Jornadas
Construcciones y usos del pasado: patrimonio arqueológico, territorio y museo
Carlos Ferrer García
Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez
2012
, ISBN 978-84-779-639-6 , 185 p.
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Patrimonio Arqueológico
Territorio y Museo
Construcciones y usos del pasado
• Patrimonio Arqueológico, Territorio y Museo
Construcciones y
usos del pasado
Museu de Prehistòria de València
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CONSTRUCCIONES Y USOS DEL PASADO
PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO, TERRITORIO Y MUSEO
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CONSTRUCCIONES Y USOS DEL PASADO
PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO, TERRITORIO Y MUSEO
JORNADAS DE DEBATE DEL MUSEU DE PREHISTÒRIA DE VALÈNCIA
Carlos Ferrer García y Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez
(editores)
Con textos de:
Josep Ballart Hernández, Víctor M. Fernández Martínez, Carlos Ferrer
García, Luis Grau Lobo, Amalia Pérez-Juez Gil, Gonzalo Ruiz Zapatero,
Pilar Sada Castillo, Joan Santacana Mestre y Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez
Museu de Prehistòria de València
2012
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Diputación de Valencia
Presidente
Alfonso Rus Terol
Diputada de Cultura
María Jesús Puchalt Farinós
Museu de Prehistòria de València
Directora
Helena Bonet Rosado
Diseño y maquetación
Carlos Ferrer García, Manuel Gozalbes Fernández de Palencia
y Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez
Diseño de Portada
Ángel Sánchez Molina
Impresión
Mare Nostrum S.L.
ISBN edición: 978-84-779-639-6
Depósito Legal: V-1855-2012
© de los textos: los autores
© de las fotografías e imágenes: los autores
© de la edición: Museu de Prehistòria de València – Diputación de Valencia
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AUTORES
Josep Ballart Hernández, Consejería de Educación. Embajada de
España en París
Víctor M. Fernández Martínez, Departamento de Prehistoria. Universidad Complutense de Madrid
Carlos Ferrer García, Museu de Prehistòria de València
Luis Grau Lobo, Museo de León
Amalia Pérez-Juez Gil, Department of Archaeology. Boston University
Gonzalo Ruiz Zapatero, Departamento de Prehistoria. Universidad
Complutense de Madrid
Pilar Sada Castillo, Museu Nacional Arqueològic de Tarragona
Joan Santacana Mestre, Departament de Didàctica de les Ciències
Socials. Universitat de Barcelona
Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez, Museu de Prehistòria de València
V
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ÍNDICE
Patrimonio arqueológico, territorio y museo. Introducción
1
CARLOS FERRER GARCÍA y JAIME VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ
1
Arqueología y patrimonio en un mundo postoccidental:
Estudio de dos casos de Etiopía
7
VÍCTOR M. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ
2
Presencia social de la arqueología y percepción pública del
pasado
31
GONZALO RUIZ ZAPATERO
3
Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras
ilusiones
75
LUIS GRAU LOBO
4
De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
5
El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio
arqueológico in situ
99
JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
115
AMALIA PÉREZ-JUEZ GIL
6
Arqueología, museología y comunicación
7
Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
137
JOAN SANTACANA MESTRE
PILAR SADA CASTILLO
153
A modo de epílogo. La gestión del patrimonio arqueológico
desde un paradigma crítico
177
JAIME VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ y CARLOS FERRER GARCÍA
VII
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PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO, TERRITORIO Y MUSEO
INTRODUCCIÓN
Los trabajos que aquí se presentan son fruto de la celebración de las Primeras Jornadas de Debate organizadas en el Museu de Prehistòria de València
los días 20 y 21 de octubre de 2010, en el marco del Plan de Formación Local
de la Diputación de Valencia. Su objetivo fue reflexionar sobre la íntima
relación entre pasado y sociedad desde la óptica del museo arqueológico y
el territorio. Es sobradamente conocido que el pasado se construye desde
el presente y, por ello, es indisociable del contexto social desde el que se
efectúa esta narración: intereses, poder e identidades son algunos de los
vértices ineludibles del poliedro que creamos. En nuestro caso nos interesa plantear qué sucede cuando el pasado emerge en el presente con unos
documentos particulares objeto de atención de la arqueología: la cultura
material en sentido amplio, y específicamente los objetos y los sitios históricos.
De hecho, en la organización de esta iniciativa ha tenido mucho que ver
la emergencia de renovaciones teóricas en arqueología basadas en posturas
críticas que subrayan la creciente responsabilidad de la investigación ante la
sociedad. Este paradigma privilegia una actitud reflexiva a través de la adopción de visiones contextualistas de la historia. Lejos de mantener una actitud
contemplativa –erudita– ante los restos del pasado se persigue un papel activo en la sociedad, planteando preguntas y solventando problemas. Al mismo
tiempo, y como un juego de espejos, la arqueología está despertando un interés creciente entre el gran público, que va más allá de la atención que merece la actividad académica investigadora básica. A modo de mosaico, los tres
pilares principales en los que se asienta el actual interés por el pasado son:
1
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•
•
•
la conciencia creciente de conservación de restos materiales del
pasado, que incluyen objetos, monumentos y paisajes.
la búsqueda de identidades y valores –compartidas o no– y tradiciones culturales en el pasado.
el ocio y el turismo cultural, que mueve dinero y gente en relación
con la visita a los restos patrimoniales.
Como consecuencia de ello el concepto de público o, mejor, públicos, está
adquiriendo importancia para los profesionales en la difusión de la arqueología desde la perspectiva de la nueva museología. La atención a los intereses
de los visitantes es un elemento ineludible en este estado de la cuestión, pues
grupos sociales con inquietudes diversas se verán atraídos por cosas distintas
del pasado y requieren estrategias diversas de divulgación así como la incorporación de varios lenguajes. Un público particular que, desde nuestro punto
de vista, requiere especial atención en este sistema es la comunidad local.
La responsabilidad de conservación del territorio y ante la sociedad conlleva
nuestro compromiso con estos grupos a la hora de construir y presentar el
pasado.
Todo ello –objetos, ciencia, ética, territorio, turismo, públicos– gira en
torno a la idea clave de patrimonio arqueológico: todo aquello que, teniendo
una evidente dimensión material, ofrece y mantiene una relación con el pasado (remoto o reciente). Desde hace unas décadas, a los tradicionales objetos
muebles conservados en almacenes y vitrinas de museos, se incorporan además los inmuebles, en el territorio, e incluso los paisajes. La cultural material
adquiere, así, un papel central, aunque con significados que no están dados,
sino que se construyen constantemente a través de su consumo, disfrute, utilización, uso, abuso, o manipulación.
La gestión cotidiana del patrimonio obliga a posicionarse con decisiones responsables y consensuadas: desde las políticas de conservación –qué
se conserva y qué no– hasta los criterios museísticos –qué se expone y qué
no; desde el compromiso en el territorio y con las comunidades locales
hasta los valores que se promueven. Con estos posicionamientos de partida pretendíamos abordar en qué medida los cambios acaecidos en los
últimos años en la ciencia arqueológica, en la museología, en la comunicación y en el modo de considerar al público afectan a la gestión cotidiana
del patrimonio arqueológico. En concreto, lanzábamos una serie de interrogantes:
2
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Patrimonio arqueológico, territorio y museo. Introducción
¿Cómo puede el museo responder a las nuevas visiones y misiones para
asumir la responsabilidad frente al patrimonio y la sociedad?
¿Cómo debe el museo integrar el nuevo paradigma en su función social de difusión y educación?
¿Cómo incorporar los diversos intereses sociales a la presentación de
los restos del pasado?
¿Qué ética debe guiar las cuestiones que se asocian al Patrimonio
Arqueológico?
¿Cuál es la vía para que el museo asuma los nuevos retos de conservación y difusión en el territorio?
¿En qué medida puede cooperar el museo con otros agentes en la conservación del territorio y el desarrollo local?
La Diputación de Valencia a través de su Museu de Prehistòria participa
de manera activa en esta dimensión pública de la arqueología a través de la
gestión de sus colecciones y yacimientos visitables, y de la presentación al
público del pasado en forma diversa (exposiciones, talleres didácticos, rutas,
itinerarios y jornadas de visita a yacimientos). Entendemos que las relaciones
sociedad-patrimonio deben jugar un papel relevante en esta labor, y por ello
hemos pretendido establecer un marco de discusión transversal a los diversos
ámbitos en los que la arqueología está adquiriendo una dimensión pública
creciente en un foro de reflexión sosegada y plural.
Los conceptos que se recogen en el título de esta introducción se trataron
durante los dos días de las jornadas desde diversas ópticas y experiencias,
englobando desde la investigación arqueológica de base hasta la educación
en museos. Los participantes presentaron síntesis y, sobre todo, reflexiones
personales sobre los conceptos a debate, derivados de su experiencia y trayectoria profesional en los ámbitos de la universidad y los museos, la gestión del
patrimonio o la investigación.
La primera contribución, de Víctor Fernández Martínez, introduce muchas de estas cuestiones desde su experiencia personal en África. Aborda la
práctica profesional arqueológica asumiendo las renovaciones epistemológicas de las perspectivas poscoloniales. A partir de dos trabajos en Etiopía,
uno sobre arte rupestre y las percepciones de las comunidades locales y otro
sobre un museo local, el autor nos habla de la dificultad de hacer arqueología
comprometida con los valores locales al tiempo que entran en contradicción
con categorías científicas, en este caso occidentales.
3
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A Gonzalo Ruiz Zapatero le encargamos un trabajo que expusiera las complejas relaciones del patrimonio y la arqueología con la sociedad. Su capítulo trata directamente de los públicos y de la idea que tiene la gente de la
arqueología y del pasado así como de los medios con los que el pasado llega
a la gente. Su contribución revisa la tradicional centralidad del arqueólogo o
el museólogo en la presentación del patrimonio y aboga por una adecuación
de las estrategias de divulgación del patrimonio en relación a las audiencias.
El museo es, sin duda, una potente máquina que articula gran parte del
trabajo con el patrimonio. Luis Grau revisa en su capítulo las relaciones entre
museo y territorio a través del museo in situ, y entre museo y sociedad. Si bien
en su trabajo plantea que el museo es un director de escena en este escenario,
al tiempo es crítico con una aproximación superficial del museo en el territorio que no de cuenta de la compleja maraña de relaciones históricas de las
que es resultado.
No es ninguna novedad señalar que la cultura material es central en
nuestro trabajo. De ella tratan las dos siguientes aportaciones. Josep Ballart
reflexiona sobre la biografía de las cosas a través de textos que para él son,
precisamente, imágenes que ilustran las cualidades de los objetos de museo.
Su reflexión repasa las diferentes capas de significados que otorgamos a los
objetos y las complejas relaciones que las personas y las cosas tienen en la
construcción del patrimonio. Amalia Pérez-Juez trata también de la cultura
material, en este caso la que se conserva in situ y que convenimos en denominar yacimientos. Aborda aspectos transversales como los modelos de
gestión, comunicación y participación de las comunidades locales. Subraya
la necesidad de consensuar intereses y de integrar sociedad, naturaleza y
cultura.
La comunicación y la educación son objeto de reflexión en los dos últimos
trabajos bajo la premisa de que no debería existir la investigación sin difusión. Joan Santacana comienza analizando el patrimonio arqueológico en el
marco más amplio de los productos culturales, al tiempo que subraya el enorme potencial de la arqueología para transmitir emociones y conocimiento a
través de las cosas del pasado y del método del presente. La educación es el
tema clave en torno al cual Pilar Sada elabora su discurso. Como profesional
de los museos, y a través de casos prácticos de su propia experiencia en Tarragona, destaca el importante papel que los museos tienen en el acceso al
patrimonio y, sobre todo, en la educación de la sociedad y en la formación
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Patrimonio arqueológico, territorio y museo. Introducción
del pensamiento crítico. Finalmente, subraya la necesidad de crear políticas
culturales coherentes con procesos y planificación sustentados en una investigación sólida.
A las exposiciones de cada participante siguió una animada Mesa Redonda con el título El Museo entre la sociedad y el patrimonio y que giró, sobre
todo, en torno a la ética que debe –o no– guiar los pasos de los profesionales
del patrimonio arqueológico. Como organizadores de las jornadas, queremos
resaltar que éstas han supuesto, sobre todo, una reflexión útil sobre la que
encaminar nuestro trabajo futuro. De hecho, gran parte de lo que debatimos
aquellos días ha inspirado las conclusiones que cierran el volumen. Para acabar estas líneas introductorias queremos agradecer a los conferenciantes su
trabajo y esfuerzo para presentar sus exposiciones y los textos con el enfoque
concreto que buscábamos y, sobre todo, dentro de un plazo razonable en el
tiempo requerido.
Carlos Ferrer García
Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez
Museu de Prehistòria de València
Valencia, 31 de enero de 2012
5
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1
ARQUEOLOGÍA Y PATRIMONIO
EN UN MUNDO POSTOCCIDENTAL:
ESTUDIO DE DOS CASOS DE ETIOPÍA
Víctor M. Fernández Martínez
INTRODUCCIÓN: LA TEORÍA POSCOLONIAL
La teoría poscolonial pone en cuestión la extendida idea de la superioridad
intelectual y moral de la “civilización occidental” y critica el mundo presente
en cuanto es el resultado de un largo proceso de expansión de Europa durante
los últimos siglos, de un encuentro desigual de nuestro continente con los
“pueblos sin historia” (Wolf, 1987) en el que estos últimos llevaron con mucho la peor parte.
Como es bien sabido, el colonialismo y sus abusos fueron muy criticados
en el pasado, prácticamente desde el comienzo de su existencia: recordemos
los textos de Bartolomé de las Casas en los orígenes de la conquista española
de América o la denuncia contra la terrible explotación del Congo por el rey
de los belgas a finales del siglo xix por el irlandés Roger Casement, cuya vida
el novelista Mario Vargas Llosa recrea en su último libro por el momento, El
sueño del celta.
Lo que diferencia a la nueva “teoría” de las acusaciones históricas contra el
colonialismo es que, a diferencia de éstas, no se realiza desde nuestro punto
de vista sino que intenta hacerlo desde la perspectiva del colonizado. Cuando
De las Casas o Casement imploraban justicia para el indio y el africano lo
hacían apelando a un concepto universal de “piedad” y de “justicia”, que pretendían válido para todos los pueblos del planeta y por eso fácilmente comprensible. Por el contrario, el nuevo enfoque persigue desmontar el aparato
intelectual que hizo posible el colonialismo, una de cuyas características es
precisamente la pretensión de hacer pasar por universales conceptos creados
originalmente para los pueblos industrializados de Occidente.
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VICTOR M. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ
Ese cambio se inscribe en la línea de pensamiento que va de Nietszche a
la Escuela de Frankfurt, pasando por Heidegger y culminando en la eclosión
del postestructuralismo francés en la década de 1960. Fueron precisamente
Michel Foucault y Jacques Derrida los primeros que advirtieron que el legado
cartesiano e ilustrado de Occidente era una desviación “esencialista” impuesta al resto de las culturas del globo mediante la violencia (Ghandi, 1988: 26).
Foucault desarrolló en su análisis del discurso la teoría anterior de Gramsci
sobre la hegemonía como forma de dominación basada en la aquiescencia
de los dominados, que ignoran “ideológicamente” sus condiciones reales
de existencia (Barrett, 1991: 140-143). Más adelante, el sociólogo indio Ashis
Nandy propuso que la famosa identificación foucaultiana entre saber y poder
no es atemporal sino que tuvo un origen histórico en la segunda fase de la
experiencia colonial cuando, tras la conquista violenta, se “colonizaron” las
mentes desde la posición superior de la razón civilizada y se convirtió a los
“otros” colonizados en sujetos de conocimiento (Nandy, 1988).
En ese mismo terreno intelectual, sabemos que la ciencia moderna surgió
acompañando a la empresa colonial, y que la curiosidad de exploradores y
naturalistas por conocer las nuevas regiones descubiertas escondía la necesidad de controlar esos territorios con fines mucho más pragmáticos e inconfesables. Un ejemplo cercano lo tenemos en nuestras colonias del norte de
África, cuando políticos y militares se quejaban de que la pobreza científica
española había perjudicado seriamente tanto los avances de nuestras tropas
como las ganancias económicas de las empresas de nuestro país en esa región
(Pedraz, 2000). La crítica que de las mistificaciones ideológicas de Occidente
respecto a los países y culturas medio-orientales hizo Edward Said en su influyente obra Orientalismo (Said, 1991) ha puesto de relieve el hecho de que al
representar al “oriental” (o al africano, indio, primitivo, etc.) los observadores
occidentales no solo cambiaban en un sentido peyorativo y simplificador la
realidad observada, sino que de esa manera se instituían a sí mismos como
superiores: la propia conciencia de elevación moral y racional de la que gozamos en los países “avanzados” se ha creado precisamente en oposición a una
realidad “atrasada” sin la cual la primera no hubiera sido posible (figura 1).
En un paso más de profundización en el problema, la nueva teoría acabó
descubriendo que el origen foráneo de los propios discursos científicos complicaba seriamente la elaboración de discursos propios. El famoso artículo de
Gayatri Spivak, “¿Pueden hablar los subalternos?” (Spivak, 1988) justificaba
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Arqueología y patrimonio en un mundo postoccidental
una respuesta negativa a la pregunta: para representarse a sí mismos los dominados no tienen más remedio que emplear las categorías de los dominadores, viciando en origen su propia libertad de auto-imaginación. Al final
de este trabajo, y después de ver en qué manera el problema afecta a nuestra
práctica intelectual sobre culturas diferentes, volveremos a plantear este fundamental problema.
HACIA UNA HISTORIA POSCOLONIAL
Desde hace siglos se reflexiona en Europa sobre el sentido de la historia, y la
comparación con otras culturas y concepciones no es nueva. Pero es a partir del estructuralismo y postestructuralismo, con su corolario reciente de la
teoría poscolonial, cuando se han puesto realmente en cuestión las perspectivas tradicionales y se ha abierto la puerta a la posibilidad de paradigmas
diferentes.
El primer filósofo moderno que trató en profundidad sobre la historia, y
uno de los más influyentes hasta hoy mismo, Georg W. F. Hegel (sobre todo
en su obra Fenomenología del espíritu, Hegel, 2005 [1807]), consideraba que
la Historia (con mayúscula) tiene un único sentido muy claro, que es el del
Figura 1. Midiendo el cráneo de un
africano en Uganda, hacia 1900 (tomado
de Mongibeaux, J.-F., Exploraciones,
1860-1930, Éditions Place des Victoires,
París, p. 61).
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VICTOR M. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ
desarrollo de la razón, la libertad y la conciencia individuales, siendo éste el
único camino para alcanzar una conducta moral “natural”. Hitos positivos en
esa larga vía fueron la Grecia clásica o el Protestantismo, y ejemplos de frenos a ese progreso fueron las civilizaciones orientales (asiáticas e islámicas),
donde “el único hombre libre es el monarca”. Para Hegel, los pueblos tradicionales, y entre ellos todo el África subsahariana, estaban “fuera de la historia”,
pues en ellos no hubo cambios verdaderos ni ningún tipo de progreso.
La dicotomía anterior, de enorme éxito (todavía a mediados del siglo xx el
historiador británico Hugh Trevor-Roper repetía que en África no había existido la historia), se intentó matizar en beneficio de las culturas premodernas
por Claude Lévi-Strauss (1968): respecto de la historia hay dos modelos teóricos, a los que cada sociedad concreta se acerca más o menos, las sociedades
“frías” y las “calientes”. Las calientes son por supuesto las occidentales, que
“interiorizan resueltamente el devenir histórico para hacer de él el motor de
su desarrollo”. Las frías son las tradicionales, que lógicamente también experimentan cambios y entienden el paso del tiempo, pero se resisten a toda
transformación en sus estructuras, no “permiten a la historia irrumpir en su
seno”, manteniendo su relación económica de equilibrio con el medio ambiente, su demografía bajo control, y una estructura social igualitaria que se
rige por el consenso.
El historiador jesuita francés Michel de Certeau, muy influido por el psicoanálisis, analizó en su obra La escritura de la historia (1985) cómo la historia
occidental no sólo fue un instrumento al servicio del colonialismo, sino que al
escribir su propia historia, “des-escribía” las tradiciones, las historias, etc. de
los pueblos indígenas colonizados. Nuestra historiografía se encargó de decir
precisamente lo que “el otro” callaba. Certeau empieza su libro analizando un
grabado que representa a Americo Vespucio “despertando” a una india americana dormida, una metáfora del descubrimiento y nominación del nuevo
continente: Occidente como instrumento dominador y dador de sentido (y de
“nombres”), frente al cuerpo innominado de una mujer desnuda, que representa lo exótico y la otredad. Para Certeau, el cuerpo del otro es “la página en
blanco donde se inscribe el deseo y la voluntad de poder occidental”, y nuestra
historiografía es la “colonización del cuerpo por el discurso del poder”.
Roland Barthes, el padre de la semiótica moderna, escribió el artículo “El
discurso de la historia” en 1967 (Barthes, 1987). El autor comienza recordando
que la estructura de nuestro discurso histórico es lineal y acumulativa (como
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Arqueología y patrimonio en un mundo postoccidental
la mayoría de los discursos científicos), pero no hay que olvidar que originalmente proviene del discurso narrativo creado para describir una ficción o un
mito. Paradójicamente, es esa misma estructura la que da a lo descrito la categoría de “real”, la prueba de que realmente ocurrió. Esto provoca que nuestra
idea del pasado sea también lineal, cuando la realidad es mucho más compleja. Debería ser posible escribir una historia que reprodujera “la estructura
de las posibilidades vividas por los individuos protagonistas de los procesos
descritos”. Habría que “descronologizar” el hilo de la historia y restaurar una
forma de tiempo complejo (con dobles sentidos y dialogo con otros discursos) y “en absoluto lineal”. Aunque parezca solo un sentimiento nostálgico,
habría que volver a un tiempo “cuyas profundidades espaciales recuerden el
tiempo mítico de las antiguas cosmogonías, cuando estaba ligado esencialmente a las palabras del poeta y del adivino”.
En el cercano campo de la antropología, Johannes Fabian, en su obra Time
and the Other (2002) ha criticado el “alocronismo” de la mayoría de las investigaciones antropológicas, que suponen que los primitivos viven en un
tiempo distinto del nuestro (lo que supone un uso “opresivo” del tiempo). La
linealidad del tiempo occidental es una generalización al resto del mundo y
una secularización del tiempo bíblico, de la sucesión de hechos del pueblo
elegido (y luego de los pueblos mediterráneos), una historia continua de salvación que se opone al tiempo cíclico “pagano”, que resiste todavía en formas
como el conocido “mito del eterno retorno”. El evolucionismo transformó el
tiempo y lo temporal en algo “espacial”, pues las diferentes partes del mundo
y sus culturas se correspondían con otras tantas divisiones del tiempo (los
primeros exploradores del xviii y el xix eran “viajeros en el tiempo”). Conquistar y colonizar la tierra era hacerse dueño de su tiempo. La propuesta
alternativa de Fabian consiste en recuperar el concepto de totalidad y aplicar
una metodología dialéctica al análisis antropológico: tanto el investigador
como el investigado hablan, están unidos por el lenguaje, y por eso son esencialmente contemporáneos e iguales.
Otros observadores han advertido la dislocación que ha sufrido recientemente nuestra relación con el tiempo. Como señala David Lowenthal (1998),
en los últimos decenios hemos “roto” casi definitivamente con el pasado. No
sólo es que ya los clásicos hayan dejado de ser un modelo de comportamiento, es que los ignoramos por completo y el estudio de la historia se ha convertido en un pasatiempo para unos pocos curiosos. Para el historiador François
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VICTOR M. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ
Hartog (2003), el cambio del “régimen de historicidad” clásico al moderno se
produjo después de la Revolución Francesa. En el primero el pasado iluminaba desde atrás el futuro, explicaba lo que ocurría, enseñaba a las generaciones
siguientes y las futuras, etc. Ahora es el futuro mismo el que nos enseña y nos
guía hacia adelante, con un modelo basado en el “presentismo”: solo existe el
tiempo actual.
Como consecuencia práctica de las anteriores críticas teóricas, desde los
países “en desarrollo” se han intentado construir “historias alternativas” que
contesten la vieja historia oficial de occidente (Young, 1990). Aunque algunas
han procedido de África (por ejemplo, Schmidt y Patterson, 1995; Schmidt,
2010), la mayor parte, no solo en número sino también en interés teórico,
ha procedido del campo más activo de desarrollo de la teoría poscolonial, la
antigua colonia inglesa de India, con la conocida escuela de “Estudios Subalternos” (Guha, 2002). Uno de sus miembros, Dipesh Chakrabarty (1992),
aunque admite que Europa sigue siendo el tema principal de cualquier historia, con independencia de la región o nación que trate, y que la historia se
impone tanto por el imperialismo occidental como por los nacionalismos
del Tercer Mundo, con el fin principal de universalizar a la nación-estado
como única forma de comunidad política en todo el mundo (Ibíd.: 221, 240),
defiende la posibilidad futura de una historia distinta que “provincialice”
Europa, admitiendo todas las diferentes narrativas en condiciones de igualdad (Klein, 1995: 297-8).
EL ARTE RUPESTRE ESQUEMÁTICO DE MENGE (BENISHANGUL)
En Enero de 2001, durante la prospección arqueológica exploratoria del
estado regional de Benishangul-Gumuz (junto a la frontera etíope-sudanesa), un territorio de cerca de 50.000 km2 donde nunca antes se había
realizado una intervención arqueológica, los informantes del pueblo de
Menge, al norte de la capital del estado, Assosa, nos llevaron a un abrigo
cercano con pinturas rupestres esquemáticas de color rojo, llamado la “roca
roja” (Bel Bembesh) en lengua local Berta. En una campaña arqueológica
posterior, en 2003, observando las rocas graníticas cercanas descubrimos
otro abrigo con pinturas esquemáticas idénticas, aunque en menor número, llamado Bel ash-Sharifu, la “Roca del maestro islámico” (los Berta fueron islamizados en la segunda mitad del siglo XIX) (Fernández y Fraguas,
2007; Fernández, 2011).
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Arqueología y patrimonio en un mundo postoccidental
Las pinturas son en su mayoría toscos rectángulos, unas veces vacíos y
otras rellenos de líneas verticales o reticuladas, líneas aisladas, círculos y
signos “solares”. Sendas catas de sondeo abiertas en los dos abrigos, y en
un abrigo cercano a Bel ash-Sharifu y un despoblado situado detrás de Bel
Bembesh, ofrecieron materiales cerámicos (con decoración impresa, incisa
y acanalada), similares a los que habíamos descubierto previamente en el
abrigo de Kunda Tamo, próximo a la ciudad de Bambasi al sur de Assosa.
Dos fechas de radiocarbono, una en Kunda Tamo de 1985 + 40 BP y otra
en el abrigo próximo a Bel ash-Sharifu de 275 + 30 BP, permiten inferir la
cronología general de cerámicas y pinturas en el primer milenio y primera
mitad del segundo milenio de nuestra era. Esa es también la cronología de
cerámicas con decoraciones en gran parte similares y registradas en las regiones próximas del sur de Sudán, Kenia y centro de Etiopía (David et al.,
1981; Robertshaw y Siiäirinen, 1985; Robertshaw, 1987; Joussaume, 1995).
Previamente a Benishangul habían llegado grupos con cerámicas impresas
pivotantes procedentes del Sahara y Sudán central, de donde habrían huido
a causa de la aridez creciente de mediados del Holoceno (Fernández, 2003;
Fernández et al., 2007).
Es curioso que la fecha radiométrica más reciente antes citada coincida
con la época en que, según los escasos datos históricos disponibles, los Berta
llegaron a Benishangul procedentes de la región adyacente sudanesa del sultanato Funj de Sennar (finales del siglo xvii y comienzos del xviii); al subir al
altiplano desde las llanuras sahelianas, los mismos Berta todavía recuerdan
hoy que desplazaron a grupos anteriores, los minoritarios Mao y Kwama que
hablan en su mayoría lenguas Koman (Triulzi, 1981).
Lo primero que nos llamó la atención fue la similitud de muchos signos
con los que se hacen mediante cicatrices (escarificaciones) en el rostro, sobre
todo las mujeres, en algunas tribus de la zona. Los signos son más frecuentes
en los grupos Koman y otros relacionados como los Gumuz, aunque también
los presentan los Berta menos islamizados. Esta coincidencia nos llevó a pensar primero en un significado étnico-identitario del sitio, lo que fue negado
por los informantes locales, y más tarde en que se podría tratar de signos
protectores que aparecen en diferentes contextos: en los individuos para protegerlos personalmente (se hacen al final de la infancia como rito de paso y
otras veces como protección frente a las enfermedades) (Rubin, 1988) y en las
rocas más visibles del paisaje para proteger a la comunidad completa.
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VICTOR M. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ
Figura 2. Mubarak Ashafi y otros ancianos Berta de Menge, febrero 2003.
Los signos esquemáticos de estos dos yacimientos son muy parecidos a
toda una serie de ellos que aparecen en África Oriental y norte de la Meridional, desde Mozambique hasta Uganda, en los que predomina también el
color rojo y que han sido estudiados siempre a escala regional, por ejemplo
en Zambia (Smith, 1997) o Uganda (Namono, 2010). En líneas generales, se
tiende a ver el arte rupestre dividido en dos grandes estilos, uno naturalista,
en principio más antiguo y que representa animales salvajes cazados y estuvo
probablemente ligado a rituales chamánicos (Lewis-Williams, 1981), y otro
esquemático y en general más reciente, ligado a diversos rituales en los que
predomina la propiciación de la lluvia. Aunque antes se creía, sin demasiado
fundamento, que ambos estilos fueron obra de una población cazadora-recolectora, anterior a los bantúes que hoy ocupan casi toda la gran región y antecesora de los actuales San (Bosquimanos) de Suráfrica, hoy son cada vez más
quienes piensan que desde el río Zambeze hacia el norte, donde predominan
los geométricos sobre los animales en el arte rupestre, los autores estuvieron
relacionados con los actuales pigmeos del África Central, que en el pasado
ocuparon áreas mucho más extensas (Namono, 2010). Una interesante tesis
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Arqueología y patrimonio en un mundo postoccidental
de Benjamin Smith (1997) es que este arte esquemático-pigmeo habría sido
realizado por mujeres, pues los mismos diseños son los que éstas dibujan hoy
en otros soportes diferentes (cortezas, huevos de avestruz, etc.).
Hasta aquí hemos visto lo que se puede considerar un análisis arqueológico convencional de un hallazgo habitual en África. Ahora bien, durante nuestra prospección, en tres ocasiones, en 2003 y 2005, preguntamos a
informantes locales Berta sobre el significado de las pinturas, al campesino
Al Mamún Tilahum que vivía cerca de sitio, y a dos ancianos de Menge que
nos recomendaron por su conocimiento de las tradiciones: Mubarak Ashafi
y Mohammed Nekura (figura 2). Los tres nos dieron datos idénticos: 1) Las
pinturas fueron hechas en el momento de la Creación por Dios (rabbana, la
misma palabra que emplean los musulmanes sudaneses); 2) Los signos están
escritos en una lengua anterior al árabe y narran episodios del Corán; 3) El
lugar es milagroso y la gente va a pedir gracias personales, con ritos colectivos
en momentos de peligro, sobre todo cuando la lluvia anual tarda en llegar.
Los rituales son dirigidos por maestros sufíes (había un incensario y ruinas
de una pequeña mezquita rodeando la roca en Bel Bembesh) y mucha gente
ve grandes luces por la noche junto a las pinturas, que se asocian con buenos
presagios para la comunidad. En Bel Bembesh solían retirarse hombres santos (“jeques”) que permanecían allí largos días sin comer y daban consejo a
todo el que se lo pedía.
La información anterior nos confirmó dos cosas importantes, y en cierta
manera contradictorias: el sentido original de las pinturas se había perdido
por la influencia histórica islámica, pero el sitio seguía conservando parte
de su poder simbólico y por ello era posible que su significado prehistórico
no hubiera desaparecido completamente. Haciendo caso a los informantes
locales, hicimos un rastreo bibliográfico en dos ámbitos distintos, los datos
etnográficos sobre el uso del arte esquemático en relación con la lluvia en
África Oriental y los rituales prehistóricos adaptados al Islam en todo el norte
del continente.
Aunque hay algunos datos aislados sobre la relación entre arte rupestre
y lluvia en otras regiones africanas, incluidas las islas Canarias (Fernández,
2007), es en África Oriental donde existen informaciones más seguras (figura
3). Así, tenemos que en toda la zona de Kasama en Zambia el arte esquemático muestra formas claramente relacionadas con el tiempo atmosférico que la
población local relaciona con antiguos ritos de lluvia (Smith, 1997), mientras
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Figura 3. Figuras esquemáticas de lugares de África Oriental donde se practican
todavía ritos de propiciación de la lluvia (diferentes escalas): 1-4. Nyero, Uganda
(Sassoon, 1971); 5-6. Bahi, Tanzania (Culwick, 1931); 7-11. Kasama, Zambia (Smith,
1997); 12-14. Katolova, Zambia (Phillipson, 1972); 15-20. Menge, Etiopía (Fernández y
Fraguas, 2007; Fernández, 2011).
que varios sitios con arte alrededor del lago Victoria en Uganda todavía se
frecuentaban hace poco para ese tipo de peticiones y otros rituales de fertilidad, confirmados por supuestos milagros y luces nocturnas (Chaplin, 1974),
y lo mismo ocurría en la zona de Bahi en Tanzania (Culwick, 1931) (ver un
resumen en Odak, 1992).
Por otro lado, tenemos que en todo el norte de África hay abundante información sobre cómo el Islam se apropió de rituales prehistóricos mediante
complejos procesos de hibridación entre ambos universos ideológicos. En la
obra clásica de Westermarck (1933) se recogen ejemplos de ritos de agua, del
valor mágico de las montañas y rocas, del culto de santos en yacimientos prehistóricos, de la aparición de luces nocturnas, etc. En todo el orbe islámico las
rocas y cuevas fueron lugares elegidos a menudo por ermitaños que se retiraban allí a orar, santificando el sitio que a partir de entonces adquiría valores
mágicos y solía ser también escenario de rituales sufíes (Trimingham, 1971).
Lo anterior muestra cómo el significado del arte esquemático de Menge fue
perfectamente adaptado, hasta adquirir un aspecto casi “clásico” del norte de
África, durante la islamización de Benishangul en la segunda mitad del siglo
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Arqueología y patrimonio en un mundo postoccidental
xix. Es interesante que el viajero holandés Juan María Schuver, que recorrió
Benishangul en 1881, se fijara en que una de las primeras actividades de los
hombres religiosos que iban llegando poco a poco desde Sudán era prescribir
textos mágicos del Corán con fines curativos, escritos en trozos de papel o calabaza, lo que tal vez explicaría el rápido cambio de significado de los signos
prehistóricos y su conversión en partes del libro sagrado de los musulmanes
(James et al., 1996: 33).
En su renombrado estudio sobre las fronteras africanas, Igor Kopytoff
señala cómo los límites de las distintas etnias han ido cambiando históricamente, casi siempre porque grupos más expansivos penetraban en los territorios de otros grupos, creando unas nuevas fronteras al ir desplazando la
original. Un mecanismo muy utilizado para conseguir la aceptación de los
antiguos ocupantes era identificarse o asociarse con sus puestos de mayor
fuerza simbólica, dominando los rituales originales y en ocasiones cambiándoles el sentido (Kopytoff, 1987: 55-56). La zona de Benishangul es una de las
más ricas étnicamente de toda África, y parece haberse registrado un “proceso de larga duración”, quizás desde la Prehistoria como sugieren nuestras
excavaciones en el Nilo Azul sudanés y en Benishangul, consistente en que
sucesivos grupos de lenguas nilo-saharianas que buscaban refugio fueron
subiendo al escarpe fronterizo etíope. Cuando los Berta empezaron a llegar
desde Sudán hace unos tres siglos, debieron de empezar la apropiación de
los rituales anteriores de los Koman y Gumuz, que completaron con su total
islamización poco después.
EL MUSEO REGIONAL DE ASSOSA (BENISHANGUL)
Si el ejemplo anterior hacía referencia a cómo nuestras interpretaciones teóricas pueden verse afectadas por las opiniones locales, este muestra un ejemplo de contacto más intenso, como es la exposición de la historia y cultura
locales llevada a cabo por investigadores que, aunque dotados de la “mejor
intención”, proceden de un país y de una formación intelectual completamente diferente (González-Ruibal y Fernández, 2007).
En 2005 y 2007 el equipo arqueológico que había realizado la prospección de Benishangul obtuvo dos pequeñas ayudas económicas del fondo para
proyectos de cooperación de la Universidad Complutense (Vicerrectorado de
Relaciones Institucionales y Cooperación) para instalar un museo en Assosa,
la capital del estado regional. El gobierno del estado tenía previsto construir
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Figura 4. Hall central del museo de Assosa (Benishangul-Gumuz), diciembre 2009.
un edificio nuevo para ese mismo fin, pero ante la falta de medios decidió dedicar el amplio hall del edificio de Cultura y Turismo para exponer los objetos;
éstos habían sido recopilados en su mayor parte antes de nuestra llegada, por
varios funcionarios que habían recorrido pueblos de la región adquiriendo
material etnográfico; de nuestras excavaciones vinieron los pocos objetos arqueológicos (útiles líticos tallados, fragmentos de cerámicas prehistóricas)
que se pudieron exponer, y la familia del antiguo “sultán” de Benishangul, el
jeque Khojele al-Hassan, fallecido en 1938, suministró diverso material considerado “histórico” de la región (ropas y armas del jeque y sus descendientes,
emblemas, fotos antiguas, fotocopias de cartas de los emperadores de Etiopía
dirigidas a la familia, etc.) (figura 4).
El edificio del museo contaba también con una biblioteca, que justo antes
de nuestra llegada había recibido la donación de varios miles de libros procedentes de expurgos de bibliotecas de Estados Unidos a través de la embajada
norteamericana en Addis Abeba. Aunque una mayoría de los libros podrían
ser de alguna utilidad en Assosa (volúmenes sobre ciencia, economía, historia, enciclopedias, novelas, libros infantiles, etc.), otros estaban totalmente
descolocados allí, como muchos libros sobre recetas de cocina, tiempo libre
(cultivo de jardines, reparación de motores fuera de borda…) o los repetidos
ejemplares sobre comportamiento de etiqueta (Book of etiquette) que con
asombro vimos que habían sido envidados a ese rincón fronterizo de África.
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Según pudimos comprobar en el registro de préstamos que funcionó durante
unos años durante nuestra intervención, la media de libros prestados era de
unos tres por semana, normalmente a maestros y funcionarios del gobierno
local, que en un porcentaje alto de casos no devolvían los volúmenes al centro
(por esa razón se decidió luego instalar una sala de lectura aneja). Nuestra
labor en la biblioteca consistió en ordenar los libros por temas y retirar los
repetidos para destinarlos a un lugar diferente, así como comenzar un inventario informático con el programa Access en uno de los ordenadores del
centro. Para el museo instalamos dos ordenadores nuevos, con un inventario
completo de objetos realizado con el programa File Maker.
Como es bien sabido, la construcción de las naciones modernas en los
últimos dos siglos se ha apoyado de forma consistente en el patrimonio histórico y cultural de las mismas. En Etiopía esto se ha desarrollado también con
el rico patrimonio del norte del país, desde los palacios y tumbas del reino
de Axum que dominó una gran parte del Mar Rojo poco antes y después del
comienzo de la era cristiana, hasta las iglesias rupestres medievales de Lalibela y los palacios reales de los siglos xvii y xviii en Gondar, monumentos
todos ellos declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Ahora
bien, una gran parte del país no se siente representada por ese patrimonio y
así tenemos que la gran etnia Oromo, conquistada por el rey Menelik a finales del siglo xix y que ocupa casi la mitad meridional de Etiopía, lo rechaza y
ha construido sus propios museos, como el que pudimos visitar en la capital
de la región de Wollega al oeste de Benishangul, Nekemte, realizado con un
cierto peso propagandístico de las glorias de los Oromo durante su historia
(aunque fue construido en la época del Derg, gobierno comunista entre 1974
y 1991, con un fuerte componente centralista). Es curioso que donde más visible sea la exposición del pasado Oromo sea en las pinturas murales de los
bares del estado regional de Oromía, que además de anunciar el establecimiento o las bebidas que se pueden consumir representan antiguos caudillos
de la etnia, con el característico apéndice sobre la cabeza en forma de pene,
símbolo de la fuerza del guerrero (figura 5).
En el nuevo sistema político instaurado en Etiopía con la constitución de
1994, toda etnia tiene asegurado el derecho a la representación política, y las
más importantes constituyen estados autónomos propios (Amhara, Tigray,
Oromo, Afar, Somali) mientras las más pequeñas lo tienen compartido con
otras también poco importantes numéricamente. Este proceso ha traído la
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aparición, en palabras del historiador italiano Alessandro Triulzi, de “memorias reprimidas” que por primera vez se atreven a cuestionar el “archivo
centralizado de la memoria” (Triulzi, 2001).
Las etnias autóctonas de Benishangul-Gumuz son cinco: Berta, Gumuz,
Shinasha, Mao y Komo-Kwama (las dos últimas se suelen agrupar en tanto
que sus denominaciones son equívocas y en realidad se trata de más grupos,
todos ellos muy pequeños). Berta y Gumuz son mayoritarias, al sur y norte
del Nilo Azul respectivamente, y los conflictos entre ambas para dominar la
región constituyen el tema fundamental de la historia regional en los últimos
años (Young, 1999). El museo está situado en la capital regional, que es a su
vez centro de la región Berta, por lo que la mayoría de los objetos representados eran de esa etnia, no tanto por un interés particular sino únicamente por
la mayor facilidad de su adquisición.
En lo que sí estaban de acuerdo tanto Berta como Gumuz era en una
exposición etnográfica organizada por etnias. Así estaban clasificados los
objetos recogidos en el almacén cuando llegamos por primera vez al edificio de Cultura, aunque enseguida advertimos de que existían errores, que
los funcionarios (casi todos de fuera de la región) ignoraban el origen de
Figura 5. Dibujo de antiguo caudillo Oromo en un bar de Ghimbi (Wollega, Oromía), febrero 2002.
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muchos artefactos y las mezclas eran constantes. Pocos años antes se había inaugurado en Addis Abeba un nuevo museo etnográfico en el antiguo
palacio de Haile Selassie hoy sede de la Universidad de la ciudad (con la
asistencia técnica del Museo de Artes Populares de Sevilla y financiación
de la UNESCO), organizado únicamente por temas (niñez, ritos de paso,
cerámicas, el mundo funerario, etc.). Cuando preguntamos a los directores del centro sobre la cuestión, que entonces eran un Berta y un Shinasha
(hoy son un Shinasha y un Kwama), nos llevamos una respuesta inesperada:
se trataba de una “cuestión técnica” que nos correspondía resolver a nosotros. Consiguientemente, elegimos una distribución que nos pareció más
moderna y didáctica, con vitrinas dedicadas a la alimentación, bebida, arte,
minería, etc. en las que aparecían mezclados objetos de las diferentes etnias
(figura 6). Finalmente dedicamos una vitrina al género, con objetos específicos portados por hombres y mujeres de varias etnias. Asimismo colocamos
algunas cerámicas de la etnia Amhara, la más importante históricamente de
Etiopía pero que en Benishangul-Gumuz constituye una minoría de recién
Figura 6. Vitrina dedicada a la música en la instalación del museo de Assosa, con
trompetas y flautas Berta junto a un tambor, flautas y cascabeles Gumuz (diciembre
2009).
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llegados muy pobres, reasentados a la fuerza por el gobierno del Derg y que
no cuentan con representación política en el parlamento ni en el gobierno
regional (Wolde-Selassie, 2004).
Aunque en ningún momento fuimos advertidos al respecto, sabíamos
que los musulmanes Berta y algunos Gumuz no se sienten muy identificados
con algunos aspectos “paganos” de su cultura tradicional, incluido algo tan
corriente en toda la región como es el consumo de cerveza. Las cerámicas
que se han elegido como símbolos de las dos regiones a ambos lados de la
frontera, en una especie de escudo que representa las relaciones entre ellas,
son la típica jarra de agua sudanesa copiada por los Berta (al-brik) y la usada
en toda Etiopía para elaborar el café (giovana). Pero las grandes jarras donde
se fermenta la cerveza en los poblados gumuz y kwama, e incluso en algunos
Berta alejados de la zona central y fronteriza y por ello menos islamizados (jarras que por cierto recuerdan a las que se usaban en la antigua Nubia y Sudán
Central con el mismo fin desde hace milenios), así como los filtros de bambú
y las calabazas también usadas en la preparación de la bebida alcohólica, no
podían dejar de exhibirse, como así resultó finalmente sin ningún problema
del que fuéramos conscientes.
Más importante podía ser un problema de corte político al que ya hemos
hecho mención: la presencia central en la parte histórica del museo de la persona del jeque Khojele al Hassan (figura 7). Este personaje fue central a finales
del siglo xix, cuando llegó a controlar gran parte de Benishangul de forma
independiente, luchando contra Menelik ii de Etiopía y llegando a ofrecer la
región a los ingleses que entonces colonizaban el inmediato Sudán. Una vez
conquistada toda la zona por Etiopía, Khojele pasó una temporada en la cárcel, pero poco después volvió a mandar en Benishangul en representación del
gobierno de Addis Abeba, manteniendo buenas relaciones con el regente y
luego emperador Haile Selassie. Pero esas relaciones se basaban en los tributos anuales que Khojele pagaba en oro (el famoso oro de Benishangul, conocido desde la antigüedad) y esclavos. La caza de esclavos ya era practicada por
Khojele desde antes de la incorporación a Etiopía, efectuada sobre otras etnias
“paganas” (como los Uduk de la parte sudanesa, para los que el nombre que le
daban, kujul, y el del diablo eran la misma cosa; cf. James, 2007), pero también
con los Berta más alejados y todavía no islamizados. Con su gran riqueza personal, Khojele se construyó un palacio en Addis Abeba, que todavía hoy es uno
de los monumentos más antiguos y originales de la capital de Etiopía.
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Figura 7. La única foto conservada del jeque Khojele al Hassan, caudillo y sultán de
Benishangul fallecido en 1938.
En los meses que pasamos trabajando en la instalación del museo, llegó hasta nosotros la noticia de que algunas familias Berta prominentes no
estaban de acuerdo con que el museo fuera “el museo de Khojele”, dado su
carácter de traficante de esclavos, etc. Pronto supimos que la razón de esta
oposición provenía de las rivalidades internas entre grupos de poder Berta,
que junto con las que les oponían a todos ellos frente a la etnia Gumuz llevaron al gobierno central a cambiar completamente en 2009 el gobierno de
Assosa (cuya autonomía es evidentemente solo nominal). Todas esas familias
formaban la casta conocida como watawit (cuya traducción más habitual es
la de “vampiros”), descendientes mezclados de mercaderes sudaneses (yallaba) llegados a lo largo del siglo xix y que se casaron con las hijas de los jefes
Berta e impusieron el Islam y su propia jerarquía en la región.
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Nuestra posición en medio de esas fuerzas internas no era nada cómoda.
Pero si seguimos su línea hacia arriba o hacia abajo, vemos cómo la cadena de
la dominación no parece terminar nunca. En la parte más baja están los MaoKomo, luego siguen los Gumuz, encima han estado a veces los Berta, más
arriba los Amhara y sobre todos ellos el poder central de Addis Abeba, representado durante una gran parte del siglo xx por el negus Haile Selassie. Ahora
bien, tenemos que este último, con su oposición a la colonización italiana en
los años 1930, su famoso discurso en la Sociedad de Naciones defendiendo la
independencia de las colonias, etc. se convirtió entonces, y su recuerdo aún
mantiene en parte el prestigio, en un símbolo de la liberación de los países del
Tercer Mundo (e incluso en un semi-dios para los seguidores de la “religión”
rastafariana), cuando en su país no fue otra cosa que un sátrapa feudal que
parecía salido de la Edad Media europea. ¿Por cuál de ellos tomar partido?
Por otro lado, a lo largo de la época colonial, se ha podido observar cómo los
colonizadores europeos simulaban muchas veces defender a los más bajos en
la escala social y étnica (bosquimanos en Suráfrica, Bubis en Guinea Ecuatorial,
Oromos y fronterizos en Etiopía, etc.) frente a otros más poderosos, en una maniobra hipócrita que buscaba debilitar la fuerza, mucho mayor y por tanto más
peligrosa para los colonos, de los segundos. En tanto que europeos, no estamos
en una posición fácil en absoluto para criticar las relaciones de poder internas
de los países africanos. En una recopilación reciente de ensayos sobre nuevos
museos africanos vemos cómo nuestro problema dista mucho de ser único para
estas instituciones en el continente (Ahonon, 2000; Sheriff, 2000; Sylla, 2000).
En nuestro caso teníamos claro que solo poseíamos materiales históricos de la familia Khojele, y una vez olvidado el espinoso tema del esclavismo
(abolido en Etiopía a comienzo de la década de 1940), vimos que el jeque
constituye todavía un motivo de orgullo e identificación nacional para muchos habitantes de Benishangul-Gumuz, al menos para los que conocen un
poco de su historia. De hecho, en los años que el museo lleva abierto, según
he podido comprobar en los cortos viajes que he realizado a Assosa para seguir su curso, el centro constituye de forma creciente un motivo de dignidad
y autoestima para los habitantes de la capital, y sobre todo para los funcionarios del gobierno local, que lo muestran a casi todos los representantes del
gobierno central y de otros estados regionales que visitan la zona y se quedan
asombrados de su misma existencia, cuando en lugares de mucha más importancia aún no existe ningún centro similar.
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CONCLUSIÓN
¿ES POSIBLE UN DISCURSO POSCOLONIAL DESDE OCCIDENTE?
Es evidente que los dos ejemplos anteriores representan un esfuerzo por modificar, al menos en parte, un tipo de actividad arqueológica habitual en un
país emergente, cuya particularidad más importante al respecto es que fue
colonizado en su momento (sólo durante unos pocos años por Italia, pero
la huella dejada en el país aún perdura). Influidos por la teoría poscolonial,
hemos tratado de “dar la voz a los subalternos”… ahora bien, ¿lo hemos conseguido? ¿Fue el esfuerzo suficiente?
En el caso de los Berta y el arte rupestre, se nos presentaba claro el conflicto producido entre una explicación supuestamente racional y científica
(“universal”) y otra “local” de los propios Berta. Como arqueólogos occidentales, no podíamos evitar escoger la primera (nos era imposible aceptar que
los signos esquemáticos fueran el Corán), pero al mismo tiempo nos dolía
rechazar otra interpretación, realizada desde una posición vital mucho más
próxima al arte que la nuestra, y por eso cambiamos nuestra idea original
para adaptarla al menos en parte y hacerla más congruente con los datos suministrados por los ancianos del pueblo.
En el caso del Museo de Assosa, aunque pudimos llevar a cabo su instalación sin ningún tipo de presión o interferencia, nos mantuvimos atentos a
las ideas locales al respecto, dispuestos a cambiar lo necesario para adaptar
nuestras ideas museísticas preconcebidas a sus propios conceptos. Ambas
contraposiciones son en gran medida una prolongación de las que los antropólogos llevan encarando desde hace algún tiempo (entre “etic” y “emic”) y
que han llevado a la actual antropología “reflexiva” o “posmoderna”. En una
línea más teórica, ambas experiencias me llevaron a plantearme una pregunta realmente complicada: ¿es posible incorporar categorías locales, premodernas, a nuestros discursos “objetivos” sobre el pasado?
La pregunta anterior enlaza con la del famoso artículo de G. Spivak citado al comienzo del artículo, cuya respuesta ya sabemos que es negativa.
Esa negación se produce una y otra vez, y tenemos un último ejemplo en un
texto de nuestro colaborador Alfredo González-Ruibal (quien contribuyó al
descubrimiento de las pinturas de Menge, realizando incluso la copia de las
mismas, además de trabajar en la instalación del museo) (González-Ruibal,
en prensa). En él se afirma que con independencia de todos nuestros esfuerzos, el resultado será siempre “ciencia al estilo occidental, por mucho
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que intentemos hibridizarla con las creencias y sistemas de conocimientos
vernáculos”. Como mucho, nuestros intentos de hablar por ellos no pasarán
de ser una “imitación o mimesis”, ya que, como decía Spivak, los subalternos
“no tienen un lugar desde el que hablar”, y “no hay más discurso que el occidental”.
Encarando una salida lógica del impasse, González-Ruibal se remite a la
obra del filósofo francés Jacques Rancière (1992): el subalterno tiene un “exceso” de discurso, que finalmente lo convierte en mudo y ciego. Esa abundancia proviene precisamente de la profusión de mensajes occidentales entre los
que vive, y por ello a lo más que puede aspirar es a un discurso prestado, lleno
de imitaciones y tópicos. Las “arqueologías indígenas” adolecen también de
ese tipo de “no discurso”. Para quienes hemos trabajado en antiguos países
colonizados, no es posible sino asentir con pesar a lo anterior, recordando
nuestra propia decepción ante la pobreza y escasa originalidad de las ideas
que nos transmitían los locales, imitaciones de las nuestras en las personas
con más formación, y lejanas e incomprensibles, o simplemente inexistentes,
en los demás.
La alternativa sería poner el pragma antes del logos, las cosas antes de las
palabras, dejar que las cosas hablen por sí mismas; es decir, una aproximación fenomenológica. Para González-Ruibal, esa experiencia se produce en
arqueología cuando se visitan sitios especiales, como una cueva por él descubierta (Zeret, al NE de Addis Abeba) donde los soldados italianos masacraron
a una multitud de resistentes etíopes y que fue respetada por la población
local hasta hoy mismo, dejando las cosas y los esqueletos en su posición original (González-Ruibal et al., 2011). Personalmente, yo recuerdo emociones
parecidas al entrar en alguna ciudad abandonada del desierto, como Kasr alBarka en Mauritania donde estuve en 2008, o cuando visité el recién abierto
Museo de Oriente en Lisboa, con los objetos iluminados dentro de las vitrinas
en medio de la total oscuridad de las salas, sin apenas información escrita
sino sólo la sensación de las cosas aparecidas como por encanto…
No obstante, mantener ambos mundos (discurso y no discurso) completamente separados intelectualmente no parece la única opción válida, aunque
solo fuera por su desesperanza. También por recordar que, como decía el filósofo Richard Rorty, “las cosas no hablan, solo nosotros lo hacemos” (Rorty,
1991). Los dos casos presentados en este trabajo muestran que de la escucha de
los subalternos, o mejor, de la espera ante su silencio, nuestras propias ideas
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salen modificadas. La novelista danesa Karen Blixen narraba, en la continuación de sus memorias africanas titulada Sombras en la hierba, como se pasó
años esperando, a su vuelta a Dinamarca, que sus antiguos amigos keniatas
contestaran a las cartas que ella enviaba una y otra vez pidiendo noticias.
Cuando, de tarde en tarde, llegaba alguna, a ella le recordaba su experiencia
de cazadora en la sabana, al aparecer sigilosamente los primeros animales que
se acercaban a beber en las charcas al amanecer… Lo que nosotros hemos oído
de las voces de los otros, por poco que fuera, ha enriquecido nuestra forma de
ver el pasado, al acercarnos un poco más a la historia y los intereses locales, y
nos apunta hacia un camino de futuro trabajo común y más esclarecedor.
AGRADECIMIENTOS
La investigación de Benishangul fue financiada por las ayudas a proyectos arqueológicos en el exterior de la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales del
Ministerio de Cultura, y la instalación del Museo de Assosa por las ayudas a la cooperación al desarrollo del Vicerrectorado de Relaciones Institucionales y Cooperación
al Desarrollo de la Universidad Complutense de Madrid. En el trabajo de campo y
museístico colaboraron Alfredo González Ruibal, Alfonso Fraguas, Álvaro Fanquina,
Xurxo Ayán, Salomé Zurinaga, Cristina Charro, Carmen Ortiz y Beatriz del Mazo.
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30
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2
PRESENCIA SOCIAL DE LA ARQUEOLOGÍA
Y PERCEPCIÓN PÚBLICA DEL PASADO
Gonzalo Ruiz Zapatero
A la memoria de mi hermana María del Carmen (Lula)
por toda la luz, bondad y ejemplo que nos dio siempre.
En un episodio de 1997 de la famosa serie Los Simpson el director Skinner
anuncia por megafonía que todos los buenos estudiantes serán premiados
con una visita a una excavación arqueológica. Se oyen voces de entusiasmo.
Pero también, continúa la alocución, todos los malos estudiantes serán castigados con una visita a una excavación arqueológica. Se oyen gritos de desaprobación. Si la arqueología ha llegado a Los Simpson es, sin duda, porque
se trata de un tema de amplio reconocimiento social. De alguna manera los
Simpson hacen existir realmente a la arqueología en el mundo actual. Algo
parecido difícilmente hubiera podido suceder en series de dibujos animados
de veinte o treinta años atrás. En gran medida, la presencia de la arqueología
en los medios de comunicación de masas es lo que otorga relevancia social al
estudio material del pasado. El fenómeno Stonehenge en el Reino Unido y el
fenómeno Atapuerca en España constituyen dos buenos ejemplos de cómo,
en la actualidad, grandes proyectos y equipos están convencidos de que la
comunicación efectiva con el público tiene que hacerse a través de una amplia
batería de medios (exposiciones, prensa, videos, libros, TV, etc.), argumentando que son esenciales para divulgar los resultados de la arqueología.
La arqueología ha construido en las últimas décadas puentes cada vez más
sólidos con las sociedades en las que actúa (Copeland, 2004; Darwill, 2006;
Eriksson, 2011 y Sabloff, 2009) y, especialmente, con el tema de la comunicación a audiencias lo más amplias posibles (Laneri, 2002; Lerner, 2010; Holtorf,
2007b y Pokotylo, 2007). Probablemente, en buena medida, por la conciencia
de que trabaja mayoritariamente con financiación pública y en la actualidad,
con la crisis económica iniciada en 2008 (Schlanger y Aitchison, 2010), parece
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
sentirse una presión añadida para justificar lo que hace de cara a la sociedad
y destacar cuales son los beneficios que aporta (Little, 2002). Dentro de la
creciente concienciación de la importancia de la divulgación arqueológica se
está abriendo camino una idea nueva entre los arqueólogos: la necesidad de
conocer bien a los distintos públicos (McManamon, 1991; Prior, 1996). Y en
ese sentido, quizás somos nosotros los que desconocemos al público más que
el público a la arqueología (Hargreaves y Ferguson, 2000). No basta conocer
la disciplina y los mecanismos y formatos de divulgación y, más que quejarnos de que “la gente” no conoce la arqueología, deberíamos preocuparnos
por conocer las ideas, expectativas, preferencias y deseos de las diferentes
audiencias. No para satisfacer servilmente sus opiniones (Kristiansen, 2008)
sino para construir potentes mensajes arqueológicos que utilicen y se apoyen
en aquellas (McManamon, 2000). Y también debemos conocer los medios de
comunicación moderna porque los medios conocen bien el potencial de la
arqueología para la narración escrita y visual y son, en gran medida, los que
presentan y definen la arqueología para los diferentes públicos. De manera
que, como arqueólogos, haríamos bien en estar informados sobre la percepción pública de nuestra propia disciplina; y aún más deberíamos trabajar más
activamente para lograr una imagen más efectiva ante la sociedad (Bathurst,
2000-2001).
Por otra parte, el pasado arqueológico está en la vida cotidiana más presente
de lo que habitualmente pensamos y un ciudadano se puede encontrar con el
pasado a lo largo de un solo día de múltiples formas: en la arquitectura neoclásica de una entidad bancaria, en una cerveza de marca Celta, en una exposición
sobre Tesoros Sumergidos de Egipto, en las revistas del kiosco que dan cuenta
del último hallazgo fósil, en el anuncio de un periódico del Museo de la Evolución Humana de Burgos o en el de una entidad bancaria que nos anima a
evolucionar con un gráfico tradicional de la evolución humana, en una novela
prehistórica como la última de J. Auel, La tierra de las cuevas pintadas (2011), en
un videojuego que nos desafía a conquistar tierras para el Imperio Romano, en
un documental de arqueología sobre Ötzi, el Hombre del Hielo, en un restaurante que ofrece “cenas medievales” o, en fin, en un anuncio televisivo del Metro
de Madrid habitado por “cavernícolas” que buscan la estación Prehistoria (Ruiz
Zapatero, 2009a). Son pequeños trozos del pasado, muy anecdóticos ciertamente, pero que conforman el imaginario popular sobre el pasado de una forma importante y potente. Y sin duda con más impacto que la arqueología académica.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Pero el pasado es, ciertamente, un país extraño (Lowenthal, 1999), no visitable e inaprensible. La arqueología como conocimiento real del pasado es
imposible. Nada de lo que hemos hecho generaciones de arqueólogos en todo
el mundo y lo que hagan las próximas generaciones cambiará este hecho. No
podemos viajar al pasado y no podemos creer que vivimos el pasado como
lo vivieron las gentes del pasado (Hoffer, 2008: 179). Pero hacer arqueología, estudiar el pasado no es imposible. No podemos reconstruirlo pero sí
representarlo. Para ello tenemos que completar el puente desde el presente al
pasado. Como señala Hoffer, refiriéndose a la historia, esa es la clave. En una
de las últimas escenas de Indiana Jones y la Última Cruzada, Indi debe cruzar
un abismo para llegar a la cueva donde se guarda el Santo Grial. Para ello
tiene que tener fe, y esa fe exige que de un paso sobre el abismo (“el que tiene
fe cruzara”); lo hace y encuentra suelo firme, un puente invisible al otro lado
(figura 1). Lo que necesitamos para estudiar el pasado es fe en el puente construido con nuestros métodos y teorías. Evidentemente una fe que nada tiene
que ver con lo religioso sino con nuestra confianza en la manera de hacer
arqueología. Pero hacer arqueología nos enfrenta con la paradoja de una búsqueda de certezas en un mundo –el del pasado– incierto. Es una paradoja que
podemos superar con confianza en nuestras habilidades y el reconocimiento
de nuestras limitaciones (Hoffer, 2008: 181). Sólo entonces el puente entre el
presente y el pasado estará sujetado y pavimentado con seguridad, seguridad
en que podemos conocer parte del pasado, contrastar distintas visiones del
mismo, y total confianza en que dicha tarea merece la pena.
Figura 1. “Sólo el que tiene fe pasará”. Fotograma y cartel de la película Indiana Jones
y la última cruzada (S. Spielberg, 1989).
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
Ese puente arqueológico al pasado es el que tenemos la obligación de
presentar y animar a que lo crucen el mayor número de audiencias posible.
¿Hacemos realmente eso? ¿Es un puente con buenas señalizaciones de las direcciones a las que lleva? ¿Ayudamos a la gente a cruzar el puente? ¿Cómo ve
el puente la gente? A estas y otras cuestiones relacionadas trataré de ofrecer
respuesta en el presente trabajo. Para ello, en primer lugar, analizaré por un
lado, las relaciones entre arqueología y sociedad en las últimas décadas y, por
otro lado, los tipos de público. En segundo lugar, realizaré un breve repaso de
los principales medios a través de los cuales la arqueología se hace presente
en la sociedad contemporánea –exposiciones, museos y yacimientos arqueológicos, libros y revistas, publicidad, medios de comunicación, conferencias y
cursos, libros infantiles, novelas “arqueológicas” y cómics, películas, Internet
y videojuegos–, señalando solamente algunos datos significativos para comprender dicha presencia y su impacto. En tercer lugar, me ocuparé de examinar los pocos estudios realizados sobre la percepción que las audiencias
tienen de la arqueología actual y de destacar la gran importancia que tienen
estos estudios para dibujar los contornos de la percepción pública de la arqueología. Este será el punto al que dedicaré más atención, puesto que estoy
firmemente convencido de que conocer las percepciones de los distintos públicos es fundamental para la divulgación de la arqueología, lo que equivale
a decir fundamental para su futuro como disciplina académica. Y por último,
esbozaré algunas perspectivas de futuro en relación con la divulgación social
de la arqueología y con la percepción popular del pasado arqueológico. Apuntando algunas líneas y direcciones en las que, en mi opinión, debería moverse
la arqueología en los próximos años, sin que en ello exista la más mínima
intención, por mi parte, de prescribir nada.
ARQUEOLOGÍA Y SOCIEDAD. LOS PÚBLICOS DE LA ARQUEOLOGÍA
Los arqueólogos somos, de alguna manera, mediadores entre la gente del
pasado que estudiamos y la gente del presente y del futuro a la que destinamos los conocimientos históricos que producimos. De esa mediación se
deduce que deberíamos tener mucho interés, no solamente por la gente del
pasado sino también por la del presente. La realidad de los últimos 150 años
no ha sido así, hemos ignorado, en gran medida, a la sociedad porque nos
hemos empeñado mucho en dirigirnos a nuestros propios colegas casi en
exclusividad.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
El conocimiento de las audiencias, de los públicos, exige, en primer lugar,
admitir el error común de creer que existe lo que hemos llamado el “público
general”. No hay un público general sino que siempre tratamos con distintos públicos, que a su vez tienen diferentes capacidades, distintos intereses
y una gran diversidad de posibilidades de acceder al pasado. Una manera de
contemplar esa diversidad es el modelo que he propuesto de la imagen metafórica de una pirámide egipcia (figura 2), en la que se distribuyen diferentes
categorías de audiencias con diferentes capacidades de valoración del Patrimonio Histórico y Arqueológico (Ruiz Zapatero, 2005a). Aunque no pretendo,
en absoluto, reducir todos los posibles públicos a esas categorías es una forma
de aproximación plural y caleidoscópica a la realidad de la diversidad de públicos potenciales. El problema básico es que muchos arqueólogos creen que
se dirigen a otros colegas en lugar de a una plasticidad de audiencias, todas
ellas no-especialistas, y aunque ciertamente los especialistas son una parte
de los públicos de la arqueología son, sin duda, el público cuantitativamente
más reducido y, por otro lado, el menos necesitado de atracción a la vez que
Figura 2. Pirámide de públicos de la arquelogía (modificado de Ruiz Zapatero, 2005a).
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
el mejor informado. Por debajo de la cúspide de la pirámide los segmentos de
público van siendo más numerosos y también progresivamente a medida que
descendemos más difíciles de atraer y cuentan con menos conocimientos previos. Los estudiantes universitarios de historia y arqueología, los arqueólogos
aficionados y los coleccionistas (un sector muy respetable pero que puede ser
problemático) constituyen cuerpos de la parte alta de la pirámide arqueológica de públicos. Los titulados superiores y el profesorado y alumnado no-universitario son colectivos importantes, el último especialmente caracterizado
como una audiencia muy específica. En muchas ocasiones, sencillamente es
un público cautivo. La categoría de turistas debería incluir distintos tipos pero
genéricamente constituye, dividido en nacionales e internacionales, un target
muy conspicuo. En algunos países anglosajones los visitantes de ciertos sitios
como conjuntos megalíticos en Europa o kivas de los indios Pueblo del SO de
EE.UU. incluyen un porcentaje nada desdeñable de personas que acuden por
sus creencias en la New Age y otros movimientos espirituales esotéricos y los
arqueólogos empiezan a respetarlos y crear programas especiales dirigidos a
ellos. La base de la pirámide son los “grandes ignorados”, las poblaciones locales en las cercanías y entornos de monumentos y yacimientos arqueológicos,
que tradicionalmente nunca o apenas han sido tenidos en cuenta. Sin duda,
si consideramos la multitud de sitios arqueológicos dispersos, constituyen el
público mayoritario y de su consideración ha surgido desde hace algo más de
una década la llamada arqueología de comunidad (Marshall, 2002) que está teniendo un continuado y significativo crecimiento (Moshenska y Dhanjal, 2011;
Simpson y Williams, 2008), sobre todo en el Reino Unido y EE.UU. (Simpson,
2010). Básicamente la arqueología de comunidad intenta implicar, de forma
directa y con múltiples iniciativas, a las comunidades locales en la protección,
investigación y promoción de su patrimonio local (Malloy y Jeppson, 2009).
De alguna manera es una arqueología desde abajo (Faulkner, 2000).
Todavía en el subsuelo de la pirámide se sitúan unos públicos –en muchos
países más bien son no-públicos– que se encuentran virtualmente separados o
excluidos de la arqueología: por un lado, aquellos colectivos que nunca o casi
nunca han conocido la arqueología por diversas razones (por ejemplo invidentes y discapacitados infantiles), y por otro lado, colectivos marginados como
enfermos terminales o población reclusa. Pero ciertamente son también públicos y se han iniciado con ellos, en algunos países, programas y experiencias
muy valiosos.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
El reconocimiento de la pluralidad de públicos es absolutamente esencial para
una divulgación eficaz. Aunque es cierto que en ciencia es muy reciente la exploración de las “comprensiones científicas de los públicos” por parte de los científicos, contamos ya con algunas aportaciones verdaderamente deslumbrantes
(Nieto-Galan, 2011). Eso exige superar la fórmula dominante de la “comunicación
de una única dirección” y se tiende a buscar fórmulas más complejas que supongan la implicación de las audiencias a través de la diversidad, la flexibilidad y la
activación de distintos niveles divulgativos (Davies, 2008). En definitiva, como
bien dice Nieto-Galan (2011: 315), la divulgación científica no debe ser considerada
“como una actividad periférica o marginal respecto al conocimiento científico, no
como algo inferior, sino como una función más, plenamente integrada en todos
los niveles en la práctica científica cotidiana, ubicada en primera línea de la batalla
por la hegemonía, la autoridad y el poder”.
Considerar la diversidad de públicos, estudiar sus ideas, creencias y conocimientos, es considerar mejor la arqueología, es pensar en los destinatarios del conocimiento que producimos, es comprobar que las líneas que separan a expertos
de profanos son difusas y, en definitiva, es repensar el sentido de lo que supone
estudiar el pasado. Las distintas audiencias nos deben enriquecer con sus percepciones e inquietudes porque nos ayudan a conformar los cauces para hacer una
arqueología que interese, llegue y sea útil a todos los ciudadanos. Y sobre todo,
para divulgar el pasado debemos tener muy presente que todos los arqueólogos
podemos aprender mucho de todos nuestros públicos. Además, con esta nueva
actitud, podemos dignificar a todos los públicos de la arqueología sin distinciones
(Nieto-Galan, 2011: 317).
LA PRESENCIA DE LA ARQUEOLOGÍA EN LA
SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA
La arqueología, en versiones académicas, divulgativas, esotéricas y fantasiosas
llega a través de múltiples canales a muchas audiencias en las sociedades contemporáneas occidentales. Son auténticos fogonazos audiovisuales, visuales,
sonoros y textuales, de muy diferente valor, pero que alcanzan a mucha gente.
Aquí sólo pretendo comentar muy por encima algunos de los medios por los que
la arqueología configura el imaginario popular y colectivo en el mundo actual.
Las exposiciones, sobre todo las de gran efecto y publicidad, en museos,
centros e instituciones culturales tienen un gran impacto. Exposiciones muy
académicas y de temas relativamente especializados logran cifras de algunos
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
cientos de miles de visitantes pero las de “temas-gancho” como las de Egiptología no sólo logran visitas astronómicas sino que llegan a cobrar por ver simples reproducciones y escuchar a “arqueólogos mediáticos”, como el caso reciente “Tutankhamon: la tumba y sus tesoros” (Comunidad de Madrid, 2010)
y la multitudinaria conferencia de Zahi Hawass en el Palacio de Exposiciones
de la capital de España. Se paga por ver una tumba de cartón piedra y unos
“tesoros” que simplemente son unas buenas reproducciones y por escuchar la
conferencia, es una especie de arqueología espectáculo. Resulta de buen tono
decir que se ha ido a exposiciones aunque no se vean auténticas piezas arqueológicas. Son exposiciones con una clara finalidad mercantil, más que cultural.
Como alguna exposición anterior, también en Madrid, sobre los guerreros de
Xi´an (Fundación Canal de Isabel II, 2004) que presentaba diez de las célebres
esculturas chinas completamente divorciadas de su contexto arqueológico y
cultural. Con buenas operaciones de marketing se pueden conseguir importantes éxitos de público. En nuestro país los museos arqueológicos más prestigiosos ofrecen buenas exposiciones, tanto traídas de fuera como producciones propias, pero a veces la impresión es que están excesivamente dirigidas a
públicos cultos y no se intenta –al menos no suficientemente– utilizar medios
atractivos para los públicos menos proclives a visitar exposiciones. Me refiero
a la posibilidad de recurrir a ideas heterodoxas, con larga tradición en otros
países europeos, como figuras bien conocidas popularmente del cine o de los
cómics. Y así Astérix y Obelix han sido la excusa para exposiciones sobre los
galos o los celtas en museos belgas, franceses, holandeses, suizos, etc… con
gran éxito, como también lo han sido los héroes prehistóricos de papel Rahan,
Tounga y Toumac en Francia (http://www.skene.be/RW/EXPO/ImagesPrehistoire). ¿Para cuándo la primera semejante en un museo español?
Aquí ha habido una larga espera para que Indiana Jones sirva de gancho a
una exposición, la del Museu d´Arqueologia de Catalunya en Barcelona (Orovio, 2011), celebrando los treinta años del estreno de la película En busca del
arca perdida de Spielberg que inauguró la famosa saga. El referente moderno
lúdico puede servir, con un poco de inteligencia y habilidad, para interesar a
la gente en el pasado histórico. El rigor y seriedad en temas arqueológicos no
debe estar reñido con la amenidad para presentarlos.
Los museos, yacimientos arqueológicos visitables o presentados al público
con centros de interpretación (Hernández, 2010; Timoney, 2009) constituyen
una de las formas más directas, eficaces e impactantes de divulgar el pasado
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
(Merriman, 1999; Masriera, 2007; Mansilla, 2004; Moser, 1998; Santacana y
Hernández, 2006; Wood y Cotton, 1999). Los problemas que arrastran muchos de los museos arqueológicos –presentaciones de objetos descontextualizados, mero atractivo visual con pocos mensajes claros y pobre museografía
(Lull, 2007: 364-66 y Ruiz Zapatero, 2009b: 27 ss.)–, hacen que las cifras de
visitantes en nuestro país no sean muy elevadas (figura 3) y, además, habría
que recordar que buena parte de su número de visitante es público cautivo
(por ejemplo los escolares llevados obligatoriamente). Con todo disponemos
de pocos estudios de visitantes de museos arqueológicos (Alcalde, 1995; García Blanco et al., 1999; Pérez Santos, 2000) y desde luego no contamos con
una radiografía detallada de sus visitantes. Por otro lado, no tenemos muchos
yacimientos bien presentados al público, aunque cuando la oferta es buena
consiguen atraer a decenas de miles de visitantes al año: Atapuerca, Numancia, Emérita y Tarraco, las cuevas con arte paleolítico de la región cantábrica y
muchos otros sitios arqueológicos (http://www.arqueoturismo.net/). Y ver y
“tocar” los restos arqueológicos in situ siempre constituye un estímulo atractivo para todos los públicos (Ruiz Zapatero, 1998). Las visitas guiadas cada
vez tienen más demanda así como cualquier actividad participativa. Un caso
Figura 3. El miedo a los museos arqueológicos (Viñeta de El Roto, modificada).
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
especial es la de las visitas a excavaciones en desarrollo, desde la bienvenida
rotunda de hace años (Binks et al., 1988) no ha habido mucho interés en
publicar experiencias y estrategias (Moshenska, 2009b) y en nuestro caso no
conozco ningún estudio ambicioso en esta dirección. Por otra parte, hay un
peligro continuo: debemos combatir la pura mercantilización de los sitios
arqueológicos (Rowan y Baram, 2004) y el mero consumismo patrimonial
(Ruiz Zapatero, 2009a).
Los libros de divulgación arqueológica ofrecen un panorama bastante
triste: pocos buenos realizados por profesionales y algunos más –no muchos
ciertamente– muy mediocres escritos por aficionados de muy distinta naturaleza. La visita a cualquier librería no deja lugar a dudas y la ausencia de best
sellers (salvo el caso del fenómeno Atapuerca) confirma la atonía de este tipo
de publicaciones. No existe ni una serie que merezca tal nombre dedicada a
la arqueología, ya que las pocas existentes (Ariel, Akal, Crítica y Síntesis) son
más bien universitarias.
Las revistas de divulgación histórica, presentes en muchos quioscos y puntos de prensa, incluyen eventualmente artículos de arqueología. A las pioneras Historia 16 e Historia y Vida han ido siguiendo otras como La Aventura de
la Historia, Clio, National Geographic Historia, Historia de Iberia Vieja, Muy
Historia, Memoria, BBC Historia y otras de ámbito autonómico como las catalanas Sàpiens y L´Avenç, la andaluza Andalucía en la Historia y la madrileña
Madrid Histórico. En conjunto estas revistas han realizado una verdadera “revolución silenciosa” (Casals y Casals, 2004) sobre todo si tenemos en cuenta
que, en conjunto, tiran más de 350.000 ejemplares y que pueden llegar a tener
más de un millón de lectores potenciales cada mes (Ruiz Zapatero, 2009b:
20). Presentan, en principio, un potencial alto para difundir cuestiones arqueológicas, aunque los trabajos de arqueología no son muy numerosos. A
esas revistas habría que sumar las pocas revistas estrictamente de arqueología
como Revista de Arqueología, bastante venida a menos, y que cuenta con un
estudio pionero (Mansilla, 2001) que amplia una experiencia americana (Gero
y Root, 1996), y Arqueo. Sólo muy recientemente estamos empezando a analizar sus contenidos y difusión real así como el valor de las revistas esotéricas
que publican pseudoarqueología (Domínguez-Solera, 2009). En estas revistas, con tiradas nada desdeñables, la fringe archaeology repite continuamente
una temática limitada: la Atlántida, extraterrestres, Egiptología, Arqueoastronomía, antiguas religiones, grafismos misteriosos y arte (Fagan, 2006).
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
La arqueología en libros infantiles y juveniles constituye un fenómeno
reciente en nuestro país, comparado con otros (Galanidou y Dommasnes,
2007). Al lado de una mayoría de traducciones de originales franceses y británicos se van publicando algunos títulos propios que configuran un apreciable
elenco de obras en editoriales comerciales (un balance reciente en Ruiz Zapatero, 2010b: 168-175). Por otra parte las propias instituciones arqueológicas
y los profesionales van ocupándose del tema; así el INRAP francés acaba de
editar La Arqueología a tu alcance (De Filippo y Garrigues, 2009) una excelente obra para niños que explica bien y desde una perspectiva profesional
la arqueología. Por su parte J. Clottes (2008), el gran especialista francés en
arte paleolítico, ha escrito un delicioso texto para explicar la Prehistoria a los
jóvenes aprovechando la experiencia con sus nietos, y en España J. L. Arsuaga
(2008) con Mi primer libro de Prehistoria acaba de publicar algo parecido, que
se suma a algún libro anterior como Entre homínidos y elefantes. Un paseo
por la remota Edad de Piedra (Querol y Castillo, 2003).
El pasado arqueológico en ficción literaria cuenta con una buena tradición en Francia (Zamaron, 2007), el Reino Unido (http://www.trussel.com/f_
prehis.htm) y EE.UU. (Gressens, 2005). Una pequeña parte se ha traducido
al castellano, especialmente la referida a la Prehistoria (Fernández Martínez,
1991) y a la arqueología clásica: magníficos los ensayos de R. Olmos sobre
diversos contextos de la Antigüedad publicados a principios de los años 1990
en Revista de Arqueología.
Los cómics merecen una atención especial, por la gran capacidad de atracción para niños y jóvenes –también para adultos–, cuentan con una creciente
importancia en Prehistoria y Arqueología (Gallay, 2002; Ruiz Zapatero, 1997
y 2005b) y ofrecen muchas posibilidades didácticas. Los propios arqueólogos
empiezan a interesarse seriamente e incluso se ha publicado un manual de
introducción a la arqueología ¡todo en viñetas! (Loubser, 2003). Y ahora que
se estrena la película de Spielberg sobre las aventuras de Tintin resulta oportuno reseñar el curioso e interesante libro Hergé archéologue (Crubézy y Senégas, 2011) que explora el trasfondo arqueológico real detrás de las historias
del famoso reportero. Entre nosotros se ha iniciado la producción de historietas ambientadas en la Prehistoria como Explorador en la Sierra de Atapuerca
(Fundación Atapuerca, 2004) inspirado en los hallazgos de Homo antecessor
en Atapuerca y El Poble de l´Estany (Ayuntamiento de Banyoles, 2006), una
interesante aventura ambientada en el Neolítico de Cataluña.
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
La arqueología en la publicidad comercial ha ido creciendo a lo largo del
tiempo (Schnitzler y Schnitzler, 2006). La publicidad aprovecha las ideas populares ligadas al pasado para vender los productos que propone. En mayor
o menor medida es algo que se ha hecho desde la propia configuración de la
Prehistoria y la Arqueología como disciplinas, aunque en las últimas décadas es cuando ha experimentado un crecimiento mayor. Los iconos arqueológicos –sean megalitos, celtas, personajes del Egipto faraónico, esculturas
griegas o romanas, templos, armas o la iconografía de la evolución humana–
ayudan a reforzar conceptos como belleza, elegancia, antigüedad, fortaleza,
originalidad o clasicismo aplicados a los productos comerciales que se publicitan. Nos falta en España un estudio pionero de esta clase que revelaría
aspectos muy sutiles de la percepción popular de la arqueología, pero puede
verse algo interesante en algún blog (http://www.historiayarqueologia.com/
profile/JaimeAlmansaSanchez).
Conferencias y cursos dirigidos a la divulgación arqueológica son algunos
de los medios más tradicionales, sobre todo las conferencias, quizás llegando
a un público reducido pero de forma eficaz. Lamentablemente el género de
la conferencia está en franca decadencia y resulta cada vez más difícil conseguir audiencias de cierta importancia, además los centros académicos suelen
ofrecer un cierto rechazo a varios públicos (figura 4). Alternativas populares,
llevando a la gente paseando por los propios restos arqueológicos, impartiendo charlas en plazas de pueblos con grandes pantallas al atardecer, o las
universidades de mayores o de la experiencia pueden ser fórmulas interesantes que no hagan perder el poder de la palabra, de la comunicación verbal
directa, que siempre será un valor. Las nuevas tecnologías de la información
no deben anular la fuerza del discurso hablado; desgraciadamente a veces el
medio es todo o casi todo y adquieren todo sentido las palabras de un sabio
jefe de bedeles en una vieja universidad cuando le preguntaba al conferenciante invitado: “¿le enchufo el power-point o va Vd. a decir algo interesante?”.
Un mundo complejo y emergente lo constituyen los video-juegos que incluyen marcos temáticos del pasado, real o ucrónico, y que por su carácter
fundamentalmente lúdico se excluyen de cualquier intento formativo o didáctico aunque en la práctica transmitan visiones y falsos-conocimientos que
pasan a formar parte del imaginario del pasado (Watrall, 2002). Aunque yo
también creo que la mezcla de realidad y fantasía en los juegos de rol no es
del todo rechazable (Sevillano y Soto, 2011).
