El Arte Levantino y el proceso de neolitización en el arco mediterráneo peninsular: el contexto arqueológico y su significado
Oreto García Puchol
Lluís Molina Balaguer
Mª Rosa García Robles
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA
Vol. XXV (Valencia, 2004)
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ORETO GARCÍA PUCHOL*, LLUÍS MOLINA BALAGUER**
y MARÍA ROSA GARCÍA ROBLES***
El ARTE LEVANTINO Y EL PROCESO DE NEOLITIZACIÓN EN EL
ARCO MEDITERRÁNEO PENINSULAR: EL CONTEXTO
ARQUEOLÓGICO Y SU SIGNIFICADO
RESUMEN: En el presente trabajo tratamos de llevar a cabo una lectura amplia del contexto arqueológico en el área de afectación del denominado Arte Levantino. En esta línea, y tomando como punto de partida la visión más extendida a propósito de su contextualización ligada al
proceso de neolitización, nuestro interés reside en llamar la atención sobre determinadas incongruencias mostradas por el registro regional para mantener la postura mayoritaria referida a una
autoría de caza-recolectores de cronología neolítica. Al contrario, sostenemos que los datos actuales abren nuevas líneas de trabajo que apuntarían a la consideración del Levantino como un arte
plenamente neolítico.
PALABRAS CLAVE: Arte Levantino, Arte Macroesquemático, Arte Esquemático, Neolitización, Mesolítico reciente, Neolítico antiguo, Neolítico medio-final.
ABSTRACT: In this article, we have carried out a wide review of the archaeological context in Levantin Rock Art distribution area. Working on the principle that this art is closely related to the Neolithisation process, we’d like to pay special attention to some contradictions existing
in the regional sequences. These contradiction raise same doubts about the hunter-gatherers
* Instituto Tecnológico de Informática. Universidad Politécnica de Valencia. E-mail: oreto.garcia@uv.es
** Departament de Prehistòria i Arqueologia. Universitat de València. E-mail: Lluis.Molina@uv.es
*** Instituto de Arte Rupestre. Generalitat Valenciana. E-mail: mr.garcia@uv.es
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authorship of Levantin Rock Art. On the other hand, current data point is considering Levantin as
a completly Neolithic Art.
KEY WORDS: Levantin Rock Art, Macroschematic Rock Art, Schematic Rock Art,
Neolithisation, Late Mesolithic, Early Neolithic, Middle-late Neolithic.
1. PLANTEAMIENTOS PREVIOS
En el seno de la investigación peninsular encontramos pocos debates que hayan resultado más controvertidos que el referido a la concreta adscripción cronológica y cultural del
Arte Rupestre Levantino. Desde el descubrimiento de las primeras manifestaciones, a finales del siglo XIX, hemos podido asistir a un continuo proceso de propuestas, críticas y relecturas que llega hasta la actualidad. En este contexto, el planteamiento que queremos ofrecer, en la línea de otro reciente trabajo publicado (Molina et al., 2003), pretende recabar la
atención ante algunas de las inconsistencias que, creemos, plantean buena parte de las interpretaciones vigentes.
Sin duda, la espectacularidad de las manifestaciones que componen las representaciones clásicas de este arte han servido de reclamo y justificación del inusitado interés de la
investigación. La amplia –pero acotada– difusión del arte levantino por buena parte de la
región oriental de la península, el carácter narrativo de sus escenas, en las que se ha pretendido ver imágenes de la vida cotidiana de las poblaciones prehistóricas, y su ya mencionada espectacularidad, nos permiten considerar que nos encontramos ante unas representaciones que jugaron un destacado papel dentro del componente cultural de aquellos grupos
humanos.
Sin embargo, escasas son las aportaciones en las que podemos apreciar explícitamente
la consideración que debemos darle a dicha manifestación en el seno de las estructuras
sociales de los grupos prehistóricos. Y, no obstante, este debate no puede plantearse sin
antes aclarar cuál es el papel de dichas manifestaciones artísticas en el conjunto del registro arqueológico objeto de análisis. Parece evidente que el estudio del arte rupestre no puede
desvincularse de este registro, que permite aproximarnos a las características socioculturales de los grupos humanos autores de aquellas manifestaciones. Y de esta consideración se
desprenden muchas de las posibles interpretaciones que podamos hacer de dicho fenómeno.
En todo caso, no podemos obviar que esta relación entre arte rupestre y registro arqueológico puede interpretarse de diferentes formas, al tiempo que los términos de dicha relación son objeto de debate. Desde nuestra óptica, el arte rupestre se vincula al conjunto de
evidencias culturales de una sociedad en una doble vertiente. En primer término se nos presenta, y así debe ser leído, como la materialización, consciente o no, de todo un conjunto de
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creencias, como un remitente a las formas en que aquellas sociedades interpretaban el
mundo que las rodeaba, independientemente del grado de trascendentalidad que queramos
concederle. Así, estas manifestaciones tienen su razón de ser dentro de los esquemas y valores sociales que determinaban el comportamiento de aquellos grupos humanos. Estos extremos parecen bastante bien consolidados para los otros tipos de manifestaciones rupestres
holocenas que se desarrollan en la zona, tanto el Arte Macroesquemático, con sus figuras de
orantes (Hernández, 2000), como el Esquemático.
Esta concepción no parece en cambio tan bien establecida para el Arte Levantino. Éste se
caracteriza por la elevada presencia de fauna salvaje, aislada o formando escenas de manadas.
Junto a ella, y en una proporción menor, la figura humana adquiere un papel protagonista, apareciendo aisladamente o en composiciones de escenas: cacerías, danzas, paradas militares o
combates, ejecuciones... (Hernández y Martínez Valle, 2003). La escasa incidencia de representaciones de actividades de procesado y/o consumo, así como el carácter mayoritario de las
figuraciones animales, son indicativas de una importante valorización social de las actividades representadas (independientemente del valor real económico), al tiempo que nos obligan
a situarnos en un plano interpretativo en el que la mera extrapolación directa no puede utilizarse como prueba de la estructura económica de las poblaciones afectadas.
No obstante, una mirada retrospectiva a la bibliografía existente, nos permite apreciar
que siempre ha existido una cierta inclinación a interpretar estas manifestaciones de manera directa, como representaciones de la vida cotidiana de determinadas sociedades pretéritas (p. ej. Jordá, 1974). Sin embargo, y como ya ha sido expuesto en otras ocasiones (Molina
et al., 2003; Martí, 2003), no debemos caer en el error de confundir naturalismo con realidad. El primero de los conceptos nos remite a una cuestión exclusivamente técnica, a la
manera de plasmar aquellas figuras y escenas que queremos componer, tanto respecto a la
forma concreta que adquieren dichas figuras como a la composición de la escena. Sin
embargo, el segundo concepto nos lleva a la significación de dichas manifestaciones, el
mensaje que se quiere transmitir. Y de hecho, parece bastante arriesgado considerar que las
escenas que aparecen en el Arte Levantino representan únicamente aquello que a simple
vista puede apreciarse.
En todo caso, y más allá del grado de trascendentalidad que queramos otorgarle a unas
determinadas manifestaciones, creemos que deben ser situadas en el nivel ideológico concreto de las formaciones sociales que las generaron. Esto implica, desde nuestra posición,
que únicamente cobrarán sentido una vez que queden imbricadas dentro de la estructura del
cuerpo social que les sirve de soporte y del cual, al mismo tiempo, son una materialización,
una justificación.
En un segundo nivel, el arte rupestre aparece en el territorio distribuido de una determinada manera. Por ello, se integra plenamente dentro del conjunto del registro, como una
evidencia más de la presencia pretérita del hombre y de la forma en que este gestionó el
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entorno en el cual desarrolló su vida y sus actividades. Por ello, el arte rupestre debe intentar leerse también desde una perspectiva territorial (Fairén, 2002), evidencia material del
interés de las comunidades prehistóricas por marcar su presencia, su relación con un
determinado paisaje, al tiempo que su determinación por antropizarlo, de dotarlo de un significado perdurable. Esta visión espacial del arte rupestre también se nos presenta a un
doble nivel. Por un lado puede sernos de utilidad para definir la estructura territorial de las
sociedades implicadas, tanto a la hora de reconocer límites entre diferentes grupos o formaciones sociales como a la hora de valorar funcionalidades diferenciales dentro de los
territorios individuales de cada uno de ellos. Pero, al mismo tiempo, y desde una visión
más amplia, la concreta difusión de una determinada manifestación a lo largo de una región
nos debe advertir de las relaciones existentes entre las diferentes comunidades humanas
distribuidas en esa región, al tiempo que de determinados vínculos ideológicos (¿comunidad de creencias?).
Así, y entrando ya directamente en el tema que nos atañe, no debemos descuidar que
la distribución restringida que presenta el Arte Levantino puede interpretarse como el reflejo de la existencia de un conjunto de relaciones entre grupos humanos a lo largo de buena
parte de la fachada mediterránea peninsular. La coincidencia, en aquellos rasgos técnicos
más característicos, de la temática preferentemente plasmada y de determinados convencionalismos, más allá de las evidentes particularidades locales, debe advertirnos de estas
relaciones, un extremo, éste, que debe tener su plasmación en otros ámbitos del registro
arqueológico.
Obviamente, las premisas que estamos exponiendo distan mucho de aquellos planteamientos que proponen una adscripción cronológica de las manifestaciones artísticas en base
a criterios como los de proximidad a los yacimientos arqueológicos (p. ej. Aparicio y
Morote, 1999). Estamos de acuerdo en considerar que los autores de unas determinadas
manifestaciones artísticas rupestres en una zona debieron dejar alguna otra evidencia material más allá de las citadas representaciones. Sin embargo, como fenómeno de alcance territorial, no existe ninguna razón para considerar que necesariamente esas otras evidencias
deban aparecer en las proximidades de las estaciones rupestres. Es el contexto regional el
que debe ser valorado a este nivel.
Por otra parte, y como fenómeno de alcance regional amplio, estaremos de acuerdo en
que cualquier propuesta de encuadre para el arte rupestre debe ser consecuente con el registro arqueológico reconocido en la totalidad de los ámbitos geográficos en los que encontramos dicha manifestación. Este extremo se hace necesario si se considera, para el caso concreto del Arte Levantino que ahora nos ocupa, que nos encontramos ante una manifestación
unitaria en su concepción y desarrollo cronológico, más allá de los lógicos y posibles desfases “comarcales” dentro de la totalidad de la región donde se difunde. De este modo, si
convenimos que el Arte Levantino responde al mismo fenómeno, sea en Teruel, en Alicante
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o en Jaén, deberíamos ser capaces de identificar contextos arqueológicos vinculables, cuando no equiparables, que puedan concordar con dicha comunidad artística (ideológica). En
este intento de encuadre del Arte Levantino tampoco podemos dejar de lado la información
que nos aportan aquellos otros estilos artísticos con los que comparte espacio geográfico,
vía la adscripción concreta de éstos y de las relaciones cronológicas relativas que vienen
representadas por las diversas superposiciones reconocidas: Levantino sobre Macroesquemático, Levantino sobre Esquemático, Esquemático sobre Levantino.
Estas advertencias son, aún si cabe, más necesarias si consideramos cuál es el contexto de adscripción cronocultural más aceptado hoy en día por la comunidad investigadora. El
hecho de vincular el Arte Levantino con el proceso de neolitización de las comunidades
indígenas caza-recolectoras comporta que la distribución geográfica concreta que posee este
arte se implica directamente con los procesos socioeconómicos que conlleva el citado concepto. De tal manera, reconocer la existencia del citado arte en una región particular comporta necesariamente que el registro arqueológico muestre una determinada lectura sobre
dicho proceso de neolitización. Sin embargo, no creemos que esta vinculación, y las implicaciones que lleva consigo, hayan sido valoradas en su totalidad a la hora de desarrollar
determinadas propuestas.
Nuestra intención, pues, es incidir en esta relación (supuesta) entre Arte Levantino y
neolitización. Partiendo de la información disponible sobre el registro arqueológico del conjunto de la fachada mediterránea, y de acuerdo con una lectura determinada del proceso de
neolitización, queremos poner en evidencia las incoherencias del modelo interpretativo
vigente, denunciando la necesidad de una nueva lectura, dentro de un marco cronoespacial
diferente, más acorde tanto con los datos arqueológicos como con la distribución concreta
de las manifestaciones rupestres.
2. PANORAMA ACTUAL EN TORNO AL MARCO CRONO-CULTURAL DE APARICIÓN Y DESARROLLO DEL ARTE LEVANTINO
Tal como hemos apuntado, el objetivo principal de este texto se centra en la valoración de la dinámica temporal y espacial de los diferentes artes neolíticos y, de modo particular, en la lectura histórica de aparición y desarrollo del Arte Levantino en la línea planteada en un reciente artículo (Molina et al., 2003), partiendo de las reflexiones actuales
en torno a su adscripción cronocultural (Martí y Juan Cabanilles, 2002; Hernández y
Martí, 2002; Martí, 2003).
Siguiendo estas premisas, conviene recordar que tanto el Macroesquemático, el
Esquemático, el Levantino y, en menor medida, el Arte Lineal-geométrico, cuya documentación es exigua, comparten en algunas áreas el mismo ámbito territorial, toda vez que desde
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Fig. 1.- Artes Macroesquemático y Levantino en el abrigo I (panel 2) de La Sarga (Alcoi, Alicante). A partir de Hernández et al. (2002).
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el punto de vista temporal los planteamientos actuales advierten también de coincidencias,
al menos en algún segmento cronológico.
Sin duda, el relativamente reciente descubrimiento del denominado Arte
Macroesquemático en las comarcas centro-meridionales valencianas (Hernández et al.,
1988), ha resultado de especial relevancia de cara a la concreta estructuración temporal de
los diferentes artes. Efectivamente, el hecho de que una parte de las figuraciones del importante conjunto pictórico de la Sarga (Alcoi, Alicante) pasara a atribuirse a esta nueva expresión artística, unido a la superposición de determinadas representaciones levantinas sobre
dichas figuras (hecho ya advertido por Beltrán en la publicación de 1974), hacía que el Arte
Levantino se ubicara claramente en una cronología, cuanto menos, sincrónica a estas manifestaciones del Neolítico antiguo (fig. 1).
Paralelamente, para el caso del Esquemático, y después de su primera atribución calcolítica, las propuestas advirtieron pronto de la presencia de paralelos muebles desde el
Neolítico antiguo (Acosta, 1968; Marcos Pou, 1981), lo cual se ha concretado con posterioridad tras el minucioso análisis de los motivos decorativos cerámicos (Torregrosa, 20002001; Torregrosa y Galiana, 2001). Sin embargo, falta aún por definir con claridad la existencia de uno o varios (como así parece) ciclos diferenciados dentro del Arte Esquemático,
vinculados a diferentes momentos y contextos culturales (Neolítico antiguo, Megalitismo,
Calcolítico).
El nuevo marco cronológico que planteaba la definición del Arte Macroesquemático ha
propiciado que la visión más extendida actualmente vincule el Arte Levantino con las últimas poblaciones caza-recolectoras del mediterráneo peninsular, inmersas ya dentro de un
proceso de aculturación y cambios socioeconómicos propiciados por las nuevas influencias
neolíticas (Fortea y Aura, 1987; Hernández et al., 1998; Martí y Hernández, 1988; Utrilla,
2002). Así, y de acuerdo con determinados paralelos muebles (Hernández, 2000), el ciclo
artístico levantino se desarrollaría a partir del último tercio del VII milenio bp en cronología no calibrada, admitiéndose un desarrollo extenso que llega hasta el V milenio bp, dada
la posible identificación de puntas de flecha foliáceas en determinados conjuntos rupestres
(Galiana, 1985).
Frente a esta postura, mayoritaria, encontramos igualmente en la bibliografía actual una
serie de lecturas distintas que inciden en un origen anterior de dichas manifestaciones, en
un contexto epipaleolítico (Alonso y Grimal, 1999; Aparicio y Morote, 1999; Beltrán, 1999;
Mateo, 2002).
