Las cerámicas neolíticas peinadas y pintadas andaluzas y su relación con los soportes muebles orgánicos de la “Cueva de los Murciélagos” de Albuñol (Granada)
Javier Carrasco Rus
Juan Antonio Pachón Romero
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA
Vol. XXVIII, Valencia, 2010, p. 107-137
Javier CARRASCO RUS (a) y Juan A. PACHÓN ROMERO (a)
Las cerámicas neolíticas peinadas y pintadas
andaluzas y su relación con los soportes muebles
orgánicos de la “Cueva de los Murciélagos”
de Albuñol (Granada)
RESUMEN: Se realiza un breve análisis sobre las decoraciones pintadas de los contenedores orgánicos
de la Cueva de los Murciélagos de Albuñol (Granada) y sus posibles relaciones con expresiones similares en algunos soportes cerámicos y esquemas rupestres neolíticos, en el ámbito andaluz.
PALABRAS CLAVE: Neolítico, cerámica, tipología, almagra, decoración.
Neolithic combed and painted Andalusian potteries and its relationships
with organics portable objects from the ‘Cueva de los Murciélagos’
(Albuñol, Grenade, Spain)
ABSTRACT: The aim of this paper is to analyse briefly the painting decorations found in organic containers from the ‘Cueva de los Murciélagos’ of Albuñol, and its relationships with similar expressions
on some ceramic vessels and schematic rock art during Neolithic in Andalusia.
KEY WORDS: Neolithic, ceramic, typology, red ochre, decoration.
a Universidad de Granada. Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino y Grupo Hum 143 (Consejería de Innovación y Ciencia de la Junta de Andalucía). (jcrus@ugr.es / japr@arrakis.es)
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J. CARRASCO RUS y J.A. PACHÓN ROMERO
INTRODUCCIÓN
En una reciente revisión elaborada sobre los trabajos de investigación relacionados con el registro arqueológico existente de la “Cueva de los Murciélagos” de Albuñol, Granada (Carrasco y Pachón, 2009 y en
prensa), nos ha llamado especialmente la atención uno de ellos, centrado en el estudio de los esquemas decorativos pintados sobre algunos de los cestillos y contenedores de esparto que conformaban parte de los
ajuares individuales de su necrópolis (Cacho et al., 1996). Aspecto ciertamente novedoso, por la precisa
tecnología científica empleada en la investigación de estas decoraciones y sus importantes resultados finales; aunque, tampoco debe olvidarse que existen ciertos precedentes en este apartado. En la segunda mitad
del XIX, Góngora ya señalaba que los restos de tejidos conservados de esta cueva, presentaban colores,
entre los que destacaban el rojo y verde (Góngora, 1868). También, Gómez Moreno publicaba un fragmento
cerámico, que se analizará posteriormente, en el que señalaba un zoomorfo pintado en rojo (Gómez, 1933).
Aún más tarde, al describir C. Alfaro la tecnología empleada en la confección de los distintos cestos y tejidos, así como los trenzados y tramas utilizados en sus elaboraciones, indicaba la presencia de sistemas de
ajedrezado, composiciones romboidales, reticulados, etc., resaltando los diseños geométricos resultantes
(Alfaro, 1980 y 1984). Por último, más recientemente, hemos tenido ocasión de comprobar restos de pintura roja decorando tres de los astiles de caña para engastar puntas de flecha, como ya Carmen Cacho había
resaltado (Cacho et al., 1996). Las decoraciones pintadas que soportan los cestillos fueron, en el caso que
nos ocupa, determinadas por reflectografía de infrarrojos, describiéndose una serie de esquemas, en algún
caso alternando colores más oscuros con rojos intensos, todo referido a diseños geometrizantes entre los
que sobresalen zigzags, rombos, bandas, etc.
En nuestra opinión, son muchas las aportaciones y posibilidades que ofrece el trabajo de C. Cacho
sobre los cestillos como soportes muebles, respecto de la comprensión general de parte de la cronología del
amplio espectro esquemático y su relación con ellos. De igual forma, sus decoraciones de tipo geométrico
presentan claras similitudes con algunos de los esquemas representados en los iconos rupestres y, en cierta
forma, con las que reflejan algunos modelos cerámicos del Neolítico y de tiempos posteriores. Sin olvidar,
por otra parte, que de esta necrópolis en cueva existe una serie de datas absolutas, que podrían aportar precisiones cronológicas, en orden a establecer una secuencia interna para ciertos motivos, especialmente los
de tipo geométrico, plasmados en cerámicas neolíticas, pero que hasta la fecha no han sido muy bien sistematizados.
Sin embargo, a pesar de las posibilidades reales que presentan las decoraciones de los cestillos, como
soportes muebles en relación con los esquemas pictóricos rupestres, o con los mismos motivos decorativos
geométricos de las cerámicas neolíticas, en ningún momento se ha establecido algún tipo de relaciones, bien
de orden cronológico o relativas a similitudes formales. Desde el punto de vista de la comprobación de estas
posibles relaciones, esta inicial investigación, avance de otra más profunda, puede englobarse dentro del
proyecto general que desde hace años venimos desarrollando sobre el Poblamiento Prehistórico en la Cuenca
Alta del Genil, avalado por la Consejería de Innovación y Ciencia de la Junta de Andalucía.
MORFOLOGÍA Y DECORACIÓN DE LOS CESTILLOS
Entre la amplia gama de objetos y útiles recuperados por Góngora en la Cueva de los Murciélagos
de Albuñol, procedentes de excavaciones clandestinas y objeto de estudio con mayor (Góngora, 1969; Alfaro 1980 y 1984; Cacho et al., 1996) o menor éxito (López, 1980), contamos con los cestillos o pequeños
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contenedores realizados en esparto (Stipa tenacíssima L.). Unos humildes vestigios que aportan datos de gran
interés, al margen de otras cuestiones, en orden a las decoraciones que presentan y representan respecto de
similares soportes cerámicos, pétreos y en hueso.
De los análisis técnicos realizados por C. Cacho a toda la colección de piezas realizadas en esparto,
procedentes de esta cueva y depositadas en el MAN, sólo se han constatado decoraciones en siete cestillos
de “pequeño tamaño y boca generalmente estrecha de cuidadísima confección” (Cacho et al., 1996: 107).
Aunque Góngora señalaba más vestigios con estas decoraciones en el conjunto general de las piezas que conformaban los ajuares de la cueva, pero que, posiblemente, han debido perderse en el transcurso del tiempo.
Los cestillos documentados, si exceptuamos uno, responden en general, por sus morfometrías y configuraciones, a un patrón relativamente definido y homogéneo. Son de dimensiones pequeñas y formas caliciformes, con alturas que oscilan entre 13,5 y 6,4 cm y diámetros de boca entre 8,9 y 4 cm. Un séptimo
ejemplar se sale de estos parámetros morfométricos, con una configuración troncocónica de ancha boca (11
cm) y baja altura (4 cm). Todos fueron realizados por medio de la cestería atada, técnica bien descrita por
C. Alfaro (1980). De los esquemas y diseños que decoraban estos recipientes orgánicos, C. Cacho describe
cinco motivos principales, pero siempre en series alternantes que responden a esquemas geométricos: líneas,
bandas, zigzags, rombos y “puntas de flecha” (Cacho et al., 1996: tabla 1 y cuadro 8). En este apartado,
añadiríamos a la serie señalada los motivos radiados y circulares que decoran la base de los ejemplares nº
579 y 581. Según C. Cacho, en estos recipientes, los zigzags se localizan en situación vertical, los romboidales en series diagonales y las puntas de flecha en configuraciones circulares en torno a la base. Todos depictados con pigmentos de tonalidades oscuras y completadas con algunas rojizas.
ESQUEMAS DE LOS CESTILLOS COMO SOPORTES MUEBLES
DE ICONOS RUPESTRES Y DECORACIONES CERÁMICAS
DEL ENTORNO GEOGRÁFICO INMEDIATO
De los esquemas decorativos plasmados en los cestillos, los motivos de zigzags y soles radiados
están bien representados en los iconos rupestres y las cerámicas impresas desde el Neolítico Antiguo, y no
sólo en los ámbitos Subbéticos andaluces, sino incluso peninsular, por lo que huelga referenciarlos aquí. Son
suficientemente conocidos, ya que constituyen formas muy repetitivas dentro del amplio espectro de los esquematismos (Carrasco et al., 2006; Martí, 2006). Por el contrario, el tema de las denominadas “puntas de
flecha” no tiene representaciones nítidas y buscar paralelos, o similares, nos remontaría a otros ámbitos
orientales extrapeninsulares que no vienen al caso.
Nuestro objetivo de relacionar, en una primera fase de estudio, los patrones decorativos de Murciélagos con otros similares del esquematismo rupestre de la zona costera granadina, donde se localiza Murciélagos, intentando conectar al máximo este fenómeno con su poblamiento hacedor y motor de la necrópolis de
esta cueva, ha permitido comprobar la dificultad de esta investigación. La falta de iconos rupestres en esta área
mediterránea es sorprendente, si comprobamos, por el contrario, que la costa malagueña sí los ha proporcionado en un espacio geográfico muy próximo. En este aspecto, la Cueva de Nerja sería el último jalón conocido con manifestaciones rupestres esquemáticas en enclaves próximos costeros, desde Gibraltar, en dirección
Oeste/Este. Pero que no existan este tipo de manifestaciones, cuando hay registros arqueológicos funerarios
como el de Murciélagos (Góngora, 1868), Campanas (Mengíbar et al., 1983), Capitán (Pellicer, 1964 y 1992;
Navarrete, 1976), Intentos (Navarrete et al., 1986), Melicena (Gómez y Fábregas, 1996), Murtas (Malpica,
1995) o Salobreña (Arteaga et al., 1992), etc., no deja de ser un hecho anecdótico y coyuntural, debido más
a una falta de investigación sistemática que a su inexistencia. Pero, al margen de esta circunstancia, la preAPL XXVIII, 2010
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sencia o no de paneles rupestres en estas sierras costeras con posibles esquemas similares a los de Murciélagos, en cierta forma, no indicaría nada relevante en cuanto a su cronología ni a la de la propia cueva granadina. En este sentido, las actuales fechas absolutas que se han obtenido para los cestillos, grosso modo,
ocuparían un arco temporal entre el Neolítico Antiguo y Medio. Cronología coincidente con la que ofrecen
los soportes muebles cerámicos, para similares representaciones en los iconos rupestres (Carrasco et al.,
2006).
Si, en este punto de la investigación, los resultados no han sido relevantes, ni esperábamos en este
aspecto grandes logros, por el contrario, sí se comprueba la existencia de una relación manifiesta entre las
decoraciones de los cestillos de Murciélagos y ciertos registros cerámicos neolíticos procedentes de contextos
funerarios próximos en el espacio que pueden ofrecer otro tipo de datos más precisos en orden a su cronología común. En este aspecto, el registro cerámico proporcionado por la necrópolis en cueva de la “Sima de
los Intentos” de Gualchos (Granada) (Mengíbar et al., 1983), en el hinterland inmediato de Murciélagos, lo
consideramos muy sugerente. De esta sima/cueva pudimos estudiar, hace tiempo, un amplio conjunto de materiales neolíticos de sumo interés, no sólo a nivel local, sino peninsular, por lo excepcional de sus decoraciones y por la realización tecnológica de sus motivos (Navarrete et al., 1986). El material estudiado, casi
exclusivamente cerámico, procedía de una prospección superficial realizada a raíz de su descubrimiento. Posiblemente, se trate de una pequeña muestra del conjunto más voluminoso que, según se conoce, se ha exhumado en distintas ocasiones.
Prácticamente, todas las decoraciones bien de impresiones, de pintura a la almagra, o como técnicas
conjuntas, se asocian a tipos de ollas globulares de pequeño y mediano tamaño, de tonalidades medias y de
pastas bien depuradas, con superficies acabadas mediante bruñido, muy propias de equipos funerarios.
Siendo sobradamente conocida su significación en contextos del Neolítico Antiguo y Medio, son los tipos
de decoración que se asocian a dichas formas en la Cueva de los Intentos; más exactamente, la decoración
de motivos “peinados”, conjugados con impresiones propiamente dichas. Algo que merece algún comentario, en orden a establecer una cronología más o menos precisa en relación con otras similares y con el conjunto de Los Murciélagos, donde comprobamos ciertas evidencias entre los temas pintados de sus cestillos
y estas decoraciones cerámicas.
Entre las cerámicas estudiadas, el mayor número corresponde a vasijas que no poseen decoración. Los
fragmentos decorados lo están mediante técnicas impresas, incisas, de pintura a la almagra y de relieve; un
gran porcentaje lo están mediante la técnica de impresiones en crudo, acompañados muchos de los vasos así
realizados por motivos “peinados”, que se muestran característicos en el yacimiento. Algo menos representativa es la cerámica decorada con incisiones, resultando poco significativa en el conjunto la que lo está
mediante relieve. La decoración por aplicación de pintura roja a la almagra no aparece en ningún caso como
exclusiva, sino que en los pocos ejemplares donde la encontramos se asocia a decoraciones de impresiones.
Las cerámicas decoradas con impresiones no lo fueron nunca mediante concha y sí, en la mayoría de los
casos, mediante un instrumento dentado de tipo peine, cuya mayor o menor inclinación al presionar sobre
la pared de la vasija provoca un ángulo distinto que origina huellas de diferente longitud, profundidad y
forma. Muchos motivos aparecen en conjunción con improntas de dientes, logradas mediante la aplicación
perpendicular o algo inclinada de los mismos, de modo que las líneas continuas obtenidas del arrastre del
peine, en plano muy agudo con respecto a la pared, originan motivos “peinados”, cuya huella en la arcilla
blanda resulta en general muy superficial. Los motivos combinados, de impresión de púas y “peinado”, forman frecuentes esquemas en zigzags y triángulos verticales que, partiendo desde la misma línea del borde,
suelen ocupar el tercio superior de la vasija (Navarrete et al., 1986: figs. 76-77 y 81). Mientras en algunos
de ellos las improntas de las púas, que delimitan y combinan con las propias del arrastre del peine, son cortas y profundas, obtenidas por la aplicación casi vertical (Navarrete et al., 1986: figs. 76-77 y 79); en otros,
son más superficiales y largas, por su aplicación sobre un plano más inclinado (Navarrete et al., 1986: figs.
78, 80-81 y 83-84).
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Así, en relación con la decoración que presenta un cestillo de Murciélagos, tendríamos que destacar
la del fragmento nº 82, perteneciente a la panza de una vasija de fondo esférico y paredes muy finas, donde
el motivo es sólo de líneas peinadas en zigzags verticales, que se prolongan hasta el tercio inferior de la
misma. El mismo fragmento presenta la peculiaridad de ofrecer dos bandas de algo más de un centímetro
de ancho pintadas con almagra, entre las que se dispone a desigual distancia el motivo peinado (fig. 1: 1).
Este diseño de zigzags, ocupando el espacio principal de la vasija, es muy similar al que describe C. Cacho
en la decoración que presenta el cestillo inventariado del MAN (nº 584). También los cestillos nº 580, 581,
582 y 585, presentan como decoración, casi exclusiva, anchas bandas pintadas verticales, oblicuas y horizontales, similares a las representadas en el fragmento anteriormente descrito de Los Intentos, en las que centran el motivo de zigzags. En los cestillos, estas bandas pintadas pueden ser motivos exclusivos y, otras
veces, se conjugan con otros, dando resultados más complejos. De igual modo, cuatro de los cestillos nº 579,
581, 582, 585 que conservan el borde muestran una decoración de pequeñas líneas pintadas verticales que
lo delimitan, a veces alternando trazos cortos y largos. En el caso nº 581, los pequeños trazos pigmentados
verticales delimitan espacios, alternando franjas pintadas estrechas o anchas. En las cerámicas de Los Intentos, principalmente entre las que presentan motivos incisos, que como es de suponer no son exclusivos
de este yacimiento, hay una amplia serie de vasijas con decoración de cortos trazos incisos verticales en
línea, que pueden arrancar del borde, delimitándolo del resto de la superficie del recipiente y, otros, que delimitan zonas concretas de la vasija.
Al margen de las evidentes similitudes que ofrecen las decoraciones de los cestillos de Murciélagos,
como las de parte del registro cerámico de Intentos, hemos de insistir en otros aspectos relacionados con las
características técnicas de este último, en orden a establecer una posible cronología interna entre ellas. Así,
en principio, comprobamos que el tipo de cerámicas impreso-peinadas, que define básicamente el enclave
de los Intentos como elemento más característico y novedoso, no sólo no posee una situación estratigráfica
en el Neolítico de la región, sino que no se ha registrado hasta el momento en ningún caso o lo ha sido muy
dudosamente, por estar ausente o por no haber sido reconocida esa decoración peinada como tal. En consecuencia, y en ausencia de precisiones estratigráficas y de paralelos tipológicos en contextos geográficos y
culturalmente próximos, la valoración de dichas cerámicas habrá de hacerse atendiendo al propio contexto
en que se insertan. Contexto poco definitorio, si se aprecian las características del resto del conjunto cerámico y los paralelos más lejanos, que por similitud técnica y temática puedan referenciarse.
Abundando en este aspecto, aunque existen aproximaciones estilísticas entre las decoraciones realizadas por impresión de púas o dientes en cerámicas de contextos neolíticos paralelos a los del Neolítico de
la Alta Andalucía, como los del Neolítico del País Valenciano, no creemos que pueda establecerse una relación directa entre las cerámicas decoradas con “peinado” o por arrastre superficial de un instrumento tipo
peine de nuestro yacimiento y las llamadas cerámicas “peinadas” del Neolítico valenciano/catalán. Este último tipo de cerámicas, cuyo dudoso carácter de decoradas propiamente dichas, o tratadas en superficie de
tal forma, fuera ya planteado por B. Martí a propósito de su presencia en la Cova de l’Or (Martí et al., 1980),
es esencialmente diferente; tanto por su aspecto formal, como por sus características de fabricación (superficies poco cuidadas, uso de desgrasantes de gran tamaño, etc.). En cuanto a su marco cronológico, en Cendres la técnica del “peinado”: “que había comenzado a adquirir una cierta importancia a finales del V milenio
A.C., irá progresivamente aumentando su incidencia hasta que al final del Neolítico Medio se convertirá en
la técnica dominante, perdurando incluso cuando prácticamente habrán desaparecido las restantes decoraciones epicardiales” (Martí y Juan Cabanilles, 1987).
Concretando algo más, el Nivel VII de Cendres, que no encuentra paralelos en la secuencia de l’Or,
y que documenta una etapa con decoraciones dominantes peinadas aunque también tengan una cierta significación las incisas y las de relieves, lo sitúa cronológicamente J. Bernabeu, en su propuesta secuencial para
el Neolítico meridional valenciano, en el Neolítico IB (Fase IB2, ca. 4200-3700/3600) (Bernabeu, 1988). El
mismo autor señala la ausencia de paralelos estrechos para dicha fase en el Sur de Francia y en Andalucía,
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Fig. 1. 1, Cueva de los Intentos; 2, Cueva Alta de Montefrío, cerámica pintada con motivos reticulados
(Moreno Onorato, 1982); 3 a 5, Peña de los Gitanos (Arribas y Molina, 1979); 6, Cueva del Toro (Martín et al.,
2004); Cueva del Canal, vasos pintados (7-8) y colgantes con decoración reticulada (9-10).
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a la vez que indica las posibles relaciones existentes con cerámicas peinadas más o menos bien representadas, junto a decoraciones en relieve y escasas incisiones, en yacimientos catalanes como la Font del Molinot (Mestres, 1981) y la Cova del Toll (Guilaine et al., 1981). En niveles que corresponderían, según Guilaine
(1984), con una etapa post-epicardial situada en la secuencia evolutiva del Neolítico catalán, entre el Epicardial y la etapa Montboló Puro, caracterizada básicamente por el desarrollo de cerámicas lisas.
En Cendres continúan las decoraciones peinadas en el Nivel VI (Neolítico IC), e incluso en la primera parte del Neolítico II, ya junto a cerámicas esgrafiadas (Nivel V de Cendres y III de l’Or), para desaparecer en la segunda parte de esta etapa cuando ya es neto el predominio de cerámicas lisas. Un momento
cronológico similar, al de esta última etapa de Cendres, fue inicialmente propuesto por Fortea para las cerámicas peinadas levantinas (Fortea, 1973).
Las anotaciones estilísticas y cronológicas que anteceden, referidas a las cerámicas peinadas de las
áreas más próximas, deben tenerse en cuenta para poder valorar las decoraciones con peine de la Sima de
los Intentos. Insistimos, no obstante, que, parcialmente considerado, el efecto decorativo puede tener alguna relación, o la técnica empleada puede ser semejante; pero abordadas en conjunto, nuestras cerámicas,
y atendiendo a sus características técnicas, a la combinación de peinado e impresiones de instrumento, a la
presencia en algunas de pintura roja a la almagra, etc., ofrecen un aspecto global ciertamente distinto.
Los paralelos más estrechos son los que pueden establecerse a nivel técnico, así como en la temática
de algunas cerámicas decoradas mediante impresión de instrumento y peinado. Esto ocurre con los hallazgos del yacimiento francés de la isla Corrège, en Port-Leucate (Aude), asociados a cerámicas con decoración impresa cardial y con decoración plástica que, en algunos casos, muestran verdadera identidad de
motivos (Freises et al., 1976). Aunque la mayor parte del material es atribuido a un Neolítico Antiguo, los
investigadores anotan la imposibilidad de precisar si la decoración “peinada”, que da originalidad al sitio en
relación con otros yacimientos franceses y españoles con los que podría paralelizarse (Or, Sarsa, etc.), es sincrónica de la decoración cardial o si corresponde a una secuencia evolutiva distinta.
Como en el caso del enclave francés, las decoraciones que comentamos proporcionan también una
evidente originalidad a la Cueva de los Intentos, máxime cuando aparecen asociadas a la decoración mediante
pintura roja a la almagra, tan característica del Neolítico andaluz. Ello, junto con la presencia en el contexto
de decoraciones impresas de instrumento que, como venimos repitiendo, se asocian en los mismos fragmentos con motivos peinados que tan alta representatividad tienen en el horizonte postcardial regional; así
como las formas primarias típicas de la ficticia Cultura de las Cuevas con Cerámica Decorada, sobre las que
se desarrollan dichos tipos decorativos, son elementos para considerar en la valoración del conjunto. Tales
datos llevarían a ubicar las cerámicas impreso-peinadas del yacimiento granadino en un momento relativamente antiguo del Neolítico de Andalucía Oriental, a partir de la segunda mitad del VI milenio (ca.), siendo
el de mayor significación de las cerámicas impresas no cardiales. Dicha cronología coincidiría, en cierta
forma, con la propuesta para las cerámicas peinadas levantinas en su primera fase de desarrollo (Bernabeu,
1988); en la que están conjuntamente representadas, con menor significación, las cerámicas incisas y las de
relieve, tipos que también se registran en Intentos, aunque no sabemos si formando parte del mismo contexto estratigráfico, ante la falta de evidencias más precisas. Nos encontraríamos, en suma, ante cerámicas
que, con un aire propio y caracteres básicamente diferentes, muestran paralelos técnicos y cronológicos
como las cerámicas peinadas catalanas y levantinas, que perduran hasta los últimos momentos neolíticos.
Estas cerámicas de Los Intentos tienen relaciones evidentes, en algunos casos, con las decoraciones
de los cestillos de Murciélagos. El uso de ciertos tipos de pinturas y esquemas decorativos similares, en
unas y otros es evidente, pudiendo corresponder a un horizonte cultural similar. Anterior al de las cerámicas decoradas pintadas exclusivamente con esquemas reticulados del Neolítico Medio/Tardío, pero más conectado con el mundo antiguo de las almagras, con las impresas antiguas postcardiales y con dataciones
absolutas entre el VI milenio y la primera mitad del V a.C. Serían propias de un Neolítico Antiguo evoluAPL XXVIII, 2010
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cionado o epicardial/Neolítico Medio, similares en cierta forma a las proporcionadas por los espartos de
Murciélagos, de parecidas cronologías según sus últimas dataciones por C14 (Cacho et al., 1996). De cualquier forma, mientras no haya un registro más amplio y sin disponer de referentes estratigráficos, es aventurado precisar su posición en la secuencia evolutiva regional.
Por último, insistiendo en este punto hemos de señalar la presencia de estas cerámicas peinadas en
dos yacimientos andaluces próximos, que en cierta forma vienen a confirmar su cronología antigua. Nos referimos a “Los Castillejos” de Montefrío y “Cueva del Toro” de Antequera. Del primero de ellos, con una
estratigrafía fiable, se ha estudiado una escasa proporción de cerámica cardial y peinada en la Fase I, considerada del Neolítico Antiguo evolucionado con dataciones absolutas de la segunda mitad del VI milenio
(Cámara et al., 2005). Del segundo, se indican cuatro fragmentos dudosos en su Fase IV, que los autores paralelizan con fragmentos aún mas dudosos de la Cueva de la Pulsera (Antequera, Málaga) y Murciélagos de
Zuheros (Martín et al., 2004). De todos modos, y extrañamente, estas últimas decoraciones peinadas en ningún caso se citan en el estudio monográfico realizado sobre las cerámicas procedentes de las cinco campañas de excavación efectuadas en la Cueva del Toro (González, 1990). Según su documentación gráfica,
expuesta en la Memoria Final (Martín et al., 2004), entrarían, en nuestra opinión, posiblemente más en el
patrón de las incisas que en el de las peinadas, con diferencias ostensibles en todos los niveles, en relación
con las de Intentos.
Siguiendo con el tema de las similitudes y los soportes muebles, las formas romboidales en diagonal que presentan los motivos del cestillo nº 579, no se conocen entre las cerámicas de Intentos. Sin embargo,
sí tenemos esquemas parecidos entre las decoraciones de otras, procedentes de distintos enclaves neolíticos
andaluces próximos y de otros ambientes peninsulares más lejanos, incluso extra-peninsulares cercanos.
Los mismos esquemas se reflejan en vasos de piedra y en cerámicas, con técnicas incisas y esgrafiadas.
Pero casi la totalidad de los yacimientos, que proporcionan cerámicas con este tipo de esquemas pintados,
se han situado sin mucha convicción a partir del Neolítico Final. No así las vajillas que reflejan estos mismos esquemas con técnicas incisas y esgrafiadas, que deben situarse en momentos anteriores, dentro de las
propias tradiciones decorativas antiguas del mal denominado Neolítico de Cuevas; que, como hemos comprobado (Carrasco y Pachón, 2009 y en prensa), sólo se ha fundamentado en registros funerarios de necrópolis en cuevas sin contextualizar.
