Dados y fichas de la Edad del Hierro en la Península Ibérica
Marta Blasco Martín
2016
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXI, Valencia, 2016, p. 241-260
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Marta BLASCO MARTÍN a
Dados y fichas de la Edad del Hierro
en la Península Ibérica
RESUMEN: En este trabajo presentamos una compilación de los dados encontrados en el sur y este
peninsular entre los siglos VI-I a.C. Se ha incidido en los contextos, en las diversas materias primas
en las que se han realizado, en sus características físicas y en las piezas asociadas a los mismos que
pueden interpretarse como parte de juegos antiguos. Además, se analiza la orientación de las marcas
en cada una de las caras de los dados y su numeración. Todo ello desde una visión comparativa con
otras culturas mediterráneas de la Antigüedad. Asimismo, se recogen una serie de piezas cúbicas y
paralelepipédicas similares a los dados, pero que por sus características físicas consideramos distintas
a estos y se plantean sus posibles usos.
PALABRAS CLAVE: Época Ibérica, dados, fichas, astrágalos, “petits objets”, juegos antiguos, azar,
adivinación.
Dice and tokens (dominoes) of the Iron Age in the Iberian Peninsula
ABSTRACT: In this essay, we analyse a compilation of dice (VI-I B.C.) found in the south and south
east of the Iberian Peninsula. We have paid special attention to the contexts, the different raw materials
in which they have been made, their physical characteristics and the artifacts associated to such dice
as they can be interpreted as part of ancient games. Furthermore, we have analysed the facing and
positions of each numeration and face for every dice. All of this has been done from a comparative
perspective with other antique Mediterranean cultures. Additionally, we collect a series of cubic
and parallelepipedic pieces similar to the dices, but we consider them different due to their physical
characteristics. We propose some uses for these objects too.
KEYWORDS: Iberian period, dices, tokens (dominoes), knucklebones, small finds, ancient games, luck,
prediction.
a
Personal Investigador en Formació, Subprograma “Atracció de Talent” (VLC-CAMPUS), Universitat de València.
marta.blasco@uv.es
Recibido: 15/12/2015. Aceptado: 11/02/2016.
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1. INTRODUCCIÓN
Por un hallazgo “casual” en la bibliografía mientras buscábamos piezas realizadas sobre hueso, asta
y marfil en yacimientos ibéricos, encontramos información sobre tres dados fabricados sobre hueso1
depositados en la tumba 43 de la necrópolis ibérica de Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia)
(García Cano et al., 2008: 57). Esta referencia nos llevó a realizar una búsqueda más exhaustiva de
este tipo de piezas en cronologías prerromanas y nos hizo plantearnos una serie de preguntas que
responder: ¿Cuándo aparecieron los primeros dados? ¿Quiénes los inventaron? ¿Cuándo llegaron los
primeros dados a la Península Ibérica? ¿En qué materiales se realizaron? ¿En qué contextos aparecen?
¿Cuándo se generalizó su uso? Algunas de estas preguntas no han resultado fáciles de responder, pero la
búsqueda sistemática de información bibliográfica, así como la revisión y estudio personal de los dados
a los que hemos podido tener acceso recuperados en el territorio de la Cultura Ibérica, nos han permitido
obtener los datos y conclusiones que presentamos en este trabajo.
2. ORIGEN DE LOS DADOS
El primer punto que debemos tratar es el del origen de los dados. Tras una investigación exhaustiva, que
fuese más allá de teorías e ideas contradictorias que fácilmente pueden encontrarse por la red, debemos
señalar que las evidencias arqueológicas que hemos podido documentar en diferentes publicaciones
científicas, nos revelan un panorama que no aclara con rotundidad dónde y cuándo fijar el origen de estas
piezas de juego. Manniez (2010), en su trabajo sobre los dados de hueso de época romana de la ciudad
de Nîmes, señala que el origen de éstos se asocia a los griegos o a los lidios, pero hay constancia de su
existencia anterior en el Egipto Faraónico. Y bien es cierto que en el Antiguo Egipto encontramos dados
dentro de su cultura material y referencias de algunos autores a su existencia (Moret, 1993: 128; Luck,
1995). Se han encontrado dados, por ejemplo, en las excavaciones de Deir el-Medinah en contextos
del Nuevo Imperio (Caubet, 2004: 46) o en Tanis, donde se recuperó un dado datado en el I mil. a.C.2
realizado sobre marfil de hipopótamo, de forma cuadrangular y con la puntuación de sus caras igual a los
dados actuales, esto es, las caras opuestas suman, entre ambas, siete: 1-6; 2-5; 3-4.
Por otra parte, si hablamos de los primeros juegos de azar que conocemos no podemos menos que
empezar hablando del mundo mesopotámico, concretamente del Juego de Ur, hallado en la Tumba
PG/789 del Cementerio Real, con una cronología de mediados del III milenio a.C., lo que lo convierte
en el juego de mesa más antiguo conocido. Está realizado sobre madera, concha y lapislázuli y,
actualmente, se encuentra expuesto en el British Museum de Londres. Este juego no requería de dados
en sí, sino que contaba con una serie de fichas puntuadas que podrían ser lanzadas. Desconocemos
exactamente las reglas que se utilizarían para jugar (Ascalone, 2008: 255; Llagostera, 2011: 306-307).
Para el mundo egipcio conocemos también juegos completos de azar, en los que no necesariamente se
utilizaban dados, sino que también se podía jugar lanzando tabas, bastoncillos o fichas en las que se
señalaba la puntuación pertinente. Como el senet, un juego de tablero, popular entre todas las clases
sociales egipcias, y del que, de nuevo, desconocemos exactamente las reglas (Llagostera, 2011: 307308). Sí sabemos que este juego desempeñó durante el Imperio Nuevo una función funeraria, ya que
aparece citado en el capítulo diecisiete del Libro de los Muertos. El difunto debía jugar una partida
contra un adversario invisible y, si vencía, quedaba garantizada la pureza de su corazón (Fassone y
Ferraris, 2008: 225). Por tanto, vemos que tenemos constancia de los juegos de azar desde mediados del
1 Su posterior revisión en el Museo Arqueológico Jerónimo Molina (Jumilla, Murcia) nos permite corregir esta información y
afirmar que estos tres dados fueron realizados sobre marfil, no sobre hueso.
2 No se especifica una cronología más concreta (Caubet et al., 2004: 48).
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III mil. a.C. en Mesopotamia y desde el Imperio Nuevo en el Egipto Faraónico. Además, dados y otras
piezas de juego también se han recuperado en yacimientos griegos (Béal, 1983: 354) y etruscos (Artioli
et al., 2011) con una cronología que al menos alcanza el s. VIII a.C.
Si, más allá de los vestigios materiales, nos apoyamos en la lectura de los autores de la Antigüedad para
señalar el origen de los dados, debemos apuntar las palabras de Heródoto de Halicarnaso (s. V a.C.) que explica
que fueron los lidios los que inventaron los juegos de dados y de las tabas: “Los mismos lidios afirman que los
juegos a los que hoy se juega entre los griegos son invención suya. Y al mismo tiempo que los inventaron, esto es
lo que los lidios cuentan, colonizaron Tirrenia. He aquí lo que explican. En tiempos del rey Atis, hijo de Manes,
hubo en el país entero de Lidia una gran escasez de comida. Primero los lidios la soportaron con acopio de
paciencia, pero al ver que la cosa no cesaba buscaron paliativos, y uno inventó una cosa, y otro otra. De manera
que data de entonces la invención del juego de dados, del juego de tabas, del juego de la pelota y de todos los
demás juegos a excepción del juego de damas, el cual los lidios no dicen haber inventado. Y explican que,
tras haberlos inventado, engañaban así el hambre: jugaban un día entero para no tener que haber de buscar
comida; al día siguiente dejaban el juego y comían” (Heródoto, Historia, I, 94).
En los poemas épicos de la Odisea y de la Ilíada datados en torno al s. VIII a.C., no encontramos
referencias expresas a los dados, pero sí aparecen varias escenas en las que los hombres toman importantes
decisiones “echando suertes” (Ilíada, III, 314-316; VII, 170-192; Odisea, X, 203-210) o en las que,
simplemente, para entretenerse en sus horas vacías, los hombres, en este caso los pretendientes de Penélope,
mientras Odiseo está ausente, estaban “gozando en jugar a las suertes” (Odisea, I, 106-108).
Autores clásicos posteriores a la guerra de Troya y al viaje de regreso de Odiseo, como Pausanias en
su obra Descripción de Grecia, señalan que fue Palamedes de Argos quien inventó los dados (Pausanias,
Libro X, 31, 1). Palamedes, contemporáneo de Odiseo y Aquiles, tiene una presencia sucinta en la guerra
de Troya, siendo quién desenmascaró el engaño de Odiseo cuando fingió estar loco para evitar participar en
la guerra. Esto provocaría la venganza de éste (Apolodoro, Epítome 3: Prehomérica, 1-8).
Las evidencias pictográficas también nos remiten al juego de los dados en el contexto del conflicto
troyano. Tal es el caso de la escena de figuras negras pintada por Exequias en un ánfora datada entre el 540530 a.C. en la que podemos ver cómo los guerreros Aquiles y Ayax disputan una partida a los dados.3 Es
una escena que no aparece narrada en los cantos homéricos, pero que se perpetuó en la tradición posterior.
Por otro lado, esta imagen no resulta difícil de imaginar, puesto que en diez años que duró el asedio a
Troya, los guerreros pasarían muchas horas ociosas que podrían ocupar a través de juegos de azar. Se ha
debatido sobre si en esta famosa escena Aquiles y Ayax están jugando a los dados, a las tabas, o quizás a
otros juegos de mesa en los que no se requiriese lanzar ninguna “suerte”, sin embargo, el hecho de que el
pintor Exequias añadiese como inscripción las palabras “cuatro” y “tres” pronunciadas por Aquiles y Ayax,
respetivamente, hace pensar que estos guerreros estuvieran lanzando los dados.
En el mundo etrusco tenemos también evidencias de la presencia de dados fabricados sobre hueso,
marfil y aragonita en el registro arqueológico desde, al menos, el s. VIII a.C. (Artioli et al., 2011).
3. METODOLOGÍA DE TRABAJO
Para realizar este estudio partíamos de una serie de preguntas: ¿Dónde aparecen los primeros dados
en la Cultura Ibérica? ¿Se recuperaron en espacios de trabajo, habitacionales, rituales o en necrópolis?
¿Podían asociarse con otras piezas que pudieran formar parte de juegos, como serían las fichas o las
tabas? ¿Aparecieron junto a una cultura material especialmente rica o todo lo contrario? Empezamos
centrándonos en la localización de los dados, en el tipo de yacimiento y en el contexto arqueológico en
el que se recuperaron así como con qué piezas aparecieron asociados. Estas asociaciones son un punto
3
http://mv.vatican.va/4_ES/pages/x-Schede/MGEs/MGEs_Sala19_04_056.html (consultado el 30 de junio de 2015).
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central de esta investigación, ya que nos permiten identificar posibles juegos prerromanos. Seguidamente,
analizamos las características físicas de cada dado: medidas, peso, materia prima, forma (cúbica u oblonga),
la puntuación que presenta, la disposición de ésta entre caras opuestas, la orientación de las marcas de
puntuación y el tipo de éstas (un círculo inciso simple, doble o triple). Hemos prestado también atención a
las tipologías de dados desarrolladas por investigadores precedentes. Béal (1983) en su trabajo sobre le petit
mobilier del Museo Arqueológico de Nîmes los clasifica dentro del grupo de objetos con sección cuadrada o
rectangular, distinguiendo entre: B I: dados que presentan en el cuerpo un hueco que se correspondería con
el canal medular del hueso largo que sirvió de soporte para fabricarlos; B III 1: dados plenos (cuyo tamaño
señala que raramente sobrepasa los 16 mm) y los excepcionales dados hexagonales: B III 2. Si prestamos
atención a su tamaño podemos seguir la tipología de Manniez (2010) que continuó con el trabajo de análisis
de los dados de época romana de la ciudad de Nîmes que había empezado Béal. En él realiza una triple
distinción de los dados de forma cúbica según sus medidas sean: entre 18-29 mm (dados de talla grande);
entre 11-17 mm (dados de talla media); menos de 11 mm (dados en miniatura). Por otro lado, habla de
los dados en forma de paralelepípedo (dados oblongos) cuya longitud media sitúa entre los 8,5-21,5 mm.
En nuestro estudio hemos querido ir más allá de la forma y las medidas, por ello hemos prestado especial
atención a la numeración y a la orientación de las marcas de cada una de las caras de los dados, siguiendo el
estudio de Artioli, Nociti y Angelini (2011) sobre noventa y un dados etruscos. Este trabajo nos ha servido
como referente metodológico básico para analizar los dados documentados en el panorama ibérico. Estos
investigadores aplicaron diferentes técnicas arqueométricas de análisis, así como principios matemáticos
sobre la teoría de las permutaciones del azar respecto a las distintas disposiciones de las puntuaciones
en cada una de las caras de los dados. Por eso hemos tenido en cuenta la disposición de la puntuación en
cada dado analizado. Además, este tipo de estudio ha aportado también interesantes resultados acerca de
los dados romanos recuperados en Francia (Manniez, 2010; Poplin, 2012). Igualmente, hemos seguido
el trabajo de Poplin (2012) sobre la numeración y la orientación de los dados antiguos y medievales. Su
estudio parte de la pregunta: “Dans quelles directions de la pièce regardent les différences faces?” (2012:
30). Porque las opciones son numerosas, y resulta significativa la predilección por unas opciones u otras.
En primer lugar, hay que diferenciar cómo está dispuesta la numeración entre las caras opuestas del dado.
Debemos tener en cuenta que la numeración de cada cara en un dado cúbico va del 1 al 6 (puesto que no
tenemos constancia de ninguno en el que la puntuación supere este número). Cuando las caras opuestas
del cubo suman, entre ambas, siete (1-6/ 2-5/ 3-4) lo llamaremos “forma clásica”. Esta es la disposición de
la numeración de los dados actuales. Pero no siempre los dados en la antigüedad tenían esta disposición
clásica que hoy día domina, sino que encontramos un buen número de ejemplos en los que las caras están
opuestas de “forma progresiva” (1-2/ 3-4/ 5-6). Por ejemplo, en el enclave romano de Saint-Denis, por 20
dados recuperados con la numeración de forma clásica, se recuperaron otros 20, con la forma progresiva
(Poplin, 2012: 31). Otro ejemplo, el de los resultados obtenidos del análisis de la numeración de los noventa
y un dados etruscos depositados entre los museos italianos de Chianciano, Chiusi, Orvieto, Sarteano,
Tarquinia y Tuscania (Artioli et al., 2011), en los que también están presentes solo estas dos posibilidades
de numeración, la forma clásica y la forma progresiva. En este caso, además, los investigadores señalan las
diferencias cronológicas que existen entre el uso de cada una de ellas. Así, la forma progresiva fue utilizada
desde el s. VIII a.C. hasta mediados del s. IV a.C. y, por su parte, la forma clásica está presente en los dados
a partir del s. V a.C. y, desde mediados del s. IV a.C. es la única que se realiza. En los dados etruscos solo
aparecen estas dos formas de numeración y, además, permiten plantear una diferenciación cronológica.
