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Del neolític a l’edat del bronze en el Mediterrani occidental.
Estudis en homenatge a Bernat Martí Oliver.
TV SIP 119, València, 2016, p. 1-3.
Bernat Martí, el SIP y nosotros
Helena Bonet Rosado
Hacer una semblanza de Bernat Martí resulta difícil, a la
vez que emotivo, al estar hablando de vivencias personales
y profesionales, de más de cuarenta años, que han marcado
la trayectoria profesional de muchos de nosotros, muy especialmente los que hemos tenido la suerte de trabajar con él
en el Servicio de Investigación Prehistórica de la Diputación
de Valencia, compartiendo su maestría y amistad hasta su
reciente jubilación.
Conocí a Bernat Martí, un joven profesor de 26 años de
espesa barba negra y gafas metálicas, en los últimos años de
mi carrera en el año 1975, cuando, junto a Gerardo Pereira,
impartían puntualmente las asignaturas de prehistoria y epigrafía, respectivamente, sustituyendo a las profesoras Milagro Gil-Mascarell y Carmen Aranegui, en el Departamento
de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Valencia,
el antiguo Laboratorio de Arqueología. Con este equipo, de
un incuestionable nivel científico y fuerte compromiso político en los últimos años del franquismo, nos formamos una
primera generación de arqueólogos, como Consuelo Mata,
Pilar Carmona, Albert Ribera, Josep Vicent Lerma, Joan Bernabeu, Pilar Fumanal, Michèlle Dupré, Valentín Villaverde o
Pere Pau Ripollès, por citar sólo los que más coincidimos en
las excavaciones de los años 70. De aquella época, recuerdo
especialmente el II Congreso Internacional de Prehistoria de
Morella, en 1975, unos días entrañables, donde ponentes e
investigadores, toda la plana mayor de la prehistoria peninsular y francesa, compartían con nosotros tapas y rondas de
vino en los mesones de Morella. Descubrimos a los “inaccesibles científicos” como gente amena y, sobre todo, muy
cercana. En aquellos días de convivencia, la mayoría de nosotros nos vinculamos definitivamente a este equipo y nos
agrupamos en torno a Carmen, Milagro, Bernat, Gerardo y
también Rosa Enguix, según nos íbamos decantando hacia la
Prehistoria o la Arqueología clásica.
Aunque Bernat Martí nunca se desvinculó de sus compañeros de Departamento, en el año 1979 entró en el SIP de la
mano de Domingo Fletcher como técnico arqueólogo, permaneciendo toda su vida profesional comprometido con esta institución. En la inolvidable biblioteca del SIP, donde estudiantes, profesores y eruditos locales compartíamos espacio con
el director Domingo Fletcher y el subdirector Enrique Pla,
se sumó Bernat en una mesa frente a “don Domingo”. Todos
ellos atendían cualquier consulta de estudiosos o aficionados,
a la vez que comentaban y discutían las novedades científicas,
mientras la bibliotecaria María Victoria Goberna nos proporcionaba libros y separatas de entre las magníficas estanterías
de madera que cubrían las paredes de la sala. Allí podías
consultar desde joyas bibliográficas, como las obras de los
hermanos Siret, Juan Vilanova y Piera, Le Bon, Cartailhac o
Chabret, hasta la última noticia periodística sobre prehistoria
valenciana pacientemente recortada, pegada y guardada por
Enrique Pla en archivadores de cartón.
En este ambiente, Bernat Martí ya apuntaba el perfil del gran
investigador que es. Desprendía una “seriedad cercana”, siempre dispuesto a escuchar e interesado por nuestros proyectos de
estudio. Pero donde realmente tuvimos la ocasión y el privilegio
de conocerle, tanto a nivel personal como profesional, fue en
las excavaciones. Aunque algunos de nosotros ya nos íbamos
inclinando hacia la protohistoria o el mundo romano, trabajar
con Bernat en yacimientos prehistóricos era una apuesta segura
para iniciarse en el mundo de las excavaciones y la metodología
arqueológica. Pero tal vez lo más importante de su maestría era
el empeño que ponía en que reflexionásemos ante el objeto y
la secuencia estratigráfica y que nos planteásemos proyectos y
líneas de investigación futuros.
