Publicacions diverses
Cova del Bolomor: 25 años en busca de un tiempo perdido
Virginia Barciela González
Felipe Cuartero González
Josep Fernández Peris
Laura Hortelano Piqueras
Pablo Sañudo Die
Ruth Blasco López
2013
, ISBN 978-84-7795-676-1 , 75 p.
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Cova del Bolomor
25 años en busca de un tiempo perdido
Virginia Barciela, Ruth Blasco, Felipe Cuartero,
Josep Fernández Peris, Laura Hortelano, Pablo Sañudo
Museu de Prehistòria de València
2013
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Diputación de Valencia
Presidente
Alfonso Rus Terol
Diputada de Cultura
María Jesús Puchalt Farinós
Museo de Prehistoria de Valencia
Directora
Helena Bonet Rosado
Diseño y maquetación
Pablo Sañudo y Virginia Barciela
Texto
Virginia Barciela, Ruth Blasco, Felipe Cuartero, Josep Fernández Peris, Laura Hortelano y Pablo Sañudo.
Traducción al valenciano
Unitat de Normalització Lingüística de la Diputació de València
Dibujo
Francisco Chiner y Susana Alonso
Colaboraciones
Raúl Felis, Carlos Ferrer, Miquel Joan, Juan Moragues y Carolina Aparicio
Edita: Museu de Prehistòria de València - Diputació de València
Creative Commons
Reconocimiento - NoComercial - CompartirIgual 3.0 España (CC BY-NC-SA 3.0)
Excepto para aquellas imágenes donde se indican reservas de derechos
ISBN: 978-84-7795-676-1
Depósito legal: V-2016-2013
Imprime: Imprenta Provincial
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Índice
Prólogo....................................................................................................................7
Del “cementerio de moros” a la morada del hombre primitivo................................9
Un yacimiento paleolítico excepcional.................................................................13
25 años de investigación y excavaciones..............................................................16
La historia comienza hace 400.000 años..............................................................21
Los restos humanos: evolución y linaje................................................................29
Utillaje lítico y tecnología......................................................................................35
Recursos y estrategias para la subsistencia.....................................................45
El calor del hogar: producción y uso del fuego.....................................................53
Territorio y hábitat: los campamentos neandertales............................................61
Epílogo..................................................................................................................69
Bibliografía............................................................................................................70
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Prólogo
En 1997 se publicaba, con motivo de una exposición celebrada en el Centro Cultural
La Beneficencia de Valencia -sede del Servicio de Investigación Prehistórica (SIP) de
la Diputación-, el libro Els primers habitants de les terres valencianes. Aquella obra,
de carácter divulgativo, se realizó para explicar a un público amplio los modos de
vida durante el Pleistoceno medio (780.000-120.000 años), aunque sin renunciar al
empleo de una documentación exhaustiva que se había generado desde el inicio de las
excavaciones, en 1989. A este trabajo le han seguido un gran número de publicaciones
científicas, en revistas especializadas, sobre aspectos tan relevantes como el origen de
la producción y el control del fuego, los restos humanos, las estrategias de subsistencia,
la tecnología lítica o el análisis espacial, que han convertido a Bolomor en un referente
mundial en los estudios sobre Paleolítico.
En los últimos años, las investigaciones y la difusión de lo que fue la Cova del Bolomor
se deben no sólo a las campañas de excavación ordinaria financiadas, anualmente, por
la Diputación de Valencia a través del SIP; también al esfuerzo de muchas personas
que, de una forma u otra, han contribuido a la continuidad de este proyecto. Entre ellas
se encuentran los visitantes, que se acercan durante la época en la que se realizan los
trabajos arqueológicos con el objetivo de conocer mejor sus orígenes y con un interés,
a menudo apasionado, hacia nuestra tarea. Personas que valoran el yacimiento como
un patrimonio propio y mundial.
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Por todo ello, 16 años después de aquel primer libro divulgativo, y con motivo del 25
aniversario de las excavaciones, el equipo de Bolomor considera que es el momento
de publicar una nueva monografía destinada no sólo al colectivo académico, sino a
los lectores anónimos comprometidos con el patrimonio arqueológico de este país.
Con este pensamiento, se ha realizado una obra que permite varias lecturas y que, sin
dejar de emplear un vocabulario técnico y riguroso, procura combinarlo con palabras
propias de un lenguaje más sencillo y cotidiano.
El libro se ha estructurado en varios capítulos que pretenden reflejar el pasado y el
presente de la Cova del Bolomor, añadiendo algunas reflexiones sobre lo que debería
ser en las próximas décadas. Se concede una especial atención a las aportaciones
realizadas en los últimos años, fruto de una investigación sistemática en el yacimiento.
Portada del libro Els primers habitants de les
terres valencianes (1997).
En lo concerniente a las perspectivas de futuro, se destaca la necesidad de profundizar
en la valorización científica y divulgativa de la cueva, en un momento delicado en el
que, más que nunca, hay que apostar por la ciencia y el conocimiento.
Agradecemos, de antemano, la gentileza de todos aquellos que se animen a leer
esta obra, así como a las instituciones que han hecho posible la investigación y
esta publicación: el Servicio de Investigación Prehistórica / Museo de Prehistoria
de la Diputación de Valencia y la Conselleria de Educación, Cultura y Deporte de la
Generalitat Valenciana.
Para concluir, un recuerdo muy especial a las personas que, en algún momento, han
estado vinculadas al yacimiento, compartiendo las fatigas de una labor no siempre
demasiado grata. Esta obra también es vuestra recompensa.
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Del “cementerio de moros” a la morada del hombre primitivo
Dos hombres, de barba cuidadosamente recortada y semblanza formal, se abren paso
a través de una pequeña senda, siguiendo las indicaciones que han recibido de los
sorprendidos lugareños. La espesura de la vegetación del barranco, conocido como
Bolomor, contrasta con la aridez y el paisaje agostado en la solana de la Serra de
Les Creus, situada justo enfrente del Mondúver, macizo donde se abre la garganta. Al
llegar a su destino, se acurrucan junto a la boca de la cavidad, ahora desmantelada. El
paso del tiempo y la acción humana no han logrado, sin embargo, hacer desaparecer el
sinfín de riquezas que alberga la cueva. Poco a poco, los dos hombres identifican, junto
a los huesos fósiles de diferentes especies de animales, las primeras evidencias de la
presencia del hombre primitivo; se trata de hachas de caliza silícea, sin duda asociadas
a la brecha ósea. Es el verano de 1867 y acaban de descubrir para la ciencia uno de
los yacimientos paleolíticos más importantes de Europa. Uno de los dos protagonistas
es Juan Vilanova y Piera, catedrático de Geología y Paleontología de la Universidad
Central de Madrid; el otro, su discípulo, Eduardo Boscá y Casanoves, futuro catedrático
de Historia Natural de la Universidad de Valencia.
Las exploraciones de estos dos investigadores en la Cova del Bolomor surgen a raíz de
las informaciones que se tienen desde, al menos, la década de los años 60 del siglo
XIX. Las primeras noticias hacen referencia a la búsqueda de tesoros por parte de
los vecinos de Tavernes de la Valldigna, quienes, alimentados por leyendas y relatos
infundados, denominan a la cueva “cementerio de moros”.
Juan Vilanova y Piera y Eduardo Boscá y
Casanoves, descubridores científicos de la
Cova del Bolomor en 1867.
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Este testimonio es publicado, dos décadas después, por el geólogo Leandro Calvo en
el diario comarcal Litoral de Gandía:
«Estimulados los habitantes de La Vall por la codicia y creídos sin duda que se destinaba en
otro tiempo el dinero para enriquecer a los muertos, trabajaron para desencantar a la fuerza de
barrenos los tesoros escondidos en aquel Cementerio de Moros. No contentos con despeñar tanta
preciosidad... -dientes de carniceros, ciervos, algún paquidermo y también, pequeños pedazos
Leandro Calvo. Hidrogeólogo de las
E.P. de Gandia, ca. 1870.
angulosos de pedernal blanco- ..., continuaron excavando hasta las entrañas del monte la rendija
cada vez más angosta. La generación presente ya se da por desengañada, y Dios haga que los
venideros conserven lo poco que los presentes han dejado» (L. Calvo, Litoral nº 183, 1884).
Los materiales recogidos, durante esa primera visita, por Vilanova y Boscá fueron
entregados al Museo Arqueológico Nacional, constituyendo parte de sus fondos
fundacionales. Posteriormente, Eduardo Boscá debió frecuentar la cueva en varias
ocasiones, incorporando algunos de los restos óseos a una colección que, en la
actualidad, se conserva en la Facultad de Biología de Valencia. Estas donaciones
contribuyeron a fomentar el conocimiento del enclave arqueológico entre la comunidad
científica, en diversas universidades y congresos internacionales de Prehistoria. De
gran valor fue, también, el papel de Leandro Calvo en la década de 1880, dado que los
resultados de sus exploraciones sirvieron para crear una primera y somera descripción
estratigráfica de la cueva, publicada en 1896 en la obra Simas y Cavernas de España
del geólogo Gabriel Puig y Larraz.
Inventario de la colección Vilanova y Piera en
la que se citan las piezas recogidas por éste
en Cova del Bolomor. Museo Arqueológico
Nacional (exp. 1868/51).
10
A comienzos del siglo XX, el interés por la Cova del Bolomor se incrementa, recibiendo
las visitas de reconocidos naturalistas e investigadores como Henri Breuil, en 1913, o
Luis Pericot, en 1932. Este último recogió un lote de materiales que fue depositado
por Breuil en el Institut de Paléontologie Humaine de Paris. Para ese momento, la Cova
del Bolomor era ya considerada, junto a otras cuevas de la zona como Cova de les
Meravelles, Cova del Parpalló o Cova Negra, un enclave que ratificaba la presencia del
hombre prehistórico o del “hombre primitivo” en tierras valencianas.
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Pero el entusiasmo y rigor científico de esta primera época de investigaciones topó con
la realidad de un país poco acostumbrado a valorar y proteger los vestigios del pasado.
Así, hacia 1935, se produjeron una serie de actividades mineras en la cueva con el
objetivo de explotar la roca de los mantos estalagmíticos, para lo que se emplearon
barrenos y cuyo resultado aún puede observarse en el perfil escalonado del Sector
Norte. Parte de los bloques se destinaron, según información oral, a construir las
mesas del antiguo casino de Tavernes de la Valldigna, actualmente desaparecido.
El resultado de estas actividades fue devastador. Junto con las actuaciones previas
de los “buscatesoros”, la apertura de galerías para alcanzar la roca destruyó
aproximadamente un 70 por ciento del depósito arqueológico existente.
Primeras publicaciones donde se cita la Cova del Bolomor como yacimiento prehistórico.
Lámina de la obra Origen, Naturaleza y
Antigüedad del hombre de J. Vilanova (1872).
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Una vez agotada la cantera, el yacimiento cayó en un profundo olvido, potenciado
por el estallido de la Guerra Civil y la gran depresión de la posguerra. No es hasta la
década de 1970 cuando vuelve a ser objeto de atención, en este caso por el Servicio de
Investigación Prehistórica de la Diputación de Valencia, con motivo de su catalogación
como enclave arqueológico. Este interés conlleva la realización, en 1977, de una
pequeña cata por parte de José Aparicio, quien hace una primera valoración de las
industrias existentes en la cueva, clasificándolas como musterienses.
En 1982 una nueva visita cambia el destino del yacimiento. Uno de los miembros
del equipo y coautor de este libro, Josep Fernández Peris, por entonces estudiante
de Prehistoria, recorre, junto a los miembros del Centro Excursionista de Tavernes,
varias cuevas de la localidad. En Bolomor descubre una “majestuosa estratigrafía
con huesos e industria lítica” que, en aquel momento, consideró el primer Paleolítico
inferior de las tierras valencianas con industria tayaciense, según las consideraciones y
clasificaciones tipológicas de la época. De ese modo, se inicia la creación de un equipo
multidisciplinar -respaldado por las geógrafas Mª Pilar Fumanal y Michèle Dupré y
el prehistoriador Valentín Villaverde de la Universitat de València- para conseguir
un permiso de intervención arqueológica. Esta autorización es concedida, por la
Extracción minera y talla manual de un
bloque estalagmítico en la Cova del Bolomor.
Conselleria de Cultura, en 1989, dando paso a la primera campaña de excavación,
dirigida por Josep Fernández y Pere Guillem, vinculada al Servicio de Investigación
Prehistórica de Valencia bajo la dirección de Bernat Martí.
Las excavaciones sistemáticas en la cueva han supuesto un nuevo y fructífero período
de hallazgos arqueológicos relacionados con la prehistoria más antigua de estas
tierras. Por paradójico que parezca, 25 años de estudio e investigación han devuelto a
Bolomor la consideración que se tenía de este enclave hace más de un siglo, cuando
dos grandes investigadores recorrieron por primera vez ese frondoso barranco, para
Primera ficha de inventario de la Cova del
Bolomor. Museo de Prehistoria de Valencia.
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encontrarse con un lugar que ya consideraron de gran interés. Era el verano de 1867 y
se iniciaba, así, la historia de un yacimiento excepcional.
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Un yacimiento paleolítico excepcional
La Cova del Bolomor es uno de los yacimientos prehistóricos más singulares de los
que se conocen en el continente europeo. Se trata de una cueva poco profunda,
actualmente con morfología de abrigo, enclavada en la ladera oriental del barranco del
mismo nombre, a 100 metros sobre el nivel del mar. Esta cueva fue ocupada durante
el período cultural que, a grandes rasgos, se conoce como Paleolítico medio y que en
términos geológicos corresponde al Pleistoceno medio, abarcando un lapso temporal
que oscila entre los 400.000 y los 100.000 años antes del presente.
La cavidad destaca imponente entre otras formaciones rocosas de origen kárstico
existentes en el barranco, a modo de un gran balcón orientado hacia el valle. La
Valldigna, como se conoce -desde la conquista cristiana- a esta depresión, se abre
paso entre los relieves montañosos del Mondúver y la alineación de las sierras de Les
Agulles y Les Creus, prolongándose hasta el mar Mediterráneo. Está atravesada por
el río Vaca o de Xeraco, que desemboca a escasos kilómetros de la cueva y forma un
marjal litoral muy mermado como consecuencia de la secular expansión agrícola y de
agresivos proyectos urbanísticos.
Las características del entorno de Bolomor revelan un paisaje lleno de contrastes y de
riquezas naturales a lo largo de toda la Prehistoria. La confluencia de vías naturales
Situación de la Cova del Bolomor.
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de comunicación y la existencia de zonas anegadas en las tierras llanas, como lagos
y marjales, debieron constituir un importante reclamo para las manadas de algunas
especies de animales en sus ciclos migratorios y un lugar permanente de hábitat para
muchas otras. La abundancia de caza en el entorno, unida a las buenas condiciones de
habitabilidad de la cueva, convirtieron este enclave en un buen refugio temporal para
el hombre. Además, el amplio dominio visual que se tiene desde la cavidad y su altitud
media respecto al valle permitieron el control de un territorio fácilmente accesible
desde un lugar protegido y seguro.
Vista aérea del yacimiento y de La Valldigna.
Paisaje del barranco del Bolomor.
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En la actualidad, si bien el paisaje de la llanura litoral se ha transformado drásticamente
como consecuencia del crecimiento demográfico y de la expansión de los cultivos,
el Barranco del Bolomor mantiene la esencia de un territorio agreste, al verse
menos afectado por la acción del hombre. Así, tan sólo los naranjos situados en las
zonas abancaladas más bajas contrastan con una vegetación silvestre típicamente
mediterránea en la que predominan las especies arbustivas como el romero, el palmito,
la coscoja o la jara. Los carrascales propios del antiguo bosque mediterráneo han
desaparecido, como consecuencia de un largo proceso de degradación. No obstante,
algunas especies han encontrado en este enclave un lugar óptimo donde “resistir”,
tales como el fresno de flor, el durillo, la madreselva, la zarzaparrilla, el aladierno,
el enebro, la sabina negral y el endemismo de la especie Anthirrinum valentinus,
conocido popularmente como Conillet blanc.
La cavidad, de unos 35 metros de longitud y 17 de anchura, ha sufrido las
transformaciones propias de un yacimiento en proceso de excavación y estudio. Para
evitar los expolios y los actos vandálicos, en 1990 se realizó un vallado perimetral
que fue reforzado en 2007. En ese mismo año se construyó una visera artificial con el
objetivo de evitar las escorrentías de agua hacia el interior de la cueva que, en épocas
de lluvia, dificultaban el proceso de excavación. También se levantó una plataforma
interior con el fin de mejorar las condiciones de trabajo y la circulación en las visitas
guiadas, cada vez más numerosas como consecuencia del creciente interés por el
yacimiento.
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Poco queda, por tanto, de aquella estrecha y alargada entrada a una cavidad cuyas
paredes y techo parecían constituidas, según algunos de sus primeros visitantes, “por
un conglomerado de caliza y huesos de diferentes especies animales, en forma de
durísima roca”. En realidad, sólo eran las galerías abiertas por los mineros, que dejaban
a la vista un relleno compuesto de tierra brechificada, endurecida por el goteo del
agua caliza en determinadas épocas. Actualmente, con unos 50 m2 de excavación en
extensión, la apertura de la cueva se muestra de nuevo en todo su esplendor, dando
una imagen más aproximada de lo que fue este enclave en época prehistórica. Su
interior depara una ilustrativa estratigrafía, formada por los sedimentos acumulados
durante miles de años, símbolo del pasado de Bolomor y testimonio que se pretende
dejar intacto para las generaciones futuras.
Vista de la excavación del Sector Norte de la Cova del Bolomor en la campaña de 2007.
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25 años de investigación y excavaciones arqueológicas (1989-2013)
La década de los años 80 del pasado siglo XX fue, sin duda, un buen momento para
la investigación prehistórica en España, gracias a las nuevas posibilidades de la recién
implantada democracia. De ese modo, en el territorio valenciano se crearon equipos
de investigación en torno a los yacimientos paradigmáticos de las diferentes épocas
prehistóricas, con el objetivo de determinar sus características y periodización.
En el ámbito de los estudios sobre Paleolítico medio, el proyecto de la Cova del
Bolomor surgió acompañado de otros como el de Cova Negra (Xàtiva, Valencia), El
Salt (Alcoi, Alicante) o Cova Beneito (Muro d’Alcoi, Alicante), dirigidos por Valentín
Villaverde, Bertila Galván y Guillermo Iturbe y Emili Cortell, respectivamente. Los datos
de las nuevas campañas de excavación, así como la revisión de los estudios anteriores
realizados sobre estos enclaves, permitirían abordar un amplio período cronológico
sobre el que asentar las bases del Paleolítico regional.
Vista del Sector Norte en 1982 antes del
inicio de las excavaciones arqueológicas.
16
Las primeras campañas de excavación arqueológica en Bolomor se centraron en
la realización de un primer levantamiento topográfico y en la regularización del
depósito sedimentológico, de cara a determinar aquellas zonas no afectadas por las
actuaciones mineras. Básicamente se conservaban tres áreas intactas -al norte, al
oeste y al este-, siendo la parte central de la cavidad la que presentaba mayores
remociones de tierra.
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La excavación intensiva en el área oeste del yacimiento, hasta alcanzar la base de la
cueva, reveló una importante estratigrafía excepcionalmente conservada. Se determinó
la existencia de 17 niveles estratigráficos, datándose algunos de ellos y obteniendo,
así, una secuencia cuyos horizontes más antiguos superan los 350.000 años, mientras
que los más recientes alcanzan los 100.000 años antes del presente. Esta intervención
permitió, al mismo tiempo, realizar los primeros estudios de pequeños mamíferos
-microfauna-, polen y semillas -palinología y carpología-, sedimentos -sedimentología,
fauna -zooarqueología- e industria lítica, a partir de los que crear una base sólida de
investigación para afrontar el inicio de la excavación extensiva de algunas zonas de la
cueva.
La Cova del Bolomor con la representación de los diferentes depósitos sedimentológicos de su interior.
17
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Equipo de excavación de la campaña del año 1991.
Cribado en seco de sedimentos procedentes de la Cova del Bolomor en 1992.
En aquel momento, el conocimiento acerca del Pleistoceno medio peninsular y europeo
era, en comparación con otras etapas más recientes, muy elemental, especialmente
acerca de las primeras fases y de la “transición” al Pleistoceno superior. El principal
problema fue que muchos de los modelos teóricos acerca de los modos de vida en
este período se habían realizado a partir del estudio de yacimientos al aire libre,
carentes de estratigrafías prolongadas en el tiempo, restos faunísticos o dataciones
vinculadas a las industrias líticas. Por otro lado, las estratigrafías de las cavidades
estudiadas, aunque proporcionaban mayor información diacrónica, correspondían,
mayoritariamente, a los momentos del Pleistoceno superior, con secuencias de menos
de 100.000 años de duración.
Equipo de excavación del año 2006.
18
En este contexto, la Cova del Bolomor permitió observar, por primera vez en la vertiente
mediterránea de la Península Ibérica, los cambios en el paisaje, en el clima, en la fauna
y, como consecuencia, en los modos de vida a lo largo de más de 250.000 años en un
mismo espacio. Además, al tratarse de uno de los escasos yacimientos arqueológicos
de Europa con estratigrafías pleistocenas amplias, su estudio permitía la comparación
de los datos con los de otros enclaves peninsulares y europeos, contribuyendo de
forma importante al análisis de los patrones humanos de selección de hábitat y a los
procesos generales de adaptación y subsistencia.
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En 1994 se produce un hallazgo excepcional, ya que se descubre el primer resto
humano, un molar inferior izquierdo de un individuo de entre 3 y 4 años procedente
del nivel IV, con una cronología estimada de 120.000 años. Este descubrimiento abrió
en Bolomor una nueva línea de trabajo relacionada con la Paleoantropología, a cuyo
análisis se incorporaron, progresivamente, otros restos humanos que, en la actualidad,
ascienden a siete. Estos fragmentos de huesos o dientes se han atribuido de forma
genérica a la especie Homo neanderthalensis, excepto el resto más antiguo adscrito al
nivel XIII que probablemente corresponda a la especie Homo heidelbergensis, con una
cronología cercana a 250.000 años.
En la excavación del año 1994, además del primer resto humano, se hace un
descubrimiento de gran relevancia. En el nivel IV se documentan cuatro hogares
de diferentes tamaños. Un año antes, en el nivel II se habían registrado unas
Situando elementos arqueológicos en tres
dimensiones (3D) en la campaña de 2009.
acumulaciones de cenizas, pero sin evidencia de un uso controlado del fuego en un
espacio claramente definido. Los hogares fueron excavados con detalle, aunque no se
empleó una metodología moderna y específica que, años más tarde, sí ha permitido
identificar y demostrar, con pruebas científicas irrefutables, las primeras estructuras
de combustión de este territorio. En 2000, con la aparición de dos hogares en el nivel
XI, de unos 170.000 años, se pone en práctica esta metodología precisa y adecuada
que es aplicada sistemáticamente en los cinco hogares que se registraron en los años
posteriores en ese mismo nivel y en los dos hogares del nivel XIII, por el momento los
más antiguos del sur de Europa con una datación en torno a 230.000 años.
La aparición de los hogares en Bolomor no sólo implicó la constatación de la
existencia de fuego controlado por el hombre en fechas antiguas del Pleistoceno, no
documentado hasta el momento en la Península Ibérica. También posibilitaba, por
primera vez, la realización de estudios de distribución de los materiales arqueológicos
en el yacimiento -tales como restos de animales y herramientas líticas- en torno a
unas estructuras de combustión que correspondían a momentos puntuales y a tareas
específicas de la vida humana, como pequeños escenarios “congelados” en el tiempo.
Tomando medidas de un fragmento óseo
recuperado durante la excavación de 2007.
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Utilización de la Estación Total en la ubicación del material arqueológico.
Sistema de excavación y registro de datos durante la campaña de 2010.
Estos estudios se están ampliando, gracias un registro minucioso y a las nuevas
técnicas de análisis espacial, a todos los niveles excavados, de forma que, en un futuro
próximo, se podrán definir cada una de las ocupaciones humanas de la cavidad.
Dibujo del material arqueológico.
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Las excavaciones en extensión en el sector norte han incrementado todas las
posibilidades de análisis, lo que ha supuesto un verdadero impulso en la labor diaria por
conocer y dar difusión al enclave. Esta realidad ha derivado, del mismo modo, en una
estrecha colaboración con investigadores e instituciones nacionales e internacionales
de prestigio, cuyas aportaciones han sido y serán, en el futuro, fundamentales en el
proceso de investigación y caracterización del yacimiento.
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La historia comienza hace 400.000 años
El tiempo, desde el ámbito de la Geología y de la Prehistoria, es un término complejo.
Miles de años que son testigos de innumerables cambios en cuanto al clima, al paisaje,
a los recursos naturales y al propio ser humano.
El Pleistoceno es un período de escala temporal geológica que comienza hace unos 2,6
millones de años, caracterizado por la aparición del hombre y la alternancia de épocas
glaciales y otras más templadas. En las tierras valencianas, el conocimiento acerca
de la evolución del mismo ha estado muy condicionado por el estudio de terrazas
fluviales y depósitos marinos discontinuos que proporcionaban una información
desigual. Del mismo modo, las estratigrafías presentes en otras cuevas se limitaban,
fundamentalmente, a los momentos avanzados del Pleistoceno superior, por lo que
no proporcionaban información más allá de 50.000 años de antigüedad.
La excavación en la Cova del Bolomor supone un gran cambio de este panorama,
al presentar una cronoestratigrafía continua de más de 350.000 años. Como lugar
geológico es, por tanto, un enclave excepcional, poco afectado por los procesos
erosivos que, por el contrario, sí han sufrido las laderas y el valle. Pero, además,
Bolomor conserva miles de pruebas y evidencias sobre la evolución de todos los
recursos del entorno susceptibles de ser explotados por el hombre o por otros
mamíferos que ocuparon, esporádicamente, la cavidad. Un valioso registro, a orillas del
Mediterráneo, que la naturaleza ha preservado para nuestro deleite y conocimiento.
Primer perfil estratigráfico de la Cova del
Bolomor elaborado por M.P. Fumanal (1989).
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Recreación de la evolución de la Valldigna y la Cova del Bolomor durante el Pleistoceno.
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Estratigrafía del Sector Occidental previa a la excavación de 1988.
Estratigrafía del Sector Occidental en la excavación de 2003.
La historia de Bolomor, desde el punto de vista arqueológico, comienza,
aproximadamente, hace unos 400.000 años, si bien la génesis de la cueva se debió
iniciar entre 2 y 5 millones de años, en el Plioceno o en los inicios del Pleistoceno. Su
formación, de origen kárstico, se produjo en un ambiente cerrado y cálido, sin abertura
al exterior, momento al que corresponden las capas de manto estalagmítico sobre el
que se asienta el relleno sedimentario de la cueva. Unas capas, de aspecto compacto y
de estructura cristalina, que se producen por la continua precipitación de agua filtrada
y la deposición de carbonato cálcico.
La cavidad se abre al exterior en un momento indeterminado, muy probablemente
ya en el Pleistoceno medio, a través de una boca o conducto. A partir de ese instante
comienza a entrar sedimento desde el exterior y a rellenarse, de forma progresiva,
el espacio interior. En aquel período, el Barranco del Bolomor no tendría su actual
morfología encajada, sino que la ladera se prolongaría hacia el valle y las aguas se
evacuarían hacia las tierras llanas a través de conductos kársticos subterráneos. La
progresiva erosión y el retroceso de la ladera dieron lugar a la garganta, provocando
el desmantelamiento de la red de cuevas que quedaron colgadas hacia el barranco. Es
en ese momento cuando la Cova del Bolomor se abre definitivamente a través de una
Fragmento de brecha ósea del nivel VI.