Esto no ocurre en los dados analizados para este trabajo.
Debemos ir un paso más allá y una vez que hemos identificado el tipo de numeración entre las caras
opuestas de cada dado, nos fijaremos en la orientación de las marcas de la numeración en cada cara; ya
que, aunque los números 5, 4 y 1 no suelen variar en su orientación, los números 6, 2 y 3 sí lo hacen. Estos
dos últimos pueden orientarse diagonalmente hacia la izquierda “/”o hacia la derecha “\” (por no decir, que
en algunas ocasiones, incluso pueden aparecer orientados vertical y horizontalmente). Por su parte, en el
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Fig. 1. Esquemas de
orientación de las
marcas de cada una de
las caras de un dado
clásico. Basado en
Poplin (2012).
número 6, las dos líneas con las tres marcas que componen este número pueden disponerse en el sentido
“H” o “=” (Poplin, 2012: 31). La combinación de todas las posibilidades de orientación sería, teniendo
en cuenta todas las posibles variaciones,4 de dieciséis (fig. 1). Igualmente, dieciséis serían también las
combinaciones posibles en la disposición de la puntuación en un dado de puntuación progresiva. Al plasmar
los esquemas de las formas de orientación de las marcas de cada una de las caras de un dado hemos seguido
el trabajo de Poplin (2012).
Tabla 1. Lista de posibles combinaciones de las numeraciones entre las caras opuestas de
un dado. Aparecen resaltadas las combinaciones presentes en los dados prerromanos de
la Península Ibérica. Tabla basada en Artioli et al., 2011: 1037-1038.
1-2/ 3-4/ 5-6
1-3/ 2-4/ 5-6
1-4/ 2-3/ 5-6
1-5/ 2-3/ 4-6
1-6/ 2-3/ 4-5
1-2/ 3-5/ 4-6
1-3/ 2-5/ 4-6
1-4/ 2-5/ 3-6
1-5/ 2-4/ 3-6
1-6/ 2-4/ 3-5
1-2/ 3-6/ 4-5
1-3/ 2-6/ 4-5
1-4/ 2-6/ 3-5
1-5/ 2-6/ 3-4
1-6/ 2-5/ 3-4
Si tenemos en cuenta que las posibilidades de numeración entre las caras opuestas de un dado son
quince (tabla 1) y que, en cada una de esas quince posibilidades, las marcas de la puntuación se disponen,
tal y como ya hemos señalado, de dieciséis formas distintas (sin tener en cuenta que las marcas del dos y
el tres se dispongan horizontal o verticalmente), nos encontramos con 240 posibilidades en la disposición
de la numeración y de la orientación de las marcas que componen un dado. El hecho de ser consciente de
este elevado número de combinaciones nos hará reflexionar aún más sobre el porqué de que entre tantas
posibilidades se repiten los dados con los mismos patrones.
4
Sin incluir los casos, ya que no suelen ser habituales, en los que la orientación de las marcas de los números 2 y 3 fueran en sentido
horizontal o vertical. Si incluyésemos estas posibilidades el número total de esquemas posibles aumentaría considerablemente
(Poplin, 2012: 31).
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4. PIEZAS ANALIZADAS
Presentamos un total de siete dados cuya cronología se sitúa en la 2ª Edad del Hierro, entre el s. V y el s.
I a.C. Trataremos también el caso de otras seis piezas que, aunque no puedan catalogarse genuinamente
como dados, poseen ciertas similitudes que no podemos dejar de señalar (tabla 2 y fig. 2) Aparte de ello,
haremos referencia a otros dados descontextualizados que nos han planteado dudas sobre si podrían
haber sido ibéricos.
A pesar de que este estudio pretendía centrarse en la época ibérica no podíamos dejar de incluir uno
de los dos dados más antiguos de los que tenemos constancia en la Península Ibérica, el recuperado en el
yacimiento de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz), cuya cronología se sitúa en torno al s. V-s.
Tabla 2. Dados y otras piezas cúbicas o paralelepipédicas analizadas
ID Yacimiento Cronología
Contexto
hallazgo
Material
Medidas
(mm)
Almacén
Pizarra
23x22x23
Peso Puntuación Marcas
(g)
Clasif. Clasif.
Béal
Manniez
Dados
1
Cancho
Roano
s. V-IV a.C.
2
Estacar de
Robarinas
f. s. V-m. s. IV a.C. Tumba
Caliza
17x17x17
10
1-2/ 3-5/
4-6
Círculo simple B III 1 Talla
media
3
Coimbra
1er cuarto s. II a.C. Tumba
Barr. Ancho
Marfil
9x9x9
-
Clásica
Doble círculo
B III 1 Miniatura
4
Coimbra
1er cuarto s. II a.C. Tumba
Barr. Ancho
Marfil
9x9x9
-
Clásica
Doble círculo
B III 1 Miniatura
5
Coimbra
1er cuarto s. II a.C. Tumba
Barr. Ancho
Hueso
9x9x9
-
Clásica
Doble círculo
B III 1 Miniatura
6
El Palomar
1er tercio s. I a.C.
Habitación
Cerámica 19x18x17,5
9,12
1-3/ 2-4/
5-¿6?
Círculo simple B III 1 Talla
grande
7
Penya
de l'Àguila
s. II-I a.C
Sin contexto Plomo
(poblado)
13x13x13
15,98 Clásica
23,09 Clásica
Doble círculo
B III 1 Talla
grande
Círculo simple B III 1 Talla
media
Otros
8
Basti
1ª mitad s. IV a.C. Tumba
Caliza
18x18x10
9
Puntal
dels Llops
f. s. III-i. s. II a.C. Sin contexto Caliza
(poblado)
23x21x15
46x35x35
10 Tossal de
s. III-i. s. II a.C.
Sant Miquel
Sin contexto Caliza
(poblado)
11 Sepúlveda
¿2ª mitad s. I a.C.? Sin contexto Cerámica
(poblado)
35x43
12 Calahorra
Desconocida
Sin contexto Arenisca
(poblado)
40x37
13 Numancia
¿s. I a.C.-I d.C.?
Sin contexto Arenisca
(poblado)
43x37
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-
Sin marcas
B III 1 Talla
media
17,62 /1-5/
Doble círculo
(5). Círculo
simple (1)
B III 1 Talla
grande
141,65 Sólo el 4
Doble círculo
B III 1 Talla
grande
-
Sin punt.
Motivos
Signos incisos B III 1 Talla
decorativos
grande
133,5 Signos
incisos
-
Signos
incisos
Signos incisos B III 1 Talla
grande
Signos incisos B III 1 Talla
grande
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400 km
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Fig. 2. Yacimientos con dados:
1. Cancho Roano
2. Estacar de Robarinas
3. Coimbra del Barranco Ancho
4. El Palomar
5. Penya de l’Àguila.
Yacimientos con piezas cúbicas
o paralelepipédicas:
6. Baza
7. Puntal dels Llops
8. Tossal de Sant Miquel
9. Sepúlveda
10. Calahorra
11. Numancia
IV a.C.5 (fig. 3). Esta pieza se halló en las campañas dirigidas por Celestino Pérez en el exterior del edificio
principal, en el Sector Norte, concretamente en la estancia N-5 (Celestino y Jiménez, 1993: fig. 4), excavada
entre los años 1987 y 1988. Se trata de la estancia más rica en materiales de las seis que se excavaron en
este sector. En ella se recuperaron diversos objetos de bronce, entre los que destacan un asador con borde
moldurado y un juego de ponderales circulares; un cuchillo afalcatado de hierro; cerámicas –numerosas
fusayolas–, un colgante pentagonal de marfil, un conjunto de tabas –algunas de ellas perforadas– y un
vaso de alabastro (Celestino y Jiménez, 1993: 44-48). El dado se documentó como una pieza de madera
(Celestino y Jiménez, 1993: 48). Sin embargo, el análisis directo del mismo en el Museo Arqueológico de
Fig. 3. Dado de Cancho Roano.
Dado clásico esquema nº 14 (según fig. 1).
5
Celestino y Jiménez hacen alusión a otros dados de cronologías similares: “incluso tenemos noción de algún ejemplar hispánico
procedente de la necrópolis almeriense de Villaricos” (1993: 140). Sin embargo, la referencia dada no es demasiado precisa y en
nuestro trabajo de revisión bibliográfica no hemos encontrado información sobre dados en ninguna publicación específica de este
yacimiento.
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Badajoz (donde está depositado), nos ha hecho descartar esta idea y apuntar, no con total seguridad porque
la pieza está fracturada y quemada, que se trata de un objeto de piedra, seguramente de pizarra, una roca
metamórfica abundante en el paisaje alrededor del yacimiento.
La función que se atribuyó a este dado, teniendo en cuenta el contexto en el que apareció, fue
“netamente votiva” (Celestino y Jiménez, 1993: 140). Aun así, los autores, a nuestro juicio de manera
oportuna, relacionaron este hallazgo con las numerosas tabas que se documentaron en el yacimiento y con
las posibles fichas de juego recuperadas en diferentes estancias de Cancho Roano. Maluquer incidió en la
importancia de documentar arqueológicamente evidencias de juegos, ya que “el juego es una actividad que
ocupa una parte importante de la vida privada y pública de las colectividades humanas” (1981: 362). Y
escribió acerca de la existencia de un posible juego de tipo ajedrez recuperado en el yacimiento, formado
por piezas que se asemejaban a peones realizadas en marfil, que estarían contenidas en una arqueta de
marfil y de madera (1981: 364). Sin embargo, interpretaciones posteriores parecen indicar que estas piezas
en realidad serían las bisagras que permitirían abrir y cerrar la tapa de esa arqueta. Aun así, existen otras
piezas menos espectaculares que ese temprano juego de tipo ajedrez al que apuntaba Maluquer, pero que
parecen señalarnos la presencia de algo tan cotidiano como serían los juegos, el azar y el entretenimiento
en Cancho Roano. Se recuperaron conjuntos de cuatro fichas discoidales, de tamaños similares y de dos
colores distintos, blanco y negro (como si perteneciesen a dos jugadores) recuperadas próximas entre sí
en la zona E4/E5 de la excavación (1981: 364 y lám. LI). De un modo similar a estas fichas discoidales
podríamos considerar el conjunto de ocho y de seis cantos de río de color blanquecino (de una longitud
media de unos 2 cm) que pudimos documentar en el Museo de Badajoz (fig. 4).
Fig. 4. Cantos de río hallados en W-3
y en W-2 III.
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Fig. 5. Plano de Cancho Roano con las piezas señaladas. Modificado
a partir de Celestino (1996).
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Fig. 6. Esquema de la disposición de las caras
del dado de Estacar de Robarinas.
Así pues, el dado de Cancho Roano, del que cabe destacar su numeración clásica al igual que en los
dados actuales, es una pieza a destacar pero que también se puede y se debe poner en relación con otros
petits objets (Feugère y Charpentier, 1989-1990) del yacimiento que pasan desapercibidos (fig. 5).
El siguiente dado (fig. 6) cuya cronología resulta muy similar al anterior, f. s. V-m. s. IV a.C., fue
recuperado en la necrópolis ibérica de Cástulo de Estacar de Robarinas (Linares, Jaén). Aparece como ajuar
en el enterramiento XV, junto a otras cerámicas y objetos metálicos entre las que destacan una falcata y un
soliferreum. Sobre todo, nos interesa la presencia, junto al dado de caliza, de un conjunto de siete fichas
cuadradas, siete rectangulares y una romboidal realizadas sobre pizarra, así como de seis cuñas de hueso de
sección trapezoidal y otros seis discos óseos de sección circular (García-Gelabert y Blázquez, 1988: 137-138).
Por tanto, la presencia de un dado junto a un lote de fichas de diferentes formas y materiales nos lleva a poder
afirmar que estamos ante un juego depositado como ofrenda del difunto o de la difunta en su viaje al más allá.
Centrándonos exclusivamente en el dado y en la disposición de su numeración, debemos destacar
su singularidad. Las caras se enfrentan de una forma inusual, aunque estemos hablando de cronologías
tempranas como las de este enterramiento. Como ya hemos señalado, en el estudio de más de noventa
dados etruscos cuya cronología más antigua se sitúa en el siglo VIII a.C. (Artioli et al., 2011) no se ha
documentado ningún dado con la disposición de los números entre las caras opuestas como se da en este
caso: 1-2/ 3-5/ 4-6. Una disposición que tampoco es habitual en dados posteriores.
En la tumba 43 de la necrópolis ibérica de Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia) encontramos,
como ya hemos señalado, no uno, sino tres dados depositados como ajuar. Tres dados clásicos pero cuyos
esquemas de disposición de las caras (fig. 1) y de orientación de las marcas no es igual entre sí (fig. 7)
ya que aunque los tres son dados clásicos, el A se corresponde con el modelo 10, el B con el 14 y el C,
Fig. 7. Esquemas de la disposición de las caras y orientación de las marcas de los dados hallados en el yacimiento
de Coimbra del Barranco Ancho.
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por su parte con el 15.6 El análisis de estas piezas en el Museo Jerónimo Muñoz Molina (Jumilla), donde
están depositadas, nos permite afirmar que están realizadas, pese a que se publicaron como dados de hueso
(García Cano et al., 2008; Hernández, 2008), sobre marfil, ya que gracias al corte transversal de la pieza se
aprecian perfectamente las líneas de crecimiento características del material ebúrneo.