Las excavaciones de la Cova de l’Or, en Beniarrés, en
los veranos de 1975-1976, y en la Ereta del Pedregal, en Navarrés, en 1976, eran una verdadera escuela de disciplina y
aprendizaje arqueológico. Como se recuerda en otro texto
del presente libro, fue el primer investigador en la prehistoria
valenciana que utilizó una metodología puntera en cueva, adquirida desde su estancia en Francia, como becario del CSIC,
en las excavaciones en la cueva de Font Juvenal dirigidas
por J. Guilaine, en 1975. Y fue pionero en crear un equipo
interdisciplinar con investigadores especializados en sedimentología, palinología, carpología y fauna, convirtiendo las
campañas de la Cova de l’Or en un referente metodológico
pero, sobre todo, en un referente de los estudios sobre la neolitización en la vertiente mediterránea peninsular.
En sus campañas se trabajaba y se aprendía a conciencia.
Por las mañanas, de la Cova de l’Or, recuerdo las cuadrículas
J y K donde se marcaba con chinchetas y se dibujaba en papel
1
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H. Bonet Rosado
milimetrado cada hallazgo; la pizarra y el jalón para las fotos
en blanco y negro, en color y diapositivas; la pesada mira y
el primer nivel óptico del SIP; o las sesiones de criba frente
al Benicadell. Memorables también los ascensos a la cueva, y
los descensos, cantando y cargados como mulas, hasta llegar
al “dos caballos” de Bernat aparcado ladera abajo en la carretera de Beniarrés. Después de comer no había siesta pero
sí partida de dominó en el bar del pueblo. Y por las tardes
clases intensivas de lavar, inventariar y dibujar sílex y cerámica cardial hasta la saciedad. Pero lo mejor era el diario que
teníamos que redactar, y exponer delante del equipo, sobre
la jornada de excavación ante la mirada “implacable” de un
Bernat que debía de estar desternillado de nuestros disparates.
Aprendimos a convivir –algunos hasta a comer correctamente– en casas y pensiones hoy imposibles de imaginar, a trabajar en equipo y a asumir responsabilidades. En este ambiente
de trabajo y compañerismo se crearon unos vínculos de amistad entre todos los que participamos en aquellas excavaciones
que han perdurado hasta nuestros días.
Como jóvenes estudiantes que éramos, en aquella época
no fuimos conscientes del enorme privilegio que era trabajar con Bernat Martí, ya una gran promesa investigadora y
toda una autoridad. Autoridad por sus conocimientos pero
también por su personalidad íntegra, donde el afán de protagonismo no tenía cabida, por su capacidad de trabajo y por su
carácter tranquilo y dialogante. Era un gran docente que despertó en todos nosotros un espíritu crítico y supo trasmitirnos
su pasión por la investigación y la arqueología. En realidad,
recogía los valores del denominado “espíritu del SIP” de don
Isidro Ballester, don Domingo Fletcher y don Enrique Pla,
donde la austeridad, el rigor científico y el trabajo en equipo
serían los pilares de la institución.
Bernat Martí siempre estuvo muy unido a Enrique Pla, y
cuando éste fue nombrado director del SIP en 1982, tras la
jubilación de Fletcher, pasó a ser su hombre de total confianza. Vivió junto a él uno de los periodos más difíciles de la
institución, como fue el traslado del museo desde el Palau de
la Batlia hasta su nueva sede en la, aún en funcionamiento,
Casa de Beneficencia. Durante un largo periodo de más de
15 años, entre la nueva ubicación en La Beneficencia hasta
la apertura del actual Museo de Prehistoria en 1995, el papel de Bernat fue clave. Con un museo empaquetado como
buenamente se pudo, pues el traslado hubo que hacerlo en un
mes, y ubicado en un edificio en obras y todavía ocupado con
cuidadores y niños y niñas internos, era realmente un reto sacar adelante el SIP y su museo. Sin embargo, inmediatamente
se abrió al público la biblioteca del Servicio, considerada el
alma de la institución, y se inició un colosal trabajo de inventario, catalogación y restauración de los fondos del museo así
como el inventario del archivo documental, el fotográfico y
el de yacimientos arqueológicos valencianos.
