Maternidad y prehistoria: prácticas de reproducción, relación y socialización
Margarita Sánchez Romero
2008
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MATERNIDADYPREHISTORIA:
PRÁCTICAS DE REPRODUCCIÓN, RELACIÓN Y SOCIALIZACIÓN
MARGARITA SÁNCHEZ ROMERO
Universidad de Granada
Introducción
La maternidad ha sido considerada como uno de los elementos definidores de las mujeres a lo largo de
la historia de forma que, en numerosas ocasiones, su capacidad reproductiva ha sido el elemento fundamental en la construcción de su identidad de género; las mujeres en edad reproductiva, las que no lo
están, las que tienen hijos y las que no son consideradas de distinta manera, de forma que sus responsabilidades, su autoridad, su poder y su prestigio van transformándose a lo largo del tiempo (Crown,
2000:17) y estos cambios repercuten en la forma en la que manifiestan su identidad a través del vestido
o de los ornamentos (Childs 1991; Sorensen, 1997).
Sin embargo en pocas ocasiones este debate ha tenido en cuenta que la reproducción supone
para las mujeres trabajo, experiencias, conocimientos, modificación de sus cuerpos, relaciones y sentimientos. Nuestro propósito es analizar cómo se ha conceptualizado a las mujeres y madres de la prehistoria desde el presente, desmintiendo muchas de las ideas preconcebidas que se tienen sobre las mismas e intentando reconocer las prácticas maternales y su reflejo material en el registro arqueológico de
las poblaciones prehistóricas.
Para ello hemos de tener en cuenta que la maternidad es una construcción cultural como tantas
otras experiencias sociales y, como ellas, es susceptible de ser redefinida y renegociada constantemente tanto en el discurso público como en el privado. La carga ideológica que sustenta la maternidad es
fluida y se encuadra dentro de las cambiantes realidades sociales, económicas y políticas (Wilkie,
2005:1). Los individuos infantiles suponen un recurso cuya transformación exitosa en adultos asegura la
reproducción no sólo biológica, sino también social de los grupos humanos, por tanto, conocer como
son alimentados, socializados y enseñados, y como se construye e interpreta socialmente la maternidad
puede ser una gran fuente de información acerca de estas sociedades.
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ALGUNAS REFLEXIONES ACERCA DEL CONCEPTO DE MATERNIDAD
La definición y evolución del concepto de maternidad
Es sólo a partir de los movimientos revolucionarios que se suceden en Europa a partir de finales del XVIII
y de sus elaboraciones ideológicas y filosóficas, cuando la maternidad comienza a ser definida como algo
que supera lo estrictamente biológico; son los textos de Rousseau los que contribuyen de manera evidente a la formación del concepto moderno de maternidad. Dentro del ambiente ilustrado afirma que las
mujeres dedicadas a ser madres y esposas ideales serían consideradas en términos de trabajo y aportación a la sociedad tan importantes como los hombres, ya que la capacidad procreadora de las mujeres las identifica y las sublima; aunque inmediatamente después reconoce que las reprime y las inhabilita para realizar otras actividades (Rousseau, 1762, ed. 1990). Para este autor los procesos biológicos
llevan a las niñas a convertirse en madres de manera inexorable de forma que en su proceso educativo
se debe prestar espacial atención a su preparación para la maternidad, un proceso formativo que no tiene
paralelo en la educación masculina (Kaplan, 1992:20).
Durante el XIX, con estos presupuestos asentados, se instituye el término instinto maternal y se
reafirma la necesidad de las mujeres de ser educadas para la maternidad; la crianza de niños es considerada, como la tarea natural de las mujeres en sus hogares, pero al mismo tiempo se corrobora el
requisito de preparación y formación para llevarlos a cabo. Comienza entonces una proliferación de literatura acerca del cuidado de los niños que contribuye al desarrollo de una “profesionalización” o “vocacionalización” de la maternidad y una intensificación de la legislación que restringe el trabajo infantil y
amplía la escolarización obligatoria prolongando así el periodo de dependencia de la madre. Si durante
estos momentos la literatura sobre el cuidado de los niños tiene un matiz religioso y está dedicada primordialmente a ilustrar a las mujeres de la clase media sobre el cuidado moral y espiritual de los individuos infantiles, la industrialización y las pobres condiciones sanitarias de principios del XX motivaron una
literatura de consejos maternales centrada en la formación de las madres trabajadoras para que procuraran el bienestar físico de los hijos; la responsabilidad del cuidado de los mismos se convirtió en la
tarea estrella de la “madre moderna”, mediante estas publicaciones el estado recomendaba a las
madres ignorar los consejos de familiares y amigas y seguir los preceptos científicos de los médicos
sobre la maternidad y el cuidado (Arnup et al., 1990: xx), intentando desvincular a las madres de las
experiencias de otras mujeres.
A lo largo del pasado siglo, el concepto de maternidad ha experimentado cambios constantes y
rápidos que se inauguran con la incorporación de las mujeres como fuerza de trabajo durante la Primera
Guerra Mundial, el desarrollo del movimiento sufragista y la primera ola de liberación femenina durante los
años 20. Estos movimientos se reflejan en un mayor número de mujeres como receptoras de educación
superior y en términos reproductivos supone un aumento del número de mujeres sin hijos (Kaplan,
1992:19). Este hecho es acompañado, además, de una progresiva importancia de la obstetricia y ginecología copada por médicos hombres y una pérdida de autoridad de las prácticas de las matronas a tra-
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vés del desarrollo de una ciencia y una profesión dentro de la medicina en la que las mujeres estaban
excluidas y desplazadas en su rol habitual dentro del parto. En muchas ocasiones estos cambios responden a las demandas de las mujeres del mejor cuidado posible durante el parto para procurar un
ambiente más seguro para la madre y el bebe (Lewis, 1990:1), por ejemplo, la medicalización del parto
hizo que paulatinamente se desplazara desde la casa al hospital, hecho que redujo las tasas de mortalidad infantil y maternal que eran alarmantemente elevadas a finales del XIX y principios del XX, sobre todo
en los suburbios de las ciudades industrializadas con unas condiciones higiénico sanitarias paupérrimas
en las que la mortalidad llegaba al 75% del total de nacimientos (Arnup et al. 1990:xvi).
Tras la Segunda Guerra Mundial, los movimientos de liberación femenina de los años 60, ponen en
jaque a muchas instituciones y formas de organización social, entre ellas la de la familia nuclear, y se
crean las bases necesarias para que a partir de la década de los 80 se desarrollen toda una serie de
avances no sólo tecnológicos (la inseminación artificial, la fecundación in vitro o incluso las madres de
alquiler), sino también sociales (el aumento de familias monoparentales, nuevos mecanismos de adopción o el reconocimiento de parejas homosexuales) que han cambiado de manera evidente como se
entienden el desarrollo de la maternidad y de los procesos reproductivos.
Debido a la importancia central de tener éxito en la crianza de los individuos infantiles en cualquier
sociedad, la maternidad ha sido el centro de preocupaciones y debates diversos en la investigación feminista (Wilkie 2003:2). Las principales controversias se han centrado en cuestiones relativas a si está biológicamente predeterminado que son las mujeres las cuidadoras primarias de los individuos infantiles, han
hecho referencia al uso de la maternidad como forma de represión de las mujeres de forma transcultural
o han elaborado críticas hacia un concepto de maternidad esencialista que define a las mujeres (y a la
feminidad) por su capacidad de producir y criar a los hijos como fenómeno natural e inevitable, de manera que las mujeres que manifiestan su deseo de no tener hijos han sido vistas como desviadas o deficientes en su identidad femenina (DiQuinzio, 1999:XIII).
No podemos olvidar que los conceptos centrales de la teoría feminista que incluyen el sexo, el
género, el cuerpo, el deseo, la conciencia, la experiencia, la representación, la opresión, la igualdad o la
libertad están implicados en el análisis de la maternidad desde las distintas perspectivas feministas
(DiQuinzio, 1999; Mazzoni, 2002). La conceptualización de la maternidad ha pasado por varias fases
dentro del movimiento feminista; desde posiciones que argumentaban que la maternidad estaba en la
base y justificaba el rol subordinado de las mujeres en la sociedad debido a que es la experiencia en la
que sufren más la tiranía de la naturaleza, la biología y/o el control por parte de los hombres (DiQuinzio,
1999:ix) hasta un pensamiento que señala a la maternidad como una opción de las mujeres más que
como una obligación (Magallón, 2001:124) y que forma parte de su propia identidad. Esto supone que
se considere el hecho de la maternidad, no como un obstáculo para el desarrollo personal, sino como
un hecho de gran importancia y por el que se exige la reorganización de los espacios y del ritmo de la
sociedad para adaptarlos plenamente al desarrollo de la misma.
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Algunos apuntes acerca del concepto y estudio de las prácticas maternales en la literatura arqueológica
La preocupación por los estudios sobre mujeres, individuos infantiles, relaciones de género, sexo o
sexualidad debería haber incluido de forma natural el concepto de maternidad en arqueología; se podría
pensar que debido a que es una actividad transhistórica y transcultural socialmente construida y con
importancia crucial en la articulación de las relaciones de género, ha sido un elemento crucial en los distintos debates relativos al género y a la arqueología. Sin embargo, exceptuando los trabajos de algunas
autoras (Bolen, 1992; Beausang, 2000; O´Donnell, 2004; Wilkie, 2003:5) la maternidad está, generalmente, ausente de estos debates como ha sido puesto de manifiesto por algunas investigadoras
(Bentley, 1996:23). La naturalización y la creencia de la inmovilidad en el desarrollo de las prácticas maternales y el no reconocimiento de los niños y niñas como componentes plenos de la sociedad unido a la
escasez de herramientas metodológicas adecuadas (Sánchez Romero, e.p. a), han contribuido a la falta
de investigación sobre la maternidad previa a los cambios referidos a partir de finales del XIX, de manera que los conocimientos históricos que tenemos previos a estas fechas son aún escasos y en su mayor
parte descriptivos (por ejemplo Pringle, 1990; Meskell, 1999; Caballero, 2000).
A pesar de ello, es muy interesante destacar que en la literatura arqueológica de nuestro país el
tema de la maternidad y la reproducción ha provocado, durante las últimas décadas, el establecimiento
de interesantes hipótesis acerca del comportamiento humano y de las experiencias y trabajos de las
mujeres. Almudena Hernando en sus diferentes estudios sobre la identidad de las mujeres (Hernando,
2001; 2005) pone de manifiesto como la maternidad ha sido utilizada por diferentes autores para justificar biológicamente la identidad de las mismas a través de los vínculos creados y de las relaciones de
dependencia establecidas. Sin embargo, esta investigadora sitúa el origen de este tipo de identidad en
las consecuencias derivadas de la pérdida de movilidad debido a los constantes cuidados que requieren las crías humanas. Estas crías son las más débiles del reino animal porque la prolongación de los
tiempos de crecimiento que se produjo en el género Homo hace unos dos millones y medio de años
supuso la prolongación del periodo fetal a veintiún meses aunque solamente nueve son intrauterinos,
convirtiéndonos en seres completamente dependientes dedicados, básicamente, a permitir que nuestro
cerebro alcance la mitad del tamaño que tendrá en la vida adulta (Domínguez Rodrigo, 1996:157). Es
esa necesidad de cuidado por parte de los individuos infantiles la que provoca la reducción de la movilidad de las mujeres articulando nuevas formas de entender el tiempo y el espacio y marcando de manera muy sutil, las primeras desigualdades (Hernando, 2005).
Por su parte Mª Angeles Querol ha enunciado el modelo de “ampliación del comportamiento maternal
al resto del grupo” (Querol, 2005). Los homínidos del África oriental de hace unos dos millones de años estaban expuestos en un hábitat de llanura abierta a peligros que sólo pudieron superar a través de la reorganización de las relaciones sociales del grupo de modo que los distintos individuos se sintiesen cohesionados
a través de la cooperación entre ellos y del reparto de tareas defensivas (Domínguez Rodrigo, 1994:123125). Para Mª Angeles Querol esta cooperación y estos mecanismos de solidaridad podrían tener su origen
en las relaciones sociales más evidentes que son las maternales y que conllevan socialización, transmisión
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del conocimiento, cuidado del otro, etc. La propagación, a través de diversos mecanismos, de estos comportamientos sería una de las claves del éxito y de la supervivencia de estos grupos (Querol, 2005).
Por otra parte, desde las perspectivas marxistas feministas se ha analizado con profundidad la reproducción biológica desde las teorías de la producción de la vida social, poniendo el énfasis en los trabajos de
producción de cuerpos y de mantenimiento de sujetos y de objetos, mediante los cuales no sólo se crean
cuerpos sexuados imprescindibles para la reproducción social del grupo, sino que también se cuidan, atienden y socializan a estos individuos (Balaguer y Oliart, 2002; Sanahuja, 2002; Escoriza y Sanahuja, 2005).
