El Laboratorio de Restauración del Museo de Prehistoria de Valencia
Trinidad Pasíes Oviedo
María Amparo Peiró Ronda
2006
[page-n-1]
El Laboratorio de Restauración
del Museo de Prehistoria de Valencia
Trinidad Pasíes Oviedo y María Amparo Peiró Ronda
Servicio de Investigación Prehistórica
Desde sus primeros años de existencia y junto a las labores de excavación, estudio y exposición de piezas, el Laboratorio del Museo de
Prehistoria y del Servicio de Investigación Prehistórica se encargó de los
trabajos de restauración de todos aquellos materiales que iban conformando la colección arqueológica. Su trayectoria, tal y como vemos reflejada en las Memorias anuales de la Dirección o Labor del SIP, ha sido
complicada, pero llena del entusiasmo de fervientes amantes de nuestra
cultura que se encargaron de recuperar y restaurar los diversos materiales con los escasos medios de la época. Han pasado muchas décadas
desde su creación, muchos avatares y anécdotas que quedaron en la
memoria de los distintos profesionales que han formado parte del
museo. Hoy, iniciada una nueva andadura, desde el Laboratorio de restauración queremos recordar cuál ha sido nuestra historia en aquellos
primeros años; y que estas líneas sirvan de homenaje a todos aquellos
que, durante este periodo, se han dedicado a tan paciente labor con
innegable dedicación y esfuerzo1.
Los orígenes del laboratorio de restauración con nombre propio:
Salvador Espí Martí.
La historia del Laboratorio se remonta a los propios orígenes del
SIP en 1927; nos centraremos, sin embargo, en las primeras décadas de
su funcionamiento, donde el recuerdo está ligado a un nombre propio:
Salvador Espí Martí (1891-1965), «capataz reconstructor» que entró en
el Servicio de la mano de D. Isidro Ballester Tormo. Su ayudante fue José
María Montañana que pasará oficialmente a formar parte de la corporación provincial en 1945, aunque ya venía trabajando desde tiempo
atrás. Releyendo en las antiguas memorias y escuchando aún las palabras de algunos relatores, se entreve el tesón y la sorprendente capacidad de esfuerzo de estos profesionales que, a menudo con un jornal
mínimo, dedicaron la vida a su trabajo:
171
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Salvador Espí
manipulando una de las
piezas en el Laboratorio
de Restauración del SIP.
Hacia 1957-58.
[Jesús Alonso. Papel. SIP]
«Los domingos, tomaba Salvador el tren y volvía cargado con un saco
de cerámica que durante la semana siguiente limpiaba. Así nos dimos cuenta de los tesoros que aquel lugar guardaba. Entonces, su jornal (que sólo
cobraba los días laborables) era todavía de seis pesetas» (Pericot, 1966: 9).
Aquel lugar era el Tossal de Sant Miquel (Llíria) y los tesoros hallados uno de los conjuntos de cerámicas pintadas más importantes de la
cultura ibérica. La personalidad de S. Espí ha sido y sigue siendo recordada dentro del SIP; el primer jefe y organizador del taller era una persona modesta y trabajador incansable que pasó casi toda su vida ligado al
mundo de la arqueología y la restauración, reconstruyendo centenares de
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El Laboratorio de Restauración del Museo de Prehistoria de Valencia
vasos cerámicos o, como mejor alguien expresaría luchando «por ajustar
y suplir algunos tiestos» (Las Provincias, 28 de marzo de 1947, p. 8). Y
a pesar de su enorme capacidad de trabajo tuvo que conformarse durante muchos años con el salario mínimo de un jornalero eventual y no será
hasta 1939 cuando ingrese finalmente en la plantilla de funcionarios de
la Diputación de Valencia. Su formación fue totalmente autodidacta,
aprendiendo de la experiencia y perfeccionando poco a poco su talento.
La labor de S. Espí traspasó incluso las fronteras del propio laboratorio y su presencia fue solicitada en diversas ocasiones, allí donde se
requería un trabajo de mayor precisión; el capataz reconstructor del SIP
participó, por ejemplo, en las extracciones de varios de los mosaicos
aparecidos en la localidad de Sagunt, así como en las intervenciones
sobre materiales de Banyoles, entre otros (Fletcher y Pla, 1977: 61).