Durante los diez años que dirigió la institución, entre
1987 y 1996, con el museo cerrado y un edificio en obras,
Bernat Martí realizó un trabajo interno extraordinario. En
este periodo de tiempo amplía la plantilla del SIP con cuatro
técnicos arqueólogos –Helena Bonet, Joaquim Juan Cabanilles, María Jesús de Pedro y Rafael Pérez–, un técnico dibujante –Francisco Chiner–, una auxiliar de biblioteca –Consuelo Martín– y un capataz restaurador –Inocencio Sarrión–.
2
Se consolidan las publicaciones del SIP con 5 números de
la revista APL y 8 números de la serie monográfica Trabajos
Varios, y se inician nuevas series, como los catálogos de las
exposiciones temporales o la edición especial de libros dedicados a las colecciones más emblemáticas del SIP, como
las plaquetas de la Cova del Parpalló de Gandia o los vasos
pintados del Tossal de Sant Miquel de Llíria.
En este periodo había una gran actividad de investigadores estudiando las colecciones del museo con el objetivo de
realizar trabajos de investigación, memorias de excavaciones
o tesis doctorales. Es de lamentar que no exista de aquellos
años documentación gráfica de los espacios acondicionados
como almacenes y salas de trabajo. En la inmensidad de corredores, patios porticados y jardines de una Casa de Beneficencia medio abandonada y ruinosa, subías, con un gran
manojo de pesadas llaves, por escaleras de desconchados
alicatados, atravesabas cancelas de hierro, patios con estatuas de cristos y vírgenes rodeadas de magníficos azulejos
–todo ello hoy desaparecido–, seguías por comedores y habitaciones donde todavía se amontonaban desvencijadas cunas
o mesitas y sillitas para escolares; cruzabas terrazas llenas
de trastos abandonados hasta llegar finalmente a una torre
–hoy inexistente–, sin luz y con un frío glacial, donde los
sufridos investigadores, sobre mesas de mármol recicladas
de los antiguos comedores, extendían sus materiales para ser
dibujados e inventariados. En ese ambiente se estudiaron y
clasificaron la colección de plaquetas de la Cova del Parpalló de Gandia, la colección púnica de Ibiza, las campañas de
excavaciones de la Cova Negra de Xàtiva, la Cova de l’Or de
Beniarrés, la Ereta del Pedregal de Navarrés, la Cova de la
Pastora de Alcoi, la Rambla Castellarda de Llíria, el Tossal
de Sant Miquel de Llíria, etc. En este acogedor ambiente, y
ésta es solo una de tantas anécdotas que se podrían contar de
aquellos años 80, tuvo que batallar Bernat Martí para sacar
adelante el museo.
A pesar de la falta de instalaciones adecuadas consiguió que
el SIP viviese una de las épocas más fructíferas a nivel de investigación. Los trabajos de campo se integran, cada vez más,
dentro de proyectos de investigación interdisciplinares en los
que existe una estrecha vinculación, y muy activa, con el Departament de Prehistòria i Arqueologia de la Universitat de València. Continuaron las excavaciones arqueológicas, iniciadas en
la época de Enrique Pla, en la Ereta del Pedregal de Navarrés,
la Cova de l’Or de Beniarrés, la Cova Negra de Xàtiva, la Cova
Foradada de Oliva, la Muntanya Assolada de Alzira, la Lloma
de Betxí de Paterna, en Los Villares de Caudete de las Fuentes,
el Castellar de Meca de Ayora, el Corral de Saus de Moixent,
el Castellet de Bernabé de Llíria, en La Seña de Villar del Arzobispo o en el Pla de Nadal de Riba-roja de Túria, y se inicia
la primera campaña en el yacimiento paleolítico de la Cova del
Bolomor de Tavernes de la Valldigna.
Junto a las labores de investigación, conservación e inventario ya citadas, Bernat Martí era muy consciente de que
había que abrir al público las colecciones del museo y así,
siguiendo la línea expositiva iniciada con la sala permanente
abierta en 1984 sobre “Las sociedades cazadoras de la prehistoria valenciana”, se inaugura en 1987 la sala dedicada al
neolítico “Los primeros agricultores y ganaderos”. Si bien
en 1983 se había hecho la primera exposición temporal sobre
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Bernat Martí, el SIP y nosotros
“La cultura ibérica”, en la etapa de su dirección se abre un
programa de exposiciones temporales e itinerantes que no ha
cesado hasta nuestros días. En 1991, “Un siglo de Arqueología valenciana” itineró al centro cultural de la CAM de
Alicante, mientras que en 1994 se inauguraba la exposición
sobre “El Apolo de Pinedo”, en el Palau dels Scala, con motivo de la presentación de la escultura completa del Apolo
tras la compra de su pierna en 1992, veinte años después de
su hallazgo en las aguas de Pinedo.
