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Excavar a principios del siglo xx
Helena Bonet Rosado
Servicio de Investigación Prehistórica
Ciento cuarenta y seis es el número de trabajos de campo que realizó el Servicio de Investigación Prehistórica (SIP) entre 1928 y 1950,
número que se distribuye entre sesenta y ocho excavaciones y setenta y
ocho prospecciones, aunque en realidad es una larga historia...
(Fletcher y Pla, 1977: 73-75).
Las primeras exploraciones y excavaciones del SIP van unidas,
como no podía ser de otra manera, a la figura de Isidro Ballester Tormo,
creador y alma del servicio, que conjugando su favorable posición política en la Diputación de Valencia y el cariño por su tierra familiar, la Vall
d’Albaida, convirtió esta comarca en el punto de arranque de una serie
de exploraciones que marcarían la historia del SIP. Desde su casa solariega de Atzeneta combinaba su afición por la caza y su pasión por la
arqueología, lo que le permitía conocer y adentrarse en parajes poco
transitados e ir descubriendo «estaciones» mal o nada conocidas. Así
emprendió, en 1907, las excavaciones en el poblado ibérico de Covalta,
convirtiéndose en uno de los decanos de las excavaciones arqueológicas
en España. A esta primera experiencia habría que añadir las campañas
realizadas, entre 1918 y 1920, en la necrópolis ibérica de Casa del
Monte en Valdeganga, tierras albaceteñas donde solía ir a cazar, y en los
poblados de la Edad del Bronce (entonces denominadas estaciones argáricas) de Tossal Redó y Tossal del Caldero, ambas en la vecina localidad
de Bellús, en 1922.
En aquellos años, además, prospectó y dio a conocer diecinueve
yacimientos valencianos, lo que le proporcionó una base más que sólida
para llevar a cabo una idea ambiciosa: crear un centro para la investigación prehistórica similar a los ya existentes en Madrid y Barcelona
(Pericot, 1952: 3). En esta etapa, previa a la creación del SIP, adivinamos ya el espíritu que iba a transmitir I. Ballester a la futura institución,
espíritu caracterizado por un trabajo riguroso y un enorme interés por
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
conocer y difundir la prehistoria valenciana, a lo que habría que añadir
una austeridad extrema, observada y comentada por todos sus colaboradores, que acentuaba aún más la seriedad de sus trabajos y proyectos.
Recién creado el SIP, la noticia del hallazgo de unos cráneos y restos humanos, junto a la carretera de Xàtiva a Alicante a la altura de
Albaida, hace que se persone en el lugar del hallazgo I. Ballester. Una vez
allí, acompañado por sus descubridores, fotografía el entorno de la covacha sepulcral del Camí Reial d’Alacant desde una «transitada» carretera,
en la que se puede ver «su sencillo Ford», vehículo que alternaba con una
tartana en sus exploraciones por los alrededores de Albaida. La Covarxa
del Camí Reial será la primera excavación de urgencia del Servicio y los
resultados de su estudio abrirán las páginas del primer volumen de la
revista Archivo de Prehistoria Levantina del año 1928.
Ballester era muy consciente de que el futuro del nuevo Servicio y de
su Museo, al carecer de grandes colecciones que exponer, dependía del
éxito de los resultados de los trabajos de campo. Por ello, el único camino para consolidar la institución era la realización de excavaciones
arqueológicas y la publicación de sus hallazgos. También era consciente de
la necesidad de contar con buenos colaboradores y ayudantes universitarios capaces de llevar a cabo excavaciones arqueológicas, y de hecho ya en
el informe que redacta para el correspondiente dictamen de la creación del
SIP señala «que existiendo en la Universidad de Valencia un Laboratorio
de Arqueología en el que semanalmente se reúnen la mayor parte de
arqueólogos de esta región, se dirija a él la Diputación para que formule
un plan metódico general de investigaciones prehistóricas en nuestra
región» (Martí, 1992: 15). Quedando así definitivamente establecida esa
estrecha colaboración y amistad entre el SIP y el Laboratorio de
Arqueología, que ha perdurado hasta nuestros días.
Ese mismo año, en julio de 1928, a los diez meses de la creación del
SIP, I. Ballester, acompañado de Lluís Pericot y Mariano Jornet, se desplaza desde Atzeneta d’Albaida hasta la Bastida de les Alcusses en Moixent
para iniciar la que sería la primera excavación oficial del Servicio. El acierto de la elección queda bien reflejado en palabras de L. Pericot al comentarnos cómo I. Ballester se había decidido por el poblado de la Bastida
entre una docena de estaciones inexploradas. «El futuro del servicio se
jugaba a la carta de la suerte que la excavación nos deparase... A los primeros golpes de azadón nos dimos cuenta que la Bastida de Mogente
pagaría con creces los esfuerzos que costase y que se trataba de un poblado riquísimo... De golpe, la fama de los hallazgos del SIP pasó a los centros arqueológicos españoles. Inmediatamente empezó la preparación del
primer Anuario del Servicio, al que se puso el nombre de Archivo de
Prehistoria Levantina... Con su aparición, la fama de los trabajos del SIP
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Excavar a principios del siglo
XX
alcanzó los centros arqueológicos internacionales y puede decirse que la
vida de aquel parecía asegurada» (Pericot, 1952: 12-13). La Bastida, un
desconocido asentamiento prehistórico, resultó ser la gran revelación para
los estudios ibéricos por la riqueza de sus hallazgos y por la espectacularidad de sus ruinas, y así se recoge en la noticia del 18 de agosto de 1928
de La Semana Gráfica en que se denomina como «la nueva Pompeya».
En aquel primer año comenzaron también las excavaciones en la
Cova Negra de Xàtiva, dirigidas por Gonzalo Viñes y auxiliado por L.
Pericot, pero será en la campaña de 1929 cuando se clasifica el yacimiento como musteriense, haciendo resaltar que es el único yacimiento del
Paleolítico inferior existente en «Levante» objeto de excavaciones sistemáticas. En la introducción del diario de excavación de G. Viñes del año
1931 se aprecia la admiración que sentía éste por Juan Vilanova y Piera
y de ahí su formación y vocación por los estudios geológicos, lo que le
permitió excavar y describir, con una precisión y acierto excepcional para
su época, el entorno del yacimiento y la formación de los estratos.
Como resultado de las exploraciones y excavaciones del fructífero
año 1928 «se instalan 17 vitrinas en las recientes instalaciones del
Museo, no habiendo pieza alguna de procedencia incierta ni de cuyo
hallazgo no se tenga los datos necesarios» (Ballester, 1928: 9). A estos
dos yacimientos se uniría, en 1929, las excavaciones en la Cova del
Parpalló de Gandia. Fue L. Pericot, incentivado por el propio Henri
Breuil, quien propuso a la Dirección del SIP iniciar unas excavaciones en
una estación prehistórica y ninguna mejor que la Cova del Parpalló,
donde el mismo H. Breuil había recogido en el año 1913 unas cuantas
piezas líticas y una plaqueta caliza grabada. Como relata en las primeras líneas del prólogo de su libro sobre este yacimiento: «El trabajo que
sigue es el fruto de los mejores años de mi vida», dedicatoria que hace a
I. Ballester «en recuerdo de los años inolvidables en que juntos trabajamos por la Prehistoria valenciana» y de cómo «los veranos de 1929, 30
y 31 en Parpalló señalan el punto culminante de nuestra vida científica,
todo lo que ha venido después fue consecuencia de ello».
Más adelante, con su característica espontaneidad y talante positivo, refiriéndose a los resultados de estas tres fructíferas y maratonianas campañas de excavación, comenta: «La importancia científica
extraordinaria de esta excavación salta a la vista, pudiendo estar segura la diputación provincial valenciana de haber realizado con ella una
de las más interesantes aportaciones españolas para el estudio de la
Prehistoria en general y en especial del arte realista certero y sobrio,
admiración del presente, que consiguiera el hombre de más de 10.000
años atrás, con tan pobres elementos como unos perdernales aguzados»
(Pericot, 1942: 7).