Si nos centramos en la línea argumental más extendida –la consideración del levantino
como un arte de caza-recolectores de cronología neolítica–, el discurso establecido toma
como punto de partida los planteamientos del modelo dual de neolitización que advierte de
la presencia de una doble tradición a partir de la introducción de la economía de producción
(Fortea, 1973; Juan Cabanilles, 1992; Martí y Juan Cabanilles 1997 y 2002; Bernabeu,
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1989, 1997 y 2002). En esta perspectiva cobra sentido la hipótesis de Fortea y Aura (1987)
al considerar el Arte Levantino como una especie de respuesta de las poblaciones mesolíticas ante los cambios de toda índole ligados a la implantación neolítica.
Nos detendremos en este punto en el anunciado trasfondo espacial y cultural que
subyace detrás de esta propuesta, y para ello insistiremos, como hemos hecho en anteriores trabajos (Molina et al., 2003, García Robles et al., e.p.), en las reflexiones expresadas por Martí y Juan Cabanilles (2002). En este artículo, tras una minuciosa lectura del
contexto arqueológico de las comarcas centro-meridionales valencianas, se advierte
cómo la admitida ruptura del registro mesolítico a partir de su fase A de desarrollo, y la
posterior implantación neolítica detectada, impiden la consideración del Arte Levantino
como un arte de caza-recolectores. Así pues, el Arte Levantino debe considerarse a la luz
de estos argumentos como un arte neolítico. Desde nuestra perspectiva, esta nueva visión
permite explicar tanto la presencia de este arte en una zona donde no se documenta la
presencia de grupos de caza-recolectores después del 7000 bp, como ofrecer una posible
explicación al hecho, también engorroso para la visión tradicional, de la ausencia del
mismo a lo largo de la vecina comarca del Vinalopó, justo una de las zonas de poblamiento mesolítico.
A partir de esta formulación, creemos que una manera objetiva de acercarnos a la adscripción cultural de este arte es a través de la contextualización de las tradiciones culturales
que se desarrollan en cada una de las zonas donde encontramos estas manifestaciones.
Veamos, pues, qué lectura histórica nos ofrece la información arqueológica disponible en el
contexto espacial de documentación del Arte Levantino a partir de la implantación neolítica,
refiriéndonos para ello a un extenso territorio del litoral mediterráneo, desde Huesca a Jaén.
3. EL ARTE LEVANTINO Y EL PROCESO DE NEOLITIZACIÓN
El panorama que ofrece la investigación peninsular sobre el desarrollo histórico de la
introducción de la economía de producción muestra un consenso generalizado, si bien no
exento de opiniones contrarias (Hernando, 1999), al considerar la presencia de una doble
tradición económica y cultural tras la implantación de la misma en determinados territorios
peninsulares (Fortea y Martí, 1984-1985; Bernabeu, 1989, 1997 y 2002; Martí y Juan
Cabanilles, 1997; Juan Cabanilles y Martí, 2002). También se advierten interpretaciones
matizadas en las que, admitiendo un estímulo externo inicial, éste no se concretaría en el
recurso a nuevas poblaciones portadoras de los elementos tecnoeconómicos y culturales,
sino más bien en la trasmisión de información a través de las redes sociales mesolíticas:
modelo fractal (Rodríguez Alcalde et al., 1995) o modelo del filtro o la capilaridad (Vicent,
1997). En estos presupuestos se apoyarían Barandiarán y Cava (2000) para esgrimir su pos—68—
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tura de que las diferencias en los registros corresponderían más bien a orientaciones funcionales distintas.
El modelo dual de neolitización parte de la premisa de un estímulo externo inicial, que
se articularía en la ocupación de determinados espacios, principalmente costeros, y en los
que además la presencia de población autóctona parece reducida, o llegados al extremo
nula, en la línea de la interpretación del registro portugués expuesta por Zilhão (2000). No
obstante, no debió pasar mucho tiempo en el establecimiento de los primeros contactos, ante
la cercanía de determinados núcleos de población mesolítica a estas áreas de implantación
cardial. Las diferencias de opinión a partir de este punto oscilan en el peso otorgado a los
grupos mesolíticos en la adopción del cambio económico. En efecto, para algunos autores
los préstamos económicos y culturales parecen ir dirigidos en una única dirección –al menos
en la vertiente mediterránea peninsular–, en la que el papel protagonista es otorgado a los
grupos neolíticos, tal y como se desprende de los últimos trabajos publicados por Martí y
Juan Cabanilles (Martí y Juan Cabanilles, 2002; Juan Cabanilles y Martí, 2002). Partiendo
de los mismos presupuestos, autores como Bernabeu, y aún coincidiendo en que el resultado final es el mismo, no dejan de destacar el papel jugado por los grupos mesolíticos en
determinadas áreas, que progresivamente van incorporando determinados elementos de cultura material, y posteriormente económicos, en un proceso de aculturación progresiva de
difícil encuadre cronológico, al menos en su desarrollo final (Bernabeu, 1997 y 2002).
El inicio del proceso podría retrotraerse a la primera mitad del VII milenio bp, si bien
las dataciones directas de las primeras especies domésticas disponibles inciden en una cronología cercana al 6600 bp (5700-5300 cal bc). Conviene insistir además en la rapidez que
ejemplifica este proceso, tal y como apuntan las dataciones radiocarbónicas disponibles en
un extenso territorio, entre el mediterráneo peninsular y la fachada atlántica portuguesa
(Zilhão, 2001).
En este sentido, la visión ofrecida por la primera implantación neolítica en la Península
Ibérica refleja una serie de núcleos litorales, junto a otros excepcionales de carácter interior
–núcleo de Chaves–, más o menos próximos a áreas de ocupación mesolítica en su fase B
de desarrollo (Juan Cabanilles y Martí, 2002; García Puchol, 2002). Estas agrupaciones de
yacimientos, que podemos calificar de pioneras, jalonan la fachada mediterránea desde
Cataluña, núcleo del Llobregat, hasta el área centro-meridional valenciana, si nos restringimos al territorio que nos ocupa en este trabajo, además del mencionado núcleo interior de
Chaves. Algunos yacimientos puntuales podrían tener cabida igualmente en este marco
temporal, si bien en este caso la información contextual disponible es reducida y va referida a unos pocos yacimientos tales como el de la Cova del Vidre en la desembocadura del
río Ebro (Bosch, 1999). Cabe remarcar además que la información disponible en determinadas áreas como la castellonense resulta bastante parcial, dado el carácter de urgencia de
los trabajos realizados en ocupaciones como la de Can Ballester –Vall d´Uixó– (Gusi y
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Olaria, 1979; Casabó y Rovira, 1990-1991) o incluso los datos confusos procedentes de la
Cova Fosca –Ares del Maestre– (Olaria, 1990-1991; Casabó, 1990), cuyas dataciones del
primer nivel neolítico podrían relacionarse con el momento inmediatamente posterior de
expansión cardial –último cuarto del VII milenio bp (Olaria, 1999).
Si partimos de estos presupuestos, cualquier consideración sobre el Arte Levantino quedará supeditada a la información proporcionada por el registro arqueológico y la lectura que
hagamos del proceso considerado. Así, ante esta perspectiva, podemos considerar que el
debate actual en torno a la contextualización del Arte Levantino ha quedado mediatizado
por dos visiones, en cierto modo contrapuestas, que parten de una postura distinta en relación con la rapidez de la expansión del cambio económico y del papel jugado por los grupos mesolíticos en el mismo:
1. De un lado, la postura generalizada que considera que estos grupos mesolíticos asumen un papel activo y son los responsables de dicha expansión económica en determinadas áreas peninsulares a través del mecanismo de la aculturación; es decir, que
de un modo más o menos rápido según áreas las poblaciones mesolíticas protagonizan el cambio económico y cultural. Bajo este punto de vista, y dada la relativa abundancia de yacimientos del Mesolítico reciente y final en algunas de las áreas donde
abundan las representaciones levantinas, especialmente el núcleo bajo aragonés, a las
que cabría añadir el núcleo central valenciano, se admite que el fenómeno de emergencia y expansión de las manifestaciones levantinas es protagonizado por los grupos mesolíticos en vías de neolitización, y que este arte es el reflejo de los cambios
socioculturales y económicos acaecidos.
2. De otro lado, una visión en la que los grupos mesolíticos pasarían a ser actores
secundarios y donde el verdadero impulsor del cambio sería la rápida expansión de
los grupos neolíticos, de modo que se asumiría una asimilación poblacional o, llegados al extremo, la merma más o menos paulatina de las poblaciones mesolíticas, al
menos en buena parte del levante peninsular (Juan Cabanilles y Martí, 2002; García
Puchol, 2002). Por consiguiente, estas consideraciones favorecerían una lectura distinta de la aparición y desarrollo del Arte Levantino.
Los argumentos que apoyarían la primera opción parten como hemos apuntado de una
interpretación del registro que advierte tanto de la perduración mesolítica en determinadas
áreas como de su papel en la adopción del cambio económico. En este sentido la interpretación de la Cova Fosca (Ares del Maestre) así como de los niveles neolíticos del vecino
Cingle del Mas Nou como yacimientos de tradición mesolítica, a los que cabría añadir Can
Ballester (Vall d´Uixó), constituyen la base de este planteamiento (Bernabeu, 1997). El área
castellonense se convertiría así, tras el estímulo inicial propiciado por yacimientos como la
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Cova del Vidre, para el que se contempla su plena filiación neolítica, en el exponente de la
neolitización de estos grupos, extensible a los vecinos territorios turolenses y del norte de
la provincia de Valencia, si bien las representaciones levantinas conocidas en este último
territorio no son abundantes. Este mismo hilo argumental se aplicaría al núcleo central
valenciano, y también al del Vinalopó –norte de Alicante.
Debemos anotar a este respecto el peso otorgado a la visión tradicional de la evolución tipológica de las industrias líticas de este período histórico. De este modo, y partiendo de los postulados de Fortea (1973), que ponían en evidencia las diferencias tecnotipológicas entre los conjuntos líticos mesolíticos y neolíticos, la presencia o ausencia de
determinados elementos y en particular del doble bisel sobre los geométricos, ha llegado
a convertirse en uno de los pilares básicos para su inserción en uno u otro esquema tecnotipológico. Sin embargo, la reciente publicación de la industria lítica de Chaves (Cava,
2000), yacimiento sobre el que no parece existir ninguna duda de su plena atribución neolítica, ha abierto nuevas expectativas dado que la presencia del doble bisel no puede ser
considerada exclusiva de los yacimientos de tradición mesolítica, tal y como apunta también su presencia en otros yacimientos del área septentrional peninsular. Queda claro no
obstante que su extensión va referida también a la expansión del cambio económico, pero
no su atribución mesolítica (Juan Cabanilles, 1985), en contra de lo formulado hasta la
fecha. Además, cabe subrayar cómo el abanico cronológico de su representación es
amplio, dado que sin entrar en el debate de las dataciones antiguas (v. Barandiarán y
Cava, 2000), su documentación está atestiguada desde el segundo tercio del VII hasta al
menos el final de VI milenio bp. Por lo tanto, considerar que su presencia es sinónimo de
tradición mesolítica resulta en extremo arriesgado, a no ser que se añadan otros argumentos en relación con la estructura tecno-tipológica de la piedra tallada y también, como
añade Bernabeu (2002), relativos a otros aspectos de la cultura material –estilos cerámicos–. En este sentido, y si bien convendría contar con una fijación cronológica más precisa sobre determinados conjuntos, los datos actuales no parecen admitir una perduración
de la tradición lítica mesolítica más allá del primer cuarto del VI milenio bp, al menos por
lo que respecta a la fachada mediterránea peninsular.
Estos presupuestos, que estarían en la base de la formulación de la segunda hipótesis,
favorecerían una línea argumental distinta, de modo que el ciclo levantino cabría relacionarlo con una eclosión artística desvinculada del proceso inicial de neolitización y relacionada con el fenómeno de la expansión neolítica posterior.
A favor de esta segunda hipótesis subyacen una serie de puntos que convienen ser
valorados detenidamente, y que van referidos tanto al análisis contextual del amplio territorio de afectación del arte levantino como a las superposiciones detectadas y el análisis de
los paralelos muebles.
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4. DINÁMICA DEL PROCESO DE NEOLITIZACIÓN EN EL ÁREA DE IMPLANTACIÓN DEL ARTE LEVANTINO
Atendiendo a las consideraciones establecidas en los apartados anteriores, debemos
acotar el trasfondo poblacional que podría relacionarse con este ciclo artístico a las tradiciones culturales que conocemos como Mesolitico reciente (Epipaleolítico Geométrico) y
el Neolítico. Bajo esta perspectiva, partimos de una información desigual según áreas en
relación con los diferentes segmentos cronológicos considerados, siendo de especial relevancia la práctica ausencia de documentación referida al Mesolítico reciente de determinados territorios.
4.1. Los antecedentes: El Mesolítico reciente y final
Iniciando en este punto –el Mesolítico reciente– la evaluación de los datos disponibles,
encontramos que en este amplio espacio territorial la información principal corresponde a
las áreas centrales y meridionales valencianas, así como a las comarcas turolenses del
Matarraña, a partir de cuyos registros se ha articulado la secuencia mesolítica del mediterráneo peninsular (fig. 2). La Fase A (7600-7000/6800 bp, circa 6500-6000/5800 cal BC),
que inaugura la secuencia geométrica, cuenta con una representación significativa de yacimientos en el área meridional valenciana (Cocina I, Falguera VII y VIII, Tossal de la Roca,
El Collado, Casa de Lara), a los que sumaríamos la importante concentración de ocupaciones del Bajo Aragón (Angel U8, Botiquería 2, Pontet e y Costalena c3). Fuera de estos ámbitos, y para el marco espacial que nos ocupa, únicamente cabe mencionar los escasos datos
de la Cueva del Nacimiento –Pontones, Jaén– (Asquerino y López, 1981; Rodríguez, 1982),
cuya datación remite a estos momentos, y el yacimiento de Forcas II (nivel II) en el alto
Aragón (Utrilla et al., 1998). Las características tecno-tipológicas de estos conjuntos pueden resumirse en un recurso masivo a producciones laminares estandarizadas destinadas
principalmente a la fabricación de geométricos, entre los que predominan las morfologías
trapezoidales de retoque abrupto. La utilización de la técnica del microburil está bien atestiguada. Los contextos arqueológicos identificados remiten a ocupaciones en abrigos de
mayor o menor desarrollo, así como a asentamientos al aire libre situados en entornos húmedos (lacustres), síntomas perceptibles de una significativa estructuración del territorio de
explotación.
La siguiente fase, Fase B (7000/6800-6400 bp, circa 5800-5400/5300 cal BC), coincide
con una eclosión importante de yacimientos identificados, así como con una serie de cambios remarcables por lo que respecta a la repartición de los mismos (fig. 3, 1). En este sentido habría que incidir en la reestructuración del espacio referido al núcleo meridional valen—72—
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Fig. 2.- Mesolítico Reciente A. Principales yacimientos citados en el texto. La trama rayada corresponde al área de distribución del Arte Levantino.
1- Casa de Lara. 2- Arenal de la Virgen. 3- Falguera. 4- Tossal de la Roca. 5- El Collado. 6- Cocina. 7- Nacimiento. 8- Forcas
II. 9- Botiqueria dels Moros. 10- Costalena. 11- Pontet. 12- Ángel.
ciano, que, con el registro disponible, indica un desplazamiento del poblamiento hacia las
comarcas interiores, constatándose un vacío significativo en el territorio situado entre la costa
y el área del río Vinalopó, territorio ocupado por los grupos cardiales a partir del segundo
cuarto del VII milenio bp (Molina et al., 2003). Adquiere igualmente consistencia a partir de
algún momento de esta fase la ocupación del área central valenciana (Llatas, Mangraneras,
Estany Gran, Muntanya del Cavall), toda vez que continúa la fuerte presencia de yacimientos en el área bajoaragonesa (Botiqueria dels Moros 4, Secans IIb, Pontet c inf., Costalena c3
superior). También el yacimiento castellonense de Mas Nou parece iniciar en esta fase su
ocupación (Olaria y Gusi, 1987-1988). Los datos relativos a las restantes áreas de distribución del arte levantino en relación con esta fase continúan siendo exiguos, de modo que únicamente podemos seguir hablando, por lo que se refiere al Alto Aragón, del yacimiento de
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Fig. 3.- Mesolítico Reciente B (1) y C (2). Principales yacimientos citados en el texto. La trama rayada corresponde al área
de distribución del Arte Levantino. En trazo discontinuo las áreas de implantación neolítica.
