Barbas, garrotes y dinosaurios: los cavernícolas de papel.
Pedro Porcel Torrens
2016
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Este libro se editó con motivo de la
exposición temporal «Prehistoria y
Cómic», inaugurada en junio de 2016.
DIPUTACIÓN DE VALENCIA
Presidente
Jorge Rodríguez Gramage
Animaciones 3D
Ángel Sánchez Molina
Audiovisuales
Grabación, edición y montaje
Render Comunicación, SL
Empresas colaboradoras de la producción
Diputado de Cultura
Xavier Rius i Torres
Diseño gráfico de la exposición
Vanesa Mora Casanova
MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
Diseño del material impreso
Marc Granell Artal
Directora
Helena Bonet Rosado
Jefe de la Unidad de Difusión, Didáctica y
Exposiciones
Santiago Grau Gadea
EXPOSICIÓN
Proyecto expositivo
Museo de Prehistoria de Valencia
Comisariado
Helena Bonet Rosado
Álvaro Pons Moreno
Equipo de trabajo
Francisco Chiner Vives
Eva Ferraz García
Santiago Grau Gadea
Vanesa Mora Casanova
Begoña Soler Mayor
Con la colaboración de
Josep Lluís Pascual Benito
Bernat Martí Oliver
Alfred Sanchis Serra
Diseño, instalación y montaje
Francisco Chiner Vives
Imagen del cartel y cubierta del catálogo
Paco Roca
Didáctica
Laura Fortea Cervera
Eva Ripollés Adelantado
Ayudante de montaje
Amadeo Moliner Blay
Fondos expuestos
Museo de Prehistoria de Valencia
Colección Helena Bonet Rosado
Emmanuel Roudier
Miguel Quesada
Antonio Fraguas «Forges»
Mikel Begoña e Iñaki Martínez «Iñaket»
Ortifus
Mireia Pérez
Philuc
Museo Arqueológico Municipal Camil
Visedo Moltó de Alcoi
Impresión del material de difusión
Imprenta Provincial de la Diputación de
Valencia
Transporte de la obra
TTI
Seguros
Muñiz y Asociados. Generali Seguros
Traducciones inglés y francés
Lambe & Nieto
Marc Tiffagom
Producción
Museo de Prehistoria de Valencia
Reinadecorazones Espacios para el Ocio y
la Cultura
PUBLICACIÓN
Proyecto editorial y coordinación
Museo de Prehistoria de Valencia
Agradecimientos
Cecilio Alonso Alonso
Emili Aura Tortosa
Jorge Iván Arguiz
Suresh Ariaratnam
Gilles Bourgarel
Adam Brockbank
Maggie Calt
Chantal Chéret
Lora Fountain & Associates
Judit Foz Povill
Gloria García
Manuel Gozalbes Fernández de Palencia
Manel Granell
Ben Haggarty
Tanino Liberatore
Cristina Rihuete
Jose María Segura Martí
Museu Arqueològic Son Fornés
Dude Comics
Editorial Toxosoutos
El Patio editorial
Grupo Planeta
Nota de los editores
Los autores y los editores de este libro
comunican a los derechohabientes de las
ilustraciones o de otro tipo de imágenes
no encontradas, que pueden ponerse en
contacto con la editorial para acreditar su
propiedad intelectual o de otra índole.
Contacto: Museo de Prehistoria de Valencia,
tel: 963 883 627 y gestio.exposicio@dival.es.
Equipo de edición
Joaquín Abarca Pérez
ISBN: 978-84-7795-762-1
Autores de los artículos
Helena Bonet Rosado
Ernestina Badal García
Santiago Grau Gadea
Antoni Guiral Conti
Vicky Menor Cuenca
Didier Pasamonik
Álvaro Pons Moreno
Pedro Porcel Torrens
Emmanuel Roudier
Gonzalo Ruiz Zapatero
Begoña Soler Mayor
Joaquín Soler Navarro
© de los textos: los autores, 2016.
Traducción al valenciano y corrección
Unitat de Normalització Lingüística de la
Diputació de València
Diseño y maquetación
Marc Granell Artal
Impresión
Pentagraf
DL: V 1292-2016
© de las imágenes: los autores, 2016.
© de la edición: Museo de Prehistoria de
Valencia. Diputación de Valencia, 2016.
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presentación
Helena Bonet Rosado
Prehistoria y cómic: La magia de la imagen
Helena Bonet Rosado
Primero la ciencia… después, la ficción
Ernestina Badal García y Joaquín Soler Navarro
Ilustración prehistórica y tebeo de prehistoria:
¿Caminos divergentes o convergentes?
Gonzalo Ruiz Zapatero
La prehistoria en el tebeo infantil
Antoni Guiral Conti
BARBAS, GARROTES Y DINOSAURIOS:
LOS CAVERNÍCOLAS DE PAPEL
Pedro Porcel Torrens
Prehistoria en los cómics americanos
Álvaro Pons Moreno
ENTRE PEDAGOGÍA Y PARODIA, LA PREHISTORIA EN
EL CÓMIC FRANCÓFONO
Didier Pasamonik
¡GRACIAS LUCY!
Begoña Soler Mayor
El cómic como recurso didáctico para el
aprendizaje de la prehistoria en los museos
Santiago Grau Gadea
Conversaciones con Emmanuel Roudier
Helena Bonet Rosado
Catálogo de selección de cómics
Vicky Menor Cuenca
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Pedro Porcel Torrens
Las décadas centrales del siglo xx, fueron de esplendor para los tebeos, ya que
cerca de ochocientas colecciones llegaron a los quioscos españoles. En ellos no
quedó género, que no es susceptible de albergar las estructuras del romance
tradicional, que no llegara a ser evocado en una o en muchas ocasiones. La
lectura es el medio de ocio de masas, consolidado desde finales de la centuria anterior a través de las novelas por entregas y otras formas de literatura
popular. Abastecer a un público amplio y ávido de novedades y destacar en
medio de un mercado saturado de esta clase de ofertas en este sentido exige
considerables esfuerzos de imaginación. Los tiempos medievales en todas
sus facetas, el Oeste americano, las andanzas de la policía en la gran ciudad,
el exotismo colonial, el mundo entero como depósito de peligro y maravilla,
el espacio exterior poblado por mil y un seres extraños... Pocos, muy pocos
ámbitos quedan excluidos de unas viñetas precarias, apresuradas, pródigas
en inventiva tanto como en iteración. Dinosaurios y animales antediluvianos, aunque sacados de contexto, son fauna ya conocida en esta clase de
productos. Sin embargo nadie parece mostrar preferencia por ese paisaje
aparentemente idóneo para la aventura que representa la Edad de Piedra. Sin
necesidad de respetar convenciones históricas frente a un público ignorante
de unos tiempos remotos y desconocidos, el autor puede lanzarse libremente
por los derroteros que le dicte su imaginación y hacer de la prehistoria un
paraíso extravagante a la medida del argumento escogido.
Existen algunos precedentes literarios que guían en cierto modo el devenir
de tan exiguo subgénero, que guionistas y dibujantes de los años cincuenta
pueden haber llegado a conocer siquiera de oídas. Publicadas por Seix y Barral,
las fantasías paleolíticas de las novelas de los franceses hermanos Rosny La
conquista del fuego* y El león de las cavernas
1
, ilustradas por Serra Massana,
conocen amplia difusión a comienzos de los años treinta. Los dibujos del
artista catalán, discípulo de Joan Junceda, fijan lo que en lo sucesivo será
la iconografía del hombre prehistórico: titanes de largas barbas, hirsutos,
* Título original La guerre du feu, también titulada en español La guerra del fuego, en Salvat y Ediciones
Tridente.
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Barbas, garrotes y dinosaurios: los cavernícolas de papel
vestidos de pieles sin desbastar y armados de grandes cachiporras y toscas
lanzas. Una figura que cuanto autor de tebeos aborde el tema en lo sucesivo
no dejará de manejar, inserta en un escenario insólito en que desarrollar los
clásicos esquemas del relato aventurero: la pérdida, el viaje, la lucha, la solidaridad, la conquista. Cuando en 1935, el semanario Aventurero comience
a publicar la historieta norteamericana Flash Gordon de Alex Raymond, tal
tipología devendrá clásica. Entre los numerosos seres híbridos y razas extrañas que el astronauta encuentra en el planeta Mongo, se encuentra una
tribu de cavernícolas muy semejante a nuestros antepasados terrícolas. Sus
estilizadas figuras, sus proporciones atléticas, sus cabelleras y pellejos, sus
armas e instrumentos serán evocados una y otra vez, en cada ocasión en los
que asomen a la viñeta autóctona las fantasías antediluvianas.
Las narraciones de los hermanos Rosny, como el libro de Jack London Antes de
Adán, que difunde con notable fortuna Aguilar durante la llamada dictablanda
de Primo de Rivera, intentan ajustarse en su descripción de la vida prehistórica
a una cierta contextualización que, si no es estrictamente realista, al menos
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El león de las Cavernas. J-H. Rosny. Ilustraciones
de J. Serra Masana.
Seix y Barral Hnos., Barcelona, 1935.
1
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Pedro Porcel Torrens
El Jabato. El Secreto de la gran tortuga.