A nivel museográfico, en 1993 la Diputación de Valencia
emprendió la reforma de la antigua Casa de Beneficencia, para
convertirla en un Centro Cultural, y en ese marco se desarrolló
un nuevo proyecto del museo para la exposición permanente de
las colecciones del SIP, que abarcaba desde el Paleolítico inferior hasta época romana y una pequeña muestra numismática de
épocas posteriores. Consciente de este reto, Bernat Martí tenía
que conjugar la tradición y el trabajo de varias generaciones,
que daban el soporte científico al discurso expositivo, con los
nuevos avances tecnológicos del momento. En una profunda
reflexión sobre los nuevos museos, publicada en la revista “Canelobre” del Instituto alicantino de Cultura ‘Juan Gil-Albert’,
en el año 2000, y bajo el epígrafe de Cal mirar darrere dels
anuncis lluminosos, remarca “el peligro de caer deslumbrados
ante una apuesta excesivamente espectacular, atractiva o de escaparate, con el único objetivo de conseguir cada vez un mayor
número de visitantes y olvidando, en muchos casos, la verdadera función del museo, que es ofrecer al público autenticidad
y rigor científico”. Con esta filosofía se inaugura, en 1995, el
Museo de Prehistoria en el edificio de La Beneficencia totalmente rehabilitado. Por fin, se exponen ya de forma permanente
los fondos del Museo de Prehistoria en un montaje estructurado
cronológicamente que todavía hoy podemos seguir en las salas
dedicadas a las Sociedades prehistóricas y la Cultura Ibérica.
Abrir las puertas del Museo de Prehistoria planteaba
otras líneas de actuación que no terminaban en la publicación y difusión de los resultados de las excavaciones, o en la
apertura al público de las salas del museo, sino que se dio un
nuevo paso extendiendo el museo a los propios yacimientos
con el objetivo de propiciar el encuentro entre la sociedad y
su patrimonio arqueológico. En esta línea, una faceta importante en la etapa de la dirección de Bernat Martí es su preocupación por la puesta en valor del patrimonio arqueológico
valenciano. A finales de los años 80 y a lo largo de la década
de los 90, impulsa la consolidación de los yacimientos ibéricos del Puntal dels Llops de Olocau, el Castellet de Bernabé,
La Seña o el Tossal de Sant Miquel, y del poblado de la Edad
del Bronce de la Lloma de Betxí. Mientras que en la Bastida
de les Alcusses de Moixent se emprende, en 1990, uno de los
proyectos de investigación y puesta en valor patrimonial más
emblemático del Museo de Prehistoria.
El injusto cese de Bernat Martí como director del Museo
de Prehistoria en 1996 nos sumió a toda la plantilla del SIP
en un estado de impotencia e indignación difícil de explicar.
Y no solo al Museo de Prehistoria, sino a toda la comunidad
científica valenciana y española. Y ahí, de nuevo, vuelve a
destacar la figura de Bernat. De una generosidad sin límites y de un empeño investigador inagotable, en los últimos
veinte años en que hemos seguido compartiendo vivencias
con él en el SIP, sigue sorprendiéndonos por su equilibrio
emocional ante las adversidades y su actitud conciliadora,
su continua maestría, su plena confianza en el personal que
él mismo ha formado y, sobre todo, por su lealtad y cariño
hacia el SIP y su museo.
No es nuestra intención tratar aquí su fructífera trayectoria investigadora realizada en estos últimos años desde el SIP,
que ha compaginado con la actividad docente como profesor
asociado en el Departament de Prehistòria i Arquelogia de la
Universitat de València. Pero sí hemos querido relatar en estas
páginas cómo, a través de todos estos años, hemos ido descubriendo al Bernat profesor, al investigador, al director pero,
sobre todo, al compañero y al gran amigo que sigue siendo
hoy desde su siempre querida biblioteca del SIP.
