Las mujeres desde la antropología. Una revisión desde la producción etnográfica
Yolanda Aixelà Cabré
2008
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LASMUJERESDESDELAANTROPOLOGÍA
UNA REVISIÓN DESDE LA PRODUCCIÓN ETNOGRÁFICA
YOLANDA AIXELÀ
Universitat d’Alacant
Todas las sociedades parecen reconocer una categoría de personas
que se aproxima a lo que nosotros calificamos de “mujer”... La más
admirada, la “mujer” más típica, puede no ser la misma en todas partes.
SH. ARDENER (1978:43)
Introducción
La invisibilidad de las mujeres en las Ciencias Sociales ha sido notoria durante mucho tiempo. El impacto del Feminismo en las distintas disciplinas en los años setenta y, en nuestro caso, en la Antropología,
fue fundamental para revisar marcos teóricos y metodologías, premisas y conclusiones, cuestiones que
al reformularse permitían afirmar que las mujeres participaron directa o indirectamente, en mayor o menor
medida, en esferas sociales como la política, la económica, la familiar o la religiosa.
Y es que la Antropología fue una de las disciplinas que hizo más visible a las mujeres gracias a su
metodología: el trabajo de campo antropológico requería la observación constante de las sociedades que
se estudiaban y estaba acompañado por numerosas técnicas de anotación de los hechos observados.
Por ello, se puede afirmar que, a pesar de que el análisis de las mujeres no fue prioritario en la disciplina, sí se tomó buena nota de las actividades y responsabilidades de las mujeres, observaciones que permiten poner de manifiesto el reconocimiento social que éstas recibían y las tareas que éstas desarrollaban en sus contextos (tal como desarrollé en Aixelà 2003, 2005a).
Ese revisionismo en las teorías y en los métodos, favorecida por el Feminismo, ha permitido releer
trabajos etnográficos clásicos para recuperar y conocer la participación social de las mujeres. Al tiempo
se ha podido hacer patente la influencia del androcentrismo en algunas conclusiones. Como afirmó
Warren (1988:51): “los datos del trabajo de campo han sido vistos recientemente como textos que no
sólo revelan el marco en un momento interpretativo; por ello, el género se analiza no sólo como aquello
que contiene los procesos y las presuposiciones sino también las producciones del trabajo de campo”.
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Antropólogas de prestigio como Poewe (1981:v) vienen rechazando la universalidad de la preponderancia masculina: “la dominación masculina universal es una ilusión etnológica”. Otros antropólogos
como M. Harris (1987:79-80) rechazaron la base biológica de la construcción de los sexos siguiendo las
consignas feministas: “me inclino hacia el punto de vista del movimiento de liberación de la mujer que
sostiene que la «anatomía no es destino», dando a entender que las diferencias sexuales innatas no pueden explicar la distribución desigual de privilegios y poderes entre hombres y mujeres en las esferas
doméstica, económica y política”.
A continuación, presentamos algunos de los casos etnográficos en los que las mujeres ostentaron
influencia social en la esfera del parentesco, de la política, de la religión o de la economía, con el objetivo de hacer más visible al colectivo femenino.
Los casos destacados nos mostrarán que la construcción de género varía de un lugar a otro y que,
incluso, en aquellos contextos donde emerge una preponderancia masculina androcéntrica, las mujeres
han desarrollado diferentes estrategias sociales para ostentar poder o autoridad o para hacerse más visibles e influyentes socialmente.
Como se observará, buen número de los casos etnográficos donde se observa esa influencia de
las mujeres coinciden en ser grupos matrilineales (la filiación es transmitida por línea femenina). Este
hecho pone de manifiesto el interés por ahondar en estos grupos ya que, aunque las mujeres nunca
ostentaron el poder en solitario, se trataba de grupos en los que ese poder y autoridad era compartida,
de manera más o menos igualitaria, con los hombres. Se trata de poner de relieve que existieron sociedades con una visibilidad social similar entre los sexos denominadas de paralelismo sexual (Poewe), unisex (Geertz) o isogenéricas (Aixelà).
Las mujeres en la esfera del parentesco
Las mujeres han ostentado distintos reconocimientos sociales en la esfera del parentesco. Algunos relacionados con su influencia en la filiación (con preponderancia masculina, femenina o de ambas líneas de
parentesco), otros relacionados con la residencia del grupo (en la comunidad materna o paterna, entre
muchas otras) u otros con la importancia que recibía la maternidad en su contexto. De hecho, este es un
tema especialmente interesante tanto en los grupos patrilineales, como en los cognáticos y matrilineales.
En el caso de los grupos patrilineales hay numerosos trabajos que nos muestran que a pesar de que el
peso masculino sea mayor, las mujeres han podido gestar distintas estrategias para tener mayor influencia y visibilidad social (Abu-Lughod, 1988; Aixelà, 2000). En el caso de los grupos matrilineales y cognáticos porque éstos podrían haber favorecido la visibilidad femenina en tanto que la memoria genealógica y
el prestigio del grupo recaía en las mujeres o en ambos sexos, tal como afirmé en Aixelà (2005b)1.
1 Ralston (1988:80), historiadora, consideró que el impacto de Occidente fue negativo para las mujeres en la esfera del parentesco y en la social en general: “en tiempos previos al contacto, la importancia del parentesco en las sociedades polinésicas tenía un énfasis particular en el rol de las mujeres como
hijas, hermanas y tías, mientras como esposas y madres eran menos influyentes... En general, las mujeres no eran pensadas como débiles, dependientes, pasivas o con necesidad de protección”.
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Un primer ejemplo lo recuperamos a través de R. Lowie quien estudió distintos indios americanos entre
los que destacaron los crow, los iroqueses y los hopi. Una de las afirmaciones de Lowie (1972:63) más
importantes fue el reconocimiento simultáneo de la línea materna y paterna lo que conllevaba la visibilidad
femenina. Respecto a los indios pueblo, los jasi de Assam y los iroqueses, Lowie (1972) afirmaba que eran
grupos matrilineales donde las mujeres habían tenido derechos especiales o habían jugado un papel destacado en la vida pública. En el caso crow, Lowie (1984:81) afirmaba que “el reconocimiento institucional
del estatus de la esposa se evidencia en el hecho de que entre los crow ella comúnmente toma parte con
su marido en los rituales sagrados”. De hecho, ese protagonismo de las mujeres se había extendido a otras
esferas ya que Lowie (1963:61) añadía que las
mujeres crow tenían un lugar seguro en la vida tribal y una parte equitativa en sus compensaciones.
