Las mujeres en los contextos funerarios prehistóricos. Aportaciones desde la osteoarqueología
María Paz de Miguel
2008
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LASMUJERESENLOSCONTEXTOS
FUNERARIOSPREHISTÓRICOS.
APORTACIONES DESDE LA OSTEOARQUEOLOGÍA
Mª PAZ
DE MIGUEL
Universitat d’Alacant
Introducción
Pocas evidencias nos permiten aproximarnos con mayor claridad a las poblaciones del pasado, que los
aspectos relacionados con el estudio de los restos humanos procedentes de los contextos funerarios.
Es por ello que será en estos enterramientos en los que busquemos la presencia de mujeres que nos
permitan hablar, no de su muerte, sino de su vida, de las posibles actividades que realizó, y del valor
social que se le reconoció. Para ello estudiaremos tanto sus restos óseos como el tipo de ritual que se
le realizó en el momento de su muerte.
Hemos de partir de la realización de una excavación arqueológica cuidadosa que permita reconocer las manifestaciones funerarias presentes en cada sepultura. Debemos documentar con minuciosidad
la posición de los restos, y sus posibles relaciones con otras personas con las que pudieran haber compartido su última morada.
Tras el primer trabajo de campo esperamos obtener del estudio de cada resto óseo información
sobre el número mínimo de personas halladas en la sepultura, sus edades y sexos, las tallas, la robustez ósea y las posibles enfermedades que padecieron. Sin este paso nunca podremos reconocer la presencia de las mujeres, los hombres y quienes fallecieron durante la infancia.
Como podemos observar a partir de la información obtenida, podremos hacer un estudio comparativo
entre hombres, mujeres e infantiles. Reconocer su presencia o ausencia, ubicarlos en sepulturas individuales
o compartidas, establecer una relación con los elementos de ajuar y conocer su estado de salud durante la
vida. Nunca debemos olvidar que el mundo funerario no habla de la muerte, sino de la vida, de las creencias
de un grupo social y de cómo se han enfrentado a los misterios de la muerte a través de los ritos funerarios.
Contextos funerarios prehistóricos
Cuando hablamos de Prehistoria nos referimos a un periodo cronológico de larga duración, durante el
cual las gentes han modificado sus modos de vida, las formas de hábitat, los modos de explotación de
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los recursos naturales, etc. De igual modo, los ritos funerarios no han sido siempre los mismos. Haciendo
un resumen bastante simplificado reduciremos estos ritos a tres: la inhumación múltiple diacrónica, la
inhumación individual o doble y la cremación.
La inhumación múltiple diacrónica se evidencia en nuestras tierras desde el Mesolítico con el claro
ejemplo de la necrópolis de El Collado (Oliva, València), continuando durante el Neolítico Antiguo como
se atestigua en la Cova de la Sarsa (Bocairent, València), prolongándose durante el Calcolítico (Cueva
Barcella, Torremanzanas; Cova del Montgó, Xàbia; etc.), el Campaniforme (Cuevas del Peñón de la Zorra
y Cueva del Puntal de los Carniceros, Villena; Cova Soler, Denia; etc.) y a lo largo de la Edad del Bronce
(Cabezo de la Escoba y Cabezo Redondo, Villena; Mas del Corral, Alcoi; Muntanya Assolada, Alzira; etc.),
incluso durante su fase final (Cova d’En Pardo, Planes).
El segundo rito bien registrado es el
de la inhumación individual o doble,
documentado escasamente durante el
Neolítico, queda claramente evidenciado
en contextos de la Edad del Bronce.
Suelen ser áreas de habitación en las que
se colocan algunos enterramientos, tanto
en las zonas en las que se observa el
desarrollo de la Cultura Argárica (San
Antón, Orihuela; Laderas del Castillo,
Callosa de Segura; Tabayá, Aspe y La
Illeta dels Banyets, El Campello), como en
zonas más alejadas geográficamente o
con cronología posterior (Muntanya
Assolada, Alzira; Lloma de Betxí, Paterna;
Fig. 1. Restos procedentes de personas de diferentes edades y sexos. Enterramiento
colectivo de El Fontanal (Onil, Alicante).
Cabezo Redondo, Villena; Mas del Corral,
Alcoi, etc.).
Un tercer ritual claramente diferenciador es de la cremación de los cadáveres. Se ha documentado
de forma excepcional en el abrigo de L’Escurrupenia de Cocentaina (Pascual, 2002: 156-164), durante
el Neolítico Final-Calcolítico, si bien será durante el Bronce Final cuando parece se establecerá como rito
generalizado, al menos para la población enterrada en la necrópolis de Les Moreres (Crevillent).
Estos tres ritos: inhumación múltiple diacrónica, inhumación individual o doble y cremación, no permiten descartar otros modos de tratamiento de los cadáveres, cuyas evidencias arqueológicas han desaparecido. Debemos considerar que el número de personas cuyos restos se han recuperado, no representan más que una ínfima parte del total de la población que habitó nuestras tierras a lo largo de tan
dilatado tiempo.
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La osteoarqueología
Son muchas las disciplinas que se imbrican cuando se realiza el estudio de un contexto funerario. Una
de ellas, dedicada a la revisión de los restos esqueléticos humanos es la osteoarqueología. Será a partir de la aplicación de la metodología antropológica y paleopatológica como podamos extraer datos
sumamente interesantes para conocer lo que más nos aproxima a las gentes del pasado, su propio
esqueleto.
Aunque lo ideal sería realizar una excavación de los enterramientos con una metodología adecuada, como la propuesta por H. Duday en la conocida como “Antropología de Campo”, no siempre es posible. A pesar de ello, no debemos menospreciar la información que se conserva en los museos, donde
se han ido almacenando restos humanos de diferentes épocas, que si bien están parcialmente recogidos, aun esconden importantes datos sobre nuestros ancestros.
Para iniciar la obtención de la información debemos partir de la identificación del número mínimo de
individuos (NMI). Si bien suele ser sencillo en el
caso de las sepulturas individuales o dobles,
se complica considerablemente cuando la
tumba ha sido utilizada a lo largo de los años
(Fig. 1). No obstante, será la determinación del
NMI la que nos permita ofrecer datos sobre la
existencia de un ritual colectivo, en el que el
hecho de formar parte de un grupo es lo que
da derecho a estar en esa tumba, transmitiendo que su sociedad valora más lo colectivo
que lo individual.
En un siguiente paso intentamos conocer
Fig. 2. Hemipelvis de mujer y hombre procedentes de una sepultura doble diacrónica de la Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante).
las edades de muerte. En sociedades prehistóricas como las que estamos refiriendo, es previsible que el número de personas fallecidas durante la
infancia sea elevado. Debemos recordar que no hay conocimientos antibióticos ni vacunales, y que la
infancia está expuesta a numerosos riesgos que pueden causar una muerte temprana. Ciertamente en
casi todos los espacios funerarios identificamos la presencia de infantiles, no obstante, suelen ser poco
numerosos por lo que debemos buscar explicaciones culturales a su infrarrepresencación en los enterramientos.
Son más numerosos los restos esqueléticos de quienes fallecieron a edades adultas, preferentemente entre los 20 y 40 años, siendo poco frecuente la presencia de personas fallecidas por encima de
los 60 años.
Otro dato relevante es el de conocer si eran mujeres u hombres quienes están en las sepulturas.
No siempre es fácil realizar su adscripción sexual. Se han propuesto diferentes métodos para poder
determinar los sexos a partir de los restos esqueléticos. Dada que nuestra función reproductora está cla-
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ramente diferenciada por sexos, en la anatomía humana hay rasgos que permiten realizar esta diferenciación sexual. Será por tanto en la pelvis donde mejor se puedan identificar las características diferenciadoras entre sexos (Fig. 2). El problema que se presenta es que son huesos bastante frágiles, cuya
conservación no suele ser buena, enmascarándose con frecuencia las características que buscamos. A
ello hay que añadir que apenas se conservan pelvis de las excavaciones antiguas. Ante esta circunstancia serán los cráneos quienes nos permitan aproximarnos con cierta fiabilidad a su identificación sexual
(Fig. 3). Debemos subrayar que en muchas excavaciones antiguas únicamente los cráneos y mandíbulas bien conservados, fueron los restos esqueléticos recogidos, hecho que ha proporcionado varias
colecciones en nuestros museos.