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Del neolític a l’edat del bronze en el Mediterrani occidental.
Estudis en homenatge a Bernat Martí Oliver.
TV SIP 119, València, 2016, p. 1-3.
Bernat Martí, el SIP y nosotros
Helena Bonet Rosado
Hacer una semblanza de Bernat Martí resulta difícil, a la
vez que emotivo, al estar hablando de vivencias personales
y profesionales, de más de cuarenta años, que han marcado
la trayectoria profesional de muchos de nosotros, muy especialmente los que hemos tenido la suerte de trabajar con él
en el Servicio de Investigación Prehistórica de la Diputación
de Valencia, compartiendo su maestría y amistad hasta su
reciente jubilación.
Conocí a Bernat Martí, un joven profesor de 26 años de
espesa barba negra y gafas metálicas, en los últimos años de
mi carrera en el año 1975, cuando, junto a Gerardo Pereira,
impartían puntualmente las asignaturas de prehistoria y epigrafía, respectivamente, sustituyendo a las profesoras Milagro Gil-Mascarell y Carmen Aranegui, en el Departamento
de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Valencia,
el antiguo Laboratorio de Arqueología. Con este equipo, de
un incuestionable nivel científico y fuerte compromiso político en los últimos años del franquismo, nos formamos una
primera generación de arqueólogos, como Consuelo Mata,
Pilar Carmona, Albert Ribera, Josep Vicent Lerma, Joan Bernabeu, Pilar Fumanal, Michèlle Dupré, Valentín Villaverde o
Pere Pau Ripollès, por citar sólo los que más coincidimos en
las excavaciones de los años 70. De aquella época, recuerdo
especialmente el II Congreso Internacional de Prehistoria de
Morella, en 1975, unos días entrañables, donde ponentes e
investigadores, toda la plana mayor de la prehistoria peninsular y francesa, compartían con nosotros tapas y rondas de
vino en los mesones de Morella. Descubrimos a los “inaccesibles científicos” como gente amena y, sobre todo, muy
cercana. En aquellos días de convivencia, la mayoría de nosotros nos vinculamos definitivamente a este equipo y nos
agrupamos en torno a Carmen, Milagro, Bernat, Gerardo y
también Rosa Enguix, según nos íbamos decantando hacia la
Prehistoria o la Arqueología clásica.
Aunque Bernat Martí nunca se desvinculó de sus compañeros de Departamento, en el año 1979 entró en el SIP de la
mano de Domingo Fletcher como técnico arqueólogo, permaneciendo toda su vida profesional comprometido con esta institución. En la inolvidable biblioteca del SIP, donde estudiantes, profesores y eruditos locales compartíamos espacio con
el director Domingo Fletcher y el subdirector Enrique Pla,
se sumó Bernat en una mesa frente a “don Domingo”. Todos
ellos atendían cualquier consulta de estudiosos o aficionados,
a la vez que comentaban y discutían las novedades científicas,
mientras la bibliotecaria María Victoria Goberna nos proporcionaba libros y separatas de entre las magníficas estanterías
de madera que cubrían las paredes de la sala. Allí podías
consultar desde joyas bibliográficas, como las obras de los
hermanos Siret, Juan Vilanova y Piera, Le Bon, Cartailhac o
Chabret, hasta la última noticia periodística sobre prehistoria
valenciana pacientemente recortada, pegada y guardada por
Enrique Pla en archivadores de cartón.
En este ambiente, Bernat Martí ya apuntaba el perfil del gran
investigador que es. Desprendía una “seriedad cercana”, siempre dispuesto a escuchar e interesado por nuestros proyectos de
estudio. Pero donde realmente tuvimos la ocasión y el privilegio
de conocerle, tanto a nivel personal como profesional, fue en
las excavaciones. Aunque algunos de nosotros ya nos íbamos
inclinando hacia la protohistoria o el mundo romano, trabajar
con Bernat en yacimientos prehistóricos era una apuesta segura
para iniciarse en el mundo de las excavaciones y la metodología
arqueológica. Pero tal vez lo más importante de su maestría era
el empeño que ponía en que reflexionásemos ante el objeto y
la secuencia estratigráfica y que nos planteásemos proyectos y
líneas de investigación futuros.