EL ANÁLISIS DE LAS PRÁCTICAS MATERNALES EN EL MARCO DE LAS SOCIEDADES DE LA
PREHISTORIA
Planteamientos teóricos y metodológicos
Si, como venimos reiterando, la maternidad es una práctica socialmente construida y desde luego no
define esencialmente a las mujeres, debemos preguntarnos hasta que punto son las mujeres las únicas
que pueden ejercer las prácticas maternales. Está claro que existe una maternidad biológica y una maternidad social que pueden ser desempeñadas por la misma persona o por personas distintas (Bolen,
1992:49). Los mecanismos reproductivos ciertamente necesitan de los cuerpos de las mujeres para que
se pueda producir el embarazo y el parto y esto es un fenómeno universal, ahora bien, lo que le sucede
al niño o la niña una vez deja el útero materno conlleva múltiples posibilidades, incluso es distinta la forma
en la que las mujeres experimentan la maternidad, precisamente porque es una construcción cultural.
Ambos hechos están influidos por significados sociales, económicos, culturales, políticos, psicológicos
y personales (DiQuinzio, 1999). Sin embargo, creemos poder afirmar que en las sociedades prehistóricas las prácticas maternales fueron desarrolladas en la mayor parte de las ocasiones, y al menos durante los primeros años de vida del individuo infantil, por las mujeres, debido al hecho fundamental que constituyen las necesidades alimenticias de los niños.
En nuestra opinión, debemos analizar las prácticas maternales desde una perspectiva que incluya todos los argumentos mencionados con anterioridad, es decir, que comprenda los mecanismos biológicos inherentes a la maternidad, pero que entienda que las prácticas maternales son construidas y que
interprete todo ello dentro del marco que supone la subjetividad individualista de las mujeres, rescatando y considerando determinados aspectos culturales relacionados con la maternidad pero sin hacerlos
necesarios para el desarrollo de la vida de las mujeres (DiQuinzio, 1999:XVI). Para ello ha sido imprescindible utilizar el concepto de género en nuestro análisis, una clasificación muy útil para el estudio de las
mujeres ya que al referirnos a una categoría social y culturalmente construida las desliga de comportamientos naturales y esenciales. El género, y las relaciones que se establecen a través de esta categorización no tienen una forma única, sino que cambian, se negocian y se expresan de manera distinta no
sólo entre diferentes culturas sino también en una misma cultura a través del tiempo (Sánchez Romero,
e.p. b). Esta distinción entre los hechos biológicos y la construcción del género permite que evidente-
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mente se reconozcan los factores biológicos, por ejemplo, el hecho de que existan dos tipos de productores de células necesarias para la fecundación pero permite rechazar la idea de que las mujeres estén
“naturalmente” llamadas a la maternidad (Rivera, 2003).
Es en el estudio de las prácticas de cuidado y en la socialización de los individuos infantiles en
donde la investigación acerca de las prácticas maternales resulta más atractiva, ambos trabajos pueden
ser enmarcados dentro de las actividades de mantenimiento (Picazo, 1997; Sánchez Romero, e.p. b) en
las que quedan incluidos actividades relacionadas con la producción, el almacenamiento, el cuidado o
los conceptos vinculados al reemplazo generacional y la infancia que implican relación entre individuos.
Esto es de vital importancia porque los lazos existentes en esa reciprocidad implican la creación de una
esfera en la cual los individuos infantiles aprenden a ser, a sentir, a desarrollar sus habilidades, a ser incluidos como miembros del grupo y a conformar su propia identidad (Sánchez Romero, 2004: 378).
Sin embargo, el estudio de las prácticas maternales en las sociedades prehistóricas se ha visto condicionado por varios factores; a la falta de estrategias metodológicas señaladas anteriormente hemos de unir
el hecho por un lado, de que son prácticas normalmente relacionadas con el trabajo femenino, marcado por
su escasa valoración dejando de lado lo que supone para las mujeres (Sánchez Romero, e.p. c); pero además hemos de tener en cuenta otro factor importante en el estudio de la maternidad, en muchas ocasiones
se ha entendido que hay ciertas actividades o ciertos trabajos que no cambian, que permanecen estáticos
e inalterables sean cuales sean las condiciones que les rodean, y en este ámbito se han introducido con
demasiada frecuencia las actividades denominadas de mantenimiento, a pesar de que precisamente por
estar relacionadas con la vida cotidiana y los vínculos de relación social que se generan alrededor, resultan
básicas para entender las dinámicas de cualquier comunidad humana (González Marcén et al., e.p.).
El análisis de las prácticas maternales a través del registro arqueológico
La gestación y el parto
El registro arqueológico, los textos escritos y las observaciones etnográficas nos proporcionan abundante
información acerca de las prácticas maternales relacionadas con el proceso de gestación y parto y con los
cuidados que se proporcionan a los individuos infantiles tras su nacimiento. Uno de los elementos más recurrentes y significativos referidos a las mujeres son las idealizaciones realizadas con sus cuerpos relacionándolos casi exclusivamente con su capacidad reproductiva. Las imágenes femeninas más populares de la prehistoria y que constituyen las primeras representaciones del cuerpo humano son las “venus” que aparecen en
gran parte de Europa. Estas representaciones sobre diversos soportes han sido uno de los mecanismos más
utilizados desde el presente para configurar y crear estereotipos sobre el papel de las mujeres en las sociedades del pasado (Sánchez Romero, e.p. c), para la construcción, la justificación y la transmisión de ideas
acerca de los roles femeninos y masculinos dentro de las sociedades prehistóricas (Masvidal y Picazo,
2005:15). Sin embargo estas representaciones femeninas no poseen tanta homogeneidad como en principio se podría suponer, el periodo temporal tan amplio en el que se documentan, entre los 25.000 y 12.000
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ANE., su extensa distribución espacial desde Siberia hasta la Península Ibérica, sus variadas circunstancias
de aparición, bien en contextos domésticos, bien escondidas en cuevas y abrigos o bien depositadas en lugares de habitación al aire libre, la diversidad de materiales, además de la pluralidad de cuerpos de mujer representados hacen que cada vez se propongan más alternativas a la idea universal de representación de la diosamadre (Dobres, 1992; Duhard, 1993; Masvidal y Picazo, 2005; Nelson, 1993; Rice, 1981; Rusell, 1993,
McDermott, 1996). En nuestra opinión, es evidente que la presencia de figurillas es indicativa de una categoría femenina culturalmente reconocida y enfatizada (Sánchez Romero, e.p. c) pero sólo en algunos casos
representan mujeres en los distintos momentos del proceso reproductivo; incluidas es este grupo únicamente la figura de Grimaldi correspondería al modelo de acumulación de grasa conocido como esteatopigia y sólo
cuatro, las representaciones de Lespugue, de Willendorf, de Gagarino y la citada de Grimaldi tienen proporciones extremas (Bahn y Vertut, 1999); por otro lado, la escultura XIII de Kostenki (Rusia) ha sido interpretada
como una mujer embarazada a punto de parir. También en este contexto del reconocimiento de la capacidad
reproductiva de las mujeres se deben interpretar las representaciones de símbolos sexuales femeninos que
aparecen grabados en las paredes de cuevas y abrigos durante el Paleolítico Superior en toda la Dordoña,
como las de vulvas documentadas en el Abri Castanet (Delluc y Delluc, 1991), La Ferrassie (Leroi-Gourhan,
Delluc y Delluc, 1995), Cazelle (Aujoulat, 1996), La Font-Bargeix (Barriere, Carcauzon, Delluc y Delluc, 1990),
La Cavaille (Delluc y Delluc, 1991) o La Comarque (Duhard, Delluc y Delluc, 1993). En la Península Ibérica
tenemos que acudir a las figuraciones rupestres levantinas para encontrar dos dudosas representaciones de
mujeres embarazadas, las debatidas figuras del Abrigo de Los Chaparros (Albalate del Arzobispo, Teruel) o del
Abrigo de la Higuera (Alcaide, Teruel) (Beltran, 1989; Beltran y Royo, 1994; Escoriza, 2002).
La información etnográfica de la que disponemos nos proporciona datos acerca de los distintos lugares
en los que se producen los partos, sobre los distintos procedimientos y utensilios utilizados para dar a luz o
acerca de la multitud de recursos medicinales susceptibles de ser utilizados en todo el proceso reproductivo.
Entre estos últimos, encontramos diversas especies vegetales que pueden haber tenido efectos hormonales
directos sobre la función reproductiva humana bien usados como anticonceptivos, bien como abortivos en un
momento muy cercano a la concepción o bien como remedios que ayudan en el desarrollo normal del embarazo y del parto. El uso de estas plantas por las sociedades prehistóricas sólo puede ser inferido a través de
evidencias indirectas como son la constatación de las propiedades medicinales de las plantas, el uso de ellas
por parte de sociedades conocidas mediante la etnografía o su utilización establecida de forma evidente por
sociedades de la antigüedad de las que contamos con testimonios escritos (Taylor, 1996:87).
En lo que se refiere al reconocimiento de las cualidades medicinales sólo a principios del siglo XX se
empezaron a explorar desde la medicina oficial las consecuencias en los ciclos reproductivos humanos
de determinadas plantas; controlar la menstruación y aliviar los síntomas del síndrome premenstrual, actuar
como anticonceptivos o abortivos, etc. han sido algunos de sus usos. Sin embargo, estos conocimientos han estado en posesión de las mujeres a lo largo del tiempo; está documentado en las tribus de las
colinas de la zona norte de Tailandia que poseen, según los etnobotánicos, un inmenso arsenal de medicinas relacionadas con la fertilidad, el embarazo, el parto y el cuidado en las semanas críticas inmediatas
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al parto. Este mismo tipo de recursos están documentados en la India o Sudamérica. Las preparaciones
elaboradas mediante estas plantas son complejas, se administran por diversos medios y requieren de
conocimientos muy especializados referentes a las dosis y con el estado físico de las mujeres sobre las
que se aplican (Taylor, 1996:89).
La segunda de las evidencias indirectas acerca del uso medicinal de determinadas hierbas, nos la
proporciona el conocimiento ginecológico y obstetra que transmiten los textos griegos y romanos, unidos
a los restos materiales que encontramos en el registro arqueológico. Hipócrates, Sorano o Dioscórides
hablan en sus textos de métodos anticonceptivos y abortivos en los que se utilizaban la mirra o la artemisa
(Taylor, 1996:89); estos conocimientos serán recogidos en tradiciones posteriores como sucede con El
Libro de Amor de mujeres, texto escrito en hebreo posiblemente en el siglo XIII que contiene un compendio de saberes en forma de recetario sin apenas aporte teórico, y que dedica un apartado bastante extenso a la cosmética-ginecología-obstetricia. En esta sección se describen una serie de medidas terapéuticas,
amuletos, ungüentos y remedios medicinales por medio de los cuales las mujeres podrían saber si serían
capaces de concebir o no, averiguar si están embarazadas, ayudar o aumentar la producción de leche
materna, interrumpir o provocar el embarazo, elegir el sexo del bebé o ayudar en el parto (Caballero, 2003).
En otras ocasiones la combinación entre la información arqueológica y las evidencias literarias e iconográficas nos proporcionan datos acerca de rituales relacionados con el proceso reproductivo. Estos rituales no sólo se refieren a la gestación y el parto sino también a la concepción; estudios etnográficos demuestran que el uso de objetos votivos relativos a la fertilidad son el reflejo de los miedos sociales de muchas
mujeres acerca de la infertilidad debido a las actitudes negativas de algunas sociedades tradicionales hacia
las mujeres que no conciben hijos (Bolger, 1992: 153). A este respecto son muy destacables las tablillas
hititas del segundo milenio ANE (Pringle, 1993), una pequeña colección de textos escritos desde el punto
de vista médico y concentrado en los rituales y los encantamientos referentes a las parturientas. Estos textos nos acercan a los elementos rituales que han caracterizado eventos tales como el embarazo y el parto;
indicándonos que no podemos limitarnos a ver la gestación y la lactancia como funciones naturales a las
que las mujeres están perfectamente adaptadas. La depresión del sistema inmunológico durante el embarazo para minimizar el rechazo del feto (Ortner, 1998:88) o periodos de lactancia largos unidos a niveles nutricionales bajos pueden colocar a las mujeres en una posición de riesgo en las sociedades de la antigüedad
como ocurre en la actualidad en determinadas comunidades rurales de países en vías de desarrollo (Martin,
2000: 281). Este hecho queda patente en las estadísticas y estudios antropológicos en los que se pone en
evidencia la elevada mortalidad tanto de las madres como de los bebés, pudiendo llegar al 50% de los niños
nacidos (Bolen, 1992:52) y con porcentajes semejantes para las madres (Ortner, 1998:81) de manera que
el uso de amuletos, oraciones y encantamientos han sido mecanismos cuya práctica proporcionaba cierta
tranquilidad y sosiego a las mujeres y que no deben ser menospreciados.
