La presencia romana en los cronistas valencianos
Luis Sánchez González
2003
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LA PRESENCIA ROMANA EN LOS CRONISTAS VALENCIANOS
LUIS SÁNCHEZ GONZÁLEZ
En el marco de la cultura del Renacimiento el retorno a los clásicos griegos y romanos propició,
en gran medida, el examen de los antecedentes latinos de nuestra historia, al tiempo que suscitó un
inusitado interés por las antigüedades. La recogida de inscripciones, monedas y restos arqueológicos
de todo tipo se convirtió en una actividad más o menos habitual. Cabe recordar la inquietud del gobierno de Felipe II por acopiar datos de «los edificios señalados que en el pueblo hubiere, y los rastros de
edificios antiguos de su comarca, epitaphios, letreros y antiguayas [sic] de que hubiere noticia» a través de
sus célebres Relaciones, si bien no alcanzaron el Reino de Valencia. Afortunadamente, la preocupación del monarca por el conocimiento de sus posesiones nos ha brindado la oportunidad de disfrutar de las extraordinarias vistas plasmadas por Anton Van den Wyngaerde, por orden del propio rey,
y que nos ofrecen datos incognoscibles actualmente.
De mayor importancia, sin embargo, fueron las iniciativas más o menos individuales. Empresas
particulares como las de Juan Andrés Strany, sacerdote valenciano, del que Ximeno afirma que «no
perdonava gasto, trabajo, ni diligencia por descubrir inscripciones, y otros cualesquiera monumentos, y juntar
medallas, imágenes, y monedas antiguas». Su obra Nummismatum, Iconum, veterarumque plurimorum lapidum Hispaniae Inscriptionum explanatio, sufrió la misma incuria, para lamento del propio Gregorio
Mayans, que su colección numismática, fundida para modelar morteros de farmacopea. Caso similar
fue el Juan de Molina, conocido como Bachiller Molina, cuya obra Collectanea de las Piedras e Inscripciones antiguas de España, se halla desaparecida, pero fue de gran utilidad en su momento para otros
autores como Escolano. Particularmente interesante es el ejemplo de Llansol de Romaní. Estudió durante años las inscripciones romanas, viajando sin cesar por tierras valencianas, llegando a tal extremo de penuria económica, según Ximeno, que fue incapaz de publicar su manuscrito De los ríos y
antigüedades de España al carecer de peculio suficiente. El original, para mayor infortunio, acabó custodiado por «cierto religioso» que lo aprovechó para escribir su propia historia de Valencia. Nicolás
Antonio sospecha que tal erudito era Francisco Diago; sin embargo, Pérez Bayer, quien aún consultó
el documento, comentaba a Mayans que fue propiedad de Gaspar Escolano.
Precisamente Diago y Escolano forman, junto con Beuter, la tríada de grandes cronistas que convierten este período en un referente fundamental. Sus obras históricas son un exponente claro del
avance historiográfico respecto a épocas previas. Es cierto que adolecen de defectos, pero sus méritos deben llevarnos a una valoración positiva. No conviene subrayar sus carencias más que sus logros, especialmente, si se tienen en cuenta las circunstancias históricas. Las postrimerías del siglo XV
y los albores del XVI conforman el marco de la génesis de los estados modernos a través de la apari-
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
P.A. Beuter, «Primera parte de la Historia de Valencia», Valencia,
1538. [Biblioteca Histórica. Universitat de València].
Pedro Antonio Beuter (1490/95-1555) es el iniciador de un nuevo modelo historiográfico, imitado posteriormente en múltiples variantes.
ción de las monarquías autoritarias. El ejemplo
hispánico es paradigmático. La Historia se emplea como apoyo para prestigiar la monarquía y
reforzar un pasado de unidad nacional, recalcando alusiones como la resistencia heroica de
Sagunto y Numancia frente al invasor exterior,
que se prolonga en la Reconquista cristiana de la
España dominada por los musulmanes. En ocasiones, la veracidad es anulada y no se duda en
recurrir a noticias y datos falsos, convenientemente aderezados para conseguir una impresión
de credibilidad.
Éste es el caso del religioso dominico Giovanni Nanni, conocido como Annio de Viterbo.
