Notas historiográficas sobre los estudios fenicios en el País Valenciano
Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA
Vol. XXVI (Valencia, 2006)
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Jaime VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ*
NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS
FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
RESUMEN: Se presenta la historia de la investigación acerca de los estudios fenicios en tierras valencianas y se valora a través de tres etapas (una primera de indefinición, otra de descubrimiento y la tercera de acumulación de datos) con referencias al contexto español y europeo. Son de
especial interés el modo en que los contactos culturales han sido conceptualizados en cada momento, el papel de los grupos indígenas y mediterráneos, y las referencias a la arqueología ibérica como
cuerpo de estudios consolidado. El trabajo muestra una lectura crítica y, al mismo tiempo, constructiva al incluir no sólo un estado de la cuestión sino vías futuras de estudio.
PALABRAS CLAVE: historiografía, País Valenciano, fenicios, cultura ibérica
ABSTRACT: Historiographic notes on the Phoenician studies in the Valencian country.
The history of the research on the Phoenician studies in the Valencian country is presented in this
paper through three phases (first the indefinition; second the discovery; and nowadays a data-pile
phase) with their specific contributions to the Spanish and European intellectual context. The way
the culture contacts have been conceptualised in each phase, the role of the indigenous and
Mediterranean peoples, and the references to Iberian archaeology as a body of studies are of special
interest. The paper aims to be a critical and, at the same time, constructive review because new research trends are betrayed.
KEY WORDS: historiography, Valencian country, Phoenicians, Iberian culture.
* Servicio de Investigación Prehistórica. Diputación de Valencia.
jaime.vivesferrandiz@dva.gva.es
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J. VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ
INTRODUCCIÓN
Toda interpretación arqueológica es una construcción cultural y por ello necesariamente discutible, revisable y susceptible de actualización. Las interpretaciones arqueológicas comprenden e incluyen las ideas que son importantes para el autor en el momento
de estudiar ciertos aspectos de la existencia humana en el pasado y las que él mismo ha
aprendido de otros investigadores o tendencias ideológicas. Un campo de estudio, una
clasificación tipológica o un marco teórico son elecciones determinadas por el contexto
social, político, económico o académico de modo que el pasado se produce por individuos con objetivos —implícitos, explícitos, conscientes, inconscientes— y para determinados receptores o consumidores. En consecuencia, dado que pasado y presente están
interrelacionados, también lo están los conceptos y significados de aquél con los objetos
arqueológicos, puesto que se ilustran, se constituyen y se dan sentido unos a otros
(Shanks y Tilley, 1992: 256) hasta el punto de que «los objetos no pueden contarnos nada
acerca del pasado porque el pasado no existe. No podemos tocar el pasado, verlo o sentirlo; ha muerto y desaparecido. Nuestros amados objetos pertenecen en realidad al presente. Existen en el ahora y aquí [...], el pasado existe únicamente en las cosas que decimos sobre el mismo» (Johnson, 2000: 29; cursivas en el original).
Por ello, abordar la historiografía es esencial para valorar, desde la perspectiva que da
la distancia en el tiempo, los ritmos de la formación de ideas, las diversas interpretaciones de que es objeto el registro arqueológico o las explicaciones históricas. Conocer la
historia de la investigación sobre un tema nos sitúa en el marco de un estudio quizás ya
abordado en otras ocasiones y desde diferentes puntos de vista, lo cual siempre es enriquecedor. En este trabajo analizaré la historia de la investigación sobre los estudios fenicios en el País Valenciano a través de tres apartados que corresponden, cada uno de ellos,
a tres etapas. De entrada, conviene reiterar que todas ellas han supuesto avances importantes en la disciplina, en cada una se han producido aportaciones al conocimiento y,
obviamente, ninguna puede entenderse sin las precedentes. Al final se incorpora un breve
estado actual de la cuestión y algunas líneas de investigación futura.
HASTA LOS AÑOS 60 DEL SIGLO XX, O LA APARENTE INDEFINICIÓN DE
LA PROTOHISTORIA
«Y entre aquellas [estaciones] del principio de los metales, con cerámica basta, manufacta y
cocida a baja temperatura; con objetos de cobre y bronce y abundancia de utensilios de piedra, y
estas de la Segunda Edad del Hierro, con barros finos, torneados y cocidos a elevada temperatura,
y objetos de hierro abundantes y diversos, se ve que hay un abismo de tiempo imposible de llenar
satisfactoriamente, hasta ahora, y durante el cual estas estaciones estuvieron, sin duda, abandonadas»
N. P. GÓMEZ SERRANO, 1929: 148
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«Sea cualquiera la data que ha de atribuirse al primer contacto con los fenicios, hasta el
momento presente no pueden señalarse restos de su presencia en el Levante español»
D. FLETCHER, 1960: 48
Estas dos citas, separadas por 31 años, ilustran la primera etapa de la investigación
sobre la presencia —o no presencia— fenicia en el País Valenciano. En ninguna de las
dos encontramos referencias directas a los fenicios sino que aluden a la dinámica evolutiva de las comunidades indígenas o manifiestan la ausencia de datos sobre su presencia.
Para entender el por qué de estas formulaciones analizaré el contexto de estudios arqueológicos europeo y peninsular durante la primera mitad del s. XX.
Antes del s. XIX los estudios sobre la civilización fenicia no podían contar más que con
la documentación que ofrecían los textos clásicos, pues eran prácticamente inexistentes
los testimonios materiales atribuidos a los fenicios, púnicos o cartagineses. Ahora bien,
una lectura acrítica de los textos grecolatinos provocaba la asunción de una serie de tópicos de los que no escapaba, por ejemplo, ni el mismo Vives. En 1521 escribe en
Comentarios á La Ciudad de Dios de San Agustín acerca del intercambio de metales en
la península Ibérica, que califica de desigual ya que los «fenicios, pueblos que recorrían
todo el mundo guiados sólo por el lucro, se los cambiaban por dijes y fruslerías de poco
valor». Los escritos de Vives deben entenderse como la defensa de los valores y la moral
cristianos frente a los semitas —entre los cuales se incluye a los fenicios— y que lleva al
humanista a expresar juicios de valor negativos tomados de la Biblia, en aquel entonces
única fuente de estudio asumida como verdad histórica: así, los fenicios habrían inducido a la codicia a «pueblos sencillos, entre los que no eran conocidos los vicios ni las
malas pasiones» e incluso habían sido «los causantes é inventores de males sin cuento y
de todas nuestras desgracias».1 Estas concepciones serán también recogidas por la historiografía posterior ya que se rastrean por ejemplo en la magna obra de De Mariana
Historia General de España (s. XVII), donde los fenicios son tratados como un pueblo con
afán de lucro, mercantilistas y astutos, contribuyendo a ese lugar común del fenicio
ambicioso (Gala, 1986: 230 y ss.). Sin embargo, las lecturas históricas no son nunca
homogéneas ya que años después los fenicios son vistos como introductores de avances
y reciben un tratamiento más considerado: «Vives […] en vez de presentarnos á los fenicios trayendo el primer alfabeto y enseñando á deletrear á pueblos salvajes, los acusa de
codiciosos, corruptores de unas razas y de un pueblo que, sobrio y morigerado, y viviendo una vida patriarcal y de fraternidad, buscaba por sí el camino de la civilización»
(Brusola, 1876: 38), críticas que, sin embargo, no asume este mismo autor a lo largo de
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Lib. VIII, cap. IX, 94, en Commentarii ad divi avrelii avgvstini de Civitate Dei, III, libri VI-XIII, Pérez Durà y Estellés
(eds.), 1993: 200-201. Para la traducción cf. Brusola y Briau, 1876: 34-37.
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una obra que hay que entender como el interés por ponderar el pasado glorioso de
España.
Durante el s. XIX, los nacionalismos de segunda generación —el término es de
Anderson— exigían construir una identidad, imaginarse como unidad y reconocerse en
los antepasados a través de la continuidad de las lenguas y, lo que más nos interesa en
este caso, de la Historia, que debía ser específica y narrada no a lo largo del tiempo sino
a través del tiempo (Anderson, 2005). Nuevos enfoques encabezados desde la Altertumswissenschaft alemana ponían el acento en Grecia y su cultura para buscar los orígenes de
Europa y construir de este modo la nacionalidad. En este estado de la cuestión, es comprensible que fenicios o cartagineses estuviesen cargados de prejuicios pues se consideraban la alteridad de los europeos en tanto que pueblo oriental: inferiores, meros comerciantes y, sobre todo, afines culturalmente a los judíos (Bernal, 1993: 312) lo que, por un
lado, permitía asimilarlos cultural y étnicamente bajo el término ‘semitas’ y, por otro,
bastaba para provocar recelos, pues se hacía evidente que eran los otros frente a los griegos y, después, los romanos.
La europeidad se situaba, sin embargo, en una ambigüedad puesto que Europa, a través de Grecia, habría recibido de manos del Próximo Oriente el relevo de la ‘antorcha de
la civilización’, siendo no obstante Oriente el que quedaba categorizado como el extraño
o como el otro (Larsen, 1989; Kohl, 1989). Ello tiene que ver con el modo en que Europa
construyó una ideología de su idiosincrasia a través del Orientalismo (Said, 2003) y
orientó la Arqueología en el Próximo Oriente en la vía de parámetros eurocéntricos. Entre
éstos destaca el conocido Ex Oriente Lux, con el que se percibían los valores culturales
orientales como contribución a la civilización europea, sin la cual no tendrían sentido
(Liverani, 1996: 425). Además, tras la afanosa búsqueda de las identidades nacionales
europeas se dejaba sentir el peso de los textos clásicos grecorromanos enfocando el estudio del colonialismo en la Antigüedad como una propagación de los valores europeos
(van Dommelen, 1998: 23).
Ahora bien, entre finales del s. XIX y el primer tercio del XX se producía el descubrimiento de una serie de objetos excepcionales fenicios y púnicos no sólo en diversos puntos del Mediterráneo sino también en el sur peninsular. La lectura de los textos no ocupaba tanto la atención científica como los continuos hallazgos pues, para el caso concreto de la península Ibérica, en 1887 se descubría el famoso sarcófago antropoide en Punta
de la Vaca, en Cádiz (Mederos, 2001: 39). Las décadas siguientes iban a ver una profusión de hallazgos fenicios, orientales y orientalizantes en la península parejo al desarrollo de la Arqueología como disciplina. Con ellos se aportaba un corpus inicial de datos
que permitía confirmar materialmente la llegada fenicia al Extremo Occidente, vista en
aquel entonces como una expansión exclusivamente comercial, tal y como señalaba Siret:
«Les phéniciens ont les premiers fait le commerce de l’argent d’Espagne, sur une grande échelle, et ils ont, d’une façon ou de l’autre, tenu le pays sous leur dépendance» (Siret,
1907: 49). Y los novedosos descubrimientos los interpretaba como evidencias del inter—296—
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cambio de metales, pues «de plus en plus nombreuses sont les preuves de leur commerce très étendu, qui avait comme object principal l’exportation des métaux rares» (Siret,
1909: 3).
Los nombres que ocupan las notas arqueológicas de la época son la ciudad de Cádiz,
donde Quintero había intensificado las actividades con éxito (Bosch Gimpera, 1913-14),
la necrópolis de Villaricos (Almería), excavada desde 1890 por parte de Siret, la necrópolis de la Cruz del Negro (Carmona, Sevilla) con las labores de Bonsor, o las excavaciones en el Puig des Molins (Ibiza) con los trabajos de Vives y Pérez Cabrero y la creación de la Sociedad Arqueológica Ebusitana. Mientras, la geografía contaba, y mucho,
para entender esta área como periférica respecto al desarrollo del comercio fenicio, pues
la Arqueología valenciana quedaba desligada de los espectaculares hallazgos feniciopúnicos.
Pero, ¿qué se debatía en los centros intelectuales de Valencia? Para esta época es de
destacar la aparición de las Sociedades Arqueológicas, de las que fue pionera la valenciana (1871), centrada en las investigaciones del pasado prehistórico, y a cuya desaparición en 1881 siguió un vacio institucional que tardó varias décadas en superarse (Martí,
1993: 23). Así, en nuestro recorrido por esta historia de la investigación es imprescindible desviar la mirada hacia la cultura ibérica, que aquí ocupaba la atención por sí misma
a raíz de hallazgos como la Dama de Elche. Las referencias documentales —es decir,
materiales— en este estado de la cuestión no venían de la mano de pueblos orientales,
bien definidos en las fuentes y ausentes en esta geografía, sino de la llamada «Edad de
los metales» y la cultura ibérica. Así, asistimos ahora al surgimiento de uno de los grandes debates de la arqueología valenciana en el s. XX: el tránsito desde el final de la Edad
del Bronce hacia la cultura ibérica.
Ya desde los años 20 se planteaba la existencia de un hiatus entre ambos periodos
debido a la superposición de sus facies en muchos yacimientos de altura, en los que no
había etapas intermedias conocidas. Visedo ponía de manifiesto el problema de «la llacuna que hi ha entre la civilització del principi dels metalls i la plenament ibèrica de la
Serreta, que coneixia perfectament el ferro i una artística ceràmica feta a torn»; esta
cuestión se resolvía planteando el concurso de otra civilización más avanzada —aunque
sin definir sus características o procedencia— que interactuaría con la indígena siguiendo el camino inexorable de la evolución, en una lectura lineal de la historia: «cal suposar, fonamentant-se en els fets, que aquests primitius pobladors van viure amb els seus
objectes de pedra i bronze fins que una altra civilització més avençada va entrar puixant
i anorreadora i es confongué amb la indígena, a la qual faria, sens dubte, evolucionar»
(Visedo, 1925: 176). Gómez Serrano, por su parte, exponía una explicación similar a ese
vacío en el que existiría una «civilización de la paz, la de las llanuras, floreciente sin duda
en ese interregno ignorado —entre la aurora de los metales y lo ibérico—» (Gómez
Serrano, 1929: 150). En definitiva, en tierras valencianas se proponía la existencia de una
primera Edad del Hierro que habría surgido de la mano de una «civilización» más avan—297—
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zada. La comparación de la cultura material de poblados de la Edad del Bronce con la de
poblados ibéricos estaba en la base de estas ideas claramente evolucionistas, y se ponía
de manifiesto la evidente capacidad de mejora tecnológica entre la prehistoria del Bronce
y la protohistoria ibérica mediante la llegada de una civilización que mostraría la luz y el
camino a las otras; y, sobre todo, que la distinguiría de otras áreas peninsulares.
Paralelamente, en Cataluña y de la mano de Bosch Gimpera se daban a conocer indicios de la existencia de una primera Edad del Hierro con materiales, por una parte, de
marcado carácter indoeuropeo (céltico o hallstáttico) y, por otra, de tradición arcaizante
o que se relacionaban con la cultura eneolítica del interior peninsular (Bosh Gimpera,
1915-20a: 587). En todo caso, y por lo que hace referencia a los primeros, quedaban desligados de la cultura ibérica desde el punto de vista cronológico —«la seva decadència
correspon al començament del poder ibèric»— y material, pues se emparentaban claramente con la facies de los campos de urnas europeos (Bosh Gimpera, 1925: 209). A diferencia de la zona valenciana, en Cataluña se conseguía llenar parcialmente ese vacío preibérico sólo representado por los materiales de los campos de urnas que habrían llegado a
través de sucesivas oleadas indoeuropeas vislumbrándose en ello las lecturas nacionalistas catalanas de Bosch.
