De la fundación al abandono: trayectoria histórica del poblado y sus ocupantes
Helena Bonet Rosado
Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez
2011
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De la funDación al abanDono
Helena Bonet Rosado
y Jaime ViVes-FeRRándiz
sáncHez
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A
lo largo de los anteriores capítulos hemos mostrado las principales evidencias arqueológicas que,
desde 1928, ha deparado este yacimiento. Se han expuesto los datos actualizados sobre el poblamiento
en el entorno y el acceso a los recursos naturales; se ha examinado el modo en que se organizó internamente el poblado y cómo la esfera doméstica enmarcó la vida de sus ocupantes; se han tratado aspectos
relativos al comercio, el armamento, el adorno personal y la escritura. Podemos pasar ahora a interpretar
estos datos en el marco de la trayectoria histórica del poblado.
La fundación
La Bastida de les Alcusses ha sido tradicionalmente definido como un poblado que, en los estudios ibéricos, se conoce como un oppidum; esto es, un asentamiento fortificado en altura en una ubicación estratégica en el entorno, que mantiene el control de la producción y los recursos (capítulo 4). Si bien todos los
investigadores coinciden en destacar el carácter del oppidum como elemento vertebrador de las relaciones
sociales y económicas durante este periodo, esta definición genérica tiene algunos matices como, por ejemplo, la superficie ocupada que se le asigna a este tipo de asentamientos y que oscila entre 1 y 10 ha, o más,
según los territorios peninsulares a los que se aplique (Ruiz 1998 y 2000; Sanmartí y Belarte 2001; Grau
2002, 109).
La fecha fundacional de la Bastida está fijada hacia finales del siglo v o principios del siglo iv a.C. y tiene
una corta ocupación, pues se abandonó repentinamente al cabo de no más de tres generaciones, dentro de
ese mismo siglo. Tradicionalmente se ha considerado que el poblado se había asentado sobre un promontorio
no ocupado previamente. Pero mientras maquetábamos los capítulos de este libro y redactábamos las últimas páginas que habrían de darle colofón tuvo lugar, durante la campaña de excavación de 2010, un descubrimiento que ha variado sustancialmente este estado de la cuestión: ahora sabemos que la Puerta Oeste y
parte del lienzo oeste de muralla se levantaron sobre una estructura anterior.
La Bastida antes de la Bastida
Esta construcción está formada, por lo que hemos excavado hasta el momento, por dos grandes muros
paralelos, dispuestos en sentido suroeste-noreste, que fueron construidos con bloques calizos del terreno
cuidadosamente escuadrados sobre un relleno de tierra que regulariza los desniveles de la roca. Los muros,
que están separados 3 m entre ellos y miden más de 11 m de longitud, tienen un sólo paramento de cara
vista y su interior está relleno con grava, piedras y tierra. En el extremo oriental angulan 90º a lo largo de
un tramo de 1,30 m, también hecho con una sola cara [fig. 1]. Un pavimento de extraordinaria calidad de
gravas y tierra apisonada se ha documentado entre ambos muros. Hay más estructuras unos 7 m hacia el
norte: al menos hay otro gran muro paralelo formado por una base de piedras grandes y coronado por un
cuidado encachado de mampuestos más pequeños.
Poco más sabemos, de momento, de esta gran estructura debido a la reducida área excavada. Si bien es
necesaria la continuación de las excavaciones en extensión para valorarla con más datos, los elementos
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1. Muro norte perteneciente a la fase
anterior de la Puerta Oeste. Se observan, a un lado y a otro del muro, los
rellenos que amortizan la estructura.
arquitectónicos descritos permiten albergar dudas sobre el carácter residencial de este lugar: no hay
compartimentaciones internas entre los espacios descritos y las estructuras se leen mejor en clave de edificio
público monumentalizado que ocupó un lugar preeminente del territorio, al ser visible en un entorno de unos
100 km2, desde el valle dels Alforins, la cabecera del río Cànyoles y la entrada hacia el vinalopó y la Meseta.
Está constatado que toda la construcción fue desmantelada y amortizada con potentes rellenos. Además,
sobre las dos estructuras descritas se levantaron los muros que forman la Puerta Oeste, más cortos, y parte
del lienzo de la muralla. El material que albergan estos rellenos –sobre todo la cerámica– revela la fecha de
anulación de la estructura y, al tiempo, de la construcción de la Puerta Oeste: finales del siglo v a.C. y principios del siglo iv a.C. No ha sido posible, por el momento, precisar la fecha de construcción de la fase anterior, pues los cimientos de estas estructuras no han sido excavados.
La cuestión de los orígenes del poblado de la Bastida no acaba aquí. Sobre el pavimento de esta construcción hemos descubierto, durante la misma campaña de excavación de 2010, un extraordinario depósito
intencionado de armas, ofrendas alimenticias y vasos cerámicos, todo ello quemado junto a estructuras de
madera y hierro.
Un ritual de fundación bajo la Puerta Oeste
Por lo que conocemos hasta ahora se trata de un hallazgo único en un asentamiento ibérico, y arroja luz
sobre las prácticas rituales en espacios públicos de los oppida. El depósito ha sido documentado en una extensión de unos 12 m2 bajo el pavimento de la entrada principal al poblado, la Puerta Oeste. Al menos 40
fragmentos de tablas y troncos carbonizados, de diferentes tamaños y morfología, sellaban un conjunto de
unos 60 objetos depositados sobre el pavimento de grava apisonada perteneciente al edificio anterior, descrito más arriba.
volviendo a los objetos depositados, las armas son la categoría más abundante, aunque también hay
vasos cerámicos muy fragmentados, entre los cuales hay una crátera de figuras rojas, y otros objetos como
semillas –cereales, aceitunas– o fauna, y maderas y pletinas y clavos de hierro pertenecientes a estructuras
de madera, de momento indeterminadas, que estuvieron armadas antes de formar parte de la deposición
[figs. 2 y 3]. Las armas son todas de hierro, de la misma tipología que las halladas en el yacimiento, y las tí-
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2. Vista general del depósito de
armas y maderas quemadas bajo el
pavimento de la Puerta Oeste.
3. Detalle del depósito bajo la Puerta Oeste: dos
troncos unidos por un clavo.
picas del sudeste de la península ibérica durante el siglo iv a.C. (Quesada 1997). Por lo que sabemos hasta
ahora de la distribución de los distintos tipos de armas entre los iberos, podemos señalar que estas espadas
y escudos, aun siendo más generalizadas que en el periodo precedente, se pueden asociar a las elites guerreras de la sociedad ibérica.
En el proceso de excavación se han identificado cinco conjuntos de armas en base a la presencia en cada
uno de ellos de una falcata. El conjunto más completo consta de una falcata con la vaina, un escudo, un
soliferreum, y otros objetos como pletinas y clavos [fig. 4]. Otros tres conjuntos están formados por la falcata
y el escudo, y se depositaron en una característica forma de cruz [fig. 5]. El último conjunto presenta únicamente una falcata decorada que se depositó junto a su vaina. Además de las armas descritas, hay varios fragmentos de lanzas y soliferrea, y de pletinas, clavos y herrajes que aparecen dispersos en toda la extensión
en la que se ha documentado la deposición y los restos de maderas quemadas. Las falcatas son las piezas
más espectaculares del conjunto: ostentan empuñaduras cuidadas, con forma de ave o caballo, y apliques
de bronce como elementos decorativos añadidos [fig. 6].
Es importante remarcar que estas armas no son restos de una batalla acaecida en la puerta sino de depósitos intencionados, como muestra la ubicación de los objetos y el orden en que se colocaron. Además, el
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4. El conjunto 1, formado por una falcata, un soliferreum, una manilla de
escudo, cerámica, clavos y pletinas.
sentido ritual queda confirmado por el hecho de que algunos materiales están quemados y las armas inutilizadas: las falcatas tienen las hojas dobladas por la punta, e incluso algunas tienen los filos mellados con
tres o cuatro golpes; los soliferrea están doblados o rotos y las lanzas aparecen fragmentadas. Todo indica
que también fueron inutilizadas, y luego depositadas junto a las espadas y escudos y junto a otras ofrendas
alimenticias que sufrieron intensamente la acción del fuego. No parece que la cremación de las maderas,
vasos y semillas tuviera lugar en este espacio, pues el pavimento sobre el que se depositaron apareció sorprendentemente limpio de cenizas. Nos inclinamos por pensar que la cremación ritual tuvo lugar en otra
parte, quizás a escasos metros, y que los objetos, algunos quemados, otros no, se depositaron siguiendo una
secuencia programada previamente.
Esta práctica de inutilizar las armas es bien conocida, pues sigue la norma de los rituales funerarios de
los iberos, consistente en doblar las armas al depositarlas en las tumbas para morir con el difunto y acompañarlo al Más Allá como objetos personales e intransferibles. Sin embargo, nunca antes se había visto que
esta práctica se realizara en espacios públicos, fuera de las necrópolis. De hecho, los hallazgos de la Bastida
5. El conjunto 2, con una falcata y
una manilla de escudo colocadas en
forma de cruz.
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6. Detalle del conjunto 1 en el proceso de excavación.
de les Alcusses no son tumbas –ni un solo resto humano, cremado o no, ha sido hallado entre el sedimento
de este depósito– y estamos ante un fenómeno ritual que no pertenece al ámbito funerario. Lo que hace especial este descubrimiento es que esta práctica se ha documentado bajo la entrada principal de un poblado.
Con las cautelas que impone el hecho de ser un hallazgo muy reciente en estudio, una interpretación preliminar apuntaría a que se trata de rituales heroicos llevados a cabo en un espacio público relevante, de elevadísima carga simbólica, como es la puerta principal del poblado. El ritual está también en relación con la
construcción precedente pues recordemos que los objetos se colocan sobre su suelo. Otra línea interpretativa
abierta a examen es la que entiende estos depósitos como cenotafios o tumbas de guerreros sin cadáveres,
a modo de monumentos conmemorativos de actos singulares o sucesos destacados.