R. Martín y F. Darnís.
Editorial Bruguera, Barcelona, 1963.
respeta las convenciones más familiares: la no coexistencia de saurios y seres
humanos, los modos de conseguir alimentos, la importancia y el valor del
fuego, la necesidad de la tribu, etc. Más libre de ataduras se plantea uno de
los escasos filmes que en la época aborda los tiempos primigenios, la modesta producción americana de 1940 Hace un millón de años, puntualmente
estrenada en nuestro país. Dirigida por Hal Roach y protagonizada por Víctor
Mature en el papel de apuesto cavernícola, se acoge en todo momento a los
esquemas del romance tradicional: un triángulo amoroso entre el protagonista,
una bella mocita vestida de pieles y un feo y barbado Lon Chaney Jr. en el
papel de hechicero, cacique y malvado, que desata una trama escasamente
original llevada con ritmo irreprochable. Inaugura lo que será en lo sucesivo
la Edad de Piedra a ojos populares: un batiburrillo en el que nunca pueden
faltar, por más aberrante que suene al público letrado, las clásicas escenas
de enfrentamientos entre humanos y dinosaurios -cuyo papel corre en esta
ocasión a cargo de tristes iguanas disfrazadas-, la contraposición entre tribus
agrícolas pacifistas y hordas de malvados cazadores, y el amor imposible entre
miembros de diferentes clanes: tres elementos que veremos repetirse en lo
sucesivo en todas las fantasías que aborden la prehistoria.
Rasgos que en parte se repiten en otra de las novelas seminales del género: El
Mundo Perdido, de Arthur Conan Doyle. Nace aquí lo que se convertirá con
el tiempo en tópico: el encuentro de hombres de nuestra época con primitivos crecidos en un lugar ignoto preservado al margen de la evolución. Tales
prehumanos suelen convivir con monstruos de toda laya, habitantes como
son de territorios vírgenes a la mirada de la civilización. El tema conoce gran
fortuna y asoma por doquier. Ya en 1925 se estrena una adaptación fílmica
espectacular (The Lost World, Harry O. Hoyt) que sin duda ha de marcar a
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muchos de quienes más tarde serán autores consagrados a lo popular; en
lo sucesivo son numerosas las adaptaciones del argumento de Doyle a la
narrativa gráfica, en la que destaca en este sentido la versión que un joven
Francisco Darnís -autor más tarde de la conocida saga de El Jabato
2
- rea-
liza en 1942, para el semanario barcelonés PBT. Como los del texto original,
sus cavernícolas viven en un estadio muy primitivo, son seres de apariencia
salvaje, peludos y desaliñados, parlotean un lenguaje elemental hecho de
gruñidos y sus motivaciones a la hora de pelear con dinosaurios o disputarse
el favor de una hembra apenas difieren de los exhibidos por los animales.
En consecuencia, el trato recibido por los hombres de nuestra especie será
rudo y con escasas contemplaciones.
Hipertrofiando el motivo de El Mundo Perdido, Edgar Rice Burroughs crea, a
través de las novelas de Tarzán, un continente africano imaginario depósito
de cuanta maravilla ignota pueda concebirse, desde ciudades habitadas por
gorilas parlantes a restos de la antigua Roma o de los cruzados de Tierra Santa
afincados en remotos parajes. No faltan en este sentido los encuentros del
Señor de la Jungla con malencarados trogloditas de garrote y pelambrera, un
camino que siguen sin excepción los varios émulos de la criatura de Burroughs
que pueblan los tebeos españoles. Los más célebres entre los tarzánidos patrios
son Pantera Negra
3
y su hijo Pequeño Pantera Negra
4
5
, desarrollados por
los hermanos Pedro y Miguel Quesada durante la década de los cincuenta para
la valenciana editorial Maga. A la altura de 1956, cuando nace el personaje, la
firma es ya la más consolidada fábrica de tebeos de aventuras del país, verdadera factoría que lanza cientos de títulos de cuadernos que conocen una
extraordinaria difusión. Pequeño Pantera Negra es su título emblemático; con
Pantera Negra n.º 45. Los hombres de las
cavernas. Pedro y Miguel Quesada.
Ed. Maga, Valencia, 1958.
3
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4
Pedro Porcel Torrens
Pequeño Pantera Negra. El valle de Lu.
Miguel Quesada.
Editorial Maga, Valencia, 1958.
tiradas que llegan a superar los cien mil ejemplares semanales, se convierte
en uno de los mayores éxitos de un mercado en ebullición caracterizado por
una competencia feroz. Pequeño Pantera, adolescente libre que vaga por
tierras africanas tan pródigas en maravillas como las creadas por Burroughs,
encuentra en su periplo estirpes de hombres vampiro, ciudades futuristas,
jinetes que surcan el cielo a lomos de águilas, indígenas abeja que viven en
colmenas, castillos medievales en medio de la jungla y, cómo no, grupos de
hombres prehistóricos.
En su primer, y breve, encuentro con éstos, que ilustra a lo largo de tres entregas -José Ortiz sustituyendo al habitual de la saga Miguel Quesada- Pequeño
Pantera deviene protector de la tribu gracias a su valor, generosidad y superior
grado de civilización. Los primitivos son representados con rasgos realistas:
frente estrecha, pómulos marcados, grandes bocas, miembros simiescos. Por
lo demás sus características responden a las acostumbradas en tales criaturas
de papel: son hoscos, dan garrotazos a las primeras de cambio, se comunican
por medio de sonidos inarticulados, visten pellejos y veneran serviles a quien
se muestre capaz de derrotarlos. Vuelven a intervenir en la saga años más
tarde, cuando las aventuras del personaje están en manos de Jesús Herrero,
dibujante madrileño que, si bien no exhibe el virtuosismo gráfico de Quesada,
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cumple con creces haciendo que el título continúe siendo epítome del tebeo
Dibujo de Pequeño Pantera Negra.
Miguel Quesada.
de consumo de su época: sencillo en sus modos, variado en sus formas y capaz
de mantener un alto nivel de ventas. Un troglodita llamado Truno solicita la
ayuda de Pequeño Pantera para que libre a su poblado -ahora la tribu vive en
cabañas de barro y es capaz de hablar- del ataque de una partida de árabes
que pretenden capturarlos para venderlos como esclavos. Sigue una larga
peripecia en la que Truno se convierte en fiel compañero del héroe que, junto
a éste y a su inseparable gorila Juanito, son encadenados componiendo una
insólita cuerda de presos. La aventura discurre por cauces convencionales,
sin que los trogloditas cumplan otra función que la de aportar un agradable
punto de exotismo y extravagancia que una sencilla tribu de nativos africanos
hubiese sido incapaz de conseguir.
Apenas cinco o seis novelas y una sola película: escasa genealogía si se compara
con la que poseen géneros como el western, la aventura marina o el relato
medieval; nos encontramos ante un mundo nuevo de lugares comunes aún
por definir. Por tanto completamente libre en sus reglas: más que en ninguna
otra ocasión la verosimilitud brilla por su ausencia, mezclando épocas distantes entre sí varios miles de años, y aplicando a sus pobladores los mismos
roles y pautas de comportamiento que animan a los personajes de cualquier
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Pedro Porcel Torrens
otra serie de cuadernillos. Un dibujante emblemático y prolífico, Manuel
Gago (1925-1980) será el único que en varias de sus creaciones elija la Edad
de Piedra como marco de sus historias. Gago es el autor del gran éxito de la
posguerra, El Guerrero del Antifaz (1943), que, al igual que sus creaciones
más célebres, publica Editorial Valenciana. Fundador más tarde de la firma
Maga, autor de trazo clásico, sencillo y a menudo apresurado, es capaz de
contactar con el público de forma inmediata, visceral. Sus iniciales carencias
técnicas son suplidas con creces por un sentido del ritmo, la composición y
el lenguaje gráfico raramente igualado. Amante de la acción y el melodrama,
es responsable de varios miles de cuadernos, una producción vasta y forzada
que le constituye en puntal y ejemplo de toda una manera de entender el
medio. Apadrinando a otros autores más jóvenes, como José Ortiz, Miguel
Quesada o Luís Bermejo, encabeza la escuela valenciana de dibujantes, muy
prolífica durante los años cincuenta. Para entonces sus grandes sagas, prolongadas a lo largo de muchos años, venden miles de ejemplares y acuden
puntuales a los quioscos. Al citado Guerrero del Antifaz, le acompañan el
western El Pequeño Luchador (1945) y la serie de capa y espada El Espadachín
Enmascarado (1952).
Las hazañas de Purk, el Hombre de Piedra (1950)
6
7
son la penúltima de las
grandes sagas que Gago crea para la Valenciana, con su hermano Pablo como
guionista. En esta ocasión se permite el lujo de transitar por una parcela del
universo ficcional apenas codificada; sin lastre documental alguno, la colección puede adentrarse por los caminos más disparatados, bien acogidos por
un lector ávido de las emociones que el dibujante sabe proporcionarle. En
un principio Purk, perteneciente a una tribu de pastores y agricultores que
adora a los espíritus buenos, vive la aventura movido por la venganza sobre
los asesinos de su padre, el jefe de la tribu de los cataks. Pacifismo, modo de
vida no agresivo, origen noble, afrentas que lavar: caracteres clásicos del héroe.
Lila, su compañera, juega un papel un poco más lucido que el de hembra
pasiva acompañando a su pareja en insólita convivencia. Para no suscitar el
escándalo de los censores, pronto se casa con el Hombre de Piedra en curioso rito pagano. Claro que enseguida se les añade Sandar, un adolescente
adoptado por el protagonista que, con su incómodo papel de carabina, parece
imponer cierto recato en la convivencia de la troglodítica pareja.
Pero se diría que la obligada simplicidad social que impone el escenario
elegido pesa a la hora de construir un conflicto dramático duradero, que
se revela más endeble que en las otras sagas del autor. Progresivamente se
6
Purk el Hombre de Piedra. Otra vez la
hechicera, de Pablo y Manuel Gago.
Editorial Valenciana, 1951.
reducen los escenarios en los que se desarrollan diversas líneas de acción
simultáneas para seguir más literalmente las andanzas del héroe y sus compañeros, hasta que llega un momento en el que la duración de los episodios
7
Purk el Hombre de Piedra. Los juegos de Libar.