Estrechamente relacionado con estas cuestiones, el origen de la cultura ibérica no
podía ser satisfactoriamente explicado, mientras que su desarrollo era bien conocido por
los trabajos de Ballester en Covalta (Albaida, Valencia) (excavado de forma interrumpida
entre 1906-1919) o en Casa de Monte (Valdeganga, Albacete) (1918-1920), de Visedo en
la Serreta de Alcoi a partir de 1920, o después, del Servicio de Investigación Prehistórica
de la Diputación de Valencia en la Bastida de les Alcusses de Moixent (1928-1931). Se
buscaba un lugar de «formación» del mundo ibérico —es decir, un origen— desde el cual,
supuestamente, irradiaría a otros territorios y, lo que es más interesante para nuestros propósitos, se buscaban las influencias foráneas que lo habría motivado o posibilitado,
denunciando un marcado trasfondo difusionista. De este modo, Bosch Gimpera había
defendido el periodo formativo de la cultura ibérica en torno al s. V en algún lugar del sur
o sudeste peninsular, donde habría sido influenciada por elementos fenicio-cartagineses y
griegos a través de sus colonias peninsulares, decantándose, no obstante, por la opción
griega en base a los parámetros de comparación empleados, elementos artísticos como la
decoración pintada de la cerámica o la escultura (Bosch Gimpera, 1915-20b: 691 y 692).
Evidentemente, los estudiosos valencianos conocían los textos clásicos que aludían a
la pericia fenicia en los mares, en competencia para algunos con los tartesios entre los ss.
X y VIII (Gómez Serrano, 1929: 143, siguiendo a Schulten). Además, se estaba al corriente de las noticias que llegaban del sur peninsular así como de los descubrimientos de
Ibiza, que demostraban una presencia en la isla en el s. VII, caracterizada sin embargo
como púnica, aunque se trataba de descubrimientos desligados de la fachada oriental
peninsular, que imponía un silencio absoluto de los hallazgos. Los fenicios, puesto que
indiscutiblemente navegaban a lo largo y ancho de los mares, habrían fundado algunas
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colonias en las costas del sur peninsular y, para algunos, también en tierras valencianas;
por ello, no puede llamar la atención la publicación de una noticia poco conocida sobre
la existencia de una «colonia fenicia» en la orilla derecha del río Mijares, en la partida de
Villarrachel [sic], y que defiende la existencia de una población «antiquísma y a corta
distancia de la playa» (Forner, 1933: 254). Sin materiales arqueológicos datables en
fechas arcaicas que lo demostraran, este trabajo se convertía en una suposición, no del
todo infundada, del papel que jugaría el yacimiento de Vinarragell (Borriana, Castellón)
en la investigación de la protohistoria valenciana, ya en una etapa posterior.
En definitiva, los testimonios materiales para valorar en la fachada mediterránea
peninsular las manifestaciones culturales fenicias o púnicas no existían o, en el mejor de
los casos, se limitaban al conocimiento de la cultura púnica entendida como cartaginesa
o ebusitana, como se desprendía de una lectura, rara vez crítica, de los textos clásicos,
especialmente aquellos que nos hablan de episodios bélicos como la Segunda Guerra
Púnica o de fundación de ciudades en estas regiones (Polibio, Diodoro de Sicilia, Tito
Livio). En tierras alicantinas, algunas excavaciones llevadas a cabo en la década de los
años 30 —fundamentalmente la necrópolis de la Albufereta (Alicante)— permitían
defender una presencia púnica arraigada: «de lo que no podía caber duda es de que estábamos excavando una necrópolis púnica» (Lafuente, 1944: 75) cuyos exóticos objetos
contrastaban, sin embargo, con «ciertos vasos de ingratas formas y barros pobres, que se
sustraen al cuadro de la cerámica corriente en el área del iberismo» (Figueras, 1956: 15).
Años después, la labor de Llobregat al frente de Museo Arqueológico de Alicante rechazaría de plano estas atribuciones criticando la falta de atención en el mundo ibérico
durante aquellos años y una lectura incorrecta de los textos, para acabar señalando que
«en el Museo Arqueológico Provincial de Alicante no se conserva nada específicamente
púnico» (Llobregat, 1969b: 50).
Un punto de inflexión se va a producir en los años que siguieron al final de la Guerra
Civil, pues algunos autores empezarán a poner de manifiesto la indudable presencia de
«cerámicas arcaizantes» conviviendo con las ibéricas a torno en poblados ibéricos bien
conocidos como Covalta, la Bastida de les Alcusses o el Tossal de Sant Miquel de Llíria.
El interés científico empezaba a centrarse en las estratigrafías de los poblados ibéricos
que depararan información sobre los momentos más antiguos, ya que ahora se advertía
una «aparente perduración de tipos cerámicos tenidos por eneolíticos» para los que se
entreveían fuertes relaciones culturales con yacimientos catalanes y la zona del Bajo
Aragón (Ballester, 1947: 48). Se trataba de un grupo de materiales heterogéneo en el que
se incluían desde el plato con cordones de la necrópolis de Llíria hasta algunas cerámicas de la Bastida, y que reflejaba las tesis imperantes de la escuela valenciana sobre la
baja cronología aceptada para estos fenómenos.
En síntesis, durante los años 50 esta escuela, representada por el S.I.P. y la
Universidad de Valencia, seguirá considerando la perduración del Bronce en tierras
valencianas hasta mediados del s. VII o incluso hasta finales del s. VI; en un momento
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impreciso entre los ss. VII y VI, surgiría la Edad del Hierro debida a influencias europeas
y mediterráneas —«aires renovadores», de nuevo el difusionismo— que desembocarían
en la cultura ibérica. Es la opinión de estudiosos como Fletcher quien, a la vez que reclamaba un protagonismo local para este desarrollo, negaba la influencia fenicia para la
formación de la cultura ibérica en las costas valencianas, aunque no así la cartaginesa en
su desarrollo (Fletcher, 1954: 10), al mismo tiempo que aceptaba cierta influencia céltica en los poblados ibéricos antiguos en dirección norte-sur y una responsabilidad abusiva del papel griego. Los iberos experimentarían «una radical transformación en su cultura al entrar en contacto con pueblos de nivel más elevado» a mediados del primer milenio a.C. (Fletcher, 1960: 34), aunque el mismo autor aporta algunas matizaciones, pues
es consciente de que la presencia de pueblos mediterráneos en tierras ibéricas «no equivale a decir que los modos de vida de los indígenas se transformaron desde el momento
en que aquéllos aportaron en estas costas» (ibídem, 47). Otros autores también acentuaban la especifidad de la formación de la cultura ibérica «a través de una complicada
madeja de aportaciones que configuran una cultura diversa a todas las demás»; aportaciones que eran valoradas de diferente manera según la zona geográfica y el periodo ya
que se planteaba que entre las que «acaban fundiéndose con lo indígena, hay que señalar,
lo púnico, lo griego y, al fin, lo romano» (San Valero, 1954). En el trasfondo están los
debates que siguieron a la Guerra Civil entre los que promovían una visión unitarista de
las culturas peninsulares, con la consideración de lo ibero como una facies celta mediterránea (Martínez Santa-Olalla, 1946), o aquellos que abogaban por una mayor diversificación cultural (Fletcher, 1949), siendo evidentes las conexiones políticas de ambas posiciones.
En el panorama intelectual del tercer cuarto del s. XX ocupa un lugar destacado
Tarradell quien, desde sus actividades como director de los Servicios de Arqueología del
Marruecos Español entre 1948 y 1956, impulsará los estudios arqueológicos feniciopúnicos y proporcionará, al menos para la mitad meridional del Estrecho de Gibraltar, el
corpus material y sobre todo la dedicación y atención que reclamaba para otras áreas
(Tarradell, 1952 y 1953). Aproximadamente en los mismos años, Blanco publicaba dos
trabajos clave que pretendían, de algún modo, seguir la línea abierta por García y Bellido
(1942) y llenar el vacío de una disciplina que comenzaba a ver la luz: la de los estudios
«orientalizantes», a partir de materiales considerados de importación oriental y las producciones realizadas en la península Ibérica e inspirados en ellos (Blanco, 1956 y 1960).
Un ligero cambio de perspectivas para el área valenciana se va a producir de la mano
de Pla a finales de los años 50. En una comunicación presentada en el V Congreso
Nacional de Arqueología, que versaba sobre los orígenes de la cultura ibérica y sus relaciones con las precedentes, señalaba el autoctonismo del proceso frente a las tesis invasionistas —africanistas o indoeuropeistas— y destacaba la importancia decisiva que, en
el tránsito de la Edad del Bronce al Hierro, tuvo la asimilación por parte de los grupos
locales de elementos aportados por poblaciones orientales y, en menor medida, célticas
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(Pla, 1959: 129). Se definía, así, la importancia que tuvieron estos contactos en el proceso histórico, incluso con aportes poblacionales —célticos—, sin caer en el difusionismo
más estricto que anteriormente había estado en boga, pues entendía que las poblaciones
locales eran parte activa y protagonista. Por primera vez se definían paralelos feniciopúnicos para materiales arqueológicos hallados en tierras valencianas, como las piezas
del Collado de la Cova del Cavall y del Puntalet, de Llíria, estableciendo similitudes con
otras piezas halladas en Rachgoun (Argelia), sin llegar a sospechar, sin embargo, la filiación fenicia de éstas últimas (fig. 1).
Fig. 1.- Tinaja fenicia procedente de Llíria. Pla, en 1959, ya señaló la similitud de esta pieza con otras de Rachgoun (Argelia) que
después se identificarían como fenicias.
La cuestión cronológica se resolvía aceptando la antigüedad de estos procesos entre
mediados del s. VII y el V, como, por otra parte, reflejan las conclusiones cronológicas
de las excavaciones en el Alt de Benimaquia (Dénia, Alicante), un yacimiento que
luego ocupará un lugar importante en la bibliografía arqueológica protohistórica: «no
aparece ningún fragmento decorado con semicírculos o motivos vegetales, como tampoco se encontró ni un solo resto de cerámica campaniense. […] La decoración a franjas horizontales y la abundancia de bordes de perfil grueso hablan en pro de situar la
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fortificación en el siglo V o IV, pero debemos mencionar que la cerámica decorada a
franjas horizontales puede presentarse ya en estratos y hallazgos del siglo VI» (Schubart
et al., 1962: 19).
La Edad del Bronce era otro hito cultural bien definido en la arqueología valenciana
de la primera mitad del s. XX. Sus características fundamentales eran conocidas a partir
de la información que ofrecían los trabajos de campo dirigidos igualmente desde el
mismo S.I.P. y que servían a Tarradell, ahora en el Laboratorio de Arqueología de la
Universidad de Valencia, para dibujar un cuadro en el que se reclamaba una personalidad
propia para una cultura cuya perduración explicaba el enlace con la cultura ibérica
(Tarradell, 1963 y 1969). Su formación, por otra parte, se hacía depender de los contactos con Andalucía. No obstante, el aparente vacío cultural y material existente entre el s.
XI y los ss. VII-VI seguiría siendo difícil de llenar, por lo menos hasta la década siguiente.
A modo de síntesis de esta primera etapa se debe resaltar la idea de que en la fachada
mediterránea peninsular, con la excepción de la isla de Ibiza, el término fenicio y su cultura material estaban aún vacíos de contenido arqueológico. Aquello que se entendía por
fenicio tan sólo eran unas referencias textuales grecorromanas y hallazgos lejanos en el
sur peninsular; y además, en ocasiones, se identificaba con lo púnico o cartaginés debido a cierta confusión en la atribución de los materiales: «en muchas ocasiones es difícil
determinar qué se debe propiamente a los fenicios y qué a los cartagineses» (Fletcher,
1952: 53). Si la cultura material no era conocida, la cronología derivada de ella no podía
en ningún modo ser fijada.
Fenicio era, pues, un término que no encontraba su sitio en una protohistoria bipolar
que se dirimía entre la Edad del Bronce y una cultura ibérica que constituía el referente
principal, y a la que se prestaba atención para buscar los orígenes, las raíces étnicas o
influencias culturales para su desarrollo. El desconocimiento de las etapas que existieron
entre éstas dos explica que la investigación tan sólo intuyera algún tipo de presencia o, al
menos, influencia en el desarrollo de los pueblos indígenas, sin saber por quién, de qué
tipo o las modalidades y los ritmos. Esta influencia era definida de modo genérico como
«mediterránea», sin mayor precisión o, en el mejor de los casos, oriental, púnica o griega. La investigación arqueológica sobre la primera edad del Hierro estaba inmersa en un
cul de sac provocado por la inexistencia de datos que no fueran los del periodo ibérico
conocido que se hacía remontar, como máximo, al s. V siguiendo el criterio de Fletcher y
la cronología establecida para la necrópolis de la Solivella (Fletcher, 1965). Pero pronto
novedosos hallazgos comenzarían a modificar este estado de la cuestión.
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ENTRE LOS AÑOS 60 Y LOS 80, O EL DESCUBRIMIENTO DEL COMERCIO
FENICIO
«La cuestión de los orígenes de la cultura ibérica local […] responde a un proceso de aculturación singularmente más complejo»
E. A. LLOBREGAT, 1975: 132
«Por todo lo anteriormente expuesto […] queda una cuestión bastante clara: la existencia de un
complicado panorama de asuntos protohistóricos, que se intercala entre la típica cultura del Bronce
pleno y el florecimiento de la Cultura Ibérica»
O. ARTEAGA, 1976: 192
El «complicado panorama de asuntos protohistóricos» al que aludía Arteaga en 1976
era un hecho sospechado en las décadas anteriores pero absolutamente desconocido,
como hemos visto. Sin embargo, a partir de finales de los años 60 comenzaría a adquirir
forma y nombre puesto que salían a la luz materiales arqueológicos reconocibles, fechables y algunos bien estratificados, que abrirían una nueva etapa de la investigación. Sus
jalones más sobresalientes son los descubrimientos históricos de algunos materiales fenicios en yacimientos de la desembocadura del río Ebro y las excavaciones en los yacimientos de Vinarragell primero, y los Saladares (Orihuela, Alicante) un poco más tarde,
con los que se comenzó a valorar el papel del interlocutor fenicio en la comprensión de
la protohistoria valenciana y catalana. En ello tuvieron mucho que ver los espectaculares
descubrimientos de materiales fenicios que a principios de los años 60 se empezaban a
realizar en el sur peninsular. Veámoslo.