Esa participación pública y reconocimiento social
de las mujeres coincidía, en el caso de los iroqueses y de los pueblos, con el hecho de que, además de matrilineales, se trataba de grupos matrilocales (residencia en la comunidad de la esposa).
De hecho, para Lowie (1984:80) “la posición de
las mujeres era decididamente alta respecto a lo
que a menudo se asumía”. (Fig. 1)
Meyer Fortes estudió en profundidad los
tallensi y los ashanti de Ghana. Observó que en
ambos grupos la filiación, tanto patrilineal como
matrilineal, condicionaba las relaciones entre las
personas y entre los grupos y daba en el segundo
caso mayor reconocimiento social a las mujeres.
Pierre Bourdieu (1972) abordó cuestiones
relativas al parentesco entre los beréberes de la
Kabilia argelina (Fig. 2), con un trabajo que hizo
muy visible a las mujeres de este grupo y que
Fig. 1: Las mujeres naga disfrutan de una completa libertad sexual hasta el
nacimiento de su primer hijo, pero a partir de ese momento deben ir a vivir
con su esposo. Fuente:“ Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”.
Salvat Editores, S.A., Barcelona.
desmitificaba buena parte de los estereotipos
sobre mujeres árabes y beréberes. Destacó la importancia que tenían las diferencias que existían entre el
parentesco oficial (patrilineal) y el parentesco práctico (cognático). Este parentesco práctico cognático se
manifestaba cuando se realizaba un matrimonio de endogamia preferencial: creía que si se proponía que
el matrimonio con la hija del hermano del padre era el preferente (sobre todo entre los grupos árabes) era
porque se estaba reconociendo el parentesco que transmitían las mujeres (también Aixelà 2000, para el
caso marroquí). Por otro lado, también fue importante la constatación de Bourdieu (1972) respecto a la
capacidad de las mujeres beréberes de establecer pactos matrimoniales (también Aixelà 2000). Tal como
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señalaba, aún cuando este tipo de matrimonios concertados por mujeres pudiese ser “minoritario” y aparentemente siempre legitimado por los maridos, lo cierto es que su existencia ponía de relieve nuevos márgenes de acción femeninos. Para Bourdieu (1972:271) se trataba de matrimonios ordinarios, enlaces que,
mayoritariamente, eran protagonizados por las hijas.
Gottlieb (1990), en la línea de Bourdieu, se desmarcó de aquellos trabajos que, bajo la supuesta
preponderancia de la filiación patrilineal, negaban la influencia y el poder de las mujeres, considerando
que las nociones de polución femenina eran una metáfora de la marginalidad sociológica de las mujeres.
Gottlieb (1990:128) lo había observado entre los beng de Costa de Marfil.
También O. Journet (1985:31) afirmaba que entre los joola (diola) de Basse-Casamance de Senegal
(patrilineales y patrilocales) la autoridad
masculina sobre las esposas era relativa
y el poder de las mujeres recaía precisamente en su capacidad reproductiva.
Smedley (1980:355) observó también el importante papel de las mujeres
en la mediación entre parientes y en la
determinación de los mandos entre los
birom de Nigeria (de filiación cognática)
a pesar de haber una cierta preponderancia masculina en el sistema.
Por último, recuperar a Clastres y
Firth. Clastres (1981:249) otorgaba una
singular relevancia al papel de las mujeres desde la maternidad, ya que a pesar
de considerar que la obligación de las
mujeres “es asegurar la reproducción
Fig. 2: Las mujeres de los poblados beréberes son más libres que las mujeres árabes.
Fuente:“ Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”. Salvat Editores, S.A., Barcelona.
biológica y, aún más social, de la comunidad: las mujeres traen los niños al
mundo… La feminidad es la materni-
dad, en principio como función biológica, pero sobre todo como dominio sociológico ejercido sobre la producción de niños: depende exclusivamente de las mujeres que haya o no haya niños... es esto lo que asegura el dominio de las mujeres sobre la sociedad”. Por su parte, Firth (1961:110) creyó que entre los tikopia
las restricciones femeninas eran más aparentes que verdaderas: “A veces esas reglas tradicionales imponen
verdaderas inhabilitaciones a las mujeres, aunque eso frecuentemente, es más aparente que real. Cualquiera
sea, teóricamente, su posición social, una mujer ejerce, en la práctica, considerable influencia... Esas diferencias sociales entre uno y otro sexo -diferencias que se dan en todo tipo de sociedad humana- pueden referirse, en última instancia, a la situación biológica de la mujer en su condición de ser la que engendra hijos”.
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Las mujeres en la esfera política
Las mujeres han ostentado distinta influencia en la esfera política (Fig. 3). Dicha influencia podía expresarse en su poder, autoridad o liderazgo de órganos comunitarios. Para ilustrar esta cuestión vamos a
señalar distintos casos etnográficos en los que se relataba alguno de estos márgenes de acción, factores que permiten relativizar la supuesta subordinación femenina universal.
Fortes (1963:65) se refirió en numerosas ocasiones a los ashanti (matrilineales) en términos de
equidad: “el análisis genealógico muestra que la posición de jefe de la familia (fie panin) es clave para
la mayor parte de las características más importantes de la estructura doméstica. Ambos, hombres
y mujeres, ocupan esta posición y los ashanti defienden
que existe una completa igualdad entre ellos a este respecto”.
Firth (1961:128-129) había señalado que entre los
bemba de Zimbabwe, las mujeres, hijas y nietas podían ser
jefas tribales. De hecho, también Fortes había observado
como entre los ashanti cada jefe de poblado tomaba una
mujer de cierta edad que era designada por el consejo de
notables para dirigir la comunidad. En el caso ashanti este
poder y autoridad que tenían las mujeres akan también
había sido confirmado por Yakan (1995:70) quien constató
que las mujeres siempre habían participado de la estructura política.
Murdock (1945:207) destacaba también cómo entre los
haida de la Columbia Británica “la jefatura se hereda por línea
materna, tanto en la familia como en el clan. Los bienes, los
privilegios y la autoridad descienden en conjunto al pariente
más cercano -un hermano más joven o a falta de él el hijo
mayor de la hermana de más edad-. La mujer hereda la jefatura únicamente si no hay herederos varones”.
Por su parte, Claudot (1993:122) que había analizado la
Fig. 3: La tía de Dinizulu, “reina” de los zulúes en la última
década del siglo XX. Se calcula que como “precio de la
novia” o lobolo por lo menos ascendía a veinte vacas.
Fuente:“ Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”.