Pablo y Manuel Gago.
Editorial Valenciana, 1951.
disminuye, contándose cada aventura en dos o tres cuadernos que rompen
la sensación de continuidad y hacen que se desvanezca parte de su atractivo.
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8
Pedro Porcel Torrens
Purk el Hombre de Piedra. Lucha tras lucha.
Pablo y Manuel Gago.
Edival. Selección Aventura, Editorial
Valenciana, 1974.
Las andanzas del Hombre de Piedra transcurren en un mundo desprovisto
de cualquier afán de realismo, en el que la libertad imaginativa se refleja en
los innumerables monstruos y tribus extrañas que aparecen sin dar tregua al
lector: hombres mono, seres alados con cabezas de hiena, centauros, gorilas
cornudos o una fabulosa hibridación de humano y rinoceronte capaz de
hacer las delicias del más exquisito degustador de incongruencias. Todos
ellos, sin embargo, son acogidos por los protagonistas sin el menor asombro,
y sus patrones de comportamiento responden en todo a los del hombre
actual, sin que su aspecto sea al fin más que un adorno exótico. La fantasía
enriquece un decorado que acompaña una trama que en su planteamiento
se revela convencional.
Purk
8
, héroe sin tormentos interiores, asume y elige su condición de justi-
ciero; convencido de que su fuerza sin igual le ha sido otorgada por un poder
superior «para poner la paz entre las tribus y hacer desaparecer las malas
costumbres que tienen» (que suelen incluir el canibalismo o los sacrificios
humanos), decide lanzarse al mundo en busca de conflictos que resolver.
La aventura pasa a ser vivida gozosamente, en trayectoria paralela a la de
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Barbas, garrotes y dinosaurios: los cavernícolas de papel
tantos protagonistas del cuaderno de los cincuenta. Las pasiones desquiciadas van desapareciendo sustituidas por un exotismo muy imaginativo
y el nivel de violencia se reduce hasta limitarse a las inevitables peleas que
ocupan, como siempre, buena parte de cada entrega. El trazo de Gago se
esquematiza sin perder su fuerza, abandonado el sobrio clasicismo de los
primeros tiempos. Resuelto una vez más con el criterio realista épico del
autor, pródigo en secuencias prodigiosas, el Hombre de Piedra de nuevo
deja boquiabierto a un lector fascinado ante la facultad mágica del dibujante
para contar en imágenes con la mayor sencillez y eficacia.
La mezcla de aventura y melodrama, que tan bien ha funcionado en las
anteriores obras de Gago, se repite una vez más. El exotismo que un marco
desconocido permite se aprovecha al máximo; se crea un clima espurio
lleno de sorpresas y hallazgos extravagantes que constituye lo mejor de la
colección: tribus que sacrifican a sus semejantes ante la «sagrada morada
de los dioses del mar», una cueva en la que habita una raza de pigmeos a
quienes desconocen y veneran; monstruos antropoides; jinetes que cruzan
el cielo sobre gigantescos pájaros; antropófagos colmilludos, sirenas y tritones; increíbles hombres rata; amazonas salvajes... Sensación potenciada
por la fantástica eufonía de los nombres primitivos: Pommetum, Rayotor,
Agraciado de la Serpiente, Mamok, Tugor, Dámula, Pensior, Hijo del Dios
Dragón, juegos de sílabas con indudable poder de sugestión, como las formas de nombrar una fauna abundante en la que los perros se llaman rups,
los leopardos ratuk y los megaterios jabión.
Como demostrando la primacía de lo artificial sobre lo real, hasta la jungla
en la que los héroes deambulan parece más un jardín a su medida que una
selva: deambulan, sí, en este caso literalmente, ya que, si toda aventura es de
uno u otro modo itinerante, aquí las caminatas y carreras que se imponen
ante la falta de otros medios de locomoción acentúan como nunca la fisicidad
de la acción. En este continuo desplazarse de un lugar a otro del gigantesco
escenario en que todo transcurre, va desgranándose una trama fundamentada
una vez más en los juegos que brinda la relación entre los personajes.
Más allá del exotismo puro, una serie de estereotipos se imponen. A juzgar
por la serie, la humanidad troglodítica está constituida fundamentalmente
por hombres titánicos y delicadas mujeres. Todos, todos sin excepción son
verdaderos hércules; enemigos y aliados, humanos y seres monstruosos
exhiben formidables musculaturas. La lucha y el combate son la base de
sus relaciones; el sexo y en menor medida la ambición de poder, su más
poderosa motivación. Más claramente que en otras ocasiones las raíces
caballerescas del héroe quedan en evidencia: en casi todas las ocasiones el
Hombre de Piedra acude sin pensárselo dos veces a la petición de ayuda de
una dama en apuros, raptada, obligada a contraer matrimonio con quien
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Pedro Porcel Torrens
no desea o que es víctima de cualquier otra vejación. Bueno, lo de contraer
matrimonio es un decir, puesto que la relación entre hombres y mujeres,
entendida como juego de dominio, es uno de los aspectos más llamativos
de la colección. Lejos, muy lejos de lo políticamente correcto, toda hembra
troglodítica aspira a ser poseída por su dueño y convertirse en su esclava. Tal
es el vocabulario utilizado: «esclavas» y «dueños». La Bella Hamil, locamente
enamorada de Purk, sueña con arrodillarse ante el protagonista escuchando
embelesada cómo su ídolo le propone que sea su sierva; las viudas de un jefe
fallecido, repudiadas por su sucesor, son bárbaramente asesinadas mientras
imploran clemencia inútilmente, faltas ya de utilidad.
Este carácter de sumisión de lo femenino, común a toda la cultura popular
de la época, constituye la base de la acción, al excitar el deseo de cuantos
machos intervienen en la serie. Se repiten con frecuencia escenas de sadismo
expreso, con flagelaciones, torturas y malos tratos a la orden del día. Y es
que la colección respira ese clima desaforado que empapa las creaciones
de Gago en un grado superior a cualquiera. Al menos durante los primeros
años, cuantos participan en la acción, muestran comportamientos de inusual frenesí: los amores son arrebatados, los odios mortales e incurables,
la pasión campa por sus fueros calentando el ambiente hasta extremos
insospechados. Todos los malvados parecen vociferar constantemente,
gigantescos hombres bestia dominando brutalmente a hembras sumisas.
Una vez más la novia de Purk, Lila, atrae con furia desmedida a cuanto
reyezuelo, engendro e incluso posible amigo que se cruce en su camino;
de nuevo ellas aman sin excepción al Hombre de Piedra: sobre estos celos
y apetitos se construye este mundo de monstruos y diosas. Es como si la
desnudez de los tiempos primitivos afectase también la estructura de la
narración, mostrando la fogosidad de las tramas más descarnadamente
que en ninguna otra serie.
Consecuencia de la abundancia de mujeres víctima e imagen especular de
aquellas es otra figura que abunda en Purk: el ama despótica, arquetipo de
la fémina independiente llevado al límite que parece fascinar a Gago. En un
mundo que no conoce más que la fuerza y la imposición como forma de relación, es lógico que estas hembras sádicas intenten conquistar su terreno. Aquí
hay creaciones verdaderamente magistrales, como Mania, la Feroz, capaz de
golpear y torturar con una lanza a la hermosa Lila, o de hacer que un hombre
despiadado como el rey de los hamiles se humille ante ella aceptando sus
bofetones mientras implora babeante un poco de amor. Mania, con el pelo
largo y moreno recogido en trenza fetichista y sus rasgos finos y crueles, estricta
dominatrix, resulta presencia insólita en el cuaderno y aún en el conjunto
de la cultura popular de la época. No están solas: la Reina Víbora adorna
su cabeza con una diadema de serpientes vivas; la pérfida Taura no parece
sentir sino desdén hacia sus semejantes; la hermosa Atily, que es conocida
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Barbas, garrotes y dinosaurios: los cavernícolas de papel
como «la mujer terrible»; Linai está enamorada de un bering, ‘hombre con
cabeza de rinoceronte’, y por conservar su amor y conquistar el poder llega a
la traición y al crimen, en escenas teñidas de erotismo extravagante. Y es que
estos romances entre monstruos y bellas se ven de lo más normal; cuando
se encuentran hombres leones o rinocerontes o simios, la monstruosidad
es patrimonio de los machos: ellas son invariablemente tristes doncellas.
Delicioso fruto de ese clima desbocado, estas princesas de la disciplina que
abundan en el Hombre de Piedra se convierten en criaturas inolvidables. El
elenco se completa además de con los habituales colosos -inevitablemente
barbados cuando se dedican al mal-, con algunos personajes positivos -a
menudo pastores que rechazan la violencia-, hechiceros y eremitas del bosque que representan una magia más sugerida que manifiesta, y una fauna
prehistórica inventada, muestra de la sana falta de respeto histórico en el
que la serie es concebida.
Como en El Guerrero del Antifaz y en El Pequeño Luchador nos encontramos
ante una obra mayor de la historieta, cumbre de la tendencia heredera del
folletín, desprovista de artificio, sincera y verdadera. Una vez más no podría
concebirse traducción gráfica más adecuada del ambiente frenético en el
que transcurre la saga. Qué decir de las portadas, resueltas casi siempre en
plano general de composición perfecta, de esas secuencias que se leen solas,
de su expresividad enorme, de la aún intacta capacidad de raptar al lector y
transportarlo más allá de la realidad. Se confirma de nuevo el magisterio y la
decisiva influencia de Gago en la evolución de un género que marca más de
veinte años, los más fructíferos del tebeo popular en nuestro país.
