Serie de Trabajos Varios 118
La Meseta de Requena - Utiel (Valencia) entre los siglos II a. C. y II d. C.: la romanización del territorio ibérico de Kelin
David Quixal Santos
2015
, ISBN 978-84-7795-747-8 , 244 p.
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SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
SERIE DE TRABAJOS VARIOS
Núm. 118
La Meseta de Requena - Utiel (Valencia)
entre los siglos II a. C. y II d. C.
La Romanización del territorio ibérico de Kelin
David Quixal Santos
DIPUTACIÓN DE VALENCIA
2015
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SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
SERIE DE TRABAJOS VARIOS
Núm. 118
La Meseta de Requena - Utiel (Valencia)
entre los siglos II a. C. y II d. C.
La Romanización del territorio ibérico de Kelin
David Quixal Santos
DIPUTACIÓN DE VALENCIA
2015
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DIPUTACIÓN DE VALENCIA
SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
S E R I E D E T R A B A J O S VA R I O S
Núm. 118
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ISBN: 978-84-7795-747-8
eISSN: 1989-540
Depósito legal: V 3127-2015
Diseño y maquetación: María Asunción Martínez Pérez y MG
Imprime: Gráficas Papallona, s. coop. | www.graficaspapallona.com
[page-n-6]
A mis abuelos,
Rafael Quixal y José Santos.
in memoriam
[page-n-7]
[page-n-8]
Índice
PREFACIO
xiii
INTRODUCCIÓN
Procesos de Romanización: breve estado de la cuestión
1
Identidad, etnicidad y cultura material en los procesos de Romanización
3
El Ibérico Final (siglos II-I a.C.): una fase poco conocida del mundo ibérico
La Romanización de Iberia desde el punto de vista territorial
El caso particular del País Valenciano
4
7
9
Antecedentes de la investigación arqueológica iberorromana en la Meseta de Requena-Utiel
Kelin y su territorio entre los ss. VI-III a.C.
14
Objetivos del presente trabajo
22
18
OBJETO DE ESTUDIO
Metodología de trabajo
23
Caracterización cronocultural a partir del registro material: fósiles directores
Producciones cerámicas indígenas
Principales cerámicas importadas
Materiales altoimperiales
25
Geografía, yacimientos y materiales del área de estudio
La vega del Magro a su paso por el Campo de Requena
30
26
28
29
33
Los Aguachares (Requena)
33
Calderón (Requena)
34
Molino del Duende (Requena)
34
Las Canales (Requena)
34
Rambla del Sapo / del Moral (Requena)
35
Requena (Requena)
35
Barrio de Los Tunos (Requena)
35
El Barriete (Requena)
36
Fuencaliente (Requena)
37
La Borracha (Requena)
37
La Picazuela (Requena)
37
VII
[page-n-9]
El llano de El Rebollar
37
Loma del Moral (Requena)
37
El Rebollar (Requena)
37
Las Lomas (Requena)
38
Las Paredillas II (Requena)
39
Las Paredillas I (Requena)
39
Mazalví (Siete Aguas)
40
Casa de Mazalví (Siete Aguas)
40
La Carrasca (Siete Aguas)
40
El valle del Magro / corredor de Hortunas
40
Cerro Castellar o Cerro Santo (Requena)
41
Prados de la Portera I (Requena)
43
El Paraíso (Requena)
43
Los Lidoneros I (Requena)
43
Cueva de los Ángeles (Requena)
43
Los Alerises / Cerro de los Alerises (Requena)
44
Barranquillo del Espino (Requena)
45
Cerro Hueco (Requena)
45
La Calerilla (Requena)
45
El llano de Campo Arcís
45
Cerro Gallina (Requena)
45
Casa Alarcón (Requena)
45
Casa de la Cabeza (Requena)
46
Los Villares de Campo Arcís o de Los Duques (Requena)
60
Casa de la Vereda (Requena)
62
El Balsón (Requena)
62
Casa del Tesorillo / Los Apedreaos (Requena)
62
Puntal del Moro (Requena)
63
El Ardal (Requena)
63
Casa de las Cañadas (Requena)
63
Lomas y cañadas de Los Pedrones y rambla de la Fuen Vich
63
Los Villarejos o Los Moros (Requena)
64
Fuen Vich o Juan Vich (Requena)
64
El Carrascalejo (Requena)
65
Hórtola (Requena)
65
La Albosa
66
Los Pedriches (Requena)
67
Fuente de la Reina (Requena)
67
Casa Sevilluela / Tesorillo de la Venta del Moro (V. Moro)
67
Las Zorras (Requena)
67
Los Olmillos (Requena)
68
Muela de Arriba (Requena)
68
La Campamento (Requena)
69
Casa del Morte (Requena)
69
Casa de la Alcantarilla (Requena)
69
El valle del Cabriel
70
Vadocañas (Iniesta, Cuenca)
71
Casas de Caballero (Requena)
VIII
70
El Periquete (Requena)
71
[page-n-10]
La sierra de El Moluengo / Villargordo
71
El Moluengo (Villargordo del Cabriel)
72
Camino de la Casa Zapata (Villargordo del Cabriel)
72
El campo y llano de Utiel / rambla de La Torre
73
Las Casas (Utiel)
73
Fuente del Cristal (Utiel)
73
Cañada del Campo II (Utiel)
74
Los Derramadores (Utiel)
74
Molino de Enmedio (Utiel)
74
La Solana (Utiel)
74
La sierra de Utiel
76
La Mazorra (Utiel)
76
Fuente del Hontanar (Utiel)
77
Boquera del Tormillo (Utiel)
77
El llano de Caudete de las Fuentes / vega del río Madre
78
San Antonio de Cabañas (Utiel)
78
Kelin / Los Villares (Caudete de las Fuentes)
78
La Atalaya (Caudete de las Fuentes)
81
Caudete Norte (Caudete de las Fuentes)
82
Caudete Este (Caudete de las Fuentes)
83
Casa Doñana (Caudete de las Fuentes)
83
Rincón de Gregorio (Caudete de las Fuentes)
84
Vallejo de los Ratones (Fuenterrobles)
84
Hoya Redonda II (Fuenterrobles)
84
El llano de Fuenterrobles
84
Cerro de la Peladilla (Fuenterrobles)
85
La Mina (Fuenterrobles)
86
PUR-3 (Fuenterrobles)
86
Covarrobles o Cuevarrobles (Fuenterrobles)
86
Las Pedrizas (Fuenterrobles)
86
La Tejería (Fuenterrobles)
87
Peña Lisa (Fuenterrobles)
87
Fuenterrobles (Fuenterrobles)
87
Punta de la Sierra (Fuenterrobles)
87
El llano de Camporrobles
87
El Molón (Camporrobles)
88
Los Villares (Camporrobles)
91
La Balsa (Camporrobles)
91
La Cuesta Colorá (Camporrobles)
92
Cañada del Carrascal (Camporrobles)
92
Viña del Derramador / La Mina (Camporrobles)
92
Hoya de Barea (Camporrobles)
92
Casas del Alaud (Mira, Cuenca)
92
Cueva Santa (Mira, Cuenca)
93
El campo de Sinarcas
93
Cañada del Pozuelo (Sinarcas)
94
Cañada del Salitrar / La Maralaga (Sinarcas)
94
Pocillo de Lobos-Lobos (Sinarcas)
94
Cerrito de la Horca (Sinarcas)
95
Cerro Carpio (Sinarcas)
95
IX
[page-n-11]
Cerro de San Cristóbal (Sinarcas)
95
El Carrascal (Sinarcas)
96
Tejería Nueva (Sinarcas)
97
El Molino (Sinarcas)
97
La Cabezuela / Pocillo de Berceruela (Sinarcas)
97
Pozo Viejo (Sinarcas)
97
Ermita de San Marcos (Sinarcas)
98
La Nevera (Sinarcas)
98
La Contienda / La Cachirula (Utiel)
98
Villanueva (Benagéber)
98
Punto de Agua (Benagéber)
98
Tinada Guandonera (Aliaguilla, Cuenca)
99
ANÁLISIS ARQUEOLÓGICO DEL TERRITORIO
Introducción al software empleado
101
Categorización de los yacimientos
Tamaño
Ubicación y accesibilidad
Presencia de defensas
Variedad tipológica cerámica
Presencia de importaciones
Presencia de otros elementos de la cultura material
Diacronía
Proximidad a un asentamiento igual o mayor
Tipos de asentamiento
106
107
112
116
118
119
119
119
120
120
Categorías planteadas para el Ibérico Pleno y Final (ss. IV-I a.C.)
120
Categorías planteadas para el Alto Imperio (ss. I-II d.C.)
121
Evolución del patrón de asentamiento: recursos económicos y vías de comunicación
Potencialidad y productividad agrícola
125
126
Estudios arqueozoológicos y paleobotánicos
126
Entornos de explotación
127
Índice de productividad
127
Proximidad a recursos hídricos
133
Actividades artesanales e industriales y aprovechamiento de otros recursos naturales
135
Recursos mineros y actividad metalúrgica
135
Producción alfarera
138
Obtención de material constructivo
138
Actividad textil
139
Recursos forestales
140
Transformación del cereal: los molinos
140
La miel
140
La sal
141
Redes de circulación y comercio de productos
141
Importaciones republicanas de otras zonas mediterráneas
141
Importaciones de otras regiones ibéricas y producciones locales
145
Producciones durante los primeros siglos del Imperio
153
Numismática156
[page-n-12]
Movilidad: caminos óptimos y vías de comunicación
161
¿Qué nos dice el análisis mediante un Sistema de Información Geográfica?
161
¿Cómo podemos adaptar los cálculos de caminos óptimos al resto de documentación arqueológica,
histórica y geográfica?
164
Distribución del poblamiento y configuración de un territorio:
fronteras, visibilidades y grupos locales
Ibérico Final
Alto Imperio
El cambio cultural en las esferas epigráfica, funeraria y religiosa
Lengua y escritura
Mundo funerario
Religiosidad y espacios sacros
169
169
177
181
181
191
194
REFLEXIONES FINALES
La segunda mitad del s. III a.C.: fin del cénit territorial e impacto de la llegada romana a la
Península
200
El continuismo del s. II a.C.201
La ruptura de época sertoriana y el “vacío” del siglo I a.C.
205
El Alto Imperio y la extensión del sistema de villae en una zona secundaria
205
Iberos, celtíberos y romanos: etnias, culturas e identidades
209
ABREVIATURAS
214
BIBLIOGRAFÍA
215
LÁMINAS
233
XI
[page-n-13]
[page-n-14]
Prefacio
Antecedentes, motivaciones y estructura
del trabajo
El presente trabajo es la publicación derivada de mi tesis doctoral,
dirigida por la Dra. Consuelo Mata Parreño y defendida el 19 de
noviembre de 2013. La misma fue resultado directo de la beca y
contrato predoctoral Cinc Segles que gocé en el Departament de
Prehistòria i Arqueologia de la Universitat de València entre 2007
y 2010; fue avanzada en el marco de otra beca de investigación en
el Servei d’Investigació Prehistòrica de la Diputació de València
entre los años 2011 y 2012; y finalmente completada en el mismo
2013 con una ayuda para tesis doctorales del Instituto Alicantino
de Cultura Juan Gil-Albert de la Diputación de Alicante. A su
vez, no deja de ser fruto de los ya más de diez años de colaboración y participación en el proyecto de investigación del poblamiento ibérico en la comarca de Requena-Utiel, correspondiente
al territorio de Kelin, desarrollado por la propia Consuelo Mata.
Durante el contrato predoctoral, completé tres estancias de investigación y formación en tres respectivas instituciones extranjeras,
concretamente la School of Human Evolution & Social Change de la Arizona State University (Tempe, Estados Unidos) en
el 2008, la School of Humanities de la University of Southampton (Southampton, Inglaterra) en el 2009 y el Department of Archaeology de la University of Glasgow (Glasgow, Escocia) en el
2010, por los motivos que expondré a continuación.
Siendo todavía estudiante de la licenciatura de Historia,
mi participación en una serie de campañas de excavación
(Bastida de les Alcusses, Tos Pelat, Rambla de la Alcantarilla,
etc.), prospecciones (Comarca de Requena-Utiel) y labores de
inventario / catalogación derivadas, así como otros contenidos impartidos durante la carrera o la asistencia a jornadas
y congresos me llevaron a decantar, si no lo estaba desde un
primer momento, por la cultura ibérica como marco de mi investigación y, dentro de ésta, la Arqueología del Paisaje o del
Territorio como ámbito más específico.
A su vez, mi vinculación personal con la comarca motivaba aún más mis deseos de llevar a cabo los estudios de
doctorado sobre algún tema relacionado de una u otra manera
con la misma. Precisamente la localización en superficie de
una serie de materiales ibéricos cerca de la aldea de la Fuen
Vich (Requena) y su posterior entrega a C. Mata fue la manera de entrar en contacto con el proyecto por allá el 2003.
Dicho proyecto desde finales de los años 80 ha ido alternando la investigación en la ciudad ibérica de Los Villares / Kelin (Caudete de las Fuentes) con el estudio de su territorio,
correspondiente a grandes rasgos con la actual comarca de
Requena-Utiel. Muchos son los profesores, investigadores y
estudiantes que han pasado y participado en él, a todos ellos
debe una parte el presente trabajo.
Para la realización del trabajo de investigación de licenciatura o “tesina”, la falta de yacimientos excavados y de materiales disponibles, juntamente con mi interés inicial por no centrarme de forma exclusiva en un aspecto temático o cronología
concreta, motivaron escoger el estudio de forma diacrónica de
una zona del territorio, el valle del Magro / corredor de Hortunas. Esta zona es importante por presentar un denso poblamiento ibérico y ser la principal vía de circulación de materiales
desde y hacia la costa. Dicho trabajo, El valle del Magro entre
los siglos VI-I a.C.: una aproximación a la movilidad en época
ibérica, fue presentado en julio de 2008 y aunque su extensión
geográfica ha aumentado considerablemente y la cronológica ha
sido acotada, el enfoque, su estructura interna, buena parte de
la metodología y otra serie de aspectos fueron heredados por la
tesis doctoral y, consecuentemente, por esta obra.
Digo que el trabajo ha aumentado geográficamente porque aquí estudio todo el territorio, es decir, el poblamiento en
la entera Meseta de Requena-Utiel y en muchos casos también zonas limítrofes, así como las relaciones entre esta área
y las vecinas. Por el contrario, ha sido reducida en cuanto
a cronología porque se pasa de estudiar la secuencia ibéri-
XIII
[page-n-15]
ca completa (ss. VI-I a.C.) a simplemente una fase concreta,
centrada en los ss. II-I a.C., juntamente con un análisis más
somero de la fase posterior (ss. I-II d.C.).
Esta reducción temporal vino porque, dado el gran volumen
de información derivada del proyecto y los diferentes intereses
personales, llegamos a un punto en que se decidió dividir el
estudio en dos tesis doctorales. Por un lado, la ya Dra. Andrea
Moreno Martín estudió el territorio de Kelin desde los albores,
la Primera Edad del Hierro (s. VII a.C.), con su formación como
territorio ibérico (ss. VI-V a.C.) y, sobre todo, su época de máximo esplendor (ss. IV-III a.C.). La tesis fue presentada en junio
de 2010 y publicada en 2011 como un trabajo de tal envergadura se merecía. Por otro lado, mi tesis doctoral estuvo centrada
en la fase siguiente, el final del mundo ibérico después de la
conquista romana (ss. II-I a.C.) y la primera fase del Imperio
Romano (ss. I-II d.C.). Se trata de una etapa crucial por ser el
momento de contacto entre los indígenas ibéricos y los recién
llegados “conquistadores” romanos, abarcando la tradicionalmente vista como “continuista” República, que luego dará paso
al “rupturista” y “hegemónico” Imperio romano; recalcando el
entrecomillado en todos los casos. Tal y como queda reflejado
en el título, es lo que la bibliografía occidental ha acuñado como
proceso de “Romanización” de los indígenas, término cargado
de peso teórico y múltiples significados según las corrientes o
las épocas. El trabajo de A. Moreno estuvo presente en todo momento como punto de partida y, al mismo tiempo, como espejo
en el que comparar sus resultados con los nuestros, viendo si
cambiaron y de qué forma las estructuras precedentes a raíz del
contacto con Roma.
El interés que este proyecto tuvo de forma casi exclusiva
desde sus inicios en el mundo ibérico me permitió, sin duda,
contar con un excelente volumen y calidad de informaciones
relativas a la fase final ibérica, pero, por el contrario, acarrear un
importante vacío sobre el Alto Imperio Romano en la comarca.
Dicho déficit se intentó contrarrestar con el trabajo bibliográfico y, sobre todo, de campo durante los últimos años, pero la
zona no es ni por asomo un buen ejemplo en cuanto a volumen
de actuaciones arqueológicas y, por desgracia, en muchos casos
tampoco lo es por la calidad de las mismas. Es por ello que en la
mayoría de ocasiones se optó por trabajar con los datos propios
siempre que fueran suficientes. De una u otra forma, en todo
momento mi máximo interés radicó en el mundo ibérico, de ahí
que no se haya pretendido incidir en la fase romana altoimperial
más que para observar la dinámica cambiante a lo largo de la
secuencia completa y no tanto por el mero estudio de materiales
o yacimientos de dicha época. El trabajo, si no se tocaba esa
cronología, quedaba marcadamente incompleto y ello motivó
el esfuerzo extra para equilibrar el conocimiento diacrónico del
objeto de estudio, con sus antecedentes en el Ibérico Pleno y su
evolución posterior en el Alto Imperio.
Precisamente mi formación como iberista motivó que buena
parte del disfrute de la beca, en concreto las dos últimas estancias en el extranjero, se dedicaran a incrementar el corpus
teórico de la tesis, ya que la mayor parte de la bibliografía sobre
aspectos como “Romanización”, “contacto cultural”, “hibridación” o “identidad” eran completamente desconocidos para mí.
Accedí a una bibliografía completamente ausente en los programas de la licenciatura o de los cursos de doctorado, enfocada tanto para el caso de Hispania como Europa Occidental
y Mediterránea en general, principalmente proveniente del ámbito anglosajón. En este sentido, estuve trabajando durante tres
XIV
meses en el 2009 bajo la supervisión del Dr. Simon Keay en la
University of Southampton y un mes en el 2010 bajo la del Dr.
Peter Van Dommelen en la University of Glasgow.
Por otro lado, mis conocimientos sobre análisis arqueológico del territorio mediante Sistemas de Información Geográfica
(SIG) incrementaron gracias a la estancia de dos meses en 2008
en la Arizona State University con el Dr. Michael Barton, sobre
todo practicando con el programa GRASS, herramienta fundamental en la tesis. Sin embargo, a pesar de que el presente trabajo a priori pueda ser clasificado bajo la etiqueta de estudio de
Arqueología del Territorio, conviene que avisemos al lector que
en todo momento guarda un corte “clásico”, ya que los análisis
con SIG u otros recursos de reciente creación no copan toda la
atención, sino que la base continúan siendo los yacimientos y
los materiales de los mismos, acaben o no siendo analizados
manual o informáticamente.
Por último, resulta un pilar esencial la excavación que he
codirigido junto a C. Mata en el asentamiento rural de la Casa
de la Cabeza (Requena) gracias al programa de excavaciones de
esta casa, el Servei d’Investigació Prehistòrica de la Diputació
de València. Si bien la mayor parte de sus estructuras y materiales continúan en proceso de estudio, se ha incluido un breve
apartado preliminar de los mismos, utilizando al mismo tiempo
los datos allí obtenidos a lo largo de los análisis sucesivos. Su
trascendencia radica en la escasez de excavaciones y materiales
referenciados arqueológicamente de esa fase final ibérica, de
ahí se consideró necesaria la misma, alcanzando gran peso en
el presente trabajo.
Antes de entrar en materia, es de obligado cumplimiento dedicar
unas breves líneas a todas aquellas personas que han contribuido
en mayor o menor medida a la realización de esta monografía.
En primer lugar, indudablemente debo mostrar mi más
sincero agradecimiento a Consuelo Mata por todos los años
de “apadrinamiento” dentro del proyecto requenense, en
particular, y en el Departament de Prehistòria i Arqueologia
en general. Del “Departament”, además de para todos los
compañeros que he tenido durante estos años, las muestras de
gratitud van también para mis otros compañeros de proyecto,
Guillem Pérez Jordà y Andrea Moreno; Lluís Molina en el
tratamiento y restauración de materiales de las diferentes
campañas de excavación y prospección realizadas; y Agustín
Díez y Salva Pardo por sus consejos relacionados con GVSIG
y otras aplicaciones informáticas.
Agradezco la disposición para acogerme en sus respectivas
universidades durante mis estancias de investigación en el
extranjero de los doctores Michael Barton, Simon Keay y
Peter Van Dommelen. Del Servei d’Investigació Prehistòrica
de la Diputació de València quiero particularmente agradecer
las facilidades prestadas por su directora, Helena Bonet, al
permitirme llevar a cabo tres campañas de excavación en la
Casa de la Cabeza. Por el apoyo prestado para que ello fuera
posible también quiero agradecer a Rosa Albiach, María Jesús
de Pedro, Carles Ferrer, Jaime Vives-Ferrándiz y Begoña Soler,
además de los consejos y puntualizaciones que de ellos he
recibido en algún momento. A su vez, es obligado destacar el
trabajo de Manuel Gozalbes y Joaquim Juan Cabanilles en la
revisión y maquetación del presente volumen.
Las labores de inventario y catalogación de material arqueológico se han visto favorecidas por la ayuda desinteresada
de una serie de especialistas, particularmente en el campo de
[page-n-16]
las cerámicas romanas: Ferran Arasa, Carlos Gómez Bellard,
José Luis Jiménez, José Pérez Ballester y Albert Ribera. A
Guillermo Tortajada le debo sus siempre interesantes comentarios sobre piezas metálicas, a Damián Romero las conversaciones desde la distancia sobre el sinvivir de una tesis, a Pau
García Borja el ofrecimiento de datos sobre yacimientos de
la comarca y a Irene Armero sus correcciones en la parte en
lengua inglesa de la tesis.
Capítulo aparte merece toda la gente que ha colaborado
activamente en los tres años de trabajo en la Casa de la Cabeza,
especialmente el resto de mi equipo (Vanessa Albelda, Adrián
Pérez, Leandro Sancho y José Torregrosa). Bien estuvieran sólo
un par de días, bien campañas enteras, gracias a todos los que
han pasado por el “balcón” de Campo Arcís entre 2010 y 2012,
así como a los propietarios María Margarita Lousa y Vicente
de Diego por su disposición en todo momento. También de la
comarca debo resaltar los consejos y matizaciones de Juan
Piqueras y Daniel Muñoz.
Los comentarios y sugerencias de Carmen Aranegui, Rosa
Plana e Ignacio Grau, miembros del tribunal de la tesis, han sido
tenidos en cuenta en la redacción final del presente trabajo.
Por último, a mis padres, al resto de mi familia y a Sara por
su constante apoyo durante un sprint final que, a la postre, ha
resultado ser de kilómetros en vez de metros.
XV
[page-n-17]
[page-n-18]
Introducción
Procesos de Romanización: breve estado
de la cuestión
La cronología del presente trabajo, ss. II a.C. - II d.C., nos inserta de pleno en el complejo debate sobre los procesos de Romanización en el Occidente Mediterráneo y, a su vez, sobre el propio
concepto en sí. Lógicamente no es nuestro cometido hacer una
recopilación crítica y exhaustiva de todo lo que se ha escrito
acerca de él, pero consideramos necesario hacer una reflexión
introductoria y conocer las principales líneas de interpretación
pretéritas y, sobre todo, actuales. El término aparece continuamente a lo largo del texto, de ahí la necesidad de establecer con
claridad qué entendemos por él.
Desde el Renacimiento se interpretaron todos los cambios
culturales derivados de la conquista como aculturación de los
pueblos conquistados (“inferiores”) por Roma (“civilización superior”), con la consecuente extensión de la “civilización”, las
“ventajas económicas” y el “buen gobierno” por los diferentes
territorios (Hopkins, 1996). Las élites indígenas, una vez conquistadas, quieren asemejarse a la civilización clásica romana
por ser ésta heredera de la griega. Por tanto, el concepto simplemente describía una imitación más o menos pasiva de la cultura
romana, entendida como algo estático.
P. W. M. Freeman (1997) dedica su capítulo dentro de la
obra de referencia Dialogues in Roman Imperialism a hacer
un repaso del origen de este concepto en el mundo de la Arqueología durante los siglos XIX y comienzos del XX. Theodor
Mommsen, el único premio Nobel otorgado por una obra de Arqueología, en su quinto volumen de The provinces of the Roman
Empire (1885), su magno compendio sobre la Roma pre-Imperial, se centra en las provincias “aculturizadas” bajo el concepto
de “Imperialismo defensivo”, es decir, analizando los motivos
que empujaron a Roma a la expansión. Su inacabado trabajo intentó ser continuado por H. Pelham y, sobre todo, F. Haverfield,
quien en 1912 editó la pionera obra The Romanization of Roman
Britain y luego The Roman Occupation of Britain (1924). Este
autor ha sido tradicionalmente considerado el padre de los estudios modernos sobre Romanización (Freeman, 2007).
Significativo es que este primer libro centrado en un proceso
de Romanización lo esté ya en la Britania romana, puesto que
desde entonces el debate se ha focalizado principalmente allí, en
las Islas Británicas, pese a que muchos de sus investigadores hayan tenido o tengan sus áreas de estudio en regiones más meridionales. Autores como C. B. Champion, R. Hingley, S. Keay, D.
Mattingly, M. Millet, o G. Woolf han polarizado desde diferentes
universidades británicas la continua revisión de la cuestión.
Y es que el debate se ha enriquecido en los últimos 25 años
a partir de una obra con un título muy semejante al de Haverfield: The Romanization of Britain, de M. Millett (1990). Millett
apuntó que durante la conquista Roma trató con agentes y grupos, no con territorios, luego los indígenas fueron realmente los
motores de la dinámica cambiante. En su trabajo se especifica
que los aristócratas nativos tuvieron un gran peso en el proceso
de cambio cultural debido a la adopción de determinados rasgos
con fines políticos y sociales, es la “self-romanization”. Roma,
especialmente en una primera fase, dejó todo en manos de los
aristócratas locales y aprovechó las estructuras administrativas
y urbanas preexistentes. Para el autor, el Imperio no dejaba de
ser una federación heterogénea de pueblos bajo el Estado romano. Semejante óptica tienen los trabajos de G. Woolf para el
caso de la Galia (1998 y 2002), de nuevo centrados en las élites; el cambio cultural visto como un proceso de “emulación”,
de copia o adopción de determinados rasgos romanos, aunque
desde un punto de vista más crítico (Woolf, 1995). Sin embargo,
algo que ha sido pasado por alto por buena parte del mundo de
la investigación es que el arqueólogo holandés, J. Slofstra ya
defendía algunos de esos postulados unos años antes (Slofstra,
1983: 89-95), aunque aplicados a un caso mucho más concreto.
Este autor, desde el punto de vista de la Antropología, consideró
que el motor del cambio eran las relaciones de patronazgo esta1
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blecidas entre los romanos y las élites indígenas, que permitían
que las comunidades rurales tuvieran acceso a la administración
urbana y que las ciudades controlaran el campo. Estas relaciones no se constreñían a las élites, sino que se daban a todos los
niveles, también entre y hacia el campesinado. El patronazgo
permitía la “destribalización” de la sociedad y la “campesinización” (“peasantization”) de los sectores más bajos.
Las ideas de este grupo de autores y otros tantos, pese a ser
pioneras y significar en su momento una ruptura con los enfoques anteriores, también han sido muy debatidas porque perpetúan la oposición binaria romanos/nativos y porque ignoran
las relaciones existentes entre las autoridades imperiales y los
pueblos conquistados (Revell, 2009: 7).
La ramificación de hipótesis y tendencias de los últimos
años es enorme, con multitud de matices, enfoques u opiniones. Por lo general, al igual que en otros campos historiográficos, actualmente priman aquellas que guardan un equilibrio
y que ven la Romanización como un proceso complejo, heterogéneo y difícilmente explicable de una sola manera, dándole
siempre mayor peso a lo indígena. Hopkins (1996) señala que
“La Romanización seguramente no fue un proceso único, sencillo y unidireccional, sino que fue más una compleja serie de
interacciones, con significados divergentes, que supusieron un
vínculo, aunque a veces también una barrera, entre grupos de
agentes muy variados, fueran éstos de origen provincial o romano” o que “Los romanos y los pueblos sometidos, dotados
cada uno de su propia cultura, negociaron de forma consciente
o inconsciente la creación de una nueva configuración cultural
que no deriva tan sólo de la tradición romana, ni se adecúa a una
sola provincia”. No obstante, según el mismo autor, este tipo de
interpretaciones también pecan de ver a la Romanización como
una combinación de una política con suerte (deseo de controlar
a los conquistados) y una arbitrariedad voluntarista (deseo de
los súbditos de acceder a un mejor estatus individual). Por tanto,
la Romanización como un mecanismo de control político y la
respuesta subjetiva de la élite dominada.
En una línea semejante podemos encontrar a S. Keay (1996:
148), quien cree que, a diferencia de lo que tradicionalmente ha
hecho la Historiografía de ver la Romanización desde la óptica
romana, hay que analizarla como un fenómeno de larga duración, dentro de los procesos de desarrollo cultural indígena y
siempre teniendo en cuenta las características previas a la conquista de los mismos. Y esto de forma especialmente marcada en las provincias occidentales, puesto que el proceso no fue
igual en la Península Itálica, donde encontramos un repertorio
casi completo y bien documentado de situaciones individuales,
que en el resto de provincias occidentales, auténticos “campos
de ensayo” donde probar y verificar los diferentes modelos e
ilustrar las variables de trabajo (Keay y Terrenato, 2001: 11).
Para N. Terrenato (1998) durante la Romanización se dieron
casos de “bricolage cultural”, entendido como un proceso en el
que nuevos elementos o rasgos culturales son obtenidos al dotar de
nuevos significados a los ya previamente existentes. Y resultado
de todos estos bricolages, la propia Roma era un collage cultural,
una mezcla de elementos viejos, elementos nuevos y elementos
viejos dotados de nuevos significados tras el contacto cultural. No
existe lo romano puro. Ninguna cultura puede mantenerse inalterada cuando se incorpora a un estado más grande y ningún poder
central puede esperar barrer todos los particularismos locales.
2
Otra línea de investigación tiende a anteponer el concepto
de Helenización al de Romanización, siendo el libro de A. Wallace-Hadrill (2008) una obra de referencia al respecto. El autor defiende la dualidad del proceso: en una primera fase Roma
asume todos los valores de la cultura griega clásica, “Helenización”, para luego difundirlos por todo el Mediterráneo a través
de la conquista, “Romanización”. Ambos son inseparables, especialmente en Italia, puesto que la Helenización permitió homogeneizar culturalmente a las gentes antes de la expansión. El
diálogo entre Grecia y Roma se centró en los ss. II–I a.C. pero
tuvo tanto precedentes como continuidad después. El problema
es que muchas veces se ha considerado “Helenización” a todo
lo relacionado con la vertiente cultural, limitándose “Romanización” a la esfera política. El autor, sin embargo, considera que
ambas realidades estarían fusionadas, ya que las élites romanas aprovecharon la cultura clásica para la construcción de una
identidad y un poder con el cual consolidarse dentro de una nueva sociedad, lo que el autor denomina la “constante revolución
cultural”.
Pero no todo son posturas críticas frente al imperialismo romano. Dentro de los investigadores que recientemente lo defienden como motor del cambio, podemos destacar a Hanson (2004).
Entre las fuerzas de cambio el autor enumera el ejército, las redes
clientelares y diplomacia entre aristócratas, la administración, el
comercio o las comunicaciones. La mejor forma de gobernar los
nuevos territorios es aprovechando las estructuras indígenas anteriores, especialmente en los núcleos urbanos. Allí donde no hay se
intentan crear, por ejemplo mediante la extensión de ciudadanía.
En la línea opuesta está la visión postcolonialista defendida
por un grupo de investigadores desde los años 90, aplicada a los
diferentes periodos en los que hubo contacto cultural entre un
grupo colonizador/conquistador y otro indígena. Basados en la
Sociología y Antropología de autores como Said, Bhabba o Spivak, su base en el análisis arqueológico es la cultura material.
Las líneas principales de esta corriente se pueden resumir en
(Van Dommelen, 2006 a y b):
- Rechazo del término “aculturación”. Se estudian situaciones
de colonialismo e imperialismo, entendiéndose por colonialismo la instalación de un grupo permanente de población,
mientras que imperialismo está más relacionado con el control político de la sociedad por vía militar y/o administrativa,
en ocasiones sin requerir presencia directa de grandes grupos
de población (Jiménez Díez, 2008).
- El término postcolonial no sólo hace referencia a “después
del colonialismo”, sino que también tiene una vertiente conceptual, como “otra forma” de ver las prácticas coloniales
(Vives-Ferrándiz, 2006).
- Los encuentros coloniales no pueden ser entendidos de una
simple forma bipolar, colonizadores vs colonizados, porque
los grupos son siempre heterogéneos internamente. Derivado de la constante e intensa interacción entre los diferentes
agentes se generan culturas híbridas, creando nuevas realidades que están en continuo cambio. Ambas partes resultan
modificadas, tanto el colonizador como el colonizado, aunque pueda ser en distinto grado. Son las “comunidades imaginadas” que Van Dommelen identifica en el caso de Cerdeña, donde dentro del nuevo contexto romano los habitantes
de la isla no eran ni púnicos, ni nurágicos, ni romanos; había
una identidad propia (Van Dommelen, 2001).
[page-n-20]
- Hay que tener en cuenta las historias alternativas de los grupos más bajos o subalternos, la “gente sin historia”. La historia no como serie de procesos, sino como interacción entre
agentes, personas.
- Uso de conceptos como “hegemonía”, “resistencia”, “materialidad”, “movilidad”, “hibridación” y “encuentros coloniales”.
- Importancia de las prácticas diarias o cotidianas que es donde mejor se expresa la identidad y donde mejor se reflejan
los cambios culturales. Éstas son muy difíciles de modificar
mediante la coerción o la violencia, ya que grupos sometidos
pueden convivir con los conquistadores sin abandonar sus
prácticas. Y sin duda la cultura material es el mejor reflejo
que tenemos de estas prácticas, sobre todo porque es la única
manera de acceder a los personajes subalternos.
Dentro del postcolonialismo, algunos autores han definido
la existencia de procesos de “criollización” (Webster, 2001), de
hibridación cultural en la que se produce una tercera realidad fusión de las dos anteriores. No se trata de una simple destrucción
de la cultura nativa anterior y un cambio pasivo hacia la impuesta. Pese a todo, estas visiones también han suscitado críticas.
Por ejemplo, Gosden (2008) ve que la hibridación como consecuencia del contacto cultural puede resultar incoherente si se
da por supuesto que los dos componentes en yuxtaposición son
puros (“romanos” e “indígenas”). La expansión del Imperio romano motivó que se dieran multitud de situaciones de contacto,
más allá de la simple Roma – Otros. Las influencias provenían y
se difundían por todas partes, es un primer periodo de pluralidad
y globalización (Gosden, 2008: 60-72).
Actualmente en el debate sobre el significado y carácter del
proceso / procesos de Romanización se ha llegado incluso a poner en tela de juicio la validez del propio concepto. Algunos
autores lo rechazan por estar relacionado con la visión arqueológica colonialista basada en la presencia de cultura material
romana (Van Dommelen, 2001). D. Mattingly (2010: 285-287)
habla del “–ization problem”, la necesidad de abandonar estos
conceptos, ya que tienden a generalizar y homogeneizar una
realidad mucho más heterogénea y diversificada. Además critica el concepto en casos como el de Gran Bretaña, donde lo
“romano” viene dado por gentes del Norte y el Oeste de Europa
más que de la propia Italia, puesto que es incoherente (Mattingly, 2004). Otros autores se decantan como mucho por un uso
entrecomillado del término (Jiménez Díez, 2008). La “Romanización” no sería tal, ya que realmente no se dio una imposición
paulatina de la cultura romana, sino que la evolución arrancaría
antes: tras una primera fase de fenómeno colonial, siguió luego la creación de un imperio al que iba ligada una revolución
cultural. Para otros autores, sin embargo, el concepto continúa
siendo completamente válido, siempre que seamos conscientes
de que su significado ha ido variando a lo largo del tiempo y,
por lo tanto, definamos previamente qué entendemos por Romanización. Para Slofstra (2002), pese a reconocer que todas
las críticas contra su uso han estado sustentadas en argumentos correctos, ese hecho no debe conducir a tener que desdeñar
completamente un término dotado de tanta fuerza como éste.
La Romanización entendida como un periodo de cambio sociocultural resultante de la confrontación de indígenas con el poder
romano y, en ocasiones, con la cultura romana. Pero siempre de
forma multidireccional y dinámica.
Identidad, etnicidad y cultura material en los procesos de
Romanización
En nuestro caso particular, ante la falta de textos escritos o referencias clásicas deberemos afrontar el estudio del cambio cultural principalmente desde dos esferas: el patrón de asentamiento
y la cultura material. Ambos aspectos son reflejo de la sociedad
que los crea y los cambios en los mismos pueden estar respondiendo a cambios en la organización política, la estructuración
social o el mundo de las ideas, las creencias y la religión.
Tal y como hemos visto anteriormente en el caso de Cerdeña,
de forma paralela al debate sobre Romanización se ha generado uno sobre la naturaleza de las identidades pretéritas en esta
complicada fase de contacto, tomando como base generalmente
la cultura material. Se entiende por identidad el aspecto colectivo
de un set de características personales o de comportamiento por
las cuales algo o alguien es reconocible o conocido (Hodos, 2010:
3-4). La identidad cultural es el uso o práctica compartido de todas aquellas características que se generan por repetir el sistema
de valores, normas y hábitos de una determinada cultura.
Otro concepto es el de etnicidad, que no se debe confundir
con identidad, ya que la etnicidad es un tipo más de identidad,
como lo son la edad, el sexo, la clase, el género, etc. (Knapp
y Van Dommelen, 2010: 4). No debemos simplemente pensar
que es el resultado de pertenecer a una casa, a un colectivo o
a una comunidad concreta; sino que es un aspecto cambiante y
dinámico que va en función de múltiples factores económicos,
políticos, sociales, culturales e incluso geográficos.
Por lo tanto, en el campo de la Arqueología la manera más
común de acceder tanto a la etnicidad como a otros tipos de
identidad es mediante el estudio de la cultura material. No obstante, no es la simple posesión o presencia de esos objetos, sino
los usos o significados que éstos tuvieron para las comunidades
pretéritas (Revell, 2009: 7-10; Mattingly, 2010: 287-288). La
práctica es fundamental (Identidad = Cultura Material x Práctica), ya que un mismo objeto pudo tener diferentes usos o significados. Práctica aquí está relacionada con los conceptos de
“habitus” acuñado por Bourdieu: acciones cotidianas inconscientes y compartidas que pueden estar marcando una identidad
concreta (citado en Hodos, 2010); y de “routinization”: adopción gradual de nuevas formas y prácticas culturales hasta que
se hacen propias en el día a día (Woolf, 2002).
Los bienes y la cultura material formaban parte de un vivo
sistema social de intercambio de información entre las sociedades antiguas, con las ideas o simbolismo que éstos acarreaban. Aquí entra el concepto de “Consumption” o “Consumo
material”, entendido como la elección, adopción y uso de estos
objetos, sobre todo en su aspecto simbólico, y el cómo actúan
de marcador de identidad, delimitando los diferentes grupos,
comunidades o estratos sociales (Hodos, 2010). El individuo
pasa a identificarse con el objeto, que constituye una forma
cultural (Riva, 2010). Además, los objetos y prácticas pueden
cambiar con el tiempo de forma, uso y significado, dándose
reinterpretaciones de una misma cosa (Van Dommelen, 2006).
Esto sucede de forma aún más evidente tras situaciones de
contacto cultural e hibridación, donde se produce un trasvase
de información que genera terceras realidades.
Para la época de contacto entre iberos y romanos A. Jiménez
ha introducido el concepto de “mímesis”, como una conjunción
entre las diferentes percepciones y tradiciones locales
3
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adaptadas al nuevo lenguaje romano (Jiménez Díez, 2010). Las
imitaciones de objetos o arquitectura romana son las que hacen
al “original”, realmente original, y lo que acaba generando una
identidad concreta, tanto en las provincias, como en Roma,
que también bebe del resto de provincias. La idea final es que
no existe una cultura romana pura, ya que la propia Roma e
Italia estaban dentro de redes de referencias culturales ligadas al
mundo helenístico o mediterráneo. Y a nivel material, tampoco
hay un set de verdaderos materiales romanos.
Las identidades en el mundo romano eran múltiples, ya
que un mismo individuo podía tener varias en función de la
edad, etnia, género, clase social, etc. No había un romano estándar (Mattingly, 2010). Del mismo modo, en la situación de
contacto cultural que se dio durante la República no son aplicables las simples identidades “indígenas” y “romanas” propias de una oposición binaria de carácter colonial, sino que la
hibridación haría difícil distinguir la identidad de los diferentes agentes que entraron en juego. Todo ello se traduce arqueológicamente en la cultura material, puesto que es complicado
determinar qué objetos podemos clasificar como “puramente”
romanos, o bien como “estrictamente” indígenas (Jiménez
Díez, 2008: 48-49).
D. Mattingly (2004: 10) en el caso británico acuñó el término de “identidades calidoscópicas”. Diferencia tres esferas
identitarias, extensibles también a otras áreas:
- Romanos: la esfera de poder, aunque con la problemática de
definir qué se entiende por romano en Britania.
- Britano-romanos: britanos bajo el corpus de normas romanas, gente que participa en el aparato imperial o se aprovecha
de él.
- Britanos: de nuevo difícil adoptar este concepto, ya que los
nativos no tendrían esa identidad de britanos, sino que primarían las identidades por tribus o reinos. Las guerras motivaron uniones, pero fue sólo por necesidad, e incluso algunas
tribus apoyaron a Roma. A su vez, hay que tener cuidado con
tratar la identidad tribal, puesto que ésta cogió fuerza por la
conquista y luego se definió por la administración en civitates tribales, pero es difícil saber la fuerza que tendría en la
Edad del Hierro tardía.
Por tanto, vemos diferentes grupos con sus propias versiones de lo que era la identidad romana y la no romana. La
clave está en el segundo grupo, el de los britano-romanos, que
pudieron jugar un doble papel, a veces mostrando una cultura
romana y otras una identidad britana (ibíd.: 22). Este modelo y
esta problemática son perfectamente extensibles al caso ibérico
y deberán tenerse en cuenta en todo momento.
En un reciente estudio sobre identidades romanas, se critica
que siempre han tenido más peso en la investigación las relaciones entre los agentes y la cultura material, pero apenas entre las
personas y las relaciones sociales existentes, pese a que ambos
aspectos iban estrechamente unidos (Revell, 2009). Las personas que vivían dentro del Imperio interiorizaban su sentido de
ser romanos a través de más aspectos que la simple posesión de
determinados objetos, como por ejemplo mediante la repetición
de una serie de actividades, véase la arquitectura o la religión, y
esta monotonía reflejaba a su vez sus propias estructuras sociales. Por otro lado, determinados aspectos o características eran
compartidos por los diferentes miembros del grupo cultural romano, pero en otros permanecían las tradiciones locales, sin que
4
significara una contradicción con la identidad romana. Que hubiera diferencias geográficas en relación con sustratos culturales
o trayectorias particulares no tiene por qué ser incompatible con
la existencia una identidad común.
Por tanto, para Revell la base de la Romanización son cuestiones de rango social y de posición dentro de una comunidad,
por encima de las tradicionales etnicidad y cambio cultural. El
cambio cultural se inserta dentro de una puesta en común cada
vez mayor de una identidad romana mantenida por una serie de
estructuras sociales que la gente consciente o inconscientemente mostraba: su posición social y cómo ellos esperaban ser tratados por el resto de la gente. Por tanto la identidad romana no
quedaba reducida a la élite, sino que cada uno en diferente grado
podía participar y expresar su lugar dentro de la comunidad.
Todo este corpus de ideas, conjuntamente con otras que irán
apareciendo a lo largo del texto, saldrán a colación en el capítulo
final, cuando una vez analizados todos los aspectos del presente
trabajo debamos interpretar el proceso de cambio cultural acaecido en la Meseta de Requena-Utiel durante los ss. II a.C. – II
d.C. Consideramos que sólo una vez estudiados todos los datos
y examinadas todas las variables, estaremos en condiciones de
decantarnos o no por alguna de estas líneas de interpretación
o, por el contrario, de proponer nuevos matices o argumentos.
El Ibérico Final (siglos II-I a.C.):
una fase poco conocida del mundo ibérico
Hasta ahora sólo hemos tratado interpretaciones generales sobre qué fue o cómo ha sido leído el concepto de Romanización, pero casi siempre desde un punto de vista abstracto por
parte de investigadores centrados en el mundo romano. Como
hemos visto, una de las características comunes en la mayoría
de las mismas es que el proceso fue heterogéneo, con diferencias entre unas zonas y otras. Es por ello que consideramos
necesario conocer al menos las peculiaridades concretas del
caso que nos ocupa, Iberia / Hispania, en una cronología concreta, los ss. II-I a.C.
Dichos siglos, correspondientes a la última fase de la cultura ibérica, han sido designados de múltiples formas por parte
del mundo de la investigación. Términos como “Ibérico Tardío”, “Baja Época” o “Hispania Republicana” marcan el carácter final de la misma, así como la transición hacia una nueva
fase que tiene comienzo de forma paralela (Roldán, 1998). No
obstante, a lo largo del presente trabajo hemos optado por utilizar siempre el término “Ibérico Final”, sin duda el más frecuente en la bibliografía y el utilizado en todos nuestros trabajos
precedentes. Aunque en periodizaciones de otras zonas se ha
alargado o acortado la cronología, el grueso de nuestro trabajo
va de finales del s. III a.C., en el contexto de la Segunda Guerra
Púnica, hasta finales del s. I a.C., tomando como fecha clave el
31 a.C. en que Octavio Augusto da comienzo a la fase imperial.
No obstante, por tal de no dejar en el aire la evolución de las variables desarrolladas y observar la secuencia de cambio cultural
completa, incluimos los dos primeros siglos del Alto Imperio
(ss. I-II d.C.) pese a no formar parte de nuestra especialidad,
por ser claves en una comprensión diacrónica.
A nivel de estudios ibéricos podemos citar como fecha clave el año 1979, momento de celebración del congreso La Baja
Época de la Cultura Ibérica con motivo del aniversario de la
[page-n-22]
Asociación Española de Amigos de la Arqueología, centrado
completamente en esta cronología. Muchos de los trabajos presentados en el mismo fueron pioneros en sus respectivos campos de estudio. A éste le siguió el coloquio celebrado en la Casa
de Velázquez de Madrid en 1986 sobre Los Asentamientos Ibéricos frente a la Romanización.
Desgraciadamente la investigación de este ámbito en España siempre ha estado muy fragmentada entre los estudiosos del
iberismo y que por tanto ven esta fase desde la óptica ibérica
en una fase final, y los arqueólogos e historiadores romanistas,
que se centran en los cambios que supuso el contacto cultural
con Roma. Tal y como apuntó S. Keay (2001: 120) la tradición
historiográfica española siempre ha visto la Romanización de
Hispania desde una óptica positivista, como un proceso lineal
de abandono de las tradiciones indígenas y adquisición de las
romanas, de forma más rápida e intensa en el Sur y el Este. Las
nuevas generaciones por su parte han tendido a un análisis más
regional y heterogéneo, pero esto ha conllevado un panorama
muy fragmentado, en exceso dependiente de las actuales divisiones territoriales y centrado en demasía en los núcleos urbanos. A día de hoy el Ibérico Final continua siendo un mero apéndice en muchas obras generales, sin alcanzar nunca el grado de
detalle que el Ibérico Antiguo o el Pleno.
A ello se suma un gran déficit en reflexiones teóricas sobre
lo que significa aquí el propio concepto de Romanización o
en qué términos se produjo el cambio cultural, en comparación con otras zonas como Britania o la Galia. Han dominado aplastantemente siempre los estudios de zonas concretas,
generalmente en el entorno de ciudades que se romanizan o
de las recién creadas coloniae y municipia. Del mismo modo,
siempre han tenido más peso los estudios de Romanización
cultural en ámbitos como el arte, el urbanismo o la lengua /
escritura, que en lo que, por ejemplo, supuso a nivel de organización territorial o explotación económica. Es por ello que
el peso de las reflexiones teóricas cayó en primer momento en
manos de investigadores anglosajones, entre los cuales podemos destacar como pioneros a S. Keay (1995 a y b; 1996) y J.
Richardson (1986).
Tal y como apunta B. Lowe (2009) los ss. II-I a.C. es una
de las fases peor conocidas de la Península Ibérica durante la
Antigüedad, pese a que, a su vez, se trata de una de las más importantes. Como hemos apuntado anteriormente, para S. Keay
(1995b: 291) la Romanización en las provincias occidentales
y, por ende, en Hispania, no deja de ser una fase más de desarrollo de los propios pueblos autóctonos, por lo que el cambio
cultural del mismo debe ser entendido dentro de procesos de
larga duración.
Recientemente, ha surgido una nueva generación de jóvenes
arqueólogos que a sus casos prácticos de estudio han sumado una
interesante base teórica. En este sentido, interpretaciones como
las de Alicia Jiménez desde el punto de vista postcolonial han
enriquecido el debate español (Jiménez Díez, 2008). Su campo
práctico de estudio son las necrópolis de la Bética y, para ella, que
la mayoría de los grandes cambios tuvieran lugar en el tránsito de
era muestra que el contacto con el mundo romano simplemente
reforzó el sistema social ibérico. Las élites indígenas tomaron una
serie de elementos y rechazaron otros. Pero no sólo las élites estuvieron expuestas a la cultura romana, sino que todos los sectores
sociales estuvieron en contacto a diferente medida. Y de forma
paralela a esta expansión romana se produjeron fenómenos de renegociación de la identidad, siendo una ardua tarea definir durante la República qué era ibérico y qué romano. Al cabo de un par
de generaciones sería ya complicado establecer diferenciaciones
entre los inmigrantes recién llegados, los descendientes de las primeras oleadas y los hijos de matrimonios mixtos, lo que generó
diferentes tipos de hibridismo en relación cada realidad. Era una
sociedad con múltiples discursos e identidades, donde las maneras de expresar el estatus, el género o la ciudad de origen estaban
entremezcladas con las de colonizador e indígena. Un fenómeno,
por tanto, muy poliédrico.
A nivel histórico, Roma llegó a la Península Ibérica no con
el propósito de permanecer en ella, sino en el marco bélico de
la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.), suscitado por el cerco cartaginés a la ciudad aliada de Arse (Sagunto, València) en
el 219 a.C. (Seguí y Sánchez, 2005: 14-18; Richardson, 2007).
Aunque en el 197 a.C. Hispania se provincializa, no será hasta
mediados del s. I a.C. cuando haya una conciencia clara por
parte de Roma de crear un Imperio y ver la Península, entre
otras zonas, como algo propio. Al comienzo tan sólo es importante el controlar zonas mineras como las del Sur - Sureste. Los
dos siglos de la República se nos muestran como una fase de
finalización de la conquista, pero también como un momento de
experimentación por parte de Roma en cuanto a modelos de organización y control de los nuevos territorios, siempre de forma
heterogénea. Hispania como un auténtico “campo de ensayo”
inicial (Keay, 1996: 173); posteriores conquistas y procesos de
Romanización como el de Britania fueron mucho más rápidos
puesto que entonces ya había precedentes. Prueba de ello son
los numerosos cambios en la división provincial en Hispania,
con la Citerior y Ulterior inicialmente, para pasar a las Tarraconensis, Baetica y Lusitania tras época augustea.
El Estado romano no encontró un panorama homogéneo en
tierras peninsulares, sino un marco étnico muy fragmentado, lo
que sin duda generó diferentes modelos y diferentes resultados
en cuanto a contacto cultural (Keay, 1996: 149). Al carecer de
una estrategia de conquista o provincialización a gran escala,
el gobierno actuó en función de las características del lugar, la
respuesta de los grupos indígenas o del contexto sociopolítico
de cada zona. Roma, que desde su comienzo siguió su propio
modelo de ciudad-estado, topó con territorios donde esa tónica sólo era seguida en parte en zonas del Este o del Sur, tal y
como se ha visto en casos como el territorio de la propia Kelin
(Moreno 2011). Allí donde pudo lo aplicó, en casos como los de
Tarraco y Carthago Nova a gran escala, de modo que durante
la primera centuria sólo se fundaron las colonias de Italica (205
a.C.), Carteia (171 a.C.), Valentia (138 a.C.) y Emporion (100
a.C.). El poder quedó delegado en los centros indígenas que ya
habían ejercido como núcleos políticos en la fase anterior, estableciendo redes clientelares con las aristocracias locales en relación con las estructuras preexistentes (Keay, 2001: 126-128).
El Sur y el Noreste peninsular fueron dos de las zonas que
experimentaron de forma más rápida los cambios. En la Turdetania, un área con fuertes influencias exteriores orientalizantes
primero y púnicas posteriormente, había un fuerte grado de urbanismo y centralización política ya antes de la conquista (Keay,
1996: 150-152). La motivación romana en esta zona durante
los primeros momentos fue la explotación del mineral, para lo
cual se tejieron complejas redes clientelares. En el Noreste de
5
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la Península los cambios sucedieron de forma más lenta, ya que
existía una mayor fragmentación de los pueblos, de ahí que sólo
encontremos verdaderas ciudades prerromanas en el entorno de
la colonia griega de Emporion (ibíd.: 152-154).
Realmente en ambos casos los cambios fundamentales se
dan entre mediados del s. I a.C. y comienzos del I d.C., cada
vez más tendentes hacia un modelo centralizado. Desaparecen
la mayoría de asentamientos ibéricos, excepto aquellos que alcanzan el estatus jurídico romano. Las concepciones romanas
de política, justicia, organización social o urbanismo comienzan
a reemplazar a las tradiciones locales (Keay, 1995b). Por tanto
es en la época de César y, sobre todo, Augusto cuando la red
de municipia y coloniae romanas realmente adquiere una gran
importancia. No se puede hablar de “Romanización” sólo como
un cambio cultural, sino que está estrechamente unida al devenir administrativo provincial. Conforme se fueron desarrollando los mecanismos tributarios, comerciales, políticos y se fue
instalando gente de fuera, las élites indígenas y posteriormente
el resto del pueblo fueron adaptando aspectos de la cultura romana, bien de forma literal, bien readaptándolos a sus propias
tradiciones locales (Keay, 1996: 173).
Algunos de los tópicos sobre la Romanización actualmente
parecen haber perdido toda validez. Por ejemplo, es poco probable que durante la República hubiera una gran llegada de población itálica a la Península, sino que el componente poblacional
mayoritario continuaría siendo indígena. Los pocos itálicos llegados estarían totalmente localizados en centros como Carthago
Nova, Corduba, Tarraco, Valentia, Gades o Italica, aunque en
algunos de éstos no encontremos claras muestras de identidad
cultural romana hasta bien entrado el siglo I a.C. (Keay, 1995b:
300-301). No obstante, la presencia de una determinada cultura
material o hábitos no implica que sus protagonistas tuvieran que
ser romanos, ya que hay modas, expresiones o emulaciones de
estatus (Keay, 2001: 120-121).
Sin duda el contacto cultural entre iberos y romanos marcará
el desarrollo particular de cada una de las esferas y aspectos del
devenir diario. No obstante, no debemos olvidar que éste no fue
el único contacto en estos siglos, ya que en esta fase perdura
además la presencia púnica en la Península Ibérica, con mayor
influencia principalmente en el Sur/Sureste peninsular. Y no
sólo esto, lejos de entrar en categorizaciones de qué es ibérico,
romano o púnico en este momento, Iberia estaba inmersa en un
horizonte cultural común, el Helenismo. Los iberos entraron en
contacto con él de diferentes maneras, ya que junto con manifestaciones propias se entremezclan rasgos de helenización adquiridos por diferentes vías, desde griegas antiguas hasta, posteriormente, púnicas o romanas (Roldán, 1998).
Es plenamente aceptado que muchos elementos culturales
y artísticos propios de lo ibérico tienen continuidad en este periodo, tal y como se puede palpar en el desarrollo de estilos
cerámicos figurados, la diversificación y monumentalización de
los santuarios o la definitiva afirmación del fenómeno urbano
y complejidad arquitectónica. No obstante, también supuso la
desaparición de rasgos típicamente ibéricos, especialmente en
el campo de la arqueología funeraria, tanto con la plástica monumental como con la arquitectura de cámaras, túmulos o estelas figuradas. De todas formas, el cambio afectó de forma muy
desigual en la geografía ibérica: aquellas zonas fuertemente “romanizadas” desde un principio vivieron cambios más rápidos.
6
Fig. 1. Vaso con decoración compleja. Museu Monogràfic de
l’Alcúdia (Elx).
El arte ibérico, que durante su fase anterior había alcanzado
una gran madurez, muestra ahora un gran dinamismo, con profundos cambios en su forma y contenido. Es el momento en que
el lenguaje pictórico narrativo sobre cerámica del s. III a.C. se
transforma en uno de corte más mitológico y fantástico, con animales de gran tamaño, seres híbridos o héroes (fig. 1) (Bonet e
Izquierdo, 2001 y 2004). En cuanto a escultura, presenta continuidad respecto a siglos anteriores en modos de ejecución, aunque se
observan diferencias en las localizaciones, centrándose ahora en
ámbitos sacros y desapareciendo prácticamente de las necrópolis,
si bien las zonas de producción son las mismas (Sur y Sureste peninsular). También es un momento en el que se marcan fuertes influencias helenísticas y, al mismo tiempo, romanas (León, 1998:
33). Los nuevos influjos romanos no impidieron a los talleres locales continuar sus producciones, aunque adaptándose y tomando
soluciones y fórmulas romanas, de ahí que se haya defendido el
término arte “iberorromano” (León, 1981: 184). Los iberos asimilan parcial o selectivamente el nuevo lenguaje artístico y lo interpretan a su manera. En esta línea se pueden citar las esculturas
adscribibles cronológicamente al s. II a.C. del conjunto del Cerro
de los Santos, donde conviven exvotos típicamente ibéricos con
otros modelos italorromanos, tanto desde el punto de vista iconográfico como formal: togati, retratos y cabezas veladas (Noguera,
1994: 193). En ocasiones encontramos togados con caracteres en
latín, lo que ha sido interpretado como oferentes pertenecientes
a las élites indígenas que comienzan a entrar dentro de la clientela romana y por ello se quieren ya mostrar con rasgos romanos
(Rodà, 1998). Algo semejante ocurre con el conjunto de relieves
de Osuna, donde encontramos algunos puramente ibéricos y otros
con claro influjo romano, tanto en ejecución como en temática.
A nivel de urbanismo se ha interpretado que la presencia
romana, más que iniciar el fenómeno, lo que conlleva es una
consolidación de las estructuras urbanas ibéricas preexistentes.
La verdadera revolución urbanística no se produce hasta tiempos de Augusto, cuando las ciudades ya adquieren fuertes dosis
de monumentalización. Mientras en época ibérica los grandes
programas arquitectónicos parecían estar centrados en el mundo
funerario, la nueva conciencia cívica romana veía fundamental
enfocar esos esfuerzos hacia el espacio común, la ciudad, ligados a fenómenos de evergetismo (Bendala, 2003).
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El Ibérico Final también es la fase en la que, de forma paralela al desarrollo urbanístico, los santuarios, mayoritariamente
rurales, pasan a ubicarse también en ámbito urbano. Para Almagro Gorbea, se pueden diferenciar los santuarios domésticos
gentilicios de los templa de tipo clásico y los cultos dejarían de
ser privados para pasar a públicos (Moneo, 1995: 253; Almagro
Gorbea y Moneo, 2000). De este modo, los recintos sacros del
Ibérico Final ofrecerían dos caras. Por un lado tendríamos los
santuarios de corte orientalizante, con prototipos en el mundo
fenicio-púnico y evidenciado en los casos de L’Alcúdia (Elx,
Alacant) y La Illeta dels Banyets (El Campello, Alacant) (Moneo, 1995: 249); por otro, tendríamos los templos de corte clásico / grecoitálico como los documentados en Saguntum, Puig
de Sant Andreu (Ullastret, Girona) o Cabezo de Alcalá (Azaila,
Teruel). Éstos podrían estar destinados al culto de héroes fundadores o de personajes divinizados como era común durante el Helenismo (ibíd.: 342), mientras que esta utilización de
modelos itálicos también ha sido vista como consecuencia de
la atracción de las élites locales por parte de la causa romana
(Rodà, 1998). Los santuarios rurales están también presentes,
aunque se aproximan cada vez más al centro urbano, como Torreparedones (Baena, Córdoba). En algunos casos, santuarios
supraterritoriales que hunden sus raíces en el Ibérico Pleno viven ahora una fase de monumentalización, como el santuario de
la Encarnación (Caravaca de la Cruz, Murcia) (Ramallo, 1992)
o del Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete),
donde en una fecha tardía se erige un edificio de planta itálica
(Ramallo, 1999).
En el mundo funerario se aprecia una serie de constantes,
todas ellas tendentes a una simplificación del ritual funerario y
de la composición de las tumbas: desparecen los pilares-estela,
se reducen en tamaño los túmulos, disminuye la estatuaria funeraria y los ajuares pierden riqueza, entre otros, por la progresiva
desaparición de armas en los mismos o la no tan abundante presencia de importaciones como en momentos anteriores (Roldán,
1998). Esta autora analiza estos tópicos en una serie de necrópolis del Sureste peninsular y los matiza, no viendo cambios
sustanciales hasta época augustea y primera mitad del s.I d.C.
Existe un denso debate respecto a las causas de esta simplificación en los ajuares y el mundo funerario en general. F. Quesada (1989: 61) en el caso concreto de El Cabecico del Tesoro
(Verdolay, Murcia) cree que es consecuencia de que la sociedad
ibérica evoluciona progresivamente hacia una menor jerarquización. Fuentes (1992: 598), por su parte, cree que las diferencias sociales continuarían existiendo, el cambio se produciría
en la manera de representarlas, reflejándose el estatus en otros
ámbitos diferentes de los enterramientos y quedando el mundo
funerario volcado hacia lo espiritual.
A partir de la II Guerra Púnica se producen profundos cambios en el armamento y las tácticas bélicas ibéricas (Quesada,
2002). Los iberos, muy influidos por los ejércitos púnicos y
romanos, generan una “panoplia simplificada” según el autor.
Es el momento de los cascos de tipo Montefortino, los escudos
rectangulares o scuta y las espadas de doble filo antecedentes
del gladius hispaniensis. No obstante, conviven con la pervivencia de las falcatas, los pila y soliferra, aunque siempre con
una tendencia cada vez más a un armamento más ligero y simple, ya que los iberos muchas veces participan como auxiliares
de infantería ligera en los ejércitos romanos.
Por último, desde el s. III a.C. pero sobre todo durante estos
dos siglos es el momento en el que ubicamos la mayoría de las
acuñaciones monetarias ibéricas y al que pertenecen la mayor
parte de los textos escritos en ibérico. Ambas prácticas se desarrollaron o, cuanto menos, extendieron a raíz del contacto con
Roma y dan también buena muestra de la situación de cambio
que vivían las sociedades ibéricas en ese contexto (Ripollès,
2000; Velaza, 2009). Las monedas nos dan una excepcional lectura de la sustitución de la lengua y alfabeto ibérico por el latino
y los textos escritos, tanto por su soporte como por su función,
en muchas ocasiones también constituyen evidencias de hibridismo cultural. El mundo funerario alberga como veremos una
de las tradiciones más significativas, la de las estelas, mezcla
de elementos lingüísticos (ibérico y latín), artísticos (plástica e
iconografía ibérica y romana) y rituales (incineración e inhumación indicada con estela), aunque éstas precisamente abunden
en zonas donde antes no había tradición escultórica (Teruel y
Castellón) (Izquierdo y Arasa, 1999).
En resumen, vemos como el Ibérico Final es, por encima de
todo, una fase de continuidad en la que incluso se alcanza cierto
esplendor en algunos ámbitos. No obstante, poco a poco se van
percibiendo cada vez más los cambios provocados o derivados
del contacto cultural con Roma. Pese a que los iberos estaban ya
bajo dominación romana, los ss. II-I a.C. es uno de los momentos en los que se expresa con mayor fuerza lo “ibérico”.
La Romanización de Iberia desde el punto de vista
territorial
Como en otros aspectos de la vida, la Romanización implicó
cambios en el paisaje y en la concepción de los indígenas de éste
(Cerrillo, 2003). La implantación de un nuevo sistema políticoadministrativo, así como la dinámica cambiante a nivel socioeconómico, generaron modificaciones en la organización territorial, lo cual se reflejaba en el propio patrón de asentamiento.
Los estudios de Arqueología del Paisaje y, sobre todo, del
Territorio centrados en esta cronología en el mundo ibérico son
relativamente recientes, de finales de los años 80 hasta la actualidad. Por lo general ha imperado una gran fragmentación en
los mismos, limitándose en la mayoría de casos a estudios locales, centrados en una comarca actual o en el entorno de algún
oppidum ibérico o ciudad romana concreta. Además, también
existe una gran división entre los estudios de territorio clásicos, basados principalmente en el estudio de los materiales y los
yacimientos, y los llevados a cabo en los últimos dos decenios
con ayuda de SIG, enfocados en los cambios en el patrón de
asentamiento. Tan sólo unos pocos estudios han ido más allá,
intentando combinar estas dos esferas (Grau, 2002).
En los estudios sobre las repercusiones de la conquista romana sobre los territorios indígenas en diferentes partes del
Mediterráneo, existe un consenso general respecto a que las características previas del área colonizada marcan el devenir posterior. No obstante, el proceso distó mucho de ser homogéneo,
llegándose a observar modelos y evoluciones diferentes incluso
dentro un mismo territorio, pese a existir un sustrato cultural
similar (Miret et al., 1991; Castro y Gutiérrez, 2001).
Muchos son los tópicos relacionados con la Romanización
desde el punto de vista del patrón de asentamiento, algunos
verificados por análisis locales, aunque todos difíciles de establecer como características generales y válidas globalmente.
7
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La extensión de un sistema tributario sin duda conllevó cambios a nivel socioeconómico que se han detectado en todas las
esferas, como por ejemplo la acuñación de moneda. A nivel
territorial, en aquellos territorios en los que había un patrón
de asentamiento capitalizado por la ubicación en cotas altas de
poblados fortificados, a lo largo de los dos siglos de República
se produce en muchos casos el abandono de los mismos, con
una tendencia a ocupar cotas más bajas, cerca de los cursos de
agua y de las tierras más fértiles, por tanto relacionada con un
interés por aumentar la producción agraria. No obstante, una
característica globalmente compartida es que durante la fase
inicial parece que se dan pocos cambios, perdurando importantes oppida que llegan en su mayor parte a comienzos del s. I
a.C. Los cambios fuertes no se detectan hasta la segunda mitad
de dicho siglo, sobre todo a partir de época augustea. El fenómeno urbano y las ciudades han sido entendidas como consecuencias inmediatas del proceso de conquista y, al mismo
tiempo, como catalizadores del proceso de transformación política, social y económica de los indígenas (Castro y Gutiérrez,
2001: 149). En relación con esto, las zonas más profusamente
analizadas desde la perspectiva territorial han sido Cataluña,
País Valenciano y Andalucía, por ser donde el fenómeno urbano alcanza cotas de desarrollo más altas, en algunos casos
porque ya estaba presente durante la Edad del Hierro.
En Cataluña sin duda una de las zonas mejor estudiadas ha
sido el extremo Noreste, el entorno de Emporion, sede de un
campamento militar romano. La presencia romana tiene consecuencias directas desde un primer momento y se puede rastrear incluso con ayuda de los textos clásicos. La llegada en el
195 a.C. de M. P. Catón para acabar con la revuelta ibera de
los indiketes, conllevó el abandono y destrucción de algunos
poblados como el Puig de Sant Andreu (Ullastret, Girona). Sin
embargo, a nivel de poblamiento se dieron pocos cambios, algo
mayores en la costa, pero en el interior el sistema de oppida
aguanta prácticamente inalterado hasta el I a.C. (Castanyer et
al., 2006: 14). Uno de los poblados más destacados, Sant Julià
de Ramis (Girona), vive en el s. II a.C. incluso un periodo de
cierto auge, efectuándose reformas urbanas en él.
A nivel de poblamiento rural se ha detectado un aumento en
el número de núcleos, lo cual se puede explicar por la atomización del lugar central tras la conquista romana, con el establecimiento de pequeños asentamientos rurales incluso en zonas
marginales, no roturadas anteriormente. Esto constituye una
fase intermedia entre el poblamiento ibérico y el surgimiento
de las primeras villae itálicas. Ya en el s. I a.C. hay coexistencia
entre asentamientos rurales ibéricos y las primeras villae, que
poco a poco pasan a imponerse, paralelamente a la fundación
de ciudades como Emporion o Gerunda (Girona) (ibíd.: 15-17).
En cambio en la Cataluña costera central, en la antigua Layetania correspondiente al territorio de la ciudad ibérica de Burriac, sí que se han detectado consecuencias de la represión de
Catón. No tanto a nivel de destrucción de poblados, sino fuertes
alteraciones en el orden territorial: desaparece toda la línea de
oppida del interior y los campos de silos, lo que los autores relacionan con un posible cambio hacia una economía destinada al
pago de tributos y satisfacer los nuevos intereses romanos, desembocando en un aumento del número de los asentamientos con
función productiva (Martín y García, 2002; Revilla y Zamora,
2006; Revilla, 2010) y quizás en una mayor fragmentación de la
8
propiedad (Olesti, 1997). En ese sentido, a partir del s. II a.C. se
produce una ocupación indígena de zonas llanas y fértiles cerca de ríos, con un aumento considerable del número de asentamientos con dichos fines productivos (Revilla y Zamora, 2006).
Un poco más al Sur, en la comarca del Garraf, a comienzos
del s. II a.C. hay numerosos niveles de destrucción y algunas
partes de los poblados se abandonan, como ocurre en Turó del
Vent (Llinars del Vallès, Barcelona), Turó de Mas Boscà (Badalona, Barcelona) o en Alorda Park (Calafell, Tarragona). No
obstante, parece que la conquista no conlleva todavía un cambio
radical en el patrón de asentamiento rural durante los primeros
siglos, ya que muchos yacimientos perduran hasta el cambio de
Era (Miret et al., 1991).
Mayor complejidad existe a la hora de interpretar el momento de aparición de las villae y los cambios en el mundo rural en
este sector costero central. En comparación con otras zonas, es
un área donde desde un primer momento hay una relativamente
alta presencia de elementos asociables al mundo itálico, lo que
genera una problemática a la hora de valorar los diferentes tipos
de asentamientos rurales: “La evidencia material no permite establecer directamente la condición jurídica y social de los ocupantes de un lugar, como tampoco las relaciones de propiedad
en que se integra su trabajo” (Revilla, 2004, 199).
En primer lugar, algunos autores inciden en ver esta zona
como escenario de un paso rápido del modelo de explotación
ibérico al sistema de villae (Prevosti, 1991). Los factores que
causarían estos cambios serían:
- Presencia de dos ciudades ya desde época republicana (finales s. II a.C., comienzos del I a.C.) que conllevan la desaparición de los poblados ibéricos.
- Paso de la Vía Augusta, importante foco de extensión de la
cultura romana.
- El hecho de que este área se convierta en foco de producción
y exportación de vino a partir del s. I a.C. (ánforas Laietana
1, Pascual 1 y posteriormente también Dressel 2-4). Algunos
investigadores incluso relacionan estos cambios con una posible instalación, no masiva pero sí cualitativa, de propietarios itálicos que dirigiesen la nueva producción y garantizasen el éxito en los nuevos mercados (Sanmartí y Santacana,
2005).
En estrecha relación con esto tendríamos la presencia de un
centro de residencia para las aristocracias itálicas llegadas, Ca
l’Arnau – Can Mateu (Cabrera de Mar, Barcelona), muy próximo al anterior centro de poder, Burriac (Cabrera de Mar), y foco
de la administración del territorio hasta la fundación de Iluro
(Mataró, Barcelona) en el 80 a.C., momento en el que culmina
el proceso.
Una segunda línea de investigación ha llamado la atención
del error de clasificar todo como villae, simplemente por la presencia de determinados elementos monumentales u ornamentales, en vez de primar más la vertiente socioeconómica (Olesti,
1995 y 1997). En este sentido, pese a que se adoptan elementos
romanos tanto cerámicos como constructivos desde el s. II a.C.,
el resto de materiales muestran que siguen siendo iberos, por lo
tanto existiría una continuidad con la fase precedente, produciéndose una fusión entre tradiciones y elementos indígenas y
romanos. Estos asentamientos ibéricos serían los protagonistas
del comienzo de la producción vinícola en la zona y de ánforas
vinarias propias (imitación de Dressel 1 y Lamb. 2 en primer
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momento, luego también Laietana 1 y Pascual 1). El verdadero
surgimiento de las villae sería algo más tardío, como pronto de
época augustea, no siendo hasta ya el s. I d.C. cuando se desarrolla significativamente, para alcanzar su plenitud en el II. Pero
para el autor lo hace gracias a la existencia de esa fase previa
protagonizada por asentamientos de tradición indígena que posibilitó un notable incremento de la producción para el mercado
y la exportación de productos.
Por último están los investigadores reticentes no sólo a ver
una extensión rápida del sistema de villae, sino también a ver
cambios radicales en relación con la extensión de la viticultura,
pese a que aceptan la producción de un excedente comercializable (vino preferentemente, pero también aceite y cereal). El
nuevo marco social de ciudadanos y oligarquías propietarias llevaría a reorganizar las relaciones de propiedad y producción, lo
cual inevitablemente se traduciría en cambios en el poblamiento
rural, modos de explotación e infraestructuras, pero siempre con
un ritmo lento y progresivo (Revilla 2004).
La desembocadura del Ebro también es una zona interesante
puesto que constituía la frontera teórica entre el mundo púnico
y romano y fue escenario de una importante batalla durante la
Segunda Guerra Púnica. Se ha detectado durante todo el Ibérico Final un progresivo abandono del patrón de asentamiento
ibérico en favor de un cada vez mayor número de asentamientos en el llano con función productiva (Diloli, 1999). A nivel
de administración, el lugar central de época ibérica, Hibera, se
abandona a mediados del s. I a.C. pasando a capitalizar la zona
la ciudad de Dertosa.
En Andalucía existe un consenso en torno a que hay continuidad urbana, puesto que antes de la conquista ya existían
ciudades-estado tanto púnicas como turdetanas. No será hasta
época cesariana y augustea cuando se funden nuevas coloniae
y desaparezcan los asentamientos turdetanos (Keay, 1992). La
mayoría de las colonias púnicas de la costa durante la República
pasaron a ser ciudades estipendiarias, excepto Gadir que incluso alcanzó el rango de civitas foederata (López Castro, 2007).
También hay continuidad en el campo hasta finales del s. I a.C.
– comienzos del I d.C., momento de expansión de la producción
de vino y, sobre todo, de aceite a gran escala. Esta explotación
agrícola, que no parece haber tenido mucho peso durante la fase
anterior, se desarrolla enormemente en bastantes zonas, pero
siempre controlada desde las ciudades.
Está bien estudiado el alto valle del Guadalquivir (Castro
y Gutiérrez, 2001), actual provincia de Jaén, zona que a su vez
cuenta con un gran volumen de información relativa también
al mundo ibérico pleno. Muestra la problemática de que en la
fase anterior la territorialidad ya estaba polarizada en torno a
los oppida, si bien tras la crisis de los mismos en el s. IV a.C.
ya se observan cambios tendentes a la formación de centros
de carácter más urbano (Ruiz Rodríguez et al., 1991). La población se redistribuye, hay repartos territoriales y emergen
nuevos estados.
En una misma zona se pueden dar situaciones diversas,
completamente opuestas, como es el caso de los territorios de
los oppida de Giribaile (Vilches, Jaén), Atalayuelas (Fuerte del
Rey-Torredelcampo, Jaén) o Puente Tablas (Jaén). El territorio
de Giribaile ya muestra una ruptura en el patrón de asentamiento tras la conquista, encaminada a un aumento de la producción,
con nuevos asentamientos rurales entorno al oppidum y al río,
para asegurar la producción de excedentes con la cual poder pagar los tributos a Roma. No obstante, también hay continuismo
puesto que Roma mantiene la red de oppida, a través de la práctica de la fides ibérica (Castro y Gutiérrez, 2001: 154-155). El
cambio más brusco viene dado en la primera mitad del s. I a.C.,
en gran parte por la propia destrucción de Giribaile en el marco
de las guerras sertorianas y el total traslado de población a cotas
más bajas. En cambio, los territorios de Atalayuelas o Puente
Tablas sí que muestran continuidad en su ocupación. La aparición de asentamientos rurales sólo coincide con la fundación
de una nueva colonia Tucci (Jaén), según los autores porque antes la explotación rural se hacía directamente desde el oppidum
(ibíd.: 155-156). Se ha interpretado que durante la fase republicana se establecerían igualmente alianzas con las aristocracias
locales mediante el pago de tributos a Roma, pasando entonces
algunas ciudades a tener rango estipendiario (Ruíz Rodríguez et
al., 1991: 34-35; Gutiérrez, 1998). Aunque en época de César
y Augusto se extienden las municipalidades, aquí realmente el
gran cambio se da ya a finales del s. I d.C. con la extensión de
la ciudadanía romana.
Por el contrario, la campiña sevillana y el curso medio/bajo
del Guadalquivir han sido estudiadas desde el ámbito anglosajón recientemente en conjunción con las nuevas aplicaciones
que aportan los SIG (Keay y Earl, 2007). Aquí también se dan
pocos cambios entre los ss. II-I a.C., lo cual indica que Roma
aprovecharía las estructuras preexistentes en torno a Carmo
(Carmona) y Urso (Osuna), sólo el establecimiento de las colonias de Hispalis (Sevilla) y Astigi (Écija) cambió el panorama
puesto que éstas se configuraron bien pronto como importantes
nudos de comunicación. Lo que queda por determinar es si detrás de esto hay una decisión intencionada por parte del Estado
romano en pro de una administración más efectiva de la zona.
Otras zonas que también presentan interesantes cambios en
el patrón de asentamiento durante el Ibérico Final son el Bajo
Aragón (Burillo, 2006; López Romero, 2006) o Murcia (LópezMondéjar, 2009a y 2010), a cuyos estudios remitimos para un
más profuso conocimiento del tema.
El caso particular del área actual del País Valenciano
La fachada mediterránea central, el área correspondiente al actual País Valenciano, es sin duda una de las zonas mejor estudiadas en lo relativo a época ibérica (Arasa, 2003c), ya que en
ella se encuentran algunos de los yacimientos más importantes,
con excavaciones iniciadas hace más de 50 años. Es por ello que
en repetidas ocasiones se haya dicho que la cultura ibérica valenciana sea la más próxima a la “clásica”, puesto que reúne la
mayoría de las características definitorias que tradicionalmente se asocian con los iberos (escultura zoomorfa, decoración
pictórica figurada, alfabeto levantino, organización en torno a
oppida, etc.). A este momento, los ss. II-I a.C., corresponde la
identificación romana de la Ilercavonia, Edetania y Contestania
ibéricas como las tres grandes unidades de población del centroEste peninsular, sin que se pueda saber con exactitud la validez
de las mismas (Mata, 2001) (fig. 2).
A nivel histórico es una zona que participó activamente en
la Segunda Guerra Púnica, ya que precisamente el asedio de
una ciudad, Arse (Sagunto, València), por parte de los cartagineses (219 a.C.) provocó el desembarco romano en Emporion
(218 a.C.) y el inicio del conflicto. Los autores clásicos descri9
[page-n-27]
Fig. 2. Evolución del poblamiento ibérico y romano: 1) s. III a.C.; 2) ss. II-I a.C.; 3) ss. I-II d.C.
ben cómo los cartagineses contaban con apoyo entre algunos
indígenas, ya que aristócratas como Edecón, regulo de Edeta
(Llíria, València), eran aliados suyos. Entre los yacimientos
ibéricos que fueron destruidos en esas décadas, destacan los
casos de la propia Edeta, La Serreta (Alcoi, Alacant), La Illeta
dels Banyets (El Campello, Alacant) o La Escuera (San Fulgencio, Alacant), así como ocultamientos de joyas y tesoros
propios de momentos de inestabilidad en Cheste, Moixent o
Caudete de las Fuentes (Bonet y Ribera, 2003). No obstante,
los estudios de poblamiento no muestran bruscas alteraciones
durante esos años, de ahí que la guerra de facto pudiera tener una vertiente más diplomática que militar (Bonet y Mata,
2002: 234-235).
Tras el final de la guerra, la paralela conquista peninsular y
la provincialización de Hispania en el 197 a.C., vienen unos primeros años de mantenimiento del status quo indígena a cambio
del pago de tributos. El patrón de asentamiento por lo general
muestra continuidad, aunque dentro de una tendencia a aumentar el peso del hábitat disperso. Algunas ciudades parecen vivir
una expansión, incluso acuñando moneda (Ilici, Saiti-Saitabi,
Arse-Saguntum o la propia Kelin), aunque, en cambio, otras
entran en fase de decadencia o completo abandono (Edeta, La
Serreta o La Escuera). Exceptuando Arse y Lucentum, los asentamientos iberorromanos no sufren fuertes cambios urbanísticos
en los ss. II-I a.C. (Bonet y Ribera, 2003).
En el caso arsetano, tras el saqueo bélico la nueva ciudad
vive una fase de reconstrucción y revitalización urbana, con
grandes ejemplos como la construcción del templo republicano
(Aranegui, 2002 y 2009). Llamada a partir de entonces como
Saguntum, primero es civitas foederata y luego colonia latina
en el 55 a.C. (Jiménez Salvador, 2004: 70), convirtiéndose finalmente en municipio romano. En ella la familia de los Fabios
recibe el derecho romano o ius civile. El poblamiento a su al10
rededor parece que también vive una fase de estabilidad puesto
que no muestra cambios sustanciales (Martí Bonafé, 1998). A la
fase republicana corresponden algunas reformas de entidad en
su puerto, el Grau Vell, con la construcción de un dique y una
torre, de forma paralela al descenso de material indígena y el aumento destacable de materiales importados itálicos (Aranegui,
2004; Albelda, 2015a).
Edeta es incendiada y saqueada en torno al 175 a.C., pasando a vivir un hiatus mal conocido de unos dos siglos, en los
que tan sólo tenemos el hallazgo de un tesoro monetario del I
a.C. (Bonet, 1995). Posteriormente, la Civitas Edetanorum romana se asentará en el llano. El patrón de asentamiento en este
territorio sí que muestra una profunda ruptura, lo que hizo que
su modelo de transición entre época ibérica y romana fuera el
estandarte de la hipótesis tradicional hasta hace poco tiempo de
la Romanización como un paso de ubicaciones en alto a asentamientos en el llano. El sistema de atalayas se desmantela tras la
Segunda Guerra Púnica y la conquista romana, mientras que el
poblamiento rural pasa a ser más disperso con hábitats de menor
tamaño (Bernabeu et al., 1987). Los tipos de ubicaciones más
comunes son en ladera, en cerros bajos o en el llano, siempre sin
muralla. Muchos de los yacimientos aparecen ex novo y tienen
perduración en época imperial.
En Kelin, el caso que nos ocupa, trabajos previos han visto
cómo desciende el número de asentamientos pero aumenta el
tamaño de los mismos. Y cada vez más, si antes no era ya un
rasgo fundamental, domina un poblamiento en el llano (Mata
et al., 2001 a y b). Tras las guerras sertorianas (75 a.C.) Kelin
es destruido y prácticamente abandonado, a la par que cae su
sistema de poblados fortificados y atalayas.
Otras ciudades como La Carència, pese a presentar también niveles de destrucción y tapiado de puertas de época
sertoriana tienen continuidad en fase imperial (Albiach et al.,
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2007; 2013: 82-84). La ciudad ya presenta reformas arquitectónicas de tipo defensivo relacionables con la Segunda
Guerra Púnica, concretamente un potente lienzo de muralla.
Seguramente tras la guerra pasaría a convertirse en una ciudad aliada de uno u otro tipo. Durante los ss. II-I a.C. en
su territorio se da un aumento del número de asentamientos,
una mayor selección de las tierras donde ubicarse y una gran
llegada de importaciones. El nuevo sistema de producción
con villae no aparecerá hasta el siglo I d.C. como en tantas
otras zonas.
Mayor desconocimiento tenemos en torno a Sucro (Albalat
de la Ribera, Alzira o Cullera) o Saiti / Saitabi. De esta última
se sabe que tenía carácter urbano al menos desde época ibérica
final y que controlaba un territorio a su alrededor (Pérez Ballester y Borreda, 1998), pero carecemos de más datos en cuanto
al cambio en el patrón de asentamiento entre época ibérica y
romana. Sucro, por su parte, se piensa que era un asentamiento
ubicado en la actual Ribera del Xúquer, posiblemente Albalat,
del cual dependería el Portus Sucronensis, seguramente establecido en la desembocadura del río en Cullera (Bonet y Ribera,
2003; Pérez Ballester, 2003).
En Alicante, lo correspondiente más o menos a la Contestania ibérica, uno de los casos mejor estudiados es el de La Serreta (Alcoi, Alacant) (Grau, 2000b, 2002 y 2003). Parece que
los valles de Alcoi fueron afectados durante la Segunda Guerra
Púnica debido a los avances del ejército romano hacia Cartago
Nova en el 209 a.C. y la ciudad se fortificó poco antes de ser
abandonada. Con la conquista romana se produce el fin de la
misma, lo que provoca también la desestructuración de su territorio, ya que ningún asentamiento tuvo la entidad suficiente
como para substituirla. Parece que la intervención romana fue
selectiva, provocando el fin de los núcleos principales, pero respetando muchos de los oppida de segundo rango, e incluso aparecieron otros nuevos controlando pequeños espacios y sectores
más reducidos. El autor considera por todo ello que el Estado
romano se apoyó en las élites ibéricas. Buena prueba sería el aumento considerable de los asentamientos en el llano, buscando
un aumento de producción relacionado con la necesidad de pagar tributos a Roma. Tras las guerras sertorianas, aunque el grado de afección fue menor que en la costa, es cuando se dio una
fuerte ruptura en el patrón de asentamiento, con el abandono de
los poblados en altura y la difusión de pequeños asentamientos
rurales en el llano. Ya en época romana la región queda dividida
entre las diferentes ciudades de su alrededor, constituyendo una
periferia rural muy alejada de los centros urbanos. Al igual que
el territorio de Kelin, pasa a ser un área sin ciudades, cuando
en época ibérica se caracterizaba por ser una de las zonas más
densamente pobladas.
La información proveniente de Ilici (L’Alcúdia, Elx, Alacant) para su fase republicana no es muy abundante (Abad,
2004: 102-105). La ciudad romana se ubica sobre el antiguo
asentamiento ibérico y se ha localizado un posible catastro de
repartición de tierras de ese momento. Ese hecho, junto con
la llegada desde el s. II a.C. de material itálico en grandes
cantidades ha llevado a plantear la instalación de población
procedente de Italia ya durante la República (Márquez y Molina, 2001). El Tossal de Manises / Lucentum (Alacant), por su
parte, parece que sustituye al asentamiento ibérico del Tossal
de les Basses (Alacant) en el contexto de la Segunda Guerra
Púnica, pero no será hasta época augustea cuando se dé una
verdadera configuración urbanística y arquitectónica del lugar
(Abad, 2004: 105-113).
La provincia de Castelló, antiguo territorio ilercavón, se trata de una zona con unas características concretas puesto que ya
en época ibérica el poblamiento es rural, disperso y de pequeño
tamaño. Los oppida no pasan de un tamaño medio / pequeño
(Arasa, 2002). Esta ausencia de ciudades en la fase previa motivó que Roma no requiriese del establecimiento de las mismas
durante la fase republicana, administraba de otros modos o a
partir de ciudades más al Norte (Dertosa) o al Sur (Saguntum).
No será hasta época imperial en que uno de los núcleos iberorromanos alcance estatus municipal: Lesera (Forcall, Castelló)
(Arasa, 2009b). A nivel de poblamiento rural, a comienzos del
s. II a.C. parece haber una desestructuración con la desaparición de algunos poblados, aunque los cambios fuertes son ya
de la segunda mitad con un acercamiento a cotas más bajas y
a mejores tierras de cultivo. Esto desemboca en el s. I a.C. en
la aparición de asentamientos rurales precedentes de las villae
de fase imperial (Arasa, 2002: 228-230). No obstante en esta
zona, a diferencia de Cataluña, no hay en ningún caso villae de
características itálicas.
Es interesante el fenómeno de torres fortificadas aisladas en
el interior de la provincia de Castelló, torres semejantes a las
de otras zonas como Teruel, que aparecen a finales del s. III
y comienzos del II a.C. Ejemplos como la Torre del Prospinal
(Pina del Montalgrao), el Castillico (Ayodar) y el costero El Perengil (Vinaròs) hacen dudar a sus investigadores si se tratan de
granjas fortificadas o estructuras militares relacionadas con la
Segunda Guerra Púnica (Oliver, 2004).
En Castelló el único estudio a nivel de poblamiento es el de
Járrega (2000) sobre el actual Alto Palancia, un área de interior
interesante puesto que era atravesada por la vía que conectaba Saguntum con Aragón siguiendo el curso del río Pallantia.
Como en toda zona de interior sin ciudades, existen dudas sobre
a qué territorio pertenecería. En ese caso, F. Arasa (1992) estableció que la mayor parte dependería de Saguntum, excepto
una parte de Edeta y el interior de otras ciudades de Aragón. Es
extraño el elevado peso que tienen en época republicana los anteriormente citados poblados fortificados y torres, incluso surgidos ex novo, seguramente controlando caminos y pasos dentro
del contexto de inestabilidad y guerras civiles de Hispania en
estos primeros momentos. Por el contrario, hay un reducido
número de hábitats en llano y la mayoría proceden de época
ibérica plena. En época imperial sí que se dan mayores cambios,
con una expansión rural que alcanza las tierras más fértiles y coloniza tierras hasta el momento marginales. El poblamiento en
altura prácticamente desaparece y aparecen las primeras villae,
aunque en ningún caso con el grado de importancia y monumentalización de las costeras.
En este panorama casi siempre protagonizado por indígenas,
sin duda uno de los hitos históricos fundamentales es la fundación de una colonia latina en la costa, Valentia, en el 138 a.C.
por Junio Bruto para realojar a los soldados que participaron
en las guerras contra Viriato en Lusitania (Ribera, 1998). Este
hecho sin duda tuvo que derivar en una reorganización territorial a escala global. Según el autor, sería lógico que la ciudad
se emplazara en el antiguo territorio de Edeta y no en el de la
aliada Arse, cerca de una zona anteriormente frecuentada como
11
[page-n-29]
recientemente se ha visto al localizarse indicios de un hábitat
rural ibérico pleno al Norte del río Túria, en excavaciones de la
Calle Ruaya (Albelda, 2015b).
Siempre se ha defendido que la mayoría de la población de
Valentia sería itálica inmigrada, no pudiendo descartar la presencia de indígenas aunque el papel de éstos fuera minoritario.
Los materiales, el urbanismo y arquitectura, la presencia de termas desde un primer momento, los tipos monetales, los ritos
funerarios y hasta el propio topónimo muestran rasgos propiamente itálicos (Ribera, 2009). No obstante, se han localizado
algunos vertederos o fosas con gran cantidad de material ibérico, con vasos cerámicos de gran calidad sobre todo del s. I a.C.
como el archiconocido “Vaso del Ciclo de la vida” de la Calle
Cisneros, que muestran perduración por los gustos ibéricos (fig.
3). Las necrópolis, por su parte, son el mejor marco para ver
muestras de hibridismo cultural, como por ejemplo la de la Calle Quart, de donde proceden 21 incineraciones del s. I a.C., dos
de las cuales tienen todo su ajuar formado por cerámica ibérica
(García Prósper et al., 1999: 296-97).
Entre el 80 y el 75 a.C. tuvieron lugar unas guerras con consecuencias directas mucho más acusadas en las ciudades y en el
patrón de asentamiento que en conflictos anteriores: las guerras
sertorianas (Bonet y Ribera, 2003: 83-85). Sertorio llegó en el
83 a.C. huyendo de Italia donde se había enfrentado al Senado
en relación con la aprobación de reformas sociales. Fue capaz
de formar un importante ejército entre romanos e itálicos exiliados o instalados en Hispania, así como hispanos y númidas,
haciéndose con una gran parte de la Península Ibérica y, entre
otras, la totalidad de las tierras valencianas. Ciudades como Valentia, Dianium, Edeta y posiblemente Kelin apoyaron al bando
sertoriano, que a la postre acabaría siendo derrotado, pagando
las consecuencias entre el 76-75 a.C. Por el contrario, aquellas
como Saguntum que se mantuvieron favorables al bando contrario, el pompeyano, salieron reforzadas tras la contienda.
En el 75 a.C. Valentia pertenecía al bando insurgente por
el hecho de ser una ciudad itálica y, sin duda, fue el núcleo
más afectado por el conflicto. La Arqueología de la ciudad así
lo ha corroborado, con el hallazgo en L’Almoina de niveles
de destrucción, tesoros monetarios escondidos y esqueletos de
soldados mutilados (Alapont et al., 2010) (fig. 4). Se ha pretendido situar en territorio valenciano algunas batallas como
la de Lauro, atacada y destruida por Sertorio en el 76 a.C.,
relacionándose con Llíria o El Puig, ideas a día de hoy completamente descartadas. En Sucro tendría lugar otra batalla,
después de la cual Sertorio huyó a Saguntum para abandonar
la Península. El resto de rebeldes escaparon desde el puerto de
Dianium, la cual como castigo pasó a ser ciudad estipendiaria
tras la guerra (Ribera, 2003).
El siguiente conflicto del s. I a.C. resultó del enfrentamiento entre César y Pompeyo a mediados de la centuria. Tenemos
muy poca información de ese contexto, aunque se plantea que
Saguntum alcanzaría la capitalidad en la zona debido al hiatus
que sufre Valentia durante esos años. En época imperial llega ya
la Pax Romana y la situación interna se calma, lo que permite
un gran desarrollo en muchos ámbitos, especialmente en el urbano, ya que Augusto crea un sistema de ciudades jerarquizado
con diferentes estatus (desde colonia latina a ciudad estipendiaria, pasando por ciudad federada, municipio, etc.):
- Saguntum pasa a ser municipium romano, desarrollando
ya un gran programa monumental y urbanístico (Aranegui,
2004).
- Ilici pasa a ser colonia romana por instalación de legionarios
sobre el antiguo asentamiento ibérico durante la segunda mitad del s. I a.C. (Abad, 2004).
- Edeta, Saetabis, Dianium y Lucentum se convierten en municipios con derecho latino (Jiménez Salvador, 2004).
- Valentia recupera su carácter urbano ya en el s. I d.C., también como colonia romana (Ribera, 2009).
Las ciudades pasan a organizar territoria bastante extensos.
Al mismo tiempo, se produce una organización del ager y de
la red de caminos. En Alicante parece que las primeras villae
Fig. 3. Vaso del “Ciclo de la Vida” (MHC; fotografía J. M. Vert).
Fig. 4. Esqueletos mutilados durante la contienda sertoriana en
Valentia (Alapont et al., 2010).
12
[page-n-30]
se desarrollan en torno al 20-30 d.C., en algunos casos sobre
antiguos asentamientos ibéricos (Grau, 2003). Existe una fuerte
desigualdad entre la costa y el interior. En la costa, el ager dianensis es el que muestra una mayor especialización, en este caso
en torno a la producción y exportación vinícola, aunque en una
escala menor a la de otras zonas de la Tarraconense como la antigua Layetania. El interior está peor conocido, aunque parece
haber un menor peso de las villas y una mayor pervivencia de
las estructuras de explotación de tipo campesino características
de fases precedentes.
El mundo rural en el País Valenciano no ha sido tan estudiado como en otras zonas de Hispania, aunque sin duda el déficit
más grave es el correspondiente a esta primera fase republicana,
momento clave para entender la transición. De época imperial
contamos con excavaciones antiguas como las de la villa de El
Puig y la de Benicató en Nules (València) o los Baños de la Reina en Calp (Alacant), excavadas parcialmente y publicadas tan
sólo en parte (Arasa, 2003b). Mejor conocidas son excavaciones como Can Porcar de Llíria, Font de Musa de Benifaió o las
más recientes Horta Vella de Bétera (Jiménez Salvador y Burriel,
2007) o la Villa de Cornelius en L’Ènova (Albiach y Madaria,
2006) (todas en la provincia de València). La multitud de excavaciones que se han desarrollado en la última década sin duda
arrojarán luz al respecto una vez sean debidamente publicadas.
La presencia de los romanos en la Península derivó hacia
un modelo económico tendente a un aumento de la producción
en favor del Estado romano. El poblamiento, por tanto, tiende
a concentrarse en el llano, en las tierras más fértiles; un paso de
una economía de subsistencia a una centrada en la obtención
de excedentes con los cuales poder pagar los tributos (Bonet
y Ribera, 2003). El sistema de villae, a diferencia de otras zonas como Cataluña en las que en época republicana ya existen
villas de corte itálico, en el País Valenciano no aparece hasta
entrado el s. I d.C. Además, se han interpretado en multitud de
ocasiones como villae asentamientos rurales de menor entidad
que responden a otras realidades. Algunos autores ante el elevado número de villae imperiales y la poca entidad y especialización de las mismas abogan por la presencia de un modelo
minifundista, a diferencia del modelo latifundista itálico (Seguí y Sánchez, 2005). Lo que queda claro es que la presencia
romana deriva en una organización económica diferente, de
forma más marcada alrededor de las ciudades como Valentia.
En su entorno se han detectado rastros de su antigua centuriación, aunque el carácter lagunar y de marjal de L’Horta ofrece
un panorama poco claro (González Villaescusa, 2002).
Fig. 5. Moneda bilingüe de Arse / Saguntum (MPV) .
A nivel cultural, como hemos visto anteriormente de forma general para la Península, los cambios fueron más rápidos
e intensos en aquellos territorios con un nivel de desarrollo
urbano y cultural previo, es decir, sobre todo en los costeros (Bonet y Ribera, 2003). Pero, al igual que ocurre con
el patrón de asentamiento o el urbanismo, la cultura material se caracteriza por un fuerte continuismo durante los dos
primeros siglos de presencia romana. La llegada de material
romano en ingentes cantidades (monedas, vajilla de mesa
o grandes contenedores) no es suficientemente categórica
como para hablar de un profundo cambio cultural, ya que
no dejan de ser objetos que pueden ser resultado del simple
comercio, más si cabe en un momento de integración política
y globalización. Es más, en el Ibérico Final del País Valenciano podemos situar algunos de los atributos tradicionalmente considerados como más genuinamente ibéricos, como
pueda ser el arte figurado, simbólico y complejo que alcanza
una gran perfección en centros como Ilici (Sala, 1992), o el
máximo desarrollo de la escritura ibérica. Ya hemos visto que
otros elementos como las monedas o las estelas funerarias
tardías, se presentan como ejemplos de hibridismo cultural,
por la convivencia en ellas de diferentes lenguas y escrituras
(Velaza, 2005) (fig. 5), así como de ritos y tradiciones (Izquierdo y Arasa, 1999) (fig. 6).
Fig. 6. Estela de Ares del Maestre (MPV).
13
[page-n-31]
Antecedentes de la investigación
arqueológica iberorromana en la Meseta
de Requena-Utiel
“En una colina a ¼ al Suroeste del pueblo hubo en tiempo de
dominación de los árabes una población fortificada que se llamó
Woldin: lo cierto es que en aquel sitio se ven grandes ruinas,
se han sacado varias vasijas de diferentes tamaños y figuras,
y algunas monedas trabajadas tan toscamente, que no pueden
conocerse los bustos que representan ni leerse sus inscripciones
(...)”; así se refería Madoz en su magna obra de 1847 a la antigua ciudad ibérica de Kelin. No obstante, proceden del s. XVIII
las primeras noticias de hallazgos en el paraje de Los Villares,
al Norte de la población de Caudete de las Fuentes. J. A. de
Estrada en 1748 (citado en Pla Ballester, 1980: 2) y M. López
en 1787 (citado en Martínez Valle, 2001: 643) comentaron el
hallazgo de materiales antiguos en el mismo. Un siglo después,
el cronista de Utiel, Miguel Ballesteros (1899: 24-25), asoció
el poblado con el antiguo topónimo Putea. En 1903 un mapa
del geógrafo José Mas recogía el topónimo “La Ollería” entre
el pueblo de Caudete y Los Villares, seguramente en relación
con el hallazgo de recipientes cerámicos (recogido en García de
Fuentes y García Ejarque, 1993) (Lámina VI).
También a finales del s. XVIII el cura de Camporrobles describió la presencia de fortificaciones y una cisterna en El Molón
(Lorrio, 2001a). A lo largo de los ss. XIX-XX se tuvo noticia
de numerosos hallazgos casuales de tesoros, joyas, depósitos de
armas, plomos o inscripciones en la comarca, la mayor parte
en Los Villares y sus alrededores, aunque lamentablemente a
muchos se les ha perdido la pista a lo largo de los años. En 1859
J. A. Díaz de Martínez, erudito requenense, escribió una memoria descriptiva inédita sobre unos posibles restos de romanos
cerca de la aldea de Calderón, correspondientes a la importante
villa del Barrio de los Tunos (Martínez Valle, 2001b). Ya en el s.
XX, F. Almarche hablaba así del yacimiento de Los Villares en
su pionera obra sobre los iberos valencianos: “ha sido explorada
de más antiguo, y con más de buscar monedas y cerámica, una
pequeña cima situada a poco más de un kilómetro de la actual
población y en la que se descubren a simple vista gran número
de ruinas, piedras, tiestos y argamasa” (Almarche, 1918: 89).
El autor se centró en el hallazgo de tesorillos, monedas, joyas y
fíbulas, además de apuntar la posible localización de la necrópolis en una finca cercana.
Poco después de finalizar la Guerra Civil Española, en 1941
vio la luz la pieza sin duda más importante de la arqueología
requenense, la Estela de Sinarcas, fruto de un hallazgo fortuito
en las proximidades de dicho pueblo. No obstante, no fue hasta
mediados del siglo pasado cuando un yacimiento fue objeto de
excavaciones arqueológicas. Enrique Pla Ballester (SIP) llevó a
cabo un total de tres campañas en Los Villares en los años 1956,
57 y 59 (fig. 7, 8 y 9), más otra en 1975.
En las décadas 60, 70 y 80 del siglo pasado creció el interés
por las antigüedades de la comarca, pero lo hizo en numerosas ocasiones bajo la forma del expolio. Con los materiales resultantes se nutrieron museos y colecciones museográficas, así
como colecciones particulares que poco a poco van saliendo a
la luz. Yacimientos como Los Villares, El Molón, Cerro de la
Peladilla (Fuenterrobles), Cerro de la Cabeza (Requena), Cerro
Castellar de Hortunas (Requena) y la cueva del Cerro Hueco
(Requena) fueron los que más sufrieron estas acciones incon14
troladas. Los actuales museos y colecciones museográficas de
Requena (nacido en 1968) y Caudete de las Fuentes (1979) sirvieron, precisamente, de albergue para muchas de estas piezas
descontextualizadas.
En 1979 se reemprendieron las excavaciones en Kelin bajo la
codirección de M. Gil-Mascarell y el propio Pla Ballester, hasta
que en 1988 la excavación pasó a estar bajo la dirección de Consuelo Mata Parreño, que ha continuado ininterrumpidamente esta
labor hasta el 2004. Los materiales del propio yacimiento fueron
el tema de su tesis doctoral, dirigida por la propia Gil-Mascarell
y presentada en 1987, a partir de la cual se editó la monografía
Los Villares (Caudete de las Fuentes): origen y evolución de la
cultura ibérica (Mata, 1991). Una década antes Pla Ballester también había recopilado parte de los hallazgos en su obra Los Villares
(Caudete de las Fuentes – Valencia) (Pla Ballester, 1980) (fig. 10).
Las excavaciones arqueológicas en Kelin se han visto completadas desde 1992 con el proyecto de investigación de su territorio;
un proyecto de la Universitat de València dirigido por la propia
Consuelo Mata en el que han participado un gran número de personas vinculadas o colaboradores del Departament de Prehistòria
i Arqueologia (Mata et al., 2001 a y b). Las actuaciones se han
materializado en 16 campañas de prospección que han permitido
reunir un gran número de datos y contar con un cuantioso registro
de yacimientos1 (fig. 11 y lám. IX). Dentro de dicho proyecto se
integra nuestro estudio, resultado tanto de las actuaciones en los
años 90, como de las campañas de 2009 y 2010, ambas centradas
monográficamente en revisar los yacimientos de cronología ibérica final ya conocidos, así como en conocer de primera mano los
yacimientos altoimperiales inventariados en la base de datos de la
Dirección General de Patrimonio Artístico (DGPA).
Kelin, aunque se trata del yacimiento insignia de este territorio, por suerte no es el único en el cual se han llevado a
cabo excavaciones rigurosas. En primer lugar debemos destacar
el poblado de El Molón, excavado por Alberto J. Lorrio desde
1995 dentro de un proyecto compartido entre las universidades
de Alicante y Complutense de Madrid (Lorrio, 2001b). Derivado del mismo también se han prospectado sistemáticamente los
municipios alrededor de este oppidum camporruteño (Lorrio et
al., 2006; Lorrio, 2007). También han sido excavados parcial o
totalmente la cueva-santuario del Puntal del Horno Ciego (Villargordo del Cabriel) por M. Gil-Mascarell en 1974, publicándose sus materiales quince años después (Martí Bonafé, 1990);
el poblado de la Muela de Arriba (Requena) por J. Aparicio
entre 1976-77 y 1980-83 (Martínez García, 1991); los hornos
de La Maralaga (Sinarcas) por F. Martínez en 1987 (Martínez
Cabrera e Iranzo, 1988) y las Casillas del Cura (Venta del Moro)
por A. Martínez Valle y J. J. Castellano en 1991 (Castellano y
Martínez Valle, 1997) y la necrópolis de La Calerilla de Hortunas (Requena) a partir de 1989 (Martínez Valle, 1995b).
En los últimos años el panorama se ha enriquecido mucho
gracias, en primer lugar, a intervenciones de urgencia como La
Atalaya, Los Aguachares (ambas en Vidal et al., 2004), Cerro
Tocón, Casa de Ángel (ambas en Moraño y García, 2005) y El
1 La base de datos con la que trabajamos cuenta actualmente con
282 registros, si bien también están incluidos aquellos yacimientos
pertenecientes a otros territorios limítrofes que hemos considerado
interesantes para este estudio.
[page-n-32]
15
Fig. 7. Eje cronológico con los principales hitos arqueológicos en la zona, hasta 2010.
[page-n-33]
Fig. 8. Excavaciones en los años 50 del siglo pasado en Los Villares (fotografía archivo MPV).
Batán (Garibo y Valcárcel, 2009). Dentro de nuestro proyecto
también hemos desarrollado excavaciones ordinarias, encaminadas a profundizar en el conocimiento del poblamiento rural
y las estructuras de transformación de los alimentos como las
de la Rambla de la Alcantarilla (2005), Solana de Cantos 2
(2006), El Zoquete (2007-08) (Pérez Jordà et al., 2007; Quixal
et al., 2008) (fig. 12) o la más reciente en la Casa de la Cabeza
(2010-12), todas en el término de Requena. Con todo ello se ha
enriquecido enormemente la visión del ámbito rural en este territorio, mostrándose cada vez más como organizado, diversificado y jerarquizado. Al respecto se ha generado un significativo
volumen de publicaciones y participaciones en congresos (Mata
et al., 2009 y 2012).
La Arqueología Ibérica y Romana de la comarca también ha
sido objeto de trabajos de investigación de licenciatura o tesinas
académicas como las de J. M. Martínez Carta Arqueológica de
Utiel y su comarca (1982), J. P. Valor El poblat ibèric de la Muela
de Arriba (Requena). Estudi dels materials i del territori (2003),
L. Lozano El centro artesanal de La Maralaga (Sinarcas. Valencia) (2004), A. Moreno Paisaje, SIG y territorio: El análisis
de La Plana d’Utiel entre los ss. VI-V a.n.e (2007) y la nuestra
propia El Valle del Magro entre los siglos VI-I a.C.: Una aproximación a la movilidad en época ibérica (2008). La tesina de
E. Pingarrón Estructuras del poblamiento rural romano entre los
ríos Magro y Palencia (1981), aunque no de forma monográfica,
también describe yacimientos y materiales comarcales, especialmente del Campo de Utiel. Tesis doctorales hasta la fecha son
16
tres: la de la propia C. Mata sobre Los Villares, la de A. Moreno
Cuando el paisaje se convierte en territorio: Aproximación al
proceso de territorialización íbero en La Plana d’Utiel, València
(ss.VI-II a.n.e.) (fig. 10) y la nuestra, de título compartido con el
presente trabajo. La propia Consuelo Mata ejerció de directora de
tesis en estos dos últimos casos.
Por otro lado, la publicación por parte de la Universidad de
Alicante de Los Iberos en la Comarca de Requena-Utiel (Valencia) (Lorrio ed., 2001) supuso un verdadero hito histórico.
El libro eran las actas resultantes del primer congreso centrado
monográficamente en la Arqueología de esta zona, organizado
por la Asociación Cultural “Kelin” en Caudete de las Fuentes
(2000). Las publicaciones del Centro de Estudios Requenenses
también han acogido artículos de Arqueología, especialmente
en su Oleana nº 16, correspondiente a las Actas del I Congreso Comarcal. Otras publicaciones reseñables en las últimas dos
década son El Vino de Kelin (Mata et al., 1997), centrada en las
prácticas agrícolas y ganaderas en época ibérica, y Arqueología e Historia de Sinarcas (Iranzo, 2004), que recoge todas las
informaciones desde la Edad del Bronce a época islámica del
municipio más septentrional de la comarca (fig. 10).
Por todo ello, sin duda podemos decir que la comarca
vive actualmente su época dorada en cuanto a Arqueología
Ibérica. Buena muestra es la cantidad de personas que desde
el 2004 acuden anualmente a las jornadas ibéricas en Kelin y
la población de Caudete de las Fuentes, celebradas normalmente en torno al mes de octubre (http://www.uv.es/kelin/
[page-n-34]
Fig. 9. Mapa de los principales hitos arqueológicos de la comarca hasta 2009.
Fig. 10. Principales publicaciones de Arqueología Ibérica y Romana.
17
[page-n-35]
Fig. 11. Cantidad de yacimientos localizados y/o visitados en las diferentes campañas de prospección.
Fig. 12. Campaña de excavaciones de 2007 en El Zoquete.
Fig. 13. Folletos informativos de yacimientos y jornadas arqueológicas en la comarca.
informacion.htm) (fig. 13). En el 2009 las jornadas fueron
de la mano de la IV Reunión de Economía en el primer milenio a.C., De la cocina a la mesa, primera vez en la que la
comarca fue sede de un congreso internacional sobre la Protohistoria. Por último, tanto Kelin como El Molón han sido
integradas en la Ruta dels Ibers de la Diputació de València,
en sendos casos tras la restauración y consolidación de parte
de las estructuras, instalándose paneles explicativos y llegando a editarse un libro-guía de visita en el segundo (Lorrio et
al., 2009).
básicamente durante el Ibérico Pleno (ss. IV-III a.C.), momento
de máximo esplendor y precedente directo de lo que sucederá en
torno al cambio de Era. Aunque muchos aspectos se sacarán a
colación a lo largo del trabajo a fin de comparar los cambios entre
los ss. IV-III y II-I a.C., incluimos aquí unas breves líneas a modo
de introducción y, a la par, estado de la cuestión.
Como ya hemos apuntado, el estandarte ibérico de esta comarca es el yacimiento de Kelin / Los Villares, ciudad ocupada
desde la Primera Edad del hierro (s. VII a.C.) hasta el 75 a.C.
(Pla Ballester, 1980; Mata, 1991) (fig. 15.1). El yacimiento se
ubica en una loma al Sur de la actual población de Caudete de
las Fuentes y del curso del río Madre, en una zona con gran
abundancia de fuentes. Conocemos su nombre originario a partir de los hallazgos numismáticos con esta leyenda (Ripollès,
1979). No sabemos con seguridad si la ciudad contaba con un
sistema defensivo o si simplemente estaba rodeada por un muro
perimetral. De las 10 ha de extensión identificadas a partir de la
dispersión superficial tan sólo hay excavados 1000 m², lo que ha
permitido documentar dos zonas (sectores A y B). En el sector
A, donde se centraron las excavaciones en los años 50, encon-
Kelin y su territorio entre los ss. VI-III a.C.
Fruto de todo este denso panorama investigador y especialmente
derivado de la línea de investigación dirigida desde los años 90
por Consuelo Mata, la Meseta de Requena-Utiel es una de las
zonas mejor conocidas de época ibérica en el País Valenciano y
la fachada mediterránea peninsular. Pese a que nuestro estudio se
centra a partir del s. II a.C., no podemos ignorar las características previas del poblamiento ibérico durante las fases anteriores,
18
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tramos niveles de los ss. IV-II a.C., con un urbanismo ortogonal
que genera grandes viviendas ocupando manzanas. Esto se repite en el sector B, zona correspondiente con la parte más alta
de la ciudad, que tiene un gran dominio del entorno. De ésta
destaca la presencia de una gran casa (80 m²) de un rico comerciante de vino de la ciudad, ya que en una bodega de la misma
aparecieron fragmentos de más de 90 ánforas vinarias, así como
semillas de vid en toda la vivienda. También se documentaron
niveles de la Primera Edad del Hierro (época fundacional) con
un urbanismo mucho más irregular y unas viviendas de menores
dimensiones. A diferencia de lo que ocurrirá en el Ibérico Pleno,
las viviendas únicamente cuentan con una habitación o departamento de carácter multifuncional. En ambos sectores se han
documentado otros elementos como hogares, agujeros de poste,
hornos domésticos, hogares de forja, etc. No se ha localizado
todavía la necrópolis del poblado, aunque sí que han aparecido
algunos enterramientos de neonatos bajo de muros, tal y como
era costumbre entre los iberos.
Entre los materiales más destacados del yacimiento, por
desgracia, una buena parte proviene de excavaciones clandestinas, la cual ha pasado a formar parte de la colección museográfica Luis García de Fuentes de la propia localidad de
Caudete de las Fuentes. Destacamos un excelente repertorio
de vajilla ática e itálica, así como las conocidas piezas ibéricas
del “Vaso de los Nadadores” y del “Vaso los Hipocampos” que
iremos tratando a lo largo del trabajo. Por su parte, el grueso
de los materiales procedentes de las diferentes campañas arqueológicas regladas se encuentra actualmente en el Museu de
Prehistòria de València.
De forma paralela al estudio del yacimiento y dentro de la
corriente de investigación sobre los territorios ibéricos suscitada
en el área valenciana a partir del caso edetano, desde inicio de
los años 90 comenzaron a desarrollarse prospecciones arqueológicas a fin de extender el objeto de estudio. Inicialmente se
limitaban al entorno más inmediato, pero poco a poco fueron
ganando en amplitud. Se partía de la premisa, por otra parte apoyada en análisis arqueológicos del territorio y en la distribución
de productos (Mata, 2001), de que el antiguo territorio o área
de influencia de Kelin correspondería aproximadamente con el
área de la actual comarca requenense, dados los límites naturales existentes. Dentro de una de las zonas con mayor número
y densidad de yacimientos ibéricos del País Valenciano, dicho
asentamiento emergía como capital por presentar una serie de
características únicas (Mata et al., 2001 a y b):
Fig. 14. Mapa general del Ibérico Pleno (ss. IV-III a.C.), con los principales asentamientos fortificados.
19
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- Gran tamaño y altísima densidad de restos materiales en toda
su superficie.
- Posición central.
- Larga secuencia de ocupación (ss. VII-I a.C.).
- Arquitectura doméstica y muestras de viviendas con importante acumulación de bienes.
- Riqueza en importaciones durante todas las fases: fenicias,
áticas, itálicas, etc.
- Numerosos testimonios de escritura, cuños sobre ánforas,
decoraciones complejas o producciones cerámicas locales.
- Acuñación de moneda propia en el s. II a.C.
A lo largo de las dos últimas décadas han continuado las
labores de investigación sobre el territorio de Kelin, siendo sistematizada toda la información derivada para los ss. VII-III a.C.
en la reciente tesis de la Dra. Andrea Moreno (2010), donde se
establecen los principales puntos del proceso de territorializa-
Fig. 15. 1. Vivienda del Sector 1 de Kelin tras la restauración. 2. Reconstrucción del proceso de elaboración en una de las “pilillas” de
Rambla de la Alcantarilla y de la bodega anexa (diseño Ángel Sánchez). 3. Kylix de figuras rojas de Kelin (fotografía MPV). 4. Cuño
sobre asa de ánfora de Kelin. 5. Ortofoto del yacimiento de El Zoquete. 6. Muralla y torreones del Collado de la Plata / Plaza de Sobrarías
(Aliaguilla, Cuenca).
20
[page-n-38]
ción en torno al lugar central y la creación de un espacio cultural
propio. Para esta investigadora el oppidum de Kelin tuvo carácter urbano y generó un territorio articulado a partir del s. V a.C.,
si bien muchas de las características ya estaban presentes en
el VI (Moreno, 2011). Dicho proceso de territorialización sería
una muestra de complejidad social y organización de carácter
estatal durante el Ibérico Pleno, argumento sustentado en una
serie de aspectos, compartidos algunos de ellos con trabajos anteriores (Mata et al., 2001 a y b):
- Momento de auge demográfico; según los cálculos realizados
estaríamos ante un territorio con unas 10.000 personas (Valor
y Garibo, 2002; Moreno y Valor, 2010). A nivel de territorio
se traduce en un aumento considerable del número de yacimientos.
- Patrón de asentamiento jerarquizado, con asentamientos y
núcleos de diferente tamaño, estatus y funcionalidad: capital, poblados de segundo rango generalmente fortificados en
alto y, por último, el grueso del hábitat rural formado por
asentamientos rurales de diferente tipo (granja, casería, etc.)
y establecimientos auxiliares. Fruto de la extensión de estos dos últimos asistimos por primera vez a una sistemática
ocupación del llano, en relación con el citado aumento de la
población.
- Reordenación de las actividades económicas, con un importante peso de los cultivos de productos con rendimiento aplazado (frutales como la vid y el olivo) que permitirían la obtención de excedentes.
- Presencia de importaciones, que eran los principales bienes
de prestigio. A ello podemos sumar una importante circulación de productos a nivel local y regional (Mata et al., 2000),
así como numerosas muestras de metalurgia (Mata et al.,
2007 y 2009), aprovechamiento de recursos forestales y salineros, etc. Al Ibérico Pleno pertenece el horno cerámico de
Casa Guerra (Requena).
- Articulación del espacio: establecimiento de un sistema
de vías, redes y nodos, tanto a nivel local como regional.
El territorio de Kelin constituye una encrucijada en las
comunicaciones entre la costa y el interior. En el Ibérico
Pleno es cuando menor distancia hay entre poblados, es
decir, se reducen las distancias y las comunicaciones son
más fáciles.
- Importancia de la visibilidad en las comunicaciones, la defensa, el control y la delimitación del territorio. El carácter
estatal, en este caso, no conllevaría la presencia de un cuerpo
militar estable, del mismo modo que la función de los poblados fortificados no sería exclusivamente defensiva.
- Como nosotros mismos apuntamos en trabajos precedentes,
la extensión durante esta fase del culto en cueva-santuario en
diferentes áreas periféricas (Puntal del Horno Ciego, Cueva
de los Mancebones, Cueva Santa de Mira, Cerro Hueco o
Cueva de los Ángeles) respondía a también a estos procesos
de territorialización y marcación de pertenencia a una determinada comunidad, justo allí donde es más difusa (Quixal,
2008: 155-160).
- Cambio social: la concentración de excedentes es la que permite la obtención de bienes de prestigio, que a la postre son
los que otorgan rango. Es el momento en el que las relaciones
clientelares se imponen a las de parentesco a nivel de jerarquización social, aunque estas segundas sigan existiendo.
En términos absolutos, de los 139 núcleos durante el Ibérico
Pleno 30 son poblados, 47 asentamientos rurales, 53 establecimientos auxiliares, cuatro cuevas-santuario, tres necrópolis y
dos fuentes (Moreno, 2010: 127) (fig. 14). Destaca ese segundo
escalafón, el de los poblados fortificados, entre los que podemos
destacar el Cerro de San Cristóbal (Sinarcas), El Molón (Camporrobles), La Mazorra (Utiel), Cerro de la Peladilla (Fuenterrobles) y La Cárcama, Muela de Arriba, Cerro Castellar y Cerro
de la Cabeza (Requena), la gran mayoría de los cuales tendrán
continuidad en la época que nos ocupa.
Por otro lado, tal y como hemos comentado antes, nuestra
reciente línea de investigación sobre el poblamiento y hábitat
rural nos ha llevado a conocer mejor los diferentes tipos de
asentamientos en llano que podían existir durante el Ibérico Pleno (Mata et al., 2009 y 2010a). En este sentido, las excavaciones
en El Zoquete (Requena) han permitido la documentación de
una granja familiar con alternancia de espacios abiertos y cerrados, así como equipamientos domésticos como un horno o
un troje e indicios de transformación metalúrgica (Pérez Jordà
et al., 2007 y Quixal et al., 2008) (fig. 15.5). Este tipo de asentamientos también han aparecido de una forma más o menos
similar fruto de intervenciones de salvamento como las del Cerro Tocón o Casa de Ángel (Moraño y García, 2005; Mata et al.,
2009), más otros ejemplos que trataremos posteriormente por
presentar también ocupación tardía.
Otro punto muy interesante es que durante esta fase en una
zona concreta del territorio, las ramblas de la Alcantarilla y los
Morenos y el curso del río Cabriel, se concentraban toda una
serie de estructuras de transformación de alimentos: las “pilillas”. Éstas actuaban mayoritariamente como lagares rupestres
para la elaboración de vino, aunque también se han documentado almazaras para la producción de aceite (Mata et al., 1997).
Durante los años 2005 y 2006 intentamos acercarnos al tipo de
hábitat asociado a las mismas mediante sendas campañas de excavación en la Rambla de la Alcantarilla y Solana de Cantos 2.
En Rambla de la Alcantarilla se documentó una construcción
con tres espacios que correspondería a una casería, es decir, un
edificio con función de residencia posiblemente temporal, asociada a las épocas de vendimia, que también funcionaría como
bodega durante el proceso de fermentación del vino (fig. 15.2).
En Solana de Cantos 2 tan sólo localizamos restos de estructuras
auxiliares a modo de refugios o casetas a pocos metros de una
almazara. Estas estructuras, juntamente con las documentadas
en Solana de las Carbonerillas o Rincón de Hererros, dependerían del asentamiento ubicado en la cabecera del valle, la Casa
de la Alcantarilla (Quixal et al., 2012; Pérez Jordà et al., 2013).
Esta estructura poblacional se repite de forma semejante en la
rambla paralela, la de Los Morenos, donde se han llevado a cabo
excavaciones al lado de una pililla por parte del equipo de A.
Martínez Valle (Martínez Valle y Maronda, 2012), quien asocia
la elaboración de vino en la Solana de las Pilillas con la producción anfórica previamente documentada en las Casillas del
Cura (Martínez Valle y Castellano, 2001), a pesar de la distancia
existente entre ambos y la diferente cronología. La importante
llegada de vino fenicio del Sur peninsular durante los ss. VII-VI
a.C. parece que fue seguida de una interrupción en los circuitos
de vino foráneo durante los tres siglos siguientes, de forma paralela al desarrollo de la mencionada producción propia y pese
a que ésta estuviera únicamente destinada a un consumo local.
21
[page-n-39]
Por tanto, el Ibérico Pleno, fase que en todo momento
debemos tener como referente y punto de partida de nuestro trabajo, constituye el cénit a nivel de organización del
territorio en época ibérica en nuestra área de estudio. De
forma paralela, es también el periodo del que contamos con
una mayor densidad de información tanto de excavaciones y
prospecciones como de materiales arqueológicos. Las características aquí expuestas y las que irán apareciendo a lo largo
del trabajo resultan fundamentales porque configuran y, al
mismo tiempo, permiten entender cómo va a desarrollarse la
fase ibérica siguiente, ya bajo la presencia romana.
Objetivos del presente trabajo
Una vez establecidas todas las bases teóricas e introductorias
estamos en disposición de fijar las principales líneas que pretendemos abordar en el presente trabajo. Todo el cuerpo teórico
e historiográfico desarrollado hasta ahora nos sirve para ubicar
este estudio en un contexto concreto, tanto a nivel de estudios
arqueológicos sobre el poblamiento ibérico o Arqueología del
Territorio, como a nivel de procesos de Romanización, tema
clave en la cronología que nos ocupa. Nuestra intención es analizar desde múltiples perspectivas los procesos históricos acaecidos en la Meseta de Requena-Utiel durante los ss. II-I a.C.,
aunque arrancando en las postrimerías del s. III a.C. y viendo la
evolución posterior en los ss. I-II d.C. Esta fase histórica corresponde como hemos visto con lo que conocemos en la fachada
mediterránea peninsular como Ibérico Final, transición entre la
Edad del Hierro y el mundo romano, que vive durante esos dos
siglos su fase republicana.
Nuestra intención no es hacer un trabajo de corte teórico,
sobre todo porque a partir de la mala calidad y lo sesgado de los
datos tampoco podemos pretender aspirar a establecer modelos
generales. El objetivo inicial es el conocimiento de cómo pudo
evolucionar el patrón de asentamiento entre los ss. III a.C. y II
d.C., basándonos de forma equitativa en yacimientos, materiales y análisis de territorio. Por lo concreto de esta cronología es
fundamental intentar plantear cómo pudo influir la presencia de
Roma en una zona muy diferente de lo que tradicionalmente ha
sido el objeto de la investigación iberromana del país: una zona
de interior con un denso e importante poblamiento ibérico, pero
que carece de ningún centro de carácter urbano posterior al 75
22
a.C. y que parece tener un peso secundario respecto a otras áreas
costeras. Intentaremos fijar hasta cuándo perdura la estructura
territorial en torno al lugar central, Kelin, si lo hace o no dentro
de la República romana y qué función pudieron desempeñar los
diferentes asentamientos en este nuevo contexto. Y en una escala más pequeña, ver si las nuevas necesidades económicas motivaron o no un cambio en la organización productiva y si ésta
pudo reflejarse a nivel de poblamiento rural. Al igual que hemos
observado en otras zonas previamente, es interesante intentar
plantear qué tipo de asentamientos rurales tenemos durante la
República, qué influjo de carácter itálico pudieron tener o incluso presencia directa de poblaciones externas, así como cuándo
se extiende el sistema de villae y si lo hace con características
similares a otras áreas fuertemente “romanizadas”.
Pero, en segunda instancia, intentaremos traspasar las meras
conclusiones descriptivas sobre el patrón de asentamiento para
ver si podemos plantear cómo podría haberse dado el cambio cultural a nivel general entre época ibérica y romana en la comarca,
siendo conscientes de que la propia evolución del poblamiento no
deja de ser un factor más para realizar esta tarea. Los materiales
tardíos de Kelin y los recientemente documentados en la Casa de
la Cabeza serán sin duda la base de ello. Como hemos visto, hasta
hoy los procesos de Romanización en Hispania siempre han estado centrados en las ciudades y cómo el devenir de éstas marcaba
lo que sucedía en el ager. A su vez, intentaremos plantear si una
vez desaparecida la ciudad ibérica de Kelin, esta área pasa a ser
secundaria, independiente de todo centro urbano, o, por el contrario, dependiente de alguna ciudad aunque se encuentre lejos de
los centros de poder costeros.
Cuestiones como la identidad de los agentes (¿iberos? ¿celtíberos? ¿romanos?) y el grado o no de Romanización (si decidimos finalmente utilizar este término) serán claves para la
comprensión del proceso y nos llevarán inevitablemente a posicionarnos de una determinada manera en relación con todo el
corpus teórico desarrollado. La heterogeneidad de las situaciones vividas en el Mediterráneo durante los ss. II-I a.C. nos hacen
ser ya conscientes de que jamás podremos extraer de aquí una
hipótesis de trabajo global y extensible a otras zonas; pero, al
menos, será interesante ver un caso concreto con unas peculiaridades completamente opuestas a lo que tradicionalmente ha
dominado el mundo de la investigación.
[page-n-40]
Objeto de estudio
Metodología de trabajo
Juntamente con el marco geográfico, los dos pilares de este
estudio son los yacimientos iberorromanos y los materiales
recuperados al prospectarlos o excavarlos. La información
derivada de ambos nos permite conocer su entidad, su funcionalidad, precisar su cronología y ver las redes y vías de circulación de productos. Lógicamente, el primer paso de éste y, de
manera global, de todo trabajo de Arqueología del Territorio,
es elaborar un catálogo de yacimientos del área de estudio con
la máxima información posible, así como presentar algunos
materiales de cada uno de ellos. En nuestro caso, para obtener
esta información hemos optado por cinco vías, complementarias en muchos casos:
- Información procedente de la biblografía: yacimientos que
hayan podido ser comentados o estudiados en otras publicaciones, tengan plenamente carácter arqueológico o se traten
de manera indirecta en análisis históricos de otro tipo.
- Información derivada de campañas de prospección realizadas dentro de nuestro proyecto de investigación desde 1991
y con anterioridad al 2007, en las cuales tan sólo hemos
participado en las del 2004 y 2005. A partir de dicho 2004
hemos estado en la práctica totalidad de yacimientos visitados, con un total de 75.
- Información procedente de las cuatro campañas de prospección codirigidas por nosotros (2007-2010), que han estado
centradas completamente en la cronología que nos ocupa.
- Información obtenida en campañas de prospección o actuaciones esporádicas de otros grupos de investigación o gestión. En la mayoría de los casos nos estamos refiriendo a la
información volcada a la base de datos de yacimientos de
la Dirección General de Patrimonio Artístico Valenciano
de la Conselleria de Cultura (http://www.cult.gva.es/dgpa/
index_c.html), a la cual tenemos acceso autorizado.
- Información derivada de excavaciones arqueológicas.
El grueso de la información corresponde al segundo apartado,
puesto que, como hemos apuntado en el primer bloque, en la
realización de este trabajo heredamos unos 20 años de labor
de campo e informaciones derivadas sin las cuales habría sido
imposible el mismo. No obstante, también hemos aportado
nuestro “granito de arena” como codirectores desde el 2007,
además con un enfoque específico hacia los objetivos fijados.
En este sentido, el valle del Magro / corredor de Hortunas fue
objeto de prospección durante la campaña de 2007 en relación
con el tema de nuestro trabajo de investigación, siendo la primera vez que se limitaba a una zona concreta y bien definida
(Quixal et al., 2007), revisando los yacimientos conocidos y
seleccionando aquellas zonas susceptibles de albergar yacimientos arqueológicos.
En cambio, en las tres campañas de los años 2008, 2009
y 2010 la metodología y la selección de yacimientos han sido
bien diferentes. El marco de trabajo pasó a ser toda la comarca de Requena-Utiel. Ya no se prospectaron zonas nuevas
en búsqueda de nuevos yacimientos arqueológicos, sino que
se seleccionó un buen número de yacimientos ya fichados
con el fin de revisarlos, actualizar la información de los mismos, aportar nuevo material gráfico y aumentar el corpus de
materiales de la cronología que nos interesaba. La selección
fue tanto de yacimientos ya prospectados por nuestro propio
proyecto como de yacimientos registrados en la base de datos
de la Dirección General de Patrimonio Artístico Valenciano
(DGPA) pero que todavía no habían sido visitados. Respecto
a esto segundo, en la mayoría de casos se trataba de yacimientos altoimperiales sin presencia de material ibérico, los
cuales no fueron visitados por alejarse del objetivo inicial
del proyecto. Aquí aparecen recogidos todos los que tienen
una cronología igual o inferior al s. II d.C. y, aunque no han
sido prospectados en su totalidad, han sido incluidos en los
análisis pertinentes por tal de aproximarnos más a la realidad
poblacional.
23
[page-n-41]
Aguachares
Calderón
Molino Duende
Las Canales
R. del Sapo
Requena
B. Los Tunos
El Barriete
Fuencaliente
La Borracha
La Picazuela
C. Hererra
C. Valentín
El Batán
El Cerrito
F. las Pepas
Loma del Moral
El Rebollar
Las Lomas
Las Paredillas II
Las Paredillas I
Mazalví
C. de Mazalví
La Carrasca
Cerro Castellar
Prados Portera I
El Paraíso
Los Lidoneros I
C. los Ángeles
Los Alerises
Cerro Hueco
La Calerilla
Cerro Gallina
Casa Alarcón
C. de la Cabeza
Villares C.A.
C. de la Vereda
El Balsón
C. del Tesorillo
P. del Moro
El Ardal
C. las Cañadas
Los Villarejos
Fuen Vich
El Carrascalejo
Hórtola
Los Pedriches
F. de la Reina
Casa Sevilluela
Las Zorras
Los Olmillos
Muela de Arriba
Campamento
Casa del Morte
C. Alcantarilla
Cisternas
Vadocañas
El Periquete
R.009
R.022
R.031
R.037
R.077
R.093
R.II
R.III
R.IV
R.XI
R.XII
R.V
R.VI
R.VIII
R.IX
R.X
R.003
R.005
R.016
R.090
R.I
SA.03
SA.04
SA.06
R.010
R.011
R.017
R.034
R.064
R.072
R.086
R.105
R.004
R.006
R.030
R.010
R.065
R.066
R.067
R.071
R.078
R.094
R.035
R.080
R.082
R.XIII
VM.06
VM.08
VM.19
VM.25
R.068
R.070
R.071
R.075
R.100
R.XIV
CU.05
R.015
Excavaciones
Otras prosp.
Prospecciones
desde 2007
Prospecciones
antes 2007
Bibliografía
Referencia*
Tabla 1. Yacimientos y procedencia de la información.
C. de Caballero
El Moluengo
C. C. Zapata
Las Casas
Fuente Cristal
Cañada Campo II
Derramadores
M. de Enmedio
La Solana
Los Carasoles
C. Córdovas
C. del Vicario
El Campanillo
El Soborno
E. Sta. Bárbara
F. de la Alberca
Cañada Campo I
Los Calicantos
La Mazorra
F. del Hontanar
B. del Tormillo
S. A. Cabañas
Kelin
La Atalaya
Caudete Norte
Caudete Este
Casa Doñana
R. de Gregorio
V. de Ratones
H. Redonda II
C. la Peladilla
La Mina
PUR-3
Covarrobles
Las Pedrizas
La Tejería
Peña Lisa
Fuenterrobles
P. de la Sierra
El Molón
Los Villares
La Balsa
Cuesta Colorá
C. del Carrascal
V. Derramador
Hoya de Barea
C. del Alaud
C. Pozuelo
La Maralaga
Lobos-Lobos
C. de la Horca
Cerro Carpio
C. S. Cristóbal
El Carrascal
Tejería Nueva
El Molino
Cabezuela / P.B.
Pozo Viejo
E. San Marcos
La Nevera
Contienda
Villanueva
Punto de Agua
T. Guandonera
R.021
VC.02
VC.08
U.002
U.007
U.012
U.018
U.I
U.020
U.II
U.III
U.IV
U.V
U.VI
U.VII
U.VIII
U.IX
U.X
U.001
U.016
U.021
U.013
CF.01
CF.02
CF.03
CF.04
CF.07
CF.10
F.008
F.014
F.001
F.003
F.005
F.006
F.010
F.011
F.012
F.I
F.II
C.001
C.003
C.004
C.I
C.II
C.III
C.IV
CU.03
S.001
S.002
S.004
S.007
S.008
S.009
S.010
S.011
S. 012
S.013
S.014
S.016
S.017
U.XII
B.003
B.004
CU.07
* Municipio y orden de catalogación. Con números romanos, yacimientos de cronología únicamente imperial.
24
[page-n-42]
Sin duda, el principal problema de gestionar todo este volumen de datos es la diferente “mano” o autoría de los trabajos, ya
que ponemos en común datos derivados de sistemas de prospección, grados de conocimiento o rigurosidad científica muy diversos. Yacimientos tratados bibliográficamente los tenemos de
muy diferentes maneras, desde simples comentarios en publicaciones como la serie La Labor del SIP y su Museo a noticias
de aficionados o memorias de excavación y/o prospección. Y
en cuanto a otras campañas o actuaciones puntuales, muchas de
las fichas que hemos consultado han sido realizadas por investigadores como Asunción y Rafael Martínez Valle, José Manuel
Martínez García o el equipo de Alberto Lorrio y la Universidad
de Alicante, mientras que en otras directamente se desconoce la
autoría. Una última fuente han sido las tesinas de Elena Pingarrón y el citado Martínez García, que sobre todo nos han aportado datos a nivel de materiales, ya que la información relativa a
la fisonomía de los yacimientos es en muchos casos incompleta.
Por último, se han llevado a cabo excavaciones arqueológicas por parte de diferentes equipos en doce yacimientos con
cronología ibérica final o romano altoimperial (cuatro de carácter ordinario: Casa de la Cabeza, Muela de Arriba, Kelin y El
Molón; ocho de urgencia: Los Aguachares, Requena, El Batán,
Barrio de los Tunos, La Calerilla, La Mazorra, La Atalaya y La
Maralaga), si bien otros yacimientos han sido objeto de intervenciones sin ningún tipo de rigor científico (Cerro Castellar,
Cerro de la Peladilla, Cerro Hueco o Cerro de San Cristóbal).
En la tabla 1 se presentan la totalidad de yacimientos
que constituyen el presente estudio y la procedencia de los
datos tratados. Es una recopilación de todos los yacimientos
que presentan cronología ibérica final o romano altoimperial,
pudiendo tener también ocupaciones anteriores o posteriores.
Los yacimientos ibéricos con tan sólo ocupación antigua o
plena no han sido tenidos en cuenta, ni tampoco los romanos
exclusivamente bajoimperiales.
Las prospecciones han sido en la mayoría de los casos sistemáticas en superficies escogidas, bien aleatoriamente, bien
comprobando informaciones preexistentes o tras estudios de
toponimia u orografía. La metodología más frecuente ha sido
la común batida de personas de forma paralela adaptándose en
todo momento a la orografia del terreno (fig. 16). El número de
personas ha variado en función del personal disponible, siendo siempre más elevado en las campañas iniciales. Durante los
últimos cuatro años muchas de las actuaciones las hemos realizado en solitario, ya que como hemos dicho el objetivo no era
la determinación de los límites de las dispersiones o el recoger
todo el material posible, sino actualizar la información existente
y recoger un material concreto. Las labores realizadas han sido
el rellenado de fichas, la toma de fotografías, la ubicación cartográfica de los hallazgos, el establecimiento de visibilidades, la
recogida de materiales, el dibujo de estructuras en el caso de que
las hubiera, la realización de croquis en los asentamientos fortificados y la descripción del entorno. Siempre se ha contado con
un Global Positioning System (GPS) para ubicar aquellos elementos inmuebles o muebles más destacados y, como posteriormente veremos, en ocasiones puntuales se ha ubicado con GPS
la totalidad del material recogido a modo de microprospección.