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Figura 4. La conferencia de arqueología (Viñetas de la Familia Ulises
de Benejam, en TBO, años 1960).
La arqueología en la prensa, la radio, el cine y la televisión la he analizado
en otros lugares (Ruiz Zapatero, 1996, 2007 y 2009b: 19-22; Ruiz Zapatero y
Mansilla, 1999) y cuenta con cierta cobertura en las principales tradiciones
arqueológicas, especialmente la televisión y el cine (Clack y Britain, 2007;
Hutira, 2010; Kulik, 2006; Paynton, 2002; Schmidt, 2002; Van Dyke, 2006).
Tampoco falta el interés hacia la fringe archaeology con estudios interesantes
(Fagan, 2006 y Lovata, 2007), o sobre la imagen que proyectan los medios de
la figura del arqueólogo (Holtorf, 2007c). La arqueología en televisión tiene,
en nuestro país, un paupérrimo desarrollo, en el que apenas cabe citar la serie de TVE Memoria de España (2004-2005) con una lamentable puesta en
escena en los capítulos de Prehistoria y Antigüedad, el programa catalán Sota
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
Terra de TV3 (2010) (http://www.tv3.cat/sotaterra), una versión del famoso
Time Team británico con mejores intenciones que resultados, y la serie Hispania de Antena 3 (2010) (http://www.antena3.com/series/hispania/) que, a
pesar de su mala ambientación arqueológica, ha tenido bastante éxito con
las aventuras de Viriato –más de 4,6 millones de seguidores como media– y
ha iniciado su segunda temporada. Y sólo hemos empezado a chequear la arqueología en la prensa (Almansa y del Mazo, en prensa; Meneses Fernández,
2004), que como han demostrado otros estudios nos debería interesar más
por la imagen social que proyecta de la disciplina (Khun, 2002).
Finalmente, Internet es un nuevo mundo que acoge todo tipo de información y consecuentemente la arqueología crece continuamente con contenidos maravillosos al lado de otros deplorables: la Red es posible de lo mejor
y de lo peor. Mucha arqueología está ya en Internet, mucha más lo estará en
muy poco tiempo y cada vez más los distintos públicos acudirán a buscar
información en la Red. Internet es ya la gran fuente de conocimiento arqueológico popular y cabe preguntarse si no se convertirá en un nuevo registro
arqueológico. En muchos aspectos ha desplazado ya, como veremos más
adelante en las encuestas, a otros medios tradicionales y es, junto al cine, el
medio más demandado en las sociedades avanzadas del siglo xxi.
LOS ESTUDIOS DE PERCEPCIÓN POPULAR DE LA ARQUEOLOGÍA
El estudio de las percepciones que los distintos públicos tienen de la arqueología no ha formado parte, tradicionalmente, de las agendas investigadoras
de los arqueólogos, más allá de simplificaciones y afirmaciones tópicas o al
menos muy superficiales (Prior, 1996; Schmidt, 2002). El interés por las percepciones populares de la arqueología forma parte de los nuevos intereses
ligados a la ampliación y consolidación de la CRM, Cultural Resource Management (King, 2005; Lynne y Lipe, 2010), algo así como la Gestión del Patrimonio Cultural en España aunque con matices diferentes (Querol, 2010),
y de la Public Archaeology en el ámbito anglosajón (Reino Unido, EE.UU. y
Australia) a lo largo de las dos últimas décadas (Darwill, 2006; Holtorf, 2007a;
Matsuda, 2004; Merriman, 2004; Moshenska, 2009a). Incluso se defiende,
muy convincentemente, que la Public Archaeology consituye una obligación
moral de todos los profesionales de la Arqueología (McManamon, 1998),
aunque sólo muy recientemente se puedan hacer balances de trayectorias
profesionales dentro de la Arqueología Pública como una carrera específica
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
dentro de la disciplina (Saunders, 2011). Lo que sin duda, unido a la introducción de la materia en la universidad –pionera fue la UCL (University College
London) bajo la dirección de P. Ucko–, la aparición de una revista específica
Public Archaeology (2000) y el fuerte crecimiento de trabajos en revistas y
sesiones en congresos del último decenio, ha supuesto la mayoría de edad
de la especialidad. Pero el estudio de la percepción popular de la arqueología
es mucho más reciente en nuestro país (Almansa, 2006 y 2011) y otros países
europeos; y prácticamente inexistente en la mayor parte del resto del mundo
(pero véase Katsamudanga, 2009).
Se trata de un tipo de estudios que se encuentran en una fase pionera,
incluso en el mundo anglosajón como veremos a continuación. Con dos grandes problemas: primero, el escasísimo número de investigaciones realizadas
y segundo, el desigual valor de las muestras que han empleado esos pocos
trabajos. A todo ello habría que añadir la manera de realizar las preguntas o
los formularios con preguntas cerradas que sesgan, sin duda alguna, las respuestas y, en consecuencia, relativizan el valor de las comparaciones entre las
percepciones de distintos países. Eso significa sencillamente que conocemos
relativamente mal cuáles son las opiniones, los imaginarios y las actitudes
de las diferentes audiencias sobre nuestra disciplina. Con todo, aquí intento
ofrecer un resumen crítico de los resultados disponibles, por más que debamos ser muy cautelosos a la hora de sacar algunas conclusiones generales.
Pero en algún momento hay que hacerlo aunque sólo sea para llamar la atención sobre las dificultades existentes y la necesidad de más y mejores estudios
en el futuro próximo.
Existen otras vías, por supuesto, para explorar la percepción popular sobre la
arqueología como demuestran el interesante estudio de Nichols (2004) a partir de
los documentales arqueológicos emitidos en la televisión australiana y el análisis
de la arqueología televisiva británica (Kulik, 2006; Paynton, 2002), acaso la más
importante del mundo, pero por ahora parecen vías apenas esbozadas.
Para empezar, merece la pena considerar algunos de los resultados más
significativos de dos grandes encuestas en América y Europa. Sin duda, la
encuesta de opinión más amplia que tenemos es el famoso Informe Harris
(Ramos y Duganne, 2000) realizado, con un amplio muestreo, en EE.UU. y
que constituye hasta ahora el estudio más sólido y representativo. El Informe
Harris revela que el 60% de los estadounidenses cree en el valor de la arqueología en la investigación y la educación, el 64% piensa que no se deberían
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
sacar piezas arqueológicas sin autorización de los países implicados, el 80%
opina que se deben conceder subvenciones públicas para la protección de
yacimientos arqueológicos, mientras que el 86% considera que se deben dedicar fondos públicos para preservar sitios de valor histórico y arqueológico.
Por último, el 96% piensa que deben existir legislaciones específicas para la
protección de restos arqueológicos. Sobre la importancia de la arqueología
en la sociedad contemporánea los estadounidenses la califican bastante bien
con una media de 7,3 sobre 10. En cuanto al interés demostrado se puede
destacar que el 88% han visitado museos, el 37% han visitado sitios arqueológicos y un 11% ha participado en actos y eventos relacionados con la arqueología. Estos son sólo algunos de los resultados más interesantes del informe
y teniendo en cuenta el conjunto de la encuesta, se puede afirmar que existe
en EE.UU. una buena percepción del valor de la arqueología y de los restos arqueológicos como documentos históricos (figura 5). Aunque también
convendría reflexionar si los porcentajes señalados son todo lo buenos que
deberíamos esperar o si, por el contrario, se debería trabajar para conseguir
unas valoraciones más amplias y positivas. Y también se deberá trabajar para
caracterizar mejor las diferencias de opinión según los niveles de estudio,
porque así se podrán planificar actuaciones más eficaces en las presentaciones a los distintos públicos o audiencias.
Otra encuesta reciente y muy amplia es la encargada por el INRAP al Instituto Ipsos (2010) para explorar la percepción de la arqueología en Francia
(De Sars y Cambe, 2011). Los franceses opinan mayoritariamente que la investigación arqueológica es bastante útil (62%) o muy útil (24%) lo que significa
que ocho de cada diez franceses cree que la arqueología es una actividad de
utilidad pública. Los interesados estrictamente en la arqueología son uno de
cada cinco, que ascienden a dos de cada cinco si consideramos la historia y la
arqueología de forma conjunta. Datos que resultan francamente alentadores
(figura 5). Además tienen un gran interés por las excavaciones y hallazgos
de sus regiones, visitando yacimientos y asistiendo a jornadas de “puertas
abiertas”. Un 15% ha visitado al menos un sitio arqueológico en el último año
y existe un vivo interés por la presentación de los vestigios in situ. Puede
afirmarse que la gente considera a los restos arqueológicos como “su pasado”
y que éstos ayudan a situar a cada ciudadano en un territorio y su historia. El
interés y conocimiento arqueológico es parecido en ámbitos urbanos y áreas
rurales y atraviesa a los diversos segmentos de edad y los dos sexos; en ese
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Figura 5. Las percepciones populares sobre la arqueología en las grandes encuestas
de Francia y EE.UU. (datos según De Sars y Cambe, 2011 y Ramos y Duganne, 2000).
sentido la mediación arqueológica es así un importante medio de “democratización cultural” en la Francia contemporánea.
Pero sobre todo, sería muy importante poder contar con encuestas tan
amplias como la norteamericana o la francesa en muchos países y desde luego en el nuestro. Creo firmemente que lo que piensa la ciudadanía de un
país sobre su arqueología es una base fundamental para orientar el conjunto
de actuaciones y programas arqueológicos en todos los niveles: organizativo, financiero, legislativo, investigador y divulgador. Un proyecto nacional de
investigación, coordinado por Comunidades Autónomas, sobre este aspecto
sería importantísimo en España para esbozar sensibilidades y conocer las actitudes generales y las particularidades y peculiaridades –que seguro existen–
en cada Comunidad Autónoma.
La exploración de percepción pública de la arqueología, como ya he señalado, constituye un hecho reciente que apenas sobrepasa la última década y
además los estudios son escasos y con muestreos bastante limitados. La in-
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formación más relevante, además de la estadounidense (Ramos y Duganne,
2000) y la francesa (De Sars y Cambe, 2011) ya comentadas, corresponde a
Australia y Canadá, dos tradiciones arqueológicas punteras a nivel mundial.
Me quiero centrar en tres cuestiones bien analizadas en los estudios sobre estos dos países (Balme y Wilson, 2004; Pokotylo, 2002, 2007 y Pokotylo y Guppy, 1999) y en el único trabajo pionero en España (Almansa, 2006): primero,
la relevancia o importancia que se le concede a la arqueología en el mundo
contemporáneo, segundo, las actividades y objetivos que se le atribuyen o
asocian, y en tercer lugar, las fuentes y medios de información que emplea
la gente y/o le gustaría tener a su disposición para informarse y aprender arqueología y, en consecuencia, el grado de información que las audiencias noespecializadas consideran que tienen.
Sobre la primera cuestión, la relevancia de la arqueología a nivel popular (figura 6), aún admitiendo el valor muy relativo de las encuestas por las
muestreos limitados y el sesgo que introduce la presentación de respuestas
cerradas, la valoración global es bastante buena –siguiendo la tónica que ya
hemos visto para franceses y norteamericanos– si tenemos en cuenta que los
canadienses piensan, en algo más del 89%, que la arqueología es relevante
para la vida moderna (más del 61% la juzga muy o bastante relevante), mientras que entre los australianos los valores son algo más moderados. Para el
57% es relevante con distintos matices aunque para el 30% es poco relevante
y además un 10% no sabe/no contesta. Con estos resultados parece claro que
Figura 6. Valoración del grado de relevancia de la arqueología entre canadienses y
australianos (datos a partir de Pokotylo y Guppy, 1999 y Balme y Wilson, 2004).
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se reconoce, con mayor o menor intensidad, el valor de la arqueología en las
sociedades desarrolladas contemporáneas y además la arqueología interesa
de forma especial a porcentajes muy estimables de las distintas sociedades:
un 19% de franceses – que va hasta el 43% si unimos arqueología e historia
(De Sars y Cambe, 2011), y se eleva a un 67% de australianos (Balme y Wilson,
2004); valores no muy alejados se pueden manejar para los otros países con
información disponible (Pokotylo y Guppy, 1999). La arqueología llama la
atención y despierta tanto o más interés que disciplinas como la filosofía, la
astronomía o la sociología, básicamente porque permite aprender del pasado
para abordar el futuro y porque la arqueología nos ayuda a comprender el
mundo en que vivimos. Sin duda creo que el público se interesa más por la
arqueología que los arqueólogos por los distintos públicos.
La segunda cuestión gira en torno a las actividades y objetivos de la arqueología o, dicho en otras palabras, qué es lo que hacen los arqueólogos. La percepción
que tiene la gente dibuja contornos relativamente parecidos en las distintas encuestas nacionales. Así en América los estadounidenses asocian arqueología con
excavación (22%), porcentaje que iría hasta un 50% si añadimos excavar artefactos antiguos, huesos o restos de culturas y civilizaciones antiguas; a ello hay que
añadir un 12% que la relaciona con la historia y el patrimonio (Ramos y Duganne,
2000). Otras respuestas tienen valores bajos y sólo resulta preocupante un 10%
que piensa que los arqueólogos también excavan dinosaurios, una confusión con
la paleontología que sigue presente en todas las percepciones populares. De todas formas un estudio pionero de Feder (1984) detectaba muchos más errores y
distorsiones, incluso entre estudiantes universitarios. Hoy parece que en EE.UU.
la mayoría de la población percibe bien que los arqueólogos se dedican al estudio
de las civilizaciones desaparecidas. En Australia, también la excavación constituye la primera caracterización de la arqueología (37%), y si añadimos un 26%
que declara la investigación del pasado y un 7% con un ambiguo “investigar”
llegamos a la conclusión de que tres de cada cuatro australianos identifica más o
menos correctamente las tareas de los arqueólogos (Balme y Wilson, 2004: 2021). El resto se reparte entre un preocupante y sorprendente 23% que reduce la
arqueología a la búsqueda de dinosaurios y un 3% de “románticos-fantasiosos”
(figura 7) que la vincula a una actividad aventurera bien ejemplificada en las películas de Indiana Jones (Bathurst, 2000-2001; Gresh y Weinberg, 2008), figura
que como otros arqueólogos heroicos ha sido rigurosamente analizada (Zarmati,
1995) y goza de mayor popularidad que Lara Croft (Zorpidu, 2004).
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Bastante sorprendente y curiosa, al menos desde la perspectiva española, resulta la visión desde Canadá de lo que la gente relaciona con la arqueología a nivel mundial (Pokotylo y Guppy, 1999). Para un 40% se relaciona, de
forma correcta, con investigar el pasado material y conservar el patrimonio.
Pero luego es llamativo el alto porcentaje de respuestas que se centran en
aspectos sociales y políticos de la práctica arqueológica, con casi los mismos
valores alrededor de un 15%, como la religión y la política, la repatriación de
propiedades culturales –sin duda al calor de las protestas realizadas por los
gobiernos de Grecia y Egipto en las últimas dos décadas– y la reclamación
y derechos sobre tierras de las poblaciones indígenas. No muy lejos y en
la misma órbita de preocupaciones se encuentran el vandalismo, el saqueo
y el comercio de antigüedades (13%) y las cuestiones relacionadas con el
desarrollo del suelo (10,8%). Con esta importancia de la dimensión sociopolítica de la arqueología entre los canadienses no resultan sorprendentes
las escasas referencias a otros temas como la Arqueología Bíblica, la Paleontología, el turismo y patrimonio, educación y algún otro, que aparecen muy
marginalmente.
Figura 7. ¿Qué tipo de trabajo hace un arqueólogo? Percepciones populares del
trabajo de los arqueólogos en Australia (datos según Balme y Wilson, 2004).
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
En España, si al estudio muy limitado de Almansa (2006), con una muestra pequeña y no aleatoria centrada en Madrid, le concedemos un cierto valor
generalizador podríamos aventurar que se relaciona arqueología, de forma
correcta aunque imprecisa, con evolución humana (quizás en buena medida resultado del efecto sociológico del Proyecto Atapuerca) y las culturas
antiguas y de forma secundaria con los restos materiales, utensilios, herramientas y monumentos de las civilizaciones del pasado. Evolución humana,
culturas antiguas y la materialidad del pasado serían los tres pilares de las
percepciones de la muestra madrileña. Y aunque una gran mayoría reconoce
su valor social (95%), desconoce en gran medida como funcionan los métodos arqueológicos. Con todo, el estudio de Almansa (2006) creo que tiene un
buen valor orientativo –además de ser pionero en este tema– y es que la sociedad madrileña, y con toda probabilidad la española haciendo una amplísima
extrapolación, no tienen mayoritariamente una idea clara de la arqueología.
Y en las percepciones declaradas pesan bastante los estereotipos decimonónicos más que las ideas modernas.
La tercera y última cuestión es conocer cuales son las fuentes y medios de
información que emplea la gente y/o le gustaría tener a su disposición para
informarse y aprender sobre arqueología y el grado de satisfacción con que
puede acceder a ellos. Esta cuestión creo que resulta especialmente relevante
porque nos permite conocer cual es la realidad de cómo la arqueología llega
a la sociedad, cuales son los medios y canales importantes y cuales son los
deseos de la gente para poder profundizar en sus conocimientos. En este sentido, el Informe Harris (Ramos y Duganne, 2000) resulta muy esclarecedor
y probablemente también orientador de por donde irán las preferencias de
otras sociedades en poco tiempo. Así un 56% de estadounidenses encuestados declara que la televisión es su medio más relevante (se podían citar varios
elementos por lo que los valores no se calculan sobre el 100% sino sobre el
total de citas a cada uno). Las revistas (33%) y periódicos (24%) suman el
segundo valor, detrás de la televisión, mientras que los libros y enciclopedias
representan el 33%. No me interesa aquí tanto los valores concedidos a la enseñanza en sus diferentes tramos y sí destacar, por último, que los medios más
específicamente arqueológicos: conferencias, visitas a yacimientos y museos
y otros eventos de presentación arqueológica apenas llegan al 5%. El informe
detalla que a los norteamericanos les gustaría aprender arqueología a través
de la televisión (50%) y de revistas (22%) y libros (21%). Menos por los perió-
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dicos (11%) y casi nada de las actividades estrictamente arqueológicas, pero
es interesante destacar que sí les atrae participar en una excavación arqueológica (10%) y en actividades de “hands on” (White, 2005) que impliquen un
contacto directo con materiales y/o experiencias arqueológicas (7%), aspecto
que empiezan a incluir los mejores museos arqueológicos de EE.UU.
Los franceses, que de media citan dos medios distintos, declaran sus preferencias para informarse sobre arqueología por este orden (De Sars y Cambe,
2011): televisión (66%), Internet (44%), prensa generalista, periódicos y revistas (36%) y prensa especializada en arqueología (10%). Por detrás quedan los
museos (10%), los libros (7%) y las actividades arqueológicas participativas
(7%). Entre éstas, los grandes espectáculos de recreación histórico-arqueológica están creciendo mucho y con gran interés de público pero no son inocentes (Ucko, 2000). Otros medios tienen valores muy bajos. Es interesante en el
caso de Francia que la televisión es, muy destacadamente, el medio favorito, y
subrayar el alto valor, un 46% que le otorga la segunda posición, de la prensa
escrita en su conjunto, algo bastante lógico al tratarse de un país muy culto y
con altos índices de lectura. Pero sobre todo creo que es muy importante destacar la visibilidad de Internet, algo que en el Informe Harris y en los estudios
canadienses no tenía relevancia sin duda por las fechas de sus encuestas en
la década de los 90 del siglo pasado. La encuesta francesa demuestra el gran
valor concedido a Internet en la actualidad y me atrevo a pronosticar su crecimiento continuado en los próximos años. La oferta francesa sobre arqueología de páginas web institucionales y de otro tipo, blogs de toda clase y otras
fórmulas en Internet es muy grande, variada y de un nivel medio bastante
alto. Una tendencia muy a tener en cuenta de cara al futuro.
En el caso australiano (Balme y Wilson, 2004: 22), con respuestas muy
repartidas, la primera posición es la televisión y si le sumamos el cine supone un 26%, la prensa sigue a continuación con un 16%, los libros representan un apreciable 15%, mientras que los museos se quedan con un 13%
y los viajes con un 7%. Un valor aparte hay que concederle a la enseñanza,
que alcanza un 15% en todos los tramos educativos, y valores insignificantes logran otros medios. Pero hay que recordar que la encuesta australiana
se hizo entre jóvenes universitarios, y sin duda, el perfil de la percepción
corresponde a un público muy concreto y con más capacidad para buscar y
valorar ciertos medios para informarse sobre arqueología que otros grupos
sociales.
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Los resultados canadienses (Pokotylo y Guppy, 1999), una vez más con
respuestas que incluyen más de un medio, apuntan a la preeminencia de la
televisión (54,5%), que todavía podríamos ampliar si sumamos el valor del
cine, pero el primer puesto es para los museos (57,5%) que demuestran contar con un gran aprecio. A continuación siguen los viajes (36,7%), los libros
(24,3%) y las revistas (23,6%). En conjunto, aunque el perfil general encaja
con el modelo occidental que estamos viendo, la manera de informarse de los
canadienses tiene matices propios, especialmente en lo que refiere al valor
concedido a los museos.
Por último, la superficial valoración española (Almansa, 2006) aunque tomada con toda clase de reservas ofrece la siguiente silueta de cómo se aprende del pasado: televisión (31,5%), prensa (14,2%), yacimientos arqueológicos
(11,7%), museos (10,5%) y libros (4,2%). Otros medios son anecdóticos y casi
un 11% declaró que no aprendía de ninguna manera. En este caso el sesgo
parece ser que buena parte de la muestra estaba muy relacionada con la arqueología, de ahí seguramente los sorprendentes valores de la importancia
de yacimientos y museos.
La importancia capital de la televisión (Holtorf, 2007a: 52-54), el papel
destacado de los libros y prensa escrita de todo tipo y la fuerte emergencia de
Internet en las sociedades más avanzadas parecen dibujar las preferencias de
los medios que la gente utiliza para informarse de arqueología. Museos y viajes quedan en sun segundo plano y habría que recordar la importancia concedida a todas las experiencias arqueológicas que permitan la participación
activa de los distintos públicos. Otra cosa –ciertamente muy relevante para la
comunidad científica– es la opinión que tiene la gente de la facilidad con la
que se puede acceder, en general, al conocimiento arqueológico. En este punto los canadienses opinan que es bastante o muy accesible en más de un 42%
pero un 37,5% opina que sólo es algo accesible y un 20% piensa que lo es muy
poco o nada. La encuesta francesa revela también una cierta queja ya que sólo
un 21% de franceses que se declara “interesado” se considera suficientemente informado sobre las excavaciones y actividades de su entorno geográfico,
mientras que el 77% considera que la información es insuficiente. El lado
bueno de estas opiniones es que revelan la existencia de una fuerte demanda
de información arqueológica; algo muy positivo y que debería presionar a la
comunidad arqueológica para intensificar la divulgación y la participación en
la disciplina de las diferentes audiencias.
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Para descansar un poco de tanta encuesta y datos estadísticos y recordar
que la percepción popular de la arqueología es fluida y que la propia arqueología desarrolla continuamente nuevas fórmulas de divulgación voy a mostrar un caso anecdótico pero muy revelador. A mediados de los años 1990 una
revista de humor, El Jueves, incluyó en sus páginas una parodia de los cursos a
distancia de conocidas academias que incluían –y siguen incluyendo– cursos
sobre los más pintorescos temas. La parodia humorística eran dos cursos,
uno para “construir tu pirámide” y el otro un “curso práctico para tallar sílex”
(figura 8). El ingenio humorístico de los detalles de la supuesta publicidad
está fuera de toda duda, pero más de quince años después el humor surrealista ha perdido buena parte de su fuerza porque resulta que ahora si que es
posible encontrar cursos bastante parecidos en museos, cursos de verano o
actividades de parques arqueológicos. El humor surrealista de ayer se ha trocado en una realidad seria hoy; otra cosa es que a alguien le siga resultando
humorística esa realidad.
Figura 8. Visión humorística de cursos de arqueología en la revista El Jueves, hacia
mediados de los años 1990.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
A modo de conclusión provisional me atrevería a resumir la situación
de las percepciones populares de la arqueología en el momento actual de la
siguiente manera:
(1) Se reconoce ampliamente el valor y la utilidad de la arqueología, y
de forma bastante amplia se admite su relevancia en el mundo actual. Y se
detecta, cada vez más, una mayor sensibilidad hacia los restos arqueológicos
y la importancia y necesidad de su protección, conservación y disfrute por
todos los públicos.
(2) Existen más problemas en la percepción de la naturaleza de la arqueología y, aunque de forma correcta se relaciona con las excavaciones y los
restos materiales de las sociedades del pasado, se encuentran distorsiones
–confusión con la Paleontología y dimensión romántico-aventurera– y sobre
todo, bastante desconocimiento con los métodos de investigación arqueológica. Podríamos concluir diciendo que, de forma general o superficial, se
identifica relativamente bien la arqueología pero no hay una percepción clara de su verdadera naturaleza, formas de trabajo e implicaciones sociales.
(3) En cuanto a las formas de aprender arqueología, hay una escala de
medios que parece bastante uniforme en los casos de sociedades occidentales considerados: el primer puesto indiscutible es para la televisión, el
segundo, aunque no constatado plenamente, creo que puede ser Internet,
mientras que el tercer lugar corresponde a las revistas y prensa. Según los
casos el cuarto puesto se lo pueden disputar los libros y los museos. Y es
importante reconocer la escasa atracción de las formas de divulgación específicamente arqueológicas (conferencias, visitas a sitios, etc …) o quizás de
forma más exacta su escasa capacidad para llegar a mucha gente. La demanda de más arqueología televisiva y más arqueología internetizada dibujan,
sin duda alguna, una tendencia que no hará otra cosa que crecer, y plantean
serias responsabilidades de futuro a las instituciones y a toda la comunidad
arqueológica.
(4) Se necesita de forma urgente, por un lado, contar con encuestas de
muestras más amplias y representativas y, por otro lado, plantear encuestas
dirigidas específicamente a los distintos tipos de público, ya que las encuestas generalistas están bien para conocer valoraciones globales pero pueden
ocultar diferencias notables según las diferentes audiencias. Indagar sobre
cada colectivo particular deberá ser un objetivo irrenunciable para los
próximos años.
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
PERSPECTIVAS DE FUTURO
POR UNA ARQUEOLOGÍA MÁS INCLUSIVA
La arqueología es una disciplina que vive desde hace décadas con la obsesión
de llegar cada vez a más gente, a audiencias más amplias. Y en esa obsesión
una explicación fundamental es, sin duda, que la arqueología trata de la gente, de la gente del pasado que de alguna manera es inevitable que atraiga,
interese o incluso fascine a la gente del presente. Los objetos y los restos arqueológicos son la materia prima de nuestro estudio pero el objetivo real es
llegar a las sociedades del pasado. No podemos simplemente “cosificar” el pasado y transmitir historias de objetos si realmente queremos llegar a muchos
públicos, para ello quizás una clave es que deberíamos hacer el pasado más
humano, transmitir un pasado sobre la gente más que sobre objetos (Balme y
Wilson, 2004: 24). Por otra parte, en las tareas de alcanzar a más audiencias
y de forma más eficaz hay que reconocer que no existen “super-arqueólogos”.
Lo que hay es un colectivo cualificado y diversificado que, si quiere actuar
con fuerza, precisa de la suma de todos los sectores de la arqueología, fundamentalmente la academia, la administración, los museos y las empresas
(Criado, 1996). En esa dirección necesitamos dos cosas: primero, recuperar
la conciencia de unidad de la disciplina –la arqueología es una por más que
existan distintas esferas de actividad– para hablar todos la misma lengua, y
segundo, fortalecer las relaciones entre los cuatro colectivos desde el respeto
y la diversidad.
Todos deberíamos compartir una tarea importante: no sólo explorar y reconocer los medios que configuran las percepciones populares del pasado
arqueológico sino también embarcarnos en lo que yo denominaría la “excavación” de esos medios en la conciencia individual y colectiva. Me refiero a
la posibilidad de “excavar”, estratigráficamente, como se han ido originando,
superponiendo e interfiriendo los distintos medios populares que constituyen la percepción pública del pasado (figura 9). Es evidente que en los imaginarios arqueológicos de la gente han intervenido los conocimientos escolares
y de otros niveles educativos, los libros infantiles, las obras de ficción literaria,
la televisión, las películas y documentales, los cómics, los video-juegos, Internet, periódicos y revistas, y muchos otros elementos populares que construyen visiones determinadas del pasado. Una investigación sociológica que
intentara documentar esos medios como niveles o sustratos en los cerebros
de la gente, para explorar su orden de superposición, sus relaciones mutuas,
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Figura 9. Excavando las percepciones del pasado en la mente del imaginario colectivo: metáfora para deconstruir la ideas previas.
y el peso relativo de su importancia proporcionaría conocimientos valiosísimos para dibujar los contornos de la percepción popular de la arqueología en
cada sociedad. Algo así como elaborar una gigantesca y colectiva matriz de
Harris que ayudara a entender los imaginarios de los distintos públicos.
Se trataría de construir una visión desde la academia de cómo se contempla la arqueología desde los no-arqueólogos, una perspectiva no disciplinar
sino popular, una “arqueología como cultura popular” tal y como ha reivindicado Holtorf (2005 y 2007a). Una mirada a “los otros” para ver cómo nos perciben. Y en esa perspectiva no-arqueológica sino popular hay multitud de caminos, de líneas que merecen la consideración y el análisis de la comunidad
arqueológica. Sólo quiero citar algunas de esas aproximaciones populares de
las que podemos aprender mucho los arqueólogos, y a través de las cuales podemos practicar una arqueología mucho más inclusiva, una arqueología que
atraiga e implique a cuantas más personas mejor, y sobre todo, que a priori
no excluya a nadie.
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En primer lugar las historietas o cómics que ofrecen varias reflexiones valiosas. Para empezar las viñetas de los cómics se expresan fundamentalmente
con imágenes –cierto que no únicamente sino junto a textos y “bocadillos”–,
y las imágenes son también fundamentales en arqueología, ya que nuestra
disciplina, como bien ha dicho Moser (1998), es una disciplina fuertemente
visual. Por lo tanto las imágenes de los cómics pueden asemejarse a las ilustraciones de reconstrucción escénica que empleamos en arqueología (Lagardere, 1990). Existe un fuerte componente visual del mundo material que une
al cómic con la arqueología (Ruiz Zapatero, 1997). Las ilustraciones de los
cómics pueden representar visualmente el pasado con mucho realismo y con
mucho atractivo. Y mi pregunta es si los cómics, que con asesoramiento de arqueólogos cada vez son más frecuentes, y las reconstrucciones artísticas que
dibujan o encargan los arqueólogos se diferencian realmente en algo. Incluso,
en ocasiones, un mismo dibujante es el autor de un cómic y de ilustraciones
en libros de arqueología académica (Gallay, 2006; Ruiz Zapatero, 2010a), todavía más, unas viñetas de cómic pueden ser tan científicas como un manual
e incluso mejorar visualmente una explicación; por ejemplo la técnica de talla
Levallois, de obtención de lascas de forma predeterminada por percusión directa, suele estar mal explicada gráficamente en casi todos los textos especializados o, al menos, no resulta muy clara para ser visualmente comprendida
por los estudiantes; pero la página de Neanderthal de E. Roudier (2007) ofrece la mejor explicación gráfica que conozco de la talla Levallois ¡y es un cómic!
(figura 10). Estoy convencido de que hay muchas posibilidades de construir
divulgación arqueológica de altura en este medio.
Los libros de divulgación arqueológica, que como hemos visto siguen
manteniendo una posición respetable entre los medios de información de la
gente, constituyen un género muy importante. Pero aunque en otras tradiciones los arqueólogos se implican bastante, en España la situación es mucho
más penosa. Muy pocos libros de arqueología tienen vocación de alta divulgación, bastantes de los que se publican no están escritos por especialistas
y, salvo muy contados casos –los éxitos del equipo de Atapuerca–, apenas
cuentan con tiradas grandes y logran poca proyección social en librerías, suplementos de libros de periódicos y casi nula atención en otros medios de
comunicación. Mucha de nuestra producción no logra proyección popular,
probablemente porque en la mayoría de los casos eso ni se plantea como objetivo. Con seguridad nos asustaríamos si conociéramos las ventas de mu-
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Figura 10. Viñetas de E. Roudier en Neanderthal. Le cristal de chasse, t. I (Éditions
Delcourt, 2007) que muestran la técnica de talla Levallois.
chos libros que apenas son leídos. Y sobre todo, quizá el problema es que
resultan ilegibles y poco atractivos para muchos públicos. De los escritos por
no-profesionales o profesionales poco cualificados habría que decir, con la
feliz expresión de Javier Marías, que hay mucha “mercancía averiada” que,
desgraciadamente no permite ninguna denuncia, sólo lamentaciones cuando
uno los tiene en la mano en las librerías. Claro que siempre he reconocido que
si el mercado español pone en circulación “subproductos” de arqueología es
porque la academia no se implica en la tarea y el hueco se cubre con malos
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libros. De la conjunción de las dos situaciones se deriva el gris panorama de
los libros de divulgación arqueológica. Las mejores pruebas de lo que digo
se pueden obtener en la visita a las tiendas de los museos arqueológicos: lo
más salvable son casi todo traducciones y en la reflexión de que si alguien extranjero nos pidiera un buen libro de síntesis de toda la arqueología española
deberíamos confesar que todavía no se ha escrito. ¿Valdría la pena que nos
fijáramos en los libros que tienen éxito en otros países? Creo que sí. Y por otro
lado, se debe recordar siempre que ser muy buen investigador no asegura ser
muy buen divulgador. Además hacen falta las instituciones. El día que una
institución arqueológica española se ocupe del público infantil al modo en
que lo ha hecho el INRAP francés con el librito –afortunadamente traducido
al castellano–, La Arqueología a tu alcance (De Filippo y Garrigue, 2009) habremos entrado en otra dimensión. Por ahora el público infantil en nuestro
país tiene en este terreno todavía algunas limitaciones (Ruiz Zapatero, 2010b:
168-175).
El combate por la popularización arqueológica rigurosa y atractiva contra
el esoterismo, la New Age y fantasías ucrónicas merece la pena y es necesario:
la responsabilidad de la academia se extiende más allá de sus muros. Y existe,
por otro lado, lo que Holtorf (2005) denomina arqueo-appeal que podemos
aprovechar a nuestro favor (figura 11).
Figura 11. El “arqueo-appeal” o la magia de la arqueología en las aproximaciones
populares con los temas e ideas que configuran el atractivo (siguiendo la descripción
de Holtorf, 2005).
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Los yacimientos y monumentos suponen la manera más directa de entrar en contacto con el pasado. Hasta hace poco tiempo no existían estudios
sobre las mejores maneras de interpretar y presentar al público los sitios arqueológicos (Jameson, 1997; Silberman et al., 2004), la atención se ponía en
los restos, pero poco o nada en los públicos. Y no pocos problemas existen
para intentar una apocatástasis de las ruinas, para mostrar/explicar los sitios arqueológicos en su estado original o primitivo. Pero lo que me interesa
destacar aquí es que en los últimos años ha surgido una nueva línea de investigación que con el nombre de etnografía arqueológica (Edgeworth, 2003
y 2006) pretende estudiar con metodología etnográfica todas las formas de
actuación y comportamiento de los arqueólogos incluyendo, evidentemente,
las actuaciones en los yacimientos y con la gente que los visita. La etnografía
arqueológica no disocia pasado/antiguo de presente/moderno y plantea que
repensemos el pasado como un componente básico del presente (Hamilakis
y Anagnostopoulos, 2009). Y para hacerlo debemos intentar situar nuestra
práctica y nuestra interacción con las distintas audiencias bajo un estudio de
tipo etnográfico, un análisis de lo que hacemos y cómo lo hacemos. En otras
palabras, convertir en objeto de estudio todas las facetas de las actuaciones
arqueológicas.
Por primera vez estamos así estudiando las relaciones entre los sitios arqueológicos, los arqueólogos y las poblaciones locales y visitantes, como en
el interesantísimo caso de Grecia (Stroulia y Sutton, 2010). Este reciente conjunto de ensayos parte de una constatación: el pasado arqueológico griego
ha estado, en buena medida, separado, disociado, del presente social. Por un
lado, la investigación y presentación de sitios arqueológicos ha supuesto, de
alguna manera, la destrucción de las relaciones de las comunidades locales
con los sitios arqueológicos, y por otro lado, parece que algunos arqueólogos
demuestran más interés por el pasado nacional griego que por el presente
local. A todo ello hay que sumar una realidad: los sitios arqueológicos no se
explican por sí mismos, deben ser interpretados. Tampoco hay que olvidar
la internacionalización de la arqueología griega y sobre todo, un pasado de
arqueología colonial demasiado cercano todavía.
Y si los sitios y monumentos arqueológicos han sido disociados de la gente
es necesaria una recontextualización que permita conectar arqueología, sitios y poblaciones locales. En esa tarea –y pueden ser ideas interesantes muy
extrapolables a otros casos– se aconseja: (1) trabajar por una accesibilidad in-
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tegral, no meramente física (por ejemplo lograr traducciones de toda la investigación realizada a la lengua autóctona o crear programas de atracción local
mediante grupos de reconstrucción histórica y talleres participativos); (2) estudiar detalladamente y desde planteamientos holísticos las relaciones entre
las comunidades actuales, los sitios arqueológicos y los paisajes; (3) desarrollar unas prácticas arqueológicas y etnográficas colaborativas que impliquen
directamente a la población local, y (4) lograr una implicación directa de los
arqueólogos en mejoras de la vida local, de la vida cotidiana de la gente de la
zona. Y recordar siempre que las tareas para conseguir una accesibilidad integral, además de física para todos (Pezzo, 2010), y unas prácticas arqueológicas
y etnográficas colaborativas serán tanto más eficaces cuanto más se logre una
implicación individualizada, física y multisensorial con la gente de las comunidades locales. El objetivo final de las propuestas griegas sería: lograr que
las poblaciones locales aprecien la arqueología y se sientan orgullosas de su
pasado y conseguir que los arqueólogos aprecien a las comunidades locales
por sí mismas, independientemente del pasado arqueológico que estudian.
Realizar estudios etnográficos de las visitas a los sitios y monumentos arqueológicos es una experiencia muy enriquecedora y valiosa para conocer las
percepciones de la gente sobre esas experiencias. Un pequeño estudio piloto
que he realizado en el caso de Numancia (Soria) me permite evaluar sus posibilidades. En el año 2005 realicé varias visitas guiadas al yacimiento incluyéndome como un visitante más en los grupos, provisto de una pequeña grabadora,
y atento a recoger todos los comentarios y comportamientos de los visitantes.
Comprobé que, frente a las encuestas escritas o con formulario cerrado realizadas verbalmente al final de las visitas que enmascaran o distorsionan las verdaderas opiniones para mostrarse “culto” y ser “políticamente correcto”, la observación anónima de lo que dicen y hacen los visitantes permite capturar más
genuinamente lo que realmente piensa la gente. Las conclusiones son muy interesantes porque recogen el verdadero sentir de los distintos públicos e incluso el
lenguaje y los mecanismos de comprensión que emplean. Los propios arqueólogos tenemos en estas etnografías de las visitas guiadas a sitios y monumentos un
filón de investigación por realizar y mucho que aprender para construir mejores
mensajes y discursos en la presentación de los restos arqueológicos.
Para proteger el patrimonio la arqueología puede aprender mucho de la
ecología. Y la ecología y la protección de la naturaleza llevan ventaja sobre el
pasado en muchos sentidos y desde luego en el de sensibilización de la gente.
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Hace poco tiempo en el Zoo de Central Park de Nueva York descubrí algunas
alertas en los carteles que podrían servir como buenos lemas en arqueología:
“trata cada oso como si fuera el último oso” se convertiría en “trata cada yacimiento como si fuera el último yacimiento” o “¡las monedas matan!” (para
proteger a los patos) podría devenir en “los detectores ilegales matan” (los
sitios arqueológicos). No hay en todo ello ninguna exageración.
A MODO DE EPÍLOGO
A comienzos del siglo xxi la arqueología está presente en la sociedad más que
nunca, en su historia, y lo está de dos formas muy claras: 1) a través de medios
que son propios de los arqueólogos, actuaciones y productos que generamos
nosotros mismos, y 2) mediante una variedad de formas que son ajenas a la
arqueología profesional. Las segundas son mucho más amplias y diversas y,
aunque deforman, mutilan y distorsionan el pasado, tienen una capacidad de
comunicación con los públicos muy superior. Es importante identificar y conocer las “otras arqueologías”, las arqueologías no-académicas, las no producidas por los arqueólogos aunque sólo sea porque resultan – sin proponérselo
–muy efectivas e influyentes a la hora de construir los imaginarios populares.
Los medios no-profesionales, las arqueologías populares, ciertamente no
son competencia directa de los arqueólogos pero creo que es un gran error
desentendernos de ellas (Holtorf, 2007a). Pienso que nuestro trabajo debe
incluir también esas arqueologías populares despreciadas porque mediante
la observación, el estudio, la crítica, la ayuda y la colaboración si es preciso, podemos contribuir a crear canales populares más rigurosos, más fiables,
más respetuosos con el pasado. Y todo ello porque aceptando la libertad de
quienes las construyen desde posiciones no-arqueológicas costaría muy poco
evitar errores, sesgos y malentendidos. Al final mi filosofía es: ¿por qué hacer algo mal cuando no cuesta más hacerlo bien? Hay muchos campos para
intervenir en estos medios: para empezar usar los mitos falsos pero bien conocidos para desmontarlos y sustituirlos por conocimiento crítico (figura 12).
Podemos empezar a hacerlo (Almansa, 2011).
Pero es que en nuestros medios, todos los relacionados con la arqueología
profesional, también tenemos tareas urgentes: podemos y debemos mejorar
la calidad y lograr mayores audiencias en las exposiciones, los museos, los
yacimientos arqueológicos, las publicaciones de divulgación, los cursos, conferencias y las páginas web. Una arqueología que sitúe en primer plano a las
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Figura 12. Cartel de la Exposición “Prehistoria mítica. Ideas falsas y clichés verdaderos” del Museo de Solutré (marzo de 2010 - enero de 2011).
http://www.ocim.fr/spip.php?article2741.
comunidades locales y tienda a ser más inclusiva es posible. Para ello hacen
falta medios pero, sobre todo, hacen falta más imaginación y más ganas de
implicarse con la gente. Al fin y al cabo si alguien puede ver el pasado es gracias a los arqueólogos que tenemos la obligación de la alfabetización arqueológica de la sociedad (Franklin et al., 2008).
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Por otra parte, es preciso realizar una mejor radiografía de cómo las distintas audiencias perciben la arqueología y el pasado. Nuestra visión es muy
pobre, conocemos mal las ideas, creencias, perspectivas y valores que la gente tiene sobre la arqueología. Necesitamos encuestas a muy distintos niveles sobre las percepciones del pasado arqueológico pero también podemos
acercarnos a ellas a través de foros, páginas web, blogs y otras fórmulas que
ya están en Internet, una suerte de “arqueología electrónica”, porque ahí se
expresan libremente ideas, creencias, perspectivas y valores populares acerca
de nuestra disciplina. Incluso tenemos la posibilidad de inaugurar un campo
de investigación nuevo: una arqueología de la percepción popular del pasado.
Una dimensión de la historia de la arqueología que está por desarrollar.
La arqueología es el estudio de la gente del pasado a través de los restos
materiales para generar conocimiento histórico que sirva a la gente del presente. Para ello precisamos conocer mejor a nuestros públicos y sus percepciones. Es lo que he intentado defender en este ensayo porque pienso que este
tema es central para el desarrollo de la disciplina.
AGRADECIMIENTOS
Quiero expresar mi agradecimiento al Museo de Prehistoria de Valencia y, muy especialmente, a los organizadores de la Reunión que ha dado lugar a este libro porque
me resultó muy grata y estimulante. De todas las intervenciones y de las preguntas y
observaciones realizadas por los asistentes este texto es claramente deudor. Por último agradezco, muy profundamente, a los editores la infinita paciencia para ultimar
la redacción de este trabajo en unas circunstancias personales que han resultado un
tanto difíciles.
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TERRITORIO DE CAMBIOS: ALGUNAS CONJETURAS
SOBRE MUSEOS Y OTRAS ILUSIONES
Luis Grau Lobo
Patrimonio arqueológico, territorio y Museo. He aquí una tríada capital cuya
trayectoria, en principio no siempre relacionada, ha acabado por confluir o, al
menos, enredarse en una encrucijada de intereses en los que, sucesivamente
y a grandes rasgos pueden distinguirse tres grandes lazadas de acción política
y social: el espíritu conservacionista y la vertiente ecológica de la cultura; una
comunidad de referencia y la construcción de sus valores e imágenes identitarias y la explotación económica y economicista de la cultura.
A continuación hemos hilado algunas reflexiones sobre cada caso. Qué
entendimos, entendemos o podemos entender por cada uno de los componentes de ese terceto para intentar aproximarnos a una explicación de por
qué conforman el bajo continuo que genera tales y tan enfáticas repercusiones. Conjeturas a propósito de cada uno de ellos, en una clave, en una tonalidad diferente, en pos de una potencial armonía.
A LA BUSCA DEL PROPIO MUSEO
El ser humano es un animal que subsiste porque es capaz de modificar su
conducta en función de un conocimiento adquirido. Su estrategia de supervivencia es el aprendizaje, e independientemente de que consideremos esta
táctica como exitosa (a la vista de las cotas de miseria que hemos sido capaces
de alcanzar), la capacidad de aprovechar en beneficio propio la experiencia
ajena, de incorporar cultura a su configuración personal y colectiva, constituye el comportamiento más genuino de la especie. En este sentido quizás
el primer fruto de esa enseñanza colectiva sea la noción del propio tiempo,
con sus implicaciones más directas: la idea de la muerte, la del pretérito y la
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LUIS GRAU LOBO
pervivencia, la de la caducidad, la de la memoria. Si a ello se añade que, posiblemente, el desarrollo del concepto de útil, de instrumento transformador
de la realidad, puede considerarse el conocimiento aplicado inmediato (de
manera que la elaboración de artefactos prueba físicamente, más allá de la
taxonomía o el fósil, la presencia del hombre en el registro paleontológico),
concluiremos que la fabricación, perfeccionamiento y transformación de los
artefactos (entendidos sensu lato) a lo largo del tiempo podrían definir qué
cosa es nuestro bagaje cultural de manera aceptable. Entre esa impedimenta
histórica, un tipo de objeto es producido a priori, o escogido a posteriori, por
las sociedades para servir de nexo específico entre su pasado y su futuro, para
salvar del olvido y de la muerte su propia identidad, para, conscientemente
o no, ser consagrados al mantenimiento de la memoria del grupo. Son, en
términos culturales, los monumentos (desde el primero de ellos, una tumba,
un útil expresa y concretamente consagrado a ese fin).
Entre esos monumentos, los museos constituyen un caso singular, pues su
papel viene definido no sólo por la necesidad de establecer un nicho ecológico
propicio para preservar los objetos, un lugar de almacenamiento, de contemplación y de cuidado. También los museos se comportan como un lugar donde
esos objetos, cuya conservación es un presupuesto sine qua non, adquieren un
lugar en un discurso interpretativo, a veces en una auténtica visión del mundo (una Weltanschauung), otras en una sencilla narración, local, concreta o
muy específica pero que no deja de revelar una determinada concepción del
mundo. En ese espacio del museo, donde tienen su lugar la profusa ambición
del relato-río o la concisión sutil del haiku, una perspectiva única y diferente
caracteriza a cada uno de ellos, lo diferencia de un almacén y, en definitiva, le
faculta para ser un órgano de cultura, un espacio de interpretación, de crítica
y de renovación, un monumento en el sentido activo del término (me gustaría
pensar que no existe otro sentido). Recinto para el debate y la maquinación
cultural, definamos, pues, el museo como una institución que conserva los artefactos –y ecofactos– escogidos por una sociedad para representar su pasado y
proyectarlo hacia el futuro, de una manera estructurada y discursiva. Con una
manifiesta vocación de servicio hacia esa sociedad que le da el sentido y a la
que, de alguna manera, transforma. Por lo tanto, el museo es –y no puede no
serlo– una estrategia de supervivencia de grupo, el mecanismo-resistencia de
la mirada de una comunidad. Que, puesto que se atreve a observar(se), cambia
su realidad, como sabemos gracias al principio de incertidumbre de Heisenberg.
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Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras ilusiones
En esa vocación de servicio a la sociedad que lo alumbra, su primera tarea,
quizás la más significativa a un nivel genético, consiste en la selección de los
objetos que le son propios, aquellos susceptibles de integrarse en su discurso,
esto es, aquellos que la sociedad convierte en receptáculos de un mensaje
del pasado y elementos de un orden presente, con tradición y con proyección. La calidad y la cantidad de esos objetos varía. En épocas de desamparo
o desasosiego intelectual, cuando la creación se vuelve hacia el pasado y los
fenómenos de revivalismo y nostalgia proliferan, casi todo vale para justificar
el rescate de un tiempo que se cree mejor, de la serie de edades de oro que
no han de volver. Helenismo, manierismo, fines de siècle... son las recurrencias de un mismo fenómeno, si no un eón d’orsiano al menos un episodio
reconocible del comportamiento sociocultural a lo largo de la historia. Pero
pese a nuestros actuales problemas para delimitar lo que debe o no formar
parte del Patrimonio histórico, no cabe duda de que en el objeto escogido (de
forma unánime o polémica) reside una característica singular: su ejemplaridad, su didactismo a la hora de trascenderse a sí mismo. Ese valor añadido
suele contaminarse de numerosos factores circunstanciales y su vigencia o
caducidad es la prueba del nueve por la que han de transitar, el período en
que la cualidad por la que fueron apartados sigue latiendo en el organismo
social que lo alberga. Es por ello que podríamos definir, también, los objetos
del Patrimonio que son musealizados como aquellos capaces de superar las
barreras del tiempo, estableciendo puentes entre sociedades diacrónicas e
incluso coetáneas, siempre a juicio del presente.
Si los objetos pueden ser didácticos, el pasado, único momento temporal cognoscible, presenta valores que le confieren categoría referencial. Al valor pedagógico, analógico o político del mismo, se añade, en el caso de los monumentos,
una corporeidad, una instancia matérica que permite una estricta contemporaneidad en su utilización, bien como instrumento bien como mero valor artístico
o histórico (como fuera definido por Riegl, 1903 y reformado por el concepto de
historicidad, base de las modernas teorías de la restauración). La importancia de
reafirmar aquí que ese soporte condiciona los mensajes y su vigencia derivará, en
nuestro caso, en la subordinación de los planteamientos museológicos a la preservación de esos niveles de reconocimiento, de la materialidad de los objetos y
de sus implicaciones sociales. Es en este territorio de las formas y las operaciones
de mantenimiento de sus pautas internas (conservación) y externas (contexto)
donde adquieren especial preponderancia las soluciones museológicas.
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LUIS GRAU LOBO
Unas soluciones que, en nuestros días, remiten a la última (¿penúltima?)
revolución del espíritu del museo, a su puesta al día más reciente (mención
aparte de la evanescente y poco programática aún museología crítica), efectuada pese a sus ínfulas de novedad merced al aggiornamento de los vetustos
pilares de la idea ilustrada del museo. Así, la nouvelle muséologie, o la New
Museology, basó su apuesta conceptual en cuatro pilares básicos. A saber: la
recuperación de la dimensión pedagógica (DEAC, laboratorios, programas
educativos...); la proyección del museo en su entorno (el “museo sin muros”,
destinado a interpretar y conservar el medio –ecomuseos, museos de comunidad o de barrio... – o a transformarlo, como agente de regeneración urbana
y rural); la ruptura o renovación de los lenguajes expositivos en lo formal (el
desarrollo museográfico, las ambientaciones, el uso de las tecnologías de la
comunicación...) y en lo conceptual (perspectivas antropológicas, propuestas “ahistóricas” o transversales...) y, por fin, la intensificación de la relación
con el público, ya no el “visitante” (sólo visita quien va a lugar ajeno), sino el
usuario o protagonista, preferiblemente en una comunidad vinculada al museo por lazos y mecanismos de participación nuevos y democráticos (asociaciones de amigos, participación en órganos de dirección...). En definitiva, el
conocido cambio del trinomio museo, colección y público a los más holgados
márgenes del terceto territorio, patrimonio y comunidad.
En este devenir, la incorporación de sociedades “neomuseológicas” (críticas con el carácter colonialista o criollo del museo tradicional), apartadas
tradicionalmente de la historia de los museos en su forma estandarizada y
occidental, que forman ya parte del fenómeno de la Nueva Museología ha
permitido alcanzar algunas de las experiencias más enriquecedoras de estas
décadas. De los museos comunitarios americanos a los museos “ecológicos”
y etnológicos, pero también aquellos formados sobre antiguas regiones industriales ahora desindustrializadas cuya personalidad se escurría entre los
dedos de la historia, o museos en regiones ágrafas, de tradición oral, donde
se intenta, como sucede en África, proteger un patrimonio inmaterial en vías
de extinción que encuentra reconocimiento, al fin, ya en sus estertores, como
es lógico.
Entraban de esta guisa en el museo (y no han dejado de hacerlo desde
entonces) piezas de un nuevo puzzle que antes habían estado proscritas o
desconsideradas, pues su objetivo consistía ahora en estimular una reflexión
colectiva para la cual todo es válido. Como en el arte, la literatura, la música,
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Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras ilusiones
etc., todo documento por prosaico, azaroso o simple que pareciese podía ser
empleado al servicio de un fin superior, de una opera aperta que reclama su
unidad a través de la convocatoria de su diversidad. Además, el museo parecía
purgarse así de su vieja asignatura pendiente, de su mala conciencia, la de
extraer sus bienes de un contexto original, histórico y no ser capaz de recontextualizarlos de forma convincente, de manera incontestable. La comunicación fue entonces alzada a la categoría de valor supremo, y entre el emisor (el
museo) y el receptor (el público), el mensaje tomaba el mando y se convertía,
Galaxia McLuhan mediante, en el medio, un medio diferenciado, reluciente
y joven. De nuevo.
Las consecuencias de este renacimiento, se aplicaran o no sus principios
rectores de forma programática, han cambiado al museo para siempre. El
museo ya no se define como una institución encargada de acopiar, preservar
(conservar y restaurar) o investigar sus colecciones, pues estas tareas, además
de inespecíficas, se le suponen de antemano, no son su fin, no son su misión.
El museo tampoco es ya un lugar cerrado, terminado, reservado a la erudición
o al pasmo, sino un espacio en construcción, que se transforma y dinamiza
para pensar y pensarse constantemente. El museo utiliza su colección y los
medios de comunicación que la sociedad y la tecnología le proporcionan para
investigar y aplicar nuevos lenguajes, nuevas revelaciones, nuevas identificaciones, con el ánimo puesto en el servicio a quienes lo manejan (y que, casi
siempre, son, además, quienes lo financian). El museo se descentraliza, se
racionaliza, y adapta a este nuevo orden de prioridades sus estructuras, su
gestión, sus formas arquitectónicas y expositivas, y experimenta, interactúa,
divierte, preocupa, está.
Por fin, en el último estadio de esta evolución, el museo se expande al
territorio, a las honduras arqueológicas o las alturas monumentales, a toda
traza de la ecología humana, musealizando todo tipo de patrimonio, por
emergente o heterogéneo que éste sea. El museo es la solución.
Pero, tras varias décadas largas de Nueva Museología, el museo parece
convocado a cambiar una vez más, a morir de éxito (una muerte, por otro
lado, tan aireada como inverosímil). Diversas son las crisis o tesituras que lo
afectan. Durante los últimos años hemos visto al museo del “primer mundo”
instalado, estupefacto a veces, risueño otras, en los hostiles parajes de las “industrias culturales”. Su supuesta capacidad transgresora ha dado paso a una
desactivación o demolición controlada de sus productos genuinos, tanto más
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LUIS GRAU LOBO
evidente en el terreno del arte contemporáneo, siempre tan relacionado con
los museos recientes, que se ha convertido en una aburrida reiteración escolástica de los patrones de las vanguardias históricas. De tal suerte que meter
algo en el museo, musealizarlo, viene a coincidir con desarticularlo, recluirlo
en el lugar en que puede controlarse o apaciguarse la onda expansiva de los
frutos genuinamente culturales. Envasarlo, en fin, para su consumo dentro de
los márgenes admisibles.
Su destino como referente cultural ha cedido ante las exigencias (políticas, pero también sociales) de su supuesta “rentabilidad”, y así se le juzga en
términos empresariales, financieros, estadísticos. Su identidad ha perdido
enteros y ha sido invadida del espíritu del mall o centro comercial (algunos
lo llamaron disneylandización, Coca-colonización...), un sello que imprime
carácter en todo recurso destinado al entertainment, sea turístico o no. Ni
siquiera colección (su seña de identidad antaño) hace falta ya para tener un
nuevo museo de postín, aunque, eso sí, una escenografía apabullante, una
arquitectura de marca, una mercadotecnia promocional, resulten imprescindibles. Y más aún, su mensaje, sus mensajes, han saltado en pedazos (la “estética del fragmento” se invocaba) o en veleidosos exhibicionismos efímeros
y onerosos para los que el museo muchas veces deviene un obstáculo, un molesto Pepito Grillo o se queda al margen, convertido en mero “daño colateral”.
Si el patrimonio es una inversión, el museo o debe ser un buen negocio (el del
ocio) o es un valor en caída libre.
En su reciente libro, el ensayista marsellés Marc Fumaroli (2010) reconoce
al museo por doquier. Estallado en mil pedazos que se desperdigan por calles,
aeropuertos, cines y espacios públicos de Occidente, la antigua aspiración
enciclopédica y sintética de las exposiciones universales, del Crystal Palace
londinense, se ha convertido en infinidad de vidrios rotos que reflejan un
discurso fragmentado e inane: pantallas de plasma, anuncios urbanos o spots
comerciales que degluten y procesan toda la cultura occidental para uso y
abuso de la mercadotecnia, para hartazgo y consternación de quienes acceden universalmente a un sinfín de imágenes culturales (aquella utopía) pero
las encuentran definitivamente vacías, o lo que es aún peor, despojadas de
su sentido, del tiempo y el tempo de su contemplación. El museo, escenario
principal de aquella antigua intensidad de las imágenes (el aura, dominio de
los originales según Walter Benjamin), corre el riesgo de resultar, también él,
vacío a causa de su propia insaciable avidez.
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Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras ilusiones
A LA BUSCA DEL BIEN ARQUEOLÓGICO
Por necesidad cultural –la de una comunidad en crisis identitaria–, por demanda social o por beneficio económico, lo cierto es que hoy en día, desde lo
industrial hasta la última frontera, el patrimonio inmaterial, cualquier producto de la actividad humana que se sitúa al otro lado del circuito económico
postindustrial es susceptible de ingresar en ese otro circuito (también economizado ya) de los recursos patrimoniales. Pero entre aquellos elementos susceptibles de portar valores culturales reconocidos por una comunidad como
propios y dignos de conservarse e interpretarse, o sea, el patrimonio cultural,
lo arqueológico, el “bien cultural de naturaleza arqueológica”, se manifiesta
con propiedades específicas.
Su definición, sin embargo, ha estado sometida a los vaivenes de los cambios en la propia definición de la arqueología, que, en sus orígenes, se configuró como una disciplina epocal, remitida al canon de la Antigüedad clásica
y, poco después, próximo oriental. La arqueología del siglo xix, de la época en
que se fundan los grandes Museos Arqueológico Nacionales, es la arqueología
romántica, la del arrobamiento ante el objeto, la de la presencia firme de la
historia, la de la verdad y la belleza como espoletas de la emoción del espíritu,
aquella a la que cantaba John Keats en su Oda a una urna griega:
Y cuando la vejez devaste esta generación,
Tú quedarás entre otros dolores
distintos de los nuestros, amiga del hombre a quién dirás:
“la belleza es la verdad y la verdad belleza”. Eso es todo
y no otra cosa necesitáis saber sobre la tierra.
Pero esa arqueología cambió. Extendió su radio de interés a otras culturas y períodos, se hizo “nacional”. Y ha acabado por transformarse en una
metodología, o sistematización metodológica, capaz de analizar cualquier
vestigio material de la historia humana, independientemente del tiempo al
que pertenezca. Este cambio ontológico, unido a la inflación del concepto
de patrimonio cultural, ha provocado la escasa validez de denominaciones
o sectorizaciones del tipo “bien arqueológico” o “patrimonio arqueológico”,
sobre todo si son delimitados tautológicamente, como sucede en la gran
mayoría de las legislaciones, normativas y tratados, en función de que sean
susceptibles de estudiarse con esa metodología que, como vemos, tiene vocación universal. Cabría pues preguntarse, desde esta perspectiva, qué dife-
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renciaría en lo arqueológico al vaso Portland de un plato de loza común del
siglo xx, a la Dama de Elche de la Venus de Milo, del David de Miguel Ángel...
y así hasta el infinito.
La escasa operatividad de definir el objeto arqueológico, en términos generales, como aquel descubierto en actividades de índole arqueológica o susceptible de estudiarse con esa metodología, pudiera hacernos considerarlo
desde la óptica de su confrontación con las restantes categorías de bienes
culturales. Así, los arqueológicos podrían ser aquellos bienes no concebidos
en origen, en su momento, para estar dotados de una especial significación
social y cultural (como sí sucede, en líneas generales, con los artísticos), en
los que son el paso del tiempo, la escasez o la mera significación contextual
quienes les dotan de valores culturales a posteriori. Y, por otra parte, deberían
ser objetos representativos de culturas desaparecidas, ya no activas directamente sobre el tejido social, como sí ocurre con los propiamente etnográficos,
entre otros posibles etcéteras, como el patrimonio industrial, el inmaterial...
dignos representantes de tal suerte de “pretérito imperfecto”. Sin embargo la
realidad supera, por descontado, este tipo de supuestos teóricos.
Podría, sin embargo, proponerse la delimitación del bien de naturaleza
arqueológica como aquel descubierto por medio de una actividad arqueológica o por azar, introduciendo tan singular momento genésico (el del hallazgo) como el característico de esta categoría patrimonial. Bien es cierto
que pronto quiebra esa singularidad, puesto que una vez transcurrida una
cierta fase procesual, el objeto no adeuda a su origen más que el resto de los
bienes muebles, no siendo éste un determinante distintivo en el contexto de
su aprovechamiento patrimonial, aunque sí lo sea en el de su consideración
legislativa y museológica. El bien arqueológico sería, así, el único que (parafraseando a Monterroso) “no estaba ahí”, y que, en la mayoría de los casos,
hace coincidir su aparición (prevista o no) en el marco de la consideración
patrimonial, con su aprecio social, independientemente de sus cualidades
o de las oscilaciones del gusto. Este acto traumático del “descubrimiento”
provoca interesantes disquisiciones de tipo legal sobre la propiedad y la tenencia, así como problemas relacionados con su protección y amparo físico.
Y con su conservación, en el sentido de facilitar el paso de una circunstancia
que preserva el objeto a una que lo expone, o sea, que lo arriesga. Otras dificultades son las de selección, que propician también debates no concluyentes
entre calidad y cantidad, entre lo recuperado y lo recuperable, entre lo que se
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rescata y lo que ha de revertirse a la sociedad en forma de su uso museístico
o público en general; o de compatibilidad física con el uso del propio espacio
que ocupa, en el caso de los bienes inmuebles, etc. En resumen, episodios de
gestión de su tránsito al universo de lo conocido, que implican un período de
tratamiento clínico y científico antes de su “reinserción social”.
En definitiva, la arqueología introduce sobre la herencia cultural la categoría del hallazgo, del encuentro, en el doble sentido de descubierto o identificado, circunstancia que le implanta en el ámbito patrimonial y provoca un
cambio de paradigma en su consideración, un cambio de estatuto del objeto
en cuanto a su tránsito desde la esfera de lo cotidiano y de aquello para lo que
fue concebido a la de sujeto receptor de valoraciones históricas, de valores
culturales, de usos patrimoniales en un nuevo y distinguido sentido, colectivamente consensuado.
Podemos deducir de ello que muchos de nuestros museos arqueológicos
pertenecen aún a un modelo de arqueología que no es el de nuestros días.
La arqueología que los alumbró ya no existe, o, mejor, yace, como un estrato
hondo y firme, bajo las sucesivas concepciones que de esta disciplina han
acuñado las generaciones devastadas de las que hablaba Keats.
Sucede que a menudo olvidamos que lo único que nos queda del pasado
son objetos. Cosas empeñadas en sobrevivirnos con empecinamiento insensible, cosas que poco o nada dicen de nosotros aunque quisiéramos que lo
dijeran todo, cosas que si pueden revelar algo lo hacen más sobre quienes las
observan con un detenimiento de exploradores pasmados que sobre quienes
las fabricaron, las reunieron o las arrojaron a un vertedero sin mayores ceremonias. Son esas cosas las que, aupadas por el tiempo, esa divinidad indiferente, retornan a la orilla del presente con la calidad de los preciados despojos
de un naufragio mitológico.
Por eso en las salas de los museos arqueológicos convive lo excelso y lo vulgar, lo cotidiano y lo extraordinario, pues todo vale para recuperar el hilo de
una urdimbre frágil que atrape ese pretérito paradójico y fugaz. El arqueólogo
persigue un fantasma para hacerlo visible ante nuestra atónita, incrédula presencia. Una visión que reside en su mirada, la mirada arqueológica. Porque
el historiador cuenta con la voz aún estentórea de los poderosos, de lo oficial,
o de una heterodoxia ahora admitida en el juzgado de la historia como un
exótico testigo, un visitante que ya no nos amenaza. Y el historiador del arte
levanta sus teoremas sobre la belleza reconocida y consensuada por épocas
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dispares, entre la admiración y el pasmo. Trabaja con nuestro sometimiento
a normas y formas que nos superan. Mientras el antropólogo o el etnógrafo
modelan o rastrean ese pretérito imperfecto que aún conserva anclajes en la
hondura palpitante de nuestro presente.
Pero el arqueólogo siempre debe estar dispuesto a la incertidumbre y al
caos, al pasmo y la zozobra. Sus objetos y sus objetivos consisten en dar voz a
quienes nunca la tuvieron. No hay para él nombres propios ni gentes mejores
que otras, su interlocutor es colectivo, su aspiración una quimera, el coro de
las comunidades humanas, de los desheredados o simplemente desaparecidos y anónimos.
Quizás por eso los museos arqueológicos nos gustan. Porque son más modestos, menos ufanos o presuntuosos. Y sobre todo porque son más nuestros,
más cercanos, más familiares, como el álbum fotográfico de una estirpe que
es la nuestra pero que no conocimos y a la que apenas unos rasgos y conjeturas nos vinculan.
Hoy la arqueología, por cerrar este episodio con otro poeta inglés, pero
ahora de la época en que el Museo intentó cambiar su forma de ver las cosas,
debe ser ocasión para esa tensión dialéctica, aquella que subyace a los descubrimientos. Como dijo W. H. Auden en su poemario póstumo (1974):
La pala del arqueólogo
excava las viviendas
abandonadas desde antiguo,
….
Sobre las cuales él no tiene nada
sólido que decir
¡qué afortunado!
…
De la arqueología
se ha de extraer, al menos, una enseñanza,
a saber: todos
nuestros libros de texto nos engañan.
Lo que llamamos Historia
no es algo de lo que podamos
precisamente envanecernos…
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Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras ilusiones
A LA BUSCA (MUSEÍSTICA) DEL TERRITORIO
El concepto de territorio es una invención moderna. Más allá del paisaje,
entendido como espacio de estirpe pictórica o escenográfica en las artes y
la cultura prerrománticas, o de la naturaleza romántica presta a otorgar un
sentido espiritual y anímico a cuantas emociones individuales y colectivas le
reclamaba su intérprete. Sobrepasado también el esenciero nacional o identitario que los intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza en España
cifraron en él para dar pábulo aquellas marcas de la casa que fueron el noventayochismo y la generación del 27, fecundos apologetas de perspectivas
míticas y tópicas. El territorio se manifiesta hoy como un logro de las ciencias que confluyen en la geografía humana, sin renunciar, en ocasiones, a las
veleidades de aquellos caracteres nacionales. Hoy día, gracias a (o por culpa
de) los modernos medios destinados a su comprensión y divulgación –los
Google Earth y compañía–, el paisaje y el territorio han cambiado porque ha
cambiado nuestra percepción de ellos, difundida universalmente a los cuatro
vientos, al alcance de un clic.
Así, el territorio incluiría, en una fértil amalgama de interrelaciones, lo
físico, medioambiental, cultural y para conformar un sistema de cierta y relativa autonomía cuyo reconocimiento depende de la óptica y el observador
que se empleen. Y es aquí donde juega su papel, como suprema lente oftalmológica, el museo. Volvamos, pues, a él.
Hubo un tiempo en que los museos sólo se ocupaban de las bellas artes. Fuese en el regazo de la filantropía de las élites o merced al evergetismo
de la erudición decimonónica y a la tutela del Estado burgués, la vertiente
formativa –y deformativa– de los museos se aplicaba sobre una embrionaria
ciudadanía ante la que había de legitimarse le nouveau régime como producto histórico inevitable. Las artes fueron, tanto para aquellos museos avant la
lettre como para los primeros de su género, la versión exhibicionista de un
apropiamiento definitivo; el de la imagen más elaborada y eficaz, la sublime
creación, en manos de una clase social que aspiraba a un predominio y una
posteridad cifrada en obras tan prestigiosas.
Después llegó la arqueología. No la arqueología que puede confundirse
con el arte, que aquella ya se contaba entre éste (las artes de la Antigüedad),
sino una que proporcionaba objetos cotidianos, admitidos en los museos gracias a su estatuto temporal, sancionados no por su excelencia, sino por su
escasez o por su inopinada longevidad. Lo cotidiano se hacía poco menos
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LUIS GRAU LOBO
Figura 1. Yacimiento prerromano y romano de La Corona-El Pesadero, Manganeses
de la Polvorosa (Zamora), durante su excavación, soterrado bajo una autovía y recordado por un museito y una serie de reconstrucciones (fuente: Empresa de arqueología Strato y web del sitio).
que sagrado si los siglos habían pasado sobre ello. Y lo hizo cuando fue necesario que así fuera, e incluso lo hizo primero allí donde era más imperiosa su
presencia. Cuando apenas quedaba ya en Europa herencia artística musealizable, cuando algunos países, por efecto del nacionalismo decimonónico,
empezaron a no necesitar de Grecia o Roma para sentirse provistos de una
infancia homologable y orgullosa, la ciencia prehistórica, la indagación arqueológica tal y como la conocemos, arbitró los medios para convocar nuevos
inquilinos en las vitrinas de los museos del norte de Europa, que, pronto, se
extendieron a todos los rincones del globo con la furia de un descubrimiento,
el de que el tiempo y la excepción habilitaban lo vulgar y lo prosaico para la
admiración del público.
Era una puerta apenas entornada que poco a poco se fue abriendo de par
en par permitiendo, especialmente en épocas de crisis ideológicas, que los
museos se hayan convertido en el varadero de todo cuanto el ser humano ha
dejado sobre la tierra o bajo ella como testimonio de su paso. La vieja idea de
“pieza de museo” ha venido a englobarse en un concepto más amplio, el de
patrimonio, primero histórico y ahora cultural, que se beneficia y enreda con
corolarios de diversa condición para su inquietud y su ubicuidad: la conservación (preventiva o incisiva), el contexto, la interpretación, la estimación
social, el aprovechamiento económico...
Un concepto inflacionario este del Patrimonio, del legado cultural, que
en esta época de entre siglos, tan afectada de su propia introspección, tan
acostumbrada a esperar del pasado las mayores novedades, ha cruzado
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Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras ilusiones
fronteras de manera cada vez más acelerada, cada vez más excitada. La última, el patrimonio inmaterial, o intangible, se antoja un nudo gordiano donde se entrelazan los dilemas de siempre con mayor nitidez: la preservación
de algo que no tiene más que una supuesta esencia inasible por naturaleza,
la transmisión de una actitud cultural aislada, la fosilización de su frescura
primigenia…
Y, entre medias de tales horizontes, otros patrimonios con apellido: el
etnográfico (o etnológico, o antropológico: nótese la incertidumbre de las
etiquetas) o el industrial, otra tipología de precaria concreción. Ambas sumidas en un concepto aún más extenso, casi ubicuo: el territorio, supremo
escenario y desembocadura de las ansias omnívoras del Museo, suprema
derivación de su pecado original, la búsqueda de la contextualidad.
Pero, además, si como dijimos la arqueología tradicional extraía sus
objetos de interés de civilizaciones extintas, de pretéritos perfectos que
habían sido cancelados, su vertiente moderna, extensiva, realiza un más
difícil empeño: convertir hoy en legado cultural lo que ayer mismo era (o
sigue siendo incluso) un activo económico y social de muy distinta categoría. Su materia prima es, casi, un presente inmovilizado, despresurizado para su conversión en antiguo, en retrospectivo. Y el museo debe
administrar esa nostalgia, esa memoria aún viva sin caer en la melancolía
o la taxidermia.
No hay nostalgia en la arqueología. O, de haberla, es fruto de la erudición, del cerebro. Y ahí no reside. Sin embargo, la saudade inherente a esa
suerte de patrimonio imperfecto (etnográfico, industrial, inmaterial... territorial) se produce de inmediato gracias al ánimo subyacente que lo vincula
con un pasado individual y colectivo aún no clausurado, mediatizado por los
recovecos de una memoria personal aún palpitante. En la arqueología vemos
cómo fueron otros, cómo fuimos, en el mejor de los casos, y gestionamos tal
conocimiento. En otros patrimonios menos pretéritos, nos conocemos por
reconocimiento: como hemos sido, como aún de alguna manera, somos. Y he
ahí el peligro y la ventaja. De alguna manera, mediante una noción territorial
de la cultura buscamos con afán los sutiles y a veces quiméricos enlaces entre
ambas perspectivas, una conclusa y otra aún abierta, ambas consanguíneas.
Hay melancolía en esa búsqueda, y de ahí que la administración de esas
emociones por parte del museo provoque muchas veces la decepción o la
frustración de lo incompleto, de lo amputado, la de una prótesis que úni-
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camente consigue caricaturizar al miembro perdido. Si la sola arqueología
evocaba, el patrimonio colectivo pretende convocar. Y, a su vez, el aplicado
al territorio se permite invocar vehemente unos valores superiores en los que
confluyen ambos. Valores de actualidad, que aún vigentes, se dicen dinámicos (ni estáticos ni contextuales como aquellos que son englobados en él),
evolutivos, basados en la comprensión para la actuación. El museo, si es un
museo de territorio, pretende pasar así de espectador a director de escena.
Porque, si ya era difícil lograr una correcta musealización (o museización)
del bien arqueológico o artístico, amputados de un contexto idealizado que,
en muchas ocasiones, tan sólo se le supone y siempre se ha perdido irremisiblemente, ¿cómo comportarse respecto a un bien cultural cuya trama originaria nos es tan conocida y cercana, tan real y que, sin embargo, exige como
primera renuncia, casi conditio sine qua non para su conversión precisamente en tal patrimonio, el que sea descontextualizado, el que reniegue de aquella existencia anterior? ¿Cómo devolver la vida a un territorio, una vez que se
lo ha confinado en el invernadero de las vitrinas del museo, cómo evitar que
deje de ser, preferentemente, un producto cultural vivo?
Así, los vestigios culturales musealizados se han convertido en nuevo escenario para el conocimiento sobre un pasado al que se da carpetazo al tiempo que se reivindica, al que cabe interpretar críticamente puesto que revela
mejor que otros los errores y desventuras (también los aciertos) de nuestro
mundo, no de otros.
Sin embargo, la musealización de este patrimonio cultural ofrece problemas muy específicos, como su hondo enraizamiento en ese mismo territorio,
dinámico por definición, y sus nexos respecto a una sociedad y una cultura
que ofrecen un vasto espectro y ligaduras de gran profusión y actualidad, inasequibles para la foto fija del museo. Ventajas e inconvenientes derivan de
esta tesitura a menudo candente, y de ahí la morfología variopinta de las soluciones adoptadas o por venir, la necesidad de discusión sobre una materia
abierta, falta de consenso, rica en experiencias.
En este sentido, resulta obvio, pese a los muy variados intentos que se
conocen, que el museo no ha sido capaz de alojar a este patrimonio, por tamaño, mensaje, implicaciones o por una simple cuestión de envergadura. Es
el museo el que lo habita, el que ha pasado de casero a inquilino, encargado
como está de poner en valor (permítaseme el galicismo algo desatinado) todo
cuanto se patrimonializa. Musealizar se llama a esta operación de reinserción
social, aunque en el caso del museo, su relación con el territorio se quede a
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menudo tan solo en un paso estratégico hacia el vislumbramiento de vastas
extensiones por explorar. Aún está por dirimirse si el patrimonio acabará por
ser un convidado en los museos o estos son una alternativa (o la alternativa)
de una nueva y distinta existencia y esencia para un mundo que se nos está
escurriendo entre los dedos.
Y así, como sucede con las imágenes que nos proporciona Google Earth o
el navegador de los automóviles, corremos el riesgo de obtener del territorio
visiones congeladas y sin actualizar, dándolas por veraces, por actuales, como
si fueran una nueva realidad a la que nos aferramos por su mayor simplicidad,
accesibilidad y comodidad. Otro placebo.
MUSEOS, ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO
ACORDES Y DESACUERDOS
Cuando aún los sitios arqueológicos no recibían la estima que hoy disfrutan,
la de lugares susceptibles de conservarse y visitarse para todo tipo de público,
cuando aún el patrimonio arqueológico no era un valor cultural de primer
orden, cuando apenas había posibilidad de conocerlos físicamente; existían
los museos. Y así, en primera instancia y para su aprecio social, se aplicó a
los yacimientos arqueológicos el concepto musealización. Si entendemos tal
musealización como el conjunto de operaciones destinadas a insertar el conocimiento arqueológico en el tejido social a partir de la interpretación de
sus bienes inmuebles, cabe preguntarse de antemano, por qué, para qué.
Frente a otros bienes patrimoniales, tiene muchas ventajas la arqueología.
Se trata del único patrimonio no preseleccionado por la historia, por el gusto
estético, por la voluntad colectiva, por el poder. Su dominio es el del azar, su
conservación, su hallazgo, es una suerte de selección natural incontrolada,
caprichosa y, a veces, espontánea. Y su aparición un fenómeno violento (cada
vez más extravagante en nuestros días) de absoluta reactividad: el descubrimiento, la súbita aparición de algo que no estaba y que, de repente lo cambia
todo o puede hacerlo. Una inmediatez (literal: sin intermediarios) que despierta, siempre, un atractivo que otros quisieran o tienen que conquistar.
Además, sus restos guardan una relación íntima con nuestra vida cotidiana, pues ni son el producto de una creación de élite o de la alta cultura, ni la
consecuencia de un proceso de transformación social y económica reciente,
que aún reconocemos en un pasado imperfecto. Son el testimonio de una
época cerrada, encapsulada y perdida, pero reflejan, pese a ello, una intrahis-
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toria que nos es afín, que aún despierta nuestra empatía a causa del anonimato de sus protagonistas, en cuyas sombras nos reconocemos.
Incluso su halo romántico, que ha conocido el oropel y la epopeya, como
relató admirablemente el periodista alemán C. W. Ceram en aquel libro –Dioses, tumbas y sabios– que tantos hemos leído o visto recreado en películas y
narraciones más o menos verídicas y estimulantes. Tesoros, mitos homéricos
o faraónicos, ciudades perdidas y civilizaciones extrañas forman parte de ese
bagaje que el público espera de ella y que, a menudo, enturbia la comprensión
de un trabajo sobre todo concienzudo, laborioso y con frecuencia tan rutinario como el de toda investigación especializada. Pero ello le proporciona, pese
a todo, una popularidad y gancho de los que pocas ciencias pueden presumir.
Durante la mayor parte del pasado siglo, la arqueología fue una actividad esporádica y estival de estudiosos y universidades, relegada a un mundo aparte que
poco o nada tenía que ver con los traumas que afectaban a un territorio sembrado de sus restos que solía ser saqueado sin miramientos por actuaciones ajenas
a ellos. Así lamentamos hoy tanta destrucción y pérdida. Pero desde los años
ochenta en que la sociedad española maduró hasta comprender que el patrimonio cultural (y con él, el arqueológico) era un bien escaso y frágil, la arqueología
se asentó entre las actuaciones destinadas a proporcionarnos una forma de comportarnos menos destructiva, menos bárbara. Se ganó un sitio entre los peajes
que estábamos dispuestos a pagar, un capítulo de las condiciones que nosotros
mismo nos imponíamos para actuar con respeto, con una responsabilidad acorde con lo que aprendimos de los errores del pasado y, con ello, la oportunidad de
convertirse en una de las disciplinas llamadas a intervenir para la salvaguarda de
herencias tan preciadas. Sin embargo, este proceso aún no ha finalizado. Tiene
muchos problemas y defectos la arqueología de nuestro tiempo, a saber: sus exiguos presupuestos, la falta de formación universitaria, la carencia de proyección
científica y social de sus hallazgos, su inmersión en circuitos empresariales que
le son ajenos como ciencia, ensombrecida por la sospecha de la celeridad e intrascendencia que a menudo se le exige… Sin embargo, su papel, como el de los
museos, no tiene, por el momento, sustitutos.
Aún así, claro, la arqueología tiene un pecado original: el contexto perdido, su difícil comprensión en términos profanos, que dicen otros. Pues de
igual manera a como los museos se afanan por devolver ese contexto a las
piezas que exponen por medio antaño de paneles y fotografías y ahora de
ordenadores y escenografías, los yacimientos parecen avergonzados de su
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Figura 2. Reconstrucción hipotética de la antigua Asturica Augusta (Astorga, León)
(fuente: Ayuntamiento de Astorga, servicio de arqueología, y agencia fotográfica
Imagen MAS, Astorga).
desnudez arqueológica, de esa impudicia que muestra edificios desventrados
y empobrecidos, y se empeñan en recuperar el status original en que fueron
concebidos o alcanzaron su más alta funcionalidad. Nada más equívoco que
este planteamiento, origen habitual de confusión y de notables complejos.
El contexto original no existe como tal asunto concreto, ni los edificios ni las
ciudades tienen un momento al que remitirse, pues como organismos sociales su imagen es cambiante, venturosa, inasible. Y como tal, el contexto quizás no sea más que una entelequia que proporciona una falsa calma y buena
conciencia a algunos arqueólogos empeñados en que su ciencia es arcana e
incomprensible para el resto de los mortales. Y frecuente escenario para operaciones espurias o fracasadas.
