La conquista romana y el proceso de romanización en el mundo ibérico
Helena Bonet Rosado
Albert Ribera Lacomba
2003
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LA CONQUISTA ROMANA Y EL PROCESO
DE ROMANIZACIÓN EN EL MUNDO IBÉRICO
HELENA BONET
Servicio de Investigación Prehistórica. Diputación de Valencia
ALBERT V. RIBERA
Servicio de Investigación Arqueológica Municipal. Valencia
LA CONQUISTA ROMANA
La presencia de Roma en Iberia está directamente relacionada con hechos que tuvieron lugar en
el territorio valenciano, como el asedio y destrucción, por parte de Aníbal, de la ciudad ibérica de
Arse/Saguntum, aliada de Roma, aunque se encontraba al sur del Ebro, que era el limite norte de la
zona controlada por los púnicos según los pactos del antecesor de Aníbal, Asdrúbal, con Roma. Esta
aparente contradicción entre los dos tratados suscritos por Roma se ha interpretado como que el río
Hiberus de los textos antiguos no sería el Ebro sino el Xúquer, aunque también se piensa en una adulteración de la historia por parte de Roma para justificar su intervención en un territorio sobre el que
no tendría argumentos para hacer acto de presencia. Sea lo que fuere, el caso es que la toma de Arse
desencadenó una larga guerra que tuvo como escenario Iberia, el sur de la Galia, Italia, Sicilia, Numidia (Argelia) y África (Túnez).
Aunque el desembarco romano en la colonia griega de Emporion en el 218 a.C. marca la entrada
de Roma en Hispania, se puede asegurar que los romanos no llegaron altruisticamente para vengar a
sus aliados saguntinos, que también. Ya en el siglo IV a.C., en el 348, se tienen noticias de un posible
tratado anterior entre Roma y Cartago que delimitaba sus respectivas áreas de influencia en el cabo
de Palos, por lo que el País Valenciano quedaba fuera del ámbito púnico. A lo largo del siglo III a.C.,
especialmente en los yacimientos costeros, se encuentran más ánforas y otras cerámicas procedentes
del mundo púnico que del romano, aunque la presencia de ánforas grecoitálicas y de vajilla de pequeñas estampillas y de Cales ya es un indicio claro de la existencia de intereses comerciales romanos, anteriores a su llegada, en concurrencia con los cartagineses.
Pero además de estos intereses económicos, es innegable que lo que impelió a Roma a intervenir en
Hispania fue la política expansionista de la familia Bárquida, que con la rápida conquista de casi toda la
Península, la explotación de sus recursos minerales y la disponibilidad de los iberos como soldados, suponía un peligro de primer orden, más aún teniendo en cuenta las ansias de venganza que existían en
Cartago tras la reciente derrota en la Primera Guerra Púnica y la perdida de Sicilia, Córcega y Cerdeña.
Tras la ocupación de Arse y la audaz marcha de Aníbal a Italia, muy poco más se sabe sobre el desarrollo de los hechos en la zona valenciana, a no ser la recuperación de Arse por Roma en el 214 y la alianza del
general romano Escipión con el caudillo ibérico Edecón, que dominaría la zona edetana, en el 209. Con la
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Desarrollo de la Segunda Guerra Púnica. [Tratamiento gráfico A. Sánchez].
guerra ya prácticamente terminada en Hispania, en el 206, se sublevó la guarnición del campamento romano de Sucro, a orillas del Xúquer, lo que nos lleva a conocer la que debió ser la primera instalación fija
creada por Roma en el territorio valenciano y que posteriormente daría lugar a una ciudad. La ubicación
de este topónimo se ha discutido mucho, pero parece ser que se encuentra en Albalat de la Ribera.
Tras la Segunda Guerra Púnica, que concluyó con el dominio de buena parte de Hispania por
Roma, los historiadores antiguos no mencionan a las tribus ibéricas valencianas, Ilergavones, Edetanos y Contestanos, entre las que, a causa de la imposición de fuertes tributos, se sublevaron durante
los primeros años de la presencia romana, especialmente en el valle del Ebro y en Cataluña. Sin embargo, la arqueología valenciana ha puesto al descubierto gran cantidad de evidencias que muestran
que entre el paso del siglo III al II a.C. numerosos yacimientos ibéricos fueron destruidos y, en su mayor parte, no volvieron a ser ocupados. Entre ellos se encuentran algunos de los más grandes e importantes, como el Tossal de Sant Miquel de Llíria, la Serreta d’Alcoi, l’Illeta del Campello o la Escuera de San Fulgencio, amén de otros mucho más pequeños, que serían aldeas o fortines. Por esta
misma época, también se produjeron ocultaciones de joyas y monedas, bien representadas por los tesoros de Cheste, Moixent y los Villares.
Sin embargo, dado el escaso lapso de tiempo que media entre lo que sería la agresión cartaginesa
(230-218), la guerra entre romanos y cartagineses (218-205) y la probable represión romana a los indígenas (200-180), en la mayor parte de los casos es difícil asegurar con que episodio destructivo se deben relacionar los numerosos incendios y abandonos que atestigua la arqueología. Con todo, parece
ser que la gran mayoría de los casos conocidos se deben asociar a la intervención romana contra los
iberos al finalizar las guerras con Cartago.
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Conocidos los modos y maneras de actuar de Roma, uno de los grandes beneficiados del nuevo estado de cosas debió ser la destruida Arse/Saguntum, algunos de cuyos supervivientes fueron rescatados
y devueltos a su ciudad. Buena prueba de esta rápida recuperación nos la dan sus emisiones monetarias
y la reconstrucción de sus murallas a principios del siglo II a.C. Coetáneamente, la arqueología nos muestra que la vecina Edeta tuvo un destino muy diferente, al no ser reconstruida tras una violenta destrucción, que probablemente fuera obra de los mismos romanos.
Aunque Edeta y otros lugares importantes desaparecieron para siempre, otras ciudades se reconstruyeron al poco tiempo. El caso mejor conocido es el de los Villares, en Caudete de las Fuentes,
solar de la antigua Kelin, que llegó a acuñar monedas en el siglo II a.C. Pero en la zona valenciana, lo
poco que sabemos de los asentamientos ibéricos nos habla de la perduración de las técnicas y modelos
urbanos indígenas frente a lo que ocurre, por ejemplo, en el valle del Ebro donde en el siglo II a.C. aparecen algunas nuevas ciudades pobladas por indígenas, pero en las que la impronta urbana romana
es muy evidente. En nuestro territorio, además de Arse/Saguntum, el único caso que podría ser semejante es el de Ilici, o al menos su mosaico con nombres ibéricos, aunque el grado de conocimiento
científico de éste y otros aspectos de la ciudad ilicitana no permite mayores precisiones.
Mosaico de l´Alcúdia (Elx, Alicante) según
Abad. [Tratamiento gráfico A. Sánchez].
Fechado entre finales del siglo II e inicios del
I a.C., al interés de su motivo decorativo, roseta
central rodeada de una muralla almenada con
torres, hay que añadir el de los nombres ibéricos de altos personajes de la ciudad de Ilici, tal
vez magistrados. Se trata de un mosaico de fabricación local inspirado en modelos helenísticos avanzados del sur de Italia.
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LA FUNDACIÓN DE VALENTIA
La historiografía antigua habla de su fundación en el 138 a.C. y de su destrucción en el 75 a.C. Las
intensas y continuas excavaciones de los últimos 20 años han permitido confirmar reiteradamente la
veracidad y exactitud de ambos hechos. No tiene, pues, ninguna base arqueológica ni histórica la ya
caduca hipótesis de que por debajo de la ciudad romana existiera otra anterior, la Tyris que aparece en
un poema del siglo IV d.C. Lo que no se puede descartar es que en los alrededores de Valencia existiera algún centro ibérico anterior de relativa importancia, pero, aunque se conoce muy bien la arqueología de esta nueva ciudad romana, muy poco, o casi nada, se puede decir de su entorno.
En la época en que dice el historiador Tito Livio, el 138 a.C., una plataforma fluvial algo elevada
sobre el Turia y otros canales fluviales que la rodeaban, empezó a poblarse repentina y ampliamente
por gente que preferentemente utilizaba una cultura material (cerámica, sobre todo) y consumía productos alimenticios elaborados (vino, aceite, pescado) procedentes de Italia y de otras regiones del
Mediterráneo (África, Ibiza, Rodas, Cádiz, Libia,...).
Las motivaciones estratégicas de este nuevo centro urbano son evidentes, ya que se encuentra
justo a mitad de camino entre Tarraco y Carthago Nova (Cartagena), que eran las principales y únicas ciudades romanas de la provincia Citerior, situadas a 500 km, estando Valencia equidistante, a
250 km de cada una, prueba de su intencionada ubicación para controlar una amplia provincia en
la que aún era muy escasa la presencia romana directa. El momento de esta nueva fundación también coincide con una reforma de la red viaria de Hispania. No esta claro si la nueva fundación se
creó junto a la vía Hercúlea, la predecesora de la Vía Augusta, o si ésta se trasladó al lugar ocupado por la ciudad.
Termas de l’Almoina, Valencia. [Archivo SIAM].
Este edificio representa mejor que ningún otro lo que fue la fundación de Valencia: una nueva ciudad creada
a la medida de una población de procedencia itálica que conocía y usaba con normalidad los baños públicos.
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Los más antiguos vestigios de la presencia humana son basureros y restos de sacrificios y
ofrendas rituales propiciatorias para conseguir la aprobación divina, tal como era normal en la
religión romana. Las primeras construcciones son tiendas y fondos de cabañas. Hay que
tener en cuenta que los primeros pobladores se instalaron en un espacio natural y
eran ellos mismos los que tenían que levantar la nueva urbe. Dado que lo prioritario siempre era la erección de las murallas tuvieron, durante un tiempo,
que habitar en tiendas, cabañas y barracones, algo que tampoco les vendría de nuevo dado que procedían del ejército y estaban acostumbrados a levantar fortificaciones y a vivir en campamentos.
Con el paso del tiempo fue surgiendo una ciudad del
más puro aspecto romano, con una arquitectura totalmente ajena al mundo ibérico. El hallazgo de un cementerio de este periodo es otra prueba concluyente de la italianidad de estos primeros habitantes, como muestran los ritos de
inhumación y las ofrendas de cabezas de cerdo.
Lámina de oro en forma
de hoja procedente de
Valencia. Siglos II-I a.C.
[Museo de Prehistoria
de Valencia].
Si a esto unimos que los nombres de los magistrados que se conocen de esta época proceden del
centro-sur de Italia, que la tipología y el peso de las monedas de Valentia es semejante a otras acuñadas por Roma y que el mismo nombre de la ciudad, que significa fuerza y valor, es del mismo estilo
que otras colonias fundadas en Italia en el siglo II a.C., con topónimos alegóricos de virtudes militares, no cabe ninguna duda del origen y el ambiente cultural de la primera Valencia. Por todos estos
motivos, se ha supuesto que fue creada como una colonia de tipo latino.
La aparición de una ciudad de estas características en el 138 a.C. supuso un episodio muy trascendente, ya que dada su categoría se convertía en el principal centro urbano de un amplio territorio, por encima de los más importantes asentamientos ibéricos, Arse, Saetabis, la Carencia y Kelin.
Su ubicación topográfica facilitaba los contactos marítimos, como ha puesto de manifiesto la reciente
aparición de un puerto fluvial junto a las torres de Serranos. Debió ser también un importante centro
económico desde el que se redistribuirían hacia el interior buena parte de estos productos importados,
que aparecen en lugares tan alejados como Kelin (Caudete de las Fuentes), siempre acompañados por
monedas de Valentia. El influjo de esta nueva ciudad también se observa en las monedas de las cecas
ibéricas cercanas, Arse y Saiti, que adoptan su peso y cambian sus tipos, llegando Arse a reproducir el
mismo anverso que Valentia y a usar el alfabeto latino. La nueva colonia debió servir asimismo como
centro administrativo y fiscal, donde se recogerían y almacenarían los impuestos en especie a los que estaban obligados los iberos sometidos y que tendrían su acomodo en el horreum de l’Almoina.
EL CONFLICTO SERTORIANO EN TIERRAS VALENCIANAS
La pujanza y notoriedad de Valentia tuvo sus efectos negativos cuando entró en crisis la República romana y ésta y otras colonias creadas para consolidar la conquista se vieron envueltas en los
conflictos civiles que tenían su base en las reclamaciones de la plebe y de los pueblos itálicos y de las
colonias latinas de Italia para adquirir la ciudadanía romana. Cuando los disturbios llegaron a Hispania, se puso crudamente de manifiesto la importancia de Valentia, ya que como principal centro
itálico de un amplio territorio, se convirtió en objetivo militar de primer orden.
En el 83 a.C. llegó a Hispania Sertorio, huyendo de Italia, donde había vencido la reacción senatorial, contraria a las reformas sociales. Casi de la nada, consiguió reunir un eficaz ejército nutrido
tanto por romanos e itálicos, exiliados de Italia o instalados en Hispania, como por indígenas hispa-
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Nivel de destrucción de época sertoriana de
Valentia. [Archivo SIAM].
Uno de los más impresionantes hallazgos arqueológicos acaecidos en Valencia ha sido el que ha tenido lugar en
una zona de l’Almoina, donde se han
encontrado los restos de más de 15 individuos masculinos jóvenes, con claros indicios de haber sido allí mismo
pasados por las armas, sin olvidar las
evidencias de actos tan crueles como el
empalamiento o las desmembraciones
de manos y piernas.
Glande de plomo del ejército de Pompeyo con inscripción
CNMAG. [Museo de Prehistoria de Valencia].
nos y númidas. En pocos años, consiguió hacerse con el
control de casi toda la península Ibérica, quedando reducidas las posesiones del Senado a la Bética, aislada por tierra, y a parte de Cataluña y del valle del Ebro. Es decir, que el País
Valenciano quedó en manos de los rebeldes. Los historiadores antiguos
citan expresamente que ilergavones y contestanos fueron aliados de Sertorio,
pero no dicen nada de los edetanos. Uno de los más grandes éxitos de Sertorio tuvo
lugar en tierras valencianas, en una ciudad que debía ser importante, llamada Lauro, que permaneció
fiel a Roma, por lo que en el 76 a.C. fue atacada y destruida por el general rebelde, que derrotó a Pompeyo cuando intentó socorrerla. Este lugar se ha llegado a identificar con Llíria, el Puig o algún otro sitio
cercano, pero en todos faltaría la confirmación arqueológica. En todo caso, parece ser que estaba en la
provincia de Valencia, lo que podría indicar que los edetanos no secundaron la rebelión.
En el 75 a.C., Valentia estaba en poder del bando antisenatorial, aunque no se conoce si se adhirió voluntariamente o fue sometida a la fuerza. Dada su condición de ciudad itálica lo más probable es la primera opción. Sea lo que fuere, en ese año, a los pies de las murallas de Valentia tuvo lugar una sangrienta
batalla entre Pompeyo, que venía desde el norte, y dos generales de Sertorio. La victoria del primero supuso la destrucción de la ciudad. Estos hechos históricos han sido corroborados por las excavaciones arqueológicas, que nos muestran como la ciudad fue totalmente arrasada, conociéndose hallazgos tan espeluznantes como los cuerpos troceados de 15 soldados con sus armas aparecidos en l’Almoina. También
se ha comprobado la destrucción de casas y edificios públicos. Destaca un tesoro de 195 denarios romanos, cuya pieza más moderna es del 77 a.C., lo que confirma la exactitud de la fecha histórica.
Tras esta victoria, Pompeyo se dirigió hacia el sur, a Sucro, donde se encontraba Sertorio esperando a otro ejército romano que venía desde Andalucía para romper el aislamiento de esta provincia. Aquí tuvo lugar otra batalla que a punto estuvo de costar la derrota y la vida a Pompeyo,
que sólo se salvó por la oportuna llegada del otro general romano procedente del sur. Sertorio se
retiró a Saguntum y desde allí abandonó las tierras valencianas, que en su parte norte y central
fueron recuperadas por Roma.
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Los historiadores se hacen eco de la importante intervención de otra ciudad valenciana en este
conflicto, Dianium (Dénia), que fue el puerto más utilizado por la facción rebelde y uno de sus últimos refugios, desde donde escaparon los supervivientes de esta rebelión. Aunque no se ha localizado la Dianium sertoriana, en los alrededores de Dénia se han descubierto varios yacimientos fortificados en altura, como la Penya de l’Aguila y Segaria, que son coetáneos a este conflicto y que
parecen formar un anillo defensivo alrededor de Dianium.
Aunque los historiadores no mencionan más destrucciones de este periodo, la arqueología ha
evidenciado que algunos asentamientos indígenas de importancia fueron arrasados en este momento, como Kelin y Torre la Sal (Ribera de Cabanes), que ya no volvieron a ser habitados.
Por lo que se deduce de la historia y la arqueología, el País Valenciano fue muy afectado por esta
contienda, ya que entre los años 76 y 75 a.C. fue surcado por ambos ejércitos, lo que conllevó saqueos continuos y la destrucción de varias ciudades a manos de unos u otros.
Dado que Sertorio basó gran parte de su éxito en la colaboración y respeto para con los indígenas, durante esta larga rebelión se ha supuesto que hubo un renacer del mundo ibérico, que estaría
atestiguado principalmente por algunas acuñaciones monetarias, entre las que se encontrarían algunas de Arse y Saetabis, que volverían y mantendrían el alfabeto ibérico.
PERVIVENCIAS Y TRANSFORMACIONES EN EL MUNDO IBÉRICO
A principios del siglo II a.C., con la nueva administración romana, se inicia un periodo conocido
como romanización que se entiende como un complejo proceso de interacción, entre conquistador
y conquistado, que se realizó a largo plazo y estuvo dotado de múltiples manifestaciones. Lejos de
la pretendida uniformidad que se tiende a ver bajo el epígrafe de Roma, la diversidad cultural de
los pueblos iberos conquistados hizo que este proceso fuera diferente de unas áreas culturales a
Cisterna púnica del Tossal
de Manises, Alicante. [Fot.
M. Olcina].
En la ciudad ibero-romana
de Lucentum, se han excavado una cisterna y viviendas púnicas anteriores a la
conquista romana. La cisterna, revestida con mortero
de cal, forma parte de una
casa con patio y conserva la
arqueta de decantación.
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Tesoro de Cheste, Valencia. [Ajuntament de
València – Fot. Archivo SIAM].
Este grupo de joyas fue ocultado durante la
época de la Segunda Guerra Púnica o con motivo de la conquista romana. En todo caso, corresponde a un periodo muy cercano a la llegada de los romanos.
otras. Su difusión se realizó, esencialmente, a través de las ciudades por lo que la pronta romanización de una zona dependió del nivel cultural y urbano del territorio y de su grado de helenización. En este sentido, las tierras valencianas entraron rápidamente en la órbita romana jugando un
papel importante la ciudad de Arse/Saguntum así como otros núcleos ibéricos con una clara tradición cosmopolita, como l’Alcúdia d’Elx/Ilici o el Tossal de Manises/Lucentum. A su vez, la fundación de la colonia latina de Valentia, en el 138 a.C., supondrá un impulso más en la reorganización
y romanización del territorio pues la ciudad se fundó ex novo y con pobladores ajenos al mundo
indígena del entorno.
Sin embargo, el fuerte peso del elemento ibérico hará que durante los dos siglos del periodo
ibero-romano se mantenga muy arraigada la cultura indígena en todo el territorio y exista una pervivencia del sustrato cultural ibérico en prácticamente todas sus manifestaciones culturales. Así, la arqueología nos muestra que, a pesar de los cambios sociales, económicos, culturales, lingüísticos y
tecnológicos que se impusieron desde fechas tempranas, la cultura ibérica perduró y evolucionó a lo
largo de este periodo resultando incluso una de las etapas de máximo esplendor artístico. Esta pervivencia es mucho más evidente en ambientes rurales donde, incluso, los grandes núcleos muestran el
mismo paisaje urbano –ausencia de materiales y técnicas constructivas romanas– y una continuidad
ibérica en todos los aspectos de la vida cotidiana. La presencia de monedas, recipientes y vajilla romanas entre sus enseres domésticos, fruto de las relaciones comerciales con el mundo romano del
que forman parte, evidencian la asimilación de determinadas necesidades y gustos pero resulta insuficiente para poder determinar el grado de romanización.
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Por ello, se puede hablar de un proceso de asimilación gradual y desigual a través del cual los
cambios que va adoptando la sociedad ibérica se siguen con dificultad a lo largo del siglo II a.C. y se
muestran más evidentes a partir del siglo I a.C., pudiéndose dar por acabada la etapa de aculturación en época augustea, coincidiendo, por tanto, el final de la Cultura Ibérica con el cambio de era.
Nuevos modelos de organización territorial. A pesar de tener conocimiento, a través de los historiadores y geógrafos clásicos, de la existencia de las Regiones de Ilercavonia, Edetania y Contestania
ocupando gran parte de las actuales provincias de Castellón, Valencia y Alicante, no hay suficiente
documentación histórica ni arqueológica para poder remontar este concepto territorial más allá de la
baja época Ibérica, es decir, en el tránsito del siglo III al II a.C. Así, cuando los romanos ocuparon las
tierras habitadas por los ilercavones, edetanos y contestanos éstas estaban configuradas por distintos
territorios organizados alrededor de sus respectivas ciudades, y lo que se desprende de los estudios
sobre la organización del poblamiento de estas tierras es una tendencia generalizada hacia un cambio en el patrón de asentamiento desde los inicios del dominio romano.