Autor de la obra Commentarii super opera diversorum auctorum de antiquitatibus loquentium, dedicada a los Reyes Católicos, influirá enormemente
en escritores posteriores, especialmente con sus
genealogías de reyes primitivos. Un ejemplo que
nos toca muy de cerca es la noticia que da acerca de la fundación de Roma por Romo, rey mítico de España. Esta ciudad sería la actual capital levantina, a la que los romanos posteriormente cambiarían el
nombre por el de Valentia. La causa de esta invención de Annio es su pretensión de adular a la familia
Borgia, en concreto a los papas Calixto III y Alejandro VI, ambos de origen valenciano, mediante la inversión de la noticia que da Solino sobre la fundación de Roma, llamada en un primer momento Valentia, traducida al griego como Rhome. Estas ficciones, y otras muchas, asentadas en la imaginaria atribución a escritores antiguos o en la simple invención de autores, generaron una lacra perdurable de
fraude. Incluso en el siglo XIX, la lucha contra los falsos cronicones y sus nefastas consecuencias para la
verdad histórica mereció el reconocimiento de la Real Academia de la Historia a Godoy Alcántara.
A pesar de todo, el panorama historiográfico mejora. Y mejora porque se anulan errores anteriores como la confusión de la Sagunto asediada por Aníbal con la ciudad de Sigüenza; porque se buscan explicaciones a los problemas, como la primera presencia romana en Valencia; y porque, sobre
todo, se intenta sostener lo que se escribe con datos objetivos procedentes de autores griegos y latinos y de restos arqueológicos. Un mérito indiscutible de estos cronistas valencianos es su extraordinario conocimiento de las fuentes, incluso de obras menores. Puede parecer poco bagaje en la actualidad, pero en su momento no lo fue y, para ser justos, cabe añadir que algunas de las teorías que
hoy se venden como novedad son ya intuidas, y hasta afirmadas, por alguno de los tres cronistas
que ahora pasamos a analizar.
Pedro Antonio Beuter (ca. 1490-1555), profesor universitario y eclesiástico, escribió Primera Part
de la Historia de Valencia, que tracta de les Antiguetats de Espanya y fundació de València (Valencia, 1538)
que años más tarde publicó en castellano. En realidad, no es una historia meramente valenciana,
sino que, como indica el título, se extiende al resto de España. Adelanta, en gran medida, el modelo
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historiográfico imperante durante siglos al achacar a la división de los españoles como causa de las
múltiples invasiones sufridas por la Península Ibérica. Esta característica es común con el otro rasgo
destacable, el valor, del que resalta numerosos ejemplos. Puede, por ello, considerarse como la precursora de las grandes crónicas nacionales que comienzan con Florián de Ocampo y culminan en
Juan de Mariana. Ya sólo el propio concepto supone un importante avance historiográfico. Pero, además, Beuter se preocupó de asentar su libro sobre cuantiosos datos, empezando por las fuentes clásicas, de las que muchas veces se lamenta por sus vacíos, y terminando en las inscripciones romanas,
algunas de las cuales hoy son conocidas gracias únicamente a su transcripción. Su gran virtud es
precisamente la búsqueda de apoyos donde sostener sus afirmaciones; no se puede negar su afán en
la búsqueda bibliográfica. Sin embargo, ahí radica también gran parte de su error, al conceder pábulo a obras repletas de falsedades históricas, que, si hoy mueven al asombro, entonces eran aceptadas sin dilación. Ejemplo claro de esta actitud es su credulidad ante las fundaciones de Sagunto por
los sages y de Valencia (bautizada como Roma) por el rey Romo, que toma de Annio de Viterbo. Habla también del cambio de nombre a Valencia, que atribuye a los Escipiones, pero no explica cómo se
conjuga esta teoría con la cita de las Periocas que habla de la fundación de una ciudad llamada Valencia por Bruto en el 138 a.C. En cualquier caso, sus esfuerzos por ofrecer la explicación más razonable son muchas veces encomiables. El resultado no es el más acertado, pero, dadas las limitaciones
del momento, debe valorarse positivamente, entre otras cosas, porque marca el camino a seguir y
sirve de modelo a otros autores.
Un caso extraordinario supone la figura de Martín de Viciana (1502-). Nacido en Burriana, este
caballero de noble familia estudió Derecho en Valencia y fue gran aficionado al estudio del pasado.