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gran boca y cuando comienzan las ocupaciones humanas, antes de 350.000 años. Poco
tiempo después, a partir de los 300.000 años -nivel XVI- se produce el hundimiento
de la visera de la cueva, posiblemente relacionado con un proceso sísmico, así como
un nuevo ensanchamiento de la boca de la cavidad, lo que se traduce en una mayor
entrada de sedimento desde el exterior -nivel XV.
Sección longitudinal N-S proyectada del depósito arqueológico con representación de los diferentes estratos geológicos y su ubicación cronoestratigráfica.
24
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Vista del Sector Norte con la ubicación de los diferentes estratos geológicos en 2006.
Desde el inicio de la ocupación humana de la cueva, su evolución y la del paisaje
circundante se explica en cuatro grandes fases que reflejan los cambios climáticos
más importantes, con los que se relacionan los procesos de transgresión y regresión
marina, es decir, de lejanía o cercanía del mar. Cada una de estas fases está constituida
por varios niveles sedimentológicos -hasta 17- que son los que han proporcionado los
datos necesarios para su caracterización y, en los casos en los que ha sido posible, las
dataciones absolutas o relativas.
La Fase Bolomor I comprende a los niveles XVII al XV y está fechada entre
350.000 y 250.000 años antes del presente, por lo que se inscribe dentro de
los estadios isotópicos -marine isotopic stage (MIS)- 8 y 9. La única datación
procedente de esta fase -525.000 ± 125.000- es del nivel XVII, obtenida por
racemización de aminoácidos.
Análisis de susceptibilidad magnética y
cicloestratigrafía de los procesos climáticos
que afectan a las propiedades magnéticas
del sedimento de Bolomor (método MSEC) y
su interpretación, según B. Ellwood.
25
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Este conjunto de niveles corresponde a un momento de clima fresco, de
cierta humedad, cuya consecuencia más evidente es la brechificación o
endurecimiento del sedimento de la cueva por la deposición del carbonato
cálcico del agua que se filtra por las paredes y el techo. Los pequeños
mamíferos documentados en estos niveles también contribuyen a determinar
las características climáticas. La presencia de Allocricetus bursae -hámsterindica un clima frío, si bien la existencia de especies como Microtus brecciensis
-topillo mediterráneo- y Talpa europaea -topo- señalan el desarrollo de unas
condiciones menos rígidas, de cierta humedad. Se trata de un período de
regresión marina, en el que el mar está más alejado que en la actualidad, con
un paisaje fluvial de curso medio rodeado de importante vegetación arbustiva
y arbórea, donde abundan los carrascales. Los niveles freáticos son elevados,
de modo que en las zonas llanas emergen lagunas y marjales. Este entorno
está ligado a una fauna fría con especies como el megaceros, el caballo o el
rinoceronte.
Nivel del Mar Mediterráneo durante el
Pleistoceno y su relación con los Estadios
Isotópicos (MIS) , según V. Rosselló (1996).
La Fase Bolomor II corresponde a los niveles XIV y XIII, de 250.000 a 150.000
años, dentro del MIS 7. Se han obtenido tres dataciones por termoluminiscencia,
dos en el nivel XIV, de 233.000 ± 35.000 y 225.000 ± 34.000; y una en el nivel
XIII, de 152.000 ± 23.000.
El inicio de esta fase viene marcado por un cambio gradual pero muy acusado
de las condiciones climáticas, que refieren a un ciclo interestadial de templado
a cálido, estacionalmente muy húmedo y con fuerte predominio de lluvias,
lo que provocaría el encharcamiento periódico de la cueva. Este hecho viene
confirmado por la desaparición de micromamíferos de climas áridos y fríos y el
incremento de Microtus brecciensis, propio de condiciones húmedas.
Se produce un descenso acusado de la fauna fría y aparecen otras especies
como el ciervo, el gamo o las tortugas, propias de climas más templados.
26
[page-n-26]
En las últimas campañas de excavación se ha detectado la presencia, en los
momentos finales, de elefantes y macacos, aunque es posible que aparezcan
con anterioridad, aspecto que se deberá corroborar con la excavación en
extensión de los niveles correspondientes. El paisaje se modifica ligeramente,
con una progresiva entrada del mar hacia el valle y la formación de restingas y
albuferas.
La Fase Bolomor III abarca los niveles XII a VIII, entre 150.000 y 130.000 años,
en el MIS 6. Corresponde a un ciclo climático fresco y húmedo que evoluciona
paulatinamente hacia una situación fría y árida -nivel XII-, lo que deriva en la
caída de plaquetas y grandes lajas del techo de la cueva debido a la acción
del hielo o gelifracción. Esta etapa marca la máxima regresión del Pleistoceno
medio, con un descenso del nivel marino estimado en unos 150 metros que situó
la línea de costa a unos 30 km de la actual. Al descender el mar se generaron
importantes cordones dunares y los ambientes sedimentarios continentales se
adaptaron a las formaciones fluviales de cuenca media, con extensas praderas
y bosques de ribera, así como áreas boscosas en las zonas más elevadas. La
fauna característica de este momento también señala un clima más seco y
riguroso, con la desaparición del megaceros y una importante presencia de
caballo, acompañado de otros herbívoros y de pequeños mamíferos como el
hámster o el lirón (Elyomis quercinus).
Relación de los niveles de Bolomor con los
Estadios Isotópicos (MIS) y su cronología.
La Fase Bolomor IV comprende los niveles VII a I, situados cronológicamente
entre el 130.000 y el 100.000 antes del presente, en el MIS 5e. Del nivel II
procede una datación absoluta, obtenida por termoluminiscencia, de 121.000
± 18.000 años.
Esta fase corresponde al tramo superior de la secuencia, caracterizado por las
oscilaciones templadas y húmedas del último interglaciar, lo que provocó la
inundación parcial de la cueva y la brechificación de los sedimentos.
27
[page-n-27]
Durante esta fase se produce una importante variación de la línea de costa,
con avances y retrocesos pero con una inundación del valle mayor que en la
actualidad y, por tanto, una mayor proximidad del mar a la cavidad. La creciente
elevación del nivel del mar propició el encharcamiento de áreas que antes eran
de dominio fluvial, donde progresaron los cordones litorales generando zonas
anegadas. El nivel IV fue el de mayor transgresión marina, con un ambiente de
tipo “subtropical”.
El paisaje de este momento estuvo constituido por importantes zonas
boscosas, muy extensas debido a la elevada humedad local. Estas arboledas
se desarrollarían desde las umbrías de montaña hasta las abundantes zonas
lacustres y fluviales vinculadas al río Vaca y a las restingas y albuferas, donde
habitaría una fauna propicia con especies como hipopótamos, aves y pequeños
musgaños (Neomis sp.) y ratas de agua (Arvicola sapidus). Las frondosas zonas
de ladera y montaña, con presencia de árboles y arbustos como el almez o el
endrino, estarían ocupadas por cabras, gamos, jabalíes y pequeñas musarañas
(Sorex minutus) y erizos (Erinaceus europaeus); así como los ciervos, grandes
bóvidos, conejos, musarañas y topillos habitarían las praderas situadas entre
las laderas y las áreas lacustres.
Muestras para el análisis sedimentológico y
polínico en Cova del Bolomor (1989).
28
En esta fase postrera, la Cova del Bolomor, situada a los pies de un valle
prácticamente anegado, es testigo de las últimas ocupaciones humanas
antiguas, antes de la llegada de los profundos cambios de una nueva época
geológica conocida como Holoceno.
[page-n-28]
Los restos humanos: evolución y linaje
La aparición del hombre en el área mediterránea de la Península Ibérica se inserta en
el proceso de colonización del género Homo del continente europeo, iniciado hace
más de un millón de años. Esta expansión debió tener, ineludiblemente, su origen en
un homínido africano -descendiente de alguna de las ramas evolutivas propuestas a
partir del Homo habilis- lo que derivó en un linaje propiamente europeo, que culmina
y se extingue con la especie Homo neanderthalensis.
Durante décadas, el análisis antropológico de los restos fósiles humanos ha generado
teorías encontradas. Los recientes estudios filogenéticos han contribuido a resolver
parte de este problema. Los análisis de ADN mitocondrial, aplicados por primera vez
en 1997, determinaron que las diferencias genéticas entre Homo neanderthalensis y
Homo sapiens son significativas y que, por tanto, estos últimos no son descendientes
directos de los anteriores. No obstante, la primera secuencia de ADN nuclear, conocida
en 2010, confirma la presencia de genes neandertales en poblaciones euroasiáticas,
contribución que se debió producir por un cruce entre especies, cuando el ser humano
moderno llegó a Oriente Medio tras su salida de África, hace unos 200.000 años.
Al margen de este debate, y retomando el discurso inicial, los escasos vestigios
existentes no permiten determinar con precisión en qué momento las primeras
comunidades que salieron del continente africano se establecieron de forma
permanente en Europa.
Molar inferior del nivel IV. Primer resto fósil
humano hallado en Bolomor (1994).
29
[page-n-29]
En el yacimiento de Atapuerca (Burgos) la presencia del hombre está atestiguada
desde hace algo más de un millón de años -Homo antecessor-, por lo que es factible
que, en esa cronología, esta especie ya ocupara las tierras valencianas, aunque no se
hayan documentado pruebas sobre ello.
Las evidencias más antiguas corresponden a homínidos del linaje neandertal, según los
primeros niveles de ocupación de la Cova del Bolomor datados hace más de 350.000
años. Un hábitat de grupos de cazadores-recolectores cuyas características denotan
un triunfo adaptativo y, posiblemente, el primer poblamiento humano consolidado de
estas tierras. Los restos antropológicos hallados hasta la actualidad en este yacimiento
corresponden a siete piezas óseas. Se trata de elementos recuperados en el proceso
de excavación, perfectamente contextualizados, y otros que proceden de los desechos
de las antiguas remociones mineras, cuya adscripción cronológica en algún caso se
ha efectuado a partir de las características del sedimento adherido. El conjunto está
formado por los restos que, a continuación, se detallan:
Diáfisis de peroné (HCB 01). Nivel III.
-Molar deciduo superior derecho de un individuo de seis a nueve meses de
edad (HCB 03).
-Canino inferior izquierdo, de características muy similares a las de los humanos
actuales, posiblemente de un individuo femenino adulto (HCB 04).
-Fragmento de parietal coincidente con la sutura coronal de individuo adulto
(HCB 06).
-Diáfisis de peroné de un individuo adulto con una cronología estimada en
110.000 años -nivel III (HCB 01).
Canino superior (HCB 05).
30
-Molar inferior izquierdo de un individuo de unos cinco años de edad con una
cronología estimada de 125.000 años -nivel IV (HCB 02).
[page-n-30]
-Fragmento de parietal de individuo adulto, posiblemente procedente del nivel
VI, con una cronología estimada de 130.000 años (HCB 07).
-Canino superior izquierdo de individuo adulto de características arcaicas con
una cronología estimada entre 190.000 y 235.000 años (HCB 05).
Los restos óseos humanos encontrados en la Cova del Bolomor constituyen una
muestra reducida y fragmentada en la que destacan los elementos dentales frente
a los postcraneales. Los siete restos pueden ser atribuidos a individuos diferentes
-dos niños y cinco adultos- en función de sus propiedades físicas, edad de muerte
y ubicación estratigráfica. Por sus características y cronología han sido clasificados
dentro de la especie Homo neanderthalensis, a excepción de la pieza más antigua (HCB
05), cuyos rasgos arcaicos difieren métricamente de los neandertales y se relacionan
bien con otros restos encontrados en yacimientos como Atapuerca (Burgos), Krapina
(Croacia) o Mauer (Alemania), adscritos a la especie Homo heidelbergensis. Todos los
restos humanos de Bolomor muestran características arcaicas y neandertales, con los
rasgos morfológicos propios de este linaje evolutivo.
Molar superior infantil (HCB 03).
Uno de los fósiles más relevantes del yacimiento es el parietal casi completo hallado
dentro de un bloque de sedimento brechificado (HCB 07). Las suturas del endocráneo
indican su relación clara con las poblaciones tempranas de neandertales en camino
de transformación hacia los neandertales clásicos europeos propios del Pleistoceno
superior. Todos sus rasgos morfológicos y métricos analizados sugieren afinidades
con otros restos arcaicos, mientras que el pronunciado grosor de la bóveda craneal
evidencia su relación con las poblaciones del Pleistoceno medio europeo.
Los fósiles humanos encontrados en yacimientos del Pleistoceno medio en Europa
han permitido reconstruir pieza a pieza, como si de un puzzle se tratara, el aspecto de
estas poblaciones. Así, por primera vez, podemos dotar de rasgos físicos al “Hombre
de Bolomor”, devolviéndole el protagonismo que, a menudo, sólo se centra en las
herramientas que fabricaron o en los restos de los animales consumidos.
Canino inferior femenino (HCB 04).
31
[page-n-31]
Parietal con brecha adherida del nivel VI.
Vista de la cara interior del parietal (HCB 07).
Los homínidos que ocuparon la Cova del Bolomor tendrían una postura totalmente
erguida, con una altura entre 1,60 y 1,70 metros, dependiendo del sexo. Su peso
rondaba entre los 80 y 100 kilos debido a una constitución pesada y a una musculatura
robusta, como se deduce del tamaño de sus huesos y de las pronunciadas marcas de
las inserciones musculares en los mismos. En comparación con el Homo sapiens, su
esqueleto era fuerte y robusto, con una caja torácica más ancha y corta, una pelvis
alargada y plana, y las extremidades relativamente cortas y arqueadas en relación al
cuerpo. El cráneo, de una capacidad similar a la del Homo sapiens, presentaba una
morfología ovalada y menos globular que la nuestra con un marcado abultamiento
en la zona occipital o posterior, denominado “moño occipital”. La posesión de un
espacio retromolar dentro de unas mandíbulas potentes y sin mentón, así como una
nariz amplia y proyectada hacia delante, contribuyen a que el rostro del neandertal
tuviera una faz prominente denominada prognatismo medio facial. Otro de los rasgos
más característicos y conocidos son la frente baja y los marcados arcos superciliares
encima de las cavidades oculares, lo que hacía sobresalir las cejas.
32
[page-n-32]
Desde una perspectiva genética y evolutiva estos grupos humanos presentan unas
características perfectamente adaptadas a las condiciones ambientales europeas, con
una constitución mucho más robusta y una altura inferior a la nuestra, una capacidad
craneal ligeramente mayor y, como corresponde a su ubicación geográfica, una piel
blanca, ojos claros y cabello rubio o pelirrojo.
La población estaba compuesta por individuos infantiles y adultos que,
presumiblemente, vivían en grupos de 30 a 50 individuos, tanto hombres como
mujeres. Estos seres humanos desarrollaron unas relaciones sociales complejas
gracias a un lenguaje o sistema de comunicación oral muy eficiente, posiblemente
similar al moderno, tal y como parecen revelan algunas partes del esqueleto craneal
-hueso hioides y del oído medio-, así como los estudios filogenéticos y experimentales
basados en los rangos de frecuencia de audición. El uso del fuego controlado, que
permitió alargar las horas de luz en los campamentos, debió ser determinante en el
desarrollo de este lenguaje y de un pensamiento complejo aplicado a unas estrategias
de subsistencia muy eficientes basadas en la caza y en la recolección.
Los homínidos de Bolomor no debieron vivir más de 40 años, coincidiendo con el
fin del ciclo reproductivo de las mujeres, y sólo unos pocos alcanzarían esta edad
máxima. Las hembras debieron tener una esperanza de vida ligeramente inferior a
la de los varones, por los riesgos del parto, aunque éstos tendrían más posibilidades
de fallecer en las actividades de caza. De ese modo, niños y jóvenes constituirían el
mayor porcentaje poblacional de los grupos o clanes, con altas tasas de natalidad pero
también de mortalidad infantil, como revelan los hallazgos arqueológicos. En este
contexto es poco probable la presencia de más de dos generaciones dentro del mismo
grupo, lo que obligaría a los individuos neandertales a iniciar el ciclo reproductivo
de forma muy temprana. Para evitar la consanguinidad y las enfermedades asociadas
sería necesario el contacto con otros grupos humanos que permitiera el intercambio
de individuos, probablemente de las mujeres. En el yacimiento de El Sidrón (Asturias)
los estudios genéticos demuestran el uso de esta práctica, lo que no implica que en
otras zonas no se desarrollaran otras distintas con la misma finalidad.
Recreación del Hombre de Bolomor para la
exposición Els primers habitants de les terres
valencianes en 1997 (dibujo F. Chiner).
33
[page-n-33]
Los restos humanos y sus ocupaciones informan de una estructura social compleja
y eficiente, que aglutina a miembros iguales cuyos roles debieron depender de su
sexo, edad y experiencia. La cultura, como en el caso de otros grupos de cazadoresrecolectores, está basada en la transmisión de información, por lo que el cuidado
de los individuos seniles es fundamental para contribuir a la educación de las
nuevas generaciones. En este sentido, el uso del lenguaje articulado sería un factor
determinante no sólo para el desarrollo de estrategias de subsistencia, sino en la
transmisión de valores culturales y simbólicos. Es muy probable que estas especies
ya tuvieran algunas formas de expresión simbólica -pinturas corporales o sencillos
adornos-, aunque no está claro que, al menos de forma temprana, enterraran a sus
muertos o realizaran pinturas o grabados rupestres. Lo que sí sabemos es que el
cuidado de los enfermos o de individuos con movilidad limitada fue importante y en
algunos grupos se practicó el canibalismo con cierta asiduidad. Estas prácticas, además
de otros datos que se exponen en los siguientes capítulos, nos remiten a una especie
con una complejidad social y comunicativa, así como una mente consciente y simbólica
que, en ciertos aspectos, pudo ser similar a la de los homínidos anatómicamente
modernos de este periodo.
El “Hombre de Bolomor”, al igual que sus congéneres, evolucionó en Europa hasta los
momentos avanzados del Pleistoceno superior. Las tierras valencianas fueron uno de
los últimos territorios que ocupó esta especie, cuyo hábitat se redujo a zonas europeas
aisladas y periféricas, hasta su extinción en torno a 25.000 años. En este momento
el Homo sapiens ya ocupaba -desde, al menos, 40.000 años- prácticamente todo el
continente y su irrupción, coincidiendo con la extinción de los neandertales, ha dado
origen a multitud de teorías causales, más o menos acertadas. Lo más probable es que
ésta fuera provocada por la conjugación de múltiples factores.
34
[page-n-34]
Utillaje lítico y tecnología
El ser humano, desde sus orígenes, ha desarrollado la capacidad de transformar la
materia prima para fabricar útiles o herramientas que emplear en las tareas cotidianas.
La participación de estos objetos en el desempeño de determinadas actividades
supuso un gran salto evolutivo, frente a otros primates que tan sólo utilizan elementos
naturales sin transformar o escasamente modificados. Del mismo modo, la realización
de objetos diseñados para desempeñar trabajos específicos permitió una mayor
optimización de los recursos que debió tener consecuencias en la organización social
de los grupos humanos y en una mayor eficacia de las estrategias de subsistencia.
También en la evolución cognitiva de nuestra especie, ya que la elaboración de
útiles implica el empleo de técnicas y operaciones que precisan una transmisión de
conocimientos mediante complejos procesos de comunicación.
En el Pleistoceno medio, el recurso natural más empleado por los grupos humanos
en la fabricación de herramientas es la roca, trabajada mediante la técnica del tallado
-industria lítica tallada-, si bien se debe tener en cuenta que los útiles realizados
con materia orgánica, como la madera, han desaparecido casi por completo. Estas
industrias líticas proporcionan una importante información sobre los modos de vida
prehistóricos, fundamentalmente acerca de la movilidad en el territorio, en función de
la proximidad o lejanía de las áreas de captación de las rocas.
Percusión directa sobre un núcleo para la
obtención de una lasca.
35
[page-n-35]
Las piezas líticas también informan del grado de desarrollo técnico alcanzado en cada
momento, mediante el análisis de los aspectos tecnológicos de los útiles, o de la
propia funcionalidad del yacimiento y el patrón conductual de los grupos humanos,
gracias a su asociación con otros vestigios como los restos faunísticos o los hogares.
En este sentido, los denominados estudios funcionales o traceológicos, realizados
mediante la observación macroscópica y microscópica de la superficie de las piezas,
permiten determinar, en ocasiones, el uso concreto de cada útil y el modo de empleo,
proporcionando datos acerca del aprovechamiento de los recursos existentes en un
territorio y de las estrategias empleadas por los grupos humanos para tal fin.
Percutor de caliza de grandes dimensiones.
La Cova del Bolomor, con su amplia secuencia cronoestratigráfica de más de 250.000
años, representa uno de los mejores registros paleolíticos de la Europa mediterránea
para conocer las características y evolución de los instrumentos líticos a lo largo del
Pleistoceno medio. Un lapso temporal en el que se producen importantes cambios
climáticos, ecológicos y ambientales que tienen una clara repercusión en las rocas
empleadas, las técnicas de elaboración y en los tipos y formas de los útiles.
Las herramientas talladas permiten identificar las áreas y estrategias de captación de
los recursos líticos que ofrecía el entorno de la cueva, así como los desplazamientos
sobre el territorio de sus habitantes. El método de obtención de rocas para tallar de
estas poblaciones de cazadores-recolectores casi siempre se limitaba a la recolección
superficial de cantos, nódulos y fragmentos desprendidos de las grandes masas donde
se formaron, siendo raras las labores propiamente extractivas o de tipo minero. Es
muy probable que este procedimiento formase parte de los recorridos cotidianos
ligados a otras tareas como la caza o la recolección de frutos y vegetales, ya que no
se observan desplazamientos a largas distancias para captar determinadas materias
primas o una explotación exclusiva e intensiva de las mismas.
Núcleos de pequeño formato en sílex.
36
El entorno de la cueva ha sufrido importantes cambios a lo largo de su historia
geológica, así como modificaciones antrópicas en la historia reciente. Debido a ello, no
siempre resulta sencillo ubicar las fuentes de materia prima lítica. No obstante, gracias
[page-n-36]
a los análisis de las piezas y a las prospecciones realizadas en los últimos años se han
podido identificar los tipos de roca explotados y localizar algunos lugares potenciales
de aprovisionamiento. Estas rocas tienen una propiedad común, que es la de fracturar
del mismo modo en cualquier dirección que se golpeen -fractura isótropa- lo que
permite predeterminar la forma de los útiles y obtener filos cortantes.
La caliza es la roca predominante en el territorio, tanto en las dos sierras que delimitan
La Valldigna -Serra de Les Creus y Mondúver- como en los coluviones y depósitos
fluviales que arrastran cantos de las mismas. Se trata, por tanto, de la materia prima
de mayor disponibilidad, con distintas calidades, y la única que se presenta en bloques
de gran formato. Son especialmente idóneas para la talla las calizas de grano fino
-micríticas- de colores verdosos y azulados que se documentan formando bancos en
el extremo oriental de la Serra de les Creus, en el pie de monte que da paso a la
llanura costera. Del mismo modo, los depósitos de gravas del río Vaca, cuyo curso
atraviesa La Valldigna relativamente cerca de la cueva, contienen distintos tipos de
calizas que también son adecuadas para su talla. La menor dureza y resistencia de
esta roca, así como su obtención en bloques, hizo que fuese aprovechada para las
herramientas cortantes de mayor tamaño y menor complejidad técnica -grandes
lascas y denticulados con filos simples marginales- pero no tanto para los útiles que
requieren el empleo de técnicas más depuradas para su configuración, que permiten
un reciclado o reaprovechamiento y que, por tanto, pueden soportar un mayor
desgaste asociado a un uso más intensivo o especializado en el yacimiento -raederas.
Pese a la mayor abundancia de la caliza, la roca preferida por los homínidos que
ocupaban la Cova del Bolomor era el sílex, empleado casi en el 80% de las piezas
documentadas. El sílex es la roca autóctona más adecuada para la confección de útiles
de piedra tallada por su gran dureza, su fractura controlable -mediante las técnicas
de elaboración- y porque permite la obtención de filos muy cortantes. Este material
no es muy abundante en el entorno y aparece en forma de pequeños cantos, lo que
llevó a los pobladores de la cueva a emplear distintas estrategias para su máximo
aprovechamiento. Este sílex pudo ser obtenido de múltiples y reducidos afloramientos
Denticulado en caliza micrítica, macroútil.
Punta pseudolevallois en caliza micrítica.
Raedera lateral recta en sílex.
37
[page-n-37]
en depósitos cretácicos y jurásicos de las sierras que rodean el yacimiento, como las
laderas meridionales del Macizo del Mondúver o el Pla del Barber, en la parte alta de la
Serra de les Creus, donde se localizan nódulos de sílex en los conglomerados y arcillas
de terra rossa. Las desembocaduras de los dos ríos cercanos de mayor envergadura, el
Serpis en Gandía y el Xúquer en Cullera, así como los depósitos de gravas y arenas de
la playa, también proporcionaron cantos de sílex -arrastrados de zonas más lejanas y
de mejor calidad-, aunque en proporciones reducidas.
Retocador en cuarcita de canto fluvial.
La última de las rocas empleadas de forma significativa en Bolomor es la cuarcita,
de grano grueso y de dureza similar a la del sílex, cuyos cantos fluviales de pequeño
tamaño parecen provenir, mayoritariamente, de las gravas aportadas por el río Xúquer
desde su curso alto -Sierra Martés.
Perforador en sílex.
Raedera lateral en sílex.
38
Las variaciones en la línea de costa, relacionadas con las fluctuaciones climatológicas
de ciclos glaciales e interglaciares durante el Cuaternario, influyeron enormemente en
la disponibilidad de rocas en el entorno de la cueva. Los cantos marinos de sílex fueron
aprovechados por el hombre en las épocas de clima templado en las cuales la costa
llegaba casi hasta los pies del Barranco del Bolomor, frente a los momentos fríos, con
la línea de costa muy alejada, en los que se usa mayoritariamente la caliza. En el nivel
XII, con el mar a unos 30 kilómetros de la cueva, este material fue escogido de forma
dominante (85%), llegando a superar al sílex como materia prima tallada. En algunos
niveles, como en el XVII -el más antiguo de la ocupación con 350.000 años-, la caliza
fue un material tallado con asiduidad -20% de las piezas-, si bien fue ocasional en
muchos otros momentos de la secuencia.
El trabajo diferenciado de cada tipo de roca -con distintas técnicas y métodos- permite
reconocer en Bolomor una estrategia denominada por la investigadora francesa
Catherine Perlès como “economía de materias primas”, comportamiento mediante el
cual se destinaban distintas rocas a la fabricación de diferentes tipos de útiles según
su adecuación al uso y a los requisitos morfológicos.
[page-n-38]
La técnica empleada en la elaboración de los instrumentos líticos es la talla. Estos
se obtienen mediante un proceso de percusión de la materia escogida con un canto
-percutor- que permite la extracción de porciones del material denominadas lascas.
El bloque de materia trabajado recibe el nombre de núcleo y su configuración inicial
permite la extracción de lascas con características morfológicas predeterminadas.
En la talla distinguimos dos tipos principales de procesos según su objetivo: la
explotación o debitado y el retoque o configuración. La explotación es el trabajo inicial
de obtención de las lascas que posteriormente van a ser configuradas mediante el
retoque. Este último tiene como objetivo dar la forma deseada al útil, especialmente
al filo, mediante la percusión o la presión con pequeños cantos o huesos.
