con contramarcas
se mantiene bastante parejo. No obstante, atendiendo a datos numéricos, de los talleres de la Ulterior provienen
298 monedas contramarcadas, mientras que de los de la Citerior tenemos 260 (tabla 2).
Es interesante destacar que las cecas que aglutinan el mayor número de contramarcas se encuentran
en la Ulterior. Se trata de Gadir (129 monedas) y de Castulo (55 monedas), las cuales agrupan gran
parte de las monedas reselladas que documentamos en esta región. En cambio, en la Citerior, solo se
aprecia un volumen considerable de contramarcas en la ceca de Kese3 (67 monedas). En cualquier
caso, se trata de talleres con una gran producción monetaria, por lo que podemos deducir que este
puede ser parte del motivo por el que sus piezas sean las más contramarcadas.
Siguiendo con el modelo de aplicación debemos analizar el lugar de las monedas en las que se
estamparon las contramarcas. De las 558 piezas del catálogo se puede desglosar la siguiente relación.
Documentamos 316, monedas que tienen contramarcas aplicadas en el anverso y 235 que las muestran
estampadas en sus reversos. También hemos reunido 5 monedas que presentan marcas en ambas caras.
3 Hay que tener en cuenta que este elevado número de monedas contramarcas de Kese tienen aplicado un diseño punteado que
prefigura las letras S·C (cat. n.º 69
), que probablemente está relacionado con las actividades mineras de Sierra Morena,
por lo que se ha propuesto que se pudieron contramarcar allí las monedas (Hill y Sandars, 1911; Villaronga, 1983: 32; Stannard
et al., 2021: 56, 60-62).
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Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
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Fig. 3. Cantidad de monedas contramarcadas por ceca (algunas localizaciones son aproximadas).
Finalmente, tenemos 2 monedas de las que desconocemos el lugar de la aplicación de la contramarca
porque su deficiente estado de conservación, sumado a que únicamente tenemos la imagen de la cara
donde se encuentra estampada, nos impiden abordar este aspecto con exactitud.
Se aprecia que hay grupos de contramarcas que fueron muy sistemáticos en cuanto a la cara en
la que se aplicaron y otros que indistintamente contramarcaron los anversos o los reversos. Cabe
destacar el caso de las contramarcas que muestran un delfín inciso (cat. n.º 4
), pues las 59
monedas de Gadir que presentan esta figura, la tienen aplicada en el reverso con los mismos punzones.
Lo mismo ocurre con las marcas circulares con una cruz fina interna (cat. 23a
) estampadas en la
parte superior de los anversos de 13 monedas de Castulo y en el centro de los reversos de otras 2 piezas
de este taller. Esto indica que hubo una voluntad por organizar la producción de las contramarcas y
quienes las estamparon fueron rigurosos con su trabajo porque querían difundir un mensaje concreto
que, por el momento, desconocemos. En cambio, tenemos otros casos en los que las contramarcas
están aplicadas indistintamente en cualquier parte del anverso o del reverso de las monedas, como en
el caso de los cuadrados o rectángulos incisos que documentamos sobre 11 dracmas de Emporion (cat.
n.º 32
), de las que podemos deducir que sus autores descuidaron la estética de
su trabajo en favor de la utilidad práctica de aquello que estaban haciendo, porque consideramos que
estos punzones se utilizaron para verificar la calidad metálica de las monedas.
Otro aspecto interesante de las contramarcas es analizar la función que pudieron haber tenido.
Gran parte de los autores consultados destacan en sus trabajos que la mayor problemática a la que
nos enfrentamos en el estudio de estas marcas es la ausencia de fuentes documentales que puedan
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Tabla 2. Cecas peninsulares con monedas contramarcadas (558 monedas).
Ceca
Monedas
HISPANIA CITERIOR
Abariltur
Aratikos
Arekorata
Arketurki
Arsaos
Arse-Saguntum
Ausesken
Baskunes
Belikio
Bentian
Bilbiliz
Bolskan
Burzau
Emporion
Eustibaikula
Ikalesken
Ikesankom
Iltirkesken
Iltirta
Iltukoite
Kelse
Kese
Kili
1
8
23
1
1
1
1
2
9
1
10
4
1
13
1
15
1
1
4
1
23
67
2
Ceca
Konterbia Belaiska
Konterbia Karbika
Laiesken
Okelakom
Orosiz
Saiti
Sekaiza
Sekobirikez
Tamaniu
Tamusia
Titiakos
Turiazu
Untikesken
TOTAL
Monedas
Ceca
2
2
3
2
15
3
19
8
3
1
1
2
8
Castulo
260
HISPANIA ULTERIOR
Albatha
Asido
Baria
Bora
Carbula
Carisa
Carmo
3
11
1
1
1
2
8
Carteia
2
Dipo
Ebusus
Gadir
Monedas
55
1
4
129
Ilipa
2
Ilturir
2
Ilurco
2
Ituci
9
Labini
1
Lascuta
3
Malaca
19
Murtili
2
Obulco
5
Orippo
1
Sacili
1
Salacia
21
Searo
1
Seks
5
Ulia
1
Urso
3
Ventipo
1
Vesci
1
TOTAL
298
informarnos sobre la función y su utilidad (Vigo, 1952: 33; Guadán, 1960b: 7; Domínguez Arranz,
1978: 135; Alfaro, 1988: 65; DCPH I: 109; Gomis Justo, 2001: 59; Ripollès y Llorens, 2002: 269;
Herreras Belled, 2003). No cabe la menor duda de que hubo intencionalidad en su aplicación, puesto
que se aprecia que las contramarcas intentan transmitir un mensaje. Para algunas de ellas se puede
proponer un posible significado porque su contenido permite aproximarnos a su finalidad o definir un
ámbito de aplicación.
Por un lado, destacan las marcas posiblemente estampadas por las ciudades o sus instituciones,
que Hurtado (2005) denomina como “contramarcas locales”. Entre los tipos que componen el catálogo
podemos destacar los siguientes ejemplos.
Con letras latinas documentamos las marcas n.º 49b
y 49c
que aparecen estampadas únicamente
sobre monedas de Salacia en el lugar donde en los cuños debería estar la leyenda monetal alusiva a la
ciudad. Según Faria (1995: 145), esta letra podría ser la inicial del nombre de la ceca. Su propuesta parece
factible, pues la muestra evidencia que fueron sistemáticos con su aplicación. También han de relacionarse
con las ciudades y sus instituciones las marcas n.º 55
y n.º 58
, pues proponemos que quizá
la primera podría constituir el topónimo Castulo y, la segunda, el rótulo Decreto Decurionum. En este
último caso parece haber unanimidad con el significado de la marca (Guadán, 1960b: 47, 93; Herreras
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Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
229
Belled, 2011-2012: 307; 2016a: 94-95), por lo que su aplicación debió ser obra de una curia municipal.
Hay punzones de época imperial que muestran también las letras DD (RPC: n.º 46-47; APRH: n.º 91-97),
aunque formalmente no coinciden con estas, por lo que esta contramarca ha de ser una de las más recientes
del conjunto estudiado.
La utilización de marcas por parte de las ciudades o sus instituciones con otros caracteres o signos
es algo más reducida, pero consideramos que hay ejemplos de este fenómeno bastante claros. Tenemos
la contramarca n.º 87
aplicada con letras neopúnicas (Guadán, 1960b: 94; 1960a: 25) que
recientes trabajos han relacionado con la ciudad de Asido, lugar donde se debieron marcar las monedas. La
transcripción de este rótulo es dudosa, aunque se considera que los trazos deben configurar las letras ‘šd‘
del topónimo Asido (Alfaro, 1995: 332-333; 2001: 40; DCPH I: 109; II: 343). En cambio, la contramarca
n.º 90
muestra el signo ibérico o, que se ha relacionado con la inicial de la ceca de Orosiz (Guadán,
1960b: 87; 1960a: 24-25; Gozalbes, 1995). Esta marca pudo servir como un comprobante de las monedas
de la ciudad o para regular el numerario a nivel interno (Gozalbes, 1995: 173-174).
Por otro lado, tendríamos punzones que se estamparon de forma privada en relación con personajes
históricos o actividades comerciales, industriales o mineras. Entre los tipos que componen este catálogo
podemos destacar algunos ejemplos.
En primer lugar, hemos documentado marcas que pueden aludir a nombres propios, como es el caso de la
n.º 70
que podría hacer referencia a Publius Sittius4 (Alfaro, 1988: 69, 113; Arévalo, 2006: 76; Herreras
Belled, 2003: 193) o la n.º 77
posiblemente relacionada con el cognomen Caesar (Guadán, 1960b: 98).
Seguidamente, tenemos contramarcas que se vinculan con la industria. La n.º 4
y la
n.º 15
pudieron estamparse para volver a poner en circulación monedas desgastadas posiblemente
en relación con las actividades portuarias y la producción de salazones (Arévalo, 2006: 73-74, 93).
También tenemos la contramarca n.º 36
que se aplicó sobre las monedas con algún tipo de
procedimiento mecánico, por lo que consideramos que posiblemente las piezas adquirieron un uso
artesano o doméstico como bases de algún tipo de torno rotatorio.
