Autores modernos en torno a las ciudades romanas valencianas
Carmen Aranegui Gascó
2003
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AUTORES MODERNOS EN TORNO
A LAS CIUDADES ROMANAS VALENCIANAS
CARMEN ARANEGUI
Departament de Prehistòria i Arqueologia. Universitat de València
Reconstruir la historia de la investigación de la arqueología romana es un ejercicio de revalorización de la memoria prolijo y complicado. La historiografía es algo más que una crónica, porque enlaza una sucesión de estados de la cuestión que responden a lo que la investigación se formula en
cada momento, en relación con conceptos que atañen a la historia, a las bellas artes, entendidas en
un sentido amplio, y al pensamiento en general. Por eso esta historiografía es algo más que la enumeración de anticuarios en cualquiera de sus facetas.
ENTRE EL SIGLO XVI Y 1811
En el caso valenciano el primer capítulo de la arqueología romana está ligado al teatro de Sagunt, monumento que reúne las condiciones para la reflexión sobre el clasicismo que la sociedad cultivada de
cualquier lugar de Europa demandaba reiteradamente desde el Renacimiento. La arqueología romana estaba pendiente de armonizar teoría y práctica en la búsqueda de los valores universales en los que, por
principio, el humanismo creía, y la arquitectura clásica se erigió en paradigma de tales valores. El tratado
de Vitruvio y las ruinas de la antigüedad eran tenidos en cuenta en todas las academias, en todos los cenáculos eruditos, como exponentes de una visión del mundo equitativa, ajustada a normas, modelo por
excelencia del triunfo de la proporción suscrito, pasado el tiempo, por ilustrados y neoclásicos. Y no es
accidental que los restos de un teatro cobraran así protagonismo, no sólo cultural sino también político,
como se desprende de las repetidas llamadas de atención respecto a la necesidad de conservarlo.
Pero, volviendo al ambiente de los entendidos en arqueología romana, es conveniente recordar
que, dado que los libros de Vitruvio no van acompañados de ilustraciones, había una verdadero afán
de ver, dibujar, medir y modular los monumentos para contrastar la letra escrita con ejemplos, propuestos, no sin debate, en Italia, Francia e Inglaterra. Y también en España, gracias al valenciano José
Ortiz, deán de Xàtiva. Los arquitectos-arqueólogos iban a Italia para aprender su profesión que tenía
pendiente la definición de la normativa con la que realizar planos, alzados, secciones y perspectivas
de la arquitectura de la antigüedad. Así se buscaba la verdadera imagen de esa realidad hasta entonces imaginada que era la ciudad clásica de la que, hasta la Ilustración, sólo se conocían discursos canónicos, que, sin embargo, reclamaban el concurso de la forma. Y, en España, el único teatro que preservaba elementos constructivos a la vista era el de Sagunt.
La primera representación del teatro de Sagunt es la que realizó para Felipe II Van den Wyngaerde
en 1563 que no está hecha más que con un interés paisajístico, sin entrar en los análisis indispensa-
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Detalle del dibujo que Van den Wyngaerde realizó de
Sagunt en 1563 por encargo de Felipe II.
En la parte central aparece la cavea del teatro, siendo ésta
la primera representación conocida que se tiene de este
magnífico monumento.
Puerta meridional del circo romano de Sagunt en la excavación dirigida por Ignacio Pascual Buyé a mediados de la década de los noventa.
D. Antonio Chabret y Fraga realizó la primera intervención
en el circo en la primera década del siglo XIX, cuando todavía
se conservaba gran parte del edificio. A partir de 1960 el desarrollo urbanístico destruyó paulatinamente los vestigios,
conservándose tan sólo hoy en día la puerta meridional.
bles para los objetivos aludidos más
arriba. Por eso, en la perspectiva de la historiografía que nos interesa, el modesto
plano que para la descripción epistolar del
teatro del Deán de Alicante Emmanuel
Martí (1663-1737) trazó Miñana, hacia
1705, abre la serie de los estudios sobre el
monumento, así como la contribución de
autores valencianos a los mismos. Martí
gozó de la consideración de la sociedad
valenciana y tuvo renombre internacional;
fue corresponsal de Gravina, de Montfaucon y de Gregorio Mayans y Siscar, y, sin
duda, desarrolló estudios valorados en su
tiempo. Sin embargo, el dedicado al teatro
de Sagunt fue polémico y se vio desmerecido por el plano, del que Ponz en 1789 escribió: ni es planta, ni es alzado, sino un conjunto de cosas que se le figuraron a quien no
era profesor, en alusión a estar trazado al margen de la convención académica, lo cual, a su vez, alimentó los desacuerdos expresados por Ortiz en 1812.
Unos treinta años más tarde E. Palos ofrece desde Sagunt otra versión del mismo teatro, acompañada de un plano con escala, dibujado tan a espaldas de cualquier pauta arquitectónica que suscita
las iras del más notable de los anticuarios valencianos, José Ortiz y Sanz (1739-1822), activo académico de número de San Fernando, traductor de Vitruvio al castellano, que ya había disentido del trabajo de Martí a quien, no obstante, tuvo que tratar como interlocutor académico. Distinto fue el talante con que arremetió contra Palos, de formación mucho más modesta, contra sus pretensiones de
ser subvencionado por parte de la Academia dado que Ortiz fue arrogante en su indiscutible saber y
despectivo, en consecuencia, con quienes no entendían la arqueología desde una práctica internacional e ilustrada. Ciertamente este autor puso su empeño en dotar a la Academia de San Fernando de
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AUTORES MODERNOS EN TORNO A LAS CIUDADES ROMANAS VALENCIANAS • CARMEN ARANEGUI
una versión propia del tratado de Vitruvio que aspiraba a ser, a la vez, referencia ineludible para
cuantas obras se sometieran a su dictamen. Su plano del teatro de Sagunt constituye el inicio, luego
frustrado, de un proyecto a partir del que pretendía ilustrar la arquitectura romana, como bien se ve
en la triangulación del círculo de la orchestra, que supone un ejercicio de sello vitruviano repetido,
hasta la actualidad, por muchos de cuantos han estudiado éste u otro teatro latino. La ejecución de
maquetas a escala persigue, también, por su parte, el objetivo de crear modelos, siguiendo una práctica innovadora que se observa en las instituciones cultas de la época.