Según describen estos textos hititas, la mayoría de las personas especializadas en este tipo de
rituales eran mujeres cuyas alusiones estaban acompañadas de frases tipo “la que sabe de órganos internos” o “la que tiene habilidad para tratar el parto”; las prácticas de las matronas incluían rituales antena-
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tales, de preparación de la madre y de previsión de la fecha del nacimiento mediante la utilización posiblemente de oráculos; durante el parto, se recitaban versos mitológicos y se supervisaba el ritual para
prevenir la presencia de demonios y tras el alumbramiento, se pronunciaba fórmulas mágicas para asegurar la salud de la madre y del bebé (Pringle, 1993). También el mundo egipcio nos ha proporcionado
datos acerca de los rituales y prácticas relacionadas con la maternidad y la procreación (Meskell, 1999:
48; Roth, 2000) que nos muestran hasta que punto son experiencias completamente ligadas a la comprensión y elaboración de creencias y prácticas religiosas.
En estos textos también encontramos la documentación referida a los utensilios relacionados con
el parto; en la mayor parte de las ocasiones, estos se reducen a taburetes de madera y cuchillos para
cortar el cordón umbilical (Pringle, 1993:132). Mientras que la identificación del uso de estos cuchillos es
prácticamente imposible, los taburetes para el parto son fácilmente identificables debido a la apertura en forma de media luna que poseen en el
asiento. Su uso es consecuente con la postura que facilita el parto a las
madres, con el cuerpo en posición erecta ya sea sentada, en cuclillas, de
rodillas o de pie (Balaguer y Oliart, 2002:61-63). Este objeto mobiliario
está documentado en muchos otros lugares y culturas diversas, desde
las representaciones neolíticas de Sesklo (Talalay, 2000) hasta el mundo
egipcio (Meskell, 1999:100), y también están presentes en los restos
interpretados en relación a rituales de fertilidad y nacimiento evidenciados
en el yacimiento de la Edad de Cobre de Kissonerga-Mosphilia en
Chipre. En el interior de una fosa se encontraron un conjunto de artefactos, piedras rotas por la aplicación de calor y material orgánico en una
matriz de arena y cenizas. Entre los más de cincuenta objetos depositados deliberadamente, merecen especial atención un vaso cerámico que
imitaba una construcción calcolítica y ocho figurillas cerámicas entre las
Fig. 1. Fuente: Bolger, D. L. (1992):
«The archaeology of fertility and birth: A
ritual depósito from Chalcolithic Cyprus».
Journal of Anthropological Research, 48.
que destacan representaciones femeninas, algunas sentadas en taburetes en cuclillas, y una en especial representada dando a luz con la cabeza de un niño emergiendo entre las piernas (Fig. 1) (Bolger, 1992:149).
El registro funerario y los análisis paleoantropológicos también son fuentes de información sobre partos
en las sociedades prehistóricas. Por una parte, y aunque es un método aún discutido, algunos antropólogos
distinguen el número de hijos que una mujer ha tenido mediante el estudio de los huesos pélvicos (Kelley,
1979; Ehremberg, 1989:60); por otra parte, a través de estos restos, se constata el riesgo que supone el
parto para la vida de las mujeres y del propio bebé, complicaciones durante su desarrollo, hemorragias o cuidados incorrectos tras el mismo pueden ser fatales (Scott, 1999:54; O´Donnell, 2004:164). Ejemplos de esta
elevada mortalidad son los restos óseos que nos muestran mujeres fallecidas durante el parto, como la aparecida en el cementerio indio de Windower Site en Estados Unidos, datado aproximadamente hace entre
unos 8000 y 7000 años, y en el que la buena conservación de los restos permitió la identificación de una
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mujer con una bolsa de tela entre sus piernas que contenía los restos de un neonato (Hamlin, 2001:121). En
el yacimiento de Beit Shamesh en Israel, datado en el siglo cuarto ANE se documentó la sepultura de una
joven de unos catorce años con el esqueleto de un bebé a término ocupando su área pélvica, la muerte se
produjo probablemente porque la cabeza del niño fue incapaz de salir a través del estrecho canal de parto;
la aparición de restos de cannabis quemado en la sepultura pudiera estar relacionada con su inhalación por
parte de la madre ya que no sólo actúa como calmante sino que además incrementa la fuerza de las contracciones uterinas, como ha quedado puesto de manifiesto en su descripción en papiros egipcios de unos
1500 años ANE (Taylor, 1996); en otras ocasiones se facilita la dilatación del útero a partir de la aplicación de
vapores herbáceos (Balaguer y Oliart, 2002:70). En la Península Ibérica uno de los ejemplos más interesantes es el de una mujer de unos veinte años muerta durante un parto distócico en el yacimiento argárico del
Cerro de las Viñas (Murcia) (Fig. 2) la sepultura muestra los restos de la madre
y del recién nacido situados aún en el canal de parto (Malgosa et al., 2004).
La documentación etnográfica que poseemos señala varias posibilidades a la hora de situar espacialmente los partos, en estructuras de habitación dentro de la unidad doméstica, al aire libre en lugares apartados o en
estructuras construidas alejadas de la población. Cada uno de estos lugares implica connotaciones sociales e ideológicas de lo que significa el embarazo y el momento del parto en las distintas sociedades analizadas (Balaguer
y Oliart, 2002: 73), y en todas ellas tendrían que cumplirse unas condiciones que minimizaran el estrés medioambiental. Algunas propuestas sugieren
que los abrigos y cuevas fueron los lugares idóneos para los partos duranFig. 2. Enterramiento de la Edad del
Bronce. Cerro de la Viñas (Murcia).
te el Paleolítico Superior ya que pudieron proporcionar un lugar con las condiciones de temperatura y espaciales adecuadas, de manera que muchas
de las representaciones femeninas encontradas en las paredes de estos
abrigos estarían relacionadas con estos momentos críticos y sus manifestaciones rituales (O´Donell,
2004). La escasez de objetos que participan en el proceso y la cualidad orgánica de la mayor parte de
los residuos hace que sea prácticamente imposible el reconocimiento cierto de estos lugares.
Las prácticas de alimentación y cuidado
Una vez que el embarazo y el parto han sido exitosos, comienza un proceso de larga duración en el que
el individuo infantil debe ser cuidado, alimentado y socializado, la realización de las prácticas supone no
sólo una ingente cantidad de trabajo en la mayoría de las ocasiones no reconocido (Sánchez Romero,
e.p. b), sino también una serie de conocimientos y avances tecnológicos relativos al desarrollo de estas
actividades. Los individuos infantiles necesitan constante atención durante los primeros años de vida y el
éxito de la realización de ese trabajo de cuidados se refleja en la supervivencia de los individuos que
superan esa etapa. El análisis de los restos óseos de los individuos infantiles de la mayor parte de las
sociedades prehistóricas demuestra que el fallecimiento de los mismos se pudo producir por dos con-
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juntos de factores, causas endógenas, influenciadas por las condiciones antes o durante el parto y causas exógenas, derivadas de la calidad del medioambiente postnatal (Sánchez Romero, e.p. a). El tratamiento de estas posibles causas de muerte no sólo supone la aplicación de una serie de cuidados y
atenciones sino que implicaría la comprensión adecuada de los síntomas, el suficiente conocimiento anatómico y la elaboración y utilización de los medios adecuados de curación (Fregeiro, e.p.). Además, estos
mecanismos estarían reforzados con la práctica de otro tipo de rituales como los documentados en Deir
el-Medina, a través de sortilegios y amuletos, los individuos infantiles eran protegidos del resfriado común,
del mal de ojo o de las mordeduras de serpientes (Wileman, 2005:21).
Las evidencias del cuidado que se realizan sobre los niños se manifiesta también en multitud de
objetos especialmente diseñados para la alimentación, el transporte y el vestido, para proporcionarles
educación, socialización y entretenimiento. Posiblemente uno de los primeros utensilios inventados y relacionados con el cuidado de los individuos infantiles son los distintos dispositivos en forma de sacos o
bolsas que usan las madres para transportar a sus hijos, uno de los artefactos de mayor presencia en
todas las culturas, de una simpleza admirable y de fácil elaboración. Se fabrican en piel de animales u otros textiles con los que se forma una especie
de bolsa que se sitúa sobre uno de los hombros y coloca al infante o bien
a la espalda o bien sobre el pecho de la madre, este utensilio proporcionaría además el contacto con el adulto necesario para el completo desarrollo
emocional del individuo infantil (Smuts, 1997) y la atención a las necesidades alimenticias de amamantamiento a demanda de los niños.
Desgraciadamente debido a las materias primas con las que se realizan es
Fig. 3. Plaqueta de Gonnesdorf
(Alemania).
muy difícil de contrastar en el registro arqueológico (Taylor, 1996:45), aunque existen algunas representaciones como la que muestra una de las plaquetas del yacimiento paleolítico de Gonnesdorf (Alemania) (Fig. 3) que describe algo parecido (Sánchez
Romero, e.p. c). De todas formas su utilización en distintas culturas a través del tiempo y sobre todo en
aquellas sociedades con sistemas móviles parecidos a las bandas de cazadores recolectores podría indicarnos que estos artefactos pudieron haberse utilizado por las mujeres en sus movimientos por el territorio (Roosevelt, 2002:369).
Dentro de las actividades de mantenimiento relacionadas con el cuidado (Fig. 4), una de las de más
relevancia por lo que supone en términos de supervivencia del individuo infantil es la alimentación y más
concretamente los procesos de lactancia y destete. El paso que realizan los individuos infantiles desde
la seguridad de la leche materna a otro mundo de alimentos a través de la ingesta de leche de aportación animal en las poblaciones prehistóricas debió ser un proceso incierto debido sobre todo a las condiciones medioambientales e higiénico-sanitarias de estos grupos (Herring et al., 1998: 425; Rihuete,
2002:44). En determinados grupos con estas condiciones insuficientes, la retirada demasiado temprana
de la leche materna a un bebé puede provocarle, diarreas y alergias a otros alimentos, debido a que su
sistema digestivo e inmunológico no está totalmente formado (Katzenberg et al., 1996:178).
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Pero esta no es la única consecuencia del destete para estas poblaciones, la lactancia a demanda
tiende a suprimir la ovulación en la madre y a prevenir o reducir las posibilidades de embarazo dependiendo de la frecuencia con la que se produzca el amamantamiento (Bentley, 1996: 33; Katzenberg et
al. 1996:178). Por tanto, durante gran parte del Paleolítico y debido a la movilidad patente de las mismas,
es probable que las sociedades pusieran en práctica algunos mecanismos que espaciaran el nacimiento de nuevos miembros del grupo, como sucede con muchas de las poblaciones de cazadores-recolectores actuales. Una política deliberada debido al hecho de que la madre no es capaz de llevar a más
de un niño en brazos para recorrer largas distancias, de manera que se usaran los métodos descritos
anteriormente que indujeran el aborto o incluso el infanticidio (Lee, 1980:325; Ehremberg, 1989:60-61).
Prácticas como la lactancia o hechos puntuales como la edad de destete son factores culturales,
que suelen variar entre poblaciones pero no dentro de las mismas (García, 2005). Por tanto, a través del
estudio de casos individuales en poblaciones pasadas se podrían establecer ciertas tendencias en el desarrollo de estos procesos en determinadas
épocas o para determinados grupos culturales. Entre los muchos indicadores que se han utilizado para conocer la edad de destete de los individuos
infantiles se encuentra la hipoplasia dental, la pérdida de esmalte que afecta a los dientes permanentes como producto de las enfermedades y desnutrición durante los primeros años de vida; sin embargo diversos estudios
realizados a individuos infantiles de poblaciones conocidas como la
Florencia del siglo XIX (Moggi-Cecchi et al., 1994) o las poblaciones del nordeste norteamericano del XVIII (Wood, 1996) han planteado serias dudas
Fig. 4. Kourotrophos del Museo
de Argos. Referencia: Web del
Museo de Aghios. Ubicación:
Museo de Aghios.
acerca de la conveniencia de utilizar este marcador para reflejar el momento del destete, ya que su aparición puede estar relacionada con cualquier
otro tipo de estrés nutricional (Katzenberg et al., 1996:186). Sí se ha presentado como mucho más fiable el examen de los isótopos estables de nitró-
geno y carbono de los huesos y dientes de poblaciones pasadas, debido a que estos valores son indicativos del nivel trófico que ocupa el individuo. Los niños amamantados estarán un nivel trófico por encima de sus madres. Los valores de los niños varían con la edad, mientras que en el nacimiento son equiparables a los de la madre, ya que reciben los alimentos que ella ingiere a través de la placenta, a través
de la lactancia los valores del niño se van incrementando y llegan a situarse un 3-5‰ por encima de los
de la madre. Al empezar el destete, los totales descienden hasta ocupar el nivel que les corresponde en
la cadena trófica según la alimentación que reciban de manera que los valores del niño nos indicarán el
origen de las proteínas suplementarias que empiezan a introducirse con el destete (García, 2005).
