La Vallesa de Mandor. Colinas y llanos junto al Turia
Carlos Ferrer García
2015
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La Vallesa de Mandor.
Colinas y llanos junto al TUria
Carlos Ferrer García
Museu de Prehistòria-SIP
El poblado de la Lloma de Betxí se halla situado en la
Vallesa de Mandor, en la ribera izquierda del río Turia, en
un paraje de suaves colinas de cumbres aplanadas y laderas rectas, pocos kilómetros antes de que el cauce alcance
su cuenca más baja, en la que se abre la llanura litoral de
l’Horta. Se trata de un estrecho y fértil valle orientado de
oeste a este, con apenas 500 m de anchura, constreñido
por las colinas al norte y por un escarpe al sur de más de
10 m que lo separa de los llanos del Pla de Quart (Fig. 1).
El río domina los rasgos del medio físico del área,
ya que las colinas son el resultado de la acción erosiva y
su encajamiento a lo largo del Cuaternario en una extensa
plataforma de rocas calcáreas terciarias de calizas, areniscas, arcillas y margas, que se extiende a modo de escalón
entre las sierras interiores y la depresión litoral valenciana
< El río Turia a su paso por la Vallesa de Mandor.
(Garay, 1995). A lo largo de su historia, el río ha modelado
el paisaje, erosionando las rocas terciarias y construyendo terrazas fluviales naturales en fases consecutivas de
relleno y encajamiento. La erosión ha desmantelado parcialmente las rocas duras, dando forma a vaguadas y barranqueras que delimitan las colinas. La sucesión de momentos en los que el río transportaba sedimentos que se
acumulaban junto al cauce, con otros en los que el agua
circulaba limpia y erosionaba el fondo, encajándose, ha
dado lugar a un sistema de depósitos sedimentarios aterrazados. Los más antiguos del Pleistoceno inferior y medio (Carmona, 1991) aparecen en forma de glacis encostrados al sur, en el Pla de Quart, y como sedimentos fluviales, de cantos y gravas redondeados con una matriz de
arenas cementadas y frecuentes costras calcáreas, en las
propias colinas de la ribera norte de la Vallesa de Mandor.
Es el caso de la Lloma, donde son estos sedimentos fluviales encostrados, superpuestos al roquedo terciario, los
que constituyen el sustrato del yacimiento (Fig. 2).
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Fig. 1. Localización de la Lloma de Betxí.
[ 40 ]
Las terrazas más recientes aparecen encajadas en
las anteriores y forman el valle del río. Se trata al menos
de dos niveles situados en torno a 10 y 2 m por encima
del cauce, del Pleistoceno superior final y del Holoceno,
con algunos retazos de otra de época histórica. Entre estas y las anteriores, se extiende un nivel conservado como
superficies de erosión, que al sur de la Lloma conforma
un pequeño escalón entre sus laderas y el fondo del valle.
La topografía actual es el resultado de esta historia geológica reciente. El yacimiento ocupa una de las
colinas más aisladas y próximas al valle (Fig. 3). Se halla
elevada en torno a unos 20 m por encima de un llano que
conforman, por un lado, el collado norte que lo separa
de otras lomas y de la plataforma calcárea, la vaguada
que la aísla por el este de otro promontorio, denominado
Lloma de l’Espart, y el rellano que da paso al valle del río.
Por el oeste limita con una barranquera, algo más encajada, que desciende hasta la cota del valle, situado a unos
10 m más abajo.
Las condiciones ambientales, fundamentalmente
el clima, y, como consecuencia de ello, el paisaje natural,
han cambiado a lo largo de los últimos milenios. Hoy sabemos, gracias al estudio de muestras de sedimentos de
sondeos en el hielo de latitudes altas y en el fondo oceánico, que aunque desde hace unos 5.500 años el clima
es muy parecido al actual, se han producido constantes
cambios, muchas veces bruscos y breves, de pocos centenares de años, en las temperaturas, y muy especialmente, en las precipitaciones y su distribución a lo largo del
año (Martín Puertas et al., 2010). También sabemos que
estos cambios no son homogéneos y que a nivel regional
se producen variaciones significativas. Los estudios de
los paisajes fluviales y de los entornos naturales de yacimientos arqueológicos valencianos muestran una activa
dinámica de los medios sedimentarios, que denota, para
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Sur
conglomerados y
arcillas
Lloma de Betxí
areniscas y arenas
Río Turia
terrazas fluviales
Terrazas fluviales recientes
Terrazas fluviales y glacis antiguos
Conglomerados fluviales y costras calcáreas
Llanos de arenas y limos del Terciario
Cerros de areniscas calcáreas, arenas y
arcillas del Terciario
Arcillas
Arenas y limos
Areniscas calcáreas
Río
Barrancos
Fig. 2. Esquema de formas del paisaje
y litológico; corte geológico ideal del
entorno del yacimiento.