La tumba está datada en el primer cuarto del s. II a.C. y los estudios antropológicos de los restos óseos
cremados indican que perteneció a un varón en edad adulta-joven (García Cano et al., 2008: 58). Este
enterramiento contaba además como ajuar con diferentes cerámicas (entre ellas varios fragmentos de un bol
de campaniense A) y objetos metálicos. Se recuperaron cinco pequeñas piezas de bronce interpretadas como
apliques de una pequeña cajita de madera (madera que se habría perdido por los procesos postdeposicionales)
con varios cajones (García Cano et al., 2008: 57). Además, se hallaron cinco piezas cilíndricas huecas, con
una perforación en la parte medial, realizadas en hueso. Objetos como éstos, aunque han generado debate,
se han interpretado como bisagras (Béal, 1983). Por tanto, podrían pertenecer a la misma caja de madera
en la que se integrarían los apliques metálicos. Ésta resultaría idónea para contener y guardar los tres
dados de marfil, además de otras tres tabas talladas (García Cano et al., 2008: 57), así como incluso dos
cabujones de pasta vítrea de tonos azulados que bien podrían haber servido como fichas en algún juego
que actualmente desconocemos. Por tanto, las ofrendas de esta tumba se han de poner en relación con todo
aquello a lo que asociamos los dados, las tabas y las fichas… con el juego, el entretenimiento e incluso, con
algún tipo de ritual o con la adivinación. El hombre enterrado en esta sepultura pudo ser un gran aficionado
a los juegos de azar y por eso se mandó enterrar, o sus seres queridos quisieron que realizase su viaje al
más allá, acompañado de aquello que le apasionó en vida. Podemos relacionar, además, el número de dados
depositados en esta tumba, tres, con esa tirada óptima de tres dados, obteniendo tres seises, que los romanos
denominaban como “Suerte de Venus” o, por el contrario, con la mala suerte de tirar tres dados y sacar tres
unos “Los Perros” (Adam, 1834: 339) y a la que ya Platón hizo referencia en su tratado de Las Leyes (XII,
968 e) utilizando una frase proverbial en la que se hacía referencia a la fortuna de un juego griego en el
que, del mismo modo, tres seises daban la victoria y tres ases la derrota: “y si lo que queremos es poner en
peligro todo nuestro sistema político, sacando, como suele decirse, tres seises o tres ases, hagámoslo así.
Yo correré ese riesgo con vosotros”.
Tiempo después, en el primer tercio del s. I a.C., en un momento y en una zona de contacto con los soldados
romanos llegados a la Península Ibérica, encontramos el siguiente dado al que debemos hacer referencia,
el del poblado ibero-romano de El Palomar (Oliete, Teruel). Fue realizado sobre barro cocido y presenta
puntuaciones en círculos simples realizadas antes de la cocción de la pieza. La disposición y realización
de la puntuación en las caras resulta peculiar y no queda totalmente clara. Pensamos que las caras estarían
enfrentadas 1-3/ 2-4/ 5-6 (fig. 8). Pero, bien es cierto, que la disposición del número 3 es altamente inusual,
ya que no coincide con la orientación diagonal hacia la izquierda o hacia la derecha, ni con la vertical y
horizontal, sino que se trataría de una disposición similar a la del 4 en la que falta un círculo en uno de sus
vértices. Esta singularidad podría deberse a un error en el momento de su ejecución en el que la persona que
lo realizó fuese a repetir la cara del 4 dos veces, pero al darse cuenta de que ya estaba realizada, decidió dejar
así el 3. Al fin y al cabo, como escribe Manniez, “Les différences, qui portent sur la disposition des valeurs,
soulignent, semble-t-il, la volonté de l’artisan de faire de chacun des dés une pièce unique” (2010: 20). Por
otra parte, la cara que interpretamos como un 6 solo conserva el círculo en uno de sus vértices. Esto se debe a
que este plano del cubo está fracturado. Sin embargo, al tener todos los demás números realizados y contando
con el hecho de que los dados cúbicos mediterráneos desde su origen no cuentan en sus caras con un número
mayor que el 6, nos atrevemos a afirmar que sería éste el número que falta.
Esta combinación 1-3/ 2-4/ 5-6, como en el caso del dado de Estacar de Robarinas, no coincidiría con
ninguna de las disposiciones de los dados etruscos (Artioli et al., 2011) y tampoco es usual en momentos
posteriores. En la Casa 11-1, estancia de El Palomar en la que se recuperó este dado, se hallaron asimismo
6
Los modelos de disposición de los dados clásicos aparecen recogidos en la fig. 1.
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Dados y fichas de la Edad del Hierro en la Península Ibérica
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Fig. 8. Esquema
de la disposición
de las caras del dado
de El Palomar.
Fig. 9. Plano de El Palomar con
las piezas señaladas. Modificado a
partir de Vicente et al. (1990).
tres tabas de ovicaprinos perforadas (dos de ellas pertenecientes a extremidades posteriores derechas y otra
a una extremidad posterior izquierda7). Además, en diferentes habitaciones del yacimiento –Casa 3, Casa I,
Almacén 3, Almacén 4– (fig. 9) se han recuperado cinco fichas circulares –nosotros solo tuvimos acceso a
cuatro de ellas en las instalaciones del Museo Provincial de Teruel– de sección plana realizadas en piedra
(Vicente et al., 1990: 57) que bien podrían pertenecer a algún juego con el que el dado y las tabas estuvieran
relacionados (fig. 10).
Encontramos también un dado de plomo en el yacimiento de Penya de l’Àguila, con la disposición
de un dado clásico (fig. 11). Dentro de éstos coincidiría con el esquema nº 14 (fig. 1) con la excepción de
que la disposición del número 2 en el dado no es diagonal sino vertical. Esta pieza se ha datado entre el s.
II-s. I a.C. (AA.VV., 2004). El yacimiento no ha sido excavado, pero Schubart, durante sus prospecciones
en la zona del Montgó, levantó una planimetría de sus tres líneas de muralla (1962). Según el estudio
7
Número mínimo de individuos (NMI): 2.
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Fig. 10. Fichas de piedra y tabas perforadas halladas en
distintas estancias de El Palomar (Oliete).
Fig. 11. Dado de Penya de l’Àguila.
de la tipología constructiva de éstas, así como por la presencia en superficie de fragmentos de cerámica
campaniense A y B, Llobregat lo situó entre el s. II-s. I a.C. (1972). Posteriormente se recogieron nuevos
materiales en superficie y se depositaron en el Museu Arqueològic i Etnogràfic Soler Blasco de Xàbia. Entre
ellos destacan piezas de armamento romano, que irían en consonancia con la tesis de Schubart de que esta
fortificación, en un lugar tan inaccesible, debía relacionarse con un momento de crisis relacionado con la
Segunda Guerra Púnica o con la localización de la base naval de Sertorio en Dénia (Schubart, 1962). Se
recuperaron también un buen número de objetos realizados en plomo (como la pieza que ahora nos ocupa),
así como abundantes restos de desecho y fundición de este metal (Mortalla et al., 2012). Con todo esto,
quedaría adscribir cronológicamente el dado, teniendo en cuenta que carece de contexto estratigráfico. A
priori podría relacionarse el yacimiento con un campamento romano y, por ende, el dado que nos ocupa
también, puesto que el juego de los dados era muy habitual en el mundo romano y entre los soldados
en particular. Sin embargo, no debemos obviar que “sin duda, existía una población local de raigambre
ibérica que debió, de alguna manera, jugar su papel en esta reordenación del territorio de la comarca de la
Marina Alta llevada a cabo en la primera mitad del siglo I a. C.” (Mortalla et al., 2012: 8). Por tanto, en un
yacimiento de contacto entre dos mundos como sería el caso de Penya de l’Àguila este interesante dado de
plomo podría ser el reflejo material de dicho contacto y que tanto iberos como romanos hubiesen hecho uso
del mismo o de otros similares.
Por otro lado, hemos de exponer el caso de varios dados –ocho en total– que, hemos revisado y nos han
planteado dudas sobre su adscripción cronológica. Hemos optado por no incluirlos dentro de la clasificación
de dados de la Edad del Hierro del área ibérica, ya que desconocemos el lugar exacto de su hallazgo –con
la consiguiente pérdida de información que ello supone– y los yacimientos a los que se asocian cuentan
con diferentes fases históricas de ocupación. En el yacimiento ibero-romano de Sant Josep (Vall d’Uixó)
se recuperaron dos dados realizados sobre hueso, uno de ellos cúbico de tipo clásico con las puntuaciones
realizadas por cuidados triples círculos y el otro paralelepipédico, muy pulido, con puntuación: 3-4/ 5-6.
Cabe señalar que estos dados paralelepipédicos u oblongos, al tener cuatro caras principales numeradas
podrían relacionarse más íntimamente con el juego de las tabas… en el que la pieza puede caer también por
una de las cuatro caras naturales (o trabajadas) del astrágalo. No conocemos el contexto estratigráfico en el
que aparecieron estos dos objetos dentro del yacimiento, lo cual nos hace difícil concretar su cronología,
ya que cuenta con un período de ocupación amplio. Fue excavado en dos campañas entre 1974-1976. En él
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Dados y fichas de la Edad del Hierro en la Península Ibérica
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se diferenciaron, por la cultura material, varias fases de ocupación. La fase ibérica está subdividida en un
periodo que comenzaría en el s. V a.C. y llegaría hasta inicios del s. IV a.C. y, en un segundo que abarcaría
desde inicios del s. IV a.C. hasta mediados del s. II a.C., según se ha deducido de las formas cerámicas y de
sus motivos decorativos (Rosas, 1984). Tiempo después, el yacimiento volverá a estar habitado en época
romana, también en dos momentos diferentes, en el s. III d.C. por una parte y, posteriormente, en el último
cuarto del s. IV (Rosas, 1984; Arasa y Rosas, 1994). Por esta variedad de etapas de ocupación del poblado,
consideramos demasiado aventurado señalar la cronología de estos dados, de modo que simplemente
indicamos su presencia.
Un caso similar ocurre con otros cinco dados hechos sobre hueso, de disposición clásica, recuperados
en la Alcudia (Elche) y que revisamos en el propio Museo de la Alcudia. Este yacimiento posee fases de
ocupación desde la Edad del Bronce hasta época visigoda, por eso resulta imposible señalar la cronología
de estas piezas al carecer del contexto estratigráfico de su hallazgo. Si bien, pudimos revisar otros tres dados
de hueso, muy similares a los anteriormente citados, que fueron recuperados en excavaciones recientes en la
Alcudia en contextos estratigráficos de época romana… Estos paralelismos nos llevan a pensar que lo más
probable es que todos fueran de la ocupación romana de la antigua ciudad de Ilici. Por último, nos queda
señalar el caso de un dado expuesto en una de las vitrinas del Ecomuseo de Aras de los Olmos (Valencia).
El hallazgo de esta pieza no queda claro ya que fue donado a los fondos del museo por un particular que no
concretó exactamente el lugar en el que se recuperó. Por consiguiente, a pesar de que este ecomuseo posee
fondos de importantes yacimientos ibéricos de la zona, como el Castillejo de la Muela (Aras de los Olmos),
no podemos aventurar el momento de realización y/o uso de esta pieza.
Hasta ahora, hemos tratado el caso de siete dados genuinos adscritos a la Edad del Hierro y el caso de
varias piezas de las que no podemos concretar su cronología. Pasamos a señalar ahora los casos de otros seis
artefactos que no son dados per se, aunque algunos de ellos pudiesen estar relacionados y tener funciones
similares (que no iguales).
El primero de ellos fue hallado en un contexto indiscutiblemente ibérico, en la tumba 155 de la necrópolis
del Cerro del Santuario de Baza (Granada), la tumba de la famosa Dama, datada en la primera mitad del s.
IV a.C. Esta pieza ha sido clasificada como “dado de piedra caliza sin marcar” (Presedo, 1982: 210). Por
nuestra parte, consideramos que debería denominarse como pieza cúbica (sus medidas son de 18 x 18 x
10 mm, pero debemos tener en cuenta que está fracturada). No se trata de un dado, porque sus caras no
están numeradas de manera alguna y resulta poco probable pensar que se tratase de un dado en proceso de
elaboración ya que el hecho de formar parte del ajuar de esta sepultura nos indica que era así como querían
que se depositase y que su significado quizás esté ligado a un simbolismo que actualmente se nos escapa.
Dentro de la Edetania, en el oppidum de El Tossal de Sant Miquel y en el fortín de El Puntal dels
Llops, contamos con dos piezas líticas que inicialmente podrían ser tomadas como dados pero, tras su
análisis en el Museu de Prehistòria de Valencia (donde están depositadas), y su comparación con los dados
presentados, tenemos que descartarlos. En primer lugar, el motivo más evidente es porque no presentan
la numeración propia de los dados. La pieza oblonga del Tossal, hallada en el departamento 102 (Bonet,
1995: 242-243) solo cuenta en una de sus caras con cuatro círculos incisos con un punto interno dispuestos
cada uno de ellos en las cuatro esquinas de esa cara rectangular (fig. 12). Por su parte, la del Puntal dels
Llops, fracturada y hallada superficialmente en el entorno del yacimiento, cuenta con cinco círculos con
un punto interno, dispuestos de la manera habitual del número 5 en un dado. Cabe señalar que el círculo
central tiene un tamaño mayor. En la cara opuesta, en la parte central, hay un profundo agujero que
podría haberse realizado por el roce continuo con algún tipo de útil duro de tipo metálico o pétreo. Se nos
asemeja más que a la cara del número 1 hecha adrede con intención lúdica, a un desgate de la superficie
de la cara por uso. Otras de las características que nos hacen diferenciar estas piezas de los dados ibéricos,
son su tamaño y su peso, que resultan superiores a los de los dados presentados (fig. 3). En el caso de la
pieza del Tossal es más que evidente la diferencia. Sus dimensiones y peso hacen muy complicado que
esta pieza pueda girar sobre una superficie con facilidad al ser lanzada (por no decir que las aristas del
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Fig. 12. Caras superior e inferior de las
piezas paralelepipédicas de El Tossal de Sant
Miquel (A) y de El Puntal dels Llops (B).
acabado en bisel de las caras no están desgastadas). La pieza del Puntal sí tiene unas dimensiones y un
peso que se asemejan a los del dado de Cancho Roano, aunque no está completa, por lo que éstos serían
mayores. Entonces, ¿qué son estas piezas? Descartado su uso como dados nos planteamos que podrían
haber sido utilizadas como pesos. Sin embargo, si tenemos en cuenta los ponderales conocidos para época
ibérica, de cuyo sistema metrológico y de cuyas tipologías se ha escrito abundantemente (Fletcher y Mata,
1981; Fletcher y Silgo, 1995; Grau y Moratalla, 2003-2004) debemos señalar que estas dos piezas, por
su materia prima, por su forma, su peso y por las marcas que presentan no coinciden con los ponderales
ibéricos conocidos. Además, éstos están documentados, hasta la fecha, únicamente en bronce o en plomo.
Por ello, mientras no se localicen en un contexto arqueológico fidedigno otras piezas similares a éstas, la
incógnita sobre su uso permanecerá abierta.
Por último, quisiéramos señalar el caso de tres piezas cúbicas halladas en el área celtibérica,
concretamente en el Cerro de Somosierra (Sepúlveda, Segovia) (Blanco, 2004), en la Estacada (Pradejón,
La Rioja) muy próxima a Calahorra (Ballester y Cinca, 1998) y en Numancia (Soria) (Ballester, 1999).