Utilizando este criterio, se han llevado a cabo diversos estudios sobre distintas poblaciones, por
ejemplo, al análisis llevado a cabo sobre las costillas y las piezas dentales procedentes del yacimiento
arqueológico medieval de Wharrant Percy (Reino Unido) evidenció que los individuos infantiles dejaban la
lactancia alrededor de los dos años, justo la edad que recomiendan los textos de la época, que además
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aconsejaban el cambio de alimentación de forma gradual sustituyendo la leche materna por leche animal
o gachas. La sugerencia realizada en esos mismos textos de que los niños dejaran de mamar entre seis
y doce meses antes que las niñas, no fue seguida de la misma manera ya que no hay evidencias en los
restos óseos de diferencias en la alimentación entre los individuos infantiles (Richards et al., 2002:210).
De todas formas, esta diferenciación en el momento del destete entre niños y niñas sí ha quedado
demostrada en otros casos, los análisis realizados a las poblaciones prehispánicas del sudoeste de los
Estados Unidos demuestran que las niñas iniciaban el periodo de destete antes que los niños ya que su
salud a los tres años estaba en general más comprometida fisiológicamente que la de sus compañeros
masculinos debido a una nutrición más pobre causada por un destete más temprano (Martin, 2000).
La consideración del destete como un periodo prolongado más que como un hecho puntual queda
reafirmada por los datos obtenidos en el estudio de dos yacimientos mayas de época postclásica; los
resultados de los análisis de isótopos muestran que este proceso comenzó alrededor de los 12 meses
en los individuos infantiles y que la aportación de la leche materna no cesó hasta los tres o cuatro años
de edad (Williams et al., 2005). Por otro lado, la evidencia de que la práctica de la lactancia y el posterior destete responde a una elección cultural, la tenemos en los textos de Sorano y Galeno que aconsejaban la introducción de una mezcla de miel y leche de cabra en la alimentación de los niños a partir de
los seis meses de edad; la constatación arqueológica de la realización de esta práctica la encontramos
en el yacimiento egipcio de época romana de Kellis (Dupras et al., 2001:210).
Estos procesos de destete y sus consecuencias en la reproducción han sufrido variaciones a lo largo
de la historia. La progresiva sedentarización que supuso la economía productora neolítica representó un cambio importante en la vida de las mujeres. Han sido muchos autores los que han demostrado que la implantación de las labores agrícolas empeoró considerablemente la vida de las féminas debido a las nuevas cargas de trabajo (Claassen, 2002; Erehmberg, 1989). Las evidencias relativas a la morfología de los huesos,
los marcadores de estrés y las patologías de los restos óseos indican un incremento en el tiempo dedicado
a la preparación de alimento, particularmente a la molienda (Crown, 1990:283; Marvin y Ross, 1987). En lo
que respecta a la reproducción, los datos hablan de un aumento considerable de la población en estos
momentos, lo que supone un nuevo cambio para las mujeres que pasan de embarazos cada tres o cuatro
años a un aumento en la frecuencia de los mismos. La elaboración de alimentos para los niños mediante los
productos derivados de la domesticación animal, sobre todo la leche, hizo que la periodicidad de lactancia
fuese menor lo que provocó que los niveles de prolactina, inhibidora de la ovulación como hemos mencionado con anterioridad, bajaran en las mujeres y fuese más fácil la concepción. La necesidad cada vez mayor,
a partir de este momento en adelante, de una fuerza de trabajo en estas economías productoras provocó
probablemente la aparición de algún tipo de control sobre las capacidades reproductivas de las mujeres.
Estos mecanismos relacionados con el fin de la lactancia son también observables para algunos
investigadores a través de determinados avances tecnológicos que se producen en determinadas producciones. Por ejemplo, diversos estudios etnográficos han documentado que cuando las mujeres realizan trabajos subsistenciales que son incompatibles con la lactancia, se inicia antes el proceso de des-
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tete y son las gachas preparadas con cereales las que se utilizan como el alimento ideal para llevar a
cabo este cambio alimenticio; sin embargo, la preparación de las gachas necesita una cocción muy larga
y a unos 100 grados centígrados (Skibo y Blindan, 1999:173) para que los cereales sean fáciles de digerir; para que este fenómeno se produzca son necesarias determinadas vasijas cerámicas. Este hecho ha
llevado a interpretar los cambios que se constatan en diferentes momentos en la adopción o en la transformación de la producción cerámica para distintas poblaciones prehistóricas de los Estados Unidos
como relacionados con las prácticas alimenticias de los individuos infantiles (Crown, 2000:253; Crown y
Wills, 1995). Entre los distintos artefactos relacionados con la alimentación se documentan las astas de
bóvidos utilizadas como biberones en la Inglaterra anglosajona prácticamente sin ninguna modificación
(Willeman, 2005:23) o también de la misma época los primeros biberones realizados en cerámica (Fig.
5) (Taylor, 1996:171). Pero además de los avances tecnológicos, también pudieron articularse estrategias de organización social que permitieran a las madres ejercer trabajos
lejos de los individuos infantiles, como son el cuidado de los niños por parte
de otros miembros del grupo, sobre todo otros niños y niñas mayores de los
individuos de avanzada edad (Claassen, 2002; Sánchez Romero, e.p. c).
Estas prácticas han permitido mantener la lactancia materna como una parte
importante de la alimentación infantil en algunas poblaciones como por
ejemplo los Efe del noreste Zaire (Peacock 1991).
La socialización de los individuos infantiles
De forma paralela a todos estos procesos se desarrollan las tareas de socialización y aprendizaje por parte de los individuos infantiles. Este tipo de prácFig. 5. Fuente: Taylor, T. (1996):
The Prehistory of sex. Four million
years of human sexual culture.
Fourth State, Londres.
ticas pudieron ser llevadas a cabo por diferentes miembros del grupo social
con identidades de género y edad diferenciadas. A través de los procesos
de socialización y aprendizaje los individuos infantiles reciben información y
conocimientos relativos a la producción y a la tecnología que les permitirá
introducirse en la esfera productiva de las sociedades, pero además recibirán información acerca de su
propia identidad. Se situarán en una esfera social determinada, conocerán de las características de su
identidad de género y comprenderán y compartirán la forma de ver el mundo de esas sociedades de
manera que se consiga el éxito tanto la reproducción biológica como en la social. La adquisición de estos
principios por parte de los individuos infantiles se realiza a través de los conceptos de habitus y hexis definidos por Bourdieau; el habitus se refiere a la lógica práctica y al sentido de orden que se aprende
inconscientemente a través de las normas establecidas en la vida cotidiana, el hexis se describe como
esas experiencias sociales creadas por las categorías de género, clase o edad se reflejan en el cuerpo
(Gilchrist, 1999:81) y todos estos procesos deben dejar necesariamente huella en el registro arqueológico. Los objetos relacionados con el mundo infantil son, por tanto, evidencias de la transmisión de mensajes culturales mediante los cuales los adultos definen y refuerzan las identidades de edad, de género
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o de clase social de manera que se asuman como propios determinados trabajos y responsabilidades
(Sánchez Romero, e.p. a).
El análisis de estos objetos de uso infantil, que en ocasiones se han interpretado como juguetes,
puede llevarse a cabo desde una perspectiva etnoarqueológica como la clasificación realizada por
Gustavo Politis sobre poblaciones Nukak en la Amazonia colombiana. Según su categorización entre los
posibles juguetes encontramos objetos fabricados por adultos para que sirvan como tales, objetos procedentes del mundo adulto que por desecho o rotura son utilizados por los individuos infantiles y por último,
objetos sin transformar (Politis, 1998:10). El registro arqueológico posibilita que podamos incluir también
los objetos manufacturados por los propios individuos infantiles dentro de sus procesos de aprendizaje y
socialización (Nájera et al., 2006). Pero además en este apartado debemos encuadrar aquellos juegos que
no dejan huella en el registro arqueológico y que están relacionados con las tradiciones orales; a través de
cuentos y narraciones los adultos inician a los individuos infantiles no sólo en normas y comportamientos
sociales sino también en las creencias rituales y religiosas que sostienen su mundo (Breeden, 1988).
En la Península Ibérica podemos citar dos ejemplos de estos objetos relacionados con el mundo
infantil, por un lado en el yacimiento argárico del Cerro de la Encina (Monachil, Granada) encontramos
vasos cerámicos de pequeñas dimensiones que imitan diferentes formas cerámicas pertenecientes a
esa cultura aunque con características técnicas y formales diferentes: formas asimétricas, sin tratamiento de las superficies con degrasantes muy gruesos en contraste con la alta calidad de la cerámica argárica (Aranda, 2004) entendemos que estas formas cerámicas corresponderían a juguetes realizados por
individuos infantiles dentro del proceso de aprendizaje de la manufactura cerámica, aparecen tanto en
contextos domésticos como asociados a individuos infantiles dentro de las sepulturas (Sánchez
Romero, e.p. a) (Fig.6). El segundo de los ejemplos ha proporcionado el asentamiento de la Edad del
Bronce de la Motilla del Azuer (Molina et al., 2005) donde en una de las sepulturas se documentó un
individuo infantil probablemente masculino y de unos ocho o nueve años que poseía un ajuar compuesto entre otros elementos por tres vasos cerámicos y un carrete en miniatura y un vaso cerámico carenado de pequeñas dimensiones, de factura muy similar al documentado en el Cerro de la Encina (Najera
et al., 2006). La aparición de estos objetos en un contexto funerario confirmaría la relación entre individuos infantiles y reproducciones a pequeña escala, ya que nos muestra objetos característicos de la
vida cotidiana ligados a los procesos de socialización y aprendizaje de individuos infantiles (Sánchez
Romero, 2004; e.p. a).
La socialización de estos individuos no sólo se produce en el ámbito productivo sino que queda
también enmarcado en el desarrollo de un ritual perfectamente normalizado dentro del mundo adulto a
través de estos mecanismos tenemos constancia de la articulación de diferencias sociales claras en las
dinámicas políticas y sociales de las poblaciones prehistóricas. Un reciente estudio realizado sobre los
ajuares de las sepulturas infantiles pertenecientes a la Cultura del Argar en diferentes yacimientos del sudeste de la Península Ibérica, ha puesto de manifiesto esas claras diferenciaciones sociales (Sánchez
Romero, e.p. a).
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Entre los ajuares infantiles de esta época se documentan desde sepulturas sin ofrendas hasta tumbas que contienen objetos metálicos, recipientes cerámicos o útiles y ornamentos realizados en piedra,
hueso u otro tipo de materiales, que demuestran claras diferencias sociales en las que los niños participan. El estudio revela que los individuos infantiles definen su identidad a través de los objetos de adorno
que aparecen en los ajuares de sus tumbas, una identidad que presenta cambios a lo largo del desarrollo vital de los individuos, el hecho más significativo es la progresiva introducción de útiles metálicos a
medida que se avanza en edad, con esa última adquisición en el último grupo de edad que suponen las
dagas. El estatus diferencial de estos individuos infantiles vendría marcado por la utilización de determinados metales como plata y sobre todo oro, en la elaboración de los objetos de adorno. Por otro lado,
no parecen muy significativas en los primeros años de vida las diferencias de género, ya que aunque es
aún muy complicado establecer el
sexo de los individuos infantiles la profusión de elementos de adorno nos
hace pensar en una clasificación más
ligada a la edad que al género, tendencia que empezará a cambiar a partir probablemente de los cambios en
los ciclos reproductivos tanto de mujeres como de hombres, y que aparecerán asociadas al tipo de trabajo que
desarrolle cada individuo (Sánchez
Romero, e.p. a).
Consideraciones finales
Fig. 6. Vista general de la sepultura 22 del yacimiento de la Edad del Bronce del Cerro de
la Encina (Monachil, Granada).
Como venimos observando, la consideración y el análisis de las prácticas
maternales en la interpretación arqueo-
lógica constituyen un elemento crucial para el conocimiento de las sociedades del pasado. A través de
estas páginas hemos querido por una parte, intentar comprender de qué manera se ha conceptualizado
a las mujeres y su relación con los procesos reproductivos de los grupos humanos prehistóricos y por
otra, aproximarnos al estudio de este conjunto de actividades que suponen elementos iconográficos,
productivos, ideológicos y sociales; que representan trabajo, relaciones afectivas, modificación de cuerpos, conocimientos tecnológicos y mecanismos de aprendizaje y cuyo alcance y significación no debe
ser menospreciada a la hora de analizar los grupos del pasado. La progresiva articulación de mecanismos teóricos y metodológicos para el estudio de estos procesos permite, cada vez con más frecuencia,
la elaboración de interpretaciones e hipótesis que incluyan estos procesos como parte integrante de la
vida de las sociedades prehistóricas.
