Mujeres, hombres y objetos de adorno
Begoña Soler Mayor
Josep Lluís Pascual Benito
2008
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MUJERES,HOMBRES
Y OBJETOS DE ADORNO
BEGOÑA SOLER MAYOR
JOSEP LLUÍS PASCUAL BENITO
Museu de Prehistòria de València
En este artículo vamos a hablar de mujeres. De mujeres y de hombres, de niños, niñas, personas ancianas o enfermas, en definitiva vamos a hablar de grupos humanos. De unos grupos humanos que vivieron
en un tiempo concreto del pasado. El objetivo de este estudio será comprender que relación podían tener
las mujeres de estos grupos con lo que en arqueología se denominan “objetos de adorno”, para después
intentar explicar algunos aspectos de su significado.
Muchos análisis de material arqueológico han sido impregnados históricamente de interpretaciones
actualistas y los objetos considerados ornamentales lo han sido también. El hecho mismo de clasificar
determinados objetos como “adornos” implica una concepción actual de su interpretación. Porque para
las sociedades contemporáneas industrializadas, un colgante es un objeto que adorna, que embellece,
que carece de utilidad práctica más allá de su valor estético y/o simbólico que denota el grupo social al
cual se pertenece o se quiere aparentar que se pertenece. Y así se han clasificado durante años los objetos que aparecen en las excavaciones arqueológicas. Se definen como adornos y como tales pasan a
formar parte del registro arqueológico.
Estos objetos así clasificados aparecen asociados claramente a los seres humanos modernos. Es
verdad que en algún yacimiento con restos de neandertales han aparecido objetos de adorno, pero son
una excepción y casi siempre se trata de yacimientos con una cronología cercana a la de la aparición de
los primeros humanos anatómicamente modernos en torno a 40.000-35.000 años antes del presente. El
por qué de la aparición de estos objetos en un momento determinado debe relacionarse con todo el proceso de evolución simbólica que aparece con los seres humanos modernos. Quizá con un nuevo lenguaje, una nueva forma de comunicación y de expresión no utilizada hasta ese momento, de los que forman
parte el arte y los adornos. De la capacidad de los neandertales para fabricar estos objetos no podemos
dudar, dada su habilidad técnica demostrada en la talla de la piedra, pero entrar a valorar el por qué no
los utilizaban de forma sistemática nos introduce en un debate que se aleja del objetivo de este artículo.
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Pero, ¿qué es adorno?
Esta es la pregunta que se hacen aquellas personas que abordan el tema y estudian los restos arqueológicos que se encuadran tradicionalmente en esa categoría del registro arqueológico. Los adornos son
elementos que conciernen al dominio de la apariencia, destinados a ser llevados sobre el cuerpo, suspendidos directamente, sujetos al cabello o cosidos en el vestido. Para la arqueología los elementos de
adorno se reconocen por su sistema de suspensión (perforación natural o intencionada, muescas, estrangulamiento perimetral,...) y por su inutilidad funcional, que esté desprovisto de toda utilidad productiva.
Yvette Taborin, una de las investigadoras que más estudios ha dedicado a este tema, contesta a la
pregunta comenzando por “En nuestra época...” (Taborin, 2004) es decir apoya toda su argumentación
en lo que hoy se entiende como adorno en la sociedad occidental. A partir de aquí explica que el adorno
tiene una función social, que muestra los rasgos de poder mediante un código. Estos accesorios, según
la autora, acaban siendo símbolos del poder de ciertos grupos y al mismo tiempo crean lazos de unión a
un grupo diferenciándose así de los demás. De esta manera, el adorno transmite los valores que fundamentan la cultura, los símbolos religiosos, las jerarquías, la pertenencia a clases de edad, grupos o la disponibilidad de la juventud para el matrimonio. Según esta interpretación las mujeres de la Prehistoria no se
diferenciarían de ningún otro miembro del grupo, sino más bien al contrario se encontrarían integradas en
él. Encontraríamos aquí una argumentación para hablar de las mujeres como miembros integrantes de grupos en los que todas las personas tienen una misma consideración social, o al menos si existen rasgos
diferenciadores no se relacionan con el sexo de los individuos.
Otro autor que ha dedicado importantes trabajos al estudio de los elementos ornamentales del paleolítico es Randal White. Explica que desde los años 80 (White, 1993:277) existe una tendencia marcada
en la antropología social que considera que la identidad social se construye y se comunica por medio del
adorno personal. Cita como ejemplo a Strathern (1981:15) quien dice que lo que la gente viste y lo que
la gente lleva en su cuerpo, en general, forma parte importante del flujo de información estableciendo,
modificando y explicando las categorías sociales tales como la edad, el sexo y el estatus, los cuales son
definidos con palabras y con hechos.
Los adornos están estrechamente relacionados con el cuerpo, y se convertirían en símbolos desde el
momento en que los humanos necesitaron de un lenguaje simbólico. La mayor parte de los adornos prehistóricos tienen una apariencia sencilla, pero su interpretación varía considerablemente según su tradición cultural, como se observa en culturas de cazadores posteriores e históricamente documentables. En muchos
casos, son portadores de un mensaje de carácter social o juegan un papel mágico, atribuyéndoles un poder
profiláctico o terapéutico para alejar el mal o el peligro. Pueden representar también el poder arrebatado a otro
ser (dientes y garras de animales salvajes) o tener un significado ritual: culto de los principios vitales como la
fecundidad (colgantes machos y hembras), la caza (trofeos) o la muerte. Los adornos se nos presentan como
intermediarios entre el objeto utilitario, funcional, el objeto de culto y el objeto de arte, pudiendo ser en ocasiones la materialización de la inquietud humana hacia los misterios del mundo que le rodea. Como las creencias
y el arte, el adorno es el reflejo de los gustos de una sociedad en un momento dado (Barge 1982: 4-5).
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Actualmente el ornato corporal reviste un carácter casi exclusivamente estético para embellecimiento del cuerpo, si bien aún conserva su primitiva significación de amuleto, sirviendo para conjurar los peligros, reales o amplificados por la imaginación, y así obtener una mayor seguridad material. Pero su sentido original se verá modificado por otros motivos desarrollados por la evolución social y las nuevas adquisiciones culturales. Así, el adorno podrá significar una valoración del individuo respecto al grupo, un signo
de pujanza o de riqueza, un deseo de reconocimiento social para mantener cierta jerarquía, un medio de
inspirar la envidia, la admiración, el amor, ...
Pero hay varias cuestiones a tener en cuenta. La más importante es que con toda seguridad se ha
perdido una parte importante del conjunto de elementos que conformaban el adorno personal. El registro
arqueológico ofrece una información
parcial, ya que sólo se han conservado
los adornos realizados en materias
duras no perecederas. Elementos
como las pieles, plumas, pinturas corporales, escarificaciones y tatuajes son
una parte clave en los grupos de cazadores y recolectores que nos describe
la etnografía. De los adornos fabricados en materiales biodegradables solo
queda constancia a través de las pinturas rupestres prehistóricas norte-africanas, pinturas rupestres levantinas
(Fig.1) y esquemáticas que nos muestran algunos de ellos: tocados de plumas, cintas de cuero o de materia
vegetal, posibles tatuajes o la pintura
corporal... Un ejemplo excepcional lo
Fig. 1. Pintura rupestre levantina. Abrigo del Ciervo (Dos Aguas). Fuente: F. Jordá i J.
Alcácer (1951).
constituyen las cuentas de collar de
semillas, el traje de lino adornado con flecos y sujeto a una gargantilla de mimbre o alea que fueron hallados junto a otros elementos en materiales perecederos (fragmento de caña decorada, plato y huso de
madera, estera de esparto) en un enterramiento de la Cueva Sagrada (Lorca) (Ayala, 1987), o los escasos ejemplos de tatuaje documentados directamente que parecen obedecer a más de una motivación,
desde los complejos y simbólicos motivos figurativos del hombre de Altaï, hasta las rayas y cruz de Ötzi,
con cinco tatuajes sencillos emplazados sobre zonas del cuerpo que coinciden con problemas óseos, por
lo que se les otorga una finalidad terapéutica (Rey, 1994: 233).
Además se debe reflexionar sobre la posibilidad de que no siempre el adorno prehistórico haya cumplido todas estas funciones, e incluso la de que no esté pensado para ninguna de ellas. Ese es el traba-
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jo de la interpretación arqueológica, intentar llegar a comprender la función de estos objetos en cada contexto. Y si no se alcanza a saber exactamente cual era su función, ¿cómo se va a saber quién portaba
cada resto?. El emplazamiento de los adornos sobre el cuerpo y su correspondencia en función de la
edad o el sexo del individuo, son aspectos difíciles de abordar con el actual registro. Sólo los hallazgos
en contextos funerarios y algunas representaciones antropomorfas del arte mueble y rupestre son los que
pueden clarificar estas cuestiones y darnos la posibilidad de interpretar, sin que siquiera esta interpretación se pueda elevar a definitiva. Compartimos con M.A. Querol, la afirmación de que nos movemos en
un mundo de suposiciones (Querol, 2006).
Los primeros adornos
El uso sistemático de adornos se
documenta en Europa desde hace
unos 35.000 años. Los primeros restos que se documentan están hechos
sobre arenisca, esquisto, dientes perforados de diferentes animales como
renos, ciervos o zorros, huesos recortados, decorados y perforados así
como restos de cuernos, marfil, fósiles
o diferentes conchas marinas y terrestres perforadas. En algunas ocasiones
estos restos aparecen en contextos de
hábitat y en otras asociados a enterramientos. Esos adornos sobre dientes,
conchas o recortes de hueso irían colFig. 2. Cyprea.
gados o cosidos a las ropas, según
demuestran los análisis de los desgas-
tes producidos por su uso (D’Errico, 2000).
Las conchas de moluscos marinos, por la riqueza de sus colores y el brillo de su nácar, ejercieron una
gran atracción para los grupos prehistóricos. Muchas conchas serian portadoras de unos valores simbólicos, mágicos y profilácticos. Las Cypreae, por ejemplo, poseen un valor simbólico o profiláctico universal
aún presente en muchos pueblos. En el norte de África, se emplean collares de conchas, brazaletes, amuletos adornados con conchas marinas o incluso la simple imagen de ellas, porque existe la creencia de que
protegen a mujeres y niños e, incluso, al ganado, tanto de los peligros reales como de las fuerzas maléficas,
siendo particularmente beneficiosas en los momentos de nacimientos, por tanto favoreciendo la fecundidad.