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Artículo publicado en
«La Semana Gráfica»
sobre las excavaciones en
la Bastida de les Alcusses
(Moixent). 1928.
También los diarios de excavación nos aproximan a las emociones
de esos días del verano de 1929 cuando M. Jornet escribe: «El obrero
Salvador Espí que se halla ocupado en el lavado de las losetas me sorprende con una alegre exclamación al ver que la plaqueta que tiene entre
manos contiene el hermoso grabado del margen» (se refiere a la cierva
de la plaqueta número 20.177). «Es un grabado tan profundo que lo distingo con toda claridad colocada la placa a tres metros de distancia;
Salvador Espí con su buena vista lo ve a cinco metros. Procede del montón grande que había para lavar de días anteriores de losetas. Parece una
vaca sacudiéndose las moscas» (Parpalló, 1929, Diario I: 52). El 11 de
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XX
Vista del campamento
de la Bastida de les
Alcusses (Moixent).
Sentados en primer
término y de izquierda a
derecha se encuentran
Lluís Pericot, Isidro
Ballester, Gonzalo Viñes
y Mariano Jornet. 1928.
[Casa Grollo. Placa
de vidrio. SIP 559]
Detalle de la excavación
en la Bastida de les
Alcusses (Moixent).
Los fragmentos de cerámica
aparecen amontonados
junto a los muros de
los departamentos. 1928.
[Isidro Ballester. Placa
de vidrio. SIP 1.140]
julio de ese mismo año, L. Pericot, con su inseparable pluma e ilegible
caligrafía, describe velozmente la cantidad de plaquetas descubiertas en
un solo día, dibujando quince, sin contar las que luego se descubrían al
lavarse. Anotaba al lado de cada dibujo, con gran emoción y nerviosismo «... otra, otra, ...otra... y otra...». Indudablemente, la riqueza de la
Bastida y Parpalló eclipsaron los resultados de otras no menos importantes excavaciones iniciadas en 1931, como las de la Cova de la Sarsa
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
en Alcoi, la Cova de la Petxina de Bellús o la Muntanyeta de Cabrera
del Vedat de Torrent.
Con la proclamación de la República, los años dorados del SIP dan
paso a una etapa difícil, reflejada en la Labor del SIP, donde vemos a un I.
Ballester claramente antirrepublicano al comentar la inexplicable reducción
económica del presupuesto, pues si bien había ido aumentado progresivamente desde el año 1928 con 12.500 pesetas, en 1929 a 25.000 pesetas y
años sucesivos a 30.000 pesetas, «el advenimiento de la República, no obstante su voceado amor por la cultura, trajo malos tiempos para el SIP... en
1932 se redujo a 10.000 y en 1933 se redujo a la irrisoria cantidad de 500
pts que afortunadamente hubo que rectificar por la fuerte reacción producida en los centros culturales valencianos... volviéndose a mantener a 10.000
pts» (Ballester, 1942: 10). L. Pericot matiza la situación: «con el advenimiento de la República, los nuevos políticos no comprendían la obra que el SIP
realizaba o por antiguas rivalidades políticas con su Director creían posible
acabar con el Servicio, pasando a honorario su director y disminuyendo
hasta lo inverosímil la consignación... Poco a poco se fueron remontando las
dificultades desde 1934» (Pericot, 1952: 7).
Efectivamente, durante los años 1932 y 1933 la labor de excavaciones es prácticamente nula, pero se visitan yacimientos como la Cova
de les Meravelles en Gandia y la Cova de l’Or de Beniarrés, entre otros,
y se continúan importantes exploraciones, como las de los poblados ibéricos de la zona de Casinos y Llíria. Será precisamente en esta época
cuando se incorpore al equipo de Ballester y Pericot el joven estudiante
Domingo Fletcher, como él mismo relata: «en los inviernos de 1932 y
1933, por indicación del Director del SIP, iniciaba mis correrías por la
zona de Liria-Casinos, acompañado del restaurador y capataz del
Servicio, Salvador Espí, de imborrable recuerdo. Nuestra tarea se iniciaba a primeras horas de la mañana de domingos y festivos de los meses
de invierno. El autobús de Chelva nos dejaba en plena carretera de Liria
y Casinos, desde donde encaminábamos la marcha al poblado que íbamos a estudiar» (Fletcher, prólogo en Bonet, 1995).
Pero serán las excavaciones en el Tossal de Sant Miquel de Llíria,
a partir del año 1934, las que permitan que el SIP remonte y recobre de
nuevo su prestigio. En realidad, fue la reducción económica de los años
precedentes lo que obligó a abandonar las excavaciones en la Bastida
precisamente cuando tenían previsto estudiar su fortificación, en concreto la posible torre situada en el vértice este del yacimiento (Ballester,
1931: 23). Setenta años después y como ellos previeron, una torre y una
puerta dominan el sector Este, si bien no podían imaginar las espectaculares puertas y fortificaciones que hoy se pueden visitar en el acceso
principal de la que fue su primera excavación.
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Excavar a principios del siglo
XX
Grupo de trabajo posando
delante de un sombrajo en
la Bastida de les Alcusses
(Moixent). A la izquierda
de la imagen se encuentra
Isidro Ballester y en el
centro, al fondo, Mariano
Jornet. 1928.
[Placa de vidrio. SIP 163]
Nadie mejor que L. Pericot para explicar los inicios en Llíria: «No
era posible pensar en 1932 y 1933 en excavaciones importantes, tal
como se había realizado hasta entonces... pues a falta de estaciones lejanas pareció que podría aprovecharse la proximidad y buenas comunicaciones de Liria con la capital para realizar breves prospecciones... muy
pronto se hizo patente que la cerámica de San Miguel era especialmente
rica y empezamos el acicate de descubrir más y más fragmentos... Así es
como nos dimos cuenta de que la cerámica de Liria era algo excepcional
y que el cerro merecía una excavación más cuidada. Ésta fue posible en
1934 al contar con el apoyo de un ponente de Cultura D. Ismael
Barrera, dando medios adecuados...».
La lectura de los diarios de excavación, once cuadernos de
campo de hojas cuadriculadas, escritos e ilustrados por las distintas
plumas y lápices de L. Pericot, M. Jornet, Emili Gómez Nadal, José
Alcácer, Domingo Uriel, D. Fletcher y Enrique Pla, recogen el optimismo e ilusión propia de la época, donde las fatigas y dificultades
quedan ampliamente compensadas por la riqueza de los hallazgos.
Con sus anotaciones, plantas y dibujos se puede seguir, día a día, no
sólo el sistema de excavación y la identificación de los hallazgos sino
las dificultades y alegrías de aquellos días, como cuando L. Pericot,
el 17 de agosto de 1934, anota junto al dibujo de uno de los fragmentos del famoso Vaso de los Guerreros de Llíria «¡el vas dels guerrers
de Micenas!», en clara referencia a la crátera con desfile de guerreros
del siglo XIII a.C. hallada en la mítica Micenas, y que dio lugar a
amplios debates sobre la cronología de la cerámica ibérica. Un dato
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Proximidades de la
Covarxa del Camí Reial
d'Alacant (Albaida). 1928.
[Isidro Ballester. Placa de
vidrio. SIP 235]
anecdótico sobre el éxito de las excavaciones son las continuas visitas al yacimiento de lirianos, autoridades, profesores y colegios,
como la de la mañana del 19 de agosto de 1934 cuando se tuvo que
acotar la zona de excavación ante el acoso de las visitas que acudían
a ver los trabajos (cat. 36 a 43). Ni que decir tiene que la pronta
publicación de los calcos de los vasos figurados y de los textos ibéricos, realizados por Francisco Porcar y J. Alcácer, convirtieron al
Tossal de Sant Miquel de Llíria en un referente de la protohistoria
peninsular, pasando los hallazgos valencianos a ilustrar la todavía
poco conocida Cultura Ibérica tanto en la bibliografía especializada
como en obras de referencia de la entidad de la Enciclopedia
Universal Espasa-Calpe (Suplemento 1936-1939).