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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MATERNIDADYPREHISTORIA:
PRÁCTICAS DE REPRODUCCIÓN, RELACIÓN Y SOCIALIZACIÓN
MARGARITA SÁNCHEZ ROMERO
Universidad de Granada
Introducción
La maternidad ha sido considerada como uno de los elementos definidores de las mujeres a lo largo de
la historia de forma que, en numerosas ocasiones, su capacidad reproductiva ha sido el elemento fundamental en la construcción de su identidad de género; las mujeres en edad reproductiva, las que no lo
están, las que tienen hijos y las que no son consideradas de distinta manera, de forma que sus responsabilidades, su autoridad, su poder y su prestigio van transformándose a lo largo del tiempo (Crown,
2000:17) y estos cambios repercuten en la forma en la que manifiestan su identidad a través del vestido
o de los ornamentos (Childs 1991; Sorensen, 1997).
Sin embargo en pocas ocasiones este debate ha tenido en cuenta que la reproducción supone
para las mujeres trabajo, experiencias, conocimientos, modificación de sus cuerpos, relaciones y sentimientos. Nuestro propósito es analizar cómo se ha conceptualizado a las mujeres y madres de la prehistoria desde el presente, desmintiendo muchas de las ideas preconcebidas que se tienen sobre las mismas e intentando reconocer las prácticas maternales y su reflejo material en el registro arqueológico de
las poblaciones prehistóricas.
Para ello hemos de tener en cuenta que la maternidad es una construcción cultural como tantas
otras experiencias sociales y, como ellas, es susceptible de ser redefinida y renegociada constantemente tanto en el discurso público como en el privado. La carga ideológica que sustenta la maternidad es
fluida y se encuadra dentro de las cambiantes realidades sociales, económicas y políticas (Wilkie,
2005:1). Los individuos infantiles suponen un recurso cuya transformación exitosa en adultos asegura la
reproducción no sólo biológica, sino también social de los grupos humanos, por tanto, conocer como
son alimentados, socializados y enseñados, y como se construye e interpreta socialmente la maternidad
puede ser una gran fuente de información acerca de estas sociedades.
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ALGUNAS REFLEXIONES ACERCA DEL CONCEPTO DE MATERNIDAD
La definición y evolución del concepto de maternidad
Es sólo a partir de los movimientos revolucionarios que se suceden en Europa a partir de finales del XVIII
y de sus elaboraciones ideológicas y filosóficas, cuando la maternidad comienza a ser definida como algo
que supera lo estrictamente biológico; son los textos de Rousseau los que contribuyen de manera evidente a la formación del concepto moderno de maternidad. Dentro del ambiente ilustrado afirma que las
mujeres dedicadas a ser madres y esposas ideales serían consideradas en términos de trabajo y aportación a la sociedad tan importantes como los hombres, ya que la capacidad procreadora de las mujeres las identifica y las sublima; aunque inmediatamente después reconoce que las reprime y las inhabilita para realizar otras actividades (Rousseau, 1762, ed. 1990). Para este autor los procesos biológicos
llevan a las niñas a convertirse en madres de manera inexorable de forma que en su proceso educativo
se debe prestar espacial atención a su preparación para la maternidad, un proceso formativo que no tiene
paralelo en la educación masculina (Kaplan, 1992:20).
Durante el XIX, con estos presupuestos asentados, se instituye el término instinto maternal y se
reafirma la necesidad de las mujeres de ser educadas para la maternidad; la crianza de niños es considerada, como la tarea natural de las mujeres en sus hogares, pero al mismo tiempo se corrobora el
requisito de preparación y formación para llevarlos a cabo. Comienza entonces una proliferación de literatura acerca del cuidado de los niños que contribuye al desarrollo de una “profesionalización” o “vocacionalización” de la maternidad y una intensificación de la legislación que restringe el trabajo infantil y
amplía la escolarización obligatoria prolongando así el periodo de dependencia de la madre. Si durante
estos momentos la literatura sobre el cuidado de los niños tiene un matiz religioso y está dedicada primordialmente a ilustrar a las mujeres de la clase media sobre el cuidado moral y espiritual de los individuos infantiles, la industrialización y las pobres condiciones sanitarias de principios del XX motivaron una
literatura de consejos maternales centrada en la formación de las madres trabajadoras para que procuraran el bienestar físico de los hijos; la responsabilidad del cuidado de los mismos se convirtió en la
tarea estrella de la “madre moderna”, mediante estas publicaciones el estado recomendaba a las
madres ignorar los consejos de familiares y amigas y seguir los preceptos científicos de los médicos
sobre la maternidad y el cuidado (Arnup et al., 1990: xx), intentando desvincular a las madres de las
experiencias de otras mujeres.
A lo largo del pasado siglo, el concepto de maternidad ha experimentado cambios constantes y
rápidos que se inauguran con la incorporación de las mujeres como fuerza de trabajo durante la Primera
Guerra Mundial, el desarrollo del movimiento sufragista y la primera ola de liberación femenina durante los
años 20. Estos movimientos se reflejan en un mayor número de mujeres como receptoras de educación
superior y en términos reproductivos supone un aumento del número de mujeres sin hijos (Kaplan,
1992:19). Este hecho es acompañado, además, de una progresiva importancia de la obstetricia y ginecología copada por médicos hombres y una pérdida de autoridad de las prácticas de las matronas a tra-
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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vés del desarrollo de una ciencia y una profesión dentro de la medicina en la que las mujeres estaban
excluidas y desplazadas en su rol habitual dentro del parto. En muchas ocasiones estos cambios responden a las demandas de las mujeres del mejor cuidado posible durante el parto para procurar un
ambiente más seguro para la madre y el bebe (Lewis, 1990:1), por ejemplo, la medicalización del parto
hizo que paulatinamente se desplazara desde la casa al hospital, hecho que redujo las tasas de mortalidad infantil y maternal que eran alarmantemente elevadas a finales del XIX y principios del XX, sobre todo
en los suburbios de las ciudades industrializadas con unas condiciones higiénico sanitarias paupérrimas
en las que la mortalidad llegaba al 75% del total de nacimientos (Arnup et al. 1990:xvi).
Tras la Segunda Guerra Mundial, los movimientos de liberación femenina de los años 60, ponen en
jaque a muchas instituciones y formas de organización social, entre ellas la de la familia nuclear, y se
crean las bases necesarias para que a partir de la década de los 80 se desarrollen toda una serie de
avances no sólo tecnológicos (la inseminación artificial, la fecundación in vitro o incluso las madres de
alquiler), sino también sociales (el aumento de familias monoparentales, nuevos mecanismos de adopción o el reconocimiento de parejas homosexuales) que han cambiado de manera evidente como se
entienden el desarrollo de la maternidad y de los procesos reproductivos.
Debido a la importancia central de tener éxito en la crianza de los individuos infantiles en cualquier
sociedad, la maternidad ha sido el centro de preocupaciones y debates diversos en la investigación feminista (Wilkie 2003:2). Las principales controversias se han centrado en cuestiones relativas a si está biológicamente predeterminado que son las mujeres las cuidadoras primarias de los individuos infantiles, han
hecho referencia al uso de la maternidad como forma de represión de las mujeres de forma transcultural
o han elaborado críticas hacia un concepto de maternidad esencialista que define a las mujeres (y a la
feminidad) por su capacidad de producir y criar a los hijos como fenómeno natural e inevitable, de manera que las mujeres que manifiestan su deseo de no tener hijos han sido vistas como desviadas o deficientes en su identidad femenina (DiQuinzio, 1999:XIII).
No podemos olvidar que los conceptos centrales de la teoría feminista que incluyen el sexo, el
género, el cuerpo, el deseo, la conciencia, la experiencia, la representación, la opresión, la igualdad o la
libertad están implicados en el análisis de la maternidad desde las distintas perspectivas feministas
(DiQuinzio, 1999; Mazzoni, 2002). La conceptualización de la maternidad ha pasado por varias fases
dentro del movimiento feminista; desde posiciones que argumentaban que la maternidad estaba en la
base y justificaba el rol subordinado de las mujeres en la sociedad debido a que es la experiencia en la
que sufren más la tiranía de la naturaleza, la biología y/o el control por parte de los hombres (DiQuinzio,
1999:ix) hasta un pensamiento que señala a la maternidad como una opción de las mujeres más que
como una obligación (Magallón, 2001:124) y que forma parte de su propia identidad. Esto supone que
se considere el hecho de la maternidad, no como un obstáculo para el desarrollo personal, sino como
un hecho de gran importancia y por el que se exige la reorganización de los espacios y del ritmo de la
sociedad para adaptarlos plenamente al desarrollo de la misma.
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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Algunos apuntes acerca del concepto y estudio de las prácticas maternales en la literatura arqueológica
La preocupación por los estudios sobre mujeres, individuos infantiles, relaciones de género, sexo o
sexualidad debería haber incluido de forma natural el concepto de maternidad en arqueología; se podría
pensar que debido a que es una actividad transhistórica y transcultural socialmente construida y con
importancia crucial en la articulación de las relaciones de género, ha sido un elemento crucial en los distintos debates relativos al género y a la arqueología. Sin embargo, exceptuando los trabajos de algunas
autoras (Bolen, 1992; Beausang, 2000; O´Donnell, 2004; Wilkie, 2003:5) la maternidad está, generalmente, ausente de estos debates como ha sido puesto de manifiesto por algunas investigadoras
(Bentley, 1996:23). La naturalización y la creencia de la inmovilidad en el desarrollo de las prácticas maternales y el no reconocimiento de los niños y niñas como componentes plenos de la sociedad unido a la
escasez de herramientas metodológicas adecuadas (Sánchez Romero, e.p. a), han contribuido a la falta
de investigación sobre la maternidad previa a los cambios referidos a partir de finales del XIX, de manera que los conocimientos históricos que tenemos previos a estas fechas son aún escasos y en su mayor
parte descriptivos (por ejemplo Pringle, 1990; Meskell, 1999; Caballero, 2000).
A pesar de ello, es muy interesante destacar que en la literatura arqueológica de nuestro país el
tema de la maternidad y la reproducción ha provocado, durante las últimas décadas, el establecimiento
de interesantes hipótesis acerca del comportamiento humano y de las experiencias y trabajos de las
mujeres. Almudena Hernando en sus diferentes estudios sobre la identidad de las mujeres (Hernando,
2001; 2005) pone de manifiesto como la maternidad ha sido utilizada por diferentes autores para justificar biológicamente la identidad de las mismas a través de los vínculos creados y de las relaciones de
dependencia establecidas. Sin embargo, esta investigadora sitúa el origen de este tipo de identidad en
las consecuencias derivadas de la pérdida de movilidad debido a los constantes cuidados que requieren las crías humanas. Estas crías son las más débiles del reino animal porque la prolongación de los
tiempos de crecimiento que se produjo en el género Homo hace unos dos millones y medio de años
supuso la prolongación del periodo fetal a veintiún meses aunque solamente nueve son intrauterinos,
convirtiéndonos en seres completamente dependientes dedicados, básicamente, a permitir que nuestro
cerebro alcance la mitad del tamaño que tendrá en la vida adulta (Domínguez Rodrigo, 1996:157). Es
esa necesidad de cuidado por parte de los individuos infantiles la que provoca la reducción de la movilidad de las mujeres articulando nuevas formas de entender el tiempo y el espacio y marcando de manera muy sutil, las primeras desigualdades (Hernando, 2005).
Por su parte Mª Angeles Querol ha enunciado el modelo de “ampliación del comportamiento maternal
al resto del grupo” (Querol, 2005). Los homínidos del África oriental de hace unos dos millones de años estaban expuestos en un hábitat de llanura abierta a peligros que sólo pudieron superar a través de la reorganización de las relaciones sociales del grupo de modo que los distintos individuos se sintiesen cohesionados
a través de la cooperación entre ellos y del reparto de tareas defensivas (Domínguez Rodrigo, 1994:123125). Para Mª Angeles Querol esta cooperación y estos mecanismos de solidaridad podrían tener su origen
en las relaciones sociales más evidentes que son las maternales y que conllevan socialización, transmisión
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del conocimiento, cuidado del otro, etc. La propagación, a través de diversos mecanismos, de estos comportamientos sería una de las claves del éxito y de la supervivencia de estos grupos (Querol, 2005).
Por otra parte, desde las perspectivas marxistas feministas se ha analizado con profundidad la reproducción biológica desde las teorías de la producción de la vida social, poniendo el énfasis en los trabajos de
producción de cuerpos y de mantenimiento de sujetos y de objetos, mediante los cuales no sólo se crean
cuerpos sexuados imprescindibles para la reproducción social del grupo, sino que también se cuidan, atienden y socializan a estos individuos (Balaguer y Oliart, 2002; Sanahuja, 2002; Escoriza y Sanahuja, 2005).