Distinto es el criterio de Laborde quien ilustra con grabados de corte más romántico, debidos a
manos expertas y refinadas, realizados a finales del siglo XVIII, tanto el paisaje como la perspectiva
del teatro de Sagunt, digno y predilecto edificio de la primera arqueología romana valenciana.
Antonio de Valcárcel Pío de Saboya (1748-1808), citado corrientemente por los valencianos
con el título de Conde de Lumiares –uno entre los muchos que ostentaba–, representa en esta
etapa la primera figura de sabio valenciano ilustrado y arqueólogo, convencido de la responsabilidad de recopilar y ordenar los documentos romanos legados por la antigüedad, sin la pretensión de crear una teoría como perseguía el debate sobre el teatro romano, sino como una noble
tarea, acorde con su relevancia social, de conjugar la historia y sus vestigios. Así lo prueba su disertación, prologada por Gregorio Mayans y Siscar, sobre los barros saguntinos, tan celebrados y estimados por los antiguos, monumentos dignos de aprecio, pero hasta ahora mirados con muy poca atención; por ellos sabemos las Familias que havía en Sagunto; el primor con que aquellos buenos ciudadanos
fomentaron las Fábricas, el modo con que signaban las piezas, y la excelencia de uno de los más célebres
Municipios de España en labrarlas, trabajo que lo convierte en ceramólogo avant la lettre. Para ello
no dudó en dotarse de un gabinete y en diagnosticar sobre el lugar la importancia de los yacimientos arqueológicos, adelantándose a su tiempo en el estudio de su ciudad natal, Alicante,
que identificó con Lucentum. Corresponsal de la Academia de la Historia, entregó a esta institu-
Plano del teatro romano de Sagunt realizado por Ortiz (1807).
En su trabajo se puede apreciar
la influencia de los cánones vitruvianos, que fueron adaptados a la configuración del teatro
saguntino.
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«Inscripciones y Antigüedades del Reino de Valencia» de D. Antonio Valcárcel Pío de Saboya ilustrada por
D. Antonio Delgado (1852) y lámina con capiteles procedentes de Sagunt.
El Conde de Lumiares representa la figura de sabio valenciano ilustrado y arqueólogo. Aunque su obra
estuvo acabada a principios del siglo XIX, no vió la luz hasta 1852. Su labor de recopilación dió como resultado una extensa documentación sobre las antigüedades romanas valencianas.
ción el original de sus Inscripciones y Antigüedades del Reino de Valencia en 1805, antes de los destrozos que supuso la Guerra de la Independencia, aunque el volumen, correctamente ilustrado
por el académico Antonio Delgado, no vio la luz hasta 1852.
Esta época asiste también a la creación de las primeras colecciones de rango institucional,
no estrictamente privadas, de piezas romanas valencianas. Destaca el Museo Arzobispal creado
en Valencia bajo el patrocinio del arzobispo Fabián y Fuero, en donde se depositaron los hallazgos de la villa del Puig, de la excavación de Puçol, así como algún mosaico sepulcral de Sagunt,
todo lo cual se dispersó, saqueó y, en definitiva, se perdió en el curso de la guerra de 1811. Parece que corrieron la misma suerte algunas antigüedades romanas que había en el Palacio Real
de Valencia.
Esta etapa de la historiografía, en el contexto español, otorga a los investigadores valencianos un
puesto de excelencia, a tenor de lo que la ciencia reclamaba del pasado romano en aquellos tiempos,
constituyendo una digna aportación historiográfica en la que, sin embargo, se evidencian marcadas
diferencias entre quienes tenían vinculación académica y quienes no la tenían, estando los primeros
integrados, casi sin excepción, en la jerarquía eclesiástica o en la aristocracia. La Academia de San
Carlos, creada en 1764, con su colección artística de la que formaban parte algunas piezas romanas,
fue un buen ejemplo de ello.
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EL ORIGEN ROMANO DE LAS CIUDADES
A partir de las guerras napoleónicas la arqueología romana va a experimentar, por una parte, el
proceso de democratización que es patente, en general, en la cultura y, por otra, un cambio de objetivos, de acuerdo con la concepción de la historia propia del momento. Respecto al primer punto cabe
señalar que los autores de los estudios son ahora, en mayor medida, profesionales liberales vinculados,
de alguna manera, a nuevas instituciones, bien sea a los museos que surgen tras la desamortización, o
a sociedades modernas, libres de muchos de los anticuados prejuicios académicos, como las creadas al
amparo de las Sociedades Económicas de Amigos del País. En relación con los objetivos, el interés por
lo particular predomina ahora sobre aquella despótica obsesión dieciochesca por lo universal, de modo
que no puede extrañarnos que el siglo XIX sea, sobre todo, el siglo en el que los arqueólogos escriben la
historia de las ciudades, entendidas ahora en su proyección humana.
