Comentarios sobre la "Historia Social y Económica de Capadocia en el s. IV según los padres capadocios", de R. Teja (Universidad de Salamanca, 1974)
Gerardo Pereira Menaut
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G. PEREIRA MENAUT
(Valencia)
Comentarios sobre la «Historia Social y Económica de
Capadocia en el siglo IV, según los padres capadocios»,
de R. Teja (Universidad de Salamanca, 1974)
Una lectura atenta del libro de Teja nos sitúa ante un extraordinario
trabajo de investigación, que hace surgir problemas cuya importancia
merece consideración detenida. No vamos a insistir aqui en la importancia del tratamiento que Teja hace de las fuentes de los padres capadocios, ya señalado por la recensión de L. G. Iglesias en el vol. 6 de
Zephyrus (1974), y antes por G. Alfoldy en su disertación sobre los
problemas de la definición de la sociedad romana, durante el 5Q aniversario del Laboratorio de Arqueología de la Universidad de Valencia, publicada en el vol. 11 de Papeles del Lab. de Arq. de Valencia. Ambas referencias hacen hincapié en el hecho de que R. Teja ha sido capaz de disponer de unas fuentes poco comprendidas y menos utilizadas, un cuerpo de
informaciones que ilustran de manera magistral sobre la historia social
y económica. Efectivamente, el libro es un modelo de método de trabajo,
y la sólida fundamentación de las conclusiones que poco a poco se van
haciendo, es no menos modélica acerca de la consistencia de los razonamientos que incumben al historiador. Teja se cuida muy bien, por ejemplo,
de caer en los frecuentes «nos permite suponer», que acaban transformándose en constataciones incuestionables, o asumidas como tales.
Nos interesa ahora hacer algunas reflexiones sobre ciertas cuestiones
de las tratadas por Teja, por lo que de significativo tienen para la historia
del Imperio, y, no en último lugar, también para las cada vez mayores
posibilidades de entender la naturaleza de una sociedad antigua. En una
palabra, por la importancia que tienen para el método.
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G. PEREIRA
Teja concluye, en pág. 208, que «Uno de los hechl)s más importantes
que esta visión histórica revela es que Capadocia disfrutaba en el siglo IV
de una brillante situación económica, en la que el inteJ>cambio comercial
era, al mismo tiempo, su causa y consecuencia más inmediata (... ) Esta
s1tuación es reveladora de las condiciones económicas privativas no sólo
de Capadocia, sino de toda la «pars Orientis» en esta época. A diferencia
de lo que con frecuencia se ha creído, basándose principalmente en fenómenos exclusivos de Occidente, el Bajo Imperio es en Oriente una época
de esplendor y de movida vida social».
Esta conclusión es resumen y exponente de dos aspectos que aquí
quisiéramos comentar, y que vienen a ser como la suma de las diferentes
componentes que Teja analiza. Es decir,
- la estructura de la propiedad y las formas de dependencia social
de las clases productoras.
- el dinero. Las circunstancias de la circulación del beneficio o excedente.
l. Teja ha visto con especial claridad cómo la extensión de los latifundios no es fenómeno que haya de ser en tendido desde una óptica restringida a las ambiciones de los possessores. Por el contrario, la extensión
del sistema de latifundios (y de las dimensiones de éstos) no se puede
entender al margen de las circunstancias económicas de la agricultura
en general, y especialmente de los pequeños campesinos, que eran absorbidos por los más poderosos, en su proceso de constante expansión.
Este problema no es nuevo en el panorama del Imperio, sino que tiene sus raíces bien ancladas en la época final de la República (en tanto
cuestión problemática para la producción social). Algunos autores han
querido mostrar que es una consecuencia lógica del sistema de producción esclavista, que requiere constantemente tierras nuevas, vírgenes,
capaces de rendir un beneficio que aquéllas agotadas por la explotación
intensiva con esclavos ya no pueden dar, siendo así una consecuencia
lógica del pretendido sistema esclavista, etc. (E. Ciccotti, por ejemplo).
Pero no vamos a entrar aquí en la discusión de la dinámica interna de
semejante «Sistema», al margen del objeto concreto del trabajo de Teja.
Sea como fuere, lo cierto es que la extensión de los latifundios en
el Bajo Imperio no puede estar desconectada de las condiciones económica!'\ imperantes, y entre éstas es principal la necesidad de subvenir a las
exigencias presentadas por el abusivo impuesto que era la iugatio-capitatio. Esto lo ha visto Teja con toda claridad, dando a las fuentes que
utiliza una orientación decididamente operativa. Que los latifundios privados crezcan a expensas de los imperiales y de los eclesiásticos, es, pues,
el corolario de una necesidad inapelable. Pero no es menos cierto que
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COMEN";;.\RIOS SOBRE HISTORIA DE CAPADOCIA
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la misma necesidad que obliga a los possessores a extender sus propiedades, incapacita al pequeño propietario para soportar las cargas cada
vez mayores de los impuestos del Estado. Que la forma de expansión
sea la violencia o un pacto más o menos amistoso entre el gran propietario y el pequeño que le cede sus tierras a cambio de protección, es o
puede ser menos relevante: en definitiva, las razones del crecimiento
inexcusable de las grandes propiedades no son más que la necesidad de
mantener un tipo o tasa de beneficio, extraído de la tierra. Y este beneficio no es susceptible de ser aumentado sobre la base de la misma cantidad de tierra, cultivada cada vez en peores condiciones y cada vez menos capaz de producir (mantener) el mismo beneficio. El fenómeno no
es otro que el que, a lo largo de todo el Imperio, claramente desde el
final del siglo II, se transluce a través de la constante devaluación de
la moneda, es decir, la necesidad imperiosa de contar cada vez con más
dinero, con un beneficio anual más importante. Si las razones son tal
como las ha visto M. Grant en su «Roman Imperial Coinage», o si han
de ser buscadas también en otro sitio, puede no ser aquí de mucha importancia.
Interesa sobre todo tener en cuenta que la disminución de la tasa de
beneficio (extraído por el propietario) se debe no sólo al aumento de los
impuestos, sino al carácter complejo de la actividad económica, cuyo
deterioro parece casi siempre desligado de lo que, para el observador
normal, es fundamental para su funcionamiento. Y así resulta «inexplicable» (véanse, por ejemplo, los textos clásicos sobre la crisis del
siglo III). Las dificultades económicas producen, como es sabido, un
proceso de degradación general. La necesidad de elevar la tasa de beneficio puede no ser más que la de mantenerlo. Lo que no impide que
los possessoTes de cualquier ·época sean siempre los que menos sienten
su disminución: mirando a través de ellos puede ser imposible detectar
su existencia. Que esto es así, cualquiera puede testificarlo, en el momento presente.