La primera está realizada sobre cerámica, las otras dos sobre roca arenisca y, por sus dimensiones,
entrarían dentro de la categoría de “talla grande” de la clasificación de Manniez (2010). Todas ellas tienen
también sus seis caras decoradas bien sea con motivos geométricos o figurados. Las tres piezas carecen de
contexto arqueológico preciso, lo cual dificulta su comprensión, pero se circunscriben dentro de la cultura
celtibérica cercanas a yacimientos con contextos domésticos –en la fig. 3 esta circunstancia se ha señalado
como “Sin contexto (Poblado)”–. La pieza de la Estacada fue interpretada inicialmente como un dado y
se intentó asociar la decoración geométrica “simple” de sus seis caras con la representación de los seis
primeros números. Sin embargo, el análisis y la comparación rigurosa de estos seis signos con los sistemas
fonemográficos y silabográficos de las diferentes culturas del Mediterráneo protohistórico parecen no tener
ninguna concordancia, con lo que “obliga a plantearse la posibilidad de que los signos en su conjunto
no representen secuencia fónica ni serie numérica alguna” (Ballester y Cinca, 1998: 235). Aunque, bien
es cierto, que podrían corresponderse con símbolos que los celtíberos comprendieran y asociaran y que
nosotros desconozcamos en la actualidad. La pieza cúbica de Numancia, al igual que la de la Estacada,
posee seis signos realizados por incisión sobre la superficie lítica. En este caso se han definido como signos
más complejos y que, aunque no con total exactitud, poseen gran similitud con los signos del hemisilabario
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Dados y fichas de la Edad del Hierro en la Península Ibérica
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ibérico (Ballester, 1999: 261). La revisión de la pieza numantina y de la pieza de la Estacada llevó a
Ballester, siguiendo las sugerencias del profesor De Hoz, a interpretarlas como téseras geométricas (1999:
262) y no como dados. Por su parte, la pieza cúbica de Sepúlveda, datada hacia finales del s. I a.C., presenta,
más que signos, decoración geométrica y figurativa realizada sobre las caras alisadas del cubo de cerámica
mediante las técnicas de incisión y escisión y, además, cuenta con tres pequeñas perforaciones. Blanco se
decanta por la vinculación de la pieza con una actividad de carácter lúdico, como sería un juego de azar
o, en todo caso, que estuviese vinculada con prácticas mágicas o adivinatorias (2004: 136). No plantea la
posibilidad de que se trate de una tésera tardoceltibérica, sin embargo, teniendo en cuenta lo escrito sobre
las piezas de la Estacada y Numancia, esta posibilidad no debería ignorarse sin más. En cualquier caso, estas
tres piezas, pese a su forma cúbica, distan de poder ser interpretadas como dados, ya que no presentan una
numeración clara. Si bien es cierto que siempre podría asignársele a cada cara, con una decoración o signo
diferente, un valor distinto y emplearlas con el mismo fin que los dados actuales. Aunque la compresión
de estos símbolos resulta más compleja para nosotros, sería igual de útil para los usuarios de estas piezas.
Cabe apuntar que en la campaña de excavación del 2015 en el alfar íbero-romano de Mas de Moreno (Foz
Calanda) dirigida por los arqueólogos Alexis Gorgues y José Antonio Benavente, se halló una nueva pieza
cúbica con signos incisos, similar a las recuperadas en la Estacada y Numancia, que esperan que puedan
asociarse a numerales de época ibérica.8
5. CONCLUSIONES
En lo que respecta a las materias primas empleadas, tenemos que destacar la variedad de soportes documentados
(fig. 13) a pesar del reducido número de dados documentados. Por supuesto, debemos pensar además que estas
piezas se pudieron realizar no sólo en estas materias primas duraderas, sino también en madera, un material
con el que resultaría fácil realizar estos objetos y que, por su carácter orgánico, no habría llegado hasta nuestros
días. Los dados realizados en hueso o en marfil suelen ser los más numerosos en los registros arqueológicos
de cualquier época y cultura. Valgan como ejemplo los aquí presentados o, más significativamente, los casi
noventa dados etruscos realizadas sobre hueso y/o marfil (Artioli et al., 2011). Incluso podemos destacar la
documentación de un taller especializado en la fabricación de dados de hueso, sobre diáfisis de hueso largos
de animales de talla media/grande, en el castillo de Apcher (Lozère, Francia) entre los siglos XIV y XVII
(Chazottes, 2012) o un taller de fabricación de dados de hueso en el yacimiento céltico de Arènes (Levroux,
Francia) en el que se han atestiguado más de quinientos fragmentos de desecho de fabricación. El análisis
zooarqueológico de estos desechos ha permitido señalar que estos dados se realizaron, fundamentalmente,
sobre metapodos y tibias de caballo y, en menor medida, de buey (Krausz, 2000: 137).
El total de los dados presentados en este trabajo no es muy numeroso, pero consideramos justificada la
recopilación y valoración de todos ellos. Así como consideramos necesaria la revisión efectuada de otras
piezas que, aunque cúbicas o paralelepipédicas, no deben de ser tomadas como dados solamente por su
forma. Aclarado esto, debemos destacar la importancia de la presencia de dados en la Península Ibérica
antes de la llegada de los romanos. Así, los dados de Cancho Roano y Estacar de Robarinas nos revelan
que estas piezas estuvieron presentes en el territorio del sur peninsular ya en el s. V a.C. De modo que no
fueron las tropas romanas las que introdujeron estas piezas, muy habituales en su cultura, en Iberia. ¿Cómo
aparecieron por tanto en la Península? Debieron ser introducidos por influjo de otros colonizadores venidos,
antes que los romanos, por el Mediterráneo. Así, no olvidemos que los dados tuvieron gran importancia en
el mundo griego y que de sobra eran conocidos por los etruscos (Artioli et al., 2011). El escueto panorama
de su presencia en el territorio peninsular en cronologías tardías nos hace sugerir también que estas dos
piezas, presentes además en dos enclaves relevantes como son el palacio-santuario de Cancho Roano y la
8
http://www.iberosenaragon.net/noticias.php (consultado el 7 de septiembre de 2015).
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1
1
3
1
1
N = 7
Fig. 13. Materias primas empleadas en la elaboración
de los dados presentados en este trabajo.
necrópolis ibérica del oppidum de Cástulo, debieron ser adquiridas por actividades comerciales con otras
culturas del Mediterráneo. Consideramos que estos dados no fueron fabricados en los propios yacimientos
porque, de ser así, presumiblemente tendríamos algo más que un único ejemplar aislado en cada enclave.
Son hallazgos casuales y su uso no estará generalizado en el territorio peninsular hasta que los romanos se
asienten en Hispania.
Por su parte, los tres dados de la sepultura ibérica de Coimbra del Barranco Ancho están datados en
el primer cuarto del siglo II a.C. En ese periodo, cartagineses y romanos estaban inmersos en contiendas
en la Península y, por ello, pudieron haber sido depositados como ajuar de un difunto que tuvo acceso a
estos objetos en vida por medio del contacto con las nuevas culturas que llegaron a las costas peninsulares.
Además, el hecho de que estén realizados sobre marfil, una materia prima de gran valor económico y
comercial, acentúa la importancia de los mismos y nos habla de piezas que no estarían, ni mucho menos,
al alcance de todos. Así pues, para el Ibérico Final tampoco podemos hablar, ni mucho menos, de una
generalización de la presencia de los dados dentro de la Cultura Ibérica. Penya de l’Àguila y El Palomar
son lugares de contacto, donde los iberos asimilaron la cultura romana, zonas de conflicto entre Sertorio
y Pompeyo, nativos peninsulares que aceptaron los adelantos técnicos y nuevas formas de vida traídos
por los latinos… En esos enclaves, seguramente verían un dado por primera vez en el s. I a.C., porque el
hecho de que cuatro siglos antes en Cancho Roano o en Cástulo estuvieran ya presentes, no nos indica que
posteriormente se hiciese extensible de forma continuada su uso y su conocimiento. Lo cierto es que en la
Cultura Ibérica no predomina el uso de los dados, sino de las tabas, tanto en necrópolis como en poblados
(Blasco, 2015: 51). El juego de las tabas fue muy popular no sólo en el mundo ibérico, sino en todas las
culturas mediterráneas de la antigüedad (Segura y Cuenca, 2007: 82-83). Las tabas se corresponden con los
huesos astrágalos presentes en las extremidades posteriores de los mamíferos, los más empleados fueron los
de ovejas, cabras y cerdos. Estos huesos singulares, con cuatro caras diferenciadas, fueron los verdaderos
“dados” de los iberos, las piezas con las que tentar al azar, con las que entretenerse, jugar… También
podrían ser artefactos con los que interpretar los designios de los dioses o adivinar el porvenir. Porque
cuando lanzas algo al aire, cierto es, la suerte está echada, y esa “suerte”, buena o mala, puede tanto usarse
en un juego de azar como interpretarse en un augurio. Para el mundo romano la presencia de las tabas es
muy importante, pero también el uso de los dados está ya totalmente extendido. Incluso, en el evangelio de
Juan se cuenta cómo los legionarios romanos, después de haber crucificado a Jesús, se jugaron su túnica
“Así se cumplió la Escritura: Repartieron mis vestidos entre sí, y sobre mi túnica echaron suertes” (Juan,
19:28). Tanto se jugaba a los dados que en tiempos de la República su uso tuvo que ser prohibido por
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Dados y fichas de la Edad del Hierro en la Península Ibérica
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la Lex Talaria, excepto en las fiestas de las Saturnalias (Daremberg y Saglio, 1877-1918: 180 –Alea–).
Así, en los asentamientos romanos de la Península Ibérica encontramos numerosos hallazgos de dados
realizados en diferentes materias primas, como en el campamento romano de la Cerca9 (Aguilar de Anguita,
Guadalajara), en Emérita Augusta,10 Bilbilis (Fenoy, 2009), entre otros.
Debemos destacar de nuevo lo significativo de la asociación de algunos de los dados con tabas y con
fichas de juego; como la tumba XV de Estacar de Robarinas, en la que aparecen distintos conjuntos de
piezas líticas que consideramos que pertenecieron a un juego de al menos dos jugadores; la tumba 43 de
Coimbra del Barranco Ancho o las piezas líticas y las tabas perforadas halladas en la misma habitación
donde se halló el dado de El Palomar o cercanas a ésta. Incluso, aunque no en la misma habitación, en otras
estancias de Cancho Roano se recuperó un conjunto de cantos y piezas líticas de colores blanco y negro que
sumados al dado de pizarra allí documentado recuerdan sobremanera al conjunto cerrado de fichas de juego
y dos dados recuperados en la sepultura 1266 de la necrópolis romana de Gloucester (Inglaterra) (Cool,
2008: 105). Tampoco debemos pasar por alto que, de igual manera, podríamos señalar la presencia de
juegos prerromanos en el área ibérica sin que fuera necesario contar con un dado asociado a fichas o a tabas.
Ya que la presencia única de conjuntos de piezas líticas o de tabas en los yacimientos puede ser el reflejo de
estos juegos (que luego se seguirán manteniendo o que evolucionarán). Así, podemos señalar los ejemplos
de las evidencias materiales del Puntal dels Llops, donde se hallaron 19 cantos rodados –inv 1161– a modo
de fichas (Bonet y Mata, 2003: 161) o de El Cigarralejo. En esta necrópolis podemos nombrar, entre otras,
el caso de la tumba 43 en la que se recuperaron nueve piedrecitas planas de hueso de forma elíptica que
podrían haberse empleado como fichas de un juego (Cuadrado, 1987: 148, fig.48) o la tumba 200 donde se
hallaron otras catorce piedrecitas planas (Cuadrado, 1987: 364, fig. 149). Por eso, aunque en este trabajo
nos hemos focalizado en los dados presentes en el área ibérica en la Edad del Hierro, no son estas piezas
las únicas que evidencian los juegos de azar… sino que serían una parte más de los mismos, ya que su
presencia no resulta imprescindible para los mismos.
Así pues, todas estas piezas que se incluirían dentro de los “petit objets”11 (cuyo valor queremos
reivindicar una vez más) nos están reflejando algo tan humano como el entretenimiento, el ocio. Tan
humano y tan significativo. Como apuntó Maluquer: “En muchas excavaciones es frecuente el hallazgo
de piezas que parecen juegos sin que en general se ponga el acento sobre ellas y se les dé la importancia
que merecen para el conocimiento del modo de vida de nuestras poblaciones protohistóricas. El juego
es, sin embargo, una actividad que ocupa una parte importante de la vida privada y pública de las
colectividades humanas” (1981: 36).
Pero también los dados nos reflejan algo que va más allá del mero juego… De este modo, sabemos a
ciencia cierta que en el mundo griego y en el mundo romano fueron empleados como medios de adivinación
de la voluntad de los dioses y del designio que podía esperar cada uno en la vida. Conocemos santuarios,
tales como el ático de Skiron, dedicado al culto de Athenea Skiras, donde se empleaban únicamente dados
para efectuar adivinaciones (Blanco, 2004: 137). Pero, por lo general, de nuevo, los dados no eran piezas
excluyentes, sino que eran unos objetos más con los que interpretar el porvenir, ya que también podían
lanzarse palos, astrágalos o, simplemente, utilizar otros sistemas de adivinación que no implicasen el
lanzamiento de “suertes” (klêroi, sortes) (Luck, 1995: 289). Así lo expresaba Cicerón: “Desde luego, no
encuentro pueblo alguno –por muy formado y docto, o muy salvaje y muy bárbaro que sea– que no estime
que el futuro puede manifestarse a través de signos, así como ser captado y predicho por parte de algunas
personas” (Cicerón, Sobre la adivinación, Libro I, 1).
9 Texto: Museo Arqueológico Nacional. CER.es. (http://ceres.mcu.es), Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, España
(consultado el 04/07/2015).
10 Texto: Museo Nacional de Arte Romano. CER.es. (http://ceres.mcu.es), Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, España
(consultado el 04/07/2015).
11 http://artefacts.mom.fr/fr/home.php (consultado el 07/07/2015).
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En definitiva, esperamos que este trabajo sirva para poner el acento en este tipo de piezas, presentes
quizás en otros yacimientos peninsulares entre los siglos VI-I a.C. y sobre las que no se ha incidido lo
suficiente o ni siquiera se han publicado. En este estudio hemos pretendido mostrar el panorama global
de la presencia de dados y otras piezas cúbicas o paralelepipédicas similares, insistiendo en la diferencia
entre las mismas y reivindicando también la importancia de otras pequeñas piezas asociadas a los dados
que podrían conformar conjuntos de juegos. Asimismo, consideramos que el análisis de la numeración y
de la disposición de las marcas en cada una de las caras de los dados ha reflejado diferencias significativas
y un nuevo punto de vista mediante el que acercarse al estudio de esta clase de objetos. En cualquier caso,
citando a Julio César, “Alea jacta est”.
AGRADECIMIENTOS
Queremos mostrar nuestro agradecimiento a la Doctora Consuelo Mata Parreño por su apoyo a lo largo de todo este
trabajo y por sus oportunas puntualizaciones.