Como responsable del Laboratorio de Restauración, desde 1927
hasta su jubilación anticipada en 1959, las competencias de S. Espí iban
más allá de las de un mero restaurador. De hecho no deja de ser curiosa
la propia denominación de nuestra profesión en aquellos años, cuando se
simultaneaban las labores de «reconstructor», o restaurador de piezas en
laboratorio, con las de «capataz» o peón ayudante en excavaciones y
otras actividades. Son incontables los trabajos que se iban realizando in
situ en las propias excavaciones; más, eso sí, como trabajos de simple
recogida de materiales que como tratamientos bien entendidos de conservación. Pero una labor que bien podía desempeñar un simple peón era tremendamente valorada y apreciada por los propios directores de las campañas arqueológicas, convirtiéndose arqueólogo y restaurador en figuras
indisolubles. El propio Lluís Pericot, autor de un entrañable artículo escrito a la muerte de S. Espí, hablaba en estos términos del papel esencial que
desempeñaba cuando le acompañaba a sus diversas excavaciones:
«Se podía tener la seguridad de que no deformaría un dato, una
observación, aunque haciéndolo así perdiera un elogio o un reconocimiento a su método. Para don Isidro y para mí, esa lealtad se convertía
en algo de veneración que le impulsaba a ser colaborador, amigo, ayuda
de cámara, hombre providencial para todas las grandes o pequeñas incomodidades que la vida en el monte y las incidencias que estos trabajos
llevan consigo» (Pericot, 1966: 9).
Aparte de los numerosos viajes de campo que se organizaban, la
principal función del laboratorio era la intervención directa sobre los
materiales recogidos. Así ha quedado reflejado en las Memorias que
publicaba el Servicio de Investigación Prehistórica, ligado desde sus inicios al propio Museo (Labor del SIP). En la mayoría de ellas se introduce con las siguientes palabras:
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
«Vaso de los Guerreros»
procedente del Tossal de
Sant Miquel (Llíria)
durante su proceso
de restauración.
Hacia 1940.
[Papel. SIP D/5.733]
«Una de las tareas propias del laboratorio de este Servicio de
Investigación Prehistórica, en la que se emplean muchas horas por su personal, es la dedicada a la limpieza, clasificación, reconstrucción y consolidación
de los objetos que ingresan en el mismo como resultado de las prospecciones
y excavaciones que se efectúan o a consecuencia de donaciones, y con la finalidad de realizar una selección para ser, los más interesantes, expuestos en el
Museo, y los demás, almacenados convenientemente» (Fletcher, 1974: 101).
Pero los inicios no fueron fáciles; escasos eran los medios materiales y
humanos e insuficientes los espacios y las infraestructuras. La ubicación del
laboratorio sabemos que varió mucho a lo largo de los años, a raíz de los
continuos movimientos de la propia corporación provincial. Su primera sede,
aunque de manera provisional, fue un pequeño espacio que compartía, además, con el destinado al Servicio Agrícola de la Diputación, «local insuficiente, por su pequeñez, para una sola de dichas atenciones, menos había de serlo
para ambas» (Ballester, 1931: 14-15); hasta que al poco tiempo, realizando
algunas obras, se habilitó uno de los sótanos del Palau de la Generalitat:
«Se ha enlosado convenientemente; se construyó un vasar y un ancho
poyo a lo largo de dos de las paredes, para la colocación y clasificación del
material, cerámico especialmente, para cuyo lavado se han dispuesto dos
grandes artesas forradas de plancha de plomo; y se ha construido y colocado, además el menaje complementario, tal como una amplia mesa y un clasificador de cerámica, con enrejado para facilitar su desecación» (Ballester,
1931: 15).