Estos motivos decorativos, novedosos y polémicos en cuanto a su sistema de representación pintada,
decoran esporádicamente cerámicas localizadas en contextos necropolares no bien definidos de las cuevas
andaluzas y cronologías que se han venido situando en el ambiguo Neo-eneolítico. Frente a ellos, la excepción la marca en Andalucía el conjunto arqueológico de los “Castillejos” en las Peñas de los Gitanos de
Montefrío, Granada (Arribas y Molina, 1979), que, al margen de otros enclaves al aire libre que también las
han proporcionado, constituye la referencia más fiable que para su estudio tenemos actualmente en Andalucía. Aunque, en nuestra opinión, las cerámicas procedentes de este enclave sólo hacen alusión a un momento, relativamente tardío, de su desarrollo evolutivo en el Neolítico. Desde este punto de vista, vamos a
realizar un breve comentario sobre sus cerámicas pintadas, que no son multitud, pero sí de sumo interés
para la investigación que realizamos.
El primer hallazgo de estas cerámicas en el hábitat de Montefrío se conoció en las excavaciones que
Tarradell, a finales de los años cuarenta, realizó en la Cueva Alta de Los Castillejos. Del estrato 7 del Nivel
III de su estratigrafía describe un fragmento cerámico con decoración pintada de reticulados o enrejados en
rojo oscuro sobre pasta de color “rojo amarillento” (fig. 1: 2) (Tarradell, 1952: fig. 8). Esta cueva se localiza justo debajo de lo que podríamos denominar estratigrafía fuerte del poblado, en una evidente interconexión con ella. Pudiéndose justificar sus potentes depósitos, bien por filtraciones del asentamiento situado
en su parte superior, bien por haber sido utilizada como necrópolis en algunas fases de ocupación del poblado.
En su momento, Tarradell, sin mucha consistencia estratigráfica ni tipológica, le atribuyo a esta cerámica una
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cronología del Bronce I, algo muy propio en su época. Posteriormente, se ha situado en un contexto similar
al del Neolítico Final del poblado de Los Castillejos, que puede ajustarse mejor a la realidad.
En la monografía de 1979 sobre las excavaciones realizadas ocho años antes en este hábitat, Arribas
y Molina documentaron en un transfondo de cerámicas a la almagra con otro tipo de decoraciones, tres fragmentos pintados en los niveles VC, VA y IVB de su estratigrafía, considerados en su momento del Neolítico Final (VC y VA) y Cobre Antiguo (IVB) (Arribas y Molina, 1979: figs. 132, 302 y 534). Estos
ejemplares fueron descritos como pertenecientes a vasijas de gran y mediano tamaño, con paredes toscas y
alisadas. Los motivos descritos, en cierta forma de similares características, están conformados por amplias
bandas que en el primero de los casos (fig. 1: 3) configuran un ángulo oblicuo en color rojo sobre el fondo
claro de la vasija. En el segundo (fig. 1: 4), se comprueban dos amplias fajas paralelas con signos de espatulado y similares tonalidades como en el anterior ejemplar. El tercer fragmento (fig. 1: 5), amorfo, está decorado en su exterior con pintura roja a la almagra, y en su interior, de color beige, aparece pintado un
motivo compuesto por una sola banda de similar coloración a la descrita para su superficie exterior. La importancia de estas cerámicas, quizás las primeras que se conocían en contexto estratigráfico, motivaron que
sus descubridores realizasen un estudio pormenorizado sobre ellas (Arribas y Molina, 1979: 61-68). En síntesis, y rompiendo con el paradigma difusionista de la época, destacaron la existencia de un grupo de cerámicas pintadas anterior al de la Edad del Cobre (Millares I). Grupo constituido por “los fragmentos de
Montgó, Campo Real y Montefrío caracterizado por motivos oscuros sobre fondos claros, aplicados a vasijas grandes o medianas y de tosca factura” que aparecen en contextos del Neolítico Tardío. En nuestra opinión, estas conclusiones constituyeron para aquella época una gran aportación, aunque hoy día podrían ser
objeto de alguna matización. En primer lugar, no sabemos la cronología precisa de las cerámicas pintadas
de la Cova Ampla del Montgó (Lafuente, 1959; Salva, 1966; Soler, 2002 y 2007). Recordemos que esta
cueva debió usarse como necrópolis en momentos, al menos, desde el Neolítico Antiguo y hasta la Edad del
Cobre. Debiendo constituir sus cerámicas pintadas parte de los ajuares de los enterramientos, por lo que
desconocemos de forma fiable su cronología dentro del Neolítico de la región. En otro sentido, Campo Real
no deja de ser sino una necrópolis en fosas más que lo que se ha venido definiendo como “campo de silos”.
Aquí, en contextos cerrados, las cerámicas pintadas se asocian con otros tipos lisos como las fuentes carenadas de paredes rectas, bien fechadas en diferentes ambientes andaluces, especialmente en la secuencia de
Montefrío que, en el caso que nos ocupa, pueden ser más definitorias en lo cronológico que los propios modelos pintados, dentro del Neolítico Tardío/Final.
Con posterioridad a estos hallazgos, en 1993 se realizaron nuevas campañas de excavación y acondicionamiento en Los Castillejos de Montefrío, documentándose de nuevo en estratigrafía seis fragmentos
cerámicos pintados, al menos, que pertenecen a un mínimo de tres vasijas con motivos en casos más barrocos y, en cierta forma, más novedosos que los procedentes de las excavaciones de 1979. Estas cerámicas,
sobre las que haremos unos breves comentarios y discutiremos algunas de sus cronologías absolutas, las
conocemos por la amabilidad de nuestros compañeros F. Molina, J.A. Cámara y J. Afonso.
Del estrato 16b, final de la Fase IV (Estratos 15-16a-16b) considerada por sus investigadores del Neolítico Final (Cámara et al., 2005), aparecieron dos fragmentos con borde, pertenecientes a una olla de paredes entrantes y labio de borde marcado. La superficie exterior, bruñida, es de color marrón claro y los
motivos pintados se concretan en amplios espacios con forma de trapecios sin decorar que alternan con otros
de similar forma pero pintados (fig. 2: 1). Los espacios interiores de estos se rellenan con un enrejado de factura no muy homogénea, pues los reticulados resultantes, unas veces se conforman con líneas rectas paralelas cruzadas por otras oblicuas y otras con líneas oblicuas paralelas entre sí, en color rojo muy oscuro. La
pasta interior es harinosa y compacta, mientras que la coloración de la superficie, así como el de los motivos pintados es muy similar al del fragmento obtenido por Tarradell en la Cueva Alta. El estrato 16b, en una
reciente datación por C14 ha sido fechado en el 3350-3020 A.C. (2 σ). Del estrato 13, intermedio de la Fase
III (Estratos 12-13-14) relacionado por los investigadores con la fase media del Neolítico Tardío (Cámara
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Fig. 2. 1 a 3, Peña de los Gitanos (Arribas y Molina, 1979); 4, Cueva del Canal, vaso de piedra con motivos reticulados.
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et al., 2005), procede un fragmento amorfo de superficie alisada beige clara-amarillenta con decoración pintada de finas guirnaldas paralelas verticales en rojo oscuro (fig. 2: 2). La pasta escamosa con la misma coloración que la de superficie, presenta finos desgrasantes de micasquistos. Existe una última datación por
C14 para este estrato del 4240-3970 A.C. (2 σ). El estrato 12, más antiguo de la Fase III, considerado Neolítico Tardío (Cámara et al., 2005), ha proporcionado tres fragmentos amorfos de una gran vasija. La superficie es amarillenta, alisada y la textura harinosa oscura. La decoración pintada en cierta forma
desorganizada, está compuesta por grandes bandas horizontales u oblicuas y entre ellas finas bandas o líneas
que las unen formando un enrejado irregular. El color de la pintura es un rojo ocre claro no muy uniforme
(fig. 2: 3). Para este estrato no hay dataciones absolutas, pero sí del estrato anterior (11b) que se remonta a
finales del VI milenio. En resumen, la secuencia de Montefrío en el momento actual sólo indica una seriación de cerámicas pintadas desde fines, posiblemente, del Neolítico Medio/Tardío hasta la Edad del Cobre.
Aunque es factible que cuando se haga el estudio final de su registro arqueológico, se amplíe en origen.
Recientemente se ha publicado la Memoria Final de las excavaciones realizadas en la Cueva del Toro
(Antequera, Málaga), en la que se ha señalado la presencia de un fragmento de pared de vasija decorada con
diseños de rombos “en marrón oscuro sobre fondo claro” (fig. 1: 6) (Martín et al., 2004: fig. 55, 2). Con anterioridad, en un estudio específico sobre la cerámica de esta cueva, uno de los autores de la monografía, al
contextualizar este fragmento en el registro cerámico general de esta fase señalaba que “la cerámica decorada va a mantener en líneas generales los mismos motivos que durante el Estrato IV, destacando las series
de líneas paralelas, trazos incisos oblicuos al borde, líneas sin orientación alguna que recorren gran parte de
las superficies de los vasos, incisiones que enmarcan otras líneas oblicuas paralelas entrecruzadas. Impresiones fundamentalmente a base de puntillados, existiendo, también una pieza realizada por medio de una
concha que, algunos investigadores consideran como ‘cardialoide’”. También destaca la presencia de la
combinación de incisiones e impresiones formando motivos diversos, donde destaca la conocida como
“punto y raya”. Por último, como única pieza identificada en toda la estratigrafía, “un fragmento pintado a
base de pintura roja que forma un motivo de líneas entrecruzadas” (González, 1990: 32). De igual forma,
se incluye el estudio y representación de una cuenta de piedra en forma de bellota procedente del estrato IV,
que los investigadores consideran ejemplar único en el Neolítico Andaluz (Martín et al., 2004: fig. 107, nº
34). Efectivamente, si tuviésemos en cuenta la cronología antigua que indican las dataciones absolutas obtenidas para esta fase, y no supiésemos que con anterioridad los mismos autores la habían situado fuera de
estratigrafía, junto con un segmento de circulo como “piedras procedentes de los sectores alterados por los
clandestinos” (Martín, Cámalich y González, 1985: fig. 3a), podríamos considerar acertadas sus afirmaciones. Aunque esta pieza tampoco es única en Andalucía, pues existe una similar procedente del ajuar de una
cueva artificial de Gilena, Sevilla (Cruz-Auñón y Rivero, 1986).
En otro sentido, con objeto de contextualizar mejor el fragmento cerámico pintado de este estrato III,
al comprobar el contenido del yacimiento no se ofrecen nítidamente los registros cerámicos de estas dos
fases, que González Quintero describe globalmente en el Neolítico Final, con paralelos andaluces insuficientemente ajustados y en algún caso sorprendentes, como el ejemplo de Catorce Fanegas y Molaina como
referentes del Neolítico Final, pero que evidentemente responden a registros arqueológicos mucho más antiguos, especialmente el primero de ellos; al margen de su condición de hábitat, cuestión dudosa en Toro.
Por el contrario, en la Memoria Final de estas excavaciones se quiere singularizar y diferenciar dos fases:
B y A, que no se sabe si corresponden a un Neolítico Tardío y Final o, como globalmente indican los autores, a un “Neolítico Reciente”. El tema, de igual forma que la misma configuración y conformación de la
estratigrafía general de la cueva, así como los modelos explicativos e hipótesis propuestas para explicar sus
registros arqueológicos, necesitaría de un análisis más profundo, que aquí es imposible, pero del que ya
hemos avanzado algunas aproximaciones sobre aspectos puntuales y “novedosos” (Carrasco et al., 2009; Carrasco y Pachón, en prensa). Insistimos en este aspecto por la trascendencia e incidencia que sobre la región
podrían tener en trabajos futuros de investigación los resultados, análisis y modelos explicativos propuestos por los autores de la excavación.
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En síntesis, puede comprobarse a priori la complejidad estratigráfica de la cueva, consecuencia de movimientos tectónicos, cataclismos, discontinuidad en la ocupación, utilización por “rapaces nocturnas”, alteraciones de estratos por remociones modernas, posible arrastre y trasvase de materiales y de gran cantidad
de huesos humanos, sin conexión entre sí y sin orientación anatómica, principalmente en los estratos o Fases
III y IV (Martín et al., 1985), de los que pocas noticias tenemos en la Memoria Final. En ella, el registro cerámico de la Fase IV básicamente está representado por cerámicas con motivos decorativos de la más diversa etiología que bien pueden corresponderse con horizontes del Neolítico Antiguo y Medio andaluz. El
problema de estos registros cerámicos es que, tradicionalmente cuando no se han documentado en ellos impresas cardiales, automáticamente han sido adscritos sin otras argumentaciones al Neolítico Medio o incluso Final. Aunque esta situación en último caso no se comprueba en Toro, donde se describen cardiales y
“cardialoides”. Pero, al margen de esta circunstancia, en la documentación gráfica reflejada en la Memoria
el grueso de las cerámicas son decoradas, cuando un estudio específico anterior sobre ellas indicaba que constituían un 20% del total del estrato (González, 1990: 11). Este porcentaje parece que baja en el Estrato III,
considerado Neolítico Final y donde –según este mismo autor– se mantienen las mismas tradiciones decorativas o hay una cierta continuidad con el Estrato IV. Sin embargo, en la Memoria prácticamente el grueso
de la cerámica representada es lisa, con la característica diferenciadora de la aparición en el momento final
de la subfase IIIA de las fuentes carenadas, en contraposición con las de borde engrosado de los inicios de
la Fase IIB, ya consideradas del Cobre; todo bien dispuesto, pero en nuestra opinión, sin entrar en otro tipo
de argumentaciones, irreal a todas luces.
Sustancialmente, estamos ante una estratigrafía que pretende ser “correcta”, pero con estereotipos diferenciadores nítidos y sesgados, como las cerámicas con decoraciones y cronologías inciertas del Neolítico
Antiguo/Medio. Circunstancias que caracterizarían la Fase IV o Neolítico Pleno, junto con cerámicas lisas
inespecíficas del Neolítico o Cobre, más el añadido de la presencia en su momento final de fuentes carenadas de paredes rectas, aisladas de otras fuentes con las que suelen aparecer, correspondientes grosso modo
al Neolítico Reciente o Fase III, en contraposición con las fuentes bajas de labio engrosado y derivadas que
marcarían la Fase II o Cobre Antiguo. A nuestro parecer, un mejor conocimiento de estos registros y similares argumentos al de sus excavadores, permitirían ampliar los márgenes de la secuencia, pudiéndose iniciar en un momento más antiguo, posiblemente del Neolítico Antiguo Epicardial y concretándose también
más precisamente las posteriores etapas del Neolítico Medio, Tardío y Final, así como del Cobre. Sin embargo, la secuencia propuesta está avalada por una serie de argumentaciones basadas en el estudio de una
industria lítica sesgada, una fauna poco indicativa y mal interpretada por los autores, junto a una producción
ósea con “útiles estrella” como los supuestos “tensadores textiles”; utensilios que han sido objeto de un reciente estudio, en el que hemos justificado su nula relación con la actividad textil propuesta insistentemente
por aquellos investigadores (Carrasco et al., 2009).
Con independencia de lo expuesto, los excavadores afrontan sus conclusiones con la intención de dar
contenido y contextualización a los registros arqueológicos, llegando a convertir el yacimiento, sin muchas
posibilidades de hábitat, en el único asentamiento neolítico en cueva conocido en todo el Sur Peninsular. En
él, a partir del VI milenio a.C., se describe una artesanía in situ centrada en la producción de lana y sus derivados textiles, consumo de leche, carnes ahumadas, elaboraciones peleteras, esteras, cerámicas, etc.; situación que podríamos debatir y rebatir sin mucha dificultad, dada la endeblez de muchos de los argumentos
esgrimidos por los excavadores. Al respecto, indicaremos que el análisis micro y macro espacial que desde
hace años realizamos de las cuevas andaluzas, especialmente del sector oriental, con un cómputo de más de
un centenar, evidencia que Toro no debió tener una funcionalidad sensu stricto de hábitat durante el Neolítico, sino de necrópolis conformada por los sucesivos enterramientos que debieron realizarse paulatina e intermitentemente en ella, especialmente entre el VI y III milenio a.C. Tampoco puede excluirse que, a lo
largo de su amplia vigencia de uso, la cueva fuese ocupada ocasionalmente por cierta población pastoril, por
cazadores incursos en actividades estacionales cinegéticas o, en último caso, por huéspedes de un redil circunstancial para el ganado. Pero su misma localización en terreno quebrado, a 15 km o más de distancia de
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las factibles tierras agrícolas, su falta de recursos autóctonos inmediatos, la escasez de agua o su propia configuración interna, la excluyen o imposibilitan para haber sido usada como hábitat permanente.
En este aspecto tendríamos que recordar las reflexiones de González Quintero en relación al estatus
agrícola de Toro cuando sugería que “normalmente los asentamientos que poseen una plena actividad agrícola estarán enclavados en zonas cercanas a tierras fértiles y bien regadas, indicándose límites para enmarcar el terreno de explotación de una comunidad. De tal manera que existen tierras relativamente alejadas,
pero siempre dentro de un radio de acción de 1 hora aproximadamente de distancia desde el lugar de habitación. Sin embargo, hay que tener en cuenta las diferencias orográficas del terreno, de ahí que esta delimitación se establezca como modelo estándar. Atendiendo a estos criterios, la cueva del Toro podría formar
parte de estos yacimientos agrícolas, pues si bien la Sierra de El Torcal no permite el desarrollo y crecimiento
de los cultivos agrícolas identificados en el yacimiento, sí existe en su pie de monte y en las amplias vegas
que la circundan suficiente terreno apto para tales fines” (González, 1990: 20-21). Criterios que acaban resultando falaces, porque evidentemente no se cumplen en esta cueva, donde informaciones de pastores actuales de la zona coinciden al indicar que el trayecto desde la misma a tierras favorables no baja de las tres
horas y media de camino.
En otro sentido, las concentraciones de restos óseos humanos aparecidos en la cueva, no muy bien
reflejados en la Memoria final, indicarían su uso necropolar. De igual forma, el registro arqueológico obtenido, sin mayores especificaciones, tiene un cariz más funerario que habitacional. Y aunque, tradicionalmente, se ha admitido que estas cuevas andaluzas tuvieron una funcionalidad compartida de necrópolis/
hábitat, los datos permiten comprobar que no hay una correspondencia con la auténtica realidad (Carrasco
y Pachón, en prensa). Los escasos hábitats al aire libre que se conocen del Neolítico Antiguo/Medio en la
región no muestran restos de actividades funerarias, ya que estas prácticas, entre otras no bien especificadas, las desarrollaban en las cuevas de los inmediatos entornos montañosos. Fenómeno que no sería exclusivo de la cueva del Toro, sino que llegó a afectar a casi la totalidad de las cavernas localizadas en las
Cadenas Subbéticas, principales estribaciones montañosas de Andalucía Oriental.
La dualidad, necrópolis en cuevas y hábitats permanentes al aire libre, en tierras fértiles o próximas
a ella de la fase antigua y media del Neolítico, consideramos que es una realidad a considerar, más que una
posibilidad. Aunque la frecuente existencia de registros funerarios descontextualizados en cuevas y, a su vez,
el desconocimiento de los primeros asentamientos al aire libre que los posibilitaron han favorecido el tradicional “Neolítico en Cuevas con Cerámica Decorada”, de amplia aceptación en la investigación oficial de
los últimos años, aunque sin excesivas bases contrastables en el registro arqueológico; es evidente que las
tradiciones bibliográficas, así como las estratigrafías reelaboradas, han ocultado la realidad. Por último, en
ocasiones se ha querido justificar la condición de hábitat de estas cuevas por la aparición en ellas de fauna,
industrias líticas pesadas relacionadas con la molturación, acumulaciones de grano, aparición de fuegos,
etc. Estos vestigios no contradicen en nada la opinión sobre la función necropolar de las cuevas: en primer
lugar, porque desconocemos los rituales de enterramiento llevados a cabo; en segundo lugar, porque los registros conocidos están sesgados, faltando especialmente los de cariz orgánico, si exceptuamos los procedentes de Murciélagos de Albuñol y, en definitiva, porque las características funerarias observadas en estas
cuevas pueden responder a situaciones muy diferenciadas, especialmente motivadas por el tipo de poblamiento que las utilizó como necrópolis y su intensidad de uso, como ya se ha expuesto en otro lugar (Carrasco y Pachón, en prensa).
Pero, al margen de otro tipo de especulaciones, es evidente que los ajuares funerarios, depositados
junto a los enterrados en estas cuevas de los primeros momentos neolíticos, debieron ser amplios y diversos, abarcando aspectos propios de la vida doméstica y cotidiana del enterrado, así como otros más de tipo
ritualizado, representado por objetos de exorno personal y vasijas finas propias de rituales funerarios, junto
con gran cantidad de alimentos bien representados por acumulaciones de granos, restos óseos animales y vasijas conteniendo productos lácteos y de otro tipo. Toda esta gama de deposiciones, junto con los mismos
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inhumados y las alteraciones que debieron ocurrir en los procesos de enterramiento a lo largo de dos o tres
milenios, motivaron estratigrafías artificiales de matiz funerario. Si a estos fenómenos añadimos combustiones de difícil etiología que se documentan en muchas de estas cuevas y, a su vez, que los procesos de excavación han olvidado, de una u otra forma, los restos óseos humanos, en muchos casos triturados o
devorados, puede comprobarse cómo las estratigrafías funerarias, con un mínimo conocimiento del registro arqueológico y cierta dosis de imaginación, se pueden reconvertir en habitacionales, justificándose así
la consabida y tradicional doble función necrópolis/hábitat, admitida para estas cuevas neolíticas.
Obviando algunas de las problemáticas que sucintamente se han planteado y que afectan al denominado “Neolítico de Cuevas”, hemos de insistir rápidamente de nuevo en la Fase III de Toro, de donde procede, en teoría, el fragmento cerámico pintado. Los excavadores, dentro de esta fase, al distinguir dos
subfases (IIIB y IIIA), singularizaban el uso diferenciado de la cueva. La subfase IIIB determinada por el
“uso que se hace del espacio más al interior para la estabulación del ganado” y la IIIA se individualiza, al
margen del cambio en el uso de la cueva, “por un nuevo acondicionamiento del espacio de ocupación, si bien
ahora no será tan general y extendido como el identificado en la base de IIIB, pero que es igualmente relevante” (?) (Martín et al., 2004: 50-51). Sin profundizar en este tipo de literaturas vacuas, tendríamos que recordar que el habitáculo de la cueva apenas sobrepasa los 100 m2, con suelos irregulares, presencia de
bloques, etc., pero para los autores fue un espacio utilizado para estabular ganado, ahumar carne, tejer lana,
elaborar cestería, fabricar cerámicas y útiles en piedra, madera y hueso pulimentado, curtir cuero, tallar
sílex, manipular la industria malacológica para objetos de adorno, etc. (s.c.). Aunque se indique de forma
más taxativa que “durante la subfase IIIB en el interior de la cueva se van a desarrollar diferentes actividades productivas no subsistenciales, de las que la textil y la conformación cerámica están plenamente documentadas” (?) (ibíd.: 315).
Al margen de todas estas actividades de subsistencia y artesanía, se añadiría su uso como necrópolis y lugar de sacrificio de animales jóvenes que constataría el “estabulamiento del ganado cada vez más
fuerte” (?) (González, 1990: 35). Pero, por si faltase actividad en esta cueva, que debió en ciertos momentos ser frenética, los excavadores de nuevo dan cuenta de otro tipo de actuaciones en ella, realizadas por colonias de animales, intuimos con mucha conexión entre sí, como son lagomorfos y agropilas, que van a
introducir un nuevo elemento distorsionador, muy a tener en cuenta en este, de por sí, ya cargado ambiente
troglodita. En relación con estos grupos animales, los excavadores obtienen conclusiones sorprendentes.
Por ejemplo uno de ellos observa “una clara evidencia de la disparidad de proporción en la presencia de conejos de la subfase IIIA respecto a la IIIB, de los que la mayoría corresponden a especímenes jóvenes, lo
que plantea la hipótesis de una alternancia del uso de la cueva entre humanos y las rapaces. De esto se deduce que, a partir de este tránsito, su ocupación va a estar marcada por una discontinuidad en períodos relativamente amplios” (Martín et al., 2004: 317). Aunque en otro lugar, en relación a la Fase IV se indica que
“más bien fueron consumidos por los humanos, más que aportados por otros predadores o por haber construido su hábitat dentro de la cueva” (p. 256). Pero, posteriormente, ante la presencia en la subfase IIIA de
una alta concentración de restos de conejos jóvenes, indican que son producto de las regurgitaciones de rapaces nocturnas (Búho Real = Bubo bubo) (?). De lo que se intuye que los “lagomorfos jóvenes habrían formado parte de la dieta de estos rapaces mientras que los adultos fueron consumidos por los ocupantes
humanos de la cueva” (p. 257) (s.c.). Sin embargo, este “problema de convivencia entre egagrópilas y humanos” tiene una mejor explicación en la subfase IIA, donde se indica “la posibilidad para la Cueva del Toro
de que los búhos instalasen su nido en el interior de la cueva debido a que ésta solo era utilizada para la estabulación de animales y no era ocupada regularmente por los humanos” (p. 258) (s.c.).
En definitiva, obviando el grueso de la ‘sugerente’ documentación aportada por los informes técnicos, al igual que los modelos explicativos, las relaciones ‘extraordinarias’ del registro arqueológico con
otros ‘similares’, las referencias no recogidas en bibliografía, las citas de publicaciones ‘en prensa’ hace años
publicadas, etc., sólo exponemos aquí algunos datos entresacados de la asombrosa actividad y convivencia
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entre especies animales y humanos vivos y muertos que hubo de tener la cueva en el desarrollo de su Fase
III, donde se localizó el fragmento cerámico pintado. Así, se comprueban artesanos de lo más variopinto,
desarrollando sus actividades en el interior de la cueva, junto con ganado ovicaprino lechal estabulado que
necesitaba forraje para su subsistencia y que era sacrificado allí mismo. Madrigueras de conejos, nidos de
búhos que regurgitaban y compartían comensalidad con los humanos, junto con enterramientos humanos con
cráneos sometidos a tratamientos rituales post mórtem y decorados con ocre, y sobre los que, en un acto de
originalidad sin límite, los excavadores indican que “si se tiene en cuenta que el espacio de acceso a estos
restos humanos estaba sellado por el nivel de estructuras de combustión correspondiente a la subfase IIIA
y que la manipulación del cráneo del individuo adulto responde a los mismos parámetros observados en
casos similares de diferentes cuevas de Andalucía, se puede sugerir a modo de hipótesis que corresponderían a la fase IV de El Toro” (Martín et al., 2004: 290). Es decir, todo un ambiente coherente y ejemplarizante, dentro de la cueva, de una convivencia sin par que se desarrolló no sólo entre los humanos vivos y
muertos, sino entre éstos y determinadas especies animales, anunciando o recordando en cierta forma lo sucedido en algún conocido pasaje bíblico que no es necesario recordar.