Tras finalizar la colección del Hombre de Piedra, sobrepasados los doscientos ejemplares, regresa Gago a su querida prehistoria de mentiras, en
1959, con Piel de Lobo
9
, que, publicada por editorial Maga, es una de las
obras más perdurables del cuaderno de aventuras. Se debe su argumento
a Juan Antonio de Laiglesia, escritor y dramaturgo, Premio Nacional de
Teatro, novelista policiaco, hermano del humorista Álvaro de Laiglesia y
futuro secretario técnico de la Comisión de Información y Publicaciones
Infantiles y Juveniles (CIPIJ), creada en 1962. Con alguna experiencia anterior como guionista, en los semanarios Chicos (1948) y Trampolín (1951),
desde Madrid, De Laiglesia crea para Maga varias series de cuadernos,
única incursión en el formato, caracterizados por su frescura, imaginación,
despliegue de fantasía y cierto afán renovador. Piel de Lobo es su obra
maestra, un festín delirante y gozoso que significa la segunda incursión
de Gago en los tiempos antediluvianos.
Si al comenzar la saga del Hombre de Piedra, Gago dota a su personaje de
parentesco y relaciones que le permiten desarrollar un futuro esquema
melodramático, el origen de Piel de Lobo, hijo de un jefe asesinado que es
119
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9
Pedro Porcel Torrens
Piel de Lobo. Ataque en masa. Manuel Gago.
Editorial Maga, Valencia, 1959.
criado por una loba y un anciano mago, no tarda en ser olvidado en pro de
la creación de un universo fabuloso e intemporal en el que no existe límite
alguno a una fantasía vivida con festiva cotidianeidad. Tanto por la aparición
de múltiples razas híbridas entre el hombre y el más insospechado animal,
como por la omnipresencia de lo maravilloso, la pretendida Edad de Piedra
pronto deviene tierra de ensueño en el que todo vale con tal de mantener el
enfebrecido clima creado.
Pese a las apariencias, muy poco o nada tiene que ver el universo de Piel de
Lobo con las eras prehistóricas. Es el suyo, el dominio del mito y la leyenda,
cartografiado en paisajes y escenarios surreales que dotan a todos los episodios de una atmósfera ilusoria de irresistible atractivo. Desde elementos
tomados directamente del cuento de hadas a irrupciones en las mitologías
griega y egipcia, ninguna fantasía se encuentra excluida. Seres de cieno, ninfas que cabalgan cisnes, topos humanos, gigantes, tritones, brujas, mamuts,
genios, rocas vivientes, hombres fósiles y cayados mágicos, metamorfosis y
manzanas del Árbol de la Salud, acompañados de viejos conocidos del mundo
clásico como la Gorgona, el Minotauro en su laberinto, centauros, sátiros y
hasta una delirante dimensión paralela en la que gobiernan esfinges con
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Barbas, garrotes y dinosaurios: los cavernícolas de papel
cabeza de dama egipcia, cuerpo de león y alas de buitre, que desfilan ante
los perplejos ojos del comprador del tebeo, en medio de la incesante acción
que constituye la esencia del medio.
Esta capacidad inagotable de adentrarse semana tras semana en territorios
no explorados por ninguno de los cientos de títulos de cuadernos que le
preceden convierte a Piel de Lobo en obra singular de la historieta española,
que viene a demostrar que el formato no se halla agotado, sino preso de
unos modos y esquemas condenados a desaparecer víctimas de un profundo cambio cultural. Así lo entiende el público, que convertido en adicto a la
sorpresa, hace de la serie una de las más longevas y exitosas de la editorial
Maga. No es ajeno a ello el dibujo de Gago, algo acelerado pero muy capaz
aún de transmitir al consumidor el perfume onírico que destila la colección.
Especialmente destacables son las portadas, de impecable maquetación y
en las que el autor parece poner más cariño de lo habitual.
Algunas señales en el mercado parecen indicar hacia 1962 que el formato
cuaderno de aventuras, casi hegemónico desde que finalizase la Guerra Civil,
empieza a dar muestras de agotamiento. Con una España que comienza la
etapa del desarrollo; una televisión progresivamente implantada en todo el
territorio, que familiariza al espectador con nuevos modos narrativos y novedosas vueltas de tuerca a los arquetipos de siempre; con el éxodo masivo
del campo hacia la ciudad, los valores y modos defendidos hasta entonces
por este tipo de tebeos empiezan a revelarse obsoletos. Una nueva censura
de carácter fundamentalmente eclesiástico terminará de dar la puntilla a
un medio en franco declive. Muchos editores empiezan entonces a buscar
nuevas fórmulas que permitan seguir ofreciendo narraciones de aventuras
desde otros formatos. Editorial Maga, consagrada desde sus inicios al tebeo
por entregas, no se da por enterada y comienza una estrategia de saturación
del mercado lanzando decenas de colecciones, política suicida que en poco
tiempo dará al traste con la empresa.
Entre los productos que publica en esta etapa hay una nueva -y últimaincursión de Manuel Gago en ese Paleolítico fantástico que le es tan grato,
las aventuras de Castor (1962)
10
. La prehistoria de Castor, un cavernícola
adolescente, es mucho más convencional que la de Piel de Lobo, por más
que aquí tampoco exista la más mínima voluntad de verosimilitud. En los
primeros episodios, el héroe y su compañera enfrentan delirantes peligros
encarnados por dinosaurios imaginarios, ermitaños caníbales que conviven
con ratas gigantes, razas de tritones y sirenas que habitan los fondos lacustres:
lo acostumbrado. Después de la aparición de semejante desfile de prodigios
con regusto a conocido, tiene lugar un episodio de insólito carácter, alejado
de cuanto se ha realizado nunca en este tipo de historietas y más cercano a
Kafka que a cualquier inspiración pulp.
121
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122
Pedro Porcel Torrens
Castor y sus amigos topan en su peregrinar con la Horda Silenciosa, una
multitud enorme de personas que avanza siempre en silencio, sin detenerse
jamás ni a comer ni a dormir. Su aspecto físico, contrariamente al de los
apuestos protagonistas, responde a la imagen popular del hombre primitivo, barbado, de grandes pómulos, dientes enormes y frentes estrechas.
En su caminar aplastan cuanto encuentran a su paso, sean miembros de
su propia hueste que caen agotados y son pisoteados por el resto, sean
primitivas fortalezas que inevitablemente terminan por sucumbir ante el
impulso desapasionado y constante de la masa humana. Absorbidos por
ésta, el héroe y sus compañeros se las ven y se las desean para sobrevivir y
poder escapar de la enorme corriente. Aventura críptica con aire de parábola, muy sugestiva y verdaderamente única entre los miles de cuadernos
españoles, que no tiene continuación.
Como si tal alarde de imaginación hubiese agotado el caudal del guionista, el argumento de Castor se desliza después por terrenos que terminan
por convertir la Edad de Piedra en un marco mediavalizante en el que no
faltan batallas con lanzas de madera y espadas de sílex, tribus de guerreros
ataviados igual que los beduinos del desierto o toscos navíos de remos que
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Barbas, garrotes y dinosaurios: los cavernícolas de papel
10
Castor. El bosque en llamas. Manuel Gago.
Serie el Gavilán, n.º 16.
Editorial Maga, Valencia, 1962.
Anceo. Los hombres de Neanderthal.
Alberto Marcet.
Editorial Polen, Madrid, 1980.
11
practican la piratería a lo vikingo, donde se encuentran muy lejos ya los
elementos fantásticos. Estos escenarios y tipologías, a tales alturas, están
demasiado vistos para conseguir mantener la fidelidad de un lector que no
tarda en dar la espalda a la colección.
Y por último, en este campo de los tebeos por entregas, cabe reseñar los
curiosos cómics de Anceo
11
, una serie nacida a contracorriente en 1980,
que pretende resucitar el muerto espíritu del cuaderno de aventuras de la
mano del valenciano Alberto Marcet. Un viajero en el tiempo, Anceo, rubio, inteligente y atlético, se remonta al pasado en ambicioso trayecto que
había de llevarle en recorrido cronológico hasta los mismos orígenes de
nuestra especie. Es precisamente allí, en un mundo primitivo poblado por
homínidos, trogloditas y dinosaurios, muy semejante al evocado en tantos
álbumes de cromos de historia natural, donde transcurren los primeros
episodios de esta historieta crecida a destiempo, que pese a su innegable
entrega y devoción, no acabó de encontrar su público.
Aunque Manuel Gago es el único autor que elabora personajes y largas sagas
centradas en los albores de la humanidad, personajes similares aparecen
123
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124
Pedro Porcel Torrens
ocasionalmente en tebeos de toda laya. Desde los encuentros de Jaimito
y sus amigos (Karpa, 1956) con simpáticos trogloditas en episodios como
Tiempos Remotos o El Rapto de Petrita a las andanzas de Punky en las que
el Pumby (1955) de José Sanchis emula al Hombre de Piedra; o las breves
aventuras de aire casi didáctico que muestran los orígenes del arco o la
rueda ilustradas por Miguel Rosselló en la revista Flecha Roja (Maga, 1965).
Cabe mencionar, por último, a los más célebres cavernícolas de papel de
los años sesenta: Altamiro de la cueva (Bernet Toledano, 1965) que desde
las páginas del clásico TBO cada semana descubre inventos que hacen de la
vida primitiva reflejo exacto de la España del desarrollo, y Hug, el troglodita
(J. Gosset, 1966), personaje de las revistas de humor de la editorial Bruguera
nacido al calor del éxito de la serie televisiva Los Picapiedra. Habitantes
todos de esa prehistoria imaginada que un día floreció en las páginas hoy
amarillentas de los tebeos.