Todo esto constituyó la primera fase de trabajo; la segunda
es el procesado de todos estos datos. En el caso de los relativos
a los yacimientos, toda la información anotada se ha volcado en
Fig. 16. Típica prospección de batida en paralelo siguiendo el
trazado de las viñas, en Calderón (Requena).
una completa y detallada base de datos FileMaker, donde están
todos los registros de yacimientos ibéricos y romanos altoimperiales de la comarca y regiones colindantes. Las fotografías,
planimetrías y dibujos de estructuras se han retocado o digitalizado mediante diversos programas informáticos. Por su parte,
los materiales recogidos han sido objeto de las necesarias labores de inventario, catalogación, dibujo y fotografía (Moreno y
Quixal, 2013). Desde las piezas informes de las que únicamente
se anota su número y tipo, a las piezas que requieren un análisis
pormenorizado, dibujo a mano (posteriormente vectorizado con
Freehand) y clasificación tipológica, puesto que es de éstas de
donde se puede obtener la cronología aproximada del lugar.
Caracterización cronocultural a partir
del registro material: fósiles directores
Es necesario, antes de analizar el corpus de materiales de cada
uno de los yacimientos de nuestro estudio, el caracterizar el
horizonte cronocultural del Ibérico Final y los materiales que
lo componen. El establecimiento de fósiles directores es siempre importante en todo trabajo de Arqueología del Territorio
para datar los yacimientos, ya que en la mayoría de los casos
estamos trabajando con datos procedentes de prospección y,
por tanto, se trata de un conjunto sesgado. A continuación recogemos un breve resumen de los principales materiales ibéricos y romanos de esta cronología a nivel general, aunque
centrándonos especialmente en el área valenciana y, allí donde
los datos disponibles lo permitan, en las peculiaridades de la
Meseta de Requena-Utiel.
La cerámica constituye el grupo de materiales más abundante y de él dependerá la mayor parte del análisis arqueológico.
Pese a que en los últimos decenios se ha avanzado mucho en el
estudio de la cerámica ibérica, generalmente ha sido siempre a
una escala local o regional, con escasos estudios buscando una
visión global o diacrónica. Desde siempre se ha acarreado el
déficit de depender en exceso de la presencia de importaciones
en los contextos arqueológicos para determinar la cronología de
los mismos. La secuencia de las cerámicas ibéricas no siempre
es clara y hay pocas características precisables con total seguridad o con un margen de tiempo corto, a diferencia de otras pro25
[page-n-43]
ducciones del mundo griego o itálico. Más allá de esta ya gris
primera impresión, los ss. II-I a.C. son concretamente una de las
fases peor conocidas y con un menor número de fósiles directores ibéricos establecido, a pesar de ser al mismo tiempo uno de
los momentos en los que más importaciones están llegando, que
son las que al final aportan las dataciones en la mayoría de los
casos. El vacío de excavaciones arqueológicas de asentamientos
indígenas con esta cronología explica en parte el problema, de
ahí que consideremos importante la luz arrojada por la excavación de la Casa de la Cabeza dentro de este proyecto de estudio.
Producciones cerámicas indígenas
Los grandes cambios en la cerámica ibérica se producen a partir
del s. III a.C., sobre todo durante la segunda mitad, ya que es el
momento de máxima diversidad en tipos, técnicas y, especialmente, decoraciones (Bonet y Mata, 2008: 153-160). Desde este
momento diversos centros productores como Edeta, La Serreta o el Cabezo de Alcalá (Azaila, Teruel) comienzan a generar
todo tipo de decoraciones complejas vegetales y figuradas que
poco a poco van ganando en complejidad narrativa, llegando a
crear escenas cotidianas de la aristocracia local: danzas, desfiles, combates, caza, etc. Este lenguaje narrativo en el Ibérico
Final cambia hacia un carácter más simbólico y mitológico, con
seres fantásticos y una decoración más barroca. Ilici y el Sureste peninsular destacan como principales focos de este tipo de
creaciones pictóricas (Tortosa, 2006). En el área valenciana, en
cambio, los motivos geométricos y vegetales son cada vez más
estereotipados, aunque también hay escenas complejas como las
del “Vaso del Ciclo de la Vida”, hallado en niveles sertorianos
de Valentia (Serrano y Olmos 2000; Bonet e Izquierdo, 2001 y
2004) (fig. 3), o el “Vasos de los Hipocampos” y el “Vaso de los
Nadadores” o “Gigantomaquia” de Kelin (Pla Ballester, 1980;
Mata, 1991) (vid. fig. 192.1 y 2).
Siguiendo la tipología establecida por C. Mata y H. Bonet
(1992), vemos como durante el Ibérico Final tienen presencia y,
por tanto, continuidad la mayoría de tipos cerámicos del Ibérico
Pleno, de ahí que sea muy complicado determinar a qué fase
pertenecen, más si cabe si se trata de fragmentos de pequeño
tamaño recuperados en prospección. Así, ánforas, tinajas/illas,
lebetes, botellas, jarros, caliciformes, platos, cuencos o fusayolas, por citar algunos de los más comunes, poco nos aportan a
la hora de determinar la cronología de un yacimiento excepto la
clasificación como “ibérico” del mismo. Lo mismo ocurre con
los tipos de borde más frecuentes en los mismos (moldurados,
pendientes, engrosados, exvasados, etc.) que están presentes en
todo tipo de recipientes durante la horquilla del s. IV al I a.C.
No obstante, parece palparse una progresiva reducción en la
variedad de tipos y subtipos conforme avancen los siglos, los
ajuares son más reducidos y se completarían con importaciones
o recipientes hechos con otros materiales.
Las características generales de la cerámica ibérica en esta
fase pueden ser precisadas de cara a nuestro estudio a partir de
los materiales publicados de dos yacimientos, Kelin y La Maralaga, que constituyen nuestro mejor registro comparativo al
pertenecer al mismo territorio y conocer su secuencia de ocupación con exactitud. Del primero de ellos, Kelin, procede el
mayor corpus de materiales cerámicos tanto referenciados estratigráficamente como recuperados en superficie o tras labores
agrícolas y/o clandestinas (Pla Ballester, 1980; Mata, 1991). Las
26
importaciones allí documentadas serán descritas posteriormente; en cambio, entre las producciones ibéricas podemos diferenciar una serie de fósiles directores o, al menos, tendencias interesantes (Mata, 1991: 75-95). Por otro lado, contamos con los
materiales de La Maralaga (Sinarcas), horno cerámico excavado
de urgencia a finales de los 80 del siglo pasado. Este yacimiento es fundamental en nuestro estudio, ya que es el único lugar
determinado con claridad como centro productor de cerámicas
y, por tanto, su corpus de materiales es un referente cronológico
y tipológico sobre todo en los yacimientos del área de Sinarcas.
Presenta numerosas piezas quemadas y defectos de cocción, por
tanto adscribibles a la producción propia de este horno. Dentro
de un trabajo de investigación de licenciatura, fue objeto de una
reinterpretación de sus estructuras y, sobre todo, un estudio de
sus materiales (Lozano, 2004).
Entrando ya en materia, el recipiente cerámico ibérico más
conocido es, sin duda, el kalathos o sombrero de copa, que aparece en el s. III a.C. y perdura hasta I a.C. (Conde, 1993; Lillo,
1999). En los primeros momentos son de tamaño pequeño y mediano, con simples bordes salientes, moldurados o planos, pero
con el tiempo irán ganando en tamaño tanto de cuerpo como de
borde, con grandes alas planas. Se conocen diferentes centros
productores como la propia Edeta, el Valle del Ebro, el Sureste peninsular o Fontscaldes (Valls, Tarragona), siendo el objeto ibérico con mayor radio de difusión, llegando a puntos del
Mediterráneo occidental y central, incluido el Norte de África.
Existe un denso debate sobre si este éxito respondía a un comercio del recipiente o de su contenido, muy posiblemente miel
o algún tipo de melaza dada su propia forma. Los kalathoi en
Kelin y su territorio son escasos y adquieren características propias (fig. 17.1). Los labios son sobre todo moldurados, aunque
también aparecen algunos de alas planas y labios salientes. En
La Maralaga también se han documentado, pero en un número
muy reducido y poco decorados, por lo que no queda claro si
realmente se producían allí (fig. 18.2).
Las ánforas no son muy conocidas en la fase final ibérica;
para el área valenciana se ha establecido el tipo I-9 a partir del
ánfora completa de La Maralaga, con resalte interior para tapadera, hombro redondeado y cuerpo cilíndrico de unos 80-85 cm
de altura, del cual se han documentado ejemplares similares también en Kelin, Edeta o Cerro Lucena (Ribera y Tsantini, 2008:
626-628) (fig. 18.1). Por otro lado, aunque algunos tipos de pitorro vertedor llegan hasta el I a.C., los ejemplos de Kelin son de
finales del s. III a.C. (fig. 17.2). Los jarros de perfil cilíndrico,
algunos de los cuales están decorados con ojos profilácticos, a
nivel general también se pueden datar como de finales del s. III
a.C., si bien no son abundantes en este territorio (Mata, 1991).
Por otro lado, los cuencos (fig. 17.3) y las jarras de cocina
(fig. 17.5), ambos tipos bastante raros y determinables únicamente si el fragmento conservado es grande, suelen ser de cronología avanzada (Mata y Bonet, 1992: 134 y 141). Las colmenas también han sido generalmente vistas como un tipo extendido desde finales del Ibérico Pleno, pero recientes estudios han
demostrado su presencia ya a inicios del s. IV a.C. (Jardón et
al., 2009). Las bases altas, tanto en recipientes abiertos (lebetes
y platos / páteras) como cerrados (caliciformes), suelen aparecer
a partir del s. III a.C. y se hacen muy comunes en la fase final
(Mata, 1991: 83-89), tal y como se ha visto en la Edetania (Bonet, 1995; Bonet y Mata, 2008) (fig. 17.4).
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Fig. 17. Materiales de Kelin adscribibles a los ss. III-I a.C. (a partir de Mata, 1991).
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Fig. 18. Materiales más significativos producidos en La Maralaga (a partir de Lozano, 2004).
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Los pondera y los morteros son muy frecuentes en fases
tardías, pero no hay manera de diferenciar una evolución, en
parte porque siempre han sido estudiados de forma secundaria
y porque en ambos casos son muy semejantes en época romana,
de ahí que no los podamos tomar como fósiles directores. Tan
sólo cabe citar para el caso que nos ocupa que en La Maralaga la
mayoría de los pondera presentan marcas, aunque tampoco son
muy significativas (fig. 18.2).
Por otro lado, en dicho horno se han documentado una serie de tipos que no son exclusivos del Ibérico Final, pero que
al determinarse su producción propia en relación con un tipo
concreto de borde, forma o decoración, podemos establecer su
distribución por el territorio y otorgarles una cronología tardía
(Lozano, 2004). En este sentido, podemos enumerar que:
- Las ánforas más comunes son las de labio engrosado interior,
si bien es un tipo de borde muy común también en otros yacimientos. Sin embargo, existe la citada producción de ánforas
con resalte interior para apoyo de una tapadera que sí que es
un tipo claramente identificable y ha aparecido también en
otros yacimientos comarcales (fig. 18.1).
- Junto con las ánforas, los dolia, son los recipientes más característicos de este horno, muy importantes para nuestro
estudio por ser de época ibérica final, con clara influencia romana. En el yacimiento se han recuperado un gran número de
ellas, con bordes generalmente moldurados y bases indicadas
o planas (fig. 18.3). Allí donde la conservación lo permite, en
la parte superior del galbo, a la altura de las asas, se aprecia
una decoración de incisiones paralelas o acalanaduras.
- Pese a que los lebetes más abundantes son los que tienen bordes moldurados simples, existen otros tipos más característicos como uno con borde de ala plana y otro con labio moldurado en un recipiente poco profundo (diámetros de 24-33
cm) que se puede confundir con platos de borde moldurado
(fig. 18.5), si bien es una forma heredada de siglos anteriores.
- En cuanto a vajilla de mesa, los caliciformes más típicos tienen bordes salientes y un baquetón en el cuello. Hay una
escasez general de platos y gran abundancia de páteras, algo
que es una tendencia general, ya que parece que los platos
tengan más importancia en el Ibérico Pleno y las páteras en el
Final, aunque ambos estén presentes en todo momento. Las
páteras pueden aparecer con o sin carena.
- En el horno se produjeron tapaderas de cerámica común con
bordes entrantes engrosados, aunque son formas difícilmente
identificables. Dentro se documentaron morteros con resalte
exterior, una forma que recuerda claramente a los morteros
itálicos (fig. 18.4).
Las dos producciones propias y genuinas del territorio de
Kelin, las cerámicas con decoración impresa y las decoradas
con engobe rojo, diferentes a las de otras áreas ibéricas, presentan una problemática a la hora de ser datadas (Mata et al.,
2000). Es claro el origen de su producción en el Ibérico Pleno
y su cénit durante el s. III a.C., pero cada vez más parece demostrarse su perduración durante el Ibérico Final, seguramente
en su primera mitad, el s. II a.C. Las cerámicas con engobe
rojo son una producción de piezas decoradas preferentemente
de vajilla de las que todavía se desconoce su horno/s, mientras
que las cerámicas con decoración impresa están mucho más
diversificadas en tipos y en zonas, si bien es en el cuadrante
septentrional de la comarca donde aparecen en mayor cantidad.
28
La llegada masiva de recipientes itálicos en los ss. II-I a.C.
motiva que esta sea una de las fases con mayor número de imitaciones ibéricas de formas clásicas, en mayor medida formas
de platos de cerámicas calenas, pero también de Campaniense
A (Bonet y Mata, 1988). A partir de finales del s. II a.C. y, sobre
todo, durante el I a.C. también se imitan los microvasos de cerámica de paredes finas (Bonet y Mata, 2008: 156). En el horno de
La Maralaga se vio como se fabricaban imitaciones de formas
itálicas, tanto de vajilla de barniz negro y sigillata, como de
paredes finas, que al final fueron las que permitieron aportar una
datación al yacimiento.
Principales cerámicas importadas
Los mejores fósiles directores de este periodo son, sin duda,
las importaciones de ámbito itálico, puesto que son las mejor conocidas y las más abundantes (Lamboglia, 1952; Morel, 1981). En recientes estudios de vajilla de mesa itálica en
asentamientos ibéricos del interior valenciano, se observa una
evolución en la llegada de estas producciones (Pérez Ballester,
2007): el barniz negro Campaniense A está presente desde finales del s. III a.C., platos y boles principalmente. A mediados
del s. II a.C. ve como se suman las producciones anteriormente
conocidas como “Campaniense B” o “del Círculo de la B”,
sobre todo calenas, etruscas en menor medida, aumentando el
peso de platos sobre el de boles. Esto es más marcado a partir
de finales del s. II a.C. y, sobre todo, durante todo el I a.C.,
momento en que las producciones calenas medias y tardías y la
cerámica de paredes finas son cada vez más numerosas. Pero
siempre los porcentajes que ocupan son menores si lo comparamos con núcleos urbanos costeros, tanto indígenas como
romanos republicanos.
Para la cronología que nos ocupa, las producciones de
Campaniense A se dividen en las fases Antigua (220-180 a.C.),
Media (180-100 a.C.) y Tardía (100-50 a.C.), y las formas más
comunes son las tradicionales Lamb. 5, 6, 8, 23, 26, 27, 31,
33, 34, 36, 45, 48, 49 y Morel 68 (fig. 19). Por otro lado, las
formas calenas más comunes van de la Lamb. 1 a la 10 y la MP
127 (fig. 19). La Campaniense C apenas tiene presencia en el
territorio de Kelin. No es el objetivo del presente trabajo hacer
un estudio exhaustivo de los materiales importados, de ahí que
en la mayoría de los casos nos hayamos limitado a su identificación, buscando siempre aportar una datación aproximada
al yacimiento. Para ello hemos seguido las tipologías básicas
(Lamboglia, 1952; Morel, 1981; Aquilué et al., 2000; Principal, 2005; Vivar, 2005). Conjuntos cerámicos como Valentia
o Libisosa, bien estudiados y con una fecha post quem más o
menos clara y ubicada en el contexto de las guerras sertorianas
como Kelin, nos aportan importante información de qué tipos
y producciones podemos encontrar entre finales del s. II a.C. y
comienzos del I a.C. (Marín y Ribera, 2000; Ribera y Marín,
2003-2004; Uroz, 2012). De cerámica de paredes finas, las formas más comunes durante la fase republicana son los cubiletes
Mayet I y II, tal y como se ha visto en los niveles de Valentia
(Álvarez et al., 2003).
Por otro lado, las piezas itálicas más frecuentes y las que al
final constituyen el fósil director más claro de esta época son las
ánforas, en su mayoría ánforas campanienses Dressel 1 destinadas preferentemente para vino (Sciallano y Sibella, 1991: 50;
Pascual y Ribera, 2013: 33-38). En la mayoría de los casos lo que
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El otro gran grupo de cerámicas importadas en esta cronología es el del mundo púnico, con diferentes procedencias (Sur peninsular, Ebusus, Mediterráneo Central o Norte de África). Las
ánforas son los recipientes más frecuentes (Ramón, 1995; Sáez,
2008), aunque también hay comercio de cerámica común y de
cocina, así como ungüentarios (Adroher, 2008). No obstante,
tendremos el problema de que la mayoría de lo que encontraremos serán fragmentos informes con los que todo lo más podremos aportar una procedencia, pero dentro de una horquilla cronológica demasiado amplia (IV-I a.C. en muchos de los casos).
Materiales altoimperiales
Fig. 19. Principales formas de Campaniense A y calenas (a partir
de Principal, 2005).
encontramos son fragmentos informes, fácilmente reconocibles
por su desgrasante negro de componente volcánico, su destacado
grosor, su pasta rosácea y, en ocasiones, por el engobe blanco en
su parte exterior. La única manera de determinar el subtipo A
(fig. 20.2), B o C es mediante el borde, ya que un fragmento de
galbo, asa o pivote difícilmente aportan información al respecto.
No obstante, existe la problemática de que su pasta se puede confundir con facilidad con las de las ánforas grecoitálicas de uno o
dos siglos antes (fig. 20.1), ya que los lugares de producción eran
en muchas ocasiones los mismos (Asensio, 2010), sobre todo si
lo que tenemos son fragmentos muy pequeños y rodados. De
época republicana también podemos encontrar ánforas itálicas
de la costa adriática, todas ellas evolucionadas de la grecoitálica, de cronología semejante a la Dressel 1 y preferentemente
destinadas al transporte de vino (Pascual y Ribera, 2013: 38-44),
pero su penetración hacia el interior es mucho menor. Destacan
tipos extendidos como la Lamboglia 2 (fig. 20.3), mientras que
del área concreta de Brindisi (centro de Apani) a su vez se han
diferenciado otras producciones (Palazzo, 1989).
Fig. 20. Principales ánforas republicanas e imperiales citadas (a
partir de Sciallano y Sibella, 1991).
Ya en época imperial, la variedad de ánforas que circulan por la
costa mediterránea peninsular aumenta con creces, siendo muchas producidas en la propia Hispania. Entre las más frecuentes,
encuadradas en el cambio de Era, podemos citar la Laietana 1
/ Tarraconense 1, la Pascual 1 y las Dressel 2-3 / 2-4 (fig. 20.4)
producidas en la Tarraconense para envasar vino (López Mullor
y Martín Menéndez, 2008); o la Dressel 7/11 vinaria y la Beltrán
II A de salazón de pescado en la Baetica. En esta zona durante
los ss. I-II d.C. se extenderán la Beltrán IIB (salazón) (fig. 20.5)
y la famosa Dressel 20 (aceite) (fig. 20.6) (García Vargas y Bernal, 2008), ánforas que viajarán en muchos casos de forma paralela a las legiones. A partir del s. II los centros de producción
cambian y muchas ánforas llegan del Norte de África (Sciallano y Sibella, 1991: 73). Aquí únicamente estamos realizando
un repaso rápido de las principales producciones ánforicas que
protagonizaron el comercio a larga distancia en el Mediterráneo
Occidental, posteriormente tendremos que comprobar el grado
de difusión que las mismas tuvieron en un área secundaria y de
interior como la Meseta de Requena-Utiel.
Caso aparte merecen los dolia, grandes recipientes para el
almacenaje que en ocasiones se colocaban semienterrados (fig.
22.1). Su gran abundancia en la Meseta de Requena-Utiel nos
lleva a analizarlos de manera más detenida en el apartado correspondiente a la circulación de materiales del Bloque III. Parece que viven una evolución desde los labios horizontales de
época republicana y augustea, a los labios levantados o engrosados de época imperial, ganando tamaño en todo caso (Beltrán,
1990: 260-262).
Algo semejante podemos decir respecto al resto de cerámicas de época altoimperial, tanto de vajilla como de cerámica
común y de cocina romana1. La vajilla de mesa altoimperial
también muestra una gran variedad en cuanto a procedencias,
formas y decoraciones. Es el momento de la Terra Sigillata,
vajilla de barniz rojo lisa o con decoración plástica presente
de forma muy abundante y de la cual se puede distinguir una
evolución. En primer lugar y de una manera limitada llega la
Terra Sigillata Itálica (TSI) entre la segunda mitad del s. I a.C.
y la primera del I d.C., cuyas formas fueron recopiladas por el
Conspectus de Ettlinger et al. (1990) (recogido en Roca, 2005a).
Posteriormente, durante los ss. I-II d.C. el mercado pasa a estar
1 Nuestro déficit de conocimiento sobre este tipo de producciones ha sido
paliado en numerosas ocasiones por las indicaciones de grandes especialistas como los doctores Ferran Arasa, Carlos Gómez Bellard, José Luis
Jiménez, José Pérez Ballester y Albert Ribera, a quienes agradecemos
encarecidamente dicha ayuda.
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Fig. 21. Algunas de las formas más comúnes de TSH, TSG y TSA
A (a partir de VV.AA., 2005).
Fig. 22. Algunos tipos de cerámica común y de cocina romana, sin
escala (según Beltrán, 1990).
dominado por las producciones sudgálicas (TSG) e hispánica
(TSH). Son las clásicas formas Dragendorff y Ritterling lisas
y decoradas, algunas enormemente comunes en tierras valencianas como las Drag. 15/17, 24/25, 27, 29 o 37 o la Ritt. 8
(Beltrán, 1990; Fernández García y Ruiz, 2005; Romero y Ruiz,
2005; Roca, 2006b) (fig. 22). Por último, las Terra Sigillata
Africanas o “Claras” (TSA) se subdividen en tres tipos con distinta cronología: TSA A (ss. II-III d.C.), C (mediados III – finales V d.C.) y D (IV-VII d.C.) (Serrano Ramos, 2005). Para
la cronología que nos ocupa interesan las formas africanas A
que siguen la tipología de Hayes (H. 2 a 10; 14 a 17 y 26 a 31)
(Hayes 1972) (fig. 21).
Más complicado es aportar dataciones a las cerámicas romanas, tanto comunes como de cocina, dada la gran continuidad en las mismas. De cerámica común encontramos todo
tipo de formas y objetos que rara vez siguen una estandarización tipológica (Serrano Ramos, 2009). Además, durante los
primeros siglos en muchas ocasiones guardan similitudes en
pasta y formas con las producciones de Clase A ibéricas. Platos, jarras (fig. 22.3) y botellas o lagoena (fig. 22.2) son los
objetos más comunes (Beltrán, 1990: 198-199). Por otro lado,
entre la cerámica de cocina destacan las ollas o aulae, sobre
las cuales todavía se continúa utilizando la ya longeva tipología de Mercedes Vegas (1964). Concretamente la forma Ve30
gas 2 es la típica olla de cronología republicana y es bastante
común en todos los contextos (Beltrán, 1990: 203). Las ollas
de perfil en S, con borde exvasado ligeramente engrosado,
presentan pastas reductoras de continuidad con las formas y
tradiciones de ollas ibéricas y perdurarán hasta época de Augusto (Álvarez et al., 2003: 377) (fig. 22.5). Cuencos o caccabi, cazuelas o patinae, cazuelas de engobe rojo pompeyano
y morteros o mortarii son otras piezas asiduas en yacimientos
romanos republicanos y altoimperiales. Entre estos últimos
sobresalen los morteros con asideros con decoración de dediles por ser una típica forma importada en época republicana
(Beltrán, 1990: 215) (fig. 22.4).
Las lucernas son un objeto muy presente en todos los yacimientos romanos, si bien no son tan fáciles de localizar en prospección en yacimientos rurales del interior. Las tipologías de
Ricci y Dragendorff diferencian una gran variedad de tipos con
cronologías de republicanas a bajoimperiales (Beltrán, 1990:
263-273), siendo las formas Dressel 1 a 4 las datables como
tardorrepublicanas. Existen también objetos de tocador como
los ungüentarios cuya forma es muy similar en época ibérica
y romana. Con el mundo romano asistimos al paso de la pasta
de vidrio al vidrio soplado, lo que permite un mejor acabado y
perfeccionamiento en los objetos de vidrio.
Un grupo siempre poco estudiado y que no aporta mucho
en cuestiones de cronología es el del material constructivo. Excavaciones como las de l’Almadrava (Setla-Mirarrosa-Miraflor,
Alacant) han permitido conocer la gran variedad de piezas de
barro cocido que formaban parte del programa constructivo romano diferente de la piedra (tegulae, imbrices, lateres, clavijas,
etc.) (Gisbert, 1999). Recientemente se ha planteado que los ladrillos en Hispania tuvieron una difusión tardía, ya en fase imperial, mientras las tegulae en cambio aparecieron antes, sobre
todo en áreas con alto grado de urbanización previo (Roldán,
2008). Resta conocer mejor esta dinámica en zonas rurales, de
forma ligada a la aparición del sistema de villae. El panorama
del material constructivo no se limita a esto, sino que sobre
todo en fase imperial podemos encontrar todo tipo de elementos
como ladrillos romboidales, ladrillos de hypocaustum, mármol,
teselas de mosaicos, sillares, basamentos de columnas e incluso
decoración arquitectónica más compleja (arquitrabes, capiteles,
antefijas, relieves, etc.).
Por último, el mundo de la epigrafía también es un buen
indicador de esta cronología. Si bien hay textos escritos en
ibérico desde el s. IV a.C., el grueso de su producción es a
partir de finales del III a.C. y se extiende a raíz del contacto
con Roma. Las incripciones latinas, tanto en soporte pétreo
como cerámico u otros, nos remiten generalmente a una cronología posterior al cambio de Era.
Geografía, yacimientos y materiales
del área de estudio
A lo largo del trabajo agruparemos los yacimientos en relación
con las diferentes subunidades geográficas en las que se ubican,
ya que pensamos que el marco geográfico forma parte directa
de la realidad de ese contexto histórico. En este sentido, a continuación tan sólo presentaremos las características más generales a modo de introducción.
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Fig. 23. Mapa actual de la comarca de Requena-Utiel.
La mayor parte del área de estudio pertenece a la actual
comarca valenciana de Requena-Utiel. El debate sobre la denominación de la misma es largo y complejo, con múltiples
variantes en relación con cuestiones terminológicas y políticas. Nosotros desde estas primeras líneas ya dejamos claro que
utilizaremos siempre el término defendido por Juan Piqueras
(1997: 12-16) de “Meseta de Requena-Utiel” puesto que consideramos que es el que mejor se adapta tanto a nuestros intereses como a la realidad geográfica e histórica de la comarca.
En primer lugar, se han utilizado diferentes sustantivos para
referirse a la zona, desde el genérico “Comarca”, a conceptos
de Geografía Humana como “Campo” o Física como “Plana”,
“Altiplano” y el mencionado “Meseta”. Aunque la denominación oficial es la de “Plana”, la rechazamos tajantemente
puesto que no hay nada más lejos de la realidad. La orografía comarcal dista mucho de ser una planicie litoral como las
de Castelló o València. En segundo lugar, utilizamos el orden
Requena-Utiel en vez de Utiel-Requena o Utiel a secas, puesto
que la primera es históricamente la capital de estas tierras y actualmente es la ciudad más importante y dinámica. Por último,
consideramos acertado utilizar el término en castellano en vez
de en valenciano al ser ésta la lengua mayoritaria de la población requenense dado su origen castellano, ya que la comarca
perteneció a Cuenca hasta 1851.
La Meseta de Requena-Utiel es la parte más oriental de la Submeseta Meridional Castellana, separada de la misma por el angosto valle del río Cabriel (fig. 23). La altitud de la misma va desde los
más de 900 msnm en el Norte/Noroeste, a los 600 del Sur/Sureste,
puesto que oscila en esa dirección (Noroeste-Sureste). Si bien las
altitudes no son muy elevadas, lo destacado es la altura relativa
con respecto a los límites, hundidos a 300-500 msnm exceptuando
la vertiente Norte. Esto es, sin duda, lo que le aporta carácter de
meseta, especialmente marcado cuando se viene desde el litoral y
se atraviesa el gran desnivel orográfico a lo largo de la ascensión
al portillo de Buñol y la sierra de Las Cabrillas.
El territorio general queda enmarcado a grandes rasgos por los
siguientes límites naturales:
- Al Norte las sierras de Aliaguilla y Mira.
- Al Sur y Oeste el cerrado valle del río Cabriel.
- Al Sureste Sierra Martés y sus estribaciones.
- Al Este la sierra de Las Cabrillas y Malacara.
- Al Noreste las sierras de Utiel y de El Negrete.
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Como ya hemos apuntado, pese a que tradicionalmente se
piensa siempre en estas tierras como grandes llanos, la realidad es
muy diferente al estar salpicadas por pequeñas sierras (Bicuerca,
Rubial, etc.). A su vez, la meseta queda divida en dos mitades al
estar atravesada en dirección Noroeste-Sureste por el río Madre,
el cual al juntarse con la rambla de La Torre a la altura de Utiel
genera el río Magro, afluente del Júcar. La hidrología se completa
con numerosas ramblas y barrancos que sólo llevan agua de forma
ocasional. Casi todas éstas dirigen sus aguas hacia los dos grandes ríos de la comarca, bien el Cabriel (barrancos de Perrenchín y
Agua Amarga), bien el Magro (ramblas de La Torre, La Calera, El
Colmenar, Fuen Vich, etc.).
El clima de la zona es de transición entre el mediterráneo y el
continental, con inviernos más fríos y largos que en el resto del
País Valenciano, y con mayor contraste térmico entre la noche y el
día. A esto hay que sumar unas estaciones intermedias (primavera
y otoño) también más largas, en detrimento de unos veranos más
cortos. El régimen de lluvias es muy irregular, con precipitaciones bastante escasas y concentradas en los meses de abril/mayo y
septiembre/octubre. La agricultura, por tanto, está muy limitada a
cultivos de secano (trigo, vid y almendro, principalmente).
Dentro de la comarca tradicionalmente se han diferenciado
una serie de subunidades geográficas (Piqueras, 1997) que nosotros hemos heredado, añadiendo algunas modificaciones y/o divisiones para el presente trabajo por tal de darle mayor coherencia al
discurso arqueológico (fig. 24 y lám. I-V):
- La vega del Magro a su paso por el Campo de Requena
- El llano de El Rebollar
- El valle del Magro / corredor de Hortunas
- El llano de Campo Arcís
- Lomas y cañadas de Los Pedrones y rambla de la Fuen Vich
- La Albosa
- El valle del Cabriel
- Sierra de El Moluengo / Villargordo
- Campo y llano de Utiel
- Sierra de Utiel / El Negrete
- Llano de Caudete de las Fuentes / vega del río Madre
- Llano de Fuenterrobles
- Llano de Camporrobles
- Campo de Sinarcas
Fig. 24. Mapa de las diferentes subunidades que componen la comarca de Requena-Utiel.
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Por último, a nivel político-administrativo actual, el
territorio y los yacimientos que vamos a estudiar se reparten
entre los actuales términos municipales de Camporrobles (7
yacimientos), Caudete de las Fuentes (6), Fuenterrobles (11),
Requena (50), Sinarcas (13), Utiel (20), Venta del Moro (4)
y Villargordo del Cabriel (2), además de Benagéber (2) en la
comarca de Los Serranos, Siete Aguas (3) en la de La Hoya
de Buñol y varios en la provincia de Cuenca (2). La inclusión
de estos últimos se explica porque parte de sus términos
se encuentran dentro de los límites naturales de la Meseta
(Piqueras, 1997: 10) y, por ende, consideramos que también lo
estarían del territorio de Kelin (lám. VII).
La vega del Magro a su paso por el Campo de Requena
Se trata del llano donde se ubica la actual ciudad de Requena,
capital y núcleo con mayor población de la comarca (fig. 25 y
lám. I.1). El elemento definidor de esta zona es el curso del río
Magro, que crea una fértil vega en la cual se han establecido
numerosas aldeas, algunas de gran tamaño caso de San Antonio, aunque la mayoría pequeñas (Calderón, San Juan, Barrio
Arroyo, Roma, Derramador, Azagador o El Pontón). Es una
zona riquísima en fuentes, en ocasiones de gran importancia
como Fuencaliente, Rozaleme o Reinas, lo que sumado a las
características anteriormente descritas de ribera constituyen
una de las huertas más importantes del interior valenciano. El
llano queda a su vez delimitado por otros llanos: llano de Utiel
al Noroeste, de Campo Arcís al Sur y de El Rebollar al Este;
así como por las sierras de Juan Navarro y El Tejo al Norte, y
por Las Cabrillas y Malacara al Este/Sureste. Al mismo tiempo, dicho llano queda dividido en toda una serie de subunidades, como Castejón, los Prados, la Dehesa o el Carrascal de
San Antonio (Piqueras, 1997: 95-122).
Los Aguachares (Requena)
25 ha (disp.)
20 m² (conc.)
ss. II a.C. - II/III d.C.
R. 009
Recibe su nombre por la abundancia préterita de agua en el entorno. Es una enorme dispersión de materiales en la que se realizaron prospecciones y sondeos arqueológicos con motivo del
trazado de la A-3 a finales de siglo pasado (Vidal et al., 2004:
155-57), fruto de los cuales se halló una fosa circular ibérica
con abundante material y una construcción indeterminada en su
interior (fig. 26). También se localizaron estructuras imperiales,
concretamente un muro con una canalización adosada, restos de
derrumbe y la impronta de la planta de un horno. La canaliza-
Fig. 25. Mapa del valle del río Magro.
33
[page-n-51]
Fig. 26. Dispersión de materiales y zona de actuación en Los
Aguachares, con imagen de la estructura hallada (fotografía de la
estructura: A. Barrachina, ficha DGPA).
ción, de construcción anterior al horno, puede tratarse de alguna
obra hidráulica en relación con alguna de las villas romanas del
entorno, posiblemente El Barriete.
Entre los materiales publicados destaca la presencia de ánfora
itálica republicana, sigillata, tegulae, objetos y restos de hierro
y plomo, fragmentos de vidrio, una moneda ibérica de Kili y un
sestercio romano de Septimio Severo (ibíd.: 155). El material romano publicado procedente del sondeo está compuesto por un
fragmento de TSA A-D de la forma Lamb. 9; una forma de TSA
A antigua Lamb. 2b o H.9b; una forma H.23a de cerámica Africana de cocina; dos piezas bastante completas de la forma Ostia
I, 270 y una jarra de cerámica común romana. Por último, una
base paredes finas de la forma Mayet XXIV (Beltrán, 1990: 184)
y una forma Ritt. 8 de TSH (Beltrán, 1990: 399), que constituyen
las únicas pieza romanas que podrían ser más antiguas del siglo II
d.C., posiblemente de finales del s. I d.C.
Previamente, Pingarrón ya había incluido este yacimiento
en su revisión de materiales romanos de la zona de RequenaUtiel (1981, 287-290). De este estudio proceden cinco fragmentos de TSH (una forma Drag. 27, una Drag. 15/17 y dos
Drag. 37), tres de TSA A (dos de ellos de la forma Lamb. 10
– Hayes 23) y dos de TSA D (una Lamb. 51 – Hayes 59 y
una Lamb. 54 – Hayes 61), más otra serie de cerámicas comunes, trozos de ánforas, vidrio y material constructivo (ladrillos
romboidales).
Entre los materiales ibéricos de la fosa, además de recipientes comunes como tinajas, ánforas y caliciformes, destaca la
presencia de una sítula, un kalathos, cerámicas engobadas y un
puente de fíbula anular hispánica.
Calderón (Requena)
2,5 ha (disp.)
Fig. 28. Material de Calderón
se avanza por las viñas. Se encuentra muy próximo a la villa
imperial del Barrio de Los Tunos, pero se trata de otra realidad
que no comparte ni ubicación ni cronología.
Estudios anteriores le otorgaban una entidad mayor al yacimiento al mencionar la aparición de material constructivo
romano (basamentos, capiteles y fustes de columnas, sillares,
arquitrabes, etc.), aludiendo seguramente a la cercana villa de
Los Tunos. En nuestra visita de 2010 todo el material recogido
fue ibérico (fig. 28) y no localizamos nada datable como final; no obstante, en 1996 se recogió un fragmento de material
constructivo romano recortado a modo de tapón de ánfora y
un fragmento de ánfora campana republicana, dentro de un
panorama material pobre. Las ánforas ibéricas procedentes
del yacimiento presentan bordes engrosados interiores (3) y
moldurados (1). Además hay una urna de orejetas, que indica
una primera y puntual ocupación en el s. V a.C.
Molino del Duende (Requena)
2,5 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
R. 031
Al igual que el cercano Las Canales, el Molino del Duende es
un yacimiento de poca entidad próximo a las estribaciones septentrionales de Las Cabrillas. Material ibérico muy rodado y un
fragmento de ánfora campana republicana.
Las Canales (Requena)
ss. V y II - I a.C.
R. 022
Dispersión de material ibérico final al Oeste de la aldea de
mismo nombre, a ambos lados de la carretera (fig. 27). Se
puede diferenciar una mayor concentración en el sector más
próximo a la población, descendiendo la densidad conforme
34
Fig. 27. Vista del yacimiento de Calderón.
1 ha (disp.
ss. II a.C. - II d.C.
R. 037
Yacimiento de escasa entidad ubicado al Sur de Requena, pegado
al Magro antes de que el río comience a encajonarse en La Serretilla. Los materiales son principalmente ibéricos, aunque también
hay sigillata hispánica (2) y africana A (1), así como tegulae.
[page-n-52]
Fig. 29. Posibles estructuras conservadas en la Rambla del Sapo.
Fig. 30. Materiales de la Rambla del Sapo.
Rambla del Sapo / del Moral (Requena)
6 ha (disp.)
ss. VI a.C. - I/II d.C.
R. 077
La Rambla del Sapo es un yacimiento iberorromano formado
por una extensa dispersión de materiales de amplia diacronía
en el margen oriental de la rambla que le aporta el nombre. En
sus inicios dicha rambla estaría más distante del núcleo de ocupación, pero ésta se ha ido comiendo los terrenos arcillosos de
forma relativamente rápida, dejando la máxima concentración
de materiales en el mismo borde. Justo también en el corte hemos podido documentar un par de posibles muretes cerrando en
ángulo, lo que constituiría el zócalo de un posible departamento
o habitación (fig. 29).
Entre los materiales cerámicos se han recogido fragmentos
de recipientes fenicios, ibéricos, itálicos y sigillata. Destacan
un fragmento de ánfora campana republicana, uno de TSH y un
asa de botella o jarra de cerámica común romana. Entre los recipientes ibéricos se han documentado algunas formas de borde
moldurado evolucionado propio de momentos tardíos, con la
moldura en la parte superior, quizás relacionada con un envasado o cierre de la boca (fig. 30). También se ha contabilizado
algún fragmento de material constructivo romano (tegulae e imbrices) y pondera.
Requena (Requena)
6,8 ha (muralla medieval)
s. VII a.C. en adelante
R. 093
Gracias a diversas excavaciones, generalmente de urgencia, sabemos que en la peña que hoy constituye el barrio requenense
de la Villa, hubo un asentamiento desde la Edad del Hierro I
que se prolongó durante las sucesivas fases históricas (ibérica,
romana, islámica, etc.). En 1999 se excavó la Plaza del Castillo,
Fig. 31. Pavimento romano de ladrillos romboidales encontrado en
las excavaciones de la Plaza del Castillo.
localizándose niveles romanos e ibéricos antiguos (Martínez
García et al., 2001) (fig. 31). De época romana se documentaron
restos de tres aljibes con muros y pavimentos de opus signinum,
uno de ellos reutilizado como canal y vertedero. Estas estructuras parecían asentarse directamente sobre estructuras ibéricas
antiguas, no documentándose nada de época ibérica final en este
punto. En el entorno de la población también han aparecido basureros y restos de hogueras, todavía inéditos (Martínez Valle
2008). Por otro lado, en la Alcazaba medieval se reutilizó una
inscripción funeraria romana que trataremos en el apartado correspondiente.
Barrio de Los Tunos (Requena)
6 ha (disp.)
1,5 ha (conc.)
ss. I - IV/V d.C.
R. II
El Barrio de Los Tunos es una de las villas imperiales romanas
más importantes de la Meseta de Requena-Utiel. Ya aparece referida en el siglo XIX por J. A. Díaz de Martínez en una obra
monográfica sobre los restos que aparecieron allí en 1859, como
pedestales, basamentos, trozos de columnas, capiteles, arquitrabes, tegulae o ladrillos romboidales (Martínez Valle, 2001b). En
1891 el cronista de Requena, E. Herrero y Moral, habla de que
allí “hubo en tiempos remotos otra población, que al parecer
fue de mucha importancia, como lo demuestra la extensión de
los cimientos de ella y los ricos y abundantes materiales que
continuamente se están encontrando y sacando en su centro y
circunferencia, como son muchas piedras labradas, adoquines
cocidos, ánforas, finísimos mosaicos y algunas monedas” (Herrero, 1891: 161-162). Para el autor el solar era conocido como
“Torrubia”.
Ubicada inmediatamente al Sur del caserío de Los Tunos,
cerca de la aldea de Calderón, fue excavada de urgencia en 1990
por José M. Martínez García, hallándose restos de habitaciones
y un vertedero de cerámica y fauna. Posteriormente fue objeto
de excavaciones ordinarias en los años 1991, 94 y 96. En la ficha
de la DGPA se comenta que en la primera campaña se realizaron
sondeos en toda la zona, apareciendo a 2,20 m de profundidad
restos del hábitat ibérico antiguo. Por otro lado, en la segunda
35
[page-n-53]
1
2
3
4
Fig. 32. Planimetría de la excavación en el Barrio de los Tunos
(a partir de Gimeno 1996, recogida en la ficha de la DGPA).
Fig. 33. Materiales del Barrio de los Tunos procedentes de la
prospección de 2010.
y tercera campañas documentaron la planta de una habitación
y parte de unas termas de tipo rural, ya detectadas en el primer
año (fig. 32). El hecho de que algunas de las catas hayan estado
descubiertas durante todo este tiempo ha provocado el deterioro
de uno de los yacimientos más excepcionales de la comarca.
La dispersión de materiales es enorme (6 ha), con una
densidad altísima en las zonas de máxima concentración.
También presenta material ibérico, incluidas piezas antiguas,
pero en nuestra reciente visita tan sólo localizamos la base
de un mortero y un fragmento de ánfora púnica-ebusitana
(ss. IV-I a.C.), siendo el resto material romano imperial. El
grueso de materiales de los que hemos podido tener referencia proceden de la tesina de Pingarrón (1981: 295-307), concretamente diecisiete fragmentos de TSH (dos formas Drag.
15/17, una forma Drag. 27 y cuatro Drag. 37), dos fragmentos de TSG (una Drag. 24/25 y una Drag. 18), diez de TSA A
(cuatro formas Lamb. 10 – Hayes 23 y una Lamb. 6), cinco
TSA C (dos de las cuales de la forma Lamb. 40 – Hayes 50),
22 de TSA D (un fragmento de Lamb. 35, Lamb. 38, Lamb.
53, Lamb. 57 – Hayes 73; dos de Lamb. 52 – Hayes 58; tres
de Lamb. 42 – Hayes 67 y Lamb. 54 – Hayes 61 y siete de
Lamb. 51 – Hayes 59) y seis monedas bajoimperiales. Entre
los materiales de nuestras prospecciones se han inventariado
una una forma Ritt. 8 de TSH (Beltrán, 1990: 399), una Hayes
6 de TSA A antigua (Serrano, 2005: 230-31) (fig. 33.1), dos
fragmentos informes de TSA A, una Lamb. 8 de TSA C (Beltrán, 1990: 142), un borde de dolium (fig. 33.2) y dos ollas
de cocina romana. También hay un borde de mortero de gran
tamaño con resalte exterior que por la forma recuerda a los
morteros iberorromanos de La Maralaga (Lozano, 2004) (fig.
33.3) y un borde de ánfora bajoimperial Keay XXXIII (Keay,
1984: 232) (fig. 33.4). Tiene gran abundancia de material
constructivo, con tegulae, imbrices, pintura mural, ladrillos
paralepipédicos y romboidales y restos del hipocausto de las
termas. Sin duda el hallazgo superficial más destacable son
dos fragmentos de mármol de Buixcarró que actuarían como
placas de revestimiento de algún edificio, posiblemente de
las termas. Este material marmóreo, procedente del entorno de Saetabis (Xàtiva, València) tuvo gran difusión durante
todo el Imperio y fue utilizado en las principales ciudades y
villas valencianas (Cebrián 2008). La bibliografía también
comenta el hallazgo de TSH, TSA, TS Lucente, monedas,
objetos de bronce, sílex y un sillar con un falo esculpido.
Entre los restos de fauna sobresale la presencia de espinas de
pescado. Buena parte de los materiales de las excavaciones
se encuentran depositados en el MPV y restan todavía inéditos. Incluimos algunas fotografías en los apartados que son
de interés (vid. fig. 163.1 y 246.1).
36
El Barriete (Requena)
3 ha (disp.)
0,6 ha (conc.)
ss. I - IV d.C.
R. III
Por el volumen y la calidad del material arqueológico que
presenta, El Barriete es sin duda uno de los yacimientos romanos más importantes de la comarca, posiblemente comparable a
otros más conocidos como el Barrio de los Tunos o Los Villares de Campo Arcís. La dispersión comienza en dicho barrio al
Sureste de San Antonio y llega prácticamente hasta la finca de
Santa Catalina, lo que constituye unas casi 7 ha. No obstante, se
puede diferenciar una concentración de unas 0,6 ha en torno a
una de las torres de alta tensión. Tal densidad de materiales es
debida a que el yacimiento fue parcialmente destruido a finales
del siglo pasado al roturar uno de los campos e incluso durante
algún tiempo fue posible observar parte de las estructuras constructivas, así como materiales de construcción como tegulae
decoradas, sillares, columnas o estucos pintados.
En nuestra prospección recogimos dos ollas romanas, un
plato-tapadera de cocina, un borde y una base de TSA A, un
borde indeterminado de TSH, una botella de cerámica común
(forma Gosse 1950 recogida en Beltrán, 1991) (fig. 34) y un
molar de bóvido.
Fig. 34. Material de El Barriete.
[page-n-54]
Tabla 2. Otros yacimientos de la vega del Magro en Requena.
Yacimiento
Cronología
Descripción a partir de bibliografía
Casilla Herrera (R.V)
II-IV d.C.
Posible asentamiento romano cerca de la casa del mismo nombre. Material constructivo
(tegulae y mortero de cal) en una superficie de una hectárea. Presencia de sigillata
africana, cerámica de cocina romana, grises y dolia.
Cerro Valentín (R. VI)
II-IV d.C.
Yacimiento en un pequeño cerro muy próximo al Barrio de los Tunos, seguramente
formando parte de una misma realidad. En su base apareció una necrópolis cuando se
construyó un camino. Material constructivo y sigillata africana, común y dolia.
El Batán (R.VIII)
II-III d.C.
Escasos restos aparecidos al Norte de Requena, concretamente tegulae, ladrillos,
sigillata hispánica y dolia.
El Cerrito (R.IX)
II-III d.C.
Escasos y rodados restos (sigillata hispánica y cocina romana) dispersos a lo largo
de 0,5 ha.
Fuente de las Pepas (R.X)
II-III d.C.
Abundante material constuctivo (tegulae) y cerámico (común y dolia) disperso en las
proximidades de la citada fuente, dentro del área de riego de Rozaleme.
El llano de El Rebollar
Fuencaliente (Requena)
Indeterminado
ss. I - III d.C.
R. IV
Pese a que no conserva estructuras de ningún tipo, consideramos que era un asentamiento romano por la documentación en
el mismo de tegulae y ladrillos romboidales. Ubicado próximo
al manantial de Fuencaliente, sin duda la presencia del mismo
fue clave en la elección de su emplazamiento. Entre el material
recogido en la ficha de la DGPA, se habla de sigillata lisa y
decorada, cerámica de cocina y fauna.
La Borracha (Requena)
1 ha (disp.)
ss. I - III d.C.
R. XI
Yacimiento a 5 km al Suroeste de Requena, descubierto en 1986
cuando tras una roturación aparecieron escasos restos distribuidos en 1 ha. El panorama es el típico, compuesto por material
constructivo (sillares, tegulae e imbrices) y cerámico (TSH, común y TSA A y B).
La Picazuela (Requena)
Indeterminado
ss. I - III d.C.
R. XII
Escasos restos constructivos (tegulae) y cerámicos (sigillata sudgálica y común romana) aparecidos a unos 2 km al Noreste de
Requena.
Otros yacimientos de cronología imperial más avanzada
La base de datos de la DGPA recoge otros yacimientos altoimperiales que no hemos ni visitado ni tenido prácticamente en cuenta en este estudio por ser posteriores al s. I
d.C., los cuales introduciremos brevemente (tabla 2). Somos
conscientes del déficit que ello conlleva, ya que la cronología
de muchos debería ser revisada con mayor precisión, pero
el volumen de trabajo hubiera desbordado el cometido del
presente trabajo.
Denominamos así al valle sinclinal con materiales cuaternarios
de orientación Noroeste – Sureste, enmarcado por las sierras de
El Tejo al Norte y La Herrada al Sur (fig. 35 y lám. I.2). El Barranco Rubio, cerca de la población de Requena, marca el final
del corredor por el Oeste (Piqueras, 1997: 95-99). Este valle
tradicionalmente ha sido la entrada principal a la meseta desde el Este, después de atravesar el portillo de Buñol y la sierra
de Las Cabrillas, actual A-3. Destaca el núcleo de El Rebollar,
aunque también encontramos la venta del mismo nombre, algo
claramente vinculado con el carácter de camino de esta zona.
Parte del término de Siete Aguas (Hoya de Buñol) también ha
sido incluido dentro siguiendo una coherencia geográfica. Los
cultivos son en su totalidad de secano, la mayor parte viñas y
algo de almendro.
Loma del Moral (Requena)
2,8 ha (disp.)
ss. VI - I a.C.
R. 003
Yacimiento diacrónico que abarca desde el Ibérico Antiguo
hasta el Final, periodo datado a partir de la presencia en el
mismo de material itálico, un kalathos de borde moldurado y
engobe rojo.
El Rebollar (Requena)
7 ha (disp.)
ss. V a.C. - I d.C
R. 005
Yacimiento ubicado en la ladera de un pequeño cerro muy próximo a la aldea de El Rebollar (fig. 36). Está formado por una dispersión de cerámicas ibéricas rodadas y muy fragmentadas, que
en alguna viña en concreto son un poco más abundantes. No se
observa ningún tipo de estructura ni se localizaron las manchas
de tierra oscurecida que se comentan en la ficha de la DGPA. Se
ha prospectado dos veces, una en 1992, recogiendo la mayoría
del material del mismo, y otra en el 2010, en la que tan sólo se
actualizó la información existente.
37
[page-n-55]
Fig. 35. Mapa del valle de El Rebollar.
Según Aparicio y Latorre (1977: 27) de este yacimiento
proceden un caliciforme y una copa enteros, conservados en el
Museo de Requena. De nuestras prospecciones proceden los hallazgos de dos fragmentos de ánfora campana, uno de TSH y un
pondus fragmentado.
Las Lomas (Requena)
12 ha (disp.)
0,15 ha (conc.)
ss. II a. C. - I/II d. C.
Las Lomas es un yacimiento de escasa entidad formado por
fragmentos cerámicos ibéricos repartidos por una serie de viñas
en el llano de El Rebollar. Ha sido objeto de prospección en el
1996 y en el 2010. La mayoría del material es ibérico indeterminado (fig. 37.1), aunque también se pudieron recoger algunos
fragmentos de adobe, tegulae y sigillata (tres fragmentos indeterminados). Es interesante el hallazgo de un soporte de tipo semilunar, de cronología imprecisa y asociable con hornos (Mata
1
2
Fig. 36. Vista del yacimiento de El Rebollar.
38
R.016
Fig. 37. Materiales de las Lomas.
[page-n-56]
y Bonet, 1992: 137) (fig. 37.2). La dispersión de material es
amplia pero con una densidad muy baja, excepto en su extremo
meridional donde se ha podido diferenciar una concentración de
unas 0,15 ha.
Las Paredillas II (Requena)
0,96 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
R. 090
Yacimiento ibérico de pequeñas dimensiones visitado en 1996 y
2010, constituido por una concentración de cerámicas en torno
a una casa de campo en la ribera Norte de la rambla de El Rebollar. Presencia de ánfora campana republicana (tres fragmentos)
y tegulae.
Las Paredillas I (Requena)
3,3 ha (disp.)
0,5 ha (conc.)
ss. I - II/III d.C.
R. I
Asentamiento romano, posible villa, con abundante material y
estructuras entre las que sobresale un gran muro de opus caementicium de unos 30 m de longitud y entre 1,5 – 2 m de altura
(fig. 38). Su establecimiento permitiría el aterrazamiento de la
parte superior, donde se ubicaría el asentamiento, que es donde
hemos recogido mayor cantidad de cerámicas (común, dolia,
ánforas, sigillata y un fragmento ibérico) y material constructivo (tegulae e imbrices). Esta función de sostén parece corroborarse por la presencia de seis arranques de contrafuertes en su
parte mejor conservada, con una distancia regular entre ellos de
3,30 m y que le dotarían de mayor estabilidad (fig. 39). En uno
de los bancales apreciamos un posible elemento constructivo,
concretamente una piedra labrada con aspecto circular, a modo
de base de columna o soporte (fig. 40), aunque su mal acabado
impide confirmarlo. A finales del siglo pasado se llevaron a cabo
actuaciones de salvamento de carácter puntual, cuyos resultados
permanecen aún inéditos2.
Entre los materiales estudiados se ha diferenciado un borde de dolium de gran tamaño semejante al Oberaden 113 y,
por tanto, encuadrable en época augustea (recogido en Beltrán, 1991: 260) (fig. 41.1). También se han documentado un
asa de ánfora Dressel 2-4, fragmentos indeterminados de TSH
y TSA A, una botella de cerámica común romana con engobe
rojo a modo de imitación de sigillata y un lebes o tinaja con
borde moldurado de los llamados “cabeza de pato”, de clara
tradición ibérica pese a encontrarse en un yacimiento imperial
(fig. 41.2).
Fig. 38. Vista de muro de opus caementicium.
Fig. 40. Elemento constructivo pétreo con forma circular, posible
basamento de columna.
0
10 cm
Fig. 41. Materiales de Las Paredillas I.
Fig. 39. Detalle de uno de los contrafuertes.
2 Concretamente se excavó un horno metalúrgico romano (comunicación
personal de A. Martínez Valle).
39
[page-n-57]
El valle del Magro / corredor de Hortunas
Mazalví (Siete Aguas)
0,02 ha (conc.)
ss. II a.C. - I/II d.C.
SA.003
Yacimiento iberorromano de poca entidad, tal y como indica la
presencia de cerámica ibérica y sigillata hispánica (un fragmento).
Casa de Mazalví (Siete Aguas)
0,04 ha (conc.)
ss. II a.C. - I/II d.C.
SA.004
Yacimiento iberorromano de poca entidad, tal y como indica la
presencia de cerámica ibérica (fig. 42), ánfora campana republicana (un fragmento), sigillata (tres fragmentos) y tegulae.
Fig. 42. Lebes ibérico del yacimiento de Casa de Mazalví.
La Carrasca (Siete Aguas)
0,25 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
SA.004
Yacimiento datado como Ibérico Final por la presencia de cerámica ibérica y un borde de ánfora campana Dressel 1A (fig.
43). Hay un molino circular en un cercano bancal (fig. 44).
1
2
Fig. 43. Ánfora ibérica (1) y Dressel 1A (2) de La Carrasca.
Fig. 44. Molino incrustado en un bancal.
40
Esta zona fue el objeto de estudio de nuestro trabajo de investigación de licenciatura de forma monográfica y con una perspectiva diacrónica (Quixal, 2008, 2012 y 2013), de ahí que el
volumen de información sea de los más densos. El río Magro,
tras su paso encajado por la sierra de Las Cabrillas, vuelve
a abrirse creando una fértil vega en el corredor de Hortunas,
de orientación Este-Oeste (fig. 45 y lám. I.3). Realmente este
valle cuaternario comienza algo antes, al Oeste, en la aldea
de La Portera, en el lado oriental del llano de Campo Arcís.
Se junta con el curso del río Magro, de dirección NoroesteSureste, a la altura de la aldea de Hortunas de Arriba (a unos 5
km de La Portera), en la zona de máxima concentración tanto
de yacimientos arqueológicos como de población actual. En el
otro extremo, el Este, encontramos el embalse de Forata (Yátova), por tanto, una zona de paisaje muy desvirtuado respecto
a siglos pasados.
Los otros límites naturales de esta zona son, por el Norte,
la mencionada sierra de Las Cabrillas / La Herrada y, por el
Sur, las estribaciones de Sierra Martés. El río Magro, verdadero eje articulador, recibe las aguas de numerosas ramblas
y torrentes, tanto desde el Norte (barrancos de la Veredilla,
Malo, de Valentín, de las Vacas, etc.), como desde el Sur
(barranco de la Parrilla, rambla de la Fuen Vich, barranco
de Tortolilla, etc.). No obstante, el principal aporte lo recibe en una zona ya próxima al límite oriental: el Mijares,
un río de corto recorrido que nace en la cercana aldea con
la que comparte el mismo nombre. Se trata de un área rica
en fuentes (Ochando, de los Juncos, Canaleja, de los Huesos, etc.), muchas de las cuales se han secado en los últimos
decenios. Precisamente, la citada fuente de la Canaleja es
un punto geológicamente interesante, ya que es un afloramiento del Keuper, formaciones que permiten el desarrollo
de salinas (Yeves, 2000: 34). Por otro lado, en el valle y sus
inmediaciones encontramos un elevado número de cuevas y
covachas, especialmente destacable si lo comparamos con la
escasez de este tipo de formaciones en el resto de la comarca.
En la actualidad domina la viticultura, aunque la vega cuaternaria del Magro permite la existencia de una de las huertas
más ricas. Con predominio de plantaciones de cebollas, la
horticultura aprovecha las suaves temperaturas derivadas del
cobijo de las sierras de su entorno. También hay una auténtica silvicultura en las montañas, fruto de las repoblaciones de
comienzos del s. XX (Piqueras, 1997: 126).
La evolución histórica de la zona, además de la época
ibérica y romana, contempla diferentes etapas. A. Martínez
Valle ha planteado que su topónimo, “Hortunas”, pudiera
provenir del término latino hortus, relacionado con la capacidad hortícola del valle (recogido en Pardo, 2001: 121-122).
Esta actividad, la hortícola, ha sido siempre el centro de la
actividad económica del mismo, junto con la ganadería y
la molinería. Existen indicios de una posible ocupación en
época musulmana y, posteriormente, de la presencia de una
alquería morisca tras la expulsión urbana que vivió este colectivo (Piqueras, 1997: 38). Cerca de la presa de Hortunas,
en las proximidades del tollo de la Bañadora, localizamos
varios tramos de acequia excavada en la roca, conocidos por
los hortuneros como “la acequia de los moros” (Pardo, 2001:
122), si bien no podemos descartar que sean más antiguos.
[page-n-58]
Fig. 45. Mapa del corredor de Hortunas.
En el s. XV la zona ya figura documentalmente como dehesa
ganadera (Bernabéu, 1989), aunque no es hasta el s. XVIII
cuando tenemos noticias de poblamiento concentrado con la
aparición de la aldea de Hortunas (Pardo y Cebolla, 1995:
40-42). Actualmente encontramos las aldeas todavía habitadas de La Portera, Hortunas de Arriba (Requena) y Mijares
(Yátova), más algunos despoblados como Casa Zapata y
Hortunas de Abajo. La molinería harinera ha tenido durante
los tres últimos siglos un fuerte arraigo en la zona (Molino de
Marina, Molino de los Pardo, Molino de Hortunas y Molino
de Fuen Vich), aunque en las últimas décadas ha desaparecido por completo (Gómez, 2006).
Cerro Castellar o Cerro Santo (Requena)
1,2 ha (conc.)
Bronce / ss. V - I a.C.
R.010
El Cerro Castellar o Castellar de Hortunas ocupa lo alto y parte
de las vertientes de un cerro cónico (700 msnm) al Sur del actual
cementerio de Hortunas de Arriba, gozando de una excelente
visibilidad de todo el valle (lám. I.3). En publicaciones anteriores utilizamos su topónimo oficial recogido en la DGPA, “Cerro
Santo”, pero a partir del presente trabajo hemos optado por recuperar la toponimia histórica. El poblado es conocido desde los
años 60-70 en que se localizaron monedas de Gili y Saiti (Pérez
Mínguez, 1988: 395). Ya en los 70 algunas habitaciones fueron
vaciadas por aficionados, depositándose parte de los materiales
en el Museo de Requena (Aparicio y Latorre, 1977).
Estamos ante un poblado fortificado protegido por un perímetro amurallado que puede aún seguirse en algunos tramos (fig.
46), debido a que un incendio a finales del siglo pasado alteró la
vegetación. En la ladera Este, una de las que más material presenta, encontramos diferentes estructuras de piedra en seco que no
podemos determinar si se trata de terrazas modernas o antiguas,
exceptuando una construcción que parece ser un antiguo acceso
o puerta, ya que genera una especie de entrada en codo mediante
una rampa. Por otro lado, en el extremo meridional de la cima, el
más accesible, encontramos los restos de una torre de planta rectangular (3 x 2,5 m) y aparejo irregular a la que parece adosársele
un departamento (4,60 x 3,20 m) del que queda un ángulo formado por sus muros Norte y Oeste. Desde la misma se tiene una
excelente visibilidad del valle del Magro hacia el Este, mientras
que desde la cima también se ve bien hacia el Oeste.
El material superficial es abundante por todas las laderas.
La parte superior está atravesada por una espina rocosa que
seguramente impidió el poblamiento en esta zona. El hábitat
se adaptó, por tanto, al espacio disponible, concretamente la
ladera Oeste y el sector meridional y amesetado de la cima. En
el Noroeste todavía se conserva íntegra la cata de gran tamaño
realizada en los años 70 anteriormente citada. En ella se aprecian de forma clara dos departamentos adosados entre sí y apo41
[page-n-59]
Fig. 46. Croquis planimétrico y fotografía aérea (visor GVA) del Cerro Castellar.
yados a la ladera por el lado contrario a la puerta. En algunos
puntos sus muros aún presentan un alzado considerable (1,27
m). Desde aquí y siguiendo toda la ladera Oeste encontramos
una batería de departamentos paralelos, muchas veces adosados entre sí, de los que se observa en superficie el extremo
occidental de sus muros. Por otro lado, también se aprecia en
superficie la planta de departamentos en la parte meridional de
la cima, al Sur de la cresta rocosa, en un terreno plagado de
agujeros de clandestino.
El Castellar de Hortunas presenta un volumen de materiales
bastante importante, especialmente repartido entre su cima y las
laderas Este y Oeste. A la hora de planificar su prospección decidimos separar el material según zonas (cima, ladera Norte, ladera Este, etc.), a fin de comprobar si los materiales pertenecientes
a las diferentes fases de ocupación del poblado se concentraban
en áreas diversas. No obstante, al realizar la catalogación de los
mismos observamos que no era así, aparecía material de todos
los periodos por todo el yacimiento.
Al tratarse de un importante lugar de hábitat, el ajuar cerámico documentado muestra una gran variedad. Pese a que dominan los grandes contenedores, destaca el número de recipientes
de vajilla de mesa. Por contra, cuenta con escasas importaciones
documentadas (un ánfora campana), ausentes incluso en las colecciones procedentes de actuaciones clandestinas. No obstante,
42
de sus materiales también podemos rastrear elementos propios
de un hábitat con cierto estatus: escritura (vid. fig. 237.1), decoraciones complejas, monedas y engobe rojo de producción local
(fig. 47.3). En superficie hemos recogido mineral de hierro y
restos del metal ya transformado. Aunque algunos autores sólo
le atribuían una ocupación durante el Ibérico Pleno (Pérez Mínguez, 1988), sus materiales han mostrado una amplia horquilla cronológica: desde cerámicas a mano del Bronce, pasando
por una urna de orejetas, decoraciones de rombos en hilera (fig.
47.2) o un plato de ala ancha de los ss. V-IV a.C. (Bonet y Mata,
1997b: 42-45), hasta material iberorromano como diversos dolia (fig. 47.1 y 5).
A partir de la bibliografía conocemos más materiales procedentes del Cerro Castellar, concretamente los pertenecientes
a la colección del Museo de Requena, de los cuales muchos
proceden de la mano aficionada anteriormente citada. Entre los
materiales que se detellan (Aparicio y Latorre, 1977), podemos
datar como finales los siguientes:
- Una urna decorada con motivos geométricos y posibles zoomorfos (pájaros estilizados) (vid. fig. 194.1).
- Varias ánforas, una de las cuales está completa y se exhibe
en la exposición permanente.
- Kalathos de borde recto, asas simétricas trenzadas y pegadas. Decoración de círculos concéntricos.
[page-n-60]
Fig. 47. Materiales ibéricos finales del Cerro Castellar.
Más un tonel cerámico protagonista de un estudio monográfico en el que también se comenta el hallazgo de fíbulas
anulares, material romano y las citadas monedas ibéricas (Pérez
Mínguez, 1988).
Prados de la Portera I (Requena)
5 ha (conc.)
ss. VI - IV a.C. y I/II d.C.
R.011
Estamos ante una dispersión de material ibérico rodado y
fragmentado, ubicada en los llanos y lomas al Este de la aldea de La Portera. El yacimiento, de notable extensión, se
reparte entre una pequeña colina que alberga una pinada y los
campos de su alrededor.
Registro material escaso y dominado por grandes recipientes. No obstante, destaca la presencia de material antiguo
(ánforas fenicias) que atrasan su cronología hasta el s. VI
a.C. El hallazgo de bordes de tinajilla moldurados y la ausencia de material republicano fijan su otro límite en el Ibérico
Pleno. La datación imperial viene dada por la existencia de
un fragmento indeterminado de terra sigillata, de ahí que la
ocupación en época romana seguramente fuera residual.
El Paraíso (Requena)
6,4 ha (disp.)
de la carretera para evitar el paso por el interior de La Portera
afectó a su sector septentrional y no tenemos noticia de que se
hiciera intervención alguna.
Aunque se trata de un yacimiento de baja entidad en relación al volumen de material recogido y el área que abarca, muestra un registro en el que hay recipientes de vajilla de
mesa e importaciones. La mayoría de los materiales de este
yacimiento son datables como ss. V-III a.C., únicamente alargamos la cronología al Ibérico Final por la presencia de fragmentos de ánfora campana.
Los Lidoneros I (Requena)
1,85 ha (conc.)
ss. III - II a.C.
R.034
La partida de Los Lidoneros recibe su nombre de la presencia en la misma de almeces, lledoners en valenciano (Pardo,
2006). El material, próximo a la aldea de Hortunas de Arriba,
es escaso y muy fragmentado. Además del material ibérico no
datable, en la campaña de 1996 se recogió un fragmento de
ánfora campana republicana, de ahí que se pueda defender una
ocupación durante el Ibérico Final.
Cueva de los Ángeles (Requena)
ss. V - I a.C.
R.017
Los restos cerámicos, únicas evidencias de la existencia de
este yacimiento, aparecen diseminados por una superficie de
unas 6 ha al Sur de la aldea de La Portera. Se localizan sobre
todo en la ladera Este, donde han aparecido algunas formas
completas (“castañera” -sic- del Museo de Requena), según
indica la ficha de la DGPA. La construcción de una variante
Cueva
ss. V - III a.C. y I - II d.C.
R.064
Esta cueva-santuario no ha podido ser localizada pese a los diversos intentos realizados, debido a la mala descripción recogida en
su ficha de la DGPA. Tan sólo sabemos que se encuentra en plena
sierra de Las Cabrillas, en el barranco de Los Conejos, afluente
del río Magro, en una zona próxima al Castillejo y la Fuente de
la Peseta. Parece ser que fue descubierta por unos cazadores en
43
[page-n-61]
los años 40 del s. XX, cuando todavía conservaba in situ algunos
vasos ibéricos colocados en las repisas naturales de su interior.
Posteriormente fue expoliada y tan sólo se ha podido documentar
un reducido porcentaje de lo que albergaba. Tiene un tamaño de
unos 30 m² y cuenta con formaciones estalagmíticas en su interior. Según sus investigadores el ajuar está compuesto por vasos
caliciformes, figuras rojas y barniz negro áticos, una decena de
fusayolas y fauna (Mascarell, 1975; Martínez Valle y Castellano,
1995). También se hallaron diversos fragmentos de sigillata, pero
creemos que tan sólo indican ocupaciones esporádicas y sin ningún carácter sunturario en época romana.
Los Alerises / Cerro de los Alerises (Requena)
6,5 ha (disp.)
1,92 ha (conc.)
ss. VI a.C. - I d.C.
R.072
Los Alerises se ubica en la base del cerro del mismo nombre, al
Noroeste de la aldea de La Portera. Ha sido objeto de repetidas
prospecciones a lo largo de los últimos 12 años; prospecciones
que han proporcionado un elevado volumen de materiales repartidos por un área bastante grande, si bien se puede diferenciar
una concentración de unas 2 ha. En la ficha de la DGPA se indica
que en los años 80, tras un temporal de lluvias, aparecieron restos
de una estructura de habitación compuesta por muros de adobes
rectangulares de unos 50 cm de longitud máxima, revestidos internamente con un enlucido rojizo. Posteriores prospecciones han
corroborado esta noticia, ya que se han podido recoger restos de
1
pintura mural blanca y rojiza, así como documentar numerosos
adobes de gran tamaño. En los mismos muros parece que se reutilizaron pondera como material constructivo. En el 2006 sufrió
una gran transformación agrícola que afectó gravemente a los restos conservados. En uno de los cortes provocados por la excavadora, de unos 1,5-2 m de altura, se pudieron ver algunos estratos
arqueológicos, entre los que destacaba un nivel de incendio del
que se recogieron carbones y semillas carbonizadas, así como un
derrumbe de adobes rubefactados. Pese a que Los Alerises se encuentra en el piedemonte, también hemos recogido algunos fragmentos cerámicos en la cima, lo que fue incorporado a nuestra
base de datos como yacimiento de “Cerro de los Alerises”. No
obstante, el desnivel abismal, tanto en volumen como en variedad
cerámica, nos llevan a atribuir a la cima tan sólo un papel residual
o temporal, englobándolo dentro de una misma realidad.
Los Alerises cuenta con una alta variedad de tipos cerámicos,
lo que sumado a su larga diacronía y los hechos anteriormente
comentados (estratos a la vista, pintura mural, adobes…) nos permiten concebirlo con total seguridad como un hábitat permanente, algo que suele ser complicado para este tipo de yacimientos
en llano. El asentamiento guardó relativa importancia durante
el Ibérico Final, tal y como indica la presencia de importaciones
campanienses y calenas, entre las que destaca una forma Lamb. 5
calena (fig. 48. 3), así como de engobe rojo local o kalathoi (fig.
48.4 y 7). No obstante, de época imperial tan sólo tenemos algunos fragmentos de sigillata, por lo que consideramos que en ese
momento la ocupación debía ser tan sólo residual.
2
3
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5
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7
Fig. 48. Materiales de Los Alerises susceptibles de proceder de su fase ibérica final.
44
[page-n-62]
Barranquillo del Espino (Requena)
0,4 ha (disp.)
ss. III - II a.C. y I/II d.C.
R.081
Yacimiento de escasa entidad ubicado 500 m al Este de la población de Hortunas de Arriba, justo en el punto donde el Magro deja
de ir encajado y se abre formando una fértil ribera. El yacimiento
está atravesado por la carretera de Yátova, la construcción de la
cual seguramente fue la causa de que emergieran las cerámicas
del subsuelo. La entidad del yacimiento impide hacer más valoraciones sobre él ni sobre su carácter, aunque parece tratarse más
que de un lugar de hábitat, de una de las múltiples formas en las
que la explotación del espacio rural en el mundo ibérico generó,
con el tiempo, yacimientos arqueológicos.
Registro material escaso y monótono. Aporta una datación
aproximada entre los ss. IV/III a.C. – II/I a.C. Dominan los recipientes grandes con típicos bordes moldurados, mientras que la
presencia de terra sigillata hispánica (un fragmento) y platos de
cerámica común romana muestran una prolongación en la ocupación hasta la fase altoimperial. No obstante, la ausencia de material datable como Ibérico Final nos impide asegurar si tuvo una
ocupación interrumpida o fases diferentes.
Cerro Hueco (Requena)
Cueva
ss. V - III a. C. y I - II d. C.
R.086
Se trata de una cueva-santuario ubicada en la parte baja de una
suave colina a 2 km de la aldea requenense de Campo Arcís
(Aparicio y Latorre, 1977; Gil-Mascarell, 1975; Martínez Valle y Castellano, 1995). La entrada es un pequeño agujero de 1
m de diámetro que está protegido por una reja, aunque cuando
la visitamos se encontraba abierta sin candado. Se accede a un
estrecho pasillo descendente de unos 10 m de longitud que desemboca en la sala principal, de 20 m de longitud y 3 m de altura
máxima. Es, por tanto, una pequeña cueva de baja altura en la
cual es necesario agacharse en muchos de sus tramos. Su ajuar
para el Ibérico Pleno es rico y en él destaca la abundancia de
fusayolas (más de 200), muchas de ellas decoradas. También
ha sufrido la acción clandestina incontrolada. Parece tener una
reocupación en época imperial, tal y como indican varios fragmentos de sigillata hispánica. No obstante, dudamos que dicha
ocupación tenga ninguna relación con un posible uso ritual.
La Calerilla (Requena)
7 ha (disp.)
ss. I a.C. - III d.C.
R.105
Es el único yacimiento excavado con metodología arqueológica de toda la zona, conocido desde la construcción de la
carretera de Yátova en los años 40 del siglo XX. Se trata de
una conocida necrópolis altoimperial en la que A. Martínez
Valle llevó a cabo a comienzos de los años 90 una intervención en la práctica totalidad del área funeraria (Martínez Valle, 1995b y 2000). No obstante, la dispersión de material y
la presencia de material doméstico y elementos constructivos
indican que en el mismo lugar había también una villa. La
única noticia publicada que tenemos al respecto es el hallazgo
de un basurero y una zona de almacenes cerca de la necrópolis
(Castellano, 2000: 53), pero sus materiales están sin publicar.
La presencia de una necrópolis en el valle del Magro es un
dato muy a tener en cuenta para la interpretación del mismo
como un camino pretérito (Quixal, 2008 y 2012). La Calerilla
es también interesante porque cuenta con materiales ibéricos
tardíos, tanto del Ibérico Final, como de tradición ibérica en
los primeros siglos del Imperio.
En la necrópolis se han documentado dos momentos de
utilización. En el s. I d.C. está compuesta por un pozo votivo, un monumento funerario y tumbas de incineración a
su alrededor. El monumento funerario, sin duda el elemento
principal, tendría forma de altar y alcanzaría unas dimensiones de unos 5 x 3/4 m. Constaría, de abajo a arriba, de una
plataforma de mampostería en la base, zócalo de piedras de
arenisca con sillares moldurados, estructura interna de opus
caementicium forrado de quadratum, capiteles de decoración
vegetal, inscripción funeraria enmarcada por eros y decoración vegetal, cornisa de ovas y dardos, moldura y pulvinus o
remate superior. Destaca la inscripción funeraria incompleta
dedicada a Domitia Iusta (vid. fig. 239.5). Alrededor del monumento se establecen diversas tumbas de incineración, algunas directamente sobre los busta crematorios. Tanto el ritual
como la decoración de las urnas (motivos fitomorfos, tríos de
eses, etc.) son de marcada tradición ibérica (Martínez Valle,
2000: 7) (vid .fig. 243.2). Ya en el s. III d.C. el ritual funerario
cambia a la inhumación.
El llano de Campo Arcís
El llano de Campo Arcís es la gran llanura al Sur de la ciudad
de Requena, delimitada por la sierra de La Ceja al Norte y
las estribaciones de La Serratilla por el Este (Piqueras, 1997:
135-38) (fig. 49 y lám. II.1). El paisaje es de badlands, ya
que el terreno ha sido excavado por los diferentes torrentes
que vierten sus aguas a las ramblas de Los Morenos y La
Alcantarilla en el Sur, creando los característicos “terreros”,
torrenteras que aumentan en tamaño año tras año. Al mismo
tiempo, se trata de una zona con abundantes “simas”, algunas
de las cuales creadas también de forma rápida. La fuente de
Los Morenos, en la rambla del mismo nombre, es la más conocida en muchos kilómetros a la redonda. Zona dedicada a
la viticultura, además de Campo Arcís cuenta con las aldeas
todavía pobladas de Los Duques, Casa de Eufemia, Los Ruices y Casas de Cuadra.
Cerro Gallina (Requena)
3,3 ha (disp.)
ss. V y II - I a.C.
R.004
Material escaso y disperso en una zona amplia, marca una ocupación durante el Ibérico Final por el hallazgo de una moneda ibérica
de Ikalkusken y un kalathos de ala plana y borde hacia el interior.
En el corte del camino todavía se observan cerámicas in situ.
Casa Alarcón (Requena)
3,3 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - II d.C.
R.006
Material escaso alrededor de la carretera que va de Campo Arcís
a La Portera, cerca del caserío del mismo nombre. Presenta una
forma Drag. 24/25 de sigillata sudgálica, fragmentos de sigillata africana A y cocina romana, así como un molino pétreo.
45
[page-n-63]
Fig. 49. Mapa del llano de Campo Arcis.
Casa de la Cabeza (Requena)
1,5 ha (disp.) (conc.)
s. II a.C.
R.030
Este yacimiento goza lógicamente de un trato preferente por ser
objeto de excavación arqueológica bajo nuestra codirección y
la de Consuelo Mata, con un total de tres campañas. Si bien
tanto sus planimetrías y estructuras, como el conjunto de sus
materiales se encuentran en fase de estudio, exponemos aquí los
principales resultados al ser de gran importancia para diversos
apartados del trabajo, dado su carácter de unicum para esta cronología en la comarca.
El yacimiento recibe su nombre por su proximidad al caserío de la Casa de la Cabeza, uno de los más destacados del
municipio de Requena, y está a los pies del Cerro de la Cabeza,
poblado fortificado del Ibérico Pleno (fig. 50.1 y 4). La orografía del terreno es una suave loma que termina en un pequeño
espolón desde el cual se domina toda la llanura de Campo Arcís
y la entrada a la rambla de Los Morenos. El yacimiento fue
objeto de una prospección arqueológica en los años 70 del siglo
pasado por parte de Javier García Hernández, quien deposito algunos materiales en el SIP, entre ellos una tobera cerámica (fig.
59.9). Seguramente estas visitas estuvieron relacionadas con las
excavaciones no regladas que se llevaron a cabo en el citado
cerro a raíz de la construcción de una balsa de riego en su cima
46
en los años 70, dejándose a la vista numerosas estructuras. Las
actuaciones fueron llevadas a cabo por un grupo de requenenses aficionados a la Arqueología, bajo la tutela académica de J.
Aparicio (Fletcher, 1974: 96).
La Casa de la Cabeza, sin embargo, no aporta datos precisos
hasta los años 90, sin que ningún vecino consultado conozca
hallazgo alguno durante las décadas anteriores. Fue prospectado
por el grupo de investigación en el que nos insertamos en 1997,
diferenciándose dos áreas, Casa de la Cabeza I, de cronología
ibérica final donde hemos actuado, y Casa de la Cabeza II, pequeña colina apartada con algo de material romano. Por nuestra
parte, fue visitado en verano de 2009. Su elección como lugar
de excavación entraba dentro de la línea de investigación del
último decenio en torno al poblamiento rural del territorio de
Kelin, pero con el añadido en este caso de buscar un asentamiento ibérico final que pudiera contar con niveles de los ss.
II-I a.C. Precisamente ese era uno de los factores que hacían a
la Casa de la Cabeza especialmente atractiva: el carácter monofásico que apuntaban sus materiales recogidos en superficie,
juntamente con la abundancia de los mismos en algunos puntos,
el porcentaje que constituían las importaciones y el hecho de no
haber sido roturado nunca.
Como luego veremos al tratar el tamaño de los yacimientos,
inicialmente se llevó a cabo una microprospección por toda la
superficie del yacimiento y los campos de alrededor, ubicando
[page-n-64]
1
2
3
4
Fig. 50. 1. Vista de la Casa de la Cabeza y de la pinada que alberga el yacimiento desde lo alto del Cerro de la Cabeza. 2. Equipo de trabajo,
campaña 2012. 3. Proceso de excavación en el sector 2, agosto 2011. 4. Panorámica del sector 2, con la Casa y el Cerro de la Cabeza al
fondo.
47
[page-n-65]
con GPS todos los materiales arqueológicos hallados, a fin de
ver las áreas de mayor densidad y comprobar a posteriori si
eran existía una correspondencia con la presencia de estructuras, tal y como finalmente resultó. La excavación se ha desarrollado durante los meses de agosto de 2010, 2011 y 2012 (fig.
50.2 y 3; lám. X-XIII), financiada íntegramente por el Servei
d’Investigació Prehistòrica de la Diputació de València, siendo
los terrenos propiedad de María Margarita Lousa y Vicente De
Diego, quienes en todo momento han permitido y facilitado los
trabajos allí realizados. Los informes de cada una de las campañas se han ido publicando en el noticiario de la revista Saguntum
PLAV (Quixal et al., 2010, 2011 y 2012).
Desde el primer momento los trabajos de excavación se centraron en dos sectores diferenciados, actuándose en ellos de forma paralela. El sector 1 es un pequeño espolón que crea la loma
en la que se asienta el yacimiento en su extremo occidental, de
una superficie de 0,1 ha. Por otro lado, se ha denominado como
sector 2 el resto de la gran plataforma en la cual actualmente hay
una pinada de Pinus pinea.
En el sector 1 se comenzó con dos sondeos perpendiculares
entre sí en los que se encontraron algunas de las principales estructuras del área, a partir de las cuales se excavó en extensión
el resto de la superficie. En el sector 2 se hicieron un total de
cuatro zanjas con una mini retro, retirando tan sólo el nivel superficial con el fin de localizar estructuras. En una de ellas apareció un tramo de muro, a partir del cual se amplió la superficie
de excavación en ese sector.
En el sector 1, excavado en 2010, se han podido definir dos
departamentos que se alternan con sendos espacios abiertos (fig.
51.6 y 52). El departamento 1 es rectangular, muy alargado (6,5
x 2 m; 13 m²), definido por dos muros de orientación Norte-Sur
(1008 y 1011) y por uno de orientación Este-Oeste que lo cierra
por el Sur (1012) (fig. 51.3). El muro 1011 es, sin duda, el mejor
conservado. Tras retirar todo el derrumbe a ambos lados, se han
visto, adosadas a lo largo de un buen tramo de su cara exterior,
pequeñas piedras que podrían ser cuñas de cimentación en aquellos puntos en los que la roca queda más baja (fig. 51.4). En la
cara interior del mismo, por el contrario, se aprecia muy bien
cómo apoya directamente sobre la roca. El nivel de pavimentación de este departamento sería la propia roca, siendo todo el
relleno superior (1017) restos del derrumbe de los muros, formado por tierra, adobes y piedras de fracción media. Al mismo
tiempo, en el extremo septentrional del muro 1011 se localizó
un conjunto de piedras de tamaño medio/pequeño dispuestas a
modo de herradura (fig. 51.2). Pese a que la estructura está muy
mal conservada, recuerda a los hornos metalúrgicos hallados
en los interiores de algunas casas de la Bastida de les Alcusses
(Moixent, València) (Pérez Jordà et al., 2011: 115-124)3.
El departamento 2, bastante más pequeño (3,5 x 2,75 m;
9,6 m²), paralelo al anterior y ubicado en la parte más oriental
del sector, está delimitado por cuatro muros, las UUEE 1019 y
1020, muros paralelos de orientación Norte-Sur, cerrados por el
Sur por 1018 y por el Norte por 1026. Su acceso se realizaría
por el vano documentado en su ángulo lado noroccidental. En su
construcción destaca la utilización de grandes losas de piedra,
3 Agradecemos a Jaime Vives-Ferrándiz (SIP, Diputació de València) los
comentarios aportados al respecto.
48
ya que en el lado oriental la roca fue recortada para luego situar
las losas encima y conformar un muro más consistente. De nuevo el nivel de pavimento sería la roca, tal y como indica la presencia de un agujero de poste. Aunque éste no está en posición
central, no cabe duda sobre su función, pudiéndose relacionar
con alguna reparación de urgencia que se tuviera que hacer en el
techo o en alguna de las paredes. En el interior del departamento se pudieron diferenciar dos niveles: la UE 1016, correspondiente al nivel de abandono / derrumbe, y la UE 1015, una fina
capa con abundantes carbones, algunos de ellos de gran tamaño,
cenizas y algo de material cerámico, seguramente relacionado
con el incendio y destrucción de la techumbre y la viga central.
Entre estos dos departamentos queda un gran espacio abierto denominado espacio 2, con abundante material arqueológico
en su nivel de abandono (1002) y una placa de hogar alargada de
pequeño tamaño. En el extremo occidental del sector, al Oeste
del departamento 1, queda el espacio 1, cubierto en gran parte
por el derrumbe 1007. Pero sin duda lo más destacado ha sido
la documentación de tres goterones de fundición de plomo (vid.
fig. 177.3) alrededor de una placa de hogar alargada de gran
tamaño (fig. 51.5). Aunque consideramos que en estos espacios
también podría funcionar la roca como nivel de pavimento inicial, se han documentado también las UUEE 1013 y 1004, que
podemos relacionar con finos niveles de ocupación o tránsito.
Del mismo modo, se ha localizado un pequeño muro en el lado
septentrional del espolón que parece formar parte de una posible
estructura de acceso o aterrazamiento, aunque por motivos de
tiempo no se ha llegado a excavar.
El sector 2, por su parte, ha centrado el grueso de los trabajos de los años 2011 y 2012, localizándose bastantes estructuras
a lo largo de una estrecha franja Este-Oeste coincidente con la
parte más alta del terreno (fig. 54). Ya en el 2010, tras una serie
de sondeos mecánicos salieron a la luz dos tramos de muros
(2005 y 2006) formando un ángulo, aunque sin llegar a conectarse por su mala conservación. Adosada a uno de ellos localizamos una estructura compuesta por varias losas planas en posición vertical, formando una especie de alacena en forma de “U”
(2007). En su interior se encontró una tinaja con pitorro vertedor
completa, aunque muy fragmentada (fig. 53.3). Por su posición,
boca abajo con la base en la parte más alta, debió de estar encima de algún estante o tablón desde donde cayó al suelo.
Al ampliar ese espacio hacia el Sur hallamos un gran amontonamiento de piedras que a la postre resultaría ser un horno
doméstico, así como varios tramos de muros. Pese a que el yacimiento es mayoritariamente monofásico, se han podido diferenciar dos fases en este lado occidental del sector. En primer
lugar, tenemos toda una serie de tramos incompletos de muro,
semejantes a los que hallamos en la campaña de 2010 conformando un ángulo y una alacena. Se trata de las estructuras 2009,
2012, 2025 y 2037, todas ellas de orientación Noreste-Suroeste
o Noroeste-Sureste. Durante una segunda y última fase constructiva son desmontados y/o expoliados para la construcción
del citado horno doméstico, una de las pocas estructuras que no
descansa directamente sobre la roca natural.
Dicho horno (UE 2010), de tendencia circular (3 x 2 m), de
piedra en su contorno exterior y hueco en su inte ior, está muy
r
mal conservado, lo que dificulta la lectura de su funcionamiento
(fig. 53.2). En su lado meridional cuenta con un pasillo o boca
de entrada que termina en una espe ie de banco doble, mientras
c
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1
3
2
5
4
6
Fig. 51. 1. Casa de la Cabeza. Posible umbral desplazado del departamento 1; 2. Posible horno metalúrgico de herradura; 3. Departamento 1;
4. Modo de construcción del muro 1011; 5. Hogar; 6. Vista del sector 1.
49
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50
Fig. 52. Casa de la Cabeza. Planimetría del sector 1.
[page-n-68]
que su interior está relleno por un nivel de cenizas y carbones.
Se ha podido datar como islámico gracias a que contenía un
gran fragmento de olla de cocina emiral4. En su lado Norte corta
una estructura que conforma otra alacena (UE 2011); debajo se
localizó un agujero de poste que funcionaría con las esructuras
t
ibéricas desmontadas, confirmándose así las dos fases constructivas citadas. El carácter preliminar de su estudio nos impide
aportar más datos o paralelos del mismo.
Poco después se abrió a unos 12 m al Este otro sondeo justo en la zona donde hasta la fecha se ha encontrado una mayor
densidad de estructuras, potencia estratigráfica y complejidad
interpretativa (fig. 53.1). La gran distancia entre ambas catas
nos llevó a retirar mecánicamente los niveles superiores del
espacio intermedio, localizándose nuevas estructuras. En primer lugar, se han documentado dos muros paralelos de orientación Noreste-Suroeste (2013 y 2018), a los cuales se adosan
por su interior sendos bancos de piedra (2024 y 2030). Éste
último, 2030, está delimitado por grandes losas en posición
vertical y su interior es macizo. Todo conforma uno de los pocos espacios del sector configurados claramente como departamento o superficie cubierta, ya que cerraría por el Norte con
el muro 2048 y en ese lado se encontraría la puerta. El cierre
por el Sur no lo hemos podido localizar, pero es lógico pensar
que el amontonamiento irregular de piedras en la UE 2038
fuera el derrumbe del mismo, dada la pésima conservación de
los restos. Por otro lado, se ha excavado su nivel de abandono
interior 2019 hasta la roca, superficie de pavimento del mismo,
localizándose un agujero de poste de grandes dimensiones (35
cm Ø) en posición central.
Al Este del muro 2013 se adosa una cubeta con la base
recubierta de cal (2016) delimitada en sus otros tres lados por
un murete de piedras pequeñas (2031), que una vez excavado
se ha visto que llega a conservar hasta tres hiladas (fig. 53.1).
Justo por encima de la misma se documentó un nivel de carbones de forma circular. Parece que se trata de una cubeta aislada, aunque seguramente la mala conservación ha conllevado
la pérdida de otros elementos. La construcción se completa
con dos muros de orientación Oeste-Este de corto recorrido,
por lo que pensamos se trataría de un espacio semiabierto. De
nuevo la mala conservación del muro más al Sur de los dos,
2032, podemos relacionarla con el citado nivel de derrumbe
meridional 2038.
La estructura se completa con otros muros y plataformas o
enlosados de gran tamaño (2034 y 2036), que no tienen apenas continuidad porque en seguida localizamos el inicio de una
profunda fosa (2051) delimitada por algunos muros endebles
(2043) y claramente recortada en la roca natural (fig. 53.4). Inicialmente pensamos que se trataba de un espacio cerrado, dada
la tendencia vista otras veces de recortar parcialmente la roca
para ayudar en la construcción de la base de los muros y en la
delimitación de los interiores. Sin embargo, a poca profundidad
comenzamos a localizar una potente acumulación de piedras, algunas de gran tamaño, todo ello con una densidad infinitamente
superior a la que podría haber creado el derrumbe de cualquier
tipo de muro. No obstante, tanto la falta de tiempo como de
4 Agradecemos a Miquel Roselló su importante ayuda en la identificación
de dicha cerámica.
personal nos impidió abrir su superficie total y ver su forma
concreta, quedándonos obligados a excavar tan sólo una parte,
el ángulo o porción Suroeste.
Desde un primer momento se diferenciaron dos rellenos:
2042, la citada enorme acumulación de piedras de todo tipo de
tamaño junto a tierras arcillosas muy sueltas, abundante material cerámico, carbones, algo de fauna, malacofauna y un gran
fragmento de molino rotatorio; y 2041, nivel estrecho pegado
al lado Sur, mucho más compacto y sin apenas piedras o material arqueológico. La complejidad de las labores de vaciado en
un espacio tan reducido nos obligó a limitarnos a un pequeño
sondeo intentando localizar la base y aproximarnos a su posible
funcionalidad. A 1,35 m de profundidad percibimos un cambio
de relleno, comenzando un paquete de tierras arenosas (UE
2050) con abundantes carbones en el cual localizamos un fragmento de ánfora adriática y el perfil prácticamente entero de un
kalathos sin decoración (fig. 58.2). La capa tan sólo tiene unos
25-30 cm de espesor y acto seguido aparece la roca. En total la
fosa cuenta con 1,62 m de profundidad en el punto excavado.
La diferente composición de los rellenos nos hace pensar
que 2050 podría tratarse del relleno inicial, cubriendo la base de
la fosa; 2041 sería el segundo, adosado a la pared meridional,
mientras que 2042 es una anulación de la fosa mediante el vertido intencionado de piedras de todos los tamaños, no sabemos ni
durante cuánto tiempo ni con qué intencionalidad. A falta de un
estudio pormenorizado de los materiales y mayor dedicación en
el análisis de las estructuras con búsqueda de posibles paralelos
en otros yacimientos, pensamos que podría tratarse de una cisterna / aljibe de gran tamaño recortado en la roca.
Por otro lado, realizamos al Oeste de todas las estructuras,
en posición central de la cata general del sector 2, un sondeo
mecánico Norte-Sur para intentar ver si había conexión entre las
estructuras del lado occidental con las del oriental. El resultado
fue negativo; no obstante, decidimos abrir una parte, correspondiente al nivel de abandono 2023, confirmándose ese carácter de
espacio abierto sin construcciones. Gracias a ello localizamos
en dicho estrato abundante material arqueológico cerámico, metálico y dos monedas ibéricas.
Tras estos tres años de trabajos podemos realizar algunas interpretaciones sobre el carácter y funcionalidad del asentamiento. En el sector 1, excavado prácticamente en su totalidad, se ha
documentado una posible zona de trabajo de carácter auxiliar,
tal y como indican los hogares en espacios abiertos y las dos
estancias. El departamento 1, por su forma alargada, pudo ser un
almacén, mientras que el departamento 2, mucho más pequeño,
sería una pequeña caseta o cobertizo para guardar instrumental
u otro tipo de material. Los restos de plomo asociados a los hogares y al pequeño horno de herradura indican cierta actividad
metalúrgica, aunque fuera de carácter doméstico.
El sector 2, la gran plataforma de la loma, constituiría la
parte principal del hábitat. Cierto es que pese a la extensión considerable de superficie excavada la mayoría de estructuras halladas forman parte de equipamientos auxiliares (alacena, horno,
cubeta, cisterna, etc.), de ahí que la apariencia inicial sea también de una zona de trabajo. No obstante, la multitud de tramos
de muros con la misma orientación cuya relación planimétrica
resta por determinar quizás pertenezcan a una posible construcción, correspondiente a la primera fase de ocupación, que
constituiría el edificio principal del asentamiento y cuya conser51
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1
2
3
4
Fig. 53. 1. Casa de la Cabeza. Vista de las estructuras orientales del sector 2. 2. Horno islámico. 3. Tinaja completa dentro de 2007.
4. Fosa o cisterna 2051 (excavación incompleta).
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53
Fig. 54. Casa de la Cabeza. Planimetría del sector 2.
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vación ha sido peor, en gran parte debido a la construcción del
horno islámico un milenio después. La riqueza del material recogido en el sector 2 (porcentaje muy elevado de importaciones,
monedas, piezas decoradas, etc.) también apunta a la existencia
de un asentamiento estable en esta área.
Cabe determinar el carácter y funcionalidad de la cubeta de
cal, así como su relación (si la tuviere) con los enlosados y la
posible cisterna, ya que son estructuras que nos pueden indicar
las actividades que se llevaron a cabo (transformación de algún
alimento, elaboración de algún producto, etc). El hecho de que
se trate de una sóla cuba, juntamente con la relación directa con
el agua (cisterna), parecen apuntar más hacia una producción
olearia, dadas las estructuras semejantes halladas en otros yacimientos del Mediterráneo (Puig et al., 2004).
El cronista de Requena, Rafael Bernabéu, apuntaba el hallazgo de un antiguo martinete romano en Campo Arcís (Bernabéu, 1989: 17), dato que quizá está haciendo referencia al
descubrimiento de algún contrapeso de almazara, pieza determinante en la identificación de estas estructuras. La cronología aportada lógicamente podía ser errónea y su ubicación en
la Casa de la Cabeza no deja de ser una posibilidad más. La
abundancia en el asentamiento de ánforas de vino importado
también puede hacer pensar que el abastecimiento de este producto estaría garantizado, por lo que se debería cubrir el déficit
de aceite con una producción propia. De una u otra forma, deberemos esperar a datos y paralelos más fiables para plantear
nada de forma más segura.
Los materiales obtenidos en las tres campañas de excavación ya han sido lavados, clasificados, inventariados y dibujadas aquellas piezas más interesantes por su forma5, tipología,
decoración o grado de conservación. Actualmente conforman
un total de diez cajas de material arqueológico depositadas en
el MPV. Una vez realizada esta labor nos encontramos en plena
fase de análisis de los mismos, por tal de abordar de una manera más profunda cuestiones de espacios, variedades tipológicas,
secuencia de recepción de importaciones, paralelos con otros
yacimientos, etc. No obstante, estamos en condiciones de adelantar una serie de aspectos de cara a un conocimiento preliminar de su registro material.
Tal y ya hemos apuntado, la Casa de la Cabeza, pese a tratarse de un pequeño asentamiento rural, tiene un volumen de
importaciones destacable, proveniente en su mayor parte de
ámbito itálico. Los fragmentos de ánforas vinarias vesubianas
Dressel 1, algunos de gran tamaño, son muy abundantes tanto
en superficie como en niveles arqueológicos de ambos sectores,
si bien el NMI es reducido porque apenas se han conservado
bordes y pivotes, siempre relacionados con la variante 1A (fig.
55.1 y 2, 57.1 y 2). Junto a ellos, en el sector 2, principalmente
dentro de la fosa / cisterna 2051, se han podido recoger contados
fragmentos de ánforas adriáticas precedentes de la Lamb. 2, así
como ánforas de Brindisi e informes de ánforas norteafricanas
que por cronología pertenecerían al tipo Mañá C2. Por el contrario, el barniz negro contemporáneo de estás producciones apenas está presente, con tan sólo tres fragmentos de Campaniense
A de los que no hemos podido determinar su forma. También se
5 Los dibujos fueron realizados a mano de manera colectiva, mientras que
su digitalización corrió a cargo de Adrián Pérez Reyes.
54
recuperó en el sector 1 un pequeño ungüentario y en el sector 2
un mortero itálico y dos cubiletes de paredes finas Mayet II. Todas estas importaciones serán integradas en el bloque siguiente
en el apartado de circulación de materiales y productos.
La Casa de la Cabeza en los próximos años tiene que ser un
referente en cuanto a conjuntos cerámicos indígenas del s. II
a.C., ya que se trata de una fase con apenas fósiles directores si
lo comparamos con momentos más antiguos. En líneas generales el conjunto cerámico está compuesto por tipos y formas ibéricos muy comunes, presentes desde los ss. VI-V a.C. y durante
todo el periodo ibérico. No faltan los característicos bordes moldurados, engrosados y pendientes en todo tipo de recipientes,
las bases cóncavas y anilladas, las decoraciones pintadas con
formas geométricas (círculos concéntricos, tejadillos, bandas y
filetes, etc.) y la diferenciación entre cerámica fina Clase A y las
cerámicas reductoras de cocina Clase B (Mata y Bonet, 1992).
No obstante, hemos separado una serie de tipos que, aunque
también aparecen en otros contextos más antiguos, su destacada
presencia en este yacimiento permiten defender su continuidad
o una mayor importancia durante el Ibérico Final.
A continuación apuntamos algunas de estas características, la mayoría de las cuales retomaremos en sus respectivos
apartados:
- En superficie se recogieron bordes moldurados de ánfora
(fig. 56.6). Del mismo modo, en el sector 1 apareció un
borde plano de ánfora, de clara transición hacia un dolium
(fig. 56.3).
- Presencia de bordes de lebetes de ala plana. Los lebetes
son más abundantes que las tinajas, mientras que las tinajillas sí que son de los tipos más frecuentes. Algunas tinajas cuentan con pitorro vertedor, una de ellas conservada
entera dentro de la UE 2007 (fig. 53.3).
- Los kalathoi en este yacimiento tienen una distribución desigual. En el sector 1 no se documentó ninguno, mientras que
en el sector 2 hay un NMI de 13, todos con ala plana (fig.
58.1 y 2) y cuatro de ellos a su vez con labio interior.
- Mayor abundancia de páteras que de platos y presencia
significativa de escudillas y cuencos.
- Total ausencia de fusayolas y pondera.
- Documentación de diversas imitaciones de formas clásicas, sobre todo de las formas Lamb. 36 (fig. 56.5, 58.5 y
59.6) y 55 (fig. 58.6 y 7) de Campaniense A.
- Uno de los campos más interesantes y en el que nos deberemos deterner más es el de las cerámicas de cocina. Ollas
y tapaderas presentan bordes y formas nada comunes (fig.
56.7 a 10 y 58.8 a 10), que en ocasiones están marcando
una transición hacia la típica cerámica de cocina romana.
- Presencia de bases altas tanto en recipientes cerrados
como abiertos.
- En ambos sectores se han recuperado fragmentos y piezas
con decoración compleja, en tres casos figurada (vid. fig.
192.5, 6 y 7) en el apartado correspondiente), propias de
este horizonte tardío de los ss. III-I a.C.
- Diversos oinochoes, olpes, botellas, caliciformes y ollas
aparecen con baquetones (fig. 55.8, 56.7 y 10, 58.8 y 59.7).
Su presencia en recipientes de vajilla de mesa pensamos
que puede relacionarse con cronologías finales, algo que
también se ha visto en el horno de La Maralaga (Lozano,
2004 y 2006).
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5 cm
Fig. 55. Casa de la Cabeza. Materiales recogidos en superficie previa excavación.
55
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Fig. 56. Casa de la Cabeza. Materiales del sector 1. Dos grupos de escalas (1-10 y 11-12).
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Fig. 57. Casa de la Cabeza. Materiales del sector 2. Dos grupos de escalas (1-8 y 9).
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Fig. 58. Casa de la Cabeza. Materiales del sector 2.
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Fig. 59. Casa de la Cabeza. Material arqueológico diverso.
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- Se han recuperado un total de tres fragmentos con engobe
rojo (vid. fig. 198) y uno con decoración imprensa (vid.
fig. 202.6), producciones propias del territorio de Kelin.
En el yacimiento existen algunos materiales que nos remiten a una cronología más antigua. No consideramos que
ello tenga por qué indicar una ocupación estable de la loma
durante el Ibérico Antiguo o Pleno, sino que se puede explicar mediante otras vías: bien por la proximidad al Cerro
de la Cabeza que generaría frecuenciaciones esporádicas del
lugar, bien por cuestiones de herencia en el caso de las cerámicas de más valor. En este sentido hemos recuperado dos
fragmentos de barniz negro ático del que poco podemos decir
más que su encuadre en los ss. V-IV a.C. (fig. 61.1), diversos
bordes de plato de ala ancha tipo Lloma de Manoll (Bonet
y Mata, 1997b: 36-37), alguna pieza bícroma y un borde de
ánfora cuya forma recuerda a las R. 1 fenicias (fig. 55.5). Del
mismo modo, superficialmente se recogieron dos fragmentos
de tegulae, uno de TSH y una olla de cocina romana que nos
indican usos y pasos esporádicos en momentos posteriores,
ya altoimperiales. En relación con la construcción del citado
horno tenemos un reducido elenco de piezas islámicas emirales, principalmente las citadas ollas de cocina “valencianas”
(Bazzana, 1986).
El yacimiento presenta una muestra de elementos metálicos6 superior a la de otros enclaves rurales de pequeña entidad excavados en el término de Requena como Rambla de
la Alcantarilla o El Zoquete. Destaca por encima de todo el
hallazgo de unas tenazas de herrero de unos 40 cm de longitud que trataremos posteriormente (vid. fig. 179). Junto a
ellas en hierro podemos destacar un extremo de herramienta
de gran tamaño acabada en punta, tipo pico u otra herramienta
para romper y extraer piedra (fig. 59.5); diversos clavos (fig.
59.4), varillas, láminas, parte del pie de una fíbula (fig. 59.2),
indeterminados y escorias de forja. De plomo sobresalen los
tres goterones de forma irregular, así como una laña de plomo
(fig. 59.3) y diversos indeterminados. Juntamente con un par
de objetos de bronce, los metales se completan con la muestra
monetaria compuesta por tres cuadrantes de Arse, dos ases de
Kili y un as de Castulo (vid. fig. 214), todas cecas ibéricas
(Torregrosa et al., 2012). En el proceso de excavación se han
podido documentar y, en ocasiones, recuperar abundantes adobes, fragmentos de arcilla de paredes y techos con improntas
de vegetación (fig. 59.8), trozos de molinos barquiformes y la
parte activa de un gran molino rotatorio (vid. fig. 184).
ha quedado reflejado en su propia toponimia como en otros tantos
ejemplos cercanos. No obstante, en los últimos años las transformaciones han sido más frecuentes pese a estar ya catalogado, lo
que ha sacado a la luz y destruido al mismo tiempo una gran cantidad de material constructivo, una acumulación impactante de
tegulae, imbrices, sillares, restos de opus spicatum, enlucidos con
pintura mural, dolia y material cerámico de todo tipo (fig. 60).
El profesor Juan Piqueras, vecino de Campo Arcís, nos llevó a
visitar el lugar y comprobamos cómo en algunos puntos se veían
manchas de coloración grisácea, seguramente correspondientes
a fosas o basureros, mientras que en otros había restos de opus
caementicium destrozado, seguramente muros que habían sido
cortados por la retroexcavadora. La pasividad de las autoridades
competentes está permitiendo que se pierda una información valiosísima de uno de los referentes en el poblamiento rural romano
del interior valenciano.
Se ha documentado cerámica ibérica, presente en un porcentaje muy reducido respecto al resto de materiales. Ello
nos plantea la problemática de si realmente el yacimiento
arranca en época ibérica final o si los materiales simplemente
presentan factura ibérica pero son de época imperial, dándose una continuidad en las pastas y en las técnicas de producción. En el 2010 pudimos recuperar dos lebetes ibéricos (fig.
61.2 y 3), uno prácticamente entero en su mitad superior y
en cuyo interior había restos orgánicos y malacofauna, de los
cuales recogimos una muestra. También se ha documentado
engobe rojo, lo que nos confirma la cronología final de esta
producción local. Por todo ello abogamos por un inicio de su
ocupación en el s. I a.C., con continuidad en las producciones
cerámicas comunes durante el siglo siguiente.
Los materiales datables como romanos imperiales son
muchos y muy diversos. De cerámica de cocina se han contabilizado siete ollas (fig. 62.4), una de ellas identificable con
la forma Vegas 1 por el borde vuelto hacia fuera (fig. 62.2)
(Vegas, 1964: 11), y tapaderas (fig. 62.3). De cerámica común hay dos botellas (fig. 62.5), un asa de jarra y un borde
de jarra del tipo B de Beltrán (1991, 194). Entre las sigillata,
la mayoría son hispánicas, pudiéndose diferenciar cuatro for-
Los Villares de Campo Arcís o de Los Duques (Requena)
17 ha (disp.)
s. I a.C. - IV d.C.
R.049
Es uno de los yacimientos más importantes de la comarca a todos
los niveles, algo que por desgracia ha quedado todavía más claro
tras una reciente transformación agrícola en 2010, que ha destruido gravemente uno de sus sectores. Próximo al caserío de Casas
Giménez, a medio camino entre Campo Arcís y Los Duques, los
vecinos de ambas aldeas desde siempre han conocido el hallazgo
de piezas cerámicas y material constructivo en el mismo, algo que
6 Durante las excavaciones se utilizó un detector de metales como instrumento de ayuda y control de hallazgos.
60
Fig. 60. Muestra de la destrucción ocasionada en Los Villares de
Campo Arcís tras la transformación de 2010.
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1
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Fig. 61. Materiales iberorromanos de Los Villares de Campo Arcís.
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Fig. 62. Materiales romanos de Los Villares de Campo Arcís.
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mas Drag. 37 (ibíd.: 131), dos de ellas decoradas, dos Drag.
15/17 (ibíd.: 127), una de buena calidad y otra de mala (fig.
62.1), y tres fragmentos informes. De sigillata sudgálica tan
sólo se ha recuperado un fragmento informe, siendo las sigillata africanas más comunes. En este sentido, se ha documentado una forma Hayes 6 de TSA A antigua (Serrano,
2005: 230-31), un informe de TSA A y una Hayes 50 de TSA
C, una forma tardía propia del s. III d.C. (ibíd.: 239).
El repertorio de cerámicas romanas se complementa con un
fragmento informe de cerámica de paredes finas, tres ánforas béticas indeterminadas, un borde de Dressel 2-4 de pequeño tamaño
a modo de anforisco (fig. 62.7) y un borde de dolium (fig. 61.1).
Por último, queda un elemento indeterminado de pequeño tamaño (fig. 62.6) y un par de objetos metálicos. En el catálogo del
Museo de Requena se cita una tubería de plomo procedente de
este yacimiento (Aparicio y Latorre, 1975: 37).
pero consideramos que posiblemente sean bancales en vez de
muros antiguos. Se han documentado un fragmento de TSH,
uno de TSA y otro de cerámica común romana.
Casa del Tesorillo / Los Apedreaos (Requena)
1,6 ha (disp.)
ss. II a.C. - III d.C.
R.067
Yacimiento ibérico pleno y romano altoimperial que podríamos
incluir dentro de la misma realidad que Los Villares de Campo
Arcís, dada su proximidad con él. Existen estructuras visibles,
Ubicado en el extremo septentrional del llano de Campo Arcís, sin duda
es el yacimiento referido por E. Herrero (1891: 21-22) como “ejemplo
del grado de perfección que alcanzaron los romanos es el edificio levantado en torno a Campo Arcís, cerca de la actual Casa de la Tejería”,
caserío este último pegado a la Casa del Tesorillo. Incluimos dentro de
la misma realidad a los yacimientos fichados en la DGPA como la Casa
del Tesorillo y Los Apedreaos, muy próximos entre sí. Pese a que en
ambas fichas se destaca la profusión de hallazgos cerámicos y constructivos, en nuestra reciente prospección no hemos localizado alrededor
del caserío más que tegulae, imbrices, dolia y algo de cerámica común
ibérica y romana, todo ello con entremezclado con material más moderno. Por ello consideramos que el verdadero núcleo se ubica en Los
Apedreaos, siendo la Casa del Tesorillo un espacio relacionado .
Se habla de presencia de sigillata hispánica, clara A y estucos
rojizos. Lo más destacable, por encima de todo, es el fragmento
de lápida de caliza con una roseta de seis hojas enmarcada en una
circunferencia y un campo epigráfico ilegible, depositado en el
Museo de Requena (vid. fig. 239.7). Todavía en el interior del patio abandonado pudimos localizar, gracias a las indicaciones de
Juan Piqueras, un par de basamentos de columna (fig. 63 y 64).
Además, su propio topónimo también está indicando el hallazgo
en siglos pasados de monedas u otros objetos valiosos, seguramente localizados en el momento de construcción del caserío por
ubicarse éste encima del asentamiento pretérito, tal y como es
común en otros yacimientos de la comarca.
Fig. 63. Basamento de columna en el patio de Casa del Tesorillo.
Fig. 64. Basamento de columna en el patio de Casa del Tesorillo.
Casa de la Vereda (Requena)
1,4 ha (disp.)
ss. IV/III a.C. - I/II d.C.
R.065
Material escaso y disperso alrededor del caserío del mismo nombre, en las proximidades de Campo Arcís. Tiene sigillata hispánica (dos fragmentos) y en la ficha de la DGPA también se habla de
barniz negro campaniense y kalathoi.
El Balsón (Requena)
0,95 ha (disp.)
62
ss. IV-III a.C. y I/II d.C.
R.066
[page-n-80]
Puntal del Moro (Requena)
2,8 ha (disp.)
1,2 ha (conc.)
ss. VI a.C. y I/II d.C.
R.079
A unos 600 msnm, el yacimiento se ubica sobre una ladera
al pie de Los Alcores y cerca de la importante rambla de Los
Morenos, centro de producción vinícola durante el Ibérico
Pleno. En cambio, este yacimiento parece haberse ocupado
tanto antes como después del momento de auge en el valle,
pero no durante. En superficie existen restos de muretes e incluso posibles habitaciones de planta cuadrada o rectangular.
Las cerámicas romanas, que son las que aquí nos ocupan, se
concentran en el extremo Noreste, destacando TSH (tres fragmentos), común romana y tegulae.
Casa de las Cañadas (Requena)
0,4 ha (conc.)
ss. II - I a.C.
R.094
Yacimiento localizado tras la construcción de un camino, lo que
provocó la aparición de cerámicas y restos de muros en el propio
corte. El grueso del material es ibérico, más algún fragmento de
ánfora campana republicana y algún trozo de molino.
Lomas y cañadas de Los Pedrones y rambla
de la Fuen Vich
El Ardal (Requena)
1,8 ha (disp.)
0,25 ha (conc.)
con decoración vegetal y figurada, monedas, una botella de vidrio
y una estatuilla de bronce de la diosa romana Minerva (vid. fig.
243.8). Nosotros hemos contabilizado tres fragmentos de ánfora
campana, cinco de TSH, dos piezas de cerámica común romana
e informes ibéricos. De este yacimiento procede una inscripción
latina a la que nos referiremos posteriormente (vid. fig. 239.6).
ss. II a.C. - II/III d.C.
R.078
A pesar de tratarse de un yacimiento conocido a nivel bibliográfico (Martínez Valle, 1995a), nuestra prospección tan sólo pudo
localizar escaso material alrededor de la loma, diferenciando una
pequeña concentración al Noreste de unas 0,25 ha. Por esas referencias sabemos que en el yacimiento apareció material ibérico
El Sureste de la comarca en la actualidad es un área secundaria a nivel poblacional y parece que esta característica era
compartida en época ibérica y romana. Constituye la transición geográfica entre la Meseta de Requena-Utiel y la depresión del Valle de Cofrentes-Ayora y buena parte de la misma
está salpicada por las estribaciones occidentales de Sierra
Martés (fig. 65 y lám. II.2). El paisaje es de lomas y cañadas,
Fig. 65. Mapa de los llanos y cañadas de Los Pedrones y la rambla de la Fuen Vich.
63
[page-n-81]
cultivos de secano y amplias áreas forestales. La rambla de la
Fuen Vich, de curso Suroeste-Noreste hasta verter sus aguas
ocasionales en el río Magro, parece que era el eje articulador
de la zona en la Antigüedad En cambio, actualmente el elemento más importante es la N-330 o “Carretera de Almansa”,
conectada con la cual están las aldeas poco pobladas de Los
Pedrones, Casas de Soto y la Fuen Vich, junto con un elevado número de caseríos semiabandonados. Se trata de una
zona muy rica en fuentes, algunas como la de Hórtola que
abastece a diversas aldeas de su alrededor. Al mismo tiempo,
en la depresión hacia el Cabriel el terreno presenta margas
y yesos del Keuper con abundantes intrusiones de sales, lo
que genera salinas, algunas de ellas explotadas desde la Edad
Media si no antes.
Los Villarejos o Los Moros (Requena)
1 ha (disp.)
ss. VI a.C. - II/III d.C.
R.035
Existen noticias orales del hallazgo de restos humanos, así
como objetos de oro, a comienzos del siglo XX en este paraje
próximo al Barrio de Arriba de la Fuen Vich. Precisamente es
conocido por los lugareños como “Los Moros”, por el hallazgo
de dichos huesos y por la presencia de una serie de elevaciones
y hundimientos bastante extraños a un lado del camino (fig.
66). Nuestras repetidas visitas y prospecciones nos han permitido comprobar que se trata de un yacimiento complejo, con
una distribución y materiales un tanto inusuales. La dispersión
de cerámica es amplísima, pero sin alcanzar en ningún punto
una densidad relevante. No obstante, ésta da una amplísima
cronología (ss. VI a.C. - I/II d.C.), de forma pareja al cercano
yacimiento de Fuen Vich. A su vez, en recientes prospecciones pudimos comprobar la presencia de objetos valiosos con el
hallazgo superficial de una fusayola decorada y un pendiente
de oro, éste último en una zona de torrenteras, llevado aguas
abajo por su poco peso (Quixal, 2008: 111-12). En la parte
superior, en una zona aterrazada seguramente en los ss. XVIIIXIX, aparecen restos de muretes que podrían ser también antiguos. Todos estos datos nos llevan a plantear que en la zona
existiría una necrópolis, sin negar también un posible carácter
Fig. 66. Elevaciones anómalas en Los Villarejos, próximas a la
zona de aparición de restos.
64
Fig. 67. Materiales de Los Villarejos.
de hábitat, tal y como marcan el resto de materiales. Lo que es
evidente es que su evolución va de la mano del asentamiento
de Fuen Vich, si bien Los Villarejos en época romana tan sólo
muestra una ocupación residual.
Del yacimiento proceden escasos materiales correspondientes
a la época que nos ocupa. Como ibéricos finales podemos clasificar un asa y un fragmento informe de ánfora campana republicana y un pequeño fragmento ibérico con decoración compleja (vid.
fig. 192.11). De época imperial tenemos dos bordes de dolia (uno
de gran tamaño y otro pequeño) (fig. 67.1 y 3), un asa de ánfora
Dressel 2-4, un fragmento de TSI, un borde de TSH decordada
de la forma Drag. 37 (Beltrán, 1991: 131) (fig. 67.2), una base
de TSH de la forma Drag. 15/17 (Beltrán, 1991: 127) y una base
indeterminada de TSH.
Fuen Vich o Juan Vich (Requena)
1,5 ha (disp.) /
0,45 ha (conc.)
ss. VI a.C. - II/III d.C.
R.080
Yacimiento iberorromano en las proximidades de la Fuen Vich,
atravesado justo por en medio por la carretera que conecta esta
aldea con Los Pedrones. A mediados de los años 70 los investigadores del SIP Aparicio y San Valero visitaron el lugar por la
noticia del hallazgo de materiales (Aparicio y San Valero, 1977).
Actualmente el material se encuentra disperso por una serie de
bancales a ambos lados de dicha carretera, si bien la concentración es mayor en el inferior, sobre todo después de épocas de
labranza. Algunos de los material constructivos antiguos forman
Fig. 68. Fuen Vich. Sillar reutilizado en una horma.
[page-n-82]
29 de TSG, una de las formas más exportada de esta producción
y que se puede encuadrar en la los primeros dos tercios del s. I
d.C. (Roca, 2005: 119), así como una Hayes 22 de TSA A antigua (Serrano, 2005: 233) (fig. 70.4), datable en el s. II d.C., y
cuatro informes más de TSA A. Al mismo tiempo, también se
han recogido recipientes anfóricos, como una Dressel 2-4 y otra
indeterminada, más un dolium con borde moldurado (fig. 70.2)
y cerámicas de cocina como una tapadera y una olla (fig. 70.5).
El Carrascalejo (Requena)
8,9 ha (disp.)
Fig. 69. Fuen Vich. Restos de material constructivo de gran tamaño.
parte del bancal divisor, como son un par de sillares perfectamente escuadrados (fig. 68), así como un posible basamento de columna o elemento troncopiramidal indeterminado.
Pese a que no tiene un tamaño excesivamente grande, los materiales ofrecen una amplia diacronía y presentan algunos tipos
de calidad destacable. En este sentido se han documentado ánforas fenicias e itálicas, vajilla de mesa campaniense y sigillata, así
como kalathoi y un grafito ibérico barniz negro (Aranegui y Siles,
1978) (vid. fig. 237.2). El volumen de tegulae, imbrices y ladrillos, si bien no comparable a otros yacimientos como Los Villares
de Campo Arcís o La Calerilla, es bastante significativo (fig. 69).
Entre los materiales de cronología Ibérica Final podemos
citar un fragmento informe de ánfora campana republicana, un
borde pintado de ala plana de kalathos (fig. 70.1) y una jarra de
cerámica común tipo B de Beltrán, con 2 baquetones en el borde
y rebaje interior para tapa, similar a las que en Caesaraugusta
aparecen en época republicana (fig. 70.3). Por su parte, el corpus de materiales romanos es más extenso, con un grupo amplio de sigillata, con una base de TSI, dos ejemplares de Drag.
15/17 de TSH (Beltrán, 1991: 127) y cinco informes de TSH
(uno de ellos decorado). Por otro lado, destacamos una Drag.
ss. II/I a.C. - II d.C.
R.082
Amplia dispersión de materiales entre los caseríos de Casas del
Carrascalejo y Casas de Pedrón, en una zona que debe su nombre
a la abundancia de carrascas, algunas de gran tamaño. El terreno, en mayor parte dedicado al cultivo del cereal, no presenta en
ningún punto posibles restos constructivos, si bien algunas de las
piedras utilizadas en las hormas de separación de campos pueden
proceder del asentamiento antiguo. En nuestra visita al lugar en
2010 no localizamos apenas materiales cerámicos como sí se documentaron en el 1996 por el grupo dirigido por C. Mata, concretamente un kalathos de ala plana y fragmentos informes de ánfora
campana republicana y sigillata.
Hórtola (Requena)
Indeterminado
ss. I - II d. C.
R.XIII
El yacimiento de Hórtola procede de la base de datos de la
DGPA. En ella se comenta el hallazgo de escasos restos cerámicos cuando se realizaron obras de ensanche de un camino
entre el caserío de Hórtola y el manantial, cerca de donde
estaba el famoso pino monumental que fue víctima de los
graves incendios que azotaron la zona en los años 90. Entre los materiales se cita el hallazgo de sigillata hispánica y
sudgálica, cerámica tosca de cocina, un fragmento de hebilla
de bronce y una piedra de molino circular con agujero central. En nuestra visita en 2010, momento en el que la zona se
hallaba en pleno proceso de reforestación, tan sólo pudimos
localizar un fragmento de olla de cocina romana y una bote-
Fig. 70. Materiales
de Fuen Vich.
65
[page-n-83]
Fig. 71. Material de Hórtola.
lla ibérica con baquetón que recuerda a algunas formas de la
Casa de la Cabeza (fig. 71). Independientemente, la ubicación
en ladera y las descripciones dadas anteriormente nos hacen
pensar que el yacimiento debe de tener poca entidad, considerándolo una simple ocupación esporádica, quizás explicable
por la proximidad del manantial.
La Albosa
La Albosa es una de las subunidades de la Meseta de RequenaUtiel que geográficamente se puede definir con mayor facilidad
(Piqueras, 1997: 147-52; Argilés y Sáez, 2008). El eje principal
es el trazado de la propia rambla de La Albosa (fig. 72 y lám.
Fig. 72. Mapa de la Albosa.
66
II.3), a la cual van a parar de forma perpendicular otras ramblas
secundarias como la de Bullana, la del Boquerón, La Alcantarilla o Los Morenos, desembocando finalmente en el río Cabriel.
Sus límites son la sierra de La Ceja al Norte, que crea el escalón
central de la comarca, y La Derrubiada al Sur, ya en transición
hacia la depresión del Cabriel, lo que configura un auténtico
valle de orientación Noroeste - Sureste. El paisaje de esta zona
es muy característico, con ramblas y torrentes de rápida formación, dada la facilidad erosiva de los suelos terciarios (arcillas
de color rojizo por la zona de Venta del Moro y margas y calizas
blanquecinas de origen lacustre por Los Isidros). Hoy en día es
un fenómeno geológico que se puede palpar hasta estacionalmente, sobre todo después de las épocas de lluvia, de ahí que
el paisaje hace 2.200 años fuera muy diferente, con un menor
encajonamiento de las ramblas (Quixal et al., 2012; Ruíz Pérez,
2012; Pérez Jordà et al., 2013). Otro punto interesante es la presencia de salinas, tanto las de Jaraguas como las de Los Isidros,
la primera de las cuales está asociada a materiales ibéricos y
pudo haber sido aprovechada ya desde ese momento.
A nivel administrativo actual, el área está dividida entre los
términos municipales de la Venta del Moro, principal núcleo,
y de Requena. Del primero dependen las aldeas de Jaraguas,
Casas del Rey, Casas de Moya, Casas de Pradas, Los Marcos
y Las Monjas, mientras que del segundo lo hacen Los Isidros,
Los Cojos, Penén de la Albosa y Los Sardineros.
[page-n-84]
Los Pedriches (Requena)
11 ha (disp.)
ss. II a.C. - I d.C.
Fuente de la Reina (Requena)
VM.006
Yacimiento muy interesante con material de abundancia media en una gran dispersión (fig. 73). Podemos diferenciar dos
zonas: en el lado Sur hay escaso material, todo ibérico. Por
otro lado, en el Norte hay material constructivo romano (tegulae e imbrices), dolia, y cerámicas ibéricas e itálicas. En la
parte alta de la ladera, cerca de la aldea, hay alineaciones de
piedra con apariencia antigua. El topónimo de la aldea parece
provenir de las grandes piedras que hay al Sur de la misma,
pegadas al yacimiento.
El repertorio de materiales está formado por recipientes
ibéricos entre los que destaca un kalathos y un fragmento
informe con decoración geométrica compleja, ánforas campanas republicanas (dos informes y un borde de Dressel 1A)
(fig. 74.2), un ánfora romana imperial indeterminada, cuatro
fragmentos de TSH y un plato con ranura interior de TSA A
antigua Hayes 5 / Lamb. 18, datable entre finales del s. I d.C.
y la 1ª mitad del II. También proceden de este yacimiento dos
dolia, una de las cuales presenta un borde engrosado propio
del s. I d.C., siguiendo lo establecido en tipologías precedentes (Beltrán, 1991: 260-62) (fig. 74.1).
6,4 ha (disp.)
ss. IV - I a.C.
VM.008
Material escaso en una amplia extensión, si bien en nuestra
prospección del 2009 localizamos menor cantidad de material
que en anteriores visitas. De aquí procede un molino propiedad
de Roberto Fuentes García, vecino de la Venta del Moro.
Casa Sevilluela / Tesorillo de la Venta del Moro (V. Moro)
4 ha (disp.)
s. V a.C. - I d.C.
VM.019
Gran dispersión de material a ambos lados del camino asfaltado
que lleva a dicho caserío, dentro de la cual se pueden diferenciar
algunos puntos de mayor concentración. Entre los materiales se
recogieron pondera, un dolium de labio horizontal y casi plano
propio del s. I a.C. (Beltrán, 1991: 260-62) (fig. 75), engobe
rojo y sigillata (un fragmento). No se aprecian estructuras en
superficie. Hay también escorias de hierro y restos de adobes.
Fig. 75. Dolium de la Casa Sevilluela.
Las Zorras (Requena)
5,6 ha (disp.)
ss. VI a.C.; II - I d.C. y III - V d.C.
R.025
Este yacimiento toma el nombre del barranco que lo atraviesa. Encontramos material a ambos lados: al Oeste cerámica
ibérica y ánfora campana, mientras que al Este, junto a la
carretera, de nuevo cerámica ibérica y restos de estructuras
en superficie, concretamente un departamento de 2,10 x 3,6
m (fig. 76). Entre los materiales identificables tenemos un
borde de Dressel 1A y otro de TS Lucente. La secuencia cronológica que podemos determinar es un tanto extraña, ya que
tenemos materiales del Ibérico Antiguo, Final y Bajo Imperio
Romano, sin poder conocer si la ocupación fue continua o
con hiatos intermedios.
Fig. 73. Vista de Los Pedriches.
Fig. 74. Materiales de Los Pedriches.
Fig. 76. Estructuras visibles en Las Zorras.
67
[page-n-85]
Los Olmillos (Requena)
0,5 ha (disp.)
ss. V a.C. y II a.C. - I/II d.C.
R.068
Material escaso en una reducida superficie, pero con una larga secuencia de ocupación. Este yacimiento se corresponde
con Los Isidros I de la base de datos de la DGPA, del que se
dice que fue localizado tras una serie de transformaciones en
unos campos, apareciendo cerámicas y huesos asociados a
manchas de ceniza de unos dos metros de diámetro, de forma
semejante al caso de Los Villares de Campo Arcís. Entre los
materiales documentados podemos destacar una olla y una
cazuela de cerámica de cocina romana, dos fragmentos de
TSH y otro de ánfora itálica republicana.
Muela de Arriba (Requena)
1,6 ha (conc.)
ss. V - II a.C.
R.070
La Muela de Arriba es un poblado fortificado de importancia y el yacimiento insignia de La Albosa y prácticamente
de todo el Sur comarcal. Fue excavado por J. Aparicio entre
1976-77 y 1980-83 (Martínez García, 1991), siendo, un par
de décadas después, objeto monográfico de una tesina a fin
de revisar su estratigrafía y estudiar sus materiales, hasta entonces inéditos (Valor, 2003 y 2004). Este autor, pese a lo
mal documentadas que estaban las campañas de excavación,
consiguió diferenciar dos niveles en el yacimiento a partir de
los materiales arqueológicos:
- Nivel I: superficial, desde material ibérico a un fragmento
de sigillata clara A. No obstante, la ocupación en época
imperial sería residual.
- Nivel II: es al que pertenecen los niveles de ocupación
del poblado, distinguiéndose dos subfases: una entre la
segunda mitad del s. IV y finales del III a.C. datada por
las decoraciones ibéricas y la vajilla ática; y una segunda,
interesante para nuestro trabajo, entre finales del s. III y
primera mitad del II a.C., con las decoraciones típicas de
este periodo tardío y Campanienses A medias.
En el reestudio de los restos constructivos conservados,
el autor diferencia dos viviendas de un mismo nivel de ocupación en el sector 1. En el sector 2, por el contrario, habla de
un conjunto de tres posibles casas, una de las cuales por diferente orientación podría pertenecer a un momento posterior.
En una de ellas se documentó un pavimento de tierra batida
en el centro de la misma. Por otro lado, el poblado parece
seguir el modelo de muralla de barrera (Bonet y Mata, 1991:
14), fortificando solamente la parte más accesible, puesto
que el resto del perímetro cuenta con suficientes defensas
0
68
naturales (Valor, 2003: 76-78). Además de con la muralla,
dicho lado se protege con una torre de planta cuadrangular de
la que tan sólo se conserva poca altura. Presenta un cuerpo
principal y un posible refuerzo exterior.
Entre los materiales se puede destacar un dominio de la
cerámica fina de mesa (42%) y recipientes domésticos (39%),
con muy poco peso de grandes contenedores (11%) y un ya
reducido número de los grupos V (5%), VI (2%) y IV (1%).
Las importaciones que nos interesan por la cronología final
son (ibíd.: 40-43):
- Un fragmento de ánfora púnico-ebusitana T-8.1.2 o T-8.1.3
de Ramón (1995).
- Un fragmento de ánfora Dressel 1.
- Una Campaniense A F. Lamb. 36 / Morel 1312.
- Una Campaniense A F. Lamb. 31 / Morel 2950.
- Una Campaniense A F. Lamb. 23 / Morel 1121.
Más también toda una serie de imitaciones ibéricas, con
la problemática de que es complicado precisar de qué siglo
son dádo el carácter compartido de esas formas por las vajillas
ática e itálica. Se han documentado una imitación de Lamb. 27
/ Morel 2820 decorada con barniz rojo de Kelin, dos de Lamb.
28 / Morel 2642, una de Lamb. 21 y, por último, una de Lamb.
5. Quizá los ejemplos más claros a nivel de cronología son dos
imitaciones ibéricas de la forma de paredes finas Mayet XV
(fig. 77.1). Estas piezas sirven para precisar la cronología y
su aparición hace dudar al autor de si se podría alargar hasta
finales del s. II a.C.
En relación con esta secuencia de ocupación, hay un escaso número de kalathoi, algo característico de todo el territorio
de Kelin. Los dos kalathoi hallados son de ala plana y uno
de ellos con arranque de cuerpo troncocónico (fig. 77.2). Por
su parte, entre las piezas decoradas se observa una presencia
de motivos geométricos complejos como las cabelleras, tejadillos, “ss” seriadas, rombos, volutas e incluso decoraciones
figuradas complejas que remiten a un estilo tardío de segunda
mitad del s. III – primera del II a.C. (Valor, 2003: 47). Los más
interesantes son un fragmento con una hoja de hiedra, otro con
un posible ojo y un último más dudoso con una flecha, que
como sabemos puede ser desde algo simplemente geométrico
a una esquematización vegetal (Mata et al., 2010). El conjunto
de materiales atribuibles al Ibérico Final se completa con una
serie de piezas de engobe rojo local, todas ellas de vajilla de
mesa y decoradas sobre todo por el exterior.
Por último, se han documentado escorias, una tobera y restos de fondos de horno que muestran la existencia de dos posibles hornos metalúrgicos. Los metales se complementan con
el hallazgo de un proyectil de honda de plomo.
5 cm
Fig. 77. Materiales de la Muela de Arriba
(según Valor, 2003 y 2004).
[page-n-86]
La Campamento (Requena)
0,5 ha (disp.)
s. V a.C. y I/II d.C
R.071
Material escaso y disperso a ambos lados de la carretera, más
frecuente en aquellos campos que se encontraban yermos en
el momento de la visita. Se recogió un fragmento de ánfora
imperial indeterminada.
Casa del Morte (Requena)
4 ha (disp.)
0,06 ha (conc.)
ss. II - I a.C.
R.075
Material cerámico concentrado en un campo de viñas en la
cima de una suave loma. Datado como final por la presencia
de material itálico republicano.
Casa de la Alcantarilla (Requena)
12,5 ha (disp.)
1,5 ha (conc.)
ss. VI a.C. - I d.C.
R.100
Importante dispersión de material alrededor de la casa con
el mismo nombre, en la cabecera de la rambla de La Alcantarilla (fig. 78). En otros trabajos ya hemos expuesto nuestra
teoría de considerar este lugar el asentamiento principal del
poblamiento en la rambla, desde donde se capitalizaría la
producción de vino y aceite llevada a cabo durante el Ibérico
Pleno en los lagares y almazaras excavados en piedra de la
Rambla de la Alcantarilla, Solana de las Carbonerillas, Rincón de Herreros y Solana de Cantos 2 (Quixal et al., 2012;
Pérez Jordà et al., 2013). No obstante, pese a que la producción desaparece en el s. II a.C., la ocupación del paraje parece continuar hasta entrado el Alto Imperio, como atestigua la
presencia de material romano republicano e imperial.
En este sentido, se han documentado dos ánforas Dressel
1A, un fragmento informe de Campaniense A, dos informes
ibéricos con decoración compleja (vid. fig. 192.8 y 9), una
olla de cocina romana, una jarra de cerámica común romana,
un fragmento de TSH, cinco fragmentos de TSG, un fragmento de TSA y una posible ánfora africana imperial.
Tabla 3. Otros yacimientos de La Albosa.
Yacimiento
Cronología Descripción a partir de bibliografía
Sisternas
(R. XIV)
II - IV d.C.
Según la ficha de la DGPA, se trata
de una gran dispersión de material
alrededor del caserío de Sisternas,
con TSH, TSA, cerámica común y
de cocina. En el Museo de Requena
hay fragmentos de TSH procedentes
del mismo (Aparicio y Latorre 1975,
31). Cuando visitamos el lugar no
pudimos corroborar esta información,
ya que el número de fragmentos era
insignificante.
Fig. 78. Casa de la Alcantarilla.
69
[page-n-87]
Fig. 79. Mapa del valle del río Cabriel.
El valle del Cabriel
Se puede tomar como una unidad concreta todo el valle del
río Cabriel, que actua de límite meridional tanto de la comarca
actual como en el pasado del territorio de Kelin. No obstante,
somos conscientes de que en ningún momento debemos interpretarla como una unidad práctica a efectos de poblamiento,
simplemente agrupamos una serie de yacimientos con la característica común de estar ubicados en las riberas del río. El Cabriel entra en la Meseta de Requena Utiel por el Noroeste, en la
zona donde actualmente está el embalse de Contreras (fig. 79 y
lám. III.1), y desaparece por el Sur por Casas del Río. Actualmente todo constituye un parque natural, las Hoces del Cabriel,
con el paraje de Los Cuchillos como zona geológicamente más
espectacular. No obstante, a nivel arqueológico es importante
por dos motivos: su carácter de frontera y la presencia en él de
vados naturales. Pajazo, Vadocañas, Tamayo y Villatoya son los
tradicionales pasos, algunos de los cuales tienen asociados yacimientos arqueológicos (Quixal y Moreno, 2011).
observan muros prácticamente en superficie, así como la reutilización de sillares en la construcción de las mismas. El
material arqueológico es escaso: cerámicas ibéricas (fig. 81.2
y 3), dos pondera, dos fragmentos de ánfora campana republicana, cuatro de sigillata hispánica (entre otras, una forma
Drag. 15/17) y un dolium (fig. 81.1).
Vadocañas (Iniesta, Cuenca)
0,15 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
CU.005
Yacimiento próximo a uno de los vados y puentes más importantes del Cabriel, ubicado en la orilla perteneciente a
Castilla-La Mancha (fig. 80). Cerca de las Casas del Can se
70
Fig. 80. Vista del yacimiento de Vadocañas.
[page-n-88]
0
5 cm
Fig. 81. Materiales de Vadocañas, El Periquete
y Casas de Caballero.
La sierra de El Moluengo / Villargordo
El Periquete (Requena)
1 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
R.015
Material concentrado en una ladera al Norte del río Cabriel, aparecido tras una reciente roturación que pudo afectar al yacimiento. Material ibérico como un kalathos de ala plana (fig. 81.4),
romano republicano con ánfora campana e imperial con sigillata.
Se recogió también un fragmento de dolium.
Casas de Caballero (Requena)
0,15 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
R.021
Material escaso y disperso en una ladera al Este de la rambla de
Caballero, en frente del caserío con el mismo nombre. Destaca
el hallazgo de un borde de dolium (fig. 81.5).
Aunque este sector en otros trabajos forma parte de la altiplanicie
de Camporrobles-Fuenterrobles, nosotros hemos decidido individualizarlo por presentar unas características comunes y diferentes
al resto del territorio más al Norte. En el entorno del actual pueblo
de Villargordo del Cabriel encontramos la rambla de Canalejas
como eje de erosión de un peculiar afloramiento triásico del Keuper formado por arcillas, margas y yesos, un terreno que permite
la explotación de salinas y yesares (Piqueras, 1997: 170).
La sierra de El Moluengo es el principal elemento montañoso y llega hasta el propio río Cabriel. No obstante, dentro
de ella podemos diferenciar la sierra de El Rubial, de orientación Noroeste-Sureste, que cierra uno de las vaguadas más
encajadas de toda la comarca, la también llamada cañada de El
Moluengo (fig. 82 y lám. III.2).
Fig. 82. Mapa de la sierra de El Moluengo.