El proceso de desamortización de los bienes de la iglesia comienza en 1835 y pone en marcha la
recuperación de los fondos histórico-artísticos para hacerlos accesibles al público. Para evitar la
pérdida de inmuebles y obras de interés, se constituyen las Juntas Científico-Artísticas en todo el
país, a la vez que empiezan a plantearse los museos provinciales. La creación de un museo depositario de tales riquezas se inicia en Valencia muy pronto, puesto que en 1836 se destina el convento
del Carmen para este fin, poniéndolo en 1838 bajo la dirección de la Academia de San Carlos. Tal
museo se inauguró en 1839 y, en 1864, se constituyó en su seno el Museo de Antigüedades, ubicado
en la capilla de Nuestra Señora de la Vida del secularizado convento del Carmen. Con las Juntas
Provinciales de Monumentos en funcionamiento desde 1842, se crea el Museo del Colegio de
Santo Domingo de Orihuela con rango provincial para Alicante, y en 1845 el de Castellón, todos
ellos anteriores a la apertura al público del Museo Arqueológico Nacional, en 1867, entidad que
había funcionado previamente como gabinete.
Foto y dibujo de los Vasos de Vicarello. Ilustración de
los cuatro vasos Apolinares de plata que fueron hallados al norte de Roma, en una estación termal en 1852.
Son vasos en forma de miliario que llevan escrito el itinerario para ir desde Gades hasta las Termas de Apolo,
emplazadas en Vicarello. En ellos se mencionan los
puntos de paso situados en tierras valencianas así como
las distancias entre ellos (Roma, Museo Capitolino).
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Sin embargo las juntas, que en el caso de Valencia se mantuvieron hasta finales de siglo, no parecen haber desempeñado una labor arqueológica propiamente dicha, más allá de la recomendación a
las ciudades de catalogar sus bienes así como, en Sagunt, de cuidar de la protección del teatro y del
circo, como consta en el artículo 3º del acta de constitución de la sección tercera –arquitectura y arqueología– de la de Valencia, que dice:
…habiendo tenido ocasión de admirar en la antigua Sagunto, hoy Murviedro, la magnífica
obra del Anfiteatro (sic) y los restos del Circo: le ordeno al Alcalde para que con el celo que le
distingue se dedique constantemente a su conservación para que algunos paredones y arcos no
se arruinasen. 2º. Cómo se adquiriría la posesión de la huerta y edificio que ocupa el antiquísimo Circo. 3º. Qué cantidad sería necesaria así para la conservación del Anfiteatro (sic) como
para la del Circo: añadiendo si el presupuesto municipal de aquella villa podría comprender alguna partida para este objeto. Fdo. Miguel Antonio Camacho, a 28 de marzo de 1842
De ahí el interés de la aparición de otras asociaciones, como se desprende de la solicitud de creación de una sociedad arqueológica que velara por la conservación de las antigüedades hecha al gobernador de Valencia en 1853 por Vicente Boix (1813-1880), cronista de Valencia. Con respecto a Sagunt, destaca la concentración que el mismo Boix hiciera de inscripciones y fragmentos
arquitectónicos en el teatro hacia 1860, actuación que pone en entredicho tanto el papel del Museo
Provincial como la autoridad de las juntas y comisiones, que debían canalizar hacia el mismo los objetos pertinentes. Pero más graves que esta decisión, que favoreció la unidad del patrimonio arqueológico saguntino, fueron otras mediante las cuales salieron antigüedades hacia Madrid.
Mayor repercusión, pese a su corta vida, tuvo entre nosotros la creación de la Sociedad Arqueológica Valenciana (1871-1881) a instancias de miembros de la Sociedad Económica de Amigos del País,
porque agrupó a coleccionistas, aficionados e investigadores, unidos por el interés de conocer y divulgar el pasado que, si bien todavía era entendido, básicamente, a partir de lo romano, se amplió en
esta institución a las novedades de la prehistoria y al debate sobre el darwinismo, con una posición
progresista que destaca en el ambiente español.
Pero, pese a ello, parecía sobreentenderse que las ciudades con historia, en nuestro medio, eran
ciudades de origen romano, de modo que Valencia, Sagunt, Ilici (L’Alcúdia d’Elx) y Dénia merecieron la atención de los anticuarios más acreditados y es en sus respectivos estudios arqueológicos
donde descubrimos los mejores resultados de la investigación decimonónica en arqueología clásica.
E.A. Llobregat resumió la categoría de Aureliano Ibarra y Manzoni (1834-1890), miembro fundador de la Academia Española de Roma, en el prólogo de la edición de su Illici, su situación y antigüedades (1879) por parte del Instituto de Estudios Alicantinos de la Diputación de Alicante en 1981, con
las siguientes palabras:
…muchas son las razones de ello: su calidad y riqueza de información la primordial, pues,
junto con la Historia de Denia, del canónigo Roque Chabás, son los dos grandes monumentos
de la historia y arqueología alicantinas que se salvan dentro de la copiosa producción decimonónica por la calidad de su información y la escrupulosidad de su investigación. Obras ambas dignas del más elevado juicio como continuadoras de la tradición ilustrada…
Es ciertamente encomiable ver el trabajo invertido en documentar metódicamente textos, inscripciones, capiteles, monedas… para dar a la ciudad en donde se ha tenido la fortuna de ver la luz una
carta de presentación que eleva no sólo su rango sino también las acciones a las que están llamados sus
hijos, pues estos libros suelen incluir un capítulo con la relación de ilustres del lugar. Y, lo que es más
importante, obras como ésta destierran un recurso amparado en la ignorancia que vinculaba el origen
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de las ciudades al diluvio universal y a los hijos de Noé, propio de
cronistas locales ajenos a la modernización de las fuentes históricas.