De aquí se desprenden una serie de consecuencias claras que definen las formas de dependencia de las clases productoras. La exposición que hace Teja de las diferentes condiciones jurídicas de los humilioTes en el campo, nos permite ver que, a través de las noticias de los
padres capadocios, no se puede obtener una respuesta clara a la cuestión sobre la situación jurídica de las clases productoras en el campo.
¿Eran esclavos, colonos, o trabajadores independientes?
La respuesta, que las fuentes (Teja lo dice claramente) no permiten
dar, puede ser ensayada, aún a riesgo de permanecer como hipótesis de
trabajo, a partir de la estructura de la propiedad de la tierra, que conjuntamente con una forma determinada de explotación, necesita o im-265-
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plica una cierta forma de dependencia social (y la situación jurídica
correspondiente) de los productores. Columela lo dice muy claramente:
si las propiedades están lejos y el amo no puede supervisarlas directa"
mente lo más conveniente es darlas en arriendo (De re rust., I, 7, 5).
No se crea, por esto, que la estructura de la propiedad puede cambiar tan fácilmente como la forma de explotación. Al contrario, la historia del Imperio Romano es también la historia del cambio paulatino,
desde una explotación intensiva y directa, cuyos beneficios eran de la
sola competencia del propietario, a una forma de explotación fragmentada, cuyo principal exponente es el colonato, en el cual los beneficios
son inmediatamente responsabilidad del productor directo, y sólo después del propietario, quien soporta cómodamente, por así decirlo, la parte
de responsabilidad que le corresponde.
Este cambio está en relación directa con la necesidad de extraer, de
la tierra, un beneficio cada vez mayor. Pero no sólamente en cantidades absolutas, sino sobre todo en relación a los costos de producción,
que al crecer paulatinamente junto con la degradación económica del
Imperio, hacen que la actividad agraria sea cada vez menos productiva
(absentismo, abandono de tierras).
En consecuencia, si aducimos que una de las razones de extensión
de los latifundios es la imposibilidad de los propietarios menores para
hacer frente a las crecientes cargas impositivas, según Teja deja muy
bien dicho (ver, por ejemplo, nota 3 en pág. 47), no debe ser entendido
como que una tierra más pequeña rinde menos, en proporción directa,
que una gran extensión de tierras. Columela dice justamente lo contrario, De 're 1-ust., I, 3 9; si bien matiza que para ello la tierra pequeña ha de cultivarse en mejores condiciones. La tierra, bien trabajada,
rinde más o menos igual sea grande o pequeña (sobre todo en sociedades precapitalistas), excepto en ciertos casos de cultivos que permiten aprovechar la parte de tierra no utilizada, dando lugar a un
:mbproducto que tiene importancia cuando alcanza cierta cantidad. La
no rentabilidad de las pequeñas explotaciones hay que entenderla desde
una perspectiva histórica concreta, es decir, referida a las condiciones
bajo las cuales la producción tiene lugar. Si una gran explotación podía
r-;er rentable, es decir, más rentable, hay que entenderlo (desde la perspectiva aludida) como la capacidad que el propietario tenía de extraer,
de los productores directos, el montante necesario para hacer efectivos
sus impuestos y mantener un cierto beneficio. Pero, ¿a consta de qué?
Teja lo dice muy claramente (pág. 55). La consecuencia es la extensión del colonato y la clientela, que suenan ya a otro tipo de relaciones
sociales, cerca de aquellas que caracterizan a la sociedad señorial medieval. Ejemplo de excepción es el caso de los habitantes de una pequeña
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COMENTARIOS SOBRE HISTORIA DE CAPADOCIA
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localidad, quienes «estaban en algún estado de sumisión a Simplicia,
quizá como colonos, pues de otro modo resulta imposible explicarse su
temor» (pág. 70). Otros testimonios aducidos por Teja pueden ser traídos aquí. Si la madre de Gregario Nacianceno, «a pesar de que distribuía
una gran cantidad de bienes entre los pobres y entre sus parientes menos afortunados, aumentó su hacienda de modo tal que parecía que no
practicaba la caridad ... » (pág. 48), cabe preguntarse en qué condiciones
se efectuaba semejante reparto de bienes: si significaba sólo una enajenación o si de ello se obtenía un determinado beneficio ...
Desde esta perspectiva, el problema de las formas de dependencia
social adquiere un matiz que hace pasar a segundo plano la determinación exacta del status jurídico. No es nada nuevo que en el siglo IV,
y aún antes, las palabras correspondientes han perdido su valor para el
análisis histórico, puesto que un colonus puede estar en condiciones
reales de dependencia mucho mayores de lo estipulado; cuando el servus
está cerca de ser definido como quasi-colonus; cuando la prohibición de
vender la tierra separada de los esclavos que la trabajan, aleja del amo
la primacía en la propiedad del esclavo, para dársela a la tierra a la
cual el esclavo queda adscrito, etc.
Podría entonces decirse que la estructura de la propiedad y el estado de la economía (formas de explotación) permiten afirmar que el
sistema de trabajo no pudo se1·, por así decirlo, el de esclavos, al menos
trabajando como tales.
Teja ve con extrañeza que las fuentes utilizadas no hagan mención
de esclavos trabajando en el campo. Y que solamente pueda encontrarse
una mención directa a la existencia de colonos. Sin duda es extraño, si
tenemos presente el amplio panorama social que estas fuentes nos procuran. Sin embargo, sin pretender que lo anterior sea explicativo de
este silencio, nos exige entenderlo en el marco de una agricultura cuyas formas de explotación y condiciones generales hacían inviable el
trabajo de los esclavos. A no ser que éstos, manteniendo su status jurídico, estuviesen en la situación correspondiente --en principio- a
arrendatarios y colonos. Desgraciadamente no se nos dice nada sobre
la naturaleza de la renta de la tierra, que sería aquí el exponente fundamental del estado de cosas que Teja plantea tan acertadamente. Renta
que no es la remuneración que los campesinos obtienen por su trabajo
(cfr. pág. 69), pues en tal caso no se trata de colonato, sino de trabajo
¿¡salariado. Al contrario, por renta habría que entender la parte del
producto final que el campesino entrega al propietario.