En la península Ibérica, las primeras publicaciones de materiales fenicios recuperados
con metodología arqueológica moderna se deben a Pellicer quien, en 1962, sacaba a la luz
la necrópolis ‘Laurita’ (Almuñécar, Granada) (Pellicer, 1962). El hecho de que en un principio fuera calificada como «púnica» o «paleopúnica», y no como fenicia, es sintomático
de la novedad del descubrimiento y su adjetivación a partir de parámetros culturales y
materiales conocidos. No obstante, éstos no eran los primeros materiales fenicios conocidos, pues a los descubiertos a finales del s. XIX y durante el primer cuarto del XX hay que
añadir la publicación de otros sin contexto (Fernández de Avilés, 1958) y los trabajos pioneros de Tarradell en Marruecos ya señalados. Años más tarde, en 1966, el mismo Pellicer
publicaba junto a Schüle una nueva estratigrafía del Cerro del Real (Granada) en la que
se demostraba la llegada de importaciones «greco-púnicas» y su influencia sobre las
poblaciones indígenas y se definía el periodo de los años oscuros «preibéricos» en el sudeste (Pellicer y Schüle, 1966). Por otra parte, el papel del Instituto Arqueológio Alemán
de Madrid iba a ser determinante desde 1961, fecha en la que se ponía en marcha un pro—303—
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yecto de investigación en la costa malagueña con el fin de confirmar las teorías de
Schulten acerca de la existencia de la colonia focea Mainake, nombrada en los textos, y
que daría como resultado el paradójico descubrimiento de una colonia fenicia en el yacimiento de Toscanos (toda la bibliografía en Niemeyer, 1986: 124 y ss.).
Las novedades arqueológicas permitieron empezar a valorar, aunque tímidamente, el
proceso de presencia comercial fenicia en las costas orientales peninsulares. Ejemplo de
ello es la aportación de Maluquer en el V Simposium de Prehistoria Peninsular donde
presentó los escasos restos fenicios conocidos por aquellos años en Cataluña (fig. 2), y
los puso en relación con el comercio arcaico que, desde Ibiza, conectaría con la costa
mediterránea peninsular a partir del s. VII, especialmente con la desembocadura del Ebro
o con Ampurias; incluso no descartó la localización de una colonia fenicia en estas costas (Maluquer, 1969).
El reconocimiento en el área valenciana llegaría unos años más tarde, con las publicaciones de las excavaciones en Vinarragell y los Saladares, a los que se añadía, años después, las de Peña Negra (Crevillent, Alicante). La importancia de los tres registros radicaba en la estratigrafía, que rompía la idea de una continuidad cultural desde el segundo
milenio hasta el s. V y, sobre todo, se empezaba a definir el periodo previo a la aparición
de la cultura ibérica. Un periodo que permanecía en blanco en su secuencia cultural y en
el que el papel de los fenicios empezaba a ser visible.
Desde 1967 se venía excavando en Vinarragell pero no se publicarían los resultados
hasta 1974 (Mesado, 1974) por el empeño de parte de la investigación valenciana en ver
una cronología restringida para la aparición de las primeras manifestaciones culturales
que se identificaban con lo ibérico, fundamentalmente la cerámica (Tarradell, 1961; Pla,
1962: 238; Fletcher, 1965: 57), cuya referencia era principalmente la documentación de
la Bastida de les Alcusses. Con la publicación de Vinarragell se reconocieron las primeras importaciones fenicias en estas costas y se fecharon en los ss. VI-V (fig. 3).
Casi al mismo tiempo, el yacimiento alicantino de los Saladares confirmó estos resultados. Fue reconocido a partir de los primeros sondeos y prospecciones en 1969 y, ya en
1971, se emprendieron las excavaciones regulares, hasta un total de cinco campañas. Se
debió, no casualmente, a Arteaga y Serna, pues el primero conocía de primera mano los
resultados de Vinarragell —participando incluso en el estudio de la fauna que había deparado la primera campaña (Mesado, 1974) y en la memoria de la segunda campaña de
excavaciones (Mesado y Arteaga, 1979)— por lo que estaba sobre la pista del componente fenicio en las costas orientales de la península, en el marco de estudio más amplio
de la formación y poblamiento de la cultura ibérica, objetivo de su Tesis Doctoral. Fruto
de esta colaboración comenzaron un estudio comparativo sobre las estratigrafías y materiales de los dos yacimientos valencianos, estudio que nunca vió la luz. La valoración de
la estratigrafía de los Saladares supuso retrasar sensiblemente la cronología de la llegada
de materiales fenicios a la zona meridional valenciana, pues las primeras importaciones
se fechaban en la primera mitad del s. VII (Arteaga y Serna, 1973, 1975a, 1975b y 1979—304—
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NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
Fig. 2.- Identificación de materiales fenicios en la
desembocadura del río Ebro (Maluquer, 1969).
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Fig. 3.- Vinarragell, primera publicación de materiales
fenicios en tierras valencianas (Mesado, 1974).
80), aunque en un trabajo posterior se llegará a subir la cronología hasta la segunda mitad
del s. VIII a partir de su comparación con otros yacimientos del sur peninsular (Arteaga,
1982: 139).
Algunas breves síntesis publicadas en estos años empezaban a valorar los nuevos
datos al plantear una primera Edad del Hierro con dos facies, una de tipo céltico, en
Castellón, y otra de facies no céltica con materiales que remitían al Bronce Valenciano;
en el segundo cuarto del primer milenio seguirían los influjos célticos y unos «reflejos
orientalizantes» debidos a la colonización fenicia y desvirtuados por la perduración de las
tradiciones locales (Llobregat, 1975). Aunque el trasfondo difusionista de estas tesis es
evidente es destacable el acento en los grupos indígenas para entender los desarrollos históricos.
Desgraciadamente estos trabajos constituían, por lo general, una excepción ya que los
debates se centraban en torno a las cronologías y a la caracterización cultural de cada
estrato, no importando cuestiones estructurales o socioeconómicas. En ello tenía no poca
importancia el método empleado, que privilegiaba la excavación vertical en catas de
superficie restringida, levantando capas artificiales regulares con una minuciosidad estratigráfica excepcional, por lo que el estudio de la cerámica era el conductor de las hipótesis y, evidentemente, de las conclusiones. El método determinaba las preguntas al regis—305—
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tro documental, centradas en cuestiones cronológicas y, sobre todo, de difusión tecnológica hasta el punto de señalarse que «la cuestión principal del problema se centra en la
necesidad de concluir si la adopción del torno de alfarero se debió, en esta parte de la
Península, al impulso decisivo de los fenicios, de los griegos, o de otros ambientes indígenas adelantados en la asimilación del conocimiento» (Mesado y Arteaga, 1979: 74-76),
mientras que las causas y los modos de esta presencia comercial no se planteaban. Es, no
obstante, una etapa de la investigación importantísima, al proporcionar las estratigrafías
y el corpus de datos para empezar a discutir los parámetros cronológicos o el planteamiento de nuevos problemas, como los derivados de la interacción del comercio fenicio
con los grupos locales.
Me parece conveniente considerar el año 1976 otro punto de inflexión, pues es cuando se iniciaron las excavaciones en la Peña Negra. Con ellas comenzaba a conocerse otro
yacimiento clave para definir y comprender mejor el papel de los comerciantes fenicios
y sus relaciones con los grupos indígenas del sur valenciano, hasta el punto que, por primera vez, se reconocía la presencia de artesanos fenicios instalados entre aquéllos. Se
propuso la existencia de un periodo orientalizante en el sur alicantino que estaría en la
órbita de Tartessos con escasas influencias de la llamada cultura de campos de urnas
(González Prats, 1983 y 1986). En estos años se encuadraba la cronología de esta presencia fenicia a partir de la segunda mitad del s. VII excepto para los yacimientos de los
Saladares y Peña Negra, precisamente situados en el sur, y cuya cronología se hacía
remontar hasta el s. VIII.
Paralelamente, en Cataluña se señalaba la existencia de materiales fenicios que, aunque poco abundantes, retomaban las propuestas de Maluquer de una década atrás
(Arteaga et al., 1978), y en Valencia y Castellón se rastreaban unas pocas piezas fenicias
de poblados ibéricos como el Tossal del Sant Miquel (Mata, 1978) o el Puig de Vinaròs
y de Benicarló (Gusi, 1976a y 1976b; Gusi y Sanmartí-Grego, 1976-78). En fin, se definía en estas tierras un matizado «periodo orientalizante» que estaba en la génesis de la
cultura ibérica (Arteaga, 1977), hasta el punto que el propio Maluquer destacará que una
«moda fenicia se ha impuesto en gran medida y los posibles hallazgos de ambiente púnico se han perseguido en toda el área ibérica, histórica» (Maluquer, 1982: 36). Como una
paradoja, este periodo filofenicio era el contrapunto a la fiebre griega de los años 40 y 50.
Entre finales de los años 70 y principios de los 80 se dieron a conocer algunas escalas
de presencia o «influencia» fenicia, junto a puntuales publicaciones de estratigrafías que
señalaban la anterioridad de la llegada fenicia sobre la griega en estas costas. En el sur de
la península Ibérica los hallazgos de materiales fenicios iban a ser continuos: a los ya
señalados se sumarían, a lo largo de la década de los 70 los yacimientos de Jardín,
Alarcón, Cerro del Mar, Peñón, Málaga, Morro de Mezquitilla, Chorreras, Trayamar,
Sexi, Cerro del Villar, Castillo de Doña Blanca, Villaricos o Huelva, entre otros. Esta
abundancia de datos nuevos exigía una síntesis general interpretativa en relación con las
demás evidencias de todo el Mediterráneo que llegaría años más tarde (Aubet, 1987).
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NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
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La presencia fenicia en el País Valenciano y Cataluña se definía al mismo tiempo que
se producía su redescubrimiento en el contexto peninsular. Los iberistas seguían manifestando interés por los orígenes de la cultura ibérica, muestra de lo cual fue el Congreso
Internacional celebrado en 1977 en Barcelona sobre Els orígens del món ibèric. Las
diversas aportaciones empezaban a definir, en cada región, los rasgos específicos de la
cultura ibérica y se publicaban estratigrafías y síntesis en las que los elementos autóctonos tenían decisiva importancia en el devenir de estas sociedades, pero a la vez se documentaban importaciones mediterráneas en contextos indígenas que habrían hecho posible el cambio cultural, al ser el exponente material de la llegada de nuevas poblaciones,
ideas o novedades técnicas. Merece la pena destacar la publicación de las estratigrafías
del yacimiento gerundense de Illa d’en Reixach, donde la estratificación del material
fenicio es anterior a las importaciones griegas (Martín y Sanmartí-Grego, 1976-78); o las
de los asentamientos costeros del norte de Castellón (Gusi y Sanmartí-Grego, 1976-78)
(fig. 4). Para el área valenciana se reconocía la existencia de materiales fenicios, relativizando mucho su papel, y griegos, considerados más determinantes, y se mantenía la
postura de años anteriores que defendía cronologías bajas para el surgimiento de la cultura ibérica (Fletcher et al., 1976-78) consecuencia de una larga pervivencia de la Edad
del Bronce (Llobregat, 1969a; Aparicio, 1976), aunque poco tardarían en ser matizadas
(Gil-Mascarell, 1981; Aranegui, 1981).
Para algunos investigadores no habría influencias fenicias directas del sur peninsular
en tierras valencianas ya que los elementos orientalizantes, y las cerámicas fenicias entre
ellos, se entendían como una irradiación tartésica. A la vez se propugnaba mayor protagonismo desde las zonas de colonización griega (Aranegui, 1981 y 1985), entroncándose con una corriente crítica con la interpretación de los vestigios fenicios en el País
Valenciano y Cataluña. Desde esta perspectiva habría que señalar, por una parte, ciertas
publicaciones de los años 60 encaminadas a desmitificar las identificaciones de las colonias griegas (Martín, 1968) que se venían buscando afanosamente desde los años 20 y 30
en estas costas (Carpenter, 1925), y por otra, posiciones que revisaban el pretendido
pasado púnico de Alicante en boga entre las décadas de los 30 y los 50 (Llobregat,
1969b). Sin embargo, la lectura que se hacía de los materiales fenicio-púnicos planteaban
una curiosa duplicidad espacio-cultural entre lo fenicio y lo cartaginés: «en nuestra costa
[de la península Ibérica], el estado actual es el predominio absoluto fenicio por toda la
costa sur hasta el cabo de Gata. Acá comienza la influencia cartaginesa con el yacimiento
de Villaricos (la antigua Baria) y el de Cartagena […]. No hay noticia —salvando Ibiza—
de más yacimientos cartagineses» (Llobregat, 1969b: 48; las cursivas son mías). Y puesto que los fenicios estaban ausentes en la costa oriental peninsular, los nuevos estudios se
acercaban a valorar el elemento comercial griego desde la atención al medio indígena y
con la vista puesta en los textos clásicos (Rouillard, 1979), o bien se proponían identificar las ciudades que los textos ubican en tierras alicantinas, como Akra Leuke en el Tossal
de Manises (Alicante) (Rouillard, 1982), o Alonis en la Picola (Santa Pola, Alicante)
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Fig. 4.- Congreso Internacional sobre Els orígens del Món
Ibèric (Barcelona, 1977). En la figura, materiales fenicios
del norte de Castellón publicados por Gusi y
Sanmartí-Grego.
Fig. 5.- Las excavaciones en Aldovesta, durante los años 80,
mostraron la existencia de un modelo comercial específico
en el entorno del río Ebro (Mascort et al., 1991).
(Rouillard, 1999); o, incluso, la existencia de un foco de irradiación helénica en la zona
meridional valenciana a juzgar, sobre todo, por la escultura.
No se puede dejar de señalar la aparición, paralela, de otros estudios monográficos de
base, como la sistematización del periodo protohistórico en toda la región a partir de la
integración de todos los datos disponibles en aquel entonces (Aranegui, 1981); o el trabajo de Ribera sobre las ánforas prerromanas (1982) y en el que las ánforas fenicio-púnicas del área valenciana eran recogidas por primera vez, configurando una importante base
material para el conocimiento de estas importaciones.
En aquellos años se editó un conjunto de aportaciones de síntesis sobre los fenicios en
la península Ibérica (Del Olmo y Aubet, 1986) destacando las investigaciones en Ibiza,
en Cataluña y en el sur alicantino, debido a la llamativa evidencia arqueológica de Peña
Negra; sin embargo, se echa en falta una síntesis sobre el estado de la cuestión en tierras
valencianas que llegaría a finales de la década en un par de sucintos trabajos (Gómez
Bellard, 1988 y 1991). Estas publicaciones llevaron, a partir de mediados de los 80, a la
identificación de más materiales fenicios que ahora capilarizaban todo el territorio, destacando su volumen en algunos yacimientos como Aldovesta (Benifallet, Tarragona)
(Mascort et al., 1991) (fig. 5) o la Torrassa (Vall d’Uixó) (Oliver et al., 1984) junto a otros
como los Villares (Mata, 1991).
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NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
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En el contexto peninsular, la indudable irrupción del comercio fenicio se explicaba
con notables aportaciones que incorporaban modelos antropológicos y planteamientos
materialistas como los sistemas mundiales, la diáspora comercial o las relaciones económicas basadas en los intercambios de elementos de prestigio entre elites
(Frankenstein, 1979; Aubet, 1987). En definitiva, los testimonios documentales publicados estos años demostraban que las costas valencianas y catalanas no parecían haber
quedado al margen del desarrollo del comercio fenicio ya que, al contrario, se trataba de
un área frecuentada.