Las excavaciones de la Cova de l’Or, en Beniarrés, en
los veranos de 1975-1976, y en la Ereta del Pedregal, en Navarrés, en 1976, eran una verdadera escuela de disciplina y
aprendizaje arqueológico. Como se recuerda en otro texto
del presente libro, fue el primer investigador en la prehistoria
valenciana que utilizó una metodología puntera en cueva, adquirida desde su estancia en Francia, como becario del CSIC,
en las excavaciones en la cueva de Font Juvenal dirigidas
por J. Guilaine, en 1975. Y fue pionero en crear un equipo
interdisciplinar con investigadores especializados en sedimentología, palinología, carpología y fauna, convirtiendo las
campañas de la Cova de l’Or en un referente metodológico
pero, sobre todo, en un referente de los estudios sobre la neolitización en la vertiente mediterránea peninsular.
En sus campañas se trabajaba y se aprendía a conciencia.
Por las mañanas, de la Cova de l’Or, recuerdo las cuadrículas
J y K donde se marcaba con chinchetas y se dibujaba en papel
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H. Bonet Rosado
milimetrado cada hallazgo; la pizarra y el jalón para las fotos
en blanco y negro, en color y diapositivas; la pesada mira y
el primer nivel óptico del SIP; o las sesiones de criba frente
al Benicadell. Memorables también los ascensos a la cueva, y
los descensos, cantando y cargados como mulas, hasta llegar
al “dos caballos” de Bernat aparcado ladera abajo en la carretera de Beniarrés. Después de comer no había siesta pero
sí partida de dominó en el bar del pueblo. Y por las tardes
clases intensivas de lavar, inventariar y dibujar sílex y cerámica cardial hasta la saciedad. Pero lo mejor era el diario que
teníamos que redactar, y exponer delante del equipo, sobre
la jornada de excavación ante la mirada “implacable” de un
Bernat que debía de estar desternillado de nuestros disparates.
Aprendimos a convivir –algunos hasta a comer correctamente– en casas y pensiones hoy imposibles de imaginar, a trabajar en equipo y a asumir responsabilidades. En este ambiente
de trabajo y compañerismo se crearon unos vínculos de amistad entre todos los que participamos en aquellas excavaciones
que han perdurado hasta nuestros días.
Como jóvenes estudiantes que éramos, en aquella época
no fuimos conscientes del enorme privilegio que era trabajar con Bernat Martí, ya una gran promesa investigadora y
toda una autoridad. Autoridad por sus conocimientos pero
también por su personalidad íntegra, donde el afán de protagonismo no tenía cabida, por su capacidad de trabajo y por su
carácter tranquilo y dialogante. Era un gran docente que despertó en todos nosotros un espíritu crítico y supo trasmitirnos
su pasión por la investigación y la arqueología. En realidad,
recogía los valores del denominado “espíritu del SIP” de don
Isidro Ballester, don Domingo Fletcher y don Enrique Pla,
donde la austeridad, el rigor científico y el trabajo en equipo
serían los pilares de la institución.
Bernat Martí siempre estuvo muy unido a Enrique Pla, y
cuando éste fue nombrado director del SIP en 1982, tras la
jubilación de Fletcher, pasó a ser su hombre de total confianza. Vivió junto a él uno de los periodos más difíciles de la
institución, como fue el traslado del museo desde el Palau de
la Batlia hasta su nueva sede en la, aún en funcionamiento,
Casa de Beneficencia. Durante un largo periodo de más de
15 años, entre la nueva ubicación en La Beneficencia hasta
la apertura del actual Museo de Prehistoria en 1995, el papel de Bernat fue clave. Con un museo empaquetado como
buenamente se pudo, pues el traslado hubo que hacerlo en un
mes, y ubicado en un edificio en obras y todavía ocupado con
cuidadores y niños y niñas internos, era realmente un reto sacar adelante el SIP y su museo. Sin embargo, inmediatamente
se abrió al público la biblioteca del Servicio, considerada el
alma de la institución, y se inició un colosal trabajo de inventario, catalogación y restauración de los fondos del museo así
como el inventario del archivo documental, el fotográfico y
el de yacimientos arqueológicos valencianos.