La asimilación de la concha con el órgano genital femenino se documenta en muchas culturas en
todo el planeta, especialmente la Cyprea (Fig. 2) conchas de forma oval y sección hemisférica que, sobre
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el lado aplanado, llevan una hendidura de bordes dentados que evoca la vulva. Se encuentra muy extendida la creencia de que “portadas sobre la piel como amuleto o como adorno, ostras, conchas marinas y
perlas impregnan a la mujer de una energía favorable para la fecundidad, preservándolas de las fuerzas
nocivas y de la mala suerte” (Eliade, 1952: 170). Esa creencia era conocida por los griegos y aparece
reflejada en la mitología. El nacimiento de Afrodita en una concha ilustra ese lazo místico entre la diosa y
su principio (Eliade, 1952: 173).
Otro grupo de adorno lo conforman los dientes de animales perforados. Durante el Paleolítico superior se documentan incisivos de bóvidos, caballos y cápridos, caninos de zorro, lobo, oso y león, y caninos atrofiados de ciervo, éstos últimos presentes en gran parte de las culturas prehistóricas, sin duda dotados de una significación simbólica. Existen imitaciones en otros materiales: de marfil en Grimaldi o de hueso
en Nerja. Como en las conchas se aprovecha la morfología anatómica natural, a la que se dota de un sistema de suspensión consistente en la
perforación o incisión periférica en la
raíz, como se documentan en la Cova
del Parpalló (Gandia) o en la Cova de
les Cendres (Moraira) (Soler Mayor,
2001) (Fig. 3). En menor número se utilizaron como adorno algunos huesos
de pequeño tamaño, como falanges,
vértebras o costillas perforadas.
Algunos adornos se encuentran
completamente facetados sobre diversas materias primas como hueso, asta,
marfil y, raramente en piedra. Son ador-
Fig. 3. Diente perforado. Cova del Parpalló (Gandia)
nos de gran calidad, tanto técnica
como estética, en ocasiones decorados con temas utilizados también en el arte rupestre, algunos de ellos verdaderas “creaciones artísticas”
(Taborín 1982). La variedad es grande: cuentas de collar esféricas, cilíndricas, con estrangulamiento central, colgantes que imitan formas naturales (dientes, conchas, insectos, frutos, falos), colgantes ovales,
bordeados por incisiones o denticulados, a veces, con decoraciones geométricas en su centro, contornos recortados en forma de silueta animal, rodetes o discos perforados, generalmente decorados con
incisiones radiantes y figuras animales o humanas, incluso algunos colgantes representan a mujeres de
perfil en la estilización habitual del Magdaleniense.
La sepulturas paleolíticas no son muy numerosas, pero existen excelentes ejemplos en los que los
individuos fueron enterrados con adornos, especialmente en Francia, Italia, centro Europa y la llanura rusa.
La cabeza es la parte del cuerpo donde se encuentran los adornos más elaborados que son portados indistintamente por ambos sexos y por diferentes edades. Se trata de pequeños elementos perfora-
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dos que a veces se cuentan por centenares y que irían cosidos a una capucha, casco o bonete de piel
o cuero. Los materiales empleados son conchas marinas, piezas dentarias y vértebras de pescado, como
ocurre en los enterramientos de las cuevas de Grimaldi, con bonetes confeccionadas exclusivamente con
Nassae o con esa concha marina combinada con vértebras de pescado en algún caso o con caninos
atrofiados de ciervo en otros. En Liguria, los adornos de cabezas de mujeres y adolescentes tienen ligeras diferencias en su composición con los de los hombres, ya que los dientes de ciervo están ausentes
(Taborin, 1974).
Otros adornos documentados en las tumbas resultan más sencillos: brazaletes y collares de conchas,
dientes, vértebras de pescado o marfil. Excepcionalmente se encuentran adornos más complejos de concha o marfil cosidos a la ropa (yacimientos de Sungir o Arene Candide) e incluso en algún caso se han hallado con adornos en los pies.
De los materiales empleados solo
conchas y dientes aparecen en todas
las regiones mientras el resto tiene una
distribución más restringida como las
vértebras de pescado que solo se
documentan en yacimientos italianos o
el marfil, poco frecuentes en los yacimientos occidentales.
Durante el Paleolítico Superior
final coexisten tumbas femeninas muy
pobres y otras muy ricas en adornos.
En Cap Blanc (Dordoña), una mujer fue
enterrada en una fosa en posición muy
Fig. 4. Venus de la capucha. Brassenpouy (Les Landes, Francia). Reproducción Musée
Nationale des Antiquités. Saint-Germain-en-Laye (França). Fuente: Archivo SIP.
flexionada con los huesos coloreados
de rojo y restos de una gran hoguera,
sin mobiliario alguno. Sin embargo en Saint-Germain-la-Rivière, cerca de Burdeos, otra mujer reposaba
bajo un prototipo de dolmen formado por cuatro losas de caliza en vertical que sustentaban a otras dos.
La construcción y el interior de la cámara estaban coloreados de rojo y un fuego había sido encendido
sobre la losa que contenía huesos de animales, cráneos, cuernas de bisonte y dos cuernas de reno trabajadas. La mujer llevaba como adornos abundantes conchas en la cabeza y a nivel del codo 70 colmillos de ciervo decorados perforados, y el ajuar funerario lo formaban puñales, cuerna de ciervo, numerosos alfileres de hueso, un núcleo y láminas de sílex retocadas (Bosinski, 1990: 183).
El estudio de los restos ornamentales asociados a determinados enterramientos infantiles del
Paleolítico superior (Lagar Velho en Portugal, Les Enfants en Italia o La Madeleine en Francia) ha dado
como resultado que esos objetos no fueron realizados como objetos funerarios expresamente, sino que
fueron utilizados en vida de sus portadores (Vanhaeren y D’Errico, 2001). Estos autores ponen en relación
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más los objetos de adorno encontrados en los enterramientos como identificación de grupo que como
marcadores de estatus dentro del grupo.
Sin embargo, los restos estudiados por White (1993) procedentes del yacimiento auriñaciense de
Sungir (Rusia), muestran unas mínimas diferencias entre los tres cuerpos enterrados que le hacen a este
autor explicar los objetos de adorno como marcadores de estatus dentro del grupo. Aunque en Sungir se
documentaron hasta nueve individuos, sólo tres estaban bien conservados y pudieron estudiarse correctamente. Los cuerpos presentan una mayoría de elementos de adorno comunes -cuentas de collar y colgantes-, más abundantes en los jóvenes que en el adulto masculino, y un elemento diferenciador en cada
uno de ellos: el hombre adulto es el único con un colgante de
esquisto, el joven es el único que tiene cuentas planas tabulares y
esculturas de animales y la chica es la única que no posee dientes
de animales. ¿Cómo se interpreta esto?. El autor, después de analizar exhaustivamente cada una de las tumbas, calcula el tiempo de
trabajo necesario para la elaboración del total de adornos que porta
cada individuo y así explica que los jóvenes presentan más restos
y por tanto se necesitaron más horas de trabajo en la realización de
sus adornos. Basándose en estas diferencias entre los ajuares,
infiere que el sistema social representado en Sungir era jerárquico,
en el cual la posición social se atribuiría por derecho de nacimiento
más que por adquisición a lo largo de la vida.
Otros documentos que permiten observar la posición de los
adornos son las representaciones artísticas. Aunque la figura humana no es el tema más desarrollado en el arte paleolítico, existe un
buen número de representaciones antropomorfas, alguna de las
cuales llevan indicados adornos.
Hace unos 25.000 años, en gran parte de Europa existe una
producción masiva y homogénea de estatuillas, entre las que destacan las denominadas “venus”, representaciones femeninas con-
Fig. 5 Venus de Willendorf (Austria). Reproducción
Musée Nationale des Antiquités Saint-Germainen-Laye (Francia). Fuente: Archivo SIP.
feccionadas con marfil, hueso, asta o piedra y, en algún caso
modeladas con arcilla (Delporte, 1982). Un buen número de estas figurillas de Europa central y la llanura
rusa llevan grabados algunos elementos de vestuario y ornamentales en la cabeza, bandas o pequeños
trazos alineados que sugieren una capucha (Fig. 4), diadema o bonete. Más escasas son las representaciones de bandas encima de los pechos (Fig. 5), en la cintura y por el dorso, o de collares y brazaletes.
En Kostenski los collares se representan por puntos alineados y algunas figuras llevan un brazalete en
cada muñeca. El uso de brazaletes también ha sido indirectamente documentado en el arte rupestre. Entre
las impresiones positivas de manos que decoran las paredes de la Cueva de la Garma, algunas muestran
la impresión de la muñeca adornada con uno o varios brazaletes (Taborín, 2004: 193).
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Sin embargo, los cazadores de finales del paleolítico, representarán la figuras femeninas de forma
muy esquemática y sin detalles, denominadas claviformes, que se reducen al tronco muy estilizado sin
cabeza ni extremidades. Los adornos representados durante este periodo corresponden a unos pocos
grabados sobre placas de piedra o de hueso que nos muestran algunos excelentes ejemplos, como en
las “femmes rampantes” de una placa ósea de Isturitz (Fig. 6) con dos mujeres grabadas que llevan tres
collares y tres brazaletes en una muñeca, la “femme du renne” de Laugerie-Basse con seis brazaletes o
una mujer de La Marche con tres brazaletes.
Los elementos de adorno se podrían interpretar también para estos primeros momentos como iguales para los dos sexos y para todo el grupo sin que ello representara una superioridad o una discriminación de un sexo respecto a otro. Fijando la atención en determinados pueblos actuales como los Masai,
observamos como tanto hombres como mujeres se adornan el cuerpo con collares, aunque la significación no sea la misma.
Pero es verdad que la comparación etnográfica es sólo un acercamiento a un tipo de comportamiento
que quizá no tenga ninguna relación con el de las sociedades cazadoras – pescadoras y recolectoras del
pasado. Sin embargo es útil para quitarnos la venda occidental, industrial,
capitalista que refleja nuestra realidad,
a partir de la cual en muchas ocasiones intentamos entender el pasado. Si
algo parece estar claro, apoyándonos
Fig. 6. “Mujeres rampantes”. Placa de hueso con dos mujeres grabadas de la Cueva de Isturitz
(França). Modificado.
en los trabajos etnográficos, es que
adorno es comunicación, información
práctica sobre los personajes que lo portan y para quien pueda observarlo. Qué significado ha podido tener
cada pieza en cada momento a lo largo de la prehistoria es algo que se escapará al observador del presente si no se pueden descubrir las claves que lo hacen comprensible. Para eso los enterramientos son imprescindibles porque encierran objetos que se asocian a determinadas personas de una manera intencionada.