Hay marcas que deben relacionarse con el comercio y la orfebrería. Como hemos mencionado
anteriormente, proponemos que la aplicación de la contramarca n.º 32
puede
relacionarse con las actividades comerciales, pues diferentes usuarios privados utilizaron instrumentos para
comprobar el metal del interior de las monedas de plata que recibían. En cambio, los punzones con los que
se aplicaron las contramarcas, n.º 19
, n.º 20
, n.º 21
, n.º 22
y n.º 92d
tienen una
morfología similar a la que presentan los bordes de numerosos objetos de joyería ibérica. Sabemos que
estos artesanos remataban las piezas que fabricaban con adornos globulares o geométricos estampados,
por lo que cabe la posibilidad de que estas contramarcas pudieran haberse aplicado con esos punzones.
Proponemos que quizá servían para marcar o validar, de forma privada, las piezas de plata que recibía por
sus trabajos. Hemos documentado un paralelo claro entre el punzón de la contramarca n.º 21
y el que
se aplicó sobre un pequeño fragmento de plata procedente del tesoro de Armuña de Tajuña. Conocemos esta
lámina de plata a partir de información facilitada por Ripollès, aunque no ha sido publicada todavía. En el
trabajo donde se estudiaron los hallazgos numismáticos de este tesoro, se fechó la ocultación del mismo a
finales del siglo III a.C. (Ripollès et al., 2009: 164), por lo que podemos apreciar que el uso de este diseño
tuvo pervivencia en el tiempo, pues el punzón que se estampó sobre el fragmento de plata es más antiguo
que el que se aplicó sobre las monedas.
4
Las fuentes clásicas explican que Sittius fue un condotiero itálico –nacido en Niceria– que se dedicó a hacer la guerra en el norte
de África tras abandonar Roma en el 64 a.C. por sus vínculos con Catilina. Hacia el 46 a.C. apoyó con sus tropas a César en la
guerra civil, de quien recibió en compensación la parte oriental del territorio de Masinisa (Cic. Sul. 56; Att. 15.17; Sallust. Cat.
21.3; Caes. Bell. Afric. 48.3; App. BC IV 54). Gestionó esta región hasta que en el 44 a.C. el hijo de Masinisa le dio muerte
mediante una estratagema (Cic. Att. 15.17).
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[page-n-231]
230
P. Cerdà Insa
Finalmente, hay otras marcas que se han relacionado con la minería porque posiblemente las letras
que las componen constituyen las iniciales de diferentes sociedades mineras de la Bética. Por un
lado, tenemos la contramarca n.º 69
que se ha propuesto que pudo ser aplicada sobre las
monedas por la Societas Castulonensis –o la Cordubensis– para ser distribuidas como parte del pago
entre los trabajadores, quienes las pudieron usar en las dependencias de la empresa (Stannard et al.,
2021: 56, 60-62). Por otro lado, tenemos las marcas n.º 71
y n.º 72
que podrían tener relación con la Societas Sisaponensis a la que aluden Cicerón (Phil. 19) y Plinio
(N.H. XXXIII 40.118), aunque no exista consenso al respecto (Stannard et al. 2021: 56, 62-63).
Es interesante señalar que, por el momento, no documentamos ningún punzón aplicado con fines militares,
aunque hay autores que relacionan algunas marcas con las legiones romanas enviadas a Hispania en el siglo
I a.C. Herreras Belled (2011-2012: 312) interpreta la marca n.º 25b
como un numeral X y la asocia
a la Legio X, por lo que fecha su aplicación antes de la época de Augusto. También propone que quizá la
contramarca n.º 91
puede aludir a la novena legión Hispana, que probablemente fue reclutada hacia el
60 a.C. y recibió sus títulos honoríficos a partir del 24 a.C. (Herreras Belled, 2011-2012: 316). No obstante,
consideramos que la relación de estas dos contramarcas con el entorno militar es dudosa. Por su parte, García
Bellido y Blázquez (1987-1988: 65) interpretan la contramarca n.º 93
, estampada únicamente sobre
monedas de Malaca, como un numeral X y la atribuyen a la Legio X Gemina. Siguiendo a Guadán (1960b: 84;
1960a: 25) y a Campo y Mora (1995: 149-150), proponemos que esta contramarca muestra el signo ibérico ko
por lo que tampoco parece tener relación con las legiones romanas.
La datación de las contramarcas que presentamos en el catálogo se ha establecido a partir de su desgaste, del
de las monedas sobre las que se encuentran estampadas y del momento en que estas se acuñaron, pues casi en
su totalidad, tal y como hemos mencionado anteriormente, el material reunido carece de contexto arqueológico.
Siguiendo este procedimiento, podemos afirmar que el fenómeno del contramarcado en la Península Ibérica se
inició sobre dracmas de Emporion a finales del siglo III a.C. (cat. n.º 32
). Esta ceca fue la
primera que batió moneda hacia el 515 a.C. (Ripollès y Chevillon 2013: 13), por lo que es comprensible que
sus emisiones sean las primeras en ser contramarcadas, aunque no hemos visto ninguna aplicada sobre moneda
fraccionaria de los siglos V y IV a.C. La moneda emporitana más antigua que presenta una incisión con este tipo
de punzón corresponde al tipo MIB 1/211b, que se puede fechar entre el 218 y el 200 a.C. La más reciente del
grupo pertenece al tipo MIB 1/232c, acuñada entre el 200 y el 100 a.C. Estas piezas tienen poco desgaste, por lo
que fechar el inicio del contramarcado peninsular a finales del siglo III a.C. (ca. 205-200 a.C.) parece coherente.
Hemos establecido cuatro momentos diferentes en los que se marcaron las monedas de la muestra:
- El primer grupo lo constituyen las contramarcas de Emporion aplicadas a finales del siglo III a.C. (cat.
n.º 32
).
- Un segundo grupo compuesto por 8 tipos distintos de contramarcas que se estamparon en el siglo II a.C
(cat. n.º 10
, n.º 15
, n.º 25a
, n.º 35
, n.º 45b
, n.º 46
, n.º 97
, n.º 49e
), .
- El tercer grupo lo componen 9 tipos de contramarcas que hemos datado en un momento de
transición entre finales del siglo II a.C. e inicios del siglo I a.C. (cat. n.º 18
, n.º 29
, n.º 33
, n.º 41b
, n.º 41c
, n.º 45a
, n.º 64
, n.º 75
, n.º 102
),
- Finalmente, tenemos un cuarto grupo muy cuantioso que comprende los tipos restantes, todos
ellos fechados antes del año 44 a.C. En el mapa (fig. 4) podemos ver la distribución territorial de las
contramarcas en los cuatro momentos de aplicación.
Esta distribución temporal indica dos aspectos interesantes a comentar. Por un lado, que los
punzones figurativos se aplicaron primero y que progresivamente se tendió hacia los epigráficos en
el siglo II a.C., siendo especialmente abundantes en el siglo I a.C. Por otro lado, que el fenómeno
APL XXXIV, 2022
[page-n-232]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
231
Fig. 4. Distribución de las cecas con contramarcas aplicadas entre finales del siglo III a.C. y el siglo I a.C. (algunas
localizaciones son aproximadas).
del contramarcado en la Península Ibérica tiene una base antigua que parece ir en paralelo con el
progresivo control romano del territorio y la monetización del mismo a partir de la Segunda Guerra
Púnica (218-201 a.C.). Este proceso de expansión de la economía monetaria fue gradual y primero se
consolidó en el Levante y el sur peninsular, extendiéndose en el siglo I a.C. por buena parte del interior
de Hispania con motivo del fin de las conquistas y la aparición de numerosos talleres que abastecían de
moneda local (García-Bellido, 1993a: 336-337; Ripollès, 2000: 331-337). La datación de los diferentes
punzones de este catálogo permite apreciar este proceso, pues el contramarcado se empezó a difundir
en el siglo II a.C. y se asentó definitivamente en el siglo I a.C., ya que en esta centuria se documentan
casi la totalidad de las contramarcas que documentamos. El contramarcado en Hispania continuará con
gran auge sobre las emisiones provinciales acuñadas durante el periodo de la dinastía Julio-Claudia
(RPC p. 809-810; APRH p. 324-326; Herreras Belled, 2012; 2016b; 2019; 2020a; 2020b).
4. CONSIDERACIONES FINALES
El proceso de contramarcado iniciado por los griegos se difundió rápidamente por todo el Mundo
Antiguo y llegó con los romanos a Hispania, donde a finales del siglo III a.C. se empezaron a estampar
las primeras marcas sobre el numerario peninsular. Este tratamiento secundario de las piezas despertó
escaso interés entre los estudiosos de las monedas antiguas de Hispania desde el siglo XVIII al XX,
momento en el que se inician los primeros trabajos de rigor. El estudio de las contramarcas peninsulares
APL XXXIV, 2022
[page-n-233]
232
P. Cerdà Insa
entre los siglos III a.C. y I a.C. es difícil de abordar por la descontextualización arqueológica de las
piezas y el desconocimiento actual del significado que se quería transmitir con los diseños estampados.