Pero la actuación de Roma en la nueva organización territorial y administrativa no fue uniforme
ni la respuesta ibérica la misma ante su presencia. Como en todo proceso de cambio, determinados
territorios y sectores de la población se beneficiaron de la presencia romana mientras que otros salieron claramente perjudicados. La puesta en marcha de la nueva administración pasaba por favorecer
unas ciudades, y sus respectivos territorios, frente a otros. Así, mientras la mayoría de los grandes
centros ibéricos se revitalizaban como la Moleta dels Frares/Lesera, Arse/Saguntum, Los Villares/Kelin, Saiti/Saitabi, Tossal de Manises/Lucentum o l´Alcúdia/Ilici; otros, que gozaban de un fuerte poder en el periodo anterior, como es el caso de las ciudades del Tossal de Sant Miquel/Edeta, La Serreta o La Escuera, se destruyen y se abandonan.
En el área valenciana, como ocurre en la comarca del Maresme (Cataluña), los ejemplos mejor documentados de desmantelamiento de la red defensiva de fortificaciones y del abandono del hábitat
jerarquizado ibérico se ubican, preferentemente, en las tierras del interior mientras que los asentamientos costeros perviven e incluso se reestructuran y crecen, posiblemente para acoger y reorganizar los cambio de población.
Exceptuando la ciudad de Saguntum, y en menor medida Lucentum, que viven una fuerte monumentalización en el siglo II a.C., los yacimientos ibero-romanos valencianos no evidencian transformaciones urbanísticas como sucede en el valle del Ebro, con los oppida ibéricos del Cabezo de Alcalá
La Penya de l’Aguila, Dénia.
[Fot. Josép Castelló].
En este casi inaccesible lugar,
muy cercano a Denia, se construyó un complejo sistema de
fortificaciones con 3 recintos
paralelos, cuyo elaborado
diseño y técnica no parece
tener nada que ver con las tradiciones ibéricas. Los materiales que se han encontrado llevan a la época de las guerras
civiles de la primera mitad del
siglo I a.C.
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de Azaila o el Cabezo de las Minas de Botorrita. Así, los poblados
que cuentan con niveles bien fechados de este periodo, como el Puig
de la Misericòrdia de Vinaròs, el Torrelló d´Onda, Cerro Lucena de
Enguera, El Tossal de la Cala de Benidorm o L´Alcúdia d´Elx, mantendrán una continuidad ibérica en las manifestaciones urbanísticas
y culturales dando a entender que la presencia de Roma no llegó a
perturbar el ritmo y las costumbres indígenas.
En la costa, centros ibéricos de clara función comercial, como Torre
la Sal de Cabanes o el Grau Vell de Sagunto, se configuran como importantes puertos/fondeaderos cuyo auge económico se consolida en
estas centurias.
Vaso de Tanit de l’Alcúdia (Elx, Alicante).
[Museo Arqueológico Municipal de Elche
‘Alejandro Ramos Folqués’].
El estilo de Elx-Archena es el máximo exponente del auge de la cerámica ibérica
en la Baja Época. Este foco artístico, desarrolló un complejo imaginario ibérico, repleto de simbologías y divinidades,
donde las diosas aladas y las aves con las
alas extendidas son sus personajes más
representados.
En cuanto al poblamiento rural, a lo largo del siglo II a.C. se aprecia
un cambio generalizado en el patrón de asentamiento con el paulatino
abandono del hábitat concentrado y amurallado de la etapa anterior y
el desarrollo de un poblamiento disperso en pequeñas explotaciones
agrarias, sin amurallar, situadas en tierras óptimas para el cultivo y
bien comunicadas. Proceso que se verá acentuado a lo largo del siglo
I a.C. y culminará a partir del cambio de era con el sistema de explotación agraria de las villae romanas.
La ocupación sistemática de las tierras ubicadas en zonas llanas
refleja una evidente modificación del sistema de explotación agrícola ibérico, abandonando el autoconsumo y orientándose hacia la
intensificación de determinadas producciones que pudieran ser rentables para la exportación de los nuevos intereses romanos. La falta
de excavaciones de este tipo de asentamientos obliga a ser cautos a
la hora de hacer interpretaciones, sin embargo las prospecciones realizadas en las tierras valencianas nos muestran, a diferencia de lo
que ocurre en Cataluña, Valle del Ebro y Andalucía, la ausencia de
villas romanas republicanas y una continuidad de las explotaciones
agrícolas ibéricas a lo largo de todo el periodo íbero-romano que, de
forma natural, se convertirán en futuras villae de época imperial.
Continuidad ibérica en las manifestaciones culturales: el auge de la cerámica decorada. Durante la baja época ibérica se desarrolla una de
las expresiones artísticas más representativas de la Cultura Ibérica,
la pintura vascular de estilo figurativo y vegetal, con dos focos bien
definidos cronológica y geográficamente: el estilo Llíria-Oliva y el
estilo Elx/Archena. Ambos, a través de sus imágenes, introducen
una nueva dimensión al conocimiento de la sociedad y religión del
mundo ibérico.
Olpe procedente de Ilici. [Museo de l’Alcúdia – Fot. J.M. Abascal].
El olpe es una producción romana genuina del área alicantina en época imperial.
Junto con el jarro de dos asas es la forma más duradera de cerámica pintada de tradición indígena mientras que el resto de formas ibéricas, como las tinajas o kalathoi, tienden a desaparecer. Están decorados con motivos geométricos y vegetales
estilizados con una gran aceptación en el territorio alicantino y murciano.
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Los vasos pintados de Llíria, así como el coetáneo foco artístico de La Serreta d´Alcoi, se producen durante una etapa conflictiva, entre la Segunda
Guerra Púnica y primeros años de la conquista romana, desapareciendo ambos talleres a principios del siglo II a.C. Reflejan el
mundo y las actividades propias de la élite aristocrática ibérica a
través de escenas de danzas, cacerías, desfiles militares, procesiones, etc, acompañadas en muchas ocasiones de textos pintados que abogan por el merecido término de estilo narrativo.
A lo largo del siglo II a.C., se siguen produciendo vasos del
estilo Llíria aunque se observa una evolución en su temática
decorativa que se acentuará a partir del siglo I a.C. Los motivos vegetales son cada vez más abundantes y la decoración figurada seguirá las pautas marcadas en la centuria anterior
pero con cambios notables a nivel temático. Las escenas son
menos narrativas imponiéndose, poco a poco, un mundo
irreal con personajes y seres mitológicos que refleja los nuevos gustos de una sociedad en transición al mundo romano.
Evocan determinadas figuras del estilo de Elx, y se alejan,
cada vez más, de la realidad cotidiana, alcanzando este estilo
su punto culminante en los extraordinarios vasos, de época
sertoriana, de «los hipocampos» y «la lucha mítica» de Los
Villares/Kelin o el vaso «del ciclo de la vida» de Valentia.
Al sur de las tierras contestanas, la cerámica decorada del
estilo Elx/Archena es un claro exponente del esplendor del
mundo ibérico en la Baja Época. Su temática decorativa difiere
notablemente del estilo de Llíria al representar un mundo iconográfico repleto de simbologías y divinidades. Los protagonistas del imaginario ibérico de este estilo son las diosas aladas,
identificadas como la diosa Tanit, aves idealizadas con las alas
explayadas, lobos o carniceros, liebres, conejos, peces, sin que
falte la figura masculina y el caballo, todo ello acompañado de
gran riqueza de elementos geométricos y vegetales.
Su extraordinaria aceptación en todo el territorio alicantino y murciano queda reflejada en la larga pervivencia de
este estilo hasta época augustea y alto imperial con el ejemplo
de la necrópolis del Parque de las Naciones (Albufereta, Alicante) cuyas urnas cinerarias, de estilo Elx/Archena y de tradición ibérica, son un claro exponente del tránsito entre lo puramente indígena y lo romano.
Estela de Sinarcas, Valencia. Siglo I a.C. [Museo
de Prehistoria de Valencia].
A partir del siglo II a.C. se generalizan las inscripciones funerarias. La estela de Sinarcas señalaría la ubicación de alguna tumba, con un
epígrafe ibérico que se asemeja a los modelos
romanos en donde podrían figurar datos como
el nombre del difunto y su edad.
La convivencia de dos lenguas. El cambio lingüístico. El cambio lingüístico es una expresión más
del cambio cultural que se produjo durante la romanización. Como ha señalado Arasa, la lengua,
como medio de comunicación y expresión entre los pueblos, fue el principal vehículo de transmisión de la nueva cultura, teniendo un peso decisivo en la introducción del latín la presencia continuada del ejército y, en menor medida, comerciantes, colonos y funcionarios instalados, principalmente, en las ciudades. Además, su uso obligado en la nueva administración romana impuso a las
élites ibéricas aprender rápidamente el latín para poder ascender en la escala social.
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Urna funeraria de la Calerilla de Hortunas (Requena, Valencia). [Fot. A. Martínez Valle].
Esta necrópolis, conocida por el monumento funerario dedicado a Domitia Justa,
muestra que el rito ibérico de incineración perduró hasta época alto imperial. Los
huesos calcinados del difunto se depositaban en urnas con tapaderas que
muestran una fuerte tradición indígena en el área edetana tanto en la tipología como en la decoración geométrica y vegetal.
Pero, curiosamente, con la llegada de los
romanos, la escritura ibérica no sólo no desaparece sino que su uso y área de expansión
aumenta considerablemente, eso sí, introduciendo soportes nuevos, como las teseras o pavimentos, y generalizándose la epigrafía en
piedra y las inscripciones monetales. Así, el uso
de la lengua ibérica se mantuvo, tanto en el
mundo urbano como rural, durante el periodo
ibero-romano como lo demuestran los epígrafes ibéricos sobre cerámicas de barniz negro o el conocido mosaico con antropónimos iberos, de finales del siglo II-principios del I a.C., de l´Alcúdia d´Elx. Su perduración hasta
bien entrada la época imperial se constata igualmente en los grafitos sobre terra sigillata y en las
inscripciones funerarias, como la de Requena datada en el siglo I o el subsellium de Saguntum, de
época de Claudio-Nerón.
Por otro lado, las inscripciones monetales en latín fueron un impulso decisivo en la expansión e
introducción del nuevo alfabeto a todos los rincones del Imperio. La sustitución, a mediados del siglo I a.C., de las monedas con leyenda ibérica por leyenda bilingüe, y, finalmente la generalización
de la leyenda latina es la prueba más evidente de la pronta imposición de la nueva lengua.
Para de Hoz, en este periodo, se produce una convivencia de la epigrafía latina e ibérica con lo
que ésta adopta algunos tipos de aquella, es el caso de las leyendas monetales y de las lápidas sepulcrales. Así, la estela de Sinarcas, datada en el siglo I a.C., es el ejemplo mejor conocido de cómo se
empiezan a utilizar, para la señalización de algunas tumbas, lápidas funerarias con epigrafía ibérica
siguiendo un modelo muy similar al romano –nombre del difunto, dedicación, filiación, edad, etc.–
Otras estelas funerarias ibéricas del área de Castellón como las de Bell-lloc, Cabanes o Canet lo Roig,
datadas en época tardo-ibérica, también recogen, a pesar de presentar unas características morfológicas y epigráficas más rústicas, la moda de grabar inscripciones funerarias, costumbre desconocida
antes de la presencia romana.
En contrapartida a esta nueva estética en el paisaje funerario, el rito ibérico de incineración con
deposición de los restos calcinados del difunto en una urna bajo tierra, sin ningún tipo de señalización, pervive hasta el siglo I, como en la necrópolis del Faperal (Albufereta, Alicante) donde las urnas cinerarias con decoración ibérica conviven con el rito de inhumación, o en la necrópolis de la Calerilla de Hortunas (Requena) con urnas funerarias, igualmente, de tradición ibérica.
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EL IMPERIO ROMANO
ALBERT V. RIBERA
Servicio de Investigación Arqueológica Municipal. Valencia
INTRODUCCIÓN
El País Valenciano a lo largo y ancho del siglo I a.C. ya estaba inserto en el contexto de la fase
final de la Republica romana y de los inicios del Imperio, de manera que cualquier acontecimiento importante que tuviera lugar era totalmente dependiente de procesos políticos, económicos o sociales de carácter más general. Además, al tratarse de una zona «pacificada» desde los
inicios de la conquista romana en el siglo II a.C., sus pobladores apenas participaron, sino como
meros testigos o victimas, de los pocos hechos relevantes para los historiadores antiguos, los que
tenían que ver con episodios militares, que siempre tenían su razón de ser en enfrentamientos de
ejércitos venidos de fuera. Esta escasa relevancia histórica, que aumentara con la implantación
del Imperio, y que es algo casi general a toda Hispania, se suple con el recurso a otras fuentes de
información, especialmente la arqueología y sus acompañantes más valiosos para este época, la
epigrafía y la numismática.
Desde el final de las guerras civiles sertorianas (82-72 a.C.) se conoce muy poca información histórica. Las destrucciones de este episodio bélico afectaron a Valentia, Sucro, Lauro o Dianium, según
narran los autores antiguos, pero su efecto negativo, manifestado en el arrasamiento y en el castigo
de las ciudades, fue mucho más extendido, como atestiguan las excavaciones en Kelin (Caudete de
las Fuentes) o en Torre la Sal (Ribera de Cabanes). La condición de Dianium como ciudad estipendiaria, categoría nada envidiable pues significaba que tenía que pagar un tributo (stipendium) a Roma,
pudo ser un castigo por su participación a favor del vencido Sertorio.
Aun hay menos información del conflicto civil romano que enfrentó a César y Pompeyo, del que,
para nuestro territorio, los historiadores solo mencionan el paso de César por Saguntum camino hacia Andalucía, donde, junto con el valle del Ebro, tuvieron lugar los más encarnizados combates. En
relación con estos conflictos hay que poner el tesoro de casi 1.000 denarios hallado en Llíria en 1806
y que debió ser ocultado poco después del 44 a.C., lo que coincide plenamente con este momento de
inseguridad. El vacío provocado por la destrucción de la itálica Valentia debió ser ocupado por
Saguntum que se convertiría en el principal núcleo urbano de la zona. De la otra ciudad importante,
Saetabis, solo sabemos de ella a través de sus monedas, que ahora empiezan a usar el alfabeto latino
junto con el ibérico.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
LA ÉPOCA DE AUGUSTO: LAS JERARQUÍAS URBANAS
El largo reinado del primer emperador romano es un periodo de paz en el ámbito mediterráneo,
precedido por la conclusión definitiva de los conflictos civiles y la conquista de Egipto. Desde este
momento, las guerras tendrán lugar en las lejanas fronteras del Rhin y el Danubio o en los desiertos
de África y Siria. En Hispania aun se tuvo que someter a los últimos reductos en las montañas cantábricas, pero en el placido Mediterráneo la situación era bien distinta y las preocupaciones y prioridades del emperador eran de otro orden. Se era consciente de la caótica situación heredada de la caduca Republica y de los estragos causados por las guerras civiles y sus secuelas, como la
desmovilización de los grandes ejércitos reclutados y la necesidad de organizar y reconstruir no solo
la maltrecha y superpoblada Italia, sino a las ya numerosas provincias.
Como ya hemos adelantado, lo que vamos a exponer para la zona valenciana siempre será el reflejo
particular de una situación general al ámbito del Imperio. La plasmación de este nuevo estado de cosas
tuvo su reflejo más inmediato en las ciudades, que, de una manera u otra, se convirtieron en el sostén del
sistema a todos los niveles, desde el económico al administrativo. Desde Roma se hizo ver a las otras urbes que eran como clones suyos a una escala reducida y que tenían que funcionar como pequeñas Roma,
especialmente las nuevas colonias de ciudadanos romanos. Hay que tener en cuenta que la sociedad romana estaba muy jerarquizada, pero que también lo estaban las ciudades, cada una de las cuales tenía su
status diferencial, desde las mencionadas colonias romanas, en la cima, a las estipendiarias, en su base,
que eran las que habían ofrecido resistencia activa a la conquista, pasando por un amplio repertorio de
categorías intermedias: municipios romanos, colonias de derecho latino, ciudades federadas,...
Vista de Sagunt, Valencia. [Archivo SIP].
El municipio saguntino, que representa la continuidad de la ciudad ibérica, en contraposición a las nuevas fundaciones coloniales, alcanzó un
notable y prematuro desarrollo urbano desde los mismos inicios del Imperio romano, pero a partir de fines del siglo III experimentó un largo
declive, de modo y manera que en época medieval llegó a perder su antiguo nombre.
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EL IMPERIO ROMANO • ALBERT V. RIBERA
Esta jerarquización urbana no fue ningún invento de Augusto,
sino que era una herencia del largo proceso de la expansión de
Roma, que se había basado no solo en la sumisión de los enemigos sino también en su asimilación a través de la integración paulatina de sus ciudades (y sus ciudadanos) en el esquema romano y
en la instalación de colonias romanas y de sus aliados en los territorios sometidos. Como no podía ser de otra manera, el País Valenciano se vio afectado por este proceso de conquista y asimilación basado en el control de las ciudades. Si durante la conquista,
en el siglo II a.C., unas fueron destruidas, Edeta, otras creadas, Valentia, y otras fueron aliadas, Saguntum, con el advenimiento del
Imperio asistimos a la repetición del esquema, aunque esta política de reurbanización de Augusto se puede considerar como la
culminación y apogeo de este largo proceso, que supuso que en
unas pocas décadas se crearan una buena cantidad de nuevas colonias a lo largo de todo el Imperio y se procediera a la regularización, básicamente la municipalización, de muchas de las ciudades
existentes. En épocas posteriores se siguió aun con este esquema,
aunque nunca volvió a alcanzar las proporciones de este periodo.
Ya entrando en el área valenciana, el mejor exponente de los
nuevos tiempos es la antigua ciudad ibérica de Saguntum, fiel
aliada de Roma desde el siglo III a.C.. Como era habitual, por este
motivo siempre fue privilegiada. Se supone que desde un principio sería una ciudad federada hasta que en un momento indeterminado de mediados del siglo I a.C. se convirtió en municipio romano, uno de los primeros de Hispania. Recientemente, a través
de una nueva lectura de una moneda, se ha planteado que en el
siglo I a.C. adquirió el rango de colonia latina antes de convertirse
en municipio, con lo que tendríamos un ejemplo hispánico de lo
que era habitual en Italia en esta misma época, que las antiguas
colonias latinas se convirtieran en municipios romanos, con lo que
sus habitantes pasaban a ser ciudadanos romanos.
La arqueología y la rica epigrafía saguntina nos muestra que a lo
largo del reinado de Augusto la ciudad desarrolló una intensa actividad constructiva publica como consecuencia de la adquisición del
rango municipal, cambio jurídico al que ineludiblemente seguía una
profunda renovación urbanística. O lo que es lo mismo, cuando una
ciudad se convertía jurídicamente en romana adquiría lo que se llamaba la civitas y a continuación procedía a darse la imagen y el aspecto de una urbs verdaderamente romana. Esta mutación en la categoría urbana está en la base de la mayor parte de los grandes
proyectos urbanos de las ciudades del imperio.
Semis de Tiberio acuñado en Ilici. [Museo de Prehistoria de Valencia].
La creación de la colonia de Ilici en la época de Augusto supuso la llegada de licenciados romanos de las legiones que contribuyeron a desarrollar la romanización en
la zona valenciana meridional.
Anillo de oro procedente de Llíria.
Época imperial. [Museo de Prehistoria de Valencia].
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Reconstrucción infográfica de Lucentum y
su entorno hacia el cambio de Era. [Archivo
MARQ].
El municipio de Lucentum fue un pequeño enclave marítimo situado entre el mar
y un lago, la Albufereta, hoy desaparecido. Tuvo poca importancia en época romana y en el siglo III ya se había abandonado.
Hoy se pueden visitar sus restos recientemente abiertos al público.
En el territorio valenciano también se instaló una colonia romana, la Colonia Iulia Ilici Augusta.
Aunque el espacio elegido estaba ocupado por un importante y antiguo núcleo urbano ibérico, en
este tiempo y lugar lo que sucedió fue la instalación de colonos procedentes de dos legiones, que trajeron consigo el rango colonial, convirtiéndose así en la ciudad de mayor categoría. No hay información sobre lo que ocurrió con los pobladores indígenas, pero lo más probable es que la mayoría fueran despojados de sus tierras, como era habitual en estos casos, incluso en las colonias que se
crearon en la misma Italia. La arqueología y la epigrafía ilicitana no han sido aun muy explícitos
para con la fundación colonial, pero las acuñaciones monetarias, con sus estandartes legionarios, no
pueden ser más reveladores al respecto. También representan un templo de Juno, que podría ser uno
de los dos atestiguados en recientes excavaciones en la zona del foro.
El proceso de reorganización urbana afectó también a otras ciudades del territorio valenciano.
Unas, como Edeta, Saetabis y Lucentum se convirtieron en municipios de derecho latino, aunque de
ellos disponemos de menos información. Edeta aun está por ubicar con exactitud a pesar de la intensa actividad arqueológica y de los espectaculares hallazgos efectuados. Lo mismo sucede con Saetabis, famosa por su artesanía de lino, y cuyo amplio repertorio epigráfico se inicia ya en el 6 a.C. con
una dedicación a Cayo César, hijo adoptivo de Augusto. Solo muy recientemente ha aparecido un
edificio público de época romana, un probable ninfeo, que debía estar en la periferia. En los últimos
años se ha comprobado la amplia difusión de sus mármoles de Buixcarró. Se supone que la ciudad
ibérica y romana se encontraría en la ladera superior del castillo.
Mejor conocido es el pequeño municipio augusteo de Lucentum, que tan solo ocupaba 4’5 ha, y que se
asentaba sobre un anterior núcleo urbano de probable origen púnico. Su foro y sus termas revelan que en
la época de Augusto la ciudad fue remozada, eso si, a la escala de una pequeña ciudad como esta. No se
puede asegurar que el municipio de Dianium se remonte a esta etapa, aunque su condición de ciudad estipendiaria en la primera mitad del siglo I parecería entrar en contradicción con esta posibilidad.
Valentia entre el 10 a.C. y 10 d.C. empieza a dar algunos modestos pero claros indicios de su renacer, aunque durante este periodo solo se puede hablar de una especie de reocupación. De esta etapa
se conoce un gran mosaico de opus signinum en una zona probablemente publica al norte del foro.