Esta fructífera etapa en Sant Miquel quedó truncada por la Guerra
Civil, terminando la campaña el 16 de julio del 36, dos días antes del
estallido de la guerra sin el menor comentario en el diario de excavaciones. Eso sí, tuvieron la previsión de llevar al Museo, como medida de
seguridad, las piezas y los hallazgos más valiosos que estaban depositados en la «Casa de Porcar» en Llíria, y de hecho las cajas de madera que
permanecieron en Llíria en los años de guerra fueron utilizadas por las
tropas para encender fuego con la consiguiente dispersión y pérdida de
materiales.
En los años de guerra, entre 1937 y 1939, el SIP se dedicó a realizar algunas prospecciones en el término de Monforte del Cid y en La
Marjal de Navarrés, pero sobre todo se centró en los trabajos internos de
restauración, catalogación e inventario, sin abandonar la labor editorial,
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Excavar a principios del siglo
XX
Excavación en la Cova
del Parpalló (Gandia).
Lluís Pericot se encuentra
sentado al fondo de la
imagen, a su izquierda
Salvador Espí. Hacia 1930.
[Papel. SIP 17.221]
iniciándose el primer número de la serie de Treballs Solts en el año 1937.
En este periodo hay una profunda preocupación por los fondos del
Museo ante los bombardeos en la ciudad de Valencia y de hecho se pidió
con insistencia a la corporación provincial el acondicionamiento, como
refugio, para las series principales del Museo, del magnífico sótano de la
torre del Palau de la Generalitat y defenderlo con sacos terreros. No se
consiguió y se embalaron las piezas más valiosas en sótanos (Ballester,
1942a: 21)
Finalizada la Guerra Civil, I. Ballester al retomar su cargo de director no oculta su júbilo al referirse siempre a esta nueva etapa como
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
periodo de «Liberación». La normalización fue lenta hasta salir de la
precaria situación de la posguerra, pasando de la asignación de 5.000
pesetas a 25.000 pesetas en 1941 y en 1945 a 40.000 pesetas. A ello
ayudó su nombramiento, en 1941, como comisario provincial de la
Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas (Díaz y Ramírez,
2001)
En la década de los años 40 prosiguen las excavaciones del SIP
en el Tossal de Sant Miquel de Llíria, ahora bajo la dirección de D.
Fletcher, y se emprenden otras nuevas, a lo que habría que añadir la
continuidad de la labor editorial (Pericot, 1952: 6). Se inician, en
1941, las campañas en la Cueva de la Cocina (Dos Aguas), dirigidas
por L. Pericot y ayudado de Francisco Jordá a partir de 1945, y, en
1942, Vicente Pascual excava el enterramiento múltiple eneolítico de
la Cova de la Pastora (Alcoi). Entre 1942 y 1948, bajo la dirección
de José Chocomeli, primero, y de E. Pla después, se excava el asentamiento eneolítico de la Ereta del Pedregal (Navarrés), además de
otras estaciones como la Cova de les Malladetes (Barx), Torre del
Mal Paso (Castellnovo), Monforte del Cid, Covacha de Llatas
(Andilla), etc.
En estos años, I. Ballester, ya con graves problemas en la vista,
sigue visitando las excavaciones y su autoridad está siempre presente:
«siguiendo las órdenes dadas por el Director»... «el Sr. Director ordena abrir una nueva zanja», etc. Lo vemos llegar, según contaba E. Pla,
a la Ereta del Pedregal, desde la Fonda Pura de Navarrés, a lomos de
un burro y protegido del sol por un paraguas negro que sostenía su
siempre fiel capataz S. Espí, refiriéndose siempre éste a su benefactor
como «senyoret».
Una nueva generación de arqueólogos, discípulos de Ballester y
Pericot, irán marcando las nuevas directrices del futuro SIP: se trata de
D. Fletcher y E. Pla. Ellos, todavía como colaboradores, serán los verdaderos propulsores, a partir de los años 40, de los trabajos de campo. E.
Pla, en 1941, realiza el primer sondeo estratigráfico en el departamento
56 del Tossal de Sant Miquel para ver los niveles fundacionales de la ciudad y si bien siguen la tradición de los diarios de excavaciones, éstos
contarán con una mayor información de datos, anotaciones y dibujos, a
la vez que en los trabajos de campo hay una mayor preocupación por la
metodología y las secuencias estratigráficas. Los resultados de esta
nueva escuela se verán rápidamente plasmados en las propias publicaciones del SIP.
Pero, como veremos a continuación, la vida cotidiana en las excavaciones fue muy similar a lo largo de esas dos décadas.
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Excavar a principios del siglo
XX
Ánfora encontrada
durante la excavación del
departamento 35 del Tossal
de Sant Miquel (Llíria).
1936.
[Casa Grollo. Placa de
vidrio. SIP 2.492]
Viviendo aquellas campañas: zapapicos, tiendas, viandas y alguna
que otra pulga
Tal vez sean las excavaciones de la Bastida, Parpalló, Llíria y Cocina
las que mejor reflejen el ambiente de aquella época, en la que los preparativos de las campañas eran de vital importancia para el buen desarrollo de
las mismas; por ejemplo, para la Bastida preparan: «zapapicos, carretones,
palas, capazos de esparto, cuerdas gruesas y trencillas de esparto, 2 cintas
métricas de 10 m, (una para Pericot), maderas, una tienda de campaña
tipo playa y cuatro sillitas de campo», además del material de escritorio
complementario compuesto por «cuatro libretas, dos lápices con guardapuntas, 2 gomas, 2 sacapuntas, 2 cuadernillos de barba, papel oficial y
sobres», sin que falte el material de cocina: «4 platos hondos, 4 llanos, 4
de postre, dos boles todo de porcelana, una olla y una cacerola, 4 tenedores, 4 cuchillos, 4 cucharitas de café, un portaviandas, dos candados y una
cesta» (Bastida, 1928, Diario 32: 3-5). En Parpalló, se anotan otros accesorios indispensables como el porrón y el botijo, más las cribas, garrucha,
un par de ganchos, una cuerda, papel de diarios, cuatro cepillos, un pozal,
una viga, una maza y una zafa, instalándose en 1930, dadas las particularidades de la excavación, una escalera de madera de once peldaños y una
polea para subir la tierra desde el fondo de la cueva (Parpalló, 1929-1930,
Diario I: 1). Eso sí, al final de cada campaña se hace el recuento y el
memorandum sobre el estado del material de excavación: «los carretones
están bien salvo uno que le falta un tornillo en una planchuela del eje de
la rueda... se deben reparar dos zapapicos, lo menos seis necesitan mangos nuevos... de las cuatro sillas, una está rota... la tienda de campaña
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Calco del Vas dels
Guerrers del Tossal
de Sant Miquel (Llíria)
realizado por
Francisco Porcar.
grande tiene una rotura, se lleva enseguida al talabartero para que la componga...» (Bastida, 1928, Diario 34: 63). Sin embargo omiten aparatos de
precisión como la cámara de fotografiar o el nivel óptico, que se utilizaron desde las primeras campañas de Parpalló, quizás por ser objetos privados que no se depositaban en el SIP.
En Bastida iniciaban las campañas arreglando la senda para subir
las herramientas, recogiendo troncos y leña para hacer los sombrajos e
instalando las tiendas (cat. 10), mientras que en Cova Negra y Cueva de
la Cocina, cuevas que habían servido para guardar rebaños de cabras,
tenían que «luchar contra verdaderas nubes de pulgas que habían proliferado en la capa de estiércol» para poder iniciar las campañas (Pericot,
prólogo en Fortea, 1971: VII). Parece que, poco a poco, van superando
todas las pruebas pues finalmente vemos «cómodamente» instalados a F.