Las miradas de la investigación a la hora de valorar todos estos datos se dirigían al sur
peninsular pero también, y sobre todo, a la isla de Ibiza. El problema de la documentación en Ibiza, sin embargo, era la falta de datos arqueológicos para los ss. VII y VI:
«Resulta prou clar que no ha estat identificat ni el vernís vermell ni les formes més típiques del grup vell» (Tarradell y Font, 1975: 154), a pesar de lo cual se aceptaba tanto la
fecha de Diodoro como el hecho de que fueran «cartaginesos […] per tal de crear un
punt més que servís per a la navegació en funció dels intercanvis comercials» (ibídem,
240). Se seguía, en cierto modo, algunas ideas de los años 40 cuando se veían a griegos
y cartagineses —no fenicios— enfrentados por el dominio comercial del Mediterráneo ya
que se tomaban las noticias de los textos que hablan de una fundación cartaginesa en 654
a.C. (Diodoro de Sicilia V, 16, 2 y 3) como válidas, sin ningún tipo de crítica textual: «los
griegos, si pensaron establecerse en Ibiza, no llegaron a tiempo para tal empresa. Se les
adelantaron los cartagineses. […] Por primera vez en la histora de la colonización púnica en España parecen coincidir los textos con los hallazgos arqueológicos» (García y
Bellido, 1942: 32).
Pero no abordaré aquí cuestiones historiográficas e históricas suficientemente tratadas
(Barceló, 1985) ya que tan sólo las enfocaré desde el prisma de las costas mediterráneas
peninsulares. Se había otorgado gran relevancia a la instalación fenicia en Ibiza para
explicar el comercio desarrollado en la costa peninsular, primero con pocos datos
(Maluquer, 1969) y más tarde con mayores evidencias (Arteaga, 1976); aunque tampoco
faltaba quien defendiera tan sólo una influencia de la isla tardía, a partir de finales del s.
V, posterior a otros influjos procedentes de la Turdetania (Llobregat, 1974). Sin embargo, la isla se seguía mostrando silenciosa hasta que el panorama cambió a partir de finales de los años 70 y principios de los 80. La novedad más importante fue el descubrimiento de una ocupación desde el s. VII, confirmando en cierta manera las noticias de los
textos clásicos, por parte de fenicios de las colonias occidentales y no por cartagineses
en, al menos, dos enclaves: en sa Caleta (Sant Josep de sa Talaia) y en la misma ciudad
de Ibiza (Ramon, 1981; Gómez Bellard et al., 1990; Ramon, 1991). Ibiza era, pues, la
única muestra de presencia fenicia segura hasta que en la década de los años 90 un nuevo
hallazgo iba a configurarse poco más o menos como el eslabón perdido entre las colonias
del sur peninsular y la isla de Ibiza.
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DESDE LOS AÑOS 90 HASTA LA ACTUALIDAD, O LA INCESANTE ACUMULACIÓN DE DATOS AISLADOS
«La Fonteta, con la fortificación del Cabezo del Estany, sería el foco de difusión y transmisión
de productos, ritos y creencias característicos de la cultura cananeo-fenicia en el Sudeste de la
Península Ibérica, explicando la presencia, pues, con igual fuerza que en Andalucía occidental, de
la fase del Hierro Antiguo u Orientalizante que caracteriza los desarrollos culturales indígenas de
estas regiones»
A. GONZÁLEZ PRATS, 2000: 149
«Il faut toutefois insister sur le fait que ce commerce colonial a très fortement influencé les
sociétés indigènes et en a accéleré l’évolution interne […] Or, tout cela arrive au moment où les
marchands phéniciens introduisent dans ce territoire des produits spécialisés, et c’est sans doute
ce nouveau facteur qui est à l’origine de cette évolution de la société indigène»
ASENSIO ET AL., 2000: 259
Estas palabras, tomadas a modo de ejemplo entre las publicadas hoy en día, reflejan
un estado de la cuestión donde se plantea el contacto cultural desde parámetros difusionistas, unos, y evolucionistas, otros en un marco de obtención de datos continuo debido
no sólo a proyectos de investigación sino al desarrollo de excavaciones de urgencia.
En los últimos años, sin duda, la novedad más importante de los estudios fenicios para
el área que nos ocupa la constituye el descubrimiento de un asentamiento de fundación o
con presencia fenicia emplazado en la desembocadura del río Segura, en Guardamar del
Segura (Alicante). La existencia de hipotéticas factorías comerciales fenicias en esta zona
era sospechada ya desde los años 70. Para Arteaga y Serna un centro «neurálgico» fenicio
situado en algún punto indeterminado en el triángulo Santa Pola-Guardamar/TorreviejaTabarca explicaría los expresivos materiales fenicios de los Saladares (Arteaga y Serna,
1975b: 748). A mediados de los 80 un asentamiento que parecía responder a estas características fue identificado por González Prats a raíz de la valoración de un conjunto de
materiales procedentes de los muros de tapial de una rábita islámica situada en el mismo
entorno que las dunas de Guardamar del Segura (fig. 6). Los proyectos de investigación,
hoy en día en curso de publicación, ya han avanzado algunos resultados (González Prats,
1998; González Prats y Ruiz Segura, 2000; Azuar et al., 1998 y 2000).
Junto a las investigaciones de estos yacimientos son igualmente relevantes los resultados de numerosos trabajos arqueológicos de campo emprendidos a lo largo y ancho de
toda la fachada mediterránea peninsular en la década de los años 90 e inscritos en el
marco de estudios territoriales: se han documentado yacimientos con materiales fenicios
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NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
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Fig. 6.- Desde mediados de los años 90 han comenzado las excavaciones en la Fonteta, una colonia
fenicia en la desembocadura del río Segura. Foto extraída de González Prats y Ruiz Segura, 2000.
e imitaciones en el valle del Ebro y sus afluentes (Rafel, 1991; Gracia y Munilla, 1993,
con amplia bibliografía; Asensio et al., 2000; Garcia i Rubert y Gracia, 2002), en la provincia de Valencia (Pla y Bonet, 1991), en la comarca de la Marina Alta (Bolufer, 1995;
Bolufer y Vives-Ferrándiz, 2003), en la desembocadura del Segura (García Menárguez,
1994 y 1995), en el valle del Vinalopó (Poveda, 1994) y en el interior de la provincia de
Alicante (Martí y Mata, 1992; Grau, 2002). Por otra parte, la revisión de fondos de museos procedentes de antiguas excavaciones ha permitido ampliar el listado de la distribución de las importaciones fenicias (Castelló y Costa, 1992; Espí y Moltó, 1997) o iniciar
proyectos de excavaciones, como el del Alt de Benimaquia (Gómez Bellard y Guérin,
1994). Y, finalmente, no se debe olvidar los proyectos de excavaciones ordinarias que han
continuado siendo referencias esenciales como el Torrelló del Boverot (Almassora,
Castellón) (Clausell, 2002) o los Villares. También son años en que han visto la luz
monografías de poblados ibéricos que habían sido hitos bibliográficos en la génesis de
estos estudios, como el Puig de la Nau (Oliver y Gusi, 1995) o el Tossal de Sant Miquel
de Llíria (Bonet, 1995). De gran interés es el hallazgo de un asentamiento en la desembocadura del río Júcar, en Albalat de la Ribera, con material del Hierro Antiguo entre el
que hay algunas importaciones fenicias.2
2
Agradezco a X. Vidal, codirector de las intervenciones, la información sobre el yacimiento actualmente en curso de publicación.
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También es destacable la labor emprendida desde los estudios paleoeconómicos para
la evaluación de los recursos agropecuarios en los asentamientos de los periodos del
Bronce Final y Hierro Antiguo (Iborra et al., 2003; Grau et al., 2004). Además, una de
las síntesis relacionada con los fenómenos orientalizantes peninsulares que merece mayor
atención se ha basado, precisamente, en documentación tradicionalmente poco atendida
como es la arquitectura (Díes, 1994).
VALORACIÓN DEL ESTADO ACTUAL Y VÍAS FUTURAS DE ESTUDIO
En los últimos años asistimos a una acumulación de datos que se inscribe en una paradoja: por un lado la información que ofrece la nueva documentación, recuperada además
con moderna metodología y excelentes resultados, es sin duda alguna positiva; pero, por
otro lado, limita el conocimiento ya que la mayor parte de los estudios quedan inconexos
de sus contextos locales. Por ello son valorables las síntesis que superan el discurso descriptivo acentuando el papel del comercio fenicio como distribuidor de mercancías, aunque la mayor parte centradas en zonas geográficas reducidas o aspectos concretos
(González Prats, 1991 y 2000; Sanmartí, 1991 y 1995; Llobregat, 1992; Aubet, 1993).
Otros destacables trabajos han valorado, desde perspectivas de fondo similares, las diferencias regionales de las comunidades indígenas desde el Bronce Final y cómo se insertan en ellas los aportes comerciales fenicios (Mata et al., 1994-96; Bonet y Mata, 2000;
Sanmartí, 2004) con referencias a la complejidad de la situación colonial en el conjunto
del territorio (Asensio et al., 2000: 252; Sala, 2004).
La aparición de la cultura ibérica se vincula a la presencia fenicia ya que para tierras
alicantinas se señala que «obviamente, el impacto de ambos productos [el aceite y el vino
de los fenicios] sobre el mundo indígena debió de ser determinante para explicar esos
rápidos procesos de aculturación y orientalización» (González Prats, 2000: 111); y, más
adelante, que «la mixtificación humana conllevaría un elevado grado de mestizaje que
debió constituir un caldo de cultivo excelente para la transmisión de artefactos e ideas»
concluyendo que «el resultado lo conocemos eclosionado en época ibérica» (ibídem,
113; las cursivas son mías). Es, en el fondo, la misma idea que ve en la cultura ibérica el
«resultado definitivo del proceso de aculturación» (Sala, 2004: 72), que se ralentiza o
acelera según las zonas y los tiempos para acabar llegando a un tipo ideal de cultura ibérica, fragmentando el pasado en compartimentos rígidos que ocultan las dinámicas de los
desarrollos históricos.
Un reciente trabajo de síntesis ha puesto de manifiesto el problema de llegar a lecturas divergentes partiendo de un mismo registro material y, además, ha animado al abandono de las interpretaciones difusionistas para explicar la cultura ibérica: mientras las
interpretaciones viejas deben ser abandonadas, las preguntas viejas pueden seguir siendo
válidas (Junyent, 2002). Añadiré que las preguntas también deben orientarse porque cada
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NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
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cuerpo teórico permite abordar los problemas desde puntos distintos, lo que es la base
para avanzar en el conocimiento. En este sentido, las perspectivas vinculadas al postprocesualismo como nuevo paradigma y su interés por enfocar lo particular en los procesos
locales ofrece enfoques diferentes o, en algunos casos, complementarios con las interpretaciones existentes. Los encuentros coloniales se prefieren ver como procesos culturales tejidos a modo de maraña —entanglement— (Thomas, 1994: 2) de relaciones culturales, sociales, económicas, simbólicas o de cualquier tipo más que constituir un marco
para la inevitable aculturación o una dialéctica entre dominación y resistencia.
Con todo, es pronto para juzgar esta etapa por nuestra proximidad temporal. Sin duda,
ha supuesto un impulso en la disciplina arqueológica protohistórica y, quizás, uno de los
aspectos más positivos es que los hallazgos de la última década y media en la costa oriental peninsular han permitido incluir la zona —o al menos una parte de ella— en la bibliografía de los estudios fenicios mediterráneos, abriendo un periodo en el que hablar de
fenicios en la península Ibérica o en el Mediterráneo es también hablar de la desembocadura del Segura o de otros territorios como zonas del interior o la desembocadura del
Ebro; algo que hace diez o quince años, cuando esta región se interpretaba como un territorio meramente periférico en comparación con el sur penisular, era impensable. No obstante, también se puede hacer una lectura crítica a través de dos aspectos.
En primer lugar, en ocasiones da la sensación de que lo fenicio se viene sobrevalorando en la literatura arqueológica desde hace un tiempo (también había sucedido lo
mismo con lo griego años atrás), puesto que sistemáticamente remite a ello la búsqueda
de paralelos, comparaciones y referencias evidenciando una posición que infravalora las
capacidades de desarrollo autónomo. Son criticables las lecturas que ven al fenicio como
difusor de civilización y cultura mediante elementos materiales como el hierro, el torno
alfarero, el vino, o el urbanismo complejo, que llegan a unas poblaciones indígenas vistas ciertamente receptivas y dispuestas a asumir el progreso técnico mediante esas novedades, a aprender en definitiva. Una visión aculturacionista y unidireccional que ilustran
las interpretaciones parciales de la presencia fenicia en este área: la búsqueda de metales,
el aprovechamiento de sistemas de producción preexistentes y la distribución de objetos.
Pero pocas veces se plantea el aprovechamiento por parte indígena de esos intercambios,
si hay una selección de las importaciones y por qué, o en qué contextos se encuentran y
cuáles son los usos que les dan.
En segundo lugar, la mayor parte de estudios y síntesis de la protohistoria valenciana,
en línea con una corriente mayoritaria, siguen considerando el material desde una perspectiva dualista oponiendo el contexto fenicio al indígena y asumiendo, implícitamente,
una caracterización del contacto cultural como diferencia de los unos respecto a los otros.
Además se ignora la historicidad de los fenómenos con la consecuencia de ver los grupos implicados como esencias inmutables a lo largo de los siglos. Ambas lecturas —la
difusionista y la dualista— presentan una visión del colonialismo estática, de confrontación entre dos culturas en tanto que bloques homogéneos. Frente a estas interpretaciones,
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las tendencias teóricas postprocesuales prefieren entender como punto de partida que las
culturas no son entes abstractos sino que están formadas, sencillamente, por gente y sus
prácticas. Además, entienden los encuentros coloniales como interacción compleja entre
grupos sociales con relaciones de clase, de género o de edad, y no como meros influjos
unidireccionales, difusionistas o evolucionistas (van Dommelen, 1998; Rowlands, 1998;
Gosden, 2004). En este marco, la Arqueología postcolonial presta especial importancia a
la prácticas híbridas como herramienta epistemológica para analizar las construcciones
identitarias en los espacios coloniales (van Dommelen, 2006; y para la zona de estudio
Vives-Ferrándiz, 2005).
Desde mi punto de vista, los futuros trabajos deberían poner el acento, por una parte,
en la interacción entre los grupos indígenas y los fenicios en el contexto local y, por otra,
en las relaciones de estas mismas áreas con otras zonas de presencia fenicia. Ahora bien,
difícilmente podemos evaluar las relaciones sin definir mejor los actores que los protagonizaron y, en este sentido, es imprescindible emprender proyectos a medio y largo
plazo que proporcionen un mayor corpus material con contextos arqueológicos bien definidos para el final de la Edad del Bronce y el Hierro Antiguo: ¿cómo eran estos grupos,
qué diferencias tenían en cada contexto territorial y qué relaciones establecieron las distintas esferas sociales?
Para acabar, dar paso a campos de análisis complementarios es enriquecedor para el
avance del conocimiento y, así, propondría tres líneas insuficientemente exploradas. Por
un lado, definir mejor los procesos que dieron lugar a la integración de un asentamiento
con población foránea en la desembocadura del Segura, sus características y sus relaciones con la metrópoli y entre los mismos grupos foráneos. Por otro lado, incorporar la
dinámica del consumo como una de las mejores expresiones de los valores de los grupos
en cada circunstancia histórica. Y, finalmente, examinar las estrategias sociales encaminadas a reforzar las identidades preexistentes o a promover la invención de otras en contextos de contacto cultural.