Allí, en estos primeros años de actividad, se limpiaron, clasificaron y
reconstruyeron pacientemente gran cantidad de materiales procedentes,
entre otras, de las excavaciones de la Cova del Parpalló (Gandia), la Bastida
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El Laboratorio de Restauración del Museo de Prehistoria de Valencia
de les Alcusses (Moixent), la Cova de la Sarsa (Bocairent), el Tossal de Sant
Miquel (Llíria), etc. Más escuetas son las Memorias en cuanto a referencias
sobre los antiguos métodos de restauración; gracias a los textos sabemos
que de forma habitual se realizaban tratamientos en «agua acidulada»
(Ballester, 1949a: 117) tanto para piezas cerámicas como para objetos
metálicos. Los hierros, por ejemplo, se sumergían en agua hirviendo para,
posteriormente, ser parafinados también por inmersión en recipientes especialmente diseñados (Ballester, 1942a: 25; Fletcher, 1951: 8; Fletcher, 1952:
6). Gran parte de la colección de armamento ibérico del Museo, tanto la
que se exhibe en las salas como la que se guarda en los almacenes, ha sufrido este tipo de intervención. Asimismo, muchos de los materiales metálicos
se trataron con limpiezas de tipo electroquímico y electrolítico.
Continuamente se reivindicaba la necesidad de dotar al laboratorio no sólo de espacios más amplios, sino de más personal. El periodo
de la Guerra Civil fue especialmente fructífero para avanzar los trabajos
del Laboratorio, a consecuencia de la paralización que supuso la contienda en lo referente al normal desarrollo de las excavaciones arqueológicas, tal y como nos relata I. Ballester:
«En el año 1935 y la primera mitad de 1936, o sea hasta el glorioso Alzamiento Nacional, el trabajo de Laboratorio se ha venido resistiendo, como en años anteriores, de insuficiente, pues era imposible que un
solo empleado, el señor Espí, pudiese llevar al día los trabajos de lavado,
clasificación y reconstrucción del material cerámico abundantísimo proporcionado por las excavaciones... El ambiente de inusitado desorden y
de extremada violencia en que se ha vivido durante el periodo rojo, o sea
en la mayor parte del tiempo a que se contrae esta Memoria, imposibilitando casi en absoluto las actividades del SIP en el campo, ha dado lugar
a que se intensificaran en lo posible los trabajos de Laboratorio. Y buena
falta hacía ello, ya que el exceso de atenciones corrientes e inaplazables,
Tinajilla y cálato
conocido como «Vaso
de la danza bastetana»
procedentes del Tossal
de Sant Miquel (Llíria).
Hacia 1940.
[Papel. SIP D/5.734]
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Gran lebes de pie alto,
con labio moldurado,
conocido como
«Vaso de la danza guerrera»
y procedente del Tossal
de Sant Miquel (Llíria).
Hacia 1940.
[Placa de vidrio. SIP 2.417]
como queda dicho, y la casi total carencia de personal retribuido que
atendiera a las de que nos ocupamos, fue obligando a aplazar para mejor
ocasión el atender a alguna de éstas, y ella se presentó al paralizarse la
marcha ordinaria y normal del SIP, y pudo realizarse, como acabamos de
exponer, en el periodo marxista» (Ballester, 1942a: 24-25).
Con el paso de los años la falta de espacio se hizo cada vez más preocupante y, finalmente, en 1951 comienza el traslado a los antiguos locales de Vías y Obras, en el Palau del Temple. En 1955 se produce otro cambio, acondicionándose en ese momento diversas estancias en el conocido
como Palau de la Batlia, aunque la sede volvería a cambiar en 1982,
situándose en la antigua Casa de la Beneficencia, donde hoy nos encontramos. Es por ello que el laboratorio ha tenido siempre que acomodarse
a unos espacios y locales ya existentes que, en la mayoría de ocasiones, no
reunían las condiciones propias del trabajo que allí se desempeñaba.
Sin embargo, a pesar de todos estos avatares, estamos plenamente
convencidos de que la colección que hoy integra el Museo de Prehistoria
se ha salvado gracias al trabajo de las personas que formaron parte del
laboratorio desde su creación, en 1927, hasta nuestros días. Sin duda, es
mucho lo que podemos y debemos aprender de ellos, cuanto menos la sencillez, el esfuerzo y la dedicación de toda una vida dedicada al patrimonio.