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Archivo de Prehistoria Levantina
Vol. XXXI, Valencia, 2016, p. 241-260
ISSN: 0210-3230 / eISSN: 1989-0508
Marta BLASCO MARTÍN a
Dados y fichas de la Edad del Hierro
en la Península Ibérica
RESUMEN: En este trabajo presentamos una compilación de los dados encontrados en el sur y este
peninsular entre los siglos VI-I a.C. Se ha incidido en los contextos, en las diversas materias primas
en las que se han realizado, en sus características físicas y en las piezas asociadas a los mismos que
pueden interpretarse como parte de juegos antiguos. Además, se analiza la orientación de las marcas
en cada una de las caras de los dados y su numeración. Todo ello desde una visión comparativa con
otras culturas mediterráneas de la Antigüedad. Asimismo, se recogen una serie de piezas cúbicas y
paralelepipédicas similares a los dados, pero que por sus características físicas consideramos distintas
a estos y se plantean sus posibles usos.
PALABRAS CLAVE: Época Ibérica, dados, fichas, astrágalos, “petits objets”, juegos antiguos, azar,
adivinación.
Dice and tokens (dominoes) of the Iron Age in the Iberian Peninsula
ABSTRACT: In this essay, we analyse a compilation of dice (VI-I B.C.) found in the south and south
east of the Iberian Peninsula. We have paid special attention to the contexts, the different raw materials
in which they have been made, their physical characteristics and the artifacts associated to such dice
as they can be interpreted as part of ancient games. Furthermore, we have analysed the facing and
positions of each numeration and face for every dice. All of this has been done from a comparative
perspective with other antique Mediterranean cultures. Additionally, we collect a series of cubic
and parallelepipedic pieces similar to the dices, but we consider them different due to their physical
characteristics. We propose some uses for these objects too.
KEYWORDS: Iberian period, dices, tokens (dominoes), knucklebones, small finds, ancient games, luck,
prediction.
a
Personal Investigador en Formació, Subprograma “Atracció de Talent” (VLC-CAMPUS), Universitat de València.
marta.blasco@uv.es
Recibido: 15/12/2015. Aceptado: 11/02/2016.
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1. INTRODUCCIÓN
Por un hallazgo “casual” en la bibliografía mientras buscábamos piezas realizadas sobre hueso, asta
y marfil en yacimientos ibéricos, encontramos información sobre tres dados fabricados sobre hueso1
depositados en la tumba 43 de la necrópolis ibérica de Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia)
(García Cano et al., 2008: 57). Esta referencia nos llevó a realizar una búsqueda más exhaustiva de
este tipo de piezas en cronologías prerromanas y nos hizo plantearnos una serie de preguntas que
responder: ¿Cuándo aparecieron los primeros dados? ¿Quiénes los inventaron? ¿Cuándo llegaron los
primeros dados a la Península Ibérica? ¿En qué materiales se realizaron? ¿En qué contextos aparecen?
¿Cuándo se generalizó su uso? Algunas de estas preguntas no han resultado fáciles de responder, pero la
búsqueda sistemática de información bibliográfica, así como la revisión y estudio personal de los dados
a los que hemos podido tener acceso recuperados en el territorio de la Cultura Ibérica, nos han permitido
obtener los datos y conclusiones que presentamos en este trabajo.
2. ORIGEN DE LOS DADOS
El primer punto que debemos tratar es el del origen de los dados. Tras una investigación exhaustiva, que
fuese más allá de teorías e ideas contradictorias que fácilmente pueden encontrarse por la red, debemos
señalar que las evidencias arqueológicas que hemos podido documentar en diferentes publicaciones
científicas, nos revelan un panorama que no aclara con rotundidad dónde y cuándo fijar el origen de estas
piezas de juego. Manniez (2010), en su trabajo sobre los dados de hueso de época romana de la ciudad
de Nîmes, señala que el origen de éstos se asocia a los griegos o a los lidios, pero hay constancia de su
existencia anterior en el Egipto Faraónico. Y bien es cierto que en el Antiguo Egipto encontramos dados
dentro de su cultura material y referencias de algunos autores a su existencia (Moret, 1993: 128; Luck,
1995). Se han encontrado dados, por ejemplo, en las excavaciones de Deir el-Medinah en contextos
del Nuevo Imperio (Caubet, 2004: 46) o en Tanis, donde se recuperó un dado datado en el I mil. a.C.2
realizado sobre marfil de hipopótamo, de forma cuadrangular y con la puntuación de sus caras igual a los
dados actuales, esto es, las caras opuestas suman, entre ambas, siete: 1-6; 2-5; 3-4.
Por otra parte, si hablamos de los primeros juegos de azar que conocemos no podemos menos que
empezar hablando del mundo mesopotámico, concretamente del Juego de Ur, hallado en la Tumba
PG/789 del Cementerio Real, con una cronología de mediados del III milenio a.C., lo que lo convierte
en el juego de mesa más antiguo conocido. Está realizado sobre madera, concha y lapislázuli y,
actualmente, se encuentra expuesto en el British Museum de Londres. Este juego no requería de dados
en sí, sino que contaba con una serie de fichas puntuadas que podrían ser lanzadas. Desconocemos
exactamente las reglas que se utilizarían para jugar (Ascalone, 2008: 255; Llagostera, 2011: 306-307).
Para el mundo egipcio conocemos también juegos completos de azar, en los que no necesariamente se
utilizaban dados, sino que también se podía jugar lanzando tabas, bastoncillos o fichas en las que se
señalaba la puntuación pertinente. Como el senet, un juego de tablero, popular entre todas las clases
sociales egipcias, y del que, de nuevo, desconocemos exactamente las reglas (Llagostera, 2011: 307308). Sí sabemos que este juego desempeñó durante el Imperio Nuevo una función funeraria, ya que
aparece citado en el capítulo diecisiete del Libro de los Muertos. El difunto debía jugar una partida
contra un adversario invisible y, si vencía, quedaba garantizada la pureza de su corazón (Fassone y
Ferraris, 2008: 225). Por tanto, vemos que tenemos constancia de los juegos de azar desde mediados del
1 Su posterior revisión en el Museo Arqueológico Jerónimo Molina (Jumilla, Murcia) nos permite corregir esta información y
afirmar que estos tres dados fueron realizados sobre marfil, no sobre hueso.
2 No se especifica una cronología más concreta (Caubet et al., 2004: 48).
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Dados y fichas de la Edad del Hierro en la Península Ibérica
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III mil. a.C. en Mesopotamia y desde el Imperio Nuevo en el Egipto Faraónico. Además, dados y otras
piezas de juego también se han recuperado en yacimientos griegos (Béal, 1983: 354) y etruscos (Artioli
et al., 2011) con una cronología que al menos alcanza el s. VIII a.C.
Si, más allá de los vestigios materiales, nos apoyamos en la lectura de los autores de la Antigüedad para
señalar el origen de los dados, debemos apuntar las palabras de Heródoto de Halicarnaso (s. V a.C.) que explica
que fueron los lidios los que inventaron los juegos de dados y de las tabas: “Los mismos lidios afirman que los
juegos a los que hoy se juega entre los griegos son invención suya. Y al mismo tiempo que los inventaron, esto es
lo que los lidios cuentan, colonizaron Tirrenia. He aquí lo que explican. En tiempos del rey Atis, hijo de Manes,
hubo en el país entero de Lidia una gran escasez de comida. Primero los lidios la soportaron con acopio de
paciencia, pero al ver que la cosa no cesaba buscaron paliativos, y uno inventó una cosa, y otro otra. De manera
que data de entonces la invención del juego de dados, del juego de tabas, del juego de la pelota y de todos los
demás juegos a excepción del juego de damas, el cual los lidios no dicen haber inventado. Y explican que,
tras haberlos inventado, engañaban así el hambre: jugaban un día entero para no tener que haber de buscar
comida; al día siguiente dejaban el juego y comían” (Heródoto, Historia, I, 94).
En los poemas épicos de la Odisea y de la Ilíada datados en torno al s. VIII a.C., no encontramos
referencias expresas a los dados, pero sí aparecen varias escenas en las que los hombres toman importantes
decisiones “echando suertes” (Ilíada, III, 314-316; VII, 170-192; Odisea, X, 203-210) o en las que,
simplemente, para entretenerse en sus horas vacías, los hombres, en este caso los pretendientes de Penélope,
mientras Odiseo está ausente, estaban “gozando en jugar a las suertes” (Odisea, I, 106-108).
Autores clásicos posteriores a la guerra de Troya y al viaje de regreso de Odiseo, como Pausanias en
su obra Descripción de Grecia, señalan que fue Palamedes de Argos quien inventó los dados (Pausanias,
Libro X, 31, 1). Palamedes, contemporáneo de Odiseo y Aquiles, tiene una presencia sucinta en la guerra
de Troya, siendo quién desenmascaró el engaño de Odiseo cuando fingió estar loco para evitar participar en
la guerra. Esto provocaría la venganza de éste (Apolodoro, Epítome 3: Prehomérica, 1-8).
Las evidencias pictográficas también nos remiten al juego de los dados en el contexto del conflicto
troyano. Tal es el caso de la escena de figuras negras pintada por Exequias en un ánfora datada entre el 540530 a.C. en la que podemos ver cómo los guerreros Aquiles y Ayax disputan una partida a los dados.3 Es
una escena que no aparece narrada en los cantos homéricos, pero que se perpetuó en la tradición posterior.
Por otro lado, esta imagen no resulta difícil de imaginar, puesto que en diez años que duró el asedio a
Troya, los guerreros pasarían muchas horas ociosas que podrían ocupar a través de juegos de azar. Se ha
debatido sobre si en esta famosa escena Aquiles y Ayax están jugando a los dados, a las tabas, o quizás a
otros juegos de mesa en los que no se requiriese lanzar ninguna “suerte”, sin embargo, el hecho de que el
pintor Exequias añadiese como inscripción las palabras “cuatro” y “tres” pronunciadas por Aquiles y Ayax,
respetivamente, hace pensar que estos guerreros estuvieran lanzando los dados.
En el mundo etrusco tenemos también evidencias de la presencia de dados fabricados sobre hueso,
marfil y aragonita en el registro arqueológico desde, al menos, el s. VIII a.C. (Artioli et al., 2011).
3. METODOLOGÍA DE TRABAJO
Para realizar este estudio partíamos de una serie de preguntas: ¿Dónde aparecen los primeros dados
en la Cultura Ibérica? ¿Se recuperaron en espacios de trabajo, habitacionales, rituales o en necrópolis?
¿Podían asociarse con otras piezas que pudieran formar parte de juegos, como serían las fichas o las
tabas? ¿Aparecieron junto a una cultura material especialmente rica o todo lo contrario? Empezamos
centrándonos en la localización de los dados, en el tipo de yacimiento y en el contexto arqueológico en
el que se recuperaron así como con qué piezas aparecieron asociados. Estas asociaciones son un punto
3
http://mv.vatican.va/4_ES/pages/x-Schede/MGEs/MGEs_Sala19_04_056.html (consultado el 30 de junio de 2015).
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central de esta investigación, ya que nos permiten identificar posibles juegos prerromanos. Seguidamente,
analizamos las características físicas de cada dado: medidas, peso, materia prima, forma (cúbica u oblonga),
la puntuación que presenta, la disposición de ésta entre caras opuestas, la orientación de las marcas de
puntuación y el tipo de éstas (un círculo inciso simple, doble o triple). Hemos prestado también atención a
las tipologías de dados desarrolladas por investigadores precedentes. Béal (1983) en su trabajo sobre le petit
mobilier del Museo Arqueológico de Nîmes los clasifica dentro del grupo de objetos con sección cuadrada o
rectangular, distinguiendo entre: B I: dados que presentan en el cuerpo un hueco que se correspondería con
el canal medular del hueso largo que sirvió de soporte para fabricarlos; B III 1: dados plenos (cuyo tamaño
señala que raramente sobrepasa los 16 mm) y los excepcionales dados hexagonales: B III 2. Si prestamos
atención a su tamaño podemos seguir la tipología de Manniez (2010) que continuó con el trabajo de análisis
de los dados de época romana de la ciudad de Nîmes que había empezado Béal. En él realiza una triple
distinción de los dados de forma cúbica según sus medidas sean: entre 18-29 mm (dados de talla grande);
entre 11-17 mm (dados de talla media); menos de 11 mm (dados en miniatura). Por otro lado, habla de
los dados en forma de paralelepípedo (dados oblongos) cuya longitud media sitúa entre los 8,5-21,5 mm.
En nuestro estudio hemos querido ir más allá de la forma y las medidas, por ello hemos prestado especial
atención a la numeración y a la orientación de las marcas de cada una de las caras de los dados, siguiendo el
estudio de Artioli, Nociti y Angelini (2011) sobre noventa y un dados etruscos. Este trabajo nos ha servido
como referente metodológico básico para analizar los dados documentados en el panorama ibérico. Estos
investigadores aplicaron diferentes técnicas arqueométricas de análisis, así como principios matemáticos
sobre la teoría de las permutaciones del azar respecto a las distintas disposiciones de las puntuaciones
en cada una de las caras de los dados. Por eso hemos tenido en cuenta la disposición de la puntuación en
cada dado analizado. Además, este tipo de estudio ha aportado también interesantes resultados acerca de
los dados romanos recuperados en Francia (Manniez, 2010; Poplin, 2012). Igualmente, hemos seguido
el trabajo de Poplin (2012) sobre la numeración y la orientación de los dados antiguos y medievales. Su
estudio parte de la pregunta: “Dans quelles directions de la pièce regardent les différences faces?” (2012:
30). Porque las opciones son numerosas, y resulta significativa la predilección por unas opciones u otras.
En primer lugar, hay que diferenciar cómo está dispuesta la numeración entre las caras opuestas del dado.
Debemos tener en cuenta que la numeración de cada cara en un dado cúbico va del 1 al 6 (puesto que no
tenemos constancia de ninguno en el que la puntuación supere este número). Cuando las caras opuestas
del cubo suman, entre ambas, siete (1-6/ 2-5/ 3-4) lo llamaremos “forma clásica”. Esta es la disposición de
la numeración de los dados actuales. Pero no siempre los dados en la antigüedad tenían esta disposición
clásica que hoy día domina, sino que encontramos un buen número de ejemplos en los que las caras están
opuestas de “forma progresiva” (1-2/ 3-4/ 5-6). Por ejemplo, en el enclave romano de Saint-Denis, por 20
dados recuperados con la numeración de forma clásica, se recuperaron otros 20, con la forma progresiva
(Poplin, 2012: 31). Otro ejemplo, el de los resultados obtenidos del análisis de la numeración de los noventa
y un dados etruscos depositados entre los museos italianos de Chianciano, Chiusi, Orvieto, Sarteano,
Tarquinia y Tuscania (Artioli et al., 2011), en los que también están presentes solo estas dos posibilidades
de numeración, la forma clásica y la forma progresiva. En este caso, además, los investigadores señalan las
diferencias cronológicas que existen entre el uso de cada una de ellas. Así, la forma progresiva fue utilizada
desde el s. VIII a.C. hasta mediados del s. IV a.C. y, por su parte, la forma clásica está presente en los dados
a partir del s. V a.C. y, desde mediados del s. IV a.C. es la única que se realiza. En los dados etruscos solo
aparecen estas dos formas de numeración y, además, permiten plantear una diferenciación cronológica.