Salvat Editores, S.A., Barcelona.
influencia y los poderes que históricamente habían detentado las mujeres tuareg (grupo matrilineal) observó que las mujeres intervenían directamente en la gestión
de las tribus y las facciones. Claudot (1993:121) señalaba que la autonomía femenina tuareg estaba
garantizada además por sus bienes.
Cunnison (1960:297) también había observado que entre los matrilineales luapula el poder de la
esposa del jefe era tan claro que señalaba que podían romper la comunidad, y Mair (1984:74) también
había destacado la autoridad de las mujeres frente a los hombres entre los lele (de filiación matrilineal), lo
que Mair pensaba que provocaba en los maridos una polémica humillación.
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También destacando los deberes de los maridos hacia sus esposas se había declarado Colson
(1961:69) en el caso de los tonga: “el marido ejerce disciplina, sin embargo, sólo cuando su esposa falla
en sus deberes hacia él. En el resto de sus actividades, ella actúa libremente”. Por otro lado, Chilver y
Kaberry (1969:134) señalaban que la existencia de asociaciones lideradas por mujeres entre los tonga,
punto confirmado por Lebeuf (1960:113).
Por su parte, Alpers (1972:178) recordaba que aunque la jefatura de los yao no acostumbraba a recaer
sobre las mujeres, algunas de ellas eran advertidas de la próxima elección para conocer su opinión. Para
Mitchel, aunque habitualmente la autoridad recaía en los hombres, había casos en que eran las mujeres yao
las que ostentaban el poder y liderazgo de
la comunidad, aunque matizaba que si el
conflicto a resolver revestía gravedad podía
participar su hermano clasificatorio.
En el caso de los ohaffia recogido
por Nsugbe (1974:68) se explicitaba la
existencia de una asociación de mujeres,
llamada Ikpirikpe, que funcionaba al margen de la Umuaka que era el órgano político y ritual ostentado por hombres.
Desde la asociación de las mujeres era
posible modificar las decisiones tomadas
por el órgano masculino a través de distintos mecanismos de presión (Fig. 4). Para
Nsugbe (1974:68), los órganos comunitarios masculino y femenino, Umuaka y la
Ikpirikpe, estaban al mismo nivel. Así,
entre los ohaffia habían un reparto de
Fig. 4: Las mujeres teda son tan orgullosas como los hombres. Si un marido insulta
groseramente a su mujer en público, ésta puede desnudarse ante los presentes y
marcharse desdeñosamente. Fuente:“ Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”.
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poder entre los dos sexos.
Por su parte, Holy (1986:210) consideraba que los márgenes de poder de las
mujeres en el grupo toka (de descenden-
cia matrilineal) estaban claros ya que la sociedad tradicional confirmaba la centralidad femenina.
Las mujeres en la esfera de la religión
La visibilidad de las mujeres en la esfera religiosa ha sido menor que la que han obtenido en otras esferas sociales (Fig. 5). En general, los antropólogos constataron que sí mantenían cierta influencia en los
rituales o en la magia, si bien que, en aquellos lugares donde había impactado alguna de las religiones
monoteístas, su influencia se había visto muy limitada.
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Así, Lowie (1983:193-194) constataba que entre los crow, iroqueses o pueblo había mujeres magas
igual que hombres magos, lo que le permitía cuestionar que las mujeres estuviesen realmente excluidas
de las manifestaciones religiosas: “¿hasta qué punto esa incapacidad [religiosa] está basada en una
peculiaridad innata, hasta qué límites es debida a su entorno cultural específico?”.
Por su parte, Victor Turner (1980:4), estudioso de los ndembu de Zambia (matrilineales), destacaba
que era de las mujeres “de quienes depende la continuidad social de los poblados” (Fig. 6). Esa preponderancia femenina a través del parentesco, que constantemente explicitaba Turner (1980:23) creía que
“más que cualquier otro principio de la organización social, la matrilinealidad confiere orden y estructura a
la vida social ndembu”. Turner (1980:63) explicaba cómo las mujeres ndembu utilizaban el ritual de la
pubertad ya que éste “asegura que aunque la matrilinealidad se vea constantemente desafiada por otros
principios y otras tendencias [patrilocalidad,
tensiones
entre
sexos,
ambos escenificados ante el árbol de
la leche], persiste pese a ellos y triunfa sobre ellos”.
C. Geertz (1987:343) señalaba
que para los balineses “la diferenciación sexual está culturalmente en
extremo borrada, pues la mayor parte
de las actividades formales e informales comprenden la participación de
hombres y mujeres en pie de igualdad, y generalmente esa actividad se
ejerce en parejas. Desde la religión
hasta la política, la economía, la vestimenta, Bali es más bien una sociedad
unisex,
circunstancia
claramente
Fig. 5: Algunas sacerdotisas y una avlesi, comediante tocada con un sombrero, bailan en la
fiesta de una boda. Fuente:“ Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”. Salvat Editores,
S.A., Barcelona.
expresada por sus usanzas y su simbolismo. Aún en contextos donde las mujeres no representan en realidad un gran papel -la música, la
pintura, ciertas actividades agrícolas- su ausencia, que en todo caso es sólo relativa, es más una cuestión circunstancial que un hecho impuesto por la sociedad”.
Entre los ohaffia de Nsugbe (1974:19) numerosos ritos eran protagonizados por mujeres: “hay
casos de tradiciones entre los Ohaffia en los que el papel que las mujeres toma relevancia en la fundación de las comunidades y linajes. Este hecho es conocido y ritualizado año tras año. En el pueblo de
Amuma, por ejemplo, hay un rito anual en memoria de la fundación del pueblo. En éste el líder del ritual
es una mujer “.
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Las mujeres en la esfera económica
La participación de las mujeres en la esfera económica se ha hecho evidente en la mayoría de las sociedades. Ellas, junto con los hombres, han garantizado la supervivencia del grupo con las numerosas
tareas que realizaban tanto en economías de subsistencia como en las economías de mercado.
Ciertamente, no siempre han podido utilizar los recursos obtenidos bajo sus propios criterios, ni tampoco su trabajo ha recibido el prestigio social que merecía. No obstante, es importante destacar algunas
de sus numerosas labores a la economía del grupo y, por supuesto, algunos de los casos donde sus
tareas fueron reconocidas socialmente.
Fue Polanyi con su clasificación de las economías (de la más rudimentaria que se basaba en la reciprocidad hasta la más compleja basada en la economía de mercado) quien plantearía que había sido el
Estado y, sobre todo, el impacto de la colonización el que había generado las diferencias
de sexo en numerosas sociedades, tal como
distintas antropólogas, tras el impacto del
Feminismo, pondrían de relieve (Sacks,
Boserup, Stoler, entre otras).