Fruto de esta loable inclinación es su obra Libro Primero de la Crónica de la Ínclita, y Coronada ciudad de
Valencia y de su Reino, impresa en Valencia en 1564, continuados por otros
tres libros que componen su Crónica de Valencia. Lamentablemente, no
existe copia alguna conocida de este primer libro, y no podemos disfrutar de su, a buen seguro, apasionante lectura. Sería, sin duda, un
privilegio para cualquier bibliófilo disponer de un ejemplar, pero,
salvo milagro «wiboradense», únicamente disponemos de testimonios restringidos como el de Ximeno, quien afirma que en esta obra
«descrive (sic) en el topográficamente nuestra Ciudad de Valencia; señala
su fundador, y primer nombre».
Gaspar Escolano (1560-1619), valenciano, cronista real y teólogo, miembro de la Academia de los Nocturnos, compuso la Década Primera de la Historia de la Insigne y Coronada ciudad y
Reino de Valencia, publicada en Valencia en 1610. En los inicios de esta obra el propio autor confiesa haber trabajado
durante ocho años en recopilar el material necesario (autores clásicos, inscripciones, monedas, etc.) para la elaboración de su trabajo y otros dos más en disponerlo. Aun
así, la precipitación última en su impresión explica, en
parte, una estructura deslavazada y confusa, sólo comprensible para el propio autor. A pesar de ello, el
Retrato de Martín de Viciana. Traver Calzada,
1997. Burriana.
La desaparición del primer tomo de su Crónica supone una pérdida irreparable.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
F. Diago, «Anales del Reyno de Valencia», Valencia, 1613.
[Biblioteca Histórica. Universitat de València].
F. Diago (ca. 1564-1615) fue rival acérrimo de Escolano. Su
obra supone una continuidad de la línea marcada por Beuter.
G. Escolano, «Decadas de la historia de la insigne y coronada
ciudad y Reino de Valencia», Valencia, 1610. [Biblioteca Histórica. Universitat de València].
Gaspar Escolano (1560-1619) supone un nuevo giro en la
historiografía valenciana, por su novedosa estructura y extraordinaria exhaustividad.
avance que supone su texto es indiscutible. Así, divide la primera Década (la segunda, aunque la
anunció, no llegó a publicarla) en dos partes de cinco libros cada una. En la primera nos habla de los
tiempos primitivos, remontándose hasta el Diluvio universal, de las divisiones antiguas de España,
de Sertorio, de los pueblos extranjeros llegados, de la Evangelización de España, de los martirios de
San Valero y San Vicente, hasta llegar en un relato más o menos cronológico hasta el reinado de Pedro III. A partir de ahí (libro IV) se ciñe a una descripción esmerada y detallada del Reino de Valencia, empezando por la capital, siendo de especial interés su preocupación por rastrear por doquier
los orígenes antiguos a partir de los restos perdurables de monumentos, inscripciones, etc. Escolano
rechaza ya las invenciones nacidas de Annio de Viterbo, dedicando un capítulo a demostrar la falsedad. Precisamente sucede al tratar la fundación de Roma (Valencia) señalando que «no podemos señalar con certeza quién fue el primero fundador de Valencia, ni en qué tiempo», recoge inscripciones que hoy
son conocidas gracias a él, y plantea problemas como la dualidad «Valentini veterani et veteres», aún
sin solucionar, ofreciendo diversas explicaciones. Existen, no obstante, algunas lagunas en su obra.
La principal, en mi opinión, el uso de fuentes sin criterio selectivo, de tal forma que emplea la información de Livio concediéndole la misma solvencia que a Floro o a Paulo Orosio. Resulta extraño tal
uso, porque también demuestra un amplio conocimiento de autores clásicos, a los que, por cierto,
traduce muy correctamente, como en el episodio del 138 a.C.