1- Forcas II. 2- Costalena. 3- Botiqueria dels Moros. 4- Pontet. 5- Mas Nou. 6- Llatas. 7- Mangraneras. 8- Muntanya del
Cavall. 9- Cocina. 10- Albufera de Anna. 11- Casa de Lara. 12- Arenal de la Virgen. 13- Nacimiento.
Forcas II, y en relación con los territorios más meridionales, de la Cueva del Nacimiento y
Valdecuevas, ambos en Jaén y con unos datos poco concluyentes.
La continuidad tecnológica en las producciones líticas es destacable, si bien en esta
fase, y por lo que se refiere al equipamiento tipológico, encontramos un predominio significativo de triángulos de retoque abrupto (triángulos de dos lados cóncavos tipo Cocina) elaborados mediante el recurso a la técnica del microburil, haciendo su aparición en un
momento avanzado de la misma los segmentos de retoque abrupto. También se relaciona
con esta fase el episodio artístico lineal geométrico identificado en las plaquetas grabadas
de Cocina (Fortea, 1974). El registro arqueológico conocido permite concretar que es en
algún momento del desarrollo final de esta fase cuando se producen los primeros contactos
con los grupos neolíticos, situación que variará según áreas.
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Del mismo modo, los datos arqueológicos disponibles sobre un extenso territorio abogan a partir de este momento por la presencia de rupturas significativas en el registro mesolítico conocido de determinadas áreas, tal y como podría deducirse para el grupo meridional
valenciano. Por lo que se refiere al área del Vinalopó, y en concreto la estación de Casa de
Lara, podrían plantearse dos hipótesis de evolución a partir del Mesolítico reciente B, si bien
es verdad que al tratarse de colecciones superficiales matiza enormemente la validez de estas
propuestas (García Puchol, 2002; Molina et al., 2003). De un lado cabría considerar la
opción de una continuidad del yacimiento tras los primeros contactos con los grupos cardiales cercanos, de forma que se produciría una rápida aculturación. Sin embargo, y desde
una perspectiva regional más amplia, consideramos más factible la hipótesis de una asimilación poblacional y su inserción en la órbita neolítica, dado el rápido avance neolitizador
detectado y la cercanía de este enclave al núcleo de Or-Sarsa, o incluso, la opción de una
ruptura ocupacional tras los primeros contactos y la ocupación posterior del yacimiento.
Por otra parte, el fuerte núcleo mesolítico interior situado en el área central de la provincia de Valencia, tampoco parece mostrar una evolución posterior de la tradición mesolítica posterior a su fase B de desarrollo, de modo que cabe plantearse la posibilidad de una
ruptura de los registros mesolíticos a partir de la cronología final asociada a esta fase, tal y
como apunta la cronología absoluta en otras áreas, y que además es coincidente con la reiterada documentación de cerámica cardial en este territorio y de la presencia de representaciones rupestres calificadas de esquemáticas o macroesquemáticas (Abric del Roser). En
este sentido, admitiendo la opción de que algunas cerámicas impresas pudieran haberse
incorporado a los registros mesolíticos en los momentos finales de esta fase, el desarrollo
posterior de las estratigrafías estudiadas, principalmente a partir de los datos de Cocina y
Peñeta, se correspondería con unas ocupaciones plenamente neolíticas en un estadio posterior de desarrollo –finales del VII milenio, VI milenio bp–.
Una situación similar podría argüirse por lo que respecta al núcleo del norte de
Castellón, donde la ocupación neolítica de Fosca marcaría el final de la secuencia mesolítica de Mas Nou, cuyo nivel inferior remite al Mesolítico reciente en su fase B de desarrollo.
Únicamente el área interior de la comarca de los Serranos, situada al norte de la provincia de Valencia, aporta datos indicativos de la pervivencia de la tradición lítica mesolítica en un estadio posterior que hemos calificado de Mesolítico Final o C (García Puchol,
2002). La estructura tecno-tipológica de la piedra tallada de Llatas advierte de la aparición
del doble bisel y cerámica –escasa y principalmente lisa–, en unas industrias de tradición
mesolítica. No contamos sin embargo con información de índole económica susceptible de
aportar datos relativos al carácter de estas ocupaciones. Una situación similar podría aducirse en el ejemplo del área del Bajo Aragón (fig. 3, 2). Algunos de los yacimientos allí
conocidos muestran el desarrollo de amplias estratigrafías con evidencias de niveles precerámicos y también cerámicos. La ausencia de indicadores económicos están en la base de la
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indefinición de la orientación económica de los mismos al igual que sucedía con Llatas. Este
aspecto y la insistencia de algunos autores (Barandiarán y Cava, 2000) en diferencias de
orden funcional en cuanto a la composición de la industria lítica con respecto a otros conjuntos neolíticos comportan un sesgo importante en cuanto a su correcta valoración.
Convendría pues valorar con detalle el grado de solución de continuidad entre los diferentes niveles y la composición tecno-tipológica de sus conjuntos. De otro lado, la cerámica
asociada a la aparición masiva del doble bisel en los mismos ofrece evidentes paralelismos
con los conjuntos del Neolítico antiguo cardial, tanto en Botiqueria 6 y 8, Costalena c2 y
Secans IIa, como en Pontet c sup. Los datos publicados de Pontet son todavía escasos, pero
destaca la presencia de restos de alfarería decorados mediante impresión cardial en el nivel
c sup., junto a una masiva representación de triángulos de retoque en doble bisel entre los
geométricos. El último tercio del VII milenio bp enmarcaría el inicio de esta fase, mientras
que el final de la misma, si bien los datos no son concluyentes, no debería ir más allá del
final de este milenio o principios del siguiente. En este sentido, el nivel b de Pontet representaría una evolución posterior, en el que tanto la cerámica, como al parecer la industria
lítica, mostrarían una ruptura clara con el registro anterior (Mazo y Montes, 1992).
4.2. La introducción de la economía de producción
La evolución final de los grupos mesolíticos se encuentra íntimamente imbricada con
la dinámica de ocupación inaugurada tras la implantación del complejo neolítico. En este
sentido la postura de partida en la que nos incluimos participa de los postulados esgrimidos
por el modelo dual de neolitización, que admite la existencia de sendas tradiciones en el
momento de introducción de la economía de producción.
La implantación de grupos productores pioneros a partir del segundo cuarto del VII milenio bp, con la que se inaugura la evolución de la secuencia neolítica, afecta a un amplio territorio, principalmente costero, que deja entrever una serie de núcleos iniciales a partir de los cuales se articulará el posterior proceso de expansión de la economía de producción en todo el territorio (fig. 4, 1). En la fachada oriental del mediterráneo peninsular estos núcleos iniciales se
corresponden con las comarcas costeras de Girona –La Draga– (Bosch et al., 2000), el fuerte
núcleo de implantación del río Llobregat, el núcleo costero meridional valenciano –Or, Sarsa,
Cendres, Falguera y Mas d´Is–, y el núcleo interior del alto Aragón –Chaves– (Utrilla, 2002).
Aparte de estas áreas de concentración de yacimientos asociados al complejo cardial, contamos
con una serie de informaciones puntuales correspondientes a yacimientos aislados, al menos
con el registro disponible, como la Cova del Vidre en la desembocadura del Ebro.
Por lo que se refiere al núcleo meridional valenciano, los datos actualmente disponibles, y
aceptados por la gran mayoría de los investigadores, parecen evidenciar que la aparición de los
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Fig. 4.- Neolítico Cardial Antiguo (1) y Cardial Reciente/Epicardial (2). Principales yacimientos citados en el texto. La trama
rayada corresponde al área de distribución del Arte Levantino. En trazo discontinuo las áreas de poblamiento mesolítico.
1- Chaves. 2- Forcas II (VIII). 3- Llop. 4- Cova Ampla. 5- Cendres. 6- Or. 7- Mas d’Is. 8- Sarsa. 9- Falguera. 10- Cova Santa.
11- Moro de Olvena. 12- Brujas de Juseu. 13- Huerto Raso. 14- Parco. 15- Font del Ros. 16- Lóbrega. 17- La Lámpara. 18Vidre. 19- Bruixes. 20- Fosca. 21- Alonso Norte. 22- Verdelpino (?). 23- Dones. 24- Cabezo de los Secos. 25- Grajos. 26- Pozo.
27- Niño. 28- Ambrosio. 29- Lorca. 30- Lèdua. 31- Aranyes del Carabassí.
grupos del Neolítico antiguo cardial se produce en un territorio marginal desde el punto de vista
del poblamiento mesolítico indígena. Toda la documentación disponible hasta la fecha incide
en la existencia de un hiatus entre esas nuevas poblaciones y las últimas evidencias de grupos
cazadores-recolectores (El Collado, Oliva; Tossal de la Roca, Vall d’Alcalà; Abric de la
Falguera, Alcoi). Las recientes campañas de excavación en este último yacimiento, bajo la
dirección de uno de nosotros (García Puchol, 2002; García Puchol y Molina Balaguer, e.p.), ha
permitido datar el nivel superior del paquete mesolítico del abrigo en 7280+40 bp (Beta171909), frente a la fecha de 6510+70 bp (Beta-142289) relacionada con las primeras industrias del Neolítico antiguo cardial de dicho abrigo (García Puchol et al., 2002). Desde el punto
de vista estratigráfico, la ruptura entre ambos niveles es evidente.
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Grosso modo, podemos considerar el segundo cuarto del VII milenio bp como el
momento en que estos grupos alcanzan la región. Las primeras ocupaciones neolíticas son
numerosas, y jalonan el territorio que va desde la costa (Cendres, Cova Ampla del Montgó,
Bolumini), pasando por toda una serie de yacimientos intermedios de los que disponemos
en general escasa documentación, pero en los que es reseñable la documentación de cerámica cardial (Cova de Dalt, Tàrbena, Alicante; Tossal de la Roca, Vall d’Alcalà, Alicante),
hasta llegar al fuerte núcleo del Alcoià (Cova de l´Or, Beniarrés, Alicante; Mas d’Is,
Penàguila, Alicante [Bernabeu et al., 2003]), e incluso en los valles intermedios que comunican esta comarca con el área del Vinalopó (Abric de la Falguera, Alcoi, Alicante; Cova de
la Sarsa, Bocairent, Valencia). La información paleoeconómica es particularmente abundante, y confirma la práctica de actividades productoras desde los inicios de la intensa ocupación del área por parte de estos primeros grupos neolíticos. Es asimismo en este territorio donde se documenta el arte rupestre Macroesquemático, coincidiendo con el fuerte
núcleo de implantación cardial.
Por lo tanto, únicamente el área del Vinalopó podría responder a las características de
un territorio fronterizo entre este núcleo cardial y los grupos mesolíticos (fase B), habida
cuenta de la identificación de esta fase en el yacimiento de Casa de Lara realizada por
Fernández (1999).
Por otra parte, la expansión cardial parece concretarse también de un modo sistemático
hacia las áreas inmediatas, si bien los datos disponibles suelen ser realmente escasos, referidos a la presencia de materiales con un contexto estratigráfico prácticamente desconocido. En este sentido la aparición de cerámica cardial se hace extensible hacia las comarcas
de La Costera en el sur de la provincia de Valencia (Cara-sol de Bernisa, Xàtiva; Cova
Santa, Font de la Figuera), e incluso jalona el macizo del Caroig, donde se encuentra el
conocido yacimiento mesolítico de Cocina –cerámica cardial en la propia Cocina (Fortea et
al., 1987), el Ceñajo de la Peñeta (García Robles, 2003), la Cova de les Dones (Donat Zopo,
1969).
Para el área septentrional de aparición de este arte contamos igualmente con el núcleo
neolítico de Chaves en el Alto Aragón, cuyas dataciones sitúan los inicios de la ocupación
en el segundo cuarto del VII milenio bp (Utrilla, 2002). Conviene incidir en que solamente
el yacimiento de Forcas II, situado en la cuenca del río Esera (Huesca) ha proporcionado
hasta el momento restos de ocupaciones mesolíticas que se ven coronadas por un nivel superior (VIII) con evidencias de domesticación y una industria lítica con elementos neolíticos.
Habría que subrayar a este respecto cómo la implantación neolítica en este territorio del prepirineo oscense (Olvena, Forcas II –VIII–, Brujas de Juseu, Gabasa) y del leridano valle del
río Segre (Parco), está bien atestiguada. Si bien la información contextual es desigual, parece claro que las ocupaciones mesolíticas son especialmente escasas a partir de la implantación neolítica. Por otra parte, en el área oscense, donde las representaciones levantinas no
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son numerosas (Chimiachas, Arpán, Muriecho, entre otros), se han documentado igualmente manifestaciones artísticas consideradas esquemáticas y relacionadas con el neolítico antiguo (Utrilla y Baldellou, 2002). En definitiva, debemos admitir también que la perduración
mesolítica en esta área se ve pronto acotada por la expansión de los grupos neolíticos, por
lo que asumir una autoría de tradición mesolítica para las figuraciones levantinas tendría un
carácter especialmente corto en el tiempo, a lo que añadiríamos además que, por lo que se
refiere al área leridana, estas ocupaciones no han sido identificadas.
4.3. La expansión neolítica
Un panorama de consolidación del poblamiento neolítico es la tónica dominante en
gran parte del área de aparición de las manifestaciones levantinas a partir básicamente del
último cuarto del VII milenio bp (fig. 4, 2). De este modo, si las secuencias en los núcleos
iniciales de implantación neolítica ven consolidar la ocupación y estructuración del territorio, la expansión hacia áreas más alejadas de los mismos es igualmente remarcable.
En este sentido y si nos detenemos en primer lugar en el área meridional que nos ocupa
–Almería, Jaén, Murcia y Albacete–, es a partir de estos momentos cuando es posible advertir la consolidación del poblamiento neolítico. Aunque cabe considerar la posibilidad de
ocupaciones anteriores, los datos son realmente escuetos (Cueva del Cabezo de los Secos,
Cueva del Niño, Barranco de los Grajos). Los yacimientos situados en el marco de finales
del VII milenio e inicios del VI bp son numerosos (Molina et al., 2003), entre los que cabe
destacar el abrigo del Pozo (Martínez Sanchez, 1994), todos ellos relacionados con un horizonte de cerámicas impresas. No es menos cierto que la información disponible es todavía
bastante parcial y que las referencias paleoeconómicas son insuficientes.
Por lo que se refiere al área castellonense, y aparte de los datos mencionados con anterioridad en relación con la Cova del Vidre, la lectura del registro arqueológico viene matizada por la parcialidad del mismo, y por el posicionamiento con respecto a su interpretación. Ya
hemos tenido ocasión de comprobar cómo la doble lectura de Fosca como un yacimiento plenamente neolítico o de tradición mesolítica condiciona en buena medida las propuestas en
torno a la dinámica de ocupación de este territorio, donde coincide uno de los más importantes enclaves pictóricos levantinos –Rambla Carbonera, Barranc de la Valltorta-Gasulla–. En
esta línea, creemos que a pesar de las carencias del registro arqueológico, es factible considerar la filiación plenamente neolítica de Fosca, tal y como plantean Juan Cabanilles y Martí
(2002), en base a la cultura material documentada –cerámicas impresas, elementos de adorno,
utillaje pulimentado, presencia de domesticados–, que se vería asimismo reforzada por el
número creciente de yacimientos neolíticos conocidos (Bruixes, Cova del Petrolí, Cova de la
Seda) y que apuntan a una rápida expansión neolítica sobre este territorio a partir del último
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tercio del VII milenio bp. Los recientes datos publicados también inciden en esta interpretación, de modo que se confirma la evidencia de un poblamiento neolítico importante que tiene
su reflejo también en la identificación de ocupaciones al aire libre alrededor de la antigua laguna de Albocàsser, cerca del núcleo de Valltorta, si bien en este caso el margen cronológico
admitido es amplio dado que se trata en buena parte de materiales de prospección (Martínez
Valle y Villaverde, 2002; García Robles, 2003).