Por su parte, Lowie (1972:61) había destacado en los casos iroqués, pueblo y navaho,
que no se podía afirmar que las mujeres fueran siempre esclavas del trabajo en las sociedades “primitivas” porque decía que “la distribución de tareas es bastante igualitaria”.
Para rechazar estos juicios de valor,
Herskovits (1952:75-76) puso el ejemplo de las
Fig. 6: Estas mujeres bakalé, de la zona del río Ngounié, Gabón, han hecho
una medicina a base de cortezas de árboles aromáticos, para prevenirse de
los malos espíritus que provocan la esterilidad de la tribu. Fuente:“ Pueblos de
la tierra. Razas, ritos y costumbres”. Salvat Editores, S.A., Barcelona.
mujeres de Dahomey, donde destacó la importante participación de éstas en la esfera social y
doméstica e, incluso, su independencia económica: “las mujeres, que venden mercancías en
el mercado o hacen cacharros o cuidan las
huertas, contribuyen a su sostén... (Fig. 7) Como las ganancias de una mujer son suyas y puede disponer
de ellas, y como las mujeres, como comerciantes en el mercado, gozan de elevada posición económica...
hay un apreciable número de ellas que disponen de medios abundantes”. Para Herskovits (1937:340) “la
mujer se respeta, no sólo por los miembros de su propio entorno sino por los dahomey en general.
Habitualmente ella es rica y según el número de personas que estén bajo su control, poderosa, mientras
que, como cualquier otro dahomey que puede controlar recursos y personas, carece de prestigio”.
También Douglas (1963:52) destacó las prebendas que disfrutaban las mujeres lele en el marco
económico, como por ejemplo la libertad con la que las mujeres podían distribuir algunos alimentos:
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“Cada mujer casada controlaba sus propias provisiones de grano. Ella podía darlas como desease”. De
hecho Douglas (1963:33) señaló la existencia de una división del trabajo según sexo entre los lele “los
diferentes trabajos entre hombres y mujeres les hacen dependientes a los unos de los otros”. (Fig. 8)
También Heusch (1980:30) destacó los numerosos trabajos que realizaban las mujeres tonga: “la
mayoría de los trabajos agrícolas, como siempre, recaen en las espaldas de las mujeres “.
Terray (1977:129-130) también había observado que las mujeres del país kulango y abron, a pesar de
establecer que “existe innegablemente dominación de los hombres sobre las mujeres y explotación del trabajo femenino”, en su caso concreto “la división del trabajo entre los sexos realiza una distribución de las
tareas más equilibrada... Las mujeres pueden vender, para su provecho, el excedente de su producción.
Los bienes dejados por una mujer son heredados por su hermana uterina, por su hija o por la hija de su hermana... Las mujeres y, en particular,
las ancianas son consultadas regularmente y ejercen sobre las decisiones
una influencia discreta, pero considerable. Por otra parte, los «asuntos de
mujeres» son dirimidos por las mujeres... En resumen, en el país abron y
en el país kulango, las mujeres disfrutan de una autonomía relativa, favorecida además por la regla de residencia
paralela y la tendencia a la endogamia
de aldea... También encontramos esta
relativa autonomía en el plano político,
como se ve por el lugar asignado a las
reinas en la organización del Estado
abron”.
Fig. 7: Venta de escalonias, conocidas localmente como sabala, en un mercado de Angola.
Despreciado por los hombres, el comercio es tarea exclusiva de las mujeres. Fuente:
“Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”. Salvat Editores, S.A., Barcelona.
Conclusiones
La invisibilidad de las mujeres en las sociedades ha sido una constante que llevó a numerosos investigadores a señalar que la subordinación femenina era universal. No obstante, esta afirmación debe ser matizada. En primer lugar, porque, como hemos observado, hay numerosos casos etnográficos que
demuestran que las mujeres tenían reconocimiento y prestigio social en sus sociedades. En segundo
lugar, porque probablemente estas aseveraciones vinieron sesgadas por una mirada androcéntrica que
había ahondado en las teorías antropológicas.
Cabe decir que es del todo necesario destacar que las mujeres han generado sus propias estrategias sociales para influir socialmente tanto en contextos adversos, con mayor preponderancia masculina, como en contextos propicios, donde ellas compartían las responsabilidades con los hombres.
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Por otro lado, el impacto de algunos procesos androcéntricos ha sido muy negativo en aquellos
contextos donde las mujeres tenían una visibilidad social notable. Ese es el caso del impacto de la colonización, de las religiones monoteístas y de la construcción de los Estado-nación en la categorización
sexual de los grupos de filiación matrilineal y cognática dado que, en estos grupos, la posibilidad de que
las mujeres ostentaran poder, autoridad y/o liderazgo de órganos comunitarios junto con los hombres,
fue menor, cuando no, rechazada. Así, la influencia de la colonización en los grupos de filiación matrilineal se expresó en tanto que su categorización sexual se establecía en términos jerárquicos y desiguales: por ejemplo, la resolución de ciertos conflictos y la propia gestión colonial pasó en numerosas ocasiones por la interlocución de los colonizadores (hombres) con unos órganos comunitarios que podían
estar ocupados por mujeres (por ejemplo, el caso ashanti), lo que de alguna manera influyó en una masculinización impuesta por los administradores. Referente al androcentrismo monoteísta, cabe destacar
que distintas investigaciones pusieron
de manifiesto el impacto que pudo
tener ese sesgo de género en los
grupos de filiación matrilineal: la visibilidad femenina se veía mermada a
favor de la masculina. Por último, la
construcción de los Estado-nación se
edificó sobre una perspectiva masculina y androcéntrica que también
podía suponer la pérdida de visibilidad por parte de un colectivo femenino que hasta entonces había acapaFig. 8: Los dongo observan una rígida división del trabajo. Las mujeres tienen a su cargo la
elaboración de los objetos de barro cocido. Fuente: “Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”. Salvat Editores, S.A., Barcelona.
rado poder y prestigio social. El
impacto de estos dos últimos procesos se percibe con claridad en la Isla
de Mafia (Tanzania) donde Caplan
(1984:42) constató la posterior pérdida de poderes femeninos tras el establecimiento del Estado y del
impacto de la islamización.
En cualquier caso, la revisión planteada pretende continuar la labor que numerosos antropólogos
iniciaron en el reconocimiento del prestigio e influencia que distintas mujeres han venido ostentando en
sus respectivos contextos sociales.