Esto no ocurre en los dados analizados para este trabajo.
Debemos ir un paso más allá y una vez que hemos identificado el tipo de numeración entre las caras
opuestas de cada dado, nos fijaremos en la orientación de las marcas de la numeración en cada cara; ya
que, aunque los números 5, 4 y 1 no suelen variar en su orientación, los números 6, 2 y 3 sí lo hacen. Estos
dos últimos pueden orientarse diagonalmente hacia la izquierda “/”o hacia la derecha “\” (por no decir, que
en algunas ocasiones, incluso pueden aparecer orientados vertical y horizontalmente). Por su parte, en el
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Dados y fichas de la Edad del Hierro en la Península Ibérica
245
Fig. 1. Esquemas de
orientación de las
marcas de cada una de
las caras de un dado
clásico. Basado en
Poplin (2012).
número 6, las dos líneas con las tres marcas que componen este número pueden disponerse en el sentido
“H” o “=” (Poplin, 2012: 31). La combinación de todas las posibilidades de orientación sería, teniendo
en cuenta todas las posibles variaciones,4 de dieciséis (fig. 1). Igualmente, dieciséis serían también las
combinaciones posibles en la disposición de la puntuación en un dado de puntuación progresiva. Al plasmar
los esquemas de las formas de orientación de las marcas de cada una de las caras de un dado hemos seguido
el trabajo de Poplin (2012).
Tabla 1. Lista de posibles combinaciones de las numeraciones entre las caras opuestas de
un dado. Aparecen resaltadas las combinaciones presentes en los dados prerromanos de
la Península Ibérica. Tabla basada en Artioli et al., 2011: 1037-1038.
1-2/ 3-4/ 5-6
1-3/ 2-4/ 5-6
1-4/ 2-3/ 5-6
1-5/ 2-3/ 4-6
1-6/ 2-3/ 4-5
1-2/ 3-5/ 4-6
1-3/ 2-5/ 4-6
1-4/ 2-5/ 3-6
1-5/ 2-4/ 3-6
1-6/ 2-4/ 3-5
1-2/ 3-6/ 4-5
1-3/ 2-6/ 4-5
1-4/ 2-6/ 3-5
1-5/ 2-6/ 3-4
1-6/ 2-5/ 3-4
Si tenemos en cuenta que las posibilidades de numeración entre las caras opuestas de un dado son
quince (tabla 1) y que, en cada una de esas quince posibilidades, las marcas de la puntuación se disponen,
tal y como ya hemos señalado, de dieciséis formas distintas (sin tener en cuenta que las marcas del dos y
el tres se dispongan horizontal o verticalmente), nos encontramos con 240 posibilidades en la disposición
de la numeración y de la orientación de las marcas que componen un dado. El hecho de ser consciente de
este elevado número de combinaciones nos hará reflexionar aún más sobre el porqué de que entre tantas
posibilidades se repiten los dados con los mismos patrones.
4
Sin incluir los casos, ya que no suelen ser habituales, en los que la orientación de las marcas de los números 2 y 3 fueran en sentido
horizontal o vertical. Si incluyésemos estas posibilidades el número total de esquemas posibles aumentaría considerablemente
(Poplin, 2012: 31).
APL XXXI, 2016
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246
M. Blasco Martín
4. PIEZAS ANALIZADAS
Presentamos un total de siete dados cuya cronología se sitúa en la 2ª Edad del Hierro, entre el s. V y el s.
I a.C. Trataremos también el caso de otras seis piezas que, aunque no puedan catalogarse genuinamente
como dados, poseen ciertas similitudes que no podemos dejar de señalar (tabla 2 y fig. 2) Aparte de ello,
haremos referencia a otros dados descontextualizados que nos han planteado dudas sobre si podrían
haber sido ibéricos.
A pesar de que este estudio pretendía centrarse en la época ibérica no podíamos dejar de incluir uno
de los dos dados más antiguos de los que tenemos constancia en la Península Ibérica, el recuperado en el
yacimiento de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz), cuya cronología se sitúa en torno al s. V-s.
Tabla 2. Dados y otras piezas cúbicas o paralelepipédicas analizadas
ID Yacimiento Cronología
Contexto
hallazgo
Material
Medidas
(mm)
Almacén
Pizarra
23x22x23
Peso Puntuación Marcas
(g)
Clasif. Clasif.
Béal
Manniez
Dados
1
Cancho
Roano
s. V-IV a.C.
2
Estacar de
Robarinas
f. s. V-m. s. IV a.C. Tumba
Caliza
17x17x17
10
1-2/ 3-5/
4-6
Círculo simple B III 1 Talla
media
3
Coimbra
1er cuarto s. II a.C. Tumba
Barr. Ancho
Marfil
9x9x9
-
Clásica
Doble círculo
B III 1 Miniatura
4
Coimbra
1er cuarto s. II a.C. Tumba
Barr. Ancho
Marfil
9x9x9
-
Clásica
Doble círculo
B III 1 Miniatura
5
Coimbra
1er cuarto s. II a.C. Tumba
Barr. Ancho
Hueso
9x9x9
-
Clásica
Doble círculo
B III 1 Miniatura
6
El Palomar
1er tercio s. I a.C.
Habitación
Cerámica 19x18x17,5
9,12
1-3/ 2-4/
5-¿6?
Círculo simple B III 1 Talla
grande
7
Penya
de l'Àguila
s. II-I a.C
Sin contexto Plomo
(poblado)
13x13x13
15,98 Clásica
23,09 Clásica
Doble círculo
B III 1 Talla
grande
Círculo simple B III 1 Talla
media
Otros
8
Basti
1ª mitad s. IV a.C. Tumba
Caliza
18x18x10
9
Puntal
dels Llops
f. s. III-i. s. II a.C. Sin contexto Caliza
(poblado)
23x21x15
46x35x35
10 Tossal de
s. III-i. s. II a.C.
Sant Miquel
Sin contexto Caliza
(poblado)
11 Sepúlveda
¿2ª mitad s. I a.C.? Sin contexto Cerámica
(poblado)
35x43
12 Calahorra
Desconocida
Sin contexto Arenisca
(poblado)
40x37
13 Numancia
¿s. I a.C.-I d.C.?
Sin contexto Arenisca
(poblado)
43x37
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-
Sin marcas
B III 1 Talla
media
17,62 /1-5/
Doble círculo
(5). Círculo
simple (1)
B III 1 Talla
grande
141,65 Sólo el 4
Doble círculo
B III 1 Talla
grande
-
Sin punt.
Motivos
Signos incisos B III 1 Talla
decorativos
grande
133,5 Signos
incisos
-
Signos
incisos
Signos incisos B III 1 Talla
grande
Signos incisos B III 1 Talla
grande
[page-n-7]
Dados y fichas de la Edad del Hierro en la Península Ibérica
400 km
247
Fig. 2. Yacimientos con dados:
1. Cancho Roano
2. Estacar de Robarinas
3. Coimbra del Barranco Ancho
4. El Palomar
5. Penya de l’Àguila.
Yacimientos con piezas cúbicas
o paralelepipédicas:
6. Baza
7. Puntal dels Llops
8. Tossal de Sant Miquel
9. Sepúlveda
10. Calahorra
11. Numancia
IV a.C.5 (fig. 3). Esta pieza se halló en las campañas dirigidas por Celestino Pérez en el exterior del edificio
principal, en el Sector Norte, concretamente en la estancia N-5 (Celestino y Jiménez, 1993: fig. 4), excavada
entre los años 1987 y 1988. Se trata de la estancia más rica en materiales de las seis que se excavaron en
este sector. En ella se recuperaron diversos objetos de bronce, entre los que destacan un asador con borde
moldurado y un juego de ponderales circulares; un cuchillo afalcatado de hierro; cerámicas –numerosas
fusayolas–, un colgante pentagonal de marfil, un conjunto de tabas –algunas de ellas perforadas– y un
vaso de alabastro (Celestino y Jiménez, 1993: 44-48). El dado se documentó como una pieza de madera
(Celestino y Jiménez, 1993: 48). Sin embargo, el análisis directo del mismo en el Museo Arqueológico de
Fig. 3. Dado de Cancho Roano.
Dado clásico esquema nº 14 (según fig. 1).
5
Celestino y Jiménez hacen alusión a otros dados de cronologías similares: “incluso tenemos noción de algún ejemplar hispánico
procedente de la necrópolis almeriense de Villaricos” (1993: 140). Sin embargo, la referencia dada no es demasiado precisa y en
nuestro trabajo de revisión bibliográfica no hemos encontrado información sobre dados en ninguna publicación específica de este
yacimiento.
APL XXXI, 2016
[page-n-8]
248
M. Blasco Martín
Badajoz (donde está depositado), nos ha hecho descartar esta idea y apuntar, no con total seguridad porque
la pieza está fracturada y quemada, que se trata de un objeto de piedra, seguramente de pizarra, una roca
metamórfica abundante en el paisaje alrededor del yacimiento.
La función que se atribuyó a este dado, teniendo en cuenta el contexto en el que apareció, fue
“netamente votiva” (Celestino y Jiménez, 1993: 140). Aun así, los autores, a nuestro juicio de manera
oportuna, relacionaron este hallazgo con las numerosas tabas que se documentaron en el yacimiento y con
las posibles fichas de juego recuperadas en diferentes estancias de Cancho Roano. Maluquer incidió en la
importancia de documentar arqueológicamente evidencias de juegos, ya que “el juego es una actividad que
ocupa una parte importante de la vida privada y pública de las colectividades humanas” (1981: 362). Y
escribió acerca de la existencia de un posible juego de tipo ajedrez recuperado en el yacimiento, formado
por piezas que se asemejaban a peones realizadas en marfil, que estarían contenidas en una arqueta de
marfil y de madera (1981: 364). Sin embargo, interpretaciones posteriores parecen indicar que estas piezas
en realidad serían las bisagras que permitirían abrir y cerrar la tapa de esa arqueta. Aun así, existen otras
piezas menos espectaculares que ese temprano juego de tipo ajedrez al que apuntaba Maluquer, pero que
parecen señalarnos la presencia de algo tan cotidiano como serían los juegos, el azar y el entretenimiento
en Cancho Roano. Se recuperaron conjuntos de cuatro fichas discoidales, de tamaños similares y de dos
colores distintos, blanco y negro (como si perteneciesen a dos jugadores) recuperadas próximas entre sí
en la zona E4/E5 de la excavación (1981: 364 y lám. LI). De un modo similar a estas fichas discoidales
podríamos considerar el conjunto de ocho y de seis cantos de río de color blanquecino (de una longitud
media de unos 2 cm) que pudimos documentar en el Museo de Badajoz (fig. 4).
Fig. 4. Cantos de río hallados en W-3
y en W-2 III.
APL XXXI, 2016
Fig. 5. Plano de Cancho Roano con las piezas señaladas. Modificado
a partir de Celestino (1996).
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Dados y fichas de la Edad del Hierro en la Península Ibérica
249
Fig. 6. Esquema de la disposición de las caras
del dado de Estacar de Robarinas.
Así pues, el dado de Cancho Roano, del que cabe destacar su numeración clásica al igual que en los
dados actuales, es una pieza a destacar pero que también se puede y se debe poner en relación con otros
petits objets (Feugère y Charpentier, 1989-1990) del yacimiento que pasan desapercibidos (fig. 5).
El siguiente dado (fig. 6) cuya cronología resulta muy similar al anterior, f. s. V-m. s. IV a.C., fue
recuperado en la necrópolis ibérica de Cástulo de Estacar de Robarinas (Linares, Jaén). Aparece como ajuar
en el enterramiento XV, junto a otras cerámicas y objetos metálicos entre las que destacan una falcata y un
soliferreum. Sobre todo, nos interesa la presencia, junto al dado de caliza, de un conjunto de siete fichas
cuadradas, siete rectangulares y una romboidal realizadas sobre pizarra, así como de seis cuñas de hueso de
sección trapezoidal y otros seis discos óseos de sección circular (García-Gelabert y Blázquez, 1988: 137-138).
Por tanto, la presencia de un dado junto a un lote de fichas de diferentes formas y materiales nos lleva a poder
afirmar que estamos ante un juego depositado como ofrenda del difunto o de la difunta en su viaje al más allá.
Centrándonos exclusivamente en el dado y en la disposición de su numeración, debemos destacar
su singularidad. Las caras se enfrentan de una forma inusual, aunque estemos hablando de cronologías
tempranas como las de este enterramiento. Como ya hemos señalado, en el estudio de más de noventa
dados etruscos cuya cronología más antigua se sitúa en el siglo VIII a.C. (Artioli et al., 2011) no se ha
documentado ningún dado con la disposición de los números entre las caras opuestas como se da en este
caso: 1-2/ 3-5/ 4-6. Una disposición que tampoco es habitual en dados posteriores.
En la tumba 43 de la necrópolis ibérica de Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia) encontramos,
como ya hemos señalado, no uno, sino tres dados depositados como ajuar. Tres dados clásicos pero cuyos
esquemas de disposición de las caras (fig. 1) y de orientación de las marcas no es igual entre sí (fig. 7)
ya que aunque los tres son dados clásicos, el A se corresponde con el modelo 10, el B con el 14 y el C,
Fig. 7. Esquemas de la disposición de las caras y orientación de las marcas de los dados hallados en el yacimiento
de Coimbra del Barranco Ancho.
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250
M. Blasco Martín
por su parte con el 15.6 El análisis de estas piezas en el Museo Jerónimo Muñoz Molina (Jumilla), donde
están depositadas, nos permite afirmar que están realizadas, pese a que se publicaron como dados de hueso
(García Cano et al., 2008; Hernández, 2008), sobre marfil, ya que gracias al corte transversal de la pieza se
aprecian perfectamente las líneas de crecimiento características del material ebúrneo.