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA
Vol. XXVI (Valencia, 2006)
1
Jaime VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ*
NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS
FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
RESUMEN: Se presenta la historia de la investigación acerca de los estudios fenicios en tierras valencianas y se valora a través de tres etapas (una primera de indefinición, otra de descubrimiento y la tercera de acumulación de datos) con referencias al contexto español y europeo. Son de
especial interés el modo en que los contactos culturales han sido conceptualizados en cada momento, el papel de los grupos indígenas y mediterráneos, y las referencias a la arqueología ibérica como
cuerpo de estudios consolidado. El trabajo muestra una lectura crítica y, al mismo tiempo, constructiva al incluir no sólo un estado de la cuestión sino vías futuras de estudio.
PALABRAS CLAVE: historiografía, País Valenciano, fenicios, cultura ibérica
ABSTRACT: Historiographic notes on the Phoenician studies in the Valencian country.
The history of the research on the Phoenician studies in the Valencian country is presented in this
paper through three phases (first the indefinition; second the discovery; and nowadays a data-pile
phase) with their specific contributions to the Spanish and European intellectual context. The way
the culture contacts have been conceptualised in each phase, the role of the indigenous and
Mediterranean peoples, and the references to Iberian archaeology as a body of studies are of special
interest. The paper aims to be a critical and, at the same time, constructive review because new research trends are betrayed.
KEY WORDS: historiography, Valencian country, Phoenicians, Iberian culture.
* Servicio de Investigación Prehistórica. Diputación de Valencia.
jaime.vivesferrandiz@dva.gva.es
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J. VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ
INTRODUCCIÓN
Toda interpretación arqueológica es una construcción cultural y por ello necesariamente discutible, revisable y susceptible de actualización. Las interpretaciones arqueológicas comprenden e incluyen las ideas que son importantes para el autor en el momento
de estudiar ciertos aspectos de la existencia humana en el pasado y las que él mismo ha
aprendido de otros investigadores o tendencias ideológicas. Un campo de estudio, una
clasificación tipológica o un marco teórico son elecciones determinadas por el contexto
social, político, económico o académico de modo que el pasado se produce por individuos con objetivos —implícitos, explícitos, conscientes, inconscientes— y para determinados receptores o consumidores. En consecuencia, dado que pasado y presente están
interrelacionados, también lo están los conceptos y significados de aquél con los objetos
arqueológicos, puesto que se ilustran, se constituyen y se dan sentido unos a otros
(Shanks y Tilley, 1992: 256) hasta el punto de que «los objetos no pueden contarnos nada
acerca del pasado porque el pasado no existe. No podemos tocar el pasado, verlo o sentirlo; ha muerto y desaparecido. Nuestros amados objetos pertenecen en realidad al presente. Existen en el ahora y aquí [...], el pasado existe únicamente en las cosas que decimos sobre el mismo» (Johnson, 2000: 29; cursivas en el original).
Por ello, abordar la historiografía es esencial para valorar, desde la perspectiva que da
la distancia en el tiempo, los ritmos de la formación de ideas, las diversas interpretaciones de que es objeto el registro arqueológico o las explicaciones históricas. Conocer la
historia de la investigación sobre un tema nos sitúa en el marco de un estudio quizás ya
abordado en otras ocasiones y desde diferentes puntos de vista, lo cual siempre es enriquecedor. En este trabajo analizaré la historia de la investigación sobre los estudios fenicios en el País Valenciano a través de tres apartados que corresponden, cada uno de ellos,
a tres etapas. De entrada, conviene reiterar que todas ellas han supuesto avances importantes en la disciplina, en cada una se han producido aportaciones al conocimiento y,
obviamente, ninguna puede entenderse sin las precedentes. Al final se incorpora un breve
estado actual de la cuestión y algunas líneas de investigación futura.
HASTA LOS AÑOS 60 DEL SIGLO XX, O LA APARENTE INDEFINICIÓN DE
LA PROTOHISTORIA
«Y entre aquellas [estaciones] del principio de los metales, con cerámica basta, manufacta y
cocida a baja temperatura; con objetos de cobre y bronce y abundancia de utensilios de piedra, y
estas de la Segunda Edad del Hierro, con barros finos, torneados y cocidos a elevada temperatura,
y objetos de hierro abundantes y diversos, se ve que hay un abismo de tiempo imposible de llenar
satisfactoriamente, hasta ahora, y durante el cual estas estaciones estuvieron, sin duda, abandonadas»
N. P. GÓMEZ SERRANO, 1929: 148
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NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
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«Sea cualquiera la data que ha de atribuirse al primer contacto con los fenicios, hasta el
momento presente no pueden señalarse restos de su presencia en el Levante español»
D. FLETCHER, 1960: 48
Estas dos citas, separadas por 31 años, ilustran la primera etapa de la investigación
sobre la presencia —o no presencia— fenicia en el País Valenciano. En ninguna de las
dos encontramos referencias directas a los fenicios sino que aluden a la dinámica evolutiva de las comunidades indígenas o manifiestan la ausencia de datos sobre su presencia.
Para entender el por qué de estas formulaciones analizaré el contexto de estudios arqueológicos europeo y peninsular durante la primera mitad del s. XX.
Antes del s. XIX los estudios sobre la civilización fenicia no podían contar más que con
la documentación que ofrecían los textos clásicos, pues eran prácticamente inexistentes
los testimonios materiales atribuidos a los fenicios, púnicos o cartagineses. Ahora bien,
una lectura acrítica de los textos grecolatinos provocaba la asunción de una serie de tópicos de los que no escapaba, por ejemplo, ni el mismo Vives. En 1521 escribe en
Comentarios á La Ciudad de Dios de San Agustín acerca del intercambio de metales en
la península Ibérica, que califica de desigual ya que los «fenicios, pueblos que recorrían
todo el mundo guiados sólo por el lucro, se los cambiaban por dijes y fruslerías de poco
valor». Los escritos de Vives deben entenderse como la defensa de los valores y la moral
cristianos frente a los semitas —entre los cuales se incluye a los fenicios— y que lleva al
humanista a expresar juicios de valor negativos tomados de la Biblia, en aquel entonces
única fuente de estudio asumida como verdad histórica: así, los fenicios habrían inducido a la codicia a «pueblos sencillos, entre los que no eran conocidos los vicios ni las
malas pasiones» e incluso habían sido «los causantes é inventores de males sin cuento y
de todas nuestras desgracias».1 Estas concepciones serán también recogidas por la historiografía posterior ya que se rastrean por ejemplo en la magna obra de De Mariana
Historia General de España (s. XVII), donde los fenicios son tratados como un pueblo con
afán de lucro, mercantilistas y astutos, contribuyendo a ese lugar común del fenicio
ambicioso (Gala, 1986: 230 y ss.). Sin embargo, las lecturas históricas no son nunca
homogéneas ya que años después los fenicios son vistos como introductores de avances
y reciben un tratamiento más considerado: «Vives […] en vez de presentarnos á los fenicios trayendo el primer alfabeto y enseñando á deletrear á pueblos salvajes, los acusa de
codiciosos, corruptores de unas razas y de un pueblo que, sobrio y morigerado, y viviendo una vida patriarcal y de fraternidad, buscaba por sí el camino de la civilización»
(Brusola, 1876: 38), críticas que, sin embargo, no asume este mismo autor a lo largo de
1
Lib. VIII, cap. IX, 94, en Commentarii ad divi avrelii avgvstini de Civitate Dei, III, libri VI-XIII, Pérez Durà y Estellés
(eds.), 1993: 200-201. Para la traducción cf. Brusola y Briau, 1876: 34-37.
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una obra que hay que entender como el interés por ponderar el pasado glorioso de
España.
Durante el s. XIX, los nacionalismos de segunda generación —el término es de
Anderson— exigían construir una identidad, imaginarse como unidad y reconocerse en
los antepasados a través de la continuidad de las lenguas y, lo que más nos interesa en
este caso, de la Historia, que debía ser específica y narrada no a lo largo del tiempo sino
a través del tiempo (Anderson, 2005). Nuevos enfoques encabezados desde la Altertumswissenschaft alemana ponían el acento en Grecia y su cultura para buscar los orígenes de
Europa y construir de este modo la nacionalidad. En este estado de la cuestión, es comprensible que fenicios o cartagineses estuviesen cargados de prejuicios pues se consideraban la alteridad de los europeos en tanto que pueblo oriental: inferiores, meros comerciantes y, sobre todo, afines culturalmente a los judíos (Bernal, 1993: 312) lo que, por un
lado, permitía asimilarlos cultural y étnicamente bajo el término ‘semitas’ y, por otro,
bastaba para provocar recelos, pues se hacía evidente que eran los otros frente a los griegos y, después, los romanos.
La europeidad se situaba, sin embargo, en una ambigüedad puesto que Europa, a través de Grecia, habría recibido de manos del Próximo Oriente el relevo de la ‘antorcha de
la civilización’, siendo no obstante Oriente el que quedaba categorizado como el extraño
o como el otro (Larsen, 1989; Kohl, 1989). Ello tiene que ver con el modo en que Europa
construyó una ideología de su idiosincrasia a través del Orientalismo (Said, 2003) y
orientó la Arqueología en el Próximo Oriente en la vía de parámetros eurocéntricos. Entre
éstos destaca el conocido Ex Oriente Lux, con el que se percibían los valores culturales
orientales como contribución a la civilización europea, sin la cual no tendrían sentido
(Liverani, 1996: 425). Además, tras la afanosa búsqueda de las identidades nacionales
europeas se dejaba sentir el peso de los textos clásicos grecorromanos enfocando el estudio del colonialismo en la Antigüedad como una propagación de los valores europeos
(van Dommelen, 1998: 23).
Ahora bien, entre finales del s. XIX y el primer tercio del XX se producía el descubrimiento de una serie de objetos excepcionales fenicios y púnicos no sólo en diversos puntos del Mediterráneo sino también en el sur peninsular. La lectura de los textos no ocupaba tanto la atención científica como los continuos hallazgos pues, para el caso concreto de la península Ibérica, en 1887 se descubría el famoso sarcófago antropoide en Punta
de la Vaca, en Cádiz (Mederos, 2001: 39). Las décadas siguientes iban a ver una profusión de hallazgos fenicios, orientales y orientalizantes en la península parejo al desarrollo de la Arqueología como disciplina. Con ellos se aportaba un corpus inicial de datos
que permitía confirmar materialmente la llegada fenicia al Extremo Occidente, vista en
aquel entonces como una expansión exclusivamente comercial, tal y como señalaba Siret:
«Les phéniciens ont les premiers fait le commerce de l’argent d’Espagne, sur une grande échelle, et ils ont, d’une façon ou de l’autre, tenu le pays sous leur dépendance» (Siret,
1907: 49). Y los novedosos descubrimientos los interpretaba como evidencias del inter—296—
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cambio de metales, pues «de plus en plus nombreuses sont les preuves de leur commerce très étendu, qui avait comme object principal l’exportation des métaux rares» (Siret,
1909: 3).
Los nombres que ocupan las notas arqueológicas de la época son la ciudad de Cádiz,
donde Quintero había intensificado las actividades con éxito (Bosch Gimpera, 1913-14),
la necrópolis de Villaricos (Almería), excavada desde 1890 por parte de Siret, la necrópolis de la Cruz del Negro (Carmona, Sevilla) con las labores de Bonsor, o las excavaciones en el Puig des Molins (Ibiza) con los trabajos de Vives y Pérez Cabrero y la creación de la Sociedad Arqueológica Ebusitana. Mientras, la geografía contaba, y mucho,
para entender esta área como periférica respecto al desarrollo del comercio fenicio, pues
la Arqueología valenciana quedaba desligada de los espectaculares hallazgos feniciopúnicos.
Pero, ¿qué se debatía en los centros intelectuales de Valencia? Para esta época es de
destacar la aparición de las Sociedades Arqueológicas, de las que fue pionera la valenciana (1871), centrada en las investigaciones del pasado prehistórico, y a cuya desaparición en 1881 siguió un vacio institucional que tardó varias décadas en superarse (Martí,
1993: 23). Así, en nuestro recorrido por esta historia de la investigación es imprescindible desviar la mirada hacia la cultura ibérica, que aquí ocupaba la atención por sí misma
a raíz de hallazgos como la Dama de Elche. Las referencias documentales —es decir,
materiales— en este estado de la cuestión no venían de la mano de pueblos orientales,
bien definidos en las fuentes y ausentes en esta geografía, sino de la llamada «Edad de
los metales» y la cultura ibérica. Así, asistimos ahora al surgimiento de uno de los grandes debates de la arqueología valenciana en el s. XX: el tránsito desde el final de la Edad
del Bronce hacia la cultura ibérica.
Ya desde los años 20 se planteaba la existencia de un hiatus entre ambos periodos
debido a la superposición de sus facies en muchos yacimientos de altura, en los que no
había etapas intermedias conocidas. Visedo ponía de manifiesto el problema de «la llacuna que hi ha entre la civilització del principi dels metalls i la plenament ibèrica de la
Serreta, que coneixia perfectament el ferro i una artística ceràmica feta a torn»; esta
cuestión se resolvía planteando el concurso de otra civilización más avanzada —aunque
sin definir sus características o procedencia— que interactuaría con la indígena siguiendo el camino inexorable de la evolución, en una lectura lineal de la historia: «cal suposar, fonamentant-se en els fets, que aquests primitius pobladors van viure amb els seus
objectes de pedra i bronze fins que una altra civilització més avençada va entrar puixant
i anorreadora i es confongué amb la indígena, a la qual faria, sens dubte, evolucionar»
(Visedo, 1925: 176). Gómez Serrano, por su parte, exponía una explicación similar a ese
vacío en el que existiría una «civilización de la paz, la de las llanuras, floreciente sin duda
en ese interregno ignorado —entre la aurora de los metales y lo ibérico—» (Gómez
Serrano, 1929: 150). En definitiva, en tierras valencianas se proponía la existencia de una
primera Edad del Hierro que habría surgido de la mano de una «civilización» más avan—297—
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zada. La comparación de la cultura material de poblados de la Edad del Bronce con la de
poblados ibéricos estaba en la base de estas ideas claramente evolucionistas, y se ponía
de manifiesto la evidente capacidad de mejora tecnológica entre la prehistoria del Bronce
y la protohistoria ibérica mediante la llegada de una civilización que mostraría la luz y el
camino a las otras; y, sobre todo, que la distinguiría de otras áreas peninsulares.
Paralelamente, en Cataluña y de la mano de Bosch Gimpera se daban a conocer indicios de la existencia de una primera Edad del Hierro con materiales, por una parte, de
marcado carácter indoeuropeo (céltico o hallstáttico) y, por otra, de tradición arcaizante
o que se relacionaban con la cultura eneolítica del interior peninsular (Bosh Gimpera,
1915-20a: 587). En todo caso, y por lo que hace referencia a los primeros, quedaban desligados de la cultura ibérica desde el punto de vista cronológico —«la seva decadència
correspon al començament del poder ibèric»— y material, pues se emparentaban claramente con la facies de los campos de urnas europeos (Bosh Gimpera, 1925: 209). A diferencia de la zona valenciana, en Cataluña se conseguía llenar parcialmente ese vacío preibérico sólo representado por los materiales de los campos de urnas que habrían llegado a
través de sucesivas oleadas indoeuropeas vislumbrándose en ello las lecturas nacionalistas catalanas de Bosch.