Las armas depositadas son símbolos de autoridad guerrera y política, de modo que el ritual fue promovido
por los grupos que ostentaban el poder en esta sociedad. Un aspecto interesante en relación al simbolismo
de esta práctica es que hubo un interés por mantener la memoria del ritual y, quizás, del significado que
atribuyamos a las armas: los conjuntos con falcatas estaban señalizados con grandes piedras hincadas en el
pavimento y con losas visibles al transitar por la puerta pero que no impedían el paso. Este detalle invita a
pensar que el espacio de la entrada principal se utilizó como escenario para construir la memoria social del
grupo que habitaba el oppidum.
El protagonismo que las armas tienen en este ritual invita a pensar que la base ideológica que sustenta
tanto la apropiación del espacio como la legitimidad política que requiere el oppidum que se iba a fundar,
se articulan a través de las mismas. Es un ritual heroico, que vinculamos a las elites de la sociedad, y colectivo.
En este sentido, el ritual y su memoria preservada en la puerta crean un potente símbolo conceptual para el
establecimiento del oppidum. El proyecto político del oppidum se define mediante la transmisión de los valores guerreros por parte de los grupos de la elite (¿o es incluso el recuerdo a los mismos guerreros si se interpretan como cenotafios?) y, a la vez, configura la memoria colectiva del asentamiento al ser señalizados.
En síntesis, la apropiación de un espacio monumental preexistente, el ritual detectado con armas y la
construcción de una puerta en la que se guardaba y celebraba la memoria de esta acción –con las implicaciones simbólicas y de liminalidad que ello conlleva– son todo distintas facetas del mismo fenómeno: la
constitución del poder político del oppidum.
EL oppidum, Lugar dE podEr sobrE EL tErritorio
La fundación de un poblado de estas características es una acción colectiva dirigida desde esferas de poder.
De donde procedían estos ocupantes no lo sabemos con certeza, pero los objetos materiales y las prácticas
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7-10. Vistas aéreas de la Bastida de les Alcusses, según una hipótesis de reconstrucción en el momento final de la ocupación del poblado.
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11. Compás de bronce articulado y
anzuelo de bronce (altura del anzuelo
6,7 cm). Piezas de este tipo son muy
raras en la Bastida y su posesión y el
conocimiento asociado a ellas se
mantendría en círculos especializados.
detectadas en el poblado muestran que los iberos que se instalaron sobre esta loma compartían rasgos culturales y materiales –armas, cerámica, adorno personal– con otros grupos de la zona que se conoce como la
Contestania (Abad et alii 2005), ubicada entre las actuales provincias de Alicante, Murcia y Albacete.
La construcción de este poblado se proyectó sobre un promontorio que mantiene un excelente dominio
visual sobre el entorno, donde se detecta una ocupación dispersa de pequeños asentamientos no fortificados.
Aunque este poblamiento está sólo conocido por prospección (capítulo 3), podemos plantear una hipótesis
sobre el proceso de organización territorial que tuvo lugar en esta zona basándonos, en parte, en los trabajos
en otras áreas próximas como los valles de Alcoi (Grau 2002, 250).
Como se ha dicho, el patrón de asentamiento en estos momentos está regido por el surgimiento de poblados en altura, los llamados oppida, con una serie de asentamientos subordinados de carácter rural. En
el caso que nos ocupa es sugerente entender la fundación como el inicio de un proceso de re-configuración
del territorio político. Y decimos reconfiguración porque recordemos que una edificación sobre este promontorio ya imponía su presencia en el paisaje.
Siguiendo esta línea argumental la visibilidad de los oppida en el territorio depende, en parte, de la construcción de una gran obra colectiva: la muralla. En el caso de la Bastida la muralla y las cuatro entradas monumentales pueden leerse, también, en claves política, económica y simbólica: aúnan tanto la capacidad de
comunicar la simbología del poder que se ejerce desde el oppidum, como la identidad de sus habitantes dentro de los límites protegidos por el espacio social (Moret 1998; Ruiz 1998, 295). Así, las dimensiones simbólicas de ostentación del poder, las de pertenencia a la comunidad de ocupantes, y las defensivas o
protectoras se aúnan en la muralla, en cuanto expresión del poder de los linajes dominantes que residirían
allí [figs. 7, 8, 9 y 10].
El control de los recursos
Las razones que llevaron a un grupo de iberos a emprender un proyecto de agregación semejante ofrecen
la clave para entender la creación del oppidum: el control de los recursos y el tráfico de mercancías. Este
control se puede ejercer de forma directa, mediante la presencia efectiva en el territorio o a través de intermediarios. En el caso de la Bastida es seguro que las dos estrategias se llevaron a cabo. La primera lo confirman los yacimientos documentados en el entorno inmediato, en torno a un radio de unos 5/7 km (fig. 1
del capítulo 3). Si bien no podemos interpretar todas las dispersiones de cerámica como asentamientos, sí
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12. El almacén, en marrón, y los espacios de circulación adyacentes vinculados al edificio. Con un círculo azul se indica la ocultación de plata y con un círculo verde la concentración de arandelas-lingotes de bronce. Con un cuadrado rojo se señala el lugar de
hallazgo del sello de terracota.
que son todas ellas significativas de la actividad rural que se llevaba a cabo en los alrededores, y así podrían
ser desde pequeñas granjas o caserías, hasta campos de cultivo o lugares de ocupaciones intermitentes de
pequeño tamaño. Por otro lado, la segunda estrategia para asegurar el acceso a los recursos, mediante intermediarios y contactos de redes comerciales, también está suficientemente constatada (capítulos 5, 6 y 7).
Una característica fundamental de las aglomeraciones de población en época premoderna es su papel
como aglutinantes de redes comerciales e intercambios. Y así, la Bastida no es simplemente un poblado
grande sino que es un centro de poder político sobre el territorio y el lugar en que se concentran los recursos,
las mercancías, la producción y el excedente en base a derechos adquiridos. Estos núcleos –que no difieren
sustancialmente de las ciudades de la antigüedad– pueden verse como lugares de acumulación, consumo e
intercambio.
La idea que queremos subrayar es que el control de los recursos, bien los extraídos del territorio inmediato, bien los procedentes de áreas más alejadas o incluso muy distantes, es la clave para entender esta
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aglomeración fortificada: productos agrarios, minerales, objetos exóticos y otros elementos procedentes del
intercambio son algunos de los recursos materiales
constatados en el oppidum. Pero, además, ahí también
se concentran recursos inmateriales en forma de tecnología y habilidades (copelación, siderurgia, artesanado)
y saberes (cómo hacer, dónde ir, quién lo tiene) o conocimiento (escritura, controles administrativos) [fig. 11].
Mantener e incrementar la riqueza en este sistema
socioeconómico pasa, fundamentalmente, por el control de los recursos de la tierra como se ha propuesto,
por ejemplo, en el territorio edetano (Bonet et alii 2007
b). Según el modelo de Ruiz y Molinos (Ruiz y Molinos
1993; Ruiz 2000, 19) los grupos dominantes concederían derechos de explotación a otras familias. Así, las
13. Sello de terracota (anchura 4,1 cm).
herramientas de trabajo agrario en algunas casas de la
Bastida (capítulo 5) muestran que allí vivían propietarios de tierras que mantendrían el derecho de uso. Sin
embargo, ignoramos si estos derechos serían cedidos a otras familias campesinas en establecimientos semipermanentes. La falta de excavaciones arqueológicas en los asentamientos del Pla de les Alcusses nos impide valorar el carácter de las mismas, si eran permanentes o no, cuántos ocupantes albergaban o qué
relaciones materiales –en forma de tributo o dependencias– mantuvieron con el lugar central. El carácter
de la ocupación del territorio, el tipo de implantación sobre el terreno cultivable y las relaciones con la Bastida son aspectos de crucial importancia, porque contextualizarían en un marco político las herramientas
del trabajo de la tierra que se detectan en el oppidum.
En perspectiva histórica, la fundación de la Bastida se enmarca en una reestructuración económico-social
a partir de los siglos v y iv a.C. que, arqueológicamente, se reconoce en la multiplicación de centros para la
explotación de los recursos, con redes intra e interregionales de intercambio, en la aparición de granjas agrícolas dependientes, en la generalización de la producción con herramientas de hierro y en el surgimiento
de nuevos polos de redistribución (Aranegui 2009). Esto no parece ser un fenómeno aislado del ámbito ibérico pues la misma dinámica de expansión agraria se ha detectado en estos siglos en otras áreas del Mediterráneo como el ámbito púnico y griego (van Dommelen y Gómez Bellard 2008, 235).
La canalización de las mercancías
La construcción y mantenimiento de una red de viales para el paso de carros con mercancías fue una inversión imprescindible en este marco socioeconómico. El ejemplo más espectacular lo ofrece el Castellar de
Meca con una red de caminos excavados en la roca (Broncano y Alfaro 1990 y 1997). Para el caso de la Bastida
hemos visto que se proyectaron tanto una red de viales que llegaban a cuatro puertas carreteras, que albergaban equipamientos para el control de mercancías, como un sistema de circulación interna estructurada.
Este esfuerzo constructivo y organizativo se explica porque son los canales para facilitar el movimiento de
mercancías: tanto el acopio de recursos para el centro de consumo como la salida de otros productos. Esta
interpretación entiende la Bastida como un lugar de primer orden en clave comercial que regiría la llegada
de productos, materias primas, objetos exóticos, ideas, saberes y conocimiento.
Centralizar y almacenar
La necesidad de ejercer un control sobre los recursos y productos que llegaban al oppidum es un aspecto
importante en la política económica de los grupos dominantes. Este control se puede conseguir a través de su
almacenamiento o bien a través del mantenimiento de redes de intercambio. Ambas prácticas son esenciales
para construir y mantener el poder e incrementar la riqueza. El concepto clave aquí es el de excedente, esto
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14. Distribución de los aperos para el trabajo de la tierra en la Bastida: arados, arrejadas, podones, hoces, layas, zapapicos y azadas.
es, lo que queda cuando las necesidades básicas de reproducción, los requerimientos para la subsistencia de
segmentos de la sociedad no productivos o incluso fondos destinados al intercambio están garantizados (Wolf
1982, 14).