Hay otros datos de los que nos informan los restos óseos. A partir de las medidas obtenidas de las
longitudes de huesos largos, podemos aproximarnos a las tallas de quienes vivieron en un determinado
momento (Fig. 4). La talla permite
conocer algunas características físicas
de esas gentes, permitiendo, a partir
de su comparación entre sexos, obtener información de su variación según
las épocas estudiadas.
Por último, pero no por ello
menos relevante, hemos de realizar un
estudio paleopatológico, que nos
informará sobre las enfermedades
que dejaron su huella en el esqueleto.
Aunque se calcula que sólo el 10% de
Fig. 3. Cráneos de una mujer y un hombre procedentes de una sepultura doble de la Illeta
dels Banyets (El Campello, Alicante).
ellas afectan al hueso es importante
resaltar que las lesiones traumáticas,
las infecciones, las malformaciones, la
patología dental y las enfermedades osteoarticulares, son relativamente frecuentes entre las poblaciones del pasado.
Directamente relacionada con las mujeres está la patología obstétrica. No es fácil reconocer cuando una mujer ha fallecido directamente por causas relacionadas con el embarazo y el parto. Sin embargo, vemos más claramente algunos casos que nos informan directamente o indirectamente de la presencia de estas complicaciones como son los de los restos óseos pertenecientes a perinatales.
Menos frecuente es la aparición de señales en los huesos que nos hablen de manipulación de
los cadáveres, como se ha atestiguado en la Cova d’En Pardo , en momentos del Bronce Final (Chiarri
et alii, 1999), circunstancia reseñable ya que además se trata de un esqueleto de mujer (Fig. 5).
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Las mujeres enterradas
Durante la Prehistoria la ocupación de las tierras valencianas está atestiguada a partir de la existencia de numerosos yacimientos arqueológicos. Muchos de ellos son cuevas o poblados donde los materiales muestran indicios sobre la vida cotidiana. Otros son los lugares de enterramiento, a veces claramente relacionados con
estos poblados, y en otros casos en áreas donde no se conocen dónde habitaban las gentes allí enterradas.
Iremos poniendo algunos ejemplos que permitan ilustrar la presencia de mujeres en estos espacios funerarios.
De los inicios de la prehistoria reciente conocemos cuevas de enterramiento como la de la Sarsa
(Bocairent), en donde son varias las personas que fueron enterradas. Sus edades son diversas, reconociendo tanto la presencia de infantiles como de adultas-os. Aunque aún no se han publicado los datos,
hemos evidenciado la presencia de personas de ambos sexos. Creemos que es destacable la coexistencia de dos individuos adultos en una grieta, junto con materiales adscribibles al Neolítico cardial. Este
sepulcro doble está formado por una mujer y un hombre, de los que desconocemos si fueron depositados en un mismo momento o no (Fig. 6).
Es conocida la utilización de las cuevas como espacios funerarios en los que se evidencian reutilizaciones continuas a lo largo del
Neolítico. En la actualidad son pocas las dataciones absolutas que
permiten verificar sin duda la adscripción de los esqueletos a un
momento cronológico preciso. Queremos reseñar el caso de la Cova
Sant Martí (Agost) donde se han realizado dataciones absolutas sobre
restos humanos obteniendo una fecha de 4560 cal ANE (Torregrosa,
2004), siendo la más antigua para el Neolítico con restos humanos.
Desafortunadamente, la escasez de restos exhumados durante las
Fig. 4. Radios de una sepultura doble (mujer y
hombre, adultos) de la cultura de El Argar.
Obsérvese la clara diferenciación de tamaño.
excavaciones sólo nos ha permitido identificar la presencia de individuas/os adultas/os e infantiles. No hemos podido realizar su adscripción sexual, debido a lo poco representativos que son los fragmentos conservados (De Miguel, 2004a).
Es diferente la situación para las cuevas de enterramiento pertenecientes a las últimas fases del
Neolítico y el Calcolítico, donde el número de inhumaciones suele ser superior al de momentos anteriores.
Hemos identificado la presencia de mujeres en varias de las cuevas que hemos tenido oportunidad
de estudiar en diferentes museos (De Miguel, 2000). En general, el número de mujeres identificadas suele
ser menor que el de hombres. Aunque no podemos descartar que esta diferencia se deba a cuestiones
culturales, hay que reseñar que en bastantes casos hay restos que no han podido ser sexados, bien por
su deficiente estado de conservación, o porque sus características no están suficientemente claras. Es
posible que en algunos casos sean mujeres, por lo que nos llevarían a un cierto equilibrio entre sexos.
Igualmente en los contextos campaniformes en los que hemos podido sexar los cráneos están presentes hombres y mujeres, como ocurre en el Puntal de los Carniceros de Villena (Jover y De Miguel,
2002), e igualmente ocurre en la Cueva Occidental del Peñón de la Zorra (Villena), en este caso se ha
identificado una mujer a partir de la conservación de dos coxales casi completos.
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Es en la Edad del Bronce cuando se observan las más claras diferenciaciones rituales. Por una parte
la existencia de inhumaciones individuales o dobles en yacimientos claramente argáricos como son San
Antón (Orihuela), Laderas del Castillo (Callosa de Segura), Tabayá (Aspe) y la Illeta dels Banyets (El Campello).
De dos de ellos, San Antón y de las Laderas del Castillo, carecemos de materiales antropológicos que nos
permitan disponer de datos sobre la mayor o menor presencia de mujeres en los mismos. Disponemos de
algunas referencias del ritual y de los restos osteoarqueológicos conservados (De Miguel, 2004b).
En el Tabayá sólo se han excavado con metodología arqueológica sepulturas individuales
(Hernández, 1990; De Miguel, 2003) en cuyo estudio sólo hemos podido determinar la presencia de
hombres. Sin embargo conocemos la existencia de al menos una mujer procedente de excavaciones
clandestinas (Jover y López, 1997: 56). La infrarrepresentación de mujeres puede ser debida a una intencionalidad ritual, aunque hemos de contemplar el hecho de que el yacimiento sólo está excavado parcialmente.
Muy distinto es el caso del yacimiento de la Illeta dels Banyets, del que
se conservan restos humanos procedentes de varias sepulturas (De Miguel,
2001). En los fondos del Museo
Arqueológico Provincial de Alicante, se
conservan restos humanos procedentes de nueve sepulturas excavadas a
partir de la década de los años 70, del
pasado siglo. Destacaremos que se
produce una modificación significativa
Fig. 5. Enterramiento de una mujer con señales de desarticulación (Cova d’En Pardo,
Planes, Alicante). Fotografía de J.A. Soler y C. Roca.
del ritual respecto a las épocas anteriores que hemos descrito, ya que ahora
comparten el espacio con las/os
vivas/os. Son sepulturas localizadas en lugares de hábitat, habiéndose exhumado enterramientos individuales y dobles, alejándose de los espacios colectivos habituales hasta este momento. Ahora los elementos de ajuar, si existen, se vinculan a quienes ocupan la sepultura de forma personalizada. Es en este contexto cronocultural cuando las mujeres aparecen bien representadas tanto en las sepulturas individuales
como en las dobles, acompañadas por hombres.
Las manifestaciones rituales corresponden con las normas presentes en la Cultura del Argar.
Presencia de sepulturas en lugares de habitación, individuales o dobles, con personas de ambos sexos,
al igual que infantiles. Es lo más frecuente que en casos de las sepulturas dobles de adultos, estén formadas por una mujer y un hombre, inhumaciones realizadas en diferentes momentos. Suelen ser las
mujeres las que primero ocuparon la sepultura y tras un tiempo difícil de precisar, se produce la reutilización de la sepultura enterrando un hombre.
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En la Illeta dels Banyets se han identificado cuatro sepulturas dobles, en tres de las cuales se evidencia la presencia de una mujer y un hombre, no permitiendo el estado de conservación de la cuarta sepultura llegar a más precisiones. Sólo en una de ellas conocemos el orden de colocación de los cuerpos, correspondiendo el primer lugar al de la mujer y tras cierto tiempo, posiblemente de varios años, fue depositado el
hombre. Es posible que haya que buscar en las relaciones de parentesco el hecho de compartir la última
morada. En el caso de que fueran vínculos sanguíneos los que unan a las personas, será el campo de la
genética quien pueda ofrecernos los datos científicos que permitan corroborarlo, pero por el momento no
disponemos de ninguno.