Dibujo de Á. Sánchez.
La Vallesa de Mandor. Carlos Ferrer García
Norte
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la Edad del Bronce, la alternancia de fases de cierta aridez
y lluvias estacionales, en las que hay erosión en las laderas y en las que los ríos transportan sedimentos en cauces
poco profundos y con caudales irregulares, con fases en
las que las lluvias son más homogéneas a lo largo del año,
en las que se forman suelos en las laderas cubiertas de
vegetación y los caudales de los ríos son mayores y constantes. A estos ciclos habría que añadir el impacto que el
crecimiento o decrecimiento de los grupos humanos de
agricultores y pastores tendría sobre la cubierta vegetal,
al aumentar o reducir las roturaciones y la presión de los
ganados, y sobre los procesos de erosión, incrementando
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o atenuando el efecto sobre el medio de los cambios climáticos. Sabemos que, cuando se estableció el poblado,
la Lloma estaba desprovista de suelos naturales, lo que
refuerza la idea del predominio de unas condiciones ambientales que favorecieron la erosión (Fumanal y Ferrer,
1998). En los depósitos sedimentarios que forman parte
de derrumbes y rellenos del yacimiento se documentaron evidencias de la acción de pequeñas arroyadas que
podríamos poner en relación con un clima muy parecido
al actual. Aunque en otros yacimientos situados algo más
al sur se identificaron sedimentos eólicos que nos hablan
de una marcada aridez (Ferrer et al., 1993).
En este marco ambiental algo incierto y cambiante, las características del paisaje serían fundamentalmen-
te similares a las actuales. Teniendo en cuenta la reciente
sobreexplotación de los acuíferos y la regulación de las
aguas superficiales, podemos pensar que el río tendría un
caudal mayor que el actual, aunque con un régimen estacionalmente irregular. Los retazos de terrazas fluviales
más recientes no existirían aún, pero a grandes rasgos el
valle sería muy parecido a como hoy lo vemos. En cambio, el llano litoral se encontraría en plena construcción,
con extensas marjales y lagunas abiertas al mar.
Los suelos del entorno inmediato también serían
parecidos a los que en condiciones naturales hoy podemos reconocer. En la zona calcárea, las rocas duras afloran cerca de la superficie dando origen a suelos raquíticos, que hoy, como probablemente en época antigua, tienen un uso forestal. Allí donde las calizas y areniscas han
desaparecido por efecto de la erosión, en las vaguadas y
barranqueras, afloran las arcillas y margas, sobre las que
se desarrollan suelos más o menos profundos, calcáreos
o no, que pudieron permitir en la Edad del Bronce el desarrollo de cultivos extensivos de secano. Las terrazas fluviales más recientes del valle, constituidas por sedimentos de texturas francas, forman suelos jóvenes, profundos
y bien drenados, óptimos para una agricultura intensiva
(Ferrer et al., 1993).
Respecto a las relaciones con el medio físico de
las comunidades humanas del yacimiento de la Lloma de
Betxí, y en general de las de la Edad del Bronce Valenciano,
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los estudios geoarqueológicos han contribuido a la investigación de dos aspectos: el uso de la arquitectura de
piedra y barro, y la construcción de superficies aterrazadas en torno al hábitat. Efectivamente, la arquitectura
de la Lloma de Betxí se caracteriza por el uso de piedra
y el barro, siguiendo unos criterios de selección de los
materiales del entorno que denota un gran conocimiento consuetudinario de sus características y capacidades.
Así, se utilizan sedimentos muy finos para crear enlucidos y para crear capas impermeabilizantes en estructuras
como la cisterna del yacimiento, o sedimentos de texturas más francas o arenosas en trabas de muros u otros
elementos que deben ser muy estables ante los cambios
de humedad. Por otro lado, la modificación intencionada
de la topografía de los promontorios en los que se suelen
asentar los poblados, está también presente en la Lloma
de Betxí. Se documenta la construcción de terrazas artificiales sobre las laderas, construidas con rellenos de tierra retenidos con muros y taludes de piedra, técnica que
aparece por primera vez en esta época en nuestro territorio (Fumanal, 1990; Fumanal y Ferrer, 1998), y que aquí
permitió ampliar el espacio llano y facilitó su aprovechamiento para diversas funciones asociadas, en principio
estrictamente al hábitat.