Los últimos cazadores-recolectores
Las comunidades cazadoras-recolectoras del Holoceno, siguen utilizando en algunas zonas adornos de
cabeza, como las diademas de Dentalium del Natufiense del Próximo Oriente de hace unos 11.000 años,
pero en general éstas desaparecen con el desarrollo de las culturas mesolíticas europeas, en las que se
constata una reducción de las materias primas y en la morfología de los adornos, si bien en algunos grupos se incorporan otros soportes nuevos como el ámbar en el Báltico. Durante este periodo continúa el
uso de conchas y dientes, a veces los únicos elementos presentes, mientras las piezas facetadas son
escasas, de morfología generalmente sencilla y obedecen a modas regionales. Entre los dientes de animales los más utilizados siguen siendo los caninos atrofiados de ciervo y el adorno de concha está básicamente compuesto por dos especies.
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A partir del mesolítico, los testimonios funerarios aumentan. Los enterramientos son ahora de dos
tipos: individuales, generalmente masculinos, sobre todo en cueva, o agrupados en necrópolis en concheros al aire libre en los que se documentan algunas decenas de adultos y niños de ambos sexos. En
el caso de los enterramientos en cueva, el hecho de que casi exclusivamente sean masculinos y que no
se hayan documentado sepulturas dobles, de adulto y niño, ha servido para argumentar que serian utilizados en el curso de expediciones de caza efectuadas esencialmente por los hombres, mientras que las
mujeres y los niños se quedarían en el campamento al aire libre (Rozoy, 1978: 1119). Contradice esa afirmación el hallazgo de enterramientos femeninos en cueva en los momentos iniciales del epipaleolítico que,
como los masculinos, tienen poco ajuar y no contienen adornos, como puede observarse en los yacimientos peninsulares de Roc del Migdia (Vilanova de Sau, Barcelona), donde una mujer adulta fue enterrada en un nicho natural paralelo a la pared del abrigo limitado por dos grandes losas, y otra más pequeña situada verticalmente en un extremo, asociada a restos de fauna, útiles líticos, ocre y un canto tintado
(Canal y Carbonell, 1989: 30), o la mujer joven de la Cueva de Nerja (Málaga), protegida por bloques de
caliza, con un fragmento de ocre cerca del frontal y, aparentemente, asociada a hogares.
En las necrópolis mesolíticas se constata un tratamiento diferencial en función del sexo y la edad de
los individuos. Así ocurre por ejemplo en el área del Báltico, como muestra la necrópolis danesa de
Vedbaek, con diecisiete tumbas que contienen a veintidós inhumados de ambos sexos y diferentes edades, con casos dobles o triples, como dos mujeres jóvenes con sus hijos recién nacidos y un posible
grupo familiar: hombre, mujer y niño. En algunas tumbas hay restos de ocre y ajuares específicos según
el género o la edad del individuo: cuernas de ciervo en las de los individuos ancianos, cuchillos de sílex
en las de varones y adornos de concha y de dientes de animales en las femeninas.
En las necrópolis bretonas de Téviec y Hoédic la disposición de los adornos es semejante en ambos
sexos siendo los más frecuentes los collares y los brazaletes. En Hoédic, los collares o pectorales son el
adorno más utilizado por las mujeres y en general (Taborin, 1974: 168). En ambas necrópolis sin embargo, la composición del adorno difiere en función del género. Los hombres se adornan con Trivia europea
y las mujeres con Littorina obtusata, aunque cada uno lleva también asociado a su concha algunos ejemplares de la concha del otro sexo (Taborin, 1974: 173). Sin tener en cuenta la composición de los adornos, hombres, mujeres y niños portan collares y brazaletes, sin que se constaten diferencias en número
o en cantidad, pero en elementos excepcionales como los adornos de cintura y los vestidos decorados
llevados al nivel de las caderas parece que funcionen a otro nivel. En Téviec y Hoédic solo una mujer lleva
adornos de cintura, que son más frecuentes en el yacimiento de Arene Candide y, en general, parece que
exista una sensible disminución del adorno de los hombres a medida que la edad aumenta.
En el conchero portugués de Moita do Sebastiaô la posición de las conchas de Neritina fluviatilis en
las mujeres inhumadas indica la existencia de collares, cinturones, adorno de pecho, brazaletes alrededor
de los tobillos, también llevados por los menores, mientras que en los varones solo se constata el último
(tobilleras) (Roche, 1972: 132). Otras diferencias las muestran dos inhumaciones femeninas, una con un
canto de cuarcita cilíndrico cerca de la cabeza y otra un trapecio sobre el pecho. Ambos sexos y un niño
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de dos años se relacionan con ocre y con ofrendas alimenticias (moluscos). Dos hombres y un bebé se
relacionan con fuego.
En definitiva, todos los individuos de las últimas culturas de cazadores-recolectores europeos portan
adornos de diversos tipos. Las diferencias se establecen en muchos casos en el tipo de piezas que forman
los collares, brazaletes y tobilleras, cuya composición y proporción es diferente en función del género, e incluso, en la parte del cuerpo donde se disponen, situación que se repite también en la pintura corporal, como
se constata en el yacimiento mesolítico de Vlasac, en la ribera del Danubio, donde la disposición de las pinturas corporales en ocre diferencian sexualmente los individuos inhumados (Handsman, 2002: 339-340).
Los adornos neolíticos
La economía de producción va pareja a un aumento en las manifestaciones simbólicas al que no resultan
ajenos los adornos corporales. Éstos siguen fabricándose sobre materiales en los que se aprovecha su
Fig.7 A) Anillos de hueso y matrices para su fabricación. Cova de l´Or (Beniarrés). B) Brazalete de mármol decorado. Cueva de Nerja (Màlaga). Fuente: Archivo
SIP y J.Ll. Pascual.
morfología natural, la conchas de molusco, las piezas dentarias perforadas y las vértebras de pez. Las
cuentas y colgantes se confeccionan en formas y materiales diversos, especialmente los de origen mineral (mármol, esquisto, caliza, lignito, variscita, talco, etc.) en los que se buscan determinados colores.
Aparecen nuevos adornos como los anillos óseos (Fig.7), algunos decorados o con realce y los brazaletes de piedra, concha o hueso. En un momento avanzado se desarrollan los alfileres de hueso para el
cabello con la cabeza diferenciada que adoptan diversas formas y los botones con diversos tipos de perforación (simple, sobreelevada y, al final del periodo, en “V”) (Pascual, 1986).
Es destacable el gran número de anillos y de matrices para su fabricación procedentes de cuevas
de las comarcas centrales valencianas (Cova de l’Or y Cova de la Sarsa), lo que unido a su amplia distribución confirma la importancia de estos objetos en la vida cotidiana de los primeros grupos neolíticos. El
escaso conocimiento de las necrópolis de ese momento impide verificar si los anillos eran llevados por
mujeres, por hombres, o por ambos. Sin que pueda descartarse en algunos casos una función distinta,
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su uso como sortija parece ser la más probable para todo el conjunto de anillos, como muestra un enterramiento de la Cueva de Chaves, donde un anillo de hueso se halló como único elemento de ajuar “introducido en el dedo anular de un individuo inhumado en una fosa en el interior de la cueva” (Rodanés. 1987:
131). Las variaciones de su diámetro nos indican que eran portados tanto por adultos como por niños.
Por lo que respecta a los brazaletes, la documentación existente permite suponer que se emplearían varios a la vez o de forma individual. Para ilustrar el primer supuesto cabe citar la figura antropomorfa
hallada en el relleno de un pozo de las minas de Gavà (Barcelona) en un contexto del Neolítico Medio catalán dentro de la segunda mitad del IV milenio ANE (Bosch y Estrada, 1994). La denominada “Venus de
Gavà” (Fig. 8) presenta en ambos brazos, a la altura de la muñeca, ocho
incisiones rellenas de pasta blanca que podrían representar brazaletes,
además de portar un collar pectiniforme. La ausencia en Cataluña de
brazaletes decorados con incisiones paralelas como los que abundan
en el neolítico andaluz, parece indicar que se trate de la representación
de ocho brazaletes individuales en cada brazo. Podrían representar brazaletes de pecten que en ocasiones se han encontrado en diverso
número en los brazos de inhumados, tanto del neolítico antiguo centroeuropeo como en el neolítico medio del noreste peninsular. Sirva como
ejemplo el enterramiento de Segudet (Andorra), donde una mujer portaba en el brazo tres brazaletes de pectúnculo, además de 560 cuentas
de talco y esteatita alrededor de los cabellos, y un recipiente con decoración incisa ante la cara (Yañez et al. 2002: 191).
Para abordar la composición de los adornos en las comunidades
productoras, su emplazamiento sobre el cuerpo y su correspondencia
en función de la edad o el sexo del individuo, contamos con la ayuda
de bastantes contextos funerarios, figurillas antropomorfas y la pintura
rupestre. Se han excavado numerosas necrópolis pertenecientes al
neolítico antiguo centroeuropeo, algunas con más de un centenar de
Fig. 8. Venus de Gavà (Barcelona). Fuente:
J. Bosch y A. Estrada, 1994.
inhumados, en las que se observan diferencias de trato en función del
sexo, y se constata que las tumbas ricas de mujeres son notablemente más raras que las tumbas ricas
masculinas. Los análisis detallados del reparto de mobiliario funerario en función del sexo muestran diversas categorías de objetos asociados exclusivamente a los hombres: hacha, flecha, lámina de sílex, encendedor, candil perforado, ofrenda alimenticia, mandíbula de zorro, ocre en polvo, brazalete de Spondylus y
valva de Spondylus hendido en V. Por el contrario existe una sola categoría específicamente femenina, la
valva de Spondylus con doble perforación, y otras que aparecen con más frecuencia en las tumbas de
mujeres que en las de hombres, como los adornos de cabeza fabricados con pequeños gasterópodos
de agua dulce, cuentas de piedra verde, molino para colorante y peine de hueso o cuerna. En algunas
necrópolis danubienses los ajuares más ricos se encuentran en las tumbas de hombres de cierta edad y
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secundariamente, en algunas tumbas de mujer, por lo que se ha elaborado la imagen de una sociedad
en la que al menos una parte de los hombres de más edad ocuparían una posición económico-social privilegiada. La desigualdad social afectaría asimismo a las mujeres, a juzgar por lo observado al comparar
dos tumbas femeninas de la necrópolis de Mulhouse-Est, una con una mujer de esqueleto grácil acompañada de un rico ajuar y otra con un ajuar muy pobre y con un esqueleto que lleva las improntas de una
vida de dura labor (Jeunesse, 1978).