Fue unas décadas más tarde cuando empezó a recuperar la forma urbana con todo su esplendor.
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EL IMPERIO ROMANO • ALBERT V. RIBERA
Junto a estas ciudades que se iban organizando dentro del esquema romano, hay que llamar la
atención sobre otros asentamientos menores dependientes de aquellas, que se crearon o desarrollaron con mayor intensidad en esta época. Nos referimos a los puertos que cada vez vamos conociendo mejor, especialmente el Grau Vell de Sagunt y el Portus Ilicitanus, la actual Santa Pola. Pero
había más, como el efímero de la Torre d’Onda, en Borriana, que no pasa del siglo I a.C., el Portus Sucrone, en Cullera, en la desembocadura del Xúquer, mencionado por autores tardíos, o el de tipo fluvial recientemente descubierto en Valentia junto al Turia. Dianium y Lucentum, por su ubicación junto
al mar eran ciudades portuarias.
LA DINASTÍA JULIO-CLAUDIA: LOS ÚLTIMOS RESCOLDOS IBÉRICOS
El proceso iniciado en el reinado de Augusto se fue desarrollando con sus sucesores. Las ciudades fueron adquiriendo paulatinamente y en la medida de sus posibilidades el aspecto de autenticas
urbes romanas. Que mejor ejemplo que el teatro de Saguntum para ilustrarlo. Con su reciente foro
monumental aterrazado y este nuevo gran edificio, el municipio saguntino fue el núcleo urbano más
sobresaliente de esta época.
En uno de los pocos textos coetáneos que conocemos, la descripción geográfica del gaditano
Pomponio Mela, encontramos que las ciudades más conocidas de nuestro territorio eran Saguntum y
Valentia, aunque su mención hay que verla más como un reflejo de su histórico pasado que de su esplendoroso presente, que en el caso del municipio también, pero en él de la antigua fundación itálica
no traduce su precaria situación en esos momentos. Aunque Valentia se fue recuperando, la numerosa evidencia arqueológica solo nos permite pensar en una modesta reurbanización que tiene sus
elementos más representativos fuera del antiguo recinto republicano: las termas de época de Tiberio
de la calle Cabillers y el edificio publico de la excavación Banys de l’Almirall. Topografía que indica
el inicio de la expansión del área urbana hacia el sudeste, signo evidente de vitalidad, que, no se detecta en la antigua área central, donde solo a fines de este periodo y, especialmente, en el Flavio, comienza una gran reforma urbana que debe coincidir con la creación de la colonia romana, episodio
que tuvo lugar en un momento indeterminado de la segunda mitad del siglo I.
Poco se puede decir de otras ciudades romanas. En Ilici se conocen algunas termas, que irían
completando los equipamientos de esta colonia. Para este periodo, los geógrafos antiguos mencionan también las ciudades de Sucro (¿Albalat de la Ribera?) y Allone (¿la Vila Joiosa?).
Los efectos de la llamada romanización no afectaron solo a los centros urbanos, sino que se hicieron ampliamente extensivos al mundo rural. Aunque son pocas las villas que se conocen con algún
detalle, ya se empieza a constatar el gran desarrollo que en algunas zonas cercanas a la costa alcanzarían las explotaciones intensivas destinadas al comercio exterior, que tienen su mejor expresión en
los alfares de ánforas para envasar estos productos, principalmente el vino y, en menor medida, el
aceite. Estas instalaciones casi industriales indican el alto grado de implantación de la economía de
tipo romano y la interacción del territorio valenciano en el circuito comercial que abarcaba buena
parte del Imperio. Estos alfares se conocen del norte al sur del País Valenciano, en Cervera del Maestrat, Saguntum, Catarroja, Oliva y Dénia, normalmente no muy alejados de alguna ciudad, que además de centro consumidor, sería el lugar donde se centralizaría la producción y desde donde se embarcaría al exterior. El primer caso mencionado estaría vinculado con Dertosa (Tortosa), a cuyo
territorio pertenecía la mayor parte de la actual provincia de Castellón.
Otro de los mejores indicios que atestiguan el cambio en las costumbres lo encontramos en la vajilla de uso cotidiano, que para este momento ya ha adoptado casi en su totalidad los tipos romanos.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Valentia en época imperial.
Los hallazgos de los últimos 20 años han permitido una verdadera revolución en el conocimiento
urbanístico de la antigua
Valentia, que se ha convertido en la ciudad romana
mejor conocida.
El santuario de Edeta.
[Fot. Museo Arqueológico
de Llíria].
Las excavaciones de los últimos años han deparado el
descubrimiento de uno de
los conjuntos arquitectónicos más monumentales de
toda Hispania, formado
por un santuario asociado
a un complejo termal de
grandes dimensiones.
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EL IMPERIO ROMANO • ALBERT V. RIBERA
La tradicional decoración pintada en rojo, de hondas raíces indígenas aun subsistió durante algún
tiempo, pero incluso estas ultimas cerámicas decoradas que podríamos denominar de tradición ibérica, ya se hacían con formas típicamente romanas. Algo parecido ocurre con el uso del alfabeto ibérico, proscrito de las monedas ya a mediados del siglo I a.C., aun se encuentran signos iberos en algunos grafitos sobre cerámicas aretinas de la época de Augusto y Tiberio, pero posteriormente ya
desaparecen, sustituidos por el omnipresente latín.
La primera mitad del siglo I también vio el final de las cecas de las ciudades provinciales, lo que
se enmarca en un proceso general a todo el Mediterráneo Occidental, que vio desaparecer las otrora
abundantes acuñaciones monetarias locales, sustituidas por las monedas emitidas en Roma. En el
ámbito valenciano, Saguntum aun acuñó en época de Tiberio e Ilici también cerró su taller a fines de
este mismo reinado. En el resto de Hispania, poco después, en la época de Claudio, también dejaron
de funcionar las pocas cecas que aun perduraban.
LA ÉPOCA FLAVIA: SE COMPLETA EL ESQUEMA
Los 30 años en que estuvo en el poder esta familia de raíces itálicas se produjeron profundos
cambios en la organización de la provincia hispana, especialmente tenida en cuenta al serle concedida el ius latii, lo que significaba que los hispanos ascendían globalmente en su categoría dentro del imperio y que las elites urbanas podían acceder con relativa facilidad a la ansiada ciudadanía romana. Esto significó un nuevo impulso para completar el entramado urbano del
territorio, que era sobre el que descansaba el sistema administrativo y fiscal del imperio. En el territorio valenciano, como en muchos otros lugares de Hispania, surgieron nuevos municipios, cuyos nuevos ciudadanos se adscribieron a la tribu Quirina, la de los Flavios. Pero ya no eran grandes y antiguas ciudades las beneficiarias, como la Saguntum o Saetabis de la época de Augusto,
sino que ahora se trata de pequeños núcleos que sirven para aglutinar territorios que aun no estarían muy integrados, como la Lesera del extremo noroeste de la provincia de Castelló, en la montañosa comarca de Els Ports de Morella, ubicada en el mismo lugar en altura que un anterior yacimiento ibérico y que apenas llegó a las 6 hectáreas. Otro nuevo municipio, Alonis, estaría en los
alrededores o por debajo de la Vila Joiosa, donde ha aparecido una inscripción de un magistrado
adscrito a la tribu Quirina y otras que mencionan un macellum (mercado), amen de varias funerarias. Esta ciudad llenaría el vacío entre Dianium, que también debió convertirse en municipio en
este momento, y Lucentum.
Pero junto a estas nuevas ciudades que se integran en la organización territorial, llama la atención el gran desarrollo que ahora alcanzan dos ciudades anteriores: Edeta y Valentia. De los inicios
del municipio edetano en la época de Augusto poco se puede decir, pero los hallazgos arqueológicos
de la ultima década certifican el esplendoroso momento que supuso la etapa Flavia, donde la confluencia de arqueología y epigrafía permiten entender la especial evolución de su urbanismo monumental. El gran complejo que se ha excavado al norte de la Llíria actual es una de las mejores muestras de la arquitectura romana hispánica. Esta formado por unas enormes y muy bien conservadas
termas de fines del siglo I, situadas junto a un pequeño templo que se ha relacionado con una especie de santuario oracular, que debe ser anterior, y que hay que considerar como un lugar sagrado
que dio pie a la construcción de este gran complejo a su alrededor. Hay que ver la mano y el dinero
del edetano Cornelio Nigrino, que parece que estuvo a punto de ser emperador en lugar de Trajano,
detrás de la edificación de esta gran obra. A pesar de las recientes excavaciones y los abundantes hallazgos, aun no se conoce la ubicación y las dimensiones exactas del municipio edetano. La inscripción más antigua que se ha encontrado es del reinado de Vespasiano.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Ninfeo de Saetabis.
Vista frontal de las
exedras. [Fot. F. BlayF. Molina].
A pesar de las continuas excavaciones, la
arqueología de Xàtiva romana ha sido
muy parca. Merece
destacarse la muy reciente aparición de
parte de un ninfeo,
del que se debe resaltar el uso de una técnica constructiva típica de Roma y poco
usada en Hispania.
Por esta misma época, o un poco antes, Valentia había alcanzado la categoría de colonia romana,
por lo que, junto a Ilici, era la ciudad del territorio valenciano de más alto rango jurídico. Esta nueva
condición coincide con una amplia renovación del urbanismo público y con la expansión hacia el sudeste, que duplica con creces la extensión de la anterior urbe republicana. De la zona del foro se conoce su pórtico oriental, la curia, la basílica, un mercado y otros edificios anexos, así como un ninfeo
situado un poco más hacia el este y que se alzó sobre el antiguo santuario republicano y junto a la
Vía Augusta. No ha de ser casualidad que la inscripción imperial más antigua que se conozca sea
una dedicada al Flavio Tito, lo que contrasta, por ejemplo, con el amplio repertorio julio-claudio de
la cercana Saguntum.
EL SIGLO II. EL APOGEO
A lo largo de esta centuria, coincidiendo con el ascenso de la dinastía Antonina, la primera de
origen provincial, concretamente hispánica, el Imperio llegó a su máxima extensión exterior y a su
pleno desarrollo interior con la consolidación y vitalidad de la organización urbana y territorial.
La mejor prueba de esto la tenemos en la construcción de edificios públicos tan grandes y costosos
como los circos dedicados a las carreras de carros de caballos. Por sus mismas dimensiones eran
algo que se podían permitir muy pocas ciudades. De hecho, en Hispania, además de los instalados
en las tres capitales provinciales, Tarraco, Emerita y Corduba, se conocen muy pocos y bastantes alejados entre sí: Olisipo, Mirobriga, Toletum, Calagurris. No deja de resultar un tanto peculiar, pues,
que en el territorio valenciano se hayan localizado dos muy cercanos entre sí, Valentia y Saguntum,
y construidos por la misma época, a mediados del siglo II. Detrás de este inusual alarde edilicio,
que suponía levantar estos recintos de 350 metros de largo por 70 de ancho, con paredes de 5 metros de grosor, debía haber una cierta rivalidad entre ambas ciudades vecinas por superar o emular en magnificencia a la otra.
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EL IMPERIO ROMANO • ALBERT V. RIBERA
Vista aérea del hemiciclo del circo de Valentia.
Siglo II. [Archivo SIAM].
La práctica sistemática y coordinada de la arqueología urbana permitió, a partir de los hallazgos dispersos de nueve excavaciones, proponer y demostrar la existencia de un circo de 350 m. de largo en
Valentia. Por sus dimensiones y técnica constructiva
es del todo semejante al que existió en Saguntum.
Del siglo II es el listado de ciudades del Imperio elaborado por el geógrafo egipcio Ptolomeo, que
junto a las ya conocidas nos permite saber de la existencia en la Contestania de una desconocida, Saitabicula, que por su nombre no debería estar alejada de Saetabis. También hace mención de Alonae e Iaspis,
topónimo este ultimo que también aparece en los itinerarios de carreteras y que debe estar en el Castillo del Rio, en Aspe. La identificación, gracias a la epigrafía, de Lesera con el yacimiento de la «Moleta
dels Frares» de Forcall, permite situar otro de los topónimos citados por Ptolomeo, Bisgargis, en Aragón y no en el norte del País Valenciano como se había hecho anteriormente. Precisamente la epigrafía
ha permitido suponer que en Jérica debió existir otra ciudad romana, dada la anómala gran cantidad
de inscripciones, 27, que se conocen en esta localidad, que supera en numero a las que han aparecido
en otras urbes mejor conocidas. Destaca una que hace mención a la construcción de un arco que costó
40.000 sestercios. Sin embargo, haría falta la confirmación arqueológica y, por descontado, conocer el
nombre que tendría.
Las residencias privadas destacan en este periodo más que en ningún otro, tanto en Valentia como en
Saguntum o Ilici, de donde proceden lujosas casas decoradas con mosaicos y pinturas murales.
Pero esta bonanza urbana no sería del todo general, porque ahora empiezan a insinuarse los primeros indicios de que algunas ciudades no pueden competir con sus vecinas y empiezan a haber
signos de decadencia urbana. El caso más notorio es el de Lucentum. Esta pequeña urbe portuaria
debió verse superada por su vecina Ilici, cuyo mejor puerto superaría al más expuesto de este siempre pequeño municipio, que a partir de fines del siglo II da inequívocas muestras de su deterioro.
A fines del siglo II, y tras casi dos siglos de Pax Romana, Hispania volvió a ser escenario de acontecimientos bélicos. Los primeros tuvieron lugar en la Betica, durante el reinado de Marco Aurelio,
cuando bandas de moros atravesaron el Estrecho y saquearon algunas ciudades andaluzas. Aunque
estas correrías no parece que afectaron a las tierras valencianas, un ciudadano de Edeta, enrolado en
el ejército, pereció en este conflicto, el Bello Maurico, como deja constancia su inscripción funeraria
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
hallada en Llíria. Otro episodio bélico de esta época también afectó a Hispania durante la guerra civil que siguió a la derrocación de Cómmodo, el malo de la película Gladiator. Bastantes hispanos
apoyaron a Clodio Albino frente a Septimio Severo, ambos africanos. La victoria de este último en
Lyon supuso la confiscación y su conversión en propiedades imperiales de los bienes de buena parte
de la aristocracia hispana, especialmente la de la Betica.
EL SIGLO III: EL FINAL DE LA PAX
Este siglo empieza con la concesión de la ciudadanía romana a los habitantes de condición libre
del imperio, lo que suponía la culminación jurídica de un largo proceso enraizado en los orígenes
mismos de Roma. Esto suponía cerrar la vieja puerta de las reclamaciones para acceder al rango de
romano de pleno derecho y abrir una nueva que dará lugar a otro tipo de organización social que se
iba a guiar por otros parámetros distintos a los de la antigüedad.
En el siglo III, a lo largo de todas las fronteras del Imperio, la Pax romana no fue más que un lejano recuerdo, como también lo fue la anterior estable dinastía Antonina, sustituida por un sinfín de
efímeros usurpadores militares que hicieron más por acabar con la Pax romana que los propios bárbaros. Aunque estos hechos inevitablemente afectaron también a la provincia hispana, dada su periférica situación en uno de los extremos del vasto imperio, pudo quedar al margen de la mayor parte
de las guerras civiles y de las invasiones de los pueblos limítrofes.
Las ciudades existentes parece que habían llegado al límite
de sus posibilidades y prácticamente no se conoce ningún edificio construido en esta centuria. Ahora es la epigrafía la que
nos da muestras de la actividad de la clase dirigente local, que
no escatimó ocasiones para manifestar, por medio de inscripciones, su lealtad al gobernante de turno, lo que, dada su rápida remoción del puesto, explica la relativamente abundante serie de
dedicaciones a estos breves personajes y a sus familias. Valentia y
Saguntum son las ciudades más aduladoras y, por ende, las que
manifiestan más indicios de actividad de su curia. Valentia homenajeó a Heliogábalo, Severo Alejandro, a su madre y a su esposa, a
los dos hijos de Decio, a Claudio II y a Aureliano. Saguntum a Treboniano Galo, Galieno, Claudio II (3 veces), Aureliano y Carino.
Con menor evidencia, otras ciudades del territorio valenciano
también manifestaron su adhesión epigráfica, caso de Edeta con la
mujer de Filipo I y Saetabis con Claudio II, lo que resalta la continuidad de estos centros urbanos y de su clase dirigente.
Pero a lo largo de esta centuria se documenta el abandono
de alguna ciudad, siendo el caso mejor constatado el de
Lucentum, aunque también parece suceder lo mismo en
Pedestal dedicado al emperador Aureliano. 270-275. [Archivo SIAM].
Este pedestal se halló en el área del foro de Valentia y fue erigido, junto a una
estatua, por el gobierno colonial al emperador reinante, en este caso Aureliano.
Es una de las ultimas inscripciones que se conocen de la época romana, aunque
el pedestal pertenece a una época anterior ya que, en la cara opuesta, albergó
otra dedicatoria imperial que fue borrada.
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EL IMPERIO ROMANO • ALBERT V. RIBERA
Nivel de destrucción de la casa de Terpsícore,
Valencia. [Archivo SIAM].
En varios lugares de la geografía valenciana
han aparecido evidencias de las destrucciones
ocurridas a fines del siglo III. En Valentia todas
las casas romanas que se han encontrado,
como esta, situada en el solar que hoy ocupan
las Cortes Valencianas, fueron arrasadas por
estas fechas.
Lesera. La arqueología del siglo III no registra
hechos positivos, como la construcción de
nuevos edificios, pero en algunos lugares sí
que se hace eco de actividades de tipo negativo, como sería el caso de niveles de destrucción, canales y desagües obstruidos y
cierta proliferación de ocultaciones monetarias. Mucho se ha escrito de unas invasiones
de pueblos germánicos que en la segunda
mitad del siglo III habrían alcanzado en dos
ocasiones el litoral mediterráneo hispánico,
llegando a destruir Tarraco. Aunque parece
que el final de Lucentum no se debe achacar
solo a este motivo, sino a un proceso lento
de decadencia económica, por lo menos en
Ilici y en Valentia sí que se ha señalado con
claridad la existencia de un episodio destructivo más o menos coetáneo unido a otras evidencias como
la colmatación definitiva de la red de cloacas. En Valentia se ha constatado la destrucción de todas las viviendas que se han excavado, con niveles de incendios y derrumbes asociados con monedas de Galieno
y Claudio II. En el mundo rural destacaríamos la aparición de tesoros de monedas, como los del Mas
d’Aragó, les Alqueries, Almenara y Crevillent, además del localizado en Valentia, todos cerca de la Vía
Augusta. No debe ser coincidencia que de este periodo, tras varios siglos sin presencia militar, se conozca la aparición de un destacamento legionario por la zona de Dénia.
Sea lo que fuere, bárbaros o revueltas civiles, el País Valenciano fue afectado en la década 260-270
por varias convulsiones de las que no escaparon algunas ciudades, aunque no se sabe a ciencia cierta
si fueron la causa de la posterior desaparición de algunas de ellas, como Edeta y Saguntum, durante
la Antigüedad Tardía.
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO
Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII)
ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
Servicio de Investigación Arqueológica Municipal. Valencia
LOS SIGLOS IV-V: EL FINAL DEL IMPERIO ROMANO
Al igual que para las etapas anteriores, son muy escasas las fuentes históricas, por lo que hay que
recurrir a un marco genérico para describir este momento. El paso del Alto al Bajo imperio romano
viene marcado por el debate histórico-arqueológico en torno a la llamada crisis del siglo III, largo periodo convulsivo cerrado por las reformas de Diocleciano y Constantino, que configuraron una organización política, social, económica y religiosa muy distinta a la del mundo romano clásico. Otro
paso de este proceso será la reorganización territorial plasmada en la nueva división provincial de
Diocleciano, por la que parte del País Valenciano se segregó de la Tarraconense y pasó a la nueva
provincia Cartaginense. Los antiguos territorios de los contestanos y edetanos se adscribieron a Cartagena, mientras él de los ilergavones dependió de Tarragona. Estos límites provinciales se mantendrán a lo largo del periodo tardoantiguo.
El único hecho histórico que conocemos para el siglo IV es el martirio de San Vicente, lo que indicaría que a principios del siglo IV Valentia debió ser un importante centro administrativo, como también dejan de manifiesto los hallazgos arqueológicos. En el territorio valenciano, pues, solo se dispone de la arqueología para conocer los avatares de esta etapa cambiante, aunque son muy pocos los
lugares que proporcionan información destacable. En Valentia e Ilici se vienen detectando reiterados
episodios destructivos similares. En otros núcleos urbanos, caso de Edeta y Saguntum, la escasez de
datos arqueológicos con posterioridad al siglo III, habla de la crisis urbana que se produjo a fines del
siglo III. La abundancia de ocultaciones monetarias entre los años 260-280 es un buen indicador de la
extensión de esta inestabilidad.
Valentia e Ilici no tardaron mucho en superar esta fase convulsiva. La arqueología ha demostrado
en ambas la rápida recuperación de la vida urbana tras la indudable debacle del siglo III. Sin embargo, no se produjo una mera reconstrucción de la dañada ciudad, sino que en la nueva Valentia
que surgió, encontramos tanto elementos de continuidad como de ruptura con respecto a la anterior.
Una temprana prueba sería la presencia en la ciudad del legatus iuridicus de la Tarraconensis, Allius
Maximus, que en el año 281 le dedica una inscripción al emperador Probo en el foro de Valentia. Este
personaje, el último que conocemos de la Valencia romana, pudo estar en relación con la inmediata
recuperación del pulso de la vida urbana, después del funesto periodo de los años 270-280. Pero esta
inscripción también enlazaría con el proceso de mayor control del poder central y la consiguiente
pérdida de poder y autonomía de las ciudades, rasgo característico de este periodo. La epigrafía sa-
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Niveles tardíos del Grau Vell de Sagunt. [Fot. I. Caruana].