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El otro gran puntal de la historiografía valenciana de este tiempo es Francisco Diago (ca. 15641615), miembro de la Orden religiosa de los Dominicos y Cronista de la Corona de Aragón. Fue autor de los Anales del Reyno de Valencia, impresos en Valencia en 1613, amén de otras obras de carácter
histórico y religioso. Curiosamente, mantuvo una rivalidad personal con Escolano, al que constantemente alude negativamente en su obra, sin citarle expresamente, y se opone a sus argumentos; quizá
tuviera algo que ver el hecho de que Escolano le acusara de pretender «intertextualizar» la obra de
Llansol de Romaní. Diago, regresa al modelo tradicional iniciado por Beuter, y elabora una Historia
que sigue un orden cronológico. Así, tras explicar las razones de su obra, comienza con una descripción geográfica detallada del Reino en el libro I, para continuar con los tiempos prerromanos, donde
dedica especial atención a la llegada de pueblos extranjeros, en particular griegos y cartagineses, y el
asedio de la ciudad de Sagunto. Ya en el libro III habla de la venida de los romanos, siguiendo el relato de los historiadores clásicos, es especial Livio, la mayor parte de las veces, sin ningún espíritu
crítico. Así, enmaraña a los sedetanos con los edetanos, confunde topónimos, y traduce mal determinados episodios, como el ya mencionado de la fundación de Valencia. Similar actitud le acontece con
las inscripciones, basando razonamientos de lo más peregrino en un solo epígrafe, aunque, como en
el caso de la inscripción de Sertorio Abascanto, corrige a Escolano con acierto. En definitiva, no cabe
duda de que su aportación es meritoria, gracias a su ardua labor de recogida de datos por archivos,
libros e inscripciones. Pero no se puede evitar una cierta sensación de declive en comparación con
Beuter. Diago, es ya el último de los grandes cronistas. A partir de él las obras son de carácter menor
y abordan temas muy puntuales, al estilo de Vicente del Olmo. En similar decadencia hasta los libros
sufren materialmente un retroceso con peores encuadernaciones, impresiones y papel. En Valencia
será necesario esperar hasta el siglo XVIII, para que se recupere y supere el nivel de tiempos anteriores, con egregias figuras como Gregorio y Juan Antonio Mayans, el Conde de Lumiares, el Deán
Martí y un largo etcétera. Era difícil, no obstante, mantener la cota historiográfica alcanzada. Ojalá
sirvan estas páginas para mover a la curiosidad y la lectura de estas obras, ya clásicas.
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En el marco de la cultura del Renacimiento el retorno a los clásicos griegos y romanos propició,
en gran medida, el examen de los antecedentes latinos de nuestra historia, al tiempo que suscitó un
inusitado interés por las antigüedades. La recogida de inscripciones, monedas y restos arqueológicos
de todo tipo se convirtió en una actividad más o menos habitual. Cabe recordar la inquietud del gobierno de Felipe II por acopiar datos de «los edificios señalados que en el pueblo hubiere, y los rastros de
edificios antiguos de su comarca, epitaphios, letreros y antiguayas [sic] de que hubiere noticia» a través de
sus célebres Relaciones, si bien no alcanzaron el Reino de Valencia. Afortunadamente, la preocupación del monarca por el conocimiento de sus posesiones nos ha brindado la oportunidad de disfrutar de las extraordinarias vistas plasmadas por Anton Van den Wyngaerde, por orden del propio rey,
y que nos ofrecen datos incognoscibles actualmente.
De mayor importancia, sin embargo, fueron las iniciativas más o menos individuales. Empresas
particulares como las de Juan Andrés Strany, sacerdote valenciano, del que Ximeno afirma que «no
perdonava gasto, trabajo, ni diligencia por descubrir inscripciones, y otros cualesquiera monumentos, y juntar
medallas, imágenes, y monedas antiguas». Su obra Nummismatum, Iconum, veterarumque plurimorum lapidum Hispaniae Inscriptionum explanatio, sufrió la misma incuria, para lamento del propio Gregorio
Mayans, que su colección numismática, fundida para modelar morteros de farmacopea. Caso similar
fue el Juan de Molina, conocido como Bachiller Molina, cuya obra Collectanea de las Piedras e Inscripciones antiguas de España, se halla desaparecida, pero fue de gran utilidad en su momento para otros
autores como Escolano. Particularmente interesante es el ejemplo de Llansol de Romaní. Estudió durante años las inscripciones romanas, viajando sin cesar por tierras valencianas, llegando a tal extremo de penuria económica, según Ximeno, que fue incapaz de publicar su manuscrito De los ríos y
antigüedades de España al carecer de peculio suficiente. El original, para mayor infortunio, acabó custodiado por «cierto religioso» que lo aprovechó para escribir su propia historia de Valencia. Nicolás
Antonio sospecha que tal erudito era Francisco Diago; sin embargo, Pérez Bayer, quien aún consultó
el documento, comentaba a Mayans que fue propiedad de Gaspar Escolano.