Toda esa gama de operaciones y repristinaciones quizás tengan su origen
en un viejo debate nunca resuelto satisfactoriamente, pues en su irresolubilidad está precisamente su mayor predicamento. El que enfrentó en la segunda
mitad del xix a los restauradores monumentales y que ha venido a emblematizarse en las figuras de Ruskin y Le Duc, aunque se haya reeditado en
múltiples versiones y ocasiones a lo largo de la historia del tratamiento y la
intervención monumental (buen resumen en Rivera, 2008: 117-188, o Capitel,
1988). El consenso parece hoy día moverse en un territorio de compromiso, o
una tierra de nadie, respecto a ambos extremos conceptuales. Frente al lento
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envejecimiento e inexorable desaparición de la ruina, dignamente amortajada por nuestra rendida admiración, que defendía el londinense, o la intervencionista recreación de los valores ideales conferidos contemporáneamente a un monumento del pasado, reactualizado para su mejor valoración; las
teorías del restauro (especialmente Brandi, entre otros) pretendieron que no
fuera necesario añadir ni cambiar salvo para mantener, y para comprender.
Pero a menudo se abusa de este sencillo precepto para justificar intervenciones alejadas de ese espíritu, renunciando a la mera apreciación de lo que se
nos ha dado, a lo que aparece bajo la tierra sin más, para, tal vez acomplejados, tal vez soberbios, pretender enmendar los estragos del tiempo. No nos
atreveríamos a tanto con el arte, ¿por qué lo hacemos con la arqueología?
Quizás porque tras ella no se esconde ninguna propiedad intelectual a la que
respetamos o tememos, quizás porque prejuzgamos inocente o discapacitada
la mirada de nuestros semejantes, quizás porque tememos o nos avergonzamos del poder evocador y descarnado de la ruina y la devastación.
Imaginando una suerte de Tres Edades de la museología arqueológica, primero los museos se dedicaron a la ordenación, de forma que la tipología, la
academia y sus disciplinas hermenéuticas triunfaron en la disposición de las
piezas. Después fue la presentación la que primó frente al objeto (museología del concepto se le llamó), haciendo de éste la excusa o la espoleta de un
discurso que se creía omnisciente, legitimado por su propia necesidad social.
Pero ante el apocalipsis de los relatos y el descrédito del saber reglamentado,
el museo parece haberse entregado a la seducción de una falsa virtualidad, y
se dedica ahora a la sustitución, a una operación arriesgada y manipuladora
(o manipulada) de justificación de sí mismo mediante la renuncia a sus señas
de identidad. Y así, en la relación tortuosa entre museos y patrimonio arqueológico inmueble, solemos hallar en nuestros días intervenciones que, respondiendo a este tercer estadio, podrían etiquetarse de invasivas o de sustitutivas.
Las primeras se dedican a completar la propia materialidad del bien, que se
cree insuficiente para el subestimado ojo profano del público, a mejorar su cometido mediante operaciones de reforma de su competencia, liftings tal vez.
Bien es cierto que estas operaciones reconstructivas son tan antiguas como el
resto arqueológico, pues existe un cierto consenso que afirma que es imposible entenderlo sin una relativa reedificación de sus caracteres primigenios,
para lo cual, aunque no existan datos suficientes, se convocan adiciones y especulaciones que, en algunos casos, llegan a entrar en conflicto con la propia
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esencia y hasta con la existencia del bien musealizado. Así, las recreaciones
virtuales de nuestra época suponen una alternativa eficiente que, al menos,
no comparten lenguaje ni materia, y mantienen una distancia perspectiva
muy útil para no enmarañar los mensajes. Al contrario, las reconstrucciones
físicas, aunque no siempre lo hagan, pueden llegar a dar una idea equívoca y
hasta deformada del original, respondiendo a planteamientos decimonónicos
supuestamente abandonados o superados pero que ahí continúan. Ninguna
reconstrucción es fidedigna, de la misma manera que no es posible reconstruir el contexto, ni dar marcha atrás en el tiempo. Por ello, cautela.
En cuanto a la segunda, la vertiente sustitutiva, su legitimidad se manifiesta de manera muy endeble. La mala conciencia implícita a estas intervenciones, fruto a veces de decisiones desafortunadas en materia de conservación,
intenta a veces paliarse o maquillarse con la habilitación de un attrezzo que,
a la postre, está en el filo de convertirse en una vulgar alternativa al original.
No en su complemento, sino en su sucedáneo. Son propuestas pedagógicas o
turísticas que abusan del yacimiento y acaban por no necesitarlo, salvo como
disculpa, para un exhibicionismo de corte ostentoso. Para este viaje no era
necesario el yacimiento arqueológico, ya están las Terras Míticas o similares,
o sea, la industria del entertainment, perfectamente legítima, claro está. Pero
no es eso. En busca del público –¿el cliente?– no cabe luchar con las mismas
armas que esa industria emplea con mayor destreza y recursos, sino potenciar
lo que distingue y distancia nuestro producto: autenticidad y rigor. Además,
un modelo de gestión patrimonial sostenible, de explotación turística viable,
que se adapte a los nuevos tiempos de redimensionamiento y de final de un
ciclo manirroto, exige poner el acento en la conservación y el mantenimiento,
en la investigación y la divulgación, entendidas más sopesadamente como
las operaciones específicas sobre un patrimonio en el cuál cabe actuar físicamente sólo en caso de necesidad, no por capricho. Y antojos parecen muchas
intervenciones de las que, seguro, todos conocemos ejemplos, que ponen el
acento en aparejos y aderezos tan prescindibles.
En nuestros días el bagaje imaginero de los ciudadanos de occidente está
saturado de imágenes, de recreaciones, de referentes con los que completar o
interpretar los restos arqueológicos, mucho más que en cualquier época anterior. Las viejas nuevas tecnologías y los mass media bombardean nuestras
retinas y células grises con un repertorio inagotable de imágenes que, como
la comida rápida, logran un hartazgo que no satisface nuestro paladar ni lo
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LUIS GRAU LOBO
Figura 3 . Detalle de uno de los sótanos arqueológicos preservados y visitables en
Astorga (fuente: Ayuntamiento de Astorga, servicio de arqueología, y agencia fotográfica Imagen MAS, Astorga).
educa. Se convierten, como puede llegar a serlo una inadecuada musealización, en un anestésico de la capacidad de invención que, desde siempre, debió aplicarse al estudio y la evocación del pasado, único tiempo cognoscible.
De hecho, puede suponer un descanso para el intelecto, y una apelación a
sus resortes más estables, por trabajados, el hecho de requerir de la imaginación individual aplicada a un original que conserva más seducción cuanto
es menos hurtado o debe competir con groseras imágenes de guarnición. Y
entiéndase bien: no hablamos de las reconstrucciones arqueológicas, sino de
aquellas para las que la arqueología suele ser un estorbo.
Esto respecto a la cabeza de puente del museo en esa parte del territorio poblado señaladamente por el patrimonio arqueológico: los yacimientos.
Pero, ¿qué sucede con el auténtico territorio arqueológico? ¿Qué ha hecho el
museo en los espacios culturales donde, más allá de la condición de iceberg
aislado y formidable que tienen los escasos yacimientos salvaguardados, se
extiende una retícula de relaciones históricas y físicas entre el pasado y el
presente? ¿Qué ha propuesto el museo para conocer esa estratigrafía espacial, esa globalidad? Poco, muy poco aún. La idea de ecomuseo no sirve al
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caso, ni siquiera la investigación arqueológica se ha comportado de forma
distinta a como lo hacía en el siglo xix a efectos de su incidencia social. Y sin
embargo, la ciudadanía exige una respuesta, una factura de sus inversiones
en la memoria que le es propia. Pero hasta ahora lo único que ha hecho el
museo ha sido invadir el territorio, llenarlo de sucursales (museos locales,
aulas arqueológicas… y un sinfín de garitones) sin apenas incidir en él, sin
entenderlo, sin hacerse entender por él. Sin plantar batalla.
Y A MANERA DE CIERRE ABIERTO...
Como en el álbum de fotos familiar, los museos pretenden atrapar un tiempo
perdido mediante la ingenua captura de instantes aislados, cuyo relato sólo puede reconstruirse, uno distinto en cada caso, gracias a urdimbres imprevisibles,
a vivencias azarosas que anidan en la mente del que ojea sus páginas gastadas.
Desde que existe el hombre y su necesidad de una explicación del mundo, existen lugares concebidos para probar lo improbable, se llamen santuarios, instituciones, academias, o, desde que la memoria es asunto de muchos, museos.
En nuestra retrospectiva época brotan museos por doquier y para todos
los gustos, incluso muchos que tras un examen somero dejaríamos de llamar
así, de manera que estamos ante la oleada más fecunda de “génesis museística” desde que, dos siglos y medio atrás, naciera la versión moderna de esta
herramienta cultural. Museos a cada paso, como quien echa la vista atrás para
sentirse ubicado, para recordar de dónde se viene pues no se está seguro de
dónde se va. Museos para la mujer de Lot.
Encerrando la memoria entre cuatro paredes, los museos parecen decirnos: “así fuimos, aunque esto se acabó”. Estos lugares han sido siempre un espacio reservado a una suerte de evocación selectiva, en la que, muchas veces,
el ámbito destinado al olvido resulta más significativo que aquel consagrado
a la honra de cierto pasado. Los museos nos convidan a una imagen fija de
nuestra biografía colectiva, una selección de fotos, más o menos viradas al
sepia, de aquello que quisimos ser y, tal vez, nunca fuimos; el acopio de los
restos de un naufragio reunidos por robinsones de salón. Así el museo de
nuestros días es indefinible en su esencia, dispar y diverso, enfrentado a un
objeto patrimonial cada vez más hinchado, inflacionario en su concepto y
ubicuidad, que reúne en torno a sí a una miríada de profesionales, técnicas,
saberes y recursos. Nos hallamos, incluso, ante un público minoritario o impelido por la novedad, masificado o ausente, infiel.
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En muchas ocasiones apresamos nuestro pasado (y nuestro supuesto presente) y lo encerramos en el museo para que no suponga una rémora a un
futuro que se nos echa encima y aún no comprendemos, para que no afecte,
con su carga de capacidad crítica, de cuestionamientos, a nuestra vida diaria,
a nuestros sueños inconfesados y vulgares. Elaboramos en aquellos museos
discursos light, interpretaciones sometidas a voluntades políticas y sociales
interesadas que conforman una visión de las cosas cautelosa, ramplona, lenitiva. ¿Para esto es necesario el museo?
Cuando negamos al museo su capacidad de resorte, de acicate intelectual,
cuando multiplicamos su cantidad en demérito de su calidad, cuando hacemos de cualquier cosa un museo y de un museo cualquier cosa, actuamos
con la reverencia estéril de los animales que toman el poder en Rebelión en la
Granja (Animal Farm, 1945), la feroz alegoría de Orwell. En esa novela, una
de sus imágenes más clarividentes nos alerta sobre las circunstancias en que
solemos hacer (tantos) museos:
Volvieron después a los edificios de la granja y, vacilantes, se detuvieron en silencio ante la puerta de la casa. También era suya, pero
tenían miedo de entrar. Un momento después, sin embargo, Snowball
y Napoleón empujaron la puerta con el hombro y los animales entraron en fila india, caminando con el mayor cuidado por miedo a estropear algo. Fueron de puntillas de una habitación a la otra, temerosos
de alzar la voz, contemplando con una especie de temor reverente el
increíble lujo que allí había: las camas con sus colchones de plumas,
los espejos, el sofá de pelo de crin, la alfombra de Bruselas, la litografía
de la Reina Victoria que estaba colgada encima del hogar de la sala... y
no se tocó nada más de la casa. Allí mismo se resolvió por unanimidad
que la vivienda sería conservada como museo. Estaban todos de acuerdo en que jamás debería vivir allí animal alguno.
BIBLIOGRAFÍA
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Tatarkiewicz, W. (1987): Historia de seis ideas. Tecnos, Madrid.
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DE OBJETO A OBJETO DE MUSEO:
LA CONSTRUCCIÓN DE SIGNIFICADOS
Josep Ballart Hernández
INTRODUCCIÓN
El objetivo que subyace a toda esta reflexión es subrayar la importancia de la
cultura material para el conocimiento humano. Se puede presumir que toda
forma de conocimiento humano está relacionada en mayor o menor medida
con el contacto con objetos materiales (Schiffer, 1999). Es más, el ser humano
construye su existencia particular a base de interaccionar con los objetos que
pueblan su entorno. Sin tales objetos, a menudo interpuestos entre personas
separadas físicamente, no hay forma posible de comunicación (del tam-tam
al terminal de ordenador, para ponerlo simple) y sin comunicación no hay
forma posible de expandir el conocimiento.
De hecho el ser humano utiliza dos vehículos fundamentales para expresarse: el lenguaje verbal y la cultura material. Ambos hacen posible cualquier forma
de comunicación, ambos son esenciales al mismo nivel. Subrayo de antemano
la palabra vehículo y algunas otras ya que servirán de armadura al conjunto del
discurso. A los arqueólogos el poner al mismo nivel lenguaje verbal y cultura
material no les provoca rechazo alguno. Ellos saben que los objetos, la cultura
material, que es la materia misma con la que tejen sus construcciones científicas sobre la cultura, goza de autonomía con respecto al lenguaje (no hay mejor
forma de comprender qué significa viajar en automóvil que coger un coche y
conducirlo. En otro orden de cosas, la arqueología experimental pretende comprender un hecho histórico a base de re-hacerlo). Y comprenden su crucial importancia para toda forma de reproducción social. Es más, saben que la cultura
material es, para los pueblos que la producen, el medio y el instrumento de que
se sirven para dar orden, significado y sentido a su existencia (Leone, 1999).
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
También saben los arqueólogos que los objetos tiene su propia biografía.
Los objetos transitan por las vidas de los seres humanos llegando a gozar
con el tiempo de gran autonomía con respecto a quien los creó o los utilizó
antes. Así, muchos objetos, en sus a menudo inverosímiles biografías, tras
muchas vicisitudes, si evitan ser destruidos por los mismos seres humanos o
por la naturaleza, pasan a convertirse en lo que difícilmente hubieran podido
imaginar sus creadores o usuarios más conspicuos. Es el caso de las reliquias,
por ejemplo, o de ciertos objetos que por una supuesta acumulación de valor
(no venal) son designados para convertirse en objetos candidatos a conocer la
posteridad como objetos de museo. Es este último el nivel más elevado al que
puede aspirar un objeto, la cumbre de su “carrera” (alguien podría discutir si
no sería la reliquia el nivel superior). Este proceso tiene lugar a base de añadir
capas de significado al significado original del objeto en cuestión.
En este trabajo se va a discutir sobre la relación entre los seres humanos
y los objetos a los que los seres humanos dan valor y por ende significado.
En esta escala de valor hemos colocado en su cumbre al objeto de museo.
Para comprender esta construcción debemos indagar en el cómo se produce
la atribución de significados. Obviamente aquí sólo podremos escoger una
vía entre muchas de aproximación al fenómeno, cual es la de utilizar textos
de autores e imágenes de museo, a priori sugerentes, que nos comunican libremente cosas fundamentales sobre los objetos. A partir de estas constataciones consideraremos las dimensiones múltiples que ofrecen los objetos,
propondremos polaridades chocantes en su forma de mostrarse o de ser aprehendidos y avanzaremos conclusiones sobre el devenir de los objetos en su
progresión hacia el futuro.
No obstante a la vista del poder de atracción de muchos objetos valiosos, no
digamos de los objetos de museo, no siempre es posible tener a disposición un
mentor que guíe a uno a través de las escalas de valor. Naturalmente cada cual
puede por su cuenta ensayar su propio diálogo con el objeto, sobre la base del
qué le preguntamos, qué nos preguntamos sobre el objeto, aunque ello puede
representar ardua tarea para muchos. El problema que presentan los objetos
en los museos a este tipo de perquisiciones, es que nos los muestran detrás de
un cristal. Al curioso ciudadano común de nuestros días no le es normalmente
permitido ni tocar ni manipular tales objetos ya consagrados. La aproximación
deberá pues ser parcial y en el mejor de los casos, contará con la ayuda de especialistas que le interpretarán in situ a uno el objeto, empleando medios diversos.
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De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
LAS DIMENSIONES MÚLTIPLES DE LOS OBJETOS
SOBRE LOS OBJETOS COMUNES
Los objetos son inertes y sólo tienen significado en función de la vida
que los emplea. Cuando esta vida se termina las cosas cambian, aunque
permanezcan iguales. Están y no están allí, como fantasmas tangibles,
condenados a sobrevivir en un mundo al que ya no pertenecen.
P. Auster, La invención de la soledad, 1994
Para empezar a hablar de los objetos cotidianos he escogido esta frase con la
que el escritor Paul Auster nos fulmina para dirigir la atención sobre lo verdaderamente importante: sólo una vida humana otorga significado a un objeto.
A falta de ésta, el objeto ya no es lo mismo. Empieza quizá probablemente
una nueva era para el objeto físico superviviente, una nueva fase en su biografía basada en una nueva relación de este objeto con otras vidas humanas. Es
por eso por lo que Paul Auster ve en los objetos (como algunos coleccionistas)
una intrigante dimensión (fantasmas tangibles).
El poder de los objetos es conocido: en ellos la vida se petrifica con
una fuerza mayor que en cualquiera de sus momentos. Huérfanos e
inútiles reposan sobre mi mesa esperando convertirse en despojos o
adquirir un nuevo estado civil.
S. de Beauvoir, Una muerte muy dulce, 1964
Simone de Beauvoir en quizás su mejor obra constata que los objetos tienen un poder especial sobre las personas. La idea de que dan consistencia a la
vida apunta por un lado a una de sus características elementales: su materialidad. En los objetos materiales la vida, dice, “se petrifica”, con lo que queda
en condiciones de volver a manifestarse en un futuro; a recrearse ante otros
seres vivos de una forma distinta y posiblemente aún más significativa. A continuación, de forma parecida a Auster, la escritora evoca con gran elegancia el
sentido de la futura biografía que espera a los objetos.
Este carácter duradero da a las cosas de este mundo su relativa independencia con respecto a los hombres que las producen y las usan...
Desde este punto de vista, las cosas del mundo tienen la función de
estabilizar la vida humana, y su objetividad radica en el hecho de que
–en contradicción con el pensamiento de Heráclito– los hombres, a
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
pesar de su siempre cambiante naturaleza, pueden recuperar su unicidad, es decir, su identidad, al relacionarla con la misma silla y con la
misma idea. En otras palabras, contra la subjetividad de los hombres,
se levanta la objetividad de las cosas creadas por los hombres antes que
la sublime indiferencia de la naturaleza intocada.
H. Arendt, La condición humana, 2005
Materialidad, permanencia, autonomía… vistas como características clave
de los objetos, cuya función de acompañamiento y sostén a la vida de los seres
humanos se manifestaría sobre todo en la rotunda tozudez en que las cosas se
nos aparecen por oposición a cómo queremos verlas. Objetividad contra subjetividad. Y en lo más recóndito del párrafo refulge la idea de identidad, tan
cara al ser humano y tan íntimamente asociada a los objetos que envuelven
su existencia cotidiana. Subrayemos pues este fascinante partenariato (seres
humanos-objetos) de cuya intimidad a veces no somos conscientes.
Nuestra dependencia de los objetos no solo es física sino también
psicológica.
M. Csikszentmihalyi, Why we need things, 1993
La sentencia del psicólogo podemos tomarla como la natural continuación del pensamiento de Arendt sobre los objetos. Por lo tanto, como sobra
mayor exégesis, vista la rotundidad y corroborado el sentido de los extractos
expuestos, cabe ahora empezar a construir un esquema que traduzca gráficamente algunas de las principales dimensiones que hemos entrevisto en los
objetos, subrayando las polaridades que han sido sugeridas:
Fisicidad / Materialidad
Inmaterialidad
Autonomía
Dependencia
OBJETO
Inutilidad
Utilidad
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Permanencia
Transformación
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De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
SOBRE LOS OBJETOS DE MUSEO
De la lápida sepulcral que se muestra en la figura 1 un visitante ocasional del
museo puede decir que es de piedra, que ha sido trabajada con intención, que
procede del norte de Europa (Irlanda) y que es antigua. Ante esta obra, tanto para el estudioso como para el observador curioso, la dimensión espacio/
temporal deviene crucial.
Lo primero que salta a la vista es que ocupa lugar y que está hecha de
una materia dura; a ello nos referimos cuando hablamos de materialidad
del objeto, que es justamente lo que permite al mismo su anclaje en la
dimensión espacio-tiempo. Un abismo espacio-temporal separa este objeto de nuestra cotidianeidad; de ello apenas cabe duda. A partir de aquí
los expertos propondrán otras consideraciones que abarcarán entre otras
cosas, su forma y función original y su cronología aproximada. Todo ello
redundará a favor de que el objeto sea visto como una pieza única, como un
raro objeto de museo.
Figura 1. Piedra sepulcral. Museo de Sitio de Cloncmacnoise, Irlanda.
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
Este tipo de testimonios históricos como la piedra sepulcral del museo irlandés admiten muchos puntos de vista valorativos en los que cualquier persona educada y mínimamente curiosa puede intervenir. Sin embargo vamos a
continuar la discusión recurriendo a la aportación de los expertos. Podemos
asumir con ellos un conjunto de presunciones fundamentales, por ejemplo:
Los únicos testimonios de la historia disponibles en cualquier momento para nuestros sentidos son las cosas hechas por los seres humanos.
G. Kubler, The shape of time, 1962
Todos, incluso el más humilde de los objetos es un emisario de la
cultura de la cual proviene.
T. S. Elliot, Notes towards a definition of culture, 1948
Los objetos (creados por los hombres) constituyen la única clase
de acontecimientos históricos que ocurriendo en el pasado continúan
existiendo en el presente.
J. D. Prown, The truth of material culture: history or fiction?, 1993
Estos tres autores, un historiador del arte, un poeta y un antropólogo, respectivamente, coinciden en momentos diferentes en ver en los objetos unas
ventajas parecidas, todas ellas claves para su trabajo. Esas cosas tangibles que
son los objetos, cualesquiera objetos del pasado, son unas referencias clave
del paso del tiempo, afirman, aunque les acuerden matices diferentes: si para
uno son testimonios, para otro hacen de emisarios y para un tercero son puros datos que traducen actos (acontecimientos). Todos ellos entre-ven por
medio de los objetos a personas, obras y acontecimientos que de esta manera
han podido viajar en el tiempo.
Utilicemos un ejemplo más, extraído en esta ocasión del ajuar del arqueólogo.
El más banal de los objetos de un museo de arqueología, una punta de sílex cualquiera, ¿no contiene una dimensión social, cultural o humana única? Las señales
de retoque que se observan en el extremo, ¿es que no son la materialización de
un gesto repetido, de un gesto enseñado, de un gesto aprendido y perpetuado?
En otras palabras: es un gesto de la vida misma el que ha quedado fosilizado en la
piedra. Pura fuente de valor.
O el testimonio de un historiador pedagogo:
El más humilde resto de muro de una construcción normanda, la
más insignificante viga de madera carcomida de la época Tudor o el
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De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
más simple y común de los candelabros del siglo xviii mantienen un
carisma que emerge del convencimiento de que se trata de un nexo
tangible con el pasado.
J. Fairley, History teaching through museums, 1977
El valor pedagógico de los objetos de museo, uno de sus activos más reconocidos, aparece aquí rodeado de una dimensión nueva: el carisma. El carisma es un don gratuito que hace atractivo y seductor a su dueño. Traducido en
términos de objetos, el autor ha querido significar que los objetos del pasado
en tanto que son al mismo tiempo ayer y hoy (ese nexo tangible), nos fascinan
de una forma como no lo pueden hacer otros objetos (quizás sólo el oro puro
o una reliquia pueden fascinar de una forma parecida a los seres humanos).
Españolizando la cita de Fairley pongamos una bacina de barbero, como la
que utiliza Don Quijote, en lugar de la viga Tudor y volvamos al museo. La presencia material de este singular objeto, limpio, perfectamente conservado, bien
lustrado y bien iluminado, posado en una vitrina del museo se impone por su
propia fuerza, por su propio fulgor. No hace falta mucho más, aparte quizá de las
palabras de un buen guía de museo. ¿Estamos entrando por la senda menos racional de las emociones? Posiblemente sí, aunque eso no debe de ser un problema. La interacción con objetos del pasado admite naturalmente y seguramente
aconseja, una aproximación racional y otra emocional. Lo hemos visto desde la
primera cita. Y la mayoría de los museos lo reconocen en su forma de acercar los
objetos al público. Las emociones son un ingrediente necesario a toda visita a un
museo y las personas son su principal catalizador (estimulando el diálogo entre
visitantes y entre el guía y los visitantes). Volviendo a las polaridades podemos
ubicar el objeto de museo entre nuevas dimensiones, por ejemplo:
Espacio
Tiempo
Razón
Emoción
OBJETO
DE MUSEO
Dimensión material
Dimensión social
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Pasado
Biografía
Presente
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
OBJETOS Y COMUNICACIÓN
Virtualmente toda forma de comunicación y de comportamiento
humano implica el trato con objetos.
M. B. Schiffer, The material life of human beings, 1999
Los objetos creados por el hombre, además de instrumentos son
señales, signos y símbolos.
W. D. Kingery, Learning from things, 1996
Lo que más nos sorprende hoy es que el objeto, una vez descargado
de su función cultural (original) es inmediatamente re-sacralizado al
entrar en el museo. (…) La analogía entre templo y museo se percibe
desde el origen de los museos. Hace apenas unos años una encuesta
sobre los visitantes de las colecciones públicas de una gran ciudad establecía que la primera cualidad que se valoraba de un museo era el
silencio!
R. Recht, Penser le patrimoine, 2008
Tanto si transitamos por el paradigma materialista (Schiffer, 1999) como
si lo hacemos por un paradigma de filiación estructuralista (Kingery, 1996)
desembocamos en el reconocimiento del objeto como artífice necesario para
la comunicación. Ya se ha establecido la dimensión material del objeto y discutido otras propiedades que disponen al objeto para realizar un papel de intermediación en las relaciones humanas. Si nos acercamos ahora al estructuralismo podemos acordar con sus valedores que si la lengua es una estructura
la cultura material también. Es decir, es una construcción artificial con sus códigos particulares, idea sobre la que insisten los antropólogos al menos desde
Lévi-Strauss. Consecuentemente la indagación de la significación constituirá
la fase más compleja, rica y peligrosa de nuestra interpelación, puesto que no
existe variable más precaria ni sometida a mayores intromisiones procedentes
de todo tipo de puntos de vista, de teorías y de sistemas conceptuales. Por
otra parte nada hay más manipulable ni más necesariamente cambiante. Para
decirlo con pocas palabras: cada escuela de pensamiento, pero también cada
generación, ve con ojos diferentes un mismo objeto de museo con lo que se renuevan continuamente las sucesivas capas de significación acordadas en cada
momento y por tanto las sucesivas interpretaciones asociadas a tal objeto. No
hay límites a la perquisición. Que cada uno busque ejemplos en su acerbo.
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De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
En la imagen (figura 2), la ejemplificación se decanta por un caso de interpretación clásica del objeto “museo” (el propio museo, por lo tanto, visto como un artefacto social) en tanto que “templo de las musas”, visión que
hoy ya no encontramos en ninguna parte puesto que nadie levanta un museo
(ningún arquitecto lo imagina así, ni ninguna administración se atreve a darle el visto bueno) que parezca un templo griego.
En nuestro viaje por el objeto hemos recorrido el trecho que va de su esencial materialidad a su desbordante significación. En relación a las figuras en
forma de esquema, que sintetizan el discurso llamando la atención sobre las
polaridades que van apareciendo en la discusión, y que puede contemplarse como un esquema único acumulativo, hay que añadir los últimos nuevos
elementos. Pasando por encima de elementos como señal, evidencia, prueba
o imagen, que bien podrían incluirse y discutirse también (evidencia tiene
connotaciones con materialidad), subrayaremos sólo las dos más importantes
para la comunicación. El objeto es signo porque estuvo “allí” (en el pasado) y
porque ahora aparece ante nosotros en el lugar de esa abstracción que llamamos pasado. No obstante con el paso del tiempo este signo, por mor de su valor comunicativo, se mudará en símbolo, en símbolos que irán evolucionando
y cambiando.
Signo
Símbolo
OBJETO
DE MUSEO
Evidencia
Señal
Este carácter simbólico del objeto de museo es lo que más nos acerca a la
noción de patrimonio, una noción que ha gozado de gran favor popular durante las últimas décadas. La tendencia a patrimonializarlo todo no ha sido
ajena ni al auge del pasado y la historia en muchas sociedades occidentales ni
a la irrupción de una dimensión economicista paralela en el tratamiento del
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
Figura 2. El objeto museo como símbolo. Alte Nationalgalerie, Museum Insel, Berlín.
pasado. La patrimonialización en todo caso ha sido la adjudicación a ciertos
objetos del pasado de un estatus excepcional que les garantiza un reconocimiento público superior. Como la condición se reconoce en base a una serie
de supuestos “méritos” relacionados con el significado del bien en cuestión,
lo más importante para el estudioso debería ser indagar en la forma cómo se
procede a la selección y cómo se produce la recepción. Pero ese es otro tema.
Lo que no es otro tema, sin embargo, es advertir cómo la patrimonialización
tiene una parte importante de sacralización, como la puede tener también la
mera recepción museística de un objeto, tal como nos lo recuerda R. Recht
(2008). Sin duda, museo y templo son dos nociones que van asociadas desde
el tiempo de los griegos. Es el bucle que se cierra en medio del silencio de las
salas, silencio de algún modo contradictorio con la noción de comunicación.
Una vez más las polaridades o mejor dicho las paradojas del museo.
SOBRE LA FORMACIÓN DE COLECCIONES
Freud nos proporciona una imagen poderosa del coleccionismo privado
compulsivo (figura 3). Su colección de estatuillas, amuletos y otros objetos
arqueológicos, preñada de connotaciones místicas, es estrictamente privada. De su actividad no tenía que dar cuentas a nadie más que a sí mismo.
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De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
El coleccionismo histórico se ha nutrido de muchos “freuds” que perseguían la realización de un proyecto, fuera personal o colectivo, basado en
el sentido estético, el sentido del pasado, la auto-realización personal, el
provecho material o la auto-imposición de retos. Coleccionismo histórico
y patrimonialización contemporánea tienen mucho en común aunque se
diferencian en que el primero es un acto particular mientras lo segundo es
un acto colectivo.
Para muchos otros particulares coleccionar objetos rima simplemente con
poder y dinero.
Invertir en arte es estimulante y muy interesante ya que, en tanto
que bienes tangibles, los objetos de arte siempre serán altamente apreciados por los inversores.
A. Bishop, Directora de la Agencia Sotheby’s de Dublin, 2010
Los objetos de arte no son humo. En tanto que son bienes tangibles son
objetos transportables e intercambiables como otras mercancías y su valor
no está siempre a merced de las coyunturas (valor refugio). No obstante también el coleccionismo como forma de atesoramiento tiene aspectos más interesantes y más sofisticados. P. Bourdieu (1977) acuñó la noción de “capital
Figura 3. Estatuillas, fetiches, amuletos y otros objetos en caótico amasijo. Freud
sentado a su mesa de despacho en Viena. Grabado de Max Pollock, 1914.
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
simbólico” para referirse a una variante del coleccionismo privado de arte y
antigüedades que persigue el posicionamiento social como valor y no tanto la
mera acumulación de capital.
Frente al modelo “freudiano” de coleccionismo, el coleccionismo institucional de museos y organizaciones patrimoniales ha reivindicado un coleccionismo científico y ético fundado en la responsabilidad pública, el conocimiento sólido y la necesidad de conservar para el futuro. Sin embargo la
formación de colecciones es siempre azarosa por más que los museos pretendan basarla en criterios objetivos. Cualquier visita a un almacén de museo lo
puede certificar a ojos vista (figura 4).
La decisión de conservar, sea del coleccionista particular o del institucional, puede parecer un acto banal, sin embargo tiene la mayor importancia,
toda vez que transforma un objeto hasta entonces meramente útil, funcional,
tecnológico, artístico, religioso o científico, en potencial objeto de museo, es
decir, aureolado con una carga añadida simbólica y connotaciones sociales,
psicológicas o ideológicas. No hay frontera establecida que determine cuando un instrumento de caza deja de serlo para convertirse en símbolo, ni cuando un cacharro doméstico abandona esta condición para metamorfosearse
en obra de arte. Coleccionar implica, como se deduce, descontextualizar, con
Figura 4. Foto del almacén del Musée d´Art et d´Histoire de Ginebra.
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De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
lo que la atribución de sentido o significado a los objetos individuales deviene
más compleja aún y menos controlable. Al crear una colección, el coleccionista ha transformado sin remedio en otra cosa el sentido y la función supuestamente primordiales del objeto.
Pero tal decisión de conservar es muy a menudo el fruto del azar, la arbitrariedad o las circunstancias. Sabemos por los estudios que se han realizado (por ejemplo, Pearce, 1999) que el coleccionista difícilmente responde
al ideal del científico objetivo, si es que puede existir esta especie. Normalmente su acción transita por una zona de claroscuros en la que nunca se sabe
qué domina a qué, si los criterios culturales (o científicos) sobre lo que tiene
valor, aceptados por la comunidad científica, o unos impulsos psicológicos
enraizados en la personalidad del coleccionista. Limitándonos al ámbito de
la arqueología, su praxis científica nos enseña que los procesos formativos de
carácter natural o cultural determinan enormemente las formas por las que
los objetos del pasado viajarán hasta el presente, serán descubiertos y serán
valorizados (Hodder, 1988; Schiffer, 1999; Gamble, 2002).
CONCLUSIÓN
Parte de nuestra peculiar mirada contemporánea, tan a menudo nostálgica sobre el legado material del pasado, tiene que ver con esta dinámica transformadora de la realidad. Todo cambia, todo se mueve, todo se transmuta, incluso
los objetos más conspicuos de un tiempo anterior que imaginamos estanco y
poco mutable. Hasta el mismo museo es arrastrado por la corriente del tiempo y sus salas permanentes quedan obsoletas en unos años. Y, sin embargo,
para referirnos a las cosas valiosas de este mundo, la palabra que usamos más
es materialidad, es decir, firmeza, permanencia, durabilidad, matices todos
ellos que evocan justo lo contrario. “Tangibility. Esta es la palabra que más usa
cuando discute con sus amigos. El mundo es tangible, dice (se refiere el autor
a su personaje Bing Nathan). Los seres humanos son tangibles” (Auster, 2010).
Las ocho dimensiones del objeto que establecimos en el primer esquema
nos llaman por igual la atención en su aparente contradicción. Ya no sabemos
qué es más relevante, qué es más significativo para el público, qué llama más
la atención.
Para enfrentarnos desde el museo a esa realidad tan llena de matices tenemos un recurso precioso, la pedagogía. Si la construcción de significado es
la clave de la relación museo-individuo, la pedagogía pública es su corolario.
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
Si en la primera relación (la relación museo-individuo, incluyendo al coleccionista) tiene un papel de liderazgo el experto, en la segunda (la relación
museo-público) este papel lo ejerce el visitante común juntamente con el experto. La pedagogía de museos se basa en la calidad de la comunicación interpersonal y la estimulación del auto-aprendizaje sin distinciones. Por tanto
la labor pedagógica se debe basar en estimular a las personas a que participen
libremente sin prejuicios, desde sus conocimientos e intereses, en la creación de significados, esperando en el camino descubrir en los objetos y en las
colecciones cosas sensibles que interroguen la conciencia y enriquezcan el
acerbo de cada uno y el de todos los ciudadanos. Los museos son una ventana
al mundo pero no obligan a nadie a asomarse: uno se asoma libremente si
uno quiere.
BIBLIOGRAFÍA
Arendt, H. (2005): La condición humana. Paidós Ibérica, Barcelona.
Auster, P. (1994): La invención de la soledad. Anagrama, Barcelona.
Auster, P. (2010): Sunset Park. Faber and faber, Londres.
Ballart, J. (2008): Manual de Museos. Síntesis, Madrid.
Beauvoir, S. (1964): Une mort très douce. Gallimard, París.
Bourdieu, P., Darbel, A. (2003): El amor al arte. Paidós, Barcelona.
Csikszentmihalyi, M. (1993): Why we need things. En S. Lubar y D. Kingery (eds.),
History from things. Essays on material culture. Smithsonian Institution,
Washington, 20-29.
Fairley, J. (1977): History teaching through museums. Longman, Londres.
Gamble, C. (2002): Arqueología básica. Ariel, Barcelona.
Hodder, I (1988): Interpretación en arqueología. Crítica, Madrid.
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Kingery, D. (ed.) (1996): Learning from things. Method and theory of material culture
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Smithsonian Institution, Washington.
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Poulot, D. (2009): Musée et muséologie. La Découverte, París.
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De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
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D. Kingery (eds.), History from things. Essays on material culture. Smithsonian
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Recht, R. (2008): Penser le patrimoine. Hazan, París.
Schiffer, M. B. (1999): The Material Life of Human Beings. Routledge, Londres.
Whitley, D. S. (ed.) (1999): Reader in Archaeological Theory. Routledge, Londres.
113
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[page-n-124]
5
EL MUSEO FUERA DEL MUSEO:
LA GESTIÓN DEL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO IN SITU
Amalia Pérez-Juez Gil
LA GESTIÓN DEL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO
UN POCO DE HISTORIA
El interés por el patrimonio arqueológico tiene un origen antiguo y se remonta al coleccionismo de obras de arte desde el Renacimiento. Esculturas
griegas y romanas, pero también otros objetos recuperados en tumbas preclásicas revelaron el deseo de conocer lo que sucedió en el pasado. La Francia
revolucionaria abrió los primeros museos del Estado, aunque ya durante todo
el siglo xviii se habían permitido las visitas a colecciones privadas, regias
o aristocráticas, como el Palacio de Luxemburgo de París o las galerías de
las universidades alemanas (Alexander, 1993: 17-37). El magnífico palacio del
Louvre se convirtió en el museo de arte nacional y en él se plasmó el concepto
fundamental del patrimonio cultural perteneciente a un pueblo, frente a la
consideración privada que había imperado hasta el momento.
A partir de ahí, todavía quedaba mucho por evolucionar, no tanto en la
aceptación generalizada de la necesidad de preservar un patrimonio que
pertenece a una sociedad, sino más bien, en determinar en qué exactamente
consiste ese patrimonio. En los siguientes doscientos años, se fueron definiendo algunos aspectos del mismo: obras de arte, arquitectura monumental, edificios religiosos de ciertos periodos, etc. El patrimonio arqueológico
formaba parte de este grupo de objetos muebles e inmuebles protegidos sólo
en el caso de que reuniera también los requisitos para pertenecer a cualquiera
de las otras categorías: artístico, monumental, palaciego, religioso, etc.
De esta manera, empezaron a verse a partir del siglo xix y sobre todo,
durante el siglo xx, importantes proyectos de recuperación, restauración,
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
protección y acondicionamiento de algunos yacimientos arqueológicos que
reunían las características anteriores: la Alhambra, Numancia, Ampurias o
Itálica son algunos ejemplos en España. Casi todos ellos eran espectaculares
asentamientos urbanos de la época clásica y medieval. El efecto evocador,
sacralizado en el Romanticismo del siglo xix, era capaz de provocar todo
tipo de sentimientos desde la admiración hasta el ensalzamiento nacionalista, “manteniendo una fascinación moral, emocional y estética” que se ha
mantenido a lo largo de la historia (Jackson, 1980). La conservación de este
patrimonio arqueológico determinó el comienzo del desarrollo de la gestión
del mismo, que fue pasando de la protección y restauración hasta el acondicionamiento en la segunda mitad del siglo xx.
La apertura de los yacimientos arqueológicos al público de forma generalizada no se produce, sin embargo, hasta la segunda mitad del siglo pasado, con los cambios en los hábitos de consumo de ocio, los periodos de
vacaciones cada vez más largos, la desestacionalización del tiempo libre y la
inclusión de la arqueología en programas educativos y de progreso de la zona
(Pérez-Juez, 2006: 75-82). Pero no solo los cambios en la estructura interna
de la sociedad afectan y dan forma a la gestión del patrimonio arqueológico
como disciplina. También el desarrollo económico y la construcción de las
enormes infraestructuras en Europa, con la reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial, han repercutido en lo que entendemos hoy por gestión del patrimonio. En toda Europa, la construcción de autovías, autopistas,
líneas férreas, polígonos industriales y el gran desarrollo urbanístico provocó
la remoción de toneladas de tierra que contienen –o contenían– patrimonio
arqueológico.
La necesidad de encontrar un equilibrio entre el progreso y la conservación se estableció a través de proyectos educativos, traslado de restos arqueológicos a parques y otros sitios públicos, inversión en acondicionamiento de
otros lugares o reproducciones del patrimonio destruido. En Francia, el caso
del Arqueódromo de Borgoña fue un ejemplo de consenso. Financiado por
la compañía de autopistas francesas Autoroutes Paris-Rhin-Rhône, abrió sus
puertas a finales de la década de los setenta como forma de “compensación
social” por la destrucción de sitios arqueológicos. El Arqueódromo mostraba reproducciones de diferentes yacimientos de la zona, desde la Prehistoria hasta la época medieval, con una clara vocación educativa y turística. Sin
embargo, el éxito de este recurso en la década de los ochenta fue poco a poco
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
viendo su declive, eclipsado por la ampliación de la oferta y la falta de renovación de su programación, cerrando finalmente sus puertas en el año 2005
(Frère-Sautot, 2006) (figura 1).
En toda Europa aparecieron otros parques de arqueología experimental,
centros de interpretación del patrimonio, yacimientos acondicionados para
explicar culturas generales asociadas a un territorio concreto –los celtíberos, los vacceos–. La gestión del patrimonio arqueológico iba ampliándose a sitios no tan conocidos, ni tan monumentales, pero necesarios para
compensar la destrucción de otros muchos y para conseguir el apoyo de las
comunidades.
En España, esta segunda mitad del siglo xx marcó las líneas actuales de la
gestión del patrimonio arqueológico, que seguía, en general, la consecución
de dos objetivos fundamentales: la preservación de los yacimientos ante el
desarrollo de la construcción de infraestructuras e inmuebles, y la creación
de un nuevo producto de turismo cultural que se incluyera en la oferta de
una creciente industria turística. Estos dos objetivos se complementaban
Figura 1. El Arqueódromo de Borgoña, en Francia, construido para compensar la
destrucción de yacimientos arqueológicos en el desarrollo de infraestructuras. En
la imagen, la recreación del sitio de Alesia, en el que el jefe galo Vercingétorix fue
definitivamente derrotado por César.
117
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
con otros de carácter secundario, tales como la sensibilización hacia el pasado, la preservación in situ de yacimientos que pudieran incorporar el medio, la conservación el patrimonio natural, generación de empleo y diseño
de algunas herramientas culturales e históricas en la creación de las nuevas identidades nacionales dentro del modelo autonómico plasmado en la
Constitución de 1978.
La gestión de la arqueología se perfilaba también como uno de esos “yacimientos de empleo” que recogieron documentos e informes nacionales y
europeos. Pero el desarrollo urbanístico provocado por la entrada de España
en la Comunidad Europea, a partir de 1986, hizo saltar la alarma sobre la necesidad de no arrasar con todo lo que se cruzara en el camino de las obras de
nuevas vías de ferrocarril, autopistas, aeropuertos o polígonos industriales.
La vorágine constructiva supuso la remoción de toneladas de tierra que contenían patrimonio arqueológico. La reacción de la sociedad se produjo tarde,
después de la destrucción de muchos sitios (el palacio imperial de Maximiano o de Cercadilla en Córdoba y la necrópolis del Puig des Molins en Ibiza son
dos ejemplos desgarradores1).
Algunos yacimientos sólo pudieron ser conservados con un apoyo político
y una intervención radical. Es el caso de la ciudadela ibérica de Calafell, Tarragona, en donde la gestión arqueológica se reveló como la única forma de
conservación del yacimiento ante la especulación urbanística en una zona masificada por el turismo de sol y playa (Pou et al., 1995). En otras palabras, sólo
un plan de gestión radical como la reconstrucción de la ciudadela fue capaz
de frenar las voces que pedían la no conservación del sitio. La reconstrucción
y la investigación paralela en experimentación han sido capaces en la actualidad de provocar un cambio en la actitud general del sitio, el ayuntamiento y la
zona, alrededor del cual se organizan jornadas, conferencias y otras actividades
relacionadas con el mundo ibérico, la arqueología experimental o la gestión
arqueológica (figura 2).
1
La destrucción de una parte de la necrópolis de la época arcaica y púnica de Ibiza (siglos vii-ii
a.C.) se produjo en mayo de 1986 bajo las instrucciones de los propietarios del solar en donde
se estaba llevando a cabo una excavación de urgencia. Después de un periplo administrativo y
judicial la sentencia se resolvió en la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca en 1994, con
una condena de trescientos cincuenta millones de pesetas y privación de libertad. La sentencia
sentó un precedente importantísimo, ante la total impunidad que, hasta ese momento, tenía
la destrucción del patrimonio arqueológico. El Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera
tuvo una parte muy importante en la consecución de esta sentencia penal que ha supuesto la
protección de muchos otros yacimientos y el fin de la impunidad.
118
[page-n-128]
El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
Figura 2. La ciudadela ibérica de Calafell. La reconstrucción del yacimiento se vio
como la única forma posible de preservar los vestigios en mitad de un terreno muy
demandado para la construcción.
La llegada del sistema autonómico a partir de la década de los ochenta
incluyó otro tipo de yacimientos: los que estaban vinculados a reivindicaciones de carácter nacionalista o, por lo menos, de identidad local o regional.
De este modo, se incorporaron a la gestión redes culturales que abarcaban
un itinerario común, como la Ruta dels Ibers, del Museu d’Arqueologia de
Catalunya. Pero la recuperación de estas identidades también ha permitido
profundizar en el estudio histórico: el celta en Galicia, Asturias y partes de
Castilla y León, el ibérico en el arco mediterráneo, el talayótico en Baleares,
etc. Los yacimientos monumentales romanos o medievales siguieron en la
red de yacimientos acondicionados y gestionados pero se dio paso también
a las etapas históricas anteriores menos arquitectónicas. En realidad, la relación entre reivindicación nacionalista y gestión de patrimonio arqueológico
no es nueva y podemos citar el caso de Numancia como un claro exponente
de esta relación (Jimeno y de la Torre, 2005).
En este complejo paisaje, el proceso de conciliación entre las nuevas variables y el desarrollo económico, social y urbanístico de Occidente, dio lugar
a una serie de medidas para determinar el alcance de los restos arqueológicos
119
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
vinculados a la construcción. Se aceptó que no todos los yacimientos podían
ser conservados in situ, pero sí estudiados antes de su destrucción. Entre estas medidas para la recuperación del conocimiento destacan la directiva de
Impacto Ambiental, aprobada en el seno de la Unión Europea en el año 2001
–Directiva Comunitaria 97/11/CE, de 3 de marzo– y las respectivas leyes que
la desarrollaban e implementaban en los países miembros2. Una vez más, esta
protección del patrimonio arqueológico afectaba a la gestión del patrimonio.
Las obras arqueológicas previas a cualquier remoción de tierra impusieron
una nueva forma de trabajar en arqueología, apareciendo la arqueología de
urgencia –mal llamada de gestión– que saca a la luz cientos, miles de restos
arqueológicos que había que gestionar. ¿Qué hacemos con el ingente patrimonio mueble e inmueble que apareció y aparece cada día como consecuencia de los estudios de impacto ambiental?
En la mayor parte de los estudios de impacto ambiental, los yacimientos arqueológicos son documentados y estudiados pero no se conservan. En otras palabras, el trazado de una vía o de una carretera no puede modificarse y la preservación in situ es imposible. Es el caso de la mayoría de los yacimientos de la Comunidad de Madrid en donde la conservación resulta muchas veces imposible
por los planes urbanísticos y de creación de infraestructuras que hubieran producido desvíos y modificaciones demasiado costosos o simplemente imposibles
en un territorio en plena expansión. En algunas escasas ocasiones, la magnitud
y relevancia del yacimiento ha conseguido frenar o modificar las obras, como
en el caso del Valle del Côa en Portugal en donde se paralizó la construcción del
pantano ante el descubrimiento de los grabados rupestres en las pizarras a orillas del río Côa. Pero no sin un esfuerzo enorme y la movilización de una parte
importante de la comunidad científica nacional e internacional.
En cualquier caso, ambas soluciones producen un patrimonio arqueológico ingente susceptible de nuevas formas de gestión. No se puede gestionar
de la misma manera todo el material arqueológico proveniente de una excavación de la Edad del Hierro de la meseta que los grabados rupestres del Valle
del Côa. Pero ambos necesitan ser gestionados: conservados, estudiados y
mostrados al público. ¿Cómo presentamos a la sociedad el resultado de to2
Se trata de la Directiva 97/11/CE, de 3 de marzo, por la que se modifica la Directiva 85/337/CEE,
relativa a la evaluación de las repercusiones de determinados proyectos públicos y privados
sobre el medio ambiente, (DOCE nº L 73, de 14.03.97), traspuesta en la Ley 6/2001, de 8 de
mayo (BOE nº 111, de 09.05.01) y el Real Decreto Legislativo 1/2008, de 11 de enero, por el que se
aprueba el texto refundido de la Ley de evaluación de impacto ambiental de proyectos.
120
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
dos estos trabajos arqueológicos? ¿Dónde y cómo conservamos toneladas de
material cerámico proveniente de cientos de yacimientos en las líneas de AVE
que recorren la Península Ibérica? Ahora que Foz Côa es Patrimonio de la
Humanidad… ¿cómo se lo enseñamos al mundo? ¿Existen diferentes niveles
de conservación, protección o divulgación? Y... más difícil todavía... ¿cómo
integramos los yacimientos en un paisaje para que dejen de ser parches aislados en territorios en continuo cambio? ¿Cómo integramos a la comunidad en
la defensa, protección, divulgación y gestión del patrimonio arqueológico?
En fin, estamos en un momento de importantes cambios en la gestión del patrimonio arqueológico, en el que se incorporan conceptos y nociones de moda en
el resto de las disciplinas, tales como sostenibilidad, identidad, participación… y
quizás en este momento de ajuste uno de los cambios más radicales está en determinar qué incluye exactamente la noción de patrimonio arqueológico susceptible
de ser gestionado y qué es exactamente la gestión de patrimonio arqueológico.
Lo que hace algunos años se consideraba imposible de acondicionar y
abrir al público hoy se puede haber convertido en producto turístico de primera magnitud gracias a ser “único” y estar en un territorio “singular”. Uno de
los ejemplos más claros son los yacimientos en los que se estudia la evolución
humana, como el caso de Atapuerca. Las enormes estratigrafías son el sueño
de cualquier investigador, pero muy difíciles de entender para el visitante no
iniciado. Se necesitan herramientas didácticas muy poderosas para explicar
el significado de rellenos de cueva que contienen una información no visible
al ojo iniciado, y a veces, ni siquiera al ojo humano. La falta de monumentalidad y de restos arquitectónicos en este tipo de yacimientos los ha mantenido
hasta hace poco tiempo fuera del circuito de patrimonio arqueológico susceptible de ser gestionado. Hoy, la nueva forma de explicar y transmitir el patrimonio permite una explicación clara de los mismos y repercute en todo el
concepto de gestión que teníamos hasta el momento (Pérez-Juez Gil, 2010b).
¿PERO QUÉ ES EXACTAMENTE LA GESTIÓN
DE PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO?
Lo que hemos descrito hasta ahora son respuestas a una serie de actuaciones
aisladas que se fueron produciendo en Europa, y después en España, para
ir solucionando las necesidades inmediatas de conservación del patrimonio
arqueológico. En otras palabras, la disciplina se fue perfilando a través de las
reacciones concretas dadas a problemas específicos. La gestión del patrimo-
121
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
nio arqueológico, por tanto, sigue sin estar definida. Ni siquiera se produce un intento en los textos internacionales. La Carta internacional para la
gestión del patrimonio arqueológico, adoptada en la Asamblea General de
ICOMOS en Lausana en 1990, enumera una serie de pasos que deben observarse en la gestión del patrimonio arqueológico –investigación, protección,
inventariado, cualificación profesional, cooperación internacional–... pero
no ofrece una definición concreta.
Lo mismo sucede con la revisión de la Carta de Venecia de 1964, la llamada
Carta de Cracovia del año 2000, en la que se recogen líneas de actuación y
principios generales bastante interesantes para la conservación y restauración del patrimonio construido, pero que se aproxima al patrimonio de forma
parcial –sólo el construido y más concretamente el de las ciudades– dejando
fuera los yacimientos en los que no existan edificios –todos los asentamientos prehistóricos al aire libre, en cuevas, etc. No aparece en el texto una definición de la gestión de este patrimonio aunque existe una parte dedicada
específicamente a la gestión y planificación. Incluso el texto más reciente de
2004, la llamada Carta Ename de ICOMOS para la Interpretación de lugares
pertenecientes al patrimonio cultural, olvida definir la gestión, aunque la interpretación del patrimonio cultural es parte de esta gestión.
La tradición de las cartas internacionales parece estar en periodo de revitalización y existen en los últimos años intentos de volver a encontrar el consenso que estos textos pretendían alcanzar. Así, si la Carta de Venecia se ha
cuestionado recientemente por su conservadora mirada hacia la intervención
en el patrimonio (Hardy, 2008), lo cierto es que sentó las bases de muchas
de las cuestiones hoy completamente aceptadas en la gestión del patrimonio
arqueológico: conservación in situ, preservación del contexto/entorno, reversibilidad de las actuaciones, etc. La carta de Lausana, la carta de Cracovia
o la denominada Carta Ename todas ellas retoman e incluso rebautizan los
conceptos, siguiendo en la línea de la Carta de Venecia y sin llegar a definir
ninguna lo que realmente significa gestión del patrimonio arqueológico.
Autores, gestores, investigadores, se acercan al concepto de la misma manera: enumerando una serie de actuaciones y pasos que no deben olvidarse
en la gestión, enfatizando la necesidad de un plan, urgiendo a la toma de conciencia para la conservación del patrimonio, pero el término se deja abierto.
¿Es todavía un poco pronto para definir esta disciplina? Personalmente creo
que no. No sólo es el momento adecuado, si no que no podemos seguir sin
122
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
un protocolo de actuación más concreto. No se trata de restringir las formas
de gestión de patrimonio arqueológico sino de definir unos mínimos y establecer guías generales de actuación. Esto permitiría mayor seguridad para
los profesionales y también mayor posibilidad de análisis y evaluación para
los investigadores. Los protocolos permiten el seguimiento y evaluación de
programas de gestión que han sido creados siguiendo un camino parecido,
ofreciendo la posibilidad de contrastar resultados de planes aplicados a diferentes yacimientos. No se trata de utilizar un mismo plan de gestión para
todos los yacimientos sino de aplicar los mismos criterios de evaluación, sostenibilidad y objetivos a corto y largo plazo en todos los planes de gestión.
En realidad, la gestión del patrimonio arqueológico engloba multitud
de matices y aspectos y por ello es difícil sintetizarlos en una frase. Pero si
tuviéramos que hacerlo, esta definición sería que la gestión del patrimonio
arqueológico es el conjunto de acciones que se llevan a cabo para la protección, conservación e interpretación del patrimonio arqueológico. Entendido
en este sentido, aparecen dos cuestiones fundamentales.
La primera es que la gestión debe comenzar al mismo tiempo que el proyecto de investigación. Es más, debe ser parte del mismo para poder planificar zonas de excavación, conservación de las mismas, acceso, etc. Un ejemplo
concreto son los yacimientos arqueológicos abiertos al público –en teoría,
con un plan de gestión arqueológica– en los que se llevan a cabo proyectos
de intervención al margen de la gestión. Lo que se produce entonces es que
los accesos e itinerarios del siglo xxi seguramente no coincidan con los originales, el trazado original de un asentamiento se desvirtúe y se esté creando
y ofreciendo una información arqueológica falsa. O en otras palabras, dando
lugar a una interpretación del yacimiento errónea. De esta manera, la incorporación del plan de gestión de un yacimiento en el proyecto de investigación
permite la selección de zonas de excavación antes de la interpretación del
mismo, lo cual parece obvio, pero por desgracia no lo ha sido en muchos
yacimientos españoles ante la urgencia de su apertura al turismo a partir de
los años ochenta.
La segunda cuestión es que la conservación no debe realizarse al final de
una excavación sino en el transcurso de la misma. Si la conservación, por su
parte, está directamente relacionada con el plan de gestión, esto supone una
vez más que esta tiene que incluirse de manera definitiva en el proyecto de
investigación/excavación. La conservación es fundamental para cumplir con
123
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
el principio de preservación in situ de todas las estructuras arqueológicas, ya
sean muros, mosaicos, molinos o simplemente restos de fondos de cabaña.
Pero sin una conservación a medida que avanza el proyecto de excavación,
será difícil cumplir con este objetivo.
Para concluir, debemos mencionar que la trayectoria de la gestión de los
yacimientos arqueológicos en España ha seguido las mismas vicisitudes que
se han mencionado en páginas anteriores y refleja la falta de directrices concretas. Las intervenciones monumentales de la primera parte del siglo xx
monopolizaron la “gestión del patrimonio” y la política turística de abrir yacimientos al público para fomentar el desarrollo económico produjo algunas
actuaciones problemáticas para la conservación de los sitios. La evocación
arquitectónica de la mayoría de los planes de gestión produjo además restauraciones no reversibles y, en ocasiones, la destrucción de restos no palaciegos
o monumentales. Del circuito, además, salieron la mayoría de los yacimientos prehistóricos, a no ser que, como Altamira, gozaran de un lado artístico.
En general, la gestión comenzaba una vez acabada la intervención en un yacimiento y, en el caso de no haber completado esta, en las zonas que ya habían
sido excavadas y estudiadas.
Las cosas hoy están cambiando y cada vez más se incluyen los planes de
gestión en los proyectos de investigación. La gestión del patrimonio arqueológico in situ está caminando hacia propuestas holísticas en las que arqueología, territorio y comunidades interaccionan para conseguir el deseado desarrollo sostenible.
LOS USOS DE UN YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO
El uso de un yacimiento arqueológico, o mejor, los usos, también han evolucionado a lo largo de los años y han definido el tipo de gestión de cada sitio. El
uso como fuente de información, es decir, como custodio de conocimiento es
sin duda el más importante y el que ha determinado la protección del mismo.
Pero reconociendo este como el fundamental, el yacimiento arqueológico
puede ser utilizado para otros objetivos, incluso coincidir varios de ellos a la
vez. La incorporación en la lista de yacimientos protegidos de los no monumentales y la propia evolución económica y social de un país son factores que
inciden en el uso actual de los yacimientos.
El uso del yacimiento como recurso educativo está muy vinculado a la
inclusión en los planes de gestión arqueológica de los yacimientos no mo-
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
numentales: prehistóricos, campos de batalla, casas de esclavos, zonas industriales, etc. Con ellos, se ha desarrollado toda una nueva programación
didáctica para complementar, y a veces sustituir, la información no aportada
por los vestigios. En otras palabras, un yacimiento en el que la producción
científica es enorme, como es el caso de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca, y que aporta miles de fósiles todos los años no puede explicarse tan
sólo a través de la descripción de un depósito sedimentario en el que el visitante no verá nada de lo que se le está hablando. No se ven en los rellenos
de Atapuerca cráneos de homínidos, restos de fauna, industria lítica in situ,
pero se puede entender el contexto en el que estos se han conservado y la
forma de investigar y conocer el pasado. Para ello, se necesitan herramientas
capaces de suplir con imágenes o sensaciones lo que no se puede ver. Las
herramientas pueden ser desde los tradicionales audiovisuales o maquetas a
las actividades que impliquen la participación activa o pasiva, como talleres,
demostraciones, recreaciones, etc. (figura 3).
Figura 3. El yacimiento de Dolina durante la campaña de excavación. Los rellenos
de las cuevas, llenos de información, necesitan de técnicas de interpretación para
poder transmitirlas al público.
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
Por otra parte, incluir estos yacimientos en la lista de los sitios susceptibles de ser gestionados plantea nuevos usos del patrimonio que ya no es sólo
fuente de conocimiento histórico o recurso de turismo cultural. Aparecen
posibilidades sociales, e incluso de motor económico o generador de riqueza.
Los yacimientos de la Sierra de Atapuerca, una vez más, se conciben como el
marco en el que se desarrollan programas y en el que la interacción con otros
recursos hará posible el desarrollo económico y social de un sitio. Así, el yacimiento es el motor alrededor del cual aparecen otras propuestas, la mayoría
de ocio, pero no necesariamente de carácter cultural: rutas medioambientales, gastronómicas, etc.
Lo mismo sucede con yacimientos de épocas más recientes ligados a eventos y no a restos arquitectónicos. Es el caso de los campos de batalla, susceptibles de ser estudiados con metodología arqueológica pero no ligados a
ningún edificio monumental concreto. La función educativa de los mismos
radica en su capacidad de evocar el sitio específico de un determinado acontecimiento y, por tanto, recrear mentalmente un hecho en un contexto. En
estos casos, además, el yacimiento puede ser utilizado con otro fin: el de crear
una determinada conciencia de pertenencia a un lugar. En este caso, el evento
es el detonante de un proceso que determina una historia común, o un pasado compartido que puede ser o no real, pero que se manipula para conseguir
un objetivo concreto. Estaríamos aquí ante otro uso del yacimiento arqueológico, el de cohesión social que no tiene porqué ser aceptado por todos los
miembros de una comunidad, pero que es capaz de producir sentimientos
afines entre muchos de ellos (Pérez-Juez, 2010a). El patrimonio arqueológico
en cualquier caso, nunca es concebido fuera de un contexto específico. Este
territorio se articula a partir de los yacimientos y dota de uniformidad a un
conjunto que hay que gestionar de forma global (figura 4).
DE CONTEXTO A TERRITORIO
Todo lo anterior nos lleva a la conclusión de que hoy no es posible –o no
debería ser posible– gestionar un yacimiento arqueológico al margen de un
territorio, concepto que también ha sufrido la misma evolución que el de
patrimonio y gestión arqueológica. Hasta hace poco tiempo se entendía el territorio como el contexto en el que se inscribía un yacimiento (AA.VV, 1993).
El yacimiento arqueológico protegido –es decir, el inscrito en la categoría de
Bien de Interés Cultural, B.I.C.– debía rodearse de un área difícilmente de-
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
Figura 4. Plimoth Plantation, Massachusetts, Estados Unidos. La recreación del
asentamiento de los primeros colonos en las costas de Nueva Inglaterra constituye
un gran recurso educativo. Pero lo que se transmite no es solo una serie de hechos
históricos sino también los valores que llevaron a esa colonización y la fundación del
país: libertad religiosa, oportunidades, etc. El uso educativo, por tanto, se funde con
el de cohesión social y búsqueda de raíces comunes en eventos históricos.
marcable, pero siempre existente. Se argumentaban diversas razones pero
ninguna realmente sólida por sí misma: protección de un entorno, delimitación de un contexto histórico… por esta razón, el entorno, territorio, contexto, área o los diferentes nombres con los que se designaba este espacio
quedaban sin concretar. El territorio alrededor de un yacimiento aludía, en
general, a un espacio histórico que, fosilizado en un momento concreto, debía preservarse de la misma manera y con el mismo objetivo que el resto del
yacimiento arqueológico.
Pero las cosas han cambiado, ampliándose el concepto de territorio no
sólo a lo que hace alusión al yacimiento sino sobre todo a lo que hace alusión
a la realidad actual en la que se enmarca un determinado sitio. En otras palabras, territorio era antes el espacio físico que había que proteger alrededor de
un yacimiento arqueológico, la zona en la que técnicamente debía de evitarse
127
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cualquier construcción, remoción de tierras, etc. El territorio hoy cobra personalidad por sí mismo. La relación entre este y el yacimiento es, en realidad,
entre el sitio y la comunidad. Esta relación es compleja, diversa y afecta a
múltiples aspectos. Vamos a intentar profundizar en algunos de ellos.
PATRIMONIO Y TERRITORIO EN COMUNIDADES INDÍGENAS
La relación entre patrimonio arqueológico y territorio vivo se aplicó en un
primer momento a las comunidades indígenas. Parecía como si sólo pudiera
existir una vinculación con el sitio arqueológico que afectara al territorio concreto cuando aquél estaba ubicado en zonas de población hoy todavía indígena, fueran o no fueran herederas de la tradición cultural de este patrimonio.
Es el caso de gran parte de los yacimientos arqueológicos acondicionados en
Latinoamérica, pero también en Asia o en el resto de los continentes en los
que Europa tuvo territorios. Podríamos citar el caso de todo el patrimonio
maya en Centro América, o el caso de Angkor en Camboya, pero ocurre lo
mismo con espacios protegidos en Australia, partes de África, etc. Ligar patrimonio arqueológico y comunidades indígenas actuales era la forma más fácil
de integrar a las poblaciones en el desarrollo turístico de los sitios, pero también de asegurar su colaboración en la preservación de los mismos, el control
del expolio, etc. Transluce además una visión europeísta de la gestión del patrimonio arqueológico que se deja también ver en las cartas internacionales.
En realidad la cuestión es mucho más compleja, porque comunidades que
se sienten herederas de su pasado existen en todas partes, y no necesariamente tienen que ser poblaciones indígenas. De esta misma forma, la utilización
no científica del patrimonio arqueológico existe también en Europa, reasignándose usos del mismo que quizás pudieran tener en el pasado, o proyectándose las ideas de esos usos. Podemos pensar en los rituales druidas de
Stonehenge, por ejemplo. Y también podemos pensar en el uso del patrimonio arqueológico vinculado a creencias religiosas que inspiran peregrinaciones y demás (Jerusalén, pero también Cluny son algunos ejemplos). De esta
manera, la vinculación de comunidades a restos arqueológicos no está necesariamente ligada a comunidades indígenas de colonización europea sino
que se extiende a esferas más amplias, muchas veces fruto de reapropiaciones
modernas de algún aspecto antiguo de ese patrimonio.
Un ejemplo interesante es el proceso de devolución de restos arqueológicos indígenas a los nativoamericanos de Estados Unidos. En el año 1990
128
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
se aprobó en este país la ley NAGPRA, Native American Graves Protection
and Repatriation Act (Ley para la Repatriación y Protección de Tumbas Nativoamericanas). La ley está dirigida a museos de Estados Unidos y agencias
federales con el objetivo de devolver a los grupos indígenas los millones de
piezas arqueológicas contenidas en museos, universidades, bibliotecas, gabinetes de investigación, etc., ante la continuada petición de los lobbies indígenas para la recuperación de su patrimonio arqueológico. La devolución afecta
a restos humanos, objetos funerarios, objetos considerados sagrados por las
tribus o parte del patrimonio cultural de las mismas. Además, se recogen situaciones en las que no se puede identificar culturalmente ciertos restos, se
tipifican los comportamientos sobre tráfico ilegal de estos objetos, se establece un programa de ayudas económicas, etc.
La justificación venía del reconocimiento de los mismos no como objetos
arqueológicos, sino como objetos sagrados, religiosos, simbólicos de las culturas que habitaban el territorio antes de la colonización europea. El carácter
de patrimonio arqueológico de estas piezas se perdía y recuperaba sólo su
carácter sagrado, cultual u otro uso para el que fueron concebidas tales piezas
por sus creadores indígenas.
La labor de devolución de los millones de objetos fue inmensa. Había
que localizar a las tribus herederas de una cultura que no siempre seguían
existiendo –algunas llevan extinguidas desde hace siglos–. En el caso de no
encontrarse a las tribus relacionadas con el objeto en sí se optó por devolver
las piezas a las comunidades indígenas que vivían en la actualidad en el territorio. De esta manera, se está asimilando territorio a comunidad indígena y
a patrimonio arqueológico, cuando en realidad podía no haber tenido nada
que ver. Algunos grupos que viven hoy en Florida, por ejemplo, podían haber
llegado en el siglo xix procedentes de Luisiana. Y así podemos encontrar un
ejemplo detrás de otro. Las poblaciones indígenas que existen en el mundo
en la actualidad no tienen porqué estar vinculadas necesariamente al patrimonio arqueológico que existe en un territorio.
Otras zonas con colonización europea han pasado por el mismo proceso.
Es significativo el caso de Australia, por ejemplo, en donde durante mucho
tiempo, los aborígenes fueron excluidos de decisiones y actividades públicas. En la actualidad, la recuperación social y política de estos grupos implica
también su nueva reapropiación el territorio y del pasado, con el desarrollo
de políticas que vinculan a ambos.
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Dejemos entonces la vinculación estricta entre patrimonio arqueológico y territorio referida únicamente a las comunidades indígenas. Dejemos
también de lado la relación entre patrimonio arqueológico y reapropiación
de ciertos significados del mismo. Superemos el concepto de patrimonio arqueológico y territorio como el área de protección alrededor del yacimiento.
Entonces… ¿qué nos queda? ¿Cómo entendemos la relación entre patrimonio
arqueológico y territorio en el siglo xxi?
TERRITORIO E IDENTIDAD
En realidad lo que nos queda es entender el patrimonio arqueológico dentro
del territorio que ocupa en la actualidad y esto, de nuevo, tiene varios aspectos todos entrelazados, pero todos complejos aún estudiados de forma individual. Un yacimiento arqueológico es capaz de provocar la relación entre
comunidad y territorio y puede dotar a este de una identidad propia. Uno de
los mejores ejemplos es el caso de Atapuerca.
En proyecto Atapuerca comenzó hace más de treinta años como una
investigación al margen de la comunidad en la que se encontraba, con un
desencuentro que necesitaba de una serie de mecanismos para provocar la
comunicación entre todos los interesados/afectados en los yacimientos. Involucrar a las comunidades que rodean al yacimiento y gestionar el territorio
de forma global ha supuesto un trabajo delicado de organización, logística y
sensibilización. No se trata solo de una incorporación a la investigación o a la
gestión, sino mucho más importante, de la creación de una forma de entender los yacimientos como parte del territorio que las comunidades habitan, y
concederle un estatus capaz de cohesionar el entorno.
La aproximación holística al territorio ha permitido el encuentro. El territorio entendido como el recipiente custodio de los fósiles y la información sobre evolución humana, pero también como el lugar de interacción
entre paisaje y personas a lo largo de la historia. En otras palabras, si los
yacimientos de la Sierra de Atapuerca son tan ricos en fósiles humanos y
huellas de su evolución es porque la zona es un cruce de caminos en el que
las personas han interactuado con el medio desde hace más de un millón de
años. De la misma manera que lo hacen ahora. Por esta razón, la necesidad
de incorporar la relación ser humano-medio, una relación que ha sido económica, cultural, paisajista, etc., es parte de la misma esencia del estudio de
la evolución.
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
La relación con la comunidad comenzó de forma simultánea en varios
sitios y con diferentes proyectos. En general incluían la realización de visitas,
organización de ciclos de conferencias, algunos programas de difusión y colaboración en la protección de los yacimientos. Ninguna institución aglutinaba
a las demás y la relación con el equipo era personal y no como entidad. Tras
esta primera etapa, la comunidad comenzó a ver los yacimientos como parte
de su patrimonio y el conjunto del proyecto, integrado en el paisaje que recorrían todos los días. La Fundación Atapuerca se creó en 1999 para dotar de
personalidad jurídica al proyecto de investigación y conseguir reunir en ella a
todas las instituciones que existen alrededor del mismo: equipo de investigación, ayuntamientos, Junta de Castilla y León, etc. Con la Fundación organizando sus proyectos de forma integrada, el espacio de la Sierra de Atapuerca
comenzó a percibirse como un territorio cada vez más amplio, cohesionado y
capaz de actuar como un personalidad propia (figura 5).
Figura 5. Una imagen de la zona de entrada a la Trinchera del Ferrocarril, en la que
se encuentran los yacimientos de Elefante, Galería y Dolina. A la izquierda de la
imagen se aprecia el “Camino de los Miradores”, a través del cual se realiza una visita
libre de los yacimientos pero también de la flora del entorno. El camino está señalizado tanto a nivel arqueológico como medioambiental.
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
Por fin, en el año 2007, se creó el Espacio Cultural Atapuerca, ampliando
la zona protegida de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca. El objetivo
de esta nueva actuación por parte de la Junta de Castilla y León es promover
el desarrollo sostenible de la zona, integrando a los diferentes municipios
alrededor del proyecto Atapuerca. De esta manera aparecen dos figuras, la de
“Espacio Cultural” que afecta al BIC y al territorio en el que se encuentra, y la
de “Sistema Atapuerca, Cultura de la Evolución” que aglutina a centros e instituciones que funcionan o están relacionados de alguna manera con el proyecto. Era necesaria una figura administrativa que pudiera coordinar todos
los nuevos centros que han ido apareciendo a lo largo de estos años: el Museo
de la Evolución Humana, los centros de visitantes de Atapuerca e Ibeas de
Juarros, el Parque Arqueológico de Atapuerca, etc. (Aguado et al., 2010).
De esta forma, la coordinación permite políticas integradas de gestión
sostenible del territorio, coordinando las acciones de los diferentes interesados e involucrando a la comunidad en los nuevos planes. Aunque no de forma
integrada, la Fundación Atapuerca ya había puesto sobre la mesa la necesidad de esta colaboración con el territorio y las comunidades que lo habitan.
Para ello, se habían diseñado programas que consiguieran tanto la sensibilización como la acción directa por parte de diferentes sectores.
Los programas de la Fundación Atapuerca partieron de un estudio a gran escala que se hizo en la ciudad de Burgos, a unos 15 kilómetros de los yacimientos,
en el año 20033. A través una encuesta se pudo conocer que sólo el cincuenta por
ciento de la población había visitado los yacimientos, y de este cincuenta por
ciento, la mitad lo había hecho incitado por alguien de fuera que había propuesto esta visita. En definitiva, sólo el veinticinco por ciento había decidido motu
propio conocer los yacimientos de la Sierra de Atapuerca. Es un dato significativo, porque a la pregunta de si pensaban que el proyecto Atapuerca era bueno
para Burgos y traería riqueza al territorio, la respuesta fue unánime: el cien por
cien de los encuestados contestó afirmativamente. Con estos datos en la mano,
era evidente que se necesitaban tender los puentes para el encuentro entre proyecto y comunidad, así como comenzar a pensar en las figuras jurídicas y administrativas necesarias para fomentar el desarrollo sostenible de la zona (figura 6).
3
La encuesta se realizó gracias a un acuerdo de colaboración firmado entre la Fundación
Atapuerca y la Federación de Empresarios de Comercio de Burgos. Se diseñaron expositores
con las encuestas que se colocaron estratégicamente en diferentes comercios de la ciudad,
con diferentes públicos, niveles sociales, culturales, de edad, etc. En total, se recogieron 2.000
encuestas.
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
Figura 6. La Marcha a los yacimientos, celebrada el último domingo de noviembre
de cada año. Permite un recorrido por los alrededores de la sierra y reúne en los
yacimientos a muchas personas interesadas en Atapuerca. En la imagen, algunos de
los participantes en la Trinchera del Ferrocarril.
Algunos de los programas que se pusieron en marcha iban dirigidos únicamente a la población del territorio que rodea a la Sierra. Por ejemplo, se
estableció que el día de conmemoración de la declaración de patrimonio de
la humanidad de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca sería el momento
de celebración de una marcha a los yacimientos. El domingo más cercano
al 30 de noviembre –fecha de esta declaración– se celebra una marcha a pie
desde las localidades de Atapuerca e Ibeas de Juarros que termina en el aparcamiento de entrada a la trinchera del ferrocarril. La Fundación Atapuerca
coordina a un número enorme de colaboradores en este acto que siempre
acaba de forma festiva y permite una relación mayor entre las personas que
se interesan por Atapuerca y todas las que trabajan en el proyecto o en los
muchos empleos que el proyecto genera.
El esfuerzo se ha hecho también construyendo dos centros de la Fundación Atapuerca en las localidades de Atapuerca e Ibeas de Juarros, incorporando a la gente joven de las zonas cercanas en el proyecto de gestión, inves-
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
tigación, mantenimiento y logística de las excavaciones o de la Fundación
Atapuerca y tratando de incluir la distinta oferta de los alrededores en lo que
significa el proyecto Atapuerca. Esto afecta a los negocios, pero también a
recursos culturales y educativos o incluso, al Parque de Arqueología Experimental (figura 7).
La aceptación de esta realidad: la vinculación entre yacimiento, territorio
y comunidad se extiende entonces a otros temas, quizás uno de los más importantes sea el de evaluar de verdad la posibilidad de fomentar y promover
el desarrollo sostenible de esta zona que ha adquirido una identidad nueva
gracias al patrimonio arqueológico. En el caso de los yacimientos de Atapuerca parece claro. La identidad no se entiende como el reconocimiento de ser
los herederos directos de unos homínidos que vivieron en ese espacio hace
más de un millón de años, sino en ser los garantes de su conservación y transmisión. En otras palabras, es posible crear una identidad ligada al yacimiento
que afecta al territorio inmediato y a las personas e instituciones que tienen
Figura 7. Los campamentos arqueológicos para niños son uno de los programas estrella de la Fundación Atapuerca, con los que se quiere sensibilizar a los más jóvenes
no sólo sobre el proyecto en sí, sino también sobre la interdisciplinaridad del mismo
y sobre la importancia del territorio para el estudio arqueológico.
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
la responsabilidad de velar por la conservación de un legado de dimensión
mundial. Y también, claro está, de gestionarlo económica, social y culturalmente. De esta manera, hemos dejado a uno lado el concepto de herederos y
pasamos al de responsables de un patrimonio y un territorio.
La realidad social, cultural, económica y hasta política actual no permite
otra interpretación que la anterior: el yacimiento arqueológico acondicionado forma parte de un territorio que se cohesiona a través de la creación de
unas sólidas características identitarias que lo definen. Por esta razón, no
son enclaves aislados en un espacio contemporáneo parcheado de puntos del
pasado sino que forman una unidad que se cohesiona a partir del acondicionamiento y apertura a la sociedad de un yacimiento emblemático. En este
sentido, el espacio cultural concebido en Atapuerca, Sistema Atapuerca, no
hace sino reflejar lo anterior. Lo que articula el espacio concreto es el yacimiento –o el proyecto– de la Sierra de Atapuerca. Pero se concibe como un
espacio contemporáneo, creado ex novo y entendido como zona contemporánea, unida por los descubrimientos arqueológicos
CONCLUSIONES
La gestión del patrimonio arqueológico es una disciplina reciente que ha
evolucionado desde la catalogación y conservación de antigüedades hasta
constituir una parte esencial en el proceso de investigación arqueológica.
El yacimiento arqueológico sigue siendo la principal fuente de información,
pero también de inspiración, y por esta razón, el yacimiento se entiende de
una manera global, incluyendo espacio arqueológico y espacio vivo, el paisaje
donde se produjeron actividades humanas en el pasado y donde se sigue interactuando en el presente.
La gestión del patrimonio arqueológico in situ, por lo tanto, puede realizarse de forma mecánica –siguiendo los pasos propuestos en diferentes textos– o puede hacerse de forma holística, dentro de un programa de investigación y atendiendo a la comunidad en el que se encuentra el yacimiento. El
proceso de cambio que se ha producido en el concepto de patrimonio arqueológico, y sobre todo en el concepto de patrimonio arqueológico susceptible
de ser acondicionado, es visible también en las nuevas formas de gestionar el
patrimonio arqueológico. Para abrir y presentar un yacimiento al público ya
no basta con la señalización adecuada o la construcción de un área de acogida. Es necesaria su gestión como parte de un territorio concreto.
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
Con todo lo anterior, sólo resta recordar que la gestión del patrimonio
arqueológico es una conciliación de intereses (Pérez-Juez Gil, 2010b). Es muy
difícil conseguir que el interés de la investigación o la conservación primen
sobre otros intereses (el de desarrollo económico, el del acceso público, etc.)
y lo más importante es que todas las políticas culturales consigan seguir preservando y estudiando un sitio sin por ello restar interés a la comunidad, el
territorio o el acceso. Al fin y al cabo, el yacimiento arqueológico es patrimonio porque así lo considera la sociedad (Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico
Español) y esa consideración necesita de una relación y una continua interacción. Sin ella, el patrimonio carecería de valor.
BIBLIOGRAFÍA
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Espacio Cultural Sierra de Atapuerca. Un proyecto científico pero sobre todo humano, Amigos de los Museos 31, Invierno 2010-11, 30-34.
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ARQUEOLOGÍA, MUSEOLOGÍA Y COMUNICACIÓN
Joan Santacana Mestre
LOS MERCADERES DE LA CULTURA
Es Donald Sassoon quien, en la introducción de su fundamental obra sobre
Cultura. El patrimonio común de los europeos (2006: 2-23), plantea el hecho
que nos levantamos cada día por la mañana gracias a un aparato que sintoniza una emisora de radio; tomamos el metro y durante el trayecto miles de ciudadanos leen un tabloide repartido gratuitamente, o escuchan música en sus
mini aparatos; nos sumergimos en tiendas y oficinas en las cuales las ofertas
de productos culturales son continuas; salimos por las tardes al cine o al teatro que son productos típicamente culturales; en nuestras vacaciones o fines
de semana visitamos ciudades que son grandes contenedores de patrimonio
cultural o bien visitamos conjuntos monumentales o parques nacionales que
constituyen las piezas más notables del patrimonio común. Así, los hogares
al despertar o el metro por la mañana vibran con el consumo de cultura. La
mayoría de la gente comienza el día oyendo música y cuando vuelva a casa,
millones de ciudadanos encenderán la televisión, los reproductores de video
o iniciaron una sesión de internet. ¡Nunca antes de esta época se había consumido tanta cultura!
Entre el consumo de cultura y otras formas de consumo hay, sin embargo,
algunas diferencias; la más importante es que este consumo, a diferencia del
de las pizzas, va acompañado de símbolos discretos de calidad, de distinción
o de clase. Ha de ser siempre una producción diferenciada, original y distinta,
de tal forma que cada libro, cada película, cada museo es una inversión que
conlleva el riego. Sin embargo, nadie duda que este consumible que llamamos cultura pueda ser una fuente de placer; pero sin olvidar que también
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JOAN SANTACANA MESTRE
son una fuente de prestigio; por ello, mucha gente prefiere a veces ir a una
exposición de arte o de arqueología que tomarse un helado en una terraza,
aun cuando lo segundo puede que le produjera mas placer que lo primero.
El consumo de arqueología forma parte de este enorme bagaje cultural;
reportajes más o menos rigurosos en los canales televisivos, películas cuyo
trasfondo puede ser la arqueología o films rodados en escenarios arqueológicos no son raros en este contexto. ¿Quiénes son los productores de esta
cultura? Puede que antes de ser productores de cultura, muchos hayan sido
consumidores; poco importa el medio utilizado para el consumo cultural.
¿Fue el cine? ¿Fueron algunos programas televisivos? ¿Fue alguna revista de
divulgación? En todo caso, el consumo de cultura suele desarrollar sus propios mercados; como cualquier otro elemento de consumo, cuanto más se
consume más aumenta el deseo de consumir. En el fondo, la industria cultural es una industria del placer y opera por retroalimentación. ¡Los productores de la cultura saben esto!