Los distintos tipos de útiles se clasifican en tipologías según su morfología y
características “estilísticas”. Éstos eran empleados en tareas cotidianas como la caza,
el descuartizado, descarnado y fileteado de animales o en el trabajo de las pieles y
de la madera, entre otros. No obstante, los análisis funcionales realizados en algunos
yacimientos han determinado el carácter multifuncional de la mayoría de ellos, sin
que se haya identificado, exceptuando algunos casos concretos, ninguna asociación
estrecha o exclusiva entre la forma del útil y su función, tal y como se entiende hoy
en día. Lo que sí parece más probable es la especialización de un tipo de útil en una
ocupación concreta, así como el predominio de unas formas y unos usos relacionados
con la función de los distintos yacimientos.
En Europa occidental, las primeras industrias talladas vinculadas al hombre son cantos
y lascas de pequeñas dimensiones. A estos conjuntos se incorporan, hace unos 500.000
años, otras industrias formadas por grandes instrumentos sobre cantos y lascas de
gran formato. Entre ellos destaca el “bifaz o hacha de mano”, una pieza de grandes
dimensiones -normalmente mayor de 10 cm- a la que se daba forma extrayendo lascas
de ambas caras desde todo el borde, creando un perímetro cortante provisto de una
punta bien destacada y afilada. Estos bifaces, cuya tecnología se denomina Achelense,
se documentan asociados al despiece de animales de gran tamaño, por lo que se cree
que su uso estaba destinado fundamentalmente a esta actividad.
Raedera sobre canto marino. Microútil.
Productos retocados en caliza.
39
[page-n-39]
Cuchillo de dorso en cuarcita.
El bifaz representa el objeto de referencia de los yacimientos europeos de la primera
mitad del Pleistoceno medio, habiéndose asociado a una cultura concreta también
denominada Achelense. Durante décadas, este útil se ha presentado como el
contrapunto de los útiles más pequeños sobre lascas en un proceso de mayor a menor
antigüedad y de menor a mayor desarrollo tecnológico y evolutivo. Sin embargo,
recientes investigaciones y nuevas interpretaciones del registro arqueológico apuntan
a que estos bifaces y otras grandes herramientas -macroutillaje- podrían no constituir
una cultura específica, sino un tipo de industria itinerante y de requerimiento
inmediato, una herramienta de viaje perfecta para la caza, descuartizado, la defensa
personal e incluso la elaboración de otros útiles en madera o piedra. En cambio, las
piezas sobre lasca, más específicas para procesos de descarne y fileteado, estarían más
vinculadas a los campamentos, donde los bifaces serían prácticamente inexistentes al
no estar asociada su función a este espacio ocupacional y sus actividades.
A partir de los 400.000 años, en Europa se produce un cambio conductual en el patrón
de movilidad en el territorio que da lugar a lo que se conoce como Paleolítico medio.
Se observa cómo se multiplican los campamentos y, consecuentemente, cobran mayor
protagonismo las herramientas de pequeño formato relacionadas con las actividades
de este tipo de hábitat y de sus estrategias de subsistencia. De forma progresiva,
los instrumentos de gran formato como bifaces, picos triedros y hendedores son
más escasos y más limitados a determinados espacios arqueológicos con funciones
específicas, de ahí que no se documenten en campamentos como Bolomor. Esta
tecnología, que refleja una forma de vida concreta, continuará documentándose
en Europa hasta los inicios del Pleistoceno superior con la variante denominada
Musteriense de Tradición Achelense, última expresión europea de la elaboración del
“bifaz” y que recorrerá principalmente sus territorios septentrionales.
Raedera en caliza micrítica. Macroútil.
40
El Paleolítico medio, se asocia a un estadio tecnológico y cultural, denominado
Musteriense, que se caracteriza, entre otras cosas, por mostrar un aprovechamiento
eficaz de la materia prima mediante la obtención de útiles de morfología adecuada a
los distintos usos y de forma regular.
[page-n-40]
Una de las características más importantes es que las lascas que sirven de soporte
para el utillaje se extraen con una forma muy próxima a la que va a tener el útil
acabado tras el retoque. Para éste fin se preparaban núcleos con morfologías
regulares que permitían obtener lascas de tamaño y forma predecible, como los
núcleos denominados de tipo discoide o los de tipo levallois, cuya talla requiere una
gran destreza. Existe, por tanto, una recurrencia en las técnicas de talla que implica
una producción seriada de múltiples lascas y una estandarización de los soportes. La
extracción de diferentes tipos de lascas de un mismo núcleo con distintas morfologías
adecuadas para distintos tipos de útiles se denomina “economía de debitado”, una
tecnología que permite un máximo aprovechamiento de la materia prima y que fue
empleada, fundamentalmente, en el sílex y la cuarcita.
El proceso de innovación tecnológica debió producirse de forma gradual, lo que unido
Anverso de núcleo levallois centrípeto. Pieza
microlítica de 2 cm.
al desconocimiento del Paleolítico antiguo hace difícil determinar a partir de qué
momento podemos hablar de Paleolítico medio. Algunos investigadores proponen
que el pleno desarrollo de este estadio se da a partir de la aparición de la talla
levallois, un aumento en la proporción de raederas y un uso controlado y sistemático
del fuego. En la Cova del Bolomor se observa la combinación de estos tres fenómenos
prácticamente desde el inicio de las ocupaciones hace unos 350.000 años, siendo el
yacimiento de la Península ibérica donde, de forma más fiable, podemos hablar de
Paleolítico medio en momentos antiguos.
En los primeros niveles de ocupación de la cueva -XVII y XV- los útiles son principalmente
herramientas de elaboración sencilla e inmediata, independientemente de la materia
prima, como lascas con mucho córtex -superficie exterior de los nódulos de sílex, caliza
y cuarcita-, raederas -lascas con retoque continuo en su filo- y denticulados -lascas
con el filo dentado mediante un retoque en forma de pequeñas muescas. Se observa
una escasa producción seriada, filos de diversas morfologías y una menor regularidad
en la obtención de lascas que, para alcanzar la forma deseada, se suple con una
configuración más intensa mediante un mayor proceso de retoque. Hay una gran
diversificación de materias primas, debido a una gran disponibilidad de las mismas en
Reverso del núcleo levallois.
41
[page-n-41]
el entorno inmediato. Se documenta la presencia de macroutillaje denticulado en el
nivel XVII y una importante presencia de útiles muy pequeños en el XV, lo cual debe
responder a particularidades funcionales en las ocupaciones. No obstante, en ambos
casos se trata de estancias cortas, en un momento frío y de escasa frecuentación
de la cueva, teniendo en cuenta el reducido volumen de restos arqueológicos, los
escasos taxones de animales consumidos representados y, posiblemente, una escasa
incidencia del fuego controlado.
En el primer interestadial -niveles XIV-XIII- la frecuentación humana de la cueva
continua siendo esporádica -con lapsos de más de mil años entre ellas-, posiblemente
debido a unas condiciones poco adecuadas de la cueva, temporalmente encharcada.
Sin embargo, en este contexto de clima cálido y con el mar próximo a la cueva, se dan
Macroútil (Rabot) del nivel XII.
ocupaciones más largas asociadas al consumo de numerosas especies de animales. El
utillaje sobre lasca y realizado en sílex cobra, ahora, protagonismo frente al resto y en
esta industria es posible observar, de forma bien definida, los conceptos de economía
y estandarización que definen al Paleolítico medio.
Con la llegada del máximo frío, en el MIS 6, se produce un cambio radical de la industria
lítica. Casi todo el material es de caliza (85%) de procedencia inmediata a la cueva y está
muy poco elaborado. Va acompañado de abundantes núcleos y percutores destinados
a la talla y al procesado de restos animales. Los útiles más frecuentes son denticulados,
lascas con retoque, muescas -lasca con un borde retocado de forma acusadamente
cóncava- y cuchillos de dorso -lascas anchas con retoque abrupto. Estas piezas de
obtención rápida corresponden, de nuevo, a ocupaciones muy breves, asociadas
al consumo de pocas especies y, por tanto, de biotopos muy concretos. En algunos
niveles -XII- la presencia de núcleos y restos de talla junto a los restos óseos indican
que los útiles se elaboran en el mismo momento del procesado de los animales, en
el que participan también grandes percutores para fragmentar determinadas partes
anatómicas óseas. Este nivel constituye, posiblemente, la expresión más acentuada del
Dibujo de Rabot sobre caliza micrítica.
42
modelo de ocupación puntual, idea que también se refuerza por la escasa presencia
de evidencias de fuego controlado.
[page-n-42]
A partir del nivel V hasta el nivel I se produce una transformación de la industria lítica
que, de nuevo, está asociada a ocupaciones más prolongadas y recurrentes, con
actividades más intensas en el interior de la cavidad -tanto de talla como de procesado
de animales- también evidenciadas por la presencia de numerosos hogares. Esta
intensidad en las ocupaciones -sobre todo en los niveles III al I- es superior, incluso,
a las vinculadas al Musteriense clásico de etapas posteriores, recordando en parte a
conductas y patrones del Homo sapiens propias del Paleolítico superior. No se dará
nunca más durante el Paleolítico medio y podría corresponder a ocupaciones humanas
muy recurrentes y de tipo estacional o a campamentos de mayor duración destinados
a una caza diversificada. En este sentido, los numerosos restos óseos apuntan a una
explotación de biotopos muy variados. Las industrias líticas de este momento son más
estandarizadas y cuidadas y se confeccionan, sobre todo en los momentos finales, casi
Raedera doble en sílex.
exclusivamente en sílex, el cual se obtiene no sólo de afloramientos del entorno sino
de otros de procedencia más lejana.
Las distintas estrategias de talla documentadas en Bolomor, tanto en la obtención
de lascas/soporte como en el retoque, indican una buena capacidad de planificación
y gestión de los recursos líticos que ofrece el entorno. Aprovechaban de manera
diferencial las distintas rocas -sílex, caliza, cuarcita- en función de una “economía de
materias primas”. Este hecho se documenta a lo largo de toda la secuencia y no sólo
viene motivado por una menor disponibilidad del sílex, sino por una adecuación al
patrón de ocupación de la cavidad, de baja temporalidad, y al modelo de explotación
del territorio, en el que la materia prima se recolecta de un modo oportunista, junto
al desarrollo de otras actividades. De ese modo encontramos útiles elaborados
con distintas rocas según la funcionalidad, lo que implica una gran efectividad a
menor coste en la obtención, procesado y desecho de las piezas. Sólo al final de la
secuencia se observa un uso casi exclusivo del sílex, lo que podría relacionarse con una
explotación menos oportunista del entorno, buscando nuevas y lejanas fuentes de la
materia prima más apta para tallar útiles de tecnología más compleja. Este hecho debe
relacionarse, necesariamente, con un cambio en los modos de ocupación de la cueva,
de mayor duración y/o recurrencia, y de los patrones de subsistencia.
Puntas retocadas en sílex.
43
[page-n-43]
Vista frontal de un frente de raedera.
Productos retocados en sílex.
44
También se observa, en el caso del sílex y, en menor medida, en la cuarcita, una
economía de debitado en la configuración de distintos tipos de útiles, lo que señala
una optimización de los recursos líticos. El hecho de que el entorno de la cueva fuese
pobre en sílex propició el desarrollo de estrategias de máxima utilización como el
reaprovechamiento de las piezas mediante reavivado -retoque cerca del borde,
extrayendo pequeñas lascas para generar un filo nuevo- o reciclaje -reutilización y
transformación mediante la talla de un objeto ya tallado con otro fin. Estos procesos
se documentan puntualmente o con escasa incidencia en la Cova del Bolomor a lo
largo de toda la secuencia, pero se intensifican en los momentos finales de ocupación
de la cueva, entre 100.000 y 125.000 años. En este período también se produce un
mayor desarrollo del microlitismo -conjuntos en los que aparecen de forma reiterada
instrumentos de formato especialmente reducido- hecho que no se puede entender
exclusivamente desde la perspectiva de una economía de debitado, sino desde una
óptica funcional y cultural que aún arroja muchas incógnitas.
En definitiva, la amplia secuencia de Bolomor permite observar diferencias no sólo
en los tipos de roca empleados en cada momento, también en los tipos de útiles y
sus aspectos tecnológicos. Sin embargo, estas diferencias no atienden a un proceso
evolutivo, sino que corresponden a cuestiones funcionales, acordes con el tipo de
ocupación de cada momento. El empleo de una cultura tecnológica perfectamente
adaptada desde una perspectiva funcional y determinada por unos parámetros simples
-desde nuestra óptica actual- en la que se utilizan mayoritariamente lascas retocadas,
raederas y denticulados, hacen que no se puedan establecer límites entre las industrias
de este amplio período cronológico. No, al menos, hasta los momentos eemienses del
120.000 antes del presente donde pudo producirse un aumento poblacional con el
patrón de ocupación menos itinerante respecto a todo el Pleistoceno medio, lo que
justificaría los profundos cambios que se observan en el registro arqueológico de la
cueva.
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Recursos y estrategias para la subsistencia
La diversificación de la subsistencia en periodos anteriores al Paleolítico superior ha
configurado durante los últimos 40 años uno de los principales temas de discusión en
Europa. Para poder valorar la contribución de la Cova del Bolomor a este debate, es
necesario definir algunos aspectos y contextualizar algunas de las aportaciones que
llevaron a establecer los paradigmas relacionados con la amplitud de la dieta.
En 1968, el investigador Lewis Binford propuso la existencia de una diversificación
importante en la subsistencia al final del Paleolítico en la latitud media y alta de
Europa. Esta diversificación se caracterizaba principalmente por la inclusión de nuevas
Proceso de desollado de una cierva mediante
el uso de un útil lítico experimental.
especies a la dieta humana, como los animales pequeños de la talla de los conejos o
aves. En base a esto, un año después, Kent Flannery acuñó el término “Revolución
de amplio espectro” (Broad Spectrum Revolution) para dar una explicación a este
cambio en la explotación de los recursos. Esta propuesta entraba en contradicción
con la teoría del forrajeo óptimo (Optimal foraging theory), según la cual los recursos
eran seleccionados en función del beneficio económico que aportan. Es decir, aunque
la obtención y procesamiento de pequeños animales no era rentable desde el punto
de vista coste/beneficio, éstos eran sistemáticamente explotados en los momentos
finales del Pleistoceno. Para explicar esta aparente contradicción, en 1999, Mary C.
Stiner, a la cabeza de un equipo de investigadores, publicó un modelo que no tuvo
una respuesta unánime en la comunidad científica, pero que dio paso a un importante
debate.
Impactos de percusión para extraer la
médula ósea de diáfisis. Nivel XII.
45
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Falange de elefante. Nivel XIII.
Representación de las distintas especies faunísticas halladas en la secuencia de Bolomor.
Mandíbula de elefante infantil con marcas
de descarne. Nivel XII.
Molar de rinoceronte. Nivel XVII.
46
Éste tuvo como base fundamental determinar el momento concreto en el que se
produce la explotación intensiva de pequeños animales y dar respuesta a la amplitud
de la dieta humana mediante factores relacionados con la presión ambiental, la presión
cinegética o el estadio tecnológico de desarrollo. En base a estos modelos, muchos
investigadores argumentaron que la obtención y consumo sistemático de pequeños
animales -en especial, lepóridos- sólo comenzó a ser rentable a partir del Paleolítico
superior y vinculado a Homo sapiens. Algunos autores precisaron más esta cronología
y advirtieron la relativa importancia que estos animales comienzan a adquirir a finales
del Paleolítico medio en la cuenca Mediterránea.
En medio de esta discusión, la Cova del Bolomor, con una cronología de entre 350 y
100 mil años, surge como una de las evidencias más claras y antiguas del consumo
sistemático de pequeños animales en homínidos anteriores a Homo sapiens. Los datos
de Bolomor reabren con fuerza este debate y plantean la necesidad de reconsiderar
aspectos e interrelacionar factores para explicar esta diversificación de la subsistencia
en cronologías anteriores al Paleolítico superior.
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Desde esta perspectiva, en Bolomor se han documentado un total de treinta especies
animales, entre las que se incluyen primates, carnívoros, herbívoros, pequeñas presas
-animales de menos de 10 kilos, como conejos, aves y tortugas- e incluso, de forma
puntual, restos de peces. Los animales que tienen una mayor representación a lo
largo de su secuencia estratigráfica son el ciervo (Cervus elaphus) y el caballo (Equus
ferus), con representación relativamente inferior de gamo (Dama sp.), tar (Hemitragus
bonali y Hemitragus cedrensis en el nivel IV), uro (Bos primigenius), megaloceros
(Megaloceros giganteus), asno silvestre (Equus hydruntinus), rinoceronte de estepa
(Stephanorhinus hemitoechus), jabalí (Sus scrofa), macaco (Macaca sylvana), elefante
(Paleoloxodon antiquus), hipopótamo (Hippopotamus anphibius), entre otros. Los
porcentajes de pequeños animales, especialmente del conejo en el nivel IV y las
anátidas en el nivel XI, superan conjuntamente en algunos casos el 50% del número
mínimo total de individuos. La presencia de carnívoros es esporádica, no obstante, se
han recuperado restos de Ursus arctos, Ursus thibetanus, Canis lupus, Panthera leo,
Lynx pardina, Vulpes vulpes y Meles meles.
La mayoría de las especies identificadas en Bolomor poseen una representación
anatómica sesgada en función de su talla de peso. Sólo los animales con peso inferior
a 10 kg, como los conejos, muestran una integridad más o menos generalizada de
sus elementos esqueléticos. Sin embargo, los animales con pesos superiores están
representados fundamentalmente por el esqueleto apendicular (huesos de las
extremidades) y por el esqueleto craneal (cráneo y mandíbula). Por el contrario, los
elementos que componen el esqueleto axial (vértebras y costillas) están prácticamente
ausentes. Este fenómeno responde a un transporte antrópico diferencial de las
carcasas que se conoce con el nombre de Schleep effect. En este sentido, los homínidos
trasladan de forma regular al enclave las partes esqueléticas con mayor contenido
nutricional y abandonan las menos ricas y difíciles de acarrear -caja torácica- en el
lugar de obtención o Kill site.
Maxilar de Macaco. Nivel XII.
Extremidad inferior de cérvido en conexión
anatómica.
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Junto a esta selección anatómica, el conjunto faunístico de Bolomor presenta una
alta proporción de marcas antropogénicas, las cuales evidencian de forma inequívoca
la relación de los grupos humanos con la fauna. Éstas son: marcas de corte sobre la
superficie ósea, elementos diagnósticos de la fracturación ósea para la obtención de
médula, cremación intencional relacionada con actividades de asado de la carne y
mordeduras humanas sobre pequeños animales, donde es posible prescindir de
herramientas para el consumo directo.
Dentición de caballo. Niveles IV y XVII.
Durante los procesos de carnicería es frecuente que se produzcan señales sobre la
superficie de los huesos con los instrumentos líticos. Estas estrías se conocen como
marcas de corte y su estudio en relación a su posición, delineación y dirección permite
reconocer las actividades que las produjeron (despellejamiento, descarnación, etc.).
Estas marcas se han identificado en la mayoría de taxones de Bolomor, desde ungulados
de gran envergadura (elefantes, hipopótamos y rinocerontes) hasta pequeñas presas
(conejos, aves y tortugas), pasando por carnívoros peligrosos (grandes félidos) o
incluso, animales exóticos (macaco). Pero, la carne no sólo es extraída mediante el
uso de herramientas líticas, también los dientes son utilizados para la descarnación
y el aprovechamiento de médula, grasa y/o cartílago de conejos, aves y quelonios.
Esta actividad genera pequeñas depresiones, surcos, muescas de amplio diámetro,
extracciones corticales y fisuras, junto a una elevada proporción de cilindros
diafisarios (diáfisis completas sin articulaciones). Estas alteraciones relacionadas con
el mordisqueo o la combinación de mordedura y flexión se han registrado no sólo
en algunos yacimientos europeos de Paleolítico medio y superior, sino también entre
ciertos grupos de caza-recolectores actuales, como los Aché del Este de Paraguay.
Molares de elefante. Niveles IV y XVII.
48
En el caso de los ungulados, la presencia de marcas de evisceración en la cara ventral
de algunas de las costillas recuperadas indica la existencia de accesos primarios e
inmediatos a las carcasas, circunstancia que permite establecer la caza como principal
estrategia de subsistencia en el enclave. Esta práctica engloba desde la caza simple
hasta las técnicas cinegéticas más complejas, como por ejemplo, la predación múltiple
identificada en el nivel XII.
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Diáfisis de fémur de ciervo retocada y utilizada como percutor óseo. Nivel XVII.
Estas estrategias podrían coexistir con eventos esporádicos de carroñeo o acceso
secundario a las carcasas, como es el caso del nivel XII y IV. En estos niveles se
han identificado marcas de corte sobre mordeduras de carnívoro, indicando un
aprovechamiento antrópico posterior a la acción de los predadores no humanos.
El modo antrópico de capturar pequeños animales constituye un tema complejo
de abordar. La ausencia de evidencias con carácter no perecedero que permitan
identificar el uso de trampas constituye una importante limitación. No obstante,
algunos investigadores han intentado afrontar esta cuestión a partir de observaciones
etnográficas y su posterior aplicación arqueológica. A partir de estas observaciones,
existe acuerdo en considerar que el tipo de presa podría determinar o condicionar el
modo de su captura. Por ejemplo, los conjuntos formados por aves con gran variedad
de especies y edades de muerte que, a priori, podrían responder a la utilización de
trampas, también podrían interpretarse como el resultado del aprovechamiento
antrópico tras su muerte por fenómenos naturales -tormentas o vientos fuertes. Por
el contrario, algunas especies gregarias con capacidades reproductoras prolíficas,
como los lagomorfos europeos, podrían ser más susceptibles a su captura en masa. Un
ejemplo de ello es el conjunto de lagomorfos procedente del nivel 4 de Les Canelettes
(Francia) con una cronología de 120.000 años.
Asta de ciervo. Nivel XVII.
49
[page-n-49]
Marcas de corte en partes anatómicas de
tortuga. Nivel IV.
Para el equipo de investigación de este yacimiento, la sobre-representación de
hembras, que apenas se alejan de las madrigueras, y la ausencia de gazapos podría
responder a actividades relacionadas con el trampeo o la recolección en masa. Al igual
que en el nivel 4 de Les Canalettes, el conjunto de conejos del nivel IV de Bolomor está
fuertemente dominado por las hembras adultas y por tanto, no puede descartarse el
uso de métodos relacionados con la recolección en masa en las zonas cercanas a las
madrigueras. A pesar de esto, la alta proporción de conejos adultos y la distribución
equilibrada de machos y hembras en el resto de niveles de Bolomor (XI, XVIIa, XVIIc)
podría responder más bien a episodios de obtención individual.
La presencia de cremación en el conjunto puede sugerir la existencia de varios
procesos, como la existencia de un tratamiento térmico de la carne, el desarrollo
de posibles actividades de limpieza o la preparación de los huesos para facilitar su
fracturación. Desde esta perspectiva, se han recuperado dobles coloraciones sobre
la misma superficie ósea que sugieren la preservación diferencial de la carne en
el momento de su exposición al fuego. Así, las zonas menos afectadas son las que
presentan mayor cantidad de tejido blando y menor grado de cremación, mientras
que las más afectadas son las que apenas presentan tejidos adheridos y por tanto,
alcanzan los grados más altos de coloración. Este hecho permite inferir el asado de la
carne de forma previa a su descarnación.
Placa del caparazón de tortuga quemada
procedente del nivel IV.
50
Las alteraciones térmicas diferenciales sobre las zonas articulares de lagomorfos y
aves también sugieren la existencia del asado de la carne antes de su extracción. Esta
evidencia también es observada por varios investigadores tanto a nivel experimental
como arqueológico en yacimientos del Paleolítico superior de Europa occidental. A
pesar de esto, existen dobles coloraciones que, aunque se documentan de forma
minoritaria en el conjunto, se sitúan en caras diferentes del hueso. Éstas permiten
inferir la existencia de otros procesos que no se relacionan con el asado de la carne,
como por ejemplo la eliminación de desechos con finalidad de limpieza o simplemente
acciones no intencionales que desembocan en la cremación de los huesos una vez
fracturados.
[page-n-50]
No obstante, los restos identificados que concentran mayor proporción de estas
modificaciones son los caparazones de tortuga. Aunque existe un cierto grado de
variabilidad, éstos parecen describir un patrón basado en la cremación diferencial de
la cara dorsal (mayor grado de coloración) respecto a la ventral (menor grado). Esto
se ha interpretado como resultado del asado de estos animales de forma previa a su
consumo. Las características de las dobles coloraciones coinciden con el emplazamiento
de forma directa de las tortugas cabeza abajo sobre las brasas. Este patrón ha sido
descrito etnográficamente en el Kayapó del Brasil central y supone un elemento
diagnóstico claro del consumo humano de quelonios para varios investigadores.
Para acceder a las vísceras de las tortugas o a la médula contenida en los huesos de
ungulados, es necesario emplear la fracturación. Así, se han observado estigmas,
impactos y conos de percusión sobre los caparazones y elementos esqueléticos
de las extremidades. La presencia de contragolpes sugiere que el hueso ha sido
apoyado en el suelo o sobre un objeto a modo de yunque para ser golpeado con un
percutor de piedra. Quizás debido a la escasa representación de vértebras y costillas
Marcas de corte en mandíbula de conejo. Nivel XVII.
Marcas de corte en la diáfisis de húmero de cisne blanco. Nivel XII.
51
[page-n-51]
Gasterópodos continentales procedentes
de los niveles I, VII y XIII.
Fragmentos de bivalvos y peces marinos
procedentes del nivel I.
52
en el conjunto, la fracturación por flexión o peeling no parece ser utilizada de forma
frecuente. Por otro lado, los datos extraídos a partir de la localización de los impactos
de percusión sobre porciones y caras esqueléticas concretas permiten inferir un modo
de actuar estandarizado para fracturar los huesos de los animales superiores a los
20 kg, especialmente en el caso del nivel IV. Esta estandarización indica la existencia
de fenómenos de transmisión de información y aprendizaje social dentro del grupo,
los cuales podrían desembocar en tradiciones culturales, las cuales serían de vital
importancia para el desarrollo con éxito de determinas estrategias cinegéticas.
De forma general y para concluir, los datos zooarqueológicos proporcionados por
Bolomor han permitido argumentar una diversidad comportamental relevante entre
los grupos humanos que habitaron el enclave. Tales variaciones quedan reflejadas
no sólo en el espectro de presas que los homínidos son capaces de explotar (desde
elefantes a tortugas), sino también en la variedad de estrategias de obtención que son
capaces de desempeñar -desde complejas estrategias de caza a eventos esporádicos
de carroñeo. Dentro del espectro de presas potenciales, la utilización sistemática de
pequeños animales en el enclave no parece ajustarse con las respuestas propuestas
para explicar la diversificación de la dieta humana desde el enfoque de la Broad
spectrum revolution. Los datos proporcionados por Bolomor permiten plantear que los
cambios en la dieta humana no fueron lineales en el tiempo y en el espacio, sino que
pudieron estar condicionados por la diversidad comportamental, el patrón ocupacional
y las características propias del medio donde se desenvuelven los diferentes grupos
humanos del territorio europeo.
