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La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia)
Joaquim Juan Cabanilles
Servicio de Investigación Prehistórica
La Ereta del Pedregal, junto con otras pocas estaciones prehistóricas valencianas, comparte el privilegio de haber sido dada a conocer tempranamente por Juan Vilanova y Piera, tras visitarla mediado el siglo XIX
(Vilanova y Piera, 1879). J. Vilanova la situó en el término municipal de
Bolbaite y no en el de Navarrés, al que actualmente pertenece, considerándola una «estación palustre» por su emplazamiento en un «lugar
pantanoso y de turbera», como hasta tiempos relativamente recientes ha
sido La Marjal de Navarrés, hoy prácticamente desecada. Caída en el
olvido, la Ereta fue redescubierta en 1933 por José Chocomeli, quien,
patrocinado por el SIP, realizó unos primeros sondeos al año siguiente
(1934) e inició en 1942 su excavación, ayudado por los miembros del
Servicio Enrique Pla y Salvador Espí (Chocomeli, 1946). Los trabajos se
prosiguieron durante casi todo el resto de la década de los 40 (de 1944
a 1948), ahora bajo la dirección de Isidro Ballester y la colaboración en
las tareas de campo de José Alcácer, E. Pla y Francisco Jordá (Ballester,
1949a: 77-100; Fletcher, 1961). Después de un paréntesis en los años 50,
la excavación se reanudó en 1963, de manera casi continuada hasta
1974, estando al frente de ella E. Pla y colaborando en diversos momentos Enrique A. Llobregat y Vicente Pascual, entre otros (Fletcher, Pla y
Llobregat, 1964; Fletcher y Pla, 1966; La Labor del SIP, años 1965 a
1974). Con la incorporación de Bernat Martí a la dirección, al lado de
E. Pla, se inicia el ciclo más reciente de intervenciones, en 1976, seguido
sin interrupción hasta 1982, con una última campaña adicional en 1990
(Pla, Martí y Bernabeu, 1983a; Juan Cabanilles, 1994). Estas cerca de 25
campañas de excavación, repartidas por 4 décadas principales, dan idea
de la atención puesta por el SIP en la Ereta, a la cual van ligados los nombres de los miembros y colaboradores más destacados del Servicio.
La historia de la Ereta del Pedregal como hábitat prehistórico es la
historia misma de sus interpretaciones en el tiempo, al compás de los
trabajos de excavación, sus métodos y la documentación acopiada.
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Vista de la Ereta del
Pedregal (Navarrés) con
la zona de excavación
inundada. 1948.
[Placa de vidrio. SIP 3.432]
Desde J. Vilanova y Piera, siempre ha prevalecido la visión de un poblado lacustre, que J. Chocomeli (1946) relacionó con los «steinbergers»
suizos o los «crannogs» de Irlanda y Escocia (asentamientos en medios
lagunares sobre basamentos de piedras), por lo que la discusión ha solido centrarse en los aspectos culturales y cronológicos. Hasta principios
de la década de 1960, como recogían D. Fletcher, E. Pla y E. A.
Llobregat (1964), las atribuciones culturales, basadas en las fases de
ocupación del poblado reveladas por la estratigrafía, habían basculado
entre periodos que iban del Neolítico —antiguo o reciente— al
Eneolítico (J. Chocomeli, I. Ballester, F. Jordá), el Eneolítico a secas
(Lluís Pericot, Julio Martínez Santa-Olalla), el Eneolítico final o Bronce
inicial (E. Pla), o del Eneolítico al Bronce inicial (Domingo Fletcher,
Miquel Tarradell). A esta última adscripción cronocultural se adherían
los mismos autores tras la campaña de 1963 y los resultados de los trabajos anteriores (años 40), habiéndose mantenido en sus líneas generales hasta tiempos recientes (Pla, Martí y Bernabeu, 1983b).