Respecto de las cerámicas asociadas en la fase III con el fragmento pintado objeto de contextualización, no sabríamos a qué fuentes acudir: si al estudio especifico de las cerámicas de la cueva (González,
1990) o al reflejado en la Memoria Final (Martín et al., 2004). A simple vista guardan claras diferencias y
graves contradicciones, resultado de evidentes reelaboraciones de gabinete que no vamos a significar en
esta ocasión. Sólo indicar que en la Memoria este fragmento pintado se sitúa en la subfase IIIA, junto a una
gran cantidad de formas cerámicas lisas que acogen diversas tipologías de ollas principalmente y, entre
ellas, la aparición “súbita” de siete fragmentos de fuentes carenadas de paredes rectas, que son las que podrían ofrecer algún tipo de cronología fiable dentro del descrito Neolítico Reciente. Evidentemente se trata
de un contexto cerámico general, seleccionado y poco indicativo. Sin embargo, es posible obtener una cierta
información complementaria a partir de las dataciones absolutas obtenidas de su “estratigrafía” (Martín et
al., 2004: 49-55).
En lo que afecta a la contextualización del fragmento pintado, se han descrito en la cueva dos grandes fases de ocupación: IV y III (A y B). Para la Fase IV, considerada por los autores del “Neolítico Pleno”,
existen seis dataciones que hemos calibrado de nuevo con el programa Stuiver 2004. En cierta forma los resultados son coincidentes con los obtenidos por los autores, aunque con mínimas diferencias que cabría considerarlas como aceptables. Sin embargo, en una de las muestras, la GRN-15443 (6320 ± 70 BP = 4252-3954
A.N.E), apreciamos un error grave, pues la nueva calibración para 2 σ ofrece tres agrupaciones ostensiblemente más antiguas (5472-5206, 5165-5118 y 5108-5078 BC), pero que se ajustan más a la realidad. También hemos calibrado la muestra Beta-174308 (6160 ± 40 BP), que no lo había sido anteriormente y que daría
una agrupación entre 5216-4999 BC.
Hechas estas salvedades, de las seis dataciones obtenidas (2 σ), sin saber si de contextos funerarios
o habitacionales, aunque nos inclinamos por los primeros, dos podrían adscribirse al Neolítico Antiguo
(6540 ± 180 y 6400 ± 280 BP) con calibraciones entre 5875 y 5304 BC; tres al Neolítico Antiguo evolucionado (6320 ± 70, 6160 ± 40 y 6030 ± 70 BP), con calibraciones entre 5472 y 5107 BC y una sexta GRN15440 (5820 ± 90 BP) que ha proporcionado dos series entre 4896/4461 BC, que corresponderían con el
Neolítico Medio. Es la única datación absoluta que hace alusión, extrañamente, a este momento intermedio
del Neolítico, pues de la siguiente fase cultural III, delimitada en la estratigrafía de esta cueva y dividida en
dos momentos IIIB y IIIA, hay nueve dataciones que encajan perfectamente en lo que se ha denominado Neolítico Tardío/Final; es decir, aproximadamente entre 4400/4350 y 3850/3800 y 3850/3800 y 3350/3300
BC (Cámara et al., 2005). Con la excepción de que no sólo las tres atribuidas por los excavadores a la subfase IIIB coincidirían con este esquema, sino que cinco de las obtenidas de la subfase IIIA, algunas con cronologías más antiguas que las anteriores, incluso podríamos decir que del Neolítico Medio, también serían
definitorias de la citada subfase IIIB, aunque otra, de igual forma, podría pertenecer al Cobre. Una datación
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de 4800 ± 80 BP, con calibraciones (2 σ) entre el 3757/3371 BC, sería la única representativa de lo que actualmente se considera Neolítico Final. El resto de las dataciones podrían corresponder todas a un Neolítico
Tardío, con alguna extensión por un extremo del arco de calibración hacia el Neolítico Medio y por el otro
hacia el Cobre. En definitiva y en este sentido, no se entiende cómo los excavadores datan la denominada
subfase IIIB “entre mediados del V e inicios del IV milenio A.N.E.” y la III A “entre fines de la primera
mitad y finales del IV milenio A.N.E.” (Martín et al., 2004: 50 y 55), cuando las cronologías absolutas para
las dos subfases descritas tienen similares parámetros, dentro de sus amplios arcos cronológicos. De igual
forma, tampoco comprendemos la insistencia de los excavadores al indicar reiteradamente que se trata de
“dataciones calibradas y sin corregir respecto a la reserva oceánica”, cuando en un apartado posterior de la
Memoria dicen lo contrario: es decir, que son “fechas corregidas respecto a la reserva oceánica” (p. 298).
Elucubraciones que tendrían algún sentido si las muestras objeto de datación hubiesen sido obtenidas de conchas marinas, cosa que al parecer no se ha producido.
Sin tener que insistir en otras cuestiones controvertidas, Toro empezó a utilizarse a partir del primer
tercio del VI milenio A.C. en lo que puede ser considerado como Neolítico Antiguo, continuando en el Neolítico evolucionado o epicardial hasta el Neolítico Medio, con pocas diferencias en el registro arqueológico
y mal representado cronológicamente en la primera mitad del V milenio. Posteriormente, parece que durante
el Neolítico Tardío y Final, se constata una utilización más intensa de la cueva, especialmente en el último
tercio del V milenio.
En conjunto, en la problemática utilización de esta cueva sus excavadores han propuesto diferentes
actividades artesanas, reestructuraciones espaciales, cambios de estrategias económicas, abandonos temporales, etc., especialmente durante su Fase III; aspectos que no nos parecen aceptables, como ya hemos expuesto en el estudio de los aspectos más llamativos de esta excavación (Carrasco et al., 2009). Así, parece
evidente que, ni el registro arqueológico, ni las dataciones absolutas con intervalos muy amplios, ni la insistencia en inocentes y reiterativos modelos explicativos, pueden fundamentar el carácter habitacional de
una cueva que, en nuestra opinión, tendría una funcionalidad primordial de necrópolis. Pese a que tampoco
puedan excluirse ciertas ocupaciones transitorias relacionadas con la caza, refugios temporales de pastores,
custodia de ganado, área de almacenamiento, etc. Actividades intemporales, continuadas hasta la actualidad
en muchas de estas cuevas neolíticas de las cadenas Subbéticas. En estas condiciones, la cronología que podríamos ofrecer para la cerámica pintada sería tan imprecisa como el contexto arqueológico en el que pudo
haber aparecido; es decir, con no mucha seguridad y buena voluntad, a lo largo de la segunda mitad del V
Milenio A.C.
Al margen de los enclaves anteriores, y en el intento de contextualizar estas cerámicas pintadas, debemos mencionar también su aparición en otras secuencias al aire libre y en cuevas, en algún caso no bien
contrastadas, sobre las que hemos de reflexionar. En primer lugar, por la trascendencia bibliografía alcanzada en los últimos años, tendríamos que mencionar Los Mármoles de Priego de Córdoba, cueva conocida
por clandestinos y grupos espeleológicos desde antiguo. En ella, M.ª Dolores Asquerino realizó excavaciones entre 1982 y 1986, obteniendo resultados de cierto interés y algún tipo de secuencia problemática con
registros desde el Pleistoceno hasta la Edad del Cobre (Asquerino, 1985, 1985-86 y 1986). Solo interesa destacar aquí la posible presencia de fragmentos cerámicos pintados, en número de diez, que la investigadora
atribuyó al Neolítico Reciente (Asquerino, 1985-6). Una atribución cronológica que ha sido recogida con
posterioridad, sin más, por la investigación interesada en la problemática de estas cerámicas que debemos
puntualizar.
De los diez fragmentos de Mármoles, Asquerino indica que salvo dos fragmentos “pertenecientes
ambos a la misma vasija y procedentes de la Cata Norte de 1982, todos los demás han sido recogidos en superficie, en distintas zonas de la cueva” (Asquerino, 1985: nº 5 y 6). Recientemente hemos tenido ocasión
de revisar estas cerámicas depositadas parcialmente en los fondos del Museo de Priego, comprobando que
no responden a lo manifestado por la investigadora. Las decoraciones en fajas anchas de los fragmentos loAPL XXVIII, 2010
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calizados en estratigrafía no son pintados, sino resultado de una deficiente cocción y los fragmentos superficiales con decoraciones geométricas, bastante barrocas, corresponden a vasijas medievales de los siglos IXXI. La presencia de estas producciones en Mármoles no es un fenómeno exclusivo, sino frecuente en toda
la zona, como así se expone una investigación reciente (Cano, 2008). En ciertos casos, los motivos de estas
cerámicas pintadas medievales recuerdan los representados en otras de cronología neolítica, aunque su pasta,
cocción y elaboración son claramente diferentes; pese a todo, pueden inducir a errores de interpretación,
como también pudo ocurrir con otro fragmento, posiblemente medieval, procedente de la misma cueva, estudiado en un conjunto cerámico igualmente superficial que podría fecharse en el Neolítico Antiguo/Medio
(Carmona et al., 1999: fig. 2F).
Otro yacimiento, que a fines de los años ochenta proporcionó un fragmento pintado en contexto estratigráfico, es “Cuartillas” de Mojácar, Almería (Fernández et al., 1987 y 1993). Sus excavaciones pusieron de manifiesto una escasa o nula estratigrafía, con dos o tres oquedades o silos en su base que
proporcionaron un registro arqueológico con abundantes cerámicas decoradas con motivos en relieve e incisos, así como formas lisas entre las que destacan algunas fuentes carenadas de paredes rectas, junto con
algunos elementos metálicos posiblemente del Bronce Final. En este conjunto apareció un fragmento cerámico correspondiente a un cuenco o similar, con decoración pintada en sus superficies exteriores e interiores, cuyos motivos son descritos como ondas en rojo “sobre una aguada de tono más claro” (Fernández et
al., 1993: lám. II, fig. 8, nº 56). Los excavadores definen este contexto como el sustrato sobre el que posteriormente se va a desarrollar el Cobre; en definitiva, aluden a un Neolítico Final. No tenemos argumentos
suficientes para modificar esa cronología, dada la ambigüedad de las descripciones estratigráficas y la brevedad de éstas, así como la posibilidad, en cierta forma, de contaminaciones en su contenido arqueológico.
Pero, en nuestra opinión, parte del registro cerámico sería más representativo del Neolítico Tardío, aunque
el Neolítico Final también podría estar presente, por lo que la cronología del fragmento pintado nos parece
difusa entre estos dos períodos.
Entre los yacimientos andaluces que han proporcionado cerámicas pintadas en excavaciones regladas, habría que mencionar también a “Los Villares” de Algane, en Coín, Málaga. En un trabajo de investigación ciertamente sugerente, acertado en su globalidad, aunque con ciertas matizaciones de las que
disentimos, J.E. Márquez y J. Fernández describen sus excavaciones en este “campo de silos”, que conforma el enclave de “Los Villares” (Márquez y Fernández, 2002) y que, desde su opinión coincidente con
la nuestra, no dejan de ser verdaderas necrópolis en fosas. Una de ellas, denominada Estructura 2, proporcionó restos de un interesante ajuar asociado a una inhumación. Compuesto por cerámica, útiles líticos tallados y pulimentados, así como una abundante fauna animal; claros exponentes de ofrendas o ajuares
funerarios. Entre el registro cerámico, se describe un fragmento amorfo con motivos decorativos pintados
“en negro sobre fondo rojizo a base de rombos o trama de trazos oblicuos” (p. 312, fig. 4). En el total del
conjunto exhumado existen también otras cerámicas con decoraciones incisas, en algún caso con motivos
reticulados que recuerdan los del fragmento pintado, así como con motivos impresos o seudo-peinados.
Entre las formas lisas aparecen dos cazuelas de paredes bajas y amplia boca, que están en la tradición de las
grandes fuentes carenadas del Neolítico Final. La cronología de este conjunto funerario se situaría perfectamente entre mediados y finales del IV milenio a.C.
También, los poblados almerienses de Terrera Ventura en Tabernas, Tarajal en el área de Níjar y
Campos en Cuevas de Almanzora, han proporcionado restos de cerámicas pintadas, aunque con evidentes
problemas de cronología y filiación estratigráfica. Terrera Ventura (Gusi y Olaria, 1991), constituye un
asentamiento de fundación neolítica y posterior desarrollo calcolítico que proporcionó más de veinte fragmentos pintados con motivos de manchas, bandas, diseños de líneas quebradas paralelas, etc., de tradición
neolítica, junto con otros que tendrán más desarrollo durante el Cobre, formando parte de los conjuntos sepulcrales del entorno de Millares, así como de algunos granadinos y ciertas cuevas y asentamientos del área
murciana. Las dataciones calibradas de las muestras obtenidas en la secuencia estratigráfica, donde apareAPL XXVIII, 2010
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cieron, indican una cronología absoluta que iría desde el Neolítico Final hasta un Cobre Pleno (Gusi y Olaria, 2004).
Del poblado del Tarajal, excavado por M.ª J. Almagro (Almagro, 1974 y 1977), se conoce una vasija con decoración pintada documentada entre la Fase II y III de su estratigrafía. Los motivos que presenta
tienen una evidente relación con otros similares sobre cerámicas del poblado de Terrera Ventura, así como
con algunas documentadas en conjuntos sepulcrales bien conocidos del Neolítico Final/Cobre del sudeste
peninsular. La cronología de este hallazgo, a falta de mejores argumentos, sería posiblemente pre-campaniforme. Por último, de las excavaciones realizadas por D. Martín en el poblado de Campos, se han documentado dos fragmentos cerámicos decorados posiblemente con bandas de color negro que en opinión de
su excavador, no tienen una atribución fiable al “Eneolítico” (Martín et al., 1983: fig. 5, b-c).
Más recientemente, pero en el área litoral de Cádiz, se han señalado dos asentamientos al aire libre
de diferente etiología que han proporcionado cerámicas con motivos pintados. Del corte III del asentamiento
de La Mesa, en Chiclana de la Frontera, se describe un fragmento amorfo con decoración incisa y pintada
que ha sido fechado junto a un amplio registro arqueológico en el V-IV milenio a.C. (Ramos et al., 2006:
fig. 5 I). El segundo enclave, correspondiente a un “campo de silos” denominado La Esparragosa, también
próximo a Chiclana, ha aportado un fragmento decorado con bandas horizontales paralelas, cortadas por
otras verticales más espaciadas. Ha sido fechado el conjunto de este “silo” en el IV milenio a.C.
Al margen de las referencias neolíticas que hemos efectuado, que en cierta forma provienen de excavaciones regladas, en los últimos años en Andalucía se ha señalado la presencia de estas cerámicas pintadas en contextos al aire libre no muy precisos y en importantes conjuntos necropolares de cuevas. En Viña
Boronato de Castro del Río, Córdoba (Carrilero y Fernández, 1985), asentamiento al aire libre, se localizó
en superficie gran cantidad de materiales arqueológicos que los descubridores relacionaron con un Neolítico Tardío/Final; entre ellos se documentó un fragmento cerámico amorfo, decorado con líneas rojizas
sobre fondo beige. Del hábitat al aire libre de Huerto Berenguer, en Jaén, procede otro fragmento cerámico
amorfo recogido en una prospección; presenta engobe rojo y decoración pintada, compuesta por finos trazos, formando motivos verticales de zigzags paralelos en color rojo oscuro sobre superficie beige amarillenta.
En su momento, por asociación con otros materiales cerámicos con los que apareció, le dimos una cronología del Neolítico Final/Cobre (Carrasco et al., 1980). Finalmente, tendríamos que mencionar en el área sevillana dos fragmentos cerámicos con decoraciones de bandas en zigzags en Campo Real, Carmona,
asociados a “campos de silos” o sepulturas en fosas (Bonsor, 1899) y algún que otro en el poblado de Valencina de la Concepción (Ruiz Mata, 1975), de posible fundación neolítica.
Haciendo un inciso, signifiquemos que, de todos los paralelos y adscripciones que hemos referenciado, no sólo respecto a la decoración pintada de algunos de los cestillos de Los Murciélagos, sino respecto
de su morfometría y cronología neolítica, la que guarda mayores similitudes con ellos es sin lugar a dudas
la pequeña vasija con decoración pintada y motivos reticulados romboidales procedente de la necrópolis
del Cortijo del Canal de Albolote, Granada (Navarrete, Carrasco y Gámiz, 1999-2000). De esta cueva o
fractura, utilizada como necrópolis a lo largo del Neolítico y de forma más esporádica en el Cobre y Bronce
Final, dimos a conocer a finales de los noventa una muestra del amplio registro arqueológico que debió de
contener, formando parte de los ajuares que se depositaron en ella junto con las consiguientes inhumaciones y posibles incineraciones. En ella destaca una rica industria en hueso y piedra pulimentada, así como una
amplia gama de cerámicas que aluden especialmente al Neolítico, sobresaliendo las decoradas a la almagra
que alcanzan calidades extraordinarias de igual manera que otras sólo presentan ligeras aguadas. En este rico
registro cerámico, destacan dos recipientes de indudable interés, por presentar decoración pintada con motivos geométricos de diferente entidad. El primero de ellos, llama la atención por tener una morfometría
que, salvando las distancias, es muy similar a la que presentan los cestillos denominados “caliciformes” de
Murciélagos. Sus dimensiones: altura 11,11 cm y boca 7,9 cm (fig. 1: 7), entrarían dentro de los parámetros
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que tienen los contenedores de Murciélagos. En él resulta de interés el uso de almagra común, de color rojo
vivo, para la coloración base de la superficie de la vasija; el mismo colorante se emplea en el resto de recipientes así decorados del yacimiento, junto a otro tipo de pintura de color más oscuro que resalta los motivos reticulados. Es relevante el hecho de que este recipiente, es diferente en configuración y tipología del
resto conocido en otros yacimientos, por su mejor elaboración y menor tamaño. De igual forma que sucede
con los cestillos de Murciélagos, y como ellos, formarían parte de los ajuares individuales de los enterramientos neolíticos. En definitiva, constituyen recipientes concretos, de pequeño tamaño, paredes finas y
textura compacta, superficies bruñidas e interiores espatulados, que constituirían objetos de prestigio, rituales o pequeños contenedores para sustancias apreciadas, como se ha comprobado en los cestillos orgánicos de Murciélagos, donde uno de ellos contenía restos de un mechón de cabello y semillas de Papaver
somniferun. Muy diferenciados de los motivos pintados y vasijas conocidas en hábitats neolíticos al aire
libre, que suelen ser de mayores dimensiones y depicciones más simples, en general menos complejas y
elaboradas. No conocemos nada similar en la Península.
La segunda vasija (fig. 1: 8) se corresponde con una copa de pequeñas dimensiones (7 cm altura), un
cuenco ovoide y altas paredes. El pie es corto y macizo, con forma cilíndrica y base plana e irregular. La
superficie exterior es de color rojizo, con restos de bruñido y la interior de superficies más irregulares y similar coloración. Posee en cada uno de los lados sendas y pequeñas perforaciones circulares junto al borde
y, bajo éstas, dos alargados y poco pronunciados engrosamientos, a modo de mamelones perforados en sentido vertical. En la parte central, en relación con el eje que forma el vástago-pie, aparece remarcada una
ancha faja vertical de pintura más roja, para ser vista frontalmente. Por su forma, dimensiones y peculiaridades expuestas, es una especie de proto-copa que se aleja notablemente de otros modelos señalados en diferentes ambientes del Neolítico Final/Cobre. Tales serían los casos de la Cueva Alta de Montefrío (Moreno,
1982: fig. 10d), Zarcita (Cerdán et al., 1974: lám. 39, 7; Cámalich et al., 1984: fig. 3, 2) o Nivel III del poblado de Jovades en Cocentaina, Alicante, considerado del Neolítico IIB en la secuencia del País Valenciano
(Bernabeu y Guitart, 1993, fig. 4.8, 222). En nuestra opinión, la cronología de esta vasija debe estar más próxima al Neolítico Medio que a tiempos posteriores, constituyéndose por tanto como ejemplar único y prototipo de los últimos ejemplares referenciados, sin lugar a dudas, más desarrollados en sus tipologías. El vaso
pintado, sin mucha seguridad quizás sea algo más tardío, quizás del Neolítico Medio/Tardío.
Por último, se ha señalado la presencia de cerámicas con motivos pintados en la secuencia estratigráfica de Los Murciélagos de Zuheros (Cacho et al., 1996: 118). Que de ser cierto, tendrían un gran interés, dada la antigüedad que indican sus dataciones absolutas calibradas (Gavilán et al., 1996), del Neolítico
Antiguo y Medio, lo que en nuestra opinión no sería de extrañar.
Los hallazgos, que podríamos relacionar con ambientes megalíticos considerados tradicionalmente
del Neolítico Final/Cobre, serían numerosos, aunque no bien precisados cronológicamente, de igual forma
que los diversos tipos de tumbas en que aparecieron. Una cuestión que no plantearemos aquí, pues no sería
relevante la hora de buscar en ellos una cronología de origen para las cerámicas pintadas, ya que hay suficientes argumentos para rastrearla en momentos anteriores, dentro del Neolítico Antiguo y Medio andaluz.
Grosso modo, se han señalado estas cerámicas con cierta asiduidad en conjuntos megalíticos de Almería y
Granada, como por ejemplo en Los Millares, Santa Fe de Mondújar, Almería (Sep. 1, 7, 9, 21, 40); Llano
de la Cuesta del Jautón (Sep. 6), Purchena, Almería; Loma de la Rambla de Huéchar (Sep. 2), Gádor, Almería; Loma de Belmonte (Sep. 1), Mojácar, Almería; Loma de las Eras (Sep. 2), Tabernas, Almería; Las
Peñicas (Sep. 3), Níjar, Almería; Llano de la Cuesta de Amiel (Sep. 6), Gorafe, Granada; conjuntos muy citados y estudiados desde antiguo, cuyas cerámicas pintadas han sido objeto en alguna ocasión de estudios
específicos. De ellos, destacaremos sucintamente el estudio de D. Martín sobre las cerámicas pintadas del
Eneolítico en Andalucía Oriental, donde siguiendo modelos difusionistas, y de forma inconcreta, se indica
que estas producciones cerámicas llegan o se reactivan en la Península de la mano de pequeños grupos hu-
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manos desconectados, que arribarían al SE, en busca de afloramientos o minerales de cobre, en un momento
avanzado del Eneolítico (Martín et al., 1983). En general, estos hallazgos almeriense y granadinos, o son o
están en la tradición neolítica, más que en relación con las culturas metalúrgicas, aunque muchos se fechen
en ellas. Lo mismo que la vasija esférica aparecida en un contexto Calcolítico de la sepultura nº 1 de la necrópolis de cuevas artificiales de Los Algarbes en Tarifa, decorada con motivos dibujados en oscuro sobre
el fondo rojizo de la arcilla, que C. Posac relacionó con otras similares de la cueva norteafricana de Gar Cahal
(Posac, 1975: lám. XI, 1).
En el área murciana y alicantina, también se han producido hallazgos importantes de cerámicas con
motivos pintados. Aunque sus adscripciones cronológicas al ambiguo “eneolítico”, bronce argárico, etc., y
siempre bajo el paradigma del mundo Millares como referente cronológico, han dificultado un estudio correcto sobre los verdaderos orígenes y cronología de estos vasos pintados del Sudeste y Levante español. Se
conocen al menos siete enclaves que han proporcionado cerámicas pintadas, de los que cinco corresponden
a cuevas de enterramiento y dos a asentamientos al aire libre. Aunque, en parte, han sido recogidos en un
trabajo de investigación (Lomba, 1991-1992), realizaremos unos sucintos comentarios sobre ellos. De la
Cova Ampla del Montgó, Jávea/Xàbia, existe una abundante y controvertida bibliografía recogida por Soler
Díaz (Soler, 2002; Soler, 2007). Cueva natural, citada anteriormente, en la que se localizaron varios fragmentos pintados con motivos de zigzags y “dientes de lobo”, alternándose en bandas paralelas que bien pudieran pertenecer a un mismo vaso. De igual forma, se documentan otros con motivos de pequeños trazos
oblicuos verticales (Soler, 2002: lám. 63). La cronología de estas cerámicas ha sido objeto de controversia,
fechándose en el Cobre (Llobregat, 1989), Neolítico Final II del País Valenciano (Bernabeu, 1982), etc. Boronat, en un sintético trabajo, las considera del Neolítico pero, por paralelos también descontextualizados,
las hace pervivir hasta el inicio de la Edad del Bronce Valenciano (Boronat, 1983). También, fueron tomadas como similares a las localizadas en la campaña de 1971 en la estratigrafía del poblado de los Castillejos de Montefrío (Arribas y Molina, 1979). En definitiva, casi todas las referencias hacen alusión a un
Neolítico Tardío/Final, cuestión sobre la que no polemizaremos; pero, de igual forma y con los mismos fundamentos que los autores anteriores, podríamos indicar que tienen una cronología del Neolítico Antiguo o
Medio, pues no falta registro arqueológico de esos momentos en la cueva, mientras que los motivos de zigzags y dientes de lobo son muy frecuentes en depicciones rupestres andaluzas y decoraciones cerámicas impresas e incisas, que nos llevarían a momentos antiguos más que al Neolítico Final.
De la Cova de les Maravelles en Jalón/Xaló, Alicante, sabemos que fue una gruta natural que debió
tener un amplio uso como necrópolis, y de la que procede un gran fragmento cerámico, posiblemente de una
olla de altas paredes ligeramente entrantes y labio de borde exvasado. Presenta una decoración de líneas quebradas en zigzags en bandas irregularmente dispersas de “coloración negruzca”, que según Boronat “en
principio debió ser rojo oscuro” (Boronat, 1983: 59, fig. 11 y 15). Como ya dijimos, este investigador fecha
estas vasijas pintadas en el Neolítico, aportando para ello una serie de paralelos procedentes de cuevas clásicas como Or, Fosca, Sarsa, etc., que debemos considerar con cautela al proceder de fuentes poco contrastadas. Pese a estar de acuerdo con esta cronología neolítica, no lo estamos tanto con sus pervivencias en el
Bronce Valenciano, principalmente por los paralelos y cronologías absolutas en que lo sustenta.
Por último, en el área alicantina, A. González ha señalado en la fase calcolítica de Les Moreres, en
Crevillente/Crevillent, la presencia de un fragmento con decoración pintada formando franjas, junto con
otros ejemplares decorados con temas incisos, que relaciona con las denominadas “cerámicas simbólicas”
(González y Ruiz, 1991-92).