[page-n-52]
El calor del hogar: producción y uso del fuego
El fuego ha tenido un importante protagonismo a lo largo de la historia de la humanidad,
únicamente mermado por el descubrimiento y generalización, en algunos países, de
otros tipos de energía. Es fuente de calor, permite el cocinado de los alimentos y
produce luz, por lo que alrededor del fuego se genera y se desarrolla la vida, hasta
el punto de que la palabra hogar hace referencia no sólo al lugar concreto donde se
realiza la combustión, sino a un espacio doméstico o a la propia familia.
Se sabe muy poco acerca de los primeros hogares prehistóricos. De hecho, una de
las cuestiones más controvertidas entre los prehistoriadores es determinar en qué
momento el hombre pasó de usar y conservar el fuego -generado de forma natural- a
producirlo y controlarlo a voluntad. Las características de este proceso, tanto en su
origen como en los momentos iniciales, son desconocidas; aunque, necesariamente,
deben relacionarse con el aprovechamiento de los incendios provocados por causas
naturales.
El uso del fuego controlado durante Pleistoceno medio permitió a los homínidos
desarrollar una serie de ventajas adaptativas, con importantes avances en los
modos de vida y en las estrategias de subsistencia. Como fuente de calor, supone
una disminución de las enfermedades relacionadas con el frío y una mejora en las
condiciones del hábitat que, al mismo tiempo, queda protegido de los predadores.
Presencia de hogares en la secuencia
estratigráfica de Cova del Bolomor.
53
[page-n-53]
Distribución espacial de las estructuras de combustión de Cova del Bolomor.
Además, el asado de alimentos enriquece las cualidades nutricionales de algunos de
ellos -eliminando parásitos y toxinas- y facilita la digestión de otros, hasta el punto de
que se ha sugerido que este tratamiento térmico contribuyó a la transformación de
las enzimas estomacales de los homínidos. El uso regulado del fuego pudo facilitar la
conservación de algunos alimentos mediante, por ejemplo, el ahumado. También se
convirtió en un elemento decisivo no sólo en la defensa contra determinados animales,
sino en el desarrollo y, lo que es más importante, la planificación de estrategias de
caza.
Hogar del nivel II indicado con el nº 1.
54
En este sentido, la aparición de la tecnología del fuego y su generalización tuvo unas
implicaciones culturales de gran relevancia, transformando los lugares de hábitat en
importantes centros sociales de transmisión de conocimientos. Al verse prolongadas
las horas de luz, aumentó la actividad en torno a los hogares, siendo posible dedicar
más tiempo a planificar el trabajo, a distribuir tareas y a favorecer, en general, la
comunicación y el intercambio de ideas.
[page-n-54]
Del mismo modo, el fuego facilitó el desarrollo de los vínculos sociales entre los
miembros del grupo y, muy probablemente, la aparición de un lenguaje articulado,
instrumento fundamental del comportamiento humano organizado.
Para determinar cuáles son las evidencias más antiguas del uso controlado del fuego
es necesario, en primer lugar, señalar los elementos que caracterizan a las estructuras
de combustión antrópicas de los yacimientos arqueológicos. La documentación de
cenizas no es suficiente para afirmar la presencia de un hogar. El sedimento donde
se originó el fuego debe tener una estructura concreta, a modo de capas, con
características distintas en función de su alteración térmica. De esa forma, un hogar
suele dividirse, al menos, en una capa superior de ceniza con una coloración negragrisácea, una segunda capa inferior rubefacta, de tonalidad rojiza, y una capa final de
base sin alteración térmica y, por tanto, con el color del propio sedimento.
Detalle de uno de los hogares del nivel IV.
Estructuras de combustión del nivel IV.
55
[page-n-55]
Las potencias de las capas superiores dependen del tiempo de combustión transcurrido
y por tanto, de su duración. Además, en situaciones de buena conservación pueden
aparecer asociados restos vegetales quemados y convertidos en carbones, así como
material arqueológico en el entorno, con una distribución espacial compleja que
indique su relación con el hogar y, en ocasiones, afectado por el propio fuego. La
presencia de numerosas estructuras de este tipo en un mismo yacimiento y de forma
continuada en el tiempo es una prueba más del uso controlado de este importante
recurso.
Situación de los hogares del nivel XI.
En la actualidad, la sistematización del método de excavación arqueológica y la
aplicación de modernas técnicas para registrar y analizar las características del
sedimento de los hogares hace más riguroso el debate sobre el origen del fuego
controlado. Sin embargo, durante décadas, los primeros hogares se vincularon a
yacimientos que hoy en día se han desmitificado a través de diferentes estudios y
revisiones.
Proceso de documentación de los hogares del nivel XI.
56
[page-n-56]
Es el caso del enclave de Zhoukoutian (China) al que se asociaron las evidencias más
antiguas del control del fuego vinculadas al Homo erectus, con una cronología de
500.000 años; o el recientemente publicado de Gesher Benot Ya’aqov (Israel), con
fechas de 790.000 años si bien no existe una micromorfología termoalterada del
sedimento que lo confirme, tan sólo la concentración de elementos quemados.
A la espera de nuevos hallazgos en Asia el centro del debate se ha trasladado al
continente europeo. Los datos proporcionados por enclaves como Verteszöllos
(Hungría), Menez-Dregan (Francia) y Bilzingsleben (Alemania) apuntan, no sin cierta
controversia, que el origen del fuego como adquisición técnica se produce primero en
los homínidos del Pleistoceno medio europeo, es decir, con el Homo heidelbergensis.
No hay constancia de que las primeras comunidades humanas europeas de hace poco
más de un millón de años, conocieran esta tecnología. El fuego se instala y difunde
en Europa sólo como consecuencia de un modelo de poblamiento permanente,
posiblemente hace 400.000 años, aunque su verdadera generalización se produce
entre los grupos neandertales del Pleistoceno superior.
Excavación de los hogares del nivel XI.
La investigación desarrollada en la Cova del Bolomor también ha aportado una valiosa
información acerca de la aparición del fuego controlado en el sur de Europa. En la
actualidad, es el único yacimiento peninsular en el que se documentan elementos
de combustión dentro de una amplia secuencia estratigráfica del Pleistoceno medio
desde, al menos, 228.000 ± 53.000, aunque existen evidencias que señalan la presencia
de fuego en niveles aún no excavados en extensión.
Hasta el año 2013, las evidencias del uso del fuego corresponden a los niveles II, IV,
XI y XIII, si bien en el nivel II tan sólo se registraron acumulaciones de cenizas como
consecuencia de la limpieza de hogares o de alteraciones postdeposicionales. En el
nivel IV se documentaron cuatro hogares de morfología ovalada de una sola fase -uno
de ellos con piedras en la base y otro de pequeño tamaño-, situados bajo la línea de
visera, en el lateral oeste de la boca de la cavidad.
Estructuras de combustión del nivel XI.
57
[page-n-57]
El análisis de distribución espacial de los materiales revela que, en torno a éstos, se
originó un área de actividad en el interior de la cueva, asociado al procesado de fauna
y a la talla lítica, mientras que la zona que quedaba en el exterior se empleó como
área de deshecho. La excavación del nivel IV permitió observar, por primera vez en el
yacimiento, la organización del espacio y de las actividades alrededor de los hogares.
Sin embargo, las limitaciones de esta zona de excavación, de 12 m2, no permitieron
Situación de los hogares del nivel XI.
Lámina delgada con las facies de alteración
sedimentológica de un hogar del nivel XIII.
Visión microscópica de los componentes
quemados de un hogar del nivel XIII.
58
hacer una valoración más amplia acerca de la ocupación humana en ese momento.
El panorama difiere notablemente en los estadios más antiguos con presencia de
hogares, ya que los niveles XI y XIII se conservan en extensión tanto en el sector oeste
como en el sector norte de la cavidad. En el nivel XI se han excavado siete hogares
monofásicos de morfología ovalada, con un diámetro medio de 1.1 metros y 50
milímetros de potencia, que se encontraban alineados bajo el arranque de la cornisa
de la cueva. Alrededor de los hogares se documentó una importante acumulación de
material arqueológico, aún en proceso de estudio, que en un futuro próximo permitirá
definir áreas de actividad y extraer conclusiones acerca de las características de la
ocupación. Algo similar podría ocurrir con el nivel XIII, del que sólo se ha excavado la
zona oeste y donde se encontraron los hogares más antiguos de la secuencia. Estos dos
hogares, también monofásicos y de 0,45 y 0,5 metros de diámetro, estaban asentados
sobre una superficie ligeramente deprimida en la que existía una concentración
de bloques de roca planos termoalterados, posiblemente colocados en la base o
aprovechados intencionadamente. La existencia de materiales asociados a los hogares
se debe poner en relación con las actividades realizadas en torno a los mismos. La
fauna procesada y la detección de grasas vegetales y animales indicarían una función
culinaria. Por otro lado, la presencia de industria lítica, mayoritariamente restos
pequeños, señalaría actividades de talla, sin que podamos descartar otras funciones
de las que no quedan evidencias tangibles.
Las características de los hogares de Bolomor apuntan a conjuntos situados en la visera
para facilitar la evacuación del humo y delimitar y proteger el espacio interior de la
cavidad, donde se realizan las actividades relacionadas con el uso del fuego. Se trata,
[page-n-58]
Proceso de excavación de los hogares del nivel XIII.
en todos los casos, de hogares de corta duración de una sola fase y sin superposiciones.
Es decir, que el tiempo entre la implantación de un conjunto y otro es de larga duración,
pudiendo haber transcurrido miles de años. Estos datos deben relacionarse con el
modelo ocupacional del yacimiento, que se caracteriza por la presencia de grupos
humanos de forma recurrente -aunque con ocupaciones distanciadas en el tiempodurante breves lapsos temporales, probablemente de pocos días. Este modelo difiere
notablemente del identificado en otros yacimientos más tardíos del Paleolítico medio
como El Salt (Alcoi) o Abric Romaní (Capellades) donde, dependiendo del nivel, se han
documentado hogares correspondientes a ocupaciones más largas con más de una
fase y con superposiciones. Estas diferencias indican la existencia de campamentos
destinados a diversos tipos de ocupación y de diferente duración, así como una
evolución compleja en la explotación de un territorio alejada de la imagen inmovilista
que, fuera del mundo académico, se tiene de este período.
Reconstrucción mediante molde y vaciado
en positivo de los hogares del nivel XIII.
59
[page-n-59]
Diferentes vistas de la excavación de las dos estructuras de combustión del nivel XIII.
Proceso de excavación de uno de los hogares
del nivel XI en la campaña de 2008.
60
En efecto, desde el descubrimiento de la tecnología del fuego, su producción y control
constituyó un factor evolutivo de primer orden. Los hogares más antiguos de Bolomor,
datados en 228.000 años, representan el origen de este momento en la Península
Ibérica, constituyendo, también, la prueba más antigua para el sur de Europa. Otros
yacimientos peninsulares como Gran Dolina (Atapuerca), con la estratigrafía más
larga y mejor documentada desde el Pleistoceno inferior, no presenta pruebas de
fuego. Sólo enclaves como Solana del Zamborino (Granada), San Quince del Pisuerga
(Salamanca) y Cueva del Ángel (Córdoba) son indicadores de este uso en el tránsito del
Pleistoceno medio al superior, hace unos 120.000 años. Bolomor es, por tanto, no sólo
una de las evidencias más antiguas del uso controlado del fuego en Europa, sino que,
desde el punto de vista del proceso evolutivo y tecnológico, es el único yacimiento
conocido con un registro que abarca 250.000 años, lo que lo convierte en uno de los
mejores enclaves para entender el éxito adaptativo de los homínidos.
[page-n-60]
Territorio y hábitat
Los grupos humanos que habitaron La Valldigna y la Cova del Bolomor durante el
Pleistoceno medio eran cazadores-recolectores. Sus estrategias de subsistencia y
formas de vida se basaban en el aprovechamiento de un paisaje contrastado en el que
la mayor parte de los recursos alimentarios provenían de la caza, complementada,
puntualmente, con un carroñeo oportunista asociado a la búsqueda de alimentos sin
una pauta definida. Es muy probable que la recolección de insectos, miel o vegetales
completara la dieta, pudiendo haber adquirido, estos últimos, una notable importancia
en la alimentación. Así parecen indicarlo los fitolitos -mineralización de origen vegetaly las marcas de desgaste propias de su consumo encontradas en algunos dientes o los
análisis químicos complejos de “elementos traza” e “isótopos de carbono y nitrógeno”,
de los que se obtienen datos acerca de la dieta y de la movilidad.
El modo de ocupación del territorio estuvo condicionado por la adaptación a los
recursos -bióticos o abióticos- existentes en el entorno, cuya ausencia o abundancia
viene marcada por un fuerte carácter estacional. Esta necesidad de garantizar la
supervivencia pudo llevar a los grupos humanos a adoptar estrategias migratorias,
caracterizadas por una alta movilidad y por campamentos de corta duración que eran
ocupados durante pocos días o semanas. La existencia de varias comunidades en una
misma región también debió contribuir notablemente a la presión sobre los recursos
y su agotamiento, generando tensiones sociales y competencia por el control del
territorio.
El río Vaca y su entorno de marjales.
61
[page-n-61]
Vista del macizo del Mondúver y del territorio agreste en que se sitúa la Cova del Bolomor.
Sólo en algunos casos, el aprovechamiento intensivo de determinados recursos y la
presencia de manadas de herbívoros en algunas zonas podrían haber favorecido un
asentamiento más prolongado en los campamentos, pero sin llegar a producirse una
sedentarización u ocupación continuada.
Conillet Blanc (Anthirrinum valentinus),
endemismo de vegetación rupícola de la
Cova del Bolomor.
62
La estructura social de los homínidos atribuidos al linaje neandertal es un factor
esencial a tener en cuenta en relación con los patrones de hábitat y la explotación
del territorio. Los grupos humanos estarían constituidos por un número de individuos
suficientemente amplio como para garantizar su continuidad y subsistencia, vinculados
por lazos de parentesco difíciles de precisar. El tamaño de estas agrupaciones es
un tema que se ha abordado en diversos estudios especializados y desde distintos
enfoques, entre los que cabe destacar criterios genéticos, económicos, sociales y
etnológicos. La perspectiva genética resulta de especial interés, puesto que considera
necesaria una mínima densidad poblacional, además del flujo de individuos entre
grupos diferentes, para favorecer el intercambio de genes.
[page-n-62]
Un estudio reciente del análisis de ADN mitocondrial en la Cueva del Sidrón (Asturias),
propone una permanencia estable de los varones en el entorno familiar, siendo las
hembras las que se movilizarían en la pubertad. Los contactos entre grupos tendrían, no
sólo un interés genético, sino también profundas repercusiones sociales y culturales.
Por otra parte, y atendiendo a criterios económicos, en la Cova del Bolomor se ha
documentado el desarrollo de estrategias complejas de caza, como la predación múltiple,
que precisan de la participación de un alto número de individuos, considerando, además,
que no todos podían tomar parte en las cacerías por limitaciones físicas o de edad. En este
sentido, también la reiteración de las ocupaciones y su estructuración en algunos niveles
del yacimiento -nivel IV o XII-, parecen indicar que el asentamiento fue ocupado por
un amplio grupo de medio centenar de individuos, datos que confirman determinados
estudios etnológicos sobre poblaciones de cazadores-recolectores actuales.
Recreación de actividades cotidianas en un
campamento. Según M. Wilson. Modificado.
Recreación de La Valldigna y la Cova del Bolomor en los tiempos eemienses, hace 120.000 años. Según C.
Puche en De Neandertals a Cromanyons (2001).
63
[page-n-63]
La ocupación de un territorio por parte de los homínidos se realizaba a través de
una importante diversidad de asentamientos. Aunque se han localizado lugares de
hábitat al aire libre, las cuevas fueron el enclave generalmente escogido para su
establecimiento. Éstas proporcionan un refugio natural frente a las inclemencias
climáticas y constituyen un espacio seguro y protegido en el que alimentarse y
pernoctar. Su elección también debió depender de las características morfológicas y
de habitabilidad, así como su proximidad a los principales recursos económicos.
Estratigrafía de las unidades geoarqueológicas
vinculadas a los campamentos de la Cova del
Bolomor.
Unidades geoarqueológicas y los eventos de
desocupación (áreas vacías) de Bolomor.
64
La organización de los lugares de hábitat neandertal supone un reflejo de la
organización del grupo en un contexto determinado y, por tanto, puede proporcionar
valiosa información desde una perspectiva social. Cabe destacar la importancia de
la aparición de hogares en este tipo de yacimientos arqueológicos, en torno a los
cuales se suelen observar áreas de actividad -talla, procesado de alimentos, curtido
de pieles, entre otras. Su distribución en el espacio permite inferir de qué manera
pudo estructurarse y ocuparse el espacio habitado, lo que generalmente no encaja
con la imagen literaria de todo el grupo en torno a un gran fuego central. A pesar
de la relevancia de estos datos, su extrapolación para tratar de determinar cómo se
organizan socialmente los grupos de homínidos es un asunto sumamente complejo,
más aún teniendo en cuenta la diversidad de tipos de asentamientos y ocupaciones
que, a menudo, responden a cuestiones funcionales.
Los enclaves situados en cuevas o abrigos presentan una importante ventaja frente a
los que se sitúan al aire libre. Su estado de conservación es mejor, generalmente en
una amplia extensión y, en casos como el de Bolomor, con amplias secuencias que
permiten ver cambios en el tipo de ocupación del yacimiento y de explotación de
recursos en el territorio. La Cova del Bolomor fue utilizada reiteradamente por los
grupos humanos que frecuentaron la Valldigna durante el Pleistoceno medio y los
momentos iniciales del Pleistoceno superior. El estudio de la secuencia estratigráfica
del yacimiento, mediante el empleo del denominado “análisis arqueoestratigráfico”,
ha permitido identificar conjuntos de materiales arqueológicos aislados, contenidos
en los diferentes niveles sedimentológicos.
[page-n-64]
El “análisis arqueoestratigráfico” relaciona los materiales arqueológicos con su
ubicación en la secuencia estratigráfica, buscando la asociación o concentración
mayor de los mismos en lechos estériles. Para ello, mediante software informático,
se reconstruye el emplazamiento original de cada uno de los restos arqueológicos
recuperados en la excavación, analizándose el conjunto mediante secciones que
permiten identificar fases de ocupación y desocupación humana de la cavidad.
A partir de los resultados obtenidos de este análisis, realizado entre los niveles I y
XII de la secuencia estratigráfica del yacimiento, se puede establecer que la Cova del
Bolomor contó, al menos, con veinte periodos de ocupación importantes, entre los
100.000 y 150.000-180.000 años. Durante estos periodos, la cavidad fue habitada de
modo reiterado e intermitente y en ella se desarrollaron actividades cotidianas tales
como el procesado y consumo de alimentos o la elaboración de herramientas líticas.
En las ocupaciones más prolongadas o recurrentes como las del nivel IV, con mayor
actividad en el interior de la cueva, estas actividades se realizaban generalmente en
torno a varios hogares, que también actuaban como elemento socializador. Por el
contrario, en ocupaciones más breves es posible documentar evidencias del proceso
de talla en el mismo lugar y momento que las del procesado y consumo de los animales,
con presencia muy puntual de fuego.
Situación y porcentaje del material lítico en
caliza vinculado a los hogares del nivel IV.
Situación y porcentaje del material faunístico
vinculado a los hogares del nivel IV.
Las ocupaciones de la parte superior de la secuencia de la Cova del Bolomor, en
general, y del nivel IV, en particular, se caracterizan por contar con una densidad
elevada de restos arqueológicos, que asciende en este nivel a 6442 piezas por m3. La
Situación y porcentaje del material óseo
quemado vinculado a los hogares del nivel IV.
elevada concentración de materiales, a pesar de mostrar una alta relación temporal,
y la importante incidencia del fuego -restos de cenizas, abundantes materiales
quemados-, son fruto de un uso reiterado de la cavidad por los grupos humanos y de
varias ocupaciones de cierta continuidad temporal y/o alta recurrencia en el uso de
los espacios. La ausencia de elementos que indiquen periodos de desocupación largos
refuerza la importancia del uso de la cavidad, especialmente a partir del 120.000
antes del presente, donde se registra el patrón de ocupación con menor movilidad
dentro de la secuencia. En estos momentos, se produce una explotación de biotopos
“Nube de puntos” o elementos arqueológicos
vinculados a los hogares del nivel IV.
65
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variados, como apunta la presencia de restos de animales como ciervo, uro, gamo,
anátidas, tar, jabalí, entre otros; y la industria lítica, estandarizada y cuidada, se realiza
mayoritariamente en sílex, el cual se obtiene en zonas próximas a la cueva pero,
también, en áreas de captación más lejanas.
Tibia de tar (Hemitragus) en proceso de
excavación en la campaña de 2007. Nivel X.
El campamento de mayor entidad del nivel IV cuenta con cuatro hogares que articulan
el espacio y el desarrollo de las actividades asociadas a éstos. Podemos considerar, por
tanto, que existe una estructuración compleja del espacio, reflejo de una organización
no sólo espacial sino también social. En estas ocupaciones se observa una marcada
diferenciación entre el espacio exterior e interior de la cueva, escogiendo los grupos
humanos la zona protegida por la visera del abrigo para la instalación del campamento
y descartando la exterior, en la que únicamente se realizan algunas actividades de
escasa importancia. En esta estructuración los hogares también juegan un papel
importante, al situarse debajo de la línea de visera del abrigo y delimitando la zona
habitada.
El nivel XI alberga ocupaciones, al menos dos, más breves que la anteriormente
descrita del nivel IV. El conjunto, que cuenta con un total de siete hogares, presenta
una densidad de material baja, en comparación con los niveles de la zona superior
de la secuencia. Este hecho, sumado a una menor amplitud en la explotación de los
recursos faunísticos, así como una menor estandarización en las formas de procesar
los recursos animales, indica mayor brevedad de la ocupación de este nivel respecto a
los momentos posteriores.
Proceso de excavación
arqueológico del nivel XII.
66
del
material
En la amplia secuencia de la Cova del Bolomor existen otros niveles, de una
antigüedad entre 350.000 y 150.000 años, relevantes en cuanto al modo de ocupación
de la cavidad y al desarrollo de estrategias de explotación de recursos. Aunque la
información procedente de éstos es parcial, por una limitación en el área excavada o
en el tratamiento de los datos, es posible adelantar algunas observaciones. En el nivel
XII -hace unos 180.000 años-, se registran ocupaciones destinadas principalmente al
procesado de especies -caballo y ciervo- propias de las zonas llanas y de media ladera.
[page-n-66]
Representación del material arqueológico recuperado en nivel XVIIc.
La industria lítica está poco elaborada y, mayoritariamente, es de caliza, obtenida
en las proximidades de la cueva. Este nivel constituye, uno de los ejemplos más
acentuados de modelo de ocupación corta, dentro de la secuencia estratigráfica.
El nivel XVII de la Cova del Bolomor, el más antiguo de la secuencia estratigráfica,
presenta dos periodos de ocupación importantes, separados por un nivel estéril. La
densidad de material es menor que en el nivel IV pero significativamente mayor que
en el XI. En este momento se producen periodos intermitentes de abandono de la
cavidad por parte de los homínidos, que son aprovechados por algunos carnívoros
como cubiles, aunque, debido a la intensidad de ocupación humana, no sería un
fenómeno ni frecuente ni prolongado. En el nivel XVII, dadas las reducidas dimensiones
del área excavada, no ha sido posible valorar el grado de complejidad ocupacional
mediante un análisis de distribución espacial. Sin embargo, el poco volumen de
Mandíbula de ciervo del nivel XII.
67
[page-n-67]
restos arqueológicos; la presencia de una industria lítica de materia prima local muy
diversificada, así como poco elaborada y estandarizada; y las escasas especies de
animales consumidos -sobre todo caballo y ciervo- sugiere unas ocupaciones humanas
esporádicas y breves. Los datos del nivel XV, con una actuación sobre diferentes
biotopos, indican una mayor frecuentación de la cueva y unas ocupaciones de mayor
duración, pero dentro de estos parámetros de ocupación corta.
Excavación del nivel XII en 2011.
Detalle de una de las áreas de excavación
del nivel XII (2011).
El análisis pormenorizado de los distintos niveles de Bolomor y de sus materiales
arqueológicos asociados son una prueba evidente de que los homínidos del Pleistoceno
medio e inicios del superior desarrollaron, durante 250.000 años, una gran variedad
de estrategias de subsistencia adecuadas a las características ambientales, climáticas
y a los recursos existentes en el territorio en cada momento. El patrón ocupacional
siempre fue itinerante o migratorio pero con una movilidad variable -alta, media o
baja- en relación a sus necesidades adaptativas. Los modos de vida cotidianos debieron
ser de respuesta inmediata según dichas necesidades, si bien integrados en procesos
de mayor planificación que ponen de manifiesto un conocimiento sólido y afianzado
de este territorio.
Representación del abandono de Bolomor
por las poblaciones de neandertales.
Hace, aproximadamente, unos 100.000 años los neandertales de La Valldigna
abandonaron definitivamente la Cova del Bolomor. Con un espacio muy reducido en
su interior, debido a la acumulación de sedimentos derivados de procesos geológicos
y a las ocupaciones humanas durante 250.000 años, las condiciones de habitabilidad
ya no serían suficientes para unos grupos numerosos y exigentes en la organización
de sus campamentos. La cueva se quedó vacía y envejecida, como muestra de un
poblamiento primitivo que se modificará de forma drástica durante todo el Pleistoceno
superior, sobre todo con la llegada, a partir del 40.000, del Homo sapiens. Pero en el
momento de la desocupación de la cavidad los neandertales aún no eran una especie
en decadencia. Todavía tenían por delante 80.000 años de evolución en los que
florecerá la cultura conocida como Musteriense, bien ejemplificada en los más de 50
yacimientos documentados por todo el territorio valenciano.
68
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Epílogo
El atardecer discurre lentamente sobre la Valldigna, tiñendo el Barranc del Bolomor de
una luz anaranjada, preludio del otoño. El eco juega con las risas y las conversaciones
de un grupo de jóvenes que descienden de la cueva. Para algunos, es su primera
experiencia en la arqueología. Otros, sin embargo, llevan en su memoria el grato
recuerdo de muchas campañas compartiendo vocación y amistad. En esa tarde de
septiembre, a ninguno parece preocuparle el paso de las horas. Tampoco la fatiga de
un largo día de talleres y explicaciones a las decenas de personas que han visitado la
cueva. Los niños correteando, el interés de los más curiosos y el gran momento de la
recreación del fuego prehistórico serán los temas de conversación al menos durante
dos días.
En el valle, ese mismo alboroto parece que también perdurará por algún tiempo. El
hecho de que uno de los yacimientos paleolíticos más señalados del mundo esté en
este territorio no es algo que, una vez sabido, se pase tan fácilmente por alto. Poco
a poco se corre la voz y aquellos que, por diversos motivos, no han podido realizar la
visita prometen hacerla el año próximo… Porque sí, al final del verano del año siguiente
un nuevo grupo volverá cargado de retos e ilusiones a continuar la investigación de
un asentamiento clave para la Prehistoria europea, a sabiendas de que, sin su trabajo
y dedicación, esto no sería posible. Y con ellos, volverá el fuego y la gente del valle
a ocupar, por un breve instante, la Cova del Bolomor, para que ésta no vuelva a ser,
nunca más, la gruta olvidada de la Valldigna.
69
[page-n-69]
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25-38.