Durante los diez años que dirigió la institución, entre
1987 y 1996, con el museo cerrado y un edificio en obras,
Bernat Martí realizó un trabajo interno extraordinario. En
este periodo de tiempo amplía la plantilla del SIP con cuatro
técnicos arqueólogos –Helena Bonet, Joaquim Juan Cabanilles, María Jesús de Pedro y Rafael Pérez–, un técnico dibujante –Francisco Chiner–, una auxiliar de biblioteca –Consuelo Martín– y un capataz restaurador –Inocencio Sarrión–.
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Se consolidan las publicaciones del SIP con 5 números de
la revista APL y 8 números de la serie monográfica Trabajos
Varios, y se inician nuevas series, como los catálogos de las
exposiciones temporales o la edición especial de libros dedicados a las colecciones más emblemáticas del SIP, como
las plaquetas de la Cova del Parpalló de Gandia o los vasos
pintados del Tossal de Sant Miquel de Llíria.
En este periodo había una gran actividad de investigadores estudiando las colecciones del museo con el objetivo de
realizar trabajos de investigación, memorias de excavaciones
o tesis doctorales. Es de lamentar que no exista de aquellos
años documentación gráfica de los espacios acondicionados
como almacenes y salas de trabajo. En la inmensidad de corredores, patios porticados y jardines de una Casa de Beneficencia medio abandonada y ruinosa, subías, con un gran
manojo de pesadas llaves, por escaleras de desconchados
alicatados, atravesabas cancelas de hierro, patios con estatuas de cristos y vírgenes rodeadas de magníficos azulejos
–todo ello hoy desaparecido–, seguías por comedores y habitaciones donde todavía se amontonaban desvencijadas cunas
o mesitas y sillitas para escolares; cruzabas terrazas llenas
de trastos abandonados hasta llegar finalmente a una torre
–hoy inexistente–, sin luz y con un frío glacial, donde los
sufridos investigadores, sobre mesas de mármol recicladas
de los antiguos comedores, extendían sus materiales para ser
dibujados e inventariados. En ese ambiente se estudiaron y
clasificaron la colección de plaquetas de la Cova del Parpalló de Gandia, la colección púnica de Ibiza, las campañas de
excavaciones de la Cova Negra de Xàtiva, la Cova de l’Or de
Beniarrés, la Ereta del Pedregal de Navarrés, la Cova de la
Pastora de Alcoi, la Rambla Castellarda de Llíria, el Tossal
de Sant Miquel de Llíria, etc. En este acogedor ambiente, y
ésta es solo una de tantas anécdotas que se podrían contar de
aquellos años 80, tuvo que batallar Bernat Martí para sacar
adelante el museo.
A pesar de la falta de instalaciones adecuadas consiguió que
el SIP viviese una de las épocas más fructíferas a nivel de investigación. Los trabajos de campo se integran, cada vez más,
dentro de proyectos de investigación interdisciplinares en los
que existe una estrecha vinculación, y muy activa, con el Departament de Prehistòria i Arqueologia de la Universitat de València. Continuaron las excavaciones arqueológicas, iniciadas en
la época de Enrique Pla, en la Ereta del Pedregal de Navarrés,
la Cova de l’Or de Beniarrés, la Cova Negra de Xàtiva, la Cova
Foradada de Oliva, la Muntanya Assolada de Alzira, la Lloma
de Betxí de Paterna, en Los Villares de Caudete de las Fuentes,
el Castellar de Meca de Ayora, el Corral de Saus de Moixent,
el Castellet de Bernabé de Llíria, en La Seña de Villar del Arzobispo o en el Pla de Nadal de Riba-roja de Túria, y se inicia
la primera campaña en el yacimiento paleolítico de la Cova del
Bolomor de Tavernes de la Valldigna.
Junto a las labores de investigación, conservación e inventario ya citadas, Bernat Martí era muy consciente de que
había que abrir al público las colecciones del museo y así,
siguiendo la línea expositiva iniciada con la sala permanente
abierta en 1984 sobre “Las sociedades cazadoras de la prehistoria valenciana”, se inaugura en 1987 la sala dedicada al
neolítico “Los primeros agricultores y ganaderos”. Si bien
en 1983 se había hecho la primera exposición temporal sobre
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Bernat Martí, el SIP y nosotros
“La cultura ibérica”, en la etapa de su dirección se abre un
programa de exposiciones temporales e itinerantes que no ha
cesado hasta nuestros días. En 1991, “Un siglo de Arqueología valenciana” itineró al centro cultural de la CAM de
Alicante, mientras que en 1994 se inauguraba la exposición
sobre “El Apolo de Pinedo”, en el Palau dels Scala, con motivo de la presentación de la escultura completa del Apolo
tras la compra de su pierna en 1992, veinte años después de
su hallazgo en las aguas de Pinedo.