En el área murciana, “Blanquizares de Lébor” en Totana, Murcia (Cuadrado, 1930; Arribas, 1953)
y “Cueva de los Tiestos” en Jumilla, Murcia (Molina Grande, 1990; Molina-Burguera, 2004)), constituyen
dos necrópolis en cueva artificial y natural, que proporcionaron gran cantidad de ajuares de amplio espectro tipológico y cultural. De la primera, destaca un pequeño vaso en piedra con paredes decoradas por seis
fajas paralelas pintadas, una lisa y cinco compuestas por ondas o guirnaldas en color ocre oscuro; de la seAPL XXVIII, 2010
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gunda cueva, destaca un gran vaso pintado con motivos geométricos en zigzags, bandas, triángulos rellenos,
etc., en rojo, junto a restos cerámicos pintados de al menos once vasijas diferentes con motivos geométricos, soliformes y ramiformes que fueron fechados en el “Bronce argárico”. “Cueva de las Palomas”, en Cehegín, Murcia (Lomba, 1991-92), es una diaclasa con depicciones rupestres de tipo levantino y
enterramientos con abundantes ajuares, entre los que se localizó un fragmento cerámico con posibles motivos solares pintados en su interior, junto a una rica industria en hueso y piedra que pudiera ser neolítica parcialmente.
Al margen de estas cuevas, también se ha detectado este tipo de cerámicas en superficie, en asentamientos al aire libre como “Los Royos” de Caravaca y “El Capitán”, Lorca (Lomba, 1991-1992), con decoraciones geométricas y motivos diversos de etiología poco nítida. Lomba ofrece para estas cerámicas una
cronología de “segunda mitad del III milenio”, que considera “pre-campaniforme” con influjos de Millares,
aunque piensa que son producciones locales. En relación con las cronologías y adscripciones culturales de
Lomba, debemos indicar que los únicos datos medianamente contextualizados proceden de Blanquizares y
Tiestos, que constituyen –no lo olvidemos– amplias necrópolis en cuevas; en uno de los casos con más de
noventa inhumaciones controladas, lo que indica una amplia utilización en el tiempo que, evidentemente,
podría coincidir cronológicamente con parte del “período Millares”. Por su parte, las cronologías absolutas
obtenidas en Tiestos son en cierto modo irrelevantes, pues sólo fechan enterramientos, en este caso tardíos,
entre el conjunto de los que debió acoger esta cueva. En resumen, volvemos a insistir que este tipo de cerámicas tienen en origen una relación más nítida con el sustrato neolítico sensu stricto de los yacimientos descritos por este autor que con los ámbitos metalúrgicos posteriores, aunque en estos también aparecen, pero
nunca en subsiguientes ambientes argáricos. De hecho, recientes dataciones absolutas por AMS, sobre ajuares de Blanquizares, han ofrecido cronologías de la primera mitad del IV milenio (comunicación de nuestro compañero F. Molina), que, por el momento, sobrepasan el hiato cronológico conocido de Millares para
la fundación de esta cueva artificial. Finalmente, M.ª Manuela Ayala ha señalado “cerámicas pintadas” a la
almagra en un contexto del Neolítico antiguo, en el yacimiento al aire libre del “Cerro de las Viñas” de
Lorca (Ayala et al., 1993-1994).
En conjunto, hemos expuesto algunos hallazgos relevantes de estas cerámicas pintadas con motivos
geométricos, en diferentes ambientes andaluces y áreas limítrofes del Sudeste y Levante. En nuestra opinión
no constituyen una muestra muy extensa y, en todo caso, la consideramos sesgada; así, comprobamos que
estas cerámicas aparecen bien documentadas en las fases finales del Neolítico y Cobre Antiguo, asociadas
a conjuntos funerarios en cuevas y grupos megalíticos que, por el contrario, apenas podemos documentarlas durante el Neolítico Antiguo y Medio. Un fenómeno que, en cierta forma, consideramos circunstancial,
motivado por la investigación realizada y el importante desconocimiento de las decoraciones pintadas antiguas, confundidas entre la globalidad de las ornamentaciones a la almagra, los engobes y las aguadas. En
síntesis, la escasa muestra de cerámicas que conocemos, de los horizontes antiguos neolíticos, proviene de
los registros funerarios de las necrópolis documentadas en cuevas. Éstas, tradicionalmente, han sido básicamente conocidas en Andalucía por las excavaciones y prospecciones de clandestinos y grupos espeleológicos, que de forma sesgada recogieron sus ajuares más vistosos y espectaculares, llegando a nosotros una
escasa muestra que, a falta de mejores argumentos y siguiendo tradiciones bibliográficas, hemos seguido
aceptando hasta la actualidad el ficticio “Neolítico de Cuevas con Cerámica Decorada”.
En otro sentido, la misma aplicación, en algunos casos de pinturas sobre cerámicas ya cocidas, ha
dado lugar en ocasiones a que con el tiempo se hidratasen sus componentes orgánicos y se perdiesen sus pigmentos sólidos. De igual forma, también en los procesos de lavado, dada la precariedad de los pigmentos
utilizados para depictar, han podido deteriorarse o desaparecer las pinturas sobre cerámica. Por último, una
nueva investigación, con mejores perspectivas y visualizaciones más correctas a partir de técnicas más modernas de estas cerámicas, en su mayor parte procedentes de depósitos antiguos en los fondos de los museos,
como ocurre con el Arqueológico de Granada y Málaga, podría posibilitar una mejor visión de estas ceráAPL XXVIII, 2010
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micas y así poder ampliar y completar su horizonte cronológico. Tarea que, por el momento, deberíamos explotar más, pues la obtención de otro tipo de datos “más científicos” en los próximos años, para el estudio
de estas cerámicas, no parecen próximos ni factibles, al menos en las áreas relacionadas con las Sierras Subbéticas andaluzas, que son las que en los últimos tiempos han proporcionado los mejores registros funerarios de cuevas. Pero es evidente, por las actividades irregulares realizadas en estas cuevas en los últimos
tiempos, que están sufriendo un cierto agotamiento.
Por otro lado, las excavaciones regladas en hábitat al aire libre no parece que puedan proporcionar
mejores registros cerámicos que sus necrópolis en cuevas, por lo que no deja de constituir en la actualidad
una utopía. Las razones pueden sintetizarse en dos: en primer lugar, que un hábitat al aire libre nunca proporcionará un registro cerámico de calidad y prestigio como su correspondiente necrópolis en cueva; en segundo lugar, que estos frágiles hábitats al aire libre, como hemos indicado en otro lugar (Carrasco y Pachón,
en prensa), han desaparecido o se localizan en profundidad, al ubicarse desde la Prehistoria en tierras muy
factibles en los que la agricultura ha mantenido una gran intensidad hasta la actualidad. De aquí la relevancia
y singularidad de los Castillejos de Montefrío, como único referente de estos poblados al aire libre, aunque
con una ubicación topográfica diferente, que ha proporcionado en sus niveles superiores cerámicas pintadas, posiblemente amortizadas, propias por tecnología y morfometría de un hábitat al aire libre; pero sin haberse localizado en sus niveles neolíticos antiguos, en orden a sus orígenes, la muestra cerámica que aquí
investigamos. En general, tanto en Andalucía como en el Sureste y en el área Levantina, no tenemos en la
actualidad datos concluyentes que retrotraigan los orígenes de estos motivos pintados cerámicos más allá
del Neolítico Medio/Tardío. Lo que consideramos anecdótico, pues depictar sobre soportes muebles pétreos
con similares motivos como los representados en las cerámicas, está plenamente comprobado desde el Epipaleolítico/Neolítico Antiguo. En este aspecto, como referente más reciente tendríamos que recordar los cantos pintados de Chaves, con cronología del Neolítico Cardial (Utrilla y Baldellou, 2001-2002). De igual
forma, en las depicciones de los paneles rupestres antiguos encontramos similares motivos a los representados en cerámicas. Es paradigmático, así, dentro del mismo Subbético, el panel “A” de la Cueva del Plato,
Jaén (Carrasco et al., 1985), donde en perfecta conjunción aparecen las mismas depicciones en zigzags,
dientes de lobo, puntos, etc., que en algunas cerámicas levantinas o del Sureste. Por último, en relación con
los factibles paralelos entre cerámicas con motivos pintados y otros de tipo impreso en sus diferentes técnicas, incisas, esgrafiadas, peinadas, etc., la cuestión parece obvia y fuera de lugar, pues todas estas decoraciones pertenecen a un mismo formato. Huelga intentar establecer este tipo de paralelismos, pues
decoraciones cerámicas en cualquiera de sus modalidades, depicciones rupestres y en soportes muebles, no
dejan de ser las mismas expresiones o manifestaciones plásticas propias en origen del Neolítico Antiguo y
Medio, con sus correspondientes pervivencias a lo largo de la Prehistoria Reciente e incluso de la Protohistoria.
Sin embargo, la cronología puntual de estos motivos pintados, como venimos exponiendo, por motivos coyunturales o accidentales, es difícil de precisar para momentos anteriores al Neolítico Tardío/Final.
Por ello, a falta de mejores argumentos, las dataciones absolutas obtenidas de los utensilios orgánicos de
Murciélagos de Albuñol, así como las tipologías cerámicas de Sima de los Intentos y de algún otro enclave,
pueden ofrecer algunos datos sucintos para ampliar esta cronología en fechas absolutas. Aunque, volviendo
a insistir en este aspecto, no cabe ninguna duda de que estas cerámicas pintadas, obviamente, tienen sus orígenes en el Neolítico Antiguo.
Las datas absolutas (cal.) obtenidas de los contenedores orgánicos decorados de Murciélagos (Cacho
et al., 1996) indican una cronología no posterior al Neolítico Medio, e incluso del Neolítico Antiguo evolucionado. Las cerámicas pintadas con bandas de Intentos, asociadas a decoraciones impresas-peinadas,
únicas documentadas hasta la fecha en el contexto peninsular, pueden tener una cronología del Neolítico Antiguo epicardial. Del estrato XV de Carigüela, considerado Neolítico Antiguo, no el más antiguo de su secuencia, existe una fecha absoluta (7010 BP) con dos series iniciadas por encima del 6000 BC
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(6047-6040/6033-5724 a.C.) (Castro et al., 1996). Entre el registro cerámico de este estrato, con un gran porcentaje de impresas cardiales, existen unos fragmentos con el mismo tipo de impresiones con motivos que
combinan bandas horizontales, verticales, dientes de lobo, metopas, zigzags, etc. Apareciendo, entre estas
decoraciones, una banda bien delimitada de pintura a la almagra que no sabemos si constituye un resto de
la que debió tener el vaso en origen, o fue un motivo realizado ex profeso. Restos de pinturas a la almagra
también son muy frecuentes en los registros arqueológicos de las cuevas del Subbético que pudiéramos considerar de los horizontes antiguos neolíticos, pero que desconocemos si formaban parte de motivos concretos, de engobes o de pinturas totales con que se decoraron las superficies de los vasos. En este caso, los
posibles motivos pintados que se han señalado en Murciélagos de Zuheros, también nos llevarían, si tenemos en cuenta la serie de dataciones absolutas obtenidas de su “estratigrafía”, a fases antiguas del Neolítico.
De esta forma, comprobamos cómo, de una u otra forma, las cerámicas pintadas con motivos geométricos
están bien representadas desde los momentos más antiguos del Neolítico a los finales e inicios del Cobre.
Tradición pictórica que se interrumpe en tiempos argáricos, para retomarse con fuerza en ciertos momentos del Bronce Final.
Pero en este mundo de las decoraciones pintadas, a pesar de lo escaso de la muestra estudiada, se
puede con cierta cautela avanzar algún tipo de conclusión general. Por ejemplo, parece que los motivos pintados de las cerámicas, que pudiéramos adscribir grosso modo a los horizontes antiguos del Neolítico, siempre aparecen en combinación con otros realizados con las consabidas técnicas de impresión, incisión,
esgrafiado, etc., etc., formando todas estas manifestaciones decorativas en las paredes de la vasija un conjunto recargado con un cierto aspecto barroco. Por el contrario, parece que las cerámicas pintadas que podríamos fechar a partir de finales del Neolítico Medio/Tardío hasta principios del Cobre solamente presentan
motivos pintados sin combinar con otro tipo de decoraciones, como sucedía en tiempos anteriores. También,
los motivos de bandas, zigzags, dientes de lobo se retoman con fuerza en esta versión pintada; especialmente, los denominados reticulados, más propios de estos momentos tardíos, lo cual es de extrañar pues
muestras cerámicas con decoraciones reticuladas realizadas con otras técnicas, especialmente de incisión,
se conocen desde los primeros momentos neolíticos. Puede señalarse entonces, por lo reciente de su publicación, un gran fragmento con decoración reticulada y técnica de incisión “asociadas con impresiones”,
junto con tratamiento a la almagra, en Cueva del Toro, en su Fase IV (Martín et al., 2004, fig. 32, 2), que
de ser correcta su ubicación y por sus dataciones absolutas podría pertenecer al Neolítico Antiguo.
También son frecuentes los reticulados como decoración básica en ciertos tipos de objetos realizados en hueso que, siguiendo ciertos criterios de clasificación (Vento, 1985; Camps et al., 1990; etc.), podríamos denominar como colgantes, dando en algunos casos cronologías del Neolítico Antiguo. Sin más
detalles, al margen de documentos similares en otros ambientes peninsulares y extra-peninsulares, sólo concretaríamos en este apartado dos de los colgantes recuperados en la Cueva del Canal (fig. 1: 9-10), especialmente el nº 10 que, por configuración y decoración romboidal incisa, se asimila extraordinariamente al
ejemplar documentado en la Sarsa de Bocairent (Pascual Benito, 1998; Pascual Beneyto y Ribera, 1999),
fechado en el Neolítico Antiguo Cardial.
En definitiva, estos esquemas reticulados romboidales, no pintados, están latentes en el viejo trasfondo neolítico de las decoraciones impresas e incisas, que impregnan su antiguo registro cerámico y óseo.
De su trascendencia y continuidad pueden ser indicativos los esquemas que en horizontes posteriores, a partir del Neolítico Final, se repiten en vasos de yeso y alabastro, como en la ollita aparecida en la Cueva del
Canal con decoración reticulada (fig. 2: 4). Un extraordinario recipiente que también formaría parte del
ajuar individualizado de una de las inhumaciones depositadas en su interior.
Pero, al margen de las decoraciones pintadas geométricas de los cestillos de Murciélagos y sus relaciones con las cerámicas pintadas y peinadas, esta cueva también ha proporcionado dos fragmentos cerámicos con decoraciones, que pueden relacionarse con estos recipientes y que, a su vez, pueden constituirse
en soportes muebles de gran importancia para el mundo del esquematismo. Sus motivos, de ser ciertos, esAPL XXVIII, 2010
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pecialmente en el caso de uno de ellos, estarían bien representados en los iconos rupestres y, en menor medida, en los soportes muebles cerámicos desde el Neolítico Antiguo. Las cronologías, que en este caso pueden aportar, no son de gran relevancia, pues los esquemas representados son, en cierta forma, intemporales,
como el mismo esquematismo; aunque es durante el Neolítico Antiguo y Medio cuando alcanzan su máxima
expresión. Sin embargo, estos escasos motivos de raigambre seudo-figurativa, como elementos decorativos
en cerámicas neolíticas y posteriores, han centrado la atención en los últimos años (Carrasco et al., 1985,
Martí y Hernández, 1988; Carrasco et al., 2006; Martí, 2006), con la casi exclusiva finalidad de apuntalar
las cronologías neolíticas de similares motivos depictados en los paneles rupestres, que tradicionalmente se
venían datando en Edad de los Metales. Desde este punto de vista, tendría gran valor uno de los fragmentos cerámicos de Murciélagos, con una representación pintada en rojo, ciertamente controvertida, que para
Gómez Moreno era “algo como animal pintado sobre el barro y brillante, recordando el arte estilizado rupestre” (fig. 3: 1) (Gómez Moreno, 1933). Posteriormente, esta cerámica es de nuevo referenciada por C.
Cacho, cuando indica que en “realidad se trata de los restos de un motivo geométrico pintado del que se conservan varias líneas paralelas, posiblemente inscritas en un triángulo” (Cacho et al., 1996). Por nuestra parte,
no hemos tenido ocasión de comprobar esta cerámica, pero las observaciones realizadas sobre ella por
Gómez Moreno y C. Cacho resultan, en sí, novedosas y, a su vez, controvertidas y contrarias; a no ser que
se describan dos fragmentos distintos. Si la depicción correspondiese a un cuadrúpedo, lo que no extrañaría dada la solvencia de su descriptor G. Moreno, constituiría el primer caso conocido pintado sobre cerámica; todo lo contrario que ocurre con similares representaciones realizadas con otras técnicas de impresión
e incisión que, aunque no son multitud, sí están documentadas en ambientes andaluces y levantinos (Carrasco
et al., 2006; Martí, 2006). Si, por el contrario y como indica C. Cacho, el motivo estuviese configurado por
líneas paralelas inscritas en un triángulo, sería un ejemplo más, dentro del mundo de las cerámicas pintadas
con motivos geométricos. Para nosotros sí tendría un valor añadido: que las dataciones absolutas que se han
obtenido para algunos de los registros ajuáricos de esta cueva, en teoría relacionados con este fragmento,
están dentro del arco cronológico que actualmente se está ofertando para el Neolítico Antiguo y Medio andaluz (Cámara et al., 2005). Lo cual, y a priori, sería en estos instantes novedoso, pues su cronología no bajaría del Neolítico Medio. En el caso de que la depicción correspondiese a un cuadrúpedo, al margen de su
singularidad, no indicaría nada en especial respecto de la cronología del motivo. Sin embargo, si fuese un
motivo geométrico con relleno de líneas paralelas, como piensa Cacho, entonces sí alcanzaría relevancia al
constituir, de momento, el más antiguo ejemplar conocido con estas características.
Finalmente, el segundo fragmento cerámico, al que antes aludíamos, procedente de Murciélagos, sin
lugar a dudas menos trascendente para nuestro trabajo que el anterior pintado, tiene una decoración incisa
con motivo de espiga (fig. 3: 2) (Mengíbar et al., 1983). Este esquema, ampliamente reconocido en los paneles rupestres, así como en las decoraciones cerámicas neolíticas, tiene un similar muy próximo en otra cerámica de la cueva próxima de Las Campanas (fig. 3: 3) (ibíd.), igualmente decorada con pequeñas
incisiones. Sin embargo, los referentes de estos motivos en espiga, más próximos en el espacio, los tenemos
en la Sima de los Intentos (fig. 3: 4-5), realizados mediante peinado, impresión y almagra, de evidente cronología antigua dentro del Neolítico.
Otro punto de reflexión, planteado por el trabajo de C. Cacho, lo constituye el tipo de pinturas utilizadas en las decoraciones de los cestillos, que, en nuestra opinión, tendría una evidente relación con las empleadas en los ornamentos de cerámicas y depicciones de los paneles rupestres. Un dato técnico a tener en
cuenta son los resultados obtenidos de los análisis realizados a los restos de pigmentos que componían estas
pinturas: pese a no estar bien definidos, destaca la presencia de proteínas con un espectro similar al que proporciona la cola de origen animal, posiblemente utilizada como aglutinante, junto con la presencia de silicatos (Cacho et al., 1996: 116). Respecto de las diferentes tonalidades detectadas en la gama de los colores
rojos, indiquemos que también es un fenómeno frecuente entre las depicciones rupestres esquemáticas, significado a veces y justificado, en la mayoría de los casos, por la degradación a que se sometieron en el
tiempo, o bien por sus disposiciones en el interior de los abrigos, con mayor o menor exposición a la inAPL XXVIII, 2010
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Fig. 3. 1, Murciélagos, cerámicas con motivos pintados (Gómez, 1933); 2, Murciélagos, cerámicas con motivos
incisos (Mengíbar et al., 1983); 3, Las Campanas, cerámicas con motivos incisos (Mengíbar et al., 1983);
4-5, Los Intentos, cerámicas pintadas e impresas con almagra.
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temperie. Aunque no tenemos datos muy precisos sobre los pigmentos utilizados para depictar en los abrigos rupestres, intuimos por los restos de oligistos, almagras, etc., a veces asociados a enterramientos, en pequeños contenedores, en hábitats, etc., que los minerales de hierro serían, posiblemente, los que formalizaron
las gamas cromáticas de las paletas pictóricas empleadas. Ripoll, tras análisis específicos, señalaba la presencia de hierro, manganeso, aluminio y cobre en las pinturas levantinas (Ripoll, 1961); componentes que,
junto con el carbón, también se señalaron en pinturas paleolíticas (Cabrera, 1979). Sobre los pigmentos utilizados para tintar tejidos, empleados para la confección de prendas de adorno o de vestir, los Siret ya indicaban para época argárica el uso del cinabrio como materia colorante (Siret, 1890); se trata de un sulfuro de
mercurio, cuyo pigmento es de excepcional calidad. En un análisis por Difracción de Rayos X y A.T.D., que
encargamos hace bastantes años, sobre los pigmentos rojos aparecidos en un resto de tejido procedente de
una tumba argárica de la Cuesta del Negro de Purullena (Granada), se comprobó una composición con base
de cinabrio, jarosita y cuarzo (Carrasco, 1979).
Son datos dispersos, a partir de análisis precisos no homogéneos, pero como indica Sánchez Gómez,
el hombre de la Prehistoria “utiliza los colores que tiene a mano en las formas más naturales; estos son los
pigmentos minerales que posibilitarán colores como rojos, amarillos, negros y, en ocasiones, blancos. Si
existe algún valor simbólico de estos colores, se le ha conferido a posteriori, pues a excepción de alguna zona,
no había otros colorantes, bien por ausencia material o bien por la imposibilidad técnica de obtenerlos”
(Sánchez Gómez, 1983). Desde este punto de vista, los estudios realizados por C. Cacho, sobre las depicciones de los cestillos, indican la presencia de silicatos que bien pudieran tratarse de hierro, al ser muy frecuentes en las Alpujarras. Por otra parte, los ocres ferruginosos constituyen el grupo de pigmentos más
empleados, muy fácilmente localizables en la naturaleza y que apenas requieren elaboración, ofreciendo
gran variedad de matices, desde el bermellón al castaño, del violáceo oscuro al anaranjado, etc. (Beltrán,
1968). Couraud, en un estudio exhaustivo realizado sobre los pigmentos utilizados en la Prehistoria y su
forma de empleo, describe una serie de grupos en relación a minerales y materias orgánicas usadas para las
depicciones parietales y en soportes muebles. En sus investigaciones sobre depicciones en guijarros, también indica la presencia al menos de 12 aglutinantes como son el agua, orina, cola de pescado, goma arábiga, sangre y suero de buey, así como tuétano de cerdo y buey (Couraud, 1988).
Los datos que muestra el estudio de C. Cacho: la grasa animal como aglutinante y la presencia de silicatos, que bien pudiesen ser de tipo ferruginoso, constituyen un punto de partida para comprender algunos componentes de los pigmentos que fueron utilizados, no sólo en las depicciones de los espartos de
Murciélagos, sino, en ciertas cerámicas neolíticas, así como en las pinturas rupestres. En este apartado, recientes análisis elaborados sobre muestras obtenidas de las pinturas paleolíticas de la Cueva de Tito Bustillo (Navarro y Gómez, 2003; Navarro, 2003), indican cómo los ácidos grasos libres, que sirvieron como
aglutinantes de los óxidos de manganeso, hematites, arcillas ferruginosas, óxidos de hierro, silicatos, etc.,
eran más semejantes a los patrones que proporcionan las grasas frescas de animales de tipo vacuno, bovino
y porcino que a aceites de procedencia vegetal.
CONCLUSIONES GENERALES
En las decoraciones impresas, peinadas, incisas y pintadas de los registros cerámicos de las necrópolis neolíticas en cuevas, de igual forma que en los diseños pintados en recipientes orgánicos como los
cestillos e incisos en hueso, existe una cierta unidad conceptual a partir de motivos homogéneos, ampliamente representados en los paneles rupestres esquemáticos. Especialmente, zigzags, triángulos, dientes de
lobo, soles radiados, trazos aislados, motivos en espiga, ramiformes, etc. Faltan sólo, en los casos que nos
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han ocupado, los motivos antropomórficos y zoomórficos, si exceptuamos el posible de Los Murciélagos;
desechado, como hemos indicado anteriormente, por C. Cacho. Existe una evidente conexión ideológica y
cronológica en todos ellos, desde los orígenes del Neolítico Antiguo posiblemente, como depositario de tradiciones más antiguas. En este aspecto, tanto los cestillos de Murciélagos, como las cerámicas de Los Intentos, no dejan de constituir soportes muebles, bien fechados, que dan un firme sustento cronológico a los
similares expresados en los iconos rupestres esquemáticos. Desde este punto de vista, las decoraciones constatadas en los cestillos de Murciélagos, entre el Neolítico Antiguo Evolucionado/Neolítico Medio, adquieren más relevancia. Constituyen un jalón cronológico muy a tener en cuenta, no sólo para situar en el tiempo
similares decoraciones en cerámicas mal contextualizadas, sino para fechar ciertas depicciones esquemáticas de más difícil temporalización.
Al margen de esta unidad conceptual e ideológica, comprobada en la realización de las decoraciones
en cerámica, hueso, piedra, materia orgánica y esquemas rupestres, es evidente que algunos de los motivos
geométricos plasmados en los cestillos de Murciélagos pueden, en el momento actual, marcar algún tipo de
cronología interna para la comprensión de la evolución de diseños similares, y de otros tipos, en las denominadas cerámicas pintadas neolíticas. En este aspecto, podríamos establecer una secuencia evolutiva, en
cierta forma idealizada, que, iniciándose en el viejo trasfondo de las decoraciones a la almagra del Neolítico Antiguo, llegase hasta la diversificación tipológica y decorativa comprobada en el Neolítico Final/Cobre,
con posteriores pervivencias e impulsos en el Bronce Final y períodos posteriores. En este amplio hiato cronológico, que sobrepasaría toda la Prehistoria Reciente, se comprueba cómo en los cestillos de Murciélagos
existen motivos decorativos que pueden adscribirse a los momentos más antiguos de este período; entre
otros, las amplias fajas pintadas, los esquemas en zigzags y los soles radiados, que también se constatan en
las cerámicas antiguas impresas. Los motivos geométricos estrictos, como los esquemas romboidales depictados en los cestillos, con fechas no posteriores al Neolítico Medio, pueden marcar la cronología de otros
similares desarrollados en cerámicas no bien contextualizadas. Sin embargo, otros motivos de claro matiz
naturalista, detectados en uno de los recipientes de Murciélagos, que C. Cacho definía como “puntas de flecha”, no tienen, en nuestra opinión, una filiación próxima ni en el tiempo ni en el espacio. Por lo que deberían ser objeto de una investigación más profunda, de igual forma que la elaboración de una documentación
más exhaustiva de los motivos decorativos de los registros orgánicos de esta cueva, dada su trascendencia
y cronología antigua.