Jordá y E. Pla en la Cueva de la Cocina descansando sobre unos desvencijados camastros de madera que recorrieron toda la geografía valenciana durante más de veinte años (cat. 59 y 61). De este mismo yacimiento
nos detallan cómo transportaban en mulos las tiendas de campaña, las
ropas y demás enseres al pintoresco campamento montado bajo un gran
pino, junto a la Casa de Valle en Dos Aguas (cat. 51 y 52) (Cueva de la
Cocina, 1943, Diario 25: 1). También D. Fletcher comenta las serias dificultades de manutención y alojamiento que había en las excavaciones de
la posguerra, como la primera posada que «disfrutó» en Llíria «que en
nada tenía que envidiar a las que Gustavo Doré ilustraba en las andanzas de D. Quijote. El comedor estaba emplazado estratégicamente sobre
las cuadras, por lo que las cenas (las comidas las hacíamos afortunadamente en la excavación) se convertían en una lucha a brazo partido con
varios miles de tozudas moscas que, en más de una ocasión, acababan
aterrizando en el plato de hervido o de ensalada. Esta lucha se compensaba con la “comodidad” de unos camastros de “mullidas” tablas, sobre
las que se extendían unos trapajos que alguna vez fueron colchones, y
para el aseo personal, un desvencijado lavabo y un cubo de agua para tres
personas. En años sucesivos cambió la situación gracias a la hospitalidad
que nos ofreció D. Francisco Porcar, quien nos atendió en su casa, llamada La Bombilla» (Fletcher, Prólogo en Bonet, 1995).
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Excavar a principios del siglo
XX
Efectivamente, el aseo diario en barreños y cubos de agua era
común en aquellas campañas sin faltar otras escenas costumbristas tomadas en la Cova del Parpalló, como la siesta de los obreros (cat. 18) o la
tarde de julio cuando sube el barbero a afeitar al personal (cat. 15 y 24).
Era común, al final de cada campaña, celebrar el éxito de las excavaciones con una suculenta paella (Parpalló, 1929, Diario I: 50), celebraciones
en las que se debía de beber más de una copa de vino, vista la foto en la
que unos espontáneos obreros bailan en la Cueva de la Cocina junto a la
improvisada mesa (cat. 60). Pericot, como buen comedor, se ocupaba
personalmente de que en sus excavaciones no faltase nunca la presencia
de un voluntarioso cocinero o cocinera (cat. 29, 31 y 58), como Rafael
Mompó en Parpalló o la señora Adelaida en Bastida, y, de su puño y
letra, nos llega la lista de la compra del primer día de excavación en
Parpalló: «leche, bote de olivas, longanizas, jamón, cebolla, bajoquetes,
pimentón y tomate en lata, pan, galletas, latas de sardinas, fesols, aceite
y arroz», comestibles que traían desde Gandia en una caballería hasta La
Drova, donde estaban alojados, y de ahí a la cueva (Parpalló, 1929,
Diario II: 40). También desde Moixent, un acemilero subía, cada dos
días, las compras a las masías de Les Alcusses donde dormían.
En cuanto a las excavaciones propiamente dichas, no vamos a
insistir aquí en la trascendencia científica de estos emblemáticos yacimientos sino dar a conocer algunas anécdotas poco conocidas que permiten entender la arqueología de los años 30 y 40 y sus protagonistas.
I. Ballester siempre dispuso, con sabia medida, que todo trabajo de excavación se realizara con varias personas al frente, llevando a veces un
doble diario. Se podía hablar de un verdadero equipo donde el director
Página del diario de
excavación del año 1929
en la Cova del Parpalló
(Gandia).
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Grupo de trabajo
almorzando en el interior
de la Cova del Parpalló
(Gandia). En la esquina
superior derecha aparecen
Mariano Jornet y
Salvador Espí. 1930
[Lluís Pericot. Papel.
Arxiu Fullola-Pericot]
y los ayudantes se alternaban escribiendo el diario de excavaciones
mientras el capataz S. Espí se ocupaba de la intendencia y controlaba la
colla de obreros que picaban y cribaban.
Las excavaciones en los grandes despoblados, como la Bastida de
les Alcusses, contaban con unos 20 obreros que, provistos de sus picos,
azadas y capazos, iban descubriendo, a un buen ritmo, los sucesivos
departamentos (250 en cuatro campañas de verano). Los tiestos se iban
amontonando en los muros para ser recogidos al final de la jornada en
cajas de madera, mientras las piezas de valor e interés se dibujaban y
describían minuciosamente en los diarios cada tarde, guardándose en
cajitas, o en tubitos de cristal, que todavía hoy se pueden ver en los
almacenes del SIP.
Esencial fue la selección de «obreros especializados» procedentes
de Atzeneta d’Albaida (cat. 11) que llevaban una veintena de años trabajando con Ballester desde que emprendió las primeras excavaciones en
el poblado ibérico de la Covalta. «Así se ha dado el caso de una villa con
buena parte de su población agrícola especializada en excavaciones
arqueológicas. Y durante muchos veranos una parte de la población
masculina, después de ir a la siembra del arroz y antes de la siega del
cereal en la Ribera, salía para lo que la gente del pueblo llamaba la campaña de la Colla de l’Os y con el módico jornal de 5 pesetas se mantenían y ahorraban para la familia» (Pericot, 1947: 18). Sin embargo, a
pesar de la «especialización», muchas piezas se descubrían a golpe de
zapapico, como se recoge en los diarios: «enseguida surt un barret de
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Excavar a principios del siglo
XX
copa trencat pel cop de l’obrer, amb inscripció al llarg de la vora i figures humanes i motius complicats a la panxa» —se refiere L. Pericot al
famoso kalathos de la danza— (Tossal de Sant Miquel, 1934, Diario 41:
16), o «sobre las cinco de la tarde, cavando Espí, halla, en la segunda
capa compuesta de tierras aún de arrastre, a 40 cm. de la superficie, una
lámina de plomo de forma algo elipsoidal y bordes irregulares, doblada
por el centro sobre sí misma, que al recibir un golpe de zapapico en uno
de los ángulos del doblez, se rompe un poco y deja ver, por dentro, más
aprisionada, otra más pequeña y delgada laminilla de plomo» (Tossal de
Sant Miquel, 1940, Diario 43: 10-11), y en la Ereta del Pedregal, «al dar
los primeros golpes de pico sale el cuchillo más largo que se ha encontrado en esta estación. Es de sílex color miel con muchos y buenos retoques» (Ereta del Pedregal, 1944, Diario 51: 25). Como contrapunto a
estos golpes desafortunados hay que señalar las innumerables veces que
se describe en los diarios como, «con gran cuidado y bajo las ordenes de
la dirección», se descubren piezas de gran valor, como el guerrero y el
plomo de la Bastida o el ídolo oculado de la Ereta del Pedregal.
También son espectaculares las imágenes de la cuadrilla de obreros
de la Cova del Parpalló, turnándose en los trabajos de excavación y criba,
pero, sobre todo, la serie de fotos del talud, el último sector de la cueva
que excavara L. Pericot, en las que se aprecia cómo van bajando las 29
capas del famoso corte, de más 8 metros, con un obrero apoyado en la
roca como referencia (cat. 25 a 28 ) (Aura, 1995: lám. II y III). A pesar de
haberse criticado las limitaciones del sistema de excavación mediante
capas artificiales, de entre 10 y 15 cm, con las repercusiones que ello suponía para interpretar la evolución industrial, así como el haber vaciado
prácticamente toda la tierra de la cueva, el trabajo en Parpalló puede considerarse modélico para la época, pues hay que señalar que si bien la
mayor parte de la cueva fue excavada por capas artificiales se cambió de
sistema de excavación en el talud-testigo, ajustándose las capas a los estratos naturales (Villaverde, 1994: 30).
Sirvan estas páginas para dar a conocer aquellas excavaciones pioneras y el entusiasmo de aquel grupo de personas apasionadas por la
investigación arqueológica, «unos años y unos esfuerzos caracterizados
por la conciencia de formar parte de un proyecto colectivo para el estudio de la prehistoria valenciana y por una profunda identificación entre
las personas y la institución, lo que conducía a notables resultados y
determinaría en gran parte la singladura que el Servicio de Investigación
Prehistórica habría de recorrer en el futuro» (Martí, prólogo en
Villaverde, 1994).