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Este libro se editó con motivo de la
exposición temporal «Prehistoria y
Cómic», inaugurada en junio de 2016.
DIPUTACIÓN DE VALENCIA
Presidente
Jorge Rodríguez Gramage
Animaciones 3D
Ángel Sánchez Molina
Audiovisuales
Grabación, edición y montaje
Render Comunicación, SL
Empresas colaboradoras de la producción
Diputado de Cultura
Xavier Rius i Torres
Diseño gráfico de la exposición
Vanesa Mora Casanova
MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
Diseño del material impreso
Marc Granell Artal
Directora
Helena Bonet Rosado
Jefe de la Unidad de Difusión, Didáctica y
Exposiciones
Santiago Grau Gadea
EXPOSICIÓN
Proyecto expositivo
Museo de Prehistoria de Valencia
Comisariado
Helena Bonet Rosado
Álvaro Pons Moreno
Equipo de trabajo
Francisco Chiner Vives
Eva Ferraz García
Santiago Grau Gadea
Vanesa Mora Casanova
Begoña Soler Mayor
Con la colaboración de
Josep Lluís Pascual Benito
Bernat Martí Oliver
Alfred Sanchis Serra
Diseño, instalación y montaje
Francisco Chiner Vives
Imagen del cartel y cubierta del catálogo
Paco Roca
Didáctica
Laura Fortea Cervera
Eva Ripollés Adelantado
Ayudante de montaje
Amadeo Moliner Blay
Fondos expuestos
Museo de Prehistoria de Valencia
Colección Helena Bonet Rosado
Emmanuel Roudier
Miguel Quesada
Antonio Fraguas «Forges»
Mikel Begoña e Iñaki Martínez «Iñaket»
Ortifus
Mireia Pérez
Philuc
Museo Arqueológico Municipal Camil
Visedo Moltó de Alcoi
Impresión del material de difusión
Imprenta Provincial de la Diputación de
Valencia
Transporte de la obra
TTI
Seguros
Muñiz y Asociados. Generali Seguros
Traducciones inglés y francés
Lambe & Nieto
Marc Tiffagom
Producción
Museo de Prehistoria de Valencia
Reinadecorazones Espacios para el Ocio y
la Cultura
PUBLICACIÓN
Proyecto editorial y coordinación
Museo de Prehistoria de Valencia
Agradecimientos
Cecilio Alonso Alonso
Emili Aura Tortosa
Jorge Iván Arguiz
Suresh Ariaratnam
Gilles Bourgarel
Adam Brockbank
Maggie Calt
Chantal Chéret
Lora Fountain & Associates
Judit Foz Povill
Gloria García
Manuel Gozalbes Fernández de Palencia
Manel Granell
Ben Haggarty
Tanino Liberatore
Cristina Rihuete
Jose María Segura Martí
Museu Arqueològic Son Fornés
Dude Comics
Editorial Toxosoutos
El Patio editorial
Grupo Planeta
Nota de los editores
Los autores y los editores de este libro
comunican a los derechohabientes de las
ilustraciones o de otro tipo de imágenes
no encontradas, que pueden ponerse en
contacto con la editorial para acreditar su
propiedad intelectual o de otra índole.
Contacto: Museo de Prehistoria de Valencia,
tel: 963 883 627 y gestio.exposicio@dival.es.
Equipo de edición
Joaquín Abarca Pérez
ISBN: 978-84-7795-762-1
Autores de los artículos
Helena Bonet Rosado
Ernestina Badal García
Santiago Grau Gadea
Antoni Guiral Conti
Vicky Menor Cuenca
Didier Pasamonik
Álvaro Pons Moreno
Pedro Porcel Torrens
Emmanuel Roudier
Gonzalo Ruiz Zapatero
Begoña Soler Mayor
Joaquín Soler Navarro
© de los textos: los autores, 2016.
Traducción al valenciano y corrección
Unitat de Normalització Lingüística de la
Diputació de València
Diseño y maquetación
Marc Granell Artal
Impresión
Pentagraf
DL: V 1292-2016
© de las imágenes: los autores, 2016.
© de la edición: Museo de Prehistoria de
Valencia. Diputación de Valencia, 2016.
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presentación
Helena Bonet Rosado
Prehistoria y cómic: La magia de la imagen
Helena Bonet Rosado
Primero la ciencia… después, la ficción
Ernestina Badal García y Joaquín Soler Navarro
Ilustración prehistórica y tebeo de prehistoria:
¿Caminos divergentes o convergentes?
Gonzalo Ruiz Zapatero
La prehistoria en el tebeo infantil
Antoni Guiral Conti
BARBAS, GARROTES Y DINOSAURIOS:
LOS CAVERNÍCOLAS DE PAPEL
Pedro Porcel Torrens
Prehistoria en los cómics americanos
Álvaro Pons Moreno
ENTRE PEDAGOGÍA Y PARODIA, LA PREHISTORIA EN
EL CÓMIC FRANCÓFONO
Didier Pasamonik
¡GRACIAS LUCY!
Begoña Soler Mayor
El cómic como recurso didáctico para el
aprendizaje de la prehistoria en los museos
Santiago Grau Gadea
Conversaciones con Emmanuel Roudier
Helena Bonet Rosado
Catálogo de selección de cómics
Vicky Menor Cuenca
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107
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Pedro Porcel Torrens
Las décadas centrales del siglo xx, fueron de esplendor para los tebeos, ya que
cerca de ochocientas colecciones llegaron a los quioscos españoles. En ellos no
quedó género, que no es susceptible de albergar las estructuras del romance
tradicional, que no llegara a ser evocado en una o en muchas ocasiones. La
lectura es el medio de ocio de masas, consolidado desde finales de la centuria anterior a través de las novelas por entregas y otras formas de literatura
popular. Abastecer a un público amplio y ávido de novedades y destacar en
medio de un mercado saturado de esta clase de ofertas en este sentido exige
considerables esfuerzos de imaginación. Los tiempos medievales en todas
sus facetas, el Oeste americano, las andanzas de la policía en la gran ciudad,
el exotismo colonial, el mundo entero como depósito de peligro y maravilla,
el espacio exterior poblado por mil y un seres extraños... Pocos, muy pocos
ámbitos quedan excluidos de unas viñetas precarias, apresuradas, pródigas
en inventiva tanto como en iteración. Dinosaurios y animales antediluvianos, aunque sacados de contexto, son fauna ya conocida en esta clase de
productos. Sin embargo nadie parece mostrar preferencia por ese paisaje
aparentemente idóneo para la aventura que representa la Edad de Piedra. Sin
necesidad de respetar convenciones históricas frente a un público ignorante
de unos tiempos remotos y desconocidos, el autor puede lanzarse libremente
por los derroteros que le dicte su imaginación y hacer de la prehistoria un
paraíso extravagante a la medida del argumento escogido.
Existen algunos precedentes literarios que guían en cierto modo el devenir
de tan exiguo subgénero, que guionistas y dibujantes de los años cincuenta
pueden haber llegado a conocer siquiera de oídas. Publicadas por Seix y Barral,
las fantasías paleolíticas de las novelas de los franceses hermanos Rosny La
conquista del fuego* y El león de las cavernas
1
, ilustradas por Serra Massana,
conocen amplia difusión a comienzos de los años treinta. Los dibujos del
artista catalán, discípulo de Joan Junceda, fijan lo que en lo sucesivo será
la iconografía del hombre prehistórico: titanes de largas barbas, hirsutos,
* Título original La guerre du feu, también titulada en español La guerra del fuego, en Salvat y Ediciones
Tridente.
[page-n-112]
Barbas, garrotes y dinosaurios: los cavernícolas de papel
vestidos de pieles sin desbastar y armados de grandes cachiporras y toscas
lanzas. Una figura que cuanto autor de tebeos aborde el tema en lo sucesivo
no dejará de manejar, inserta en un escenario insólito en que desarrollar los
clásicos esquemas del relato aventurero: la pérdida, el viaje, la lucha, la solidaridad, la conquista. Cuando en 1935, el semanario Aventurero comience
a publicar la historieta norteamericana Flash Gordon de Alex Raymond, tal
tipología devendrá clásica. Entre los numerosos seres híbridos y razas extrañas que el astronauta encuentra en el planeta Mongo, se encuentra una
tribu de cavernícolas muy semejante a nuestros antepasados terrícolas. Sus
estilizadas figuras, sus proporciones atléticas, sus cabelleras y pellejos, sus
armas e instrumentos serán evocados una y otra vez, en cada ocasión en los
que asomen a la viñeta autóctona las fantasías antediluvianas.
Las narraciones de los hermanos Rosny, como el libro de Jack London Antes de
Adán, que difunde con notable fortuna Aguilar durante la llamada dictablanda
de Primo de Rivera, intentan ajustarse en su descripción de la vida prehistórica
a una cierta contextualización que, si no es estrictamente realista, al menos
109
El león de las Cavernas. J-H. Rosny. Ilustraciones
de J. Serra Masana.
Seix y Barral Hnos., Barcelona, 1935.
1
[page-n-113]
110
Pedro Porcel Torrens
El Jabato. El Secreto de la gran tortuga.