Hemos interpretado el Conjunto 7 como un gran almacén central (capítulo 4). En este almacén se acumularía y centralizaría un volumen de productos agrarios que sobrepasa las necesidades domésticas, lo que
es característico del modo en que se articulan las sociedades jerarquizadas. Desconocemos si las divisiones
de espacios del almacén corresponden a tipos de productos diversos, pero podemos asegurar que, al menos
el cuerpo principal, sería un granero. Así lo muestran los trojes documentados y el hallazgo de tres molinos:
dos en el Depto. 131 y una base de molino de gran tamaño en el Depto 155 (fig. 24 del capítulo 1). Los diarios
de excavación revelan que este almacén no albergaba grandes recipientes cerámicos. Según los cálculos hechos por Guillem Pérez Jordà sólo el núcleo principal que forma el almacén, según ha sido descrito en el capítulo 4, tendría una capacidad de almacenamiento de, al menos, 23.000 litros, aunque podría superar el
doble si contamos también los cuerpos adyacentes a este conjunto. Esta cantidad supone el cultivo de entre
22 y 27 ha de cereales con una productividad de 4/5 a 1.
Dos características de los espacios de almacenamiento son su especial visibilidad y la protección de su
acceso (Given 2004, 36). El almacén de la Bastida se ubica en un espacio central del poblado, en relación
con el eje de circulación principal [fig. 12]. visto en perspectiva, podemos decir que el oppidum es, en parte,
un almacén fortificado y que está organizado internamente alrededor del almacén. Además, una arquitectura
especial, en forma de potentes y anchos muros y de amplios espacios enlosados en el Depto. 122, contribuye
al efecto de mostración que forma parte de su dimensión social.
El control del excedente, mediante su almacenamiento centralizado, es consecuencia de la configuración
política en el oppidum y es crucial para articular el poder y mantener las divisiones sociales en este tipo de
organización socioeconómica. Además, el excedente, sobre todo si es en volúmenes grandes, debe adminis-
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15. Localización de los talleres de copelación de galena argentífera en los Conjuntos 3 y 4. Con dos puntos verdes se indica el lugar
de procedencia de los fragmentos de plata y bronce recortados. Con cuadrado azul se indica el Depto. 236, donde se hallaron los
pasarriendas de bronce del carro ceremonial.
trarse y registrarse convenientemente. Ya hemos hecho referencia al uso de la escritura sobre plomo para
llevar registros económicos (capítulos 7 y 9) pero no era el único medio. Al respecto, una pieza de terracota
hallada muy cerca del almacén invita a pensar que existían mecanismos de control administrativo del movimiento de productos en este edificio. Se trata de una estampilla cuadrangular con un motivo abstracto en
forma de esvástica enmarcada por tramos cortos en cada lado; en su lado posterior tiene un pequeño asidero
con orificio [fig. 13]. Procede del Depto. 112, un espacio contiguo que recae a una plaza en la que confluyen
dos vías de circulación: la calle central y el camino de ronda norte. No es casualidad que el sello proceda de
aquí porque esta zona debe vincularse también al almacén: la plaza es imprescindible para facilitar el tránsito
de carros de mercancías junto a estancias administrativas del edificio.
Si la interpretación de esta pieza como sello es acertada, implicaría que se llevaba a cabo el registro y
control de determinados movimientos canalizados a través del almacén. Un detalle de interés lo proporciona
la representación de la esvástica, que pudo ser un motivo simbólico compartido en el que se reconocerían
los grupos de la elite pues hay tres botones de bronce que ostentan la misma representación.
Otro aspecto de interés es que se concentraba el metal precioso muy cerca del almacén: cinco piezas de
plata en los Deptos. 103-105 y cinco arandelas-lingotes de bronce del Depto. 142 (capítulo 7) [fig. 12]. Ello
invita a plantear la hipótesis de que los grupos dominantes también controlaban la acumulación del metal en
bruto, en forma de piezas de plata y bronce preparadas para circular en redes de intercambio. Pero mientras
el metal preciado se acumulaba y centralizaba, las actividades productivas metalúrgicas no estaban centralizadas sino repartidas en manos de varias familias del poblado, en grados diversos según cada casa o manzana.
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Tras una ideología que celebra la redistribución del excedente desde un equipamiento colectivo subyace
un sistema en que unos pocos se benefician del trabajo de otros y la imposición de cargas en forma de tributos
o prestaciones. Por todo ello, el almacén identificado en la Bastida es susceptible de ser interpretado en clave
jerárquica: una parte de los productos que eran transferidos al oppidum se centralizaban en un almacén
que ocupa una posición central en la organización interna. Dominar el almacén implica el control sobre la
distribución de los excedentes y la existencia de relaciones asimétricas de poder. Lejos de ser sólo un espacio
para almacenar productos, este edificio es la expresión material de la fiscalización del trabajo humano y del
poder que se ejercía para atraer recursos al oppidum.
EL
dEspLiEguE dE Las EstratEgias Económicas dE Las casas: tiErra y copELación dE La gaLEna
argEntífEra
En los oppida ibéricos se establecen relaciones clientelares que condicionan derechos como, por ejemplo,
el acceso a los recursos (Ruiz y Molinos 1993; Ruiz 1998). Uno de ellos es la tierra, cuya explotación depende
de las conexiones sociales de cada familia y de las condiciones técnicas y materiales de las casas. En este
sentido, la distribución de algunos útiles y enseres en la Bastida puede arrojar luz sobre la estructura social
y permite explorar las relaciones de poder que existieron dentro del oppidum.
Las líneas que siguen son, pues, una reflexión metodológica e interpretativa sobre el modelo teórico clientelar aplicada a los datos de la Bastida. Hay pocos estudios que, por el momento, se hayan podido basar en
una documentación tan rica, y este yacimiento posiblemente sea el único en la fachada mediterránea peninsular en el que se puede emprender esta línea de análisis, y ello es debido al volumen excavado y la documentación que ofrece derivada del abandono violento del mismo.
En nuestra propuesta no tomamos el modelo
clientelar como algo ya dado sino que es necesario
investigarlo, pues lo entendemos como el resultado de actividades y relaciones socioeconómicas
de los habitantes de las casas, la piedra angular
de las relaciones sociales y económicas. La atención, pues, se desplaza a las estrategias desplegadas por las familias para concentrar, mantener y
transmitir su riqueza, prestigio y estatus.
Seleccionamos para estas pesquisas las herramientas del trabajo de la tierra y las evidencias de copelación de galena argentífera, pues
son la parte más visible de un sistema del poder
que mantenía en los campos y en las minas personas sometidas al trabajo a través de redes
clientelares.
Las herramientas son los medios técnicos con
los que se transforma el entorno. Podemos conocer la magnitud de la actividad productiva en la
Bastida a partir de la distribución de arados,
hoces, podones, layas y azadas –dejamos a un
lado otros objetos como legones o picos, pues
caben dudas sobre su uso exclusivo en agricultura. Esta distribución muestra una pauta significativa: en primer lugar, no hay un espacio que
concentre todos los aperos sino que están muy repartidos en el oppidum. Sí hay, con todo, una tendencia a su concentración en aquellos conjuntos
16. El jinete de bronce de la Bastida, fotografiado en los laboratorios del SIP tras su hallazgo.
que están situados al norte de la calle central; en
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17. El Depto. 267, junto a la Puerta
Este, en el proceso de excavación, con
la vajilla doméstica destruida entre
los derrumbes de las estructuras (año
2006). Imágenes como ésta indican
que los habitantes de la Bastida
abandonaron rápidamente el poblado.
segundo lugar, están ausentes o muy poco representados al sur de esta calle, en los Conjuntos 3, 4, 5 y 6; y, finalmente, hay una especial concentración de arados y arrejadas junto al granero (cinco arados y cuatro arrejadas) [fig. 14]. No debemos ignorar el hecho de que el poblado tuvo un final violento de modo que cabe la
razonable duda de que esta pauta correspondiera exactamente a la situación normal durante la ocupación.
Con todo, el abandono violento del poblado pudo afectar más a la distribución de las armas, por la naturaleza
del conflicto que lo causó, que a la de las herramientas, por lo que podemos confiar en la imagen que nos dan.
Esta imagen se interpreta en clave del volumen de producción y capacidad de acumulación y comercialización de excedentes de que es capaz cada unidad familiar o de co-residencia. Los arados, identificados
por la reja de hierro, son particularmente interesantes en este razonamiento. En condiciones óptimas de
tierra, animales de tiro y clima se pueden arar entre 6 y 7 ha por año, a razón de 0,2-0,3 ha/día por arado
con dos bueyes, y siendo los días arables al año entre 20 y 30 (Foxhall 2003). Dado que en estas condiciones
técnicas el aumento de la producción sólo puede conseguirse mediante el incremento de la fuerza de trabajo
entonces el número de arados nos indica las hectáreas en cultivo de cada casa e, indirectamente, las personas
movilizadas para obtener fuerza de trabajo.
A la vista de estos datos se advierte que hay una cierta variedad en la superficie de terreno en cultivo o
las personas movilizadas por cada casa o manzana. El Conjunto 10, por ejemplo, es uno de los espacios
donde se concentran más arados. Podríamos pensar que gran parte de sus esfuerzos iban destinados al trabajo de la tierra, y no es casualidad que aquí, en el Depto. 48, se encontrara un registro escrito (capítulos 7
y 9) de las actividades económicas.
Respecto al almacén, los cuatro arados y las cinco arrejadas halladas en los patios y plazas adyacentes
invitan a pensar que no era solamente un lugar de almacenamiento de excedente sino una institución que
controlaba tierras –al menos 36 ha a partir de la extensión en cultivo por cada arado– y, sobre todo, los mecanismos necesarios para movilizar la fuerza de trabajo necesaria.