La tumba está datada en el primer cuarto del s. II a.C. y los estudios antropológicos de los restos óseos
cremados indican que perteneció a un varón en edad adulta-joven (García Cano et al., 2008: 58). Este
enterramiento contaba además como ajuar con diferentes cerámicas (entre ellas varios fragmentos de un bol
de campaniense A) y objetos metálicos. Se recuperaron cinco pequeñas piezas de bronce interpretadas como
apliques de una pequeña cajita de madera (madera que se habría perdido por los procesos postdeposicionales)
con varios cajones (García Cano et al., 2008: 57). Además, se hallaron cinco piezas cilíndricas huecas, con
una perforación en la parte medial, realizadas en hueso. Objetos como éstos, aunque han generado debate,
se han interpretado como bisagras (Béal, 1983). Por tanto, podrían pertenecer a la misma caja de madera
en la que se integrarían los apliques metálicos. Ésta resultaría idónea para contener y guardar los tres
dados de marfil, además de otras tres tabas talladas (García Cano et al., 2008: 57), así como incluso dos
cabujones de pasta vítrea de tonos azulados que bien podrían haber servido como fichas en algún juego
que actualmente desconocemos. Por tanto, las ofrendas de esta tumba se han de poner en relación con todo
aquello a lo que asociamos los dados, las tabas y las fichas… con el juego, el entretenimiento e incluso, con
algún tipo de ritual o con la adivinación. El hombre enterrado en esta sepultura pudo ser un gran aficionado
a los juegos de azar y por eso se mandó enterrar, o sus seres queridos quisieron que realizase su viaje al
más allá, acompañado de aquello que le apasionó en vida. Podemos relacionar, además, el número de dados
depositados en esta tumba, tres, con esa tirada óptima de tres dados, obteniendo tres seises, que los romanos
denominaban como “Suerte de Venus” o, por el contrario, con la mala suerte de tirar tres dados y sacar tres
unos “Los Perros” (Adam, 1834: 339) y a la que ya Platón hizo referencia en su tratado de Las Leyes (XII,
968 e) utilizando una frase proverbial en la que se hacía referencia a la fortuna de un juego griego en el
que, del mismo modo, tres seises daban la victoria y tres ases la derrota: “y si lo que queremos es poner en
peligro todo nuestro sistema político, sacando, como suele decirse, tres seises o tres ases, hagámoslo así.
Yo correré ese riesgo con vosotros”.
Tiempo después, en el primer tercio del s. I a.C., en un momento y en una zona de contacto con los soldados
romanos llegados a la Península Ibérica, encontramos el siguiente dado al que debemos hacer referencia,
el del poblado ibero-romano de El Palomar (Oliete, Teruel). Fue realizado sobre barro cocido y presenta
puntuaciones en círculos simples realizadas antes de la cocción de la pieza. La disposición y realización
de la puntuación en las caras resulta peculiar y no queda totalmente clara. Pensamos que las caras estarían
enfrentadas 1-3/ 2-4/ 5-6 (fig. 8). Pero, bien es cierto, que la disposición del número 3 es altamente inusual,
ya que no coincide con la orientación diagonal hacia la izquierda o hacia la derecha, ni con la vertical y
horizontal, sino que se trataría de una disposición similar a la del 4 en la que falta un círculo en uno de sus
vértices. Esta singularidad podría deberse a un error en el momento de su ejecución en el que la persona que
lo realizó fuese a repetir la cara del 4 dos veces, pero al darse cuenta de que ya estaba realizada, decidió dejar
así el 3. Al fin y al cabo, como escribe Manniez, “Les différences, qui portent sur la disposition des valeurs,
soulignent, semble-t-il, la volonté de l’artisan de faire de chacun des dés une pièce unique” (2010: 20). Por
otra parte, la cara que interpretamos como un 6 solo conserva el círculo en uno de sus vértices. Esto se debe a
que este plano del cubo está fracturado. Sin embargo, al tener todos los demás números realizados y contando
con el hecho de que los dados cúbicos mediterráneos desde su origen no cuentan en sus caras con un número
mayor que el 6, nos atrevemos a afirmar que sería éste el número que falta.
Esta combinación 1-3/ 2-4/ 5-6, como en el caso del dado de Estacar de Robarinas, no coincidiría con
ninguna de las disposiciones de los dados etruscos (Artioli et al., 2011) y tampoco es usual en momentos
posteriores. En la Casa 11-1, estancia de El Palomar en la que se recuperó este dado, se hallaron asimismo
6
Los modelos de disposición de los dados clásicos aparecen recogidos en la fig. 1.
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Dados y fichas de la Edad del Hierro en la Península Ibérica
251
Fig. 8. Esquema
de la disposición
de las caras del dado
de El Palomar.
Fig. 9. Plano de El Palomar con
las piezas señaladas. Modificado a
partir de Vicente et al. (1990).
tres tabas de ovicaprinos perforadas (dos de ellas pertenecientes a extremidades posteriores derechas y otra
a una extremidad posterior izquierda7). Además, en diferentes habitaciones del yacimiento –Casa 3, Casa I,
Almacén 3, Almacén 4– (fig. 9) se han recuperado cinco fichas circulares –nosotros solo tuvimos acceso a
cuatro de ellas en las instalaciones del Museo Provincial de Teruel– de sección plana realizadas en piedra
(Vicente et al., 1990: 57) que bien podrían pertenecer a algún juego con el que el dado y las tabas estuvieran
relacionados (fig. 10).
Encontramos también un dado de plomo en el yacimiento de Penya de l’Àguila, con la disposición
de un dado clásico (fig. 11). Dentro de éstos coincidiría con el esquema nº 14 (fig. 1) con la excepción de
que la disposición del número 2 en el dado no es diagonal sino vertical. Esta pieza se ha datado entre el s.
II-s. I a.C. (AA.VV., 2004). El yacimiento no ha sido excavado, pero Schubart, durante sus prospecciones
en la zona del Montgó, levantó una planimetría de sus tres líneas de muralla (1962). Según el estudio
7
Número mínimo de individuos (NMI): 2.
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M. Blasco Martín
Fig. 10. Fichas de piedra y tabas perforadas halladas en
distintas estancias de El Palomar (Oliete).
Fig. 11. Dado de Penya de l’Àguila.
de la tipología constructiva de éstas, así como por la presencia en superficie de fragmentos de cerámica
campaniense A y B, Llobregat lo situó entre el s. II-s. I a.C. (1972). Posteriormente se recogieron nuevos
materiales en superficie y se depositaron en el Museu Arqueològic i Etnogràfic Soler Blasco de Xàbia. Entre
ellos destacan piezas de armamento romano, que irían en consonancia con la tesis de Schubart de que esta
fortificación, en un lugar tan inaccesible, debía relacionarse con un momento de crisis relacionado con la
Segunda Guerra Púnica o con la localización de la base naval de Sertorio en Dénia (Schubart, 1962). Se
recuperaron también un buen número de objetos realizados en plomo (como la pieza que ahora nos ocupa),
así como abundantes restos de desecho y fundición de este metal (Mortalla et al., 2012). Con todo esto,
quedaría adscribir cronológicamente el dado, teniendo en cuenta que carece de contexto estratigráfico. A
priori podría relacionarse el yacimiento con un campamento romano y, por ende, el dado que nos ocupa
también, puesto que el juego de los dados era muy habitual en el mundo romano y entre los soldados
en particular. Sin embargo, no debemos obviar que “sin duda, existía una población local de raigambre
ibérica que debió, de alguna manera, jugar su papel en esta reordenación del territorio de la comarca de la
Marina Alta llevada a cabo en la primera mitad del siglo I a. C.” (Mortalla et al., 2012: 8). Por tanto, en un
yacimiento de contacto entre dos mundos como sería el caso de Penya de l’Àguila este interesante dado de
plomo podría ser el reflejo material de dicho contacto y que tanto iberos como romanos hubiesen hecho uso
del mismo o de otros similares.
Por otro lado, hemos de exponer el caso de varios dados –ocho en total– que, hemos revisado y nos han
planteado dudas sobre su adscripción cronológica. Hemos optado por no incluirlos dentro de la clasificación
de dados de la Edad del Hierro del área ibérica, ya que desconocemos el lugar exacto de su hallazgo –con
la consiguiente pérdida de información que ello supone– y los yacimientos a los que se asocian cuentan
con diferentes fases históricas de ocupación. En el yacimiento ibero-romano de Sant Josep (Vall d’Uixó)
se recuperaron dos dados realizados sobre hueso, uno de ellos cúbico de tipo clásico con las puntuaciones
realizadas por cuidados triples círculos y el otro paralelepipédico, muy pulido, con puntuación: 3-4/ 5-6.
Cabe señalar que estos dados paralelepipédicos u oblongos, al tener cuatro caras principales numeradas
podrían relacionarse más íntimamente con el juego de las tabas… en el que la pieza puede caer también por
una de las cuatro caras naturales (o trabajadas) del astrágalo. No conocemos el contexto estratigráfico en el
que aparecieron estos dos objetos dentro del yacimiento, lo cual nos hace difícil concretar su cronología,
ya que cuenta con un período de ocupación amplio. Fue excavado en dos campañas entre 1974-1976. En él
APL XXXI, 2016
[page-n-13]
Dados y fichas de la Edad del Hierro en la Península Ibérica
253
se diferenciaron, por la cultura material, varias fases de ocupación. La fase ibérica está subdividida en un
periodo que comenzaría en el s. V a.C. y llegaría hasta inicios del s. IV a.C. y, en un segundo que abarcaría
desde inicios del s. IV a.C. hasta mediados del s. II a.C., según se ha deducido de las formas cerámicas y de
sus motivos decorativos (Rosas, 1984). Tiempo después, el yacimiento volverá a estar habitado en época
romana, también en dos momentos diferentes, en el s. III d.C. por una parte y, posteriormente, en el último
cuarto del s. IV (Rosas, 1984; Arasa y Rosas, 1994). Por esta variedad de etapas de ocupación del poblado,
consideramos demasiado aventurado señalar la cronología de estos dados, de modo que simplemente
indicamos su presencia.
Un caso similar ocurre con otros cinco dados hechos sobre hueso, de disposición clásica, recuperados
en la Alcudia (Elche) y que revisamos en el propio Museo de la Alcudia. Este yacimiento posee fases de
ocupación desde la Edad del Bronce hasta época visigoda, por eso resulta imposible señalar la cronología
de estas piezas al carecer del contexto estratigráfico de su hallazgo. Si bien, pudimos revisar otros tres dados
de hueso, muy similares a los anteriormente citados, que fueron recuperados en excavaciones recientes en la
Alcudia en contextos estratigráficos de época romana… Estos paralelismos nos llevan a pensar que lo más
probable es que todos fueran de la ocupación romana de la antigua ciudad de Ilici. Por último, nos queda
señalar el caso de un dado expuesto en una de las vitrinas del Ecomuseo de Aras de los Olmos (Valencia).
El hallazgo de esta pieza no queda claro ya que fue donado a los fondos del museo por un particular que no
concretó exactamente el lugar en el que se recuperó. Por consiguiente, a pesar de que este ecomuseo posee
fondos de importantes yacimientos ibéricos de la zona, como el Castillejo de la Muela (Aras de los Olmos),
no podemos aventurar el momento de realización y/o uso de esta pieza.
Hasta ahora, hemos tratado el caso de siete dados genuinos adscritos a la Edad del Hierro y el caso de
varias piezas de las que no podemos concretar su cronología. Pasamos a señalar ahora los casos de otros seis
artefactos que no son dados per se, aunque algunos de ellos pudiesen estar relacionados y tener funciones
similares (que no iguales).
El primero de ellos fue hallado en un contexto indiscutiblemente ibérico, en la tumba 155 de la necrópolis
del Cerro del Santuario de Baza (Granada), la tumba de la famosa Dama, datada en la primera mitad del s.
IV a.C. Esta pieza ha sido clasificada como “dado de piedra caliza sin marcar” (Presedo, 1982: 210). Por
nuestra parte, consideramos que debería denominarse como pieza cúbica (sus medidas son de 18 x 18 x
10 mm, pero debemos tener en cuenta que está fracturada). No se trata de un dado, porque sus caras no
están numeradas de manera alguna y resulta poco probable pensar que se tratase de un dado en proceso de
elaboración ya que el hecho de formar parte del ajuar de esta sepultura nos indica que era así como querían
que se depositase y que su significado quizás esté ligado a un simbolismo que actualmente se nos escapa.
Dentro de la Edetania, en el oppidum de El Tossal de Sant Miquel y en el fortín de El Puntal dels
Llops, contamos con dos piezas líticas que inicialmente podrían ser tomadas como dados pero, tras su
análisis en el Museu de Prehistòria de Valencia (donde están depositadas), y su comparación con los dados
presentados, tenemos que descartarlos. En primer lugar, el motivo más evidente es porque no presentan
la numeración propia de los dados. La pieza oblonga del Tossal, hallada en el departamento 102 (Bonet,
1995: 242-243) solo cuenta en una de sus caras con cuatro círculos incisos con un punto interno dispuestos
cada uno de ellos en las cuatro esquinas de esa cara rectangular (fig. 12). Por su parte, la del Puntal dels
Llops, fracturada y hallada superficialmente en el entorno del yacimiento, cuenta con cinco círculos con
un punto interno, dispuestos de la manera habitual del número 5 en un dado. Cabe señalar que el círculo
central tiene un tamaño mayor. En la cara opuesta, en la parte central, hay un profundo agujero que
podría haberse realizado por el roce continuo con algún tipo de útil duro de tipo metálico o pétreo. Se nos
asemeja más que a la cara del número 1 hecha adrede con intención lúdica, a un desgate de la superficie
de la cara por uso. Otras de las características que nos hacen diferenciar estas piezas de los dados ibéricos,
son su tamaño y su peso, que resultan superiores a los de los dados presentados (fig. 3). En el caso de la
pieza del Tossal es más que evidente la diferencia. Sus dimensiones y peso hacen muy complicado que
esta pieza pueda girar sobre una superficie con facilidad al ser lanzada (por no decir que las aristas del
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254
M. Blasco Martín
Fig. 12. Caras superior e inferior de las
piezas paralelepipédicas de El Tossal de Sant
Miquel (A) y de El Puntal dels Llops (B).
acabado en bisel de las caras no están desgastadas). La pieza del Puntal sí tiene unas dimensiones y un
peso que se asemejan a los del dado de Cancho Roano, aunque no está completa, por lo que éstos serían
mayores. Entonces, ¿qué son estas piezas? Descartado su uso como dados nos planteamos que podrían
haber sido utilizadas como pesos. Sin embargo, si tenemos en cuenta los ponderales conocidos para época
ibérica, de cuyo sistema metrológico y de cuyas tipologías se ha escrito abundantemente (Fletcher y Mata,
1981; Fletcher y Silgo, 1995; Grau y Moratalla, 2003-2004) debemos señalar que estas dos piezas, por
su materia prima, por su forma, su peso y por las marcas que presentan no coinciden con los ponderales
ibéricos conocidos. Además, éstos están documentados, hasta la fecha, únicamente en bronce o en plomo.
Por ello, mientras no se localicen en un contexto arqueológico fidedigno otras piezas similares a éstas, la
incógnita sobre su uso permanecerá abierta.
Por último, quisiéramos señalar el caso de tres piezas cúbicas halladas en el área celtibérica,
concretamente en el Cerro de Somosierra (Sepúlveda, Segovia) (Blanco, 2004), en la Estacada (Pradejón,
La Rioja) muy próxima a Calahorra (Ballester y Cinca, 1998) y en Numancia (Soria) (Ballester, 1999).