En la actualidad, y a partir de la reevaluación de los resultados y
datos de las excavaciones del periodo 1976-1982, y de la campaña complementaria de 1990, la Ereta se percibe como un poblado desarrollado
en tres fases cronológicas sucesivas, atendiendo a sendos episodios en
que el hábitat habría experimentado cambios sustanciales en sus acondicionamientos y construcciones en piedra. El inicio de la ocupación parece situarse en el Neolítico final (segunda mitad del IV milenio a.C.), y
con ella se relacionan densas acumulaciones de piedras, de mediano y
gran tamaño, que se explican como un basamento destinado a aislar el
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La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia)
suelo de habitación del subsuelo muy húmedo y poco firme que constituiría en ese instante el lugar elegido para el asentamiento, probablemente una de las orillas de La Marjal. La fase siguiente, ya en el Eneolítico
inicial/pleno (primera mitad del III milenio a.C.), viene definida por la
erección de unas grandes viviendas de planta alargada, con suelos empedrados, hogares y pavimentos de barro cocho, de las que ha subsistido la
base de los muros, fabricados con piedra y tierra y delimitados en sus
caras externas por lajas verticales; estos muros son el primer testimonio,
en el ámbito valenciano, de la utilización de la piedra en la construcción
de recintos domésticos. La fase más reciente, que corresponde al
Eneolítico final u Horizonte Campaniforme de Transición (tercer cuarto
del III milenio a.C.), la caracterizan nuevas construcciones pétreas, en
forma igualmente de muros pero de técnica distinta a los de la fase anterior, levantados a dos caras mediante aparejo regular de piedras en seco,
y en forma también de potentes acumulaciones de grandes bloques, con
o sin paramentos divisorios, a modo de amplias plataformas.
Localizadas estas estructuras en uno de los sectores periféricos del poblado, las de tipo mural parecen pertenecer tanto a viviendas como a un sistema de cierre externo, mientras que las de tipo plataforma, desarrolladas extramuros, se interpretan como posibles «diques» con la finalidad
de proteger el espacio habitado en aquellos puntos más amenazados de
inundación por la subida del nivel del marjal, circunstancia que habría
ido dándose paulatinamente en el transcurso del III milenio y que al final
obligaría al abandono del enclave.
La significación de la Ereta del Pedregal, aparte de las estructuras
de piedra reveladas y la secuencia cronocultural que han ayudado a
precisar —una de las pocas con que se cuenta para la etapa del
Neolítico final y el Eneolítico en el marco valenciano—, radica también
en la importante colección de materiales y restos exhumados. Parte de
estos materiales han ido dándose a conocer en diferentes trabajos
temáticos, como es el caso de los ídolos oculados recuperados en las
más viejas campañas de excavación (Ballester, 1946), vueltos a estudiar, junto con otros objetos simbólicos y de adorno (cuentas de collar,
colgantes, brazaletes, etc.), de hueso y otras materias (piedra verde,
pizarra, caliza, conchas marinas y continentales, etc.), y junto con un
no menos rico conjunto de utillaje óseo (mangos, punzones, agujas,
espátulas, cinceles, cucharas, etc.), por Josep Lluís Pascual Benito
(1998). Determinadas piezas metálicas, entre ellas tres hachas planas y
una lezna de cobre, recogidas también en las antiguas exploraciones y
excavaciones, fueron objeto de un primer análisis espectrográfico por
parte de Beatrice M. Blance (1959); posteriormente, José Luis Simón
(1998) ha ofrecido el inventario completo de los hallazgos metálicos de
la Ereta (hachas, punzones de sección cuadrada, escoplos, hojas de
cuchillos o puñales, laminillas, etc.) y nuevos análisis metalográficos.
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Ídolo oculado de la Ereta
del Pedregal (Navarrés).
[Casa Grollo. Placa
de vidrio. SIP 63]
Joan Bernabeu utilizó en su momento muestras de adornos (1979), y
después de cerámicas (1984), para ilustrar los rasgos tipológicos del
Eneolítico valenciano en esos concretos apartados; igual que ha hecho
más recientemente Teresa Orozco (2000) con un importante conjunto
de objetos de piedra pulida (hachas, azuelas, martillos, pequeños cinceles, etc.), analizando también sus características petrológicas y confirmando —y ampliando a la vez— las primeras determinaciones de
procedencia realizadas por María Dolores Gallart y Marcelino Lago
(1988), que apuntaban al cercano Cerro Negro de Quesa como zona
principal de aprovisionamiento. Otros materiales de la Ereta están en
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La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia)
Utensilios de sílex
de la Ereta del Pedregal
(Navarrés).
[Casa Grollo. Placa de
vidrio. SIP 416]
fase de estudio, caso del utillaje de piedra tallada, básicamente en sílex,
caracterizado por las grandes hojas-cuchillo y una gran cantidad y
variedad de puntas de flecha foliáceas, fabricadas in situ como atestigua la no menor cantidad de esbozos y desechos que las acompañan.
Testimonio de otras actividades llevadas a cabo en el asentamiento son
algunas pesas de telar de cerámica y fusayolas de piedra, además de
molinos de mano, molederas y trituradores también de piedra. A todos
estos testimonios de la cultura material hay que sumar los abundantes
restos óseos de fauna, doméstica y salvaje, analizados por Manuel
Pérez Ripoll (1990).