Durante los siglos IV y V florecieron varios establecimientos portuarios del litoral valenciano, como el Grau Vell de Sagunt, el Portus Sucronensis, bajo la actual Cullera, y el Portus Illicitanus, en Santa Pola.
guntina aun registra una dedicación al emperador Carino en el 283, la última que se conoce en esta
ciudad. Aunque hay muy poca información de la Saguntum de los siglos IV-V, llegándose a dudar de
su continuidad como sede urbana, las excavaciones en su puerto marítimo, el Grau Vell, manifiestan
una continua actividad edilicia y comercial durante el siglo IV y parte del V.
Saetabis y Dianium son parcas en noticias para esta época, pero su aparición en la etapa visigoda
como centros episcopales sugeriría su perduración a lo largo de estos siglos. Por el contrario, el silencio arqueológico e histórico que se cierne sobre Lesera, Edeta o Lucentum, permite suponer su desaparición o su conversión en pequeños núcleos rurales adscritos al territorio de otra ciudad. La arqueología ilicitana, con su basílica, erróneamente identificada con una sinagoga, también demuestra la
continuidad de la ciudad, que junto al Portus Ilicitanus, constituye una de las zonas más dinámicas
de esta época.
Coincidiendo, no casualmente, con la reducción del tamaño o la desaparición de las anteriores
ciudades romanas, se asiste al desarrollo de grandes villas rurales, por parte de las anteriores elites
urbana, poco dispuestas ahora a subvencionar los gastos públicos. Una buena muestra de estas residencias bajoimperiales la tenemos en «Els Banyets de la Reina» de Calp, en el Albir (Alfas del Pí) o la
Torre de Xauxelles (la Vila Joiosa).
Pero si del siglo IV sólo conocemos el dato histórico del martirio de San Vicente, para todo el País
Valenciano, con excepción del ataque vándalo al Portus Ilicitanus, no tenemos ninguna referencia histórica ni epigráfica del siglo V. No disponemos de información de temas tan importantes como del momento de la instauración de las sedes episcopales, que tuvo lugar en esta etapa, o de las destrucciones
a manos de los bárbaros, que a partir del 409 atravesaron los Pirineos y durante varios años se dedicaron a saquear Hispania, ..urbes incendunt.. dicen las fuentes al referirse a estos trágicos hechos. La provincia Tarraconense, especialmente su parte litoral, estuvo más o menos a salvo de estas correrías y se
consiguió mantener en manos del Imperio de Occidente casi hasta su final, siendo solo hacia los años
472-473 ocupada por los visigodos del rey Eurico. Entre el 410 y el 420 existen numerosos testimonios
de la huida de muchos hispanos de las clases acomodadas, especialmente al norte de África.
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII) • ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
El Imperio, muy ocupado con las invasiones en Italia y luego por los hunos de Atila, no pudo
prestar mucha atención a Hispania. Los vándalos se acabaron instalando en Karthago y se convirtieron en la potencia marítima preponderante del Mediterráneo occidental, saqueando Roma en el 455
y dominando Córcega, Cerdeña, Sicilia y las Baleares. Se conoce el ataque que la flota vándala llevó
a cabo en el año 460 contra la escuadra imperial surta en el Portus Illicitanus (Santa Pola), de resultas
del cual fueron destruidos los navíos romanos y destituido el mismo emperador Mayoriano, que
precisamente anduvo por estas tierras reuniendo un ejercito para atacar a los vándalos, que acabaron por anticiparse a sus intenciones. Este incidente refleja que la zona litoral hispana permaneció
bajo dominio romano casi hasta el final del Imperio de Occidente.
A pesar de todos estos episodios bélicos, los hallazgos arqueológicos manifiestan cierta continuidad de las relaciones comerciales con el norte de África y el Oriente Mediterráneo, que sólo se restablecieron plenamente a partir de las ultimas décadas del siglo V y se mantuvieron durante el VI y
parte del VII.
Los datos arqueológicos del siglo V son eminentemente destructivos. Sería el caso de dos edificios públicos y un pozo de Valentia, que fueron arrasados en la primera mitad del siglo V por un incendio. En uno se encontró un pequeño tesoro de 88 monedas de bronce, las más modernas de los
emperadores Arcadio (402-408) y Honorio (410-423). El circo de Valentia presenta indicios del abandono de su actividad original, lo que coincide con las fuentes, que se refieren a que hacia el 445 en la
mayor parte de las ciudades de Hispania
habían cesado los juegos de circo y teatro.
Aún hay alguna aislada referencia a la
reinstalación de estas actividades lúdicas
en el siglo VI, en concreto en Caesaraugusta
y a principios del siglo VII, cuando el rey
visigodo Sisebuto reprendió al obispo de
Tarragona por su desmedida afición a las
representaciones teatrales y a los juegos
con animales, pero éstas serían ya las excepciones que confirman la regla.
En otros yacimientos también se constatan episodios coetáneos similares, como
el Grau Vell, el puerto de Saguntum, que
acaba sus días en la primera mitad del siglo V, como atestiguan las monedas y las
cerámicas de su momento final. En Ilici
también se ha encontrado una ocultación
numismática y de joyas de los primeros
años del siglo V, con 3 monedas de oro, asimismo de Honorio y Arcadio, que se han
relacionado con el paso de los bárbaros. A
lo largo de toda Hispania, las numerosísiLa villa de Banys de la Reina (Calp, Alicante).
[Fot. J.M. Abascal – R. Cebrián].
El Bajo Imperio fue una época de auge de las
grandes residencias y factorías rurales, como la
recientemente excavada en el litoral de Calp.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
mas ocultaciones de monedas de inicios del siglo V
son la mejor prueba de la gran inseguridad existente
en este periodo.
Empiezan a haber indicios claros que el País Valenciano sufrió algún episodio destructivo a lo largo
del siglo V, sin que se pueda precisar aún ni el momento exacto ni, por consiguiente, la causa concreta
de esta catástrofe.
LOS INICIOS DEL DOMINIO VISIGODO
La expedición de los visigodos del rey Eurico en el
472, asentados en el sur de Francia y enfrentados a lo
que quedaba del poder romano, acabó con la sumisión
Pendiente procedente de Els Charcons (Montserrat,
de las últimas posesiones hispanas del agonizante ImValencia). Siglos VI-VII. [Museo de Prehistoria de Valencia].
perio romano de Occidente. Solo hubo cierta resistencia
entre los aristócratas romanos de Tarraco y Dertosa. El
Imperio no tardó en sucumbir, en el 476. El poder visigodo en sus primeros momentos no solo se preocupó de pacificar la península, sino que ya dio los primeros pasos para reconstruir de alguna manera la
infraestructura urbana, al menos en algunos lugares claves como Mérida. A partir de este momento, el
dominio político y militar visigodo, que no la llegada de nueva población, supuso el inicio de una larga
etapa de relativa tranquilidad y reconstrucción, sólo jalonada por alguna revuelta de la nobleza hispana,
eminentemente católica, que en muchos casos llegó a independizarse, especialmente en el sur de la península. Los nuevos amos eran acérrimos arrianos, pero estaban muy alejados de Hispania y sólo prestaron verdadera atención a los asuntos de la península cuando tuvieron que refugiarse en ella después
de ser expulsados de las Galias por los francos en el 507. Pero esta instalación de nueva gente apenas repercutió en el área mediterránea. Además, durante el primer tercio del siglo VI tampoco se puede hablar
de un auténtico estado visigodo independiente, ya que estuvieron muy tutelados por sus «primos», los
ostrogodos de Italia, para atajar la expansión de los francos. Este periodo «ostrogodo» (507-548) supuso
también la llegada de gente de esta etnia para ocupar los puestos claves y hacerse cargo de la situación.
Uno de estos ostrogodos, Theudis, llegó a ser rey, disfrutando de un largo reinado (531-549). La larga
etapa que iría desde la ocupación nominal visigoda (472-473) a las guerras civiles que surgieron a la
muerte de Theudis, con la peligrosa aparición de los bizantinos, significaría un dilatado lapso de paz y
tranquilidad. Al mismo tiempo, se creó un cierto distanciamiento con el poder central, unido a la recuperación de muchas ciudades, promovida por el clero y la nobleza local, que ahora son casi la misma
cosa. Al mismo tiempo, se registró un aumento de la autonomía y poder de varias regiones, especialmente en la Baetica, pero en absoluto exclusivo de esta provincia. Pero, como ya hemos indicado, nada
concreto sabemos de la zona valenciana en estos años.
En estos momentos crecería la figura del obispo, asumiendo el papel de jefe de la ciudad. El más antiguo obispo valenciano conocido es el ilicitano Juan, entre 514-517, del que sabemos de su existencia
por su correspondencia con el Papa, aunque puede tratarse de una confusión con un prelado de Tarragona. De Valentia, la mención segura más antigua que tenemos de este cargo es la de Justiniano, ya de
mediados del siglo VI. Dentro del contexto hispano bajoimperial, Valentia fue una ciudad importante y,
además, en ella tuvo lugar el martirio de San Vicente, sin ninguna duda el mártir hispánico más destacado y admirado en la época. Por consiguiente, se podría suponer, con muy pocas dudas, que ya en el
siglo IV alcanzaría el rango episcopal, más aún, si tenemos en cuenta que la organización episcopal hispánica ya debió estar completada a inicios del siglo V. De hecho, cuando encontramos esa primera refe-
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII) • ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
rencia segura, la del obispo Justiniano, gran constructor de edificios, ya se nos presenta como una sede
bien consolidada y organizada, donde tiene lugar un Concilio de la provincia Carthaginensis. Por lo
tanto, ya debería hacer mucho tiempo que disponía del rango episcopal.
Estos obispos procedían de la antigua nobleza hispánica, que con el tiempo adoptó la nueva religión pero siguió manteniendo las riendas del poder político y económico a escala local, ocupando el
vacío dejado por la extinta administración imperial. Es interesante reseñar que tres hermanos de Justiniano también fueron obispos de otras tantas ciudades de la Tarraconense. Bastantes ciudades estarían
gobernadas de facto por sus obispos, manteniendo esporádicos contactos con un poder central distante
que solo apareció por el territorio valenciano a mediados del siglo VI para hacer frente a la invasión bizantina y acabar con la práctica situación de autonomía de la nobleza y el clero hispano. Los últimos
decenios del siglo V y la primera mitad del VI parece ser que fueron un periodo tranquilo y semiautónomo en el que se reconocía formalmente la autoridad del rey visigodo de Tolosa, muy alejado, y luego
de sus sucesores en Hispania, que estuvieron muy ocupados por sus problemas internos y sus luchas
con los vascones, los suevos de Galicia, los francos en las Galias y con los bizantinos en África.
LOS BIZANTINOS Y LA REACCIÓN VISIGODA
El período de estabilidad de la primera mitad del siglo VI supuso una pequeña «época dorada» para
la diócesis episcopal valentina y la detentación de una virtual independencia bajo el episcopado de Justiniano. Esta situación se vio desbaratada con el advenimiento de Agila (549-555) y el inicio de continuos
enfrentamientos internos por la sucesión al trono, cuya consecuencia más grave fue la conquista de una
parte de Hispania por los ejércitos imperiales (554) llamados por el usurpador Atanagildo.
Los bizantinos ocuparon una franja costera cuyo límite norte no está del todo claro. El pacto entre
Atanagildo y los imperiales posiblemente estableciera como límite septentrional de las posesiones
bizantinas el río Xúquer. En cualquier caso, Dianium formaría parte de la provincia bizantina de Spaniae y Valentia quedaría excluida de la misma.
No será hasta el reinado de Leovigildo (569-586) cuando se invierta la tendencia de continuado
desorden y quebranto territorial, gracias al afianzamiento del poder real. Leovigildo puso en marcha
una serie de campañas militares, paralelamente a una profunda reorganización interna del reino, di-
Basílica de El Monastil
(Elda, Alicante). [Fot. A.
Poveda].
Este interesante yacimiento de altura, que
domina la Via Augusta,
debió estar integrado en
la línea defensiva bizantina, protegiendo Ilici,
durante las guerras con
los visigodos. En él se
han hallado restos de
una pequeña iglesia y algunas piezas de su mobiliario litúrgico.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Cerámicas de época visigoda encontradas en Valentia. [Archivo SIAM].
El repertorio de formas de los alfares
visigodos es aun bastante desconocido.
Los numerosos hallazgos de Valencia
serán muy útiles a la hora de establecer
las pautas que regían la elaboración de
las cerámicas de esta época.
rigidas contra los bizantinos, la rebelde aristocracia hispanorromana de algunas ciudades y regiones
de la Bética y la Cartaginense, el católico Reino de los suevos, el cual anexionará, y contra los siempre insumisos vascones. El balance de estas operaciones fue positivo y así lo señaló el contemporáneo Juan de Bíclaro en su Crónica: «vuelve admirablemente a sus límites primitivos la provincia de
los godos, que por diversas rebeliones había sido disminuida». Fue durante el reinado de este monarca cuando Valentia quedó integrada en el Reino visigodo de Toledo.
Prueba fehaciente de esta integración es la aparición de un obispo arriano, Ubiligisclo, en la sede
episcopal valentina, que fue uno de los que abjuraron de la fe arriana en el III Concilio de Toledo del
año 589. Su existencia iría paralela a la presencia de tropas godas en la ciudad, consecuencia tanto de
la reciente incorporación de estos territorios al dominio efectivo, no solo nominal, del Reino visigodo, como de su situación de frontera frente a los bizantinos. Con la ocupación bizantina de una
parte del País Valenciano, éste se convierte en tierra de frontera y Valentia, el más importante núcleo
urbano de la zona, en el principal enclave frente a las aspiraciones imperiales.
Consolidadas las posiciones, desde un punto de vista territorial, tanto por parte de los visigodos
como de los bizantinos, algunos autores defienden el establecimiento de un limes, presente en otras
partes del Imperio, constituido por dos líneas defensivas sucesivas, formadas a partir de una serie de
ciudades fortificadas, normalmente sedes episcopales y asiento de una ceca, y otras fortificaciones menores, tipo castellum, articuladas en torno a calzadas estratégicas (Vía Augusta). Valencia y su territorio
cumplen con el esquema anterior y la investigación ha podido confirmar la creación de asentamientos
fortificados que responden al modelo militar y administrativo creado por el estado visigodo para la organización, control y defensa del territorio. Un ejemplo elocuente lo constituye el castro fortificado de
València la Vella, en Riba-roja de Túria, o la transformación del Circo de Valentia en un área fortificada,
ambos hechos puestos en relación con la llegada de contingentes militares godos.
En el sistema defensivo bizantino se podría incluir el yacimiento en altura de El Monastil, en
Elda, que podría ser un castellum que defendería Ilici, que sería el núcleo bizantino más importante
del actual territorio valenciano.
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII) • ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
Valencia vuelve a mencionarse a raíz del exilio del rebelde católico Hermenegildo (a. 584), hijo
corregente de Leovigildo sublevado en la Bética y peligrosamente aliado con los bizantinos. Su estancia fue corta puesto que al año siguiente fue asesinado en la ciudad de Tarragona. El conflicto religioso entre arrianos y católicos terminó oficialmente con el III Concilio de Toledo en el año 589, que
significó la unidad bajo la fe católica.
EL SIGLO VII
A finales del siglo VI Toledo creó las sedes episcopales de Elo y Begastri para regir los destinos espirituales y temporales de los territorios conquistados a los bizantinos y que pertenecían a las sedes
de Ilici y Carthago Spartaria, todavía en manos bizantinas.
Desde el reinado de Leovigildo, por su ubicación fronteriza fue muy importante el papel estratégico y militar jugado por Valencia, que se mantuvo hasta la definitiva expulsión de los bizantinos,
tal como parece apuntar la emisión de moneda por parte de algunos monarcas (Gundemaro, Sisebuto, Suintila) en Saguntum y Valentia, emisiones que coinciden con el momento de mayor presión
visigoda frente a los bizantinos, que culminó con la destrucción de Cartagena en el 625, capital de la
provincia bizantina de Spania.
Con anterioridad, la sede de Saetabis estaba ya en manos de los visigodos desde época de Leovigildo, pues su veterano obispo Mutto firmó en el III Concilio de Toledo del 589. Las otras dos sedes
episcopales, Ilici y Dianium, parece que permanecieron bajo dominio bizantino hasta el último momento de la presencia imperial en Hispania. Ilici no aparece representada hasta el IV Concilio de Toledo del 633 y Dianium algo más tarde, en el V Concilio de Toledo del 636. Como ya apuntara en su
día el Dr. Llobregat, la importancia del puerto de Dianium sería un factor esencial en el mantenimiento de los bizantinos hasta el final.
La actividad comercial con el Mediterráneo, mayoritariamente ocupado por los imperiales, no
se interrumpió durante la ocupación bizantina y se constata su mantenimiento hasta después de su
expulsión de Hispania. Los asentamientos costeros fueron los principales destinatarios de los inter-
Triente de Gundemaro acuñado en Sagunto. [Gabinet Numismàtic de Catalunya].
La única referencia de la existencia de Saguntum durante el período visigodo nos la proporciona alguna rara
moneda de oro acuñada en la ciudad a lo largo del siglo VII. Tal vez se trate de emisiones relacionadas con tropas acantonadas aquí ante la amenaza bizantina.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
cambios comerciales. A parte de las ciudades ya se detecta, desde el siglo IV, un florecimiento de estos asentamientos a lo largo del litoral, principalmente abundantes al sur de Valencia. Algunos de
ellos, Punta de l’Illa (Cullera), Punta de l’Arenal (Xàbia), Baños de la Reina (Calp), Barrio de Benalúa (Alicante), Portus Ilicitanus (Santa Pola),...y otros peor conocidos, se mantienen activos durante
los siglos VI y VII.
La distribución de productos importados, principalmente las últimas producciones de vajilla
fina de mesa africana (sigillata), algunas cerámicas de cocina y ánforas, es un fenómeno propio de
las zonas costeras, tanto de ciudades como de monasterios y castros fortificados, asentamientos
vinculados a las élites urbanas, civiles, militares o eclesiásticas. La principal zona de aprovisionamiento fue el norte de África, que exportó las últimas cerámicas finas de mesa, la Africana D, ánforas que transportaban aceite y vino, y cerámica de cocina. Del Mediterráneo oriental llegaron ánforas de vino de Palestina y Siria y más esporádicamente, ungüentarios (Late Roman Unguentarium),
vajilla de mesa y de cocina.
Las últimas investigaciones en Valencia aún documentan materiales importados de la segunda
mitad del siglo VII, similares a los aparecidos en Roma, Marsella o Tarraco, como los últimos contenedores cilíndricos norteafricanos (Keay VIII, LXI, LXII), ánforas «globulares de fondo umbilicado», spatheia de reducidas dimensiones, formas tardías de Africana D (Hayes 91D, 109 B) y ollas
«Constantinople ware».
El final del Reino visigodo, principalmente a partir de la segunda mitad del siglo VII, estuvo marcado
por una serie de calamidades de las cuales se hace amplio eco las crónicas de la época, la legislación y
los cánones de los concilios. Sequía, malas cosechas, plagas de langosta, episodios cíclicos de la terrible
peste bubónica, hambres, y algunos episodios bélicos, principalmente contra los vecinos del norte, los
francos y vascones, y esporádicamente alguna escaramuza naval contra los bizantinos.
Uno de los problemas más graves fue la inestabilidad política, con continuos
y violentos problemas sucesorios protagonizados por diversos clanes familiares, y una clara y evidente ruptura social: problemas con los judíos, esclavos
fugitivos, bandolerismo, militarización de la vida civil y creciente autonomía
de la poderosa nobleza en un incipiente proceso de feudalización.
TEODOMIRO Y SU ÉPOCA
Fueron estos problemas sucesorios los que aceleraron el final
del Reino visigodo y la posterior conquista musulmana. La muerte
de Witiza en el 710 sin asociar al gobierno a ninguno de sus hijos,
ocasionó el intento de su familia de retener el trono. Tal pretensión
de sucesión dinástica en la figura de Akhila, hijo mayor del difunto Witiza, no prosperó debido a la enérgica oposición de una
buena parte de la nobleza visigoda, partidaria de la designación
real por elección, a pesar de que el joven Akhila logrará establecerse
en el nordeste, llegando a acuñar moneda. Mientras tanto, la asamblea
electiva designó a Rodrigo como rey. Los witizanos, por su parte, reclamaron la ayuda de los árabes para conseguir sus pretensiones políticas, ac-
Anillo procedente de El Romaní (Sollana, Valencia) de una tumba de época visigoda.
[Museo de Prehistoria de Valencia].
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII) • ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
ción que no era extraña en la historia del Reino visigodo hispánico, con fatales precedentes en
época de Atanagildo y Sisenando que propiciaron la invasión del reino por los bizantinos y los
francos, respectivamente. La llegada del ejército árabe pilló por sorpresa a Rodrigo que fue derrotado y muerto en Guadalete.
La conquista musulmana se sucedió de manera fulminante y los hijos de Witiza y sus partidarios actuaron de acuerdo con los árabes, facilitando la toma o rendición de las ciudades más importantes del reino, a cambio de conservar la posesión de sus bienes patrimoniales. En las ciudades importantes que capitularon los visigodos conservaron sus bienes, además de su propia
organización política, religiosa y social, a cambio debieron tributar lo que la ley islámica imponía
a los no musulmanes.
En el sudeste de la península tuvo lugar uno de estos pactos entre un personaje visigodo, Teodomiro, y ‘Abd al-‘Aziz, que supuso la continuidad, durante algún tiempo, de las estructuras visigodas
hasta el inicio de la islamización del territorio, proceso que en esta zona no sería anterior al siglo IX.