En Europa occidental, se conocen escasos enterramientos correspondientes al Neolítico antiguo, al
contrario de lo que ocurre en momentos posteriores donde son relativamente abundantes, destacando las
necrópolis del Neolítico medio catalán, en las que se observa ciertas diferencias en la distribución del utillaje lítico, hecho que sugiere cierta división del trabajo en función de las actividades que refleja el instrumental depositado en las tumbas. Los útiles relacionados con el descarnado, las puntas de proyectil y los
instrumentos pulimentados se asocian mayoritariamente a los hombres, mientras que los útiles destinados
al trabajo de la piel y al corte de plantas leñosas lo hacen con las mujeres. El adorno entre los adultos sólo
se documenta ocasionalmente, relacionándose los adornos de calaíta con ambos sexos y las cuentas de
otros materiales solo con las mujeres. Los enterramientos infantiles son los que mayor número y frecuencia contienen los adornos de calaíta, en ocasiones asociados a útiles líticos y otros adornos elaborados
sobre hueso, conchas y piedra (Gibasa, 2003: 248). Según este investigador, esa especial relación entre
los adornos de cuentas con individuos infantiles podría estar mostrando costumbres como la que se
documenta en algunas comunidades árabes actuales, donde niños y niñas llevan collares o pulseras de
cuentas y, cuando llegan a adultos, los hombres dejan de llevarlos pero las mujeres siguen usándolas.
Por otra parte, el uso de la plástica es frecuente entre las primeras culturas productoras del sureste
de Europa. Se conocen millares de pequeñas figuritas hechas de arcilla, mármol, hueso, cobre y oro, procedentes de centenares de yacimientos del Neolítico y Calcolítico. Existe un dominio de figuras femeninas
en las que se observa una notable variedad morfológica, tanto en su posición y actitud, como en su decoración y atributos, constatándose algunos cánones en cuanto a la posición, forma y decoración en cada
cultura regional o en las diferentes etapas. En algunos grupos se constata la intensificación de la decoración corporal, en otros asimilan formas animales. A partir del Neolítico final se introducen las figuras masculinas, con actitudes diferentes a las imágenes femeninas. Las figurillas femeninas del V y IV milenio frecuentemente presentan motivos decorativos que expresan el vestuario y ornamentos: cinturones de cadera, vestidos largos y ceñidos o faldas ajustadas en la femeninas, calzado, peinados o tocados. Existen
adornos como los collares de cuentas que son exclusivos de las figuras femeninas, mientras que los colgantes y los brazaletes aparecen en ocasiones tanto en las figuras femeninas como en las masculinas
(Gimbutas, 1991: 53).
Contrariamente, en las representaciones antropomorfas del arte levantino, son las figuras masculinas
las que más adornos llevan, tanto de cabeza como corporales. Las figuras masculinas, representadas
generalmente como arqueros, lucen numerosos detalles de ornato y vestimenta: calzones o pantalones,
cintas en brazos y cintura, tocados de plumas, gorros piriformes, diademas, orejeras, cuernos en la cabe-
74
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[page-n-13]
za, estuches fálicos, brazaletes en la muñeca o en el antebrazo. Sin embargo, la presencia de adornos
corporales escasea en las figuras femeninas levantinas, que generalmente se representan con nalgas
salientes y tórax desnudo indicando pechos, brazos con cintas y vestidas con faldas de diversos tipos, frecuentemente largas y acampanadas. En las mujeres los adornos se reducen a plumas o diademas en la
cabeza y cintas en brazos y cintura, e incluso hay diferencias en la cantidad de los mismos. Mientras las
mujeres solo llevan tocados de una o de tres plumas, los hombres llevan tocados más variados, con una,
dos, tres, cuatro o más plumas, siendo además exclusivos de ellos los tocados complejos (Galiana, 1985).
En una fase avanzada del neolítico de gran parte de Europa occidental se produce un cambio en las
prácticas funerarias que perdurará hasta el final del Calcolítico. Se generaliza el enterramiento colectivo en
cuevas naturales o construcciones megalíticas, hecho que imposibilita la individualización de los adornos
y de los ajuares. No obstante, para algunos materiales se ha especulado con un relación directa con algún
sexo, como las consideraciones que hace el padre J. Belda respecto a ciertos objetos de la necrópolis
de la Cova de la Barsella, interpretándolos como “símbolos funerarios cuyos sexos manifiestan aludir“ y
deduciendo que los ídolos planos con escotaduras representaban a ídolos femeninos y los colgantes acanalados a falos o símbolos masculinos (Belda, 1931: 46).
En otras zonas donde si es posible individualizar los ajuares y ofrendas funerarias, durante los milenios IV y III ANE, en diversas culturas del Neolítico final y sobre todo calcolíticas, se observa una creciente polarización entre los atributos masculinos y los femeninos. Los ajuares de las tumbas nos señalan
determinados atributos por género. Existen elementos que aparecen casi con exclusividad asociados a
los hombres como son puñales, puntas de flecha y brazaletes de arquero, lo que se ha interpretado como
el equipamiento de un guerrero o de un cazador, mientras que los adornos parecen acompañar más a las
mujeres. Esa misma división se observa también en las estatuas-menhir del Mediterráneo occidental. En
las femeninas se resaltan los senos y ocasionalmente se detallan collares, mientras que las masculinas
llevan representadas armas.
La Edad del Bronce
A partir del II milenio, la diferenciación de atributos en función del género se consolida, al tiempo que los
elementos de adorno personal metálicos, escasos durante el Calcolítico, aumentan considerablemente y
se diversifican. Un buen ejemplo lo constituye la Cultura de El Argar, donde los adornos de cobre, plata y
oro son frecuentes: brazaletes, pendientes, anillos y diademas. Los collares siguen confeccionándose con
cuentas y colgantes de materiales muy variados: de procedencia marina (conchas y vértebras de pescado), minerales, de procedencia animal (colmillos de jabalí, dientes, huesos, picos de ave), vegetal (madera, huesos de fruta) y arcilla y pasta vítrea (Lull, 1983: 210).
En los enterramientos argáricos, la composición y frecuencia de los adornos varia notablemente. Los
brazaletes de cobre y de plata se asocian indistintamente a ambos sexos, al igual que ocurre con los anillos, aunque entre ellos son ligeramente más frecuentes los de cobre en los masculinos y los de plata en
los femeninos, los pendientes de cobre o plata son bastante más frecuentes en los enterramientos feme-
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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ninos, las diademas de plata son específicamente femeninas, y la presencia de collares en las tumbas en
las que se ha podido determinar el sexo se asocian en un 78 % a mujeres (Lull, 1983: 203-210).
Otras diferencias de tratamiento en función del género durante el Bronce Antiguo, las encontramos
en las necrópolis centroeuropeas, donde existen prácticas funerarias específicas: el “modo bipolar de
colocación diferenciado por sexo” o colocación de los hombres en una posición y de las mujeres en la
opuesta. Se da la circunstancia de que en algunas necrópolis de esa zona los primeros excavadores no
hicieron determinaciones biológicas de sexo, y en vez de ello utilizaron la presencia de adornos en el primer grupo y de armas en el segundo para interpretarlos como femeninos o masculinos respectivamente.
Las excavaciones más recientes, con identificación de sexo, lo han confirmado. En esa zona se conocen numerosos ejemplos de diferenciación sexual de los ritos funerarios. En la necrópolis de Singen
(Constanza) las mujeres, con la cabeza hacia el sur, siempre tienen uno o más alfileres, torques o brazaletes y más excepcionalmente espirales y otros adornos, mientras que en los hombres, que miran hacia
el norte, los puñales aparecen en seis de las ocho tumbas masculinas, siendo el único hallazgo relacionado con este género. Pero a pesar del rasgo de regularidad, hay muchos rasgos discrepantes: forma de
tumba masculina con ajuares femeninos o tumbas femeninas con puñales. El autor abre la posibilidad a
que este tratamiento diferencial se deba a las características sociales que pudieran tener determinados
individuos. Pero en todo caso no dejan de ser especulaciones.
En Tesetice–Vinohrdy (Moravia) se excavaron 20 tumbas intactas. Las tumbas masculinas eran bastante pobres excepto en recipientes cerámicos, mientras que las femeninas y las infantiles contenían un
numero importante de objetos. Harding ha relacionado esto con la práctica de la exhibición de la riqueza
masculina o familiar a través de las mujeres y los niños (Harding, 2003: 89-92), pero no da ninguna clave
para sostener esta argumentación.
En la Península Ibérica, Peñalosa (Jaén) es un poblado de la periferia argárica destinado a la producción metalúrgica y a la canalización de la misma hacia los centros jerárquicos. Este yacimiento muestra la
dificultad de la adscripción de tipos (edad, sexo y clase) sin identificación antropológica previa. Aquí algunas de las tumbas de mujer e individuos infantiles no presentan un ajuar importante, pero en otras no sucede lo mismo. Un elemento que apoya la división en clases del poblado y la pérdida de significado relativo
de la división sexual es la presencia de un arete de oro junto a una mujer adulta con un niño en una tumba
situada en una posición significativa, junto al área más fortificada. Otra mujer adulta enterrada en la misma
habitación que varios niños menores de dos años se asociaba con un importante ajuar cerámico y un
puñal de tres remaches. La inusual presencia de esta arma en un enterramiento femenino y la abundancia de restos cerámicos ha sido explicada destacando los lazos familiares, argumentando que existe la
“posibilidad de que el miembro masculino de la familia desapareciera en cualquier expedición o fuera imposible recuperar su cadáver por cualquier otra circunstancia o que a través de la madre el nivel “guerrero”
asignado a esta familia se mantuviera para sus hijos supervivientes, impidiendo así la caída de la familia
más radical y en la servidumbre más extrema”, en el contexto de una sociedad en la que se observa una
clasificación tripolar en nobles, guerreros-campesinos y siervos (Contreras et al., 2000: 308-309).
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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Consideraciones finales
Como hemos visto a lo largo de estas páginas, adornarse el cuerpo de una u otra manera ha sido una
constante durante toda la Prehistoria. Conchas, huesos, ocre y otros muchos elementos sirvieron para esa
función en hombres y mujeres.
A través de este estudio ha sido posible constatar como sólo un análisis detallado de los restos
humanos en contextos funerarios puede ayudar a la interpretación de los objetos de adorno. Se debe huir
de las generalizaciones tendenciosas que dan a los hombres armas de guerreros, guerreros que se quieren presumir más importantes y por tanto dejan a las mujeres interpretando un papel secundario.
El análisis de los primeros adornos muestra como las sociedades que los usaron reflejan una nula
diferenciación social y collares, cinturones o gorros se documentan de manera semejante en hombres,
mujeres e individuos infantiles. Algunos estudios exhaustivos, permiten aventurar que estos objetos actuaron como marcadores de identidad grupal, pero sin el detalle de estos análisis, las interpretaciones no
pasarán de ser conjeturas.
En definitiva, cabe indicar que además del papel estético, un buen número de ellos pudieron tener
una función simbólica añadida, como puede observarse en abundantes ejemplos etnográficos.
Sin embargo, no es posible ir más allá en la interpretación de los adornos de las comunidades prehistóricas. Mujeres y hombres han utilizado estos elementos para relacionarse y comunicarse desde la
Prehistoria, aunque aún no seamos capaces de interpretar completamente el contenido de los mensajes
de los que sin duda eran portadores.