71
[page-n-89]
El Moluengo (Villargordo del Cabriel)
25 ha (disp.)
ss. V a.C. - I/II d.C.
VC.002
Yacimiento en las proximidades del caserío con el mismo
nombre en medio de la cañada de El Moluengo. La abundancia de materiales es extraordinaria, muy superior a la de cualquier otro yacimiento en el llano, de ahí que hemos planteado
que pudiera tratarse de un horno alfarero que irremediablemente ha sido afectado por las labores agrícolas. Encontramos formas ibéricas de todo tipo, incluso grandes fragmentos, especialmente concentrados alrededor de la casa. Por
otro lado, el material más moderno, compuesto por tegulae
y otros elementos constructivos romanos, aparece en la parte
baja, no en la de mayor densidad. En nuestra reciente prospección no hemos localizado ningún fragmento de sigillata,
como sí se recogieron en la última década del siglo pasado.
Se constató que había cerámicas ibéricas formando parte de
los muros del caserío moderno.
La cronología de los materiales recogidos es amplia,
desde decoraciones bícromas del s. V a.C. hasta los citados
fragmentos de sigillata. Destaca el hallazgo de pondera, defectos de cocción, decoración vegetal, cerámicas con decoración impresa y engobe rojo. Para la cronología que nos ocupa
tan sólo contamos con dos bordes de ala plana de kalathos,
dos fragmentos de ánfora campana republicana, una Drag. 27
de TSH (Fernández y Ruíz, 2005: 159) y otro informe de la
misma producción, un borde de ánfora bética imperial y un
informe de ánfora púnico-ebusitana encuadrable entre los ss.
IV-I a.C. Se han contabilizado tres bordes moldurados de ánfora, algo que nos lleva a platear, en relación con su hallazgo
en otros yacimientos de cronología similar, que pueda tratarse de un tipo de producción tardía, quizás hasta realizada en
el propio Moluengo (fig. 83.3 y 4).
Camino de la Casa Zapata (Villargordo del Cabriel)
11,5 ha (disp.)
ss. VI a.C. - III d.C.
Existe una marcada diferencia en la ubicación de este yacimiento
entre lo que aparece registrado en la base de datos de la DGPA,
un punto más próximo al caserío, de donde nuestro proyecto localizó el material, a lo largo del camino de acceso. En el futuro
se debería determinar mediante una microprospección si se trata
del mismo yacimiento o si estamos ante dos concentraciones de
diferente cronología.
Entre los materiales de época romana, el autor de la ficha de
la DGPA cita TS Marmorata, TSG, TSH, TSA y cerámica común romana. A su vez, en 1995 el equipo de C. Mata recogió dos
fragmentos de cerámica común romana, un fragmento de ánfora y otro de mortero itálico republicano, dos opercula romanos,
un fragmento de TSH, otro de TSG y, por último, un fragmento
de ánfora Dressel 7/11. En publicaciones anteriores (Pingarrón,
1981: 351-353) se menciona el hallazgo de tres fragmentos de
TSG (uno de ellos una marmorata de la forma Drag. 15/17), seis
de TSH (una Drag. 15/17 y dos Drag. 37), dos de TSA A y presencia de cerámica común y de cocina.
0
Fig. 83. Materiales de El Moluengo localizados en el 2009.
72
VC.008
5 cm
[page-n-90]
Fig. 84. Mapa del campo de Utiel.
El campo y llano de Utiel / rambla de La Torre
Estamos delante de una de las zonas de suelos más ricos de
toda la comarca, gracias a la fértil ribera que crea la rambla
de La Torre (fig. 84 y lám. III.3). Ésta a la altura de la población de Utiel desemboca en el río Madre, que juntamente
con el río de Viñuelas y el agua procedente de las fuentes de
Cristal y de la Alberca forman el río Magro (Piqueras, 1997:
186). El poblamiento actual en esta zona está claramente capitalizado por la localidad de Utiel, de unos 10.000 habitantes, de la cual dependen las aldeas de La Torre, Las Cuevas,
Los Corrales y Las Casas.
Las Casas (Utiel)
7,4 ha (disp.)
0,86 ha (conc.)
ss. III/II a.C. - I/II d.C.
U.002
En la prospección de 1998 se documentó una gran dispersión de
escaso material, exceptuando una zona de mayor concentración
de no llega a 1 ha. Entre los materiales romanos destacamos un
fragmento de cerámica de cocina, una base de paredes finas, un
fragmento de TSH y tegulae. A su vez, se recogió un fragmento de ánfora grecoitálica. En nuestra visita al sitio en 2010 no
localizamos apenas material arqueológico pese a encontrarnos
en las coordenadas. Independientemente, aunque recogimos
algunos fragmentos de factura ibérica, lo que no pudimos es
documentar nada datable como final. Dentro de este yacimiento se pueden agrupar diferentes registros de la DGPA, como el
Tesorillo de las Casas, Los Villares o La Hoya, ya que todos
describen una misma realidad.
Este yacimiento formaba parte del corpus de materiales estudiado por E. Pingarrón (1981: 341), de entre los cuales podemos destacar una Drag. 18 de TSG, dos fragmentos de TSH
(una Drag. 29 y una Drag. 37) y un fragmento de TSA D (Lamb.
52 – Hayes 58), más cerámica común, cocina y ánforas imperiales. Entre los materiales publicados por Montesinos, de este
yacimiento provienen una base de TSI, una Drag. 18 de TSG,
unas Drag. 30 y 37 de TSH, más dos informes de esta última
producción (Montesinos, 1993b: 17-19).
Fuente del Cristal (Utiel)
1,32 ha (disp.)
0,4 ha (conc.)
ss. I - III d.C.
U.007
Material abundante y, sobre todo, muy concentrado en torno a una
vieja caseta de motor. La mayor parte es material romano imperial, sobre todo material constructivo (tegulae, imbrices, etc.), así
como cerámica común romana, cocina y sigillata, éstas últimas
muy abundantes. De TSI se ha documentado una Ritt. 8 (Beltrán,
1991: 84). Por otro lado, de TSH tenemos un borde de Drag. 37
73
[page-n-91]
1
2
0
5 cm
Fig. 85. Materiales de la Fuente del Cristal.
decorada (ibíd.: 131) (fig. 85.1), más ocho fragmentos informes,
mientras que de TSA hay cinco informes indeterminados y una
forma Hayes 50 de TSA C (Serrano, 2005: 239) (fig. 85.2). Entre las cerámicas comunes hay dos bordes de jarra o botella y de
cerámica de cocina hay una olla y un asa extraña trigeminada.
También hay alguna cerámica de factura ibérica, aunque puede
provenir del cambio de Era.
Cañada del Campo II (Utiel)
0,76 ha (disp.)
ss. VI a.C. y I/II d.C.
U.012
Hay dos yacimientos con este nombre. El II, inventariado por
nuestro proyecto, es una pequeña concentración de materiales al
lado de la carretera, entre los que pudimos diferenciar fragmentos ibéricos sin cronología precisa y un borde de olla romana.
Según la ficha de la DGPA, J. M. Martínez localizó restos de cenizas y de urnas cinerarias ibéricas, que corresponderían a una
primera fase de ocupación en los ss. VI- V a.C.
Los Derramadores (Utiel)
4 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
U.018
Yacimiento romano imperial que cuenta con algo de material
ibérico. Destaca la presencia de TSH (un fragmento) y tegulae.
Molino de Enmedio (Utiel)
2,6 ha (disp.)
1 ha (conc.)
ss. I - IV d.C.
U.I
Yacimiento muy interesante recogido ya por J. M. Martínez
García. Aunque hemos recuperado algún fragmento de factura ibérica, la cronología principal del mismo es imperial. Hay
una gran cantidad de material constructivo cerámico, así como
restos de grandes bloques y piedras ubicados a ambos lados del
camino, algunos escuadrados o con formas más o menos definibles. Además, en la parte posterior del molino hay una gran
Fig. 86. Restos constructivos romanos en las inmediaciones del
Molino de Enmedio.
montaña de piedras procedentes de la construcción romana que
emergieron durante la construcción del mismo en el s. XVIII.
Posteriormente, al hacer el camino meridional aparecieron el
resto de bloques (fig. 86).
También cuenta con un destacado número de cerámicas
sigillata, común y cocina, así como alguna cerámica de factura
ibérica, como un lebes de borde moldurado (fig. 87.2). De
TSH se han documentado dos formas Drag. 37 (fig. 87.1), una
de las cuales por su decoración a dos frisos seguramente sea
tardía, de finales del s. II d.C. - III d.C. (Beltrán, 1991: 118119) Por su parte, hay una base de TSG y un plato o patina
de cerámica de cocina con borde reentrante (ibíd.: 201).
Destaca el hallazgo de una caracola marina en un yacimiento
tan al interior como éste (vid. fig. 163.2, capítulo de recursos
económicos).
La bibliografía de este yacimiento recoge un gran corpus
de materiales romanos (Pingarrón, 1981: 309-324; Montesinos, 1993b: 20): una Drag. 18 de TSG; 31 fragmentos de
TSH (una forma Drag. 29 y otra Drag. 44; dos formas Drag.
27 y tres formas de Drag. 15/17, Drag. 37 y Ritt. 8), cuatro
fragmentos de TSA A (una forma Lamb. 3 - Hayes 5), diez
fragmentos de TSA C (seis ejemplares de la forma Lamb. 40
- Hayes 50), diez fragmentos de TSA D (una forma de Lamb.
52 - Hayes 58, Lamb. 51 - Hayes 59, Lamb. 42 - Hayes 67,
Lamb. 55 - Hayes 61 y Hayes 82, y dos fragmentos de Lamb.
54 - Hayes 61), tres fragmentos de TS Lucente, monedas y
numerosos materiales cerámicos (ánforas, común, cocina,
etc.), constructivos (estucos de diversos colores y tubuli propios de termas, entre otros), vidrio, inscripciones latinas en
piedra y cerámica (vid. fig. 240.18 y 19) y una moneda bajoimperial.
La Solana (Utiel)
0
1
2
Fig. 87. Materiales del Molino de Enmedio.
74
5 cm
15 ha (disp.)
ss. V a.C. y II/I a.C. - IV/V d.C.
U.020
Yacimiento de gran extensión de superficie y cronología un
tanto problemática. La ficha de la DGPA lo describe como un
yacimiento únicamente romano al Norte del río Madre, sin
embargo, en nuestra reciente visita juntamente con algo de
material romano encontramos un destacable volumen de material ibérico o itálico republicano. En este sentido, recogimos
[page-n-92]
fragmentos ibéricos lisos y pintados, fragmentos de ánfora
itálica republicana, común romana, dolia, tegulae y hasta un
borde de olla ibérica de borde reforzado con escocia, propio
del s. V a.C. (Bonet y Mata, 1997b). E. Pingarrón interpretó
lo allí hallado como parte de un vicus junto al cual surgió un
denso poblamiento rural (1982: 256-365). Al mismo tiempo,
se localizaron en los años 50 y 60 del siglo pasado una serie
de enterramientos bajoimperiales, concretamente fosas excavadas en el suelo, cubiertas por grandes losas rectangulares de
piedra, en cuyo interior había restos óseos, clavos de hierro y
cerámica (González Villaescusa, 2001).
Los materiales inventariados en el trabajo de investigación de Pingarrón (1981: 329-341) son los siguientes: dos
fragmentos de TSG (uno de ellos una Drag. 35), 18 fragmentos de TSH (entre ellos una Drag. 27, una Ritt. 8, una Drag.
46 y una Drag. 37), 17 fragmentos de TSA A (una Lamb. 9
– Hayes 27, dos Lamb. 3 - Hayes 14, una Lamb. 10 - Hayes
23 y una Hayes 15), diez fragmentos de TSA C (dos formas
Lamb. 40 - Hayes 50) y 18 de TSA D (una Lamb. 52 – Hayes
58, una Lamb. 54 – Hayes 61, dos Lamb. 42 – Hayes 67, dos
Lamb. 51 – Hayes 59, una Hayes 70 y una Hayes 45), más
otras piezas de cerámica común, cocina, ánforas y material
constructivo (mármol, ladrillos romboidales, estuco pintado,
etc.). Montesinos, por su parte, recogió las formas Drag. 29
(2), 30 y 37 de TSG, más dos Drag. 37 decoradas de TSH
(Montesinos, 1993b: 20-21). De aquí proceden también una
inscripción latina (vid. fig. 239.15).
Otros yacimientos de cronología imperial más avanzada
En la base de datos de la DGPA y en la bibliografía también nos
hemos topado con una serie de yacimientos, generalmente de cronología altoimperial, que comparten la característica de ubicarse
en esta zona (Campo de Utiel) y de haber sido registrados a comienzos de los años 90 por J. M. Martínez García, constituyendo
al mismo tiempo parte de su tesis de licenciatura. Si bien algunos
de los anteriores sí que pudieron ser corroborados en su descripción (Molino de Enmedio, La Solana, Cañada del Campo, etc.),
otra larga lista han sido visitados y, o bien directamente no se han
localizado, o bien los datos no se corresponden con la descripción
publicada. A esto podemos achacar una degradación acelerada de
los mismos, pero el hecho de que la problemática sea compartida por un elevado número de sitios consideramos que se explica
mejor por inexactitud en las coordenadas, una exageración en las
descripciones o por una duplicidad de registros de yacimientos
en muchos casos. Por todo ello hemos decidido no considerarlos
en primera línea de este estudio a falta de posteriores revisiones
más detalladas, añadiéndolos al listado de “otros” conjuntamente con los yacimientos posteriores al 100 / 150 d.C. (tabla 4).
Tabla 4. Otros yacimientos del llano de Utiel.
Yacimiento
Cronología Descripción a partir de bibliografía
Los Carasoles (U.II)
I - III d.C.
Yacimiento en el llano de Las Casas, donde según la ficha de la DGPA a comienzos de los
80 aparecieron una serie de dolia colmatadas de tierra y dispuestas regularmente, siendo
destruidas al instante por la propia máquina excavadora. La dispersión de materiales (tegulae,
imbrices, TSH y cerámica común), sin embargo, continúa.
Casa de las Córdovas
(U.III)
I - IV d.C.
Este yacimiento se ubica próximo al Barrio de los Tunos y en él supuestamente hay abundante
material de construcción (sillares y sillarejos, tegulae, imbrices, ladrillos), así como cerámica
romana (TSH y comunes). Nuestra visita no localizó absolutamente nada.
Casa del Vicario (U.IV)
I - IV d.C.
Material romano (tegulae, sillares, dolia, TSH, TSA y cerámica común) en una gran extensión.
El Campanillo (U.V)
I - IV d.C.
Yacimiento próximo a la N-III sobre una pequeña elevación, cerca de otros yacimientos como
San Antonio de Cabañas o la Ermita de Santa Bárbara. Materiales como tegulae, imbrices y
cerámica común.
El Soborno (U.VI)
I - IV d.C.
En las afueras de Utiel, junto a la fábrica de El Soborno, aparecieron materiales arqueológicos
en los años 30 del siglo pasado, todos ellos actualmente desaparecidos. Pese a que en 1990 se
menciona que todavía se podían observar materiales de época romana en uno de los campos
cercanos (tegulae, ladrillos, dolia y cerámicas comunes), en nuestra visita no localizamos nada.
Ermita de Santa Bárbara
(U.VII)
I - IV d.C.
Alrededor de la antigua ermita de Santa Bárbara y la casa adosada a la misma parece que se
hallaron materiales arqueológicos hace un par de décadas (tegulae, dolia y cerámica común).
No obstante, el yacimiento realmente es conocido porque en dicha casa se colocó a finales del
siglo pasado una lápida romana aparecida en San Antonio de Cabañas (vid. fig. 256.14). No
pudimos corroborar la presencia de restos, en parte porque en la mitad de los campos se estaban
llevando a cabo labores agrícolas; no obstante, en los que prospectamos no localizamos nada.
Fuente de la Alberca
(U.VIII)
I - IV d.C.
Dicha fuente, junto con la del Cristal, son los dos puntos principales de abastecimiento de agua
de la zona, lo que a su vez se corresponde con dos yacimientos arqueológicos. Gran dispersión
de materiales semejante a casos anteriores (tegulae, dolia y cerámica común).
Cañada del Campo I
(U.IX)
II - IV d.C.
Zona que sufrió una profunda transformación agrícola en los 80, lo que conllevó la aparición
de material romano de importancia como fustes de columna, basamentos o sillares, todo
hoy desaparecido. Actualmente sólo constituye una concentración de restos cerámicos y
amontonamientos de piedra próximos al Molino de Enmedio.
75
[page-n-93]
Fig. 88. Mapa de la sierra de Utiel.
La sierra de Utiel
Se trata de dos alineaciones montañosas paralelas de orientación Noroeste - Sureste con un valle entre las dos, el de
Estenas, plagado de fuentes (fig. 88). La sierra más al Norte
es la de El Negrete, donde se encuentra el conocido Pico del
Remedio (1.250 msnm). Por su parte, la segunda cadena, la
sierra de Utiel, está compuesta por el Cabezo del Fraile, La
Mazorra (lám. IV.1), Las Cabezuelas y Juan Navarro.
vez también se cita ya la presencia del gran lienzo de muralla
ciclópea de unos 2 m de ancho que cierra la cima por su lado
Oeste (fig. 90). Ésta fue objeto de una limpieza por parte de J.
M. Martínez e I. Espí en el 2001.
En la primera terraza, subiendo a la cima por el lado Este, en
el 2004 se recogieron cerámicas a mano y se interpretaron como
caídas de arriba. Las importaciones adscribibles a los ss. II–I
a.C. son una forma Lamb. 27 de Campaniense A, una Lamb. 36
y una Lamb. 2-3 calenas, un cubilete de paredes finas Mayet I
La Mazorra (Utiel)
0,9 ha (conc.)
ss. IV - I a.C.
U.001
El cronista de Utiel, Miguel Ballesteros, ya habló del cerro
de la “Mazmorra” (“Mazorra” por deformación) y creía que
provenía del término árabe Almazora (Ballesteros, 1899: 11).
El yacimiento, en lo alto de un cerro cónico, fue explorado
por miembros del SIP de forma paralela a las excavaciones
de Kelin en 1959 (Pla Ballester, 1960: 223-224). Se describe
una ladera con diferentes alineaciones de piedras que podrían
ser antiguas defensas, así como restos de otros muros en la
cima. Lo más interesante es la descripción de una “hoyada
rellena de piedras derrumbadas”, lo que posiblemente haga
referencia a la cisterna colmatada de 5,9 x 2,7 m que fue parcialmente excavada a finales de siglo XX (fig. 89), la cual
según los autores conformaba un silo o depósito de sección
circular, cavado en el terreno y delimitado por muros de sillería (“estando el círculo de la boca inscrito en un rectángulo
mayor, formado por cuatro paredes también de sillería”). A su
76
Fig. 89. Cisterna de La Mazorra.
[page-n-94]
Fig. 90. Muralla de La Mazorra.
Fig. 92. Boquera del Tormillo. Muro descubierto tras la construcción
de un camino.
Fig. 91. Material de La Mazorra.
(fig. 91) y dos fragmentos de ánfora campana republicana.
Anteriores prospecciones indicaron la presencia de cerámicas
romanas, pero es algo que no hemos podido corroborar.
Fuente del Hontanar (Utiel)
0,1 ha (disp.)
s. II/I a.C. - I/II d.C
U.016
Dispersión de material asociada a unas estructuras imposibles
de determinar como antiguas sin una limpieza superficial.
Junto al material ibérico hay ánfora campana (dos fragmentos), TSH (un fragmento), TSG (un fragmento), una olla de
cocina romana, sílex y hasta cerámica islámica.
Boquera del Tormillo (Utiel)
1,5 ha (disp.)
ss. II a.C. - I d.C.
U.021
Escaso material disperso por un área boscosa a media ladera.
La mayoría son fragmentos ibéricos sin cronología precisa,
con alguna cerámica pintada, cerámica a mano y tegulae. Más
espectacular es la conservación de una serie de muros en un
corte en la ladera, alguno de los cuales formado por grandes
losas. Los restos se descubrieron al efectuarse la construcción
de un camino (fig. 92) y su conservación corre peligro si no se
toman las medidas oportunas.
77
[page-n-95]
Fig. 93. Mapa del llano de Caudete de las Fuentes.
El llano de Caudete de las Fuentes / vega del río Madre
Esta subunidad es una de las más fértiles de la comarca al estar
atravesada por el cauce del río Madre (posteriormente río Magro) (fig. 93 y lám. IV.2). Aunque los hemos individualizado,
los llanos de Fuenterrobles, Caudete y Utiel no dejan de ser
una continuidad más o menos regular a los pies de la sierra
de La Bicuerca, hito en el centro del territorio. Ésta delimita
el llano por el Norte, mientras que por el Sur lo cierran los
montes de La Atalaya. Además de por de la fértil vega generada por el río y la huerta que alberga, el área destaca por la
abundancia de fuentes, como las que completan el topónimo
de la localidad de Caudete (Fuente Grande, Fuente Chica, etc).
Éstas explican la continuidad en la ocupación del lugar desde el Bronce Final hasta la actualidad, exceptuando el hiato
de época romana. Aquí es donde encontramos la capital del
territorio ibérico, Kelin, pero también la ciudad islámica de
Qabdaq, actual pueblo de Caudete de las Fuentes. La localidad
fue aldea de Requena hasta la primera mitad del s. XIX y actualmente cuenta con unos 1.000 habitantes. Parece que el topónimo árabe es la adaptación del término latino Caput Aquae
(cabeza de agua o manantial), en relación a una mención en
época romana de la riqueza hidrológica de la zona (Piqueras,
1997: 187-199). Zona de agricultura de secano, algo de huerta
y ganadería estabulada.
San Antonio de Cabañas (Utiel)
2,5 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I d.C.
U.013
Material escaso y disperso que durante un tiempo fue conocido como el yacimiento de El Somero. En el resumen de
actividades del SIP de entre los años 1956-1960 se anota la
78
visita a una casa de campo denominada “Cabañas” en Utiel,
donde se guardaba una lápida romana a la que nos referiremos
posteriormente (fig. 259.14) (Pla Ballester, 1960: 16). En el
momento de su prospección se recogió un lebes ibérico tardío
semejante a otros del Camp del Túria, algo de cerámica común romana y también alguna pieza islámica.
Kelin / Los Villares (Caudete de las Fuentes)
10 ha (conc.)
ss. VII - I a.C.
CF.001
Como anteriormente ya hemos tratado las fases de ocupación
y entidad de este yacimiento durante en el Ibérico Pleno, aquí
únicamente nos referiremos a todo lo concerniente a la época
que nos ocupa, los ss. II-I a.C. Del mismo modo, sus materiales ibéricos finales también han sido trabajados en el capítulo
de caracterización cronocultural, de ahí que nos centraremos
sobre todo en las importaciones. A pesar del extenso número
de campañas de excavación en el yacimiento, niveles arqueológicos atribuibles a esta época tan sólo se localizaron en 1985
en el sondeo IV de la parte más septentrional y baja del yacimiento, muy cerca del río Madre, en el cual aparecieron un par
de muros paralelos de técnica semejante a los de la parte alta,
así como restos de derrumbe (Mata, 1991: 17).
Hace unos años llevamos a cabo una revisión de las importaciones itálicas de Kelin, sin duda foco de mayor cantidad de
toda la comarca. La motivación era introducir las novedades
bibliográficas y tipológicas sobre las producciones preferentemente de barniz negro, ya que la publicación de los mismos es
de 1991. Y es que buena parte de las cerámicas de importación
de Kelin, aparte de las áticas, son de cronología final, lo que
prueba la importancia de la ciudad después de la conquista,
pese a la carencia de niveles conocidos (ibíd.: 50).
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En los niveles correspondientes al Ibérico Pleno, el barniz
negro del s. III a.C. es escaso y las Campanienses A son sólo
formas iniciales (finales del s. III / comienzos del II a.C.).
Las Campanienses A medias y tardías proceden todas de
prospecciones superficiales y el barniz negro caleno tan sólo
ha aparecido en un sondeo de la parte baja, próximo al río.
Las producciones de Campaniense A localizadas en niveles
arqueológicos son:
- Lamb. 49 / Morel 3311: Copa carenada con asas curvas y
pie. En Kelin tenemos un fragmento de lengüeta y una copa
entera. Morel (1981: vol. I, 257) la sitúa a comienzos del s.
II a.C. (Campaniense A Antigua).
- Lamb. 28a / Morel 2646: Copa completa poco profunda con
decoración en el fondo de cuatro palmetas radiales en disposición irregular y rodeadas de un círculo estriado. Aunque está
presente en casi todo el periodo, podemos encuadrarla por su
forma y por la presencia de palmetas y círculo de estrías en un
momento antiguo (finales s. III - principios II a.C.).
Por otro lado, entre los fragmentos podemos destacar un
borde y una base de la forma Lamb. 27 / Morel 2820, característica de todo el periodo (finales del s. III a.C. y continuidad
por todo el II a.C.). También tenemos un fragmento informe
de guttus de cuerpo liso y cabeza de león (Morel 8151), tipo al
que nos referiremos más adelante, y siete fragmentos informes
más. Por tanto, estamos ante un conjunto que se puede encuadrar preferentemente como Campaniense A Antigua de finales
del s. III – principios del II a.C. (Mata, 1991: 39), en relación
con la cronología de los niveles donde aparecen (s. III a.C.),
puesto que no están presentes todavía los tipos definidores de
la Campaniense A Media (mediados s. II a.C.).
Por el contrario, de las anteriormente llamadas cerámicas
Campanienses B, hoy consideradas mayoritariamente de procedencia calena, contextualizadas sólo tenemos un fragmento
informe procedente del sondeo en la parte baja del yacimiento,
juntamente a fragmentos de ánfora Dressel 1B.
Las piezas halladas sin estratigrafía proceden de prospecciones, hallazgos casuales o acciones clandestinas que generalmente han ido a parar al museo local. De Campaniense A tenemos:
- Lamb. 68 / Morel 3131: Se trata de tres copas de asas verticales geminadas unidas por una pequeña barra transversal
(fig. 94.7 y 8). Morel las sitúa en el segundo cuarto del s. II
a.C. (1981: vol. I, 249).
- Lamb. 36 / Morel 1310: Sólo se conserva un pequeño fragmento de borde de este tipo de plato, una de las formas
más típicas de cerámica Campaniense A y que tiene larga
perduración por todo el s. II a.C. e incluso la primera mitad
del I a.C.
- Lamb. 34 / Morel 2737: Forma de la Campaniense A Media
que se ha planteado que podría provenir de un taller local
(Bonet y Mata, 1989: 138). Estaríamos ante una imitación
en la cual el barniz es casi inexistente y en cuya base se
aprecia un grafito en ibérico (vid. fig. 238.12). En Ampurias tenemos ejemplares semejantes (Sanmartí, 1978: vol.
II, 642, nº 1246).
- Lamb. 6 / Morel 1443: Plato casi completo que se puede
datar en la segunda mitad del s. II a.C. por la presencia
de círculos incisos (fig. 94.10). Al igual que la anterior, es
una imitación de Campaniense A de una forma propia de
las cerámicas de las llamadas “Círculo de la B” o de Cales
(Sanmartí 1978: vol. I, 113). Morel documenta una forma
semejante en Ibiza y también la atribuye a una producción
de Campaniense A (Morel, 1981: vol. I, 114).
- Lamb. 5 / Morel 2255: Plato poco profundo de cronología tardía (segunda mitad s. II – comienzos I a.C.) por la
presencia de decoración de círculos incisos en su interior
(fig. 94.14). Es una forma calena imitada rápidamente por
la Campaniense A (Morel, 1981: vol. I, 154).
- Morel 8151 / Gutti de cuerpo liso y cabeza de león: Es una
de las formas más representadas (fig. 94.9 y 11), se han documentado fragmentos de ocho piezas de las cuales sólo una está
completa. Vasos cerrados de Campaniense A Antigua (finales
s. III - comienzos II a.C.) propios de Italia Central (Morel,
1981: vol. I, 423) que parecen ser contenedores de aceites.
Más otras formas indeterminadas atribuibles por sus características a este grupo de Campanienses A. Por el contrario,
tenemos otras producciones que en su día fueron interpretadas
como cerámicas del “Círculo de la B”, pero el presente reestudio permite situarlas dentro de las producciones calenas,
siguiendo los trabajos de Pedroni (1986, 1990 y 2001) y sobre
todo la revisión de las cerámicas calenas de Hispania de C.
Marín y A. Ribera (2001):
- Montagna Pasquinucci 127 / Morel 3121: Copa de asas verticales que tradicionalmente se pensaba que provenía de Etruria central (Morel, 1981: vol. I, 248), pero que actualmente
se integra dentro de las cerámicas calenas (fig. 94.13). Esta
forma presenta un horizonte cronológico muy amplio: todo
el s. II a.C. y el I hasta prácticamente el 40/20 a.C., aunque
recientes estudios han situado al ejemplar de Los Villares
dentro de la Cales Antigua, entre el 200 y el 130/120 a.C.
(Marín y Ribera, 2001: 258).
- Lamb. 8a / Morel 2554 o 2566: Dos fragmentos de borde
de cerámica de Cales Media (130-90/80 a.C.) (fig. 94.15).
Una de las piezas es muy parecida a la documentada por
Lamboglia (1952: 12) en Ampurias.
- Lamb. 5 / Morel 2255: Se conocen cinco fragmentos de borde y un ejemplar casi entero de este tipo de plato poco profundo de Cales (fig. 94.12). Lo podemos encontrar desde la
segunda mitad del s. II a.C. hasta el 40/20 a.C., aunque lo
debemos encuadrar dentro de las formas de la Cales Media.
Decoración de círculos incisos concéntricos enmarcando seis
círculos, también concéntricos, de estrías cortas y apretadas.
Existen además dos fragmentos de base que se interpretaron
como pertenecientes a las formas Lamb. 5 o 7 (Mata, 1991: 47),
aunque lo más probable es que sean también ejemplares de la
5. Decoración interior de tres bandas de estrías cortas y apretadas enmarcadas por dos círculos incisos, más circulillo en el
centro. Uno de ellos, cuya procedencia se ha discutido (ibíd.:
179), presenta un grafito de dos letras ibéricas en la base (vid.
fig. 238.14). En el Almacén Gandía de Ampurias tenemos una
pieza similar, también con un grafito de dos letras en la base
(Sanmartí, 1978: vol. I, 72).
Además de esto, tenemos un enócoe fragmentado que puede relacionarse con la forma 5765 de Morel. Inicialmente esta
forma era datada en el s. III a.C. y se le otorgaba un origen
etrusco (Morel, 1981: vol. I, 385-387); no obstante, la revisión
de Pedroni (2001) da a esta gama de jarros una procedencia
también calena y una datación generalmente como Cales Antigua (200-130/120 a.C.), semejante a la MP127.
79
[page-n-97]
0
20 cm
0
Fig. 94. Importaciones de Kelin durante el Ibérico Final (según Mata, 1991).
80
5 cm
[page-n-98]
Vemos, en resumen, cómo se trata de un material muy
fragmentado. También se conocen dos fragmentos de borde de
Lamb. 6 (fig. 94.2), un fragmento de base de Lamb. 1 y toda una
serie de formas indeterminadas. En relación con la cronología
general del poblado lo lógico es encuadrar todas estas importaciones dentro de las producciones de Cales Media (130-80 a.C.).
Fuera del estudio quedan las piezas halladas en la última década
de excavaciones, en proceso de estudio por la propia C. Mata.
Por su parte, del resto de importaciones cabe destacar:
- Producciones púnico-ebusitanas procedentes de talleres isleños que imitaban formas clásicas. Hay dos piezas de rojo
ibicenco, una escudilla Lamb. 26/27 de finales del s. III, principios del II a.C. (fig. 94.4), así como un borde de Lamb. 6.
- Lucerna F. Deneauve XIII (s. II a.C.) (Deneauve, 1969: 6163) (fig. 94.5).
- Cerámicas de paredes finas, cuatro cubiletes de la F. IIA de
Mayet (finales del s. II – principios del I a.C.) (Álvarez et al.,
2003) (fig. 94.6).
- Un total de 49 ánforas Dressel, una de las cuales prácticamente completa (fig. 94.1).
- Un mortero itálico (Vegas, 1973: 28 y 32; Bats, 1988: 16265) (fig. 94.3).
Fig. 95. Kelin. Imitación ibérica de guttus de la forma Morel
8180 (fotografía A. Moreno).
Uno de los grupos de cerámica ibérica que sí presenta un
buen número de piezas datables como finales es, lógicamente,
el de las imitaciones de formas clásicas (Grupo VI según Mata
y Bonet, 1992), ya que muchas siguen el modelo de la vajilla de
mesa itálica (Mata y Quixal, 2014). Mientras las copas y las cráteras son imitaciones del Ibérico Pleno, los platos generalmente
son formas más tardías. En Kelin se han documentado:
- Tres fragmentos de labio pendiente imitación de Lamb. 23
con decoración pintada. Uno procede del mismo sondeo que
la Dressel 1B y el informe caleno.
- Cinco imitaciones de Lamb. 36 decoradas, todas recogidas
en superficie como suele ser habitual en cerámicas de esta
cronología.
- Imitación de Lamb. 6 albergada en el Museo Municipal de
Buñol, con siete palmetas impresas que reproduce de forma
bastante fiel el original, de ahí que se crea que podría tratarse
de una producción de un taller especializado, diferenciándose
de las tradicionales imitaciones ibéricas (Bonet y Mata, 1988).
- Una imitación de la Lamb. 28 de Campaniense A Media.
- Guttus Morel 8180, del cual hay un ejemplar del Museo de
Caudete (fig. 95), más otras dos piezas.
- Una cerámica gris imitación de la Lamb. 3.
- Una imitación de la Lamb. 2.
- Una Lamb. 63 ibérica sin decoración.
Pero no sólo imitaciones ibéricas, también imitaciones ibicencas de formas clásicas, como una Lamb. 6 y una Lamb. 26/27,
más una serie de imitaciones indeterminadas como una Lamb. 3,
dos Lamb. 40 (una con decoración impresa y la otra en cerámica
gris) y dos imitaciones de gutti / vasos plásticos de pie desnudo
con engobe rojo de la forma Morel 9461-62 (fig. 96). Aparte hay
un fragmento de suela de zapato izquierdo en el Museo de Buñol.
Por último, añadir que en este yacimiento se ha documentado un
borde de ánfora ibérica con resalte interior típica del horno de La
Maralaga (Lozano, 2004: 90), así como también alguna sigillata,
sobre todo hispánica, de la parte baja del yacimiento, fruto de ocupaciones puntuales posteriores (Mata et al., 1999).
Fig. 96. Kelin. Imitación ibérica de guttus de la forma 9461-62.
La Atalaya (Caudete de las Fuentes)
3,6 ha (disp.)
ss. VII - I a.C.
CF.002
Este yacimiento ha sido tratado recientemente por nuestro equipo en una serie de publicaciones derivadas de congresos, de ahí
que remitamos a los mismos para un mejor conocimiento del
mismo (Vidal et al., 2004; Mata et al., 2009: 143-144; Mata et
al., 2012). Simplemente, a modo de resumen podemos decir que
es un yacimiento ya conocido en la primera mitad del siglo XX
(Gómez Serrano, 1931: 128) y que plantea la problemática de
cómo interpretar su ubicación, su funcionalidad y su carácter a
partir de las diferentes intervenciones arqueológicas que se han
desarrollado en él. Por su topónimo se podría considerar como
un yacimiento en altura con funciones de vigilancia y control.
No obstante, todos los trabajos realizados (prospecciones y sondeos derivados de la construcción de la A-3 y del AVE) indican
que el asentamiento estuvo emplazado a media ladera y pie81
[page-n-99]
Fig. 97. Mapa de situación de las diferentes actuaciones en La Atalaya.
demonte, a 150 m de Kelin, lo que cambia sustancialmente su
interpretación (fig. 97). Su diacronía, la presencia de estructuras
y la variedad de sus materiales nos ha llevado a proponer que
La Atalaya sería un conjunto disperso de estructuras de carácter
agrario o artesanal dependientes de Kelin. El grueso de los materiales pertenecen a las fases antigua y plena, únicamente pudiéndose datar como finales los fragmentos hallados de ánfora
campana y barniz negro caleno.
Caudete Norte (Caudete de las Fuentes)
20 ha (disp.)
ss. VII - I a.C.
CF.003
Yacimiento bastante semejante a La Atalaya, pero al Norte de
Kelin y de la actual población de Caudete de las Fuentes. Se
han englobado dentro de este nombre los antiguos yacimientos
de Escuela-Cementerio y Depósito-Vertedero, que hacían referencia a la gran dispersión de materiales repartidos por la orla
septentrional del río Madre y que no conocemos totalmente por
la presencia del propio pueblo. Ocupado desde las fases más
antiguas, es durante los ss. II-I a.C. cuando en uno de los puntos
82
(CFN 2) habrían estructuras más estables, tal y como podemos
deducir del importante conjunto hallado de vajilla y ánforas de
origen itálico (Mata et al., 2012).
Durante los últimos años se han realizado allí prácticas de
prospección con GPS del Máster de Arqueología de la Universitat
de València, lo que nos ha permitido recopilar abundante información y un extenso corpus de materiales. Se han recogido cinco
bordes de ánfora grecoitálica, un asa de ánfora de Brindisi, un
borde de ánfora gaditana T-9.1.2.1. (anteriormente conocida como
de “Campamentos Numantinos”), un ánfora púnica y un NMI de
seis ánforas campanienses republicanas (12 asas, dos pivotes y un
borde), más cuatro bordes de ánfora de transición entre las grecoitálicas y las Dressel 1A (Asensio, 2010: 35-36) (fig. 98). De vajilla
de mesa itálica destacamos dos ungüentarios, las formas Lamb.
31 / Morel 2950 y Lamb. 33 de Campaniense A y la Morel 1640
de barniz negro caleno. También numerosos elementos metálicos
y líticos. El material, en ocasiones un tanto inusual, apunta a que,
de haberse establecido en algún momento un campamento romano cerca de Kelin, posiblemente fuera en esta zona, aunque esta
cuestión la trataremos más adelante.
[page-n-100]
Fig. 98. Materiales de Caudete Norte.
Importante asentamiento iberorromano en las inmediaciones
del citado caserío (fig. 99). Ya la cartografía histórica de Caudete de las Fuentes recoge este topónimo como el de Doña
Ana, separado (García de Fuentes y García Ejarque, 1993)
(lám. VI). El yacimiento fue visitado por E. Pla en 1956 en
una escapada de las excavaciones que el SIP estaba llevando
a término en Kelin (Pla Ballester, 1960: 224). Es interesante
porque comenta el afloramiento de numerosos muretes y cerá-
mica ibérica, así como material romano (tegulae, imbrices, ladrillos romboidales, ánforas, terra sigillata, etc.). Por último,
también cita la existencia de restos de una posible canalización
de agua romana hecha de hormigón que según los vecinos provenía del Cerro del Telégrafo.
La cerámica y las tegulae aparecen a ambos lados de la carretera N-III y en algún punto hasta se pueden observar restos de
derrumbe in situ (fig. 100). Por lo tanto, es muy probable que la
construcción de la misma motivara la aparición de los mismos.
Recientemente fue revisitado porque unas obras lo habían destruido parcialmente de nuevo.
Existe la noticia del hallazgo en los años 30 del siglo pasado de un tejo o disco con decoración a molde por su entonces
propietario, Francisco Martínez y Martínez (Gómez Serrano,
1945). De 7,3 cm de diámetro y 1,3 de grosor, por una cara presentaba en relieve un toro con las patas dobladas en actitud de
descanso y rodeado de piñas, mientras que por la otra una cabra
en la misma posición, rodeada de frutos y hojas.
Se han documentado ollas de cocina romanas (dos ejemplares), ánforas republicanas e imperiales (tres bordes y dos fragmentos informes), cerámica común romana (seis ejemplares indeterminados), cerámica ibérica y TSH (ocho fragmentos). En
estudios anteriores se recogió la documentación de 19 fragmen-
Fig. 99. Vista de la Casa Doñana.
Fig. 100. Casa Doñana. Materiales en el corte de la cuneta.
Caudete Este (Caudete de las Fuentes)
12 ha (disp.)
ss. II a.C. - III/IV d.C.
CF.004
Dispersión de cerámica que podría interpretarse como continuidad hacia el Este de la corona que constituye Caudete Norte, aunque en este caso tan sólo con cronología ibérica final e imperial.
De aquí procede un fragmento informe, un pivote, un asa y dos
bordes de ánfora campana republicana, uno de los cuales claramente es de Dressel 1A; más aparte algunas piezas ibéricas, un
borde de olla y otro de mortero romanos, dos fragmentos de TSH
y uno de TSA D.
Casa Doñana (Caudete de las Fuentes)
3,8 ha (disp.)
ss. II a.C. - III/IV d.C.
CF.007
83
[page-n-101]
tos de TSH (dos de ellos formas Drag. 37), dos de TSA A, uno
de TSA C y tres de TSA D (uno de ellos de la forma Lamboglia
51 – Hayes 59) (Pingarrón, 1981: 275-78).
Rincón de Gregorio (Caudete de las Fuentes)
0,75 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
CF.010
de este yacimiento está compuesto por dos kalathoi de ala plana,
un fragmento con engobe rojo, una base de Campaniense A, un
borde de dolium, un borde de ánfora de salazón Dressel 7-11 de
la Baetica, dos fragmentos de ánfora imperial indeterminada, una
botella y una tinaja de cerámica común romana, cinco ollas romanas y dos formas Drag. 29 de TSH (Beltrán, 1991: 127).
Material escaso, entre el cual destaca por encima de todo el ánfora Dressel 1A casi completa donada por un vecino de Caudete
a la Colección Museográfica Luis García y Fuentes de la localidad (vid. fig. 190). También hay un fragmento de engobe rojo y
dos informes más de ánfora campana republicana.
Vallejo de los Ratones (Fuenterrobles)
0,5 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
F.008
Yacimiento desaparecido después de una actuación de salvamento por la construcción del AVE (Valcárcel, 2004). Entre los
materiales podemos destacar un fragmento de ánfora campana
republicana, fragmentos ibéricos pintados y lisos correspondientes a un ánfora ibérica, una tinaja, dos tinajillas, dos escudillas y una tapadera de cocina.
El llano de Fuenterrobles
Hoya Redonda II (Fuenterrobles)
5 ha (disp.)
0,15 ha (conc.)
ss. II a.C. - II d.C
F.014
Dentro de una gran dispersión de cerámicas (fig. 101), se pueden
diferenciar dos concentraciones de materiales: una con predominante material ibérico y otra con tegulae. El registro de materiales
Fig. 102. Mapa del llano de Fuenterrobles.
84
Fig. 101. Vista de Hoya Redonda II.
Misma unidad que el llano de Camporrobles, zona plana al Oeste de la sierra de La Bicuerca y atravesada por la cañada de Caudete (Piqueras, 1997: 169-173) (Fig. 102 y lám. IV.3). El llano
está salpicado por la sierra de La Presilla y el Cerro Pelado. La
llanura recoge el nombre de la localidad fuenterrobleña, habitada desde el s. XV y escindida del término de Requena en 1836.
[page-n-102]
Asentamiento fortificado en el cerro meridional de La Bicuerca
(fig. 103). Ya en la pionera obra de F. Almarche (1918) se menciona el hallazgo en Fuenterrobles de abundante cerámica ibérica,
así como la “pintada roja con las fajas y palmetas mezclada con
la romana” (sigillata), haciendo muy probablemente referencia a
este yacimiento. Pocos años antes F. Martínez (1911), propietario
de la Casa Doñana, había publicado un artículo en Lo Rat Penat
defendiendo la presencia de un campamento romano, en relación
con las fortificaciones del cerro (lám. VIII). En 1962, con motivo
de unas exploraciones espeleológicas en las grutas existentes en
su ladera se recogieron fragmentos cerámicos en la cima, tanto
ibéricos con como itálicos (Pla Ballester, 1966: 293).
Cuenta con un lienzo de muralla flanqueando el lado más accesible de la cima (Suroeste), mientras que en el resto basta con la
propia muela (llega a superar los 7 m de altura), en algunas partes
recrecida con muros de menor tamaño. También se puede observar una gran torre en el punto más elevado, estructura que cuenta
con alguno de sus lados regularizados, aunque el derrumbe y la
maleza impiden precisar su forma (vid. fig. 154.5). Es también
interesante la entrada al poblado, localizada en la ladera Noroeste,
que tiene 1 m de anchura y presenta carriladas muy profundas
(fig. 104). Por último, en la ladera Sureste es donde encontramos
la mayor densidad de materiales, justo en la zona donde parece
intuirse las plantas de algunos departamentos y donde, por tanto,
podría estar concentrado el hábitat (fig. 105).
El yacimiento ha sufrido la acción clandestina en los últimos
años; cuando lo visitamos pudimos ver numerosos agujeros de
expolio en muchas de sus partes, incluso desmontando parte de
la torre. En los años 80 se descubrieron materiales a sus pies en
la vertiente oriental, lo que seguramente formaba parte de la necrópolis de este poblado (Martínez García, 1988; Martínez Valle,
2001). Se trata de algunos útiles, fíbulas y una falcata damasquinada con decoración animal que trataremos más adelante.
Los materiales recogidos son muy abundantes dada la entidad del lugar. Contamos con ocho fragmentos de ánfora campana
republicana (una de las cuales identificada como Dressel 1A),
ocho Campanienses A (una de ellas un guttus rubefactado), dos
calenas (una de ellas una Lamb. 5), tres dolia, dos fragmentos de
engobe rojo local, un ánfora con resalte interior producida en el
horno de La Maralaga (Lozano, 2004: 89), cuatro kalathoi (dos
de ala plana, uno de borde moldurado y otro de ala plana con
baquetón) material lítico y metálico. En anteriores trabajos (Pingarrón, 1981: 268-69) se anotó la presencia de tres fragmentos de
sigillata hispánica (uno de los cuales un borde de Drag. 36), pero
el carácter aislado de este tipo de restos nos lleva a no extender
la cronología del yacimiento más allá del s. I a.C. Tiene también
dientes de hoz de sílex, elementos indeterminados y escorias.
Fig. 103. Vista del Cerro de la Peladilla.
Fig. 104. Cerro de la Peladilla. Entrada con restos de carriladas.
Cerro de la Peladilla (Fuenterrobles)
0,62 ha (conc.)
0
Bronce / ss. IV - I a.C.
100 m
F.001
Fig. 105. Croquis planimétrico del Cerro de la
Peladilla, con su vista aérea y sus estructuras.
85
[page-n-103]
La Mina (Fuenterrobles)
0,96 ha (disp.)
ss. II a.C. - I d.C.
F.003
Pequeña dispersión de escasos materiales alrededor de una mina
de agua al Norte de Fuenterrobles. La máxima concentración
se da en la ladera Sur, en el punto en que la loma se convierte en vaguada. En la prospección de 1998 se pudieron recoger
fragmentos de cerámica ibérica pintada, pastas grises, dos fragmentos de ánfora campana y uno de sigillata sudgálica. En el
2009 se localizó un fragmento de tegula y un par de informes de
cerámica de cocina. También pudimos observar la presencia de
cerámicas medievales, como es el caso de las conocidas producciones de verde-manganeso.
PUR-3 (Fuenterrobles)
0,57 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
F.005
Yacimiento poco significativo dado el reducido número de restos y el carácter disperso de los mismos. A finales del siglo pasado los campos en los que se ubicaba el yacimiento eran yermos,
mientras que en una reciente visita pudimos comprobar que en
el sitio se han plantado pinos. De aquí procede un fragmento de
ánfora campaniense republicana.
Covarrobles o Cuevarrobles (Fuenterrobles)
6,38 ha (disp.)
ss. II a.C. - I d.C.
F.006
Fig. 107. Materiales de Covarrobles.
Drag. 18, 29 y 37, más seis fragmentos informes. Las sigillata
sudgálicas están representadas en una forma Drag. 29 / 37
(Beltrán 1991, 109) y tres fragmentos informes, mientras que
también hay una Hayes 27 de TSA A, más dos fragmentos
de cocina africana. Tenemos dos bordes de cerámica de paredes finas, uno de los cuales se ha identificado como la forma
Mayet XXXIV (fig. 107.1), la conocida “cáscara de huevo”
que inicialmente se consideraba una producción gaditana y
posteriormente se ha visto que pudo ser producida en diversos
centros a la vez (Mínguez, 2005: 353). A su vez, se documentaron dos fragmentos de rojo-pompeyano, dos bases de cerámica común romana y dos ánforas imperiales, una de ellas
claramente una Dressel 2-4. En el pasado 2009 se recogió un
asa de ánfora púnica del Mediterráneo central, pero la cronología de la misma es difícil de precisar dentro de la horquilla
de los ss. IV-I a.C. Por último, el terreno estaba plagado de
numerosos restos de tegulae, así como otros posibles restos
constructivos romanos.
Las Pedrizas (Fuenterrobles)
Material disperso de forma muy irregular en una vasta extensión
de cultivos de secano, en los que no se puede diferenciar concentración alguna. La cueva que da nombre al paraje también es
conocida como Cueva de los Arenales del Cid, ya que la tradición la asocia como refugio de las hijas de Cid (fig. 106). Pudimos explorarla pese a estar semicolmatada y llena de basura, no
localizando ningún tipo de material arqueológico.
Aparte del material ibérico (fig. 107.2), el volumen de
recipientes romanos republicanos e imperiales de este yacimiento es enorme. Se ha contabilizado un fragmento de
Campaniense A y un asa de Dressel 1 de época republicana. De producciones de TSH se han documentado las formas
Dispersión de escaso material ibérico en una ladera rocosa al Oeste de la acequia madre de Fuenterrobles. En la roca se han excavado una serie de estructuras de cronología indeterminada, seguramente fosas o neveras. Además, el lugar parece haber sido fuente
de aprovisionamiento de piedra durante diferentes fases históricas
(fig. 108). Junto al material ibérico y romano (un kalathos de ala
plana, un ánfora campaniense republicana y un ánfora imperial
Dressel 2-4), también se observan cerámicas medievales y modernas.
Fig. 106. Cueva de los Arenales del Cid.
Fig. 108. Vista de la cara de la cantera en Las Pedrizas.
86
0,57 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
F.010
[page-n-104]
La Tejería (Fuenterrobles)
0,53 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
F.011
Material escaso y poco significativo repartido a lo largo de una
pequeña elevación en la orilla opuesta del barranco de la Acequia
Madre donde se encuentra Peña Lisa. En ningún punto localizamos las ruinas de La Tejería mencionadas en la ficha del DGPA.
Los materiales que aportan la cronología final e imperial al yacimiento son un ánfora campana republicana, una imperial indeterminada y un bol de cerámica común romana.
Peña Lisa (Fuenterrobles)
12,8 ha (disp.)
ss. V a.C. - I d.C.
F.012
Yacimiento muy significativo compuesto por una amplia dispersión de material iberorromano, dentro de la cual se puede diferenciar muy bien una concentración de debido a una reciente
roturación en su lado Sureste (fig. 109 y 110). Seguramente el
material de esa zona es sólo republicano, con dolia, ánfora campana, tegulae e imbrices, con la duda de si estos tipos de material
constructivo romano aparecen ya en los ss. II-I a.C., aunque el
yacimiento presenta también ocupación en siglos anteriores (ss.
V-III a.C.). En algunas hormas hay posibles sillares reutilizados,
así como más material de construcción.
Fig. 111. Dolium de Peña Lisa.
El material cerámico recuperado y que aporta cronología tardía está compuesto por la base, borde y fragmentos de un gran
dolium destrozado por recientes actividades agrícolas, de borde
horizontal saliente, seguramente perteneciente a época augustea
(Beltrán, 1991: 262) (fig. 111). También hay un fragmento de ánfora campana republicana, un borde de Dressel 2-4, una olla de
cocina romana, una escoria férrea y un ponderal circular de plomo.
Fuenterrobles (Fuenterrobles)
Indeterminado
ss. I - III d. C.
F. I
Yacimiento interpretado como villa por los autores de la ficha de
la DGPA, pese a que tan sólo se menciona tegulae y cerámica común alrededor de Fuenterrobles. Por ello hemos considerado más
cauto tomarlo como un yacimiento de escasa entidad.
Punta de la Sierra (Fuenterrobles)
Indeterminado
Fig. 109. Vista de Peña Lisa desde La Tejería.
ss. I - III d.C.
F. II
Panorama semejante al anterior, sólo que en el llano a los pies
del Cerro de la Peladilla.
El llano de Camporrobles
Fig. 110. Peña Lisa. Detalle de la máxima concentración de restos.
Esta unidad presenta las mayores altitudes de la comarca, entre los 850 y 950 msnm, lo que le aporta más apariencia de altiplano y un clima más duro (Piqueras 1997, 169). Sin duda, el
elemento orográfico principal de este llano es su límite Norte:
la montaña de El Molón, estribación de la sierra de Aliaguilla
que da nombre al propio yacimiento que alberga (fig. 112 y
lám. V.1). Por el Este está cerrado por la sierra de La Bicuerca, especialmente con su cerro más septentrional, el Cardete
(1.128 msnm). Realmente dicho llano tan sólo constituye la
parte central de una vaguada más amplia que va desde Mira
a la aldea de La Loberuela. Un punto importante en el pasado
fue la antigua laguna a la que se adosó el pueblo de Camporrobles, desecada artificialmente en el s. XX (fig. 120). El poblamiento actual está concentrado en su totalidad en el pueblo de
Camporrobles (lám. V.2), ya que la aldea de La Loberuela está
prácticamente abandonada.
87
[page-n-105]
Fig. 112. Mapa del llano de Camporrobles.
El Molón (Camporrobles)
2,6 ha (conc.)
ss. VII - I a.C.
C.001
Importante poblado ubicado en una cima amesetada al Norte de
la localidad de Camporrobles. En la misma montaña encontramos el poblado de la Edad del Bronce de El Picarcho. Sus investigadores lo identifican como un pequeño oppidum de unas 2,6
ha de extensión, si bien también hay una zona extramuros que
podría tratarse de un barrio periurbano, con lo que aumentaría
la superficie total. La ocupación parece que es ininterrumpida
desde el Bronce Final / Hierro Antiguo hasta la segunda mitad
del s. I a.C. (Lorrio, 2001b y 2007; Lorrio et al., 2009; Lorrio y
Sánchez de Prado, 2014), más una segunda fase de ocupación en
época islámica que también ha aportado importantes hallazgos.
Las excavaciones comenzaron de la mano de M. Gil–Mascarell, quien en 1981 llevó a cabo una serie de sondeos, actividad también desarrollada por J. M. Martínez García poco más
de una década después (1992). Desde 1995 las actuaciones han
sido codirigidas por A. J. Lorrio y M. Almagro Gorbea, juntamente con un grupo de investigadores de las universidades de
Alicante y Complutense de Madrid, fruto de las cuales son las
más de diez campañas de excavación, la consolidación, restauración e integración dentro de un parque temático arqueológico
(http://web.ua.es/es/elmolon/) (fig. 113) y la reapertura de su
centro de interpretación.
88
Una calle atraviesa el poblado transversalmente generando
el urbanismo en torno a ella, con viviendas adosadas a la parte
interna de las murallas, con sus puertas hacia el espacio interior
(fig. 114). Pero, sin duda, por lo que destaca El Molón es por
toda su poliorcética, ya que es el asentamiento ibérico de la comarca con mejores y más complejas fortificaciones. Aparte de la
escarpada muela natural que rodea la cima, se erigió un complejo
sistema defensivo con un perímetro amurallado, conservado excepcionalmente en algunos de sus tramos (fig. 115). Éste tendría
una anchura de unos 3,5/4,5 m, con dos paramentos de piedra, el
exterior directamente sobre la roca, y un relleno de piedra y tierra.
La muralla se completaba con otras defensas más complejas
en los tramos más accesibles. De este modo, la puerta principal de acceso al poblado estaba flanqueada por dos torres (fig.
116), mientras que el tramo oriental, el más desguarnecido, se
protegió con un torreón, una barbacana, antemurales y un foso.
Los últimos trabajos publicados apuntan una cronología final
para las dos torres de la puerta principal (ss. II-I a.C.), momento de convulso contexto político, a diferencia de la puerta y el
resto muralla que se construirían en época ibérica plena (Lorrio,
2007: 218). El autor relaciona este sistema con los documentados en los otros poblados fortificados como el Pico de los Ajos,
Cerro de San Cristóbal, Plaza de Sobrarías / Collado de la Plata
o Castellar de Meca. El poblado además destaca por sus accesos
(puertas, poternas y portillos), así como por caminos, tanto de
[page-n-106]
Fig. 113. El Molón. Cartel del parque temático arqueológico.
Fig. 114. Planta de El Molón durante la Edad del Hierro (http://web.
ua.es/es/elmolon/epoca-prerromana/de-castro-a-oppidum.html).
Fig. 115. Muralla de El Molón.
89
[page-n-107]
Fig. 114. Puerta principal de El Molón.
acceso al poblado como interiores. Éstos todavía presentan las
huellas que los carros crearon a lo largo del tiempo, especialmente visibles en el tramo de la puerta principal. Por lo tanto, la
mayoría de las defensas fueron construidas en el Ibérico Pleno
(s. IV a.C. principalmente), pero para la cronología final también se han detectado importantes remodelaciones (ibíd.: 214).
El área de hábitat se centraría en las plataformas central y
oriental por poseer un relieve más suave, constituyendo una superficie de aproximadamente 1 ha. La parte correspondiente a la
acrópolis presenta tres sectores de excavación: el A, donde encontramos el típico urbanismo ibérico de calle central y construcciones rectangulares; el B, muy alterado por los niveles islámicos
posteriores; y el C, con más departamentos en torno a una cisterna
central, uno de los cuales con un lagar (Lorrio et al., 2009: 16-17).
A esto hay que sumar el posible barrio extramuros localizado en
el espolón meridional. Aunque la mayoría del urbanismo procede
de la fase principal del poblado, el Ibérico Pleno, sus excavadores
también han observado cambios en el Ibérico Final, como es el
caso de algunas compartimentaciones y cegado de accesos en el
sector B (Lorrio, 2001: 162-63). El poblado se complementa con
la presencia de tres cisternas (dos intramuros y otra extramuros),
una necrópolis de incineración muy mal conservada y una posible
cueva-santuario (Moneo, 2001), con bastantes dudas ésta última.
Aunque, al igual que Kelin, El Molón hunde sus raíces en
el s. VII a.C., los materiales muestran que el poblado perduró
algunas décadas después del abandono del primero, ya que se
han hallado materiales de época cesariana (Lorrio, 2007: 228;
Lorrio y Sánchez de Prado, 2014). No obstante, es probable que
estos hallazgos de mediados del I a.C. sean simplemente fruto
de una ocupación residual, del mismo modo que hallamos fragmentos de sigillata en el entorno de Kelin, siendo la verdadera
fecha de abandono también en torno a los 80/70 a.C. En ese
mismo contexto de guerras sertorianas se podrían ubicar los hallazgos de glandes de plomo a ambos lados del foso.
Los materiales más ricos de El Molón proceden de su fase
ibérica plena. No obstante, también contamos con algunos materiales de su fase final, aunque escasos para la entidad del poblado.
Entre los publicados antes de las excavaciones de los 90 (De la
Pinta et al., 1987-88), destacamos la presencia de kalathoi, imitaciones ibéricas de las formas Lamb. 24/25 y 36 de Campaniense
A, una Lamb. 3 de la anteriormente llamada Campaniense B (fig.
117.3) y algunos fragmentos informes de esa producción. De ánforas los autores hablan de una Dressel 1B (fig. 118.1), una Dressel 2/3 itálica (fig. 117.2) y un ánfora ibérica de boca plana Mañá
B3 con decoración impresa en forma de espigas. Aparte se han
hallado fragmentos de sigillata hispánica, sudgálica y africana, de
esta última incluso su tipo D, ya de época tardorromana.
El yacimiento también fue prospectado por un equipo de
nuestro proyecto años antes del inicio de las excavaciones, aunque para la cronología que nos ocupa tan sólo se recogió un borde
de ánfora Dressel 1A, un mortero itálico, un fragmento de tegula, dos kalathoi de ala plana y un borde de ánfora con resalte
interior tipo Maralaga (Duarte et al., 2000: 232). Recientemente
se ha publicado un borde de dolium que también consideramos
procedente de este horno (Lorrio y Sánchez de Prado 2014: 257,
fig. 4.C.1). Luego existen una serie de objetos para los que se defiende una procedencia del área celtíbera, como un un pie plástico
votivo con decoración incisa (zig-zags, reticulados y líneas que
se entrecruzan) y adornado con discos laterales con puntos (vid.
fig. 243.5); o un puñal biglobular de hierro con su propia funda
(vid. fig. 249). Los autores lo datan como de mediados del s. III
a.C., aunque su uso tiene continuidad desde el IV hasta época
romana. Por último, también se ha documentado diversos tipos de
fíbulas (La Tène I y III, Nauhrein, Omega...) (Lorrio et al., 2009:
27-31). En el apartado de la numismática, proceden de El Molón
dos ases de Celse, un as de Beligiom, un as de Bilbilis, un semis
de Castulo, un as de Secaisa, un as de Ikalkusken, un as híbrido de
Abra-Obulco (anverso y reverso de dos ciudades diferentes), una
moneda de Calagurris y un as de Orosi/Orosis.
Fig. 117. Materiales importados de
El Molón (a partir de De la Pinta et
al., 1987-88).
90
[page-n-108]
Los Villares (Camporrobles)
3,4 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I d.C.
La Balsa (Camporrobles)
C.003
Gran dispersión de material alrededor del cementerio de la
localidad camporruteña, llegando en algunos puntos hasta la
misma (fig. 118). El material es principalmente ibérico, aunque también se documentó algún fragmento de tegulae. El
lado Oeste del camino de acceso al cementerio es la parte donde la densidad es mayor. El yacimiento plantea la constante
problemática de los ubicados en torno a poblaciones actuales:
el material antiguo está mezclado con un ingente volumen de
origen moderno y contemporáneo, con lo cual es difícil determinar la verdadera dispersión.
En Los Villares se han localizado cerámicas ibéricas juntamente con romanas, entre las cuales destaca la base de un plato
de gran tamaño de TSI (fig. 119), así como algunos fragmentos
de ánfora imperial indeterminada y un kalathos de ala plana.
El hallazgo de cerámica ibérica es compartido con lo publicado por De la Pinta et alii (1987-88), que también recogen útiles
metálicos y algunas monedas, concretamente un as de Sekaisa,
uno de Tamaniu y un denario de Bolskan.
Fig. 118. Vista del cerro de El Molón y de Los Villares de
Camporrobles (en torno al cementerio).
1,4 ha (disp.)
ss. I a.C. - III/IV d.C.
C.004
En este paraje existió la citada laguna al lado de la cual creció el pueblo de Camporrobles, constituyendo un punto importante para el paso de rebaños que aprovechaban el agua
y los excelentes pastos (Piqueras, 1997: 173) (fig. 120). Fue
desecada de forma antrópica en las décadas 70 y 80 dentro de
un proceso de crecimiento urbano, ya que se construyó allí
la escuela y el polideportivo municipal. Debido a ello aparecieron en el fondo de la misma una gran cantidad de sillares
de caliza bien escuadrados (algunos de ellos almohadillados),
lo que llevó a realizar ocho sondeos por parte del SIP con la
dirección de M. Gil-Mascarel en 1978 (Fletcher, 1979: 74),
gracias a los cuales se documentaron restos de pavimentos y
sigillata africana, pero ninguna estructura muraria (Lorrio y
Sánchez de Prado, 2009). También existen noticias de que en
la construcción del campanario de la localidad se emplearon
bloques pétreos procedentes de esta zona (De la Pinta et al.,
1987-88). En la visita de 1994, dentro del proyecto de estudio
en el que nos integramos, se recogieron algunos fragmentos
cerámicos ibéricos cerca de las vías del ferrocarril y se observó un amontonamiento de sillares/sillarejos cerca del campo
de fútbol.
La importancia de dicha balsa en la economía de los habitantes de El Molón ha sido constatada por recientes análisis
sobre restos humanos procedentes de su necrópolis, ya que se
vio que los recursos piscícolas fueron importantes en su dieta
alimenticia (Lorrio et al., 2009: 37).
Aunque la mayor parte de los materiales son romanos, en
los fondos del Museo de Barcelona también se albergan materiales de época ibérica procedentes de La Balsa, concretamente restos de tinajillas y un conjunto de fusayolas (De la Pinta et
al., 1987-88). Los materiales romanos son formas de sigillata
sudgálica (Drag. 15/17 y 24/25), hispánica (Drag. 37 y 18 o
33), sigillata africana A y lucente (Lamb. 45). La numismática
es en su totalidad de época altoimperial en adelante, destacando un tesorillo de la segunda mitad del s. IV d.C.
Por todo ello se ha interpretado La Balsa como una villa romana que se desarrolló a partir del s. II d.C. y en la cual incluso
pudieron haber unas termas (Lorrio et al., 2009: 43).
Fig. 119. Material de Los Villares.
Fig. 120. Vista de La Balsa y del cerro de El Molón en los años 60
(colección Francho, Camporrobles).
91
[page-n-109]
La Cuesta Colorá (Camporrobles)
Indeterminado
ss. I - II d.C.
C.I
Yacimiento fichado por duplicado en el registro de la DGPA:
prospectado por J. A. Sánchez Priego y también por el grupo
de A. J. Lorrio. El yacimiento se ubica al Sur de Camporrobles, cerca del viejo camino que comunicaba dicho núcleo con
Fuenterrobles. Según los autores de la ficha, la dispersión de
materiales es muy baja y se concentra en una serie de campos
de almendros. En nuestra visita al lugar en 2010 comprobamos
que la densidad es tan baja que tan sólo localizamos una forma
cerámica: un borde de tinajilla ibérica. No obstante, no hallamos
ningún resto de época romana, cronología que representa la totalidad de materiales de las prospecciones anteriores.
Sánchez Priego comenta el hallazgo de dos fragmentos de
cerámica común romana, mientras que Lorrio otros fragmentos de cerámica común, restos de tegulae y un embudo de cerámica a mano. La disparidad de resultados de las diferentes
prospecciones y la escasa entidad de los materiales nos llevan
a considerar este yacimiento como simples hallazgos casuales, no teniéndolo en cuenta para ulteriores análisis.
Cañada del Carrascal (Camporrobles)
Indeterminado
ss. II/I a.C. - II/III d.C.
C.II
Al igual que le ocurrió a Sánchez Priego en su prospección
detallada en la ficha de la DGPA, no hemos localizado este
yacimiento descrito por J. M. Martínez García en una ficha
anterior. No hay restos romanos en torno al Corral de Daniel
y mucho menos en la cima de la colina donde se ubica, ya que
tiene un componente rocoso estéril sin ningún tipo de sedimento. Esto nos hace dudar sobre la veracidad de los datos
registrados, ya que, o hay un error en la coordenada (algo extraño ya que el Corral de Daniel es de fácil ubicación) o los
materiales publicados proceden de otro yacimiento. No obstante, recogimos en una viña algo más al Sur un fragmento de
ánfora campana (cuello y arranque de asa), por lo que decidimos catalogar este yacimiento como simple hallazgo casual,
dada toda su problemática.
La ficha de la DGPA de Martínez García menciona el hallazgo y deposición de los siguientes materiales romanos imperiales en el Museo de Camporrobles:
- TS Aretina: forma 28 de Godineau y 3b de Haltern (marca
CNATEI), de época de Tiberio-Augusto.
- TSG, con las formas Drag. 24/45, 37 y Ritt. 8. La primera
con marca OF VITA, de época de Claudio-Domiciano.
- TSH, con la forma Drag. 37.
- Fragmentos indeterminados de Africana D.
Viña del Derramador / La Mina (Camporrobles)
Indeterminado
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
C.III
Yacimiento de nuevo problemático. La ficha de la DGPA
describe una gran dispersión de materiales en los campos de
viñas y almendros en la ladera Norte del Cerro Cardete, material romano principalmente, más alguna cerámica ibérica. No
obstante, nuestra prospección en las coordenadas aportadas
no conllevó la localización de ningún fragmento cerámico
92
romano. Tan sólo se recogieron cerámicas ibéricas en una pequeña colina, justo dónde los autores (J. Fernández López de
Pablo, J. A. Sánchez Priego y V. Domínguez Sánchez) hablan
de la principal concentración de materiales del yacimiento y
en el punto que nosotros conocemos como La Mina II, yacimiento ibérico pleno derivado de las campañas de prospección de C. Mata.
Hoya de Barea (Camporrobles)
Indeterminado
ss. III/II a.C. - III/IV d.C.
C.IV
Lugar referido en la bibliografía que todavía no ha sido
identificado in situ. Parece que en las inmediaciones del Cerro
Cardete se documentaron restos de época iberorromana en un
lugar con posible función de hábitat, como demuestra la presencia
de tegulae. No obstante, al igual que en la Cañada del Carrascal, ni
la prospección de Fernández López de Pablo et al. de la cual deriva
la ficha de la DGPA, ni la nuestra en el 2010 han conseguido
localizar el sitio.
Para el caso que nos ocupa, se han publicado los siguientes materiales arqueológicos (De la Pinta et al. 1987-88): una
Lamb. 1B de la mal llamada Campaniense B, las formas Ritt. 8,
Drag. 37 y Drag. 15/17 de TSH; una Lamb. 52C de TSA D, un
borde de Dressel 2/4 (fig. 121) y un pivote de ánfora grecoitálica. Por tanto, estaríamos ante un yacimiento que iría desde los
ss. III-II a.C. hasta los III-IV d.C.
Fig. 121. Borde de Dressel 2-4 de la Hoya de Barea (De la Pinta et
al., 1987-88: 314).
Casas del Alaud (Mira, Cuenca)
16 ha (disp.)
ss. VI a.C. y II/I a.C. - I/II d.C
CU.003
Yacimiento que según De la Pinta et al. (1987-88) podría tratarse
de una posible necrópolis de entre los ss. III-I a.C. Los materiales
publicados se localizaron a raíz de las continuas labores agrícolas
de su propietario, quien a su vez los ha ido donando al Museo de
Camporrobles. Entre los materiales cerámicos podemos citar diversos cuencos pintados con bandas y filetes cuya forma recuerda
a una Lamb. 27 de Campaniense A, páteras de borde reentrante,
un plato de ala ancha, un plato de borde pendiente tipo plato de
pescado y un borde de kalathos. Por otro lado, hay objetos metálicos como una campana de bronce o tintinnabulum, cuchillos
de hierro y un regatón de hierro roto. De nuestras prospecciones provienen un kalathos de ala plana, una jarrita de cerámica
común romana, un borde plano de dolium y un borde con labio
engrosado interior procedente del horno ibérico de La Maralaga
(Duarte et al., 2000: 232; Lozano, 2004: 89).
[page-n-110]
Cueva Santa (Mira, Cuenca)
Cueva
s. VI a.C. - II d.C.
CU.004
Cueva-santuario con culto prácticamente desde época ibérica
hasta la actualidad, ya que en época medieval pasó a ser una
ermita. Prospectada en 2003 por el grupo de A. J. Lorrio, cuenta
con un conjunto de materiales de la Edad del Hierro muy interesantes como caliciformes, páteras, platitos y botellitas que la
configuran como un espacio sacro entre los ss. V-III a.C. (Lorrio
et al., 2006). También cuenta con un par de cubetas para recoger
el agua y estalactitas a modo de betilos. Para la época que nos
ocupa, sin embargo, tan sólo presenta escasos materiales, como
luego trateremos.
El campo de Sinarcas
El área del actual municipio de Sinarcas constituye un auténtico apéndice histórico y geográfico del resto de la comarca
(Piqueras, 1997: 203-204). Se trata de tierras de transición
geográfica y, consecuentemente, frontera histórica, en las que
un pequeño llano se halla enmarcado por las sierras de Aliaguilla (Oeste), Picarcho (Norte), Negrete y Utiel (Sureste), así
como el curso del río Turia (Norte (fig. 122). A éste vierte sus
aguas el barranco del Regajo, que separa el área en dos mitades: al Norte queda el Campo de las Herrerías, zona de importancia férrica aprovechada desde la Antigüedad. La mitad
meridional, semejante al resto de llanos comarcales, es más
fértil al estar atravesada por la rambla de la Ranera y presentar sedimentos terciarios y cuaternarios que permiten incluso
la presencia de huerta. Dicha rambla, nacida en la sierra de
Aliaguilla, es el origen a su vez de la rambla de La Torre,
afluente del Magro. En el llano encontramos pequeñas zonas
lacustres, denominadas “labajos”, que presentan agua irregularmente. A su vez, en el llano y bien cerca de la población
de Sinarcas destacan dos cerros parejos, el de San Cristóbal
y el Carpio, ambos ubicaciones de sendos poblados ibéricos
(lám. V.3).
A diferencia del resto de municipios, Sinarcas después de
la conquista cristiana fue a parar a manos valencianas conjuntamente con el resto de La Serranía, aunque en los últimos dos
siglos por una serie de motivos ha vuelto a bascular hacia la
comarca, al igual que ya sucedía en época ibérica. Se trata de
una zona que por su altitud y su clima agreste tradicionalmente se ha dedicado al cereal y al viñedo, ya que difícilmente
pueden mantenerse otros cultivos. La silvicultura tiene aquí
un peso significativo.
Fig. 122. Mapa de la zona de Sinarcas.
93
[page-n-111]
Cañada del Pozuelo (Sinarcas)
7,5 ha (disp.)
ss. V a.C. - I/II d.C.
S.001
Palomares recoge la noticia de que a comienzos de siglo pasado en esta partida se descubrieron dos piezas escultóricas,
concretamente una pila de Esculapio y una estatua de mujer
yacente con los pechos al descubierto, que desaparecieron la
misma noche de su hallazgo (Palomares, 1981). Iranzo añade a
esta lista tres lápidas con inscripciones latinas (vid. fig. 240.27
y 28), restos de mosaicos y un sillar en piedra con signo fálico (vid. fig. 243.9), es decir, materiales de clara adscripción
romana (Iranzo, 2004). Este autor describe una zona del yacimiento que parece concentrar numerosos restos de adobes y
defectos de cocción, por lo que interpreta que podría tratarse
de los restos de un horno alfarero, aunque nosotros no hemos
podido corroborarlo.
Nuestra prospección tan sólo topó con una dispersión de
materiales de escasa entidad, casi todo ibérico, volviendo
a contradecir lo establecido en la ficha de la DGPA y en la
bibliografía como en casos precedentes (fig. 123). Entre los
elementos cerámicos encontramos formas decoradas ibéricas,
cerámica con decoración impresa, un kalathos de ala plana y
labio interior, un asa imitación de kylix, sigillata, tegulae y
abundantes escorias de reducción de hierro, algunas de ellas
de gran tamaño (vid. fig. 177.1). El equipo de C. Mata recogió
en la visita de 1994 una imitación ibérica de la forma Lamb.
7 y un borde de dolium tipo Maralaga (Lozano, 2004: 89). La
numismática republicana está compuesta por las siguientes
monedas: ases de Kelse, Bolskan y Bilbilis y un cuadrante
de Arse.
Fig. 123. Vista de Cañada del Pozuelo.
ss. II a.C. - I d.C
S.002
Como hemos visto anteriormente, se trata del único horno
cerámico documentado con claridad para la cronología que
nos ocupa. Palomares ya relaciona con este lugar el hallazgo
casual de urnas con restos humanos en su interior (Palomares,
1981). Posteriormente se llevó a cabo una excavación de urgencia en 1987 por parte de F. Martínez Cabrera y P. Iranzo,
94
concretamente tres cuadrículas de 4 x 4 m (Martínez Cabrera
e Iranzo, 1988) (fig. 124). Se documentó la cámara de combustión construida con adobes y dividida en dos espacios, así
como el posible secadero de cerámicas, ya que las piezas allí
encontradas se deshacían con el simple contacto al ser tan sólo
arcilla moldeada. Muy cerca apareció otro posible pequeño
horno, en este caso metalúrgico, pero por el contrario no se
localizó el testar del primero.
L. Lozano (2004 y 2006) reestudió tanto las estructuras
como los materiales, viendo que el horno contaba en su entorno
inmediato con los recursos necesarios (agua, arcillas y combustible vegetal). A partir de la cerámica planteó una cronología de
entre el s. II a.C. y la primera mitad del I d.C., en relación con
determinadas formas ibéricas y, sobre todo, por las imitaciones
de formas clásicas. En La Maralaga se fabricaban imitaciones
de formas itálicas, como puedan ser las formas Lamb. 2 y 5 y
la Conspectus 22, y abundantes copias de paredes finas (formas
Mayet I, II, II y XXXIV). Juntamente con todos los materiales
descritos a comienzo de este bloque, entre los hallazgos superficiales podemos destacar una mano de mortero con decoración
incisa de peces (vid. fig. 202.1), un fragmento informe con decoración compleja donde parece representarse una pata de hipocampo (vid. fig. 193.5) y un sestercio de Tito.
Pocillo de Lobos-Lobos (Sinarcas)
Cañada del Salitrar / La Maralaga (Sinarcas)
3 ha (disp.)
Fig. 124. Planimetría del horno de La Maralaga (según Martínez
Cabrera e Iranzo, 1988).
3,8 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
S.004
Existe una problemática historiográfica a la hora de separar el
yacimiento de Pocillo de Lobos-Lobos o, simplemente, LobosLobos, del cercano yacimiento de Los Casalicios, ya que en
muchos casos se ha interpretado como un mismo núcleo (Palomares, 1981). No obstante, el estudio de los materiales recuperados permite diferenciarlos al presentar momentos de ocupa-
[page-n-112]
ción dispares. En nuestro estudio nos centramos en el primero,
paraje cercano a una fuente, donde desde antiguo hay noticias
del hallazgo de restos murarios.
En el registro destaca la presencia de material constructivo
romano como adobes circulares, teselas, ladrillos romboidales,
decoración arquitectónica (vid. fig. 243.11) y tegulae, además
de sigillata y cerámica ibérica (Iranzo, 2004). Montesinos recoge tres formas Drag. 15/17 y una botella Hisp. 20 (Montesinos,
1994-1995: 65-66). En la prospección de 1994 se recogió, entre
otros, una jarrita común romana, un borde de dolium y un fragmento indeterminado de sigillata.
no de imitación, un denario de Bolskan y un divisor de plata de
Ampurias, éste último pieza del contexto de la Segunda Guerra
Púnica que podría marcar el inicio del poblado (Iranzo, 2004:
59). De nuestras prospecciones tenemos una fusayola decorada
(fig. 126.1), una base de Lamb. 4 de barniz negro caleno, una
imitación ibérica de Lamb. 7 (fig. 126.5), un fragmento de Campaniense A, un borde de TSG (fig. 126.2) y dos dolia, uno de
borde casi plano (fig. 126.4) y otro de tipo Maralaga (fig. 126.3)
(Lozano, 2004: 89).
Cerrito de la Horca (Sinarcas)
2,9 ha (disp.)
ss. VI a.C. y I/II d.C.
S.007
Material escaso en la cima y faldas de dicho cerro. Ocupado
principalmente durante el Ibérico Antiguo, también presenta algún fragmento de sigillata que le aporta la cronología imperial,
pero serían ocupaciones residuales o esporádicas.
Cerro Carpio (Sinarcas)
0,5 ha (conc.)
ss. II a.C. - I d.C.
S.008
Poblado fortificado cerca de la actual población de Sinarcas y
de su vecino Cerro de San Cristóbal. Palomares (1981, 21-22)
menciona el no sabemos hasta qué punto cierto hallazgo por
parte de clandestinos de una galería en cuyo interior se hallaron numerosas piezas completas de pequeño tamaño que fueron
vendidas a anticuarios. Cuenta con algunos lienzos de muralla
de gran longitud (fig. 125), restos de departamentos en superficie y en su perímetro se han hallado balas de honda, puntas de
flecha simples y puntas con arponcillo lateral (Iranzo, 2004). En
el collado que separa ambos cerros hay un pequeño pozo del que
mana agua, seguramente aprovechado en el abastecimiento de
sendos poblados.
Los materiales datan el yacimiento como ibérico final y altoimperial. Entre los publicados, además de las armas tenemos
fíbulas, pasta de vidrio, posibles restos de metalurgia de plomo (escorias y planchas quemadas), cerámicas con decoración
impresa y bastantes monedas: tres ases de Kelse, dos ases de
Castulo, un as de Saiti, un as de Valentia, un as romano republicano, dos denarios romanos republicanos, un denario republica-
Fig. 125. Lienzo de muralla del Cerro Carpio.
Fig. 126. Materiales del Cerro Carpio.
Cerro de San Cristóbal (Sinarcas)
1 ha (conc.)
ss. VII - I a.C.
S.009
El Cerro de San Cristóbal es uno de los poblados ibéricos más
importantes de la comarca, ubicado en la cima de una montaña
de unos 1027 msnm próxima a Sinarcas (fig. 127). Las primeras
menciones historiográficas de este yacimiento son de principios
de siglo XX con el hallazgo de una máscara cerámica de aspecto
grotesco (Palomares, 1981: 20). Francisco Martínez menciona
en 1935 en el Almanaque de Las Provincias el hallazgo de restos cerámicos y musivarios romanos en la falda Oeste del cerro,
así como restos ibéricos en su cima. Y por primera vez se llama
la atención de la presencia del foso, el conocido como “Callejón
de los Moros” (Iranzo, 2004: 171-177) (fig. 128). Además de
él, existen otras estructuras visibles en superficie como restos
de carriladas, calles excavadas y rubefacciones en el terreno, en
parte debido a los abundantes agujeros de clandestino.
Entre el material recogido por la bibliografía encontramos
cerámica ibérica, adobes, restos de molinos, una terracota de un
torito, cerámica ática y Campaniense A. De metal destacamos un
proyectil de plomo y conteras. En cuanto a monedas hay dos ases
de Kelin, Ikalkunsken y Segobirices, un as de Carmo, Sekaisa y
Valentia, un cuadrante de Arse y un denario republicano. Nuestros
inventarios recogen piezas de cronología dudosa, como las numerosas cerámicas con decoración impresa (fig. 129), así como otras
atribuibles a una cronología tardía: un kalathos de borde moldurado, tres fragmentos de Campaniense A, así como dos imitaciones
ibéricas de la forma Lamb. 68 (fig. 130). Los elementos metálicos
como enmangues, varillas, láminas o clavos son muy abundantes.
95
[page-n-113]
Fig. 130. Imitaciones ibéricas del Cerro de San Cristóbal.
Fig. 127. Croquis y fotografía aérea del Cerro de San Cristóbal.
Fig. 128. Foso del Cerro de San Cristóbal en los años 90.
Fig. 129. Cubilete decorado del Cerro de San Cristobal.
96
El Carrascal (Sinarcas)
12 ha (disp.)
ss. V a.C. - II/III d.C.
S.010
Yacimiento iberorromano con material ibérico, tegulae, sillería y
adobes (Iranzo, 1988 y 2004). Está cerca de la Fuente de Santa
Úrsula, donde parece que podría haber una necrópolis ibérica, ya
que debido a unas transformaciones agrícolas en 1987 se hallaron
urnas cinerarias, caliciformes y pondera. Este autor diferencia tres
sectores en el yacimiento: una zona con adobes y cerámicas con
defectos de cocción relacionables con un horno alfarero, otra zona
de posibles construcciones romanas y una necrópolis ibérica.
La bibliografía recoge la presencia de cinco fragmentos de
sigillata sudgálica, uno de los cuales es una base con el sello
Ivcvndvs de La Graufesenque, así como 14 de hispánica
(Palomares, 1966 y 1981; Montesinos, 1994-1995). También hay
cerámicas con decoración impresa típicas del territorio de Kelin y
un denario romano de plata. De nuestras prospecciones podemos
diferenciar dos bordes de dolia procedentes de La Maralaga (fig.
131.1 y 2) (Lozano, 2004: 33-34), dos kalathoi de ala plana,
bases de sigillata hispánica con un grafitos latinos en el exterior
(fig. 131.3 y vid. 240.29 y 30), un fragmento informe de sigillata
itálica, pondera con marcas (fig. 131.4 y vid. 238.17) y un ladrillo
romboidal romano. En los fondos del MPV hay otro ejemplar de
este último tipo de material constructivo.
Fig. 131. Materiales de El Carrascal.
[page-n-114]
Tejería Nueva (Sinarcas)
0,7 ha (disp.)
La Cabezuela / Pocillo de Berceruela (Sinarcas)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
S.011
Yacimiento ubicado a 2 km al Este de Sinarcas, donde Iranzo (2004) apunta hacia un posible uso como horno alfarero:
muestras de rubefacción en los materiales, defectos de cocción,
concentración de adobes y tierra rojiza. Se trata de una amplia
extensión de materiales arqueológicos en los que se pueden diferenciar algunas concentraciones, dándose cierta continuidad
hacia los yacimientos de Santa Úrsula y El Carrascal. El autor
habla del hallazgo de una máscara de cerámica de posible origen púnico, pero no podemos aportar nada al respecto. Aparte
de materiales cerámicos y constructivos (cerámica ibérica, sigillata o tegulae), hay dos monedas, concretamente un as de Ebusus y un semis de Castulo. Montesinos publicó las formas 24/25
y 37 de TSH (Montesinos, 1994-1995: 67). De las prospecciones de nuestro proyecto destacamos los hallazgos en 1994 de un
ánfora con resalte interior, dos fragmentos de dolia y un mortero, seguramente todos producidos en el horno de La Maralaga
(Duarte et al., 2000: 232; Lozano, 2004: 42 y 89).
El Molino (Sinarcas)
Hallazgo aislado
ss. VI/V a.C. y II a.C.
S.012
En una transformación agrícola al Norte de Sinarcas en 1952 un
vecino localizó una urna cineraria, seguramente de orejetas por la
descripción que aporta Palomares (1981: 22), con restos humanos,
cenizas y un brazalete en su interior. El autor también cita el hallazgo de un molino de rodeno en las proximidades del lugar, así
como Iranzo (2004: 226) el hallazgo de una fusayola decorada y
un as de Kelin, que es lo que data la fase ibérica final del yacimiento. No contamos con datos suficientes para poder defender que el
sitio alargara su función de cementerio hasta los últimos siglos del
I milenio a.C., por lo que la moneda debe considerarse un simple
hallzgo aislado. En nuestra visita al lugar pudimos comprobar que
el yacimiento tan sólo es una reducida dispersión de escasos materiales (fig. 132), de ahí que tampoco podamos aportar nada nuevo
exceptuando que presenta escorias de reducción de hierro.
2,5 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
S.013
En el paraje de La Berceruela, a los pies de La Cabezuela, un
vecino de Sinarcas localizó en los años 20 del siglo pasado un
fragmento escultórico de rostro femenino muy deteriorado. De
esa misma zona proceden noticias de hallazgos de pondera, ánforas, dolia y ases de Sekaisa y Castulo (Iranzo, 2004). Por otro
lado, Palomares (1981) indicó que en la vertiente oriental de La
Cabezuela existían restos de viviendas ibéricas en superficie, especialmente de planta ovalada. En nuestra reciente visita fuimos
incapaces de localizar estructura alguna; es más, conforme se
asciende la montaña, el volumen de restos cerámicos es menor.
Iranzo considera que, pese a que hay una gran proximidad entre
ambos yacimientos, existe una diferencia en cuanto a fases de
ocupación, ya que La Cabezuela tendría una cronología de entre
los ss. IV a.C. – I d.C., mientras que el Pocillo de Berceruela tendría una ocupación más corta (ss. I a.C. - II d.C.). Nosotros hemos
optado por considerarlos un único yacimiento, siguiendo la tónica
vista en otros casos comarcales. Se trata de una gran dispersión
de materiales, sobre todo cerámica ibérica, pero también tegulae,
dolia y sigillata hispánica. En uno de los campos localizamos una
gran concentración de escorias de reducción de hierro.
Los materiales son un borde de Drag. 15/17 de TSH, dos morteros iberorromanos, uno de los cuales procede claramente de La
Maralaga (Lozano, 2004: 42) (fig. 133.1), tres bordes de dolia
también de dicho horno (Lozano, 2004: 89) (fig. 133.4) y formas
ibéricas (fig. 133.2 y 3).
Fig. 133. Materiales de La Cabezuela / Pocillo de Berceruela.
Pozo Viejo (Sinarcas)
1,6 ha (disp.)
Fig. 132. Vista de El Molino.
ss. II/I a.C. - I d.C.
S.014
Yacimiento conocido a partir del hallazgo de la Estela de Sinarcas en 1941 por parte de un vecino de la localidad al transformar uno de sus campos, a escasos 150 m de la población.
No obstante, en el mismo yacimiento se han producido otros
hallazgos casuales que trataremos en el apartado de mundo
funerario. Además de los mismos, cabe destacar los hallazgos
monetarios de dos ases de Kelse, un denario de Bolskan y un
denario republicano (Iranzo, 2004). De cronología imperial
tan sólo podemos añadir el hallazgo de una jarrita de cerámica
común romana en 1992, juntamente con las cinco formas de
TSG publicadas por Montesinos (1994-1995: 67-68), de ahí
97
[page-n-115]
que no tengamos claro si se trata de una verdadera continuidad
o simples reocupaciones residuales. A poca distancia, Montesinos sitúa otro yacimiento, Pozo el Piojo, donde se halló un
sillar con falo esculpido reutilizado en un bancal, así como
un as de Castulo. No obstante, tal y como ya dejó entrever el
propio autor, quizás se trate de la misma realidad.
Ermita de San Marcos (Sinarcas)
1,2 ha (disp.)
ss. IV/III a.C. y I/II d.C.
S.016
Material muy escaso en torno a la citada ermita, sobre todo ibérico pleno pero también algo de material romano altoimperial,
como el cuello de una botella de cerámica común (fig. 134).
Fig. 134. Botella romana de la Ermita de San Marcos.
Fig. 135. Restos de muros en el corte del camino en La Contienda
/ La Cachirula.
La Nevera (Sinarcas)
Hallazgo aislado
s. II a.C.
S.017
En este yacimiento apareció de forma aislada una moneda de
Kelin en 1956 (Iranzo, 2004: 229-230), de ahí que no podamos
considerarlo un yacimiento propiamente dicho.
La Contienda / La Cachirula (Utiel)
1,2 ha (disp.)
ss. I - II d.C.
U.XII
Cuando se construyó un camino a 3 km de La Torre, aparecieron a ambos lados restos de muros perpendiculares, todavía
visibles en el corte (fig. 135), así como muestras de niveles
de incendio y cerámicas. El material es escaso y está bastante
concentrado, localizándose tanto material constructivo romano (tegulae), como cerámico (sigillata, cerámica común, ánforas, etc.).
Villanueva (Benagéber)
7,6 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
B.003
Yacimiento clasificado como Ibérico Final porque en la ficha se
comenta el hallazgo de cerámica itálica, si bien la visita al lugar en 1995 no proporcionó ninguna importación. Las piezas son
ibéricas, aunque algunas con formas peculiares que recuerdan a
determinados tipos hallados en la Casa de la Cabeza (fig. 136).
Iranzo recoge el hallazgo de una punta de flecha de bronce con
98
Fig. 136. Materiales de Villanueva.
arponcillo (Iranzo, 1989b), conocida bibliográficamente como
“punta de Macalón” y cuya problemática y cronología trataremos
más adelante.
Punto de Agua (Benagéber)
0,2 ha (conc.)
ss. II - I a.C.
B.004
Poblado fortificado en el reborde montañoso de la comarca (Lorrio, 2007: 227; 2012: 71-74), cerca de Villanueva. Su cima es
amesetada y en su vertiente septentrional presenta un foso de
unos 4 m de ancho y 23 de longitud en dirección Oeste-Este, así
[page-n-116]
los materiales hallados en el poblado destaca la presencia de un
borde de dolium (fig. 137), adobes y algunos elementos metálicos. Se habla de hallazgos monetarios de las cecas de Arse y
Gili, pero la falta de referencias más exactas hace que no los
tengamos en cuenta.
Tinada Guandonera (Aliaguilla, Cuenca)
Fig. 137. Borde de dolium del Punto de Agua.
como un posible posible torreón en el lado Oeste. Hace ya más
de 25 años se comentó que los cultivos de secano que poblaban
la cima apenas habrían dañado los restos, cuyos trazados eran
todavía visibles en superficie (Martínez García, 1988: 90-95).
En su ladera Norte se descubrió la necrópolis, elemento que trataremos en el apartado correspondiente; únicamente apuntamos
la presencia de una forma Lamb. 13 de barniz negro caleno,
así como una imitación ibérica de Lamb. 3. Por su parte, entre
1,8 ha (disp.)
ss. I a.C. - I/II d.C.
CU.007
Yacimiento romano con algo de cerámica ibérica, aunque no
podemos determinar si procedente de la fase ibérica final o si es
de factura ibérica ya en época altoimperial. Ha sido diferenciado en dos partes, I y II, aunque a efectos de nuestro análisis lo
tomaremos como uno solo. Los materiales documentados son
dos dolia, un mortero, dos ánforas imperiales indeterminadas,
dos formas Drag. 15/17 y dos Drag. 37 de TSH, más abundantes
restos de tegulae y ladrillos romanos.
99
[page-n-117]
[page-n-118]
Análisis arqueológico del territorio
Hasta este punto hemos desarrollado la parte puramente descriptiva de nuestro trabajo de investigación, recopilando la
mayor información posible de la tríada que constituye nuestro
objeto de estudio: geografía, yacimientos y materiales. Los yacimientos suman un total de 125, un número que aumenta si
tenemos en cuenta otros que sólo presentan ocupación durante
o hasta el Ibérico Pleno, lo que en ocasiones se hará para ver la
evolución del patrón de asentamiento.
Al ser la mayoría conocidos a partir de prospección, muchos
tan sólo se nos presentan como meros coordenadas en un mapa
con material disperso asociado. No obstante, detrás del genérico
“yacimiento” encontramos multitud de tipos de asentamientos con
muy diferentes funcionalidades que deberemos, en la medida de
lo posible, determinar por tal de alcanzar un análisis más próximo a la realidad pretérita. Valorarlos en este sentido, tanto si son
yacimientos prospectados como excavados, es un paso ineludible
para poder acometer un análisis correcto de la organización territorial, ya que no podemos acceder al patrón de asentamiento
de un territorio a partir de simples “puntos”. Esto conformará la
primera parte de este bloque: la categorización de los diferentes
yacimientos en relación con su tamaño, su ubicación, sus ajuares,
sus estructuras superficiales y otros múltiples aspectos.
La segunda parte, que es la que da propiamente título a
este bloque, es el análisis arqueológico del territorio: el paso
del mero estudio estático de los yacimientos, tal y como podría
hacerse en una simple carta arqueológica de la comarca, a un
estudio complejo, global y dinámico donde los núcleos interactúan tanto entre ellos como con el paisaje. Cuestiones como la
productividad, las redes de intercambio y comercio, las vías y
caminos, la visibilidad, las fronteras o las esferas sacra y funeraria serán de vital importancia para entender la ocupación
iberorromana del espacio y la articulación que se hacía de él.
La información extraída del bloque anterior nos deja, por lo
tanto, 125 yacimientos con los consiguientes datos asociados
(tablas 5 y 6; fig. 138).
introducción al software empleado
No pretendemos equiparar el presente trabajo con los novedosos
estudios de Arqueología del Territorio realizados en los últimos
años a partir de todo tipo de aplicaciones informáticas y cartográficas. El presente es un trabajo “clásico” de poblamiento en
una zona concreta, en el cual también hemos echado mano de
utilidades informáticas a fin de completar el análisis hasta lo que
el tiempo y nuestros propios conocimientos nos han permitido.
Por ese motivo, precisamente, no nos hemos encasillado en el
uso especializado y monográfico de un solo programa informático, sino que hemos variado en función del análisis o del aspecto que queramos tratar, buscando siempre el desarrollo más
detallado o los resultados más efectivos y claros.
Hoy en día es prácticamente imposible intentar acometer
un estudio de Arqueología del Territorio o del Paisaje sin tener
unas breves nociones del uso de Sistemas de Información Geográfica. Estos programas provenientes de la Geografía han tenido su boom en la Arqueología desde los años 90 del siglo pasado
gracias a suponer un sustancial ahorro de tiempo, pudiéndose
combinar datos geográficos/cartográficos con arqueológicos
(Baena et al., 1997; Gutiérrez y Gould, 2000; Grau, 2006; entre
otros). Los SIG nos permiten vincular cartografía digital de todo
tipo (mapas orográficos e hídricos, modelos digitales del terreno, mapas temáticos,… tanto en formato vectorial como ráster)
con bases de datos con información arqueológica, es decir, con
nuestras bases de datos de yacimientos y materiales. La extensa
gama de herramientas que tienen estos programas nos permiten
desarrollar infinidad de análisis y hacerlo todo ello de manera
rápida y eficaz, obteniendo mapas muy visuales que constituyen
un excelente complemento del discurso histórico pero que, al
mismo tiempo, también son una herramienta de análisis más.
Dos son los SIG utilizados: GVSIG y GRASS. GVSIG, en
su versión 1.11.0, es un programa gratuito de la Generalitat Valenciana de gran potencialidad y compatibilidades cartográficas,
101
[page-n-119]
Tabla 5. Descripción del total de yacimientos de este estudio.
Valle
del
Cabriel
La Albosa
Lomas
de Los
Pedrones
Llano de Campo Arcís
Corredor de Hortunas
Llano de El Rebollar
La vega del Magro
Yacimiento
Sierra de El
Moluengo
102
Referencia
Término
Altitud
Cat. Disp.
Cronología
Los Aguachares
Calderón
Molino del Duende
Las Canales
Rambla del Sapo
Requena
Barrio Los Tunos
El Barriete
Fuencaliente
La Borracha
La Picazuela
Casilla Hererra
Cerro Valentín
El Batán
El Cerrito
F. las Pepas
Loma del Moral
El Rebollar
Las Lomas
Las Paredillas II
Las Paredillas I
Mazalví
Casa de Mazalví
La Carrasca
Cerro Castellar
P. de la Portera I
El Paraíso
Los Lidoneros I
C. de los Ángeles
Los Alerises
B. Espino
Cerro Hueco
La Calerilla
Cerro Gallina
Casa Alarcón
Casa de la Cabeza
Los Villares de Campo Arcís
Casa de la Vereda
El Balsón
Casa del Tesorillo
Puntal del Moro
El Ardal
C. de las Cañadas
Los Villarejos
Fuen Vich
El Carrascalejo
Hórtola
Los Pedriches
Fuente de la Reina
Casa Sevilluela
Las Zorras
Los Olmillos
Muela de Arriba
La Campamento
Casa del Morte
C. de la Alcantarilla
Sisternas
Vadocañas
El Periquete
C. de Caballero
El Moluengo
Camino de la Casa Zapata
R.009
R.022
R.031
R.037
R.077
R.093
R.II
R.III
R.IV
R.XI
R.XII
R.V
R.VI
R.VIII
R.IX
R.X
R.003
R.005
R.016
R.090
R.I
SA.03
SA.04
SA.06
R.010
R.011
R.017
R.034
R.064
R.072
R.081
R.086
R.105
R.004
R.006
R.030
R.049
R.065
R.066
R.067
R.071
R.078
R.094
R.035
R.080
R.082
R.XIII
VM.06
VM.08
VM.19
VM.25
R.068
R.070
R.071
R.075
R.100
R.XIV
CU.05
R.015
R.021
VC.02
VC.08
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Siete Aguas
Siete Aguas
Siete Aguas
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
V.enta del Moro
Venta del Moro
Venta del Moro
Venta del Moro
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Iniesta (Cuenca)
Requena
Requena
Villargordo
Villargordo
720
720
650
650
650
700
725
690
670
640
700
650
712
744
660
720
850
720
700
680
689
890
890
780
700
605
640
540
700
660
550
630
544
600
630
560
580
580
560
620
560
632
640
640
640
680
600
760
740
800
680
590
680
590
570
555
586
540
380
380
880
840
4.1
2.1
2.1
4.1
2.1
2.2
2.1
3.1
3.1
3.1
3.1
2.1
2.1
1
3.1
2.1
4.1
4.1
4.1
3.2
2.1
2.1
3.1
5
2.1
4.1
5
2.1
2.1
2.1
3.1
1
3.1
3.1
3.1
2.1
3.1
4.1
3.1
3.1
2.1
1
2.1
2.1
2.1
3.1
3.2
4.1
2.1
1
4.1
3.1
4.1
1
1
II a.C. - II/III d.C.
V y II - I a.C.
II - I a.C.
II a.C. - II d.C.
VI a.C. - I/II d.C.
VII a.C. - II/III d.C.
I - V d.C.
I - IV d.C.
I - III d.C.
I - III d.C.
I - III d.C.
II - IV d.C.
II - IV d.C.
II - III d.C.
II - III d.C.
II - III d.C.
VI - I a.C.
V a.C. - I/II d.C.
II a.C. - I/II d.C.
II - I a.C.
I - II/III d.C.
II a. C. - I/II d.C.
II a. C. - I/II d.C.
II - I a.C.
VI - I a.C.
VI - IV a.C. e Imperial
V - I a.C.
III - II/I a.C.
V-III a.C. e Imperial
VI a.C. - I d.C.
III a.C. - I d.C.
V-III a.C. e Imperial
I a.C. - III d.C.
V y II - I a.C.
II/I a.C. - II d.C.
II - I a.C.
I a.C. - IV d.C.
IV/III a.C. - I/II d.C.
IV - III a.C. y I/II d.C.
II a.C. - III d.C.
VI a.C. y I/II d.C.
II a.C. - II/III d.C.
II - I a.C.
VI a.C. - II / III d.C.
VI a.C. - II/III d.C.
II / I a.C. - II d.C.
I - II d.C.
II a.C. - I d.C.
IV - I a.C.
V a.C. - I d.C.
VI a.C.; II-I a.C. y III-V d.C.
V a.C. y II a.C. - I/II d.C.
V - II a.C.
V a.C. y I/II d.C.
II - I a.C.
VI a.C. - I d.C.
II-IV d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
II - I a.C.
V a.C. - I/II d.C.
VI a.C. - III d.C.
[page-n-120]
Sinarcas
Llano de Camporrobles
Llano de
Fuenterrobles
Llano de Caudete
Sierra
de Utiel
Llano de Utiel
Yacimiento
Referencia
Término
Altitud
Cat. Disp.
Cronología
Las Casas
Fuente del Cristal
Cañada Campo II
Los Derramadores
Molino Enmedio
La Solana
Los Carasoles
C. de las Córdovas
Casa del Vicario
El Campanillo
El Soborno
Ermita St Bárbara
Fuente la Alberca
Cañada Campo I
Los Calicantos
La Mazorra
Fuente Hontanar
Boquera Tormillo
S. Antonio Cabañas
Kelin
La Atalaya
Caudete Norte
Caudete Este
Casa Doñana
Rincón de Gregorio
Vallejo Ratones
Hoya Redonda II
Cerro de la Peladilla
La Mina
PUR-3
Covarrobles
Las Pedrizas
La Tejería
Peña Lisa
Fuenterrobles
Punta de la Sierra
El Molón
Los Villares
La Balsa
Cueva Santa Mira
La Cuesta Colorá
Cañada del Carrascal
Viña del Derramador
Hoya de Barea
Casas del Alaud
Cueva Santa
Cañada del Pozuelo
La Maralaga
P. de Lobos-Lobos
Cerrito de la Horca
Cerro Carpio
Cerro San Cristóbal
El Carrascal
Tejería Nueva
El Molino
La Cabezuela / P.Berceruela
Pozo Viejo
Ermita de San Marcos
La Nevera
Contienda / Cachirula
Villanueva
Punto de Agua
U.002
U.007
U.012
U.018
U.I
U.020
U.II
U.III
U.IV
U.V
U.VI
U.VII
U.VIII
U.IX
U.X
U.001
U.016
U.021
U.013
CF.01
CF.02
CF.03
CF.04
CF.07
CF.10
F.008
F.014
F.001
F.003
F.005
F.006
F.010
F.011
F.012
F.I
F.II
C.001
C.003
C.004
CU.004
C.I
C.II
C.III
C.IV
CU.03
CU.04
S.001
S.002
S.004
S.007
S.008
S.009
S.010
S.011
S. 012
S.013
S.014
S.016
S.017
U.XII
B.003
B.004
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Caudete
Caudete
Caudete
Caudete
Caudete
Caudete
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Camporrobles
Camporrobles
Camporrobles
Camporrobles
Camporrobles
Camporrobles
Camporrobles
Camporrobles
Mira (Cuenca)
Mira (Cuenca)
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Utiel
Benagéber
Benagéber
800
780
760
760
812
600
774
715
733
752
738
755
757
760
749
1080
1000
1012
760
820
863
780
780
800
800
810
815
1040
900
900
900
880
860
860
870
950
1129
920
920
800
924
1015
940
990
840
800
890
870
880
860
1053
1027
880
880
860
880
860
860
900
827
880
896
2.1
3.1
3.1
2.1
2.1
1
3.2
4.1
3.1
2.1
1
2.1
1
1
2.1
3.1
3.1
2.1
3.2
3.1
3.1
2.1
3.1
3.1
1
3.2
2.1
3.1
5
1
1
5
2.1
2.1
2.1
3.1
3.2
3.2
1
3.1
2.1
5
3.1
3.1
2.1
3.2
III/II a.C. - I/II d.C.
I - III d.C.
VI a.C. - II/III d.C.
VI a.C. - II/III d.C.
I - IV d.C.
V a.C. y II/I a.C. - IV/V d.C.
I - III d.C.
I - IV d.C.
I - IV d.C.
I - IV d.C.
I - IV d.C.
I - IV d.C.
I - IV d.C.
II - IV d.C.
II - IV d.C.
IV - I a.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
II a.C. - I d.C.
II/I a.C. - I d.C.
VII - I a.C.
VII - I a.C.
VII - I a.C.
II a.C. - III/IV d.C.
II/I a.C. - III/IV d.C.
II - I a.C
II - I a.C
II/I a.C. - I/II d.C.
IV-I a.C.
II a.C. - I d.C.
II - I a.C.
II a.C. - I d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
V - I a.C.
I - III d.C.
I - III d.C.
VII - I a.C.
II/I a.C. - I d.C.
I a.C. - III/IV d.C.
VII/VI a.C. - II d.C.
I - II d.C.
II/I a.C. - II/III d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
III/II a.C. - III/IV d.C.
VI a.C. y II/I a.C. - I/II d.C.
VI a.C. - II d.C.
V a.C. - I/II d.C.
II a.C. - I d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
VI a.C. y I/II d.C.
II a.C. - I d.C.
VII a.C. - I a.C.
V a.C. - II/III d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
VI/V y II a.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
II/I a.C. - I d.C.
IV/III a.C. y I/II d.C.
II a.C.
I - II d.C.
II - I a.C.
II - I a.C.
Tinada Guandonera
CU.07
Aliaguilla (Cuenca)
953
3.1
I a.C. - I/II d.C.
103
[page-n-121]
Tabla 6. Fases de ocupación de los yacimientos.
Yacimiento
Los Aguachares
Calderón
Molino Duende
Las Canales
Rambla del Sapo
Requena
Barrio Los Tunos
El Barriete
Fuencaliente
La Borracha
La Picazuela
Casilla Hererra
Cerro Valentín
El Batán
El Cerrito
Fuente de las Pepas
Loma Moral
El Rebollar
Las Lomas
Las Paredillas II
Las Paredillas I
Mazalví
Casa de Mazalví
La Carrasca
C. Castellar
P. Portera I
El Paraíso
Lidoneros I
Cueva de los Ángeles
Los Alerises
Barranquillo del Espino
Cerro Hueco
La Calerilla
Cerro Gallina
Casa Alarcón
Casa de la Cabeza
Villares Campo Arcís
Casa de la Vereda
El Balsón
Casa del Tesorillo
Puntal del Moro
El Ardal
Casa Cañadas
Los Villarejos
Fuen Vich
El Carrascalejo
Hórtola
Los Pedriches
Fuente de la Reina
Casa Sevilluela
Las Zorras
Los Olmillos
Muela de Arriba
Campamento
Casa del Morte
Casa de la Alcantarilla
Sisternas
Vadocañas
El Periquete
Casas de Caballero
El Moluengo
Camino C. Zapata
104
IV-III a.C.
II-I a.C
I-II d.C.
Yacimiento
Molino de Enmedio
Las Casas
Fuente del Cristal
Cañada del Campo II
Los Derramadores
La Solana
Los Carasoles
Casa de las Córdovas
Casa del Vicario
El Campanillo
El Soborno
Ermita Sta. Bárbara
Fuente de la Alberca
Cañada del Campo I
Los Calicantos
La Mazorra
Fuente del Hontanar
Boquera del Tormillo
San Antonio Cabañas
Kelin
La Atalaya
Caudete Norte
Caudete Este
Casa Doñana
Rincón de Gregorio
Vallejo Ratones
Hoya Redonda II
Cerro de la Peladilla
La Mina
PUR-3
Covarrobles
Las Pedrizas
La Tejería
Peña Lisa
Fuenterrobles
Punta de la Sierra
El Molón
Los Villares
La Balsa
Cueva Santa de Mira
Cuesta Colorá
Cañada del Carrascal
Viña Derramador
Hoya de Barea
Casas del Alaud
Cañada Pozuelo
La Maralaga
Pocillo Lobos-Lobos
Cerrito de la Horca
Cerro Carpio
Cerro S. Cristóbal
El Carrascal
Tejería Nueva
El Molino
Cabezuela / P. Berceruela
Pozo Viejo
Ermita de San Marcos
La Nevera
Contienda
Villanueva
Punto de Agua
Tinada Guandonera
IV-III a.C.
II-I a.C
I-II d.C.
[page-n-122]
105
Fig. 138. Mapa con el total de yacimientos del presente trabajo.
[page-n-123]
Categorización de los yacimientos
Fig. 139. Sistemas de Información Geográfica empleados.
entre las que destaca el empleo de recursos WMS (Web Map
Service) a través de Internet (fig. 139.1). Al estar concebido
para todo tipo de profesionales y administraciones públicas, tiene una mayor facilidad de uso y entre sus herramientas, pese a
no estar dirigidas específicamente al campo de la Arqueología,
encontramos bastantes de gran utilidad. Sus principales características son (http://www.gvsig.gva.es/):
- Portable: lenguaje de programación Java, se puede trabajar
en diferentes plataformas.
- Modular: funcionalidades ampliables.
- Código abierto y sin licencias.
- Interoperable.
Por otro lado, también utlizamos el SIG GRASS - Geographic Resources Analysis Support System1 (Neteler y Mitasova, 2008) (fig. 139.2). Se trata de un SIG creado en 1982
por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los EEUU como
herramienta de gestión, abierto al público a través de internet
desde 1991 y difundido en ámbitos académicos y comerciales
desde finales del siglo pasado. Es un programa especialmente
concebido para usar en plataforma Linux, pero también se han
desarrollado útiles versiones para MAC y Windows. El Modelo Digital del Terreno (MDT) de nuestra zona en cuestión fue
desarrollado por A. Moreno bajo supervisión del propio M.
Barton durante su estancia en la ASU en el año 2006.
Para la representación gráfica aún hemos variado más en la
utilización de programas o aplicaciones web. En este sentido,
se ha hecho uso de Google Earth, SIGPAC, el Visor 3D del
Institut Cartogràfic Valencià (ICV) y el MDT de la Conselleria
de Medi Ambient, Aigua, Urbanisme i Habitatge, en función
del aspecto que qusiéramos tratar o del mejor grado de definición y resolución. En ocasiones se ha integrado su cartografía
en los propios SIG mediante el uso de capas WMS, mientras
que en otras se han trabajado directamente sobre sus imágenes,
retocándolas en cualquier otro programa de dibujo o retoque
fotográfico (Photoshop, Illustrator, Freehand, etc.).
1 Como ya hemos comentado, tras nuestra estancia doctoral en 2008 en
la School of Human Evolution de la Arizona State University (Tempe,
EEUU), bajo la supervisión del Dr. Michael Barton.
106
Inicialmente, la categorización de los yacimientos dentro de
nuestro proyecto de estudio se hacía tan sólo a partir de tres variables: tamaño, ubicación y presencia o no de defensas, parámetros
que suelen ir interrelacionados (Mata et al., 2001 a y b). Dicha
categorización, útil en términos de organización somera de los
yacimientos, no aportaba nada en cuanto a carácter, funcionalidad o significado de los mismos. Es por ello que hemos intentado
perfeccionarla en los últimos años (Quixal, 2008; Moreno, 2010,
Mata et al., 2012). A partir de esas tres variables, válidas pero
incompletas, hemos añadido otras y hemos valorado de forma
crítica cada uno de los yacimientos, por tal de establecer su categorización funcional.
A modo ilustrativo incluimos las cinco categorías generales
que se establecían en los trabajos previos, algunas de ellas subdivididas a su vez en dos (tabla 5):
- Categoría 1: Yacimientos de 10 ha o más, ubicados en el
llano, loma o vaguada. A esta categoría pertenece, entre
otros, el oppidum ibérico de Kelin, capital del territorio.
- Categoría 2: Yacimientos de entre 9 - 2,5 ha. Se puede diferenciar entre:
2.1: Su extensión es fruto de la dispersión de materiales en
superficie, pues carecen de límites claros o fortificación.
2.2: Cuentan con fortificaciones, además de una posición
elevada con un buen control del territorio y una excelente
visibilidad.
- Categoría 3: Yacimientos de entre 2,5 – 0,5 ha. Se diferencian
también en 3.1 y 3.2, con las mismas características que en
el caso anterior respectivamente (con o sin límites claros o
fortificación visible).
- Categoría 4: Yacimientos pequeños, con menos de 0,5 ha. Se
diferencian también en 4.1 y 4.2, con las mismas características que en los casos anteriores respectivamente.
- Categoría 5: Yacimientos de carácter especial, cuyo tamaño
no es para nada importante (cuevas, necrópolis, fuentes, etc.).
Pero, como hemos dicho, existen otras variables que nos
permiten acercarnos más no sólo a la forma del yacimiento, sino
también a la función del asentamiento, teniendo claro que el
grueso de los yacimientos responden, a nuestro parecer, a funciones de explotación del entorno. Siempre debemos ir con pies
de plomo en este ámbito, más si cabe si la base del trabajo son
prospecciones arqueológicas.
En las últimas décadas, la investigación del mundo ibérico ha ramificado los intereses y objetivos de sus estudios de
poblamiento, evitando centrarse exclusivamente en los oppida, en las atalayas o en los lugares cultuales. Desde entonces,
bastantes son las publicaciones que han tratado el mundo rural
como un ámbito fundamental de los pueblos ibéricos, algunas
incluso con carácter monográfico (Martín y Plana, 2001; Orejas, 2006). Nuestro proyecto de estudio también se ha centrado
en este ámbito durante la última década, con la excavación de
pequeños lugares de hábitat temporal asociados a estructuras de
transformación de los alimentos (Rambla de la Alcantarilla en
2005 y Solana de Cantos 2 en 2006; ambos en Requena), así
como granjas y/o aldeas de pequeñas dimensiones (El Zoquete
en 2007 y 2008 o la Casa de la Cabeza de 2010 a 2012, ambos
también en Requena) (Pérez et al., 2007; Quixal et al., 2008;
Mata et al., 2009; Quixal et al., 2010, 2011 y 2012).
[page-n-124]
Precisamente, el poder discernir, por un lado, lo que es hábitat de lo que no, y, por otro, lo que pudo tener ocupación permanente o temporal, ha sido una de las problemáticas en las que
se ha centrado nuestra investigación de forma más concienzuda (Quixal, 2008; Mata et al., 2009; Moreno y Quixal, 2009).
Anteriormente englobábamos todo aquello que se alejaba de la
categoría de poblado como “hábitat”, sobre todo yacimientos
en llano con poca entidad y materiales escasos y dispersos. En
otros territorios no se trata de un tipo mayoritario, pero, en nuestro caso, es sin duda la tónica dominante. En los últimos años
algunos autores han apuntado esta problemática y han llegado
a la conclusión de que podemos diferenciar entre lugares rurales de ocupación estable y pequeños establecimientos rurales de
entidad baja, especialmente en el entorno inmediato de ciudades
como el Puig de Sant Andreu (Ullastret, Girona) (Plana y Martín, 2001) o Edeta (Bonet et al. 2007).
Por todo ello, para poder determinar a partir de una prospección si un yacimiento en llano tuvo carácter de hábitat, algo en
ocasiones complicado de hacer incluso en los escasos yacimientos
excavados, debemos tener en cuenta toda una serie de variables.
Ninguna por sí sola es determinante, pero en conjunto consideramos que pueden ser ciertamente útiles. Siempre que ha sido posible, los datos han sido contrastados con registros arqueológicos
procedentes de excavaciones para ofrecer un mayor rigor en las
aproximaciones. Las variables en cuestión son: tamaño, ubicación, presencia de defensas, variedad tipológica de su registro cerámico, presencia de importaciones, presencia de otros elementos
de cultura material, diacronía y proximidad a otros asentamientos.
Tamaño
Las dificultades de cuantificación del tamaño de los yacimientos
a partir de una prospección arqueológica se centran, especialmente, en determinar si una mayor o menor área de extensión
de restos responde realmente a un mayor o menor tamaño en el
pasado (Fernández Martínez y Lorrio, 1986). En primer lugar,
debemos tener en cuenta que un yacimiento es producto de la
suma de los diferentes niveles de ocupación, abandono, alteración o destrucción que esa zona ha vivido. En este sentido, nosotros conocemos la superficie que tiene el yacimiento de forma
general, pero en caso de tener diferentes fases de ocupación, en
la mayoría de los casos seremos incapaces de determinar qué
tamaño tuvo en cada una de ellas (Quixal, 2008: 90-93).
Nuestra experiencia en el territorio de Kelin nos ha mostrado que grandes dispersiones de material no tienen por qué
corresponder a grandes asentamientos, ya que muchos son, en
realidad, pequeñas agrupaciones dispersas. A modo de ilustración hemos realizado en algunos yacimientos del Ibérico Pleno comparaciones entre las simples dispersiones de material
previas a su excavación y la superficie del espacio resultante
tras la misma. En este sentido, los trabajos en la Rambla de
la Alcantarilla, Solana de Cantos 2 y El Zoquete permitieron
ver como el espacio construido final era en porcentaje mucho
menor a lo que constituía la dispersión general de material
(Mata et al., 2012) (tabla 7). El yacimiento de Los Aguachares, dentro de este estudio por estar ocupado también en época
ibérica final y romana altoimperial, también muestra un gran
contraste entre las 25 ha de dispersión en superficie y los 20
m² de construcciones ibéricas localizadas tras la excavación
de urgencia que se llevó a cabo (Vidal et al., 2004). No obstante, estos datos no son del todo válidos por tratarse de una
excavación parcial en un yacimiento de deficiente conservación, lo cual sesga inevitablemente el registro conservado.
Por otro lado, es fundamental diferenciar una dispersión de
materiales, entendiéndola como una distribución irregular del
material de densidad media / baja; de una concentración de materiales dentro de la dispersión general, en la cual la densidad es alta
/ muy alta por hallarse una gran cantidad de restos en un espacio
relativamente reducido. Tanto en uno como en otro sentido, la
disposición de los materiales puede estar marcando diferencias
en la entidad, la estabilidad y la funcionalidad de ese núcleo en
tiempos pretéritos. Las concentraciones de materiales suelen atribuirse a lugares de hábitat, pero también puede tratarse de hornos,
necrópolis u otro tipo de establecimiento rural que no siempre
dejan indicios claros de su actividad. En los poblados en alto es
más fácil determinar sus límites siguiendo el perímetro de sus
defensas o de la propia cima, por lo que podemos calcular su extensión de forma más rigurosa (Mata et al., 2001: 314).
Respecto al caso práctico que nos ocupa, en primer lugar
vamos a analizar las extensiones totales de los yacimientos del
presente estudio, es decir, las dispersiones generales de material arqueológico. Y lo haremos teniendo en cuenta las grupos
de tamaños previamente descritos (horquillas de +10, 10-2,5,
2,5-0,5 y -0,5 ha), tanto para época ibérica final como romana
altoimperial (tablas 8 y 9).
Si atendemos a los porcentajes que representan cada uno de
estos grupos y los comparamos por épocas, observamos datos
significativos (fig. 140), ya apuntados en otros trabajos previos
(Mata et al., 2001 a y b). Durante el Ibérico Pleno, juntamente con el ya comentado cénit a nivel poblacional, se observa
cómo hay un predominio de los yacimientos pequeños (Moreno,
2010: 109). Casi el 70% presentan menos de 2,5 ha de dispersión de material. En las fases sucesivas, sobre todo en el Ibérico
Final, dentro de una reducción del número de yacimientos, éstos tienden a ganar en tamaño, constituyendo más de la mitad
los que superan las 2,5 ha. De esta manera, tenemos como el
número absoluto de yacimientos de +10 y 10-2,5 ha (11 y 27
respectivamente), es superior o igual a los de la fase anterior (7
y 27) (fig. 141). El gran cambio viene con el descenso drástico
de los yacimientos de entre 2,5-0,5 ha y -0,5 ha, de 48 a 20 y
Tabla 7. Comparación entre las superficies de dispersión y concentración de materiales, así como superficie construida una vez excavados.
Yacimiento
Dispersión
Concentración
Excavación
Rambla de la Alcantarilla
3.125 m² (100%)
Inexistente
150 m² (4,8% disp.)
Solana de Cantos 2
El Zoquete
3.000 m² (100%)
5.000 m² (100%)
Inexistente
2.800 m² (56%)
15 m² (0,5% disp.)
300 m² (6% disp. / 10,7% conc.)
107
[page-n-125]
Tabla 8. Tamaño de los yacimientos durante el Ibérico Final.
Tipo
Tamaño
Yacimientos
Sin delimitación
> 10 ha
Los Aguachares, Las Lomas, Los Pedriches, Casa de la Alcantarilla, El Moluengo, Camino de la
Casa Zapata, Kelin, Caudete Norte, Caudete Este, Peña Lisa, El Carrascal
10 - 2,5 ha
Calderón, Molino del Duende, Rambla del Sapo, Loma del Moral, El Rebollar, Los Alerises, El
Paraíso, Cerro Gallina, Casa Alarcón, El Carrascalejo, Fuente de la Reina, Casa Sevilluela, Las
Zorras, Casa del Morte, Las Casas, Los Derramadores, San Antonio de Cabañas, La Atalaya, Casa
Doñana, Hoya Redonda II, Covarrobles, Los Villares de Camporrobles, Cañada del Pozuelo, La
Maralaga, Pocillo de Lobos-Lobos, La Cabezuela/Pocillo Berceruela, Villanueva
2,5 - 0,5 ha
Las Paredilas II, Los Lidoneros I, Casa de la Cabeza, Casa de la Vereda, Casa del Tesorillo, El
Ardal, Los Villarejos, Fuen Vich, Los Olmillos, El Periquete, Cañada del Campo II, Boquera del
Tormillo, Rincón de Gregorio, Vallejo de los Ratones, La Mina, PUR-3, Las Pedrizas, La Tejería,
Tejería Nueva, Pozo Viejo
< 0,5 ha
Las Canales, Mazalví, Casa de Mazalví, La Carrasca, B. Espino, Casa de las Cañadas, Vadocañas,
Casas de Caballero, F. del Hontanar
Delimitados por
10 - 2,5 ha
fortificaciones o la 2,5 - 0,5 ha
propia orografía
Requena
Cerro Castellar, Muela de Arriba, La Mazorra, Cerro de la Peladilla, El Molón, Cerro Carpio, Cerro
de San Cristóbal
< 0,5 ha
Desconocido
Punto de Agua
Desconocido
Cañada del Carrascal, Viña del Derramador, Hoya de Barea, El Molino, La Nevera
Tabla 9. Tamaño de los yacimientos durante el Alto Imperio.
Tipo
Tamaño
Yacimientos
Sin delimitación
> 10 ha
Los Aguachares, Las Lomas, Casa de la Alcantarilla, Camino de la Casa Zapata, El Carrascal.
10 - 2,5 ha
Rambla del Sapo, Barrio de los Tunos, El Rebollar, Las Paredillas I, Casa Alarcón, Los Villares
Campo Arcís, Puntal del Moro, El Carrascalejo, Las Casas, Los Derramadores, Molino de En
medio, Casa Doñana, Covarrobles, Los Villares de Camporrobles, Cañada del Pozuelo, La
Maralaga, Pocillo de Lobos-Lobos, La Cabezuela/Pocillo Berceruela.
2,5 - 0,5 ha
Las Paredilas II, Casa de la Vereda, El Balsón, Casa del Tesorillo, El Ardal, Los Villarejos, Fuen
Vich, Los Olmillos, El Periquete, Fuente del Cristal, Cañada del Campo II, Boquera del Tormillo,
La Mina, Las Pedrizas, La Tejería, La Balsa, Cerrito de la Horca, Tejería Nueva, Pozo Viejo,
Ermita de San Marcos, La Contienda, Tinada Guandonera.
< 0,5 ha
Las Canales, Mazalví, Casa de Mazalví, Vadocañas, Fuente del Hontanar.
Delimitados por
10 - 2,5 ha
fortificaciones o la 2,5 - 0,5 ha
propia orografía
Requena
Desconocido
Fuencaliente, La Borracha, La Picazuela, Casilla Herrera, Cerro Valentín, El Batán, El Cerrito,
Fuente de las Pepas, Hórtola, Cisternas, Fuenterrobles, Punta de la Sierra, La Cuesta Colorá,
Cañada del Carrascal, Viña del Derramador, Hoya de Barea, Los Carasoles, Casa de las Córdovas,
Casa del Vicario, El Campanillo, El Soborno, Ermita de Santa Bárbara, Fuente de la Alberca,
Cañada de Campo I, Los Calicantos.
Desconocido
Cerro Carpio
de 21 a 9 en cada una de ellas. En época imperial la cuestión
está más igualada, aunque la presencia de material imperial en
yacimientos ibéricos nos ha llevado a contabilizar como romanos núcleos que igual sólo tienen ocupaciones residuales. Los
asentamientos romanos estables, en cambio, sí que son grandes
y densas dispersiones de material.
Detrás de estas extensas dispersiones de material puede
haber muchos factores, además de la propia lógica de pensar
que los asentamientos son cada vez más grandes. En pri108
mer lugar, los procesos postdeposicionales pueden provocar
de una manera aleatoria yacimientos más o menos grandes,
independientemente del tamaño original de la construcción
(erosión, transformaciones agrícolas diversas, etc.). Dicho
esto, el aumento de tamaño de los yacimientos ibéricos finales y romanos altoimperiales puede estar en relación con
una mayor complejidad a nivel de equipamientos y sectores
dentro de un mismo núcleo. Sin duda el ejemplo más claro
es la villa romana, las cuales según Columela estarían divi-
[page-n-126]
Fig. 140. Evolución del tamaño
de las dispersiones de material,
por porcentajes.
Fig. 141. Evolución del tamaño
de las dispersiones de material,
por valor absoluto.
didas en diferentes partes según su funcionalidad (Dyson,
2003: 19-20). Ello sin duda provocaría, en caso de generarse
un yacimiento, que la dispersión de materiales del mismo
fuera mucho mayor, dado que los procesos postdeposicionales afectarían a diversos sectores. Nuestra propia excavación
en la Casa de la Cabeza nos ha permitido observar como
un mismo lugar puede estar estructurado en diferentes sectores, aumentando la dispersión superficial resultante. Las
sociedades humanas han ido generando cada vez un mayor
número de materiales y desechos de su uso cotidiano. Los
yacimientos romanos, por lo general, si tienen estabilidad
generan un volumen ingente de material, sobre todo porque
a las cerámicas se une panorama más diversificado de material constructivo (tegulae, ladrillos, sillares, etc.).
Por otro lado, dentro del grupo de yacimientos cuyo tamaño
viene calculado por el límite de sus fortificaciones o la orografía
de sus ubicaciones, vemos como su peso desciende por épocas,
siendo la horquilla de 2,5-0,5 ha siempre la más numerosa (fig.
142). En el Ibérico Final desaparecen los menores a 0,5 ha y en
época romana prácticamente todos (fig. 143).
Tal y como hemos apuntado anteriormente, en los últimos
trabajos siempre que hemos podido hemos diferenciado concentraciones dentro de las dispersiones generales, ya que dicha
extensión es más cercana a la que tuvo el núcleo en tiempos
pretéritos. Uno de los cálculos pioneros fue el de de Los Alerises, donde la destrucción que vivó este yacimiento cercano
a la aldea de La Portera en el 2006, por desgracia, posibilitó
recalcular su extensión y diferenciar entre una dispersión de
65.000 m² y una concentración de 19.200 m². En un total de
14 yacimientos se ha podido diferenciar concentraciones de
este tipo dentro de una dispersión más extensa de materiales
(tabla 10).
No obstante, la mejor manera de delimitar dichas concentraciones con rigurosidad y eficacia es mediante la realización
de una microprospección. En el 2008 llevamos a cabo la priTabla 10. Yacimientos en los que se ha podido diferenciar una
concentración, comparando su extensión con la dispersión general
en hectáreas.
Dispersión
Concentración
6
1,5
Las Lomas
12
0,15
Las Paredillas I
3,3
0,5
Los Alerises
6,5
1,9
Casa de la Cabeza
1,5
0,13
El Ardal
1,8
0,25
Puntal del Moro
2,8
1,2
Fuen Vich
1,5
0,45
Barrio de los Tunos
Casa del Morte
4
0,06
Casa de la Alcantarilla
12,5
1,5
Las Casas
7,4
0,86
Fuente del Cristal
1,3
0,4
Molino de Enmedio
2,6
1
5
0,15
Hoya Redonda II
109
[page-n-127]
Fig. 142. Evolución del tamaño
de los yacimientos con límites
conocidos, por porcentajes.
Fig. 143. Evolución del tamaño
de los yacimientos con límites
conocidos, por valor absoluto.
Fig. 144. Sectores diferenciados en la Casa de la Cabeza de cara a su prospección.
110
[page-n-128]
mera actuación de este tipo en Hortunas de Abajo, aunque este
yacimiento no forma parte de este estudio por tener una cronología más antigua (ss. V-IV a.C.) (Quixal, 2008: 92-93). No
obstante, en dicha actuación se sentaron las bases de lo que se
realizaría en Caudete Norte en 2009 y, sobre todo, en la Casa
de la Cabeza de forma previa a su excavación en 2010, lo cual
sin duda constituye el mejor referente en este campo.
De esta manera, se consideró interesante realizar una semana antes del inicio de la excavación una microprospección en
toda la superficie del yacimiento y de los campos de su alrededor. Se ubicaron con GPS todos los materiales arqueológicos
hallados, a fin de ver las áreas de mayor densidad y comprobar
a posteriori si existía una correspondencia con la presencia de
estructuras. Además, el yacimiento y su entorno fueron divididos en diez sectores a fin de determinar si se podían percibir
diferencias por zonas en cuanto a secuencias de ocupación o
funcionalidades (fig. 144).
Una vez realizada esta actuación, se bajaron los puntos en
el software MapSource de Garmin y se exportaron a GVSIG
como DXF, transformándose a SHP y creando una retícula de
cuadrículas de 10 m de lado para ver la densidad de puntos,
incluyendo un intervalo de valores con cinco niveles en función del volumen de restos (1, 2-3, 4-5, 6-10, 11-20). El resultado fue la localización tres concentraciones, en especial una
zona de alta densidad en el espolón occidental de la loma, lo
correspondiente al sector 1, donde ya en superficie se aprecia-
ban estructuras arqueológicas. Allí hasta en un total de cuatro
cuadrículas se superaban los seis fragmentos recogidos e incluso en una de ellas casi 20. Las otras dos concentraciones
eran el sector 2, cima amesetada de la loma, y un punto del
sector 6, en el piedemonte suroccidental de la misma, aunque
con una densidad más baja y una extensión menor (fig. 145).
Posteriormente, los trabajos de excavación se desarrollaron
de forma paralela en esos dos primeros sectores. Como hemos
visto, en ambos los resultados fueron positivos, con la localización de dos departamentos y espacios abiertos en una posible
área de trabajo/auxiliar en el sector 1, más toda la serie de estructuras del extenso sector 2. Dentro de este último, en otros
puntos donde la densidad superficial de material era baja o nula,
tras la apertura de sondeos mecánicos con una pala excavadora
se comprobó que no había restos arqueológicos y que la potencia sedimentaria era muy escasa. En la tercera concentración, la
del piedemonte, no se han realizado sondeos porque consideramos que dicha densidad se explica por procesos postdeposicionales y de arrastre de material de la cima, de ahí tal volumen. No
obstante, no podemos descartar que la presencia de fragmentos
cerámicos en prácticamente toda la corona alrededor del yacimiento (especialmente en los sectores 6 y 9) enmascare la existencia de estructuras auxiliares como corrales, almacenes, refugios, tal y como se ha documentado en otras casos del territorio
de Kelin (Mata et al., 2009), o simplemente sean producto del
abonado de los campos o del vertido de residuos del poblado.
Fig. 145. Densidades de material obtenidas tras la microprospección
111
[page-n-129]
Por lo tanto, la microprospección llevada a cabo en este
yacimiento ha tenido unos resultados muy útiles, al corresponder exactamente las áreas de máxima dispersión de restos
con las que albergan estructuras. Y, sobre todo, incluso sin
que se hubiera llevado a cabo la excavación arqueológica, las
concentraciones hubieran aportado una extensión total mucho
más cercana a la realidad que la simple dispersión. El mapa
resultante mostraba una concentración máxima de unos 750
m² en el sector 1, mientras que en el sector 2 era algo menor
con unos 600 m². Tras las tres campañas de excavación, en el
sector 1 se ha contabilizado una extensión real de restos de
130 m² (excavada en su totalidad), mientras que, por su parte,
el sector 2 es sensiblemente mayor, con 250 m² (excavación
incompleta).
Conjuntamente con la variable tamaño, es interesante aproximarse, siempre con pies de plomo, al posible cómputo demográfico de aquellos yacimientos de los que conozcamos bien dos características: su carácter de hábitat y sus límites, aspectos que en
muchos casos van de la mano de la presencia de fortificaciones.
Se han realizado algunos trabajos de este tipo para asentamientos
ibéricos, incluso varios centrados en el territorio de Kelin (Valor
et al., 2001; Valor y Garibo, 2002; Moreno y Valor, 2010). Pese a
sus limitaciones, consideramos que es positivo tenerlos en cuenta,
ya que nuestro objeto de estudio son grupos humanos, por encima
de yacimientos de uno u otro tamaño.
La aplicación es especialmente válida para calcular la demografía de asentamientos excavados en su práctica totalidad, en los que se sabe el número de viviendas, el tamaño
de las mismas y la superficie sin construcciones. Para poder
adaptar las fórmulas empleadas a los yacimientos requenenses sin excavar, los autores han tomado como base los datos
procedentes de la reducida área excavada de Kelin. Se trata
de un sistema mixto que combina la proporción (m² x individuo) y la asignación (nº de personas x vivienda) mediante la
siguiente fórmula (tabla 11).
Tan sólo contamos con ocho asentamientos en los que se
ha podido realizar el cálculo demográfico, los siete poblados
fortificados de cronología final y la capital, Kelin. Dos de ellos
concentrarían a un mayor volumen de población, Kelin y ReTabla 11. Cálculo aproximativo de la demografía en los
asentamientos (según Valor et al., 2001).
Yacimientos
P*
A
B
C
Kelin
Requena
Muela de Arriba
El Molón
Cerro Castellar
Cerro San Cristóbal
Cerro de la Peladilla
Cerro Carpio
3.808
2.593
614
512
429
407
238
209
66.000
44.800
10.500
8.800
7.400
7.000
4.100
3.500
78
“
“
“
“
“
“
“
4,5
“
“
“
“
“
“
“
* Población (nº de personas). P = (A / B) x C.
A = Superficie habitada en m² (tomando, según Gràcia et al. 1996, como
dedicada al hábitat el 66% del área total del yacimiento, quedando el 34%
restante destinado a espacio comunitario).
B = Superficie media de las viviendas en m² (tomando la media obtenida
en Kelin: 78 m²).
C = Ratio variable de 4,5 personas por cada vivienda.
112
quena, destacando por encima de todos el primero, para el cual
se han estimado unas casi 4.000 almas. El resto se encuentran en
una horquilla de dos a seis centenas. Podríamos diferenciar un
segundo nivel compuesto por poblados de 650 a 400 habitantes
con la Muela de Arriba, El Molón, Cerro Castellar y Cerro de
San Cristóbal; mientras que el Cerro de la Peladilla y el Cerro
Carpio se limitarían a unos 200. No obstante, en la mayoría de
los casos nuestra labor de campo nos lleva a pensar que los índices resultantes son excesivos, de manera marcada en el caso
del Cerro Castellar. La reducida superficie excavada de Kelin,
base del cálculo, sin duda lastra el análisis e impide que sea tan
completo como el de otras zonas.
Ubicación y accesibilidad
La ubicación de los yacimientos es también un aspecto clave a
la hora de configurarlos y está directamente relacionada con la
funcionalidad política o económica del sitio en cuestión. Aunque pueda parecer una redundancia decir que un asentamiento
en alto generalmente responde a cuestiones de defensa y control
del territorio, o que un asentamiento en llano tiene una finalidad
productiva, en la mayoría de los casos son certezas. La Meseta
de Requena-Utiel, lejos de la creencia generalizada de tratarse de
una zona llana, presenta numerosas irregularidades, de ahí que
existan múltiples tipos de ubicación para los yacimientos. Los hemos clasificado bajo las siguientes etiquetas para facilitar nuestro
trabajo (tablas 12 y 13):
- Cima: “Punto más alto de los montes, cerros y collados”
(RAE nº 22, 2011). Las ubicaciones en cima siempre han estado
en relación con el goce de una mejor visibilidad y control del
territorio. Lógicamente existen diferencias, no es lo mismo un
asentamiento en la cima de una colina que en la de una montaña,
de ahí que entre en juego el concepto de altura relativa que luego
desgranaremos junto al índice de accesibilidad. En esta comarca
son abuntantes las montañas, tanto formando parte de sierras (El
Tejo, Martés, Rubial, etc.) como los montes y colinas aisladas
salpicando llanos (Cerro de la Cabeza, Cerro Don Gil, etc.). Por
lo tanto, generalmente albergan núcleos como poblados fortificados y atalayas.
- Ladera: “Declive de un monte o de una altura” (RAE nº
22, 2011). El mundo ibérico cuenta con grandes ejemplos de
asentamientos en ladera, aterrazando el terreno y aprovechando
la propia disposición de las casas (Bonet, 1995). No obstante,
también existen diferencias en cuanto a su entidad.
- Vaguada: “Línea que marca la parte más honda de un valle,
y es el camino por donde van las aguas de las corrientes naturales” (RAE nº 22, 2011). En nuestro caso lo tomaremos como un
sinónimo de “valle”, es decir, yacimientos en la parte baja de un
valle relativamente cerrado o angosto como los de Hortunas, El
Moluengo o La Albosa.
- Piedemonte: “Parte baja de un monte” (RAE nº 22, 2011).
Equivaldría a un asentamiento en llano, simplemente se marca
la relación con la parte baja de una montaña que por el motivo
que sea interesa tener cerca.
- Loma: “Altura pequeña y prolongada” (RAE nº 22, 2011).
Falso llano, elemento geográfico muy abundante en la Meseta
de Requena-Utiel donde los llanos nunca tienen la misma fisonomía que en las planas litorales. La zona de Los Pedrones y La
Portera está salpicada de ellas.