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA
Vol. XXVIII, Valencia, 2010, p. 107-137
Javier CARRASCO RUS (a) y Juan A. PACHÓN ROMERO (a)
Las cerámicas neolíticas peinadas y pintadas
andaluzas y su relación con los soportes muebles
orgánicos de la “Cueva de los Murciélagos”
de Albuñol (Granada)
RESUMEN: Se realiza un breve análisis sobre las decoraciones pintadas de los contenedores orgánicos
de la Cueva de los Murciélagos de Albuñol (Granada) y sus posibles relaciones con expresiones similares en algunos soportes cerámicos y esquemas rupestres neolíticos, en el ámbito andaluz.
PALABRAS CLAVE: Neolítico, cerámica, tipología, almagra, decoración.
Neolithic combed and painted Andalusian potteries and its relationships
with organics portable objects from the ‘Cueva de los Murciélagos’
(Albuñol, Grenade, Spain)
ABSTRACT: The aim of this paper is to analyse briefly the painting decorations found in organic containers from the ‘Cueva de los Murciélagos’ of Albuñol, and its relationships with similar expressions
on some ceramic vessels and schematic rock art during Neolithic in Andalusia.
KEY WORDS: Neolithic, ceramic, typology, red ochre, decoration.
a Universidad de Granada. Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino y Grupo Hum 143 (Consejería de Innovación y Ciencia de la Junta de Andalucía). (jcrus@ugr.es / japr@arrakis.es)
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J. CARRASCO RUS y J.A. PACHÓN ROMERO
INTRODUCCIÓN
En una reciente revisión elaborada sobre los trabajos de investigación relacionados con el registro arqueológico existente de la “Cueva de los Murciélagos” de Albuñol, Granada (Carrasco y Pachón, 2009 y en
prensa), nos ha llamado especialmente la atención uno de ellos, centrado en el estudio de los esquemas decorativos pintados sobre algunos de los cestillos y contenedores de esparto que conformaban parte de los
ajuares individuales de su necrópolis (Cacho et al., 1996). Aspecto ciertamente novedoso, por la precisa
tecnología científica empleada en la investigación de estas decoraciones y sus importantes resultados finales; aunque, tampoco debe olvidarse que existen ciertos precedentes en este apartado. En la segunda mitad
del XIX, Góngora ya señalaba que los restos de tejidos conservados de esta cueva, presentaban colores,
entre los que destacaban el rojo y verde (Góngora, 1868). También, Gómez Moreno publicaba un fragmento
cerámico, que se analizará posteriormente, en el que señalaba un zoomorfo pintado en rojo (Gómez, 1933).
Aún más tarde, al describir C. Alfaro la tecnología empleada en la confección de los distintos cestos y tejidos, así como los trenzados y tramas utilizados en sus elaboraciones, indicaba la presencia de sistemas de
ajedrezado, composiciones romboidales, reticulados, etc., resaltando los diseños geométricos resultantes
(Alfaro, 1980 y 1984). Por último, más recientemente, hemos tenido ocasión de comprobar restos de pintura roja decorando tres de los astiles de caña para engastar puntas de flecha, como ya Carmen Cacho había
resaltado (Cacho et al., 1996). Las decoraciones pintadas que soportan los cestillos fueron, en el caso que
nos ocupa, determinadas por reflectografía de infrarrojos, describiéndose una serie de esquemas, en algún
caso alternando colores más oscuros con rojos intensos, todo referido a diseños geometrizantes entre los
que sobresalen zigzags, rombos, bandas, etc.
En nuestra opinión, son muchas las aportaciones y posibilidades que ofrece el trabajo de C. Cacho
sobre los cestillos como soportes muebles, respecto de la comprensión general de parte de la cronología del
amplio espectro esquemático y su relación con ellos. De igual forma, sus decoraciones de tipo geométrico
presentan claras similitudes con algunos de los esquemas representados en los iconos rupestres y, en cierta
forma, con las que reflejan algunos modelos cerámicos del Neolítico y de tiempos posteriores. Sin olvidar,
por otra parte, que de esta necrópolis en cueva existe una serie de datas absolutas, que podrían aportar precisiones cronológicas, en orden a establecer una secuencia interna para ciertos motivos, especialmente los
de tipo geométrico, plasmados en cerámicas neolíticas, pero que hasta la fecha no han sido muy bien sistematizados.
Sin embargo, a pesar de las posibilidades reales que presentan las decoraciones de los cestillos, como
soportes muebles en relación con los esquemas pictóricos rupestres, o con los mismos motivos decorativos
geométricos de las cerámicas neolíticas, en ningún momento se ha establecido algún tipo de relaciones, bien
de orden cronológico o relativas a similitudes formales. Desde el punto de vista de la comprobación de estas
posibles relaciones, esta inicial investigación, avance de otra más profunda, puede englobarse dentro del
proyecto general que desde hace años venimos desarrollando sobre el Poblamiento Prehistórico en la Cuenca
Alta del Genil, avalado por la Consejería de Innovación y Ciencia de la Junta de Andalucía.
MORFOLOGÍA Y DECORACIÓN DE LOS CESTILLOS
Entre la amplia gama de objetos y útiles recuperados por Góngora en la Cueva de los Murciélagos
de Albuñol, procedentes de excavaciones clandestinas y objeto de estudio con mayor (Góngora, 1969; Alfaro 1980 y 1984; Cacho et al., 1996) o menor éxito (López, 1980), contamos con los cestillos o pequeños
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contenedores realizados en esparto (Stipa tenacíssima L.). Unos humildes vestigios que aportan datos de gran
interés, al margen de otras cuestiones, en orden a las decoraciones que presentan y representan respecto de
similares soportes cerámicos, pétreos y en hueso.
De los análisis técnicos realizados por C. Cacho a toda la colección de piezas realizadas en esparto,
procedentes de esta cueva y depositadas en el MAN, sólo se han constatado decoraciones en siete cestillos
de “pequeño tamaño y boca generalmente estrecha de cuidadísima confección” (Cacho et al., 1996: 107).
Aunque Góngora señalaba más vestigios con estas decoraciones en el conjunto general de las piezas que conformaban los ajuares de la cueva, pero que, posiblemente, han debido perderse en el transcurso del tiempo.
Los cestillos documentados, si exceptuamos uno, responden en general, por sus morfometrías y configuraciones, a un patrón relativamente definido y homogéneo. Son de dimensiones pequeñas y formas caliciformes, con alturas que oscilan entre 13,5 y 6,4 cm y diámetros de boca entre 8,9 y 4 cm. Un séptimo
ejemplar se sale de estos parámetros morfométricos, con una configuración troncocónica de ancha boca (11
cm) y baja altura (4 cm). Todos fueron realizados por medio de la cestería atada, técnica bien descrita por
C. Alfaro (1980). De los esquemas y diseños que decoraban estos recipientes orgánicos, C. Cacho describe
cinco motivos principales, pero siempre en series alternantes que responden a esquemas geométricos: líneas,
bandas, zigzags, rombos y “puntas de flecha” (Cacho et al., 1996: tabla 1 y cuadro 8). En este apartado,
añadiríamos a la serie señalada los motivos radiados y circulares que decoran la base de los ejemplares nº
579 y 581. Según C. Cacho, en estos recipientes, los zigzags se localizan en situación vertical, los romboidales en series diagonales y las puntas de flecha en configuraciones circulares en torno a la base. Todos depictados con pigmentos de tonalidades oscuras y completadas con algunas rojizas.
ESQUEMAS DE LOS CESTILLOS COMO SOPORTES MUEBLES
DE ICONOS RUPESTRES Y DECORACIONES CERÁMICAS
DEL ENTORNO GEOGRÁFICO INMEDIATO
De los esquemas decorativos plasmados en los cestillos, los motivos de zigzags y soles radiados
están bien representados en los iconos rupestres y las cerámicas impresas desde el Neolítico Antiguo, y no
sólo en los ámbitos Subbéticos andaluces, sino incluso peninsular, por lo que huelga referenciarlos aquí. Son
suficientemente conocidos, ya que constituyen formas muy repetitivas dentro del amplio espectro de los esquematismos (Carrasco et al., 2006; Martí, 2006). Por el contrario, el tema de las denominadas “puntas de
flecha” no tiene representaciones nítidas y buscar paralelos, o similares, nos remontaría a otros ámbitos
orientales extrapeninsulares que no vienen al caso.
Nuestro objetivo de relacionar, en una primera fase de estudio, los patrones decorativos de Murciélagos con otros similares del esquematismo rupestre de la zona costera granadina, donde se localiza Murciélagos, intentando conectar al máximo este fenómeno con su poblamiento hacedor y motor de la necrópolis de
esta cueva, ha permitido comprobar la dificultad de esta investigación. La falta de iconos rupestres en esta área
mediterránea es sorprendente, si comprobamos, por el contrario, que la costa malagueña sí los ha proporcionado en un espacio geográfico muy próximo. En este aspecto, la Cueva de Nerja sería el último jalón conocido con manifestaciones rupestres esquemáticas en enclaves próximos costeros, desde Gibraltar, en dirección
Oeste/Este. Pero que no existan este tipo de manifestaciones, cuando hay registros arqueológicos funerarios
como el de Murciélagos (Góngora, 1868), Campanas (Mengíbar et al., 1983), Capitán (Pellicer, 1964 y 1992;
Navarrete, 1976), Intentos (Navarrete et al., 1986), Melicena (Gómez y Fábregas, 1996), Murtas (Malpica,
1995) o Salobreña (Arteaga et al., 1992), etc., no deja de ser un hecho anecdótico y coyuntural, debido más
a una falta de investigación sistemática que a su inexistencia. Pero, al margen de esta circunstancia, la preAPL XXVIII, 2010
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sencia o no de paneles rupestres en estas sierras costeras con posibles esquemas similares a los de Murciélagos, en cierta forma, no indicaría nada relevante en cuanto a su cronología ni a la de la propia cueva granadina. En este sentido, las actuales fechas absolutas que se han obtenido para los cestillos, grosso modo,
ocuparían un arco temporal entre el Neolítico Antiguo y Medio. Cronología coincidente con la que ofrecen
los soportes muebles cerámicos, para similares representaciones en los iconos rupestres (Carrasco et al.,
2006).
Si, en este punto de la investigación, los resultados no han sido relevantes, ni esperábamos en este
aspecto grandes logros, por el contrario, sí se comprueba la existencia de una relación manifiesta entre las
decoraciones de los cestillos de Murciélagos y ciertos registros cerámicos neolíticos procedentes de contextos
funerarios próximos en el espacio que pueden ofrecer otro tipo de datos más precisos en orden a su cronología común. En este aspecto, el registro cerámico proporcionado por la necrópolis en cueva de la “Sima de
los Intentos” de Gualchos (Granada) (Mengíbar et al., 1983), en el hinterland inmediato de Murciélagos, lo
consideramos muy sugerente. De esta sima/cueva pudimos estudiar, hace tiempo, un amplio conjunto de materiales neolíticos de sumo interés, no sólo a nivel local, sino peninsular, por lo excepcional de sus decoraciones y por la realización tecnológica de sus motivos (Navarrete et al., 1986). El material estudiado, casi
exclusivamente cerámico, procedía de una prospección superficial realizada a raíz de su descubrimiento. Posiblemente, se trate de una pequeña muestra del conjunto más voluminoso que, según se conoce, se ha exhumado en distintas ocasiones.
Prácticamente, todas las decoraciones bien de impresiones, de pintura a la almagra, o como técnicas
conjuntas, se asocian a tipos de ollas globulares de pequeño y mediano tamaño, de tonalidades medias y de
pastas bien depuradas, con superficies acabadas mediante bruñido, muy propias de equipos funerarios.
Siendo sobradamente conocida su significación en contextos del Neolítico Antiguo y Medio, son los tipos
de decoración que se asocian a dichas formas en la Cueva de los Intentos; más exactamente, la decoración
de motivos “peinados”, conjugados con impresiones propiamente dichas. Algo que merece algún comentario, en orden a establecer una cronología más o menos precisa en relación con otras similares y con el conjunto de Los Murciélagos, donde comprobamos ciertas evidencias entre los temas pintados de sus cestillos
y estas decoraciones cerámicas.
Entre las cerámicas estudiadas, el mayor número corresponde a vasijas que no poseen decoración. Los
fragmentos decorados lo están mediante técnicas impresas, incisas, de pintura a la almagra y de relieve; un
gran porcentaje lo están mediante la técnica de impresiones en crudo, acompañados muchos de los vasos así
realizados por motivos “peinados”, que se muestran característicos en el yacimiento. Algo menos representativa es la cerámica decorada con incisiones, resultando poco significativa en el conjunto la que lo está
mediante relieve. La decoración por aplicación de pintura roja a la almagra no aparece en ningún caso como
exclusiva, sino que en los pocos ejemplares donde la encontramos se asocia a decoraciones de impresiones.
Las cerámicas decoradas con impresiones no lo fueron nunca mediante concha y sí, en la mayoría de los
casos, mediante un instrumento dentado de tipo peine, cuya mayor o menor inclinación al presionar sobre
la pared de la vasija provoca un ángulo distinto que origina huellas de diferente longitud, profundidad y
forma. Muchos motivos aparecen en conjunción con improntas de dientes, logradas mediante la aplicación
perpendicular o algo inclinada de los mismos, de modo que las líneas continuas obtenidas del arrastre del
peine, en plano muy agudo con respecto a la pared, originan motivos “peinados”, cuya huella en la arcilla
blanda resulta en general muy superficial. Los motivos combinados, de impresión de púas y “peinado”, forman frecuentes esquemas en zigzags y triángulos verticales que, partiendo desde la misma línea del borde,
suelen ocupar el tercio superior de la vasija (Navarrete et al., 1986: figs. 76-77 y 81). Mientras en algunos
de ellos las improntas de las púas, que delimitan y combinan con las propias del arrastre del peine, son cortas y profundas, obtenidas por la aplicación casi vertical (Navarrete et al., 1986: figs. 76-77 y 79); en otros,
son más superficiales y largas, por su aplicación sobre un plano más inclinado (Navarrete et al., 1986: figs.
78, 80-81 y 83-84).
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Así, en relación con la decoración que presenta un cestillo de Murciélagos, tendríamos que destacar
la del fragmento nº 82, perteneciente a la panza de una vasija de fondo esférico y paredes muy finas, donde
el motivo es sólo de líneas peinadas en zigzags verticales, que se prolongan hasta el tercio inferior de la
misma. El mismo fragmento presenta la peculiaridad de ofrecer dos bandas de algo más de un centímetro
de ancho pintadas con almagra, entre las que se dispone a desigual distancia el motivo peinado (fig. 1: 1).
Este diseño de zigzags, ocupando el espacio principal de la vasija, es muy similar al que describe C. Cacho
en la decoración que presenta el cestillo inventariado del MAN (nº 584). También los cestillos nº 580, 581,
582 y 585, presentan como decoración, casi exclusiva, anchas bandas pintadas verticales, oblicuas y horizontales, similares a las representadas en el fragmento anteriormente descrito de Los Intentos, en las que centran el motivo de zigzags. En los cestillos, estas bandas pintadas pueden ser motivos exclusivos y, otras
veces, se conjugan con otros, dando resultados más complejos. De igual modo, cuatro de los cestillos nº 579,
581, 582, 585 que conservan el borde muestran una decoración de pequeñas líneas pintadas verticales que
lo delimitan, a veces alternando trazos cortos y largos. En el caso nº 581, los pequeños trazos pigmentados
verticales delimitan espacios, alternando franjas pintadas estrechas o anchas. En las cerámicas de Los Intentos, principalmente entre las que presentan motivos incisos, que como es de suponer no son exclusivos
de este yacimiento, hay una amplia serie de vasijas con decoración de cortos trazos incisos verticales en
línea, que pueden arrancar del borde, delimitándolo del resto de la superficie del recipiente y, otros, que delimitan zonas concretas de la vasija.
Al margen de las evidentes similitudes que ofrecen las decoraciones de los cestillos de Murciélagos,
como las de parte del registro cerámico de Intentos, hemos de insistir en otros aspectos relacionados con las
características técnicas de este último, en orden a establecer una posible cronología interna entre ellas. Así,
en principio, comprobamos que el tipo de cerámicas impreso-peinadas, que define básicamente el enclave
de los Intentos como elemento más característico y novedoso, no sólo no posee una situación estratigráfica
en el Neolítico de la región, sino que no se ha registrado hasta el momento en ningún caso o lo ha sido muy
dudosamente, por estar ausente o por no haber sido reconocida esa decoración peinada como tal. En consecuencia, y en ausencia de precisiones estratigráficas y de paralelos tipológicos en contextos geográficos y
culturalmente próximos, la valoración de dichas cerámicas habrá de hacerse atendiendo al propio contexto
en que se insertan. Contexto poco definitorio, si se aprecian las características del resto del conjunto cerámico y los paralelos más lejanos, que por similitud técnica y temática puedan referenciarse.
Abundando en este aspecto, aunque existen aproximaciones estilísticas entre las decoraciones realizadas por impresión de púas o dientes en cerámicas de contextos neolíticos paralelos a los del Neolítico de
la Alta Andalucía, como los del Neolítico del País Valenciano, no creemos que pueda establecerse una relación directa entre las cerámicas decoradas con “peinado” o por arrastre superficial de un instrumento tipo
peine de nuestro yacimiento y las llamadas cerámicas “peinadas” del Neolítico valenciano/catalán. Este último tipo de cerámicas, cuyo dudoso carácter de decoradas propiamente dichas, o tratadas en superficie de
tal forma, fuera ya planteado por B. Martí a propósito de su presencia en la Cova de l’Or (Martí et al., 1980),
es esencialmente diferente; tanto por su aspecto formal, como por sus características de fabricación (superficies poco cuidadas, uso de desgrasantes de gran tamaño, etc.). En cuanto a su marco cronológico, en Cendres la técnica del “peinado”: “que había comenzado a adquirir una cierta importancia a finales del V milenio
A.C., irá progresivamente aumentando su incidencia hasta que al final del Neolítico Medio se convertirá en
la técnica dominante, perdurando incluso cuando prácticamente habrán desaparecido las restantes decoraciones epicardiales” (Martí y Juan Cabanilles, 1987).
Concretando algo más, el Nivel VII de Cendres, que no encuentra paralelos en la secuencia de l’Or,
y que documenta una etapa con decoraciones dominantes peinadas aunque también tengan una cierta significación las incisas y las de relieves, lo sitúa cronológicamente J. Bernabeu, en su propuesta secuencial para
el Neolítico meridional valenciano, en el Neolítico IB (Fase IB2, ca. 4200-3700/3600) (Bernabeu, 1988). El
mismo autor señala la ausencia de paralelos estrechos para dicha fase en el Sur de Francia y en Andalucía,
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J. CARRASCO RUS y J.A. PACHÓN ROMERO
Fig. 1. 1, Cueva de los Intentos; 2, Cueva Alta de Montefrío, cerámica pintada con motivos reticulados
(Moreno Onorato, 1982); 3 a 5, Peña de los Gitanos (Arribas y Molina, 1979); 6, Cueva del Toro (Martín et al.,
2004); Cueva del Canal, vasos pintados (7-8) y colgantes con decoración reticulada (9-10).
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a la vez que indica las posibles relaciones existentes con cerámicas peinadas más o menos bien representadas, junto a decoraciones en relieve y escasas incisiones, en yacimientos catalanes como la Font del Molinot (Mestres, 1981) y la Cova del Toll (Guilaine et al., 1981). En niveles que corresponderían, según Guilaine
(1984), con una etapa post-epicardial situada en la secuencia evolutiva del Neolítico catalán, entre el Epicardial y la etapa Montboló Puro, caracterizada básicamente por el desarrollo de cerámicas lisas.
En Cendres continúan las decoraciones peinadas en el Nivel VI (Neolítico IC), e incluso en la primera parte del Neolítico II, ya junto a cerámicas esgrafiadas (Nivel V de Cendres y III de l’Or), para desaparecer en la segunda parte de esta etapa cuando ya es neto el predominio de cerámicas lisas. Un momento
cronológico similar, al de esta última etapa de Cendres, fue inicialmente propuesto por Fortea para las cerámicas peinadas levantinas (Fortea, 1973).
Las anotaciones estilísticas y cronológicas que anteceden, referidas a las cerámicas peinadas de las
áreas más próximas, deben tenerse en cuenta para poder valorar las decoraciones con peine de la Sima de
los Intentos. Insistimos, no obstante, que, parcialmente considerado, el efecto decorativo puede tener alguna relación, o la técnica empleada puede ser semejante; pero abordadas en conjunto, nuestras cerámicas,
y atendiendo a sus características técnicas, a la combinación de peinado e impresiones de instrumento, a la
presencia en algunas de pintura roja a la almagra, etc., ofrecen un aspecto global ciertamente distinto.
Los paralelos más estrechos son los que pueden establecerse a nivel técnico, así como en la temática
de algunas cerámicas decoradas mediante impresión de instrumento y peinado. Esto ocurre con los hallazgos del yacimiento francés de la isla Corrège, en Port-Leucate (Aude), asociados a cerámicas con decoración impresa cardial y con decoración plástica que, en algunos casos, muestran verdadera identidad de
motivos (Freises et al., 1976). Aunque la mayor parte del material es atribuido a un Neolítico Antiguo, los
investigadores anotan la imposibilidad de precisar si la decoración “peinada”, que da originalidad al sitio en
relación con otros yacimientos franceses y españoles con los que podría paralelizarse (Or, Sarsa, etc.), es sincrónica de la decoración cardial o si corresponde a una secuencia evolutiva distinta.
Como en el caso del enclave francés, las decoraciones que comentamos proporcionan también una
evidente originalidad a la Cueva de los Intentos, máxime cuando aparecen asociadas a la decoración mediante
pintura roja a la almagra, tan característica del Neolítico andaluz. Ello, junto con la presencia en el contexto
de decoraciones impresas de instrumento que, como venimos repitiendo, se asocian en los mismos fragmentos con motivos peinados que tan alta representatividad tienen en el horizonte postcardial regional; así
como las formas primarias típicas de la ficticia Cultura de las Cuevas con Cerámica Decorada, sobre las que
se desarrollan dichos tipos decorativos, son elementos para considerar en la valoración del conjunto. Tales
datos llevarían a ubicar las cerámicas impreso-peinadas del yacimiento granadino en un momento relativamente antiguo del Neolítico de Andalucía Oriental, a partir de la segunda mitad del VI milenio (ca.), siendo
el de mayor significación de las cerámicas impresas no cardiales. Dicha cronología coincidiría, en cierta
forma, con la propuesta para las cerámicas peinadas levantinas en su primera fase de desarrollo (Bernabeu,
1988); en la que están conjuntamente representadas, con menor significación, las cerámicas incisas y las de
relieve, tipos que también se registran en Intentos, aunque no sabemos si formando parte del mismo contexto estratigráfico, ante la falta de evidencias más precisas. Nos encontraríamos, en suma, ante cerámicas
que, con un aire propio y caracteres básicamente diferentes, muestran paralelos técnicos y cronológicos
como las cerámicas peinadas catalanas y levantinas, que perduran hasta los últimos momentos neolíticos.
Estas cerámicas de Los Intentos tienen relaciones evidentes, en algunos casos, con las decoraciones
de los cestillos de Murciélagos. El uso de ciertos tipos de pinturas y esquemas decorativos similares, en
unas y otros es evidente, pudiendo corresponder a un horizonte cultural similar. Anterior al de las cerámicas decoradas pintadas exclusivamente con esquemas reticulados del Neolítico Medio/Tardío, pero más conectado con el mundo antiguo de las almagras, con las impresas antiguas postcardiales y con dataciones
absolutas entre el VI milenio y la primera mitad del V a.C. Serían propias de un Neolítico Antiguo evoluAPL XXVIII, 2010
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cionado o epicardial/Neolítico Medio, similares en cierta forma a las proporcionadas por los espartos de
Murciélagos, de parecidas cronologías según sus últimas dataciones por C14 (Cacho et al., 1996). De cualquier forma, mientras no haya un registro más amplio y sin disponer de referentes estratigráficos, es aventurado precisar su posición en la secuencia evolutiva regional.
Por último, insistiendo en este punto hemos de señalar la presencia de estas cerámicas peinadas en
dos yacimientos andaluces próximos, que en cierta forma vienen a confirmar su cronología antigua. Nos referimos a “Los Castillejos” de Montefrío y “Cueva del Toro” de Antequera. Del primero de ellos, con una
estratigrafía fiable, se ha estudiado una escasa proporción de cerámica cardial y peinada en la Fase I, considerada del Neolítico Antiguo evolucionado con dataciones absolutas de la segunda mitad del VI milenio
(Cámara et al., 2005). Del segundo, se indican cuatro fragmentos dudosos en su Fase IV, que los autores paralelizan con fragmentos aún mas dudosos de la Cueva de la Pulsera (Antequera, Málaga) y Murciélagos de
Zuheros (Martín et al., 2004). De todos modos, y extrañamente, estas últimas decoraciones peinadas en ningún caso se citan en el estudio monográfico realizado sobre las cerámicas procedentes de las cinco campañas de excavación efectuadas en la Cueva del Toro (González, 1990). Según su documentación gráfica,
expuesta en la Memoria Final (Martín et al., 2004), entrarían, en nuestra opinión, posiblemente más en el
patrón de las incisas que en el de las peinadas, con diferencias ostensibles en todos los niveles, en relación
con las de Intentos.
Siguiendo con el tema de las similitudes y los soportes muebles, las formas romboidales en diagonal que presentan los motivos del cestillo nº 579, no se conocen entre las cerámicas de Intentos. Sin embargo,
sí tenemos esquemas parecidos entre las decoraciones de otras, procedentes de distintos enclaves neolíticos
andaluces próximos y de otros ambientes peninsulares más lejanos, incluso extra-peninsulares cercanos.
Los mismos esquemas se reflejan en vasos de piedra y en cerámicas, con técnicas incisas y esgrafiadas.
Pero casi la totalidad de los yacimientos, que proporcionan cerámicas con este tipo de esquemas pintados,
se han situado sin mucha convicción a partir del Neolítico Final. No así las vajillas que reflejan estos mismos esquemas con técnicas incisas y esgrafiadas, que deben situarse en momentos anteriores, dentro de las
propias tradiciones decorativas antiguas del mal denominado Neolítico de Cuevas; que, como hemos comprobado (Carrasco y Pachón, 2009 y en prensa), sólo se ha fundamentado en registros funerarios de necrópolis en cuevas sin contextualizar.