Estrechamente relacionado con estas cuestiones, el origen de la cultura ibérica no
podía ser satisfactoriamente explicado, mientras que su desarrollo era bien conocido por
los trabajos de Ballester en Covalta (Albaida, Valencia) (excavado de forma interrumpida
entre 1906-1919) o en Casa de Monte (Valdeganga, Albacete) (1918-1920), de Visedo en
la Serreta de Alcoi a partir de 1920, o después, del Servicio de Investigación Prehistórica
de la Diputación de Valencia en la Bastida de les Alcusses de Moixent (1928-1931). Se
buscaba un lugar de «formación» del mundo ibérico —es decir, un origen— desde el cual,
supuestamente, irradiaría a otros territorios y, lo que es más interesante para nuestros propósitos, se buscaban las influencias foráneas que lo habría motivado o posibilitado,
denunciando un marcado trasfondo difusionista. De este modo, Bosch Gimpera había
defendido el periodo formativo de la cultura ibérica en torno al s. V en algún lugar del sur
o sudeste peninsular, donde habría sido influenciada por elementos fenicio-cartagineses y
griegos a través de sus colonias peninsulares, decantándose, no obstante, por la opción
griega en base a los parámetros de comparación empleados, elementos artísticos como la
decoración pintada de la cerámica o la escultura (Bosch Gimpera, 1915-20b: 691 y 692).
Evidentemente, los estudiosos valencianos conocían los textos clásicos que aludían a
la pericia fenicia en los mares, en competencia para algunos con los tartesios entre los ss.
X y VIII (Gómez Serrano, 1929: 143, siguiendo a Schulten). Además, se estaba al corriente de las noticias que llegaban del sur peninsular así como de los descubrimientos de
Ibiza, que demostraban una presencia en la isla en el s. VII, caracterizada sin embargo
como púnica, aunque se trataba de descubrimientos desligados de la fachada oriental
peninsular, que imponía un silencio absoluto de los hallazgos. Los fenicios, puesto que
indiscutiblemente navegaban a lo largo y ancho de los mares, habrían fundado algunas
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NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
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colonias en las costas del sur peninsular y, para algunos, también en tierras valencianas;
por ello, no puede llamar la atención la publicación de una noticia poco conocida sobre
la existencia de una «colonia fenicia» en la orilla derecha del río Mijares, en la partida de
Villarrachel [sic], y que defiende la existencia de una población «antiquísma y a corta
distancia de la playa» (Forner, 1933: 254). Sin materiales arqueológicos datables en
fechas arcaicas que lo demostraran, este trabajo se convertía en una suposición, no del
todo infundada, del papel que jugaría el yacimiento de Vinarragell (Borriana, Castellón)
en la investigación de la protohistoria valenciana, ya en una etapa posterior.
En definitiva, los testimonios materiales para valorar en la fachada mediterránea
peninsular las manifestaciones culturales fenicias o púnicas no existían o, en el mejor de
los casos, se limitaban al conocimiento de la cultura púnica entendida como cartaginesa
o ebusitana, como se desprendía de una lectura, rara vez crítica, de los textos clásicos,
especialmente aquellos que nos hablan de episodios bélicos como la Segunda Guerra
Púnica o de fundación de ciudades en estas regiones (Polibio, Diodoro de Sicilia, Tito
Livio). En tierras alicantinas, algunas excavaciones llevadas a cabo en la década de los
años 30 —fundamentalmente la necrópolis de la Albufereta (Alicante)— permitían
defender una presencia púnica arraigada: «de lo que no podía caber duda es de que estábamos excavando una necrópolis púnica» (Lafuente, 1944: 75) cuyos exóticos objetos
contrastaban, sin embargo, con «ciertos vasos de ingratas formas y barros pobres, que se
sustraen al cuadro de la cerámica corriente en el área del iberismo» (Figueras, 1956: 15).
Años después, la labor de Llobregat al frente de Museo Arqueológico de Alicante rechazaría de plano estas atribuciones criticando la falta de atención en el mundo ibérico
durante aquellos años y una lectura incorrecta de los textos, para acabar señalando que
«en el Museo Arqueológico Provincial de Alicante no se conserva nada específicamente
púnico» (Llobregat, 1969b: 50).
Un punto de inflexión se va a producir en los años que siguieron al final de la Guerra
Civil, pues algunos autores empezarán a poner de manifiesto la indudable presencia de
«cerámicas arcaizantes» conviviendo con las ibéricas a torno en poblados ibéricos bien
conocidos como Covalta, la Bastida de les Alcusses o el Tossal de Sant Miquel de Llíria.
El interés científico empezaba a centrarse en las estratigrafías de los poblados ibéricos
que depararan información sobre los momentos más antiguos, ya que ahora se advertía
una «aparente perduración de tipos cerámicos tenidos por eneolíticos» para los que se
entreveían fuertes relaciones culturales con yacimientos catalanes y la zona del Bajo
Aragón (Ballester, 1947: 48). Se trataba de un grupo de materiales heterogéneo en el que
se incluían desde el plato con cordones de la necrópolis de Llíria hasta algunas cerámicas de la Bastida, y que reflejaba las tesis imperantes de la escuela valenciana sobre la
baja cronología aceptada para estos fenómenos.
En síntesis, durante los años 50 esta escuela, representada por el S.I.P. y la
Universidad de Valencia, seguirá considerando la perduración del Bronce en tierras
valencianas hasta mediados del s. VII o incluso hasta finales del s. VI; en un momento
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impreciso entre los ss. VII y VI, surgiría la Edad del Hierro debida a influencias europeas
y mediterráneas —«aires renovadores», de nuevo el difusionismo— que desembocarían
en la cultura ibérica. Es la opinión de estudiosos como Fletcher quien, a la vez que reclamaba un protagonismo local para este desarrollo, negaba la influencia fenicia para la
formación de la cultura ibérica en las costas valencianas, aunque no así la cartaginesa en
su desarrollo (Fletcher, 1954: 10), al mismo tiempo que aceptaba cierta influencia céltica en los poblados ibéricos antiguos en dirección norte-sur y una responsabilidad abusiva del papel griego. Los iberos experimentarían «una radical transformación en su cultura al entrar en contacto con pueblos de nivel más elevado» a mediados del primer milenio a.C. (Fletcher, 1960: 34), aunque el mismo autor aporta algunas matizaciones, pues
es consciente de que la presencia de pueblos mediterráneos en tierras ibéricas «no equivale a decir que los modos de vida de los indígenas se transformaron desde el momento
en que aquéllos aportaron en estas costas» (ibídem, 47). Otros autores también acentuaban la especifidad de la formación de la cultura ibérica «a través de una complicada
madeja de aportaciones que configuran una cultura diversa a todas las demás»; aportaciones que eran valoradas de diferente manera según la zona geográfica y el periodo ya
que se planteaba que entre las que «acaban fundiéndose con lo indígena, hay que señalar,
lo púnico, lo griego y, al fin, lo romano» (San Valero, 1954). En el trasfondo están los
debates que siguieron a la Guerra Civil entre los que promovían una visión unitarista de
las culturas peninsulares, con la consideración de lo ibero como una facies celta mediterránea (Martínez Santa-Olalla, 1946), o aquellos que abogaban por una mayor diversificación cultural (Fletcher, 1949), siendo evidentes las conexiones políticas de ambas posiciones.
En el panorama intelectual del tercer cuarto del s. XX ocupa un lugar destacado
Tarradell quien, desde sus actividades como director de los Servicios de Arqueología del
Marruecos Español entre 1948 y 1956, impulsará los estudios arqueológicos feniciopúnicos y proporcionará, al menos para la mitad meridional del Estrecho de Gibraltar, el
corpus material y sobre todo la dedicación y atención que reclamaba para otras áreas
(Tarradell, 1952 y 1953). Aproximadamente en los mismos años, Blanco publicaba dos
trabajos clave que pretendían, de algún modo, seguir la línea abierta por García y Bellido
(1942) y llenar el vacío de una disciplina que comenzaba a ver la luz: la de los estudios
«orientalizantes», a partir de materiales considerados de importación oriental y las producciones realizadas en la península Ibérica e inspirados en ellos (Blanco, 1956 y 1960).
Un ligero cambio de perspectivas para el área valenciana se va a producir de la mano
de Pla a finales de los años 50. En una comunicación presentada en el V Congreso
Nacional de Arqueología, que versaba sobre los orígenes de la cultura ibérica y sus relaciones con las precedentes, señalaba el autoctonismo del proceso frente a las tesis invasionistas —africanistas o indoeuropeistas— y destacaba la importancia decisiva que, en
el tránsito de la Edad del Bronce al Hierro, tuvo la asimilación por parte de los grupos
locales de elementos aportados por poblaciones orientales y, en menor medida, célticas
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(Pla, 1959: 129). Se definía, así, la importancia que tuvieron estos contactos en el proceso histórico, incluso con aportes poblacionales —célticos—, sin caer en el difusionismo
más estricto que anteriormente había estado en boga, pues entendía que las poblaciones
locales eran parte activa y protagonista. Por primera vez se definían paralelos feniciopúnicos para materiales arqueológicos hallados en tierras valencianas, como las piezas
del Collado de la Cova del Cavall y del Puntalet, de Llíria, estableciendo similitudes con
otras piezas halladas en Rachgoun (Argelia), sin llegar a sospechar, sin embargo, la filiación fenicia de éstas últimas (fig. 1).
Fig. 1.- Tinaja fenicia procedente de Llíria. Pla, en 1959, ya señaló la similitud de esta pieza con otras de Rachgoun (Argelia) que
después se identificarían como fenicias.
La cuestión cronológica se resolvía aceptando la antigüedad de estos procesos entre
mediados del s. VII y el V, como, por otra parte, reflejan las conclusiones cronológicas
de las excavaciones en el Alt de Benimaquia (Dénia, Alicante), un yacimiento que
luego ocupará un lugar importante en la bibliografía arqueológica protohistórica: «no
aparece ningún fragmento decorado con semicírculos o motivos vegetales, como tampoco se encontró ni un solo resto de cerámica campaniense. […] La decoración a franjas horizontales y la abundancia de bordes de perfil grueso hablan en pro de situar la
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fortificación en el siglo V o IV, pero debemos mencionar que la cerámica decorada a
franjas horizontales puede presentarse ya en estratos y hallazgos del siglo VI» (Schubart
et al., 1962: 19).
La Edad del Bronce era otro hito cultural bien definido en la arqueología valenciana
de la primera mitad del s. XX. Sus características fundamentales eran conocidas a partir
de la información que ofrecían los trabajos de campo dirigidos igualmente desde el
mismo S.I.P. y que servían a Tarradell, ahora en el Laboratorio de Arqueología de la
Universidad de Valencia, para dibujar un cuadro en el que se reclamaba una personalidad
propia para una cultura cuya perduración explicaba el enlace con la cultura ibérica
(Tarradell, 1963 y 1969). Su formación, por otra parte, se hacía depender de los contactos con Andalucía. No obstante, el aparente vacío cultural y material existente entre el s.
XI y los ss. VII-VI seguiría siendo difícil de llenar, por lo menos hasta la década siguiente.
A modo de síntesis de esta primera etapa se debe resaltar la idea de que en la fachada
mediterránea peninsular, con la excepción de la isla de Ibiza, el término fenicio y su cultura material estaban aún vacíos de contenido arqueológico. Aquello que se entendía por
fenicio tan sólo eran unas referencias textuales grecorromanas y hallazgos lejanos en el
sur peninsular; y además, en ocasiones, se identificaba con lo púnico o cartaginés debido a cierta confusión en la atribución de los materiales: «en muchas ocasiones es difícil
determinar qué se debe propiamente a los fenicios y qué a los cartagineses» (Fletcher,
1952: 53). Si la cultura material no era conocida, la cronología derivada de ella no podía
en ningún modo ser fijada.
Fenicio era, pues, un término que no encontraba su sitio en una protohistoria bipolar
que se dirimía entre la Edad del Bronce y una cultura ibérica que constituía el referente
principal, y a la que se prestaba atención para buscar los orígenes, las raíces étnicas o
influencias culturales para su desarrollo. El desconocimiento de las etapas que existieron
entre éstas dos explica que la investigación tan sólo intuyera algún tipo de presencia o, al
menos, influencia en el desarrollo de los pueblos indígenas, sin saber por quién, de qué
tipo o las modalidades y los ritmos. Esta influencia era definida de modo genérico como
«mediterránea», sin mayor precisión o, en el mejor de los casos, oriental, púnica o griega. La investigación arqueológica sobre la primera edad del Hierro estaba inmersa en un
cul de sac provocado por la inexistencia de datos que no fueran los del periodo ibérico
conocido que se hacía remontar, como máximo, al s. V siguiendo el criterio de Fletcher y
la cronología establecida para la necrópolis de la Solivella (Fletcher, 1965). Pero pronto
novedosos hallazgos comenzarían a modificar este estado de la cuestión.
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ENTRE LOS AÑOS 60 Y LOS 80, O EL DESCUBRIMIENTO DEL COMERCIO
FENICIO
«La cuestión de los orígenes de la cultura ibérica local […] responde a un proceso de aculturación singularmente más complejo»
E. A. LLOBREGAT, 1975: 132
«Por todo lo anteriormente expuesto […] queda una cuestión bastante clara: la existencia de un
complicado panorama de asuntos protohistóricos, que se intercala entre la típica cultura del Bronce
pleno y el florecimiento de la Cultura Ibérica»
O. ARTEAGA, 1976: 192
El «complicado panorama de asuntos protohistóricos» al que aludía Arteaga en 1976
era un hecho sospechado en las décadas anteriores pero absolutamente desconocido,
como hemos visto. Sin embargo, a partir de finales de los años 60 comenzaría a adquirir
forma y nombre puesto que salían a la luz materiales arqueológicos reconocibles, fechables y algunos bien estratificados, que abrirían una nueva etapa de la investigación. Sus
jalones más sobresalientes son los descubrimientos históricos de algunos materiales fenicios en yacimientos de la desembocadura del río Ebro y las excavaciones en los yacimientos de Vinarragell primero, y los Saladares (Orihuela, Alicante) un poco más tarde,
con los que se comenzó a valorar el papel del interlocutor fenicio en la comprensión de
la protohistoria valenciana y catalana. En ello tuvieron mucho que ver los espectaculares
descubrimientos de materiales fenicios que a principios de los años 60 se empezaban a
realizar en el sur peninsular. Veámoslo.