Roc Chabás (1844-1912) supone otro caso de ruptura con la falsa
tradición genealógica de la Diana Desenterrada de M.A. Palau (n.
1543), a favor del documento y no es accidental el nombre de la revista El Archivo fundada por el canónigo, incansable valedor de la
conservación del patrimonio arqueológico valenciano. Su Historia de
la ciudad de Denia de 1874 mantiene la identificación de Hemeroskopeion como germen de la ciudad romana, reuniendo cuantos documentos textuales y arqueológicos se conservan en el momento y
mostrándolos como pruebas de la tesis defendida que, si bien no ha
sido suscrita por la investigación contemporánea, no procede de una
lectura sesgada o inculta de todo tipo de fuentes.
▲
El caso de Antonio Chabret (1846-1907) es diferente. Por una
parte porque se trata de un médico culto que emprende el objetivo
de glosar la historia de su ciudad, que ha recuperado su antiguo
nombre según acuerdo de su ayuntamiento de 4 de mayo de 1863,
sin el prurito de vincularse a la tradición ilustrada, como bien se
desprende de las deficientes imágenes de su obra, y, por otra, porque Saguntum es una ciudad ibérica cuya relación con Roma pasa
por la guerra contra Cartago, y a finales del siglo XIX, más que los
estudios sobre sus grandes monumentos, que ya se habían hecho,
su atractivo bascula hacia la heroicidad, la resistencia y la nobleza
de sus gentes ibéricas, hasta el punto de convertirse en sinónimo
de esa hispanidad que se crece contra el invasor, tan ensalzada por
el casticismo popular tras las guerras napoleónicas. Siendo la ciu-
«Memorias de la Sociedad Arqueológica Valenciana» de 1876.
Esta sociedad, de apenas diez
años de vida (1871-1881), pretendía conocer y divulgar el pasado
desde una posición progresista.
Estos investigadores de finales
del siglo XIX, recopilaron y analizaron con gran exhaustividad los
datos sobre los vestigios romanos
de sus respectivas localidades.
▲
«Historia de la ciudad de Denia» de
D. Roque Chabas (1874), «Illici,
su situación y antigüedades» de
D. Aureliano Ibarra y Manzoni
(1879) y «Sagunto: Su Historia y
sus Monumentos» de D. Antonio
Chabret y Fraga (1888).
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dad hispana con más referencias en los autores
clásicos, los textos sobre Sagunt son reiterativos hasta la saciedad en su temática sobre la
Segunda Guerra Púnica, principal, si no única,
razón de la atención que merece. De ello saca
partido Teodoro Llorente en el prólogo de la
obra de Chabret cuando escribe:
…los saguntinos, abandonados por los pueblos
comarcanos, envidiosos por su grandeza, abandonados también por la ingrata Roma, a cuya alianza lo
sacrifican todo; nos conmueven con su expectativa
ansiosa del esperado socorro, y nos indigna la llegada
de los mensajeros romanos, que en vez de auxilios
eficaces, no traen más que protestas inútiles, desoídas por el Senado de Cartago…
La expresión de juicios de valor es el método de narrar la historia, nada más lejos del
tratamiento de las fuentes promovido por los
ilustrados.
Estamos asistiendo a un cambio de mentalidad a favor de las raíces ibéricas de las señas de identidad valencianas, que tendrá su
repercusión en la asociación del topónimo Tyris de la Ora Maritima de Rufo Festo Avieno
Última restauración-rehabilitación del teatro romano de Sagunt.
con la ocupación inicial del solar de Valentia,
[Archivo SIP].
con tal de satisfacer una sensibilidad que reLas intervenciones realizadas en este teatro han sido numerosas y
muy diversas durante los siglos XIX y XX. Sin embargo, hasta el año
chaza el papel de la romanización en la confi1986 no se llevó a cabo una actuación global en todo el monumento.
guración cultural del País Valenciano y, al
postergarla, marca distancias con respecto a
otras regiones de España. Aunque esta posición ideológica apenas tiene resonancia, ni entre los historiadores ni entre los arqueólogos, goza de popularidad, sobre todo a partir de los descubrimientos
de finales del siglo XIX, y en especial de la Dama d’Elx en 1897, cuando se empieza a profesar una
admiración creciente hacia la cultura ibérica a lo ancho de toda la geografía valenciana.
Precisamente esa situación explica que a principios de los años sesenta un grupo de profesores e
investigadores replanteara la lectura de la fundación de Valencia con la excusa de su dos mil cien
aniversario. Las excavaciones de Tarradell en la entonces plaza de la Reina, las conferencias pronunciadas en el Ateneo Mercantil, los artículos editados en la revista Saitabi, que constituirían el primer
volumen de los Papeles del Laboratorio de Arqueología de la Universidad de Valencia, insisten en la fecha
del 138 a.C. como punto de partida de la ciudad, aplicando una lectura crítica tanto de los textos
como de las clases cerámicas que se repiten en las excavaciones urbanas de aquellos momentos. Las
colaboraciones de D. Fletcher, E. Pla, J. San Valero, G. Martín, A. Ubieto, E.A. Llobregat, J. Llorca, denotan la amplia voluntad de consenso que marca el inicio de la normalización en lo que a la arqueología romana valenciana se refiere, la cual se verá crecientemente nutrida por estudios epigráficos y
numismáticos y, más tarde, por memorias de excavaciones cuando, a partir de los años ochenta, se
multipliquen las intervenciones arqueológicas.