1
Las autoras quieren expresar su agradecimiento a Alía García, becaria del laboratorio, por
su ayuda en la tarea de documentación y a Rafael Fambuena e Inocencio Sarrión por toda
la información facilitada para la realización de este trabajo.
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del Museo de Prehistoria de Valencia
Trinidad Pasíes Oviedo y María Amparo Peiró Ronda
Servicio de Investigación Prehistórica
Desde sus primeros años de existencia y junto a las labores de excavación, estudio y exposición de piezas, el Laboratorio del Museo de
Prehistoria y del Servicio de Investigación Prehistórica se encargó de los
trabajos de restauración de todos aquellos materiales que iban conformando la colección arqueológica. Su trayectoria, tal y como vemos reflejada en las Memorias anuales de la Dirección o Labor del SIP, ha sido
complicada, pero llena del entusiasmo de fervientes amantes de nuestra
cultura que se encargaron de recuperar y restaurar los diversos materiales con los escasos medios de la época. Han pasado muchas décadas
desde su creación, muchos avatares y anécdotas que quedaron en la
memoria de los distintos profesionales que han formado parte del
museo. Hoy, iniciada una nueva andadura, desde el Laboratorio de restauración queremos recordar cuál ha sido nuestra historia en aquellos
primeros años; y que estas líneas sirvan de homenaje a todos aquellos
que, durante este periodo, se han dedicado a tan paciente labor con
innegable dedicación y esfuerzo1.
Los orígenes del laboratorio de restauración con nombre propio:
Salvador Espí Martí.
La historia del Laboratorio se remonta a los propios orígenes del
SIP en 1927; nos centraremos, sin embargo, en las primeras décadas de
su funcionamiento, donde el recuerdo está ligado a un nombre propio:
Salvador Espí Martí (1891-1965), «capataz reconstructor» que entró en
el Servicio de la mano de D. Isidro Ballester Tormo. Su ayudante fue José
María Montañana que pasará oficialmente a formar parte de la corporación provincial en 1945, aunque ya venía trabajando desde tiempo
atrás. Releyendo en las antiguas memorias y escuchando aún las palabras de algunos relatores, se entreve el tesón y la sorprendente capacidad de esfuerzo de estos profesionales que, a menudo con un jornal
mínimo, dedicaron la vida a su trabajo:
171
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Salvador Espí
manipulando una de las
piezas en el Laboratorio
de Restauración del SIP.
Hacia 1957-58.
[Jesús Alonso. Papel. SIP]
«Los domingos, tomaba Salvador el tren y volvía cargado con un saco
de cerámica que durante la semana siguiente limpiaba. Así nos dimos cuenta de los tesoros que aquel lugar guardaba. Entonces, su jornal (que sólo
cobraba los días laborables) era todavía de seis pesetas» (Pericot, 1966: 9).
Aquel lugar era el Tossal de Sant Miquel (Llíria) y los tesoros hallados uno de los conjuntos de cerámicas pintadas más importantes de la
cultura ibérica. La personalidad de S. Espí ha sido y sigue siendo recordada dentro del SIP; el primer jefe y organizador del taller era una persona modesta y trabajador incansable que pasó casi toda su vida ligado al
mundo de la arqueología y la restauración, reconstruyendo centenares de
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El Laboratorio de Restauración del Museo de Prehistoria de Valencia
vasos cerámicos o, como mejor alguien expresaría luchando «por ajustar
y suplir algunos tiestos» (Las Provincias, 28 de marzo de 1947, p. 8). Y
a pesar de su enorme capacidad de trabajo tuvo que conformarse durante muchos años con el salario mínimo de un jornalero eventual y no será
hasta 1939 cuando ingrese finalmente en la plantilla de funcionarios de
la Diputación de Valencia. Su formación fue totalmente autodidacta,
aprendiendo de la experiencia y perfeccionando poco a poco su talento.
La labor de S. Espí traspasó incluso las fronteras del propio laboratorio y su presencia fue solicitada en diversas ocasiones, allí donde se
requería un trabajo de mayor precisión; el capataz reconstructor del SIP
participó, por ejemplo, en las extracciones de varios de los mosaicos
aparecidos en la localidad de Sagunt, así como en las intervenciones
sobre materiales de Banyoles, entre otros (Fletcher y Pla, 1977: 61).