Esta renta, su forma y proporción (especie, dinero; % del producto
final) es la base del sistema de colonos, y explica la gran solución que
éste supuso en las crecientes dificultades económicas del Imperio. La
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«responsabilidad» de la obtención del beneficio fue traspasada de los
propietarios a los cultivadores. Lo cual está en relación inmediata con
la transformación de la esclavitud y el esfuerzo de los propietarios por
interesar a sus esclavos, cada vez más, en la producción, tal como lo vio
G. Alfoldy («La manumisión de esclavos y la transformación de la esclavitud en el Imperio». PLAV, 9, 1973, pág. 99 y ss.).
Aunque los términos que aparecen en los documentos empleados por
Teja son ambiguos o inconcretos (pág. 67 y ss.), su exposición es suficiente para permitirnos constatar la dependencia real existente en las
clases productoras. De nuevo el ejemplo de Simplicia y los temerosos
habitantes de la localidad nos sirve de modelo.
Si bien puede argüirse que esta situación era la que lógicamente
se podía esperar en una sociedad del siglo IV, también lo es que la distinción entre diferentes formas de dependencia social es para el historiador de la mayor importancia, y especialmente en la parte oriental
del Imperio. Teja dice muy acertadamente que para los miembros de
los estratos sociales inferiores se dio en realidad un cambio de amo, pero
quizá no tanto un cambio de situación. Los romanos, es bien sabido, no
fueron muy partidiarios de innovar, siempre y cuando el estado de
cosas que se encontraban les fuese satisfactorio.
La sociedad helenística era, según H. Kreissig ( «Proprieté fonciére et
formes de dépendancc dans l'Helenisme Oriental». Colloque 1974 sur
l'Esclavage. Besan~on. Original mecanografiado) una forma de organización social de las caracterizables (más o menos justamente) como
formaciones sociales en las que el modo de producción dominante es el
normalmente llamado «asiático». Nada, pues, que tenga que ver con
el sistema llamado «esclavista», tan bien desarrollado por los romanos.
La propiedad de la tierra y la forma de dependencia social definen la
clara distinción entre una y otra formaciones sociales. Así, por ejemplo,
la diferencia entre un íEoú.Sot•i,o• (que Teja también menciona) y un esclavo romano, permiten a l. Biezunska-Malowist distinguir entre tipos
diferentes de esclavitud, no asimilables entre sí. ( «L'Esclavage dans l'Egypte greco-romaine». Actes du Colloque 1971 sur l'Esclavage. Besan~on,
París 1973, 81 y ss.).
Que no sea por esto entendido que en el libro de Teja se echa en
falta una formulación maximalista, como sería tratar de definir la sociedad capadocia en el siglo IV por medio de términos tales como «esclavista», «despótica», etc. Creo que Teja ha hecho muy bien en eludir
este falso compromiso u obligación de definir, ajustándose a fórmulas,
toda la complejidad de la organización social que su estudio permite
ver. Si bien estas definiciones pueden ser, llegado el caso, deseables,
no parece ser todavía el momento. Faltan muchas informaciones pre-268-
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COMENTARIOS SOBRE HISTORIA DE CAPADOCIA
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cisas (por ejemplo, formas reales de dependencia social, -¿en qué consiste en realidad el poder o dominación de Simplicia sobre los paisanos
en cuestión?-), sin que ésta sea la única razón.
La descripción que hace Teja de los humiliores en el campo, es decir,
de las agrarproduzentenklassen, es valiosísima para comprender cómo
la naturaleza propia de la sociedad helenística, siguiendo a H. Kreissig,
se continúa transformada sin duda, en su heredera, también en el Bajo
Imperio. La romanización de estas provincias tampoco fue, como es sabido, tan total como en otras zonas no urbanizadas, en las cuales la
organización social fue como trasplantada, aunque este proceso no llegase a consumarse hasta bien entrado el Imperio, por ejemplo si hablamos de la desaparición de las leges moresque de las comunidades
prerromanas. Pero lo más interesante aquí es la romanización de la organización de la producción, que es donde podemos encontrar las diferencias más netas. Obtenido el producto que se requería, los romanos
tampoco tuvieron especial interés en organizar la producción de un
modo exacto predeterminado. Así vemos cómo, en las diferentes regiones del Imperio, coexisten diferentes formas. La ausencia de esclavos
en gran parte de Africa (excepto en el servicio doméstico o en la administración) o en otras provincias romanizadas ya en época imperial,
puede ser ejemplificadora.
Muy interesantes son, también, las noticias que Teja menciona sobre la existencia de trabajo asalariado, de enorme relevancia para entender la estructura económica de la sociedad. Pero, desgraciadamente,
no podemos hacernos una idea de la importancia real, estadística, de
esta forma de producción. Coexistiría, con toda seguridad, con una amalgama de situaciones diferentes, como bien se deduce de la lectura del
libro de Teja (cap. III, V y VI, especialmente).
La abundancia de esclavos en el servicio doméstico, bien documentada, no requiere comentario. Es claro que no se contradice en absoluto
con lo que se ha expuesto, y no solamente en la parte oriental del Imperio. La esclavitud doméstica es la única que no pierde su función en
ningún momento del Imperio: puede decirse que, cambiando quizá su
nombre, se mantiene hasta épocas bien recientes, y desde luego todo
a lo largo de la Edad Media, por lo que hace a Occidente. Pero la esclavitud doméstica no es aquélla de la que pueda decirse que ejecuta la
mayor parte de la producción o la parte más significativa de ella ... capaz,
por tanto, de determinar una organización social.
La movilidad social, que podría extender nuestro conocimiento sobre la naturaleza de las formas de dependencia, no resulta suficientemente clara, como ya indica L. G. Iglesias en la recensión antes citada.
Sería de desear, especialmente, mayor exactitud en la utilización del
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G. PEREIRA
concepto, que, p¡·ocedente ele la Sociología, tiene en esta c:encia su definición clara {mobility = cambio de clase o status), y que no es nunca
el simple cambio de lugar de residencia o actividad ( = mobilization).
2. En la página 166, bajo el epígrafe «Banca», dice Teja:
«Frente a las constataciones de una amplia actividad bancaria y una
gran movilidad del dinero, nos encontramos con el hecho ya reseñado
de la tesaurización o enterramiento del dinero por parte de los ricos.