De igual modo, se identifica la presencia de cinco sepulturas individuales. Una de ellas contiene un/a
niño/a de 2-3 años, cuyo sexo no ha sido identificado. Las otras cuatro están ocupadas por personas adultas,
dos hombres, una sin determinar y una mujer. Baste comprobar que hombres y mujeres comparten el derecho
a ser enterrados en lugares de hábitat,
evidenciando su presencia tanto en
sepulturas dobles e individuales.
Si salimos del área argárica nos
encontramos con escasos datos que
nos ofrezcan información osteoarqueológica, hecho que condiciona
considerablemente la interpretación de
los contextos funerarios.
Se observa que durante la Edad
del Bronce se continúa con el uso de
las cuevas y covachas como lugares
de enterramiento, incluidas algunas de
las que se utilizaron en épocas anterio-
Fig. 6. Cráneos pertenecientes a una mujer y un hombre de la Grieta de la Sarsa (Bocairent,
Valencia)
res, como la Cova del Cantal o la
Cueva de la Barcella. Son conocidos los enterramientos de Villena, como el Cabezo de la Escoba, donde
se inhumaron un NMI de tres personas adultas, siendo al menos una de ellas mujer. Del mismo modo en
el entorno de Cabezo Redondo son frecuentes los enterramientos de varios individuos, y aunque el estado de conservación no permite una identificación clara de su adscripción sexual, la diferente robustez de
los mismos parece indicar que eran espacios compartidos por hombres, mujeres e infantiles.
Hay que subrayar que en las excavaciones realizadas en el área de habitación de Cabezo Redondo
por el Dr. M.S. Hernández, se han documentado al menos dos sepulturas individuales de adultos, una
de mujer (Fig. 7) y otra de hombre. Esta circunstancia vuelve a plantear un cierto equilibrio entre la presencia de personas de ambos sexos, con ritos similares.
Otro yacimiento del que conocemos sus restos humanos es el de El Mas del Corral (Alcoi) (Trelis,
1992). En sus proximidades se ha localizado una covacha con enterramiento múltiple diacrónico, en el
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que fueron inhumadas personas de diferentes edades y sexos. Esta situación es diferente a la del poblado, donde el único enterramiento excavado de adulto, se ha identificado como el de un hombre. A éste
habría que añadir la presencia de otros dos enterramientos de individuos perinatales, y la localización
entre los restos de fauna de otros restos humanos, preferentemente de infantiles.
En el yacimiento de la Mola de Agres fue excavada la inhumación de un hombre vinculado al lienzo de la muralla (Martí Bonafé et alii, 1996), localización algo diferente del resto de enterramientos identificados con cronología de la Edad del Bronce.
Si nos desplazamos hacia el norte, los datos disponibles son escasos. Recientemente se han estudiado
los restos de la inhumación localizada en la Muntanya Assolada (Alzira, València) (Fig. 8) cuya datación corresponde con una fecha de 2210-2130 ANE (De Pedro, 2004: 4344), que hemos identificado con los de una mujer adulta.
Asociado a este yacimiento se publicaron los materiales procedentes de una cueva de enterramiento, ocupada por varios individuos de diferentes edades, que por la diferente robustez de los
huesos largos es posible que estén representados ambos sexos.
Disponemos igualmente de información sobre otros yacimientos valencianos en los que se ha documentado la presencia de inhumaciones en poblado (Cabeço del Navarro,
Ontinyent; Lloma de Betxí, Paterna y Les Raboses, Albalat dels
Tarongers), en todos ellos los individuos adultos inhumados se
han identificado como hombres.
Dentro de las cuevas de enterramiento tenemos en la
provincia de Valencia la del Barranc Roig de Sagunt, en la que
se han identificado unas diez inhumaciones, siendo dos de
ellas mujeres (Barrachina et alii, 1996).
Fig. 7. Excavación del esqueleto de una mujer en
Cabezo Redondo (Fotografía de M.S. Hernández).
Igualmente creemos de gran relevancia los datos disponibles de la Cova dels Blaus (La Vall d’Uixò, Castelló), espacio
en el que se ha documentado la presencia de nueve indivi-
duos, seis adultas-os y tres infantiles. En este yacimiento se han sexuado cinco personas adultas, siendo cuatro de ellas mujeres. El minucioso estudio antropológico y paleopatológico nos permite disponer
de una información poco frecuente en nuestras tierras (Polo y Casabó, 2004; Romero et alii, 2004).
Para las fases finales de la Edad del Bronce no disponemos de muchos datos. Cabe reseñar el
hallazgo de la Cova d’En Pardo de los restos de una mujer joven, en los que se evidencia la manipulación de los mismos, con huellas de desarticulación (Chiarri et alii, 1999). Caso por el momento excepcional en nuestro ámbito geográfico.
Por último reseñaremos el cambio radical que ocurre en el ritual funerario durante el Bronce Final, al
menos en algunas zonas, como es la aparición de la necrópolis de cremación de Les Moreres (González
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Prats, 2002). Destaca la presencia de personas de ambos sexos y de todas las edades, siendo más
abundantes las mujeres. Se ha subrayado explícitamente que el ritual incinerador no ha hecho diferenciación ni entre sexos, ni entre edades (Gómez, 2002).
Paleopatología y Mujer
Para comprender cómo fue la vida de las personas disponemos, entre otros, de los datos obtenidos a partir de la Paleopatología. Se calcula que sólo el 10% de las enfermedades dejan huella en los huesos, por lo
que nunca llegaremos a conocer el estado de salud de las poblaciones del pasado de manera absoluta.
Sin embargo, son de gran relevancia los datos que podemos obtener, y la posibilidad de hacer comparaciones entre miembros de una misma comunidad diferenciando, en la medida de lo posible, las enfermedades sufridas según las edades y los sexos. Ya hemos explicado las dificultades que encontramos a la
hora de asignar a uno u otro sexo los materiales exhumados en cuevas de enterramiento.
Es por ello que son pocas las ocasiones en las
que tenemos la seguridad, en estos contextos,
de que los restos son de un sexo conocido.
Otra circunstancia diferente es cuando los
enterramientos se realizaron de forma individual, circunstancia en la que la adscripción
sexual suele ser más fácil, a la vez que disponemos del total del esqueleto para su estudio.
Es obvio que la patología más fácil de
identificar es la de origen traumático. En estos
casos es evidente el reconocimiento de la
Fig. 8. Muntanya Assolada, Alzira, Valencia. Excavación de 1989, enterramiento
de los cuadros z/10-11. Fuente Archivo SIP.
relación causa-efecto, lo que las alejaría de
los contenidos mágico-religiosos que pudieron haber tenido otro tipo de enfermedades. Desconocemos
cuáles eran los conocimientos sobre cómo cuidar y curar estas dolencias, pero está clara su utilización
(De Miguel y De Miguel, 2005). En la revisión de materiales que se ha realizado, hemos documentado
varios casos de fracturas en poblaciones prehistóricas. Al menos dos mujeres exhumadas en la Illeta del
Banyets presentan fracturas óseas con total cicatrización del hueso. La primera se localiza en una costilla, hecho que debió ser frecuente, posiblemente como consecuencia de una caída o de un traumatismo sobre el costado. El segundo, es el de una fractura de Colles (fractura de muñeca), cuya causa más
frecuente es una caída que obliga a apoyar la mano contra el suelo, causando dicha lesión.
Aunque hay evidencias de fracturas en otros yacimientos el hecho de ser cuevas con varios individuos, nos impide determinar si son mujeres u hombres quienes las padecieron.
Igualmente de causa traumática parece la erosión localizada en el parietal izquierdo de la mujer localizada en la grieta de la Cova de la Sarsa, con signos claros de haber iniciado su cicatrización, si bien no llegó
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a la reparación total del hueso (Fig. 9). Otro caso es el del cráneo 14 de la Cova de la Pastora, correspondiente a una mujer de unos 15 años, en la que se ha identificado una erosión craneal en el frontal (Campillo,
1978: 269). La escasez de las evidencias no permite, por el momento, hacer valoraciones en profundidad.