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Página del inventario
de materiales de la Ereta
del Pedregal (Navarrés).
La fauna silvestre documentada (ciervo, corzo, cabra montés,
jabalí, lince, caballo, etc.) ya da una idea del medio natural que rodeaba a la Ereta en el momento de su ocupación, pero los datos más significativos sobre la paleoecología y el paleoambiente de la zona provienen del análisis de sedimentos del propio yacimiento, realizado por
María Pilar Fumanal (1986), y de los análisis de los pólenes que éstos
contienen, llevados a cabo primeramente por Josefa Menéndez Amor
y F. Florschütz (1961), y luego por Michèle Dupré (1988), información
palinológica que ha venido completándose a partir de otros sondeos
practicados en el interior de La Marjal de Navarrés (Carrión y Dupré,
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La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia)
1996). La preocupación por los aspectos paleoambientales y económicos, aunque arrancando de antiguo, sería el objetivo prioritario del
último ciclo de excavaciones iniciado en 1976, representando en ese
momento un pionero programa de estudio interdisciplinar.
En una breve pincelada, la imagen de la Ereta y sus habitantes, tal
como permiten reconstruirla todos estos estudios y análisis, quedaría así
trazada: instalados en un medio lagunar y un entorno natural relativamente virgen, los ocupantes del poblado, a través de una intensificación
continuada de las prácticas de subsistencia (caza, pastoreo, agricultura),
habrían contribuido a la transformación de ese entorno en un periodo
en que parece manifestarse un cambio también progresivo hacia unas
condiciones ambientales de mayor humedad, con la consecuente reactivación hídrica del marjal y la imposibilidad, ya señalada, de permanencia en el espacio de asentamiento.
Desde la publicación de los primeros trabajos, la Ereta del
Pedregal ha constituido una referencia obligada a la hora de entender o
valorar cualquier aspecto del Neolítico final y el Eneolítico del territorio valenciano. Sus colecciones siempre han estado expuestas en el
Museo de Prehistoria, como ejemplo integral de lo que representaría la
cultura material neoeneolítica, al proceder de un lugar de hábitat o contexto doméstico, frente al carácter selectivo de los ajuares recuperados
en las cuevas sepulcrales del mismo periodo.
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La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia)
Joaquim Juan Cabanilles
Servicio de Investigación Prehistórica
La Ereta del Pedregal, junto con otras pocas estaciones prehistóricas valencianas, comparte el privilegio de haber sido dada a conocer tempranamente por Juan Vilanova y Piera, tras visitarla mediado el siglo XIX
(Vilanova y Piera, 1879). J. Vilanova la situó en el término municipal de
Bolbaite y no en el de Navarrés, al que actualmente pertenece, considerándola una «estación palustre» por su emplazamiento en un «lugar
pantanoso y de turbera», como hasta tiempos relativamente recientes ha
sido La Marjal de Navarrés, hoy prácticamente desecada. Caída en el
olvido, la Ereta fue redescubierta en 1933 por José Chocomeli, quien,
patrocinado por el SIP, realizó unos primeros sondeos al año siguiente
(1934) e inició en 1942 su excavación, ayudado por los miembros del
Servicio Enrique Pla y Salvador Espí (Chocomeli, 1946). Los trabajos se
prosiguieron durante casi todo el resto de la década de los 40 (de 1944
a 1948), ahora bajo la dirección de Isidro Ballester y la colaboración en
las tareas de campo de José Alcácer, E. Pla y Francisco Jordá (Ballester,
1949a: 77-100; Fletcher, 1961). Después de un paréntesis en los años 50,
la excavación se reanudó en 1963, de manera casi continuada hasta
1974, estando al frente de ella E. Pla y colaborando en diversos momentos Enrique A. Llobregat y Vicente Pascual, entre otros (Fletcher, Pla y
Llobregat, 1964; Fletcher y Pla, 1966; La Labor del SIP, años 1965 a
1974). Con la incorporación de Bernat Martí a la dirección, al lado de
E. Pla, se inicia el ciclo más reciente de intervenciones, en 1976, seguido
sin interrupción hasta 1982, con una última campaña adicional en 1990
(Pla, Martí y Bernabeu, 1983a; Juan Cabanilles, 1994). Estas cerca de 25
campañas de excavación, repartidas por 4 décadas principales, dan idea
de la atención puesta por el SIP en la Ereta, a la cual van ligados los nombres de los miembros y colaboradores más destacados del Servicio.