Precisamente Diago y Escolano forman, junto con Beuter, la tríada de grandes cronistas que convierten este período en un referente fundamental. Sus obras históricas son un exponente claro del
avance historiográfico respecto a épocas previas. Es cierto que adolecen de defectos, pero sus méritos deben llevarnos a una valoración positiva. No conviene subrayar sus carencias más que sus logros, especialmente, si se tienen en cuenta las circunstancias históricas. Las postrimerías del siglo XV
y los albores del XVI conforman el marco de la génesis de los estados modernos a través de la apari-
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P.A. Beuter, «Primera parte de la Historia de Valencia», Valencia,
1538. [Biblioteca Histórica. Universitat de València].
Pedro Antonio Beuter (1490/95-1555) es el iniciador de un nuevo modelo historiográfico, imitado posteriormente en múltiples variantes.
ción de las monarquías autoritarias. El ejemplo
hispánico es paradigmático. La Historia se emplea como apoyo para prestigiar la monarquía y
reforzar un pasado de unidad nacional, recalcando alusiones como la resistencia heroica de
Sagunto y Numancia frente al invasor exterior,
que se prolonga en la Reconquista cristiana de la
España dominada por los musulmanes. En ocasiones, la veracidad es anulada y no se duda en
recurrir a noticias y datos falsos, convenientemente aderezados para conseguir una impresión
de credibilidad.
Éste es el caso del religioso dominico Giovanni Nanni, conocido como Annio de Viterbo.
Autor de la obra Commentarii super opera diversorum auctorum de antiquitatibus loquentium, dedicada a los Reyes Católicos, influirá enormemente
en escritores posteriores, especialmente con sus
genealogías de reyes primitivos. Un ejemplo que
nos toca muy de cerca es la noticia que da acerca de la fundación de Roma por Romo, rey mítico de España. Esta ciudad sería la actual capital levantina, a la que los romanos posteriormente cambiarían el
nombre por el de Valentia. La causa de esta invención de Annio es su pretensión de adular a la familia
Borgia, en concreto a los papas Calixto III y Alejandro VI, ambos de origen valenciano, mediante la inversión de la noticia que da Solino sobre la fundación de Roma, llamada en un primer momento Valentia, traducida al griego como Rhome. Estas ficciones, y otras muchas, asentadas en la imaginaria atribución a escritores antiguos o en la simple invención de autores, generaron una lacra perdurable de
fraude. Incluso en el siglo XIX, la lucha contra los falsos cronicones y sus nefastas consecuencias para la
verdad histórica mereció el reconocimiento de la Real Academia de la Historia a Godoy Alcántara.
A pesar de todo, el panorama historiográfico mejora. Y mejora porque se anulan errores anteriores como la confusión de la Sagunto asediada por Aníbal con la ciudad de Sigüenza; porque se buscan explicaciones a los problemas, como la primera presencia romana en Valencia; y porque, sobre
todo, se intenta sostener lo que se escribe con datos objetivos procedentes de autores griegos y latinos y de restos arqueológicos. Un mérito indiscutible de estos cronistas valencianos es su extraordinario conocimiento de las fuentes, incluso de obras menores. Puede parecer poco bagaje en la actualidad, pero en su momento no lo fue y, para ser justos, cabe añadir que algunas de las teorías que
hoy se venden como novedad son ya intuidas, y hasta afirmadas, por alguno de los tres cronistas
que ahora pasamos a analizar.