R. Martín y F. Darnís.
Editorial Bruguera, Barcelona, 1963.
respeta las convenciones más familiares: la no coexistencia de saurios y seres
humanos, los modos de conseguir alimentos, la importancia y el valor del
fuego, la necesidad de la tribu, etc. Más libre de ataduras se plantea uno de
los escasos filmes que en la época aborda los tiempos primigenios, la modesta producción americana de 1940 Hace un millón de años, puntualmente
estrenada en nuestro país. Dirigida por Hal Roach y protagonizada por Víctor
Mature en el papel de apuesto cavernícola, se acoge en todo momento a los
esquemas del romance tradicional: un triángulo amoroso entre el protagonista,
una bella mocita vestida de pieles y un feo y barbado Lon Chaney Jr. en el
papel de hechicero, cacique y malvado, que desata una trama escasamente
original llevada con ritmo irreprochable. Inaugura lo que será en lo sucesivo
la Edad de Piedra a ojos populares: un batiburrillo en el que nunca pueden
faltar, por más aberrante que suene al público letrado, las clásicas escenas
de enfrentamientos entre humanos y dinosaurios -cuyo papel corre en esta
ocasión a cargo de tristes iguanas disfrazadas-, la contraposición entre tribus
agrícolas pacifistas y hordas de malvados cazadores, y el amor imposible entre
miembros de diferentes clanes: tres elementos que veremos repetirse en lo
sucesivo en todas las fantasías que aborden la prehistoria.
Rasgos que en parte se repiten en otra de las novelas seminales del género: El
Mundo Perdido, de Arthur Conan Doyle. Nace aquí lo que se convertirá con
el tiempo en tópico: el encuentro de hombres de nuestra época con primitivos crecidos en un lugar ignoto preservado al margen de la evolución. Tales
prehumanos suelen convivir con monstruos de toda laya, habitantes como
son de territorios vírgenes a la mirada de la civilización. El tema conoce gran
fortuna y asoma por doquier. Ya en 1925 se estrena una adaptación fílmica
espectacular (The Lost World, Harry O. Hoyt) que sin duda ha de marcar a
2
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Barbas, garrotes y dinosaurios: los cavernícolas de papel
111
muchos de quienes más tarde serán autores consagrados a lo popular; en
lo sucesivo son numerosas las adaptaciones del argumento de Doyle a la
narrativa gráfica, en la que destaca en este sentido la versión que un joven
Francisco Darnís -autor más tarde de la conocida saga de El Jabato
2
- rea-
liza en 1942, para el semanario barcelonés PBT. Como los del texto original,
sus cavernícolas viven en un estadio muy primitivo, son seres de apariencia
salvaje, peludos y desaliñados, parlotean un lenguaje elemental hecho de
gruñidos y sus motivaciones a la hora de pelear con dinosaurios o disputarse
el favor de una hembra apenas difieren de los exhibidos por los animales.
En consecuencia, el trato recibido por los hombres de nuestra especie será
rudo y con escasas contemplaciones.
Hipertrofiando el motivo de El Mundo Perdido, Edgar Rice Burroughs crea, a
través de las novelas de Tarzán, un continente africano imaginario depósito
de cuanta maravilla ignota pueda concebirse, desde ciudades habitadas por
gorilas parlantes a restos de la antigua Roma o de los cruzados de Tierra Santa
afincados en remotos parajes. No faltan en este sentido los encuentros del
Señor de la Jungla con malencarados trogloditas de garrote y pelambrera, un
camino que siguen sin excepción los varios émulos de la criatura de Burroughs
que pueblan los tebeos españoles. Los más célebres entre los tarzánidos patrios
son Pantera Negra
3
y su hijo Pequeño Pantera Negra
4
5
, desarrollados por
los hermanos Pedro y Miguel Quesada durante la década de los cincuenta para
la valenciana editorial Maga. A la altura de 1956, cuando nace el personaje, la
firma es ya la más consolidada fábrica de tebeos de aventuras del país, verdadera factoría que lanza cientos de títulos de cuadernos que conocen una
extraordinaria difusión. Pequeño Pantera Negra es su título emblemático; con
Pantera Negra n.º 45. Los hombres de las
cavernas. Pedro y Miguel Quesada.
Ed. Maga, Valencia, 1958.
3
[page-n-115]
112
4
Pedro Porcel Torrens
Pequeño Pantera Negra. El valle de Lu.
Miguel Quesada.
Editorial Maga, Valencia, 1958.
tiradas que llegan a superar los cien mil ejemplares semanales, se convierte
en uno de los mayores éxitos de un mercado en ebullición caracterizado por
una competencia feroz. Pequeño Pantera, adolescente libre que vaga por
tierras africanas tan pródigas en maravillas como las creadas por Burroughs,
encuentra en su periplo estirpes de hombres vampiro, ciudades futuristas,
jinetes que surcan el cielo a lomos de águilas, indígenas abeja que viven en
colmenas, castillos medievales en medio de la jungla y, cómo no, grupos de
hombres prehistóricos.
En su primer, y breve, encuentro con éstos, que ilustra a lo largo de tres entregas -José Ortiz sustituyendo al habitual de la saga Miguel Quesada- Pequeño
Pantera deviene protector de la tribu gracias a su valor, generosidad y superior
grado de civilización. Los primitivos son representados con rasgos realistas:
frente estrecha, pómulos marcados, grandes bocas, miembros simiescos. Por
lo demás sus características responden a las acostumbradas en tales criaturas
de papel: son hoscos, dan garrotazos a las primeras de cambio, se comunican
por medio de sonidos inarticulados, visten pellejos y veneran serviles a quien
se muestre capaz de derrotarlos. Vuelven a intervenir en la saga años más
tarde, cuando las aventuras del personaje están en manos de Jesús Herrero,
dibujante madrileño que, si bien no exhibe el virtuosismo gráfico de Quesada,
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Barbas, garrotes y dinosaurios: los cavernícolas de papel
113
cumple con creces haciendo que el título continúe siendo epítome del tebeo
Dibujo de Pequeño Pantera Negra.
Miguel Quesada.
de consumo de su época: sencillo en sus modos, variado en sus formas y capaz
de mantener un alto nivel de ventas. Un troglodita llamado Truno solicita la
ayuda de Pequeño Pantera para que libre a su poblado -ahora la tribu vive en
cabañas de barro y es capaz de hablar- del ataque de una partida de árabes
que pretenden capturarlos para venderlos como esclavos. Sigue una larga
peripecia en la que Truno se convierte en fiel compañero del héroe que, junto
a éste y a su inseparable gorila Juanito, son encadenados componiendo una
insólita cuerda de presos. La aventura discurre por cauces convencionales,
sin que los trogloditas cumplan otra función que la de aportar un agradable
punto de exotismo y extravagancia que una sencilla tribu de nativos africanos
hubiese sido incapaz de conseguir.
Apenas cinco o seis novelas y una sola película: escasa genealogía si se compara
con la que poseen géneros como el western, la aventura marina o el relato
medieval; nos encontramos ante un mundo nuevo de lugares comunes aún
por definir. Por tanto completamente libre en sus reglas: más que en ninguna
otra ocasión la verosimilitud brilla por su ausencia, mezclando épocas distantes entre sí varios miles de años, y aplicando a sus pobladores los mismos
roles y pautas de comportamiento que animan a los personajes de cualquier
5
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114
Pedro Porcel Torrens
otra serie de cuadernillos. Un dibujante emblemático y prolífico, Manuel
Gago (1925-1980) será el único que en varias de sus creaciones elija la Edad
de Piedra como marco de sus historias. Gago es el autor del gran éxito de la
posguerra, El Guerrero del Antifaz (1943), que, al igual que sus creaciones
más célebres, publica Editorial Valenciana. Fundador más tarde de la firma
Maga, autor de trazo clásico, sencillo y a menudo apresurado, es capaz de
contactar con el público de forma inmediata, visceral. Sus iniciales carencias
técnicas son suplidas con creces por un sentido del ritmo, la composición y
el lenguaje gráfico raramente igualado. Amante de la acción y el melodrama,
es responsable de varios miles de cuadernos, una producción vasta y forzada
que le constituye en puntal y ejemplo de toda una manera de entender el
medio. Apadrinando a otros autores más jóvenes, como José Ortiz, Miguel
Quesada o Luís Bermejo, encabeza la escuela valenciana de dibujantes, muy
prolífica durante los años cincuenta. Para entonces sus grandes sagas, prolongadas a lo largo de muchos años, venden miles de ejemplares y acuden
puntuales a los quioscos. Al citado Guerrero del Antifaz, le acompañan el
western El Pequeño Luchador (1945) y la serie de capa y espada El Espadachín
Enmascarado (1952).
Las hazañas de Purk, el Hombre de Piedra (1950)
6
7
son la penúltima de las
grandes sagas que Gago crea para la Valenciana, con su hermano Pablo como
guionista. En esta ocasión se permite el lujo de transitar por una parcela del
universo ficcional apenas codificada; sin lastre documental alguno, la colección puede adentrarse por los caminos más disparatados, bien acogidos por
un lector ávido de las emociones que el dibujante sabe proporcionarle. En
un principio Purk, perteneciente a una tribu de pastores y agricultores que
adora a los espíritus buenos, vive la aventura movido por la venganza sobre
los asesinos de su padre, el jefe de la tribu de los cataks. Pacifismo, modo de
vida no agresivo, origen noble, afrentas que lavar: caracteres clásicos del héroe.
Lila, su compañera, juega un papel un poco más lucido que el de hembra
pasiva acompañando a su pareja en insólita convivencia. Para no suscitar el
escándalo de los censores, pronto se casa con el Hombre de Piedra en curioso rito pagano. Claro que enseguida se les añade Sandar, un adolescente
adoptado por el protagonista que, con su incómodo papel de carabina, parece
imponer cierto recato en la convivencia de la troglodítica pareja.
Pero se diría que la obligada simplicidad social que impone el escenario
elegido pesa a la hora de construir un conflicto dramático duradero, que
se revela más endeble que en las otras sagas del autor. Progresivamente se
6
Purk el Hombre de Piedra. Otra vez la
hechicera, de Pablo y Manuel Gago.