Otro aspecto de la enfermedad que es muy interesante es el de la identificación de las alteraciones
que las infecciones dejan sobre el esqueleto. En nuestro entorno son pocos los casos identificados, pero
consideramos de gran relevancia los signos de tuberculosis ósea evidenciados en la Cova dels Blaus
(Vall d’Uixò). En este espacio sepulcral se han identificado nueve individuas/os, seis fallecieron a edad
adulta y tres durante la infancia. Es poco frecuente que sean más mujeres que hombres (4/1), quienes
se inhumaran en este espacio sepulcral. Destacaremos que siete de los esqueletos muestran signos
compatibles con tuberculosis ósea, cuatro mujeres, un hombre y dos infantiles (Polo y Casabó, 2004).
Dado que con frecuencia el motivo del
contagio es por el consumo de leche y
derivados, o el contacto con animales
infectados, cabría plantearse si este
perfil poblacional quizás esté indicando que fueran las mujeres y los infantiles, quienes con más frecuencia realizaran trabajos de pastoreo, ordeño y
elaboración de productos lácteos.
Más frecuentes son las infecciones bucales, con pérdidas dentales y
caries, si bien no parece existir diferenciación por sexo.
No son frecuentes las malformaFig. 9. Evidencias de traumatismo craneal en la mujer exhumada en la Grieta de la Sarsa
(Bocairent, Valencia).
ciones esqueléticas documentadas en
la bibliografía paleopatológica. En nuestras tierras cabe reseñar la presencia de
un caso de impresión basilar con platibasilia (malformación craneal), en una mujer de 15-18 años, procedente de la Cueva de Palanqués (Navarrés, València) (Campillo, 1978: 78-85). Por nuestra parte hemos podido
estudiar un caso de síndrome de Kippel-Feil en la mujer inhumada en la Muntanya Assolada. Esta patología,
que consiste en la fusión de dos o más vértebras cervicales (Fig. 10), se da con más frecuencia en mujeres
(Aufderheide y Rodríguez-Martín, 1998: 61), siendo una alteración que causaría una diferenciación en el
aspecto externo de quien la padeció. No obstante, esta circunstancia no produjo la exclusión social de la
mujer, ni condicionó su vida falleciendo a edad adulta, y siendo enterrada de manera cuidadosa.
Aunque son muchos más los aspectos paleopatológicos que pudiéramos tratar quisiéramos terminar este apartado con una reflexión sobre aquella patología que únicamente nos concierne a las mujeres: la obstétrica.
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Es difícil de imaginar desde nuestra situación actual cuales eran las circunstancias en las que se
desarrollaba la vida reproductiva en las sociedades prehistóricas, aunque aún tenemos lugares en nuestro planeta donde los avances científicos no están al alcance de todas.
Parece claro que la sedentarización produjo un aumento de la fecundidad, reduciéndose los tiempos entre los nacimientos. Cuando una sociedad es productora, el acceso a los alimentos es más fácil,
no pasando en general grandes periodos de hambruna. Todo ello permite a la mujer tener una mejor disponibilidad procreadora, con periodos de fertilidad no condicionados por la nutrición.
El crecimiento poblacional en sociedades prevacunales se logra a partir del aumento de la descendencia asegurándose que, a pesar de las elevadas tasas de mortalidad infantil, haya un número elevado
de supervivientes. Ello supone que las mujeres debieron tener una cantidad importante de embarazos y
partos, de los que difícilmente se tiene constancia en el registro arqueológico. Serán la mayoría de las
veces los indicadores indirectos los que nos permitan reconocer
esas implicaciones de la maternidad en la salud de las mujeres.
En la actualidad no disponemos de estudios osteoarqueológicos suficientes en nuestro territorio que nos permitan comparar
edades de muerte entre mujeres y hombres, por ello carecemos
del dato básico para hacer inferencias sobre la mayor o menor
representación de cada sexo entre los grupos de edad. Cabría
como excepción los datos disponibles de la Necrópolis de cremación de Les Moreres (Gómez, 2002), donde este autor realiza alguna reflexión al respecto. En ella hay un mayor número de mujeres
(39%) que de hombres (27%) para población adolescente y adulta.
Hay una elevada mortalidad infantil con una significativa representación de recién nacidos, circunstancia que el autor pone en posible relación con la mortalidad femenina “sería sugerente decir que
Fig. 10. Vértebras cervicales de una mujer con
evidencias de padecer el Síndrome de KippelFeil (Muntanya Assolada, Alzira), comparadas
con otras sin alteraciones.
ambas mortalidades están relacionadas, debido a las condiciones
patológicas inherentes a la maternidad de aquella época” (Gómez, 2002: 463).
Excepción hecha de la necrópolis de les Moreres, no hay otras con un número significativo de enterramientos, ni con estudios osteoarqueológicos que nos permitan hacer valoraciones en este sentido.
Una forma indirecta de reconocer las complicaciones de los embarazos es la presencia de individuos perinatales presentes en contextos funerarios o habitacionales. En algunos casos, como hemos
estudiado en Cabezo Redondo y el Mas del Corral, el tamaño de los huesos excavados nos está indicando que se trata de fetos, nacidos varias semanas antes de lo normal (30-32 semanas en Cabezo
Redondo y 29-31 semanas en el Mas del Corral). Sirva al menos como ejemplo de los múltiples riesgos que debieron correr estas mujeres tales como abortos, gestosis, partos prematuros, hemorragias
e infecciones de todo tipo, que debieron comprometer seriamente su vida, sino se convirtieron en causa
de su muerte.
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Como caso conmovedor y a modo de ejemplo recurriremos a una inhumación encontrada en el yacimiento argárico de El Cerro de la Viñas (Coy, Lorca, Murcia). En él se localizó el enterramiento de una mujer
en cuya pelvis se identificaron los restos de un feto. La minuciosa excavación permitió reconocer la postura fetal, documentándose la presencia del prolapso de un brazo, caso recogido en una reciente publicación (Malgosa et alii, 2004) (Fig. 11). Esta circunstancia nos indica que la mujer falleció durante el parto,
durante el cual el feto estaría colocado en situación transversa, provocando que el brazo saliera por el canal
del parto tras la rotura de la membrana amniótica, quedando el resto del cuerpo en el interior. Esta circunstancia hace imposible un parto vaginal, por lo que tras un periodo de imprecisa duración (pudiera haber
sido de varios días) se produjo el fallecimiento de la mujer, y consecuentemente la de su hija/o.
De momento es el único caso conocido para esta época, pero seguro que debieron ser relativamente
frecuentes este tipo de fallecimientos claramente relacionados con la función reproductiva de las mujeres.
Inferencias sobre las funciones sociales de las mujeres
No es fácil reconocer a partir de una muestra osteoarqueológica
tan escasa cuáles eran las funciones sociales de la mujer en los
diferentes momentos de la Prehistoria. Esas funciones sociales
son las que hacen que las personas formen parte de un determinado género, si bien pueden ser cambiantes a lo largo del tiempo. Hay que aproximarse a los registros arqueológicos con una
mirada estereoscópica, en la que se imbriquen aspectos materiales, espaciales, productivos, etc. A todo ello hay que sumar el
estudio pormenorizado de los contextos funerarios, no olvidándoFig. 11. Mujer fallecida por complicaciones durante el parto (Cerro de la Viñas, Coy, Lorca, Murcia)
(Fotografía de M.M Ayala), con dibujo indicativo del
tipo de distocia identificado.
nos que los restos humanos allí contenidos son los de quienes
protagonizaron la historia en ese momento. No podemos avanzar
en el campo de los estudios sobre la mujer y de su papel social
sin saber si forman o no parte relevante de la comunidad, a par-
tir del reconocimiento de su presencia en los diferentes contextos funerarios.
Debemos obtener información de los restos óseos conservados, de sus edades y estados de
salud, sus marcadores de actividad, etc., y a partir de ese punto poder realizar comparaciones entre
sexos. Tenemos como finalidad reconocer similitudes y diferencias, tanto entre personas de una misma
comunidad, como entre otras cronológicamente y/o geográficamente diferentes.
Este camino ya ha sido emprendido (Campillo, 1996; Grauer y Stuard-Macadam, 1998; Izaguirre et
alii, 2003; Jiménez-Brobeil et alii, 2004; Escoriza y Sanahuja, 2005), pero aún las conclusiones son limitadas. En nuestro territorio son muchos los restos humanos todavía están por estudiar y esperamos que
poco a poco se pueda progresar y obtener datos que permitan conocer cada vez mejor a las mujeres y
hombres que nos precedieron.