¿Cómo pueden explicarse estos dos fenómenos tan contradictorios en
apariencia? (... ) Entre las múltiples explicaciones que se podrían dar
a este fenómeno nos inclinamos por una que viene sugerida por una
constatación del mismo Basilio. Dice Basilio que él ha podido observar
personalmente en Alejandría que en esta ciudad se entregaba el dinero
a los banqueros para hacerlo fructificar ... (...). Sin embargo el hecho
de que Basilio, a pesar de haber conocido la mayor parte de la mitad
oriental del Imperio, sólo los hubiese observado en una ciudad de la
importancia comercial de Alejandría demuestra lo excepcional del hecho,
y como tal lo presenta él, por lo que tenemos que rechazar la práctica
de tales depósitos bancarios en Capadocia. Si esto era así se explica el
que los ;ú.oiolol terratenientes, poco dados a invertir su din ero en empr esas comerciales prefiriesen enterrarlo a falta de una banca que lo hiciese fructificar a base de intereses, o lo invirtiesen en metales preciosos o tierras como operaciones más seguras que tenían a su alcance».
En esta larga cita se contiene el punto de intersección de las diferentes líneas de producción-intercambio que componen un sistema económico, o si se prefiere, de los diferentes factores económicos que dan
lugar al estado real de la coyuntura. La tesaurización, como los tipos
de interés bancario o la forma de la renta de la tierra, es t ambién un
elemento complejo, que reúne todas las determinaciones que nacen de
la acción de los diferentes factores. Por esa razón puede ser entendida
como exponente del estado de la economía en un momento dado, y esto
aún cuando pueda haber otras indicaciones aparen temente contradictorias. Aparentemente, en efecto, porque nacen de la consabida falta de
perspectiva que los hombres de una época t ienen a la hor a de juzgar se
a sí mismos o a su época. Si los terratenientes de la época de P linio el joven hubiesen sido capaces de comprender por qué sus colonos (conductores) no eran capaces de pagar debidamente sus rentas en dinero habrían
cambiado a renta en especie, como hizo éste (Epist. IX, 37), en vez de
tomar desastrosas medidas, a todas luces perjudiciales para sus mismos
intereses.
Desde una perspectiva económica, las razones que propone Teja para
explicar la existencia del fenómeno de la tesaurización, admiten, creo,
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COMENTARIOS SOBRE HISTORIA DE CAPADOCIA
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algunas precisiones. En la base de la tesaurización, cuando su importancia rebasa las actitudes personales, existe siempre una crisis de tipo
económico y -claro está- social. Debe decirse, en principio, que la
tesaurización solamen te puede existir cuando las circunstancias no permiten pensar en nada mejor; cuando el dinero no puede, por bien que
se invierta, producir más riqueza que si se guarda. Y, cómo no, cuando
si no se guarda corre un grave riesgo de devaluarse. A esto puede objetarse que semejante perspectiva, aplicada a Capadocia o en general a la
sociedad antigua, !-;~ría una extrapolación infundada. Y no sin cierta
razón, porque vemos constantemente cómo aquellos que en los mejores
tiempos del Imperio consiguieron hacerse ricos, invirtieron sus ganancias en tierras, y no en el comercio o actividades artesanales, los cuales,
uno y otras, habían sido quizá la base de su riqueza. Pero no se trata
entonces de tesaurización, sino de una inversión efectiva, si bien no
dirigida a la esfera de mayor productividad (desde nuestra perspectiva,
también hay que decirlo).
Los testimonios aportados por Teja sobre la tesaurización son inequívocos, como aquellos referentes a la usura, en el mismo capítulo. Siendo
así, si no aceptamos que la tesaurización generalizada pueda realmente
coexistir con una gran actividad bancaria y una gran movilidad del dinero, la contradicción que Teja señala se hace todavía más patente.
No creo posible contestar a los anteriores argumentos, nacidos precisamente de discusiones con profesionales de la teoría económica, con
el fin de explicitar los aspectos o elementos operativos a la hora de estudiar una formación económica antigua. Es posible siempre descubrir
que tras la apariencia de un fenómeno se esconde en realidad · otro, menos claro. Pero los ricos capadocios enterraban precisamente oro, como
Teja hace bien patente. Es decir, el valor-tipo, menos susceptible a los
problemas coyunturales, no devaluable.
Lejos de aportar soluciones, estas precisiones agudizan todavía más
la contradicción que supone que una tesaurización generalizada coexista con una gran actividad bancaria. Parecen incluso negar categóricamente semejante posibilidad, cuyo estudio necesitaría, sin duda, muchos
mas materiales de los que los padres capadocios proporcionan al autor
del libro que comentamos.
Por otra parte, Teja trae a discusión muchos otros testimonios que
parecen contradecir aún más la tesaurización. Puede verse claramente
en el capítulo sobre los possessores (pág. 79 y ss.), donde leemos cómo
los ricos se servían de sus fortunas tan ampliamente como podían, sin
pensar, parece lícito decir, en posibles tiempos peores. No solamente se
hacían con extraordinarias villas, sino que import aban los bienes de lujo
más sofisticados, procedentes de lejanos países. Y esto parece ser tam-271-
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G. PEREIRA
bién práctica extendida entre las clases afortunadas, las cuales compran
tierras, o las consiguen por otros medios, como queda dicho al hablar
de la constante extensión de los latifundios. La contradicción aparece
bien clara si pensamos que estos mismos ricos deberían ser los que enten·aban el oro.
Además, la inexistencia de una banca de inversiones no puede entenderse como un rasgo caracteriológico de la sociedad capadocia, ni de
ninguna otra. Si fuese verdaderamente necesaria, habría existido, con
toda probabilidad. Toda sociedad es capaz de disponer o crear cauces
(o «reglas de juego») adecuados para su actividad esencial, de la que no
puede renunciar. Véase, por ejemplo, las garantías de funcionamiento
del sistema de créditos, que Teja señala en pág. 166.
Las noticias sobre actividades bancarias, que Teja sitúa razonablemente, en contradicción con la tesaurización, podrían también ser matizadas si nos fijamos en que casi todas ellas se refieren a préstamos
usuarios, de los cuales «parece que la mayor parte (... ) eran préstamos
de consumo ... » (pág. 164). Obviamente, no es posible asimilar, sin más,
el crédito usuario a lo que normalmente entendemos por actividad bancaria. La usura, además, no solamente es connatural a todas las sociedades precapitalistas, sino que incluso puede ser puesta en relación
directa con las épocas económicamente menos pujantes.
¿Sería posible también que los padres capadocios exageren al hablar de la tesaurización? En cualquier caso, en fin, la coexistencia de
este fenómeno con los anteriormente señalados, toda vez que la contradicción que suponen adquiera una dimensión socialmente relevante, necesitaría una explicación más fundamentada que lo que estas fuentes,
cuya riqueza ha sido tan bien aprovechada por Teja, hacen posible.