Editorial Valenciana, 1951.
reducen los escenarios en los que se desarrollan diversas líneas de acción
simultáneas para seguir más literalmente las andanzas del héroe y sus compañeros, hasta que llega un momento en el que la duración de los episodios
7
Purk el Hombre de Piedra. Los juegos de Libar.
Pablo y Manuel Gago.
Editorial Valenciana, 1951.
disminuye, contándose cada aventura en dos o tres cuadernos que rompen
la sensación de continuidad y hacen que se desvanezca parte de su atractivo.
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Barbas, garrotes y dinosaurios: los cavernícolas de papel
115
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116
8
Pedro Porcel Torrens
Purk el Hombre de Piedra. Lucha tras lucha.
Pablo y Manuel Gago.
Edival. Selección Aventura, Editorial
Valenciana, 1974.
Las andanzas del Hombre de Piedra transcurren en un mundo desprovisto
de cualquier afán de realismo, en el que la libertad imaginativa se refleja en
los innumerables monstruos y tribus extrañas que aparecen sin dar tregua al
lector: hombres mono, seres alados con cabezas de hiena, centauros, gorilas
cornudos o una fabulosa hibridación de humano y rinoceronte capaz de
hacer las delicias del más exquisito degustador de incongruencias. Todos
ellos, sin embargo, son acogidos por los protagonistas sin el menor asombro,
y sus patrones de comportamiento responden en todo a los del hombre
actual, sin que su aspecto sea al fin más que un adorno exótico. La fantasía
enriquece un decorado que acompaña una trama que en su planteamiento
se revela convencional.
Purk
8
, héroe sin tormentos interiores, asume y elige su condición de justi-
ciero; convencido de que su fuerza sin igual le ha sido otorgada por un poder
superior «para poner la paz entre las tribus y hacer desaparecer las malas
costumbres que tienen» (que suelen incluir el canibalismo o los sacrificios
humanos), decide lanzarse al mundo en busca de conflictos que resolver.
La aventura pasa a ser vivida gozosamente, en trayectoria paralela a la de
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Barbas, garrotes y dinosaurios: los cavernícolas de papel
tantos protagonistas del cuaderno de los cincuenta. Las pasiones desquiciadas van desapareciendo sustituidas por un exotismo muy imaginativo
y el nivel de violencia se reduce hasta limitarse a las inevitables peleas que
ocupan, como siempre, buena parte de cada entrega. El trazo de Gago se
esquematiza sin perder su fuerza, abandonado el sobrio clasicismo de los
primeros tiempos. Resuelto una vez más con el criterio realista épico del
autor, pródigo en secuencias prodigiosas, el Hombre de Piedra de nuevo
deja boquiabierto a un lector fascinado ante la facultad mágica del dibujante
para contar en imágenes con la mayor sencillez y eficacia.
La mezcla de aventura y melodrama, que tan bien ha funcionado en las
anteriores obras de Gago, se repite una vez más. El exotismo que un marco
desconocido permite se aprovecha al máximo; se crea un clima espurio
lleno de sorpresas y hallazgos extravagantes que constituye lo mejor de la
colección: tribus que sacrifican a sus semejantes ante la «sagrada morada
de los dioses del mar», una cueva en la que habita una raza de pigmeos a
quienes desconocen y veneran; monstruos antropoides; jinetes que cruzan
el cielo sobre gigantescos pájaros; antropófagos colmilludos, sirenas y tritones; increíbles hombres rata; amazonas salvajes... Sensación potenciada
por la fantástica eufonía de los nombres primitivos: Pommetum, Rayotor,
Agraciado de la Serpiente, Mamok, Tugor, Dámula, Pensior, Hijo del Dios
Dragón, juegos de sílabas con indudable poder de sugestión, como las formas de nombrar una fauna abundante en la que los perros se llaman rups,
los leopardos ratuk y los megaterios jabión.
Como demostrando la primacía de lo artificial sobre lo real, hasta la jungla
en la que los héroes deambulan parece más un jardín a su medida que una
selva: deambulan, sí, en este caso literalmente, ya que, si toda aventura es de
uno u otro modo itinerante, aquí las caminatas y carreras que se imponen
ante la falta de otros medios de locomoción acentúan como nunca la fisicidad
de la acción. En este continuo desplazarse de un lugar a otro del gigantesco
escenario en que todo transcurre, va desgranándose una trama fundamentada
una vez más en los juegos que brinda la relación entre los personajes.
Más allá del exotismo puro, una serie de estereotipos se imponen. A juzgar
por la serie, la humanidad troglodítica está constituida fundamentalmente
por hombres titánicos y delicadas mujeres. Todos, todos sin excepción son
verdaderos hércules; enemigos y aliados, humanos y seres monstruosos
exhiben formidables musculaturas. La lucha y el combate son la base de
sus relaciones; el sexo y en menor medida la ambición de poder, su más
poderosa motivación. Más claramente que en otras ocasiones las raíces
caballerescas del héroe quedan en evidencia: en casi todas las ocasiones el
Hombre de Piedra acude sin pensárselo dos veces a la petición de ayuda de
una dama en apuros, raptada, obligada a contraer matrimonio con quien
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Pedro Porcel Torrens
no desea o que es víctima de cualquier otra vejación. Bueno, lo de contraer
matrimonio es un decir, puesto que la relación entre hombres y mujeres,
entendida como juego de dominio, es uno de los aspectos más llamativos
de la colección. Lejos, muy lejos de lo políticamente correcto, toda hembra
troglodítica aspira a ser poseída por su dueño y convertirse en su esclava. Tal
es el vocabulario utilizado: «esclavas» y «dueños». La Bella Hamil, locamente
enamorada de Purk, sueña con arrodillarse ante el protagonista escuchando
embelesada cómo su ídolo le propone que sea su sierva; las viudas de un jefe
fallecido, repudiadas por su sucesor, son bárbaramente asesinadas mientras
imploran clemencia inútilmente, faltas ya de utilidad.
Este carácter de sumisión de lo femenino, común a toda la cultura popular
de la época, constituye la base de la acción, al excitar el deseo de cuantos
machos intervienen en la serie. Se repiten con frecuencia escenas de sadismo
expreso, con flagelaciones, torturas y malos tratos a la orden del día. Y es
que la colección respira ese clima desaforado que empapa las creaciones
de Gago en un grado superior a cualquiera. Al menos durante los primeros
años, cuantos participan en la acción, muestran comportamientos de inusual frenesí: los amores son arrebatados, los odios mortales e incurables,
la pasión campa por sus fueros calentando el ambiente hasta extremos
insospechados. Todos los malvados parecen vociferar constantemente,
gigantescos hombres bestia dominando brutalmente a hembras sumisas.
Una vez más la novia de Purk, Lila, atrae con furia desmedida a cuanto
reyezuelo, engendro e incluso posible amigo que se cruce en su camino;
de nuevo ellas aman sin excepción al Hombre de Piedra: sobre estos celos
y apetitos se construye este mundo de monstruos y diosas. Es como si la
desnudez de los tiempos primitivos afectase también la estructura de la
narración, mostrando la fogosidad de las tramas más descarnadamente
que en ninguna otra serie.
Consecuencia de la abundancia de mujeres víctima e imagen especular de
aquellas es otra figura que abunda en Purk: el ama despótica, arquetipo de
la fémina independiente llevado al límite que parece fascinar a Gago. En un
mundo que no conoce más que la fuerza y la imposición como forma de relación, es lógico que estas hembras sádicas intenten conquistar su terreno. Aquí
hay creaciones verdaderamente magistrales, como Mania, la Feroz, capaz de
golpear y torturar con una lanza a la hermosa Lila, o de hacer que un hombre
despiadado como el rey de los hamiles se humille ante ella aceptando sus
bofetones mientras implora babeante un poco de amor. Mania, con el pelo
largo y moreno recogido en trenza fetichista y sus rasgos finos y crueles, estricta
dominatrix, resulta presencia insólita en el cuaderno y aún en el conjunto
de la cultura popular de la época. No están solas: la Reina Víbora adorna
su cabeza con una diadema de serpientes vivas; la pérfida Taura no parece
sentir sino desdén hacia sus semejantes; la hermosa Atily, que es conocida
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Barbas, garrotes y dinosaurios: los cavernícolas de papel
como «la mujer terrible»; Linai está enamorada de un bering, ‘hombre con
cabeza de rinoceronte’, y por conservar su amor y conquistar el poder llega a
la traición y al crimen, en escenas teñidas de erotismo extravagante. Y es que
estos romances entre monstruos y bellas se ven de lo más normal; cuando
se encuentran hombres leones o rinocerontes o simios, la monstruosidad
es patrimonio de los machos: ellas son invariablemente tristes doncellas.
Delicioso fruto de ese clima desbocado, estas princesas de la disciplina que
abundan en el Hombre de Piedra se convierten en criaturas inolvidables. El
elenco se completa además de con los habituales colosos -inevitablemente
barbados cuando se dedican al mal-, con algunos personajes positivos -a
menudo pastores que rechazan la violencia-, hechiceros y eremitas del bosque que representan una magia más sugerida que manifiesta, y una fauna
prehistórica inventada, muestra de la sana falta de respeto histórico en el
que la serie es concebida.
Como en El Guerrero del Antifaz y en El Pequeño Luchador nos encontramos
ante una obra mayor de la historieta, cumbre de la tendencia heredera del
folletín, desprovista de artificio, sincera y verdadera. Una vez más no podría
concebirse traducción gráfica más adecuada del ambiente frenético en el
que transcurre la saga. Qué decir de las portadas, resueltas casi siempre en
plano general de composición perfecta, de esas secuencias que se leen solas,
de su expresividad enorme, de la aún intacta capacidad de raptar al lector y
transportarlo más allá de la realidad. Se confirma de nuevo el magisterio y la
decisiva influencia de Gago en la evolución de un género que marca más de
veinte años, los más fructíferos del tebeo popular en nuestro país.