102
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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104
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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LASMUJERESENLOSCONTEXTOS
FUNERARIOSPREHISTÓRICOS.
APORTACIONES DESDE LA OSTEOARQUEOLOGÍA
Mª PAZ
DE MIGUEL
Universitat d’Alacant
Introducción
Pocas evidencias nos permiten aproximarnos con mayor claridad a las poblaciones del pasado, que los
aspectos relacionados con el estudio de los restos humanos procedentes de los contextos funerarios.
Es por ello que será en estos enterramientos en los que busquemos la presencia de mujeres que nos
permitan hablar, no de su muerte, sino de su vida, de las posibles actividades que realizó, y del valor
social que se le reconoció. Para ello estudiaremos tanto sus restos óseos como el tipo de ritual que se
le realizó en el momento de su muerte.
Hemos de partir de la realización de una excavación arqueológica cuidadosa que permita reconocer las manifestaciones funerarias presentes en cada sepultura. Debemos documentar con minuciosidad
la posición de los restos, y sus posibles relaciones con otras personas con las que pudieran haber compartido su última morada.
Tras el primer trabajo de campo esperamos obtener del estudio de cada resto óseo información
sobre el número mínimo de personas halladas en la sepultura, sus edades y sexos, las tallas, la robustez ósea y las posibles enfermedades que padecieron. Sin este paso nunca podremos reconocer la presencia de las mujeres, los hombres y quienes fallecieron durante la infancia.
Como podemos observar a partir de la información obtenida, podremos hacer un estudio comparativo
entre hombres, mujeres e infantiles. Reconocer su presencia o ausencia, ubicarlos en sepulturas individuales
o compartidas, establecer una relación con los elementos de ajuar y conocer su estado de salud durante la
vida. Nunca debemos olvidar que el mundo funerario no habla de la muerte, sino de la vida, de las creencias
de un grupo social y de cómo se han enfrentado a los misterios de la muerte a través de los ritos funerarios.
Contextos funerarios prehistóricos
Cuando hablamos de Prehistoria nos referimos a un periodo cronológico de larga duración, durante el
cual las gentes han modificado sus modos de vida, las formas de hábitat, los modos de explotación de
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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[page-n-2]
los recursos naturales, etc. De igual modo, los ritos funerarios no han sido siempre los mismos. Haciendo
un resumen bastante simplificado reduciremos estos ritos a tres: la inhumación múltiple diacrónica, la
inhumación individual o doble y la cremación.
La inhumación múltiple diacrónica se evidencia en nuestras tierras desde el Mesolítico con el claro
ejemplo de la necrópolis de El Collado (Oliva, València), continuando durante el Neolítico Antiguo como
se atestigua en la Cova de la Sarsa (Bocairent, València), prolongándose durante el Calcolítico (Cueva
Barcella, Torremanzanas; Cova del Montgó, Xàbia; etc.), el Campaniforme (Cuevas del Peñón de la Zorra
y Cueva del Puntal de los Carniceros, Villena; Cova Soler, Denia; etc.) y a lo largo de la Edad del Bronce
(Cabezo de la Escoba y Cabezo Redondo, Villena; Mas del Corral, Alcoi; Muntanya Assolada, Alzira; etc.),
incluso durante su fase final (Cova d’En Pardo, Planes).
El segundo rito bien registrado es el
de la inhumación individual o doble,
documentado escasamente durante el
Neolítico, queda claramente evidenciado
en contextos de la Edad del Bronce.
Suelen ser áreas de habitación en las que
se colocan algunos enterramientos, tanto
en las zonas en las que se observa el
desarrollo de la Cultura Argárica (San
Antón, Orihuela; Laderas del Castillo,
Callosa de Segura; Tabayá, Aspe y La
Illeta dels Banyets, El Campello), como en
zonas más alejadas geográficamente o
con cronología posterior (Muntanya
Assolada, Alzira; Lloma de Betxí, Paterna;
Fig. 1. Restos procedentes de personas de diferentes edades y sexos. Enterramiento
colectivo de El Fontanal (Onil, Alicante).
Cabezo Redondo, Villena; Mas del Corral,
Alcoi, etc.).
Un tercer ritual claramente diferenciador es de la cremación de los cadáveres. Se ha documentado
de forma excepcional en el abrigo de L’Escurrupenia de Cocentaina (Pascual, 2002: 156-164), durante
el Neolítico Final-Calcolítico, si bien será durante el Bronce Final cuando parece se establecerá como rito
generalizado, al menos para la población enterrada en la necrópolis de Les Moreres (Crevillent).
Estos tres ritos: inhumación múltiple diacrónica, inhumación individual o doble y cremación, no permiten descartar otros modos de tratamiento de los cadáveres, cuyas evidencias arqueológicas han desaparecido. Debemos considerar que el número de personas cuyos restos se han recuperado, no representan más que una ínfima parte del total de la población que habitó nuestras tierras a lo largo de tan
dilatado tiempo.
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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La osteoarqueología
Son muchas las disciplinas que se imbrican cuando se realiza el estudio de un contexto funerario. Una
de ellas, dedicada a la revisión de los restos esqueléticos humanos es la osteoarqueología. Será a partir de la aplicación de la metodología antropológica y paleopatológica como podamos extraer datos
sumamente interesantes para conocer lo que más nos aproxima a las gentes del pasado, su propio
esqueleto.
Aunque lo ideal sería realizar una excavación de los enterramientos con una metodología adecuada, como la propuesta por H. Duday en la conocida como “Antropología de Campo”, no siempre es posible. A pesar de ello, no debemos menospreciar la información que se conserva en los museos, donde
se han ido almacenando restos humanos de diferentes épocas, que si bien están parcialmente recogidos, aun esconden importantes datos sobre nuestros ancestros.
Para iniciar la obtención de la información debemos partir de la identificación del número mínimo de
individuos (NMI). Si bien suele ser sencillo en el
caso de las sepulturas individuales o dobles,
se complica considerablemente cuando la
tumba ha sido utilizada a lo largo de los años
(Fig. 1). No obstante, será la determinación del
NMI la que nos permita ofrecer datos sobre la
existencia de un ritual colectivo, en el que el
hecho de formar parte de un grupo es lo que
da derecho a estar en esa tumba, transmitiendo que su sociedad valora más lo colectivo
que lo individual.
En un siguiente paso intentamos conocer
Fig. 2. Hemipelvis de mujer y hombre procedentes de una sepultura doble diacrónica de la Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante).
las edades de muerte. En sociedades prehistóricas como las que estamos refiriendo, es previsible que el número de personas fallecidas durante la
infancia sea elevado. Debemos recordar que no hay conocimientos antibióticos ni vacunales, y que la
infancia está expuesta a numerosos riesgos que pueden causar una muerte temprana. Ciertamente en
casi todos los espacios funerarios identificamos la presencia de infantiles, no obstante, suelen ser poco
numerosos por lo que debemos buscar explicaciones culturales a su infrarrepresencación en los enterramientos.
Son más numerosos los restos esqueléticos de quienes fallecieron a edades adultas, preferentemente entre los 20 y 40 años, siendo poco frecuente la presencia de personas fallecidas por encima de
los 60 años.
Otro dato relevante es el de conocer si eran mujeres u hombres quienes están en las sepulturas.
No siempre es fácil realizar su adscripción sexual. Se han propuesto diferentes métodos para poder
determinar los sexos a partir de los restos esqueléticos. Dada que nuestra función reproductora está cla-
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
93
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ramente diferenciada por sexos, en la anatomía humana hay rasgos que permiten realizar esta diferenciación sexual. Será por tanto en la pelvis donde mejor se puedan identificar las características diferenciadoras entre sexos (Fig. 2). El problema que se presenta es que son huesos bastante frágiles, cuya
conservación no suele ser buena, enmascarándose con frecuencia las características que buscamos. A
ello hay que añadir que apenas se conservan pelvis de las excavaciones antiguas. Ante esta circunstancia serán los cráneos quienes nos permitan aproximarnos con cierta fiabilidad a su identificación sexual
(Fig. 3). Debemos subrayar que en muchas excavaciones antiguas únicamente los cráneos y mandíbulas bien conservados, fueron los restos esqueléticos recogidos, hecho que ha proporcionado varias
colecciones en nuestros museos.