EL ANÁLISIS DE LAS PRÁCTICAS MATERNALES EN EL MARCO DE LAS SOCIEDADES DE LA
PREHISTORIA
Planteamientos teóricos y metodológicos
Si, como venimos reiterando, la maternidad es una práctica socialmente construida y desde luego no
define esencialmente a las mujeres, debemos preguntarnos hasta que punto son las mujeres las únicas
que pueden ejercer las prácticas maternales. Está claro que existe una maternidad biológica y una maternidad social que pueden ser desempeñadas por la misma persona o por personas distintas (Bolen,
1992:49). Los mecanismos reproductivos ciertamente necesitan de los cuerpos de las mujeres para que
se pueda producir el embarazo y el parto y esto es un fenómeno universal, ahora bien, lo que le sucede
al niño o la niña una vez deja el útero materno conlleva múltiples posibilidades, incluso es distinta la forma
en la que las mujeres experimentan la maternidad, precisamente porque es una construcción cultural.
Ambos hechos están influidos por significados sociales, económicos, culturales, políticos, psicológicos
y personales (DiQuinzio, 1999). Sin embargo, creemos poder afirmar que en las sociedades prehistóricas las prácticas maternales fueron desarrolladas en la mayor parte de las ocasiones, y al menos durante los primeros años de vida del individuo infantil, por las mujeres, debido al hecho fundamental que constituyen las necesidades alimenticias de los niños.
En nuestra opinión, debemos analizar las prácticas maternales desde una perspectiva que incluya todos los argumentos mencionados con anterioridad, es decir, que comprenda los mecanismos biológicos inherentes a la maternidad, pero que entienda que las prácticas maternales son construidas y que
interprete todo ello dentro del marco que supone la subjetividad individualista de las mujeres, rescatando y considerando determinados aspectos culturales relacionados con la maternidad pero sin hacerlos
necesarios para el desarrollo de la vida de las mujeres (DiQuinzio, 1999:XVI). Para ello ha sido imprescindible utilizar el concepto de género en nuestro análisis, una clasificación muy útil para el estudio de las
mujeres ya que al referirnos a una categoría social y culturalmente construida las desliga de comportamientos naturales y esenciales. El género, y las relaciones que se establecen a través de esta categorización no tienen una forma única, sino que cambian, se negocian y se expresan de manera distinta no
sólo entre diferentes culturas sino también en una misma cultura a través del tiempo (Sánchez Romero,
e.p. b). Esta distinción entre los hechos biológicos y la construcción del género permite que evidente-
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mente se reconozcan los factores biológicos, por ejemplo, el hecho de que existan dos tipos de productores de células necesarias para la fecundación pero permite rechazar la idea de que las mujeres estén
“naturalmente” llamadas a la maternidad (Rivera, 2003).
Es en el estudio de las prácticas de cuidado y en la socialización de los individuos infantiles en
donde la investigación acerca de las prácticas maternales resulta más atractiva, ambos trabajos pueden
ser enmarcados dentro de las actividades de mantenimiento (Picazo, 1997; Sánchez Romero, e.p. b) en
las que quedan incluidos actividades relacionadas con la producción, el almacenamiento, el cuidado o
los conceptos vinculados al reemplazo generacional y la infancia que implican relación entre individuos.
Esto es de vital importancia porque los lazos existentes en esa reciprocidad implican la creación de una
esfera en la cual los individuos infantiles aprenden a ser, a sentir, a desarrollar sus habilidades, a ser incluidos como miembros del grupo y a conformar su propia identidad (Sánchez Romero, 2004: 378).
Sin embargo, el estudio de las prácticas maternales en las sociedades prehistóricas se ha visto condicionado por varios factores; a la falta de estrategias metodológicas señaladas anteriormente hemos de unir
el hecho por un lado, de que son prácticas normalmente relacionadas con el trabajo femenino, marcado por
su escasa valoración dejando de lado lo que supone para las mujeres (Sánchez Romero, e.p. c); pero además hemos de tener en cuenta otro factor importante en el estudio de la maternidad, en muchas ocasiones
se ha entendido que hay ciertas actividades o ciertos trabajos que no cambian, que permanecen estáticos
e inalterables sean cuales sean las condiciones que les rodean, y en este ámbito se han introducido con
demasiada frecuencia las actividades denominadas de mantenimiento, a pesar de que precisamente por
estar relacionadas con la vida cotidiana y los vínculos de relación social que se generan alrededor, resultan
básicas para entender las dinámicas de cualquier comunidad humana (González Marcén et al., e.p.).
El análisis de las prácticas maternales a través del registro arqueológico
La gestación y el parto
El registro arqueológico, los textos escritos y las observaciones etnográficas nos proporcionan abundante
información acerca de las prácticas maternales relacionadas con el proceso de gestación y parto y con los
cuidados que se proporcionan a los individuos infantiles tras su nacimiento. Uno de los elementos más recurrentes y significativos referidos a las mujeres son las idealizaciones realizadas con sus cuerpos relacionándolos casi exclusivamente con su capacidad reproductiva. Las imágenes femeninas más populares de la prehistoria y que constituyen las primeras representaciones del cuerpo humano son las “venus” que aparecen en
gran parte de Europa. Estas representaciones sobre diversos soportes han sido uno de los mecanismos más
utilizados desde el presente para configurar y crear estereotipos sobre el papel de las mujeres en las sociedades del pasado (Sánchez Romero, e.p. c), para la construcción, la justificación y la transmisión de ideas
acerca de los roles femeninos y masculinos dentro de las sociedades prehistóricas (Masvidal y Picazo,
2005:15). Sin embargo estas representaciones femeninas no poseen tanta homogeneidad como en principio se podría suponer, el periodo temporal tan amplio en el que se documentan, entre los 25.000 y 12.000
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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ANE., su extensa distribución espacial desde Siberia hasta la Península Ibérica, sus variadas circunstancias
de aparición, bien en contextos domésticos, bien escondidas en cuevas y abrigos o bien depositadas en lugares de habitación al aire libre, la diversidad de materiales, además de la pluralidad de cuerpos de mujer representados hacen que cada vez se propongan más alternativas a la idea universal de representación de la diosamadre (Dobres, 1992; Duhard, 1993; Masvidal y Picazo, 2005; Nelson, 1993; Rice, 1981; Rusell, 1993,
McDermott, 1996). En nuestra opinión, es evidente que la presencia de figurillas es indicativa de una categoría femenina culturalmente reconocida y enfatizada (Sánchez Romero, e.p. c) pero sólo en algunos casos
representan mujeres en los distintos momentos del proceso reproductivo; incluidas es este grupo únicamente la figura de Grimaldi correspondería al modelo de acumulación de grasa conocido como esteatopigia y sólo
cuatro, las representaciones de Lespugue, de Willendorf, de Gagarino y la citada de Grimaldi tienen proporciones extremas (Bahn y Vertut, 1999); por otro lado, la escultura XIII de Kostenki (Rusia) ha sido interpretada
como una mujer embarazada a punto de parir. También en este contexto del reconocimiento de la capacidad
reproductiva de las mujeres se deben interpretar las representaciones de símbolos sexuales femeninos que
aparecen grabados en las paredes de cuevas y abrigos durante el Paleolítico Superior en toda la Dordoña,
como las de vulvas documentadas en el Abri Castanet (Delluc y Delluc, 1991), La Ferrassie (Leroi-Gourhan,
Delluc y Delluc, 1995), Cazelle (Aujoulat, 1996), La Font-Bargeix (Barriere, Carcauzon, Delluc y Delluc, 1990),
La Cavaille (Delluc y Delluc, 1991) o La Comarque (Duhard, Delluc y Delluc, 1993). En la Península Ibérica
tenemos que acudir a las figuraciones rupestres levantinas para encontrar dos dudosas representaciones de
mujeres embarazadas, las debatidas figuras del Abrigo de Los Chaparros (Albalate del Arzobispo, Teruel) o del
Abrigo de la Higuera (Alcaide, Teruel) (Beltran, 1989; Beltran y Royo, 1994; Escoriza, 2002).
La información etnográfica de la que disponemos nos proporciona datos acerca de los distintos lugares
en los que se producen los partos, sobre los distintos procedimientos y utensilios utilizados para dar a luz o
acerca de la multitud de recursos medicinales susceptibles de ser utilizados en todo el proceso reproductivo.
Entre estos últimos, encontramos diversas especies vegetales que pueden haber tenido efectos hormonales
directos sobre la función reproductiva humana bien usados como anticonceptivos, bien como abortivos en un
momento muy cercano a la concepción o bien como remedios que ayudan en el desarrollo normal del embarazo y del parto. El uso de estas plantas por las sociedades prehistóricas sólo puede ser inferido a través de
evidencias indirectas como son la constatación de las propiedades medicinales de las plantas, el uso de ellas
por parte de sociedades conocidas mediante la etnografía o su utilización establecida de forma evidente por
sociedades de la antigüedad de las que contamos con testimonios escritos (Taylor, 1996:87).
En lo que se refiere al reconocimiento de las cualidades medicinales sólo a principios del siglo XX se
empezaron a explorar desde la medicina oficial las consecuencias en los ciclos reproductivos humanos
de determinadas plantas; controlar la menstruación y aliviar los síntomas del síndrome premenstrual, actuar
como anticonceptivos o abortivos, etc. han sido algunos de sus usos. Sin embargo, estos conocimientos han estado en posesión de las mujeres a lo largo del tiempo; está documentado en las tribus de las
colinas de la zona norte de Tailandia que poseen, según los etnobotánicos, un inmenso arsenal de medicinas relacionadas con la fertilidad, el embarazo, el parto y el cuidado en las semanas críticas inmediatas
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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al parto. Este mismo tipo de recursos están documentados en la India o Sudamérica. Las preparaciones
elaboradas mediante estas plantas son complejas, se administran por diversos medios y requieren de
conocimientos muy especializados referentes a las dosis y con el estado físico de las mujeres sobre las
que se aplican (Taylor, 1996:89).
La segunda de las evidencias indirectas acerca del uso medicinal de determinadas hierbas, nos la
proporciona el conocimiento ginecológico y obstetra que transmiten los textos griegos y romanos, unidos
a los restos materiales que encontramos en el registro arqueológico. Hipócrates, Sorano o Dioscórides
hablan en sus textos de métodos anticonceptivos y abortivos en los que se utilizaban la mirra o la artemisa
(Taylor, 1996:89); estos conocimientos serán recogidos en tradiciones posteriores como sucede con El
Libro de Amor de mujeres, texto escrito en hebreo posiblemente en el siglo XIII que contiene un compendio de saberes en forma de recetario sin apenas aporte teórico, y que dedica un apartado bastante extenso a la cosmética-ginecología-obstetricia. En esta sección se describen una serie de medidas terapéuticas,
amuletos, ungüentos y remedios medicinales por medio de los cuales las mujeres podrían saber si serían
capaces de concebir o no, averiguar si están embarazadas, ayudar o aumentar la producción de leche
materna, interrumpir o provocar el embarazo, elegir el sexo del bebé o ayudar en el parto (Caballero, 2003).
En otras ocasiones la combinación entre la información arqueológica y las evidencias literarias e iconográficas nos proporcionan datos acerca de rituales relacionados con el proceso reproductivo. Estos rituales no sólo se refieren a la gestación y el parto sino también a la concepción; estudios etnográficos demuestran que el uso de objetos votivos relativos a la fertilidad son el reflejo de los miedos sociales de muchas
mujeres acerca de la infertilidad debido a las actitudes negativas de algunas sociedades tradicionales hacia
las mujeres que no conciben hijos (Bolger, 1992: 153). A este respecto son muy destacables las tablillas
hititas del segundo milenio ANE (Pringle, 1993), una pequeña colección de textos escritos desde el punto
de vista médico y concentrado en los rituales y los encantamientos referentes a las parturientas. Estos textos nos acercan a los elementos rituales que han caracterizado eventos tales como el embarazo y el parto;
indicándonos que no podemos limitarnos a ver la gestación y la lactancia como funciones naturales a las
que las mujeres están perfectamente adaptadas. La depresión del sistema inmunológico durante el embarazo para minimizar el rechazo del feto (Ortner, 1998:88) o periodos de lactancia largos unidos a niveles nutricionales bajos pueden colocar a las mujeres en una posición de riesgo en las sociedades de la antigüedad
como ocurre en la actualidad en determinadas comunidades rurales de países en vías de desarrollo (Martin,
2000: 281). Este hecho queda patente en las estadísticas y estudios antropológicos en los que se pone en
evidencia la elevada mortalidad tanto de las madres como de los bebés, pudiendo llegar al 50% de los niños
nacidos (Bolen, 1992:52) y con porcentajes semejantes para las madres (Ortner, 1998:81) de manera que
el uso de amuletos, oraciones y encantamientos han sido mecanismos cuya práctica proporcionaba cierta
tranquilidad y sosiego a las mujeres y que no deben ser menospreciados.