¿CONTENIDO VERSUS FORMA?
Deberíamos fijar nuestra atención en quiénes son los que hacen esto y por
qué hay tan pocos profesionales de la ciencia arqueológica detrás de estas industrias. Los que se dedican a esto, frecuentemente no es gente de ciencia; los
científicos no están con ellos y en el mejor de los casos son estorbos a los cuales hay que soportar. Lo que predomina es la forma sobre el contenido; suelen
desaparecer los grandes temas que cautivaron el interés del investigador y el
discurso dominante suele ser propio de mercaderes. Es como una especie de
bricolaje intelectual, en el que se mezclan en proporción variable, la publicidad, el diseño, la ciencia y la arquitectura. De esta forma, el museo es un escaparate en donde se muestran estos productos del bricolaje. Naturalmente, lo
interesante de la investigación, al menos en arqueología, es que cada trabajo
es diferente al anterior; cada yacimiento presenta una problemática distinta
y especifica, cada piedra, cada hueso es un mundo de incógnitas no siempre
resueltas. Es bien sabido que el mundo de la investigación está reñido con
el de la estandarización, pero la estandarización es el nervio de la industria
cultural, ya que sólo así multiplica el beneficio. Es por ello que vemos que
cuando en un museo arqueológico alguien coloca una réplica funcional de
un molino de rotación, si el ejemplo tiene éxito, se difunde; en todos hay
interactivos con estratigrafías, o piezas “rotas” que cual rompecabezas hay
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Arqueología, museología y comunicación
que reconstruir y así sucesivamente. ¿Cuál es la tarea del investigador que
honestamente se preocupa por la difusión del conocimiento? ¿Donde están
los límites entre la ciencia y el entretenimiento o el negocio? ¿Cómo poner
límites a los mercaderes? (figura 1).
¿HAY QUE TENER PRESENTE LA INTELIGENCIA
EMOCIONAL EN LA ARQUEOLOGÍA?
El patrimonio arqueológico tiene unas características diferenciales con respecto a otros tipos de patrimonio aun cuando participa de caracteres comunes. Al igual que el patrimonio artístico, la arqueología tiene la capacidad
de emocionar, incluso cuando los restos materiales que ofrece son escasos.
Saverio Scrofani, en su viaje a Grecia en 1799, ya el umbral del siglo xix, escribió entusiasmado:
¿Qué importa que Esparta, Atenas y Corinto hayan desaparecido
para siempre? El terreno donde se levantaron contiene aún en su seno
las ideas sublimes que inspiró en el pasado… ¡Y el silencio! El silencio
hará que me sienta conmovido y que suspire en este majestuoso teatro
donde tuvieron lugar tantas hazañas gloriosas.
Figura 1. Rodaje en la Ciudadela Ibérica de Calafell (Tarragona). ¿Donde están los límites entre la ciencia y el entretenimiento o el negocio? (fotografía Joan Santacana).
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JOAN SANTACANA MESTRE
No importa los motivos que tengamos para las emociones; el sabio erudito griego Rizos Neroulos, cuando en 1839 pronunció la conferencia inaugural de la Sociedad Arqueológica Griega, emocionó a sus conciudadanos
al decirles “estas piedras, gracias a Fidias, Praxiteles, Agorácrito y Mirón,
son más preciosas que los diamantes y las ágatas ya que es a estas piedras
a las que debemos nuestro renacimiento político”. La arqueología mantiene sin duda alguna el halo del romanticismo y por ello es posible todavía
vincularla a la aventura, a la expedición exótica y al misterio del pasado
remoto. Esta capacidad de emocionar la comparte sin duda con determinadas artes visuales o plásticas, tales como el cine, el teatro, la fotografía o
la pintura. Nos emocionan, conmueven o alteran las sensaciones de miedo,
terror, placer, rabia, sorpresa, alegría, tristeza, asco y muchas más. Y es que
existe realmente la denominada inteligencia emocional, es decir, una capacidad de relacionarse e interactuar con el entorno y con los demás. Así, es
innegable que hay emociones que están asociadas al placer, ya que cuando
tenemos una necesidad y la saciamos, inmediatamente experimentamos
una sensación agradable; hay también emociones que se relacionan con el
recuerdo; a veces parece como si en nuestra mente se abriera una carpeta
del ordenador central y nos mostrara recuerdos que habían permanecido
“cerrados” durante mucho tiempo. De la misma forma podemos afirmar
que hay emociones ligadas al descubrimiento; experimentamos una sensación agradable e indescriptible cuando descubrimos algo; ello no sólo se da
en el campo de la arqueología y de la ciencia; muchas personas sienten esta
sensación cuando identifican, basándose en detalles, un autor o un cuadro
en una galería de arte. También experimentamos sensaciones peculiares
cuando un elemento del patrimonio nos recuerda algo de nuestro país, de
nuestro universo cultural o ideológico. Todo esto está muy relacionado con
lo que se denomina inteligencia emocional. Hay personas que desde una
determinada posición erudita desprecian las emociones ligadas al patrimonio, cual si fueran manifestaciones espurias, irracionales y primitivas. Sin
embargo, la capacidad emotiva del patrimonio es real, existe y no hay nada
de malo en ello; ciertamente existen falsas razones para despreciar este universo emotivo de las personas. Al igual que el arte, que el teatro o el cine,
el patrimonio puede emocionar. Kavafis se emocionó ante las Termópilas,
no por lo que allí ocurrió, sino por su capacidad de significación. Por esto
escribió su bello poema:
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Arqueología, museología y comunicación
Honor a aquellos que en sus vidas
custodian y defienden las Termópilas
sin apartarse nunca del deber;
justos y rectos en sus actos,
no exentos de piedad y compasión (…)
EL APORTE DE CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
Sin embargo, a diferencia de otro tipo de patrimonio, el patrimonio arqueológico tiene la característica de aportar conocimiento científico. Junto a su
capacidad de emocionar, hay la capacidad de generar conocimiento científico; la arqueología es una disciplina fronteriza entre otras muchas. Requiere
de la física para conocer la materia, de la química para analizar, de la geología,
de la edafología, de la paleontología, de la antropología, de la historia, de
la ingeniería, de la virtualidad, de la arquitectura, de la microbiología, de la
anatomía humana, y de un sin fin de disciplinas más o menos instrumentales.
Es por esta razón que tiene un alto potencial educativo, y es capaz de generar
conocimientos transversales. Y la transversalidad es una de las grandes bazas
del aprendizaje.
Por otra parte, la arqueología implica siempre el desarrollo de una didáctica
basada en el objeto; quien no comprenda la importancia que tiene saber leer el
pasado en el cuello de las ánforas no puede comprender a los arqueólogos. Y sin
embargo, ¿qué educador no conoce las ventajas de enseñar a deducir a partir de
los objetos? ¿Quién no valora la capacidad que tiene un objeto de evocar cosas?
¿Cómo desconocer que los huesos a veces también hablan? Este es el segundo
valor educativo de esta ciencia; es la ejemplificación perfecta de la didáctica del
objeto. Una lata de Coca Cola o un vaso cerámico de campaniense nos pueden
decir mucho de las sociedades que tienen o tuvieron detrás.
Sin embargo, uno de los aspectos que hacen de esta disciplina un instrumento educativo de alto potencial es el método. Nuestros sistemas educativos tienen muchas debilidades como es bien sabido; una de ellas es el olvido
del método ¡La enseñanza de la historia ha padecido siempre este mal! Ya se
quejaba hace más de un siglo Rafael Altamira, cuando denunciaba que la enseñanza de la historia que se hacía –y se hace– en España era ametodológica
y vacía. Decía el erudito decimonónico que la historia era una disciplina que
los historiadores cocinaban en sus cocinas, elegían los ingredientes y servían
a los alumnos de escuelas y universidades los platos preparados sin que estos
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JOAN SANTACANA MESTRE
supieran nada de las fuentes primarias con las cuales habían sido elaborados.
¡Como si no tuvieran los alumnos capacidad de cocinarlos! Y naturalmente,
la historia, como la arqueología, sin método, es un engaño, es un mito.
La arqueología enseña a interrogarnos sobre problemas del pasado y del
presente; nos sugiere y plantea hipótesis de trabajo, nos remite a los restos
materiales y demás fuentes para apoyar las hipótesis y para ello hay que saber
analizar críticamente las fuentes, los restos, los objetos, clasificarlos, compararlos, en definitiva “leerlos”. Finalmente nos conduce a conclusiones, casi
siempre provisionales, modestamente planteadas ya que suelen ser mejoradas en cada generación, al igual que ocurre con la física o con cualquier otra
disciplina que se base en el método científico. ¡Y nos deja más preguntas de
las que resolvió! Esto es lo más educativo de la arqueología.
¡HASTA LOS LÍMITES DEL CONOCIMIENTO!
Finalmente hay que decir que la arqueología nos permite avanzar hasta los
límites mismos del conocimiento. Los arqueólogos y arqueólogas vemos el
mundo en dos dimensiones, en planta. Y nuestras hipótesis son sobre ¿cómo
eran los alzados? Para ello hay que utilizar hipótesis difíciles de demostrar,
hay que manejar la iconografía virtual, la proyección arquitectónica, la antropología cultural o el sentido común. Y es evidente que en este terreno de
arenas movedizas nos acercamos a los límites del conocimiento, hasta el preciso momento en el que la pregunta ¿cómo lo sabes? ya no obtiene una fácil
respuesta. Pero quien no se acerca peligrosamente a los limites no hace avanzar la ciencia y la arqueología es un disciplina que a menudo se mueve en los
límites de este conocimiento ¡Y esto también es educativo!
Hasta ahora parece que sólo he hablado de arqueología; pero en realidad
estamos hablando de educación, porque la función didáctica de la arqueología es mostrar todo esto; cautivar, emocionar, acercar al ciudadano al método
científico, mostrar los límites del conocimiento.
EL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO ES EDUCATIVO PORQUE
MODIFICA LA FORMA DE PENSAR Y DE COMPORTARNOS
¿Y el museo? El museo es como la escuela; son instrumentos educativos.
Quien realmente debe educar es la familia, la ciudad toda. Educar es una
tarea colectiva y si no es colectiva fracasa. Los maestros y los museos pueden y deben enseñar cosas; pueden y deben educar, pero como instrumentos
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Arqueología, museología y comunicación
menores; cuando fracasa la educación, en realidad fracasa la ciudad y la sociedad como ente educador ya que se educa cada vez que se realizan acciones
que tienden a modificar positivamente el comportamiento y la forma de pensar de las personas. Por lo tanto, el museo tiene un papel modesto, pero interesante e irrenunciable en la tarea de educar. Ello es así porque nosotros, que
cada vez más vivimos inmersos en mundos virtuales, tenemos nuestros sentidos atrofiados; bebemos leche que no tiene sabor de leche; vemos imágenes
de personas que son construcciones casi virtuales, recibimos mensajes mediante instrumentos que anulan algunos de nuestros sentidos; nunca como
hoy estamos más alejados de la realidad, de lo real y tangible, de aquello que
contiene materialmente porciones de realidad. Y muchas de estas cosas reales y tangibles están en los museos.
Los museos han de servir para esto; y los museos de arqueología deben intentar cumplir este papel. Llevo muchos años de mi vida profesional viendo museos, muchos de ellos son de arqueología; en los últimos años han crecido muchísimo los centros de interpretación cuya finalidad también es la arqueología
de alguna u otra forma. Se trata de centros diseñados con una mentalidad en la
que se observa el triunfo del diseño, de la arquitectura y con una tecnología sofisticada de pantallas y audiovisuales. Casi siempre tratan de transmitir visiones
más o menos realistas del pasado; recrean virtualmente la realidad con mejor o
peor fortuna… y sin embargo, transcurrida la sorpresa inicial, aburren, generan
desinterés. En ocasiones estos centros de interpretación tienen un modesto yacimiento arqueológico a sus pies… Y ¡el museo no tiene ni la fuerza para generar
la curiosidad de los visitantes, que no acceden a las ruinas! Yo no tengo fe en este
tipo de equipamientos, porque no tienen capacidad de emocionar, ni de sorprender, ni me permiten descubrir, ni me enseñan el método, ni tan siquiera me
dicen cuando han traspasado los límites del conocimiento. Un torrente de dinero ha generado estos equipamientos, al margen de los intereses de la ciencia, de
los ciudadanos, de la escuela y del conocimiento. La museografía ha de educar
con otras herramientas. Pero esto ya es otro tema que no vamos abordar ahora.
YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS
ESCAPARATES DE LA INVESTIGACIÓN
Un problema muy distinto es transformar los yacimientos arqueológicos
en espacios de presentación del patrimonio, en escaparates de la investigación arqueológica. En España no hay mucha tradición en aplicar los
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JOAN SANTACANA MESTRE
Figura 2. Vista del parque arqueológico de Untherulhdingen, ideado por Schmidt a
principios de los años veinte del siglo pasado (fotografía Joan Santacana).
Figura 3. Detalle del parque arqueológico alemán de Unterulhdingen, un modelo de
yacimiento palafítico en la frontera suizo-germana (fotografía Joan Santacana).
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Arqueología, museología y comunicación
conceptos, métodos y técnicas de la museografía didáctica en este tipo de
espacios. No suele aceptarse que los yacimientos arqueológicos han de ser
también espacios para presentar el patrimonio arqueológico de forma rigurosa y a la vez didáctica. La tradición europea, en este sentido es mucho
más variada y rica. En setiembre del 2007, el Instituto del Patrimonio Arqueológico de Bohemia central, juntamente con el Centro Arqueológico
Europeo de Bibracte organizó una mesa redonda para debatir los temas
de gestión y presentación de estos yacimientos arqueológicos. No es la
única iniciativa en este sentido, pero sí que es la más reciente; sorprende la ausencia de investigadores españoles; no hay tampoco instituciones
públicas interesadas y es que nuestro modelo se aleja mucho todavía de
los parámetros de la Europa Central. La razón de ello, probablemente es
que los yacimientos europeos representados se inscriben en la corriente
de Museos al Aire libre, tan cercana a la de la museografía didáctica, ya
que normalmente incluyen reconstrucciones in situ. Las reconstrucciones
arqueológicas de hábitats prehistóricos desaparecidos en algunas zonas
de Europa no es una tradición reciente, ya que la primera experiencia en
este sentido fue en Dinamarca, en Broholm, hace más de cien años, bajo
la iniciativa de F. Sahested. El trabajo de reconstruir una cabaña se hizo
con los propios útiles de sílex, especialmente hachas y buriles. Al mismo
tiempo en Suiza, también hace más de un siglo, C. F. Bally reconstruyó
un pequeño yacimiento arqueológico de tipo “palafítico” en Schönenwed
(Cantón de Arvogie); en Alemania las primeras experiencias se remontan
al 1922, en Unterulhdingen, gracias a la iniciativa de R. R. Schmidt de Tubinga y su alumno H. Reinerth. Un estado de la cuestión de estas reconstrucciones europeas permite saber que después de estos primeros pioneros
fue creciendo en Europa y Norteamérica una auténtica red de yacimientos arqueológicos reconstruidos, entre los cuales se hallan conjuntos tan
singulares e importantes como Heuneburg o el propio Unterulhdingen en
Alemania, Parco Montale en Italia, Eketorp en Suecia, Calafell en España o
Biskupin en Polonia (figuras 2 a 11) (Santacana y Hernández, 2011: 223-242).
Estos espacios de presentación del patrimonio arqueológico son interesantes en la medida que incorporan fórmulas de arqueología experimental;
espacios científicos y didácticos por excelencia pierden su sentido cuando
pretenden únicamente fosilizar hipótesis arqueológicas, es decir, mostrarnos “belenes” del pasado. Su importancia reside en el hecho que a menudo
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JOAN SANTACANA MESTRE
Figura 4. Yacimiento de Parco Montale en Módena (Itália). Es un ejemplo de utilización del modelo de réplica para presentar un yacimiento arqueológico (fotografía
Joan Santacana).
Figura 5. Parco Montale (Módena, Italia). Interior de una de las casas (fotografía
Joan Santacana).
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Arqueología, museología y comunicación
la arqueología experimental es la única que puede validar las hipótesis de la
arqueología de campo. Al mismo tiempo son potentes herramientas didácticas siempre y cuando comuniquen no sólo los conceptos sino, sobre todo, los
métodos y los procedimientos. Esta divulgación didáctica del patrimonio no
sólo es útil para los ciudadanos, sino que es uno de los ejes fundamentales de
la conservación integrada de los yacimientos arqueológicos. Es por ello que
la Carta internacional para la gestión del patrimonio arqueológico, adoptada
por ICOMOS en 1990, en su artículo 2 dice que “La participación activa de
la población debe incluirse en las políticas de conservación del patrimonio
arqueológico (…) La participación se debe basar en la accesibilidad a los conocimientos, condición necesaria para tomar cualquier decisión. La información al público es, por tanto, un elemento importante de la “conservación
integrada”.
En los yacimientos arqueológicos habría que transmitir también el mensaje que “El patrimonio arqueológico es una riqueza cultural frágil y no renovable” (artículo 2). Es por ello que los investigadores deberíamos tener muy
presente también lo que reza el artículo 5 de la mencionada carta, a saber
“(...) Hay que admitir como principio indiscutible que la recopilación de información sobre el patrimonio arqueológico sólo debe causar el deterioro mínimo indispensable de las piezas arqueológicas que resulten necesarias para
alcanzar los objetivos científicos o de conservación previstos en el proyecto.
Los métodos de intervención no destructivos –observaciones aéreas, observaciones ‘in situ’, observaciones subacuáticas, análisis de muestras, catas,
sondeos– deben ser fomentados en cualquier caso, con preferencia a la excavación integral. (…) En casos excepcionales, yacimientos que no corran peligro podrán ser objeto de excavaciones, bien para esclarecer claves cruciales
de la investigación, bien para interpretarlos de forma más eficiente con vistas
a su presentación al público. En tales casos, la excavación debe ser precedida
por una valoración de carácter científico sobre el potencial del yacimiento. La
excavación debe ser limitada y reservar un sector virgen para investigaciones
posteriores”.
En efecto, la arqueología es una de las disciplinas que más ha cambiado en
los últimos treinta años; la incorporación de analíticas que nos permiten identificar el contenido de una vasija, era desconocido por la generación anterior
de arqueólogos; las fórmulas actuales de registro, con estaciones topográficas
muy sofisticadas nos ahorran engorrosos protocolos, los sistemas de teledetec-
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JOAN SANTACANA MESTRE
Figura 6. Fortín de Eketorp, en Suecia, perteneciente a la edad del hierro báltico,
reconstruido in situ (foto cedida por Roeland Paardekooper).
Figura 7. Foto del interior del yacimiento de Eketorp en Suecia (foto cedida por
Roeland Paardekooper).
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Arqueología, museología y comunicación
Figura 8. Yacimiento de
la Ciudadela ibérica de
Calafell (Tarragona) (fotografía Joan Santacana).
Figura 9. Yacimiento de
la Ciudadela ibérica de
Calafell. Detalle de una
de las calles (fotografía
Joan Santacana).
Figura 10. Interior de
una casa de la Ciudadela
ibérica de Calafell. (fotografía Joan Santacana).
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JOAN SANTACANA MESTRE
Figura 11. Biskupin. El gran asentamiento prehistórico de Polonia, reconstruido in
situ. Puerta de entrada con torre fortificada (foto cedida por el Museo de Biskupin).
ción y escáneres del suelo a base de georadar nos permiten conocer el subsuelo
con una precisión que hubiera sido envidiable por nuestros maestros. Todo
ello convierte a esta disciplina en un auténtico crisol de aplicación de técnicas
físico-químicas, además de la carga geológica que todo proceso de remoción
del subsuelo suele comportar. Todo ello nos permite realizar diagnósticos con
mayor rapidez y sin utilizar necesariamente técnicas agresivas como la excavación arqueológica total. Además hoy, más que antaño, somos consciente de la
rápida evolución de estas tecnologías que hace que una excavación realizada
con buen método hace tan sólo unas décadas nos parezca ahora “antigua” y, a
veces lamentemos incluso, haber agotado el yacimiento, ya que técnicas hoy
existentes nos hubieran permitido conclusiones que en su momento no pudieron ser extraídas y, por lo tanto, su información potencial se perdió.
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Arqueología, museología y comunicación
Es por todo ello que las políticas y estrategias de comunicación de los grupos de investigadores deberían orientarse a plantear no solo lo que sabemos
del yacimiento arqueológico en cuestión, sino también el cómo lo sabemos y
hacerles partícipes en la conservación del mismo.
BIBLIOGRAFÍA
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Santacana, J. y Hernández, F. X. (2011): Museos de Historia, Entre la taxidermia y el
nomadismo. Ediciones Trea, Gijón.
151
[page-n-161]
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7
PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO
APRENDIZAJE DE LA HISTORIA Y EDUCACIÓN
Pilar Sada Castillo
Sobre el concepto de educación patrimonial y sobre la importancia del patrimonio para el conocimiento y el aprendizaje de la historia, así como sobre
su metodología y formalizaciones, se ha producido en los últimos 20 años en
nuestro entorno más inmediato un numeroso y significativo cuerpo teórico,
desarrollado, entre otros, por algunos de los participantes en estas jornadas
(Ballart, 1997; Belarte et al., 2002; Calaf y Fontal, 2004; Fontal, 2003; Henson,
2004; Merriman, 2004; Ruiz Zapatero, 1998; Santacana y Serrat, 2005; VV.AA,
2004).
Más, pues, que una revisión sobre los conceptos que se citan en el título de
esta ponencia, las líneas que siguen a continuación quieren ser una reflexión
sobre el papel y la implicación que deberían o podrían tener dichos conceptos
en una gestión del patrimonio desde y para el momento actual. Intentando
responder a algunas de las cuestiones que los organizadores de estas Jornadas
han planteado, entre ellas, cómo debe el museo integrar el nuevo paradigma
en su función social de difusión y educación, cómo incorporar los diversos
intereses sociales a la presentación de los restos del pasado y en qué medida
puede cooperar el museo con otros agentes en la conservación del territorio
y en el desarrollo local.
Algunas de las posibles respuestas podrían hallarse en acciones que contemplaran el patrimonio como un elemento significativo de conocimiento,
de dinamización socio-económica, de cohesión y equilibrio territorial, de
mejora social, teniendo como uno de sus principales objetivos la educación.
Una acción en la que el patrimonio debe sentirse, también, responsable y
para la cual debe estar disponible.
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PILAR SADA CASTILLO
PATRIMONIO
EDUCACIÓN, CIUDADANÍA Y CULTURA
Aunque en el título de la ponencia la educación aparece en el último lugar, parece indicado empezar por las cuestiones que pueden incidir en
los objetivos educativos de las acciones que pueden desarrollarse desde el
patrimonio.
Nos encontramos en un mundo complejo, incierto, cada vez más global, más interdependiente, que con el efecto de las nuevas tecnologías
para la información y la comunicación se acelera cada vez más. En este
mundo complejo e incierto, convendría plantearse cómo debería entenderse la educación. Seguramente, debería serlo como la acción de formar
personas con interés de conocer, de informarse con capacidad para poder
escoger, desarrollar un pensamiento crítico y analizar la realidad desde
valores como la solidaridad, la justicia, la interculturalidad. Debería desarrollarse la dimensión ética y política de lo educativo. Educar hoy debería significar “trabajar los entornos emocionales, la profundidad política,
la educación para la ciudadanía global” 1. Enseñar a hacerse preguntas. En
algunos entornos educativos se valora más las respuestas que las preguntas, cuando lo verdaderamente difícil es saber preguntar, más que saber
responder.
Tenemos en nuestra sociedad una hiperinformación. Disponemos
de mucha información, pero comprendemos poco. Somos una sociedad
multimediática. Disponemos de una gran diversidad de medios para hacer llegar los conocimientos. Muchas veces se concentra la educación en
la técnica y se deja de lado la ética. Una cuestión que no invalida la necesidad de manejar los diferentes medios que actualmente están a nuestro
alcance para facilitar la comprensión, para transmitir conocimiento, para
educar.
En este entorno, ¿cómo recuperar o desarrollar el sentido de la educación?
¿Cómo utilizar los diferentes medios e instrumentos de que disponemos para
educar de una manera integral, no instrumental? ¿Cómo colaborar desde la
acción sobre el patrimonio en el objetivo de formar personas y facilitar la
comprensión del mundo que vivimos?
1
Así lo señala Carlos Aldana en su documento De Freire a la Educación para la Ciudadanía
Global. Curso Educar para la Ciudadanía Global. Intermón Oxfam de marzo 2007.
154
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Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Con relación a la educación se plantea otro elemento significativo: la defensa de la necesidad de contemplarla como un eje central de desarrollo de
las personas, no como una fase temporal de las mismas. El conocimiento, la
formación deben ser actualizados constantemente y no podemos quedarnos
en la idea de una educación que se inicia a los tres años y se acaba a los dieciséis, a los veintidós, a los treinta…
Estas cuestiones influyen, o deberían influir, en la labor que debe realizarse desde los museos y desde el patrimonio en general. Como referentes
culturales deben responder a una necesidad que ya es explícita: el aprendizaje de la ciudadanía a lo largo de toda la vida y el cambio radical de perspectiva que ello implica.
No es una novedad decir que en los últimos tiempos el patrimonio se
ha convertido en un espacio privilegiado para el desarrollo de la cultura y
la educación de la ciudadanía. La educación, asimismo, es una de las funciones y objetivos –junto con un compromiso– señalados como prioritarios
e irrenunciables para una gran parte de los profesionales que trabajan en el
entorno patrimonial.
A pesar de ello y en general, estamos lejos de tener en el patrimonio –y en el
caso de reflexión que plantean estas jornadas, específicamente en el arqueológico– un instrumento fundamental de desarrollo socio-cultural. Salvo honrosas
excepciones, la mayor parte de las propuestas adolecen de proyectos integrales, en
los que se contemplen las diversas necesidades y cuestiones a considerar: sobre la
sociedad, sobre el propio patrimonio (investigación, conservación, presentación,
comunicación, educación...), así como sobre el territorio de contexto.
En un mundo globalizado, en continuo cambio, en un momento de crisis,
con una sociedad multicultural, con la incidencia de las nuevas tecnologías,
el patrimonio y sus gestores no pueden –ni deben– quedarse al margen a la
hora de buscar nuevas fórmulas de desarrollo y progreso, definiendo acciones
y proyectos sobre el patrimonio que tiendan a fortalecer la diversidad cultural
y la integración social (figura 1).
Unas acciones que deberían partir del análisis y la reflexión sobre la situación de las relaciones entre el patrimonio y los museos y las políticas culturales. Análisis que debe tener en cuenta a la sociedad y su participación y
que debe buscar soluciones a las cuestiones que plantea la sociedad actual:
globalización, diversidad cultural, diversidad identitaria, sostenibilidad, desarrollo local... Pasando de la teoría a la práctica.
155
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PILAR SADA CASTILLO
Figura 1. Cada visitante es portador de una cultura, de conocimientos, de códigos
de interpretación, que deben tenerse en cuenta para crear la conexión entre éste y el
patrimonio que se le presenta.
LA HISTORIA: CENTRO DE INTERÉS PARA LA FORMACIÓN Y EL
APRENDIZAJE. EL PATRIMONIO: FUENTE DEL CONOCIMIENTO
HISTÓRICO
En este esquema, ¿por qué la historia y su conocimiento son, pueden o deberían ser un instrumento fundamental para la formación personal?
Cicerón decía de la historia que es “maestra de la vida” y el profesor Fontana (Fontana, 1992: 123)2 destacaba: “Que la historia sea importante para
comprender el mundo nos lo dicen cada día científicos de otros campos y
lo demuestran los gobiernos, cuando se esfuerzan en transmitir sus propias
‘visiones de la historia’ a los ciudadanos mediante festivales y conmemoraciones en los que se malbaratan unos recursos que a menudo se escatiman en los
programas de asistencia social (y, naturalmente, en los de una investigación
histórica que no esté dirigida a dar soporte a estos festivales)”, significando
2
Publicado en 1992, el libro del profesor Fontana contiene acertadísimos análisis, muy útiles
para la actual situación. Entre otras muchas interesantes reflexiones señalaba el papel de los
banqueros en las crisis que nos azotan (Fontana, 1992: 109).
156
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Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
que “entre las ciencias sociales, la historia tiene el privilegio de ser la más
próxima a la vida cotidiana y la única que abraza todo lo que es humano en
su globalidad. Es también aquella que, cuando se lo propone, tiene la virtud
de ser la mas inteligible para un mayor número de receptores de su mensaje”. Concluía el profesor Fontana con una recomendación, que se nos plantea
como absolutamente vigente: “Vale la pena, en consecuencia, que nos esforcemos en recoger de tierra este espléndido instrumento de conocimiento y
crítica que se nos ha confiado, y que nos pongamos conjuntamente a repararla y a ponerla a punto para poder afrontar un futuro difícil e incierto”.
Para poder navegar en el complejo mundo actual el ciudadano necesita
información histórica que le permita conocer los antecedentes del presente,
para poder decidir con mayor conocimiento y racionalidad.
El manifiesto firmado por los participantes en el Seminario Internacional
de Didáctica de la Historia celebrado en Barcelona en 2007 reivindicaba este
“valor social y educativo del conocimiento histórico y la necesidad de profundizar en la innovación y en la investigación didáctica de esta disciplina”,
afirmando que “el aprendizaje de la Historia es una pieza importante en la
construcción de una ciudadanía con criterio propio, que comprenda críticamente su propia identidad y la pueda contextualizar en un mundo global”.3
Como afirmaba el profesor Joaquim Prats, “la Historia es cada vez más
necesaria para formar personas con criterio y con una visión lo más fundada
posible de un mundo desbocado y lleno de incertidumbres”.4
Es por ello que uno de los factores más importantes en el aprendizaje de
la historia es saber como podemos conocerla, a través de que elementos, y de
que manera estos elementos nos permiten explicarla, más que la misma explicación de un hecho o periodo concreto de la historia. Trabajar a partir de las
fuentes, conocer su naturaleza, saber analizarlas, obtener información, interpretarlas. Acercarnos a la historia a partir de las fuentes, de una manera crítica,
no dogmática.
La historia es una ciencia que tiene en el patrimonio la fuente más directa
de conocimiento y en su didáctica un campo muy significativo para la innovación de su enseñanza-aprendizaje. Si se prescinde de enseñar la historia
3
Manifiesto. Taula d’Història. Seminari Internacional de Didàctica de la Història. Barcelona.
Julio 2007.
4
Entrevista. Joaquín Prats Cuevas. Catedrático de Didáctica de la Historia de la Universidad de
Barcelona. Escuela, núm. 3753. 21 de junio de 2007.
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PILAR SADA CASTILLO
mediante las fuentes se olvida que no es posible aprenderla sin conocer su
método de análisis (Hernàndez, 1998).
En este sentido, la arqueología –como ciencia que se basa en el conocimiento de los humanos a través de sus productos materiales y de restos de su
actividad– y el patrimonio arqueológico tienen un potencial inmenso. Como
señalaba Joan Santacana ya hace unos años, refiriéndose a la utilidad de la arqueología como recurso didáctico, “a ningún educador se le escapa la utilidad
didáctica de una disciplina que se basa en el análisis de los objetos materiales,
concretos” (Santacana, 1999: 64), y a su método, que no es otra cosa que la
aplicación del método hipotético-deductivo. En el sistema educativo formal,
el patrimonio debería convertirse en un instrumento fundamental (figura 2).
Los museos –el patrimonio en sentido amplio– son, o deberían ser, espacios de cultura y conocimiento, con un papel fundamental para la educación.
Son contenedores de conocimiento y deberían ser un extraordinario recurso
didáctico.
LOS MUSEOS Y EL PATRIMONIO EN EL SIGLO XXI:
ESPACIOS PARA LA EDUCACIÓN
En el campo de los museos –del patrimonio en general– venimos de una
época en la que se han definido unos nuevos principios de actuación en
los que la democracia cultural, la comunidad, el territorio, la concienciación, el sistema abierto e interactivo, el diálogo entre sujetos y la multidisciplinariedad han significado una fuerte sacudida a los cimientos de
la museología y del patrimonio cultural, modificando las bases sobre las
que se asentaban la museología tradicional o convencional o el patrimonio
histórico-artístico.
La asunción de esos principios –al menos nominalmente– está ampliamente extendida dentro de los campos patrimonial y museístico, aunque la
praxis museística y patrimonial está bastante lejos de aquella teoría. Unos
principios que, sometidos a crítica, siguen siendo válidos, actualizándolos a
los tiempos que corren.
Unos tiempos que son de crisis, y que vienen acompañados de grandes
cambios, en los que el planteamiento sobre el patrimonio y su papel no pueden quedar al margen de esta realidad, deben ser reconsiderados. Los museos en particular –la acción sobre el patrimonio, en un ámbito más general–,
deben servir para difundir los derechos educativos y culturales entre la ciu-
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Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Figura 2. “Objectiu neolític”. Aula de experimentación didáctica del Parque Arqueológico de las Minas Neolíticas de Gavà (Barcelona).
dadanía, buscando implicar un máximo de sectores sociales en la iniciativa
educativa y cultural.
Se confunde muchas veces cultura/educación con mercado. En la acción
sobre el patrimonio, sobre los museos, se ha puesto un acento especial sobre
la gestión (entendida, también y fundamentalmente, desde los resultados
económicos). Evidentemente la gestión es básica, es fundamental, pero el
aspecto más relevante son, o deberían ser, los objetivos de dicha gestión y,
entre estos, la educación debería tener un lugar destacado. La gestión eficaz,
en todo caso, debe darse por añadidura.
Cuestión de objetivos y de acentos y según sean estos, una u otra elección a
la hora de definir los nuevos retos sobre el papel del patrimonio en el desarrollo
global de la sociedad, así como para facilitar su valorización y su conservación.
¿Qué se puede promover desde los museos, desde el patrimonio, para desarrollar esta vía?
• Cooperación (trabajo en red). El patrimonio no tiene todas las claves,
debe cooperar con otros agentes.
159
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PILAR SADA CASTILLO
•
•
•
•
Interacción (del patrimonio hacia la sociedad / de la sociedad hacia
el patrimonio) con una gran carga de humildad en el desarrollo de
nuestro trabajo.
Participación. Desarrollar la implicación social. Desde el patrimonio
existe una responsabilidad de acción. Hay que buscar la colaboración,
la implicación de la sociedad (Arrieta, 2008 y 2009).
Accesibilidad. Plantearse cuestiones tan necesarias y básicas como
la accesibilidad, las desigualdades, las cuestiones de género. Temas
todos ellos que no pueden quedar al margen al actuar sobre el patrimonio. En este sentido, el territorio es el escenario natural de todas
aquellas acciones de reconversión del sector patrimonial, desde productos patrimoniales clásicos con finalidades exclusivamente simbólicas a verdaderos servicios públicos de calidad dirigidos al conjunto
de los ciudadanos (Vicente, 2005: 135).
Coherencia y sostenibilidad. Necesidad de favorecer infraestructuras
adecuadas. Ello quiere decir, derivadas de planes directores, consensuadas, mesuradas. Hemos asistido en los últimos tiempos al desarrollo de grandes infraestructuras, muchas veces sin programa, sin proyecto, otras con una dimensión desmesurada, o que plantean problemas de mantenimiento, de gestión, pero, también de implicación social –aunque mediáticamente puedan tener una gran influencia– y que
acaban muchas veces generando grandes desequilibrios territoriales.
En nuestro entorno más cercano, desde finales de los 80 y con aceleración
en los últimos años se han llevado a cabo una serie de proyectos en torno al
patrimonio que, entre otros aspectos, han planteado la necesidad de acercar el patrimonio al conjunto de la sociedad, de hacerlo comprensible. En el
campo del patrimonio arqueológico podríamos señalar la evolución en los
equipamientos museísticos, desde el Museo Nacional de Arte Romano de
Mérida –inaugurado en 1986– hasta el nuevo Museo de la Evolución Humana
de Burgos, inaugurado “regiamente” en julio de 2010 en Burgos, derivado del
fenómeno Atapuerca (figura 3).
Tenemos, de todos modos, pocos estudios sobre la real incidencia de los
proyectos en los públicos y su utilidad5. Cuestión que debería ser fundamental. La mesura de la bonanza de un proyecto se queda muchas veces en sus
5
Algunas excepciones significativas, como el estudio realizado por Clara Masriera (2009).
160
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Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Figura 3. El Museo de la Evolución Humana de Burgos, uno de los últimos equipamientos en torno a la difusión del patrimonio arqueológico.
números e incluso cuando estos números no cuadran con las expectativas,
que, en realidad, eran el principal objetivo, no existe una revisión de los conceptos –si es el caso– ni de las formas –muchas veces poco acordes con la
realidad y la necesidad de intervención sobre dicho patrimonio.
La necesidad, pues, de adecuar objetivos, recursos y formas es fundamental si lo que se pretende es realizar proyectos que puedan tener un uso y
una utilidad coherente, que cubra las diferentes necesidades en torno al patrimonio. Evaluar dichos proyectos y corregir o variar las propuestas en ellos
contenidas para poder avanzar en la formulación y aplicación de propuestas
En el terreno de los programas no permanentes se han venido realizado,
también, propuestas –en general con costes astronómicos– que, en una gran
parte, no han generado ni conocimiento, ni formación, ni una mejor presentación y valoración del patrimonio y que no han colaborado en la transformación o mejora significativa de los entornos en los que estos proyectos
se han desarrollado. El formato de la “magna exposición”, a honra y gloria
del comisario/comisaria de turno o de la institución/empresa promotora, ha
disfrutado en los tiempos más recientes de un gran predicamento, sin ser
prácticamente cuestionada dicha práctica. Proyectos inútiles que, podríamos
decir, “han caído en saco roto” (figura 4). Frente a este tipo de propuestas,
161
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PILAR SADA CASTILLO
Figura 4. La exposición “SPQR. Roma”, presentada en el Canal Isabel II de Madrid,
es un ejemplo de exposición inútil. Un “hipermercado” romano sin ningún tipo de
objetivo educativo, didáctico o de difusión.
otras más modestas, pero con una voluntad didáctica y educativa, y con unos
procesos de elaboración y desarrollo participativos. Como ejemplo la exposición sobre arqueología y género “Les dones a la prehistòria”, un proyecto del
Museu de Prehistòria de Valencia –organizador de estas jornadas– en la que
se ponía de relieve el papel social, económico y cultural que tuvo la mujer a lo
largo de la prehistoria, analizando las relaciones, trabajos y actividades que
la hacen visible y protagonista de un periodo fundamental de la historia. Una
ocasión para acercarse a las últimas corrientes de la investigación, así como
una oportunidad para la educación en la igualdad. Una exposición itinerante
que tenía en el territorio, también, uno de sus objetivos de vinculación prioritarios (figura 5).
Frente a los macro-proyectos –esa macro-museología muchas veces inútil– sería necesario dirigir los pasos hacia un concepto más próximo a una
“micro-museología” –tan ambiciosa como se quiera, pero ligada al sentido
común–, una museología de proximidad, con proyectos definidos y ligados
a realidades y objetivos culturales, sociales y económicos concretos y evaluables en y para un territorio preciso.
Es cierto, también, que en los últimos años se han producido, en
torno al patrimonio –y, en particular, al patrimonio arqueológico– una
gran cantidad de propuestas –algunas de ellas significativas–, realiza-
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Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Figura 5. Exposición “Mujeres en la Prehistoria”, presentada en el Museu Nacional
Arqueològic de Tarragona.
Figura 6. La utilización de las nuevas tecnologías deben tener como objetivo mejorar y facilitar la comprensión del patrimonio. Un ejemplo sencillo e interesante es la
propuesta del Museo de Badalona para el “Jardín de Quinto Licinio”.
das a partir de una diversificación de formatos –con voluntad didáctica
introduciendo conceptos de interpretación, interactividad, multidisciplinariedad, innovación– y con la aportación de las nuevas tecnologías
(figura 6) –sobre las que no deberíamos perder de vista que su uso es un
medio, no un fin– que podría inducir a pensar que la acción generalizada
163
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PILAR SADA CASTILLO
sobre el patrimonio es alentadora, o como mínimo, que las líneas básicas de actuación sobre el mismo están trazadas y lo hacen en la buena
dirección.
¿Por qué, entonces, la valoración sobre la actualidad del patrimonio, su
utilización para la educación y su papel dentro de las políticas culturales presenta, a mi entender, una situación claramente negativa? Seguramente sea el
reflejo de una situación más general, que ha afectado y afecta a otros ámbitos
(no hace falta comentar la situación económica, industrial, etc. que vivimos
en estos momentos). Pero en el caso del patrimonio, los tiempos de desarrollo
teórico, de asentamiento de las bases metodológicas, de la concreción en las
formas, y también, por qué no decirlo, de una supuesta bonanza económica,
no han sido aprovechados para definir unas líneas de actuación coherentes y
con visión de futuro, sino más bien de una utilización de las mismas en pro
de una idea del patrimonio instrumentalizada y con la finalidad de colocar
cada uno “su proyecto”. El “qué hay de lo mío” frente a lo que es lo nuestro.6
La actual situación nos plantea nuevos retos y deben buscarse nuevas formas para definir el papel que podría tener el patrimonio en el desarrollo global de la sociedad, así como para facilitar su valorización y su conservación.
Algunas cuestiones a tener en cuenta podrían ser:
• El conocimiento del entorno social y sus demandas, a partir del cual
poder planificar proyectos que faciliten su uso y la inclusión social,
eliminando barreras, empezando por las de orden intelectual.
• El desarrollo de proyectos basados en el conocimiento, en el estudio
riguroso de la materia sobre la que se quiere actuar.
• La elaboración de proyectos integrales, que concreten las intervenciones teniendo en cuenta la diversidad de necesidades y que partan
de la definición de objetivos precisos, recursos mesurados y formas
comprensibles.
• La optimización de recursos y el desarrollo del trabajo en red y en
colaboración, que facilite y promueva proyectos adecuados, consensuados y útiles. Que evite repeticiones y subsane carencias.
6
Esta visión resultaba “pesimista” y un punto agorera en el marco de las Jornadas, en octubre de
2010. Con posterioridad a las mismas se produjeron las manifestaciones y movilizaciones del
15M de 2011, que han puesto de manifiesto –aunque muchos ya lo percibíamos y defendíamos
desde hace tiempo– la necesidad y la urgencia de plantear cambios estructurales profundos: en
los objetivos generales de nuestra sociedad, en las formas en como se plantea llevarlos a cabo y
en los valores finales que dicha sociedad pretende defender. Unos objetivos, procesos y valores
en los que el patrimonio, también, debería estar implicado.
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Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
•
La interacción, desde el patrimonio hacia la sociedad y desde esta
hacia el patrimonio, facilitando espacios de complicidad y de participación.
El problema, pues, a mi entender radica, fundamentalmente, en los objetivos y en los procesos. No tanto en los conceptos –para los que, seguramente, encontraríamos un amplio consenso- y, quizás más en las formas, aunque
contamos con un conjunto de propuestas bastante amplio, con ejemplos que
funcionan y que son más comprensibles, más cercanos, más activos y abiertos,
y otros que no. Pero en los objetivos y en los procesos y en su consolidación,
presentamos un panorama bastante negativo, en relación al valor y uso del patrimonio y en relación a su participación en el desarrollo de la sociedad actual.
UN CASO CONCRETO
TÁRRACO Y LA UTILIZACIÓN DE SU PATRIMONIO PARA EL
APRENDIZAJE DE LA HISTORIA, PARA LA EDUCACIÓN Y PARA EL
DESARROLLO TERRITORIAL
Un caso paradigmático de nuestro entorno más cercano, en el que se pueden
concretar algunas de las reflexiones hasta aquí expresadas, es el de la ciudad
de Tarragona y su patrimonio arqueológico.
Tarragona –con alrededor de 140.000 habitantes–, capital de provincia,
con una admirable situación geográfica, instalada en un promontorio junto
al Mediterráneo, en el centro de una zona turística consolidada –como es la
Costa Dorada–, con una potente industria química –que ocupa el 20% de la
población activa– y con un importante sector de servicios –administración y
turismo– que emplea a dos tercios de la población, es una ciudad que en el
terreno patrimonial presenta una singularidad importante: el conjunto de
la ciudad romana de Tárraco, declarado Patrimonio Mundial el año 20007
(figura 7).
Cuenta, también, con un importante patrimonio medieval y modernista,
así como un patrimonio natural significativo, en el que destacan sus playas
–de alto valor natural y paisajístico– así como el paisaje de su entorno –el
Camp de Tarragona–, a pesar de la dinámica de transformación, muy intensa,
a la que ha sido sometido a lo largo del tiempo.
7
Esta declaración se concretó, no en el conjunto de la ciudad romana, sino en trece de sus
elementos monumentales. Una cuestión que pone en evidencia una visión restrictiva en
cuanto al compromiso global sobre dicho patrimonio y a la acción que se derive de ello.
165
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PILAR SADA CASTILLO
Figura 7. Dibujo hipotético de Tárraco en el siglo II, según F. Tarrats (Dibujo A.
Latre). Una propuesta de iconografía didáctica.
Una ciudad con un urbanismo disperso, en el que conviven barrios muy diversos –social y físicamente–. Un núcleo histórico –que corresponde aproximadamente a la ciudad medieval, surgida de la repoblación a partir del siglo xii–,
amurallado y establecido sobre los restos monumentales de época romana,
unos restos que han marcado históricamente la evolución de la ciudad. La instalación de una refinería petrolera, en los años sesenta del siglo pasado, generó
la creación de barrios obreros, alejados del centro urbano y situados anárquicamente, que han condicionado, también, el urbanismo de la ciudad. Una ciudad
que tiene en su puerto un elemento fundamental para su dinámica económica
y en sus alrededores realidades tan diversas como la comercial ciudad de Reus,
el complejo turístico Salou - Vilaseca - La Pineda - Cambrils, o Port Aventura,
el gigantesco parque de atracciones inaugurado en 1995.
En este contexto, si tuviéramos que señalar uno de los elementos definitorios y singulares de la ciudad de Tarragona sería, sin duda, su patrimonio arqueológico de época romana: Tárraco, base militar durante la Segunda
Guerra Púnica (218-206 a.C.), colonia de derecho romano con Julio César y, a
partir de la remodelación de Augusto de las provincias de Hispania, capital de
la Provincia Hispania Citerior.
166
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Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Figura 8. Reflejo en la prensa de la visión negativa sobre el patrimonio arqueológico
en el desarrollo y la evolución de la ciudad basado. Dibujo de Napi, publicado en
Catalunya Sud el 21 de enero de 1987.
Un patrimonio que ha formado parte importante del paisaje urbano y social de la ciudad, desde siempre. Y desde siempre, también, ha formado parte
importante del debate social. Un debate en el que, de momento, no ha conseguido constituirse como uno de los ejes de desarrollo de la ciudad (figura 8).
Comentaremos brevemente algunas de las causas y sus efectos.
En el caso de los elementos declarados Patrimonio Mundial son cuatro las
entidades municipales implicadas (Tarragona, Altafulla, Constantí y Roda de
Barà), tres las administraciones titulares (Ministerio de Cultura, Generalitat
de Catalunya y Ayuntamiento de Tarragona) y dos las gestoras (Departament
de Cultura de la Generalitat de Catalunya, a través del Museu Nacional Arqueològic de Tarragona y Ayuntamiento de Tarragona, a través del Museu
d’Història de Tarragona).
167
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PILAR SADA CASTILLO
Existen, además, otras instituciones e instancias relacionadas con dicho
patrimonio arqueológico, en diferentes ámbitos y temáticas, que vienen a
completar el contexto en el que se desarrolla la acción sobre el patrimonio
y su utilización. La variedad de criterios, la falta de consenso, la duplicidad
en las acciones y la falta de una planificación global, hacen que dominen la
indefinición y la improvisación.
Otra cuestión a tener en cuenta es la de su utilización por parte de los ciudadanos. En este aspecto, –como en una gran parte de nuestro patrimonio– no disponemos de estudios rigurosos de público/públicos, de conocimiento de hábitos
en torno al patrimonio, así como de la evaluación de las acciones llevadas a cabo.
Unos datos que deberían ser fundamentales para poder incidir en las programaciones y en la definición de los proyectos. De todos modos, si nos atenemos a los
datos cuantitativos, podemos observar un interés creciente por el patrimonio de
Tárraco. En el caso de los centros gestionados por el Museu d’Història de Tarragona se ha pasado de los 347.748 visitantes del año 1999 a los 576.291 del 2009
(anfiteatro 98.103, Circo-Pretorio 156.443; Murallas 105.298, Foro de la Colonia
22.859; Maqueta de Tárraco 125.699...). En el caso del Museu Nacional Arqueològic de Tarragona se ha pasado de los 19.628 de 1980 a los 113.235 en 2010. Unos
datos que demuestran el interés que dicho patrimonio genera.
En el campo del conocimiento, en los últimos años se han llevado a cabo
un elevadísimo número de intervenciones arqueológicas8, pero casi ninguna
explotación científica de la mayor parte de ellas y menos, todavía, intervenciones significativas para su difusión y utilización social. En este aspecto tampoco existe una planificación. La investigación arqueológica viene definida
–en su gran mayoría– por las necesidades de la planificación (por definirla de
alguna manera) urbanística y ésta –a pesar de contar con un marco legal de
protección del patrimonio histórico, que permitiría una labor de valorización
del mismo– se limita en su gran mayoría a “cumplir el expediente”, buscando
las soluciones más favorables para los intereses de la promoción urbanística, en las que el patrimonio interfiera lo menos posible9. Casos como el del
8
De 1982 al 2007 se han efectuado en el término municipal de Tarragona un total de 1.342 intervenciones
arqueológicas (excavaciones, seguimientos de obras, adecuaciones o documentaciones). Escasas
publicaciones, informes y memorias de calidad desigual y una ingente cantidad de material
esperando su estudio es el resultado de una falta de proyecto, planificación y objetivos evidente.
9
No es nuestro objetivo hacer un repaso de las vicisitudes por las que ha pasado el patrimonio arqueológico tarraconense, ni sobre las decisiones –o la falta de ellas–, que le han llevado hasta la actual
situación. Para tener un balance de la misma: Dupré, 1983; Miró, 1997; Mar y Ruiz de Arbulo, 1999.
168
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Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Figura 9. Estado a día de hoy de la “reserva arqueológica” producida por la actividad urbanística del PERI Jaume I-Tabacalera. Un ejemplo de actuación parcial y sin
ningún valor y significado para la recuperación del patrimonio de Tárraco.
complejo comercial Eroski-Parc Central, el desarrollo del PERI Jaume I-Tabacalera (figura 9) o la más reciente intervención de reforma en el sector del
Mercado Central en el corazón del centro contemporáneo de la ciudad, junto
al Foro de la Colonia de Tárraco, demuestran que el papel que se le otorga
al patrimonio, como elemento de desarrollo, de identidad, de formación e
incluso de sentimiento colectivo en el proyecto global de la ciudad es, en el
mejor de los casos escaso, cuando no, inexistente.
No se puede obviar, sin embargo, que son muchas las iniciativas que se
han ido desarrollando en el entorno del patrimonio Arqueológico de Tárraco desde las diferentes instituciones. Unas con objetivos y planteamientos
más coherentes, abiertos, participativos y de futuro. Otras más coyunturales
y oportunistas, que han acabado sin aportar un valor significativo.
Por poner un ejemplo, desde el Museu Nacional Arqueològic de Tarragona –el más antiguo de Cataluña en su especialidad– se trabaja, partiendo de
unas infraestructuras obsoletas y pendientes siempre de actualización, con
los proyectos aparcados sine die, con una voluntad de desarrollar su labor
desde una óptica integral, como espacio para la memoria, para el conocimien-
169
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PILAR SADA CASTILLO
to, para la formación, para el debate, para el placer y para el ocio. Una labor
–fundamentada en el conocimiento– que tiene en su proyecto educativo uno
de los ejes de su programación. Bajo el lema de “Un viaje a la cultura romana”,
dicho proyecto parte del convencimiento del valor educativo de los museos,
de la responsabilidad de poner en contacto a la sociedad con las fuentes directas de la Historia –el patrimonio del que es responsable–, así como de la
voluntad de implicar a la sociedad en su uso y valoración. Un proyecto10 que
se ha ido concretando mediante propuestas muy diversas: exposiciones temporales, audiovisuales, iconografía didáctica, itinerarios, talleres, actividades
de reconstrucción histórica, clubs de lectura… (Sada, 1992; Sada, 2009), unas
propuestas entre las que destacan los talleres, que se desarrollan en los diferentes espacios patrimoniales que dependen de la institución, con interesantes materiales de mediación entre el patrimonio y los diferentes grupos que
se acercan hasta él. Unas propuestas y unos materiales que intentan paliar los
carencias infraestructurales y didácticas de las instalaciones permanentes de
dichos espacios (figura 10).
Otro elemento interesante entre dichas propuestas es el festival Tarraco
Viva –pensado en sus inicios para fomentar la complicidad de los ciudadanos
en la candidatura presentada por el Ayuntamiento de Tarragona para obtener
la declaración de Tárraco como Patrimonio Mundial– que, en sus sucesivas
ediciones, se ha convertido en una de las referencias obligadas en relación a
los certámenes de reconstrucción histórica. Con muchos aspectos positivos
en cuanto al concepto y a las posibilidades de difusión de la historia y del
patrimonio, quizás debería haber una reflexión profunda en relación a la estructura, al número de actividades y, en especial, a los aspectos participativos
de la población, ya que “Tarraco Viva se presenta ante todo como una fiesta
de reconstrucción histórica y la participación de la población queda bastante
reducida al papel clásico de usuaria/espectadora de la fiesta, es ante todo una
fiesta de la contemplación y no de la participación, el protagonismo lo tienen
los diferentes grupos de recreación histórica que representan sus escenificaciones en el marco de la fiesta temática” (Andreu, 2007: 84).
Un tema que nos enlaza con la necesidad de valorar, también, la cuestión
del turismo cultural. Replantear lo que se entiende por turismo, por cultura
y por patrimonio. Teniendo en cuenta el rol de estos conceptos en las expec10
Este proyecto recibió en el año 2004 el Primer Premio Innova de Expodidáctica en la categoria
de servicios para la educación.
170
[page-n-180]
Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Figura 10. Algunos elementos de mediación y actividades educativas desarrolladas en el proyecto “MNAT. Un viaje a la cultura romana”, desde el Museu Nacional
Arqueològic de Tarragona.
171
[page-n-181]
PILAR SADA CASTILLO
tativas culturales del ciudadano, situándolo en las actuales expectativas y en
su futuro. Bondad de proyectos de ocio cultural que logran armonizar valores e intereses económico, social y cultural. Planteados desde la óptica de la
globalidad, pero teniendo como referencia el desarrollo territorial próximo y
su influencia en la mejora social del entorno. En este sentido hay mucho por
hacer. 11 La creación del Consorcio constituido en julio de 2009 para el Plan de
competitividad Turística de la Tárraco romana, ha abierto una nueva línea de
acción, que habrá que ver qué deriva toma y cuáles son sus frutos.
Como en casi todas las cosas, la acción sobre el patrimonio de Tárraco –al
que nos estamos refiriendo– muestra aspectos positivos y también negativos.
Entre los primeros, la existencia de una demanda, de un interés por parte de
la ciudadanía; la concreción de algunos proyectos parciales con espíritu integral; la existencia de proyectos significativos en el ámbito de la educación y de
la comunicación y la voluntad por parte de algunas instituciones y responsables de buscar complicidades y proyectos de confluencia. Entre los negativos:
la falta de un plan director de actuación integral en el que se contemplen todos los aspectos derivados de una acción sobre el patrimonio: investigación,
conservación, presentación, comunicación, difusión, educación; la falta de
una gestión coordinada; la existencia, a causa de esta falta de coordinación,
de duplicidades, superposiciones y, a la vez, graves carencias.
Lamentablemente persiste un enorme vacío en lo que se refiere a las cuestiones de planeamiento, programación, definición del marco general –las
más imprescindibles– y su asunción real por parte de la sociedad que las impulsa, así como la dotación de los recursos necesarios para llevarlas a cabo.
Llenar dicho vacío es fundamental si se quiere avanzar en la valoración del
patrimonio y en el desarrollo de un papel activo del mismo (Tarrats, 1986).
El caso del patrimonio arqueológico de Tarragona, aunque no único, es
paradigmático. En este sentido y como ejemplos esperanzadores podríamos
hablar de algunos casos, también cercanos, en los que la actuación sobre el
patrimonio arqueológico ha derivado de los postulados más arriba señalados
como imprescindibles: planificación, definición y programación de acciones
coherentes y significativas. Por poner dos ejemplos, el caso del patrimonio
arqueológico de Cartagena, auténtico motor de renovación y desarrollo de la
ciudad, o el de “La ruta romana” de la ciudad de Astorga, más humilde, pero
coherente y de un gran valor social.
11
Una reflexión sobre estos conceptos en Prats, 2003.
172
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Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
COMO RESUMEN
A lo largo de esta sucinta reflexión y, en especial, a través de las diferentes
aportaciones desarrolladas en el conjunto de las Jornadas, ha podido apreciarse una gran cantidad de propuestas, ejemplos y realizaciones que en los
últimos años se han desarrollado en torno al patrimonio, con algunos ejemplos útiles y significativos y con muchos por evaluar, para poder proceder a
reconsiderar su propia existencia, viabilidad y adecuación. En este sentido es
significativo el comentario de uno de los ponentes en relación a la proporción
de espacios patrimoniales sobre los que se ha actuado en los últimos tiempos, invirtiendo recursos y desarrollando equipamientos y propuestas, que,
al cabo de tres, cinco años, no han tenido la continuidad que se les suponía.
En este contexto falta, fundamentalmente, la definición de políticas culturales, en las que el patrimonio como conjunto de bienes que conforman
nuestra memoria, que son colectivos y que tienen en la colectividad su argumento y proyección, debiera ocupar un lugar destacado como un espacio
donde asentar las bases de un desarrollo equilibrado, igualitario y de futuro.
Con posterioridad a la celebración de estas Jornadas, en las que podían apreciarse posiciones diversas –entre las más cercanas al “negocio” del y sobre el patrimonio hasta las más proclives a buscar (utilizando los recursos más variados)
nuevos caminos, más cercanos a una museología “concienciadora”– se han publicado unas reflexiones en torno a este concepto que resumen de una manera
muy acertada alguna de las ideas que se han intentado reflejar en estas páginas:
la necesidad de hacer del patrimonio un elemento útil para la sociedad de hoy:
“Más allá de la clásica interpretación de colecciones y de las exposiciones por
medios renovados respetuosos de la cultura de los habitantes y de los visitantes,
el museo puede (y debe) utilizar su lenguaje (el del objeto y de la exposición) y
los recursos patrimoniales de su territorio para contribuir a resolver ciertos problemas del mundo actual” (Varine, 2010: 16). Unas reflexiones lejanas a las contenidas en otras propuestas que se cuestionan “hasta qué punto el ocio cultural
que se puede ofrecer desde el museo” –reflexionando en este caso sobre el papel
de los museos locales en la actualidad– “ha de ser un servicio que la sociedad
debe ofrecer a todos los ciudadanos como un derecho más o, por el contrario,
debe formar parte de los productos que libremente ofrece el mercado y que los
ciudadanos adquieren en función de su interés o de su capacidad adquisitiva”
(Santacana y Llonch, 2008: 230). Un cuestionamiento que responde a un proceso de mercantilización del discurso y de la función de los museos desarrollado
173
[page-n-183]
PILAR SADA CASTILLO
en los últimos años, que ha avanzado con fuerza y que recientemente continúa
percibiéndose en algunos ámbitos y del cual ya hace tiempo alertaban algunos
profesionales (Alcalde, 2000) y en el que “la turistización” de nuestros museos
puede acabar imponiéndose al modelo de museo implicado más genéricamente
en el desarrollo socio-comunitario, que no se mide exclusivamente en función
del consumo. La clave en este caso se encuentra en buscar fórmulas para compaginar el papel del museo en el desarrollo económico y turístico sin renunciar
a sus funciones sociales (García Hermosilla, 2008: 93).
Una cuestión de objetivos, de acentos y de definición de procesos, en los
que el patrimonio podría y debería constituirse en un elemento fundamental
para el desarrollo territorial y en el ideario de los cuales las finalidades educativas, de formación personal y de colaboración en un desarrollo social equilibrado, democrático y participativo deberían ocupar un lugar preeminente.
Una visión comprometida del patrimonio en una época de desconcierto y
de carencia de programas, en la que que, los que nos dedicamos a él, podríamos
(o deberíamos) desempeñar una papel fundamental en el sentido que ya hace
tiempo señalaba el profesor Fontana, refiriéndose al papel de la enseñanza de
las ciencias sociales: “Por desconcertados que podamos sentirnos, sabemos que
nuestra obligación es ayudar a que se mantenga viva, al menos, la capacidad
de nuestras generaciones para razonar, preguntar y criticar, mientras, entre todos, rehacemos los programas para una nueva esperanza y evitamos que, con
la excusa del fin de la historia, lo que nos frenen sean nuestras posibilidades de
cambiar el presente y de construir un futuro mejor” (Fontana, 1992: 122).
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A MODO DE EPÍLOGO
LA GESTIÓN DEL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO
DESDE UN PARADIGMA CRÍTICO
Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez y Carlos Ferrer García
La arqueología ha vivido en los últimos decenios cambios que la acercan a
una práctica crítica, comprometida con los objetos que estudia, la historia
en la que se enmarca y la comunidad que le da valor. Como sucede con
otras ciencias sociales, esta (nueva) arqueología se ha ido desprendiendo
de la pretendida y peligrosa asepsia de la objetividad científica. Su ejercicio conlleva una ineludible responsabilidad social sobre la base, entre
otros conceptos, de la democracia cultural y del sentido crítico que otorga
el acceso al conocimiento. Particularmente al conocimiento histórico que
enriquece y aporta herramientas y capacidades para entender la realidad.
De estos cambios surge un nuevo marco de relaciones entre los agentes
de la cultura que exige nuevas formas de abordar nuestro trabajo. Los organizadores de las jornadas que han dado lugar a este libro somos trabajadores
de un museo arqueológico fundado hace más de ochenta años cuya labor
ha corrido paralela al signo de los tiempos, indisociable del contexto social
en el que se desarrolla el trabajo: desde el elitismo de la conservación y la
investigación dirigida a unos pocos –porque solo unos pocos consumían arqueología o patrimonio- a la apertura a la sociedad, bajo la forma de museo y
yacimientos abiertos al público. Pero el proceso de transformación prosigue,
como lo hace la sociedad. Creemos en la necesidad de reflexionar y debatir
sobre las relaciones entre la sociedad y la arqueología, entre el patrimonio,
los museos y el territorio. Estas relaciones cambiantes no se pueden ignorar y
demandan un posicionamiento ético, definido y firme con la cultura material
y con la sociedad.
177
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JAIME VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ Y CARLOS FERRER GARCÍA
ARQUEOLOGÍA Y SOCIEDAD. ¿DE QUIÉN ES EL PATRIMONIO?
Partimos del reconocimiento de que la arqueología es parte de la historia y
una práctica intelectual en la que el investigador es una variable importante.
Los valores y la subjetividad del investigador se enmarañan, primero, con sus
hipótesis de trabajo y luego con su discurso. Es imposible producir nada fuera
del contexto político e histórico en que se sitúa el profesional. Su agenda de investigación está mediada, en un grado alto, por su posición social, los tiempos
en que ha vivido y sus intereses. No ser consciente de ello convierte al arqueólogo en un transmisor acrítico de los valores de los dominantes (que normalmente no coinciden con los de la mayor parte de la gente), y que, por tanto,
contribuye a la perpetuación de un sistema de pensamiento conservador. De
ahí la importancia de que el investigador se reconozca como variable y asuma
su responsabilidad en la transmisión de valores como el rigor, la autenticidad,
la coherencia y la honestidad, a través del respeto a la cultura y a la comunidad.
Es pertinente enmarcar esta visión de la arqueología en un movimiento más
amplio de la sociología de la ciencia, que es crítico con una visión externalista
de la práctica científica y adopta, en cambio, una visión internalista de la disciplina. Según esta última perspectiva la ciencia no está al margen de la realidad y
el proceso de conocimiento no sigue una evolución lineal hacia la verdad. Esta
corriente evalúa la legitimidad que tienen las afirmaciones científicas en cada
momento, lo que coloca al analista, al observador, al científico, en el mismo
campo de análisis de la disciplina (y no fuera) y su objetivo es explorar cuáles
son las posibilidades de acción y de aceptación de cada discurso dentro de ella.
Volviendo al patrimonio arqueológico, está compuesto por la cultura
material del pasado (remoto o reciente), sustanciada a través de relaciones
de poder. El patrimonio no es sólo el pasado materializado; son procesos y
relaciones entre el presente y el pasado y entre la gente del presente. En el
caso de la historia, los intereses de todos los grupos implicados en la descripción, uso y control del pasado deben ser puestos de manifiesto ya que
ante una interpretación hay que analizar qué historia se cuenta (y cuál no),
quién se representa (y a quién no) y qué memoria se transmite (y cuál se
silencia). De hecho, el patrimonio habla de la selección de un pasado y de
las relaciones entre los grupos de interés que conlleva la imposición de una
visión hegemónica de éste y de la práctica arqueológica. En cierta manera,
en el patrimonio arqueológico están materializadas las relaciones de poder
en base a apropiaciones y ordenaciones del relato de los orígenes.
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La gestión del patrimonio arqueológico desde un paradigma crítico
Por ejemplo, en arqueología el protagonismo lo ha tenido tradicionalmente
el discurso unidireccional del investigador, pero la gestión del patrimonio debe
dirigirse hacia una interacción de los profesionales con otros agentes y con los
públicos de la arqueología (v. p. 136 de este libro). No hay patrimonio sin sociedad que otorgue valor a unos objetos o prácticas como tal. No lo hay, pues, sin
público, sin receptores, ni actores. Ello relativiza el papel del experto, en este
caso el arqueólogo, como único responsable en la construcción del patrimonio,
ya que se pone de manifiesto que está inmerso en el mismo proceso de generación y consumo de conocimiento. Así pues, aquel patrimonio que identifica
y cohesiona una comunidad es una construcción compleja en la que participa
el pasado materializado en los objetos, desde una semilla hasta una tumba o
un palacio, el colectivo de expertos que lo investiga y gestiona, y la sociedad a
la que pertenecemos y en la que desarrollamos nuestras relaciones laborales.
El discurso sobre el pasado puede acentuar los elementos que nos identifican y cohesionan como grupo al compartir un pasado común. Puede también convertirse en un instrumento de coerción simbólica que preserva y legitima estructuras sociales injustas. Pero, desde un enfoque crítico, creemos
que la arqueología debe ser, ante todo, un instrumento para la reflexión y
la acción social en varias esferas, desde la transformación del pensamiento
(educación) hasta cuestionar el presente. Por un lado, y como parte del estudio de la historia, la arqueología nos abre la puerta a otros modos de hacer las
cosas, y al hecho de que otras realidades sociales han existido antes y de que
ninguna es inmutable. Puede darnos las herramientas para cuestionar el presente, que es resultado de un proceso no casual. También puede relativizar el
lugar de la sociedad occidental en el mundo (v. p. 7 ss.) o el de nuestra propia
experiencia como individuos y concluir que, como dijo P. Bourdieu, el sentido
común es el menos común de los sentidos. En definitiva, nos permite adoptar
una postura crítica ante nuestro entorno social, cultural y económico. Paralelamente, la arqueología puede ser una ventana a las experiencias humanas
silenciadas de las grandes narraciones históricas al ser una disciplina histórica que trata con una documentación particular: materiales mundanos, cosas destinadas al olvido, deshechos que no han preocupado a nadie (de otra
manera nunca se habrían convertido en registro arqueológico). Y finalmente,
aunque no menos importante por ello, la arqueología permite reflexionar sobre los límites del conocimiento y del método científico (v. p. 142 y 147-150).
La dimensión material del trabajo arqueológico es un magnífico recurso di-
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JAIME VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ Y CARLOS FERRER GARCÍA
dáctico para tratar estos temas por la importancia de las condiciones materiales en todas las experiencias del ser humano. Es por ello un instrumento
útil para la educación, lo que viene a su vez a reforzar el desarrollo del sentido
crítico (v. p. 154).
Escoger temas de creciente interés social o contrahegemónicos como objeto de atención es un modo de abordar el trabajo arqueológico desde un enfoque crítico. Es obvio que es muy diferente construir un discurso histórico
desde un paradigma que privilegie la estabilidad social que hacerlo desde la
idea de que las culturas no son homogéneas y están mediadas por relaciones
de poder. En este sentido, el género o los movimientos de población son dos
temas estrella de nuevas miradas al pasado. Para el primero, es indiscutible
el protagonismo que, en las últimas décadas, tienen los estudios de género
en las ciencias sociales y, particularmente, los estudios sobre las mujeres.
En este caso se hace evidente la estrecha relación entre presente y pasado:
desentrañar los procesos a través de los cuales se construyen roles y, sobre
todo, hacer presente a las mujeres en las narrativas sobre el pasado, en concordancia con la atención que tienen en el mundo contemporáneo. Lo mismo sucede con otros estudios más recientes que estudian otros géneros más
allá de la heteronormatividad. En cuanto a los movimientos de gente, que
haya un interés creciente por las experiencias migratorias y la interacción
cultural en el pasado no es casual. La transformación social a raíz de las,
cada vez más intensas, dinámicas migratorias del mundo contemporáneo
alimenta sin duda nuestra mirada al ayer, porque abre la puerta a cuestionar
qué pasó en otros casos históricos y cómo la gente se enfrentó a estas situaciones o como construyó materialmente su universo al desplazarse de un lugar a otro. Se trata de no olvidar que el pasado y el presente están asociados.
Pero, ¿qué lugar ocupa realmente este interés social por el pasado en la
sociedad contemporánea? Ruiz Zapatero argumenta que aún hay pocos estudios para valorar hasta qué punto seduce, despierta curiosidad, parece interesante o es divertido, o tiene reconocimiento social, etc. Pero su presencia
es creciente en el espacio público, así lo vemos en las innumerables novelas,
películas, revistas, ensayos o documentales que abordan el tema (v.p.32). Hay
un valioso potencial, la audiencia está escuchando, los receptores están dispuestos. Pero con todo, la comunicación es difícil. Un gran problema es que
no conocemos apenas qué piensa la gente de la arqueología (v. p. 42 y 44-55).
Es necesario pues aproximarse a la variable públicos, en plural, tan intensa-
180
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La gestión del patrimonio arqueológico desde un paradigma crítico
mente como a los objetos. Así, a partir de este conocimiento crear mensajes
adecuados y adaptados a cada segmento social. Surge así la necesaria pluridisciplinariedad que integra a diversos profesionales, entre ellos el arqueólogo, en el trabajo de comunicar el pasado.
EL MUSEO ARQUEOLÓGICO. UN ESPACIO PARA COMPARTIR
En este panorama, el museo arqueológico es un espacio de encuentro donde
la sociedad interactúa con el pasado. No es el único. Hay otros lugares donde
esta conexión con el pasado, remoto o presente, también se da y cuya valoración adquiere la forma de memoria social, de cartografía mental del tiempo.
Pensemos en los monumentos públicos o en quien cree cada persona o colectivo que son sus antepasados. Nosotros nos centraremos aquí en el papel
del museo arqueológico, que es donde desarrollamos nuestro trabajo, como
institución donde se ordena, conserva e investigan retales del pasado en forma
de objetos que se presentan como una narración para la comunidad. Ello exige
ser consciente de la responsabilidad de los valores transmitidos en mensajes
y discursos que se fundamenten en decisiones éticas bien definidas porque se
puede contribuir a la transformación de conciencias y de pensamientos.
En el camino hacia una arqueología como acción social frente a aquella
encriptada en sí misma, el museo ocupa una posición privilegiada por su relación cotidiana con los públicos, más sin duda que otras instituciones, como
la propia universidad, o los entes gestores administrativos. El museo es la
sede del patrimonio, donde las relaciones que le dan forma se sustancian (v.
p. 79). Es un órgano cultural de la comunidad y sus trabajadores son agentes
culturales en cuanto que tienen capacidad de transformación de la sociedad.
Con todo, no es un centro cultural al uso, ya que su función está íntimamente
relacionada con la cultura material que preserva y difunde. Pero nada más
lejos de nuestra visión que la del modelo de museo como almacén, como sede
de los objetos descontextualizados y sacralizados, que carece de compromiso
con la sociedad, y que transmite una historia “aséptica”, conservadora, que la
adormece. No por ello quedan desechadas o postergadas las funciones que
siempre lo han caracterizado: la conservación y el estudio de los elementos
patrimoniales. Antes de comunicar es importante tener algo que comunicar,
y ser riguroso con el conocimiento o el estado de la cuestión sobre un asunto.
Para ello es fundamental la investigación. Es aquí donde los conservadores de
museo adquieren su función en la construcción del patrimonio.
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JAIME VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ Y CARLOS FERRER GARCÍA
A pesar de los cambios, todavía hoy muy frecuentemente el patrimonio
arqueológico sigue estando en manos solo de expertos. Pero si el patrimonio se define a partir del valor otorgado por la sociedad, no cabe más que la
corresponsabilidad. De hecho, el vínculo con la sociedad legitima al museo
liberándolo de uno de sus pecados: el del sometimiento al poder cuya expresión más obvia y actual es su instrumentalización por parte de las clases
dirigentes en forma de intervenciones “modernizadoras”, de gran coste, que
han convertido a algunos museos en fachadas, hitos, mausoleos en honor del
político de turno. No estamos diciendo que la política quede al margen de las
decisiones sobre el patrimonio. De hecho, defendemos la necesidad de tener
una política de acción definida respecto al patrimonio. Nos referimos a que
la sumisión al poder desvirtúa completamente el sentido de un trabajo en el
museo comprometido con la historia ya que niega la posibilidad de construir
discursos contrahegemónicos. Podemos considerar esta falta como un pecado original, ya que todos los museos han nacido en mayor o menor medida
con este estigma, pero ello no es óbice para superarlo, y es particularmente
sencillo cuando se trata de museos con una larga historia.
Ya hemos señalado que el museo lo es en tanto que utiliza el objeto, la
cultura material, como instrumento que materializa la historia y construye el
patrimonio. Como subraya Ballart en su reflexión, los objetos son emisarios
y viajeros del tiempo (v. p. 104), testigos de su uso por parte de las personas
que los crearon y por parte de los que las usan en la sociedad contemporánea.
Los atributos de belleza o rareza que otorgamos a algunos objetos sin duda
les confieren valor añadido, pero cabe destacar que el objeto de museo tiene
valor en cuanto que es producto de la creación humana. Es interesante ver
cómo la consideración de patrimonio está imbuida de valor, y por ello es contingente, cambiando con el tiempo. Consideremos, por ejemplo, los restos
bioarqueológicos, obviados tradicionalmente de muchas narrativas históricas, e ignorados –y esto es más grave– en los protocolos de excavación como
cultura material a documentar y a conservar.
El valor del objeto para un arqueólogo se acrecienta enormemente si se
conoce el contexto de procedencia, de donde se obtiene mucha información,
se establecen asociaciones y relaciones espacio-temporales entre los objetos,
en secuencias históricas. La mayor parte de las colecciones del Museu de Prehistòria han procedido, desde su fundación, de trabajos de campo de sus propios miembros, lo que confiere un valor añadido a sus colecciones. Se pensó
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La gestión del patrimonio arqueológico desde un paradigma crítico
así ya en 1927, lo cual es una concepción de museo ciertamente de vanguardia
para aquellos años. El valor añadido de sus colecciones también reside en la
continuidad de la investigación que hoy en día se desarrolla en el museo en
algunos de los proyectos abiertos entonces (por ejemplo, en la Bastida de les
Alcusses o en la Cova del Parpalló).
Dejando claro que el contexto lo es todo para la arqueología, podríamos
estar de acuerdo en que ya pasó el tiempo de los gabinetes de curiosidades.
Los anticuarios, las galerías y los museos de arte tienen una función ajena a la
del museo que aquí defendemos. Desde esta perspectiva no tiene sentido adquirir objetos no contextualizados, ni mucho menos aquellos envueltos en la
grave duda del expolio o en la sombra del comercio de antigüedades. No sólo
por no ser respetuoso con esos mismos objetos ni con sus legítimos depositarios, sino por fundamentarse en una práctica ajena a la responsabilidad que
los profesionales del museo tienen con el patrimonio y el registro arqueológico, y por contribuir indirectamente al ciclo de destrucción de los yacimientos.
La exhibición del objeto es la forma por excelencia que tiene el museo para
comunicar conocimiento. No es la única, pero es la que uno espera al entrar a
un museo: ver cosas del pasado. Lo que ocurre es que existe la propensión a aislar el objeto, a sacralizarlo, a través de una ambientación y distancia: no puede
separarse tanto del visitante que no pueda acceder a información relevante. No
debemos renunciar a comunicar a través de todas las “sensaciones” que transmiten los objetos (olor, sonido, tacto, sabor). A uno de nosotros le instruyeron
con percepciones sensoriales, altamente subjetivas, durante los primeros años
en que se formaba como arqueólogo. No era raro oír que la cerámica ibérica
tiene un característico “sonido metálico” para distinguirla de otras cerámicas; o
que algunas producciones de barniz negro se reconocen por el “tacto jabonoso”
de su barniz; o que ciertas cerámicas romanas tienen la superficie rugosa como
la “piel de naranja”. Si la subjetividad que nos transmiten los sentidos funciona
en la esfera del inventario ¿por qué no lo va a hacer con los visitantes? ¿Por qué
no dejar que los objetos transmitan sensaciones físicas poderosísimas? Esto
no se puede hacer con todos los objetos, obviamente, pero los depósitos de los
museos están llenos de fragmentos y piezas que pueden ser tocados sin riesgo
a perderlos del elenco de bienes muebles del patrimonio.
Los museos de sitio, los yacimientos arqueológicos visitables, son también cultura material y de igual modo se ven afectados por el desarrollo de
modelos de presentación inconsistentes. Es frecuente que, como resultado
183
[page-n-193]
JAIME VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ Y CARLOS FERRER GARCÍA
del valor añadido que posee la ruina en el imaginario colectivo, el interés por
conservarla “inalterada” sea más relevante en su gestión que las decisiones
para hacerlos accesibles, o su valor arqueológico y didáctico. Es cierto que la
ruina como tal, el resultado de la historia sobre una obra humana, está llena
de significados como el paso del tiempo, el esplendor del pasado y la inevitable decadencia, y que por ello tiene un valor emotivo que no podemos dejar
de valorar en la transmisión de nuestros mensajes; pero, ¿es legítimo tratar
todos los restos como ruinas? Los yacimientos excavados y consolidados son
el resultado de una intervención arqueológica, ¿por qué, pues, nuestro empeño en que conserven el aspecto del final de este proceso? Si conocemos el
contexto, ¿no estaríamos en ese caso legitimados a poner en primer lugar la
necesidad de comunicar el pasado y la ciencia arqueológica con honestidad?
Es cierto que intervenir en un yacimiento arqueológico puede hacer que éste
sea más expresión del presente que del pasado (v. p. 134), pero ¿cuándo la
historia y la arqueología han dejado de serlo? Reconocer este hecho está en la
base del pensamiento crítico en arqueología y en la difusión del patrimonio.
La didáctica es, además de una vía de comunicación en el museo, una de
sus principales funciones. Pilar Sada defiende que la historia tiene valor educativo en cuanto que tiene la capacidad de modificar la forma de pensar y de
comportarse, y en cuanto que permite la transmisión de la ciencia y su método,
pero también lo puede ser en la transmisión de valores para la ciudadanía (v.
p. 154 y 155). Ya se ha señalado que la historia aborda el estudio del ser humano
de forma global; es pues posible poner en evidencia las estructuras de poder
(dentro de las familias, entre géneros, entre grupos sociales), que tanto en el
pasado como en el presente articulan, pero al tiempo constriñen, a la sociedad.
Los públicos son variados, como variadas son las circunstancias sociales,
culturales y económicas de la comunidad. Ya ha quedado dicho que el patrimonio existe en cuanto que pertenece y sirve a una comunidad. ¿Qué sucede
con los que no perciben el pasado como valor, o con la mayoría de personas
que no lo conocen ni desean conocerlo? Si queremos acceder a ellos debemos
multiplicar los lenguajes e integrar a especialistas en la comunicación y la
didáctica en el proceso.
Ya expusimos que el visitante debe pasar de ser un sujeto pasivo a un agente activo. La expresión más clara e imperativa de esta necesidad son las relaciones con las comunidades locales que, entendemos, es un sector de los
públicos singularmente importante. Es particularmente necesario intensifi-
184
[page-n-194]
La gestión del patrimonio arqueológico desde un paradigma crítico
car las relaciones en la gestión del patrimonio in situ con la comunidad legítimamente depositaria, con los “otros” propietarios y beneficiarios. Existen
muchos agentes interesados en participar en la gestión de este patrimonio,
sobre todo por ser un recurso potencialmente valioso para la economía local.
El museo puede asumir modelos de gestión más democráticos, en los que
cada agente sea corresponsable de la conservación, gestión y difusión, donde
el museo se arrogue el papel de moderador que articule todos los intereses
legítimos que en torno a él surgen. Así y de nuevo, el científico abandona
voluntariamente el centro de la construcción del pasado para enriquecer el
proceso y a la sociedad. Él y el museo, en su vínculo con el territorio, pueden
ejercer así un papel de agente de transformación y desarrollo para la comunidad.
Pero existen otras formas de corresponsabilizar a los públicos. El mero
hecho de que en nuestra estrategia de comunicación, a través de las exposiciones y la didáctica, se haga hincapié en cómo sabemos lo que sabemos y en
cuáles son los límites del conocimiento científico, permite relacionarse con
los públicos dando herramientas para la reflexión. Otra gran vía de participación es la del diálogo, la accesibilidad integral a través de la diversidad, la
flexibilidad y la activación de distintos niveles divulgativos. Crear espacios
para que la voz de los visitantes sea oída y tenga una respuesta, dando lugar
a nuevos discursos. En este marco, las políticas de calidad e Internet, la web
2.0 y la web social, son instrumentos óptimos que pueden favorecer el acceso
físico e intelectual al museo, la divulgación de contenidos, el establecimiento
de relaciones y la implicación de los usuarios en la vida de éste.
Es difícil de predecir el futuro, pero es innegable que la gestión del patrimonio, como la de otros sectores de la cultura, se va a ver afectada de alguna
manera por los cambios sociales, tecnológicos y económicos del mundo contemporáneo. Desde estas premisas, estas páginas finales han sido, más que
unas conclusiones, una aproximación personal desde la experiencia práctica
de nuestros proyectos y nuestra reflexión a la luz de lo expuesto en los capítulos precedentes. No hemos pretendido dictar preceptos. Sólo someter al
debate nuestro trabajo cotidiano y las formas posibles de abordarlo.