Por consiguiente, a partir del último cuarto del VII milenio bp, la expansión neolítica
es remarcable en buena parte del territorio levantino. Con los datos disponibles, únicamente el núcleo septentrional del interior montañoso de la provincia de Valencia (Covacha de
Llatas, Andilla), y probablemente el Bajo Aragón, ofrecen evidencias de la continuidad de
la tradición lítica en lo que hemos calificado como su fase C de desarrollo. Poco podemos
añadir a propósito de su orientación económica dada la práctica ausencia de elementos susceptibles de ser analizados. Estos yacimientos incorporan además en su equipamiento elementos neolíticos tales como la cerámica, ya presente en algunos conjuntos en los momentos finales de la fase precedente. El análisis y descripción de los mismos se convierte en un
factor de plena actualidad con el fin de afinar el detalle de sus características y evolución.
En cuanto a su posición cronológica, su desarrollo podría prolongarse hasta momentos de
difícil concreción, si bien resulta complicado admitir una continuidad mucho más allá de
finales del VII milenio bp. En este sentido, la ruptura registrada en el yacimiento de El
Pontet entre los niveles c y b, e incluso el yacimiento de Alonso Norte si tenemos en cuenta la lectura propuesta por sus excavadores, marcaría el inicio de una nueva fase en esta área,
ya plenamente neolítica. La continuidad de los trabajos de excavación en el yacimiento
valenciano de Mangraneras, actualmente en curso, puede resultar determinante a la hora de
abordar el desarrollo final de esta fase en el núcleo del norte de la provincia de Valencia.
En síntesis, esta lectura del registro en el área de implantación de las manifestaciones
rupestres levantinas aboga, en nuestra opinión, por una propuesta que desvincule su génesis del proceso neolitizador, y que en cambio, tal y como argumentaremos seguidamente,
esté relacionada con la propia dinámica evolutiva de la secuencia neolítica regional.
5. LA AUTORÍA DEL ARTE LEVANTINO. LAS EVIDENCIAS
Admitir la desvinculación del desarrollo de esta expresión artística del proceso de cambio económico asociado al neolítico conlleva la reflexión en torno a una serie de aspectos
relevantes, a saber: el contexto arqueológico del área de afectación, la cronología, y su posición respecto a las restantes manifestaciones rupestres.
En relación con el primer apartado ya hemos tenido ocasión de comprobar cómo mantener la autoría de los grupos mesolíticos en vías de neolitización resulta en extremo forza—80—
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da tal y como sugiere la evolución del registro arqueológico en un amplio territorio. Esta
hipótesis supondría vincular su génesis a unos grupos que ven reducida progresivamente su
área de implantación, y por lo tanto, cuya capacidad de expansión es especialmente limitada, al contrario de lo que sugiere el área de distribución de este arte. Tanto si la asignación
cronológica va referida al desarrollo final de la fase Cocina II (Mesolítico reciente B) o ya
al Mesolítico final (C), los interrogantes continuarían siendo los mismos.
Por otra parte, y del mismo modo, además de explicar la extensión de este arte a territorios en los que el registro mesolítico es desconocido, o ve detenido su desarrollo ante la
expansión neolítica, habría que encontrar también respuesta al por qué su aparición no se
concreta en aquellas áreas como el Alto Ebro (Álava y Navarra) donde la ocupación del
Mesolítico reciente es igualmente intensa, y que mantienen en mayor o menor grado una
relación de influencias con el área mediterránea, tal como se desprende del registro material (Utrilla et al., 1998).
Todos estos argumentos confluyen en los planteamientos expresados recientemente en
relación con una autoría neolítica (Martí y Juan Cabanilles, 2002; Hernández y Martí, 2002;
Martí, 2003), momento en el que deberemos encontrar el nexo de unión que subyacería bajo
una expresión cultural ampliamente extendida, y que muestra evidentes similitudes, pero
también particularismos, en un amplio territorio. Y es en este punto donde cabe añadir matices a los mismos en relación con la posición cronológica inicial de su desarrollo. Para ello
trataremos de involucrar en primer lugar las consecuencias que se deducen de la posición
temporal de los diferentes artes neolíticos documentados, aspecto tratado ampliamente en
un número significativo de publicaciones, lo que nos exime de ser exhaustivos (Hernández
et al., 1998; Martí y Juan Cabanilles, 2002; Hernández y Martí, 2002).
Retomando la información relativa a las diferentes expresiones artísticas neolíticas, y
haciendo especial hincapié en el núcleo centro-meridional valenciano, conviene insistir en
cómo el Macroesquemático, y también el que podríamos calificar de Esquemático antiguo,
se relacionan claramente con las primeras poblaciones neolíticas documentadas, tal y como
se deduce de los paralelos muebles. Estas manifestaciones participan de la corriente simbólico-religiosa que puede rastrearse en un amplio territorio, que desde el Próximo Oriente
llega a alcanzar las costas mediterráneas peninsulares, conformando el vehículo de expresión de un ideario de amplio alcance vinculado a la expansión neolítica. Bajo esta perspectiva, cabe preguntarse si el sentido otorgado a las diferentes denominaciones, y aun admitiendo la particularidad y excepcionalidad de las representaciones rupestres del núcleo centro-meridional valenciano –Petracos, Sarga–, no enmascara el trasfondo común de las mismas en una amplia área, aspecto que queda evidenciado en la difusión de determinados
motivos decorativos cerámicos presentes en contextos paralelizables con el Neolítico IA, y
también con el IB de la secuencia regional (Bernabeu, 2002; Martí y Juan Cabanilles, 2002;
Torregrosa y Galiana, 2001). Si bien queda todavía un amplio camino por recorrer, sobre
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todo en cuanto a la definición del esquematismo, empieza a entreverse en este arte la existencia de diferentes ciclos cuya relación no acaba de concretarse y que posiblemente correspondan a conceptualizaciones distintas que tienen un correlato igualmente diferenciado
tanto desde el punto de vista espacial como temporal. En este punto nos interesa insistir en
cómo existe un esquematismo inicial que se asocia a las primeras sociedades productoras y
quizá convendría hablar de un primer Arte Neolítico, en la línea expresada por trabajos anteriores (Martí y Hernández, 1988), que englobaría el conjunto de estas primeras manifestaciones de la religiosidad neolítica en el territorio peninsular.
Siendo así, la asociación del Levantino a un momento temprano de la secuencia neolítica, a partir del último tercio del VII milenio bp, resulta difícilmente sostenible (Martí y
Juan Cabanilles, 2002), puesto que conllevaría admitir la existencia de ciclos claramente
diferenciados en una buena parte del territorio y asociados a unas mismas sociedades. De
un lado, las superposiciones detectadas son lo suficientemente explícitas en cuanto a la posición inicial tanto del Macroesquemático, en el área centro-meridional valenciana, como de
otras representaciones calificadas de esquemáticas en un extenso territorio, entre las que
citaríamos las documentadas en el área central valenciana (Balsa de Calicanto, La Araña),
en Cuenca (Abrigo del Tío Modesto), en Valltorta (Coves del Civil), o en la provincia de
Teruel (Los Chaparros). De otro, los paralelos muebles atribuidos al Levantino ofrecen
serios interrogantes respecto a la asociación realizada tal y como refleja la bibliografía
(Villaverde y Martínez Valle, 2002), aunque constituya, hoy por hoy, el argumento más solicitado para llevar a cabo la misma. En cambio, la documentación de paralelos muebles referidos al Arte Macroesquemático y también al Esquemático antiguo, parece prolongar su
extensión con la presencia de estas figuraciones sobre soporte cerámico en buena parte de
las áreas de difusión cardial (Martí y Juan Cabanilles, 2002). Por el contrario, el Arte
Levantino aparece como una expresión diferenciada ausente en algunos de los primeros
núcleos de expansión cardial (núcleo catalán, núcleo granadino, núcleo portugués), cuyos
vínculos con el primer neolítico valenciano son evidentes, y, sin embargo, se localiza de
forma profusa en otras áreas con escasa incidencia del poblamiento neolítico antiguo.
En consecuencia, debemos admitir que, si nos remitimos al contexto arqueológico general de su aparición, el Arte Levantino marca un nuevo ciclo artístico que se desarrolla en el
seno de unas sociedades plenamente neolíticas que, en un tiempo más o menos largo, coinciden en un cambio significativo en relación con las anteriores expresiones simbólico-religiosas
(Martí, 2003). Resulta claro a nuestro entender que estas manifestaciones antiguas han dejado
de constituir un referente para unos grupos que acuden a la ejemplificación de una transformación absoluta en cuanto a características conceptuales, técnicas y formales de unas representaciones capaces de comunicar las creencias, mitos y símbolos de estas sociedades.
Las cuestiones del cuándo se produce este cambio, hasta qué momento perdura este
ciclo, y el por qué de su aparición, deben ser pues redefinidas a la luz de lo expuesto. Ya nos
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Fig. 5.- Postcardial. Principales yacimientos citados en el texto. La trama rayada corresponde al área de distribución del
Arte Levantino.
1- Puyascada. 2- Forcón. 3- Miranda. 4- La Litera. 5- Parco. 6- Riols I. 7- Las Torrazas. 8- Barranc de Fabra. 9- Fosca. 10Roeda. 11- Verdelpino. 12- Cocina. 13- Peñeta. 14- Recambra. 15- Cendres. 16- Santa Maira. 17- Mas d’Is. 18- Emparetà.
19- Casa de lara. 20- Borracha II. 21- Sierra de la Puerta. 22- Cerro de las Viñas. 23- Nacimiento. 24- Calblanque. 25Mejillones.
hemos decantado repetidamente a favor de una autoría neolítica, lo que acotaría igualmente su extensión al no considerar factible una perduración hasta la Edad del Bronce, si bien
es verdad que también la mayoría de las propuestas actuales coinciden en otorgarle un desarrollo no más allá del Eneolítico. En nuestro caso proponemos un ciclo más corto para su
desarrollo, cuyo origen, desligado del Neolítico antiguo, cabría buscar en algún momento
del Neolítico medio de la secuencia regional (fig. 5), momento en el que empieza a percibirse una cierta similitud, desde el punto de vista secuencial, en el amplio territorio de su
desarrollo. Si bien la calidad del registro no es comparable en toda el área afectada, no dejan
de notarse paralelismos reseñables por lo que se refiere a la cultura material (profusión de
cerámicas peinadas, presencia de decoraciones esgrafiadas).
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En este punto, y admitiendo las dificultades de comparación del registro a una escala
tan amplia, donde no dejamos de observar lagunas importantes en cuanto a la definición de
su evolución secuencial (Molina et al., 2003), las comarcas centro-meridionales valencianas
pueden aportar de nuevo las claves necesarias para la lectura de estos cambios. La secuencia arqueológica neolítica de esta área permite detectar que se producen ciertos cambios en
la estructuración del territorio, abandono de ciertos lugares de ocupación (posiblemente
Cova de l’Or, Sarsa), reorientación funcional de otros (Cendres), profusión de ocupaciones
en cuevas relacionadas con niveles de corral, entre otros, que podrían tener su correlato en
cambios más profundos dentro de la estructuración espacial y social de estos grupos. Es evidente que este aspecto merece ser tratado con mayor detalle a través de una extensa revisión
del contexto arqueológico conocido, pero no deja de ser sintomático que coincida en un
momento en el que se vislumbra la consolidación del poblamiento neolítico en amplias
áreas peninsulares y en particular en el área de distribución del Arte Levantino. Todas estas
transformaciones podrían ser igualmente relacionadas con la emergencia de nuevas estructuras ideológicas capaces de servir de nexo de unión entre unos grupos que comparten
importantes vínculos entre los que el flujo del arte, y también de intercambios de bienes
materiales, de información o incluso demográficos, constituirían las claves de su relación.
Marcaría por tanto el inicio de una progresiva regionalización, una vez la expansión económica y cultural se ha visto consolidada.
Y no es menos cierto que, la indefinición del registro y su capacidad de resolución respecto a las cuestiones que nos ocupan es especialmente palpable en estos momentos intermedios de la secuencia neolítica, lo que nos obligará a avanzar en esta cuestión con la finalidad de poder concretar en qué momento se produce la inauguración de un nuevo ciclo
social en el que el Arte Levantino jugaría un papel destacado en la transmisión de los nuevos símbolos habilitados.
Por lo que se refiere a la perduración del mismo, y admitiendo un inicio no bien definido a partir del segundo cuarto del VI milenio bp, cabría plantear la hipótesis de su vigencia a lo largo de este milenio, coincidiendo por tanto con el Neolítico IIA de la secuencia
regional –mediados del VI milenio-primer cuarto del V milenio bp–. Su perduración en el
Eneolítico –Neolítico IIB–, ha sido argumentada fundamentalmente a través de la identificación de lo que podrían considerarse como puntas de flecha foliáceas en algunos de los
paneles pintados. Pensamos que esta posición final puede mantenerse en relación con algunos de los territorios considerados, si bien creemos que es en algún punto de esta fase cuando se detiene su desarrollo, al menos en relación con las áreas meridionales, coincidiendo
con la emergencia del nuevo simbolismo asociado al esquematismo calcolítico del sureste.
Por consiguiente, la lectura que planteamos aboga por un recorrido temporal amplio en el
desarrollo del Arte Levantino, y que posiblemente además tenga una duración diferenciada
según áreas. El avance en el conocimiento del registro arqueológico, así como la aplicación
amplia de los análisis de estilo y composición a los diferentes conjuntos conocidos, consti—84—
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tuyen algunos de los pilares sobre los que podrán asentarse con mayor número de datos las
conclusiones relativas a las diferencias territoriales y temporales.
Al interrogante del por qué se asume en un determinado momento la instrumentación
de una nueva expresión artística, que difiere notablemente de los antecedentes inmediatos,
resulta difícil sustraerse, aunque parece igualmente complicado, en el estado actual de nuestros conocimientos, dar un significado siquiera parcial a su dimensión simbólico-religiosa y
por extensión social. Ya ha sido sobradamente discutido cómo la abundancia de escenas
cinegéticas no tiene porqué corresponderse con la mitificación de una realidad cotidiana
(Guilaine y Zamith, 2002), lo que ha contribuido, entre otros argumentos, a sustentar la
hipótesis de su atribución epipaleolítica. De hecho, se documentan también otro tipo de
escenas que responden a enfrentamientos bélicos, a lo que podrían calificarse de posibles
ejecuciones, también a ceremonias rituales como danzas, o a escenas de carácter cotidiano
como la recolección de miel u otras de significado más impreciso. En una parte no desdeñable de las representaciones se observa la participación de un número significativo de individuos, lo que sirve igualmente para establecer su correspondencia en términos de organización social con sociedades productoras (Molina et al., 2003). Del mismo modo, las diferencias en cuanto a número de representaciones, acumulación de escenas, entre los diferentes abrigos y también entre distintas áreas son reseñables. Avanzar en el estudio particular
de los conjuntos a través de las nuevas técnicas de análisis, así como en la concreción de la
información arqueológica, supondrán la base sobre la que apoyar la formulación de hipótesis coherentes con respecto a su significado.
En definitiva, en este trabajo se ha tratado de acotar cuál es el marco crono-cultural de
vigencia del Arte Levantino a partir de una lectura particular del registro disponible. Para
ello hemos insistido en los argumentos que contribuyen a desvincular este horizonte artístico de determinados momentos cronológicos a partir de la visión territorial y social del desarrollo del proceso de neolitización. Deberíamos ahora avanzar en la definición de la
secuencia del VI milenio bp, donde parecen estar las claves de su aparición y desarrollo.