Pasemos a examinar las casas sin aperos. Llama la atención que entre este grupo se encuentren casas
muy grandes, con soluciones arquitectónicas –enlosados, muros potentes– y con objetos ciertamente singulares: por ejemplo, el único fragmento de plata fuera de la ocultación mencionada (fig. 13 del capítulo 7),
lingotes de bronce recortados o con objetos tan especiales como el carro ceremonial con varios bocados de
caballo de los Deptos. 236-237, o los exvotos de bronce del jinete o el buey. Estas casas, además, no tienen
molinos [fig. 15 del capítulo 6]. Entre las actividades de este grupo de casas destaca la obtención de plata
mediante la copelación del plomo argentífero ya que en los Conjuntos 3 y 4 hay, al menos, siete talleres en
funcionamiento en el momento del abandono del poblado [fig. 15], lo que muestra un artesanado especializado ligado a las elites.
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Nuestra propuesta interpretativa vería que sus ocupantes debieron controlar los mecanismos que les dieran acceso a la cosecha excedentaria –recordemos, además, que no hay molinos en estos conjuntos–, bien
para su sustento o bien para intercambiarla por el gran volumen de mineral de galena que parecen importar.
Ello nos lleva a proponer que ejercerían un fuerte poder simbólico que les permitía controlar los recursos
agrarios del almacén. Este poder pudo estar, de alguna manera, ritualizado como sugieren los exvotos del
buey con arado, que simboliza el trabajo de la tierra, y del jinete, la posesión de armas [fig. 16].
Unidad y diversidad en el oppidum
Estamos, por así decirlo, al menos ante dos niveles jerárquicos en el poblado. Por un lado, los grupos
que habitaban en el sector sur que, prescindiendo directamente de los medios de producción, debieron acceden a los excedentes agrarios y controlar la fuerza de trabajo ajena. Por otro lado, los propietarios de
tierras de otras manzanas que aportarían una parte del excedente productivo al almacén.
Además, existieron diversas esferas de interacción social que determinaron las relaciones sociales de sus
habitantes. Al menos reconocemos dos: una a escala familiar, cuyos miembros operaban según las conexiones y relaciones de sus redes clientelares fuera del oppidum, en los asentamientos dependientes; y otra que
es más amplia que el espacio de la casa, que es el de las manzanas. De ello se deduce que la forma de acumular riqueza parece variar de unas manzanas a otras. Algunas funciones se integraron por barrios o manzanas, lo que abre la puerta para explorar la sectorialización de las actividades en el poblado y la
configuración de relaciones suprafamiliares o parentales más amplias, como las clientelas. Estas relaciones
suprafamiliares son más importantes en ocasiones, como se han encargado de señalar algunos estudios etnográficos (Joyce y Gillespie 2000).
La identidad de los residentes de la Bastida se encontraría negociada entre la unidad, en tanto que habitan
dentro de límites de la muralla, y la diversidad, patente al examinar los barrios y las casas: mientras la muralla trasluce un esfuerzo colectivo y coordinado, en cambio no hay una manzana ni una casa igual a otra.
Todas las familias mantuvieron una relativa autonomía dentro del poblado, pues en cada casa se organizaron
los espacios de acuerdo a las necesidades de sus ocupantes que, además, desplegaron estrategias económicas
diversas, con equipamientos específicos en relación a las actividades.
Esto nos da una imagen más dinámica de la estructura social dentro del oppidum, con familias que se
especializan en trabajos diferentes –tierra, metalurgia– pero con una capacidad de acción determinada por
las jerarquías del oppidum.
18. Bloqueo de grandes piedras construido en la parte posterior de la
Puerta Sur sobre el derrumbe de tierra
de la entrada (año 2002).
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19. Visión idealizada del
abandono de la Bastida,
mientras se consumen sus
casas entre las llamas (dibujo Francisco Chiner).
confLicto y abandono
Apenas tres generaciones después de su fundación el poblado fue abandonado. Diversas pistas que extraemos de la excavación indican que este abandono no fue un hecho pacífico y voluntario sino que fue generado por un conflicto. Así lo dan a entender que dos de las cuatro entradas se tapiaran (capítulo 4), quizá
debido a amenazas percibidas, que muchas casas estén incendiadas, que algunas joyas se encuentren en las
calles, al igual que armas, herramientas y enseres dispersos [fig. 17]. Que hubo saqueos lo confirma el hecho
de que muchos espacios del granero se encontraron vacíos al ser excavados en 1930. Los ocupantes abandonaron la Bastida sin poder recuperar muchos objetos que aún estaban en perfecto estado. Ballester y Pericot ya lo señalaron tras la primera campaña de excavación:
“Objetos de todas clases, de adorno, armas, útiles diversos, pequeñas joyas y hasta menudos vasos y
las conocidas piedras de molino a mano, aparecen esparcidos, como sembrados, por todas partes, en las
habitaciones y fuera de ellas [...] Son manifiestas las huellas de un gran desorden acaecido en el poblado
[...] Confirman las excavaciones que no fue abandonada voluntaria y pacíficamente sino que [...] fue
arrasada y tal vez incendiada, probablemente después de un asalto” (Ballester y Pericot 1929, 183-184)
Las excavaciones llevadas a cabo a lo largo de 10 años en las cuatro entradas revelan una historia compleja
que acabó en el abandono del poblado. En la parte posterior de la Puerta Sur se levantó una estructura de
grandes bloques de piedra dispuestos transversalmente, a modo de bloqueo o cierre (fig. 25 del capítulo 4).
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Presenta la particularidad de que se construye después de que la puerta se hubiera tapiado y derrumbado,
amortizando parte del derrumbe [fig. 18]. Estructuras similares construidas también sobre derrumbes de
adobes las hay en la Puerta Oeste y en la Puerta Este.
La fecha de estas construcciones se sitúa, igual que el resto de la ocupación del poblado, en el siglo iv
a.C. Al principio, las interpretamos como ocupaciones puntuales una vez abandonado el poblado, aunque
nos extrañaba el hecho de que todas se hallaran junto a las puertas y la muralla y no en las manzanas de
casas –en la Bastida no hay documentada una sóla construcción que amortice una casa preexistente. Nuestra
propuesta es que se trata de refuerzos para mejorar la vigilancia del perímetro y de los espacios adyacentes
a las débiles entradas: en la Puerta Oeste se levanta una plataforma adyacente a la muralla y en la Puerta
Sur se construye un paramento de muralla sobre una puerta ya arrasada.
En otras publicaciones se apuntó la hipótesis de que ante una amenaza se pudiera haber empezado a
construir el primer recinto de muralla, según se accede por el lado oeste, y que nunca llegara a ser acabado
(Díes et alii 1997, 228; Bonet et alii 2005; Bonet y vives-Ferrándiz 2009). Dejando a un lado la dimensión
defensiva de este hecho, es sugerente plantearse si, además, se trata de un proyecto de ampliación del espacio
habitable, y por tanto de crecimiento del espacio delimitado por las murallas del oppidum. Según esta hipótesis, un plan para albergar más gente sería consecuencia del acrecentamiento del poder de este oppidum
lo que quizás fue el desencadentante del ataque y destrucción del poblado.
Sea como fuere, las armas encontradas en las puertas no son ajenas a este final conflictivo. Por ejemplo,
en la Puerta Sur hay puntas de lanza, un soliferreum y una punta de flecha de bronce; en la Puerta Oeste
una falcata y una punta de lanza; en la Puerta Este puntas de lanza y un mango de escudo (capítulo 8). Los
sucesivos refuezos y tapiados en las entradas nos llevan a pensar que esta fortificación pudo ser asaltada en
un tipo de contexto conflictivo en el que el asedio formal con bloqueo o cerco y grandes maquinarias no se
da, pues los ataques se deben a sorpresas o argucias entre pequeños grupos (Quesada 2002; 2007, 94; Bonet
2006, 34).
Entendemos que el conflicto que generó este final está en relación con el propio poder político-económico
que proyectaba el oppidum sobre el territorio. Los recursos y tierras controlados por el poblado, y los contactos y el comercio que atraía, conllevaron acciones de otros grupos iberos que acabaron por forzar el abandono del poblado [fig. 19]. Esta inestabilidad política no es exclusiva de la Bastida, pues son varios los
poblados de época ibérica plena del entorno que se abandonan ahora: el Puig en Alcoi (Grau y Segura 2010,
94), el Puntal de Salinas en villena (Hernández y Sala 1996) y un poco más tarde la Covalta en Albaida (vall
de Pla 1971). En el siglo iv a.C. también parece que pierden sentido algunos monumentos funerarios como
sucede en las necrópolis del Corral de Saus (izquierdo 2000), el Cabecico del Tesoro (Quesada 1989), Cigarralejo (Cuadrado 1987) o Cabezo Lucero (Aranegui et alii 1993). Aunque este fenómeno no es explicable
en todos los casos como destrucciones activas, sí es significativo de que durante este tiempo se estaban modificando las estructuras de poblamiento y de dominación vigentes (Chapa 1993).
siLEncio
El final de la Bastida de les Alcusses conllevó el cese del sistema de relaciones políticas y económicas que
se había construido desde allí. Sus ocupantes, antes poderosos, ahora estaban desposeídos dejando allí enseres y otros objetos personales. Aunque siguió la ocupación y la actividad rural en el Pla de les Alcusses, el
poblamiento se estructuró ahora desde otros oppida y esta loma cayó en el olvido durante siglos.
Algunos visitantes esporádicos pudieron haber frecuentado el lugar en época romana o moderna, pues
hemos documentado algún fragmento aislado de cerámica de estos periodos y, más recientemente,
carboneros o pastores hicieron del promontorio un lugar de paso. La experiencia de aquellos que subieran
allí sería diferente a la nuestra: estructuras arruinadas y ocultas entre la vegetación pertenecientes a un
pasado remoto o mítico. El lugar no parece que fuera significativo en la memoria social, pues nadie volvió
jamás a ocuparlo hasta que, a principios del siglo xx, un grupo de hombres emprendieran investigaciones
arqueológicas en el sitio y, en cierto sentido, abrieran un puente hacia el pasado. Los siguientes tres
capítulos abordan la recuperación del yacimiento como lugar de memoria, esta vez en la sociedad
contemporánea.