73
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Industria lítica y tecnología
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74
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Análisis espaciales de los campamentos
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75
[page-n-75]
[page-n-76]
[page-n-2]
Cova del Bolomor
25 años en busca de un tiempo perdido
Virginia Barciela, Ruth Blasco, Felipe Cuartero,
Josep Fernández Peris, Laura Hortelano, Pablo Sañudo
Museu de Prehistòria de València
2013
[page-n-3]
Diputación de Valencia
Presidente
Alfonso Rus Terol
Diputada de Cultura
María Jesús Puchalt Farinós
Museo de Prehistoria de Valencia
Directora
Helena Bonet Rosado
Diseño y maquetación
Pablo Sañudo y Virginia Barciela
Texto
Virginia Barciela, Ruth Blasco, Felipe Cuartero, Josep Fernández Peris, Laura Hortelano y Pablo Sañudo.
Traducción al valenciano
Unitat de Normalització Lingüística de la Diputació de València
Dibujo
Francisco Chiner y Susana Alonso
Colaboraciones
Raúl Felis, Carlos Ferrer, Miquel Joan, Juan Moragues y Carolina Aparicio
Edita: Museu de Prehistòria de València - Diputació de València
Creative Commons
Reconocimiento - NoComercial - CompartirIgual 3.0 España (CC BY-NC-SA 3.0)
Excepto para aquellas imágenes donde se indican reservas de derechos
ISBN: 978-84-7795-676-1
Depósito legal: V-2016-2013
Imprime: Imprenta Provincial
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Índice
Prólogo....................................................................................................................7
Del “cementerio de moros” a la morada del hombre primitivo................................9
Un yacimiento paleolítico excepcional.................................................................13
25 años de investigación y excavaciones..............................................................16
La historia comienza hace 400.000 años..............................................................21
Los restos humanos: evolución y linaje................................................................29
Utillaje lítico y tecnología......................................................................................35
Recursos y estrategias para la subsistencia.....................................................45
El calor del hogar: producción y uso del fuego.....................................................53
Territorio y hábitat: los campamentos neandertales............................................61
Epílogo..................................................................................................................69
Bibliografía............................................................................................................70
[page-n-5]
6
[page-n-6]
Prólogo
En 1997 se publicaba, con motivo de una exposición celebrada en el Centro Cultural
La Beneficencia de Valencia -sede del Servicio de Investigación Prehistórica (SIP) de
la Diputación-, el libro Els primers habitants de les terres valencianes. Aquella obra,
de carácter divulgativo, se realizó para explicar a un público amplio los modos de
vida durante el Pleistoceno medio (780.000-120.000 años), aunque sin renunciar al
empleo de una documentación exhaustiva que se había generado desde el inicio de las
excavaciones, en 1989. A este trabajo le han seguido un gran número de publicaciones
científicas, en revistas especializadas, sobre aspectos tan relevantes como el origen de
la producción y el control del fuego, los restos humanos, las estrategias de subsistencia,
la tecnología lítica o el análisis espacial, que han convertido a Bolomor en un referente
mundial en los estudios sobre Paleolítico.
En los últimos años, las investigaciones y la difusión de lo que fue la Cova del Bolomor
se deben no sólo a las campañas de excavación ordinaria financiadas, anualmente, por
la Diputación de Valencia a través del SIP; también al esfuerzo de muchas personas
que, de una forma u otra, han contribuido a la continuidad de este proyecto. Entre ellas
se encuentran los visitantes, que se acercan durante la época en la que se realizan los
trabajos arqueológicos con el objetivo de conocer mejor sus orígenes y con un interés,
a menudo apasionado, hacia nuestra tarea. Personas que valoran el yacimiento como
un patrimonio propio y mundial.
7
[page-n-7]
Por todo ello, 16 años después de aquel primer libro divulgativo, y con motivo del 25
aniversario de las excavaciones, el equipo de Bolomor considera que es el momento
de publicar una nueva monografía destinada no sólo al colectivo académico, sino a
los lectores anónimos comprometidos con el patrimonio arqueológico de este país.
Con este pensamiento, se ha realizado una obra que permite varias lecturas y que, sin
dejar de emplear un vocabulario técnico y riguroso, procura combinarlo con palabras
propias de un lenguaje más sencillo y cotidiano.
El libro se ha estructurado en varios capítulos que pretenden reflejar el pasado y el
presente de la Cova del Bolomor, añadiendo algunas reflexiones sobre lo que debería
ser en las próximas décadas. Se concede una especial atención a las aportaciones
realizadas en los últimos años, fruto de una investigación sistemática en el yacimiento.
Portada del libro Els primers habitants de les
terres valencianes (1997).
En lo concerniente a las perspectivas de futuro, se destaca la necesidad de profundizar
en la valorización científica y divulgativa de la cueva, en un momento delicado en el
que, más que nunca, hay que apostar por la ciencia y el conocimiento.
Agradecemos, de antemano, la gentileza de todos aquellos que se animen a leer
esta obra, así como a las instituciones que han hecho posible la investigación y
esta publicación: el Servicio de Investigación Prehistórica / Museo de Prehistoria
de la Diputación de Valencia y la Conselleria de Educación, Cultura y Deporte de la
Generalitat Valenciana.
Para concluir, un recuerdo muy especial a las personas que, en algún momento, han
estado vinculadas al yacimiento, compartiendo las fatigas de una labor no siempre
demasiado grata. Esta obra también es vuestra recompensa.
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Del “cementerio de moros” a la morada del hombre primitivo
Dos hombres, de barba cuidadosamente recortada y semblanza formal, se abren paso
a través de una pequeña senda, siguiendo las indicaciones que han recibido de los
sorprendidos lugareños. La espesura de la vegetación del barranco, conocido como
Bolomor, contrasta con la aridez y el paisaje agostado en la solana de la Serra de
Les Creus, situada justo enfrente del Mondúver, macizo donde se abre la garganta. Al
llegar a su destino, se acurrucan junto a la boca de la cavidad, ahora desmantelada. El
paso del tiempo y la acción humana no han logrado, sin embargo, hacer desaparecer el
sinfín de riquezas que alberga la cueva. Poco a poco, los dos hombres identifican, junto
a los huesos fósiles de diferentes especies de animales, las primeras evidencias de la
presencia del hombre primitivo; se trata de hachas de caliza silícea, sin duda asociadas
a la brecha ósea. Es el verano de 1867 y acaban de descubrir para la ciencia uno de
los yacimientos paleolíticos más importantes de Europa. Uno de los dos protagonistas
es Juan Vilanova y Piera, catedrático de Geología y Paleontología de la Universidad
Central de Madrid; el otro, su discípulo, Eduardo Boscá y Casanoves, futuro catedrático
de Historia Natural de la Universidad de Valencia.
Las exploraciones de estos dos investigadores en la Cova del Bolomor surgen a raíz de
las informaciones que se tienen desde, al menos, la década de los años 60 del siglo
XIX. Las primeras noticias hacen referencia a la búsqueda de tesoros por parte de
los vecinos de Tavernes de la Valldigna, quienes, alimentados por leyendas y relatos
infundados, denominan a la cueva “cementerio de moros”.
Juan Vilanova y Piera y Eduardo Boscá y
Casanoves, descubridores científicos de la
Cova del Bolomor en 1867.
9
[page-n-9]
Este testimonio es publicado, dos décadas después, por el geólogo Leandro Calvo en
el diario comarcal Litoral de Gandía:
«Estimulados los habitantes de La Vall por la codicia y creídos sin duda que se destinaba en
otro tiempo el dinero para enriquecer a los muertos, trabajaron para desencantar a la fuerza de
barrenos los tesoros escondidos en aquel Cementerio de Moros. No contentos con despeñar tanta
preciosidad... -dientes de carniceros, ciervos, algún paquidermo y también, pequeños pedazos
Leandro Calvo. Hidrogeólogo de las
E.P. de Gandia, ca. 1870.
angulosos de pedernal blanco- ..., continuaron excavando hasta las entrañas del monte la rendija
cada vez más angosta. La generación presente ya se da por desengañada, y Dios haga que los
venideros conserven lo poco que los presentes han dejado» (L. Calvo, Litoral nº 183, 1884).
Los materiales recogidos, durante esa primera visita, por Vilanova y Boscá fueron
entregados al Museo Arqueológico Nacional, constituyendo parte de sus fondos
fundacionales. Posteriormente, Eduardo Boscá debió frecuentar la cueva en varias
ocasiones, incorporando algunos de los restos óseos a una colección que, en la
actualidad, se conserva en la Facultad de Biología de Valencia. Estas donaciones
contribuyeron a fomentar el conocimiento del enclave arqueológico entre la comunidad
científica, en diversas universidades y congresos internacionales de Prehistoria. De
gran valor fue, también, el papel de Leandro Calvo en la década de 1880, dado que los
resultados de sus exploraciones sirvieron para crear una primera y somera descripción
estratigráfica de la cueva, publicada en 1896 en la obra Simas y Cavernas de España
del geólogo Gabriel Puig y Larraz.
Inventario de la colección Vilanova y Piera en
la que se citan las piezas recogidas por éste
en Cova del Bolomor. Museo Arqueológico
Nacional (exp. 1868/51).
10
A comienzos del siglo XX, el interés por la Cova del Bolomor se incrementa, recibiendo
las visitas de reconocidos naturalistas e investigadores como Henri Breuil, en 1913, o
Luis Pericot, en 1932. Este último recogió un lote de materiales que fue depositado
por Breuil en el Institut de Paléontologie Humaine de Paris. Para ese momento, la Cova
del Bolomor era ya considerada, junto a otras cuevas de la zona como Cova de les
Meravelles, Cova del Parpalló o Cova Negra, un enclave que ratificaba la presencia del
hombre prehistórico o del “hombre primitivo” en tierras valencianas.
[page-n-10]
Pero el entusiasmo y rigor científico de esta primera época de investigaciones topó con
la realidad de un país poco acostumbrado a valorar y proteger los vestigios del pasado.
Así, hacia 1935, se produjeron una serie de actividades mineras en la cueva con el
objetivo de explotar la roca de los mantos estalagmíticos, para lo que se emplearon
barrenos y cuyo resultado aún puede observarse en el perfil escalonado del Sector
Norte. Parte de los bloques se destinaron, según información oral, a construir las
mesas del antiguo casino de Tavernes de la Valldigna, actualmente desaparecido.
El resultado de estas actividades fue devastador. Junto con las actuaciones previas
de los “buscatesoros”, la apertura de galerías para alcanzar la roca destruyó
aproximadamente un 70 por ciento del depósito arqueológico existente.
Primeras publicaciones donde se cita la Cova del Bolomor como yacimiento prehistórico.
Lámina de la obra Origen, Naturaleza y
Antigüedad del hombre de J. Vilanova (1872).
11
[page-n-11]
Una vez agotada la cantera, el yacimiento cayó en un profundo olvido, potenciado
por el estallido de la Guerra Civil y la gran depresión de la posguerra. No es hasta la
década de 1970 cuando vuelve a ser objeto de atención, en este caso por el Servicio de
Investigación Prehistórica de la Diputación de Valencia, con motivo de su catalogación
como enclave arqueológico. Este interés conlleva la realización, en 1977, de una
pequeña cata por parte de José Aparicio, quien hace una primera valoración de las
industrias existentes en la cueva, clasificándolas como musterienses.
En 1982 una nueva visita cambia el destino del yacimiento. Uno de los miembros
del equipo y coautor de este libro, Josep Fernández Peris, por entonces estudiante
de Prehistoria, recorre, junto a los miembros del Centro Excursionista de Tavernes,
varias cuevas de la localidad. En Bolomor descubre una “majestuosa estratigrafía
con huesos e industria lítica” que, en aquel momento, consideró el primer Paleolítico
inferior de las tierras valencianas con industria tayaciense, según las consideraciones y
clasificaciones tipológicas de la época. De ese modo, se inicia la creación de un equipo
multidisciplinar -respaldado por las geógrafas Mª Pilar Fumanal y Michèle Dupré y
el prehistoriador Valentín Villaverde de la Universitat de València- para conseguir
un permiso de intervención arqueológica. Esta autorización es concedida, por la
Extracción minera y talla manual de un
bloque estalagmítico en la Cova del Bolomor.
Conselleria de Cultura, en 1989, dando paso a la primera campaña de excavación,
dirigida por Josep Fernández y Pere Guillem, vinculada al Servicio de Investigación
Prehistórica de Valencia bajo la dirección de Bernat Martí.
Las excavaciones sistemáticas en la cueva han supuesto un nuevo y fructífero período
de hallazgos arqueológicos relacionados con la prehistoria más antigua de estas
tierras. Por paradójico que parezca, 25 años de estudio e investigación han devuelto a
Bolomor la consideración que se tenía de este enclave hace más de un siglo, cuando
dos grandes investigadores recorrieron por primera vez ese frondoso barranco, para
Primera ficha de inventario de la Cova del
Bolomor. Museo de Prehistoria de Valencia.
12
encontrarse con un lugar que ya consideraron de gran interés. Era el verano de 1867 y
se iniciaba, así, la historia de un yacimiento excepcional.
[page-n-12]
Un yacimiento paleolítico excepcional
La Cova del Bolomor es uno de los yacimientos prehistóricos más singulares de los
que se conocen en el continente europeo. Se trata de una cueva poco profunda,
actualmente con morfología de abrigo, enclavada en la ladera oriental del barranco del
mismo nombre, a 100 metros sobre el nivel del mar. Esta cueva fue ocupada durante
el período cultural que, a grandes rasgos, se conoce como Paleolítico medio y que en
términos geológicos corresponde al Pleistoceno medio, abarcando un lapso temporal
que oscila entre los 400.000 y los 100.000 años antes del presente.
La cavidad destaca imponente entre otras formaciones rocosas de origen kárstico
existentes en el barranco, a modo de un gran balcón orientado hacia el valle. La
Valldigna, como se conoce -desde la conquista cristiana- a esta depresión, se abre
paso entre los relieves montañosos del Mondúver y la alineación de las sierras de Les
Agulles y Les Creus, prolongándose hasta el mar Mediterráneo. Está atravesada por
el río Vaca o de Xeraco, que desemboca a escasos kilómetros de la cueva y forma un
marjal litoral muy mermado como consecuencia de la secular expansión agrícola y de
agresivos proyectos urbanísticos.
Las características del entorno de Bolomor revelan un paisaje lleno de contrastes y de
riquezas naturales a lo largo de toda la Prehistoria. La confluencia de vías naturales
Situación de la Cova del Bolomor.
13
[page-n-13]
de comunicación y la existencia de zonas anegadas en las tierras llanas, como lagos
y marjales, debieron constituir un importante reclamo para las manadas de algunas
especies de animales en sus ciclos migratorios y un lugar permanente de hábitat para
muchas otras. La abundancia de caza en el entorno, unida a las buenas condiciones de
habitabilidad de la cueva, convirtieron este enclave en un buen refugio temporal para
el hombre. Además, el amplio dominio visual que se tiene desde la cavidad y su altitud
media respecto al valle permitieron el control de un territorio fácilmente accesible
desde un lugar protegido y seguro.
Vista aérea del yacimiento y de La Valldigna.
Paisaje del barranco del Bolomor.
14
En la actualidad, si bien el paisaje de la llanura litoral se ha transformado drásticamente
como consecuencia del crecimiento demográfico y de la expansión de los cultivos,
el Barranco del Bolomor mantiene la esencia de un territorio agreste, al verse
menos afectado por la acción del hombre. Así, tan sólo los naranjos situados en las
zonas abancaladas más bajas contrastan con una vegetación silvestre típicamente
mediterránea en la que predominan las especies arbustivas como el romero, el palmito,
la coscoja o la jara. Los carrascales propios del antiguo bosque mediterráneo han
desaparecido, como consecuencia de un largo proceso de degradación. No obstante,
algunas especies han encontrado en este enclave un lugar óptimo donde “resistir”,
tales como el fresno de flor, el durillo, la madreselva, la zarzaparrilla, el aladierno,
el enebro, la sabina negral y el endemismo de la especie Anthirrinum valentinus,
conocido popularmente como Conillet blanc.
La cavidad, de unos 35 metros de longitud y 17 de anchura, ha sufrido las
transformaciones propias de un yacimiento en proceso de excavación y estudio. Para
evitar los expolios y los actos vandálicos, en 1990 se realizó un vallado perimetral
que fue reforzado en 2007. En ese mismo año se construyó una visera artificial con el
objetivo de evitar las escorrentías de agua hacia el interior de la cueva que, en épocas
de lluvia, dificultaban el proceso de excavación. También se levantó una plataforma
interior con el fin de mejorar las condiciones de trabajo y la circulación en las visitas
guiadas, cada vez más numerosas como consecuencia del creciente interés por el
yacimiento.
[page-n-14]
Poco queda, por tanto, de aquella estrecha y alargada entrada a una cavidad cuyas
paredes y techo parecían constituidas, según algunos de sus primeros visitantes, “por
un conglomerado de caliza y huesos de diferentes especies animales, en forma de
durísima roca”. En realidad, sólo eran las galerías abiertas por los mineros, que dejaban
a la vista un relleno compuesto de tierra brechificada, endurecida por el goteo del
agua caliza en determinadas épocas. Actualmente, con unos 50 m2 de excavación en
extensión, la apertura de la cueva se muestra de nuevo en todo su esplendor, dando
una imagen más aproximada de lo que fue este enclave en época prehistórica. Su
interior depara una ilustrativa estratigrafía, formada por los sedimentos acumulados
durante miles de años, símbolo del pasado de Bolomor y testimonio que se pretende
dejar intacto para las generaciones futuras.
Vista de la excavación del Sector Norte de la Cova del Bolomor en la campaña de 2007.
15
[page-n-15]
25 años de investigación y excavaciones arqueológicas (1989-2013)
La década de los años 80 del pasado siglo XX fue, sin duda, un buen momento para
la investigación prehistórica en España, gracias a las nuevas posibilidades de la recién
implantada democracia. De ese modo, en el territorio valenciano se crearon equipos
de investigación en torno a los yacimientos paradigmáticos de las diferentes épocas
prehistóricas, con el objetivo de determinar sus características y periodización.
En el ámbito de los estudios sobre Paleolítico medio, el proyecto de la Cova del
Bolomor surgió acompañado de otros como el de Cova Negra (Xàtiva, Valencia), El
Salt (Alcoi, Alicante) o Cova Beneito (Muro d’Alcoi, Alicante), dirigidos por Valentín
Villaverde, Bertila Galván y Guillermo Iturbe y Emili Cortell, respectivamente. Los datos
de las nuevas campañas de excavación, así como la revisión de los estudios anteriores
realizados sobre estos enclaves, permitirían abordar un amplio período cronológico
sobre el que asentar las bases del Paleolítico regional.
Vista del Sector Norte en 1982 antes del
inicio de las excavaciones arqueológicas.
16
Las primeras campañas de excavación arqueológica en Bolomor se centraron en
la realización de un primer levantamiento topográfico y en la regularización del
depósito sedimentológico, de cara a determinar aquellas zonas no afectadas por las
actuaciones mineras. Básicamente se conservaban tres áreas intactas -al norte, al
oeste y al este-, siendo la parte central de la cavidad la que presentaba mayores
remociones de tierra.
[page-n-16]
La excavación intensiva en el área oeste del yacimiento, hasta alcanzar la base de la
cueva, reveló una importante estratigrafía excepcionalmente conservada. Se determinó
la existencia de 17 niveles estratigráficos, datándose algunos de ellos y obteniendo,
así, una secuencia cuyos horizontes más antiguos superan los 350.000 años, mientras
que los más recientes alcanzan los 100.000 años antes del presente. Esta intervención
permitió, al mismo tiempo, realizar los primeros estudios de pequeños mamíferos
-microfauna-, polen y semillas -palinología y carpología-, sedimentos -sedimentología,
fauna -zooarqueología- e industria lítica, a partir de los que crear una base sólida de
investigación para afrontar el inicio de la excavación extensiva de algunas zonas de la
cueva.
La Cova del Bolomor con la representación de los diferentes depósitos sedimentológicos de su interior.
17
[page-n-17]
Equipo de excavación de la campaña del año 1991.
Cribado en seco de sedimentos procedentes de la Cova del Bolomor en 1992.
En aquel momento, el conocimiento acerca del Pleistoceno medio peninsular y europeo
era, en comparación con otras etapas más recientes, muy elemental, especialmente
acerca de las primeras fases y de la “transición” al Pleistoceno superior. El principal
problema fue que muchos de los modelos teóricos acerca de los modos de vida en
este período se habían realizado a partir del estudio de yacimientos al aire libre,
carentes de estratigrafías prolongadas en el tiempo, restos faunísticos o dataciones
vinculadas a las industrias líticas. Por otro lado, las estratigrafías de las cavidades
estudiadas, aunque proporcionaban mayor información diacrónica, correspondían,
mayoritariamente, a los momentos del Pleistoceno superior, con secuencias de menos
de 100.000 años de duración.
Equipo de excavación del año 2006.
18
En este contexto, la Cova del Bolomor permitió observar, por primera vez en la vertiente
mediterránea de la Península Ibérica, los cambios en el paisaje, en el clima, en la fauna
y, como consecuencia, en los modos de vida a lo largo de más de 250.000 años en un
mismo espacio. Además, al tratarse de uno de los escasos yacimientos arqueológicos
de Europa con estratigrafías pleistocenas amplias, su estudio permitía la comparación
de los datos con los de otros enclaves peninsulares y europeos, contribuyendo de
forma importante al análisis de los patrones humanos de selección de hábitat y a los
procesos generales de adaptación y subsistencia.
[page-n-18]
En 1994 se produce un hallazgo excepcional, ya que se descubre el primer resto
humano, un molar inferior izquierdo de un individuo de entre 3 y 4 años procedente
del nivel IV, con una cronología estimada de 120.000 años. Este descubrimiento abrió
en Bolomor una nueva línea de trabajo relacionada con la Paleoantropología, a cuyo
análisis se incorporaron, progresivamente, otros restos humanos que, en la actualidad,
ascienden a siete. Estos fragmentos de huesos o dientes se han atribuido de forma
genérica a la especie Homo neanderthalensis, excepto el resto más antiguo adscrito al
nivel XIII que probablemente corresponda a la especie Homo heidelbergensis, con una
cronología cercana a 250.000 años.
En la excavación del año 1994, además del primer resto humano, se hace un
descubrimiento de gran relevancia. En el nivel IV se documentan cuatro hogares
de diferentes tamaños. Un año antes, en el nivel II se habían registrado unas
Situando elementos arqueológicos en tres
dimensiones (3D) en la campaña de 2009.
acumulaciones de cenizas, pero sin evidencia de un uso controlado del fuego en un
espacio claramente definido. Los hogares fueron excavados con detalle, aunque no se
empleó una metodología moderna y específica que, años más tarde, sí ha permitido
identificar y demostrar, con pruebas científicas irrefutables, las primeras estructuras
de combustión de este territorio. En 2000, con la aparición de dos hogares en el nivel
XI, de unos 170.000 años, se pone en práctica esta metodología precisa y adecuada
que es aplicada sistemáticamente en los cinco hogares que se registraron en los años
posteriores en ese mismo nivel y en los dos hogares del nivel XIII, por el momento los
más antiguos del sur de Europa con una datación en torno a 230.000 años.
La aparición de los hogares en Bolomor no sólo implicó la constatación de la
existencia de fuego controlado por el hombre en fechas antiguas del Pleistoceno, no
documentado hasta el momento en la Península Ibérica. También posibilitaba, por
primera vez, la realización de estudios de distribución de los materiales arqueológicos
en el yacimiento -tales como restos de animales y herramientas líticas- en torno a
unas estructuras de combustión que correspondían a momentos puntuales y a tareas
específicas de la vida humana, como pequeños escenarios “congelados” en el tiempo.
Tomando medidas de un fragmento óseo
recuperado durante la excavación de 2007.
19
[page-n-19]
Utilización de la Estación Total en la ubicación del material arqueológico.
Sistema de excavación y registro de datos durante la campaña de 2010.
Estos estudios se están ampliando, gracias un registro minucioso y a las nuevas
técnicas de análisis espacial, a todos los niveles excavados, de forma que, en un futuro
próximo, se podrán definir cada una de las ocupaciones humanas de la cavidad.
Dibujo del material arqueológico.
20
Las excavaciones en extensión en el sector norte han incrementado todas las
posibilidades de análisis, lo que ha supuesto un verdadero impulso en la labor diaria por
conocer y dar difusión al enclave. Esta realidad ha derivado, del mismo modo, en una
estrecha colaboración con investigadores e instituciones nacionales e internacionales
de prestigio, cuyas aportaciones han sido y serán, en el futuro, fundamentales en el
proceso de investigación y caracterización del yacimiento.
[page-n-20]
La historia comienza hace 400.000 años
El tiempo, desde el ámbito de la Geología y de la Prehistoria, es un término complejo.
Miles de años que son testigos de innumerables cambios en cuanto al clima, al paisaje,
a los recursos naturales y al propio ser humano.
El Pleistoceno es un período de escala temporal geológica que comienza hace unos 2,6
millones de años, caracterizado por la aparición del hombre y la alternancia de épocas
glaciales y otras más templadas. En las tierras valencianas, el conocimiento acerca
de la evolución del mismo ha estado muy condicionado por el estudio de terrazas
fluviales y depósitos marinos discontinuos que proporcionaban una información
desigual. Del mismo modo, las estratigrafías presentes en otras cuevas se limitaban,
fundamentalmente, a los momentos avanzados del Pleistoceno superior, por lo que
no proporcionaban información más allá de 50.000 años de antigüedad.
La excavación en la Cova del Bolomor supone un gran cambio de este panorama,
al presentar una cronoestratigrafía continua de más de 350.000 años. Como lugar
geológico es, por tanto, un enclave excepcional, poco afectado por los procesos
erosivos que, por el contrario, sí han sufrido las laderas y el valle. Pero, además,
Bolomor conserva miles de pruebas y evidencias sobre la evolución de todos los
recursos del entorno susceptibles de ser explotados por el hombre o por otros
mamíferos que ocuparon, esporádicamente, la cavidad. Un valioso registro, a orillas del
Mediterráneo, que la naturaleza ha preservado para nuestro deleite y conocimiento.
Primer perfil estratigráfico de la Cova del
Bolomor elaborado por M.P. Fumanal (1989).
21
[page-n-21]
Recreación de la evolución de la Valldigna y la Cova del Bolomor durante el Pleistoceno.
22
[page-n-22]
Estratigrafía del Sector Occidental previa a la excavación de 1988.
Estratigrafía del Sector Occidental en la excavación de 2003.
La historia de Bolomor, desde el punto de vista arqueológico, comienza,
aproximadamente, hace unos 400.000 años, si bien la génesis de la cueva se debió
iniciar entre 2 y 5 millones de años, en el Plioceno o en los inicios del Pleistoceno. Su
formación, de origen kárstico, se produjo en un ambiente cerrado y cálido, sin abertura
al exterior, momento al que corresponden las capas de manto estalagmítico sobre el
que se asienta el relleno sedimentario de la cueva. Unas capas, de aspecto compacto y
de estructura cristalina, que se producen por la continua precipitación de agua filtrada
y la deposición de carbonato cálcico.
La cavidad se abre al exterior en un momento indeterminado, muy probablemente
ya en el Pleistoceno medio, a través de una boca o conducto. A partir de ese instante
comienza a entrar sedimento desde el exterior y a rellenarse, de forma progresiva,
el espacio interior. En aquel período, el Barranco del Bolomor no tendría su actual
morfología encajada, sino que la ladera se prolongaría hacia el valle y las aguas se
evacuarían hacia las tierras llanas a través de conductos kársticos subterráneos. La
progresiva erosión y el retroceso de la ladera dieron lugar a la garganta, provocando
el desmantelamiento de la red de cuevas que quedaron colgadas hacia el barranco. Es
en ese momento cuando la Cova del Bolomor se abre definitivamente a través de una
Fragmento de brecha ósea del nivel VI.