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA
Vol. XXV (Valencia, 2004)
1
ORETO GARCÍA PUCHOL*, LLUÍS MOLINA BALAGUER**
y MARÍA ROSA GARCÍA ROBLES***
El ARTE LEVANTINO Y EL PROCESO DE NEOLITIZACIÓN EN EL
ARCO MEDITERRÁNEO PENINSULAR: EL CONTEXTO
ARQUEOLÓGICO Y SU SIGNIFICADO
RESUMEN: En el presente trabajo tratamos de llevar a cabo una lectura amplia del contexto arqueológico en el área de afectación del denominado Arte Levantino. En esta línea, y tomando como punto de partida la visión más extendida a propósito de su contextualización ligada al
proceso de neolitización, nuestro interés reside en llamar la atención sobre determinadas incongruencias mostradas por el registro regional para mantener la postura mayoritaria referida a una
autoría de caza-recolectores de cronología neolítica. Al contrario, sostenemos que los datos actuales abren nuevas líneas de trabajo que apuntarían a la consideración del Levantino como un arte
plenamente neolítico.
PALABRAS CLAVE: Arte Levantino, Arte Macroesquemático, Arte Esquemático, Neolitización, Mesolítico reciente, Neolítico antiguo, Neolítico medio-final.
ABSTRACT: In this article, we have carried out a wide review of the archaeological context in Levantin Rock Art distribution area. Working on the principle that this art is closely related to the Neolithisation process, we’d like to pay special attention to some contradictions existing
in the regional sequences. These contradiction raise same doubts about the hunter-gatherers
* Instituto Tecnológico de Informática. Universidad Politécnica de Valencia. E-mail: oreto.garcia@uv.es
** Departament de Prehistòria i Arqueologia. Universitat de València. E-mail: Lluis.Molina@uv.es
*** Instituto de Arte Rupestre. Generalitat Valenciana. E-mail: mr.garcia@uv.es
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2
O. GARCÍA PUCHOL - L. MOLINA BALAGUER - M. R. GARCÍA ROBLES
authorship of Levantin Rock Art. On the other hand, current data point is considering Levantin as
a completly Neolithic Art.
KEY WORDS: Levantin Rock Art, Macroschematic Rock Art, Schematic Rock Art,
Neolithisation, Late Mesolithic, Early Neolithic, Middle-late Neolithic.
1. PLANTEAMIENTOS PREVIOS
En el seno de la investigación peninsular encontramos pocos debates que hayan resultado más controvertidos que el referido a la concreta adscripción cronológica y cultural del
Arte Rupestre Levantino. Desde el descubrimiento de las primeras manifestaciones, a finales del siglo XIX, hemos podido asistir a un continuo proceso de propuestas, críticas y relecturas que llega hasta la actualidad. En este contexto, el planteamiento que queremos ofrecer, en la línea de otro reciente trabajo publicado (Molina et al., 2003), pretende recabar la
atención ante algunas de las inconsistencias que, creemos, plantean buena parte de las interpretaciones vigentes.
Sin duda, la espectacularidad de las manifestaciones que componen las representaciones clásicas de este arte han servido de reclamo y justificación del inusitado interés de la
investigación. La amplia –pero acotada– difusión del arte levantino por buena parte de la
región oriental de la península, el carácter narrativo de sus escenas, en las que se ha pretendido ver imágenes de la vida cotidiana de las poblaciones prehistóricas, y su ya mencionada espectacularidad, nos permiten considerar que nos encontramos ante unas representaciones que jugaron un destacado papel dentro del componente cultural de aquellos grupos
humanos.
Sin embargo, escasas son las aportaciones en las que podemos apreciar explícitamente
la consideración que debemos darle a dicha manifestación en el seno de las estructuras
sociales de los grupos prehistóricos. Y, no obstante, este debate no puede plantearse sin
antes aclarar cuál es el papel de dichas manifestaciones artísticas en el conjunto del registro arqueológico objeto de análisis. Parece evidente que el estudio del arte rupestre no puede
desvincularse de este registro, que permite aproximarnos a las características socioculturales de los grupos humanos autores de aquellas manifestaciones. Y de esta consideración se
desprenden muchas de las posibles interpretaciones que podamos hacer de dicho fenómeno.
En todo caso, no podemos obviar que esta relación entre arte rupestre y registro arqueológico puede interpretarse de diferentes formas, al tiempo que los términos de dicha relación son objeto de debate. Desde nuestra óptica, el arte rupestre se vincula al conjunto de
evidencias culturales de una sociedad en una doble vertiente. En primer término se nos presenta, y así debe ser leído, como la materialización, consciente o no, de todo un conjunto de
—62—
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El ARTE LEVANTINO Y EL PROCESO DE NEOLITIZACIÓN EN EL MEDITERRÁNEO PENINSULAR
3
creencias, como un remitente a las formas en que aquellas sociedades interpretaban el
mundo que las rodeaba, independientemente del grado de trascendentalidad que queramos
concederle. Así, estas manifestaciones tienen su razón de ser dentro de los esquemas y valores sociales que determinaban el comportamiento de aquellos grupos humanos. Estos extremos parecen bastante bien consolidados para los otros tipos de manifestaciones rupestres
holocenas que se desarrollan en la zona, tanto el Arte Macroesquemático, con sus figuras de
orantes (Hernández, 2000), como el Esquemático.
Esta concepción no parece en cambio tan bien establecida para el Arte Levantino. Éste se
caracteriza por la elevada presencia de fauna salvaje, aislada o formando escenas de manadas.
Junto a ella, y en una proporción menor, la figura humana adquiere un papel protagonista, apareciendo aisladamente o en composiciones de escenas: cacerías, danzas, paradas militares o
combates, ejecuciones... (Hernández y Martínez Valle, 2003). La escasa incidencia de representaciones de actividades de procesado y/o consumo, así como el carácter mayoritario de las
figuraciones animales, son indicativas de una importante valorización social de las actividades representadas (independientemente del valor real económico), al tiempo que nos obligan
a situarnos en un plano interpretativo en el que la mera extrapolación directa no puede utilizarse como prueba de la estructura económica de las poblaciones afectadas.
No obstante, una mirada retrospectiva a la bibliografía existente, nos permite apreciar
que siempre ha existido una cierta inclinación a interpretar estas manifestaciones de manera directa, como representaciones de la vida cotidiana de determinadas sociedades pretéritas (p. ej. Jordá, 1974). Sin embargo, y como ya ha sido expuesto en otras ocasiones (Molina
et al., 2003; Martí, 2003), no debemos caer en el error de confundir naturalismo con realidad. El primero de los conceptos nos remite a una cuestión exclusivamente técnica, a la
manera de plasmar aquellas figuras y escenas que queremos componer, tanto respecto a la
forma concreta que adquieren dichas figuras como a la composición de la escena. Sin
embargo, el segundo concepto nos lleva a la significación de dichas manifestaciones, el
mensaje que se quiere transmitir. Y de hecho, parece bastante arriesgado considerar que las
escenas que aparecen en el Arte Levantino representan únicamente aquello que a simple
vista puede apreciarse.
En todo caso, y más allá del grado de trascendentalidad que queramos otorgarle a unas
determinadas manifestaciones, creemos que deben ser situadas en el nivel ideológico concreto de las formaciones sociales que las generaron. Esto implica, desde nuestra posición,
que únicamente cobrarán sentido una vez que queden imbricadas dentro de la estructura del
cuerpo social que les sirve de soporte y del cual, al mismo tiempo, son una materialización,
una justificación.
En un segundo nivel, el arte rupestre aparece en el territorio distribuido de una determinada manera. Por ello, se integra plenamente dentro del conjunto del registro, como una
evidencia más de la presencia pretérita del hombre y de la forma en que este gestionó el
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entorno en el cual desarrolló su vida y sus actividades. Por ello, el arte rupestre debe intentar leerse también desde una perspectiva territorial (Fairén, 2002), evidencia material del
interés de las comunidades prehistóricas por marcar su presencia, su relación con un
determinado paisaje, al tiempo que su determinación por antropizarlo, de dotarlo de un significado perdurable. Esta visión espacial del arte rupestre también se nos presenta a un
doble nivel. Por un lado puede sernos de utilidad para definir la estructura territorial de las
sociedades implicadas, tanto a la hora de reconocer límites entre diferentes grupos o formaciones sociales como a la hora de valorar funcionalidades diferenciales dentro de los
territorios individuales de cada uno de ellos. Pero, al mismo tiempo, y desde una visión
más amplia, la concreta difusión de una determinada manifestación a lo largo de una región
nos debe advertir de las relaciones existentes entre las diferentes comunidades humanas
distribuidas en esa región, al tiempo que de determinados vínculos ideológicos (¿comunidad de creencias?).
Así, y entrando ya directamente en el tema que nos atañe, no debemos descuidar que
la distribución restringida que presenta el Arte Levantino puede interpretarse como el reflejo de la existencia de un conjunto de relaciones entre grupos humanos a lo largo de buena
parte de la fachada mediterránea peninsular. La coincidencia, en aquellos rasgos técnicos
más característicos, de la temática preferentemente plasmada y de determinados convencionalismos, más allá de las evidentes particularidades locales, debe advertirnos de estas
relaciones, un extremo, éste, que debe tener su plasmación en otros ámbitos del registro
arqueológico.
Obviamente, las premisas que estamos exponiendo distan mucho de aquellos planteamientos que proponen una adscripción cronológica de las manifestaciones artísticas en base
a criterios como los de proximidad a los yacimientos arqueológicos (p. ej. Aparicio y
Morote, 1999). Estamos de acuerdo en considerar que los autores de unas determinadas
manifestaciones artísticas rupestres en una zona debieron dejar alguna otra evidencia material más allá de las citadas representaciones. Sin embargo, como fenómeno de alcance territorial, no existe ninguna razón para considerar que necesariamente esas otras evidencias
deban aparecer en las proximidades de las estaciones rupestres. Es el contexto regional el
que debe ser valorado a este nivel.
Por otra parte, y como fenómeno de alcance regional amplio, estaremos de acuerdo en
que cualquier propuesta de encuadre para el arte rupestre debe ser consecuente con el registro arqueológico reconocido en la totalidad de los ámbitos geográficos en los que encontramos dicha manifestación. Este extremo se hace necesario si se considera, para el caso concreto del Arte Levantino que ahora nos ocupa, que nos encontramos ante una manifestación
unitaria en su concepción y desarrollo cronológico, más allá de los lógicos y posibles desfases “comarcales” dentro de la totalidad de la región donde se difunde. De este modo, si
convenimos que el Arte Levantino responde al mismo fenómeno, sea en Teruel, en Alicante
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o en Jaén, deberíamos ser capaces de identificar contextos arqueológicos vinculables, cuando no equiparables, que puedan concordar con dicha comunidad artística (ideológica). En
este intento de encuadre del Arte Levantino tampoco podemos dejar de lado la información
que nos aportan aquellos otros estilos artísticos con los que comparte espacio geográfico,
vía la adscripción concreta de éstos y de las relaciones cronológicas relativas que vienen
representadas por las diversas superposiciones reconocidas: Levantino sobre Macroesquemático, Levantino sobre Esquemático, Esquemático sobre Levantino.
Estas advertencias son, aún si cabe, más necesarias si consideramos cuál es el contexto de adscripción cronocultural más aceptado hoy en día por la comunidad investigadora. El
hecho de vincular el Arte Levantino con el proceso de neolitización de las comunidades
indígenas caza-recolectoras comporta que la distribución geográfica concreta que posee este
arte se implica directamente con los procesos socioeconómicos que conlleva el citado concepto. De tal manera, reconocer la existencia del citado arte en una región particular comporta necesariamente que el registro arqueológico muestre una determinada lectura sobre
dicho proceso de neolitización. Sin embargo, no creemos que esta vinculación, y las implicaciones que lleva consigo, hayan sido valoradas en su totalidad a la hora de desarrollar
determinadas propuestas.
Nuestra intención, pues, es incidir en esta relación (supuesta) entre Arte Levantino y
neolitización. Partiendo de la información disponible sobre el registro arqueológico del conjunto de la fachada mediterránea, y de acuerdo con una lectura determinada del proceso de
neolitización, queremos poner en evidencia las incoherencias del modelo interpretativo
vigente, denunciando la necesidad de una nueva lectura, dentro de un marco cronoespacial
diferente, más acorde tanto con los datos arqueológicos como con la distribución concreta
de las manifestaciones rupestres.
2. PANORAMA ACTUAL EN TORNO AL MARCO CRONO-CULTURAL DE APARICIÓN Y DESARROLLO DEL ARTE LEVANTINO
Tal como hemos apuntado, el objetivo principal de este texto se centra en la valoración de la dinámica temporal y espacial de los diferentes artes neolíticos y, de modo particular, en la lectura histórica de aparición y desarrollo del Arte Levantino en la línea planteada en un reciente artículo (Molina et al., 2003), partiendo de las reflexiones actuales
en torno a su adscripción cronocultural (Martí y Juan Cabanilles, 2002; Hernández y
Martí, 2002; Martí, 2003).
Siguiendo estas premisas, conviene recordar que tanto el Macroesquemático, el
Esquemático, el Levantino y, en menor medida, el Arte Lineal-geométrico, cuya documentación es exigua, comparten en algunas áreas el mismo ámbito territorial, toda vez que desde
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Fig. 1.- Artes Macroesquemático y Levantino en el abrigo I (panel 2) de La Sarga (Alcoi, Alicante). A partir de Hernández et al. (2002).
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el punto de vista temporal los planteamientos actuales advierten también de coincidencias,
al menos en algún segmento cronológico.
Sin duda, el relativamente reciente descubrimiento del denominado Arte
Macroesquemático en las comarcas centro-meridionales valencianas (Hernández et al.,
1988), ha resultado de especial relevancia de cara a la concreta estructuración temporal de
los diferentes artes. Efectivamente, el hecho de que una parte de las figuraciones del importante conjunto pictórico de la Sarga (Alcoi, Alicante) pasara a atribuirse a esta nueva expresión artística, unido a la superposición de determinadas representaciones levantinas sobre
dichas figuras (hecho ya advertido por Beltrán en la publicación de 1974), hacía que el Arte
Levantino se ubicara claramente en una cronología, cuanto menos, sincrónica a estas manifestaciones del Neolítico antiguo (fig. 1).
Paralelamente, para el caso del Esquemático, y después de su primera atribución calcolítica, las propuestas advirtieron pronto de la presencia de paralelos muebles desde el
Neolítico antiguo (Acosta, 1968; Marcos Pou, 1981), lo cual se ha concretado con posterioridad tras el minucioso análisis de los motivos decorativos cerámicos (Torregrosa, 20002001; Torregrosa y Galiana, 2001). Sin embargo, falta aún por definir con claridad la existencia de uno o varios (como así parece) ciclos diferenciados dentro del Arte Esquemático,
vinculados a diferentes momentos y contextos culturales (Neolítico antiguo, Megalitismo,
Calcolítico).
El nuevo marco cronológico que planteaba la definición del Arte Macroesquemático ha
propiciado que la visión más extendida actualmente vincule el Arte Levantino con las últimas poblaciones caza-recolectoras del mediterráneo peninsular, inmersas ya dentro de un
proceso de aculturación y cambios socioeconómicos propiciados por las nuevas influencias
neolíticas (Fortea y Aura, 1987; Hernández et al., 1998; Martí y Hernández, 1988; Utrilla,
2002). Así, y de acuerdo con determinados paralelos muebles (Hernández, 2000), el ciclo
artístico levantino se desarrollaría a partir del último tercio del VII milenio bp en cronología no calibrada, admitiéndose un desarrollo extenso que llega hasta el V milenio bp, dada
la posible identificación de puntas de flecha foliáceas en determinados conjuntos rupestres
(Galiana, 1985).
Frente a esta postura, mayoritaria, encontramos igualmente en la bibliografía actual una
serie de lecturas distintas que inciden en un origen anterior de dichas manifestaciones, en
un contexto epipaleolítico (Alonso y Grimal, 1999; Aparicio y Morote, 1999; Beltrán, 1999;
Mateo, 2002).