La primera está realizada sobre cerámica, las otras dos sobre roca arenisca y, por sus dimensiones,
entrarían dentro de la categoría de “talla grande” de la clasificación de Manniez (2010). Todas ellas tienen
también sus seis caras decoradas bien sea con motivos geométricos o figurados. Las tres piezas carecen de
contexto arqueológico preciso, lo cual dificulta su comprensión, pero se circunscriben dentro de la cultura
celtibérica cercanas a yacimientos con contextos domésticos –en la fig. 3 esta circunstancia se ha señalado
como “Sin contexto (Poblado)”–. La pieza de la Estacada fue interpretada inicialmente como un dado y
se intentó asociar la decoración geométrica “simple” de sus seis caras con la representación de los seis
primeros números. Sin embargo, el análisis y la comparación rigurosa de estos seis signos con los sistemas
fonemográficos y silabográficos de las diferentes culturas del Mediterráneo protohistórico parecen no tener
ninguna concordancia, con lo que “obliga a plantearse la posibilidad de que los signos en su conjunto
no representen secuencia fónica ni serie numérica alguna” (Ballester y Cinca, 1998: 235). Aunque, bien
es cierto, que podrían corresponderse con símbolos que los celtíberos comprendieran y asociaran y que
nosotros desconozcamos en la actualidad. La pieza cúbica de Numancia, al igual que la de la Estacada,
posee seis signos realizados por incisión sobre la superficie lítica. En este caso se han definido como signos
más complejos y que, aunque no con total exactitud, poseen gran similitud con los signos del hemisilabario
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ibérico (Ballester, 1999: 261). La revisión de la pieza numantina y de la pieza de la Estacada llevó a
Ballester, siguiendo las sugerencias del profesor De Hoz, a interpretarlas como téseras geométricas (1999:
262) y no como dados. Por su parte, la pieza cúbica de Sepúlveda, datada hacia finales del s. I a.C., presenta,
más que signos, decoración geométrica y figurativa realizada sobre las caras alisadas del cubo de cerámica
mediante las técnicas de incisión y escisión y, además, cuenta con tres pequeñas perforaciones. Blanco se
decanta por la vinculación de la pieza con una actividad de carácter lúdico, como sería un juego de azar
o, en todo caso, que estuviese vinculada con prácticas mágicas o adivinatorias (2004: 136). No plantea la
posibilidad de que se trate de una tésera tardoceltibérica, sin embargo, teniendo en cuenta lo escrito sobre
las piezas de la Estacada y Numancia, esta posibilidad no debería ignorarse sin más. En cualquier caso, estas
tres piezas, pese a su forma cúbica, distan de poder ser interpretadas como dados, ya que no presentan una
numeración clara. Si bien es cierto que siempre podría asignársele a cada cara, con una decoración o signo
diferente, un valor distinto y emplearlas con el mismo fin que los dados actuales. Aunque la compresión
de estos símbolos resulta más compleja para nosotros, sería igual de útil para los usuarios de estas piezas.
Cabe apuntar que en la campaña de excavación del 2015 en el alfar íbero-romano de Mas de Moreno (Foz
Calanda) dirigida por los arqueólogos Alexis Gorgues y José Antonio Benavente, se halló una nueva pieza
cúbica con signos incisos, similar a las recuperadas en la Estacada y Numancia, que esperan que puedan
asociarse a numerales de época ibérica.8
5. CONCLUSIONES
En lo que respecta a las materias primas empleadas, tenemos que destacar la variedad de soportes documentados
(fig. 13) a pesar del reducido número de dados documentados. Por supuesto, debemos pensar además que estas
piezas se pudieron realizar no sólo en estas materias primas duraderas, sino también en madera, un material
con el que resultaría fácil realizar estos objetos y que, por su carácter orgánico, no habría llegado hasta nuestros
días. Los dados realizados en hueso o en marfil suelen ser los más numerosos en los registros arqueológicos
de cualquier época y cultura. Valgan como ejemplo los aquí presentados o, más significativamente, los casi
noventa dados etruscos realizadas sobre hueso y/o marfil (Artioli et al., 2011). Incluso podemos destacar la
documentación de un taller especializado en la fabricación de dados de hueso, sobre diáfisis de hueso largos
de animales de talla media/grande, en el castillo de Apcher (Lozère, Francia) entre los siglos XIV y XVII
(Chazottes, 2012) o un taller de fabricación de dados de hueso en el yacimiento céltico de Arènes (Levroux,
Francia) en el que se han atestiguado más de quinientos fragmentos de desecho de fabricación. El análisis
zooarqueológico de estos desechos ha permitido señalar que estos dados se realizaron, fundamentalmente,
sobre metapodos y tibias de caballo y, en menor medida, de buey (Krausz, 2000: 137).
El total de los dados presentados en este trabajo no es muy numeroso, pero consideramos justificada la
recopilación y valoración de todos ellos. Así como consideramos necesaria la revisión efectuada de otras
piezas que, aunque cúbicas o paralelepipédicas, no deben de ser tomadas como dados solamente por su
forma. Aclarado esto, debemos destacar la importancia de la presencia de dados en la Península Ibérica
antes de la llegada de los romanos. Así, los dados de Cancho Roano y Estacar de Robarinas nos revelan
que estas piezas estuvieron presentes en el territorio del sur peninsular ya en el s. V a.C. De modo que no
fueron las tropas romanas las que introdujeron estas piezas, muy habituales en su cultura, en Iberia. ¿Cómo
aparecieron por tanto en la Península? Debieron ser introducidos por influjo de otros colonizadores venidos,
antes que los romanos, por el Mediterráneo. Así, no olvidemos que los dados tuvieron gran importancia en
el mundo griego y que de sobra eran conocidos por los etruscos (Artioli et al., 2011). El escueto panorama
de su presencia en el territorio peninsular en cronologías tardías nos hace sugerir también que estas dos
piezas, presentes además en dos enclaves relevantes como son el palacio-santuario de Cancho Roano y la
8
http://www.iberosenaragon.net/noticias.php (consultado el 7 de septiembre de 2015).
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Fig. 13. Materias primas empleadas en la elaboración
de los dados presentados en este trabajo.
necrópolis ibérica del oppidum de Cástulo, debieron ser adquiridas por actividades comerciales con otras
culturas del Mediterráneo. Consideramos que estos dados no fueron fabricados en los propios yacimientos
porque, de ser así, presumiblemente tendríamos algo más que un único ejemplar aislado en cada enclave.
Son hallazgos casuales y su uso no estará generalizado en el territorio peninsular hasta que los romanos se
asienten en Hispania.
Por su parte, los tres dados de la sepultura ibérica de Coimbra del Barranco Ancho están datados en
el primer cuarto del siglo II a.C. En ese periodo, cartagineses y romanos estaban inmersos en contiendas
en la Península y, por ello, pudieron haber sido depositados como ajuar de un difunto que tuvo acceso a
estos objetos en vida por medio del contacto con las nuevas culturas que llegaron a las costas peninsulares.
Además, el hecho de que estén realizados sobre marfil, una materia prima de gran valor económico y
comercial, acentúa la importancia de los mismos y nos habla de piezas que no estarían, ni mucho menos,
al alcance de todos. Así pues, para el Ibérico Final tampoco podemos hablar, ni mucho menos, de una
generalización de la presencia de los dados dentro de la Cultura Ibérica. Penya de l’Àguila y El Palomar
son lugares de contacto, donde los iberos asimilaron la cultura romana, zonas de conflicto entre Sertorio
y Pompeyo, nativos peninsulares que aceptaron los adelantos técnicos y nuevas formas de vida traídos
por los latinos… En esos enclaves, seguramente verían un dado por primera vez en el s. I a.C., porque el
hecho de que cuatro siglos antes en Cancho Roano o en Cástulo estuvieran ya presentes, no nos indica que
posteriormente se hiciese extensible de forma continuada su uso y su conocimiento. Lo cierto es que en la
Cultura Ibérica no predomina el uso de los dados, sino de las tabas, tanto en necrópolis como en poblados
(Blasco, 2015: 51). El juego de las tabas fue muy popular no sólo en el mundo ibérico, sino en todas las
culturas mediterráneas de la antigüedad (Segura y Cuenca, 2007: 82-83). Las tabas se corresponden con los
huesos astrágalos presentes en las extremidades posteriores de los mamíferos, los más empleados fueron los
de ovejas, cabras y cerdos. Estos huesos singulares, con cuatro caras diferenciadas, fueron los verdaderos
“dados” de los iberos, las piezas con las que tentar al azar, con las que entretenerse, jugar… También
podrían ser artefactos con los que interpretar los designios de los dioses o adivinar el porvenir. Porque
cuando lanzas algo al aire, cierto es, la suerte está echada, y esa “suerte”, buena o mala, puede tanto usarse
en un juego de azar como interpretarse en un augurio. Para el mundo romano la presencia de las tabas es
muy importante, pero también el uso de los dados está ya totalmente extendido. Incluso, en el evangelio de
Juan se cuenta cómo los legionarios romanos, después de haber crucificado a Jesús, se jugaron su túnica
“Así se cumplió la Escritura: Repartieron mis vestidos entre sí, y sobre mi túnica echaron suertes” (Juan,
19:28). Tanto se jugaba a los dados que en tiempos de la República su uso tuvo que ser prohibido por
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la Lex Talaria, excepto en las fiestas de las Saturnalias (Daremberg y Saglio, 1877-1918: 180 –Alea–).
Así, en los asentamientos romanos de la Península Ibérica encontramos numerosos hallazgos de dados
realizados en diferentes materias primas, como en el campamento romano de la Cerca9 (Aguilar de Anguita,
Guadalajara), en Emérita Augusta,10 Bilbilis (Fenoy, 2009), entre otros.
Debemos destacar de nuevo lo significativo de la asociación de algunos de los dados con tabas y con
fichas de juego; como la tumba XV de Estacar de Robarinas, en la que aparecen distintos conjuntos de
piezas líticas que consideramos que pertenecieron a un juego de al menos dos jugadores; la tumba 43 de
Coimbra del Barranco Ancho o las piezas líticas y las tabas perforadas halladas en la misma habitación
donde se halló el dado de El Palomar o cercanas a ésta. Incluso, aunque no en la misma habitación, en otras
estancias de Cancho Roano se recuperó un conjunto de cantos y piezas líticas de colores blanco y negro que
sumados al dado de pizarra allí documentado recuerdan sobremanera al conjunto cerrado de fichas de juego
y dos dados recuperados en la sepultura 1266 de la necrópolis romana de Gloucester (Inglaterra) (Cool,
2008: 105). Tampoco debemos pasar por alto que, de igual manera, podríamos señalar la presencia de
juegos prerromanos en el área ibérica sin que fuera necesario contar con un dado asociado a fichas o a tabas.
Ya que la presencia única de conjuntos de piezas líticas o de tabas en los yacimientos puede ser el reflejo de
estos juegos (que luego se seguirán manteniendo o que evolucionarán). Así, podemos señalar los ejemplos
de las evidencias materiales del Puntal dels Llops, donde se hallaron 19 cantos rodados –inv 1161– a modo
de fichas (Bonet y Mata, 2003: 161) o de El Cigarralejo. En esta necrópolis podemos nombrar, entre otras,
el caso de la tumba 43 en la que se recuperaron nueve piedrecitas planas de hueso de forma elíptica que
podrían haberse empleado como fichas de un juego (Cuadrado, 1987: 148, fig.48) o la tumba 200 donde se
hallaron otras catorce piedrecitas planas (Cuadrado, 1987: 364, fig. 149). Por eso, aunque en este trabajo
nos hemos focalizado en los dados presentes en el área ibérica en la Edad del Hierro, no son estas piezas
las únicas que evidencian los juegos de azar… sino que serían una parte más de los mismos, ya que su
presencia no resulta imprescindible para los mismos.
Así pues, todas estas piezas que se incluirían dentro de los “petit objets”11 (cuyo valor queremos
reivindicar una vez más) nos están reflejando algo tan humano como el entretenimiento, el ocio. Tan
humano y tan significativo. Como apuntó Maluquer: “En muchas excavaciones es frecuente el hallazgo
de piezas que parecen juegos sin que en general se ponga el acento sobre ellas y se les dé la importancia
que merecen para el conocimiento del modo de vida de nuestras poblaciones protohistóricas. El juego
es, sin embargo, una actividad que ocupa una parte importante de la vida privada y pública de las
colectividades humanas” (1981: 36).
Pero también los dados nos reflejan algo que va más allá del mero juego… De este modo, sabemos a
ciencia cierta que en el mundo griego y en el mundo romano fueron empleados como medios de adivinación
de la voluntad de los dioses y del designio que podía esperar cada uno en la vida. Conocemos santuarios,
tales como el ático de Skiron, dedicado al culto de Athenea Skiras, donde se empleaban únicamente dados
para efectuar adivinaciones (Blanco, 2004: 137). Pero, por lo general, de nuevo, los dados no eran piezas
excluyentes, sino que eran unos objetos más con los que interpretar el porvenir, ya que también podían
lanzarse palos, astrágalos o, simplemente, utilizar otros sistemas de adivinación que no implicasen el
lanzamiento de “suertes” (klêroi, sortes) (Luck, 1995: 289). Así lo expresaba Cicerón: “Desde luego, no
encuentro pueblo alguno –por muy formado y docto, o muy salvaje y muy bárbaro que sea– que no estime
que el futuro puede manifestarse a través de signos, así como ser captado y predicho por parte de algunas
personas” (Cicerón, Sobre la adivinación, Libro I, 1).
9 Texto: Museo Arqueológico Nacional. CER.es. (http://ceres.mcu.es), Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, España
(consultado el 04/07/2015).
10 Texto: Museo Nacional de Arte Romano. CER.es. (http://ceres.mcu.es), Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, España
(consultado el 04/07/2015).
11 http://artefacts.mom.fr/fr/home.php (consultado el 07/07/2015).
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En definitiva, esperamos que este trabajo sirva para poner el acento en este tipo de piezas, presentes
quizás en otros yacimientos peninsulares entre los siglos VI-I a.C. y sobre las que no se ha incidido lo
suficiente o ni siquiera se han publicado. En este estudio hemos pretendido mostrar el panorama global
de la presencia de dados y otras piezas cúbicas o paralelepipédicas similares, insistiendo en la diferencia
entre las mismas y reivindicando también la importancia de otras pequeñas piezas asociadas a los dados
que podrían conformar conjuntos de juegos. Asimismo, consideramos que el análisis de la numeración y
de la disposición de las marcas en cada una de las caras de los dados ha reflejado diferencias significativas
y un nuevo punto de vista mediante el que acercarse al estudio de esta clase de objetos. En cualquier caso,
citando a Julio César, “Alea jacta est”.
AGRADECIMIENTOS
Queremos mostrar nuestro agradecimiento a la Doctora Consuelo Mata Parreño por su apoyo a lo largo de todo este
trabajo y por sus oportunas puntualizaciones.
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