En este estudio se ha pretendido sistematizar el material conocido hasta la fecha e interpretar, en
algunos casos, el propósito funcional de la contramarca aplicada.
La base de datos del catálogo digital monedaiberica.org (MIB) ha sido esencial en la elaboración de este
trabajo, puesto que permite el acceso a casi la totalidad de monedas antiguas de Hispania conocidas hasta
la fecha. Por ello, es imprescindible la aproximación a este tipo de recursos que proporcionan una amplia
visión del material de estudio.
Todavía queda mucho por conocer sobre las contramarcas presentes en el numerario hispano
antiguo, pues su tratamiento aún está lejos de ser una materia consolidada. No obstante, el análisis de
las contramarcas nos ha permitido apreciar la complejidad del sistema monetario ibérico y los diferentes
usos secundarios que tuvo parte de su numerario. Por ello, el catálogo que presentamos pretende
constituir, de forma abreviada, una aproximación a la ordenación y el análisis de las contramarcas
antiguas de Hispania, para así publicar un futuro corpus con el estudio completo de estas marcas
prerromanas y la revisión del material provincial.
AGRADECIMIENTOS
La elaboración de este trabajo no hubiese sido posible sin las directrices y correcciones de Pere Pau Ripollès, que han
contribuido al enriquecimiento del mismo. Además, agradecemos a Juan Carlos Herreras Belled la información facilitada y la ayuda prestada y a Manuel Gozalbes sus pertinentes indicaciones.
5. CATÁLOGO
Notas para el uso del catálogo:
Las contramarcas aparecen ordenadas numéricamente y algunos tipos se han dividido en diferentes
variantes que hemos catalogado con letras (1a, 1b, 1c, etc.), pues corresponden a punzones similares
pero con alguna variación. Mostramos un dibujo de la contramarca cuya parte representada en color
negro es la que se encuentra incisa sobre la moneda, junto con una breve descripción de la misma.
En una segunda línea se indica el tamaño de los punzones, el número de ejemplares conocidos y un
recuento de los anversos y reversos sobre los que se estamparon las marcas. Debajo se enumeran las
cecas sobre las que se han documentado dichas contramarcas. Seguidamente se disponen las referencias
bibliográficas de cada tipo. Las entradas del catálogo se ilustran mediante una moneda identificativa con
la contramarca orientada en posición de lectura. Bajo la misma se detalla la información del ejemplar
ilustrado, que aparece referenciado con el nombre de la ceca a la que pertenece, su catalogación MIB, la
posición donde se encuentra la contramarca y la procedencia de la moneda. En la mayoría de los casos
se adjunta un número (ID) que si se agrega al final de la URI https://monedaiberica.org/coin/ permite
acceder a la ficha de las piezas. Asimismo, aportamos la datación de los soportes contramarcados
(según MIB), junto con la conservación general de las piezas conocidas y una sugerencia del momento
de la aplicación de cada contramarca.
APL XXXIV, 2022
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Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
233
ANIMADAS
1. Cabeza a dcha. con punzón circular
1a. Cabeza galeada
12 mm. 2 ejemplares (1 anv.; 1 rev.).
Sobre Ebusus.
Ref.: Campo, 1976: lám. XVII, n.º XIX-A-1, XIX-A-2.
Soportes: ca. 125-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
1b. Cabeza con casco de peinado erizado
7 mm. 5 ejemplares (5 anv.).
Sobre Kelse.
Ref.: Herreras Belled, 2011-2012: 316, n.º 8.38;
Cores y Cores, 2017: 166-167.
Soportes: ca. 72-45 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
1c. Cabeza con casco redondo
6 mm. 2 ejemplares (2 anv.).
Sobre Kelse.
Ref.: Herreras Belled, 2011-2012: 316, n.º 8.38;
Cores y Cores, 2017: 165.
Soportes: ca. 72-45 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Ebusus, MIB 16/67a | ID 25250 Vico
14/11/2012, lote 132 (anv.).
Kelse, MIB 69/26a | ID 126796 Museu de
Prehistòria de València 31212 (anv.).
Kelse, MIB 69/23 | ID 79627 Vico
01/03/2018, lote 225 (anv.).
1d. Cabeza sin casco definido
9 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 160-130 a.C.; mucho desgaste,
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/36a
Col. L. Costa (anv.).
2. Cabeza con casco a izq. con punzón circular
5 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Ikalesken.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 253.
Soportes: ca. 150-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Ikalesken, MIB 154/22 | ID 6310
Hervera 05/11/2009, lote 2193 (anv.).
APL XXXIV, 2022
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234
P. Cerdà Insa
3. Animal cuadrúpedo parado con punzón
circular
7 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kese.
Ref.: Benages, 2022: n.º 64h.
Soporte: ca. 170-150 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
4. Delfín inciso
Kese, MIB 46/52
Benages, 2022: n.º 64h (anv.).
4a. Delfín con los extremos de la aleta caudal
puntiagudos
11x6 mm. 28 ejemplares (28 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Vigo, 1952: n.º 54; Guadán, 1960b: XCVII;
Alfaro, 1988: 72, n.º 2.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
4b. Delfín con extremidades redondeadas
10x5 mm. 31 ejemplares (31 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Alfaro, 1988: 72, n.º 3.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
5. Delfín con punzón rectangular
5x3 mm. 2 ejemplares (1 anv.; 1 rev.).
Sobre Emporion y Untikesken.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 260-40 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
6. Pecten con punzón rectangular
3x3 mm. 2 ejemplares (1 anv.; 1 rev.).
Sobre Emporion y Untikesken.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 200-40 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Gadir, MIB 9/60e | ID 25258
Vico 14/11/2012, lote 691 (rev.).
Gadir, MIB 9/60e | ID 26136
Pliego 04/12/2012, lote 220 (rev.).
Emporion, MIB 1/202 | ID 106640
Musée des Antiquités Nationales N3030 (anv.).
Emporion, MIB 1/225b | ID 106682
Musée des monnaies et médailles Joseph Puig
T299-21 (anv.).
[page-n-236]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
235
INANIMADAS
7. Palma con punzón circular
14 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kese.
Ref.: Benages, 2022: n.º 124b.
Soporte: ca. 100-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kese, MIB 46/104b
Benages, 2022: 124b (anv.).
8. Arado con punzón rectangular
12x4 mm. 4 ejemplares (4 rev.).
Sobre Bilbiliz y Sekaiza.
Ref.: Gomis Justo, 2001: n.º 3; Herreras
Belled, 2016a: 90.
Soportes: ca. 155-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Bilbiliz, MIB 116/03 | ID 129728
Ibercoin 16/10/2019, lote 43 (rev.).
9. Hacha incisa con punzón adaptado a su
perfil
3x6 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Alfaro, 1988: 72, n.º 16; Ruiz Trapero,
2000, I: 371.
Soporte: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/65 | ID 55345
Instituto Valencia de Don Juan 1804 (rev.).
10. Rueda de carro con punzón circular
5 mm. 4 ejemplares (4 anv.).
Sobre Arekorata.
Ref.: Guadán, 1960b: IV; 1960a: XII.
Soportes: ca. 170-150 a.C., poco desgaste.
Contramarca: segunda mitad del siglo II a.C.
Arekorata, MIB 102/01 | ID 8008
Vico 11/11/2010, lote 15 (anv.).
11. Estrella o roseta con punzón circular
8 mm. 8 ejemplares (8 anv.).
Sobre Ituci.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 76.
Soportes: ca. 140-90 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Ituci, MIB 25/03 | ID 81902
Áureo & Calicó 30/05/2018, lote 1181
APL XXXIV, 2022
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236
P. Cerdà Insa
12. Estrella de seis puntas con punzón circular
3 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Orosiz.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 100-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
13. Estrella de siete puntas con punzón circular
8 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Malaca.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 170-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: hacia mediados del siglo I a.C.
14. Estrella de ocho puntas circular incisa
2 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Bolskan.
Ref.: Ripollès y Abascal, 2000: 185.
Soporte: ca. 100-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Orosiz, MIB 75/5 | ID 29293
Hervera 29/10/2013, lote 2349 (anv.).
Malaca, MIB 10/17
Asociación Numismática Española 12/1960,
lote 113.
Bolskan, MIB 79/11a | ID 50971
Real Academia de la Historia n.º 1222 (anv.).
15. Estrella de seis puntas y punto central con
punzón adaptado a su perfil
7 mm. 18 ejemplares (18 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Vigo, 1952: n.º 55; Guadán, 1960b: XCVIII,
CXLVI, CXVII; Alfaro, 1988: 72, n.º 1.
Soportes: ca. 237-218 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: inicios del siglo II a.C.
Gadir, MIB 9/32b | ID 5675
Vico 02/04/2009, lote 120 (rev.).
16. Estrella de seis puntas y punto central con punzón
circular
7 mm. 3 ejemplares (3 rev.).
Sobre Gadir y Sekaiza.
Ref.: Alfaro, 1988: 72, n.º 1 vte.