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LA CONQUISTA ROMANA Y EL PROCESO
DE ROMANIZACIÓN EN EL MUNDO IBÉRICO
HELENA BONET
Servicio de Investigación Prehistórica. Diputación de Valencia
ALBERT V. RIBERA
Servicio de Investigación Arqueológica Municipal. Valencia
LA CONQUISTA ROMANA
La presencia de Roma en Iberia está directamente relacionada con hechos que tuvieron lugar en
el territorio valenciano, como el asedio y destrucción, por parte de Aníbal, de la ciudad ibérica de
Arse/Saguntum, aliada de Roma, aunque se encontraba al sur del Ebro, que era el limite norte de la
zona controlada por los púnicos según los pactos del antecesor de Aníbal, Asdrúbal, con Roma. Esta
aparente contradicción entre los dos tratados suscritos por Roma se ha interpretado como que el río
Hiberus de los textos antiguos no sería el Ebro sino el Xúquer, aunque también se piensa en una adulteración de la historia por parte de Roma para justificar su intervención en un territorio sobre el que
no tendría argumentos para hacer acto de presencia. Sea lo que fuere, el caso es que la toma de Arse
desencadenó una larga guerra que tuvo como escenario Iberia, el sur de la Galia, Italia, Sicilia, Numidia (Argelia) y África (Túnez).
Aunque el desembarco romano en la colonia griega de Emporion en el 218 a.C. marca la entrada
de Roma en Hispania, se puede asegurar que los romanos no llegaron altruisticamente para vengar a
sus aliados saguntinos, que también. Ya en el siglo IV a.C., en el 348, se tienen noticias de un posible
tratado anterior entre Roma y Cartago que delimitaba sus respectivas áreas de influencia en el cabo
de Palos, por lo que el País Valenciano quedaba fuera del ámbito púnico. A lo largo del siglo III a.C.,
especialmente en los yacimientos costeros, se encuentran más ánforas y otras cerámicas procedentes
del mundo púnico que del romano, aunque la presencia de ánforas grecoitálicas y de vajilla de pequeñas estampillas y de Cales ya es un indicio claro de la existencia de intereses comerciales romanos, anteriores a su llegada, en concurrencia con los cartagineses.
Pero además de estos intereses económicos, es innegable que lo que impelió a Roma a intervenir en
Hispania fue la política expansionista de la familia Bárquida, que con la rápida conquista de casi toda la
Península, la explotación de sus recursos minerales y la disponibilidad de los iberos como soldados, suponía un peligro de primer orden, más aún teniendo en cuenta las ansias de venganza que existían en
Cartago tras la reciente derrota en la Primera Guerra Púnica y la perdida de Sicilia, Córcega y Cerdeña.
Tras la ocupación de Arse y la audaz marcha de Aníbal a Italia, muy poco más se sabe sobre el desarrollo de los hechos en la zona valenciana, a no ser la recuperación de Arse por Roma en el 214 y la alianza del
general romano Escipión con el caudillo ibérico Edecón, que dominaría la zona edetana, en el 209. Con la
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Desarrollo de la Segunda Guerra Púnica. [Tratamiento gráfico A. Sánchez].
guerra ya prácticamente terminada en Hispania, en el 206, se sublevó la guarnición del campamento romano de Sucro, a orillas del Xúquer, lo que nos lleva a conocer la que debió ser la primera instalación fija
creada por Roma en el territorio valenciano y que posteriormente daría lugar a una ciudad. La ubicación
de este topónimo se ha discutido mucho, pero parece ser que se encuentra en Albalat de la Ribera.
Tras la Segunda Guerra Púnica, que concluyó con el dominio de buena parte de Hispania por
Roma, los historiadores antiguos no mencionan a las tribus ibéricas valencianas, Ilergavones, Edetanos y Contestanos, entre las que, a causa de la imposición de fuertes tributos, se sublevaron durante
los primeros años de la presencia romana, especialmente en el valle del Ebro y en Cataluña. Sin embargo, la arqueología valenciana ha puesto al descubierto gran cantidad de evidencias que muestran
que entre el paso del siglo III al II a.C. numerosos yacimientos ibéricos fueron destruidos y, en su mayor parte, no volvieron a ser ocupados. Entre ellos se encuentran algunos de los más grandes e importantes, como el Tossal de Sant Miquel de Llíria, la Serreta d’Alcoi, l’Illeta del Campello o la Escuera de San Fulgencio, amén de otros mucho más pequeños, que serían aldeas o fortines. Por esta
misma época, también se produjeron ocultaciones de joyas y monedas, bien representadas por los tesoros de Cheste, Moixent y los Villares.
Sin embargo, dado el escaso lapso de tiempo que media entre lo que sería la agresión cartaginesa
(230-218), la guerra entre romanos y cartagineses (218-205) y la probable represión romana a los indígenas (200-180), en la mayor parte de los casos es difícil asegurar con que episodio destructivo se deben relacionar los numerosos incendios y abandonos que atestigua la arqueología. Con todo, parece
ser que la gran mayoría de los casos conocidos se deben asociar a la intervención romana contra los
iberos al finalizar las guerras con Cartago.
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LA CONQUISTA ROMANA Y EL PROCESO DE ROMANIZACIÓN EN EL MUNDO IBÉRICO • HELENA BONET Y ALBERT V. RIBERA
Conocidos los modos y maneras de actuar de Roma, uno de los grandes beneficiados del nuevo estado de cosas debió ser la destruida Arse/Saguntum, algunos de cuyos supervivientes fueron rescatados
y devueltos a su ciudad. Buena prueba de esta rápida recuperación nos la dan sus emisiones monetarias
y la reconstrucción de sus murallas a principios del siglo II a.C. Coetáneamente, la arqueología nos muestra que la vecina Edeta tuvo un destino muy diferente, al no ser reconstruida tras una violenta destrucción, que probablemente fuera obra de los mismos romanos.
Aunque Edeta y otros lugares importantes desaparecieron para siempre, otras ciudades se reconstruyeron al poco tiempo. El caso mejor conocido es el de los Villares, en Caudete de las Fuentes,
solar de la antigua Kelin, que llegó a acuñar monedas en el siglo II a.C. Pero en la zona valenciana, lo
poco que sabemos de los asentamientos ibéricos nos habla de la perduración de las técnicas y modelos
urbanos indígenas frente a lo que ocurre, por ejemplo, en el valle del Ebro donde en el siglo II a.C. aparecen algunas nuevas ciudades pobladas por indígenas, pero en las que la impronta urbana romana
es muy evidente. En nuestro territorio, además de Arse/Saguntum, el único caso que podría ser semejante es el de Ilici, o al menos su mosaico con nombres ibéricos, aunque el grado de conocimiento
científico de éste y otros aspectos de la ciudad ilicitana no permite mayores precisiones.
Mosaico de l´Alcúdia (Elx, Alicante) según
Abad. [Tratamiento gráfico A. Sánchez].
Fechado entre finales del siglo II e inicios del
I a.C., al interés de su motivo decorativo, roseta
central rodeada de una muralla almenada con
torres, hay que añadir el de los nombres ibéricos de altos personajes de la ciudad de Ilici, tal
vez magistrados. Se trata de un mosaico de fabricación local inspirado en modelos helenísticos avanzados del sur de Italia.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
LA FUNDACIÓN DE VALENTIA
La historiografía antigua habla de su fundación en el 138 a.C. y de su destrucción en el 75 a.C. Las
intensas y continuas excavaciones de los últimos 20 años han permitido confirmar reiteradamente la
veracidad y exactitud de ambos hechos. No tiene, pues, ninguna base arqueológica ni histórica la ya
caduca hipótesis de que por debajo de la ciudad romana existiera otra anterior, la Tyris que aparece en
un poema del siglo IV d.C. Lo que no se puede descartar es que en los alrededores de Valencia existiera algún centro ibérico anterior de relativa importancia, pero, aunque se conoce muy bien la arqueología de esta nueva ciudad romana, muy poco, o casi nada, se puede decir de su entorno.
En la época en que dice el historiador Tito Livio, el 138 a.C., una plataforma fluvial algo elevada
sobre el Turia y otros canales fluviales que la rodeaban, empezó a poblarse repentina y ampliamente
por gente que preferentemente utilizaba una cultura material (cerámica, sobre todo) y consumía productos alimenticios elaborados (vino, aceite, pescado) procedentes de Italia y de otras regiones del
Mediterráneo (África, Ibiza, Rodas, Cádiz, Libia,...).
Las motivaciones estratégicas de este nuevo centro urbano son evidentes, ya que se encuentra
justo a mitad de camino entre Tarraco y Carthago Nova (Cartagena), que eran las principales y únicas ciudades romanas de la provincia Citerior, situadas a 500 km, estando Valencia equidistante, a
250 km de cada una, prueba de su intencionada ubicación para controlar una amplia provincia en
la que aún era muy escasa la presencia romana directa. El momento de esta nueva fundación también coincide con una reforma de la red viaria de Hispania. No esta claro si la nueva fundación se
creó junto a la vía Hercúlea, la predecesora de la Vía Augusta, o si ésta se trasladó al lugar ocupado por la ciudad.
Termas de l’Almoina, Valencia. [Archivo SIAM].
Este edificio representa mejor que ningún otro lo que fue la fundación de Valencia: una nueva ciudad creada
a la medida de una población de procedencia itálica que conocía y usaba con normalidad los baños públicos.
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LA CONQUISTA ROMANA Y EL PROCESO DE ROMANIZACIÓN EN EL MUNDO IBÉRICO • HELENA BONET Y ALBERT V. RIBERA
Los más antiguos vestigios de la presencia humana son basureros y restos de sacrificios y
ofrendas rituales propiciatorias para conseguir la aprobación divina, tal como era normal en la
religión romana. Las primeras construcciones son tiendas y fondos de cabañas. Hay que
tener en cuenta que los primeros pobladores se instalaron en un espacio natural y
eran ellos mismos los que tenían que levantar la nueva urbe. Dado que lo prioritario siempre era la erección de las murallas tuvieron, durante un tiempo,
que habitar en tiendas, cabañas y barracones, algo que tampoco les vendría de nuevo dado que procedían del ejército y estaban acostumbrados a levantar fortificaciones y a vivir en campamentos.
Con el paso del tiempo fue surgiendo una ciudad del
más puro aspecto romano, con una arquitectura totalmente ajena al mundo ibérico. El hallazgo de un cementerio de este periodo es otra prueba concluyente de la italianidad de estos primeros habitantes, como muestran los ritos de
inhumación y las ofrendas de cabezas de cerdo.
Lámina de oro en forma
de hoja procedente de
Valencia. Siglos II-I a.C.
[Museo de Prehistoria
de Valencia].
Si a esto unimos que los nombres de los magistrados que se conocen de esta época proceden del
centro-sur de Italia, que la tipología y el peso de las monedas de Valentia es semejante a otras acuñadas por Roma y que el mismo nombre de la ciudad, que significa fuerza y valor, es del mismo estilo
que otras colonias fundadas en Italia en el siglo II a.C., con topónimos alegóricos de virtudes militares, no cabe ninguna duda del origen y el ambiente cultural de la primera Valencia. Por todos estos
motivos, se ha supuesto que fue creada como una colonia de tipo latino.
La aparición de una ciudad de estas características en el 138 a.C. supuso un episodio muy trascendente, ya que dada su categoría se convertía en el principal centro urbano de un amplio territorio, por encima de los más importantes asentamientos ibéricos, Arse, Saetabis, la Carencia y Kelin.
Su ubicación topográfica facilitaba los contactos marítimos, como ha puesto de manifiesto la reciente
aparición de un puerto fluvial junto a las torres de Serranos. Debió ser también un importante centro
económico desde el que se redistribuirían hacia el interior buena parte de estos productos importados,
que aparecen en lugares tan alejados como Kelin (Caudete de las Fuentes), siempre acompañados por
monedas de Valentia. El influjo de esta nueva ciudad también se observa en las monedas de las cecas
ibéricas cercanas, Arse y Saiti, que adoptan su peso y cambian sus tipos, llegando Arse a reproducir el
mismo anverso que Valentia y a usar el alfabeto latino. La nueva colonia debió servir asimismo como
centro administrativo y fiscal, donde se recogerían y almacenarían los impuestos en especie a los que estaban obligados los iberos sometidos y que tendrían su acomodo en el horreum de l’Almoina.
EL CONFLICTO SERTORIANO EN TIERRAS VALENCIANAS
La pujanza y notoriedad de Valentia tuvo sus efectos negativos cuando entró en crisis la República romana y ésta y otras colonias creadas para consolidar la conquista se vieron envueltas en los
conflictos civiles que tenían su base en las reclamaciones de la plebe y de los pueblos itálicos y de las
colonias latinas de Italia para adquirir la ciudadanía romana. Cuando los disturbios llegaron a Hispania, se puso crudamente de manifiesto la importancia de Valentia, ya que como principal centro
itálico de un amplio territorio, se convirtió en objetivo militar de primer orden.
En el 83 a.C. llegó a Hispania Sertorio, huyendo de Italia, donde había vencido la reacción senatorial, contraria a las reformas sociales. Casi de la nada, consiguió reunir un eficaz ejército nutrido
tanto por romanos e itálicos, exiliados de Italia o instalados en Hispania, como por indígenas hispa-
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Nivel de destrucción de época sertoriana de
Valentia. [Archivo SIAM].
Uno de los más impresionantes hallazgos arqueológicos acaecidos en Valencia ha sido el que ha tenido lugar en
una zona de l’Almoina, donde se han
encontrado los restos de más de 15 individuos masculinos jóvenes, con claros indicios de haber sido allí mismo
pasados por las armas, sin olvidar las
evidencias de actos tan crueles como el
empalamiento o las desmembraciones
de manos y piernas.
Glande de plomo del ejército de Pompeyo con inscripción
CNMAG. [Museo de Prehistoria de Valencia].
nos y númidas. En pocos años, consiguió hacerse con el
control de casi toda la península Ibérica, quedando reducidas las posesiones del Senado a la Bética, aislada por tierra, y a parte de Cataluña y del valle del Ebro. Es decir, que el País
Valenciano quedó en manos de los rebeldes. Los historiadores antiguos
citan expresamente que ilergavones y contestanos fueron aliados de Sertorio,
pero no dicen nada de los edetanos. Uno de los más grandes éxitos de Sertorio tuvo
lugar en tierras valencianas, en una ciudad que debía ser importante, llamada Lauro, que permaneció
fiel a Roma, por lo que en el 76 a.C. fue atacada y destruida por el general rebelde, que derrotó a Pompeyo cuando intentó socorrerla. Este lugar se ha llegado a identificar con Llíria, el Puig o algún otro sitio
cercano, pero en todos faltaría la confirmación arqueológica. En todo caso, parece ser que estaba en la
provincia de Valencia, lo que podría indicar que los edetanos no secundaron la rebelión.
En el 75 a.C., Valentia estaba en poder del bando antisenatorial, aunque no se conoce si se adhirió voluntariamente o fue sometida a la fuerza. Dada su condición de ciudad itálica lo más probable es la primera opción. Sea lo que fuere, en ese año, a los pies de las murallas de Valentia tuvo lugar una sangrienta
batalla entre Pompeyo, que venía desde el norte, y dos generales de Sertorio. La victoria del primero supuso la destrucción de la ciudad. Estos hechos históricos han sido corroborados por las excavaciones arqueológicas, que nos muestran como la ciudad fue totalmente arrasada, conociéndose hallazgos tan espeluznantes como los cuerpos troceados de 15 soldados con sus armas aparecidos en l’Almoina. También
se ha comprobado la destrucción de casas y edificios públicos. Destaca un tesoro de 195 denarios romanos, cuya pieza más moderna es del 77 a.C., lo que confirma la exactitud de la fecha histórica.
Tras esta victoria, Pompeyo se dirigió hacia el sur, a Sucro, donde se encontraba Sertorio esperando a otro ejército romano que venía desde Andalucía para romper el aislamiento de esta provincia. Aquí tuvo lugar otra batalla que a punto estuvo de costar la derrota y la vida a Pompeyo,
que sólo se salvó por la oportuna llegada del otro general romano procedente del sur. Sertorio se
retiró a Saguntum y desde allí abandonó las tierras valencianas, que en su parte norte y central
fueron recuperadas por Roma.
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LA CONQUISTA ROMANA Y EL PROCESO DE ROMANIZACIÓN EN EL MUNDO IBÉRICO • HELENA BONET Y ALBERT V. RIBERA
Los historiadores se hacen eco de la importante intervención de otra ciudad valenciana en este
conflicto, Dianium (Dénia), que fue el puerto más utilizado por la facción rebelde y uno de sus últimos refugios, desde donde escaparon los supervivientes de esta rebelión. Aunque no se ha localizado la Dianium sertoriana, en los alrededores de Dénia se han descubierto varios yacimientos fortificados en altura, como la Penya de l’Aguila y Segaria, que son coetáneos a este conflicto y que
parecen formar un anillo defensivo alrededor de Dianium.
Aunque los historiadores no mencionan más destrucciones de este periodo, la arqueología ha
evidenciado que algunos asentamientos indígenas de importancia fueron arrasados en este momento, como Kelin y Torre la Sal (Ribera de Cabanes), que ya no volvieron a ser habitados.
Por lo que se deduce de la historia y la arqueología, el País Valenciano fue muy afectado por esta
contienda, ya que entre los años 76 y 75 a.C. fue surcado por ambos ejércitos, lo que conllevó saqueos continuos y la destrucción de varias ciudades a manos de unos u otros.
Dado que Sertorio basó gran parte de su éxito en la colaboración y respeto para con los indígenas, durante esta larga rebelión se ha supuesto que hubo un renacer del mundo ibérico, que estaría
atestiguado principalmente por algunas acuñaciones monetarias, entre las que se encontrarían algunas de Arse y Saetabis, que volverían y mantendrían el alfabeto ibérico.
PERVIVENCIAS Y TRANSFORMACIONES EN EL MUNDO IBÉRICO
A principios del siglo II a.C., con la nueva administración romana, se inicia un periodo conocido
como romanización que se entiende como un complejo proceso de interacción, entre conquistador
y conquistado, que se realizó a largo plazo y estuvo dotado de múltiples manifestaciones. Lejos de
la pretendida uniformidad que se tiende a ver bajo el epígrafe de Roma, la diversidad cultural de
los pueblos iberos conquistados hizo que este proceso fuera diferente de unas áreas culturales a
Cisterna púnica del Tossal
de Manises, Alicante. [Fot.
M. Olcina].
En la ciudad ibero-romana
de Lucentum, se han excavado una cisterna y viviendas púnicas anteriores a la
conquista romana. La cisterna, revestida con mortero
de cal, forma parte de una
casa con patio y conserva la
arqueta de decantación.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Tesoro de Cheste, Valencia. [Ajuntament de
València – Fot. Archivo SIAM].
Este grupo de joyas fue ocultado durante la
época de la Segunda Guerra Púnica o con motivo de la conquista romana. En todo caso, corresponde a un periodo muy cercano a la llegada de los romanos.
otras. Su difusión se realizó, esencialmente, a través de las ciudades por lo que la pronta romanización de una zona dependió del nivel cultural y urbano del territorio y de su grado de helenización. En este sentido, las tierras valencianas entraron rápidamente en la órbita romana jugando un
papel importante la ciudad de Arse/Saguntum así como otros núcleos ibéricos con una clara tradición cosmopolita, como l’Alcúdia d’Elx/Ilici o el Tossal de Manises/Lucentum. A su vez, la fundación de la colonia latina de Valentia, en el 138 a.C., supondrá un impulso más en la reorganización
y romanización del territorio pues la ciudad se fundó ex novo y con pobladores ajenos al mundo
indígena del entorno.
Sin embargo, el fuerte peso del elemento ibérico hará que durante los dos siglos del periodo
ibero-romano se mantenga muy arraigada la cultura indígena en todo el territorio y exista una pervivencia del sustrato cultural ibérico en prácticamente todas sus manifestaciones culturales. Así, la arqueología nos muestra que, a pesar de los cambios sociales, económicos, culturales, lingüísticos y
tecnológicos que se impusieron desde fechas tempranas, la cultura ibérica perduró y evolucionó a lo
largo de este periodo resultando incluso una de las etapas de máximo esplendor artístico. Esta pervivencia es mucho más evidente en ambientes rurales donde, incluso, los grandes núcleos muestran el
mismo paisaje urbano –ausencia de materiales y técnicas constructivas romanas– y una continuidad
ibérica en todos los aspectos de la vida cotidiana. La presencia de monedas, recipientes y vajilla romanas entre sus enseres domésticos, fruto de las relaciones comerciales con el mundo romano del
que forman parte, evidencian la asimilación de determinadas necesidades y gustos pero resulta insuficiente para poder determinar el grado de romanización.
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LA CONQUISTA ROMANA Y EL PROCESO DE ROMANIZACIÓN EN EL MUNDO IBÉRICO • HELENA BONET Y ALBERT V. RIBERA
Por ello, se puede hablar de un proceso de asimilación gradual y desigual a través del cual los
cambios que va adoptando la sociedad ibérica se siguen con dificultad a lo largo del siglo II a.C. y se
muestran más evidentes a partir del siglo I a.C., pudiéndose dar por acabada la etapa de aculturación en época augustea, coincidiendo, por tanto, el final de la Cultura Ibérica con el cambio de era.
Nuevos modelos de organización territorial. A pesar de tener conocimiento, a través de los historiadores y geógrafos clásicos, de la existencia de las Regiones de Ilercavonia, Edetania y Contestania
ocupando gran parte de las actuales provincias de Castellón, Valencia y Alicante, no hay suficiente
documentación histórica ni arqueológica para poder remontar este concepto territorial más allá de la
baja época Ibérica, es decir, en el tránsito del siglo III al II a.C. Así, cuando los romanos ocuparon las
tierras habitadas por los ilercavones, edetanos y contestanos éstas estaban configuradas por distintos
territorios organizados alrededor de sus respectivas ciudades, y lo que se desprende de los estudios
sobre la organización del poblamiento de estas tierras es una tendencia generalizada hacia un cambio en el patrón de asentamiento desde los inicios del dominio romano.