Como responsable del Laboratorio de Restauración, desde 1927
hasta su jubilación anticipada en 1959, las competencias de S. Espí iban
más allá de las de un mero restaurador. De hecho no deja de ser curiosa
la propia denominación de nuestra profesión en aquellos años, cuando se
simultaneaban las labores de «reconstructor», o restaurador de piezas en
laboratorio, con las de «capataz» o peón ayudante en excavaciones y
otras actividades. Son incontables los trabajos que se iban realizando in
situ en las propias excavaciones; más, eso sí, como trabajos de simple
recogida de materiales que como tratamientos bien entendidos de conservación. Pero una labor que bien podía desempeñar un simple peón era tremendamente valorada y apreciada por los propios directores de las campañas arqueológicas, convirtiéndose arqueólogo y restaurador en figuras
indisolubles. El propio Lluís Pericot, autor de un entrañable artículo escrito a la muerte de S. Espí, hablaba en estos términos del papel esencial que
desempeñaba cuando le acompañaba a sus diversas excavaciones:
«Se podía tener la seguridad de que no deformaría un dato, una
observación, aunque haciéndolo así perdiera un elogio o un reconocimiento a su método. Para don Isidro y para mí, esa lealtad se convertía
en algo de veneración que le impulsaba a ser colaborador, amigo, ayuda
de cámara, hombre providencial para todas las grandes o pequeñas incomodidades que la vida en el monte y las incidencias que estos trabajos
llevan consigo» (Pericot, 1966: 9).
Aparte de los numerosos viajes de campo que se organizaban, la
principal función del laboratorio era la intervención directa sobre los
materiales recogidos. Así ha quedado reflejado en las Memorias que
publicaba el Servicio de Investigación Prehistórica, ligado desde sus inicios al propio Museo (Labor del SIP). En la mayoría de ellas se introduce con las siguientes palabras:
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
«Vaso de los Guerreros»
procedente del Tossal de
Sant Miquel (Llíria)
durante su proceso
de restauración.
Hacia 1940.
[Papel. SIP D/5.733]
«Una de las tareas propias del laboratorio de este Servicio de
Investigación Prehistórica, en la que se emplean muchas horas por su personal, es la dedicada a la limpieza, clasificación, reconstrucción y consolidación
de los objetos que ingresan en el mismo como resultado de las prospecciones
y excavaciones que se efectúan o a consecuencia de donaciones, y con la finalidad de realizar una selección para ser, los más interesantes, expuestos en el
Museo, y los demás, almacenados convenientemente» (Fletcher, 1974: 101).
Pero los inicios no fueron fáciles; escasos eran los medios materiales y
humanos e insuficientes los espacios y las infraestructuras. La ubicación del
laboratorio sabemos que varió mucho a lo largo de los años, a raíz de los
continuos movimientos de la propia corporación provincial. Su primera sede,
aunque de manera provisional, fue un pequeño espacio que compartía, además, con el destinado al Servicio Agrícola de la Diputación, «local insuficiente, por su pequeñez, para una sola de dichas atenciones, menos había de serlo
para ambas» (Ballester, 1931: 14-15); hasta que al poco tiempo, realizando
algunas obras, se habilitó uno de los sótanos del Palau de la Generalitat:
«Se ha enlosado convenientemente; se construyó un vasar y un ancho
poyo a lo largo de dos de las paredes, para la colocación y clasificación del
material, cerámico especialmente, para cuyo lavado se han dispuesto dos
grandes artesas forradas de plancha de plomo; y se ha construido y colocado, además el menaje complementario, tal como una amplia mesa y un clasificador de cerámica, con enrejado para facilitar su desecación» (Ballester,
1931: 15).