185
[page-n-195]
[page-n-196]
Patrimonio Arqueológico
Territorio y Museo
Construcciones y usos del pasado
• Patrimonio Arqueológico, Territorio y Museo
Construcciones y
usos del pasado
Museu de Prehistòria de València
[page-n-2]
CONSTRUCCIONES Y USOS DEL PASADO
PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO, TERRITORIO Y MUSEO
[page-n-3]
[page-n-4]
CONSTRUCCIONES Y USOS DEL PASADO
PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO, TERRITORIO Y MUSEO
JORNADAS DE DEBATE DEL MUSEU DE PREHISTÒRIA DE VALÈNCIA
Carlos Ferrer García y Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez
(editores)
Con textos de:
Josep Ballart Hernández, Víctor M. Fernández Martínez, Carlos Ferrer
García, Luis Grau Lobo, Amalia Pérez-Juez Gil, Gonzalo Ruiz Zapatero,
Pilar Sada Castillo, Joan Santacana Mestre y Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez
Museu de Prehistòria de València
2012
[page-n-5]
Diputación de Valencia
Presidente
Alfonso Rus Terol
Diputada de Cultura
María Jesús Puchalt Farinós
Museu de Prehistòria de València
Directora
Helena Bonet Rosado
Diseño y maquetación
Carlos Ferrer García, Manuel Gozalbes Fernández de Palencia
y Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez
Diseño de Portada
Ángel Sánchez Molina
Impresión
Mare Nostrum S.L.
ISBN edición: 978-84-779-639-6
Depósito Legal: V-1855-2012
© de los textos: los autores
© de las fotografías e imágenes: los autores
© de la edición: Museu de Prehistòria de València – Diputación de Valencia
[page-n-6]
AUTORES
Josep Ballart Hernández, Consejería de Educación. Embajada de
España en París
Víctor M. Fernández Martínez, Departamento de Prehistoria. Universidad Complutense de Madrid
Carlos Ferrer García, Museu de Prehistòria de València
Luis Grau Lobo, Museo de León
Amalia Pérez-Juez Gil, Department of Archaeology. Boston University
Gonzalo Ruiz Zapatero, Departamento de Prehistoria. Universidad
Complutense de Madrid
Pilar Sada Castillo, Museu Nacional Arqueològic de Tarragona
Joan Santacana Mestre, Departament de Didàctica de les Ciències
Socials. Universitat de Barcelona
Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez, Museu de Prehistòria de València
V
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[page-n-8]
ÍNDICE
Patrimonio arqueológico, territorio y museo. Introducción
1
CARLOS FERRER GARCÍA y JAIME VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ
1
Arqueología y patrimonio en un mundo postoccidental:
Estudio de dos casos de Etiopía
7
VÍCTOR M. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ
2
Presencia social de la arqueología y percepción pública del
pasado
31
GONZALO RUIZ ZAPATERO
3
Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras
ilusiones
75
LUIS GRAU LOBO
4
De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
5
El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio
arqueológico in situ
99
JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
115
AMALIA PÉREZ-JUEZ GIL
6
Arqueología, museología y comunicación
7
Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
137
JOAN SANTACANA MESTRE
PILAR SADA CASTILLO
153
A modo de epílogo. La gestión del patrimonio arqueológico
desde un paradigma crítico
177
JAIME VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ y CARLOS FERRER GARCÍA
VII
[page-n-9]
[page-n-10]
PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO, TERRITORIO Y MUSEO
INTRODUCCIÓN
Los trabajos que aquí se presentan son fruto de la celebración de las Primeras Jornadas de Debate organizadas en el Museu de Prehistòria de València
los días 20 y 21 de octubre de 2010, en el marco del Plan de Formación Local
de la Diputación de Valencia. Su objetivo fue reflexionar sobre la íntima
relación entre pasado y sociedad desde la óptica del museo arqueológico y
el territorio. Es sobradamente conocido que el pasado se construye desde
el presente y, por ello, es indisociable del contexto social desde el que se
efectúa esta narración: intereses, poder e identidades son algunos de los
vértices ineludibles del poliedro que creamos. En nuestro caso nos interesa plantear qué sucede cuando el pasado emerge en el presente con unos
documentos particulares objeto de atención de la arqueología: la cultura
material en sentido amplio, y específicamente los objetos y los sitios históricos.
De hecho, en la organización de esta iniciativa ha tenido mucho que ver
la emergencia de renovaciones teóricas en arqueología basadas en posturas
críticas que subrayan la creciente responsabilidad de la investigación ante la
sociedad. Este paradigma privilegia una actitud reflexiva a través de la adopción de visiones contextualistas de la historia. Lejos de mantener una actitud
contemplativa –erudita– ante los restos del pasado se persigue un papel activo en la sociedad, planteando preguntas y solventando problemas. Al mismo
tiempo, y como un juego de espejos, la arqueología está despertando un interés creciente entre el gran público, que va más allá de la atención que merece la actividad académica investigadora básica. A modo de mosaico, los tres
pilares principales en los que se asienta el actual interés por el pasado son:
1
[page-n-11]
•
•
•
la conciencia creciente de conservación de restos materiales del
pasado, que incluyen objetos, monumentos y paisajes.
la búsqueda de identidades y valores –compartidas o no– y tradiciones culturales en el pasado.
el ocio y el turismo cultural, que mueve dinero y gente en relación
con la visita a los restos patrimoniales.
Como consecuencia de ello el concepto de público o, mejor, públicos, está
adquiriendo importancia para los profesionales en la difusión de la arqueología desde la perspectiva de la nueva museología. La atención a los intereses
de los visitantes es un elemento ineludible en este estado de la cuestión, pues
grupos sociales con inquietudes diversas se verán atraídos por cosas distintas
del pasado y requieren estrategias diversas de divulgación así como la incorporación de varios lenguajes. Un público particular que, desde nuestro punto
de vista, requiere especial atención en este sistema es la comunidad local.
La responsabilidad de conservación del territorio y ante la sociedad conlleva
nuestro compromiso con estos grupos a la hora de construir y presentar el
pasado.
Todo ello –objetos, ciencia, ética, territorio, turismo, públicos– gira en
torno a la idea clave de patrimonio arqueológico: todo aquello que, teniendo
una evidente dimensión material, ofrece y mantiene una relación con el pasado (remoto o reciente). Desde hace unas décadas, a los tradicionales objetos
muebles conservados en almacenes y vitrinas de museos, se incorporan además los inmuebles, en el territorio, e incluso los paisajes. La cultural material
adquiere, así, un papel central, aunque con significados que no están dados,
sino que se construyen constantemente a través de su consumo, disfrute, utilización, uso, abuso, o manipulación.
La gestión cotidiana del patrimonio obliga a posicionarse con decisiones responsables y consensuadas: desde las políticas de conservación –qué
se conserva y qué no– hasta los criterios museísticos –qué se expone y qué
no; desde el compromiso en el territorio y con las comunidades locales
hasta los valores que se promueven. Con estos posicionamientos de partida pretendíamos abordar en qué medida los cambios acaecidos en los
últimos años en la ciencia arqueológica, en la museología, en la comunicación y en el modo de considerar al público afectan a la gestión cotidiana
del patrimonio arqueológico. En concreto, lanzábamos una serie de interrogantes:
2
[page-n-12]
Patrimonio arqueológico, territorio y museo. Introducción
¿Cómo puede el museo responder a las nuevas visiones y misiones para
asumir la responsabilidad frente al patrimonio y la sociedad?
¿Cómo debe el museo integrar el nuevo paradigma en su función social de difusión y educación?
¿Cómo incorporar los diversos intereses sociales a la presentación de
los restos del pasado?
¿Qué ética debe guiar las cuestiones que se asocian al Patrimonio
Arqueológico?
¿Cuál es la vía para que el museo asuma los nuevos retos de conservación y difusión en el territorio?
¿En qué medida puede cooperar el museo con otros agentes en la conservación del territorio y el desarrollo local?
La Diputación de Valencia a través de su Museu de Prehistòria participa
de manera activa en esta dimensión pública de la arqueología a través de la
gestión de sus colecciones y yacimientos visitables, y de la presentación al
público del pasado en forma diversa (exposiciones, talleres didácticos, rutas,
itinerarios y jornadas de visita a yacimientos). Entendemos que las relaciones
sociedad-patrimonio deben jugar un papel relevante en esta labor, y por ello
hemos pretendido establecer un marco de discusión transversal a los diversos
ámbitos en los que la arqueología está adquiriendo una dimensión pública
creciente en un foro de reflexión sosegada y plural.
Los conceptos que se recogen en el título de esta introducción se trataron
durante los dos días de las jornadas desde diversas ópticas y experiencias,
englobando desde la investigación arqueológica de base hasta la educación
en museos. Los participantes presentaron síntesis y, sobre todo, reflexiones
personales sobre los conceptos a debate, derivados de su experiencia y trayectoria profesional en los ámbitos de la universidad y los museos, la gestión del
patrimonio o la investigación.
La primera contribución, de Víctor Fernández Martínez, introduce muchas de estas cuestiones desde su experiencia personal en África. Aborda la
práctica profesional arqueológica asumiendo las renovaciones epistemológicas de las perspectivas poscoloniales. A partir de dos trabajos en Etiopía,
uno sobre arte rupestre y las percepciones de las comunidades locales y otro
sobre un museo local, el autor nos habla de la dificultad de hacer arqueología
comprometida con los valores locales al tiempo que entran en contradicción
con categorías científicas, en este caso occidentales.
3
[page-n-13]
A Gonzalo Ruiz Zapatero le encargamos un trabajo que expusiera las complejas relaciones del patrimonio y la arqueología con la sociedad. Su capítulo trata directamente de los públicos y de la idea que tiene la gente de la
arqueología y del pasado así como de los medios con los que el pasado llega
a la gente. Su contribución revisa la tradicional centralidad del arqueólogo o
el museólogo en la presentación del patrimonio y aboga por una adecuación
de las estrategias de divulgación del patrimonio en relación a las audiencias.
El museo es, sin duda, una potente máquina que articula gran parte del
trabajo con el patrimonio. Luis Grau revisa en su capítulo las relaciones entre
museo y territorio a través del museo in situ, y entre museo y sociedad. Si bien
en su trabajo plantea que el museo es un director de escena en este escenario,
al tiempo es crítico con una aproximación superficial del museo en el territorio que no de cuenta de la compleja maraña de relaciones históricas de las
que es resultado.
No es ninguna novedad señalar que la cultura material es central en
nuestro trabajo. De ella tratan las dos siguientes aportaciones. Josep Ballart
reflexiona sobre la biografía de las cosas a través de textos que para él son,
precisamente, imágenes que ilustran las cualidades de los objetos de museo.
Su reflexión repasa las diferentes capas de significados que otorgamos a los
objetos y las complejas relaciones que las personas y las cosas tienen en la
construcción del patrimonio. Amalia Pérez-Juez trata también de la cultura
material, en este caso la que se conserva in situ y que convenimos en denominar yacimientos. Aborda aspectos transversales como los modelos de
gestión, comunicación y participación de las comunidades locales. Subraya
la necesidad de consensuar intereses y de integrar sociedad, naturaleza y
cultura.
La comunicación y la educación son objeto de reflexión en los dos últimos
trabajos bajo la premisa de que no debería existir la investigación sin difusión. Joan Santacana comienza analizando el patrimonio arqueológico en el
marco más amplio de los productos culturales, al tiempo que subraya el enorme potencial de la arqueología para transmitir emociones y conocimiento a
través de las cosas del pasado y del método del presente. La educación es el
tema clave en torno al cual Pilar Sada elabora su discurso. Como profesional
de los museos, y a través de casos prácticos de su propia experiencia en Tarragona, destaca el importante papel que los museos tienen en el acceso al
patrimonio y, sobre todo, en la educación de la sociedad y en la formación
4
[page-n-14]
Patrimonio arqueológico, territorio y museo. Introducción
del pensamiento crítico. Finalmente, subraya la necesidad de crear políticas
culturales coherentes con procesos y planificación sustentados en una investigación sólida.
A las exposiciones de cada participante siguió una animada Mesa Redonda con el título El Museo entre la sociedad y el patrimonio y que giró, sobre
todo, en torno a la ética que debe –o no– guiar los pasos de los profesionales
del patrimonio arqueológico. Como organizadores de las jornadas, queremos
resaltar que éstas han supuesto, sobre todo, una reflexión útil sobre la que
encaminar nuestro trabajo futuro. De hecho, gran parte de lo que debatimos
aquellos días ha inspirado las conclusiones que cierran el volumen. Para acabar estas líneas introductorias queremos agradecer a los conferenciantes su
trabajo y esfuerzo para presentar sus exposiciones y los textos con el enfoque
concreto que buscábamos y, sobre todo, dentro de un plazo razonable en el
tiempo requerido.
Carlos Ferrer García
Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez
Museu de Prehistòria de València
Valencia, 31 de enero de 2012
5
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[page-n-16]
1
ARQUEOLOGÍA Y PATRIMONIO
EN UN MUNDO POSTOCCIDENTAL:
ESTUDIO DE DOS CASOS DE ETIOPÍA
Víctor M. Fernández Martínez
INTRODUCCIÓN: LA TEORÍA POSCOLONIAL
La teoría poscolonial pone en cuestión la extendida idea de la superioridad
intelectual y moral de la “civilización occidental” y critica el mundo presente
en cuanto es el resultado de un largo proceso de expansión de Europa durante
los últimos siglos, de un encuentro desigual de nuestro continente con los
“pueblos sin historia” (Wolf, 1987) en el que estos últimos llevaron con mucho la peor parte.
Como es bien sabido, el colonialismo y sus abusos fueron muy criticados
en el pasado, prácticamente desde el comienzo de su existencia: recordemos
los textos de Bartolomé de las Casas en los orígenes de la conquista española
de América o la denuncia contra la terrible explotación del Congo por el rey
de los belgas a finales del siglo xix por el irlandés Roger Casement, cuya vida
el novelista Mario Vargas Llosa recrea en su último libro por el momento, El
sueño del celta.
Lo que diferencia a la nueva “teoría” de las acusaciones históricas contra el
colonialismo es que, a diferencia de éstas, no se realiza desde nuestro punto
de vista sino que intenta hacerlo desde la perspectiva del colonizado. Cuando
De las Casas o Casement imploraban justicia para el indio y el africano lo
hacían apelando a un concepto universal de “piedad” y de “justicia”, que pretendían válido para todos los pueblos del planeta y por eso fácilmente comprensible. Por el contrario, el nuevo enfoque persigue desmontar el aparato
intelectual que hizo posible el colonialismo, una de cuyas características es
precisamente la pretensión de hacer pasar por universales conceptos creados
originalmente para los pueblos industrializados de Occidente.
7
[page-n-17]
VICTOR M. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ
Ese cambio se inscribe en la línea de pensamiento que va de Nietszche a
la Escuela de Frankfurt, pasando por Heidegger y culminando en la eclosión
del postestructuralismo francés en la década de 1960. Fueron precisamente
Michel Foucault y Jacques Derrida los primeros que advirtieron que el legado
cartesiano e ilustrado de Occidente era una desviación “esencialista” impuesta al resto de las culturas del globo mediante la violencia (Ghandi, 1988: 26).
Foucault desarrolló en su análisis del discurso la teoría anterior de Gramsci
sobre la hegemonía como forma de dominación basada en la aquiescencia
de los dominados, que ignoran “ideológicamente” sus condiciones reales
de existencia (Barrett, 1991: 140-143). Más adelante, el sociólogo indio Ashis
Nandy propuso que la famosa identificación foucaultiana entre saber y poder
no es atemporal sino que tuvo un origen histórico en la segunda fase de la
experiencia colonial cuando, tras la conquista violenta, se “colonizaron” las
mentes desde la posición superior de la razón civilizada y se convirtió a los
“otros” colonizados en sujetos de conocimiento (Nandy, 1988).
En ese mismo terreno intelectual, sabemos que la ciencia moderna surgió
acompañando a la empresa colonial, y que la curiosidad de exploradores y
naturalistas por conocer las nuevas regiones descubiertas escondía la necesidad de controlar esos territorios con fines mucho más pragmáticos e inconfesables. Un ejemplo cercano lo tenemos en nuestras colonias del norte de
África, cuando políticos y militares se quejaban de que la pobreza científica
española había perjudicado seriamente tanto los avances de nuestras tropas
como las ganancias económicas de las empresas de nuestro país en esa región
(Pedraz, 2000). La crítica que de las mistificaciones ideológicas de Occidente
respecto a los países y culturas medio-orientales hizo Edward Said en su influyente obra Orientalismo (Said, 1991) ha puesto de relieve el hecho de que al
representar al “oriental” (o al africano, indio, primitivo, etc.) los observadores
occidentales no solo cambiaban en un sentido peyorativo y simplificador la
realidad observada, sino que de esa manera se instituían a sí mismos como
superiores: la propia conciencia de elevación moral y racional de la que gozamos en los países “avanzados” se ha creado precisamente en oposición a una
realidad “atrasada” sin la cual la primera no hubiera sido posible (figura 1).
En un paso más de profundización en el problema, la nueva teoría acabó
descubriendo que el origen foráneo de los propios discursos científicos complicaba seriamente la elaboración de discursos propios. El famoso artículo de
Gayatri Spivak, “¿Pueden hablar los subalternos?” (Spivak, 1988) justificaba
8
[page-n-18]
Arqueología y patrimonio en un mundo postoccidental
una respuesta negativa a la pregunta: para representarse a sí mismos los dominados no tienen más remedio que emplear las categorías de los dominadores, viciando en origen su propia libertad de auto-imaginación. Al final
de este trabajo, y después de ver en qué manera el problema afecta a nuestra
práctica intelectual sobre culturas diferentes, volveremos a plantear este fundamental problema.
HACIA UNA HISTORIA POSCOLONIAL
Desde hace siglos se reflexiona en Europa sobre el sentido de la historia, y la
comparación con otras culturas y concepciones no es nueva. Pero es a partir del estructuralismo y postestructuralismo, con su corolario reciente de la
teoría poscolonial, cuando se han puesto realmente en cuestión las perspectivas tradicionales y se ha abierto la puerta a la posibilidad de paradigmas
diferentes.
El primer filósofo moderno que trató en profundidad sobre la historia, y
uno de los más influyentes hasta hoy mismo, Georg W. F. Hegel (sobre todo
en su obra Fenomenología del espíritu, Hegel, 2005 [1807]), consideraba que
la Historia (con mayúscula) tiene un único sentido muy claro, que es el del
Figura 1. Midiendo el cráneo de un
africano en Uganda, hacia 1900 (tomado
de Mongibeaux, J.-F., Exploraciones,
1860-1930, Éditions Place des Victoires,
París, p. 61).
9
[page-n-19]
VICTOR M. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ
desarrollo de la razón, la libertad y la conciencia individuales, siendo éste el
único camino para alcanzar una conducta moral “natural”. Hitos positivos en
esa larga vía fueron la Grecia clásica o el Protestantismo, y ejemplos de frenos a ese progreso fueron las civilizaciones orientales (asiáticas e islámicas),
donde “el único hombre libre es el monarca”. Para Hegel, los pueblos tradicionales, y entre ellos todo el África subsahariana, estaban “fuera de la historia”,
pues en ellos no hubo cambios verdaderos ni ningún tipo de progreso.
La dicotomía anterior, de enorme éxito (todavía a mediados del siglo xx el
historiador británico Hugh Trevor-Roper repetía que en África no había existido la historia), se intentó matizar en beneficio de las culturas premodernas
por Claude Lévi-Strauss (1968): respecto de la historia hay dos modelos teóricos, a los que cada sociedad concreta se acerca más o menos, las sociedades
“frías” y las “calientes”. Las calientes son por supuesto las occidentales, que
“interiorizan resueltamente el devenir histórico para hacer de él el motor de
su desarrollo”. Las frías son las tradicionales, que lógicamente también experimentan cambios y entienden el paso del tiempo, pero se resisten a toda
transformación en sus estructuras, no “permiten a la historia irrumpir en su
seno”, manteniendo su relación económica de equilibrio con el medio ambiente, su demografía bajo control, y una estructura social igualitaria que se
rige por el consenso.
El historiador jesuita francés Michel de Certeau, muy influido por el psicoanálisis, analizó en su obra La escritura de la historia (1985) cómo la historia
occidental no sólo fue un instrumento al servicio del colonialismo, sino que al
escribir su propia historia, “des-escribía” las tradiciones, las historias, etc. de
los pueblos indígenas colonizados. Nuestra historiografía se encargó de decir
precisamente lo que “el otro” callaba. Certeau empieza su libro analizando un
grabado que representa a Americo Vespucio “despertando” a una india americana dormida, una metáfora del descubrimiento y nominación del nuevo
continente: Occidente como instrumento dominador y dador de sentido (y de
“nombres”), frente al cuerpo innominado de una mujer desnuda, que representa lo exótico y la otredad. Para Certeau, el cuerpo del otro es “la página en
blanco donde se inscribe el deseo y la voluntad de poder occidental”, y nuestra
historiografía es la “colonización del cuerpo por el discurso del poder”.
Roland Barthes, el padre de la semiótica moderna, escribió el artículo “El
discurso de la historia” en 1967 (Barthes, 1987). El autor comienza recordando
que la estructura de nuestro discurso histórico es lineal y acumulativa (como
10
[page-n-20]
Arqueología y patrimonio en un mundo postoccidental
la mayoría de los discursos científicos), pero no hay que olvidar que originalmente proviene del discurso narrativo creado para describir una ficción o un
mito. Paradójicamente, es esa misma estructura la que da a lo descrito la categoría de “real”, la prueba de que realmente ocurrió. Esto provoca que nuestra
idea del pasado sea también lineal, cuando la realidad es mucho más compleja. Debería ser posible escribir una historia que reprodujera “la estructura
de las posibilidades vividas por los individuos protagonistas de los procesos
descritos”. Habría que “descronologizar” el hilo de la historia y restaurar una
forma de tiempo complejo (con dobles sentidos y dialogo con otros discursos) y “en absoluto lineal”. Aunque parezca solo un sentimiento nostálgico,
habría que volver a un tiempo “cuyas profundidades espaciales recuerden el
tiempo mítico de las antiguas cosmogonías, cuando estaba ligado esencialmente a las palabras del poeta y del adivino”.
En el cercano campo de la antropología, Johannes Fabian, en su obra Time
and the Other (2002) ha criticado el “alocronismo” de la mayoría de las investigaciones antropológicas, que suponen que los primitivos viven en un
tiempo distinto del nuestro (lo que supone un uso “opresivo” del tiempo). La
linealidad del tiempo occidental es una generalización al resto del mundo y
una secularización del tiempo bíblico, de la sucesión de hechos del pueblo
elegido (y luego de los pueblos mediterráneos), una historia continua de salvación que se opone al tiempo cíclico “pagano”, que resiste todavía en formas
como el conocido “mito del eterno retorno”. El evolucionismo transformó el
tiempo y lo temporal en algo “espacial”, pues las diferentes partes del mundo
y sus culturas se correspondían con otras tantas divisiones del tiempo (los
primeros exploradores del xviii y el xix eran “viajeros en el tiempo”). Conquistar y colonizar la tierra era hacerse dueño de su tiempo. La propuesta
alternativa de Fabian consiste en recuperar el concepto de totalidad y aplicar
una metodología dialéctica al análisis antropológico: tanto el investigador
como el investigado hablan, están unidos por el lenguaje, y por eso son esencialmente contemporáneos e iguales.
Otros observadores han advertido la dislocación que ha sufrido recientemente nuestra relación con el tiempo. Como señala David Lowenthal (1998),
en los últimos decenios hemos “roto” casi definitivamente con el pasado. No
sólo es que ya los clásicos hayan dejado de ser un modelo de comportamiento, es que los ignoramos por completo y el estudio de la historia se ha convertido en un pasatiempo para unos pocos curiosos. Para el historiador François
11
[page-n-21]
VICTOR M. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ
Hartog (2003), el cambio del “régimen de historicidad” clásico al moderno se
produjo después de la Revolución Francesa. En el primero el pasado iluminaba desde atrás el futuro, explicaba lo que ocurría, enseñaba a las generaciones
siguientes y las futuras, etc. Ahora es el futuro mismo el que nos enseña y nos
guía hacia adelante, con un modelo basado en el “presentismo”: solo existe el
tiempo actual.
Como consecuencia práctica de las anteriores críticas teóricas, desde los
países “en desarrollo” se han intentado construir “historias alternativas” que
contesten la vieja historia oficial de occidente (Young, 1990). Aunque algunas
han procedido de África (por ejemplo, Schmidt y Patterson, 1995; Schmidt,
2010), la mayor parte, no solo en número sino también en interés teórico,
ha procedido del campo más activo de desarrollo de la teoría poscolonial, la
antigua colonia inglesa de India, con la conocida escuela de “Estudios Subalternos” (Guha, 2002). Uno de sus miembros, Dipesh Chakrabarty (1992),
aunque admite que Europa sigue siendo el tema principal de cualquier historia, con independencia de la región o nación que trate, y que la historia se
impone tanto por el imperialismo occidental como por los nacionalismos
del Tercer Mundo, con el fin principal de universalizar a la nación-estado
como única forma de comunidad política en todo el mundo (Ibíd.: 221, 240),
defiende la posibilidad futura de una historia distinta que “provincialice”
Europa, admitiendo todas las diferentes narrativas en condiciones de igualdad (Klein, 1995: 297-8).
EL ARTE RUPESTRE ESQUEMÁTICO DE MENGE (BENISHANGUL)
En Enero de 2001, durante la prospección arqueológica exploratoria del
estado regional de Benishangul-Gumuz (junto a la frontera etíope-sudanesa), un territorio de cerca de 50.000 km2 donde nunca antes se había
realizado una intervención arqueológica, los informantes del pueblo de
Menge, al norte de la capital del estado, Assosa, nos llevaron a un abrigo
cercano con pinturas rupestres esquemáticas de color rojo, llamado la “roca
roja” (Bel Bembesh) en lengua local Berta. En una campaña arqueológica
posterior, en 2003, observando las rocas graníticas cercanas descubrimos
otro abrigo con pinturas esquemáticas idénticas, aunque en menor número, llamado Bel ash-Sharifu, la “Roca del maestro islámico” (los Berta fueron islamizados en la segunda mitad del siglo XIX) (Fernández y Fraguas,
2007; Fernández, 2011).
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Arqueología y patrimonio en un mundo postoccidental
Las pinturas son en su mayoría toscos rectángulos, unas veces vacíos y
otras rellenos de líneas verticales o reticuladas, líneas aisladas, círculos y
signos “solares”. Sendas catas de sondeo abiertas en los dos abrigos, y en
un abrigo cercano a Bel ash-Sharifu y un despoblado situado detrás de Bel
Bembesh, ofrecieron materiales cerámicos (con decoración impresa, incisa
y acanalada), similares a los que habíamos descubierto previamente en el
abrigo de Kunda Tamo, próximo a la ciudad de Bambasi al sur de Assosa.
Dos fechas de radiocarbono, una en Kunda Tamo de 1985 + 40 BP y otra
en el abrigo próximo a Bel ash-Sharifu de 275 + 30 BP, permiten inferir la
cronología general de cerámicas y pinturas en el primer milenio y primera
mitad del segundo milenio de nuestra era. Esa es también la cronología de
cerámicas con decoraciones en gran parte similares y registradas en las regiones próximas del sur de Sudán, Kenia y centro de Etiopía (David et al.,
1981; Robertshaw y Siiäirinen, 1985; Robertshaw, 1987; Joussaume, 1995).
Previamente a Benishangul habían llegado grupos con cerámicas impresas
pivotantes procedentes del Sahara y Sudán central, de donde habrían huido
a causa de la aridez creciente de mediados del Holoceno (Fernández, 2003;
Fernández et al., 2007).
Es curioso que la fecha radiométrica más reciente antes citada coincida
con la época en que, según los escasos datos históricos disponibles, los Berta
llegaron a Benishangul procedentes de la región adyacente sudanesa del sultanato Funj de Sennar (finales del siglo xvii y comienzos del xviii); al subir al
altiplano desde las llanuras sahelianas, los mismos Berta todavía recuerdan
hoy que desplazaron a grupos anteriores, los minoritarios Mao y Kwama que
hablan en su mayoría lenguas Koman (Triulzi, 1981).
Lo primero que nos llamó la atención fue la similitud de muchos signos
con los que se hacen mediante cicatrices (escarificaciones) en el rostro, sobre
todo las mujeres, en algunas tribus de la zona. Los signos son más frecuentes
en los grupos Koman y otros relacionados como los Gumuz, aunque también
los presentan los Berta menos islamizados. Esta coincidencia nos llevó a pensar primero en un significado étnico-identitario del sitio, lo que fue negado
por los informantes locales, y más tarde en que se podría tratar de signos
protectores que aparecen en diferentes contextos: en los individuos para protegerlos personalmente (se hacen al final de la infancia como rito de paso y
otras veces como protección frente a las enfermedades) (Rubin, 1988) y en las
rocas más visibles del paisaje para proteger a la comunidad completa.
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Figura 2. Mubarak Ashafi y otros ancianos Berta de Menge, febrero 2003.
Los signos esquemáticos de estos dos yacimientos son muy parecidos a
toda una serie de ellos que aparecen en África Oriental y norte de la Meridional, desde Mozambique hasta Uganda, en los que predomina también el
color rojo y que han sido estudiados siempre a escala regional, por ejemplo
en Zambia (Smith, 1997) o Uganda (Namono, 2010). En líneas generales, se
tiende a ver el arte rupestre dividido en dos grandes estilos, uno naturalista,
en principio más antiguo y que representa animales salvajes cazados y estuvo
probablemente ligado a rituales chamánicos (Lewis-Williams, 1981), y otro
esquemático y en general más reciente, ligado a diversos rituales en los que
predomina la propiciación de la lluvia. Aunque antes se creía, sin demasiado
fundamento, que ambos estilos fueron obra de una población cazadora-recolectora, anterior a los bantúes que hoy ocupan casi toda la gran región y antecesora de los actuales San (Bosquimanos) de Suráfrica, hoy son cada vez más
quienes piensan que desde el río Zambeze hacia el norte, donde predominan
los geométricos sobre los animales en el arte rupestre, los autores estuvieron
relacionados con los actuales pigmeos del África Central, que en el pasado
ocuparon áreas mucho más extensas (Namono, 2010). Una interesante tesis
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Arqueología y patrimonio en un mundo postoccidental
de Benjamin Smith (1997) es que este arte esquemático-pigmeo habría sido
realizado por mujeres, pues los mismos diseños son los que éstas dibujan hoy
en otros soportes diferentes (cortezas, huevos de avestruz, etc.).
Hasta aquí hemos visto lo que se puede considerar un análisis arqueológico convencional de un hallazgo habitual en África. Ahora bien, durante nuestra prospección, en tres ocasiones, en 2003 y 2005, preguntamos a
informantes locales Berta sobre el significado de las pinturas, al campesino
Al Mamún Tilahum que vivía cerca de sitio, y a dos ancianos de Menge que
nos recomendaron por su conocimiento de las tradiciones: Mubarak Ashafi
y Mohammed Nekura (figura 2). Los tres nos dieron datos idénticos: 1) Las
pinturas fueron hechas en el momento de la Creación por Dios (rabbana, la
misma palabra que emplean los musulmanes sudaneses); 2) Los signos están
escritos en una lengua anterior al árabe y narran episodios del Corán; 3) El
lugar es milagroso y la gente va a pedir gracias personales, con ritos colectivos
en momentos de peligro, sobre todo cuando la lluvia anual tarda en llegar.
Los rituales son dirigidos por maestros sufíes (había un incensario y ruinas
de una pequeña mezquita rodeando la roca en Bel Bembesh) y mucha gente
ve grandes luces por la noche junto a las pinturas, que se asocian con buenos
presagios para la comunidad. En Bel Bembesh solían retirarse hombres santos (“jeques”) que permanecían allí largos días sin comer y daban consejo a
todo el que se lo pedía.
La información anterior nos confirmó dos cosas importantes, y en cierta
manera contradictorias: el sentido original de las pinturas se había perdido
por la influencia histórica islámica, pero el sitio seguía conservando parte
de su poder simbólico y por ello era posible que su significado prehistórico
no hubiera desaparecido completamente. Haciendo caso a los informantes
locales, hicimos un rastreo bibliográfico en dos ámbitos distintos, los datos
etnográficos sobre el uso del arte esquemático en relación con la lluvia en
África Oriental y los rituales prehistóricos adaptados al Islam en todo el norte
del continente.
Aunque hay algunos datos aislados sobre la relación entre arte rupestre
y lluvia en otras regiones africanas, incluidas las islas Canarias (Fernández,
2007), es en África Oriental donde existen informaciones más seguras (figura
3). Así, tenemos que en toda la zona de Kasama en Zambia el arte esquemático muestra formas claramente relacionadas con el tiempo atmosférico que la
población local relaciona con antiguos ritos de lluvia (Smith, 1997), mientras
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Figura 3. Figuras esquemáticas de lugares de África Oriental donde se practican
todavía ritos de propiciación de la lluvia (diferentes escalas): 1-4. Nyero, Uganda
(Sassoon, 1971); 5-6. Bahi, Tanzania (Culwick, 1931); 7-11. Kasama, Zambia (Smith,
1997); 12-14. Katolova, Zambia (Phillipson, 1972); 15-20. Menge, Etiopía (Fernández y
Fraguas, 2007; Fernández, 2011).
que varios sitios con arte alrededor del lago Victoria en Uganda todavía se
frecuentaban hace poco para ese tipo de peticiones y otros rituales de fertilidad, confirmados por supuestos milagros y luces nocturnas (Chaplin, 1974),
y lo mismo ocurría en la zona de Bahi en Tanzania (Culwick, 1931) (ver un
resumen en Odak, 1992).
Por otro lado, tenemos que en todo el norte de África hay abundante información sobre cómo el Islam se apropió de rituales prehistóricos mediante
complejos procesos de hibridación entre ambos universos ideológicos. En la
obra clásica de Westermarck (1933) se recogen ejemplos de ritos de agua, del
valor mágico de las montañas y rocas, del culto de santos en yacimientos prehistóricos, de la aparición de luces nocturnas, etc. En todo el orbe islámico las
rocas y cuevas fueron lugares elegidos a menudo por ermitaños que se retiraban allí a orar, santificando el sitio que a partir de entonces adquiría valores
mágicos y solía ser también escenario de rituales sufíes (Trimingham, 1971).
Lo anterior muestra cómo el significado del arte esquemático de Menge fue
perfectamente adaptado, hasta adquirir un aspecto casi “clásico” del norte de
África, durante la islamización de Benishangul en la segunda mitad del siglo
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Arqueología y patrimonio en un mundo postoccidental
xix. Es interesante que el viajero holandés Juan María Schuver, que recorrió
Benishangul en 1881, se fijara en que una de las primeras actividades de los
hombres religiosos que iban llegando poco a poco desde Sudán era prescribir
textos mágicos del Corán con fines curativos, escritos en trozos de papel o calabaza, lo que tal vez explicaría el rápido cambio de significado de los signos
prehistóricos y su conversión en partes del libro sagrado de los musulmanes
(James et al., 1996: 33).
En su renombrado estudio sobre las fronteras africanas, Igor Kopytoff
señala cómo los límites de las distintas etnias han ido cambiando históricamente, casi siempre porque grupos más expansivos penetraban en los territorios de otros grupos, creando unas nuevas fronteras al ir desplazando la
original. Un mecanismo muy utilizado para conseguir la aceptación de los
antiguos ocupantes era identificarse o asociarse con sus puestos de mayor
fuerza simbólica, dominando los rituales originales y en ocasiones cambiándoles el sentido (Kopytoff, 1987: 55-56). La zona de Benishangul es una de las
más ricas étnicamente de toda África, y parece haberse registrado un “proceso de larga duración”, quizás desde la Prehistoria como sugieren nuestras
excavaciones en el Nilo Azul sudanés y en Benishangul, consistente en que
sucesivos grupos de lenguas nilo-saharianas que buscaban refugio fueron
subiendo al escarpe fronterizo etíope. Cuando los Berta empezaron a llegar
desde Sudán hace unos tres siglos, debieron de empezar la apropiación de
los rituales anteriores de los Koman y Gumuz, que completaron con su total
islamización poco después.
EL MUSEO REGIONAL DE ASSOSA (BENISHANGUL)
Si el ejemplo anterior hacía referencia a cómo nuestras interpretaciones teóricas pueden verse afectadas por las opiniones locales, este muestra un ejemplo de contacto más intenso, como es la exposición de la historia y cultura
locales llevada a cabo por investigadores que, aunque dotados de la “mejor
intención”, proceden de un país y de una formación intelectual completamente diferente (González-Ruibal y Fernández, 2007).
En 2005 y 2007 el equipo arqueológico que había realizado la prospección de Benishangul obtuvo dos pequeñas ayudas económicas del fondo para
proyectos de cooperación de la Universidad Complutense (Vicerrectorado de
Relaciones Institucionales y Cooperación) para instalar un museo en Assosa,
la capital del estado regional. El gobierno del estado tenía previsto construir
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Figura 4. Hall central del museo de Assosa (Benishangul-Gumuz), diciembre 2009.
un edificio nuevo para ese mismo fin, pero ante la falta de medios decidió dedicar el amplio hall del edificio de Cultura y Turismo para exponer los objetos;
éstos habían sido recopilados en su mayor parte antes de nuestra llegada, por
varios funcionarios que habían recorrido pueblos de la región adquiriendo
material etnográfico; de nuestras excavaciones vinieron los pocos objetos arqueológicos (útiles líticos tallados, fragmentos de cerámicas prehistóricas)
que se pudieron exponer, y la familia del antiguo “sultán” de Benishangul, el
jeque Khojele al-Hassan, fallecido en 1938, suministró diverso material considerado “histórico” de la región (ropas y armas del jeque y sus descendientes,
emblemas, fotos antiguas, fotocopias de cartas de los emperadores de Etiopía
dirigidas a la familia, etc.) (figura 4).
El edificio del museo contaba también con una biblioteca, que justo antes
de nuestra llegada había recibido la donación de varios miles de libros procedentes de expurgos de bibliotecas de Estados Unidos a través de la embajada
norteamericana en Addis Abeba. Aunque una mayoría de los libros podrían
ser de alguna utilidad en Assosa (volúmenes sobre ciencia, economía, historia, enciclopedias, novelas, libros infantiles, etc.), otros estaban totalmente
descolocados allí, como muchos libros sobre recetas de cocina, tiempo libre
(cultivo de jardines, reparación de motores fuera de borda…) o los repetidos
ejemplares sobre comportamiento de etiqueta (Book of etiquette) que con
asombro vimos que habían sido envidados a ese rincón fronterizo de África.
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Según pudimos comprobar en el registro de préstamos que funcionó durante
unos años durante nuestra intervención, la media de libros prestados era de
unos tres por semana, normalmente a maestros y funcionarios del gobierno
local, que en un porcentaje alto de casos no devolvían los volúmenes al centro
(por esa razón se decidió luego instalar una sala de lectura aneja). Nuestra
labor en la biblioteca consistió en ordenar los libros por temas y retirar los
repetidos para destinarlos a un lugar diferente, así como comenzar un inventario informático con el programa Access en uno de los ordenadores del
centro. Para el museo instalamos dos ordenadores nuevos, con un inventario
completo de objetos realizado con el programa File Maker.
Como es bien sabido, la construcción de las naciones modernas en los
últimos dos siglos se ha apoyado de forma consistente en el patrimonio histórico y cultural de las mismas. En Etiopía esto se ha desarrollado también con
el rico patrimonio del norte del país, desde los palacios y tumbas del reino
de Axum que dominó una gran parte del Mar Rojo poco antes y después del
comienzo de la era cristiana, hasta las iglesias rupestres medievales de Lalibela y los palacios reales de los siglos xvii y xviii en Gondar, monumentos
todos ellos declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Ahora
bien, una gran parte del país no se siente representada por ese patrimonio y
así tenemos que la gran etnia Oromo, conquistada por el rey Menelik a finales del siglo xix y que ocupa casi la mitad meridional de Etiopía, lo rechaza y
ha construido sus propios museos, como el que pudimos visitar en la capital
de la región de Wollega al oeste de Benishangul, Nekemte, realizado con un
cierto peso propagandístico de las glorias de los Oromo durante su historia
(aunque fue construido en la época del Derg, gobierno comunista entre 1974
y 1991, con un fuerte componente centralista). Es curioso que donde más visible sea la exposición del pasado Oromo sea en las pinturas murales de los
bares del estado regional de Oromía, que además de anunciar el establecimiento o las bebidas que se pueden consumir representan antiguos caudillos
de la etnia, con el característico apéndice sobre la cabeza en forma de pene,
símbolo de la fuerza del guerrero (figura 5).
En el nuevo sistema político instaurado en Etiopía con la constitución de
1994, toda etnia tiene asegurado el derecho a la representación política, y las
más importantes constituyen estados autónomos propios (Amhara, Tigray,
Oromo, Afar, Somali) mientras las más pequeñas lo tienen compartido con
otras también poco importantes numéricamente. Este proceso ha traído la
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aparición, en palabras del historiador italiano Alessandro Triulzi, de “memorias reprimidas” que por primera vez se atreven a cuestionar el “archivo
centralizado de la memoria” (Triulzi, 2001).
Las etnias autóctonas de Benishangul-Gumuz son cinco: Berta, Gumuz,
Shinasha, Mao y Komo-Kwama (las dos últimas se suelen agrupar en tanto
que sus denominaciones son equívocas y en realidad se trata de más grupos,
todos ellos muy pequeños). Berta y Gumuz son mayoritarias, al sur y norte
del Nilo Azul respectivamente, y los conflictos entre ambas para dominar la
región constituyen el tema fundamental de la historia regional en los últimos
años (Young, 1999). El museo está situado en la capital regional, que es a su
vez centro de la región Berta, por lo que la mayoría de los objetos representados eran de esa etnia, no tanto por un interés particular sino únicamente por
la mayor facilidad de su adquisición.
En lo que sí estaban de acuerdo tanto Berta como Gumuz era en una
exposición etnográfica organizada por etnias. Así estaban clasificados los
objetos recogidos en el almacén cuando llegamos por primera vez al edificio de Cultura, aunque enseguida advertimos de que existían errores, que
los funcionarios (casi todos de fuera de la región) ignoraban el origen de
Figura 5. Dibujo de antiguo caudillo Oromo en un bar de Ghimbi (Wollega, Oromía), febrero 2002.
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muchos artefactos y las mezclas eran constantes. Pocos años antes se había inaugurado en Addis Abeba un nuevo museo etnográfico en el antiguo
palacio de Haile Selassie hoy sede de la Universidad de la ciudad (con la
asistencia técnica del Museo de Artes Populares de Sevilla y financiación
de la UNESCO), organizado únicamente por temas (niñez, ritos de paso,
cerámicas, el mundo funerario, etc.). Cuando preguntamos a los directores del centro sobre la cuestión, que entonces eran un Berta y un Shinasha
(hoy son un Shinasha y un Kwama), nos llevamos una respuesta inesperada:
se trataba de una “cuestión técnica” que nos correspondía resolver a nosotros. Consiguientemente, elegimos una distribución que nos pareció más
moderna y didáctica, con vitrinas dedicadas a la alimentación, bebida, arte,
minería, etc. en las que aparecían mezclados objetos de las diferentes etnias
(figura 6). Finalmente dedicamos una vitrina al género, con objetos específicos portados por hombres y mujeres de varias etnias. Asimismo colocamos
algunas cerámicas de la etnia Amhara, la más importante históricamente de
Etiopía pero que en Benishangul-Gumuz constituye una minoría de recién
Figura 6. Vitrina dedicada a la música en la instalación del museo de Assosa, con
trompetas y flautas Berta junto a un tambor, flautas y cascabeles Gumuz (diciembre
2009).
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llegados muy pobres, reasentados a la fuerza por el gobierno del Derg y que
no cuentan con representación política en el parlamento ni en el gobierno
regional (Wolde-Selassie, 2004).
Aunque en ningún momento fuimos advertidos al respecto, sabíamos
que los musulmanes Berta y algunos Gumuz no se sienten muy identificados
con algunos aspectos “paganos” de su cultura tradicional, incluido algo tan
corriente en toda la región como es el consumo de cerveza. Las cerámicas
que se han elegido como símbolos de las dos regiones a ambos lados de la
frontera, en una especie de escudo que representa las relaciones entre ellas,
son la típica jarra de agua sudanesa copiada por los Berta (al-brik) y la usada
en toda Etiopía para elaborar el café (giovana). Pero las grandes jarras donde
se fermenta la cerveza en los poblados gumuz y kwama, e incluso en algunos
Berta alejados de la zona central y fronteriza y por ello menos islamizados (jarras que por cierto recuerdan a las que se usaban en la antigua Nubia y Sudán
Central con el mismo fin desde hace milenios), así como los filtros de bambú
y las calabazas también usadas en la preparación de la bebida alcohólica, no
podían dejar de exhibirse, como así resultó finalmente sin ningún problema
del que fuéramos conscientes.
Más importante podía ser un problema de corte político al que ya hemos
hecho mención: la presencia central en la parte histórica del museo de la persona del jeque Khojele al Hassan (figura 7). Este personaje fue central a finales
del siglo xix, cuando llegó a controlar gran parte de Benishangul de forma
independiente, luchando contra Menelik ii de Etiopía y llegando a ofrecer la
región a los ingleses que entonces colonizaban el inmediato Sudán. Una vez
conquistada toda la zona por Etiopía, Khojele pasó una temporada en la cárcel, pero poco después volvió a mandar en Benishangul en representación del
gobierno de Addis Abeba, manteniendo buenas relaciones con el regente y
luego emperador Haile Selassie. Pero esas relaciones se basaban en los tributos anuales que Khojele pagaba en oro (el famoso oro de Benishangul, conocido desde la antigüedad) y esclavos. La caza de esclavos ya era practicada por
Khojele desde antes de la incorporación a Etiopía, efectuada sobre otras etnias
“paganas” (como los Uduk de la parte sudanesa, para los que el nombre que le
daban, kujul, y el del diablo eran la misma cosa; cf. James, 2007), pero también
con los Berta más alejados y todavía no islamizados. Con su gran riqueza personal, Khojele se construyó un palacio en Addis Abeba, que todavía hoy es uno
de los monumentos más antiguos y originales de la capital de Etiopía.
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Figura 7. La única foto conservada del jeque Khojele al Hassan, caudillo y sultán de
Benishangul fallecido en 1938.
En los meses que pasamos trabajando en la instalación del museo, llegó hasta nosotros la noticia de que algunas familias Berta prominentes no
estaban de acuerdo con que el museo fuera “el museo de Khojele”, dado su
carácter de traficante de esclavos, etc. Pronto supimos que la razón de esta
oposición provenía de las rivalidades internas entre grupos de poder Berta,
que junto con las que les oponían a todos ellos frente a la etnia Gumuz llevaron al gobierno central a cambiar completamente en 2009 el gobierno de
Assosa (cuya autonomía es evidentemente solo nominal). Todas esas familias
formaban la casta conocida como watawit (cuya traducción más habitual es
la de “vampiros”), descendientes mezclados de mercaderes sudaneses (yallaba) llegados a lo largo del siglo xix y que se casaron con las hijas de los jefes
Berta e impusieron el Islam y su propia jerarquía en la región.
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Nuestra posición en medio de esas fuerzas internas no era nada cómoda.
Pero si seguimos su línea hacia arriba o hacia abajo, vemos cómo la cadena de
la dominación no parece terminar nunca. En la parte más baja están los MaoKomo, luego siguen los Gumuz, encima han estado a veces los Berta, más
arriba los Amhara y sobre todos ellos el poder central de Addis Abeba, representado durante una gran parte del siglo xx por el negus Haile Selassie. Ahora
bien, tenemos que este último, con su oposición a la colonización italiana en
los años 1930, su famoso discurso en la Sociedad de Naciones defendiendo la
independencia de las colonias, etc. se convirtió entonces, y su recuerdo aún
mantiene en parte el prestigio, en un símbolo de la liberación de los países del
Tercer Mundo (e incluso en un semi-dios para los seguidores de la “religión”
rastafariana), cuando en su país no fue otra cosa que un sátrapa feudal que
parecía salido de la Edad Media europea. ¿Por cuál de ellos tomar partido?
Por otro lado, a lo largo de la época colonial, se ha podido observar cómo los
colonizadores europeos simulaban muchas veces defender a los más bajos en
la escala social y étnica (bosquimanos en Suráfrica, Bubis en Guinea Ecuatorial,
Oromos y fronterizos en Etiopía, etc.) frente a otros más poderosos, en una maniobra hipócrita que buscaba debilitar la fuerza, mucho mayor y por tanto más
peligrosa para los colonos, de los segundos. En tanto que europeos, no estamos
en una posición fácil en absoluto para criticar las relaciones de poder internas
de los países africanos. En una recopilación reciente de ensayos sobre nuevos
museos africanos vemos cómo nuestro problema dista mucho de ser único para
estas instituciones en el continente (Ahonon, 2000; Sheriff, 2000; Sylla, 2000).
En nuestro caso teníamos claro que solo poseíamos materiales históricos de la familia Khojele, y una vez olvidado el espinoso tema del esclavismo
(abolido en Etiopía a comienzo de la década de 1940), vimos que el jeque
constituye todavía un motivo de orgullo e identificación nacional para muchos habitantes de Benishangul-Gumuz, al menos para los que conocen un
poco de su historia. De hecho, en los años que el museo lleva abierto, según
he podido comprobar en los cortos viajes que he realizado a Assosa para seguir su curso, el centro constituye de forma creciente un motivo de dignidad
y autoestima para los habitantes de la capital, y sobre todo para los funcionarios del gobierno local, que lo muestran a casi todos los representantes del
gobierno central y de otros estados regionales que visitan la zona y se quedan
asombrados de su misma existencia, cuando en lugares de mucha más importancia aún no existe ningún centro similar.
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CONCLUSIÓN
¿ES POSIBLE UN DISCURSO POSCOLONIAL DESDE OCCIDENTE?
Es evidente que los dos ejemplos anteriores representan un esfuerzo por modificar, al menos en parte, un tipo de actividad arqueológica habitual en un
país emergente, cuya particularidad más importante al respecto es que fue
colonizado en su momento (sólo durante unos pocos años por Italia, pero
la huella dejada en el país aún perdura). Influidos por la teoría poscolonial,
hemos tratado de “dar la voz a los subalternos”… ahora bien, ¿lo hemos conseguido? ¿Fue el esfuerzo suficiente?
En el caso de los Berta y el arte rupestre, se nos presentaba claro el conflicto producido entre una explicación supuestamente racional y científica
(“universal”) y otra “local” de los propios Berta. Como arqueólogos occidentales, no podíamos evitar escoger la primera (nos era imposible aceptar que
los signos esquemáticos fueran el Corán), pero al mismo tiempo nos dolía
rechazar otra interpretación, realizada desde una posición vital mucho más
próxima al arte que la nuestra, y por eso cambiamos nuestra idea original
para adaptarla al menos en parte y hacerla más congruente con los datos suministrados por los ancianos del pueblo.
En el caso del Museo de Assosa, aunque pudimos llevar a cabo su instalación sin ningún tipo de presión o interferencia, nos mantuvimos atentos a
las ideas locales al respecto, dispuestos a cambiar lo necesario para adaptar
nuestras ideas museísticas preconcebidas a sus propios conceptos. Ambas
contraposiciones son en gran medida una prolongación de las que los antropólogos llevan encarando desde hace algún tiempo (entre “etic” y “emic”) y
que han llevado a la actual antropología “reflexiva” o “posmoderna”. En una
línea más teórica, ambas experiencias me llevaron a plantearme una pregunta realmente complicada: ¿es posible incorporar categorías locales, premodernas, a nuestros discursos “objetivos” sobre el pasado?
La pregunta anterior enlaza con la del famoso artículo de G. Spivak citado al comienzo del artículo, cuya respuesta ya sabemos que es negativa.
Esa negación se produce una y otra vez, y tenemos un último ejemplo en un
texto de nuestro colaborador Alfredo González-Ruibal (quien contribuyó al
descubrimiento de las pinturas de Menge, realizando incluso la copia de las
mismas, además de trabajar en la instalación del museo) (González-Ruibal,
en prensa). En él se afirma que con independencia de todos nuestros esfuerzos, el resultado será siempre “ciencia al estilo occidental, por mucho
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que intentemos hibridizarla con las creencias y sistemas de conocimientos
vernáculos”. Como mucho, nuestros intentos de hablar por ellos no pasarán
de ser una “imitación o mimesis”, ya que, como decía Spivak, los subalternos
“no tienen un lugar desde el que hablar”, y “no hay más discurso que el occidental”.
Encarando una salida lógica del impasse, González-Ruibal se remite a la
obra del filósofo francés Jacques Rancière (1992): el subalterno tiene un “exceso” de discurso, que finalmente lo convierte en mudo y ciego. Esa abundancia proviene precisamente de la profusión de mensajes occidentales entre los
que vive, y por ello a lo más que puede aspirar es a un discurso prestado, lleno
de imitaciones y tópicos. Las “arqueologías indígenas” adolecen también de
ese tipo de “no discurso”. Para quienes hemos trabajado en antiguos países
colonizados, no es posible sino asentir con pesar a lo anterior, recordando
nuestra propia decepción ante la pobreza y escasa originalidad de las ideas
que nos transmitían los locales, imitaciones de las nuestras en las personas
con más formación, y lejanas e incomprensibles, o simplemente inexistentes,
en los demás.
La alternativa sería poner el pragma antes del logos, las cosas antes de las
palabras, dejar que las cosas hablen por sí mismas; es decir, una aproximación fenomenológica. Para González-Ruibal, esa experiencia se produce en
arqueología cuando se visitan sitios especiales, como una cueva por él descubierta (Zeret, al NE de Addis Abeba) donde los soldados italianos masacraron
a una multitud de resistentes etíopes y que fue respetada por la población
local hasta hoy mismo, dejando las cosas y los esqueletos en su posición original (González-Ruibal et al., 2011). Personalmente, yo recuerdo emociones
parecidas al entrar en alguna ciudad abandonada del desierto, como Kasr alBarka en Mauritania donde estuve en 2008, o cuando visité el recién abierto
Museo de Oriente en Lisboa, con los objetos iluminados dentro de las vitrinas
en medio de la total oscuridad de las salas, sin apenas información escrita
sino sólo la sensación de las cosas aparecidas como por encanto…
No obstante, mantener ambos mundos (discurso y no discurso) completamente separados intelectualmente no parece la única opción válida, aunque
solo fuera por su desesperanza. También por recordar que, como decía el filósofo Richard Rorty, “las cosas no hablan, solo nosotros lo hacemos” (Rorty,
1991). Los dos casos presentados en este trabajo muestran que de la escucha de
los subalternos, o mejor, de la espera ante su silencio, nuestras propias ideas
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salen modificadas. La novelista danesa Karen Blixen narraba, en la continuación de sus memorias africanas titulada Sombras en la hierba, como se pasó
años esperando, a su vuelta a Dinamarca, que sus antiguos amigos keniatas
contestaran a las cartas que ella enviaba una y otra vez pidiendo noticias.
Cuando, de tarde en tarde, llegaba alguna, a ella le recordaba su experiencia
de cazadora en la sabana, al aparecer sigilosamente los primeros animales que
se acercaban a beber en las charcas al amanecer… Lo que nosotros hemos oído
de las voces de los otros, por poco que fuera, ha enriquecido nuestra forma de
ver el pasado, al acercarnos un poco más a la historia y los intereses locales, y
nos apunta hacia un camino de futuro trabajo común y más esclarecedor.
AGRADECIMIENTOS
La investigación de Benishangul fue financiada por las ayudas a proyectos arqueológicos en el exterior de la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales del
Ministerio de Cultura, y la instalación del Museo de Assosa por las ayudas a la cooperación al desarrollo del Vicerrectorado de Relaciones Institucionales y Cooperación
al Desarrollo de la Universidad Complutense de Madrid. En el trabajo de campo y
museístico colaboraron Alfredo González Ruibal, Alfonso Fraguas, Álvaro Fanquina,
Xurxo Ayán, Salomé Zurinaga, Cristina Charro, Carmen Ortiz y Beatriz del Mazo.
BIBLIOGRAFÍA
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2
PRESENCIA SOCIAL DE LA ARQUEOLOGÍA
Y PERCEPCIÓN PÚBLICA DEL PASADO
Gonzalo Ruiz Zapatero
A la memoria de mi hermana María del Carmen (Lula)
por toda la luz, bondad y ejemplo que nos dio siempre.
En un episodio de 1997 de la famosa serie Los Simpson el director Skinner
anuncia por megafonía que todos los buenos estudiantes serán premiados
con una visita a una excavación arqueológica. Se oyen voces de entusiasmo.
Pero también, continúa la alocución, todos los malos estudiantes serán castigados con una visita a una excavación arqueológica. Se oyen gritos de desaprobación. Si la arqueología ha llegado a Los Simpson es, sin duda, porque
se trata de un tema de amplio reconocimiento social. De alguna manera los
Simpson hacen existir realmente a la arqueología en el mundo actual. Algo
parecido difícilmente hubiera podido suceder en series de dibujos animados
de veinte o treinta años atrás. En gran medida, la presencia de la arqueología
en los medios de comunicación de masas es lo que otorga relevancia social al
estudio material del pasado. El fenómeno Stonehenge en el Reino Unido y el
fenómeno Atapuerca en España constituyen dos buenos ejemplos de cómo,
en la actualidad, grandes proyectos y equipos están convencidos de que la
comunicación efectiva con el público tiene que hacerse a través de una amplia
batería de medios (exposiciones, prensa, videos, libros, TV, etc.), argumentando que son esenciales para divulgar los resultados de la arqueología.
La arqueología ha construido en las últimas décadas puentes cada vez más
sólidos con las sociedades en las que actúa (Copeland, 2004; Darwill, 2006;
Eriksson, 2011 y Sabloff, 2009) y, especialmente, con el tema de la comunicación a audiencias lo más amplias posibles (Laneri, 2002; Lerner, 2010; Holtorf,
2007b y Pokotylo, 2007). Probablemente, en buena medida, por la conciencia
de que trabaja mayoritariamente con financiación pública y en la actualidad,
con la crisis económica iniciada en 2008 (Schlanger y Aitchison, 2010), parece
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
sentirse una presión añadida para justificar lo que hace de cara a la sociedad
y destacar cuales son los beneficios que aporta (Little, 2002). Dentro de la
creciente concienciación de la importancia de la divulgación arqueológica se
está abriendo camino una idea nueva entre los arqueólogos: la necesidad de
conocer bien a los distintos públicos (McManamon, 1991; Prior, 1996). Y en
ese sentido, quizás somos nosotros los que desconocemos al público más que
el público a la arqueología (Hargreaves y Ferguson, 2000). No basta conocer
la disciplina y los mecanismos y formatos de divulgación y, más que quejarnos de que “la gente” no conoce la arqueología, deberíamos preocuparnos
por conocer las ideas, expectativas, preferencias y deseos de las diferentes
audiencias. No para satisfacer servilmente sus opiniones (Kristiansen, 2008)
sino para construir potentes mensajes arqueológicos que utilicen y se apoyen
en aquellas (McManamon, 2000). Y también debemos conocer los medios de
comunicación moderna porque los medios conocen bien el potencial de la
arqueología para la narración escrita y visual y son, en gran medida, los que
presentan y definen la arqueología para los diferentes públicos. De manera
que, como arqueólogos, haríamos bien en estar informados sobre la percepción pública de nuestra propia disciplina; y aún más deberíamos trabajar más
activamente para lograr una imagen más efectiva ante la sociedad (Bathurst,
2000-2001).
Por otra parte, el pasado arqueológico está en la vida cotidiana más presente
de lo que habitualmente pensamos y un ciudadano se puede encontrar con el
pasado a lo largo de un solo día de múltiples formas: en la arquitectura neoclásica de una entidad bancaria, en una cerveza de marca Celta, en una exposición
sobre Tesoros Sumergidos de Egipto, en las revistas del kiosco que dan cuenta
del último hallazgo fósil, en el anuncio de un periódico del Museo de la Evolución Humana de Burgos o en el de una entidad bancaria que nos anima a
evolucionar con un gráfico tradicional de la evolución humana, en una novela
prehistórica como la última de J. Auel, La tierra de las cuevas pintadas (2011), en
un videojuego que nos desafía a conquistar tierras para el Imperio Romano, en
un documental de arqueología sobre Ötzi, el Hombre del Hielo, en un restaurante que ofrece “cenas medievales” o, en fin, en un anuncio televisivo del Metro
de Madrid habitado por “cavernícolas” que buscan la estación Prehistoria (Ruiz
Zapatero, 2009a). Son pequeños trozos del pasado, muy anecdóticos ciertamente, pero que conforman el imaginario popular sobre el pasado de una forma importante y potente. Y sin duda con más impacto que la arqueología académica.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Pero el pasado es, ciertamente, un país extraño (Lowenthal, 1999), no visitable e inaprensible. La arqueología como conocimiento real del pasado es
imposible. Nada de lo que hemos hecho generaciones de arqueólogos en todo
el mundo y lo que hagan las próximas generaciones cambiará este hecho. No
podemos viajar al pasado y no podemos creer que vivimos el pasado como
lo vivieron las gentes del pasado (Hoffer, 2008: 179). Pero hacer arqueología, estudiar el pasado no es imposible. No podemos reconstruirlo pero sí
representarlo. Para ello tenemos que completar el puente desde el presente al
pasado. Como señala Hoffer, refiriéndose a la historia, esa es la clave. En una
de las últimas escenas de Indiana Jones y la Última Cruzada, Indi debe cruzar
un abismo para llegar a la cueva donde se guarda el Santo Grial. Para ello
tiene que tener fe, y esa fe exige que de un paso sobre el abismo (“el que tiene
fe cruzara”); lo hace y encuentra suelo firme, un puente invisible al otro lado
(figura 1). Lo que necesitamos para estudiar el pasado es fe en el puente construido con nuestros métodos y teorías. Evidentemente una fe que nada tiene
que ver con lo religioso sino con nuestra confianza en la manera de hacer
arqueología. Pero hacer arqueología nos enfrenta con la paradoja de una búsqueda de certezas en un mundo –el del pasado– incierto. Es una paradoja que
podemos superar con confianza en nuestras habilidades y el reconocimiento
de nuestras limitaciones (Hoffer, 2008: 181). Sólo entonces el puente entre el
presente y el pasado estará sujetado y pavimentado con seguridad, seguridad
en que podemos conocer parte del pasado, contrastar distintas visiones del
mismo, y total confianza en que dicha tarea merece la pena.
Figura 1. “Sólo el que tiene fe pasará”. Fotograma y cartel de la película Indiana Jones
y la última cruzada (S. Spielberg, 1989).
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
Ese puente arqueológico al pasado es el que tenemos la obligación de
presentar y animar a que lo crucen el mayor número de audiencias posible.
¿Hacemos realmente eso? ¿Es un puente con buenas señalizaciones de las direcciones a las que lleva? ¿Ayudamos a la gente a cruzar el puente? ¿Cómo ve
el puente la gente? A estas y otras cuestiones relacionadas trataré de ofrecer
respuesta en el presente trabajo. Para ello, en primer lugar, analizaré por un
lado, las relaciones entre arqueología y sociedad en las últimas décadas y, por
otro lado, los tipos de público. En segundo lugar, realizaré un breve repaso de
los principales medios a través de los cuales la arqueología se hace presente
en la sociedad contemporánea –exposiciones, museos y yacimientos arqueológicos, libros y revistas, publicidad, medios de comunicación, conferencias y
cursos, libros infantiles, novelas “arqueológicas” y cómics, películas, Internet
y videojuegos–, señalando solamente algunos datos significativos para comprender dicha presencia y su impacto. En tercer lugar, me ocuparé de examinar los pocos estudios realizados sobre la percepción que las audiencias
tienen de la arqueología actual y de destacar la gran importancia que tienen
estos estudios para dibujar los contornos de la percepción pública de la arqueología. Este será el punto al que dedicaré más atención, puesto que estoy
firmemente convencido de que conocer las percepciones de los distintos públicos es fundamental para la divulgación de la arqueología, lo que equivale
a decir fundamental para su futuro como disciplina académica. Y por último,
esbozaré algunas perspectivas de futuro en relación con la divulgación social
de la arqueología y con la percepción popular del pasado arqueológico. Apuntando algunas líneas y direcciones en las que, en mi opinión, debería moverse
la arqueología en los próximos años, sin que en ello exista la más mínima
intención, por mi parte, de prescribir nada.
ARQUEOLOGÍA Y SOCIEDAD. LOS PÚBLICOS DE LA ARQUEOLOGÍA
Los arqueólogos somos, de alguna manera, mediadores entre la gente del
pasado que estudiamos y la gente del presente y del futuro a la que destinamos los conocimientos históricos que producimos. De esa mediación se
deduce que deberíamos tener mucho interés, no solamente por la gente del
pasado sino también por la del presente. La realidad de los últimos 150 años
no ha sido así, hemos ignorado, en gran medida, a la sociedad porque nos
hemos empeñado mucho en dirigirnos a nuestros propios colegas casi en
exclusividad.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
El conocimiento de las audiencias, de los públicos, exige, en primer lugar,
admitir el error común de creer que existe lo que hemos llamado el “público
general”. No hay un público general sino que siempre tratamos con distintos públicos, que a su vez tienen diferentes capacidades, distintos intereses
y una gran diversidad de posibilidades de acceder al pasado. Una manera de
contemplar esa diversidad es el modelo que he propuesto de la imagen metafórica de una pirámide egipcia (figura 2), en la que se distribuyen diferentes
categorías de audiencias con diferentes capacidades de valoración del Patrimonio Histórico y Arqueológico (Ruiz Zapatero, 2005a). Aunque no pretendo,
en absoluto, reducir todos los posibles públicos a esas categorías es una forma
de aproximación plural y caleidoscópica a la realidad de la diversidad de públicos potenciales. El problema básico es que muchos arqueólogos creen que
se dirigen a otros colegas en lugar de a una plasticidad de audiencias, todas
ellas no-especialistas, y aunque ciertamente los especialistas son una parte
de los públicos de la arqueología son, sin duda, el público cuantitativamente
más reducido y, por otro lado, el menos necesitado de atracción a la vez que
Figura 2. Pirámide de públicos de la arquelogía (modificado de Ruiz Zapatero, 2005a).
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
el mejor informado. Por debajo de la cúspide de la pirámide los segmentos de
público van siendo más numerosos y también progresivamente a medida que
descendemos más difíciles de atraer y cuentan con menos conocimientos previos. Los estudiantes universitarios de historia y arqueología, los arqueólogos
aficionados y los coleccionistas (un sector muy respetable pero que puede ser
problemático) constituyen cuerpos de la parte alta de la pirámide arqueológica de públicos. Los titulados superiores y el profesorado y alumnado no-universitario son colectivos importantes, el último especialmente caracterizado
como una audiencia muy específica. En muchas ocasiones, sencillamente es
un público cautivo. La categoría de turistas debería incluir distintos tipos pero
genéricamente constituye, dividido en nacionales e internacionales, un target
muy conspicuo. En algunos países anglosajones los visitantes de ciertos sitios
como conjuntos megalíticos en Europa o kivas de los indios Pueblo del SO de
EE.UU. incluyen un porcentaje nada desdeñable de personas que acuden por
sus creencias en la New Age y otros movimientos espirituales esotéricos y los
arqueólogos empiezan a respetarlos y crear programas especiales dirigidos a
ellos. La base de la pirámide son los “grandes ignorados”, las poblaciones locales en las cercanías y entornos de monumentos y yacimientos arqueológicos,
que tradicionalmente nunca o apenas han sido tenidos en cuenta. Sin duda,
si consideramos la multitud de sitios arqueológicos dispersos, constituyen el
público mayoritario y de su consideración ha surgido desde hace algo más de
una década la llamada arqueología de comunidad (Marshall, 2002) que está teniendo un continuado y significativo crecimiento (Moshenska y Dhanjal, 2011;
Simpson y Williams, 2008), sobre todo en el Reino Unido y EE.UU. (Simpson,
2010). Básicamente la arqueología de comunidad intenta implicar, de forma
directa y con múltiples iniciativas, a las comunidades locales en la protección,
investigación y promoción de su patrimonio local (Malloy y Jeppson, 2009).
De alguna manera es una arqueología desde abajo (Faulkner, 2000).
Todavía en el subsuelo de la pirámide se sitúan unos públicos –en muchos
países más bien son no-públicos– que se encuentran virtualmente separados o
excluidos de la arqueología: por un lado, aquellos colectivos que nunca o casi
nunca han conocido la arqueología por diversas razones (por ejemplo invidentes y discapacitados infantiles), y por otro lado, colectivos marginados como
enfermos terminales o población reclusa. Pero ciertamente son también públicos y se han iniciado con ellos, en algunos países, programas y experiencias
muy valiosos.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
El reconocimiento de la pluralidad de públicos es absolutamente esencial para
una divulgación eficaz. Aunque es cierto que en ciencia es muy reciente la exploración de las “comprensiones científicas de los públicos” por parte de los científicos, contamos ya con algunas aportaciones verdaderamente deslumbrantes
(Nieto-Galan, 2011). Eso exige superar la fórmula dominante de la “comunicación
de una única dirección” y se tiende a buscar fórmulas más complejas que supongan la implicación de las audiencias a través de la diversidad, la flexibilidad y la
activación de distintos niveles divulgativos (Davies, 2008). En definitiva, como
bien dice Nieto-Galan (2011: 315), la divulgación científica no debe ser considerada
“como una actividad periférica o marginal respecto al conocimiento científico, no
como algo inferior, sino como una función más, plenamente integrada en todos
los niveles en la práctica científica cotidiana, ubicada en primera línea de la batalla
por la hegemonía, la autoridad y el poder”.
Considerar la diversidad de públicos, estudiar sus ideas, creencias y conocimientos, es considerar mejor la arqueología, es pensar en los destinatarios del conocimiento que producimos, es comprobar que las líneas que separan a expertos
de profanos son difusas y, en definitiva, es repensar el sentido de lo que supone
estudiar el pasado. Las distintas audiencias nos deben enriquecer con sus percepciones e inquietudes porque nos ayudan a conformar los cauces para hacer una
arqueología que interese, llegue y sea útil a todos los ciudadanos. Y sobre todo,
para divulgar el pasado debemos tener muy presente que todos los arqueólogos
podemos aprender mucho de todos nuestros públicos. Además, con esta nueva
actitud, podemos dignificar a todos los públicos de la arqueología sin distinciones
(Nieto-Galan, 2011: 317).
LA PRESENCIA DE LA ARQUEOLOGÍA EN LA
SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA
La arqueología, en versiones académicas, divulgativas, esotéricas y fantasiosas
llega a través de múltiples canales a muchas audiencias en las sociedades contemporáneas occidentales. Son auténticos fogonazos audiovisuales, visuales,
sonoros y textuales, de muy diferente valor, pero que alcanzan a mucha gente.
Aquí sólo pretendo comentar muy por encima algunos de los medios por los que
la arqueología configura el imaginario popular y colectivo en el mundo actual.
Las exposiciones, sobre todo las de gran efecto y publicidad, en museos,
centros e instituciones culturales tienen un gran impacto. Exposiciones muy
académicas y de temas relativamente especializados logran cifras de algunos
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
cientos de miles de visitantes pero las de “temas-gancho” como las de Egiptología no sólo logran visitas astronómicas sino que llegan a cobrar por ver simples reproducciones y escuchar a “arqueólogos mediáticos”, como el caso reciente “Tutankhamon: la tumba y sus tesoros” (Comunidad de Madrid, 2010)
y la multitudinaria conferencia de Zahi Hawass en el Palacio de Exposiciones
de la capital de España. Se paga por ver una tumba de cartón piedra y unos
“tesoros” que simplemente son unas buenas reproducciones y por escuchar la
conferencia, es una especie de arqueología espectáculo. Resulta de buen tono
decir que se ha ido a exposiciones aunque no se vean auténticas piezas arqueológicas. Son exposiciones con una clara finalidad mercantil, más que cultural.
Como alguna exposición anterior, también en Madrid, sobre los guerreros de
Xi´an (Fundación Canal de Isabel II, 2004) que presentaba diez de las célebres
esculturas chinas completamente divorciadas de su contexto arqueológico y
cultural. Con buenas operaciones de marketing se pueden conseguir importantes éxitos de público. En nuestro país los museos arqueológicos más prestigiosos ofrecen buenas exposiciones, tanto traídas de fuera como producciones propias, pero a veces la impresión es que están excesivamente dirigidas a
públicos cultos y no se intenta –al menos no suficientemente– utilizar medios
atractivos para los públicos menos proclives a visitar exposiciones. Me refiero
a la posibilidad de recurrir a ideas heterodoxas, con larga tradición en otros
países europeos, como figuras bien conocidas popularmente del cine o de los
cómics. Y así Astérix y Obelix han sido la excusa para exposiciones sobre los
galos o los celtas en museos belgas, franceses, holandeses, suizos, etc… con
gran éxito, como también lo han sido los héroes prehistóricos de papel Rahan,
Tounga y Toumac en Francia (http://www.skene.be/RW/EXPO/ImagesPrehistoire). ¿Para cuándo la primera semejante en un museo español?
Aquí ha habido una larga espera para que Indiana Jones sirva de gancho a
una exposición, la del Museu d´Arqueologia de Catalunya en Barcelona (Orovio, 2011), celebrando los treinta años del estreno de la película En busca del
arca perdida de Spielberg que inauguró la famosa saga. El referente moderno
lúdico puede servir, con un poco de inteligencia y habilidad, para interesar a
la gente en el pasado histórico. El rigor y seriedad en temas arqueológicos no
debe estar reñido con la amenidad para presentarlos.
Los museos, yacimientos arqueológicos visitables o presentados al público
con centros de interpretación (Hernández, 2010; Timoney, 2009) constituyen
una de las formas más directas, eficaces e impactantes de divulgar el pasado
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
(Merriman, 1999; Masriera, 2007; Mansilla, 2004; Moser, 1998; Santacana y
Hernández, 2006; Wood y Cotton, 1999). Los problemas que arrastran muchos de los museos arqueológicos –presentaciones de objetos descontextualizados, mero atractivo visual con pocos mensajes claros y pobre museografía
(Lull, 2007: 364-66 y Ruiz Zapatero, 2009b: 27 ss.)–, hacen que las cifras de
visitantes en nuestro país no sean muy elevadas (figura 3) y, además, habría
que recordar que buena parte de su número de visitante es público cautivo
(por ejemplo los escolares llevados obligatoriamente). Con todo disponemos
de pocos estudios de visitantes de museos arqueológicos (Alcalde, 1995; García Blanco et al., 1999; Pérez Santos, 2000) y desde luego no contamos con
una radiografía detallada de sus visitantes. Por otro lado, no tenemos muchos
yacimientos bien presentados al público, aunque cuando la oferta es buena
consiguen atraer a decenas de miles de visitantes al año: Atapuerca, Numancia, Emérita y Tarraco, las cuevas con arte paleolítico de la región cantábrica y
muchos otros sitios arqueológicos (http://www.arqueoturismo.net/). Y ver y
“tocar” los restos arqueológicos in situ siempre constituye un estímulo atractivo para todos los públicos (Ruiz Zapatero, 1998). Las visitas guiadas cada
vez tienen más demanda así como cualquier actividad participativa. Un caso
Figura 3. El miedo a los museos arqueológicos (Viñeta de El Roto, modificada).
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
especial es la de las visitas a excavaciones en desarrollo, desde la bienvenida
rotunda de hace años (Binks et al., 1988) no ha habido mucho interés en
publicar experiencias y estrategias (Moshenska, 2009b) y en nuestro caso no
conozco ningún estudio ambicioso en esta dirección. Por otra parte, hay un
peligro continuo: debemos combatir la pura mercantilización de los sitios
arqueológicos (Rowan y Baram, 2004) y el mero consumismo patrimonial
(Ruiz Zapatero, 2009a).
Los libros de divulgación arqueológica ofrecen un panorama bastante
triste: pocos buenos realizados por profesionales y algunos más –no muchos
ciertamente– muy mediocres escritos por aficionados de muy distinta naturaleza. La visita a cualquier librería no deja lugar a dudas y la ausencia de best
sellers (salvo el caso del fenómeno Atapuerca) confirma la atonía de este tipo
de publicaciones. No existe ni una serie que merezca tal nombre dedicada a
la arqueología, ya que las pocas existentes (Ariel, Akal, Crítica y Síntesis) son
más bien universitarias.
Las revistas de divulgación histórica, presentes en muchos quioscos y puntos de prensa, incluyen eventualmente artículos de arqueología. A las pioneras Historia 16 e Historia y Vida han ido siguiendo otras como La Aventura de
la Historia, Clio, National Geographic Historia, Historia de Iberia Vieja, Muy
Historia, Memoria, BBC Historia y otras de ámbito autonómico como las catalanas Sàpiens y L´Avenç, la andaluza Andalucía en la Historia y la madrileña
Madrid Histórico. En conjunto estas revistas han realizado una verdadera “revolución silenciosa” (Casals y Casals, 2004) sobre todo si tenemos en cuenta
que, en conjunto, tiran más de 350.000 ejemplares y que pueden llegar a tener
más de un millón de lectores potenciales cada mes (Ruiz Zapatero, 2009b:
20). Presentan, en principio, un potencial alto para difundir cuestiones arqueológicas, aunque los trabajos de arqueología no son muy numerosos. A
esas revistas habría que sumar las pocas revistas estrictamente de arqueología
como Revista de Arqueología, bastante venida a menos, y que cuenta con un
estudio pionero (Mansilla, 2001) que amplia una experiencia americana (Gero
y Root, 1996), y Arqueo. Sólo muy recientemente estamos empezando a analizar sus contenidos y difusión real así como el valor de las revistas esotéricas
que publican pseudoarqueología (Domínguez-Solera, 2009). En estas revistas, con tiradas nada desdeñables, la fringe archaeology repite continuamente
una temática limitada: la Atlántida, extraterrestres, Egiptología, Arqueoastronomía, antiguas religiones, grafismos misteriosos y arte (Fagan, 2006).
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
La arqueología en libros infantiles y juveniles constituye un fenómeno
reciente en nuestro país, comparado con otros (Galanidou y Dommasnes,
2007). Al lado de una mayoría de traducciones de originales franceses y británicos se van publicando algunos títulos propios que configuran un apreciable
elenco de obras en editoriales comerciales (un balance reciente en Ruiz Zapatero, 2010b: 168-175). Por otra parte las propias instituciones arqueológicas
y los profesionales van ocupándose del tema; así el INRAP francés acaba de
editar La Arqueología a tu alcance (De Filippo y Garrigues, 2009) una excelente obra para niños que explica bien y desde una perspectiva profesional
la arqueología. Por su parte J. Clottes (2008), el gran especialista francés en
arte paleolítico, ha escrito un delicioso texto para explicar la Prehistoria a los
jóvenes aprovechando la experiencia con sus nietos, y en España J. L. Arsuaga
(2008) con Mi primer libro de Prehistoria acaba de publicar algo parecido, que
se suma a algún libro anterior como Entre homínidos y elefantes. Un paseo
por la remota Edad de Piedra (Querol y Castillo, 2003).
El pasado arqueológico en ficción literaria cuenta con una buena tradición en Francia (Zamaron, 2007), el Reino Unido (http://www.trussel.com/f_
prehis.htm) y EE.UU. (Gressens, 2005). Una pequeña parte se ha traducido
al castellano, especialmente la referida a la Prehistoria (Fernández Martínez,
1991) y a la arqueología clásica: magníficos los ensayos de R. Olmos sobre
diversos contextos de la Antigüedad publicados a principios de los años 1990
en Revista de Arqueología.
Los cómics merecen una atención especial, por la gran capacidad de atracción para niños y jóvenes –también para adultos–, cuentan con una creciente
importancia en Prehistoria y Arqueología (Gallay, 2002; Ruiz Zapatero, 1997
y 2005b) y ofrecen muchas posibilidades didácticas. Los propios arqueólogos
empiezan a interesarse seriamente e incluso se ha publicado un manual de
introducción a la arqueología ¡todo en viñetas! (Loubser, 2003). Y ahora que
se estrena la película de Spielberg sobre las aventuras de Tintin resulta oportuno reseñar el curioso e interesante libro Hergé archéologue (Crubézy y Senégas, 2011) que explora el trasfondo arqueológico real detrás de las historias
del famoso reportero. Entre nosotros se ha iniciado la producción de historietas ambientadas en la Prehistoria como Explorador en la Sierra de Atapuerca
(Fundación Atapuerca, 2004) inspirado en los hallazgos de Homo antecessor
en Atapuerca y El Poble de l´Estany (Ayuntamiento de Banyoles, 2006), una
interesante aventura ambientada en el Neolítico de Cataluña.
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
La arqueología en la publicidad comercial ha ido creciendo a lo largo del
tiempo (Schnitzler y Schnitzler, 2006). La publicidad aprovecha las ideas populares ligadas al pasado para vender los productos que propone. En mayor
o menor medida es algo que se ha hecho desde la propia configuración de la
Prehistoria y la Arqueología como disciplinas, aunque en las últimas décadas es cuando ha experimentado un crecimiento mayor. Los iconos arqueológicos –sean megalitos, celtas, personajes del Egipto faraónico, esculturas
griegas o romanas, templos, armas o la iconografía de la evolución humana–
ayudan a reforzar conceptos como belleza, elegancia, antigüedad, fortaleza,
originalidad o clasicismo aplicados a los productos comerciales que se publicitan. Nos falta en España un estudio pionero de esta clase que revelaría
aspectos muy sutiles de la percepción popular de la arqueología, pero puede
verse algo interesante en algún blog (http://www.historiayarqueologia.com/
profile/JaimeAlmansaSanchez).
Conferencias y cursos dirigidos a la divulgación arqueológica son algunos
de los medios más tradicionales, sobre todo las conferencias, quizás llegando
a un público reducido pero de forma eficaz. Lamentablemente el género de
la conferencia está en franca decadencia y resulta cada vez más difícil conseguir audiencias de cierta importancia, además los centros académicos suelen
ofrecer un cierto rechazo a varios públicos (figura 4). Alternativas populares,
llevando a la gente paseando por los propios restos arqueológicos, impartiendo charlas en plazas de pueblos con grandes pantallas al atardecer, o las
universidades de mayores o de la experiencia pueden ser fórmulas interesantes que no hagan perder el poder de la palabra, de la comunicación verbal
directa, que siempre será un valor. Las nuevas tecnologías de la información
no deben anular la fuerza del discurso hablado; desgraciadamente a veces el
medio es todo o casi todo y adquieren todo sentido las palabras de un sabio
jefe de bedeles en una vieja universidad cuando le preguntaba al conferenciante invitado: “¿le enchufo el power-point o va Vd. a decir algo interesante?”.