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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LASMUJERESDESDELAANTROPOLOGÍA
UNA REVISIÓN DESDE LA PRODUCCIÓN ETNOGRÁFICA
YOLANDA AIXELÀ
Universitat d’Alacant
Todas las sociedades parecen reconocer una categoría de personas
que se aproxima a lo que nosotros calificamos de “mujer”... La más
admirada, la “mujer” más típica, puede no ser la misma en todas partes.
SH. ARDENER (1978:43)
Introducción
La invisibilidad de las mujeres en las Ciencias Sociales ha sido notoria durante mucho tiempo. El impacto del Feminismo en las distintas disciplinas en los años setenta y, en nuestro caso, en la Antropología,
fue fundamental para revisar marcos teóricos y metodologías, premisas y conclusiones, cuestiones que
al reformularse permitían afirmar que las mujeres participaron directa o indirectamente, en mayor o menor
medida, en esferas sociales como la política, la económica, la familiar o la religiosa.
Y es que la Antropología fue una de las disciplinas que hizo más visible a las mujeres gracias a su
metodología: el trabajo de campo antropológico requería la observación constante de las sociedades que
se estudiaban y estaba acompañado por numerosas técnicas de anotación de los hechos observados.
Por ello, se puede afirmar que, a pesar de que el análisis de las mujeres no fue prioritario en la disciplina, sí se tomó buena nota de las actividades y responsabilidades de las mujeres, observaciones que permiten poner de manifiesto el reconocimiento social que éstas recibían y las tareas que éstas desarrollaban en sus contextos (tal como desarrollé en Aixelà 2003, 2005a).
Ese revisionismo en las teorías y en los métodos, favorecida por el Feminismo, ha permitido releer
trabajos etnográficos clásicos para recuperar y conocer la participación social de las mujeres. Al tiempo
se ha podido hacer patente la influencia del androcentrismo en algunas conclusiones. Como afirmó
Warren (1988:51): “los datos del trabajo de campo han sido vistos recientemente como textos que no
sólo revelan el marco en un momento interpretativo; por ello, el género se analiza no sólo como aquello
que contiene los procesos y las presuposiciones sino también las producciones del trabajo de campo”.
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Antropólogas de prestigio como Poewe (1981:v) vienen rechazando la universalidad de la preponderancia masculina: “la dominación masculina universal es una ilusión etnológica”. Otros antropólogos
como M. Harris (1987:79-80) rechazaron la base biológica de la construcción de los sexos siguiendo las
consignas feministas: “me inclino hacia el punto de vista del movimiento de liberación de la mujer que
sostiene que la «anatomía no es destino», dando a entender que las diferencias sexuales innatas no pueden explicar la distribución desigual de privilegios y poderes entre hombres y mujeres en las esferas
doméstica, económica y política”.
A continuación, presentamos algunos de los casos etnográficos en los que las mujeres ostentaron
influencia social en la esfera del parentesco, de la política, de la religión o de la economía, con el objetivo de hacer más visible al colectivo femenino.
Los casos destacados nos mostrarán que la construcción de género varía de un lugar a otro y que,
incluso, en aquellos contextos donde emerge una preponderancia masculina androcéntrica, las mujeres
han desarrollado diferentes estrategias sociales para ostentar poder o autoridad o para hacerse más visibles e influyentes socialmente.
Como se observará, buen número de los casos etnográficos donde se observa esa influencia de
las mujeres coinciden en ser grupos matrilineales (la filiación es transmitida por línea femenina). Este
hecho pone de manifiesto el interés por ahondar en estos grupos ya que, aunque las mujeres nunca
ostentaron el poder en solitario, se trataba de grupos en los que ese poder y autoridad era compartida,
de manera más o menos igualitaria, con los hombres. Se trata de poner de relieve que existieron sociedades con una visibilidad social similar entre los sexos denominadas de paralelismo sexual (Poewe), unisex (Geertz) o isogenéricas (Aixelà).
Las mujeres en la esfera del parentesco
Las mujeres han ostentado distintos reconocimientos sociales en la esfera del parentesco. Algunos relacionados con su influencia en la filiación (con preponderancia masculina, femenina o de ambas líneas de
parentesco), otros relacionados con la residencia del grupo (en la comunidad materna o paterna, entre
muchas otras) u otros con la importancia que recibía la maternidad en su contexto. De hecho, este es un
tema especialmente interesante tanto en los grupos patrilineales, como en los cognáticos y matrilineales.
En el caso de los grupos patrilineales hay numerosos trabajos que nos muestran que a pesar de que el
peso masculino sea mayor, las mujeres han podido gestar distintas estrategias para tener mayor influencia y visibilidad social (Abu-Lughod, 1988; Aixelà, 2000). En el caso de los grupos matrilineales y cognáticos porque éstos podrían haber favorecido la visibilidad femenina en tanto que la memoria genealógica y
el prestigio del grupo recaía en las mujeres o en ambos sexos, tal como afirmé en Aixelà (2005b)1.
1 Ralston (1988:80), historiadora, consideró que el impacto de Occidente fue negativo para las mujeres en la esfera del parentesco y en la social en general: “en tiempos previos al contacto, la importancia del parentesco en las sociedades polinésicas tenía un énfasis particular en el rol de las mujeres como
hijas, hermanas y tías, mientras como esposas y madres eran menos influyentes... En general, las mujeres no eran pensadas como débiles, dependientes, pasivas o con necesidad de protección”.
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Un primer ejemplo lo recuperamos a través de R. Lowie quien estudió distintos indios americanos entre
los que destacaron los crow, los iroqueses y los hopi. Una de las afirmaciones de Lowie (1972:63) más
importantes fue el reconocimiento simultáneo de la línea materna y paterna lo que conllevaba la visibilidad
femenina. Respecto a los indios pueblo, los jasi de Assam y los iroqueses, Lowie (1972) afirmaba que eran
grupos matrilineales donde las mujeres habían tenido derechos especiales o habían jugado un papel destacado en la vida pública. En el caso crow, Lowie (1984:81) afirmaba que “el reconocimiento institucional
del estatus de la esposa se evidencia en el hecho de que entre los crow ella comúnmente toma parte con
su marido en los rituales sagrados”. De hecho, ese protagonismo de las mujeres se había extendido a otras
esferas ya que Lowie (1963:61) añadía que las
mujeres crow tenían un lugar seguro en la vida tribal y una parte equitativa en sus compensaciones.