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Excavar a principios del siglo xx
Helena Bonet Rosado
Servicio de Investigación Prehistórica
Ciento cuarenta y seis es el número de trabajos de campo que realizó el Servicio de Investigación Prehistórica (SIP) entre 1928 y 1950,
número que se distribuye entre sesenta y ocho excavaciones y setenta y
ocho prospecciones, aunque en realidad es una larga historia...
(Fletcher y Pla, 1977: 73-75).
Las primeras exploraciones y excavaciones del SIP van unidas,
como no podía ser de otra manera, a la figura de Isidro Ballester Tormo,
creador y alma del servicio, que conjugando su favorable posición política en la Diputación de Valencia y el cariño por su tierra familiar, la Vall
d’Albaida, convirtió esta comarca en el punto de arranque de una serie
de exploraciones que marcarían la historia del SIP. Desde su casa solariega de Atzeneta combinaba su afición por la caza y su pasión por la
arqueología, lo que le permitía conocer y adentrarse en parajes poco
transitados e ir descubriendo «estaciones» mal o nada conocidas. Así
emprendió, en 1907, las excavaciones en el poblado ibérico de Covalta,
convirtiéndose en uno de los decanos de las excavaciones arqueológicas
en España. A esta primera experiencia habría que añadir las campañas
realizadas, entre 1918 y 1920, en la necrópolis ibérica de Casa del
Monte en Valdeganga, tierras albaceteñas donde solía ir a cazar, y en los
poblados de la Edad del Bronce (entonces denominadas estaciones argáricas) de Tossal Redó y Tossal del Caldero, ambas en la vecina localidad
de Bellús, en 1922.
En aquellos años, además, prospectó y dio a conocer diecinueve
yacimientos valencianos, lo que le proporcionó una base más que sólida
para llevar a cabo una idea ambiciosa: crear un centro para la investigación prehistórica similar a los ya existentes en Madrid y Barcelona
(Pericot, 1952: 3). En esta etapa, previa a la creación del SIP, adivinamos ya el espíritu que iba a transmitir I. Ballester a la futura institución,
espíritu caracterizado por un trabajo riguroso y un enorme interés por
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
conocer y difundir la prehistoria valenciana, a lo que habría que añadir
una austeridad extrema, observada y comentada por todos sus colaboradores, que acentuaba aún más la seriedad de sus trabajos y proyectos.
Recién creado el SIP, la noticia del hallazgo de unos cráneos y restos humanos, junto a la carretera de Xàtiva a Alicante a la altura de
Albaida, hace que se persone en el lugar del hallazgo I. Ballester. Una vez
allí, acompañado por sus descubridores, fotografía el entorno de la covacha sepulcral del Camí Reial d’Alacant desde una «transitada» carretera,
en la que se puede ver «su sencillo Ford», vehículo que alternaba con una
tartana en sus exploraciones por los alrededores de Albaida. La Covarxa
del Camí Reial será la primera excavación de urgencia del Servicio y los
resultados de su estudio abrirán las páginas del primer volumen de la
revista Archivo de Prehistoria Levantina del año 1928.
Ballester era muy consciente de que el futuro del nuevo Servicio y de
su Museo, al carecer de grandes colecciones que exponer, dependía del
éxito de los resultados de los trabajos de campo. Por ello, el único camino para consolidar la institución era la realización de excavaciones
arqueológicas y la publicación de sus hallazgos. También era consciente de
la necesidad de contar con buenos colaboradores y ayudantes universitarios capaces de llevar a cabo excavaciones arqueológicas, y de hecho ya en
el informe que redacta para el correspondiente dictamen de la creación del
SIP señala «que existiendo en la Universidad de Valencia un Laboratorio
de Arqueología en el que semanalmente se reúnen la mayor parte de
arqueólogos de esta región, se dirija a él la Diputación para que formule
un plan metódico general de investigaciones prehistóricas en nuestra
región» (Martí, 1992: 15). Quedando así definitivamente establecida esa
estrecha colaboración y amistad entre el SIP y el Laboratorio de
Arqueología, que ha perdurado hasta nuestros días.
Ese mismo año, en julio de 1928, a los diez meses de la creación del
SIP, I. Ballester, acompañado de Lluís Pericot y Mariano Jornet, se desplaza desde Atzeneta d’Albaida hasta la Bastida de les Alcusses en Moixent
para iniciar la que sería la primera excavación oficial del Servicio. El acierto de la elección queda bien reflejado en palabras de L. Pericot al comentarnos cómo I. Ballester se había decidido por el poblado de la Bastida
entre una docena de estaciones inexploradas. «El futuro del servicio se
jugaba a la carta de la suerte que la excavación nos deparase... A los primeros golpes de azadón nos dimos cuenta que la Bastida de Mogente
pagaría con creces los esfuerzos que costase y que se trataba de un poblado riquísimo... De golpe, la fama de los hallazgos del SIP pasó a los centros arqueológicos españoles. Inmediatamente empezó la preparación del
primer Anuario del Servicio, al que se puso el nombre de Archivo de
Prehistoria Levantina... Con su aparición, la fama de los trabajos del SIP
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Excavar a principios del siglo
XX
alcanzó los centros arqueológicos internacionales y puede decirse que la
vida de aquel parecía asegurada» (Pericot, 1952: 12-13). La Bastida, un
desconocido asentamiento prehistórico, resultó ser la gran revelación para
los estudios ibéricos por la riqueza de sus hallazgos y por la espectacularidad de sus ruinas, y así se recoge en la noticia del 18 de agosto de 1928
de La Semana Gráfica en que se denomina como «la nueva Pompeya».
En aquel primer año comenzaron también las excavaciones en la
Cova Negra de Xàtiva, dirigidas por Gonzalo Viñes y auxiliado por L.
Pericot, pero será en la campaña de 1929 cuando se clasifica el yacimiento como musteriense, haciendo resaltar que es el único yacimiento del
Paleolítico inferior existente en «Levante» objeto de excavaciones sistemáticas. En la introducción del diario de excavación de G. Viñes del año
1931 se aprecia la admiración que sentía éste por Juan Vilanova y Piera
y de ahí su formación y vocación por los estudios geológicos, lo que le
permitió excavar y describir, con una precisión y acierto excepcional para
su época, el entorno del yacimiento y la formación de los estratos.
Como resultado de las exploraciones y excavaciones del fructífero
año 1928 «se instalan 17 vitrinas en las recientes instalaciones del
Museo, no habiendo pieza alguna de procedencia incierta ni de cuyo
hallazgo no se tenga los datos necesarios» (Ballester, 1928: 9). A estos
dos yacimientos se uniría, en 1929, las excavaciones en la Cova del
Parpalló de Gandia. Fue L. Pericot, incentivado por el propio Henri
Breuil, quien propuso a la Dirección del SIP iniciar unas excavaciones en
una estación prehistórica y ninguna mejor que la Cova del Parpalló,
donde el mismo H. Breuil había recogido en el año 1913 unas cuantas
piezas líticas y una plaqueta caliza grabada. Como relata en las primeras líneas del prólogo de su libro sobre este yacimiento: «El trabajo que
sigue es el fruto de los mejores años de mi vida», dedicatoria que hace a
I. Ballester «en recuerdo de los años inolvidables en que juntos trabajamos por la Prehistoria valenciana» y de cómo «los veranos de 1929, 30
y 31 en Parpalló señalan el punto culminante de nuestra vida científica,
todo lo que ha venido después fue consecuencia de ello».
Más adelante, con su característica espontaneidad y talante positivo, refiriéndose a los resultados de estas tres fructíferas y maratonianas campañas de excavación, comenta: «La importancia científica
extraordinaria de esta excavación salta a la vista, pudiendo estar segura la diputación provincial valenciana de haber realizado con ella una
de las más interesantes aportaciones españolas para el estudio de la
Prehistoria en general y en especial del arte realista certero y sobrio,
admiración del presente, que consiguiera el hombre de más de 10.000
años atrás, con tan pobres elementos como unos perdernales aguzados»
(Pericot, 1942: 7).