En la península Ibérica, las primeras publicaciones de materiales fenicios recuperados
con metodología arqueológica moderna se deben a Pellicer quien, en 1962, sacaba a la luz
la necrópolis ‘Laurita’ (Almuñécar, Granada) (Pellicer, 1962). El hecho de que en un principio fuera calificada como «púnica» o «paleopúnica», y no como fenicia, es sintomático
de la novedad del descubrimiento y su adjetivación a partir de parámetros culturales y
materiales conocidos. No obstante, éstos no eran los primeros materiales fenicios conocidos, pues a los descubiertos a finales del s. XIX y durante el primer cuarto del XX hay que
añadir la publicación de otros sin contexto (Fernández de Avilés, 1958) y los trabajos pioneros de Tarradell en Marruecos ya señalados. Años más tarde, en 1966, el mismo Pellicer
publicaba junto a Schüle una nueva estratigrafía del Cerro del Real (Granada) en la que
se demostraba la llegada de importaciones «greco-púnicas» y su influencia sobre las
poblaciones indígenas y se definía el periodo de los años oscuros «preibéricos» en el sudeste (Pellicer y Schüle, 1966). Por otra parte, el papel del Instituto Arqueológio Alemán
de Madrid iba a ser determinante desde 1961, fecha en la que se ponía en marcha un pro—303—
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J. VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ
yecto de investigación en la costa malagueña con el fin de confirmar las teorías de
Schulten acerca de la existencia de la colonia focea Mainake, nombrada en los textos, y
que daría como resultado el paradójico descubrimiento de una colonia fenicia en el yacimiento de Toscanos (toda la bibliografía en Niemeyer, 1986: 124 y ss.).
Las novedades arqueológicas permitieron empezar a valorar, aunque tímidamente, el
proceso de presencia comercial fenicia en las costas orientales peninsulares. Ejemplo de
ello es la aportación de Maluquer en el V Simposium de Prehistoria Peninsular donde
presentó los escasos restos fenicios conocidos por aquellos años en Cataluña (fig. 2), y
los puso en relación con el comercio arcaico que, desde Ibiza, conectaría con la costa
mediterránea peninsular a partir del s. VII, especialmente con la desembocadura del Ebro
o con Ampurias; incluso no descartó la localización de una colonia fenicia en estas costas (Maluquer, 1969).
El reconocimiento en el área valenciana llegaría unos años más tarde, con las publicaciones de las excavaciones en Vinarragell y los Saladares, a los que se añadía, años después, las de Peña Negra (Crevillent, Alicante). La importancia de los tres registros radicaba en la estratigrafía, que rompía la idea de una continuidad cultural desde el segundo
milenio hasta el s. V y, sobre todo, se empezaba a definir el periodo previo a la aparición
de la cultura ibérica. Un periodo que permanecía en blanco en su secuencia cultural y en
el que el papel de los fenicios empezaba a ser visible.
Desde 1967 se venía excavando en Vinarragell pero no se publicarían los resultados
hasta 1974 (Mesado, 1974) por el empeño de parte de la investigación valenciana en ver
una cronología restringida para la aparición de las primeras manifestaciones culturales
que se identificaban con lo ibérico, fundamentalmente la cerámica (Tarradell, 1961; Pla,
1962: 238; Fletcher, 1965: 57), cuya referencia era principalmente la documentación de
la Bastida de les Alcusses. Con la publicación de Vinarragell se reconocieron las primeras importaciones fenicias en estas costas y se fecharon en los ss. VI-V (fig. 3).
Casi al mismo tiempo, el yacimiento alicantino de los Saladares confirmó estos resultados. Fue reconocido a partir de los primeros sondeos y prospecciones en 1969 y, ya en
1971, se emprendieron las excavaciones regulares, hasta un total de cinco campañas. Se
debió, no casualmente, a Arteaga y Serna, pues el primero conocía de primera mano los
resultados de Vinarragell —participando incluso en el estudio de la fauna que había deparado la primera campaña (Mesado, 1974) y en la memoria de la segunda campaña de
excavaciones (Mesado y Arteaga, 1979)— por lo que estaba sobre la pista del componente fenicio en las costas orientales de la península, en el marco de estudio más amplio
de la formación y poblamiento de la cultura ibérica, objetivo de su Tesis Doctoral. Fruto
de esta colaboración comenzaron un estudio comparativo sobre las estratigrafías y materiales de los dos yacimientos valencianos, estudio que nunca vió la luz. La valoración de
la estratigrafía de los Saladares supuso retrasar sensiblemente la cronología de la llegada
de materiales fenicios a la zona meridional valenciana, pues las primeras importaciones
se fechaban en la primera mitad del s. VII (Arteaga y Serna, 1973, 1975a, 1975b y 1979—304—
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NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
Fig. 2.- Identificación de materiales fenicios en la
desembocadura del río Ebro (Maluquer, 1969).
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Fig. 3.- Vinarragell, primera publicación de materiales
fenicios en tierras valencianas (Mesado, 1974).
80), aunque en un trabajo posterior se llegará a subir la cronología hasta la segunda mitad
del s. VIII a partir de su comparación con otros yacimientos del sur peninsular (Arteaga,
1982: 139).
Algunas breves síntesis publicadas en estos años empezaban a valorar los nuevos
datos al plantear una primera Edad del Hierro con dos facies, una de tipo céltico, en
Castellón, y otra de facies no céltica con materiales que remitían al Bronce Valenciano;
en el segundo cuarto del primer milenio seguirían los influjos célticos y unos «reflejos
orientalizantes» debidos a la colonización fenicia y desvirtuados por la perduración de las
tradiciones locales (Llobregat, 1975). Aunque el trasfondo difusionista de estas tesis es
evidente es destacable el acento en los grupos indígenas para entender los desarrollos históricos.
Desgraciadamente estos trabajos constituían, por lo general, una excepción ya que los
debates se centraban en torno a las cronologías y a la caracterización cultural de cada
estrato, no importando cuestiones estructurales o socioeconómicas. En ello tenía no poca
importancia el método empleado, que privilegiaba la excavación vertical en catas de
superficie restringida, levantando capas artificiales regulares con una minuciosidad estratigráfica excepcional, por lo que el estudio de la cerámica era el conductor de las hipótesis y, evidentemente, de las conclusiones. El método determinaba las preguntas al regis—305—
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tro documental, centradas en cuestiones cronológicas y, sobre todo, de difusión tecnológica hasta el punto de señalarse que «la cuestión principal del problema se centra en la
necesidad de concluir si la adopción del torno de alfarero se debió, en esta parte de la
Península, al impulso decisivo de los fenicios, de los griegos, o de otros ambientes indígenas adelantados en la asimilación del conocimiento» (Mesado y Arteaga, 1979: 74-76),
mientras que las causas y los modos de esta presencia comercial no se planteaban. Es, no
obstante, una etapa de la investigación importantísima, al proporcionar las estratigrafías
y el corpus de datos para empezar a discutir los parámetros cronológicos o el planteamiento de nuevos problemas, como los derivados de la interacción del comercio fenicio
con los grupos locales.
Me parece conveniente considerar el año 1976 otro punto de inflexión, pues es cuando se iniciaron las excavaciones en la Peña Negra. Con ellas comenzaba a conocerse otro
yacimiento clave para definir y comprender mejor el papel de los comerciantes fenicios
y sus relaciones con los grupos indígenas del sur valenciano, hasta el punto que, por primera vez, se reconocía la presencia de artesanos fenicios instalados entre aquéllos. Se
propuso la existencia de un periodo orientalizante en el sur alicantino que estaría en la
órbita de Tartessos con escasas influencias de la llamada cultura de campos de urnas
(González Prats, 1983 y 1986). En estos años se encuadraba la cronología de esta presencia fenicia a partir de la segunda mitad del s. VII excepto para los yacimientos de los
Saladares y Peña Negra, precisamente situados en el sur, y cuya cronología se hacía
remontar hasta el s. VIII.
Paralelamente, en Cataluña se señalaba la existencia de materiales fenicios que, aunque poco abundantes, retomaban las propuestas de Maluquer de una década atrás
(Arteaga et al., 1978), y en Valencia y Castellón se rastreaban unas pocas piezas fenicias
de poblados ibéricos como el Tossal del Sant Miquel (Mata, 1978) o el Puig de Vinaròs
y de Benicarló (Gusi, 1976a y 1976b; Gusi y Sanmartí-Grego, 1976-78). En fin, se definía en estas tierras un matizado «periodo orientalizante» que estaba en la génesis de la
cultura ibérica (Arteaga, 1977), hasta el punto que el propio Maluquer destacará que una
«moda fenicia se ha impuesto en gran medida y los posibles hallazgos de ambiente púnico se han perseguido en toda el área ibérica, histórica» (Maluquer, 1982: 36). Como una
paradoja, este periodo filofenicio era el contrapunto a la fiebre griega de los años 40 y 50.
Entre finales de los años 70 y principios de los 80 se dieron a conocer algunas escalas
de presencia o «influencia» fenicia, junto a puntuales publicaciones de estratigrafías que
señalaban la anterioridad de la llegada fenicia sobre la griega en estas costas. En el sur de
la península Ibérica los hallazgos de materiales fenicios iban a ser continuos: a los ya
señalados se sumarían, a lo largo de la década de los 70 los yacimientos de Jardín,
Alarcón, Cerro del Mar, Peñón, Málaga, Morro de Mezquitilla, Chorreras, Trayamar,
Sexi, Cerro del Villar, Castillo de Doña Blanca, Villaricos o Huelva, entre otros. Esta
abundancia de datos nuevos exigía una síntesis general interpretativa en relación con las
demás evidencias de todo el Mediterráneo que llegaría años más tarde (Aubet, 1987).
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NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
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La presencia fenicia en el País Valenciano y Cataluña se definía al mismo tiempo que
se producía su redescubrimiento en el contexto peninsular. Los iberistas seguían manifestando interés por los orígenes de la cultura ibérica, muestra de lo cual fue el Congreso
Internacional celebrado en 1977 en Barcelona sobre Els orígens del món ibèric. Las
diversas aportaciones empezaban a definir, en cada región, los rasgos específicos de la
cultura ibérica y se publicaban estratigrafías y síntesis en las que los elementos autóctonos tenían decisiva importancia en el devenir de estas sociedades, pero a la vez se documentaban importaciones mediterráneas en contextos indígenas que habrían hecho posible el cambio cultural, al ser el exponente material de la llegada de nuevas poblaciones,
ideas o novedades técnicas. Merece la pena destacar la publicación de las estratigrafías
del yacimiento gerundense de Illa d’en Reixach, donde la estratificación del material
fenicio es anterior a las importaciones griegas (Martín y Sanmartí-Grego, 1976-78); o las
de los asentamientos costeros del norte de Castellón (Gusi y Sanmartí-Grego, 1976-78)
(fig. 4). Para el área valenciana se reconocía la existencia de materiales fenicios, relativizando mucho su papel, y griegos, considerados más determinantes, y se mantenía la
postura de años anteriores que defendía cronologías bajas para el surgimiento de la cultura ibérica (Fletcher et al., 1976-78) consecuencia de una larga pervivencia de la Edad
del Bronce (Llobregat, 1969a; Aparicio, 1976), aunque poco tardarían en ser matizadas
(Gil-Mascarell, 1981; Aranegui, 1981).
Para algunos investigadores no habría influencias fenicias directas del sur peninsular
en tierras valencianas ya que los elementos orientalizantes, y las cerámicas fenicias entre
ellos, se entendían como una irradiación tartésica. A la vez se propugnaba mayor protagonismo desde las zonas de colonización griega (Aranegui, 1981 y 1985), entroncándose con una corriente crítica con la interpretación de los vestigios fenicios en el País
Valenciano y Cataluña. Desde esta perspectiva habría que señalar, por una parte, ciertas
publicaciones de los años 60 encaminadas a desmitificar las identificaciones de las colonias griegas (Martín, 1968) que se venían buscando afanosamente desde los años 20 y 30
en estas costas (Carpenter, 1925), y por otra, posiciones que revisaban el pretendido
pasado púnico de Alicante en boga entre las décadas de los 30 y los 50 (Llobregat,
1969b). Sin embargo, la lectura que se hacía de los materiales fenicio-púnicos planteaban
una curiosa duplicidad espacio-cultural entre lo fenicio y lo cartaginés: «en nuestra costa
[de la península Ibérica], el estado actual es el predominio absoluto fenicio por toda la
costa sur hasta el cabo de Gata. Acá comienza la influencia cartaginesa con el yacimiento
de Villaricos (la antigua Baria) y el de Cartagena […]. No hay noticia —salvando Ibiza—
de más yacimientos cartagineses» (Llobregat, 1969b: 48; las cursivas son mías). Y puesto que los fenicios estaban ausentes en la costa oriental peninsular, los nuevos estudios se
acercaban a valorar el elemento comercial griego desde la atención al medio indígena y
con la vista puesta en los textos clásicos (Rouillard, 1979), o bien se proponían identificar las ciudades que los textos ubican en tierras alicantinas, como Akra Leuke en el Tossal
de Manises (Alicante) (Rouillard, 1982), o Alonis en la Picola (Santa Pola, Alicante)
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J. VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ
Fig. 4.- Congreso Internacional sobre Els orígens del Món
Ibèric (Barcelona, 1977). En la figura, materiales fenicios
del norte de Castellón publicados por Gusi y
Sanmartí-Grego.
Fig. 5.- Las excavaciones en Aldovesta, durante los años 80,
mostraron la existencia de un modelo comercial específico
en el entorno del río Ebro (Mascort et al., 1991).
(Rouillard, 1999); o, incluso, la existencia de un foco de irradiación helénica en la zona
meridional valenciana a juzgar, sobre todo, por la escultura.
No se puede dejar de señalar la aparición, paralela, de otros estudios monográficos de
base, como la sistematización del periodo protohistórico en toda la región a partir de la
integración de todos los datos disponibles en aquel entonces (Aranegui, 1981); o el trabajo de Ribera sobre las ánforas prerromanas (1982) y en el que las ánforas fenicio-púnicas del área valenciana eran recogidas por primera vez, configurando una importante base
material para el conocimiento de estas importaciones.
En aquellos años se editó un conjunto de aportaciones de síntesis sobre los fenicios en
la península Ibérica (Del Olmo y Aubet, 1986) destacando las investigaciones en Ibiza,
en Cataluña y en el sur alicantino, debido a la llamativa evidencia arqueológica de Peña
Negra; sin embargo, se echa en falta una síntesis sobre el estado de la cuestión en tierras
valencianas que llegaría a finales de la década en un par de sucintos trabajos (Gómez
Bellard, 1988 y 1991). Estas publicaciones llevaron, a partir de mediados de los 80, a la
identificación de más materiales fenicios que ahora capilarizaban todo el territorio, destacando su volumen en algunos yacimientos como Aldovesta (Benifallet, Tarragona)
(Mascort et al., 1991) (fig. 5) o la Torrassa (Vall d’Uixó) (Oliver et al., 1984) junto a otros
como los Villares (Mata, 1991).
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NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
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En el contexto peninsular, la indudable irrupción del comercio fenicio se explicaba
con notables aportaciones que incorporaban modelos antropológicos y planteamientos
materialistas como los sistemas mundiales, la diáspora comercial o las relaciones económicas basadas en los intercambios de elementos de prestigio entre elites
(Frankenstein, 1979; Aubet, 1987). En definitiva, los testimonios documentales publicados estos años demostraban que las costas valencianas y catalanas no parecían haber
quedado al margen del desarrollo del comercio fenicio ya que, al contrario, se trataba de
un área frecuentada.