Hay otros datos de los que nos informan los restos óseos. A partir de las medidas obtenidas de las
longitudes de huesos largos, podemos aproximarnos a las tallas de quienes vivieron en un determinado
momento (Fig. 4). La talla permite
conocer algunas características físicas
de esas gentes, permitiendo, a partir
de su comparación entre sexos, obtener información de su variación según
las épocas estudiadas.
Por último, pero no por ello
menos relevante, hemos de realizar un
estudio paleopatológico, que nos
informará sobre las enfermedades
que dejaron su huella en el esqueleto.
Aunque se calcula que sólo el 10% de
Fig. 3. Cráneos de una mujer y un hombre procedentes de una sepultura doble de la Illeta
dels Banyets (El Campello, Alicante).
ellas afectan al hueso es importante
resaltar que las lesiones traumáticas,
las infecciones, las malformaciones, la
patología dental y las enfermedades osteoarticulares, son relativamente frecuentes entre las poblaciones del pasado.
Directamente relacionada con las mujeres está la patología obstétrica. No es fácil reconocer cuando una mujer ha fallecido directamente por causas relacionadas con el embarazo y el parto. Sin embargo, vemos más claramente algunos casos que nos informan directamente o indirectamente de la presencia de estas complicaciones como son los de los restos óseos pertenecientes a perinatales.
Menos frecuente es la aparición de señales en los huesos que nos hablen de manipulación de
los cadáveres, como se ha atestiguado en la Cova d’En Pardo , en momentos del Bronce Final (Chiarri
et alii, 1999), circunstancia reseñable ya que además se trata de un esqueleto de mujer (Fig. 5).
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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Las mujeres enterradas
Durante la Prehistoria la ocupación de las tierras valencianas está atestiguada a partir de la existencia de numerosos yacimientos arqueológicos. Muchos de ellos son cuevas o poblados donde los materiales muestran indicios sobre la vida cotidiana. Otros son los lugares de enterramiento, a veces claramente relacionados con
estos poblados, y en otros casos en áreas donde no se conocen dónde habitaban las gentes allí enterradas.
Iremos poniendo algunos ejemplos que permitan ilustrar la presencia de mujeres en estos espacios funerarios.
De los inicios de la prehistoria reciente conocemos cuevas de enterramiento como la de la Sarsa
(Bocairent), en donde son varias las personas que fueron enterradas. Sus edades son diversas, reconociendo tanto la presencia de infantiles como de adultas-os. Aunque aún no se han publicado los datos,
hemos evidenciado la presencia de personas de ambos sexos. Creemos que es destacable la coexistencia de dos individuos adultos en una grieta, junto con materiales adscribibles al Neolítico cardial. Este
sepulcro doble está formado por una mujer y un hombre, de los que desconocemos si fueron depositados en un mismo momento o no (Fig. 6).
Es conocida la utilización de las cuevas como espacios funerarios en los que se evidencian reutilizaciones continuas a lo largo del
Neolítico. En la actualidad son pocas las dataciones absolutas que
permiten verificar sin duda la adscripción de los esqueletos a un
momento cronológico preciso. Queremos reseñar el caso de la Cova
Sant Martí (Agost) donde se han realizado dataciones absolutas sobre
restos humanos obteniendo una fecha de 4560 cal ANE (Torregrosa,
2004), siendo la más antigua para el Neolítico con restos humanos.
Desafortunadamente, la escasez de restos exhumados durante las
Fig. 4. Radios de una sepultura doble (mujer y
hombre, adultos) de la cultura de El Argar.
Obsérvese la clara diferenciación de tamaño.
excavaciones sólo nos ha permitido identificar la presencia de individuas/os adultas/os e infantiles. No hemos podido realizar su adscripción sexual, debido a lo poco representativos que son los fragmentos conservados (De Miguel, 2004a).
Es diferente la situación para las cuevas de enterramiento pertenecientes a las últimas fases del
Neolítico y el Calcolítico, donde el número de inhumaciones suele ser superior al de momentos anteriores.
Hemos identificado la presencia de mujeres en varias de las cuevas que hemos tenido oportunidad
de estudiar en diferentes museos (De Miguel, 2000). En general, el número de mujeres identificadas suele
ser menor que el de hombres. Aunque no podemos descartar que esta diferencia se deba a cuestiones
culturales, hay que reseñar que en bastantes casos hay restos que no han podido ser sexados, bien por
su deficiente estado de conservación, o porque sus características no están suficientemente claras. Es
posible que en algunos casos sean mujeres, por lo que nos llevarían a un cierto equilibrio entre sexos.
Igualmente en los contextos campaniformes en los que hemos podido sexar los cráneos están presentes hombres y mujeres, como ocurre en el Puntal de los Carniceros de Villena (Jover y De Miguel,
2002), e igualmente ocurre en la Cueva Occidental del Peñón de la Zorra (Villena), en este caso se ha
identificado una mujer a partir de la conservación de dos coxales casi completos.
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Es en la Edad del Bronce cuando se observan las más claras diferenciaciones rituales. Por una parte
la existencia de inhumaciones individuales o dobles en yacimientos claramente argáricos como son San
Antón (Orihuela), Laderas del Castillo (Callosa de Segura), Tabayá (Aspe) y la Illeta dels Banyets (El Campello).
De dos de ellos, San Antón y de las Laderas del Castillo, carecemos de materiales antropológicos que nos
permitan disponer de datos sobre la mayor o menor presencia de mujeres en los mismos. Disponemos de
algunas referencias del ritual y de los restos osteoarqueológicos conservados (De Miguel, 2004b).
En el Tabayá sólo se han excavado con metodología arqueológica sepulturas individuales
(Hernández, 1990; De Miguel, 2003) en cuyo estudio sólo hemos podido determinar la presencia de
hombres. Sin embargo conocemos la existencia de al menos una mujer procedente de excavaciones
clandestinas (Jover y López, 1997: 56). La infrarrepresentación de mujeres puede ser debida a una intencionalidad ritual, aunque hemos de contemplar el hecho de que el yacimiento sólo está excavado parcialmente.
Muy distinto es el caso del yacimiento de la Illeta dels Banyets, del que
se conservan restos humanos procedentes de varias sepulturas (De Miguel,
2001). En los fondos del Museo
Arqueológico Provincial de Alicante, se
conservan restos humanos procedentes de nueve sepulturas excavadas a
partir de la década de los años 70, del
pasado siglo. Destacaremos que se
produce una modificación significativa
Fig. 5. Enterramiento de una mujer con señales de desarticulación (Cova d’En Pardo,
Planes, Alicante). Fotografía de J.A. Soler y C. Roca.
del ritual respecto a las épocas anteriores que hemos descrito, ya que ahora
comparten el espacio con las/os
vivas/os. Son sepulturas localizadas en lugares de hábitat, habiéndose exhumado enterramientos individuales y dobles, alejándose de los espacios colectivos habituales hasta este momento. Ahora los elementos de ajuar, si existen, se vinculan a quienes ocupan la sepultura de forma personalizada. Es en este contexto cronocultural cuando las mujeres aparecen bien representadas tanto en las sepulturas individuales
como en las dobles, acompañadas por hombres.
Las manifestaciones rituales corresponden con las normas presentes en la Cultura del Argar.
Presencia de sepulturas en lugares de habitación, individuales o dobles, con personas de ambos sexos,
al igual que infantiles. Es lo más frecuente que en casos de las sepulturas dobles de adultos, estén formadas por una mujer y un hombre, inhumaciones realizadas en diferentes momentos. Suelen ser las
mujeres las que primero ocuparon la sepultura y tras un tiempo difícil de precisar, se produce la reutilización de la sepultura enterrando un hombre.
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En la Illeta dels Banyets se han identificado cuatro sepulturas dobles, en tres de las cuales se evidencia la presencia de una mujer y un hombre, no permitiendo el estado de conservación de la cuarta sepultura llegar a más precisiones. Sólo en una de ellas conocemos el orden de colocación de los cuerpos, correspondiendo el primer lugar al de la mujer y tras cierto tiempo, posiblemente de varios años, fue depositado el
hombre. Es posible que haya que buscar en las relaciones de parentesco el hecho de compartir la última
morada. En el caso de que fueran vínculos sanguíneos los que unan a las personas, será el campo de la
genética quien pueda ofrecernos los datos científicos que permitan corroborarlo, pero por el momento no
disponemos de ninguno.