Según describen estos textos hititas, la mayoría de las personas especializadas en este tipo de
rituales eran mujeres cuyas alusiones estaban acompañadas de frases tipo “la que sabe de órganos internos” o “la que tiene habilidad para tratar el parto”; las prácticas de las matronas incluían rituales antena-
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tales, de preparación de la madre y de previsión de la fecha del nacimiento mediante la utilización posiblemente de oráculos; durante el parto, se recitaban versos mitológicos y se supervisaba el ritual para
prevenir la presencia de demonios y tras el alumbramiento, se pronunciaba fórmulas mágicas para asegurar la salud de la madre y del bebé (Pringle, 1993). También el mundo egipcio nos ha proporcionado
datos acerca de los rituales y prácticas relacionadas con la maternidad y la procreación (Meskell, 1999:
48; Roth, 2000) que nos muestran hasta que punto son experiencias completamente ligadas a la comprensión y elaboración de creencias y prácticas religiosas.
En estos textos también encontramos la documentación referida a los utensilios relacionados con
el parto; en la mayor parte de las ocasiones, estos se reducen a taburetes de madera y cuchillos para
cortar el cordón umbilical (Pringle, 1993:132). Mientras que la identificación del uso de estos cuchillos es
prácticamente imposible, los taburetes para el parto son fácilmente identificables debido a la apertura en forma de media luna que poseen en el
asiento. Su uso es consecuente con la postura que facilita el parto a las
madres, con el cuerpo en posición erecta ya sea sentada, en cuclillas, de
rodillas o de pie (Balaguer y Oliart, 2002:61-63). Este objeto mobiliario
está documentado en muchos otros lugares y culturas diversas, desde
las representaciones neolíticas de Sesklo (Talalay, 2000) hasta el mundo
egipcio (Meskell, 1999:100), y también están presentes en los restos
interpretados en relación a rituales de fertilidad y nacimiento evidenciados
en el yacimiento de la Edad de Cobre de Kissonerga-Mosphilia en
Chipre. En el interior de una fosa se encontraron un conjunto de artefactos, piedras rotas por la aplicación de calor y material orgánico en una
matriz de arena y cenizas. Entre los más de cincuenta objetos depositados deliberadamente, merecen especial atención un vaso cerámico que
imitaba una construcción calcolítica y ocho figurillas cerámicas entre las
Fig. 1. Fuente: Bolger, D. L. (1992):
«The archaeology of fertility and birth: A
ritual depósito from Chalcolithic Cyprus».
Journal of Anthropological Research, 48.
que destacan representaciones femeninas, algunas sentadas en taburetes en cuclillas, y una en especial representada dando a luz con la cabeza de un niño emergiendo entre las piernas (Fig. 1) (Bolger, 1992:149).
El registro funerario y los análisis paleoantropológicos también son fuentes de información sobre partos
en las sociedades prehistóricas. Por una parte, y aunque es un método aún discutido, algunos antropólogos
distinguen el número de hijos que una mujer ha tenido mediante el estudio de los huesos pélvicos (Kelley,
1979; Ehremberg, 1989:60); por otra parte, a través de estos restos, se constata el riesgo que supone el
parto para la vida de las mujeres y del propio bebé, complicaciones durante su desarrollo, hemorragias o cuidados incorrectos tras el mismo pueden ser fatales (Scott, 1999:54; O´Donnell, 2004:164). Ejemplos de esta
elevada mortalidad son los restos óseos que nos muestran mujeres fallecidas durante el parto, como la aparecida en el cementerio indio de Windower Site en Estados Unidos, datado aproximadamente hace entre
unos 8000 y 7000 años, y en el que la buena conservación de los restos permitió la identificación de una
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
127
[page-n-10]
mujer con una bolsa de tela entre sus piernas que contenía los restos de un neonato (Hamlin, 2001:121). En
el yacimiento de Beit Shamesh en Israel, datado en el siglo cuarto ANE se documentó la sepultura de una
joven de unos catorce años con el esqueleto de un bebé a término ocupando su área pélvica, la muerte se
produjo probablemente porque la cabeza del niño fue incapaz de salir a través del estrecho canal de parto;
la aparición de restos de cannabis quemado en la sepultura pudiera estar relacionada con su inhalación por
parte de la madre ya que no sólo actúa como calmante sino que además incrementa la fuerza de las contracciones uterinas, como ha quedado puesto de manifiesto en su descripción en papiros egipcios de unos
1500 años ANE (Taylor, 1996); en otras ocasiones se facilita la dilatación del útero a partir de la aplicación de
vapores herbáceos (Balaguer y Oliart, 2002:70). En la Península Ibérica uno de los ejemplos más interesantes es el de una mujer de unos veinte años muerta durante un parto distócico en el yacimiento argárico del
Cerro de las Viñas (Murcia) (Fig. 2) la sepultura muestra los restos de la madre
y del recién nacido situados aún en el canal de parto (Malgosa et al., 2004).
La documentación etnográfica que poseemos señala varias posibilidades a la hora de situar espacialmente los partos, en estructuras de habitación dentro de la unidad doméstica, al aire libre en lugares apartados o en
estructuras construidas alejadas de la población. Cada uno de estos lugares implica connotaciones sociales e ideológicas de lo que significa el embarazo y el momento del parto en las distintas sociedades analizadas (Balaguer
y Oliart, 2002: 73), y en todas ellas tendrían que cumplirse unas condiciones que minimizaran el estrés medioambiental. Algunas propuestas sugieren
que los abrigos y cuevas fueron los lugares idóneos para los partos duranFig. 2. Enterramiento de la Edad del
Bronce. Cerro de la Viñas (Murcia).
te el Paleolítico Superior ya que pudieron proporcionar un lugar con las condiciones de temperatura y espaciales adecuadas, de manera que muchas
de las representaciones femeninas encontradas en las paredes de estos
abrigos estarían relacionadas con estos momentos críticos y sus manifestaciones rituales (O´Donell,
2004). La escasez de objetos que participan en el proceso y la cualidad orgánica de la mayor parte de
los residuos hace que sea prácticamente imposible el reconocimiento cierto de estos lugares.
Las prácticas de alimentación y cuidado
Una vez que el embarazo y el parto han sido exitosos, comienza un proceso de larga duración en el que
el individuo infantil debe ser cuidado, alimentado y socializado, la realización de las prácticas supone no
sólo una ingente cantidad de trabajo en la mayoría de las ocasiones no reconocido (Sánchez Romero,
e.p. b), sino también una serie de conocimientos y avances tecnológicos relativos al desarrollo de estas
actividades. Los individuos infantiles necesitan constante atención durante los primeros años de vida y el
éxito de la realización de ese trabajo de cuidados se refleja en la supervivencia de los individuos que
superan esa etapa. El análisis de los restos óseos de los individuos infantiles de la mayor parte de las
sociedades prehistóricas demuestra que el fallecimiento de los mismos se pudo producir por dos con-
128
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
[page-n-11]
juntos de factores, causas endógenas, influenciadas por las condiciones antes o durante el parto y causas exógenas, derivadas de la calidad del medioambiente postnatal (Sánchez Romero, e.p. a). El tratamiento de estas posibles causas de muerte no sólo supone la aplicación de una serie de cuidados y
atenciones sino que implicaría la comprensión adecuada de los síntomas, el suficiente conocimiento anatómico y la elaboración y utilización de los medios adecuados de curación (Fregeiro, e.p.). Además, estos
mecanismos estarían reforzados con la práctica de otro tipo de rituales como los documentados en Deir
el-Medina, a través de sortilegios y amuletos, los individuos infantiles eran protegidos del resfriado común,
del mal de ojo o de las mordeduras de serpientes (Wileman, 2005:21).
Las evidencias del cuidado que se realizan sobre los niños se manifiesta también en multitud de
objetos especialmente diseñados para la alimentación, el transporte y el vestido, para proporcionarles
educación, socialización y entretenimiento. Posiblemente uno de los primeros utensilios inventados y relacionados con el cuidado de los individuos infantiles son los distintos dispositivos en forma de sacos o
bolsas que usan las madres para transportar a sus hijos, uno de los artefactos de mayor presencia en
todas las culturas, de una simpleza admirable y de fácil elaboración. Se fabrican en piel de animales u otros textiles con los que se forma una especie
de bolsa que se sitúa sobre uno de los hombros y coloca al infante o bien
a la espalda o bien sobre el pecho de la madre, este utensilio proporcionaría además el contacto con el adulto necesario para el completo desarrollo
emocional del individuo infantil (Smuts, 1997) y la atención a las necesidades alimenticias de amamantamiento a demanda de los niños.
Desgraciadamente debido a las materias primas con las que se realizan es
Fig. 3. Plaqueta de Gonnesdorf
(Alemania).
muy difícil de contrastar en el registro arqueológico (Taylor, 1996:45), aunque existen algunas representaciones como la que muestra una de las plaquetas del yacimiento paleolítico de Gonnesdorf (Alemania) (Fig. 3) que describe algo parecido (Sánchez
Romero, e.p. c). De todas formas su utilización en distintas culturas a través del tiempo y sobre todo en
aquellas sociedades con sistemas móviles parecidos a las bandas de cazadores recolectores podría indicarnos que estos artefactos pudieron haberse utilizado por las mujeres en sus movimientos por el territorio (Roosevelt, 2002:369).
Dentro de las actividades de mantenimiento relacionadas con el cuidado (Fig. 4), una de las de más
relevancia por lo que supone en términos de supervivencia del individuo infantil es la alimentación y más
concretamente los procesos de lactancia y destete. El paso que realizan los individuos infantiles desde
la seguridad de la leche materna a otro mundo de alimentos a través de la ingesta de leche de aportación animal en las poblaciones prehistóricas debió ser un proceso incierto debido sobre todo a las condiciones medioambientales e higiénico-sanitarias de estos grupos (Herring et al., 1998: 425; Rihuete,
2002:44). En determinados grupos con estas condiciones insuficientes, la retirada demasiado temprana
de la leche materna a un bebé puede provocarle, diarreas y alergias a otros alimentos, debido a que su
sistema digestivo e inmunológico no está totalmente formado (Katzenberg et al., 1996:178).
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
129
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Pero esta no es la única consecuencia del destete para estas poblaciones, la lactancia a demanda
tiende a suprimir la ovulación en la madre y a prevenir o reducir las posibilidades de embarazo dependiendo de la frecuencia con la que se produzca el amamantamiento (Bentley, 1996: 33; Katzenberg et
al. 1996:178). Por tanto, durante gran parte del Paleolítico y debido a la movilidad patente de las mismas,
es probable que las sociedades pusieran en práctica algunos mecanismos que espaciaran el nacimiento de nuevos miembros del grupo, como sucede con muchas de las poblaciones de cazadores-recolectores actuales. Una política deliberada debido al hecho de que la madre no es capaz de llevar a más
de un niño en brazos para recorrer largas distancias, de manera que se usaran los métodos descritos
anteriormente que indujeran el aborto o incluso el infanticidio (Lee, 1980:325; Ehremberg, 1989:60-61).
Prácticas como la lactancia o hechos puntuales como la edad de destete son factores culturales,
que suelen variar entre poblaciones pero no dentro de las mismas (García, 2005). Por tanto, a través del
estudio de casos individuales en poblaciones pasadas se podrían establecer ciertas tendencias en el desarrollo de estos procesos en determinadas
épocas o para determinados grupos culturales. Entre los muchos indicadores que se han utilizado para conocer la edad de destete de los individuos
infantiles se encuentra la hipoplasia dental, la pérdida de esmalte que afecta a los dientes permanentes como producto de las enfermedades y desnutrición durante los primeros años de vida; sin embargo diversos estudios
realizados a individuos infantiles de poblaciones conocidas como la
Florencia del siglo XIX (Moggi-Cecchi et al., 1994) o las poblaciones del nordeste norteamericano del XVIII (Wood, 1996) han planteado serias dudas
Fig. 4. Kourotrophos del Museo
de Argos. Referencia: Web del
Museo de Aghios. Ubicación:
Museo de Aghios.
acerca de la conveniencia de utilizar este marcador para reflejar el momento del destete, ya que su aparición puede estar relacionada con cualquier
otro tipo de estrés nutricional (Katzenberg et al., 1996:186). Sí se ha presentado como mucho más fiable el examen de los isótopos estables de nitró-
geno y carbono de los huesos y dientes de poblaciones pasadas, debido a que estos valores son indicativos del nivel trófico que ocupa el individuo. Los niños amamantados estarán un nivel trófico por encima de sus madres. Los valores de los niños varían con la edad, mientras que en el nacimiento son equiparables a los de la madre, ya que reciben los alimentos que ella ingiere a través de la placenta, a través
de la lactancia los valores del niño se van incrementando y llegan a situarse un 3-5‰ por encima de los
de la madre. Al empezar el destete, los totales descienden hasta ocupar el nivel que les corresponde en
la cadena trófica según la alimentación que reciban de manera que los valores del niño nos indicarán el
origen de las proteínas suplementarias que empiezan a introducirse con el destete (García, 2005).