Pero la actuación de Roma en la nueva organización territorial y administrativa no fue uniforme
ni la respuesta ibérica la misma ante su presencia. Como en todo proceso de cambio, determinados
territorios y sectores de la población se beneficiaron de la presencia romana mientras que otros salieron claramente perjudicados. La puesta en marcha de la nueva administración pasaba por favorecer
unas ciudades, y sus respectivos territorios, frente a otros. Así, mientras la mayoría de los grandes
centros ibéricos se revitalizaban como la Moleta dels Frares/Lesera, Arse/Saguntum, Los Villares/Kelin, Saiti/Saitabi, Tossal de Manises/Lucentum o l´Alcúdia/Ilici; otros, que gozaban de un fuerte poder en el periodo anterior, como es el caso de las ciudades del Tossal de Sant Miquel/Edeta, La Serreta o La Escuera, se destruyen y se abandonan.
En el área valenciana, como ocurre en la comarca del Maresme (Cataluña), los ejemplos mejor documentados de desmantelamiento de la red defensiva de fortificaciones y del abandono del hábitat
jerarquizado ibérico se ubican, preferentemente, en las tierras del interior mientras que los asentamientos costeros perviven e incluso se reestructuran y crecen, posiblemente para acoger y reorganizar los cambio de población.
Exceptuando la ciudad de Saguntum, y en menor medida Lucentum, que viven una fuerte monumentalización en el siglo II a.C., los yacimientos ibero-romanos valencianos no evidencian transformaciones urbanísticas como sucede en el valle del Ebro, con los oppida ibéricos del Cabezo de Alcalá
La Penya de l’Aguila, Dénia.
[Fot. Josép Castelló].
En este casi inaccesible lugar,
muy cercano a Denia, se construyó un complejo sistema de
fortificaciones con 3 recintos
paralelos, cuyo elaborado
diseño y técnica no parece
tener nada que ver con las tradiciones ibéricas. Los materiales que se han encontrado llevan a la época de las guerras
civiles de la primera mitad del
siglo I a.C.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
de Azaila o el Cabezo de las Minas de Botorrita. Así, los poblados
que cuentan con niveles bien fechados de este periodo, como el Puig
de la Misericòrdia de Vinaròs, el Torrelló d´Onda, Cerro Lucena de
Enguera, El Tossal de la Cala de Benidorm o L´Alcúdia d´Elx, mantendrán una continuidad ibérica en las manifestaciones urbanísticas
y culturales dando a entender que la presencia de Roma no llegó a
perturbar el ritmo y las costumbres indígenas.
En la costa, centros ibéricos de clara función comercial, como Torre
la Sal de Cabanes o el Grau Vell de Sagunto, se configuran como importantes puertos/fondeaderos cuyo auge económico se consolida en
estas centurias.
Vaso de Tanit de l’Alcúdia (Elx, Alicante).
[Museo Arqueológico Municipal de Elche
‘Alejandro Ramos Folqués’].
El estilo de Elx-Archena es el máximo exponente del auge de la cerámica ibérica
en la Baja Época. Este foco artístico, desarrolló un complejo imaginario ibérico, repleto de simbologías y divinidades,
donde las diosas aladas y las aves con las
alas extendidas son sus personajes más
representados.
En cuanto al poblamiento rural, a lo largo del siglo II a.C. se aprecia
un cambio generalizado en el patrón de asentamiento con el paulatino
abandono del hábitat concentrado y amurallado de la etapa anterior y
el desarrollo de un poblamiento disperso en pequeñas explotaciones
agrarias, sin amurallar, situadas en tierras óptimas para el cultivo y
bien comunicadas. Proceso que se verá acentuado a lo largo del siglo
I a.C. y culminará a partir del cambio de era con el sistema de explotación agraria de las villae romanas.
La ocupación sistemática de las tierras ubicadas en zonas llanas
refleja una evidente modificación del sistema de explotación agrícola ibérico, abandonando el autoconsumo y orientándose hacia la
intensificación de determinadas producciones que pudieran ser rentables para la exportación de los nuevos intereses romanos. La falta
de excavaciones de este tipo de asentamientos obliga a ser cautos a
la hora de hacer interpretaciones, sin embargo las prospecciones realizadas en las tierras valencianas nos muestran, a diferencia de lo
que ocurre en Cataluña, Valle del Ebro y Andalucía, la ausencia de
villas romanas republicanas y una continuidad de las explotaciones
agrícolas ibéricas a lo largo de todo el periodo íbero-romano que, de
forma natural, se convertirán en futuras villae de época imperial.
Continuidad ibérica en las manifestaciones culturales: el auge de la cerámica decorada. Durante la baja época ibérica se desarrolla una de
las expresiones artísticas más representativas de la Cultura Ibérica,
la pintura vascular de estilo figurativo y vegetal, con dos focos bien
definidos cronológica y geográficamente: el estilo Llíria-Oliva y el
estilo Elx/Archena. Ambos, a través de sus imágenes, introducen
una nueva dimensión al conocimiento de la sociedad y religión del
mundo ibérico.
Olpe procedente de Ilici. [Museo de l’Alcúdia – Fot. J.M. Abascal].
El olpe es una producción romana genuina del área alicantina en época imperial.
Junto con el jarro de dos asas es la forma más duradera de cerámica pintada de tradición indígena mientras que el resto de formas ibéricas, como las tinajas o kalathoi, tienden a desaparecer. Están decorados con motivos geométricos y vegetales
estilizados con una gran aceptación en el territorio alicantino y murciano.
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LA CONQUISTA ROMANA Y EL PROCESO DE ROMANIZACIÓN EN EL MUNDO IBÉRICO • HELENA BONET Y ALBERT V. RIBERA
Los vasos pintados de Llíria, así como el coetáneo foco artístico de La Serreta d´Alcoi, se producen durante una etapa conflictiva, entre la Segunda
Guerra Púnica y primeros años de la conquista romana, desapareciendo ambos talleres a principios del siglo II a.C. Reflejan el
mundo y las actividades propias de la élite aristocrática ibérica a
través de escenas de danzas, cacerías, desfiles militares, procesiones, etc, acompañadas en muchas ocasiones de textos pintados que abogan por el merecido término de estilo narrativo.
A lo largo del siglo II a.C., se siguen produciendo vasos del
estilo Llíria aunque se observa una evolución en su temática
decorativa que se acentuará a partir del siglo I a.C. Los motivos vegetales son cada vez más abundantes y la decoración figurada seguirá las pautas marcadas en la centuria anterior
pero con cambios notables a nivel temático. Las escenas son
menos narrativas imponiéndose, poco a poco, un mundo
irreal con personajes y seres mitológicos que refleja los nuevos gustos de una sociedad en transición al mundo romano.
Evocan determinadas figuras del estilo de Elx, y se alejan,
cada vez más, de la realidad cotidiana, alcanzando este estilo
su punto culminante en los extraordinarios vasos, de época
sertoriana, de «los hipocampos» y «la lucha mítica» de Los
Villares/Kelin o el vaso «del ciclo de la vida» de Valentia.
Al sur de las tierras contestanas, la cerámica decorada del
estilo Elx/Archena es un claro exponente del esplendor del
mundo ibérico en la Baja Época. Su temática decorativa difiere
notablemente del estilo de Llíria al representar un mundo iconográfico repleto de simbologías y divinidades. Los protagonistas del imaginario ibérico de este estilo son las diosas aladas,
identificadas como la diosa Tanit, aves idealizadas con las alas
explayadas, lobos o carniceros, liebres, conejos, peces, sin que
falte la figura masculina y el caballo, todo ello acompañado de
gran riqueza de elementos geométricos y vegetales.
Su extraordinaria aceptación en todo el territorio alicantino y murciano queda reflejada en la larga pervivencia de
este estilo hasta época augustea y alto imperial con el ejemplo
de la necrópolis del Parque de las Naciones (Albufereta, Alicante) cuyas urnas cinerarias, de estilo Elx/Archena y de tradición ibérica, son un claro exponente del tránsito entre lo puramente indígena y lo romano.
Estela de Sinarcas, Valencia. Siglo I a.C. [Museo
de Prehistoria de Valencia].
A partir del siglo II a.C. se generalizan las inscripciones funerarias. La estela de Sinarcas señalaría la ubicación de alguna tumba, con un
epígrafe ibérico que se asemeja a los modelos
romanos en donde podrían figurar datos como
el nombre del difunto y su edad.
La convivencia de dos lenguas. El cambio lingüístico. El cambio lingüístico es una expresión más
del cambio cultural que se produjo durante la romanización. Como ha señalado Arasa, la lengua,
como medio de comunicación y expresión entre los pueblos, fue el principal vehículo de transmisión de la nueva cultura, teniendo un peso decisivo en la introducción del latín la presencia continuada del ejército y, en menor medida, comerciantes, colonos y funcionarios instalados, principalmente, en las ciudades. Además, su uso obligado en la nueva administración romana impuso a las
élites ibéricas aprender rápidamente el latín para poder ascender en la escala social.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Urna funeraria de la Calerilla de Hortunas (Requena, Valencia). [Fot. A. Martínez Valle].
Esta necrópolis, conocida por el monumento funerario dedicado a Domitia Justa,
muestra que el rito ibérico de incineración perduró hasta época alto imperial. Los
huesos calcinados del difunto se depositaban en urnas con tapaderas que
muestran una fuerte tradición indígena en el área edetana tanto en la tipología como en la decoración geométrica y vegetal.
Pero, curiosamente, con la llegada de los
romanos, la escritura ibérica no sólo no desaparece sino que su uso y área de expansión
aumenta considerablemente, eso sí, introduciendo soportes nuevos, como las teseras o pavimentos, y generalizándose la epigrafía en
piedra y las inscripciones monetales. Así, el uso
de la lengua ibérica se mantuvo, tanto en el
mundo urbano como rural, durante el periodo
ibero-romano como lo demuestran los epígrafes ibéricos sobre cerámicas de barniz negro o el conocido mosaico con antropónimos iberos, de finales del siglo II-principios del I a.C., de l´Alcúdia d´Elx. Su perduración hasta
bien entrada la época imperial se constata igualmente en los grafitos sobre terra sigillata y en las
inscripciones funerarias, como la de Requena datada en el siglo I o el subsellium de Saguntum, de
época de Claudio-Nerón.
Por otro lado, las inscripciones monetales en latín fueron un impulso decisivo en la expansión e
introducción del nuevo alfabeto a todos los rincones del Imperio. La sustitución, a mediados del siglo I a.C., de las monedas con leyenda ibérica por leyenda bilingüe, y, finalmente la generalización
de la leyenda latina es la prueba más evidente de la pronta imposición de la nueva lengua.
Para de Hoz, en este periodo, se produce una convivencia de la epigrafía latina e ibérica con lo
que ésta adopta algunos tipos de aquella, es el caso de las leyendas monetales y de las lápidas sepulcrales. Así, la estela de Sinarcas, datada en el siglo I a.C., es el ejemplo mejor conocido de cómo se
empiezan a utilizar, para la señalización de algunas tumbas, lápidas funerarias con epigrafía ibérica
siguiendo un modelo muy similar al romano –nombre del difunto, dedicación, filiación, edad, etc.–
Otras estelas funerarias ibéricas del área de Castellón como las de Bell-lloc, Cabanes o Canet lo Roig,
datadas en época tardo-ibérica, también recogen, a pesar de presentar unas características morfológicas y epigráficas más rústicas, la moda de grabar inscripciones funerarias, costumbre desconocida
antes de la presencia romana.
En contrapartida a esta nueva estética en el paisaje funerario, el rito ibérico de incineración con
deposición de los restos calcinados del difunto en una urna bajo tierra, sin ningún tipo de señalización, pervive hasta el siglo I, como en la necrópolis del Faperal (Albufereta, Alicante) donde las urnas cinerarias con decoración ibérica conviven con el rito de inhumación, o en la necrópolis de la Calerilla de Hortunas (Requena) con urnas funerarias, igualmente, de tradición ibérica.
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EL IMPERIO ROMANO
ALBERT V. RIBERA
Servicio de Investigación Arqueológica Municipal. Valencia
INTRODUCCIÓN
El País Valenciano a lo largo y ancho del siglo I a.C. ya estaba inserto en el contexto de la fase
final de la Republica romana y de los inicios del Imperio, de manera que cualquier acontecimiento importante que tuviera lugar era totalmente dependiente de procesos políticos, económicos o sociales de carácter más general. Además, al tratarse de una zona «pacificada» desde los
inicios de la conquista romana en el siglo II a.C., sus pobladores apenas participaron, sino como
meros testigos o victimas, de los pocos hechos relevantes para los historiadores antiguos, los que
tenían que ver con episodios militares, que siempre tenían su razón de ser en enfrentamientos de
ejércitos venidos de fuera. Esta escasa relevancia histórica, que aumentara con la implantación
del Imperio, y que es algo casi general a toda Hispania, se suple con el recurso a otras fuentes de
información, especialmente la arqueología y sus acompañantes más valiosos para este época, la
epigrafía y la numismática.
Desde el final de las guerras civiles sertorianas (82-72 a.C.) se conoce muy poca información histórica. Las destrucciones de este episodio bélico afectaron a Valentia, Sucro, Lauro o Dianium, según
narran los autores antiguos, pero su efecto negativo, manifestado en el arrasamiento y en el castigo
de las ciudades, fue mucho más extendido, como atestiguan las excavaciones en Kelin (Caudete de
las Fuentes) o en Torre la Sal (Ribera de Cabanes). La condición de Dianium como ciudad estipendiaria, categoría nada envidiable pues significaba que tenía que pagar un tributo (stipendium) a Roma,
pudo ser un castigo por su participación a favor del vencido Sertorio.
Aun hay menos información del conflicto civil romano que enfrentó a César y Pompeyo, del que,
para nuestro territorio, los historiadores solo mencionan el paso de César por Saguntum camino hacia Andalucía, donde, junto con el valle del Ebro, tuvieron lugar los más encarnizados combates. En
relación con estos conflictos hay que poner el tesoro de casi 1.000 denarios hallado en Llíria en 1806
y que debió ser ocultado poco después del 44 a.C., lo que coincide plenamente con este momento de
inseguridad. El vacío provocado por la destrucción de la itálica Valentia debió ser ocupado por
Saguntum que se convertiría en el principal núcleo urbano de la zona. De la otra ciudad importante,
Saetabis, solo sabemos de ella a través de sus monedas, que ahora empiezan a usar el alfabeto latino
junto con el ibérico.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
LA ÉPOCA DE AUGUSTO: LAS JERARQUÍAS URBANAS
El largo reinado del primer emperador romano es un periodo de paz en el ámbito mediterráneo,
precedido por la conclusión definitiva de los conflictos civiles y la conquista de Egipto. Desde este
momento, las guerras tendrán lugar en las lejanas fronteras del Rhin y el Danubio o en los desiertos
de África y Siria. En Hispania aun se tuvo que someter a los últimos reductos en las montañas cantábricas, pero en el placido Mediterráneo la situación era bien distinta y las preocupaciones y prioridades del emperador eran de otro orden. Se era consciente de la caótica situación heredada de la caduca Republica y de los estragos causados por las guerras civiles y sus secuelas, como la
desmovilización de los grandes ejércitos reclutados y la necesidad de organizar y reconstruir no solo
la maltrecha y superpoblada Italia, sino a las ya numerosas provincias.
Como ya hemos adelantado, lo que vamos a exponer para la zona valenciana siempre será el reflejo
particular de una situación general al ámbito del Imperio. La plasmación de este nuevo estado de cosas
tuvo su reflejo más inmediato en las ciudades, que, de una manera u otra, se convirtieron en el sostén del
sistema a todos los niveles, desde el económico al administrativo. Desde Roma se hizo ver a las otras urbes que eran como clones suyos a una escala reducida y que tenían que funcionar como pequeñas Roma,
especialmente las nuevas colonias de ciudadanos romanos. Hay que tener en cuenta que la sociedad romana estaba muy jerarquizada, pero que también lo estaban las ciudades, cada una de las cuales tenía su
status diferencial, desde las mencionadas colonias romanas, en la cima, a las estipendiarias, en su base,
que eran las que habían ofrecido resistencia activa a la conquista, pasando por un amplio repertorio de
categorías intermedias: municipios romanos, colonias de derecho latino, ciudades federadas,...
Vista de Sagunt, Valencia. [Archivo SIP].
El municipio saguntino, que representa la continuidad de la ciudad ibérica, en contraposición a las nuevas fundaciones coloniales, alcanzó un
notable y prematuro desarrollo urbano desde los mismos inicios del Imperio romano, pero a partir de fines del siglo III experimentó un largo
declive, de modo y manera que en época medieval llegó a perder su antiguo nombre.
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EL IMPERIO ROMANO • ALBERT V. RIBERA
Esta jerarquización urbana no fue ningún invento de Augusto,
sino que era una herencia del largo proceso de la expansión de
Roma, que se había basado no solo en la sumisión de los enemigos sino también en su asimilación a través de la integración paulatina de sus ciudades (y sus ciudadanos) en el esquema romano y
en la instalación de colonias romanas y de sus aliados en los territorios sometidos. Como no podía ser de otra manera, el País Valenciano se vio afectado por este proceso de conquista y asimilación basado en el control de las ciudades. Si durante la conquista,
en el siglo II a.C., unas fueron destruidas, Edeta, otras creadas, Valentia, y otras fueron aliadas, Saguntum, con el advenimiento del
Imperio asistimos a la repetición del esquema, aunque esta política de reurbanización de Augusto se puede considerar como la
culminación y apogeo de este largo proceso, que supuso que en
unas pocas décadas se crearan una buena cantidad de nuevas colonias a lo largo de todo el Imperio y se procediera a la regularización, básicamente la municipalización, de muchas de las ciudades
existentes. En épocas posteriores se siguió aun con este esquema,
aunque nunca volvió a alcanzar las proporciones de este periodo.
Ya entrando en el área valenciana, el mejor exponente de los
nuevos tiempos es la antigua ciudad ibérica de Saguntum, fiel
aliada de Roma desde el siglo III a.C.. Como era habitual, por este
motivo siempre fue privilegiada. Se supone que desde un principio sería una ciudad federada hasta que en un momento indeterminado de mediados del siglo I a.C. se convirtió en municipio romano, uno de los primeros de Hispania. Recientemente, a través
de una nueva lectura de una moneda, se ha planteado que en el
siglo I a.C. adquirió el rango de colonia latina antes de convertirse
en municipio, con lo que tendríamos un ejemplo hispánico de lo
que era habitual en Italia en esta misma época, que las antiguas
colonias latinas se convirtieran en municipios romanos, con lo que
sus habitantes pasaban a ser ciudadanos romanos.
La arqueología y la rica epigrafía saguntina nos muestra que a lo
largo del reinado de Augusto la ciudad desarrolló una intensa actividad constructiva publica como consecuencia de la adquisición del
rango municipal, cambio jurídico al que ineludiblemente seguía una
profunda renovación urbanística. O lo que es lo mismo, cuando una
ciudad se convertía jurídicamente en romana adquiría lo que se llamaba la civitas y a continuación procedía a darse la imagen y el aspecto de una urbs verdaderamente romana. Esta mutación en la categoría urbana está en la base de la mayor parte de los grandes
proyectos urbanos de las ciudades del imperio.
Semis de Tiberio acuñado en Ilici. [Museo de Prehistoria de Valencia].
La creación de la colonia de Ilici en la época de Augusto supuso la llegada de licenciados romanos de las legiones que contribuyeron a desarrollar la romanización en
la zona valenciana meridional.
Anillo de oro procedente de Llíria.
Época imperial. [Museo de Prehistoria de Valencia].
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Reconstrucción infográfica de Lucentum y
su entorno hacia el cambio de Era. [Archivo
MARQ].
El municipio de Lucentum fue un pequeño enclave marítimo situado entre el mar
y un lago, la Albufereta, hoy desaparecido. Tuvo poca importancia en época romana y en el siglo III ya se había abandonado.
Hoy se pueden visitar sus restos recientemente abiertos al público.
En el territorio valenciano también se instaló una colonia romana, la Colonia Iulia Ilici Augusta.
Aunque el espacio elegido estaba ocupado por un importante y antiguo núcleo urbano ibérico, en
este tiempo y lugar lo que sucedió fue la instalación de colonos procedentes de dos legiones, que trajeron consigo el rango colonial, convirtiéndose así en la ciudad de mayor categoría. No hay información sobre lo que ocurrió con los pobladores indígenas, pero lo más probable es que la mayoría fueran despojados de sus tierras, como era habitual en estos casos, incluso en las colonias que se
crearon en la misma Italia. La arqueología y la epigrafía ilicitana no han sido aun muy explícitos
para con la fundación colonial, pero las acuñaciones monetarias, con sus estandartes legionarios, no
pueden ser más reveladores al respecto. También representan un templo de Juno, que podría ser uno
de los dos atestiguados en recientes excavaciones en la zona del foro.
El proceso de reorganización urbana afectó también a otras ciudades del territorio valenciano.
Unas, como Edeta, Saetabis y Lucentum se convirtieron en municipios de derecho latino, aunque de
ellos disponemos de menos información. Edeta aun está por ubicar con exactitud a pesar de la intensa actividad arqueológica y de los espectaculares hallazgos efectuados. Lo mismo sucede con Saetabis, famosa por su artesanía de lino, y cuyo amplio repertorio epigráfico se inicia ya en el 6 a.C. con
una dedicación a Cayo César, hijo adoptivo de Augusto. Solo muy recientemente ha aparecido un
edificio público de época romana, un probable ninfeo, que debía estar en la periferia. En los últimos
años se ha comprobado la amplia difusión de sus mármoles de Buixcarró. Se supone que la ciudad
ibérica y romana se encontraría en la ladera superior del castillo.
Mejor conocido es el pequeño municipio augusteo de Lucentum, que tan solo ocupaba 4’5 ha, y que se
asentaba sobre un anterior núcleo urbano de probable origen púnico. Su foro y sus termas revelan que en
la época de Augusto la ciudad fue remozada, eso si, a la escala de una pequeña ciudad como esta. No se
puede asegurar que el municipio de Dianium se remonte a esta etapa, aunque su condición de ciudad estipendiaria en la primera mitad del siglo I parecería entrar en contradicción con esta posibilidad.