23
[page-n-23]
gran boca y cuando comienzan las ocupaciones humanas, antes de 350.000 años. Poco
tiempo después, a partir de los 300.000 años -nivel XVI- se produce el hundimiento
de la visera de la cueva, posiblemente relacionado con un proceso sísmico, así como
un nuevo ensanchamiento de la boca de la cavidad, lo que se traduce en una mayor
entrada de sedimento desde el exterior -nivel XV.
Sección longitudinal N-S proyectada del depósito arqueológico con representación de los diferentes estratos geológicos y su ubicación cronoestratigráfica.
24
[page-n-24]
Vista del Sector Norte con la ubicación de los diferentes estratos geológicos en 2006.
Desde el inicio de la ocupación humana de la cueva, su evolución y la del paisaje
circundante se explica en cuatro grandes fases que reflejan los cambios climáticos
más importantes, con los que se relacionan los procesos de transgresión y regresión
marina, es decir, de lejanía o cercanía del mar. Cada una de estas fases está constituida
por varios niveles sedimentológicos -hasta 17- que son los que han proporcionado los
datos necesarios para su caracterización y, en los casos en los que ha sido posible, las
dataciones absolutas o relativas.
La Fase Bolomor I comprende a los niveles XVII al XV y está fechada entre
350.000 y 250.000 años antes del presente, por lo que se inscribe dentro de
los estadios isotópicos -marine isotopic stage (MIS)- 8 y 9. La única datación
procedente de esta fase -525.000 ± 125.000- es del nivel XVII, obtenida por
racemización de aminoácidos.
Análisis de susceptibilidad magnética y
cicloestratigrafía de los procesos climáticos
que afectan a las propiedades magnéticas
del sedimento de Bolomor (método MSEC) y
su interpretación, según B. Ellwood.
25
[page-n-25]
Este conjunto de niveles corresponde a un momento de clima fresco, de
cierta humedad, cuya consecuencia más evidente es la brechificación o
endurecimiento del sedimento de la cueva por la deposición del carbonato
cálcico del agua que se filtra por las paredes y el techo. Los pequeños
mamíferos documentados en estos niveles también contribuyen a determinar
las características climáticas. La presencia de Allocricetus bursae -hámsterindica un clima frío, si bien la existencia de especies como Microtus brecciensis
-topillo mediterráneo- y Talpa europaea -topo- señalan el desarrollo de unas
condiciones menos rígidas, de cierta humedad. Se trata de un período de
regresión marina, en el que el mar está más alejado que en la actualidad, con
un paisaje fluvial de curso medio rodeado de importante vegetación arbustiva
y arbórea, donde abundan los carrascales. Los niveles freáticos son elevados,
de modo que en las zonas llanas emergen lagunas y marjales. Este entorno
está ligado a una fauna fría con especies como el megaceros, el caballo o el
rinoceronte.
Nivel del Mar Mediterráneo durante el
Pleistoceno y su relación con los Estadios
Isotópicos (MIS) , según V. Rosselló (1996).
La Fase Bolomor II corresponde a los niveles XIV y XIII, de 250.000 a 150.000
años, dentro del MIS 7. Se han obtenido tres dataciones por termoluminiscencia,
dos en el nivel XIV, de 233.000 ± 35.000 y 225.000 ± 34.000; y una en el nivel
XIII, de 152.000 ± 23.000.
El inicio de esta fase viene marcado por un cambio gradual pero muy acusado
de las condiciones climáticas, que refieren a un ciclo interestadial de templado
a cálido, estacionalmente muy húmedo y con fuerte predominio de lluvias,
lo que provocaría el encharcamiento periódico de la cueva. Este hecho viene
confirmado por la desaparición de micromamíferos de climas áridos y fríos y el
incremento de Microtus brecciensis, propio de condiciones húmedas.
Se produce un descenso acusado de la fauna fría y aparecen otras especies
como el ciervo, el gamo o las tortugas, propias de climas más templados.
26
[page-n-26]
En las últimas campañas de excavación se ha detectado la presencia, en los
momentos finales, de elefantes y macacos, aunque es posible que aparezcan
con anterioridad, aspecto que se deberá corroborar con la excavación en
extensión de los niveles correspondientes. El paisaje se modifica ligeramente,
con una progresiva entrada del mar hacia el valle y la formación de restingas y
albuferas.
La Fase Bolomor III abarca los niveles XII a VIII, entre 150.000 y 130.000 años,
en el MIS 6. Corresponde a un ciclo climático fresco y húmedo que evoluciona
paulatinamente hacia una situación fría y árida -nivel XII-, lo que deriva en la
caída de plaquetas y grandes lajas del techo de la cueva debido a la acción
del hielo o gelifracción. Esta etapa marca la máxima regresión del Pleistoceno
medio, con un descenso del nivel marino estimado en unos 150 metros que situó
la línea de costa a unos 30 km de la actual. Al descender el mar se generaron
importantes cordones dunares y los ambientes sedimentarios continentales se
adaptaron a las formaciones fluviales de cuenca media, con extensas praderas
y bosques de ribera, así como áreas boscosas en las zonas más elevadas. La
fauna característica de este momento también señala un clima más seco y
riguroso, con la desaparición del megaceros y una importante presencia de
caballo, acompañado de otros herbívoros y de pequeños mamíferos como el
hámster o el lirón (Elyomis quercinus).
Relación de los niveles de Bolomor con los
Estadios Isotópicos (MIS) y su cronología.
La Fase Bolomor IV comprende los niveles VII a I, situados cronológicamente
entre el 130.000 y el 100.000 antes del presente, en el MIS 5e. Del nivel II
procede una datación absoluta, obtenida por termoluminiscencia, de 121.000
± 18.000 años.
Esta fase corresponde al tramo superior de la secuencia, caracterizado por las
oscilaciones templadas y húmedas del último interglaciar, lo que provocó la
inundación parcial de la cueva y la brechificación de los sedimentos.
27
[page-n-27]
Durante esta fase se produce una importante variación de la línea de costa,
con avances y retrocesos pero con una inundación del valle mayor que en la
actualidad y, por tanto, una mayor proximidad del mar a la cavidad. La creciente
elevación del nivel del mar propició el encharcamiento de áreas que antes eran
de dominio fluvial, donde progresaron los cordones litorales generando zonas
anegadas. El nivel IV fue el de mayor transgresión marina, con un ambiente de
tipo “subtropical”.
El paisaje de este momento estuvo constituido por importantes zonas
boscosas, muy extensas debido a la elevada humedad local. Estas arboledas
se desarrollarían desde las umbrías de montaña hasta las abundantes zonas
lacustres y fluviales vinculadas al río Vaca y a las restingas y albuferas, donde
habitaría una fauna propicia con especies como hipopótamos, aves y pequeños
musgaños (Neomis sp.) y ratas de agua (Arvicola sapidus). Las frondosas zonas
de ladera y montaña, con presencia de árboles y arbustos como el almez o el
endrino, estarían ocupadas por cabras, gamos, jabalíes y pequeñas musarañas
(Sorex minutus) y erizos (Erinaceus europaeus); así como los ciervos, grandes
bóvidos, conejos, musarañas y topillos habitarían las praderas situadas entre
las laderas y las áreas lacustres.
Muestras para el análisis sedimentológico y
polínico en Cova del Bolomor (1989).
28
En esta fase postrera, la Cova del Bolomor, situada a los pies de un valle
prácticamente anegado, es testigo de las últimas ocupaciones humanas
antiguas, antes de la llegada de los profundos cambios de una nueva época
geológica conocida como Holoceno.
[page-n-28]
Los restos humanos: evolución y linaje
La aparición del hombre en el área mediterránea de la Península Ibérica se inserta en
el proceso de colonización del género Homo del continente europeo, iniciado hace
más de un millón de años. Esta expansión debió tener, ineludiblemente, su origen en
un homínido africano -descendiente de alguna de las ramas evolutivas propuestas a
partir del Homo habilis- lo que derivó en un linaje propiamente europeo, que culmina
y se extingue con la especie Homo neanderthalensis.
Durante décadas, el análisis antropológico de los restos fósiles humanos ha generado
teorías encontradas. Los recientes estudios filogenéticos han contribuido a resolver
parte de este problema. Los análisis de ADN mitocondrial, aplicados por primera vez
en 1997, determinaron que las diferencias genéticas entre Homo neanderthalensis y
Homo sapiens son significativas y que, por tanto, estos últimos no son descendientes
directos de los anteriores. No obstante, la primera secuencia de ADN nuclear, conocida
en 2010, confirma la presencia de genes neandertales en poblaciones euroasiáticas,
contribución que se debió producir por un cruce entre especies, cuando el ser humano
moderno llegó a Oriente Medio tras su salida de África, hace unos 200.000 años.
Al margen de este debate, y retomando el discurso inicial, los escasos vestigios
existentes no permiten determinar con precisión en qué momento las primeras
comunidades que salieron del continente africano se establecieron de forma
permanente en Europa.
Molar inferior del nivel IV. Primer resto fósil
humano hallado en Bolomor (1994).
29
[page-n-29]
En el yacimiento de Atapuerca (Burgos) la presencia del hombre está atestiguada
desde hace algo más de un millón de años -Homo antecessor-, por lo que es factible
que, en esa cronología, esta especie ya ocupara las tierras valencianas, aunque no se
hayan documentado pruebas sobre ello.
Las evidencias más antiguas corresponden a homínidos del linaje neandertal, según los
primeros niveles de ocupación de la Cova del Bolomor datados hace más de 350.000
años. Un hábitat de grupos de cazadores-recolectores cuyas características denotan
un triunfo adaptativo y, posiblemente, el primer poblamiento humano consolidado de
estas tierras. Los restos antropológicos hallados hasta la actualidad en este yacimiento
corresponden a siete piezas óseas. Se trata de elementos recuperados en el proceso
de excavación, perfectamente contextualizados, y otros que proceden de los desechos
de las antiguas remociones mineras, cuya adscripción cronológica en algún caso se
ha efectuado a partir de las características del sedimento adherido. El conjunto está
formado por los restos que, a continuación, se detallan:
Diáfisis de peroné (HCB 01). Nivel III.
-Molar deciduo superior derecho de un individuo de seis a nueve meses de
edad (HCB 03).
-Canino inferior izquierdo, de características muy similares a las de los humanos
actuales, posiblemente de un individuo femenino adulto (HCB 04).
-Fragmento de parietal coincidente con la sutura coronal de individuo adulto
(HCB 06).
-Diáfisis de peroné de un individuo adulto con una cronología estimada en
110.000 años -nivel III (HCB 01).
Canino superior (HCB 05).
30
-Molar inferior izquierdo de un individuo de unos cinco años de edad con una
cronología estimada de 125.000 años -nivel IV (HCB 02).
[page-n-30]
-Fragmento de parietal de individuo adulto, posiblemente procedente del nivel
VI, con una cronología estimada de 130.000 años (HCB 07).
-Canino superior izquierdo de individuo adulto de características arcaicas con
una cronología estimada entre 190.000 y 235.000 años (HCB 05).
Los restos óseos humanos encontrados en la Cova del Bolomor constituyen una
muestra reducida y fragmentada en la que destacan los elementos dentales frente
a los postcraneales. Los siete restos pueden ser atribuidos a individuos diferentes
-dos niños y cinco adultos- en función de sus propiedades físicas, edad de muerte
y ubicación estratigráfica. Por sus características y cronología han sido clasificados
dentro de la especie Homo neanderthalensis, a excepción de la pieza más antigua (HCB
05), cuyos rasgos arcaicos difieren métricamente de los neandertales y se relacionan
bien con otros restos encontrados en yacimientos como Atapuerca (Burgos), Krapina
(Croacia) o Mauer (Alemania), adscritos a la especie Homo heidelbergensis. Todos los
restos humanos de Bolomor muestran características arcaicas y neandertales, con los
rasgos morfológicos propios de este linaje evolutivo.
Molar superior infantil (HCB 03).
Uno de los fósiles más relevantes del yacimiento es el parietal casi completo hallado
dentro de un bloque de sedimento brechificado (HCB 07). Las suturas del endocráneo
indican su relación clara con las poblaciones tempranas de neandertales en camino
de transformación hacia los neandertales clásicos europeos propios del Pleistoceno
superior. Todos sus rasgos morfológicos y métricos analizados sugieren afinidades
con otros restos arcaicos, mientras que el pronunciado grosor de la bóveda craneal
evidencia su relación con las poblaciones del Pleistoceno medio europeo.
Los fósiles humanos encontrados en yacimientos del Pleistoceno medio en Europa
han permitido reconstruir pieza a pieza, como si de un puzzle se tratara, el aspecto de
estas poblaciones. Así, por primera vez, podemos dotar de rasgos físicos al “Hombre
de Bolomor”, devolviéndole el protagonismo que, a menudo, sólo se centra en las
herramientas que fabricaron o en los restos de los animales consumidos.
Canino inferior femenino (HCB 04).
31
[page-n-31]
Parietal con brecha adherida del nivel VI.
Vista de la cara interior del parietal (HCB 07).
Los homínidos que ocuparon la Cova del Bolomor tendrían una postura totalmente
erguida, con una altura entre 1,60 y 1,70 metros, dependiendo del sexo. Su peso
rondaba entre los 80 y 100 kilos debido a una constitución pesada y a una musculatura
robusta, como se deduce del tamaño de sus huesos y de las pronunciadas marcas de
las inserciones musculares en los mismos. En comparación con el Homo sapiens, su
esqueleto era fuerte y robusto, con una caja torácica más ancha y corta, una pelvis
alargada y plana, y las extremidades relativamente cortas y arqueadas en relación al
cuerpo. El cráneo, de una capacidad similar a la del Homo sapiens, presentaba una
morfología ovalada y menos globular que la nuestra con un marcado abultamiento
en la zona occipital o posterior, denominado “moño occipital”. La posesión de un
espacio retromolar dentro de unas mandíbulas potentes y sin mentón, así como una
nariz amplia y proyectada hacia delante, contribuyen a que el rostro del neandertal
tuviera una faz prominente denominada prognatismo medio facial. Otro de los rasgos
más característicos y conocidos son la frente baja y los marcados arcos superciliares
encima de las cavidades oculares, lo que hacía sobresalir las cejas.
32
[page-n-32]
Desde una perspectiva genética y evolutiva estos grupos humanos presentan unas
características perfectamente adaptadas a las condiciones ambientales europeas, con
una constitución mucho más robusta y una altura inferior a la nuestra, una capacidad
craneal ligeramente mayor y, como corresponde a su ubicación geográfica, una piel
blanca, ojos claros y cabello rubio o pelirrojo.
La población estaba compuesta por individuos infantiles y adultos que,
presumiblemente, vivían en grupos de 30 a 50 individuos, tanto hombres como
mujeres. Estos seres humanos desarrollaron unas relaciones sociales complejas
gracias a un lenguaje o sistema de comunicación oral muy eficiente, posiblemente
similar al moderno, tal y como parecen revelan algunas partes del esqueleto craneal
-hueso hioides y del oído medio-, así como los estudios filogenéticos y experimentales
basados en los rangos de frecuencia de audición. El uso del fuego controlado, que
permitió alargar las horas de luz en los campamentos, debió ser determinante en el
desarrollo de este lenguaje y de un pensamiento complejo aplicado a unas estrategias
de subsistencia muy eficientes basadas en la caza y en la recolección.
Los homínidos de Bolomor no debieron vivir más de 40 años, coincidiendo con el
fin del ciclo reproductivo de las mujeres, y sólo unos pocos alcanzarían esta edad
máxima. Las hembras debieron tener una esperanza de vida ligeramente inferior a
la de los varones, por los riesgos del parto, aunque éstos tendrían más posibilidades
de fallecer en las actividades de caza. De ese modo, niños y jóvenes constituirían el
mayor porcentaje poblacional de los grupos o clanes, con altas tasas de natalidad pero
también de mortalidad infantil, como revelan los hallazgos arqueológicos. En este
contexto es poco probable la presencia de más de dos generaciones dentro del mismo
grupo, lo que obligaría a los individuos neandertales a iniciar el ciclo reproductivo
de forma muy temprana. Para evitar la consanguinidad y las enfermedades asociadas
sería necesario el contacto con otros grupos humanos que permitiera el intercambio
de individuos, probablemente de las mujeres. En el yacimiento de El Sidrón (Asturias)
los estudios genéticos demuestran el uso de esta práctica, lo que no implica que en
otras zonas no se desarrollaran otras distintas con la misma finalidad.
Recreación del Hombre de Bolomor para la
exposición Els primers habitants de les terres
valencianes en 1997 (dibujo F. Chiner).
33
[page-n-33]
Los restos humanos y sus ocupaciones informan de una estructura social compleja
y eficiente, que aglutina a miembros iguales cuyos roles debieron depender de su
sexo, edad y experiencia. La cultura, como en el caso de otros grupos de cazadoresrecolectores, está basada en la transmisión de información, por lo que el cuidado
de los individuos seniles es fundamental para contribuir a la educación de las
nuevas generaciones. En este sentido, el uso del lenguaje articulado sería un factor
determinante no sólo para el desarrollo de estrategias de subsistencia, sino en la
transmisión de valores culturales y simbólicos. Es muy probable que estas especies
ya tuvieran algunas formas de expresión simbólica -pinturas corporales o sencillos
adornos-, aunque no está claro que, al menos de forma temprana, enterraran a sus
muertos o realizaran pinturas o grabados rupestres. Lo que sí sabemos es que el
cuidado de los enfermos o de individuos con movilidad limitada fue importante y en
algunos grupos se practicó el canibalismo con cierta asiduidad. Estas prácticas, además
de otros datos que se exponen en los siguientes capítulos, nos remiten a una especie
con una complejidad social y comunicativa, así como una mente consciente y simbólica
que, en ciertos aspectos, pudo ser similar a la de los homínidos anatómicamente
modernos de este periodo.
El “Hombre de Bolomor”, al igual que sus congéneres, evolucionó en Europa hasta los
momentos avanzados del Pleistoceno superior. Las tierras valencianas fueron uno de
los últimos territorios que ocupó esta especie, cuyo hábitat se redujo a zonas europeas
aisladas y periféricas, hasta su extinción en torno a 25.000 años. En este momento
el Homo sapiens ya ocupaba -desde, al menos, 40.000 años- prácticamente todo el
continente y su irrupción, coincidiendo con la extinción de los neandertales, ha dado
origen a multitud de teorías causales, más o menos acertadas. Lo más probable es que
ésta fuera provocada por la conjugación de múltiples factores.
34
[page-n-34]
Utillaje lítico y tecnología
El ser humano, desde sus orígenes, ha desarrollado la capacidad de transformar la
materia prima para fabricar útiles o herramientas que emplear en las tareas cotidianas.
La participación de estos objetos en el desempeño de determinadas actividades
supuso un gran salto evolutivo, frente a otros primates que tan sólo utilizan elementos
naturales sin transformar o escasamente modificados. Del mismo modo, la realización
de objetos diseñados para desempeñar trabajos específicos permitió una mayor
optimización de los recursos que debió tener consecuencias en la organización social
de los grupos humanos y en una mayor eficacia de las estrategias de subsistencia.
También en la evolución cognitiva de nuestra especie, ya que la elaboración de
útiles implica el empleo de técnicas y operaciones que precisan una transmisión de
conocimientos mediante complejos procesos de comunicación.
En el Pleistoceno medio, el recurso natural más empleado por los grupos humanos
en la fabricación de herramientas es la roca, trabajada mediante la técnica del tallado
-industria lítica tallada-, si bien se debe tener en cuenta que los útiles realizados
con materia orgánica, como la madera, han desaparecido casi por completo. Estas
industrias líticas proporcionan una importante información sobre los modos de vida
prehistóricos, fundamentalmente acerca de la movilidad en el territorio, en función de
la proximidad o lejanía de las áreas de captación de las rocas.
Percusión directa sobre un núcleo para la
obtención de una lasca.
35
[page-n-35]
Las piezas líticas también informan del grado de desarrollo técnico alcanzado en cada
momento, mediante el análisis de los aspectos tecnológicos de los útiles, o de la
propia funcionalidad del yacimiento y el patrón conductual de los grupos humanos,
gracias a su asociación con otros vestigios como los restos faunísticos o los hogares.
En este sentido, los denominados estudios funcionales o traceológicos, realizados
mediante la observación macroscópica y microscópica de la superficie de las piezas,
permiten determinar, en ocasiones, el uso concreto de cada útil y el modo de empleo,
proporcionando datos acerca del aprovechamiento de los recursos existentes en un
territorio y de las estrategias empleadas por los grupos humanos para tal fin.
Percutor de caliza de grandes dimensiones.
La Cova del Bolomor, con su amplia secuencia cronoestratigráfica de más de 250.000
años, representa uno de los mejores registros paleolíticos de la Europa mediterránea
para conocer las características y evolución de los instrumentos líticos a lo largo del
Pleistoceno medio. Un lapso temporal en el que se producen importantes cambios
climáticos, ecológicos y ambientales que tienen una clara repercusión en las rocas
empleadas, las técnicas de elaboración y en los tipos y formas de los útiles.
Las herramientas talladas permiten identificar las áreas y estrategias de captación de
los recursos líticos que ofrecía el entorno de la cueva, así como los desplazamientos
sobre el territorio de sus habitantes. El método de obtención de rocas para tallar de
estas poblaciones de cazadores-recolectores casi siempre se limitaba a la recolección
superficial de cantos, nódulos y fragmentos desprendidos de las grandes masas donde
se formaron, siendo raras las labores propiamente extractivas o de tipo minero. Es
muy probable que este procedimiento formase parte de los recorridos cotidianos
ligados a otras tareas como la caza o la recolección de frutos y vegetales, ya que no
se observan desplazamientos a largas distancias para captar determinadas materias
primas o una explotación exclusiva e intensiva de las mismas.
Núcleos de pequeño formato en sílex.
36
El entorno de la cueva ha sufrido importantes cambios a lo largo de su historia
geológica, así como modificaciones antrópicas en la historia reciente. Debido a ello, no
siempre resulta sencillo ubicar las fuentes de materia prima lítica. No obstante, gracias
[page-n-36]
a los análisis de las piezas y a las prospecciones realizadas en los últimos años se han
podido identificar los tipos de roca explotados y localizar algunos lugares potenciales
de aprovisionamiento. Estas rocas tienen una propiedad común, que es la de fracturar
del mismo modo en cualquier dirección que se golpeen -fractura isótropa- lo que
permite predeterminar la forma de los útiles y obtener filos cortantes.
La caliza es la roca predominante en el territorio, tanto en las dos sierras que delimitan
La Valldigna -Serra de Les Creus y Mondúver- como en los coluviones y depósitos
fluviales que arrastran cantos de las mismas. Se trata, por tanto, de la materia prima
de mayor disponibilidad, con distintas calidades, y la única que se presenta en bloques
de gran formato. Son especialmente idóneas para la talla las calizas de grano fino
-micríticas- de colores verdosos y azulados que se documentan formando bancos en
el extremo oriental de la Serra de les Creus, en el pie de monte que da paso a la
llanura costera. Del mismo modo, los depósitos de gravas del río Vaca, cuyo curso
atraviesa La Valldigna relativamente cerca de la cueva, contienen distintos tipos de
calizas que también son adecuadas para su talla. La menor dureza y resistencia de
esta roca, así como su obtención en bloques, hizo que fuese aprovechada para las
herramientas cortantes de mayor tamaño y menor complejidad técnica -grandes
lascas y denticulados con filos simples marginales- pero no tanto para los útiles que
requieren el empleo de técnicas más depuradas para su configuración, que permiten
un reciclado o reaprovechamiento y que, por tanto, pueden soportar un mayor
desgaste asociado a un uso más intensivo o especializado en el yacimiento -raederas.
Pese a la mayor abundancia de la caliza, la roca preferida por los homínidos que
ocupaban la Cova del Bolomor era el sílex, empleado casi en el 80% de las piezas
documentadas. El sílex es la roca autóctona más adecuada para la confección de útiles
de piedra tallada por su gran dureza, su fractura controlable -mediante las técnicas
de elaboración- y porque permite la obtención de filos muy cortantes. Este material
no es muy abundante en el entorno y aparece en forma de pequeños cantos, lo que
llevó a los pobladores de la cueva a emplear distintas estrategias para su máximo
aprovechamiento. Este sílex pudo ser obtenido de múltiples y reducidos afloramientos
Denticulado en caliza micrítica, macroútil.
Punta pseudolevallois en caliza micrítica.
Raedera lateral recta en sílex.
37
[page-n-37]
en depósitos cretácicos y jurásicos de las sierras que rodean el yacimiento, como las
laderas meridionales del Macizo del Mondúver o el Pla del Barber, en la parte alta de la
Serra de les Creus, donde se localizan nódulos de sílex en los conglomerados y arcillas
de terra rossa. Las desembocaduras de los dos ríos cercanos de mayor envergadura, el
Serpis en Gandía y el Xúquer en Cullera, así como los depósitos de gravas y arenas de
la playa, también proporcionaron cantos de sílex -arrastrados de zonas más lejanas y
de mejor calidad-, aunque en proporciones reducidas.
Retocador en cuarcita de canto fluvial.
La última de las rocas empleadas de forma significativa en Bolomor es la cuarcita,
de grano grueso y de dureza similar a la del sílex, cuyos cantos fluviales de pequeño
tamaño parecen provenir, mayoritariamente, de las gravas aportadas por el río Xúquer
desde su curso alto -Sierra Martés.
Perforador en sílex.
Raedera lateral en sílex.
38
Las variaciones en la línea de costa, relacionadas con las fluctuaciones climatológicas
de ciclos glaciales e interglaciares durante el Cuaternario, influyeron enormemente en
la disponibilidad de rocas en el entorno de la cueva. Los cantos marinos de sílex fueron
aprovechados por el hombre en las épocas de clima templado en las cuales la costa
llegaba casi hasta los pies del Barranco del Bolomor, frente a los momentos fríos, con
la línea de costa muy alejada, en los que se usa mayoritariamente la caliza. En el nivel
XII, con el mar a unos 30 kilómetros de la cueva, este material fue escogido de forma
dominante (85%), llegando a superar al sílex como materia prima tallada. En algunos
niveles, como en el XVII -el más antiguo de la ocupación con 350.000 años-, la caliza
fue un material tallado con asiduidad -20% de las piezas-, si bien fue ocasional en
muchos otros momentos de la secuencia.
El trabajo diferenciado de cada tipo de roca -con distintas técnicas y métodos- permite
reconocer en Bolomor una estrategia denominada por la investigadora francesa
Catherine Perlès como “economía de materias primas”, comportamiento mediante el
cual se destinaban distintas rocas a la fabricación de diferentes tipos de útiles según
su adecuación al uso y a los requisitos morfológicos.
[page-n-38]
La técnica empleada en la elaboración de los instrumentos líticos es la talla. Estos
se obtienen mediante un proceso de percusión de la materia escogida con un canto
-percutor- que permite la extracción de porciones del material denominadas lascas.
El bloque de materia trabajado recibe el nombre de núcleo y su configuración inicial
permite la extracción de lascas con características morfológicas predeterminadas.