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Artículo publicado en
«La Semana Gráfica»
sobre las excavaciones en
la Bastida de les Alcusses
(Moixent). 1928.
También los diarios de excavación nos aproximan a las emociones
de esos días del verano de 1929 cuando M. Jornet escribe: «El obrero
Salvador Espí que se halla ocupado en el lavado de las losetas me sorprende con una alegre exclamación al ver que la plaqueta que tiene entre
manos contiene el hermoso grabado del margen» (se refiere a la cierva
de la plaqueta número 20.177). «Es un grabado tan profundo que lo distingo con toda claridad colocada la placa a tres metros de distancia;
Salvador Espí con su buena vista lo ve a cinco metros. Procede del montón grande que había para lavar de días anteriores de losetas. Parece una
vaca sacudiéndose las moscas» (Parpalló, 1929, Diario I: 52). El 11 de
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Excavar a principios del siglo
XX
Vista del campamento
de la Bastida de les
Alcusses (Moixent).
Sentados en primer
término y de izquierda a
derecha se encuentran
Lluís Pericot, Isidro
Ballester, Gonzalo Viñes
y Mariano Jornet. 1928.
[Casa Grollo. Placa
de vidrio. SIP 559]
Detalle de la excavación
en la Bastida de les
Alcusses (Moixent).
Los fragmentos de cerámica
aparecen amontonados
junto a los muros de
los departamentos. 1928.
[Isidro Ballester. Placa
de vidrio. SIP 1.140]
julio de ese mismo año, L. Pericot, con su inseparable pluma e ilegible
caligrafía, describe velozmente la cantidad de plaquetas descubiertas en
un solo día, dibujando quince, sin contar las que luego se descubrían al
lavarse. Anotaba al lado de cada dibujo, con gran emoción y nerviosismo «... otra, otra, ...otra... y otra...». Indudablemente, la riqueza de la
Bastida y Parpalló eclipsaron los resultados de otras no menos importantes excavaciones iniciadas en 1931, como las de la Cova de la Sarsa
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
en Alcoi, la Cova de la Petxina de Bellús o la Muntanyeta de Cabrera
del Vedat de Torrent.
Con la proclamación de la República, los años dorados del SIP dan
paso a una etapa difícil, reflejada en la Labor del SIP, donde vemos a un I.
Ballester claramente antirrepublicano al comentar la inexplicable reducción
económica del presupuesto, pues si bien había ido aumentado progresivamente desde el año 1928 con 12.500 pesetas, en 1929 a 25.000 pesetas y
años sucesivos a 30.000 pesetas, «el advenimiento de la República, no obstante su voceado amor por la cultura, trajo malos tiempos para el SIP... en
1932 se redujo a 10.000 y en 1933 se redujo a la irrisoria cantidad de 500
pts que afortunadamente hubo que rectificar por la fuerte reacción producida en los centros culturales valencianos... volviéndose a mantener a 10.000
pts» (Ballester, 1942: 10). L. Pericot matiza la situación: «con el advenimiento de la República, los nuevos políticos no comprendían la obra que el SIP
realizaba o por antiguas rivalidades políticas con su Director creían posible
acabar con el Servicio, pasando a honorario su director y disminuyendo
hasta lo inverosímil la consignación... Poco a poco se fueron remontando las
dificultades desde 1934» (Pericot, 1952: 7).
Efectivamente, durante los años 1932 y 1933 la labor de excavaciones es prácticamente nula, pero se visitan yacimientos como la Cova
de les Meravelles en Gandia y la Cova de l’Or de Beniarrés, entre otros,
y se continúan importantes exploraciones, como las de los poblados ibéricos de la zona de Casinos y Llíria. Será precisamente en esta época
cuando se incorpore al equipo de Ballester y Pericot el joven estudiante
Domingo Fletcher, como él mismo relata: «en los inviernos de 1932 y
1933, por indicación del Director del SIP, iniciaba mis correrías por la
zona de Liria-Casinos, acompañado del restaurador y capataz del
Servicio, Salvador Espí, de imborrable recuerdo. Nuestra tarea se iniciaba a primeras horas de la mañana de domingos y festivos de los meses
de invierno. El autobús de Chelva nos dejaba en plena carretera de Liria
y Casinos, desde donde encaminábamos la marcha al poblado que íbamos a estudiar» (Fletcher, prólogo en Bonet, 1995).
Pero serán las excavaciones en el Tossal de Sant Miquel de Llíria,
a partir del año 1934, las que permitan que el SIP remonte y recobre de
nuevo su prestigio. En realidad, fue la reducción económica de los años
precedentes lo que obligó a abandonar las excavaciones en la Bastida
precisamente cuando tenían previsto estudiar su fortificación, en concreto la posible torre situada en el vértice este del yacimiento (Ballester,
1931: 23). Setenta años después y como ellos previeron, una torre y una
puerta dominan el sector Este, si bien no podían imaginar las espectaculares puertas y fortificaciones que hoy se pueden visitar en el acceso
principal de la que fue su primera excavación.
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Excavar a principios del siglo
XX
Grupo de trabajo posando
delante de un sombrajo en
la Bastida de les Alcusses
(Moixent). A la izquierda
de la imagen se encuentra
Isidro Ballester y en el
centro, al fondo, Mariano
Jornet. 1928.
[Placa de vidrio. SIP 163]
Nadie mejor que L. Pericot para explicar los inicios en Llíria: «No
era posible pensar en 1932 y 1933 en excavaciones importantes, tal
como se había realizado hasta entonces... pues a falta de estaciones lejanas pareció que podría aprovecharse la proximidad y buenas comunicaciones de Liria con la capital para realizar breves prospecciones... muy
pronto se hizo patente que la cerámica de San Miguel era especialmente
rica y empezamos el acicate de descubrir más y más fragmentos... Así es
como nos dimos cuenta de que la cerámica de Liria era algo excepcional
y que el cerro merecía una excavación más cuidada. Ésta fue posible en
1934 al contar con el apoyo de un ponente de Cultura D. Ismael
Barrera, dando medios adecuados...».
La lectura de los diarios de excavación, once cuadernos de
campo de hojas cuadriculadas, escritos e ilustrados por las distintas
plumas y lápices de L. Pericot, M. Jornet, Emili Gómez Nadal, José
Alcácer, Domingo Uriel, D. Fletcher y Enrique Pla, recogen el optimismo e ilusión propia de la época, donde las fatigas y dificultades
quedan ampliamente compensadas por la riqueza de los hallazgos.
Con sus anotaciones, plantas y dibujos se puede seguir, día a día, no
sólo el sistema de excavación y la identificación de los hallazgos sino
las dificultades y alegrías de aquellos días, como cuando L. Pericot,
el 17 de agosto de 1934, anota junto al dibujo de uno de los fragmentos del famoso Vaso de los Guerreros de Llíria «¡el vas dels guerrers
de Micenas!», en clara referencia a la crátera con desfile de guerreros
del siglo XIII a.C. hallada en la mítica Micenas, y que dio lugar a
amplios debates sobre la cronología de la cerámica ibérica. Un dato
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Proximidades de la
Covarxa del Camí Reial
d'Alacant (Albaida). 1928.
[Isidro Ballester. Placa de
vidrio. SIP 235]
anecdótico sobre el éxito de las excavaciones son las continuas visitas al yacimiento de lirianos, autoridades, profesores y colegios,
como la de la mañana del 19 de agosto de 1934 cuando se tuvo que
acotar la zona de excavación ante el acoso de las visitas que acudían
a ver los trabajos (cat. 36 a 43). Ni que decir tiene que la pronta
publicación de los calcos de los vasos figurados y de los textos ibéricos, realizados por Francisco Porcar y J. Alcácer, convirtieron al
Tossal de Sant Miquel de Llíria en un referente de la protohistoria
peninsular, pasando los hallazgos valencianos a ilustrar la todavía
poco conocida Cultura Ibérica tanto en la bibliografía especializada
como en obras de referencia de la entidad de la Enciclopedia
Universal Espasa-Calpe (Suplemento 1936-1939).