Valentia entre el 10 a.C. y 10 d.C. empieza a dar algunos modestos pero claros indicios de su renacer, aunque durante este periodo solo se puede hablar de una especie de reocupación. De esta etapa
se conoce un gran mosaico de opus signinum en una zona probablemente publica al norte del foro.
Fue unas décadas más tarde cuando empezó a recuperar la forma urbana con todo su esplendor.
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EL IMPERIO ROMANO • ALBERT V. RIBERA
Junto a estas ciudades que se iban organizando dentro del esquema romano, hay que llamar la
atención sobre otros asentamientos menores dependientes de aquellas, que se crearon o desarrollaron con mayor intensidad en esta época. Nos referimos a los puertos que cada vez vamos conociendo mejor, especialmente el Grau Vell de Sagunt y el Portus Ilicitanus, la actual Santa Pola. Pero
había más, como el efímero de la Torre d’Onda, en Borriana, que no pasa del siglo I a.C., el Portus Sucrone, en Cullera, en la desembocadura del Xúquer, mencionado por autores tardíos, o el de tipo fluvial recientemente descubierto en Valentia junto al Turia. Dianium y Lucentum, por su ubicación junto
al mar eran ciudades portuarias.
LA DINASTÍA JULIO-CLAUDIA: LOS ÚLTIMOS RESCOLDOS IBÉRICOS
El proceso iniciado en el reinado de Augusto se fue desarrollando con sus sucesores. Las ciudades fueron adquiriendo paulatinamente y en la medida de sus posibilidades el aspecto de autenticas
urbes romanas. Que mejor ejemplo que el teatro de Saguntum para ilustrarlo. Con su reciente foro
monumental aterrazado y este nuevo gran edificio, el municipio saguntino fue el núcleo urbano más
sobresaliente de esta época.
En uno de los pocos textos coetáneos que conocemos, la descripción geográfica del gaditano
Pomponio Mela, encontramos que las ciudades más conocidas de nuestro territorio eran Saguntum y
Valentia, aunque su mención hay que verla más como un reflejo de su histórico pasado que de su esplendoroso presente, que en el caso del municipio también, pero en él de la antigua fundación itálica
no traduce su precaria situación en esos momentos. Aunque Valentia se fue recuperando, la numerosa evidencia arqueológica solo nos permite pensar en una modesta reurbanización que tiene sus
elementos más representativos fuera del antiguo recinto republicano: las termas de época de Tiberio
de la calle Cabillers y el edificio publico de la excavación Banys de l’Almirall. Topografía que indica
el inicio de la expansión del área urbana hacia el sudeste, signo evidente de vitalidad, que, no se detecta en la antigua área central, donde solo a fines de este periodo y, especialmente, en el Flavio, comienza una gran reforma urbana que debe coincidir con la creación de la colonia romana, episodio
que tuvo lugar en un momento indeterminado de la segunda mitad del siglo I.
Poco se puede decir de otras ciudades romanas. En Ilici se conocen algunas termas, que irían
completando los equipamientos de esta colonia. Para este periodo, los geógrafos antiguos mencionan también las ciudades de Sucro (¿Albalat de la Ribera?) y Allone (¿la Vila Joiosa?).
Los efectos de la llamada romanización no afectaron solo a los centros urbanos, sino que se hicieron ampliamente extensivos al mundo rural. Aunque son pocas las villas que se conocen con algún
detalle, ya se empieza a constatar el gran desarrollo que en algunas zonas cercanas a la costa alcanzarían las explotaciones intensivas destinadas al comercio exterior, que tienen su mejor expresión en
los alfares de ánforas para envasar estos productos, principalmente el vino y, en menor medida, el
aceite. Estas instalaciones casi industriales indican el alto grado de implantación de la economía de
tipo romano y la interacción del territorio valenciano en el circuito comercial que abarcaba buena
parte del Imperio. Estos alfares se conocen del norte al sur del País Valenciano, en Cervera del Maestrat, Saguntum, Catarroja, Oliva y Dénia, normalmente no muy alejados de alguna ciudad, que además de centro consumidor, sería el lugar donde se centralizaría la producción y desde donde se embarcaría al exterior. El primer caso mencionado estaría vinculado con Dertosa (Tortosa), a cuyo
territorio pertenecía la mayor parte de la actual provincia de Castellón.
Otro de los mejores indicios que atestiguan el cambio en las costumbres lo encontramos en la vajilla de uso cotidiano, que para este momento ya ha adoptado casi en su totalidad los tipos romanos.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Valentia en época imperial.
Los hallazgos de los últimos 20 años han permitido una verdadera revolución en el conocimiento
urbanístico de la antigua
Valentia, que se ha convertido en la ciudad romana
mejor conocida.
El santuario de Edeta.
[Fot. Museo Arqueológico
de Llíria].
Las excavaciones de los últimos años han deparado el
descubrimiento de uno de
los conjuntos arquitectónicos más monumentales de
toda Hispania, formado
por un santuario asociado
a un complejo termal de
grandes dimensiones.
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EL IMPERIO ROMANO • ALBERT V. RIBERA
La tradicional decoración pintada en rojo, de hondas raíces indígenas aun subsistió durante algún
tiempo, pero incluso estas ultimas cerámicas decoradas que podríamos denominar de tradición ibérica, ya se hacían con formas típicamente romanas. Algo parecido ocurre con el uso del alfabeto ibérico, proscrito de las monedas ya a mediados del siglo I a.C., aun se encuentran signos iberos en algunos grafitos sobre cerámicas aretinas de la época de Augusto y Tiberio, pero posteriormente ya
desaparecen, sustituidos por el omnipresente latín.
La primera mitad del siglo I también vio el final de las cecas de las ciudades provinciales, lo que
se enmarca en un proceso general a todo el Mediterráneo Occidental, que vio desaparecer las otrora
abundantes acuñaciones monetarias locales, sustituidas por las monedas emitidas en Roma. En el
ámbito valenciano, Saguntum aun acuñó en época de Tiberio e Ilici también cerró su taller a fines de
este mismo reinado. En el resto de Hispania, poco después, en la época de Claudio, también dejaron
de funcionar las pocas cecas que aun perduraban.
LA ÉPOCA FLAVIA: SE COMPLETA EL ESQUEMA
Los 30 años en que estuvo en el poder esta familia de raíces itálicas se produjeron profundos
cambios en la organización de la provincia hispana, especialmente tenida en cuenta al serle concedida el ius latii, lo que significaba que los hispanos ascendían globalmente en su categoría dentro del imperio y que las elites urbanas podían acceder con relativa facilidad a la ansiada ciudadanía romana. Esto significó un nuevo impulso para completar el entramado urbano del
territorio, que era sobre el que descansaba el sistema administrativo y fiscal del imperio. En el territorio valenciano, como en muchos otros lugares de Hispania, surgieron nuevos municipios, cuyos nuevos ciudadanos se adscribieron a la tribu Quirina, la de los Flavios. Pero ya no eran grandes y antiguas ciudades las beneficiarias, como la Saguntum o Saetabis de la época de Augusto,
sino que ahora se trata de pequeños núcleos que sirven para aglutinar territorios que aun no estarían muy integrados, como la Lesera del extremo noroeste de la provincia de Castelló, en la montañosa comarca de Els Ports de Morella, ubicada en el mismo lugar en altura que un anterior yacimiento ibérico y que apenas llegó a las 6 hectáreas. Otro nuevo municipio, Alonis, estaría en los
alrededores o por debajo de la Vila Joiosa, donde ha aparecido una inscripción de un magistrado
adscrito a la tribu Quirina y otras que mencionan un macellum (mercado), amen de varias funerarias. Esta ciudad llenaría el vacío entre Dianium, que también debió convertirse en municipio en
este momento, y Lucentum.
Pero junto a estas nuevas ciudades que se integran en la organización territorial, llama la atención el gran desarrollo que ahora alcanzan dos ciudades anteriores: Edeta y Valentia. De los inicios
del municipio edetano en la época de Augusto poco se puede decir, pero los hallazgos arqueológicos
de la ultima década certifican el esplendoroso momento que supuso la etapa Flavia, donde la confluencia de arqueología y epigrafía permiten entender la especial evolución de su urbanismo monumental. El gran complejo que se ha excavado al norte de la Llíria actual es una de las mejores muestras de la arquitectura romana hispánica. Esta formado por unas enormes y muy bien conservadas
termas de fines del siglo I, situadas junto a un pequeño templo que se ha relacionado con una especie de santuario oracular, que debe ser anterior, y que hay que considerar como un lugar sagrado
que dio pie a la construcción de este gran complejo a su alrededor. Hay que ver la mano y el dinero
del edetano Cornelio Nigrino, que parece que estuvo a punto de ser emperador en lugar de Trajano,
detrás de la edificación de esta gran obra. A pesar de las recientes excavaciones y los abundantes hallazgos, aun no se conoce la ubicación y las dimensiones exactas del municipio edetano. La inscripción más antigua que se ha encontrado es del reinado de Vespasiano.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Ninfeo de Saetabis.
Vista frontal de las
exedras. [Fot. F. BlayF. Molina].
A pesar de las continuas excavaciones, la
arqueología de Xàtiva romana ha sido
muy parca. Merece
destacarse la muy reciente aparición de
parte de un ninfeo,
del que se debe resaltar el uso de una técnica constructiva típica de Roma y poco
usada en Hispania.
Por esta misma época, o un poco antes, Valentia había alcanzado la categoría de colonia romana,
por lo que, junto a Ilici, era la ciudad del territorio valenciano de más alto rango jurídico. Esta nueva
condición coincide con una amplia renovación del urbanismo público y con la expansión hacia el sudeste, que duplica con creces la extensión de la anterior urbe republicana. De la zona del foro se conoce su pórtico oriental, la curia, la basílica, un mercado y otros edificios anexos, así como un ninfeo
situado un poco más hacia el este y que se alzó sobre el antiguo santuario republicano y junto a la
Vía Augusta. No ha de ser casualidad que la inscripción imperial más antigua que se conozca sea
una dedicada al Flavio Tito, lo que contrasta, por ejemplo, con el amplio repertorio julio-claudio de
la cercana Saguntum.
EL SIGLO II. EL APOGEO
A lo largo de esta centuria, coincidiendo con el ascenso de la dinastía Antonina, la primera de
origen provincial, concretamente hispánica, el Imperio llegó a su máxima extensión exterior y a su
pleno desarrollo interior con la consolidación y vitalidad de la organización urbana y territorial.
La mejor prueba de esto la tenemos en la construcción de edificios públicos tan grandes y costosos
como los circos dedicados a las carreras de carros de caballos. Por sus mismas dimensiones eran
algo que se podían permitir muy pocas ciudades. De hecho, en Hispania, además de los instalados
en las tres capitales provinciales, Tarraco, Emerita y Corduba, se conocen muy pocos y bastantes alejados entre sí: Olisipo, Mirobriga, Toletum, Calagurris. No deja de resultar un tanto peculiar, pues,
que en el territorio valenciano se hayan localizado dos muy cercanos entre sí, Valentia y Saguntum,
y construidos por la misma época, a mediados del siglo II. Detrás de este inusual alarde edilicio,
que suponía levantar estos recintos de 350 metros de largo por 70 de ancho, con paredes de 5 metros de grosor, debía haber una cierta rivalidad entre ambas ciudades vecinas por superar o emular en magnificencia a la otra.
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EL IMPERIO ROMANO • ALBERT V. RIBERA
Vista aérea del hemiciclo del circo de Valentia.
Siglo II. [Archivo SIAM].
La práctica sistemática y coordinada de la arqueología urbana permitió, a partir de los hallazgos dispersos de nueve excavaciones, proponer y demostrar la existencia de un circo de 350 m. de largo en
Valentia. Por sus dimensiones y técnica constructiva
es del todo semejante al que existió en Saguntum.
Del siglo II es el listado de ciudades del Imperio elaborado por el geógrafo egipcio Ptolomeo, que
junto a las ya conocidas nos permite saber de la existencia en la Contestania de una desconocida, Saitabicula, que por su nombre no debería estar alejada de Saetabis. También hace mención de Alonae e Iaspis,
topónimo este ultimo que también aparece en los itinerarios de carreteras y que debe estar en el Castillo del Rio, en Aspe. La identificación, gracias a la epigrafía, de Lesera con el yacimiento de la «Moleta
dels Frares» de Forcall, permite situar otro de los topónimos citados por Ptolomeo, Bisgargis, en Aragón y no en el norte del País Valenciano como se había hecho anteriormente. Precisamente la epigrafía
ha permitido suponer que en Jérica debió existir otra ciudad romana, dada la anómala gran cantidad
de inscripciones, 27, que se conocen en esta localidad, que supera en numero a las que han aparecido
en otras urbes mejor conocidas. Destaca una que hace mención a la construcción de un arco que costó
40.000 sestercios. Sin embargo, haría falta la confirmación arqueológica y, por descontado, conocer el
nombre que tendría.
Las residencias privadas destacan en este periodo más que en ningún otro, tanto en Valentia como en
Saguntum o Ilici, de donde proceden lujosas casas decoradas con mosaicos y pinturas murales.
Pero esta bonanza urbana no sería del todo general, porque ahora empiezan a insinuarse los primeros indicios de que algunas ciudades no pueden competir con sus vecinas y empiezan a haber
signos de decadencia urbana. El caso más notorio es el de Lucentum. Esta pequeña urbe portuaria
debió verse superada por su vecina Ilici, cuyo mejor puerto superaría al más expuesto de este siempre pequeño municipio, que a partir de fines del siglo II da inequívocas muestras de su deterioro.
A fines del siglo II, y tras casi dos siglos de Pax Romana, Hispania volvió a ser escenario de acontecimientos bélicos. Los primeros tuvieron lugar en la Betica, durante el reinado de Marco Aurelio,
cuando bandas de moros atravesaron el Estrecho y saquearon algunas ciudades andaluzas. Aunque
estas correrías no parece que afectaron a las tierras valencianas, un ciudadano de Edeta, enrolado en
el ejército, pereció en este conflicto, el Bello Maurico, como deja constancia su inscripción funeraria
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
hallada en Llíria. Otro episodio bélico de esta época también afectó a Hispania durante la guerra civil que siguió a la derrocación de Cómmodo, el malo de la película Gladiator. Bastantes hispanos
apoyaron a Clodio Albino frente a Septimio Severo, ambos africanos. La victoria de este último en
Lyon supuso la confiscación y su conversión en propiedades imperiales de los bienes de buena parte
de la aristocracia hispana, especialmente la de la Betica.
EL SIGLO III: EL FINAL DE LA PAX
Este siglo empieza con la concesión de la ciudadanía romana a los habitantes de condición libre
del imperio, lo que suponía la culminación jurídica de un largo proceso enraizado en los orígenes
mismos de Roma. Esto suponía cerrar la vieja puerta de las reclamaciones para acceder al rango de
romano de pleno derecho y abrir una nueva que dará lugar a otro tipo de organización social que se
iba a guiar por otros parámetros distintos a los de la antigüedad.
En el siglo III, a lo largo de todas las fronteras del Imperio, la Pax romana no fue más que un lejano recuerdo, como también lo fue la anterior estable dinastía Antonina, sustituida por un sinfín de
efímeros usurpadores militares que hicieron más por acabar con la Pax romana que los propios bárbaros. Aunque estos hechos inevitablemente afectaron también a la provincia hispana, dada su periférica situación en uno de los extremos del vasto imperio, pudo quedar al margen de la mayor parte
de las guerras civiles y de las invasiones de los pueblos limítrofes.
Las ciudades existentes parece que habían llegado al límite
de sus posibilidades y prácticamente no se conoce ningún edificio construido en esta centuria. Ahora es la epigrafía la que
nos da muestras de la actividad de la clase dirigente local, que
no escatimó ocasiones para manifestar, por medio de inscripciones, su lealtad al gobernante de turno, lo que, dada su rápida remoción del puesto, explica la relativamente abundante serie de
dedicaciones a estos breves personajes y a sus familias. Valentia y
Saguntum son las ciudades más aduladoras y, por ende, las que
manifiestan más indicios de actividad de su curia. Valentia homenajeó a Heliogábalo, Severo Alejandro, a su madre y a su esposa, a
los dos hijos de Decio, a Claudio II y a Aureliano. Saguntum a Treboniano Galo, Galieno, Claudio II (3 veces), Aureliano y Carino.
Con menor evidencia, otras ciudades del territorio valenciano
también manifestaron su adhesión epigráfica, caso de Edeta con la
mujer de Filipo I y Saetabis con Claudio II, lo que resalta la continuidad de estos centros urbanos y de su clase dirigente.
Pero a lo largo de esta centuria se documenta el abandono
de alguna ciudad, siendo el caso mejor constatado el de
Lucentum, aunque también parece suceder lo mismo en
Pedestal dedicado al emperador Aureliano. 270-275. [Archivo SIAM].
Este pedestal se halló en el área del foro de Valentia y fue erigido, junto a una
estatua, por el gobierno colonial al emperador reinante, en este caso Aureliano.
Es una de las ultimas inscripciones que se conocen de la época romana, aunque
el pedestal pertenece a una época anterior ya que, en la cara opuesta, albergó
otra dedicatoria imperial que fue borrada.
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EL IMPERIO ROMANO • ALBERT V. RIBERA
Nivel de destrucción de la casa de Terpsícore,
Valencia. [Archivo SIAM].
En varios lugares de la geografía valenciana
han aparecido evidencias de las destrucciones
ocurridas a fines del siglo III. En Valentia todas
las casas romanas que se han encontrado,
como esta, situada en el solar que hoy ocupan
las Cortes Valencianas, fueron arrasadas por
estas fechas.
Lesera. La arqueología del siglo III no registra
hechos positivos, como la construcción de
nuevos edificios, pero en algunos lugares sí
que se hace eco de actividades de tipo negativo, como sería el caso de niveles de destrucción, canales y desagües obstruidos y
cierta proliferación de ocultaciones monetarias. Mucho se ha escrito de unas invasiones
de pueblos germánicos que en la segunda
mitad del siglo III habrían alcanzado en dos
ocasiones el litoral mediterráneo hispánico,
llegando a destruir Tarraco. Aunque parece
que el final de Lucentum no se debe achacar
solo a este motivo, sino a un proceso lento
de decadencia económica, por lo menos en
Ilici y en Valentia sí que se ha señalado con
claridad la existencia de un episodio destructivo más o menos coetáneo unido a otras evidencias como
la colmatación definitiva de la red de cloacas. En Valentia se ha constatado la destrucción de todas las viviendas que se han excavado, con niveles de incendios y derrumbes asociados con monedas de Galieno
y Claudio II. En el mundo rural destacaríamos la aparición de tesoros de monedas, como los del Mas
d’Aragó, les Alqueries, Almenara y Crevillent, además del localizado en Valentia, todos cerca de la Vía
Augusta. No debe ser coincidencia que de este periodo, tras varios siglos sin presencia militar, se conozca la aparición de un destacamento legionario por la zona de Dénia.
Sea lo que fuere, bárbaros o revueltas civiles, el País Valenciano fue afectado en la década 260-270
por varias convulsiones de las que no escaparon algunas ciudades, aunque no se sabe a ciencia cierta
si fueron la causa de la posterior desaparición de algunas de ellas, como Edeta y Saguntum, durante
la Antigüedad Tardía.
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO
Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII)
ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
Servicio de Investigación Arqueológica Municipal. Valencia
LOS SIGLOS IV-V: EL FINAL DEL IMPERIO ROMANO
Al igual que para las etapas anteriores, son muy escasas las fuentes históricas, por lo que hay que
recurrir a un marco genérico para describir este momento. El paso del Alto al Bajo imperio romano
viene marcado por el debate histórico-arqueológico en torno a la llamada crisis del siglo III, largo periodo convulsivo cerrado por las reformas de Diocleciano y Constantino, que configuraron una organización política, social, económica y religiosa muy distinta a la del mundo romano clásico. Otro
paso de este proceso será la reorganización territorial plasmada en la nueva división provincial de
Diocleciano, por la que parte del País Valenciano se segregó de la Tarraconense y pasó a la nueva
provincia Cartaginense. Los antiguos territorios de los contestanos y edetanos se adscribieron a Cartagena, mientras él de los ilergavones dependió de Tarragona. Estos límites provinciales se mantendrán a lo largo del periodo tardoantiguo.
El único hecho histórico que conocemos para el siglo IV es el martirio de San Vicente, lo que indicaría que a principios del siglo IV Valentia debió ser un importante centro administrativo, como también dejan de manifiesto los hallazgos arqueológicos. En el territorio valenciano, pues, solo se dispone de la arqueología para conocer los avatares de esta etapa cambiante, aunque son muy pocos los
lugares que proporcionan información destacable. En Valentia e Ilici se vienen detectando reiterados
episodios destructivos similares. En otros núcleos urbanos, caso de Edeta y Saguntum, la escasez de
datos arqueológicos con posterioridad al siglo III, habla de la crisis urbana que se produjo a fines del
siglo III. La abundancia de ocultaciones monetarias entre los años 260-280 es un buen indicador de la
extensión de esta inestabilidad.
Valentia e Ilici no tardaron mucho en superar esta fase convulsiva. La arqueología ha demostrado
en ambas la rápida recuperación de la vida urbana tras la indudable debacle del siglo III. Sin embargo, no se produjo una mera reconstrucción de la dañada ciudad, sino que en la nueva Valentia
que surgió, encontramos tanto elementos de continuidad como de ruptura con respecto a la anterior.
Una temprana prueba sería la presencia en la ciudad del legatus iuridicus de la Tarraconensis, Allius
Maximus, que en el año 281 le dedica una inscripción al emperador Probo en el foro de Valentia. Este
personaje, el último que conocemos de la Valencia romana, pudo estar en relación con la inmediata
recuperación del pulso de la vida urbana, después del funesto periodo de los años 270-280. Pero esta
inscripción también enlazaría con el proceso de mayor control del poder central y la consiguiente
pérdida de poder y autonomía de las ciudades, rasgo característico de este periodo. La epigrafía sa-
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Niveles tardíos del Grau Vell de Sagunt. [Fot. I. Caruana].