[page-n-130]
Tabla 12. Ubicaciones de los yacimientos ibéricos finales.
Ubicación
Yacimientos
Total
Cima
Cerro Castellar, Muela de Arriba, La Mazorra, Cerro de la Peladilla, El Molón, Cerro Carpio, Cerro de San
Cristóbal, Punto de Agua.
8
Ladera
Rambla del Sapo, El Cerrito, Loma del Moral, Mazalví, Casa de Mazalví, La Carrasca, Casa de las Cañadas,
Los Vilarejos, Fuente de la Reina, Casa de la Alcantarilla, Fuente del Hontanar, Boquera del Tormillo, Caudete
Este, Rincón de Gregorio, PUR-3, Las Pedrizas, Cañada del Carrascal, Pocillo de Lobos-Lobos, La CabezuelaPocillo Berceruela, La Nevera.
20
Vaguada
Los Lidoneros I, B. del Espino, El Moluengo, Cañada del Pozuelo.
Piedemonte
Molino del Duende, Las Canales, El Rebollar, Los Alerises, Cerro Gallina, Fuen Vich, Los Pedriches, Los
Olmillos, La Atalaya, Viña del Derramador, Pozo Viejo.
11
Loma
Calderón, Requena, Las Lomas, El Paraíso, Casa de la Cabeza, Casa del Tesorillo, El Ardal, El Carrascalejo,
Casa Sevilluela, Las Zorras, Casa del Morte, La Solana, San Antonio de Cabañas, Kelin, Vallejo de los Ratones,
Hoya Redonda, La Mina, La Tejería, Peña Lisa, Tejería Nueva, Villanueva, Tinada Guandonera.
22
Llano
Los Aguachares, Las Paredillas II, Casa Alarcón, Los Villares de Campo Arcís, Casa de la Vereda, Camino
Casa Zapata, Las Casas, Cañada del Campo II, Los Derramadores, Caudete Norte, Casa Doñana, Covarrobles,
Los Villares de Camporrobles, Hoya de Barea, Casas del Alaud, La Maralaga, El Carrascal, El Molino.
18
Ribera/Vado
Vadocañas, El Periquete, Casas de Caballero.
3
Cueva
Cueva Santa de Mira
1
4
Tabla 13. Ubicaciones de los yacimientos romanos altoimperiales.
Ubicación
Yacimientos
Cima
Cerro Carpio
Ladera
Rambla del Sapo, El Cerrito, Mazalví, Casa de Mazalví, Puntal del Moro, Los Vilarejos, Hórtola, Casa de la
Alcantarilla, Fuente del Hontanar, Boquera del Tormillo, Caudete Este, Las Pedrizas, Cañada del Carrascal,
Pocillo de Lobos-Lobos, La Cabezuela-Pocillo Berceruela
Vaguada
B. del Espino, La Calerilla, El Moluengo, Cañada del Pozuelo.
Piedemonte
Las Canales, El Rebollar, Los Alerises, Fuen Vich, Los Pedriches, Los Olmillos, La Campamento, Punta de la
Sierra, Viña del Derramador, Cerrito de la Horca, Pozo Viejo, La Contienda/La Cachirula.
12
Loma
Requena, La Borracha, Casilla Herrera, Cerro Valentín, Las Lomas, Prados de la Portera I, Casa del Tesorillo, El
Ardal, El Carrascalejo, Casa Sevilluela, Cisternas, Fuente del Cristal, La Solana, El Campanillo, Los Calicantos,
La Mina, La Tejería, Tejería Nueva, Ermita de San Marcos, Tinada Guandonera.
20
Llano
Los Aguachares, Barrio de Los Tunos, El Barriete, Fuencaliente, La Picauela, El Batán, Fuente de las Pepas, Las
Paredillas I, Casa Alarcón, Los Villares de Campo Arcís, Casa de la Vereda, El Balsón, Camino Casa Zapata,
Las Casas, Cañada del Campo II, Los Derramadores, Molino de Enmedio, Los Carasoles, Casa de las Córdovas,
Casa del Vicario, El Soborno, Ermita Santa Bárbara, Fuente de la Alberca, Cañada del Campo I, Casa Doñana,
Covarrobles, Fuenterrobles, Los Villares de Camporrobles, La Balsa, Cuesta Colorá, Hoya de Barea, Casas del
Alaud, La Maralaga, El Carrascal.
34
Ribera/Vado
Vadocañas, El Periquete
2
Cueva
Cueva de los Ángeles, Cerro Hueco, Cueva Santa de Mira
3
- Llano: “Campo de altura igual y extendida, sin altos ni bajos” (RAE nº 22, 2011). En la comarca de Requena-Utiel están
limitados a determinadas unidades geográficas como el llano
de Campo Arcís, Utiel, Caudete de las Fuentes, Fuenterrobles
y Camporrobles.
- Ribera / Vado: En esta categoría unimos dos conceptos
próximos. Una ribera es un “Margen y orilla del mar o río”
o también la “Tierra cercana a los ríos, aunque no esté a su
margen” (RAE nº 22, 2011), es decir, proximidades de los
ríos, donde es posible llevar a cabo una agricultura de regadío con facilidad. En cambio el vado es el “Lugar de un río
Total
1
15
4
con fondo firme, llano y poco profundo, por donde se puede
pasar andando, cabalgando o en algún vehículo” (RAE nº 22,
2011). Remansos y aguas tranquilas donde existen mayores
posibilidades de que se llevara a cabo el paso de ríos o que se
establecieran puentes de materiales perecederos en la Antigüedad (Quixal y Moreno, 2011). La comarca tiene una gran
abundancia de torrentes y ramblas, pero esta categoría únicamente sería aplicable a los ríos, en nuestro caso el Cabriel
y el Magro, si bien éste último consideramos que su caudal
escaso e irregular multiplicaría el número de vados disponibles respecto al primero.
113
[page-n-131]
- Cueva: “Cavidad subterránea más o menos extensa, ya
natural, ya construida artificialmente” (RAE nº 22, 2011). La
comarca no cuenta con grandes cuevas, pero sí con covachas y
abrigos sobre todo en sus orlas, en los extremos accidentados
que marcan el límite del territorio de Kelin. En otras épocas las
cuevas constituyeron lugares de habitación o de estabulación
del ganado, sin embargo en época ibérica en algunos casos podrían tener carácter suntuario (Gil-Mascarell, 1975), sin desdeñar usos temporales como simples refugios.
Si atendemos a una evolución por épocas (fig. 146 y 147),
vemos como en el Ibérico Pleno hay un destacado peso de
los asentamientos en alto, los cuales, aunque no son el grupo
dominante, sí que están muy presentes. Sin duda éstos son
los que mejor marcan el proceso de cambio en el patrón de
asentamiento, ya que su peso desciende progresivamente a
lo largo de los siglos. De los 23 que había que en el Ibérico
Pleno, se quedan en ocho en el Ibérico Final y tan sólo uno en
época romana altoimperial, el Cerro Carpio, si bien no deja
de ser un poblado ibérico final que presenta alguna sigillata,
por lo que no creemos que su ocupación se alargara mucho
más del s. I d.C.
Los núcleos en cotas medias, véase ladera, vaguada y piedemonte, muestran un porcentaje bastante estable en las diferentes
fases. Sin embargo, hay que destacar el peso abultado de los
yacimientos en ladera durante el Ibérico Pleno (37), perdiendo
importancia en fases sucesivas. El piedemonte es una categoría
“genuina” del territorio de Kelin, siendo muy llamativo el hecho
de que muchos yacimientos se localicen a los pies de alguna
colina o montaña, medio resguardada por ella. Ello se ha visto
reflejado incluso en las campañas de prospección, encaminadas
por defecto a prospectar la cima de las montañas como punto
más proclive a albergar algún yacimiento y que han visto como,
en cambio, se han localizado restos al descender, en la parte baja
de la falda o el llano inmediato.
El territorio de Kelin siempre ha mostrado, incluso en sus
fases más antiguas, un volumen significativo de asentamientos
en cotas bajas, especialmente lomas y llanos. Ya en el Ibérico
Pleno estas dos categorías constituían casi un 40% de las ubicaciones. No obstante, son las que más peso ganan en detrimento
del descenso de los yacimientos en cima y ladera, con un 46%
en el Ibérico Final y un 62% en los ss. I-II d.C. Las ubicaciones
en ribera/vado y cueva son bastante similares y aunque pueda
considerarse un aspecto anecdótico de cara a una interpretación
general del patrón de asentamiento, es cierto que también responden a fuertes condicionamientos geográficos: el Cabriel es
un río con pocos pasos naturales y la comarca un territorio pobre
en número de cuevas naturales.
Por tanto, podemos concluir que el Ibérico Final es una
fase de transición a nivel de ubicaciones, ya que presenta características de continuidad de la fase anterior como presencia
de asentamientos en alto e importancia de los núcleos en ladera; pero ya comienza a verse cómo los asentamientos en cotas
bajas van ganando peso. Será ya en época romana donde asistamos a la verdadera ruptura del patrón de asentamiento, con
Fig. 146. Gráfico con la
evolución de las ubicaciones
por porcentajes.
Fig. 147. Gráficos con la
evolución de las ubicaciones
por valores absolutos.
114
[page-n-132]
la desaparición de los poblados en alto, la pérdida de peso de
las cotas medias y el dominio aplastante de las localizaciones
en zonas más o menos llanas.
Presentamos algunas vistas 3D obtenidas del Vuelo Virtual
del Institut Cartogràfic Valencià, que nos ayudan a observar
mejor las características orográficas de los yacimientos y sus
entornos. En amarillo marcamos la dispersión de los materiales
y en rojo, en caso de que las hubiera, las concentraciones. Podemos diferenciar ubicaciones en cima (fig. 148), piedemonte (fig.
149), vaguada (fig. 150) y loma/llano (fig. 151).
Para completar el apartado de la ubicación de los yacimientos es interesante conocer el índice de accesibilidad de
algunos de ellos. Éste nos permite conocer si el emplazamiento era fácil de defender y/o si contaba con una posición elevada que le permitiera controlar bien el territorio. Está, además,
muy en relación con otros aspectos como la visibilidad o la
presencia o no de fortificaciones. Es por ello que lo aplicaremos a los núcleos que están en alto para observar sus índices,
comparándolos luego con otros asentamientos ubicados en
cotas más bajas.
Para obtenerlo debemos aplicar la siguiente fórmula, semejante a la empleada por la Geografía Física para calcular el valor promedio de la pendiente en el cauce de los ríos (Londoño,
2001: 218) y que también ha sido aplicada en algunos trabajos
del mundo ibérico (Ruíz y Molinos, 1984: 196) (fig. 152).
Para tomar los datos debemos coger la dirección más complicada que haya desde el yacimiento hasta “m”, entendiéndola como el punto donde el relieve se regulariza y se acaba la
pendiente descendente. Por tanto, para ver mejor el contraste
tomaremos la dirección que sea más escarpada, en la que “dMm” atraviese más curvas de nivel (fig. 153). Lógicamente, se
trata de un índice orientativo, ya que el hecho de que exista
un lado de complicada accesibilidad no implica que no goce,
a su vez, de otro con pendiente más suave. No obstante, al visitar los yacimientos y comprobar empíricamente sus accesos,
podemos confirmar que los índices obtenidos se corresponden
bien con el esfuerzo y el tiempo gastado, especialmente en los
ubicados en alto.
Adjuntamos los datos obtenidos en algunos yacimientos
del territorio de Kelin (tabla 14). La interpretación de los mismos es clara; existen tres tipos de índices de accesibilidad,
en relación con su propia fisonomía y la naturaleza de sus
ubicaciones:
- En primer lugar, yacimientos en llano con índices menores a
0,05, ubicados en espacios donde el llano está completamente regularizado. En la tabla hemos adjuntado los de El Paraíso y La Calerilla como ejemplos de asentamientos en llano o
loma, con accesibilidad fácil, pero a este grupo corresponde
el grueso de los yacimientos del estudio según lo visto en el
apartado anterior.
Fig. 148. Ubicación en cima, Cerro Castellar (vuelo 3D ICV).
Fig. 150. Ubicación en vaguada, La Calerilla (vuelo 3D ICV).
Fig. 149. Ubicación en piedemonte, Los Alerises (vuelo 3D ICV).
Fig. 151. Ubicación en loma, Prados de la Portera (vuelo 3D ICV).
115
[page-n-133]
Tabla 14. Tabla con algunos índices de accesibilidad.
Yacimiento
Accesibilidad
Cerro de la Peladilla
F.001
0,36
Muela de Arriba
R.070
0,35
Cerro Castellar
R.010
0,34
El Molón
C.001
0,29
Cerro Carpio
S.008
0,25
La Mazorra
U.001
0,23
Cerro San Cristóbal
S.009
0,22
Kelin
CF.01
0,15
Casa de la Cabeza
R.030
0,13
Requena
R.093
0,07
El Paraíso
R.017
0,03
La Calerilla
Fig. 152. Fórmula para nuestro cálculo del índice de accesibilidad.
Referencia
R.105
0
Presencia de defensas
Fig. 153. Ejemplo de cálculo del índice de accesibilidad.
- En segundo término, lugares con índices entre 0,05 y 0,2, que
se corresponden con los yacimientos ubicados en laderas suaves, pero que requieren un mínimo gasto energético. Los aquí
recogidos, Kelin, Casa de la Cabeza y Requena, están ubicados en pequeñas lomas o espolones con cierta altura y que, al
menos por uno de sus lados, presentan desnivel con el llano
regularizado.
- Por último, tenemos los núcleos con índice superior a 0,2,
asentamientos ubicados en cima con excelentes condiciones de
defensa, visibilidad, etc. Todos ellos se relacionan con la subcategoría 2 (poblados o atalayas fortificadas en cima). Sus características han quedado reflejadas en ocasiones en su propia
toponimia (“muela”, “molón” o “cerro”). Están en cimas con
grandes muelas donde la propia elección de su emplazamiento
constituye una defensa más, por lo que sólo deben construir
murallas para proteger sus lados más desguarnecidos o accesibles. Si hay viviendas adosadas, la parte trasera de las mismas
puede actuar en este sentido. Sin duda, destacan por encima
de todo los índices del Cerro de la Peladilla (0,36), Muela de
Arriba (0,35) o Cerro Castellar (0,34), que aunque tienen una
altura en msnm menor que la de El Molón, La Mazorra o los
cerros Carpio y San Cristóbal y, por tanto, una subida menos
prolongada, la pendiente de la misma es mucho más acusada
por ganar más altura en menos distancia. Independientemente
todos se encuentran dentro de un grupo en que los accesos son
complicados y ello facilita la propia defensa del asentamiento.
Los resultados obtenidos en la separación por ubicaciones
geográficas y en los índices de accesibilidad son plenamente
coincidentes, de ahí que consideremos acertada la clasificación.
116
Tanto en la descripción individualizada de los yacimientos
como en el apartado relativo a la ubicación de los mismos, hemos ido mencionando qué yacimientos cuentan con fortificaciones o defensas naturales, es decir, son de la subcategoría 2.
Los yacimientos que presentan fortificaciones se detallan en el
cuadro anexo (tabla 15):
La poliorcética de los poblados del territorio de Kelin no
alcanzó la complejidad y grado de desarrollo de otras zonas
ibéricas en ninguna de sus fases (fig. 154). Además, contamos
con la problemática de que es difícil determinar la cronología
de estas construcciones sin una excavación, algo que solamente
se ha llevado a cabo en El Molón. Al hundir la mayoría de los
asentamientos sus raíces en los ss. V-IV a.C., si no antes, no podemos asegurar que las fortificaciones sean ibéricas finales. Tan
sólo en el caso del Cerro Carpio, ocupado desde el s. II a.C., parece claro que la construcción se realizaría en un momento igual
o posterior a la conquista romana. En el resto carecemos de la
información suficiente a nivel cronológico, todas las posibles
construcciones o remodelaciones se nos escapan.
Tabla 15. Cuadro con las diferentes fortificaciones de los
yacimientos del presente estudio.
Yacimiento
Muralla Torre Foso
Puerta
Cerro Castellar
?
Muela de Arriba
?
La Mazorra
Kelin
Cerro de la Peladilla
El Molón
Cerro Carpio
Cerro San Cristóbal
Punto de Agua
?
Defensa
natural
[page-n-134]
Fig. 154. Fortificaciones de asentamientos ibéricos finales: 1. Torre del Cerro Castellar. 2. Torre de la Muela de Arriba.
3. Muralla de La Mazorra. 4. Posible muralla de Kelin. 5. Torre del Cerro de la Peladilla. 6. Torre, antemural y foso de El
Molón. 7. Muralla del Cerro Carpio. 8. Foso del Cerro de San Cristóbal.
117
[page-n-135]
Por lo general las fortificaciones son bastante simples, tendentes únicamente a reforzar aquellos lados más accesibles
de las cimas donde se ubican. Por ello, en la mayoría de las
ocasiones las escarpadas muelas de las montañas ayudan en la
defensa. La muralla constituye una “barrera” por el lado accesible, que es generalmente donde estaría la puerta, tal y como
ocurre en La Mazorra (fig. 154.3), el Cerro de la Peladilla o El
Molón. En otros poblados como el Cerro Castellar o el Cerro
Carpio se han documentado muros mal conservados que es
difícil determinar si formaban parte de una verdadera muralla,
de un simple muro perimetral o de algún tipo de aterrazamiento. Algo similar ocurre en el caso de Kelin, donde en su ladera
Oeste se documentó un posible muro perimetral, pero de dudosa potencialidad defensiva (fig. 154.4).
Sin duda, El Molón es el poblado con una arquitectura defensiva más compleja, el único que presenta conjunción de diferentes elementos (murallas, puertas, poternas, foso, torres y
antemurales) (fig. 154.6), planteándose influjos mediterráneos
en alguno de los mismos (Lorrio et al., 2007: 218; 2012). Además se defiende una cronología final (ss. II-I a.C.) para las dos
torres de la puerta principal, dentro de un contexto político agitado e inestable. En un segundo escalafón estarían el Cerro de
San Cristóbal con su potente foso (fig. 154.8) y el Cerro de La
Fig. 155. Porcentajes de yacimientos fortificados / no fortificados
por épocas.
Fig. 156. Evolución por épocas del número total de yacimientos
fortificados.
118
Peladilla, donde el lienzo de barrera se completa con una potente torre (fig. 154.5) y donde también se ha documentado un
acceso con carriladas. La Muela de Arriba y el Cerro Castellar
también presentan torres defendiendo sus lados más accesibles
(fig. 154.1 y 2).
Al igual que en casos anteriores, este ámbito no sólo da información al analizarlo sincrónicamente, sino también de forma
diacrónica. En este sentido, vemos como el porcentaje de asentamientos fortificados respecto al resto de yacimientos en las
fases plena y final es prácticamente el mismo (en torno al 10%),
aunque el volumen total en el Ibérico Pleno sea más del doble
(fig. 155). La gran ruptura se da en el Alto Imperio Romano,
donde tan sólo el Cerro Carpio permanece ocupado, si bien dicha permanencia parece corta y de menor importancia respecto
a la fase anterior, quizás en relación con una finalidad concreta
o una simple ocupación residual. Por lo tanto, el cambio poblacional que se está dando en estos siglos conlleva una pérdida de
peso progresiva de los asentamientos fortificados, hasta llegar a
su total desaparición en los ss. I-II d.C. (fig. 156).
Variedad tipológica cerámica
Los yacimientos de escasa entidad, que podemos relacionar
con establecimientos auxiliares o lugares sin función de hábitat,
suelen tener ajuares muy monótonos, dominados mayoritariamente por grandes recipientes como ánforas, tinajas, tinajillas
o lebetes (grupos I y II de Mata y Bonet, 1992). La presencia
de otros grupos, especialmente vajilla (grupo III: platos, caliciformes, botellas o jarros) o cerámica de cocina es minoritaria
o residual, mientras que microvasos, imitaciones y otros tipos
están totalmente ausentes (grupos IV a VI). En cambio, cuando
prospectamos un yacimiento del que podemos intuir que fue un
lugar de residencia permanente o temporal, caso de Los Alerises, sí que encontramos recipientes con función de almacenaje
y los citados componentes de vajilla de mesa, junto a otros elementos (tapaderas, soportes, morteros, fusayolas, pondera, etc.)
y cerámica de cocina.
Aquí adjuntamos gráficos con los porcentajes de cuatro
yacimientos diferentes (fig. 157). En los dos primeros vemos
como la distribución por tipos en un poblado fortificado y en
un asentamiento rural son muy semejantes, con predominio de
los grupos I y II, pero también con presencia significativa de
vajilla de mesa, cocina, otros grupos e importaciones. La Mina
representa aquellos yacimientos cuyo carácter de hábitat está en
duda, algo que queda reflejado en sus ajuares, que aunque presentan variabilidad, nunca es igual a la de otros asentamientos y
el volumen de material es menor y menos fiable. Por último, El
Carrascalejo es uno de los muchos ejemplos de yacimientos con
ajuares monótonos, dominados por grandes recipientes de los
grupos I y II, con escasa presencia complementaria de vajilla de
mesa o cocina, en los cuales las importaciones y otros elementos
están prácticamente ausentes. Además, este método cuando ha
sido posible se ha comparado con los resultados obtenidos tras
una excavación y los porcentajes son muy similares, lo que valida la clasificación (Mata et al., 2012) (fig. 158).
En cuanto a época romana, ocurre tres cuartos de lo mismo.
Existen yacimientos en los que el material recogido tan sólo es
cerámica común, de cocina y, sobre todo, material constructivo
básico (tegulae, imbrices o ladrillos). Por su parte, aquellos que
al prospectarlos ya se palpa su mayor entidad por el volumen de
[page-n-136]
Fig. 157. Porcentajes por tipos de material en Cerro Castellar (1), Los Alerises (2), La Mina de Fuenterrobles (3) y El Carrascalejo (4).
rango o estatus del sitio en cuestión, al ser menos frecuentes
(fig. 159.2). Por lo tanto, hay que evaluar el volumen de importaciones, pero también la calidad de las mismas. Todo esto lo
volveremos a tratar en el apartado de circulación de productos.
Presencia de otros elementos de la cultura material
Fig. 158. Presencia de grupos cerámicos obtenidos en el yacimiento
ibérico pleno de El Zoquete.
material y estructuras, a su vez presentan sigillata, vidrio, ánforas importadas e incluso material constructivo de mayor calidad
(inscripciones, pintura mural, basamentos, teselas de mosaicos,
mármol, ladrillos romboidales, etc.).
No resulta para nada definitorio, pero si un yacimiento cuenta
con determinados tipos material constructivo o Abundant. restos metálicos, es más probable que tuviera entidad en el pasado.
Esto es especialmente marcado en el caso de los asentamientos rurales romanos de relativa entidad, donde la abundancia de
material constructivo como tegulae, imbrices, ladrillos paralepipédicos o romboidales, teselas de mosaicos o sillares no dejan
duda alguna del carácter estable del lugar en cuestión.
Diacronía
Durante el Ibérico Final la presencia puntual de importaciones
no es un factor plenamente determinante, ya que, por ejemplo,
ánforas itálicas las encontramos en más de la mitad de los yacimientos (fig. 159.1), incluso en algunos de pequeña entidad
(Los Lidoneros I, Casa de las Cañadas, Rincón de Gregorio,
etc.). Sin embargo, otras producciones como el barniz negro
itálico sí que son más significativas a la hora de determinar el
Hemos comprobado que hay una tendencia generalizada a que
aquellos yacimientos que tuvieron continuidad durante diferentes
fases de ocupación, sean, a su vez, los que asociamos con hábitats
o poblados por su estabilidad (Quixal, 2008: 108). Si analizamos
las diacronías en los núcleos vemos como hay un claro predominio de las ocupaciones cortas y medias, siendo lo normal periodos
de dos o tres siglos (fig. 160). Las largas ocupaciones, escasas,
casi siempre aparecen en yacimientos significativos e importantes, como puedan ser los poblados fortificados en alto.
Fig. 159. Porcentaje de asentamientos finales con ánfora itálica (1)
y barniz negro itálico (2).
Fig. 160. Porcentaje de yacimientos en función de su diacronía.
Presencia de importaciones
119
[page-n-137]
Proximidad a un asentamiento igual o mayor
Esta variable está relacionada con lo que previamente hemos
apuntado del entorno de ciudades como el Puig de Sant Andreu
o Kelin. Cerca de un asentamiento importante es probable encontrar otros de menor tamaño y entidad, que, por lo general,
constituyen estructuras auxiliares del primero. De igual forma,
consideramos que es inusual que dos lugares de hábitat permanente se establezcan geográficamente muy próximos entre sí,
por cuestiones de competencia en la explotación del entorno,
propiedad de las tierras, etc. Esta problemática la trataremos a
lo largo de todo el trabajo.
Tipos de asentamiento
En relación con estudios territoriales de éste y otros territorios
ibéricos del área valenciana (Bernabeu et al., 1987; Mata et al.,
2001 a y b; Grau, 2002), hemos intentado diferenciar con carácter general una serie de tipos de núcleos para cada una de
las dos fases que analizamos, el Ibérico Final y el Alto Imperio
Romano. Para su determinación también nos hemos basado en
los yacimientos ya excavados del área, que sin duda son los que
más luz arrojan sobre la posible fisonomía de los diferentes enclaves en el pasado, para adaptarlos a las peculiaridades concretas del patrón de asentamiento de este territorio. Posteriormente,
pondremos en conjunción de forma crítica cada una de las variables establecidas anteriormente por tal de clasificar los 125 yacimientos en su grupo correspondiente. Mediante este sistema
intentamos paliar el déficit acarreado al trabajar principalmente
con datos procedentes de prospección. Algunos de los tipos de
núcleos aquí establecidos no tenemos por qué encontrarlos en
nuestra área de estudio, simplemente los adjuntamos por estar
presentes en territorios cercanos o de semejantes características.
Categorías planteadas para el Ibérico Pleno y Final
(ss. IV-I a.C.)
- Ciudades: Sólo Kelin entra dentro de esta categoría. Mucho
se ha debatido sobre el carácter urbano o no de los oppida ibéricos, dentro del también extenso debate sobre el carácter estatal de
sus territorios, y cómo éstos evolucionaron a raíz de la conquista
romana (Bendala, 2003). Lo que parece claro es que las ciudades
ibéricas mediterráneas no alcanzaron el tamaño y grado de complejidad de sus coetáneas turdetanas, herederas de la tradición
urbana fenicia. No obstante, núcleos ibéricos valencianos como
Arse, Edeta o Kelin presentan cada uno de ellos rasgos urbanos
como puedan ser la presencia de murallas y otro tipo de defensas,
existencia de espacios públicos o comunales, presencia de viviendas aristocráticas que muestran la desigualdad social existente,
diferenciación de edificios con carácter sacro, organización de un
territorio jerarquizado, acuñación de moneda, etc. (Mata, 2001,
264-65; Bonet y Mata, 2002b; Jiménez Salvador, 2004).
- Poblados fortificados: Son los asentamientos ubicados en
alto y con defensas, con un tamaño superior a las 0,5 ha y, por
tanto, de los grupos 2.2 o 3.2. Poseen un excelente control del
territorio (luego veremos cómo gozan tanto de buena visibilidad como intervisibilidad) y son verdaderos hitos paisajísticos,
sobre todo si los imaginamos con sus potentes fortificaciones,
aunque no dejan de ser también lugares de hábitat de mediano
tamaño donde se llevarían a cabo otro tipo de labores (agricul120
tura, ganadería, molienda, metalurgia, etc.). Ellos polarizarían
el poblamiento en las diferentes subunidades de la comarca y,
tal y como veremos en el apartado de los Polígonos Thiessen,
en ocasiones pueden responder al modelo denominado de “poblados periféricos o de frontera” (Soria y Díes, 1998). Generalmente tienen ocupaciones largas, de al menos cuatro siglos de
duración. El Pico de los Ajos (Yátova, València), por ejemplo,
es el poblado fortificado más destacado del vecino territorio de
La Carència (Quixal, 2010 y 2013).
- Atalayas fortificadas: Se trata de un tipo de asentamiento semejante al anterior, con ubicaciones en altura y potentes
fortificaciones, pero con la diferencia de presentar un tamaño
reducido, menor a 0,5 ha (Categoría 4.2). Sin negar su carácter
de hábitat, su función principal y lo que explica sus agrestes
localizaciones es el control y vigilancia del territorio, de ahí que
se dispongan en puntos estratégicos, controlando ríos, pasos, caminos, fronteras, etc. Las fortificaciones, en proporción, superan su propio tamaño. Sus ocupaciones son más cortas que en el
caso anterior, nunca sobrepasan los dos / tres siglos, y la riqueza
y volumen de sus ajuares es mucho menor. El Puntal dels Llops
(Olocau, València) es el estandarte de este tipo de asentamientos
en el territorio edetano (Bonet y Mata, 2002a).
- Asentamientos rurales: Enlazando con el análisis precedente sobre el poblamiento rural, entendemos por asentamientos rurales aquellos núcleos que, de forma temporal o permanente, tuvieron funcionalidad de hábitat. Tenemos que tener en
cuenta que ésta es una categoría que nos sirve para englobar
una serie heterogénea de asentamientos. Diferentes estudios de
territorio (Bernabeu et al., 1987), así como excavaciones en yacimientos de este grupo (Bonet, 2000; Guérin, 2003; Quixal et
al., 2008) nos han mostrado cómo existen diversas categorías de
asentamientos rurales con función productiva. Caserío, casería,
granja o aldea son solamente algunas de ellas (Moreno, 2010:
114). Sin embargo, difícilmente podemos precisar su carácter
abordándolos sólo mediante una prospección, de ahí que prefiramos utilizar este “cajón de sastre”. Al igual que se ha hecho
en otras zonas peninsulares (Olesti, 1997), su lectura se sigue
haciendo desde la óptica ibérica, aunque estemos ya dentro de
la fase republicana.
- Establecimientos rurales: Quedan dentro de este grupo el resto de yacimientos rurales, tanto los que intuimos
que con seguridad no tuvieron función de hábitat, como los
que no podemos determinar si la tuvieron. Por lo general,
responderían a estructuras auxiliares de explotación del medio como refugios, corrales, almacenes, terrazas, basureros, campos de cultivo o, incluso, podrían ser el resultado
de vaciado de desechos como abono para los campos, una
práctica frecuente en el mundo campesino hasta no hace mucho tiempo. No suelen presentar más que una fase de ocupación y cuentan con ajuares escasos y monótonos. Dentro
de esta categoría también colocamos aquellos yacimientos
de los que no contamos con elementos determinantes para
asociarlos con una función de hábitat en algún momento, de
ahí que optemos mejor por incluirlos aquí, básicamente por
encontrase en la mayoría de ocasiones muy próximos a otros
que sí lo son con seguridad. A su vez, también entran aquí
otros yacimientos iberromanos de los que no podemos saber
su carácter en época ibérica por la mayor importancia de su
posterior fase romana altoimperial.
[page-n-138]
- Cuevas-santuario: En época ibérica se utilizaron en repetidas ocasiones pequeñas cuevas o covachas, generalmente
no muy profundas y de acceso simple, para llevar a cabo ritos, ofrendas o ceremonias cuyo objetivo o significado desconocemos (Gil-Mascarell, 1975; González Alcalde, 1993). Estos espacios fueron muy comunes en el centro de la fachada
mediterránea peninsular, siendo la actual provincia de Valencia
una de las zonas más densas en este tipo de espacios sacros. El
territorio de Kelin durante el Ibérico Pleno presenta un número
elevado de las mismas en su periferia (Quixal, 2008: 155-60),
pero durante el Ibérico Final las ocupaciones dejan de tener ese
carácter ritual, tal y como trataremos más adelante.
- Necrópolis o enterramientos aislados: En el mundo
ibérico el ritual funerario más extendido era la incineración, con
posterior deposición en urna; donde hay mayor heterogeneidad
es en el grado de monumentalidad, la tipología y los ajuares de
la tumba (Abad y Sala, 1992). Lo que parece claro es que no
todo el mundo tenía acceso a estos rituales, ya que el porcentaje de enterramientos localizado es mínimo en comparación con
la población estimada a partir del número de asentamientos y
el tamaño de los mismos. A diferencia de otras zonas ibéricas,
la Meseta de Requena-Utiel no es especialmente rica en cuanto a número de necrópolis o enterramientos conocidos para la
horquilla cronológica de los ss. VII-I a.C., así como tampoco
en cuanto a la calidad de los mismos. Diferenciamos por tanto
entre enterramientos aislados y necrópolis, éstas últimas como
conjuntos de diversos enterramientos, en ocasiones con una preparación previa del espacio común.
- Hornos: Éstos se pueden localizar dentro de un asentamiento
o poblado, especialmente si se trata de hornos domésticos multifuncionales (alimentación, pequeñas reparaciones, etc.). Por el
contrario, los hornos cerámicos o metalúrgicos suelen aparecer
apartados de los núcleos de habitación (Martínez Valle y Castellano, 2001). En ellos el volumen de material es muy abundante incluso en superficie, sobre todo en los cerámicos por la
existencia de testares. Entre el material arqueológico se suelen
localizar defectos de cocción, adobes y pellas.
- Vados: En ocasiones es coincidente la existencia de un remanso en las aguas de un río con la presencia de materiales en
las riberas o cerca de ellas. Sin poder determinar con exactitud
la funcionalidad del asentamiento en cuestión (control, defensa,
producción,…), lo que está indicando es que era un punto por
el cual se podía cruzar el río. Si el caudal era excesivo se podía
complementar con la construcción de un puente de madera del
tipo que fuera. Se ha demostrado su existencia en época ibérica
en el territorio que nos ocupa (Quixal y Moreno, 2011).
- Minas, salinas, canteras y fuentes: Este apartado engloba los diferentes puntos de aprovisionamiento de materias primas o recursos naturales. Lugares de extracción, primera transformación o recolección, difícilmente rastreables arqueológicamente si no tienen material asociado. En ocasiones no tienen por
qué ser explotaciones aisladas y pueden estar vinculadas a un
asentamiento o establecimiento rural.
- Hallazgos aislados: Objeto o material arqueológico aislado, sin indicios de que en la zona hubiera ningún tipo de asentamiento o establecimiento pretérito. Desde un objeto de gran
valor al hallazgo de un simple fragmento cerámico. En ocasiones son producto de los movimientos de tierras recientes. Las
monedas suelen constituir la mayoría de hallazgos de este tipo.
Categorías para el Alto Imperio (ss. I-II d.C.)
- Ciudades (urbes): El mundo urbano en época romana alcanza un gran desarrollo de forma paralela al crecimiento de
un estado y una autoridad pública que financia las campañas de
monumentalización de las ciudades, juntamente con los fenómenos de evergetismo. Es la extensión del modelo de ciudad,
sobre todo desde época de Augusto: el momento en el que las
ciudades se dotan de espacios públicos como foros, curias o senados; edificios para espectáculos como teatros, anfiteatros o
circos; y un sinfín más de ejemplos de obra civil y religiosa
(Jiménez Salvador y Ribera, 2002; Olcina, 2003). No encontramos en la Meseta de Requena-Utiel ningún núcleo romano que
se pueda considerar ni por asomo “urbano”.
- Poblados o atalayas fortificadas (castella): Su presencia en época romana es mínima, limitada en la mayoría de los
casos la perduración de sus ocupaciones provenientes de la fase
anterior durante un breve periodo de tiempo más. En otras zonas
se ha visto cómo los más grandes, si se consolidan, pueden llegar alcanzar la categoría de municipium y derivar en una ciudad,
caso, por ejemplo, de La Moleta dels Frares / Lesera (El Forcall,
Castelló) (Arasa 2009b).
- Villas (villae): La villa es el principal tipo de asentamiento
para la ocupación y explotación del medio rural. Domina un
territorio o propiedad (fundus), que se denomina fundus suburbanus si está en la periferia de una ciudad (Arasa, 2003). Tal y
como se ha visto en otras zonas mediterráneas peninsulares, las
villas no se extienden hasta comienzos del s. I d.C., ya en época
julio-claudia (Olesti, 1997; Grau, 2003). Según la descripción
clásica de Columela éstas debían contar ineludiblemente con
tres partes o sectores:
· Pars urbana: zona residencial de los propietarios, correspondiente al edificio principal.
· Pars rustica: donde viven los trabajadores; zona habitacional pero de menor entidad que la anterior.
· Pars fructuaria: conjunto de estructuras dedicadas al almacenamiento o transformación de los alimentos
Las villas son fáciles de detectar en zonas fuertemente “romanizadas”, véase áreas costeras como el entorno de Tarraco
(Olesti, 1997), determinados puntos del interior meseteño o,
como no, en la propia Península Itálica. La verdadera problemática reside en zonas de carácter secundario como la que estamos
estudiando, el determinar qué era una villa y qué simplemente
otro tipo de asentamiento rural. Anteriormente se clasificaba
como villae prácticamente todo, o simplemente se discernía
en función de la presencia de determinados elementos monumentales u ornamentales (columnas, mosaicos, mármol, estatuaria, etc.). No obstante, estas limitaciones están ya en parte
superadas, primando para su definición otros aspectos de corte
socioeconómico (Palahí, 2010), aunque sea complicado desde
una prospección llegar a conocerlos (Revilla, 2004: 177). En
la Meseta de Requena-Utiel no tenemos, exceptuando casos
contados, grandes explotaciones rurales comparables con las
de otras zonas peninsulares o valencianas, como la villa de la
Font de Mussa (Benifaió, València) (Beltrán, 1983) o la Villa de
Cornelius (L’Enova, València) (Albiach y Madaria, 2006). Se
trata de villas de rango medio – bajo tanto en tamaño como en
riqueza. En el bloque final retomaremos esta cuestión, así como
la posible presencia de algún vicus.
121
[page-n-139]
- Asentamientos rurales secundarios: La categoría de
asentamientos rurales de época ibérica se fragmenta en dos,
diferenciándose por su entidad las villas del resto de núcleos
con función habitacional y productiva de menor importancia.
Aunque asociemos siempre toda unidad habitacional romana
en el llano con una villa, se ha visto que hay una larga lista de
asentamientos rurales con función productiva de tamaño más
pequeño. Se trata de explotaciones domésticas muy modestas,
por tanto giran en torno a la unidad familiar. El autor romano
Columela en De Re Rustica (1-4) aconsejaba que los asentamientos rurales se dispusieran a lo largo de las principales vías
de comunicación a fin de tener mejor acceso a las redes de distribución de recursos, tanto para comprar como para exportar
excedentes agrícolas. Es más fácil encontrar en ellos pervivencias del mundo ibérico que en las villae. Casa repentina o aedificium son los conceptos latinos que se han utilizado para este
tipo de casas rurales de poca entidad (Revilla, 2004).
- Establecimientos rurales: En principio comparte características con la categoría de la fase ibérica, si bien la presencia
de villas generaría una gran cantidad de establecimientos rurales
dentro de su órbita más cercana, lo correspondiente a la pars rustica o fructuaria (corrales, almacenes, almazaras, graneros / granaria, lagares, etc.). Estos elementos pueden estar pegados a la zona
residencial o separados de ella. Además tenemos el concepto de
tugurium, inicialmente designado a las cabañas de los primeros
pobladores, pero que también se puede utilizar para cualquier tipo
de construcción o cobertizo endeble (Revilla, 2004). Y no hay que
descartar que se utilizaran estructuras ibéricas abandonadas para
tales usos puntuales, lo que explicaría la presencia de escaso y
residual material romano en muchos yacimientos ibéricos.
- Cuevas: Los materiales de época romana hallados en el interior de las cuevas, a diferencia de los ibéricos, no se han asociado con un carácter cultual o visto como fruto de rituales en su
interior, sino más bien como producto de ocupaciones residuales o usos esporádicos. Materiales escasos y poco significativos.
- Necrópolis o enterramientos aislados: El cambio cultural entre época ibérica y romana conllevó cambios en los rituales
funerarios y en la fisonomía de las necrópolis, incluso ya desde
los últimos siglos del I milenio a.C. (González Villaescusa, 2001;
Abad y Abascal, 2003). Las necrópolis ganan en monumentalidad, ubicándose cerca de caminos o zonas de paso, y son uno de
los ámbitos donde encontramos mayor cantidad de epigrafía.
- Hornos: Categoría semejante a la de época ibérica, sólo cabe
añadir que, por lo general, los hornos romanos (fliginae) ganan
en tamaño y complejidad, sobre todo si se dedican a la producción anfórica o de material constructivo (Coll, 2003). Su ubicación dependía de la existencia de materias primas, como pueda
ser arcilla y agua en el caso de los cerámicos y mineral en el de
los metálicos. Los hornos cerámicos solían ser de convección
y tiro directo, mientras que su planta (cuadrada o circular) y
número de cámaras podía variar.
- Vados: Lo mismo que para época ibérica, si bien el desarrollo de las infraestructuras y obras públicas en el Alto Imperio,
ligado a la extensión de vías y caminos, podía conllevar la construcción de puentes de obra (Durán, 2009).
- Minas, salinas, canteras y fuentes: Exactamente igual a
lo señalado para la cronología ibérica final.
- Hallazgos aislados: Exactamente igual a lo señalado para
la cronología ibérica final.
122
Como hemos dicho, hemos aplicado las anteriores variables
al grueso de yacimientos para poder atribuir un tipo a los conocidos a partir de prospección (tabla 16). Lo más complicado es
discernir si un asentamiento tuvo carácter de hábitat permanente, estacional o tan sólo uso esporádico. Independientemente,
siempre ha sido fundamental la visita a los mismos por tal de
gozar de un conocimiento más directo de sus características.
El gráfico de evolución de las categorías es, sin duda, de los
más importantes de cara a detectar los cambios diacrónicos en el
patrón de asentamiento (fig. 161). En primer lugar, una cuestión
que parece menor, pero es fundamental, es la presencia de una
ciudad, la capital Kelin, durante las dos fases ibéricas aquí recogidas (ss. IV-I a.C.), mientras que en época romana altoimperial
desaparece todo núcleo considerado como urbano. Ninguno de
los asentamientos importantes de los ss. I-II d.C. ni se acerca
a la posibilidad de ser un hábitat agregado de gran tamaño, a
excepción de Requena, de la cual desconocemos su carácter en
ninguna de las fases por la continuidad en su ocupación hasta
el día de hoy.
Los asentamientos en alto son los que marcan mejor el cambio a lo largo del tiempo. En este sentido, de los 22 del Ibérico
Pleno (entre poblados fortificados y atalayas), se pasa a nueve
en el Ibérico Final (Requena, Cerro Castellar, Muela de Arriba,
La Mazorra, Cerro de la Peladilla, El Molón, Cerro Carpio, Cerro de San Cristóbal y Punto de Agua) y tan sólo dos en época
romana (Requena y Cerro Carpio), uno de los cuales tiene una
perduración corta (Cerro Carpio). Significativa es la práctica
desaparición de las atalayas como categoría en el s. II a.C., ya
que tan sólo Punto de Agua tiene menos de 0,5 ha. El papel y
finalidad de las mismas parece que ya no tendría cabida tras la
llegada de los romanos al interior valenciano.
Por otro lado, en el Ibérico Final hay un descenso drástico en
el número de establecimientos rurales respecto a la fase anterior,
pero éste va acompañado por un aumento del peso de los asentamientos rurales (menores en número, pero con un porcentaje
más alto) que viven durante la fase final su máxima expansión
(fig. 162). Núcleos como la Casa de la Cabeza heredan la polarización de las estructuras territoriales en el momento en que
los poblados fortificados bajan sensiblemente en número. Allí
iría gran parte de la población de los poblados abandonados, en
relación con las nuevas necesidades del momento. Se ha clasificado como asentamientos rurales a los yacimientos de Rambla
del Sapo, Loma del Moral, El Rebollar, Los Alerises, Casa de la
Cabeza, Casa del Tesorillo, El Ardal, Fuen Vich, Los Pedriches,
Casa Sevilluela, Las Zorras, Casa Alcantarilla, El Moluengo,
Camino de la Casa Zapata, Boquera del Tormillo, La Atalaya,
Caudete Norte, Casa Doñana, Hoya Redonda II, Covarrobles,
Peña Lisa, Cañada del Pozuelo, La Maralaga, El Carrascal, Tejería Nueva y La Cabezuela/Pocillo Berceruela.
En época imperial, el número de asentamientos rurales
permanece bastante similar, la diferencia radica en que
encontramos dos tipos en el ager: por un lado las citadas villae,
núcleos productivos con mayor entidad y población, y por el
otro pequeños asentamientos rurales herederos de las granjas y
caseríos ibéricos. Se consideran villae (entre las cuales también
algún posible vicus) los yacimientos de Barrio de Los Tunos, El
Barriete, Las Paredillas I, La Calerilla, Los Villares de Campo
Arcís, Casa del Tesorillo, El Ardal, Fuen Vich, Molino de
Enmedio, La Solana, Casa Doñana, La Balsa, El Carrascal y
[page-n-140]
20
68.000
15.000
6.000
1.500
5.000
200
400
12.000
19.200
1.300
12.000
2.500
4.500
600
15.000
8.600
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
Si
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
Sí
No
No
No
No
No
No
No
No
No
Media
Media
Baja
Baja
Media
Desc.
Alta
Alta
Media
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Alta
Baja
Baja
Alta
Baja
Baja
Baja
Alta
Baja
Baja
Baja
Alta
Alta
Baja
Alta
Alta
Media
Baja
Alta
Alta
Baja
Baja
Baja
Baja
Media
Baja
Media
Media
Baja
Baja
Media
Baja
Alta
Media
Baja
Alta
Baja
Alta
Baja
Media
Baja
Baja
Alta
Media
Baja
3-4 ss Sí
1-2 ss Sí
1-2 ss Sí
3-4 ss Sí
+6 ss No
+6 ss No
3-4 ss No
3-4 ss No
3-4 ss Sí
3-4 ss No
3-4 ss Sí
3-4 ss Sí
3-4 ss Sí
1-2 ss Sí
1-2 ss Sí
1-2 ss Sí
5-6 ss No
3-4 ss Sí
1-2 ss Sí
3-4 ss No
3-4 ss No
3-4 ss No
1-2 ss No
5-6 ss No
1-2 ss Sí
3-4 ss Sí
1-2 ss Sí
1-2 ss No
+6 ss No
3-4 ss Sí
1-2 ss No
3-4 ss No
1-2 ss Sí
3-4 ss Sí
1-2 ss No
5-6 ss No
5-6 ss Sí
1-2 ss Sí
3-4 ss Sí
1-2 ss No
3-4 ss Sí
1-2 ss Sí
+6 ss Sí
+6 ss No
3-4 ss No
1-2 ss No
3-4 ss No
3-4 ss Sí
+6 ss No
5-6 ss Sí
3-4 ss Sí
3-4 ss No
1-2 ss Sí
+6 ss No
3-4 ss No
3-4 ss No
3-4 ss No
1-2 ss No
+6 ss No
+6 ss No
3-4 ss Sí
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
P. fortif. y necróp.
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
P. fortificado
Est. rural
Est. rural
Cueva-santuario?
Asent. rural
Est. rural
Cueva-santuario?
?
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
?
Est. rural
Asent. rural
Asent. rural
Est. rural
Est. rural y necróp.
Asent. rural
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Asent. rural
Asent. rural
Est. rural
P. fortificado
Est. rural
Asent. rural
Vado
Vado
Vado
Asent. rural y horno
Asent. rural
Est. rural
Categoría
Alto Imperio
Categoría
Ibérico Final
Escasos
Escasos
Ausentes
Escasos
Presentes
Abundant.
Abundant.
Abundant.
Presentes
Presentes
Escasos
Presentes
Presentes
Presentes
Escasas
Presentes
Ausentes
Escasos
Escasos
Abundant.
Escasos
Escasos
Presentes
Presentes
Ausentes
Ausentes
Ausentes
Abundant.
Abundant.
Ausentes
Abundant.
Abundant.
Ausentes
Ausentes
Abundant.
Abundant.
Ausentes
Ausentes
Abundant.
Escasos
Presentes
Escasos
Presentes
Abundant.
Ausentes
Ausentes
Escasos
Ausentes
Ausentes
Ausentes
Ausentes
Abundant.
Ausentes
Escasos
Escasos
Ausentes
Ausentes
Ausentes
Escasos
Presentes
Presentes
Proxim. asent.
Presentes
Escasas
Escasas
Escasas
Presentes
Sí
Abundant.
Abundant.
Abundant.
Presentes
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Ausentes
Escasas
Escasas
Escasas
Presentes
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Presentes
Presentes
Presentes
Presentes
Presentes
Escasas
Presentes
Abundant.
Abundant.
Escasas
Escasas
Presentes
Presentes
Presentes
Escasas
Escasas
Presentes
Ausentes
Ausentes
Presentes
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Abundant.
Escasas
Presentes
Escasas
Presentes
Escasas
Ausentes
Escasas
Presentes
Presentes
Diacronía
Variabilidad
cerámica
Defensas
Ubicación
Llano
Loma
Piedemonte
Piedemonte
Ladera
Loma
Llano
Llano
Llano
Loma
Llano
Loma
Loma
Llano
ladera
Llano
Ladera
Loma
Llano
Llano
Ladera
Ladera
Ladera
Cima
Loma
Loma
Vaguada
Cueva
Piedemonte
Vaguada
Cueva
Vaguada
Piedemonte
Llano
Loma
Llano
Llano
Llano
Loma
Ladera
Loma
Ladera
Ladera
Piedemonte
Loma
Ladera
Piedemonte
Ladera
Loma
Loma
Piedemonte
Cima
Loma
Ladera
Llano
Ribera
Ribera
Ribera
Vaguada
Llano
Llano
Otros
elementos
cult. material
250.000
25.600
25.000
10.000
60.000
68.000
60.000
30.000
10.000
10.000
5.000
28.000
120.00
9.600
33.000
2.500
50.000
64.000
18.500
65.000
4.000
70.000
33.000
33.000
15.000
170.000
14.000
9.500
16.000
28.000
18.000
4.000
4.000
15.000
89.000
110.000
64.000
40.000
56.000
5.000
16.000
40.000
125.000
1.500
10.000
1.500
256.600
115.200
74.000
Importac.
Los Aguachares
Calderón
Molino Duende
Las Canales
Rambla del Sapo
Requena
Barrio Los Tunos
El Barriete
Fuencaliente
La Borracha
La Picazuela
Casilla Hererra
Cerro Valentín
El Batán
El Cerrito
Fuente las Pepas
Loma del Moral
Las Lomas
Las Paredillas II
Las Paredillas I
Mazalví
Casa de Mazalví
La Carrasca
Cerro Castellar
Prados Portera I
El Paraíso
Los Lidoneros I
Cueva Ángeles
Los Alerises
B. del Espino
Cerro Hueco
La Calerilla
Cerro Gallina
Casa Alarcón
Casa de la Cabeza
Los Villares C.A.
Casa de la Vereda
El Balsón
Casa Tesorillo
Puntal del Moro
El Ardal
Casa Cañadas
Los Villarejos
Fuen Vich
El Carrascalejo
Hórtola
Los Pedriches
Fuente Reina
Casa Sevilluela
Las Zorras
Los Olmillos
Muela de Arriba
Casa del Morte
C de la Alcantarilla
Sisternas
Vadocañas
El Periquete
Casas Caballero
El Moluengo
C. Casa Zapata
Las Casas
Concent. (m²)
Tamaño (m²)
Tabla 16. Categorización del total de yacimientos de este estudio.
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
P. fortificado
Villa
Villa
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Villa
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Cueva-refugio
Asent. rural
Est. rural
Cueva-refugio
Villa y necróp.
Est. rural
Villa
Est. rural
Est. rural
Villa
Asent. rural
Villa
Est. rural
Villa
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
Asent. rural
Asent. rural
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Vado
Vado
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
123
[page-n-141]
124
Media
Baja
Baja
Alta
Media
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Media
Media
Baja
Baja
Alta
Media
Alta
Media
Media
Baja
Baja
Media
Alta
Baja
Baja
Media
Baja
Baja
Alta
Baja
Baja
Alta
Baja
Media
Media
Baja
Baja
Baja
Baja
Media
Media
Alta
Media
Baja
Alta
Alta
Alta
Alta
Nula
Media
Baja
Baja
Nula
Baja
Baja
Baja
Media
1-2 ss
+6 ss
+6 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
1-2 ss
5-6 ss
5-6 ss
5-6 ss
5-6 ss
5-6 ss
1-2 ss
1-2 ss
1-2 ss
3-4 ss
3-4 ss
1-2 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
1-2 ss
1-2 ss
5-6 ss.
3-4 ss
3-4 ss
+6 ss
1-2 ss
3-4 ss
3-4 ss
5-6 ss
3-4 ss
5-6 ss
3-4 ss
3-4 ss
1-2 ss
3-4 ss
5-6 ss
+6 ss
3-4 ss
1-2 ss
3-4 ss
3-4 ss
1-2 ss
1-2 ss
1-2 ss
1-2 ss
1-2 ss
3-4 ss
Sí
Sí
No
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
No
Sí
No
Sí
No
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
No
No
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
No
No
Sí
No
No
No
No
No
No
No
Sí
No
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
No
No
No
No
No
No
No
Est. rural
Est. rural
?
P. fortificado
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Ciudad
Asent. rural
Asent. rural
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
P. fortif. y necróp.
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
P. fortif. y necróp.
Est. rural
?
Cueva-santuario?
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Necrópolis
A. rural y horno
A. rural y horno
Est. rural
P. fortificado
P. fortificado
A. rural y horno.
A. rural y horno
Hallazgo aislado
Asent. rural
Necrópolis
Hallazgo aislado
Est. rural
Atalaya y necróp.
?
Categoría Alto
Imperio
Abundant.
Escasos
Escasos
Abundant.
Abundant.
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Presentes
Ausentes
Escasos
Ausentes
Abundant.
Presentes
Presentes
Escasos
Abundant.
Escasos
Ausentes
Presentes
Abundant.
Escasos
Escasos
Presentes
Escasos
Ausentes
Abundant.
Escasos
Escasos
Abundant.
Presentes
Abundant.
Presentes
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Presentes
Abundant.
Presentes
Presentes
Ausentes
Abundant.
Abundant.
Abundant.
Abundant.
Aislados
Abundant.
Abundant.
Escasos
Aislados
Presentes
Ausentes
Presentes
Abundant.
Categoría
Ibérico Final
Presentes
Escasas
Escasas
Presentes
Abundant.
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Presentes
Escasas
Escasas
Ausentes
Abundant.
Escasas
Abundant.
Escasas
Presentes
Presentes
Escasos
Presentes
Abundant.
Escasas
Escasas
Abundant.
Escasas
Escasas
Presentes
Escasas
Escasas
Abundant.
Presentes
Abundant.
Presentes
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Ausentes
Presentes
Escasas
Presentes
Abundant.
Presentes
Escasas
Ausentes
Escasas
Ausentes
Ausentes
Ausentes
Escasas
Escasas
Ausentes
Presentes
Proxim. asent.
Diacronía
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
Sí
No
No
No
Sí
No
No
No
No
No
No
No
Sí
No
No
No
No
No
No
No
No
Sí
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
Sí
Sí
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
Variabilidad
cerámica
Defensas
Ubicación
Loma
Llano
Llano
Llano
Loma
Llano
Llano
Llano
Loma
Llano
Llano
Llano
Llano
Llano
Cima
Ladera
Ladera
Loma
Loma
Piedemonte
Llano
Ladera
Llano
Ladera
Loma
Loma
Cima
Loma
Ladera
Llano
Ladera
Loma
Loma
Llano
Piedemonte
Cima
Llano
Llano
Cueva
Llano
Ladera
Piedemonte
Loma
Llano
Vaguada
Llano
Ladera
Piedemonte
Cima
Cima
Llano
Loma
Llano
Ladera
Piedemonte
Loma
Ladera
Piedemonte
Loma
Ladera
Loma
Otros
elementos
cult. material
13.200
4.000
7.600
40.000
26.000
10.000
150.000
9.100
1.000
15.000
25.000
- 100.000
36.000
120.000
38.000
7.600
5.000
50.000
1.500
6.200
9.600
5.700
63.800
5.700
5.300
128.000
- 15.000
34.000
14.000
100.000
160.000
75.000
30.000
38.000
29.000
5.000
- 10.000
120.000
7.000
25.000
16.000
12.000
12.000
76.000
2.000
- 18.000
Importac.
Fuente del Cristal
Cañada Campo II
Derramadores
Molino Enmedio
La Solana
Los Carasoles
C. de las Córdovas
Casa del Vicario
El Campanillo
El Soborno
Ermita S. Bárbara
Fuente Alberca
Cañada Campo I
Los Calicantos
La Mazorra
Fuente Hontanar
Boquera Tormillo
S. A. de Cabañas
Kelin
La Atalaya
Caudete Norte
Caudete Este
Casa Doñana
Rincón Gregorio
Vallejo Ratones
Hoya Redonda II
C. de la Peladilla
La Mina
PUR-3
Covarrobles
Las Pedrizas
La Tejería
Peña Lisa
Fuenterrobles
Punta de la Sierra
El Molón
Los Villares
La Balsa
Cueva Sta. Mira
La Cuesta Colorá
Cañada Carrascal
Viña Derramador
Hoya de Barea
Casas del Alaud
Cañada Pozuelo
La Maralaga
P. Lobos-Lobos
Cerrito Horca
Cerro Carpio
Cerro S. Cristóbal
El Carrascal
Tejería Nueva
El Molino
Cabezuela / P.B.
Pozo Viejo
Ermita S. Marcos
La Nevera
Contienda
Villanueva
Punto de Agua
T. Guandonera
Concent. (m²)
Tamaño (m²)
Tabla 16. Categorización del total de yacimientos de este estudio (cont.).
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Villa
Villa
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
?
Villa
Asent. rural
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Villa
Cueva-refugio
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
?
Necrópolis
A. rural y horno
Asent. rural
Est. rural
P. fortificado
Villa
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Asent. rural
Villa
[page-n-142]
Fig. 161. Evolución
de las categorías por
épocas.
Tinada Guandonera; así como asentamientos rurales de menor
entidad los yacimientos de Rambla del Sapo, Fuencaliente, Los
Alerises, Puntal del Moro, Los Pedriches, Casa Sevilluela, Casa
de la Alcantarilla, Camino de la Casa Zapata, Fuente del Cristal,
Hoya Redonda II, Covarrobles, La Maralaga, Pocillo de LobosLobos, La Cabezuela/Pocillo Berceruela y La Contienda/La
Cachirula.
De nuevo los establecimientos rurales crecen enormemente, muchos de los cuales son yacimientos que tienen origen e
incluso cénit en fases precedentes, pero que presentan escaso
y residual material romano, lo cual plantea un uso limitado del
lugar. Algunos de estos establecimientos pueden ser interpretados como producto directo de las villae, lo correspondiente a
la pars rustica, especialmente en el caso de los que están en la
órbita de este tipo de asentamientos.
Fig. 162. Funcionalidades según el tipo de núcleo para época ibérica.
Otros núcleos como hornos, necrópolis, cuevas o vados tienen carácter secundario a nivel poblacional y su evolución es
anecdótica a efectos del patrón de asentamiento. Todos están
presentes en casi todas las épocas y todos en un número muy
reducido, a diferencia de otros territorios ibéricos. Resulta llamativa la práctica ausencia de hornos en época romana (sólo La
Maralaga, a comienzos del s. I d.C.) y de ocupaciones en cueva
durante la fase final (sólo los escasos materiales datados como
tardíos en la Cueva Santa de Mira).
Evolución del patrón de asentamiento:
recursos económicos y vías
de comunicación
A lo largo del presente capítulo y los dos siguientes vamos a
desarrollar todas las variables, cálculos y análisis propios de la
Arqueología Espacial o del Territorio, fundamentalmente a partir del empleo de los SIG GVSIG y GRASS. Esto aspectos nos
ofrecerá información sobre el patrón de asentamiento y cómo
éste ha evolucionado a raíz de los diferentes cambios culturales.
Nuestro discurso no tiene un carácter unidireccional, sino que
refleja en todo momento las clásicas esferas política, económica, social, religiosa o cultual; esferas que pueden ser analizadas
de diferentes maneras, pero siempre interconectadas unas con
otras. En concreto, en este tercer capítulo trataremos la esfera
económica: potencialidad agrícola, explotación del entorno circundante, abastecimiento de recursos, movilidad de personas y
productos por el territorio y contactos con el exterior.
125
[page-n-143]
Potencialidad y productividad agrícola
La sociedad ibérica era eminentemente agrícola, englobando
bajo este adjetivo todo tipo de actividades rurales de agricultura
y ganadería. El medio rural, el campo, es el marco preponderante de la economía ibérica. Contamos con diferentes medios
para acercarnos a la misma durante la Edad del Hierro: por un
lado, tenemos el estudio directo de las herramientas o utensilios
vinculados a estas actividades, algo que apenas conservamos
para la horquilla cronológica de nuestro estudio. En segundo
lugar, el registro paleobotánico de los yacimientos excavados
nos ofrece una imagen de primera mano de la producción y dieta
de estas sociedades. Del mismo modo, para estas cronologías
apenas contamos con niveles excavados en toda la comarca y en
los pocos o no se han recogido muestras o no presentan registros
interesantes2. Es por ello que aquí nos centraremos en el tercero
de los aspectos: la edafología de los yacimientos. Partiendo de
la base que las características edafológicas del terreno fuesen
las mismas en época ibérica que en la actualidad, algo de lo que
somos conscientes que no siempre es así, mediante el estudio
de mapas de suelos, erosión y pendientes podemos saber si un
yacimiento está ubicado en una zona fértil o no. Aunque no nos
aporte información concreta de los tipos de especies cultivadas,
sí que nos puede dar una idea de la funcionalidad de los diferentes sitios y de las estrategias económicas de explotación del
entorno.
Estudios arqueozoológicos y paleobotánicos
Los estudios antracológicos de Kelin muestran un registro compuesto por especies leñosas y algunos arbustos de la familia
de las leguminosas (Mata et al., 1995, 15; Grau et al., 2001:
91-93). Entre las primeras tenemos madroños (Arbus unedo),
jaras (Cistus sp.), brezos de invierno (Erica multiflora), fresnos
(Fraxinus oxycarpa), nogales (Juglans regia), enebros (Juniperus communis), sabinas negrales (Juniperus phoenicea), pinos carrascos (Pinus halepensis), pinos negrales (Pinus nigra),
lentiscos (Pistacia lentiscus), chopos (Populus sp.), encinas o
coscojas (Quercus ilex-coccifera) y quejigos (Quercus faginea).
Entre los arbustos hay algunos de la familia de las leguminosas (Leguminosae sp.), de las ramnáceas (Rhammus sp.), de las
rosáceas (Rosaceae t. maloidea) y de sauce (Salix sp.). Todas
estas especies muestran el paisaje propio de un encinar, aunque
éste en las fases finales de la época ibérica estaría ya degradado. También se ha recogido madera de olivo o acebuche (Olea
europaea), vid (Vitis vinifera) y de otros frutales (Prunus sp.).
Gracias a la Paleocarpología obtenemos información sobre
los cultivos y la dieta ibérica (Mata et al., 1995: 21-25; Grau
et al., 2001: 93-94). En el Kelin de los ss. IV-III a.C. el cereal
más abundante es la cebada vestida (Hordeum vulgare), acompañada de trigos desnudos (Triticum aestivum-durum), escanda
menor (Triticum dicoccum) y mijo (Panicum miliaceum). Por
otro lado, las leguminosas tienen una díficil conservación, posible únicamente por torrefacción. Sólo se han documentado lentejas (Lens culinaris) y guijas (Lathyrus sativus). Los frutales
2 En nuestra excavación arqueológica del asentamiento ibérico final de la
Casa de la Cabeza se han recogido muestras sedimentológicas en todas
las campañas (2010, 2011 y 2012), de cara a próximos estudios de semillas, carbones, fauna o sedimentos.
126
en Kelin están muy bien representados con frutos o semillas de
uva (Vitis vinifera), oliva (Olea europaea) e higos (Ficus carica), especies a las que en otros yacimientos ibéricos se suman almendras (Prunus dulcis), granadas (Punica granatum) y
manzanas (Malus sp.). Entra aquí también el destacado hallazgo
de numerosas estructuras de producción de vino y aceite en las
ramblas de La Alcantarilla y Los Morenos, en uso durante el
Ibérico Pleno (Mata et al., 2009).
Los estudios arqueozoológicos de las excavaciones de Kelin
muestran un predominio de la cabaña de ovicápridos (Ovis
aries y Capra hircus) en todas sus fases, de la cual se obtendría
carne y lana. Seguramente se realizarían desplazamientos cortos
del ganado por el territorio, algo que no queda reflejado en
el registro (Iborra, 2004). Ésta va seguida de los suidos (Sus
domesticus), criados por su carne, y de bóvidos (Bos taurus),
cuya avanzada edad de muerte sugiere que serían animales de
tracción. También hay caballos (Equus caballus) y perros (Canis
familiaris), aunque generalmente no para el consumo humano, y
gallos (Gallus gallus). Entre las especies cazadas están el ciervo
(Cervus elaphus), el conejo (Oryctolagus cuniculus) y la liebre
(Lepus granatensis). El ciervo se extinguió a comienzos del
s. XX y actualmente reaparece, juntamente con otras especies
como el corzo o la cabra montés (Armero, 2004). Aunque no
aparezcan en los registros arqueozoológicos, la fauna local
quedaría completada por otro gran número de especies como
jabalíes, zorros, comadrejas, tejones, nutrias, etc. En el pasado
también existían otras especies, hoy en día extinguidas por la
presión humana, como el oso pardo, el lobo o el lince ibérico.
La ictiofauna y malacofauna fluvial y lacustre también serían
aprovechadas, tal y como se ha documentado para época ibérica
en El Molón (Lorrio et al., 2009, 37) y para romana en la villa
del Barrio de Los Tunos, donde se hallaron espinas de pescado
y un anzuelo de bronce, depositado en el Museu de Prehistòria
de València (fig. 163.1). En el Molino de Enmedio se recogió superficialmente una caracola marina (fig. 163.2). En la Casa de la
Cabeza apenas se han encontrado restos faunísticos, seguramente
porque la naturaleza química del terreno lo impide, tal y como se
deduce del alterado estado de los escasos huesos conservados.
Tan sólo podemos destacar un fragmento de mandíbula de ovicáprido, varias diáfisis, algunos molares y un par de conchas marinas (Glycimeris spec.), si bien no podemos determinar si éstas últimas llegan por cuestiones de alimentación o de ornamento (fig.
163.3). Estudios de zoología actuales han demostrado que existen
una serie de especies originarias como la anguila (río Magro), la
trucha y el fraile (río Cabriel) o la loina (río Júcar), mientras que
otras como la carpa o la perca son introducidas (Armero, 2005).
Para el Ibérico Final los yacimientos valencianos muestran una gran heterogeneidad en los registros faunísticos, con
un peso considerable de especies cazadas en algunos de ellos.
En el caso de Kelin, como hemos visto anteriormente, existen
pocos niveles excavados del s. II a.C. en adelante. Además los
contextos más ricos en fauna son los fosos, basureros y espacios
abiertos, de ahí que la muestra analizada, proveniente de los
estratos superiores de la habitación 2 del departamento 16, sea
reducida y de poco valor. Aun así los resultados obtenidos son
coherentes, con un NMI de especies domésticas de dos ovicápridos, un cerdo, un bóvido, un caballo y un asno, así como sólo
un ciervo entre las especies silvestres. Se ha relacionado esta
baja muestra con un posible descenso de la población (Iborra,
[page-n-144]
- Una zona adyacente, con 2-2,5 km de radio, con suelos de
capacidad moderada y pendientes algo más acentuadas. Destinada a frutales y agricultura extensiva, también se podrían
desarrollar otro tipo de actividades de aprovisionamiento de
recursos o producción cerámica, metalúrgica, etc.
- La restante, hasta el límite teórico de 1 hora de desplazamiento a pie (radio de hasta 5 km), donde se desarrollarían la
ganadería extensiva y otras prácticas agrarias y rurales como
complemento a la subsistencia básica.
Fig. 163. Anzuelo del Barrio de Los Tunos (MPV) (1), caracola
marina del Molino de Enmedio (2) y concha de Glycimeris de la
Casa de la Cabeza (3).
2004: 396), algo que como luego veremos no compartimos. La
publicación de los estudios de fauna de los niveles finales de El
Molón sin duda aportará mayor información al respecto.
Entornos de explotación
La Arqueología ha tomado una serie de conceptos de la
Geografía Humana desde los años 70 para explicar la explotación
económica de un entorno. En primer lugar, debemos tener en
cuenta conceptos como el de área de explotación (SET, Site
Explotation Territory) de un asentamiento, entendido como
el área inmediata donde la población produce los recursos
necesarios para su subsistencia, del concepto de área de captación
(SCA, Site Catchment Area), de donde pueden proceder todos
los objetos o materias encontradas en el yacimiento (VitaFinzi y Higgs, 1970; Flannery, 1976). El área de producción en
sociedades agrícolas suele desarrollarse en torno a un radio de
una hora a pie (unos 4/5 km), aunque siempre en función de la
orografía del terreno.
Este campo ha sido trabajado extensamente por Andrea Moreno en su tesis doctoral para el periodo de los ss. VII-III a.C.
(Moreno, 2010 y 2011). Juntamente con ella hemos publicado
recientemente una serie de artículos sobre el entorno inmediato
de un asentamiento concreto: la capital Kelin (Moreno y Quixal,
2009 y 2012). En ellos hemos puesto en yuxtaposición sus estudios de áreas de captación y explotación a partir de mapas de
coste y análisis mediante GRASS GIS, con nuestros cálculos de
los índices de productividad y grupos locales que desarrollaremos a continuación.
En el SET de Kelin se pudieron diferenciar tres subzonas :
- Un área inmediata, con 1-1,5 km de radio destinada a agricultura intensiva para usos más cotidianos de la población. Es la
vega del río con los mejores suelos de la comarca, los únicos
que se podrían destinar a los cultivos hortícolas documentados en el registro paleocarpológico.
Se vio cómo durante el Ibérico Pleno en el entorno inmediato de la capital existía una precisa organización del espacio,
una explotación sistemática de los diferentes ámbitos y una búsqueda de los suelos más ricos. Todo ello controlado desde el
lugar central, justo en la concentración de núcleos más grande
de todo el territorio. Dichos trabajos han visto completados con
otro sobre el entorno periurbano de la ciudad, donde por primera
vez se hace un análisis del área para la cronología final (Mata
et al., 2012). Allí vemos como en los ss. II-I a.C. en el entorno
más inmediato surgen nuevos asentamientos, algunos de ellos
sobre anteriores establecimientos rurales. Durante estos siglos
se produce una ocupación del territorio más intensa, con una
distribución muy sintomática de los núcleos jalonando el curso
del Madre y la rambla de La Torre, las dos principales vías de
comunicación en esta parte de la comarca (Moreno, 2010: 141)
y donde, a su vez, hay un dominio de los ricos suelos fluvisoles,
suelos que permiten incluso cultivos hortícolas (fig. 164).
Índice de productividad
En nuestro caso nos hemos centrado en calcular el índice de productividad / potencialidad agrícola de los yacimientos, tomando
en consideración tan sólo 500 m de radio, es decir, el área más
inmediata (fig. 164-166), en relación con lo establecido en algunos estudios aplicados a la Prehistoria (Gilman y Thornes,
1985; Vicent, 1991). Muchos de los yacimientos presentan una
serie de características que apuntan hacia un tipo de estructuras
rurales ajenas al hábitat permanente, de ahí que nos interese saber la calidad de los suelos en el punto exacto donde aparecen
los materiales.
Para realizar este estudio hemos procesado la cartografía
digital “Capacidad de uso del suelo para la Comunidad
Valenciana (año 1992)” en servicio WMS de la Conselleria de
Fig. 164. Entorno de Kelin durante el Ibérico Final, zona de
abundancia de suelos de capacidad elevada.
127
[page-n-145]
Fig. 165. Cálculo del índice de productividad en los yacimientos ibéricos finales, mediante GVSIG.
Fig. 166. Cálculo del índice de productividad en los yacimientos altoimperiales, mediante GVSIG.
128
[page-n-146]
Medio Ambiente, Agua, Urbanismo y Vivienda de la Generalitat
Valenciana mediante GVSIG. Este mapa está destinado a
expresar, de forma muy general, la potencialidad agraria
del terreno y las limitaciones que presenta para su puesta en
explotación. Del mismo modo, hemos estudiado los diferentes
tipos de suelo y su relación con una mayor o menor capacidad
productiva a partir de la serie cartográfica LUCDEME Mapa
de suelos de la Comunidad Valenciana del ICONA-Generalitat
Valenciana (1995-96).
Podemos diferenciar seis tipos de suelos:
- Valor 0: No cuantificable por antropización. En nuestro territorio encontramos este valor en el área donde se encuentran
actualmente los pantanos de Forata, Contreras y Benagéber,
así como el casco urbano de Utiel.
- Valor 1: Capacidad muy elevada. No encontramos suelos de
este tipo en ningún punto, ya que son propios de las planas
litorales con mayor potencialidad agrícola.
- Valor 2: Capacidad elevada. Suelos con esta capacidad están presentes sobre todo en la vega del río Madre / Magro
y el curso de la rambla de La Torre (fig. 167). Es el entorno
inmediato de Kelin, por tanto, donde están los mejores suelos de la comarca (Moreno y Quixal, 2009). Luego también
hay pequeñas lenguas de tierras de capacidad 2 en el valle
de El Moluengo, en las riberas del Cabriel y en los llanos de
Campo Arcís y Camporrobles. A nivel edafológico se trata
de suelos fluvisoles que aparecen en el curso de los ríos,
en terrazas aluviales formadas con depósitos cuaternarios.
Son los que permiten poner en práctica cultivos hortícolas,
tan sólo amenazados por el riesgo de eventuales crecidas y
por las heladas tardías que presenta la climatología de esta
comarca. En ocasiones calcisoles háplicos en sus diversas
variantes, sobre todo las que están en conjunción con los citados fluvisoles o con regosoles, también pueden tener una
capacidad elevada.
- Valor 3: Capacidad moderada. Son los suelos donde se ubica la mayor parte del hábitat, ya que junto con los de capacidad 4 son los más abundantes en la comarca. Dominan
todas las planicies y valles como puedan ser los llanos de
Fuenterrobles, Caudete, Campo Arcís o La Portera; y los
valles de La Albosa, El Rebollar y Hortunas. Se trata de
combinaciones de suelos regosoles, fluvisoles, calcisoles y
cambisoles. La vega que el Magro forma en el corredor de
Hortunas es un buen ejemplo de formaciones de este tipo.
Los regosoles calcáreos asociados a calcisoles háplicos generan suelos de capacidad moderada. Los calcisoles háplicos pueden aparecer en cualquier tipo de pendiente, de ahí
que su capacidad varíe en función de dónde se encuentren
y del suelo al que acompañen. De esta forma, los encontramos en zonas como los llanos y lomas de La Portera en suelos de productividad moderada (fig. 168), pero, al mismo
tiempo, aparecen en otros de capacidad baja o nula.
- Valor 4: Capacidad baja. Generalmente se trata de los suelos propios de las tierras de transición entre los llanos y las
sierras, por lo tanto se reparten por toda la orla montañosa
de la comarca, siendo especialmente abundantes en su sector meridional, en la depresión generada por el curso del
Cabriel. La sierra de La Bicuerca también pertenece a este
tipo de suelos. A nivel edafológico puede tratarse de los
mismos suelos que el apartado anterior, lo que cambia es la
pendiente. De este modo, la asociación anteriormente descrita entre calcisoles háplicos y regosoles calcáreos tiene
valor 4 en áreas como las montañas que cierran el corredor
de Hortunas (fig. 169).
Fig. 167. Ejemplo de suelo con capacidad productiva elevada
(Llano de Las Casas).
Fig. 168. Ejemplo de suelo con capacidad productiva moderada
(Lomas de La Portera).
Fig. 169. Ejemplo de suelo con capacidad productiva baja/muy baja
(Sierra de Las Cabrillas).
129
[page-n-147]
- Valor 5: Capacidad muy baja. Son tres las asociaciones de
suelos de esta zona clasificadas en el peldaño productivo
más bajo, generalmente compuestas por luvisoles y leptosoles (leptosol lítico - leptosol rendzínico, luvisol crómico
- leptosol lítico, leptosol lítico - calcisol háplico y cambisol
éutrico - luvisol crómico) o por regosoles éutricos. Los leptosoles son suelos de capacidad casi nula porque se encuentran
en zonas de pendiente y poseen poco espesor de sedimento,
mientras que los luvisoles configuran los afloramientos rocosos, de ahí que ambos aparezcan en las zonas montañosas de
nuestro territorio: las sierras de Utiel, El Tejo, Las Cabrillas
y Martés. Los regosoles éutricos son materiales del Triásico
constituidos por arcillas y yesos del Keuper, que podemos
encontrar preferentemente en el valle del Cabriel.
Para realizar el cálculo hemos contabilizado el porcentaje
de área que ocupa cada tipo de suelo anteriormente descrito en
el área de 785.400 m² que genera un círculo de 500 m de radio
alrededor de cada yacimiento. Esos porcentajes posteriormente
los hemos multiplicado de la siguiente forma y, al final, sumado
para obtener el índice proporcional de base 1 (tabla 17).
Este índice es interesante para hacernos una idea de las
posibilidades productivas de cada asentamiento: cuanto más
próximo a 1 sea el índice de un yacimiento, mayor potencialidad agrícola tienen las tierras donde se ubica, lo cual nos aporta
información sobre su posible estrategia económica.
Estudiando la distribución por subzonas entre los ss. II a.C.II d.C., dos sobresalen por encima del resto como las más fértiles (tablas 18 y 19). Las concentraciones de población en la
vega del Magro y el llano de Utiel se explican, en parte, por
una búsqueda de suelos ricos, de ahí que todos los yacimientos
presenten índices por encima del 0,60. Los fluvisoles derivados
del curso del río Magro y de la rambla de La Torre atraen el poblamiento con el devenir de los siglos, ya que en época romana
prácticamente se dobla el número de núcleos, destacando las
cuatro villae (La Solana, Molino de Enmedio, Barrio de Los
Tunos y El Barriete), así como la perduración de la desconocida
Requena.
El llano de Caudete, el entorno inmediato de Kelin, es otra
de las zonas más ricas de la comarca (fig. 164). Pero, a diferencia de las dos zonas anteriores, el poblamiento se reduce en
época romana, casi con total seguridad ligado a la desaparición
del lugar central. Tan sólo perdura la villa de Casa Doñana y el
asentamiento rural de Hoya Redonda II, ambos flanqueando el
curso del río Madre y gozando también de una fértil edafología.
En un segundo escalafón encontramos los llanos de Campo
Arcís, Fuenterrobles y Camporrobles, que cuentan con algunos núcleos con índices altos, pero cuya mayoría es de carácter
intermedio. En todos ellos hay un aumento de la media productiva con la llegada del Alto Imperio, de forma más marcada
Tabla 17. Obtención del índice de productividad.
% Suelo índice 1 Capacidad muy elevada
x
1
% Suelo índice 2
Capacidad elevada
x
0,8
% Suelo índice 3
Capacidad moderada
x
0,6
% Suelo índice 4
Capacidad baja
x
0,4
% Suelo índice 5
Capacidad muy baja
x
0,2
Suma de todos los índices = Índice de productividad
130
en el llano de Camporrobles debido al abandono de El Molón
y la aparición de la villa de La Balsa justo en el punto más fértil de la zona. Los otros dos llanos, el de Campo Arcís y el de
Fuenterrobles, muestran bastante continuidad tanto en índices
como en número de asentamientos. El valle de El Moluengo
también entraría dentro de este grupo, aunque su reducido poblamiento lo convierte en anecdótico. Simplemente podemos
decir que se trata de dos asentamientos, El Moluengo y el Camino de la Casa Zapata, aprovechando los suelos más aptos de
la vaguada y dentro de un contexto general pobre.
Posteriormente tenemos una serie de subzonas, generalmente de carácter secundario o de transición, con índices
moderado-bajos: llano de El Rebollar, corredor de Hortunas,
cañadas de Los Pedrones/La Portera, La Albosa y Sinarcas.
A excepción de la zona de Los Pedrones, el cambio de fase
ibérica a romana conlleva un tímido aumento de medias, generalmente en relación con el abandono de ocupaciones en altura (Cerro Castellar, Muela de Arriba o Cerro San Cristóbal)
en favor de asentamientos en el llano con suelos moderados
(Las Paredillas I, La Calerilla, La Contienda, etc.), si bien se
trata de las zonas con mayor continuidad. Por último, la sierra de Utiel y el valle del Cabriel son zonas con índices muy
bajos, con un déficit de suelos fértiles derivado de una orografía abrupta. El poblamiento en las mismas no se explica por
motivos productivos, sino que hay que buscar otros factores:
defensas, vados, etc.
Estos datos los podemos leer de múltiples formas. En primer lugar, a nivel general se observa una evolución en favor
de ubicaciones en suelos más ricos y productivos (fig. 170).
Los yacimientos con unos índices moderados, entendiendo
por ellos los que entran en la horquilla del 0,65 – 0,5, prácticamente no cambian en número ni en peso con el transcurso
de los siglos, ya que siempre son el grupo más dominante con
un 50-60% del total. El gran cambio lo tenemos en el porcentaje y volumen de yacimientos con suelos de capacidad elevada y baja: en el Ibérico Pleno un 42% de los yacimientos tenían menos de 0,5 de índice, porcentaje que baja a un 27% en
el Ibérico Final y tan sólo un 18% en los dos primeros siglos
del Imperio (fig. 171). En contraposición, los yacimientos con
índices altos (+0,6), aquellos ubicados en suelos de capacidad
elevada pasan de un simple 7% a un 24% en 200-300 años.
Y no se trata únicamente de una cuestión de porcentajes; en
valores absolutos, pese a que el Ibérico Pleno tiene un mayor
número total de yacimientos, el volumen de los índices altos
pasa de 9 a 13 en el Ibérico Final y, finalmente, a 21 en el
Alto Imperio. Si a ello sumamos que la evolución de la media
de todos los yacimientos es 0,52 en el Ibérico Pleno, 0,56 en
el Ibérico Final y 0,59 en el Alto Imperio, podemos concluir
que hay un marcado proceso de asentamiento en suelos ricos,
abandonando las ocupaciones de suelos de capacidad baja y
media en favor de concentraciones en las áreas más productivas de la comarca.
Esta conclusión general se refuerza si vemos como entre
el Ibérico Final y el Alto Imperio Romano prácticamente todas las zonas suben sus medias, exceptuando precisamente
la vega del Magro y el llano de Utiel, las dos zonas con
índices más elevados (tabla 19). Ello en ambas no se debe a
un descenso sino justo lo contrario: aumenta considerablemente el número de núcleos en las mismas (de 6 a 14 y de 5
[page-n-148]
Tabla 18. Índices de productividad en el Ibérico Final (0,80-0,66 elevada; 0,65-0,51 moderada; 0,35-0,50 baja).
R.009
0,6
Calderón
Molino del Duende
Las Canales
Rambla del Sapo
Requena
Loma del Moral
El Rebollar
Las Lomas
Las Paredillas II
Mazalví
Casa de Mazalví
La Carrasca
R.022
R.031
R.037
R.077
R.093
R.003
R.005
R.016
R.090
SA.03
SA.04
SA.06
0,64
0,72
0,79
0,58
0,8
0,4
0,56
0,6
0,6
0,47
0,44
0,4
Cerro Castellar
El Paraíso
Los Lidoneros I
Los Alerises
B. Espino
R.010
R.017
R.034
R.072
R.081
0,42
0,49
0,53
0,55
0,48
Cerro Gallina
R.004
0,55
Casa Alarcón
Casa de la Cabeza
Villares C. Arcís
Casa de la Vereda
Casa del Tesorillo
El Ardal
Casa de las Cañadas
Los Villarejos
Fuen Vich
El Carrascalejo
Los Pedriches
Fuente de la Reina
Casa Sevilluela
Las Zorras
Los Olmillos
Muela de Arriba
Casa del Morte
Casa de la Alcantarilla
El Periquete
Casas de Caballero
El Moluengo
Camino Casa Zapata
R.006
R.030
R.049
R.065
R.067
R.078
R.094
R.035
R.080
R.082
VM.06
VM.08
VM.19
VM.25
R.068
R.070
R.075
R.100
R.015
R.021
VC.02
VC.08
0,6
0,52
0,6
0,68
0,6
0,6
0,46
0,54
0,53
0,53
0,53
0,59
0,6
0,54
0,6
0,59
0,49
0,4
0,38
0,32
0,56
0,59
Vega de Magro Los Aguachares
Llano de
El Rebollar
Corredor de
Hortunas
Llano de
Campo Arcís
Lomas de
Los Pedrones
La Albosa
Río Cabriel
Sierra
Moluengo
Llano de
Utiel
0,69
Sierra de
Utiel
0,49
Llano de
Caudete
0,49
Llano de
Fuenterrobles
0,57
Llano de
Camporrobles
0,53
Sinarcas
0,59
0,35
0,58
a 15, respectivamente), con lo cual es más fácil que el índice
baje, pese a mantenerse de igual forma en una posición elevada. La tercera media que baja es la de las lomas y cañadas
de Los Pedrones, pero en ella el poblamiento es reducido y
este índice puramente anecdótico. Por el contrario, las otras
11 subzonas se mantienen con las mismas medias o aumentan, algunas de ellas de manera destacada como el valle de
El Rebollar (de 0,49 a 0,53) o el llano de Camporrobles (de
0,52 a 0,58).
Las Casas
U.002
0,79
Fuente del Cristal
Cañada Campo II
Los Derramadores
U.007
U.012
U.018
0,69
0,74
0,6
La Solana
La Mazorra
U.020
U.001
0,8
0,41
Fuente Hontanar
Boquera Tormillo
U.016
U.021
0,4
0,45
San Antonio Cabañas
Kelin
U.013
CF.01
0,66
0,62
La Atalaya
Caudete Norte
Caudete Este
Casa Doñana
Rincón de Gregorio
Vallejo de los Ratones
Hoya Redonda II
Cerro de la Peladilla
La Mina
PUR-3
Covarrobles
Las Pedrizas
La Tejería
Peña Lisa
El Molón
Los Villares
Cañada del Carrascal
Viña del Derramador
Cañada del Pozuelo
La Maralaga
Pocillo Lobos-Lobos
Cerrito de la Horca
Cerro Carpio
Cerro de San Cristóbal
El Carrascal
Tejería Nueva
El Molino
La Cabezuela / P.B.
Pozo Viejo
Villanueva
Punto de Agua
CF.02
CF.03
CF.04
CF.07
CF.10
F.008
F.014
F.001
F.003
F.005
F.006
F.010
F.011
F.012
C.001
C.003
C.II
C.III
S.001
S.002
S.004
S.007
S.008
S.009
S.010
S.011
S. 012
S.013
S.014
B.003
B.004
0,6
0,75
0,77
0,65
0,66
0,64
0,63
0,44
0,6
0,6
0,56
0,6
0,6
0,6
0,4
0,73
0,49
0,46
0,54
0,59
0,56
0,56
0,4
0,4
0,43
0,56
0,6
0,54
0,6
0,53
0,46
0,72
0,42
0,66
0,57
0,52
0,52
Por otro lado, es interesante ver la evolución de las medias
en relación con los tipos de yacimientos. Los poblados y atalayas fortificadas, por la naturaleza de su propio emplazamiento,
suelen contar con índices bajos al encontrarse en zonas abruptas
y montañosas. Su cometido principal, lo que motiva su ubicación en esos puntos, no es la producción agrícola. Es por ello
que durante el Ibérico Final los siete poblados fortificados, si
dejamos fuera a Kelin y Requena por tratarse de lomas y dudar de la presencia de fortificaciones en ellas, tienen una media
131
[page-n-149]
Tabla 19. Índices de productividad en el Alto Imperio (0,80-0,66 elevada; 0,65-0,51 moderada; 0,35-0,50 baja).
Vega del
Magro
Llano de
El Rebollar
Corredor de
Hortunas
Llano de
Campo Arcís
Lomas de
Los Pedrones
La Albosa
R. Cabriel
S. Moluengo
Los Aguachares
Las Canales
Rambla del Sapo
Requena
Barrio Los Tunos
El Barriete
Fuencaliente
Casilla Hererra
Cerro Valentín
El Batán
El Cerrito
Fuente las Pepas
La Borracha
La Picazuela
El Rebollar
Las Lomas
Las Paredillas I
Mazalví
Casa de Mazalví
Prados de la Portera I
Los Alerises
B. Espino
La Calerilla
Casa Alarcón
Villares Campo Arcís
Casa de la Vereda
El Balsón
Casa del Tesorillo
Puntal del Moro
El Ardal
Los Villarejos
Fuen Vich
El Carrascalejo
Hórtola
Los Pedriches
Casa Sevilluela
Las Zorras
Los Olmillos
La Campamento
Casa la Alcantarilla
Cisternas
El Periquete
El Moluengo
Camino Casa Zapata
R.009
R.037
R.077
R.093
R.II
R.III
R.IV
R.V
R.VI
R.VIII
R.IX
R.X
R.XI
R.XII
R.005
R.016
R.I
SA.03
SA.04
R.011
R.072
R.081
R.105
R.006
R.049
R.065
R.066
R.067
R.071
R.078
R.035
R.080
R.082
R.XIII
VM.06
VM.19
R.025
R.068
R.071
R.100
R.XIV
R.015
VC.02
VC.08
0,6
0,79
0,58
0,8
0,75
0,63
0,6
0,6
0,77
0,66
0,66
0,74
0,6
0,53
0,56
0,6
0,6
0,47
0,44
0,56
0,55
0,48
0,49
0,6
0,6
0,68
0,59
0,6
0,49
0,6
0,54
0,53
0,53
0,4
0,53
0,6
0,54
0,6
0,6
0,4
0,6
0,38
0,56
0,59
0,53
Llano de
Caudete
0.52
0,59
Llano de
Fuenterrobles
Llano de
Camporrobles
0,5
Sinarcas
0,55
0,38
0,58
conjunta de 0,44, cuando la total para ese mismo periodo es sustancialmente mayor (0,56). La desaparición de los mismos en la
fase imperial explica, en parte, el gran aumento de la media, ya
que se abandonan ubicaciones en suelos pobres y se sustituyen
por densas ocupaciones de los suelos más fértiles.
Al mismo tiempo, los asentamientos en llano con función
productiva son, lógicamente, los que presentan unos índices
más elevados, por ubicarse en las mejores tierras. Los 26
132
Sierra de Utiel
U.002
U.007
U.012
0,79
0,69
0,74
U.018
U.I
0,6
0,76
La Solana
Los Carasoles
0,66
Las Casas
F. del Cristal
Cañ. Campo II
Los Derramadores
Molino Enmedio
Llano de
Utiel
U.020
U.II
0,8
0,62
Casa de las Córdovas
Casa del Vicario
El Campanillo
El Soborno
Ermita de Sta. Bárbara
Fuente la Alberca
Cañ. Campo I
Los Calicantos
Fuente Hontanar
Boquera Tormillo
San Antonio Cabañas
Casa Doñana
H. Redonda II
La Mina
Covarrobles
Las Pedrizas
La Tejería
Fuenterrobles
Punta de la Sierra
Los Villares
La Balsa
La Cuesta Colorá
Cañada del Carrascal
Viña del Derramador
Hoya de Barea
Cañada Pozuelo
La Maralaga
Pocillo Lobos-Lobos
Cerrito de la Horca
Cerro Carpio
El Carrascal
Tejería Nueva
Cabezuela / P.B.
Pozo Viejo
Ermita S. Marcos
Contienda / Cachirula
U.III
U.IV
U.V
U.VI
U.VII
U.VIII
U.IX
U.X
U.016
U.021
U.013
CF.07
F.014
F.003
F.006
F.010
F.011
F.I
F.II
C.003
C.004
C.I
C.II
C.III
C.IV
S.001
S.002
S.004
S.007
S.008
S.010
S.011
S.013
S.014
S.016
U.XII
0,75
0,67
0,65
0,7
0,64
0,79
0,67
0,6
0,4
0,45
0,66
0,65
0,63
0,6
0,56
0,6
0,6
0,6
0,52
0,73
0,72
0,52
0,49
0,46
0,54
0,54
0,59
0,56
0,56
0,4
0,43
0,56
0,54
0,6
0,52
0,59
0,7
0,42
0,65
0.58
0.58
0,54
asentamientos rurales del Ibérico Final tienen una media de
0,56, algunos de ellos con índices elevados como Caudete
Norte (0,75), pero la mayoría con índices en torno al 0,6. El
gran cambio lo encontramos en el Alto Imperio, momento en
el que podemos diferenciar dos variantes dentro del mismo
proceso. Como hemos visto anteriormente, el poblamiento
rural en llano durante los dos primeros siglos del Imperio lo
podemos separar entre villae, de mayor tamaño y entidad, y
[page-n-150]
Fig. 170. Valores
absolutos de los índices de
productividad por épocas.
Fig. 171. Porcentaje de los índices de productividad por épocas.
asentamientos rurales de carácter secundario. Precisamente
son las 13 primeras las que aportan una enorme subida a la
media en este periodo, ya que cuentan con un 0,63 de media,
algunas de ellas con índices tan altos como el 0,80 de La Solana, el 0,76 del Molino de Enmedio o el 0,75 del Barrio de los
Tunos. Los asentamientos rurales secundarios, por su parte, sí
que guardan continuidad con los asentamientos rurales ibéricos y su media se asemeja bastante con un 0,57.
Por otro lado, quedan los yacimientos con índices paupérrimos (-0,4), un dato que ya de entrada aporta luz sobre su
posible funcionalidad: ganadería, control, defensa, etc. Queda
claro que no se ubicarían en esos puntos para cultivar la tierra,
sino que se centrarían en la explotación ganadera o dependerían de otros núcleos para autoabastecerse.
Proximidad a recursos hídricos
Siempre se ha planteado que durante la Antigüedad se buscaba establecer los asentamientos cerca de elementos hídricos
como ríos, ramblas y fuentes, por tal de abastecerse de tan
básico recurso. Durante toda la secuencia de nuestro estudio
un gran número de yacimientos arqueológicos se encuentran
próximos a los principales ríos y ramblas. Este hecho enlaza
con el apartado anterior, puesto que también hay una fuerte
concentración de núcleos en los suelos de mejor calidad, los
fluvisoles, originados por la propia dinámica de los ríos. No
obstante, en ningún caso se trata de una característica extensible a todos los yacimientos; decir que es un requisito indispensable es uno de los tópicos de la Arqueología.
Hemos realizado buffers o áreas de influencia en torno a
los ríos de la zona, el Cabriel, el Magro, el Reatillo y el Mijares, así como a las principales ramblas que vierten sus aguas
al Cabriel por el lado Norte (La Albosa, La Alcantarilla, Los
Morenos o Salinas) y al Madre/Magro por ambos lados (La
Torre, Estenas, La Higuera o Fuen Vich). En los ríos, al tener mayor importancia, hemos incluido un área de influencia
inmediata, de 0 a 500 m de proximidad, y una adyacente, de
500 m a 1 km. En las ramblas, la mayoría secas o de caudal
intermitente en la actualidad, hemos calculado áreas menores
(de 0 a 250 y de 250 a 500 m), siendo conscientes de que en la
Antigüedad llevarían más agua y en su entorno se generaría un
buen número de fuentes.
En los mapas obtenidos percibimos cómo en el Ibérico Final hay una tenue concentración de yacimientos en torno al río
Madre/Magro, que se hace más acusada durante época romana
(fig. 172 y 173). Si bien la mayoría de yacimientos no entran
dentro de los buffers más inmediatos, en ambas cronologías
hay muchos núcleos que jalonan el río a lo largo de todo su
curso en distancias inferiores a los 3 km. En época romana
gana también protagonismo la rambla de La Torre, tributaria
del Madre. Las ramblas meridionales como La Albosa, La Alcantarilla, La Higuera o Fuen Vich también presentan poblamiento a su alrededor entre los ss. II a.C. – II d.C., mientras
que los entornos de los ríos Cabriel y Reatillo son bastante
pobres para estas cronologías, aunque es algo que puede explicarse por la escarpada orografía y la escasez de suelos fértiles
Viendo los porcentajes por épocas, el proceso muestra
una abrumadora estabilidad, ya que los tres grupos siempre
tienen valores muy similares: yacimientos dentro de las áreas
de influencia inmediata de ríos y barrancos entre un 26-27%,
yacimientos dentro de las áreas de influencia adyacente entre
13-16% y yacimientos fuera de las áreas de influencia de estos
recursos entre un 57-62% (fig. 174). Por lo tanto, no se observa
ningún cambio en el tiempo en relación con la búsqueda de mayor proximidad a estos recursos, sino que en todo momento durante esos seis siglos aproximadamente la mitad de los núcleos
está a menos de 1 km de los principales ríos y barrancos. La
otra mitad no significa que estuviera desabastecida de agua, sino
133
[page-n-151]
Fig. 172. Buffers en torno a ríos y
ramblas en el Ibérico Final, mediante
GVSIG.
Fig. 173. Buffers en torno a ríos y
ramblas en el Alto Imperio, mediante
GVSIG.
134
[page-n-152]
Fig. 174. Ubicación de los asentamientos en relación a los recursos hídricos, por épocas.
que tendría que echar mano de arroyos de carácter secundario,
recoger el agua en cisternas como las de El Molón, La Mazorra
y la Casa de la Cabeza, o transportarla de manantiales cercanos.
La proximidad a cursos de agua fue un factor decisivo
en las estrategias de poblamiento, lo que en la vida diaria se
traducía en abastecimiento de agua, mejor calidad de suelos,
posibilidad de cultivar leguminosas, hortalizas, frutales, etc.
Relacionar un yacimiento con una antigua fuente o manantial
de agua es una tarea prácticamente imposible. No obstante, la
toponimia de algunos de ellos ya está marcando la presencia
de manantiales en alguna fase histórica y, por ende, también
son susceptibles de haber gozado de dichos recursos en la Antigüedad. Fuen Vich (fig. 175), Fuencaliente, Hórtola, Fuente
del Hontanar, Fuente de Cristal o La Mina son sólo algunos
ejemplos. La propia ciudad de Kelin se estableció en un área
rica en fuentes, de ahí la propia denominación del pueblo
como Caudete de las Fuentes.
Actividades artesanales e industriales y aprovechamiento
de otros recursos naturales
Recursos mineros y actividad metalúrgica
Fig. 175. Vecinos de la Fuen Vich en la Fuente de San José (1971),
a escasos 200 m del núcleo de Los Villarejos y a 600 m de la villa
romana de Fuen Vich.
Los recursos mineros, especialmente los de tipo metálico, han
sido fundamentales en las sociedades pretéritas desde la Prehistoria, tanto como elemento asociado a las élites y generador de
desigualdad social como por sus simples usos en el día a día.
La comarca de Requena-Utiel, al igual que toda la provincia
de València, no es una zona rica en metales como lo son otras
de la Meseta y del Sur/Sureste peninsular. No obstante, en la
provincia de València sí que encontramos yacimientos con gran
cantidad de útiles, armas u otros elementos metálicos, véase los
ejemplos de la Bastida de les Alcusses (Pérez Jordà et al., 2011)
o el Puntal dels Llops (Bonet y Mata, 2002a). En nuestra área
de estudio también tenemos evidencias del aprovechamiento y
transformación de estos recursos durante el Ibérico Pleno (Mata
et al., 2009). En la vivienda nº 2 de Kelin (s. III a.C.) se documentó el taller de un herrero, con un hogar de forja, un yunque
y unas tenazas. El propio yacimiento presenta una buena colección de herramientas, la mayoría depositadas en la Colección
Museográfica Luis García de Fuentes (Caudete de las Fuentes).
De la misma manera, numerosos son los yacimientos ibéricos
plenos en los que se han documentado elementos metálicos;
desde clavos y otros elementos de construcción a herramientas
y armas, si bien en muchos casos los objetos no presentan una
forma definida por su deficiente estado de conservación. Suele tratarse de objetos de hierro, aunque también hay de plata,
cobre, plomo, oro o aleaciones como el bronce. Y, entre todos
ellos, las escorias son sin duda el elemento metálico más frecuente en los yacimientos comarcales.
La explotación minera durante la Protohistoria sería principalmente superficial, como parece haberse dado en la Hoya de
la Escoria (Utiel) (Mata et al., 2009), o de vetas polimetálicas
135
[page-n-153]
explotadas en galería, tal y como se habría aprovechado en la
Mina de Tuéjar en época ibérica y romana (Palomares, 1966:
243) (fig. 176). En algunos yacimientos también se han localizado trozos del mismo mineral en bruto. El hierro requiere de una
primera reducción en el propio lugar de extracción para eliminar
las impurezas, lo que genera las llamadas escorias “de reducción” o licuadas, de características formas curvas. La localización de las mismas en los yacimientos es importante porque nos
está indicando una primera actividad metalúrgica en el entorno
más inmediato, previa a la obtención de lingotes o a la transformación de los mismos en útiles (Ferrer, 2000: 285). La presencia de zonas forestales para abastecerse de madera como combustible era un requisito ineludible. Se han localizado escorias
de reducción en los yacimientos iberromanos de Kelin, Hoya
Redonda II, El Molón, Cañada del Pozuelo (fig. 177.1), La Maralaga, El Molino (fig. 177.2) y La Cabezuela-Pocillo Berceruela. Vemos como la gran mayoría se ubica en la orla septentrional
de la comarca, en el término municipal de Sinarcas, cerca de la
mina de Tuéjar o de los caminos que conducen a ella (fig. 178).
Allí también tenemos una gran acumulación de escorias de este
tipo en Campo de Herrerías, yacimiento datado como Ibérico
Pleno ante la ausencia de ningún fósil director destacable y que,
por las secuencias de los otros yacimientos, también pensamos
que podría haber alargado su ocupación. Para época romana se
ha mencionado el hallazgo en él de algunos fragmentos de sigillata hispánica (Montesinos, 1988: 18), por lo que su uso pudo
ser continuado en el tiempo.
Por otro lado, tenemos escorias post-reducción de hierro,
generalmente de forja, caracterizadas por presentar ángulos y
aristas vivas (Mata et al., 2009: 113). Se relacionan con una
actividad metalúrgica directa, encaminada a la elaboración de
objetos. Han sido localizadas en los yacimientos con ocupación
tardía de Los Aguachares, Los Alerises, Casa Sevilluela, Casa
Alcantarilla, El Moluengo, Kelin, La Atalaya, Cerro de la Peladilla, Peña Lisa, El Molón, Casas del Alaud, El Carrascal y
Tinada Guandonera, si bien no podemos saber en muchos de los
casos si proceden de la fase anterior.
Al mismo tiempo, se han localizado algunos hornos metalúrgicos en yacimientos de cronología plena y final. Para la
Muela de Arriba se ha planteado la existencia de dos hornos
metalúrgicos de forja y una tobera de cronología imprecisa,
así como escorias, clavos y otras herramientas (Valor, 2004).
En La Maralaga se documentó otro horno, en este caso de cronología ibérica final segura, con la importancia de que se veía
una asociación espacial entre hornos cerámicos y metalúrgicos como ocurría en las Casillas del Cura siglos antes (Lozano, 2006: 135). En el Cerro de San Cristóbal se halló una
tobera ibérica, en ese caso doble, que requería el trabajo de
dos herreros (Iranzo, 2004: 232). Por otro lado y como ya hemos comentado, en la Casa de la Cabeza tenemos abundantes
muestras de la existencia de una metalurgia de carácter doméstico. Hemos documentado goterones o restos de fundación de
plomo que pueden asociarse a un posible horno de herradura
de pequeño tamaño (Quixal et al., 2010 y 2011) (fig. 177.3).
En la campaña de 2011 se hallaron unas tenazas de herrero
de gran tamaño3 (fig. 179) y de prospecciones de los años 70
procede una tobera cilíndrica depositada en el MPV (vid. fig.
59.9). En el poblado fortificado del Cerro Carpio también se
han encontrado restos de fundición de plomo y grandes planchas quemadas (Iranzo, 2004).
Fig. 177. Restos de metalurgia ibérica final y romana: Escorias de
reducción de hierro de Cañada del Pozuelo (1) y El Molino (2).
Restos de fundición de plomo de la Casa de la Cabeza (3). Restos
del horno metalúrgico de Los Villares de Campo Arcís (4).
Fig. 176. Veta de la mina de Tuéjar.
136
3 Por la forma de la pinza, de gran apertura y poca superficie de contacto,
el especialista en herramientas ibéricas G. Tortajada considera que no
serían tenazas de forja, sino que se utilizarían para coger los crisoles en
el proceso de fundición a molde.
[page-n-154]
Fig. 178. Mapa de recursos mineros y evidencias metalúrgicas en época ibérica final y romana altoimperial.
Fig. 179. Tenazas de la Casa de la Cabeza, de 40 cm de longitud (fotografía MPV).
137
[page-n-155]
Los hornos de la Muela de Arriba, La Maralaga y el Cerro
San Cristóbal podrían tener carácter regional, de abastecimiento
de herramientas al territorio, mientras que otros asentamientos
contarían con pequeños talleres domésticos para la reparación de
las propias herramientas, como pueda ser el caso del hogar ibérico
pleno de Kelin o el horno de herradura de la Casa de la Cabeza.
Objetos de hierro del tipo que sea, elementos de carpintería, útiles o simples láminas o varillas indeterminadas, han sido
hallados en Los Aguachares, Los Alerises, Casa de la Cabeza,
Los Villarejos, Los Villares de Campo Arcís, El Ardal, El Moluengo, Muela de Arriba, Kelin, La Atalaya, Hoya Redonda
II, Cerro de la Peladilla, Peña Lisa, El Molón, Cerro Carpio,
Cerro San Cristóbal y Punto de Agua. No obstante, la producción de todos ellos no tiene por qué ser local, de ahí que su
dispersión tenga también que ver con las redes de comercio e
intercambio.
De época romana tan sólo tenemos evidencias de actividad
metalúrgica en dos villas. En Los Villares de Campo Arcís,
tras la citada transformación agrícola de 2010 localizamos algunas manchas de carbón y cenizas con forma pseudocircular
en las cuales pudimos recoger trozos de arcilla cocida con restos de escoria de hierro pegada, correspondientes a las paredes
de un horno metalúrgico (fig. 177.4). Las altas temperaturas
a las que fue sometido causaron una cristalización con tonos
verdosos, muy semejante a la localizada en otros hornos conocidos (Orue-Etxebarria et al., 2010). Entre los restos del horno
también pudimos recoger alguna escoria de forja de hierro y
restos de cobre. Por otro lado, una excavación de urgencia en
la villa de Las Paredillas localizó un pequeño horno metalúrgico de forma circular. Trabajos del s. XIX mencionan una supuesta explotación romana de plomo, oro y plata en los montes
vertientes al Cabriel, cerca del yacimiento ibérico de las Casas
de Caballero (Antón Valle, 1841: 107; Herrero, 1891: 21). Del
mismo modo, Ballesteros (1899: 28) habla de que “la codicia
de los metales les llevó a los romanos a abrir las extensas galerías del Pico Ranera”. También cita que cerca de Sinarcas, en
el llamado Cerro de las Minas, se habían descubierto galerías
mineras con escorias en sus inmediaciones. No sabemos a qué
cerro estaría haciendo referencia, quizás se trataba de la propia
Mina de Tuéjar dada su proximidad.
Producción alfarera
Para el Ibérico Pleno se conocen con seguridad los hornos cerámicos de las Casillas del Cura y Casa Guerra (Duarte et al., 2000).
Ninguno de los dos tiene continuidad en época ibérica final, momento para el cual tan sólo contamos con la excavación del horno
de La Maralaga (Martínez Cabrera e Iranzo, 1988; Iranzo, 2004),
al cual ya nos hemos referido en repetidas ocasiones.
No obstante, en algunos yacimientos existen indicios que
nos hacen pensar que allí pudieron existir también hornos cerámicos, al menos para producir los recipientes más básicos.
En Las Lomas se halló un soporte semilunar, pieza que es
asociable con hornos cerámicos. En El Moluengo, además de
un volumen inmenso de material, se detectaron defectos de
cocción y formas concretas del Ibérico Final muy repetidas
(bordes moldurados de ánfora, engobe rojo, etc.). La bibliografía, por su parte, también cita la posible presencia de hornos cerámicos ibéricos por la abundancia de adobes y defectos de cocción en los yacimientos sinarqueños de Cañada del
138
Pozuelo, El Carrascal y Tejería Nueva, pero en ningún caso
con cronología precisa (Iranzo, 2004). No obstante, dudamos
que todos ellos puedan ser realmente hornos y más si cabe
de época ibérica final, dada la proximidad con el importante
horno de La Maralaga que podría garantizar el abastecimiento
cerámico local y regional.
No conocemos, por su parte, ningún horno cerámico romano local. No sería para nada extraño que éstos se encontrasen
dentro de las propias villae, sobre todo si se trataba de instalaciones de poca importancia. Del mismo modo, también es lógico que pudiera existir algún horno en los ss. II-I a.C. en Kelin o
en su entorno periurbano. En este asentamiento también se han
localizado defectos de cocción en superficie, aunque al tratarse
de una ciudad es más complicado definir producciones.
Pese a que lógicamente llegarían piezas de otras zonas
ibéricas cercanas, consideramos que tanto para el Ibérico Final
como para el Alto Imperio nos falta por conocer nuevos centros
alfareros comarcales, sobre todo en el sector meridional que
aparece completamente vacío. Un horno cerámico requiere
principalmente de dos tipos de recursos para la elaboración
de los vasos (arcilla y agua) y de un tercero para asegurar la
combustión (leña). Producciones locales bastante conocidas
como el engobe rojo o las decoraciones impresas, que alargan
su existencia hasta posiblemente el s. I a.C., todavía no se sabe
con seguridad qué horno u hornos pudieron ser sus centros
productores. La distribución de las producciones de los hornos,
por otro lado, será estudiada dentro del capítulo de redes de
comercio e intercambio, ya que forman parte de la movilidad de
radio local y regional.
Obtención de material constructivo
Es una obviedad decir que para llevar a cabo la construcción
de los poblados, un primer requisito es el abastecimiento de
piedra y otros elementos necesarios como barro, madera,
yeso, etc. La lógica de cualquier sistema constructivo precapitalista llevaba a que la gran mayoría de los mismos proviniera del radio más inmediato posible: canteras para obtención de la piedra cercanas a los propios poblados, arcillas para
la fabricación de adobes, ramaje y madera del entorno, etc. En
algunos núcleos se han localizado las canteras, caso de Kelin
o la Casa de la Cabeza, en ambos casos pegadas a los propios
asentamientos (fig. 180).
La construcción de determinados elementos defensivos
como los fosos es, en primera instancia, un medio de obtención
de piedra rápido y fácil. El Cerro de San Cristóbal y su foso
son el mejor ejemplo de ello, aunque no podemos determinar
si se trata de una construcción plena o final dada la falta de excavaciones arqueológicas. En época romana y, sobre todo, en
el caso de las villae, es más frecuente el aprovisionamiento de
piedras de mayor calidad procedentes de lugares más lejanos.
Especialmente conocido es el caso del mármol, utilizado para
cubrir partes de la domus, para decorar mobiliario o para realizar inscripciones o esculturas. En la villa del Barrio de Los
Tunos, como vimos anteriormente, recogimos dos fragmentos
de mármol de Buixcarró, procedente del entorno de Saetabis
(fig. 181). En cambio, otros materiales constructivos más básicos como tegulae, imbrices o ladrillos se producirían en algún
horno cercano todavía no localizado.
[page-n-156]
Fig. 182. Elementos de telar ibérico. 1. Fusayola con decoración
zoomorfa de procedencia desconocida en la zona Utiel, depositada
en el MPV (fotografía E. Collado). 2. Fusayola con decoración
geométrica de Los Villarejos. 3. Pondera del Cerro de San Cristóbal.
Escalas variables a fin de apreciar las decoraciones.
Fig. 180. Cantera de la Casa de la Cabeza.
Fig. 181. Mármol de Buixcarró del Barrio de los Tunos.
Actividad textil
La utilización de fibras vegetales para cestería o cordelería y
de la lana ovina para el tejido son actividades que apenas dejan
constancia en el registro arqueológico, exceptuando la presencia en los yacimientos de objetos relacionables como fusayolas, pondera o agujas (fig. 182), así como algún ejemplo de
iconografía excepcional como el de La Serreta d’Alcoi (Maestro, 1989: 259-261). El problema es que tanto las fusayolas
para hilar como las pesas de telar son tipos cerámicos poco
precisables cronológicamente, ya que son muy semejantes las
ibéricas y las romanas.
De los yacimientos de nuestro estudio, se ha recogido pondera en 21 (Rambla del Sapo, El Rebollar, Loma del Moral, Muela
de Arriba, El Moluengo, Camino de la Casa Zapata, Vadocañas,
Kelin, La Atalaya, San Antonio de Cabañas, Hoya Redonda II,
Peña Lisa, El Molón, Cañada del Pozuelo, La Maralaga, El Carrascal, Cerro Carpio, Cerro de San Cristóbal, Tejería Nueva, La
Cabezuela/Pocillo Berceruela y Tinada Guandonera), la mayoría de los cuales presentan una ocupación larga, desde el Ibérico
Pleno como poco, por lo que no podemos determinar que sean
ibéricas finales. No obstante, su presencia en yacimientos iberorromanos como Vadocañas, Hoya Redonda II, Cerro Carpio
o Tinada Guandonera sí que indica su continuidad durante los
ss. II-I a.C. e incluso su presencia en el Alto Imperio Romano.
Y, por supuesto, lo que más lo certifica es su propia producción en el horno de La Maralaga. En ese horno se han documentado tipos de pondera con marcas (Lozano, 2006: 141) y seguramente desde allí se nutriría la orla septentrional del territorio,
lo que explica la gran concentración de los mismos en la zona de
Sinarcas. Por otro lado, El Moluengo es uno de los yacimientos
con un mayor número de pesas de telar después de Kelin, la
Muela de Arriba, La Maralaga o el Cerro de San Cristóbal, lo
que sumado a su carácter de posible horno y la simplicidad de
las propias pesas (producción local), hacen perfectamente factible su fabricación allí.
En cambio, tan sólo se han documentado fusayolas en los
yacimientos de Los Villarejos, Muela de Arriba, Kelin, El Moluengo y El Molón, siendo todos ellos multifásicos, por lo que
pueden proceder de siglos anteriores. Si a ello sumamos que en
excavaciones de asentamientos con carácter doméstico de cronología únicamente final como la Casa de la Cabeza no se ha
descubierto ninguna, o que no aparecen en el único horno de
esta cronología, La Maralaga, resulta evidente que su existencia
y empleo decayó profundamente en los ss. II-I a.C. No sabemos
si sucedió por un descenso de la actividad en sí o por la sustitución del utensilio por otro realizado en materiales perecederos
como la madera. Este tipo de actividades tradicionalmente se
han asociado con el sector femenino de la sociedad ibérica (Alfaro, 1997: 206-210).
Otro aspecto sería ver la dispersión de estos objetos en relación con el paso de antiguas cañadas ganaderas por donde
viajaban los rebaños ovinos. Para el Ibérico Pleno se ha relacionado la abundancia de fusayolas en las cuevas-santuario de
la Cueva de los Ángeles y, sobre todo, Cerro Hueco, con un
posible carácter votivo y culto a la trashumancia (Martínez
Valle y Castellano, 1995). No obstante, otra posibilidad es que
estuvieran actuando como cuentas en collares cuyo hilo se ha
perdido, tal y como también se ha visto en necrópolis coetáneas (Alfaro, 1984: 78).
139
[page-n-157]
Recursos forestales
Las sociedades antiguas tenían un conocimiento total del medio
rural, ya que de él obtenían todos los recursos básicos para su
día a día. Además de la explotación agropecuaria de las tierras
y el abastecimiento de agua, los iberos echaban mano de otros
recursos presentes en la naturaleza y no menos importantes. De
las mismas zonas rurales o forestales se recolectarían recursos
silvestres como bayas, hongos o plantas. Como hemos visto al
inicio de este apartado con los estudios antracológicos, se obtenía
madera de medios forestales para construcción, elaboración de
herramientas o combustible. Algunas zonas del área de estudio
podrían estar menos antropizadas y constituir reservas, como
puedan ser las orlas montañosas septentrionales, la depresión del
Cabriel y la sierra de Las Cabrillas. En el caso de la capital, Kelin,
la cercana sierra de La Bicuerca sin duda sería el principal foco
de abastecimiento de madera, si bien algunas especies como el
pino salgareño (Pinus nigra) tendrían que provenir de sierras más
lejanas con mayor altitud (Moreno y Quixal, 2009: 116). En los
busta de la necrópolis romana de La Calerilla se documentaron
restos de madera carbonizada de encina y pino albar utilizados en
los rituales crematorios (González Villaescusa, 2001: 204); en el
caso de esta última especie su posible lugar de procedencia más
cercano sería Sierra Martés.
Fig. 184. Molino de la Casa de la Cabeza.
Transformación del cereal: los molinos
Los molinos son el principal instrumento para la transformación
del cereal en harina y sémola durante la época ibérica, de ahí que
sean muy frecuentes en los yacimientos. Lo que generalmente
localizamos son fragmentos de los mismos, aunque en ocasiones
también pueden aparecer piezas más o menos enteras (fig. 183).
Existen desde los más simples de tipo barquiforme, a los circulares rotatorios compuestos de dos piezas unidas por un vástago
de madera y que si son muy grandes pueden llegar a requerir el
trabajo de varias personas (Iborra et al., 2010: 102-103).
En la fosa / cisterna de la Casa de la Cabeza se recuperó
gran parte de la muela activa de un molino rotatorio, si bien
resta por determinar si su uso estaría monopolizado por el
Fig. 183. Molino rotatorio hallado en el Cerro de la Cabeza tras la
construcción de una balsa, donado por los propietarios del caserío
de Casa de la Cabeza.
140
cereal (fig. 184). Para su elaboración en ocasiones utilizaban
rocas areniscas locales. Una de ellas era el rodeno, una arenisca muy abrasiva, que en la comarca localizamos en zonas
muy concretas como el Keuper del valle del Cabriel (Yeves,
2000: 34). No se trata de un ámbito que sufra muchos cambios en época romana, la tecnología sigue siendo muy similar
(Meyers, 2005).
La miel
La sociedad ibérica era conocida por la riqueza de su miel. La
actual provincia de València es una de las zonas ibéricas con
un mayor número de indicios de aprovechamiento de estos
recursos, con la identificación de un tipo cerámico como colmena (Bonet y Mata, 1995), una gran dispersión de las mismas por la Edetania (Fuentes et al., 2004) y la existencia de
asentamientos plenamente especializados en su explotación
como la Fonteta Ràquia4 (Riba-Roja, València) (Jardón et al.,
2009). Los núcleos del territorio de Kelin también presentan,
aunque en un número sensiblemente menor, colmenas cerámicas, datables a nivel general entre los ss. IV y I a.C. En tan
sólo seis yacimientos se han recuperado colmenas ibéricas, de
los cuales para la cronología que nos ocupa tenemos el Cerro
de San Cristóbal y El Carrascal que comparten ocupación en
época plena y final; y Pozo Viejo y Molino de las Fuentes5
unifásicos en época final. Por tanto, corroboramos su existen-
4 Hemos realizado el análisis de la totalidad de sus materiales, contabilizando un NMI de unas aproximadamente 200 colmenas. El estudio
completo de estos materiales está todavía pendiente de publicación.
5 Molino de las Fuentes es un yacimiento ibérico final de Chera que en
otros casos se ha integrado dentro de nuestra área de estudio, pero que en
la presente tesis se ha dejado fuera por considerar que puede pertenecer
a otro territorio.
[page-n-158]
cia en los ss. II-I a.C., pero siempre en un nivel muy reducido
y limitado a la orla septentrional, próxima a los cursos del
Regajo y el Reatillo, vías de comunicación con la Edetania
(Fuentes et al., 2004: 184), de la misma manera que también
se han documentado al Sur del Cabriel (Soria, 2000). Otro
aspecto más allá de su simple producción es su distribución
/ consumo, algo que siempre se ha interpretado ligado a los
kalathoi, como trataremos más adelante.
La sal
Es un tema importante, ya que se trata de un recurso vital
en la Antigüedad por su capacidad de conservación de alimentos, sobre todo en época romana. Áreas del Sur peninsular como la Bahía de Cádiz aprovechaban sistemáticamente
este recurso, de forma paralela a la elaboración de salazón
de pescado (García Vargas y Martínez Maganto, 2006). La
comarca de Requena-Utiel es relativamente rica en cuanto a
salinas, gracias a la presencia de áreas geológicas del Keuper
que posibilitan la formación de las mismas (Piqueras, 1997:
126). Se tienen localizadas cuatro explotaciones tradicionales
de sal, todas ellas hoy en día inactivas, aunque algunas estuvieron en funcionamiento hasta bien entrado el s. XX. Se trata
de las salinas de Villargordo, Hórtola, Los Isidros y Jaraguas
(Iranzo, 2006). Son espacios donde es muy difícil de determinar cuándo comenzó la explotación, ni durante cuánto tiempo
se prolongó, ya que rara vez presentan material arqueológico asociado. Sin embargo, en el entorno inmediato de una
ellas, la de Jaraguas, sí que se ha documentado un yacimiento
ibérico (Moreno, 2011: 182-83). Aunque presenta cronología
plena (ss. IV-III a.C.), no sería descabellado pensar que su
explotación pudiera continuar en el tiempo hasta época romana. Al mismo tiempo, cerca de las salinas de Hórtola se
ha localizado un yacimiento romano de igual nombre, lo que
indica la frecuentación de la zona en época romana y un posible abastecimiento salino (fig. 185). Al Oeste del Cabriel, en
Minglanilla (Cuenca) existía una explotación minera romana
de gran importancia (Palomero, 1987).
Fig. 185. Salinas de Hórtola.
Redes de circulación y comercio de productos
En el bloque destinado a la descripción de los yacimientos hemos expuesto los diferentes materiales recuperados en cada uno
de ellos. Éstos, tal y como hemos visto, son fundamentales para
la categorización de los asentamientos, para conocer su entidad o funcionalidad, y para aportarles una datación aproximada.
Ello revierte simplemente a escala local, centrada en el sitio en
concreto. Sin embargo, si analizamos la dispersión que tienen
las diferentes producciones por el territorio podemos aumentar
cuantitativa y cualitativamente la información extraída. Podemos ver el volumen de producción o importación, las fases y
duración de las mismas, el tipo de distribución que tienen (total,
selectiva, irregular...) y todo ello en relación con el establecimiento de vías de comunicación (Bonet et al., 2004), tal y como
trataremos en el apartado siguiente.
Importaciones republicanas de otras zonas mediterráneas
Este tema ya lo tratamos en su día dentro de la realización de un
trabajo de Doctorado6. Decidimos estudiar las importaciones de
Kelin durante los ss. II-I a.C., preferentemente de procedencia
itálica, así como de lo que comprendía su área territorial. Por
entonces ya éramos conscientes de que no estábamos ante un territorio con elevado volumen de importaciones en comparación
con otras zonas costeras, si bien los índices eran destacables
para tratarse de una zona de interior.
Durante los ss. II-I a.C. es abrumador el dominio de la cerámicas itálicas dentro del total de importaciones que llegan
(Bonet y Mata, 1998). Esto se debe en gran parte a la escasa
llegada de materiales púnicos, un hecho que llama la atención
si lo comparamos con la elevada presencia de ánforas fenicias
cuatro/cinco siglos antes. Dos son los productos que podemos
apuntar como más importantes y ambos procedentes de la Campania italiana: las ánforas vinarias vesubianas Dressel 1 y las
vajillas de barniz negro.
· Barniz Negro Itálico
En la capital, Kelin, se concentra el mayor número de estas
importaciones. Allí tenemos las formas de Campaniense A
iniciales Lamb. 27, 28a, dos 49 y nueve gutti de cuerpo liso
y cabeza de león Morel 8151; así como las formas medias y
tardías Lamb. 5, 6, 34 y 36 y tres copas Morel 68. Del resto
del territorio se ha podido identificar tipológicamente las formas Lamb. 23, 31 y 36 en la Muela de Arriba, la Lamb. 27
en La Mazorra, las Lamb. 31 y 33 en Caudete Norte y unas
Lamb. 24/25 y 36 en El Molón, juntamente con un guttus en el
Cerro de la Peladilla. Por último, se han recogido fragmentos
informes en la Casa de la Vereda, Casa de la Cabeza, Casa de
la Alcantarilla, Kelin, Hoya Redonda II, Cerro de la Peladilla,
Covarrobles, El Molón, Cerro Carpio y Cerro de San Cristóbal. En la Cueva Santa de Mira también ha aparecido barniz
negro itálico, concretamente dos fragmentos informes (Lorrio
et al., 2007: 57).
6 En el curso Producción y comercialización de cerámicas romanas, impartido por los profesores J. Pérez Ballester y F. Arasa, en el curso académico 2006-2007.
141
[page-n-159]
De barniz negro caleno disponemos de información de
peor calidad, ya que hasta hace pocos años estas producciones
se continuaban englobando dentro de denominaciones como
“Campaniense B” o “Círculo de la B”, que a la postre han mostrado tener poca validez. En Kelin se han documentado de Cales Antigua una copa MP 127 y una Morel 5765, mientras que
de Cales Media una Lamb. 1, ocho Lamb. 5, dos Lamb. 6 y
otros dos ejemplares de Lamb. 8a. Lógicamente, por la propia
secuencia de ocupación de la ciudad no aparecen formas calenas tardías. Del resto del territorio tenemos las Lamb. 7 de Los
Alerises, unas Lamb. 2-3 y 36 de La Mazorra, una Morel 1640
de Caudete Norte, una Lamb. 5 del Cerro de la Peladilla, una
Lamb. 3 de El Molón, una Lamb. 1b de la Hoya de Barea y una
Lamb. 4 del Cerro Carpio. Más, aparte, fragmentos informes en
Kelin, La Atalaya, Cerro de la Peladilla y El Molón.
Al igual que ocurrió siglos antes con la llegada de vino fenicio, la masiva llegada de ánforas vinarias no va acompañada de
recipientes destinados para beber. Las nuevas vajillas helenísticas, el llamado barniz negro itálico, aunque llegan son formas
abiertas para comer, sobre todo platos, páteras y boles (fig. 186),
formas que luego se extenderán con las terra sigillata. Lo que
entendemos por la “clásica” copa para beber, por ejemplo, tan
sólo podrían ser consideradas la MP 127 y la Morel 68, juntamente con la serie de vasos Lamb. 1, 2 y 3. El fuerte peso que
tenían las copas en la vajilla de mesa griega parece menguar en
gran medida en ámbito itálico. Los platos en la Campaniense A
son variados, destacando la repetida forma 36, mientras que en
las producciones calenas hay una clara dominancia de formas
planas y abiertas como las Lamb. 5 y 6. Los gutti, recipientes
portadores de aceite para las lucernas (Lamboglia, 1952: 56-
Fig. 186. Gráficos de volumen y porcentaje totales de los diferentes tipos de Campaniense A.
Fig. 187. Gráficos de volumen y porcentaje totales de los diferentes tipos de barniz negro caleno.
142
[page-n-160]
57), son el tipo de pieza más frecuente (fig. 187), aunque queda
por determinar el uso que los mismos podrían tener en Kelin,
lugar de su principal concentración.
Como hemos visto en trabajos anteriores, los yacimientos
que presentan barniz negro campano o caleno, además de la
ciudad de Kelin donde encontramos la mayor concentración,
son generalmente poblados fortificados en alto o asentamientos rurales con relativa entidad (Quixal, 2008 y 2012). Éstos
se ubican en zonas de frontera o cerca de importantes vías de
paso (Muela de Arriba, La Mazorra, El Molón, Cerro Carpio y
Cerro de San Cristóbal) o en posición central controlando toda
la meseta (Cerro de la Peladilla). Del resto de yacimientos, la
mayoría se trata de asentamientos rurales significativos (Los
Alerises, Casa de la Cabeza, Casa de la Alcantarilla, Caudete
Norte, Hoya Redonda II y Covarrobles), por lo que apenas
han aparecido en establecimientos rurales. En la Casa de la
Cabeza, tras tres campañas y un importante porcentaje del
total excavado, tan sólo hemos localizado tres fragmentos de
Campaniense A.
El barniz negro itálico está claramente concentrado en la
zona centro-meridional de la comarca, siendo las producciones
de Campaniense A más abundantes que las de procedencia calena (fig. 188). La mayor concentración se da en los llanos de
Caudete y Fuenterrobles, gracias sobre todo a todas las cerámicas documentadas en Kelin. La segunda zona más densa es
el llano de Campo Arcís – comienzo del corredor de Hortunas,
si bien el número de fragmentos es irrisorio si lo comparamos
con el área anterior. Destaca la escasez en zonas como Sinarcas,
limitada a sus dos poblados fortificados, o su total ausencia en
zonas posteriormente ricas en importaciones como el llano de
Utiel o la vega de Requena.
Por lo tanto, consideramos que se trataba de piezas bastante
selectas que no llegaban al grueso de la población de esta zona,
sino tan sólo a determinados sectores o personajes enriquecidos
o importantes. El s. II a.C. fue cuando llegó un mayor número, mientras que en el I a.C. se produjo un descenso, de forma
paralela al abandono de Kelin. Ello explica, en parte, la mayor
presencia de fragmentos de Campaniense A que de barniz negro
caleno, así como la ausencia de formas tardías en esta última
producción y el total vacío de Campaniense C.
· Ánforas de vino itálico
Como ya hemos apuntado, las Dressel 1 son ánforas vinarias de
la Campania, Sur de Italia, que circulan en grandes cantidades
por el Mediterráneo Occidental y que tienen una gran penetración hacia el interior (Pascual y Ribera, 2013: 33-38). De facto
son continuidad de las ánforas grecoitálicas del s. III a.C., tanto en forma como en sus características pastas con desgrasante
volcánico vesubiano, de ahí que cuando se trate de fragmentos
sea prácticamente imposible su identificación.
Tal y como se vio en otros trabajos (Bonet et al., 2004:
217), el dominio de las ánforas campanas en la Meseta de Requena-Utiel es aplastante. En un total de 44 yacimientos se han
evidenciado Dressel 1 a partir de prospecciones. Simplemente
con observar el mapa de asentamientos que las presentan, ya
intuimos que su dispersión es mucho mayor a la del barniz
Fig. 188. Mapa con la
dispersión de barniz negro
itálico Campaniense A y
caleno, mediante GRASS GIS.
143
[page-n-161]
Fig. 189. Dispersión de ánforas Dressel 1, mediante GRASS GIS.
negro (fig. 189), algo significativo si tenemos en cuenta que
ambas producciones llegan a las costas peninsulares formando
parte de los mismos cargamentos. La mayor concentración de
las mismas se da en Kelin y su área periurbana, sobre todo
con las ánforas documentadas superficialmente en la ciudad,
así como en Caudete Norte y Este. Su dispersión es bastante regular, aunque volvemos a notar un mayor protagonismo
de la zona centro-meridional y los corredores de entrada de
Hortunas y El Rebollar. Al tratarse de datos de prospección,
generalmente operamos con fragmentos informes en muchos
casos indeterminables, de ahí que la mayoría de las ánforas
estén simplemente catalogadas como Dressel 1 y sólo en algunos casos se haya podido precisar más (Empereur y Hesnard,
1987: 67). En este sentido, tenemos documentada con seguridad la presencia de la variante 1A (mediados s. II – principios I
a.C.) en los yacimientos de Los Pedriches, Casa de la Alcantarilla (dos ejemplares), Kelin (cuatro), Caudete Norte (cuatro),
Caudete Este, El Molón, Cerro de la Peladilla, Camino de la
Casa Zapata y Rincón de Gregorio, donde se halló el ejemplar
prácticamente entero que alberga la Colección Museográfica
Luis García de Fuentes (fig. 190). Por su parte, de la variante 1B sólo se han documentado tres ejemplares en Kelin, dos
de los cuales formaban parte del sondeo realizado en la parte
baja del yacimiento (Mata, 1991: 49), y uno en El Molón. Esta
variante es algo posterior, de los tres primeros cuartos del s. I
a.C. (Sciallano y Sibella, 1991: 33).
Esta importante llegada de vino campano queda de manifiesto en el yacimiento donde trabajamos, la Casa de la
Cabeza, unicum excavado de esta cronología. En él la cerámica recogida en superficie previamente a la excavación ya
presentaba un 20% de fragmentos de ánforas campanas de
vino, es decir, una quinta parte de la cerámica superficial pertenecía a este tipo de ánforas (Quixal et al., 2012). Además,
también está muy presente en algunos niveles arqueológicos,
como el espacio nº 1 del sector 1 o en el relleno de la fosa /
cisterna 2051.
144
Fig. 190. Ejemplar casi entero del Rincón de Gregorio.
Pero las vesubianas no fueron las únicas ánforas de vino
itálico que llegaron en época republicana. De la Casa de la
Cabeza, sobre todo de la citada cisterna, proceden fragmentos
de ánfora adriática que por cronología general del yacimiento
asociamos con producciones grecoitálicas del s. II a.C., precedentes de las Lamboglia 2 del s. I a.C. (Pascual y Ribera,
2013: 38-44). En ese mismo nivel se recuperaron fragmentos
de ánforas de Brindisi, ánforas olearias de pastas más claras y
menor cantidad de desgrasante que las anteriores (Sciallano y
Sibella, 1991: 29). Esta producción también fue documentada
en Caudete Norte (un asa).
· Morteros itálicos
Con las ánforas itálicas era común que viajaran morteros, dada
la costumbre romana de añadir hierbas machacadas al vino para
darle sabor, aunque también servían para preparar salsas o condimentos. Son un buen marcador de la adopción de nuevos gustos
alimentarios y su presencia es más abundante por las zonas donde
circularon y se asentaron tropas militares (Bats, 1988: 162-65;
Beltrán, 1990: 215). En la comarca son significativamente escasos. En el sector 2 de la Casa de la Cabeza se localizó un borde de
mortero itálico, reconocible por las digitaciones que presenta en
su parte superior (fig. 191). También se han documentado otros
ejemplares en Camino de la Casa Zapata, Kelin (Mata, 1991: 50)
y El Molón (Lorrio y Sánchez de Prado, 2014: 256). Los primeros
son importados y a partir del s. I a.C. comenzarán a producirse
localmente tomando como base el modelo inicial, tal y como se
ha visto en La Maralaga (Lozano, 2006: 140-141).
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Fig. 191. Mortero itálico de la Casa de la Cabeza.
· Cerámica de paredes finas
Los microvasos de paredes finas producidos entre los ss. II a.C.
- II d.C. tienen una baja presencia en los yacimientos de nuestra
área de estudio. No hemos podido determinar en ningún caso
cuál era su procedencia entre los diferentes centros documentados (López Mullor, 2008), dado lo reducido de la muestra. Su
larga secuencia y los pocos cambios que sufren nos obligan a
incluir de manera conjunta toda la producción, pese a que hay
piezas tanto republicanas como imperiales.
Los vasos tipológicamente indentificables son cuatro formas Mayet IIA de Kelin (Mata, 1991: 49), una forma XXIV
en Los Aguachares, una “cáscara de huevo” (Mayet XXXIV)
en Covarrobles y dos en La Calerilla (en contexto funerario)
(Castellano, 2000) y una posible forma Mayet I en La Mazorra
y XIV en la Cueva Santa de Mira. Además tenemos ejemplares indeterminados en Los Aguachares, Los Villares de Campo
Arcís, Las Casas y de nuevo Kelin, Covarrobles y Cueva Santa
de Mira. A éstos hay que sumar los dos ejemplares de Mayet II
hallados en la Casa de la Cabeza (vid. fig. 57.5 y 6). Pese al reducido número de piezas identificables, encontramos ejemplos
de toda la secuencia: piezas de los ss. II-I a.C. (F. II), del cambio
de era (F. XXIV), del s. I d.C. (F. XXXIV), así como vasos de
cronología amplia (F. XIV). Pese al escaso volumen de importación, sus formas fueron imitadas en el horno de La Maralaga,
como luego veremos.
· Producciones púnicas del Mediterráneo Central y Occidental
Como ya hemos indicado en otras publicaciones, es muy llamativo el drástico descenso de importaciones del mundo feniciopúnico en el interior valenciano a partir del s. V a.C. (Quixal
et al., 2012: 61-62). Tras una primera fase de llegada masiva
de ánforas fenicias (ss. VII-VI a.C.), a lo largo de los periodos Pleno y Final la presencia de cerámicas púnicas, generalmente ánforas, es mucho más reducida. Es algo significativo si
tenemos en cuenta que la procedencia puede ser muy diversa:
Mediterráneo Central, Norte de África, Sur Peninsular o Ibiza.
Al trabajar con prospecciones y en la mayoría de los casos con
fragmentos informes, tenemos serias dificultades para determinar su procedencia, exceptuando las producciones ibicencas por
sus características ondulaciones. En la misma línea, es complicado también saber la cronología exacta más allá de indicar una
horquilla cronológica entre el s. IV y el I a.C.
En la Muela de Arriba se documentó un ánfora púnico-ebusitana T-8.1.2.1 o 3.1, por tanto encuadrable en los ss. III-II a.C.
(Ramón, 1995: 286-293), mientras que de El Moluengo procede un fragmento de ánfora púnico-ebusitana indeterminada. En
Kelin tenemos dos ejemplares de Mañá E, pero la ausencia de
sus bordes nos impide de nuevo poder precisar en cuanto a cronología (Mata, 1991: 49). De la cisterna de la Casa de la Cabeza
proceden diversos fragmentos informes de ánfora púnica norteafricana, que por la cronología del asentamiento corresponderían seguramente a ánforas Mañá C2 (Pascual y Ribera, 2013:
59). En Covarrobles se recogió un fragmento informe de ánfora
púnica del Mediterráneo Central y en Caudete Norte una púnica
indeterminada.
Por otro lado, en este último yacimiento y en la Casa de
la Cabeza se recogieron sendos bordes de T-9.1.2.1. (Ramón,
1995: 226-227), ánfora gaditana de inicios del s. II - primera
mitad del I a.C., conocida anteriormente como “Campamentos
Numantinos” por su abundancia en las excavaciones antiguas
de Numancia (Carretero, 2004: 433-434; Sáez, 2008: 641-647).
Destinadas al menos de forma primaria al transporte de salazones, acompañaban a las tropas romanas por sus campañas en la
Península. En lo que respecta a vajilla de mesa, en Kelin tenemos una forma Lamb. 6 y una 26/27 de rojo ibicenco, datable
esta última entre finales del s. III y comienzos del II a.C., así
como una lucerna Deneauve XII del s. II a.C. (Mata, 1991: 49).
· Barniz rojo pompeyano
Por último, en Covarrobles se han recogido dos fragmentos de
rojo pompeyano, las conocidas cazuelas abiertas de gran tamaño
recubiertas por un grueso engobe (Beltrán, 1990: 206). Durante
los ss. II-I a.C. son formas importadas de Italia, preferentemente
de la Campania, mientras que a partir del I d.C. comenzarán ya
las imitaciones hispanas.
Importaciones de otras regiones ibéricas y producciones
locales
A continuación exponemos aquellas piezas que atestiguan los
contactos comerciales y el movimiento de personas y productos
entre las diferentes regiones ibéricas, especialmente las más cercanas (Meseta castellana, Camp de Túria, Hoya de Buñol…). Del
mismo modo, se han podido definir una serie de producciones
locales, propias del territorio de Kelin, que precisamente nos facilitan la identificación de sus límites territoriales por su radio de
dispersión (Duarte et al., 2000; Mata, 2001; Valor et al., 2005).