La historia de la Ereta del Pedregal como hábitat prehistórico es la
historia misma de sus interpretaciones en el tiempo, al compás de los
trabajos de excavación, sus métodos y la documentación acopiada.
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Vista de la Ereta del
Pedregal (Navarrés) con
la zona de excavación
inundada. 1948.
[Placa de vidrio. SIP 3.432]
Desde J. Vilanova y Piera, siempre ha prevalecido la visión de un poblado lacustre, que J. Chocomeli (1946) relacionó con los «steinbergers»
suizos o los «crannogs» de Irlanda y Escocia (asentamientos en medios
lagunares sobre basamentos de piedras), por lo que la discusión ha solido centrarse en los aspectos culturales y cronológicos. Hasta principios
de la década de 1960, como recogían D. Fletcher, E. Pla y E. A.
Llobregat (1964), las atribuciones culturales, basadas en las fases de
ocupación del poblado reveladas por la estratigrafía, habían basculado
entre periodos que iban del Neolítico —antiguo o reciente— al
Eneolítico (J. Chocomeli, I. Ballester, F. Jordá), el Eneolítico a secas
(Lluís Pericot, Julio Martínez Santa-Olalla), el Eneolítico final o Bronce
inicial (E. Pla), o del Eneolítico al Bronce inicial (Domingo Fletcher,
Miquel Tarradell). A esta última adscripción cronocultural se adherían
los mismos autores tras la campaña de 1963 y los resultados de los trabajos anteriores (años 40), habiéndose mantenido en sus líneas generales hasta tiempos recientes (Pla, Martí y Bernabeu, 1983b).
En la actualidad, y a partir de la reevaluación de los resultados y
datos de las excavaciones del periodo 1976-1982, y de la campaña complementaria de 1990, la Ereta se percibe como un poblado desarrollado
en tres fases cronológicas sucesivas, atendiendo a sendos episodios en
que el hábitat habría experimentado cambios sustanciales en sus acondicionamientos y construcciones en piedra. El inicio de la ocupación parece situarse en el Neolítico final (segunda mitad del IV milenio a.C.), y
con ella se relacionan densas acumulaciones de piedras, de mediano y
gran tamaño, que se explican como un basamento destinado a aislar el
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La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia)
suelo de habitación del subsuelo muy húmedo y poco firme que constituiría en ese instante el lugar elegido para el asentamiento, probablemente una de las orillas de La Marjal. La fase siguiente, ya en el Eneolítico
inicial/pleno (primera mitad del III milenio a.C.), viene definida por la
erección de unas grandes viviendas de planta alargada, con suelos empedrados, hogares y pavimentos de barro cocho, de las que ha subsistido la
base de los muros, fabricados con piedra y tierra y delimitados en sus
caras externas por lajas verticales; estos muros son el primer testimonio,
en el ámbito valenciano, de la utilización de la piedra en la construcción
de recintos domésticos. La fase más reciente, que corresponde al
Eneolítico final u Horizonte Campaniforme de Transición (tercer cuarto
del III milenio a.C.), la caracterizan nuevas construcciones pétreas, en
forma igualmente de muros pero de técnica distinta a los de la fase anterior, levantados a dos caras mediante aparejo regular de piedras en seco,
y en forma también de potentes acumulaciones de grandes bloques, con
o sin paramentos divisorios, a modo de amplias plataformas.
Localizadas estas estructuras en uno de los sectores periféricos del poblado, las de tipo mural parecen pertenecer tanto a viviendas como a un sistema de cierre externo, mientras que las de tipo plataforma, desarrolladas extramuros, se interpretan como posibles «diques» con la finalidad
de proteger el espacio habitado en aquellos puntos más amenazados de
inundación por la subida del nivel del marjal, circunstancia que habría
ido dándose paulatinamente en el transcurso del III milenio y que al final
obligaría al abandono del enclave.
La significación de la Ereta del Pedregal, aparte de las estructuras
de piedra reveladas y la secuencia cronocultural que han ayudado a
precisar —una de las pocas con que se cuenta para la etapa del
Neolítico final y el Eneolítico en el marco valenciano—, radica también
en la importante colección de materiales y restos exhumados. Parte de
estos materiales han ido dándose a conocer en diferentes trabajos
temáticos, como es el caso de los ídolos oculados recuperados en las
más viejas campañas de excavación (Ballester, 1946), vueltos a estudiar, junto con otros objetos simbólicos y de adorno (cuentas de collar,
colgantes, brazaletes, etc.), de hueso y otras materias (piedra verde,
pizarra, caliza, conchas marinas y continentales, etc.), y junto con un
no menos rico conjunto de utillaje óseo (mangos, punzones, agujas,
espátulas, cinceles, cucharas, etc.), por Josep Lluís Pascual Benito
(1998). Determinadas piezas metálicas, entre ellas tres hachas planas y
una lezna de cobre, recogidas también en las antiguas exploraciones y
excavaciones, fueron objeto de un primer análisis espectrográfico por
parte de Beatrice M. Blance (1959); posteriormente, José Luis Simón
(1998) ha ofrecido el inventario completo de los hallazgos metálicos de
la Ereta (hachas, punzones de sección cuadrada, escoplos, hojas de
cuchillos o puñales, laminillas, etc.) y nuevos análisis metalográficos.