En la talla distinguimos dos tipos principales de procesos según su objetivo: la
explotación o debitado y el retoque o configuración. La explotación es el trabajo inicial
de obtención de las lascas que posteriormente van a ser configuradas mediante el
retoque. Este último tiene como objetivo dar la forma deseada al útil, especialmente
al filo, mediante la percusión o la presión con pequeños cantos o huesos.
Los distintos tipos de útiles se clasifican en tipologías según su morfología y
características “estilísticas”. Éstos eran empleados en tareas cotidianas como la caza,
el descuartizado, descarnado y fileteado de animales o en el trabajo de las pieles y
de la madera, entre otros. No obstante, los análisis funcionales realizados en algunos
yacimientos han determinado el carácter multifuncional de la mayoría de ellos, sin
que se haya identificado, exceptuando algunos casos concretos, ninguna asociación
estrecha o exclusiva entre la forma del útil y su función, tal y como se entiende hoy
en día. Lo que sí parece más probable es la especialización de un tipo de útil en una
ocupación concreta, así como el predominio de unas formas y unos usos relacionados
con la función de los distintos yacimientos.
En Europa occidental, las primeras industrias talladas vinculadas al hombre son cantos
y lascas de pequeñas dimensiones. A estos conjuntos se incorporan, hace unos 500.000
años, otras industrias formadas por grandes instrumentos sobre cantos y lascas de
gran formato. Entre ellos destaca el “bifaz o hacha de mano”, una pieza de grandes
dimensiones -normalmente mayor de 10 cm- a la que se daba forma extrayendo lascas
de ambas caras desde todo el borde, creando un perímetro cortante provisto de una
punta bien destacada y afilada. Estos bifaces, cuya tecnología se denomina Achelense,
se documentan asociados al despiece de animales de gran tamaño, por lo que se cree
que su uso estaba destinado fundamentalmente a esta actividad.
Raedera sobre canto marino. Microútil.
Productos retocados en caliza.
39
[page-n-39]
Cuchillo de dorso en cuarcita.
El bifaz representa el objeto de referencia de los yacimientos europeos de la primera
mitad del Pleistoceno medio, habiéndose asociado a una cultura concreta también
denominada Achelense. Durante décadas, este útil se ha presentado como el
contrapunto de los útiles más pequeños sobre lascas en un proceso de mayor a menor
antigüedad y de menor a mayor desarrollo tecnológico y evolutivo. Sin embargo,
recientes investigaciones y nuevas interpretaciones del registro arqueológico apuntan
a que estos bifaces y otras grandes herramientas -macroutillaje- podrían no constituir
una cultura específica, sino un tipo de industria itinerante y de requerimiento
inmediato, una herramienta de viaje perfecta para la caza, descuartizado, la defensa
personal e incluso la elaboración de otros útiles en madera o piedra. En cambio, las
piezas sobre lasca, más específicas para procesos de descarne y fileteado, estarían más
vinculadas a los campamentos, donde los bifaces serían prácticamente inexistentes al
no estar asociada su función a este espacio ocupacional y sus actividades.
A partir de los 400.000 años, en Europa se produce un cambio conductual en el patrón
de movilidad en el territorio que da lugar a lo que se conoce como Paleolítico medio.
Se observa cómo se multiplican los campamentos y, consecuentemente, cobran mayor
protagonismo las herramientas de pequeño formato relacionadas con las actividades
de este tipo de hábitat y de sus estrategias de subsistencia. De forma progresiva,
los instrumentos de gran formato como bifaces, picos triedros y hendedores son
más escasos y más limitados a determinados espacios arqueológicos con funciones
específicas, de ahí que no se documenten en campamentos como Bolomor. Esta
tecnología, que refleja una forma de vida concreta, continuará documentándose
en Europa hasta los inicios del Pleistoceno superior con la variante denominada
Musteriense de Tradición Achelense, última expresión europea de la elaboración del
“bifaz” y que recorrerá principalmente sus territorios septentrionales.
Raedera en caliza micrítica. Macroútil.
40
El Paleolítico medio, se asocia a un estadio tecnológico y cultural, denominado
Musteriense, que se caracteriza, entre otras cosas, por mostrar un aprovechamiento
eficaz de la materia prima mediante la obtención de útiles de morfología adecuada a
los distintos usos y de forma regular.
[page-n-40]
Una de las características más importantes es que las lascas que sirven de soporte
para el utillaje se extraen con una forma muy próxima a la que va a tener el útil
acabado tras el retoque. Para éste fin se preparaban núcleos con morfologías
regulares que permitían obtener lascas de tamaño y forma predecible, como los
núcleos denominados de tipo discoide o los de tipo levallois, cuya talla requiere una
gran destreza. Existe, por tanto, una recurrencia en las técnicas de talla que implica
una producción seriada de múltiples lascas y una estandarización de los soportes. La
extracción de diferentes tipos de lascas de un mismo núcleo con distintas morfologías
adecuadas para distintos tipos de útiles se denomina “economía de debitado”, una
tecnología que permite un máximo aprovechamiento de la materia prima y que fue
empleada, fundamentalmente, en el sílex y la cuarcita.
El proceso de innovación tecnológica debió producirse de forma gradual, lo que unido
Anverso de núcleo levallois centrípeto. Pieza
microlítica de 2 cm.
al desconocimiento del Paleolítico antiguo hace difícil determinar a partir de qué
momento podemos hablar de Paleolítico medio. Algunos investigadores proponen
que el pleno desarrollo de este estadio se da a partir de la aparición de la talla
levallois, un aumento en la proporción de raederas y un uso controlado y sistemático
del fuego. En la Cova del Bolomor se observa la combinación de estos tres fenómenos
prácticamente desde el inicio de las ocupaciones hace unos 350.000 años, siendo el
yacimiento de la Península ibérica donde, de forma más fiable, podemos hablar de
Paleolítico medio en momentos antiguos.
En los primeros niveles de ocupación de la cueva -XVII y XV- los útiles son principalmente
herramientas de elaboración sencilla e inmediata, independientemente de la materia
prima, como lascas con mucho córtex -superficie exterior de los nódulos de sílex, caliza
y cuarcita-, raederas -lascas con retoque continuo en su filo- y denticulados -lascas
con el filo dentado mediante un retoque en forma de pequeñas muescas. Se observa
una escasa producción seriada, filos de diversas morfologías y una menor regularidad
en la obtención de lascas que, para alcanzar la forma deseada, se suple con una
configuración más intensa mediante un mayor proceso de retoque. Hay una gran
diversificación de materias primas, debido a una gran disponibilidad de las mismas en
Reverso del núcleo levallois.
41
[page-n-41]
el entorno inmediato. Se documenta la presencia de macroutillaje denticulado en el
nivel XVII y una importante presencia de útiles muy pequeños en el XV, lo cual debe
responder a particularidades funcionales en las ocupaciones. No obstante, en ambos
casos se trata de estancias cortas, en un momento frío y de escasa frecuentación
de la cueva, teniendo en cuenta el reducido volumen de restos arqueológicos, los
escasos taxones de animales consumidos representados y, posiblemente, una escasa
incidencia del fuego controlado.
En el primer interestadial -niveles XIV-XIII- la frecuentación humana de la cueva
continua siendo esporádica -con lapsos de más de mil años entre ellas-, posiblemente
debido a unas condiciones poco adecuadas de la cueva, temporalmente encharcada.
Sin embargo, en este contexto de clima cálido y con el mar próximo a la cueva, se dan
Macroútil (Rabot) del nivel XII.
ocupaciones más largas asociadas al consumo de numerosas especies de animales. El
utillaje sobre lasca y realizado en sílex cobra, ahora, protagonismo frente al resto y en
esta industria es posible observar, de forma bien definida, los conceptos de economía
y estandarización que definen al Paleolítico medio.
Con la llegada del máximo frío, en el MIS 6, se produce un cambio radical de la industria
lítica. Casi todo el material es de caliza (85%) de procedencia inmediata a la cueva y está
muy poco elaborado. Va acompañado de abundantes núcleos y percutores destinados
a la talla y al procesado de restos animales. Los útiles más frecuentes son denticulados,
lascas con retoque, muescas -lasca con un borde retocado de forma acusadamente
cóncava- y cuchillos de dorso -lascas anchas con retoque abrupto. Estas piezas de
obtención rápida corresponden, de nuevo, a ocupaciones muy breves, asociadas
al consumo de pocas especies y, por tanto, de biotopos muy concretos. En algunos
niveles -XII- la presencia de núcleos y restos de talla junto a los restos óseos indican
que los útiles se elaboran en el mismo momento del procesado de los animales, en
el que participan también grandes percutores para fragmentar determinadas partes
anatómicas óseas. Este nivel constituye, posiblemente, la expresión más acentuada del
Dibujo de Rabot sobre caliza micrítica.
42
modelo de ocupación puntual, idea que también se refuerza por la escasa presencia
de evidencias de fuego controlado.
[page-n-42]
A partir del nivel V hasta el nivel I se produce una transformación de la industria lítica
que, de nuevo, está asociada a ocupaciones más prolongadas y recurrentes, con
actividades más intensas en el interior de la cavidad -tanto de talla como de procesado
de animales- también evidenciadas por la presencia de numerosos hogares. Esta
intensidad en las ocupaciones -sobre todo en los niveles III al I- es superior, incluso,
a las vinculadas al Musteriense clásico de etapas posteriores, recordando en parte a
conductas y patrones del Homo sapiens propias del Paleolítico superior. No se dará
nunca más durante el Paleolítico medio y podría corresponder a ocupaciones humanas
muy recurrentes y de tipo estacional o a campamentos de mayor duración destinados
a una caza diversificada. En este sentido, los numerosos restos óseos apuntan a una
explotación de biotopos muy variados. Las industrias líticas de este momento son más
estandarizadas y cuidadas y se confeccionan, sobre todo en los momentos finales, casi
Raedera doble en sílex.
exclusivamente en sílex, el cual se obtiene no sólo de afloramientos del entorno sino
de otros de procedencia más lejana.
Las distintas estrategias de talla documentadas en Bolomor, tanto en la obtención
de lascas/soporte como en el retoque, indican una buena capacidad de planificación
y gestión de los recursos líticos que ofrece el entorno. Aprovechaban de manera
diferencial las distintas rocas -sílex, caliza, cuarcita- en función de una “economía de
materias primas”. Este hecho se documenta a lo largo de toda la secuencia y no sólo
viene motivado por una menor disponibilidad del sílex, sino por una adecuación al
patrón de ocupación de la cavidad, de baja temporalidad, y al modelo de explotación
del territorio, en el que la materia prima se recolecta de un modo oportunista, junto
al desarrollo de otras actividades. De ese modo encontramos útiles elaborados
con distintas rocas según la funcionalidad, lo que implica una gran efectividad a
menor coste en la obtención, procesado y desecho de las piezas. Sólo al final de la
secuencia se observa un uso casi exclusivo del sílex, lo que podría relacionarse con una
explotación menos oportunista del entorno, buscando nuevas y lejanas fuentes de la
materia prima más apta para tallar útiles de tecnología más compleja. Este hecho debe
relacionarse, necesariamente, con un cambio en los modos de ocupación de la cueva,
de mayor duración y/o recurrencia, y de los patrones de subsistencia.
Puntas retocadas en sílex.
43
[page-n-43]
Vista frontal de un frente de raedera.
Productos retocados en sílex.
44
También se observa, en el caso del sílex y, en menor medida, en la cuarcita, una
economía de debitado en la configuración de distintos tipos de útiles, lo que señala
una optimización de los recursos líticos. El hecho de que el entorno de la cueva fuese
pobre en sílex propició el desarrollo de estrategias de máxima utilización como el
reaprovechamiento de las piezas mediante reavivado -retoque cerca del borde,
extrayendo pequeñas lascas para generar un filo nuevo- o reciclaje -reutilización y
transformación mediante la talla de un objeto ya tallado con otro fin. Estos procesos
se documentan puntualmente o con escasa incidencia en la Cova del Bolomor a lo
largo de toda la secuencia, pero se intensifican en los momentos finales de ocupación
de la cueva, entre 100.000 y 125.000 años. En este período también se produce un
mayor desarrollo del microlitismo -conjuntos en los que aparecen de forma reiterada
instrumentos de formato especialmente reducido- hecho que no se puede entender
exclusivamente desde la perspectiva de una economía de debitado, sino desde una
óptica funcional y cultural que aún arroja muchas incógnitas.
En definitiva, la amplia secuencia de Bolomor permite observar diferencias no sólo
en los tipos de roca empleados en cada momento, también en los tipos de útiles y
sus aspectos tecnológicos. Sin embargo, estas diferencias no atienden a un proceso
evolutivo, sino que corresponden a cuestiones funcionales, acordes con el tipo de
ocupación de cada momento. El empleo de una cultura tecnológica perfectamente
adaptada desde una perspectiva funcional y determinada por unos parámetros simples
-desde nuestra óptica actual- en la que se utilizan mayoritariamente lascas retocadas,
raederas y denticulados, hacen que no se puedan establecer límites entre las industrias
de este amplio período cronológico. No, al menos, hasta los momentos eemienses del
120.000 antes del presente donde pudo producirse un aumento poblacional con el
patrón de ocupación menos itinerante respecto a todo el Pleistoceno medio, lo que
justificaría los profundos cambios que se observan en el registro arqueológico de la
cueva.
[page-n-44]
Recursos y estrategias para la subsistencia
La diversificación de la subsistencia en periodos anteriores al Paleolítico superior ha
configurado durante los últimos 40 años uno de los principales temas de discusión en
Europa. Para poder valorar la contribución de la Cova del Bolomor a este debate, es
necesario definir algunos aspectos y contextualizar algunas de las aportaciones que
llevaron a establecer los paradigmas relacionados con la amplitud de la dieta.
En 1968, el investigador Lewis Binford propuso la existencia de una diversificación
importante en la subsistencia al final del Paleolítico en la latitud media y alta de
Europa. Esta diversificación se caracterizaba principalmente por la inclusión de nuevas
Proceso de desollado de una cierva mediante
el uso de un útil lítico experimental.
especies a la dieta humana, como los animales pequeños de la talla de los conejos o
aves. En base a esto, un año después, Kent Flannery acuñó el término “Revolución
de amplio espectro” (Broad Spectrum Revolution) para dar una explicación a este
cambio en la explotación de los recursos. Esta propuesta entraba en contradicción
con la teoría del forrajeo óptimo (Optimal foraging theory), según la cual los recursos
eran seleccionados en función del beneficio económico que aportan. Es decir, aunque
la obtención y procesamiento de pequeños animales no era rentable desde el punto
de vista coste/beneficio, éstos eran sistemáticamente explotados en los momentos
finales del Pleistoceno. Para explicar esta aparente contradicción, en 1999, Mary C.
Stiner, a la cabeza de un equipo de investigadores, publicó un modelo que no tuvo
una respuesta unánime en la comunidad científica, pero que dio paso a un importante
debate.
Impactos de percusión para extraer la
médula ósea de diáfisis. Nivel XII.
45
[page-n-45]
Falange de elefante. Nivel XIII.
Representación de las distintas especies faunísticas halladas en la secuencia de Bolomor.
Mandíbula de elefante infantil con marcas
de descarne. Nivel XII.
Molar de rinoceronte. Nivel XVII.
46
Éste tuvo como base fundamental determinar el momento concreto en el que se
produce la explotación intensiva de pequeños animales y dar respuesta a la amplitud
de la dieta humana mediante factores relacionados con la presión ambiental, la presión
cinegética o el estadio tecnológico de desarrollo. En base a estos modelos, muchos
investigadores argumentaron que la obtención y consumo sistemático de pequeños
animales -en especial, lepóridos- sólo comenzó a ser rentable a partir del Paleolítico
superior y vinculado a Homo sapiens. Algunos autores precisaron más esta cronología
y advirtieron la relativa importancia que estos animales comienzan a adquirir a finales
del Paleolítico medio en la cuenca Mediterránea.
En medio de esta discusión, la Cova del Bolomor, con una cronología de entre 350 y
100 mil años, surge como una de las evidencias más claras y antiguas del consumo
sistemático de pequeños animales en homínidos anteriores a Homo sapiens. Los datos
de Bolomor reabren con fuerza este debate y plantean la necesidad de reconsiderar
aspectos e interrelacionar factores para explicar esta diversificación de la subsistencia
en cronologías anteriores al Paleolítico superior.
[page-n-46]
Desde esta perspectiva, en Bolomor se han documentado un total de treinta especies
animales, entre las que se incluyen primates, carnívoros, herbívoros, pequeñas presas
-animales de menos de 10 kilos, como conejos, aves y tortugas- e incluso, de forma
puntual, restos de peces. Los animales que tienen una mayor representación a lo
largo de su secuencia estratigráfica son el ciervo (Cervus elaphus) y el caballo (Equus
ferus), con representación relativamente inferior de gamo (Dama sp.), tar (Hemitragus
bonali y Hemitragus cedrensis en el nivel IV), uro (Bos primigenius), megaloceros
(Megaloceros giganteus), asno silvestre (Equus hydruntinus), rinoceronte de estepa
(Stephanorhinus hemitoechus), jabalí (Sus scrofa), macaco (Macaca sylvana), elefante
(Paleoloxodon antiquus), hipopótamo (Hippopotamus anphibius), entre otros. Los
porcentajes de pequeños animales, especialmente del conejo en el nivel IV y las
anátidas en el nivel XI, superan conjuntamente en algunos casos el 50% del número
mínimo total de individuos. La presencia de carnívoros es esporádica, no obstante, se
han recuperado restos de Ursus arctos, Ursus thibetanus, Canis lupus, Panthera leo,
Lynx pardina, Vulpes vulpes y Meles meles.
La mayoría de las especies identificadas en Bolomor poseen una representación
anatómica sesgada en función de su talla de peso. Sólo los animales con peso inferior
a 10 kg, como los conejos, muestran una integridad más o menos generalizada de
sus elementos esqueléticos. Sin embargo, los animales con pesos superiores están
representados fundamentalmente por el esqueleto apendicular (huesos de las
extremidades) y por el esqueleto craneal (cráneo y mandíbula). Por el contrario, los
elementos que componen el esqueleto axial (vértebras y costillas) están prácticamente
ausentes. Este fenómeno responde a un transporte antrópico diferencial de las
carcasas que se conoce con el nombre de Schleep effect. En este sentido, los homínidos
trasladan de forma regular al enclave las partes esqueléticas con mayor contenido
nutricional y abandonan las menos ricas y difíciles de acarrear -caja torácica- en el
lugar de obtención o Kill site.
Maxilar de Macaco. Nivel XII.
Extremidad inferior de cérvido en conexión
anatómica.
47
[page-n-47]
Junto a esta selección anatómica, el conjunto faunístico de Bolomor presenta una
alta proporción de marcas antropogénicas, las cuales evidencian de forma inequívoca
la relación de los grupos humanos con la fauna. Éstas son: marcas de corte sobre la
superficie ósea, elementos diagnósticos de la fracturación ósea para la obtención de
médula, cremación intencional relacionada con actividades de asado de la carne y
mordeduras humanas sobre pequeños animales, donde es posible prescindir de
herramientas para el consumo directo.
Dentición de caballo. Niveles IV y XVII.
Durante los procesos de carnicería es frecuente que se produzcan señales sobre la
superficie de los huesos con los instrumentos líticos. Estas estrías se conocen como
marcas de corte y su estudio en relación a su posición, delineación y dirección permite
reconocer las actividades que las produjeron (despellejamiento, descarnación, etc.).
Estas marcas se han identificado en la mayoría de taxones de Bolomor, desde ungulados
de gran envergadura (elefantes, hipopótamos y rinocerontes) hasta pequeñas presas
(conejos, aves y tortugas), pasando por carnívoros peligrosos (grandes félidos) o
incluso, animales exóticos (macaco). Pero, la carne no sólo es extraída mediante el
uso de herramientas líticas, también los dientes son utilizados para la descarnación
y el aprovechamiento de médula, grasa y/o cartílago de conejos, aves y quelonios.
Esta actividad genera pequeñas depresiones, surcos, muescas de amplio diámetro,
extracciones corticales y fisuras, junto a una elevada proporción de cilindros
diafisarios (diáfisis completas sin articulaciones). Estas alteraciones relacionadas con
el mordisqueo o la combinación de mordedura y flexión se han registrado no sólo
en algunos yacimientos europeos de Paleolítico medio y superior, sino también entre
ciertos grupos de caza-recolectores actuales, como los Aché del Este de Paraguay.
Molares de elefante. Niveles IV y XVII.
48
En el caso de los ungulados, la presencia de marcas de evisceración en la cara ventral
de algunas de las costillas recuperadas indica la existencia de accesos primarios e
inmediatos a las carcasas, circunstancia que permite establecer la caza como principal
estrategia de subsistencia en el enclave. Esta práctica engloba desde la caza simple
hasta las técnicas cinegéticas más complejas, como por ejemplo, la predación múltiple
identificada en el nivel XII.
[page-n-48]
Diáfisis de fémur de ciervo retocada y utilizada como percutor óseo. Nivel XVII.
Estas estrategias podrían coexistir con eventos esporádicos de carroñeo o acceso
secundario a las carcasas, como es el caso del nivel XII y IV. En estos niveles se
han identificado marcas de corte sobre mordeduras de carnívoro, indicando un
aprovechamiento antrópico posterior a la acción de los predadores no humanos.
El modo antrópico de capturar pequeños animales constituye un tema complejo
de abordar. La ausencia de evidencias con carácter no perecedero que permitan
identificar el uso de trampas constituye una importante limitación. No obstante,
algunos investigadores han intentado afrontar esta cuestión a partir de observaciones
etnográficas y su posterior aplicación arqueológica. A partir de estas observaciones,
existe acuerdo en considerar que el tipo de presa podría determinar o condicionar el
modo de su captura. Por ejemplo, los conjuntos formados por aves con gran variedad
de especies y edades de muerte que, a priori, podrían responder a la utilización de
trampas, también podrían interpretarse como el resultado del aprovechamiento
antrópico tras su muerte por fenómenos naturales -tormentas o vientos fuertes. Por
el contrario, algunas especies gregarias con capacidades reproductoras prolíficas,
como los lagomorfos europeos, podrían ser más susceptibles a su captura en masa. Un
ejemplo de ello es el conjunto de lagomorfos procedente del nivel 4 de Les Canelettes
(Francia) con una cronología de 120.000 años.
Asta de ciervo. Nivel XVII.
49
[page-n-49]
Marcas de corte en partes anatómicas de
tortuga. Nivel IV.
Para el equipo de investigación de este yacimiento, la sobre-representación de
hembras, que apenas se alejan de las madrigueras, y la ausencia de gazapos podría
responder a actividades relacionadas con el trampeo o la recolección en masa. Al igual
que en el nivel 4 de Les Canalettes, el conjunto de conejos del nivel IV de Bolomor está
fuertemente dominado por las hembras adultas y por tanto, no puede descartarse el
uso de métodos relacionados con la recolección en masa en las zonas cercanas a las
madrigueras. A pesar de esto, la alta proporción de conejos adultos y la distribución
equilibrada de machos y hembras en el resto de niveles de Bolomor (XI, XVIIa, XVIIc)
podría responder más bien a episodios de obtención individual.
La presencia de cremación en el conjunto puede sugerir la existencia de varios
procesos, como la existencia de un tratamiento térmico de la carne, el desarrollo
de posibles actividades de limpieza o la preparación de los huesos para facilitar su
fracturación. Desde esta perspectiva, se han recuperado dobles coloraciones sobre
la misma superficie ósea que sugieren la preservación diferencial de la carne en
el momento de su exposición al fuego. Así, las zonas menos afectadas son las que
presentan mayor cantidad de tejido blando y menor grado de cremación, mientras
que las más afectadas son las que apenas presentan tejidos adheridos y por tanto,
alcanzan los grados más altos de coloración. Este hecho permite inferir el asado de la
carne de forma previa a su descarnación.
Placa del caparazón de tortuga quemada
procedente del nivel IV.
50
Las alteraciones térmicas diferenciales sobre las zonas articulares de lagomorfos y
aves también sugieren la existencia del asado de la carne antes de su extracción. Esta
evidencia también es observada por varios investigadores tanto a nivel experimental
como arqueológico en yacimientos del Paleolítico superior de Europa occidental. A
pesar de esto, existen dobles coloraciones que, aunque se documentan de forma
minoritaria en el conjunto, se sitúan en caras diferentes del hueso. Éstas permiten
inferir la existencia de otros procesos que no se relacionan con el asado de la carne,
como por ejemplo la eliminación de desechos con finalidad de limpieza o simplemente
acciones no intencionales que desembocan en la cremación de los huesos una vez
fracturados.
[page-n-50]
No obstante, los restos identificados que concentran mayor proporción de estas
modificaciones son los caparazones de tortuga. Aunque existe un cierto grado de
variabilidad, éstos parecen describir un patrón basado en la cremación diferencial de
la cara dorsal (mayor grado de coloración) respecto a la ventral (menor grado). Esto
se ha interpretado como resultado del asado de estos animales de forma previa a su
consumo. Las características de las dobles coloraciones coinciden con el emplazamiento
de forma directa de las tortugas cabeza abajo sobre las brasas. Este patrón ha sido
descrito etnográficamente en el Kayapó del Brasil central y supone un elemento
diagnóstico claro del consumo humano de quelonios para varios investigadores.
Para acceder a las vísceras de las tortugas o a la médula contenida en los huesos de
ungulados, es necesario emplear la fracturación. Así, se han observado estigmas,
impactos y conos de percusión sobre los caparazones y elementos esqueléticos
de las extremidades. La presencia de contragolpes sugiere que el hueso ha sido
apoyado en el suelo o sobre un objeto a modo de yunque para ser golpeado con un
percutor de piedra. Quizás debido a la escasa representación de vértebras y costillas
Marcas de corte en mandíbula de conejo. Nivel XVII.
Marcas de corte en la diáfisis de húmero de cisne blanco. Nivel XII.
51
[page-n-51]
Gasterópodos continentales procedentes
de los niveles I, VII y XIII.
Fragmentos de bivalvos y peces marinos
procedentes del nivel I.
52
en el conjunto, la fracturación por flexión o peeling no parece ser utilizada de forma
frecuente. Por otro lado, los datos extraídos a partir de la localización de los impactos
de percusión sobre porciones y caras esqueléticas concretas permiten inferir un modo
de actuar estandarizado para fracturar los huesos de los animales superiores a los
20 kg, especialmente en el caso del nivel IV. Esta estandarización indica la existencia
de fenómenos de transmisión de información y aprendizaje social dentro del grupo,
los cuales podrían desembocar en tradiciones culturales, las cuales serían de vital
importancia para el desarrollo con éxito de determinas estrategias cinegéticas.
De forma general y para concluir, los datos zooarqueológicos proporcionados por
Bolomor han permitido argumentar una diversidad comportamental relevante entre
los grupos humanos que habitaron el enclave. Tales variaciones quedan reflejadas
no sólo en el espectro de presas que los homínidos son capaces de explotar (desde
elefantes a tortugas), sino también en la variedad de estrategias de obtención que son
capaces de desempeñar -desde complejas estrategias de caza a eventos esporádicos
de carroñeo. Dentro del espectro de presas potenciales, la utilización sistemática de
pequeños animales en el enclave no parece ajustarse con las respuestas propuestas
para explicar la diversificación de la dieta humana desde el enfoque de la Broad
spectrum revolution. Los datos proporcionados por Bolomor permiten plantear que los
cambios en la dieta humana no fueron lineales en el tiempo y en el espacio, sino que
pudieron estar condicionados por la diversidad comportamental, el patrón ocupacional
y las características propias del medio donde se desenvuelven los diferentes grupos
humanos del territorio europeo.