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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MUJERES,HOMBRES
Y OBJETOS DE ADORNO
BEGOÑA SOLER MAYOR
JOSEP LLUÍS PASCUAL BENITO
Museu de Prehistòria de València
En este artículo vamos a hablar de mujeres. De mujeres y de hombres, de niños, niñas, personas ancianas o enfermas, en definitiva vamos a hablar de grupos humanos. De unos grupos humanos que vivieron
en un tiempo concreto del pasado. El objetivo de este estudio será comprender que relación podían tener
las mujeres de estos grupos con lo que en arqueología se denominan “objetos de adorno”, para después
intentar explicar algunos aspectos de su significado.
Muchos análisis de material arqueológico han sido impregnados históricamente de interpretaciones
actualistas y los objetos considerados ornamentales lo han sido también. El hecho mismo de clasificar
determinados objetos como “adornos” implica una concepción actual de su interpretación. Porque para
las sociedades contemporáneas industrializadas, un colgante es un objeto que adorna, que embellece,
que carece de utilidad práctica más allá de su valor estético y/o simbólico que denota el grupo social al
cual se pertenece o se quiere aparentar que se pertenece. Y así se han clasificado durante años los objetos que aparecen en las excavaciones arqueológicas. Se definen como adornos y como tales pasan a
formar parte del registro arqueológico.
Estos objetos así clasificados aparecen asociados claramente a los seres humanos modernos. Es
verdad que en algún yacimiento con restos de neandertales han aparecido objetos de adorno, pero son
una excepción y casi siempre se trata de yacimientos con una cronología cercana a la de la aparición de
los primeros humanos anatómicamente modernos en torno a 40.000-35.000 años antes del presente. El
por qué de la aparición de estos objetos en un momento determinado debe relacionarse con todo el proceso de evolución simbólica que aparece con los seres humanos modernos. Quizá con un nuevo lenguaje, una nueva forma de comunicación y de expresión no utilizada hasta ese momento, de los que forman
parte el arte y los adornos. De la capacidad de los neandertales para fabricar estos objetos no podemos
dudar, dada su habilidad técnica demostrada en la talla de la piedra, pero entrar a valorar el por qué no
los utilizaban de forma sistemática nos introduce en un debate que se aleja del objetivo de este artículo.
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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Pero, ¿qué es adorno?
Esta es la pregunta que se hacen aquellas personas que abordan el tema y estudian los restos arqueológicos que se encuadran tradicionalmente en esa categoría del registro arqueológico. Los adornos son
elementos que conciernen al dominio de la apariencia, destinados a ser llevados sobre el cuerpo, suspendidos directamente, sujetos al cabello o cosidos en el vestido. Para la arqueología los elementos de
adorno se reconocen por su sistema de suspensión (perforación natural o intencionada, muescas, estrangulamiento perimetral,...) y por su inutilidad funcional, que esté desprovisto de toda utilidad productiva.
Yvette Taborin, una de las investigadoras que más estudios ha dedicado a este tema, contesta a la
pregunta comenzando por “En nuestra época...” (Taborin, 2004) es decir apoya toda su argumentación
en lo que hoy se entiende como adorno en la sociedad occidental. A partir de aquí explica que el adorno
tiene una función social, que muestra los rasgos de poder mediante un código. Estos accesorios, según
la autora, acaban siendo símbolos del poder de ciertos grupos y al mismo tiempo crean lazos de unión a
un grupo diferenciándose así de los demás. De esta manera, el adorno transmite los valores que fundamentan la cultura, los símbolos religiosos, las jerarquías, la pertenencia a clases de edad, grupos o la disponibilidad de la juventud para el matrimonio. Según esta interpretación las mujeres de la Prehistoria no se
diferenciarían de ningún otro miembro del grupo, sino más bien al contrario se encontrarían integradas en
él. Encontraríamos aquí una argumentación para hablar de las mujeres como miembros integrantes de grupos en los que todas las personas tienen una misma consideración social, o al menos si existen rasgos
diferenciadores no se relacionan con el sexo de los individuos.
Otro autor que ha dedicado importantes trabajos al estudio de los elementos ornamentales del paleolítico es Randal White. Explica que desde los años 80 (White, 1993:277) existe una tendencia marcada
en la antropología social que considera que la identidad social se construye y se comunica por medio del
adorno personal. Cita como ejemplo a Strathern (1981:15) quien dice que lo que la gente viste y lo que
la gente lleva en su cuerpo, en general, forma parte importante del flujo de información estableciendo,
modificando y explicando las categorías sociales tales como la edad, el sexo y el estatus, los cuales son
definidos con palabras y con hechos.
Los adornos están estrechamente relacionados con el cuerpo, y se convertirían en símbolos desde el
momento en que los humanos necesitaron de un lenguaje simbólico. La mayor parte de los adornos prehistóricos tienen una apariencia sencilla, pero su interpretación varía considerablemente según su tradición cultural, como se observa en culturas de cazadores posteriores e históricamente documentables. En muchos
casos, son portadores de un mensaje de carácter social o juegan un papel mágico, atribuyéndoles un poder
profiláctico o terapéutico para alejar el mal o el peligro. Pueden representar también el poder arrebatado a otro
ser (dientes y garras de animales salvajes) o tener un significado ritual: culto de los principios vitales como la
fecundidad (colgantes machos y hembras), la caza (trofeos) o la muerte. Los adornos se nos presentan como
intermediarios entre el objeto utilitario, funcional, el objeto de culto y el objeto de arte, pudiendo ser en ocasiones la materialización de la inquietud humana hacia los misterios del mundo que le rodea. Como las creencias
y el arte, el adorno es el reflejo de los gustos de una sociedad en un momento dado (Barge 1982: 4-5).
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Actualmente el ornato corporal reviste un carácter casi exclusivamente estético para embellecimiento del cuerpo, si bien aún conserva su primitiva significación de amuleto, sirviendo para conjurar los peligros, reales o amplificados por la imaginación, y así obtener una mayor seguridad material. Pero su sentido original se verá modificado por otros motivos desarrollados por la evolución social y las nuevas adquisiciones culturales. Así, el adorno podrá significar una valoración del individuo respecto al grupo, un signo
de pujanza o de riqueza, un deseo de reconocimiento social para mantener cierta jerarquía, un medio de
inspirar la envidia, la admiración, el amor, ...
Pero hay varias cuestiones a tener en cuenta. La más importante es que con toda seguridad se ha
perdido una parte importante del conjunto de elementos que conformaban el adorno personal. El registro
arqueológico ofrece una información
parcial, ya que sólo se han conservado
los adornos realizados en materias
duras no perecederas. Elementos
como las pieles, plumas, pinturas corporales, escarificaciones y tatuajes son
una parte clave en los grupos de cazadores y recolectores que nos describe
la etnografía. De los adornos fabricados en materiales biodegradables solo
queda constancia a través de las pinturas rupestres prehistóricas norte-africanas, pinturas rupestres levantinas
(Fig.1) y esquemáticas que nos muestran algunos de ellos: tocados de plumas, cintas de cuero o de materia
vegetal, posibles tatuajes o la pintura
corporal... Un ejemplo excepcional lo
Fig. 1. Pintura rupestre levantina. Abrigo del Ciervo (Dos Aguas). Fuente: F. Jordá i J.
Alcácer (1951).
constituyen las cuentas de collar de
semillas, el traje de lino adornado con flecos y sujeto a una gargantilla de mimbre o alea que fueron hallados junto a otros elementos en materiales perecederos (fragmento de caña decorada, plato y huso de
madera, estera de esparto) en un enterramiento de la Cueva Sagrada (Lorca) (Ayala, 1987), o los escasos ejemplos de tatuaje documentados directamente que parecen obedecer a más de una motivación,
desde los complejos y simbólicos motivos figurativos del hombre de Altaï, hasta las rayas y cruz de Ötzi,
con cinco tatuajes sencillos emplazados sobre zonas del cuerpo que coinciden con problemas óseos, por
lo que se les otorga una finalidad terapéutica (Rey, 1994: 233).
Además se debe reflexionar sobre la posibilidad de que no siempre el adorno prehistórico haya cumplido todas estas funciones, e incluso la de que no esté pensado para ninguna de ellas. Ese es el traba-
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jo de la interpretación arqueológica, intentar llegar a comprender la función de estos objetos en cada contexto. Y si no se alcanza a saber exactamente cual era su función, ¿cómo se va a saber quién portaba
cada resto?. El emplazamiento de los adornos sobre el cuerpo y su correspondencia en función de la
edad o el sexo del individuo, son aspectos difíciles de abordar con el actual registro. Sólo los hallazgos
en contextos funerarios y algunas representaciones antropomorfas del arte mueble y rupestre son los que
pueden clarificar estas cuestiones y darnos la posibilidad de interpretar, sin que siquiera esta interpretación se pueda elevar a definitiva. Compartimos con M.A. Querol, la afirmación de que nos movemos en
un mundo de suposiciones (Querol, 2006).
Los primeros adornos
El uso sistemático de adornos se
documenta en Europa desde hace
unos 35.000 años. Los primeros restos que se documentan están hechos
sobre arenisca, esquisto, dientes perforados de diferentes animales como
renos, ciervos o zorros, huesos recortados, decorados y perforados así
como restos de cuernos, marfil, fósiles
o diferentes conchas marinas y terrestres perforadas. En algunas ocasiones
estos restos aparecen en contextos de
hábitat y en otras asociados a enterramientos. Esos adornos sobre dientes,
conchas o recortes de hueso irían colFig. 2. Cyprea.
gados o cosidos a las ropas, según
demuestran los análisis de los desgas-
tes producidos por su uso (D’Errico, 2000).
Las conchas de moluscos marinos, por la riqueza de sus colores y el brillo de su nácar, ejercieron una
gran atracción para los grupos prehistóricos. Muchas conchas serian portadoras de unos valores simbólicos, mágicos y profilácticos. Las Cypreae, por ejemplo, poseen un valor simbólico o profiláctico universal
aún presente en muchos pueblos. En el norte de África, se emplean collares de conchas, brazaletes, amuletos adornados con conchas marinas o incluso la simple imagen de ellas, porque existe la creencia de que
protegen a mujeres y niños e, incluso, al ganado, tanto de los peligros reales como de las fuerzas maléficas,
siendo particularmente beneficiosas en los momentos de nacimientos, por tanto favoreciendo la fecundidad.