Estos motivos decorativos, novedosos y polémicos en cuanto a su sistema de representación pintada,
decoran esporádicamente cerámicas localizadas en contextos necropolares no bien definidos de las cuevas
andaluzas y cronologías que se han venido situando en el ambiguo Neo-eneolítico. Frente a ellos, la excepción la marca en Andalucía el conjunto arqueológico de los “Castillejos” en las Peñas de los Gitanos de
Montefrío, Granada (Arribas y Molina, 1979), que, al margen de otros enclaves al aire libre que también las
han proporcionado, constituye la referencia más fiable que para su estudio tenemos actualmente en Andalucía. Aunque, en nuestra opinión, las cerámicas procedentes de este enclave sólo hacen alusión a un momento, relativamente tardío, de su desarrollo evolutivo en el Neolítico. Desde este punto de vista, vamos a
realizar un breve comentario sobre sus cerámicas pintadas, que no son multitud, pero sí de sumo interés
para la investigación que realizamos.
El primer hallazgo de estas cerámicas en el hábitat de Montefrío se conoció en las excavaciones que
Tarradell, a finales de los años cuarenta, realizó en la Cueva Alta de Los Castillejos. Del estrato 7 del Nivel
III de su estratigrafía describe un fragmento cerámico con decoración pintada de reticulados o enrejados en
rojo oscuro sobre pasta de color “rojo amarillento” (fig. 1: 2) (Tarradell, 1952: fig. 8). Esta cueva se localiza justo debajo de lo que podríamos denominar estratigrafía fuerte del poblado, en una evidente interconexión con ella. Pudiéndose justificar sus potentes depósitos, bien por filtraciones del asentamiento situado
en su parte superior, bien por haber sido utilizada como necrópolis en algunas fases de ocupación del poblado.
En su momento, Tarradell, sin mucha consistencia estratigráfica ni tipológica, le atribuyo a esta cerámica una
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cronología del Bronce I, algo muy propio en su época. Posteriormente, se ha situado en un contexto similar
al del Neolítico Final del poblado de Los Castillejos, que puede ajustarse mejor a la realidad.
En la monografía de 1979 sobre las excavaciones realizadas ocho años antes en este hábitat, Arribas
y Molina documentaron en un transfondo de cerámicas a la almagra con otro tipo de decoraciones, tres fragmentos pintados en los niveles VC, VA y IVB de su estratigrafía, considerados en su momento del Neolítico Final (VC y VA) y Cobre Antiguo (IVB) (Arribas y Molina, 1979: figs. 132, 302 y 534). Estos
ejemplares fueron descritos como pertenecientes a vasijas de gran y mediano tamaño, con paredes toscas y
alisadas. Los motivos descritos, en cierta forma de similares características, están conformados por amplias
bandas que en el primero de los casos (fig. 1: 3) configuran un ángulo oblicuo en color rojo sobre el fondo
claro de la vasija. En el segundo (fig. 1: 4), se comprueban dos amplias fajas paralelas con signos de espatulado y similares tonalidades como en el anterior ejemplar. El tercer fragmento (fig. 1: 5), amorfo, está decorado en su exterior con pintura roja a la almagra, y en su interior, de color beige, aparece pintado un
motivo compuesto por una sola banda de similar coloración a la descrita para su superficie exterior. La importancia de estas cerámicas, quizás las primeras que se conocían en contexto estratigráfico, motivaron que
sus descubridores realizasen un estudio pormenorizado sobre ellas (Arribas y Molina, 1979: 61-68). En síntesis, y rompiendo con el paradigma difusionista de la época, destacaron la existencia de un grupo de cerámicas pintadas anterior al de la Edad del Cobre (Millares I). Grupo constituido por “los fragmentos de
Montgó, Campo Real y Montefrío caracterizado por motivos oscuros sobre fondos claros, aplicados a vasijas grandes o medianas y de tosca factura” que aparecen en contextos del Neolítico Tardío. En nuestra opinión, estas conclusiones constituyeron para aquella época una gran aportación, aunque hoy día podrían ser
objeto de alguna matización. En primer lugar, no sabemos la cronología precisa de las cerámicas pintadas
de la Cova Ampla del Montgó (Lafuente, 1959; Salva, 1966; Soler, 2002 y 2007). Recordemos que esta
cueva debió usarse como necrópolis en momentos, al menos, desde el Neolítico Antiguo y hasta la Edad del
Cobre. Debiendo constituir sus cerámicas pintadas parte de los ajuares de los enterramientos, por lo que
desconocemos de forma fiable su cronología dentro del Neolítico de la región. En otro sentido, Campo Real
no deja de ser sino una necrópolis en fosas más que lo que se ha venido definiendo como “campo de silos”.
Aquí, en contextos cerrados, las cerámicas pintadas se asocian con otros tipos lisos como las fuentes carenadas de paredes rectas, bien fechadas en diferentes ambientes andaluces, especialmente en la secuencia de
Montefrío que, en el caso que nos ocupa, pueden ser más definitorias en lo cronológico que los propios modelos pintados, dentro del Neolítico Tardío/Final.
Con posterioridad a estos hallazgos, en 1993 se realizaron nuevas campañas de excavación y acondicionamiento en Los Castillejos de Montefrío, documentándose de nuevo en estratigrafía seis fragmentos
cerámicos pintados, al menos, que pertenecen a un mínimo de tres vasijas con motivos en casos más barrocos y, en cierta forma, más novedosos que los procedentes de las excavaciones de 1979. Estas cerámicas,
sobre las que haremos unos breves comentarios y discutiremos algunas de sus cronologías absolutas, las
conocemos por la amabilidad de nuestros compañeros F. Molina, J.A. Cámara y J. Afonso.
Del estrato 16b, final de la Fase IV (Estratos 15-16a-16b) considerada por sus investigadores del Neolítico Final (Cámara et al., 2005), aparecieron dos fragmentos con borde, pertenecientes a una olla de paredes entrantes y labio de borde marcado. La superficie exterior, bruñida, es de color marrón claro y los
motivos pintados se concretan en amplios espacios con forma de trapecios sin decorar que alternan con otros
de similar forma pero pintados (fig. 2: 1). Los espacios interiores de estos se rellenan con un enrejado de factura no muy homogénea, pues los reticulados resultantes, unas veces se conforman con líneas rectas paralelas cruzadas por otras oblicuas y otras con líneas oblicuas paralelas entre sí, en color rojo muy oscuro. La
pasta interior es harinosa y compacta, mientras que la coloración de la superficie, así como el de los motivos pintados es muy similar al del fragmento obtenido por Tarradell en la Cueva Alta. El estrato 16b, en una
reciente datación por C14 ha sido fechado en el 3350-3020 A.C. (2 σ). Del estrato 13, intermedio de la Fase
III (Estratos 12-13-14) relacionado por los investigadores con la fase media del Neolítico Tardío (Cámara
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Fig. 2. 1 a 3, Peña de los Gitanos (Arribas y Molina, 1979); 4, Cueva del Canal, vaso de piedra con motivos reticulados.
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et al., 2005), procede un fragmento amorfo de superficie alisada beige clara-amarillenta con decoración pintada de finas guirnaldas paralelas verticales en rojo oscuro (fig. 2: 2). La pasta escamosa con la misma coloración que la de superficie, presenta finos desgrasantes de micasquistos. Existe una última datación por
C14 para este estrato del 4240-3970 A.C. (2 σ). El estrato 12, más antiguo de la Fase III, considerado Neolítico Tardío (Cámara et al., 2005), ha proporcionado tres fragmentos amorfos de una gran vasija. La superficie es amarillenta, alisada y la textura harinosa oscura. La decoración pintada en cierta forma
desorganizada, está compuesta por grandes bandas horizontales u oblicuas y entre ellas finas bandas o líneas
que las unen formando un enrejado irregular. El color de la pintura es un rojo ocre claro no muy uniforme
(fig. 2: 3). Para este estrato no hay dataciones absolutas, pero sí del estrato anterior (11b) que se remonta a
finales del VI milenio. En resumen, la secuencia de Montefrío en el momento actual sólo indica una seriación de cerámicas pintadas desde fines, posiblemente, del Neolítico Medio/Tardío hasta la Edad del Cobre.
Aunque es factible que cuando se haga el estudio final de su registro arqueológico, se amplíe en origen.
Recientemente se ha publicado la Memoria Final de las excavaciones realizadas en la Cueva del Toro
(Antequera, Málaga), en la que se ha señalado la presencia de un fragmento de pared de vasija decorada con
diseños de rombos “en marrón oscuro sobre fondo claro” (fig. 1: 6) (Martín et al., 2004: fig. 55, 2). Con anterioridad, en un estudio específico sobre la cerámica de esta cueva, uno de los autores de la monografía, al
contextualizar este fragmento en el registro cerámico general de esta fase señalaba que “la cerámica decorada va a mantener en líneas generales los mismos motivos que durante el Estrato IV, destacando las series
de líneas paralelas, trazos incisos oblicuos al borde, líneas sin orientación alguna que recorren gran parte de
las superficies de los vasos, incisiones que enmarcan otras líneas oblicuas paralelas entrecruzadas. Impresiones fundamentalmente a base de puntillados, existiendo, también una pieza realizada por medio de una
concha que, algunos investigadores consideran como ‘cardialoide’”. También destaca la presencia de la
combinación de incisiones e impresiones formando motivos diversos, donde destaca la conocida como
“punto y raya”. Por último, como única pieza identificada en toda la estratigrafía, “un fragmento pintado a
base de pintura roja que forma un motivo de líneas entrecruzadas” (González, 1990: 32). De igual forma,
se incluye el estudio y representación de una cuenta de piedra en forma de bellota procedente del estrato IV,
que los investigadores consideran ejemplar único en el Neolítico Andaluz (Martín et al., 2004: fig. 107, nº
34). Efectivamente, si tuviésemos en cuenta la cronología antigua que indican las dataciones absolutas obtenidas para esta fase, y no supiésemos que con anterioridad los mismos autores la habían situado fuera de
estratigrafía, junto con un segmento de circulo como “piedras procedentes de los sectores alterados por los
clandestinos” (Martín, Cámalich y González, 1985: fig. 3a), podríamos considerar acertadas sus afirmaciones. Aunque esta pieza tampoco es única en Andalucía, pues existe una similar procedente del ajuar de una
cueva artificial de Gilena, Sevilla (Cruz-Auñón y Rivero, 1986).
En otro sentido, con objeto de contextualizar mejor el fragmento cerámico pintado de este estrato III,
al comprobar el contenido del yacimiento no se ofrecen nítidamente los registros cerámicos de estas dos
fases, que González Quintero describe globalmente en el Neolítico Final, con paralelos andaluces insuficientemente ajustados y en algún caso sorprendentes, como el ejemplo de Catorce Fanegas y Molaina como
referentes del Neolítico Final, pero que evidentemente responden a registros arqueológicos mucho más antiguos, especialmente el primero de ellos; al margen de su condición de hábitat, cuestión dudosa en Toro.
Por el contrario, en la Memoria Final de estas excavaciones se quiere singularizar y diferenciar dos fases:
B y A, que no se sabe si corresponden a un Neolítico Tardío y Final o, como globalmente indican los autores, a un “Neolítico Reciente”. El tema, de igual forma que la misma configuración y conformación de la
estratigrafía general de la cueva, así como los modelos explicativos e hipótesis propuestas para explicar sus
registros arqueológicos, necesitaría de un análisis más profundo, que aquí es imposible, pero del que ya
hemos avanzado algunas aproximaciones sobre aspectos puntuales y “novedosos” (Carrasco et al., 2009; Carrasco y Pachón, en prensa). Insistimos en este aspecto por la trascendencia e incidencia que sobre la región
podrían tener en trabajos futuros de investigación los resultados, análisis y modelos explicativos propuestos por los autores de la excavación.
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En síntesis, puede comprobarse a priori la complejidad estratigráfica de la cueva, consecuencia de movimientos tectónicos, cataclismos, discontinuidad en la ocupación, utilización por “rapaces nocturnas”, alteraciones de estratos por remociones modernas, posible arrastre y trasvase de materiales y de gran cantidad
de huesos humanos, sin conexión entre sí y sin orientación anatómica, principalmente en los estratos o Fases
III y IV (Martín et al., 1985), de los que pocas noticias tenemos en la Memoria Final. En ella, el registro cerámico de la Fase IV básicamente está representado por cerámicas con motivos decorativos de la más diversa etiología que bien pueden corresponderse con horizontes del Neolítico Antiguo y Medio andaluz. El
problema de estos registros cerámicos es que, tradicionalmente cuando no se han documentado en ellos impresas cardiales, automáticamente han sido adscritos sin otras argumentaciones al Neolítico Medio o incluso Final. Aunque esta situación en último caso no se comprueba en Toro, donde se describen cardiales y
“cardialoides”. Pero, al margen de esta circunstancia, en la documentación gráfica reflejada en la Memoria
el grueso de las cerámicas son decoradas, cuando un estudio específico anterior sobre ellas indicaba que constituían un 20% del total del estrato (González, 1990: 11). Este porcentaje parece que baja en el Estrato III,
considerado Neolítico Final y donde –según este mismo autor– se mantienen las mismas tradiciones decorativas o hay una cierta continuidad con el Estrato IV. Sin embargo, en la Memoria prácticamente el grueso
de la cerámica representada es lisa, con la característica diferenciadora de la aparición en el momento final
de la subfase IIIA de las fuentes carenadas, en contraposición con las de borde engrosado de los inicios de
la Fase IIB, ya consideradas del Cobre; todo bien dispuesto, pero en nuestra opinión, sin entrar en otro tipo
de argumentaciones, irreal a todas luces.
Sustancialmente, estamos ante una estratigrafía que pretende ser “correcta”, pero con estereotipos diferenciadores nítidos y sesgados, como las cerámicas con decoraciones y cronologías inciertas del Neolítico
Antiguo/Medio. Circunstancias que caracterizarían la Fase IV o Neolítico Pleno, junto con cerámicas lisas
inespecíficas del Neolítico o Cobre, más el añadido de la presencia en su momento final de fuentes carenadas de paredes rectas, aisladas de otras fuentes con las que suelen aparecer, correspondientes grosso modo
al Neolítico Reciente o Fase III, en contraposición con las fuentes bajas de labio engrosado y derivadas que
marcarían la Fase II o Cobre Antiguo. A nuestro parecer, un mejor conocimiento de estos registros y similares argumentos al de sus excavadores, permitirían ampliar los márgenes de la secuencia, pudiéndose iniciar en un momento más antiguo, posiblemente del Neolítico Antiguo Epicardial y concretándose también
más precisamente las posteriores etapas del Neolítico Medio, Tardío y Final, así como del Cobre. Sin embargo, la secuencia propuesta está avalada por una serie de argumentaciones basadas en el estudio de una
industria lítica sesgada, una fauna poco indicativa y mal interpretada por los autores, junto a una producción
ósea con “útiles estrella” como los supuestos “tensadores textiles”; utensilios que han sido objeto de un reciente estudio, en el que hemos justificado su nula relación con la actividad textil propuesta insistentemente
por aquellos investigadores (Carrasco et al., 2009).
Con independencia de lo expuesto, los excavadores afrontan sus conclusiones con la intención de dar
contenido y contextualización a los registros arqueológicos, llegando a convertir el yacimiento, sin muchas
posibilidades de hábitat, en el único asentamiento neolítico en cueva conocido en todo el Sur Peninsular. En
él, a partir del VI milenio a.C., se describe una artesanía in situ centrada en la producción de lana y sus derivados textiles, consumo de leche, carnes ahumadas, elaboraciones peleteras, esteras, cerámicas, etc.; situación que podríamos debatir y rebatir sin mucha dificultad, dada la endeblez de muchos de los argumentos
esgrimidos por los excavadores. Al respecto, indicaremos que el análisis micro y macro espacial que desde
hace años realizamos de las cuevas andaluzas, especialmente del sector oriental, con un cómputo de más de
un centenar, evidencia que Toro no debió tener una funcionalidad sensu stricto de hábitat durante el Neolítico, sino de necrópolis conformada por los sucesivos enterramientos que debieron realizarse paulatina e intermitentemente en ella, especialmente entre el VI y III milenio a.C. Tampoco puede excluirse que, a lo
largo de su amplia vigencia de uso, la cueva fuese ocupada ocasionalmente por cierta población pastoril, por
cazadores incursos en actividades estacionales cinegéticas o, en último caso, por huéspedes de un redil circunstancial para el ganado. Pero su misma localización en terreno quebrado, a 15 km o más de distancia de
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las factibles tierras agrícolas, su falta de recursos autóctonos inmediatos, la escasez de agua o su propia configuración interna, la excluyen o imposibilitan para haber sido usada como hábitat permanente.
En este aspecto tendríamos que recordar las reflexiones de González Quintero en relación al estatus
agrícola de Toro cuando sugería que “normalmente los asentamientos que poseen una plena actividad agrícola estarán enclavados en zonas cercanas a tierras fértiles y bien regadas, indicándose límites para enmarcar el terreno de explotación de una comunidad. De tal manera que existen tierras relativamente alejadas,
pero siempre dentro de un radio de acción de 1 hora aproximadamente de distancia desde el lugar de habitación. Sin embargo, hay que tener en cuenta las diferencias orográficas del terreno, de ahí que esta delimitación se establezca como modelo estándar. Atendiendo a estos criterios, la cueva del Toro podría formar
parte de estos yacimientos agrícolas, pues si bien la Sierra de El Torcal no permite el desarrollo y crecimiento
de los cultivos agrícolas identificados en el yacimiento, sí existe en su pie de monte y en las amplias vegas
que la circundan suficiente terreno apto para tales fines” (González, 1990: 20-21). Criterios que acaban resultando falaces, porque evidentemente no se cumplen en esta cueva, donde informaciones de pastores actuales de la zona coinciden al indicar que el trayecto desde la misma a tierras favorables no baja de las tres
horas y media de camino.
En otro sentido, las concentraciones de restos óseos humanos aparecidos en la cueva, no muy bien
reflejados en la Memoria final, indicarían su uso necropolar. De igual forma, el registro arqueológico obtenido, sin mayores especificaciones, tiene un cariz más funerario que habitacional. Y aunque, tradicionalmente, se ha admitido que estas cuevas andaluzas tuvieron una funcionalidad compartida de necrópolis/
hábitat, los datos permiten comprobar que no hay una correspondencia con la auténtica realidad (Carrasco
y Pachón, en prensa). Los escasos hábitats al aire libre que se conocen del Neolítico Antiguo/Medio en la
región no muestran restos de actividades funerarias, ya que estas prácticas, entre otras no bien especificadas, las desarrollaban en las cuevas de los inmediatos entornos montañosos. Fenómeno que no sería exclusivo de la cueva del Toro, sino que llegó a afectar a casi la totalidad de las cavernas localizadas en las
Cadenas Subbéticas, principales estribaciones montañosas de Andalucía Oriental.
La dualidad, necrópolis en cuevas y hábitats permanentes al aire libre, en tierras fértiles o próximas
a ella de la fase antigua y media del Neolítico, consideramos que es una realidad a considerar, más que una
posibilidad. Aunque la frecuente existencia de registros funerarios descontextualizados en cuevas y, a su vez,
el desconocimiento de los primeros asentamientos al aire libre que los posibilitaron han favorecido el tradicional “Neolítico en Cuevas con Cerámica Decorada”, de amplia aceptación en la investigación oficial de
los últimos años, aunque sin excesivas bases contrastables en el registro arqueológico; es evidente que las
tradiciones bibliográficas, así como las estratigrafías reelaboradas, han ocultado la realidad. Por último, en
ocasiones se ha querido justificar la condición de hábitat de estas cuevas por la aparición en ellas de fauna,
industrias líticas pesadas relacionadas con la molturación, acumulaciones de grano, aparición de fuegos,
etc. Estos vestigios no contradicen en nada la opinión sobre la función necropolar de las cuevas: en primer
lugar, porque desconocemos los rituales de enterramiento llevados a cabo; en segundo lugar, porque los registros conocidos están sesgados, faltando especialmente los de cariz orgánico, si exceptuamos los procedentes de Murciélagos de Albuñol y, en definitiva, porque las características funerarias observadas en estas
cuevas pueden responder a situaciones muy diferenciadas, especialmente motivadas por el tipo de poblamiento que las utilizó como necrópolis y su intensidad de uso, como ya se ha expuesto en otro lugar (Carrasco y Pachón, en prensa).
Pero, al margen de otro tipo de especulaciones, es evidente que los ajuares funerarios, depositados
junto a los enterrados en estas cuevas de los primeros momentos neolíticos, debieron ser amplios y diversos, abarcando aspectos propios de la vida doméstica y cotidiana del enterrado, así como otros más de tipo
ritualizado, representado por objetos de exorno personal y vasijas finas propias de rituales funerarios, junto
con gran cantidad de alimentos bien representados por acumulaciones de granos, restos óseos animales y vasijas conteniendo productos lácteos y de otro tipo. Toda esta gama de deposiciones, junto con los mismos
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inhumados y las alteraciones que debieron ocurrir en los procesos de enterramiento a lo largo de dos o tres
milenios, motivaron estratigrafías artificiales de matiz funerario. Si a estos fenómenos añadimos combustiones de difícil etiología que se documentan en muchas de estas cuevas y, a su vez, que los procesos de excavación han olvidado, de una u otra forma, los restos óseos humanos, en muchos casos triturados o
devorados, puede comprobarse cómo las estratigrafías funerarias, con un mínimo conocimiento del registro arqueológico y cierta dosis de imaginación, se pueden reconvertir en habitacionales, justificándose así
la consabida y tradicional doble función necrópolis/hábitat, admitida para estas cuevas neolíticas.
Obviando algunas de las problemáticas que sucintamente se han planteado y que afectan al denominado “Neolítico de Cuevas”, hemos de insistir rápidamente de nuevo en la Fase III de Toro, de donde procede, en teoría, el fragmento cerámico pintado. Los excavadores, dentro de esta fase, al distinguir dos
subfases (IIIB y IIIA), singularizaban el uso diferenciado de la cueva. La subfase IIIB determinada por el
“uso que se hace del espacio más al interior para la estabulación del ganado” y la IIIA se individualiza, al
margen del cambio en el uso de la cueva, “por un nuevo acondicionamiento del espacio de ocupación, si bien
ahora no será tan general y extendido como el identificado en la base de IIIB, pero que es igualmente relevante” (?) (Martín et al., 2004: 50-51). Sin profundizar en este tipo de literaturas vacuas, tendríamos que recordar que el habitáculo de la cueva apenas sobrepasa los 100 m2, con suelos irregulares, presencia de
bloques, etc., pero para los autores fue un espacio utilizado para estabular ganado, ahumar carne, tejer lana,
elaborar cestería, fabricar cerámicas y útiles en piedra, madera y hueso pulimentado, curtir cuero, tallar
sílex, manipular la industria malacológica para objetos de adorno, etc. (s.c.). Aunque se indique de forma
más taxativa que “durante la subfase IIIB en el interior de la cueva se van a desarrollar diferentes actividades productivas no subsistenciales, de las que la textil y la conformación cerámica están plenamente documentadas” (?) (ibíd.: 315).
Al margen de todas estas actividades de subsistencia y artesanía, se añadiría su uso como necrópolis y lugar de sacrificio de animales jóvenes que constataría el “estabulamiento del ganado cada vez más
fuerte” (?) (González, 1990: 35). Pero, por si faltase actividad en esta cueva, que debió en ciertos momentos ser frenética, los excavadores de nuevo dan cuenta de otro tipo de actuaciones en ella, realizadas por colonias de animales, intuimos con mucha conexión entre sí, como son lagomorfos y agropilas, que van a
introducir un nuevo elemento distorsionador, muy a tener en cuenta en este, de por sí, ya cargado ambiente
troglodita. En relación con estos grupos animales, los excavadores obtienen conclusiones sorprendentes.
Por ejemplo uno de ellos observa “una clara evidencia de la disparidad de proporción en la presencia de conejos de la subfase IIIA respecto a la IIIB, de los que la mayoría corresponden a especímenes jóvenes, lo
que plantea la hipótesis de una alternancia del uso de la cueva entre humanos y las rapaces. De esto se deduce que, a partir de este tránsito, su ocupación va a estar marcada por una discontinuidad en períodos relativamente amplios” (Martín et al., 2004: 317). Aunque en otro lugar, en relación a la Fase IV se indica que
“más bien fueron consumidos por los humanos, más que aportados por otros predadores o por haber construido su hábitat dentro de la cueva” (p. 256). Pero, posteriormente, ante la presencia en la subfase IIIA de
una alta concentración de restos de conejos jóvenes, indican que son producto de las regurgitaciones de rapaces nocturnas (Búho Real = Bubo bubo) (?). De lo que se intuye que los “lagomorfos jóvenes habrían formado parte de la dieta de estos rapaces mientras que los adultos fueron consumidos por los ocupantes
humanos de la cueva” (p. 257) (s.c.). Sin embargo, este “problema de convivencia entre egagrópilas y humanos” tiene una mejor explicación en la subfase IIA, donde se indica “la posibilidad para la Cueva del Toro
de que los búhos instalasen su nido en el interior de la cueva debido a que ésta solo era utilizada para la estabulación de animales y no era ocupada regularmente por los humanos” (p. 258) (s.c.).
En definitiva, obviando el grueso de la ‘sugerente’ documentación aportada por los informes técnicos, al igual que los modelos explicativos, las relaciones ‘extraordinarias’ del registro arqueológico con
otros ‘similares’, las referencias no recogidas en bibliografía, las citas de publicaciones ‘en prensa’ hace años
publicadas, etc., sólo exponemos aquí algunos datos entresacados de la asombrosa actividad y convivencia
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entre especies animales y humanos vivos y muertos que hubo de tener la cueva en el desarrollo de su Fase
III, donde se localizó el fragmento cerámico pintado. Así, se comprueban artesanos de lo más variopinto,
desarrollando sus actividades en el interior de la cueva, junto con ganado ovicaprino lechal estabulado que
necesitaba forraje para su subsistencia y que era sacrificado allí mismo. Madrigueras de conejos, nidos de
búhos que regurgitaban y compartían comensalidad con los humanos, junto con enterramientos humanos con
cráneos sometidos a tratamientos rituales post mórtem y decorados con ocre, y sobre los que, en un acto de
originalidad sin límite, los excavadores indican que “si se tiene en cuenta que el espacio de acceso a estos
restos humanos estaba sellado por el nivel de estructuras de combustión correspondiente a la subfase IIIA
y que la manipulación del cráneo del individuo adulto responde a los mismos parámetros observados en
casos similares de diferentes cuevas de Andalucía, se puede sugerir a modo de hipótesis que corresponderían a la fase IV de El Toro” (Martín et al., 2004: 290). Es decir, todo un ambiente coherente y ejemplarizante, dentro de la cueva, de una convivencia sin par que se desarrolló no sólo entre los humanos vivos y
muertos, sino entre éstos y determinadas especies animales, anunciando o recordando en cierta forma lo sucedido en algún conocido pasaje bíblico que no es necesario recordar.