[page-n-52]
El calor del hogar: producción y uso del fuego
El fuego ha tenido un importante protagonismo a lo largo de la historia de la humanidad,
únicamente mermado por el descubrimiento y generalización, en algunos países, de
otros tipos de energía. Es fuente de calor, permite el cocinado de los alimentos y
produce luz, por lo que alrededor del fuego se genera y se desarrolla la vida, hasta
el punto de que la palabra hogar hace referencia no sólo al lugar concreto donde se
realiza la combustión, sino a un espacio doméstico o a la propia familia.
Se sabe muy poco acerca de los primeros hogares prehistóricos. De hecho, una de
las cuestiones más controvertidas entre los prehistoriadores es determinar en qué
momento el hombre pasó de usar y conservar el fuego -generado de forma natural- a
producirlo y controlarlo a voluntad. Las características de este proceso, tanto en su
origen como en los momentos iniciales, son desconocidas; aunque, necesariamente,
deben relacionarse con el aprovechamiento de los incendios provocados por causas
naturales.
El uso del fuego controlado durante Pleistoceno medio permitió a los homínidos
desarrollar una serie de ventajas adaptativas, con importantes avances en los
modos de vida y en las estrategias de subsistencia. Como fuente de calor, supone
una disminución de las enfermedades relacionadas con el frío y una mejora en las
condiciones del hábitat que, al mismo tiempo, queda protegido de los predadores.
Presencia de hogares en la secuencia
estratigráfica de Cova del Bolomor.
53
[page-n-53]
Distribución espacial de las estructuras de combustión de Cova del Bolomor.
Además, el asado de alimentos enriquece las cualidades nutricionales de algunos de
ellos -eliminando parásitos y toxinas- y facilita la digestión de otros, hasta el punto de
que se ha sugerido que este tratamiento térmico contribuyó a la transformación de
las enzimas estomacales de los homínidos. El uso regulado del fuego pudo facilitar la
conservación de algunos alimentos mediante, por ejemplo, el ahumado. También se
convirtió en un elemento decisivo no sólo en la defensa contra determinados animales,
sino en el desarrollo y, lo que es más importante, la planificación de estrategias de
caza.
Hogar del nivel II indicado con el nº 1.
54
En este sentido, la aparición de la tecnología del fuego y su generalización tuvo unas
implicaciones culturales de gran relevancia, transformando los lugares de hábitat en
importantes centros sociales de transmisión de conocimientos. Al verse prolongadas
las horas de luz, aumentó la actividad en torno a los hogares, siendo posible dedicar
más tiempo a planificar el trabajo, a distribuir tareas y a favorecer, en general, la
comunicación y el intercambio de ideas.
[page-n-54]
Del mismo modo, el fuego facilitó el desarrollo de los vínculos sociales entre los
miembros del grupo y, muy probablemente, la aparición de un lenguaje articulado,
instrumento fundamental del comportamiento humano organizado.
Para determinar cuáles son las evidencias más antiguas del uso controlado del fuego
es necesario, en primer lugar, señalar los elementos que caracterizan a las estructuras
de combustión antrópicas de los yacimientos arqueológicos. La documentación de
cenizas no es suficiente para afirmar la presencia de un hogar. El sedimento donde
se originó el fuego debe tener una estructura concreta, a modo de capas, con
características distintas en función de su alteración térmica. De esa forma, un hogar
suele dividirse, al menos, en una capa superior de ceniza con una coloración negragrisácea, una segunda capa inferior rubefacta, de tonalidad rojiza, y una capa final de
base sin alteración térmica y, por tanto, con el color del propio sedimento.
Detalle de uno de los hogares del nivel IV.
Estructuras de combustión del nivel IV.
55
[page-n-55]
Las potencias de las capas superiores dependen del tiempo de combustión transcurrido
y por tanto, de su duración. Además, en situaciones de buena conservación pueden
aparecer asociados restos vegetales quemados y convertidos en carbones, así como
material arqueológico en el entorno, con una distribución espacial compleja que
indique su relación con el hogar y, en ocasiones, afectado por el propio fuego. La
presencia de numerosas estructuras de este tipo en un mismo yacimiento y de forma
continuada en el tiempo es una prueba más del uso controlado de este importante
recurso.
Situación de los hogares del nivel XI.
En la actualidad, la sistematización del método de excavación arqueológica y la
aplicación de modernas técnicas para registrar y analizar las características del
sedimento de los hogares hace más riguroso el debate sobre el origen del fuego
controlado. Sin embargo, durante décadas, los primeros hogares se vincularon a
yacimientos que hoy en día se han desmitificado a través de diferentes estudios y
revisiones.
Proceso de documentación de los hogares del nivel XI.
56
[page-n-56]
Es el caso del enclave de Zhoukoutian (China) al que se asociaron las evidencias más
antiguas del control del fuego vinculadas al Homo erectus, con una cronología de
500.000 años; o el recientemente publicado de Gesher Benot Ya’aqov (Israel), con
fechas de 790.000 años si bien no existe una micromorfología termoalterada del
sedimento que lo confirme, tan sólo la concentración de elementos quemados.
A la espera de nuevos hallazgos en Asia el centro del debate se ha trasladado al
continente europeo. Los datos proporcionados por enclaves como Verteszöllos
(Hungría), Menez-Dregan (Francia) y Bilzingsleben (Alemania) apuntan, no sin cierta
controversia, que el origen del fuego como adquisición técnica se produce primero en
los homínidos del Pleistoceno medio europeo, es decir, con el Homo heidelbergensis.
No hay constancia de que las primeras comunidades humanas europeas de hace poco
más de un millón de años, conocieran esta tecnología. El fuego se instala y difunde
en Europa sólo como consecuencia de un modelo de poblamiento permanente,
posiblemente hace 400.000 años, aunque su verdadera generalización se produce
entre los grupos neandertales del Pleistoceno superior.
Excavación de los hogares del nivel XI.
La investigación desarrollada en la Cova del Bolomor también ha aportado una valiosa
información acerca de la aparición del fuego controlado en el sur de Europa. En la
actualidad, es el único yacimiento peninsular en el que se documentan elementos
de combustión dentro de una amplia secuencia estratigráfica del Pleistoceno medio
desde, al menos, 228.000 ± 53.000, aunque existen evidencias que señalan la presencia
de fuego en niveles aún no excavados en extensión.
Hasta el año 2013, las evidencias del uso del fuego corresponden a los niveles II, IV,
XI y XIII, si bien en el nivel II tan sólo se registraron acumulaciones de cenizas como
consecuencia de la limpieza de hogares o de alteraciones postdeposicionales. En el
nivel IV se documentaron cuatro hogares de morfología ovalada de una sola fase -uno
de ellos con piedras en la base y otro de pequeño tamaño-, situados bajo la línea de
visera, en el lateral oeste de la boca de la cavidad.
Estructuras de combustión del nivel XI.
57
[page-n-57]
El análisis de distribución espacial de los materiales revela que, en torno a éstos, se
originó un área de actividad en el interior de la cueva, asociado al procesado de fauna
y a la talla lítica, mientras que la zona que quedaba en el exterior se empleó como
área de deshecho. La excavación del nivel IV permitió observar, por primera vez en el
yacimiento, la organización del espacio y de las actividades alrededor de los hogares.
Sin embargo, las limitaciones de esta zona de excavación, de 12 m2, no permitieron
Situación de los hogares del nivel XI.
Lámina delgada con las facies de alteración
sedimentológica de un hogar del nivel XIII.
Visión microscópica de los componentes
quemados de un hogar del nivel XIII.
58
hacer una valoración más amplia acerca de la ocupación humana en ese momento.
El panorama difiere notablemente en los estadios más antiguos con presencia de
hogares, ya que los niveles XI y XIII se conservan en extensión tanto en el sector oeste
como en el sector norte de la cavidad. En el nivel XI se han excavado siete hogares
monofásicos de morfología ovalada, con un diámetro medio de 1.1 metros y 50
milímetros de potencia, que se encontraban alineados bajo el arranque de la cornisa
de la cueva. Alrededor de los hogares se documentó una importante acumulación de
material arqueológico, aún en proceso de estudio, que en un futuro próximo permitirá
definir áreas de actividad y extraer conclusiones acerca de las características de la
ocupación. Algo similar podría ocurrir con el nivel XIII, del que sólo se ha excavado la
zona oeste y donde se encontraron los hogares más antiguos de la secuencia. Estos dos
hogares, también monofásicos y de 0,45 y 0,5 metros de diámetro, estaban asentados
sobre una superficie ligeramente deprimida en la que existía una concentración
de bloques de roca planos termoalterados, posiblemente colocados en la base o
aprovechados intencionadamente. La existencia de materiales asociados a los hogares
se debe poner en relación con las actividades realizadas en torno a los mismos. La
fauna procesada y la detección de grasas vegetales y animales indicarían una función
culinaria. Por otro lado, la presencia de industria lítica, mayoritariamente restos
pequeños, señalaría actividades de talla, sin que podamos descartar otras funciones
de las que no quedan evidencias tangibles.
Las características de los hogares de Bolomor apuntan a conjuntos situados en la visera
para facilitar la evacuación del humo y delimitar y proteger el espacio interior de la
cavidad, donde se realizan las actividades relacionadas con el uso del fuego. Se trata,
[page-n-58]
Proceso de excavación de los hogares del nivel XIII.
en todos los casos, de hogares de corta duración de una sola fase y sin superposiciones.
Es decir, que el tiempo entre la implantación de un conjunto y otro es de larga duración,
pudiendo haber transcurrido miles de años. Estos datos deben relacionarse con el
modelo ocupacional del yacimiento, que se caracteriza por la presencia de grupos
humanos de forma recurrente -aunque con ocupaciones distanciadas en el tiempodurante breves lapsos temporales, probablemente de pocos días. Este modelo difiere
notablemente del identificado en otros yacimientos más tardíos del Paleolítico medio
como El Salt (Alcoi) o Abric Romaní (Capellades) donde, dependiendo del nivel, se han
documentado hogares correspondientes a ocupaciones más largas con más de una
fase y con superposiciones. Estas diferencias indican la existencia de campamentos
destinados a diversos tipos de ocupación y de diferente duración, así como una
evolución compleja en la explotación de un territorio alejada de la imagen inmovilista
que, fuera del mundo académico, se tiene de este período.
Reconstrucción mediante molde y vaciado
en positivo de los hogares del nivel XIII.
59
[page-n-59]
Diferentes vistas de la excavación de las dos estructuras de combustión del nivel XIII.
Proceso de excavación de uno de los hogares
del nivel XI en la campaña de 2008.
60
En efecto, desde el descubrimiento de la tecnología del fuego, su producción y control
constituyó un factor evolutivo de primer orden. Los hogares más antiguos de Bolomor,
datados en 228.000 años, representan el origen de este momento en la Península
Ibérica, constituyendo, también, la prueba más antigua para el sur de Europa. Otros
yacimientos peninsulares como Gran Dolina (Atapuerca), con la estratigrafía más
larga y mejor documentada desde el Pleistoceno inferior, no presenta pruebas de
fuego. Sólo enclaves como Solana del Zamborino (Granada), San Quince del Pisuerga
(Salamanca) y Cueva del Ángel (Córdoba) son indicadores de este uso en el tránsito del
Pleistoceno medio al superior, hace unos 120.000 años. Bolomor es, por tanto, no sólo
una de las evidencias más antiguas del uso controlado del fuego en Europa, sino que,
desde el punto de vista del proceso evolutivo y tecnológico, es el único yacimiento
conocido con un registro que abarca 250.000 años, lo que lo convierte en uno de los
mejores enclaves para entender el éxito adaptativo de los homínidos.
[page-n-60]
Territorio y hábitat
Los grupos humanos que habitaron La Valldigna y la Cova del Bolomor durante el
Pleistoceno medio eran cazadores-recolectores. Sus estrategias de subsistencia y
formas de vida se basaban en el aprovechamiento de un paisaje contrastado en el que
la mayor parte de los recursos alimentarios provenían de la caza, complementada,
puntualmente, con un carroñeo oportunista asociado a la búsqueda de alimentos sin
una pauta definida. Es muy probable que la recolección de insectos, miel o vegetales
completara la dieta, pudiendo haber adquirido, estos últimos, una notable importancia
en la alimentación. Así parecen indicarlo los fitolitos -mineralización de origen vegetaly las marcas de desgaste propias de su consumo encontradas en algunos dientes o los
análisis químicos complejos de “elementos traza” e “isótopos de carbono y nitrógeno”,
de los que se obtienen datos acerca de la dieta y de la movilidad.
El modo de ocupación del territorio estuvo condicionado por la adaptación a los
recursos -bióticos o abióticos- existentes en el entorno, cuya ausencia o abundancia
viene marcada por un fuerte carácter estacional. Esta necesidad de garantizar la
supervivencia pudo llevar a los grupos humanos a adoptar estrategias migratorias,
caracterizadas por una alta movilidad y por campamentos de corta duración que eran
ocupados durante pocos días o semanas. La existencia de varias comunidades en una
misma región también debió contribuir notablemente a la presión sobre los recursos
y su agotamiento, generando tensiones sociales y competencia por el control del
territorio.
El río Vaca y su entorno de marjales.
61
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Vista del macizo del Mondúver y del territorio agreste en que se sitúa la Cova del Bolomor.
Sólo en algunos casos, el aprovechamiento intensivo de determinados recursos y la
presencia de manadas de herbívoros en algunas zonas podrían haber favorecido un
asentamiento más prolongado en los campamentos, pero sin llegar a producirse una
sedentarización u ocupación continuada.
Conillet Blanc (Anthirrinum valentinus),
endemismo de vegetación rupícola de la
Cova del Bolomor.
62
La estructura social de los homínidos atribuidos al linaje neandertal es un factor
esencial a tener en cuenta en relación con los patrones de hábitat y la explotación
del territorio. Los grupos humanos estarían constituidos por un número de individuos
suficientemente amplio como para garantizar su continuidad y subsistencia, vinculados
por lazos de parentesco difíciles de precisar. El tamaño de estas agrupaciones es
un tema que se ha abordado en diversos estudios especializados y desde distintos
enfoques, entre los que cabe destacar criterios genéticos, económicos, sociales y
etnológicos. La perspectiva genética resulta de especial interés, puesto que considera
necesaria una mínima densidad poblacional, además del flujo de individuos entre
grupos diferentes, para favorecer el intercambio de genes.
[page-n-62]
Un estudio reciente del análisis de ADN mitocondrial en la Cueva del Sidrón (Asturias),
propone una permanencia estable de los varones en el entorno familiar, siendo las
hembras las que se movilizarían en la pubertad. Los contactos entre grupos tendrían, no
sólo un interés genético, sino también profundas repercusiones sociales y culturales.
Por otra parte, y atendiendo a criterios económicos, en la Cova del Bolomor se ha
documentado el desarrollo de estrategias complejas de caza, como la predación múltiple,
que precisan de la participación de un alto número de individuos, considerando, además,
que no todos podían tomar parte en las cacerías por limitaciones físicas o de edad. En este
sentido, también la reiteración de las ocupaciones y su estructuración en algunos niveles
del yacimiento -nivel IV o XII-, parecen indicar que el asentamiento fue ocupado por
un amplio grupo de medio centenar de individuos, datos que confirman determinados
estudios etnológicos sobre poblaciones de cazadores-recolectores actuales.
Recreación de actividades cotidianas en un
campamento. Según M. Wilson. Modificado.
Recreación de La Valldigna y la Cova del Bolomor en los tiempos eemienses, hace 120.000 años. Según C.
Puche en De Neandertals a Cromanyons (2001).
63
[page-n-63]
La ocupación de un territorio por parte de los homínidos se realizaba a través de
una importante diversidad de asentamientos. Aunque se han localizado lugares de
hábitat al aire libre, las cuevas fueron el enclave generalmente escogido para su
establecimiento. Éstas proporcionan un refugio natural frente a las inclemencias
climáticas y constituyen un espacio seguro y protegido en el que alimentarse y
pernoctar. Su elección también debió depender de las características morfológicas y
de habitabilidad, así como su proximidad a los principales recursos económicos.
Estratigrafía de las unidades geoarqueológicas
vinculadas a los campamentos de la Cova del
Bolomor.
Unidades geoarqueológicas y los eventos de
desocupación (áreas vacías) de Bolomor.
64
La organización de los lugares de hábitat neandertal supone un reflejo de la
organización del grupo en un contexto determinado y, por tanto, puede proporcionar
valiosa información desde una perspectiva social. Cabe destacar la importancia de
la aparición de hogares en este tipo de yacimientos arqueológicos, en torno a los
cuales se suelen observar áreas de actividad -talla, procesado de alimentos, curtido
de pieles, entre otras. Su distribución en el espacio permite inferir de qué manera
pudo estructurarse y ocuparse el espacio habitado, lo que generalmente no encaja
con la imagen literaria de todo el grupo en torno a un gran fuego central. A pesar
de la relevancia de estos datos, su extrapolación para tratar de determinar cómo se
organizan socialmente los grupos de homínidos es un asunto sumamente complejo,
más aún teniendo en cuenta la diversidad de tipos de asentamientos y ocupaciones
que, a menudo, responden a cuestiones funcionales.
Los enclaves situados en cuevas o abrigos presentan una importante ventaja frente a
los que se sitúan al aire libre. Su estado de conservación es mejor, generalmente en
una amplia extensión y, en casos como el de Bolomor, con amplias secuencias que
permiten ver cambios en el tipo de ocupación del yacimiento y de explotación de
recursos en el territorio. La Cova del Bolomor fue utilizada reiteradamente por los
grupos humanos que frecuentaron la Valldigna durante el Pleistoceno medio y los
momentos iniciales del Pleistoceno superior. El estudio de la secuencia estratigráfica
del yacimiento, mediante el empleo del denominado “análisis arqueoestratigráfico”,
ha permitido identificar conjuntos de materiales arqueológicos aislados, contenidos
en los diferentes niveles sedimentológicos.
[page-n-64]
El “análisis arqueoestratigráfico” relaciona los materiales arqueológicos con su
ubicación en la secuencia estratigráfica, buscando la asociación o concentración
mayor de los mismos en lechos estériles. Para ello, mediante software informático,
se reconstruye el emplazamiento original de cada uno de los restos arqueológicos
recuperados en la excavación, analizándose el conjunto mediante secciones que
permiten identificar fases de ocupación y desocupación humana de la cavidad.
A partir de los resultados obtenidos de este análisis, realizado entre los niveles I y
XII de la secuencia estratigráfica del yacimiento, se puede establecer que la Cova del
Bolomor contó, al menos, con veinte periodos de ocupación importantes, entre los
100.000 y 150.000-180.000 años. Durante estos periodos, la cavidad fue habitada de
modo reiterado e intermitente y en ella se desarrollaron actividades cotidianas tales
como el procesado y consumo de alimentos o la elaboración de herramientas líticas.
En las ocupaciones más prolongadas o recurrentes como las del nivel IV, con mayor
actividad en el interior de la cueva, estas actividades se realizaban generalmente en
torno a varios hogares, que también actuaban como elemento socializador. Por el
contrario, en ocupaciones más breves es posible documentar evidencias del proceso
de talla en el mismo lugar y momento que las del procesado y consumo de los animales,
con presencia muy puntual de fuego.
Situación y porcentaje del material lítico en
caliza vinculado a los hogares del nivel IV.
Situación y porcentaje del material faunístico
vinculado a los hogares del nivel IV.
Las ocupaciones de la parte superior de la secuencia de la Cova del Bolomor, en
general, y del nivel IV, en particular, se caracterizan por contar con una densidad
elevada de restos arqueológicos, que asciende en este nivel a 6442 piezas por m3. La
Situación y porcentaje del material óseo
quemado vinculado a los hogares del nivel IV.
elevada concentración de materiales, a pesar de mostrar una alta relación temporal,
y la importante incidencia del fuego -restos de cenizas, abundantes materiales
quemados-, son fruto de un uso reiterado de la cavidad por los grupos humanos y de
varias ocupaciones de cierta continuidad temporal y/o alta recurrencia en el uso de
los espacios. La ausencia de elementos que indiquen periodos de desocupación largos
refuerza la importancia del uso de la cavidad, especialmente a partir del 120.000
antes del presente, donde se registra el patrón de ocupación con menor movilidad
dentro de la secuencia. En estos momentos, se produce una explotación de biotopos
“Nube de puntos” o elementos arqueológicos
vinculados a los hogares del nivel IV.
65
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variados, como apunta la presencia de restos de animales como ciervo, uro, gamo,
anátidas, tar, jabalí, entre otros; y la industria lítica, estandarizada y cuidada, se realiza
mayoritariamente en sílex, el cual se obtiene en zonas próximas a la cueva pero,
también, en áreas de captación más lejanas.
Tibia de tar (Hemitragus) en proceso de
excavación en la campaña de 2007. Nivel X.
El campamento de mayor entidad del nivel IV cuenta con cuatro hogares que articulan
el espacio y el desarrollo de las actividades asociadas a éstos. Podemos considerar, por
tanto, que existe una estructuración compleja del espacio, reflejo de una organización
no sólo espacial sino también social. En estas ocupaciones se observa una marcada
diferenciación entre el espacio exterior e interior de la cueva, escogiendo los grupos
humanos la zona protegida por la visera del abrigo para la instalación del campamento
y descartando la exterior, en la que únicamente se realizan algunas actividades de
escasa importancia. En esta estructuración los hogares también juegan un papel
importante, al situarse debajo de la línea de visera del abrigo y delimitando la zona
habitada.
El nivel XI alberga ocupaciones, al menos dos, más breves que la anteriormente
descrita del nivel IV. El conjunto, que cuenta con un total de siete hogares, presenta
una densidad de material baja, en comparación con los niveles de la zona superior
de la secuencia. Este hecho, sumado a una menor amplitud en la explotación de los
recursos faunísticos, así como una menor estandarización en las formas de procesar
los recursos animales, indica mayor brevedad de la ocupación de este nivel respecto a
los momentos posteriores.
Proceso de excavación
arqueológico del nivel XII.
66
del
material
En la amplia secuencia de la Cova del Bolomor existen otros niveles, de una
antigüedad entre 350.000 y 150.000 años, relevantes en cuanto al modo de ocupación
de la cavidad y al desarrollo de estrategias de explotación de recursos. Aunque la
información procedente de éstos es parcial, por una limitación en el área excavada o
en el tratamiento de los datos, es posible adelantar algunas observaciones. En el nivel
XII -hace unos 180.000 años-, se registran ocupaciones destinadas principalmente al
procesado de especies -caballo y ciervo- propias de las zonas llanas y de media ladera.
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Representación del material arqueológico recuperado en nivel XVIIc.
La industria lítica está poco elaborada y, mayoritariamente, es de caliza, obtenida
en las proximidades de la cueva. Este nivel constituye, uno de los ejemplos más
acentuados de modelo de ocupación corta, dentro de la secuencia estratigráfica.
El nivel XVII de la Cova del Bolomor, el más antiguo de la secuencia estratigráfica,
presenta dos periodos de ocupación importantes, separados por un nivel estéril. La
densidad de material es menor que en el nivel IV pero significativamente mayor que
en el XI. En este momento se producen periodos intermitentes de abandono de la
cavidad por parte de los homínidos, que son aprovechados por algunos carnívoros
como cubiles, aunque, debido a la intensidad de ocupación humana, no sería un
fenómeno ni frecuente ni prolongado. En el nivel XVII, dadas las reducidas dimensiones
del área excavada, no ha sido posible valorar el grado de complejidad ocupacional
mediante un análisis de distribución espacial. Sin embargo, el poco volumen de
Mandíbula de ciervo del nivel XII.
67
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restos arqueológicos; la presencia de una industria lítica de materia prima local muy
diversificada, así como poco elaborada y estandarizada; y las escasas especies de
animales consumidos -sobre todo caballo y ciervo- sugiere unas ocupaciones humanas
esporádicas y breves. Los datos del nivel XV, con una actuación sobre diferentes
biotopos, indican una mayor frecuentación de la cueva y unas ocupaciones de mayor
duración, pero dentro de estos parámetros de ocupación corta.
Excavación del nivel XII en 2011.
Detalle de una de las áreas de excavación
del nivel XII (2011).
El análisis pormenorizado de los distintos niveles de Bolomor y de sus materiales
arqueológicos asociados son una prueba evidente de que los homínidos del Pleistoceno
medio e inicios del superior desarrollaron, durante 250.000 años, una gran variedad
de estrategias de subsistencia adecuadas a las características ambientales, climáticas
y a los recursos existentes en el territorio en cada momento. El patrón ocupacional
siempre fue itinerante o migratorio pero con una movilidad variable -alta, media o
baja- en relación a sus necesidades adaptativas. Los modos de vida cotidianos debieron
ser de respuesta inmediata según dichas necesidades, si bien integrados en procesos
de mayor planificación que ponen de manifiesto un conocimiento sólido y afianzado
de este territorio.
Representación del abandono de Bolomor
por las poblaciones de neandertales.
Hace, aproximadamente, unos 100.000 años los neandertales de La Valldigna
abandonaron definitivamente la Cova del Bolomor. Con un espacio muy reducido en
su interior, debido a la acumulación de sedimentos derivados de procesos geológicos
y a las ocupaciones humanas durante 250.000 años, las condiciones de habitabilidad
ya no serían suficientes para unos grupos numerosos y exigentes en la organización
de sus campamentos. La cueva se quedó vacía y envejecida, como muestra de un
poblamiento primitivo que se modificará de forma drástica durante todo el Pleistoceno
superior, sobre todo con la llegada, a partir del 40.000, del Homo sapiens. Pero en el
momento de la desocupación de la cavidad los neandertales aún no eran una especie
en decadencia. Todavía tenían por delante 80.000 años de evolución en los que
florecerá la cultura conocida como Musteriense, bien ejemplificada en los más de 50
yacimientos documentados por todo el territorio valenciano.
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Epílogo
El atardecer discurre lentamente sobre la Valldigna, tiñendo el Barranc del Bolomor de
una luz anaranjada, preludio del otoño. El eco juega con las risas y las conversaciones
de un grupo de jóvenes que descienden de la cueva. Para algunos, es su primera
experiencia en la arqueología. Otros, sin embargo, llevan en su memoria el grato
recuerdo de muchas campañas compartiendo vocación y amistad. En esa tarde de
septiembre, a ninguno parece preocuparle el paso de las horas. Tampoco la fatiga de
un largo día de talleres y explicaciones a las decenas de personas que han visitado la
cueva. Los niños correteando, el interés de los más curiosos y el gran momento de la
recreación del fuego prehistórico serán los temas de conversación al menos durante
dos días.
En el valle, ese mismo alboroto parece que también perdurará por algún tiempo. El
hecho de que uno de los yacimientos paleolíticos más señalados del mundo esté en
este territorio no es algo que, una vez sabido, se pase tan fácilmente por alto. Poco
a poco se corre la voz y aquellos que, por diversos motivos, no han podido realizar la
visita prometen hacerla el año próximo… Porque sí, al final del verano del año siguiente
un nuevo grupo volverá cargado de retos e ilusiones a continuar la investigación de
un asentamiento clave para la Prehistoria europea, a sabiendas de que, sin su trabajo
y dedicación, esto no sería posible. Y con ellos, volverá el fuego y la gente del valle
a ocupar, por un breve instante, la Cova del Bolomor, para que ésta no vuelva a ser,
nunca más, la gruta olvidada de la Valldigna.
69
[page-n-69]
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