Pedro Antonio Beuter (ca. 1490-1555), profesor universitario y eclesiástico, escribió Primera Part
de la Historia de Valencia, que tracta de les Antiguetats de Espanya y fundació de València (Valencia, 1538)
que años más tarde publicó en castellano. En realidad, no es una historia meramente valenciana,
sino que, como indica el título, se extiende al resto de España. Adelanta, en gran medida, el modelo
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historiográfico imperante durante siglos al achacar a la división de los españoles como causa de las
múltiples invasiones sufridas por la Península Ibérica. Esta característica es común con el otro rasgo
destacable, el valor, del que resalta numerosos ejemplos. Puede, por ello, considerarse como la precursora de las grandes crónicas nacionales que comienzan con Florián de Ocampo y culminan en
Juan de Mariana. Ya sólo el propio concepto supone un importante avance historiográfico. Pero, además, Beuter se preocupó de asentar su libro sobre cuantiosos datos, empezando por las fuentes clásicas, de las que muchas veces se lamenta por sus vacíos, y terminando en las inscripciones romanas,
algunas de las cuales hoy son conocidas gracias únicamente a su transcripción. Su gran virtud es
precisamente la búsqueda de apoyos donde sostener sus afirmaciones; no se puede negar su afán en
la búsqueda bibliográfica. Sin embargo, ahí radica también gran parte de su error, al conceder pábulo a obras repletas de falsedades históricas, que, si hoy mueven al asombro, entonces eran aceptadas sin dilación. Ejemplo claro de esta actitud es su credulidad ante las fundaciones de Sagunto por
los sages y de Valencia (bautizada como Roma) por el rey Romo, que toma de Annio de Viterbo. Habla también del cambio de nombre a Valencia, que atribuye a los Escipiones, pero no explica cómo se
conjuga esta teoría con la cita de las Periocas que habla de la fundación de una ciudad llamada Valencia por Bruto en el 138 a.C. En cualquier caso, sus esfuerzos por ofrecer la explicación más razonable son muchas veces encomiables. El resultado no es el más acertado, pero, dadas las limitaciones
del momento, debe valorarse positivamente, entre otras cosas, porque marca el camino a seguir y
sirve de modelo a otros autores.
Un caso extraordinario supone la figura de Martín de Viciana (1502-). Nacido en Burriana, este
caballero de noble familia estudió Derecho en Valencia y fue gran aficionado al estudio del pasado.
Fruto de esta loable inclinación es su obra Libro Primero de la Crónica de la Ínclita, y Coronada ciudad de
Valencia y de su Reino, impresa en Valencia en 1564, continuados por otros
tres libros que componen su Crónica de Valencia. Lamentablemente, no
existe copia alguna conocida de este primer libro, y no podemos disfrutar de su, a buen seguro, apasionante lectura. Sería, sin duda, un
privilegio para cualquier bibliófilo disponer de un ejemplar, pero,
salvo milagro «wiboradense», únicamente disponemos de testimonios restringidos como el de Ximeno, quien afirma que en esta obra
«descrive (sic) en el topográficamente nuestra Ciudad de Valencia; señala
su fundador, y primer nombre».
Gaspar Escolano (1560-1619), valenciano, cronista real y teólogo, miembro de la Academia de los Nocturnos, compuso la Década Primera de la Historia de la Insigne y Coronada ciudad y
Reino de Valencia, publicada en Valencia en 1610. En los inicios de esta obra el propio autor confiesa haber trabajado
durante ocho años en recopilar el material necesario (autores clásicos, inscripciones, monedas, etc.) para la elaboración de su trabajo y otros dos más en disponerlo. Aun
así, la precipitación última en su impresión explica, en
parte, una estructura deslavazada y confusa, sólo comprensible para el propio autor. A pesar de ello, el
Retrato de Martín de Viciana. Traver Calzada,
1997. Burriana.
La desaparición del primer tomo de su Crónica supone una pérdida irreparable.
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F. Diago, «Anales del Reyno de Valencia», Valencia, 1613.
[Biblioteca Histórica. Universitat de València].
F. Diago (ca. 1564-1615) fue rival acérrimo de Escolano. Su
obra supone una continuidad de la línea marcada por Beuter.
G. Escolano, «Decadas de la historia de la insigne y coronada
ciudad y Reino de Valencia», Valencia, 1610. [Biblioteca Histórica. Universitat de València].