Esta fructífera etapa en Sant Miquel quedó truncada por la Guerra
Civil, terminando la campaña el 16 de julio del 36, dos días antes del
estallido de la guerra sin el menor comentario en el diario de excavaciones. Eso sí, tuvieron la previsión de llevar al Museo, como medida de
seguridad, las piezas y los hallazgos más valiosos que estaban depositados en la «Casa de Porcar» en Llíria, y de hecho las cajas de madera que
permanecieron en Llíria en los años de guerra fueron utilizadas por las
tropas para encender fuego con la consiguiente dispersión y pérdida de
materiales.
En los años de guerra, entre 1937 y 1939, el SIP se dedicó a realizar algunas prospecciones en el término de Monforte del Cid y en La
Marjal de Navarrés, pero sobre todo se centró en los trabajos internos de
restauración, catalogación e inventario, sin abandonar la labor editorial,
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Excavar a principios del siglo
XX
Excavación en la Cova
del Parpalló (Gandia).
Lluís Pericot se encuentra
sentado al fondo de la
imagen, a su izquierda
Salvador Espí. Hacia 1930.
[Papel. SIP 17.221]
iniciándose el primer número de la serie de Treballs Solts en el año 1937.
En este periodo hay una profunda preocupación por los fondos del
Museo ante los bombardeos en la ciudad de Valencia y de hecho se pidió
con insistencia a la corporación provincial el acondicionamiento, como
refugio, para las series principales del Museo, del magnífico sótano de la
torre del Palau de la Generalitat y defenderlo con sacos terreros. No se
consiguió y se embalaron las piezas más valiosas en sótanos (Ballester,
1942a: 21)
Finalizada la Guerra Civil, I. Ballester al retomar su cargo de director no oculta su júbilo al referirse siempre a esta nueva etapa como
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
periodo de «Liberación». La normalización fue lenta hasta salir de la
precaria situación de la posguerra, pasando de la asignación de 5.000
pesetas a 25.000 pesetas en 1941 y en 1945 a 40.000 pesetas. A ello
ayudó su nombramiento, en 1941, como comisario provincial de la
Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas (Díaz y Ramírez,
2001)
En la década de los años 40 prosiguen las excavaciones del SIP
en el Tossal de Sant Miquel de Llíria, ahora bajo la dirección de D.
Fletcher, y se emprenden otras nuevas, a lo que habría que añadir la
continuidad de la labor editorial (Pericot, 1952: 6). Se inician, en
1941, las campañas en la Cueva de la Cocina (Dos Aguas), dirigidas
por L. Pericot y ayudado de Francisco Jordá a partir de 1945, y, en
1942, Vicente Pascual excava el enterramiento múltiple eneolítico de
la Cova de la Pastora (Alcoi). Entre 1942 y 1948, bajo la dirección
de José Chocomeli, primero, y de E. Pla después, se excava el asentamiento eneolítico de la Ereta del Pedregal (Navarrés), además de
otras estaciones como la Cova de les Malladetes (Barx), Torre del
Mal Paso (Castellnovo), Monforte del Cid, Covacha de Llatas
(Andilla), etc.
En estos años, I. Ballester, ya con graves problemas en la vista,
sigue visitando las excavaciones y su autoridad está siempre presente:
«siguiendo las órdenes dadas por el Director»... «el Sr. Director ordena abrir una nueva zanja», etc. Lo vemos llegar, según contaba E. Pla,
a la Ereta del Pedregal, desde la Fonda Pura de Navarrés, a lomos de
un burro y protegido del sol por un paraguas negro que sostenía su
siempre fiel capataz S. Espí, refiriéndose siempre éste a su benefactor
como «senyoret».
Una nueva generación de arqueólogos, discípulos de Ballester y
Pericot, irán marcando las nuevas directrices del futuro SIP: se trata de
D. Fletcher y E. Pla. Ellos, todavía como colaboradores, serán los verdaderos propulsores, a partir de los años 40, de los trabajos de campo. E.
Pla, en 1941, realiza el primer sondeo estratigráfico en el departamento
56 del Tossal de Sant Miquel para ver los niveles fundacionales de la ciudad y si bien siguen la tradición de los diarios de excavaciones, éstos
contarán con una mayor información de datos, anotaciones y dibujos, a
la vez que en los trabajos de campo hay una mayor preocupación por la
metodología y las secuencias estratigráficas. Los resultados de esta
nueva escuela se verán rápidamente plasmados en las propias publicaciones del SIP.
Pero, como veremos a continuación, la vida cotidiana en las excavaciones fue muy similar a lo largo de esas dos décadas.
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Excavar a principios del siglo
XX
Ánfora encontrada
durante la excavación del
departamento 35 del Tossal
de Sant Miquel (Llíria).
1936.
[Casa Grollo. Placa de
vidrio. SIP 2.492]
Viviendo aquellas campañas: zapapicos, tiendas, viandas y alguna
que otra pulga
Tal vez sean las excavaciones de la Bastida, Parpalló, Llíria y Cocina
las que mejor reflejen el ambiente de aquella época, en la que los preparativos de las campañas eran de vital importancia para el buen desarrollo de
las mismas; por ejemplo, para la Bastida preparan: «zapapicos, carretones,
palas, capazos de esparto, cuerdas gruesas y trencillas de esparto, 2 cintas
métricas de 10 m, (una para Pericot), maderas, una tienda de campaña
tipo playa y cuatro sillitas de campo», además del material de escritorio
complementario compuesto por «cuatro libretas, dos lápices con guardapuntas, 2 gomas, 2 sacapuntas, 2 cuadernillos de barba, papel oficial y
sobres», sin que falte el material de cocina: «4 platos hondos, 4 llanos, 4
de postre, dos boles todo de porcelana, una olla y una cacerola, 4 tenedores, 4 cuchillos, 4 cucharitas de café, un portaviandas, dos candados y una
cesta» (Bastida, 1928, Diario 32: 3-5). En Parpalló, se anotan otros accesorios indispensables como el porrón y el botijo, más las cribas, garrucha,
un par de ganchos, una cuerda, papel de diarios, cuatro cepillos, un pozal,
una viga, una maza y una zafa, instalándose en 1930, dadas las particularidades de la excavación, una escalera de madera de once peldaños y una
polea para subir la tierra desde el fondo de la cueva (Parpalló, 1929-1930,
Diario I: 1). Eso sí, al final de cada campaña se hace el recuento y el
memorandum sobre el estado del material de excavación: «los carretones
están bien salvo uno que le falta un tornillo en una planchuela del eje de
la rueda... se deben reparar dos zapapicos, lo menos seis necesitan mangos nuevos... de las cuatro sillas, una está rota... la tienda de campaña
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Calco del Vas dels
Guerrers del Tossal
de Sant Miquel (Llíria)
realizado por
Francisco Porcar.
grande tiene una rotura, se lleva enseguida al talabartero para que la componga...» (Bastida, 1928, Diario 34: 63). Sin embargo omiten aparatos de
precisión como la cámara de fotografiar o el nivel óptico, que se utilizaron desde las primeras campañas de Parpalló, quizás por ser objetos privados que no se depositaban en el SIP.
En Bastida iniciaban las campañas arreglando la senda para subir
las herramientas, recogiendo troncos y leña para hacer los sombrajos e
instalando las tiendas (cat. 10), mientras que en Cova Negra y Cueva de
la Cocina, cuevas que habían servido para guardar rebaños de cabras,
tenían que «luchar contra verdaderas nubes de pulgas que habían proliferado en la capa de estiércol» para poder iniciar las campañas (Pericot,
prólogo en Fortea, 1971: VII). Parece que, poco a poco, van superando
todas las pruebas pues finalmente vemos «cómodamente» instalados a F.