Soportes: ca. 237-72 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Gadir, MIB 9/35a | ID 53680
Instituto Valencia de Don Juan n.º 139 (rev.).
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Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
237
17. Creciente con puntos y espiga
13x8 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Untikesken.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 142.
Soporte: ca. 195-170 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
Unitkesken, MIB 57/01a | ID 79465
Vico 01/03/2018, lote 63 (rev.).
18. Emblema rectangular con puntos
7x8 mm. 2 ejemplares (2 rev.).
Sobre Ebusus.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 59.
Soportes: ca. 218-200 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o inicios
del siglo I a.C.
Ebusus, MIB 16/40 | ID 120908
Museu de Prehistòria de València 42670 (rev.).
OBJETOS INCIERTOS
19. Incisión con punzón rectangular
2x1 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Arekorata.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-120 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Arekorata, MIB 102/17f | ID 79875
Hervera 05/03/2018, lote 2138 (anv.).
20. Dos puntos alineados con punzón
rectangular
2x1 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Turiazu.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 120-80 a.C., poco desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
21. Triángulo con tres puntos
2x2 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Arekorata.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-120 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Turiazu, MIB 109/17
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
Arekorata, MIB 102/17m | ID 151234
eBay 284594767045 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-239]
238
P. Cerdà Insa
22. Tres puntos alineados con punzón
rectangular
3x1 mm. 2 ejemplares (2 anv.).
Sobre Arsaos y Sekobirikez.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 110-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
23. Dos puntos incisos
1 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 130-80 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Sekobirikez, MIB 125/11a | ID 150452
Museo Nacional del Prado n.º O002208 (rev.).
Castulo, MIB 157/39a | ID 136401
Tauler & Fau 29/04/2020, lote 11 (anv.).
24. Cuatro puntos incisos
2 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kese.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 100-40 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kese, MIB 46/102 | ID 144784
Tauler & Fau 12/05/2020, lote 1036 (anv.).
25. Cruz con punzón circular
25a. Cruz fina con punzón circular
5 mm. 15 ejemplares (13 anv.; 2 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Guadán, 1960b: XLV; 1960a: IX.
Soportes: ca. 190-160 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: segunda mitad del siglo II a.C.
Castulo, MIB 157/12 | ID 115032
Vico 06/06/2019, lote 18 (anv.).
25b. Cruz gruesa con punzón circular
5 mm. 2 ejemplares (2 anv.).
Sobre Kelse.
Ref.: Herreras Belled, 2011-2012: 312, n.º 5.4.
Soportes: ca. 140-50 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Kelse, MIB 69/26a
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-240]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
239
26. Cruz cantonada de puntos con punzón
circular
8 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Malaca.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 100-40 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
27. Cruz fina con punzón romboidal
5x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 80-40 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
28. ¿Enganche o fíbula?
7x9 mm. 7 ejemplares (7 anv.).
Sobre Ikalesken.
Ref.: Guadán, 1960b: CIII; Cores y
Cores, 2017: 252.
Soportes: ca. 175-100 a.C., bastante
desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I
a.C.
Malaka, MIB 10/26b
Vico 15/02/2022, lote 54 (anv.)
Castulo, MIB 157/53 | ID 20224
denarios.org 06/2012 (anv.).
Ikalesken, MIB 154/22 | ID 23146
Imperio Numismático 08/2012 (anv.).
29. Objeto incierto con cuadriculado
6x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Ilurco.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 195-150 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o
inicios del siglo I a.C.
Ilurco, MIB 212/01
eBay 141319986956 (anv.).
30. Rectángulo inciso con divisiones
internas
12x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Murtili.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 160-72 a.C., poco
desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Murtili, MIB 171/07a
tesorillo.com 09/2022 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-241]
240
P. Cerdà Insa
31. Rectángulo inciso
6x4 mm. 5 ejemplares (5 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
32. Rectángulo / cuadrado macizo inciso
4x3-2x2 mm. 11 ejemplares (1 anv. y rev.; 6
anv.; 4 rev.).
Sobre Emporion.
Ref.: Guadán, 1960b: LIV; 1960a: X.
Soportes: ca. 218-200 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo III a.C.
33. Objeto incierto con forma de gancho
5x6 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref. Inédita.
Soporte: ca. 190-160 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o inicios
del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60 | ID 145719
Vico 16/07/2020, lote 16 (rev.).
Emporion, MIB 1/232c | ID 109617
Áureo & Calicó 14/03/2019, lote 1073 (rev.).
Castulo, MIB 157/12
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
34. Cenefa con punzón rectangular
6x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 130-80 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/39b | ID 101210
Ashmolean Museum n.º 49354 (anv.).
35. Objeto incierto con apéndice
6x7 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Untikesken.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-100 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C.
Untikesken, MIB 57/30 | ID 25042
Vico 14/11/2012, lote 466 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-242]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
36. Incisión con punzón circular
Diámetro variable. 36 ejemplares (36 anv.).
Sobre Bilbiliz, Burzau, Carmo, Castulo, Gadir,
Ikalesken, Ikesankom, Iltirta, Kelse, Kese,
Konterbia Karbika y Untikesken.
Ref.: Guadán, 1960b: XIV; Villaronga, 1983: 31;
Alfaro 1988: 72, n.º 1; Herreras Belled, 2016a: 91.
Soportes: ca. 220-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
241
Iltirta, MIB 67/75a | ID 65594
Vico 01/03/2018, lote 183 (anv.).
37. Incisión con punzón triangular
37a. Incisión con punzón triangular regular
4x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Saiti.
Ref.: Ripollès, 2007: 16c.
Saiti, MIB 30/12 | ID 31438
Soporte: ca. 120-100 a.C., poco desgaste.
Classical
Numismatic
Group 04/12/2013, lote 79 (anv.).
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
37b. Incisión con punzón triangular irregular
3x3 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Bolskan e Ilurco.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 195-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
LETRAS
Ilurco, MIB 212/1
Soler & Llach 17/12/2015, lote 2375 (anv.).
Una letra
38. Letra A incisa
11x8 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Ilturir.
Ref.: Guadán, 1960b: XIX.
Soporte: ca. 130-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Ilturir, MIB 165/13d | ID 130450
Vico 07/11/2019, lote 23 (anv.).
39. Letra A con punzón rectangular
4x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Guadán, 1960b: XVIII.
Soporte: ca. 220-190 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: aplicada en el siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/07a | ID 603
Cayón 11/12/2006, lote 5100 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-243]
242
P. Cerdà Insa
40. Letra A con punzón circular
6-5 mm. 4 ejemplares (1 rev.; 3 anv.).
Sobre Carmo y Kelse.
Ref.: Vigo, 1952: n.º 1; Guadán, 1960b:
XXIX; Herreras Belled, 2011-2012: 313,
n.º 6.2.; Cores y Cores, 2017: 167, 355.
Soportes: ca. 160-45 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Ver también S·AE.
Carmo, MIB 198/04a | ID 134193
Vico 05/03/2020, lote 73 (rev.).
41. Letra C incisa
41a. Letra C fina
6x5 mm. 2 ejemplares (2 anv.).
Sobre Arekorata y Bilbiliz.
Ref.: Herreras Belled, 2016a: 91; Cores y Cores,
2017: 205.
Soportes: ca. 150-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
41b. Letra C pequeña (con posible punto central)
2,5x3 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Turiasu.
Ref.: Gozalbes, 2009: 62.
Soporte: ca. 150-120 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C.
o inicios del siglo I a.C.
41c. Letra C gruesa
3x3 mm. 2 ejemplares (2 anv.).
Sobre Arekorata.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 150-120 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C.
o inicios del siglo I a.C.
Arekorata, MIB 102/18f | ID 98183
Vico 15/11/2018, lote 21 (anv.).
Turiasu, MIB 109/13 | ID 24189
Vico 09/10/2012, lote 439 (anv.).
Arekorata, MIB 102/18g | ID 86227
Áureo 21/05/1998, lote 307 (anv.).
42. Letra C con punzón circular
42a. Letra C fina con punzón circular
6 mm. 4 ejemplares (4 anv.).
Sobre Ikalesken.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 150-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Ikalesken, MIB 154/21 | ID 116686
Col. Vidal Valle n.º 489 (anv.).
[page-n-244]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
243
42b. Letra C gruesa y con la parte superior
cerrada con punzón circular
5 mm. 4 ejemplares (4 anv.).
Sobre Sekaiza, Tamaniu y Orosiz.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 155-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Sekaiza, MIB 117/15 | ID 123406
eBay 221645114637 (anv.).
42c. Letra C gruesa y con la parte superior
abierta con punzón circular
6 mm. 19 ejemplares (17 anv.; 2 rev.).
Sobre Bilbiliz, Belikio, Iltukoite, Kese, Konterbia
Belaiska, Orosiz, Saiti y Tamaniu.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 176.
Soportes: ca. 160-40 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
43. Letra F con punzón rectangular irregular
4x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Guadán, 1960b: XLIX.
Soporte: ca. 130-80 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
44. Letra L con punzón rectangular
4x5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: incierta, mucho desgaste.
Contramarca: cronología incierta.