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Comentarios sobre la «Historia Social y Económica de
Capadocia en el siglo IV, según los padres capadocios»,
de R. Teja (Universidad de Salamanca, 1974)
Una lectura atenta del libro de Teja nos sitúa ante un extraordinario
trabajo de investigación, que hace surgir problemas cuya importancia
merece consideración detenida. No vamos a insistir aqui en la importancia del tratamiento que Teja hace de las fuentes de los padres capadocios, ya señalado por la recensión de L. G. Iglesias en el vol. 6 de
Zephyrus (1974), y antes por G. Alfoldy en su disertación sobre los
problemas de la definición de la sociedad romana, durante el 5Q aniversario del Laboratorio de Arqueología de la Universidad de Valencia, publicada en el vol. 11 de Papeles del Lab. de Arq. de Valencia. Ambas referencias hacen hincapié en el hecho de que R. Teja ha sido capaz de disponer de unas fuentes poco comprendidas y menos utilizadas, un cuerpo de
informaciones que ilustran de manera magistral sobre la historia social
y económica. Efectivamente, el libro es un modelo de método de trabajo,
y la sólida fundamentación de las conclusiones que poco a poco se van
haciendo, es no menos modélica acerca de la consistencia de los razonamientos que incumben al historiador. Teja se cuida muy bien, por ejemplo,
de caer en los frecuentes «nos permite suponer», que acaban transformándose en constataciones incuestionables, o asumidas como tales.
Nos interesa ahora hacer algunas reflexiones sobre ciertas cuestiones
de las tratadas por Teja, por lo que de significativo tienen para la historia
del Imperio, y, no en último lugar, también para las cada vez mayores
posibilidades de entender la naturaleza de una sociedad antigua. En una
palabra, por la importancia que tienen para el método.
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G. PEREIRA
Teja concluye, en pág. 208, que «Uno de los hechl)s más importantes
que esta visión histórica revela es que Capadocia disfrutaba en el siglo IV
de una brillante situación económica, en la que el inteJ>cambio comercial
era, al mismo tiempo, su causa y consecuencia más inmediata (... ) Esta
s1tuación es reveladora de las condiciones económicas privativas no sólo
de Capadocia, sino de toda la «pars Orientis» en esta época. A diferencia
de lo que con frecuencia se ha creído, basándose principalmente en fenómenos exclusivos de Occidente, el Bajo Imperio es en Oriente una época
de esplendor y de movida vida social».
Esta conclusión es resumen y exponente de dos aspectos que aquí
quisiéramos comentar, y que vienen a ser como la suma de las diferentes
componentes que Teja analiza. Es decir,
- la estructura de la propiedad y las formas de dependencia social
de las clases productoras.
- el dinero. Las circunstancias de la circulación del beneficio o excedente.
l. Teja ha visto con especial claridad cómo la extensión de los latifundios no es fenómeno que haya de ser en tendido desde una óptica restringida a las ambiciones de los possessores. Por el contrario, la extensión
del sistema de latifundios (y de las dimensiones de éstos) no se puede
entender al margen de las circunstancias económicas de la agricultura
en general, y especialmente de los pequeños campesinos, que eran absorbidos por los más poderosos, en su proceso de constante expansión.
Este problema no es nuevo en el panorama del Imperio, sino que tiene sus raíces bien ancladas en la época final de la República (en tanto
cuestión problemática para la producción social). Algunos autores han
querido mostrar que es una consecuencia lógica del sistema de producción esclavista, que requiere constantemente tierras nuevas, vírgenes,
capaces de rendir un beneficio que aquéllas agotadas por la explotación
intensiva con esclavos ya no pueden dar, siendo así una consecuencia
lógica del pretendido sistema esclavista, etc. (E. Ciccotti, por ejemplo).
Pero no vamos a entrar aquí en la discusión de la dinámica interna de
semejante «Sistema», al margen del objeto concreto del trabajo de Teja.
Sea como fuere, lo cierto es que la extensión de los latifundios en
el Bajo Imperio no puede estar desconectada de las condiciones económica!'\ imperantes, y entre éstas es principal la necesidad de subvenir a las
exigencias presentadas por el abusivo impuesto que era la iugatio-capitatio. Esto lo ha visto Teja con toda claridad, dando a las fuentes que
utiliza una orientación decididamente operativa. Que los latifundios privados crezcan a expensas de los imperiales y de los eclesiásticos, es, pues,
el corolario de una necesidad inapelable. Pero no es menos cierto que
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la misma necesidad que obliga a los possessores a extender sus propiedades, incapacita al pequeño propietario para soportar las cargas cada
vez mayores de los impuestos del Estado. Que la forma de expansión
sea la violencia o un pacto más o menos amistoso entre el gran propietario y el pequeño que le cede sus tierras a cambio de protección, es o
puede ser menos relevante: en definitiva, las razones del crecimiento
inexcusable de las grandes propiedades no son más que la necesidad de
mantener un tipo o tasa de beneficio, extraído de la tierra. Y este beneficio no es susceptible de ser aumentado sobre la base de la misma cantidad de tierra, cultivada cada vez en peores condiciones y cada vez menos capaz de producir (mantener) el mismo beneficio. El fenómeno no
es otro que el que, a lo largo de todo el Imperio, claramente desde el
final del siglo II, se transluce a través de la constante devaluación de
la moneda, es decir, la necesidad imperiosa de contar cada vez con más
dinero, con un beneficio anual más importante. Si las razones son tal
como las ha visto M. Grant en su «Roman Imperial Coinage», o si han
de ser buscadas también en otro sitio, puede no ser aquí de mucha importancia.
Interesa sobre todo tener en cuenta que la disminución de la tasa de
beneficio (extraído por el propietario) se debe no sólo al aumento de los
impuestos, sino al carácter complejo de la actividad económica, cuyo
deterioro parece casi siempre desligado de lo que, para el observador
normal, es fundamental para su funcionamiento. Y así resulta «inexplicable» (véanse, por ejemplo, los textos clásicos sobre la crisis del
siglo III). Las dificultades económicas producen, como es sabido, un
proceso de degradación general. La necesidad de elevar la tasa de beneficio puede no ser más que la de mantenerlo. Lo que no impide que
los possessoTes de cualquier ·época sean siempre los que menos sienten
su disminución: mirando a través de ellos puede ser imposible detectar
su existencia. Que esto es así, cualquiera puede testificarlo, en el momento presente.