Esa participación pública y reconocimiento social
de las mujeres coincidía, en el caso de los iroqueses y de los pueblos, con el hecho de que, además de matrilineales, se trataba de grupos matrilocales (residencia en la comunidad de la esposa).
De hecho, para Lowie (1984:80) “la posición de
las mujeres era decididamente alta respecto a lo
que a menudo se asumía”. (Fig. 1)
Meyer Fortes estudió en profundidad los
tallensi y los ashanti de Ghana. Observó que en
ambos grupos la filiación, tanto patrilineal como
matrilineal, condicionaba las relaciones entre las
personas y entre los grupos y daba en el segundo
caso mayor reconocimiento social a las mujeres.
Pierre Bourdieu (1972) abordó cuestiones
relativas al parentesco entre los beréberes de la
Kabilia argelina (Fig. 2), con un trabajo que hizo
muy visible a las mujeres de este grupo y que
Fig. 1: Las mujeres naga disfrutan de una completa libertad sexual hasta el
nacimiento de su primer hijo, pero a partir de ese momento deben ir a vivir
con su esposo. Fuente:“ Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”.
Salvat Editores, S.A., Barcelona.
desmitificaba buena parte de los estereotipos
sobre mujeres árabes y beréberes. Destacó la importancia que tenían las diferencias que existían entre el
parentesco oficial (patrilineal) y el parentesco práctico (cognático). Este parentesco práctico cognático se
manifestaba cuando se realizaba un matrimonio de endogamia preferencial: creía que si se proponía que
el matrimonio con la hija del hermano del padre era el preferente (sobre todo entre los grupos árabes) era
porque se estaba reconociendo el parentesco que transmitían las mujeres (también Aixelà 2000, para el
caso marroquí). Por otro lado, también fue importante la constatación de Bourdieu (1972) respecto a la
capacidad de las mujeres beréberes de establecer pactos matrimoniales (también Aixelà 2000). Tal como
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señalaba, aún cuando este tipo de matrimonios concertados por mujeres pudiese ser “minoritario” y aparentemente siempre legitimado por los maridos, lo cierto es que su existencia ponía de relieve nuevos márgenes de acción femeninos. Para Bourdieu (1972:271) se trataba de matrimonios ordinarios, enlaces que,
mayoritariamente, eran protagonizados por las hijas.
Gottlieb (1990), en la línea de Bourdieu, se desmarcó de aquellos trabajos que, bajo la supuesta
preponderancia de la filiación patrilineal, negaban la influencia y el poder de las mujeres, considerando
que las nociones de polución femenina eran una metáfora de la marginalidad sociológica de las mujeres.
Gottlieb (1990:128) lo había observado entre los beng de Costa de Marfil.
También O. Journet (1985:31) afirmaba que entre los joola (diola) de Basse-Casamance de Senegal
(patrilineales y patrilocales) la autoridad
masculina sobre las esposas era relativa
y el poder de las mujeres recaía precisamente en su capacidad reproductiva.
Smedley (1980:355) observó también el importante papel de las mujeres
en la mediación entre parientes y en la
determinación de los mandos entre los
birom de Nigeria (de filiación cognática)
a pesar de haber una cierta preponderancia masculina en el sistema.
Por último, recuperar a Clastres y
Firth. Clastres (1981:249) otorgaba una
singular relevancia al papel de las mujeres desde la maternidad, ya que a pesar
de considerar que la obligación de las
mujeres “es asegurar la reproducción
Fig. 2: Las mujeres de los poblados beréberes son más libres que las mujeres árabes.
Fuente:“ Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”. Salvat Editores, S.A., Barcelona.
biológica y, aún más social, de la comunidad: las mujeres traen los niños al
mundo… La feminidad es la materni-
dad, en principio como función biológica, pero sobre todo como dominio sociológico ejercido sobre la producción de niños: depende exclusivamente de las mujeres que haya o no haya niños... es esto lo que asegura el dominio de las mujeres sobre la sociedad”. Por su parte, Firth (1961:110) creyó que entre los tikopia
las restricciones femeninas eran más aparentes que verdaderas: “A veces esas reglas tradicionales imponen
verdaderas inhabilitaciones a las mujeres, aunque eso frecuentemente, es más aparente que real. Cualquiera
sea, teóricamente, su posición social, una mujer ejerce, en la práctica, considerable influencia... Esas diferencias sociales entre uno y otro sexo -diferencias que se dan en todo tipo de sociedad humana- pueden referirse, en última instancia, a la situación biológica de la mujer en su condición de ser la que engendra hijos”.
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Las mujeres en la esfera política
Las mujeres han ostentado distinta influencia en la esfera política (Fig. 3). Dicha influencia podía expresarse en su poder, autoridad o liderazgo de órganos comunitarios. Para ilustrar esta cuestión vamos a
señalar distintos casos etnográficos en los que se relataba alguno de estos márgenes de acción, factores que permiten relativizar la supuesta subordinación femenina universal.
Fortes (1963:65) se refirió en numerosas ocasiones a los ashanti (matrilineales) en términos de
equidad: “el análisis genealógico muestra que la posición de jefe de la familia (fie panin) es clave para
la mayor parte de las características más importantes de la estructura doméstica. Ambos, hombres
y mujeres, ocupan esta posición y los ashanti defienden
que existe una completa igualdad entre ellos a este respecto”.
Firth (1961:128-129) había señalado que entre los
bemba de Zimbabwe, las mujeres, hijas y nietas podían ser
jefas tribales. De hecho, también Fortes había observado
como entre los ashanti cada jefe de poblado tomaba una
mujer de cierta edad que era designada por el consejo de
notables para dirigir la comunidad. En el caso ashanti este
poder y autoridad que tenían las mujeres akan también
había sido confirmado por Yakan (1995:70) quien constató
que las mujeres siempre habían participado de la estructura política.
Murdock (1945:207) destacaba también cómo entre los
haida de la Columbia Británica “la jefatura se hereda por línea
materna, tanto en la familia como en el clan. Los bienes, los
privilegios y la autoridad descienden en conjunto al pariente
más cercano -un hermano más joven o a falta de él el hijo
mayor de la hermana de más edad-. La mujer hereda la jefatura únicamente si no hay herederos varones”.
Por su parte, Claudot (1993:122) que había analizado la
Fig. 3: La tía de Dinizulu, “reina” de los zulúes en la última
década del siglo XX. Se calcula que como “precio de la
novia” o lobolo por lo menos ascendía a veinte vacas.
Fuente:“ Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”.