Jordá y E. Pla en la Cueva de la Cocina descansando sobre unos desvencijados camastros de madera que recorrieron toda la geografía valenciana durante más de veinte años (cat. 59 y 61). De este mismo yacimiento
nos detallan cómo transportaban en mulos las tiendas de campaña, las
ropas y demás enseres al pintoresco campamento montado bajo un gran
pino, junto a la Casa de Valle en Dos Aguas (cat. 51 y 52) (Cueva de la
Cocina, 1943, Diario 25: 1). También D. Fletcher comenta las serias dificultades de manutención y alojamiento que había en las excavaciones de
la posguerra, como la primera posada que «disfrutó» en Llíria «que en
nada tenía que envidiar a las que Gustavo Doré ilustraba en las andanzas de D. Quijote. El comedor estaba emplazado estratégicamente sobre
las cuadras, por lo que las cenas (las comidas las hacíamos afortunadamente en la excavación) se convertían en una lucha a brazo partido con
varios miles de tozudas moscas que, en más de una ocasión, acababan
aterrizando en el plato de hervido o de ensalada. Esta lucha se compensaba con la “comodidad” de unos camastros de “mullidas” tablas, sobre
las que se extendían unos trapajos que alguna vez fueron colchones, y
para el aseo personal, un desvencijado lavabo y un cubo de agua para tres
personas. En años sucesivos cambió la situación gracias a la hospitalidad
que nos ofreció D. Francisco Porcar, quien nos atendió en su casa, llamada La Bombilla» (Fletcher, Prólogo en Bonet, 1995).
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Excavar a principios del siglo
XX
Efectivamente, el aseo diario en barreños y cubos de agua era
común en aquellas campañas sin faltar otras escenas costumbristas tomadas en la Cova del Parpalló, como la siesta de los obreros (cat. 18) o la
tarde de julio cuando sube el barbero a afeitar al personal (cat. 15 y 24).
Era común, al final de cada campaña, celebrar el éxito de las excavaciones con una suculenta paella (Parpalló, 1929, Diario I: 50), celebraciones
en las que se debía de beber más de una copa de vino, vista la foto en la
que unos espontáneos obreros bailan en la Cueva de la Cocina junto a la
improvisada mesa (cat. 60). Pericot, como buen comedor, se ocupaba
personalmente de que en sus excavaciones no faltase nunca la presencia
de un voluntarioso cocinero o cocinera (cat. 29, 31 y 58), como Rafael
Mompó en Parpalló o la señora Adelaida en Bastida, y, de su puño y
letra, nos llega la lista de la compra del primer día de excavación en
Parpalló: «leche, bote de olivas, longanizas, jamón, cebolla, bajoquetes,
pimentón y tomate en lata, pan, galletas, latas de sardinas, fesols, aceite
y arroz», comestibles que traían desde Gandia en una caballería hasta La
Drova, donde estaban alojados, y de ahí a la cueva (Parpalló, 1929,
Diario II: 40). También desde Moixent, un acemilero subía, cada dos
días, las compras a las masías de Les Alcusses donde dormían.
En cuanto a las excavaciones propiamente dichas, no vamos a
insistir aquí en la trascendencia científica de estos emblemáticos yacimientos sino dar a conocer algunas anécdotas poco conocidas que permiten entender la arqueología de los años 30 y 40 y sus protagonistas.
I. Ballester siempre dispuso, con sabia medida, que todo trabajo de excavación se realizara con varias personas al frente, llevando a veces un
doble diario. Se podía hablar de un verdadero equipo donde el director
Página del diario de
excavación del año 1929
en la Cova del Parpalló
(Gandia).
79
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Grupo de trabajo
almorzando en el interior
de la Cova del Parpalló
(Gandia). En la esquina
superior derecha aparecen
Mariano Jornet y
Salvador Espí. 1930
[Lluís Pericot. Papel.
Arxiu Fullola-Pericot]
y los ayudantes se alternaban escribiendo el diario de excavaciones
mientras el capataz S. Espí se ocupaba de la intendencia y controlaba la
colla de obreros que picaban y cribaban.
Las excavaciones en los grandes despoblados, como la Bastida de
les Alcusses, contaban con unos 20 obreros que, provistos de sus picos,
azadas y capazos, iban descubriendo, a un buen ritmo, los sucesivos
departamentos (250 en cuatro campañas de verano). Los tiestos se iban
amontonando en los muros para ser recogidos al final de la jornada en
cajas de madera, mientras las piezas de valor e interés se dibujaban y
describían minuciosamente en los diarios cada tarde, guardándose en
cajitas, o en tubitos de cristal, que todavía hoy se pueden ver en los
almacenes del SIP.
Esencial fue la selección de «obreros especializados» procedentes
de Atzeneta d’Albaida (cat. 11) que llevaban una veintena de años trabajando con Ballester desde que emprendió las primeras excavaciones en
el poblado ibérico de la Covalta. «Así se ha dado el caso de una villa con
buena parte de su población agrícola especializada en excavaciones
arqueológicas. Y durante muchos veranos una parte de la población
masculina, después de ir a la siembra del arroz y antes de la siega del
cereal en la Ribera, salía para lo que la gente del pueblo llamaba la campaña de la Colla de l’Os y con el módico jornal de 5 pesetas se mantenían y ahorraban para la familia» (Pericot, 1947: 18). Sin embargo, a
pesar de la «especialización», muchas piezas se descubrían a golpe de
zapapico, como se recoge en los diarios: «enseguida surt un barret de
80
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Excavar a principios del siglo
XX
copa trencat pel cop de l’obrer, amb inscripció al llarg de la vora i figures humanes i motius complicats a la panxa» —se refiere L. Pericot al
famoso kalathos de la danza— (Tossal de Sant Miquel, 1934, Diario 41:
16), o «sobre las cinco de la tarde, cavando Espí, halla, en la segunda
capa compuesta de tierras aún de arrastre, a 40 cm. de la superficie, una
lámina de plomo de forma algo elipsoidal y bordes irregulares, doblada
por el centro sobre sí misma, que al recibir un golpe de zapapico en uno
de los ángulos del doblez, se rompe un poco y deja ver, por dentro, más
aprisionada, otra más pequeña y delgada laminilla de plomo» (Tossal de
Sant Miquel, 1940, Diario 43: 10-11), y en la Ereta del Pedregal, «al dar
los primeros golpes de pico sale el cuchillo más largo que se ha encontrado en esta estación. Es de sílex color miel con muchos y buenos retoques» (Ereta del Pedregal, 1944, Diario 51: 25). Como contrapunto a
estos golpes desafortunados hay que señalar las innumerables veces que
se describe en los diarios como, «con gran cuidado y bajo las ordenes de
la dirección», se descubren piezas de gran valor, como el guerrero y el
plomo de la Bastida o el ídolo oculado de la Ereta del Pedregal.
También son espectaculares las imágenes de la cuadrilla de obreros
de la Cova del Parpalló, turnándose en los trabajos de excavación y criba,
pero, sobre todo, la serie de fotos del talud, el último sector de la cueva
que excavara L. Pericot, en las que se aprecia cómo van bajando las 29
capas del famoso corte, de más 8 metros, con un obrero apoyado en la
roca como referencia (cat. 25 a 28 ) (Aura, 1995: lám. II y III). A pesar de
haberse criticado las limitaciones del sistema de excavación mediante
capas artificiales, de entre 10 y 15 cm, con las repercusiones que ello suponía para interpretar la evolución industrial, así como el haber vaciado
prácticamente toda la tierra de la cueva, el trabajo en Parpalló puede considerarse modélico para la época, pues hay que señalar que si bien la
mayor parte de la cueva fue excavada por capas artificiales se cambió de
sistema de excavación en el talud-testigo, ajustándose las capas a los estratos naturales (Villaverde, 1994: 30).
Sirvan estas páginas para dar a conocer aquellas excavaciones pioneras y el entusiasmo de aquel grupo de personas apasionadas por la
investigación arqueológica, «unos años y unos esfuerzos caracterizados
por la conciencia de formar parte de un proyecto colectivo para el estudio de la prehistoria valenciana y por una profunda identificación entre
las personas y la institución, lo que conducía a notables resultados y
determinaría en gran parte la singladura que el Servicio de Investigación
Prehistórica habría de recorrer en el futuro» (Martí, prólogo en
Villaverde, 1994).
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