Su presencia en los yacimientos también indica intercambios locales y su elevada concentración en Kelin marca la importancia
económica del lugar y su control de una u otra manera de las redes comerciales. Las tratamos en un mismo apartado puesto que
algunas son fáciles de definir como importaciones de otras áreas
ibéricas (decoración compleja o colmenas), otras como producciones locales (engobe rojo o decoración impresa), pero existe un
tercer grupo dudoso en el que se podrían dar ambas posibilidades.
· Cerámicas con decoración compleja
Entendemos por decoración compleja a todos aquellos estilos
iconográficos de carácter figurado que superan las meras decoraciones geométricas. Elementos vegetales, animales y representaciones humanas que pueden tener carácter narrativo, simbólico
o fantástico (Maestro, 1989; Bonet, 1995; Bonet e Izquierdo,
2001). Éstas se extendieron en el Este y Sureste de la Península
Ibérica entre los ss. III-I a.C., sobre todo entre las provincias de
Valencia y Murcia. Se han podido diferenciar estilos y centros de
producción con diferente cronología (Edeta, La Serreta, Azaila,
L’Alcúdia…) y una evolución general de estilos narrativos (escenas de caza, de desfile, de guerra, navales...) a otros simbólicos
o mitológicos (animales fantásticos, leyendas, seres grotescos...).
145
[page-n-163]
En nuestro caso nos interesan por varios motivos. En primer
lugar, aportan cronología tardía, ya que se extienden sobre todo
desde la segunda mitad del s. III a.C.; mientras que en la zona de
Requena son posteriores, de los ss. II-I a.C. Por otro lado, como
hemos visto en trabajos anteriores, su dispersión aporta valiosa
información sobre la circulación de cerámicas ibéricas a nivel
suprarregional y las posibles vías de comunicación (Quixal,
2008 y 2012). Los mejores ejemplos de nuevo los tenemos en
Kelin, donde sobre todo hay que destacar el “Vaso de los Hipocampos” y el “Vaso de los Nadadores o de la Gigantomaquia”,
dos piezas con gran desarrollo y complejidad iconográfica (Pla
Ballester, 1980; Mata, 1991) (fig. 192.1 y 2). Se trata de representaciones de escenas simbólicas o mitológicas compuestas
por seres fantásticos acompañados de figuras humanas, animales o vegetales. Pueden hacer referencia a historias o leyendas
que circulaban por el Mediterráneo y quedaban plasmadas en
el vaso siguiendo las pautas de representación ibérica (Bonet e
Izquierdo, 2001: 300; 2004, 90).
El tema de los hipocampos o caballos acuáticos es muy interesante y ya hemos expuesto algunas ideas al respecto (Quixal,
2010: 28 y 2012: 194). Cada vez tenemos un mayor número
de asentamientos con presencia de estas figuras fantásticas y,
además, es significativo cómo éstos jalonan la principal vía de
comunicación Este-Oeste, el valle del Magro. En el territorio de
Kelin tenemos hipocampos en el horno de La Maralaga (193.5)
y en Kelin (fig. 193.1), más otros posibles ejemplos en el Pico
de los Ajos (fig. 193.2), poblado fortificado fronterizo con el territorio de Kelin (Martínez Escribá, 1999; Quixal, 2010 y 2013),
en La Carència (Serrano Várez, 1987) (fig. 193.3) y en la propia
ciudad de Valentia (Gómez Serrano, 1945) (fig. 193.4).
Fig. 192. Cerámicas con decoración compleja de Kelin (fotografías 1-2 de Gil-Carles; 3 de A. Moreno y 4 de E. Collado), Casa de la
Cabeza (5-7), Casa de la Alcantarilla (8-9), Los Pedriches (10) y Los Villarejos (11). Escalas diferentes.
146
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En Kelin se han recogido en superficie otros fragmentos con
semejantes características, aunque lógicamente se trata de escenas incompletas por su estado de conservación. Destaca un
borde de tinaja con parte de la cabeza de una posible cierva
(fig. 206.4), pero también hay ejemplos de partes de aves, peces, cuadrúpedos indeterminados y una mandíbula de carnicero,
juntamente con elementos vegetales de todo tipo (Mata, 1991:
132). En la Colección Museográfica Luis García de Fuentes se
conserva un pitorro vertedor con forma de cabeza de jabalí, que
constituye una de las piezas insignia del yacimiento (fig. 192.3).
Por otro lado, hay otras representaciones o ítems fuera de la capital que nos indican circulación de productos y contactos entre
las diferentes regiones ibéricas. Del Cerro Castellar destacamos
una tinaja con representaciones de aves esquemáticas en serie
que alberga el Museo de Requena (Aparicio y Latorre, 1977)
(fig. 194.1). Su datación sería de finales del s. II – comienzos
del I a.C. (Bonet e Izquierdo, 2004: 84), ya que se asemeja en
composición a un kalathos hallado en los niveles republicanos
de Valentia (Gómez Serrano, 1945), depositado en el MPV (fig.
194.3), y a un fragmento localizado en 2012 en el sector 2 de la
Casa de la Cabeza (fig. 194.2). Vemos como la composición de
metopas con círculos concéntricos incompletos es prácticamente idéntica, así como las similitudes en el motivo principal de
ave con cuerpo en “S”.
Del citado Pico de los Ajos tenemos más ejemplos englobables dentro de las decoraciones complejas presentes en estos vasos singulares y/o de encargo de entre mediados del s. II y mediados del I a.C. En un fragmento informe aparece parte del cuerpo
de un ser antropomorfo (Fletcher, 1980) que ha sido datado como
perteneciente a un horizonte más antiguo que en el caso ante-
Fig. 193. Representaciones de hipocampos de Kelin (1; según Pla, 1980), Pico de los Ajos (2; según Martínez Escribá, 1999), La Carència
(3; según Serrano Várez, 1987), Valentia (4; según Gómez Serrano, 1945) y La Maralaga (5; a partir de Lozano, 2004).
Fig. 194. Cerámicas con aves esquemáticas del Cerro Castellar (1), Casa de la Cabeza (2) y Valentia (3; fotografía E. Collado). Diferentes
escalas a fin de apreciar los motivos.
147
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Fig. 195. Motivos figurados: 1. Pico de los Ajos, a partir Fletcher (1980). 2. Kelin, según Pla (1980).
rior (primera mitad del s. II a.C.) (Bonet e Izquierdo, 2001) (fig.
195.1). No obstante, consideramos que, a pesar de lo fragmentado
de su estado, muestra elementos que podrían asociarlo más con
el grupo anteriormente descrito de representaciones de finales del
s. II – mediados del I a.C. Tanto la representación de una franja
reticulada en su tronco como la forma en la que se ha dibujado
la articulación del brazo con el cuerpo, una forma marcadamente
curva, nos recuerdan a los rasgos de los seres que aparecen en
el “Vaso de los Nadadores” de Kelin (Pla Ballester, 1980) (fig.
195.2). Precisamente, la presencia de hipocampos en algunos
vasos del mismo yacimiento da más peso a esta posible interpretación. No pretendemos ser tajantes en que se trata de una representación igual, simplemente consideramos que puede ser un
individuo vinculable con este estilo tardío. De la misma manera,
la forma triangular reticulada del ángulo inferior derecho podría
tratarse del extremo de la corola de una flor en vista longitudinal,
si bien la mala conservación impide asegurarlo.
De la Muela de Arriba se publicaron diversos fragmentos
con decoración compleja de finales del s. III a.C., como hojas
cordiformes, un ojo y otros elementos indeterminados (Valor,
2004: 283). En la Casa de la Cabeza también se han recuperado
algunas piezas del s. II a.C., entre las que se pueden definir una
flor en estado de capullo, un ave y un posible pez (fig. 192.5 a
7). De la Casa de la Alcantarilla proceden dos fragmentos, uno
en el que se aprecia un ser híbrido con extremidades palmípedas
como las de las aves (fig. 192.8) y otro que parece el extremo
de un pez (fig. 192.9). Por último, en los ejemplos de Los Pedriches (fig. 192.10) y Los Villarejos (fig. 192.11) sus estados de
conservación imposibilitan intuir nada de la escena o composición de la que formaban parte.
Supuestamente de Kelin también procede una imitación ibérica de copa griega con decoración figurada compleja recientemente publicada (Martínez Valle, 2012: 26-27). Sus investigadores defienden la representación en ella de un barco de cuyo
extremo nacería un árbol, en relación con mitos báquicos del
“Sueño de Dionisos”. Tanto la pieza, por su falta de contexto,
como la decoración, por su carácter esquematizado, quedan todavía lejos de toda lectura clara.
148
No se conoce el lugar de producción de todos estos recipientes con decoración compleja tardía (Bonet e Izquierdo, 2001 y
2004), aunque al documentarse escenas de este tipo en zonas
costeras como Valentia (Serrano Marcos y Olmos, 2000) hemos
defendido que el valle del Magro sería el eje en su redistribución
hacia el interior. No obstante, el hallazgo de un fragmento en el
horno cerámico de La Maralaga nos obliga a ir con cautela a la
hora de plantear una verdadera direccionalidad en su distribución, esperando que nuevos descubrimientos aporten luz al respecto (Quixal, 2012 y 2013). Recientemente se están detectando
diferentes estilos en relación con este tipo de decoraciones, algunos procedentes de zonas meridionales (Pérez Blasco, 2011:
140; 2013). Si bien todo puede englobarse dentro de un estilo
tardío diferente al puramente simbólico de Ilici, consideramos
que formalmente guardan diferencias y responderían a centros
de producción distintos. Tan sólo la tinaja con aves en forma de
“S” del Cerro Castellar y el kalathos de Valentia anteriormente
citados presentan una composición metopada que sí que recuerda a ese estilo sintético y estático comentado.
· Kalathoi
Este tipo de recipiente ha sido siempre relacionado con las colmenas y la producción apícola, ya que su forma serviría para la
contención, transporte y comercio de este producto semilíquido
(Aranegui y Pla, 1981: 78-79). No obstante, no está plenamente
demostrado tal uso y, mucho menos, la exclusividad del mismo.
Están presentes desde el s. III a.C., si bien alcanzan su cénit en
el Ibérico Final, de ahí que los incluyamos en este estudio. Pese
a que son muy comunes en otras áreas, desde un primer momento llamó la atención su escasez en Kelin y su territorio, muchas
veces adquiriendo formas propias (Mata, 1991: 75). Este hecho
podría estar en consonancia con la también baja presencia de
colmenas, entendiendo que la producción apícola de este territorio era poco importante; aunque de nuevo recalcamos que podrían tener otros usos.
Sin contabilizar los kalathoi de Kelin ni los procedentes de la
bibliografía, tenemos muy poca variedad de bordes, con dominio
aplastante de los bordes de ala plana (30), aunque en ningún caso
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alcanzando grandes diámetros ni alas muy salientes. También se
han documentado bordes de ala plana del subtipo con labio interior (6) y moldurados (4) (fig. 196). En todos los casos se trata de
kalathoi que perfectamente se pueden encuadrar en la horquilla
cronológica del 250-50 a.C., ya que no encontramos otros tipos
de bordes considerados más antiguos, como es el caso del saliente. Aunque se pudieron producir localmente en algún horno (hay
un fragmento documentado en La Maralaga), es lógico pensar
que muchos provengan de otras zonas con mayor tradición, véase
el Camp de Túria o la Hoya de Buñol. Su distribución, dentro de
la escasez, es bastante homogénea, aunque se puede señalar cierta
concentración en la zona Norte (área de Sinarcas, coincidente con
la presencia de colmenas) y en el Este/Sureste, concretamente en
el llano de Campo Arcís y los valles y corredores naturales que
funcionaban como vías de comunicación (fig. 197). No obstante,
nuestras recientes excavaciones en la Casa de la Cabeza han matizado un poco la interpretación inicial de escasez generalizada de
kalathoi en la comarca, ya que, pese a no ser un tipo dominante,
está relativamente presente en el sector 2 (13 ejemplares).
Fig. 196. Diferentes tipos de kalathoi del territorio de Kelin.
Fig. 197. Dispersión de kalathoi, mediante GRASS GIS.
· Engobe rojo
Se trata de una típica producción comarcal consistente en determinadas piezas de vajilla de mesa de tipología común que presentan un engobe rojo muy característico, de tonalidad muy viva
y apariencia uniforme. El engobe generalmente se dispone en la
parte exterior, exceptuando las formas abiertas que también pueden presentarlo en su interior. Se ha asociado el empleo de este
tipo de engobes con una herencia de los engobes rojos fenicios
(Cuadrado, 1953), pero ni la cronología ni las formas avalan esta
hipótesis. En Kelin se identificaron tres tipos de pasta con este acabado: pasta gris, pasta anaranjada y cocción alternante, que aparecían indistintamente en diferentes tipos de recipientes y niveles
de ocupación (Mata, 1991: 140-141). Parece que, aunque pudiera
tener un origen antiguo en torno al s. V a.C., perdura a lo largo de
los siglos, ya que está presente en algunos yacimientos ocupados
sólo durante el Ibérico Final. Del total de 30 yacimientos ibéricos
de todas las épocas (Antigua, Plena y Final) que presentan engobe
rojo, 21 están activos durante los ss. II-I a.C., de los cuales tan sólo
seis presentan ocupación del s. II a.C. en adelante (Casa de la Cabeza, Los Villares de Campo Arcís, Rincón de Gregorio, Vadocañas, Hoya Redonda II y La Maralaga). Los fragmentos de engobe
rojo hallados en contexto arqueológico en la Casa de la Cabeza
confirman la extensión de esta producción al menos durante el s.
II a.C. (fig. 198).
La distribución es relativamente regular, no hay grandes concentraciones de estas piezas exceptuando en Kelin y El Moluengo. Éste último es interesante porque, como anteriormente hemos
abogado, allí podría haber existido un horno cerámico y tal abundancia podría indicar que ése fuera uno de los lugares de producción. No obstante, dada su gran dispersión y diacronía pensamos
que pudo tener diferentes centros productivos. Se ha documentado también en los hornos de Casa Guerra (Ibérico Pleno) y La
Maralaga (Ibérico Final). En el primero hemos podido identificar
un tipo concreto de borde pendiente en lebetes o tinajillas de pequeño tamaño, que pueden ir con o sin engobe y que aparecen
en un radio de unos 20 km alrededor del horno (Duarte et al.,
2000: 236) (fig. 199). La presencia de uno de estos bordes en Los
Villares de Campo Arcís es extraña, ya que se trata de un núcleo
fundado en el s. I a.C., de ahí debamos tomarlo como indicador de
una presencia previa anecdótica, una herencia o un uso alargado
Fig. 198. Fragmento con engobe rojo de la Casa de la Cabeza.
149
[page-n-167]
· Cerámicas con decoración impresa e incisa
hasta fechas tardías. Del mismo modo, para la cronología que nos
ocupa, en La Maralaga se ha documentado sobre tinajas, jarros y
tapaderas (Lozano, 2006: 144); no obstante, su reducida cantidad,
tanto en el yacimiento como en el área septentrional en general,
impide defender con seguridad una producción allí.
Por tanto, podemos concluir que estamos ante una producción local, preferentemente de la zona centro-meridional (fig.
200), que tiene su cénit en el Ibérico Pleno pero que perdura
durante el Ibérico Final, siendo El Moluengo uno de sus posibles centros de producción y quedando La Maralaga como un
posible foco secundario o eventual no exento de dudas. Nos falta saber si pudo llegar a exportarse a otras zonas limítrofes (hay
un fragmento en Vadocañas, vía hacia el Sur), ya que si no se
conoce bien puede resultar difícil de identificar, incluso fácil de
confundir con sigillata.
Las marcas impresas o incisas sobre cerámica son muy abundantes, pero debemos diferenciar las que son a modo decorativo, generalmente conformando series, de las simples marcas
aisladas sobre ánforas, pondera, fusayolas, etc. Se han realizado
diversos estudios monográficos sobre este tipo de producción
del territorio de Kelin, a los cuales remitimos para un conocimiento más exhaustivo (Mata, 1985; Valor et al., 2005); aquí
únicamente tocaremos aquellos aspectos relacionados con la
cronología que nos ocupa.
Cerámicas con decoración impresa hay en la comarca de Requena-Utiel desde el s. V a.C. y durante una primera fase (ss. V-IV
a.C.) parece que tienen su principal foco de producción en el horno de las Casillas del Cura (Martínez Valle y Castellano, 2001).
A lo largo de los ss. IV-III a.C. la producción se ramifica y cobra
importancia en el Norte, en la zona de Sinarcas, donde encontramos la mayor concentración de cerámicas de este tipo junto con
la de la propia Kelin (fig. 201). Estas decoraciones impresas no
son tan comunes como las pintadas y generalmente se localizan
en recipientes de clase A como lebetes, jarros, caliciformes, platos
y microvasos. Son series de formas geométricas (eses, círculos,
líneas, ovas, esteliformes, etc.) de impresión simple, estampillada
o combinada, que en ocasiones también pueden ir acompañadas
de incisiones geométricas o figuradas (fig. 202.1 y 3).
Han aparecido en niveles de finales del s. III y principios
del II a.C. de Kelin y su presencia en yacimientos unifásicos
como el Cerro Carpio o la Casa de la Cabeza aseguran su perduración en el Ibérico Final (fig. 202. 2 y 6). Del mismo modo,
en el Cerro de San Cristóbal se documentó este tipo de decoraciones sobre una imitación ibérica de copa Morel 68, una
forma propia de barniz negro itálico republicano (fig. 202.5).
En el horno de La Maralaga no se han localizado a excepción
de una mano de mortero con peces incisos hallada en superficie (fig. 202.1), pero en cambio sí que se ha distinguido como
propio un tipo de borde engrosado con molduras y acanalados
Fig. 200. Mapa de dispersión de cerámicas con engobe rojo,
mediante GRASS GIS.
Fig. 201. Mapa de dispersión de cerámicas con decoración impresa,
mediante GRASS GIS.
Fig. 199. Tinajillas con engobe rojo de Casa Guerra (1), Los Villares
de Campo Arcís (2) y Cerro Castellar (3).
150
[page-n-168]
Fig. 202. Cerámicas con decoración impresa de La Maralaga (1), Cerro Carpio (2; según Iranzo, 2004), Cerro de San Cristóbal
(3 y 5), El Carrascal (4) y Casa de la Cabeza (6).
por el exterior que cuando ha aparecido en otros yacimientos
(Kelin o El Carrascal) sí que presenta impresiones cerca del
labio (Valor et al., 2005: 119) (fig. 202.4). No obstante, no
podemos asegurar que fuera uno de los hornos de producción,
ya que resulta extraña su casi total ausencia. Por el contrario,
El Moluengo, Cañada del Pozuelo y, sobre todo, El Carrascal, yacimientos en los que se ha planteado la existencia de
hornos cerámicos, tienen más probabilidades de ser centros
de producción de estas cerámicas, algo coherente con la gran
dispersión de las mismas en la zona de Sinarcas y la elevada
concentración en el cercano Cerro de San Cristóbal (fig. 201).
A diferencia del engobe rojo, sí que pensamos que las cerámicas con decoración impresa tuvieron gran importancia y difusión durante los siglos ibéricos finales, ya que es cuando mayor
protagonismo cobra la zona de Sinarcas y los yacimientos documentados allí. Incluso han aparecido en otras zonas ibéricas
vecinas como los territorios de La Carència (Quixal, 2013: 298,
fig. 16.8), Edeta, y Arse (Valor et al., 2005).
151
[page-n-169]
· Dolia y otras producciones locales y regionales documentadas
Nuestra área de estudio no destaca por ser una zona ibérica
con un gran número de tipos y producciones concretas identificadas, y menos para la cronología que nos ocupa. Este hecho
va muy ligado a la exclusividad de La Maralaga como centro
productor identificado hasta la fecha con cronología final, de
ahí que la mayoría de elementos que citemos hagan referencia
a cerámicas salidas de allí.
Uno de los tipos más frecuentes son los dolia tipo Maralaga,
el tipo de dolia más frecuente entre los de cronología iberorromana (Lozano, 2004 y 2006). En este sentido, tenemos contabilizados diez dolia tipo Maralaga repartidos por yacimientos de
la comarca (fig. 203.5), más cuatro ánforas con resalte interior
y tres morteros de este mismo horno. El radio de dispersión es
bastante corto, ya que la mayoría son yacimientos de los llanos
de Sinarcas y Camporrobles, a excepción de las piezas de Kelin
y el Cerro de la Peladilla, de ahí que volvamos a recalcar el
carácter local del horno.
Los dolia son el recipiente de almacenaje por antonomasia
de época romana, tinajas de gran tamaño y poca movilidad que
en ocasiones podían estar enterradas o fijadas a alguna otra
estructura. Servían para contener vino, aceite o grano indistintamente. Además de los citados dolia de La Maralaga, hemos
documentado otros tipos que también consideramos que son
de los ss. II-I a.C. por su conservadurismo en pastas, formas
y tamaños, todavía próximos a las ánforas ibéricas y lejos de
los enormes recipientes característicos del Alto Imperio. La
falta de dolia hallados en contexto arqueológico en la comarca
nos dificulta una posible clasificación tipológica y cronológica
de las mismas, aunque a grandes rasgos sí que creemos que
podemos separar, al menos, las iberorromanas de las romanas.
Su gran tamaño y la problemática de su transporte nos llevan
a pensar que se trataría de un recipiente de producción y uso
local, ya que no es efectivo desplazarlas a grandes distancias
dado lo básico de su función. Su total ausencia en el asentamiento del s. II a.C. de la Casa de la Cabeza nos hace pensar
que quizás debamos adelantar al I a.C. la extensión de su uso
y producción.
En este sentido, tenemos algunas formas generalmente de pequeño tamaño y borde de tipo plano-horizontal que consideramos
de época ibérica final/republicana con seguridad (fig. 203.1 a 3).
Éstas tradicionalmente se publican como dolia tipo Ilduratin o
Ilduradin por su semejanza con el tipo identificado en el Valle
del Ebro por Burillo en los años 80 (Burillo, 1980 y 2007: 354),
y conocidos así por los dos ejemplares hallados en Azaila con esa
leyenda en ibérico. No obstante, no creemos que se trate de un
recipiente exportado desde tal lugar, sino que su presencia debe
leerse en relación con la existencia de múltiples centros de producción a nivel local. Hasta la fecha ninguno de los fragmentos
de dolia con borde plano hallados en la comarca presenta ningún
tipo de cuño. En la Casa de la Cabeza se documentó un tipo de
borde plano aún de ánfora, pero cuya forma marca la transición
hacia el recipiente de almacenaje romano (fig. 57.3). Luego hay
Fig. 203. Algunos ejemplos de bordes de dolia y otros grandes recipientes documentados en la comarca.
152
[page-n-170]
también otros tipos de pequeño tamaño y bordes engrosados, posiblemente del s. I a.C. por la cronología de sus yacimientos (fig.
203.4 y 6). Posteriores, de época augustea y cambio de milenio,
son ya los grandes bordes engrosados de dolia tan comunes en
la comarca, correspondientes a las formas Oberaden 113 y 114
recogidas por Beltrán (1990, 262, nº 1105 y 1106) (fig. 203.8 y
9). El extraño ejemplar de la Casa Sevilluela de borde semiplano
inclinado hacia abajo recuerda a la de Gosse recogida también
por Beltrán (1990: 262, nº 1110) (fig. 203.7), por lo que también
podríamos ubicarlo en esta horquilla cronológica. Por último, a
partir del s. I d.C. asistimos a una mayor diversidad de formas,
aunque todas ellas con un tamaño relativamente grande y pastas
muy diferentes a las de la fase anterior. La forma de Los Villares
de Campo Arcís, muy fina, con el borde apenas diferenciado y un
resalte en su hombro recuerda a la Aguarod, 1989 a) 241 (Beltrán,
1990: 262, nº 1107) (fig. 203.10), mientras que la clásica forma
engrosada altoimperial de Los Pedriches la podemos clasificar
como una Garoupe A (fig. 203.12).
Por otro lado, en El Moluengo también identificamos un
tipo concreto de ánfora con borde moldurado (fig. 84.3 y 4). Su
abundancia en un yacimiento en el que podría haber existido
un horno nos lleva a plantear su posible producción allí. En la
Casa de la Cabeza se han documentado un par de bordes de este
tipo (fig. 56.6), por lo que no es descabellado asociarlos con
una cronología tardía. Lo que falta por determinar es el radio de
dispersión que pudo tener, algo que pretendemos analizar con
más tiempo en el futuro.
· Imitaciones ibéricas de formas clásicas
Se trata de un aspecto muy significativo, ya que nos permite observar como los iberos interpretaban las formas clásicas y las
adaptaban a sus usos o necesidades, perdiendo en ocasiones el
uso principal o significado original. Se trata de un fenómeno generalizado entre los siglos II a.C. – I d.C. (Principal, 2008). Es
complicado saber si se trata de producciones del territorio de Kelin o si provienen de otras zonas vecinas, ya que se han documentado tanto en hornos locales como La Maralaga (Lozano, 2006:
141) como en otros puntos de la Edetania (Bonet y Mata, 1988).
No obstante, en ninguno de los casos el interior valenciano pare
ce un área rica en imitaciones, si lo comparamos con los extremos
Norte y Sur de la fachada mediterránea peninsular (Cataluña y
Alicante-Murcia-Andalucía). En Andalucía se han identificado
cerámicas grises bruñidas que están imitando determinadas formas clásicas en diferentes centros productores (Adroher y Caballero, 2008 y 2013; Ruiz Montes y Peinado, 2012).
Dejando al margen las imitaciones documentadas en la ciudad Kelin, existe una gran variedad de formas imitadas en el
territorio, aunque siempre dentro de un predominio de formas
abiertas, tal y como hemos visto en recientes publicaciones
(Mata y Quixal, 2014). En este sentido, tenemos tres ejemplares
de Lamb. 28 (Muela de Arriba y El Rebollar), dos de Morel 68
(Cerro San Cristóbal) y Lamb. 7 (Cañada del Pozuelo y Cerro
Carpio) y 36 (El Molón), más uno de Lamb. 2 (La Maralaga),
3 (Punto de Agua), 5 (Muela de Arriba), 5-7 (La Maralaga), 21
(Muela de Arriba), 24-25 (El Molón) y 27 (Muela de Arriba).
De la Casa de la Cabeza procede un conjunto de imitaciones
centrado en las formas Lamb. 36 y 55, con piezas generalmente
decoradas y en ocasiones con agujeros para ser colgadas (vid.
fig. 59.5 y 60.6). De cerámica de paredes finas también hay
un pequeño repertorio de imitaciones, la mayoría procedentes
del horno de La Maralaga (Mayet I, II, III y XXXIV), más dos
ejemplos de la Muela de Arriba (Mayet XV).
Producciones durante los primeros siglos del Imperio
La integración de la comarca en la globalizada economía romana permitió la llegada de las diferentes producciones cerámicas y alimentos del Mediterráneo Occidental, aunque de manera especialmente marcada en las villae y otros asentamientos
rurales destacados. Desconocemos cualquier dato en cuanto a
producciones cerámicas propias. No obstante, elementos como
material constructivo o cerámicas comunes y de cocina perfectamente podrían haber sido elaboradas en algún horno cerámico
local, seguramente dependiente de alguna villa.
· Ánforas altoimperiales
Este campo de estudio acarrea un profundo déficit, ya que en ocasiones hemos tenido que trabajar con información procedente de
referencias bibliográficas o de prospecciones anteriores no centradas en el mundo romano, de ahí que apenas hayamos podido
analizar de primera mano los materiales. Del mismo modo, sólo
nos hemos detenido en las ánforas de cronología altoimperial.
El ánfora altoimperial más frecuente es sin duda la Dressel
2-4, ánfora vinaria de entre finales del s. I a.C. y finales del I
d.C. procedente de la Tarraconense (Sciallano y Sibella 1991,
49). En ningún caso consideramos que puedan tratarse de producciones locales requenenses. Se han documentado ánforas
Dressel 2-4 en un total de ocho yacimientos (Las Paredillas I,
Los Villares de Campo Arcís, Fuen Vich, Los Villarejos, Covarrobles, Las Pedrizas, Peña Lisa y Hoya de Barea), si bien muchos de los fragmentos indeterminados que luego veremos pueden corresponder también a este grupo (fig. 204). Por encima de
todo debemos destacar el ejemplar entero hallado tras labores
agrícolas cerca de la aldea de Campo Arcís, dentro del área de
influencia de la villa romana de Los Villares (fig. 205). El registro paleobotánico, al igual que en el Ibérico Final, es completamente inexistente, lo que nos impide saber si había producción local de vino. No obstante, es lógico considerar que a nivel
económico dentro del interconectado mundo romano la zona se
centraría, como otras muchas áreas hispanas, en la producción
de cereal o la ganadería, recibiendo vino y aceite de otras partes del Imperio (Quixal et al., 2012: 68). En este sentido, áreas
como el entorno de Tarraco, antigua Layetania ibérica, sí que
vivieron una especialización en torno a la producción vinícola y
su exportación (Revilla, 2004). Sin embargo, no podemos descartar que se continuara produciendo vino aunque fuera para un
autoconsumo o un comercio local, especialmente en alguna de
las diferentes villas o asentamientos rurales localizados.
Luego tenemos un extenso grupo de yacimientos en los que
se ha documentado presencia de ánforas imperiales, en la mayoría de los casos algo lógico por la propia entidad y cronología del lugar, pero que no se ha precisado más en tipología o
procedencia. De Barrio de los Tunos, Los Villares de Campo
Arcís, Los Pedriches, La Campamento, Casa de la Alcantarilla, El Moluengo, Las Casas, Molino de Enmedio, La Solana,
Casa Doñana, Hoya Redonda II, Covarrobles, Los Villares de
Camporrobles, La Balsa, La Contienda y Tinada Guandonera
sabemos que proceden fragmentos de ánfora imperial, pero no
se ha determinado nada más, exceptuando la procedencia bética
153
[page-n-171]
Fig. 204. Mapa de dispersión de ánforas imperiales.
en tres ejemplares de Los Villares de Campo Arcís y uno de
El Moluengo, y africana en uno de Casa de la Alcantarilla. Por
último, en Camino de la Casa Zapata y Hoya Redonda II se han
documentado sendos fragmentos de ánfora Dressel 7-11, ánfora
de salazón de pescado procedente de la Bética entre finales del
s. I a.C. y todo el I d.C. (Sciallano y Sibella, 1991: 57), aunque
su reducida presencia indica una penetración mínima hacia el
interior. Carecemos de información de calidad como para plantear nada más allá de que hay un claro predominio del vino importado de la Tarraconense respecto al aceite y los salazones,
tradicionalmente procedentes de la Bética. Los llanos donde
encontramos los principales asentamientos imperiales, las villae, son lógicamente las zonas con mayor cantidad de ánforas
documentadas: vega del Magro y llanos de Campo Arcís, Utiel,
Caudete de las Fuentes y Fuenterrobles.
· Terra sigillata
Las vajillas imperiales de barniz rojo son uno de los mejores
fósiles directores del Alto Imperio Romano y sus diversas procedencias pueden indicar diferentes redes o contactos. La Terra
sigillata itálica es la que más nos interesa por cronología, ya
que se extiende a lo largo de las primeras décadas del Imperio,
segunda mitad del s. I a.C. y primera del I d.C. (Roca 2005a).
Ha aparecido en Los Villarejos (NMI = 1), Fuen Vich (1), Las
Casas (1), Fuente del Cristal (1), Los Villares de Camporrobles
(1), Cañada del Carrascal (2) y El Carrascal (1). Por tanto, se
trata de una producción que apenas llega a la comarca y, cuando
lo hace, aparece en asentamientos de relativa importancia como
puedan ser la villa de Fuen Vich, Los Villares y El Carrascal o el
asentamiento rural de la Fuente del Cristal (fig. 206).
A partir de la segunda mitad del s. I d.C. comienza a haber un
número mucho mayor de sigillata, especialmente producciones
hispánicas que copan el mercado romano y tienen mayor facilidad de penetración a este tipo de zonas (Fernández García y Ruiz,
2005; Romero y Ruiz, 2005). Tenemos Terra sigillata hispánica
en Los Aguachares (4), Las Canales (1), Rambla del Sapo (1),
Barrio de los Tunos (8), El Barriete (1), La Borracha (1), El Batán
154
Fig. 205. Ejemplar de
Dressel 2-4 hallado en las
proximidades de Campo
Arcís. Colección particular.
(1), El Cerrito (1), El Rebollar (1), Las Paredillas I (1), Mazalví
(1), Casa de Mazalví (1), Los Alerises (1), Prados de la Portera
I (1), Barranquillo del Espino (1), La Calerilla (1), Casa de la
Cabeza (1), Los Villares de Campo Arcís (6), Casa de la Vereda
(1), El Balsón (1), Casa del Tesorillo (1), Puntal del Moro (1),
El Ardal (1), Los Villarejos (3), Fuen Vich (3), El Carrascalejo
(1), Hórtola (1), Los Pedriches (1), Los Olmillos (1), Casa de la
Alcantarilla (1), Sisternas (1), Vadocañas (1), El Moluengo (1),
Camino de la Casa Zapata (4), Las Casas (6), Fuente de Cristal
(1), Los Derramadores (1), Molino de Enmedio (10), La Solana
(6), Los Carasoles (1), Casa de las Córdovas (1), Casa del Vicario (1), Ermita de Santa Bárbara (1), Los Calicantos (1), Fuente
del Hontanar (1), Kelin (3), Caudete Este (2), Casa Doñana (2),
Hoya Redonda II (2), Cerro de la Peladilla (1), Covarrobles (3),
El Molón (1), Los Villares de Camporrobles (1), La Balsa (2),
Cañada del Carrascal (1), Hoya de Barea (3), Casas del Alaud
(1), Cerro Carpio (1), Lobos-Lobos (4), El Carrascal (1), Tejería Nueva (2), La Cabezuela-Pocillo de Berceruela (1) y Tinada
Guandonera (2). Por tanto, 63 yacimientos comarcales presentan
este tipo de producción, un 72% de los que presentan ocupación
altoimperial. Aunque es en los asentamientos de mayor importancia como las villae donde mayor abundancia tenemos (Barrio de
Los Tunos, Los Villares de Campo Arcís y Molino de Enmedio),
las sigillata hispánicas llegan prácticamente a todo tipo de núcleos, estando incluso presentes en establecimientos rurales de
poca entidad. También actúan como marcadores de ocupaciones
residuales en asentamientos ibéricos, ya que se han recogido en
superficie fragmentos en Kelin (Mata et al., 1999) o la Casa de la
Cabeza, pese a que la ocupación de los mismos nunca sobrepasa
el cambio de Era. Están presentes en casi todos los puntos de
nuestra área de estudio, si bien hay una mayor concentración en
la zona centro-meridional, con especial abundancia en la vega del
Magro y el llano de Campo Arcís (fig. 207). También es destacada
su presencia en los corredores de entrada de El Rebollar y, sobre
todo, Hortunas.
[page-n-172]
Contemporáneas de las hispánicas son las producciones de
Terra sigillata sudgálica que, aunque en otras zonas aparecen en
porcentajes similares a las hispánicas (Roca, 2005b), en el la Meseta de Requena-Utiel tienen una presencia sensiblemente menor.
Se han documentado estas vajillas galas en Barrio de los Tunos
(2), La Picazuela (1), La Calerilla (1), Casa Alarcón (1), Los Villares de Campo Arcís (1), Fuen Vich (1), Hórtola (1), Casa de
la Alcantarilla (2), Camino de la Casa Zapata (2), Las Casas (2),
Molino de Enmedio (2), La Solana (6), La Mina (1), Covarrobles
(1), El Molón (1), La Balsa (2), Cañada del Carrascal (2), Cerro Carpio (1), El Carrascal (2) y Pozo Viejo (5). A diferencia de
las hispánicas nunca aparecen grandes concentraciones y suelen
estar tan sólo en asentamientos destacados, generalmente villae.
Del mismo modo, existe una mayor concentración en la zona central de la comarca (llano de Utiel / vega del Magro) y el Sureste
(corredor de Hortunas y lomas de Los Pedrones) (fig. 208).
Por último, tenemos las Terra sigillata norteafricanas, que
aunque tienen su expansión en el Bajo Imperio, el subtipo A
comienza a llegar en el s. II d.C. y por ello las hemos tenido
en cuenta (Serrano Ramos, 2005). Han aparecido recipientes
de TS Africana A en Los Aguachares (4), Las Canales (1), Barrio de Los Tunos (6), El Barriete (1), La Borracha (1), Casa
Alarcón (1), Los Villares de Campo Arcís (2), Casa del Tesorillo (2), Fuen Vich (1), Los Pedriches (1), Muela de Arriba
(1), Casa de la Alcantarilla (1), Camino de la Casa Zapata
(1), Molino de Enmedio (1), La Solana (5), Covarrobles (1),
El Molón (1), Cueva Santa de Mira (1) y La Balsa (1). Especialmente presentes en villae destacadas (Barrio de Los Tunos, Molino de Enmedio y La Solana), de nuevo su dispersión
marca una mayor concentración en el curso del río Madre/
Magro, así como en su zona de entrada, el llano de Campo
Arcís (fig. 209).
Fig. 206. Dispersión de TS itálica, mediante GRASS GIS.
Fig. 207. Dispersión de TS hispánica, mediante GRASS GIS.
Fig. 208. Dispersión de TS sudgálica, mediante GRASS GIS.
Fig. 209. Dispersión de TS africana A, mediante GRASS GIS.
155
[page-n-173]
Luego tenemos otra serie de yacimientos en los que se ha
recogido sigillata pero no se ha podido o sabido diferenciar la
procedencia. La dispersión de los diferentes tipos de sigillata
marca un primer siglo d.C. con reducida llegada de vajilla de
mesa romana, algo que cambia radicalmente a finales del mismo con una diversificación de procedencias, siendo la sigillata
hispánica la más abundante. De manera opuesta a lo que hemos
visto para el barniz negro itálico de época republicana, en la
fase imperial asistimos a una “democratización” de las vajillas
de mesa, siendo más accesibles para los habitantes de las zonas
rurales de interior apartadas de los centros urbanos. La sigillata
hispánica sería el ejemplo más claro, presente hasta en núcleos
de baja entidad, quedando la sudgálica como algo más exclusivo o menos frecuente. Conforme avance el s. II sendas producciones se verán desplazadas por la llegada de vasos africanos y
eso también tendrá su reflejo en el interior valenciano.
En cuanto a la dispersión por el territorio, en casi todos los
casos hemos visto cómo el curso del Madre/Magro y el llano
de Campo Arcís concentran la mayor parte de estas piezas (fig.
207 a 209). Ello es en parte lógico porque es allí donde tenemos
las villae de mayor importancia y una mayor densidad de población altoimperial. Pero, juntamente con su relativa presencia en
los corredores de El Rebollar y, sobre todo, Hortunas, podemos
interpretarlas como marcadores de la ruta de penetración y dispersión desde el litoral, quedándose la mayoría en la zona centromeridional de la comarca. Los fragmentos de sigillata sudgálica o
africana apenas aparecen en los yacimientos de subzonas septentrionales como el llano de Camporrobles o Sinarcas.
Numismática
Las monedas son uno de los elementos más relacionados directamente con el comercio y las redes de intercambio en cualquier
periodo histórico. Si bien antes existían otros objetos o metales
preciosos como fuente de riqueza, la moneda tal y como la conocemos aparece en Iberia en el s. IV a.C., pero no será hasta
finales del III a.C. en el contexto de la II Guerra Púnica en que
cobre verdadera fuerza, precisamente para financiar la contienda bélica (Ripollès, 2000: 322; 2001: 107). En relación con
ese momento tenemos dos tesoros en nuestra zona de estudio,
ambos hallados en Kelin (Pla Ballester, 1980; Pérez Vilatela,
1999). Hay una gran variedad de monedas y procedencias de
las mismas, si bien abundan las de Roma y sus aliados, como
Massalia o Emporion.
En los ss. II-I a.C. el panorama de cecas que acuñan moneda propia se diversifica enormemente en relación con las
nuevas necesidades derivadas de la presencia romana, el impulso del comercio y el pago de tropas (aunque esto último es
una hipótesis sometida a diferentes interpretaciones) (Ripollès,
2000: 338-339). Iberia se inserta de lleno en la línea económica
de una Roma que estaba viviendo un proceso de monetización
importante. Tras un hiato debido a una gran retirada de moneda
y metales preciosos por parte de Roma entre el 190 y el 170
a.C., en el periodo del 170 al 130 a.C. el dominio de las monedas romanas es notable. A partir de mediados del s. II a.C.
esto se verá reducido conforme un mayor número de ciudades
ibéricas comiencen a acuñar sus propias emisiones. En el caso
de las valencianas, además de Arse que ya contaba con una larga tradición de siglos anteriores y una gran diversidad monetal
(Ripollès y Llorens, 2002), a lo largo del s. II a.C. tenemos
156
Fig. 210. As de Kelin (fotografía P. P. Ripollès).
acuñaciones en Saiti (Xàtiva), Kili y la propia Kelin (Ripollès,
1982). Se trata de monedas de bronce de poco valor destinadas
a uso cotidiano, de ahí la emisión de semis, cuadrantes, etc.
(Ripollès, 2000: 336).
A falta de un estudio completo de los cuños, Kelin emitió
moneda poco tiempo, seguramente todo dentro de una misma
acuñación en torno al 150-140 a.C., que vino a satisfacer la demanda local y en su mayor parte se quedó dentro de su propio
territorio (Ripollès, 2001: 110) (fig. 210). El artesano productor
pudo ser itinerante, lo que explicaría las proximidades iconográficas y técnicas con monedas de Ikalesken y Urkesken. Precisamente gracias a la emisión de esa serie monetal de ases y
semis conocemos el topónimo ibérico de la ciudad. Estas monedas, todas en bronce, constituyen el 19% del total hallado en el
yacimiento, mientras que 58 de las 66 monedas documentadas
de esta ceca proceden del mismo, de ahí su clara identificación
hace ya más de 30 años (Ripollès, 1979: 127-136).
Por lo que respecta a nuestra área de estudio, del total de yacimientos se han documentado con seguridad piezs republicanas
en 18 de ellos y altoimperiales de los ss. I-II d.C. en tan sólo siete,
si bien de esta época tenemos noticia del hallazgo de monedas
también en algunas villas como Barrio de Los Tunos, Molino de
Enmedio o La Calerilla, pero la información sobre sus tipos y cecas continúa sin ser publicada. El siguiente cuadro reúne todos los
datos de los que disponemos (tabla 20).
Podemos agrupar las diferentes procedencias o cecas emisoras
en grandes grupos, tal y como queda reflejado en los siguientes
gráficos (fig. 211 y 212). Para los ss. II-I a.C. destaca por encima
de todo el dominio de monedas de Roma, aunque éstas están muy
concentradas en la ciudad de Kelin (fig. 216.1) y tan sólo hallamos siete ejemplares en otros asentamientos del territorio. Algo
semejante ocurre con la propia acuñación de la ciudad, de la cual
el 88% se han localizado en el mismo yacimiento (58), más dos
ejemplares del Cerro de San Cristóbal y uno en la Casa Doñana,
Cerro de la Peladilla, La Nevera y El Molino (fig. 213). Tan sólo
dos monedas de Kelin han sido halladas fuera de su territorio: un
as en el Pico de los Ajos, poblado fortificado fronterizo y ubicado
en plena vía de comunicación (Quixal, 2010), y otra en Moraira.
El resto de emisiones de las ciudades ibéricas de las actuales
provincias de València y Cuenca también están bien representadas, así como las de la colonia itálica de Valentia (fig. 211). La
monedas de Arse y Valentia, las más abundantes después de las
de la propia Kelin, se concentran sobre todo en la capital, hallándose tan sólo siete cuadrantes de Arse en otros yacimientos,
tres de ellos en la Casa de la Cabeza (Torregrosa et al., 2012)
[page-n-174]
Tabla 20. Numismática.
Yacimiento
Monedas republicanas
Bibliografía
Yacimiento
Monedas republicanas
Bibliografía
Los Aguachares
As de Kili
Sestercio de S. Severo
Denario de Ikalesken
As de Gili
As de Saiti
Moneda de Adriano
Moneda de Ikalesken
Cuadrante de Arse (3)
As de Kili (2)
As de Castulo
Moneda de Germánico
Moneda de Adriano
As de Ikalesken
As de Ikalesken (2)
As de Kili
As de Kili
As de Ikalesken
As de Castulo
As de Saguntum
As de Ikalesken (5)
Denario de Roma (41)
Victoriano de Roma
As de Roma (47)
Semis de Roma (5)
Cuadrante de Roma (1)
Bronce de Massalia (3)
Dracma de Iol
As de Untikesken (2)
Semis de Eustibaikula
As de Lauro
Denario de Kese (6)
As de Kese
Denario de Bolskan (5)
As de Bolskan
As de Kaiskata
As de Turiasu
As de Sekaisa (2)
As de Arse (24)
Cuadrante de Arse (11)
As de Valentia (26)
As de Kili (10)
As de Saitabi (3)
As de Kelin (56)
Semis de Kelin (2)
Denario de Ikalesken
As de Ikalesken (8)
Semis de Ikalesken (2)
As de Castulo (29)
Semis de Castulo (13)
As de Obulco (2)
As de Ulia
As de Kelin
As de Ikalesken (6)
Semis de Ikalesken (1)
As de Kelin
Denario de Roma
As de Castulo
Cuadrante de Arse (2)
Vidal et al., 2004: 155157
El Molón
As de Kelse (2)
As de Beligion
As de Bilbilis
Semis de Castulo
As de Sekaisa
As de Ikalkusken (3)
As híbrido de AbraObulco
Moneda de Calagurris
As de Orosi/Orosis
Semis de Kese
As de Sekaisa
As de Tamaniu
Denario de Bolskan
Sestercio de Lucio Vero
Ripollès y Gómez,
1978: 210-211; De la
Pinta et al., 1987-88:
308; Martínez Valle,
1994: 65; Lorrio,
2007: 295-296
Loma del Moral
Cerro Castellar
Hortunas indet.
Cerro Gallina
Casa de la
Cabeza
Los Villares
Campo Arcís
Requena indet.
La Mazorra
Molino de
Enmedio
Utiel indet.
Kelin
Casa Doñana
Caudete indet.
Cerro de la
Peladilla
Martínez Valle, 1994: 64
Pérez Mínguez, 1988:
395
DGPA Molino Hortunas
Torregrosa et al., 2012
Ripollès, 1980: 51;
1982: 171
Martínez Vale, 1994: 65
Martínez Valle, 1994: 65
Mtnez. y Camps, 1985: 39
Iranzo, 1992: 12;
Martínez Valle, 1994: 65
Ripollès, 1980: 52;
Martínez Valle, 1994: 65
Los Villares de
Camporrobles
La Balsa
Camporrobles
indet.
Cañada del
Pozuelo
Ripollès, 1979 y 2001
La Maralaga
Cerro Carpio
Cerro San
Cristóbal
As de Castulo
De la Pinta et al.,
1987-88.
Ripollès y Gómez,
1978: 212
Ripollès y Gómez,
1978: 211
Iranzo, 2004: 211
As de Kelse
As de Bolskan
As de Bilbiblis
Cuadrante de Arse
As de Augusto
Sestercio de Tito
Iranzo, 2004: 137
Iranzo, 2004: 181
As de Kelse (3)
As de Castulo (2)
As de Saiti
As de Valentia
As de Roma
Denario de Roma (2)
Denario republ. imitación
Denario de Bolskan
Divisor plata Emporion
Iranzo, 2004: 177
As de Kelin (2)
As de Ikalesken (2)
As de Segobirices (2)
As de Carmo
As de Sekaisa
As de Valentia
Cuadrante de Arse
Denario de Roma
El Carrascal
Tejería Nueva
Ripollès, 2001
Martínez Valle, 1994: 65
Arroyo et al., 1989:
379; Iranzo, 1992: 12;
Ripollès, 2001
Denario de Roma
As de Ebusus
Semis de Castulo
As de Untikesken
El Molino
As de Kelin
Cabezuela / P. B. As de Sekaisa
As de Castulo
Pozo Viejo
As de Kelse
Denario de Bolskan
Denario de Roma
As de Castulo
La Nevera
As de Kelin
Sinarcas indet.
As de Ikalesken (3)
Sestercio de Trajano
Iranzo, 2004: 201
Iranzo, 2004: 221
Iranzo, 2004: 226
Iranzo, 2004: 207
Iranzo, 2004: 205 y
228
Iranzo, 2004, 229
Martínez Valle, 1994:
65; Iranzo, 2004: 230
157
[page-n-175]
Fig. 211. Cecas de los hallazgos monetarios.
Fig. 212. Procedencia por territorios de las monedas halladas.
Fig. 213. Mapa con las cecas centrales valencianas durante los ss. II-I a.C. y la dispersión de sus monedas por la Meseta de Requena-Utiel,
con GVSIG.
158
[page-n-176]
Fig. 214. Muestra monetaria de la Casa de la Cabeza, con acuñaciones de Arse (1, 2 y 3), Kili (4 y 5) y Castulo (6) (Torregrosa et al., 2012).
(fig. 214). Monedas de Valentia fuera de Kelin también se han
hallado pocas, sólo en los dos yacimientos insignia de Sinarcas,
los cerros San Cristóbal y Carpio (fig. 213).
Por otro lado, la Meseta de Requena-Utiel es una de las
zonas con mayor concentración de monedas de la ceca Kili-Gili
y muchas de ellas, aparte de las localizadas en Kelin, se han
hallado en yacimientos ubicados en los corredores de penetración Este-Oeste (Cerro Castellar), en las entradas a la Meseta
(Casa de la Cabeza) o en el llano de Utiel (Los Aguachares,
Molino de Enmedio y La Mazorra). Recientemente se ha propuesto identificar dicha ceca en La Carència de Torís, a pesar
de que las piezas de Kili soló representan un 1,5% sobre el total
de hallazgos del yacimiento (Ripollès et al., 2013: 158-159).
Las acuñaciones de Saiti, como ya se ha indicado en otros trabajos (Ripollès, 2001: 109), son escasas en esta área, ya que
parece una acuñación destinada a zonas más meridionales y
costeras. Además, las comunicaciones entre esa ciudad ibérica
y la Meseta de Requena-Utiel no eran muy buenas, con bastantes barreras orográficas de por medio. En cambio, sí que tenemos muy bien representadas las acuñaciones ibéricas de otra
vecina pero mejor comunicada capital, Ikalkusken / Ikalesken
(Iniesta), con 37 ejemplares entre Kelin y los yacimientos de
su territorio. Su localización en determinados núcleos como
la propia Kelin, Cerro Gallina o Pico de los Ajos (Arroyo et
al., 1989) también está indicando la existencia de una vía que
comunicaba el litoral con el interior a través del valle del Magro, uniendo las ciudades ibéricas de Kili, Kelin e Ikalkusken
(Albiach et al., 2007; Quixal, 2008 y 2012). En este sentido es
interesante el supuesto depósito de cinco denarios encontrados
en Vadocañas, aunque dichas monedas todavía no han podido
ser estudiadas (Martínez Valle, 1994: 63).
Hasta ahora generalmente nos hemos referido a hallazgos
numismáticos y yacimientos de la parte centro-meridional de
la comarca. En los yacimientos de la orla septentrional el pa-
norama es diferente, ya que, tal y como se ha señalado en
trabajos anteriores, hay una fuerte presencia de acuñaciones
procedentes de cecas del Valle del Ebro (Ripollès y Gómez,
1978: 214-215) (fig. 215). Éstas alcanzan porcentajes elevados en algunos yacimientos: El Molón7 (54%,) (fig. 216.2),
Cañada del Pozuelo (75%), llegando incluso al 100% en Los
Villares de Camporrobles. No obstante, las muestras monetarias de los mismos son muy reducidas, con pocas veces más
de diez monedas y en la mayoría de los casos menos de cinco.
Del mismo modo, en la zona también hay yacimientos importantes como el Cerro Carpio y el Cerro de San Cristóbal,
donde los índices no son tan elevados (30% y 9% respectivamente) (fig. 216.3). Esta abundancia de monedas del Valle del
Fig. 215. Mapa de la dispersión de monedas del Valle del Ebro en
el área Norte, con GVSIG.
7 A falta de los notables hallazgos del último decenio de excavaciones,
cuya publicación aportará información de gran valor.
159
[page-n-177]
Fig. 216. Porcentajes de monedas en Kelin (1), El Molón (2) y Cerro de San Cristóbal (3), según procedencias.
Ebro ha sido considerada por algunos investigadores como un
indicador de una posible filiación celtibérica de los poblados
de esta zona, especialmente en El Molón (Lorrio, 2007: 230).
A ésta y otras cuestiones nos referiremos en el último bloque
de nuestro trabajo, si bien ya apuntamos que la abundancia
de las mismas perfectamente puede deberse a contactos más
intensos durante el Ibérico Final entre los asentamientos del
Norte y la Celtiberia por los motivos que sean, sin que ello
tenga que suponer vinculación étnica de uno u otro tipo, además de una ubicación excelente en el arranque de las vías
hacia el Norte/Noroeste.
A modo de ejemplo, se han documentado numerosas monedas de cecas turdetanas, especialmente Castulo, que están a más
de 300 km (fig. 214.6). La moneda es un indicador comercial
que puede marcar mayor influencia y contactos con una zona
que con otra, pero no tiene por qué significar pertenencia a un
grupo cultural o étnico concreto, seguramente sea uno de los
elementos de la cultura material menos apropiados para ello.
Según algunos autores la citada abundancia de monedas de
Castulo tiene que ver con la posición geográfica intermedia del
interior valenciano dentro de las vías que conectaban la Alta
Andalucía y el Valle del Ebro (Arroyo et al., 1989: 385). Por
último, también hay monedas procedentes de antiguas colonias
griegas con larga tradición monetaria, así como de cecas catalanas, la mayoría del entorno de Emporion.
A nivel general, es llamativa la abundancia de monedas en la
zona Norte, con el hallazgo de piezas en multitud de yacimientos. Hemos de recordar que muchos de estos núcleos cuentan
con actividad minero-metalúrgica atestiguada (mineral, escorias, hornos, toberas, etc.). Sin poder descartar que simplemente
se trate de una mayor “tradición clandestina” en esa zona, las
actividades en torno al metal podrían haber activado el comercio, motivando quizás una mayor presencia romana en la zona y,
por ende, la llegada de moneda, tal y como se ha visto en otras
zonas mineras de Hispania (Ripollès, 2000: 341).
Por otro lado, también vemos que las monedas de mayor
valor en época republicana, los denarios de plata sobre todo de
Roma, pero también de Bolskan, Kese e Ikalesken, están muy
concentrados en la capital (87%), foco principal de la actividad
160
económica y comercial del territorio. Sin embargo, tan sólo encontramos denarios fuera de la misma en los importantes poblados de Cerro de la Peladilla, Cerro Carpio, Cerro San Cristóbal,
en los asentamientos rurales de Los Villares de Camporrobles
y El Carrascal (futuras villas romanas) y en la importante necrópolis de Pozo Viejo. El denario era la moneda de más valor
y concretamente el romano era la moneda que capitalizaba las
grandes transacciones comerciales (Ripollès, 2000: 340), por
lo que esa concentración en el lugar central muestra la riqueza
y capacidad económica que alcanzaron algunos aristócratas de
Kelin durante la última fase, seguramente gracias al establecimiento de redes clientelares con las autoridades romanas en pro
de la administración local.
Un aspecto muy importante es la moneda como objeto cultural. De sobra es sabido que es uno de los grandes “espejos”
donde se refleja el proceso de contacto cultural y cambio entre
iberos y romanos durante los últimos siglos del milenio, por las
múltiples formas que éstas adoptan: leyendas en ibérico, leyendas bilingües y leyendas en latín (Untermann, 1995).
Por último, a partir del 72 a.C. apenas contamos con monedas en la Meseta de Requena-Utiel hasta bien entrado el Alto
Imperio, dentro de la tendencia general de fin de las acuñaciones
ibéricas y vacío monetario hasta época de Augusto (Ripollès,
2000: 342). Las guerras sertorianas, último acontecimiento que
requirió de una gran cantidad de monedas indígenas para financiar la guerra, conllevaron el fin de la ocupación en Kelin, algo
que sabemos en parte por la práctica total ausencia de emisiones
posteriores a esa fecha en el yacimiento (Ripollès, 2001: 114).
El parón afectó no sólo a la ciudad, sino que el territorio se desestructuró, muchos asentamientos se abandonaron y se dio un
auténtico vacío monetario a lo largo de las décadas restantes del
s. I a.C. Lo extraño es que el hiato se alargó durante buena parte
del s. I d.C., cuando sí que existieron acuñaciones imperiales y
provinciales bien difundidas. La mayoría de las escasas monedas altoimperiales documentadas en la comarca son ya del s. II
d.C., cronología compartida con las principales producciones
cerámicas documentadas, datos que deberemos tener en cuenta
a la hora de plantear el momento de verdadera expansión de las
villae en la comarca.
[page-n-178]
Movilidad: caminos óptimos y vías de comunicación
El establecimiento, perduración y cambios en los trazados de las
vías y caminos que vertebran un territorio están muy en relación
con la existencia de redes de intercambio y comercio que hemos
visto anteriormente, ya que sin la presencia de los primeras es
muy difícil el éxito de las segundas. A efectos prácticos de la investigación arqueológica, tenemos mayor facilidad para rastrear
las redes comerciales al ser algo generalmente palpable en el
registro material, en los objetos y productos que lo protagonizan (siempre que no sean perecederos). Sin embargo, caminos y
vías difícilmente permanecen inalterados y apenas dejan huella
arqueológica. A su vez, en el caso de que se fosilicen es muy
complicado determinar su origen o las diferentes fases de uso.
Para paliar esta problemática, la Arqueología ha echado mano
de otras herramientas para intentar abordar la cuestión de la
movilidad en tiempos pretéritos. En nuestro trabajo de investigación analizamos este aspecto desde diferentes ángulos de manera diacrónica, centrándonos en una ruta concreta: las comunicaciones entre el territorio de Kelin y el litoral valenciano, la vía
Este-Oeste (Quixal, 2008 y 2012). Intentaremos, en la medida
de lo posible, seguir las pautas metodológicas allí establecidas
y aplicarlas a las otras posibles vías o zonas de comunicación,
tanto en época ibérica final como romana altoimperial.
Los caminos y las vías históricas han sido un objetivo
de la historiografía antigua abordado casi siempre desde una
perspectiva simple, centrándose únicamente en el trazado y
características de los mismos. En este sentido, siempre han
tenido más peso las investigaciones sobre los trazados de vías
romanas, ya que por todos es conocida su importancia en el
aparato militar, político y económico romano, tanto en fase
republicana como imperial (Arasa y Rosselló, 1995). Las continuas menciones en los clásicos y la presencia de miliarios en
el trazado de las mismas también han contribuido a ello. Sólo
en los últimos decenios se ha intentado profundizar más en el
tema y concebir los caminos como marco y, a la vez, producto de toda una serie de relaciones entre los agentes humanos
y los asentamientos (Ledo, 1995: 452-455). Los caminos nos
pueden servir como documento a través del cual acceder a la
jerarquía existente entre los núcleos unidos y, por consiguiente, comprender mejor la estructura de poblamiento. Aquí se
plantea la cuestión de qué es causa y qué es consecuencia: los
asentamientos del trazado de los caminos o viceversa.
El inicio del empleo de herramientas SIG amplió las posibilidades de análisis de este ámbito de estudio. La movilidad / movimiento (dependiendo del autor) se convirtió, especialmente en el
campo de la Prehistoria, en un aspecto fundamental para comprender cómo las sociedades pretéritas configuraban e interactuaban
con su entorno. Se pasaba del estatismo procesual tan sólo interesado en el asentamiento como punto fijo, al estudio postprocesual
de la movilidad como tipo de relaciones entre las comunidades y el
paisaje (Fairén, 2004a, 26; Díaz del Río y Vicent, 2006).
En época ibérica sólo conocemos de forma exacta la fisonomía de los caminos gracias a los hallazgos de contadas excavaciones arqueológicas, pero podemos intentar plantear sus trazados y rutas. Sin duda, los mejor conocidos son los accesos al
oppidum ibérico de Castellar de Meca, por su carácter rupestre
(Broncano, 1997), el problema es localizar tramos de caminos
que comuniquen varios poblados como los recientes hallazgos
en el entorno de Ilici (Arasa, 2008). Por lo tanto, el grueso de
trabajos se han centrado en rastrear las rutas y recorridos a escala regional y suprarregional, generalmente en relación con las
dispersiones de materiales existentes (Bonet et al., 2004; Sala
et al., 2004). Pese a que algunos trabajos ya intentaron aproximarse de forma general a las posibles vías que estructuraban
sus respectivas zonas de estudio en época ibérica (Oliver, 1996:
65-76; Arasa, 2001: 155-157), básicamente la eclosión se limita
al último decenio y ha ido de la mano de las aplicaciones SIG
(Grau 2000b y 2004; López Romero, 2005; López-Mondéjar,
2009b) y de los hallazgos derivados de intervenciones de salvamento (Pascual y García Borja, 2010; García Borja et al., 2012).
En cuanto a nuestra área de estudio, Andrea Moreno desarrolló en su tesis doctoral un minucioso análisis de las posibles vías
de comunicación entre los ss. VII-III a.C., tanto a nivel local, con
los caminos internos que comunicaban los asentamientos principales, como a nivel suprarregional, con las vías que comunicaban
el territorio de Kelin con sus vecinos o que lo integraban dentro
trayectos de más largo recorrido (Moreno, 2010 y 2012). El Ibérico Pleno se configura como el momento de máxima estructuración de los ejes viarios, paralelamente a la aparición de grupos
locales de importancia y la presencia de carriladas en los accesos
a muchos poblados. La continuidad en el patrón de asentamiento
que observamos a todos los niveles en el s. II y comienzos del I
a.C. hace que debamos beber en gran parte de este trabajo para
poder plantear las principales redes de comunicación durante el
Ibérico Final. Por lo tanto, centraremos nuestros esfuerzos en ver
qué cambios se produjeron con el cambio de Era y el establecimiento del Imperio Romano y cómo la ruptura en el patrón de
asentamiento ibérico pudo reflejarse en el sistema viario.
¿Qué nos dice el análisis mediante un Sistema de Información
Geográfica?
En primer lugar, hemos calculado mediante el SIG GRASS 6.3.0
los caminos óptimos entre diferentes asentamientos: entre Kelin y
los principales poblados de su territorio a nivel local, entre Kelin
y las ciudades ibéricas vecinas a nivel regional y entre los principales enclaves costeros y el interior meseteño a nivel suprarregional. Nuestro objetivo es ver qué rutas son las que, en términos
de Geografía Física, en cada caso exigían un menor coste energético. Para ello, a partir de un Modelo Digital de Elevaciones
de la fachada mediterránea peninsular, hemos generado un mapa
de pendientes (comando rslope) y, a partir de éste, un mapa de
costes (rcost). En este último se representa el coste energético
que un desplazamiento implica desde cualquier punto del mapa
hasta un destino concreto. Al trabajar con capas ráster, cada celdilla adquiere un valor de coste energético por ser atravesada, en
relación al mapa de elevaciones que tiene vinculado y, por tanto,
al calcular el camino óptimo (rdrain) lo que el SIG busca es la
ruta por aquellas celdillas con un menor coste/fricción, lo que en
la realidad se traduce en una mayor facilidad y velocidad de movimiento (Gutiérrez y Gould, 2000: 145-150; Bermúdez, 2006:
91-98) (fig. 217). En algunos casos hemos empleado también el
comando rwalk que realiza el cálculo de manera anisotrópica, es
decir, en ambos sentidos, tanto ida como vuelta.
En primer lugar, la ruta hacia el Este es la que sin duda ha generado mayor profusión bibliográfica y a la que hemos dedicado
varios años de investigación (Quixal et al., 2007; Quixal, 2008,
2012 y 2013). Tal y como vimos en estos trabajos, el cálculo
mediante SIG del camino óptimo entre las ciudades de Kelin y
161
[page-n-179]
Fig. 217. Cálculo de caminos óptimos sobre mapa de costes entre Kelin y las ciudades vecinas, mediante GRASS GIS.
1. Kelin - La Carència; 2. Kelin - Edeta; 3. Kelin - Ikalesken; 4. Kelin - Cerro Viejo; 5. Kelin - Saiti; 6. Kelin - Castellar de Meca.
La Carència ofrece como resultado el corredor de El Rebollar
(fig. 217.1), a pesar de que dicha vía conllevaría salvar obstáculos orográficos tan importantes como el portillo de Buñol o
la sierra de Las Cabrillas. Este hecho queda aún más patente
si obtenemos el camino óptimo entre Kelin y Edeta, ya que en
vez de optar por alguna vía diagonal atravesando las montañas
o buscando el cauce de algún río, el programa nos indica que es
más rentable en términos energéticos atravesar el paso de Las
Cabrillas, descender a la Hoya de Buñol y a partir de allí ya
buscar el actual Camp del Túria (fig. 217.2).
El Oeste es una dirección polarizada por la presencia de la
antigua y cercana ciudad de Ikalesken. Como luego veremos, se
ha planteado la comunicación entre esta ciudad y Kelin como un
simple tramo más de una vía Este-Oeste mucho más larga (Albiach et al., 2007; Quixal, 2012). La ruta obtenida no baja en diagonal hacia el Suroeste, atravesando el Cabriel por Vadocañas,
sino que va perpendicularmente hacia el Oeste, buscando la zona
del actual embalse de Contreras para, posteriormente, dirigirse al
Suroeste una vez alcanzada la meseta castellana (fig. 217.3).
Las comunicaciones idóneas hacia el Norte se han calculado tomando en consideración el camino óptimo entre la ciudad
de Kelin y el oppidum de Cerro Viejo, supuesta capital de un
territorio en torno al río Algarra (Marín, 2004), aunque su carácter y entidad no está exento de dudas (Lorrio, 2007: 230).
A grandes rasgos, el resultado sigue el recorrido de la N-330,
yendo hacia el Norte por la rambla de La Torre, atravesando el
campo de Sinarcas y Talayuelas hasta alcanzar Santa Cruz de
Moya (fig. 217.4).
162
En el caso de las comunicaciones hacia el Sur, el cálculo con
la ciudad de Saiti da un extraño y llamativo resultado, ya que
el programa muestra como más rentable el desplazarse hacia
el Este prácticamente hasta la llanura litoral para de ahí bajar
perpendicularmente hacia el Sur (fig. 217.5), siguiendo el actual trazado de la A-35, coincidente con la ruta más aceptada
para la archiconocida via Heraklea / Augusta (Arasa y Rosselló,
1995; Pérez Ballester y Borredá, 1997). Se trata de algo lógico
en términos de ahorro energético, pero poco práctico en cuanto
a jornadas de viaje. Por su parte, la ruta obtenida con respecto
a la vecina capital ibérica meridional, Castellar de Meca, sí que
es en apariencia más lógica, ya que marca un trazado prácticamente rectilíneo hacia el Sur, más o menos siguiendo la actual
carretera de Requena a Almansa (N-330), con los comprometidos accidentes geográficos del puerto de Cofrentes o el paso de
la confluencia entre los ríos Cabriel y Júcar (fig. 217.6).
Una vez obtenidos estos resultados, recalcando como luego
veremos que no tenemos por qué aceptarlos en términos arqueológicos, hemos querido ver la relación entre el trazado de
los caminos óptimos y la dispersión de yacimientos. De nuevo
mediante GRASS GIS hemos realizado un cálculo de buffers o
áreas de influencia de 500 m en torno a los dos principales ejes
Norte-Sur y Este-Oeste obtenidos (fig. 218). Observamos como
la mayor parte de los yacimientos del Ibérico Final se quedan
fuera de los mismos. Únicamente es destacable la concentración en torno al valle del río Madre en el llano de Caudete,
proximidades de Kelin, si bien detrás de este hecho podamos
ver tanto a la existencia de una vía pretérita como intereses
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agrícolas dada la riqueza de los suelos de ribera allí presentes.
Por su parte, el buffer de la vía Norte-Sur apenas concentra
núcleos en su paso por los términos de Sinarcas y Requena.
Por otro lado, para acercarnos a las posibles comunicaciones
de carácter local, hemos calculado los caminos óptimos entre
Kelin y los principales poblados de su territorio en los ss. II-I
a.C. (Cerro Carpio, Cerro de San Cristóbal, El Molón, Cerro de
la Peladilla, Muela de Arriba, La Mazorra, Requena y Cerro Castellar), así como los vados sobre el río Cabriel en los que se han
documentado algún yacimiento cerca (Vadocañas y Casas de Caballero) (fig. 219). De esta forma vemos como entonces sí que
un mayor número de yacimientos entra dentro de los buffers de
500 m alrededor de los teóricos caminos, sobre todo si para poder
cubrir todas las áreas ampliamos los recorridos hasta los núcleos
rurales más alejados (El Carrascal, Peña Lisa, Casa de la Cabeza,
Fuen Vich o Mazalví) (fig. 220). Por ejemplo, en el caso de Sinarcas, un simple camino hasta el Cerro de San Cristóbal y Cerro
Carpio dejaría incomunicado el resto de asentamientos del llano,
ubicados más al Norte. En cambio, si se calcula el trazado hasta
El Carrascal, asentamiento rural estable más al Norte, prácticamente todos los yacimientos sinarqueños entran dentro del área
de influencia. Lógicamente se trata de un modelo aproximativo,
la red de caminos secundarios es mucho más fácil que se estructurara en torno a las principales vías Norte-Sur y Este-Oeste que
atravesaban la comarca a nivel suprarregional y no que fuera un
simple modelo radial de caminos directos a / desde Kelin.
En época romana las comunicaciones lógicamente cambiarían en relación con el nuevo panorama poblacional. La desaparición de Kelin y de muchos de los principales asentamientos del
territorio configuraría la comarca como una mera zona de paso
dentro de rutas más grandes, puesto que carece de sentido plantear conexiones directas entre las principales villae y las ciudades
romanas más cercanas por tratarse de asentamientos con claro
desequilibrio en cuanto a entidad. Para este momento nos interesa
las comunicaciones entre Valentia y Segobriga, dos ciudades con
antecedentes en la fase republicana pero que cobran importancia
en su época imperial. El cálculo mediante GRASS GIS de su ruta
de mínimo coste es sorprendente, ya que no busca un recorrido
corto y perpendicular hacia el Oeste, sino que sigue el Camino
Real de Madrid del s. XVIII, coincidente en parte con el trazado de la Via Augusta (fig. 221). Saliendo de Valentia se dirigiría
hacia el Suroeste, hasta Saetabis y de ahí tomaría el corredor de
Montesa hasta Almansa / Albacete, desde donde ya empezaría a
subir buscando el entorno de la ciudad romana de Segobriga. Por
tanto, en términos de accesibilidad la comarca de Requena-Utiel
y sus principales accidentes geográficos serían evitados, si bien el
cómputo de kilómetros resultante parece insostenible al plantear
comunicaciones directas entre éstas dos ciudades.
Fig. 219. Cálculo de caminos óptimos entre Kelin y los principales
poblados y vados de su territorio, mediante GRASS GIS.
Fig. 220. Cálculo de los buffers de 500 m en torno a los mismos,
mediante GRASS GIS.
Fig. 218. Cálculo de buffers de 500 m en torno a los caminos
óptimos obtenidos, mediante GRASS GIS.
163
[page-n-181]
Fig. 221. Camino óptimo entre Valentia y Segobriga, mediante
GRASS GIS.
¿Cómo podemos adaptar los cálculos de caminos óptimos al
resto de documentación arqueológica, histórica y geográfica?
Al igual que hicimos en un reciente trabajo (Quixal, 2012), nos
disponemos a valorar críticamente los resultados obtenidos mediante SIG, poniéndolos en conjunción con el resto de información de la que disponemos. Cartografía histórica de caminos
y veredas, información geográfica de todo tipo, dispersión de
materiales (principalmente importaciones) y la numismática
nos aportan también pistas de por dónde pudieron transitar las
principales vías de comunicación. Además, el propio patrón de
asentamiento es un factor importantísimo, ya que al fin y al cabo
es lógico que los núcleos de hábitat se establecieran próximos
a los caminos y viceversa. De este modo, podemos aceptar, corregir o descartar los resultados obtenidos, añadiendo en los cálculos puntos de paso obligado para así obtener algo más acorde
con la realidad histórica.
· Rutas hacia/desde el Este
Como ya se ha comentado repetidas veces, este es el ámbito
del que contamos con un mayor volumen de información por
constituir el tema principal de nuestro trabajo de investigación
en 2008, de ahí que para un conocimiento más exhaustivo del
mismo remitimos a la serie de trabajos publicados (Quixal et
al., 2007; Quixal, 2008, 2010, 2012 y 2013). En él planteamos
como podrían existir dos rutas principales entre el litoral y el
interior valenciano: por un lado, la subida por el portillo de Buñol, sierra de Las Cabrillas y corredor de El Rebollar, ruta más
conocida y con mayor peso histórico (fig. 222.1 y 223.1); y el
curso del río Magro y corredor de Hortunas, ruta actualmente
secundaria y poco transitada, pero que consideramos que pudo
ser la principal durante la Protohistoria (fig. 222.2 y 223.2).
El primero de los mismos, el camino por la sierra de Las
Cabrillas y el corredor de El Rebollar, parece que se construye
en el s. XV por deseo de la ciudad de Valencia para abastecerse
de trigo castellano (García de Fuentes y García Ejarque, 1993:
144-149; Muñoz y Urzainqui, 2011), culminando en 1852 con
la construcción de la conocida como carretera de Las Cabrillas
(Piqueras, 1997: 81-85), precedente de la actual A-3 MadridValencia. Pese a que ésta ha sido la vía principal entre la costa
y el interior, la presencia de un abrupto escalón geográfico en el
164
portillo de Buñol motivó en el s. XVIII la búsqueda de alternativas, con la construcción del Camino Real de Madrid que tuvo
que aumentar su recorrido buscando el corredor de Montesa y
la entrada a la Meseta por Almansa, precisamente por donde
transcurría en su día la propia Via Augusta.
Por otro lado, sabemos que en época medieval el valle del
Magro era atravesado por uno de los ramales de la Vereda Real
procedente de Cuenca, la cual desde la aldea de La Portera se dirigía hacia Torís y Carlet (Hortelano, 2007), así como la presencia en él de una dehesa ganadera a finales del s. XV (Bernabéu,
1989: 17-18). Sin embargo, no parece tratarse en ninguno de los
casos de una zona de paso significativa en una escala amplia de
vertebración entre reinos. Por lo que respecta a época ibérica,
son varios los autores que previamente a nosotros habían apuntado la hipótesis de este valle como vía de comunicación importante entre el litoral y el interior, aunque todos de forma bastante
reciente. Podemos citar como pionero en este campo a Luis Gimeno, si bien todos sus estudios permanecieron inéditos. Tras la
excavación de La Calerilla de Hortunas por parte de Asunción
Martínez Valle, en los diversos artículos derivados ya se apunta
esta idea aplicada a época romana, aunque admitiendo posibles
precedentes ibéricos (Martínez Valle, 1995b: 281). Entre finales
de la década de los 90 del siglo pasado y lo que llevamos del
presente se han publicado otros trabajos que recogen directa o
indirectamente esta idea (Medard, 1998, 177; Martínez Escribá,
1999, 119; Pérez Negre, 1999, 76; Albiach et al., 2007: 113-117;
Díes, 2007: 139).
El análisis mediante SIG, como hemos visto, nos dio como
resultado una mayor facilidad de comunicaciones por el valle de
El Rebollar. En nuestro trabajo intentamos ver hasta qué punto
eso se reflejaba en el resto de datos arqueológicos con los que
contábamos: patrón de asentamiento, tipos de yacimientos, materiales, etc. Cierto es que en términos absolutos el camino del
Magro presenta mayor distancia, pero del mismo modo cuenta
con un relieve más suave y pendientes más regulares por seguir
en paralelo el curso de un río. Hemos visto cómo para todas las
fases ibéricas el valle del Magro contaba con un poblamiento
más denso y complejo, con la presencia de poblados y atalayas
fortificadas, así como dos importantes cuevas-santuario. Del
mismo modo, sus yacimientos, pese a que algunos de ellos tenían una baja entidad, mostraban llamativos volúmenes de importaciones (fenicias, áticas, itálicas...), así como otro tipo de
materiales destacados (engobe rojo de Kelin, decoraciones figuradas complejas, escritura, monedas...) cuya dispersión indicaba
una mayor circulación de productos y personas por el valle. Los
citados vasos con decoración de hipocampos (vid. fig. 193) o la
tinaja metopada del Cerro Castellar idéntica a un kalathos de
Valentia (vid. fig. 194), son buenos ejemplos de ello. Además,
la fase que nos ocupa es posiblemente el momento en que el
dinamismo del valle del Magro es más acentuado que el de El
Rebollar a todos los niveles.
Por todo ello consideramos que la ruta principal entre La
Carència y Kelin entre los ss. VI-II/I a.C. fue el valle del Magro
/ corredor de Hortunas. Sin embargo, no se trataba un camino
completo y cerrado, sino que necesariamente formaría parte de
una vía mayor entre la costa (Portus Sucronensis siguiendo el
río Xúquer / Sucro o Valentia a partir del s. II a.C.) y el interior.
Un reciente apunte sobre los caminos históricos en la comarca
de Requena-Utiel nos puede guiar hacia la clave de esta cues-
[page-n-182]
Fig. 222. Principales rutas
planteadas estrictamente
entre Kelin y las ciudades
ibéricas vecinas.
Fig. 223. Propuesta de
articulación del territorio
de Kelin mediante vías
principales y caminos
secundarios en los ss. II-I a.C.
165
[page-n-183]
tión (Hortelano, 2008: 202): se dice que para ir de Requena a
Valencia por Las Cabrillas hacía falta un día y medio, siendo
éste el camino más rápido, pero cuando el viaje se hacía con
cargamentos de peso medio/alto era mejor seguir el valle del
Magro, más largo (tres jornadas) e irregular, pero con cuestas
más accesibles. Pese a que el valle de El Rebollar pudo ser una
vía de circulación durante la Protohistoria, los cargamentos más
pesados, correspondientes a importaciones (ánforas y vajillas,
principalmente) y otros productos foráneos que requiriesen de
transporte rodado, entrarían por el valle del Magro aprovechando los menores desniveles, ya que, tal y como ya apuntaban
autores en el s. XVIII, el camino de Las Cabrillas “sólo es bueno
para semejantes animales” (Fernández de Mesa, 1755, citado
en García de Fuentes y García Ejarque, 1993: 144-149). De la
misma manera, creemos que ambos valles/corredores no serían
dos zonas aisladas o independientes, sino que formarían parte
de una entidad o todo común, siendo incluso posible la comunicación entre ambas, seguramente a través del valle del Mijares,
zona apenas trabajada arqueológicamente (fig. 223.14). La fundación de Valentia en el 138 a.C. no parece alterar inicialmente
esta hegemonía; en cambio, su refundación en s. I d.C. y el desplazamiento del foco de recepción de importaciones del Portus
Sucronensis a la desembocadura del Túria sí que pudo conllevar
cambios en el sistema viario, como luego trataremos.
Por otro lado, en el cálculo previo mediante SIG de las comunicaciones óptimas entre Kelin y Edeta vimos como el resultado obtenido fue atravesar el corredor de El Rebollar para descender a la Hoya de Buñol y de ahí ya dirigirse al Norte hacia
el Camp de Túria (fig. 222.3 y 223.3). No obstante, al igual que
se ha planteado para el Ibérico Antiguo y Pleno (Moreno, 2011:
117-118), consideramos que pudo existir una vía más corta, aunque más accidentada, siguiendo el trazado de los ríos Reatillo,
primero, y Turia después (fig. 222.4). La vía seguiría en parte
el antiguo Camino Real de Requena a Chelva (Piqueras, 1997:
88), salvando el río Turia por el conocido como puente “de la
Cuesta del Tiñoso” o “de Requena” (Sanchis, 1993: 83-85). La
documentación de colmenas edetanas en los yacimientos de esta
zona, máxima concentración de las mismas en el territorio de
Kelin justo en su orla septentrional, es una de las pruebas arqueológicas más evidentes que tenemos para hablar de comunicación y contactos comerciales entre el Camp de Túria y la
Meseta de Requena en época ibérica plena y final (Fuentes et
al., 2004). En el sentido inverso, también han aparecido fragmentos con decoración impresa típica de Kelin en Arse, Edeta y
algunos yacimientos del área territorial de esta última (Valor et
al., 2005: 119), así como en el Cerro Escorpión y La Atalaya II
de Chelva, dos yacimientos periféricos de pertenencia dudosa a
uno u otro territorio.
· Rutas hacia/desde el Oeste
La cercana ciudad de Ikalesken, supuestamente Iniesta, sería el
principal foco de comunicación hacia el Oeste, especialmente
si echamos un vistazo a la gran presencia de sus acuñaciones
por los yacimientos de ambos lados del Cabriel (Martínez Valle,
1995c). El cálculo realizado mediante SIG sale perpendicular
de Kelin hacia el Oeste, atravesando el Cabriel por la zona del
actual embalse de Contreras. La presencia de este río ha limitado durante todas las fases históricas las comunicaciones entre
las mesetas requenense y castellana, obligando a aprovechar los
166
vados, aquellos puntos de remanso o aguas tranquilas y poca
profundidad para el establecimiento de puentes de todo tipo. En
un reciente trabajo recopilamos toda la información existente en
torno a los pasos históricos sobre el Cabriel y sus posibles antecedentes en época ibérica y romana (Quixal y Moreno, 2011).
Aunque algunos de los mismos permiten las comunicaciones
hacia el Sur del Cabriel (Tamayo, Fuente Podrida o Casas de
Caballero), los más interesantes y los que más bibliografía han
generado son los que comunican hacia el Oeste / Suroeste (Sanchis, 1993; López Montoya, 1997; Palomero, 2004; Latorre,
2007 y 2009a y b) (lám. VII).
Justo en el extremo Oeste de la comarca, en el actual embalse
de Contreras y próximo al puente homónimo yace sumergido el
antiguo puente del Pajazo (fig. 224 y 225). Dicho puente formaba
parte del Camino Real de Valencia a Castilla, sufragado en el s.
XV por la ciudad de Valencia para abastecerse de trigo castellano
(Muñoz y Urzainqui, 2011). Además permitiría el contacto con
las importantes minas de sal de Minglanilla a través de La Pesquera (fig. 222.8 y 223.7). Precisamente esta riqueza salífera ha
llevado algunos autores a relacionar Iniesta y su hinterland con el
topónimo antiguo de Egelasta (Plinio XXXI, 80) y, por ende, con
la vía que procedente del Este comunicaba con ella (Estrabón,
III 4, 9) (Palomero, 1987: 186-87; Albiach et al., 2007). Arias
(1988: 149-151) duda sobre la verdadera ubicación de Egelasta
en la actual Iniesta conquense, aunque admite la relación filológica existente. Lo que está claro es que Iniesta se configura como
un nexo de unión entre las vías Este-Oeste y la Norte-Sur que conectaba el Valle del Ebro / Aragón con la actual Jaén, resultado de
lo cual podríamos explicar la gran abundancia en la comarca de
monedas de cecas del Valle del Ebro y la Alta Andalucía. A nivel
arqueológico hay que valorar la presencia en sus inmediaciones
de algunos yacimientos ibéricos antiguos y plenos significativos,
sobre todo la cueva-santuario de la Cueva Santa (Mira, Cuenca)
(Lorrio et al., 2006), dato importante porque se ha visto que frecuentemente las mismas se establecían cerca de zonas de paso o
fronterizas (Quixal, 2008: 159).
Por otro lado, existe una segunda opción hacia el Suroeste
atravesando el valle de El Moluengo / sierra de El Rubial hasta cruzar el Cabriel por el paso de Vadocañas, entre los actuales
términos municipales de Venta del Moro e Iniesta (fig. 222.9 y
223.6). Éste formaba parte del Camino Real de Requena a Toledo
y se consolidó mediante puente de piedra en el XVI (Piqueras,
1997: 86); no obstante, la tradición académica siempre ha planteado un posible origen romano al mismo. Lo interesante es que,
tal y como hemos visto, al lado del puente se ha documentado un
yacimiento iberorromano de igual nombre. Ya en la parte conquense, la existencia de un lugar de culto histórico que puede tener sus orígenes en la Antigüedad, el Santuario de la Consolación,
puede dar peso a esta hipótesis, dada la conocida relación de este
tipo de lugares sacros con el paso de rutas y veredas (Albiach et
al., 2007: 111). Cerca de Vadocañas existió otro paso, el de Puenseca / Fuenseca, cuya ubicación no ha podido ser determinada
con exactitud. Diversos son los investigadores que han considerado este puente como el más antiguo del Cabriel a partir de las
anotaciones de Rafael Bernabéu en su Historia Crítica y Documentada de la ciudad de Requena (1945), siendo el de Vadocañas
su sustituto y, a la vez, consolidación mediante un puente mayor
de obra en el s. XVI (López Montoya, 1997; Latorre, 2007). No
obstante, es difícil plantear nada sobre él a nivel arqueológico.
[page-n-184]
Fig. 224. Puente del Pajazo en 1935 (Sanchis, 1993: 90).
Fig. 225. Fotografía del Vuelo Americano (1956) donde se ven los
restos del puente antes de la construcción del embalse de Contreras.
· Rutas hacia/desde el Norte
de Almansa N-330 (Piqueras, 1997: 85). Este camino, fácil en
su recorrido por la comarca, se complica al llegar al desnivel
de Cofrentes y la unión de ríos Cabriel y Júcar. Para el Ibérico Pleno, A. Moreno (2011: 121) ha planteado una dualidad de
caminos: uno que partiendo desde Kelin atravesaría el Cabriel
por Casas de Caballero (fig. 222.6 y 223.5) y otro que desde Requena seguiría el citado camino de Almansa (fig. 222.7 y 223.4).
Arqueológicamente tenemos datos para plantear la pervivencia
de ambos durante los ss. II-I a.C., sobre todo en el primero por
la documentación de un yacimiento final al lado del vado de
Casas de Caballero. Allí existía un puente de madera para cruzar
el río dentro del histórico Camino de Requena a Alcalá del Júcar
por Casas de Ves (Sanchis, 1993: 92).
La convivencia de ambos caminos permitiría la articulación
de dos de las zonas más densamente pobladas en época ibérica:
La Albosa y el llano de Campo Arcís, así como la comunicación
con algunos asentamientos (Muela de Arriba o Casa de la Cabeza). A nivel de cultura material, se han documentado evidencias
de engobe rojo al Sur del Cabriel (Soria, 2000a). Del mismo
modo, también se han localizado colmenas en torno al curso
del Júcar, si bien su escasez en el territorio de Kelin hacen más
probable una procedencia del territorio de Edeta, una producción propia (Soria, 2000b) o que se trate de colmenas romanas
procedentes del entorno rural de Segobriga (De Almeida y Morín, 2012).
En este caso hay coincidencia entre el resultado obtenido para
Kelin y Cerro Viejo y lo que nos indican los materiales: parece
claro que existiría algún camino que saliendo de Kelin seguiría
la rambla de La Torre pasando por el llano de Las Casas, zona
con gran densidad de yacimientos, dejando al Oeste la sierra de
La Bicuerca (fig. 222.11 y 223.9). Luego atravesaría el llano de
Sinarcas, zona estructurada en torno a los poblados fortificados
vecinos del Cerro de San Cristóbal y Cerro Carpio, y saldría de
la actual comarca siguiendo la rambla de Ranera hacia Talayuelas, área muy abrupta y de difícil tránsito (Moreno, 2011: 118119). Prueba de ello es que la actual carretera de Utiel a Teruel
por Sinarcas es relativamente reciente (Piqueras, 1997: 86).
Más al Norte las comunicaciones se articularían en torno al río
Algarra, hasta la zona de Moya – Santa Cruz de Moya (Marín,
2004). Las zonas atravesadas están densamente pobladas tanto
en el Ibérico Pleno como en el Final, por lo que no creemos que
se dieran apenas cambios en el trazado del mismo.
Por otro lado, algunos autores han destacado la posición
estratégica de El Molón en la vía de salida hacia la serranía
conquense (fig. 222.10 y 223.8), cerca de un posible cruce de
veredas ganaderas procedentes tanto de Cuenca como de Teruel
en el actual término de Mira (Lorrio, 2001b: 153). Por ahí discurre la vía del ferrocarril regional de Camporrobles a Madrid,
siguiendo el histórico itinerario hacia el Noroeste del Camino
Viejo de Cuenca por Mira o la Vereda de la Serranía de Cuenca
(Piqueras, 1997: 48 y 88). Esta posición privilegiada del poblado camporruteño en la entrada a la Serranía sería la que explicaría las influencias y materiales del área celtíbera que se han
podido documentar en él y en su entorno durante los ss. II-I a.C.
(Lorrio, 2007).
· Rutas hacia/desde el Sur
En este caso, el camino óptimo obtenido a la hora de comunicar el territorio de Kelin con el vecino del Castellar de Meca
seguiría el trazado del antiguo Camino de Requena a Alicante
por el Collado de la Calera, precedente de la actual carretera
· Caminos y vías internos
Como hemos visto, las principales vías generalmente no tienen
un carácter cerrado, de simples caminos entre Kelin y las ciudades ibéricas vecinas; sino que muchas veces constituyen etapas de vías más largas con dirección Norte-Sur o Este-Oeste. Al
plantear los posibles trazados de las mismas, vemos sobre mapa
como a nivel local también se articula el territorio, conectándose muchos yacimientos que, de lo contrario, quedarían aislados.
En este sentido, la supuesta continuidad desde Requena hacia el Oeste de los caminos procedentes del litoral (El Rebollar
y Hortunas), concentra un gran número de yacimientos en los
167
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llanos de Utiel y Caudete, siguiendo el curso del río Madre.
A nivel arqueológico se trata de yacimientos con abundantes
importaciones, de manera especialmente marcada en el llano de
Caudete, que utilizarían el camino paralelo al río como vía de
comunicación hacia el interior. El núcleo de Requena se configura ya como una encrucijada desde antiguo, lugar de paso en
muchos sentidos.
Del mismo modo, con un trazado paralelo a la anterior pero
un poco más al Sur, la vía del Magro, tras su entrada al llano
de Campo Arcís por el corredor de Hortunas, podría seguir un
trazado bastante recto hacia el Oeste, coincidente en parte con
el histórico Camino Real de Requena a Toledo por Vadocañas.
Esto permitiría articular La Albosa, una zona bastante poblada
durante el Ibérico Final, así como pasar cerca del importante
poblado fortificado de la Muela de Arriba, donde se han documentado interesantes importaciones.
Por otro lado, hemos visto como las comunicaciones principales entre Kelin y el Norte de su territorio se realizarían preferentemente por el Este de la sierra de La Bicuerca, siguiendo la
rambla de La Torre. No obstante, el importante foco poblacional
del llano de Fuenterrobles sin duda conllevaría la existencia de
un camino paralelo al otro lado de la sierra (fig. 223.10), lo que
permitiría también comunicar núcleos como el poblado fortificado del Cerro de la Peladilla o el asentamiento rural de Peña Lisa.
Por último, la propia lógica hace plantear la existencia de
toda una serie de caminos o senderos secundarios, prácticamente imposibles de rastrear si tenemos en cuenta las dificultades
que ya acarreamos en el caso de las grandes vías. Asentamientos
y grupos locales como los de La Mazorra, Fuen Vich, El Carrascal o Mazalví contarían con ramales que los conectaran con los
ejes principales (fig. 223.11-14), al igual que ocurre actualmente
con la multitud de aldeas y pedanías.
· Cambios y perduraciones en época altoimperial
Los grandes cambios a nivel de poblamiento que hemos observado a lo largo del s. I a.C. sin duda tuvieron eco en el sistema
viario. El hábitat pasa a concentrarse en zonas concretas, desaparecen la mayoría de ciudades ibéricas del interior valenciano,
se abandonan muchos poblados fortificados, etc.; por lo que no
tendría sentido la pervivencia de todas las vías o caminos. La desaparición de Kelin motiva un cambio en el foco de atracción de
vías, pero éste no tiene que desplazarse mucho en el espacio, ya
que ahora el epicentro poblacional lo encontramos en la vega del
Madre / Magro, con toda la serie de villas de importancia allí documentadas (Casa Doñana, La Solana, Barrio de Los Tunos y El
Barriete), así como el propio asentamiento de Requena, único en
sus características. Recordemos las palabras de Columela (De Re
Rustica, 1-4) aconsejando que los asentamientos rurales se dispusieran a lo largo de las principales vías de comunicación a fin de
tener mayor acceso a las redes de distribución de recursos, tanto
para comprar como para exportar excedentes agrícolas.
Planteamos que la tendencia general es la pervivencia de
aquellas vías donde continúe el poblamiento, que son generalmente las más importantes y las que estructuran el territorio de
una manera más clara: los ejes Norte-Sur y Este-Oeste. No sólo
perduran, sino que se consolidan, tal y como podemos intuir por
la dispersión de material y por el patrón de asentamiento de su
entorno.
En el s. I d.C. el nuevo contexto sociopolítico romano derivado de la refundación de Valentia (Ribera, 1998 y 2003) desplazó
el centro de poder y, por ende, el puerto de recepción/distribución
de los materiales, lo que seguramente desembocó en la primacía de la ruta de Las Cabrillas respecto a la del valle del Magro,
aunque pudo tardar más de un siglo en hacerlo de forma hegemónica (Quixal, 2012) (fig. 226). El estado romano, impulsor de
una importante política de obras públicas y caminos incluso por
Fig. 226. Propuesta de vía desde el Portus Sucronensis siguiendo el curso del río Magro (1), con sus variantes por el Pajazo (a) y Vadocañas
(b), y su posible cambio de origen y trazado en época altoimperial (2).
168
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zonas orográficamente muy complejas, seguramente permitiría
construir o acondicionar ésta para hacerla más accesible. Resultado directo sería el surgimiento de hitos en el camino como el
asentamiento descubierto en Buñol en una de las laderas de la
sierra como consecuencia de la construcción de la carretera en
1827, cuyos materiales han sido recientemente revisados (Arasa
e Izquierdo, 2008).
No obstante, tenemos una serie de indicios para pensar que
en época imperial el camino del Magro seguía siendo utilizado.
Además de algunos asentamientos rurales en los términos de
Macastre y Alborache, en La Calerilla de Hortunas se erigió una
necrópolis monumental en el s. I d.C. (Martínez Valle, 1995),
cuando por todos es aceptada la costumbre romana de ubicar las
necrópolis monumentales cerca de vías y lugares de paso (Abad
y Abascal, 2003). Finalmente, tal y como ya han apuntado otros
autores (Albiach et al., 2007: 106-108), tenemos la información
extraída de una inscripción funeraria hallada por Luis Gil-Orozco en 1975 en el yacimiento iberorromano de El Ardal, en las
proximidades de Campo Arcís (vid. fig. 239.6). Se trata de un
bloque de piedra calcárea muy porosa, que ya en su día estudió
de forma magistral Josep Corell (1996: 197) y que actualmente
forma parte de la decoración del patio de la misma finca-bodega
de El Ardal. El campo epigráfico, muy mal conservado, dice así:
“… Junio Sosinaibole, (?) hijo de Lucio Junio, gilitano, está
aquí enterrado. Me mató a traición una banda de salteadores.
Mi hijo y mis yernos me han erigido este monumento”.
Aunque se trate de una incripción del s. II d.C., podemos
extraer varios aspectos interesantes. Por un lado, la proximidad
filológica “Gili – Kili”, puesto que de época ibérica conocemos
numerosas monedas con la leyenda “Kili”, en las que posteriormente se añade en caracteres latinos el término “Gili”. Los
últimos estudios tienden a ubicarla en algún yacimiento de la
Hoya de Buñol (Ripollès, 2001: 109) y concretamente se apunta
a La Carència como posible sede de la ceca (Ripollès et al.,
2013: 158-159). Independientemente de todo esto, lo significativo es que el contacto contemplado en época ibérica entre
ambos territorios parece mantenerse durante los primeros siglos
del Imperio. El hecho de que un personaje que parece proceder
de la Hoya de Buñol sea asaltado y asesinado justo en la entrada
de lo que antaño era el territorio de Kelin, nos está indicando
que en un momento tan tardío aún se utiliza el valle como vía
de comunicación y circulación de personas y materiales, más si
cabe si asumimos que en la mayoría de ocasiones este tipo de
ataques iba dirigido contra viajantes o comerciantes.
Salvando las dudas de la predominancia de una vía de entrada
sobre otra, lo que parece claro es que, una vez en la Meseta, la
vía principal seguiría un trazado único hacia el Oeste, paralelo al
curso del río Magro-Madre. Al igual que ocurre con el desplazamiento en el inicio de las comunicaciones del Portus Sucronensis
a Valentia, el destino de esta gran vía parece ser otro diferente a
Iniesta. En época romana el foco de atracción del interior manchego lo constituye sin duda la ciudad de Segobriga, que entre
otros productos es conocida por su explotación y comercio del
lapis specularis (Abascal et al. 2007, 61). Además, por el camino
se podría conectar con otras ciudades como Valeria.
El hecho de que en el supuesto trazado de esta vía no se haya
localizado ningún miliario hace pensar que no estaría amojonada (Arasa y Rosselló, 1995: 124-125). A la hora de plantear su
salida de la comarca por el Oeste volvemos a tener la duda de si
atravesaría el Cabriel por el Suroeste, por Vadocañas, o directamente por el Pajazo. La documentación de una calzada romana
en La Pesquera (Palmero, 1987: 323), la citada explotación salífera y el desplazamiento más al Norte tanto del inicio como del
supuesto final de esta vía, hacen más lógico pensar que las comunicaciones seguirían un eje rectilíneo por el Pajazo. De esta
forma, el camino medieval podría hacerse directamente sobre
el viejo camino romano. Pese a todo, la perduración en fase imperial del yacimiento de Vadocañas seguramente esté indicando
que la segunda opción también continúa activa.
Por el contrario, el eje Norte-Sur en época imperial carece
de sentido a nivel de comunicación entre oppida, ya que tanto
Cerro Viejo como Castellar de Meca no presentan ocupación
romana. No obstante, a nivel comarcal sí que parece que la vía
pudo seguir existiendo ya que articulaba zonas relativamente
pobladas como pudieran ser el llano de Sinarcas, la rambla de
La Torre o el llano de Campo Arcís, y ayudaba en la conexión
de zonas secundarias como la sierra de Utiel, La Albosa o la
rambla de la Fuen Vich. Posiblemente a través de ella llegó el
mármol de de Buixcarró documentado en la villa romana del
Bario de Los Tunos, cuyas canteras se encontraban en el entorno
de Saetabis (antigua Saiti) (Cebrián, 2008).
Distribución del poblamiento y
configuración de un territorio:
fronteras, visibilidades y grupos locales
Ibérico Final
Tal y como se ha ido apuntando a lo largo del presente trabajo, a partir del s. V a.C., si no antes, comienza un proceso de
territorialización en la comarca, en el cual el poblamiento se
articula desde un lugar central, Kelin (Mata et al., 2001 a y
b; Moreno, 2011). Consuelo Mata, en un trabajo centrado en
buscar los límites y fronteras de la Regio Edetania superando
la mera lectura de los clásicos, diferenció, siguiendo argumentos materiales y de Arqueología Espacial, territorios jerarquizados por las principales ciudades ibéricas (Edeta, Arse, La
Carència, Saiti, etc.), entre las que también se encontraba Kelin (Mata, 2001). Por consiguiente, se desarrolló el cálculo de
los Polígonos Thiessen para intentar acceder a las fronteras
de éstos (fig. 227). Se consideró que el territorio de Kelin, por
patrón de asentamiento y cultura material, era una unidad ibérica autónoma y diferente a la Edetania, área circunscrita al
territorio del Tossal de Sant Miquel.
Los Polígonos Thiessen son una herramienta que se incorporó a la Arqueología en la década de los 70 procedente de la
Geografía Locacional. Están orientados a aproximarse a las
teóricas áreas de control del territorio desde asentamientos de
igual rango, así como a las posibles fronteras existentes entre
los mismos (García Sanjuán, 2005: 212-214 y 298-299). Se obtienen cruzando las mediatrices de las líneas que unen los diferentes puntos o asentamientos, aunque en los últimos años se
ha intentado precisar más tomando como base mapas de costes.
Necesariamente debemos ser conscientes de las limitaciones de
este tipo de herramientas de análisis, puesto que no dejan de ser
modelos teóricos y aproximativos a la organización territorial
en la Antigüedad. Pese a ello, nos parece interesante aplicarlos,
169
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Cerro Viejo
Edeta
Kelin
Ikalesken
La Carència
Castellar de Meca
Saiti
Fig. 227. Cálculo de los Polígonos Thiessen entre Kelin y las
ciudades ibéricas vecinas, mediante GRASS.
siempre y cuando podamos matizarlos o modificarlos a partir
de los datos obtenidos en el trabajo de campo y adaptarlos a los
accidentes geográficos que pudieran funcionar como fronteras
naturales (sierras, ríos o barrancos).
Así realizó Andrea Moreno en su estudio, corrigiendo el
polígono de Kelin a partir de las visibilidades acumulativas
y, sobre todo, de los mapas de costes y las condiciones orográficas del paisaje. De esta forma, el resultado era aún más
coincidente con los límites actuales de la comarca, con las
barreras naturales existentes y con la dispersión de poblamiento documentada (Moreno, 2011: 38-40). Sierras como
las de Aliaguilla, Utiel y Juan Navarro actuaban como su-
puestos límites hacia el Norte; el profundo surco del Cabriel
diferenciaría la meseta de Requena del resto de la castellana
por el Oeste y buena parte del Sur, constituyendo una frontera
natural muy clara.
Uno de los límites más definidos lo encontramos en el
Este, tal y como vimos en trabajos precedentes, con las sierras
de Las Cabrillas y Martés ejerciendo de frontera natural entre
los territorios de Kelin y La Carència (Quixal, 2008). A ambos
lados del mismo se documentaron sendos grupos locales
durante el Ibérico Pleno, momento en que la mayoría de los
núcleos están ocupados (Quixal, 2012 y 2013) (fig. 228). Se
trata de los grupos locales del Cerro Castellar, en Requena,
y del Pico de los Ajos, en Yátova (Quixal, 2010). En medio
quedaba una extensa área sin yacimientos, pese a haber sido
objeto de una minuciosa campaña de prospección (Quixal et
al., 2007). Este tipo de vacíos, tierras de nadie o black holes
(Groube, 1981) también han sido identificados actuando de
frontera en otros contextos de la Protohistoria peninsular,
aunque, por lo general, a una escala bastante mayor (Montilla
et al., 1989; Ruiz y Molinos, 1989; Sacristán de Lama, 1989).
La presencia de numerosos poblados y atalayas fortificados
(Cerro Castellar, Puntal de Eduardo, Pico de los Ajos, Puntal
del Viudo y Peñón de Mijares) y las complejas redes de
visibilidad existentes entre los mismos, también nos indican
la preocupación por el control y la vigilancia en una zona
periférica y fronteriza, en la cual un río, el Magro, sirve de vía
de comunicación y no como límite.
El resto de áreas próximas a los límites del territorio de
Kelin también presentan bajas densidades de yacimientos si
las comparamos con las grandes acumulaciones del centro, si
bien esto puede deberse al carácter escarpado de las mismas.
Independientemente, debemos tener presente que estamos
tratando modelos territoriales teóricos que, a diferencia de la
actualidad, carecerían de límites lineales, cerrados y exactos.
Fig. 228. Mapa con el grupo
local en torno al Cerro Castellar
(R.010) y al Pico de los Ajos
(Y.001) durante el Ibérico
Pleno, con el vacío poblacional
intermedio y la fractura en las
redes de visibilidad entre ambos.
170
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Castro y González Marcén (1989: 9-15) enunciaron tres
características que definen bien lo que significarían las fronteras
en la Antigüedad:
- Espacios de transición, donde no está definido el dominio de
una u otra entidad política limítrofe.
- Fronteras “permeables”, espacios a través de los cuales se
dan las comunicaciones y relaciones entre las comunidades
implicadas. Por tanto, es allí donde se expresará mejor la vinculación entre las mismas, en caso de existir.
- Son únicamente entendibles en espacios que han vivido
procesos de territorialización desde un lugar central o que
presentan una organización estatal. Por la naturaleza del
territorio que estudiamos, puede resultar más conveniente
relacionar las fronteras con el dúctil concepto de “áreas de
influencia”, que con el más exigente “territorio político”.
A nuestro entender, a la hora de establecer los límites entre territorios es igual de significativa la existencia de estas
barreras naturales y vacíos poblacionales, como la presencia
de determinados asentamientos fortificados en zonas de transición. Tal y como planteamos en nuestro trabajo de investigación para la zona del Magro, es interesante ver la relación
de los principales poblados fortificados y los límites de la supuesta área de influencia de Kelin (Quixal, 2008 y 2013). En
un estudio centrado en la Contestania se investigó también
una posible zona fronteriza, llegando a la conclusión de que
determinados asentamientos de segunda categoría podrían
haber sido establecidos como puntos estratégicos con la función de estructurar los territorios, controlando subunidades o
paisajes concretos (Soria y Díes, 1998: 431). Poblados como
el Pico de los Ajos (Yátova), El Castellaret (Moixent), el Pic
del Frare (La Font de la Figuera) o, en un momento puntual,
la Bastida de les Alcusses (Moixent), podrían estar protagonizando un papel en los fenómenos de territorialización en
época ibérica semejante al que, para el caso que nos ocupa,
podrían tener la mayoría de poblados fortificados entre los ss.
IV-II a.C. Los autores los denominan “poblados periféricos”
(ibíd.: 433) o “de frontera” y les atribuyen un tamaño mediogrande (entre 4-5 ha), aunque consideramos que ese no es un
factor primordial, como sí lo son la ubicación, la visibilidad,
el control del territorio, etc.
Prácticamente todos los poblados fortificados de importancia perduran durante el s. II a.C., a excepción de La Cárcama
y el Cerro de la Cabeza (Requena). Quitando el Cerro de la
Peladilla, por su posición central y estrechamente vinculado
a Kelin, y Requena, que todavía no tenemos claro su carácter
fortificado para esta fase, el resto de poblados en alto parecen
seguir este modelo de poblados periféricos o de frontera: Cerro
de San Cristóbal, Cerro Carpio, El Molón, La Mazorra, Muela
de Arriba y Cerro Castellar. Constituirían verdaderos hitos territoriales en zonas donde la pertenencia a una comunidad debía expresarse con mayor fuerza, precisamente por el hecho de
encontrarse en zonas fronterizas. Además, todos los ejemplos
controlaban importantes pasos o vías, al igual que se ha visto en
otras zonas (Bonet y Mata, 1991: 28; Grau, 2002: 199-202): los
cerros de San Cristóbal y Carpio la vía hacia el Norte, El Molón
el tránsito hacia la Meseta y sierra conquense (Lorrio, 2007), la
Muela de Arriba la posible vía hacia el Sur por La Manchuela
y el Cerro Castellar la vía hacia el litoral mediterráneo por el
valle del Magro.
Lo interesante es plantear los motivos de por qué tan sólo
perduran éstos tras la conquista romana a finales del s. III a.C.,
qué papel están jugando durante el s. II a.C. y ver la estrecha
relación que muestran con el lugar central, ya que cuando Kelin
es abandonado/destruido en el contexto de las guerras sertorianas,
la mayoría caen con él. La Muela de Arriba parece ser el único
poblado fortificado que no llega al cambio de centuria entre el s.
II y el I a.C., siendo abandonado o destruido a mediados del II
a.C. Se ha planteado para este tipo de asentamientos en alto una
función de castillo o refugio ante posibles ataques o conflictos
puntuales, protegiendo a toda la población que viviera en el llano
de un radio inmediato (Bonet y Mata, 1991: 31; Grau, 2002: 205).
No obstante, su perduración en una fase en la que los conflictos
internos podrían haber menguado por estar bajo domino romano,
necesariamente plantea otra finalidad. Los estudios de materiales
recogidos en prospecciones o en excavaciones muestran que la
mayoría no superan cronologías de mediados del s. I a.C., a excepción de Requena y Cerro Carpio, aunque hay que ver si la entidad de estas ocupaciones tardías es igual o simplemente residual.
En estrecha relación con la presencia y perduración de estos poblados fortificados está el tema de la visibilidad desde los
mismos, un aspecto fundamental en el control de un territorio.
La visibilidad siempre es uno de los pilares de la Arqueología
del Territorio, aplicada a la época o cultura que sea (Wheatley
y Gillings, 2000 y 2002; Grau, 2002 y 2002-2003). Presente
desde los primeros trabajos (Royo, 1984; Bernabeu et al., 1987;
Ruiz Rodríguez, 1988), en los últimos años su importancia parece haber menguado en favor de otras variables más vinculadas a la explotación económica, la movilidad, etc., dentro de un
proceso general de pérdida de peso del componente defensivo /
militar en las investigaciones ibéricas. En muchos trabajos, en
nuestra opinión, de forma desacertada se ha incidido excesivamente en el análisis de la intervisibilidad entre todos los yacimientos de un territorio. Creemos que su aplicación sistemática
en yacimientos ubicados en llano con función productiva carece de sentido y, tal y como hemos desarrollado, únicamente
es interesante en el caso de asentamientos en alto a los que se
puede asociar un control, vigilancia y defensa de un territorio,
aun siendo conscientes que todo paisaje puede tener aspectos
simbólicos inherentes. Por ello ni cabe decir que únicamente lo
hemos puesto en práctica con los poblados fortificados del Ibérico Final, descartando cualquier aplicación para época romana,
fase en la que visibilidad pudo jugar un papel más comunicativo
y simbólico que defensivo.
Debemos diferenciar dentro de este campo entre contacto
visual, entendido como la intervisibilidad y, por tanto, potencialidad de comunicación visual entre dos asentamientos, de
cuenca de visibilidad y exposición visual, área que ve un asentamiento y, al mismo tiempo, área desde la cual es visto. Por
lo tanto, estos últimos conceptos están más en relación con el
control y vigilancia de un territorio y el establecimiento de hitos
visuales o puntos de referencia en el paisaje (Lock y Harris,
1996; Grau, 2002-2003: 89-91; García Sanjuán, 2005: 222).
Los cálculos de visibilidad los hemos realizado en GRASS
GIS mediante el comando r.viewshed a partir de un Modelo Digital del Terreno de 10 m de resolución. Se ha establecido para
el cálculo la variable de 5 m de altura sobre el suelo, teniendo
en cuenta que las defensas de los poblados, especialmente las
torres, podían alcanzar los 3-4 m de altura (Bonet y Mata, 2002:
171
[page-n-189]
30), más el propio 1,50-1,70 de altura de una persona. El valor
es próximo a los 4,5 m seguidos en trabajos anteriores de este
mismo proyecto (Moreno, 2011: 131) y a lo establecido en otros
yacimientos cercanos (Lorrio, 2001: 158; Bonet y Mata, 2002:
30; Bonet y Vives-Ferrándiz, 2011: 64). Dentro de intervisibilidad, hemos diferenciado:
- Intervisibilidad óptima (-10 km). Comunicaciones efectivas
y fáciles.
- Intervisibilidad media (10-15 km). La distancia comienza a
complicar la comunicación entre ambos, aunque todavía sería factible.
- Intervisibilidad mala (+15 km). Pese a haber contacto visual,
la comunicación sería muy complicada y supeditada a condiciones de visibilidad excepcionales.
Su cálculo siempre ha acarreado una serie de problemas,
cada vez más atenuados. La presencia de vegetación, el establecimiento de la altura a la cual ver y, sobre todo, el cálculo
de las visibilidades desde una única coordenada han generado y
generan resultados incompletos que simplemente con una visita
al yacimiento se puede comprobar que no son así. Por ejemplo, si tenemos un yacimiento en una montaña y tomamos la
coordenada de su torre, que está en el extremo occidental de la
misma, es probable que en la cuenca visual obtenida no aparezca la vertiente oriental, cuando es perfectamente visible desde
cualquier otro punto de la cima. Por ello en los últimos años se
están buscando añadir nuevos parámetros, como el cálculo de
visibilidades desde perímetros en vez de un solo punto, para así
obtener las cuencas visuales completas, aplicaciones que pretendemos desarrollar en el futuro.
Durante los ss. IV-III a.C. encontramos la máxima estructuración en la comarca a nivel de visibilidades, gracias a la
presencia no sólo de poblados fortificados, sino también de pequeñas atalayas con clara función de control y vigilancia del
territorio. Se observan tres sectores bien diferenciados (Moreno,
2011: 143-146):
- Sector Norte, con visibilidades en torno al Cerro de San Cristóbal, apoyado en La Relamina y Cerro San Antonio. Zona
de control del paso hacia Landete-Moya por Sinarcas, con la
existencia de atalayas articulando la red, como Los Castillejos controlando el Túria, y El Cerrito y El Castillejo en torno
a la rambla de La Torre.
- Sector centro, polarizado por el Cerro de la Peladilla, un punto importante para la estructuración de las visibilidades por
su posición central que le permite conectar prácticamente
todo, especialmente con Kelin y La Mazorra. La atalaya del
Cerro de la Antena controla el Suroeste, la sierra de El Rubial
y parte del valle del Cabriel.
- Sector Este-Sur, estructurado en diferentes partes: corredor
de El Rebollar con La Cárcama, valle de Hortunas con el
Cerro de los Alerises, Cerro Castellar y Puntal de Eduardo y
el llano de Campo Arcís-La Albosa con el Cerro de la Cabeza
y la Muela de Arriba.
A nivel de cuencas visuales el Ibérico Pleno también es el
momento de mayor complejidad de estas dinámicas, con un
gran control de las áreas más pobladas y de las fronterizas,
con pocos yacimientos ubicados en zonas invisibles. Dentro
del proceso de territorialización detectado desde el s. V a.C.,
llama la atención cómo crece el interés por el control de los co172
rredores y zonas de paso (Moreno, 2010: 236). Además, el área
de visibilidad acumulada entre todos los yacimientos coincide
a grosso modo con el polígono Thiessen. No obstante, respecto a esto también hemos de decir que se produce porque sólo
se han tenido en cuenta los yacimientos de la comarca; si se
hubieran tomado los yacimientos de áreas limítrofes cambiaría
el área resultante.
Nuestro cálculo de visibilidades acumuladas (Cumulative
Viewshed Analysis), lejos de los complejos cálculos que se pueden alcanzar con ella (Wheatley, 1995), se ha limitado a sumar
las cuencas visuales solamente de los poblados fortificados o en
alto, recalcando que sólo a éstos atribuimos para esta fase una
función de control del territorio. Si bien el grueso del territorio
es visible, el resultado es menor que en el Ibérico Pleno porque
comienzan a haber zonas invisibles (fig. 229), especialmente en
áreas periféricas debido al abandono de determinados poblados
(La Cárcama, Cerro de la Cabeza, La Relamina, Cerro de la
Antena, etc.). Estudiando las cuencas visuales de cada uno de
los poblados podemos obtener algunas conclusiones:
- Kelin goza de una excelente visibilidad del llano de Caudete
y de Utiel (fig. 230.1), completada para aquellas zonas más
apartadas gracias al cercano poblado del Cerro de la Peladilla
(fig. 230.6), única comunicación visual óptima durante esta
fase (fig. 230). Un aspecto que comprobamos al visitar este último yacimiento es que desde él no se puede divisar El Molón
(fig. 230.7), pero que simplemente el establecimiento de un
cuerpo de guardia en lo alto del Cerro del Telégrafo permitiría la comunicación. La Mazorra entraría dentro de la misma
red; llama la atención como pese a su ubicación en la sierra de
Utiel, las montañas se quedan a sus espaldas, siendo el llano la
parte que realmente ve (fig. 230.5). Por tanto, potencialidad visual de Kelin a través de estos dos poblados con prácticamente
el resto de poblados fortificados y, al mismo tiempo, control de
las mejores tierras y de los asentamientos rurales destacados.
- El Cerro San Cristóbal es el único superviviente septentrional de estas características (fig. 230.9), al que se suma en esta
fase el Cerro Carpio, poblado que parece contar con mejor
Fig. 229. Cuenca visual acumulada.
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Fig. 230. Cuencas visuales desde cada uno de los poblados: Kelin (1), Requena (2), Cerro Castellar (3), Muela de Arriba (4), La
Mazorra (5), Cerro de la Peladilla (6), El Molón (7), Cerro Carpio (8), Cerro San Cristóbal (9).
visibilidad que el anterior, sobre todo del llano circundante
y de los yacimientos que lo pueblan (fig. 230.8). Punto de
Agua, aunque es la única atalaya, no cuenta con una visibilidad destacada y no se comunica con otros poblados en alto.
- El Este y el Sur son las zonas más perjudicadas a nivel visual
por el desmantelamiento de las redes existentes en el Ibérico
Pleno. Requena cuenta con una ubicación en loma con apenas altura (fig. 230.2), en una fase que tras el abandono de La
Cárcama seguramente adquiere protagonismo en la entrada a
la Meseta. La Muela de Arriba pierde la comunicación con el
cercano Cerro de la Cabeza, a no ser que en su cima perdure
algún tipo de estructura auxiliar relacionada con la Casa de
la Cabeza. Desde ella hay buena visibilidad, pero de nuevo
centrada en el interior del territorio, en La Albosa y el llano
de Campo Arcís (fig. 230.4). Por último, el Cerro Castellar,
anteriormente bien conectado con toda una serie de núcleos en
alto, ve cómo en esta fase su comunicación únicamente queda
limitada al Pico de los Ajos, un poblado fortificado supuesta-
mente perteneciente al territorio de La Carència (Quixal, 2010,
2012 y 2013) (fig. 231). Su control de la vía de entrada por
Hortunas y de las tierras de ribera en torno al Magro es excelente (fig. 230.3), pero su comunicación visual con el resto de
poblados de la comarca en esta fase es muy complicada.
Por lo tanto, a lo largo del s. II a.C. el panorama cambia enormemente. El abandono de un gran número de los asentamientos
en alto, especialmente todas las atalayas, conlleva la desaparición
de buena parte de las redes de intervisibilidad de la fase anterior.
La comunicación entre los que perduran aún es posible, pero las
distancias son mucho mayores; parece que no hay tanta preocupación por un control directo y una comunicación rápida. Además,
no parece haber tanto rigor como en la fase anterior por el control
de las fronteras, ahora reconvertidas en límites administrativos
aunque continúen estando en manos indígenas. Las cuencas visuales de los poblados que perduran parecen más centradas en el
interior del territorio, en los llanos productivos y en los caminos y
vías de entrada y salida, que en las propias fronteras.
173
[page-n-191]
Fig. 231. Intervisibilidades
entre los principales
poblados en el s. II a.C.
Una vez ya analizados los límites del territorio, los cambios
en la entidad de las posibles fronteras y determinadas las redes
de visibilidad existentes, el siguiente paso es ver la jerarquización del poblamiento y su plasmación en el espacio. Uno de
los aspectos más importantes del patrón de asentamiento de un
territorio es la propia disposición espacial de los núcleos. Un
poblamiento más o menos agrupado o disperso responde a diferentes estrategias de ocupación del espacio, organización económica e incluso intereses geopolíticos.
En primer lugar, intentaremos diferenciar posibles agrupaciones de yacimientos que nos sean útiles de cara a una interpretación global del territorio. Para ello en un mapa uniremos
mediante GVSIG cada yacimiento con sus tres vecinos más
próximos, siempre y cuando esas rectas no superen los 5 km,
equivalente aproximado de una hora caminando (fig. 232 y
235). Este análisis, enfocado a una comprensión más detallada de la disposición de los núcleos por el territorio, entronca
con los clásicos estudios de vecindad en Arqueología (Clark y
Evans, 1954). Interpretaremos como grupos locales aquellas
zonas donde se creen mallas de yacimientos cercanos, siempre
que sea de forma coherente y entre lugares contemporáneos. La
información extraída será útil de cara a plantear una posible jerarquización en el poblamiento, al ver si poblados importantes
generan una serie de núcleos menores a su alrededor, fenómenos de “satelización” que hemos detectado en otras zonas del
territorio (Moreno y Quixal, 2009 y 2012).
174
El Ibérico Pleno es la fase ibérica con una organización del
territorio más precisa. Es el momento en el que se alcanza una
clara jerarquización y estructuración poblacional, desde Kelin y
los oppida (red de poblados fortificados más amplia y compleja), hasta el hábitat rural más pequeño y disperso (mayor número de establecimientos rurales). Se ha definido que el patrón de
asentamiento sigue un modelo intercalar, en que la mayoría de
la población vive agrupada en los pueblos (ciudad y oppida),
pero en la que también encontramos una gama de asentamientos
rurales dispersos, aunque siempre dentro de distancias razonables (Moreno, 2011: 213). Es la fase ibérica con una menor distancia general entre los núcleos.
Como ya hemos visto, en el Ibérico Final la población tiende a agruparse, desapareciendo muchos establecimientos rurales, pero manteniéndose el número de asentamientos rurales y
apareciendo núcleos cada vez más grandes. El poblamiento se
concentra especialmente en una serie de zonas, muchas de ellas
coincidentes con las subzonas geográficas tratadas durante todo
el trabajo:
- Grupo local en torno al Cerro de San Cristóbal y Cerro Carpio: en la zona Norte, en el llano de Sinarcas encontramos una
de las concentraciones más densas, con núcleos muy próximos
entre sí (fig. 232.1). Sobresalen los poblados fortificados del Cerro de San Cristóbal y el Carpio, que serían los asentamientos
más destacados y desde donde se organizaría el poblamiento.
Su ubicación en dos montañas muy próximas resulta llamativa,
[page-n-192]
Fig. 232. Grupos locales
durante el Ibérico Final,
mediante GVSIG.
ya que no es usual que dos poblados fortificados se establezcan
tan cerca el uno del otro, compartiendo área de influencia. Se
podría pensar en una substitución, que la población del Cerro
de San Cristóbal, tras su abandono, pasase al Cerro Carpio, pero
los materiales demuestran ocupaciones coetáneas en ambos. La
propia organización del llano es ya de por sí extraña, puesto que
no sólo hay “bicefalia” con los dos poblados fortificados, sino
que además dentro del grupo local se han identificado bastantes asentamientos rurales (Cañada del Pozuelo, La Maralaga,
El Carrascal, Tejería Nueva y La Cabezuela/Pocillo de Berceruela). Un número, como veremos, bastante superior al de otros
grupos locales con una estructura más piramidal. En relación
con esta extensa serie de lugares de hábitat quedarían los establecimientos rurales de Lobos-Lobos y Ermita de San Marcos,
los hallazgos aislados de El Molino y La Nevera, el horno de La
Maralaga y la necrópolis de Pozo Viejo. El grupo de Benagéber,
con el poblado de Punto de Agua y el establecimiento rural de
Villanueva, puede incluirse dentro de este grupo local aunque
esté algo apartado.
- Grupo local en torno a El Molón: en el llano de Camporrobles el grupo local identificado es muy pequeño, compuesto tan
sólo por el importante poblado fortificado de El Molón, cabeza
de territorio, del que dependería el establecimiento rural de Los
Villares-La Balsa, del cual surgirá una villa romana tras el abandono del poblado (fig. 232.2). Por lo tanto, el llano a los pies de
la montaña constituiría el área productiva de El Molón.
- Grupo local en torno a La Mazorra: se trata de otro grupo
local endeble, con pocos núcleos y muy distantes entre sí (fig.
232.3). El más importante es el poblado fortificado de La Mazorra, dentro de la órbita del cual entrarían el asentamiento de la
Boquera del Tormillo y el establecimiento de Fuente del Hontanar. No obstante, pese a que ambos pudieran tener relación o
dependencia del poblado, no creemos que formasen parte de su
área de producción directa, seguramente ubicada a los pies del
cerro donde todavía no se ha documentado ningún yacimiento
de esta cronología.
- Grupo local en torno al Cerro de la Peladilla: el llano de Fuenterrobles es un buen ejemplo de área con una organización “clásica”. Poblado fortificado en la en la sierra, el Cerro de la Peladilla,
con dos asentamientos rurales en el llano, Covarrobles y Peña
Lisa, derivados de los cuales aparecerían los establecimientos
rurales de La Mina, PUR-3, Las Pedrizas y Tejería (fig. 232.4).
- Grupo local en torno a Kelin: ya hemos tratado este tema
al hablar del entorno de explotación de Kelin. El lugar central,
la ciudad más importante y capital de su territorio, articula un
entorno de explotación entre los llanos de Caudete y Utiel en
torno al curso del río Madre y la rambla de La Torre (fig. 232.5
y 6). En él encontramos asentamientos rurales secundarios dependientes de él (La Atalaya, Caudete Norte, Casa Doñana y
Hoya Redonda II), así como establecimientos rurales de menor
entidad con función productiva (Vallejo de los Ratones, Derramadores, Las Casas y Cañada del Campo II).
175
[page-n-193]
- Grupo local en torno a Requena: en la vega del río Magro
encontramos el asentamiento de Requena, cuyo carácter para
esta fase desconocemos por la continuidad de la ocupación en
la loma. En sus proximidades hay una serie de establecimientos rurales (Calderón, Los Aguachares, Molino del Duende y
Las Canales) y el asentamiento rural de Rambla del Sapo (fig.
232.7). Es un grupo local algo disgregado, con bastantes núcleos
apartados al Sur, próximos al grupo local del llano de Campo
Arcís. Por ello, sólo podemos plantear una relación directa con
Requena para los ubicados en plena vega del Magro.
- Grupo local en torno a la Muela de Arriba: en La Albosa y
el llano de Campo Arcís el cálculo sobre mapa nos ha dado un
grupo local muy alargado, con núcleos conectados entre sí pero
cuya suma de distancias convierte en muy lejanos sus límites
occidental y oriental (fig. 232.9). Es por ello que no debamos
considerarlo un grupo local como tal; simplemente vemos la
existencia de un poblamiento de carácter disperso en la zona,
en el cual ningún núcleo genera una atracción fuerte sobre los
otros. La Muela de Arriba puede tener bajo su órbita a los establecimientos auxiliares de Las Zorras, La Campamento, Casa
del Morte y al asentamiento rural de Casa de la Alcantarilla,
aunque ninguno dentro de su entorno inmediato como sí contaba en el Ibérico Pleno. Además, la Muela de Arriba parece no
tener una ocupación hasta fechas tan tardías como el resto de
fortificados, desapareciendo a mediados del s. II a.C.
- Grupo local en torno a El Rebollar: el corredor de El Rebollar es el único grupo local identificado que no está capitalizado
por un poblado fortificado, dado el abandono de La Cárcama
en el s. III a.C. No obstante, muchos de sus núcleos arrancaron en el Ibérico Pleno, teniendo continuidad en el Ibérico Final
pese al abandono del poblado, bien de forma autónoma, bien
dependiendo de la cercana Requena. El único que parece tener
carácter de hábitat estable es El Rebollar. Pese a esta evidente
falta de capitalidad si lo comparamos con otros grupos locales,
cierto es que los núcleos se encuentran muy próximos entre sí,
sobre todo El Rebollar con Las Lomas, Paredillas II y Loma del
Moral. Mazalví-Casa de Mazalví y La Carrasca se encuentran
más apartados (fig. 232.8).
- Grupo local en torno al Cerro Castellar: ya lo identificamos cuando realizamos el estudio monográfico del corredor
de Hortunas (Quixal, 2008: 140). El Cerro Castellar genera
un grupo dependiente en la fértil vega del Magro, importante
sobre todo durante los ss. IV-III a.C. (fig. 232.10). Para la fase
que nos ocupa, simplemente cuenta con los establecimientos
de Barranquillo del Espino y Los Lidoneros I. El asentamiento
rural de Los Alerises, de relativa entidad, queda en la cabecera
del valle a mitad camino entre este grupo y el del llano de
Campo Arcís.
Otros núcleos, entre los cuales se encuentran algunos asentamientos rurales destacados, se ubican lejos de estos grupos
locales, en ocasiones de manera bastante aislada. Es el caso de
El Moluengo, Fuen Vich o Casa de Sevilluela. No se trata de
un fenómeno extraño, ya que no debemos pensar en modelos
férreos de organización “piramidal”: ciudad - poblados fortificados - asentamientos rurales-establecimientos rurales. La práctica cotidiana y el devenir en la propiedad de la tierra y en las
relaciones clientelares establecidas sin duda llevaría a situaciones de lo más fragmentadas y difíciles de interpretar con el mero
análisis de un mapa.
176
Por tanto, el modelo más claro es el del grupo local de Kelin,
en el que una serie de asentamientos y establecimientos rurales se ubican en el entorno de una ciudad y configuran su área
productiva, participando en el desarrollo económico del lugar
central. Algunos de estos núcleos podrían contar con población
permanente, mientras que otros serían propiedades y estructuras
de habitantes de Kelin, ya que la distancia existente permite el ir
y volver día a día. Además, este grupo local es coincidente con
las tierras de mayor calidad agrícola de la comarca y sus núcleos
presentan los índices de productividad más altos.
Al mismo tiempo, otros poblados como El Molón, Cerro
de la Peladilla, La Mazorra, Muela de Arriba, Requena o Cerro
Castellar protagonizan, a una escala menor, modelos similares,
si bien en algunos de sus grupos locales hemos visto un poblamiento bastante disgregado y algo anárquico, sobre todo en La
Albosa y el llano de Campo Arcís, zonas densamente pobladas
durante el Ibérico Final y con asentamientos de entidad, pero
entre los cuales no parece alzarse con claridad un foco de atracción. En el llano de Campo Arcís ocurre tras el fin del Cerro
de la Cabeza, poblado fortificado desaparecido a finales del s.
III a.C., con la aparición sucesiva de asentamientos rurales de
ocupación corta como la Casa de la Cabeza, que deben de estar
jugando en esta subunidad un rol más importante que en otras.
Hemos desarrollado el anteriormente explicado cálculo de
los Polígonos Thiessen sobre los principales asentamientos
del territorio durante los ss. II-I a.C. (la ciudad de Kelin y los
oppida) (fig. 233), ya que creemos que su distribución por el
espacio no es fruto del azar. Tras un Ibérico Pleno con un mayor número de asentamientos fortificados en alto y presencia
de atalayas, en el periodo final parece que tan sólo perduran
los poblados más importantes desde donde se gestiona la administración de un territorio, ahora lógicamente todo bajo la
influencia romana.
En este sentido, los polígonos obtenidos son bastante regulares y coinciden con los grupos locales anteriormente descritos
y, en ocasiones, también con las subunidades geográficas: El
Molón y su grupo local en el llano de Camporrobles; Cerro de
Fig. 233. Cálculo de los Polígonos Thiessen sobre los principales
asentamientos (vid. tabla 5) del Ibérico Final mediante GRASS GIS.
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la Peladilla y su grupo local en el llano de Fuenterrobles; La
Mazorra y su grupo local en la sierra de Utiel; Requena y su
grupo local en la vega del Magro-corredor de El Rebollar; Cerro
Castellar y su grupo local en el corredor de Hortunas y la Muela
de Arriba y su grupo local en La Albosa - llano de Campo Arcís.
Tan sólo rompen el modelo los dos poblados fortificados sinarqueños, que comparten el control de una misma zona en el llano
septentrional, y Kelin, que obtiene el polígono más pequeño por
estar en posición central, pero en este caso su influencia lógicamente iría más allá de un mero radio local, abarcando el grueso
de la comarca al ejercer de capital.
Alto Imperio
La desaparición de la ciudad, capital y lugar central, Kelin, en el
contexto de las guerras sertorianas en torno al 75 a.C. da inicio
a dos tercios de siglo en los que el poblamiento, control y jerarquía en la zona son un auténtico misterio. Con la llegada del
Imperio en el 27 a.C. se da paso a una nueva fase en la fachada
mediterránea peninsular en la que aparecen nuevas ciudades,
mientras que otras perduran de la fase anterior consolidándose
como municipia o coloniae. Y, entre todos ellas, ninguna está
en la comarca que nos ocupa ni cerca de ella, de ahí que tengamos un auténtico vacío de poder a nivel urbano desde el s.
I a.C. hasta prácticamente época islámica. Lo lógico es que el
territorio entero pasase a depender de otra ciudad, la idea de una
fragmentación por zonas parece poco probable.
La mayor problemática radica en plantear qué sucede durante
la segunda mitad del s. I a.C., puesto que Kelin desaparece a la par
que otras ciudades que apoyaron al bando sertoriano, como Edeta
o Valentia, que pasan a vivir hiatos de prácticamente un siglo (Olcina, 2003: 197; Ribera, 2003: 94-95). No se trata de una simple
cuestión local, sino que constituye una incógnita el plantear desde
dónde y cómo se están administrando las tierras valencianas, especialmente su interior, entre el 75 a.C. y el 50 d.C., puesto que no
será hasta la dinastía Flavia que algunas ciudades recuperen una
entidad significativa. La ciudad de Saguntum, heredera de la Arse
ibérica, sin duda salió beneficiada y reforzada de la contienda,
en gran parte por encontrarse ese vacío de poder derivado de las
represalias bélicas, gozando de un papel preponderante durante
esos decenios (Ribera, 2003: 91).
Si analizamos los núcleos más cercanos a la comarca habitados durante el Alto Imperio vemos que:
- Valentia: tras la destrucción en las guerras sertorianas, la ciudad vivirá un hiatus de casi un siglo, a excepción de leves indicios de reocupación a comienzos del nuevo milenio, recuperándose del todo a partir de mediados del I d.C. (Ribera, 2009)
- Edeta: tras un vacío de casi dos siglos, la Civitas Edetanorum
surge con fuerza en el llano en época imperial, sobre todo
desde mediados del s. I d.C. y la dinastía flavia (Escrivà y
Vidal, 1995; Corell, 2008: 22-23).
- Saguntum: la antigua Arse ibérica aprovecha su fidelidad
a Roma durante los sucesivos conflictos para consolidarse
como una de las urbes romanas más importantes del área valenciana, alcanzando el estatus de colonia latina (Aranegui,
2009). A diferencia de lo que sucedía en época ibérica, parece que no sólo está volcada al mar, sino que también controla
un territorio hacia el interior, pero éste será al Norte del Palancia (Arasa, 1992; Járrega, 2000).
- Saetabis: la Saiti ibérica crece y se consolida en época romana como municipium de derecho latino, seguramente en
época de Augusto, aunque continúa teniendo un registro arqueológico muy incompleto (Corell, 2006: 20-21).
- La Carència: sobrevive a las guerras sertorianas y perdura
hasta el s. III d.C. (Albiach et al., 2007), si bien su entidad
para la fase romana está lejos de ser la propia de un núcleo
importante.
- Valeria: fundación romana a comienzos del s. I a.C. para
promover la ocupación y ordenación territorial de ese sector
oriental de la Meseta Castellana. Tras una fase republicana
plagada de dudas debido al vacío arqueológico, la ciudad
vive una fase de esplendor y monumentalización en la primera mitad del s. I d.C. (Fuentes, 1988).
- Segobriga: pese a su constatada importancia durante todo el
Imperio (Abascal et al., 2007), está muy lejana a la Meseta de
Requena-Utiel como para ejercer control sobre ella. Además
hay ciudades más próximas de por medio.
- Ikalesken: al ser un núcleo conocido especialmente por su
carácter de ceca (Martínez Valle, 1995c), en el momento que
finalizan las acuñaciones monetarias no sabemos la entidad
que pudo tener la Iniesta romana.
- Saltigi: planteada su ubicación en la localidad albaceteña de
Chinchilla, fue un auténtico nudo de caminos en la Antigüedad (Jiménez Cobo, 2001: 139-141), del cual surgieron importantes necrópolis ibéricas como Pozo Moro o la Hoya de
Santa Ana. No obstante, es complicado plantear su carácter y
entidad a nivel urbano durante el Alto Imperio.
Hemos realizado para época romana el mismo análisis de Polígonos Thiessen que desarrollamos con Kelin y las ciudades ibéricas vecinas (fig. 234), siendo conscientes de que su aplicación
para dicha época es aún más dudosa por la multitud de aspectos
que podrían regular los límites y tamaño de un territorium. Vemos como la mayor parte de la comarca entraría dentro del polígono de Edeta, quedándose los límites occidentales con Valeria
y Saltigi / Ikalesken muy próximos al cauce del río Cabriel, al
igual que sucedía en la fase anterior. Los polígonos de Valentia y
Saguntum, por su parte, quedan muy pequeños y volcados al mar
debido al tamaño que toman los de Edeta y Saetabis, que gozan
de una posición central, en transición entre la costa y la Meseta.
Como hemos dicho, se trata de una práctica ilustrativa, en la realidad seguro que las dimensiones de los territoria estuvieron más
equilibradas, con formas no tan regulares, controlando Valentia y
Saguntum también tierras más al interior.
Aunque en la Meseta Castellana existieran ciudades romanas de gran importancia como Segobriga, algunas de ellas
geográficamente muy próximas como Valeria, consideramos
que la comarca durante los ss. I-II d.C. continuaba mirando
más hacia el Este que hacia el interior. El fuerte sustrato ibérico, el de un territorio organizado y densamente poblado en
torno a una de las ciudades ibéricas más importantes del área
valenciana, nos lleva a pensar que la zona estaría mucho más
próxima en términos culturales a las ciudades orientales, caso
de Edeta, Arse o la propia Valentia, que a las de la Meseta,
cuyas relaciones fueron mucho menores. En época ibérica se
ha visto cómo los contactos comerciales entre Kelin y algunas
de estas ciudades orientales fueron intensos y prolongados en
el tiempo (Mata et al., 2000). Del mismo modo, el profundo
surco del río Cabriel podría seguir constituyendo un límite o
177
[page-n-195]
Fig. 234. Cálculo de los Polígonos
Thiessen sobre los principales ciudades
romanas, mediante GRASS GIS.
frontera a nivel de organización territorial, marcando la transición entre las mesetas castellana y requenense. Los propios investigadores de Valeria han llamado la atención sobre la mala
comunicación de la ciudad con los pasos naturales de Castilla
hacia el Este (Fuentes, 1988: 213).
Como veremos en el apartado siguiente, la epigrafía también nos da pistas sobre las relaciones de estas tierras y sus habitantes con los territoria más próximos y, a partir de ahí, plantear
posibles vinculaciones. Según J. Corell, la epigrafía parece indicar que la Meseta de Requena-Utiel pertenecería al territorium
de Edeta durante la fase altoimperial, puesto es la ciudad más
cercana y las analogías de carácter onomástico entre ambas zonas son bastante frecuentes (familias Aelii, Cornelii, Domitii,
Gratii, Iulii, Iunii, Sempronii o Valerii) (Corell, 2008: 23). Por
su parte, Martínez Valle ha relacionado un par de inscripciones
funerarias de Requena dedicadas a libertos de la familia de los
Mesenii con Valentia, ya que esta familia dedicó un templo a
una divinidad en el foro de esa ciudad. Plantea que los libertos o
esclavos de dicha familia podrían estar velando por los intereses
económicos en la comarca mediante la gestión de alguna de las
villae (Martínez Valle, 2004: 6). Además, estudios epigráficos
de esta misma autora en Campillo de Altobuey (Cuenca) defienden la estrecha relación onomástica y genealógica de las tierras
al Oeste del Cabriel con Valeria, cuyo territorium llegaría hasta
el río (Martínez Valle, 1999).