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10
De la funDación al abanDono
Helena Bonet Rosado
y Jaime ViVes-FeRRándiz
sáncHez
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A
lo largo de los anteriores capítulos hemos mostrado las principales evidencias arqueológicas que,
desde 1928, ha deparado este yacimiento. Se han expuesto los datos actualizados sobre el poblamiento
en el entorno y el acceso a los recursos naturales; se ha examinado el modo en que se organizó internamente el poblado y cómo la esfera doméstica enmarcó la vida de sus ocupantes; se han tratado aspectos
relativos al comercio, el armamento, el adorno personal y la escritura. Podemos pasar ahora a interpretar
estos datos en el marco de la trayectoria histórica del poblado.
La fundación
La Bastida de les Alcusses ha sido tradicionalmente definido como un poblado que, en los estudios ibéricos, se conoce como un oppidum; esto es, un asentamiento fortificado en altura en una ubicación estratégica en el entorno, que mantiene el control de la producción y los recursos (capítulo 4). Si bien todos los
investigadores coinciden en destacar el carácter del oppidum como elemento vertebrador de las relaciones
sociales y económicas durante este periodo, esta definición genérica tiene algunos matices como, por ejemplo, la superficie ocupada que se le asigna a este tipo de asentamientos y que oscila entre 1 y 10 ha, o más,
según los territorios peninsulares a los que se aplique (Ruiz 1998 y 2000; Sanmartí y Belarte 2001; Grau
2002, 109).
La fecha fundacional de la Bastida está fijada hacia finales del siglo v o principios del siglo iv a.C. y tiene
una corta ocupación, pues se abandonó repentinamente al cabo de no más de tres generaciones, dentro de
ese mismo siglo. Tradicionalmente se ha considerado que el poblado se había asentado sobre un promontorio
no ocupado previamente. Pero mientras maquetábamos los capítulos de este libro y redactábamos las últimas páginas que habrían de darle colofón tuvo lugar, durante la campaña de excavación de 2010, un descubrimiento que ha variado sustancialmente este estado de la cuestión: ahora sabemos que la Puerta Oeste y
parte del lienzo oeste de muralla se levantaron sobre una estructura anterior.
La Bastida antes de la Bastida
Esta construcción está formada, por lo que hemos excavado hasta el momento, por dos grandes muros
paralelos, dispuestos en sentido suroeste-noreste, que fueron construidos con bloques calizos del terreno
cuidadosamente escuadrados sobre un relleno de tierra que regulariza los desniveles de la roca. Los muros,
que están separados 3 m entre ellos y miden más de 11 m de longitud, tienen un sólo paramento de cara
vista y su interior está relleno con grava, piedras y tierra. En el extremo oriental angulan 90º a lo largo de
un tramo de 1,30 m, también hecho con una sola cara [fig. 1]. Un pavimento de extraordinaria calidad de
gravas y tierra apisonada se ha documentado entre ambos muros. Hay más estructuras unos 7 m hacia el
norte: al menos hay otro gran muro paralelo formado por una base de piedras grandes y coronado por un
cuidado encachado de mampuestos más pequeños.
Poco más sabemos, de momento, de esta gran estructura debido a la reducida área excavada. Si bien es
necesaria la continuación de las excavaciones en extensión para valorarla con más datos, los elementos
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1. Muro norte perteneciente a la fase
anterior de la Puerta Oeste. Se observan, a un lado y a otro del muro, los
rellenos que amortizan la estructura.
arquitectónicos descritos permiten albergar dudas sobre el carácter residencial de este lugar: no hay
compartimentaciones internas entre los espacios descritos y las estructuras se leen mejor en clave de edificio
público monumentalizado que ocupó un lugar preeminente del territorio, al ser visible en un entorno de unos
100 km2, desde el valle dels Alforins, la cabecera del río Cànyoles y la entrada hacia el vinalopó y la Meseta.
Está constatado que toda la construcción fue desmantelada y amortizada con potentes rellenos. Además,
sobre las dos estructuras descritas se levantaron los muros que forman la Puerta Oeste, más cortos, y parte
del lienzo de la muralla. El material que albergan estos rellenos –sobre todo la cerámica– revela la fecha de
anulación de la estructura y, al tiempo, de la construcción de la Puerta Oeste: finales del siglo v a.C. y principios del siglo iv a.C. No ha sido posible, por el momento, precisar la fecha de construcción de la fase anterior, pues los cimientos de estas estructuras no han sido excavados.
La cuestión de los orígenes del poblado de la Bastida no acaba aquí. Sobre el pavimento de esta construcción hemos descubierto, durante la misma campaña de excavación de 2010, un extraordinario depósito
intencionado de armas, ofrendas alimenticias y vasos cerámicos, todo ello quemado junto a estructuras de
madera y hierro.
Un ritual de fundación bajo la Puerta Oeste
Por lo que conocemos hasta ahora se trata de un hallazgo único en un asentamiento ibérico, y arroja luz
sobre las prácticas rituales en espacios públicos de los oppida. El depósito ha sido documentado en una extensión de unos 12 m2 bajo el pavimento de la entrada principal al poblado, la Puerta Oeste. Al menos 40
fragmentos de tablas y troncos carbonizados, de diferentes tamaños y morfología, sellaban un conjunto de
unos 60 objetos depositados sobre el pavimento de grava apisonada perteneciente al edificio anterior, descrito más arriba.
volviendo a los objetos depositados, las armas son la categoría más abundante, aunque también hay
vasos cerámicos muy fragmentados, entre los cuales hay una crátera de figuras rojas, y otros objetos como
semillas –cereales, aceitunas– o fauna, y maderas y pletinas y clavos de hierro pertenecientes a estructuras
de madera, de momento indeterminadas, que estuvieron armadas antes de formar parte de la deposición
[figs. 2 y 3]. Las armas son todas de hierro, de la misma tipología que las halladas en el yacimiento, y las tí-
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2. Vista general del depósito de
armas y maderas quemadas bajo el
pavimento de la Puerta Oeste.
3. Detalle del depósito bajo la Puerta Oeste: dos
troncos unidos por un clavo.
picas del sudeste de la península ibérica durante el siglo iv a.C. (Quesada 1997). Por lo que sabemos hasta
ahora de la distribución de los distintos tipos de armas entre los iberos, podemos señalar que estas espadas
y escudos, aun siendo más generalizadas que en el periodo precedente, se pueden asociar a las elites guerreras de la sociedad ibérica.
En el proceso de excavación se han identificado cinco conjuntos de armas en base a la presencia en cada
uno de ellos de una falcata. El conjunto más completo consta de una falcata con la vaina, un escudo, un
soliferreum, y otros objetos como pletinas y clavos [fig. 4]. Otros tres conjuntos están formados por la falcata
y el escudo, y se depositaron en una característica forma de cruz [fig. 5]. El último conjunto presenta únicamente una falcata decorada que se depositó junto a su vaina. Además de las armas descritas, hay varios fragmentos de lanzas y soliferrea, y de pletinas, clavos y herrajes que aparecen dispersos en toda la extensión
en la que se ha documentado la deposición y los restos de maderas quemadas. Las falcatas son las piezas
más espectaculares del conjunto: ostentan empuñaduras cuidadas, con forma de ave o caballo, y apliques
de bronce como elementos decorativos añadidos [fig. 6].
Es importante remarcar que estas armas no son restos de una batalla acaecida en la puerta sino de depósitos intencionados, como muestra la ubicación de los objetos y el orden en que se colocaron. Además, el
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4. El conjunto 1, formado por una falcata, un soliferreum, una manilla de
escudo, cerámica, clavos y pletinas.
sentido ritual queda confirmado por el hecho de que algunos materiales están quemados y las armas inutilizadas: las falcatas tienen las hojas dobladas por la punta, e incluso algunas tienen los filos mellados con
tres o cuatro golpes; los soliferrea están doblados o rotos y las lanzas aparecen fragmentadas. Todo indica
que también fueron inutilizadas, y luego depositadas junto a las espadas y escudos y junto a otras ofrendas
alimenticias que sufrieron intensamente la acción del fuego. No parece que la cremación de las maderas,
vasos y semillas tuviera lugar en este espacio, pues el pavimento sobre el que se depositaron apareció sorprendentemente limpio de cenizas. Nos inclinamos por pensar que la cremación ritual tuvo lugar en otra
parte, quizás a escasos metros, y que los objetos, algunos quemados, otros no, se depositaron siguiendo una
secuencia programada previamente.
Esta práctica de inutilizar las armas es bien conocida, pues sigue la norma de los rituales funerarios de
los iberos, consistente en doblar las armas al depositarlas en las tumbas para morir con el difunto y acompañarlo al Más Allá como objetos personales e intransferibles. Sin embargo, nunca antes se había visto que
esta práctica se realizara en espacios públicos, fuera de las necrópolis. De hecho, los hallazgos de la Bastida
5. El conjunto 2, con una falcata y
una manilla de escudo colocadas en
forma de cruz.
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6. Detalle del conjunto 1 en el proceso de excavación.
de les Alcusses no son tumbas –ni un solo resto humano, cremado o no, ha sido hallado entre el sedimento
de este depósito– y estamos ante un fenómeno ritual que no pertenece al ámbito funerario. Lo que hace especial este descubrimiento es que esta práctica se ha documentado bajo la entrada principal de un poblado.
Con las cautelas que impone el hecho de ser un hallazgo muy reciente en estudio, una interpretación preliminar apuntaría a que se trata de rituales heroicos llevados a cabo en un espacio público relevante, de elevadísima carga simbólica, como es la puerta principal del poblado. El ritual está también en relación con la
construcción precedente pues recordemos que los objetos se colocan sobre su suelo. Otra línea interpretativa
abierta a examen es la que entiende estos depósitos como cenotafios o tumbas de guerreros sin cadáveres,
a modo de monumentos conmemorativos de actos singulares o sucesos destacados.