191
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Ídolo oculado de la Ereta
del Pedregal (Navarrés).
[Casa Grollo. Placa
de vidrio. SIP 63]
Joan Bernabeu utilizó en su momento muestras de adornos (1979), y
después de cerámicas (1984), para ilustrar los rasgos tipológicos del
Eneolítico valenciano en esos concretos apartados; igual que ha hecho
más recientemente Teresa Orozco (2000) con un importante conjunto
de objetos de piedra pulida (hachas, azuelas, martillos, pequeños cinceles, etc.), analizando también sus características petrológicas y confirmando —y ampliando a la vez— las primeras determinaciones de
procedencia realizadas por María Dolores Gallart y Marcelino Lago
(1988), que apuntaban al cercano Cerro Negro de Quesa como zona
principal de aprovisionamiento. Otros materiales de la Ereta están en
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La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia)
Utensilios de sílex
de la Ereta del Pedregal
(Navarrés).
[Casa Grollo. Placa de
vidrio. SIP 416]
fase de estudio, caso del utillaje de piedra tallada, básicamente en sílex,
caracterizado por las grandes hojas-cuchillo y una gran cantidad y
variedad de puntas de flecha foliáceas, fabricadas in situ como atestigua la no menor cantidad de esbozos y desechos que las acompañan.
Testimonio de otras actividades llevadas a cabo en el asentamiento son
algunas pesas de telar de cerámica y fusayolas de piedra, además de
molinos de mano, molederas y trituradores también de piedra. A todos
estos testimonios de la cultura material hay que sumar los abundantes
restos óseos de fauna, doméstica y salvaje, analizados por Manuel
Pérez Ripoll (1990).
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Arqueología en blanco y negro. La labor del SIP: 1927-1950
Página del inventario
de materiales de la Ereta
del Pedregal (Navarrés).
La fauna silvestre documentada (ciervo, corzo, cabra montés,
jabalí, lince, caballo, etc.) ya da una idea del medio natural que rodeaba a la Ereta en el momento de su ocupación, pero los datos más significativos sobre la paleoecología y el paleoambiente de la zona provienen del análisis de sedimentos del propio yacimiento, realizado por
María Pilar Fumanal (1986), y de los análisis de los pólenes que éstos
contienen, llevados a cabo primeramente por Josefa Menéndez Amor
y F. Florschütz (1961), y luego por Michèle Dupré (1988), información
palinológica que ha venido completándose a partir de otros sondeos
practicados en el interior de La Marjal de Navarrés (Carrión y Dupré,
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La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia)
1996). La preocupación por los aspectos paleoambientales y económicos, aunque arrancando de antiguo, sería el objetivo prioritario del
último ciclo de excavaciones iniciado en 1976, representando en ese
momento un pionero programa de estudio interdisciplinar.
En una breve pincelada, la imagen de la Ereta y sus habitantes, tal
como permiten reconstruirla todos estos estudios y análisis, quedaría así
trazada: instalados en un medio lagunar y un entorno natural relativamente virgen, los ocupantes del poblado, a través de una intensificación
continuada de las prácticas de subsistencia (caza, pastoreo, agricultura),
habrían contribuido a la transformación de ese entorno en un periodo
en que parece manifestarse un cambio también progresivo hacia unas
condiciones ambientales de mayor humedad, con la consecuente reactivación hídrica del marjal y la imposibilidad, ya señalada, de permanencia en el espacio de asentamiento.
Desde la publicación de los primeros trabajos, la Ereta del
Pedregal ha constituido una referencia obligada a la hora de entender o
valorar cualquier aspecto del Neolítico final y el Eneolítico del territorio valenciano. Sus colecciones siempre han estado expuestas en el
Museo de Prehistoria, como ejemplo integral de lo que representaría la
cultura material neoeneolítica, al proceder de un lugar de hábitat o contexto doméstico, frente al carácter selectivo de los ajuares recuperados
en las cuevas sepulcrales del mismo periodo.
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