De igual modo, se identifica la presencia de cinco sepulturas individuales. Una de ellas contiene un/a
niño/a de 2-3 años, cuyo sexo no ha sido identificado. Las otras cuatro están ocupadas por personas adultas,
dos hombres, una sin determinar y una mujer. Baste comprobar que hombres y mujeres comparten el derecho
a ser enterrados en lugares de hábitat,
evidenciando su presencia tanto en
sepulturas dobles e individuales.
Si salimos del área argárica nos
encontramos con escasos datos que
nos ofrezcan información osteoarqueológica, hecho que condiciona
considerablemente la interpretación de
los contextos funerarios.
Se observa que durante la Edad
del Bronce se continúa con el uso de
las cuevas y covachas como lugares
de enterramiento, incluidas algunas de
las que se utilizaron en épocas anterio-
Fig. 6. Cráneos pertenecientes a una mujer y un hombre de la Grieta de la Sarsa (Bocairent,
Valencia)
res, como la Cova del Cantal o la
Cueva de la Barcella. Son conocidos los enterramientos de Villena, como el Cabezo de la Escoba, donde
se inhumaron un NMI de tres personas adultas, siendo al menos una de ellas mujer. Del mismo modo en
el entorno de Cabezo Redondo son frecuentes los enterramientos de varios individuos, y aunque el estado de conservación no permite una identificación clara de su adscripción sexual, la diferente robustez de
los mismos parece indicar que eran espacios compartidos por hombres, mujeres e infantiles.
Hay que subrayar que en las excavaciones realizadas en el área de habitación de Cabezo Redondo
por el Dr. M.S. Hernández, se han documentado al menos dos sepulturas individuales de adultos, una
de mujer (Fig. 7) y otra de hombre. Esta circunstancia vuelve a plantear un cierto equilibrio entre la presencia de personas de ambos sexos, con ritos similares.
Otro yacimiento del que conocemos sus restos humanos es el de El Mas del Corral (Alcoi) (Trelis,
1992). En sus proximidades se ha localizado una covacha con enterramiento múltiple diacrónico, en el
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que fueron inhumadas personas de diferentes edades y sexos. Esta situación es diferente a la del poblado, donde el único enterramiento excavado de adulto, se ha identificado como el de un hombre. A éste
habría que añadir la presencia de otros dos enterramientos de individuos perinatales, y la localización
entre los restos de fauna de otros restos humanos, preferentemente de infantiles.
En el yacimiento de la Mola de Agres fue excavada la inhumación de un hombre vinculado al lienzo de la muralla (Martí Bonafé et alii, 1996), localización algo diferente del resto de enterramientos identificados con cronología de la Edad del Bronce.
Si nos desplazamos hacia el norte, los datos disponibles son escasos. Recientemente se han estudiado
los restos de la inhumación localizada en la Muntanya Assolada (Alzira, València) (Fig. 8) cuya datación corresponde con una fecha de 2210-2130 ANE (De Pedro, 2004: 4344), que hemos identificado con los de una mujer adulta.
Asociado a este yacimiento se publicaron los materiales procedentes de una cueva de enterramiento, ocupada por varios individuos de diferentes edades, que por la diferente robustez de los
huesos largos es posible que estén representados ambos sexos.
Disponemos igualmente de información sobre otros yacimientos valencianos en los que se ha documentado la presencia de inhumaciones en poblado (Cabeço del Navarro,
Ontinyent; Lloma de Betxí, Paterna y Les Raboses, Albalat dels
Tarongers), en todos ellos los individuos adultos inhumados se
han identificado como hombres.
Dentro de las cuevas de enterramiento tenemos en la
provincia de Valencia la del Barranc Roig de Sagunt, en la que
se han identificado unas diez inhumaciones, siendo dos de
ellas mujeres (Barrachina et alii, 1996).
Fig. 7. Excavación del esqueleto de una mujer en
Cabezo Redondo (Fotografía de M.S. Hernández).
Igualmente creemos de gran relevancia los datos disponibles de la Cova dels Blaus (La Vall d’Uixò, Castelló), espacio
en el que se ha documentado la presencia de nueve indivi-
duos, seis adultas-os y tres infantiles. En este yacimiento se han sexuado cinco personas adultas, siendo cuatro de ellas mujeres. El minucioso estudio antropológico y paleopatológico nos permite disponer
de una información poco frecuente en nuestras tierras (Polo y Casabó, 2004; Romero et alii, 2004).
Para las fases finales de la Edad del Bronce no disponemos de muchos datos. Cabe reseñar el
hallazgo de la Cova d’En Pardo de los restos de una mujer joven, en los que se evidencia la manipulación de los mismos, con huellas de desarticulación (Chiarri et alii, 1999). Caso por el momento excepcional en nuestro ámbito geográfico.
Por último reseñaremos el cambio radical que ocurre en el ritual funerario durante el Bronce Final, al
menos en algunas zonas, como es la aparición de la necrópolis de cremación de Les Moreres (González
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Prats, 2002). Destaca la presencia de personas de ambos sexos y de todas las edades, siendo más
abundantes las mujeres. Se ha subrayado explícitamente que el ritual incinerador no ha hecho diferenciación ni entre sexos, ni entre edades (Gómez, 2002).
Paleopatología y Mujer
Para comprender cómo fue la vida de las personas disponemos, entre otros, de los datos obtenidos a partir de la Paleopatología. Se calcula que sólo el 10% de las enfermedades dejan huella en los huesos, por lo
que nunca llegaremos a conocer el estado de salud de las poblaciones del pasado de manera absoluta.
Sin embargo, son de gran relevancia los datos que podemos obtener, y la posibilidad de hacer comparaciones entre miembros de una misma comunidad diferenciando, en la medida de lo posible, las enfermedades sufridas según las edades y los sexos. Ya hemos explicado las dificultades que encontramos a la
hora de asignar a uno u otro sexo los materiales exhumados en cuevas de enterramiento.
Es por ello que son pocas las ocasiones en las
que tenemos la seguridad, en estos contextos,
de que los restos son de un sexo conocido.
Otra circunstancia diferente es cuando los
enterramientos se realizaron de forma individual, circunstancia en la que la adscripción
sexual suele ser más fácil, a la vez que disponemos del total del esqueleto para su estudio.
Es obvio que la patología más fácil de
identificar es la de origen traumático. En estos
casos es evidente el reconocimiento de la
Fig. 8. Muntanya Assolada, Alzira, Valencia. Excavación de 1989, enterramiento
de los cuadros z/10-11. Fuente Archivo SIP.
relación causa-efecto, lo que las alejaría de
los contenidos mágico-religiosos que pudieron haber tenido otro tipo de enfermedades. Desconocemos
cuáles eran los conocimientos sobre cómo cuidar y curar estas dolencias, pero está clara su utilización
(De Miguel y De Miguel, 2005). En la revisión de materiales que se ha realizado, hemos documentado
varios casos de fracturas en poblaciones prehistóricas. Al menos dos mujeres exhumadas en la Illeta del
Banyets presentan fracturas óseas con total cicatrización del hueso. La primera se localiza en una costilla, hecho que debió ser frecuente, posiblemente como consecuencia de una caída o de un traumatismo sobre el costado. El segundo, es el de una fractura de Colles (fractura de muñeca), cuya causa más
frecuente es una caída que obliga a apoyar la mano contra el suelo, causando dicha lesión.
Aunque hay evidencias de fracturas en otros yacimientos el hecho de ser cuevas con varios individuos, nos impide determinar si son mujeres u hombres quienes las padecieron.
Igualmente de causa traumática parece la erosión localizada en el parietal izquierdo de la mujer localizada en la grieta de la Cova de la Sarsa, con signos claros de haber iniciado su cicatrización, si bien no llegó
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a la reparación total del hueso (Fig. 9). Otro caso es el del cráneo 14 de la Cova de la Pastora, correspondiente a una mujer de unos 15 años, en la que se ha identificado una erosión craneal en el frontal (Campillo,
1978: 269). La escasez de las evidencias no permite, por el momento, hacer valoraciones en profundidad.