Sin poder decantarnos de manera concreta por ninguna de
estas opciones, puesto que pensamos que todavía no contamos
con datos arqueológicos suficientes como para hacerlo tajantemente, nuestra opinión entronca con esta línea interpretativa. A
partir de mediados del s. I d.C., una vez el panorama urbano en
la fachada mediterránea comience a consolidarse, la comarca
entraría dentro de la órbita de alguna de esas urbes, seguramente
Edeta o Valentia.
Por otro lado, a nivel comarcal a partir de mediados del s. I
a.C. el panorama cambia radicalmente, con la desaparición de
muchos núcleos, de manera especialmente trascendente en el
178
caso de la capital y la mayoría de los fortificados, con lo que la
organización territorial entra en una nueva fase. Para época romana, si realizamos la misma práctica de conectar cada núcleo
con sus tres vecinos más próximos con distancias inferiores a
los 5 km, obtenemos un mapa que nos puede recordar en apariencia al tratado anteriormente, con menor número de grupos
locales pero disposición bastante semejante (fig. 235). No obstante, la realidad y carácter de los mismos es diametralmente
opuesta, simplemente la semejanza marca una continuidad en
las áreas de ocupación. En este sentido, se han diferenciado los
siguientes grupos locales:
- Grupo local en Sinarcas: muchos de los núcleos tienen
continuidad de la fase anterior (fig. 235.1). No obstante, es
probable que la entidad de los mismos cambiara, pasando algunos de ser asentamientos estables a meros establecimientos
(Tejería Nueva) y viceversa (Lobos-Lobos). De los dos poblados fortificados tan sólo continúa uno, Cerro Carpio, y su
carácter y secuencia de ocupación en época romana no está del
todo clara. Al igual que ocurría en la fase anterior, se trata de
una zona difícil de interpretar, con multitud de asentamientos
estables, de los cuales no hay ninguna villa de entidad comparable a las del centro y Este de la comarca. El Carrascal y
Tinada Guandonera se han determinado como tal, pero están
cerca de la tenue línea que separara una villa de un asentamiento rural.
- Grupo local en el llano de Camporrobles: tras el abandono
de El Molón surge en dicho llano la villa de La Balsa, cerca
de una antigua laguna. El establecimiento de Los Villares y los
núcleos de las estribaciones septentrionales de la sierra de La
Bicuerca sin duda estarían conectadas con este importante asentamiento imperial (fig. 235.2).
- Grupo local en el llano de Utiel: es la mayor concentración de poblamiento durante el Alto Imperio (fig. 235.3), si
bien muchos de los yacimientos que forman parte de este estudio están cogidos con pinzas por la falta de rigurosidad de
[page-n-196]
Fig. 235. Grupos locales
durante el Alto Imperio,
mediante GVSIG.
estudios pretéritos, de ahí que prefiramos centrarnos en los
que conocemos de primera mano. En cualquier caso, en esta
zona están las villae de Molino de Enmedio, La Solana y el
Barrio de Los Tunos. Asentamientos rurales como Las Casas
o Fuente del Cristal podrían formar parte de la misma realidad
que la villa de Molino de Enmedio. Del mismo modo, la multitud de yacimientos romanos documentada en el entorno del
pueblo de Utiel debemos entenderla como cuerpo de la villa /
vicus de La Solana. La villa del Barrio de Los Tunos está muy
próxima a las dos anteriores, con el establecimiento rural de
la Casa de las Córdovas directamente asociado.
- Grupo local en el llano de Fuenterrobles: es una de las zonas
con mayor continuidad entre yacimientos de época ibérica final,
pero justamente es una de las zonas carentes de ningún tipo de
villae romana (fig. 235.4). Muchos de los asentamientos, por los
materiales recogidos en los mismos, parece que no perduran más
allá del s. I d.C., caso de uno de los más importantes: Peña Lisa.
Covarrobles es el asentamiento que parece tener mayor entidad y
duración, pero en ningún caso alcanzaría el estatus de villa.
- Grupo local en la vega del Magro: se han documentado multitud de establecimientos rurales altoimperiales en el entorno
inmediato de Requena (fig. 235.5). Por desgracia, no tenemos
muy claro el carácter y entidad de este núcleo en época romana,
aunque deducimos que puede continuar siendo un asentamiento
destacado, de los pocos de esas características (en alto, nudo
de vías y caminos, etc). Además, pese a la multitud de yaci-
mientos, se ha identificado como villa únicamente a El Barriete,
quedando Fuencaliente como un asentamiento permanente y no
exento de dudas. Es por ello que pensamos que Requena continúa jugando un papel importante y la mayor parte de dichos
establecimientos estarían en relación con ella.
- Grupo local en el llano de Campo Arcís: es una de las zonas
más densamente pobladas durante el Alto Imperio, con hasta
tres villae de importancia muy próximas como son Los Villares,
El Ardal o Casa del Tesorillo, y asentamientos de segundo orden
como Puntal del Moro o Rambla del Sapo (fig. 235.6). Derivado
de todo esto existen diversos establecimientos rurales.
- Grupo local en el corredor de El Rebollar: existe un grupo
local de reducidas dimensiones, compuesto por la villa de Las
Paredillas y la continuidad en las ocupaciones de El Rebollar,
Las Lomas y Mazalví-Casas de Mazalví (fig. 235.7).
- Grupo local en el corredor de Hortunas: la malla de grupos
locales ha unido dos entidades en principio diferentes, como
son el grupo local del valle del Magro en torno a la villa de La
Calerilla (Barranquillo del Espino, Prados de la Portera y Los
Alerises) y el grupo local en torno a la rambla de la Fuen Vich y
la villa de Fuen Vich (Los Villarejos) (fig. 235.8).
Por lo tanto, aunque los grupos locales son bastante coincidentes en el espacio, con continuidad de las zonas más pobladas, su composición es bien diferente. No están estructurados
en torno a un único poblado fortificado, sino que los grupos
locales más importantes cuentan con dos, tres y hasta cuatro
179
[page-n-197]
asentamientos principales ocupando un mismo espacio. En este
caso se trata de villae que pueden estar a escasos kilómetros de
distancia unas de otras, puesto que lo que prima en esta fase es
la ocupación de las mejores tierras, las vegas de los ríos y los
llanos productivos. Hay un menor número de grupos locales,
pero los existentes son mucho más densos y las mallas obtenidas mucho más apretadas, lo que marca una gran concentración
espacial. La vega del Magro y los llanos de Campo Arcís y Utiel
son los mejores ejemplos en este sentido.
Hay un número semejante de núcleos fuera de grupos locales,
desconectados, si bien ahora generalmente se trata de establecimientos rurales u ocupaciones residuales de antiguos yacimientos
ibéricos, quedando el hábitat de importancia concentrado en los
citados grupos. Zonas anteriormente pobladas y algo agrupadas,
ahora pierden importancia, caso de La Albosa, la sierra de El Rubial o, sobre todo, el llano de Caudete, que pasa de tener la mayor
densidad de población en época ibérica a ser una zona marginal,
únicamente salvada por la presencia de la villa de Casa Doñana.
Hemos realizado un cálculo semejante con Polígonos Thiessen para el Alto Imperio, en este caso tomando las 14 posibles
villae, para intentar ver sus áreas de explotación. El mapa obtenido es muy ilustrativo, ya que vemos como el modelo cambia
completamente. No hay una disposición regular del territorio;
existen zonas vacías de asentamientos de importancia, con polígonos enormes carentes de verosimilitud, y, al mismo tiempo, hay grandes concentraciones de asentamientos importantes
en un corto espacio, con el consiguiente resultado de multitud
de polígonos estrechos (fig. 236). La única relación con el cálculo de grupos locales la podemos ver en asentamientos como
El Carrascal, Los Villares de Camporrobles, Las Paredillas I,
La Calerilla o Fuen Vich, con polígonos coincidentes con los
grupos locales de Sinarcas, llano de Camporrobles, corredores
de El Rebollar y Hortunas y rambla de la Fuen Vich, respectivamente. El resto, sobre todo la vega del Magro y el llano de
Campo Arcís, muestra un panorama reticulado coincidente con
la existencia de muchas villae próximas, aprovechando los mejores suelos de la comarca.
En definitiva, no parece haber una estrategia colectiva, a
diferencia de la fase anterior. No existe una jerarquización del
poblamiento tan fuerte, al menos a escala regional. Ningún
asentamiento sobresale por encima del resto de manera clara;
existen villae con entidad, pero no como para organizar el poblamiento a gran escala. No queremos decir con esto que no
existieran desigualdades sociales o económicas, posiblemente
hasta más acusadas que en la fase anterior, simplemente que
la entidad de los asentamientos es más equilibrada y desaparece el rol de “lugar central”. El poblamiento es más disperso
en cuanto a número de habitantes por núcleo (no existen grandes poblados o ciudades) y, al mismo tiempo, más agrupado
en cuanto a disposición por la comarca (concentraciones de
núcleos en determinadas zonas). Y todo ello siempre dentro
de una tendencia cada vez más regular en cuanto a características de los emplazamientos: ubicaciones en llanos y riberas,
suelos óptimos, cotas bajas, etc.
Fig. 236. Cálculo de los Polígonos
Thiessen sobre las villae altoimperiales
(vid. tabla 5), mediante GRASS GIS.
180
[page-n-198]
El cambio cultural en las esferas
epigráfica, funeraria y religiosa
Lengua y escritura
Éste es uno de los ámbitos donde mejor queda reflejado el
proceso de contacto y cambio cultural entre iberos y romanos.
De nuevo nos posicionamos lejos de todo planteamiento simplista de considerarlo como una aculturación pasiva en la que
una comunidad indígena abandona su lengua y escritura para
“abrazar” rápidamente la del grupo invasor. No obstante, es
cierto que tras la conquista se observan procesos de substitución en los que el pueblo dominador crea un marco favorable
para el éxito de su lengua, arrinconando a la lengua del pueblo
dominado a ámbitos cada vez más domésticos, hasta que finalmente el grueso del pueblo termina por dejar de usarla conforme pasen una serie de generaciones (Arasa, 1994-1995; Untermann, 1995). Esto suele ocurrir de manera más rápida con la
escritura, mientras que la lengua puede pervivir más tiempo en
el seno de las comunidades locales. No se trata de un proceso
exclusivo del cambio cultural entre iberos y romanos, ya que
se han dado casos similares de bilingüismo y substitución a
lo largo de toda la historia, incluso en época contemporánea.
Esta progresiva substitución del ibérico por el latín, proceso
conocido historiográficamente como “Latinización”, tuvo diferentes ritmos según zonas, dependiendo de la proximidad a
los centros urbanos, de los intereses de Roma en la zona en
concreto y según una mayor o menor presencia foránea, especialmente de carácter militar. En ella jugaron un papel vehicular las propias élites indígenas, las primeras en adoptar el latín
como mecanismo para preservar su posición (Velaza, 1996b).
El gran problema es que el conocimiento de la escritura en esta
época no estaba extensamente difundida entre la población,
por lo que el volumen de producción de textos no era muy
elevado, sobre todo en el caso de los ibéricos. No obstante, es
llamativo como la escritura ibérica, presente desde los ss. V-IV
a.C. (Velaza, 1996a, 15), cobra fuerza precisamente a partir
del contacto con el mundo romano, situándose la mayoría de
los epígrafes en la horquilla entre los ss. III y I a.C., de forma
paralela a la aparición de nuevos soportes como puedan ser
las monedas y en relación con el nuevo marco socioeconómico de la República romana (De Hoz, 1995). Las muestras de
escritura ibérica y romana de nuestra área de estudio aparecen
recogidas a continuación (fig. 237 a 240; tablas 21 y 22).
Pese a lo reducido de este corpus, podemos extraer algunas conclusiones significativas. En primer lugar, se observa
una desigualdad en cuanto a soportes. Para escritura ibérica,
al igual que ocurre en general en el mundo ibérico, dominan
los epígrafes sobre cerámica (10) y sobre plomo (5), habiendo
tan sólo tres ejemplos sobre piedra, de los cuales uno es un
pequeño objeto que perfectamente podría haberse realizado en
cerámica. Los otros dos ejemplos de escritura sobre piedra corresponden al campo epigráfico de la famosa estela funeraria
de Sinarcas y a los grafitos en la inscripción latina de Campo
Arcís, añadidos en posición secundaria. De los ejemplos en
cerámica, seis son sobre cerámica ibérica (fig. 237.1, 237.56, 238.13 y 238.15-16) y tres sobre importaciones de barniz
negro itálico (fig. 237.2, 237.12 y 238.14). Cuando se marcan
las piezas importadas suele estar en relación con el poseedor
o el comerciante, ocupando partes secundarias como la base,
mientras que sobre cerámica ibérica puede formar parte de la
composición, realizándose muchas veces con pintura y en zonas importantes como el borde o el hombro.
El hecho de que muchos de los soportes sean cerámicas
itálicas y lebetes con borde plano indica el carácter final de
esta escritura (ss. II-I a.C.). La escritura sobre plomo (fig.
237.4 y de 237.8 a 10 y 238.11) pertenecería a un momento
anterior, entre la segunda mitad del s. III y comienzos del II
a.C., momento en que deja de usarse este material como soporte (Velaza, 1996a). Un poco posteriores, del primer cuarto del
s. II a.C., serían las tres piezas de posible procedencia edetana,
únicos tres ejemplos de escritura pintada. La letra M pintada
en el lebes es una variante que aparece preferentemente en
letreros de Edeta (Mata et al., 2000: 394) (fig. 238.15). Del
mismo modo, las muestras de escritura sobre borde plano de
lebes también procederían de allí, dado los abundantes paralelos existentes con este tipo de bordes en kalathoi y lebetes
(Bonet, 1995: 411) (fig. 237.5 y 6).
En cuanto a escritura incisa o esgrafiada, tenemos ejemplos
tanto en cerámica ibérica como itálica. Del Cerro Castellar procede un fragmento de cuello con baquetón y decoración de tejadillos en el que se aprecian caracteres ibéricos, pero cuyo estado
de conservación impide precisar cuáles (L o KA…) (fig. 253.1).
De Fuen Vich tenemos un fragmento de barniz negro caleno con
de nuevo pocas letras esgrafiadas debido al estado de conservación (Aranegui y Siles, 1978) (fig. 237.2). Incisa está también la
letra N sobre cerámica ibérica de Kelin, única hallada en niveles
arqueológicos de la ciudad (fig. 238.13), de ahí que se plantee
una cronología de los ss. III-II a.C. por su contexto arqueológico.
Se aboga por que se trate de una letra ibérica (Mata, 1991: 179),
pero para esos niveles habría que dejar también la puerta abierta
a que fuera latina. Hemos incluido un pondus con marca impresa
de El Carrascal porque recuerda a la letra ibérica Ŕ, pero lo más
probable es que se trate de una simple marca de alfarero geométrica (238.17).
Los documentos escritos no dejan margen de duda sobre el
carácter ibérico de los habitantes de la comarca. Según Fletcher,
los textos ibéricos de Kelin no tienen ningún tipo de influencia
celtibérica, sino que las relaciones lingüísticas más marcadas son
con Edeta y sus documentos (Fletcher, 1978: 298; 1979: 203).
Tan sólo en el plomo de La Mazorra deja abierta la posibilidad de
que apareciese un nombre celtibérico (fig. 237.4), bien de persona, bien de colectivo, pero con dudas (Fletcher, 1982: 253).
Juntamente con la estela de Sinarcas a la que nos referiremos más adelante, las muestras de escritura ibérica más
significativas por la cronología tardía que aportan son los
esgrafiados sobre la inscripción latina de la partida de Los
Morenos (Requena) (fig. 237.3 y 239.8). De los dos, el texto
largo podría hacer referencia a un antropónimo ibérico (Martínez Valle, 1993: 250). Lo interesante es que aparecen sobre
una inscripción que ha sido datada entre finales del s. I d.C. y
comienzos del II, por lo que los añadidos necesariamente han
de ser contemporáneos o posteriores. Ejemplos como éstos,
similares a los hallados en otras zonas del País Valenciano
para cronología imperial (Oliver, 1978: 287), muestran cómo
la latinización para nada fue un proceso pasivo y simple, sino
que está plagado de “resistencias silenciosas”, de continuidad en los usos y plasmaciones de lengua y escritura, incluso
en momentos tan avanzados del Alto Imperio.
181
[page-n-199]
Fig. 237. Muestras de escritura ibérica recogidas en la tabla 21. Fotografías y dibujos: MPV (2, 6, 7, 9 y 10); Martínez Valle, 1993 (3);
Fletcher, 1978 (5 y 8); propios (1). Escalas diversas.
182
[page-n-200]
Fig. 238. Muestras de escritura ibérica recogidas en la tabla 21. Fotografías y dibujos: MPV (11); Mata, 1991 (12-14); Martínez e Iranzo,
1988 (16); propios (15, 17 y 18). Escalas diversas.
183
[page-n-201]
Tabla 21. Epigrafía ibérica.
Nº
Yacimiento
Término
Materia
Transcripción propuesta
Cronología
1
Cerro
Castellar
Requena
Cerámica
ibérica
L o KA (…
II - princ. I Quixal,
a.C.
2008 y 2012
2
Fuen Vich
Requena
Cerámica
itálica
…) BA – S – I (…
I a.C.
Aranegui y
Siles, 1978
3
Los
Morenos
(C. Arcís)
Requena
Piedra,
inscrip.
latina
Texto A. BE – KO – Ŕ – A – BA – Ŕ – I – I (….
Texto B. KO
fin I a.C.
– princ. I
d.C.
Martínez
Valle, 1993
4
La Mazorra
Utiel
Plomo
Línea 1. KA – I – S – E – (N)… o BA - I - S – E – (N)…KA – I
Línea 2. O – N – O – S…
III-II a.C.
Fletcher
1982: 252253
5
Kelin
Villares I
Caudete
Cerámica
ibérica
... [BA]LCARTE EGIAR...
III-II a.C.
Fletcher,
1978: 192
6
Kelin
Villares II
Caudete
Cerámica
ibérica
...TE : ISŚALETAR : ATEN...
III-II a.C.
Fletcher,
1978: 194
7
Kelin
Villares III
Caudete
Piedra
ACA[LE]ILDUN BAINWBAŔ IA
III-II a.C.
Fletcher,
1978: 196
8
Kelin
Villares IV
Caudete
Plomo
Texto A. BILOSTEKEŔANA TA
Texto B. BAN A TA
III-II a.C.
Fletcher,
1978: 199
9
Kelin
Villares V
Caudete
Plomo
Texto A
Línea 1. BILOS IUNTE ŚALIR CAN
Línea 2. ECA : GA IIIIIIIIIII ELERTE ...
Línea 3. BA : ŚALIRBOSITA ŚALIBOS-[ETE]
Línea 4. N CANTOBANTE INBELETENE...
Línea 5. IBO ECANETE ŚALIR GA IIIIIIIIIII:
Línea 6. TIBANTEBA : ŚALIBOSETEN BILOS
Línea 7. ŚTENTISTE:AŔABAGI: BOBAITINBA
Línea 8. CANECA ŚALIR : GA IIIIIIIII
Línea 5. ŚALIR GA IIIIIIIIIIIIIIIIIIII
Texto B
Línea 1. [BOBAI]TINBA : BAŔER : ŚALIR
Línea 2. BOSITA : ŚALIBOS : ETEŔAI
Línea 3. BA : AŔACAŔER : BOBAITINBA
Línea 4. [SAL]IR : DUNTIBAŔTE : BOBAITINBA
III-II a.C.
Fletcher,
1978: 201
10
Kelin
Villares VI
Caudete
Plomo
Texto A
III-II a.C.
Línea 1. SACAŔADINTE : IUŚTIR : BAŔBINKE: BANTACON : ADU[N]...
Línea 2. TAŔATI : ULTITAR : SETALIKEAN: TEŚIBITERUCAN..[R]...
Línea 3. BAŚUICAN : BACARAWI : SEKEBITEROSAN: ŚUŚU ...
Línea 4. S : ADUN : BITIREBOŚIN : INEWUGI: GATIBABIŔBETE
Texto B
BEDUGINETE : IUŚTIR : ADUŔTE
Fletcher,
1985: 19
11
Kelin
Villares VII
Caudete
Plomo
Texto A
Línea 1. [BA]ŔBINKE : U[SKEIKE]
Línea 2. [BAŔBI]NKE : USKE[IKE]
Línea 3. ...EBIDUŔ...
Texto B
Línea 1. IUŚTIR
Línea 2. [USKE]IKE : USKE[IKE]
Línea 3. TOA : ?
III-II a.C.
Fletcher,
1981
12
Kelin
Villares
VIII
Caudete
Cerámica
itálica
Camp. A
BISSAKATITESK o KATITESKBI
II-I a.C.
Mata, 1991:
45 y 179
13
Kelin
Villares IX
Caudete
Cerámica
ibérica
N
III-II a.C.
Mata, 1991:
179
14
Kelin
Villares X
Caudete
Cerámica
itálica
calena
BADU
II-I a.C.
Mata, 1991:
47
15
Kelin
Villares XI
Caudete
Cerámica
ibérica
M
III-II a.C.
Mata et al.,
2000: 391
184
Bibliografía
[page-n-202]
Tabla 21. Epigrafía ibérica (cont.).
Nº
Yacimiento
Término
Materia
Transcripción propuesta
Cronología
Bibliografía
II-I a.C.
Martínez e Iranzo, 1988;
Iranzo, 2004: 80
16
Cerro de
San Cristóbal
Sinarcas
Cerámica
ibérica
…) KAKEILDUAR (…
17
El Carrascal
Sinarcas
Pondus
Ŕ (dudoso, posible marca de alfarero)
II-I a.C.
Inédito
18
Pozo Viejo
Sinarcas
Piedra,
estela
Línea 1. WSKE + numeral
Línea 2. BAISETAŚ ILDUTAŚ EBA[NE]
Línea 3. NWI SELTARBANWI[TE]
Línea 4. BERBEINARI EUGIA
Línea 6. CAŔI EUGIAR SELTARBAN
Línea 7. WI BASIBALCARWBAŔWI.
I a.C.
Beltrán, 1947; Fletcher,
1985
Los textos latinos, por el contrario, están dominados por
los soportes pétreos por constituir el campo epigráfico de
inscripciones funerarias (27), dejando los tres ejemplos sobre
cerámica como algo anecdótico. Como ya hemos apuntado,
Corell ubica la comarca dentro del posible territorium de
Edeta, una ciudad que tendría un tamaño medio, pero un
extenso ager con abundancia de inscripciones (Corell, 1996:
227). No obstante, llama la atención el elevado peso que tienen
las inscripciones funerarias, con escasos ejemplos de escritura
votiva u honorífica, limitados a contextos urbanos.
Todo corpus epigráfico en una zona nos aporta interesantes datos sobre la sociedad durante el Alto Imperio, sobre las
familias más importantes, la presencia de personajes de distintos orígenes y las relaciones con otros territorios cercanos
(Abascal, 1994; Keay y Earl, 2006). Se ha visto una fuerte
analogía de carácter onomástico entre la Meseta de RequenaUtiel, Los Serranos, La Hoya de Buñol y el Camp del Túria,
lo que conformaría el territorium romano de Edeta. Determinados gentilicios, sobre todo los Cornelii, pero también Aelii,
Domitii, Gratii, Iulii, Iunii, Sempronii o Valerii, son habituales
tanto aquí como en el resto de dicha área (Corell, 2008: 23).
Los Sempronii particularmente son muy frecuentes en esta comarca, apareciendo en numerosas inscripciones. Del mismo
modo, el cognomen Licinia de la inscripción nº 25 es bastante
repetido en el área edetana.
Al mismo tiempo, también existen relaciones gentilicias con
Valentia, caso de la ya referida familia de los Mesenii (Martínez
Valle, 2004: 6) o de la Grattia Maximilla aparecida en la inscripción nº 14, que puede ser la misma o una familiar de la mujer referida en una inscripción de Valentia (Corell, 2008: 238). Recientemente también se ha documentado en una inscripción de Edeta
(Escrivà et al., 2014: 245). Maximilla es un cognomen raro que
sólo aparece cuatro veces, las cuatro en el País Valenciano. Esta
presencia de un mismo personaje importante en varias inscripciones no es algo inusual, ya que en la propia comarca tenemos un
caso, el de Marco Mercurial, que aparece en dos inscripciones
sinarqueñas, una como dedicante (fig. 240.25) y la otra su propia estela funeraria (fig. 240.26), donde es homenajeado tras su
muerte (Iranzo, 2004: 117).
En cuanto al origen y condición social de las personas referidas en las inscripciones, existen gentilicios que se pueden
asociar a personas de origen servil, posibles libertos, caso de
Aelius, más si cabe porque en la nº 1 aparece acompañado de
un cognomen griego, Onesiphoris (Corell, 2008: 222). La inscripción nº 2 está dedicada por Fabius Messenius a su hermana
Thetis, una liberta de origen griego manumitida por la familia
Caecilia (Martínez Valle, 1998). Otro ejemplo sería la Calitique que firma en una sigillata del Molino de Enmedio (Martínez Valle, 1992) (fig. 240.18).
Pese a lo que se podía pensar al tratarse de una zona de interior, hay un bajo índice de antropónimos ibéricos. Ello ha sido
interpretado como un alto nivel de Romanización (Corell, 2008:
268), sin embargo, simplemente puede estar marcando un acceso desigual a la epigrafía funeraria: las personas que más pronto
entran en los círculos políticos y culturales romanos son las que
gozan de ella, pero ello no implica que el grueso de la población
accediera. La familia de los Iunii sería un buen ejemplo de ello,
lo que explica que en ocasiones aparezcan con un cognomen
ibérico refiriéndose a su origen, caso del Sosinaibole de la nº 6
(Corell, 1996: 197). Además este personaje es interesante, como
ya hemos visto, porque se indica su procedencia gilitana, en relación con la antigua ciudad o área ibérica de Kili-Gili. El Viseradin de una inscripción de Sinarcas también haría referencia
a un personaje de origen ibérico (Corell, 2008: 246). Y es que,
aunque el volumen de nombres de origen ibéricos sea bajo, la
comarca presenta una serie de peculiaridades que seguramente
estén en relación con fuertes pervivencias de la fase anterior.
Existen nombres bastante extraños (Messenius, Quasitus, Mansueta, Cupita, etc.), escasos en otras partes del País Valenciano
y la Península Ibérica en general (Corell, 1996: 191). A su vez,
algunas inscripciones presentan variantes o directamente erratas
ortográficas, descuidos que contrastan con el cuidado y calidad
de los soportes pétreos.
En cuanto a cerámica, por su parte, de los cinco ejemplos
contabilizados, tres son sobre sigillata, por lo tanto grafitos
imperiales, mientras que los otros dos son marcas sobre piezas
halladas en yacimientos que no sobrepasan el s. I a.C. Una, con
la duda de si las letras ME son en latín o griego, es sobre una
base de barniz negro itálico que recuerda a los grafitos ibéricos
sobre estas mismas producciones (fig. 240.20), mientras que la
otra es sobre un pondus, lo que se ha planteado que podría ser
una marca de alfarero (Iranzo, 1989b). Las dos últimas letras
están claras, RI, mientras que la primera al no poder estudiar
la pieza directamente y sólo contar con el dibujo publicado
existen dudas de la letra que se trata, probablemente una F.
Diferentes lenguas, pero, en ocasiones, mismos usos.
De los grafitos sobre sigillata, además del citado ejemplar
del Molino de Enmedio, los otros dos son muy interesantes
por provenir del mismo yacimiento, El Carrascal, y presentar
la misma formulación mediante dos letras, seguramente haciendo referencia al propietario o al comerciante mediante una
abreviatura de su nombre. El primero de ellos es sobre sigilla185
[page-n-203]
Fig. 239. Muestras de escritura latina recogidas en la tabla 22. Fotografías: Corell, 1996 y 2008 (3, 7 y 13-15); Martínez Valle, 1991
(5) y 1993 (8); propias (2 y 6). Escalas diversas.
186
[page-n-204]
Fig. 240. Muestras de escritura latina recogidas en la tabla 22. Fotografías y dibujos: Corell, 1996 y 2008 (18-19, 21-22 y 25-27);
Martínez Valle, 1998 (32); Montesinos, 1994-1995 (30); Iranzo, 1989 (28); propias (20, 23 y 29). Escalas diversas.
187
[page-n-205]
Tabla 22. Epigrafía latina.
Nº
Lugar
Tipo /
Materia
Función
Inscripción
1
Requena,
cementerio
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
A Elio Úrsulo. Messenia
Onesifórida, a su padre.
F. I d.C.
princ. II
d.C.
CIL II 5892;
Corell,
1996: 191192
2
Requena
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
AELIO VRSVLO
MESSENIA
ONESIPHORIS
PATRI
CAECILIAE
C(AI) LIB(ERTAE) TETIDI
ANN(ORVM) XXXVIII
M(ENSIVM) II D(IERVM) XXII
FAB(IUS) MESSENIVS
SORORI PIISSIMAE
A Cecilia Titis, liberta
de Cayo, de 38 años, 2
meses y 23 días. Fabio
Messenio, para su
hermana afectuosísima.
II d.C.
Martínez
Valle, 1998;
Corell,
2008
3
Requena,
Fuente Flores
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
D(IS) · M(ANIBVS)
CORNELIE
PLACIDE
ANN(ORVM) · XXXI
COR(NELIA) · TERTOLIA
M(ATER) FILIAE PIISSIMAE
A los dioses Manes. A
Cornelia Plácida, de 31
años. Cornelia Tertiola,
la madre, a su hija
afectuosísima.
Segunda
mitad II
d.C.
CIL II
5893;
Corell,
1996: 194195
4
Requena,
Iglesia de Santa
María
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
H(IC) · S(ITA) ·E(ST)
S(IT)·[T(IBI)·T(ERRA)·L(EVIS)]
SEMPRONIAE · CLARISSIMAE · ANN(ORVM) · XXIX ·
MATER · CLAVDIA · FILIAE
PIISSIMAE
Aquí está sepultada. Que
la tierra te sea leve. A
Sempronia Clarísima,
de 29 años; Claudia,
la madre, a su hija
afectuosísima.
F. II d.C.
princ. III
d.C.
CIL II
5894;
Corell,
1996: 199200
5
La Calerilla
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
Domicia Justa, hija de
Lucio, para ella y…..
II d.C.
Martínez
Valle, 1991
6
El Ardal
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
… Junio Sosinaibole,
(?) hijo de Lucio Junio,
gilitano, está aquí
enterrado. Me mató a
traición una banda de
salteadores. Mi hijo
y mis yernos me han
erigido este monumento.
I d.C.
Corell,
1996:
197-199;
Quixal,
2012: 199
7
Casa del
Tesorillo
(Requena)
Inscripción
sobre piedra,
estela
Sepulcral
DOMITIA
L(VCI) · F(ILIA) · IVSTA
SIBI · ET ·
IV[NI]US L(VCI) · IVNI F[IL(IVS)] · SOSINAIBOLE ( ?) · GILITANVS · H(IC) ·S(ITVS) · E(ST)
DOLO [LAT] RONVM MANV · OCISVS · SVM · FILIVS · ET GENERES ·
HOC · MIHI · F(ECERVNT) · MONVMENTVM
[ASPI?]CE QUOD
---------
Contempla el que…
A partir II
d.C.
Corell,
1996: 203204
8
Partida de Los
Morenos
(Campo Arcís,
Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
CORNELIA
MA(N)SVETA
ANNORV(M) XXV
[IV?]LIA VTINA
[ANNOR]V(M) L
CORNELIVS
NOTVS VCSORI P(OSVIT) ET SOCRII (!)
Cornelia Mansueta, de
25 años. Julia Utina,
de 50 años. Cornelio
Notus ha erigido (este
monumento) a su mujer
y su suegra.
Fin. I d.C.
princ. II
d.C.
Corell,
1996: 192194
9
Campo Arcís
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
D(IS) · M(ANIBVS)
SEMPRONIO · F(ILIO)
DVLCIS(SIMO) · AN(NORVM)
XII
IVLIA P(ISSIMA) M(ATER?)
A partir II
d.C.
Corell,
1996: 200201
10
Campo Arcís
(Requena)
Campo Arcís
(Requena)
Desconocido
Sepulcral
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
A partir
II d.C.
Fin. II d.C.
Princ. III
d.C.
Corell,
1996: 204
Corell,
1996: 202203
12
Fuente Podrida
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
Corell,
1996: 222223
Torrubia /
Tunos?
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
Lucana, aquí está
sepultada; tenía más o
menos 16 años. Que la
tierra te sea leve.
A Senecio, de 15 años,
erigieron este ara P
– Crocane, su madre
Cornelia, su suegra,
y Marco Cornelio, su
marido. Que la tierra te
sea leve.
Fin.I d.C.
Princ. II
d.C.
13
ISVS SO ORN BVS MATRI PIIS
(Texto trasmitido)
D(IS) M(ANIBVS)
CAIO VIBIO
QVAESITO
AN(NORVM) LV
LVCIA PPIS(SIMO) FIL(IO)
LVCANA
H(IC) S(ITA) E(ST)
AN(NORVM) P(LVS) M(INVS) XVI S(IT) T(ERRA) L(EVIS)
SENEGIONI · AN(NORVM) · XV
A(RAM) · F(ECERVNT) · P(---) ·
CROCAN
E · MATER
CO[R(NELIA) SO?]CRA ·
M(ARCVS)
COR(NELIVS) PRIMITIVVS CO(N)IV(X)·S(IT)·T(IBI)·T(ER
RA)·L(EVIS)
A los dioses Manes.
A Sempronio, hijo
dulcísimo, de 12 años.
Julia, su madre
afectuosísima
A…., Cornelio Probe, a
su madre afectuosísima
A los dioses Manes. A
Cayo Vibio Quesito, de
55 años. Lucia a su hijo
afectuosísimo.
Princ. II
d.C.
Corell,
1996: 201202
11
188
Traducción
Cronología
Bibliog.
[page-n-206]
A Gratia Maximila, hija
de Lucio, Gratio Nigelo
y Gratio Mauro hicieron
(este monumento). Aquí
está sepultada. Tenía 50
años.
II d.C.
CIL II
5891;
Corell,
2008: 237238
A Valeria Flaviana,
hija de Marco, de 33
años, Hostilia Niciana
ha eregido (este
monumento) a su hija
afectuosísima.
II d.C.
CIL II
3219;
Corell,
1996: 209210
D(IS) · M(ANIBVS)
Q(VINTI)·(A)ELATI{A}
AVCARLI·FILI(I)
AVLI · ANN(ORVM) · XXIX
D(---) · F(ACIENDVM) ·
C(VRAVIT)
A los dioses Manes de
Quinto Elacio Aulo, hijo
de Aucarlo (?) de 29
años, D… se encargó de
hacer (este monumento)
II d.C.
CIL II
3218;
Corell,
1996: 204205
MAN(LIAE) · DORIDI ·
ANN(ORVM)
XXXV · C(AIVS) · CORN(ELIVS)
PRIM[V]S (?) · VXORI
OPTIMAE · ET SIBI
A Manlia Dórida, de
35 años. Gaio Cornelio
Primus (que ha hecho
este monumento) para su
mujer óptima y para sí.
A partir II
d.C.
CIL II
3217;
Corell,
1996: 207
c) Calítique
I-II d.C.
Martínez
Valle, 1992;
Corell,
1996: 210
Sempronia Calíope
ha eregido (este
monumento)
a…, su esclavo/a
afectusosísimo/a.
Que la tierra te sea leve.
A partir
II d.C.
CIL II
6338;
Corell,
1996: 207209
III a.C.
Inédito
Cornelia…
Tempestiva,
de….años
…?
I d.C.
Corell,
2008: 227
[-] CORNELIV(S)
SIMPLEX
S(IT) · T(ERRA) · L(EVIS)
MANLIA
[T]RITA MAN[LIA]
SERANA
H(IC) · S(ITAE) · [S(UNT)]
Cornelio Simple; que la
tierra te sea leve. Manlia
Trita, Manlia Serana,
aquí están sepultadas.
Fin. I d.C.
Princ. II
d.C.
Martínez
Valle, 1992;
Corell,
1996: 211212
Sepulcral
IVNIAE · L(VCI) · FIL(IAE)
ANTIQVAE
P(VLIVS) · VALERIVS · ANTIQVOS · MATRI · PIISSIMAE · ANN(ORVM)
XXXXV
A Junia Antigua, hija de
Lucio. Publio Valerio
Antiguo, a su madre
afectuosísima, de 45
años.
II d.C.
Corell,
1996: 212214
Inscripción
sobre piedra,
estela
Sepulcral
L(VCIVS) · HORATIVS · M(ARCI)
F(ILIVS) · VISERADIN
H(IC) · S(ITVS) · E(ST)
Lucio Horacio Viseradin, I d.C.
hijo de Marco, aquí está
sepultado
CIL II
4450;
Corell,
1996: 215216
Inscripción
sobre piedra,
estela
Sepulcral
IVNIA CVPITA
H(IC) · S(ITA) · E(ST) ·
AN(NORUM) · LV
[M(ARCUS?) H(ORAITUS)
MER(CURIALIS) · ET L(ICINIA) ·
LIMPHIDIA· S(VA) · PECVNIA · S(IT) ·
T(IBI)·T(ERRA)·L(EVIS)
Junia Cupita, de 55 años, Fin.I d.C.
aquí está sepultada.
Princ. II
Marco Horacio
d.C.
Mercurial y Licinia
Limfidia, a sus expensas.
Que la tierra te sea leve.
CIL II
4451;
Corell,
1996: 216217
14
S.A. Cabañas / Inscripción
Ermita de Santa sobre piedra
Bárbara
(Utiel)
Sepulcral
GRATTIAE LI(BERTAE)
MAXSUMILLAE
GRATTIUS ·
NIGELLIO · ET
GRATTIUS
MAURUS · SUA ·INPENSA · F(ACIENDUM) ·
C(URAVERUNT) · H(IC) · S(ITA) ·
E(ST) · AN(NORUM) · L
15
La Solana
(Utiel)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
VALERIAE
M(ARCI)·FIL(IAE)·FLAVIANAE
ANN(ORVM) · XXXIII
HOSTILIA NICIANA
FILIAE PIISSIMAE
P(OSVIT)
16
Utiel
(Utiel)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
17
Utiel
(indet.)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
18
Molino de
Enmedio
(Utiel)
Grafito sobre Doméstica
sigillata
a) V[---]
b) [---]arv[---]
c) CALITICE [---?]
19
Molino de
Enmedio
(Utiel)
Inscripción
Sepulcral
sobre piedra,
estela con
figura animal
SEMPRONIA
CALLIOPE
C[---]
[S]ER(VO O-AE) · PII[S]S(IMO
O –IMAE)
S(IT) [T(IBI) T(ERRA)] L(EVIS)
20
Kelin
(Caudete)
Grafito sobre Doméstico
B.N. itálico
ME
(Latín o griego?)
21
Fuenterrobles
(indet.)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
CORN[ELIA---?]
TEMP[ESTIVA?---]
AN(NORUM) [---]
---------?
22
Vadocañas
(Venta del
Moro)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
23
Casa Zapata
(Villargordo
del Cabriel)
Inscripción
sobre piedra,
estela
24
Cañada del
Pozuelo /
Pozo Viejo
(Sinarcas)
25
Cañada del
Pozuelo /
Pozo Viejo
(Sinarcas)
189
[page-n-207]
26
Cañada del
Pozuelo / Pozo
Viejo
(Sinarcas)
Inscripción
sobre piedra,
estela
Sepulcral
M(ARCO) · HORATIO
MERCVRIALI
AN(NORVM) · LIIX · FABRICIA · SERANA ·
MARITO · INDVLGENTISSIMO
A Marco Mercurial,
de 58 años. Fabricia
Serana, a su marido
indulgentísimo.
II d.C.
CIL II
4449;
Corell,
1996: 214215
27
El Atochar,
cerca Cañada
del Pozuelo
(Sinarcas)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
-----[---] + ALI · + [---]
[---] VITA[LIS (?)]
(Vita podría referir al
cognomen Vitalis)
Fin.I d.C.
Iranzo.
2004: 117118
28
Pozo Viejo
(Sinarcas)
Inscripción
Artesanal
sobre pondus
FRI?
II-I a.C.
Iranzo,
1989
29
El Carrascal
Grafito sobre Doméstica
sigillata
MA
I-II d.C.
Inédito
30
El Carrascal
Grafito sobre Doméstica
sigillata
VR
I-II d.C.
Montesinos,
1994-1995
31
Sinarcas
(indet.)
Inscripción
sobre piedra
Indet.
Indet.
Corell,
2008: 248
32
Casa del Conde
(Chera)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
II d.C.
Martínez
Valle, 1998
-------?
[…]VIIV[…]
-------?
[D](IIS) M(ANIBUS) [S](ACRUM)
[.CO]RNELIO[-]
[.C](ORNELIO) SILVANO [FIL](IO)
[MAR]CIA MATER [FIL](IO)
[ET MA]RITO M(ONUMENTUM)
[POSUIT]
A los Sagrados
Dioses Manes, para
(praenomen) Cornelio
(cognomen) y para
(praenomen) Cornelio
Silvano hijo, Marcia
la madre erigió este
monumento a su hijo y a
su marido
ta sudgálica y muestra las letras VR (Montesinos, 1994-1995:
77) (fig. 240.30); mientras que el segundo procede de las prospecciones de los años 90, con las letras MA en latín cursiva
(fig. 240.29), donde la A presenta tan sólo un trazo en diagonal
(Cagnat, 1898: 12), de forma semejante a algunos caracteres
de una tegula de Valentia (Corell, 1997: 206). Existen otros
epígrafes que con seguridad se tratan de marcas de alfarero
sobre sigillata, por lo que no se han tenido en cuenta en la
recopilación (Montesinos, 1994-1995: 79; Castellano, 2000).
Por último, si analizamos la distribución geográfica de los
hallazgos epigráficos (fig. 241 y 242), vemos que en época
ibérica la mayoría de los documentos proceden dela ciudad de
Kelin, donde más abundan, los corredores y valles de entrada,
así como el llano de Sinarcas. En cambio, los textos latinos,
principalmente inscripciones en piedra, se reparten por la vega
del Magro a la altura de Requena, el llano de Campo Arcís, el
campo de Utiel y Sinarcas, zonas de mayor dinamismo poblacional durante el Alto Imperio.
Fig. 241. Mapa con los hallazgos epigráficos ibéricos citados en la
tabla 21 y las figuras 236-237.
Fig. 242. Mapa con los hallazgos epigráficos latinos citados en la
tabla 22 y las figuras 239-240.
190
[page-n-208]
Mundo funerario
La comarca de Requena-Utiel es bastante pobre en cuanto a número de necrópolis, estado de conservación y espectacularidad
de las mismas, tanto para época ibérica como romana. Además,
la falta de contexto en muchos de los hallazgos asociables al
mundo funerario conlleva una enorme problemática a la hora
de datar los materiales y atribuirlos a una fase ibérica concreta.
El número reducido de enterramientos conocidos contrasta con
la elevada densidad de yacimientos documentada, de ahí que
algún aspecto se nos esté escapando; bien una mala conservación o falta de descubrimiento de enterramientos, bien una falta
de “democratización” en los rituales funerarios, siendo algunas
prácticas extensibles tan sólo a un reducido porcentaje de la sociedad. Sin olvidar que el Ibérico Final se caracteriza por ser
una fase en la que los enterramientos tienden a simplificarse
tanto en fisonomía como en ajuares (Fuentes, 1992: 595-597).
Los tipos de necrópolis más frecuentes son las directamente
asociadas a poblados fortificados, por lo general ubicadas
en las laderas o piedemontes de los mismos. En el Cerro de
la Peladilla, El Molón y Punto de Agua se han documentado
cementerios cercanos, si bien el número de enterramientos es
siempre mínimo si lo comparamos con el tamaño y entidad de
los poblados. Y siempre se siguen rituales funerarios plenamente
ibéricos, con deposición en urna de los restos de la incineración
junto a ajuares no excesivamente ricos. A día de hoy seguimos
sin saber dónde se ubicaba la/s necrópolis de la ciudad de Kelin.
Tan sólo contamos con referencias antiguas como las de F.
Almarche (1918: 89-92), quien comenta que en una cercana
finca propiedad de F. Martínez apareció una urna cineraria con
restos humanos dentro y una sortija con camafeo donde estaba
incisa la figura de una esfinge en actitud de correr, tipo Aqueloo.
A los pies del Cerro de la Peladilla, por su vertiente oriental,
en los años 80 se descubrieron algunos materiales que seguramente formaban parte de la necrópolis de este poblado (Martínez García, 1990; Martínez Valle, 2001). Se trata de una sortija,
útiles, lingotes y armas, entre las que destaca una punta de lanza
y una falcata damasquinada con decoración zoomorfa. Ésta última muestra dos complejas escenas de enfrentamiento entre un
jabalí y un felino, una en cada cara de la hoja. Ambas armas
estaban inutilizadas y parece que constituían el ajuar de un número indeterminado de enterramientos, si bien ante la preponderancia metálica y la ausencia de cerámica (tan sólo una urna)
también se ha planteado que podría tratarse de un depósito de
herrero (Lorrio et al., 1998-1999). Su cronología es muy dudosa; lo más lógico es pensar en una datación plena (ss. IV-III
a.C.), aunque dichas armas pudieran llegar hasta el II a.C. Por
lo tanto, no podemos precisar las fases de uso de la necrópolis.
El Molón también cuenta con una necrópolis de incineración en la ladera occidental del cerro y cerca del camino de acceso principal (Lorrio, 2001: 164-166; Lorrio et al., 2009: 4042). El estado de conservación de la misma era deficiente y tan
sólo se pudieron documentar unas seis tumbas en los sondeos
realizados entre 1996 y 1997, con urnas cinerarias y algunos
elementos de sus ajuares (fíbulas, parte de la vaina de un puñal, una fusayola, una moneda de Bilbilis y otros elementos de
hierro), más restos humanos fuera de contexto como resultado
de la destrucción de muchas tumbas. De nuevo es complicado
precisar la cronología de la misma, aunque algunos elementos
permiten situarla dentro de la horquilla del s. III al I a.C.
Por su parte, en la vertiente Norte del poblado de Punto de
Agua aparecieron más de 25 enterramientos en los años 60 del
siglo pasado, de los cuales tan sólo se han podido estudiar las
urnas y ajuares de siete de ellos (Martínez García, 1990). Hay
formas de barniz negro caleno originales e imitadas, fíbulas
(una de La Tène II, de pie vuelto con botón terminal) y algunas
armas de origen meseteño: puntas de lanza y dos puñales con
nervio central y empuñadura globular doblados intencionadamente (fig. 243.1). Estos puñales, semejantes a los de El Molón,
son muy típicos en el área celtibérica entre los ss. IV y I a.C. En
este caso, sí que podemos abogar por una cronología unifásica
de la necrópolis en los ss. II-I a.C.
Requena, aunque no fuera un poblado fortificado en altura
como los casos anteriores, también contaba con cementerios en
sus alrededores, como es el caso de La Harinera, próxima a la actual estación de ferrocarril, donde en 1991 se excavó de urgencia
una necrópolis de incineración. Desgraciadamente sólo se conservaron tres tumbas, entre los ajuares de las cuales destacaban
una falcata doblada y una fíbula, para las que se ha planteado una
cronología aproximada entre los ss. III-II a.C. (comunicación de
Martínez Valle recogida en Lorrio, 2001). A 6 km de la población
se localizó a finales de los 80 otra posible necrópolis ibérica, Las
Cejas, cuyos escasos materiales y la falta de publicación de los
mismos impiden aportar una cronología precisa.8
Luego tenemos un grupo de yacimientos conocidos únicamente a raíz de prospección y para los cuales se ha planteado en
algún momento la existencia de una necrópolis por el hallazgo
de determinados materiales. Este es el caso de Casas del Alaud,
si bien los materiales publicados y sujetos a ser considerados
como parte de ajuares no son especialmente representativos:
platos-páteras itálicos e ibéricos, un kalathos, cuchillos y, sobre
todo, un tintinnabulum o campana de bronce. La datación sugerida va del s. III al I a.C. (De la Pinta et al., 1987-88: 327-328).
O Los Villarejos, tal y como hemos visto.
En El Carrascal también podría existir una necrópolis ibérica, ya que tras transformaciones agrícolas en 1987 se hallaron
urnas cinerarias, caliciformes y pondera (Iranzo, 1988), pero su
ocupación desde el s. V a.C. hace complicado plantear para qué
época. El Collado de la Cañada (Mira, Cuenca) es una necrópolis que no hemos incluido al ser considerada como perteneciente
al Ibérico Antiguo por contar con urnas de orejetas, pero otros
autores también le atribuyen perduración durante el Ibérico Final y Alto Imperio a partir de determinados materiales (De la
Pinta et al., 1987-1988).
Sin duda, un punto de inflexión en el mundo funerario radica
en la necrópolis sinarqueña de Pozo Viejo, donde los diferentes
hallazgos nos remiten a un complejo sinecismo cultural entre
tradiciones ibéricas y romanas. La ya citada Estela de Sinarcas
constituye el estandarte de esta transición por la conjunción en
ella de diversos elementos y prácticas, dando como resultado
una clara muestra de hibridación cultural (fig. 238.18). Fue hallada en 1941 a escasos 150 m del pueblo por un vecino de la localidad al transformar uno de sus campos. Se trata de una estela
de piedra caliza procedente de las cercanas canteras del Regajo,
con unas dimensiones de 78 x 43 x 12 cm. Está escrita en ibérico
8 En relación con la ficha de la base de datos de la DGPA, la cual aparece
sin autoría.
191
[page-n-209]
con un total de 89 signos, cuya transcripción y posible significado han generado ríos de tinta desde hace décadas (Beltrán,
1947; Fletcher, 1985; Silgo, 2001). Las interpretaciones coinciden en atribuir la inscripción a la sepultura de un personaje
llamado Baisetas, hijo de Ildutas.
La estela funeraria es un elemento presente en la tradición
funeraria ibérica, que sigue inicialmente los cánones de la plástica indígena (aspecto antropomorfo, anepigráfica y decorada),
pero que a partir del contacto con los romanos irá simplificándose y asemejándose a las estelas romanas en forma, estilo y
formulación epigráfica, aunque en lengua propia (Izquierdo y
Arasa, 1999). Constituye una etapa intermedia hacia el ritual
romano de señalizar la tumba mediante el establecimiento de
una piedra marcadora, en la cual sociedad ibérica ha reinterpretado el ritual adjuntando la inscripción con su propio signario (Arasa, 1994-1995: 93). El debate gira en torno a si dicho
contacto generaría de cero el uso de la escritura en contextos
funerarios ibéricos (Velaza, 1996) o si simplemente aceleraría
una tradición ya presente (De Hoz, 1995), dentro de un marco general de expansión de la escritura en esos siglos finales
de Helenismo cultural. De un modo u otro, parece aceptada
la visión de estelas como la de Sinarcas como un excelente
ejemplo del comentado proceso de Latinización que están viviendo las élites locales por tal de mantener su estatus y poder
dentro del aparato romano. Desgraciadamente desconocemos
si la tumba que señalizaba seguía el ritual de la inhumación o
era una deposición en urna de los restos incinerados, así como
el tipo de ajuares que la acompañaban, aspectos que sin duda
enriquecerían aún más la lectura de la pieza.
Esta inscripción se data a mediados del s. I a.C., pero no es
un caso aislado; en el mismo yacimiento se han producido otros
hallazgos relacionados con la presencia de una necrópolis. Al
construir unas bodegas aparecieron urnas cinerarias de factura
ibérica, así como vasijas cerámicas, pondera y una terracota de
un équido en ulteriores trabajos agrícolas (Iranzo, 2004: 204)
(fig. 243.3). Pese al reducido número de materiales y la forma
en la que se han dado a conocer, de nuevo encontramos elementos que nos remiten a un momento de cambio cultural y
transformaciones en el ritual funerario. Las urnas nos indican
la pervivencia de las incineraciones en los últimos siglos del
primer milenio a.C., mientras que uno de los pondus, pese a
ser de pasta ibérica, tiene una inscripción con caracteres latinos (Iranzo, 1989) (fig. 240.28). Se ha planteado una posible
asociación de esta necrópolis con el poblado del Cerro de San
Cristóbal, si bien el modelo anteriormente descrito nos llevaría
a pensar en las faldas de la montaña como lugar más propicio
para su ubicación, quedando Pozo Viejo un tanto distante. Independientemente, esta necrópolis lo que está es señalándonos
una compleja situación de mezcla de realidades, culturas e identidades durante el s. I a.C. en una de las zonas más complejas
de toda la comarca, el campo de Sinarcas. Un siglo después, en
la cercana Cañada del Pozuelo (o la propia Pozo Viejo, dada la
incertidumbre entre los historiadores locales para situar su hallazgo) se establecerían tres inscripciones funerarias latinas que
marcarían el fin de este proceso.
En el s. II a.C. también encontramos pervivencias de los rituales de enterramientos infantiles dentro del espacio doméstico
en El Molón, una práctica frecuente en la sociedad ibérica (Guérin y Martínez Valle, 1987-88; Moneo, 2003: 338) y documen192
tada también en los niveles plenos de Kelin (Mata, 1991: 194)
y de la Primera Edad del Hierro en Requena (Miquel-Feucht y
Villalaín, 2001). Se trata de cinco enterramientos perinatales,
uno de los cuales doble (Lorrio et al., 2010). Dicho enterramiento gemelar se realizó dentro de la cubeta del lagar una vez
éste fue anulado, con un ajuar simple de unas pinzas de depilar.
Otros dos enterramientos, individuales, fueron localizados en
las construcciones prerromanas documentadas bajo de los restos de la mezquita rodeados de escorias de hierro (protección),
mientras que el último permanece todavía inédito (ibíd.: 206).
Es interesante como estas inhumaciones se sitúan en s. II a.C.,
momento de profundas remodelaciones en el poblado, formando parte de rituales fundacionales aún no determinados, de claro
interés propiciatorio y de protección del hogar. Esta práctica era
compartida por la cultura ibérica y la celtibérica, siendo en ambos casos muy común. Aunque siempre esté en el aire para este
tipo de conjuntos la posibilidad de un sacrificio ritual, los autores abogan por una muerte natural, dada la presencia de ajuares.
Por lo que respecta a época altoimperial, sin duda la mejor fuente de información sobre el mundo funerario procede del
corpus epigráfico anteriormente descrito, ya que la inmensa mayoría se trata de inscripciones sepulcrales dedicadas a los difuntos por parte de sus familiares. Su concentración en zonas como
la vega de Requena o el campo de Utiel nos indica la existencia
de diversas necrópolis o enterramientos aislados (monumentales en algunos casos) en las proximidades del Requena y de las
diversas villas que jalonaban el curso del río Magro.
En La Calerilla tenemos el único caso de necrópolis directamente asociada a una villa romana altoimperial, además con larga
perduración en su uso. Como ya comentamos, en la segunda mitad del s. I y primera del II d.C. el ritual que presenta es la incineración (Martínez Valle, 1995b). La posición central la ocupa
un mausoleo compuesto por un ara con pulvini, lugar donde se
dispondría la citada inscripción a Domitia Iusta (fig. 239.5). El
hecho de que esté inacabada ha hecho plantear que no se trataba
de un mausoleo individual, sino colectivo, bajo la fórmula “sibi
et suis” (González Villaescusa, 2001: 204). La decoración de volutas espiraliformes que enmarca el campo epigráfico recuerda,
según su investigadora, a la de otra inscripción funeraria de la cercana necrópolis del Pelao (Jorquera, Albacete), en La Manchuela
(Martínez Valle, 1991: 170). Alrededor del mausoleo se disponían los diferentes busta. La incineración no es la única pervivencia cultural ibérica que detectamos, ya que las deposiciones son
en urnas de clara tradición ibérica tanto en pastas, como formas y
decoraciones (fig. 243.2). Estas urnas estarían acompañadas por
las diferentes ofrendas, principalmente recipientes de sigillata
sudgálica e hispánica en los que se ha visto un interesante binomio: los vasos destinados a ofrendas sólidas estaban quemados,
mientras que los de líquidos no habían sido depositados en la hoguera, ya que seguramente sirvieron para hacer libaciones. Uno
de estos vasos era una forma Drag. 18 de sigillata sudgálica con
sello del alfarero Albinus, de mediados del s. I d.C. (Castellano,
2000). Por tanto, multitud de elementos entremezclados resultando un ritual funerario de lo más complejo. En época bajoimperial,
a partir del s. III hay un segundo uso de la necrópolis, en este caso
con inhumaciones en cista.
A partir de dicho s. III d.C. aumenta el número de enteramientos conocidos, extendiéndose durante todo el Bajo Imperio
en relación con la perduración de algunas de las villae aquí re-
[page-n-210]
Fig. 243. Algunos hallazgos destacados relacionables con las esferas religiosa y funeraria. Fotografías y dibujos: Martínez García, 1986
(4) y 1990 (1); Iranzo, 1989 (3); Lorrio et al., 2009 (5); Piqueras (7); Martínez Valle, 1995 (8); Iranzo, 2004 (9-11); propios (2 y 6).
Escalas diversas.
193
[page-n-211]
cogidas. En La Solana se documentaron en 1960 tres sepulturas
de inhumación en fosa cubierta por grandes losa de piedra y
tegulae (González Villaescusa, 2001: 213). Dos habían sido expoliadas en el momento de la visita del personal del SIP, la otra
conservaba un esqueleto con restos de clavos del féretro de madera y algunos fragmentos de cerámica romana (Pla Ballester,
1960: 224-226). En el Barrio de Los Tunos también parece que
existió una necrópolis de igual cronología (González Villaescusa, 2001: 202), aunque la destrucción que propició el propio
hallazgo de los enterramientos y la falta de claridad en los ajuares asociados imposibilita asegurarlo con rotundidad. De nuevo
son cistas cubiertas con losas o lajas de piedras. En La Cañada
de Villar de Olmos fue parcialmente destruida una necrópolis
bajoimperial, por lo que se llevó a cabo una excavación de salvamento por parte de F. Latorre en 1975 (Pérez Mínguez, 2008)
Religiosidad y espacios sacros
La esfera de lo sagrado y religioso puede ser perfectamente el
área temática más pobre de la investigación en la Meseta de
Requena-Utiel, ya que apenas contamos con restos materiales o
lugares a los que asociar un posible uso cultual. La religiosidad
en la Antigüedad estaba integrada dentro de las prácticas cotidianas, de manera especialmente marcada durante la Edad del
Hierro. La transición de los cultos y ritos ibéricos, desconocidos
en muchos casos, a la adaptación del panteón y cultos romanos, en ocasiones con muestras de interpretatio (Domínguez
Monedero, 1997: 400), constituye un campo de estudio óptimo
para analizar el proceso de cambio cultural. Lamentablemente,
nuestro registro está tan sesgado que poco podremos añadir a un
mero listado de objetos o lugares con posible valor sacro.
En la religiosidad ibérica el culto no se desarrolla generalmente en edificios concretos, siguiendo el concepto de templo clásico
en los que la esfera religiosa está separada de la doméstica, ya
que apenas están presentes y limitados a zonas abiertas a contactos con otros pueblos mediterráneos (Vilà, 1997; Moneo, 2003:
281-285). Los espacios sacros más corrientes son los santuarios
urbanos y rurales, capillas domésticas y culto en las propias necrópolis y en determinados espacios naturales como ríos, fuentes,
bosques o cuevas, los locra sacra libera (Domínguez Monedero,
1997: 397; Oliver, 1997: 506). No contamos con ningún ejemplo
de santuario para esta zona. Del segundo ámbito, las capillas domésticas, más de lo mismo, dado el bajo porcentaje excavado en
la mayoría de sus poblados, así como las dificultades para detectar estos espacios, departamentos muchas veces multifuncionales
en los que las prácticas religiosas conviven en el mismo lugar que
otras actividades corrientes (Bonet y Mata, 1997a y 2002). No
obstante, que no diferenciemos capillas domésticas no significa
que en determinados lugares no tengamos trazas de cultos, ritos
o tradiciones. El enterramiento de neonatos en Kelin, El Molón y
Requena es un buen ejemplo de como las prácticas cultuales están
integradas dentro de lo más cotidiano, la casa.
A su vez, tenemos algunas piezas relacionables con algún
tipo de práctica religiosa ibérica. El problema es que la mayoría
procede de rebuscas clandestinas o de hallazgos casuales, todo
fuera de contexto, por lo que es complicado plantear con seguridad dicho significado cultual. Y, aún más, también es complicado aportar una datación cronológica final para los escasos
ejemplos. En Kelin, además de los vasos con decoración compleja que hemos tratado antes y a los que asociamos un posible
194
Fig. 244. Terracotas de Kelin en la Colección Museográfica de
Caudete de las Fuentes (fotografía A. Moreno).
uso cultual o funerario, tenemos otros objetos interesantes. El
pitorro vertedor con forma de cabeza de jabalí o carnicero/lobo
sin duda formaría parte de una pieza singular (vid. fig. 192.3),
probablemente utilizada para hacer libaciones. Juntamente con
él, en la Colección Museográfica de Caudete de las Fuentes
tenemos un par de terracotas femeninas relacionadas cultos
domésticos desconocidos, seguramente asociados con la fecundidad (fig. 244). Referencias antiguas comentan el hallazgo
de algunos objetos singulares, como dos fíbulas de plata, hoy
perdidas, una con escena venatoria y otra con dos cabezas de
caballo mirando hacia lados opuestos (Almarche, 1918: 89-92).
En el Cerro de San Cristóbal se halló una cajita cerámica con
decoración incisa de 9x5 cm, en la que se representan motivos
vegetales, animales (un ave), geométricos y dos posibles barcos con vela (Martínez García, 1986) (fig. 243.4). En El Molón
apareció una terracota con forma de pie calzado con decoración
geométrica, objeto de carácter votivo de origen celtibérico (Lorrio et al., 2009: 32) (fig. 243.5). Por último, recientemente se
han publicado una serie de láminas de plata con grabados antropomorfos procedentes de la sierra de El Rubial y del yacimiento
de Punto de Agua (Martínez García, 2013). Es decir, un registro
hasta la fecha bastante pobre y escaso.
Por lo tanto, es el tercer aspecto, el de las cuevas-santuario, el
ámbito de estudio más prolífico dentro del sacro mundo ibérico
valenciano, y la comarca de Requena-Utiel es una de las zonas
con mayor abundancia de las mismas. Son pequeñas cuevas o covachas en las que se depositan ofrendas de lo más variadas según
la geografía. Sin embargo, su uso como espacios religiosos se
desarrolla preferentemente entre los ss. VI-III a.C. Ya en trabajos
anteriores apuntamos algunas cuestiones, sobre todo centrándonos en los ejemplos del valle del Magro, la Cueva de los Ángeles
y el Cerro Hueco, ambas en Requena (Quixal, 2008 y 2012). No
obstante, el análisis desde las múltiples ópticas que éstas permiten
queda fuera del cometido del presente trabajo por su cronología,
siendo un tema que estamos desarrollando actualmente.9
9 Estamos realizando una revisión de las cuevas-santuario del territorio de
Kelin con Sonia Machause, doctoranda cuya tesis está centrada en este
tipo de espacios rituales en el área valenciana.
[page-n-212]
Pero, en lo que respecta a las cronologías finales, lo significativo es precisamente el fin de su uso cultual en el s. II
a.C., algo que como veremos entronca con la propia naturaleza
y carácter de las mismas. Las cuevas-santuario siempre han sido
descritas de forma muy homogénea y global en relación con
unas características comunes, presentes desde los primeros trabajos (Gil-Mascarell, 1975; González Alcalde, 1993): ubicadas
en paisajes agrestes y escarpados, con dificultades de acceso,
con presencia de agua y formaciones calcáreas en su interior.
Sus ajuares, generalmente cerámicos, son repetitivos y están
dominados, por encima de todo, por vasos caliciformes, aunque
también hay platos, cuencos, ollas y fusayolas. De manera más
excepcional aparecen importaciones, joyas o terracotas. En el
mismo espacio también aparecen numerosos restos óseos animales y, en contadas ocasiones, humanos.
En nuestra área de estudio tenemos las cuevas-santuario
de Cerro Hueco, Cueva de los Ángeles y Cueva de los Mancebones (Requena), Cueva Santa y Puntal del Horno Ciego
(Villargordo del Cabriel) y Cueva Santa (Mira), más la Cueva de El Molón (Camporrobles) de carácter dudoso (Moneo,
2001). Sus ocupaciones se extienden a lo largo de los periodos
ibéricos Antiguo y Pleno, aunque algunas de ellas presentan
materiales ibéricos finales y romano altoimperiales, fruto seguramente de usos puntuales a los que no se puede asociar una
finalidad ritual. Tanto en Cerro Hueco como en la Cueva de
los Ángeles se encontraron fragmentos de sigillata (Aparicio
y Latorre, 1977: 32; Moneo, 2003: 197). La cueva que cuenta
con un mayor número de piezas tardías es la Cueva Santa de
Mira, con dos fragmentos de Campaniense A, dos de paredes
finas y una sigillata africana A (Lorrio et al., 2006: 57-58). Por
lo tanto, se trata de frecuentaciones, usos residuales, temporales o de refugio, pero en ningún caso podemos plantear una
continuación del carácter cultual y de la celebración de ritos u
ofrendas en ellas para una fase tan tardía, ya que los materiales
no son tan significativos ni hay una repetición o dominio de
determinados tipos tan evidente.
El fin del uso ritual de estos espacios y de la deposición
de exvotos en los mismos a finales del s. III a.C. creemos que
es coherente con la interpretación que hemos hecho de las
mismas (Quixal, 2008 y 2012). Se ha escrito mucho sobre los
posibles rituales llevados a cabo en su interior, quizá de forma excesiva si lo comparamos con la poca profusión que han
tenido otros aspectos más palpables como los ajuares o su interrelación con el paisaje. Consideramos un punto de arranque
necesario para poder interpretar los rituales que se llevaron a
cabo dentro, el definir previamente qué comunidades hacían
uso de ellas y si lo hacían de forma permanente o estacional.
Son espacios que deben analizarse desde una perspectiva macro, integrándolas dentro del paisaje y del territorio ibérico
del que formaban parte, tal y como se ha hecho en otras zonas
ibéricas (Grau, 2000a).
Ya desde los inicios de la investigación se llamaba la atención de la ausencia de relación entre estas cuevas y poblados
cercanos (Gil-Mascarell, 1975; González Alcalde, 1993), con
vacíos de poblamiento significativos en radios de más de 5
km a su alrededor (Lorrio, 2006). Por tanto, quizás estemos
ante centros que excederían el radio local y podrían tener importancia como centros aglutinadores a nivel simbólico a una
escala mayor. Catalizarían a diferentes comunidades del área
en determinados días o de forma esporádica. Edlund (1987)
establece para el caso etrusco el concepto de “political sanctuaries”: las cuevas serían un punto neutral de encuentro de
representantes de diferentes comunidades para llevar a cabo
rituales en común, a la par que se negociaban decisiones políticas, pactos, etc.
Más que con poblados, están en estrecha relación con caminos y zonas de paso, y generalmente no se trata de caminos
internos, sino fronterizos, que conectan el territorio con sus
vecinos. Grau lo plantea como un culto relacionado con la circulación y la protección de los viajes (Grau, 2000a: 219). En
la mayoría de los ejemplos del territorio de Kelin, las cuevas se
ubican en las zonas de paso, cerca de supuestas vías de comunicación y, al mismo tiempo, cerca de presumibles zonas fronterizas entre territorios. Podrían tratarse de santuarios de frontera, asemejándose su carácter al que en otras zonas ibéricas
tienen espacios o construcciones como El Pajarillo (Ruiz et al.,
2000). Las cuevas-santuario, de la misma forma que actuarían
como centros catalizadores de una comunidad, al ubicarse en
zonas fronterizas estarían marcando territorialidad, pertenencia a una determinada comunidad. Y es llamativa la relación
entre el eminente carácter rural de Kelin y su territorio con la
abundancia de este tipo de espacios en la comarca, ya que en
otras zonas como el territorio de Edeta, donde parece haber
una mayor importancia del fenómeno urbano, el culto se desarrolla dentro de los asentamientos (santuario urbano del Tossal
de Sant Miquel y capillas domésticas del Puntal dels Llops y
del Castellet de Bernabé) (Bonet y Mata, 1997a) (fig. 245).
Una vez las comunidades indígenas han sido conquistadas por los romanos y pasan a formar parte de su administración territorial, este tipo de espacios carecen de sentido a
nivel aglutinador y cohesionador de grupos, aunque pudieran
seguir teniendo el mismo simbolismo cultual. Recordemos
que en la fase final también tenemos santuarios territoriales
y supraterritoriales, caso del Cerro de los Santos (Ramallo,
1999), pero generalmente dotados de fuertes rasgos itálicos
tanto en arquitectura como en cultura material (Moneo, 2003:
342). Por tanto, no creemos que fuera un rápido abandono de
los cultos locales y espacios sacros en favor de un proceso
“romanizador” de adopción de cultos y divinidades romanos,
sino que el nuevo contexto despojaba de sentido algunos de los
usos y significados que en las cuevas-santuario se reflejaban,
lo que sumado a un lento proceso de contacto cultural desembocó en una nueva religiosidad influida en todo momento por
el sustrato anterior.
No obstante, en la época final hay un nuevo tipo de espacios que, si bien no presentan exactamente las mismas características que las cuevas-santuario, guardan ciertas similitudes
en cuanto a ubicación en abrigos y localización en zonas periféricas. Se trata de los santuarios rupestres o abrigos-santuario
detectados en la provincia de València y limítrofes, abrigos
con inscripciones ibéricas incisas en la roca. De los escasos
ejemplos documentados, significativamente dos se encuentran
cerca del área de estudio: el Abrigo de Reiná (Alcalá del Júcar,
Albacete) y El Burgal (Siete Aguas) (Pérez Ballester, 1992;
Moneo, 2003: 201). Descartando el segundo por su ubicación
al otro lado del Cabriel, nos interesa especialmente el primero por localizarse en plena sierra de Las Cabrillas, sierra que
como hemos comentado pudo funcionar como límite territorial
195
[page-n-213]
Fig. 245. Esquema de los aspectos territoriales de las cuevas-santuario.
ibérico. En una fase en que las cuevas-santuario parecen haber
sido abandonadas como espacios rituales, podríamos considerar la inscripción de caracteres ibéricos en abrigos como una
pervivencia de esas tradiciones, adaptándolos al nuevo contexto en que la escritura juega un papel importante, aunque a
una escala menor.
Una serie de hallazgos en las proximidades del Cabriel
también parecen indicar que en esa zona periférica y fronteriza se desarrollaron cultos, más si cabe teniendo en cuenta el
carácter sacro que podían tener los cursos de agua en la Antigüedad (Domínguez Monedero, 1997: 397). Se han encontrado varios depósitos de monedas (Martínez Valle, 1995c),
una figurita de barro cocido indeterminada (Martínez Valle,
2001a) y un casco de tipo montefortino (VVAA, 2012), objetos a los que se puede asociar cierto carácter votivo o funerario. Dicho casco, frecuente en las necrópolis de finales del
s. III al I a.C. (Quesada, 2010: 156-157), presenta bisagras
con remaches que servirían para unir las carrilleras, no conservadas en esta pieza, así como un botón troncocónico con
decoración de ovas, lo que lo sitúa en el subtipo Ia de GarcíaMauriño (1993: 125) y, por lo tanto, le aporta una cronología
precisa de finales del s. III y comienzos del II a.C. (fig. 243.6).
Al estar descontextualizado, la duda radica en si formaba parte del ajuar de algún enterramiento o, si por el contrario, era
resultado de una ofrenda en el río. Se han hallado otros cascos
como éste en ríos e incluso dentro de pozos. Las ofrendas de
armas como culto a las aguas están presentes desde el Bronce
Final y parece que tuvieron continuidad durante la Segunda
Edad del Hierro (ibíd.: 139). Además, el ejemplar del Cabriel
es tipológicamente muy parecido al casco nº 1 de Les Roques
de las Barbada de Benicarló, un posible fondeadero relacionado con la desembocadura del Ebro en el que aparecieron
tres cascos, considerados una ofrenda por parte de contingentes itálicos en contexto de la Segunda Guerra Púnica (Oliver,
1987-1988: 210-211).
Por lo que respecta a época romana, el panorama es igual de
pobre, dada la falta de excavaciones arqueológicas rigurosas.
Como en otros muchos aspectos, nos encontramos un vacío de
196
información entre mediados del s. I a.C. y mediados del I d.C.,
justo en la fase clave del proceso de cambio cultural. Del Alto
Imperio tan sólo conocemos algunos objetos o representaciones de divinidades o símbolos romanos, muchas veces carentes
de contexto. En la importante villa de Los Villares de Campo
Arcís apareció un altar con relieve del dios Baco, representado
vertiendo vino de una jarra sobre una pequeña pantera (Martínez Valle, 2012: 28) (fig. 243.7), pieza propiedad de Javier
Hernández Haba. El dios de la viticultura adquiere su mayor
profusión en las villas rurales (Seguí y Sánchez, 2005: 102) y
está presente en esta zona de tan longeva tradición vinícola. Por
su parte, en la villa de El Ardal apareció una figurita de bronce de la diosa Minerva (fig. 243.8), una de las tres principales
divinidades romanas junto a Júpiter y Juno, con una coraza en
el pectoral con forma de cabeza de Gorgona (Martínez Valle,
1995). Su investigadora considera que pudo formar parte de
un larario y la fecha en torno al s. II d.C. Otra representación
religiosa romana la vemos en el monumento funerario de La
Calerilla, donde el campo epigráfico viene acompañado de un
amorcillo o eros (Martínez Valle, 1991) (fig. 239.5).
Sinarcas es la zona donde más se concentran las noticias
y hallazgos de piezas romanas con carácter cultual, la mayoría dados a conocer por los investigadores locales. Se han
localizado sillares con símbolos fálicos en los yacimientos
de Cañada del Pozuelo (fig. 243.9) y Pozo el Piojo (Iranzo,
2004: 124-125), que se suman al ejemplar del Barrio de Los
Tunos. Estas representaciones, bastante frecuentes en época
romana, no tenían un contenido obsceno, sino que eran símbolos asociados a las divinidades del vino (Baco y Liber Pater), con carácter protector y de atracción de la fecundidad y
la buena fortuna (López Velasco, 2007-2008). En el primero
de estos yacimientos, Cañada del Pozuelo, a comienzos del s.
XX apareció también una estatua de figura femenina desnuda
y yacente, así como una pila de Esculapio, ambas hoy desaparecidas (Palomares, 1966: 241). En La Cabezuela – Pocillo
de Berceruela apareció un fragmento escultórico de una cabeza enmarcada por decoración floral y geométrica (Palomares,
1966: 240; Iranzo, 2004: 119) (fig. 243.10). La pieza forma-
[page-n-214]
ría parte de un conjunto mayor y muestra la cara completamente mutilada. De Lobos-Lobos tenemos un fragmento de
decoración arquitectónica en forma de roseta (fig. 243.11).
Hay que reflexionar sobre si esta concentración de materiales
significativos romanos en esta zona concreta responde a una
complejidad cultural mayor o, por desgracia, a una tradición
clandestina más arraigada. Seguramente algunas de estas piezas formarían parte de necrópolis monumentales.
Por último, diversas son las inscripciones funerarias dedicadas a los dioses Manes (Dis Manibus), dioses protectores
de los muertos (Seguí y Sánchez, 2005: 108). Esta fórmula
epigráfica es repetida en todo el mundo latino, de ahí que no
podamos saber si se trata de un verdadero arraigamiento de
esos cultos domésticos o de una simple formalidad. Hasta un
total de cinco inscripciones han sido documentadas con ese
comienzo.
197
[page-n-215]
[page-n-216]
Reflexiones finales
Resulta complicado resumir en no llega a 40 páginas el trabajo
de ya media docena de años y, al mismo tiempo, la herencia
sumada de bastantes años más de investigación por parte del
proyecto de Consuelo Mata en el que nos integramos. Por suerte, llegamos a un punto en el que abiertamente podemos decir
que el de Kelin es uno de los territorios ibéricos mejor conocidos y que mayor profusión bibliográfica ha generado del sector
central de la fachada mediterránea peninsular. Y, una vez más,
recalcamos la importancia que los trabajos de A. Moreno para
el Ibérico Antiguo y Pleno han supuesto como punto de partida
en éste, fundamentales en la comprensión de la zona durante las
cuatro centurias siguientes.
Hemos optado por tomar un más dúctil encabezado de
“reflexiones finales”, en vez del férreo “conclusiones”, puesto que muchos de los aspectos que se han tratado y que aquí
se resumirán distan mucho de estar resueltos mediante la defensa a ultranza de una conclusión u otra. En este apartado
pretendemos recopilar todas las problemáticas suscitadas a lo
largo del trabajo y exponerlas en abierta reflexión, sobre todo
marcando pautas y líneas de trabajo de cara el futuro. Ello
haremos en especial en el último apartado, el del contacto
y cambio cultural, punto clave donde relacionaremos toda
la bibliografía tratada en los apartados iniciales con la información extraída de nuestro trabajo de campo, laboratorio
o aplicaciones informáticas. En primer lugar, sin embargo,
haremos un breve repaso del proceso analizado siguiendo un
eje cronológico, exponiendo las principales ideas alcanzadas
en torno a la evolución del patrón de asentamiento en esta
zona, aunque intentando ya superar la mera exposición descriptiva de los puntos anteriores.
Tal y como hemos recalcado a lo largo del trabajo y ha quedado bien patente, los pilares de este trabajo son la geografía,
los yacimientos y los materiales de los propios yacimientos;
aspectos que sólo tras un examen concienzudo de los mismos
pueden ser sometidos a todo tipo de aplicaciones y análisis me-
diante Sistemas de Información Geográfica. Una vez más debemos ser críticos con la calidad de algunos datos de origen,
compensada posteriormentes con un esfuerzo bien justificado
de horas y horas de labor de campo y gabinete. Por desgracia, la
Meseta de Requena-Utiel es un área tratada con rigurosidades y
motivaciones muy diversas: excesivo peso de las excavaciones
clandestinas frente a las reguladas, lo cual ha nutrido las principales colecciones locales sin ningún tipo de orden y rigor. Una
“supuesta” amistad por la Arqueología traducida en coleccionismo privado y golpes de azadón, así como falta de publicación de
muchos de los resultados, obtenidos de manera científica o no.
Uno de esos pilares, la geografía, ha sido y es en esta comarca un aspecto fundamental. Sin caer en determinismos, debemos reconocer cómo su carácter unitario y compacto le ha
aportado entidad propia durante muchas fases históricas, entre
otras la ibérica, en la que constituyó un territorio bien delimitado. Al mismo tiempo, la contemplada existencia de subzonas
o subunidades geográficas fácilmente diferenciables (Piqueras,
1997), ha permitido el desarrollo de conjuntos de poblamiento
concretos que se mantuvieron a lo largo de todo el periodo iberorromano, a pesar de que su configuración, entidad y carácter
pudiera ir cambiando radicalmente. Y no sólo eso, los propios
accidentes geográficos como determinadas sierras o ríos han
sido esenciales también en la configuración del territorio y en la
articulación humana del paisaje: mientras un río actuó de frontera y límite con otros territorios (Cabriel), otro sirvió de conexión
con territorios vecinos y gestó un poblamiento a su alrededor
aprovechando sus fértiles suelos de ribera (Magro). Todo ello
no deja de estar en directa relación con el propio carácter de la
Meseta: una naturaleza de contrastes, donde podemos encontrar zonas muy llanas, valles encajados y áreas tremendamente
abruptas desalentadoras de toda posible ocupación humana.
El territorio de Kelin nos brinda una oportunidad inmejorable
de romper toda una serie de tópicos sobre la Romanización de las
sociedades ibéricas, comenzando por la propia manera de enfocar
199
[page-n-217]
su análisis. Tomamos como ejemplo una zona concreta de las que
hemos trabajado: el corredor y llano de El Rebollar, en Requena.
Hasta ahora hemos desarrollado un trabajo más o menos lineal,
viendo cómo dicha zona contaba con ‘x’ yacimientos, resultado
de la prospección de los cuales se ha obtenido un conjunto de
materiales, cuyo estudio ha permitido datarlos y establecer funcionalidades diversas para cada uno de los núcleos. El análisis del
patrón de asentamiento nos muestra cómo los asentamientos se
ubican en los mejores suelos de la zona, cómo en el Ibérico Final
desaparecen las redes de visibilidad pero se mantiene el grupo
local y cómo en época romana se producen los cambios más profundos. El trabajo clásico buscaría ver la evolución de la zona a
través de lo que desaparece, de lo que cambia: el abandono en el
s. III a.C. del poblado fortificado de La Cárcama, núcleo central
durante el Ibérico Pleno, considerando el Ibérico Final una fase
de transición hacia una época altoimperial en que se completa el
proceso con el surgimiento de la villa romana de Las Paredillas,
una de las más destacadas de la comarca. Lo que hemos pretendido a lo largo del trabajo y de nuevo debemos recalcar es un
discurso más libre, en el que no sólo se deba prestar atención a
los cambios sino también a las continuidades, a los procesos de
larga duración. En este sentido, el cercano asentamiento rural de
El Rebollar, con ocupación ininterrumpida desde el s. V a.C. hasta el II d.C., de ser bien conocido seguramente nos aportaría más
información sobre el cambio cultural que cualquiera de los otros
dos anteriores. En núcleos así es donde reside la clave de este
trabajo y donde nos gustaría seguir desarrollando nuestra línea de
investigación en el futuro.
Al igual que ya defendimos en nuestro trabajo de investigación de licenciatura (Quixal, 2008 y 2012), consideramos
primordial superar un análisis de Arqueología del Territorio en
el que cada yacimiento constituya un simple punto. Conocer
de primera mano y analizar uno por uno cada yacimiento intentando aportarles una categorización, aunque pueda resultar
arriesgado por trabajar con variables aplicadas en el 90% de los
casos a yacimientos prospectados (tamaño, ubicación, variedad
de ajuares, diacronía…), es esencial para comprender de una
manera más racional y humana las dinámicas poblacionales y
culturales acaecidas. Sólo así podremos superar el mero listado
de 125 yacimientos iberorromanos con los que hemos trabajado.
La segunda mitad del s. III a.C.:
fin del cénit territorial e impacto
de la llegada romana a la Península
Kelin, ciudad ibérica ocupada desde la Primera Edad del Hierro, con seguridad desde el s. V a.C. pasa a ejercer de capital
y oppidum central de un territorio con carácter estatal al igual
que otros detectados en Iberia (Ruiz y Molinos, 1993: 265), de
límites semejantes a los de la actual comarca de Requena-Utiel,
en el que es clave la producción de bienes de rendimiento aplazado, la circulación de bienes de prestigio, la jerarquización del
poblamiento y la articulación del espacio en favor de una estrategia central (Moreno, 2010 y 2011). Al frente de dicho poblamiento estructurado se sitúa Kelin, que sobresale como capital
por la serie de motivos ya esgrimidos: posición central, tamaño
(10 ha), diacronía, acuñación de moneda en el s. II a.C., muestras de desigualdad social, presencia de textos escritos y numerosos bienes de prestigio (Mata et al., 2001 a y b).
200
A lo largo de los ss. IV-III a.C. Kelin y la comarca llegan a
su cénit a nivel poblacional y territorial, alcanzando un máximo
número de núcleos en relación con un auge demográfico. Se da
ya un primer paso hacia la ocupación de zonas bajas en pro de
un aumento productivo, tendencia que se consolidará en fases
sucesivas. En este auge rural son protagonistas los numerosos
establecimientos rurales documentados, resultado de los fenómenos de satelización detectados en torno a asentamientos estables (Moreno y Quixal, 2009 y 2012). El poblamiento estructurado y jerarquizado responde a un tipo intercalar, en el que la
mayoría de la población reside en Kelin y los poblados fortificados, pero también existe un buen número de asentamientos rurales dispersos, aunque siempre dentro de distancias razonables
(Moreno, 2011: 213). Durante estos siglos también se consigue
el máximo desarrollo en cuanto a redes viarias y de visibilidad.
Esta dinámica se ve alterada, que no truncada, por el devenir de la Segunda Guerra Púnica y la consecuente instalación
romana en la franja mediterránea de Hispania, hasta el 197 a.C.
de manera temporal y desde entonces como una provincia más.
Poco sabemos sobre el impacto de la contienda bélica en estas
tierras, exceptuando el posible final del nivel IV de los sectores
excavados de Kelin en relación con una destrucción violenta en
ese contexto, con algunos ajuares abandonados (Guérin et al.,
1989). No obstante, no sabemos si se trató de una destrucción
generalizada o puntual debido a la reducida superficie excavada
del asentamiento. Algunas de las fortificaciones de los principales poblados en alto también podrían vincularse con el contexto
bélico, especialmente la propia fundación del Cerro Carpio, tal
y como marca su numismática (Iranzo, 2004: 59). Pero, independientemente, a pesar de que el área valenciana fuese una de
las más activas durante la contienda, no pensamos que el grueso
de la comarca se hiciera especial eco del conflicto. Hallazgos
como los citados ocultamientos o tesoros de Caudete podrían
indicar cierta inestabilidad (Pla Ballester, 1980: 34-35; Pérez
Vilatela, 1999: 269-275), pero no dejan de ser hechos puntuales
y aislados, teniendo la guerra en esta zona seguramente una vertiente más diplomática que militar (Bonet y Mata, 2002: 234235).
A partir de entonces Hispania se constituye en un auténtico
campo de experimentación de nuevas fórmulas, heterogéneas y
cambiantes en todo momento en estrecha relación con la realidad previa (Keay, 1996: 173). En la Meseta de Requena-Utiel
Roma, al igual que en otros muchos casos, topa con una ciudadestado con un territorio organizado a su alrededor de una extensión considerable. Otros investigadores, creemos que acertadamente, han planteado que existiría una dualidad entre los
territorios ibéricos de las ciudades costeras, más pequeños por
estar volcados al exterior, y los de los oppida de interior, más
grandes porque la base de su riqueza era la explotación agraria
(Valor, 2003: 106). Roma durante los primeros momentos no
crea muchas ciudades sino que busca precisamente administrar
desde las ya existentes, aprovechando los territorios establecidos y las redes clientelares focalizadas en los oppida.
Al igual que se ha planteado para otras ciudades peninsulares (Ruiz Rodríguez et al., 1991; Gutiérrez, 1998), Kelin se
convertiría en una ciudad aliada, pagando seguramente algún
tipo de tributo a la autoridad romana. Durante los ss. II-I a.C.
veremos cómo eso se refleja en una clara búsqueda del aumento
de la producción, un nuevo modelo económico encaminado a
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producir excedentes con los cuales pagar a la autoridad romana
(Miret et al., 1986; Keay, 1995; Castro y Gutiérrez, 2001; Grau,
2002; Martín y García, 2002). A fecha de hoy parece prácticamente descartado que las monedas ibéricas estuvieran destinadas a hacer frente a esos pagos, tanto por la cronología de muchas de las acuñaciones como por el poco valor de las mismas
(Ripollès, 2000: 338-339), de ahí que la mayoría de los pagos
se efectuaran en especie. En el foro de la colonia de Valentia,
cuya fundación en el 138 a.C. sin duda supuso un hito en la
organización territorial de todo el sector, se localizó un horreum
republicano (Ribera, 2009: 61) que perfectamente pudo haber
sido destinado a almacenar lo recaudado a los indígenas. No
obstante, seguramente los tributos no se ceñían exclusivamente
al cereal, existiendo zonas como Sinarcas en las que el mineral
y el metal podrían estar jugando un papel muy importante, como
a continuación trataremos.
El continuismo del s. II a.C.
Mediante este enunciado comenzamos la descripción del siglo
del que seguramente hayamos obtenido mayor cantidad y calidad de datos tras la realización del trabajo. Y utilizamos el término “continuismo” porque estimamos que la llegada de Roma
a estas tierras todavía no comporta en este siglo una ruptura o
cambio estructural. Sin duda, la Romanización conllevó cambios en el paisaje y en la concepción de los indígenas del mismo
desde un primer momento, de ahí que igual estemos delante de
un “continuismo aparente”, es decir, que tengamos estructuras
de poblamiento o tipos de asentamiento similares a los de los ss.
IV-III a.C., pero que en el fondo se estén dando ya cambios que
no podamos palpar en el carácter o finalidad de los mismos. No
obstante, en líneas generales abogamos por una continuidad en
procesos y tendencias de larga duración iniciados con anterioridad a la conquista. Las características previas son en esta zona
aún más determinantes si cabe, precisamente porque muchos de
los patrones que comporta la presencia romana ya estaban extendidos a priori.
Entre otros ámbitos la conquista tampoco supone inicialmente un cambio radical a nivel de patrón de asentamiento, tal y como
se ha visto en otras muchas zonas (Miret et al., 1991; Keay y Earl,
2007; López Castro, 2007). Los verdaderos cambios los tendremos a partir del s. I a.C. y, sobre todo, tras el inicio del Alto
Imperio con la extensión del sistema de villae. Roma, para asegurarse la recaudación de impuestos comentada anteriormente, mantiene las estructuras económicas y sociales indígenas,
de ahí que las características previas de cada área marquen el
devenir del proceso “romanizador” a nivel territorial. Mediante prácticas como la fides ibérica se preserva la red de oppida
preexistente (Castro y Gutiérrez, 2001: 154-155). Vimos cómo
en el Ibérico Pleno uno de los parámetros que indicaron la aparición de una sociedad estatal fue el paso de relaciones basadas
en el parentesco a relaciones clientelares. Esta fase constituye
un peldaño más: las relaciones clientelares alcanzan su máximo
exponente porque en la cima de la pirámide se sitúa la autoridad
romana (Slofstra, 1983: 89-95), que no le interesa desmantelar
las aristocracias locales a fin de explotar los territorios al máximo, sin invertir excesivos esfuerzos, recursos u hombres.
Una vez este territorio, junto con el resto de la franja mediterránea peninsular, pase a estar bajo control romano, ya no tiene
sentido entenderlo de la misma manera: territorio centralizado
con capital, compleja jerarquización y fronteras. No obstante, el
continuismo atestiguado durante el s. II a.C. nos lleva a pensar
que en el fondo parte de esa estructuración territorial continuaba
existiendo, aunque a la postre fuera ahora Roma la última beneficiaria de la misma. Kelin continuaría como lugar central a
nivel administrativo, como ciudad aliada o directamente súbdita
de la autoridad romana. Mediante el establecimiento de este tipo
de alianzas con las aristocracias locales Roma se aseguraba la
recepción de los tributos y la lealtad de los indígenas, de ahí que
durante más de una centuria la organización territorial pudiera
ser semejante.
Sólo ello puede explicar que Kelin y otras ciudades ibéricas
valencianas vivan en esta fase, paradójicamente después de la
conquista, uno de sus periodos más florecientes, con abundante
llegada de importaciones y otros bienes de prestigio, desarrollo
de documentos escritos e, incluso, acuñación de moneda propia.
Es durante este periodo cuando pensamos que Kelin alcanza su
máximo tamaño, las citadas 10 ha, ya que en los sondeos efectuados en la parte baja cercana al río se han localizado niveles
incluso de comienzos del s. I a.C. Por tanto, estaríamos hablando de unas 3.000-4.000 almas si son acertados los cálculos efectuados (Valor et al., 2001; Moreno y Valor, 2010). Pocas son
las ciudades ibéricas valencianas que sufren fuertes cambios
urbanísticos durante estos años, la tónica general es la falta de
alteraciones (Bonet y Ribera, 2003).
En los ss. II-I a.C., dentro todavía de un poblamiento de
tipo disperso, la población tiende a agruparse en núcleos cada
vez más grandes y grupos locales más definidos. En esta fase
hay una clara búsqueda de un aumento de la producción, una
producción centrada en el cereal, aunque seguramente con presencia de bienes de rendimiento aplazado como los frutales, sin
tener datos de si en esta fase se están transformando y comercializando como en la anterior (Pérez Jordà et al., 2013). Los
estudios que estamos llevando a cabo tras la excavación de la
Casa de la Cabeza pueden aportar un poco de luz al respecto.
No obstante, al igual que sucedió en el Ibérico Pleno hay un
aprovechamiento de todo tipo de recursos: agrarios, cabaña ganadera, sal de las diferentes salinas documentadas en la comarca
(Jaraguas y Hórtola las más probables, por la documentación de
yacimientos ibéricos), recursos fluviales (análisis efectuados en
El Molón) (Lorrio et al., 2009: 37) e incluso llegada de productos marinos (malacofauna de la Casa de la Cabeza). Pero, sobre
todo, una preocupación cada vez más acusada por aprovechar
los mejores suelos: se alcanzan elevadas medias en los índices
de productividad gracias al abandono generalizado de cotas altas y el establecimiento en los llanos y vegas más productivas de
la comarca. En el Ibérico Pleno había una ocupación extensiva,
incluso de zonas con suelos pobres y marginales. Durante el
Ibérico Final, por el contrario, determinados sectores con suelos
pobres como la sierra de Utiel, El Moluengo o La Albosa ven
cómo su poblamiento se reduce en favor de otras zonas más
fértiles, seguramente en relación con una agricultura cada vez
más intensiva. La proximidad a ríos y ramblas consideramos
que tiene más de tópico que de realidad: existe una tendencia a
ubicarse próximo a ellos, pero detrás de ella hay más un acercamiento a los mejores suelos que un abastecimiento directo de
agua, necesidad que se puede cubrir también desde los abundantes manantiales y fuentes de esta comarca.
201
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Si atendemos por subzonas vemos modelos de grupos locales interesantes. La vega del Magro constituye el campo de
Requena, con un poblamiento directamente en relación con el
asentamiento de la loma requenense y la producción agraria desarrollada en las fértiles riberas del río. Al Este documentamos
otro grupo local en el corredor de El Rebollar, aunque con unas
peculiares características: tras el abandono de La Cárcama no
parece sobresalir ningún asentamiento por encima del resto, de
ahí que seguramente también dependiera del oppidum requenense. Lo importante de El Rebollar es su carácter viario, de la
misma manera que sucede con el corredor de Hortunas, donde
durante esta fase final sí que localizamos un claro grupo local en
torno al Cerro Castellar y la fértil vega del río. Asentamientos
como Los Alerises, con larga diacronía desde el Ibérico Antiguo, también ejercerían un importante papel en la organización
y explotación de la cabecera del valle.
Al Sur del término de Requena encontramos grupos locales de gran importancia durante el Ibérico Pleno, pero que
durante estos siglos parecen vivir cierta desestructuración, con
un poblamiento disgregado. El llano de Campo Arcís, primera
regularización de la Meseta, queda desprovisto de poblado fortificado al frente con el abandono del Cerro de la Cabeza en el
s. III a.C., por lo que asentamientos rurales de segundo orden
como la Casa de la Cabeza cobrarán mayor protagonismo en
la explotación directa de las tierras y los recursos naturales que
esta zona aporta. Por otro lado, en La Albosa el poblado de la
Muela de Arriba perdura hasta mediados del s. II a.C., pero se
trata de un grupo local tan extenso que no podemos definir relaciones directas como en el Ibérico Pleno (Valor, 2003: 110-118).
El área de Los Pedrones – rambla de la Fuen Vich presenta un
poblamiento marginal, dentro de un sector difícil de interpretar por estar cerca de la depresión del Cabriel y de la influencia del Pico de los Ajos y, por lo tanto, consideramos difícil de
determinar a qué territorio pertenecería (Kelin, La Carència o
Castellar de Meca). A lo largo del río Cabriel, aunque bastante
distantes entre sí, se han documentado una serie de yacimientos
ibéricos, algunos de ellos surgidos en el Ibérico Final, que señalan el aprovechamiento de los pasos naturales a modo de vados
(Quixal y Moreno, 2011).
En los llanos del centro de la comarca (Utiel, Caudete, Fuenterrobles y Camporrobles) es donde encontramos los grupos locales más claros, en relación con la explotación de los mismos y
la presencia de ciudades y poblados (La Mazorra, Kelin, Cerro
de la Peladilla y El Molón). Sin duda el mejor ejemplo es el de
la propia ciudad de Kelin, que ve cómo en su entorno inmediato
surgen asentamientos secundarios dentro de una estrategia conjunta centrada en el aprovechamiento de los suelos más ricos de
la vega del Madre y la rambla de La Torre (Moreno y Quixal,
2009 y 2012). El poblamiento parece bascular más hacia el llano
de Caudete, quedando el llano de Utiel en posición secundaria,
mientras que, como luego veremos, en época romana la tendencia se invertirá.
Y por último queda Sinarcas, una zona rica arqueológicamente y difícil de interpretar por la propia complejidad cultural
que lleva aparejada. A nivel territorial en esta fase se da una
bicefalia por la coexistencia de dos poblados fortificados en dos
cerros vecinos (San Cristóbal y Carpio) que están acompañados
en el llano por multitud de asentamientos con carácter estable.
Pensamos que detrás de toda esta dinámica poblacional exis202
te un desarrollo económico ligado a la minero-metalurgia, ya
presente en fases anteriores, pero cuyo auge se situaría en este
momento. El Ibérico Final es una de las fases más relevantes en
cuanto a explotación metalúrgica en la comarca y esta zona es
sin duda la mayor protagonista. Allí se han documentado hornos metalúrgicos como el de La Maralaga (Lozano, 2006: 135),
toberas, escorias de reducción y de forja en la mayoría de sus
yacimientos (algunas de gran tamaño), así como auténticos escoriales como el Campo de Herrerías (Mata et al., 2007). A ello
debemos sumar la propia existencia de una mina en el cercano
término de Tuéjar, explotada según nuestro parecer desde este
territorio.
Uno de los aspectos más llamativos en la evolución del patrón de asentamiento es la progresiva pérdida de peso de las
ubicaciones en alto, perdurando sólo los poblados fortificados
más importantes y ubicados en puntos clave del territorio: Cerro
Castellar en la vía de penetración por el corredor de Hortunas,
Muela de Arriba en el sector meridional, La Mazorra en la sierra
de Utiel, Cerro de la Peladilla en los llanos centrales, El Molón
en la vía hacia la Serranía y la dupla Cerro de San Cristóbal –
Cerro Carpio en las vías septentrionales y las minas de hierro.
También somos conscientes que prospecciones futuras podrían
añadir algún ejemplo más, detectando perduración en las ocupaciones del Cerro de la Cabeza, La Cárcama o poblados similares, pero el modelo no se alteraría, ya que de ser así es muy
probable que no pasasen de mediados del s. II a.C. al igual que
la Muela de Arriba.
Lógicamente el papel de los fortificados cambia después de
la conquista, su función de “poblados periféricos o de frontera”
esgrimida con anterioridad se cuestiona para esta fase, pero su
propia perduración está indicando que continúan teniendo una
función, aunque sea diferente a la original. Parecen estar más
centrados en el control interno que en el externo, en la administración territorial y el control de caminos y tierras de labor.
Incluso en esta fase cobran fuerza como focos de poblamiento,
organizando algunos de los grupos locales más importantes. Y,
aunque la conquista romana suponga cierta estabilidad y control,
la República romana es una fase salpicada de enfrentamientos
internos, de ahí que continúe siendo fundamental tener puntos
de encastillamiento en caso de conflictos o ataques puntuales.
Tenemos para esta época reformas en algunos poblados como El
Molón (Lorrio, 2007: 218) o las fundaciones del Cerro Carpio
y Punto de Agua, así como la presencia en algunos de ellos de
armas que se pueden asociar con estos siglos finales (puñales,
glandes de plomo, puntas de flecha con arponcillo lateral, etc.),
que muestran cómo la Pax Romana no llegará realmente hasta
época de Augusto.
El gran cambio en el Ibérico Final no radica en los poblados fortificados sino en las atalayas, asentamientos de pequeño
tamaño centrados prácticamente con exclusividad en el control
y vigilancia del territorio. Las atalayas sí que ya no tienen sentido o cabida en el nuevo sistema, por lo que desaparecen en su
totalidad, exceptuando Punto de Agua, que se funda justamente
en esta fase. Su desaparición comporta la alteración en la importante red de intervisibilidades establecida en el Ibérico Pleno:
cada vez hay más zonas invisibles y las comunicaciones visuales en los tres sectores diferenciados (Norte, Centro y Este-Sur)
son más complicadas; parece que no hay tanta preocupación por
un control directo y una comunicación rápida. El interés ahora
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se centra, como hemos apuntado, hacia el interior del territorio
y no hacia el exterior, con el control de los campos de cultivo y
las dehesas ganaderas, así como el paso de veredas y caminos
principales.
Y esta preocupación por el control de los recursos internos
nos lleva de nuevo al área sinarqueña. Allí en el s. III a.C.
tenemos un poblado fortificado consolidado, el Cerro de San
Cristóbal, que arranca desde el Ibérico Antiguo y cuenta con
uno de los ajuares materiales más ricos de la comarca. Éste ve
cómo a finales de dicho siglo le surge un “vecino” de semejantes características en la montaña de al lado. En ocasiones se ha
pensado en una posible sustitución de una ubicación por otra,
pero el estudio de sus materiales nos muestra que fueron coetáneos. Sin embargo, lo que es cierto es que el Cerro Carpio
tiene un carácter militar más especializado, gozando de una
mejor visibilidad y un sistema de fortificaciones más allá de
la propia muela natural. Tres cuartos de lo mismo sucede con
la fundación de Punto de Agua, atalaya provista de un torreón
y un foso que surge justo en el momento en el que desaparecen todas las atalayas de la comarca. En nuestra opinión no es
casualidad que estos dos hechos sucedan en la orla Norte. Si
excluimos la posibilidad de que se trate de fortines surgidos
directamente en relación con la Segunda Guerra Púnica, algo
que consideramos poco probable porque los asentamientos
perduran más allá de finales del s. III a.C., su fundación debe
leerse en relación con alguna necesidad o interés del nuevo
contexto romano, concretamente la explotación minera y metalúrgica de esa zona: el refuerzo del control y vigilancia de la
especialización minero-metalúrgica sinarqueña.
Con esto podemos enlazar un tema que tanto nosotros como
otros autores hemos sistemáticamente evitado ante la falta de
pruebas, desde que F. Martínez a comienzos de s. XX asociara
un castro stativa con el Cerro de la Peladilla (lám. VIII): las
posibilidades de presencia militar itálica. La Meseta en todo
momento hemos visto que se trata de una zona secundaria que
no parece afectarle de manera directa la conquista romana y en
la que todo tiene una vertiente más diplomática que militar, a
diferencia de lo que sucederá posteriormente con el conflicto
sertoriano en el que pase a ser protagonista. No obstante, tampoco podemos cerrar la puerta a posibles conflictos puntuales o
un simple refuerzo del control directo que motivara la presencia
de legiones o, cuanto menos, pequeños contingentes romanos.
Rastrearlos es ardua tarea por el deficiente estado de conservación de los yacimientos y las dificultades de obtención de datos
de ese tipo. De nuevo el Cerro Carpio podría ser uno de esos
puntos que por la paradoja de su propia realidad paralela al Cerro San Cristóbal animaría a plantear que podría tratarse de un
castellum o pequeño fortín militar, sumado a la presencia de
armas significativas o un peculiar peso porcentual de moneda
romana, sobre todo denarios. Sin embargo, de momento el estudio de sus materiales nos muestra el carácter plenamente ibérico
de sus constructores y habitantes, independientemente de que
su funcionalidad fuera una u otra, y estuviera más o menos relacionada de forma directa con los intereses romanos. Requena
sería otra posibilidad, pero desconocemos prácticamente todo
su registro arqueológico.
Es por ello que de existir en algún momento una instalación temporal de contingentes romanos aboguemos por Caudete
Norte como posible punto. Este yacimiento, en el lado opues-
to del río Madre que Kelin, justo al Norte de la población de
Caudete de las Fuentes como su propio nombre indica, resulta
peculiar por una serie de motivos. Ya existe durante el Ibérico
Pleno pero su entidad, una simple dispersión de material ibérico rodado, apunta más hacia un establecimiento rural de poca
entidad o la simple explotación de los campos al Norte de Kelin (Mata et al., 2012). Sin embargo, se han podido definir varias concentraciones de cronología tardía por la abundancia de
material itálico, en porcentajes altísimos si lo comparamos con
otros yacimientos semejantes. Además estos conjuntos superan
el común monopolio de ánfora vesubiana y están compuestos
por ánforas adriáticas y brindisianas, piezas de barniz negro
campano y caleno, ánforas púnicas de “Campamentos Numantinos”, ungüentarios, etc. Una opción podría ser que todo fuera
resultado de la extensión de Kelin en su momento de máxima
expansión, puesto que ya hemos visto cómo durante los ss. II-I
a.C. la ciudad llega hasta cotas bajas próximas al río. Pero plantear que el asentamiento sobrepasa el río es cuanto menos extraño, del mismo modo que lo es que un asentamiento de gran importancia y riqueza se desarrolle tan sumamente cerca del lugar
central. No pretendemos llegar a ninguna conclusión en estas
líneas, simplemente exponer una serie de hechos que tendrán
que ser tomados en consideración en estudios futuros, a la par
que llamar la atención del interés del subsuelo arqueológico de
la actual localidad de Caudete de las Fuentes, aspecto sistemáticamente pasado por alto al tenerse bien definidos por el río los
límites de Kelin, pero que quizás albergue alguna sorpresa en
relación con esta problemática.
Cambiando de tema, las redes de circulación, intercambio
y comercio de productos han constituido uno de los ámbitos
más interesantes de este estudio y del que hemos podido obtener información más precisa. Pese a que el territorio durante el
Ibérico Final muestra mayor dinamismo a nivel comercial que
en las fases anteriores, no deja de tratarse de una zona de interior, a la cual no llegan todas las producciones y la selección
de piezas es bastante reducida, si lo confrontamos con otras
áreas más próximas a la costa. Destaca la pobre penetración
de productos púnicos entre los ss. IV-I a.C., comparándola con
la gran difusión que tuvieron las ánforas fenicias en la fase
ibérica primigenia (Bonet et al., 2004), así como la ausencia
de ánforas orientales y/o del Egeo. Lógicamente los productos
itálicos serán los que tengan mayor penetración, una vez las
sociedades ibéricas se integren en el globalizado e interconectado mercado romano.
Parece que en esta fase se invierte el proceso en la producción/consumo de vino extendida en el Ibérico Pleno. A finales
del s. III a.C. desaparece la producción atestiguada en las ramblas del Sur de Requena (Mata et al., 1997; Quixal et al., 2012;
Pérez Jordà et al., 2013) y se anula el lagar de El Molón (Lorrio
et al., 2010), de manera coincidente con una masiva llegada de
vino itálico, campano especialmente, aunque también adriático y brindisino. Al entrar a formar parte de una unidad política
mayor, en la que otras zonas como Italia o, posteriormente, el
Noreste de la Península Ibérica se centran en la vinicultura (Prevosti, 2009), la demanda parece satisfacerse desde fuera y ello
significa la ruptura de los canales de producción y distribución
del vino local. Recordemos que la República romana consideraba inicialmente necesario el mantener un cierto monopolio
sobre el vino y el aceite:
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“Y nosotros, el más justo de los pueblos, para enaltecer el
valor de nuestros vinos y de nuestros olivos, no consentimos
que los pueblos de mas allá de los Alpes hagan plantaciones
de viñedos y de aceitunas” (Ciceron, De Republica, III, 6).
No obstante, serán necesarios futuros estudios arqueobotánicos por tal de comprobar si esto realmente sucedió así o si se
continuaba produciendo vino y aceite local, aunque fuera para
consumo local o familiar. Del mismo modo, se ha detectado
una desigualdad en la distribución de los productos importados relacionados con su transporte y consumo: mientras las
ánforas itálicas aparecen por todo tipo de núcleos, incluidos
pequeños establecimientos rurales, las piezas de vajilla de
mesa con barniz negro campano o caleno están más localizadas, limitadas a Kelin, los poblados fortificados y los principales asentamientos rurales (Quixal, 2008). Representan piezas
de cierto valor, a las que sólo podían acceder personas con
determinado estatus o riqueza.
El comercio no sólo está protagonizado por importaciones,
sino que hemos podido documentar interesantes circulaciones
de materiales a nivel local (producciones propias del territorio
de Kelin como el engobe rojo, las cerámicas con decoración
impresa y los tipos producidos en el horno de La Maralaga),
llegada de productos de otros territorios (kalathoi, colmenas
edetanas, imitaciones de formas clásicas o cerámicas con decoración compleja) y exportación de producciones locales a otros
territorios vecinos (Mata et al., 2000). El citado tema de las
cerámicas con decoración compleja es muy interesante ya que
gracias a producciones como los “vasos de hipocampos” hemos
visto el movimiento de estas cerámicas en dirección Este-Oeste,
aunque todavía resta por determinar la direccionalidad (Quixal,
2012 y 2013). Por otro lado, se ha visto cómo los kalathoi, el
genuino recipiente ibérico estandarte de la fase final, tiene un
menor peso en este territorio que en otros como el de Edeta,
aunque la excavación en la Casa de la Cabeza nos ha permitido
matizar un poco esa idea.
La numismática de esta fase está dominada por la gran presencia de moneda de Roma, así como por la acuñación de moneda propia a mediados del s. II a.C. En el centro y Sur de la
comarca abundan las monedas de cecas ibéricas valencianas y
de cecas vecinas como Ikalesken, mientras que los poblados del
Norte cuentan con abundantes monedas del Valle del Ebro. La
abundancia de unidades y semis de Castulo se explica por la posición central de la comarca como nexo de caminos Este-Oeste
y Norte-Sur, desde Andalucía al Valle del Ebro.
La distribución de los productos por el territorio, al mismo
tiempo, nos permite rastrear la penetración de importaciones
por los principales corredores desde el Este, del mismo modo
que el Norte está más abierto a la llegada de productos y objetos
celtibéricos a través de la Serranía. El Ibérico Final constituye
a grandes líneas una continuidad en lo establecido para el Pleno
en cuanto a vías y caminos (Quixal, 2008 y 2012; Moreno, 2011:
97-129), con perduración de las principales rutas que comunican Kelin con sus vecinos, sobre todo siguiendo los principales
ejes Norte-Sur y Este-Oeste. Respecto a la costa, principal foco
de recepción y redistribución de productos, consideramos que
el valle del Magro continúa siendo la ruta preponderante, dentro
de una larga vía desde el Portus Sucronensis hacia Ikalesken. El
río Cabriel sería salvado por los diversos pasos naturales, quizás ya consolidados mediante algún tipo de puente con material
204
perecedero. En el sector septentrional El Molón se consolida
como un asentamiento clave en el control de las vías hacia la
Serranía por el Noroeste, mientras que el campo de Sinarcas
sería atravesado por la vía principal Norte-Sur en dirección al
río Algarra. La entidad de las vías hacia el Sur iría pareja a la
del poblamiento de ese sector: secundaria y poco estructurada.
El abrupto escalón de Cofrentes sin duda motivó que Castellar
de Meca siempre mirara más hacia el Este y Sureste que hacia
el Norte, esperando que futuros estudios puedan demostrar contactos también entre ambos territorios.
Durante el Ibérico Final parece extenderse en el mundo funerario una simplificación de los ajuares y los enterramientos
(Roldán, 1998). Lo más común son necrópolis de escaso número de enterramientos en las faldas de los poblados en alto (El
Molón, Cerro de la Peladilla, Requena y Punto de Agua), con
ajuares muy simples (armas, alguna fíbula, etc.). Y de nuevo
recalcamos que, o tenemos un registro enormemente sesgado, o
no existe una democratización en los enterramientos, no disfrutando de rituales funerarios de este tipo más que un sector muy
restringido de la sociedad. A nivel cultual lo más significativo es
el fin de los rituales desarrollados en las cuevas-santuario, pese
a que continúan teniendo ocupaciones esporádicas durante los
ss. II-I a.C. y sin que ello signifique que dejen de tener carácter
sacro. Simplemente algunas de las particularidades asociadas
a esa religiosidad bajo dominio romano carecen ya de sentido.
Las referidas funcionalidades de aglutinación, pertenencia a
una comunidad o protección de los viajes entran en crisis con la
extensión del control romano, seguramente en favor de una religiosidad más doméstica, más íntima. Los únicos espacios naturales en los que parecen documentarse prácticas rituales están
ya influidos por el contacto con Roma, como son los abrigos con
grafitos ibéricos localizados en las áreas periféricas o territorios
vecinos y que recuerdan a santuarios rupestres romanos como el
de Segobriga (Abascal et al., 2007: 54).
Para concluir este apartado hemos reservado unas breves líneas a la Casa de la Cabeza y lo que su excavación ha aportado.
De forma paralela al continuismo visto del s. II a.C., también tenemos aparición de núcleos ex novo, muchos de ellos unifásicos
y de corta ocupación, seguramente en relación con unas motivaciones económicas y poblacionales concretas. En una fase en
la que se reduce el número de establecimientos rurales, cobran
protagonismo asentamientos de este tipo, próximos a las áreas
de cultivo y no siempre dependientes de un poblado mayor, algunos de los cuales incluso perdurarán en época Alto Imperial
y se consolidarán como villas (Casa Doñana). En la Casa de la
Cabeza se han descubierto dos sectores diferenciados: uno con
función de área de trabajo auxiliar y otro donde seguramente se
instalaría el lugar de residencia, aunque de nuevo acompañado
por equipamientos artesanales y/o industriales. El estudio de sus
materiales, aún en curso, aporta y aportará información sobre
las importaciones de esa época y las producciones ibéricas finales, difíciles de diferenciar y establecer como fósiles directores,
y todo ello lo hará con referencia estratigráfica. Asentamientos
como éste son los verdaderos protagonistas del cambio cultural,
fundamentales para comprender qué sucede en la zona entre el
abandono del poblado fortificado del Cerro de la Cabeza a finales del s. III a.C. y la aparición de la villa de Los Villares de
Campo Arcís ya en el I d.C.
[page-n-222]
La ruptura de época sertoriana
y el “vacío” del siglo I a.C.
A diferencia de la Segunda Guerra Púnica, la guerra civil entre
Sila y Sertorio entre el 80 y el 72 a.C. aproximadamente, conflicto conocido como guerras sertorianas, sí que supone en la comarca una ruptura. A nivel general también influye en el patrón
de asentamiento y en la vida urbana de muchas ciudades, dado
el apoyo generalizado al bando perdedor y las consecuentes represalias (Bonet y Ribera, 2003: 83-85). Otros yacimientos arqueológicos bien estudiados como Libisosa nos muestran cómo
el contingente establecido en la población durante la contienda
arrasa parte del oppidum para construir la muralla (Uroz, 2012).
Tras las derrotas sertorianas en el 75 a.C. en Valentia, Sucro
y Arse después de que Metelo se uniera a Pompeyo, se narra
que Sertorio se retiró a una ciudad montañosa y bien fortificada,
cuyos muros empezó a reparar y a obstruir las puertas (Plutarco,
Sertorio, 21, citado en Salinas, 2006), sin que tengamos indicios
de que pudiera tratarse de ningún asentamiento concreto y por
ello tampoco asociar con la Meseta de Requena-Utiel ningún
hecho exceptuando la propia destrucción y abandono de Kelin.
El contexto histórico siguiente, el de los segundos dos tercios del s. I a.C., muestra un acusado vacío de poder en los territorios del actual País Valenciano. Juntamente con la caída de
Kelin, La Carència es destruida pero consigue perdurar (Albiach
et al., 2007; 2013), mientras que Edeta y Valentia también sufren
las consecuencias de la represión y pasan a vivir largos hiatos, al
menos en cuanto a ocupación significativa (Corell, 2008: 22-23;
Ribera, 2009). Arse parece salir reforzada durante esta centuria
por su apoyo al bando victorioso a diferencia del resto de núcleos.
En la comarca, juntamente con Kelin caen la mayoría de
sus poblados fortificados, tal y como podemos deducir por sus
ajuares cerámicos y la numismática recuperada. No obstante,
es complicado determinar el grado de arrasamiento derivado de
la contienda, ver si fue muy destructiva o una simple cuestión
pactada. En El Molón se han documentado algunos materiales
de mediados del s. I a.C. (Lorrio et al., 2009: 32; Lorrio y Sánchez de Prada, 2014), pero el grueso de sus conjuntos cerámicos
parecen ser coincidentes con el resto del poblamiento comarcal, sufriendo una alteración en torno al 75 a.C. Por la tanto,
la comarca de Requena-Utiel vive un desmantelamiento de su
poblamiento en alto diferente a otras zonas como el Camp de
Túria, en las que el sistema de atalayas desaparece a principios
del s. II a.C. Aquí las pequeñas atalayas se abandonan primero,
ya a finales del s. III a.C., mientras que el resto de poblados
fortificados caen paralelamente a Kelin en el marco sertoriano.
La zona, al igual que otros territorios como los valles de Alcoi, pasa de estar densamente poblada en época ibérica y contar
con un núcleo central con carácter urbano, a presentar densidades de poblamiento más bajas, carácter secundario y ausencia
de un lugar central (Grau, 2002-2003 y 2003). El poblado de
Requena, sin embargo, sí que perdura, posiblemente con una
entidad semejante a La Carència, que pasa de ser capital de un
territorio a un poblado en alto de segundo nivel, sin alcanzar
estatus municipal. La continuidad en época imperial del Pico de
los Ajos nos demuestra su pertenencia o filiación a La Carència,
ya que viven una evolución muy similar (Quixal, 2010).
La tónica general durante lo que resta de s. I a.C. será la de
un gran vacío, bien de información, bien de poblamiento (o ambos). Contamos con la acusada problemática de fechar ocupa-
ciones de mediados del s. I a.C., contextos de época cesariana,
ya que los fósiles directores son menos numerosos y aún menos
en zonas secundarias como parece convertirse la comarca de
Requena-Utiel. Además no tenemos registros materiales que
sirvan de referencia, ya que la Casa de la Cabeza pensamos que
no perdura más allá del 100 a.C. Nuestra labor de campo y de
laboratorio nos ha llevado a obtener algunos datos a partir de yacimientos prospectados. Pensamos que este siglo es el momento
de aparición de la tegula, presente en asentamientos como Peña
Lisa que no van más allá de mediados del s. I d.C., y de los primeros dolia con borde plano locales, producciones que se asemejan a las llamadas Ilduratin detectadas en el Valle del Ebro
(Burillo, 1980), pero cuya dispersión y variedad indican que se
produjeron en muchos otros puntos. Un asentamiento con áreas
de trabajo y numerosos recipientes de almacenaje como la Casa
de la Cabeza no contaba con ellos, tan sólo algunos bordes planos de ánfora que están marcando la transición hacia el conocido contenedor romano.
El Alto Imperio y la extensión del sistema
de villae en una zona secundaria
Es a lo largo del s. I d.C. cuando comienza a generarse el sistema de villae y cuando arrancan la mayoría de estos nuevos
asentamientos rurales, al igual que sucede a nivel general en tierras valencianas (Bonet y Ribera, 2003), pero no será hasta el II
d.C. en que el proceso alcance un desarrollo considerable, tal y
como nos indican los materiales recuperados en las principales
villas de la comarca. Por lo tanto, esta zona no vive una rápida
extensión de las villas como Cataluña (Prevosti, 1991), ni las
mismas alcanzan el carácter, entidad y riqueza de las halladas
en otras zonas costeras o suburbanas. De nuevo aquí radica la
importancia que el poblamiento rural y disperso ya tenía incluso
de forma previa a la conquista, pese a la existencia hasta el 75
a.C. de un núcleo urbano central.
Independientemente del momento de su aparición y de los
ritmos de su extensión, de lo que debemos ser conscientes en
todo momento es que no se debe clasificar todo asentamiento rural romano como una villa (Olesti, 1995: 197). Una villa
conlleva una serie de partes productivas, de almacenaje y habitacionales, una estructuración precisa en favor de una estrategia
conjunta y una organización socioeconómica en búsqueda de la
máxima productividad agraria o artesanal posible, más allá de
detectar una mayor o menor dispersión de material constructivo
(Revilla, 2004). Y, además, sus propietarios deben haber alcanzado cierto nivel de riqueza, que generalmente se contempla en
el registro material. Por lo tanto, es una cuestión que se mide
tanto por la cantidad y calidad de los materiales recuperados,
como por el nivel de los equipamientos detectados.
Recordemos que estamos trabajando en una comarca en la
que a día de hoy no tenemos constancia del hallazgo de mosaico
alguno, simplemente noticias de unas pocas teselas recogidas.
Lo más elaborado o destacado que hemos podido contemplar
in situ son pavimentos de ladrillos romboidales en Requena,
fragmentos de opus spicatum en Los Villares de Campo Arcís
y fragmentos de placas de mármol en el Barrio de Los Tunos.
Es por ello que dentro del concepto de villa con cierto nivel tan
sólo entronquen asentamientos como Las Paredillas, La Calerilla, Barrio de Los Tunos, Molino de Enmedio, Los Villares
205
[page-n-223]
Fig. 246. Pintura mural figurada del
Barrio de Los Tunos (1, MPV) y
bícroma de Los Villares de C. Arcís (2).
de Campo Arcís y La Balsa, por el hallazgo en ellos de baños
de tipo rural, teselas, mármol, hornos metalúrgicos, pintura
mural (fig. 246), inscripciones, construcciones de gran tamaño,
fragmentos de columna, etc., juntamente con la riqueza de sus
ajuares cerámicos y la presencia de objetos de otras materias
(vidrio, metal, monedas, etc.). En un segundo peldaño tendríamos asentamientos que consideramos villas, pero cuyo nivel,
tamaño o riqueza no alcanzaría el de las primeras, véase Casa
del Tesorillo, El Ardal, El Barriete, La Solana (?), Casa Doñana
o Tinada Guandonera, más una serie de núcleos en la tenue línea
que separa las villas del resto de asentamientos rurales (Fuen
Vich, El Carrascal, Las Casas, Fuente del Cristal o Covarrobles), una línea más difusa si cabe si trabajamos sólo con datos
procedentes de prospección.
Luego existiría toda una serie de tipos de asentamiento,
clasificables bajo conceptos como casa repentina, aedificium,
mansio rustica, tugurium, etc., que en muchas ocasiones pueden
ser herederos de los asentamientos rurales ibéricos finales tipo
Casa de la Cabeza. También son protagonistas del sistema productivo romano y perfectamente podrían estar bajo la órbita de
una villa, de ahí su proximidad a las mismas en muchos casos
(por ejemplo, Fuente del Cristal respecto a Molino de Enmedio). La Solana, una gran dispersión de material romano pero
de baja entidad, ha sido interpretada como un asentamiento más
extenso, un vicus (Pingarrón, 1981: 371-375), modelo que podría ser compartido con algún otro yacimiento.
Se ha visto que cuando los asentamientos cuentan con una
fase ibérica previa, generalmente en época imperial no se desarrollan como una gran villa, sino que de perdurar suelen mantenerse como asentamientos rurales de segundo rango, véase Covarrobles, Peña Lisa, Rambla del Sapo; o villas pequeñas, como
El Carrascal o Fuen Vich. La mayoría de las villae, especialmente las de mayor importancia, surgen ex novo a lo largo del
s. I d.C., especialmente durante su segunda mitad. Esta realidad
podría explicarse por diversas dinámicas. En primer lugar, que
algunas de las aristocracias de los poblados fortificados continúen manteniendo redes clientelares con la autoridad romana
y pasen a ocupar las nuevas villae, mientras que las granjas familiares que perduran de época ibérica mantengan un estatus
semejante, exceptuando contados casos en los que promocionen
206
como en Casa Doñana o en Fuen Vich, generalmente aprovechando zonas con densidades de poblamiento bajas. Otra opción
sería la llegada de nuevas poblaciones, que se otorgue lotes de
tierras a familias o grupos venidos de otras zonas costeras y
urbanas, independientemente de que tengan origen itálico o provincial. Esta cuestión no está lo suficientemente madura como
para poder plantear nada de forma categórica, pudiéndose dar
perfectamente ambos modelos, ya que cuestiones de herencias,
redes clientelares o propiedades que se estén desarrollando en
este momento se nos escapan por completo.
Otro problema ligado al desarrollo de las villae es la cuestión de la extensión del modo de producción esclavista. Este
modelo estuvo presente en la comarca, como podemos ver en la
onomástica de determinadas inscripciones, aunque no sabemos
si fue una práctica muy extendida. El establecimiento de estrechas redes clientelares con los indígenas tras la conquista y las
represalias derivadas de las guerras sertorianas sin duda conllevaron, antes o después, el paso a condición servil o esclava de
un número indeterminado de indígenas, más la propia llegada
que se pudiera dar de esclavos de otras zonas.
Tras la desaparición de Kelin en el contexto de las guerras
sertorianas, con él desaparece el rol de lugar central. En época
imperial pensamos que es más probable que toda la comarca forme parte del territorium y ager de una única ciudad,
por su propio carácter unitario contemplado en todas las fases
históricas y, en especial, en la fase previa ibérica. Y, por una
serie de motivos, pensamos que tras la recuperación en el s. I
d.C. de Edeta y Valentia muy probablemente pase a entrar en
la órbita de alguna de estas dos ciudades, con la consecuente
instalación de población procedente de ellas en algunas de las
principales villas o en la propia Requena. Geográfica e históricamente la comarca siempre ha mirado más hacia el Este, algo
que ha sucedido durante fases históricas más recientes, en las
que la comarca, pese a ser castellana, económicamente ha estado volcada a Valencia por su mayor proximidad y facilidades
de comunicación (Piqueras, 1997; Muñoz y Urzainqui, 2011).
Las comunicaciones hacia el Oeste presentan dificultades por
el surco del Cabriel y las orlas montañosas existentes (Fuentes,
1988: 213). Además, el hecho de que el sustrato cultural sea
ibérico facilitaría su entrada bajo dependencia de ciudades con
[page-n-224]
también sustrato ibérico como Edeta. Argumentos epigráficos
y relaciones onomásticas los hay en favor de ambas opciones
(Martínez Valle, 2004: 6 y Corell, 2008: 23).
Si analizamos por subzonas como en la fase anterior se contabiliza un número de grupos locales muy semejante al de época
ibérica. No obstante, su composición y estructuración es diametralmente opuesta. El poblamiento jerarquizado con poblados fortificados capitalizando el poblamiento de las áreas, con
diversos asentamientos rurales aprovechando los suelos más
ricos y toda una serie de establecimientos rurales derivados, da
paso a una dicotomía de grupos locales agregados, compuestos
por dos o tres asentamientos de igual rango aprovechando los
suelos más ricos de la comarca (valles, vegas y llanos) sin aparentemente entrar en competencia o solapamiento, y, por otro
lado, de grupos locales completamente disgregados y sin ningún
tipo de orden. No hay una preocupación y conciencia como en
la fase anterior por una ocupación racional del espacio, ahora
lo que prima es la productividad y el aprovechamiento de los
recursos naturales (fig. 247). Pingarrón observó cierta división
ortogonal del terreno en los llanos de Caudete y Utiel y, sobre
todo, en torno al curso del río Magro entre Requena y Utiel,
pero sin creer que se pueda hablar de existencia de una centuria-
Fig. 247. Esquema de la evolución del patrón de asentamiento desde el Ibérico Pleno al Alto Imperio.
207
[page-n-225]
ción, como mucho de un poblamiento organizado en torno a una
vía o el propio río (Pingarrón, 1981: 361-364). Hay una gran
concentración espacial, las mallas en los grupos locales son más
apretadas y densas que nunca (fig. 247 y 248). Es el cénit de la
ocupación del llano y las cotas bajas, con el práctico fin de todo
asentamiento fortificado en alto.
En la vega del Magro surgen dos villae muy próximas
entre sí, además dos de las más destacadas, Barrio de Los
Tunos y El Barriete. Además tenemos lo ya referido en torno al desconocimiento que supone Requena para esta época,
con escasas excavaciones de fase imperial en su casco antiguo. No obstante, la abundancia de inscripciones localizadas
a su alrededor ya nos están indicando que se trataría de un
asentamiento significativo, posiblemente único en sus características, de ahí que debamos esperar futuros hallazgos que
aporten información sobre él. Los dos corredores de entrada
por el Este a la Meseta muestran estructuras de poblamiento
similares, con abandono de todo tipo de hábitat en altura y
establecimiento de sendas villas de importancia: Las Paredillas en El Rebollar, una villa en la que sobresale la construcción de un muro de aterrazamiento o contención de opus
caementicium de 30 m de longitud; y La Calerilla, una villa
que genera una necrópolis monumental entre los ss. I-III d.C.
Por lo tanto, en ambos casos desconocimiento de la estructura y carácter de la villa en sí, pero a raíz de los equipamientos asociados y construcciones anexas podemos inferir cierta
importancia a las mismas.
El llano de Campo Arcís es una de las zonas más dinámicas, con gran cantidad de hallazgos de importancia (epigrafía,
elementos arquitectónicos, escultura, ánforas, metales, etc.),
sobre todo derivados de las villas de Los Villares de Campo
Arcís, Casa del Tesorillo y El Ardal, muy próximas entre sí.
Los grupos locales del Sur de Requena, por el contrario, tienen una estructuración pobre y una densidad baja al igual que
sucedía en época ibérica final. En el Cabriel perdura la ocupación de alguno de sus vados, aunque ya en un menor número
que en siglos anteriores. La Albosa sigue la misma tendencia
arrancada en el Ibérico Pleno de tener un poblamiento cada
vez más reducido y mayor separación entre núcleos, con ningún asentamiento de importancia. Y en la rambla de la Fuen
Vich el asentamiento epónimo protagoniza prácticamente toda
la ocupación de la zona.
Los llanos del sector septentrional de la comarca muestran,
por el contario, estrategias poblacionales más complejas, en
relación con el aprovechamiento de los ricos suelos que las
propias llanuras y el paso de ramblas y ríos generan. En los
de Caudete y Utiel se invierte el proceso: tras la destrucción
de Kelin el llano de Caudete vive un sorprendente abandono,
pese a tratarse de una de las zonas más ricas, en el que la villa
de Casa Doñana constituye prácticamente una isla. En contraposición, el llano de Utiel y la rambla de La Torre, una zona
anteriormente secundaria dentro del entorno de Kelin, eclosiona como la más densamente poblada en época imperial. Se da
una alternancia de villas y asentamientos rurales (Las Casas,
Fig. 248. Mapa con
Requena y las diferentes
villas de época imperial.
208
[page-n-226]
Fuente del Cristal, Molino de Enmedio, La Solana...) ocupando una reducida superficie, más si cabe si tenemos en cuenta
que este grupo inmediatamente conecta con la vega del Magro
en la villa del Barrio de Los Tunos.
El llano de Fuenterrobles presenta un poblamiento menos
numeroso que en época ibérica, con Peña Lisa y Covarrobles
como núcleos más destacados, aunque ninguno parece alcanzar
la entidad de una villa. Marcan muy bien el cambio cultural,
sobre todo Peña Lisa que es de los pocos que aportan un poco
de luz al hiato de mediados del s. I a.C. a comienzos del I d.C.
En la llanura de Camporrobles, tras el abandono de El Molón,
se desarrolla la importante villa de La Balsa, en directa relación
con la laguna allí existente (Lorrio et al., 2009: 43).
Por último, Sinarcas es de nuevo una zona compleja donde
el cambio cultural se expresa con mayor fuerza. Ningún asentamiento sobresale con claridad por encima del resto; como mucho El Carrascal por los hallazgos referidos en la bibliografía
podría ser considerado una villa. Sin embargo, sí que tenemos
múltiples asentamientos estables, en muchos casos con continuidad de época ibérica. Es la zona en la que hay una mayor perduración de los núcleos durante toda la secuencia iberorromana.
Cerro Carpio, aunque perdura durante parte del s. I d.C., pensamos que su entidad es dudosa, simplemente una ocupación residual o puntual, por lo que no podemos compararlo con Requena
dentro de su categoría. Cuando su función militar desaparezca,
el propio poblado morirá con ella.
A todos los efectos hemos acarreado un profundo desequilibrio en la riqueza de los datos relativos a cronología ibérica final
con respecto a los de romana altoimperial, en relación con diversas contrariedades: menor número de proyectos de época romana,
prospecciones en muchos casos antiguas e incluso nuestra propia
formación ceramológica eminentemente ibérica. No obstante,
queda patente la poca variedad de registros materiales si lo comparamos con conjuntos de otros ámbitos urbanos valencianos o de
villas rurales de entidad. En este sentido, hay un claro predominio
de las vajillas de TSH, la mayoría lisas, con porcentajes muy bajos de formas decoradas. Producciones como la TSI apenas están
presentes, en relación con el vacío existente a caballo de los ss. I
a.C. - I d.C. Entre las cerámicas comunes y de cocina sí que tenemos una variedad porcentual más rica, con un mundo muy interesante en torno a las cerámicas de cocción reductora que marcan
una clara transición desde las ollas ibéricas a los aula y caccabi romanos, ya que importaciones tanto republicanas (Vegas 2)
como imperiales (rojo pompeyano o TSA de cocina) apenas se
han documentado. Lo mismo ocurre con las lucernas, con una
presencia pobre en todo momento. Lo que más se localiza y lo
que constituye los yacimientos es material constructivo básico, de
ahí que en todo momento parece primar la vertiente productiva de
los asentamientos sobre la lujosa y residencial, dada la ausencia
de mosaicos, pintura mural, esculturas, elementos arquitectónicos, etc. El mundo de las ánforas es bastante homogéneo, documentándose muchas ánforas vinarias, sobre todo Dressel 2-4, y
poca presencia de ánforas béticas o norteafricanas. A fecha de hoy
la numismática romana de la comarca, si la comparamos con la
ibérica, es llamativamente pobre.
En el sistema viario se reflejan los cambios que están acaeciendo a nivel de poblamiento, cada vez más concentrado. Parece que los principales caminos Norte-Sur y, sobre todo, EsteOeste perduran y se consolidan; pero al mismo tiempo muchos
de los caminos secundarios y ramales que conectaban determinados sectores ahora carecen de sentido por los vacíos de poblamiento. El despertar de Valentia en el s. I d.C. seguramente
llevaría aparejados cambios en la estructuración de los viales, al
heredar el papel del Portus Sucronensis como principal puerto
receptor de productos y foco de su redistribución hacia el interior. En este momento la ruta de Las Cabrillas cobraría mayor
importancia, seguramente en relación con los acondicionamientos que un estado romano impulsor de grandes obras públicas
llevara a cabo a fin de facilitar las comunicaciones. Y entonces
sería cuando se impondría como ruta principal hacia el Oeste en
detrimento del valle del Magro, aunque éste continúe teniendo
importancia en época romana (necrópolis y villa de La Calerilla, inscripción del personaje gilitano, etc.) (Quixal, 2012). La
comarca constituiría un tramo más de una larga vía entre Valentia con Segobriga, quizás ya de forma consolidada por el paso
del Pajazo en vez de por Vadocañas. La ruta Norte-Sur, aunque
posiblemente debilitada, permitiría la llegada de productos meridionales como el mármol de Buixcarró de Saetabis, documentado en Los Tunos.
La esfera cultual, funeraria y religiosa romana resta por conocer debido a lo limitado del registro. No obstante, podemos
observar el fuerte peso rural que tiene la religiosidad en todo
momento, con predominio de representaciones y alusiones a divinidades como Baco, Liber Pater y los dioses Manes, es decir,
un panorama muy alejado de la triada capitolina y los cultos imperiales clásicos de lugares urbanos. El vacío existente entre el
s. I a.C. y el I d.C. es en este campo de nuevo un gran handicap,
puesto que se trata de la fase clave para entender cómo se da el
cambio en la esfera sacra entre uno y otro mundo.
Iberos, celtíberos y romanos:
etnias, culturas e identidades
Los ss. II a.C. – II d.C. constituyen en la Meseta de RequenaUtiel un periodo de estudio clave por la complejidad en la definición de las etnias, culturas o identidades que entran en juego
y los cambios que se dan en una fase de contacto y apertura a
influencias externas. Un estudio clásico hubiera empezado el
trabajo exponiendo en el capítulo introductorio todas las posibilidades de filiaciones étnicas y culturales en relación con las
referencias aparecidas en los clásicos, enumerando las hipótesis
ya formuladas y haciendo un ejercicio de erudición preliminar.
En nuestro caso, hemos preferido esperar a tener encima de la
mesa toda la información de tipo cultural para poder acceder o,
cuanto menos, reflexionar sobre el carácter de los habitantes del
territorio de Kelin; recalcando lo de cultural porque consideramos que en este caso es un término más útil que étnico.
La comarca se encuentra en una zona interior de Valencia,
generalmente siempre englobada dentro del área ibérica. En
ocasiones se ha incluido dentro de la Edetania, entendiendo por
ésta un grupo étnico más extenso que el mero territorio de la
antigua Edeta / Tossal de Sant Miquel, aunque esto parece haber sido ya superado por considerarlo un grupo ibérico diferente
dadas sus propias peculiaridades (Mata, 2001; Valor, 2003). No
obstante, esto no siempre ha sido así. Uroz en los años 80 y
Almagro más recientemente han considerado que esta región
de carácter fronterizo tenía una raigambre celta y presentaba
rasgos no ibéricos, por lo que la relacionaron con los olcades
209
[page-n-227]
(Uroz, 1983; Almagro Gorbea, 1999). Polibio (III, 13, 4-5; III,
14, 3 I III, 33, 10) y Tito Livio (XXI, 5, 2-7) mencionan a estos
pueblos de interior al Sur del Ebro, a los que los cartagineses
atacaron antes de sitiar Sagunto, sometiendo su capital (Althia
o Cartala, según el autor) y a todas las poblaciones dependientes (Valor, 2003). No sólo ha sido con los olcades, también se
ha vinculado la comarca en alguna ocasión con los carpetanos,
túrbulos o los lobetanos, aunque no hay ningún dato que permita
defenderlo (Lorrio, 2000: 111; Burillo, 2007). Posteriormente
otros autores han negado tajantemente toda vinculación de este
tipo, dudando de la veracidad de las referencias clásicas y basándose en el pleno carácter ibérico de la comarca, palpable en
numismática o epigrafía (De Hoz, 2001).
Por otro lado, Lorrio a lo largo de su línea de investigación
en la comarca, centrada sobre todo en las excavaciones de El
Molón, ha planteado que durante los ss. III-I a.C. (Celtibérico
Tardío) en la orla septentrional de la comarca hay indicios de
“Celtiberización” a raíz de los bienes de prestigio documentados (puñales biglobulares o fíbulas La Tène) (fig. 249), que
indicarían la presencia en la zona de élites ecuestres procedentes de la Celtiberia Meridional (Lorrio, 2009: 227). Estas élites
controlarían en la llamada por algunos autores “Celtiberia Exterior” (Pérez Vilatela, 1991: 217) algunos poblados de tipo castreño como el propio El Molón, Cerro de San Cristóbal, Punto
de Agua, La Atalaya o Plaza de Sobrarías / Collado de la Plata
(Lorrio, 2012: 74) y organizarían a su alrededor pequeños territorios autónomos (Lorrio et al., 2009: 29-30). La problemática
existente en torno a la definición del concepto de “celtíbero”
desbordaría toda pretensión del presente trabajo. Este término,
creado por los autores grecolatinos para referirse a un conglo-
Fig. 249. Puñal biglobular de El Molón (según De la Pinta et al.,
1987-1988).
210
merado de pueblos con límites internos y externos complicados
de definir, aún hoy no parece claro si agruparía una etnia común,
mezcla de diversos elementos celtas e iberos o si simplemente
tendría un valor geográfico (Lorrio, 2000: 113-114).