Un mundo complejo y emergente lo constituyen los video-juegos que incluyen marcos temáticos del pasado, real o ucrónico, y que por su carácter
fundamentalmente lúdico se excluyen de cualquier intento formativo o didáctico aunque en la práctica transmitan visiones y falsos-conocimientos que
pasan a formar parte del imaginario del pasado (Watrall, 2002). Aunque yo
también creo que la mezcla de realidad y fantasía en los juegos de rol no es
del todo rechazable (Sevillano y Soto, 2011).
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Figura 4. La conferencia de arqueología (Viñetas de la Familia Ulises
de Benejam, en TBO, años 1960).
La arqueología en la prensa, la radio, el cine y la televisión la he analizado
en otros lugares (Ruiz Zapatero, 1996, 2007 y 2009b: 19-22; Ruiz Zapatero y
Mansilla, 1999) y cuenta con cierta cobertura en las principales tradiciones
arqueológicas, especialmente la televisión y el cine (Clack y Britain, 2007;
Hutira, 2010; Kulik, 2006; Paynton, 2002; Schmidt, 2002; Van Dyke, 2006).
Tampoco falta el interés hacia la fringe archaeology con estudios interesantes
(Fagan, 2006 y Lovata, 2007), o sobre la imagen que proyectan los medios de
la figura del arqueólogo (Holtorf, 2007c). La arqueología en televisión tiene,
en nuestro país, un paupérrimo desarrollo, en el que apenas cabe citar la serie de TVE Memoria de España (2004-2005) con una lamentable puesta en
escena en los capítulos de Prehistoria y Antigüedad, el programa catalán Sota
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
Terra de TV3 (2010) (http://www.tv3.cat/sotaterra), una versión del famoso
Time Team británico con mejores intenciones que resultados, y la serie Hispania de Antena 3 (2010) (http://www.antena3.com/series/hispania/) que, a
pesar de su mala ambientación arqueológica, ha tenido bastante éxito con
las aventuras de Viriato –más de 4,6 millones de seguidores como media– y
ha iniciado su segunda temporada. Y sólo hemos empezado a chequear la arqueología en la prensa (Almansa y del Mazo, en prensa; Meneses Fernández,
2004), que como han demostrado otros estudios nos debería interesar más
por la imagen social que proyecta de la disciplina (Khun, 2002).
Finalmente, Internet es un nuevo mundo que acoge todo tipo de información y consecuentemente la arqueología crece continuamente con contenidos maravillosos al lado de otros deplorables: la Red es posible de lo mejor
y de lo peor. Mucha arqueología está ya en Internet, mucha más lo estará en
muy poco tiempo y cada vez más los distintos públicos acudirán a buscar
información en la Red. Internet es ya la gran fuente de conocimiento arqueológico popular y cabe preguntarse si no se convertirá en un nuevo registro
arqueológico. En muchos aspectos ha desplazado ya, como veremos más
adelante en las encuestas, a otros medios tradicionales y es, junto al cine, el
medio más demandado en las sociedades avanzadas del siglo xxi.
LOS ESTUDIOS DE PERCEPCIÓN POPULAR DE LA ARQUEOLOGÍA
El estudio de las percepciones que los distintos públicos tienen de la arqueología no ha formado parte, tradicionalmente, de las agendas investigadoras
de los arqueólogos, más allá de simplificaciones y afirmaciones tópicas o al
menos muy superficiales (Prior, 1996; Schmidt, 2002). El interés por las percepciones populares de la arqueología forma parte de los nuevos intereses
ligados a la ampliación y consolidación de la CRM, Cultural Resource Management (King, 2005; Lynne y Lipe, 2010), algo así como la Gestión del Patrimonio Cultural en España aunque con matices diferentes (Querol, 2010),
y de la Public Archaeology en el ámbito anglosajón (Reino Unido, EE.UU. y
Australia) a lo largo de las dos últimas décadas (Darwill, 2006; Holtorf, 2007a;
Matsuda, 2004; Merriman, 2004; Moshenska, 2009a). Incluso se defiende,
muy convincentemente, que la Public Archaeology consituye una obligación
moral de todos los profesionales de la Arqueología (McManamon, 1998),
aunque sólo muy recientemente se puedan hacer balances de trayectorias
profesionales dentro de la Arqueología Pública como una carrera específica
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
dentro de la disciplina (Saunders, 2011). Lo que sin duda, unido a la introducción de la materia en la universidad –pionera fue la UCL (University College
London) bajo la dirección de P. Ucko–, la aparición de una revista específica
Public Archaeology (2000) y el fuerte crecimiento de trabajos en revistas y
sesiones en congresos del último decenio, ha supuesto la mayoría de edad
de la especialidad. Pero el estudio de la percepción popular de la arqueología
es mucho más reciente en nuestro país (Almansa, 2006 y 2011) y otros países
europeos; y prácticamente inexistente en la mayor parte del resto del mundo
(pero véase Katsamudanga, 2009).
Se trata de un tipo de estudios que se encuentran en una fase pionera,
incluso en el mundo anglosajón como veremos a continuación. Con dos grandes problemas: primero, el escasísimo número de investigaciones realizadas
y segundo, el desigual valor de las muestras que han empleado esos pocos
trabajos. A todo ello habría que añadir la manera de realizar las preguntas o
los formularios con preguntas cerradas que sesgan, sin duda alguna, las respuestas y, en consecuencia, relativizan el valor de las comparaciones entre las
percepciones de distintos países. Eso significa sencillamente que conocemos
relativamente mal cuáles son las opiniones, los imaginarios y las actitudes
de las diferentes audiencias sobre nuestra disciplina. Con todo, aquí intento
ofrecer un resumen crítico de los resultados disponibles, por más que debamos ser muy cautelosos a la hora de sacar algunas conclusiones generales.
Pero en algún momento hay que hacerlo aunque sólo sea para llamar la atención sobre las dificultades existentes y la necesidad de más y mejores estudios
en el futuro próximo.
Existen otras vías, por supuesto, para explorar la percepción popular sobre la
arqueología como demuestran el interesante estudio de Nichols (2004) a partir de
los documentales arqueológicos emitidos en la televisión australiana y el análisis
de la arqueología televisiva británica (Kulik, 2006; Paynton, 2002), acaso la más
importante del mundo, pero por ahora parecen vías apenas esbozadas.
Para empezar, merece la pena considerar algunos de los resultados más
significativos de dos grandes encuestas en América y Europa. Sin duda, la
encuesta de opinión más amplia que tenemos es el famoso Informe Harris
(Ramos y Duganne, 2000) realizado, con un amplio muestreo, en EE.UU. y
que constituye hasta ahora el estudio más sólido y representativo. El Informe
Harris revela que el 60% de los estadounidenses cree en el valor de la arqueología en la investigación y la educación, el 64% piensa que no se deberían
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
sacar piezas arqueológicas sin autorización de los países implicados, el 80%
opina que se deben conceder subvenciones públicas para la protección de
yacimientos arqueológicos, mientras que el 86% considera que se deben dedicar fondos públicos para preservar sitios de valor histórico y arqueológico.
Por último, el 96% piensa que deben existir legislaciones específicas para la
protección de restos arqueológicos. Sobre la importancia de la arqueología
en la sociedad contemporánea los estadounidenses la califican bastante bien
con una media de 7,3 sobre 10. En cuanto al interés demostrado se puede
destacar que el 88% han visitado museos, el 37% han visitado sitios arqueológicos y un 11% ha participado en actos y eventos relacionados con la arqueología. Estos son sólo algunos de los resultados más interesantes del informe
y teniendo en cuenta el conjunto de la encuesta, se puede afirmar que existe
en EE.UU. una buena percepción del valor de la arqueología y de los restos arqueológicos como documentos históricos (figura 5). Aunque también
convendría reflexionar si los porcentajes señalados son todo lo buenos que
deberíamos esperar o si, por el contrario, se debería trabajar para conseguir
unas valoraciones más amplias y positivas. Y también se deberá trabajar para
caracterizar mejor las diferencias de opinión según los niveles de estudio,
porque así se podrán planificar actuaciones más eficaces en las presentaciones a los distintos públicos o audiencias.
Otra encuesta reciente y muy amplia es la encargada por el INRAP al Instituto Ipsos (2010) para explorar la percepción de la arqueología en Francia
(De Sars y Cambe, 2011). Los franceses opinan mayoritariamente que la investigación arqueológica es bastante útil (62%) o muy útil (24%) lo que significa
que ocho de cada diez franceses cree que la arqueología es una actividad de
utilidad pública. Los interesados estrictamente en la arqueología son uno de
cada cinco, que ascienden a dos de cada cinco si consideramos la historia y la
arqueología de forma conjunta. Datos que resultan francamente alentadores
(figura 5). Además tienen un gran interés por las excavaciones y hallazgos
de sus regiones, visitando yacimientos y asistiendo a jornadas de “puertas
abiertas”. Un 15% ha visitado al menos un sitio arqueológico en el último año
y existe un vivo interés por la presentación de los vestigios in situ. Puede
afirmarse que la gente considera a los restos arqueológicos como “su pasado”
y que éstos ayudan a situar a cada ciudadano en un territorio y su historia. El
interés y conocimiento arqueológico es parecido en ámbitos urbanos y áreas
rurales y atraviesa a los diversos segmentos de edad y los dos sexos; en ese
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Figura 5. Las percepciones populares sobre la arqueología en las grandes encuestas
de Francia y EE.UU. (datos según De Sars y Cambe, 2011 y Ramos y Duganne, 2000).
sentido la mediación arqueológica es así un importante medio de “democratización cultural” en la Francia contemporánea.
Pero sobre todo, sería muy importante poder contar con encuestas tan
amplias como la norteamericana o la francesa en muchos países y desde luego en el nuestro. Creo firmemente que lo que piensa la ciudadanía de un
país sobre su arqueología es una base fundamental para orientar el conjunto
de actuaciones y programas arqueológicos en todos los niveles: organizativo, financiero, legislativo, investigador y divulgador. Un proyecto nacional de
investigación, coordinado por Comunidades Autónomas, sobre este aspecto
sería importantísimo en España para esbozar sensibilidades y conocer las actitudes generales y las particularidades y peculiaridades –que seguro existen–
en cada Comunidad Autónoma.
La exploración de percepción pública de la arqueología, como ya he señalado, constituye un hecho reciente que apenas sobrepasa la última década y
además los estudios son escasos y con muestreos bastante limitados. La in-
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formación más relevante, además de la estadounidense (Ramos y Duganne,
2000) y la francesa (De Sars y Cambe, 2011) ya comentadas, corresponde a
Australia y Canadá, dos tradiciones arqueológicas punteras a nivel mundial.
Me quiero centrar en tres cuestiones bien analizadas en los estudios sobre estos dos países (Balme y Wilson, 2004; Pokotylo, 2002, 2007 y Pokotylo y Guppy, 1999) y en el único trabajo pionero en España (Almansa, 2006): primero,
la relevancia o importancia que se le concede a la arqueología en el mundo
contemporáneo, segundo, las actividades y objetivos que se le atribuyen o
asocian, y en tercer lugar, las fuentes y medios de información que emplea
la gente y/o le gustaría tener a su disposición para informarse y aprender arqueología y, en consecuencia, el grado de información que las audiencias noespecializadas consideran que tienen.
Sobre la primera cuestión, la relevancia de la arqueología a nivel popular (figura 6), aún admitiendo el valor muy relativo de las encuestas por las
muestreos limitados y el sesgo que introduce la presentación de respuestas
cerradas, la valoración global es bastante buena –siguiendo la tónica que ya
hemos visto para franceses y norteamericanos– si tenemos en cuenta que los
canadienses piensan, en algo más del 89%, que la arqueología es relevante
para la vida moderna (más del 61% la juzga muy o bastante relevante), mientras que entre los australianos los valores son algo más moderados. Para el
57% es relevante con distintos matices aunque para el 30% es poco relevante
y además un 10% no sabe/no contesta. Con estos resultados parece claro que
Figura 6. Valoración del grado de relevancia de la arqueología entre canadienses y
australianos (datos a partir de Pokotylo y Guppy, 1999 y Balme y Wilson, 2004).
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
se reconoce, con mayor o menor intensidad, el valor de la arqueología en las
sociedades desarrolladas contemporáneas y además la arqueología interesa
de forma especial a porcentajes muy estimables de las distintas sociedades:
un 19% de franceses – que va hasta el 43% si unimos arqueología e historia
(De Sars y Cambe, 2011), y se eleva a un 67% de australianos (Balme y Wilson,
2004); valores no muy alejados se pueden manejar para los otros países con
información disponible (Pokotylo y Guppy, 1999). La arqueología llama la
atención y despierta tanto o más interés que disciplinas como la filosofía, la
astronomía o la sociología, básicamente porque permite aprender del pasado
para abordar el futuro y porque la arqueología nos ayuda a comprender el
mundo en que vivimos. Sin duda creo que el público se interesa más por la
arqueología que los arqueólogos por los distintos públicos.
La segunda cuestión gira en torno a las actividades y objetivos de la arqueología o, dicho en otras palabras, qué es lo que hacen los arqueólogos. La percepción
que tiene la gente dibuja contornos relativamente parecidos en las distintas encuestas nacionales. Así en América los estadounidenses asocian arqueología con
excavación (22%), porcentaje que iría hasta un 50% si añadimos excavar artefactos antiguos, huesos o restos de culturas y civilizaciones antiguas; a ello hay que
añadir un 12% que la relaciona con la historia y el patrimonio (Ramos y Duganne,
2000). Otras respuestas tienen valores bajos y sólo resulta preocupante un 10%
que piensa que los arqueólogos también excavan dinosaurios, una confusión con
la paleontología que sigue presente en todas las percepciones populares. De todas formas un estudio pionero de Feder (1984) detectaba muchos más errores y
distorsiones, incluso entre estudiantes universitarios. Hoy parece que en EE.UU.
la mayoría de la población percibe bien que los arqueólogos se dedican al estudio
de las civilizaciones desaparecidas. En Australia, también la excavación constituye la primera caracterización de la arqueología (37%), y si añadimos un 26%
que declara la investigación del pasado y un 7% con un ambiguo “investigar”
llegamos a la conclusión de que tres de cada cuatro australianos identifica más o
menos correctamente las tareas de los arqueólogos (Balme y Wilson, 2004: 2021). El resto se reparte entre un preocupante y sorprendente 23% que reduce la
arqueología a la búsqueda de dinosaurios y un 3% de “románticos-fantasiosos”
(figura 7) que la vincula a una actividad aventurera bien ejemplificada en las películas de Indiana Jones (Bathurst, 2000-2001; Gresh y Weinberg, 2008), figura
que como otros arqueólogos heroicos ha sido rigurosamente analizada (Zarmati,
1995) y goza de mayor popularidad que Lara Croft (Zorpidu, 2004).
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Bastante sorprendente y curiosa, al menos desde la perspectiva española, resulta la visión desde Canadá de lo que la gente relaciona con la arqueología a nivel mundial (Pokotylo y Guppy, 1999). Para un 40% se relaciona, de
forma correcta, con investigar el pasado material y conservar el patrimonio.
Pero luego es llamativo el alto porcentaje de respuestas que se centran en
aspectos sociales y políticos de la práctica arqueológica, con casi los mismos
valores alrededor de un 15%, como la religión y la política, la repatriación de
propiedades culturales –sin duda al calor de las protestas realizadas por los
gobiernos de Grecia y Egipto en las últimas dos décadas– y la reclamación
y derechos sobre tierras de las poblaciones indígenas. No muy lejos y en
la misma órbita de preocupaciones se encuentran el vandalismo, el saqueo
y el comercio de antigüedades (13%) y las cuestiones relacionadas con el
desarrollo del suelo (10,8%). Con esta importancia de la dimensión sociopolítica de la arqueología entre los canadienses no resultan sorprendentes
las escasas referencias a otros temas como la Arqueología Bíblica, la Paleontología, el turismo y patrimonio, educación y algún otro, que aparecen muy
marginalmente.
Figura 7. ¿Qué tipo de trabajo hace un arqueólogo? Percepciones populares del
trabajo de los arqueólogos en Australia (datos según Balme y Wilson, 2004).
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En España, si al estudio muy limitado de Almansa (2006), con una muestra pequeña y no aleatoria centrada en Madrid, le concedemos un cierto valor
generalizador podríamos aventurar que se relaciona arqueología, de forma
correcta aunque imprecisa, con evolución humana (quizás en buena medida resultado del efecto sociológico del Proyecto Atapuerca) y las culturas
antiguas y de forma secundaria con los restos materiales, utensilios, herramientas y monumentos de las civilizaciones del pasado. Evolución humana,
culturas antiguas y la materialidad del pasado serían los tres pilares de las
percepciones de la muestra madrileña. Y aunque una gran mayoría reconoce
su valor social (95%), desconoce en gran medida como funcionan los métodos arqueológicos. Con todo, el estudio de Almansa (2006) creo que tiene un
buen valor orientativo –además de ser pionero en este tema– y es que la sociedad madrileña, y con toda probabilidad la española haciendo una amplísima
extrapolación, no tienen mayoritariamente una idea clara de la arqueología.
Y en las percepciones declaradas pesan bastante los estereotipos decimonónicos más que las ideas modernas.
La tercera y última cuestión es conocer cuales son las fuentes y medios de
información que emplea la gente y/o le gustaría tener a su disposición para
informarse y aprender sobre arqueología y el grado de satisfacción con que
puede acceder a ellos. Esta cuestión creo que resulta especialmente relevante
porque nos permite conocer cual es la realidad de cómo la arqueología llega
a la sociedad, cuales son los medios y canales importantes y cuales son los
deseos de la gente para poder profundizar en sus conocimientos. En este sentido, el Informe Harris (Ramos y Duganne, 2000) resulta muy esclarecedor
y probablemente también orientador de por donde irán las preferencias de
otras sociedades en poco tiempo. Así un 56% de estadounidenses encuestados declara que la televisión es su medio más relevante (se podían citar varios
elementos por lo que los valores no se calculan sobre el 100% sino sobre el
total de citas a cada uno). Las revistas (33%) y periódicos (24%) suman el
segundo valor, detrás de la televisión, mientras que los libros y enciclopedias
representan el 33%. No me interesa aquí tanto los valores concedidos a la enseñanza en sus diferentes tramos y sí destacar, por último, que los medios más
específicamente arqueológicos: conferencias, visitas a yacimientos y museos
y otros eventos de presentación arqueológica apenas llegan al 5%. El informe
detalla que a los norteamericanos les gustaría aprender arqueología a través
de la televisión (50%) y de revistas (22%) y libros (21%). Menos por los perió-
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dicos (11%) y casi nada de las actividades estrictamente arqueológicas, pero
es interesante destacar que sí les atrae participar en una excavación arqueológica (10%) y en actividades de “hands on” (White, 2005) que impliquen un
contacto directo con materiales y/o experiencias arqueológicas (7%), aspecto
que empiezan a incluir los mejores museos arqueológicos de EE.UU.
Los franceses, que de media citan dos medios distintos, declaran sus preferencias para informarse sobre arqueología por este orden (De Sars y Cambe,
2011): televisión (66%), Internet (44%), prensa generalista, periódicos y revistas (36%) y prensa especializada en arqueología (10%). Por detrás quedan los
museos (10%), los libros (7%) y las actividades arqueológicas participativas
(7%). Entre éstas, los grandes espectáculos de recreación histórico-arqueológica están creciendo mucho y con gran interés de público pero no son inocentes (Ucko, 2000). Otros medios tienen valores muy bajos. Es interesante en el
caso de Francia que la televisión es, muy destacadamente, el medio favorito, y
subrayar el alto valor, un 46% que le otorga la segunda posición, de la prensa
escrita en su conjunto, algo bastante lógico al tratarse de un país muy culto y
con altos índices de lectura. Pero sobre todo creo que es muy importante destacar la visibilidad de Internet, algo que en el Informe Harris y en los estudios
canadienses no tenía relevancia sin duda por las fechas de sus encuestas en
la década de los 90 del siglo pasado. La encuesta francesa demuestra el gran
valor concedido a Internet en la actualidad y me atrevo a pronosticar su crecimiento continuado en los próximos años. La oferta francesa sobre arqueología de páginas web institucionales y de otro tipo, blogs de toda clase y otras
fórmulas en Internet es muy grande, variada y de un nivel medio bastante
alto. Una tendencia muy a tener en cuenta de cara al futuro.
En el caso australiano (Balme y Wilson, 2004: 22), con respuestas muy
repartidas, la primera posición es la televisión y si le sumamos el cine supone un 26%, la prensa sigue a continuación con un 16%, los libros representan un apreciable 15%, mientras que los museos se quedan con un 13%
y los viajes con un 7%. Un valor aparte hay que concederle a la enseñanza,
que alcanza un 15% en todos los tramos educativos, y valores insignificantes logran otros medios. Pero hay que recordar que la encuesta australiana
se hizo entre jóvenes universitarios, y sin duda, el perfil de la percepción
corresponde a un público muy concreto y con más capacidad para buscar y
valorar ciertos medios para informarse sobre arqueología que otros grupos
sociales.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Los resultados canadienses (Pokotylo y Guppy, 1999), una vez más con
respuestas que incluyen más de un medio, apuntan a la preeminencia de la
televisión (54,5%), que todavía podríamos ampliar si sumamos el valor del
cine, pero el primer puesto es para los museos (57,5%) que demuestran contar con un gran aprecio. A continuación siguen los viajes (36,7%), los libros
(24,3%) y las revistas (23,6%). En conjunto, aunque el perfil general encaja
con el modelo occidental que estamos viendo, la manera de informarse de los
canadienses tiene matices propios, especialmente en lo que refiere al valor
concedido a los museos.
Por último, la superficial valoración española (Almansa, 2006) aunque tomada con toda clase de reservas ofrece la siguiente silueta de cómo se aprende del pasado: televisión (31,5%), prensa (14,2%), yacimientos arqueológicos
(11,7%), museos (10,5%) y libros (4,2%). Otros medios son anecdóticos y casi
un 11% declaró que no aprendía de ninguna manera. En este caso el sesgo
parece ser que buena parte de la muestra estaba muy relacionada con la arqueología, de ahí seguramente los sorprendentes valores de la importancia
de yacimientos y museos.
La importancia capital de la televisión (Holtorf, 2007a: 52-54), el papel
destacado de los libros y prensa escrita de todo tipo y la fuerte emergencia de
Internet en las sociedades más avanzadas parecen dibujar las preferencias de
los medios que la gente utiliza para informarse de arqueología. Museos y viajes quedan en sun segundo plano y habría que recordar la importancia concedida a todas las experiencias arqueológicas que permitan la participación
activa de los distintos públicos. Otra cosa –ciertamente muy relevante para la
comunidad científica– es la opinión que tiene la gente de la facilidad con la
que se puede acceder, en general, al conocimiento arqueológico. En este punto los canadienses opinan que es bastante o muy accesible en más de un 42%
pero un 37,5% opina que sólo es algo accesible y un 20% piensa que lo es muy
poco o nada. La encuesta francesa revela también una cierta queja ya que sólo
un 21% de franceses que se declara “interesado” se considera suficientemente informado sobre las excavaciones y actividades de su entorno geográfico,
mientras que el 77% considera que la información es insuficiente. El lado
bueno de estas opiniones es que revelan la existencia de una fuerte demanda
de información arqueológica; algo muy positivo y que debería presionar a la
comunidad arqueológica para intensificar la divulgación y la participación en
la disciplina de las diferentes audiencias.
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Para descansar un poco de tanta encuesta y datos estadísticos y recordar
que la percepción popular de la arqueología es fluida y que la propia arqueología desarrolla continuamente nuevas fórmulas de divulgación voy a mostrar un caso anecdótico pero muy revelador. A mediados de los años 1990 una
revista de humor, El Jueves, incluyó en sus páginas una parodia de los cursos a
distancia de conocidas academias que incluían –y siguen incluyendo– cursos
sobre los más pintorescos temas. La parodia humorística eran dos cursos,
uno para “construir tu pirámide” y el otro un “curso práctico para tallar sílex”
(figura 8). El ingenio humorístico de los detalles de la supuesta publicidad
está fuera de toda duda, pero más de quince años después el humor surrealista ha perdido buena parte de su fuerza porque resulta que ahora si que es
posible encontrar cursos bastante parecidos en museos, cursos de verano o
actividades de parques arqueológicos. El humor surrealista de ayer se ha trocado en una realidad seria hoy; otra cosa es que a alguien le siga resultando
humorística esa realidad.
Figura 8. Visión humorística de cursos de arqueología en la revista El Jueves, hacia
mediados de los años 1990.
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Presencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
A modo de conclusión provisional me atrevería a resumir la situación
de las percepciones populares de la arqueología en el momento actual de la
siguiente manera:
(1) Se reconoce ampliamente el valor y la utilidad de la arqueología, y
de forma bastante amplia se admite su relevancia en el mundo actual. Y se
detecta, cada vez más, una mayor sensibilidad hacia los restos arqueológicos
y la importancia y necesidad de su protección, conservación y disfrute por
todos los públicos.
(2) Existen más problemas en la percepción de la naturaleza de la arqueología y, aunque de forma correcta se relaciona con las excavaciones y los
restos materiales de las sociedades del pasado, se encuentran distorsiones
–confusión con la Paleontología y dimensión romántico-aventurera– y sobre
todo, bastante desconocimiento con los métodos de investigación arqueológica. Podríamos concluir diciendo que, de forma general o superficial, se
identifica relativamente bien la arqueología pero no hay una percepción clara de su verdadera naturaleza, formas de trabajo e implicaciones sociales.
(3) En cuanto a las formas de aprender arqueología, hay una escala de
medios que parece bastante uniforme en los casos de sociedades occidentales considerados: el primer puesto indiscutible es para la televisión, el
segundo, aunque no constatado plenamente, creo que puede ser Internet,
mientras que el tercer lugar corresponde a las revistas y prensa. Según los
casos el cuarto puesto se lo pueden disputar los libros y los museos. Y es
importante reconocer la escasa atracción de las formas de divulgación específicamente arqueológicas (conferencias, visitas a sitios, etc …) o quizás de
forma más exacta su escasa capacidad para llegar a mucha gente. La demanda de más arqueología televisiva y más arqueología internetizada dibujan,
sin duda alguna, una tendencia que no hará otra cosa que crecer, y plantean
serias responsabilidades de futuro a las instituciones y a toda la comunidad
arqueológica.
(4) Se necesita de forma urgente, por un lado, contar con encuestas de
muestras más amplias y representativas y, por otro lado, plantear encuestas
dirigidas específicamente a los distintos tipos de público, ya que las encuestas generalistas están bien para conocer valoraciones globales pero pueden
ocultar diferencias notables según las diferentes audiencias. Indagar sobre
cada colectivo particular deberá ser un objetivo irrenunciable para los
próximos años.
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GONZALO RUIZ ZAPATERO
PERSPECTIVAS DE FUTURO
POR UNA ARQUEOLOGÍA MÁS INCLUSIVA
La arqueología es una disciplina que vive desde hace décadas con la obsesión
de llegar cada vez a más gente, a audiencias más amplias. Y en esa obsesión
una explicación fundamental es, sin duda, que la arqueología trata de la gente, de la gente del pasado que de alguna manera es inevitable que atraiga,
interese o incluso fascine a la gente del presente. Los objetos y los restos arqueológicos son la materia prima de nuestro estudio pero el objetivo real es
llegar a las sociedades del pasado. No podemos simplemente “cosificar” el pasado y transmitir historias de objetos si realmente queremos llegar a muchos
públicos, para ello quizás una clave es que deberíamos hacer el pasado más
humano, transmitir un pasado sobre la gente más que sobre objetos (Balme y
Wilson, 2004: 24). Por otra parte, en las tareas de alcanzar a más audiencias
y de forma más eficaz hay que reconocer que no existen “super-arqueólogos”.
Lo que hay es un colectivo cualificado y diversificado que, si quiere actuar
con fuerza, precisa de la suma de todos los sectores de la arqueología, fundamentalmente la academia, la administración, los museos y las empresas
(Criado, 1996). En esa dirección necesitamos dos cosas: primero, recuperar
la conciencia de unidad de la disciplina –la arqueología es una por más que
existan distintas esferas de actividad– para hablar todos la misma lengua, y
segundo, fortalecer las relaciones entre los cuatro colectivos desde el respeto
y la diversidad.
Todos deberíamos compartir una tarea importante: no sólo explorar y reconocer los medios que configuran las percepciones populares del pasado
arqueológico sino también embarcarnos en lo que yo denominaría la “excavación” de esos medios en la conciencia individual y colectiva. Me refiero a
la posibilidad de “excavar”, estratigráficamente, como se han ido originando,
superponiendo e interfiriendo los distintos medios populares que constituyen la percepción pública del pasado (figura 9). Es evidente que en los imaginarios arqueológicos de la gente han intervenido los conocimientos escolares
y de otros niveles educativos, los libros infantiles, las obras de ficción literaria,
la televisión, las películas y documentales, los cómics, los video-juegos, Internet, periódicos y revistas, y muchos otros elementos populares que construyen visiones determinadas del pasado. Una investigación sociológica que
intentara documentar esos medios como niveles o sustratos en los cerebros
de la gente, para explorar su orden de superposición, sus relaciones mutuas,
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Figura 9. Excavando las percepciones del pasado en la mente del imaginario colectivo: metáfora para deconstruir la ideas previas.
y el peso relativo de su importancia proporcionaría conocimientos valiosísimos para dibujar los contornos de la percepción popular de la arqueología en
cada sociedad. Algo así como elaborar una gigantesca y colectiva matriz de
Harris que ayudara a entender los imaginarios de los distintos públicos.
Se trataría de construir una visión desde la academia de cómo se contempla la arqueología desde los no-arqueólogos, una perspectiva no disciplinar
sino popular, una “arqueología como cultura popular” tal y como ha reivindicado Holtorf (2005 y 2007a). Una mirada a “los otros” para ver cómo nos perciben. Y en esa perspectiva no-arqueológica sino popular hay multitud de caminos, de líneas que merecen la consideración y el análisis de la comunidad
arqueológica. Sólo quiero citar algunas de esas aproximaciones populares de
las que podemos aprender mucho los arqueólogos, y a través de las cuales podemos practicar una arqueología mucho más inclusiva, una arqueología que
atraiga e implique a cuantas más personas mejor, y sobre todo, que a priori
no excluya a nadie.
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En primer lugar las historietas o cómics que ofrecen varias reflexiones valiosas. Para empezar las viñetas de los cómics se expresan fundamentalmente
con imágenes –cierto que no únicamente sino junto a textos y “bocadillos”–,
y las imágenes son también fundamentales en arqueología, ya que nuestra
disciplina, como bien ha dicho Moser (1998), es una disciplina fuertemente
visual. Por lo tanto las imágenes de los cómics pueden asemejarse a las ilustraciones de reconstrucción escénica que empleamos en arqueología (Lagardere, 1990). Existe un fuerte componente visual del mundo material que une
al cómic con la arqueología (Ruiz Zapatero, 1997). Las ilustraciones de los
cómics pueden representar visualmente el pasado con mucho realismo y con
mucho atractivo. Y mi pregunta es si los cómics, que con asesoramiento de arqueólogos cada vez son más frecuentes, y las reconstrucciones artísticas que
dibujan o encargan los arqueólogos se diferencian realmente en algo. Incluso,
en ocasiones, un mismo dibujante es el autor de un cómic y de ilustraciones
en libros de arqueología académica (Gallay, 2006; Ruiz Zapatero, 2010a), todavía más, unas viñetas de cómic pueden ser tan científicas como un manual
e incluso mejorar visualmente una explicación; por ejemplo la técnica de talla
Levallois, de obtención de lascas de forma predeterminada por percusión directa, suele estar mal explicada gráficamente en casi todos los textos especializados o, al menos, no resulta muy clara para ser visualmente comprendida
por los estudiantes; pero la página de Neanderthal de E. Roudier (2007) ofrece la mejor explicación gráfica que conozco de la talla Levallois ¡y es un cómic!
(figura 10). Estoy convencido de que hay muchas posibilidades de construir
divulgación arqueológica de altura en este medio.
Los libros de divulgación arqueológica, que como hemos visto siguen
manteniendo una posición respetable entre los medios de información de la
gente, constituyen un género muy importante. Pero aunque en otras tradiciones los arqueólogos se implican bastante, en España la situación es mucho
más penosa. Muy pocos libros de arqueología tienen vocación de alta divulgación, bastantes de los que se publican no están escritos por especialistas
y, salvo muy contados casos –los éxitos del equipo de Atapuerca–, apenas
cuentan con tiradas grandes y logran poca proyección social en librerías, suplementos de libros de periódicos y casi nula atención en otros medios de
comunicación. Mucha de nuestra producción no logra proyección popular,
probablemente porque en la mayoría de los casos eso ni se plantea como objetivo. Con seguridad nos asustaríamos si conociéramos las ventas de mu-
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Figura 10. Viñetas de E. Roudier en Neanderthal. Le cristal de chasse, t. I (Éditions
Delcourt, 2007) que muestran la técnica de talla Levallois.
chos libros que apenas son leídos. Y sobre todo, quizá el problema es que
resultan ilegibles y poco atractivos para muchos públicos. De los escritos por
no-profesionales o profesionales poco cualificados habría que decir, con la
feliz expresión de Javier Marías, que hay mucha “mercancía averiada” que,
desgraciadamente no permite ninguna denuncia, sólo lamentaciones cuando
uno los tiene en la mano en las librerías. Claro que siempre he reconocido que
si el mercado español pone en circulación “subproductos” de arqueología es
porque la academia no se implica en la tarea y el hueco se cubre con malos
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libros. De la conjunción de las dos situaciones se deriva el gris panorama de
los libros de divulgación arqueológica. Las mejores pruebas de lo que digo
se pueden obtener en la visita a las tiendas de los museos arqueológicos: lo
más salvable son casi todo traducciones y en la reflexión de que si alguien extranjero nos pidiera un buen libro de síntesis de toda la arqueología española
deberíamos confesar que todavía no se ha escrito. ¿Valdría la pena que nos
fijáramos en los libros que tienen éxito en otros países? Creo que sí. Y por otro
lado, se debe recordar siempre que ser muy buen investigador no asegura ser
muy buen divulgador. Además hacen falta las instituciones. El día que una
institución arqueológica española se ocupe del público infantil al modo en
que lo ha hecho el INRAP francés con el librito –afortunadamente traducido
al castellano–, La Arqueología a tu alcance (De Filippo y Garrigue, 2009) habremos entrado en otra dimensión. Por ahora el público infantil en nuestro
país tiene en este terreno todavía algunas limitaciones (Ruiz Zapatero, 2010b:
168-175).
El combate por la popularización arqueológica rigurosa y atractiva contra
el esoterismo, la New Age y fantasías ucrónicas merece la pena y es necesario:
la responsabilidad de la academia se extiende más allá de sus muros. Y existe,
por otro lado, lo que Holtorf (2005) denomina arqueo-appeal que podemos
aprovechar a nuestro favor (figura 11).
Figura 11. El “arqueo-appeal” o la magia de la arqueología en las aproximaciones
populares con los temas e ideas que configuran el atractivo (siguiendo la descripción
de Holtorf, 2005).
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Los yacimientos y monumentos suponen la manera más directa de entrar en contacto con el pasado. Hasta hace poco tiempo no existían estudios
sobre las mejores maneras de interpretar y presentar al público los sitios arqueológicos (Jameson, 1997; Silberman et al., 2004), la atención se ponía en
los restos, pero poco o nada en los públicos. Y no pocos problemas existen
para intentar una apocatástasis de las ruinas, para mostrar/explicar los sitios arqueológicos en su estado original o primitivo. Pero lo que me interesa
destacar aquí es que en los últimos años ha surgido una nueva línea de investigación que con el nombre de etnografía arqueológica (Edgeworth, 2003
y 2006) pretende estudiar con metodología etnográfica todas las formas de
actuación y comportamiento de los arqueólogos incluyendo, evidentemente,
las actuaciones en los yacimientos y con la gente que los visita. La etnografía
arqueológica no disocia pasado/antiguo de presente/moderno y plantea que
repensemos el pasado como un componente básico del presente (Hamilakis
y Anagnostopoulos, 2009). Y para hacerlo debemos intentar situar nuestra
práctica y nuestra interacción con las distintas audiencias bajo un estudio de
tipo etnográfico, un análisis de lo que hacemos y cómo lo hacemos. En otras
palabras, convertir en objeto de estudio todas las facetas de las actuaciones
arqueológicas.
Por primera vez estamos así estudiando las relaciones entre los sitios arqueológicos, los arqueólogos y las poblaciones locales y visitantes, como en
el interesantísimo caso de Grecia (Stroulia y Sutton, 2010). Este reciente conjunto de ensayos parte de una constatación: el pasado arqueológico griego
ha estado, en buena medida, separado, disociado, del presente social. Por un
lado, la investigación y presentación de sitios arqueológicos ha supuesto, de
alguna manera, la destrucción de las relaciones de las comunidades locales
con los sitios arqueológicos, y por otro lado, parece que algunos arqueólogos
demuestran más interés por el pasado nacional griego que por el presente
local. A todo ello hay que sumar una realidad: los sitios arqueológicos no se
explican por sí mismos, deben ser interpretados. Tampoco hay que olvidar
la internacionalización de la arqueología griega y sobre todo, un pasado de
arqueología colonial demasiado cercano todavía.
Y si los sitios y monumentos arqueológicos han sido disociados de la gente
es necesaria una recontextualización que permita conectar arqueología, sitios y poblaciones locales. En esa tarea –y pueden ser ideas interesantes muy
extrapolables a otros casos– se aconseja: (1) trabajar por una accesibilidad in-
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tegral, no meramente física (por ejemplo lograr traducciones de toda la investigación realizada a la lengua autóctona o crear programas de atracción local
mediante grupos de reconstrucción histórica y talleres participativos); (2) estudiar detalladamente y desde planteamientos holísticos las relaciones entre
las comunidades actuales, los sitios arqueológicos y los paisajes; (3) desarrollar unas prácticas arqueológicas y etnográficas colaborativas que impliquen
directamente a la población local, y (4) lograr una implicación directa de los
arqueólogos en mejoras de la vida local, de la vida cotidiana de la gente de la
zona. Y recordar siempre que las tareas para conseguir una accesibilidad integral, además de física para todos (Pezzo, 2010), y unas prácticas arqueológicas
y etnográficas colaborativas serán tanto más eficaces cuanto más se logre una
implicación individualizada, física y multisensorial con la gente de las comunidades locales. El objetivo final de las propuestas griegas sería: lograr que
las poblaciones locales aprecien la arqueología y se sientan orgullosas de su
pasado y conseguir que los arqueólogos aprecien a las comunidades locales
por sí mismas, independientemente del pasado arqueológico que estudian.
Realizar estudios etnográficos de las visitas a los sitios y monumentos arqueológicos es una experiencia muy enriquecedora y valiosa para conocer las
percepciones de la gente sobre esas experiencias. Un pequeño estudio piloto
que he realizado en el caso de Numancia (Soria) me permite evaluar sus posibilidades. En el año 2005 realicé varias visitas guiadas al yacimiento incluyéndome como un visitante más en los grupos, provisto de una pequeña grabadora,
y atento a recoger todos los comentarios y comportamientos de los visitantes.
Comprobé que, frente a las encuestas escritas o con formulario cerrado realizadas verbalmente al final de las visitas que enmascaran o distorsionan las verdaderas opiniones para mostrarse “culto” y ser “políticamente correcto”, la observación anónima de lo que dicen y hacen los visitantes permite capturar más
genuinamente lo que realmente piensa la gente. Las conclusiones son muy interesantes porque recogen el verdadero sentir de los distintos públicos e incluso el
lenguaje y los mecanismos de comprensión que emplean. Los propios arqueólogos tenemos en estas etnografías de las visitas guiadas a sitios y monumentos un
filón de investigación por realizar y mucho que aprender para construir mejores
mensajes y discursos en la presentación de los restos arqueológicos.
Para proteger el patrimonio la arqueología puede aprender mucho de la
ecología. Y la ecología y la protección de la naturaleza llevan ventaja sobre el
pasado en muchos sentidos y desde luego en el de sensibilización de la gente.
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Hace poco tiempo en el Zoo de Central Park de Nueva York descubrí algunas
alertas en los carteles que podrían servir como buenos lemas en arqueología:
“trata cada oso como si fuera el último oso” se convertiría en “trata cada yacimiento como si fuera el último yacimiento” o “¡las monedas matan!” (para
proteger a los patos) podría devenir en “los detectores ilegales matan” (los
sitios arqueológicos). No hay en todo ello ninguna exageración.
A MODO DE EPÍLOGO
A comienzos del siglo xxi la arqueología está presente en la sociedad más que
nunca, en su historia, y lo está de dos formas muy claras: 1) a través de medios
que son propios de los arqueólogos, actuaciones y productos que generamos
nosotros mismos, y 2) mediante una variedad de formas que son ajenas a la
arqueología profesional. Las segundas son mucho más amplias y diversas y,
aunque deforman, mutilan y distorsionan el pasado, tienen una capacidad de
comunicación con los públicos muy superior. Es importante identificar y conocer las “otras arqueologías”, las arqueologías no-académicas, las no producidas por los arqueólogos aunque sólo sea porque resultan – sin proponérselo
–muy efectivas e influyentes a la hora de construir los imaginarios populares.
Los medios no-profesionales, las arqueologías populares, ciertamente no
son competencia directa de los arqueólogos pero creo que es un gran error
desentendernos de ellas (Holtorf, 2007a). Pienso que nuestro trabajo debe
incluir también esas arqueologías populares despreciadas porque mediante
la observación, el estudio, la crítica, la ayuda y la colaboración si es preciso, podemos contribuir a crear canales populares más rigurosos, más fiables,
más respetuosos con el pasado. Y todo ello porque aceptando la libertad de
quienes las construyen desde posiciones no-arqueológicas costaría muy poco
evitar errores, sesgos y malentendidos. Al final mi filosofía es: ¿por qué hacer algo mal cuando no cuesta más hacerlo bien? Hay muchos campos para
intervenir en estos medios: para empezar usar los mitos falsos pero bien conocidos para desmontarlos y sustituirlos por conocimiento crítico (figura 12).
Podemos empezar a hacerlo (Almansa, 2011).
Pero es que en nuestros medios, todos los relacionados con la arqueología
profesional, también tenemos tareas urgentes: podemos y debemos mejorar
la calidad y lograr mayores audiencias en las exposiciones, los museos, los
yacimientos arqueológicos, las publicaciones de divulgación, los cursos, conferencias y las páginas web. Una arqueología que sitúe en primer plano a las
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Figura 12. Cartel de la Exposición “Prehistoria mítica. Ideas falsas y clichés verdaderos” del Museo de Solutré (marzo de 2010 - enero de 2011).
http://www.ocim.fr/spip.php?article2741.
comunidades locales y tienda a ser más inclusiva es posible. Para ello hacen
falta medios pero, sobre todo, hacen falta más imaginación y más ganas de
implicarse con la gente. Al fin y al cabo si alguien puede ver el pasado es gracias a los arqueólogos que tenemos la obligación de la alfabetización arqueológica de la sociedad (Franklin et al., 2008).
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Por otra parte, es preciso realizar una mejor radiografía de cómo las distintas audiencias perciben la arqueología y el pasado. Nuestra visión es muy
pobre, conocemos mal las ideas, creencias, perspectivas y valores que la gente tiene sobre la arqueología. Necesitamos encuestas a muy distintos niveles sobre las percepciones del pasado arqueológico pero también podemos
acercarnos a ellas a través de foros, páginas web, blogs y otras fórmulas que
ya están en Internet, una suerte de “arqueología electrónica”, porque ahí se
expresan libremente ideas, creencias, perspectivas y valores populares acerca
de nuestra disciplina. Incluso tenemos la posibilidad de inaugurar un campo
de investigación nuevo: una arqueología de la percepción popular del pasado.
Una dimensión de la historia de la arqueología que está por desarrollar.
La arqueología es el estudio de la gente del pasado a través de los restos
materiales para generar conocimiento histórico que sirva a la gente del presente. Para ello precisamos conocer mejor a nuestros públicos y sus percepciones. Es lo que he intentado defender en este ensayo porque pienso que este
tema es central para el desarrollo de la disciplina.
AGRADECIMIENTOS
Quiero expresar mi agradecimiento al Museo de Prehistoria de Valencia y, muy especialmente, a los organizadores de la Reunión que ha dado lugar a este libro porque
me resultó muy grata y estimulante. De todas las intervenciones y de las preguntas y
observaciones realizadas por los asistentes este texto es claramente deudor. Por último agradezco, muy profundamente, a los editores la infinita paciencia para ultimar
la redacción de este trabajo en unas circunstancias personales que han resultado un
tanto difíciles.
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TERRITORIO DE CAMBIOS: ALGUNAS CONJETURAS
SOBRE MUSEOS Y OTRAS ILUSIONES
Luis Grau Lobo
Patrimonio arqueológico, territorio y Museo. He aquí una tríada capital cuya
trayectoria, en principio no siempre relacionada, ha acabado por confluir o, al
menos, enredarse en una encrucijada de intereses en los que, sucesivamente
y a grandes rasgos pueden distinguirse tres grandes lazadas de acción política
y social: el espíritu conservacionista y la vertiente ecológica de la cultura; una
comunidad de referencia y la construcción de sus valores e imágenes identitarias y la explotación económica y economicista de la cultura.
A continuación hemos hilado algunas reflexiones sobre cada caso. Qué
entendimos, entendemos o podemos entender por cada uno de los componentes de ese terceto para intentar aproximarnos a una explicación de por
qué conforman el bajo continuo que genera tales y tan enfáticas repercusiones. Conjeturas a propósito de cada uno de ellos, en una clave, en una tonalidad diferente, en pos de una potencial armonía.
A LA BUSCA DEL PROPIO MUSEO
El ser humano es un animal que subsiste porque es capaz de modificar su
conducta en función de un conocimiento adquirido. Su estrategia de supervivencia es el aprendizaje, e independientemente de que consideremos esta
táctica como exitosa (a la vista de las cotas de miseria que hemos sido capaces
de alcanzar), la capacidad de aprovechar en beneficio propio la experiencia
ajena, de incorporar cultura a su configuración personal y colectiva, constituye el comportamiento más genuino de la especie. En este sentido quizás
el primer fruto de esa enseñanza colectiva sea la noción del propio tiempo,
con sus implicaciones más directas: la idea de la muerte, la del pretérito y la
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LUIS GRAU LOBO
pervivencia, la de la caducidad, la de la memoria. Si a ello se añade que, posiblemente, el desarrollo del concepto de útil, de instrumento transformador
de la realidad, puede considerarse el conocimiento aplicado inmediato (de
manera que la elaboración de artefactos prueba físicamente, más allá de la
taxonomía o el fósil, la presencia del hombre en el registro paleontológico),
concluiremos que la fabricación, perfeccionamiento y transformación de los
artefactos (entendidos sensu lato) a lo largo del tiempo podrían definir qué
cosa es nuestro bagaje cultural de manera aceptable. Entre esa impedimenta
histórica, un tipo de objeto es producido a priori, o escogido a posteriori, por
las sociedades para servir de nexo específico entre su pasado y su futuro, para
salvar del olvido y de la muerte su propia identidad, para, conscientemente
o no, ser consagrados al mantenimiento de la memoria del grupo. Son, en
términos culturales, los monumentos (desde el primero de ellos, una tumba,
un útil expresa y concretamente consagrado a ese fin).
Entre esos monumentos, los museos constituyen un caso singular, pues su
papel viene definido no sólo por la necesidad de establecer un nicho ecológico
propicio para preservar los objetos, un lugar de almacenamiento, de contemplación y de cuidado. También los museos se comportan como un lugar donde
esos objetos, cuya conservación es un presupuesto sine qua non, adquieren un
lugar en un discurso interpretativo, a veces en una auténtica visión del mundo (una Weltanschauung), otras en una sencilla narración, local, concreta o
muy específica pero que no deja de revelar una determinada concepción del
mundo. En ese espacio del museo, donde tienen su lugar la profusa ambición
del relato-río o la concisión sutil del haiku, una perspectiva única y diferente
caracteriza a cada uno de ellos, lo diferencia de un almacén y, en definitiva, le
faculta para ser un órgano de cultura, un espacio de interpretación, de crítica
y de renovación, un monumento en el sentido activo del término (me gustaría
pensar que no existe otro sentido). Recinto para el debate y la maquinación
cultural, definamos, pues, el museo como una institución que conserva los artefactos –y ecofactos– escogidos por una sociedad para representar su pasado y
proyectarlo hacia el futuro, de una manera estructurada y discursiva. Con una
manifiesta vocación de servicio hacia esa sociedad que le da el sentido y a la
que, de alguna manera, transforma. Por lo tanto, el museo es –y no puede no
serlo– una estrategia de supervivencia de grupo, el mecanismo-resistencia de
la mirada de una comunidad. Que, puesto que se atreve a observar(se), cambia
su realidad, como sabemos gracias al principio de incertidumbre de Heisenberg.
76
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Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras ilusiones
En esa vocación de servicio a la sociedad que lo alumbra, su primera tarea,
quizás la más significativa a un nivel genético, consiste en la selección de los
objetos que le son propios, aquellos susceptibles de integrarse en su discurso,
esto es, aquellos que la sociedad convierte en receptáculos de un mensaje
del pasado y elementos de un orden presente, con tradición y con proyección. La calidad y la cantidad de esos objetos varía. En épocas de desamparo
o desasosiego intelectual, cuando la creación se vuelve hacia el pasado y los
fenómenos de revivalismo y nostalgia proliferan, casi todo vale para justificar
el rescate de un tiempo que se cree mejor, de la serie de edades de oro que
no han de volver. Helenismo, manierismo, fines de siècle... son las recurrencias de un mismo fenómeno, si no un eón d’orsiano al menos un episodio
reconocible del comportamiento sociocultural a lo largo de la historia. Pero
pese a nuestros actuales problemas para delimitar lo que debe o no formar
parte del Patrimonio histórico, no cabe duda de que en el objeto escogido (de
forma unánime o polémica) reside una característica singular: su ejemplaridad, su didactismo a la hora de trascenderse a sí mismo. Ese valor añadido
suele contaminarse de numerosos factores circunstanciales y su vigencia o
caducidad es la prueba del nueve por la que han de transitar, el período en
que la cualidad por la que fueron apartados sigue latiendo en el organismo
social que lo alberga. Es por ello que podríamos definir, también, los objetos
del Patrimonio que son musealizados como aquellos capaces de superar las
barreras del tiempo, estableciendo puentes entre sociedades diacrónicas e
incluso coetáneas, siempre a juicio del presente.
Si los objetos pueden ser didácticos, el pasado, único momento temporal cognoscible, presenta valores que le confieren categoría referencial. Al valor pedagógico, analógico o político del mismo, se añade, en el caso de los monumentos,
una corporeidad, una instancia matérica que permite una estricta contemporaneidad en su utilización, bien como instrumento bien como mero valor artístico
o histórico (como fuera definido por Riegl, 1903 y reformado por el concepto de
historicidad, base de las modernas teorías de la restauración). La importancia de
reafirmar aquí que ese soporte condiciona los mensajes y su vigencia derivará, en
nuestro caso, en la subordinación de los planteamientos museológicos a la preservación de esos niveles de reconocimiento, de la materialidad de los objetos y
de sus implicaciones sociales. Es en este territorio de las formas y las operaciones
de mantenimiento de sus pautas internas (conservación) y externas (contexto)
donde adquieren especial preponderancia las soluciones museológicas.
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LUIS GRAU LOBO
Unas soluciones que, en nuestros días, remiten a la última (¿penúltima?)
revolución del espíritu del museo, a su puesta al día más reciente (mención
aparte de la evanescente y poco programática aún museología crítica), efectuada pese a sus ínfulas de novedad merced al aggiornamento de los vetustos
pilares de la idea ilustrada del museo. Así, la nouvelle muséologie, o la New
Museology, basó su apuesta conceptual en cuatro pilares básicos. A saber: la
recuperación de la dimensión pedagógica (DEAC, laboratorios, programas
educativos...); la proyección del museo en su entorno (el “museo sin muros”,
destinado a interpretar y conservar el medio –ecomuseos, museos de comunidad o de barrio... – o a transformarlo, como agente de regeneración urbana
y rural); la ruptura o renovación de los lenguajes expositivos en lo formal (el
desarrollo museográfico, las ambientaciones, el uso de las tecnologías de la
comunicación...) y en lo conceptual (perspectivas antropológicas, propuestas “ahistóricas” o transversales...) y, por fin, la intensificación de la relación
con el público, ya no el “visitante” (sólo visita quien va a lugar ajeno), sino el
usuario o protagonista, preferiblemente en una comunidad vinculada al museo por lazos y mecanismos de participación nuevos y democráticos (asociaciones de amigos, participación en órganos de dirección...). En definitiva, el
conocido cambio del trinomio museo, colección y público a los más holgados
márgenes del terceto territorio, patrimonio y comunidad.
En este devenir, la incorporación de sociedades “neomuseológicas” (críticas con el carácter colonialista o criollo del museo tradicional), apartadas
tradicionalmente de la historia de los museos en su forma estandarizada y
occidental, que forman ya parte del fenómeno de la Nueva Museología ha
permitido alcanzar algunas de las experiencias más enriquecedoras de estas
décadas. De los museos comunitarios americanos a los museos “ecológicos”
y etnológicos, pero también aquellos formados sobre antiguas regiones industriales ahora desindustrializadas cuya personalidad se escurría entre los
dedos de la historia, o museos en regiones ágrafas, de tradición oral, donde
se intenta, como sucede en África, proteger un patrimonio inmaterial en vías
de extinción que encuentra reconocimiento, al fin, ya en sus estertores, como
es lógico.
Entraban de esta guisa en el museo (y no han dejado de hacerlo desde
entonces) piezas de un nuevo puzzle que antes habían estado proscritas o
desconsideradas, pues su objetivo consistía ahora en estimular una reflexión
colectiva para la cual todo es válido. Como en el arte, la literatura, la música,
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Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras ilusiones
etc., todo documento por prosaico, azaroso o simple que pareciese podía ser
empleado al servicio de un fin superior, de una opera aperta que reclama su
unidad a través de la convocatoria de su diversidad. Además, el museo parecía
purgarse así de su vieja asignatura pendiente, de su mala conciencia, la de
extraer sus bienes de un contexto original, histórico y no ser capaz de recontextualizarlos de forma convincente, de manera incontestable. La comunicación fue entonces alzada a la categoría de valor supremo, y entre el emisor (el
museo) y el receptor (el público), el mensaje tomaba el mando y se convertía,
Galaxia McLuhan mediante, en el medio, un medio diferenciado, reluciente
y joven. De nuevo.
Las consecuencias de este renacimiento, se aplicaran o no sus principios
rectores de forma programática, han cambiado al museo para siempre. El
museo ya no se define como una institución encargada de acopiar, preservar
(conservar y restaurar) o investigar sus colecciones, pues estas tareas, además
de inespecíficas, se le suponen de antemano, no son su fin, no son su misión.
El museo tampoco es ya un lugar cerrado, terminado, reservado a la erudición
o al pasmo, sino un espacio en construcción, que se transforma y dinamiza
para pensar y pensarse constantemente. El museo utiliza su colección y los
medios de comunicación que la sociedad y la tecnología le proporcionan para
investigar y aplicar nuevos lenguajes, nuevas revelaciones, nuevas identificaciones, con el ánimo puesto en el servicio a quienes lo manejan (y que, casi
siempre, son, además, quienes lo financian). El museo se descentraliza, se
racionaliza, y adapta a este nuevo orden de prioridades sus estructuras, su
gestión, sus formas arquitectónicas y expositivas, y experimenta, interactúa,
divierte, preocupa, está.
Por fin, en el último estadio de esta evolución, el museo se expande al
territorio, a las honduras arqueológicas o las alturas monumentales, a toda
traza de la ecología humana, musealizando todo tipo de patrimonio, por
emergente o heterogéneo que éste sea. El museo es la solución.
Pero, tras varias décadas largas de Nueva Museología, el museo parece
convocado a cambiar una vez más, a morir de éxito (una muerte, por otro
lado, tan aireada como inverosímil). Diversas son las crisis o tesituras que lo
afectan. Durante los últimos años hemos visto al museo del “primer mundo”
instalado, estupefacto a veces, risueño otras, en los hostiles parajes de las “industrias culturales”. Su supuesta capacidad transgresora ha dado paso a una
desactivación o demolición controlada de sus productos genuinos, tanto más
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LUIS GRAU LOBO
evidente en el terreno del arte contemporáneo, siempre tan relacionado con
los museos recientes, que se ha convertido en una aburrida reiteración escolástica de los patrones de las vanguardias históricas. De tal suerte que meter
algo en el museo, musealizarlo, viene a coincidir con desarticularlo, recluirlo
en el lugar en que puede controlarse o apaciguarse la onda expansiva de los
frutos genuinamente culturales. Envasarlo, en fin, para su consumo dentro de
los márgenes admisibles.
Su destino como referente cultural ha cedido ante las exigencias (políticas, pero también sociales) de su supuesta “rentabilidad”, y así se le juzga en
términos empresariales, financieros, estadísticos. Su identidad ha perdido
enteros y ha sido invadida del espíritu del mall o centro comercial (algunos
lo llamaron disneylandización, Coca-colonización...), un sello que imprime
carácter en todo recurso destinado al entertainment, sea turístico o no. Ni
siquiera colección (su seña de identidad antaño) hace falta ya para tener un
nuevo museo de postín, aunque, eso sí, una escenografía apabullante, una
arquitectura de marca, una mercadotecnia promocional, resulten imprescindibles. Y más aún, su mensaje, sus mensajes, han saltado en pedazos (la “estética del fragmento” se invocaba) o en veleidosos exhibicionismos efímeros
y onerosos para los que el museo muchas veces deviene un obstáculo, un molesto Pepito Grillo o se queda al margen, convertido en mero “daño colateral”.
Si el patrimonio es una inversión, el museo o debe ser un buen negocio (el del
ocio) o es un valor en caída libre.
En su reciente libro, el ensayista marsellés Marc Fumaroli (2010) reconoce
al museo por doquier. Estallado en mil pedazos que se desperdigan por calles,
aeropuertos, cines y espacios públicos de Occidente, la antigua aspiración
enciclopédica y sintética de las exposiciones universales, del Crystal Palace
londinense, se ha convertido en infinidad de vidrios rotos que reflejan un
discurso fragmentado e inane: pantallas de plasma, anuncios urbanos o spots
comerciales que degluten y procesan toda la cultura occidental para uso y
abuso de la mercadotecnia, para hartazgo y consternación de quienes acceden universalmente a un sinfín de imágenes culturales (aquella utopía) pero
las encuentran definitivamente vacías, o lo que es aún peor, despojadas de
su sentido, del tiempo y el tempo de su contemplación. El museo, escenario
principal de aquella antigua intensidad de las imágenes (el aura, dominio de
los originales según Walter Benjamin), corre el riesgo de resultar, también él,
vacío a causa de su propia insaciable avidez.
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Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras ilusiones
A LA BUSCA DEL BIEN ARQUEOLÓGICO
Por necesidad cultural –la de una comunidad en crisis identitaria–, por demanda social o por beneficio económico, lo cierto es que hoy en día, desde lo
industrial hasta la última frontera, el patrimonio inmaterial, cualquier producto de la actividad humana que se sitúa al otro lado del circuito económico
postindustrial es susceptible de ingresar en ese otro circuito (también economizado ya) de los recursos patrimoniales. Pero entre aquellos elementos susceptibles de portar valores culturales reconocidos por una comunidad como
propios y dignos de conservarse e interpretarse, o sea, el patrimonio cultural,
lo arqueológico, el “bien cultural de naturaleza arqueológica”, se manifiesta
con propiedades específicas.
Su definición, sin embargo, ha estado sometida a los vaivenes de los cambios en la propia definición de la arqueología, que, en sus orígenes, se configuró como una disciplina epocal, remitida al canon de la Antigüedad clásica
y, poco después, próximo oriental. La arqueología del siglo xix, de la época en
que se fundan los grandes Museos Arqueológico Nacionales, es la arqueología
romántica, la del arrobamiento ante el objeto, la de la presencia firme de la
historia, la de la verdad y la belleza como espoletas de la emoción del espíritu,
aquella a la que cantaba John Keats en su Oda a una urna griega:
Y cuando la vejez devaste esta generación,
Tú quedarás entre otros dolores
distintos de los nuestros, amiga del hombre a quién dirás:
“la belleza es la verdad y la verdad belleza”. Eso es todo
y no otra cosa necesitáis saber sobre la tierra.
Pero esa arqueología cambió. Extendió su radio de interés a otras culturas y períodos, se hizo “nacional”. Y ha acabado por transformarse en una
metodología, o sistematización metodológica, capaz de analizar cualquier
vestigio material de la historia humana, independientemente del tiempo al
que pertenezca. Este cambio ontológico, unido a la inflación del concepto
de patrimonio cultural, ha provocado la escasa validez de denominaciones
o sectorizaciones del tipo “bien arqueológico” o “patrimonio arqueológico”,
sobre todo si son delimitados tautológicamente, como sucede en la gran
mayoría de las legislaciones, normativas y tratados, en función de que sean
susceptibles de estudiarse con esa metodología que, como vemos, tiene vocación universal. Cabría pues preguntarse, desde esta perspectiva, qué dife-
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LUIS GRAU LOBO
renciaría en lo arqueológico al vaso Portland de un plato de loza común del
siglo xx, a la Dama de Elche de la Venus de Milo, del David de Miguel Ángel...
y así hasta el infinito.
La escasa operatividad de definir el objeto arqueológico, en términos generales, como aquel descubierto en actividades de índole arqueológica o susceptible de estudiarse con esa metodología, pudiera hacernos considerarlo
desde la óptica de su confrontación con las restantes categorías de bienes
culturales. Así, los arqueológicos podrían ser aquellos bienes no concebidos
en origen, en su momento, para estar dotados de una especial significación
social y cultural (como sí sucede, en líneas generales, con los artísticos), en
los que son el paso del tiempo, la escasez o la mera significación contextual
quienes les dotan de valores culturales a posteriori. Y, por otra parte, deberían
ser objetos representativos de culturas desaparecidas, ya no activas directamente sobre el tejido social, como sí ocurre con los propiamente etnográficos,
entre otros posibles etcéteras, como el patrimonio industrial, el inmaterial...
dignos representantes de tal suerte de “pretérito imperfecto”. Sin embargo la
realidad supera, por descontado, este tipo de supuestos teóricos.
Podría, sin embargo, proponerse la delimitación del bien de naturaleza
arqueológica como aquel descubierto por medio de una actividad arqueológica o por azar, introduciendo tan singular momento genésico (el del hallazgo) como el característico de esta categoría patrimonial. Bien es cierto
que pronto quiebra esa singularidad, puesto que una vez transcurrida una
cierta fase procesual, el objeto no adeuda a su origen más que el resto de los
bienes muebles, no siendo éste un determinante distintivo en el contexto de
su aprovechamiento patrimonial, aunque sí lo sea en el de su consideración
legislativa y museológica. El bien arqueológico sería, así, el único que (parafraseando a Monterroso) “no estaba ahí”, y que, en la mayoría de los casos,
hace coincidir su aparición (prevista o no) en el marco de la consideración
patrimonial, con su aprecio social, independientemente de sus cualidades
o de las oscilaciones del gusto. Este acto traumático del “descubrimiento”
provoca interesantes disquisiciones de tipo legal sobre la propiedad y la tenencia, así como problemas relacionados con su protección y amparo físico.
Y con su conservación, en el sentido de facilitar el paso de una circunstancia
que preserva el objeto a una que lo expone, o sea, que lo arriesga. Otras dificultades son las de selección, que propician también debates no concluyentes
entre calidad y cantidad, entre lo recuperado y lo recuperable, entre lo que se
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Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras ilusiones
rescata y lo que ha de revertirse a la sociedad en forma de su uso museístico
o público en general; o de compatibilidad física con el uso del propio espacio
que ocupa, en el caso de los bienes inmuebles, etc. En resumen, episodios de
gestión de su tránsito al universo de lo conocido, que implican un período de
tratamiento clínico y científico antes de su “reinserción social”.
En definitiva, la arqueología introduce sobre la herencia cultural la categoría del hallazgo, del encuentro, en el doble sentido de descubierto o identificado, circunstancia que le implanta en el ámbito patrimonial y provoca un
cambio de paradigma en su consideración, un cambio de estatuto del objeto
en cuanto a su tránsito desde la esfera de lo cotidiano y de aquello para lo que
fue concebido a la de sujeto receptor de valoraciones históricas, de valores
culturales, de usos patrimoniales en un nuevo y distinguido sentido, colectivamente consensuado.
Podemos deducir de ello que muchos de nuestros museos arqueológicos
pertenecen aún a un modelo de arqueología que no es el de nuestros días.
La arqueología que los alumbró ya no existe, o, mejor, yace, como un estrato
hondo y firme, bajo las sucesivas concepciones que de esta disciplina han
acuñado las generaciones devastadas de las que hablaba Keats.
Sucede que a menudo olvidamos que lo único que nos queda del pasado
son objetos. Cosas empeñadas en sobrevivirnos con empecinamiento insensible, cosas que poco o nada dicen de nosotros aunque quisiéramos que lo
dijeran todo, cosas que si pueden revelar algo lo hacen más sobre quienes las
observan con un detenimiento de exploradores pasmados que sobre quienes
las fabricaron, las reunieron o las arrojaron a un vertedero sin mayores ceremonias. Son esas cosas las que, aupadas por el tiempo, esa divinidad indiferente, retornan a la orilla del presente con la calidad de los preciados despojos
de un naufragio mitológico.
Por eso en las salas de los museos arqueológicos convive lo excelso y lo vulgar, lo cotidiano y lo extraordinario, pues todo vale para recuperar el hilo de
una urdimbre frágil que atrape ese pretérito paradójico y fugaz. El arqueólogo
persigue un fantasma para hacerlo visible ante nuestra atónita, incrédula presencia. Una visión que reside en su mirada, la mirada arqueológica. Porque
el historiador cuenta con la voz aún estentórea de los poderosos, de lo oficial,
o de una heterodoxia ahora admitida en el juzgado de la historia como un
exótico testigo, un visitante que ya no nos amenaza. Y el historiador del arte
levanta sus teoremas sobre la belleza reconocida y consensuada por épocas
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dispares, entre la admiración y el pasmo. Trabaja con nuestro sometimiento
a normas y formas que nos superan. Mientras el antropólogo o el etnógrafo
modelan o rastrean ese pretérito imperfecto que aún conserva anclajes en la
hondura palpitante de nuestro presente.
Pero el arqueólogo siempre debe estar dispuesto a la incertidumbre y al
caos, al pasmo y la zozobra. Sus objetos y sus objetivos consisten en dar voz a
quienes nunca la tuvieron. No hay para él nombres propios ni gentes mejores
que otras, su interlocutor es colectivo, su aspiración una quimera, el coro de
las comunidades humanas, de los desheredados o simplemente desaparecidos y anónimos.
Quizás por eso los museos arqueológicos nos gustan. Porque son más modestos, menos ufanos o presuntuosos. Y sobre todo porque son más nuestros,
más cercanos, más familiares, como el álbum fotográfico de una estirpe que
es la nuestra pero que no conocimos y a la que apenas unos rasgos y conjeturas nos vinculan.
Hoy la arqueología, por cerrar este episodio con otro poeta inglés, pero
ahora de la época en que el Museo intentó cambiar su forma de ver las cosas,
debe ser ocasión para esa tensión dialéctica, aquella que subyace a los descubrimientos. Como dijo W. H. Auden en su poemario póstumo (1974):
La pala del arqueólogo
excava las viviendas
abandonadas desde antiguo,
….
Sobre las cuales él no tiene nada
sólido que decir
¡qué afortunado!
…
De la arqueología
se ha de extraer, al menos, una enseñanza,
a saber: todos
nuestros libros de texto nos engañan.
Lo que llamamos Historia
no es algo de lo que podamos
precisamente envanecernos…
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Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras ilusiones
A LA BUSCA (MUSEÍSTICA) DEL TERRITORIO
El concepto de territorio es una invención moderna. Más allá del paisaje,
entendido como espacio de estirpe pictórica o escenográfica en las artes y
la cultura prerrománticas, o de la naturaleza romántica presta a otorgar un
sentido espiritual y anímico a cuantas emociones individuales y colectivas le
reclamaba su intérprete. Sobrepasado también el esenciero nacional o identitario que los intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza en España
cifraron en él para dar pábulo aquellas marcas de la casa que fueron el noventayochismo y la generación del 27, fecundos apologetas de perspectivas
míticas y tópicas. El territorio se manifiesta hoy como un logro de las ciencias que confluyen en la geografía humana, sin renunciar, en ocasiones, a las
veleidades de aquellos caracteres nacionales. Hoy día, gracias a (o por culpa
de) los modernos medios destinados a su comprensión y divulgación –los
Google Earth y compañía–, el paisaje y el territorio han cambiado porque ha
cambiado nuestra percepción de ellos, difundida universalmente a los cuatro
vientos, al alcance de un clic.
Así, el territorio incluiría, en una fértil amalgama de interrelaciones, lo
físico, medioambiental, cultural y para conformar un sistema de cierta y relativa autonomía cuyo reconocimiento depende de la óptica y el observador
que se empleen. Y es aquí donde juega su papel, como suprema lente oftalmológica, el museo. Volvamos, pues, a él.
Hubo un tiempo en que los museos sólo se ocupaban de las bellas artes. Fuese en el regazo de la filantropía de las élites o merced al evergetismo
de la erudición decimonónica y a la tutela del Estado burgués, la vertiente
formativa –y deformativa– de los museos se aplicaba sobre una embrionaria
ciudadanía ante la que había de legitimarse le nouveau régime como producto histórico inevitable. Las artes fueron, tanto para aquellos museos avant la
lettre como para los primeros de su género, la versión exhibicionista de un
apropiamiento definitivo; el de la imagen más elaborada y eficaz, la sublime
creación, en manos de una clase social que aspiraba a un predominio y una
posteridad cifrada en obras tan prestigiosas.
Después llegó la arqueología. No la arqueología que puede confundirse
con el arte, que aquella ya se contaba entre éste (las artes de la Antigüedad),
sino una que proporcionaba objetos cotidianos, admitidos en los museos gracias a su estatuto temporal, sancionados no por su excelencia, sino por su
escasez o por su inopinada longevidad. Lo cotidiano se hacía poco menos
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Figura 1. Yacimiento prerromano y romano de La Corona-El Pesadero, Manganeses
de la Polvorosa (Zamora), durante su excavación, soterrado bajo una autovía y recordado por un museito y una serie de reconstrucciones (fuente: Empresa de arqueología Strato y web del sitio).
que sagrado si los siglos habían pasado sobre ello. Y lo hizo cuando fue necesario que así fuera, e incluso lo hizo primero allí donde era más imperiosa su
presencia. Cuando apenas quedaba ya en Europa herencia artística musealizable, cuando algunos países, por efecto del nacionalismo decimonónico,
empezaron a no necesitar de Grecia o Roma para sentirse provistos de una
infancia homologable y orgullosa, la ciencia prehistórica, la indagación arqueológica tal y como la conocemos, arbitró los medios para convocar nuevos
inquilinos en las vitrinas de los museos del norte de Europa, que, pronto, se
extendieron a todos los rincones del globo con la furia de un descubrimiento,
el de que el tiempo y la excepción habilitaban lo vulgar y lo prosaico para la
admiración del público.
Era una puerta apenas entornada que poco a poco se fue abriendo de par
en par permitiendo, especialmente en épocas de crisis ideológicas, que los
museos se hayan convertido en el varadero de todo cuanto el ser humano ha
dejado sobre la tierra o bajo ella como testimonio de su paso. La vieja idea de
“pieza de museo” ha venido a englobarse en un concepto más amplio, el de
patrimonio, primero histórico y ahora cultural, que se beneficia y enreda con
corolarios de diversa condición para su inquietud y su ubicuidad: la conservación (preventiva o incisiva), el contexto, la interpretación, la estimación
social, el aprovechamiento económico...
Un concepto inflacionario este del Patrimonio, del legado cultural, que
en esta época de entre siglos, tan afectada de su propia introspección, tan
acostumbrada a esperar del pasado las mayores novedades, ha cruzado
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fronteras de manera cada vez más acelerada, cada vez más excitada. La última, el patrimonio inmaterial, o intangible, se antoja un nudo gordiano donde se entrelazan los dilemas de siempre con mayor nitidez: la preservación
de algo que no tiene más que una supuesta esencia inasible por naturaleza,
la transmisión de una actitud cultural aislada, la fosilización de su frescura
primigenia…
Y, entre medias de tales horizontes, otros patrimonios con apellido: el
etnográfico (o etnológico, o antropológico: nótese la incertidumbre de las
etiquetas) o el industrial, otra tipología de precaria concreción. Ambas sumidas en un concepto aún más extenso, casi ubicuo: el territorio, supremo
escenario y desembocadura de las ansias omnívoras del Museo, suprema
derivación de su pecado original, la búsqueda de la contextualidad.
Pero, además, si como dijimos la arqueología tradicional extraía sus
objetos de interés de civilizaciones extintas, de pretéritos perfectos que
habían sido cancelados, su vertiente moderna, extensiva, realiza un más
difícil empeño: convertir hoy en legado cultural lo que ayer mismo era (o
sigue siendo incluso) un activo económico y social de muy distinta categoría. Su materia prima es, casi, un presente inmovilizado, despresurizado para su conversión en antiguo, en retrospectivo. Y el museo debe
administrar esa nostalgia, esa memoria aún viva sin caer en la melancolía
o la taxidermia.
No hay nostalgia en la arqueología. O, de haberla, es fruto de la erudición, del cerebro. Y ahí no reside. Sin embargo, la saudade inherente a esa
suerte de patrimonio imperfecto (etnográfico, industrial, inmaterial... territorial) se produce de inmediato gracias al ánimo subyacente que lo vincula
con un pasado individual y colectivo aún no clausurado, mediatizado por los
recovecos de una memoria personal aún palpitante. En la arqueología vemos
cómo fueron otros, cómo fuimos, en el mejor de los casos, y gestionamos tal
conocimiento. En otros patrimonios menos pretéritos, nos conocemos por
reconocimiento: como hemos sido, como aún de alguna manera, somos. Y he
ahí el peligro y la ventaja. De alguna manera, mediante una noción territorial
de la cultura buscamos con afán los sutiles y a veces quiméricos enlaces entre
ambas perspectivas, una conclusa y otra aún abierta, ambas consanguíneas.
Hay melancolía en esa búsqueda, y de ahí que la administración de esas
emociones por parte del museo provoque muchas veces la decepción o la
frustración de lo incompleto, de lo amputado, la de una prótesis que úni-
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camente consigue caricaturizar al miembro perdido. Si la sola arqueología
evocaba, el patrimonio colectivo pretende convocar. Y, a su vez, el aplicado
al territorio se permite invocar vehemente unos valores superiores en los que
confluyen ambos. Valores de actualidad, que aún vigentes, se dicen dinámicos (ni estáticos ni contextuales como aquellos que son englobados en él),
evolutivos, basados en la comprensión para la actuación. El museo, si es un
museo de territorio, pretende pasar así de espectador a director de escena.
Porque, si ya era difícil lograr una correcta musealización (o museización)
del bien arqueológico o artístico, amputados de un contexto idealizado que,
en muchas ocasiones, tan sólo se le supone y siempre se ha perdido irremisiblemente, ¿cómo comportarse respecto a un bien cultural cuya trama originaria nos es tan conocida y cercana, tan real y que, sin embargo, exige como
primera renuncia, casi conditio sine qua non para su conversión precisamente en tal patrimonio, el que sea descontextualizado, el que reniegue de aquella existencia anterior? ¿Cómo devolver la vida a un territorio, una vez que se
lo ha confinado en el invernadero de las vitrinas del museo, cómo evitar que
deje de ser, preferentemente, un producto cultural vivo?
Así, los vestigios culturales musealizados se han convertido en nuevo escenario para el conocimiento sobre un pasado al que se da carpetazo al tiempo que se reivindica, al que cabe interpretar críticamente puesto que revela
mejor que otros los errores y desventuras (también los aciertos) de nuestro
mundo, no de otros.
Sin embargo, la musealización de este patrimonio cultural ofrece problemas muy específicos, como su hondo enraizamiento en ese mismo territorio,
dinámico por definición, y sus nexos respecto a una sociedad y una cultura
que ofrecen un vasto espectro y ligaduras de gran profusión y actualidad, inasequibles para la foto fija del museo. Ventajas e inconvenientes derivan de
esta tesitura a menudo candente, y de ahí la morfología variopinta de las soluciones adoptadas o por venir, la necesidad de discusión sobre una materia
abierta, falta de consenso, rica en experiencias.
En este sentido, resulta obvio, pese a los muy variados intentos que se
conocen, que el museo no ha sido capaz de alojar a este patrimonio, por tamaño, mensaje, implicaciones o por una simple cuestión de envergadura. Es
el museo el que lo habita, el que ha pasado de casero a inquilino, encargado
como está de poner en valor (permítaseme el galicismo algo desatinado) todo
cuanto se patrimonializa. Musealizar se llama a esta operación de reinserción
social, aunque en el caso del museo, su relación con el territorio se quede a
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Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras ilusiones
menudo tan solo en un paso estratégico hacia el vislumbramiento de vastas
extensiones por explorar. Aún está por dirimirse si el patrimonio acabará por
ser un convidado en los museos o estos son una alternativa (o la alternativa)
de una nueva y distinta existencia y esencia para un mundo que se nos está
escurriendo entre los dedos.
Y así, como sucede con las imágenes que nos proporciona Google Earth o
el navegador de los automóviles, corremos el riesgo de obtener del territorio
visiones congeladas y sin actualizar, dándolas por veraces, por actuales, como
si fueran una nueva realidad a la que nos aferramos por su mayor simplicidad,
accesibilidad y comodidad. Otro placebo.
MUSEOS, ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO
ACORDES Y DESACUERDOS
Cuando aún los sitios arqueológicos no recibían la estima que hoy disfrutan,
la de lugares susceptibles de conservarse y visitarse para todo tipo de público,
cuando aún el patrimonio arqueológico no era un valor cultural de primer
orden, cuando apenas había posibilidad de conocerlos físicamente; existían
los museos. Y así, en primera instancia y para su aprecio social, se aplicó a
los yacimientos arqueológicos el concepto musealización. Si entendemos tal
musealización como el conjunto de operaciones destinadas a insertar el conocimiento arqueológico en el tejido social a partir de la interpretación de
sus bienes inmuebles, cabe preguntarse de antemano, por qué, para qué.
Frente a otros bienes patrimoniales, tiene muchas ventajas la arqueología.
Se trata del único patrimonio no preseleccionado por la historia, por el gusto
estético, por la voluntad colectiva, por el poder. Su dominio es el del azar, su
conservación, su hallazgo, es una suerte de selección natural incontrolada,
caprichosa y, a veces, espontánea. Y su aparición un fenómeno violento (cada
vez más extravagante en nuestros días) de absoluta reactividad: el descubrimiento, la súbita aparición de algo que no estaba y que, de repente lo cambia
todo o puede hacerlo. Una inmediatez (literal: sin intermediarios) que despierta, siempre, un atractivo que otros quisieran o tienen que conquistar.
Además, sus restos guardan una relación íntima con nuestra vida cotidiana, pues ni son el producto de una creación de élite o de la alta cultura, ni la
consecuencia de un proceso de transformación social y económica reciente,
que aún reconocemos en un pasado imperfecto. Son el testimonio de una
época cerrada, encapsulada y perdida, pero reflejan, pese a ello, una intrahis-
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toria que nos es afín, que aún despierta nuestra empatía a causa del anonimato de sus protagonistas, en cuyas sombras nos reconocemos.
Incluso su halo romántico, que ha conocido el oropel y la epopeya, como
relató admirablemente el periodista alemán C. W. Ceram en aquel libro –Dioses, tumbas y sabios– que tantos hemos leído o visto recreado en películas y
narraciones más o menos verídicas y estimulantes. Tesoros, mitos homéricos
o faraónicos, ciudades perdidas y civilizaciones extrañas forman parte de ese
bagaje que el público espera de ella y que, a menudo, enturbia la comprensión
de un trabajo sobre todo concienzudo, laborioso y con frecuencia tan rutinario como el de toda investigación especializada. Pero ello le proporciona, pese
a todo, una popularidad y gancho de los que pocas ciencias pueden presumir.
Durante la mayor parte del pasado siglo, la arqueología fue una actividad esporádica y estival de estudiosos y universidades, relegada a un mundo aparte que
poco o nada tenía que ver con los traumas que afectaban a un territorio sembrado de sus restos que solía ser saqueado sin miramientos por actuaciones ajenas
a ellos. Así lamentamos hoy tanta destrucción y pérdida. Pero desde los años
ochenta en que la sociedad española maduró hasta comprender que el patrimonio cultural (y con él, el arqueológico) era un bien escaso y frágil, la arqueología
se asentó entre las actuaciones destinadas a proporcionarnos una forma de comportarnos menos destructiva, menos bárbara. Se ganó un sitio entre los peajes
que estábamos dispuestos a pagar, un capítulo de las condiciones que nosotros
mismo nos imponíamos para actuar con respeto, con una responsabilidad acorde con lo que aprendimos de los errores del pasado y, con ello, la oportunidad de
convertirse en una de las disciplinas llamadas a intervenir para la salvaguarda de
herencias tan preciadas. Sin embargo, este proceso aún no ha finalizado. Tiene
muchos problemas y defectos la arqueología de nuestro tiempo, a saber: sus exiguos presupuestos, la falta de formación universitaria, la carencia de proyección
científica y social de sus hallazgos, su inmersión en circuitos empresariales que
le son ajenos como ciencia, ensombrecida por la sospecha de la celeridad e intrascendencia que a menudo se le exige… Sin embargo, su papel, como el de los
museos, no tiene, por el momento, sustitutos.
Aún así, claro, la arqueología tiene un pecado original: el contexto perdido, su difícil comprensión en términos profanos, que dicen otros. Pues de
igual manera a como los museos se afanan por devolver ese contexto a las
piezas que exponen por medio antaño de paneles y fotografías y ahora de
ordenadores y escenografías, los yacimientos parecen avergonzados de su
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Territorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras ilusiones
Figura 2. Reconstrucción hipotética de la antigua Asturica Augusta (Astorga, León)
(fuente: Ayuntamiento de Astorga, servicio de arqueología, y agencia fotográfica
Imagen MAS, Astorga).
desnudez arqueológica, de esa impudicia que muestra edificios desventrados
y empobrecidos, y se empeñan en recuperar el status original en que fueron
concebidos o alcanzaron su más alta funcionalidad. Nada más equívoco que
este planteamiento, origen habitual de confusión y de notables complejos.
El contexto original no existe como tal asunto concreto, ni los edificios ni las
ciudades tienen un momento al que remitirse, pues como organismos sociales su imagen es cambiante, venturosa, inasible. Y como tal, el contexto quizás no sea más que una entelequia que proporciona una falsa calma y buena
conciencia a algunos arqueólogos empeñados en que su ciencia es arcana e
incomprensible para el resto de los mortales. Y frecuente escenario para operaciones espurias o fracasadas.