Otro aspecto de la enfermedad que es muy interesante es el de la identificación de las alteraciones
que las infecciones dejan sobre el esqueleto. En nuestro entorno son pocos los casos identificados, pero
consideramos de gran relevancia los signos de tuberculosis ósea evidenciados en la Cova dels Blaus
(Vall d’Uixò). En este espacio sepulcral se han identificado nueve individuas/os, seis fallecieron a edad
adulta y tres durante la infancia. Es poco frecuente que sean más mujeres que hombres (4/1), quienes
se inhumaran en este espacio sepulcral. Destacaremos que siete de los esqueletos muestran signos
compatibles con tuberculosis ósea, cuatro mujeres, un hombre y dos infantiles (Polo y Casabó, 2004).
Dado que con frecuencia el motivo del
contagio es por el consumo de leche y
derivados, o el contacto con animales
infectados, cabría plantearse si este
perfil poblacional quizás esté indicando que fueran las mujeres y los infantiles, quienes con más frecuencia realizaran trabajos de pastoreo, ordeño y
elaboración de productos lácteos.
Más frecuentes son las infecciones bucales, con pérdidas dentales y
caries, si bien no parece existir diferenciación por sexo.
No son frecuentes las malformaFig. 9. Evidencias de traumatismo craneal en la mujer exhumada en la Grieta de la Sarsa
(Bocairent, Valencia).
ciones esqueléticas documentadas en
la bibliografía paleopatológica. En nuestras tierras cabe reseñar la presencia de
un caso de impresión basilar con platibasilia (malformación craneal), en una mujer de 15-18 años, procedente de la Cueva de Palanqués (Navarrés, València) (Campillo, 1978: 78-85). Por nuestra parte hemos podido
estudiar un caso de síndrome de Kippel-Feil en la mujer inhumada en la Muntanya Assolada. Esta patología,
que consiste en la fusión de dos o más vértebras cervicales (Fig. 10), se da con más frecuencia en mujeres
(Aufderheide y Rodríguez-Martín, 1998: 61), siendo una alteración que causaría una diferenciación en el
aspecto externo de quien la padeció. No obstante, esta circunstancia no produjo la exclusión social de la
mujer, ni condicionó su vida falleciendo a edad adulta, y siendo enterrada de manera cuidadosa.
Aunque son muchos más los aspectos paleopatológicos que pudiéramos tratar quisiéramos terminar este apartado con una reflexión sobre aquella patología que únicamente nos concierne a las mujeres: la obstétrica.
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Es difícil de imaginar desde nuestra situación actual cuales eran las circunstancias en las que se
desarrollaba la vida reproductiva en las sociedades prehistóricas, aunque aún tenemos lugares en nuestro planeta donde los avances científicos no están al alcance de todas.
Parece claro que la sedentarización produjo un aumento de la fecundidad, reduciéndose los tiempos entre los nacimientos. Cuando una sociedad es productora, el acceso a los alimentos es más fácil,
no pasando en general grandes periodos de hambruna. Todo ello permite a la mujer tener una mejor disponibilidad procreadora, con periodos de fertilidad no condicionados por la nutrición.
El crecimiento poblacional en sociedades prevacunales se logra a partir del aumento de la descendencia asegurándose que, a pesar de las elevadas tasas de mortalidad infantil, haya un número elevado
de supervivientes. Ello supone que las mujeres debieron tener una cantidad importante de embarazos y
partos, de los que difícilmente se tiene constancia en el registro arqueológico. Serán la mayoría de las
veces los indicadores indirectos los que nos permitan reconocer
esas implicaciones de la maternidad en la salud de las mujeres.
En la actualidad no disponemos de estudios osteoarqueológicos suficientes en nuestro territorio que nos permitan comparar
edades de muerte entre mujeres y hombres, por ello carecemos
del dato básico para hacer inferencias sobre la mayor o menor
representación de cada sexo entre los grupos de edad. Cabría
como excepción los datos disponibles de la Necrópolis de cremación de Les Moreres (Gómez, 2002), donde este autor realiza alguna reflexión al respecto. En ella hay un mayor número de mujeres
(39%) que de hombres (27%) para población adolescente y adulta.
Hay una elevada mortalidad infantil con una significativa representación de recién nacidos, circunstancia que el autor pone en posible relación con la mortalidad femenina “sería sugerente decir que
Fig. 10. Vértebras cervicales de una mujer con
evidencias de padecer el Síndrome de KippelFeil (Muntanya Assolada, Alzira), comparadas
con otras sin alteraciones.
ambas mortalidades están relacionadas, debido a las condiciones
patológicas inherentes a la maternidad de aquella época” (Gómez, 2002: 463).
Excepción hecha de la necrópolis de les Moreres, no hay otras con un número significativo de enterramientos, ni con estudios osteoarqueológicos que nos permitan hacer valoraciones en este sentido.
Una forma indirecta de reconocer las complicaciones de los embarazos es la presencia de individuos perinatales presentes en contextos funerarios o habitacionales. En algunos casos, como hemos
estudiado en Cabezo Redondo y el Mas del Corral, el tamaño de los huesos excavados nos está indicando que se trata de fetos, nacidos varias semanas antes de lo normal (30-32 semanas en Cabezo
Redondo y 29-31 semanas en el Mas del Corral). Sirva al menos como ejemplo de los múltiples riesgos que debieron correr estas mujeres tales como abortos, gestosis, partos prematuros, hemorragias
e infecciones de todo tipo, que debieron comprometer seriamente su vida, sino se convirtieron en causa
de su muerte.
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Como caso conmovedor y a modo de ejemplo recurriremos a una inhumación encontrada en el yacimiento argárico de El Cerro de la Viñas (Coy, Lorca, Murcia). En él se localizó el enterramiento de una mujer
en cuya pelvis se identificaron los restos de un feto. La minuciosa excavación permitió reconocer la postura fetal, documentándose la presencia del prolapso de un brazo, caso recogido en una reciente publicación (Malgosa et alii, 2004) (Fig. 11). Esta circunstancia nos indica que la mujer falleció durante el parto,
durante el cual el feto estaría colocado en situación transversa, provocando que el brazo saliera por el canal
del parto tras la rotura de la membrana amniótica, quedando el resto del cuerpo en el interior. Esta circunstancia hace imposible un parto vaginal, por lo que tras un periodo de imprecisa duración (pudiera haber
sido de varios días) se produjo el fallecimiento de la mujer, y consecuentemente la de su hija/o.
De momento es el único caso conocido para esta época, pero seguro que debieron ser relativamente
frecuentes este tipo de fallecimientos claramente relacionados con la función reproductiva de las mujeres.
Inferencias sobre las funciones sociales de las mujeres
No es fácil reconocer a partir de una muestra osteoarqueológica
tan escasa cuáles eran las funciones sociales de la mujer en los
diferentes momentos de la Prehistoria. Esas funciones sociales
son las que hacen que las personas formen parte de un determinado género, si bien pueden ser cambiantes a lo largo del tiempo. Hay que aproximarse a los registros arqueológicos con una
mirada estereoscópica, en la que se imbriquen aspectos materiales, espaciales, productivos, etc. A todo ello hay que sumar el
estudio pormenorizado de los contextos funerarios, no olvidándoFig. 11. Mujer fallecida por complicaciones durante el parto (Cerro de la Viñas, Coy, Lorca, Murcia)
(Fotografía de M.M Ayala), con dibujo indicativo del
tipo de distocia identificado.
nos que los restos humanos allí contenidos son los de quienes
protagonizaron la historia en ese momento. No podemos avanzar
en el campo de los estudios sobre la mujer y de su papel social
sin saber si forman o no parte relevante de la comunidad, a par-
tir del reconocimiento de su presencia en los diferentes contextos funerarios.
Debemos obtener información de los restos óseos conservados, de sus edades y estados de
salud, sus marcadores de actividad, etc., y a partir de ese punto poder realizar comparaciones entre
sexos. Tenemos como finalidad reconocer similitudes y diferencias, tanto entre personas de una misma
comunidad, como entre otras cronológicamente y/o geográficamente diferentes.
Este camino ya ha sido emprendido (Campillo, 1996; Grauer y Stuard-Macadam, 1998; Izaguirre et
alii, 2003; Jiménez-Brobeil et alii, 2004; Escoriza y Sanahuja, 2005), pero aún las conclusiones son limitadas. En nuestro territorio son muchos los restos humanos todavía están por estudiar y esperamos que
poco a poco se pueda progresar y obtener datos que permitan conocer cada vez mejor a las mujeres y
hombres que nos precedieron.
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