Si nos centramos en la línea argumental más extendida –la consideración del levantino
como un arte de caza-recolectores de cronología neolítica–, el discurso establecido toma
como punto de partida los planteamientos del modelo dual de neolitización que advierte de
la presencia de una doble tradición a partir de la introducción de la economía de producción
(Fortea, 1973; Juan Cabanilles, 1992; Martí y Juan Cabanilles 1997 y 2002; Bernabeu,
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1989, 1997 y 2002). En esta perspectiva cobra sentido la hipótesis de Fortea y Aura (1987)
al considerar el Arte Levantino como una especie de respuesta de las poblaciones mesolíticas ante los cambios de toda índole ligados a la implantación neolítica.
Nos detendremos en este punto en el anunciado trasfondo espacial y cultural que
subyace detrás de esta propuesta, y para ello insistiremos, como hemos hecho en anteriores trabajos (Molina et al., 2003, García Robles et al., e.p.), en las reflexiones expresadas por Martí y Juan Cabanilles (2002). En este artículo, tras una minuciosa lectura del
contexto arqueológico de las comarcas centro-meridionales valencianas, se advierte
cómo la admitida ruptura del registro mesolítico a partir de su fase A de desarrollo, y la
posterior implantación neolítica detectada, impiden la consideración del Arte Levantino
como un arte de caza-recolectores. Así pues, el Arte Levantino debe considerarse a la luz
de estos argumentos como un arte neolítico. Desde nuestra perspectiva, esta nueva visión
permite explicar tanto la presencia de este arte en una zona donde no se documenta la
presencia de grupos de caza-recolectores después del 7000 bp, como ofrecer una posible
explicación al hecho, también engorroso para la visión tradicional, de la ausencia del
mismo a lo largo de la vecina comarca del Vinalopó, justo una de las zonas de poblamiento mesolítico.
A partir de esta formulación, creemos que una manera objetiva de acercarnos a la adscripción cultural de este arte es a través de la contextualización de las tradiciones culturales
que se desarrollan en cada una de las zonas donde encontramos estas manifestaciones.
Veamos, pues, qué lectura histórica nos ofrece la información arqueológica disponible en el
contexto espacial de documentación del Arte Levantino a partir de la implantación neolítica,
refiriéndonos para ello a un extenso territorio del litoral mediterráneo, desde Huesca a Jaén.
3. EL ARTE LEVANTINO Y EL PROCESO DE NEOLITIZACIÓN
El panorama que ofrece la investigación peninsular sobre el desarrollo histórico de la
introducción de la economía de producción muestra un consenso generalizado, si bien no
exento de opiniones contrarias (Hernando, 1999), al considerar la presencia de una doble
tradición económica y cultural tras la implantación de la misma en determinados territorios
peninsulares (Fortea y Martí, 1984-1985; Bernabeu, 1989, 1997 y 2002; Martí y Juan
Cabanilles, 1997; Juan Cabanilles y Martí, 2002). También se advierten interpretaciones
matizadas en las que, admitiendo un estímulo externo inicial, éste no se concretaría en el
recurso a nuevas poblaciones portadoras de los elementos tecnoeconómicos y culturales,
sino más bien en la trasmisión de información a través de las redes sociales mesolíticas:
modelo fractal (Rodríguez Alcalde et al., 1995) o modelo del filtro o la capilaridad (Vicent,
1997). En estos presupuestos se apoyarían Barandiarán y Cava (2000) para esgrimir su pos—68—
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tura de que las diferencias en los registros corresponderían más bien a orientaciones funcionales distintas.
El modelo dual de neolitización parte de la premisa de un estímulo externo inicial, que
se articularía en la ocupación de determinados espacios, principalmente costeros, y en los
que además la presencia de población autóctona parece reducida, o llegados al extremo
nula, en la línea de la interpretación del registro portugués expuesta por Zilhão (2000). No
obstante, no debió pasar mucho tiempo en el establecimiento de los primeros contactos, ante
la cercanía de determinados núcleos de población mesolítica a estas áreas de implantación
cardial. Las diferencias de opinión a partir de este punto oscilan en el peso otorgado a los
grupos mesolíticos en la adopción del cambio económico. En efecto, para algunos autores
los préstamos económicos y culturales parecen ir dirigidos en una única dirección –al menos
en la vertiente mediterránea peninsular–, en la que el papel protagonista es otorgado a los
grupos neolíticos, tal y como se desprende de los últimos trabajos publicados por Martí y
Juan Cabanilles (Martí y Juan Cabanilles, 2002; Juan Cabanilles y Martí, 2002). Partiendo
de los mismos presupuestos, autores como Bernabeu, y aún coincidiendo en que el resultado final es el mismo, no dejan de destacar el papel jugado por los grupos mesolíticos en
determinadas áreas, que progresivamente van incorporando determinados elementos de cultura material, y posteriormente económicos, en un proceso de aculturación progresiva de
difícil encuadre cronológico, al menos en su desarrollo final (Bernabeu, 1997 y 2002).
El inicio del proceso podría retrotraerse a la primera mitad del VII milenio bp, si bien
las dataciones directas de las primeras especies domésticas disponibles inciden en una cronología cercana al 6600 bp (5700-5300 cal bc). Conviene insistir además en la rapidez que
ejemplifica este proceso, tal y como apuntan las dataciones radiocarbónicas disponibles en
un extenso territorio, entre el mediterráneo peninsular y la fachada atlántica portuguesa
(Zilhão, 2001).
En este sentido, la visión ofrecida por la primera implantación neolítica en la Península
Ibérica refleja una serie de núcleos litorales, junto a otros excepcionales de carácter interior
–núcleo de Chaves–, más o menos próximos a áreas de ocupación mesolítica en su fase B
de desarrollo (Juan Cabanilles y Martí, 2002; García Puchol, 2002). Estas agrupaciones de
yacimientos, que podemos calificar de pioneras, jalonan la fachada mediterránea desde
Cataluña, núcleo del Llobregat, hasta el área centro-meridional valenciana, si nos restringimos al territorio que nos ocupa en este trabajo, además del mencionado núcleo interior de
Chaves. Algunos yacimientos puntuales podrían tener cabida igualmente en este marco
temporal, si bien en este caso la información contextual disponible es reducida y va referida a unos pocos yacimientos tales como el de la Cova del Vidre en la desembocadura del
río Ebro (Bosch, 1999). Cabe remarcar además que la información disponible en determinadas áreas como la castellonense resulta bastante parcial, dado el carácter de urgencia de
los trabajos realizados en ocupaciones como la de Can Ballester –Vall d´Uixó– (Gusi y
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Olaria, 1979; Casabó y Rovira, 1990-1991) o incluso los datos confusos procedentes de la
Cova Fosca –Ares del Maestre– (Olaria, 1990-1991; Casabó, 1990), cuyas dataciones del
primer nivel neolítico podrían relacionarse con el momento inmediatamente posterior de
expansión cardial –último cuarto del VII milenio bp (Olaria, 1999).
Si partimos de estos presupuestos, cualquier consideración sobre el Arte Levantino quedará supeditada a la información proporcionada por el registro arqueológico y la lectura que
hagamos del proceso considerado. Así, ante esta perspectiva, podemos considerar que el
debate actual en torno a la contextualización del Arte Levantino ha quedado mediatizado
por dos visiones, en cierto modo contrapuestas, que parten de una postura distinta en relación con la rapidez de la expansión del cambio económico y del papel jugado por los grupos mesolíticos en el mismo:
1. De un lado, la postura generalizada que considera que estos grupos mesolíticos asumen un papel activo y son los responsables de dicha expansión económica en determinadas áreas peninsulares a través del mecanismo de la aculturación; es decir, que
de un modo más o menos rápido según áreas las poblaciones mesolíticas protagonizan el cambio económico y cultural. Bajo este punto de vista, y dada la relativa abundancia de yacimientos del Mesolítico reciente y final en algunas de las áreas donde
abundan las representaciones levantinas, especialmente el núcleo bajo aragonés, a las
que cabría añadir el núcleo central valenciano, se admite que el fenómeno de emergencia y expansión de las manifestaciones levantinas es protagonizado por los grupos mesolíticos en vías de neolitización, y que este arte es el reflejo de los cambios
socioculturales y económicos acaecidos.
2. De otro lado, una visión en la que los grupos mesolíticos pasarían a ser actores
secundarios y donde el verdadero impulsor del cambio sería la rápida expansión de
los grupos neolíticos, de modo que se asumiría una asimilación poblacional o, llegados al extremo, la merma más o menos paulatina de las poblaciones mesolíticas, al
menos en buena parte del levante peninsular (Juan Cabanilles y Martí, 2002; García
Puchol, 2002). Por consiguiente, estas consideraciones favorecerían una lectura distinta de la aparición y desarrollo del Arte Levantino.
Los argumentos que apoyarían la primera opción parten como hemos apuntado de una
interpretación del registro que advierte tanto de la perduración mesolítica en determinadas
áreas como de su papel en la adopción del cambio económico. En este sentido la interpretación de la Cova Fosca (Ares del Maestre) así como de los niveles neolíticos del vecino
Cingle del Mas Nou como yacimientos de tradición mesolítica, a los que cabría añadir Can
Ballester (Vall d´Uixó), constituyen la base de este planteamiento (Bernabeu, 1997). El área
castellonense se convertiría así, tras el estímulo inicial propiciado por yacimientos como la
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Cova del Vidre, para el que se contempla su plena filiación neolítica, en el exponente de la
neolitización de estos grupos, extensible a los vecinos territorios turolenses y del norte de
la provincia de Valencia, si bien las representaciones levantinas conocidas en este último
territorio no son abundantes. Este mismo hilo argumental se aplicaría al núcleo central
valenciano, y también al del Vinalopó –norte de Alicante.
Debemos anotar a este respecto el peso otorgado a la visión tradicional de la evolución tipológica de las industrias líticas de este período histórico. De este modo, y partiendo de los postulados de Fortea (1973), que ponían en evidencia las diferencias tecnotipológicas entre los conjuntos líticos mesolíticos y neolíticos, la presencia o ausencia de
determinados elementos y en particular del doble bisel sobre los geométricos, ha llegado
a convertirse en uno de los pilares básicos para su inserción en uno u otro esquema tecnotipológico. Sin embargo, la reciente publicación de la industria lítica de Chaves (Cava,
2000), yacimiento sobre el que no parece existir ninguna duda de su plena atribución neolítica, ha abierto nuevas expectativas dado que la presencia del doble bisel no puede ser
considerada exclusiva de los yacimientos de tradición mesolítica, tal y como apunta también su presencia en otros yacimientos del área septentrional peninsular. Queda claro no
obstante que su extensión va referida también a la expansión del cambio económico, pero
no su atribución mesolítica (Juan Cabanilles, 1985), en contra de lo formulado hasta la
fecha. Además, cabe subrayar cómo el abanico cronológico de su representación es
amplio, dado que sin entrar en el debate de las dataciones antiguas (v. Barandiarán y
Cava, 2000), su documentación está atestiguada desde el segundo tercio del VII hasta al
menos el final de VI milenio bp. Por lo tanto, considerar que su presencia es sinónimo de
tradición mesolítica resulta en extremo arriesgado, a no ser que se añadan otros argumentos en relación con la estructura tecno-tipológica de la piedra tallada y también, como
añade Bernabeu (2002), relativos a otros aspectos de la cultura material –estilos cerámicos–. En este sentido, y si bien convendría contar con una fijación cronológica más precisa sobre determinados conjuntos, los datos actuales no parecen admitir una perduración
de la tradición lítica mesolítica más allá del primer cuarto del VI milenio bp, al menos por
lo que respecta a la fachada mediterránea peninsular.
Estos presupuestos, que estarían en la base de la formulación de la segunda hipótesis,
favorecerían una línea argumental distinta, de modo que el ciclo levantino cabría relacionarlo con una eclosión artística desvinculada del proceso inicial de neolitización y relacionada con el fenómeno de la expansión neolítica posterior.
A favor de esta segunda hipótesis subyacen una serie de puntos que convienen ser
valorados detenidamente, y que van referidos tanto al análisis contextual del amplio territorio de afectación del arte levantino como a las superposiciones detectadas y el análisis de
los paralelos muebles.
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4. DINÁMICA DEL PROCESO DE NEOLITIZACIÓN EN EL ÁREA DE IMPLANTACIÓN DEL ARTE LEVANTINO
Atendiendo a las consideraciones establecidas en los apartados anteriores, debemos
acotar el trasfondo poblacional que podría relacionarse con este ciclo artístico a las tradiciones culturales que conocemos como Mesolitico reciente (Epipaleolítico Geométrico) y
el Neolítico. Bajo esta perspectiva, partimos de una información desigual según áreas en
relación con los diferentes segmentos cronológicos considerados, siendo de especial relevancia la práctica ausencia de documentación referida al Mesolítico reciente de determinados territorios.
4.1. Los antecedentes: El Mesolítico reciente y final
Iniciando en este punto –el Mesolítico reciente– la evaluación de los datos disponibles,
encontramos que en este amplio espacio territorial la información principal corresponde a
las áreas centrales y meridionales valencianas, así como a las comarcas turolenses del
Matarraña, a partir de cuyos registros se ha articulado la secuencia mesolítica del mediterráneo peninsular (fig. 2). La Fase A (7600-7000/6800 bp, circa 6500-6000/5800 cal BC),
que inaugura la secuencia geométrica, cuenta con una representación significativa de yacimientos en el área meridional valenciana (Cocina I, Falguera VII y VIII, Tossal de la Roca,
El Collado, Casa de Lara), a los que sumaríamos la importante concentración de ocupaciones del Bajo Aragón (Angel U8, Botiquería 2, Pontet e y Costalena c3). Fuera de estos ámbitos, y para el marco espacial que nos ocupa, únicamente cabe mencionar los escasos datos
de la Cueva del Nacimiento –Pontones, Jaén– (Asquerino y López, 1981; Rodríguez, 1982),
cuya datación remite a estos momentos, y el yacimiento de Forcas II (nivel II) en el alto
Aragón (Utrilla et al., 1998). Las características tecno-tipológicas de estos conjuntos pueden resumirse en un recurso masivo a producciones laminares estandarizadas destinadas
principalmente a la fabricación de geométricos, entre los que predominan las morfologías
trapezoidales de retoque abrupto. La utilización de la técnica del microburil está bien atestiguada. Los contextos arqueológicos identificados remiten a ocupaciones en abrigos de
mayor o menor desarrollo, así como a asentamientos al aire libre situados en entornos húmedos (lacustres), síntomas perceptibles de una significativa estructuración del territorio de
explotación.
La siguiente fase, Fase B (7000/6800-6400 bp, circa 5800-5400/5300 cal BC), coincide
con una eclosión importante de yacimientos identificados, así como con una serie de cambios remarcables por lo que respecta a la repartición de los mismos (fig. 3, 1). En este sentido habría que incidir en la reestructuración del espacio referido al núcleo meridional valen—72—
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Fig. 2.- Mesolítico Reciente A. Principales yacimientos citados en el texto. La trama rayada corresponde al área de distribución del Arte Levantino.
1- Casa de Lara. 2- Arenal de la Virgen. 3- Falguera. 4- Tossal de la Roca. 5- El Collado. 6- Cocina. 7- Nacimiento. 8- Forcas
II. 9- Botiqueria dels Moros. 10- Costalena. 11- Pontet. 12- Ángel.
ciano, que, con el registro disponible, indica un desplazamiento del poblamiento hacia las
comarcas interiores, constatándose un vacío significativo en el territorio situado entre la costa
y el área del río Vinalopó, territorio ocupado por los grupos cardiales a partir del segundo
cuarto del VII milenio bp (Molina et al., 2003). Adquiere igualmente consistencia a partir de
algún momento de esta fase la ocupación del área central valenciana (Llatas, Mangraneras,
Estany Gran, Muntanya del Cavall), toda vez que continúa la fuerte presencia de yacimientos en el área bajoaragonesa (Botiqueria dels Moros 4, Secans IIb, Pontet c inf., Costalena c3
superior). También el yacimiento castellonense de Mas Nou parece iniciar en esta fase su
ocupación (Olaria y Gusi, 1987-1988). Los datos relativos a las restantes áreas de distribución del arte levantino en relación con esta fase continúan siendo exiguos, de modo que únicamente podemos seguir hablando, por lo que se refiere al Alto Aragón, del yacimiento de
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Fig. 3.- Mesolítico Reciente B (1) y C (2). Principales yacimientos citados en el texto. La trama rayada corresponde al área
de distribución del Arte Levantino. En trazo discontinuo las áreas de implantación neolítica.