A nivel museográfico, en 1993 la Diputación de Valencia
emprendió la reforma de la antigua Casa de Beneficencia, para
convertirla en un Centro Cultural, y en ese marco se desarrolló
un nuevo proyecto del museo para la exposición permanente de
las colecciones del SIP, que abarcaba desde el Paleolítico inferior hasta época romana y una pequeña muestra numismática de
épocas posteriores. Consciente de este reto, Bernat Martí tenía
que conjugar la tradición y el trabajo de varias generaciones,
que daban el soporte científico al discurso expositivo, con los
nuevos avances tecnológicos del momento. En una profunda
reflexión sobre los nuevos museos, publicada en la revista “Canelobre” del Instituto alicantino de Cultura ‘Juan Gil-Albert’,
en el año 2000, y bajo el epígrafe de Cal mirar darrere dels
anuncis lluminosos, remarca “el peligro de caer deslumbrados
ante una apuesta excesivamente espectacular, atractiva o de escaparate, con el único objetivo de conseguir cada vez un mayor
número de visitantes y olvidando, en muchos casos, la verdadera función del museo, que es ofrecer al público autenticidad
y rigor científico”. Con esta filosofía se inaugura, en 1995, el
Museo de Prehistoria en el edificio de La Beneficencia totalmente rehabilitado. Por fin, se exponen ya de forma permanente
los fondos del Museo de Prehistoria en un montaje estructurado
cronológicamente que todavía hoy podemos seguir en las salas
dedicadas a las Sociedades prehistóricas y la Cultura Ibérica.
Abrir las puertas del Museo de Prehistoria planteaba
otras líneas de actuación que no terminaban en la publicación y difusión de los resultados de las excavaciones, o en la
apertura al público de las salas del museo, sino que se dio un
nuevo paso extendiendo el museo a los propios yacimientos
con el objetivo de propiciar el encuentro entre la sociedad y
su patrimonio arqueológico. En esta línea, una faceta importante en la etapa de la dirección de Bernat Martí es su preocupación por la puesta en valor del patrimonio arqueológico
valenciano. A finales de los años 80 y a lo largo de la década
de los 90, impulsa la consolidación de los yacimientos ibéricos del Puntal dels Llops de Olocau, el Castellet de Bernabé,
La Seña o el Tossal de Sant Miquel, y del poblado de la Edad
del Bronce de la Lloma de Betxí. Mientras que en la Bastida
de les Alcusses de Moixent se emprende, en 1990, uno de los
proyectos de investigación y puesta en valor patrimonial más
emblemático del Museo de Prehistoria.
El injusto cese de Bernat Martí como director del Museo
de Prehistoria en 1996 nos sumió a toda la plantilla del SIP
en un estado de impotencia e indignación difícil de explicar.
Y no solo al Museo de Prehistoria, sino a toda la comunidad
científica valenciana y española. Y ahí, de nuevo, vuelve a
destacar la figura de Bernat. De una generosidad sin límites y de un empeño investigador inagotable, en los últimos
veinte años en que hemos seguido compartiendo vivencias
con él en el SIP, sigue sorprendiéndonos por su equilibrio
emocional ante las adversidades y su actitud conciliadora,
su continua maestría, su plena confianza en el personal que
él mismo ha formado y, sobre todo, por su lealtad y cariño
hacia el SIP y su museo.
No es nuestra intención tratar aquí su fructífera trayectoria investigadora realizada en estos últimos años desde el SIP,
que ha compaginado con la actividad docente como profesor
asociado en el Departament de Prehistòria i Arquelogia de la
Universitat de València. Pero sí hemos querido relatar en estas
páginas cómo, a través de todos estos años, hemos ido descubriendo al Bernat profesor, al investigador, al director pero,
sobre todo, al compañero y al gran amigo que sigue siendo
hoy desde su siempre querida biblioteca del SIP.
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