La asimilación de la concha con el órgano genital femenino se documenta en muchas culturas en
todo el planeta, especialmente la Cyprea (Fig. 2) conchas de forma oval y sección hemisférica que, sobre
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el lado aplanado, llevan una hendidura de bordes dentados que evoca la vulva. Se encuentra muy extendida la creencia de que “portadas sobre la piel como amuleto o como adorno, ostras, conchas marinas y
perlas impregnan a la mujer de una energía favorable para la fecundidad, preservándolas de las fuerzas
nocivas y de la mala suerte” (Eliade, 1952: 170). Esa creencia era conocida por los griegos y aparece
reflejada en la mitología. El nacimiento de Afrodita en una concha ilustra ese lazo místico entre la diosa y
su principio (Eliade, 1952: 173).
Otro grupo de adorno lo conforman los dientes de animales perforados. Durante el Paleolítico superior se documentan incisivos de bóvidos, caballos y cápridos, caninos de zorro, lobo, oso y león, y caninos atrofiados de ciervo, éstos últimos presentes en gran parte de las culturas prehistóricas, sin duda dotados de una significación simbólica. Existen imitaciones en otros materiales: de marfil en Grimaldi o de hueso
en Nerja. Como en las conchas se aprovecha la morfología anatómica natural, a la que se dota de un sistema de suspensión consistente en la
perforación o incisión periférica en la
raíz, como se documentan en la Cova
del Parpalló (Gandia) o en la Cova de
les Cendres (Moraira) (Soler Mayor,
2001) (Fig. 3). En menor número se utilizaron como adorno algunos huesos
de pequeño tamaño, como falanges,
vértebras o costillas perforadas.
Algunos adornos se encuentran
completamente facetados sobre diversas materias primas como hueso, asta,
marfil y, raramente en piedra. Son ador-
Fig. 3. Diente perforado. Cova del Parpalló (Gandia)
nos de gran calidad, tanto técnica
como estética, en ocasiones decorados con temas utilizados también en el arte rupestre, algunos de ellos verdaderas “creaciones artísticas”
(Taborín 1982). La variedad es grande: cuentas de collar esféricas, cilíndricas, con estrangulamiento central, colgantes que imitan formas naturales (dientes, conchas, insectos, frutos, falos), colgantes ovales,
bordeados por incisiones o denticulados, a veces, con decoraciones geométricas en su centro, contornos recortados en forma de silueta animal, rodetes o discos perforados, generalmente decorados con
incisiones radiantes y figuras animales o humanas, incluso algunos colgantes representan a mujeres de
perfil en la estilización habitual del Magdaleniense.
La sepulturas paleolíticas no son muy numerosas, pero existen excelentes ejemplos en los que los
individuos fueron enterrados con adornos, especialmente en Francia, Italia, centro Europa y la llanura rusa.
La cabeza es la parte del cuerpo donde se encuentran los adornos más elaborados que son portados indistintamente por ambos sexos y por diferentes edades. Se trata de pequeños elementos perfora-
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dos que a veces se cuentan por centenares y que irían cosidos a una capucha, casco o bonete de piel
o cuero. Los materiales empleados son conchas marinas, piezas dentarias y vértebras de pescado, como
ocurre en los enterramientos de las cuevas de Grimaldi, con bonetes confeccionadas exclusivamente con
Nassae o con esa concha marina combinada con vértebras de pescado en algún caso o con caninos
atrofiados de ciervo en otros. En Liguria, los adornos de cabezas de mujeres y adolescentes tienen ligeras diferencias en su composición con los de los hombres, ya que los dientes de ciervo están ausentes
(Taborin, 1974).
Otros adornos documentados en las tumbas resultan más sencillos: brazaletes y collares de conchas,
dientes, vértebras de pescado o marfil. Excepcionalmente se encuentran adornos más complejos de concha o marfil cosidos a la ropa (yacimientos de Sungir o Arene Candide) e incluso en algún caso se han hallado con adornos en los pies.
De los materiales empleados solo
conchas y dientes aparecen en todas
las regiones mientras el resto tiene una
distribución más restringida como las
vértebras de pescado que solo se
documentan en yacimientos italianos o
el marfil, poco frecuentes en los yacimientos occidentales.
Durante el Paleolítico Superior
final coexisten tumbas femeninas muy
pobres y otras muy ricas en adornos.
En Cap Blanc (Dordoña), una mujer fue
enterrada en una fosa en posición muy
Fig. 4. Venus de la capucha. Brassenpouy (Les Landes, Francia). Reproducción Musée
Nationale des Antiquités. Saint-Germain-en-Laye (França). Fuente: Archivo SIP.
flexionada con los huesos coloreados
de rojo y restos de una gran hoguera,
sin mobiliario alguno. Sin embargo en Saint-Germain-la-Rivière, cerca de Burdeos, otra mujer reposaba
bajo un prototipo de dolmen formado por cuatro losas de caliza en vertical que sustentaban a otras dos.
La construcción y el interior de la cámara estaban coloreados de rojo y un fuego había sido encendido
sobre la losa que contenía huesos de animales, cráneos, cuernas de bisonte y dos cuernas de reno trabajadas. La mujer llevaba como adornos abundantes conchas en la cabeza y a nivel del codo 70 colmillos de ciervo decorados perforados, y el ajuar funerario lo formaban puñales, cuerna de ciervo, numerosos alfileres de hueso, un núcleo y láminas de sílex retocadas (Bosinski, 1990: 183).
El estudio de los restos ornamentales asociados a determinados enterramientos infantiles del
Paleolítico superior (Lagar Velho en Portugal, Les Enfants en Italia o La Madeleine en Francia) ha dado
como resultado que esos objetos no fueron realizados como objetos funerarios expresamente, sino que
fueron utilizados en vida de sus portadores (Vanhaeren y D’Errico, 2001). Estos autores ponen en relación
68
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
[page-n-7]
más los objetos de adorno encontrados en los enterramientos como identificación de grupo que como
marcadores de estatus dentro del grupo.
Sin embargo, los restos estudiados por White (1993) procedentes del yacimiento auriñaciense de
Sungir (Rusia), muestran unas mínimas diferencias entre los tres cuerpos enterrados que le hacen a este
autor explicar los objetos de adorno como marcadores de estatus dentro del grupo. Aunque en Sungir se
documentaron hasta nueve individuos, sólo tres estaban bien conservados y pudieron estudiarse correctamente. Los cuerpos presentan una mayoría de elementos de adorno comunes -cuentas de collar y colgantes-, más abundantes en los jóvenes que en el adulto masculino, y un elemento diferenciador en cada
uno de ellos: el hombre adulto es el único con un colgante de
esquisto, el joven es el único que tiene cuentas planas tabulares y
esculturas de animales y la chica es la única que no posee dientes
de animales. ¿Cómo se interpreta esto?. El autor, después de analizar exhaustivamente cada una de las tumbas, calcula el tiempo de
trabajo necesario para la elaboración del total de adornos que porta
cada individuo y así explica que los jóvenes presentan más restos
y por tanto se necesitaron más horas de trabajo en la realización de
sus adornos. Basándose en estas diferencias entre los ajuares,
infiere que el sistema social representado en Sungir era jerárquico,
en el cual la posición social se atribuiría por derecho de nacimiento
más que por adquisición a lo largo de la vida.
Otros documentos que permiten observar la posición de los
adornos son las representaciones artísticas. Aunque la figura humana no es el tema más desarrollado en el arte paleolítico, existe un
buen número de representaciones antropomorfas, alguna de las
cuales llevan indicados adornos.
Hace unos 25.000 años, en gran parte de Europa existe una
producción masiva y homogénea de estatuillas, entre las que destacan las denominadas “venus”, representaciones femeninas con-
Fig. 5 Venus de Willendorf (Austria). Reproducción
Musée Nationale des Antiquités Saint-Germainen-Laye (Francia). Fuente: Archivo SIP.
feccionadas con marfil, hueso, asta o piedra y, en algún caso
modeladas con arcilla (Delporte, 1982). Un buen número de estas figurillas de Europa central y la llanura
rusa llevan grabados algunos elementos de vestuario y ornamentales en la cabeza, bandas o pequeños
trazos alineados que sugieren una capucha (Fig. 4), diadema o bonete. Más escasas son las representaciones de bandas encima de los pechos (Fig. 5), en la cintura y por el dorso, o de collares y brazaletes.
En Kostenski los collares se representan por puntos alineados y algunas figuras llevan un brazalete en
cada muñeca. El uso de brazaletes también ha sido indirectamente documentado en el arte rupestre. Entre
las impresiones positivas de manos que decoran las paredes de la Cueva de la Garma, algunas muestran
la impresión de la muñeca adornada con uno o varios brazaletes (Taborín, 2004: 193).
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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Sin embargo, los cazadores de finales del paleolítico, representarán la figuras femeninas de forma
muy esquemática y sin detalles, denominadas claviformes, que se reducen al tronco muy estilizado sin
cabeza ni extremidades. Los adornos representados durante este periodo corresponden a unos pocos
grabados sobre placas de piedra o de hueso que nos muestran algunos excelentes ejemplos, como en
las “femmes rampantes” de una placa ósea de Isturitz (Fig. 6) con dos mujeres grabadas que llevan tres
collares y tres brazaletes en una muñeca, la “femme du renne” de Laugerie-Basse con seis brazaletes o
una mujer de La Marche con tres brazaletes.
Los elementos de adorno se podrían interpretar también para estos primeros momentos como iguales para los dos sexos y para todo el grupo sin que ello representara una superioridad o una discriminación de un sexo respecto a otro. Fijando la atención en determinados pueblos actuales como los Masai,
observamos como tanto hombres como mujeres se adornan el cuerpo con collares, aunque la significación no sea la misma.
Pero es verdad que la comparación etnográfica es sólo un acercamiento a un tipo de comportamiento
que quizá no tenga ninguna relación con el de las sociedades cazadoras – pescadoras y recolectoras del
pasado. Sin embargo es útil para quitarnos la venda occidental, industrial,
capitalista que refleja nuestra realidad,
a partir de la cual en muchas ocasiones intentamos entender el pasado. Si
algo parece estar claro, apoyándonos
Fig. 6. “Mujeres rampantes”. Placa de hueso con dos mujeres grabadas de la Cueva de Isturitz
(França). Modificado.
en los trabajos etnográficos, es que
adorno es comunicación, información
práctica sobre los personajes que lo portan y para quien pueda observarlo. Qué significado ha podido tener
cada pieza en cada momento a lo largo de la prehistoria es algo que se escapará al observador del presente si no se pueden descubrir las claves que lo hacen comprensible. Para eso los enterramientos son imprescindibles porque encierran objetos que se asocian a determinadas personas de una manera intencionada.