Belikio, MIB 76/4c | ID 128077
Museu de Prehistòria de València n.º 42673 (rev.).
Castulo, MIB 157/39b | ID 151080
Museo Arqueológico Nacional 1993/67/5655 (anv.).
Castulo, MIB 157/tesorillo.com 09/2022 (rev.).
45. Letra O incisa
45a. Letra O con punzón anular
3,5-2,5 mm. 7 ejemplares (4 anv.; 3 rev.).
Sobre Arketurki, Laiesken, Sekaiza y Sekobirikez.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 133.
Soportes: ca. 180-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o inicios del siglo
I a.C.
Arketurki, MIB 61/03 | ID 14207
Col. R. González (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-245]
244
P. Cerdà Insa
45b. Letra O con punzón oval inciso
2 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Gadir.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 218-195 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: segunda mitad del siglo II a.C.
Gadir, MIB 9/48c
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
46. Letra P incisa
4,5x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Seks.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 49.
Soporte: ca. 237-195 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: aplicada en el siglo II a.C.
Seks, MIB 11/05 | ID 74948
Vico 08/06/2017, lote 230 (anv.).
47. Letra R incisa a izq.
2,5x3 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Eustibaikula.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-130 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
Eustibaikula, MIB 59/01 | ID 149724
Museo Nacional del Prado O001909 (anv.).
48. Letra R con punzón rectangular a dcha.
3x3 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Dipo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 170-130 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
49. Letra S a dcha.
Ref.: Guadán, 1960b: LI; 1960a: XV.
Dipo, MIB 137/02
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
49a. Letra S incisa con trazo fino y estilizado
3x7 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Laiesken.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 134.
Soporte: ca. 150-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Laiesken, MIB 51/06 | ID 79412
Vico 01/03/2018, lote 10 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-246]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
245
49b. Letra S incisa con trazo regular
4x6 mm. 7 ejemplares (7 rev.).
Sobre Salacia.
Ref.: ACIP 987; CNH 135/12B.
Soportes: ca. 100-40 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Salacia, MIB 166/20b | ID 135422
Museo Arqueológico Nacional 1993/67/7607 (rev.).
49c. Letra S incisa con trazo grueso
4x6 mm. 12 ejemplares (12 rev.).
Sobre Salacia.
Ref.: ACIP 987; CNH 135/12B.
Soportes: ca. 100-40 a.C., bastante desgaste
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Salacia, MIB 166/20d | ID 26423
Herrero 13/12/2012, lote 162 (rev.).
49d. Letra S incisa con extremo inferior grueso
2x3 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Carisa.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 120-80 a.C.; mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
49e. Letra S con punzón adaptado al perfil de la
Carisa, MIB 194/02a | ID 100005
Asociación Numismática Española 07-09/05/1991,
lote 117 (anv.).
letra
3x5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 190-160 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C.
50. Letra S a izq.
Castulo, MIB 157/12 | ID 955
Áureo 21/09/2006, lote 178 (rev.).
50a. Letra S incisa trazo fino y estilizado
2,5x3,5 mm. 2 ejemplares (1anv; 1 rev.).
Sobre Baskunes e Ituci.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 125-110 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Baskunes, MIB 87/11a | ID 29648
Vico 07/11/2013, lote 68 (anv.).
50b. Letra S incisa con los extremos gruesos
4,5x7 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Salacia.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 310.
Soporte: ca. 150-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: aplicada hacia mediados del siglo I a.C.
Salacia, MIB 166/02 | ID 130458
Vico 07/11/2019, lote 31 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-247]
246
P. Cerdà Insa
50c. Letra S incisa muy fina
2x9 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Carteia.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 130-90 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
51. Letra T incisa
Carteia, MIB 200/01b | ID 142782
Ayuntamiento de Sevilla (rev.).
51a. Letra T tipo tau con punzón adaptado al
perfil de la letra
4x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kelse.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 75-45 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kelse, MIB 69/26b | ID 132321
Tauler & Fau 16/12/2019, lote 1057 (anv.).
51b. Depresión incisa en forma de letra T
5x3 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Searo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-100 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Searo, MIB 197/01 | ID 12166
Áureo & Calicó 30/11/2011, lote 1187 (anv.).
52. Letra T con punzón rectangular
4x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Obulco.
Ref.: Vigo, 1952: n.º 39.
Soporte: ca. 165-110 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Obulco, MIB 159/11b
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
53. Letra V con punzón rectangular
4x4,5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kelse.
Ref.: Herreras Belled, 2011-2012: 313, n.º 6.1; Cores y
Cores, 2017: 170.
Soporte: ca. 72-45 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Kelse, MIB 69/24 | ID 79644
Vico 01/03/2018, lote 242 (anv.).
[page-n-248]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
247
Dos o más letras
54. CA con punzón rectangular
6,5x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Guadán, 1960b: II; Cores y Cores, 2017: 276.
Soporte: ca. 80-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: segunda mitad del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/60 | ID 115097
Vico 06/09/2018, lote 83 (anv.).
55. CAST con punzón rectangular
9x4 mm. 1 ejemplar (1 ¿anv./rev.?).
Sobre ¿Castulo?
Ref.: Inédita.
Soporte: incierta, mucho desgaste.
Contramarca: cronología incierta.
¿Castulo?, MIB 157/Col. C. Segura. (¿anv./rev.?).
56. COL inciso
14x5-10x5 mm. 6 ejemplares (1 anv.; 5 rev.).
Sobre Gadir y Malaca.
Ref.: Alfaro, 1988: 72, n.º 8.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60a
Museo Arqueológico Nacional 1993/67/606 (rev.).
57. DISCOI entre dos espigas en punzón
rectangular
13x6 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Lascuta.
Ref.: Vives, 1924: 92/10.
Soportes: ca. 160-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
No se aprecia con claridad el cierre del a letra D, cuyo
trazado se asemeja a un creciente.
Lascuta, MIB 18/03 | ID 21504
OMNI 07/07/2012 (anv.).
58. D·D con punto entre las letras y
apéndices
6x3 mm. 4 ejemplares (4 rev.).
Sobre Seks.
Ref.: Guadán, 1960b: XXIII vte.; Cores y Cores,
2017: 50.
Soportes: ca. 100-50 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Seks, MIB 11/21a | ID 74954
Vico 08/06/2017, lote 236 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-249]
248
P. Cerdà Insa
59. EC con punzón circular
6 mm. 2 ejemplares (2 rev.).
Sobre Bilbiliz e Iltirta.
Ref.: Vigo, 1952: n.º 18; Guadán, 1960b: VIII;
1960a: XXIV.
Soportes: ca. 150-25 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
Iltirta, MIB 67/78a | ID 48390
SNG Stockholm n.º 714 (rev.).
60. FER con punzón rectangular
8x4 mm. 3 ejemplares (1 anv.; 2 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Ruiz Trapero, 2000, I: 316.
Soportes: ca. 220-130 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/01 | ID 82570
Ibercoin 27/06/2018, lote 86 (rev.).
61. LE con punzón rectangular
4x4 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 160-130 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/15a
tesorillo.com 09/2022 (rev.).
62. LL con punzón rectangular
6x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Obulco.
Ref.: Inédita.
Soporte: incierta, mucho desgaste.
Contramarca: cronología incierta.
Obulco, MIB 159/Pliego 26/04/2021, lote 29 (anv.)
63. L·S con punzón rectangular
5x4 mm. 2 ejemplares (2 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: incierta, mucho desgaste.
Contramarca: cronología incierta.
Castulo, MIB 157/- | ID 120374
eBay 371332589572 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-250]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
249
64. OM con punzón circular
7 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Murtili.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 160-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o
inicios del siglo I a.C.
Murtili, MIB 171/02a
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
65. OR con punzón rectangular
6x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Ruiz Trapero, 2000, I: 316.
Soporte: ca. 190-160 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
66. PO con punzón adaptado al perfil
Castulo, MIB 157/08a | ID 55021
Instituto Valencia de Don Juan n.º 1480 (anv.).
de las letras
7x5,5 mm. 14 ejemplares (14 rev.).
Sobre Castulo, Kelse, Konterbia Belaiska,
Konterbia Karbika, Obulco, Orippo y Sekaiza.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 170, 258, 266-267, 374.
Soportes: ca. 190-45 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/- | ID 1624
Cayón 11/04/2002, lote 656 (rev.).
67. PR inciso
6,5x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Carteia.
Ref.: Ruiz Trapero, 2000, II: 76.
Soporte: ca. 65-40 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Carteia, MIB 200/42 | ID 56192
Instituto Valencia de Don Juan n.º 2651 (anv.).
68. REC con punzón rectangular
8x4 mm. 2 ejemplares (2 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Alfaro, 1988: 72, n.º 13; Cores y Cores, 2017: 38.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60 | ID 74886
Vico 08/06/2017, lote 168 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-251]
250
P. Cerdà Insa
69. S·C punteado
69a. S·C punteado regular
1 mm. 41 ejemplares (41 anv.).
Sobre Abariltur, Castulo, Iltirkesken, Iltirta y Kese.