1- Forcas II. 2- Costalena. 3- Botiqueria dels Moros. 4- Pontet. 5- Mas Nou. 6- Llatas. 7- Mangraneras. 8- Muntanya del
Cavall. 9- Cocina. 10- Albufera de Anna. 11- Casa de Lara. 12- Arenal de la Virgen. 13- Nacimiento.
Forcas II, y en relación con los territorios más meridionales, de la Cueva del Nacimiento y
Valdecuevas, ambos en Jaén y con unos datos poco concluyentes.
La continuidad tecnológica en las producciones líticas es destacable, si bien en esta
fase, y por lo que se refiere al equipamiento tipológico, encontramos un predominio significativo de triángulos de retoque abrupto (triángulos de dos lados cóncavos tipo Cocina) elaborados mediante el recurso a la técnica del microburil, haciendo su aparición en un
momento avanzado de la misma los segmentos de retoque abrupto. También se relaciona
con esta fase el episodio artístico lineal geométrico identificado en las plaquetas grabadas
de Cocina (Fortea, 1974). El registro arqueológico conocido permite concretar que es en
algún momento del desarrollo final de esta fase cuando se producen los primeros contactos
con los grupos neolíticos, situación que variará según áreas.
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Del mismo modo, los datos arqueológicos disponibles sobre un extenso territorio abogan a partir de este momento por la presencia de rupturas significativas en el registro mesolítico conocido de determinadas áreas, tal y como podría deducirse para el grupo meridional
valenciano. Por lo que se refiere al área del Vinalopó, y en concreto la estación de Casa de
Lara, podrían plantearse dos hipótesis de evolución a partir del Mesolítico reciente B, si bien
es verdad que al tratarse de colecciones superficiales matiza enormemente la validez de estas
propuestas (García Puchol, 2002; Molina et al., 2003). De un lado cabría considerar la
opción de una continuidad del yacimiento tras los primeros contactos con los grupos cardiales cercanos, de forma que se produciría una rápida aculturación. Sin embargo, y desde
una perspectiva regional más amplia, consideramos más factible la hipótesis de una asimilación poblacional y su inserción en la órbita neolítica, dado el rápido avance neolitizador
detectado y la cercanía de este enclave al núcleo de Or-Sarsa, o incluso, la opción de una
ruptura ocupacional tras los primeros contactos y la ocupación posterior del yacimiento.
Por otra parte, el fuerte núcleo mesolítico interior situado en el área central de la provincia de Valencia, tampoco parece mostrar una evolución posterior de la tradición mesolítica posterior a su fase B de desarrollo, de modo que cabe plantearse la posibilidad de una
ruptura de los registros mesolíticos a partir de la cronología final asociada a esta fase, tal y
como apunta la cronología absoluta en otras áreas, y que además es coincidente con la reiterada documentación de cerámica cardial en este territorio y de la presencia de representaciones rupestres calificadas de esquemáticas o macroesquemáticas (Abric del Roser). En
este sentido, admitiendo la opción de que algunas cerámicas impresas pudieran haberse
incorporado a los registros mesolíticos en los momentos finales de esta fase, el desarrollo
posterior de las estratigrafías estudiadas, principalmente a partir de los datos de Cocina y
Peñeta, se correspondería con unas ocupaciones plenamente neolíticas en un estadio posterior de desarrollo –finales del VII milenio, VI milenio bp–.
Una situación similar podría argüirse por lo que respecta al núcleo del norte de
Castellón, donde la ocupación neolítica de Fosca marcaría el final de la secuencia mesolítica de Mas Nou, cuyo nivel inferior remite al Mesolítico reciente en su fase B de desarrollo.
Únicamente el área interior de la comarca de los Serranos, situada al norte de la provincia de Valencia, aporta datos indicativos de la pervivencia de la tradición lítica mesolítica en un estadio posterior que hemos calificado de Mesolítico Final o C (García Puchol,
2002). La estructura tecno-tipológica de la piedra tallada de Llatas advierte de la aparición
del doble bisel y cerámica –escasa y principalmente lisa–, en unas industrias de tradición
mesolítica. No contamos sin embargo con información de índole económica susceptible de
aportar datos relativos al carácter de estas ocupaciones. Una situación similar podría aducirse en el ejemplo del área del Bajo Aragón (fig. 3, 2). Algunos de los yacimientos allí
conocidos muestran el desarrollo de amplias estratigrafías con evidencias de niveles precerámicos y también cerámicos. La ausencia de indicadores económicos están en la base de la
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indefinición de la orientación económica de los mismos al igual que sucedía con Llatas. Este
aspecto y la insistencia de algunos autores (Barandiarán y Cava, 2000) en diferencias de
orden funcional en cuanto a la composición de la industria lítica con respecto a otros conjuntos neolíticos comportan un sesgo importante en cuanto a su correcta valoración.
Convendría pues valorar con detalle el grado de solución de continuidad entre los diferentes niveles y la composición tecno-tipológica de sus conjuntos. De otro lado, la cerámica
asociada a la aparición masiva del doble bisel en los mismos ofrece evidentes paralelismos
con los conjuntos del Neolítico antiguo cardial, tanto en Botiqueria 6 y 8, Costalena c2 y
Secans IIa, como en Pontet c sup. Los datos publicados de Pontet son todavía escasos, pero
destaca la presencia de restos de alfarería decorados mediante impresión cardial en el nivel
c sup., junto a una masiva representación de triángulos de retoque en doble bisel entre los
geométricos. El último tercio del VII milenio bp enmarcaría el inicio de esta fase, mientras
que el final de la misma, si bien los datos no son concluyentes, no debería ir más allá del
final de este milenio o principios del siguiente. En este sentido, el nivel b de Pontet representaría una evolución posterior, en el que tanto la cerámica, como al parecer la industria
lítica, mostrarían una ruptura clara con el registro anterior (Mazo y Montes, 1992).
4.2. La introducción de la economía de producción
La evolución final de los grupos mesolíticos se encuentra íntimamente imbricada con
la dinámica de ocupación inaugurada tras la implantación del complejo neolítico. En este
sentido la postura de partida en la que nos incluimos participa de los postulados esgrimidos
por el modelo dual de neolitización, que admite la existencia de sendas tradiciones en el
momento de introducción de la economía de producción.
La implantación de grupos productores pioneros a partir del segundo cuarto del VII milenio bp, con la que se inaugura la evolución de la secuencia neolítica, afecta a un amplio territorio, principalmente costero, que deja entrever una serie de núcleos iniciales a partir de los cuales se articulará el posterior proceso de expansión de la economía de producción en todo el territorio (fig. 4, 1). En la fachada oriental del mediterráneo peninsular estos núcleos iniciales se
corresponden con las comarcas costeras de Girona –La Draga– (Bosch et al., 2000), el fuerte
núcleo de implantación del río Llobregat, el núcleo costero meridional valenciano –Or, Sarsa,
Cendres, Falguera y Mas d´Is–, y el núcleo interior del alto Aragón –Chaves– (Utrilla, 2002).
Aparte de estas áreas de concentración de yacimientos asociados al complejo cardial, contamos
con una serie de informaciones puntuales correspondientes a yacimientos aislados, al menos
con el registro disponible, como la Cova del Vidre en la desembocadura del Ebro.
Por lo que se refiere al núcleo meridional valenciano, los datos actualmente disponibles, y
aceptados por la gran mayoría de los investigadores, parecen evidenciar que la aparición de los
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Fig. 4.- Neolítico Cardial Antiguo (1) y Cardial Reciente/Epicardial (2). Principales yacimientos citados en el texto. La trama
rayada corresponde al área de distribución del Arte Levantino. En trazo discontinuo las áreas de poblamiento mesolítico.
1- Chaves. 2- Forcas II (VIII). 3- Llop. 4- Cova Ampla. 5- Cendres. 6- Or. 7- Mas d’Is. 8- Sarsa. 9- Falguera. 10- Cova Santa.
11- Moro de Olvena. 12- Brujas de Juseu. 13- Huerto Raso. 14- Parco. 15- Font del Ros. 16- Lóbrega. 17- La Lámpara. 18Vidre. 19- Bruixes. 20- Fosca. 21- Alonso Norte. 22- Verdelpino (?). 23- Dones. 24- Cabezo de los Secos. 25- Grajos. 26- Pozo.
27- Niño. 28- Ambrosio. 29- Lorca. 30- Lèdua. 31- Aranyes del Carabassí.
grupos del Neolítico antiguo cardial se produce en un territorio marginal desde el punto de vista
del poblamiento mesolítico indígena. Toda la documentación disponible hasta la fecha incide
en la existencia de un hiatus entre esas nuevas poblaciones y las últimas evidencias de grupos
cazadores-recolectores (El Collado, Oliva; Tossal de la Roca, Vall d’Alcalà; Abric de la
Falguera, Alcoi). Las recientes campañas de excavación en este último yacimiento, bajo la
dirección de uno de nosotros (García Puchol, 2002; García Puchol y Molina Balaguer, e.p.), ha
permitido datar el nivel superior del paquete mesolítico del abrigo en 7280+40 bp (Beta171909), frente a la fecha de 6510+70 bp (Beta-142289) relacionada con las primeras industrias del Neolítico antiguo cardial de dicho abrigo (García Puchol et al., 2002). Desde el punto
de vista estratigráfico, la ruptura entre ambos niveles es evidente.
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Grosso modo, podemos considerar el segundo cuarto del VII milenio bp como el
momento en que estos grupos alcanzan la región. Las primeras ocupaciones neolíticas son
numerosas, y jalonan el territorio que va desde la costa (Cendres, Cova Ampla del Montgó,
Bolumini), pasando por toda una serie de yacimientos intermedios de los que disponemos
en general escasa documentación, pero en los que es reseñable la documentación de cerámica cardial (Cova de Dalt, Tàrbena, Alicante; Tossal de la Roca, Vall d’Alcalà, Alicante),
hasta llegar al fuerte núcleo del Alcoià (Cova de l´Or, Beniarrés, Alicante; Mas d’Is,
Penàguila, Alicante [Bernabeu et al., 2003]), e incluso en los valles intermedios que comunican esta comarca con el área del Vinalopó (Abric de la Falguera, Alcoi, Alicante; Cova de
la Sarsa, Bocairent, Valencia). La información paleoeconómica es particularmente abundante, y confirma la práctica de actividades productoras desde los inicios de la intensa ocupación del área por parte de estos primeros grupos neolíticos. Es asimismo en este territorio donde se documenta el arte rupestre Macroesquemático, coincidiendo con el fuerte
núcleo de implantación cardial.
Por lo tanto, únicamente el área del Vinalopó podría responder a las características de
un territorio fronterizo entre este núcleo cardial y los grupos mesolíticos (fase B), habida
cuenta de la identificación de esta fase en el yacimiento de Casa de Lara realizada por
Fernández (1999).
Por otra parte, la expansión cardial parece concretarse también de un modo sistemático
hacia las áreas inmediatas, si bien los datos disponibles suelen ser realmente escasos, referidos a la presencia de materiales con un contexto estratigráfico prácticamente desconocido. En este sentido la aparición de cerámica cardial se hace extensible hacia las comarcas
de La Costera en el sur de la provincia de Valencia (Cara-sol de Bernisa, Xàtiva; Cova
Santa, Font de la Figuera), e incluso jalona el macizo del Caroig, donde se encuentra el
conocido yacimiento mesolítico de Cocina –cerámica cardial en la propia Cocina (Fortea et
al., 1987), el Ceñajo de la Peñeta (García Robles, 2003), la Cova de les Dones (Donat Zopo,
1969).
Para el área septentrional de aparición de este arte contamos igualmente con el núcleo
neolítico de Chaves en el Alto Aragón, cuyas dataciones sitúan los inicios de la ocupación
en el segundo cuarto del VII milenio bp (Utrilla, 2002). Conviene incidir en que solamente
el yacimiento de Forcas II, situado en la cuenca del río Esera (Huesca) ha proporcionado
hasta el momento restos de ocupaciones mesolíticas que se ven coronadas por un nivel superior (VIII) con evidencias de domesticación y una industria lítica con elementos neolíticos.
Habría que subrayar a este respecto cómo la implantación neolítica en este territorio del prepirineo oscense (Olvena, Forcas II –VIII–, Brujas de Juseu, Gabasa) y del leridano valle del
río Segre (Parco), está bien atestiguada. Si bien la información contextual es desigual, parece claro que las ocupaciones mesolíticas son especialmente escasas a partir de la implantación neolítica. Por otra parte, en el área oscense, donde las representaciones levantinas no
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son numerosas (Chimiachas, Arpán, Muriecho, entre otros), se han documentado igualmente manifestaciones artísticas consideradas esquemáticas y relacionadas con el neolítico antiguo (Utrilla y Baldellou, 2002). En definitiva, debemos admitir también que la perduración
mesolítica en esta área se ve pronto acotada por la expansión de los grupos neolíticos, por
lo que asumir una autoría de tradición mesolítica para las figuraciones levantinas tendría un
carácter especialmente corto en el tiempo, a lo que añadiríamos además que, por lo que se
refiere al área leridana, estas ocupaciones no han sido identificadas.
4.3. La expansión neolítica
Un panorama de consolidación del poblamiento neolítico es la tónica dominante en
gran parte del área de aparición de las manifestaciones levantinas a partir básicamente del
último cuarto del VII milenio bp (fig. 4, 2). De este modo, si las secuencias en los núcleos
iniciales de implantación neolítica ven consolidar la ocupación y estructuración del territorio, la expansión hacia áreas más alejadas de los mismos es igualmente remarcable.
En este sentido y si nos detenemos en primer lugar en el área meridional que nos ocupa
–Almería, Jaén, Murcia y Albacete–, es a partir de estos momentos cuando es posible advertir la consolidación del poblamiento neolítico. Aunque cabe considerar la posibilidad de
ocupaciones anteriores, los datos son realmente escuetos (Cueva del Cabezo de los Secos,
Cueva del Niño, Barranco de los Grajos). Los yacimientos situados en el marco de finales
del VII milenio e inicios del VI bp son numerosos (Molina et al., 2003), entre los que cabe
destacar el abrigo del Pozo (Martínez Sanchez, 1994), todos ellos relacionados con un horizonte de cerámicas impresas. No es menos cierto que la información disponible es todavía
bastante parcial y que las referencias paleoeconómicas son insuficientes.
Por lo que se refiere al área castellonense, y aparte de los datos mencionados con anterioridad en relación con la Cova del Vidre, la lectura del registro arqueológico viene matizada por la parcialidad del mismo, y por el posicionamiento con respecto a su interpretación. Ya
hemos tenido ocasión de comprobar cómo la doble lectura de Fosca como un yacimiento plenamente neolítico o de tradición mesolítica condiciona en buena medida las propuestas en
torno a la dinámica de ocupación de este territorio, donde coincide uno de los más importantes enclaves pictóricos levantinos –Rambla Carbonera, Barranc de la Valltorta-Gasulla–. En
esta línea, creemos que a pesar de las carencias del registro arqueológico, es factible considerar la filiación plenamente neolítica de Fosca, tal y como plantean Juan Cabanilles y Martí
(2002), en base a la cultura material documentada –cerámicas impresas, elementos de adorno,
utillaje pulimentado, presencia de domesticados–, que se vería asimismo reforzada por el
número creciente de yacimientos neolíticos conocidos (Bruixes, Cova del Petrolí, Cova de la
Seda) y que apuntan a una rápida expansión neolítica sobre este territorio a partir del último
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tercio del VII milenio bp. Los recientes datos publicados también inciden en esta interpretación, de modo que se confirma la evidencia de un poblamiento neolítico importante que tiene
su reflejo también en la identificación de ocupaciones al aire libre alrededor de la antigua laguna de Albocàsser, cerca del núcleo de Valltorta, si bien en este caso el margen cronológico
admitido es amplio dado que se trata en buena parte de materiales de prospección (Martínez
Valle y Villaverde, 2002; García Robles, 2003).