De todo esto lo que vemos es que entran en juego dos modelos. En primer lugar, esta interpretación de los objetos de posible origen y carácter celtibérico como una muestra de difusión
cultural; no tanto grandes oleadas de gentes, sino presencia de
grupos dominantes celtibéricos, migraciones locales e incluso
aculturación del sustrato: “El hallazgo de elementos considerados como celtibéricos en áreas no estrictamente celtibéricas
puede verse como un indicio de Celtiberización y, por tanto, de
Celtización de esos territorios” (Lorrio, 2005: 52).
La segunda opción es la de interpretarlos simplemente como
fruto de las relaciones sociales y redes comerciales existentes.
En relación a esto último reproducimos lo defendido por Burillo
en su clásica obra sobre los celtíberos: “La distribución de un
producto (alfarero en ese caso) debe analizarse especialmente
desde el marco interpretativo de las relaciones tecnológicas,
culturales, políticas y comerciales y no desde la exclusiva vinculación étnica” y “No pueden generalizarse las conclusiones
que se desprenden de cualquier objeto. Las cerámicas, las fíbulas, los broches, las armas, se mueven por circuitos comerciales
y por relaciones sociales, por lo tanto suelen trascender el territorio étnico” (Burillo, 2007: 116 y 177).
Durante los últimos siglos del primer milenio a.C. se multiplican los contactos entre grupos culturales diversos, justamente
en una época convulsa a nivel político y no del todo clara a nivel
de identidades. Además a partir de la conquista, Kelin, aunque
continuara ejerciendo de lugar central a nivel administrativo o
comercial, ya no tendría un control tan directo sobre el resto de
asentamientos como en la fase anterior. Esto permitiría a poblados ubicados en los antiguos límites territoriales y, al mismo
tiempo, zonas de transición cultural como El Molón abrirse a influencias externas, sin que por ello tengamos que cuestionar su
eminente carácter ibérico. Cuanto más laxo sea el poder central
indígena, que ahora recae en último término en manos romanas,
menor dependencia tendrán los poblados fortificados.
No obstante, este hecho no tiene por qué indicar movilidad de personas o grupos, concretamente de élites o grupos
guerreros, ni pertenencia étnica a los mismos. Como ya se ha
planteado, el registro material es la base para acceder a la identidad (Mattingly, 2010) y el registro material de todos los yacimientos de la comarca durante estos siglos tiene un carácter
plenamente ibérico, que consideramos tiene más peso a la hora
de determinar la pertenencia cultural de una comunidad que un
reducido conjunto de objetos de valor. Precisamente estos bienes de prestigio son los que con mayor facilidad encontraremos
fuera de su lugar de origen por ser los utilizados a la hora de
sellar pactos, conformar dotes de matrimonios o fruto de simples intereses comerciales. Esto permitiría explicar la presencia
de armas como los puñales biglobulares de El Molón o Punto
de Agua, la abundancia de cecas del Valle del Ebro en algunos
poblados septentrionales, así como la presencia de determinadas fíbulas con resorte lateral con representaciones zoomorfas
localizadas en Kelin o la fíbula anular con rostro humano siguiendo el modelo de La Tène hallada en un lugar tan próximo
a la costa como Cheste (Lorrio, 2005: 202). No podemos negar
la posibilidad de presencia de personas o grupos celtibéricos en
[page-n-228]
la comarca durante los siglos finales, pero sí defendemos que,
de haber existido, su peso sería siempre minoritario. Debemos
evitar caer en lo que Mattingly denomina problemática de los
“–ization”, tendencia a explicar todo hallazgo ajeno a lo autóctono como fruto de procesos de aculturación (Mattingly, 2010:
285-287). Además, tampoco se pueden descartar los contactos
con la Celtiberia para los siglos precedentes, quizás se trate
únicamente de una cuestión de mayor intensidad de los mismos
o una mayor facilidad para rastrearlos durante los siglos finales
por ser mejor conocidos.
El Norte no sólo está abierto a influencias celtibéricas durante el Ibérico Final, del mismo modo que al área celtibérica
llegan numerosos materiales ibéricos. Por esa orla también circulan, por ejemplo, producciones locales plenamente ibéricas
como las cerámicas con decoración impresa o el engobe rojo,
o llegan objetos de áreas ibéricas edetanas como las colmenas.
En El Molón el porcentaje de monedas del Valle del Ebro es
muy elevado, pero, en cambio, en el Cerro de San Cristóbal y
el Cerro Carpio no ocurre lo mismo, con muchas monedas de
cecas ibéricas y de Roma. En el propio poblado camporruteño
se siguen durante esta fase rituales funerarios asociados tanto
con el mundo ibérico como celtibérico, véase la incineración
con deposición en urna en su necrópolis (Lorrio, 2001b) o el enterramiento de neonatos bajo unidades domésticas (Lorrio et al.,
2010). Por no hablar de la concentración de textos escritos en
ibérico en el área de Sinarcas, algunos de tal importancia como
la estela de Pozo Viejo.
Pero no debemos olvidar que esta problemática entre iberos y celtíberos surge precisamente en el momento de entrada
en acción de un tercer grupo de actores: los romanos. Como
se puede deducir tras leer todo el trabajo, comenzando por el
título, estamos a favor de la continuación en el uso del término “Romanización”, aunque contemplándolo siempre desde la
óptica indigenista y entendiéndolo como un proceso de cambio cultural lento, complejo y heterogéneo protagonizado por
dos mundos con culturas e identidades diferentes (indígenas y
romanos), que tras el contacto ambos sufrirán cambios (Van
Dommelen, 2001), dando lugar a una nueva configuración cultural (Hopkins, 1996; Terrenato, 1998). Más críticos somos con
el uso del adjetivo, “romanizado/a”, de ahí que siempre que lo
hemos utilizado ha sido entre comillas.
No obstante, también somos conscientes de que los cambios que se producirán en estos siglos afectarán más a los
indígenas que a los llegados por el propio carácter militar e
imperialista de la conquista. Sin caer en simples cuestiones
de aculturación, cierto es que este periodo de contacto cultural dista mucho de asemejarse al que vivieron los iberos con
los pueblos orientales en los ss. VII-V a.C., fenicios y griegos
principalmente. Aquí hay una conquista militar, un interés por
la explotación directa de las sociedades indígenas que desembocará en profundos cambios en la organización interna y las
redes clientelares establecidas. No obstante, asistimos a unos
primeros siglos de continuismo en los que las sociedades ibéricas mantienen muchos de sus rasgos. Es por ello que las características previas del área en cuestión sean fundamentales
en la configuración posterior a la conquista (Keay, 1996). Pero
el análisis no sólo debe centrarse en los cambios, también debe
recoger las pervivencias, las “resistencias silenciosas” que
muestran la continuidad de la identidad indígena dentro de la
nueva realidad, aunque sea de forma fusionada con prácticas
y costumbres ajenas (Mattingly, 2004). En zonas de interior
como ésta, tanto en un primer momento como incluso con la
extensión del Imperio Romano el grueso de la población continuaría siendo autóctono, lo que se reflejaría hasta en núcleos
de fundación itálica como la propia Valentia, en la cual también se ha detectado influjo ibérico (Ribera, 2001).
El concepto de “romano” en una zona secundaria y de interior como ésta es muy diferente en el s. II a.C. que en el s. II d.C.;
y lo que es más importante, en ambos casos dista radicalmente
de lo que significa en Roma. Es por ello que abogamos por un
uso con más carga teórica del término “hispano”, entendiendo
por él esta nueva realidad producto de la hibridación cultural
de un grueso de población indígena ibérica con otro conquistador romano, más reducido, pero con mayor fuerza para lograr
el éxito de sus tradiciones, técnicas, sistemas de organización,
rituales, vestimenta, lengua y escritura. La identidad relativa al
hispano, por lo tanto, será diferente de la que propiamente traigan los romanos, y variará en relación al grupo social, nivel
económico y grado de integración en el aparato estatal romano
de esa persona o de ese colectivo en cuestión (Mattingly, 2004).
La excavación en la Casa de la Cabeza nos ha permitido ver
como un asentamiento del s. II a.C. continúa siendo plenamente
ibérico, mucho más próximo en carácter, sistema constructivo y
registro material a los núcleos rurales de la fase anterior como
El Zoquete (Pérez et al., 2007; Quixal et al., 2008), que a las
villas romanas de un siglo y medio más tarde. En el yacimiento
un porcentaje significativo lo constituyen materiales de origen
itálico, pero se trata de productos llegados mediante el comercio; además hay una clara selección de los materiales, producciones muy concretas, diferentes a lo que serían los gustos y
necesidades romanas. El ajuar ibérico comienza a denotar los
cambios propios de la época, con interesantes transiciones en
determinadas formas de cerámica común, cocina y grandes recipientes de almacenaje, así como imitaciones de formas clásicas.
Y debemos recalcar una vez más que la totalidad de la muestra
monetaria sean monedas de cecas ibéricas.
La llegada de productos de ámbito itálico no parece comportar en primer momento fuertes cambios en los hábitos alimenticios, puesto que aunque llega vino de fuera en grandes
cantidades, con él no viene la misma abundancia de piezas de
vajilla para beberlo o morteros. La población mayoritaria, indígena, reclama aquellos productos que tiene interiorizados en su
día a día. Sólo determinados grupos sociales adquieren las vajillas de barniz negro. Además tenemos las imitaciones de formas
clásicas, en las que vemos como los indígenas seleccionan todas
aquellas piezas consideradas útiles y las imitan. Estas piezas son
precisamente las formas que más están llegando (Lamb. 5, 28,
36 y 68) y que, al mismo tiempo, más se pueden poner en relación con los usos y necesidades cerámicas que ellos tienen,
aunque siempre aportando un toque de prestigio por emular lo
de fuera (fig. 250).
Las pervivencias se extienden incluso ya durante los primeros
siglos del Imperio. A través de las prospecciones efectuadas en la
comarca hemos podido observar como determinados yacimientos
de cronología aparentemente cerrada en época imperial, algunos
de ellos villae y asentamientos rurales monofásicos, presentaban
porcentajes bajos de cerámica ibérica. Ello fue interpretado inicialmente como que podrían tener dos fases de ocupación: una que
211
[page-n-229]
Fig. 250. Copa de la forma Morel 68 de Campaniense A e imitación
ibérica en cerámica gris (Colección Museográfica Luis García de
Fuentes, Caudete de las Fuentes).
arrancaría con poca fuerza en el Ibérico Pleno o Final y una segunda que supondría la consolidación en época romana. Inicialmente
seguimos también esta premisa, pero ahora somos partidarios de
considerar este hecho como una simple perduración de cerámicas
de factura ibérica a lo largo de los ss. I a.C. – I/II d.C., sin que
ello tenga que entrar en conflicto con el hecho de encontrarnos en
cronologías imperiales. Como ya hemos dicho, consideramos que
los agentes protagonistas serían en su mayor parte la población
autóctona, más o menos “romanizada”, pero el uso de materias tan
cotidianas como la cerámica para ámbitos domésticos o de cocina
sin duda se alargó más que las vajillas, elementos ostentadores
de rango y estatus que rápidamente adoptaron los gustos y tipos
romanos. Es por ello que las cerámicas ibéricas recogidas en villas
como La Calerilla, Los Villares de Campo Arcís o Molino de Enmedio, entre otros, puedan leerse en este sentido. Tanto en ajuares
como en sistemas constructivos, la Romanización no supone un
cambio tan radical como se cree en ocasiones (fig. 251).
La lengua y escritura es uno de los ámbitos más ricos para
observar los ritmos del cambio cultural y para detectar pervivencias. El proceso, conocido como “Latinización” (de nuevo
dentro de esa tendencia por parte de la investigación de utilizar
los “–ization” para denominar este tipo de procesos de cambio
cultural), en la comarca es muy interesante porque contamos
con documentos insignes y hay relativamente abundantes textos
escritos en ambas lenguas. Kelin concentra el grueso de la producción escrita ibérica, que se reparte en soportes como el plomo y las cerámicas importadas de barniz negro itálico. Llama la
atención la escasez de escritura ibérica sobre cerámica propia:
se marca lo ajeno, lo externo, seguramente indicando la posesión de dichos útiles. A partir de los textos Fletcher defendió un
claro carácter ibérico de los habitantes de la comarca y fuertes
relaciones filológicas con Edeta, con sólo un posible nombre
celtibérico en el plomo de La Mazorra (Fletcher, 1978 y 1979).
Después del asentamiento caudeteño, Sinarcas es de nuevo
la zona más rica en textos, tanto ibéricos como romanos; la
complejidad cultural que esta zona vive se refleja en su producción escrita. El latín aparece en soportes distintos (inscripciones funerarias en piedra y sigillata) y por la cronología de
los mismos vemos que ello no se produce hasta el s. I d.C.
Para Woolf la aparición del latín en la epigrafía no tiene por
qué estar marcando un cambio cultural, pero sí la adopción
de nuevas prácticas completamente romanas como las propias
inscripciones funerarias, lo cual genera sin lugar a dudas situaciones de bilingüismo (Woolf, 1998: 93). Los ritmos que
este autor detectó en la Galia son semejantes a los que aquí
hemos tratado: no hay muestras de epigrafía latina hasta época augustea, momento en que se desarrolla hasta vivir la gran
expansión en el s. II d.C.
Las necrópolis durante los ss. III-II a.C. dejan de ser el lugar
donde se muestran las desigualdades sociales, la supremacía de
unos individuos sobre el resto (Roldán, 1998). En este momento
lo importante, lo que aporta prestigio, es el establecimiento de
pactos con los romanos. Ya en el s. I a.C. la manera de marcar
el estatus la encontraremos en la Estela de Sinarcas con la adopción de rasgos romanos en fusión con las tradiciones ibéricas
para una posición elevada. El establecimiento de redes clientelares entre las aristocracias locales y romanas para gestionar el
territorio es especialmente visible a través de la ventana sinar-
Fig. 251. Representaciones del poblado ibérico del Cerro Castellar (izq.) y de la villa de La Calerilla (der.) en un libro de historia de
Requena ilustrada dirigido a escolares (Piqueras y Jordá, 1992). Pese a que la vida de estos dos asentamientos estuvo separada por sólo 3
km y unos 100 años, la concepción tradicional de “salvajes” vs. “civilizados” lleva a representarlos de formas tan diferentes.
212
[page-n-230]
queña, donde la explotación del metal está haciendo más complejo si cabe el proceso de cambio cultural. En la mencionada
inscripción de Pozo Viejo un tal Baisetas, hijo de Ildutas, se
está enterrando posiblemente en el s. I a.C. mediante un ritual
en el que se fusionan elementos culturales tanto ibéricos (tipo de
escritura, urnas cinerarias ibéricas en otros puntos de esa necrópolis) como romanos (uso de la escritura en ámbito funerario,
señalización con estela), dando lugar a una nueva realidad. Es
probable que Baisetas se trate de un indígena que entra dentro
de la órbita romana para mantener su poder y posición. Un siglo
más tarde vemos el siguiente paso de este proceso en otra necrópolis muy cercana, Cañada del Pozuelo, ya con ritual funerario
romano plenamente establecido. Juntamente con las dos inscripciones de Marcus Mercurialis que denotan la importancia
de este personaje en la zona, una tercera inscripción hace referencia a Viseradin, un antropónimo de origen ibérico que puede
relacionarse con las antiguas aristocracias ibéricas integradas
durante los ss. II-I a.C. y que a esas alturas ya están plenamente
incorporadas al aparato imperial romano.
Para concluir, durante los ss. II-I a.C. no debemos esperar
encontrar en ningún caso rasgos ibéricos “puros”, puesto que
desde que los iberos entran en contacto con los romanos, comienza
el cambio cultural en el que ambas partes están sometidas a
modificaciones. Como hemos visto, el fenómeno se torna más
complejo si cabe en la orla septentrional, donde las influencias
celtibéricas son muy marcadas y donde los intereses romanos son
más acusados, lo que se traduce en una compleja red de relaciones
clientelares entre las autoridades romanas y las aristocracias
locales. En todo momento, tanto durante la República como
durante el Imperio, pensamos que la base de la población tiene
un origen autóctono, es decir, ibérico durante un primer momento
e hispánico en un segundo, con todo el peso teórico que conlleva
ese cambio. Tras la conquista inicialmente llegan los materiales
itálicos, poco a poco cambian las costumbres, lógicamente
primero en aquellos asentamientos importantes y entre los
estratos sociales elevados, pero siempre dentro de una dinámica
compleja en la que ambas partes resultan modificadas. Aspectos
como la cerámica, la escritura o la lengua nos permiten rastrear
la continuidad de la identidad indígena, puesto que perduran más
tiempo en el seno de las comunidades. “Resistencias silenciosas”
como la de los personajes que se enterraron en la necrópolis
monumental de La Calerilla con uso del latín, pero siguiendo el
ritual funerario de la incineración y deposición en urna de factura
ibérica; la de los familiares de Iunius Sosinaibole, que decidieron
marcar el origen gilitano de su padre o suegro fallecido; o la
de los que esgrafiaron en caracteres ibéricos sobre el lateral de
la inscripción latina de Los Morenos sin una intención todavía
clara en una fecha tan tardía como el s. II d.C. Decir que tales
pervivencias indican que todos estos personajes serían iberos
resultaría, sin embargo, un error, ya que posiblemente sean los
mismos propietarios de las sigillata que localizamos en esos
yacimientos y que automáticamente clasificamos como piezas
romanas. Son, simplemente, resultado de una nueva realidad, una
realidad hispana.
213
[page-n-231]
Abreviaturas
ASU
CSC
CSIC
DGPA
DXF
GPS
GRASS
ICV
MDT
msnm
MPV
NMI
RAE
SCA
SET
SIG
SIP
SHP
TSA
TSG
TSH
TSI
UV
WMS
214
Arizona State University
Cerro de San Cristóbal
Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Dirección General de Patrimonio Artístico (Generalitat Valenciana)
Drawing Exchange Format
Global Positioning System
Geographic Resources Analysis Support System
Institut Cartogràfic Valencià
Modelo Digital del Terreno
Metros sobre el nivel del mar
Museu de Prehistòria de València
Número mínimo de individuos
Real Academia Española
Site Catchment Area
Site Explotation Territory
Sistema de Información Geográfica
Servei d’Investigació Prehistòrica
Shapefile
Terra sigillata africana
Terra sigillata sudgálica
Terra sigillata hispánica
Terra sigillata itálica
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Actas del V
SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
SERIE DE TRABAJOS VARIOS
Núm. 118
La Meseta de Requena - Utiel (Valencia)
entre los siglos II a. C. y II d. C.
La Romanización del territorio ibérico de Kelin
David Quixal Santos
DIPUTACIÓN DE VALENCIA
2015
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SERVICIO DE INVESTIGACIÓN PREHISTÓRICA
DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
SERIE DE TRABAJOS VARIOS
Núm. 118
La Meseta de Requena - Utiel (Valencia)
entre los siglos II a. C. y II d. C.
La Romanización del territorio ibérico de Kelin
David Quixal Santos
DIPUTACIÓN DE VALENCIA
2015
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DIPUTACIÓN DE VALENCIA
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DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA
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Núm. 118
La Serie de Trabajos Varios del SIP se intercambia con cualquier publicación dedicada a la Prehistoria, Arqueología en general y ciencias
o disciplinas relacionadas (Etnología, Paleoantropología, Paleolingüística, Numismática, etc.) a fin de incrementar los fondos de la
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eISSN: 1989-540
Depósito legal: V 3127-2015
Diseño y maquetación: María Asunción Martínez Pérez y MG
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A mis abuelos,
Rafael Quixal y José Santos.
in memoriam
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[page-n-8]
Índice
PREFACIO
xiii
INTRODUCCIÓN
Procesos de Romanización: breve estado de la cuestión
1
Identidad, etnicidad y cultura material en los procesos de Romanización
3
El Ibérico Final (siglos II-I a.C.): una fase poco conocida del mundo ibérico
La Romanización de Iberia desde el punto de vista territorial
El caso particular del País Valenciano
4
7
9
Antecedentes de la investigación arqueológica iberorromana en la Meseta de Requena-Utiel
Kelin y su territorio entre los ss. VI-III a.C.
14
Objetivos del presente trabajo
22
18
OBJETO DE ESTUDIO
Metodología de trabajo
23
Caracterización cronocultural a partir del registro material: fósiles directores
Producciones cerámicas indígenas
Principales cerámicas importadas
Materiales altoimperiales
25
Geografía, yacimientos y materiales del área de estudio
La vega del Magro a su paso por el Campo de Requena
30
26
28
29
33
Los Aguachares (Requena)
33
Calderón (Requena)
34
Molino del Duende (Requena)
34
Las Canales (Requena)
34
Rambla del Sapo / del Moral (Requena)
35
Requena (Requena)
35
Barrio de Los Tunos (Requena)
35
El Barriete (Requena)
36
Fuencaliente (Requena)
37
La Borracha (Requena)
37
La Picazuela (Requena)
37
VII
[page-n-9]
El llano de El Rebollar
37
Loma del Moral (Requena)
37
El Rebollar (Requena)
37
Las Lomas (Requena)
38
Las Paredillas II (Requena)
39
Las Paredillas I (Requena)
39
Mazalví (Siete Aguas)
40
Casa de Mazalví (Siete Aguas)
40
La Carrasca (Siete Aguas)
40
El valle del Magro / corredor de Hortunas
40
Cerro Castellar o Cerro Santo (Requena)
41
Prados de la Portera I (Requena)
43
El Paraíso (Requena)
43
Los Lidoneros I (Requena)
43
Cueva de los Ángeles (Requena)
43
Los Alerises / Cerro de los Alerises (Requena)
44
Barranquillo del Espino (Requena)
45
Cerro Hueco (Requena)
45
La Calerilla (Requena)
45
El llano de Campo Arcís
45
Cerro Gallina (Requena)
45
Casa Alarcón (Requena)
45
Casa de la Cabeza (Requena)
46
Los Villares de Campo Arcís o de Los Duques (Requena)
60
Casa de la Vereda (Requena)
62
El Balsón (Requena)
62
Casa del Tesorillo / Los Apedreaos (Requena)
62
Puntal del Moro (Requena)
63
El Ardal (Requena)
63
Casa de las Cañadas (Requena)
63
Lomas y cañadas de Los Pedrones y rambla de la Fuen Vich
63
Los Villarejos o Los Moros (Requena)
64
Fuen Vich o Juan Vich (Requena)
64
El Carrascalejo (Requena)
65
Hórtola (Requena)
65
La Albosa
66
Los Pedriches (Requena)
67
Fuente de la Reina (Requena)
67
Casa Sevilluela / Tesorillo de la Venta del Moro (V. Moro)
67
Las Zorras (Requena)
67
Los Olmillos (Requena)
68
Muela de Arriba (Requena)
68
La Campamento (Requena)
69
Casa del Morte (Requena)
69
Casa de la Alcantarilla (Requena)
69
El valle del Cabriel
70
Vadocañas (Iniesta, Cuenca)
71
Casas de Caballero (Requena)
VIII
70
El Periquete (Requena)
71
[page-n-10]
La sierra de El Moluengo / Villargordo
71
El Moluengo (Villargordo del Cabriel)
72
Camino de la Casa Zapata (Villargordo del Cabriel)
72
El campo y llano de Utiel / rambla de La Torre
73
Las Casas (Utiel)
73
Fuente del Cristal (Utiel)
73
Cañada del Campo II (Utiel)
74
Los Derramadores (Utiel)
74
Molino de Enmedio (Utiel)
74
La Solana (Utiel)
74
La sierra de Utiel
76
La Mazorra (Utiel)
76
Fuente del Hontanar (Utiel)
77
Boquera del Tormillo (Utiel)
77
El llano de Caudete de las Fuentes / vega del río Madre
78
San Antonio de Cabañas (Utiel)
78
Kelin / Los Villares (Caudete de las Fuentes)
78
La Atalaya (Caudete de las Fuentes)
81
Caudete Norte (Caudete de las Fuentes)
82
Caudete Este (Caudete de las Fuentes)
83
Casa Doñana (Caudete de las Fuentes)
83
Rincón de Gregorio (Caudete de las Fuentes)
84
Vallejo de los Ratones (Fuenterrobles)
84
Hoya Redonda II (Fuenterrobles)
84
El llano de Fuenterrobles
84
Cerro de la Peladilla (Fuenterrobles)
85
La Mina (Fuenterrobles)
86
PUR-3 (Fuenterrobles)
86
Covarrobles o Cuevarrobles (Fuenterrobles)
86
Las Pedrizas (Fuenterrobles)
86
La Tejería (Fuenterrobles)
87
Peña Lisa (Fuenterrobles)
87
Fuenterrobles (Fuenterrobles)
87
Punta de la Sierra (Fuenterrobles)
87
El llano de Camporrobles
87
El Molón (Camporrobles)
88
Los Villares (Camporrobles)
91
La Balsa (Camporrobles)
91
La Cuesta Colorá (Camporrobles)
92
Cañada del Carrascal (Camporrobles)
92
Viña del Derramador / La Mina (Camporrobles)
92
Hoya de Barea (Camporrobles)
92
Casas del Alaud (Mira, Cuenca)
92
Cueva Santa (Mira, Cuenca)
93
El campo de Sinarcas
93
Cañada del Pozuelo (Sinarcas)
94
Cañada del Salitrar / La Maralaga (Sinarcas)
94
Pocillo de Lobos-Lobos (Sinarcas)
94
Cerrito de la Horca (Sinarcas)
95
Cerro Carpio (Sinarcas)
95
IX
[page-n-11]
Cerro de San Cristóbal (Sinarcas)
95
El Carrascal (Sinarcas)
96
Tejería Nueva (Sinarcas)
97
El Molino (Sinarcas)
97
La Cabezuela / Pocillo de Berceruela (Sinarcas)
97
Pozo Viejo (Sinarcas)
97
Ermita de San Marcos (Sinarcas)
98
La Nevera (Sinarcas)
98
La Contienda / La Cachirula (Utiel)
98
Villanueva (Benagéber)
98
Punto de Agua (Benagéber)
98
Tinada Guandonera (Aliaguilla, Cuenca)
99
ANÁLISIS ARQUEOLÓGICO DEL TERRITORIO
Introducción al software empleado
101
Categorización de los yacimientos
Tamaño
Ubicación y accesibilidad
Presencia de defensas
Variedad tipológica cerámica
Presencia de importaciones
Presencia de otros elementos de la cultura material
Diacronía
Proximidad a un asentamiento igual o mayor
Tipos de asentamiento
106
107
112
116
118
119
119
119
120
120
Categorías planteadas para el Ibérico Pleno y Final (ss. IV-I a.C.)
120
Categorías planteadas para el Alto Imperio (ss. I-II d.C.)
121
Evolución del patrón de asentamiento: recursos económicos y vías de comunicación
Potencialidad y productividad agrícola
125
126
Estudios arqueozoológicos y paleobotánicos
126
Entornos de explotación
127
Índice de productividad
127
Proximidad a recursos hídricos
133
Actividades artesanales e industriales y aprovechamiento de otros recursos naturales
135
Recursos mineros y actividad metalúrgica
135
Producción alfarera
138
Obtención de material constructivo
138
Actividad textil
139
Recursos forestales
140
Transformación del cereal: los molinos
140
La miel
140
La sal
141
Redes de circulación y comercio de productos
141
Importaciones republicanas de otras zonas mediterráneas
141
Importaciones de otras regiones ibéricas y producciones locales
145
Producciones durante los primeros siglos del Imperio
153
Numismática156
[page-n-12]
Movilidad: caminos óptimos y vías de comunicación
161
¿Qué nos dice el análisis mediante un Sistema de Información Geográfica?
161
¿Cómo podemos adaptar los cálculos de caminos óptimos al resto de documentación arqueológica,
histórica y geográfica?
164
Distribución del poblamiento y configuración de un territorio:
fronteras, visibilidades y grupos locales
Ibérico Final
Alto Imperio
El cambio cultural en las esferas epigráfica, funeraria y religiosa
Lengua y escritura
Mundo funerario
Religiosidad y espacios sacros
169
169
177
181
181
191
194
REFLEXIONES FINALES
La segunda mitad del s. III a.C.: fin del cénit territorial e impacto de la llegada romana a la
Península
200
El continuismo del s. II a.C.201
La ruptura de época sertoriana y el “vacío” del siglo I a.C.
205
El Alto Imperio y la extensión del sistema de villae en una zona secundaria
205
Iberos, celtíberos y romanos: etnias, culturas e identidades
209
ABREVIATURAS
214
BIBLIOGRAFÍA
215
LÁMINAS
233
XI
[page-n-13]
[page-n-14]
Prefacio
Antecedentes, motivaciones y estructura
del trabajo
El presente trabajo es la publicación derivada de mi tesis doctoral,
dirigida por la Dra. Consuelo Mata Parreño y defendida el 19 de
noviembre de 2013. La misma fue resultado directo de la beca y
contrato predoctoral Cinc Segles que gocé en el Departament de
Prehistòria i Arqueologia de la Universitat de València entre 2007
y 2010; fue avanzada en el marco de otra beca de investigación en
el Servei d’Investigació Prehistòrica de la Diputació de València
entre los años 2011 y 2012; y finalmente completada en el mismo
2013 con una ayuda para tesis doctorales del Instituto Alicantino
de Cultura Juan Gil-Albert de la Diputación de Alicante. A su
vez, no deja de ser fruto de los ya más de diez años de colaboración y participación en el proyecto de investigación del poblamiento ibérico en la comarca de Requena-Utiel, correspondiente
al territorio de Kelin, desarrollado por la propia Consuelo Mata.
Durante el contrato predoctoral, completé tres estancias de investigación y formación en tres respectivas instituciones extranjeras,
concretamente la School of Human Evolution & Social Change de la Arizona State University (Tempe, Estados Unidos) en
el 2008, la School of Humanities de la University of Southampton (Southampton, Inglaterra) en el 2009 y el Department of Archaeology de la University of Glasgow (Glasgow, Escocia) en el
2010, por los motivos que expondré a continuación.
Siendo todavía estudiante de la licenciatura de Historia,
mi participación en una serie de campañas de excavación
(Bastida de les Alcusses, Tos Pelat, Rambla de la Alcantarilla,
etc.), prospecciones (Comarca de Requena-Utiel) y labores de
inventario / catalogación derivadas, así como otros contenidos impartidos durante la carrera o la asistencia a jornadas
y congresos me llevaron a decantar, si no lo estaba desde un
primer momento, por la cultura ibérica como marco de mi investigación y, dentro de ésta, la Arqueología del Paisaje o del
Territorio como ámbito más específico.
A su vez, mi vinculación personal con la comarca motivaba aún más mis deseos de llevar a cabo los estudios de
doctorado sobre algún tema relacionado de una u otra manera
con la misma. Precisamente la localización en superficie de
una serie de materiales ibéricos cerca de la aldea de la Fuen
Vich (Requena) y su posterior entrega a C. Mata fue la manera de entrar en contacto con el proyecto por allá el 2003.
Dicho proyecto desde finales de los años 80 ha ido alternando la investigación en la ciudad ibérica de Los Villares / Kelin (Caudete de las Fuentes) con el estudio de su territorio,
correspondiente a grandes rasgos con la actual comarca de
Requena-Utiel. Muchos son los profesores, investigadores y
estudiantes que han pasado y participado en él, a todos ellos
debe una parte el presente trabajo.
Para la realización del trabajo de investigación de licenciatura o “tesina”, la falta de yacimientos excavados y de materiales disponibles, juntamente con mi interés inicial por no centrarme de forma exclusiva en un aspecto temático o cronología
concreta, motivaron escoger el estudio de forma diacrónica de
una zona del territorio, el valle del Magro / corredor de Hortunas. Esta zona es importante por presentar un denso poblamiento ibérico y ser la principal vía de circulación de materiales
desde y hacia la costa. Dicho trabajo, El valle del Magro entre
los siglos VI-I a.C.: una aproximación a la movilidad en época
ibérica, fue presentado en julio de 2008 y aunque su extensión
geográfica ha aumentado considerablemente y la cronológica ha
sido acotada, el enfoque, su estructura interna, buena parte de
la metodología y otra serie de aspectos fueron heredados por la
tesis doctoral y, consecuentemente, por esta obra.
Digo que el trabajo ha aumentado geográficamente porque aquí estudio todo el territorio, es decir, el poblamiento en
la entera Meseta de Requena-Utiel y en muchos casos también zonas limítrofes, así como las relaciones entre esta área
y las vecinas. Por el contrario, ha sido reducida en cuanto
a cronología porque se pasa de estudiar la secuencia ibéri-
XIII
[page-n-15]
ca completa (ss. VI-I a.C.) a simplemente una fase concreta,
centrada en los ss. II-I a.C., juntamente con un análisis más
somero de la fase posterior (ss. I-II d.C.).
Esta reducción temporal vino porque, dado el gran volumen
de información derivada del proyecto y los diferentes intereses
personales, llegamos a un punto en que se decidió dividir el
estudio en dos tesis doctorales. Por un lado, la ya Dra. Andrea
Moreno Martín estudió el territorio de Kelin desde los albores,
la Primera Edad del Hierro (s. VII a.C.), con su formación como
territorio ibérico (ss. VI-V a.C.) y, sobre todo, su época de máximo esplendor (ss. IV-III a.C.). La tesis fue presentada en junio
de 2010 y publicada en 2011 como un trabajo de tal envergadura se merecía. Por otro lado, mi tesis doctoral estuvo centrada
en la fase siguiente, el final del mundo ibérico después de la
conquista romana (ss. II-I a.C.) y la primera fase del Imperio
Romano (ss. I-II d.C.). Se trata de una etapa crucial por ser el
momento de contacto entre los indígenas ibéricos y los recién
llegados “conquistadores” romanos, abarcando la tradicionalmente vista como “continuista” República, que luego dará paso
al “rupturista” y “hegemónico” Imperio romano; recalcando el
entrecomillado en todos los casos. Tal y como queda reflejado
en el título, es lo que la bibliografía occidental ha acuñado como
proceso de “Romanización” de los indígenas, término cargado
de peso teórico y múltiples significados según las corrientes o
las épocas. El trabajo de A. Moreno estuvo presente en todo momento como punto de partida y, al mismo tiempo, como espejo
en el que comparar sus resultados con los nuestros, viendo si
cambiaron y de qué forma las estructuras precedentes a raíz del
contacto con Roma.
El interés que este proyecto tuvo de forma casi exclusiva
desde sus inicios en el mundo ibérico me permitió, sin duda,
contar con un excelente volumen y calidad de informaciones
relativas a la fase final ibérica, pero, por el contrario, acarrear un
importante vacío sobre el Alto Imperio Romano en la comarca.
Dicho déficit se intentó contrarrestar con el trabajo bibliográfico y, sobre todo, de campo durante los últimos años, pero la
zona no es ni por asomo un buen ejemplo en cuanto a volumen
de actuaciones arqueológicas y, por desgracia, en muchos casos
tampoco lo es por la calidad de las mismas. Es por ello que en la
mayoría de ocasiones se optó por trabajar con los datos propios
siempre que fueran suficientes. De una u otra forma, en todo
momento mi máximo interés radicó en el mundo ibérico, de ahí
que no se haya pretendido incidir en la fase romana altoimperial
más que para observar la dinámica cambiante a lo largo de la
secuencia completa y no tanto por el mero estudio de materiales
o yacimientos de dicha época. El trabajo, si no se tocaba esa
cronología, quedaba marcadamente incompleto y ello motivó
el esfuerzo extra para equilibrar el conocimiento diacrónico del
objeto de estudio, con sus antecedentes en el Ibérico Pleno y su
evolución posterior en el Alto Imperio.
Precisamente mi formación como iberista motivó que buena
parte del disfrute de la beca, en concreto las dos últimas estancias en el extranjero, se dedicaran a incrementar el corpus
teórico de la tesis, ya que la mayor parte de la bibliografía sobre
aspectos como “Romanización”, “contacto cultural”, “hibridación” o “identidad” eran completamente desconocidos para mí.
Accedí a una bibliografía completamente ausente en los programas de la licenciatura o de los cursos de doctorado, enfocada tanto para el caso de Hispania como Europa Occidental
y Mediterránea en general, principalmente proveniente del ámbito anglosajón. En este sentido, estuve trabajando durante tres
XIV
meses en el 2009 bajo la supervisión del Dr. Simon Keay en la
University of Southampton y un mes en el 2010 bajo la del Dr.
Peter Van Dommelen en la University of Glasgow.
Por otro lado, mis conocimientos sobre análisis arqueológico del territorio mediante Sistemas de Información Geográfica
(SIG) incrementaron gracias a la estancia de dos meses en 2008
en la Arizona State University con el Dr. Michael Barton, sobre
todo practicando con el programa GRASS, herramienta fundamental en la tesis. Sin embargo, a pesar de que el presente trabajo a priori pueda ser clasificado bajo la etiqueta de estudio de
Arqueología del Territorio, conviene que avisemos al lector que
en todo momento guarda un corte “clásico”, ya que los análisis
con SIG u otros recursos de reciente creación no copan toda la
atención, sino que la base continúan siendo los yacimientos y
los materiales de los mismos, acaben o no siendo analizados
manual o informáticamente.
Por último, resulta un pilar esencial la excavación que he
codirigido junto a C. Mata en el asentamiento rural de la Casa
de la Cabeza (Requena) gracias al programa de excavaciones de
esta casa, el Servei d’Investigació Prehistòrica de la Diputació
de València. Si bien la mayor parte de sus estructuras y materiales continúan en proceso de estudio, se ha incluido un breve
apartado preliminar de los mismos, utilizando al mismo tiempo
los datos allí obtenidos a lo largo de los análisis sucesivos. Su
trascendencia radica en la escasez de excavaciones y materiales
referenciados arqueológicamente de esa fase final ibérica, de
ahí se consideró necesaria la misma, alcanzando gran peso en
el presente trabajo.
Antes de entrar en materia, es de obligado cumplimiento dedicar
unas breves líneas a todas aquellas personas que han contribuido
en mayor o menor medida a la realización de esta monografía.
En primer lugar, indudablemente debo mostrar mi más
sincero agradecimiento a Consuelo Mata por todos los años
de “apadrinamiento” dentro del proyecto requenense, en
particular, y en el Departament de Prehistòria i Arqueologia
en general. Del “Departament”, además de para todos los
compañeros que he tenido durante estos años, las muestras de
gratitud van también para mis otros compañeros de proyecto,
Guillem Pérez Jordà y Andrea Moreno; Lluís Molina en el
tratamiento y restauración de materiales de las diferentes
campañas de excavación y prospección realizadas; y Agustín
Díez y Salva Pardo por sus consejos relacionados con GVSIG
y otras aplicaciones informáticas.
Agradezco la disposición para acogerme en sus respectivas
universidades durante mis estancias de investigación en el
extranjero de los doctores Michael Barton, Simon Keay y
Peter Van Dommelen. Del Servei d’Investigació Prehistòrica
de la Diputació de València quiero particularmente agradecer
las facilidades prestadas por su directora, Helena Bonet, al
permitirme llevar a cabo tres campañas de excavación en la
Casa de la Cabeza. Por el apoyo prestado para que ello fuera
posible también quiero agradecer a Rosa Albiach, María Jesús
de Pedro, Carles Ferrer, Jaime Vives-Ferrándiz y Begoña Soler,
además de los consejos y puntualizaciones que de ellos he
recibido en algún momento. A su vez, es obligado destacar el
trabajo de Manuel Gozalbes y Joaquim Juan Cabanilles en la
revisión y maquetación del presente volumen.
Las labores de inventario y catalogación de material arqueológico se han visto favorecidas por la ayuda desinteresada
de una serie de especialistas, particularmente en el campo de
[page-n-16]
las cerámicas romanas: Ferran Arasa, Carlos Gómez Bellard,
José Luis Jiménez, José Pérez Ballester y Albert Ribera. A
Guillermo Tortajada le debo sus siempre interesantes comentarios sobre piezas metálicas, a Damián Romero las conversaciones desde la distancia sobre el sinvivir de una tesis, a Pau
García Borja el ofrecimiento de datos sobre yacimientos de
la comarca y a Irene Armero sus correcciones en la parte en
lengua inglesa de la tesis.
Capítulo aparte merece toda la gente que ha colaborado
activamente en los tres años de trabajo en la Casa de la Cabeza,
especialmente el resto de mi equipo (Vanessa Albelda, Adrián
Pérez, Leandro Sancho y José Torregrosa). Bien estuvieran sólo
un par de días, bien campañas enteras, gracias a todos los que
han pasado por el “balcón” de Campo Arcís entre 2010 y 2012,
así como a los propietarios María Margarita Lousa y Vicente
de Diego por su disposición en todo momento. También de la
comarca debo resaltar los consejos y matizaciones de Juan
Piqueras y Daniel Muñoz.
Los comentarios y sugerencias de Carmen Aranegui, Rosa
Plana e Ignacio Grau, miembros del tribunal de la tesis, han sido
tenidos en cuenta en la redacción final del presente trabajo.
Por último, a mis padres, al resto de mi familia y a Sara por
su constante apoyo durante un sprint final que, a la postre, ha
resultado ser de kilómetros en vez de metros.
XV
[page-n-17]
[page-n-18]
Introducción
Procesos de Romanización: breve estado
de la cuestión
La cronología del presente trabajo, ss. II a.C. - II d.C., nos inserta de pleno en el complejo debate sobre los procesos de Romanización en el Occidente Mediterráneo y, a su vez, sobre el propio
concepto en sí. Lógicamente no es nuestro cometido hacer una
recopilación crítica y exhaustiva de todo lo que se ha escrito
acerca de él, pero consideramos necesario hacer una reflexión
introductoria y conocer las principales líneas de interpretación
pretéritas y, sobre todo, actuales. El término aparece continuamente a lo largo del texto, de ahí la necesidad de establecer con
claridad qué entendemos por él.
Desde el Renacimiento se interpretaron todos los cambios
culturales derivados de la conquista como aculturación de los
pueblos conquistados (“inferiores”) por Roma (“civilización superior”), con la consecuente extensión de la “civilización”, las
“ventajas económicas” y el “buen gobierno” por los diferentes
territorios (Hopkins, 1996). Las élites indígenas, una vez conquistadas, quieren asemejarse a la civilización clásica romana
por ser ésta heredera de la griega. Por tanto, el concepto simplemente describía una imitación más o menos pasiva de la cultura
romana, entendida como algo estático.
P. W. M. Freeman (1997) dedica su capítulo dentro de la
obra de referencia Dialogues in Roman Imperialism a hacer
un repaso del origen de este concepto en el mundo de la Arqueología durante los siglos XIX y comienzos del XX. Theodor
Mommsen, el único premio Nobel otorgado por una obra de Arqueología, en su quinto volumen de The provinces of the Roman
Empire (1885), su magno compendio sobre la Roma pre-Imperial, se centra en las provincias “aculturizadas” bajo el concepto
de “Imperialismo defensivo”, es decir, analizando los motivos
que empujaron a Roma a la expansión. Su inacabado trabajo intentó ser continuado por H. Pelham y, sobre todo, F. Haverfield,
quien en 1912 editó la pionera obra The Romanization of Roman
Britain y luego The Roman Occupation of Britain (1924). Este
autor ha sido tradicionalmente considerado el padre de los estudios modernos sobre Romanización (Freeman, 2007).
Significativo es que este primer libro centrado en un proceso
de Romanización lo esté ya en la Britania romana, puesto que
desde entonces el debate se ha focalizado principalmente allí, en
las Islas Británicas, pese a que muchos de sus investigadores hayan tenido o tengan sus áreas de estudio en regiones más meridionales. Autores como C. B. Champion, R. Hingley, S. Keay, D.
Mattingly, M. Millet, o G. Woolf han polarizado desde diferentes
universidades británicas la continua revisión de la cuestión.
Y es que el debate se ha enriquecido en los últimos 25 años
a partir de una obra con un título muy semejante al de Haverfield: The Romanization of Britain, de M. Millett (1990). Millett
apuntó que durante la conquista Roma trató con agentes y grupos, no con territorios, luego los indígenas fueron realmente los
motores de la dinámica cambiante. En su trabajo se especifica
que los aristócratas nativos tuvieron un gran peso en el proceso
de cambio cultural debido a la adopción de determinados rasgos
con fines políticos y sociales, es la “self-romanization”. Roma,
especialmente en una primera fase, dejó todo en manos de los
aristócratas locales y aprovechó las estructuras administrativas
y urbanas preexistentes. Para el autor, el Imperio no dejaba de
ser una federación heterogénea de pueblos bajo el Estado romano. Semejante óptica tienen los trabajos de G. Woolf para el
caso de la Galia (1998 y 2002), de nuevo centrados en las élites; el cambio cultural visto como un proceso de “emulación”,
de copia o adopción de determinados rasgos romanos, aunque
desde un punto de vista más crítico (Woolf, 1995). Sin embargo,
algo que ha sido pasado por alto por buena parte del mundo de
la investigación es que el arqueólogo holandés, J. Slofstra ya
defendía algunos de esos postulados unos años antes (Slofstra,
1983: 89-95), aunque aplicados a un caso mucho más concreto.
Este autor, desde el punto de vista de la Antropología, consideró
que el motor del cambio eran las relaciones de patronazgo esta1
[page-n-19]
blecidas entre los romanos y las élites indígenas, que permitían
que las comunidades rurales tuvieran acceso a la administración
urbana y que las ciudades controlaran el campo. Estas relaciones no se constreñían a las élites, sino que se daban a todos los
niveles, también entre y hacia el campesinado. El patronazgo
permitía la “destribalización” de la sociedad y la “campesinización” (“peasantization”) de los sectores más bajos.
Las ideas de este grupo de autores y otros tantos, pese a ser
pioneras y significar en su momento una ruptura con los enfoques anteriores, también han sido muy debatidas porque perpetúan la oposición binaria romanos/nativos y porque ignoran
las relaciones existentes entre las autoridades imperiales y los
pueblos conquistados (Revell, 2009: 7).
La ramificación de hipótesis y tendencias de los últimos
años es enorme, con multitud de matices, enfoques u opiniones. Por lo general, al igual que en otros campos historiográficos, actualmente priman aquellas que guardan un equilibrio
y que ven la Romanización como un proceso complejo, heterogéneo y difícilmente explicable de una sola manera, dándole
siempre mayor peso a lo indígena. Hopkins (1996) señala que
“La Romanización seguramente no fue un proceso único, sencillo y unidireccional, sino que fue más una compleja serie de
interacciones, con significados divergentes, que supusieron un
vínculo, aunque a veces también una barrera, entre grupos de
agentes muy variados, fueran éstos de origen provincial o romano” o que “Los romanos y los pueblos sometidos, dotados
cada uno de su propia cultura, negociaron de forma consciente
o inconsciente la creación de una nueva configuración cultural
que no deriva tan sólo de la tradición romana, ni se adecúa a una
sola provincia”. No obstante, según el mismo autor, este tipo de
interpretaciones también pecan de ver a la Romanización como
una combinación de una política con suerte (deseo de controlar
a los conquistados) y una arbitrariedad voluntarista (deseo de
los súbditos de acceder a un mejor estatus individual). Por tanto,
la Romanización como un mecanismo de control político y la
respuesta subjetiva de la élite dominada.
En una línea semejante podemos encontrar a S. Keay (1996:
148), quien cree que, a diferencia de lo que tradicionalmente ha
hecho la Historiografía de ver la Romanización desde la óptica
romana, hay que analizarla como un fenómeno de larga duración, dentro de los procesos de desarrollo cultural indígena y
siempre teniendo en cuenta las características previas a la conquista de los mismos. Y esto de forma especialmente marcada en las provincias occidentales, puesto que el proceso no fue
igual en la Península Itálica, donde encontramos un repertorio
casi completo y bien documentado de situaciones individuales,
que en el resto de provincias occidentales, auténticos “campos
de ensayo” donde probar y verificar los diferentes modelos e
ilustrar las variables de trabajo (Keay y Terrenato, 2001: 11).
Para N. Terrenato (1998) durante la Romanización se dieron
casos de “bricolage cultural”, entendido como un proceso en el
que nuevos elementos o rasgos culturales son obtenidos al dotar de
nuevos significados a los ya previamente existentes. Y resultado
de todos estos bricolages, la propia Roma era un collage cultural,
una mezcla de elementos viejos, elementos nuevos y elementos
viejos dotados de nuevos significados tras el contacto cultural. No
existe lo romano puro. Ninguna cultura puede mantenerse inalterada cuando se incorpora a un estado más grande y ningún poder
central puede esperar barrer todos los particularismos locales.
2
Otra línea de investigación tiende a anteponer el concepto
de Helenización al de Romanización, siendo el libro de A. Wallace-Hadrill (2008) una obra de referencia al respecto. El autor defiende la dualidad del proceso: en una primera fase Roma
asume todos los valores de la cultura griega clásica, “Helenización”, para luego difundirlos por todo el Mediterráneo a través
de la conquista, “Romanización”. Ambos son inseparables, especialmente en Italia, puesto que la Helenización permitió homogeneizar culturalmente a las gentes antes de la expansión. El
diálogo entre Grecia y Roma se centró en los ss. II–I a.C. pero
tuvo tanto precedentes como continuidad después. El problema
es que muchas veces se ha considerado “Helenización” a todo
lo relacionado con la vertiente cultural, limitándose “Romanización” a la esfera política. El autor, sin embargo, considera que
ambas realidades estarían fusionadas, ya que las élites romanas aprovecharon la cultura clásica para la construcción de una
identidad y un poder con el cual consolidarse dentro de una nueva sociedad, lo que el autor denomina la “constante revolución
cultural”.
Pero no todo son posturas críticas frente al imperialismo romano. Dentro de los investigadores que recientemente lo defienden como motor del cambio, podemos destacar a Hanson (2004).
Entre las fuerzas de cambio el autor enumera el ejército, las redes
clientelares y diplomacia entre aristócratas, la administración, el
comercio o las comunicaciones. La mejor forma de gobernar los
nuevos territorios es aprovechando las estructuras indígenas anteriores, especialmente en los núcleos urbanos. Allí donde no hay se
intentan crear, por ejemplo mediante la extensión de ciudadanía.
En la línea opuesta está la visión postcolonialista defendida
por un grupo de investigadores desde los años 90, aplicada a los
diferentes periodos en los que hubo contacto cultural entre un
grupo colonizador/conquistador y otro indígena. Basados en la
Sociología y Antropología de autores como Said, Bhabba o Spivak, su base en el análisis arqueológico es la cultura material.
Las líneas principales de esta corriente se pueden resumir en
(Van Dommelen, 2006 a y b):
- Rechazo del término “aculturación”. Se estudian situaciones
de colonialismo e imperialismo, entendiéndose por colonialismo la instalación de un grupo permanente de población,
mientras que imperialismo está más relacionado con el control político de la sociedad por vía militar y/o administrativa,
en ocasiones sin requerir presencia directa de grandes grupos
de población (Jiménez Díez, 2008).
- El término postcolonial no sólo hace referencia a “después
del colonialismo”, sino que también tiene una vertiente conceptual, como “otra forma” de ver las prácticas coloniales
(Vives-Ferrándiz, 2006).
- Los encuentros coloniales no pueden ser entendidos de una
simple forma bipolar, colonizadores vs colonizados, porque
los grupos son siempre heterogéneos internamente. Derivado de la constante e intensa interacción entre los diferentes
agentes se generan culturas híbridas, creando nuevas realidades que están en continuo cambio. Ambas partes resultan
modificadas, tanto el colonizador como el colonizado, aunque pueda ser en distinto grado. Son las “comunidades imaginadas” que Van Dommelen identifica en el caso de Cerdeña, donde dentro del nuevo contexto romano los habitantes
de la isla no eran ni púnicos, ni nurágicos, ni romanos; había
una identidad propia (Van Dommelen, 2001).
[page-n-20]
- Hay que tener en cuenta las historias alternativas de los grupos más bajos o subalternos, la “gente sin historia”. La historia no como serie de procesos, sino como interacción entre
agentes, personas.
- Uso de conceptos como “hegemonía”, “resistencia”, “materialidad”, “movilidad”, “hibridación” y “encuentros coloniales”.
- Importancia de las prácticas diarias o cotidianas que es donde mejor se expresa la identidad y donde mejor se reflejan
los cambios culturales. Éstas son muy difíciles de modificar
mediante la coerción o la violencia, ya que grupos sometidos
pueden convivir con los conquistadores sin abandonar sus
prácticas. Y sin duda la cultura material es el mejor reflejo
que tenemos de estas prácticas, sobre todo porque es la única
manera de acceder a los personajes subalternos.
Dentro del postcolonialismo, algunos autores han definido
la existencia de procesos de “criollización” (Webster, 2001), de
hibridación cultural en la que se produce una tercera realidad fusión de las dos anteriores. No se trata de una simple destrucción
de la cultura nativa anterior y un cambio pasivo hacia la impuesta. Pese a todo, estas visiones también han suscitado críticas.
Por ejemplo, Gosden (2008) ve que la hibridación como consecuencia del contacto cultural puede resultar incoherente si se
da por supuesto que los dos componentes en yuxtaposición son
puros (“romanos” e “indígenas”). La expansión del Imperio romano motivó que se dieran multitud de situaciones de contacto,
más allá de la simple Roma – Otros. Las influencias provenían y
se difundían por todas partes, es un primer periodo de pluralidad
y globalización (Gosden, 2008: 60-72).
Actualmente en el debate sobre el significado y carácter del
proceso / procesos de Romanización se ha llegado incluso a poner en tela de juicio la validez del propio concepto. Algunos
autores lo rechazan por estar relacionado con la visión arqueológica colonialista basada en la presencia de cultura material
romana (Van Dommelen, 2001). D. Mattingly (2010: 285-287)
habla del “–ization problem”, la necesidad de abandonar estos
conceptos, ya que tienden a generalizar y homogeneizar una
realidad mucho más heterogénea y diversificada. Además critica el concepto en casos como el de Gran Bretaña, donde lo
“romano” viene dado por gentes del Norte y el Oeste de Europa
más que de la propia Italia, puesto que es incoherente (Mattingly, 2004). Otros autores se decantan como mucho por un uso
entrecomillado del término (Jiménez Díez, 2008). La “Romanización” no sería tal, ya que realmente no se dio una imposición
paulatina de la cultura romana, sino que la evolución arrancaría
antes: tras una primera fase de fenómeno colonial, siguió luego la creación de un imperio al que iba ligada una revolución
cultural. Para otros autores, sin embargo, el concepto continúa
siendo completamente válido, siempre que seamos conscientes
de que su significado ha ido variando a lo largo del tiempo y,
por lo tanto, definamos previamente qué entendemos por Romanización. Para Slofstra (2002), pese a reconocer que todas
las críticas contra su uso han estado sustentadas en argumentos correctos, ese hecho no debe conducir a tener que desdeñar
completamente un término dotado de tanta fuerza como éste.
La Romanización entendida como un periodo de cambio sociocultural resultante de la confrontación de indígenas con el poder
romano y, en ocasiones, con la cultura romana. Pero siempre de
forma multidireccional y dinámica.
Identidad, etnicidad y cultura material en los procesos de
Romanización
En nuestro caso particular, ante la falta de textos escritos o referencias clásicas deberemos afrontar el estudio del cambio cultural principalmente desde dos esferas: el patrón de asentamiento
y la cultura material. Ambos aspectos son reflejo de la sociedad
que los crea y los cambios en los mismos pueden estar respondiendo a cambios en la organización política, la estructuración
social o el mundo de las ideas, las creencias y la religión.
Tal y como hemos visto anteriormente en el caso de Cerdeña,
de forma paralela al debate sobre Romanización se ha generado uno sobre la naturaleza de las identidades pretéritas en esta
complicada fase de contacto, tomando como base generalmente
la cultura material. Se entiende por identidad el aspecto colectivo
de un set de características personales o de comportamiento por
las cuales algo o alguien es reconocible o conocido (Hodos, 2010:
3-4). La identidad cultural es el uso o práctica compartido de todas aquellas características que se generan por repetir el sistema
de valores, normas y hábitos de una determinada cultura.
Otro concepto es el de etnicidad, que no se debe confundir
con identidad, ya que la etnicidad es un tipo más de identidad,
como lo son la edad, el sexo, la clase, el género, etc. (Knapp
y Van Dommelen, 2010: 4). No debemos simplemente pensar
que es el resultado de pertenecer a una casa, a un colectivo o
a una comunidad concreta; sino que es un aspecto cambiante y
dinámico que va en función de múltiples factores económicos,
políticos, sociales, culturales e incluso geográficos.
Por lo tanto, en el campo de la Arqueología la manera más
común de acceder tanto a la etnicidad como a otros tipos de
identidad es mediante el estudio de la cultura material. No obstante, no es la simple posesión o presencia de esos objetos, sino
los usos o significados que éstos tuvieron para las comunidades
pretéritas (Revell, 2009: 7-10; Mattingly, 2010: 287-288). La
práctica es fundamental (Identidad = Cultura Material x Práctica), ya que un mismo objeto pudo tener diferentes usos o significados. Práctica aquí está relacionada con los conceptos de
“habitus” acuñado por Bourdieu: acciones cotidianas inconscientes y compartidas que pueden estar marcando una identidad
concreta (citado en Hodos, 2010); y de “routinization”: adopción gradual de nuevas formas y prácticas culturales hasta que
se hacen propias en el día a día (Woolf, 2002).
Los bienes y la cultura material formaban parte de un vivo
sistema social de intercambio de información entre las sociedades antiguas, con las ideas o simbolismo que éstos acarreaban. Aquí entra el concepto de “Consumption” o “Consumo
material”, entendido como la elección, adopción y uso de estos
objetos, sobre todo en su aspecto simbólico, y el cómo actúan
de marcador de identidad, delimitando los diferentes grupos,
comunidades o estratos sociales (Hodos, 2010). El individuo
pasa a identificarse con el objeto, que constituye una forma
cultural (Riva, 2010). Además, los objetos y prácticas pueden
cambiar con el tiempo de forma, uso y significado, dándose
reinterpretaciones de una misma cosa (Van Dommelen, 2006).
Esto sucede de forma aún más evidente tras situaciones de
contacto cultural e hibridación, donde se produce un trasvase
de información que genera terceras realidades.
Para la época de contacto entre iberos y romanos A. Jiménez
ha introducido el concepto de “mímesis”, como una conjunción
entre las diferentes percepciones y tradiciones locales
3
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adaptadas al nuevo lenguaje romano (Jiménez Díez, 2010). Las
imitaciones de objetos o arquitectura romana son las que hacen
al “original”, realmente original, y lo que acaba generando una
identidad concreta, tanto en las provincias, como en Roma,
que también bebe del resto de provincias. La idea final es que
no existe una cultura romana pura, ya que la propia Roma e
Italia estaban dentro de redes de referencias culturales ligadas al
mundo helenístico o mediterráneo. Y a nivel material, tampoco
hay un set de verdaderos materiales romanos.
Las identidades en el mundo romano eran múltiples, ya
que un mismo individuo podía tener varias en función de la
edad, etnia, género, clase social, etc. No había un romano estándar (Mattingly, 2010). Del mismo modo, en la situación de
contacto cultural que se dio durante la República no son aplicables las simples identidades “indígenas” y “romanas” propias de una oposición binaria de carácter colonial, sino que la
hibridación haría difícil distinguir la identidad de los diferentes agentes que entraron en juego. Todo ello se traduce arqueológicamente en la cultura material, puesto que es complicado
determinar qué objetos podemos clasificar como “puramente”
romanos, o bien como “estrictamente” indígenas (Jiménez
Díez, 2008: 48-49).
D. Mattingly (2004: 10) en el caso británico acuñó el término de “identidades calidoscópicas”. Diferencia tres esferas
identitarias, extensibles también a otras áreas:
- Romanos: la esfera de poder, aunque con la problemática de
definir qué se entiende por romano en Britania.
- Britano-romanos: britanos bajo el corpus de normas romanas, gente que participa en el aparato imperial o se aprovecha
de él.
- Britanos: de nuevo difícil adoptar este concepto, ya que los
nativos no tendrían esa identidad de britanos, sino que primarían las identidades por tribus o reinos. Las guerras motivaron uniones, pero fue sólo por necesidad, e incluso algunas
tribus apoyaron a Roma. A su vez, hay que tener cuidado con
tratar la identidad tribal, puesto que ésta cogió fuerza por la
conquista y luego se definió por la administración en civitates tribales, pero es difícil saber la fuerza que tendría en la
Edad del Hierro tardía.
Por tanto, vemos diferentes grupos con sus propias versiones de lo que era la identidad romana y la no romana. La
clave está en el segundo grupo, el de los britano-romanos, que
pudieron jugar un doble papel, a veces mostrando una cultura
romana y otras una identidad britana (ibíd.: 22). Este modelo y
esta problemática son perfectamente extensibles al caso ibérico
y deberán tenerse en cuenta en todo momento.
En un reciente estudio sobre identidades romanas, se critica
que siempre han tenido más peso en la investigación las relaciones entre los agentes y la cultura material, pero apenas entre las
personas y las relaciones sociales existentes, pese a que ambos
aspectos iban estrechamente unidos (Revell, 2009). Las personas que vivían dentro del Imperio interiorizaban su sentido de
ser romanos a través de más aspectos que la simple posesión de
determinados objetos, como por ejemplo mediante la repetición
de una serie de actividades, véase la arquitectura o la religión, y
esta monotonía reflejaba a su vez sus propias estructuras sociales. Por otro lado, determinados aspectos o características eran
compartidos por los diferentes miembros del grupo cultural romano, pero en otros permanecían las tradiciones locales, sin que
4
significara una contradicción con la identidad romana. Que hubiera diferencias geográficas en relación con sustratos culturales
o trayectorias particulares no tiene por qué ser incompatible con
la existencia una identidad común.
Por tanto, para Revell la base de la Romanización son cuestiones de rango social y de posición dentro de una comunidad,
por encima de las tradicionales etnicidad y cambio cultural. El
cambio cultural se inserta dentro de una puesta en común cada
vez mayor de una identidad romana mantenida por una serie de
estructuras sociales que la gente consciente o inconscientemente mostraba: su posición social y cómo ellos esperaban ser tratados por el resto de la gente. Por tanto la identidad romana no
quedaba reducida a la élite, sino que cada uno en diferente grado
podía participar y expresar su lugar dentro de la comunidad.
Todo este corpus de ideas, conjuntamente con otras que irán
apareciendo a lo largo del texto, saldrán a colación en el capítulo
final, cuando una vez analizados todos los aspectos del presente
trabajo debamos interpretar el proceso de cambio cultural acaecido en la Meseta de Requena-Utiel durante los ss. II a.C. – II
d.C. Consideramos que sólo una vez estudiados todos los datos
y examinadas todas las variables, estaremos en condiciones de
decantarnos o no por alguna de estas líneas de interpretación
o, por el contrario, de proponer nuevos matices o argumentos.
El Ibérico Final (siglos II-I a.C.):
una fase poco conocida del mundo ibérico
Hasta ahora sólo hemos tratado interpretaciones generales sobre qué fue o cómo ha sido leído el concepto de Romanización, pero casi siempre desde un punto de vista abstracto por
parte de investigadores centrados en el mundo romano. Como
hemos visto, una de las características comunes en la mayoría
de las mismas es que el proceso fue heterogéneo, con diferencias entre unas zonas y otras. Es por ello que consideramos
necesario conocer al menos las peculiaridades concretas del
caso que nos ocupa, Iberia / Hispania, en una cronología concreta, los ss. II-I a.C.
Dichos siglos, correspondientes a la última fase de la cultura ibérica, han sido designados de múltiples formas por parte
del mundo de la investigación. Términos como “Ibérico Tardío”, “Baja Época” o “Hispania Republicana” marcan el carácter final de la misma, así como la transición hacia una nueva
fase que tiene comienzo de forma paralela (Roldán, 1998). No
obstante, a lo largo del presente trabajo hemos optado por utilizar siempre el término “Ibérico Final”, sin duda el más frecuente en la bibliografía y el utilizado en todos nuestros trabajos
precedentes. Aunque en periodizaciones de otras zonas se ha
alargado o acortado la cronología, el grueso de nuestro trabajo
va de finales del s. III a.C., en el contexto de la Segunda Guerra
Púnica, hasta finales del s. I a.C., tomando como fecha clave el
31 a.C. en que Octavio Augusto da comienzo a la fase imperial.
No obstante, por tal de no dejar en el aire la evolución de las variables desarrolladas y observar la secuencia de cambio cultural
completa, incluimos los dos primeros siglos del Alto Imperio
(ss. I-II d.C.) pese a no formar parte de nuestra especialidad,
por ser claves en una comprensión diacrónica.
A nivel de estudios ibéricos podemos citar como fecha clave el año 1979, momento de celebración del congreso La Baja
Época de la Cultura Ibérica con motivo del aniversario de la
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Asociación Española de Amigos de la Arqueología, centrado
completamente en esta cronología. Muchos de los trabajos presentados en el mismo fueron pioneros en sus respectivos campos de estudio. A éste le siguió el coloquio celebrado en la Casa
de Velázquez de Madrid en 1986 sobre Los Asentamientos Ibéricos frente a la Romanización.
Desgraciadamente la investigación de este ámbito en España siempre ha estado muy fragmentada entre los estudiosos del
iberismo y que por tanto ven esta fase desde la óptica ibérica
en una fase final, y los arqueólogos e historiadores romanistas,
que se centran en los cambios que supuso el contacto cultural
con Roma. Tal y como apuntó S. Keay (2001: 120) la tradición
historiográfica española siempre ha visto la Romanización de
Hispania desde una óptica positivista, como un proceso lineal
de abandono de las tradiciones indígenas y adquisición de las
romanas, de forma más rápida e intensa en el Sur y el Este. Las
nuevas generaciones por su parte han tendido a un análisis más
regional y heterogéneo, pero esto ha conllevado un panorama
muy fragmentado, en exceso dependiente de las actuales divisiones territoriales y centrado en demasía en los núcleos urbanos. A día de hoy el Ibérico Final continua siendo un mero apéndice en muchas obras generales, sin alcanzar nunca el grado de
detalle que el Ibérico Antiguo o el Pleno.
A ello se suma un gran déficit en reflexiones teóricas sobre
lo que significa aquí el propio concepto de Romanización o
en qué términos se produjo el cambio cultural, en comparación con otras zonas como Britania o la Galia. Han dominado aplastantemente siempre los estudios de zonas concretas,
generalmente en el entorno de ciudades que se romanizan o
de las recién creadas coloniae y municipia. Del mismo modo,
siempre han tenido más peso los estudios de Romanización
cultural en ámbitos como el arte, el urbanismo o la lengua /
escritura, que en lo que, por ejemplo, supuso a nivel de organización territorial o explotación económica. Es por ello que
el peso de las reflexiones teóricas cayó en primer momento en
manos de investigadores anglosajones, entre los cuales podemos destacar como pioneros a S. Keay (1995 a y b; 1996) y J.
Richardson (1986).
Tal y como apunta B. Lowe (2009) los ss. II-I a.C. es una
de las fases peor conocidas de la Península Ibérica durante la
Antigüedad, pese a que, a su vez, se trata de una de las más importantes. Como hemos apuntado anteriormente, para S. Keay
(1995b: 291) la Romanización en las provincias occidentales
y, por ende, en Hispania, no deja de ser una fase más de desarrollo de los propios pueblos autóctonos, por lo que el cambio
cultural del mismo debe ser entendido dentro de procesos de
larga duración.
Recientemente, ha surgido una nueva generación de jóvenes
arqueólogos que a sus casos prácticos de estudio han sumado una
interesante base teórica. En este sentido, interpretaciones como
las de Alicia Jiménez desde el punto de vista postcolonial han
enriquecido el debate español (Jiménez Díez, 2008). Su campo
práctico de estudio son las necrópolis de la Bética y, para ella, que
la mayoría de los grandes cambios tuvieran lugar en el tránsito de
era muestra que el contacto con el mundo romano simplemente
reforzó el sistema social ibérico. Las élites indígenas tomaron una
serie de elementos y rechazaron otros. Pero no sólo las élites estuvieron expuestas a la cultura romana, sino que todos los sectores
sociales estuvieron en contacto a diferente medida. Y de forma
paralela a esta expansión romana se produjeron fenómenos de renegociación de la identidad, siendo una ardua tarea definir durante la República qué era ibérico y qué romano. Al cabo de un par
de generaciones sería ya complicado establecer diferenciaciones
entre los inmigrantes recién llegados, los descendientes de las primeras oleadas y los hijos de matrimonios mixtos, lo que generó
diferentes tipos de hibridismo en relación cada realidad. Era una
sociedad con múltiples discursos e identidades, donde las maneras de expresar el estatus, el género o la ciudad de origen estaban
entremezcladas con las de colonizador e indígena. Un fenómeno,
por tanto, muy poliédrico.
A nivel histórico, Roma llegó a la Península Ibérica no con
el propósito de permanecer en ella, sino en el marco bélico de
la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.), suscitado por el cerco cartaginés a la ciudad aliada de Arse (Sagunto, València) en
el 219 a.C. (Seguí y Sánchez, 2005: 14-18; Richardson, 2007).
Aunque en el 197 a.C. Hispania se provincializa, no será hasta
mediados del s. I a.C. cuando haya una conciencia clara por
parte de Roma de crear un Imperio y ver la Península, entre
otras zonas, como algo propio. Al comienzo tan sólo es importante el controlar zonas mineras como las del Sur - Sureste. Los
dos siglos de la República se nos muestran como una fase de
finalización de la conquista, pero también como un momento de
experimentación por parte de Roma en cuanto a modelos de organización y control de los nuevos territorios, siempre de forma
heterogénea. Hispania como un auténtico “campo de ensayo”
inicial (Keay, 1996: 173); posteriores conquistas y procesos de
Romanización como el de Britania fueron mucho más rápidos
puesto que entonces ya había precedentes. Prueba de ello son
los numerosos cambios en la división provincial en Hispania,
con la Citerior y Ulterior inicialmente, para pasar a las Tarraconensis, Baetica y Lusitania tras época augustea.
El Estado romano no encontró un panorama homogéneo en
tierras peninsulares, sino un marco étnico muy fragmentado, lo
que sin duda generó diferentes modelos y diferentes resultados
en cuanto a contacto cultural (Keay, 1996: 149). Al carecer de
una estrategia de conquista o provincialización a gran escala,
el gobierno actuó en función de las características del lugar, la
respuesta de los grupos indígenas o del contexto sociopolítico
de cada zona. Roma, que desde su comienzo siguió su propio
modelo de ciudad-estado, topó con territorios donde esa tónica sólo era seguida en parte en zonas del Este o del Sur, tal y
como se ha visto en casos como el territorio de la propia Kelin
(Moreno 2011). Allí donde pudo lo aplicó, en casos como los de
Tarraco y Carthago Nova a gran escala, de modo que durante
la primera centuria sólo se fundaron las colonias de Italica (205
a.C.), Carteia (171 a.C.), Valentia (138 a.C.) y Emporion (100
a.C.). El poder quedó delegado en los centros indígenas que ya
habían ejercido como núcleos políticos en la fase anterior, estableciendo redes clientelares con las aristocracias locales en relación con las estructuras preexistentes (Keay, 2001: 126-128).
El Sur y el Noreste peninsular fueron dos de las zonas que
experimentaron de forma más rápida los cambios. En la Turdetania, un área con fuertes influencias exteriores orientalizantes
primero y púnicas posteriormente, había un fuerte grado de urbanismo y centralización política ya antes de la conquista (Keay,
1996: 150-152). La motivación romana en esta zona durante
los primeros momentos fue la explotación del mineral, para lo
cual se tejieron complejas redes clientelares. En el Noreste de
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la Península los cambios sucedieron de forma más lenta, ya que
existía una mayor fragmentación de los pueblos, de ahí que sólo
encontremos verdaderas ciudades prerromanas en el entorno de
la colonia griega de Emporion (ibíd.: 152-154).
Realmente en ambos casos los cambios fundamentales se
dan entre mediados del s. I a.C. y comienzos del I d.C., cada
vez más tendentes hacia un modelo centralizado. Desaparecen
la mayoría de asentamientos ibéricos, excepto aquellos que alcanzan el estatus jurídico romano. Las concepciones romanas
de política, justicia, organización social o urbanismo comienzan
a reemplazar a las tradiciones locales (Keay, 1995b). Por tanto
es en la época de César y, sobre todo, Augusto cuando la red
de municipia y coloniae romanas realmente adquiere una gran
importancia. No se puede hablar de “Romanización” sólo como
un cambio cultural, sino que está estrechamente unida al devenir administrativo provincial. Conforme se fueron desarrollando los mecanismos tributarios, comerciales, políticos y se fue
instalando gente de fuera, las élites indígenas y posteriormente
el resto del pueblo fueron adaptando aspectos de la cultura romana, bien de forma literal, bien readaptándolos a sus propias
tradiciones locales (Keay, 1996: 173).
Algunos de los tópicos sobre la Romanización actualmente
parecen haber perdido toda validez. Por ejemplo, es poco probable que durante la República hubiera una gran llegada de población itálica a la Península, sino que el componente poblacional
mayoritario continuaría siendo indígena. Los pocos itálicos llegados estarían totalmente localizados en centros como Carthago
Nova, Corduba, Tarraco, Valentia, Gades o Italica, aunque en
algunos de éstos no encontremos claras muestras de identidad
cultural romana hasta bien entrado el siglo I a.C. (Keay, 1995b:
300-301). No obstante, la presencia de una determinada cultura
material o hábitos no implica que sus protagonistas tuvieran que
ser romanos, ya que hay modas, expresiones o emulaciones de
estatus (Keay, 2001: 120-121).
Sin duda el contacto cultural entre iberos y romanos marcará
el desarrollo particular de cada una de las esferas y aspectos del
devenir diario. No obstante, no debemos olvidar que éste no fue
el único contacto en estos siglos, ya que en esta fase perdura
además la presencia púnica en la Península Ibérica, con mayor
influencia principalmente en el Sur/Sureste peninsular. Y no
sólo esto, lejos de entrar en categorizaciones de qué es ibérico,
romano o púnico en este momento, Iberia estaba inmersa en un
horizonte cultural común, el Helenismo. Los iberos entraron en
contacto con él de diferentes maneras, ya que junto con manifestaciones propias se entremezclan rasgos de helenización adquiridos por diferentes vías, desde griegas antiguas hasta, posteriormente, púnicas o romanas (Roldán, 1998).
Es plenamente aceptado que muchos elementos culturales
y artísticos propios de lo ibérico tienen continuidad en este periodo, tal y como se puede palpar en el desarrollo de estilos
cerámicos figurados, la diversificación y monumentalización de
los santuarios o la definitiva afirmación del fenómeno urbano
y complejidad arquitectónica. No obstante, también supuso la
desaparición de rasgos típicamente ibéricos, especialmente en
el campo de la arqueología funeraria, tanto con la plástica monumental como con la arquitectura de cámaras, túmulos o estelas figuradas. De todas formas, el cambio afectó de forma muy
desigual en la geografía ibérica: aquellas zonas fuertemente “romanizadas” desde un principio vivieron cambios más rápidos.
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Fig. 1. Vaso con decoración compleja. Museu Monogràfic de
l’Alcúdia (Elx).
El arte ibérico, que durante su fase anterior había alcanzado
una gran madurez, muestra ahora un gran dinamismo, con profundos cambios en su forma y contenido. Es el momento en que
el lenguaje pictórico narrativo sobre cerámica del s. III a.C. se
transforma en uno de corte más mitológico y fantástico, con animales de gran tamaño, seres híbridos o héroes (fig. 1) (Bonet e
Izquierdo, 2001 y 2004). En cuanto a escultura, presenta continuidad respecto a siglos anteriores en modos de ejecución, aunque se
observan diferencias en las localizaciones, centrándose ahora en
ámbitos sacros y desapareciendo prácticamente de las necrópolis,
si bien las zonas de producción son las mismas (Sur y Sureste peninsular). También es un momento en el que se marcan fuertes influencias helenísticas y, al mismo tiempo, romanas (León, 1998:
33). Los nuevos influjos romanos no impidieron a los talleres locales continuar sus producciones, aunque adaptándose y tomando
soluciones y fórmulas romanas, de ahí que se haya defendido el
término arte “iberorromano” (León, 1981: 184). Los iberos asimilan parcial o selectivamente el nuevo lenguaje artístico y lo interpretan a su manera. En esta línea se pueden citar las esculturas
adscribibles cronológicamente al s. II a.C. del conjunto del Cerro
de los Santos, donde conviven exvotos típicamente ibéricos con
otros modelos italorromanos, tanto desde el punto de vista iconográfico como formal: togati, retratos y cabezas veladas (Noguera,
1994: 193). En ocasiones encontramos togados con caracteres en
latín, lo que ha sido interpretado como oferentes pertenecientes
a las élites indígenas que comienzan a entrar dentro de la clientela romana y por ello se quieren ya mostrar con rasgos romanos
(Rodà, 1998). Algo semejante ocurre con el conjunto de relieves
de Osuna, donde encontramos algunos puramente ibéricos y otros
con claro influjo romano, tanto en ejecución como en temática.
A nivel de urbanismo se ha interpretado que la presencia
romana, más que iniciar el fenómeno, lo que conlleva es una
consolidación de las estructuras urbanas ibéricas preexistentes.
La verdadera revolución urbanística no se produce hasta tiempos de Augusto, cuando las ciudades ya adquieren fuertes dosis
de monumentalización. Mientras en época ibérica los grandes
programas arquitectónicos parecían estar centrados en el mundo
funerario, la nueva conciencia cívica romana veía fundamental
enfocar esos esfuerzos hacia el espacio común, la ciudad, ligados a fenómenos de evergetismo (Bendala, 2003).
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El Ibérico Final también es la fase en la que, de forma paralela al desarrollo urbanístico, los santuarios, mayoritariamente
rurales, pasan a ubicarse también en ámbito urbano. Para Almagro Gorbea, se pueden diferenciar los santuarios domésticos
gentilicios de los templa de tipo clásico y los cultos dejarían de
ser privados para pasar a públicos (Moneo, 1995: 253; Almagro
Gorbea y Moneo, 2000). De este modo, los recintos sacros del
Ibérico Final ofrecerían dos caras. Por un lado tendríamos los
santuarios de corte orientalizante, con prototipos en el mundo
fenicio-púnico y evidenciado en los casos de L’Alcúdia (Elx,
Alacant) y La Illeta dels Banyets (El Campello, Alacant) (Moneo, 1995: 249); por otro, tendríamos los templos de corte clásico / grecoitálico como los documentados en Saguntum, Puig
de Sant Andreu (Ullastret, Girona) o Cabezo de Alcalá (Azaila,
Teruel). Éstos podrían estar destinados al culto de héroes fundadores o de personajes divinizados como era común durante el Helenismo (ibíd.: 342), mientras que esta utilización de
modelos itálicos también ha sido vista como consecuencia de
la atracción de las élites locales por parte de la causa romana
(Rodà, 1998). Los santuarios rurales están también presentes,
aunque se aproximan cada vez más al centro urbano, como Torreparedones (Baena, Córdoba). En algunos casos, santuarios
supraterritoriales que hunden sus raíces en el Ibérico Pleno viven ahora una fase de monumentalización, como el santuario de
la Encarnación (Caravaca de la Cruz, Murcia) (Ramallo, 1992)
o del Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete),
donde en una fecha tardía se erige un edificio de planta itálica
(Ramallo, 1999).
En el mundo funerario se aprecia una serie de constantes,
todas ellas tendentes a una simplificación del ritual funerario y
de la composición de las tumbas: desparecen los pilares-estela,
se reducen en tamaño los túmulos, disminuye la estatuaria funeraria y los ajuares pierden riqueza, entre otros, por la progresiva
desaparición de armas en los mismos o la no tan abundante presencia de importaciones como en momentos anteriores (Roldán,
1998). Esta autora analiza estos tópicos en una serie de necrópolis del Sureste peninsular y los matiza, no viendo cambios
sustanciales hasta época augustea y primera mitad del s.I d.C.
Existe un denso debate respecto a las causas de esta simplificación en los ajuares y el mundo funerario en general. F. Quesada (1989: 61) en el caso concreto de El Cabecico del Tesoro
(Verdolay, Murcia) cree que es consecuencia de que la sociedad
ibérica evoluciona progresivamente hacia una menor jerarquización. Fuentes (1992: 598), por su parte, cree que las diferencias sociales continuarían existiendo, el cambio se produciría
en la manera de representarlas, reflejándose el estatus en otros
ámbitos diferentes de los enterramientos y quedando el mundo
funerario volcado hacia lo espiritual.
A partir de la II Guerra Púnica se producen profundos cambios en el armamento y las tácticas bélicas ibéricas (Quesada,
2002). Los iberos, muy influidos por los ejércitos púnicos y
romanos, generan una “panoplia simplificada” según el autor.
Es el momento de los cascos de tipo Montefortino, los escudos
rectangulares o scuta y las espadas de doble filo antecedentes
del gladius hispaniensis. No obstante, conviven con la pervivencia de las falcatas, los pila y soliferra, aunque siempre con
una tendencia cada vez más a un armamento más ligero y simple, ya que los iberos muchas veces participan como auxiliares
de infantería ligera en los ejércitos romanos.
Por último, desde el s. III a.C. pero sobre todo durante estos
dos siglos es el momento en el que ubicamos la mayoría de las
acuñaciones monetarias ibéricas y al que pertenecen la mayor
parte de los textos escritos en ibérico. Ambas prácticas se desarrollaron o, cuanto menos, extendieron a raíz del contacto con
Roma y dan también buena muestra de la situación de cambio
que vivían las sociedades ibéricas en ese contexto (Ripollès,
2000; Velaza, 2009). Las monedas nos dan una excepcional lectura de la sustitución de la lengua y alfabeto ibérico por el latino
y los textos escritos, tanto por su soporte como por su función,
en muchas ocasiones también constituyen evidencias de hibridismo cultural. El mundo funerario alberga como veremos una
de las tradiciones más significativas, la de las estelas, mezcla
de elementos lingüísticos (ibérico y latín), artísticos (plástica e
iconografía ibérica y romana) y rituales (incineración e inhumación indicada con estela), aunque éstas precisamente abunden
en zonas donde antes no había tradición escultórica (Teruel y
Castellón) (Izquierdo y Arasa, 1999).
En resumen, vemos como el Ibérico Final es, por encima de
todo, una fase de continuidad en la que incluso se alcanza cierto
esplendor en algunos ámbitos. No obstante, poco a poco se van
percibiendo cada vez más los cambios provocados o derivados
del contacto cultural con Roma. Pese a que los iberos estaban ya
bajo dominación romana, los ss. II-I a.C. es uno de los momentos en los que se expresa con mayor fuerza lo “ibérico”.
La Romanización de Iberia desde el punto de vista
territorial
Como en otros aspectos de la vida, la Romanización implicó
cambios en el paisaje y en la concepción de los indígenas de éste
(Cerrillo, 2003). La implantación de un nuevo sistema políticoadministrativo, así como la dinámica cambiante a nivel socioeconómico, generaron modificaciones en la organización territorial, lo cual se reflejaba en el propio patrón de asentamiento.
Los estudios de Arqueología del Paisaje y, sobre todo, del
Territorio centrados en esta cronología en el mundo ibérico son
relativamente recientes, de finales de los años 80 hasta la actualidad. Por lo general ha imperado una gran fragmentación en
los mismos, limitándose en la mayoría de casos a estudios locales, centrados en una comarca actual o en el entorno de algún
oppidum ibérico o ciudad romana concreta. Además, también
existe una gran división entre los estudios de territorio clásicos, basados principalmente en el estudio de los materiales y los
yacimientos, y los llevados a cabo en los últimos dos decenios
con ayuda de SIG, enfocados en los cambios en el patrón de
asentamiento. Tan sólo unos pocos estudios han ido más allá,
intentando combinar estas dos esferas (Grau, 2002).
En los estudios sobre las repercusiones de la conquista romana sobre los territorios indígenas en diferentes partes del
Mediterráneo, existe un consenso general respecto a que las características previas del área colonizada marcan el devenir posterior. No obstante, el proceso distó mucho de ser homogéneo,
llegándose a observar modelos y evoluciones diferentes incluso
dentro un mismo territorio, pese a existir un sustrato cultural
similar (Miret et al., 1991; Castro y Gutiérrez, 2001).
Muchos son los tópicos relacionados con la Romanización
desde el punto de vista del patrón de asentamiento, algunos
verificados por análisis locales, aunque todos difíciles de establecer como características generales y válidas globalmente.
7
[page-n-25]
La extensión de un sistema tributario sin duda conllevó cambios a nivel socioeconómico que se han detectado en todas las
esferas, como por ejemplo la acuñación de moneda. A nivel
territorial, en aquellos territorios en los que había un patrón
de asentamiento capitalizado por la ubicación en cotas altas de
poblados fortificados, a lo largo de los dos siglos de República
se produce en muchos casos el abandono de los mismos, con
una tendencia a ocupar cotas más bajas, cerca de los cursos de
agua y de las tierras más fértiles, por tanto relacionada con un
interés por aumentar la producción agraria. No obstante, una
característica globalmente compartida es que durante la fase
inicial parece que se dan pocos cambios, perdurando importantes oppida que llegan en su mayor parte a comienzos del s. I
a.C. Los cambios fuertes no se detectan hasta la segunda mitad
de dicho siglo, sobre todo a partir de época augustea. El fenómeno urbano y las ciudades han sido entendidas como consecuencias inmediatas del proceso de conquista y, al mismo
tiempo, como catalizadores del proceso de transformación política, social y económica de los indígenas (Castro y Gutiérrez,
2001: 149). En relación con esto, las zonas más profusamente
analizadas desde la perspectiva territorial han sido Cataluña,
País Valenciano y Andalucía, por ser donde el fenómeno urbano alcanza cotas de desarrollo más altas, en algunos casos
porque ya estaba presente durante la Edad del Hierro.
En Cataluña sin duda una de las zonas mejor estudiadas ha
sido el extremo Noreste, el entorno de Emporion, sede de un
campamento militar romano. La presencia romana tiene consecuencias directas desde un primer momento y se puede rastrear incluso con ayuda de los textos clásicos. La llegada en el
195 a.C. de M. P. Catón para acabar con la revuelta ibera de
los indiketes, conllevó el abandono y destrucción de algunos
poblados como el Puig de Sant Andreu (Ullastret, Girona). Sin
embargo, a nivel de poblamiento se dieron pocos cambios, algo
mayores en la costa, pero en el interior el sistema de oppida
aguanta prácticamente inalterado hasta el I a.C. (Castanyer et
al., 2006: 14). Uno de los poblados más destacados, Sant Julià
de Ramis (Girona), vive en el s. II a.C. incluso un periodo de
cierto auge, efectuándose reformas urbanas en él.
A nivel de poblamiento rural se ha detectado un aumento en
el número de núcleos, lo cual se puede explicar por la atomización del lugar central tras la conquista romana, con el establecimiento de pequeños asentamientos rurales incluso en zonas
marginales, no roturadas anteriormente. Esto constituye una
fase intermedia entre el poblamiento ibérico y el surgimiento
de las primeras villae itálicas. Ya en el s. I a.C. hay coexistencia
entre asentamientos rurales ibéricos y las primeras villae, que
poco a poco pasan a imponerse, paralelamente a la fundación
de ciudades como Emporion o Gerunda (Girona) (ibíd.: 15-17).
En cambio en la Cataluña costera central, en la antigua Layetania correspondiente al territorio de la ciudad ibérica de Burriac, sí que se han detectado consecuencias de la represión de
Catón. No tanto a nivel de destrucción de poblados, sino fuertes
alteraciones en el orden territorial: desaparece toda la línea de
oppida del interior y los campos de silos, lo que los autores relacionan con un posible cambio hacia una economía destinada al
pago de tributos y satisfacer los nuevos intereses romanos, desembocando en un aumento del número de los asentamientos con
función productiva (Martín y García, 2002; Revilla y Zamora,
2006; Revilla, 2010) y quizás en una mayor fragmentación de la
8
propiedad (Olesti, 1997). En ese sentido, a partir del s. II a.C. se
produce una ocupación indígena de zonas llanas y fértiles cerca de ríos, con un aumento considerable del número de asentamientos con dichos fines productivos (Revilla y Zamora, 2006).
Un poco más al Sur, en la comarca del Garraf, a comienzos
del s. II a.C. hay numerosos niveles de destrucción y algunas
partes de los poblados se abandonan, como ocurre en Turó del
Vent (Llinars del Vallès, Barcelona), Turó de Mas Boscà (Badalona, Barcelona) o en Alorda Park (Calafell, Tarragona). No
obstante, parece que la conquista no conlleva todavía un cambio
radical en el patrón de asentamiento rural durante los primeros
siglos, ya que muchos yacimientos perduran hasta el cambio de
Era (Miret et al., 1991).
Mayor complejidad existe a la hora de interpretar el momento de aparición de las villae y los cambios en el mundo rural en
este sector costero central. En comparación con otras zonas, es
un área donde desde un primer momento hay una relativamente
alta presencia de elementos asociables al mundo itálico, lo que
genera una problemática a la hora de valorar los diferentes tipos
de asentamientos rurales: “La evidencia material no permite establecer directamente la condición jurídica y social de los ocupantes de un lugar, como tampoco las relaciones de propiedad
en que se integra su trabajo” (Revilla, 2004, 199).
En primer lugar, algunos autores inciden en ver esta zona
como escenario de un paso rápido del modelo de explotación
ibérico al sistema de villae (Prevosti, 1991). Los factores que
causarían estos cambios serían:
- Presencia de dos ciudades ya desde época republicana (finales s. II a.C., comienzos del I a.C.) que conllevan la desaparición de los poblados ibéricos.
- Paso de la Vía Augusta, importante foco de extensión de la
cultura romana.
- El hecho de que este área se convierta en foco de producción
y exportación de vino a partir del s. I a.C. (ánforas Laietana
1, Pascual 1 y posteriormente también Dressel 2-4). Algunos
investigadores incluso relacionan estos cambios con una posible instalación, no masiva pero sí cualitativa, de propietarios itálicos que dirigiesen la nueva producción y garantizasen el éxito en los nuevos mercados (Sanmartí y Santacana,
2005).
En estrecha relación con esto tendríamos la presencia de un
centro de residencia para las aristocracias itálicas llegadas, Ca
l’Arnau – Can Mateu (Cabrera de Mar, Barcelona), muy próximo al anterior centro de poder, Burriac (Cabrera de Mar), y foco
de la administración del territorio hasta la fundación de Iluro
(Mataró, Barcelona) en el 80 a.C., momento en el que culmina
el proceso.
Una segunda línea de investigación ha llamado la atención
del error de clasificar todo como villae, simplemente por la presencia de determinados elementos monumentales u ornamentales, en vez de primar más la vertiente socioeconómica (Olesti,
1995 y 1997). En este sentido, pese a que se adoptan elementos
romanos tanto cerámicos como constructivos desde el s. II a.C.,
el resto de materiales muestran que siguen siendo iberos, por lo
tanto existiría una continuidad con la fase precedente, produciéndose una fusión entre tradiciones y elementos indígenas y
romanos. Estos asentamientos ibéricos serían los protagonistas
del comienzo de la producción vinícola en la zona y de ánforas
vinarias propias (imitación de Dressel 1 y Lamb. 2 en primer
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momento, luego también Laietana 1 y Pascual 1). El verdadero
surgimiento de las villae sería algo más tardío, como pronto de
época augustea, no siendo hasta ya el s. I d.C. cuando se desarrolla significativamente, para alcanzar su plenitud en el II. Pero
para el autor lo hace gracias a la existencia de esa fase previa
protagonizada por asentamientos de tradición indígena que posibilitó un notable incremento de la producción para el mercado
y la exportación de productos.
Por último están los investigadores reticentes no sólo a ver
una extensión rápida del sistema de villae, sino también a ver
cambios radicales en relación con la extensión de la viticultura,
pese a que aceptan la producción de un excedente comercializable (vino preferentemente, pero también aceite y cereal). El
nuevo marco social de ciudadanos y oligarquías propietarias llevaría a reorganizar las relaciones de propiedad y producción, lo
cual inevitablemente se traduciría en cambios en el poblamiento
rural, modos de explotación e infraestructuras, pero siempre con
un ritmo lento y progresivo (Revilla 2004).
La desembocadura del Ebro también es una zona interesante
puesto que constituía la frontera teórica entre el mundo púnico
y romano y fue escenario de una importante batalla durante la
Segunda Guerra Púnica. Se ha detectado durante todo el Ibérico Final un progresivo abandono del patrón de asentamiento
ibérico en favor de un cada vez mayor número de asentamientos en el llano con función productiva (Diloli, 1999). A nivel
de administración, el lugar central de época ibérica, Hibera, se
abandona a mediados del s. I a.C. pasando a capitalizar la zona
la ciudad de Dertosa.
En Andalucía existe un consenso en torno a que hay continuidad urbana, puesto que antes de la conquista ya existían
ciudades-estado tanto púnicas como turdetanas. No será hasta
época cesariana y augustea cuando se funden nuevas coloniae
y desaparezcan los asentamientos turdetanos (Keay, 1992). La
mayoría de las colonias púnicas de la costa durante la República
pasaron a ser ciudades estipendiarias, excepto Gadir que incluso alcanzó el rango de civitas foederata (López Castro, 2007).
También hay continuidad en el campo hasta finales del s. I a.C.
– comienzos del I d.C., momento de expansión de la producción
de vino y, sobre todo, de aceite a gran escala. Esta explotación
agrícola, que no parece haber tenido mucho peso durante la fase
anterior, se desarrolla enormemente en bastantes zonas, pero
siempre controlada desde las ciudades.
Está bien estudiado el alto valle del Guadalquivir (Castro
y Gutiérrez, 2001), actual provincia de Jaén, zona que a su vez
cuenta con un gran volumen de información relativa también
al mundo ibérico pleno. Muestra la problemática de que en la
fase anterior la territorialidad ya estaba polarizada en torno a
los oppida, si bien tras la crisis de los mismos en el s. IV a.C.
ya se observan cambios tendentes a la formación de centros
de carácter más urbano (Ruiz Rodríguez et al., 1991). La población se redistribuye, hay repartos territoriales y emergen
nuevos estados.
En una misma zona se pueden dar situaciones diversas,
completamente opuestas, como es el caso de los territorios de
los oppida de Giribaile (Vilches, Jaén), Atalayuelas (Fuerte del
Rey-Torredelcampo, Jaén) o Puente Tablas (Jaén). El territorio
de Giribaile ya muestra una ruptura en el patrón de asentamiento tras la conquista, encaminada a un aumento de la producción,
con nuevos asentamientos rurales entorno al oppidum y al río,
para asegurar la producción de excedentes con la cual poder pagar los tributos a Roma. No obstante, también hay continuismo
puesto que Roma mantiene la red de oppida, a través de la práctica de la fides ibérica (Castro y Gutiérrez, 2001: 154-155). El
cambio más brusco viene dado en la primera mitad del s. I a.C.,
en gran parte por la propia destrucción de Giribaile en el marco
de las guerras sertorianas y el total traslado de población a cotas
más bajas. En cambio, los territorios de Atalayuelas o Puente
Tablas sí que muestran continuidad en su ocupación. La aparición de asentamientos rurales sólo coincide con la fundación
de una nueva colonia Tucci (Jaén), según los autores porque antes la explotación rural se hacía directamente desde el oppidum
(ibíd.: 155-156). Se ha interpretado que durante la fase republicana se establecerían igualmente alianzas con las aristocracias
locales mediante el pago de tributos a Roma, pasando entonces
algunas ciudades a tener rango estipendiario (Ruíz Rodríguez et
al., 1991: 34-35; Gutiérrez, 1998). Aunque en época de César
y Augusto se extienden las municipalidades, aquí realmente el
gran cambio se da ya a finales del s. I d.C. con la extensión de
la ciudadanía romana.
Por el contrario, la campiña sevillana y el curso medio/bajo
del Guadalquivir han sido estudiadas desde el ámbito anglosajón recientemente en conjunción con las nuevas aplicaciones
que aportan los SIG (Keay y Earl, 2007). Aquí también se dan
pocos cambios entre los ss. II-I a.C., lo cual indica que Roma
aprovecharía las estructuras preexistentes en torno a Carmo
(Carmona) y Urso (Osuna), sólo el establecimiento de las colonias de Hispalis (Sevilla) y Astigi (Écija) cambió el panorama
puesto que éstas se configuraron bien pronto como importantes
nudos de comunicación. Lo que queda por determinar es si detrás de esto hay una decisión intencionada por parte del Estado
romano en pro de una administración más efectiva de la zona.
Otras zonas que también presentan interesantes cambios en
el patrón de asentamiento durante el Ibérico Final son el Bajo
Aragón (Burillo, 2006; López Romero, 2006) o Murcia (LópezMondéjar, 2009a y 2010), a cuyos estudios remitimos para un
más profuso conocimiento del tema.
El caso particular del área actual del País Valenciano
La fachada mediterránea central, el área correspondiente al actual País Valenciano, es sin duda una de las zonas mejor estudiadas en lo relativo a época ibérica (Arasa, 2003c), ya que en
ella se encuentran algunos de los yacimientos más importantes,
con excavaciones iniciadas hace más de 50 años. Es por ello que
en repetidas ocasiones se haya dicho que la cultura ibérica valenciana sea la más próxima a la “clásica”, puesto que reúne la
mayoría de las características definitorias que tradicionalmente se asocian con los iberos (escultura zoomorfa, decoración
pictórica figurada, alfabeto levantino, organización en torno a
oppida, etc.). A este momento, los ss. II-I a.C., corresponde la
identificación romana de la Ilercavonia, Edetania y Contestania
ibéricas como las tres grandes unidades de población del centroEste peninsular, sin que se pueda saber con exactitud la validez
de las mismas (Mata, 2001) (fig. 2).
A nivel histórico es una zona que participó activamente en
la Segunda Guerra Púnica, ya que precisamente el asedio de
una ciudad, Arse (Sagunto, València), por parte de los cartagineses (219 a.C.) provocó el desembarco romano en Emporion
(218 a.C.) y el inicio del conflicto. Los autores clásicos descri9
[page-n-27]
Fig. 2. Evolución del poblamiento ibérico y romano: 1) s. III a.C.; 2) ss. II-I a.C.; 3) ss. I-II d.C.
ben cómo los cartagineses contaban con apoyo entre algunos
indígenas, ya que aristócratas como Edecón, regulo de Edeta
(Llíria, València), eran aliados suyos. Entre los yacimientos
ibéricos que fueron destruidos en esas décadas, destacan los
casos de la propia Edeta, La Serreta (Alcoi, Alacant), La Illeta
dels Banyets (El Campello, Alacant) o La Escuera (San Fulgencio, Alacant), así como ocultamientos de joyas y tesoros
propios de momentos de inestabilidad en Cheste, Moixent o
Caudete de las Fuentes (Bonet y Ribera, 2003). No obstante,
los estudios de poblamiento no muestran bruscas alteraciones
durante esos años, de ahí que la guerra de facto pudiera tener una vertiente más diplomática que militar (Bonet y Mata,
2002: 234-235).
Tras el final de la guerra, la paralela conquista peninsular y
la provincialización de Hispania en el 197 a.C., vienen unos primeros años de mantenimiento del status quo indígena a cambio
del pago de tributos. El patrón de asentamiento por lo general
muestra continuidad, aunque dentro de una tendencia a aumentar el peso del hábitat disperso. Algunas ciudades parecen vivir
una expansión, incluso acuñando moneda (Ilici, Saiti-Saitabi,
Arse-Saguntum o la propia Kelin), aunque, en cambio, otras
entran en fase de decadencia o completo abandono (Edeta, La
Serreta o La Escuera). Exceptuando Arse y Lucentum, los asentamientos iberorromanos no sufren fuertes cambios urbanísticos
en los ss. II-I a.C. (Bonet y Ribera, 2003).
En el caso arsetano, tras el saqueo bélico la nueva ciudad
vive una fase de reconstrucción y revitalización urbana, con
grandes ejemplos como la construcción del templo republicano
(Aranegui, 2002 y 2009). Llamada a partir de entonces como
Saguntum, primero es civitas foederata y luego colonia latina
en el 55 a.C. (Jiménez Salvador, 2004: 70), convirtiéndose finalmente en municipio romano. En ella la familia de los Fabios
recibe el derecho romano o ius civile. El poblamiento a su al10
rededor parece que también vive una fase de estabilidad puesto
que no muestra cambios sustanciales (Martí Bonafé, 1998). A la
fase republicana corresponden algunas reformas de entidad en
su puerto, el Grau Vell, con la construcción de un dique y una
torre, de forma paralela al descenso de material indígena y el aumento destacable de materiales importados itálicos (Aranegui,
2004; Albelda, 2015a).
Edeta es incendiada y saqueada en torno al 175 a.C., pasando a vivir un hiatus mal conocido de unos dos siglos, en los
que tan sólo tenemos el hallazgo de un tesoro monetario del I
a.C. (Bonet, 1995). Posteriormente, la Civitas Edetanorum romana se asentará en el llano. El patrón de asentamiento en este
territorio sí que muestra una profunda ruptura, lo que hizo que
su modelo de transición entre época ibérica y romana fuera el
estandarte de la hipótesis tradicional hasta hace poco tiempo de
la Romanización como un paso de ubicaciones en alto a asentamientos en el llano. El sistema de atalayas se desmantela tras la
Segunda Guerra Púnica y la conquista romana, mientras que el
poblamiento rural pasa a ser más disperso con hábitats de menor
tamaño (Bernabeu et al., 1987). Los tipos de ubicaciones más
comunes son en ladera, en cerros bajos o en el llano, siempre sin
muralla. Muchos de los yacimientos aparecen ex novo y tienen
perduración en época imperial.
En Kelin, el caso que nos ocupa, trabajos previos han visto
cómo desciende el número de asentamientos pero aumenta el
tamaño de los mismos. Y cada vez más, si antes no era ya un
rasgo fundamental, domina un poblamiento en el llano (Mata
et al., 2001 a y b). Tras las guerras sertorianas (75 a.C.) Kelin
es destruido y prácticamente abandonado, a la par que cae su
sistema de poblados fortificados y atalayas.
Otras ciudades como La Carència, pese a presentar también niveles de destrucción y tapiado de puertas de época
sertoriana tienen continuidad en fase imperial (Albiach et al.,
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2007; 2013: 82-84). La ciudad ya presenta reformas arquitectónicas de tipo defensivo relacionables con la Segunda
Guerra Púnica, concretamente un potente lienzo de muralla.
Seguramente tras la guerra pasaría a convertirse en una ciudad aliada de uno u otro tipo. Durante los ss. II-I a.C. en
su territorio se da un aumento del número de asentamientos,
una mayor selección de las tierras donde ubicarse y una gran
llegada de importaciones. El nuevo sistema de producción
con villae no aparecerá hasta el siglo I d.C. como en tantas
otras zonas.
Mayor desconocimiento tenemos en torno a Sucro (Albalat
de la Ribera, Alzira o Cullera) o Saiti / Saitabi. De esta última
se sabe que tenía carácter urbano al menos desde época ibérica
final y que controlaba un territorio a su alrededor (Pérez Ballester y Borreda, 1998), pero carecemos de más datos en cuanto
al cambio en el patrón de asentamiento entre época ibérica y
romana. Sucro, por su parte, se piensa que era un asentamiento
ubicado en la actual Ribera del Xúquer, posiblemente Albalat,
del cual dependería el Portus Sucronensis, seguramente establecido en la desembocadura del río en Cullera (Bonet y Ribera,
2003; Pérez Ballester, 2003).
En Alicante, lo correspondiente más o menos a la Contestania ibérica, uno de los casos mejor estudiados es el de La Serreta (Alcoi, Alacant) (Grau, 2000b, 2002 y 2003). Parece que
los valles de Alcoi fueron afectados durante la Segunda Guerra
Púnica debido a los avances del ejército romano hacia Cartago
Nova en el 209 a.C. y la ciudad se fortificó poco antes de ser
abandonada. Con la conquista romana se produce el fin de la
misma, lo que provoca también la desestructuración de su territorio, ya que ningún asentamiento tuvo la entidad suficiente
como para substituirla. Parece que la intervención romana fue
selectiva, provocando el fin de los núcleos principales, pero respetando muchos de los oppida de segundo rango, e incluso aparecieron otros nuevos controlando pequeños espacios y sectores
más reducidos. El autor considera por todo ello que el Estado
romano se apoyó en las élites ibéricas. Buena prueba sería el aumento considerable de los asentamientos en el llano, buscando
un aumento de producción relacionado con la necesidad de pagar tributos a Roma. Tras las guerras sertorianas, aunque el grado de afección fue menor que en la costa, es cuando se dio una
fuerte ruptura en el patrón de asentamiento, con el abandono de
los poblados en altura y la difusión de pequeños asentamientos
rurales en el llano. Ya en época romana la región queda dividida
entre las diferentes ciudades de su alrededor, constituyendo una
periferia rural muy alejada de los centros urbanos. Al igual que
el territorio de Kelin, pasa a ser un área sin ciudades, cuando
en época ibérica se caracterizaba por ser una de las zonas más
densamente pobladas.
La información proveniente de Ilici (L’Alcúdia, Elx, Alacant) para su fase republicana no es muy abundante (Abad,
2004: 102-105). La ciudad romana se ubica sobre el antiguo
asentamiento ibérico y se ha localizado un posible catastro de
repartición de tierras de ese momento. Ese hecho, junto con
la llegada desde el s. II a.C. de material itálico en grandes
cantidades ha llevado a plantear la instalación de población
procedente de Italia ya durante la República (Márquez y Molina, 2001). El Tossal de Manises / Lucentum (Alacant), por su
parte, parece que sustituye al asentamiento ibérico del Tossal
de les Basses (Alacant) en el contexto de la Segunda Guerra
Púnica, pero no será hasta época augustea cuando se dé una
verdadera configuración urbanística y arquitectónica del lugar
(Abad, 2004: 105-113).
La provincia de Castelló, antiguo territorio ilercavón, se trata de una zona con unas características concretas puesto que ya
en época ibérica el poblamiento es rural, disperso y de pequeño
tamaño. Los oppida no pasan de un tamaño medio / pequeño
(Arasa, 2002). Esta ausencia de ciudades en la fase previa motivó que Roma no requiriese del establecimiento de las mismas
durante la fase republicana, administraba de otros modos o a
partir de ciudades más al Norte (Dertosa) o al Sur (Saguntum).
No será hasta época imperial en que uno de los núcleos iberorromanos alcance estatus municipal: Lesera (Forcall, Castelló)
(Arasa, 2009b). A nivel de poblamiento rural, a comienzos del
s. II a.C. parece haber una desestructuración con la desaparición de algunos poblados, aunque los cambios fuertes son ya
de la segunda mitad con un acercamiento a cotas más bajas y
a mejores tierras de cultivo. Esto desemboca en el s. I a.C. en
la aparición de asentamientos rurales precedentes de las villae
de fase imperial (Arasa, 2002: 228-230). No obstante en esta
zona, a diferencia de Cataluña, no hay en ningún caso villae de
características itálicas.
Es interesante el fenómeno de torres fortificadas aisladas en
el interior de la provincia de Castelló, torres semejantes a las
de otras zonas como Teruel, que aparecen a finales del s. III
y comienzos del II a.C. Ejemplos como la Torre del Prospinal
(Pina del Montalgrao), el Castillico (Ayodar) y el costero El Perengil (Vinaròs) hacen dudar a sus investigadores si se tratan de
granjas fortificadas o estructuras militares relacionadas con la
Segunda Guerra Púnica (Oliver, 2004).
En Castelló el único estudio a nivel de poblamiento es el de
Járrega (2000) sobre el actual Alto Palancia, un área de interior
interesante puesto que era atravesada por la vía que conectaba Saguntum con Aragón siguiendo el curso del río Pallantia.
Como en toda zona de interior sin ciudades, existen dudas sobre
a qué territorio pertenecería. En ese caso, F. Arasa (1992) estableció que la mayor parte dependería de Saguntum, excepto
una parte de Edeta y el interior de otras ciudades de Aragón. Es
extraño el elevado peso que tienen en época republicana los anteriormente citados poblados fortificados y torres, incluso surgidos ex novo, seguramente controlando caminos y pasos dentro
del contexto de inestabilidad y guerras civiles de Hispania en
estos primeros momentos. Por el contrario, hay un reducido
número de hábitats en llano y la mayoría proceden de época
ibérica plena. En época imperial sí que se dan mayores cambios,
con una expansión rural que alcanza las tierras más fértiles y coloniza tierras hasta el momento marginales. El poblamiento en
altura prácticamente desaparece y aparecen las primeras villae,
aunque en ningún caso con el grado de importancia y monumentalización de las costeras.
En este panorama casi siempre protagonizado por indígenas,
sin duda uno de los hitos históricos fundamentales es la fundación de una colonia latina en la costa, Valentia, en el 138 a.C.
por Junio Bruto para realojar a los soldados que participaron
en las guerras contra Viriato en Lusitania (Ribera, 1998). Este
hecho sin duda tuvo que derivar en una reorganización territorial a escala global. Según el autor, sería lógico que la ciudad
se emplazara en el antiguo territorio de Edeta y no en el de la
aliada Arse, cerca de una zona anteriormente frecuentada como
11
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recientemente se ha visto al localizarse indicios de un hábitat
rural ibérico pleno al Norte del río Túria, en excavaciones de la
Calle Ruaya (Albelda, 2015b).
Siempre se ha defendido que la mayoría de la población de
Valentia sería itálica inmigrada, no pudiendo descartar la presencia de indígenas aunque el papel de éstos fuera minoritario.
Los materiales, el urbanismo y arquitectura, la presencia de termas desde un primer momento, los tipos monetales, los ritos
funerarios y hasta el propio topónimo muestran rasgos propiamente itálicos (Ribera, 2009). No obstante, se han localizado
algunos vertederos o fosas con gran cantidad de material ibérico, con vasos cerámicos de gran calidad sobre todo del s. I a.C.
como el archiconocido “Vaso del Ciclo de la vida” de la Calle
Cisneros, que muestran perduración por los gustos ibéricos (fig.
3). Las necrópolis, por su parte, son el mejor marco para ver
muestras de hibridismo cultural, como por ejemplo la de la Calle Quart, de donde proceden 21 incineraciones del s. I a.C., dos
de las cuales tienen todo su ajuar formado por cerámica ibérica
(García Prósper et al., 1999: 296-97).
Entre el 80 y el 75 a.C. tuvieron lugar unas guerras con consecuencias directas mucho más acusadas en las ciudades y en el
patrón de asentamiento que en conflictos anteriores: las guerras
sertorianas (Bonet y Ribera, 2003: 83-85). Sertorio llegó en el
83 a.C. huyendo de Italia donde se había enfrentado al Senado
en relación con la aprobación de reformas sociales. Fue capaz
de formar un importante ejército entre romanos e itálicos exiliados o instalados en Hispania, así como hispanos y númidas,
haciéndose con una gran parte de la Península Ibérica y, entre
otras, la totalidad de las tierras valencianas. Ciudades como Valentia, Dianium, Edeta y posiblemente Kelin apoyaron al bando
sertoriano, que a la postre acabaría siendo derrotado, pagando
las consecuencias entre el 76-75 a.C. Por el contrario, aquellas
como Saguntum que se mantuvieron favorables al bando contrario, el pompeyano, salieron reforzadas tras la contienda.
En el 75 a.C. Valentia pertenecía al bando insurgente por
el hecho de ser una ciudad itálica y, sin duda, fue el núcleo
más afectado por el conflicto. La Arqueología de la ciudad así
lo ha corroborado, con el hallazgo en L’Almoina de niveles
de destrucción, tesoros monetarios escondidos y esqueletos de
soldados mutilados (Alapont et al., 2010) (fig. 4). Se ha pretendido situar en territorio valenciano algunas batallas como
la de Lauro, atacada y destruida por Sertorio en el 76 a.C.,
relacionándose con Llíria o El Puig, ideas a día de hoy completamente descartadas. En Sucro tendría lugar otra batalla,
después de la cual Sertorio huyó a Saguntum para abandonar
la Península. El resto de rebeldes escaparon desde el puerto de
Dianium, la cual como castigo pasó a ser ciudad estipendiaria
tras la guerra (Ribera, 2003).
El siguiente conflicto del s. I a.C. resultó del enfrentamiento entre César y Pompeyo a mediados de la centuria. Tenemos
muy poca información de ese contexto, aunque se plantea que
Saguntum alcanzaría la capitalidad en la zona debido al hiatus
que sufre Valentia durante esos años. En época imperial llega ya
la Pax Romana y la situación interna se calma, lo que permite
un gran desarrollo en muchos ámbitos, especialmente en el urbano, ya que Augusto crea un sistema de ciudades jerarquizado
con diferentes estatus (desde colonia latina a ciudad estipendiaria, pasando por ciudad federada, municipio, etc.):
- Saguntum pasa a ser municipium romano, desarrollando
ya un gran programa monumental y urbanístico (Aranegui,
2004).
- Ilici pasa a ser colonia romana por instalación de legionarios
sobre el antiguo asentamiento ibérico durante la segunda mitad del s. I a.C. (Abad, 2004).
- Edeta, Saetabis, Dianium y Lucentum se convierten en municipios con derecho latino (Jiménez Salvador, 2004).
- Valentia recupera su carácter urbano ya en el s. I d.C., también como colonia romana (Ribera, 2009).
Las ciudades pasan a organizar territoria bastante extensos.
Al mismo tiempo, se produce una organización del ager y de
la red de caminos. En Alicante parece que las primeras villae
Fig. 3. Vaso del “Ciclo de la Vida” (MHC; fotografía J. M. Vert).
Fig. 4. Esqueletos mutilados durante la contienda sertoriana en
Valentia (Alapont et al., 2010).
12
[page-n-30]
se desarrollan en torno al 20-30 d.C., en algunos casos sobre
antiguos asentamientos ibéricos (Grau, 2003). Existe una fuerte
desigualdad entre la costa y el interior. En la costa, el ager dianensis es el que muestra una mayor especialización, en este caso
en torno a la producción y exportación vinícola, aunque en una
escala menor a la de otras zonas de la Tarraconense como la antigua Layetania. El interior está peor conocido, aunque parece
haber un menor peso de las villas y una mayor pervivencia de
las estructuras de explotación de tipo campesino características
de fases precedentes.
El mundo rural en el País Valenciano no ha sido tan estudiado como en otras zonas de Hispania, aunque sin duda el déficit
más grave es el correspondiente a esta primera fase republicana,
momento clave para entender la transición. De época imperial
contamos con excavaciones antiguas como las de la villa de El
Puig y la de Benicató en Nules (València) o los Baños de la Reina en Calp (Alacant), excavadas parcialmente y publicadas tan
sólo en parte (Arasa, 2003b). Mejor conocidas son excavaciones como Can Porcar de Llíria, Font de Musa de Benifaió o las
más recientes Horta Vella de Bétera (Jiménez Salvador y Burriel,
2007) o la Villa de Cornelius en L’Ènova (Albiach y Madaria,
2006) (todas en la provincia de València). La multitud de excavaciones que se han desarrollado en la última década sin duda
arrojarán luz al respecto una vez sean debidamente publicadas.
La presencia de los romanos en la Península derivó hacia
un modelo económico tendente a un aumento de la producción
en favor del Estado romano. El poblamiento, por tanto, tiende
a concentrarse en el llano, en las tierras más fértiles; un paso de
una economía de subsistencia a una centrada en la obtención
de excedentes con los cuales poder pagar los tributos (Bonet
y Ribera, 2003). El sistema de villae, a diferencia de otras zonas como Cataluña en las que en época republicana ya existen
villas de corte itálico, en el País Valenciano no aparece hasta
entrado el s. I d.C. Además, se han interpretado en multitud de
ocasiones como villae asentamientos rurales de menor entidad
que responden a otras realidades. Algunos autores ante el elevado número de villae imperiales y la poca entidad y especialización de las mismas abogan por la presencia de un modelo
minifundista, a diferencia del modelo latifundista itálico (Seguí y Sánchez, 2005). Lo que queda claro es que la presencia
romana deriva en una organización económica diferente, de
forma más marcada alrededor de las ciudades como Valentia.
En su entorno se han detectado rastros de su antigua centuriación, aunque el carácter lagunar y de marjal de L’Horta ofrece
un panorama poco claro (González Villaescusa, 2002).
Fig. 5. Moneda bilingüe de Arse / Saguntum (MPV) .
A nivel cultural, como hemos visto anteriormente de forma general para la Península, los cambios fueron más rápidos
e intensos en aquellos territorios con un nivel de desarrollo
urbano y cultural previo, es decir, sobre todo en los costeros (Bonet y Ribera, 2003). Pero, al igual que ocurre con
el patrón de asentamiento o el urbanismo, la cultura material se caracteriza por un fuerte continuismo durante los dos
primeros siglos de presencia romana. La llegada de material
romano en ingentes cantidades (monedas, vajilla de mesa
o grandes contenedores) no es suficientemente categórica
como para hablar de un profundo cambio cultural, ya que
no dejan de ser objetos que pueden ser resultado del simple
comercio, más si cabe en un momento de integración política
y globalización. Es más, en el Ibérico Final del País Valenciano podemos situar algunos de los atributos tradicionalmente considerados como más genuinamente ibéricos, como
pueda ser el arte figurado, simbólico y complejo que alcanza
una gran perfección en centros como Ilici (Sala, 1992), o el
máximo desarrollo de la escritura ibérica. Ya hemos visto que
otros elementos como las monedas o las estelas funerarias
tardías, se presentan como ejemplos de hibridismo cultural,
por la convivencia en ellas de diferentes lenguas y escrituras
(Velaza, 2005) (fig. 5), así como de ritos y tradiciones (Izquierdo y Arasa, 1999) (fig. 6).
Fig. 6. Estela de Ares del Maestre (MPV).
13
[page-n-31]
Antecedentes de la investigación
arqueológica iberorromana en la Meseta
de Requena-Utiel
“En una colina a ¼ al Suroeste del pueblo hubo en tiempo de
dominación de los árabes una población fortificada que se llamó
Woldin: lo cierto es que en aquel sitio se ven grandes ruinas,
se han sacado varias vasijas de diferentes tamaños y figuras,
y algunas monedas trabajadas tan toscamente, que no pueden
conocerse los bustos que representan ni leerse sus inscripciones
(...)”; así se refería Madoz en su magna obra de 1847 a la antigua ciudad ibérica de Kelin. No obstante, proceden del s. XVIII
las primeras noticias de hallazgos en el paraje de Los Villares,
al Norte de la población de Caudete de las Fuentes. J. A. de
Estrada en 1748 (citado en Pla Ballester, 1980: 2) y M. López
en 1787 (citado en Martínez Valle, 2001: 643) comentaron el
hallazgo de materiales antiguos en el mismo. Un siglo después,
el cronista de Utiel, Miguel Ballesteros (1899: 24-25), asoció
el poblado con el antiguo topónimo Putea. En 1903 un mapa
del geógrafo José Mas recogía el topónimo “La Ollería” entre
el pueblo de Caudete y Los Villares, seguramente en relación
con el hallazgo de recipientes cerámicos (recogido en García de
Fuentes y García Ejarque, 1993) (Lámina VI).
También a finales del s. XVIII el cura de Camporrobles describió la presencia de fortificaciones y una cisterna en El Molón
(Lorrio, 2001a). A lo largo de los ss. XIX-XX se tuvo noticia
de numerosos hallazgos casuales de tesoros, joyas, depósitos de
armas, plomos o inscripciones en la comarca, la mayor parte
en Los Villares y sus alrededores, aunque lamentablemente a
muchos se les ha perdido la pista a lo largo de los años. En 1859
J. A. Díaz de Martínez, erudito requenense, escribió una memoria descriptiva inédita sobre unos posibles restos de romanos
cerca de la aldea de Calderón, correspondientes a la importante
villa del Barrio de los Tunos (Martínez Valle, 2001b). Ya en el s.
XX, F. Almarche hablaba así del yacimiento de Los Villares en
su pionera obra sobre los iberos valencianos: “ha sido explorada
de más antiguo, y con más de buscar monedas y cerámica, una
pequeña cima situada a poco más de un kilómetro de la actual
población y en la que se descubren a simple vista gran número
de ruinas, piedras, tiestos y argamasa” (Almarche, 1918: 89).
El autor se centró en el hallazgo de tesorillos, monedas, joyas y
fíbulas, además de apuntar la posible localización de la necrópolis en una finca cercana.
Poco después de finalizar la Guerra Civil Española, en 1941
vio la luz la pieza sin duda más importante de la arqueología
requenense, la Estela de Sinarcas, fruto de un hallazgo fortuito
en las proximidades de dicho pueblo. No obstante, no fue hasta
mediados del siglo pasado cuando un yacimiento fue objeto de
excavaciones arqueológicas. Enrique Pla Ballester (SIP) llevó a
cabo un total de tres campañas en Los Villares en los años 1956,
57 y 59 (fig. 7, 8 y 9), más otra en 1975.
En las décadas 60, 70 y 80 del siglo pasado creció el interés
por las antigüedades de la comarca, pero lo hizo en numerosas ocasiones bajo la forma del expolio. Con los materiales resultantes se nutrieron museos y colecciones museográficas, así
como colecciones particulares que poco a poco van saliendo a
la luz. Yacimientos como Los Villares, El Molón, Cerro de la
Peladilla (Fuenterrobles), Cerro de la Cabeza (Requena), Cerro
Castellar de Hortunas (Requena) y la cueva del Cerro Hueco
(Requena) fueron los que más sufrieron estas acciones incon14
troladas. Los actuales museos y colecciones museográficas de
Requena (nacido en 1968) y Caudete de las Fuentes (1979) sirvieron, precisamente, de albergue para muchas de estas piezas
descontextualizadas.
En 1979 se reemprendieron las excavaciones en Kelin bajo la
codirección de M. Gil-Mascarell y el propio Pla Ballester, hasta
que en 1988 la excavación pasó a estar bajo la dirección de Consuelo Mata Parreño, que ha continuado ininterrumpidamente esta
labor hasta el 2004. Los materiales del propio yacimiento fueron
el tema de su tesis doctoral, dirigida por la propia Gil-Mascarell
y presentada en 1987, a partir de la cual se editó la monografía
Los Villares (Caudete de las Fuentes): origen y evolución de la
cultura ibérica (Mata, 1991). Una década antes Pla Ballester también había recopilado parte de los hallazgos en su obra Los Villares
(Caudete de las Fuentes – Valencia) (Pla Ballester, 1980) (fig. 10).
Las excavaciones arqueológicas en Kelin se han visto completadas desde 1992 con el proyecto de investigación de su territorio;
un proyecto de la Universitat de València dirigido por la propia
Consuelo Mata en el que han participado un gran número de personas vinculadas o colaboradores del Departament de Prehistòria
i Arqueologia (Mata et al., 2001 a y b). Las actuaciones se han
materializado en 16 campañas de prospección que han permitido
reunir un gran número de datos y contar con un cuantioso registro
de yacimientos1 (fig. 11 y lám. IX). Dentro de dicho proyecto se
integra nuestro estudio, resultado tanto de las actuaciones en los
años 90, como de las campañas de 2009 y 2010, ambas centradas
monográficamente en revisar los yacimientos de cronología ibérica final ya conocidos, así como en conocer de primera mano los
yacimientos altoimperiales inventariados en la base de datos de la
Dirección General de Patrimonio Artístico (DGPA).
Kelin, aunque se trata del yacimiento insignia de este territorio, por suerte no es el único en el cual se han llevado a
cabo excavaciones rigurosas. En primer lugar debemos destacar
el poblado de El Molón, excavado por Alberto J. Lorrio desde
1995 dentro de un proyecto compartido entre las universidades
de Alicante y Complutense de Madrid (Lorrio, 2001b). Derivado del mismo también se han prospectado sistemáticamente los
municipios alrededor de este oppidum camporruteño (Lorrio et
al., 2006; Lorrio, 2007). También han sido excavados parcial o
totalmente la cueva-santuario del Puntal del Horno Ciego (Villargordo del Cabriel) por M. Gil-Mascarell en 1974, publicándose sus materiales quince años después (Martí Bonafé, 1990);
el poblado de la Muela de Arriba (Requena) por J. Aparicio
entre 1976-77 y 1980-83 (Martínez García, 1991); los hornos
de La Maralaga (Sinarcas) por F. Martínez en 1987 (Martínez
Cabrera e Iranzo, 1988) y las Casillas del Cura (Venta del Moro)
por A. Martínez Valle y J. J. Castellano en 1991 (Castellano y
Martínez Valle, 1997) y la necrópolis de La Calerilla de Hortunas (Requena) a partir de 1989 (Martínez Valle, 1995b).
En los últimos años el panorama se ha enriquecido mucho
gracias, en primer lugar, a intervenciones de urgencia como La
Atalaya, Los Aguachares (ambas en Vidal et al., 2004), Cerro
Tocón, Casa de Ángel (ambas en Moraño y García, 2005) y El
1 La base de datos con la que trabajamos cuenta actualmente con
282 registros, si bien también están incluidos aquellos yacimientos
pertenecientes a otros territorios limítrofes que hemos considerado
interesantes para este estudio.
[page-n-32]
15
Fig. 7. Eje cronológico con los principales hitos arqueológicos en la zona, hasta 2010.
[page-n-33]
Fig. 8. Excavaciones en los años 50 del siglo pasado en Los Villares (fotografía archivo MPV).
Batán (Garibo y Valcárcel, 2009). Dentro de nuestro proyecto
también hemos desarrollado excavaciones ordinarias, encaminadas a profundizar en el conocimiento del poblamiento rural
y las estructuras de transformación de los alimentos como las
de la Rambla de la Alcantarilla (2005), Solana de Cantos 2
(2006), El Zoquete (2007-08) (Pérez Jordà et al., 2007; Quixal
et al., 2008) (fig. 12) o la más reciente en la Casa de la Cabeza
(2010-12), todas en el término de Requena. Con todo ello se ha
enriquecido enormemente la visión del ámbito rural en este territorio, mostrándose cada vez más como organizado, diversificado y jerarquizado. Al respecto se ha generado un significativo
volumen de publicaciones y participaciones en congresos (Mata
et al., 2009 y 2012).
La Arqueología Ibérica y Romana de la comarca también ha
sido objeto de trabajos de investigación de licenciatura o tesinas
académicas como las de J. M. Martínez Carta Arqueológica de
Utiel y su comarca (1982), J. P. Valor El poblat ibèric de la Muela
de Arriba (Requena). Estudi dels materials i del territori (2003),
L. Lozano El centro artesanal de La Maralaga (Sinarcas. Valencia) (2004), A. Moreno Paisaje, SIG y territorio: El análisis
de La Plana d’Utiel entre los ss. VI-V a.n.e (2007) y la nuestra
propia El Valle del Magro entre los siglos VI-I a.C.: Una aproximación a la movilidad en época ibérica (2008). La tesina de
E. Pingarrón Estructuras del poblamiento rural romano entre los
ríos Magro y Palencia (1981), aunque no de forma monográfica,
también describe yacimientos y materiales comarcales, especialmente del Campo de Utiel. Tesis doctorales hasta la fecha son
16
tres: la de la propia C. Mata sobre Los Villares, la de A. Moreno
Cuando el paisaje se convierte en territorio: Aproximación al
proceso de territorialización íbero en La Plana d’Utiel, València
(ss.VI-II a.n.e.) (fig. 10) y la nuestra, de título compartido con el
presente trabajo. La propia Consuelo Mata ejerció de directora de
tesis en estos dos últimos casos.
Por otro lado, la publicación por parte de la Universidad de
Alicante de Los Iberos en la Comarca de Requena-Utiel (Valencia) (Lorrio ed., 2001) supuso un verdadero hito histórico.
El libro eran las actas resultantes del primer congreso centrado
monográficamente en la Arqueología de esta zona, organizado
por la Asociación Cultural “Kelin” en Caudete de las Fuentes
(2000). Las publicaciones del Centro de Estudios Requenenses
también han acogido artículos de Arqueología, especialmente
en su Oleana nº 16, correspondiente a las Actas del I Congreso Comarcal. Otras publicaciones reseñables en las últimas dos
década son El Vino de Kelin (Mata et al., 1997), centrada en las
prácticas agrícolas y ganaderas en época ibérica, y Arqueología e Historia de Sinarcas (Iranzo, 2004), que recoge todas las
informaciones desde la Edad del Bronce a época islámica del
municipio más septentrional de la comarca (fig. 10).
Por todo ello, sin duda podemos decir que la comarca
vive actualmente su época dorada en cuanto a Arqueología
Ibérica. Buena muestra es la cantidad de personas que desde
el 2004 acuden anualmente a las jornadas ibéricas en Kelin y
la población de Caudete de las Fuentes, celebradas normalmente en torno al mes de octubre (http://www.uv.es/kelin/
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Fig. 9. Mapa de los principales hitos arqueológicos de la comarca hasta 2009.
Fig. 10. Principales publicaciones de Arqueología Ibérica y Romana.
17
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Fig. 11. Cantidad de yacimientos localizados y/o visitados en las diferentes campañas de prospección.
Fig. 12. Campaña de excavaciones de 2007 en El Zoquete.
Fig. 13. Folletos informativos de yacimientos y jornadas arqueológicas en la comarca.
informacion.htm) (fig. 13). En el 2009 las jornadas fueron
de la mano de la IV Reunión de Economía en el primer milenio a.C., De la cocina a la mesa, primera vez en la que la
comarca fue sede de un congreso internacional sobre la Protohistoria. Por último, tanto Kelin como El Molón han sido
integradas en la Ruta dels Ibers de la Diputació de València,
en sendos casos tras la restauración y consolidación de parte
de las estructuras, instalándose paneles explicativos y llegando a editarse un libro-guía de visita en el segundo (Lorrio et
al., 2009).
básicamente durante el Ibérico Pleno (ss. IV-III a.C.), momento
de máximo esplendor y precedente directo de lo que sucederá en
torno al cambio de Era. Aunque muchos aspectos se sacarán a
colación a lo largo del trabajo a fin de comparar los cambios entre
los ss. IV-III y II-I a.C., incluimos aquí unas breves líneas a modo
de introducción y, a la par, estado de la cuestión.
Como ya hemos apuntado, el estandarte ibérico de esta comarca es el yacimiento de Kelin / Los Villares, ciudad ocupada
desde la Primera Edad del hierro (s. VII a.C.) hasta el 75 a.C.
(Pla Ballester, 1980; Mata, 1991) (fig. 15.1). El yacimiento se
ubica en una loma al Sur de la actual población de Caudete de
las Fuentes y del curso del río Madre, en una zona con gran
abundancia de fuentes. Conocemos su nombre originario a partir de los hallazgos numismáticos con esta leyenda (Ripollès,
1979). No sabemos con seguridad si la ciudad contaba con un
sistema defensivo o si simplemente estaba rodeada por un muro
perimetral. De las 10 ha de extensión identificadas a partir de la
dispersión superficial tan sólo hay excavados 1000 m², lo que ha
permitido documentar dos zonas (sectores A y B). En el sector
A, donde se centraron las excavaciones en los años 50, encon-
Kelin y su territorio entre los ss. VI-III a.C.
Fruto de todo este denso panorama investigador y especialmente
derivado de la línea de investigación dirigida desde los años 90
por Consuelo Mata, la Meseta de Requena-Utiel es una de las
zonas mejor conocidas de época ibérica en el País Valenciano y
la fachada mediterránea peninsular. Pese a que nuestro estudio se
centra a partir del s. II a.C., no podemos ignorar las características previas del poblamiento ibérico durante las fases anteriores,
18
[page-n-36]
tramos niveles de los ss. IV-II a.C., con un urbanismo ortogonal
que genera grandes viviendas ocupando manzanas. Esto se repite en el sector B, zona correspondiente con la parte más alta
de la ciudad, que tiene un gran dominio del entorno. De ésta
destaca la presencia de una gran casa (80 m²) de un rico comerciante de vino de la ciudad, ya que en una bodega de la misma
aparecieron fragmentos de más de 90 ánforas vinarias, así como
semillas de vid en toda la vivienda. También se documentaron
niveles de la Primera Edad del Hierro (época fundacional) con
un urbanismo mucho más irregular y unas viviendas de menores
dimensiones. A diferencia de lo que ocurrirá en el Ibérico Pleno,
las viviendas únicamente cuentan con una habitación o departamento de carácter multifuncional. En ambos sectores se han
documentado otros elementos como hogares, agujeros de poste,
hornos domésticos, hogares de forja, etc. No se ha localizado
todavía la necrópolis del poblado, aunque sí que han aparecido
algunos enterramientos de neonatos bajo de muros, tal y como
era costumbre entre los iberos.
Entre los materiales más destacados del yacimiento, por
desgracia, una buena parte proviene de excavaciones clandestinas, la cual ha pasado a formar parte de la colección museográfica Luis García de Fuentes de la propia localidad de
Caudete de las Fuentes. Destacamos un excelente repertorio
de vajilla ática e itálica, así como las conocidas piezas ibéricas
del “Vaso de los Nadadores” y del “Vaso los Hipocampos” que
iremos tratando a lo largo del trabajo. Por su parte, el grueso
de los materiales procedentes de las diferentes campañas arqueológicas regladas se encuentra actualmente en el Museu de
Prehistòria de València.
De forma paralela al estudio del yacimiento y dentro de la
corriente de investigación sobre los territorios ibéricos suscitada
en el área valenciana a partir del caso edetano, desde inicio de
los años 90 comenzaron a desarrollarse prospecciones arqueológicas a fin de extender el objeto de estudio. Inicialmente se
limitaban al entorno más inmediato, pero poco a poco fueron
ganando en amplitud. Se partía de la premisa, por otra parte apoyada en análisis arqueológicos del territorio y en la distribución
de productos (Mata, 2001), de que el antiguo territorio o área
de influencia de Kelin correspondería aproximadamente con el
área de la actual comarca requenense, dados los límites naturales existentes. Dentro de una de las zonas con mayor número
y densidad de yacimientos ibéricos del País Valenciano, dicho
asentamiento emergía como capital por presentar una serie de
características únicas (Mata et al., 2001 a y b):
Fig. 14. Mapa general del Ibérico Pleno (ss. IV-III a.C.), con los principales asentamientos fortificados.
19
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- Gran tamaño y altísima densidad de restos materiales en toda
su superficie.
- Posición central.
- Larga secuencia de ocupación (ss. VII-I a.C.).
- Arquitectura doméstica y muestras de viviendas con importante acumulación de bienes.
- Riqueza en importaciones durante todas las fases: fenicias,
áticas, itálicas, etc.
- Numerosos testimonios de escritura, cuños sobre ánforas,
decoraciones complejas o producciones cerámicas locales.
- Acuñación de moneda propia en el s. II a.C.
A lo largo de las dos últimas décadas han continuado las
labores de investigación sobre el territorio de Kelin, siendo sistematizada toda la información derivada para los ss. VII-III a.C.
en la reciente tesis de la Dra. Andrea Moreno (2010), donde se
establecen los principales puntos del proceso de territorializa-
Fig. 15. 1. Vivienda del Sector 1 de Kelin tras la restauración. 2. Reconstrucción del proceso de elaboración en una de las “pilillas” de
Rambla de la Alcantarilla y de la bodega anexa (diseño Ángel Sánchez). 3. Kylix de figuras rojas de Kelin (fotografía MPV). 4. Cuño
sobre asa de ánfora de Kelin. 5. Ortofoto del yacimiento de El Zoquete. 6. Muralla y torreones del Collado de la Plata / Plaza de Sobrarías
(Aliaguilla, Cuenca).
20
[page-n-38]
ción en torno al lugar central y la creación de un espacio cultural
propio. Para esta investigadora el oppidum de Kelin tuvo carácter urbano y generó un territorio articulado a partir del s. V a.C.,
si bien muchas de las características ya estaban presentes en
el VI (Moreno, 2011). Dicho proceso de territorialización sería
una muestra de complejidad social y organización de carácter
estatal durante el Ibérico Pleno, argumento sustentado en una
serie de aspectos, compartidos algunos de ellos con trabajos anteriores (Mata et al., 2001 a y b):
- Momento de auge demográfico; según los cálculos realizados
estaríamos ante un territorio con unas 10.000 personas (Valor
y Garibo, 2002; Moreno y Valor, 2010). A nivel de territorio
se traduce en un aumento considerable del número de yacimientos.
- Patrón de asentamiento jerarquizado, con asentamientos y
núcleos de diferente tamaño, estatus y funcionalidad: capital, poblados de segundo rango generalmente fortificados en
alto y, por último, el grueso del hábitat rural formado por
asentamientos rurales de diferente tipo (granja, casería, etc.)
y establecimientos auxiliares. Fruto de la extensión de estos dos últimos asistimos por primera vez a una sistemática
ocupación del llano, en relación con el citado aumento de la
población.
- Reordenación de las actividades económicas, con un importante peso de los cultivos de productos con rendimiento aplazado (frutales como la vid y el olivo) que permitirían la obtención de excedentes.
- Presencia de importaciones, que eran los principales bienes
de prestigio. A ello podemos sumar una importante circulación de productos a nivel local y regional (Mata et al., 2000),
así como numerosas muestras de metalurgia (Mata et al.,
2007 y 2009), aprovechamiento de recursos forestales y salineros, etc. Al Ibérico Pleno pertenece el horno cerámico de
Casa Guerra (Requena).
- Articulación del espacio: establecimiento de un sistema
de vías, redes y nodos, tanto a nivel local como regional.
El territorio de Kelin constituye una encrucijada en las
comunicaciones entre la costa y el interior. En el Ibérico
Pleno es cuando menor distancia hay entre poblados, es
decir, se reducen las distancias y las comunicaciones son
más fáciles.
- Importancia de la visibilidad en las comunicaciones, la defensa, el control y la delimitación del territorio. El carácter
estatal, en este caso, no conllevaría la presencia de un cuerpo
militar estable, del mismo modo que la función de los poblados fortificados no sería exclusivamente defensiva.
- Como nosotros mismos apuntamos en trabajos precedentes,
la extensión durante esta fase del culto en cueva-santuario en
diferentes áreas periféricas (Puntal del Horno Ciego, Cueva
de los Mancebones, Cueva Santa de Mira, Cerro Hueco o
Cueva de los Ángeles) respondía a también a estos procesos
de territorialización y marcación de pertenencia a una determinada comunidad, justo allí donde es más difusa (Quixal,
2008: 155-160).
- Cambio social: la concentración de excedentes es la que permite la obtención de bienes de prestigio, que a la postre son
los que otorgan rango. Es el momento en el que las relaciones
clientelares se imponen a las de parentesco a nivel de jerarquización social, aunque estas segundas sigan existiendo.
En términos absolutos, de los 139 núcleos durante el Ibérico
Pleno 30 son poblados, 47 asentamientos rurales, 53 establecimientos auxiliares, cuatro cuevas-santuario, tres necrópolis y
dos fuentes (Moreno, 2010: 127) (fig. 14). Destaca ese segundo
escalafón, el de los poblados fortificados, entre los que podemos
destacar el Cerro de San Cristóbal (Sinarcas), El Molón (Camporrobles), La Mazorra (Utiel), Cerro de la Peladilla (Fuenterrobles) y La Cárcama, Muela de Arriba, Cerro Castellar y Cerro
de la Cabeza (Requena), la gran mayoría de los cuales tendrán
continuidad en la época que nos ocupa.
Por otro lado, tal y como hemos comentado antes, nuestra
reciente línea de investigación sobre el poblamiento y hábitat
rural nos ha llevado a conocer mejor los diferentes tipos de
asentamientos en llano que podían existir durante el Ibérico Pleno (Mata et al., 2009 y 2010a). En este sentido, las excavaciones
en El Zoquete (Requena) han permitido la documentación de
una granja familiar con alternancia de espacios abiertos y cerrados, así como equipamientos domésticos como un horno o
un troje e indicios de transformación metalúrgica (Pérez Jordà
et al., 2007 y Quixal et al., 2008) (fig. 15.5). Este tipo de asentamientos también han aparecido de una forma más o menos
similar fruto de intervenciones de salvamento como las del Cerro Tocón o Casa de Ángel (Moraño y García, 2005; Mata et al.,
2009), más otros ejemplos que trataremos posteriormente por
presentar también ocupación tardía.