De aquí se desprenden una serie de consecuencias claras que definen las formas de dependencia de las clases productoras. La exposición que hace Teja de las diferentes condiciones jurídicas de los humilioTes en el campo, nos permite ver que, a través de las noticias de los
padres capadocios, no se puede obtener una respuesta clara a la cuestión sobre la situación jurídica de las clases productoras en el campo.
¿Eran esclavos, colonos, o trabajadores independientes?
La respuesta, que las fuentes (Teja lo dice claramente) no permiten
dar, puede ser ensayada, aún a riesgo de permanecer como hipótesis de
trabajo, a partir de la estructura de la propiedad de la tierra, que conjuntamente con una forma determinada de explotación, necesita o im-265-
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G. PEI'SIRA
plica una cierta forma de dependencia social (y la situación jurídica
correspondiente) de los productores. Columela lo dice muy claramente:
si las propiedades están lejos y el amo no puede supervisarlas directa"
mente lo más conveniente es darlas en arriendo (De re rust., I, 7, 5).
No se crea, por esto, que la estructura de la propiedad puede cambiar tan fácilmente como la forma de explotación. Al contrario, la historia del Imperio Romano es también la historia del cambio paulatino,
desde una explotación intensiva y directa, cuyos beneficios eran de la
sola competencia del propietario, a una forma de explotación fragmentada, cuyo principal exponente es el colonato, en el cual los beneficios
son inmediatamente responsabilidad del productor directo, y sólo después del propietario, quien soporta cómodamente, por así decirlo, la parte
de responsabilidad que le corresponde.
Este cambio está en relación directa con la necesidad de extraer, de
la tierra, un beneficio cada vez mayor. Pero no sólamente en cantidades absolutas, sino sobre todo en relación a los costos de producción,
que al crecer paulatinamente junto con la degradación económica del
Imperio, hacen que la actividad agraria sea cada vez menos productiva
(absentismo, abandono de tierras).
En consecuencia, si aducimos que una de las razones de extensión
de los latifundios es la imposibilidad de los propietarios menores para
hacer frente a las crecientes cargas impositivas, según Teja deja muy
bien dicho (ver, por ejemplo, nota 3 en pág. 47), no debe ser entendido
como que una tierra más pequeña rinde menos, en proporción directa,
que una gran extensión de tierras. Columela dice justamente lo contrario, De 're 1-ust., I, 3 9; si bien matiza que para ello la tierra pequeña ha de cultivarse en mejores condiciones. La tierra, bien trabajada,
rinde más o menos igual sea grande o pequeña (sobre todo en sociedades precapitalistas), excepto en ciertos casos de cultivos que permiten aprovechar la parte de tierra no utilizada, dando lugar a un
:mbproducto que tiene importancia cuando alcanza cierta cantidad. La
no rentabilidad de las pequeñas explotaciones hay que entenderla desde
una perspectiva histórica concreta, es decir, referida a las condiciones
bajo las cuales la producción tiene lugar. Si una gran explotación podía
r-;er rentable, es decir, más rentable, hay que entenderlo (desde la perspectiva aludida) como la capacidad que el propietario tenía de extraer,
de los productores directos, el montante necesario para hacer efectivos
sus impuestos y mantener un cierto beneficio. Pero, ¿a consta de qué?
Teja lo dice muy claramente (pág. 55). La consecuencia es la extensión del colonato y la clientela, que suenan ya a otro tipo de relaciones
sociales, cerca de aquellas que caracterizan a la sociedad señorial medieval. Ejemplo de excepción es el caso de los habitantes de una pequeña
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COMENTARIOS SOBRE HISTORIA DE CAPADOCIA
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localidad, quienes «estaban en algún estado de sumisión a Simplicia,
quizá como colonos, pues de otro modo resulta imposible explicarse su
temor» (pág. 70). Otros testimonios aducidos por Teja pueden ser traídos aquí. Si la madre de Gregario Nacianceno, «a pesar de que distribuía
una gran cantidad de bienes entre los pobres y entre sus parientes menos afortunados, aumentó su hacienda de modo tal que parecía que no
practicaba la caridad ... » (pág. 48), cabe preguntarse en qué condiciones
se efectuaba semejante reparto de bienes: si significaba sólo una enajenación o si de ello se obtenía un determinado beneficio ...
Desde esta perspectiva, el problema de las formas de dependencia
social adquiere un matiz que hace pasar a segundo plano la determinación exacta del status jurídico. No es nada nuevo que en el siglo IV,
y aún antes, las palabras correspondientes han perdido su valor para el
análisis histórico, puesto que un colonus puede estar en condiciones
reales de dependencia mucho mayores de lo estipulado; cuando el servus
está cerca de ser definido como quasi-colonus; cuando la prohibición de
vender la tierra separada de los esclavos que la trabajan, aleja del amo
la primacía en la propiedad del esclavo, para dársela a la tierra a la
cual el esclavo queda adscrito, etc.
Podría entonces decirse que la estructura de la propiedad y el estado de la economía (formas de explotación) permiten afirmar que el
sistema de trabajo no pudo se1·, por así decirlo, el de esclavos, al menos
trabajando como tales.
Teja ve con extrañeza que las fuentes utilizadas no hagan mención
de esclavos trabajando en el campo. Y que solamente pueda encontrarse
una mención directa a la existencia de colonos. Sin duda es extraño, si
tenemos presente el amplio panorama social que estas fuentes nos procuran. Sin embargo, sin pretender que lo anterior sea explicativo de
este silencio, nos exige entenderlo en el marco de una agricultura cuyas formas de explotación y condiciones generales hacían inviable el
trabajo de los esclavos. A no ser que éstos, manteniendo su status jurídico, estuviesen en la situación correspondiente --en principio- a
arrendatarios y colonos. Desgraciadamente no se nos dice nada sobre
la naturaleza de la renta de la tierra, que sería aquí el exponente fundamental del estado de cosas que Teja plantea tan acertadamente. Renta
que no es la remuneración que los campesinos obtienen por su trabajo
(cfr. pág. 69), pues en tal caso no se trata de colonato, sino de trabajo
¿¡salariado. Al contrario, por renta habría que entender la parte del
producto final que el campesino entrega al propietario.