La Vallesa de Mandor. Carlos Ferrer García
Fig. 3. Reconstrucción del paisaje original.
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Colinas y llanos junto al TUria
Carlos Ferrer García
Museu de Prehistòria-SIP
El poblado de la Lloma de Betxí se halla situado en la
Vallesa de Mandor, en la ribera izquierda del río Turia, en
un paraje de suaves colinas de cumbres aplanadas y laderas rectas, pocos kilómetros antes de que el cauce alcance
su cuenca más baja, en la que se abre la llanura litoral de
l’Horta. Se trata de un estrecho y fértil valle orientado de
oeste a este, con apenas 500 m de anchura, constreñido
por las colinas al norte y por un escarpe al sur de más de
10 m que lo separa de los llanos del Pla de Quart (Fig. 1).
El río domina los rasgos del medio físico del área,
ya que las colinas son el resultado de la acción erosiva y
su encajamiento a lo largo del Cuaternario en una extensa
plataforma de rocas calcáreas terciarias de calizas, areniscas, arcillas y margas, que se extiende a modo de escalón
entre las sierras interiores y la depresión litoral valenciana
< El río Turia a su paso por la Vallesa de Mandor.
(Garay, 1995). A lo largo de su historia, el río ha modelado
el paisaje, erosionando las rocas terciarias y construyendo terrazas fluviales naturales en fases consecutivas de
relleno y encajamiento. La erosión ha desmantelado parcialmente las rocas duras, dando forma a vaguadas y barranqueras que delimitan las colinas. La sucesión de momentos en los que el río transportaba sedimentos que se
acumulaban junto al cauce, con otros en los que el agua
circulaba limpia y erosionaba el fondo, encajándose, ha
dado lugar a un sistema de depósitos sedimentarios aterrazados. Los más antiguos del Pleistoceno inferior y medio (Carmona, 1991) aparecen en forma de glacis encostrados al sur, en el Pla de Quart, y como sedimentos fluviales, de cantos y gravas redondeados con una matriz de
arenas cementadas y frecuentes costras calcáreas, en las
propias colinas de la ribera norte de la Vallesa de Mandor.
Es el caso de la Lloma, donde son estos sedimentos fluviales encostrados, superpuestos al roquedo terciario, los
que constituyen el sustrato del yacimiento (Fig. 2).
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Fig. 1. Localización de la Lloma de Betxí.
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Las terrazas más recientes aparecen encajadas en
las anteriores y forman el valle del río. Se trata al menos
de dos niveles situados en torno a 10 y 2 m por encima
del cauce, del Pleistoceno superior final y del Holoceno,
con algunos retazos de otra de época histórica. Entre estas y las anteriores, se extiende un nivel conservado como
superficies de erosión, que al sur de la Lloma conforma
un pequeño escalón entre sus laderas y el fondo del valle.
La topografía actual es el resultado de esta historia geológica reciente. El yacimiento ocupa una de las
colinas más aisladas y próximas al valle (Fig. 3). Se halla
elevada en torno a unos 20 m por encima de un llano que
conforman, por un lado, el collado norte que lo separa
de otras lomas y de la plataforma calcárea, la vaguada
que la aísla por el este de otro promontorio, denominado
Lloma de l’Espart, y el rellano que da paso al valle del río.
Por el oeste limita con una barranquera, algo más encajada, que desciende hasta la cota del valle, situado a unos
10 m más abajo.
Las condiciones ambientales, fundamentalmente
el clima, y, como consecuencia de ello, el paisaje natural,
han cambiado a lo largo de los últimos milenios. Hoy sabemos, gracias al estudio de muestras de sedimentos de
sondeos en el hielo de latitudes altas y en el fondo oceánico, que aunque desde hace unos 5.500 años el clima
es muy parecido al actual, se han producido constantes
cambios, muchas veces bruscos y breves, de pocos centenares de años, en las temperaturas, y muy especialmente, en las precipitaciones y su distribución a lo largo del
año (Martín Puertas et al., 2010). También sabemos que
estos cambios no son homogéneos y que a nivel regional
se producen variaciones significativas. Los estudios de
los paisajes fluviales y de los entornos naturales de yacimientos arqueológicos valencianos muestran una activa
dinámica de los medios sedimentarios, que denota, para
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Sur
conglomerados y
arcillas
Lloma de Betxí
areniscas y arenas
Río Turia
terrazas fluviales
Terrazas fluviales recientes
Terrazas fluviales y glacis antiguos
Conglomerados fluviales y costras calcáreas
Llanos de arenas y limos del Terciario
Cerros de areniscas calcáreas, arenas y
arcillas del Terciario
Arcillas
Arenas y limos
Areniscas calcáreas
Río
Barrancos
Fig. 2. Esquema de formas del paisaje
y litológico; corte geológico ideal del
entorno del yacimiento.