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CARMEN ARANEGUI
Departament de Prehistòria i Arqueologia. Universitat de València
Reconstruir la historia de la investigación de la arqueología romana es un ejercicio de revalorización de la memoria prolijo y complicado. La historiografía es algo más que una crónica, porque enlaza una sucesión de estados de la cuestión que responden a lo que la investigación se formula en
cada momento, en relación con conceptos que atañen a la historia, a las bellas artes, entendidas en
un sentido amplio, y al pensamiento en general. Por eso esta historiografía es algo más que la enumeración de anticuarios en cualquiera de sus facetas.
ENTRE EL SIGLO XVI Y 1811
En el caso valenciano el primer capítulo de la arqueología romana está ligado al teatro de Sagunt, monumento que reúne las condiciones para la reflexión sobre el clasicismo que la sociedad cultivada de
cualquier lugar de Europa demandaba reiteradamente desde el Renacimiento. La arqueología romana estaba pendiente de armonizar teoría y práctica en la búsqueda de los valores universales en los que, por
principio, el humanismo creía, y la arquitectura clásica se erigió en paradigma de tales valores. El tratado
de Vitruvio y las ruinas de la antigüedad eran tenidos en cuenta en todas las academias, en todos los cenáculos eruditos, como exponentes de una visión del mundo equitativa, ajustada a normas, modelo por
excelencia del triunfo de la proporción suscrito, pasado el tiempo, por ilustrados y neoclásicos. Y no es
accidental que los restos de un teatro cobraran así protagonismo, no sólo cultural sino también político,
como se desprende de las repetidas llamadas de atención respecto a la necesidad de conservarlo.
Pero, volviendo al ambiente de los entendidos en arqueología romana, es conveniente recordar
que, dado que los libros de Vitruvio no van acompañados de ilustraciones, había una verdadero afán
de ver, dibujar, medir y modular los monumentos para contrastar la letra escrita con ejemplos, propuestos, no sin debate, en Italia, Francia e Inglaterra. Y también en España, gracias al valenciano José
Ortiz, deán de Xàtiva. Los arquitectos-arqueólogos iban a Italia para aprender su profesión que tenía
pendiente la definición de la normativa con la que realizar planos, alzados, secciones y perspectivas
de la arquitectura de la antigüedad. Así se buscaba la verdadera imagen de esa realidad hasta entonces imaginada que era la ciudad clásica de la que, hasta la Ilustración, sólo se conocían discursos canónicos, que, sin embargo, reclamaban el concurso de la forma. Y, en España, el único teatro que preservaba elementos constructivos a la vista era el de Sagunt.
La primera representación del teatro de Sagunt es la que realizó para Felipe II Van den Wyngaerde
en 1563 que no está hecha más que con un interés paisajístico, sin entrar en los análisis indispensa-
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Detalle del dibujo que Van den Wyngaerde realizó de
Sagunt en 1563 por encargo de Felipe II.
En la parte central aparece la cavea del teatro, siendo ésta
la primera representación conocida que se tiene de este
magnífico monumento.
Puerta meridional del circo romano de Sagunt en la excavación dirigida por Ignacio Pascual Buyé a mediados de la década de los noventa.
D. Antonio Chabret y Fraga realizó la primera intervención
en el circo en la primera década del siglo XIX, cuando todavía
se conservaba gran parte del edificio. A partir de 1960 el desarrollo urbanístico destruyó paulatinamente los vestigios,
conservándose tan sólo hoy en día la puerta meridional.
bles para los objetivos aludidos más
arriba. Por eso, en la perspectiva de la historiografía que nos interesa, el modesto
plano que para la descripción epistolar del
teatro del Deán de Alicante Emmanuel
Martí (1663-1737) trazó Miñana, hacia
1705, abre la serie de los estudios sobre el
monumento, así como la contribución de
autores valencianos a los mismos. Martí
gozó de la consideración de la sociedad
valenciana y tuvo renombre internacional;
fue corresponsal de Gravina, de Montfaucon y de Gregorio Mayans y Siscar, y, sin
duda, desarrolló estudios valorados en su
tiempo. Sin embargo, el dedicado al teatro
de Sagunt fue polémico y se vio desmerecido por el plano, del que Ponz en 1789 escribió: ni es planta, ni es alzado, sino un conjunto de cosas que se le figuraron a quien no
era profesor, en alusión a estar trazado al margen de la convención académica, lo cual, a su vez, alimentó los desacuerdos expresados por Ortiz en 1812.
Unos treinta años más tarde E. Palos ofrece desde Sagunt otra versión del mismo teatro, acompañada de un plano con escala, dibujado tan a espaldas de cualquier pauta arquitectónica que suscita
las iras del más notable de los anticuarios valencianos, José Ortiz y Sanz (1739-1822), activo académico de número de San Fernando, traductor de Vitruvio al castellano, que ya había disentido del trabajo de Martí a quien, no obstante, tuvo que tratar como interlocutor académico. Distinto fue el talante con que arremetió contra Palos, de formación mucho más modesta, contra sus pretensiones de
ser subvencionado por parte de la Academia dado que Ortiz fue arrogante en su indiscutible saber y
despectivo, en consecuencia, con quienes no entendían la arqueología desde una práctica internacional e ilustrada. Ciertamente este autor puso su empeño en dotar a la Academia de San Fernando de
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una versión propia del tratado de Vitruvio que aspiraba a ser, a la vez, referencia ineludible para
cuantas obras se sometieran a su dictamen. Su plano del teatro de Sagunt constituye el inicio, luego
frustrado, de un proyecto a partir del que pretendía ilustrar la arquitectura romana, como bien se ve
en la triangulación del círculo de la orchestra, que supone un ejercicio de sello vitruviano repetido,
hasta la actualidad, por muchos de cuantos han estudiado éste u otro teatro latino. La ejecución de
maquetas a escala persigue, también, por su parte, el objetivo de crear modelos, siguiendo una práctica innovadora que se observa en las instituciones cultas de la época.