Los últimos cazadores-recolectores
Las comunidades cazadoras-recolectoras del Holoceno, siguen utilizando en algunas zonas adornos de
cabeza, como las diademas de Dentalium del Natufiense del Próximo Oriente de hace unos 11.000 años,
pero en general éstas desaparecen con el desarrollo de las culturas mesolíticas europeas, en las que se
constata una reducción de las materias primas y en la morfología de los adornos, si bien en algunos grupos se incorporan otros soportes nuevos como el ámbar en el Báltico. Durante este periodo continúa el
uso de conchas y dientes, a veces los únicos elementos presentes, mientras las piezas facetadas son
escasas, de morfología generalmente sencilla y obedecen a modas regionales. Entre los dientes de animales los más utilizados siguen siendo los caninos atrofiados de ciervo y el adorno de concha está básicamente compuesto por dos especies.
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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A partir del mesolítico, los testimonios funerarios aumentan. Los enterramientos son ahora de dos
tipos: individuales, generalmente masculinos, sobre todo en cueva, o agrupados en necrópolis en concheros al aire libre en los que se documentan algunas decenas de adultos y niños de ambos sexos. En
el caso de los enterramientos en cueva, el hecho de que casi exclusivamente sean masculinos y que no
se hayan documentado sepulturas dobles, de adulto y niño, ha servido para argumentar que serian utilizados en el curso de expediciones de caza efectuadas esencialmente por los hombres, mientras que las
mujeres y los niños se quedarían en el campamento al aire libre (Rozoy, 1978: 1119). Contradice esa afirmación el hallazgo de enterramientos femeninos en cueva en los momentos iniciales del epipaleolítico que,
como los masculinos, tienen poco ajuar y no contienen adornos, como puede observarse en los yacimientos peninsulares de Roc del Migdia (Vilanova de Sau, Barcelona), donde una mujer adulta fue enterrada en un nicho natural paralelo a la pared del abrigo limitado por dos grandes losas, y otra más pequeña situada verticalmente en un extremo, asociada a restos de fauna, útiles líticos, ocre y un canto tintado
(Canal y Carbonell, 1989: 30), o la mujer joven de la Cueva de Nerja (Málaga), protegida por bloques de
caliza, con un fragmento de ocre cerca del frontal y, aparentemente, asociada a hogares.
En las necrópolis mesolíticas se constata un tratamiento diferencial en función del sexo y la edad de
los individuos. Así ocurre por ejemplo en el área del Báltico, como muestra la necrópolis danesa de
Vedbaek, con diecisiete tumbas que contienen a veintidós inhumados de ambos sexos y diferentes edades, con casos dobles o triples, como dos mujeres jóvenes con sus hijos recién nacidos y un posible
grupo familiar: hombre, mujer y niño. En algunas tumbas hay restos de ocre y ajuares específicos según
el género o la edad del individuo: cuernas de ciervo en las de los individuos ancianos, cuchillos de sílex
en las de varones y adornos de concha y de dientes de animales en las femeninas.
En las necrópolis bretonas de Téviec y Hoédic la disposición de los adornos es semejante en ambos
sexos siendo los más frecuentes los collares y los brazaletes. En Hoédic, los collares o pectorales son el
adorno más utilizado por las mujeres y en general (Taborin, 1974: 168). En ambas necrópolis sin embargo, la composición del adorno difiere en función del género. Los hombres se adornan con Trivia europea
y las mujeres con Littorina obtusata, aunque cada uno lleva también asociado a su concha algunos ejemplares de la concha del otro sexo (Taborin, 1974: 173). Sin tener en cuenta la composición de los adornos, hombres, mujeres y niños portan collares y brazaletes, sin que se constaten diferencias en número
o en cantidad, pero en elementos excepcionales como los adornos de cintura y los vestidos decorados
llevados al nivel de las caderas parece que funcionen a otro nivel. En Téviec y Hoédic solo una mujer lleva
adornos de cintura, que son más frecuentes en el yacimiento de Arene Candide y, en general, parece que
exista una sensible disminución del adorno de los hombres a medida que la edad aumenta.
En el conchero portugués de Moita do Sebastiaô la posición de las conchas de Neritina fluviatilis en
las mujeres inhumadas indica la existencia de collares, cinturones, adorno de pecho, brazaletes alrededor
de los tobillos, también llevados por los menores, mientras que en los varones solo se constata el último
(tobilleras) (Roche, 1972: 132). Otras diferencias las muestran dos inhumaciones femeninas, una con un
canto de cuarcita cilíndrico cerca de la cabeza y otra un trapecio sobre el pecho. Ambos sexos y un niño
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de dos años se relacionan con ocre y con ofrendas alimenticias (moluscos). Dos hombres y un bebé se
relacionan con fuego.
En definitiva, todos los individuos de las últimas culturas de cazadores-recolectores europeos portan
adornos de diversos tipos. Las diferencias se establecen en muchos casos en el tipo de piezas que forman
los collares, brazaletes y tobilleras, cuya composición y proporción es diferente en función del género, e incluso, en la parte del cuerpo donde se disponen, situación que se repite también en la pintura corporal, como
se constata en el yacimiento mesolítico de Vlasac, en la ribera del Danubio, donde la disposición de las pinturas corporales en ocre diferencian sexualmente los individuos inhumados (Handsman, 2002: 339-340).
Los adornos neolíticos
La economía de producción va pareja a un aumento en las manifestaciones simbólicas al que no resultan
ajenos los adornos corporales. Éstos siguen fabricándose sobre materiales en los que se aprovecha su
Fig.7 A) Anillos de hueso y matrices para su fabricación. Cova de l´Or (Beniarrés). B) Brazalete de mármol decorado. Cueva de Nerja (Màlaga). Fuente: Archivo
SIP y J.Ll. Pascual.
morfología natural, la conchas de molusco, las piezas dentarias perforadas y las vértebras de pez. Las
cuentas y colgantes se confeccionan en formas y materiales diversos, especialmente los de origen mineral (mármol, esquisto, caliza, lignito, variscita, talco, etc.) en los que se buscan determinados colores.
Aparecen nuevos adornos como los anillos óseos (Fig.7), algunos decorados o con realce y los brazaletes de piedra, concha o hueso. En un momento avanzado se desarrollan los alfileres de hueso para el
cabello con la cabeza diferenciada que adoptan diversas formas y los botones con diversos tipos de perforación (simple, sobreelevada y, al final del periodo, en “V”) (Pascual, 1986).
Es destacable el gran número de anillos y de matrices para su fabricación procedentes de cuevas
de las comarcas centrales valencianas (Cova de l’Or y Cova de la Sarsa), lo que unido a su amplia distribución confirma la importancia de estos objetos en la vida cotidiana de los primeros grupos neolíticos. El
escaso conocimiento de las necrópolis de ese momento impide verificar si los anillos eran llevados por
mujeres, por hombres, o por ambos. Sin que pueda descartarse en algunos casos una función distinta,
72
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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su uso como sortija parece ser la más probable para todo el conjunto de anillos, como muestra un enterramiento de la Cueva de Chaves, donde un anillo de hueso se halló como único elemento de ajuar “introducido en el dedo anular de un individuo inhumado en una fosa en el interior de la cueva” (Rodanés. 1987:
131). Las variaciones de su diámetro nos indican que eran portados tanto por adultos como por niños.
Por lo que respecta a los brazaletes, la documentación existente permite suponer que se emplearían varios a la vez o de forma individual. Para ilustrar el primer supuesto cabe citar la figura antropomorfa
hallada en el relleno de un pozo de las minas de Gavà (Barcelona) en un contexto del Neolítico Medio catalán dentro de la segunda mitad del IV milenio ANE (Bosch y Estrada, 1994). La denominada “Venus de
Gavà” (Fig. 8) presenta en ambos brazos, a la altura de la muñeca, ocho
incisiones rellenas de pasta blanca que podrían representar brazaletes,
además de portar un collar pectiniforme. La ausencia en Cataluña de
brazaletes decorados con incisiones paralelas como los que abundan
en el neolítico andaluz, parece indicar que se trate de la representación
de ocho brazaletes individuales en cada brazo. Podrían representar brazaletes de pecten que en ocasiones se han encontrado en diverso
número en los brazos de inhumados, tanto del neolítico antiguo centroeuropeo como en el neolítico medio del noreste peninsular. Sirva como
ejemplo el enterramiento de Segudet (Andorra), donde una mujer portaba en el brazo tres brazaletes de pectúnculo, además de 560 cuentas
de talco y esteatita alrededor de los cabellos, y un recipiente con decoración incisa ante la cara (Yañez et al. 2002: 191).
Para abordar la composición de los adornos en las comunidades
productoras, su emplazamiento sobre el cuerpo y su correspondencia
en función de la edad o el sexo del individuo, contamos con la ayuda
de bastantes contextos funerarios, figurillas antropomorfas y la pintura
rupestre. Se han excavado numerosas necrópolis pertenecientes al
neolítico antiguo centroeuropeo, algunas con más de un centenar de
Fig. 8. Venus de Gavà (Barcelona). Fuente:
J. Bosch y A. Estrada, 1994.
inhumados, en las que se observan diferencias de trato en función del
sexo, y se constata que las tumbas ricas de mujeres son notablemente más raras que las tumbas ricas
masculinas. Los análisis detallados del reparto de mobiliario funerario en función del sexo muestran diversas categorías de objetos asociados exclusivamente a los hombres: hacha, flecha, lámina de sílex, encendedor, candil perforado, ofrenda alimenticia, mandíbula de zorro, ocre en polvo, brazalete de Spondylus y
valva de Spondylus hendido en V. Por el contrario existe una sola categoría específicamente femenina, la
valva de Spondylus con doble perforación, y otras que aparecen con más frecuencia en las tumbas de
mujeres que en las de hombres, como los adornos de cabeza fabricados con pequeños gasterópodos
de agua dulce, cuentas de piedra verde, molino para colorante y peine de hueso o cuerna. En algunas
necrópolis danubienses los ajuares más ricos se encuentran en las tumbas de hombres de cierta edad y
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secundariamente, en algunas tumbas de mujer, por lo que se ha elaborado la imagen de una sociedad
en la que al menos una parte de los hombres de más edad ocuparían una posición económico-social privilegiada. La desigualdad social afectaría asimismo a las mujeres, a juzgar por lo observado al comparar
dos tumbas femeninas de la necrópolis de Mulhouse-Est, una con una mujer de esqueleto grácil acompañada de un rico ajuar y otra con un ajuar muy pobre y con un esqueleto que lleva las improntas de una
vida de dura labor (Jeunesse, 1978).