Salvat Editores, S.A., Barcelona.
influencia y los poderes que históricamente habían detentado las mujeres tuareg (grupo matrilineal) observó que las mujeres intervenían directamente en la gestión
de las tribus y las facciones. Claudot (1993:121) señalaba que la autonomía femenina tuareg estaba
garantizada además por sus bienes.
Cunnison (1960:297) también había observado que entre los matrilineales luapula el poder de la
esposa del jefe era tan claro que señalaba que podían romper la comunidad, y Mair (1984:74) también
había destacado la autoridad de las mujeres frente a los hombres entre los lele (de filiación matrilineal), lo
que Mair pensaba que provocaba en los maridos una polémica humillación.
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También destacando los deberes de los maridos hacia sus esposas se había declarado Colson
(1961:69) en el caso de los tonga: “el marido ejerce disciplina, sin embargo, sólo cuando su esposa falla
en sus deberes hacia él. En el resto de sus actividades, ella actúa libremente”. Por otro lado, Chilver y
Kaberry (1969:134) señalaban que la existencia de asociaciones lideradas por mujeres entre los tonga,
punto confirmado por Lebeuf (1960:113).
Por su parte, Alpers (1972:178) recordaba que aunque la jefatura de los yao no acostumbraba a recaer
sobre las mujeres, algunas de ellas eran advertidas de la próxima elección para conocer su opinión. Para
Mitchel, aunque habitualmente la autoridad recaía en los hombres, había casos en que eran las mujeres yao
las que ostentaban el poder y liderazgo de
la comunidad, aunque matizaba que si el
conflicto a resolver revestía gravedad podía
participar su hermano clasificatorio.
En el caso de los ohaffia recogido
por Nsugbe (1974:68) se explicitaba la
existencia de una asociación de mujeres,
llamada Ikpirikpe, que funcionaba al margen de la Umuaka que era el órgano político y ritual ostentado por hombres.
Desde la asociación de las mujeres era
posible modificar las decisiones tomadas
por el órgano masculino a través de distintos mecanismos de presión (Fig. 4). Para
Nsugbe (1974:68), los órganos comunitarios masculino y femenino, Umuaka y la
Ikpirikpe, estaban al mismo nivel. Así,
entre los ohaffia habían un reparto de
Fig. 4: Las mujeres teda son tan orgullosas como los hombres. Si un marido insulta
groseramente a su mujer en público, ésta puede desnudarse ante los presentes y
marcharse desdeñosamente. Fuente:“ Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”.
Salvat Editores, S.A., Barcelona.
poder entre los dos sexos.
Por su parte, Holy (1986:210) consideraba que los márgenes de poder de las
mujeres en el grupo toka (de descenden-
cia matrilineal) estaban claros ya que la sociedad tradicional confirmaba la centralidad femenina.
Las mujeres en la esfera de la religión
La visibilidad de las mujeres en la esfera religiosa ha sido menor que la que han obtenido en otras esferas sociales (Fig. 5). En general, los antropólogos constataron que sí mantenían cierta influencia en los
rituales o en la magia, si bien que, en aquellos lugares donde había impactado alguna de las religiones
monoteístas, su influencia se había visto muy limitada.
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Así, Lowie (1983:193-194) constataba que entre los crow, iroqueses o pueblo había mujeres magas
igual que hombres magos, lo que le permitía cuestionar que las mujeres estuviesen realmente excluidas
de las manifestaciones religiosas: “¿hasta qué punto esa incapacidad [religiosa] está basada en una
peculiaridad innata, hasta qué límites es debida a su entorno cultural específico?”.
Por su parte, Victor Turner (1980:4), estudioso de los ndembu de Zambia (matrilineales), destacaba
que era de las mujeres “de quienes depende la continuidad social de los poblados” (Fig. 6). Esa preponderancia femenina a través del parentesco, que constantemente explicitaba Turner (1980:23) creía que
“más que cualquier otro principio de la organización social, la matrilinealidad confiere orden y estructura a
la vida social ndembu”. Turner (1980:63) explicaba cómo las mujeres ndembu utilizaban el ritual de la
pubertad ya que éste “asegura que aunque la matrilinealidad se vea constantemente desafiada por otros
principios y otras tendencias [patrilocalidad,
tensiones
entre
sexos,
ambos escenificados ante el árbol de
la leche], persiste pese a ellos y triunfa sobre ellos”.
C. Geertz (1987:343) señalaba
que para los balineses “la diferenciación sexual está culturalmente en
extremo borrada, pues la mayor parte
de las actividades formales e informales comprenden la participación de
hombres y mujeres en pie de igualdad, y generalmente esa actividad se
ejerce en parejas. Desde la religión
hasta la política, la economía, la vestimenta, Bali es más bien una sociedad
unisex,
circunstancia
claramente
Fig. 5: Algunas sacerdotisas y una avlesi, comediante tocada con un sombrero, bailan en la
fiesta de una boda. Fuente:“ Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”. Salvat Editores,
S.A., Barcelona.
expresada por sus usanzas y su simbolismo. Aún en contextos donde las mujeres no representan en realidad un gran papel -la música, la
pintura, ciertas actividades agrícolas- su ausencia, que en todo caso es sólo relativa, es más una cuestión circunstancial que un hecho impuesto por la sociedad”.
Entre los ohaffia de Nsugbe (1974:19) numerosos ritos eran protagonizados por mujeres: “hay
casos de tradiciones entre los Ohaffia en los que el papel que las mujeres toma relevancia en la fundación de las comunidades y linajes. Este hecho es conocido y ritualizado año tras año. En el pueblo de
Amuma, por ejemplo, hay un rito anual en memoria de la fundación del pueblo. En éste el líder del ritual
es una mujer “.
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Las mujeres en la esfera económica
La participación de las mujeres en la esfera económica se ha hecho evidente en la mayoría de las sociedades. Ellas, junto con los hombres, han garantizado la supervivencia del grupo con las numerosas
tareas que realizaban tanto en economías de subsistencia como en las economías de mercado.
Ciertamente, no siempre han podido utilizar los recursos obtenidos bajo sus propios criterios, ni tampoco su trabajo ha recibido el prestigio social que merecía. No obstante, es importante destacar algunas
de sus numerosas labores a la economía del grupo y, por supuesto, algunos de los casos donde sus
tareas fueron reconocidas socialmente.
Fue Polanyi con su clasificación de las economías (de la más rudimentaria que se basaba en la reciprocidad hasta la más compleja basada en la economía de mercado) quien plantearía que había sido el
Estado y, sobre todo, el impacto de la colonización el que había generado las diferencias
de sexo en numerosas sociedades, tal como
distintas antropólogas, tras el impacto del
Feminismo, pondrían de relieve (Sacks,
Boserup, Stoler, entre otras).