Tras finalizar la colección del Hombre de Piedra, sobrepasados los doscientos ejemplares, regresa Gago a su querida prehistoria de mentiras, en
1959, con Piel de Lobo
9
, que, publicada por editorial Maga, es una de las
obras más perdurables del cuaderno de aventuras. Se debe su argumento
a Juan Antonio de Laiglesia, escritor y dramaturgo, Premio Nacional de
Teatro, novelista policiaco, hermano del humorista Álvaro de Laiglesia y
futuro secretario técnico de la Comisión de Información y Publicaciones
Infantiles y Juveniles (CIPIJ), creada en 1962. Con alguna experiencia anterior como guionista, en los semanarios Chicos (1948) y Trampolín (1951),
desde Madrid, De Laiglesia crea para Maga varias series de cuadernos,
única incursión en el formato, caracterizados por su frescura, imaginación,
despliegue de fantasía y cierto afán renovador. Piel de Lobo es su obra
maestra, un festín delirante y gozoso que significa la segunda incursión
de Gago en los tiempos antediluvianos.
Si al comenzar la saga del Hombre de Piedra, Gago dota a su personaje de
parentesco y relaciones que le permiten desarrollar un futuro esquema
melodramático, el origen de Piel de Lobo, hijo de un jefe asesinado que es
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Piel de Lobo. Ataque en masa. Manuel Gago.
Editorial Maga, Valencia, 1959.
criado por una loba y un anciano mago, no tarda en ser olvidado en pro de
la creación de un universo fabuloso e intemporal en el que no existe límite
alguno a una fantasía vivida con festiva cotidianeidad. Tanto por la aparición
de múltiples razas híbridas entre el hombre y el más insospechado animal,
como por la omnipresencia de lo maravilloso, la pretendida Edad de Piedra
pronto deviene tierra de ensueño en el que todo vale con tal de mantener el
enfebrecido clima creado.
Pese a las apariencias, muy poco o nada tiene que ver el universo de Piel de
Lobo con las eras prehistóricas. Es el suyo, el dominio del mito y la leyenda,
cartografiado en paisajes y escenarios surreales que dotan a todos los episodios de una atmósfera ilusoria de irresistible atractivo. Desde elementos
tomados directamente del cuento de hadas a irrupciones en las mitologías
griega y egipcia, ninguna fantasía se encuentra excluida. Seres de cieno, ninfas que cabalgan cisnes, topos humanos, gigantes, tritones, brujas, mamuts,
genios, rocas vivientes, hombres fósiles y cayados mágicos, metamorfosis y
manzanas del Árbol de la Salud, acompañados de viejos conocidos del mundo
clásico como la Gorgona, el Minotauro en su laberinto, centauros, sátiros y
hasta una delirante dimensión paralela en la que gobiernan esfinges con
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Barbas, garrotes y dinosaurios: los cavernícolas de papel
cabeza de dama egipcia, cuerpo de león y alas de buitre, que desfilan ante
los perplejos ojos del comprador del tebeo, en medio de la incesante acción
que constituye la esencia del medio.
Esta capacidad inagotable de adentrarse semana tras semana en territorios
no explorados por ninguno de los cientos de títulos de cuadernos que le
preceden convierte a Piel de Lobo en obra singular de la historieta española,
que viene a demostrar que el formato no se halla agotado, sino preso de
unos modos y esquemas condenados a desaparecer víctimas de un profundo cambio cultural. Así lo entiende el público, que convertido en adicto a la
sorpresa, hace de la serie una de las más longevas y exitosas de la editorial
Maga. No es ajeno a ello el dibujo de Gago, algo acelerado pero muy capaz
aún de transmitir al consumidor el perfume onírico que destila la colección.
Especialmente destacables son las portadas, de impecable maquetación y
en las que el autor parece poner más cariño de lo habitual.
Algunas señales en el mercado parecen indicar hacia 1962 que el formato
cuaderno de aventuras, casi hegemónico desde que finalizase la Guerra Civil,
empieza a dar muestras de agotamiento. Con una España que comienza la
etapa del desarrollo; una televisión progresivamente implantada en todo el
territorio, que familiariza al espectador con nuevos modos narrativos y novedosas vueltas de tuerca a los arquetipos de siempre; con el éxodo masivo
del campo hacia la ciudad, los valores y modos defendidos hasta entonces
por este tipo de tebeos empiezan a revelarse obsoletos. Una nueva censura
de carácter fundamentalmente eclesiástico terminará de dar la puntilla a
un medio en franco declive. Muchos editores empiezan entonces a buscar
nuevas fórmulas que permitan seguir ofreciendo narraciones de aventuras
desde otros formatos. Editorial Maga, consagrada desde sus inicios al tebeo
por entregas, no se da por enterada y comienza una estrategia de saturación
del mercado lanzando decenas de colecciones, política suicida que en poco
tiempo dará al traste con la empresa.
Entre los productos que publica en esta etapa hay una nueva -y últimaincursión de Manuel Gago en ese Paleolítico fantástico que le es tan grato,
las aventuras de Castor (1962)
10
. La prehistoria de Castor, un cavernícola
adolescente, es mucho más convencional que la de Piel de Lobo, por más
que aquí tampoco exista la más mínima voluntad de verosimilitud. En los
primeros episodios, el héroe y su compañera enfrentan delirantes peligros
encarnados por dinosaurios imaginarios, ermitaños caníbales que conviven
con ratas gigantes, razas de tritones y sirenas que habitan los fondos lacustres:
lo acostumbrado. Después de la aparición de semejante desfile de prodigios
con regusto a conocido, tiene lugar un episodio de insólito carácter, alejado
de cuanto se ha realizado nunca en este tipo de historietas y más cercano a
Kafka que a cualquier inspiración pulp.
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Castor y sus amigos topan en su peregrinar con la Horda Silenciosa, una
multitud enorme de personas que avanza siempre en silencio, sin detenerse
jamás ni a comer ni a dormir. Su aspecto físico, contrariamente al de los
apuestos protagonistas, responde a la imagen popular del hombre primitivo, barbado, de grandes pómulos, dientes enormes y frentes estrechas.
En su caminar aplastan cuanto encuentran a su paso, sean miembros de
su propia hueste que caen agotados y son pisoteados por el resto, sean
primitivas fortalezas que inevitablemente terminan por sucumbir ante el
impulso desapasionado y constante de la masa humana. Absorbidos por
ésta, el héroe y sus compañeros se las ven y se las desean para sobrevivir y
poder escapar de la enorme corriente. Aventura críptica con aire de parábola, muy sugestiva y verdaderamente única entre los miles de cuadernos
españoles, que no tiene continuación.
Como si tal alarde de imaginación hubiese agotado el caudal del guionista, el argumento de Castor se desliza después por terrenos que terminan
por convertir la Edad de Piedra en un marco mediavalizante en el que no
faltan batallas con lanzas de madera y espadas de sílex, tribus de guerreros
ataviados igual que los beduinos del desierto o toscos navíos de remos que
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Castor. El bosque en llamas. Manuel Gago.
Serie el Gavilán, n.º 16.
Editorial Maga, Valencia, 1962.
Anceo. Los hombres de Neanderthal.
Alberto Marcet.
Editorial Polen, Madrid, 1980.
11
practican la piratería a lo vikingo, donde se encuentran muy lejos ya los
elementos fantásticos. Estos escenarios y tipologías, a tales alturas, están
demasiado vistos para conseguir mantener la fidelidad de un lector que no
tarda en dar la espalda a la colección.
Y por último, en este campo de los tebeos por entregas, cabe reseñar los
curiosos cómics de Anceo
11
, una serie nacida a contracorriente en 1980,
que pretende resucitar el muerto espíritu del cuaderno de aventuras de la
mano del valenciano Alberto Marcet. Un viajero en el tiempo, Anceo, rubio, inteligente y atlético, se remonta al pasado en ambicioso trayecto que
había de llevarle en recorrido cronológico hasta los mismos orígenes de
nuestra especie. Es precisamente allí, en un mundo primitivo poblado por
homínidos, trogloditas y dinosaurios, muy semejante al evocado en tantos
álbumes de cromos de historia natural, donde transcurren los primeros
episodios de esta historieta crecida a destiempo, que pese a su innegable
entrega y devoción, no acabó de encontrar su público.
Aunque Manuel Gago es el único autor que elabora personajes y largas sagas
centradas en los albores de la humanidad, personajes similares aparecen
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ocasionalmente en tebeos de toda laya. Desde los encuentros de Jaimito
y sus amigos (Karpa, 1956) con simpáticos trogloditas en episodios como
Tiempos Remotos o El Rapto de Petrita a las andanzas de Punky en las que
el Pumby (1955) de José Sanchis emula al Hombre de Piedra; o las breves
aventuras de aire casi didáctico que muestran los orígenes del arco o la
rueda ilustradas por Miguel Rosselló en la revista Flecha Roja (Maga, 1965).
Cabe mencionar, por último, a los más célebres cavernícolas de papel de
los años sesenta: Altamiro de la cueva (Bernet Toledano, 1965) que desde
las páginas del clásico TBO cada semana descubre inventos que hacen de la
vida primitiva reflejo exacto de la España del desarrollo, y Hug, el troglodita
(J. Gosset, 1966), personaje de las revistas de humor de la editorial Bruguera
nacido al calor del éxito de la serie televisiva Los Picapiedra. Habitantes
todos de esa prehistoria imaginada que un día floreció en las páginas hoy
amarillentas de los tebeos.
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