Distinto es el criterio de Laborde quien ilustra con grabados de corte más romántico, debidos a
manos expertas y refinadas, realizados a finales del siglo XVIII, tanto el paisaje como la perspectiva
del teatro de Sagunt, digno y predilecto edificio de la primera arqueología romana valenciana.
Antonio de Valcárcel Pío de Saboya (1748-1808), citado corrientemente por los valencianos
con el título de Conde de Lumiares –uno entre los muchos que ostentaba–, representa en esta
etapa la primera figura de sabio valenciano ilustrado y arqueólogo, convencido de la responsabilidad de recopilar y ordenar los documentos romanos legados por la antigüedad, sin la pretensión de crear una teoría como perseguía el debate sobre el teatro romano, sino como una noble
tarea, acorde con su relevancia social, de conjugar la historia y sus vestigios. Así lo prueba su disertación, prologada por Gregorio Mayans y Siscar, sobre los barros saguntinos, tan celebrados y estimados por los antiguos, monumentos dignos de aprecio, pero hasta ahora mirados con muy poca atención; por ellos sabemos las Familias que havía en Sagunto; el primor con que aquellos buenos ciudadanos
fomentaron las Fábricas, el modo con que signaban las piezas, y la excelencia de uno de los más célebres
Municipios de España en labrarlas, trabajo que lo convierte en ceramólogo avant la lettre. Para ello
no dudó en dotarse de un gabinete y en diagnosticar sobre el lugar la importancia de los yacimientos arqueológicos, adelantándose a su tiempo en el estudio de su ciudad natal, Alicante,
que identificó con Lucentum. Corresponsal de la Academia de la Historia, entregó a esta institu-
Plano del teatro romano de Sagunt realizado por Ortiz (1807).
En su trabajo se puede apreciar
la influencia de los cánones vitruvianos, que fueron adaptados a la configuración del teatro
saguntino.
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«Inscripciones y Antigüedades del Reino de Valencia» de D. Antonio Valcárcel Pío de Saboya ilustrada por
D. Antonio Delgado (1852) y lámina con capiteles procedentes de Sagunt.
El Conde de Lumiares representa la figura de sabio valenciano ilustrado y arqueólogo. Aunque su obra
estuvo acabada a principios del siglo XIX, no vió la luz hasta 1852. Su labor de recopilación dió como resultado una extensa documentación sobre las antigüedades romanas valencianas.
ción el original de sus Inscripciones y Antigüedades del Reino de Valencia en 1805, antes de los destrozos que supuso la Guerra de la Independencia, aunque el volumen, correctamente ilustrado
por el académico Antonio Delgado, no vio la luz hasta 1852.
Esta época asiste también a la creación de las primeras colecciones de rango institucional,
no estrictamente privadas, de piezas romanas valencianas. Destaca el Museo Arzobispal creado
en Valencia bajo el patrocinio del arzobispo Fabián y Fuero, en donde se depositaron los hallazgos de la villa del Puig, de la excavación de Puçol, así como algún mosaico sepulcral de Sagunt,
todo lo cual se dispersó, saqueó y, en definitiva, se perdió en el curso de la guerra de 1811. Parece que corrieron la misma suerte algunas antigüedades romanas que había en el Palacio Real
de Valencia.
Esta etapa de la historiografía, en el contexto español, otorga a los investigadores valencianos un
puesto de excelencia, a tenor de lo que la ciencia reclamaba del pasado romano en aquellos tiempos,
constituyendo una digna aportación historiográfica en la que, sin embargo, se evidencian marcadas
diferencias entre quienes tenían vinculación académica y quienes no la tenían, estando los primeros
integrados, casi sin excepción, en la jerarquía eclesiástica o en la aristocracia. La Academia de San
Carlos, creada en 1764, con su colección artística de la que formaban parte algunas piezas romanas,
fue un buen ejemplo de ello.
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AUTORES MODERNOS EN TORNO A LAS CIUDADES ROMANAS VALENCIANAS • CARMEN ARANEGUI
EL ORIGEN ROMANO DE LAS CIUDADES
A partir de las guerras napoleónicas la arqueología romana va a experimentar, por una parte, el
proceso de democratización que es patente, en general, en la cultura y, por otra, un cambio de objetivos, de acuerdo con la concepción de la historia propia del momento. Respecto al primer punto cabe
señalar que los autores de los estudios son ahora, en mayor medida, profesionales liberales vinculados,
de alguna manera, a nuevas instituciones, bien sea a los museos que surgen tras la desamortización, o
a sociedades modernas, libres de muchos de los anticuados prejuicios académicos, como las creadas al
amparo de las Sociedades Económicas de Amigos del País. En relación con los objetivos, el interés por
lo particular predomina ahora sobre aquella despótica obsesión dieciochesca por lo universal, de modo
que no puede extrañarnos que el siglo XIX sea, sobre todo, el siglo en el que los arqueólogos escriben la
historia de las ciudades, entendidas ahora en su proyección humana.