Las armas depositadas son símbolos de autoridad guerrera y política, de modo que el ritual fue promovido
por los grupos que ostentaban el poder en esta sociedad. Un aspecto interesante en relación al simbolismo
de esta práctica es que hubo un interés por mantener la memoria del ritual y, quizás, del significado que
atribuyamos a las armas: los conjuntos con falcatas estaban señalizados con grandes piedras hincadas en el
pavimento y con losas visibles al transitar por la puerta pero que no impedían el paso. Este detalle invita a
pensar que el espacio de la entrada principal se utilizó como escenario para construir la memoria social del
grupo que habitaba el oppidum.
El protagonismo que las armas tienen en este ritual invita a pensar que la base ideológica que sustenta
tanto la apropiación del espacio como la legitimidad política que requiere el oppidum que se iba a fundar,
se articulan a través de las mismas. Es un ritual heroico, que vinculamos a las elites de la sociedad, y colectivo.
En este sentido, el ritual y su memoria preservada en la puerta crean un potente símbolo conceptual para el
establecimiento del oppidum. El proyecto político del oppidum se define mediante la transmisión de los valores guerreros por parte de los grupos de la elite (¿o es incluso el recuerdo a los mismos guerreros si se interpretan como cenotafios?) y, a la vez, configura la memoria colectiva del asentamiento al ser señalizados.
En síntesis, la apropiación de un espacio monumental preexistente, el ritual detectado con armas y la
construcción de una puerta en la que se guardaba y celebraba la memoria de esta acción –con las implicaciones simbólicas y de liminalidad que ello conlleva– son todo distintas facetas del mismo fenómeno: la
constitución del poder político del oppidum.
EL oppidum, Lugar dE podEr sobrE EL tErritorio
La fundación de un poblado de estas características es una acción colectiva dirigida desde esferas de poder.
De donde procedían estos ocupantes no lo sabemos con certeza, pero los objetos materiales y las prácticas
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7-10. Vistas aéreas de la Bastida de les Alcusses, según una hipótesis de reconstrucción en el momento final de la ocupación del poblado.
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11. Compás de bronce articulado y
anzuelo de bronce (altura del anzuelo
6,7 cm). Piezas de este tipo son muy
raras en la Bastida y su posesión y el
conocimiento asociado a ellas se
mantendría en círculos especializados.
detectadas en el poblado muestran que los iberos que se instalaron sobre esta loma compartían rasgos culturales y materiales –armas, cerámica, adorno personal– con otros grupos de la zona que se conoce como la
Contestania (Abad et alii 2005), ubicada entre las actuales provincias de Alicante, Murcia y Albacete.
La construcción de este poblado se proyectó sobre un promontorio que mantiene un excelente dominio
visual sobre el entorno, donde se detecta una ocupación dispersa de pequeños asentamientos no fortificados.
Aunque este poblamiento está sólo conocido por prospección (capítulo 3), podemos plantear una hipótesis
sobre el proceso de organización territorial que tuvo lugar en esta zona basándonos, en parte, en los trabajos
en otras áreas próximas como los valles de Alcoi (Grau 2002, 250).
Como se ha dicho, el patrón de asentamiento en estos momentos está regido por el surgimiento de poblados en altura, los llamados oppida, con una serie de asentamientos subordinados de carácter rural. En
el caso que nos ocupa es sugerente entender la fundación como el inicio de un proceso de re-configuración
del territorio político. Y decimos reconfiguración porque recordemos que una edificación sobre este promontorio ya imponía su presencia en el paisaje.
Siguiendo esta línea argumental la visibilidad de los oppida en el territorio depende, en parte, de la construcción de una gran obra colectiva: la muralla. En el caso de la Bastida la muralla y las cuatro entradas monumentales pueden leerse, también, en claves política, económica y simbólica: aúnan tanto la capacidad de
comunicar la simbología del poder que se ejerce desde el oppidum, como la identidad de sus habitantes dentro de los límites protegidos por el espacio social (Moret 1998; Ruiz 1998, 295). Así, las dimensiones simbólicas de ostentación del poder, las de pertenencia a la comunidad de ocupantes, y las defensivas o
protectoras se aúnan en la muralla, en cuanto expresión del poder de los linajes dominantes que residirían
allí [figs. 7, 8, 9 y 10].
El control de los recursos
Las razones que llevaron a un grupo de iberos a emprender un proyecto de agregación semejante ofrecen
la clave para entender la creación del oppidum: el control de los recursos y el tráfico de mercancías. Este
control se puede ejercer de forma directa, mediante la presencia efectiva en el territorio o a través de intermediarios. En el caso de la Bastida es seguro que las dos estrategias se llevaron a cabo. La primera lo confirman los yacimientos documentados en el entorno inmediato, en torno a un radio de unos 5/7 km (fig. 1
del capítulo 3). Si bien no podemos interpretar todas las dispersiones de cerámica como asentamientos, sí
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12. El almacén, en marrón, y los espacios de circulación adyacentes vinculados al edificio. Con un círculo azul se indica la ocultación de plata y con un círculo verde la concentración de arandelas-lingotes de bronce. Con un cuadrado rojo se señala el lugar de
hallazgo del sello de terracota.
que son todas ellas significativas de la actividad rural que se llevaba a cabo en los alrededores, y así podrían
ser desde pequeñas granjas o caserías, hasta campos de cultivo o lugares de ocupaciones intermitentes de
pequeño tamaño. Por otro lado, la segunda estrategia para asegurar el acceso a los recursos, mediante intermediarios y contactos de redes comerciales, también está suficientemente constatada (capítulos 5, 6 y 7).
Una característica fundamental de las aglomeraciones de población en época premoderna es su papel
como aglutinantes de redes comerciales e intercambios. Y así, la Bastida no es simplemente un poblado
grande sino que es un centro de poder político sobre el territorio y el lugar en que se concentran los recursos,
las mercancías, la producción y el excedente en base a derechos adquiridos. Estos núcleos –que no difieren
sustancialmente de las ciudades de la antigüedad– pueden verse como lugares de acumulación, consumo e
intercambio.
La idea que queremos subrayar es que el control de los recursos, bien los extraídos del territorio inmediato, bien los procedentes de áreas más alejadas o incluso muy distantes, es la clave para entender esta
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aglomeración fortificada: productos agrarios, minerales, objetos exóticos y otros elementos procedentes del
intercambio son algunos de los recursos materiales
constatados en el oppidum. Pero, además, ahí también
se concentran recursos inmateriales en forma de tecnología y habilidades (copelación, siderurgia, artesanado)
y saberes (cómo hacer, dónde ir, quién lo tiene) o conocimiento (escritura, controles administrativos) [fig. 11].
Mantener e incrementar la riqueza en este sistema
socioeconómico pasa, fundamentalmente, por el control de los recursos de la tierra como se ha propuesto,
por ejemplo, en el territorio edetano (Bonet et alii 2007
b). Según el modelo de Ruiz y Molinos (Ruiz y Molinos
1993; Ruiz 2000, 19) los grupos dominantes concederían derechos de explotación a otras familias. Así, las
13. Sello de terracota (anchura 4,1 cm).
herramientas de trabajo agrario en algunas casas de la
Bastida (capítulo 5) muestran que allí vivían propietarios de tierras que mantendrían el derecho de uso. Sin
embargo, ignoramos si estos derechos serían cedidos a otras familias campesinas en establecimientos semipermanentes. La falta de excavaciones arqueológicas en los asentamientos del Pla de les Alcusses nos impide valorar el carácter de las mismas, si eran permanentes o no, cuántos ocupantes albergaban o qué
relaciones materiales –en forma de tributo o dependencias– mantuvieron con el lugar central. El carácter
de la ocupación del territorio, el tipo de implantación sobre el terreno cultivable y las relaciones con la Bastida son aspectos de crucial importancia, porque contextualizarían en un marco político las herramientas
del trabajo de la tierra que se detectan en el oppidum.
En perspectiva histórica, la fundación de la Bastida se enmarca en una reestructuración económico-social
a partir de los siglos v y iv a.C. que, arqueológicamente, se reconoce en la multiplicación de centros para la
explotación de los recursos, con redes intra e interregionales de intercambio, en la aparición de granjas agrícolas dependientes, en la generalización de la producción con herramientas de hierro y en el surgimiento
de nuevos polos de redistribución (Aranegui 2009). Esto no parece ser un fenómeno aislado del ámbito ibérico pues la misma dinámica de expansión agraria se ha detectado en estos siglos en otras áreas del Mediterráneo como el ámbito púnico y griego (van Dommelen y Gómez Bellard 2008, 235).
La canalización de las mercancías
La construcción y mantenimiento de una red de viales para el paso de carros con mercancías fue una inversión imprescindible en este marco socioeconómico. El ejemplo más espectacular lo ofrece el Castellar de
Meca con una red de caminos excavados en la roca (Broncano y Alfaro 1990 y 1997). Para el caso de la Bastida
hemos visto que se proyectaron tanto una red de viales que llegaban a cuatro puertas carreteras, que albergaban equipamientos para el control de mercancías, como un sistema de circulación interna estructurada.
Este esfuerzo constructivo y organizativo se explica porque son los canales para facilitar el movimiento de
mercancías: tanto el acopio de recursos para el centro de consumo como la salida de otros productos. Esta
interpretación entiende la Bastida como un lugar de primer orden en clave comercial que regiría la llegada
de productos, materias primas, objetos exóticos, ideas, saberes y conocimiento.
Centralizar y almacenar
La necesidad de ejercer un control sobre los recursos y productos que llegaban al oppidum es un aspecto
importante en la política económica de los grupos dominantes. Este control se puede conseguir a través de su
almacenamiento o bien a través del mantenimiento de redes de intercambio. Ambas prácticas son esenciales
para construir y mantener el poder e incrementar la riqueza. El concepto clave aquí es el de excedente, esto
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14. Distribución de los aperos para el trabajo de la tierra en la Bastida: arados, arrejadas, podones, hoces, layas, zapapicos y azadas.
es, lo que queda cuando las necesidades básicas de reproducción, los requerimientos para la subsistencia de
segmentos de la sociedad no productivos o incluso fondos destinados al intercambio están garantizados (Wolf
1982, 14).