Ref.: Villaronga, 1983: 32; Cores y Cores, 2017: 128131.
Soportes: ca. 195-80 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Kese, MIB 46/90 | ID 65300
Cores y Cores, 2017: n.º 1300 (anv.).
69b. S·C punteado irregular
1 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kese.
Ref.: Benages, 2022: n.º 35f.
Soporte: ca. 195-170 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Kese, MIB 46/24 | ID 8312
Vico 11/11/2010, lote 321 (anv.).
70. SITII con punzón rectangular
8x5 mm. 7 ejemplares (7 anv.).
Sobre Gadir.
Ref.: Guadán, 1960b: XCIX; Alfaro, 1988: 72, n.º 11;
Cores y Cores, 2017: 38.
Soportes: ca. 190-45 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60 | ID 64316
Cores y Cores, 2017: n.º 316 (anv.).
71. SS incisas a dcha.
71a. SS incisas con trazo grueso y puntas
redondeadas
13x8-7x8 mm. 16 ejemplares (10 anv.; 6 rev.).
Sobre Bora, Carbula, Carmo, Castulo, Ilipa, Ilturir,
Okelakom, Sacili, Salacia, Sekaiza, Titiakos y
Urso.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 125.
Soportes: ca. 175-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/- | ID 67990
Col. Cores (anv.).
71b. SS incisas con trazo grueso acabado en
punta
8x5-2,5x2,5 mm. 8 ejemplares (7 anv.; 1 rev.).
Sobre Kese y Sekobirikez.
Ref.: Villaronga, 1983: 32; Cores y Cores, 2017: 128.
Soportes: ca. 195-80 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Kese, MIB 46/55 | ID 65248
Cores y Cores, 2017: n.º 1248 (anv.).
[page-n-252]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
251
71c. SS incisas con trazo grueso y casi vertical
6x4-5x6 mm. 4 ejemplares (3 anv.; 1 rev.).
Sobre Baria, Carmo, Kese y Vesci.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 72.
Soportes: ca. 237-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: aplicada en el siglo I a.C.
Vesci, MIB 23/01 | ID 64713
Cores y Cores, 2017: n.º 713 (anv.).
72. SS incisas a izq.
4x6 mm. 3 ejemplares (3 rev.).
Sobre Carmo y Untikesken.
Ref.: Ruiz Trapero, 2000, I: 425
Soportes: ca. 100-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
73. S incisa con apéndice
Carmo, MIB 198/22 | ID 55713
Instituto Valencia de Don Juan n.º 2172 (rev.).
73a. S incisa con apéndice, sin espacio entre
los elementos
6x5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Arse-Saguntum.
Ref.: Ripollès y Llorens, 2002: 268.
Soporte: ca. 130-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Arse-Saguntum, MIB 34/63 | ID 93684
Col. F. Caudet (rev.).
73b. S incisa con apéndice, con espacio entre
los elementos
6,5x6,5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kese.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-100 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Kese, MIB 46/65 | ID 87070
Col. particular (anv.).
74. VG con punzón rectangular
7,5x4 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 38.
Soporte: ca. 195-40 a.C., poco desgaste.
Contramarca: aplicada en el siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60a | ID 127570
Museu de Prehistòria de València 41109 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-253]
252
P. Cerdà Insa
75. VIC con punzón rectangular
7x4 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Albatha.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 54.
Soportes: ca. 140-90 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o inicios del siglo
I a.C.
Albatha, MIB 13/02 | ID 116399
Col. particular (anv.).
Monogramas latinos
76. AV inciso
8x5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Guadán, 1960b: XXVI, LXXVI; Alfaro, 1988:
72, n.º 9.
Soporte: incierta, mucho desgaste.
Contramarca: cronología incierta.
Gadir, MIB 9/- | ID 55334
Instituto Valencia de Don Juan n.º 1793 (rev.).
77. CAE con punzón rectangular
9x4 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Guadán, 1960b: XXXV.
Soporte: incierta, mucho desgaste.
Contramarca: cronología incierta.
Gadir, MIB 9/- | ID 55333
Instituto Valencia de Don Juan n.º 1792 (rev.).
78. CAESVLAM con punzón rectangular
20x4 mm. 15 ejemplares (1 anv.; 14 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Delgado, 1873: Lám. XXVI, n.º 23-24; Guadán,
1960b: XCV; 1960a: XXVIII; Alfaro, 1988: 72, n.º 7;
Cores y Cores, 2017: 39.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60 | ID 101407
Ashmolean Museum n.º 49552 (rev.).
79. EMP con punzón rectangular
6x4 mm. 6 ejemplares (5 rev.; 1 anv. y rev.).
Sobre Castulo y Obulco.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 160-130 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/28
García-Bellido, 1986: Fig. 19 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-254]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
253
80. EPL con punzón rectangular
5x5,5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 258.
Soporte: ca. 190-160 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
81. MA inciso
9x4-8x4 mm. 5 ejemplares (5 anv.).
Sobre Gadir.
Ref.: Delgado, 1873: Lám. XXVI, n.º 17; Guadán,
1960b: XCIII; 1960a: XXIX; Alfaro, 1988: 72, n.º 5.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/08a | ID 115026, Vico
06/06/2019, lote 12 (anv.).
Gadir, MIB 9/60h
Museo Arqueológico Nacional 1993/67/535 (anv.).
82. S·AE con punzón rectangular
7,5x6 mm. 5 ejemplares (1 anv.; 4 rev.).
Sobre Ausesken, Carmo, ¿Gadir? y Saiti.
Ref.: Guadán 1960b: CXXXIII; Cores y Cores,
2017: 355.
Soportes: ca. 195-45 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: segunda mitad del siglo I a.C.
Saiti, MIB 30/18 | ID 135413
Museo Arqueológico Nacional 1993/67/3715 (rev.).
83. S AL con punzón circular
10x6 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Vigo, 1952: n.º 36; Guadán, 1960b: XCIV;
1960a: XXVI; Alfaro, 1988: 72, n.º 10.
Soporte: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Gadir, MIB 9/60h | ID 55337
Instituto Valencia de Don Juan n.º 1796 (rev.).
84. VE con punzón rectangular
8x8 mm. 2 ejemplares (2 rev.).
Sobre Labini y Ulia.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 305.
Soportes: ca. 195-140 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
Labini, MIB 164/01 | ID 130435
Vico 07/11/2019, lote 8 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-255]
254
P. Cerdà Insa
85. Monograma incierto
Este tipo incluye tres contramarcas de punzones
rectangulares con monogramas inciertos que son
difíciles de interpretar por el escaso número de piezas
sobre las que se encuentran aplicadas.
85a. Monograma incierto I
5x4 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Ventipo.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 376.
Soporte: ca. 160-120 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
Ventipo, MIB 206/01 | ID 134310
Vico 05/03/2020, lote 190 (anv.).
85b. Monograma incierto II
4x5 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 160-130 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: siglo I a.C.
85c. Monograma incierto III
Castulo, MIB 157/15
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
10x8 mm. 2 ejemplares (1 anv.; 1 rev.).
Sobre Gadir.
Ref.: Alfaro, 1988: 72, n.º 14.
Soportes: ca. 195-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Letras neopúnicas
86. Letras B‘B‘L con punzón rectangular
Gadir, MIB 9/60
Alfaro, 1988: n.º 2519 (rev.).
11x6,5 mm. 11 ejemplares (11 anv.).
Sobre Asido.
Ref.: Vives, 1924: 90/6; Guadán, 1960b: V; ACIP
915; CNH 122/4.
Soportes: ca. 130-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
87. Letras ‘ŠD‘
87a. Letras ‘ŠD‘ con punzón circular
9 mm. 8 ejemplares (8 anv.).
Sobre Okelakom, Sekaiza y Tamusia.
Ref.: Guadán, 1960b: CXXXVIII; 1960a: V;
Gomis Justo, 2001: n.º 1-2; ACIP 968; CNH
130/2.
Soportes: ca. 130-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Asido, MIB 17/02 | ID 31242
Herrero 12/12/2013, lote 23 (anv.).
Sekaiza, MIB 117/26c | ID 87681
Col. particular (anv.).
[page-n-256]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
255
87b. Letras ‘ŠD‘ con punzón rectangular
9x7 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Sekaiza.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 130-72 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados siglo I a.C.
Signos ibéricos
Sekaiza, MIB 117/24d
tesorillo.com 09/2022 (anv.).
88. Signo ibérico U inciso
7x6 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Sekobirikez.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 110-80 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Sekobirikez, MIB 125/25 | ID 51492
Real Academia de la Historia 1743 (rev.).
89. Signo ibérico M inciso
11x12 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Sekobirikez.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 110-80 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Sekobirikez, MIB 125/25 | ID 51492
Real Academia de la Historia 1743 (anv.).
90. Signo ibérico O con punzón circular
4 mm. 9 ejemplares (9 rev.).
Sobre Orosiz.
Ref.: Vigo, 1952: 35 (citada en el texto como dudosa);
Guadán, 1960b: CXXIV; 1960a: IV; Cores y Cores,
2017: 172-173.