Esta renta, su forma y proporción (especie, dinero; % del producto
final) es la base del sistema de colonos, y explica la gran solución que
éste supuso en las crecientes dificultades económicas del Imperio. La
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G. PEREIRA
«responsabilidad» de la obtención del beneficio fue traspasada de los
propietarios a los cultivadores. Lo cual está en relación inmediata con
la transformación de la esclavitud y el esfuerzo de los propietarios por
interesar a sus esclavos, cada vez más, en la producción, tal como lo vio
G. Alfoldy («La manumisión de esclavos y la transformación de la esclavitud en el Imperio». PLAV, 9, 1973, pág. 99 y ss.).
Aunque los términos que aparecen en los documentos empleados por
Teja son ambiguos o inconcretos (pág. 67 y ss.), su exposición es suficiente para permitirnos constatar la dependencia real existente en las
clases productoras. De nuevo el ejemplo de Simplicia y los temerosos
habitantes de la localidad nos sirve de modelo.
Si bien puede argüirse que esta situación era la que lógicamente
se podía esperar en una sociedad del siglo IV, también lo es que la distinción entre diferentes formas de dependencia social es para el historiador de la mayor importancia, y especialmente en la parte oriental
del Imperio. Teja dice muy acertadamente que para los miembros de
los estratos sociales inferiores se dio en realidad un cambio de amo, pero
quizá no tanto un cambio de situación. Los romanos, es bien sabido, no
fueron muy partidiarios de innovar, siempre y cuando el estado de
cosas que se encontraban les fuese satisfactorio.
La sociedad helenística era, según H. Kreissig ( «Proprieté fonciére et
formes de dépendancc dans l'Helenisme Oriental». Colloque 1974 sur
l'Esclavage. Besan~on. Original mecanografiado) una forma de organización social de las caracterizables (más o menos justamente) como
formaciones sociales en las que el modo de producción dominante es el
normalmente llamado «asiático». Nada, pues, que tenga que ver con
el sistema llamado «esclavista», tan bien desarrollado por los romanos.
La propiedad de la tierra y la forma de dependencia social definen la
clara distinción entre una y otra formaciones sociales. Así, por ejemplo,
la diferencia entre un íEoú.Sot•i,o• (que Teja también menciona) y un esclavo romano, permiten a l. Biezunska-Malowist distinguir entre tipos
diferentes de esclavitud, no asimilables entre sí. ( «L'Esclavage dans l'Egypte greco-romaine». Actes du Colloque 1971 sur l'Esclavage. Besan~on,
París 1973, 81 y ss.).
Que no sea por esto entendido que en el libro de Teja se echa en
falta una formulación maximalista, como sería tratar de definir la sociedad capadocia en el siglo IV por medio de términos tales como «esclavista», «despótica», etc. Creo que Teja ha hecho muy bien en eludir
este falso compromiso u obligación de definir, ajustándose a fórmulas,
toda la complejidad de la organización social que su estudio permite
ver. Si bien estas definiciones pueden ser, llegado el caso, deseables,
no parece ser todavía el momento. Faltan muchas informaciones pre-268-
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COMENTARIOS SOBRE HISTORIA DE CAPADOCIA
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cisas (por ejemplo, formas reales de dependencia social, -¿en qué consiste en realidad el poder o dominación de Simplicia sobre los paisanos
en cuestión?-), sin que ésta sea la única razón.
La descripción que hace Teja de los humiliores en el campo, es decir,
de las agrarproduzentenklassen, es valiosísima para comprender cómo
la naturaleza propia de la sociedad helenística, siguiendo a H. Kreissig,
se continúa transformada sin duda, en su heredera, también en el Bajo
Imperio. La romanización de estas provincias tampoco fue, como es sabido, tan total como en otras zonas no urbanizadas, en las cuales la
organización social fue como trasplantada, aunque este proceso no llegase a consumarse hasta bien entrado el Imperio, por ejemplo si hablamos de la desaparición de las leges moresque de las comunidades
prerromanas. Pero lo más interesante aquí es la romanización de la organización de la producción, que es donde podemos encontrar las diferencias más netas. Obtenido el producto que se requería, los romanos
tampoco tuvieron especial interés en organizar la producción de un
modo exacto predeterminado. Así vemos cómo, en las diferentes regiones del Imperio, coexisten diferentes formas. La ausencia de esclavos
en gran parte de Africa (excepto en el servicio doméstico o en la administración) o en otras provincias romanizadas ya en época imperial,
puede ser ejemplificadora.
Muy interesantes son, también, las noticias que Teja menciona sobre la existencia de trabajo asalariado, de enorme relevancia para entender la estructura económica de la sociedad. Pero, desgraciadamente,
no podemos hacernos una idea de la importancia real, estadística, de
esta forma de producción. Coexistiría, con toda seguridad, con una amalgama de situaciones diferentes, como bien se deduce de la lectura del
libro de Teja (cap. III, V y VI, especialmente).
La abundancia de esclavos en el servicio doméstico, bien documentada, no requiere comentario. Es claro que no se contradice en absoluto
con lo que se ha expuesto, y no solamente en la parte oriental del Imperio. La esclavitud doméstica es la única que no pierde su función en
ningún momento del Imperio: puede decirse que, cambiando quizá su
nombre, se mantiene hasta épocas bien recientes, y desde luego todo
a lo largo de la Edad Media, por lo que hace a Occidente. Pero la esclavitud doméstica no es aquélla de la que pueda decirse que ejecuta la
mayor parte de la producción o la parte más significativa de ella ... capaz,
por tanto, de determinar una organización social.
La movilidad social, que podría extender nuestro conocimiento sobre la naturaleza de las formas de dependencia, no resulta suficientemente clara, como ya indica L. G. Iglesias en la recensión antes citada.
Sería de desear, especialmente, mayor exactitud en la utilización del
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G. PEREIRA
concepto, que, p¡·ocedente ele la Sociología, tiene en esta c:encia su definición clara {mobility = cambio de clase o status), y que no es nunca
el simple cambio de lugar de residencia o actividad ( = mobilization).
2. En la página 166, bajo el epígrafe «Banca», dice Teja:
«Frente a las constataciones de una amplia actividad bancaria y una
gran movilidad del dinero, nos encontramos con el hecho ya reseñado
de la tesaurización o enterramiento del dinero por parte de los ricos.