En Europa occidental, se conocen escasos enterramientos correspondientes al Neolítico antiguo, al
contrario de lo que ocurre en momentos posteriores donde son relativamente abundantes, destacando las
necrópolis del Neolítico medio catalán, en las que se observa ciertas diferencias en la distribución del utillaje lítico, hecho que sugiere cierta división del trabajo en función de las actividades que refleja el instrumental depositado en las tumbas. Los útiles relacionados con el descarnado, las puntas de proyectil y los
instrumentos pulimentados se asocian mayoritariamente a los hombres, mientras que los útiles destinados
al trabajo de la piel y al corte de plantas leñosas lo hacen con las mujeres. El adorno entre los adultos sólo
se documenta ocasionalmente, relacionándose los adornos de calaíta con ambos sexos y las cuentas de
otros materiales solo con las mujeres. Los enterramientos infantiles son los que mayor número y frecuencia contienen los adornos de calaíta, en ocasiones asociados a útiles líticos y otros adornos elaborados
sobre hueso, conchas y piedra (Gibasa, 2003: 248). Según este investigador, esa especial relación entre
los adornos de cuentas con individuos infantiles podría estar mostrando costumbres como la que se
documenta en algunas comunidades árabes actuales, donde niños y niñas llevan collares o pulseras de
cuentas y, cuando llegan a adultos, los hombres dejan de llevarlos pero las mujeres siguen usándolas.
Por otra parte, el uso de la plástica es frecuente entre las primeras culturas productoras del sureste
de Europa. Se conocen millares de pequeñas figuritas hechas de arcilla, mármol, hueso, cobre y oro, procedentes de centenares de yacimientos del Neolítico y Calcolítico. Existe un dominio de figuras femeninas
en las que se observa una notable variedad morfológica, tanto en su posición y actitud, como en su decoración y atributos, constatándose algunos cánones en cuanto a la posición, forma y decoración en cada
cultura regional o en las diferentes etapas. En algunos grupos se constata la intensificación de la decoración corporal, en otros asimilan formas animales. A partir del Neolítico final se introducen las figuras masculinas, con actitudes diferentes a las imágenes femeninas. Las figurillas femeninas del V y IV milenio frecuentemente presentan motivos decorativos que expresan el vestuario y ornamentos: cinturones de cadera, vestidos largos y ceñidos o faldas ajustadas en la femeninas, calzado, peinados o tocados. Existen
adornos como los collares de cuentas que son exclusivos de las figuras femeninas, mientras que los colgantes y los brazaletes aparecen en ocasiones tanto en las figuras femeninas como en las masculinas
(Gimbutas, 1991: 53).
Contrariamente, en las representaciones antropomorfas del arte levantino, son las figuras masculinas
las que más adornos llevan, tanto de cabeza como corporales. Las figuras masculinas, representadas
generalmente como arqueros, lucen numerosos detalles de ornato y vestimenta: calzones o pantalones,
cintas en brazos y cintura, tocados de plumas, gorros piriformes, diademas, orejeras, cuernos en la cabe-
74
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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za, estuches fálicos, brazaletes en la muñeca o en el antebrazo. Sin embargo, la presencia de adornos
corporales escasea en las figuras femeninas levantinas, que generalmente se representan con nalgas
salientes y tórax desnudo indicando pechos, brazos con cintas y vestidas con faldas de diversos tipos, frecuentemente largas y acampanadas. En las mujeres los adornos se reducen a plumas o diademas en la
cabeza y cintas en brazos y cintura, e incluso hay diferencias en la cantidad de los mismos. Mientras las
mujeres solo llevan tocados de una o de tres plumas, los hombres llevan tocados más variados, con una,
dos, tres, cuatro o más plumas, siendo además exclusivos de ellos los tocados complejos (Galiana, 1985).
En una fase avanzada del neolítico de gran parte de Europa occidental se produce un cambio en las
prácticas funerarias que perdurará hasta el final del Calcolítico. Se generaliza el enterramiento colectivo en
cuevas naturales o construcciones megalíticas, hecho que imposibilita la individualización de los adornos
y de los ajuares. No obstante, para algunos materiales se ha especulado con un relación directa con algún
sexo, como las consideraciones que hace el padre J. Belda respecto a ciertos objetos de la necrópolis
de la Cova de la Barsella, interpretándolos como “símbolos funerarios cuyos sexos manifiestan aludir“ y
deduciendo que los ídolos planos con escotaduras representaban a ídolos femeninos y los colgantes acanalados a falos o símbolos masculinos (Belda, 1931: 46).
En otras zonas donde si es posible individualizar los ajuares y ofrendas funerarias, durante los milenios IV y III ANE, en diversas culturas del Neolítico final y sobre todo calcolíticas, se observa una creciente polarización entre los atributos masculinos y los femeninos. Los ajuares de las tumbas nos señalan
determinados atributos por género. Existen elementos que aparecen casi con exclusividad asociados a
los hombres como son puñales, puntas de flecha y brazaletes de arquero, lo que se ha interpretado como
el equipamiento de un guerrero o de un cazador, mientras que los adornos parecen acompañar más a las
mujeres. Esa misma división se observa también en las estatuas-menhir del Mediterráneo occidental. En
las femeninas se resaltan los senos y ocasionalmente se detallan collares, mientras que las masculinas
llevan representadas armas.
La Edad del Bronce
A partir del II milenio, la diferenciación de atributos en función del género se consolida, al tiempo que los
elementos de adorno personal metálicos, escasos durante el Calcolítico, aumentan considerablemente y
se diversifican. Un buen ejemplo lo constituye la Cultura de El Argar, donde los adornos de cobre, plata y
oro son frecuentes: brazaletes, pendientes, anillos y diademas. Los collares siguen confeccionándose con
cuentas y colgantes de materiales muy variados: de procedencia marina (conchas y vértebras de pescado), minerales, de procedencia animal (colmillos de jabalí, dientes, huesos, picos de ave), vegetal (madera, huesos de fruta) y arcilla y pasta vítrea (Lull, 1983: 210).
En los enterramientos argáricos, la composición y frecuencia de los adornos varia notablemente. Los
brazaletes de cobre y de plata se asocian indistintamente a ambos sexos, al igual que ocurre con los anillos, aunque entre ellos son ligeramente más frecuentes los de cobre en los masculinos y los de plata en
los femeninos, los pendientes de cobre o plata son bastante más frecuentes en los enterramientos feme-
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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ninos, las diademas de plata son específicamente femeninas, y la presencia de collares en las tumbas en
las que se ha podido determinar el sexo se asocian en un 78 % a mujeres (Lull, 1983: 203-210).
Otras diferencias de tratamiento en función del género durante el Bronce Antiguo, las encontramos
en las necrópolis centroeuropeas, donde existen prácticas funerarias específicas: el “modo bipolar de
colocación diferenciado por sexo” o colocación de los hombres en una posición y de las mujeres en la
opuesta. Se da la circunstancia de que en algunas necrópolis de esa zona los primeros excavadores no
hicieron determinaciones biológicas de sexo, y en vez de ello utilizaron la presencia de adornos en el primer grupo y de armas en el segundo para interpretarlos como femeninos o masculinos respectivamente.
Las excavaciones más recientes, con identificación de sexo, lo han confirmado. En esa zona se conocen numerosos ejemplos de diferenciación sexual de los ritos funerarios. En la necrópolis de Singen
(Constanza) las mujeres, con la cabeza hacia el sur, siempre tienen uno o más alfileres, torques o brazaletes y más excepcionalmente espirales y otros adornos, mientras que en los hombres, que miran hacia
el norte, los puñales aparecen en seis de las ocho tumbas masculinas, siendo el único hallazgo relacionado con este género. Pero a pesar del rasgo de regularidad, hay muchos rasgos discrepantes: forma de
tumba masculina con ajuares femeninos o tumbas femeninas con puñales. El autor abre la posibilidad a
que este tratamiento diferencial se deba a las características sociales que pudieran tener determinados
individuos. Pero en todo caso no dejan de ser especulaciones.
En Tesetice–Vinohrdy (Moravia) se excavaron 20 tumbas intactas. Las tumbas masculinas eran bastante pobres excepto en recipientes cerámicos, mientras que las femeninas y las infantiles contenían un
numero importante de objetos. Harding ha relacionado esto con la práctica de la exhibición de la riqueza
masculina o familiar a través de las mujeres y los niños (Harding, 2003: 89-92), pero no da ninguna clave
para sostener esta argumentación.
En la Península Ibérica, Peñalosa (Jaén) es un poblado de la periferia argárica destinado a la producción metalúrgica y a la canalización de la misma hacia los centros jerárquicos. Este yacimiento muestra la
dificultad de la adscripción de tipos (edad, sexo y clase) sin identificación antropológica previa. Aquí algunas de las tumbas de mujer e individuos infantiles no presentan un ajuar importante, pero en otras no sucede lo mismo. Un elemento que apoya la división en clases del poblado y la pérdida de significado relativo
de la división sexual es la presencia de un arete de oro junto a una mujer adulta con un niño en una tumba
situada en una posición significativa, junto al área más fortificada. Otra mujer adulta enterrada en la misma
habitación que varios niños menores de dos años se asociaba con un importante ajuar cerámico y un
puñal de tres remaches. La inusual presencia de esta arma en un enterramiento femenino y la abundancia de restos cerámicos ha sido explicada destacando los lazos familiares, argumentando que existe la
“posibilidad de que el miembro masculino de la familia desapareciera en cualquier expedición o fuera imposible recuperar su cadáver por cualquier otra circunstancia o que a través de la madre el nivel “guerrero”
asignado a esta familia se mantuviera para sus hijos supervivientes, impidiendo así la caída de la familia
más radical y en la servidumbre más extrema”, en el contexto de una sociedad en la que se observa una
clasificación tripolar en nobles, guerreros-campesinos y siervos (Contreras et al., 2000: 308-309).
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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Consideraciones finales
Como hemos visto a lo largo de estas páginas, adornarse el cuerpo de una u otra manera ha sido una
constante durante toda la Prehistoria. Conchas, huesos, ocre y otros muchos elementos sirvieron para esa
función en hombres y mujeres.
A través de este estudio ha sido posible constatar como sólo un análisis detallado de los restos
humanos en contextos funerarios puede ayudar a la interpretación de los objetos de adorno. Se debe huir
de las generalizaciones tendenciosas que dan a los hombres armas de guerreros, guerreros que se quieren presumir más importantes y por tanto dejan a las mujeres interpretando un papel secundario.
El análisis de los primeros adornos muestra como las sociedades que los usaron reflejan una nula
diferenciación social y collares, cinturones o gorros se documentan de manera semejante en hombres,
mujeres e individuos infantiles. Algunos estudios exhaustivos, permiten aventurar que estos objetos actuaron como marcadores de identidad grupal, pero sin el detalle de estos análisis, las interpretaciones no
pasarán de ser conjeturas.
En definitiva, cabe indicar que además del papel estético, un buen número de ellos pudieron tener
una función simbólica añadida, como puede observarse en abundantes ejemplos etnográficos.
Sin embargo, no es posible ir más allá en la interpretación de los adornos de las comunidades prehistóricas. Mujeres y hombres han utilizado estos elementos para relacionarse y comunicarse desde la
Prehistoria, aunque aún no seamos capaces de interpretar completamente el contenido de los mensajes
de los que sin duda eran portadores.
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