Durante los siglos IV y V florecieron varios establecimientos portuarios del litoral valenciano, como el Grau Vell de Sagunt, el Portus Sucronensis, bajo la actual Cullera, y el Portus Illicitanus, en Santa Pola.
guntina aun registra una dedicación al emperador Carino en el 283, la última que se conoce en esta
ciudad. Aunque hay muy poca información de la Saguntum de los siglos IV-V, llegándose a dudar de
su continuidad como sede urbana, las excavaciones en su puerto marítimo, el Grau Vell, manifiestan
una continua actividad edilicia y comercial durante el siglo IV y parte del V.
Saetabis y Dianium son parcas en noticias para esta época, pero su aparición en la etapa visigoda
como centros episcopales sugeriría su perduración a lo largo de estos siglos. Por el contrario, el silencio arqueológico e histórico que se cierne sobre Lesera, Edeta o Lucentum, permite suponer su desaparición o su conversión en pequeños núcleos rurales adscritos al territorio de otra ciudad. La arqueología ilicitana, con su basílica, erróneamente identificada con una sinagoga, también demuestra la
continuidad de la ciudad, que junto al Portus Ilicitanus, constituye una de las zonas más dinámicas
de esta época.
Coincidiendo, no casualmente, con la reducción del tamaño o la desaparición de las anteriores
ciudades romanas, se asiste al desarrollo de grandes villas rurales, por parte de las anteriores elites
urbana, poco dispuestas ahora a subvencionar los gastos públicos. Una buena muestra de estas residencias bajoimperiales la tenemos en «Els Banyets de la Reina» de Calp, en el Albir (Alfas del Pí) o la
Torre de Xauxelles (la Vila Joiosa).
Pero si del siglo IV sólo conocemos el dato histórico del martirio de San Vicente, para todo el País
Valenciano, con excepción del ataque vándalo al Portus Ilicitanus, no tenemos ninguna referencia histórica ni epigráfica del siglo V. No disponemos de información de temas tan importantes como del momento de la instauración de las sedes episcopales, que tuvo lugar en esta etapa, o de las destrucciones
a manos de los bárbaros, que a partir del 409 atravesaron los Pirineos y durante varios años se dedicaron a saquear Hispania, ..urbes incendunt.. dicen las fuentes al referirse a estos trágicos hechos. La provincia Tarraconense, especialmente su parte litoral, estuvo más o menos a salvo de estas correrías y se
consiguió mantener en manos del Imperio de Occidente casi hasta su final, siendo solo hacia los años
472-473 ocupada por los visigodos del rey Eurico. Entre el 410 y el 420 existen numerosos testimonios
de la huida de muchos hispanos de las clases acomodadas, especialmente al norte de África.
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII) • ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
El Imperio, muy ocupado con las invasiones en Italia y luego por los hunos de Atila, no pudo
prestar mucha atención a Hispania. Los vándalos se acabaron instalando en Karthago y se convirtieron en la potencia marítima preponderante del Mediterráneo occidental, saqueando Roma en el 455
y dominando Córcega, Cerdeña, Sicilia y las Baleares. Se conoce el ataque que la flota vándala llevó
a cabo en el año 460 contra la escuadra imperial surta en el Portus Illicitanus (Santa Pola), de resultas
del cual fueron destruidos los navíos romanos y destituido el mismo emperador Mayoriano, que
precisamente anduvo por estas tierras reuniendo un ejercito para atacar a los vándalos, que acabaron por anticiparse a sus intenciones. Este incidente refleja que la zona litoral hispana permaneció
bajo dominio romano casi hasta el final del Imperio de Occidente.
A pesar de todos estos episodios bélicos, los hallazgos arqueológicos manifiestan cierta continuidad de las relaciones comerciales con el norte de África y el Oriente Mediterráneo, que sólo se restablecieron plenamente a partir de las ultimas décadas del siglo V y se mantuvieron durante el VI y
parte del VII.
Los datos arqueológicos del siglo V son eminentemente destructivos. Sería el caso de dos edificios públicos y un pozo de Valentia, que fueron arrasados en la primera mitad del siglo V por un incendio. En uno se encontró un pequeño tesoro de 88 monedas de bronce, las más modernas de los
emperadores Arcadio (402-408) y Honorio (410-423). El circo de Valentia presenta indicios del abandono de su actividad original, lo que coincide con las fuentes, que se refieren a que hacia el 445 en la
mayor parte de las ciudades de Hispania
habían cesado los juegos de circo y teatro.
Aún hay alguna aislada referencia a la
reinstalación de estas actividades lúdicas
en el siglo VI, en concreto en Caesaraugusta
y a principios del siglo VII, cuando el rey
visigodo Sisebuto reprendió al obispo de
Tarragona por su desmedida afición a las
representaciones teatrales y a los juegos
con animales, pero éstas serían ya las excepciones que confirman la regla.
En otros yacimientos también se constatan episodios coetáneos similares, como
el Grau Vell, el puerto de Saguntum, que
acaba sus días en la primera mitad del siglo V, como atestiguan las monedas y las
cerámicas de su momento final. En Ilici
también se ha encontrado una ocultación
numismática y de joyas de los primeros
años del siglo V, con 3 monedas de oro, asimismo de Honorio y Arcadio, que se han
relacionado con el paso de los bárbaros. A
lo largo de toda Hispania, las numerosísiLa villa de Banys de la Reina (Calp, Alicante).
[Fot. J.M. Abascal – R. Cebrián].
El Bajo Imperio fue una época de auge de las
grandes residencias y factorías rurales, como la
recientemente excavada en el litoral de Calp.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
mas ocultaciones de monedas de inicios del siglo V
son la mejor prueba de la gran inseguridad existente
en este periodo.
Empiezan a haber indicios claros que el País Valenciano sufrió algún episodio destructivo a lo largo
del siglo V, sin que se pueda precisar aún ni el momento exacto ni, por consiguiente, la causa concreta
de esta catástrofe.
LOS INICIOS DEL DOMINIO VISIGODO
La expedición de los visigodos del rey Eurico en el
472, asentados en el sur de Francia y enfrentados a lo
que quedaba del poder romano, acabó con la sumisión
Pendiente procedente de Els Charcons (Montserrat,
de las últimas posesiones hispanas del agonizante ImValencia). Siglos VI-VII. [Museo de Prehistoria de Valencia].
perio romano de Occidente. Solo hubo cierta resistencia
entre los aristócratas romanos de Tarraco y Dertosa. El
Imperio no tardó en sucumbir, en el 476. El poder visigodo en sus primeros momentos no solo se preocupó de pacificar la península, sino que ya dio los primeros pasos para reconstruir de alguna manera la
infraestructura urbana, al menos en algunos lugares claves como Mérida. A partir de este momento, el
dominio político y militar visigodo, que no la llegada de nueva población, supuso el inicio de una larga
etapa de relativa tranquilidad y reconstrucción, sólo jalonada por alguna revuelta de la nobleza hispana,
eminentemente católica, que en muchos casos llegó a independizarse, especialmente en el sur de la península. Los nuevos amos eran acérrimos arrianos, pero estaban muy alejados de Hispania y sólo prestaron verdadera atención a los asuntos de la península cuando tuvieron que refugiarse en ella después
de ser expulsados de las Galias por los francos en el 507. Pero esta instalación de nueva gente apenas repercutió en el área mediterránea. Además, durante el primer tercio del siglo VI tampoco se puede hablar
de un auténtico estado visigodo independiente, ya que estuvieron muy tutelados por sus «primos», los
ostrogodos de Italia, para atajar la expansión de los francos. Este periodo «ostrogodo» (507-548) supuso
también la llegada de gente de esta etnia para ocupar los puestos claves y hacerse cargo de la situación.
Uno de estos ostrogodos, Theudis, llegó a ser rey, disfrutando de un largo reinado (531-549). La larga
etapa que iría desde la ocupación nominal visigoda (472-473) a las guerras civiles que surgieron a la
muerte de Theudis, con la peligrosa aparición de los bizantinos, significaría un dilatado lapso de paz y
tranquilidad. Al mismo tiempo, se creó un cierto distanciamiento con el poder central, unido a la recuperación de muchas ciudades, promovida por el clero y la nobleza local, que ahora son casi la misma
cosa. Al mismo tiempo, se registró un aumento de la autonomía y poder de varias regiones, especialmente en la Baetica, pero en absoluto exclusivo de esta provincia. Pero, como ya hemos indicado, nada
concreto sabemos de la zona valenciana en estos años.
En estos momentos crecería la figura del obispo, asumiendo el papel de jefe de la ciudad. El más antiguo obispo valenciano conocido es el ilicitano Juan, entre 514-517, del que sabemos de su existencia
por su correspondencia con el Papa, aunque puede tratarse de una confusión con un prelado de Tarragona. De Valentia, la mención segura más antigua que tenemos de este cargo es la de Justiniano, ya de
mediados del siglo VI. Dentro del contexto hispano bajoimperial, Valentia fue una ciudad importante y,
además, en ella tuvo lugar el martirio de San Vicente, sin ninguna duda el mártir hispánico más destacado y admirado en la época. Por consiguiente, se podría suponer, con muy pocas dudas, que ya en el
siglo IV alcanzaría el rango episcopal, más aún, si tenemos en cuenta que la organización episcopal hispánica ya debió estar completada a inicios del siglo V. De hecho, cuando encontramos esa primera refe-
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII) • ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
rencia segura, la del obispo Justiniano, gran constructor de edificios, ya se nos presenta como una sede
bien consolidada y organizada, donde tiene lugar un Concilio de la provincia Carthaginensis. Por lo
tanto, ya debería hacer mucho tiempo que disponía del rango episcopal.
Estos obispos procedían de la antigua nobleza hispánica, que con el tiempo adoptó la nueva religión pero siguió manteniendo las riendas del poder político y económico a escala local, ocupando el
vacío dejado por la extinta administración imperial. Es interesante reseñar que tres hermanos de Justiniano también fueron obispos de otras tantas ciudades de la Tarraconense. Bastantes ciudades estarían
gobernadas de facto por sus obispos, manteniendo esporádicos contactos con un poder central distante
que solo apareció por el territorio valenciano a mediados del siglo VI para hacer frente a la invasión bizantina y acabar con la práctica situación de autonomía de la nobleza y el clero hispano. Los últimos
decenios del siglo V y la primera mitad del VI parece ser que fueron un periodo tranquilo y semiautónomo en el que se reconocía formalmente la autoridad del rey visigodo de Tolosa, muy alejado, y luego
de sus sucesores en Hispania, que estuvieron muy ocupados por sus problemas internos y sus luchas
con los vascones, los suevos de Galicia, los francos en las Galias y con los bizantinos en África.
LOS BIZANTINOS Y LA REACCIÓN VISIGODA
El período de estabilidad de la primera mitad del siglo VI supuso una pequeña «época dorada» para
la diócesis episcopal valentina y la detentación de una virtual independencia bajo el episcopado de Justiniano. Esta situación se vio desbaratada con el advenimiento de Agila (549-555) y el inicio de continuos
enfrentamientos internos por la sucesión al trono, cuya consecuencia más grave fue la conquista de una
parte de Hispania por los ejércitos imperiales (554) llamados por el usurpador Atanagildo.
Los bizantinos ocuparon una franja costera cuyo límite norte no está del todo claro. El pacto entre
Atanagildo y los imperiales posiblemente estableciera como límite septentrional de las posesiones
bizantinas el río Xúquer. En cualquier caso, Dianium formaría parte de la provincia bizantina de Spaniae y Valentia quedaría excluida de la misma.
No será hasta el reinado de Leovigildo (569-586) cuando se invierta la tendencia de continuado
desorden y quebranto territorial, gracias al afianzamiento del poder real. Leovigildo puso en marcha
una serie de campañas militares, paralelamente a una profunda reorganización interna del reino, di-
Basílica de El Monastil
(Elda, Alicante). [Fot. A.
Poveda].
Este interesante yacimiento de altura, que
domina la Via Augusta,
debió estar integrado en
la línea defensiva bizantina, protegiendo Ilici,
durante las guerras con
los visigodos. En él se
han hallado restos de
una pequeña iglesia y algunas piezas de su mobiliario litúrgico.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Cerámicas de época visigoda encontradas en Valentia. [Archivo SIAM].
El repertorio de formas de los alfares
visigodos es aun bastante desconocido.
Los numerosos hallazgos de Valencia
serán muy útiles a la hora de establecer
las pautas que regían la elaboración de
las cerámicas de esta época.
rigidas contra los bizantinos, la rebelde aristocracia hispanorromana de algunas ciudades y regiones
de la Bética y la Cartaginense, el católico Reino de los suevos, el cual anexionará, y contra los siempre insumisos vascones. El balance de estas operaciones fue positivo y así lo señaló el contemporáneo Juan de Bíclaro en su Crónica: «vuelve admirablemente a sus límites primitivos la provincia de
los godos, que por diversas rebeliones había sido disminuida». Fue durante el reinado de este monarca cuando Valentia quedó integrada en el Reino visigodo de Toledo.
Prueba fehaciente de esta integración es la aparición de un obispo arriano, Ubiligisclo, en la sede
episcopal valentina, que fue uno de los que abjuraron de la fe arriana en el III Concilio de Toledo del
año 589. Su existencia iría paralela a la presencia de tropas godas en la ciudad, consecuencia tanto de
la reciente incorporación de estos territorios al dominio efectivo, no solo nominal, del Reino visigodo, como de su situación de frontera frente a los bizantinos. Con la ocupación bizantina de una
parte del País Valenciano, éste se convierte en tierra de frontera y Valentia, el más importante núcleo
urbano de la zona, en el principal enclave frente a las aspiraciones imperiales.
Consolidadas las posiciones, desde un punto de vista territorial, tanto por parte de los visigodos
como de los bizantinos, algunos autores defienden el establecimiento de un limes, presente en otras
partes del Imperio, constituido por dos líneas defensivas sucesivas, formadas a partir de una serie de
ciudades fortificadas, normalmente sedes episcopales y asiento de una ceca, y otras fortificaciones menores, tipo castellum, articuladas en torno a calzadas estratégicas (Vía Augusta). Valencia y su territorio
cumplen con el esquema anterior y la investigación ha podido confirmar la creación de asentamientos
fortificados que responden al modelo militar y administrativo creado por el estado visigodo para la organización, control y defensa del territorio. Un ejemplo elocuente lo constituye el castro fortificado de
València la Vella, en Riba-roja de Túria, o la transformación del Circo de Valentia en un área fortificada,
ambos hechos puestos en relación con la llegada de contingentes militares godos.
En el sistema defensivo bizantino se podría incluir el yacimiento en altura de El Monastil, en
Elda, que podría ser un castellum que defendería Ilici, que sería el núcleo bizantino más importante
del actual territorio valenciano.
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII) • ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
Valencia vuelve a mencionarse a raíz del exilio del rebelde católico Hermenegildo (a. 584), hijo
corregente de Leovigildo sublevado en la Bética y peligrosamente aliado con los bizantinos. Su estancia fue corta puesto que al año siguiente fue asesinado en la ciudad de Tarragona. El conflicto religioso entre arrianos y católicos terminó oficialmente con el III Concilio de Toledo en el año 589, que
significó la unidad bajo la fe católica.
EL SIGLO VII
A finales del siglo VI Toledo creó las sedes episcopales de Elo y Begastri para regir los destinos espirituales y temporales de los territorios conquistados a los bizantinos y que pertenecían a las sedes
de Ilici y Carthago Spartaria, todavía en manos bizantinas.
Desde el reinado de Leovigildo, por su ubicación fronteriza fue muy importante el papel estratégico y militar jugado por Valencia, que se mantuvo hasta la definitiva expulsión de los bizantinos,
tal como parece apuntar la emisión de moneda por parte de algunos monarcas (Gundemaro, Sisebuto, Suintila) en Saguntum y Valentia, emisiones que coinciden con el momento de mayor presión
visigoda frente a los bizantinos, que culminó con la destrucción de Cartagena en el 625, capital de la
provincia bizantina de Spania.
Con anterioridad, la sede de Saetabis estaba ya en manos de los visigodos desde época de Leovigildo, pues su veterano obispo Mutto firmó en el III Concilio de Toledo del 589. Las otras dos sedes
episcopales, Ilici y Dianium, parece que permanecieron bajo dominio bizantino hasta el último momento de la presencia imperial en Hispania. Ilici no aparece representada hasta el IV Concilio de Toledo del 633 y Dianium algo más tarde, en el V Concilio de Toledo del 636. Como ya apuntara en su
día el Dr. Llobregat, la importancia del puerto de Dianium sería un factor esencial en el mantenimiento de los bizantinos hasta el final.
La actividad comercial con el Mediterráneo, mayoritariamente ocupado por los imperiales, no
se interrumpió durante la ocupación bizantina y se constata su mantenimiento hasta después de su
expulsión de Hispania. Los asentamientos costeros fueron los principales destinatarios de los inter-
Triente de Gundemaro acuñado en Sagunto. [Gabinet Numismàtic de Catalunya].
La única referencia de la existencia de Saguntum durante el período visigodo nos la proporciona alguna rara
moneda de oro acuñada en la ciudad a lo largo del siglo VII. Tal vez se trate de emisiones relacionadas con tropas acantonadas aquí ante la amenaza bizantina.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
cambios comerciales. A parte de las ciudades ya se detecta, desde el siglo IV, un florecimiento de estos asentamientos a lo largo del litoral, principalmente abundantes al sur de Valencia. Algunos de
ellos, Punta de l’Illa (Cullera), Punta de l’Arenal (Xàbia), Baños de la Reina (Calp), Barrio de Benalúa (Alicante), Portus Ilicitanus (Santa Pola),...y otros peor conocidos, se mantienen activos durante
los siglos VI y VII.
La distribución de productos importados, principalmente las últimas producciones de vajilla
fina de mesa africana (sigillata), algunas cerámicas de cocina y ánforas, es un fenómeno propio de
las zonas costeras, tanto de ciudades como de monasterios y castros fortificados, asentamientos
vinculados a las élites urbanas, civiles, militares o eclesiásticas. La principal zona de aprovisionamiento fue el norte de África, que exportó las últimas cerámicas finas de mesa, la Africana D, ánforas que transportaban aceite y vino, y cerámica de cocina. Del Mediterráneo oriental llegaron ánforas de vino de Palestina y Siria y más esporádicamente, ungüentarios (Late Roman Unguentarium),
vajilla de mesa y de cocina.
Las últimas investigaciones en Valencia aún documentan materiales importados de la segunda
mitad del siglo VII, similares a los aparecidos en Roma, Marsella o Tarraco, como los últimos contenedores cilíndricos norteafricanos (Keay VIII, LXI, LXII), ánforas «globulares de fondo umbilicado», spatheia de reducidas dimensiones, formas tardías de Africana D (Hayes 91D, 109 B) y ollas
«Constantinople ware».
El final del Reino visigodo, principalmente a partir de la segunda mitad del siglo VII, estuvo marcado
por una serie de calamidades de las cuales se hace amplio eco las crónicas de la época, la legislación y
los cánones de los concilios. Sequía, malas cosechas, plagas de langosta, episodios cíclicos de la terrible
peste bubónica, hambres, y algunos episodios bélicos, principalmente contra los vecinos del norte, los
francos y vascones, y esporádicamente alguna escaramuza naval contra los bizantinos.
Uno de los problemas más graves fue la inestabilidad política, con continuos
y violentos problemas sucesorios protagonizados por diversos clanes familiares, y una clara y evidente ruptura social: problemas con los judíos, esclavos
fugitivos, bandolerismo, militarización de la vida civil y creciente autonomía
de la poderosa nobleza en un incipiente proceso de feudalización.
TEODOMIRO Y SU ÉPOCA
Fueron estos problemas sucesorios los que aceleraron el final
del Reino visigodo y la posterior conquista musulmana. La muerte
de Witiza en el 710 sin asociar al gobierno a ninguno de sus hijos,
ocasionó el intento de su familia de retener el trono. Tal pretensión
de sucesión dinástica en la figura de Akhila, hijo mayor del difunto Witiza, no prosperó debido a la enérgica oposición de una
buena parte de la nobleza visigoda, partidaria de la designación
real por elección, a pesar de que el joven Akhila logrará establecerse
en el nordeste, llegando a acuñar moneda. Mientras tanto, la asamblea
electiva designó a Rodrigo como rey. Los witizanos, por su parte, reclamaron la ayuda de los árabes para conseguir sus pretensiones políticas, ac-
Anillo procedente de El Romaní (Sollana, Valencia) de una tumba de época visigoda.
[Museo de Prehistoria de Valencia].
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII) • ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
ción que no era extraña en la historia del Reino visigodo hispánico, con fatales precedentes en
época de Atanagildo y Sisenando que propiciaron la invasión del reino por los bizantinos y los
francos, respectivamente. La llegada del ejército árabe pilló por sorpresa a Rodrigo que fue derrotado y muerto en Guadalete.
La conquista musulmana se sucedió de manera fulminante y los hijos de Witiza y sus partidarios actuaron de acuerdo con los árabes, facilitando la toma o rendición de las ciudades más importantes del reino, a cambio de conservar la posesión de sus bienes patrimoniales. En las ciudades importantes que capitularon los visigodos conservaron sus bienes, además de su propia
organización política, religiosa y social, a cambio debieron tributar lo que la ley islámica imponía
a los no musulmanes.
En el sudeste de la península tuvo lugar uno de estos pactos entre un personaje visigodo, Teodomiro, y ‘Abd al-‘Aziz, que supuso la continuidad, durante algún tiempo, de las estructuras visigodas
hasta el inicio de la islamización del territorio, proceso que en esta zona no sería anterior al siglo IX.
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