Soportes: ca. 120-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Orosiz, MIB 73/04 | ID 128010
Museu de Prehistòria de València 42162 (anv.).
91. Signo ibérico O con punzón rectangular
5x6 mm. 2 ejemplares (2 anv.).
Sobre Kelse.
Ref.: Herreras Belled, 2011-2012: 316, n.º 8.11.
Soportes: ca. 72-45 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kelse, MIB 69/26b
eBay 320703944206 (anv.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-257]
256
P. Cerdà Insa
92. Signo ibérico Ś/S
92a. Signo ibérico Ś/S con punzón adaptado al
perfil de la letra
5x3,5 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Aratikos.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 217.
Soportes: ca. 130-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Aratikos, MIB 113/02a | ID 98270
Vico 15/11/2018, lote 108 (anv.).
92b. Signo ibérico Ś con punzón rectangular
5x6 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Kili.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 117.
Soporte: ca. 50 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
92c. Signo ibérico Ś/S inciso
Kili, MIB 31/03 | ID 78368
Vico 16/11/2017, lote 208 (anv.).
4x3 mm. 5 ejemplares (5 anv.).
Sobre Aratikos.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 130-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Aratikos, MIB 113/02a | ID 3240
Vico 05/06/2008, lote 23 (anv.).
92d. Signo ibérico Ś con las uniones planas
2x1 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Bolskan.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 100-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Bolskan, MIB 79/11c | ID 140521
Áureo & Calicó 02/07/2020, lote 450 (anv.).
93. Signo ibérico KO con punzón circular
93a. Signo ibérico KO regular
6 mm. 12 ejemplares (12 rev.).
Sobre Malaca.
Ref.: Guadán, 1960b: CXIX; 1960a: VI; Campo y
Mora, 1995: 149-150.
Soportes: ca. 170-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
APL XXXIV, 2022
Malaca, MIB 10/16 | ID 46254
SNG BM Spain n.º 380 (rev.).
[page-n-258]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
257
93b. Signo ibérico KO irregular
7 mm. 4 ejemplares (4 rev.).
Sobre Malaca.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 170-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
94. Signo ibérico KU
Malaca, MIB 10/13 | ID 80295
Áureo & Calicó 24/04/2018, lote 3439 (rev.).
94a. Signo ibérico KU con punzón circular
inciso con punto central
2 mm. 13 ejemplares (10 anv.; 3 rev.).
Sobre Arekorata, Baskunes y Sekobirikez.
Ref.: Guadán, 1960b: VI; 1960a: XI.
Soportes: ca. 150-80 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Arekorata, MIB 102/23 | ID 14438
Col. R. González (anv.).
94b. Signo ibérico KU con punzón circular
inciso doble
3 mm. 4 ejemplares (3 anv.; 1 rev.).
Sobre Arekorata, Bentian y Sekobirikez.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 130-72 a.C., poco desgaste.
Contramarca: inicios del siglo I a.C.
Sekobirikez, MIB 125/09a | ID 140638
Áureo & Calicó 17/09/2020, lote 255 (anv.).
95. Signo ibérico TI con punzón rectangular
4x4,5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Iltirta.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150-135 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Iltirta, MIB 67/78e | ID 67935
Col. Cores (rev.).
96. Signo ibérico KI con punzón circular
5 mm. 2 ejemplares (1 anv.; 1 rev.).
Sobre Kese y Laiesken.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 150-100 a.C., bastante desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kese, MIB 46/06 | ID 112719
Áureo 29/10/2002, lote 4259 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-259]
258
P. Cerdà Insa
97. Signos ibéricos A I con punzón adaptado a
su forma
6x3,5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Bolskan.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 160-140 a.C., poco desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C.
Bolskan, MIB 79/03
Vico 06/06/1991, lote 38 (rev.).
98. Signos ibéricos UA con punzón
rectangular
7x7,5 mm. 3 ejemplares (3 anv.).
Sobre Bilbiliz.
Ref.: Inédita.
Soportes: ca. 130-72 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Bilbiliz, MIB 116/01a | ID 115806
OMNI 28/11/2016 (anv.).
99. Signos ibéricos A R con punzón
rectangular
5x3 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Kelse.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 167.
Soporte: ca. 140-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kelse, MIB 69/08a | ID 79635
Vico 01/03/2018, lote 233 (rev.).
100. Signos ibéricos E L con punzón
rectangular
7x5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Kili.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 150 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: primera mitad del siglo I a.C.
Kili, MIB 31/01 | ID 116688
Col. Vidal Valle n.º 491 (rev.).
101. Letras Q y P y signo ibérico meridional
O intercalado con punzón rectangular
9x3,5 mm. 1 ejemplar (1 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Inédita.
Soporte: ca. 80-40 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Castulo, MIB 157/59b
tesorillo.com 09/2022 (rev.).
APL XXXIV, 2022
[page-n-260]
Las contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (s. III-I a.C.)
259
102. Signos ibéricos L BI con punzón
rectangular
6x5 mm. 2 ejemplares (2 rev.).
Sobre Castulo.
Ref.: Guadán 1960a: I.
Soportes: ca. 190-160 a.C., bastante
desgaste.
Contramarca: finales del siglo II a.C. o
inicios del siglo I a.C.
103. Signos ibéricos M N punteados
Castulo, MIB 157/08a | ID 47105
SNG BM Spain n.º 1231 (rev.).
1 mm. 1 ejemplar (1 anv.).
Sobre Untikesken.
Ref.: Cores y Cores, 2017: 149.
Soporte: ca. 150-100 a.C., mucho desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
104. Inscripción ibérica LESE con punzón
Untikesken, MIB 57/36 | ID 82336
Áureo & Calicó 04/07/2018, lote 1094 (anv.).
rectangular
15,5x5 mm. 3 ejemplares (3 rev.).
Sobre Kelse.
Ref.: Herreras Belled, 2011-2012: 316, n.º
8.2; Cores y Cores, 2017: 166.
Soportes: ca. 72-45 a.C., poco desgaste.
Contramarca: mediados del siglo I a.C.
Kelse, MIB 69/26a | ID 79628
Vico 01/03/2018, lote 226 (rev.).
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HERRERAS BELLED, J. C. (2019): “Una contramarca [M] sobre un as de Calagurris. ¿Contramarcó la legión IIII
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A r c h i v o d e P r ehistor ia L evantina
Archivo de Prehistoria Levantina es una revista periódica de carácter bienal, editada por el Museu de Prehistòria
de València. Tiene como objetivo la publicación de estudios y notas de temática arqueológica (de la prehistoria a la
actualidad), relacionados preferentemente con el ámbito mediterráneo. Admite cualquier lengua hispánica, además
de francés, italiano o inglés. Los trabajos deben cumplir las normas generales abajo indicadas y habrán de ser
inéditos. Excepcionalmente podrán tener cabida traducciones de artículos ya publicados en lenguas no hispánicas.
APL utiliza un sistema de evaluación externa de originales, en el que se mantiene siempre el anonimato de los
evaluadores. Los artículos son valorados normalmente por dos especialistas en la materia, miembros o no del
Consejo Asesor. El Consejo de Redacción es el que remite a evaluación aquellos trabajos que se ajustan a la línea
editorial de la revista y el que finalmente aprueba su publicación.
Presentación de originales
Los trabajos tendrán una extensión máxima de 100.000 caracteres con espacios. Los autores decidirán la proporción
de texto e ilustraciones, teniendo en cuenta que una ilustración a página completa equivale a 5 . 000 caracteres.
Texto (con notas al pie y bibliografía), pies de ilustraciones, tablas y figuras se remitirán en archivos informáticos
independientes a la siguiente dirección:
Revista APL, Museu de Prehistòria de València, Corona 36, E-46003 València | revista.apl@dival.es
Texto
Los originales se presentarán en uno de los formatos comunes de los procesadores de textos (doc, rtf, odt),
empleando el tipo Times New Roman, cuerpo 12, interlineado 1,5 y con las páginas numeradas. La primera página
debe incluir nombre del autor(es) con su filiación y datos de contacto (dirección postal y correo electrónico), título
del artículo, resumen de 100-125 palabras con objetivos, métodos, resultados y conclusiones, y palabras clave con
la temática, la metodología y el contexto geográfico y cronológico del trabajo. Del título, resumen y palabras clave
debe proporcionarse una traducción preferentemente en francés o inglés.
Tablas y figuras irán siempre referidas en el texto, pero nunca montadas en él. Los diferentes apartados o epígrafes
del trabajo deben ir numerados hasta un máximo de tres niveles. Si se utilizan notas, éstas deben incluirse al pie
del texto de forma automática. Los agradecimientos y otras anotaciones aclaratorias se situarán al final del texto,
antes de la bibliografía.
Tablas
Las tablas se entregarán en hojas o archivos independientes en formatos también comunes (xls, ods) y numeradas
de forma correlativa. Sus dimensiones máximas no excederán la caja de la revista (150 x 203 mm). El tipo de letra a
utilizar será Times New Roman, cuerpo 9. Constarán de título, cuerpo de datos y, en su caso, notas al pie. Únicamente
se permiten las líneas horizontales esenciales para su comprensión y no se admiten rellenos de fondo. Un ejemplo de
formalización es el siguiente:
Tabla 28. Medidas comparativas del M2/ de diferentes caprinos.