¿Cómo pueden explicarse estos dos fenómenos tan contradictorios en
apariencia? (... ) Entre las múltiples explicaciones que se podrían dar
a este fenómeno nos inclinamos por una que viene sugerida por una
constatación del mismo Basilio. Dice Basilio que él ha podido observar
personalmente en Alejandría que en esta ciudad se entregaba el dinero
a los banqueros para hacerlo fructificar ... (...). Sin embargo el hecho
de que Basilio, a pesar de haber conocido la mayor parte de la mitad
oriental del Imperio, sólo los hubiese observado en una ciudad de la
importancia comercial de Alejandría demuestra lo excepcional del hecho,
y como tal lo presenta él, por lo que tenemos que rechazar la práctica
de tales depósitos bancarios en Capadocia. Si esto era así se explica el
que los ;ú.oiolol terratenientes, poco dados a invertir su din ero en empr esas comerciales prefiriesen enterrarlo a falta de una banca que lo hiciese fructificar a base de intereses, o lo invirtiesen en metales preciosos o tierras como operaciones más seguras que tenían a su alcance».
En esta larga cita se contiene el punto de intersección de las diferentes líneas de producción-intercambio que componen un sistema económico, o si se prefiere, de los diferentes factores económicos que dan
lugar al estado real de la coyuntura. La tesaurización, como los tipos
de interés bancario o la forma de la renta de la tierra, es t ambién un
elemento complejo, que reúne todas las determinaciones que nacen de
la acción de los diferentes factores. Por esa razón puede ser entendida
como exponente del estado de la economía en un momento dado, y esto
aún cuando pueda haber otras indicaciones aparen temente contradictorias. Aparentemente, en efecto, porque nacen de la consabida falta de
perspectiva que los hombres de una época t ienen a la hor a de juzgar se
a sí mismos o a su época. Si los terratenientes de la época de P linio el joven hubiesen sido capaces de comprender por qué sus colonos (conductores) no eran capaces de pagar debidamente sus rentas en dinero habrían
cambiado a renta en especie, como hizo éste (Epist. IX, 37), en vez de
tomar desastrosas medidas, a todas luces perjudiciales para sus mismos
intereses.
Desde una perspectiva económica, las razones que propone Teja para
explicar la existencia del fenómeno de la tesaurización, admiten, creo,
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COMENTARIOS SOBRE HISTORIA DE CAPADOCIA
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algunas precisiones. En la base de la tesaurización, cuando su importancia rebasa las actitudes personales, existe siempre una crisis de tipo
económico y -claro está- social. Debe decirse, en principio, que la
tesaurización solamen te puede existir cuando las circunstancias no permiten pensar en nada mejor; cuando el dinero no puede, por bien que
se invierta, producir más riqueza que si se guarda. Y, cómo no, cuando
si no se guarda corre un grave riesgo de devaluarse. A esto puede objetarse que semejante perspectiva, aplicada a Capadocia o en general a la
sociedad antigua, !-;~ría una extrapolación infundada. Y no sin cierta
razón, porque vemos constantemente cómo aquellos que en los mejores
tiempos del Imperio consiguieron hacerse ricos, invirtieron sus ganancias en tierras, y no en el comercio o actividades artesanales, los cuales,
uno y otras, habían sido quizá la base de su riqueza. Pero no se trata
entonces de tesaurización, sino de una inversión efectiva, si bien no
dirigida a la esfera de mayor productividad (desde nuestra perspectiva,
también hay que decirlo).
Los testimonios aportados por Teja sobre la tesaurización son inequívocos, como aquellos referentes a la usura, en el mismo capítulo. Siendo
así, si no aceptamos que la tesaurización generalizada pueda realmente
coexistir con una gran actividad bancaria y una gran movilidad del dinero, la contradicción que Teja señala se hace todavía más patente.
No creo posible contestar a los anteriores argumentos, nacidos precisamente de discusiones con profesionales de la teoría económica, con
el fin de explicitar los aspectos o elementos operativos a la hora de estudiar una formación económica antigua. Es posible siempre descubrir
que tras la apariencia de un fenómeno se esconde en realidad · otro, menos claro. Pero los ricos capadocios enterraban precisamente oro, como
Teja hace bien patente. Es decir, el valor-tipo, menos susceptible a los
problemas coyunturales, no devaluable.
Lejos de aportar soluciones, estas precisiones agudizan todavía más
la contradicción que supone que una tesaurización generalizada coexista con una gran actividad bancaria. Parecen incluso negar categóricamente semejante posibilidad, cuyo estudio necesitaría, sin duda, muchos
mas materiales de los que los padres capadocios proporcionan al autor
del libro que comentamos.
Por otra parte, Teja trae a discusión muchos otros testimonios que
parecen contradecir aún más la tesaurización. Puede verse claramente
en el capítulo sobre los possessores (pág. 79 y ss.), donde leemos cómo
los ricos se servían de sus fortunas tan ampliamente como podían, sin
pensar, parece lícito decir, en posibles tiempos peores. No solamente se
hacían con extraordinarias villas, sino que import aban los bienes de lujo
más sofisticados, procedentes de lejanos países. Y esto parece ser tam-271-
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bién práctica extendida entre las clases afortunadas, las cuales compran
tierras, o las consiguen por otros medios, como queda dicho al hablar
de la constante extensión de los latifundios. La contradicción aparece
bien clara si pensamos que estos mismos ricos deberían ser los que enten·aban el oro.
Además, la inexistencia de una banca de inversiones no puede entenderse como un rasgo caracteriológico de la sociedad capadocia, ni de
ninguna otra. Si fuese verdaderamente necesaria, habría existido, con
toda probabilidad. Toda sociedad es capaz de disponer o crear cauces
(o «reglas de juego») adecuados para su actividad esencial, de la que no
puede renunciar. Véase, por ejemplo, las garantías de funcionamiento
del sistema de créditos, que Teja señala en pág. 166.
Las noticias sobre actividades bancarias, que Teja sitúa razonablemente, en contradicción con la tesaurización, podrían también ser matizadas si nos fijamos en que casi todas ellas se refieren a préstamos
usuarios, de los cuales «parece que la mayor parte (... ) eran préstamos
de consumo ... » (pág. 164). Obviamente, no es posible asimilar, sin más,
el crédito usuario a lo que normalmente entendemos por actividad bancaria. La usura, además, no solamente es connatural a todas las sociedades precapitalistas, sino que incluso puede ser puesta en relación
directa con las épocas económicamente menos pujantes.
¿Sería posible también que los padres capadocios exageren al hablar de la tesaurización? En cualquier caso, en fin, la coexistencia de
este fenómeno con los anteriormente señalados, toda vez que la contradicción que suponen adquiera una dimensión socialmente relevante, necesitaría una explicación más fundamentada que lo que estas fuentes,
cuya riqueza ha sido tan bien aprovechada por Teja, hacen posible.
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