Toda esa gama de operaciones y repristinaciones quizás tengan su origen
en un viejo debate nunca resuelto satisfactoriamente, pues en su irresolubilidad está precisamente su mayor predicamento. El que enfrentó en la segunda
mitad del xix a los restauradores monumentales y que ha venido a emblematizarse en las figuras de Ruskin y Le Duc, aunque se haya reeditado en
múltiples versiones y ocasiones a lo largo de la historia del tratamiento y la
intervención monumental (buen resumen en Rivera, 2008: 117-188, o Capitel,
1988). El consenso parece hoy día moverse en un territorio de compromiso, o
una tierra de nadie, respecto a ambos extremos conceptuales. Frente al lento
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envejecimiento e inexorable desaparición de la ruina, dignamente amortajada por nuestra rendida admiración, que defendía el londinense, o la intervencionista recreación de los valores ideales conferidos contemporáneamente a un monumento del pasado, reactualizado para su mejor valoración; las
teorías del restauro (especialmente Brandi, entre otros) pretendieron que no
fuera necesario añadir ni cambiar salvo para mantener, y para comprender.
Pero a menudo se abusa de este sencillo precepto para justificar intervenciones alejadas de ese espíritu, renunciando a la mera apreciación de lo que se
nos ha dado, a lo que aparece bajo la tierra sin más, para, tal vez acomplejados, tal vez soberbios, pretender enmendar los estragos del tiempo. No nos
atreveríamos a tanto con el arte, ¿por qué lo hacemos con la arqueología?
Quizás porque tras ella no se esconde ninguna propiedad intelectual a la que
respetamos o tememos, quizás porque prejuzgamos inocente o discapacitada
la mirada de nuestros semejantes, quizás porque tememos o nos avergonzamos del poder evocador y descarnado de la ruina y la devastación.
Imaginando una suerte de Tres Edades de la museología arqueológica, primero los museos se dedicaron a la ordenación, de forma que la tipología, la
academia y sus disciplinas hermenéuticas triunfaron en la disposición de las
piezas. Después fue la presentación la que primó frente al objeto (museología del concepto se le llamó), haciendo de éste la excusa o la espoleta de un
discurso que se creía omnisciente, legitimado por su propia necesidad social.
Pero ante el apocalipsis de los relatos y el descrédito del saber reglamentado,
el museo parece haberse entregado a la seducción de una falsa virtualidad, y
se dedica ahora a la sustitución, a una operación arriesgada y manipuladora
(o manipulada) de justificación de sí mismo mediante la renuncia a sus señas
de identidad. Y así, en la relación tortuosa entre museos y patrimonio arqueológico inmueble, solemos hallar en nuestros días intervenciones que, respondiendo a este tercer estadio, podrían etiquetarse de invasivas o de sustitutivas.
Las primeras se dedican a completar la propia materialidad del bien, que se
cree insuficiente para el subestimado ojo profano del público, a mejorar su cometido mediante operaciones de reforma de su competencia, liftings tal vez.
Bien es cierto que estas operaciones reconstructivas son tan antiguas como el
resto arqueológico, pues existe un cierto consenso que afirma que es imposible entenderlo sin una relativa reedificación de sus caracteres primigenios,
para lo cual, aunque no existan datos suficientes, se convocan adiciones y especulaciones que, en algunos casos, llegan a entrar en conflicto con la propia
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esencia y hasta con la existencia del bien musealizado. Así, las recreaciones
virtuales de nuestra época suponen una alternativa eficiente que, al menos,
no comparten lenguaje ni materia, y mantienen una distancia perspectiva
muy útil para no enmarañar los mensajes. Al contrario, las reconstrucciones
físicas, aunque no siempre lo hagan, pueden llegar a dar una idea equívoca y
hasta deformada del original, respondiendo a planteamientos decimonónicos
supuestamente abandonados o superados pero que ahí continúan. Ninguna
reconstrucción es fidedigna, de la misma manera que no es posible reconstruir el contexto, ni dar marcha atrás en el tiempo. Por ello, cautela.
En cuanto a la segunda, la vertiente sustitutiva, su legitimidad se manifiesta de manera muy endeble. La mala conciencia implícita a estas intervenciones, fruto a veces de decisiones desafortunadas en materia de conservación,
intenta a veces paliarse o maquillarse con la habilitación de un attrezzo que,
a la postre, está en el filo de convertirse en una vulgar alternativa al original.
No en su complemento, sino en su sucedáneo. Son propuestas pedagógicas o
turísticas que abusan del yacimiento y acaban por no necesitarlo, salvo como
disculpa, para un exhibicionismo de corte ostentoso. Para este viaje no era
necesario el yacimiento arqueológico, ya están las Terras Míticas o similares,
o sea, la industria del entertainment, perfectamente legítima, claro está. Pero
no es eso. En busca del público –¿el cliente?– no cabe luchar con las mismas
armas que esa industria emplea con mayor destreza y recursos, sino potenciar
lo que distingue y distancia nuestro producto: autenticidad y rigor. Además,
un modelo de gestión patrimonial sostenible, de explotación turística viable,
que se adapte a los nuevos tiempos de redimensionamiento y de final de un
ciclo manirroto, exige poner el acento en la conservación y el mantenimiento,
en la investigación y la divulgación, entendidas más sopesadamente como
las operaciones específicas sobre un patrimonio en el cuál cabe actuar físicamente sólo en caso de necesidad, no por capricho. Y antojos parecen muchas
intervenciones de las que, seguro, todos conocemos ejemplos, que ponen el
acento en aparejos y aderezos tan prescindibles.
En nuestros días el bagaje imaginero de los ciudadanos de occidente está
saturado de imágenes, de recreaciones, de referentes con los que completar o
interpretar los restos arqueológicos, mucho más que en cualquier época anterior. Las viejas nuevas tecnologías y los mass media bombardean nuestras
retinas y células grises con un repertorio inagotable de imágenes que, como
la comida rápida, logran un hartazgo que no satisface nuestro paladar ni lo
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Figura 3 . Detalle de uno de los sótanos arqueológicos preservados y visitables en
Astorga (fuente: Ayuntamiento de Astorga, servicio de arqueología, y agencia fotográfica Imagen MAS, Astorga).
educa. Se convierten, como puede llegar a serlo una inadecuada musealización, en un anestésico de la capacidad de invención que, desde siempre, debió aplicarse al estudio y la evocación del pasado, único tiempo cognoscible.
De hecho, puede suponer un descanso para el intelecto, y una apelación a
sus resortes más estables, por trabajados, el hecho de requerir de la imaginación individual aplicada a un original que conserva más seducción cuanto
es menos hurtado o debe competir con groseras imágenes de guarnición. Y
entiéndase bien: no hablamos de las reconstrucciones arqueológicas, sino de
aquellas para las que la arqueología suele ser un estorbo.
Esto respecto a la cabeza de puente del museo en esa parte del territorio poblado señaladamente por el patrimonio arqueológico: los yacimientos.
Pero, ¿qué sucede con el auténtico territorio arqueológico? ¿Qué ha hecho el
museo en los espacios culturales donde, más allá de la condición de iceberg
aislado y formidable que tienen los escasos yacimientos salvaguardados, se
extiende una retícula de relaciones históricas y físicas entre el pasado y el
presente? ¿Qué ha propuesto el museo para conocer esa estratigrafía espacial, esa globalidad? Poco, muy poco aún. La idea de ecomuseo no sirve al
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caso, ni siquiera la investigación arqueológica se ha comportado de forma
distinta a como lo hacía en el siglo xix a efectos de su incidencia social. Y sin
embargo, la ciudadanía exige una respuesta, una factura de sus inversiones
en la memoria que le es propia. Pero hasta ahora lo único que ha hecho el
museo ha sido invadir el territorio, llenarlo de sucursales (museos locales,
aulas arqueológicas… y un sinfín de garitones) sin apenas incidir en él, sin
entenderlo, sin hacerse entender por él. Sin plantar batalla.
Y A MANERA DE CIERRE ABIERTO...
Como en el álbum de fotos familiar, los museos pretenden atrapar un tiempo
perdido mediante la ingenua captura de instantes aislados, cuyo relato sólo puede reconstruirse, uno distinto en cada caso, gracias a urdimbres imprevisibles,
a vivencias azarosas que anidan en la mente del que ojea sus páginas gastadas.
Desde que existe el hombre y su necesidad de una explicación del mundo, existen lugares concebidos para probar lo improbable, se llamen santuarios, instituciones, academias, o, desde que la memoria es asunto de muchos, museos.
En nuestra retrospectiva época brotan museos por doquier y para todos
los gustos, incluso muchos que tras un examen somero dejaríamos de llamar
así, de manera que estamos ante la oleada más fecunda de “génesis museística” desde que, dos siglos y medio atrás, naciera la versión moderna de esta
herramienta cultural. Museos a cada paso, como quien echa la vista atrás para
sentirse ubicado, para recordar de dónde se viene pues no se está seguro de
dónde se va. Museos para la mujer de Lot.
Encerrando la memoria entre cuatro paredes, los museos parecen decirnos: “así fuimos, aunque esto se acabó”. Estos lugares han sido siempre un espacio reservado a una suerte de evocación selectiva, en la que, muchas veces,
el ámbito destinado al olvido resulta más significativo que aquel consagrado
a la honra de cierto pasado. Los museos nos convidan a una imagen fija de
nuestra biografía colectiva, una selección de fotos, más o menos viradas al
sepia, de aquello que quisimos ser y, tal vez, nunca fuimos; el acopio de los
restos de un naufragio reunidos por robinsones de salón. Así el museo de
nuestros días es indefinible en su esencia, dispar y diverso, enfrentado a un
objeto patrimonial cada vez más hinchado, inflacionario en su concepto y
ubicuidad, que reúne en torno a sí a una miríada de profesionales, técnicas,
saberes y recursos. Nos hallamos, incluso, ante un público minoritario o impelido por la novedad, masificado o ausente, infiel.
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En muchas ocasiones apresamos nuestro pasado (y nuestro supuesto presente) y lo encerramos en el museo para que no suponga una rémora a un
futuro que se nos echa encima y aún no comprendemos, para que no afecte,
con su carga de capacidad crítica, de cuestionamientos, a nuestra vida diaria,
a nuestros sueños inconfesados y vulgares. Elaboramos en aquellos museos
discursos light, interpretaciones sometidas a voluntades políticas y sociales
interesadas que conforman una visión de las cosas cautelosa, ramplona, lenitiva. ¿Para esto es necesario el museo?
Cuando negamos al museo su capacidad de resorte, de acicate intelectual,
cuando multiplicamos su cantidad en demérito de su calidad, cuando hacemos de cualquier cosa un museo y de un museo cualquier cosa, actuamos
con la reverencia estéril de los animales que toman el poder en Rebelión en la
Granja (Animal Farm, 1945), la feroz alegoría de Orwell. En esa novela, una
de sus imágenes más clarividentes nos alerta sobre las circunstancias en que
solemos hacer (tantos) museos:
Volvieron después a los edificios de la granja y, vacilantes, se detuvieron en silencio ante la puerta de la casa. También era suya, pero
tenían miedo de entrar. Un momento después, sin embargo, Snowball
y Napoleón empujaron la puerta con el hombro y los animales entraron en fila india, caminando con el mayor cuidado por miedo a estropear algo. Fueron de puntillas de una habitación a la otra, temerosos
de alzar la voz, contemplando con una especie de temor reverente el
increíble lujo que allí había: las camas con sus colchones de plumas,
los espejos, el sofá de pelo de crin, la alfombra de Bruselas, la litografía
de la Reina Victoria que estaba colgada encima del hogar de la sala... y
no se tocó nada más de la casa. Allí mismo se resolvió por unanimidad
que la vivienda sería conservada como museo. Estaban todos de acuerdo en que jamás debería vivir allí animal alguno.
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97
[page-n-107]
[page-n-108]
4
DE OBJETO A OBJETO DE MUSEO:
LA CONSTRUCCIÓN DE SIGNIFICADOS
Josep Ballart Hernández
INTRODUCCIÓN
El objetivo que subyace a toda esta reflexión es subrayar la importancia de la
cultura material para el conocimiento humano. Se puede presumir que toda
forma de conocimiento humano está relacionada en mayor o menor medida
con el contacto con objetos materiales (Schiffer, 1999). Es más, el ser humano
construye su existencia particular a base de interaccionar con los objetos que
pueblan su entorno. Sin tales objetos, a menudo interpuestos entre personas
separadas físicamente, no hay forma posible de comunicación (del tam-tam
al terminal de ordenador, para ponerlo simple) y sin comunicación no hay
forma posible de expandir el conocimiento.
De hecho el ser humano utiliza dos vehículos fundamentales para expresarse: el lenguaje verbal y la cultura material. Ambos hacen posible cualquier forma
de comunicación, ambos son esenciales al mismo nivel. Subrayo de antemano
la palabra vehículo y algunas otras ya que servirán de armadura al conjunto del
discurso. A los arqueólogos el poner al mismo nivel lenguaje verbal y cultura
material no les provoca rechazo alguno. Ellos saben que los objetos, la cultura
material, que es la materia misma con la que tejen sus construcciones científicas sobre la cultura, goza de autonomía con respecto al lenguaje (no hay mejor
forma de comprender qué significa viajar en automóvil que coger un coche y
conducirlo. En otro orden de cosas, la arqueología experimental pretende comprender un hecho histórico a base de re-hacerlo). Y comprenden su crucial importancia para toda forma de reproducción social. Es más, saben que la cultura
material es, para los pueblos que la producen, el medio y el instrumento de que
se sirven para dar orden, significado y sentido a su existencia (Leone, 1999).
99
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
También saben los arqueólogos que los objetos tiene su propia biografía.
Los objetos transitan por las vidas de los seres humanos llegando a gozar
con el tiempo de gran autonomía con respecto a quien los creó o los utilizó
antes. Así, muchos objetos, en sus a menudo inverosímiles biografías, tras
muchas vicisitudes, si evitan ser destruidos por los mismos seres humanos o
por la naturaleza, pasan a convertirse en lo que difícilmente hubieran podido
imaginar sus creadores o usuarios más conspicuos. Es el caso de las reliquias,
por ejemplo, o de ciertos objetos que por una supuesta acumulación de valor
(no venal) son designados para convertirse en objetos candidatos a conocer la
posteridad como objetos de museo. Es este último el nivel más elevado al que
puede aspirar un objeto, la cumbre de su “carrera” (alguien podría discutir si
no sería la reliquia el nivel superior). Este proceso tiene lugar a base de añadir
capas de significado al significado original del objeto en cuestión.
En este trabajo se va a discutir sobre la relación entre los seres humanos
y los objetos a los que los seres humanos dan valor y por ende significado.
En esta escala de valor hemos colocado en su cumbre al objeto de museo.
Para comprender esta construcción debemos indagar en el cómo se produce
la atribución de significados. Obviamente aquí sólo podremos escoger una
vía entre muchas de aproximación al fenómeno, cual es la de utilizar textos
de autores e imágenes de museo, a priori sugerentes, que nos comunican libremente cosas fundamentales sobre los objetos. A partir de estas constataciones consideraremos las dimensiones múltiples que ofrecen los objetos,
propondremos polaridades chocantes en su forma de mostrarse o de ser aprehendidos y avanzaremos conclusiones sobre el devenir de los objetos en su
progresión hacia el futuro.
No obstante a la vista del poder de atracción de muchos objetos valiosos, no
digamos de los objetos de museo, no siempre es posible tener a disposición un
mentor que guíe a uno a través de las escalas de valor. Naturalmente cada cual
puede por su cuenta ensayar su propio diálogo con el objeto, sobre la base del
qué le preguntamos, qué nos preguntamos sobre el objeto, aunque ello puede
representar ardua tarea para muchos. El problema que presentan los objetos
en los museos a este tipo de perquisiciones, es que nos los muestran detrás de
un cristal. Al curioso ciudadano común de nuestros días no le es normalmente
permitido ni tocar ni manipular tales objetos ya consagrados. La aproximación
deberá pues ser parcial y en el mejor de los casos, contará con la ayuda de especialistas que le interpretarán in situ a uno el objeto, empleando medios diversos.
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De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
LAS DIMENSIONES MÚLTIPLES DE LOS OBJETOS
SOBRE LOS OBJETOS COMUNES
Los objetos son inertes y sólo tienen significado en función de la vida
que los emplea. Cuando esta vida se termina las cosas cambian, aunque
permanezcan iguales. Están y no están allí, como fantasmas tangibles,
condenados a sobrevivir en un mundo al que ya no pertenecen.
P. Auster, La invención de la soledad, 1994
Para empezar a hablar de los objetos cotidianos he escogido esta frase con la
que el escritor Paul Auster nos fulmina para dirigir la atención sobre lo verdaderamente importante: sólo una vida humana otorga significado a un objeto.
A falta de ésta, el objeto ya no es lo mismo. Empieza quizá probablemente
una nueva era para el objeto físico superviviente, una nueva fase en su biografía basada en una nueva relación de este objeto con otras vidas humanas. Es
por eso por lo que Paul Auster ve en los objetos (como algunos coleccionistas)
una intrigante dimensión (fantasmas tangibles).
El poder de los objetos es conocido: en ellos la vida se petrifica con
una fuerza mayor que en cualquiera de sus momentos. Huérfanos e
inútiles reposan sobre mi mesa esperando convertirse en despojos o
adquirir un nuevo estado civil.
S. de Beauvoir, Una muerte muy dulce, 1964
Simone de Beauvoir en quizás su mejor obra constata que los objetos tienen un poder especial sobre las personas. La idea de que dan consistencia a la
vida apunta por un lado a una de sus características elementales: su materialidad. En los objetos materiales la vida, dice, “se petrifica”, con lo que queda
en condiciones de volver a manifestarse en un futuro; a recrearse ante otros
seres vivos de una forma distinta y posiblemente aún más significativa. A continuación, de forma parecida a Auster, la escritora evoca con gran elegancia el
sentido de la futura biografía que espera a los objetos.
Este carácter duradero da a las cosas de este mundo su relativa independencia con respecto a los hombres que las producen y las usan...
Desde este punto de vista, las cosas del mundo tienen la función de
estabilizar la vida humana, y su objetividad radica en el hecho de que
–en contradicción con el pensamiento de Heráclito– los hombres, a
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
pesar de su siempre cambiante naturaleza, pueden recuperar su unicidad, es decir, su identidad, al relacionarla con la misma silla y con la
misma idea. En otras palabras, contra la subjetividad de los hombres,
se levanta la objetividad de las cosas creadas por los hombres antes que
la sublime indiferencia de la naturaleza intocada.
H. Arendt, La condición humana, 2005
Materialidad, permanencia, autonomía… vistas como características clave
de los objetos, cuya función de acompañamiento y sostén a la vida de los seres
humanos se manifestaría sobre todo en la rotunda tozudez en que las cosas se
nos aparecen por oposición a cómo queremos verlas. Objetividad contra subjetividad. Y en lo más recóndito del párrafo refulge la idea de identidad, tan
cara al ser humano y tan íntimamente asociada a los objetos que envuelven
su existencia cotidiana. Subrayemos pues este fascinante partenariato (seres
humanos-objetos) de cuya intimidad a veces no somos conscientes.
Nuestra dependencia de los objetos no solo es física sino también
psicológica.
M. Csikszentmihalyi, Why we need things, 1993
La sentencia del psicólogo podemos tomarla como la natural continuación del pensamiento de Arendt sobre los objetos. Por lo tanto, como sobra
mayor exégesis, vista la rotundidad y corroborado el sentido de los extractos
expuestos, cabe ahora empezar a construir un esquema que traduzca gráficamente algunas de las principales dimensiones que hemos entrevisto en los
objetos, subrayando las polaridades que han sido sugeridas:
Fisicidad / Materialidad
Inmaterialidad
Autonomía
Dependencia
OBJETO
Inutilidad
Utilidad
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Permanencia
Transformación
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De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
SOBRE LOS OBJETOS DE MUSEO
De la lápida sepulcral que se muestra en la figura 1 un visitante ocasional del
museo puede decir que es de piedra, que ha sido trabajada con intención, que
procede del norte de Europa (Irlanda) y que es antigua. Ante esta obra, tanto para el estudioso como para el observador curioso, la dimensión espacio/
temporal deviene crucial.
Lo primero que salta a la vista es que ocupa lugar y que está hecha de
una materia dura; a ello nos referimos cuando hablamos de materialidad
del objeto, que es justamente lo que permite al mismo su anclaje en la
dimensión espacio-tiempo. Un abismo espacio-temporal separa este objeto de nuestra cotidianeidad; de ello apenas cabe duda. A partir de aquí
los expertos propondrán otras consideraciones que abarcarán entre otras
cosas, su forma y función original y su cronología aproximada. Todo ello
redundará a favor de que el objeto sea visto como una pieza única, como un
raro objeto de museo.
Figura 1. Piedra sepulcral. Museo de Sitio de Cloncmacnoise, Irlanda.
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
Este tipo de testimonios históricos como la piedra sepulcral del museo irlandés admiten muchos puntos de vista valorativos en los que cualquier persona educada y mínimamente curiosa puede intervenir. Sin embargo vamos a
continuar la discusión recurriendo a la aportación de los expertos. Podemos
asumir con ellos un conjunto de presunciones fundamentales, por ejemplo:
Los únicos testimonios de la historia disponibles en cualquier momento para nuestros sentidos son las cosas hechas por los seres humanos.
G. Kubler, The shape of time, 1962
Todos, incluso el más humilde de los objetos es un emisario de la
cultura de la cual proviene.
T. S. Elliot, Notes towards a definition of culture, 1948
Los objetos (creados por los hombres) constituyen la única clase
de acontecimientos históricos que ocurriendo en el pasado continúan
existiendo en el presente.
J. D. Prown, The truth of material culture: history or fiction?, 1993
Estos tres autores, un historiador del arte, un poeta y un antropólogo, respectivamente, coinciden en momentos diferentes en ver en los objetos unas
ventajas parecidas, todas ellas claves para su trabajo. Esas cosas tangibles que
son los objetos, cualesquiera objetos del pasado, son unas referencias clave
del paso del tiempo, afirman, aunque les acuerden matices diferentes: si para
uno son testimonios, para otro hacen de emisarios y para un tercero son puros datos que traducen actos (acontecimientos). Todos ellos entre-ven por
medio de los objetos a personas, obras y acontecimientos que de esta manera
han podido viajar en el tiempo.
Utilicemos un ejemplo más, extraído en esta ocasión del ajuar del arqueólogo.
El más banal de los objetos de un museo de arqueología, una punta de sílex cualquiera, ¿no contiene una dimensión social, cultural o humana única? Las señales
de retoque que se observan en el extremo, ¿es que no son la materialización de
un gesto repetido, de un gesto enseñado, de un gesto aprendido y perpetuado?
En otras palabras: es un gesto de la vida misma el que ha quedado fosilizado en la
piedra. Pura fuente de valor.
O el testimonio de un historiador pedagogo:
El más humilde resto de muro de una construcción normanda, la
más insignificante viga de madera carcomida de la época Tudor o el
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De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
más simple y común de los candelabros del siglo xviii mantienen un
carisma que emerge del convencimiento de que se trata de un nexo
tangible con el pasado.
J. Fairley, History teaching through museums, 1977
El valor pedagógico de los objetos de museo, uno de sus activos más reconocidos, aparece aquí rodeado de una dimensión nueva: el carisma. El carisma es un don gratuito que hace atractivo y seductor a su dueño. Traducido en
términos de objetos, el autor ha querido significar que los objetos del pasado
en tanto que son al mismo tiempo ayer y hoy (ese nexo tangible), nos fascinan
de una forma como no lo pueden hacer otros objetos (quizás sólo el oro puro
o una reliquia pueden fascinar de una forma parecida a los seres humanos).
Españolizando la cita de Fairley pongamos una bacina de barbero, como la
que utiliza Don Quijote, en lugar de la viga Tudor y volvamos al museo. La presencia material de este singular objeto, limpio, perfectamente conservado, bien
lustrado y bien iluminado, posado en una vitrina del museo se impone por su
propia fuerza, por su propio fulgor. No hace falta mucho más, aparte quizá de las
palabras de un buen guía de museo. ¿Estamos entrando por la senda menos racional de las emociones? Posiblemente sí, aunque eso no debe de ser un problema. La interacción con objetos del pasado admite naturalmente y seguramente
aconseja, una aproximación racional y otra emocional. Lo hemos visto desde la
primera cita. Y la mayoría de los museos lo reconocen en su forma de acercar los
objetos al público. Las emociones son un ingrediente necesario a toda visita a un
museo y las personas son su principal catalizador (estimulando el diálogo entre
visitantes y entre el guía y los visitantes). Volviendo a las polaridades podemos
ubicar el objeto de museo entre nuevas dimensiones, por ejemplo:
Espacio
Tiempo
Razón
Emoción
OBJETO
DE MUSEO
Dimensión material
Dimensión social
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Pasado
Biografía
Presente
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
OBJETOS Y COMUNICACIÓN
Virtualmente toda forma de comunicación y de comportamiento
humano implica el trato con objetos.
M. B. Schiffer, The material life of human beings, 1999
Los objetos creados por el hombre, además de instrumentos son
señales, signos y símbolos.
W. D. Kingery, Learning from things, 1996
Lo que más nos sorprende hoy es que el objeto, una vez descargado
de su función cultural (original) es inmediatamente re-sacralizado al
entrar en el museo. (…) La analogía entre templo y museo se percibe
desde el origen de los museos. Hace apenas unos años una encuesta
sobre los visitantes de las colecciones públicas de una gran ciudad establecía que la primera cualidad que se valoraba de un museo era el
silencio!
R. Recht, Penser le patrimoine, 2008
Tanto si transitamos por el paradigma materialista (Schiffer, 1999) como
si lo hacemos por un paradigma de filiación estructuralista (Kingery, 1996)
desembocamos en el reconocimiento del objeto como artífice necesario para
la comunicación. Ya se ha establecido la dimensión material del objeto y discutido otras propiedades que disponen al objeto para realizar un papel de intermediación en las relaciones humanas. Si nos acercamos ahora al estructuralismo podemos acordar con sus valedores que si la lengua es una estructura
la cultura material también. Es decir, es una construcción artificial con sus códigos particulares, idea sobre la que insisten los antropólogos al menos desde
Lévi-Strauss. Consecuentemente la indagación de la significación constituirá
la fase más compleja, rica y peligrosa de nuestra interpelación, puesto que no
existe variable más precaria ni sometida a mayores intromisiones procedentes
de todo tipo de puntos de vista, de teorías y de sistemas conceptuales. Por
otra parte nada hay más manipulable ni más necesariamente cambiante. Para
decirlo con pocas palabras: cada escuela de pensamiento, pero también cada
generación, ve con ojos diferentes un mismo objeto de museo con lo que se renuevan continuamente las sucesivas capas de significación acordadas en cada
momento y por tanto las sucesivas interpretaciones asociadas a tal objeto. No
hay límites a la perquisición. Que cada uno busque ejemplos en su acerbo.
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De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
En la imagen (figura 2), la ejemplificación se decanta por un caso de interpretación clásica del objeto “museo” (el propio museo, por lo tanto, visto como un artefacto social) en tanto que “templo de las musas”, visión que
hoy ya no encontramos en ninguna parte puesto que nadie levanta un museo
(ningún arquitecto lo imagina así, ni ninguna administración se atreve a darle el visto bueno) que parezca un templo griego.
En nuestro viaje por el objeto hemos recorrido el trecho que va de su esencial materialidad a su desbordante significación. En relación a las figuras en
forma de esquema, que sintetizan el discurso llamando la atención sobre las
polaridades que van apareciendo en la discusión, y que puede contemplarse como un esquema único acumulativo, hay que añadir los últimos nuevos
elementos. Pasando por encima de elementos como señal, evidencia, prueba
o imagen, que bien podrían incluirse y discutirse también (evidencia tiene
connotaciones con materialidad), subrayaremos sólo las dos más importantes
para la comunicación. El objeto es signo porque estuvo “allí” (en el pasado) y
porque ahora aparece ante nosotros en el lugar de esa abstracción que llamamos pasado. No obstante con el paso del tiempo este signo, por mor de su valor comunicativo, se mudará en símbolo, en símbolos que irán evolucionando
y cambiando.
Signo
Símbolo
OBJETO
DE MUSEO
Evidencia
Señal
Este carácter simbólico del objeto de museo es lo que más nos acerca a la
noción de patrimonio, una noción que ha gozado de gran favor popular durante las últimas décadas. La tendencia a patrimonializarlo todo no ha sido
ajena ni al auge del pasado y la historia en muchas sociedades occidentales ni
a la irrupción de una dimensión economicista paralela en el tratamiento del
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
Figura 2. El objeto museo como símbolo. Alte Nationalgalerie, Museum Insel, Berlín.
pasado. La patrimonialización en todo caso ha sido la adjudicación a ciertos
objetos del pasado de un estatus excepcional que les garantiza un reconocimiento público superior. Como la condición se reconoce en base a una serie
de supuestos “méritos” relacionados con el significado del bien en cuestión,
lo más importante para el estudioso debería ser indagar en la forma cómo se
procede a la selección y cómo se produce la recepción. Pero ese es otro tema.
Lo que no es otro tema, sin embargo, es advertir cómo la patrimonialización
tiene una parte importante de sacralización, como la puede tener también la
mera recepción museística de un objeto, tal como nos lo recuerda R. Recht
(2008). Sin duda, museo y templo son dos nociones que van asociadas desde
el tiempo de los griegos. Es el bucle que se cierra en medio del silencio de las
salas, silencio de algún modo contradictorio con la noción de comunicación.
Una vez más las polaridades o mejor dicho las paradojas del museo.
SOBRE LA FORMACIÓN DE COLECCIONES
Freud nos proporciona una imagen poderosa del coleccionismo privado
compulsivo (figura 3). Su colección de estatuillas, amuletos y otros objetos
arqueológicos, preñada de connotaciones místicas, es estrictamente privada. De su actividad no tenía que dar cuentas a nadie más que a sí mismo.
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De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
El coleccionismo histórico se ha nutrido de muchos “freuds” que perseguían la realización de un proyecto, fuera personal o colectivo, basado en
el sentido estético, el sentido del pasado, la auto-realización personal, el
provecho material o la auto-imposición de retos. Coleccionismo histórico
y patrimonialización contemporánea tienen mucho en común aunque se
diferencian en que el primero es un acto particular mientras lo segundo es
un acto colectivo.
Para muchos otros particulares coleccionar objetos rima simplemente con
poder y dinero.
Invertir en arte es estimulante y muy interesante ya que, en tanto
que bienes tangibles, los objetos de arte siempre serán altamente apreciados por los inversores.
A. Bishop, Directora de la Agencia Sotheby’s de Dublin, 2010
Los objetos de arte no son humo. En tanto que son bienes tangibles son
objetos transportables e intercambiables como otras mercancías y su valor
no está siempre a merced de las coyunturas (valor refugio). No obstante también el coleccionismo como forma de atesoramiento tiene aspectos más interesantes y más sofisticados. P. Bourdieu (1977) acuñó la noción de “capital
Figura 3. Estatuillas, fetiches, amuletos y otros objetos en caótico amasijo. Freud
sentado a su mesa de despacho en Viena. Grabado de Max Pollock, 1914.
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
simbólico” para referirse a una variante del coleccionismo privado de arte y
antigüedades que persigue el posicionamiento social como valor y no tanto la
mera acumulación de capital.
Frente al modelo “freudiano” de coleccionismo, el coleccionismo institucional de museos y organizaciones patrimoniales ha reivindicado un coleccionismo científico y ético fundado en la responsabilidad pública, el conocimiento sólido y la necesidad de conservar para el futuro. Sin embargo la
formación de colecciones es siempre azarosa por más que los museos pretendan basarla en criterios objetivos. Cualquier visita a un almacén de museo lo
puede certificar a ojos vista (figura 4).
La decisión de conservar, sea del coleccionista particular o del institucional, puede parecer un acto banal, sin embargo tiene la mayor importancia,
toda vez que transforma un objeto hasta entonces meramente útil, funcional,
tecnológico, artístico, religioso o científico, en potencial objeto de museo, es
decir, aureolado con una carga añadida simbólica y connotaciones sociales,
psicológicas o ideológicas. No hay frontera establecida que determine cuando un instrumento de caza deja de serlo para convertirse en símbolo, ni cuando un cacharro doméstico abandona esta condición para metamorfosearse
en obra de arte. Coleccionar implica, como se deduce, descontextualizar, con
Figura 4. Foto del almacén del Musée d´Art et d´Histoire de Ginebra.
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De objeto a objeto de museo: la construcción de significados
lo que la atribución de sentido o significado a los objetos individuales deviene
más compleja aún y menos controlable. Al crear una colección, el coleccionista ha transformado sin remedio en otra cosa el sentido y la función supuestamente primordiales del objeto.
Pero tal decisión de conservar es muy a menudo el fruto del azar, la arbitrariedad o las circunstancias. Sabemos por los estudios que se han realizado (por ejemplo, Pearce, 1999) que el coleccionista difícilmente responde
al ideal del científico objetivo, si es que puede existir esta especie. Normalmente su acción transita por una zona de claroscuros en la que nunca se sabe
qué domina a qué, si los criterios culturales (o científicos) sobre lo que tiene
valor, aceptados por la comunidad científica, o unos impulsos psicológicos
enraizados en la personalidad del coleccionista. Limitándonos al ámbito de
la arqueología, su praxis científica nos enseña que los procesos formativos de
carácter natural o cultural determinan enormemente las formas por las que
los objetos del pasado viajarán hasta el presente, serán descubiertos y serán
valorizados (Hodder, 1988; Schiffer, 1999; Gamble, 2002).
CONCLUSIÓN
Parte de nuestra peculiar mirada contemporánea, tan a menudo nostálgica sobre el legado material del pasado, tiene que ver con esta dinámica transformadora de la realidad. Todo cambia, todo se mueve, todo se transmuta, incluso
los objetos más conspicuos de un tiempo anterior que imaginamos estanco y
poco mutable. Hasta el mismo museo es arrastrado por la corriente del tiempo y sus salas permanentes quedan obsoletas en unos años. Y, sin embargo,
para referirnos a las cosas valiosas de este mundo, la palabra que usamos más
es materialidad, es decir, firmeza, permanencia, durabilidad, matices todos
ellos que evocan justo lo contrario. “Tangibility. Esta es la palabra que más usa
cuando discute con sus amigos. El mundo es tangible, dice (se refiere el autor
a su personaje Bing Nathan). Los seres humanos son tangibles” (Auster, 2010).
Las ocho dimensiones del objeto que establecimos en el primer esquema
nos llaman por igual la atención en su aparente contradicción. Ya no sabemos
qué es más relevante, qué es más significativo para el público, qué llama más
la atención.
Para enfrentarnos desde el museo a esa realidad tan llena de matices tenemos un recurso precioso, la pedagogía. Si la construcción de significado es
la clave de la relación museo-individuo, la pedagogía pública es su corolario.
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JOSEP BALLART HERNÁNDEZ
Si en la primera relación (la relación museo-individuo, incluyendo al coleccionista) tiene un papel de liderazgo el experto, en la segunda (la relación
museo-público) este papel lo ejerce el visitante común juntamente con el experto. La pedagogía de museos se basa en la calidad de la comunicación interpersonal y la estimulación del auto-aprendizaje sin distinciones. Por tanto
la labor pedagógica se debe basar en estimular a las personas a que participen
libremente sin prejuicios, desde sus conocimientos e intereses, en la creación de significados, esperando en el camino descubrir en los objetos y en las
colecciones cosas sensibles que interroguen la conciencia y enriquezcan el
acerbo de cada uno y el de todos los ciudadanos. Los museos son una ventana
al mundo pero no obligan a nadie a asomarse: uno se asoma libremente si
uno quiere.
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EL MUSEO FUERA DEL MUSEO:
LA GESTIÓN DEL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO IN SITU
Amalia Pérez-Juez Gil
LA GESTIÓN DEL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO
UN POCO DE HISTORIA
El interés por el patrimonio arqueológico tiene un origen antiguo y se remonta al coleccionismo de obras de arte desde el Renacimiento. Esculturas
griegas y romanas, pero también otros objetos recuperados en tumbas preclásicas revelaron el deseo de conocer lo que sucedió en el pasado. La Francia
revolucionaria abrió los primeros museos del Estado, aunque ya durante todo
el siglo xviii se habían permitido las visitas a colecciones privadas, regias
o aristocráticas, como el Palacio de Luxemburgo de París o las galerías de
las universidades alemanas (Alexander, 1993: 17-37). El magnífico palacio del
Louvre se convirtió en el museo de arte nacional y en él se plasmó el concepto
fundamental del patrimonio cultural perteneciente a un pueblo, frente a la
consideración privada que había imperado hasta el momento.
A partir de ahí, todavía quedaba mucho por evolucionar, no tanto en la
aceptación generalizada de la necesidad de preservar un patrimonio que
pertenece a una sociedad, sino más bien, en determinar en qué exactamente
consiste ese patrimonio. En los siguientes doscientos años, se fueron definiendo algunos aspectos del mismo: obras de arte, arquitectura monumental, edificios religiosos de ciertos periodos, etc. El patrimonio arqueológico
formaba parte de este grupo de objetos muebles e inmuebles protegidos sólo
en el caso de que reuniera también los requisitos para pertenecer a cualquiera
de las otras categorías: artístico, monumental, palaciego, religioso, etc.
De esta manera, empezaron a verse a partir del siglo xix y sobre todo,
durante el siglo xx, importantes proyectos de recuperación, restauración,
115
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
protección y acondicionamiento de algunos yacimientos arqueológicos que
reunían las características anteriores: la Alhambra, Numancia, Ampurias o
Itálica son algunos ejemplos en España. Casi todos ellos eran espectaculares
asentamientos urbanos de la época clásica y medieval. El efecto evocador,
sacralizado en el Romanticismo del siglo xix, era capaz de provocar todo
tipo de sentimientos desde la admiración hasta el ensalzamiento nacionalista, “manteniendo una fascinación moral, emocional y estética” que se ha
mantenido a lo largo de la historia (Jackson, 1980). La conservación de este
patrimonio arqueológico determinó el comienzo del desarrollo de la gestión
del mismo, que fue pasando de la protección y restauración hasta el acondicionamiento en la segunda mitad del siglo xx.
La apertura de los yacimientos arqueológicos al público de forma generalizada no se produce, sin embargo, hasta la segunda mitad del siglo pasado, con los cambios en los hábitos de consumo de ocio, los periodos de
vacaciones cada vez más largos, la desestacionalización del tiempo libre y la
inclusión de la arqueología en programas educativos y de progreso de la zona
(Pérez-Juez, 2006: 75-82). Pero no solo los cambios en la estructura interna
de la sociedad afectan y dan forma a la gestión del patrimonio arqueológico
como disciplina. También el desarrollo económico y la construcción de las
enormes infraestructuras en Europa, con la reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial, han repercutido en lo que entendemos hoy por gestión del patrimonio. En toda Europa, la construcción de autovías, autopistas,
líneas férreas, polígonos industriales y el gran desarrollo urbanístico provocó
la remoción de toneladas de tierra que contienen –o contenían– patrimonio
arqueológico.
La necesidad de encontrar un equilibrio entre el progreso y la conservación se estableció a través de proyectos educativos, traslado de restos arqueológicos a parques y otros sitios públicos, inversión en acondicionamiento de
otros lugares o reproducciones del patrimonio destruido. En Francia, el caso
del Arqueódromo de Borgoña fue un ejemplo de consenso. Financiado por
la compañía de autopistas francesas Autoroutes Paris-Rhin-Rhône, abrió sus
puertas a finales de la década de los setenta como forma de “compensación
social” por la destrucción de sitios arqueológicos. El Arqueódromo mostraba reproducciones de diferentes yacimientos de la zona, desde la Prehistoria hasta la época medieval, con una clara vocación educativa y turística. Sin
embargo, el éxito de este recurso en la década de los ochenta fue poco a poco
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
viendo su declive, eclipsado por la ampliación de la oferta y la falta de renovación de su programación, cerrando finalmente sus puertas en el año 2005
(Frère-Sautot, 2006) (figura 1).
En toda Europa aparecieron otros parques de arqueología experimental,
centros de interpretación del patrimonio, yacimientos acondicionados para
explicar culturas generales asociadas a un territorio concreto –los celtíberos, los vacceos–. La gestión del patrimonio arqueológico iba ampliándose a sitios no tan conocidos, ni tan monumentales, pero necesarios para
compensar la destrucción de otros muchos y para conseguir el apoyo de las
comunidades.
En España, esta segunda mitad del siglo xx marcó las líneas actuales de la
gestión del patrimonio arqueológico, que seguía, en general, la consecución
de dos objetivos fundamentales: la preservación de los yacimientos ante el
desarrollo de la construcción de infraestructuras e inmuebles, y la creación
de un nuevo producto de turismo cultural que se incluyera en la oferta de
una creciente industria turística. Estos dos objetivos se complementaban
Figura 1. El Arqueódromo de Borgoña, en Francia, construido para compensar la
destrucción de yacimientos arqueológicos en el desarrollo de infraestructuras. En
la imagen, la recreación del sitio de Alesia, en el que el jefe galo Vercingétorix fue
definitivamente derrotado por César.
117
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
con otros de carácter secundario, tales como la sensibilización hacia el pasado, la preservación in situ de yacimientos que pudieran incorporar el medio, la conservación el patrimonio natural, generación de empleo y diseño
de algunas herramientas culturales e históricas en la creación de las nuevas identidades nacionales dentro del modelo autonómico plasmado en la
Constitución de 1978.
La gestión de la arqueología se perfilaba también como uno de esos “yacimientos de empleo” que recogieron documentos e informes nacionales y
europeos. Pero el desarrollo urbanístico provocado por la entrada de España
en la Comunidad Europea, a partir de 1986, hizo saltar la alarma sobre la necesidad de no arrasar con todo lo que se cruzara en el camino de las obras de
nuevas vías de ferrocarril, autopistas, aeropuertos o polígonos industriales.
La vorágine constructiva supuso la remoción de toneladas de tierra que contenían patrimonio arqueológico. La reacción de la sociedad se produjo tarde,
después de la destrucción de muchos sitios (el palacio imperial de Maximiano o de Cercadilla en Córdoba y la necrópolis del Puig des Molins en Ibiza son
dos ejemplos desgarradores1).
Algunos yacimientos sólo pudieron ser conservados con un apoyo político
y una intervención radical. Es el caso de la ciudadela ibérica de Calafell, Tarragona, en donde la gestión arqueológica se reveló como la única forma de
conservación del yacimiento ante la especulación urbanística en una zona masificada por el turismo de sol y playa (Pou et al., 1995). En otras palabras, sólo
un plan de gestión radical como la reconstrucción de la ciudadela fue capaz
de frenar las voces que pedían la no conservación del sitio. La reconstrucción
y la investigación paralela en experimentación han sido capaces en la actualidad de provocar un cambio en la actitud general del sitio, el ayuntamiento y la
zona, alrededor del cual se organizan jornadas, conferencias y otras actividades
relacionadas con el mundo ibérico, la arqueología experimental o la gestión
arqueológica (figura 2).
1
La destrucción de una parte de la necrópolis de la época arcaica y púnica de Ibiza (siglos vii-ii
a.C.) se produjo en mayo de 1986 bajo las instrucciones de los propietarios del solar en donde
se estaba llevando a cabo una excavación de urgencia. Después de un periplo administrativo y
judicial la sentencia se resolvió en la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca en 1994, con
una condena de trescientos cincuenta millones de pesetas y privación de libertad. La sentencia
sentó un precedente importantísimo, ante la total impunidad que, hasta ese momento, tenía
la destrucción del patrimonio arqueológico. El Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera
tuvo una parte muy importante en la consecución de esta sentencia penal que ha supuesto la
protección de muchos otros yacimientos y el fin de la impunidad.
118
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
Figura 2. La ciudadela ibérica de Calafell. La reconstrucción del yacimiento se vio
como la única forma posible de preservar los vestigios en mitad de un terreno muy
demandado para la construcción.
La llegada del sistema autonómico a partir de la década de los ochenta
incluyó otro tipo de yacimientos: los que estaban vinculados a reivindicaciones de carácter nacionalista o, por lo menos, de identidad local o regional.
De este modo, se incorporaron a la gestión redes culturales que abarcaban
un itinerario común, como la Ruta dels Ibers, del Museu d’Arqueologia de
Catalunya. Pero la recuperación de estas identidades también ha permitido
profundizar en el estudio histórico: el celta en Galicia, Asturias y partes de
Castilla y León, el ibérico en el arco mediterráneo, el talayótico en Baleares,
etc. Los yacimientos monumentales romanos o medievales siguieron en la
red de yacimientos acondicionados y gestionados pero se dio paso también
a las etapas históricas anteriores menos arquitectónicas. En realidad, la relación entre reivindicación nacionalista y gestión de patrimonio arqueológico
no es nueva y podemos citar el caso de Numancia como un claro exponente
de esta relación (Jimeno y de la Torre, 2005).
En este complejo paisaje, el proceso de conciliación entre las nuevas variables y el desarrollo económico, social y urbanístico de Occidente, dio lugar
a una serie de medidas para determinar el alcance de los restos arqueológicos
119
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vinculados a la construcción. Se aceptó que no todos los yacimientos podían
ser conservados in situ, pero sí estudiados antes de su destrucción. Entre estas medidas para la recuperación del conocimiento destacan la directiva de
Impacto Ambiental, aprobada en el seno de la Unión Europea en el año 2001
–Directiva Comunitaria 97/11/CE, de 3 de marzo– y las respectivas leyes que
la desarrollaban e implementaban en los países miembros2. Una vez más, esta
protección del patrimonio arqueológico afectaba a la gestión del patrimonio.
Las obras arqueológicas previas a cualquier remoción de tierra impusieron
una nueva forma de trabajar en arqueología, apareciendo la arqueología de
urgencia –mal llamada de gestión– que saca a la luz cientos, miles de restos
arqueológicos que había que gestionar. ¿Qué hacemos con el ingente patrimonio mueble e inmueble que apareció y aparece cada día como consecuencia de los estudios de impacto ambiental?
En la mayor parte de los estudios de impacto ambiental, los yacimientos arqueológicos son documentados y estudiados pero no se conservan. En otras palabras, el trazado de una vía o de una carretera no puede modificarse y la preservación in situ es imposible. Es el caso de la mayoría de los yacimientos de la Comunidad de Madrid en donde la conservación resulta muchas veces imposible
por los planes urbanísticos y de creación de infraestructuras que hubieran producido desvíos y modificaciones demasiado costosos o simplemente imposibles
en un territorio en plena expansión. En algunas escasas ocasiones, la magnitud
y relevancia del yacimiento ha conseguido frenar o modificar las obras, como
en el caso del Valle del Côa en Portugal en donde se paralizó la construcción del
pantano ante el descubrimiento de los grabados rupestres en las pizarras a orillas del río Côa. Pero no sin un esfuerzo enorme y la movilización de una parte
importante de la comunidad científica nacional e internacional.
En cualquier caso, ambas soluciones producen un patrimonio arqueológico ingente susceptible de nuevas formas de gestión. No se puede gestionar
de la misma manera todo el material arqueológico proveniente de una excavación de la Edad del Hierro de la meseta que los grabados rupestres del Valle
del Côa. Pero ambos necesitan ser gestionados: conservados, estudiados y
mostrados al público. ¿Cómo presentamos a la sociedad el resultado de to2
Se trata de la Directiva 97/11/CE, de 3 de marzo, por la que se modifica la Directiva 85/337/CEE,
relativa a la evaluación de las repercusiones de determinados proyectos públicos y privados
sobre el medio ambiente, (DOCE nº L 73, de 14.03.97), traspuesta en la Ley 6/2001, de 8 de
mayo (BOE nº 111, de 09.05.01) y el Real Decreto Legislativo 1/2008, de 11 de enero, por el que se
aprueba el texto refundido de la Ley de evaluación de impacto ambiental de proyectos.
120
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
dos estos trabajos arqueológicos? ¿Dónde y cómo conservamos toneladas de
material cerámico proveniente de cientos de yacimientos en las líneas de AVE
que recorren la Península Ibérica? Ahora que Foz Côa es Patrimonio de la
Humanidad… ¿cómo se lo enseñamos al mundo? ¿Existen diferentes niveles
de conservación, protección o divulgación? Y... más difícil todavía... ¿cómo
integramos los yacimientos en un paisaje para que dejen de ser parches aislados en territorios en continuo cambio? ¿Cómo integramos a la comunidad en
la defensa, protección, divulgación y gestión del patrimonio arqueológico?
En fin, estamos en un momento de importantes cambios en la gestión del patrimonio arqueológico, en el que se incorporan conceptos y nociones de moda en
el resto de las disciplinas, tales como sostenibilidad, identidad, participación… y
quizás en este momento de ajuste uno de los cambios más radicales está en determinar qué incluye exactamente la noción de patrimonio arqueológico susceptible
de ser gestionado y qué es exactamente la gestión de patrimonio arqueológico.
Lo que hace algunos años se consideraba imposible de acondicionar y
abrir al público hoy se puede haber convertido en producto turístico de primera magnitud gracias a ser “único” y estar en un territorio “singular”. Uno de
los ejemplos más claros son los yacimientos en los que se estudia la evolución
humana, como el caso de Atapuerca. Las enormes estratigrafías son el sueño
de cualquier investigador, pero muy difíciles de entender para el visitante no
iniciado. Se necesitan herramientas didácticas muy poderosas para explicar
el significado de rellenos de cueva que contienen una información no visible
al ojo iniciado, y a veces, ni siquiera al ojo humano. La falta de monumentalidad y de restos arquitectónicos en este tipo de yacimientos los ha mantenido
hasta hace poco tiempo fuera del circuito de patrimonio arqueológico susceptible de ser gestionado. Hoy, la nueva forma de explicar y transmitir el patrimonio permite una explicación clara de los mismos y repercute en todo el
concepto de gestión que teníamos hasta el momento (Pérez-Juez Gil, 2010b).
¿PERO QUÉ ES EXACTAMENTE LA GESTIÓN
DE PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO?
Lo que hemos descrito hasta ahora son respuestas a una serie de actuaciones
aisladas que se fueron produciendo en Europa, y después en España, para
ir solucionando las necesidades inmediatas de conservación del patrimonio
arqueológico. En otras palabras, la disciplina se fue perfilando a través de las
reacciones concretas dadas a problemas específicos. La gestión del patrimo-
121
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nio arqueológico, por tanto, sigue sin estar definida. Ni siquiera se produce un intento en los textos internacionales. La Carta internacional para la
gestión del patrimonio arqueológico, adoptada en la Asamblea General de
ICOMOS en Lausana en 1990, enumera una serie de pasos que deben observarse en la gestión del patrimonio arqueológico –investigación, protección,
inventariado, cualificación profesional, cooperación internacional–... pero
no ofrece una definición concreta.
Lo mismo sucede con la revisión de la Carta de Venecia de 1964, la llamada
Carta de Cracovia del año 2000, en la que se recogen líneas de actuación y
principios generales bastante interesantes para la conservación y restauración del patrimonio construido, pero que se aproxima al patrimonio de forma
parcial –sólo el construido y más concretamente el de las ciudades– dejando
fuera los yacimientos en los que no existan edificios –todos los asentamientos prehistóricos al aire libre, en cuevas, etc. No aparece en el texto una definición de la gestión de este patrimonio aunque existe una parte dedicada
específicamente a la gestión y planificación. Incluso el texto más reciente de
2004, la llamada Carta Ename de ICOMOS para la Interpretación de lugares
pertenecientes al patrimonio cultural, olvida definir la gestión, aunque la interpretación del patrimonio cultural es parte de esta gestión.
La tradición de las cartas internacionales parece estar en periodo de revitalización y existen en los últimos años intentos de volver a encontrar el consenso que estos textos pretendían alcanzar. Así, si la Carta de Venecia se ha
cuestionado recientemente por su conservadora mirada hacia la intervención
en el patrimonio (Hardy, 2008), lo cierto es que sentó las bases de muchas
de las cuestiones hoy completamente aceptadas en la gestión del patrimonio
arqueológico: conservación in situ, preservación del contexto/entorno, reversibilidad de las actuaciones, etc. La carta de Lausana, la carta de Cracovia
o la denominada Carta Ename todas ellas retoman e incluso rebautizan los
conceptos, siguiendo en la línea de la Carta de Venecia y sin llegar a definir
ninguna lo que realmente significa gestión del patrimonio arqueológico.
Autores, gestores, investigadores, se acercan al concepto de la misma manera: enumerando una serie de actuaciones y pasos que no deben olvidarse
en la gestión, enfatizando la necesidad de un plan, urgiendo a la toma de conciencia para la conservación del patrimonio, pero el término se deja abierto.
¿Es todavía un poco pronto para definir esta disciplina? Personalmente creo
que no. No sólo es el momento adecuado, si no que no podemos seguir sin
122
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
un protocolo de actuación más concreto. No se trata de restringir las formas
de gestión de patrimonio arqueológico sino de definir unos mínimos y establecer guías generales de actuación. Esto permitiría mayor seguridad para
los profesionales y también mayor posibilidad de análisis y evaluación para
los investigadores. Los protocolos permiten el seguimiento y evaluación de
programas de gestión que han sido creados siguiendo un camino parecido,
ofreciendo la posibilidad de contrastar resultados de planes aplicados a diferentes yacimientos. No se trata de utilizar un mismo plan de gestión para
todos los yacimientos sino de aplicar los mismos criterios de evaluación, sostenibilidad y objetivos a corto y largo plazo en todos los planes de gestión.
En realidad, la gestión del patrimonio arqueológico engloba multitud
de matices y aspectos y por ello es difícil sintetizarlos en una frase. Pero si
tuviéramos que hacerlo, esta definición sería que la gestión del patrimonio
arqueológico es el conjunto de acciones que se llevan a cabo para la protección, conservación e interpretación del patrimonio arqueológico. Entendido
en este sentido, aparecen dos cuestiones fundamentales.
La primera es que la gestión debe comenzar al mismo tiempo que el proyecto de investigación. Es más, debe ser parte del mismo para poder planificar zonas de excavación, conservación de las mismas, acceso, etc. Un ejemplo
concreto son los yacimientos arqueológicos abiertos al público –en teoría,
con un plan de gestión arqueológica– en los que se llevan a cabo proyectos
de intervención al margen de la gestión. Lo que se produce entonces es que
los accesos e itinerarios del siglo xxi seguramente no coincidan con los originales, el trazado original de un asentamiento se desvirtúe y se esté creando
y ofreciendo una información arqueológica falsa. O en otras palabras, dando
lugar a una interpretación del yacimiento errónea. De esta manera, la incorporación del plan de gestión de un yacimiento en el proyecto de investigación
permite la selección de zonas de excavación antes de la interpretación del
mismo, lo cual parece obvio, pero por desgracia no lo ha sido en muchos
yacimientos españoles ante la urgencia de su apertura al turismo a partir de
los años ochenta.
La segunda cuestión es que la conservación no debe realizarse al final de
una excavación sino en el transcurso de la misma. Si la conservación, por su
parte, está directamente relacionada con el plan de gestión, esto supone una
vez más que esta tiene que incluirse de manera definitiva en el proyecto de
investigación/excavación. La conservación es fundamental para cumplir con
123
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
el principio de preservación in situ de todas las estructuras arqueológicas, ya
sean muros, mosaicos, molinos o simplemente restos de fondos de cabaña.
Pero sin una conservación a medida que avanza el proyecto de excavación,
será difícil cumplir con este objetivo.
Para concluir, debemos mencionar que la trayectoria de la gestión de los
yacimientos arqueológicos en España ha seguido las mismas vicisitudes que
se han mencionado en páginas anteriores y refleja la falta de directrices concretas. Las intervenciones monumentales de la primera parte del siglo xx
monopolizaron la “gestión del patrimonio” y la política turística de abrir yacimientos al público para fomentar el desarrollo económico produjo algunas
actuaciones problemáticas para la conservación de los sitios. La evocación
arquitectónica de la mayoría de los planes de gestión produjo además restauraciones no reversibles y, en ocasiones, la destrucción de restos no palaciegos
o monumentales. Del circuito, además, salieron la mayoría de los yacimientos prehistóricos, a no ser que, como Altamira, gozaran de un lado artístico.
En general, la gestión comenzaba una vez acabada la intervención en un yacimiento y, en el caso de no haber completado esta, en las zonas que ya habían
sido excavadas y estudiadas.
Las cosas hoy están cambiando y cada vez más se incluyen los planes de
gestión en los proyectos de investigación. La gestión del patrimonio arqueológico in situ está caminando hacia propuestas holísticas en las que arqueología, territorio y comunidades interaccionan para conseguir el deseado desarrollo sostenible.
LOS USOS DE UN YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO
El uso de un yacimiento arqueológico, o mejor, los usos, también han evolucionado a lo largo de los años y han definido el tipo de gestión de cada sitio. El
uso como fuente de información, es decir, como custodio de conocimiento es
sin duda el más importante y el que ha determinado la protección del mismo.
Pero reconociendo este como el fundamental, el yacimiento arqueológico
puede ser utilizado para otros objetivos, incluso coincidir varios de ellos a la
vez. La incorporación en la lista de yacimientos protegidos de los no monumentales y la propia evolución económica y social de un país son factores que
inciden en el uso actual de los yacimientos.
El uso del yacimiento como recurso educativo está muy vinculado a la
inclusión en los planes de gestión arqueológica de los yacimientos no mo-
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
numentales: prehistóricos, campos de batalla, casas de esclavos, zonas industriales, etc. Con ellos, se ha desarrollado toda una nueva programación
didáctica para complementar, y a veces sustituir, la información no aportada
por los vestigios. En otras palabras, un yacimiento en el que la producción
científica es enorme, como es el caso de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca, y que aporta miles de fósiles todos los años no puede explicarse tan
sólo a través de la descripción de un depósito sedimentario en el que el visitante no verá nada de lo que se le está hablando. No se ven en los rellenos
de Atapuerca cráneos de homínidos, restos de fauna, industria lítica in situ,
pero se puede entender el contexto en el que estos se han conservado y la
forma de investigar y conocer el pasado. Para ello, se necesitan herramientas
capaces de suplir con imágenes o sensaciones lo que no se puede ver. Las
herramientas pueden ser desde los tradicionales audiovisuales o maquetas a
las actividades que impliquen la participación activa o pasiva, como talleres,
demostraciones, recreaciones, etc. (figura 3).
Figura 3. El yacimiento de Dolina durante la campaña de excavación. Los rellenos
de las cuevas, llenos de información, necesitan de técnicas de interpretación para
poder transmitirlas al público.
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Por otra parte, incluir estos yacimientos en la lista de los sitios susceptibles de ser gestionados plantea nuevos usos del patrimonio que ya no es sólo
fuente de conocimiento histórico o recurso de turismo cultural. Aparecen
posibilidades sociales, e incluso de motor económico o generador de riqueza.
Los yacimientos de la Sierra de Atapuerca, una vez más, se conciben como el
marco en el que se desarrollan programas y en el que la interacción con otros
recursos hará posible el desarrollo económico y social de un sitio. Así, el yacimiento es el motor alrededor del cual aparecen otras propuestas, la mayoría
de ocio, pero no necesariamente de carácter cultural: rutas medioambientales, gastronómicas, etc.
Lo mismo sucede con yacimientos de épocas más recientes ligados a eventos y no a restos arquitectónicos. Es el caso de los campos de batalla, susceptibles de ser estudiados con metodología arqueológica pero no ligados a
ningún edificio monumental concreto. La función educativa de los mismos
radica en su capacidad de evocar el sitio específico de un determinado acontecimiento y, por tanto, recrear mentalmente un hecho en un contexto. En
estos casos, además, el yacimiento puede ser utilizado con otro fin: el de crear
una determinada conciencia de pertenencia a un lugar. En este caso, el evento
es el detonante de un proceso que determina una historia común, o un pasado compartido que puede ser o no real, pero que se manipula para conseguir
un objetivo concreto. Estaríamos aquí ante otro uso del yacimiento arqueológico, el de cohesión social que no tiene porqué ser aceptado por todos los
miembros de una comunidad, pero que es capaz de producir sentimientos
afines entre muchos de ellos (Pérez-Juez, 2010a). El patrimonio arqueológico
en cualquier caso, nunca es concebido fuera de un contexto específico. Este
territorio se articula a partir de los yacimientos y dota de uniformidad a un
conjunto que hay que gestionar de forma global (figura 4).
DE CONTEXTO A TERRITORIO
Todo lo anterior nos lleva a la conclusión de que hoy no es posible –o no
debería ser posible– gestionar un yacimiento arqueológico al margen de un
territorio, concepto que también ha sufrido la misma evolución que el de
patrimonio y gestión arqueológica. Hasta hace poco tiempo se entendía el territorio como el contexto en el que se inscribía un yacimiento (AA.VV, 1993).
El yacimiento arqueológico protegido –es decir, el inscrito en la categoría de
Bien de Interés Cultural, B.I.C.– debía rodearse de un área difícilmente de-
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
Figura 4. Plimoth Plantation, Massachusetts, Estados Unidos. La recreación del
asentamiento de los primeros colonos en las costas de Nueva Inglaterra constituye
un gran recurso educativo. Pero lo que se transmite no es solo una serie de hechos
históricos sino también los valores que llevaron a esa colonización y la fundación del
país: libertad religiosa, oportunidades, etc. El uso educativo, por tanto, se funde con
el de cohesión social y búsqueda de raíces comunes en eventos históricos.
marcable, pero siempre existente. Se argumentaban diversas razones pero
ninguna realmente sólida por sí misma: protección de un entorno, delimitación de un contexto histórico… por esta razón, el entorno, territorio, contexto, área o los diferentes nombres con los que se designaba este espacio
quedaban sin concretar. El territorio alrededor de un yacimiento aludía, en
general, a un espacio histórico que, fosilizado en un momento concreto, debía preservarse de la misma manera y con el mismo objetivo que el resto del
yacimiento arqueológico.
Pero las cosas han cambiado, ampliándose el concepto de territorio no
sólo a lo que hace alusión al yacimiento sino sobre todo a lo que hace alusión
a la realidad actual en la que se enmarca un determinado sitio. En otras palabras, territorio era antes el espacio físico que había que proteger alrededor de
un yacimiento arqueológico, la zona en la que técnicamente debía de evitarse
127
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cualquier construcción, remoción de tierras, etc. El territorio hoy cobra personalidad por sí mismo. La relación entre este y el yacimiento es, en realidad,
entre el sitio y la comunidad. Esta relación es compleja, diversa y afecta a
múltiples aspectos. Vamos a intentar profundizar en algunos de ellos.
PATRIMONIO Y TERRITORIO EN COMUNIDADES INDÍGENAS
La relación entre patrimonio arqueológico y territorio vivo se aplicó en un
primer momento a las comunidades indígenas. Parecía como si sólo pudiera
existir una vinculación con el sitio arqueológico que afectara al territorio concreto cuando aquél estaba ubicado en zonas de población hoy todavía indígena, fueran o no fueran herederas de la tradición cultural de este patrimonio.
Es el caso de gran parte de los yacimientos arqueológicos acondicionados en
Latinoamérica, pero también en Asia o en el resto de los continentes en los
que Europa tuvo territorios. Podríamos citar el caso de todo el patrimonio
maya en Centro América, o el caso de Angkor en Camboya, pero ocurre lo
mismo con espacios protegidos en Australia, partes de África, etc. Ligar patrimonio arqueológico y comunidades indígenas actuales era la forma más fácil
de integrar a las poblaciones en el desarrollo turístico de los sitios, pero también de asegurar su colaboración en la preservación de los mismos, el control
del expolio, etc. Transluce además una visión europeísta de la gestión del patrimonio arqueológico que se deja también ver en las cartas internacionales.
En realidad la cuestión es mucho más compleja, porque comunidades que
se sienten herederas de su pasado existen en todas partes, y no necesariamente tienen que ser poblaciones indígenas. De esta misma forma, la utilización
no científica del patrimonio arqueológico existe también en Europa, reasignándose usos del mismo que quizás pudieran tener en el pasado, o proyectándose las ideas de esos usos. Podemos pensar en los rituales druidas de
Stonehenge, por ejemplo. Y también podemos pensar en el uso del patrimonio arqueológico vinculado a creencias religiosas que inspiran peregrinaciones y demás (Jerusalén, pero también Cluny son algunos ejemplos). De esta
manera, la vinculación de comunidades a restos arqueológicos no está necesariamente ligada a comunidades indígenas de colonización europea sino
que se extiende a esferas más amplias, muchas veces fruto de reapropiaciones
modernas de algún aspecto antiguo de ese patrimonio.
Un ejemplo interesante es el proceso de devolución de restos arqueológicos indígenas a los nativoamericanos de Estados Unidos. En el año 1990
128
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
se aprobó en este país la ley NAGPRA, Native American Graves Protection
and Repatriation Act (Ley para la Repatriación y Protección de Tumbas Nativoamericanas). La ley está dirigida a museos de Estados Unidos y agencias
federales con el objetivo de devolver a los grupos indígenas los millones de
piezas arqueológicas contenidas en museos, universidades, bibliotecas, gabinetes de investigación, etc., ante la continuada petición de los lobbies indígenas para la recuperación de su patrimonio arqueológico. La devolución afecta
a restos humanos, objetos funerarios, objetos considerados sagrados por las
tribus o parte del patrimonio cultural de las mismas. Además, se recogen situaciones en las que no se puede identificar culturalmente ciertos restos, se
tipifican los comportamientos sobre tráfico ilegal de estos objetos, se establece un programa de ayudas económicas, etc.
La justificación venía del reconocimiento de los mismos no como objetos
arqueológicos, sino como objetos sagrados, religiosos, simbólicos de las culturas que habitaban el territorio antes de la colonización europea. El carácter
de patrimonio arqueológico de estas piezas se perdía y recuperaba sólo su
carácter sagrado, cultual u otro uso para el que fueron concebidas tales piezas
por sus creadores indígenas.
La labor de devolución de los millones de objetos fue inmensa. Había
que localizar a las tribus herederas de una cultura que no siempre seguían
existiendo –algunas llevan extinguidas desde hace siglos–. En el caso de no
encontrarse a las tribus relacionadas con el objeto en sí se optó por devolver
las piezas a las comunidades indígenas que vivían en la actualidad en el territorio. De esta manera, se está asimilando territorio a comunidad indígena y
a patrimonio arqueológico, cuando en realidad podía no haber tenido nada
que ver. Algunos grupos que viven hoy en Florida, por ejemplo, podían haber
llegado en el siglo xix procedentes de Luisiana. Y así podemos encontrar un
ejemplo detrás de otro. Las poblaciones indígenas que existen en el mundo
en la actualidad no tienen porqué estar vinculadas necesariamente al patrimonio arqueológico que existe en un territorio.
Otras zonas con colonización europea han pasado por el mismo proceso.
Es significativo el caso de Australia, por ejemplo, en donde durante mucho
tiempo, los aborígenes fueron excluidos de decisiones y actividades públicas. En la actualidad, la recuperación social y política de estos grupos implica
también su nueva reapropiación el territorio y del pasado, con el desarrollo
de políticas que vinculan a ambos.
129
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Dejemos entonces la vinculación estricta entre patrimonio arqueológico y territorio referida únicamente a las comunidades indígenas. Dejemos
también de lado la relación entre patrimonio arqueológico y reapropiación
de ciertos significados del mismo. Superemos el concepto de patrimonio arqueológico y territorio como el área de protección alrededor del yacimiento.
Entonces… ¿qué nos queda? ¿Cómo entendemos la relación entre patrimonio
arqueológico y territorio en el siglo xxi?
TERRITORIO E IDENTIDAD
En realidad lo que nos queda es entender el patrimonio arqueológico dentro
del territorio que ocupa en la actualidad y esto, de nuevo, tiene varios aspectos todos entrelazados, pero todos complejos aún estudiados de forma individual. Un yacimiento arqueológico es capaz de provocar la relación entre
comunidad y territorio y puede dotar a este de una identidad propia. Uno de
los mejores ejemplos es el caso de Atapuerca.
En proyecto Atapuerca comenzó hace más de treinta años como una
investigación al margen de la comunidad en la que se encontraba, con un
desencuentro que necesitaba de una serie de mecanismos para provocar la
comunicación entre todos los interesados/afectados en los yacimientos. Involucrar a las comunidades que rodean al yacimiento y gestionar el territorio
de forma global ha supuesto un trabajo delicado de organización, logística y
sensibilización. No se trata solo de una incorporación a la investigación o a la
gestión, sino mucho más importante, de la creación de una forma de entender los yacimientos como parte del territorio que las comunidades habitan, y
concederle un estatus capaz de cohesionar el entorno.
La aproximación holística al territorio ha permitido el encuentro. El territorio entendido como el recipiente custodio de los fósiles y la información sobre evolución humana, pero también como el lugar de interacción
entre paisaje y personas a lo largo de la historia. En otras palabras, si los
yacimientos de la Sierra de Atapuerca son tan ricos en fósiles humanos y
huellas de su evolución es porque la zona es un cruce de caminos en el que
las personas han interactuado con el medio desde hace más de un millón de
años. De la misma manera que lo hacen ahora. Por esta razón, la necesidad
de incorporar la relación ser humano-medio, una relación que ha sido económica, cultural, paisajista, etc., es parte de la misma esencia del estudio de
la evolución.
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
La relación con la comunidad comenzó de forma simultánea en varios
sitios y con diferentes proyectos. En general incluían la realización de visitas,
organización de ciclos de conferencias, algunos programas de difusión y colaboración en la protección de los yacimientos. Ninguna institución aglutinaba
a las demás y la relación con el equipo era personal y no como entidad. Tras
esta primera etapa, la comunidad comenzó a ver los yacimientos como parte
de su patrimonio y el conjunto del proyecto, integrado en el paisaje que recorrían todos los días. La Fundación Atapuerca se creó en 1999 para dotar de
personalidad jurídica al proyecto de investigación y conseguir reunir en ella a
todas las instituciones que existen alrededor del mismo: equipo de investigación, ayuntamientos, Junta de Castilla y León, etc. Con la Fundación organizando sus proyectos de forma integrada, el espacio de la Sierra de Atapuerca
comenzó a percibirse como un territorio cada vez más amplio, cohesionado y
capaz de actuar como un personalidad propia (figura 5).
Figura 5. Una imagen de la zona de entrada a la Trinchera del Ferrocarril, en la que
se encuentran los yacimientos de Elefante, Galería y Dolina. A la izquierda de la
imagen se aprecia el “Camino de los Miradores”, a través del cual se realiza una visita
libre de los yacimientos pero también de la flora del entorno. El camino está señalizado tanto a nivel arqueológico como medioambiental.
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
Por fin, en el año 2007, se creó el Espacio Cultural Atapuerca, ampliando
la zona protegida de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca. El objetivo
de esta nueva actuación por parte de la Junta de Castilla y León es promover
el desarrollo sostenible de la zona, integrando a los diferentes municipios
alrededor del proyecto Atapuerca. De esta manera aparecen dos figuras, la de
“Espacio Cultural” que afecta al BIC y al territorio en el que se encuentra, y la
de “Sistema Atapuerca, Cultura de la Evolución” que aglutina a centros e instituciones que funcionan o están relacionados de alguna manera con el proyecto. Era necesaria una figura administrativa que pudiera coordinar todos
los nuevos centros que han ido apareciendo a lo largo de estos años: el Museo
de la Evolución Humana, los centros de visitantes de Atapuerca e Ibeas de
Juarros, el Parque Arqueológico de Atapuerca, etc. (Aguado et al., 2010).
De esta forma, la coordinación permite políticas integradas de gestión
sostenible del territorio, coordinando las acciones de los diferentes interesados e involucrando a la comunidad en los nuevos planes. Aunque no de forma
integrada, la Fundación Atapuerca ya había puesto sobre la mesa la necesidad de esta colaboración con el territorio y las comunidades que lo habitan.
Para ello, se habían diseñado programas que consiguieran tanto la sensibilización como la acción directa por parte de diferentes sectores.
Los programas de la Fundación Atapuerca partieron de un estudio a gran escala que se hizo en la ciudad de Burgos, a unos 15 kilómetros de los yacimientos,
en el año 20033. A través una encuesta se pudo conocer que sólo el cincuenta por
ciento de la población había visitado los yacimientos, y de este cincuenta por
ciento, la mitad lo había hecho incitado por alguien de fuera que había propuesto esta visita. En definitiva, sólo el veinticinco por ciento había decidido motu
propio conocer los yacimientos de la Sierra de Atapuerca. Es un dato significativo, porque a la pregunta de si pensaban que el proyecto Atapuerca era bueno
para Burgos y traería riqueza al territorio, la respuesta fue unánime: el cien por
cien de los encuestados contestó afirmativamente. Con estos datos en la mano,
era evidente que se necesitaban tender los puentes para el encuentro entre proyecto y comunidad, así como comenzar a pensar en las figuras jurídicas y administrativas necesarias para fomentar el desarrollo sostenible de la zona (figura 6).
3
La encuesta se realizó gracias a un acuerdo de colaboración firmado entre la Fundación
Atapuerca y la Federación de Empresarios de Comercio de Burgos. Se diseñaron expositores
con las encuestas que se colocaron estratégicamente en diferentes comercios de la ciudad,
con diferentes públicos, niveles sociales, culturales, de edad, etc. En total, se recogieron 2.000
encuestas.
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
Figura 6. La Marcha a los yacimientos, celebrada el último domingo de noviembre
de cada año. Permite un recorrido por los alrededores de la sierra y reúne en los
yacimientos a muchas personas interesadas en Atapuerca. En la imagen, algunos de
los participantes en la Trinchera del Ferrocarril.
Algunos de los programas que se pusieron en marcha iban dirigidos únicamente a la población del territorio que rodea a la Sierra. Por ejemplo, se
estableció que el día de conmemoración de la declaración de patrimonio de
la humanidad de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca sería el momento
de celebración de una marcha a los yacimientos. El domingo más cercano
al 30 de noviembre –fecha de esta declaración– se celebra una marcha a pie
desde las localidades de Atapuerca e Ibeas de Juarros que termina en el aparcamiento de entrada a la trinchera del ferrocarril. La Fundación Atapuerca
coordina a un número enorme de colaboradores en este acto que siempre
acaba de forma festiva y permite una relación mayor entre las personas que
se interesan por Atapuerca y todas las que trabajan en el proyecto o en los
muchos empleos que el proyecto genera.
El esfuerzo se ha hecho también construyendo dos centros de la Fundación Atapuerca en las localidades de Atapuerca e Ibeas de Juarros, incorporando a la gente joven de las zonas cercanas en el proyecto de gestión, inves-
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
tigación, mantenimiento y logística de las excavaciones o de la Fundación
Atapuerca y tratando de incluir la distinta oferta de los alrededores en lo que
significa el proyecto Atapuerca. Esto afecta a los negocios, pero también a
recursos culturales y educativos o incluso, al Parque de Arqueología Experimental (figura 7).
La aceptación de esta realidad: la vinculación entre yacimiento, territorio
y comunidad se extiende entonces a otros temas, quizás uno de los más importantes sea el de evaluar de verdad la posibilidad de fomentar y promover
el desarrollo sostenible de esta zona que ha adquirido una identidad nueva
gracias al patrimonio arqueológico. En el caso de los yacimientos de Atapuerca parece claro. La identidad no se entiende como el reconocimiento de ser
los herederos directos de unos homínidos que vivieron en ese espacio hace
más de un millón de años, sino en ser los garantes de su conservación y transmisión. En otras palabras, es posible crear una identidad ligada al yacimiento
que afecta al territorio inmediato y a las personas e instituciones que tienen
Figura 7. Los campamentos arqueológicos para niños son uno de los programas estrella de la Fundación Atapuerca, con los que se quiere sensibilizar a los más jóvenes
no sólo sobre el proyecto en sí, sino también sobre la interdisciplinaridad del mismo
y sobre la importancia del territorio para el estudio arqueológico.
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El museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
la responsabilidad de velar por la conservación de un legado de dimensión
mundial. Y también, claro está, de gestionarlo económica, social y culturalmente. De esta manera, hemos dejado a uno lado el concepto de herederos y
pasamos al de responsables de un patrimonio y un territorio.
La realidad social, cultural, económica y hasta política actual no permite
otra interpretación que la anterior: el yacimiento arqueológico acondicionado forma parte de un territorio que se cohesiona a través de la creación de
unas sólidas características identitarias que lo definen. Por esta razón, no
son enclaves aislados en un espacio contemporáneo parcheado de puntos del
pasado sino que forman una unidad que se cohesiona a partir del acondicionamiento y apertura a la sociedad de un yacimiento emblemático. En este
sentido, el espacio cultural concebido en Atapuerca, Sistema Atapuerca, no
hace sino reflejar lo anterior. Lo que articula el espacio concreto es el yacimiento –o el proyecto– de la Sierra de Atapuerca. Pero se concibe como un
espacio contemporáneo, creado ex novo y entendido como zona contemporánea, unida por los descubrimientos arqueológicos
CONCLUSIONES
La gestión del patrimonio arqueológico es una disciplina reciente que ha
evolucionado desde la catalogación y conservación de antigüedades hasta
constituir una parte esencial en el proceso de investigación arqueológica.
El yacimiento arqueológico sigue siendo la principal fuente de información,
pero también de inspiración, y por esta razón, el yacimiento se entiende de
una manera global, incluyendo espacio arqueológico y espacio vivo, el paisaje
donde se produjeron actividades humanas en el pasado y donde se sigue interactuando en el presente.
La gestión del patrimonio arqueológico in situ, por lo tanto, puede realizarse de forma mecánica –siguiendo los pasos propuestos en diferentes textos– o puede hacerse de forma holística, dentro de un programa de investigación y atendiendo a la comunidad en el que se encuentra el yacimiento. El
proceso de cambio que se ha producido en el concepto de patrimonio arqueológico, y sobre todo en el concepto de patrimonio arqueológico susceptible
de ser acondicionado, es visible también en las nuevas formas de gestionar el
patrimonio arqueológico. Para abrir y presentar un yacimiento al público ya
no basta con la señalización adecuada o la construcción de un área de acogida. Es necesaria su gestión como parte de un territorio concreto.
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AMALIA PERÉZ-JUEZ GIL
Con todo lo anterior, sólo resta recordar que la gestión del patrimonio
arqueológico es una conciliación de intereses (Pérez-Juez Gil, 2010b). Es muy
difícil conseguir que el interés de la investigación o la conservación primen
sobre otros intereses (el de desarrollo económico, el del acceso público, etc.)
y lo más importante es que todas las políticas culturales consigan seguir preservando y estudiando un sitio sin por ello restar interés a la comunidad, el
territorio o el acceso. Al fin y al cabo, el yacimiento arqueológico es patrimonio porque así lo considera la sociedad (Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico
Español) y esa consideración necesita de una relación y una continua interacción. Sin ella, el patrimonio carecería de valor.
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ARQUEOLOGÍA, MUSEOLOGÍA Y COMUNICACIÓN
Joan Santacana Mestre
LOS MERCADERES DE LA CULTURA
Es Donald Sassoon quien, en la introducción de su fundamental obra sobre
Cultura. El patrimonio común de los europeos (2006: 2-23), plantea el hecho
que nos levantamos cada día por la mañana gracias a un aparato que sintoniza una emisora de radio; tomamos el metro y durante el trayecto miles de ciudadanos leen un tabloide repartido gratuitamente, o escuchan música en sus
mini aparatos; nos sumergimos en tiendas y oficinas en las cuales las ofertas
de productos culturales son continuas; salimos por las tardes al cine o al teatro que son productos típicamente culturales; en nuestras vacaciones o fines
de semana visitamos ciudades que son grandes contenedores de patrimonio
cultural o bien visitamos conjuntos monumentales o parques nacionales que
constituyen las piezas más notables del patrimonio común. Así, los hogares
al despertar o el metro por la mañana vibran con el consumo de cultura. La
mayoría de la gente comienza el día oyendo música y cuando vuelva a casa,
millones de ciudadanos encenderán la televisión, los reproductores de video
o iniciaron una sesión de internet. ¡Nunca antes de esta época se había consumido tanta cultura!
Entre el consumo de cultura y otras formas de consumo hay, sin embargo,
algunas diferencias; la más importante es que este consumo, a diferencia del
de las pizzas, va acompañado de símbolos discretos de calidad, de distinción
o de clase. Ha de ser siempre una producción diferenciada, original y distinta,
de tal forma que cada libro, cada película, cada museo es una inversión que
conlleva el riego. Sin embargo, nadie duda que este consumible que llamamos cultura pueda ser una fuente de placer; pero sin olvidar que también
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JOAN SANTACANA MESTRE
son una fuente de prestigio; por ello, mucha gente prefiere a veces ir a una
exposición de arte o de arqueología que tomarse un helado en una terraza,
aun cuando lo segundo puede que le produjera mas placer que lo primero.
El consumo de arqueología forma parte de este enorme bagaje cultural;
reportajes más o menos rigurosos en los canales televisivos, películas cuyo
trasfondo puede ser la arqueología o films rodados en escenarios arqueológicos no son raros en este contexto. ¿Quiénes son los productores de esta
cultura? Puede que antes de ser productores de cultura, muchos hayan sido
consumidores; poco importa el medio utilizado para el consumo cultural.
¿Fue el cine? ¿Fueron algunos programas televisivos? ¿Fue alguna revista de
divulgación? En todo caso, el consumo de cultura suele desarrollar sus propios mercados; como cualquier otro elemento de consumo, cuanto más se
consume más aumenta el deseo de consumir. En el fondo, la industria cultural es una industria del placer y opera por retroalimentación. ¡Los productores de la cultura saben esto!
¿CONTENIDO VERSUS FORMA?
Deberíamos fijar nuestra atención en quiénes son los que hacen esto y por
qué hay tan pocos profesionales de la ciencia arqueológica detrás de estas industrias. Los que se dedican a esto, frecuentemente no es gente de ciencia; los
científicos no están con ellos y en el mejor de los casos son estorbos a los cuales hay que soportar. Lo que predomina es la forma sobre el contenido; suelen
desaparecer los grandes temas que cautivaron el interés del investigador y el
discurso dominante suele ser propio de mercaderes. Es como una especie de
bricolaje intelectual, en el que se mezclan en proporción variable, la publicidad, el diseño, la ciencia y la arquitectura. De esta forma, el museo es un escaparate en donde se muestran estos productos del bricolaje. Naturalmente, lo
interesante de la investigación, al menos en arqueología, es que cada trabajo
es diferente al anterior; cada yacimiento presenta una problemática distinta
y especifica, cada piedra, cada hueso es un mundo de incógnitas no siempre
resueltas. Es bien sabido que el mundo de la investigación está reñido con
el de la estandarización, pero la estandarización es el nervio de la industria
cultural, ya que sólo así multiplica el beneficio. Es por ello que vemos que
cuando en un museo arqueológico alguien coloca una réplica funcional de
un molino de rotación, si el ejemplo tiene éxito, se difunde; en todos hay
interactivos con estratigrafías, o piezas “rotas” que cual rompecabezas hay
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Arqueología, museología y comunicación
que reconstruir y así sucesivamente. ¿Cuál es la tarea del investigador que
honestamente se preocupa por la difusión del conocimiento? ¿Donde están
los límites entre la ciencia y el entretenimiento o el negocio? ¿Cómo poner
límites a los mercaderes? (figura 1).