Las miradas de la investigación a la hora de valorar todos estos datos se dirigían al sur
peninsular pero también, y sobre todo, a la isla de Ibiza. El problema de la documentación en Ibiza, sin embargo, era la falta de datos arqueológicos para los ss. VII y VI:
«Resulta prou clar que no ha estat identificat ni el vernís vermell ni les formes més típiques del grup vell» (Tarradell y Font, 1975: 154), a pesar de lo cual se aceptaba tanto la
fecha de Diodoro como el hecho de que fueran «cartaginesos […] per tal de crear un
punt més que servís per a la navegació en funció dels intercanvis comercials» (ibídem,
240). Se seguía, en cierto modo, algunas ideas de los años 40 cuando se veían a griegos
y cartagineses —no fenicios— enfrentados por el dominio comercial del Mediterráneo ya
que se tomaban las noticias de los textos que hablan de una fundación cartaginesa en 654
a.C. (Diodoro de Sicilia V, 16, 2 y 3) como válidas, sin ningún tipo de crítica textual: «los
griegos, si pensaron establecerse en Ibiza, no llegaron a tiempo para tal empresa. Se les
adelantaron los cartagineses. […] Por primera vez en la histora de la colonización púnica en España parecen coincidir los textos con los hallazgos arqueológicos» (García y
Bellido, 1942: 32).
Pero no abordaré aquí cuestiones historiográficas e históricas suficientemente tratadas
(Barceló, 1985) ya que tan sólo las enfocaré desde el prisma de las costas mediterráneas
peninsulares. Se había otorgado gran relevancia a la instalación fenicia en Ibiza para
explicar el comercio desarrollado en la costa peninsular, primero con pocos datos
(Maluquer, 1969) y más tarde con mayores evidencias (Arteaga, 1976); aunque tampoco
faltaba quien defendiera tan sólo una influencia de la isla tardía, a partir de finales del s.
V, posterior a otros influjos procedentes de la Turdetania (Llobregat, 1974). Sin embargo, la isla se seguía mostrando silenciosa hasta que el panorama cambió a partir de finales de los años 70 y principios de los 80. La novedad más importante fue el descubrimiento de una ocupación desde el s. VII, confirmando en cierta manera las noticias de los
textos clásicos, por parte de fenicios de las colonias occidentales y no por cartagineses
en, al menos, dos enclaves: en sa Caleta (Sant Josep de sa Talaia) y en la misma ciudad
de Ibiza (Ramon, 1981; Gómez Bellard et al., 1990; Ramon, 1991). Ibiza era, pues, la
única muestra de presencia fenicia segura hasta que en la década de los años 90 un nuevo
hallazgo iba a configurarse poco más o menos como el eslabón perdido entre las colonias
del sur peninsular y la isla de Ibiza.
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DESDE LOS AÑOS 90 HASTA LA ACTUALIDAD, O LA INCESANTE ACUMULACIÓN DE DATOS AISLADOS
«La Fonteta, con la fortificación del Cabezo del Estany, sería el foco de difusión y transmisión
de productos, ritos y creencias característicos de la cultura cananeo-fenicia en el Sudeste de la
Península Ibérica, explicando la presencia, pues, con igual fuerza que en Andalucía occidental, de
la fase del Hierro Antiguo u Orientalizante que caracteriza los desarrollos culturales indígenas de
estas regiones»
A. GONZÁLEZ PRATS, 2000: 149
«Il faut toutefois insister sur le fait que ce commerce colonial a très fortement influencé les
sociétés indigènes et en a accéleré l’évolution interne […] Or, tout cela arrive au moment où les
marchands phéniciens introduisent dans ce territoire des produits spécialisés, et c’est sans doute
ce nouveau facteur qui est à l’origine de cette évolution de la société indigène»
ASENSIO ET AL., 2000: 259
Estas palabras, tomadas a modo de ejemplo entre las publicadas hoy en día, reflejan
un estado de la cuestión donde se plantea el contacto cultural desde parámetros difusionistas, unos, y evolucionistas, otros en un marco de obtención de datos continuo debido
no sólo a proyectos de investigación sino al desarrollo de excavaciones de urgencia.
En los últimos años, sin duda, la novedad más importante de los estudios fenicios para
el área que nos ocupa la constituye el descubrimiento de un asentamiento de fundación o
con presencia fenicia emplazado en la desembocadura del río Segura, en Guardamar del
Segura (Alicante). La existencia de hipotéticas factorías comerciales fenicias en esta zona
era sospechada ya desde los años 70. Para Arteaga y Serna un centro «neurálgico» fenicio
situado en algún punto indeterminado en el triángulo Santa Pola-Guardamar/TorreviejaTabarca explicaría los expresivos materiales fenicios de los Saladares (Arteaga y Serna,
1975b: 748). A mediados de los 80 un asentamiento que parecía responder a estas características fue identificado por González Prats a raíz de la valoración de un conjunto de
materiales procedentes de los muros de tapial de una rábita islámica situada en el mismo
entorno que las dunas de Guardamar del Segura (fig. 6). Los proyectos de investigación,
hoy en día en curso de publicación, ya han avanzado algunos resultados (González Prats,
1998; González Prats y Ruiz Segura, 2000; Azuar et al., 1998 y 2000).
Junto a las investigaciones de estos yacimientos son igualmente relevantes los resultados de numerosos trabajos arqueológicos de campo emprendidos a lo largo y ancho de
toda la fachada mediterránea peninsular en la década de los años 90 e inscritos en el
marco de estudios territoriales: se han documentado yacimientos con materiales fenicios
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NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
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Fig. 6.- Desde mediados de los años 90 han comenzado las excavaciones en la Fonteta, una colonia
fenicia en la desembocadura del río Segura. Foto extraída de González Prats y Ruiz Segura, 2000.
e imitaciones en el valle del Ebro y sus afluentes (Rafel, 1991; Gracia y Munilla, 1993,
con amplia bibliografía; Asensio et al., 2000; Garcia i Rubert y Gracia, 2002), en la provincia de Valencia (Pla y Bonet, 1991), en la comarca de la Marina Alta (Bolufer, 1995;
Bolufer y Vives-Ferrándiz, 2003), en la desembocadura del Segura (García Menárguez,
1994 y 1995), en el valle del Vinalopó (Poveda, 1994) y en el interior de la provincia de
Alicante (Martí y Mata, 1992; Grau, 2002). Por otra parte, la revisión de fondos de museos procedentes de antiguas excavaciones ha permitido ampliar el listado de la distribución de las importaciones fenicias (Castelló y Costa, 1992; Espí y Moltó, 1997) o iniciar
proyectos de excavaciones, como el del Alt de Benimaquia (Gómez Bellard y Guérin,
1994). Y, finalmente, no se debe olvidar los proyectos de excavaciones ordinarias que han
continuado siendo referencias esenciales como el Torrelló del Boverot (Almassora,
Castellón) (Clausell, 2002) o los Villares. También son años en que han visto la luz
monografías de poblados ibéricos que habían sido hitos bibliográficos en la génesis de
estos estudios, como el Puig de la Nau (Oliver y Gusi, 1995) o el Tossal de Sant Miquel
de Llíria (Bonet, 1995). De gran interés es el hallazgo de un asentamiento en la desembocadura del río Júcar, en Albalat de la Ribera, con material del Hierro Antiguo entre el
que hay algunas importaciones fenicias.2
2
Agradezco a X. Vidal, codirector de las intervenciones, la información sobre el yacimiento actualmente en curso de publicación.
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J. VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ
También es destacable la labor emprendida desde los estudios paleoeconómicos para
la evaluación de los recursos agropecuarios en los asentamientos de los periodos del
Bronce Final y Hierro Antiguo (Iborra et al., 2003; Grau et al., 2004). Además, una de
las síntesis relacionada con los fenómenos orientalizantes peninsulares que merece mayor
atención se ha basado, precisamente, en documentación tradicionalmente poco atendida
como es la arquitectura (Díes, 1994).
VALORACIÓN DEL ESTADO ACTUAL Y VÍAS FUTURAS DE ESTUDIO
En los últimos años asistimos a una acumulación de datos que se inscribe en una paradoja: por un lado la información que ofrece la nueva documentación, recuperada además
con moderna metodología y excelentes resultados, es sin duda alguna positiva; pero, por
otro lado, limita el conocimiento ya que la mayor parte de los estudios quedan inconexos
de sus contextos locales. Por ello son valorables las síntesis que superan el discurso descriptivo acentuando el papel del comercio fenicio como distribuidor de mercancías, aunque la mayor parte centradas en zonas geográficas reducidas o aspectos concretos
(González Prats, 1991 y 2000; Sanmartí, 1991 y 1995; Llobregat, 1992; Aubet, 1993).
Otros destacables trabajos han valorado, desde perspectivas de fondo similares, las diferencias regionales de las comunidades indígenas desde el Bronce Final y cómo se insertan en ellas los aportes comerciales fenicios (Mata et al., 1994-96; Bonet y Mata, 2000;
Sanmartí, 2004) con referencias a la complejidad de la situación colonial en el conjunto
del territorio (Asensio et al., 2000: 252; Sala, 2004).
La aparición de la cultura ibérica se vincula a la presencia fenicia ya que para tierras
alicantinas se señala que «obviamente, el impacto de ambos productos [el aceite y el vino
de los fenicios] sobre el mundo indígena debió de ser determinante para explicar esos
rápidos procesos de aculturación y orientalización» (González Prats, 2000: 111); y, más
adelante, que «la mixtificación humana conllevaría un elevado grado de mestizaje que
debió constituir un caldo de cultivo excelente para la transmisión de artefactos e ideas»
concluyendo que «el resultado lo conocemos eclosionado en época ibérica» (ibídem,
113; las cursivas son mías). Es, en el fondo, la misma idea que ve en la cultura ibérica el
«resultado definitivo del proceso de aculturación» (Sala, 2004: 72), que se ralentiza o
acelera según las zonas y los tiempos para acabar llegando a un tipo ideal de cultura ibérica, fragmentando el pasado en compartimentos rígidos que ocultan las dinámicas de los
desarrollos históricos.
Un reciente trabajo de síntesis ha puesto de manifiesto el problema de llegar a lecturas divergentes partiendo de un mismo registro material y, además, ha animado al abandono de las interpretaciones difusionistas para explicar la cultura ibérica: mientras las
interpretaciones viejas deben ser abandonadas, las preguntas viejas pueden seguir siendo
válidas (Junyent, 2002). Añadiré que las preguntas también deben orientarse porque cada
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NOTAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LOS ESTUDIOS FENICIOS EN EL PAÍS VALENCIANO
21
cuerpo teórico permite abordar los problemas desde puntos distintos, lo que es la base
para avanzar en el conocimiento. En este sentido, las perspectivas vinculadas al postprocesualismo como nuevo paradigma y su interés por enfocar lo particular en los procesos
locales ofrece enfoques diferentes o, en algunos casos, complementarios con las interpretaciones existentes. Los encuentros coloniales se prefieren ver como procesos culturales tejidos a modo de maraña —entanglement— (Thomas, 1994: 2) de relaciones culturales, sociales, económicas, simbólicas o de cualquier tipo más que constituir un marco
para la inevitable aculturación o una dialéctica entre dominación y resistencia.
Con todo, es pronto para juzgar esta etapa por nuestra proximidad temporal. Sin duda,
ha supuesto un impulso en la disciplina arqueológica protohistórica y, quizás, uno de los
aspectos más positivos es que los hallazgos de la última década y media en la costa oriental peninsular han permitido incluir la zona —o al menos una parte de ella— en la bibliografía de los estudios fenicios mediterráneos, abriendo un periodo en el que hablar de
fenicios en la península Ibérica o en el Mediterráneo es también hablar de la desembocadura del Segura o de otros territorios como zonas del interior o la desembocadura del
Ebro; algo que hace diez o quince años, cuando esta región se interpretaba como un territorio meramente periférico en comparación con el sur penisular, era impensable. No obstante, también se puede hacer una lectura crítica a través de dos aspectos.
En primer lugar, en ocasiones da la sensación de que lo fenicio se viene sobrevalorando en la literatura arqueológica desde hace un tiempo (también había sucedido lo
mismo con lo griego años atrás), puesto que sistemáticamente remite a ello la búsqueda
de paralelos, comparaciones y referencias evidenciando una posición que infravalora las
capacidades de desarrollo autónomo. Son criticables las lecturas que ven al fenicio como
difusor de civilización y cultura mediante elementos materiales como el hierro, el torno
alfarero, el vino, o el urbanismo complejo, que llegan a unas poblaciones indígenas vistas ciertamente receptivas y dispuestas a asumir el progreso técnico mediante esas novedades, a aprender en definitiva. Una visión aculturacionista y unidireccional que ilustran
las interpretaciones parciales de la presencia fenicia en este área: la búsqueda de metales,
el aprovechamiento de sistemas de producción preexistentes y la distribución de objetos.
Pero pocas veces se plantea el aprovechamiento por parte indígena de esos intercambios,
si hay una selección de las importaciones y por qué, o en qué contextos se encuentran y
cuáles son los usos que les dan.
En segundo lugar, la mayor parte de estudios y síntesis de la protohistoria valenciana,
en línea con una corriente mayoritaria, siguen considerando el material desde una perspectiva dualista oponiendo el contexto fenicio al indígena y asumiendo, implícitamente,
una caracterización del contacto cultural como diferencia de los unos respecto a los otros.
Además se ignora la historicidad de los fenómenos con la consecuencia de ver los grupos implicados como esencias inmutables a lo largo de los siglos. Ambas lecturas —la
difusionista y la dualista— presentan una visión del colonialismo estática, de confrontación entre dos culturas en tanto que bloques homogéneos. Frente a estas interpretaciones,
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las tendencias teóricas postprocesuales prefieren entender como punto de partida que las
culturas no son entes abstractos sino que están formadas, sencillamente, por gente y sus
prácticas. Además, entienden los encuentros coloniales como interacción compleja entre
grupos sociales con relaciones de clase, de género o de edad, y no como meros influjos
unidireccionales, difusionistas o evolucionistas (van Dommelen, 1998; Rowlands, 1998;
Gosden, 2004). En este marco, la Arqueología postcolonial presta especial importancia a
la prácticas híbridas como herramienta epistemológica para analizar las construcciones
identitarias en los espacios coloniales (van Dommelen, 2006; y para la zona de estudio
Vives-Ferrándiz, 2005).
Desde mi punto de vista, los futuros trabajos deberían poner el acento, por una parte,
en la interacción entre los grupos indígenas y los fenicios en el contexto local y, por otra,
en las relaciones de estas mismas áreas con otras zonas de presencia fenicia. Ahora bien,
difícilmente podemos evaluar las relaciones sin definir mejor los actores que los protagonizaron y, en este sentido, es imprescindible emprender proyectos a medio y largo
plazo que proporcionen un mayor corpus material con contextos arqueológicos bien definidos para el final de la Edad del Bronce y el Hierro Antiguo: ¿cómo eran estos grupos,
qué diferencias tenían en cada contexto territorial y qué relaciones establecieron las distintas esferas sociales?
Para acabar, dar paso a campos de análisis complementarios es enriquecedor para el
avance del conocimiento y, así, propondría tres líneas insuficientemente exploradas. Por
un lado, definir mejor los procesos que dieron lugar a la integración de un asentamiento
con población foránea en la desembocadura del Segura, sus características y sus relaciones con la metrópoli y entre los mismos grupos foráneos. Por otro lado, incorporar la
dinámica del consumo como una de las mejores expresiones de los valores de los grupos
en cada circunstancia histórica. Y, finalmente, examinar las estrategias sociales encaminadas a reforzar las identidades preexistentes o a promover la invención de otras en contextos de contacto cultural.
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