Hemos interpretado el Conjunto 7 como un gran almacén central (capítulo 4). En este almacén se acumularía y centralizaría un volumen de productos agrarios que sobrepasa las necesidades domésticas, lo que
es característico del modo en que se articulan las sociedades jerarquizadas. Desconocemos si las divisiones
de espacios del almacén corresponden a tipos de productos diversos, pero podemos asegurar que, al menos
el cuerpo principal, sería un granero. Así lo muestran los trojes documentados y el hallazgo de tres molinos:
dos en el Depto. 131 y una base de molino de gran tamaño en el Depto 155 (fig. 24 del capítulo 1). Los diarios
de excavación revelan que este almacén no albergaba grandes recipientes cerámicos. Según los cálculos hechos por Guillem Pérez Jordà sólo el núcleo principal que forma el almacén, según ha sido descrito en el capítulo 4, tendría una capacidad de almacenamiento de, al menos, 23.000 litros, aunque podría superar el
doble si contamos también los cuerpos adyacentes a este conjunto. Esta cantidad supone el cultivo de entre
22 y 27 ha de cereales con una productividad de 4/5 a 1.
Dos características de los espacios de almacenamiento son su especial visibilidad y la protección de su
acceso (Given 2004, 36). El almacén de la Bastida se ubica en un espacio central del poblado, en relación
con el eje de circulación principal [fig. 12]. visto en perspectiva, podemos decir que el oppidum es, en parte,
un almacén fortificado y que está organizado internamente alrededor del almacén. Además, una arquitectura
especial, en forma de potentes y anchos muros y de amplios espacios enlosados en el Depto. 122, contribuye
al efecto de mostración que forma parte de su dimensión social.
El control del excedente, mediante su almacenamiento centralizado, es consecuencia de la configuración
política en el oppidum y es crucial para articular el poder y mantener las divisiones sociales en este tipo de
organización socioeconómica. Además, el excedente, sobre todo si es en volúmenes grandes, debe adminis-
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15. Localización de los talleres de copelación de galena argentífera en los Conjuntos 3 y 4. Con dos puntos verdes se indica el lugar
de procedencia de los fragmentos de plata y bronce recortados. Con cuadrado azul se indica el Depto. 236, donde se hallaron los
pasarriendas de bronce del carro ceremonial.
trarse y registrarse convenientemente. Ya hemos hecho referencia al uso de la escritura sobre plomo para
llevar registros económicos (capítulos 7 y 9) pero no era el único medio. Al respecto, una pieza de terracota
hallada muy cerca del almacén invita a pensar que existían mecanismos de control administrativo del movimiento de productos en este edificio. Se trata de una estampilla cuadrangular con un motivo abstracto en
forma de esvástica enmarcada por tramos cortos en cada lado; en su lado posterior tiene un pequeño asidero
con orificio [fig. 13]. Procede del Depto. 112, un espacio contiguo que recae a una plaza en la que confluyen
dos vías de circulación: la calle central y el camino de ronda norte. No es casualidad que el sello proceda de
aquí porque esta zona debe vincularse también al almacén: la plaza es imprescindible para facilitar el tránsito
de carros de mercancías junto a estancias administrativas del edificio.
Si la interpretación de esta pieza como sello es acertada, implicaría que se llevaba a cabo el registro y
control de determinados movimientos canalizados a través del almacén. Un detalle de interés lo proporciona
la representación de la esvástica, que pudo ser un motivo simbólico compartido en el que se reconocerían
los grupos de la elite pues hay tres botones de bronce que ostentan la misma representación.
Otro aspecto de interés es que se concentraba el metal precioso muy cerca del almacén: cinco piezas de
plata en los Deptos. 103-105 y cinco arandelas-lingotes de bronce del Depto. 142 (capítulo 7) [fig. 12]. Ello
invita a plantear la hipótesis de que los grupos dominantes también controlaban la acumulación del metal en
bruto, en forma de piezas de plata y bronce preparadas para circular en redes de intercambio. Pero mientras
el metal preciado se acumulaba y centralizaba, las actividades productivas metalúrgicas no estaban centralizadas sino repartidas en manos de varias familias del poblado, en grados diversos según cada casa o manzana.
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Tras una ideología que celebra la redistribución del excedente desde un equipamiento colectivo subyace
un sistema en que unos pocos se benefician del trabajo de otros y la imposición de cargas en forma de tributos
o prestaciones. Por todo ello, el almacén identificado en la Bastida es susceptible de ser interpretado en clave
jerárquica: una parte de los productos que eran transferidos al oppidum se centralizaban en un almacén
que ocupa una posición central en la organización interna. Dominar el almacén implica el control sobre la
distribución de los excedentes y la existencia de relaciones asimétricas de poder. Lejos de ser sólo un espacio
para almacenar productos, este edificio es la expresión material de la fiscalización del trabajo humano y del
poder que se ejercía para atraer recursos al oppidum.
EL
dEspLiEguE dE Las EstratEgias Económicas dE Las casas: tiErra y copELación dE La gaLEna
argEntífEra
En los oppida ibéricos se establecen relaciones clientelares que condicionan derechos como, por ejemplo,
el acceso a los recursos (Ruiz y Molinos 1993; Ruiz 1998). Uno de ellos es la tierra, cuya explotación depende
de las conexiones sociales de cada familia y de las condiciones técnicas y materiales de las casas. En este
sentido, la distribución de algunos útiles y enseres en la Bastida puede arrojar luz sobre la estructura social
y permite explorar las relaciones de poder que existieron dentro del oppidum.
Las líneas que siguen son, pues, una reflexión metodológica e interpretativa sobre el modelo teórico clientelar aplicada a los datos de la Bastida. Hay pocos estudios que, por el momento, se hayan podido basar en
una documentación tan rica, y este yacimiento posiblemente sea el único en la fachada mediterránea peninsular en el que se puede emprender esta línea de análisis, y ello es debido al volumen excavado y la documentación que ofrece derivada del abandono violento del mismo.
En nuestra propuesta no tomamos el modelo
clientelar como algo ya dado sino que es necesario
investigarlo, pues lo entendemos como el resultado de actividades y relaciones socioeconómicas
de los habitantes de las casas, la piedra angular
de las relaciones sociales y económicas. La atención, pues, se desplaza a las estrategias desplegadas por las familias para concentrar, mantener y
transmitir su riqueza, prestigio y estatus.
Seleccionamos para estas pesquisas las herramientas del trabajo de la tierra y las evidencias de copelación de galena argentífera, pues
son la parte más visible de un sistema del poder
que mantenía en los campos y en las minas personas sometidas al trabajo a través de redes
clientelares.
Las herramientas son los medios técnicos con
los que se transforma el entorno. Podemos conocer la magnitud de la actividad productiva en la
Bastida a partir de la distribución de arados,
hoces, podones, layas y azadas –dejamos a un
lado otros objetos como legones o picos, pues
caben dudas sobre su uso exclusivo en agricultura. Esta distribución muestra una pauta significativa: en primer lugar, no hay un espacio que
concentre todos los aperos sino que están muy repartidos en el oppidum. Sí hay, con todo, una tendencia a su concentración en aquellos conjuntos
16. El jinete de bronce de la Bastida, fotografiado en los laboratorios del SIP tras su hallazgo.
que están situados al norte de la calle central; en
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17. El Depto. 267, junto a la Puerta
Este, en el proceso de excavación, con
la vajilla doméstica destruida entre
los derrumbes de las estructuras (año
2006). Imágenes como ésta indican
que los habitantes de la Bastida
abandonaron rápidamente el poblado.
segundo lugar, están ausentes o muy poco representados al sur de esta calle, en los Conjuntos 3, 4, 5 y 6; y, finalmente, hay una especial concentración de arados y arrejadas junto al granero (cinco arados y cuatro arrejadas) [fig. 14]. No debemos ignorar el hecho de que el poblado tuvo un final violento de modo que cabe la
razonable duda de que esta pauta correspondiera exactamente a la situación normal durante la ocupación.
Con todo, el abandono violento del poblado pudo afectar más a la distribución de las armas, por la naturaleza
del conflicto que lo causó, que a la de las herramientas, por lo que podemos confiar en la imagen que nos dan.
Esta imagen se interpreta en clave del volumen de producción y capacidad de acumulación y comercialización de excedentes de que es capaz cada unidad familiar o de co-residencia. Los arados, identificados
por la reja de hierro, son particularmente interesantes en este razonamiento. En condiciones óptimas de
tierra, animales de tiro y clima se pueden arar entre 6 y 7 ha por año, a razón de 0,2-0,3 ha/día por arado
con dos bueyes, y siendo los días arables al año entre 20 y 30 (Foxhall 2003). Dado que en estas condiciones
técnicas el aumento de la producción sólo puede conseguirse mediante el incremento de la fuerza de trabajo
entonces el número de arados nos indica las hectáreas en cultivo de cada casa e, indirectamente, las personas
movilizadas para obtener fuerza de trabajo.
A la vista de estos datos se advierte que hay una cierta variedad en la superficie de terreno en cultivo o
las personas movilizadas por cada casa o manzana. El Conjunto 10, por ejemplo, es uno de los espacios
donde se concentran más arados. Podríamos pensar que gran parte de sus esfuerzos iban destinados al trabajo de la tierra, y no es casualidad que aquí, en el Depto. 48, se encontrara un registro escrito (capítulos 7
y 9) de las actividades económicas.
Respecto al almacén, los cuatro arados y las cinco arrejadas halladas en los patios y plazas adyacentes
invitan a pensar que no era solamente un lugar de almacenamiento de excedente sino una institución que
controlaba tierras –al menos 36 ha a partir de la extensión en cultivo por cada arado– y, sobre todo, los mecanismos necesarios para movilizar la fuerza de trabajo necesaria.