Dibujo de Á. Sánchez.
La Vallesa de Mandor. Carlos Ferrer García
Norte
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la Edad del Bronce, la alternancia de fases de cierta aridez
y lluvias estacionales, en las que hay erosión en las laderas y en las que los ríos transportan sedimentos en cauces
poco profundos y con caudales irregulares, con fases en
las que las lluvias son más homogéneas a lo largo del año,
en las que se forman suelos en las laderas cubiertas de
vegetación y los caudales de los ríos son mayores y constantes. A estos ciclos habría que añadir el impacto que el
crecimiento o decrecimiento de los grupos humanos de
agricultores y pastores tendría sobre la cubierta vegetal,
al aumentar o reducir las roturaciones y la presión de los
ganados, y sobre los procesos de erosión, incrementando
[ 42 ]
o atenuando el efecto sobre el medio de los cambios climáticos. Sabemos que, cuando se estableció el poblado,
la Lloma estaba desprovista de suelos naturales, lo que
refuerza la idea del predominio de unas condiciones ambientales que favorecieron la erosión (Fumanal y Ferrer,
1998). En los depósitos sedimentarios que forman parte
de derrumbes y rellenos del yacimiento se documentaron evidencias de la acción de pequeñas arroyadas que
podríamos poner en relación con un clima muy parecido
al actual. Aunque en otros yacimientos situados algo más
al sur se identificaron sedimentos eólicos que nos hablan
de una marcada aridez (Ferrer et al., 1993).
En este marco ambiental algo incierto y cambiante, las características del paisaje serían fundamentalmen-
te similares a las actuales. Teniendo en cuenta la reciente
sobreexplotación de los acuíferos y la regulación de las
aguas superficiales, podemos pensar que el río tendría un
caudal mayor que el actual, aunque con un régimen estacionalmente irregular. Los retazos de terrazas fluviales
más recientes no existirían aún, pero a grandes rasgos el
valle sería muy parecido a como hoy lo vemos. En cambio, el llano litoral se encontraría en plena construcción,
con extensas marjales y lagunas abiertas al mar.
Los suelos del entorno inmediato también serían
parecidos a los que en condiciones naturales hoy podemos reconocer. En la zona calcárea, las rocas duras afloran cerca de la superficie dando origen a suelos raquíticos, que hoy, como probablemente en época antigua, tienen un uso forestal. Allí donde las calizas y areniscas han
desaparecido por efecto de la erosión, en las vaguadas y
barranqueras, afloran las arcillas y margas, sobre las que
se desarrollan suelos más o menos profundos, calcáreos
o no, que pudieron permitir en la Edad del Bronce el desarrollo de cultivos extensivos de secano. Las terrazas fluviales más recientes del valle, constituidas por sedimentos de texturas francas, forman suelos jóvenes, profundos
y bien drenados, óptimos para una agricultura intensiva
(Ferrer et al., 1993).
Respecto a las relaciones con el medio físico de
las comunidades humanas del yacimiento de la Lloma de
Betxí, y en general de las de la Edad del Bronce Valenciano,
[page-n-6]
los estudios geoarqueológicos han contribuido a la investigación de dos aspectos: el uso de la arquitectura de
piedra y barro, y la construcción de superficies aterrazadas en torno al hábitat. Efectivamente, la arquitectura
de la Lloma de Betxí se caracteriza por el uso de piedra
y el barro, siguiendo unos criterios de selección de los
materiales del entorno que denota un gran conocimiento consuetudinario de sus características y capacidades.
Así, se utilizan sedimentos muy finos para crear enlucidos y para crear capas impermeabilizantes en estructuras
como la cisterna del yacimiento, o sedimentos de texturas más francas o arenosas en trabas de muros u otros
elementos que deben ser muy estables ante los cambios
de humedad. Por otro lado, la modificación intencionada
de la topografía de los promontorios en los que se suelen
asentar los poblados, está también presente en la Lloma
de Betxí. Se documenta la construcción de terrazas artificiales sobre las laderas, construidas con rellenos de tierra retenidos con muros y taludes de piedra, técnica que
aparece por primera vez en esta época en nuestro territorio (Fumanal, 1990; Fumanal y Ferrer, 1998), y que aquí
permitió ampliar el espacio llano y facilitó su aprovechamiento para diversas funciones asociadas, en principio
estrictamente al hábitat.
La Vallesa de Mandor. Carlos Ferrer García
Fig. 3. Reconstrucción del paisaje original.
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