El proceso de desamortización de los bienes de la iglesia comienza en 1835 y pone en marcha la
recuperación de los fondos histórico-artísticos para hacerlos accesibles al público. Para evitar la
pérdida de inmuebles y obras de interés, se constituyen las Juntas Científico-Artísticas en todo el
país, a la vez que empiezan a plantearse los museos provinciales. La creación de un museo depositario de tales riquezas se inicia en Valencia muy pronto, puesto que en 1836 se destina el convento
del Carmen para este fin, poniéndolo en 1838 bajo la dirección de la Academia de San Carlos. Tal
museo se inauguró en 1839 y, en 1864, se constituyó en su seno el Museo de Antigüedades, ubicado
en la capilla de Nuestra Señora de la Vida del secularizado convento del Carmen. Con las Juntas
Provinciales de Monumentos en funcionamiento desde 1842, se crea el Museo del Colegio de
Santo Domingo de Orihuela con rango provincial para Alicante, y en 1845 el de Castellón, todos
ellos anteriores a la apertura al público del Museo Arqueológico Nacional, en 1867, entidad que
había funcionado previamente como gabinete.
Foto y dibujo de los Vasos de Vicarello. Ilustración de
los cuatro vasos Apolinares de plata que fueron hallados al norte de Roma, en una estación termal en 1852.
Son vasos en forma de miliario que llevan escrito el itinerario para ir desde Gades hasta las Termas de Apolo,
emplazadas en Vicarello. En ellos se mencionan los
puntos de paso situados en tierras valencianas así como
las distancias entre ellos (Roma, Museo Capitolino).
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Sin embargo las juntas, que en el caso de Valencia se mantuvieron hasta finales de siglo, no parecen haber desempeñado una labor arqueológica propiamente dicha, más allá de la recomendación a
las ciudades de catalogar sus bienes así como, en Sagunt, de cuidar de la protección del teatro y del
circo, como consta en el artículo 3º del acta de constitución de la sección tercera –arquitectura y arqueología– de la de Valencia, que dice:
…habiendo tenido ocasión de admirar en la antigua Sagunto, hoy Murviedro, la magnífica
obra del Anfiteatro (sic) y los restos del Circo: le ordeno al Alcalde para que con el celo que le
distingue se dedique constantemente a su conservación para que algunos paredones y arcos no
se arruinasen. 2º. Cómo se adquiriría la posesión de la huerta y edificio que ocupa el antiquísimo Circo. 3º. Qué cantidad sería necesaria así para la conservación del Anfiteatro (sic) como
para la del Circo: añadiendo si el presupuesto municipal de aquella villa podría comprender alguna partida para este objeto. Fdo. Miguel Antonio Camacho, a 28 de marzo de 1842
De ahí el interés de la aparición de otras asociaciones, como se desprende de la solicitud de creación de una sociedad arqueológica que velara por la conservación de las antigüedades hecha al gobernador de Valencia en 1853 por Vicente Boix (1813-1880), cronista de Valencia. Con respecto a Sagunt, destaca la concentración que el mismo Boix hiciera de inscripciones y fragmentos
arquitectónicos en el teatro hacia 1860, actuación que pone en entredicho tanto el papel del Museo
Provincial como la autoridad de las juntas y comisiones, que debían canalizar hacia el mismo los objetos pertinentes. Pero más graves que esta decisión, que favoreció la unidad del patrimonio arqueológico saguntino, fueron otras mediante las cuales salieron antigüedades hacia Madrid.
Mayor repercusión, pese a su corta vida, tuvo entre nosotros la creación de la Sociedad Arqueológica Valenciana (1871-1881) a instancias de miembros de la Sociedad Económica de Amigos del País,
porque agrupó a coleccionistas, aficionados e investigadores, unidos por el interés de conocer y divulgar el pasado que, si bien todavía era entendido, básicamente, a partir de lo romano, se amplió en
esta institución a las novedades de la prehistoria y al debate sobre el darwinismo, con una posición
progresista que destaca en el ambiente español.
Pero, pese a ello, parecía sobreentenderse que las ciudades con historia, en nuestro medio, eran
ciudades de origen romano, de modo que Valencia, Sagunt, Ilici (L’Alcúdia d’Elx) y Dénia merecieron la atención de los anticuarios más acreditados y es en sus respectivos estudios arqueológicos
donde descubrimos los mejores resultados de la investigación decimonónica en arqueología clásica.
E.A. Llobregat resumió la categoría de Aureliano Ibarra y Manzoni (1834-1890), miembro fundador de la Academia Española de Roma, en el prólogo de la edición de su Illici, su situación y antigüedades (1879) por parte del Instituto de Estudios Alicantinos de la Diputación de Alicante en 1981, con
las siguientes palabras:
…muchas son las razones de ello: su calidad y riqueza de información la primordial, pues,
junto con la Historia de Denia, del canónigo Roque Chabás, son los dos grandes monumentos
de la historia y arqueología alicantinas que se salvan dentro de la copiosa producción decimonónica por la calidad de su información y la escrupulosidad de su investigación. Obras ambas dignas del más elevado juicio como continuadoras de la tradición ilustrada…
Es ciertamente encomiable ver el trabajo invertido en documentar metódicamente textos, inscripciones, capiteles, monedas… para dar a la ciudad en donde se ha tenido la fortuna de ver la luz una
carta de presentación que eleva no sólo su rango sino también las acciones a las que están llamados sus
hijos, pues estos libros suelen incluir un capítulo con la relación de ilustres del lugar. Y, lo que es más
importante, obras como ésta destierran un recurso amparado en la ignorancia que vinculaba el origen
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AUTORES MODERNOS EN TORNO A LAS CIUDADES ROMANAS VALENCIANAS • CARMEN ARANEGUI
de las ciudades al diluvio universal y a los hijos de Noé, propio de
cronistas locales ajenos a la modernización de las fuentes históricas.