Por consiguiente, a partir del último cuarto del VII milenio bp, la expansión neolítica
es remarcable en buena parte del territorio levantino. Con los datos disponibles, únicamente el núcleo septentrional del interior montañoso de la provincia de Valencia (Covacha de
Llatas, Andilla), y probablemente el Bajo Aragón, ofrecen evidencias de la continuidad de
la tradición lítica en lo que hemos calificado como su fase C de desarrollo. Poco podemos
añadir a propósito de su orientación económica dada la práctica ausencia de elementos susceptibles de ser analizados. Estos yacimientos incorporan además en su equipamiento elementos neolíticos tales como la cerámica, ya presente en algunos conjuntos en los momentos finales de la fase precedente. El análisis y descripción de los mismos se convierte en un
factor de plena actualidad con el fin de afinar el detalle de sus características y evolución.
En cuanto a su posición cronológica, su desarrollo podría prolongarse hasta momentos de
difícil concreción, si bien resulta complicado admitir una continuidad mucho más allá de
finales del VII milenio bp. En este sentido, la ruptura registrada en el yacimiento de El
Pontet entre los niveles c y b, e incluso el yacimiento de Alonso Norte si tenemos en cuenta la lectura propuesta por sus excavadores, marcaría el inicio de una nueva fase en esta área,
ya plenamente neolítica. La continuidad de los trabajos de excavación en el yacimiento
valenciano de Mangraneras, actualmente en curso, puede resultar determinante a la hora de
abordar el desarrollo final de esta fase en el núcleo del norte de la provincia de Valencia.
En síntesis, esta lectura del registro en el área de implantación de las manifestaciones
rupestres levantinas aboga, en nuestra opinión, por una propuesta que desvincule su génesis del proceso neolitizador, y que en cambio, tal y como argumentaremos seguidamente,
esté relacionada con la propia dinámica evolutiva de la secuencia neolítica regional.
5. LA AUTORÍA DEL ARTE LEVANTINO. LAS EVIDENCIAS
Admitir la desvinculación del desarrollo de esta expresión artística del proceso de cambio económico asociado al neolítico conlleva la reflexión en torno a una serie de aspectos
relevantes, a saber: el contexto arqueológico del área de afectación, la cronología, y su posición respecto a las restantes manifestaciones rupestres.
En relación con el primer apartado ya hemos tenido ocasión de comprobar cómo mantener la autoría de los grupos mesolíticos en vías de neolitización resulta en extremo forza—80—
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da tal y como sugiere la evolución del registro arqueológico en un amplio territorio. Esta
hipótesis supondría vincular su génesis a unos grupos que ven reducida progresivamente su
área de implantación, y por lo tanto, cuya capacidad de expansión es especialmente limitada, al contrario de lo que sugiere el área de distribución de este arte. Tanto si la asignación
cronológica va referida al desarrollo final de la fase Cocina II (Mesolítico reciente B) o ya
al Mesolítico final (C), los interrogantes continuarían siendo los mismos.
Por otra parte, y del mismo modo, además de explicar la extensión de este arte a territorios en los que el registro mesolítico es desconocido, o ve detenido su desarrollo ante la
expansión neolítica, habría que encontrar también respuesta al por qué su aparición no se
concreta en aquellas áreas como el Alto Ebro (Álava y Navarra) donde la ocupación del
Mesolítico reciente es igualmente intensa, y que mantienen en mayor o menor grado una
relación de influencias con el área mediterránea, tal como se desprende del registro material (Utrilla et al., 1998).
Todos estos argumentos confluyen en los planteamientos expresados recientemente en
relación con una autoría neolítica (Martí y Juan Cabanilles, 2002; Hernández y Martí, 2002;
Martí, 2003), momento en el que deberemos encontrar el nexo de unión que subyacería bajo
una expresión cultural ampliamente extendida, y que muestra evidentes similitudes, pero
también particularismos, en un amplio territorio. Y es en este punto donde cabe añadir matices a los mismos en relación con la posición cronológica inicial de su desarrollo. Para ello
trataremos de involucrar en primer lugar las consecuencias que se deducen de la posición
temporal de los diferentes artes neolíticos documentados, aspecto tratado ampliamente en
un número significativo de publicaciones, lo que nos exime de ser exhaustivos (Hernández
et al., 1998; Martí y Juan Cabanilles, 2002; Hernández y Martí, 2002).
Retomando la información relativa a las diferentes expresiones artísticas neolíticas, y
haciendo especial hincapié en el núcleo centro-meridional valenciano, conviene insistir en
cómo el Macroesquemático, y también el que podríamos calificar de Esquemático antiguo,
se relacionan claramente con las primeras poblaciones neolíticas documentadas, tal y como
se deduce de los paralelos muebles. Estas manifestaciones participan de la corriente simbólico-religiosa que puede rastrearse en un amplio territorio, que desde el Próximo Oriente
llega a alcanzar las costas mediterráneas peninsulares, conformando el vehículo de expresión de un ideario de amplio alcance vinculado a la expansión neolítica. Bajo esta perspectiva, cabe preguntarse si el sentido otorgado a las diferentes denominaciones, y aun admitiendo la particularidad y excepcionalidad de las representaciones rupestres del núcleo centro-meridional valenciano –Petracos, Sarga–, no enmascara el trasfondo común de las mismas en una amplia área, aspecto que queda evidenciado en la difusión de determinados
motivos decorativos cerámicos presentes en contextos paralelizables con el Neolítico IA, y
también con el IB de la secuencia regional (Bernabeu, 2002; Martí y Juan Cabanilles, 2002;
Torregrosa y Galiana, 2001). Si bien queda todavía un amplio camino por recorrer, sobre
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todo en cuanto a la definición del esquematismo, empieza a entreverse en este arte la existencia de diferentes ciclos cuya relación no acaba de concretarse y que posiblemente correspondan a conceptualizaciones distintas que tienen un correlato igualmente diferenciado
tanto desde el punto de vista espacial como temporal. En este punto nos interesa insistir en
cómo existe un esquematismo inicial que se asocia a las primeras sociedades productoras y
quizá convendría hablar de un primer Arte Neolítico, en la línea expresada por trabajos anteriores (Martí y Hernández, 1988), que englobaría el conjunto de estas primeras manifestaciones de la religiosidad neolítica en el territorio peninsular.
Siendo así, la asociación del Levantino a un momento temprano de la secuencia neolítica, a partir del último tercio del VII milenio bp, resulta difícilmente sostenible (Martí y
Juan Cabanilles, 2002), puesto que conllevaría admitir la existencia de ciclos claramente
diferenciados en una buena parte del territorio y asociados a unas mismas sociedades. De
un lado, las superposiciones detectadas son lo suficientemente explícitas en cuanto a la posición inicial tanto del Macroesquemático, en el área centro-meridional valenciana, como de
otras representaciones calificadas de esquemáticas en un extenso territorio, entre las que
citaríamos las documentadas en el área central valenciana (Balsa de Calicanto, La Araña),
en Cuenca (Abrigo del Tío Modesto), en Valltorta (Coves del Civil), o en la provincia de
Teruel (Los Chaparros). De otro, los paralelos muebles atribuidos al Levantino ofrecen
serios interrogantes respecto a la asociación realizada tal y como refleja la bibliografía
(Villaverde y Martínez Valle, 2002), aunque constituya, hoy por hoy, el argumento más solicitado para llevar a cabo la misma. En cambio, la documentación de paralelos muebles referidos al Arte Macroesquemático y también al Esquemático antiguo, parece prolongar su
extensión con la presencia de estas figuraciones sobre soporte cerámico en buena parte de
las áreas de difusión cardial (Martí y Juan Cabanilles, 2002). Por el contrario, el Arte
Levantino aparece como una expresión diferenciada ausente en algunos de los primeros
núcleos de expansión cardial (núcleo catalán, núcleo granadino, núcleo portugués), cuyos
vínculos con el primer neolítico valenciano son evidentes, y, sin embargo, se localiza de
forma profusa en otras áreas con escasa incidencia del poblamiento neolítico antiguo.
En consecuencia, debemos admitir que, si nos remitimos al contexto arqueológico general de su aparición, el Arte Levantino marca un nuevo ciclo artístico que se desarrolla en el
seno de unas sociedades plenamente neolíticas que, en un tiempo más o menos largo, coinciden en un cambio significativo en relación con las anteriores expresiones simbólico-religiosas
(Martí, 2003). Resulta claro a nuestro entender que estas manifestaciones antiguas han dejado
de constituir un referente para unos grupos que acuden a la ejemplificación de una transformación absoluta en cuanto a características conceptuales, técnicas y formales de unas representaciones capaces de comunicar las creencias, mitos y símbolos de estas sociedades.
Las cuestiones del cuándo se produce este cambio, hasta qué momento perdura este
ciclo, y el por qué de su aparición, deben ser pues redefinidas a la luz de lo expuesto. Ya nos
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Fig. 5.- Postcardial. Principales yacimientos citados en el texto. La trama rayada corresponde al área de distribución del
Arte Levantino.
1- Puyascada. 2- Forcón. 3- Miranda. 4- La Litera. 5- Parco. 6- Riols I. 7- Las Torrazas. 8- Barranc de Fabra. 9- Fosca. 10Roeda. 11- Verdelpino. 12- Cocina. 13- Peñeta. 14- Recambra. 15- Cendres. 16- Santa Maira. 17- Mas d’Is. 18- Emparetà.
19- Casa de lara. 20- Borracha II. 21- Sierra de la Puerta. 22- Cerro de las Viñas. 23- Nacimiento. 24- Calblanque. 25Mejillones.
hemos decantado repetidamente a favor de una autoría neolítica, lo que acotaría igualmente su extensión al no considerar factible una perduración hasta la Edad del Bronce, si bien
es verdad que también la mayoría de las propuestas actuales coinciden en otorgarle un desarrollo no más allá del Eneolítico. En nuestro caso proponemos un ciclo más corto para su
desarrollo, cuyo origen, desligado del Neolítico antiguo, cabría buscar en algún momento
del Neolítico medio de la secuencia regional (fig. 5), momento en el que empieza a percibirse una cierta similitud, desde el punto de vista secuencial, en el amplio territorio de su
desarrollo. Si bien la calidad del registro no es comparable en toda el área afectada, no dejan
de notarse paralelismos reseñables por lo que se refiere a la cultura material (profusión de
cerámicas peinadas, presencia de decoraciones esgrafiadas).
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En este punto, y admitiendo las dificultades de comparación del registro a una escala
tan amplia, donde no dejamos de observar lagunas importantes en cuanto a la definición de
su evolución secuencial (Molina et al., 2003), las comarcas centro-meridionales valencianas
pueden aportar de nuevo las claves necesarias para la lectura de estos cambios. La secuencia arqueológica neolítica de esta área permite detectar que se producen ciertos cambios en
la estructuración del territorio, abandono de ciertos lugares de ocupación (posiblemente
Cova de l’Or, Sarsa), reorientación funcional de otros (Cendres), profusión de ocupaciones
en cuevas relacionadas con niveles de corral, entre otros, que podrían tener su correlato en
cambios más profundos dentro de la estructuración espacial y social de estos grupos. Es evidente que este aspecto merece ser tratado con mayor detalle a través de una extensa revisión
del contexto arqueológico conocido, pero no deja de ser sintomático que coincida en un
momento en el que se vislumbra la consolidación del poblamiento neolítico en amplias
áreas peninsulares y en particular en el área de distribución del Arte Levantino. Todas estas
transformaciones podrían ser igualmente relacionadas con la emergencia de nuevas estructuras ideológicas capaces de servir de nexo de unión entre unos grupos que comparten
importantes vínculos entre los que el flujo del arte, y también de intercambios de bienes
materiales, de información o incluso demográficos, constituirían las claves de su relación.
Marcaría por tanto el inicio de una progresiva regionalización, una vez la expansión económica y cultural se ha visto consolidada.
Y no es menos cierto que, la indefinición del registro y su capacidad de resolución respecto a las cuestiones que nos ocupan es especialmente palpable en estos momentos intermedios de la secuencia neolítica, lo que nos obligará a avanzar en esta cuestión con la finalidad de poder concretar en qué momento se produce la inauguración de un nuevo ciclo
social en el que el Arte Levantino jugaría un papel destacado en la transmisión de los nuevos símbolos habilitados.
Por lo que se refiere a la perduración del mismo, y admitiendo un inicio no bien definido a partir del segundo cuarto del VI milenio bp, cabría plantear la hipótesis de su vigencia a lo largo de este milenio, coincidiendo por tanto con el Neolítico IIA de la secuencia
regional –mediados del VI milenio-primer cuarto del V milenio bp–. Su perduración en el
Eneolítico –Neolítico IIB–, ha sido argumentada fundamentalmente a través de la identificación de lo que podrían considerarse como puntas de flecha foliáceas en algunos de los
paneles pintados. Pensamos que esta posición final puede mantenerse en relación con algunos de los territorios considerados, si bien creemos que es en algún punto de esta fase cuando se detiene su desarrollo, al menos en relación con las áreas meridionales, coincidiendo
con la emergencia del nuevo simbolismo asociado al esquematismo calcolítico del sureste.
Por consiguiente, la lectura que planteamos aboga por un recorrido temporal amplio en el
desarrollo del Arte Levantino, y que posiblemente además tenga una duración diferenciada
según áreas. El avance en el conocimiento del registro arqueológico, así como la aplicación
amplia de los análisis de estilo y composición a los diferentes conjuntos conocidos, consti—84—
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tuyen algunos de los pilares sobre los que podrán asentarse con mayor número de datos las
conclusiones relativas a las diferencias territoriales y temporales.
Al interrogante del por qué se asume en un determinado momento la instrumentación
de una nueva expresión artística, que difiere notablemente de los antecedentes inmediatos,
resulta difícil sustraerse, aunque parece igualmente complicado, en el estado actual de nuestros conocimientos, dar un significado siquiera parcial a su dimensión simbólico-religiosa y
por extensión social. Ya ha sido sobradamente discutido cómo la abundancia de escenas
cinegéticas no tiene porqué corresponderse con la mitificación de una realidad cotidiana
(Guilaine y Zamith, 2002), lo que ha contribuido, entre otros argumentos, a sustentar la
hipótesis de su atribución epipaleolítica. De hecho, se documentan también otro tipo de
escenas que responden a enfrentamientos bélicos, a lo que podrían calificarse de posibles
ejecuciones, también a ceremonias rituales como danzas, o a escenas de carácter cotidiano
como la recolección de miel u otras de significado más impreciso. En una parte no desdeñable de las representaciones se observa la participación de un número significativo de individuos, lo que sirve igualmente para establecer su correspondencia en términos de organización social con sociedades productoras (Molina et al., 2003). Del mismo modo, las diferencias en cuanto a número de representaciones, acumulación de escenas, entre los diferentes abrigos y también entre distintas áreas son reseñables. Avanzar en el estudio particular
de los conjuntos a través de las nuevas técnicas de análisis, así como en la concreción de la
información arqueológica, supondrán la base sobre la que apoyar la formulación de hipótesis coherentes con respecto a su significado.
En definitiva, en este trabajo se ha tratado de acotar cuál es el marco crono-cultural de
vigencia del Arte Levantino a partir de una lectura particular del registro disponible. Para
ello hemos insistido en los argumentos que contribuyen a desvincular este horizonte artístico de determinados momentos cronológicos a partir de la visión territorial y social del desarrollo del proceso de neolitización. Deberíamos ahora avanzar en la definición de la
secuencia del VI milenio bp, donde parecen estar las claves de su aparición y desarrollo.
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