Respecto de las cerámicas asociadas en la fase III con el fragmento pintado objeto de contextualización, no sabríamos a qué fuentes acudir: si al estudio especifico de las cerámicas de la cueva (González,
1990) o al reflejado en la Memoria Final (Martín et al., 2004). A simple vista guardan claras diferencias y
graves contradicciones, resultado de evidentes reelaboraciones de gabinete que no vamos a significar en
esta ocasión. Sólo indicar que en la Memoria este fragmento pintado se sitúa en la subfase IIIA, junto a una
gran cantidad de formas cerámicas lisas que acogen diversas tipologías de ollas principalmente y, entre
ellas, la aparición “súbita” de siete fragmentos de fuentes carenadas de paredes rectas, que son las que podrían ofrecer algún tipo de cronología fiable dentro del descrito Neolítico Reciente. Evidentemente se trata
de un contexto cerámico general, seleccionado y poco indicativo. Sin embargo, es posible obtener una cierta
información complementaria a partir de las dataciones absolutas obtenidas de su “estratigrafía” (Martín et
al., 2004: 49-55).
En lo que afecta a la contextualización del fragmento pintado, se han descrito en la cueva dos grandes fases de ocupación: IV y III (A y B). Para la Fase IV, considerada por los autores del “Neolítico Pleno”,
existen seis dataciones que hemos calibrado de nuevo con el programa Stuiver 2004. En cierta forma los resultados son coincidentes con los obtenidos por los autores, aunque con mínimas diferencias que cabría considerarlas como aceptables. Sin embargo, en una de las muestras, la GRN-15443 (6320 ± 70 BP = 4252-3954
A.N.E), apreciamos un error grave, pues la nueva calibración para 2 σ ofrece tres agrupaciones ostensiblemente más antiguas (5472-5206, 5165-5118 y 5108-5078 BC), pero que se ajustan más a la realidad. También hemos calibrado la muestra Beta-174308 (6160 ± 40 BP), que no lo había sido anteriormente y que daría
una agrupación entre 5216-4999 BC.
Hechas estas salvedades, de las seis dataciones obtenidas (2 σ), sin saber si de contextos funerarios
o habitacionales, aunque nos inclinamos por los primeros, dos podrían adscribirse al Neolítico Antiguo
(6540 ± 180 y 6400 ± 280 BP) con calibraciones entre 5875 y 5304 BC; tres al Neolítico Antiguo evolucionado (6320 ± 70, 6160 ± 40 y 6030 ± 70 BP), con calibraciones entre 5472 y 5107 BC y una sexta GRN15440 (5820 ± 90 BP) que ha proporcionado dos series entre 4896/4461 BC, que corresponderían con el
Neolítico Medio. Es la única datación absoluta que hace alusión, extrañamente, a este momento intermedio
del Neolítico, pues de la siguiente fase cultural III, delimitada en la estratigrafía de esta cueva y dividida en
dos momentos IIIB y IIIA, hay nueve dataciones que encajan perfectamente en lo que se ha denominado Neolítico Tardío/Final; es decir, aproximadamente entre 4400/4350 y 3850/3800 y 3850/3800 y 3350/3300
BC (Cámara et al., 2005). Con la excepción de que no sólo las tres atribuidas por los excavadores a la subfase IIIB coincidirían con este esquema, sino que cinco de las obtenidas de la subfase IIIA, algunas con cronologías más antiguas que las anteriores, incluso podríamos decir que del Neolítico Medio, también serían
definitorias de la citada subfase IIIB, aunque otra, de igual forma, podría pertenecer al Cobre. Una datación
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de 4800 ± 80 BP, con calibraciones (2 σ) entre el 3757/3371 BC, sería la única representativa de lo que actualmente se considera Neolítico Final. El resto de las dataciones podrían corresponder todas a un Neolítico
Tardío, con alguna extensión por un extremo del arco de calibración hacia el Neolítico Medio y por el otro
hacia el Cobre. En definitiva y en este sentido, no se entiende cómo los excavadores datan la denominada
subfase IIIB “entre mediados del V e inicios del IV milenio A.N.E.” y la III A “entre fines de la primera
mitad y finales del IV milenio A.N.E.” (Martín et al., 2004: 50 y 55), cuando las cronologías absolutas para
las dos subfases descritas tienen similares parámetros, dentro de sus amplios arcos cronológicos. De igual
forma, tampoco comprendemos la insistencia de los excavadores al indicar reiteradamente que se trata de
“dataciones calibradas y sin corregir respecto a la reserva oceánica”, cuando en un apartado posterior de la
Memoria dicen lo contrario: es decir, que son “fechas corregidas respecto a la reserva oceánica” (p. 298).
Elucubraciones que tendrían algún sentido si las muestras objeto de datación hubiesen sido obtenidas de conchas marinas, cosa que al parecer no se ha producido.
Sin tener que insistir en otras cuestiones controvertidas, Toro empezó a utilizarse a partir del primer
tercio del VI milenio A.C. en lo que puede ser considerado como Neolítico Antiguo, continuando en el Neolítico evolucionado o epicardial hasta el Neolítico Medio, con pocas diferencias en el registro arqueológico
y mal representado cronológicamente en la primera mitad del V milenio. Posteriormente, parece que durante
el Neolítico Tardío y Final, se constata una utilización más intensa de la cueva, especialmente en el último
tercio del V milenio.
En conjunto, en la problemática utilización de esta cueva sus excavadores han propuesto diferentes
actividades artesanas, reestructuraciones espaciales, cambios de estrategias económicas, abandonos temporales, etc., especialmente durante su Fase III; aspectos que no nos parecen aceptables, como ya hemos expuesto en el estudio de los aspectos más llamativos de esta excavación (Carrasco et al., 2009). Así, parece
evidente que, ni el registro arqueológico, ni las dataciones absolutas con intervalos muy amplios, ni la insistencia en inocentes y reiterativos modelos explicativos, pueden fundamentar el carácter habitacional de
una cueva que, en nuestra opinión, tendría una funcionalidad primordial de necrópolis. Pese a que tampoco
puedan excluirse ciertas ocupaciones transitorias relacionadas con la caza, refugios temporales de pastores,
custodia de ganado, área de almacenamiento, etc. Actividades intemporales, continuadas hasta la actualidad
en muchas de estas cuevas neolíticas de las cadenas Subbéticas. En estas condiciones, la cronología que podríamos ofrecer para la cerámica pintada sería tan imprecisa como el contexto arqueológico en el que pudo
haber aparecido; es decir, con no mucha seguridad y buena voluntad, a lo largo de la segunda mitad del V
Milenio A.C.
Al margen de los enclaves anteriores, y en el intento de contextualizar estas cerámicas pintadas, debemos mencionar también su aparición en otras secuencias al aire libre y en cuevas, en algún caso no bien
contrastadas, sobre las que hemos de reflexionar. En primer lugar, por la trascendencia bibliografía alcanzada en los últimos años, tendríamos que mencionar Los Mármoles de Priego de Córdoba, cueva conocida
por clandestinos y grupos espeleológicos desde antiguo. En ella, M.ª Dolores Asquerino realizó excavaciones entre 1982 y 1986, obteniendo resultados de cierto interés y algún tipo de secuencia problemática con
registros desde el Pleistoceno hasta la Edad del Cobre (Asquerino, 1985, 1985-86 y 1986). Solo interesa destacar aquí la posible presencia de fragmentos cerámicos pintados, en número de diez, que la investigadora
atribuyó al Neolítico Reciente (Asquerino, 1985-6). Una atribución cronológica que ha sido recogida con
posterioridad, sin más, por la investigación interesada en la problemática de estas cerámicas que debemos
puntualizar.
De los diez fragmentos de Mármoles, Asquerino indica que salvo dos fragmentos “pertenecientes
ambos a la misma vasija y procedentes de la Cata Norte de 1982, todos los demás han sido recogidos en superficie, en distintas zonas de la cueva” (Asquerino, 1985: nº 5 y 6). Recientemente hemos tenido ocasión
de revisar estas cerámicas depositadas parcialmente en los fondos del Museo de Priego, comprobando que
no responden a lo manifestado por la investigadora. Las decoraciones en fajas anchas de los fragmentos loAPL XXVIII, 2010
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calizados en estratigrafía no son pintados, sino resultado de una deficiente cocción y los fragmentos superficiales con decoraciones geométricas, bastante barrocas, corresponden a vasijas medievales de los siglos IXXI. La presencia de estas producciones en Mármoles no es un fenómeno exclusivo, sino frecuente en toda
la zona, como así se expone una investigación reciente (Cano, 2008). En ciertos casos, los motivos de estas
cerámicas pintadas medievales recuerdan los representados en otras de cronología neolítica, aunque su pasta,
cocción y elaboración son claramente diferentes; pese a todo, pueden inducir a errores de interpretación,
como también pudo ocurrir con otro fragmento, posiblemente medieval, procedente de la misma cueva, estudiado en un conjunto cerámico igualmente superficial que podría fecharse en el Neolítico Antiguo/Medio
(Carmona et al., 1999: fig. 2F).
Otro yacimiento, que a fines de los años ochenta proporcionó un fragmento pintado en contexto estratigráfico, es “Cuartillas” de Mojácar, Almería (Fernández et al., 1987 y 1993). Sus excavaciones pusieron de manifiesto una escasa o nula estratigrafía, con dos o tres oquedades o silos en su base que
proporcionaron un registro arqueológico con abundantes cerámicas decoradas con motivos en relieve e incisos, así como formas lisas entre las que destacan algunas fuentes carenadas de paredes rectas, junto con
algunos elementos metálicos posiblemente del Bronce Final. En este conjunto apareció un fragmento cerámico correspondiente a un cuenco o similar, con decoración pintada en sus superficies exteriores e interiores, cuyos motivos son descritos como ondas en rojo “sobre una aguada de tono más claro” (Fernández et
al., 1993: lám. II, fig. 8, nº 56). Los excavadores definen este contexto como el sustrato sobre el que posteriormente se va a desarrollar el Cobre; en definitiva, aluden a un Neolítico Final. No tenemos argumentos
suficientes para modificar esa cronología, dada la ambigüedad de las descripciones estratigráficas y la brevedad de éstas, así como la posibilidad, en cierta forma, de contaminaciones en su contenido arqueológico.
Pero, en nuestra opinión, parte del registro cerámico sería más representativo del Neolítico Tardío, aunque
el Neolítico Final también podría estar presente, por lo que la cronología del fragmento pintado nos parece
difusa entre estos dos períodos.
Entre los yacimientos andaluces que han proporcionado cerámicas pintadas en excavaciones regladas, habría que mencionar también a “Los Villares” de Algane, en Coín, Málaga. En un trabajo de investigación ciertamente sugerente, acertado en su globalidad, aunque con ciertas matizaciones de las que
disentimos, J.E. Márquez y J. Fernández describen sus excavaciones en este “campo de silos”, que conforma el enclave de “Los Villares” (Márquez y Fernández, 2002) y que, desde su opinión coincidente con
la nuestra, no dejan de ser verdaderas necrópolis en fosas. Una de ellas, denominada Estructura 2, proporcionó restos de un interesante ajuar asociado a una inhumación. Compuesto por cerámica, útiles líticos tallados y pulimentados, así como una abundante fauna animal; claros exponentes de ofrendas o ajuares
funerarios. Entre el registro cerámico, se describe un fragmento amorfo con motivos decorativos pintados
“en negro sobre fondo rojizo a base de rombos o trama de trazos oblicuos” (p. 312, fig. 4). En el total del
conjunto exhumado existen también otras cerámicas con decoraciones incisas, en algún caso con motivos
reticulados que recuerdan los del fragmento pintado, así como con motivos impresos o seudo-peinados.
Entre las formas lisas aparecen dos cazuelas de paredes bajas y amplia boca, que están en la tradición de las
grandes fuentes carenadas del Neolítico Final. La cronología de este conjunto funerario se situaría perfectamente entre mediados y finales del IV milenio a.C.
También, los poblados almerienses de Terrera Ventura en Tabernas, Tarajal en el área de Níjar y
Campos en Cuevas de Almanzora, han proporcionado restos de cerámicas pintadas, aunque con evidentes
problemas de cronología y filiación estratigráfica. Terrera Ventura (Gusi y Olaria, 1991), constituye un
asentamiento de fundación neolítica y posterior desarrollo calcolítico que proporcionó más de veinte fragmentos pintados con motivos de manchas, bandas, diseños de líneas quebradas paralelas, etc., de tradición
neolítica, junto con otros que tendrán más desarrollo durante el Cobre, formando parte de los conjuntos sepulcrales del entorno de Millares, así como de algunos granadinos y ciertas cuevas y asentamientos del área
murciana. Las dataciones calibradas de las muestras obtenidas en la secuencia estratigráfica, donde apareAPL XXVIII, 2010
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cieron, indican una cronología absoluta que iría desde el Neolítico Final hasta un Cobre Pleno (Gusi y Olaria, 2004).
Del poblado del Tarajal, excavado por M.ª J. Almagro (Almagro, 1974 y 1977), se conoce una vasija con decoración pintada documentada entre la Fase II y III de su estratigrafía. Los motivos que presenta
tienen una evidente relación con otros similares sobre cerámicas del poblado de Terrera Ventura, así como
con algunas documentadas en conjuntos sepulcrales bien conocidos del Neolítico Final/Cobre del sudeste
peninsular. La cronología de este hallazgo, a falta de mejores argumentos, sería posiblemente pre-campaniforme. Por último, de las excavaciones realizadas por D. Martín en el poblado de Campos, se han documentado dos fragmentos cerámicos decorados posiblemente con bandas de color negro que en opinión de
su excavador, no tienen una atribución fiable al “Eneolítico” (Martín et al., 1983: fig. 5, b-c).
Más recientemente, pero en el área litoral de Cádiz, se han señalado dos asentamientos al aire libre
de diferente etiología que han proporcionado cerámicas con motivos pintados. Del corte III del asentamiento
de La Mesa, en Chiclana de la Frontera, se describe un fragmento amorfo con decoración incisa y pintada
que ha sido fechado junto a un amplio registro arqueológico en el V-IV milenio a.C. (Ramos et al., 2006:
fig. 5 I). El segundo enclave, correspondiente a un “campo de silos” denominado La Esparragosa, también
próximo a Chiclana, ha aportado un fragmento decorado con bandas horizontales paralelas, cortadas por
otras verticales más espaciadas. Ha sido fechado el conjunto de este “silo” en el IV milenio a.C.
Al margen de las referencias neolíticas que hemos efectuado, que en cierta forma provienen de excavaciones regladas, en los últimos años en Andalucía se ha señalado la presencia de estas cerámicas pintadas en contextos al aire libre no muy precisos y en importantes conjuntos necropolares de cuevas. En Viña
Boronato de Castro del Río, Córdoba (Carrilero y Fernández, 1985), asentamiento al aire libre, se localizó
en superficie gran cantidad de materiales arqueológicos que los descubridores relacionaron con un Neolítico Tardío/Final; entre ellos se documentó un fragmento cerámico amorfo, decorado con líneas rojizas
sobre fondo beige. Del hábitat al aire libre de Huerto Berenguer, en Jaén, procede otro fragmento cerámico
amorfo recogido en una prospección; presenta engobe rojo y decoración pintada, compuesta por finos trazos, formando motivos verticales de zigzags paralelos en color rojo oscuro sobre superficie beige amarillenta.
En su momento, por asociación con otros materiales cerámicos con los que apareció, le dimos una cronología del Neolítico Final/Cobre (Carrasco et al., 1980). Finalmente, tendríamos que mencionar en el área sevillana dos fragmentos cerámicos con decoraciones de bandas en zigzags en Campo Real, Carmona,
asociados a “campos de silos” o sepulturas en fosas (Bonsor, 1899) y algún que otro en el poblado de Valencina de la Concepción (Ruiz Mata, 1975), de posible fundación neolítica.
Haciendo un inciso, signifiquemos que, de todos los paralelos y adscripciones que hemos referenciado, no sólo respecto a la decoración pintada de algunos de los cestillos de Los Murciélagos, sino respecto
de su morfometría y cronología neolítica, la que guarda mayores similitudes con ellos es sin lugar a dudas
la pequeña vasija con decoración pintada y motivos reticulados romboidales procedente de la necrópolis
del Cortijo del Canal de Albolote, Granada (Navarrete, Carrasco y Gámiz, 1999-2000). De esta cueva o
fractura, utilizada como necrópolis a lo largo del Neolítico y de forma más esporádica en el Cobre y Bronce
Final, dimos a conocer a finales de los noventa una muestra del amplio registro arqueológico que debió de
contener, formando parte de los ajuares que se depositaron en ella junto con las consiguientes inhumaciones y posibles incineraciones. En ella destaca una rica industria en hueso y piedra pulimentada, así como una
amplia gama de cerámicas que aluden especialmente al Neolítico, sobresaliendo las decoradas a la almagra
que alcanzan calidades extraordinarias de igual manera que otras sólo presentan ligeras aguadas. En este rico
registro cerámico, destacan dos recipientes de indudable interés, por presentar decoración pintada con motivos geométricos de diferente entidad. El primero de ellos, llama la atención por tener una morfometría
que, salvando las distancias, es muy similar a la que presentan los cestillos denominados “caliciformes” de
Murciélagos. Sus dimensiones: altura 11,11 cm y boca 7,9 cm (fig. 1: 7), entrarían dentro de los parámetros
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LAS CERÁMICAS NEOLÍTICAS PEINADAS Y PINTADAS ANDALUZAS Y SU RELACIÓN CON SOPORTES MUEBLES ORGÁNICOS
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que tienen los contenedores de Murciélagos. En él resulta de interés el uso de almagra común, de color rojo
vivo, para la coloración base de la superficie de la vasija; el mismo colorante se emplea en el resto de recipientes así decorados del yacimiento, junto a otro tipo de pintura de color más oscuro que resalta los motivos reticulados. Es relevante el hecho de que este recipiente, es diferente en configuración y tipología del
resto conocido en otros yacimientos, por su mejor elaboración y menor tamaño. De igual forma que sucede
con los cestillos de Murciélagos, y como ellos, formarían parte de los ajuares individuales de los enterramientos neolíticos. En definitiva, constituyen recipientes concretos, de pequeño tamaño, paredes finas y
textura compacta, superficies bruñidas e interiores espatulados, que constituirían objetos de prestigio, rituales o pequeños contenedores para sustancias apreciadas, como se ha comprobado en los cestillos orgánicos de Murciélagos, donde uno de ellos contenía restos de un mechón de cabello y semillas de Papaver
somniferun. Muy diferenciados de los motivos pintados y vasijas conocidas en hábitats neolíticos al aire
libre, que suelen ser de mayores dimensiones y depicciones más simples, en general menos complejas y
elaboradas. No conocemos nada similar en la Península.
La segunda vasija (fig. 1: 8) se corresponde con una copa de pequeñas dimensiones (7 cm altura), un
cuenco ovoide y altas paredes. El pie es corto y macizo, con forma cilíndrica y base plana e irregular. La
superficie exterior es de color rojizo, con restos de bruñido y la interior de superficies más irregulares y similar coloración. Posee en cada uno de los lados sendas y pequeñas perforaciones circulares junto al borde
y, bajo éstas, dos alargados y poco pronunciados engrosamientos, a modo de mamelones perforados en sentido vertical. En la parte central, en relación con el eje que forma el vástago-pie, aparece remarcada una
ancha faja vertical de pintura más roja, para ser vista frontalmente. Por su forma, dimensiones y peculiaridades expuestas, es una especie de proto-copa que se aleja notablemente de otros modelos señalados en diferentes ambientes del Neolítico Final/Cobre. Tales serían los casos de la Cueva Alta de Montefrío (Moreno,
1982: fig. 10d), Zarcita (Cerdán et al., 1974: lám. 39, 7; Cámalich et al., 1984: fig. 3, 2) o Nivel III del poblado de Jovades en Cocentaina, Alicante, considerado del Neolítico IIB en la secuencia del País Valenciano
(Bernabeu y Guitart, 1993, fig. 4.8, 222). En nuestra opinión, la cronología de esta vasija debe estar más próxima al Neolítico Medio que a tiempos posteriores, constituyéndose por tanto como ejemplar único y prototipo de los últimos ejemplares referenciados, sin lugar a dudas, más desarrollados en sus tipologías. El vaso
pintado, sin mucha seguridad quizás sea algo más tardío, quizás del Neolítico Medio/Tardío.
Por último, se ha señalado la presencia de cerámicas con motivos pintados en la secuencia estratigráfica de Los Murciélagos de Zuheros (Cacho et al., 1996: 118). Que de ser cierto, tendrían un gran interés, dada la antigüedad que indican sus dataciones absolutas calibradas (Gavilán et al., 1996), del Neolítico
Antiguo y Medio, lo que en nuestra opinión no sería de extrañar.
Los hallazgos, que podríamos relacionar con ambientes megalíticos considerados tradicionalmente
del Neolítico Final/Cobre, serían numerosos, aunque no bien precisados cronológicamente, de igual forma
que los diversos tipos de tumbas en que aparecieron. Una cuestión que no plantearemos aquí, pues no sería
relevante la hora de buscar en ellos una cronología de origen para las cerámicas pintadas, ya que hay suficientes argumentos para rastrearla en momentos anteriores, dentro del Neolítico Antiguo y Medio andaluz.
Grosso modo, se han señalado estas cerámicas con cierta asiduidad en conjuntos megalíticos de Almería y
Granada, como por ejemplo en Los Millares, Santa Fe de Mondújar, Almería (Sep. 1, 7, 9, 21, 40); Llano
de la Cuesta del Jautón (Sep. 6), Purchena, Almería; Loma de la Rambla de Huéchar (Sep. 2), Gádor, Almería; Loma de Belmonte (Sep. 1), Mojácar, Almería; Loma de las Eras (Sep. 2), Tabernas, Almería; Las
Peñicas (Sep. 3), Níjar, Almería; Llano de la Cuesta de Amiel (Sep. 6), Gorafe, Granada; conjuntos muy citados y estudiados desde antiguo, cuyas cerámicas pintadas han sido objeto en alguna ocasión de estudios
específicos. De ellos, destacaremos sucintamente el estudio de D. Martín sobre las cerámicas pintadas del
Eneolítico en Andalucía Oriental, donde siguiendo modelos difusionistas, y de forma inconcreta, se indica
que estas producciones cerámicas llegan o se reactivan en la Península de la mano de pequeños grupos hu-
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manos desconectados, que arribarían al SE, en busca de afloramientos o minerales de cobre, en un momento
avanzado del Eneolítico (Martín et al., 1983). En general, estos hallazgos almeriense y granadinos, o son o
están en la tradición neolítica, más que en relación con las culturas metalúrgicas, aunque muchos se fechen
en ellas. Lo mismo que la vasija esférica aparecida en un contexto Calcolítico de la sepultura nº 1 de la necrópolis de cuevas artificiales de Los Algarbes en Tarifa, decorada con motivos dibujados en oscuro sobre
el fondo rojizo de la arcilla, que C. Posac relacionó con otras similares de la cueva norteafricana de Gar Cahal
(Posac, 1975: lám. XI, 1).
En el área murciana y alicantina, también se han producido hallazgos importantes de cerámicas con
motivos pintados. Aunque sus adscripciones cronológicas al ambiguo “eneolítico”, bronce argárico, etc., y
siempre bajo el paradigma del mundo Millares como referente cronológico, han dificultado un estudio correcto sobre los verdaderos orígenes y cronología de estos vasos pintados del Sudeste y Levante español. Se
conocen al menos siete enclaves que han proporcionado cerámicas pintadas, de los que cinco corresponden
a cuevas de enterramiento y dos a asentamientos al aire libre. Aunque, en parte, han sido recogidos en un
trabajo de investigación (Lomba, 1991-1992), realizaremos unos sucintos comentarios sobre ellos. De la
Cova Ampla del Montgó, Jávea/Xàbia, existe una abundante y controvertida bibliografía recogida por Soler
Díaz (Soler, 2002; Soler, 2007). Cueva natural, citada anteriormente, en la que se localizaron varios fragmentos pintados con motivos de zigzags y “dientes de lobo”, alternándose en bandas paralelas que bien pudieran pertenecer a un mismo vaso. De igual forma, se documentan otros con motivos de pequeños trazos
oblicuos verticales (Soler, 2002: lám. 63). La cronología de estas cerámicas ha sido objeto de controversia,
fechándose en el Cobre (Llobregat, 1989), Neolítico Final II del País Valenciano (Bernabeu, 1982), etc. Boronat, en un sintético trabajo, las considera del Neolítico pero, por paralelos también descontextualizados,
las hace pervivir hasta el inicio de la Edad del Bronce Valenciano (Boronat, 1983). También, fueron tomadas como similares a las localizadas en la campaña de 1971 en la estratigrafía del poblado de los Castillejos de Montefrío (Arribas y Molina, 1979). En definitiva, casi todas las referencias hacen alusión a un
Neolítico Tardío/Final, cuestión sobre la que no polemizaremos; pero, de igual forma y con los mismos fundamentos que los autores anteriores, podríamos indicar que tienen una cronología del Neolítico Antiguo o
Medio, pues no falta registro arqueológico de esos momentos en la cueva, mientras que los motivos de zigzags y dientes de lobo son muy frecuentes en depicciones rupestres andaluzas y decoraciones cerámicas impresas e incisas, que nos llevarían a momentos antiguos más que al Neolítico Final.
De la Cova de les Maravelles en Jalón/Xaló, Alicante, sabemos que fue una gruta natural que debió
tener un amplio uso como necrópolis, y de la que procede un gran fragmento cerámico, posiblemente de una
olla de altas paredes ligeramente entrantes y labio de borde exvasado. Presenta una decoración de líneas quebradas en zigzags en bandas irregularmente dispersas de “coloración negruzca”, que según Boronat “en
principio debió ser rojo oscuro” (Boronat, 1983: 59, fig. 11 y 15). Como ya dijimos, este investigador fecha
estas vasijas pintadas en el Neolítico, aportando para ello una serie de paralelos procedentes de cuevas clásicas como Or, Fosca, Sarsa, etc., que debemos considerar con cautela al proceder de fuentes poco contrastadas. Pese a estar de acuerdo con esta cronología neolítica, no lo estamos tanto con sus pervivencias en el
Bronce Valenciano, principalmente por los paralelos y cronologías absolutas en que lo sustenta.
Por último, en el área alicantina, A. González ha señalado en la fase calcolítica de Les Moreres, en
Crevillente/Crevillent, la presencia de un fragmento con decoración pintada formando franjas, junto con
otros ejemplares decorados con temas incisos, que relaciona con las denominadas “cerámicas simbólicas”
(González y Ruiz, 1991-92).