Por su parte, Lowie (1972:61) había destacado en los casos iroqués, pueblo y navaho,
que no se podía afirmar que las mujeres fueran siempre esclavas del trabajo en las sociedades “primitivas” porque decía que “la distribución de tareas es bastante igualitaria”.
Para rechazar estos juicios de valor,
Herskovits (1952:75-76) puso el ejemplo de las
Fig. 6: Estas mujeres bakalé, de la zona del río Ngounié, Gabón, han hecho
una medicina a base de cortezas de árboles aromáticos, para prevenirse de
los malos espíritus que provocan la esterilidad de la tribu. Fuente:“ Pueblos de
la tierra. Razas, ritos y costumbres”. Salvat Editores, S.A., Barcelona.
mujeres de Dahomey, donde destacó la importante participación de éstas en la esfera social y
doméstica e, incluso, su independencia económica: “las mujeres, que venden mercancías en
el mercado o hacen cacharros o cuidan las
huertas, contribuyen a su sostén... (Fig. 7) Como las ganancias de una mujer son suyas y puede disponer
de ellas, y como las mujeres, como comerciantes en el mercado, gozan de elevada posición económica...
hay un apreciable número de ellas que disponen de medios abundantes”. Para Herskovits (1937:340) “la
mujer se respeta, no sólo por los miembros de su propio entorno sino por los dahomey en general.
Habitualmente ella es rica y según el número de personas que estén bajo su control, poderosa, mientras
que, como cualquier otro dahomey que puede controlar recursos y personas, carece de prestigio”.
También Douglas (1963:52) destacó las prebendas que disfrutaban las mujeres lele en el marco
económico, como por ejemplo la libertad con la que las mujeres podían distribuir algunos alimentos:
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“Cada mujer casada controlaba sus propias provisiones de grano. Ella podía darlas como desease”. De
hecho Douglas (1963:33) señaló la existencia de una división del trabajo según sexo entre los lele “los
diferentes trabajos entre hombres y mujeres les hacen dependientes a los unos de los otros”. (Fig. 8)
También Heusch (1980:30) destacó los numerosos trabajos que realizaban las mujeres tonga: “la
mayoría de los trabajos agrícolas, como siempre, recaen en las espaldas de las mujeres “.
Terray (1977:129-130) también había observado que las mujeres del país kulango y abron, a pesar de
establecer que “existe innegablemente dominación de los hombres sobre las mujeres y explotación del trabajo femenino”, en su caso concreto “la división del trabajo entre los sexos realiza una distribución de las
tareas más equilibrada... Las mujeres pueden vender, para su provecho, el excedente de su producción.
Los bienes dejados por una mujer son heredados por su hermana uterina, por su hija o por la hija de su hermana... Las mujeres y, en particular,
las ancianas son consultadas regularmente y ejercen sobre las decisiones
una influencia discreta, pero considerable. Por otra parte, los «asuntos de
mujeres» son dirimidos por las mujeres... En resumen, en el país abron y
en el país kulango, las mujeres disfrutan de una autonomía relativa, favorecida además por la regla de residencia
paralela y la tendencia a la endogamia
de aldea... También encontramos esta
relativa autonomía en el plano político,
como se ve por el lugar asignado a las
reinas en la organización del Estado
abron”.
Fig. 7: Venta de escalonias, conocidas localmente como sabala, en un mercado de Angola.
Despreciado por los hombres, el comercio es tarea exclusiva de las mujeres. Fuente:
“Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”. Salvat Editores, S.A., Barcelona.
Conclusiones
La invisibilidad de las mujeres en las sociedades ha sido una constante que llevó a numerosos investigadores a señalar que la subordinación femenina era universal. No obstante, esta afirmación debe ser matizada. En primer lugar, porque, como hemos observado, hay numerosos casos etnográficos que
demuestran que las mujeres tenían reconocimiento y prestigio social en sus sociedades. En segundo
lugar, porque probablemente estas aseveraciones vinieron sesgadas por una mirada androcéntrica que
había ahondado en las teorías antropológicas.
Cabe decir que es del todo necesario destacar que las mujeres han generado sus propias estrategias sociales para influir socialmente tanto en contextos adversos, con mayor preponderancia masculina, como en contextos propicios, donde ellas compartían las responsabilidades con los hombres.
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Por otro lado, el impacto de algunos procesos androcéntricos ha sido muy negativo en aquellos
contextos donde las mujeres tenían una visibilidad social notable. Ese es el caso del impacto de la colonización, de las religiones monoteístas y de la construcción de los Estado-nación en la categorización
sexual de los grupos de filiación matrilineal y cognática dado que, en estos grupos, la posibilidad de que
las mujeres ostentaran poder, autoridad y/o liderazgo de órganos comunitarios junto con los hombres,
fue menor, cuando no, rechazada. Así, la influencia de la colonización en los grupos de filiación matrilineal se expresó en tanto que su categorización sexual se establecía en términos jerárquicos y desiguales: por ejemplo, la resolución de ciertos conflictos y la propia gestión colonial pasó en numerosas ocasiones por la interlocución de los colonizadores (hombres) con unos órganos comunitarios que podían
estar ocupados por mujeres (por ejemplo, el caso ashanti), lo que de alguna manera influyó en una masculinización impuesta por los administradores. Referente al androcentrismo monoteísta, cabe destacar
que distintas investigaciones pusieron
de manifiesto el impacto que pudo
tener ese sesgo de género en los
grupos de filiación matrilineal: la visibilidad femenina se veía mermada a
favor de la masculina. Por último, la
construcción de los Estado-nación se
edificó sobre una perspectiva masculina y androcéntrica que también
podía suponer la pérdida de visibilidad por parte de un colectivo femenino que hasta entonces había acapaFig. 8: Los dongo observan una rígida división del trabajo. Las mujeres tienen a su cargo la
elaboración de los objetos de barro cocido. Fuente: “Pueblos de la tierra. Razas, ritos y costumbres”. Salvat Editores, S.A., Barcelona.
rado poder y prestigio social. El
impacto de estos dos últimos procesos se percibe con claridad en la Isla
de Mafia (Tanzania) donde Caplan
(1984:42) constató la posterior pérdida de poderes femeninos tras el establecimiento del Estado y del
impacto de la islamización.
En cualquier caso, la revisión planteada pretende continuar la labor que numerosos antropólogos
iniciaron en el reconocimiento del prestigio e influencia que distintas mujeres han venido ostentando en
sus respectivos contextos sociales.
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