Gaspar Escolano (1560-1619) supone un nuevo giro en la
historiografía valenciana, por su novedosa estructura y extraordinaria exhaustividad.
avance que supone su texto es indiscutible. Así, divide la primera Década (la segunda, aunque la
anunció, no llegó a publicarla) en dos partes de cinco libros cada una. En la primera nos habla de los
tiempos primitivos, remontándose hasta el Diluvio universal, de las divisiones antiguas de España,
de Sertorio, de los pueblos extranjeros llegados, de la Evangelización de España, de los martirios de
San Valero y San Vicente, hasta llegar en un relato más o menos cronológico hasta el reinado de Pedro III. A partir de ahí (libro IV) se ciñe a una descripción esmerada y detallada del Reino de Valencia, empezando por la capital, siendo de especial interés su preocupación por rastrear por doquier
los orígenes antiguos a partir de los restos perdurables de monumentos, inscripciones, etc. Escolano
rechaza ya las invenciones nacidas de Annio de Viterbo, dedicando un capítulo a demostrar la falsedad. Precisamente sucede al tratar la fundación de Roma (Valencia) señalando que «no podemos señalar con certeza quién fue el primero fundador de Valencia, ni en qué tiempo», recoge inscripciones que hoy
son conocidas gracias a él, y plantea problemas como la dualidad «Valentini veterani et veteres», aún
sin solucionar, ofreciendo diversas explicaciones. Existen, no obstante, algunas lagunas en su obra.
La principal, en mi opinión, el uso de fuentes sin criterio selectivo, de tal forma que emplea la información de Livio concediéndole la misma solvencia que a Floro o a Paulo Orosio. Resulta extraño tal
uso, porque también demuestra un amplio conocimiento de autores clásicos, a los que, por cierto,
traduce muy correctamente, como en el episodio del 138 a.C.
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LA PRESENCIA ROMANA EN LOS CRONISTAS VALENCIANOS • LUIS SÁNCHEZ GONZÁLEZ
El otro gran puntal de la historiografía valenciana de este tiempo es Francisco Diago (ca. 15641615), miembro de la Orden religiosa de los Dominicos y Cronista de la Corona de Aragón. Fue autor de los Anales del Reyno de Valencia, impresos en Valencia en 1613, amén de otras obras de carácter
histórico y religioso. Curiosamente, mantuvo una rivalidad personal con Escolano, al que constantemente alude negativamente en su obra, sin citarle expresamente, y se opone a sus argumentos; quizá
tuviera algo que ver el hecho de que Escolano le acusara de pretender «intertextualizar» la obra de
Llansol de Romaní. Diago, regresa al modelo tradicional iniciado por Beuter, y elabora una Historia
que sigue un orden cronológico. Así, tras explicar las razones de su obra, comienza con una descripción geográfica detallada del Reino en el libro I, para continuar con los tiempos prerromanos, donde
dedica especial atención a la llegada de pueblos extranjeros, en particular griegos y cartagineses, y el
asedio de la ciudad de Sagunto. Ya en el libro III habla de la venida de los romanos, siguiendo el relato de los historiadores clásicos, es especial Livio, la mayor parte de las veces, sin ningún espíritu
crítico. Así, enmaraña a los sedetanos con los edetanos, confunde topónimos, y traduce mal determinados episodios, como el ya mencionado de la fundación de Valencia. Similar actitud le acontece con
las inscripciones, basando razonamientos de lo más peregrino en un solo epígrafe, aunque, como en
el caso de la inscripción de Sertorio Abascanto, corrige a Escolano con acierto. En definitiva, no cabe
duda de que su aportación es meritoria, gracias a su ardua labor de recogida de datos por archivos,
libros e inscripciones. Pero no se puede evitar una cierta sensación de declive en comparación con
Beuter. Diago, es ya el último de los grandes cronistas. A partir de él las obras son de carácter menor
y abordan temas muy puntuales, al estilo de Vicente del Olmo. En similar decadencia hasta los libros
sufren materialmente un retroceso con peores encuadernaciones, impresiones y papel. En Valencia
será necesario esperar hasta el siglo XVIII, para que se recupere y supere el nivel de tiempos anteriores, con egregias figuras como Gregorio y Juan Antonio Mayans, el Conde de Lumiares, el Deán
Martí y un largo etcétera. Era difícil, no obstante, mantener la cota historiográfica alcanzada. Ojalá
sirvan estas páginas para mover a la curiosidad y la lectura de estas obras, ya clásicas.
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