¿HAY QUE TENER PRESENTE LA INTELIGENCIA
EMOCIONAL EN LA ARQUEOLOGÍA?
El patrimonio arqueológico tiene unas características diferenciales con respecto a otros tipos de patrimonio aun cuando participa de caracteres comunes. Al igual que el patrimonio artístico, la arqueología tiene la capacidad
de emocionar, incluso cuando los restos materiales que ofrece son escasos.
Saverio Scrofani, en su viaje a Grecia en 1799, ya el umbral del siglo xix, escribió entusiasmado:
¿Qué importa que Esparta, Atenas y Corinto hayan desaparecido
para siempre? El terreno donde se levantaron contiene aún en su seno
las ideas sublimes que inspiró en el pasado… ¡Y el silencio! El silencio
hará que me sienta conmovido y que suspire en este majestuoso teatro
donde tuvieron lugar tantas hazañas gloriosas.
Figura 1. Rodaje en la Ciudadela Ibérica de Calafell (Tarragona). ¿Donde están los límites entre la ciencia y el entretenimiento o el negocio? (fotografía Joan Santacana).
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JOAN SANTACANA MESTRE
No importa los motivos que tengamos para las emociones; el sabio erudito griego Rizos Neroulos, cuando en 1839 pronunció la conferencia inaugural de la Sociedad Arqueológica Griega, emocionó a sus conciudadanos
al decirles “estas piedras, gracias a Fidias, Praxiteles, Agorácrito y Mirón,
son más preciosas que los diamantes y las ágatas ya que es a estas piedras
a las que debemos nuestro renacimiento político”. La arqueología mantiene sin duda alguna el halo del romanticismo y por ello es posible todavía
vincularla a la aventura, a la expedición exótica y al misterio del pasado
remoto. Esta capacidad de emocionar la comparte sin duda con determinadas artes visuales o plásticas, tales como el cine, el teatro, la fotografía o
la pintura. Nos emocionan, conmueven o alteran las sensaciones de miedo,
terror, placer, rabia, sorpresa, alegría, tristeza, asco y muchas más. Y es que
existe realmente la denominada inteligencia emocional, es decir, una capacidad de relacionarse e interactuar con el entorno y con los demás. Así, es
innegable que hay emociones que están asociadas al placer, ya que cuando
tenemos una necesidad y la saciamos, inmediatamente experimentamos
una sensación agradable; hay también emociones que se relacionan con el
recuerdo; a veces parece como si en nuestra mente se abriera una carpeta
del ordenador central y nos mostrara recuerdos que habían permanecido
“cerrados” durante mucho tiempo. De la misma forma podemos afirmar
que hay emociones ligadas al descubrimiento; experimentamos una sensación agradable e indescriptible cuando descubrimos algo; ello no sólo se da
en el campo de la arqueología y de la ciencia; muchas personas sienten esta
sensación cuando identifican, basándose en detalles, un autor o un cuadro
en una galería de arte. También experimentamos sensaciones peculiares
cuando un elemento del patrimonio nos recuerda algo de nuestro país, de
nuestro universo cultural o ideológico. Todo esto está muy relacionado con
lo que se denomina inteligencia emocional. Hay personas que desde una
determinada posición erudita desprecian las emociones ligadas al patrimonio, cual si fueran manifestaciones espurias, irracionales y primitivas. Sin
embargo, la capacidad emotiva del patrimonio es real, existe y no hay nada
de malo en ello; ciertamente existen falsas razones para despreciar este universo emotivo de las personas. Al igual que el arte, que el teatro o el cine,
el patrimonio puede emocionar. Kavafis se emocionó ante las Termópilas,
no por lo que allí ocurrió, sino por su capacidad de significación. Por esto
escribió su bello poema:
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Arqueología, museología y comunicación
Honor a aquellos que en sus vidas
custodian y defienden las Termópilas
sin apartarse nunca del deber;
justos y rectos en sus actos,
no exentos de piedad y compasión (…)
EL APORTE DE CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
Sin embargo, a diferencia de otro tipo de patrimonio, el patrimonio arqueológico tiene la característica de aportar conocimiento científico. Junto a su
capacidad de emocionar, hay la capacidad de generar conocimiento científico; la arqueología es una disciplina fronteriza entre otras muchas. Requiere
de la física para conocer la materia, de la química para analizar, de la geología,
de la edafología, de la paleontología, de la antropología, de la historia, de
la ingeniería, de la virtualidad, de la arquitectura, de la microbiología, de la
anatomía humana, y de un sin fin de disciplinas más o menos instrumentales.
Es por esta razón que tiene un alto potencial educativo, y es capaz de generar
conocimientos transversales. Y la transversalidad es una de las grandes bazas
del aprendizaje.
Por otra parte, la arqueología implica siempre el desarrollo de una didáctica
basada en el objeto; quien no comprenda la importancia que tiene saber leer el
pasado en el cuello de las ánforas no puede comprender a los arqueólogos. Y sin
embargo, ¿qué educador no conoce las ventajas de enseñar a deducir a partir de
los objetos? ¿Quién no valora la capacidad que tiene un objeto de evocar cosas?
¿Cómo desconocer que los huesos a veces también hablan? Este es el segundo
valor educativo de esta ciencia; es la ejemplificación perfecta de la didáctica del
objeto. Una lata de Coca Cola o un vaso cerámico de campaniense nos pueden
decir mucho de las sociedades que tienen o tuvieron detrás.
Sin embargo, uno de los aspectos que hacen de esta disciplina un instrumento educativo de alto potencial es el método. Nuestros sistemas educativos tienen muchas debilidades como es bien sabido; una de ellas es el olvido
del método ¡La enseñanza de la historia ha padecido siempre este mal! Ya se
quejaba hace más de un siglo Rafael Altamira, cuando denunciaba que la enseñanza de la historia que se hacía –y se hace– en España era ametodológica
y vacía. Decía el erudito decimonónico que la historia era una disciplina que
los historiadores cocinaban en sus cocinas, elegían los ingredientes y servían
a los alumnos de escuelas y universidades los platos preparados sin que estos
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JOAN SANTACANA MESTRE
supieran nada de las fuentes primarias con las cuales habían sido elaborados.
¡Como si no tuvieran los alumnos capacidad de cocinarlos! Y naturalmente,
la historia, como la arqueología, sin método, es un engaño, es un mito.
La arqueología enseña a interrogarnos sobre problemas del pasado y del
presente; nos sugiere y plantea hipótesis de trabajo, nos remite a los restos
materiales y demás fuentes para apoyar las hipótesis y para ello hay que saber
analizar críticamente las fuentes, los restos, los objetos, clasificarlos, compararlos, en definitiva “leerlos”. Finalmente nos conduce a conclusiones, casi
siempre provisionales, modestamente planteadas ya que suelen ser mejoradas en cada generación, al igual que ocurre con la física o con cualquier otra
disciplina que se base en el método científico. ¡Y nos deja más preguntas de
las que resolvió! Esto es lo más educativo de la arqueología.
¡HASTA LOS LÍMITES DEL CONOCIMIENTO!
Finalmente hay que decir que la arqueología nos permite avanzar hasta los
límites mismos del conocimiento. Los arqueólogos y arqueólogas vemos el
mundo en dos dimensiones, en planta. Y nuestras hipótesis son sobre ¿cómo
eran los alzados? Para ello hay que utilizar hipótesis difíciles de demostrar,
hay que manejar la iconografía virtual, la proyección arquitectónica, la antropología cultural o el sentido común. Y es evidente que en este terreno de
arenas movedizas nos acercamos a los límites del conocimiento, hasta el preciso momento en el que la pregunta ¿cómo lo sabes? ya no obtiene una fácil
respuesta. Pero quien no se acerca peligrosamente a los limites no hace avanzar la ciencia y la arqueología es un disciplina que a menudo se mueve en los
límites de este conocimiento ¡Y esto también es educativo!
Hasta ahora parece que sólo he hablado de arqueología; pero en realidad
estamos hablando de educación, porque la función didáctica de la arqueología es mostrar todo esto; cautivar, emocionar, acercar al ciudadano al método
científico, mostrar los límites del conocimiento.
EL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO ES EDUCATIVO PORQUE
MODIFICA LA FORMA DE PENSAR Y DE COMPORTARNOS
¿Y el museo? El museo es como la escuela; son instrumentos educativos.
Quien realmente debe educar es la familia, la ciudad toda. Educar es una
tarea colectiva y si no es colectiva fracasa. Los maestros y los museos pueden y deben enseñar cosas; pueden y deben educar, pero como instrumentos
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Arqueología, museología y comunicación
menores; cuando fracasa la educación, en realidad fracasa la ciudad y la sociedad como ente educador ya que se educa cada vez que se realizan acciones
que tienden a modificar positivamente el comportamiento y la forma de pensar de las personas. Por lo tanto, el museo tiene un papel modesto, pero interesante e irrenunciable en la tarea de educar. Ello es así porque nosotros, que
cada vez más vivimos inmersos en mundos virtuales, tenemos nuestros sentidos atrofiados; bebemos leche que no tiene sabor de leche; vemos imágenes
de personas que son construcciones casi virtuales, recibimos mensajes mediante instrumentos que anulan algunos de nuestros sentidos; nunca como
hoy estamos más alejados de la realidad, de lo real y tangible, de aquello que
contiene materialmente porciones de realidad. Y muchas de estas cosas reales y tangibles están en los museos.
Los museos han de servir para esto; y los museos de arqueología deben intentar cumplir este papel. Llevo muchos años de mi vida profesional viendo museos, muchos de ellos son de arqueología; en los últimos años han crecido muchísimo los centros de interpretación cuya finalidad también es la arqueología
de alguna u otra forma. Se trata de centros diseñados con una mentalidad en la
que se observa el triunfo del diseño, de la arquitectura y con una tecnología sofisticada de pantallas y audiovisuales. Casi siempre tratan de transmitir visiones
más o menos realistas del pasado; recrean virtualmente la realidad con mejor o
peor fortuna… y sin embargo, transcurrida la sorpresa inicial, aburren, generan
desinterés. En ocasiones estos centros de interpretación tienen un modesto yacimiento arqueológico a sus pies… Y ¡el museo no tiene ni la fuerza para generar
la curiosidad de los visitantes, que no acceden a las ruinas! Yo no tengo fe en este
tipo de equipamientos, porque no tienen capacidad de emocionar, ni de sorprender, ni me permiten descubrir, ni me enseñan el método, ni tan siquiera me
dicen cuando han traspasado los límites del conocimiento. Un torrente de dinero ha generado estos equipamientos, al margen de los intereses de la ciencia, de
los ciudadanos, de la escuela y del conocimiento. La museografía ha de educar
con otras herramientas. Pero esto ya es otro tema que no vamos abordar ahora.
YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS
ESCAPARATES DE LA INVESTIGACIÓN
Un problema muy distinto es transformar los yacimientos arqueológicos
en espacios de presentación del patrimonio, en escaparates de la investigación arqueológica. En España no hay mucha tradición en aplicar los
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JOAN SANTACANA MESTRE
Figura 2. Vista del parque arqueológico de Untherulhdingen, ideado por Schmidt a
principios de los años veinte del siglo pasado (fotografía Joan Santacana).
Figura 3. Detalle del parque arqueológico alemán de Unterulhdingen, un modelo de
yacimiento palafítico en la frontera suizo-germana (fotografía Joan Santacana).
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Arqueología, museología y comunicación
conceptos, métodos y técnicas de la museografía didáctica en este tipo de
espacios. No suele aceptarse que los yacimientos arqueológicos han de ser
también espacios para presentar el patrimonio arqueológico de forma rigurosa y a la vez didáctica. La tradición europea, en este sentido es mucho
más variada y rica. En setiembre del 2007, el Instituto del Patrimonio Arqueológico de Bohemia central, juntamente con el Centro Arqueológico
Europeo de Bibracte organizó una mesa redonda para debatir los temas
de gestión y presentación de estos yacimientos arqueológicos. No es la
única iniciativa en este sentido, pero sí que es la más reciente; sorprende la ausencia de investigadores españoles; no hay tampoco instituciones
públicas interesadas y es que nuestro modelo se aleja mucho todavía de
los parámetros de la Europa Central. La razón de ello, probablemente es
que los yacimientos europeos representados se inscriben en la corriente
de Museos al Aire libre, tan cercana a la de la museografía didáctica, ya
que normalmente incluyen reconstrucciones in situ. Las reconstrucciones
arqueológicas de hábitats prehistóricos desaparecidos en algunas zonas
de Europa no es una tradición reciente, ya que la primera experiencia en
este sentido fue en Dinamarca, en Broholm, hace más de cien años, bajo
la iniciativa de F. Sahested. El trabajo de reconstruir una cabaña se hizo
con los propios útiles de sílex, especialmente hachas y buriles. Al mismo
tiempo en Suiza, también hace más de un siglo, C. F. Bally reconstruyó
un pequeño yacimiento arqueológico de tipo “palafítico” en Schönenwed
(Cantón de Arvogie); en Alemania las primeras experiencias se remontan
al 1922, en Unterulhdingen, gracias a la iniciativa de R. R. Schmidt de Tubinga y su alumno H. Reinerth. Un estado de la cuestión de estas reconstrucciones europeas permite saber que después de estos primeros pioneros
fue creciendo en Europa y Norteamérica una auténtica red de yacimientos arqueológicos reconstruidos, entre los cuales se hallan conjuntos tan
singulares e importantes como Heuneburg o el propio Unterulhdingen en
Alemania, Parco Montale en Italia, Eketorp en Suecia, Calafell en España o
Biskupin en Polonia (figuras 2 a 11) (Santacana y Hernández, 2011: 223-242).
Estos espacios de presentación del patrimonio arqueológico son interesantes en la medida que incorporan fórmulas de arqueología experimental;
espacios científicos y didácticos por excelencia pierden su sentido cuando
pretenden únicamente fosilizar hipótesis arqueológicas, es decir, mostrarnos “belenes” del pasado. Su importancia reside en el hecho que a menudo
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JOAN SANTACANA MESTRE
Figura 4. Yacimiento de Parco Montale en Módena (Itália). Es un ejemplo de utilización del modelo de réplica para presentar un yacimiento arqueológico (fotografía
Joan Santacana).
Figura 5. Parco Montale (Módena, Italia). Interior de una de las casas (fotografía
Joan Santacana).
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Arqueología, museología y comunicación
la arqueología experimental es la única que puede validar las hipótesis de la
arqueología de campo. Al mismo tiempo son potentes herramientas didácticas siempre y cuando comuniquen no sólo los conceptos sino, sobre todo, los
métodos y los procedimientos. Esta divulgación didáctica del patrimonio no
sólo es útil para los ciudadanos, sino que es uno de los ejes fundamentales de
la conservación integrada de los yacimientos arqueológicos. Es por ello que
la Carta internacional para la gestión del patrimonio arqueológico, adoptada
por ICOMOS en 1990, en su artículo 2 dice que “La participación activa de
la población debe incluirse en las políticas de conservación del patrimonio
arqueológico (…) La participación se debe basar en la accesibilidad a los conocimientos, condición necesaria para tomar cualquier decisión. La información al público es, por tanto, un elemento importante de la “conservación
integrada”.
En los yacimientos arqueológicos habría que transmitir también el mensaje que “El patrimonio arqueológico es una riqueza cultural frágil y no renovable” (artículo 2). Es por ello que los investigadores deberíamos tener muy
presente también lo que reza el artículo 5 de la mencionada carta, a saber
“(...) Hay que admitir como principio indiscutible que la recopilación de información sobre el patrimonio arqueológico sólo debe causar el deterioro mínimo indispensable de las piezas arqueológicas que resulten necesarias para
alcanzar los objetivos científicos o de conservación previstos en el proyecto.
Los métodos de intervención no destructivos –observaciones aéreas, observaciones ‘in situ’, observaciones subacuáticas, análisis de muestras, catas,
sondeos– deben ser fomentados en cualquier caso, con preferencia a la excavación integral. (…) En casos excepcionales, yacimientos que no corran peligro podrán ser objeto de excavaciones, bien para esclarecer claves cruciales
de la investigación, bien para interpretarlos de forma más eficiente con vistas
a su presentación al público. En tales casos, la excavación debe ser precedida
por una valoración de carácter científico sobre el potencial del yacimiento. La
excavación debe ser limitada y reservar un sector virgen para investigaciones
posteriores”.
En efecto, la arqueología es una de las disciplinas que más ha cambiado en
los últimos treinta años; la incorporación de analíticas que nos permiten identificar el contenido de una vasija, era desconocido por la generación anterior
de arqueólogos; las fórmulas actuales de registro, con estaciones topográficas
muy sofisticadas nos ahorran engorrosos protocolos, los sistemas de teledetec-
147
[page-n-157]
JOAN SANTACANA MESTRE
Figura 6. Fortín de Eketorp, en Suecia, perteneciente a la edad del hierro báltico,
reconstruido in situ (foto cedida por Roeland Paardekooper).
Figura 7. Foto del interior del yacimiento de Eketorp en Suecia (foto cedida por
Roeland Paardekooper).
148
[page-n-158]
Arqueología, museología y comunicación
Figura 8. Yacimiento de
la Ciudadela ibérica de
Calafell (Tarragona) (fotografía Joan Santacana).
Figura 9. Yacimiento de
la Ciudadela ibérica de
Calafell. Detalle de una
de las calles (fotografía
Joan Santacana).
Figura 10. Interior de
una casa de la Ciudadela
ibérica de Calafell. (fotografía Joan Santacana).
149
[page-n-159]
JOAN SANTACANA MESTRE
Figura 11. Biskupin. El gran asentamiento prehistórico de Polonia, reconstruido in
situ. Puerta de entrada con torre fortificada (foto cedida por el Museo de Biskupin).
ción y escáneres del suelo a base de georadar nos permiten conocer el subsuelo
con una precisión que hubiera sido envidiable por nuestros maestros. Todo
ello convierte a esta disciplina en un auténtico crisol de aplicación de técnicas
físico-químicas, además de la carga geológica que todo proceso de remoción
del subsuelo suele comportar. Todo ello nos permite realizar diagnósticos con
mayor rapidez y sin utilizar necesariamente técnicas agresivas como la excavación arqueológica total. Además hoy, más que antaño, somos consciente de la
rápida evolución de estas tecnologías que hace que una excavación realizada
con buen método hace tan sólo unas décadas nos parezca ahora “antigua” y, a
veces lamentemos incluso, haber agotado el yacimiento, ya que técnicas hoy
existentes nos hubieran permitido conclusiones que en su momento no pudieron ser extraídas y, por lo tanto, su información potencial se perdió.
150
[page-n-160]
Arqueología, museología y comunicación
Es por todo ello que las políticas y estrategias de comunicación de los grupos de investigadores deberían orientarse a plantear no solo lo que sabemos
del yacimiento arqueológico en cuestión, sino también el cómo lo sabemos y
hacerles partícipes en la conservación del mismo.
BIBLIOGRAFÍA
Sasoon, D. (2006): Cultura. El patrimonio común de los europeos. Crítica. Barcelona.
Santacana, J. y Hernández, F. X. (2011): Museos de Historia, Entre la taxidermia y el
nomadismo. Ediciones Trea, Gijón.
151
[page-n-161]
[page-n-162]
7
PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO
APRENDIZAJE DE LA HISTORIA Y EDUCACIÓN
Pilar Sada Castillo
Sobre el concepto de educación patrimonial y sobre la importancia del patrimonio para el conocimiento y el aprendizaje de la historia, así como sobre
su metodología y formalizaciones, se ha producido en los últimos 20 años en
nuestro entorno más inmediato un numeroso y significativo cuerpo teórico,
desarrollado, entre otros, por algunos de los participantes en estas jornadas
(Ballart, 1997; Belarte et al., 2002; Calaf y Fontal, 2004; Fontal, 2003; Henson,
2004; Merriman, 2004; Ruiz Zapatero, 1998; Santacana y Serrat, 2005; VV.AA,
2004).
Más, pues, que una revisión sobre los conceptos que se citan en el título de
esta ponencia, las líneas que siguen a continuación quieren ser una reflexión
sobre el papel y la implicación que deberían o podrían tener dichos conceptos
en una gestión del patrimonio desde y para el momento actual. Intentando
responder a algunas de las cuestiones que los organizadores de estas Jornadas
han planteado, entre ellas, cómo debe el museo integrar el nuevo paradigma
en su función social de difusión y educación, cómo incorporar los diversos
intereses sociales a la presentación de los restos del pasado y en qué medida
puede cooperar el museo con otros agentes en la conservación del territorio
y en el desarrollo local.
Algunas de las posibles respuestas podrían hallarse en acciones que contemplaran el patrimonio como un elemento significativo de conocimiento,
de dinamización socio-económica, de cohesión y equilibrio territorial, de
mejora social, teniendo como uno de sus principales objetivos la educación.
Una acción en la que el patrimonio debe sentirse, también, responsable y
para la cual debe estar disponible.
153
[page-n-163]
PILAR SADA CASTILLO
PATRIMONIO
EDUCACIÓN, CIUDADANÍA Y CULTURA
Aunque en el título de la ponencia la educación aparece en el último lugar, parece indicado empezar por las cuestiones que pueden incidir en
los objetivos educativos de las acciones que pueden desarrollarse desde el
patrimonio.
Nos encontramos en un mundo complejo, incierto, cada vez más global, más interdependiente, que con el efecto de las nuevas tecnologías
para la información y la comunicación se acelera cada vez más. En este
mundo complejo e incierto, convendría plantearse cómo debería entenderse la educación. Seguramente, debería serlo como la acción de formar
personas con interés de conocer, de informarse con capacidad para poder
escoger, desarrollar un pensamiento crítico y analizar la realidad desde
valores como la solidaridad, la justicia, la interculturalidad. Debería desarrollarse la dimensión ética y política de lo educativo. Educar hoy debería significar “trabajar los entornos emocionales, la profundidad política,
la educación para la ciudadanía global” 1. Enseñar a hacerse preguntas. En
algunos entornos educativos se valora más las respuestas que las preguntas, cuando lo verdaderamente difícil es saber preguntar, más que saber
responder.
Tenemos en nuestra sociedad una hiperinformación. Disponemos
de mucha información, pero comprendemos poco. Somos una sociedad
multimediática. Disponemos de una gran diversidad de medios para hacer llegar los conocimientos. Muchas veces se concentra la educación en
la técnica y se deja de lado la ética. Una cuestión que no invalida la necesidad de manejar los diferentes medios que actualmente están a nuestro
alcance para facilitar la comprensión, para transmitir conocimiento, para
educar.
En este entorno, ¿cómo recuperar o desarrollar el sentido de la educación?
¿Cómo utilizar los diferentes medios e instrumentos de que disponemos para
educar de una manera integral, no instrumental? ¿Cómo colaborar desde la
acción sobre el patrimonio en el objetivo de formar personas y facilitar la
comprensión del mundo que vivimos?
1
Así lo señala Carlos Aldana en su documento De Freire a la Educación para la Ciudadanía
Global. Curso Educar para la Ciudadanía Global. Intermón Oxfam de marzo 2007.
154
[page-n-164]
Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Con relación a la educación se plantea otro elemento significativo: la defensa de la necesidad de contemplarla como un eje central de desarrollo de
las personas, no como una fase temporal de las mismas. El conocimiento, la
formación deben ser actualizados constantemente y no podemos quedarnos
en la idea de una educación que se inicia a los tres años y se acaba a los dieciséis, a los veintidós, a los treinta…
Estas cuestiones influyen, o deberían influir, en la labor que debe realizarse desde los museos y desde el patrimonio en general. Como referentes
culturales deben responder a una necesidad que ya es explícita: el aprendizaje de la ciudadanía a lo largo de toda la vida y el cambio radical de perspectiva que ello implica.
No es una novedad decir que en los últimos tiempos el patrimonio se
ha convertido en un espacio privilegiado para el desarrollo de la cultura y
la educación de la ciudadanía. La educación, asimismo, es una de las funciones y objetivos –junto con un compromiso– señalados como prioritarios
e irrenunciables para una gran parte de los profesionales que trabajan en el
entorno patrimonial.
A pesar de ello y en general, estamos lejos de tener en el patrimonio –y en el
caso de reflexión que plantean estas jornadas, específicamente en el arqueológico– un instrumento fundamental de desarrollo socio-cultural. Salvo honrosas
excepciones, la mayor parte de las propuestas adolecen de proyectos integrales, en
los que se contemplen las diversas necesidades y cuestiones a considerar: sobre la
sociedad, sobre el propio patrimonio (investigación, conservación, presentación,
comunicación, educación...), así como sobre el territorio de contexto.
En un mundo globalizado, en continuo cambio, en un momento de crisis,
con una sociedad multicultural, con la incidencia de las nuevas tecnologías,
el patrimonio y sus gestores no pueden –ni deben– quedarse al margen a la
hora de buscar nuevas fórmulas de desarrollo y progreso, definiendo acciones
y proyectos sobre el patrimonio que tiendan a fortalecer la diversidad cultural
y la integración social (figura 1).
Unas acciones que deberían partir del análisis y la reflexión sobre la situación de las relaciones entre el patrimonio y los museos y las políticas culturales. Análisis que debe tener en cuenta a la sociedad y su participación y
que debe buscar soluciones a las cuestiones que plantea la sociedad actual:
globalización, diversidad cultural, diversidad identitaria, sostenibilidad, desarrollo local... Pasando de la teoría a la práctica.
155
[page-n-165]
PILAR SADA CASTILLO
Figura 1. Cada visitante es portador de una cultura, de conocimientos, de códigos
de interpretación, que deben tenerse en cuenta para crear la conexión entre éste y el
patrimonio que se le presenta.
LA HISTORIA: CENTRO DE INTERÉS PARA LA FORMACIÓN Y EL
APRENDIZAJE. EL PATRIMONIO: FUENTE DEL CONOCIMIENTO
HISTÓRICO
En este esquema, ¿por qué la historia y su conocimiento son, pueden o deberían ser un instrumento fundamental para la formación personal?
Cicerón decía de la historia que es “maestra de la vida” y el profesor Fontana (Fontana, 1992: 123)2 destacaba: “Que la historia sea importante para
comprender el mundo nos lo dicen cada día científicos de otros campos y
lo demuestran los gobiernos, cuando se esfuerzan en transmitir sus propias
‘visiones de la historia’ a los ciudadanos mediante festivales y conmemoraciones en los que se malbaratan unos recursos que a menudo se escatiman en los
programas de asistencia social (y, naturalmente, en los de una investigación
histórica que no esté dirigida a dar soporte a estos festivales)”, significando
2
Publicado en 1992, el libro del profesor Fontana contiene acertadísimos análisis, muy útiles
para la actual situación. Entre otras muchas interesantes reflexiones señalaba el papel de los
banqueros en las crisis que nos azotan (Fontana, 1992: 109).
156
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Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
que “entre las ciencias sociales, la historia tiene el privilegio de ser la más
próxima a la vida cotidiana y la única que abraza todo lo que es humano en
su globalidad. Es también aquella que, cuando se lo propone, tiene la virtud
de ser la mas inteligible para un mayor número de receptores de su mensaje”. Concluía el profesor Fontana con una recomendación, que se nos plantea
como absolutamente vigente: “Vale la pena, en consecuencia, que nos esforcemos en recoger de tierra este espléndido instrumento de conocimiento y
crítica que se nos ha confiado, y que nos pongamos conjuntamente a repararla y a ponerla a punto para poder afrontar un futuro difícil e incierto”.
Para poder navegar en el complejo mundo actual el ciudadano necesita
información histórica que le permita conocer los antecedentes del presente,
para poder decidir con mayor conocimiento y racionalidad.
El manifiesto firmado por los participantes en el Seminario Internacional
de Didáctica de la Historia celebrado en Barcelona en 2007 reivindicaba este
“valor social y educativo del conocimiento histórico y la necesidad de profundizar en la innovación y en la investigación didáctica de esta disciplina”,
afirmando que “el aprendizaje de la Historia es una pieza importante en la
construcción de una ciudadanía con criterio propio, que comprenda críticamente su propia identidad y la pueda contextualizar en un mundo global”.3
Como afirmaba el profesor Joaquim Prats, “la Historia es cada vez más
necesaria para formar personas con criterio y con una visión lo más fundada
posible de un mundo desbocado y lleno de incertidumbres”.4
Es por ello que uno de los factores más importantes en el aprendizaje de
la historia es saber como podemos conocerla, a través de que elementos, y de
que manera estos elementos nos permiten explicarla, más que la misma explicación de un hecho o periodo concreto de la historia. Trabajar a partir de las
fuentes, conocer su naturaleza, saber analizarlas, obtener información, interpretarlas. Acercarnos a la historia a partir de las fuentes, de una manera crítica,
no dogmática.
La historia es una ciencia que tiene en el patrimonio la fuente más directa
de conocimiento y en su didáctica un campo muy significativo para la innovación de su enseñanza-aprendizaje. Si se prescinde de enseñar la historia
3
Manifiesto. Taula d’Història. Seminari Internacional de Didàctica de la Història. Barcelona.
Julio 2007.
4
Entrevista. Joaquín Prats Cuevas. Catedrático de Didáctica de la Historia de la Universidad de
Barcelona. Escuela, núm. 3753. 21 de junio de 2007.
157
[page-n-167]
PILAR SADA CASTILLO
mediante las fuentes se olvida que no es posible aprenderla sin conocer su
método de análisis (Hernàndez, 1998).
En este sentido, la arqueología –como ciencia que se basa en el conocimiento de los humanos a través de sus productos materiales y de restos de su
actividad– y el patrimonio arqueológico tienen un potencial inmenso. Como
señalaba Joan Santacana ya hace unos años, refiriéndose a la utilidad de la arqueología como recurso didáctico, “a ningún educador se le escapa la utilidad
didáctica de una disciplina que se basa en el análisis de los objetos materiales,
concretos” (Santacana, 1999: 64), y a su método, que no es otra cosa que la
aplicación del método hipotético-deductivo. En el sistema educativo formal,
el patrimonio debería convertirse en un instrumento fundamental (figura 2).
Los museos –el patrimonio en sentido amplio– son, o deberían ser, espacios de cultura y conocimiento, con un papel fundamental para la educación.
Son contenedores de conocimiento y deberían ser un extraordinario recurso
didáctico.
LOS MUSEOS Y EL PATRIMONIO EN EL SIGLO XXI:
ESPACIOS PARA LA EDUCACIÓN
En el campo de los museos –del patrimonio en general– venimos de una
época en la que se han definido unos nuevos principios de actuación en
los que la democracia cultural, la comunidad, el territorio, la concienciación, el sistema abierto e interactivo, el diálogo entre sujetos y la multidisciplinariedad han significado una fuerte sacudida a los cimientos de
la museología y del patrimonio cultural, modificando las bases sobre las
que se asentaban la museología tradicional o convencional o el patrimonio
histórico-artístico.
La asunción de esos principios –al menos nominalmente– está ampliamente extendida dentro de los campos patrimonial y museístico, aunque la
praxis museística y patrimonial está bastante lejos de aquella teoría. Unos
principios que, sometidos a crítica, siguen siendo válidos, actualizándolos a
los tiempos que corren.
Unos tiempos que son de crisis, y que vienen acompañados de grandes
cambios, en los que el planteamiento sobre el patrimonio y su papel no pueden quedar al margen de esta realidad, deben ser reconsiderados. Los museos en particular –la acción sobre el patrimonio, en un ámbito más general–,
deben servir para difundir los derechos educativos y culturales entre la ciu-
158
[page-n-168]
Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Figura 2. “Objectiu neolític”. Aula de experimentación didáctica del Parque Arqueológico de las Minas Neolíticas de Gavà (Barcelona).
dadanía, buscando implicar un máximo de sectores sociales en la iniciativa
educativa y cultural.
Se confunde muchas veces cultura/educación con mercado. En la acción
sobre el patrimonio, sobre los museos, se ha puesto un acento especial sobre
la gestión (entendida, también y fundamentalmente, desde los resultados
económicos). Evidentemente la gestión es básica, es fundamental, pero el
aspecto más relevante son, o deberían ser, los objetivos de dicha gestión y,
entre estos, la educación debería tener un lugar destacado. La gestión eficaz,
en todo caso, debe darse por añadidura.
Cuestión de objetivos y de acentos y según sean estos, una u otra elección a
la hora de definir los nuevos retos sobre el papel del patrimonio en el desarrollo
global de la sociedad, así como para facilitar su valorización y su conservación.
¿Qué se puede promover desde los museos, desde el patrimonio, para desarrollar esta vía?
• Cooperación (trabajo en red). El patrimonio no tiene todas las claves,
debe cooperar con otros agentes.
159
[page-n-169]
PILAR SADA CASTILLO
•
•
•
•
Interacción (del patrimonio hacia la sociedad / de la sociedad hacia
el patrimonio) con una gran carga de humildad en el desarrollo de
nuestro trabajo.
Participación. Desarrollar la implicación social. Desde el patrimonio
existe una responsabilidad de acción. Hay que buscar la colaboración,
la implicación de la sociedad (Arrieta, 2008 y 2009).
Accesibilidad. Plantearse cuestiones tan necesarias y básicas como
la accesibilidad, las desigualdades, las cuestiones de género. Temas
todos ellos que no pueden quedar al margen al actuar sobre el patrimonio. En este sentido, el territorio es el escenario natural de todas
aquellas acciones de reconversión del sector patrimonial, desde productos patrimoniales clásicos con finalidades exclusivamente simbólicas a verdaderos servicios públicos de calidad dirigidos al conjunto
de los ciudadanos (Vicente, 2005: 135).
Coherencia y sostenibilidad. Necesidad de favorecer infraestructuras
adecuadas. Ello quiere decir, derivadas de planes directores, consensuadas, mesuradas. Hemos asistido en los últimos tiempos al desarrollo de grandes infraestructuras, muchas veces sin programa, sin proyecto, otras con una dimensión desmesurada, o que plantean problemas de mantenimiento, de gestión, pero, también de implicación social –aunque mediáticamente puedan tener una gran influencia– y que
acaban muchas veces generando grandes desequilibrios territoriales.
En nuestro entorno más cercano, desde finales de los 80 y con aceleración
en los últimos años se han llevado a cabo una serie de proyectos en torno al
patrimonio que, entre otros aspectos, han planteado la necesidad de acercar el patrimonio al conjunto de la sociedad, de hacerlo comprensible. En el
campo del patrimonio arqueológico podríamos señalar la evolución en los
equipamientos museísticos, desde el Museo Nacional de Arte Romano de
Mérida –inaugurado en 1986– hasta el nuevo Museo de la Evolución Humana
de Burgos, inaugurado “regiamente” en julio de 2010 en Burgos, derivado del
fenómeno Atapuerca (figura 3).
Tenemos, de todos modos, pocos estudios sobre la real incidencia de los
proyectos en los públicos y su utilidad5. Cuestión que debería ser fundamental. La mesura de la bonanza de un proyecto se queda muchas veces en sus
5
Algunas excepciones significativas, como el estudio realizado por Clara Masriera (2009).
160
[page-n-170]
Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Figura 3. El Museo de la Evolución Humana de Burgos, uno de los últimos equipamientos en torno a la difusión del patrimonio arqueológico.
números e incluso cuando estos números no cuadran con las expectativas,
que, en realidad, eran el principal objetivo, no existe una revisión de los conceptos –si es el caso– ni de las formas –muchas veces poco acordes con la
realidad y la necesidad de intervención sobre dicho patrimonio.
La necesidad, pues, de adecuar objetivos, recursos y formas es fundamental si lo que se pretende es realizar proyectos que puedan tener un uso y
una utilidad coherente, que cubra las diferentes necesidades en torno al patrimonio. Evaluar dichos proyectos y corregir o variar las propuestas en ellos
contenidas para poder avanzar en la formulación y aplicación de propuestas
En el terreno de los programas no permanentes se han venido realizado,
también, propuestas –en general con costes astronómicos– que, en una gran
parte, no han generado ni conocimiento, ni formación, ni una mejor presentación y valoración del patrimonio y que no han colaborado en la transformación o mejora significativa de los entornos en los que estos proyectos
se han desarrollado. El formato de la “magna exposición”, a honra y gloria
del comisario/comisaria de turno o de la institución/empresa promotora, ha
disfrutado en los tiempos más recientes de un gran predicamento, sin ser
prácticamente cuestionada dicha práctica. Proyectos inútiles que, podríamos
decir, “han caído en saco roto” (figura 4). Frente a este tipo de propuestas,
161
[page-n-171]
PILAR SADA CASTILLO
Figura 4. La exposición “SPQR. Roma”, presentada en el Canal Isabel II de Madrid,
es un ejemplo de exposición inútil. Un “hipermercado” romano sin ningún tipo de
objetivo educativo, didáctico o de difusión.
otras más modestas, pero con una voluntad didáctica y educativa, y con unos
procesos de elaboración y desarrollo participativos. Como ejemplo la exposición sobre arqueología y género “Les dones a la prehistòria”, un proyecto del
Museu de Prehistòria de Valencia –organizador de estas jornadas– en la que
se ponía de relieve el papel social, económico y cultural que tuvo la mujer a lo
largo de la prehistoria, analizando las relaciones, trabajos y actividades que
la hacen visible y protagonista de un periodo fundamental de la historia. Una
ocasión para acercarse a las últimas corrientes de la investigación, así como
una oportunidad para la educación en la igualdad. Una exposición itinerante
que tenía en el territorio, también, uno de sus objetivos de vinculación prioritarios (figura 5).
Frente a los macro-proyectos –esa macro-museología muchas veces inútil– sería necesario dirigir los pasos hacia un concepto más próximo a una
“micro-museología” –tan ambiciosa como se quiera, pero ligada al sentido
común–, una museología de proximidad, con proyectos definidos y ligados
a realidades y objetivos culturales, sociales y económicos concretos y evaluables en y para un territorio preciso.
Es cierto, también, que en los últimos años se han producido, en
torno al patrimonio –y, en particular, al patrimonio arqueológico– una
gran cantidad de propuestas –algunas de ellas significativas–, realiza-
162
[page-n-172]
Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Figura 5. Exposición “Mujeres en la Prehistoria”, presentada en el Museu Nacional
Arqueològic de Tarragona.
Figura 6. La utilización de las nuevas tecnologías deben tener como objetivo mejorar y facilitar la comprensión del patrimonio. Un ejemplo sencillo e interesante es la
propuesta del Museo de Badalona para el “Jardín de Quinto Licinio”.
das a partir de una diversificación de formatos –con voluntad didáctica
introduciendo conceptos de interpretación, interactividad, multidisciplinariedad, innovación– y con la aportación de las nuevas tecnologías
(figura 6) –sobre las que no deberíamos perder de vista que su uso es un
medio, no un fin– que podría inducir a pensar que la acción generalizada
163
[page-n-173]
PILAR SADA CASTILLO
sobre el patrimonio es alentadora, o como mínimo, que las líneas básicas de actuación sobre el mismo están trazadas y lo hacen en la buena
dirección.
¿Por qué, entonces, la valoración sobre la actualidad del patrimonio, su
utilización para la educación y su papel dentro de las políticas culturales presenta, a mi entender, una situación claramente negativa? Seguramente sea el
reflejo de una situación más general, que ha afectado y afecta a otros ámbitos
(no hace falta comentar la situación económica, industrial, etc. que vivimos
en estos momentos). Pero en el caso del patrimonio, los tiempos de desarrollo
teórico, de asentamiento de las bases metodológicas, de la concreción en las
formas, y también, por qué no decirlo, de una supuesta bonanza económica,
no han sido aprovechados para definir unas líneas de actuación coherentes y
con visión de futuro, sino más bien de una utilización de las mismas en pro
de una idea del patrimonio instrumentalizada y con la finalidad de colocar
cada uno “su proyecto”. El “qué hay de lo mío” frente a lo que es lo nuestro.6
La actual situación nos plantea nuevos retos y deben buscarse nuevas formas para definir el papel que podría tener el patrimonio en el desarrollo global de la sociedad, así como para facilitar su valorización y su conservación.
Algunas cuestiones a tener en cuenta podrían ser:
• El conocimiento del entorno social y sus demandas, a partir del cual
poder planificar proyectos que faciliten su uso y la inclusión social,
eliminando barreras, empezando por las de orden intelectual.
• El desarrollo de proyectos basados en el conocimiento, en el estudio
riguroso de la materia sobre la que se quiere actuar.
• La elaboración de proyectos integrales, que concreten las intervenciones teniendo en cuenta la diversidad de necesidades y que partan
de la definición de objetivos precisos, recursos mesurados y formas
comprensibles.
• La optimización de recursos y el desarrollo del trabajo en red y en
colaboración, que facilite y promueva proyectos adecuados, consensuados y útiles. Que evite repeticiones y subsane carencias.
6
Esta visión resultaba “pesimista” y un punto agorera en el marco de las Jornadas, en octubre de
2010. Con posterioridad a las mismas se produjeron las manifestaciones y movilizaciones del
15M de 2011, que han puesto de manifiesto –aunque muchos ya lo percibíamos y defendíamos
desde hace tiempo– la necesidad y la urgencia de plantear cambios estructurales profundos: en
los objetivos generales de nuestra sociedad, en las formas en como se plantea llevarlos a cabo y
en los valores finales que dicha sociedad pretende defender. Unos objetivos, procesos y valores
en los que el patrimonio, también, debería estar implicado.
164
[page-n-174]
Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
•
La interacción, desde el patrimonio hacia la sociedad y desde esta
hacia el patrimonio, facilitando espacios de complicidad y de participación.
El problema, pues, a mi entender radica, fundamentalmente, en los objetivos y en los procesos. No tanto en los conceptos –para los que, seguramente, encontraríamos un amplio consenso- y, quizás más en las formas, aunque
contamos con un conjunto de propuestas bastante amplio, con ejemplos que
funcionan y que son más comprensibles, más cercanos, más activos y abiertos,
y otros que no. Pero en los objetivos y en los procesos y en su consolidación,
presentamos un panorama bastante negativo, en relación al valor y uso del patrimonio y en relación a su participación en el desarrollo de la sociedad actual.
UN CASO CONCRETO
TÁRRACO Y LA UTILIZACIÓN DE SU PATRIMONIO PARA EL
APRENDIZAJE DE LA HISTORIA, PARA LA EDUCACIÓN Y PARA EL
DESARROLLO TERRITORIAL
Un caso paradigmático de nuestro entorno más cercano, en el que se pueden
concretar algunas de las reflexiones hasta aquí expresadas, es el de la ciudad
de Tarragona y su patrimonio arqueológico.
Tarragona –con alrededor de 140.000 habitantes–, capital de provincia,
con una admirable situación geográfica, instalada en un promontorio junto
al Mediterráneo, en el centro de una zona turística consolidada –como es la
Costa Dorada–, con una potente industria química –que ocupa el 20% de la
población activa– y con un importante sector de servicios –administración y
turismo– que emplea a dos tercios de la población, es una ciudad que en el
terreno patrimonial presenta una singularidad importante: el conjunto de
la ciudad romana de Tárraco, declarado Patrimonio Mundial el año 20007
(figura 7).
Cuenta, también, con un importante patrimonio medieval y modernista,
así como un patrimonio natural significativo, en el que destacan sus playas
–de alto valor natural y paisajístico– así como el paisaje de su entorno –el
Camp de Tarragona–, a pesar de la dinámica de transformación, muy intensa,
a la que ha sido sometido a lo largo del tiempo.
7
Esta declaración se concretó, no en el conjunto de la ciudad romana, sino en trece de sus
elementos monumentales. Una cuestión que pone en evidencia una visión restrictiva en
cuanto al compromiso global sobre dicho patrimonio y a la acción que se derive de ello.
165
[page-n-175]
PILAR SADA CASTILLO
Figura 7. Dibujo hipotético de Tárraco en el siglo II, según F. Tarrats (Dibujo A.
Latre). Una propuesta de iconografía didáctica.
Una ciudad con un urbanismo disperso, en el que conviven barrios muy diversos –social y físicamente–. Un núcleo histórico –que corresponde aproximadamente a la ciudad medieval, surgida de la repoblación a partir del siglo xii–,
amurallado y establecido sobre los restos monumentales de época romana,
unos restos que han marcado históricamente la evolución de la ciudad. La instalación de una refinería petrolera, en los años sesenta del siglo pasado, generó
la creación de barrios obreros, alejados del centro urbano y situados anárquicamente, que han condicionado, también, el urbanismo de la ciudad. Una ciudad
que tiene en su puerto un elemento fundamental para su dinámica económica
y en sus alrededores realidades tan diversas como la comercial ciudad de Reus,
el complejo turístico Salou - Vilaseca - La Pineda - Cambrils, o Port Aventura,
el gigantesco parque de atracciones inaugurado en 1995.
En este contexto, si tuviéramos que señalar uno de los elementos definitorios y singulares de la ciudad de Tarragona sería, sin duda, su patrimonio arqueológico de época romana: Tárraco, base militar durante la Segunda
Guerra Púnica (218-206 a.C.), colonia de derecho romano con Julio César y, a
partir de la remodelación de Augusto de las provincias de Hispania, capital de
la Provincia Hispania Citerior.
166
[page-n-176]
Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Figura 8. Reflejo en la prensa de la visión negativa sobre el patrimonio arqueológico
en el desarrollo y la evolución de la ciudad basado. Dibujo de Napi, publicado en
Catalunya Sud el 21 de enero de 1987.
Un patrimonio que ha formado parte importante del paisaje urbano y social de la ciudad, desde siempre. Y desde siempre, también, ha formado parte
importante del debate social. Un debate en el que, de momento, no ha conseguido constituirse como uno de los ejes de desarrollo de la ciudad (figura 8).
Comentaremos brevemente algunas de las causas y sus efectos.
En el caso de los elementos declarados Patrimonio Mundial son cuatro las
entidades municipales implicadas (Tarragona, Altafulla, Constantí y Roda de
Barà), tres las administraciones titulares (Ministerio de Cultura, Generalitat
de Catalunya y Ayuntamiento de Tarragona) y dos las gestoras (Departament
de Cultura de la Generalitat de Catalunya, a través del Museu Nacional Arqueològic de Tarragona y Ayuntamiento de Tarragona, a través del Museu
d’Història de Tarragona).
167
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PILAR SADA CASTILLO
Existen, además, otras instituciones e instancias relacionadas con dicho
patrimonio arqueológico, en diferentes ámbitos y temáticas, que vienen a
completar el contexto en el que se desarrolla la acción sobre el patrimonio
y su utilización. La variedad de criterios, la falta de consenso, la duplicidad
en las acciones y la falta de una planificación global, hacen que dominen la
indefinición y la improvisación.
Otra cuestión a tener en cuenta es la de su utilización por parte de los ciudadanos. En este aspecto, –como en una gran parte de nuestro patrimonio– no disponemos de estudios rigurosos de público/públicos, de conocimiento de hábitos
en torno al patrimonio, así como de la evaluación de las acciones llevadas a cabo.
Unos datos que deberían ser fundamentales para poder incidir en las programaciones y en la definición de los proyectos. De todos modos, si nos atenemos a los
datos cuantitativos, podemos observar un interés creciente por el patrimonio de
Tárraco. En el caso de los centros gestionados por el Museu d’Història de Tarragona se ha pasado de los 347.748 visitantes del año 1999 a los 576.291 del 2009
(anfiteatro 98.103, Circo-Pretorio 156.443; Murallas 105.298, Foro de la Colonia
22.859; Maqueta de Tárraco 125.699...). En el caso del Museu Nacional Arqueològic de Tarragona se ha pasado de los 19.628 de 1980 a los 113.235 en 2010. Unos
datos que demuestran el interés que dicho patrimonio genera.
En el campo del conocimiento, en los últimos años se han llevado a cabo
un elevadísimo número de intervenciones arqueológicas8, pero casi ninguna
explotación científica de la mayor parte de ellas y menos, todavía, intervenciones significativas para su difusión y utilización social. En este aspecto tampoco existe una planificación. La investigación arqueológica viene definida
–en su gran mayoría– por las necesidades de la planificación (por definirla de
alguna manera) urbanística y ésta –a pesar de contar con un marco legal de
protección del patrimonio histórico, que permitiría una labor de valorización
del mismo– se limita en su gran mayoría a “cumplir el expediente”, buscando
las soluciones más favorables para los intereses de la promoción urbanística, en las que el patrimonio interfiera lo menos posible9. Casos como el del
8
De 1982 al 2007 se han efectuado en el término municipal de Tarragona un total de 1.342 intervenciones
arqueológicas (excavaciones, seguimientos de obras, adecuaciones o documentaciones). Escasas
publicaciones, informes y memorias de calidad desigual y una ingente cantidad de material
esperando su estudio es el resultado de una falta de proyecto, planificación y objetivos evidente.
9
No es nuestro objetivo hacer un repaso de las vicisitudes por las que ha pasado el patrimonio arqueológico tarraconense, ni sobre las decisiones –o la falta de ellas–, que le han llevado hasta la actual
situación. Para tener un balance de la misma: Dupré, 1983; Miró, 1997; Mar y Ruiz de Arbulo, 1999.
168
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Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Figura 9. Estado a día de hoy de la “reserva arqueológica” producida por la actividad urbanística del PERI Jaume I-Tabacalera. Un ejemplo de actuación parcial y sin
ningún valor y significado para la recuperación del patrimonio de Tárraco.
complejo comercial Eroski-Parc Central, el desarrollo del PERI Jaume I-Tabacalera (figura 9) o la más reciente intervención de reforma en el sector del
Mercado Central en el corazón del centro contemporáneo de la ciudad, junto
al Foro de la Colonia de Tárraco, demuestran que el papel que se le otorga
al patrimonio, como elemento de desarrollo, de identidad, de formación e
incluso de sentimiento colectivo en el proyecto global de la ciudad es, en el
mejor de los casos escaso, cuando no, inexistente.
No se puede obviar, sin embargo, que son muchas las iniciativas que se
han ido desarrollando en el entorno del patrimonio Arqueológico de Tárraco desde las diferentes instituciones. Unas con objetivos y planteamientos
más coherentes, abiertos, participativos y de futuro. Otras más coyunturales
y oportunistas, que han acabado sin aportar un valor significativo.
Por poner un ejemplo, desde el Museu Nacional Arqueològic de Tarragona –el más antiguo de Cataluña en su especialidad– se trabaja, partiendo de
unas infraestructuras obsoletas y pendientes siempre de actualización, con
los proyectos aparcados sine die, con una voluntad de desarrollar su labor
desde una óptica integral, como espacio para la memoria, para el conocimien-
169
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PILAR SADA CASTILLO
to, para la formación, para el debate, para el placer y para el ocio. Una labor
–fundamentada en el conocimiento– que tiene en su proyecto educativo uno
de los ejes de su programación. Bajo el lema de “Un viaje a la cultura romana”,
dicho proyecto parte del convencimiento del valor educativo de los museos,
de la responsabilidad de poner en contacto a la sociedad con las fuentes directas de la Historia –el patrimonio del que es responsable–, así como de la
voluntad de implicar a la sociedad en su uso y valoración. Un proyecto10 que
se ha ido concretando mediante propuestas muy diversas: exposiciones temporales, audiovisuales, iconografía didáctica, itinerarios, talleres, actividades
de reconstrucción histórica, clubs de lectura… (Sada, 1992; Sada, 2009), unas
propuestas entre las que destacan los talleres, que se desarrollan en los diferentes espacios patrimoniales que dependen de la institución, con interesantes materiales de mediación entre el patrimonio y los diferentes grupos que
se acercan hasta él. Unas propuestas y unos materiales que intentan paliar los
carencias infraestructurales y didácticas de las instalaciones permanentes de
dichos espacios (figura 10).
Otro elemento interesante entre dichas propuestas es el festival Tarraco
Viva –pensado en sus inicios para fomentar la complicidad de los ciudadanos
en la candidatura presentada por el Ayuntamiento de Tarragona para obtener
la declaración de Tárraco como Patrimonio Mundial– que, en sus sucesivas
ediciones, se ha convertido en una de las referencias obligadas en relación a
los certámenes de reconstrucción histórica. Con muchos aspectos positivos
en cuanto al concepto y a las posibilidades de difusión de la historia y del
patrimonio, quizás debería haber una reflexión profunda en relación a la estructura, al número de actividades y, en especial, a los aspectos participativos
de la población, ya que “Tarraco Viva se presenta ante todo como una fiesta
de reconstrucción histórica y la participación de la población queda bastante
reducida al papel clásico de usuaria/espectadora de la fiesta, es ante todo una
fiesta de la contemplación y no de la participación, el protagonismo lo tienen
los diferentes grupos de recreación histórica que representan sus escenificaciones en el marco de la fiesta temática” (Andreu, 2007: 84).
Un tema que nos enlaza con la necesidad de valorar, también, la cuestión
del turismo cultural. Replantear lo que se entiende por turismo, por cultura
y por patrimonio. Teniendo en cuenta el rol de estos conceptos en las expec10
Este proyecto recibió en el año 2004 el Primer Premio Innova de Expodidáctica en la categoria
de servicios para la educación.
170
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Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
Figura 10. Algunos elementos de mediación y actividades educativas desarrolladas en el proyecto “MNAT. Un viaje a la cultura romana”, desde el Museu Nacional
Arqueològic de Tarragona.
171
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PILAR SADA CASTILLO
tativas culturales del ciudadano, situándolo en las actuales expectativas y en
su futuro. Bondad de proyectos de ocio cultural que logran armonizar valores e intereses económico, social y cultural. Planteados desde la óptica de la
globalidad, pero teniendo como referencia el desarrollo territorial próximo y
su influencia en la mejora social del entorno. En este sentido hay mucho por
hacer. 11 La creación del Consorcio constituido en julio de 2009 para el Plan de
competitividad Turística de la Tárraco romana, ha abierto una nueva línea de
acción, que habrá que ver qué deriva toma y cuáles son sus frutos.
Como en casi todas las cosas, la acción sobre el patrimonio de Tárraco –al
que nos estamos refiriendo– muestra aspectos positivos y también negativos.
Entre los primeros, la existencia de una demanda, de un interés por parte de
la ciudadanía; la concreción de algunos proyectos parciales con espíritu integral; la existencia de proyectos significativos en el ámbito de la educación y de
la comunicación y la voluntad por parte de algunas instituciones y responsables de buscar complicidades y proyectos de confluencia. Entre los negativos:
la falta de un plan director de actuación integral en el que se contemplen todos los aspectos derivados de una acción sobre el patrimonio: investigación,
conservación, presentación, comunicación, difusión, educación; la falta de
una gestión coordinada; la existencia, a causa de esta falta de coordinación,
de duplicidades, superposiciones y, a la vez, graves carencias.
Lamentablemente persiste un enorme vacío en lo que se refiere a las cuestiones de planeamiento, programación, definición del marco general –las
más imprescindibles– y su asunción real por parte de la sociedad que las impulsa, así como la dotación de los recursos necesarios para llevarlas a cabo.
Llenar dicho vacío es fundamental si se quiere avanzar en la valoración del
patrimonio y en el desarrollo de un papel activo del mismo (Tarrats, 1986).
El caso del patrimonio arqueológico de Tarragona, aunque no único, es
paradigmático. En este sentido y como ejemplos esperanzadores podríamos
hablar de algunos casos, también cercanos, en los que la actuación sobre el
patrimonio arqueológico ha derivado de los postulados más arriba señalados
como imprescindibles: planificación, definición y programación de acciones
coherentes y significativas. Por poner dos ejemplos, el caso del patrimonio
arqueológico de Cartagena, auténtico motor de renovación y desarrollo de la
ciudad, o el de “La ruta romana” de la ciudad de Astorga, más humilde, pero
coherente y de un gran valor social.
11
Una reflexión sobre estos conceptos en Prats, 2003.
172
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Patrimonio arqueológico, aprendizaje de la historia y educación
COMO RESUMEN
A lo largo de esta sucinta reflexión y, en especial, a través de las diferentes
aportaciones desarrolladas en el conjunto de las Jornadas, ha podido apreciarse una gran cantidad de propuestas, ejemplos y realizaciones que en los
últimos años se han desarrollado en torno al patrimonio, con algunos ejemplos útiles y significativos y con muchos por evaluar, para poder proceder a
reconsiderar su propia existencia, viabilidad y adecuación. En este sentido es
significativo el comentario de uno de los ponentes en relación a la proporción
de espacios patrimoniales sobre los que se ha actuado en los últimos tiempos, invirtiendo recursos y desarrollando equipamientos y propuestas, que,
al cabo de tres, cinco años, no han tenido la continuidad que se les suponía.
En este contexto falta, fundamentalmente, la definición de políticas culturales, en las que el patrimonio como conjunto de bienes que conforman
nuestra memoria, que son colectivos y que tienen en la colectividad su argumento y proyección, debiera ocupar un lugar destacado como un espacio
donde asentar las bases de un desarrollo equilibrado, igualitario y de futuro.
Con posterioridad a la celebración de estas Jornadas, en las que podían apreciarse posiciones diversas –entre las más cercanas al “negocio” del y sobre el patrimonio hasta las más proclives a buscar (utilizando los recursos más variados)
nuevos caminos, más cercanos a una museología “concienciadora”– se han publicado unas reflexiones en torno a este concepto que resumen de una manera
muy acertada alguna de las ideas que se han intentado reflejar en estas páginas:
la necesidad de hacer del patrimonio un elemento útil para la sociedad de hoy:
“Más allá de la clásica interpretación de colecciones y de las exposiciones por
medios renovados respetuosos de la cultura de los habitantes y de los visitantes,
el museo puede (y debe) utilizar su lenguaje (el del objeto y de la exposición) y
los recursos patrimoniales de su territorio para contribuir a resolver ciertos problemas del mundo actual” (Varine, 2010: 16). Unas reflexiones lejanas a las contenidas en otras propuestas que se cuestionan “hasta qué punto el ocio cultural
que se puede ofrecer desde el museo” –reflexionando en este caso sobre el papel
de los museos locales en la actualidad– “ha de ser un servicio que la sociedad
debe ofrecer a todos los ciudadanos como un derecho más o, por el contrario,
debe formar parte de los productos que libremente ofrece el mercado y que los
ciudadanos adquieren en función de su interés o de su capacidad adquisitiva”
(Santacana y Llonch, 2008: 230). Un cuestionamiento que responde a un proceso de mercantilización del discurso y de la función de los museos desarrollado
173
[page-n-183]
PILAR SADA CASTILLO
en los últimos años, que ha avanzado con fuerza y que recientemente continúa
percibiéndose en algunos ámbitos y del cual ya hace tiempo alertaban algunos
profesionales (Alcalde, 2000) y en el que “la turistización” de nuestros museos
puede acabar imponiéndose al modelo de museo implicado más genéricamente
en el desarrollo socio-comunitario, que no se mide exclusivamente en función
del consumo. La clave en este caso se encuentra en buscar fórmulas para compaginar el papel del museo en el desarrollo económico y turístico sin renunciar
a sus funciones sociales (García Hermosilla, 2008: 93).
Una cuestión de objetivos, de acentos y de definición de procesos, en los
que el patrimonio podría y debería constituirse en un elemento fundamental
para el desarrollo territorial y en el ideario de los cuales las finalidades educativas, de formación personal y de colaboración en un desarrollo social equilibrado, democrático y participativo deberían ocupar un lugar preeminente.
Una visión comprometida del patrimonio en una época de desconcierto y
de carencia de programas, en la que que, los que nos dedicamos a él, podríamos
(o deberíamos) desempeñar una papel fundamental en el sentido que ya hace
tiempo señalaba el profesor Fontana, refiriéndose al papel de la enseñanza de
las ciencias sociales: “Por desconcertados que podamos sentirnos, sabemos que
nuestra obligación es ayudar a que se mantenga viva, al menos, la capacidad
de nuestras generaciones para razonar, preguntar y criticar, mientras, entre todos, rehacemos los programas para una nueva esperanza y evitamos que, con
la excusa del fin de la historia, lo que nos frenen sean nuestras posibilidades de
cambiar el presente y de construir un futuro mejor” (Fontana, 1992: 122).
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A MODO DE EPÍLOGO
LA GESTIÓN DEL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO
DESDE UN PARADIGMA CRÍTICO
Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez y Carlos Ferrer García
La arqueología ha vivido en los últimos decenios cambios que la acercan a
una práctica crítica, comprometida con los objetos que estudia, la historia
en la que se enmarca y la comunidad que le da valor. Como sucede con
otras ciencias sociales, esta (nueva) arqueología se ha ido desprendiendo
de la pretendida y peligrosa asepsia de la objetividad científica. Su ejercicio conlleva una ineludible responsabilidad social sobre la base, entre
otros conceptos, de la democracia cultural y del sentido crítico que otorga
el acceso al conocimiento. Particularmente al conocimiento histórico que
enriquece y aporta herramientas y capacidades para entender la realidad.
De estos cambios surge un nuevo marco de relaciones entre los agentes
de la cultura que exige nuevas formas de abordar nuestro trabajo. Los organizadores de las jornadas que han dado lugar a este libro somos trabajadores
de un museo arqueológico fundado hace más de ochenta años cuya labor
ha corrido paralela al signo de los tiempos, indisociable del contexto social
en el que se desarrolla el trabajo: desde el elitismo de la conservación y la
investigación dirigida a unos pocos –porque solo unos pocos consumían arqueología o patrimonio- a la apertura a la sociedad, bajo la forma de museo y
yacimientos abiertos al público. Pero el proceso de transformación prosigue,
como lo hace la sociedad. Creemos en la necesidad de reflexionar y debatir
sobre las relaciones entre la sociedad y la arqueología, entre el patrimonio,
los museos y el territorio. Estas relaciones cambiantes no se pueden ignorar y
demandan un posicionamiento ético, definido y firme con la cultura material
y con la sociedad.
177
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JAIME VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ Y CARLOS FERRER GARCÍA
ARQUEOLOGÍA Y SOCIEDAD. ¿DE QUIÉN ES EL PATRIMONIO?
Partimos del reconocimiento de que la arqueología es parte de la historia y
una práctica intelectual en la que el investigador es una variable importante.
Los valores y la subjetividad del investigador se enmarañan, primero, con sus
hipótesis de trabajo y luego con su discurso. Es imposible producir nada fuera
del contexto político e histórico en que se sitúa el profesional. Su agenda de investigación está mediada, en un grado alto, por su posición social, los tiempos
en que ha vivido y sus intereses. No ser consciente de ello convierte al arqueólogo en un transmisor acrítico de los valores de los dominantes (que normalmente no coinciden con los de la mayor parte de la gente), y que, por tanto,
contribuye a la perpetuación de un sistema de pensamiento conservador. De
ahí la importancia de que el investigador se reconozca como variable y asuma
su responsabilidad en la transmisión de valores como el rigor, la autenticidad,
la coherencia y la honestidad, a través del respeto a la cultura y a la comunidad.
Es pertinente enmarcar esta visión de la arqueología en un movimiento más
amplio de la sociología de la ciencia, que es crítico con una visión externalista
de la práctica científica y adopta, en cambio, una visión internalista de la disciplina. Según esta última perspectiva la ciencia no está al margen de la realidad y
el proceso de conocimiento no sigue una evolución lineal hacia la verdad. Esta
corriente evalúa la legitimidad que tienen las afirmaciones científicas en cada
momento, lo que coloca al analista, al observador, al científico, en el mismo
campo de análisis de la disciplina (y no fuera) y su objetivo es explorar cuáles
son las posibilidades de acción y de aceptación de cada discurso dentro de ella.
Volviendo al patrimonio arqueológico, está compuesto por la cultura
material del pasado (remoto o reciente), sustanciada a través de relaciones
de poder. El patrimonio no es sólo el pasado materializado; son procesos y
relaciones entre el presente y el pasado y entre la gente del presente. En el
caso de la historia, los intereses de todos los grupos implicados en la descripción, uso y control del pasado deben ser puestos de manifiesto ya que
ante una interpretación hay que analizar qué historia se cuenta (y cuál no),
quién se representa (y a quién no) y qué memoria se transmite (y cuál se
silencia). De hecho, el patrimonio habla de la selección de un pasado y de
las relaciones entre los grupos de interés que conlleva la imposición de una
visión hegemónica de éste y de la práctica arqueológica. En cierta manera,
en el patrimonio arqueológico están materializadas las relaciones de poder
en base a apropiaciones y ordenaciones del relato de los orígenes.
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La gestión del patrimonio arqueológico desde un paradigma crítico
Por ejemplo, en arqueología el protagonismo lo ha tenido tradicionalmente
el discurso unidireccional del investigador, pero la gestión del patrimonio debe
dirigirse hacia una interacción de los profesionales con otros agentes y con los
públicos de la arqueología (v. p. 136 de este libro). No hay patrimonio sin sociedad que otorgue valor a unos objetos o prácticas como tal. No lo hay, pues, sin
público, sin receptores, ni actores. Ello relativiza el papel del experto, en este
caso el arqueólogo, como único responsable en la construcción del patrimonio,
ya que se pone de manifiesto que está inmerso en el mismo proceso de generación y consumo de conocimiento. Así pues, aquel patrimonio que identifica
y cohesiona una comunidad es una construcción compleja en la que participa
el pasado materializado en los objetos, desde una semilla hasta una tumba o
un palacio, el colectivo de expertos que lo investiga y gestiona, y la sociedad a
la que pertenecemos y en la que desarrollamos nuestras relaciones laborales.
El discurso sobre el pasado puede acentuar los elementos que nos identifican y cohesionan como grupo al compartir un pasado común. Puede también convertirse en un instrumento de coerción simbólica que preserva y legitima estructuras sociales injustas. Pero, desde un enfoque crítico, creemos
que la arqueología debe ser, ante todo, un instrumento para la reflexión y
la acción social en varias esferas, desde la transformación del pensamiento
(educación) hasta cuestionar el presente. Por un lado, y como parte del estudio de la historia, la arqueología nos abre la puerta a otros modos de hacer las
cosas, y al hecho de que otras realidades sociales han existido antes y de que
ninguna es inmutable. Puede darnos las herramientas para cuestionar el presente, que es resultado de un proceso no casual. También puede relativizar el
lugar de la sociedad occidental en el mundo (v. p. 7 ss.) o el de nuestra propia
experiencia como individuos y concluir que, como dijo P. Bourdieu, el sentido
común es el menos común de los sentidos. En definitiva, nos permite adoptar
una postura crítica ante nuestro entorno social, cultural y económico. Paralelamente, la arqueología puede ser una ventana a las experiencias humanas
silenciadas de las grandes narraciones históricas al ser una disciplina histórica que trata con una documentación particular: materiales mundanos, cosas destinadas al olvido, deshechos que no han preocupado a nadie (de otra
manera nunca se habrían convertido en registro arqueológico). Y finalmente,
aunque no menos importante por ello, la arqueología permite reflexionar sobre los límites del conocimiento y del método científico (v. p. 142 y 147-150).
La dimensión material del trabajo arqueológico es un magnífico recurso di-
179
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JAIME VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ Y CARLOS FERRER GARCÍA
dáctico para tratar estos temas por la importancia de las condiciones materiales en todas las experiencias del ser humano. Es por ello un instrumento
útil para la educación, lo que viene a su vez a reforzar el desarrollo del sentido
crítico (v. p. 154).
Escoger temas de creciente interés social o contrahegemónicos como objeto de atención es un modo de abordar el trabajo arqueológico desde un enfoque crítico. Es obvio que es muy diferente construir un discurso histórico
desde un paradigma que privilegie la estabilidad social que hacerlo desde la
idea de que las culturas no son homogéneas y están mediadas por relaciones
de poder. En este sentido, el género o los movimientos de población son dos
temas estrella de nuevas miradas al pasado. Para el primero, es indiscutible
el protagonismo que, en las últimas décadas, tienen los estudios de género
en las ciencias sociales y, particularmente, los estudios sobre las mujeres.
En este caso se hace evidente la estrecha relación entre presente y pasado:
desentrañar los procesos a través de los cuales se construyen roles y, sobre
todo, hacer presente a las mujeres en las narrativas sobre el pasado, en concordancia con la atención que tienen en el mundo contemporáneo. Lo mismo sucede con otros estudios más recientes que estudian otros géneros más
allá de la heteronormatividad. En cuanto a los movimientos de gente, que
haya un interés creciente por las experiencias migratorias y la interacción
cultural en el pasado no es casual. La transformación social a raíz de las,
cada vez más intensas, dinámicas migratorias del mundo contemporáneo
alimenta sin duda nuestra mirada al ayer, porque abre la puerta a cuestionar
qué pasó en otros casos históricos y cómo la gente se enfrentó a estas situaciones o como construyó materialmente su universo al desplazarse de un lugar a otro. Se trata de no olvidar que el pasado y el presente están asociados.
Pero, ¿qué lugar ocupa realmente este interés social por el pasado en la
sociedad contemporánea? Ruiz Zapatero argumenta que aún hay pocos estudios para valorar hasta qué punto seduce, despierta curiosidad, parece interesante o es divertido, o tiene reconocimiento social, etc. Pero su presencia
es creciente en el espacio público, así lo vemos en las innumerables novelas,
películas, revistas, ensayos o documentales que abordan el tema (v.p.32). Hay
un valioso potencial, la audiencia está escuchando, los receptores están dispuestos. Pero con todo, la comunicación es difícil. Un gran problema es que
no conocemos apenas qué piensa la gente de la arqueología (v. p. 42 y 44-55).
Es necesario pues aproximarse a la variable públicos, en plural, tan intensa-
180
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La gestión del patrimonio arqueológico desde un paradigma crítico
mente como a los objetos. Así, a partir de este conocimiento crear mensajes
adecuados y adaptados a cada segmento social. Surge así la necesaria pluridisciplinariedad que integra a diversos profesionales, entre ellos el arqueólogo, en el trabajo de comunicar el pasado.
EL MUSEO ARQUEOLÓGICO. UN ESPACIO PARA COMPARTIR
En este panorama, el museo arqueológico es un espacio de encuentro donde
la sociedad interactúa con el pasado. No es el único. Hay otros lugares donde
esta conexión con el pasado, remoto o presente, también se da y cuya valoración adquiere la forma de memoria social, de cartografía mental del tiempo.
Pensemos en los monumentos públicos o en quien cree cada persona o colectivo que son sus antepasados. Nosotros nos centraremos aquí en el papel
del museo arqueológico, que es donde desarrollamos nuestro trabajo, como
institución donde se ordena, conserva e investigan retales del pasado en forma
de objetos que se presentan como una narración para la comunidad. Ello exige
ser consciente de la responsabilidad de los valores transmitidos en mensajes
y discursos que se fundamenten en decisiones éticas bien definidas porque se
puede contribuir a la transformación de conciencias y de pensamientos.
En el camino hacia una arqueología como acción social frente a aquella
encriptada en sí misma, el museo ocupa una posición privilegiada por su relación cotidiana con los públicos, más sin duda que otras instituciones, como
la propia universidad, o los entes gestores administrativos. El museo es la
sede del patrimonio, donde las relaciones que le dan forma se sustancian (v.
p. 79). Es un órgano cultural de la comunidad y sus trabajadores son agentes
culturales en cuanto que tienen capacidad de transformación de la sociedad.
Con todo, no es un centro cultural al uso, ya que su función está íntimamente
relacionada con la cultura material que preserva y difunde. Pero nada más
lejos de nuestra visión que la del modelo de museo como almacén, como sede
de los objetos descontextualizados y sacralizados, que carece de compromiso
con la sociedad, y que transmite una historia “aséptica”, conservadora, que la
adormece. No por ello quedan desechadas o postergadas las funciones que
siempre lo han caracterizado: la conservación y el estudio de los elementos
patrimoniales. Antes de comunicar es importante tener algo que comunicar,
y ser riguroso con el conocimiento o el estado de la cuestión sobre un asunto.
Para ello es fundamental la investigación. Es aquí donde los conservadores de
museo adquieren su función en la construcción del patrimonio.
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A pesar de los cambios, todavía hoy muy frecuentemente el patrimonio
arqueológico sigue estando en manos solo de expertos. Pero si el patrimonio se define a partir del valor otorgado por la sociedad, no cabe más que la
corresponsabilidad. De hecho, el vínculo con la sociedad legitima al museo
liberándolo de uno de sus pecados: el del sometimiento al poder cuya expresión más obvia y actual es su instrumentalización por parte de las clases
dirigentes en forma de intervenciones “modernizadoras”, de gran coste, que
han convertido a algunos museos en fachadas, hitos, mausoleos en honor del
político de turno. No estamos diciendo que la política quede al margen de las
decisiones sobre el patrimonio. De hecho, defendemos la necesidad de tener
una política de acción definida respecto al patrimonio. Nos referimos a que
la sumisión al poder desvirtúa completamente el sentido de un trabajo en el
museo comprometido con la historia ya que niega la posibilidad de construir
discursos contrahegemónicos. Podemos considerar esta falta como un pecado original, ya que todos los museos han nacido en mayor o menor medida
con este estigma, pero ello no es óbice para superarlo, y es particularmente
sencillo cuando se trata de museos con una larga historia.
Ya hemos señalado que el museo lo es en tanto que utiliza el objeto, la
cultura material, como instrumento que materializa la historia y construye el
patrimonio. Como subraya Ballart en su reflexión, los objetos son emisarios
y viajeros del tiempo (v. p. 104), testigos de su uso por parte de las personas
que los crearon y por parte de los que las usan en la sociedad contemporánea.
Los atributos de belleza o rareza que otorgamos a algunos objetos sin duda
les confieren valor añadido, pero cabe destacar que el objeto de museo tiene
valor en cuanto que es producto de la creación humana. Es interesante ver
cómo la consideración de patrimonio está imbuida de valor, y por ello es contingente, cambiando con el tiempo. Consideremos, por ejemplo, los restos
bioarqueológicos, obviados tradicionalmente de muchas narrativas históricas, e ignorados –y esto es más grave– en los protocolos de excavación como
cultura material a documentar y a conservar.
El valor del objeto para un arqueólogo se acrecienta enormemente si se
conoce el contexto de procedencia, de donde se obtiene mucha información,
se establecen asociaciones y relaciones espacio-temporales entre los objetos,
en secuencias históricas. La mayor parte de las colecciones del Museu de Prehistòria han procedido, desde su fundación, de trabajos de campo de sus propios miembros, lo que confiere un valor añadido a sus colecciones. Se pensó
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La gestión del patrimonio arqueológico desde un paradigma crítico
así ya en 1927, lo cual es una concepción de museo ciertamente de vanguardia
para aquellos años. El valor añadido de sus colecciones también reside en la
continuidad de la investigación que hoy en día se desarrolla en el museo en
algunos de los proyectos abiertos entonces (por ejemplo, en la Bastida de les
Alcusses o en la Cova del Parpalló).
Dejando claro que el contexto lo es todo para la arqueología, podríamos
estar de acuerdo en que ya pasó el tiempo de los gabinetes de curiosidades.
Los anticuarios, las galerías y los museos de arte tienen una función ajena a la
del museo que aquí defendemos. Desde esta perspectiva no tiene sentido adquirir objetos no contextualizados, ni mucho menos aquellos envueltos en la
grave duda del expolio o en la sombra del comercio de antigüedades. No sólo
por no ser respetuoso con esos mismos objetos ni con sus legítimos depositarios, sino por fundamentarse en una práctica ajena a la responsabilidad que
los profesionales del museo tienen con el patrimonio y el registro arqueológico, y por contribuir indirectamente al ciclo de destrucción de los yacimientos.
La exhibición del objeto es la forma por excelencia que tiene el museo para
comunicar conocimiento. No es la única, pero es la que uno espera al entrar a
un museo: ver cosas del pasado. Lo que ocurre es que existe la propensión a aislar el objeto, a sacralizarlo, a través de una ambientación y distancia: no puede
separarse tanto del visitante que no pueda acceder a información relevante. No
debemos renunciar a comunicar a través de todas las “sensaciones” que transmiten los objetos (olor, sonido, tacto, sabor). A uno de nosotros le instruyeron
con percepciones sensoriales, altamente subjetivas, durante los primeros años
en que se formaba como arqueólogo. No era raro oír que la cerámica ibérica
tiene un característico “sonido metálico” para distinguirla de otras cerámicas; o
que algunas producciones de barniz negro se reconocen por el “tacto jabonoso”
de su barniz; o que ciertas cerámicas romanas tienen la superficie rugosa como
la “piel de naranja”. Si la subjetividad que nos transmiten los sentidos funciona
en la esfera del inventario ¿por qué no lo va a hacer con los visitantes? ¿Por qué
no dejar que los objetos transmitan sensaciones físicas poderosísimas? Esto
no se puede hacer con todos los objetos, obviamente, pero los depósitos de los
museos están llenos de fragmentos y piezas que pueden ser tocados sin riesgo
a perderlos del elenco de bienes muebles del patrimonio.
Los museos de sitio, los yacimientos arqueológicos visitables, son también cultura material y de igual modo se ven afectados por el desarrollo de
modelos de presentación inconsistentes. Es frecuente que, como resultado
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JAIME VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ Y CARLOS FERRER GARCÍA
del valor añadido que posee la ruina en el imaginario colectivo, el interés por
conservarla “inalterada” sea más relevante en su gestión que las decisiones
para hacerlos accesibles, o su valor arqueológico y didáctico. Es cierto que la
ruina como tal, el resultado de la historia sobre una obra humana, está llena
de significados como el paso del tiempo, el esplendor del pasado y la inevitable decadencia, y que por ello tiene un valor emotivo que no podemos dejar
de valorar en la transmisión de nuestros mensajes; pero, ¿es legítimo tratar
todos los restos como ruinas? Los yacimientos excavados y consolidados son
el resultado de una intervención arqueológica, ¿por qué, pues, nuestro empeño en que conserven el aspecto del final de este proceso? Si conocemos el
contexto, ¿no estaríamos en ese caso legitimados a poner en primer lugar la
necesidad de comunicar el pasado y la ciencia arqueológica con honestidad?
Es cierto que intervenir en un yacimiento arqueológico puede hacer que éste
sea más expresión del presente que del pasado (v. p. 134), pero ¿cuándo la
historia y la arqueología han dejado de serlo? Reconocer este hecho está en la
base del pensamiento crítico en arqueología y en la difusión del patrimonio.
La didáctica es, además de una vía de comunicación en el museo, una de
sus principales funciones. Pilar Sada defiende que la historia tiene valor educativo en cuanto que tiene la capacidad de modificar la forma de pensar y de
comportarse, y en cuanto que permite la transmisión de la ciencia y su método,
pero también lo puede ser en la transmisión de valores para la ciudadanía (v.
p. 154 y 155). Ya se ha señalado que la historia aborda el estudio del ser humano
de forma global; es pues posible poner en evidencia las estructuras de poder
(dentro de las familias, entre géneros, entre grupos sociales), que tanto en el
pasado como en el presente articulan, pero al tiempo constriñen, a la sociedad.
Los públicos son variados, como variadas son las circunstancias sociales,
culturales y económicas de la comunidad. Ya ha quedado dicho que el patrimonio existe en cuanto que pertenece y sirve a una comunidad. ¿Qué sucede
con los que no perciben el pasado como valor, o con la mayoría de personas
que no lo conocen ni desean conocerlo? Si queremos acceder a ellos debemos
multiplicar los lenguajes e integrar a especialistas en la comunicación y la
didáctica en el proceso.
Ya expusimos que el visitante debe pasar de ser un sujeto pasivo a un agente activo. La expresión más clara e imperativa de esta necesidad son las relaciones con las comunidades locales que, entendemos, es un sector de los
públicos singularmente importante. Es particularmente necesario intensifi-
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La gestión del patrimonio arqueológico desde un paradigma crítico
car las relaciones en la gestión del patrimonio in situ con la comunidad legítimamente depositaria, con los “otros” propietarios y beneficiarios. Existen
muchos agentes interesados en participar en la gestión de este patrimonio,
sobre todo por ser un recurso potencialmente valioso para la economía local.
El museo puede asumir modelos de gestión más democráticos, en los que
cada agente sea corresponsable de la conservación, gestión y difusión, donde
el museo se arrogue el papel de moderador que articule todos los intereses
legítimos que en torno a él surgen. Así y de nuevo, el científico abandona
voluntariamente el centro de la construcción del pasado para enriquecer el
proceso y a la sociedad. Él y el museo, en su vínculo con el territorio, pueden
ejercer así un papel de agente de transformación y desarrollo para la comunidad.
Pero existen otras formas de corresponsabilizar a los públicos. El mero
hecho de que en nuestra estrategia de comunicación, a través de las exposiciones y la didáctica, se haga hincapié en cómo sabemos lo que sabemos y en
cuáles son los límites del conocimiento científico, permite relacionarse con
los públicos dando herramientas para la reflexión. Otra gran vía de participación es la del diálogo, la accesibilidad integral a través de la diversidad, la
flexibilidad y la activación de distintos niveles divulgativos. Crear espacios
para que la voz de los visitantes sea oída y tenga una respuesta, dando lugar
a nuevos discursos. En este marco, las políticas de calidad e Internet, la web
2.0 y la web social, son instrumentos óptimos que pueden favorecer el acceso
físico e intelectual al museo, la divulgación de contenidos, el establecimiento
de relaciones y la implicación de los usuarios en la vida de éste.
Es difícil de predecir el futuro, pero es innegable que la gestión del patrimonio, como la de otros sectores de la cultura, se va a ver afectada de alguna
manera por los cambios sociales, tecnológicos y económicos del mundo contemporáneo. Desde estas premisas, estas páginas finales han sido, más que
unas conclusiones, una aproximación personal desde la experiencia práctica
de nuestros proyectos y nuestra reflexión a la luz de lo expuesto en los capítulos precedentes. No hemos pretendido dictar preceptos. Sólo someter al
debate nuestro trabajo cotidiano y las formas posibles de abordarlo.
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Arqueología y patrimonio en un mundo postoccidental: estudio de dos casos de Etiopía
Víctor M. Fernández MartínezPag. 7-30descargarPresencia social de la arqueología y percepción pública del pasado
Gonzalo Ruiz ZapateroPag. 31-73descargarTerritorio de cambios: algunas conjeturas sobre museos y otras ilusiones
Luis Grau LoboPag. 75-97descargarDe objeto a objeto de museo: la construcción de significados
Josep Ballart HernándezPag. 99-113descargarEl museo fuera del museo: la gestión del patrimonio arqueológico in situ
Amalia Pérez-Juez GilPag. 115-136descargarPatrimonio arqueológico. Aprendizaje de la historia y educación
Pilar Sada CastilloPag. 153-176descargarA modo de epílogo. La gestión del patrimonio arqueológico desde un paradigma crítico
Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez / Carlos Ferrer GarcíaPag. 177-185descargar