Pasemos a examinar las casas sin aperos. Llama la atención que entre este grupo se encuentren casas
muy grandes, con soluciones arquitectónicas –enlosados, muros potentes– y con objetos ciertamente singulares: por ejemplo, el único fragmento de plata fuera de la ocultación mencionada (fig. 13 del capítulo 7),
lingotes de bronce recortados o con objetos tan especiales como el carro ceremonial con varios bocados de
caballo de los Deptos. 236-237, o los exvotos de bronce del jinete o el buey. Estas casas, además, no tienen
molinos [fig. 15 del capítulo 6]. Entre las actividades de este grupo de casas destaca la obtención de plata
mediante la copelación del plomo argentífero ya que en los Conjuntos 3 y 4 hay, al menos, siete talleres en
funcionamiento en el momento del abandono del poblado [fig. 15], lo que muestra un artesanado especializado ligado a las elites.
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Nuestra propuesta interpretativa vería que sus ocupantes debieron controlar los mecanismos que les dieran acceso a la cosecha excedentaria –recordemos, además, que no hay molinos en estos conjuntos–, bien
para su sustento o bien para intercambiarla por el gran volumen de mineral de galena que parecen importar.
Ello nos lleva a proponer que ejercerían un fuerte poder simbólico que les permitía controlar los recursos
agrarios del almacén. Este poder pudo estar, de alguna manera, ritualizado como sugieren los exvotos del
buey con arado, que simboliza el trabajo de la tierra, y del jinete, la posesión de armas [fig. 16].
Unidad y diversidad en el oppidum
Estamos, por así decirlo, al menos ante dos niveles jerárquicos en el poblado. Por un lado, los grupos
que habitaban en el sector sur que, prescindiendo directamente de los medios de producción, debieron acceden a los excedentes agrarios y controlar la fuerza de trabajo ajena. Por otro lado, los propietarios de
tierras de otras manzanas que aportarían una parte del excedente productivo al almacén.
Además, existieron diversas esferas de interacción social que determinaron las relaciones sociales de sus
habitantes. Al menos reconocemos dos: una a escala familiar, cuyos miembros operaban según las conexiones y relaciones de sus redes clientelares fuera del oppidum, en los asentamientos dependientes; y otra que
es más amplia que el espacio de la casa, que es el de las manzanas. De ello se deduce que la forma de acumular riqueza parece variar de unas manzanas a otras. Algunas funciones se integraron por barrios o manzanas, lo que abre la puerta para explorar la sectorialización de las actividades en el poblado y la
configuración de relaciones suprafamiliares o parentales más amplias, como las clientelas. Estas relaciones
suprafamiliares son más importantes en ocasiones, como se han encargado de señalar algunos estudios etnográficos (Joyce y Gillespie 2000).
La identidad de los residentes de la Bastida se encontraría negociada entre la unidad, en tanto que habitan
dentro de límites de la muralla, y la diversidad, patente al examinar los barrios y las casas: mientras la muralla trasluce un esfuerzo colectivo y coordinado, en cambio no hay una manzana ni una casa igual a otra.
Todas las familias mantuvieron una relativa autonomía dentro del poblado, pues en cada casa se organizaron
los espacios de acuerdo a las necesidades de sus ocupantes que, además, desplegaron estrategias económicas
diversas, con equipamientos específicos en relación a las actividades.
Esto nos da una imagen más dinámica de la estructura social dentro del oppidum, con familias que se
especializan en trabajos diferentes –tierra, metalurgia– pero con una capacidad de acción determinada por
las jerarquías del oppidum.
18. Bloqueo de grandes piedras construido en la parte posterior de la
Puerta Sur sobre el derrumbe de tierra
de la entrada (año 2002).
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19. Visión idealizada del
abandono de la Bastida,
mientras se consumen sus
casas entre las llamas (dibujo Francisco Chiner).
confLicto y abandono
Apenas tres generaciones después de su fundación el poblado fue abandonado. Diversas pistas que extraemos de la excavación indican que este abandono no fue un hecho pacífico y voluntario sino que fue generado por un conflicto. Así lo dan a entender que dos de las cuatro entradas se tapiaran (capítulo 4), quizá
debido a amenazas percibidas, que muchas casas estén incendiadas, que algunas joyas se encuentren en las
calles, al igual que armas, herramientas y enseres dispersos [fig. 17]. Que hubo saqueos lo confirma el hecho
de que muchos espacios del granero se encontraron vacíos al ser excavados en 1930. Los ocupantes abandonaron la Bastida sin poder recuperar muchos objetos que aún estaban en perfecto estado. Ballester y Pericot ya lo señalaron tras la primera campaña de excavación:
“Objetos de todas clases, de adorno, armas, útiles diversos, pequeñas joyas y hasta menudos vasos y
las conocidas piedras de molino a mano, aparecen esparcidos, como sembrados, por todas partes, en las
habitaciones y fuera de ellas [...] Son manifiestas las huellas de un gran desorden acaecido en el poblado
[...] Confirman las excavaciones que no fue abandonada voluntaria y pacíficamente sino que [...] fue
arrasada y tal vez incendiada, probablemente después de un asalto” (Ballester y Pericot 1929, 183-184)
Las excavaciones llevadas a cabo a lo largo de 10 años en las cuatro entradas revelan una historia compleja
que acabó en el abandono del poblado. En la parte posterior de la Puerta Sur se levantó una estructura de
grandes bloques de piedra dispuestos transversalmente, a modo de bloqueo o cierre (fig. 25 del capítulo 4).
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Presenta la particularidad de que se construye después de que la puerta se hubiera tapiado y derrumbado,
amortizando parte del derrumbe [fig. 18]. Estructuras similares construidas también sobre derrumbes de
adobes las hay en la Puerta Oeste y en la Puerta Este.
La fecha de estas construcciones se sitúa, igual que el resto de la ocupación del poblado, en el siglo iv
a.C. Al principio, las interpretamos como ocupaciones puntuales una vez abandonado el poblado, aunque
nos extrañaba el hecho de que todas se hallaran junto a las puertas y la muralla y no en las manzanas de
casas –en la Bastida no hay documentada una sóla construcción que amortice una casa preexistente. Nuestra
propuesta es que se trata de refuerzos para mejorar la vigilancia del perímetro y de los espacios adyacentes
a las débiles entradas: en la Puerta Oeste se levanta una plataforma adyacente a la muralla y en la Puerta
Sur se construye un paramento de muralla sobre una puerta ya arrasada.
En otras publicaciones se apuntó la hipótesis de que ante una amenaza se pudiera haber empezado a
construir el primer recinto de muralla, según se accede por el lado oeste, y que nunca llegara a ser acabado
(Díes et alii 1997, 228; Bonet et alii 2005; Bonet y vives-Ferrándiz 2009). Dejando a un lado la dimensión
defensiva de este hecho, es sugerente plantearse si, además, se trata de un proyecto de ampliación del espacio
habitable, y por tanto de crecimiento del espacio delimitado por las murallas del oppidum. Según esta hipótesis, un plan para albergar más gente sería consecuencia del acrecentamiento del poder de este oppidum
lo que quizás fue el desencadentante del ataque y destrucción del poblado.
Sea como fuere, las armas encontradas en las puertas no son ajenas a este final conflictivo. Por ejemplo,
en la Puerta Sur hay puntas de lanza, un soliferreum y una punta de flecha de bronce; en la Puerta Oeste
una falcata y una punta de lanza; en la Puerta Este puntas de lanza y un mango de escudo (capítulo 8). Los
sucesivos refuezos y tapiados en las entradas nos llevan a pensar que esta fortificación pudo ser asaltada en
un tipo de contexto conflictivo en el que el asedio formal con bloqueo o cerco y grandes maquinarias no se
da, pues los ataques se deben a sorpresas o argucias entre pequeños grupos (Quesada 2002; 2007, 94; Bonet
2006, 34).
Entendemos que el conflicto que generó este final está en relación con el propio poder político-económico
que proyectaba el oppidum sobre el territorio. Los recursos y tierras controlados por el poblado, y los contactos y el comercio que atraía, conllevaron acciones de otros grupos iberos que acabaron por forzar el abandono del poblado [fig. 19]. Esta inestabilidad política no es exclusiva de la Bastida, pues son varios los
poblados de época ibérica plena del entorno que se abandonan ahora: el Puig en Alcoi (Grau y Segura 2010,
94), el Puntal de Salinas en villena (Hernández y Sala 1996) y un poco más tarde la Covalta en Albaida (vall
de Pla 1971). En el siglo iv a.C. también parece que pierden sentido algunos monumentos funerarios como
sucede en las necrópolis del Corral de Saus (izquierdo 2000), el Cabecico del Tesoro (Quesada 1989), Cigarralejo (Cuadrado 1987) o Cabezo Lucero (Aranegui et alii 1993). Aunque este fenómeno no es explicable
en todos los casos como destrucciones activas, sí es significativo de que durante este tiempo se estaban modificando las estructuras de poblamiento y de dominación vigentes (Chapa 1993).
siLEncio
El final de la Bastida de les Alcusses conllevó el cese del sistema de relaciones políticas y económicas que
se había construido desde allí. Sus ocupantes, antes poderosos, ahora estaban desposeídos dejando allí enseres y otros objetos personales. Aunque siguió la ocupación y la actividad rural en el Pla de les Alcusses, el
poblamiento se estructuró ahora desde otros oppida y esta loma cayó en el olvido durante siglos.
Algunos visitantes esporádicos pudieron haber frecuentado el lugar en época romana o moderna, pues
hemos documentado algún fragmento aislado de cerámica de estos periodos y, más recientemente,
carboneros o pastores hicieron del promontorio un lugar de paso. La experiencia de aquellos que subieran
allí sería diferente a la nuestra: estructuras arruinadas y ocultas entre la vegetación pertenecientes a un
pasado remoto o mítico. El lugar no parece que fuera significativo en la memoria social, pues nadie volvió
jamás a ocuparlo hasta que, a principios del siglo xx, un grupo de hombres emprendieran investigaciones
arqueológicas en el sitio y, en cierto sentido, abrieran un puente hacia el pasado. Los siguientes tres
capítulos abordan la recuperación del yacimiento como lugar de memoria, esta vez en la sociedad
contemporánea.
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