Pla Llomes
Senèze (1)
Venta Micena (2)
Procamptoceras
PLl-51
Hemitragus albus
n
v
m
n
v
m
Longitud MD oclusal
18,18
5
18-18,5
18,3
17
17,12-19,59
18,43
Longitud MD (a 1 cm)
17,26
3
14-16,5
15,3
19
12,04-18,45
17,01
Anchura lób. ant. (a 1 cm)
12,40
5
13-16
14,5
16
11,17-13,47
12,09
Anchura lób. post. (a 1 cm)
10,62
5
11,5-15
13,3
18
9,41-12,06
10,11
(1) Duvernois y Guérin, 1989; (2) Crégut-Bonnoure, 1999.
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Figuras
Las figuras (dibujos de línea, fotografías y gráficos), preferentemente a color, se entregarán en formato tiff, eps
o jpg, a una resolución mínima de 300 ppp a tamaño de impresión. Sus dimensiones máximas se ajustarán a la
caja de la revista (150 x 203 mm). Deben referirse en el texto y su numeración, como en el caso de las tablas, será
correlativa. Los pies se presentarán en un archivo aparte. Cuando corresponda, las figuras llevarán escala gráfica
y los mapas/planos indicación además del Norte geográfico. Los textos que formen parte de las figuras deberán
tener a tamaño de impresión un cuerpo mínimo de 9 puntos y un máximo de 16.
Referencias bibliográficas
Las citas bibliográficas en el texto se realizarán con el apellido(s) del autor(es) en minúsculas y el año de
publicación, entre paréntesis, de la siguiente forma:
· Un autor: (Aura Tortosa, 1984: 138) o Aura Tortosa (1984: 138).
· Dos autores: (Pérez Jordà y Carrión, 2011) o Pérez Jordà y Carrión (2011).
· Tres o más autores: (Pla et al., 1983a) o Pla et al. (1983a).
Número de página(s), figura(s), tabla(s)… tras dos puntos después del año, si es el caso. Letras minúsculas a, b,
c… después del año para referencias con idénticos autores y misma fecha de publicación.
La bibliografía, listada al final del trabajo, seguirá el orden alfabético por apellidos. Para un autor específico, el
criterio será, consecutivamente:
· Autor solo: ordenación cronológica por año de publicación.
· Con un coautor: ordenación alfabética por el coautor.
· Con dos coautores o más: ordenación por año de publicación.
Deben incluirse todos los nombres en las obras colectivas. No son aconsejables las citas en texto de trabajos inéditos
(tesis, tesinas), siendo preferible su reseña completa en notas al pie. Las obras en prensa, para ser aceptadas, deberán
tener todos los datos editoriales. Los siguientes ejemplos ilustran los criterios formales a seguir:
Artículos
Artículo en revista
ROMAN MONROIG, D. (2014): “El jaciment de Sant Joan de Nepomucé (La
Serratella, La Plana Alta, Castelló)”. Saguntum-PLAV, 46, p. 9-20. [doi opcional].
Artículo en revista electrónica
(no paginado)
FERNÁNDEZ-LÓPEZ DE PABLO, J.; BADAL, E.; FERRER GARCÍA, C.;
MARTÍNEZ-ORTÍ, A. y SANCHIS SERRA, A. (2014): “Land snails as a diet
diversification proxy during the Early Upper Palaeolithic in Europe”. PLoS ONE, 9
(8): e104898. doi:10.1371/journal.pone.0104898.
Libros y obras colectivas
Libro
ARANEGUI, C. (2012): Los iberos ayer y hoy. Arqueologías y culturas. Marcial
Pons Historia, Madrid.
Libro dentro de serie
FUMANAL GARCÍA, M. P. (1986): Sedimentología y clima en el País Valenciano.
Las cuevas habitadas en el cuaternario reciente. Servicio de Investigación
Prehistórica, Diputación Provincial de Valencia (Trabajos Varios del SIP, 83),
Valencia.
Obra colectiva sin responsable(s)
de publicación
VV.AA. (1995): Actas de la I Reunión Internacional sobre el Patrimonio
arqueológico: Modelos de Gestión. Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en
Filosofía y Letras y en Ciencias de Valencia y Castellón, Valencia.
Obra colectiva con responsable(s)
de publicación
SANCHIS SERRA, A. y PASCUAL BENITO, J. L. (ed.) (2013): Animals i
arqueologia hui. I jornades d’arqueozoologia del Museu de Prehistòria de
València. Museu de Prehistòria de València, Diputació de València, València.
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Contribuciones a obras
colectivas
Capítulo de libro
MARTÍ OLIVER, B. (1998): “El Neolítico: los primeros agricultores y ganaderos”.
En Prehistoria de la Península Ibérica. Ariel, Barcelona, p. 121-195.
Obra sin responsable(s)
de publicación
AURA TORTOSA, J. E. (1984): “Las sociedades cazadoras y recolectoras:
Paleolítico y Epipaleolítico en Alcoy”. En Alcoy. Prehistoria y Arqueología. Cien
años de investigación. Ayuntamiento de Alcoy e Instituto de Estudios ‘Juan GilAlbert’, Alcoy, p. 133-155.
Obra con responsable(s)
de publicación
PÉREZ JORDÀ, G. y CARRIÓN MARCO, Y. (2011): “Los recursos vegetales”.
En G. Pérez Jordà, J. Bernabeu, Y. Carrión, O. García Puchol, L. Molina y M. Gómez
Puche (ed.): La Vital (Gandia, Valencia). Vida y muerte en la desembocadura del
Serpis durante el III y el I milenio a.C. Museu de Prehistòria de València, Diputació
de València (Trabajos Varios del SIP, 113), Valencia, p. 97-103.
Reunión científica sin
responsable(s) de publicación
Reunión científica con
responsable(s) de publicación
PLA BALLESTER, E.; MARTÍ OLIVER, B. y BERNABEU AUBÁN, J. (1983):
“La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia) y los inicios de la Edad del Bronce”.
XVI Congreso Nacional de Arqueología (Murcia-Cartagena, 1982). Secretaría
general de los congresos arqueológicos nacionales, Zaragoza, p. 239-247.
MARTÍ OLIVER, B.; FORTEA PÉREZ, J.; BERNABEU AUBÁN, J.; PÉREZ
RIPOLL, M.; ACUÑA HERNÁNDEZ, J. D.; ROBLES CUENCA, F. y GALLART
MARTÍ, M. D. (1987): “El Neolítico antiguo en la zona oriental de la Península
Ibérica”. En J. Guilaine, J. Courtin, J.-L. Roudil y J.-L. Vernet (dirs.): Premières
communautés paysannes en Méditerranée occidentale. Actes du Colloque
International du CNRS (Montpellier, 1983). Éditions du CNRS, Paris, p. 607-619.
Pruebas
Las primeras pruebas de imprenta se remitirán en formato PDF al autor para su corrección y serán devueltas en
un plazo máximo de quince días. Si los autores son varios, las pruebas se dirigirán al primero de los firmantes.
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datos. Se aconseja la utilización de correctores automáticos en el momento de redacción del texto, a fin de paliar
lapsus ortográficos.
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Reconstrucción preliminar de la secuencia del Paleolítico medio y superior inicial de la Cova Foradada (Oliva, Valencia) a partir del estudio de los materiales líticos
Aleix Eixea Vilanova / Alfred Sanchis SerraPag. 29-59descargarEl Abric de l'Hedra (Ontinyent, Valencia). Nuevos datos para el conocimiento de los grupos de cazadores recolectores del Paleolítico medio y superior en La Vall d'Albaida
Margarita Vadillo Conesa / Cristina Real Margalef / Agustí Ribera GómezPag. 61-82descargarRevisión tipológica de los sepulcros calcolíticos del cuadrante Sureste de la Península Ibérica. Las sepulturas construidas en mampostería con corredor, cámara circular y cubierta plana del Grupo Arqueológico de Los Millares
María Eugenia Calvín Velasco / Juan Antonio Cámara Serrano / Fernando Molina GonzálezPag. 83-108descargarPrácticas de canibalismo durante la Edad del Bronce: la Cova del Garrofer (Gandia, València)
Ángela Pérez Fernández / Pablo García Borja / Carles Miret Estruch / Joan NegrePag. 109-144descargarDe la Astarté fenicia a la diosa-madre ibérica. Análisis de la documentación arqueológica del santuario del Castillo de Guardamar (Alicante)
Fernando Prados Martínez / Helena Jiménez Vialás / Antonio García MenárguezPag. 145-171descargarDe jinetes y talleres escultóricos. Un nuevo pilar ibérico con decoración antropomorfa procedente de Cabezo del Agua Salada (Alcantarilla, Murcia)
Jesús Robles Moreno / José Fenoll CascalesPag. 199-220descargarLas contramarcas en las monedas antiguas de Hispania (siglos III-I a.C.)
Pablo Cerdà InsaPag. 221-262descargar