Allí, en estos primeros años de actividad, se limpiaron, clasificaron y
reconstruyeron pacientemente gran cantidad de materiales procedentes,
entre otras, de las excavaciones de la Cova del Parpalló (Gandia), la Bastida
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de les Alcusses (Moixent), la Cova de la Sarsa (Bocairent), el Tossal de Sant
Miquel (Llíria), etc. Más escuetas son las Memorias en cuanto a referencias
sobre los antiguos métodos de restauración; gracias a los textos sabemos
que de forma habitual se realizaban tratamientos en «agua acidulada»
(Ballester, 1949a: 117) tanto para piezas cerámicas como para objetos
metálicos. Los hierros, por ejemplo, se sumergían en agua hirviendo para,
posteriormente, ser parafinados también por inmersión en recipientes especialmente diseñados (Ballester, 1942a: 25; Fletcher, 1951: 8; Fletcher, 1952:
6). Gran parte de la colección de armamento ibérico del Museo, tanto la
que se exhibe en las salas como la que se guarda en los almacenes, ha sufrido este tipo de intervención. Asimismo, muchos de los materiales metálicos
se trataron con limpiezas de tipo electroquímico y electrolítico.
Continuamente se reivindicaba la necesidad de dotar al laboratorio no sólo de espacios más amplios, sino de más personal. El periodo
de la Guerra Civil fue especialmente fructífero para avanzar los trabajos
del Laboratorio, a consecuencia de la paralización que supuso la contienda en lo referente al normal desarrollo de las excavaciones arqueológicas, tal y como nos relata I. Ballester:
«En el año 1935 y la primera mitad de 1936, o sea hasta el glorioso Alzamiento Nacional, el trabajo de Laboratorio se ha venido resistiendo, como en años anteriores, de insuficiente, pues era imposible que un
solo empleado, el señor Espí, pudiese llevar al día los trabajos de lavado,
clasificación y reconstrucción del material cerámico abundantísimo proporcionado por las excavaciones... El ambiente de inusitado desorden y
de extremada violencia en que se ha vivido durante el periodo rojo, o sea
en la mayor parte del tiempo a que se contrae esta Memoria, imposibilitando casi en absoluto las actividades del SIP en el campo, ha dado lugar
a que se intensificaran en lo posible los trabajos de Laboratorio. Y buena
falta hacía ello, ya que el exceso de atenciones corrientes e inaplazables,
Tinajilla y cálato
conocido como «Vaso
de la danza bastetana»
procedentes del Tossal
de Sant Miquel (Llíria).
Hacia 1940.
[Papel. SIP D/5.734]
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Gran lebes de pie alto,
con labio moldurado,
conocido como
«Vaso de la danza guerrera»
y procedente del Tossal
de Sant Miquel (Llíria).
Hacia 1940.
[Placa de vidrio. SIP 2.417]
como queda dicho, y la casi total carencia de personal retribuido que
atendiera a las de que nos ocupamos, fue obligando a aplazar para mejor
ocasión el atender a alguna de éstas, y ella se presentó al paralizarse la
marcha ordinaria y normal del SIP, y pudo realizarse, como acabamos de
exponer, en el periodo marxista» (Ballester, 1942a: 24-25).
Con el paso de los años la falta de espacio se hizo cada vez más preocupante y, finalmente, en 1951 comienza el traslado a los antiguos locales de Vías y Obras, en el Palau del Temple. En 1955 se produce otro cambio, acondicionándose en ese momento diversas estancias en el conocido
como Palau de la Batlia, aunque la sede volvería a cambiar en 1982,
situándose en la antigua Casa de la Beneficencia, donde hoy nos encontramos. Es por ello que el laboratorio ha tenido siempre que acomodarse
a unos espacios y locales ya existentes que, en la mayoría de ocasiones, no
reunían las condiciones propias del trabajo que allí se desempeñaba.
Sin embargo, a pesar de todos estos avatares, estamos plenamente
convencidos de que la colección que hoy integra el Museo de Prehistoria
se ha salvado gracias al trabajo de las personas que formaron parte del
laboratorio desde su creación, en 1927, hasta nuestros días. Sin duda, es
mucho lo que podemos y debemos aprender de ellos, cuanto menos la sencillez, el esfuerzo y la dedicación de toda una vida dedicada al patrimonio.
1
Las autoras quieren expresar su agradecimiento a Alía García, becaria del laboratorio, por
su ayuda en la tarea de documentación y a Rafael Fambuena e Inocencio Sarrión por toda
la información facilitada para la realización de este trabajo.
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