Utilizando este criterio, se han llevado a cabo diversos estudios sobre distintas poblaciones, por
ejemplo, al análisis llevado a cabo sobre las costillas y las piezas dentales procedentes del yacimiento
arqueológico medieval de Wharrant Percy (Reino Unido) evidenció que los individuos infantiles dejaban la
lactancia alrededor de los dos años, justo la edad que recomiendan los textos de la época, que además
130
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
[page-n-13]
aconsejaban el cambio de alimentación de forma gradual sustituyendo la leche materna por leche animal
o gachas. La sugerencia realizada en esos mismos textos de que los niños dejaran de mamar entre seis
y doce meses antes que las niñas, no fue seguida de la misma manera ya que no hay evidencias en los
restos óseos de diferencias en la alimentación entre los individuos infantiles (Richards et al., 2002:210).
De todas formas, esta diferenciación en el momento del destete entre niños y niñas sí ha quedado
demostrada en otros casos, los análisis realizados a las poblaciones prehispánicas del sudoeste de los
Estados Unidos demuestran que las niñas iniciaban el periodo de destete antes que los niños ya que su
salud a los tres años estaba en general más comprometida fisiológicamente que la de sus compañeros
masculinos debido a una nutrición más pobre causada por un destete más temprano (Martin, 2000).
La consideración del destete como un periodo prolongado más que como un hecho puntual queda
reafirmada por los datos obtenidos en el estudio de dos yacimientos mayas de época postclásica; los
resultados de los análisis de isótopos muestran que este proceso comenzó alrededor de los 12 meses
en los individuos infantiles y que la aportación de la leche materna no cesó hasta los tres o cuatro años
de edad (Williams et al., 2005). Por otro lado, la evidencia de que la práctica de la lactancia y el posterior destete responde a una elección cultural, la tenemos en los textos de Sorano y Galeno que aconsejaban la introducción de una mezcla de miel y leche de cabra en la alimentación de los niños a partir de
los seis meses de edad; la constatación arqueológica de la realización de esta práctica la encontramos
en el yacimiento egipcio de época romana de Kellis (Dupras et al., 2001:210).
Estos procesos de destete y sus consecuencias en la reproducción han sufrido variaciones a lo largo
de la historia. La progresiva sedentarización que supuso la economía productora neolítica representó un cambio importante en la vida de las mujeres. Han sido muchos autores los que han demostrado que la implantación de las labores agrícolas empeoró considerablemente la vida de las féminas debido a las nuevas cargas de trabajo (Claassen, 2002; Erehmberg, 1989). Las evidencias relativas a la morfología de los huesos,
los marcadores de estrés y las patologías de los restos óseos indican un incremento en el tiempo dedicado
a la preparación de alimento, particularmente a la molienda (Crown, 1990:283; Marvin y Ross, 1987). En lo
que respecta a la reproducción, los datos hablan de un aumento considerable de la población en estos
momentos, lo que supone un nuevo cambio para las mujeres que pasan de embarazos cada tres o cuatro
años a un aumento en la frecuencia de los mismos. La elaboración de alimentos para los niños mediante los
productos derivados de la domesticación animal, sobre todo la leche, hizo que la periodicidad de lactancia
fuese menor lo que provocó que los niveles de prolactina, inhibidora de la ovulación como hemos mencionado con anterioridad, bajaran en las mujeres y fuese más fácil la concepción. La necesidad cada vez mayor,
a partir de este momento en adelante, de una fuerza de trabajo en estas economías productoras provocó
probablemente la aparición de algún tipo de control sobre las capacidades reproductivas de las mujeres.
Estos mecanismos relacionados con el fin de la lactancia son también observables para algunos
investigadores a través de determinados avances tecnológicos que se producen en determinadas producciones. Por ejemplo, diversos estudios etnográficos han documentado que cuando las mujeres realizan trabajos subsistenciales que son incompatibles con la lactancia, se inicia antes el proceso de des-
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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[page-n-14]
tete y son las gachas preparadas con cereales las que se utilizan como el alimento ideal para llevar a
cabo este cambio alimenticio; sin embargo, la preparación de las gachas necesita una cocción muy larga
y a unos 100 grados centígrados (Skibo y Blindan, 1999:173) para que los cereales sean fáciles de digerir; para que este fenómeno se produzca son necesarias determinadas vasijas cerámicas. Este hecho ha
llevado a interpretar los cambios que se constatan en diferentes momentos en la adopción o en la transformación de la producción cerámica para distintas poblaciones prehistóricas de los Estados Unidos
como relacionados con las prácticas alimenticias de los individuos infantiles (Crown, 2000:253; Crown y
Wills, 1995). Entre los distintos artefactos relacionados con la alimentación se documentan las astas de
bóvidos utilizadas como biberones en la Inglaterra anglosajona prácticamente sin ninguna modificación
(Willeman, 2005:23) o también de la misma época los primeros biberones realizados en cerámica (Fig.
5) (Taylor, 1996:171). Pero además de los avances tecnológicos, también pudieron articularse estrategias de organización social que permitieran a las madres ejercer trabajos
lejos de los individuos infantiles, como son el cuidado de los niños por parte
de otros miembros del grupo, sobre todo otros niños y niñas mayores de los
individuos de avanzada edad (Claassen, 2002; Sánchez Romero, e.p. c).
Estas prácticas han permitido mantener la lactancia materna como una parte
importante de la alimentación infantil en algunas poblaciones como por
ejemplo los Efe del noreste Zaire (Peacock 1991).
La socialización de los individuos infantiles
De forma paralela a todos estos procesos se desarrollan las tareas de socialización y aprendizaje por parte de los individuos infantiles. Este tipo de prácFig. 5. Fuente: Taylor, T. (1996):
The Prehistory of sex. Four million
years of human sexual culture.
Fourth State, Londres.
ticas pudieron ser llevadas a cabo por diferentes miembros del grupo social
con identidades de género y edad diferenciadas. A través de los procesos
de socialización y aprendizaje los individuos infantiles reciben información y
conocimientos relativos a la producción y a la tecnología que les permitirá
introducirse en la esfera productiva de las sociedades, pero además recibirán información acerca de su
propia identidad. Se situarán en una esfera social determinada, conocerán de las características de su
identidad de género y comprenderán y compartirán la forma de ver el mundo de esas sociedades de
manera que se consiga el éxito tanto la reproducción biológica como en la social. La adquisición de estos
principios por parte de los individuos infantiles se realiza a través de los conceptos de habitus y hexis definidos por Bourdieau; el habitus se refiere a la lógica práctica y al sentido de orden que se aprende
inconscientemente a través de las normas establecidas en la vida cotidiana, el hexis se describe como
esas experiencias sociales creadas por las categorías de género, clase o edad se reflejan en el cuerpo
(Gilchrist, 1999:81) y todos estos procesos deben dejar necesariamente huella en el registro arqueológico. Los objetos relacionados con el mundo infantil son, por tanto, evidencias de la transmisión de mensajes culturales mediante los cuales los adultos definen y refuerzan las identidades de edad, de género
132
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
[page-n-15]
o de clase social de manera que se asuman como propios determinados trabajos y responsabilidades
(Sánchez Romero, e.p. a).
El análisis de estos objetos de uso infantil, que en ocasiones se han interpretado como juguetes,
puede llevarse a cabo desde una perspectiva etnoarqueológica como la clasificación realizada por
Gustavo Politis sobre poblaciones Nukak en la Amazonia colombiana. Según su categorización entre los
posibles juguetes encontramos objetos fabricados por adultos para que sirvan como tales, objetos procedentes del mundo adulto que por desecho o rotura son utilizados por los individuos infantiles y por último,
objetos sin transformar (Politis, 1998:10). El registro arqueológico posibilita que podamos incluir también
los objetos manufacturados por los propios individuos infantiles dentro de sus procesos de aprendizaje y
socialización (Nájera et al., 2006). Pero además en este apartado debemos encuadrar aquellos juegos que
no dejan huella en el registro arqueológico y que están relacionados con las tradiciones orales; a través de
cuentos y narraciones los adultos inician a los individuos infantiles no sólo en normas y comportamientos
sociales sino también en las creencias rituales y religiosas que sostienen su mundo (Breeden, 1988).
En la Península Ibérica podemos citar dos ejemplos de estos objetos relacionados con el mundo
infantil, por un lado en el yacimiento argárico del Cerro de la Encina (Monachil, Granada) encontramos
vasos cerámicos de pequeñas dimensiones que imitan diferentes formas cerámicas pertenecientes a
esa cultura aunque con características técnicas y formales diferentes: formas asimétricas, sin tratamiento de las superficies con degrasantes muy gruesos en contraste con la alta calidad de la cerámica argárica (Aranda, 2004) entendemos que estas formas cerámicas corresponderían a juguetes realizados por
individuos infantiles dentro del proceso de aprendizaje de la manufactura cerámica, aparecen tanto en
contextos domésticos como asociados a individuos infantiles dentro de las sepulturas (Sánchez
Romero, e.p. a) (Fig.6). El segundo de los ejemplos ha proporcionado el asentamiento de la Edad del
Bronce de la Motilla del Azuer (Molina et al., 2005) donde en una de las sepulturas se documentó un
individuo infantil probablemente masculino y de unos ocho o nueve años que poseía un ajuar compuesto entre otros elementos por tres vasos cerámicos y un carrete en miniatura y un vaso cerámico carenado de pequeñas dimensiones, de factura muy similar al documentado en el Cerro de la Encina (Najera
et al., 2006). La aparición de estos objetos en un contexto funerario confirmaría la relación entre individuos infantiles y reproducciones a pequeña escala, ya que nos muestra objetos característicos de la
vida cotidiana ligados a los procesos de socialización y aprendizaje de individuos infantiles (Sánchez
Romero, 2004; e.p. a).
La socialización de estos individuos no sólo se produce en el ámbito productivo sino que queda
también enmarcado en el desarrollo de un ritual perfectamente normalizado dentro del mundo adulto a
través de estos mecanismos tenemos constancia de la articulación de diferencias sociales claras en las
dinámicas políticas y sociales de las poblaciones prehistóricas. Un reciente estudio realizado sobre los
ajuares de las sepulturas infantiles pertenecientes a la Cultura del Argar en diferentes yacimientos del sudeste de la Península Ibérica, ha puesto de manifiesto esas claras diferenciaciones sociales (Sánchez
Romero, e.p. a).
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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Entre los ajuares infantiles de esta época se documentan desde sepulturas sin ofrendas hasta tumbas que contienen objetos metálicos, recipientes cerámicos o útiles y ornamentos realizados en piedra,
hueso u otro tipo de materiales, que demuestran claras diferencias sociales en las que los niños participan. El estudio revela que los individuos infantiles definen su identidad a través de los objetos de adorno
que aparecen en los ajuares de sus tumbas, una identidad que presenta cambios a lo largo del desarrollo vital de los individuos, el hecho más significativo es la progresiva introducción de útiles metálicos a
medida que se avanza en edad, con esa última adquisición en el último grupo de edad que suponen las
dagas. El estatus diferencial de estos individuos infantiles vendría marcado por la utilización de determinados metales como plata y sobre todo oro, en la elaboración de los objetos de adorno. Por otro lado,
no parecen muy significativas en los primeros años de vida las diferencias de género, ya que aunque es
aún muy complicado establecer el
sexo de los individuos infantiles la profusión de elementos de adorno nos
hace pensar en una clasificación más
ligada a la edad que al género, tendencia que empezará a cambiar a partir probablemente de los cambios en
los ciclos reproductivos tanto de mujeres como de hombres, y que aparecerán asociadas al tipo de trabajo que
desarrolle cada individuo (Sánchez
Romero, e.p. a).
Consideraciones finales
Fig. 6. Vista general de la sepultura 22 del yacimiento de la Edad del Bronce del Cerro de
la Encina (Monachil, Granada).
Como venimos observando, la consideración y el análisis de las prácticas
maternales en la interpretación arqueo-
lógica constituyen un elemento crucial para el conocimiento de las sociedades del pasado. A través de
estas páginas hemos querido por una parte, intentar comprender de qué manera se ha conceptualizado
a las mujeres y su relación con los procesos reproductivos de los grupos humanos prehistóricos y por
otra, aproximarnos al estudio de este conjunto de actividades que suponen elementos iconográficos,
productivos, ideológicos y sociales; que representan trabajo, relaciones afectivas, modificación de cuerpos, conocimientos tecnológicos y mecanismos de aprendizaje y cuyo alcance y significación no debe
ser menospreciada a la hora de analizar los grupos del pasado. La progresiva articulación de mecanismos teóricos y metodológicos para el estudio de estos procesos permite, cada vez con más frecuencia,
la elaboración de interpretaciones e hipótesis que incluyan estos procesos como parte integrante de la
vida de las sociedades prehistóricas.
134
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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