En el área murciana, “Blanquizares de Lébor” en Totana, Murcia (Cuadrado, 1930; Arribas, 1953)
y “Cueva de los Tiestos” en Jumilla, Murcia (Molina Grande, 1990; Molina-Burguera, 2004)), constituyen
dos necrópolis en cueva artificial y natural, que proporcionaron gran cantidad de ajuares de amplio espectro tipológico y cultural. De la primera, destaca un pequeño vaso en piedra con paredes decoradas por seis
fajas paralelas pintadas, una lisa y cinco compuestas por ondas o guirnaldas en color ocre oscuro; de la seAPL XXVIII, 2010
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gunda cueva, destaca un gran vaso pintado con motivos geométricos en zigzags, bandas, triángulos rellenos,
etc., en rojo, junto a restos cerámicos pintados de al menos once vasijas diferentes con motivos geométricos, soliformes y ramiformes que fueron fechados en el “Bronce argárico”. “Cueva de las Palomas”, en Cehegín, Murcia (Lomba, 1991-92), es una diaclasa con depicciones rupestres de tipo levantino y
enterramientos con abundantes ajuares, entre los que se localizó un fragmento cerámico con posibles motivos solares pintados en su interior, junto a una rica industria en hueso y piedra que pudiera ser neolítica parcialmente.
Al margen de estas cuevas, también se ha detectado este tipo de cerámicas en superficie, en asentamientos al aire libre como “Los Royos” de Caravaca y “El Capitán”, Lorca (Lomba, 1991-1992), con decoraciones geométricas y motivos diversos de etiología poco nítida. Lomba ofrece para estas cerámicas una
cronología de “segunda mitad del III milenio”, que considera “pre-campaniforme” con influjos de Millares,
aunque piensa que son producciones locales. En relación con las cronologías y adscripciones culturales de
Lomba, debemos indicar que los únicos datos medianamente contextualizados proceden de Blanquizares y
Tiestos, que constituyen –no lo olvidemos– amplias necrópolis en cuevas; en uno de los casos con más de
noventa inhumaciones controladas, lo que indica una amplia utilización en el tiempo que, evidentemente,
podría coincidir cronológicamente con parte del “período Millares”. Por su parte, las cronologías absolutas
obtenidas en Tiestos son en cierto modo irrelevantes, pues sólo fechan enterramientos, en este caso tardíos,
entre el conjunto de los que debió acoger esta cueva. En resumen, volvemos a insistir que este tipo de cerámicas tienen en origen una relación más nítida con el sustrato neolítico sensu stricto de los yacimientos descritos por este autor que con los ámbitos metalúrgicos posteriores, aunque en estos también aparecen, pero
nunca en subsiguientes ambientes argáricos. De hecho, recientes dataciones absolutas por AMS, sobre ajuares de Blanquizares, han ofrecido cronologías de la primera mitad del IV milenio (comunicación de nuestro compañero F. Molina), que, por el momento, sobrepasan el hiato cronológico conocido de Millares para
la fundación de esta cueva artificial. Finalmente, M.ª Manuela Ayala ha señalado “cerámicas pintadas” a la
almagra en un contexto del Neolítico antiguo, en el yacimiento al aire libre del “Cerro de las Viñas” de
Lorca (Ayala et al., 1993-1994).
En conjunto, hemos expuesto algunos hallazgos relevantes de estas cerámicas pintadas con motivos
geométricos, en diferentes ambientes andaluces y áreas limítrofes del Sudeste y Levante. En nuestra opinión
no constituyen una muestra muy extensa y, en todo caso, la consideramos sesgada; así, comprobamos que
estas cerámicas aparecen bien documentadas en las fases finales del Neolítico y Cobre Antiguo, asociadas
a conjuntos funerarios en cuevas y grupos megalíticos que, por el contrario, apenas podemos documentarlas durante el Neolítico Antiguo y Medio. Un fenómeno que, en cierta forma, consideramos circunstancial,
motivado por la investigación realizada y el importante desconocimiento de las decoraciones pintadas antiguas, confundidas entre la globalidad de las ornamentaciones a la almagra, los engobes y las aguadas. En
síntesis, la escasa muestra de cerámicas que conocemos, de los horizontes antiguos neolíticos, proviene de
los registros funerarios de las necrópolis documentadas en cuevas. Éstas, tradicionalmente, han sido básicamente conocidas en Andalucía por las excavaciones y prospecciones de clandestinos y grupos espeleológicos, que de forma sesgada recogieron sus ajuares más vistosos y espectaculares, llegando a nosotros una
escasa muestra que, a falta de mejores argumentos y siguiendo tradiciones bibliográficas, hemos seguido
aceptando hasta la actualidad el ficticio “Neolítico de Cuevas con Cerámica Decorada”.
En otro sentido, la misma aplicación, en algunos casos de pinturas sobre cerámicas ya cocidas, ha
dado lugar en ocasiones a que con el tiempo se hidratasen sus componentes orgánicos y se perdiesen sus pigmentos sólidos. De igual forma, también en los procesos de lavado, dada la precariedad de los pigmentos
utilizados para depictar, han podido deteriorarse o desaparecer las pinturas sobre cerámica. Por último, una
nueva investigación, con mejores perspectivas y visualizaciones más correctas a partir de técnicas más modernas de estas cerámicas, en su mayor parte procedentes de depósitos antiguos en los fondos de los museos,
como ocurre con el Arqueológico de Granada y Málaga, podría posibilitar una mejor visión de estas ceráAPL XXVIII, 2010
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micas y así poder ampliar y completar su horizonte cronológico. Tarea que, por el momento, deberíamos explotar más, pues la obtención de otro tipo de datos “más científicos” en los próximos años, para el estudio
de estas cerámicas, no parecen próximos ni factibles, al menos en las áreas relacionadas con las Sierras Subbéticas andaluzas, que son las que en los últimos tiempos han proporcionado los mejores registros funerarios de cuevas. Pero es evidente, por las actividades irregulares realizadas en estas cuevas en los últimos
tiempos, que están sufriendo un cierto agotamiento.
Por otro lado, las excavaciones regladas en hábitat al aire libre no parece que puedan proporcionar
mejores registros cerámicos que sus necrópolis en cuevas, por lo que no deja de constituir en la actualidad
una utopía. Las razones pueden sintetizarse en dos: en primer lugar, que un hábitat al aire libre nunca proporcionará un registro cerámico de calidad y prestigio como su correspondiente necrópolis en cueva; en segundo lugar, que estos frágiles hábitats al aire libre, como hemos indicado en otro lugar (Carrasco y Pachón,
en prensa), han desaparecido o se localizan en profundidad, al ubicarse desde la Prehistoria en tierras muy
factibles en los que la agricultura ha mantenido una gran intensidad hasta la actualidad. De aquí la relevancia
y singularidad de los Castillejos de Montefrío, como único referente de estos poblados al aire libre, aunque
con una ubicación topográfica diferente, que ha proporcionado en sus niveles superiores cerámicas pintadas, posiblemente amortizadas, propias por tecnología y morfometría de un hábitat al aire libre; pero sin haberse localizado en sus niveles neolíticos antiguos, en orden a sus orígenes, la muestra cerámica que aquí
investigamos. En general, tanto en Andalucía como en el Sureste y en el área Levantina, no tenemos en la
actualidad datos concluyentes que retrotraigan los orígenes de estos motivos pintados cerámicos más allá
del Neolítico Medio/Tardío. Lo que consideramos anecdótico, pues depictar sobre soportes muebles pétreos
con similares motivos como los representados en las cerámicas, está plenamente comprobado desde el Epipaleolítico/Neolítico Antiguo. En este aspecto, como referente más reciente tendríamos que recordar los cantos pintados de Chaves, con cronología del Neolítico Cardial (Utrilla y Baldellou, 2001-2002). De igual
forma, en las depicciones de los paneles rupestres antiguos encontramos similares motivos a los representados en cerámicas. Es paradigmático, así, dentro del mismo Subbético, el panel “A” de la Cueva del Plato,
Jaén (Carrasco et al., 1985), donde en perfecta conjunción aparecen las mismas depicciones en zigzags,
dientes de lobo, puntos, etc., que en algunas cerámicas levantinas o del Sureste. Por último, en relación con
los factibles paralelos entre cerámicas con motivos pintados y otros de tipo impreso en sus diferentes técnicas, incisas, esgrafiadas, peinadas, etc., la cuestión parece obvia y fuera de lugar, pues todas estas decoraciones pertenecen a un mismo formato. Huelga intentar establecer este tipo de paralelismos, pues
decoraciones cerámicas en cualquiera de sus modalidades, depicciones rupestres y en soportes muebles, no
dejan de ser las mismas expresiones o manifestaciones plásticas propias en origen del Neolítico Antiguo y
Medio, con sus correspondientes pervivencias a lo largo de la Prehistoria Reciente e incluso de la Protohistoria.
Sin embargo, la cronología puntual de estos motivos pintados, como venimos exponiendo, por motivos coyunturales o accidentales, es difícil de precisar para momentos anteriores al Neolítico Tardío/Final.
Por ello, a falta de mejores argumentos, las dataciones absolutas obtenidas de los utensilios orgánicos de
Murciélagos de Albuñol, así como las tipologías cerámicas de Sima de los Intentos y de algún otro enclave,
pueden ofrecer algunos datos sucintos para ampliar esta cronología en fechas absolutas. Aunque, volviendo
a insistir en este aspecto, no cabe ninguna duda de que estas cerámicas pintadas, obviamente, tienen sus orígenes en el Neolítico Antiguo.
Las datas absolutas (cal.) obtenidas de los contenedores orgánicos decorados de Murciélagos (Cacho
et al., 1996) indican una cronología no posterior al Neolítico Medio, e incluso del Neolítico Antiguo evolucionado. Las cerámicas pintadas con bandas de Intentos, asociadas a decoraciones impresas-peinadas,
únicas documentadas hasta la fecha en el contexto peninsular, pueden tener una cronología del Neolítico Antiguo epicardial. Del estrato XV de Carigüela, considerado Neolítico Antiguo, no el más antiguo de su secuencia, existe una fecha absoluta (7010 BP) con dos series iniciadas por encima del 6000 BC
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(6047-6040/6033-5724 a.C.) (Castro et al., 1996). Entre el registro cerámico de este estrato, con un gran porcentaje de impresas cardiales, existen unos fragmentos con el mismo tipo de impresiones con motivos que
combinan bandas horizontales, verticales, dientes de lobo, metopas, zigzags, etc. Apareciendo, entre estas
decoraciones, una banda bien delimitada de pintura a la almagra que no sabemos si constituye un resto de
la que debió tener el vaso en origen, o fue un motivo realizado ex profeso. Restos de pinturas a la almagra
también son muy frecuentes en los registros arqueológicos de las cuevas del Subbético que pudiéramos considerar de los horizontes antiguos neolíticos, pero que desconocemos si formaban parte de motivos concretos, de engobes o de pinturas totales con que se decoraron las superficies de los vasos. En este caso, los
posibles motivos pintados que se han señalado en Murciélagos de Zuheros, también nos llevarían, si tenemos en cuenta la serie de dataciones absolutas obtenidas de su “estratigrafía”, a fases antiguas del Neolítico.
De esta forma, comprobamos cómo, de una u otra forma, las cerámicas pintadas con motivos geométricos
están bien representadas desde los momentos más antiguos del Neolítico a los finales e inicios del Cobre.
Tradición pictórica que se interrumpe en tiempos argáricos, para retomarse con fuerza en ciertos momentos del Bronce Final.
Pero en este mundo de las decoraciones pintadas, a pesar de lo escaso de la muestra estudiada, se
puede con cierta cautela avanzar algún tipo de conclusión general. Por ejemplo, parece que los motivos pintados de las cerámicas, que pudiéramos adscribir grosso modo a los horizontes antiguos del Neolítico, siempre aparecen en combinación con otros realizados con las consabidas técnicas de impresión, incisión,
esgrafiado, etc., etc., formando todas estas manifestaciones decorativas en las paredes de la vasija un conjunto recargado con un cierto aspecto barroco. Por el contrario, parece que las cerámicas pintadas que podríamos fechar a partir de finales del Neolítico Medio/Tardío hasta principios del Cobre solamente presentan
motivos pintados sin combinar con otro tipo de decoraciones, como sucedía en tiempos anteriores. También,
los motivos de bandas, zigzags, dientes de lobo se retoman con fuerza en esta versión pintada; especialmente, los denominados reticulados, más propios de estos momentos tardíos, lo cual es de extrañar pues
muestras cerámicas con decoraciones reticuladas realizadas con otras técnicas, especialmente de incisión,
se conocen desde los primeros momentos neolíticos. Puede señalarse entonces, por lo reciente de su publicación, un gran fragmento con decoración reticulada y técnica de incisión “asociadas con impresiones”,
junto con tratamiento a la almagra, en Cueva del Toro, en su Fase IV (Martín et al., 2004, fig. 32, 2), que
de ser correcta su ubicación y por sus dataciones absolutas podría pertenecer al Neolítico Antiguo.
También son frecuentes los reticulados como decoración básica en ciertos tipos de objetos realizados en hueso que, siguiendo ciertos criterios de clasificación (Vento, 1985; Camps et al., 1990; etc.), podríamos denominar como colgantes, dando en algunos casos cronologías del Neolítico Antiguo. Sin más
detalles, al margen de documentos similares en otros ambientes peninsulares y extra-peninsulares, sólo concretaríamos en este apartado dos de los colgantes recuperados en la Cueva del Canal (fig. 1: 9-10), especialmente el nº 10 que, por configuración y decoración romboidal incisa, se asimila extraordinariamente al
ejemplar documentado en la Sarsa de Bocairent (Pascual Benito, 1998; Pascual Beneyto y Ribera, 1999),
fechado en el Neolítico Antiguo Cardial.
En definitiva, estos esquemas reticulados romboidales, no pintados, están latentes en el viejo trasfondo neolítico de las decoraciones impresas e incisas, que impregnan su antiguo registro cerámico y óseo.
De su trascendencia y continuidad pueden ser indicativos los esquemas que en horizontes posteriores, a partir del Neolítico Final, se repiten en vasos de yeso y alabastro, como en la ollita aparecida en la Cueva del
Canal con decoración reticulada (fig. 2: 4). Un extraordinario recipiente que también formaría parte del
ajuar individualizado de una de las inhumaciones depositadas en su interior.
Pero, al margen de las decoraciones pintadas geométricas de los cestillos de Murciélagos y sus relaciones con las cerámicas pintadas y peinadas, esta cueva también ha proporcionado dos fragmentos cerámicos con decoraciones, que pueden relacionarse con estos recipientes y que, a su vez, pueden constituirse
en soportes muebles de gran importancia para el mundo del esquematismo. Sus motivos, de ser ciertos, esAPL XXVIII, 2010
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pecialmente en el caso de uno de ellos, estarían bien representados en los iconos rupestres y, en menor medida, en los soportes muebles cerámicos desde el Neolítico Antiguo. Las cronologías, que en este caso pueden aportar, no son de gran relevancia, pues los esquemas representados son, en cierta forma, intemporales,
como el mismo esquematismo; aunque es durante el Neolítico Antiguo y Medio cuando alcanzan su máxima
expresión. Sin embargo, estos escasos motivos de raigambre seudo-figurativa, como elementos decorativos
en cerámicas neolíticas y posteriores, han centrado la atención en los últimos años (Carrasco et al., 1985,
Martí y Hernández, 1988; Carrasco et al., 2006; Martí, 2006), con la casi exclusiva finalidad de apuntalar
las cronologías neolíticas de similares motivos depictados en los paneles rupestres, que tradicionalmente se
venían datando en Edad de los Metales. Desde este punto de vista, tendría gran valor uno de los fragmentos cerámicos de Murciélagos, con una representación pintada en rojo, ciertamente controvertida, que para
Gómez Moreno era “algo como animal pintado sobre el barro y brillante, recordando el arte estilizado rupestre” (fig. 3: 1) (Gómez Moreno, 1933). Posteriormente, esta cerámica es de nuevo referenciada por C.
Cacho, cuando indica que en “realidad se trata de los restos de un motivo geométrico pintado del que se conservan varias líneas paralelas, posiblemente inscritas en un triángulo” (Cacho et al., 1996). Por nuestra parte,
no hemos tenido ocasión de comprobar esta cerámica, pero las observaciones realizadas sobre ella por
Gómez Moreno y C. Cacho resultan, en sí, novedosas y, a su vez, controvertidas y contrarias; a no ser que
se describan dos fragmentos distintos. Si la depicción correspondiese a un cuadrúpedo, lo que no extrañaría dada la solvencia de su descriptor G. Moreno, constituiría el primer caso conocido pintado sobre cerámica; todo lo contrario que ocurre con similares representaciones realizadas con otras técnicas de impresión
e incisión que, aunque no son multitud, sí están documentadas en ambientes andaluces y levantinos (Carrasco
et al., 2006; Martí, 2006). Si, por el contrario y como indica C. Cacho, el motivo estuviese configurado por
líneas paralelas inscritas en un triángulo, sería un ejemplo más, dentro del mundo de las cerámicas pintadas
con motivos geométricos. Para nosotros sí tendría un valor añadido: que las dataciones absolutas que se han
obtenido para algunos de los registros ajuáricos de esta cueva, en teoría relacionados con este fragmento,
están dentro del arco cronológico que actualmente se está ofertando para el Neolítico Antiguo y Medio andaluz (Cámara et al., 2005). Lo cual, y a priori, sería en estos instantes novedoso, pues su cronología no bajaría del Neolítico Medio. En el caso de que la depicción correspondiese a un cuadrúpedo, al margen de su
singularidad, no indicaría nada en especial respecto de la cronología del motivo. Sin embargo, si fuese un
motivo geométrico con relleno de líneas paralelas, como piensa Cacho, entonces sí alcanzaría relevancia al
constituir, de momento, el más antiguo ejemplar conocido con estas características.
Finalmente, el segundo fragmento cerámico, al que antes aludíamos, procedente de Murciélagos, sin
lugar a dudas menos trascendente para nuestro trabajo que el anterior pintado, tiene una decoración incisa
con motivo de espiga (fig. 3: 2) (Mengíbar et al., 1983). Este esquema, ampliamente reconocido en los paneles rupestres, así como en las decoraciones cerámicas neolíticas, tiene un similar muy próximo en otra cerámica de la cueva próxima de Las Campanas (fig. 3: 3) (ibíd.), igualmente decorada con pequeñas
incisiones. Sin embargo, los referentes de estos motivos en espiga, más próximos en el espacio, los tenemos
en la Sima de los Intentos (fig. 3: 4-5), realizados mediante peinado, impresión y almagra, de evidente cronología antigua dentro del Neolítico.
Otro punto de reflexión, planteado por el trabajo de C. Cacho, lo constituye el tipo de pinturas utilizadas en las decoraciones de los cestillos, que, en nuestra opinión, tendría una evidente relación con las empleadas en los ornamentos de cerámicas y depicciones de los paneles rupestres. Un dato técnico a tener en
cuenta son los resultados obtenidos de los análisis realizados a los restos de pigmentos que componían estas
pinturas: pese a no estar bien definidos, destaca la presencia de proteínas con un espectro similar al que proporciona la cola de origen animal, posiblemente utilizada como aglutinante, junto con la presencia de silicatos (Cacho et al., 1996: 116). Respecto de las diferentes tonalidades detectadas en la gama de los colores
rojos, indiquemos que también es un fenómeno frecuente entre las depicciones rupestres esquemáticas, significado a veces y justificado, en la mayoría de los casos, por la degradación a que se sometieron en el
tiempo, o bien por sus disposiciones en el interior de los abrigos, con mayor o menor exposición a la inAPL XXVIII, 2010
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Fig. 3. 1, Murciélagos, cerámicas con motivos pintados (Gómez, 1933); 2, Murciélagos, cerámicas con motivos
incisos (Mengíbar et al., 1983); 3, Las Campanas, cerámicas con motivos incisos (Mengíbar et al., 1983);
4-5, Los Intentos, cerámicas pintadas e impresas con almagra.
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temperie. Aunque no tenemos datos muy precisos sobre los pigmentos utilizados para depictar en los abrigos rupestres, intuimos por los restos de oligistos, almagras, etc., a veces asociados a enterramientos, en pequeños contenedores, en hábitats, etc., que los minerales de hierro serían, posiblemente, los que formalizaron
las gamas cromáticas de las paletas pictóricas empleadas. Ripoll, tras análisis específicos, señalaba la presencia de hierro, manganeso, aluminio y cobre en las pinturas levantinas (Ripoll, 1961); componentes que,
junto con el carbón, también se señalaron en pinturas paleolíticas (Cabrera, 1979). Sobre los pigmentos utilizados para tintar tejidos, empleados para la confección de prendas de adorno o de vestir, los Siret ya indicaban para época argárica el uso del cinabrio como materia colorante (Siret, 1890); se trata de un sulfuro de
mercurio, cuyo pigmento es de excepcional calidad. En un análisis por Difracción de Rayos X y A.T.D., que
encargamos hace bastantes años, sobre los pigmentos rojos aparecidos en un resto de tejido procedente de
una tumba argárica de la Cuesta del Negro de Purullena (Granada), se comprobó una composición con base
de cinabrio, jarosita y cuarzo (Carrasco, 1979).
Son datos dispersos, a partir de análisis precisos no homogéneos, pero como indica Sánchez Gómez,
el hombre de la Prehistoria “utiliza los colores que tiene a mano en las formas más naturales; estos son los
pigmentos minerales que posibilitarán colores como rojos, amarillos, negros y, en ocasiones, blancos. Si
existe algún valor simbólico de estos colores, se le ha conferido a posteriori, pues a excepción de alguna zona,
no había otros colorantes, bien por ausencia material o bien por la imposibilidad técnica de obtenerlos”
(Sánchez Gómez, 1983). Desde este punto de vista, los estudios realizados por C. Cacho, sobre las depicciones de los cestillos, indican la presencia de silicatos que bien pudieran tratarse de hierro, al ser muy frecuentes en las Alpujarras. Por otra parte, los ocres ferruginosos constituyen el grupo de pigmentos más
empleados, muy fácilmente localizables en la naturaleza y que apenas requieren elaboración, ofreciendo
gran variedad de matices, desde el bermellón al castaño, del violáceo oscuro al anaranjado, etc. (Beltrán,
1968). Couraud, en un estudio exhaustivo realizado sobre los pigmentos utilizados en la Prehistoria y su
forma de empleo, describe una serie de grupos en relación a minerales y materias orgánicas usadas para las
depicciones parietales y en soportes muebles. En sus investigaciones sobre depicciones en guijarros, también indica la presencia al menos de 12 aglutinantes como son el agua, orina, cola de pescado, goma arábiga, sangre y suero de buey, así como tuétano de cerdo y buey (Couraud, 1988).
Los datos que muestra el estudio de C. Cacho: la grasa animal como aglutinante y la presencia de silicatos, que bien pudiesen ser de tipo ferruginoso, constituyen un punto de partida para comprender algunos componentes de los pigmentos que fueron utilizados, no sólo en las depicciones de los espartos de
Murciélagos, sino, en ciertas cerámicas neolíticas, así como en las pinturas rupestres. En este apartado, recientes análisis elaborados sobre muestras obtenidas de las pinturas paleolíticas de la Cueva de Tito Bustillo (Navarro y Gómez, 2003; Navarro, 2003), indican cómo los ácidos grasos libres, que sirvieron como
aglutinantes de los óxidos de manganeso, hematites, arcillas ferruginosas, óxidos de hierro, silicatos, etc.,
eran más semejantes a los patrones que proporcionan las grasas frescas de animales de tipo vacuno, bovino
y porcino que a aceites de procedencia vegetal.
CONCLUSIONES GENERALES
En las decoraciones impresas, peinadas, incisas y pintadas de los registros cerámicos de las necrópolis neolíticas en cuevas, de igual forma que en los diseños pintados en recipientes orgánicos como los
cestillos e incisos en hueso, existe una cierta unidad conceptual a partir de motivos homogéneos, ampliamente representados en los paneles rupestres esquemáticos. Especialmente, zigzags, triángulos, dientes de
lobo, soles radiados, trazos aislados, motivos en espiga, ramiformes, etc. Faltan sólo, en los casos que nos
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han ocupado, los motivos antropomórficos y zoomórficos, si exceptuamos el posible de Los Murciélagos;
desechado, como hemos indicado anteriormente, por C. Cacho. Existe una evidente conexión ideológica y
cronológica en todos ellos, desde los orígenes del Neolítico Antiguo posiblemente, como depositario de tradiciones más antiguas. En este aspecto, tanto los cestillos de Murciélagos, como las cerámicas de Los Intentos, no dejan de constituir soportes muebles, bien fechados, que dan un firme sustento cronológico a los
similares expresados en los iconos rupestres esquemáticos. Desde este punto de vista, las decoraciones constatadas en los cestillos de Murciélagos, entre el Neolítico Antiguo Evolucionado/Neolítico Medio, adquieren más relevancia. Constituyen un jalón cronológico muy a tener en cuenta, no sólo para situar en el tiempo
similares decoraciones en cerámicas mal contextualizadas, sino para fechar ciertas depicciones esquemáticas de más difícil temporalización.
Al margen de esta unidad conceptual e ideológica, comprobada en la realización de las decoraciones
en cerámica, hueso, piedra, materia orgánica y esquemas rupestres, es evidente que algunos de los motivos
geométricos plasmados en los cestillos de Murciélagos pueden, en el momento actual, marcar algún tipo de
cronología interna para la comprensión de la evolución de diseños similares, y de otros tipos, en las denominadas cerámicas pintadas neolíticas. En este aspecto, podríamos establecer una secuencia evolutiva, en
cierta forma idealizada, que, iniciándose en el viejo trasfondo de las decoraciones a la almagra del Neolítico Antiguo, llegase hasta la diversificación tipológica y decorativa comprobada en el Neolítico Final/Cobre,
con posteriores pervivencias e impulsos en el Bronce Final y períodos posteriores. En este amplio hiato cronológico, que sobrepasaría toda la Prehistoria Reciente, se comprueba cómo en los cestillos de Murciélagos
existen motivos decorativos que pueden adscribirse a los momentos más antiguos de este período; entre
otros, las amplias fajas pintadas, los esquemas en zigzags y los soles radiados, que también se constatan en
las cerámicas antiguas impresas. Los motivos geométricos estrictos, como los esquemas romboidales depictados en los cestillos, con fechas no posteriores al Neolítico Medio, pueden marcar la cronología de otros
similares desarrollados en cerámicas no bien contextualizadas. Sin embargo, otros motivos de claro matiz
naturalista, detectados en uno de los recipientes de Murciélagos, que C. Cacho definía como “puntas de flecha”, no tienen, en nuestra opinión, una filiación próxima ni en el tiempo ni en el espacio. Por lo que deberían ser objeto de una investigación más profunda, de igual forma que la elaboración de una documentación
más exhaustiva de los motivos decorativos de los registros orgánicos de esta cueva, dada su trascendencia
y cronología antigua.
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