Roc Chabás (1844-1912) supone otro caso de ruptura con la falsa
tradición genealógica de la Diana Desenterrada de M.A. Palau (n.
1543), a favor del documento y no es accidental el nombre de la revista El Archivo fundada por el canónigo, incansable valedor de la
conservación del patrimonio arqueológico valenciano. Su Historia de
la ciudad de Denia de 1874 mantiene la identificación de Hemeroskopeion como germen de la ciudad romana, reuniendo cuantos documentos textuales y arqueológicos se conservan en el momento y
mostrándolos como pruebas de la tesis defendida que, si bien no ha
sido suscrita por la investigación contemporánea, no procede de una
lectura sesgada o inculta de todo tipo de fuentes.
▲
El caso de Antonio Chabret (1846-1907) es diferente. Por una
parte porque se trata de un médico culto que emprende el objetivo
de glosar la historia de su ciudad, que ha recuperado su antiguo
nombre según acuerdo de su ayuntamiento de 4 de mayo de 1863,
sin el prurito de vincularse a la tradición ilustrada, como bien se
desprende de las deficientes imágenes de su obra, y, por otra, porque Saguntum es una ciudad ibérica cuya relación con Roma pasa
por la guerra contra Cartago, y a finales del siglo XIX, más que los
estudios sobre sus grandes monumentos, que ya se habían hecho,
su atractivo bascula hacia la heroicidad, la resistencia y la nobleza
de sus gentes ibéricas, hasta el punto de convertirse en sinónimo
de esa hispanidad que se crece contra el invasor, tan ensalzada por
el casticismo popular tras las guerras napoleónicas. Siendo la ciu-
«Memorias de la Sociedad Arqueológica Valenciana» de 1876.
Esta sociedad, de apenas diez
años de vida (1871-1881), pretendía conocer y divulgar el pasado
desde una posición progresista.
Estos investigadores de finales
del siglo XIX, recopilaron y analizaron con gran exhaustividad los
datos sobre los vestigios romanos
de sus respectivas localidades.
▲
«Historia de la ciudad de Denia» de
D. Roque Chabas (1874), «Illici,
su situación y antigüedades» de
D. Aureliano Ibarra y Manzoni
(1879) y «Sagunto: Su Historia y
sus Monumentos» de D. Antonio
Chabret y Fraga (1888).
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
dad hispana con más referencias en los autores
clásicos, los textos sobre Sagunt son reiterativos hasta la saciedad en su temática sobre la
Segunda Guerra Púnica, principal, si no única,
razón de la atención que merece. De ello saca
partido Teodoro Llorente en el prólogo de la
obra de Chabret cuando escribe:
…los saguntinos, abandonados por los pueblos
comarcanos, envidiosos por su grandeza, abandonados también por la ingrata Roma, a cuya alianza lo
sacrifican todo; nos conmueven con su expectativa
ansiosa del esperado socorro, y nos indigna la llegada
de los mensajeros romanos, que en vez de auxilios
eficaces, no traen más que protestas inútiles, desoídas por el Senado de Cartago…
La expresión de juicios de valor es el método de narrar la historia, nada más lejos del
tratamiento de las fuentes promovido por los
ilustrados.
Estamos asistiendo a un cambio de mentalidad a favor de las raíces ibéricas de las señas de identidad valencianas, que tendrá su
repercusión en la asociación del topónimo Tyris de la Ora Maritima de Rufo Festo Avieno
Última restauración-rehabilitación del teatro romano de Sagunt.
con la ocupación inicial del solar de Valentia,
[Archivo SIP].
con tal de satisfacer una sensibilidad que reLas intervenciones realizadas en este teatro han sido numerosas y
muy diversas durante los siglos XIX y XX. Sin embargo, hasta el año
chaza el papel de la romanización en la confi1986 no se llevó a cabo una actuación global en todo el monumento.
guración cultural del País Valenciano y, al
postergarla, marca distancias con respecto a
otras regiones de España. Aunque esta posición ideológica apenas tiene resonancia, ni entre los historiadores ni entre los arqueólogos, goza de popularidad, sobre todo a partir de los descubrimientos
de finales del siglo XIX, y en especial de la Dama d’Elx en 1897, cuando se empieza a profesar una
admiración creciente hacia la cultura ibérica a lo ancho de toda la geografía valenciana.
Precisamente esa situación explica que a principios de los años sesenta un grupo de profesores e
investigadores replanteara la lectura de la fundación de Valencia con la excusa de su dos mil cien
aniversario. Las excavaciones de Tarradell en la entonces plaza de la Reina, las conferencias pronunciadas en el Ateneo Mercantil, los artículos editados en la revista Saitabi, que constituirían el primer
volumen de los Papeles del Laboratorio de Arqueología de la Universidad de Valencia, insisten en la fecha
del 138 a.C. como punto de partida de la ciudad, aplicando una lectura crítica tanto de los textos
como de las clases cerámicas que se repiten en las excavaciones urbanas de aquellos momentos. Las
colaboraciones de D. Fletcher, E. Pla, J. San Valero, G. Martín, A. Ubieto, E.A. Llobregat, J. Llorca, denotan la amplia voluntad de consenso que marca el inicio de la normalización en lo que a la arqueología romana valenciana se refiere, la cual se verá crecientemente nutrida por estudios epigráficos y
numismáticos y, más tarde, por memorias de excavaciones cuando, a partir de los años ochenta, se
multipliquen las intervenciones arqueológicas.
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