Otro punto muy interesante es que durante esta fase en una
zona concreta del territorio, las ramblas de la Alcantarilla y los
Morenos y el curso del río Cabriel, se concentraban toda una
serie de estructuras de transformación de alimentos: las “pilillas”. Éstas actuaban mayoritariamente como lagares rupestres
para la elaboración de vino, aunque también se han documentado almazaras para la producción de aceite (Mata et al., 1997).
Durante los años 2005 y 2006 intentamos acercarnos al tipo de
hábitat asociado a las mismas mediante sendas campañas de excavación en la Rambla de la Alcantarilla y Solana de Cantos 2.
En Rambla de la Alcantarilla se documentó una construcción
con tres espacios que correspondería a una casería, es decir, un
edificio con función de residencia posiblemente temporal, asociada a las épocas de vendimia, que también funcionaría como
bodega durante el proceso de fermentación del vino (fig. 15.2).
En Solana de Cantos 2 tan sólo localizamos restos de estructuras
auxiliares a modo de refugios o casetas a pocos metros de una
almazara. Estas estructuras, juntamente con las documentadas
en Solana de las Carbonerillas o Rincón de Hererros, dependerían del asentamiento ubicado en la cabecera del valle, la Casa
de la Alcantarilla (Quixal et al., 2012; Pérez Jordà et al., 2013).
Esta estructura poblacional se repite de forma semejante en la
rambla paralela, la de Los Morenos, donde se han llevado a cabo
excavaciones al lado de una pililla por parte del equipo de A.
Martínez Valle (Martínez Valle y Maronda, 2012), quien asocia
la elaboración de vino en la Solana de las Pilillas con la producción anfórica previamente documentada en las Casillas del
Cura (Martínez Valle y Castellano, 2001), a pesar de la distancia
existente entre ambos y la diferente cronología. La importante
llegada de vino fenicio del Sur peninsular durante los ss. VII-VI
a.C. parece que fue seguida de una interrupción en los circuitos
de vino foráneo durante los tres siglos siguientes, de forma paralela al desarrollo de la mencionada producción propia y pese
a que ésta estuviera únicamente destinada a un consumo local.
21
[page-n-39]
Por tanto, el Ibérico Pleno, fase que en todo momento
debemos tener como referente y punto de partida de nuestro trabajo, constituye el cénit a nivel de organización del
territorio en época ibérica en nuestra área de estudio. De
forma paralela, es también el periodo del que contamos con
una mayor densidad de información tanto de excavaciones y
prospecciones como de materiales arqueológicos. Las características aquí expuestas y las que irán apareciendo a lo largo
del trabajo resultan fundamentales porque configuran y, al
mismo tiempo, permiten entender cómo va a desarrollarse la
fase ibérica siguiente, ya bajo la presencia romana.
Objetivos del presente trabajo
Una vez establecidas todas las bases teóricas e introductorias
estamos en disposición de fijar las principales líneas que pretendemos abordar en el presente trabajo. Todo el cuerpo teórico
e historiográfico desarrollado hasta ahora nos sirve para ubicar
este estudio en un contexto concreto, tanto a nivel de estudios
arqueológicos sobre el poblamiento ibérico o Arqueología del
Territorio, como a nivel de procesos de Romanización, tema
clave en la cronología que nos ocupa. Nuestra intención es analizar desde múltiples perspectivas los procesos históricos acaecidos en la Meseta de Requena-Utiel durante los ss. II-I a.C.,
aunque arrancando en las postrimerías del s. III a.C. y viendo la
evolución posterior en los ss. I-II d.C. Esta fase histórica corresponde como hemos visto con lo que conocemos en la fachada
mediterránea peninsular como Ibérico Final, transición entre la
Edad del Hierro y el mundo romano, que vive durante esos dos
siglos su fase republicana.
Nuestra intención no es hacer un trabajo de corte teórico,
sobre todo porque a partir de la mala calidad y lo sesgado de los
datos tampoco podemos pretender aspirar a establecer modelos
generales. El objetivo inicial es el conocimiento de cómo pudo
evolucionar el patrón de asentamiento entre los ss. III a.C. y II
d.C., basándonos de forma equitativa en yacimientos, materiales y análisis de territorio. Por lo concreto de esta cronología es
fundamental intentar plantear cómo pudo influir la presencia de
Roma en una zona muy diferente de lo que tradicionalmente ha
sido el objeto de la investigación iberromana del país: una zona
de interior con un denso e importante poblamiento ibérico, pero
que carece de ningún centro de carácter urbano posterior al 75
22
a.C. y que parece tener un peso secundario respecto a otras áreas
costeras. Intentaremos fijar hasta cuándo perdura la estructura
territorial en torno al lugar central, Kelin, si lo hace o no dentro
de la República romana y qué función pudieron desempeñar los
diferentes asentamientos en este nuevo contexto. Y en una escala más pequeña, ver si las nuevas necesidades económicas motivaron o no un cambio en la organización productiva y si ésta
pudo reflejarse a nivel de poblamiento rural. Al igual que hemos
observado en otras zonas previamente, es interesante intentar
plantear qué tipo de asentamientos rurales tenemos durante la
República, qué influjo de carácter itálico pudieron tener o incluso presencia directa de poblaciones externas, así como cuándo
se extiende el sistema de villae y si lo hace con características
similares a otras áreas fuertemente “romanizadas”.
Pero, en segunda instancia, intentaremos traspasar las meras
conclusiones descriptivas sobre el patrón de asentamiento para
ver si podemos plantear cómo podría haberse dado el cambio cultural a nivel general entre época ibérica y romana en la comarca,
siendo conscientes de que la propia evolución del poblamiento no
deja de ser un factor más para realizar esta tarea. Los materiales
tardíos de Kelin y los recientemente documentados en la Casa de
la Cabeza serán sin duda la base de ello. Como hemos visto, hasta
hoy los procesos de Romanización en Hispania siempre han estado centrados en las ciudades y cómo el devenir de éstas marcaba
lo que sucedía en el ager. A su vez, intentaremos plantear si una
vez desaparecida la ciudad ibérica de Kelin, esta área pasa a ser
secundaria, independiente de todo centro urbano, o, por el contrario, dependiente de alguna ciudad aunque se encuentre lejos de
los centros de poder costeros.
Cuestiones como la identidad de los agentes (¿iberos? ¿celtíberos? ¿romanos?) y el grado o no de Romanización (si decidimos finalmente utilizar este término) serán claves para la
comprensión del proceso y nos llevarán inevitablemente a posicionarnos de una determinada manera en relación con todo el
corpus teórico desarrollado. La heterogeneidad de las situaciones vividas en el Mediterráneo durante los ss. II-I a.C. nos hacen
ser ya conscientes de que jamás podremos extraer de aquí una
hipótesis de trabajo global y extensible a otras zonas; pero, al
menos, será interesante ver un caso concreto con unas peculiaridades completamente opuestas a lo que tradicionalmente ha
dominado el mundo de la investigación.
[page-n-40]
Objeto de estudio
Metodología de trabajo
Juntamente con el marco geográfico, los dos pilares de este
estudio son los yacimientos iberorromanos y los materiales
recuperados al prospectarlos o excavarlos. La información
derivada de ambos nos permite conocer su entidad, su funcionalidad, precisar su cronología y ver las redes y vías de circulación de productos. Lógicamente, el primer paso de éste y, de
manera global, de todo trabajo de Arqueología del Territorio,
es elaborar un catálogo de yacimientos del área de estudio con
la máxima información posible, así como presentar algunos
materiales de cada uno de ellos. En nuestro caso, para obtener
esta información hemos optado por cinco vías, complementarias en muchos casos:
- Información procedente de la biblografía: yacimientos que
hayan podido ser comentados o estudiados en otras publicaciones, tengan plenamente carácter arqueológico o se traten
de manera indirecta en análisis históricos de otro tipo.
- Información derivada de campañas de prospección realizadas dentro de nuestro proyecto de investigación desde 1991
y con anterioridad al 2007, en las cuales tan sólo hemos
participado en las del 2004 y 2005. A partir de dicho 2004
hemos estado en la práctica totalidad de yacimientos visitados, con un total de 75.
- Información procedente de las cuatro campañas de prospección codirigidas por nosotros (2007-2010), que han estado
centradas completamente en la cronología que nos ocupa.
- Información obtenida en campañas de prospección o actuaciones esporádicas de otros grupos de investigación o gestión. En la mayoría de los casos nos estamos refiriendo a la
información volcada a la base de datos de yacimientos de
la Dirección General de Patrimonio Artístico Valenciano
de la Conselleria de Cultura (http://www.cult.gva.es/dgpa/
index_c.html), a la cual tenemos acceso autorizado.
- Información derivada de excavaciones arqueológicas.
El grueso de la información corresponde al segundo apartado,
puesto que, como hemos apuntado en el primer bloque, en la
realización de este trabajo heredamos unos 20 años de labor
de campo e informaciones derivadas sin las cuales habría sido
imposible el mismo. No obstante, también hemos aportado
nuestro “granito de arena” como codirectores desde el 2007,
además con un enfoque específico hacia los objetivos fijados.
En este sentido, el valle del Magro / corredor de Hortunas fue
objeto de prospección durante la campaña de 2007 en relación
con el tema de nuestro trabajo de investigación, siendo la primera vez que se limitaba a una zona concreta y bien definida
(Quixal et al., 2007), revisando los yacimientos conocidos y
seleccionando aquellas zonas susceptibles de albergar yacimientos arqueológicos.
En cambio, en las tres campañas de los años 2008, 2009
y 2010 la metodología y la selección de yacimientos han sido
bien diferentes. El marco de trabajo pasó a ser toda la comarca de Requena-Utiel. Ya no se prospectaron zonas nuevas
en búsqueda de nuevos yacimientos arqueológicos, sino que
se seleccionó un buen número de yacimientos ya fichados
con el fin de revisarlos, actualizar la información de los mismos, aportar nuevo material gráfico y aumentar el corpus de
materiales de la cronología que nos interesaba. La selección
fue tanto de yacimientos ya prospectados por nuestro propio
proyecto como de yacimientos registrados en la base de datos
de la Dirección General de Patrimonio Artístico Valenciano
(DGPA) pero que todavía no habían sido visitados. Respecto
a esto segundo, en la mayoría de casos se trataba de yacimientos altoimperiales sin presencia de material ibérico, los
cuales no fueron visitados por alejarse del objetivo inicial
del proyecto. Aquí aparecen recogidos todos los que tienen
una cronología igual o inferior al s. II d.C. y, aunque no han
sido prospectados en su totalidad, han sido incluidos en los
análisis pertinentes por tal de aproximarnos más a la realidad
poblacional.
23
[page-n-41]
Aguachares
Calderón
Molino Duende
Las Canales
R. del Sapo
Requena
B. Los Tunos
El Barriete
Fuencaliente
La Borracha
La Picazuela
C. Hererra
C. Valentín
El Batán
El Cerrito
F. las Pepas
Loma del Moral
El Rebollar
Las Lomas
Las Paredillas II
Las Paredillas I
Mazalví
C. de Mazalví
La Carrasca
Cerro Castellar
Prados Portera I
El Paraíso
Los Lidoneros I
C. los Ángeles
Los Alerises
Cerro Hueco
La Calerilla
Cerro Gallina
Casa Alarcón
C. de la Cabeza
Villares C.A.
C. de la Vereda
El Balsón
C. del Tesorillo
P. del Moro
El Ardal
C. las Cañadas
Los Villarejos
Fuen Vich
El Carrascalejo
Hórtola
Los Pedriches
F. de la Reina
Casa Sevilluela
Las Zorras
Los Olmillos
Muela de Arriba
Campamento
Casa del Morte
C. Alcantarilla
Cisternas
Vadocañas
El Periquete
R.009
R.022
R.031
R.037
R.077
R.093
R.II
R.III
R.IV
R.XI
R.XII
R.V
R.VI
R.VIII
R.IX
R.X
R.003
R.005
R.016
R.090
R.I
SA.03
SA.04
SA.06
R.010
R.011
R.017
R.034
R.064
R.072
R.086
R.105
R.004
R.006
R.030
R.010
R.065
R.066
R.067
R.071
R.078
R.094
R.035
R.080
R.082
R.XIII
VM.06
VM.08
VM.19
VM.25
R.068
R.070
R.071
R.075
R.100
R.XIV
CU.05
R.015
Excavaciones
Otras prosp.
Prospecciones
desde 2007
Prospecciones
antes 2007
Bibliografía
Referencia*
Tabla 1. Yacimientos y procedencia de la información.
C. de Caballero
El Moluengo
C. C. Zapata
Las Casas
Fuente Cristal
Cañada Campo II
Derramadores
M. de Enmedio
La Solana
Los Carasoles
C. Córdovas
C. del Vicario
El Campanillo
El Soborno
E. Sta. Bárbara
F. de la Alberca
Cañada Campo I
Los Calicantos
La Mazorra
F. del Hontanar
B. del Tormillo
S. A. Cabañas
Kelin
La Atalaya
Caudete Norte
Caudete Este
Casa Doñana
R. de Gregorio
V. de Ratones
H. Redonda II
C. la Peladilla
La Mina
PUR-3
Covarrobles
Las Pedrizas
La Tejería
Peña Lisa
Fuenterrobles
P. de la Sierra
El Molón
Los Villares
La Balsa
Cuesta Colorá
C. del Carrascal
V. Derramador
Hoya de Barea
C. del Alaud
C. Pozuelo
La Maralaga
Lobos-Lobos
C. de la Horca
Cerro Carpio
C. S. Cristóbal
El Carrascal
Tejería Nueva
El Molino
Cabezuela / P.B.
Pozo Viejo
E. San Marcos
La Nevera
Contienda
Villanueva
Punto de Agua
T. Guandonera
R.021
VC.02
VC.08
U.002
U.007
U.012
U.018
U.I
U.020
U.II
U.III
U.IV
U.V
U.VI
U.VII
U.VIII
U.IX
U.X
U.001
U.016
U.021
U.013
CF.01
CF.02
CF.03
CF.04
CF.07
CF.10
F.008
F.014
F.001
F.003
F.005
F.006
F.010
F.011
F.012
F.I
F.II
C.001
C.003
C.004
C.I
C.II
C.III
C.IV
CU.03
S.001
S.002
S.004
S.007
S.008
S.009
S.010
S.011
S. 012
S.013
S.014
S.016
S.017
U.XII
B.003
B.004
CU.07
* Municipio y orden de catalogación. Con números romanos, yacimientos de cronología únicamente imperial.
24
[page-n-42]
Sin duda, el principal problema de gestionar todo este volumen de datos es la diferente “mano” o autoría de los trabajos, ya
que ponemos en común datos derivados de sistemas de prospección, grados de conocimiento o rigurosidad científica muy diversos. Yacimientos tratados bibliográficamente los tenemos de
muy diferentes maneras, desde simples comentarios en publicaciones como la serie La Labor del SIP y su Museo a noticias
de aficionados o memorias de excavación y/o prospección. Y
en cuanto a otras campañas o actuaciones puntuales, muchas de
las fichas que hemos consultado han sido realizadas por investigadores como Asunción y Rafael Martínez Valle, José Manuel
Martínez García o el equipo de Alberto Lorrio y la Universidad
de Alicante, mientras que en otras directamente se desconoce la
autoría. Una última fuente han sido las tesinas de Elena Pingarrón y el citado Martínez García, que sobre todo nos han aportado datos a nivel de materiales, ya que la información relativa a
la fisonomía de los yacimientos es en muchos casos incompleta.
Por último, se han llevado a cabo excavaciones arqueológicas por parte de diferentes equipos en doce yacimientos con
cronología ibérica final o romano altoimperial (cuatro de carácter ordinario: Casa de la Cabeza, Muela de Arriba, Kelin y El
Molón; ocho de urgencia: Los Aguachares, Requena, El Batán,
Barrio de los Tunos, La Calerilla, La Mazorra, La Atalaya y La
Maralaga), si bien otros yacimientos han sido objeto de intervenciones sin ningún tipo de rigor científico (Cerro Castellar,
Cerro de la Peladilla, Cerro Hueco o Cerro de San Cristóbal).
En la tabla 1 se presentan la totalidad de yacimientos
que constituyen el presente estudio y la procedencia de los
datos tratados. Es una recopilación de todos los yacimientos
que presentan cronología ibérica final o romano altoimperial,
pudiendo tener también ocupaciones anteriores o posteriores.
Los yacimientos ibéricos con tan sólo ocupación antigua o
plena no han sido tenidos en cuenta, ni tampoco los romanos
exclusivamente bajoimperiales.
Las prospecciones han sido en la mayoría de los casos sistemáticas en superficies escogidas, bien aleatoriamente, bien
comprobando informaciones preexistentes o tras estudios de
toponimia u orografía. La metodología más frecuente ha sido
la común batida de personas de forma paralela adaptándose en
todo momento a la orografia del terreno (fig. 16). El número de
personas ha variado en función del personal disponible, siendo siempre más elevado en las campañas iniciales. Durante los
últimos cuatro años muchas de las actuaciones las hemos realizado en solitario, ya que como hemos dicho el objetivo no era
la determinación de los límites de las dispersiones o el recoger
todo el material posible, sino actualizar la información existente
y recoger un material concreto. Las labores realizadas han sido
el rellenado de fichas, la toma de fotografías, la ubicación cartográfica de los hallazgos, el establecimiento de visibilidades, la
recogida de materiales, el dibujo de estructuras en el caso de que
las hubiera, la realización de croquis en los asentamientos fortificados y la descripción del entorno. Siempre se ha contado con
un Global Positioning System (GPS) para ubicar aquellos elementos inmuebles o muebles más destacados y, como posteriormente veremos, en ocasiones puntuales se ha ubicado con GPS
la totalidad del material recogido a modo de microprospección.
Todo esto constituyó la primera fase de trabajo; la segunda
es el procesado de todos estos datos. En el caso de los relativos
a los yacimientos, toda la información anotada se ha volcado en
Fig. 16. Típica prospección de batida en paralelo siguiendo el
trazado de las viñas, en Calderón (Requena).
una completa y detallada base de datos FileMaker, donde están
todos los registros de yacimientos ibéricos y romanos altoimperiales de la comarca y regiones colindantes. Las fotografías,
planimetrías y dibujos de estructuras se han retocado o digitalizado mediante diversos programas informáticos. Por su parte,
los materiales recogidos han sido objeto de las necesarias labores de inventario, catalogación, dibujo y fotografía (Moreno y
Quixal, 2013). Desde las piezas informes de las que únicamente
se anota su número y tipo, a las piezas que requieren un análisis
pormenorizado, dibujo a mano (posteriormente vectorizado con
Freehand) y clasificación tipológica, puesto que es de éstas de
donde se puede obtener la cronología aproximada del lugar.
Caracterización cronocultural a partir
del registro material: fósiles directores
Es necesario, antes de analizar el corpus de materiales de cada
uno de los yacimientos de nuestro estudio, el caracterizar el
horizonte cronocultural del Ibérico Final y los materiales que
lo componen. El establecimiento de fósiles directores es siempre importante en todo trabajo de Arqueología del Territorio
para datar los yacimientos, ya que en la mayoría de los casos
estamos trabajando con datos procedentes de prospección y,
por tanto, se trata de un conjunto sesgado. A continuación recogemos un breve resumen de los principales materiales ibéricos y romanos de esta cronología a nivel general, aunque
centrándonos especialmente en el área valenciana y, allí donde
los datos disponibles lo permitan, en las peculiaridades de la
Meseta de Requena-Utiel.
La cerámica constituye el grupo de materiales más abundante y de él dependerá la mayor parte del análisis arqueológico.
Pese a que en los últimos decenios se ha avanzado mucho en el
estudio de la cerámica ibérica, generalmente ha sido siempre a
una escala local o regional, con escasos estudios buscando una
visión global o diacrónica. Desde siempre se ha acarreado el
déficit de depender en exceso de la presencia de importaciones
en los contextos arqueológicos para determinar la cronología de
los mismos. La secuencia de las cerámicas ibéricas no siempre
es clara y hay pocas características precisables con total seguridad o con un margen de tiempo corto, a diferencia de otras pro25
[page-n-43]
ducciones del mundo griego o itálico. Más allá de esta ya gris
primera impresión, los ss. II-I a.C. son concretamente una de las
fases peor conocidas y con un menor número de fósiles directores ibéricos establecido, a pesar de ser al mismo tiempo uno de
los momentos en los que más importaciones están llegando, que
son las que al final aportan las dataciones en la mayoría de los
casos. El vacío de excavaciones arqueológicas de asentamientos
indígenas con esta cronología explica en parte el problema, de
ahí que consideremos importante la luz arrojada por la excavación de la Casa de la Cabeza dentro de este proyecto de estudio.
Producciones cerámicas indígenas
Los grandes cambios en la cerámica ibérica se producen a partir
del s. III a.C., sobre todo durante la segunda mitad, ya que es el
momento de máxima diversidad en tipos, técnicas y, especialmente, decoraciones (Bonet y Mata, 2008: 153-160). Desde este
momento diversos centros productores como Edeta, La Serreta o el Cabezo de Alcalá (Azaila, Teruel) comienzan a generar
todo tipo de decoraciones complejas vegetales y figuradas que
poco a poco van ganando en complejidad narrativa, llegando a
crear escenas cotidianas de la aristocracia local: danzas, desfiles, combates, caza, etc. Este lenguaje narrativo en el Ibérico
Final cambia hacia un carácter más simbólico y mitológico, con
seres fantásticos y una decoración más barroca. Ilici y el Sureste peninsular destacan como principales focos de este tipo de
creaciones pictóricas (Tortosa, 2006). En el área valenciana, en
cambio, los motivos geométricos y vegetales son cada vez más
estereotipados, aunque también hay escenas complejas como las
del “Vaso del Ciclo de la Vida”, hallado en niveles sertorianos
de Valentia (Serrano y Olmos 2000; Bonet e Izquierdo, 2001 y
2004) (fig. 3), o el “Vasos de los Hipocampos” y el “Vaso de los
Nadadores” o “Gigantomaquia” de Kelin (Pla Ballester, 1980;
Mata, 1991) (vid. fig. 192.1 y 2).
Siguiendo la tipología establecida por C. Mata y H. Bonet
(1992), vemos como durante el Ibérico Final tienen presencia y,
por tanto, continuidad la mayoría de tipos cerámicos del Ibérico
Pleno, de ahí que sea muy complicado determinar a qué fase
pertenecen, más si cabe si se trata de fragmentos de pequeño
tamaño recuperados en prospección. Así, ánforas, tinajas/illas,
lebetes, botellas, jarros, caliciformes, platos, cuencos o fusayolas, por citar algunos de los más comunes, poco nos aportan a
la hora de determinar la cronología de un yacimiento excepto la
clasificación como “ibérico” del mismo. Lo mismo ocurre con
los tipos de borde más frecuentes en los mismos (moldurados,
pendientes, engrosados, exvasados, etc.) que están presentes en
todo tipo de recipientes durante la horquilla del s. IV al I a.C.
No obstante, parece palparse una progresiva reducción en la
variedad de tipos y subtipos conforme avancen los siglos, los
ajuares son más reducidos y se completarían con importaciones
o recipientes hechos con otros materiales.
Las características generales de la cerámica ibérica en esta
fase pueden ser precisadas de cara a nuestro estudio a partir de
los materiales publicados de dos yacimientos, Kelin y La Maralaga, que constituyen nuestro mejor registro comparativo al
pertenecer al mismo territorio y conocer su secuencia de ocupación con exactitud. Del primero de ellos, Kelin, procede el
mayor corpus de materiales cerámicos tanto referenciados estratigráficamente como recuperados en superficie o tras labores
agrícolas y/o clandestinas (Pla Ballester, 1980; Mata, 1991). Las
26
importaciones allí documentadas serán descritas posteriormente; en cambio, entre las producciones ibéricas podemos diferenciar una serie de fósiles directores o, al menos, tendencias interesantes (Mata, 1991: 75-95). Por otro lado, contamos con los
materiales de La Maralaga (Sinarcas), horno cerámico excavado
de urgencia a finales de los 80 del siglo pasado. Este yacimiento es fundamental en nuestro estudio, ya que es el único lugar
determinado con claridad como centro productor de cerámicas
y, por tanto, su corpus de materiales es un referente cronológico
y tipológico sobre todo en los yacimientos del área de Sinarcas.
Presenta numerosas piezas quemadas y defectos de cocción, por
tanto adscribibles a la producción propia de este horno. Dentro
de un trabajo de investigación de licenciatura, fue objeto de una
reinterpretación de sus estructuras y, sobre todo, un estudio de
sus materiales (Lozano, 2004).
Entrando ya en materia, el recipiente cerámico ibérico más
conocido es, sin duda, el kalathos o sombrero de copa, que aparece en el s. III a.C. y perdura hasta I a.C. (Conde, 1993; Lillo,
1999). En los primeros momentos son de tamaño pequeño y mediano, con simples bordes salientes, moldurados o planos, pero
con el tiempo irán ganando en tamaño tanto de cuerpo como de
borde, con grandes alas planas. Se conocen diferentes centros
productores como la propia Edeta, el Valle del Ebro, el Sureste peninsular o Fontscaldes (Valls, Tarragona), siendo el objeto ibérico con mayor radio de difusión, llegando a puntos del
Mediterráneo occidental y central, incluido el Norte de África.
Existe un denso debate sobre si este éxito respondía a un comercio del recipiente o de su contenido, muy posiblemente miel
o algún tipo de melaza dada su propia forma. Los kalathoi en
Kelin y su territorio son escasos y adquieren características propias (fig. 17.1). Los labios son sobre todo moldurados, aunque
también aparecen algunos de alas planas y labios salientes. En
La Maralaga también se han documentado, pero en un número
muy reducido y poco decorados, por lo que no queda claro si
realmente se producían allí (fig. 18.2).
Las ánforas no son muy conocidas en la fase final ibérica;
para el área valenciana se ha establecido el tipo I-9 a partir del
ánfora completa de La Maralaga, con resalte interior para tapadera, hombro redondeado y cuerpo cilíndrico de unos 80-85 cm
de altura, del cual se han documentado ejemplares similares también en Kelin, Edeta o Cerro Lucena (Ribera y Tsantini, 2008:
626-628) (fig. 18.1). Por otro lado, aunque algunos tipos de pitorro vertedor llegan hasta el I a.C., los ejemplos de Kelin son de
finales del s. III a.C. (fig. 17.2). Los jarros de perfil cilíndrico,
algunos de los cuales están decorados con ojos profilácticos, a
nivel general también se pueden datar como de finales del s. III
a.C., si bien no son abundantes en este territorio (Mata, 1991).
Por otro lado, los cuencos (fig. 17.3) y las jarras de cocina
(fig. 17.5), ambos tipos bastante raros y determinables únicamente si el fragmento conservado es grande, suelen ser de cronología avanzada (Mata y Bonet, 1992: 134 y 141). Las colmenas también han sido generalmente vistas como un tipo extendido desde finales del Ibérico Pleno, pero recientes estudios han
demostrado su presencia ya a inicios del s. IV a.C. (Jardón et
al., 2009). Las bases altas, tanto en recipientes abiertos (lebetes
y platos / páteras) como cerrados (caliciformes), suelen aparecer
a partir del s. III a.C. y se hacen muy comunes en la fase final
(Mata, 1991: 83-89), tal y como se ha visto en la Edetania (Bonet, 1995; Bonet y Mata, 2008) (fig. 17.4).
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Fig. 17. Materiales de Kelin adscribibles a los ss. III-I a.C. (a partir de Mata, 1991).
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Fig. 18. Materiales más significativos producidos en La Maralaga (a partir de Lozano, 2004).
27
[page-n-45]
Los pondera y los morteros son muy frecuentes en fases
tardías, pero no hay manera de diferenciar una evolución, en
parte porque siempre han sido estudiados de forma secundaria
y porque en ambos casos son muy semejantes en época romana,
de ahí que no los podamos tomar como fósiles directores. Tan
sólo cabe citar para el caso que nos ocupa que en La Maralaga la
mayoría de los pondera presentan marcas, aunque tampoco son
muy significativas (fig. 18.2).
Por otro lado, en dicho horno se han documentado una serie de tipos que no son exclusivos del Ibérico Final, pero que
al determinarse su producción propia en relación con un tipo
concreto de borde, forma o decoración, podemos establecer su
distribución por el territorio y otorgarles una cronología tardía
(Lozano, 2004). En este sentido, podemos enumerar que:
- Las ánforas más comunes son las de labio engrosado interior,
si bien es un tipo de borde muy común también en otros yacimientos. Sin embargo, existe la citada producción de ánforas
con resalte interior para apoyo de una tapadera que sí que es
un tipo claramente identificable y ha aparecido también en
otros yacimientos comarcales (fig. 18.1).
- Junto con las ánforas, los dolia, son los recipientes más característicos de este horno, muy importantes para nuestro
estudio por ser de época ibérica final, con clara influencia romana. En el yacimiento se han recuperado un gran número de
ellas, con bordes generalmente moldurados y bases indicadas
o planas (fig. 18.3). Allí donde la conservación lo permite, en
la parte superior del galbo, a la altura de las asas, se aprecia
una decoración de incisiones paralelas o acalanaduras.
- Pese a que los lebetes más abundantes son los que tienen bordes moldurados simples, existen otros tipos más característicos como uno con borde de ala plana y otro con labio moldurado en un recipiente poco profundo (diámetros de 24-33
cm) que se puede confundir con platos de borde moldurado
(fig. 18.5), si bien es una forma heredada de siglos anteriores.
- En cuanto a vajilla de mesa, los caliciformes más típicos tienen bordes salientes y un baquetón en el cuello. Hay una
escasez general de platos y gran abundancia de páteras, algo
que es una tendencia general, ya que parece que los platos
tengan más importancia en el Ibérico Pleno y las páteras en el
Final, aunque ambos estén presentes en todo momento. Las
páteras pueden aparecer con o sin carena.
- En el horno se produjeron tapaderas de cerámica común con
bordes entrantes engrosados, aunque son formas difícilmente
identificables. Dentro se documentaron morteros con resalte
exterior, una forma que recuerda claramente a los morteros
itálicos (fig. 18.4).
Las dos producciones propias y genuinas del territorio de
Kelin, las cerámicas con decoración impresa y las decoradas
con engobe rojo, diferentes a las de otras áreas ibéricas, presentan una problemática a la hora de ser datadas (Mata et al.,
2000). Es claro el origen de su producción en el Ibérico Pleno
y su cénit durante el s. III a.C., pero cada vez más parece demostrarse su perduración durante el Ibérico Final, seguramente
en su primera mitad, el s. II a.C. Las cerámicas con engobe
rojo son una producción de piezas decoradas preferentemente
de vajilla de las que todavía se desconoce su horno/s, mientras
que las cerámicas con decoración impresa están mucho más
diversificadas en tipos y en zonas, si bien es en el cuadrante
septentrional de la comarca donde aparecen en mayor cantidad.
28
La llegada masiva de recipientes itálicos en los ss. II-I a.C.
motiva que esta sea una de las fases con mayor número de imitaciones ibéricas de formas clásicas, en mayor medida formas
de platos de cerámicas calenas, pero también de Campaniense
A (Bonet y Mata, 1988). A partir de finales del s. II a.C. y, sobre
todo, durante el I a.C. también se imitan los microvasos de cerámica de paredes finas (Bonet y Mata, 2008: 156). En el horno de
La Maralaga se vio como se fabricaban imitaciones de formas
itálicas, tanto de vajilla de barniz negro y sigillata, como de
paredes finas, que al final fueron las que permitieron aportar una
datación al yacimiento.
Principales cerámicas importadas
Los mejores fósiles directores de este periodo son, sin duda,
las importaciones de ámbito itálico, puesto que son las mejor conocidas y las más abundantes (Lamboglia, 1952; Morel, 1981). En recientes estudios de vajilla de mesa itálica en
asentamientos ibéricos del interior valenciano, se observa una
evolución en la llegada de estas producciones (Pérez Ballester,
2007): el barniz negro Campaniense A está presente desde finales del s. III a.C., platos y boles principalmente. A mediados
del s. II a.C. ve como se suman las producciones anteriormente
conocidas como “Campaniense B” o “del Círculo de la B”,
sobre todo calenas, etruscas en menor medida, aumentando el
peso de platos sobre el de boles. Esto es más marcado a partir
de finales del s. II a.C. y, sobre todo, durante todo el I a.C.,
momento en que las producciones calenas medias y tardías y la
cerámica de paredes finas son cada vez más numerosas. Pero
siempre los porcentajes que ocupan son menores si lo comparamos con núcleos urbanos costeros, tanto indígenas como
romanos republicanos.
Para la cronología que nos ocupa, las producciones de
Campaniense A se dividen en las fases Antigua (220-180 a.C.),
Media (180-100 a.C.) y Tardía (100-50 a.C.), y las formas más
comunes son las tradicionales Lamb. 5, 6, 8, 23, 26, 27, 31,
33, 34, 36, 45, 48, 49 y Morel 68 (fig. 19). Por otro lado, las
formas calenas más comunes van de la Lamb. 1 a la 10 y la MP
127 (fig. 19). La Campaniense C apenas tiene presencia en el
territorio de Kelin. No es el objetivo del presente trabajo hacer
un estudio exhaustivo de los materiales importados, de ahí que
en la mayoría de los casos nos hayamos limitado a su identificación, buscando siempre aportar una datación aproximada
al yacimiento. Para ello hemos seguido las tipologías básicas
(Lamboglia, 1952; Morel, 1981; Aquilué et al., 2000; Principal, 2005; Vivar, 2005). Conjuntos cerámicos como Valentia
o Libisosa, bien estudiados y con una fecha post quem más o
menos clara y ubicada en el contexto de las guerras sertorianas
como Kelin, nos aportan importante información de qué tipos
y producciones podemos encontrar entre finales del s. II a.C. y
comienzos del I a.C. (Marín y Ribera, 2000; Ribera y Marín,
2003-2004; Uroz, 2012). De cerámica de paredes finas, las formas más comunes durante la fase republicana son los cubiletes
Mayet I y II, tal y como se ha visto en los niveles de Valentia
(Álvarez et al., 2003).
Por otro lado, las piezas itálicas más frecuentes y las que al
final constituyen el fósil director más claro de esta época son las
ánforas, en su mayoría ánforas campanienses Dressel 1 destinadas preferentemente para vino (Sciallano y Sibella, 1991: 50;
Pascual y Ribera, 2013: 33-38). En la mayoría de los casos lo que
[page-n-46]
El otro gran grupo de cerámicas importadas en esta cronología es el del mundo púnico, con diferentes procedencias (Sur peninsular, Ebusus, Mediterráneo Central o Norte de África). Las
ánforas son los recipientes más frecuentes (Ramón, 1995; Sáez,
2008), aunque también hay comercio de cerámica común y de
cocina, así como ungüentarios (Adroher, 2008). No obstante,
tendremos el problema de que la mayoría de lo que encontraremos serán fragmentos informes con los que todo lo más podremos aportar una procedencia, pero dentro de una horquilla cronológica demasiado amplia (IV-I a.C. en muchos de los casos).
Materiales altoimperiales
Fig. 19. Principales formas de Campaniense A y calenas (a partir
de Principal, 2005).
encontramos son fragmentos informes, fácilmente reconocibles
por su desgrasante negro de componente volcánico, su destacado
grosor, su pasta rosácea y, en ocasiones, por el engobe blanco en
su parte exterior. La única manera de determinar el subtipo A
(fig. 20.2), B o C es mediante el borde, ya que un fragmento de
galbo, asa o pivote difícilmente aportan información al respecto.
No obstante, existe la problemática de que su pasta se puede confundir con facilidad con las de las ánforas grecoitálicas de uno o
dos siglos antes (fig. 20.1), ya que los lugares de producción eran
en muchas ocasiones los mismos (Asensio, 2010), sobre todo si
lo que tenemos son fragmentos muy pequeños y rodados. De
época republicana también podemos encontrar ánforas itálicas
de la costa adriática, todas ellas evolucionadas de la grecoitálica, de cronología semejante a la Dressel 1 y preferentemente
destinadas al transporte de vino (Pascual y Ribera, 2013: 38-44),
pero su penetración hacia el interior es mucho menor. Destacan
tipos extendidos como la Lamboglia 2 (fig. 20.3), mientras que
del área concreta de Brindisi (centro de Apani) a su vez se han
diferenciado otras producciones (Palazzo, 1989).
Fig. 20. Principales ánforas republicanas e imperiales citadas (a
partir de Sciallano y Sibella, 1991).
Ya en época imperial, la variedad de ánforas que circulan por la
costa mediterránea peninsular aumenta con creces, siendo muchas producidas en la propia Hispania. Entre las más frecuentes,
encuadradas en el cambio de Era, podemos citar la Laietana 1
/ Tarraconense 1, la Pascual 1 y las Dressel 2-3 / 2-4 (fig. 20.4)
producidas en la Tarraconense para envasar vino (López Mullor
y Martín Menéndez, 2008); o la Dressel 7/11 vinaria y la Beltrán
II A de salazón de pescado en la Baetica. En esta zona durante
los ss. I-II d.C. se extenderán la Beltrán IIB (salazón) (fig. 20.5)
y la famosa Dressel 20 (aceite) (fig. 20.6) (García Vargas y Bernal, 2008), ánforas que viajarán en muchos casos de forma paralela a las legiones. A partir del s. II los centros de producción
cambian y muchas ánforas llegan del Norte de África (Sciallano y Sibella, 1991: 73). Aquí únicamente estamos realizando
un repaso rápido de las principales producciones ánforicas que
protagonizaron el comercio a larga distancia en el Mediterráneo
Occidental, posteriormente tendremos que comprobar el grado
de difusión que las mismas tuvieron en un área secundaria y de
interior como la Meseta de Requena-Utiel.
Caso aparte merecen los dolia, grandes recipientes para el
almacenaje que en ocasiones se colocaban semienterrados (fig.
22.1). Su gran abundancia en la Meseta de Requena-Utiel nos
lleva a analizarlos de manera más detenida en el apartado correspondiente a la circulación de materiales del Bloque III. Parece que viven una evolución desde los labios horizontales de
época republicana y augustea, a los labios levantados o engrosados de época imperial, ganando tamaño en todo caso (Beltrán,
1990: 260-262).
Algo semejante podemos decir respecto al resto de cerámicas de época altoimperial, tanto de vajilla como de cerámica
común y de cocina romana1. La vajilla de mesa altoimperial
también muestra una gran variedad en cuanto a procedencias,
formas y decoraciones. Es el momento de la Terra Sigillata,
vajilla de barniz rojo lisa o con decoración plástica presente
de forma muy abundante y de la cual se puede distinguir una
evolución. En primer lugar y de una manera limitada llega la
Terra Sigillata Itálica (TSI) entre la segunda mitad del s. I a.C.
y la primera del I d.C., cuyas formas fueron recopiladas por el
Conspectus de Ettlinger et al. (1990) (recogido en Roca, 2005a).
Posteriormente, durante los ss. I-II d.C. el mercado pasa a estar
1 Nuestro déficit de conocimiento sobre este tipo de producciones ha sido
paliado en numerosas ocasiones por las indicaciones de grandes especialistas como los doctores Ferran Arasa, Carlos Gómez Bellard, José Luis
Jiménez, José Pérez Ballester y Albert Ribera, a quienes agradecemos
encarecidamente dicha ayuda.
29
[page-n-47]
Fig. 21. Algunas de las formas más comúnes de TSH, TSG y TSA
A (a partir de VV.AA., 2005).
Fig. 22. Algunos tipos de cerámica común y de cocina romana, sin
escala (según Beltrán, 1990).
dominado por las producciones sudgálicas (TSG) e hispánica
(TSH). Son las clásicas formas Dragendorff y Ritterling lisas
y decoradas, algunas enormemente comunes en tierras valencianas como las Drag. 15/17, 24/25, 27, 29 o 37 o la Ritt. 8
(Beltrán, 1990; Fernández García y Ruiz, 2005; Romero y Ruiz,
2005; Roca, 2006b) (fig. 22). Por último, las Terra Sigillata
Africanas o “Claras” (TSA) se subdividen en tres tipos con distinta cronología: TSA A (ss. II-III d.C.), C (mediados III – finales V d.C.) y D (IV-VII d.C.) (Serrano Ramos, 2005). Para
la cronología que nos ocupa interesan las formas africanas A
que siguen la tipología de Hayes (H. 2 a 10; 14 a 17 y 26 a 31)
(Hayes 1972) (fig. 21).
Más complicado es aportar dataciones a las cerámicas romanas, tanto comunes como de cocina, dada la gran continuidad en las mismas. De cerámica común encontramos todo
tipo de formas y objetos que rara vez siguen una estandarización tipológica (Serrano Ramos, 2009). Además, durante los
primeros siglos en muchas ocasiones guardan similitudes en
pasta y formas con las producciones de Clase A ibéricas. Platos, jarras (fig. 22.3) y botellas o lagoena (fig. 22.2) son los
objetos más comunes (Beltrán, 1990: 198-199). Por otro lado,
entre la cerámica de cocina destacan las ollas o aulae, sobre
las cuales todavía se continúa utilizando la ya longeva tipología de Mercedes Vegas (1964). Concretamente la forma Ve30
gas 2 es la típica olla de cronología republicana y es bastante
común en todos los contextos (Beltrán, 1990: 203). Las ollas
de perfil en S, con borde exvasado ligeramente engrosado,
presentan pastas reductoras de continuidad con las formas y
tradiciones de ollas ibéricas y perdurarán hasta época de Augusto (Álvarez et al., 2003: 377) (fig. 22.5). Cuencos o caccabi, cazuelas o patinae, cazuelas de engobe rojo pompeyano
y morteros o mortarii son otras piezas asiduas en yacimientos
romanos republicanos y altoimperiales. Entre estos últimos
sobresalen los morteros con asideros con decoración de dediles por ser una típica forma importada en época republicana
(Beltrán, 1990: 215) (fig. 22.4).
Las lucernas son un objeto muy presente en todos los yacimientos romanos, si bien no son tan fáciles de localizar en prospección en yacimientos rurales del interior. Las tipologías de
Ricci y Dragendorff diferencian una gran variedad de tipos con
cronologías de republicanas a bajoimperiales (Beltrán, 1990:
263-273), siendo las formas Dressel 1 a 4 las datables como
tardorrepublicanas. Existen también objetos de tocador como
los ungüentarios cuya forma es muy similar en época ibérica
y romana. Con el mundo romano asistimos al paso de la pasta
de vidrio al vidrio soplado, lo que permite un mejor acabado y
perfeccionamiento en los objetos de vidrio.
Un grupo siempre poco estudiado y que no aporta mucho
en cuestiones de cronología es el del material constructivo. Excavaciones como las de l’Almadrava (Setla-Mirarrosa-Miraflor,
Alacant) han permitido conocer la gran variedad de piezas de
barro cocido que formaban parte del programa constructivo romano diferente de la piedra (tegulae, imbrices, lateres, clavijas,
etc.) (Gisbert, 1999). Recientemente se ha planteado que los ladrillos en Hispania tuvieron una difusión tardía, ya en fase imperial, mientras las tegulae en cambio aparecieron antes, sobre
todo en áreas con alto grado de urbanización previo (Roldán,
2008). Resta conocer mejor esta dinámica en zonas rurales, de
forma ligada a la aparición del sistema de villae. El panorama
del material constructivo no se limita a esto, sino que sobre
todo en fase imperial podemos encontrar todo tipo de elementos
como ladrillos romboidales, ladrillos de hypocaustum, mármol,
teselas de mosaicos, sillares, basamentos de columnas e incluso
decoración arquitectónica más compleja (arquitrabes, capiteles,
antefijas, relieves, etc.).
Por último, el mundo de la epigrafía también es un buen
indicador de esta cronología. Si bien hay textos escritos en
ibérico desde el s. IV a.C., el grueso de su producción es a
partir de finales del III a.C. y se extiende a raíz del contacto
con Roma. Las incripciones latinas, tanto en soporte pétreo
como cerámico u otros, nos remiten generalmente a una cronología posterior al cambio de Era.
Geografía, yacimientos y materiales
del área de estudio
A lo largo del trabajo agruparemos los yacimientos en relación
con las diferentes subunidades geográficas en las que se ubican,
ya que pensamos que el marco geográfico forma parte directa
de la realidad de ese contexto histórico. En este sentido, a continuación tan sólo presentaremos las características más generales a modo de introducción.
[page-n-48]
Fig. 23. Mapa actual de la comarca de Requena-Utiel.
La mayor parte del área de estudio pertenece a la actual
comarca valenciana de Requena-Utiel. El debate sobre la denominación de la misma es largo y complejo, con múltiples
variantes en relación con cuestiones terminológicas y políticas. Nosotros desde estas primeras líneas ya dejamos claro que
utilizaremos siempre el término defendido por Juan Piqueras
(1997: 12-16) de “Meseta de Requena-Utiel” puesto que consideramos que es el que mejor se adapta tanto a nuestros intereses como a la realidad geográfica e histórica de la comarca.
En primer lugar, se han utilizado diferentes sustantivos para
referirse a la zona, desde el genérico “Comarca”, a conceptos
de Geografía Humana como “Campo” o Física como “Plana”,
“Altiplano” y el mencionado “Meseta”. Aunque la denominación oficial es la de “Plana”, la rechazamos tajantemente
puesto que no hay nada más lejos de la realidad. La orografía comarcal dista mucho de ser una planicie litoral como las
de Castelló o València. En segundo lugar, utilizamos el orden
Requena-Utiel en vez de Utiel-Requena o Utiel a secas, puesto
que la primera es históricamente la capital de estas tierras y actualmente es la ciudad más importante y dinámica. Por último,
consideramos acertado utilizar el término en castellano en vez
de en valenciano al ser ésta la lengua mayoritaria de la población requenense dado su origen castellano, ya que la comarca
perteneció a Cuenca hasta 1851.
La Meseta de Requena-Utiel es la parte más oriental de la Submeseta Meridional Castellana, separada de la misma por el angosto valle del río Cabriel (fig. 23). La altitud de la misma va desde los
más de 900 msnm en el Norte/Noroeste, a los 600 del Sur/Sureste,
puesto que oscila en esa dirección (Noroeste-Sureste). Si bien las
altitudes no son muy elevadas, lo destacado es la altura relativa
con respecto a los límites, hundidos a 300-500 msnm exceptuando
la vertiente Norte. Esto es, sin duda, lo que le aporta carácter de
meseta, especialmente marcado cuando se viene desde el litoral y
se atraviesa el gran desnivel orográfico a lo largo de la ascensión
al portillo de Buñol y la sierra de Las Cabrillas.
El territorio general queda enmarcado a grandes rasgos por los
siguientes límites naturales:
- Al Norte las sierras de Aliaguilla y Mira.
- Al Sur y Oeste el cerrado valle del río Cabriel.
- Al Sureste Sierra Martés y sus estribaciones.
- Al Este la sierra de Las Cabrillas y Malacara.
- Al Noreste las sierras de Utiel y de El Negrete.
31
[page-n-49]
Como ya hemos apuntado, pese a que tradicionalmente se
piensa siempre en estas tierras como grandes llanos, la realidad es
muy diferente al estar salpicadas por pequeñas sierras (Bicuerca,
Rubial, etc.). A su vez, la meseta queda divida en dos mitades al
estar atravesada en dirección Noroeste-Sureste por el río Madre,
el cual al juntarse con la rambla de La Torre a la altura de Utiel
genera el río Magro, afluente del Júcar. La hidrología se completa
con numerosas ramblas y barrancos que sólo llevan agua de forma
ocasional. Casi todas éstas dirigen sus aguas hacia los dos grandes ríos de la comarca, bien el Cabriel (barrancos de Perrenchín y
Agua Amarga), bien el Magro (ramblas de La Torre, La Calera, El
Colmenar, Fuen Vich, etc.).
El clima de la zona es de transición entre el mediterráneo y el
continental, con inviernos más fríos y largos que en el resto del
País Valenciano, y con mayor contraste térmico entre la noche y el
día. A esto hay que sumar unas estaciones intermedias (primavera
y otoño) también más largas, en detrimento de unos veranos más
cortos. El régimen de lluvias es muy irregular, con precipitaciones bastante escasas y concentradas en los meses de abril/mayo y
septiembre/octubre. La agricultura, por tanto, está muy limitada a
cultivos de secano (trigo, vid y almendro, principalmente).
Dentro de la comarca tradicionalmente se han diferenciado
una serie de subunidades geográficas (Piqueras, 1997) que nosotros hemos heredado, añadiendo algunas modificaciones y/o divisiones para el presente trabajo por tal de darle mayor coherencia al
discurso arqueológico (fig. 24 y lám. I-V):
- La vega del Magro a su paso por el Campo de Requena
- El llano de El Rebollar
- El valle del Magro / corredor de Hortunas
- El llano de Campo Arcís
- Lomas y cañadas de Los Pedrones y rambla de la Fuen Vich
- La Albosa
- El valle del Cabriel
- Sierra de El Moluengo / Villargordo
- Campo y llano de Utiel
- Sierra de Utiel / El Negrete
- Llano de Caudete de las Fuentes / vega del río Madre
- Llano de Fuenterrobles
- Llano de Camporrobles
- Campo de Sinarcas
Fig. 24. Mapa de las diferentes subunidades que componen la comarca de Requena-Utiel.
32
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Por último, a nivel político-administrativo actual, el
territorio y los yacimientos que vamos a estudiar se reparten
entre los actuales términos municipales de Camporrobles (7
yacimientos), Caudete de las Fuentes (6), Fuenterrobles (11),
Requena (50), Sinarcas (13), Utiel (20), Venta del Moro (4)
y Villargordo del Cabriel (2), además de Benagéber (2) en la
comarca de Los Serranos, Siete Aguas (3) en la de La Hoya
de Buñol y varios en la provincia de Cuenca (2). La inclusión
de estos últimos se explica porque parte de sus términos
se encuentran dentro de los límites naturales de la Meseta
(Piqueras, 1997: 10) y, por ende, consideramos que también lo
estarían del territorio de Kelin (lám. VII).
La vega del Magro a su paso por el Campo de Requena
Se trata del llano donde se ubica la actual ciudad de Requena,
capital y núcleo con mayor población de la comarca (fig. 25 y
lám. I.1). El elemento definidor de esta zona es el curso del río
Magro, que crea una fértil vega en la cual se han establecido
numerosas aldeas, algunas de gran tamaño caso de San Antonio, aunque la mayoría pequeñas (Calderón, San Juan, Barrio
Arroyo, Roma, Derramador, Azagador o El Pontón). Es una
zona riquísima en fuentes, en ocasiones de gran importancia
como Fuencaliente, Rozaleme o Reinas, lo que sumado a las
características anteriormente descritas de ribera constituyen
una de las huertas más importantes del interior valenciano. El
llano queda a su vez delimitado por otros llanos: llano de Utiel
al Noroeste, de Campo Arcís al Sur y de El Rebollar al Este;
así como por las sierras de Juan Navarro y El Tejo al Norte, y
por Las Cabrillas y Malacara al Este/Sureste. Al mismo tiempo, dicho llano queda dividido en toda una serie de subunidades, como Castejón, los Prados, la Dehesa o el Carrascal de
San Antonio (Piqueras, 1997: 95-122).
Los Aguachares (Requena)
25 ha (disp.)
20 m² (conc.)
ss. II a.C. - II/III d.C.
R. 009
Recibe su nombre por la abundancia préterita de agua en el entorno. Es una enorme dispersión de materiales en la que se realizaron prospecciones y sondeos arqueológicos con motivo del
trazado de la A-3 a finales de siglo pasado (Vidal et al., 2004:
155-57), fruto de los cuales se halló una fosa circular ibérica
con abundante material y una construcción indeterminada en su
interior (fig. 26). También se localizaron estructuras imperiales,
concretamente un muro con una canalización adosada, restos de
derrumbe y la impronta de la planta de un horno. La canaliza-
Fig. 25. Mapa del valle del río Magro.
33
[page-n-51]
Fig. 26. Dispersión de materiales y zona de actuación en Los
Aguachares, con imagen de la estructura hallada (fotografía de la
estructura: A. Barrachina, ficha DGPA).
ción, de construcción anterior al horno, puede tratarse de alguna
obra hidráulica en relación con alguna de las villas romanas del
entorno, posiblemente El Barriete.
Entre los materiales publicados destaca la presencia de ánfora
itálica republicana, sigillata, tegulae, objetos y restos de hierro
y plomo, fragmentos de vidrio, una moneda ibérica de Kili y un
sestercio romano de Septimio Severo (ibíd.: 155). El material romano publicado procedente del sondeo está compuesto por un
fragmento de TSA A-D de la forma Lamb. 9; una forma de TSA
A antigua Lamb. 2b o H.9b; una forma H.23a de cerámica Africana de cocina; dos piezas bastante completas de la forma Ostia
I, 270 y una jarra de cerámica común romana. Por último, una
base paredes finas de la forma Mayet XXIV (Beltrán, 1990: 184)
y una forma Ritt. 8 de TSH (Beltrán, 1990: 399), que constituyen
las únicas pieza romanas que podrían ser más antiguas del siglo II
d.C., posiblemente de finales del s. I d.C.
Previamente, Pingarrón ya había incluido este yacimiento
en su revisión de materiales romanos de la zona de RequenaUtiel (1981, 287-290). De este estudio proceden cinco fragmentos de TSH (una forma Drag. 27, una Drag. 15/17 y dos
Drag. 37), tres de TSA A (dos de ellos de la forma Lamb. 10
– Hayes 23) y dos de TSA D (una Lamb. 51 – Hayes 59 y
una Lamb. 54 – Hayes 61), más otra serie de cerámicas comunes, trozos de ánforas, vidrio y material constructivo (ladrillos
romboidales).
Entre los materiales ibéricos de la fosa, además de recipientes comunes como tinajas, ánforas y caliciformes, destaca la
presencia de una sítula, un kalathos, cerámicas engobadas y un
puente de fíbula anular hispánica.
Calderón (Requena)
2,5 ha (disp.)
Fig. 28. Material de Calderón
se avanza por las viñas. Se encuentra muy próximo a la villa
imperial del Barrio de Los Tunos, pero se trata de otra realidad
que no comparte ni ubicación ni cronología.
Estudios anteriores le otorgaban una entidad mayor al yacimiento al mencionar la aparición de material constructivo
romano (basamentos, capiteles y fustes de columnas, sillares,
arquitrabes, etc.), aludiendo seguramente a la cercana villa de
Los Tunos. En nuestra visita de 2010 todo el material recogido
fue ibérico (fig. 28) y no localizamos nada datable como final; no obstante, en 1996 se recogió un fragmento de material
constructivo romano recortado a modo de tapón de ánfora y
un fragmento de ánfora campana republicana, dentro de un
panorama material pobre. Las ánforas ibéricas procedentes
del yacimiento presentan bordes engrosados interiores (3) y
moldurados (1). Además hay una urna de orejetas, que indica
una primera y puntual ocupación en el s. V a.C.
Molino del Duende (Requena)
2,5 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
R. 031
Al igual que el cercano Las Canales, el Molino del Duende es
un yacimiento de poca entidad próximo a las estribaciones septentrionales de Las Cabrillas. Material ibérico muy rodado y un
fragmento de ánfora campana republicana.
Las Canales (Requena)
ss. V y II - I a.C.
R. 022
Dispersión de material ibérico final al Oeste de la aldea de
mismo nombre, a ambos lados de la carretera (fig. 27). Se
puede diferenciar una mayor concentración en el sector más
próximo a la población, descendiendo la densidad conforme
34
Fig. 27. Vista del yacimiento de Calderón.
1 ha (disp.
ss. II a.C. - II d.C.
R. 037
Yacimiento de escasa entidad ubicado al Sur de Requena, pegado
al Magro antes de que el río comience a encajonarse en La Serretilla. Los materiales son principalmente ibéricos, aunque también
hay sigillata hispánica (2) y africana A (1), así como tegulae.
[page-n-52]
Fig. 29. Posibles estructuras conservadas en la Rambla del Sapo.
Fig. 30. Materiales de la Rambla del Sapo.
Rambla del Sapo / del Moral (Requena)
6 ha (disp.)
ss. VI a.C. - I/II d.C.
R. 077
La Rambla del Sapo es un yacimiento iberorromano formado
por una extensa dispersión de materiales de amplia diacronía
en el margen oriental de la rambla que le aporta el nombre. En
sus inicios dicha rambla estaría más distante del núcleo de ocupación, pero ésta se ha ido comiendo los terrenos arcillosos de
forma relativamente rápida, dejando la máxima concentración
de materiales en el mismo borde. Justo también en el corte hemos podido documentar un par de posibles muretes cerrando en
ángulo, lo que constituiría el zócalo de un posible departamento
o habitación (fig. 29).
Entre los materiales cerámicos se han recogido fragmentos
de recipientes fenicios, ibéricos, itálicos y sigillata. Destacan
un fragmento de ánfora campana republicana, uno de TSH y un
asa de botella o jarra de cerámica común romana. Entre los recipientes ibéricos se han documentado algunas formas de borde
moldurado evolucionado propio de momentos tardíos, con la
moldura en la parte superior, quizás relacionada con un envasado o cierre de la boca (fig. 30). También se ha contabilizado
algún fragmento de material constructivo romano (tegulae e imbrices) y pondera.
Requena (Requena)
6,8 ha (muralla medieval)
s. VII a.C. en adelante
R. 093
Gracias a diversas excavaciones, generalmente de urgencia, sabemos que en la peña que hoy constituye el barrio requenense
de la Villa, hubo un asentamiento desde la Edad del Hierro I
que se prolongó durante las sucesivas fases históricas (ibérica,
romana, islámica, etc.). En 1999 se excavó la Plaza del Castillo,
Fig. 31. Pavimento romano de ladrillos romboidales encontrado en
las excavaciones de la Plaza del Castillo.
localizándose niveles romanos e ibéricos antiguos (Martínez
García et al., 2001) (fig. 31). De época romana se documentaron
restos de tres aljibes con muros y pavimentos de opus signinum,
uno de ellos reutilizado como canal y vertedero. Estas estructuras parecían asentarse directamente sobre estructuras ibéricas
antiguas, no documentándose nada de época ibérica final en este
punto. En el entorno de la población también han aparecido basureros y restos de hogueras, todavía inéditos (Martínez Valle
2008). Por otro lado, en la Alcazaba medieval se reutilizó una
inscripción funeraria romana que trataremos en el apartado correspondiente.
Barrio de Los Tunos (Requena)
6 ha (disp.)
1,5 ha (conc.)
ss. I - IV/V d.C.
R. II
El Barrio de Los Tunos es una de las villas imperiales romanas
más importantes de la Meseta de Requena-Utiel. Ya aparece referida en el siglo XIX por J. A. Díaz de Martínez en una obra
monográfica sobre los restos que aparecieron allí en 1859, como
pedestales, basamentos, trozos de columnas, capiteles, arquitrabes, tegulae o ladrillos romboidales (Martínez Valle, 2001b). En
1891 el cronista de Requena, E. Herrero y Moral, habla de que
allí “hubo en tiempos remotos otra población, que al parecer
fue de mucha importancia, como lo demuestra la extensión de
los cimientos de ella y los ricos y abundantes materiales que
continuamente se están encontrando y sacando en su centro y
circunferencia, como son muchas piedras labradas, adoquines
cocidos, ánforas, finísimos mosaicos y algunas monedas” (Herrero, 1891: 161-162). Para el autor el solar era conocido como
“Torrubia”.
Ubicada inmediatamente al Sur del caserío de Los Tunos,
cerca de la aldea de Calderón, fue excavada de urgencia en 1990
por José M. Martínez García, hallándose restos de habitaciones
y un vertedero de cerámica y fauna. Posteriormente fue objeto
de excavaciones ordinarias en los años 1991, 94 y 96. En la ficha
de la DGPA se comenta que en la primera campaña se realizaron
sondeos en toda la zona, apareciendo a 2,20 m de profundidad
restos del hábitat ibérico antiguo. Por otro lado, en la segunda
35
[page-n-53]
1
2
3
4
Fig. 32. Planimetría de la excavación en el Barrio de los Tunos
(a partir de Gimeno 1996, recogida en la ficha de la DGPA).
Fig. 33. Materiales del Barrio de los Tunos procedentes de la
prospección de 2010.
y tercera campañas documentaron la planta de una habitación
y parte de unas termas de tipo rural, ya detectadas en el primer
año (fig. 32). El hecho de que algunas de las catas hayan estado
descubiertas durante todo este tiempo ha provocado el deterioro
de uno de los yacimientos más excepcionales de la comarca.
La dispersión de materiales es enorme (6 ha), con una
densidad altísima en las zonas de máxima concentración.
También presenta material ibérico, incluidas piezas antiguas,
pero en nuestra reciente visita tan sólo localizamos la base
de un mortero y un fragmento de ánfora púnica-ebusitana
(ss. IV-I a.C.), siendo el resto material romano imperial. El
grueso de materiales de los que hemos podido tener referencia proceden de la tesina de Pingarrón (1981: 295-307), concretamente diecisiete fragmentos de TSH (dos formas Drag.
15/17, una forma Drag. 27 y cuatro Drag. 37), dos fragmentos de TSG (una Drag. 24/25 y una Drag. 18), diez de TSA A
(cuatro formas Lamb. 10 – Hayes 23 y una Lamb. 6), cinco
TSA C (dos de las cuales de la forma Lamb. 40 – Hayes 50),
22 de TSA D (un fragmento de Lamb. 35, Lamb. 38, Lamb.
53, Lamb. 57 – Hayes 73; dos de Lamb. 52 – Hayes 58; tres
de Lamb. 42 – Hayes 67 y Lamb. 54 – Hayes 61 y siete de
Lamb. 51 – Hayes 59) y seis monedas bajoimperiales. Entre
los materiales de nuestras prospecciones se han inventariado
una una forma Ritt. 8 de TSH (Beltrán, 1990: 399), una Hayes
6 de TSA A antigua (Serrano, 2005: 230-31) (fig. 33.1), dos
fragmentos informes de TSA A, una Lamb. 8 de TSA C (Beltrán, 1990: 142), un borde de dolium (fig. 33.2) y dos ollas
de cocina romana. También hay un borde de mortero de gran
tamaño con resalte exterior que por la forma recuerda a los
morteros iberorromanos de La Maralaga (Lozano, 2004) (fig.
33.3) y un borde de ánfora bajoimperial Keay XXXIII (Keay,
1984: 232) (fig. 33.4). Tiene gran abundancia de material
constructivo, con tegulae, imbrices, pintura mural, ladrillos
paralepipédicos y romboidales y restos del hipocausto de las
termas. Sin duda el hallazgo superficial más destacable son
dos fragmentos de mármol de Buixcarró que actuarían como
placas de revestimiento de algún edificio, posiblemente de
las termas. Este material marmóreo, procedente del entorno de Saetabis (Xàtiva, València) tuvo gran difusión durante
todo el Imperio y fue utilizado en las principales ciudades y
villas valencianas (Cebrián 2008). La bibliografía también
comenta el hallazgo de TSH, TSA, TS Lucente, monedas,
objetos de bronce, sílex y un sillar con un falo esculpido.
Entre los restos de fauna sobresale la presencia de espinas de
pescado. Buena parte de los materiales de las excavaciones
se encuentran depositados en el MPV y restan todavía inéditos. Incluimos algunas fotografías en los apartados que son
de interés (vid. fig. 163.1 y 246.1).
36
El Barriete (Requena)
3 ha (disp.)
0,6 ha (conc.)
ss. I - IV d.C.
R. III
Por el volumen y la calidad del material arqueológico que
presenta, El Barriete es sin duda uno de los yacimientos romanos más importantes de la comarca, posiblemente comparable a
otros más conocidos como el Barrio de los Tunos o Los Villares de Campo Arcís. La dispersión comienza en dicho barrio al
Sureste de San Antonio y llega prácticamente hasta la finca de
Santa Catalina, lo que constituye unas casi 7 ha. No obstante, se
puede diferenciar una concentración de unas 0,6 ha en torno a
una de las torres de alta tensión. Tal densidad de materiales es
debida a que el yacimiento fue parcialmente destruido a finales
del siglo pasado al roturar uno de los campos e incluso durante
algún tiempo fue posible observar parte de las estructuras constructivas, así como materiales de construcción como tegulae
decoradas, sillares, columnas o estucos pintados.
En nuestra prospección recogimos dos ollas romanas, un
plato-tapadera de cocina, un borde y una base de TSA A, un
borde indeterminado de TSH, una botella de cerámica común
(forma Gosse 1950 recogida en Beltrán, 1991) (fig. 34) y un
molar de bóvido.
Fig. 34. Material de El Barriete.
[page-n-54]
Tabla 2. Otros yacimientos de la vega del Magro en Requena.
Yacimiento
Cronología
Descripción a partir de bibliografía
Casilla Herrera (R.V)
II-IV d.C.
Posible asentamiento romano cerca de la casa del mismo nombre. Material constructivo
(tegulae y mortero de cal) en una superficie de una hectárea. Presencia de sigillata
africana, cerámica de cocina romana, grises y dolia.
Cerro Valentín (R. VI)
II-IV d.C.
Yacimiento en un pequeño cerro muy próximo al Barrio de los Tunos, seguramente
formando parte de una misma realidad. En su base apareció una necrópolis cuando se
construyó un camino. Material constructivo y sigillata africana, común y dolia.
El Batán (R.VIII)
II-III d.C.
Escasos restos aparecidos al Norte de Requena, concretamente tegulae, ladrillos,
sigillata hispánica y dolia.
El Cerrito (R.IX)
II-III d.C.
Escasos y rodados restos (sigillata hispánica y cocina romana) dispersos a lo largo
de 0,5 ha.
Fuente de las Pepas (R.X)
II-III d.C.
Abundante material constuctivo (tegulae) y cerámico (común y dolia) disperso en las
proximidades de la citada fuente, dentro del área de riego de Rozaleme.
El llano de El Rebollar
Fuencaliente (Requena)
Indeterminado
ss. I - III d.C.
R. IV
Pese a que no conserva estructuras de ningún tipo, consideramos que era un asentamiento romano por la documentación en
el mismo de tegulae y ladrillos romboidales. Ubicado próximo
al manantial de Fuencaliente, sin duda la presencia del mismo
fue clave en la elección de su emplazamiento. Entre el material
recogido en la ficha de la DGPA, se habla de sigillata lisa y
decorada, cerámica de cocina y fauna.
La Borracha (Requena)
1 ha (disp.)
ss. I - III d.C.
R. XI
Yacimiento a 5 km al Suroeste de Requena, descubierto en 1986
cuando tras una roturación aparecieron escasos restos distribuidos en 1 ha. El panorama es el típico, compuesto por material
constructivo (sillares, tegulae e imbrices) y cerámico (TSH, común y TSA A y B).
La Picazuela (Requena)
Indeterminado
ss. I - III d.C.
R. XII
Escasos restos constructivos (tegulae) y cerámicos (sigillata sudgálica y común romana) aparecidos a unos 2 km al Noreste de
Requena.
Otros yacimientos de cronología imperial más avanzada
La base de datos de la DGPA recoge otros yacimientos altoimperiales que no hemos ni visitado ni tenido prácticamente en cuenta en este estudio por ser posteriores al s. I
d.C., los cuales introduciremos brevemente (tabla 2). Somos
conscientes del déficit que ello conlleva, ya que la cronología
de muchos debería ser revisada con mayor precisión, pero
el volumen de trabajo hubiera desbordado el cometido del
presente trabajo.
Denominamos así al valle sinclinal con materiales cuaternarios
de orientación Noroeste – Sureste, enmarcado por las sierras de
El Tejo al Norte y La Herrada al Sur (fig. 35 y lám. I.2). El Barranco Rubio, cerca de la población de Requena, marca el final
del corredor por el Oeste (Piqueras, 1997: 95-99). Este valle
tradicionalmente ha sido la entrada principal a la meseta desde el Este, después de atravesar el portillo de Buñol y la sierra
de Las Cabrillas, actual A-3. Destaca el núcleo de El Rebollar,
aunque también encontramos la venta del mismo nombre, algo
claramente vinculado con el carácter de camino de esta zona.
Parte del término de Siete Aguas (Hoya de Buñol) también ha
sido incluido dentro siguiendo una coherencia geográfica. Los
cultivos son en su totalidad de secano, la mayor parte viñas y
algo de almendro.
Loma del Moral (Requena)
2,8 ha (disp.)
ss. VI - I a.C.
R. 003
Yacimiento diacrónico que abarca desde el Ibérico Antiguo
hasta el Final, periodo datado a partir de la presencia en el
mismo de material itálico, un kalathos de borde moldurado y
engobe rojo.
El Rebollar (Requena)
7 ha (disp.)
ss. V a.C. - I d.C
R. 005
Yacimiento ubicado en la ladera de un pequeño cerro muy próximo a la aldea de El Rebollar (fig. 36). Está formado por una dispersión de cerámicas ibéricas rodadas y muy fragmentadas, que
en alguna viña en concreto son un poco más abundantes. No se
observa ningún tipo de estructura ni se localizaron las manchas
de tierra oscurecida que se comentan en la ficha de la DGPA. Se
ha prospectado dos veces, una en 1992, recogiendo la mayoría
del material del mismo, y otra en el 2010, en la que tan sólo se
actualizó la información existente.
37
[page-n-55]
Fig. 35. Mapa del valle de El Rebollar.
Según Aparicio y Latorre (1977: 27) de este yacimiento
proceden un caliciforme y una copa enteros, conservados en el
Museo de Requena. De nuestras prospecciones proceden los hallazgos de dos fragmentos de ánfora campana, uno de TSH y un
pondus fragmentado.
Las Lomas (Requena)
12 ha (disp.)
0,15 ha (conc.)
ss. II a. C. - I/II d. C.
Las Lomas es un yacimiento de escasa entidad formado por
fragmentos cerámicos ibéricos repartidos por una serie de viñas
en el llano de El Rebollar. Ha sido objeto de prospección en el
1996 y en el 2010. La mayoría del material es ibérico indeterminado (fig. 37.1), aunque también se pudieron recoger algunos
fragmentos de adobe, tegulae y sigillata (tres fragmentos indeterminados). Es interesante el hallazgo de un soporte de tipo semilunar, de cronología imprecisa y asociable con hornos (Mata
1
2
Fig. 36. Vista del yacimiento de El Rebollar.
38
R.016
Fig. 37. Materiales de las Lomas.
[page-n-56]
y Bonet, 1992: 137) (fig. 37.2). La dispersión de material es
amplia pero con una densidad muy baja, excepto en su extremo
meridional donde se ha podido diferenciar una concentración de
unas 0,15 ha.
Las Paredillas II (Requena)
0,96 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
R. 090
Yacimiento ibérico de pequeñas dimensiones visitado en 1996 y
2010, constituido por una concentración de cerámicas en torno
a una casa de campo en la ribera Norte de la rambla de El Rebollar. Presencia de ánfora campana republicana (tres fragmentos)
y tegulae.
Las Paredillas I (Requena)
3,3 ha (disp.)
0,5 ha (conc.)
ss. I - II/III d.C.
R. I
Asentamiento romano, posible villa, con abundante material y
estructuras entre las que sobresale un gran muro de opus caementicium de unos 30 m de longitud y entre 1,5 – 2 m de altura
(fig. 38). Su establecimiento permitiría el aterrazamiento de la
parte superior, donde se ubicaría el asentamiento, que es donde
hemos recogido mayor cantidad de cerámicas (común, dolia,
ánforas, sigillata y un fragmento ibérico) y material constructivo (tegulae e imbrices). Esta función de sostén parece corroborarse por la presencia de seis arranques de contrafuertes en su
parte mejor conservada, con una distancia regular entre ellos de
3,30 m y que le dotarían de mayor estabilidad (fig. 39). En uno
de los bancales apreciamos un posible elemento constructivo,
concretamente una piedra labrada con aspecto circular, a modo
de base de columna o soporte (fig. 40), aunque su mal acabado
impide confirmarlo. A finales del siglo pasado se llevaron a cabo
actuaciones de salvamento de carácter puntual, cuyos resultados
permanecen aún inéditos2.
Entre los materiales estudiados se ha diferenciado un borde de dolium de gran tamaño semejante al Oberaden 113 y,
por tanto, encuadrable en época augustea (recogido en Beltrán, 1991: 260) (fig. 41.1). También se han documentado un
asa de ánfora Dressel 2-4, fragmentos indeterminados de TSH
y TSA A, una botella de cerámica común romana con engobe
rojo a modo de imitación de sigillata y un lebes o tinaja con
borde moldurado de los llamados “cabeza de pato”, de clara
tradición ibérica pese a encontrarse en un yacimiento imperial
(fig. 41.2).
Fig. 38. Vista de muro de opus caementicium.
Fig. 40. Elemento constructivo pétreo con forma circular, posible
basamento de columna.
0
10 cm
Fig. 41. Materiales de Las Paredillas I.
Fig. 39. Detalle de uno de los contrafuertes.
2 Concretamente se excavó un horno metalúrgico romano (comunicación
personal de A. Martínez Valle).
39
[page-n-57]
El valle del Magro / corredor de Hortunas
Mazalví (Siete Aguas)
0,02 ha (conc.)
ss. II a.C. - I/II d.C.
SA.003
Yacimiento iberorromano de poca entidad, tal y como indica la
presencia de cerámica ibérica y sigillata hispánica (un fragmento).
Casa de Mazalví (Siete Aguas)
0,04 ha (conc.)
ss. II a.C. - I/II d.C.
SA.004
Yacimiento iberorromano de poca entidad, tal y como indica la
presencia de cerámica ibérica (fig. 42), ánfora campana republicana (un fragmento), sigillata (tres fragmentos) y tegulae.
Fig. 42. Lebes ibérico del yacimiento de Casa de Mazalví.
La Carrasca (Siete Aguas)
0,25 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
SA.004
Yacimiento datado como Ibérico Final por la presencia de cerámica ibérica y un borde de ánfora campana Dressel 1A (fig.
43). Hay un molino circular en un cercano bancal (fig. 44).
1
2
Fig. 43. Ánfora ibérica (1) y Dressel 1A (2) de La Carrasca.
Fig. 44. Molino incrustado en un bancal.
40
Esta zona fue el objeto de estudio de nuestro trabajo de investigación de licenciatura de forma monográfica y con una perspectiva diacrónica (Quixal, 2008, 2012 y 2013), de ahí que el
volumen de información sea de los más densos. El río Magro,
tras su paso encajado por la sierra de Las Cabrillas, vuelve
a abrirse creando una fértil vega en el corredor de Hortunas,
de orientación Este-Oeste (fig. 45 y lám. I.3). Realmente este
valle cuaternario comienza algo antes, al Oeste, en la aldea
de La Portera, en el lado oriental del llano de Campo Arcís.
Se junta con el curso del río Magro, de dirección NoroesteSureste, a la altura de la aldea de Hortunas de Arriba (a unos 5
km de La Portera), en la zona de máxima concentración tanto
de yacimientos arqueológicos como de población actual. En el
otro extremo, el Este, encontramos el embalse de Forata (Yátova), por tanto, una zona de paisaje muy desvirtuado respecto
a siglos pasados.
Los otros límites naturales de esta zona son, por el Norte,
la mencionada sierra de Las Cabrillas / La Herrada y, por el
Sur, las estribaciones de Sierra Martés. El río Magro, verdadero eje articulador, recibe las aguas de numerosas ramblas
y torrentes, tanto desde el Norte (barrancos de la Veredilla,
Malo, de Valentín, de las Vacas, etc.), como desde el Sur
(barranco de la Parrilla, rambla de la Fuen Vich, barranco
de Tortolilla, etc.). No obstante, el principal aporte lo recibe en una zona ya próxima al límite oriental: el Mijares,
un río de corto recorrido que nace en la cercana aldea con
la que comparte el mismo nombre. Se trata de un área rica
en fuentes (Ochando, de los Juncos, Canaleja, de los Huesos, etc.), muchas de las cuales se han secado en los últimos
decenios. Precisamente, la citada fuente de la Canaleja es
un punto geológicamente interesante, ya que es un afloramiento del Keuper, formaciones que permiten el desarrollo
de salinas (Yeves, 2000: 34). Por otro lado, en el valle y sus
inmediaciones encontramos un elevado número de cuevas y
covachas, especialmente destacable si lo comparamos con la
escasez de este tipo de formaciones en el resto de la comarca.
En la actualidad domina la viticultura, aunque la vega cuaternaria del Magro permite la existencia de una de las huertas
más ricas. Con predominio de plantaciones de cebollas, la
horticultura aprovecha las suaves temperaturas derivadas del
cobijo de las sierras de su entorno. También hay una auténtica silvicultura en las montañas, fruto de las repoblaciones de
comienzos del s. XX (Piqueras, 1997: 126).
La evolución histórica de la zona, además de la época
ibérica y romana, contempla diferentes etapas. A. Martínez
Valle ha planteado que su topónimo, “Hortunas”, pudiera
provenir del término latino hortus, relacionado con la capacidad hortícola del valle (recogido en Pardo, 2001: 121-122).
Esta actividad, la hortícola, ha sido siempre el centro de la
actividad económica del mismo, junto con la ganadería y
la molinería. Existen indicios de una posible ocupación en
época musulmana y, posteriormente, de la presencia de una
alquería morisca tras la expulsión urbana que vivió este colectivo (Piqueras, 1997: 38). Cerca de la presa de Hortunas,
en las proximidades del tollo de la Bañadora, localizamos
varios tramos de acequia excavada en la roca, conocidos por
los hortuneros como “la acequia de los moros” (Pardo, 2001:
122), si bien no podemos descartar que sean más antiguos.
[page-n-58]
Fig. 45. Mapa del corredor de Hortunas.
En el s. XV la zona ya figura documentalmente como dehesa
ganadera (Bernabéu, 1989), aunque no es hasta el s. XVIII
cuando tenemos noticias de poblamiento concentrado con la
aparición de la aldea de Hortunas (Pardo y Cebolla, 1995:
40-42). Actualmente encontramos las aldeas todavía habitadas de La Portera, Hortunas de Arriba (Requena) y Mijares
(Yátova), más algunos despoblados como Casa Zapata y
Hortunas de Abajo. La molinería harinera ha tenido durante
los tres últimos siglos un fuerte arraigo en la zona (Molino de
Marina, Molino de los Pardo, Molino de Hortunas y Molino
de Fuen Vich), aunque en las últimas décadas ha desaparecido por completo (Gómez, 2006).
Cerro Castellar o Cerro Santo (Requena)
1,2 ha (conc.)
Bronce / ss. V - I a.C.
R.010
El Cerro Castellar o Castellar de Hortunas ocupa lo alto y parte
de las vertientes de un cerro cónico (700 msnm) al Sur del actual
cementerio de Hortunas de Arriba, gozando de una excelente
visibilidad de todo el valle (lám. I.3). En publicaciones anteriores utilizamos su topónimo oficial recogido en la DGPA, “Cerro
Santo”, pero a partir del presente trabajo hemos optado por recuperar la toponimia histórica. El poblado es conocido desde los
años 60-70 en que se localizaron monedas de Gili y Saiti (Pérez
Mínguez, 1988: 395). Ya en los 70 algunas habitaciones fueron
vaciadas por aficionados, depositándose parte de los materiales
en el Museo de Requena (Aparicio y Latorre, 1977).
Estamos ante un poblado fortificado protegido por un perímetro amurallado que puede aún seguirse en algunos tramos (fig.
46), debido a que un incendio a finales del siglo pasado alteró la
vegetación. En la ladera Este, una de las que más material presenta, encontramos diferentes estructuras de piedra en seco que no
podemos determinar si se trata de terrazas modernas o antiguas,
exceptuando una construcción que parece ser un antiguo acceso
o puerta, ya que genera una especie de entrada en codo mediante
una rampa. Por otro lado, en el extremo meridional de la cima, el
más accesible, encontramos los restos de una torre de planta rectangular (3 x 2,5 m) y aparejo irregular a la que parece adosársele
un departamento (4,60 x 3,20 m) del que queda un ángulo formado por sus muros Norte y Oeste. Desde la misma se tiene una
excelente visibilidad del valle del Magro hacia el Este, mientras
que desde la cima también se ve bien hacia el Oeste.
El material superficial es abundante por todas las laderas.
La parte superior está atravesada por una espina rocosa que
seguramente impidió el poblamiento en esta zona. El hábitat
se adaptó, por tanto, al espacio disponible, concretamente la
ladera Oeste y el sector meridional y amesetado de la cima. En
el Noroeste todavía se conserva íntegra la cata de gran tamaño
realizada en los años 70 anteriormente citada. En ella se aprecian de forma clara dos departamentos adosados entre sí y apo41
[page-n-59]
Fig. 46. Croquis planimétrico y fotografía aérea (visor GVA) del Cerro Castellar.
yados a la ladera por el lado contrario a la puerta. En algunos
puntos sus muros aún presentan un alzado considerable (1,27
m). Desde aquí y siguiendo toda la ladera Oeste encontramos
una batería de departamentos paralelos, muchas veces adosados entre sí, de los que se observa en superficie el extremo
occidental de sus muros. Por otro lado, también se aprecia en
superficie la planta de departamentos en la parte meridional de
la cima, al Sur de la cresta rocosa, en un terreno plagado de
agujeros de clandestino.
El Castellar de Hortunas presenta un volumen de materiales
bastante importante, especialmente repartido entre su cima y las
laderas Este y Oeste. A la hora de planificar su prospección decidimos separar el material según zonas (cima, ladera Norte, ladera Este, etc.), a fin de comprobar si los materiales pertenecientes
a las diferentes fases de ocupación del poblado se concentraban
en áreas diversas. No obstante, al realizar la catalogación de los
mismos observamos que no era así, aparecía material de todos
los periodos por todo el yacimiento.
Al tratarse de un importante lugar de hábitat, el ajuar cerámico documentado muestra una gran variedad. Pese a que dominan los grandes contenedores, destaca el número de recipientes
de vajilla de mesa. Por contra, cuenta con escasas importaciones
documentadas (un ánfora campana), ausentes incluso en las colecciones procedentes de actuaciones clandestinas. No obstante,
42
de sus materiales también podemos rastrear elementos propios
de un hábitat con cierto estatus: escritura (vid. fig. 237.1), decoraciones complejas, monedas y engobe rojo de producción local
(fig. 47.3). En superficie hemos recogido mineral de hierro y
restos del metal ya transformado. Aunque algunos autores sólo
le atribuían una ocupación durante el Ibérico Pleno (Pérez Mínguez, 1988), sus materiales han mostrado una amplia horquilla cronológica: desde cerámicas a mano del Bronce, pasando
por una urna de orejetas, decoraciones de rombos en hilera (fig.
47.2) o un plato de ala ancha de los ss. V-IV a.C. (Bonet y Mata,
1997b: 42-45), hasta material iberorromano como diversos dolia (fig. 47.1 y 5).
A partir de la bibliografía conocemos más materiales procedentes del Cerro Castellar, concretamente los pertenecientes
a la colección del Museo de Requena, de los cuales muchos
proceden de la mano aficionada anteriormente citada. Entre los
materiales que se detellan (Aparicio y Latorre, 1977), podemos
datar como finales los siguientes:
- Una urna decorada con motivos geométricos y posibles zoomorfos (pájaros estilizados) (vid. fig. 194.1).
- Varias ánforas, una de las cuales está completa y se exhibe
en la exposición permanente.
- Kalathos de borde recto, asas simétricas trenzadas y pegadas. Decoración de círculos concéntricos.
[page-n-60]
Fig. 47. Materiales ibéricos finales del Cerro Castellar.
Más un tonel cerámico protagonista de un estudio monográfico en el que también se comenta el hallazgo de fíbulas
anulares, material romano y las citadas monedas ibéricas (Pérez
Mínguez, 1988).
Prados de la Portera I (Requena)
5 ha (conc.)
ss. VI - IV a.C. y I/II d.C.
R.011
Estamos ante una dispersión de material ibérico rodado y
fragmentado, ubicada en los llanos y lomas al Este de la aldea de La Portera. El yacimiento, de notable extensión, se
reparte entre una pequeña colina que alberga una pinada y los
campos de su alrededor.
Registro material escaso y dominado por grandes recipientes. No obstante, destaca la presencia de material antiguo
(ánforas fenicias) que atrasan su cronología hasta el s. VI
a.C. El hallazgo de bordes de tinajilla moldurados y la ausencia de material republicano fijan su otro límite en el Ibérico
Pleno. La datación imperial viene dada por la existencia de
un fragmento indeterminado de terra sigillata, de ahí que la
ocupación en época romana seguramente fuera residual.
El Paraíso (Requena)
6,4 ha (disp.)
de la carretera para evitar el paso por el interior de La Portera
afectó a su sector septentrional y no tenemos noticia de que se
hiciera intervención alguna.
Aunque se trata de un yacimiento de baja entidad en relación al volumen de material recogido y el área que abarca, muestra un registro en el que hay recipientes de vajilla de
mesa e importaciones. La mayoría de los materiales de este
yacimiento son datables como ss. V-III a.C., únicamente alargamos la cronología al Ibérico Final por la presencia de fragmentos de ánfora campana.
Los Lidoneros I (Requena)
1,85 ha (conc.)
ss. III - II a.C.
R.034
La partida de Los Lidoneros recibe su nombre de la presencia en la misma de almeces, lledoners en valenciano (Pardo,
2006). El material, próximo a la aldea de Hortunas de Arriba,
es escaso y muy fragmentado. Además del material ibérico no
datable, en la campaña de 1996 se recogió un fragmento de
ánfora campana republicana, de ahí que se pueda defender una
ocupación durante el Ibérico Final.
Cueva de los Ángeles (Requena)
ss. V - I a.C.
R.017
Los restos cerámicos, únicas evidencias de la existencia de
este yacimiento, aparecen diseminados por una superficie de
unas 6 ha al Sur de la aldea de La Portera. Se localizan sobre
todo en la ladera Este, donde han aparecido algunas formas
completas (“castañera” -sic- del Museo de Requena), según
indica la ficha de la DGPA. La construcción de una variante
Cueva
ss. V - III a.C. y I - II d.C.
R.064
Esta cueva-santuario no ha podido ser localizada pese a los diversos intentos realizados, debido a la mala descripción recogida en
su ficha de la DGPA. Tan sólo sabemos que se encuentra en plena
sierra de Las Cabrillas, en el barranco de Los Conejos, afluente
del río Magro, en una zona próxima al Castillejo y la Fuente de
la Peseta. Parece ser que fue descubierta por unos cazadores en
43
[page-n-61]
los años 40 del s. XX, cuando todavía conservaba in situ algunos
vasos ibéricos colocados en las repisas naturales de su interior.
Posteriormente fue expoliada y tan sólo se ha podido documentar
un reducido porcentaje de lo que albergaba. Tiene un tamaño de
unos 30 m² y cuenta con formaciones estalagmíticas en su interior. Según sus investigadores el ajuar está compuesto por vasos
caliciformes, figuras rojas y barniz negro áticos, una decena de
fusayolas y fauna (Mascarell, 1975; Martínez Valle y Castellano,
1995). También se hallaron diversos fragmentos de sigillata, pero
creemos que tan sólo indican ocupaciones esporádicas y sin ningún carácter sunturario en época romana.
Los Alerises / Cerro de los Alerises (Requena)
6,5 ha (disp.)
1,92 ha (conc.)
ss. VI a.C. - I d.C.
R.072
Los Alerises se ubica en la base del cerro del mismo nombre, al
Noroeste de la aldea de La Portera. Ha sido objeto de repetidas
prospecciones a lo largo de los últimos 12 años; prospecciones
que han proporcionado un elevado volumen de materiales repartidos por un área bastante grande, si bien se puede diferenciar
una concentración de unas 2 ha. En la ficha de la DGPA se indica
que en los años 80, tras un temporal de lluvias, aparecieron restos
de una estructura de habitación compuesta por muros de adobes
rectangulares de unos 50 cm de longitud máxima, revestidos internamente con un enlucido rojizo. Posteriores prospecciones han
corroborado esta noticia, ya que se han podido recoger restos de
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pintura mural blanca y rojiza, así como documentar numerosos
adobes de gran tamaño. En los mismos muros parece que se reutilizaron pondera como material constructivo. En el 2006 sufrió
una gran transformación agrícola que afectó gravemente a los restos conservados. En uno de los cortes provocados por la excavadora, de unos 1,5-2 m de altura, se pudieron ver algunos estratos
arqueológicos, entre los que destacaba un nivel de incendio del
que se recogieron carbones y semillas carbonizadas, así como un
derrumbe de adobes rubefactados. Pese a que Los Alerises se encuentra en el piedemonte, también hemos recogido algunos fragmentos cerámicos en la cima, lo que fue incorporado a nuestra
base de datos como yacimiento de “Cerro de los Alerises”. No
obstante, el desnivel abismal, tanto en volumen como en variedad
cerámica, nos llevan a atribuir a la cima tan sólo un papel residual
o temporal, englobándolo dentro de una misma realidad.
Los Alerises cuenta con una alta variedad de tipos cerámicos,
lo que sumado a su larga diacronía y los hechos anteriormente
comentados (estratos a la vista, pintura mural, adobes…) nos permiten concebirlo con total seguridad como un hábitat permanente, algo que suele ser complicado para este tipo de yacimientos
en llano. El asentamiento guardó relativa importancia durante
el Ibérico Final, tal y como indica la presencia de importaciones
campanienses y calenas, entre las que destaca una forma Lamb. 5
calena (fig. 48. 3), así como de engobe rojo local o kalathoi (fig.
48.4 y 7). No obstante, de época imperial tan sólo tenemos algunos fragmentos de sigillata, por lo que consideramos que en ese
momento la ocupación debía ser tan sólo residual.
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Fig. 48. Materiales de Los Alerises susceptibles de proceder de su fase ibérica final.
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Barranquillo del Espino (Requena)
0,4 ha (disp.)
ss. III - II a.C. y I/II d.C.
R.081
Yacimiento de escasa entidad ubicado 500 m al Este de la población de Hortunas de Arriba, justo en el punto donde el Magro deja
de ir encajado y se abre formando una fértil ribera. El yacimiento
está atravesado por la carretera de Yátova, la construcción de la
cual seguramente fue la causa de que emergieran las cerámicas
del subsuelo. La entidad del yacimiento impide hacer más valoraciones sobre él ni sobre su carácter, aunque parece tratarse más
que de un lugar de hábitat, de una de las múltiples formas en las
que la explotación del espacio rural en el mundo ibérico generó,
con el tiempo, yacimientos arqueológicos.
Registro material escaso y monótono. Aporta una datación
aproximada entre los ss. IV/III a.C. – II/I a.C. Dominan los recipientes grandes con típicos bordes moldurados, mientras que la
presencia de terra sigillata hispánica (un fragmento) y platos de
cerámica común romana muestran una prolongación en la ocupación hasta la fase altoimperial. No obstante, la ausencia de material datable como Ibérico Final nos impide asegurar si tuvo una
ocupación interrumpida o fases diferentes.
Cerro Hueco (Requena)
Cueva
ss. V - III a. C. y I - II d. C.
R.086
Se trata de una cueva-santuario ubicada en la parte baja de una
suave colina a 2 km de la aldea requenense de Campo Arcís
(Aparicio y Latorre, 1977; Gil-Mascarell, 1975; Martínez Valle y Castellano, 1995). La entrada es un pequeño agujero de 1
m de diámetro que está protegido por una reja, aunque cuando
la visitamos se encontraba abierta sin candado. Se accede a un
estrecho pasillo descendente de unos 10 m de longitud que desemboca en la sala principal, de 20 m de longitud y 3 m de altura
máxima. Es, por tanto, una pequeña cueva de baja altura en la
cual es necesario agacharse en muchos de sus tramos. Su ajuar
para el Ibérico Pleno es rico y en él destaca la abundancia de
fusayolas (más de 200), muchas de ellas decoradas. También
ha sufrido la acción clandestina incontrolada. Parece tener una
reocupación en época imperial, tal y como indican varios fragmentos de sigillata hispánica. No obstante, dudamos que dicha
ocupación tenga ninguna relación con un posible uso ritual.
La Calerilla (Requena)
7 ha (disp.)
ss. I a.C. - III d.C.
R.105
Es el único yacimiento excavado con metodología arqueológica de toda la zona, conocido desde la construcción de la
carretera de Yátova en los años 40 del siglo XX. Se trata de
una conocida necrópolis altoimperial en la que A. Martínez
Valle llevó a cabo a comienzos de los años 90 una intervención en la práctica totalidad del área funeraria (Martínez Valle, 1995b y 2000). No obstante, la dispersión de material y
la presencia de material doméstico y elementos constructivos
indican que en el mismo lugar había también una villa. La
única noticia publicada que tenemos al respecto es el hallazgo
de un basurero y una zona de almacenes cerca de la necrópolis
(Castellano, 2000: 53), pero sus materiales están sin publicar.
La presencia de una necrópolis en el valle del Magro es un
dato muy a tener en cuenta para la interpretación del mismo
como un camino pretérito (Quixal, 2008 y 2012). La Calerilla
es también interesante porque cuenta con materiales ibéricos
tardíos, tanto del Ibérico Final, como de tradición ibérica en
los primeros siglos del Imperio.
En la necrópolis se han documentado dos momentos de
utilización. En el s. I d.C. está compuesta por un pozo votivo, un monumento funerario y tumbas de incineración a
su alrededor. El monumento funerario, sin duda el elemento
principal, tendría forma de altar y alcanzaría unas dimensiones de unos 5 x 3/4 m. Constaría, de abajo a arriba, de una
plataforma de mampostería en la base, zócalo de piedras de
arenisca con sillares moldurados, estructura interna de opus
caementicium forrado de quadratum, capiteles de decoración
vegetal, inscripción funeraria enmarcada por eros y decoración vegetal, cornisa de ovas y dardos, moldura y pulvinus o
remate superior. Destaca la inscripción funeraria incompleta
dedicada a Domitia Iusta (vid. fig. 239.5). Alrededor del monumento se establecen diversas tumbas de incineración, algunas directamente sobre los busta crematorios. Tanto el ritual
como la decoración de las urnas (motivos fitomorfos, tríos de
eses, etc.) son de marcada tradición ibérica (Martínez Valle,
2000: 7) (vid .fig. 243.2). Ya en el s. III d.C. el ritual funerario
cambia a la inhumación.
El llano de Campo Arcís
El llano de Campo Arcís es la gran llanura al Sur de la ciudad
de Requena, delimitada por la sierra de La Ceja al Norte y
las estribaciones de La Serratilla por el Este (Piqueras, 1997:
135-38) (fig. 49 y lám. II.1). El paisaje es de badlands, ya
que el terreno ha sido excavado por los diferentes torrentes
que vierten sus aguas a las ramblas de Los Morenos y La
Alcantarilla en el Sur, creando los característicos “terreros”,
torrenteras que aumentan en tamaño año tras año. Al mismo
tiempo, se trata de una zona con abundantes “simas”, algunas
de las cuales creadas también de forma rápida. La fuente de
Los Morenos, en la rambla del mismo nombre, es la más conocida en muchos kilómetros a la redonda. Zona dedicada a
la viticultura, además de Campo Arcís cuenta con las aldeas
todavía pobladas de Los Duques, Casa de Eufemia, Los Ruices y Casas de Cuadra.
Cerro Gallina (Requena)
3,3 ha (disp.)
ss. V y II - I a.C.
R.004
Material escaso y disperso en una zona amplia, marca una ocupación durante el Ibérico Final por el hallazgo de una moneda ibérica
de Ikalkusken y un kalathos de ala plana y borde hacia el interior.
En el corte del camino todavía se observan cerámicas in situ.
Casa Alarcón (Requena)
3,3 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - II d.C.
R.006
Material escaso alrededor de la carretera que va de Campo Arcís
a La Portera, cerca del caserío del mismo nombre. Presenta una
forma Drag. 24/25 de sigillata sudgálica, fragmentos de sigillata africana A y cocina romana, así como un molino pétreo.
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Fig. 49. Mapa del llano de Campo Arcis.
Casa de la Cabeza (Requena)
1,5 ha (disp.) (conc.)
s. II a.C.
R.030
Este yacimiento goza lógicamente de un trato preferente por ser
objeto de excavación arqueológica bajo nuestra codirección y
la de Consuelo Mata, con un total de tres campañas. Si bien
tanto sus planimetrías y estructuras, como el conjunto de sus
materiales se encuentran en fase de estudio, exponemos aquí los
principales resultados al ser de gran importancia para diversos
apartados del trabajo, dado su carácter de unicum para esta cronología en la comarca.
El yacimiento recibe su nombre por su proximidad al caserío de la Casa de la Cabeza, uno de los más destacados del
municipio de Requena, y está a los pies del Cerro de la Cabeza,
poblado fortificado del Ibérico Pleno (fig. 50.1 y 4). La orografía del terreno es una suave loma que termina en un pequeño
espolón desde el cual se domina toda la llanura de Campo Arcís
y la entrada a la rambla de Los Morenos. El yacimiento fue
objeto de una prospección arqueológica en los años 70 del siglo
pasado por parte de Javier García Hernández, quien deposito algunos materiales en el SIP, entre ellos una tobera cerámica (fig.
59.9). Seguramente estas visitas estuvieron relacionadas con las
excavaciones no regladas que se llevaron a cabo en el citado
cerro a raíz de la construcción de una balsa de riego en su cima
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en los años 70, dejándose a la vista numerosas estructuras. Las
actuaciones fueron llevadas a cabo por un grupo de requenenses aficionados a la Arqueología, bajo la tutela académica de J.
Aparicio (Fletcher, 1974: 96).
La Casa de la Cabeza, sin embargo, no aporta datos precisos
hasta los años 90, sin que ningún vecino consultado conozca
hallazgo alguno durante las décadas anteriores. Fue prospectado
por el grupo de investigación en el que nos insertamos en 1997,
diferenciándose dos áreas, Casa de la Cabeza I, de cronología
ibérica final donde hemos actuado, y Casa de la Cabeza II, pequeña colina apartada con algo de material romano. Por nuestra
parte, fue visitado en verano de 2009. Su elección como lugar
de excavación entraba dentro de la línea de investigación del
último decenio en torno al poblamiento rural del territorio de
Kelin, pero con el añadido en este caso de buscar un asentamiento ibérico final que pudiera contar con niveles de los ss.
II-I a.C. Precisamente ese era uno de los factores que hacían a
la Casa de la Cabeza especialmente atractiva: el carácter monofásico que apuntaban sus materiales recogidos en superficie,
juntamente con la abundancia de los mismos en algunos puntos,
el porcentaje que constituían las importaciones y el hecho de no
haber sido roturado nunca.
Como luego veremos al tratar el tamaño de los yacimientos,
inicialmente se llevó a cabo una microprospección por toda la
superficie del yacimiento y los campos de alrededor, ubicando
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Fig. 50. 1. Vista de la Casa de la Cabeza y de la pinada que alberga el yacimiento desde lo alto del Cerro de la Cabeza. 2. Equipo de trabajo,
campaña 2012. 3. Proceso de excavación en el sector 2, agosto 2011. 4. Panorámica del sector 2, con la Casa y el Cerro de la Cabeza al
fondo.
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con GPS todos los materiales arqueológicos hallados, a fin de
ver las áreas de mayor densidad y comprobar a posteriori si
eran existía una correspondencia con la presencia de estructuras, tal y como finalmente resultó. La excavación se ha desarrollado durante los meses de agosto de 2010, 2011 y 2012 (fig.
50.2 y 3; lám. X-XIII), financiada íntegramente por el Servei
d’Investigació Prehistòrica de la Diputació de València, siendo
los terrenos propiedad de María Margarita Lousa y Vicente De
Diego, quienes en todo momento han permitido y facilitado los
trabajos allí realizados. Los informes de cada una de las campañas se han ido publicando en el noticiario de la revista Saguntum
PLAV (Quixal et al., 2010, 2011 y 2012).
Desde el primer momento los trabajos de excavación se centraron en dos sectores diferenciados, actuándose en ellos de forma paralela. El sector 1 es un pequeño espolón que crea la loma
en la que se asienta el yacimiento en su extremo occidental, de
una superficie de 0,1 ha. Por otro lado, se ha denominado como
sector 2 el resto de la gran plataforma en la cual actualmente hay
una pinada de Pinus pinea.
En el sector 1 se comenzó con dos sondeos perpendiculares
entre sí en los que se encontraron algunas de las principales estructuras del área, a partir de las cuales se excavó en extensión
el resto de la superficie. En el sector 2 se hicieron un total de
cuatro zanjas con una mini retro, retirando tan sólo el nivel superficial con el fin de localizar estructuras. En una de ellas apareció un tramo de muro, a partir del cual se amplió la superficie
de excavación en ese sector.
En el sector 1, excavado en 2010, se han podido definir dos
departamentos que se alternan con sendos espacios abiertos (fig.
51.6 y 52). El departamento 1 es rectangular, muy alargado (6,5
x 2 m; 13 m²), definido por dos muros de orientación Norte-Sur
(1008 y 1011) y por uno de orientación Este-Oeste que lo cierra
por el Sur (1012) (fig. 51.3). El muro 1011 es, sin duda, el mejor
conservado. Tras retirar todo el derrumbe a ambos lados, se han
visto, adosadas a lo largo de un buen tramo de su cara exterior,
pequeñas piedras que podrían ser cuñas de cimentación en aquellos puntos en los que la roca queda más baja (fig. 51.4). En la
cara interior del mismo, por el contrario, se aprecia muy bien
cómo apoya directamente sobre la roca. El nivel de pavimentación de este departamento sería la propia roca, siendo todo el
relleno superior (1017) restos del derrumbe de los muros, formado por tierra, adobes y piedras de fracción media. Al mismo
tiempo, en el extremo septentrional del muro 1011 se localizó
un conjunto de piedras de tamaño medio/pequeño dispuestas a
modo de herradura (fig. 51.2). Pese a que la estructura está muy
mal conservada, recuerda a los hornos metalúrgicos hallados
en los interiores de algunas casas de la Bastida de les Alcusses
(Moixent, València) (Pérez Jordà et al., 2011: 115-124)3.
El departamento 2, bastante más pequeño (3,5 x 2,75 m;
9,6 m²), paralelo al anterior y ubicado en la parte más oriental
del sector, está delimitado por cuatro muros, las UUEE 1019 y
1020, muros paralelos de orientación Norte-Sur, cerrados por el
Sur por 1018 y por el Norte por 1026. Su acceso se realizaría
por el vano documentado en su ángulo lado noroccidental. En su
construcción destaca la utilización de grandes losas de piedra,
3 Agradecemos a Jaime Vives-Ferrándiz (SIP, Diputació de València) los
comentarios aportados al respecto.
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ya que en el lado oriental la roca fue recortada para luego situar
las losas encima y conformar un muro más consistente. De nuevo el nivel de pavimento sería la roca, tal y como indica la presencia de un agujero de poste. Aunque éste no está en posición
central, no cabe duda sobre su función, pudiéndose relacionar
con alguna reparación de urgencia que se tuviera que hacer en el
techo o en alguna de las paredes. En el interior del departamento se pudieron diferenciar dos niveles: la UE 1016, correspondiente al nivel de abandono / derrumbe, y la UE 1015, una fina
capa con abundantes carbones, algunos de ellos de gran tamaño,
cenizas y algo de material cerámico, seguramente relacionado
con el incendio y destrucción de la techumbre y la viga central.
Entre estos dos departamentos queda un gran espacio abierto denominado espacio 2, con abundante material arqueológico
en su nivel de abandono (1002) y una placa de hogar alargada de
pequeño tamaño. En el extremo occidental del sector, al Oeste
del departamento 1, queda el espacio 1, cubierto en gran parte
por el derrumbe 1007. Pero sin duda lo más destacado ha sido
la documentación de tres goterones de fundición de plomo (vid.
fig. 177.3) alrededor de una placa de hogar alargada de gran
tamaño (fig. 51.5). Aunque consideramos que en estos espacios
también podría funcionar la roca como nivel de pavimento inicial, se han documentado también las UUEE 1013 y 1004, que
podemos relacionar con finos niveles de ocupación o tránsito.
Del mismo modo, se ha localizado un pequeño muro en el lado
septentrional del espolón que parece formar parte de una posible
estructura de acceso o aterrazamiento, aunque por motivos de
tiempo no se ha llegado a excavar.
El sector 2, por su parte, ha centrado el grueso de los trabajos de los años 2011 y 2012, localizándose bastantes estructuras
a lo largo de una estrecha franja Este-Oeste coincidente con la
parte más alta del terreno (fig. 54). Ya en el 2010, tras una serie
de sondeos mecánicos salieron a la luz dos tramos de muros
(2005 y 2006) formando un ángulo, aunque sin llegar a conectarse por su mala conservación. Adosada a uno de ellos localizamos una estructura compuesta por varias losas planas en posición vertical, formando una especie de alacena en forma de “U”
(2007). En su interior se encontró una tinaja con pitorro vertedor
completa, aunque muy fragmentada (fig. 53.3). Por su posición,
boca abajo con la base en la parte más alta, debió de estar encima de algún estante o tablón desde donde cayó al suelo.
Al ampliar ese espacio hacia el Sur hallamos un gran amontonamiento de piedras que a la postre resultaría ser un horno
doméstico, así como varios tramos de muros. Pese a que el yacimiento es mayoritariamente monofásico, se han podido diferenciar dos fases en este lado occidental del sector. En primer
lugar, tenemos toda una serie de tramos incompletos de muro,
semejantes a los que hallamos en la campaña de 2010 conformando un ángulo y una alacena. Se trata de las estructuras 2009,
2012, 2025 y 2037, todas ellas de orientación Noreste-Suroeste
o Noroeste-Sureste. Durante una segunda y última fase constructiva son desmontados y/o expoliados para la construcción
del citado horno doméstico, una de las pocas estructuras que no
descansa directamente sobre la roca natural.
Dicho horno (UE 2010), de tendencia circular (3 x 2 m), de
piedra en su contorno exterior y hueco en su inte ior, está muy
r
mal conservado, lo que dificulta la lectura de su funcionamiento
(fig. 53.2). En su lado meridional cuenta con un pasillo o boca
de entrada que termina en una espe ie de banco doble, mientras
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Fig. 51. 1. Casa de la Cabeza. Posible umbral desplazado del departamento 1; 2. Posible horno metalúrgico de herradura; 3. Departamento 1;
4. Modo de construcción del muro 1011; 5. Hogar; 6. Vista del sector 1.
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Fig. 52. Casa de la Cabeza. Planimetría del sector 1.
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que su interior está relleno por un nivel de cenizas y carbones.
Se ha podido datar como islámico gracias a que contenía un
gran fragmento de olla de cocina emiral4. En su lado Norte corta
una estructura que conforma otra alacena (UE 2011); debajo se
localizó un agujero de poste que funcionaría con las esructuras
t
ibéricas desmontadas, confirmándose así las dos fases constructivas citadas. El carácter preliminar de su estudio nos impide
aportar más datos o paralelos del mismo.
Poco después se abrió a unos 12 m al Este otro sondeo justo en la zona donde hasta la fecha se ha encontrado una mayor
densidad de estructuras, potencia estratigráfica y complejidad
interpretativa (fig. 53.1). La gran distancia entre ambas catas
nos llevó a retirar mecánicamente los niveles superiores del
espacio intermedio, localizándose nuevas estructuras. En primer lugar, se han documentado dos muros paralelos de orientación Noreste-Suroeste (2013 y 2018), a los cuales se adosan
por su interior sendos bancos de piedra (2024 y 2030). Éste
último, 2030, está delimitado por grandes losas en posición
vertical y su interior es macizo. Todo conforma uno de los pocos espacios del sector configurados claramente como departamento o superficie cubierta, ya que cerraría por el Norte con
el muro 2048 y en ese lado se encontraría la puerta. El cierre
por el Sur no lo hemos podido localizar, pero es lógico pensar
que el amontonamiento irregular de piedras en la UE 2038
fuera el derrumbe del mismo, dada la pésima conservación de
los restos. Por otro lado, se ha excavado su nivel de abandono
interior 2019 hasta la roca, superficie de pavimento del mismo,
localizándose un agujero de poste de grandes dimensiones (35
cm Ø) en posición central.
Al Este del muro 2013 se adosa una cubeta con la base
recubierta de cal (2016) delimitada en sus otros tres lados por
un murete de piedras pequeñas (2031), que una vez excavado
se ha visto que llega a conservar hasta tres hiladas (fig. 53.1).
Justo por encima de la misma se documentó un nivel de carbones de forma circular. Parece que se trata de una cubeta aislada, aunque seguramente la mala conservación ha conllevado
la pérdida de otros elementos. La construcción se completa
con dos muros de orientación Oeste-Este de corto recorrido,
por lo que pensamos se trataría de un espacio semiabierto. De
nuevo la mala conservación del muro más al Sur de los dos,
2032, podemos relacionarla con el citado nivel de derrumbe
meridional 2038.
La estructura se completa con otros muros y plataformas o
enlosados de gran tamaño (2034 y 2036), que no tienen apenas continuidad porque en seguida localizamos el inicio de una
profunda fosa (2051) delimitada por algunos muros endebles
(2043) y claramente recortada en la roca natural (fig. 53.4). Inicialmente pensamos que se trataba de un espacio cerrado, dada
la tendencia vista otras veces de recortar parcialmente la roca
para ayudar en la construcción de la base de los muros y en la
delimitación de los interiores. Sin embargo, a poca profundidad
comenzamos a localizar una potente acumulación de piedras, algunas de gran tamaño, todo ello con una densidad infinitamente
superior a la que podría haber creado el derrumbe de cualquier
tipo de muro. No obstante, tanto la falta de tiempo como de
4 Agradecemos a Miquel Roselló su importante ayuda en la identificación
de dicha cerámica.
personal nos impidió abrir su superficie total y ver su forma
concreta, quedándonos obligados a excavar tan sólo una parte,
el ángulo o porción Suroeste.
Desde un primer momento se diferenciaron dos rellenos:
2042, la citada enorme acumulación de piedras de todo tipo de
tamaño junto a tierras arcillosas muy sueltas, abundante material cerámico, carbones, algo de fauna, malacofauna y un gran
fragmento de molino rotatorio; y 2041, nivel estrecho pegado
al lado Sur, mucho más compacto y sin apenas piedras o material arqueológico. La complejidad de las labores de vaciado en
un espacio tan reducido nos obligó a limitarnos a un pequeño
sondeo intentando localizar la base y aproximarnos a su posible
funcionalidad. A 1,35 m de profundidad percibimos un cambio
de relleno, comenzando un paquete de tierras arenosas (UE
2050) con abundantes carbones en el cual localizamos un fragmento de ánfora adriática y el perfil prácticamente entero de un
kalathos sin decoración (fig. 58.2). La capa tan sólo tiene unos
25-30 cm de espesor y acto seguido aparece la roca. En total la
fosa cuenta con 1,62 m de profundidad en el punto excavado.
La diferente composición de los rellenos nos hace pensar
que 2050 podría tratarse del relleno inicial, cubriendo la base de
la fosa; 2041 sería el segundo, adosado a la pared meridional,
mientras que 2042 es una anulación de la fosa mediante el vertido intencionado de piedras de todos los tamaños, no sabemos ni
durante cuánto tiempo ni con qué intencionalidad. A falta de un
estudio pormenorizado de los materiales y mayor dedicación en
el análisis de las estructuras con búsqueda de posibles paralelos
en otros yacimientos, pensamos que podría tratarse de una cisterna / aljibe de gran tamaño recortado en la roca.
Por otro lado, realizamos al Oeste de todas las estructuras,
en posición central de la cata general del sector 2, un sondeo
mecánico Norte-Sur para intentar ver si había conexión entre las
estructuras del lado occidental con las del oriental. El resultado
fue negativo; no obstante, decidimos abrir una parte, correspondiente al nivel de abandono 2023, confirmándose ese carácter de
espacio abierto sin construcciones. Gracias a ello localizamos
en dicho estrato abundante material arqueológico cerámico, metálico y dos monedas ibéricas.
Tras estos tres años de trabajos podemos realizar algunas interpretaciones sobre el carácter y funcionalidad del asentamiento. En el sector 1, excavado prácticamente en su totalidad, se ha
documentado una posible zona de trabajo de carácter auxiliar,
tal y como indican los hogares en espacios abiertos y las dos
estancias. El departamento 1, por su forma alargada, pudo ser un
almacén, mientras que el departamento 2, mucho más pequeño,
sería una pequeña caseta o cobertizo para guardar instrumental
u otro tipo de material. Los restos de plomo asociados a los hogares y al pequeño horno de herradura indican cierta actividad
metalúrgica, aunque fuera de carácter doméstico.
El sector 2, la gran plataforma de la loma, constituiría la
parte principal del hábitat. Cierto es que pese a la extensión considerable de superficie excavada la mayoría de estructuras halladas forman parte de equipamientos auxiliares (alacena, horno,
cubeta, cisterna, etc.), de ahí que la apariencia inicial sea también de una zona de trabajo. No obstante, la multitud de tramos
de muros con la misma orientación cuya relación planimétrica
resta por determinar quizás pertenezcan a una posible construcción, correspondiente a la primera fase de ocupación, que
constituiría el edificio principal del asentamiento y cuya conser51
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Fig. 53. 1. Casa de la Cabeza. Vista de las estructuras orientales del sector 2. 2. Horno islámico. 3. Tinaja completa dentro de 2007.
4. Fosa o cisterna 2051 (excavación incompleta).
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Fig. 54. Casa de la Cabeza. Planimetría del sector 2.
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vación ha sido peor, en gran parte debido a la construcción del
horno islámico un milenio después. La riqueza del material recogido en el sector 2 (porcentaje muy elevado de importaciones,
monedas, piezas decoradas, etc.) también apunta a la existencia
de un asentamiento estable en esta área.
Cabe determinar el carácter y funcionalidad de la cubeta de
cal, así como su relación (si la tuviere) con los enlosados y la
posible cisterna, ya que son estructuras que nos pueden indicar
las actividades que se llevaron a cabo (transformación de algún
alimento, elaboración de algún producto, etc). El hecho de que
se trate de una sóla cuba, juntamente con la relación directa con
el agua (cisterna), parecen apuntar más hacia una producción
olearia, dadas las estructuras semejantes halladas en otros yacimientos del Mediterráneo (Puig et al., 2004).
El cronista de Requena, Rafael Bernabéu, apuntaba el hallazgo de un antiguo martinete romano en Campo Arcís (Bernabéu, 1989: 17), dato que quizá está haciendo referencia al
descubrimiento de algún contrapeso de almazara, pieza determinante en la identificación de estas estructuras. La cronología aportada lógicamente podía ser errónea y su ubicación en
la Casa de la Cabeza no deja de ser una posibilidad más. La
abundancia en el asentamiento de ánforas de vino importado
también puede hacer pensar que el abastecimiento de este producto estaría garantizado, por lo que se debería cubrir el déficit
de aceite con una producción propia. De una u otra forma, deberemos esperar a datos y paralelos más fiables para plantear
nada de forma más segura.
Los materiales obtenidos en las tres campañas de excavación ya han sido lavados, clasificados, inventariados y dibujadas aquellas piezas más interesantes por su forma5, tipología,
decoración o grado de conservación. Actualmente conforman
un total de diez cajas de material arqueológico depositadas en
el MPV. Una vez realizada esta labor nos encontramos en plena
fase de análisis de los mismos, por tal de abordar de una manera más profunda cuestiones de espacios, variedades tipológicas,
secuencia de recepción de importaciones, paralelos con otros
yacimientos, etc. No obstante, estamos en condiciones de adelantar una serie de aspectos de cara a un conocimiento preliminar de su registro material.
Tal y ya hemos apuntado, la Casa de la Cabeza, pese a tratarse de un pequeño asentamiento rural, tiene un volumen de
importaciones destacable, proveniente en su mayor parte de
ámbito itálico. Los fragmentos de ánforas vinarias vesubianas
Dressel 1, algunos de gran tamaño, son muy abundantes tanto
en superficie como en niveles arqueológicos de ambos sectores,
si bien el NMI es reducido porque apenas se han conservado
bordes y pivotes, siempre relacionados con la variante 1A (fig.
55.1 y 2, 57.1 y 2). Junto a ellos, en el sector 2, principalmente
dentro de la fosa / cisterna 2051, se han podido recoger contados
fragmentos de ánforas adriáticas precedentes de la Lamb. 2, así
como ánforas de Brindisi e informes de ánforas norteafricanas
que por cronología pertenecerían al tipo Mañá C2. Por el contrario, el barniz negro contemporáneo de estás producciones apenas está presente, con tan sólo tres fragmentos de Campaniense
A de los que no hemos podido determinar su forma. También se
5 Los dibujos fueron realizados a mano de manera colectiva, mientras que
su digitalización corrió a cargo de Adrián Pérez Reyes.
54
recuperó en el sector 1 un pequeño ungüentario y en el sector 2
un mortero itálico y dos cubiletes de paredes finas Mayet II. Todas estas importaciones serán integradas en el bloque siguiente
en el apartado de circulación de materiales y productos.
La Casa de la Cabeza en los próximos años tiene que ser un
referente en cuanto a conjuntos cerámicos indígenas del s. II
a.C., ya que se trata de una fase con apenas fósiles directores si
lo comparamos con momentos más antiguos. En líneas generales el conjunto cerámico está compuesto por tipos y formas ibéricos muy comunes, presentes desde los ss. VI-V a.C. y durante
todo el periodo ibérico. No faltan los característicos bordes moldurados, engrosados y pendientes en todo tipo de recipientes,
las bases cóncavas y anilladas, las decoraciones pintadas con
formas geométricas (círculos concéntricos, tejadillos, bandas y
filetes, etc.) y la diferenciación entre cerámica fina Clase A y las
cerámicas reductoras de cocina Clase B (Mata y Bonet, 1992).
No obstante, hemos separado una serie de tipos que, aunque
también aparecen en otros contextos más antiguos, su destacada
presencia en este yacimiento permiten defender su continuidad
o una mayor importancia durante el Ibérico Final.
A continuación apuntamos algunas de estas características, la mayoría de las cuales retomaremos en sus respectivos
apartados:
- En superficie se recogieron bordes moldurados de ánfora
(fig. 56.6). Del mismo modo, en el sector 1 apareció un
borde plano de ánfora, de clara transición hacia un dolium
(fig. 56.3).
- Presencia de bordes de lebetes de ala plana. Los lebetes
son más abundantes que las tinajas, mientras que las tinajillas sí que son de los tipos más frecuentes. Algunas tinajas cuentan con pitorro vertedor, una de ellas conservada
entera dentro de la UE 2007 (fig. 53.3).
- Los kalathoi en este yacimiento tienen una distribución desigual. En el sector 1 no se documentó ninguno, mientras que
en el sector 2 hay un NMI de 13, todos con ala plana (fig.
58.1 y 2) y cuatro de ellos a su vez con labio interior.
- Mayor abundancia de páteras que de platos y presencia
significativa de escudillas y cuencos.
- Total ausencia de fusayolas y pondera.
- Documentación de diversas imitaciones de formas clásicas, sobre todo de las formas Lamb. 36 (fig. 56.5, 58.5 y
59.6) y 55 (fig. 58.6 y 7) de Campaniense A.
- Uno de los campos más interesantes y en el que nos deberemos deterner más es el de las cerámicas de cocina. Ollas
y tapaderas presentan bordes y formas nada comunes (fig.
56.7 a 10 y 58.8 a 10), que en ocasiones están marcando
una transición hacia la típica cerámica de cocina romana.
- Presencia de bases altas tanto en recipientes cerrados
como abiertos.
- En ambos sectores se han recuperado fragmentos y piezas
con decoración compleja, en tres casos figurada (vid. fig.
192.5, 6 y 7) en el apartado correspondiente), propias de
este horizonte tardío de los ss. III-I a.C.
- Diversos oinochoes, olpes, botellas, caliciformes y ollas
aparecen con baquetones (fig. 55.8, 56.7 y 10, 58.8 y 59.7).
Su presencia en recipientes de vajilla de mesa pensamos
que puede relacionarse con cronologías finales, algo que
también se ha visto en el horno de La Maralaga (Lozano,
2004 y 2006).
[page-n-72]
0
5 cm
Fig. 55. Casa de la Cabeza. Materiales recogidos en superficie previa excavación.
55
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5 cm
0
Fig. 56. Casa de la Cabeza. Materiales del sector 1. Dos grupos de escalas (1-10 y 11-12).
56
5 cm
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5 cm
0
10 cm
Fig. 57. Casa de la Cabeza. Materiales del sector 2. Dos grupos de escalas (1-8 y 9).
57
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0
Fig. 58. Casa de la Cabeza. Materiales del sector 2.
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5 cm
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1
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3
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6
5
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8
9
Fig. 59. Casa de la Cabeza. Material arqueológico diverso.
59
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- Se han recuperado un total de tres fragmentos con engobe
rojo (vid. fig. 198) y uno con decoración imprensa (vid.
fig. 202.6), producciones propias del territorio de Kelin.
En el yacimiento existen algunos materiales que nos remiten a una cronología más antigua. No consideramos que
ello tenga por qué indicar una ocupación estable de la loma
durante el Ibérico Antiguo o Pleno, sino que se puede explicar mediante otras vías: bien por la proximidad al Cerro
de la Cabeza que generaría frecuenciaciones esporádicas del
lugar, bien por cuestiones de herencia en el caso de las cerámicas de más valor. En este sentido hemos recuperado dos
fragmentos de barniz negro ático del que poco podemos decir
más que su encuadre en los ss. V-IV a.C. (fig. 61.1), diversos
bordes de plato de ala ancha tipo Lloma de Manoll (Bonet
y Mata, 1997b: 36-37), alguna pieza bícroma y un borde de
ánfora cuya forma recuerda a las R. 1 fenicias (fig. 55.5). Del
mismo modo, superficialmente se recogieron dos fragmentos
de tegulae, uno de TSH y una olla de cocina romana que nos
indican usos y pasos esporádicos en momentos posteriores,
ya altoimperiales. En relación con la construcción del citado
horno tenemos un reducido elenco de piezas islámicas emirales, principalmente las citadas ollas de cocina “valencianas”
(Bazzana, 1986).
El yacimiento presenta una muestra de elementos metálicos6 superior a la de otros enclaves rurales de pequeña entidad excavados en el término de Requena como Rambla de
la Alcantarilla o El Zoquete. Destaca por encima de todo el
hallazgo de unas tenazas de herrero de unos 40 cm de longitud que trataremos posteriormente (vid. fig. 179). Junto a
ellas en hierro podemos destacar un extremo de herramienta
de gran tamaño acabada en punta, tipo pico u otra herramienta
para romper y extraer piedra (fig. 59.5); diversos clavos (fig.
59.4), varillas, láminas, parte del pie de una fíbula (fig. 59.2),
indeterminados y escorias de forja. De plomo sobresalen los
tres goterones de forma irregular, así como una laña de plomo
(fig. 59.3) y diversos indeterminados. Juntamente con un par
de objetos de bronce, los metales se completan con la muestra
monetaria compuesta por tres cuadrantes de Arse, dos ases de
Kili y un as de Castulo (vid. fig. 214), todas cecas ibéricas
(Torregrosa et al., 2012). En el proceso de excavación se han
podido documentar y, en ocasiones, recuperar abundantes adobes, fragmentos de arcilla de paredes y techos con improntas
de vegetación (fig. 59.8), trozos de molinos barquiformes y la
parte activa de un gran molino rotatorio (vid. fig. 184).
ha quedado reflejado en su propia toponimia como en otros tantos
ejemplos cercanos. No obstante, en los últimos años las transformaciones han sido más frecuentes pese a estar ya catalogado, lo
que ha sacado a la luz y destruido al mismo tiempo una gran cantidad de material constructivo, una acumulación impactante de
tegulae, imbrices, sillares, restos de opus spicatum, enlucidos con
pintura mural, dolia y material cerámico de todo tipo (fig. 60).
El profesor Juan Piqueras, vecino de Campo Arcís, nos llevó a
visitar el lugar y comprobamos cómo en algunos puntos se veían
manchas de coloración grisácea, seguramente correspondientes
a fosas o basureros, mientras que en otros había restos de opus
caementicium destrozado, seguramente muros que habían sido
cortados por la retroexcavadora. La pasividad de las autoridades
competentes está permitiendo que se pierda una información valiosísima de uno de los referentes en el poblamiento rural romano
del interior valenciano.
Se ha documentado cerámica ibérica, presente en un porcentaje muy reducido respecto al resto de materiales. Ello
nos plantea la problemática de si realmente el yacimiento
arranca en época ibérica final o si los materiales simplemente
presentan factura ibérica pero son de época imperial, dándose una continuidad en las pastas y en las técnicas de producción. En el 2010 pudimos recuperar dos lebetes ibéricos (fig.
61.2 y 3), uno prácticamente entero en su mitad superior y
en cuyo interior había restos orgánicos y malacofauna, de los
cuales recogimos una muestra. También se ha documentado
engobe rojo, lo que nos confirma la cronología final de esta
producción local. Por todo ello abogamos por un inicio de su
ocupación en el s. I a.C., con continuidad en las producciones
cerámicas comunes durante el siglo siguiente.
Los materiales datables como romanos imperiales son
muchos y muy diversos. De cerámica de cocina se han contabilizado siete ollas (fig. 62.4), una de ellas identificable con
la forma Vegas 1 por el borde vuelto hacia fuera (fig. 62.2)
(Vegas, 1964: 11), y tapaderas (fig. 62.3). De cerámica común hay dos botellas (fig. 62.5), un asa de jarra y un borde
de jarra del tipo B de Beltrán (1991, 194). Entre las sigillata,
la mayoría son hispánicas, pudiéndose diferenciar cuatro for-
Los Villares de Campo Arcís o de Los Duques (Requena)
17 ha (disp.)
s. I a.C. - IV d.C.
R.049
Es uno de los yacimientos más importantes de la comarca a todos
los niveles, algo que por desgracia ha quedado todavía más claro
tras una reciente transformación agrícola en 2010, que ha destruido gravemente uno de sus sectores. Próximo al caserío de Casas
Giménez, a medio camino entre Campo Arcís y Los Duques, los
vecinos de ambas aldeas desde siempre han conocido el hallazgo
de piezas cerámicas y material constructivo en el mismo, algo que
6 Durante las excavaciones se utilizó un detector de metales como instrumento de ayuda y control de hallazgos.
60
Fig. 60. Muestra de la destrucción ocasionada en Los Villares de
Campo Arcís tras la transformación de 2010.
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1
2
3
Fig. 61. Materiales iberorromanos de Los Villares de Campo Arcís.
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5 cm
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5
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Fig. 62. Materiales romanos de Los Villares de Campo Arcís.
61
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mas Drag. 37 (ibíd.: 131), dos de ellas decoradas, dos Drag.
15/17 (ibíd.: 127), una de buena calidad y otra de mala (fig.
62.1), y tres fragmentos informes. De sigillata sudgálica tan
sólo se ha recuperado un fragmento informe, siendo las sigillata africanas más comunes. En este sentido, se ha documentado una forma Hayes 6 de TSA A antigua (Serrano,
2005: 230-31), un informe de TSA A y una Hayes 50 de TSA
C, una forma tardía propia del s. III d.C. (ibíd.: 239).
El repertorio de cerámicas romanas se complementa con un
fragmento informe de cerámica de paredes finas, tres ánforas béticas indeterminadas, un borde de Dressel 2-4 de pequeño tamaño
a modo de anforisco (fig. 62.7) y un borde de dolium (fig. 61.1).
Por último, queda un elemento indeterminado de pequeño tamaño (fig. 62.6) y un par de objetos metálicos. En el catálogo del
Museo de Requena se cita una tubería de plomo procedente de
este yacimiento (Aparicio y Latorre, 1975: 37).
pero consideramos que posiblemente sean bancales en vez de
muros antiguos. Se han documentado un fragmento de TSH,
uno de TSA y otro de cerámica común romana.
Casa del Tesorillo / Los Apedreaos (Requena)
1,6 ha (disp.)
ss. II a.C. - III d.C.
R.067
Yacimiento ibérico pleno y romano altoimperial que podríamos
incluir dentro de la misma realidad que Los Villares de Campo
Arcís, dada su proximidad con él. Existen estructuras visibles,
Ubicado en el extremo septentrional del llano de Campo Arcís, sin duda
es el yacimiento referido por E. Herrero (1891: 21-22) como “ejemplo
del grado de perfección que alcanzaron los romanos es el edificio levantado en torno a Campo Arcís, cerca de la actual Casa de la Tejería”,
caserío este último pegado a la Casa del Tesorillo. Incluimos dentro de
la misma realidad a los yacimientos fichados en la DGPA como la Casa
del Tesorillo y Los Apedreaos, muy próximos entre sí. Pese a que en
ambas fichas se destaca la profusión de hallazgos cerámicos y constructivos, en nuestra reciente prospección no hemos localizado alrededor
del caserío más que tegulae, imbrices, dolia y algo de cerámica común
ibérica y romana, todo ello con entremezclado con material más moderno. Por ello consideramos que el verdadero núcleo se ubica en Los
Apedreaos, siendo la Casa del Tesorillo un espacio relacionado .
Se habla de presencia de sigillata hispánica, clara A y estucos
rojizos. Lo más destacable, por encima de todo, es el fragmento
de lápida de caliza con una roseta de seis hojas enmarcada en una
circunferencia y un campo epigráfico ilegible, depositado en el
Museo de Requena (vid. fig. 239.7). Todavía en el interior del patio abandonado pudimos localizar, gracias a las indicaciones de
Juan Piqueras, un par de basamentos de columna (fig. 63 y 64).
Además, su propio topónimo también está indicando el hallazgo
en siglos pasados de monedas u otros objetos valiosos, seguramente localizados en el momento de construcción del caserío por
ubicarse éste encima del asentamiento pretérito, tal y como es
común en otros yacimientos de la comarca.
Fig. 63. Basamento de columna en el patio de Casa del Tesorillo.
Fig. 64. Basamento de columna en el patio de Casa del Tesorillo.
Casa de la Vereda (Requena)
1,4 ha (disp.)
ss. IV/III a.C. - I/II d.C.
R.065
Material escaso y disperso alrededor del caserío del mismo nombre, en las proximidades de Campo Arcís. Tiene sigillata hispánica (dos fragmentos) y en la ficha de la DGPA también se habla de
barniz negro campaniense y kalathoi.
El Balsón (Requena)
0,95 ha (disp.)
62
ss. IV-III a.C. y I/II d.C.
R.066
[page-n-80]
Puntal del Moro (Requena)
2,8 ha (disp.)
1,2 ha (conc.)
ss. VI a.C. y I/II d.C.
R.079
A unos 600 msnm, el yacimiento se ubica sobre una ladera
al pie de Los Alcores y cerca de la importante rambla de Los
Morenos, centro de producción vinícola durante el Ibérico
Pleno. En cambio, este yacimiento parece haberse ocupado
tanto antes como después del momento de auge en el valle,
pero no durante. En superficie existen restos de muretes e incluso posibles habitaciones de planta cuadrada o rectangular.
Las cerámicas romanas, que son las que aquí nos ocupan, se
concentran en el extremo Noreste, destacando TSH (tres fragmentos), común romana y tegulae.
Casa de las Cañadas (Requena)
0,4 ha (conc.)
ss. II - I a.C.
R.094
Yacimiento localizado tras la construcción de un camino, lo que
provocó la aparición de cerámicas y restos de muros en el propio
corte. El grueso del material es ibérico, más algún fragmento de
ánfora campana republicana y algún trozo de molino.
Lomas y cañadas de Los Pedrones y rambla
de la Fuen Vich
El Ardal (Requena)
1,8 ha (disp.)
0,25 ha (conc.)
con decoración vegetal y figurada, monedas, una botella de vidrio
y una estatuilla de bronce de la diosa romana Minerva (vid. fig.
243.8). Nosotros hemos contabilizado tres fragmentos de ánfora
campana, cinco de TSH, dos piezas de cerámica común romana
e informes ibéricos. De este yacimiento procede una inscripción
latina a la que nos referiremos posteriormente (vid. fig. 239.6).
ss. II a.C. - II/III d.C.
R.078
A pesar de tratarse de un yacimiento conocido a nivel bibliográfico (Martínez Valle, 1995a), nuestra prospección tan sólo pudo
localizar escaso material alrededor de la loma, diferenciando una
pequeña concentración al Noreste de unas 0,25 ha. Por esas referencias sabemos que en el yacimiento apareció material ibérico
El Sureste de la comarca en la actualidad es un área secundaria a nivel poblacional y parece que esta característica era
compartida en época ibérica y romana. Constituye la transición geográfica entre la Meseta de Requena-Utiel y la depresión del Valle de Cofrentes-Ayora y buena parte de la misma
está salpicada por las estribaciones occidentales de Sierra
Martés (fig. 65 y lám. II.2). El paisaje es de lomas y cañadas,
Fig. 65. Mapa de los llanos y cañadas de Los Pedrones y la rambla de la Fuen Vich.
63
[page-n-81]
cultivos de secano y amplias áreas forestales. La rambla de la
Fuen Vich, de curso Suroeste-Noreste hasta verter sus aguas
ocasionales en el río Magro, parece que era el eje articulador
de la zona en la Antigüedad En cambio, actualmente el elemento más importante es la N-330 o “Carretera de Almansa”,
conectada con la cual están las aldeas poco pobladas de Los
Pedrones, Casas de Soto y la Fuen Vich, junto con un elevado número de caseríos semiabandonados. Se trata de una
zona muy rica en fuentes, algunas como la de Hórtola que
abastece a diversas aldeas de su alrededor. Al mismo tiempo,
en la depresión hacia el Cabriel el terreno presenta margas
y yesos del Keuper con abundantes intrusiones de sales, lo
que genera salinas, algunas de ellas explotadas desde la Edad
Media si no antes.
Los Villarejos o Los Moros (Requena)
1 ha (disp.)
ss. VI a.C. - II/III d.C.
R.035
Existen noticias orales del hallazgo de restos humanos, así
como objetos de oro, a comienzos del siglo XX en este paraje
próximo al Barrio de Arriba de la Fuen Vich. Precisamente es
conocido por los lugareños como “Los Moros”, por el hallazgo
de dichos huesos y por la presencia de una serie de elevaciones
y hundimientos bastante extraños a un lado del camino (fig.
66). Nuestras repetidas visitas y prospecciones nos han permitido comprobar que se trata de un yacimiento complejo, con
una distribución y materiales un tanto inusuales. La dispersión
de cerámica es amplísima, pero sin alcanzar en ningún punto
una densidad relevante. No obstante, ésta da una amplísima
cronología (ss. VI a.C. - I/II d.C.), de forma pareja al cercano
yacimiento de Fuen Vich. A su vez, en recientes prospecciones pudimos comprobar la presencia de objetos valiosos con el
hallazgo superficial de una fusayola decorada y un pendiente
de oro, éste último en una zona de torrenteras, llevado aguas
abajo por su poco peso (Quixal, 2008: 111-12). En la parte
superior, en una zona aterrazada seguramente en los ss. XVIIIXIX, aparecen restos de muretes que podrían ser también antiguos. Todos estos datos nos llevan a plantear que en la zona
existiría una necrópolis, sin negar también un posible carácter
Fig. 66. Elevaciones anómalas en Los Villarejos, próximas a la
zona de aparición de restos.
64
Fig. 67. Materiales de Los Villarejos.
de hábitat, tal y como marcan el resto de materiales. Lo que es
evidente es que su evolución va de la mano del asentamiento
de Fuen Vich, si bien Los Villarejos en época romana tan sólo
muestra una ocupación residual.
Del yacimiento proceden escasos materiales correspondientes
a la época que nos ocupa. Como ibéricos finales podemos clasificar un asa y un fragmento informe de ánfora campana republicana y un pequeño fragmento ibérico con decoración compleja (vid.
fig. 192.11). De época imperial tenemos dos bordes de dolia (uno
de gran tamaño y otro pequeño) (fig. 67.1 y 3), un asa de ánfora
Dressel 2-4, un fragmento de TSI, un borde de TSH decordada
de la forma Drag. 37 (Beltrán, 1991: 131) (fig. 67.2), una base
de TSH de la forma Drag. 15/17 (Beltrán, 1991: 127) y una base
indeterminada de TSH.
Fuen Vich o Juan Vich (Requena)
1,5 ha (disp.) /
0,45 ha (conc.)
ss. VI a.C. - II/III d.C.
R.080
Yacimiento iberorromano en las proximidades de la Fuen Vich,
atravesado justo por en medio por la carretera que conecta esta
aldea con Los Pedrones. A mediados de los años 70 los investigadores del SIP Aparicio y San Valero visitaron el lugar por la
noticia del hallazgo de materiales (Aparicio y San Valero, 1977).
Actualmente el material se encuentra disperso por una serie de
bancales a ambos lados de dicha carretera, si bien la concentración es mayor en el inferior, sobre todo después de épocas de
labranza. Algunos de los material constructivos antiguos forman
Fig. 68. Fuen Vich. Sillar reutilizado en una horma.
[page-n-82]
29 de TSG, una de las formas más exportada de esta producción
y que se puede encuadrar en la los primeros dos tercios del s. I
d.C. (Roca, 2005: 119), así como una Hayes 22 de TSA A antigua (Serrano, 2005: 233) (fig. 70.4), datable en el s. II d.C., y
cuatro informes más de TSA A. Al mismo tiempo, también se
han recogido recipientes anfóricos, como una Dressel 2-4 y otra
indeterminada, más un dolium con borde moldurado (fig. 70.2)
y cerámicas de cocina como una tapadera y una olla (fig. 70.5).
El Carrascalejo (Requena)
8,9 ha (disp.)
Fig. 69. Fuen Vich. Restos de material constructivo de gran tamaño.
parte del bancal divisor, como son un par de sillares perfectamente escuadrados (fig. 68), así como un posible basamento de columna o elemento troncopiramidal indeterminado.
Pese a que no tiene un tamaño excesivamente grande, los materiales ofrecen una amplia diacronía y presentan algunos tipos
de calidad destacable. En este sentido se han documentado ánforas fenicias e itálicas, vajilla de mesa campaniense y sigillata, así
como kalathoi y un grafito ibérico barniz negro (Aranegui y Siles,
1978) (vid. fig. 237.2). El volumen de tegulae, imbrices y ladrillos, si bien no comparable a otros yacimientos como Los Villares
de Campo Arcís o La Calerilla, es bastante significativo (fig. 69).
Entre los materiales de cronología Ibérica Final podemos
citar un fragmento informe de ánfora campana republicana, un
borde pintado de ala plana de kalathos (fig. 70.1) y una jarra de
cerámica común tipo B de Beltrán, con 2 baquetones en el borde
y rebaje interior para tapa, similar a las que en Caesaraugusta
aparecen en época republicana (fig. 70.3). Por su parte, el corpus de materiales romanos es más extenso, con un grupo amplio de sigillata, con una base de TSI, dos ejemplares de Drag.
15/17 de TSH (Beltrán, 1991: 127) y cinco informes de TSH
(uno de ellos decorado). Por otro lado, destacamos una Drag.
ss. II/I a.C. - II d.C.
R.082
Amplia dispersión de materiales entre los caseríos de Casas del
Carrascalejo y Casas de Pedrón, en una zona que debe su nombre
a la abundancia de carrascas, algunas de gran tamaño. El terreno, en mayor parte dedicado al cultivo del cereal, no presenta en
ningún punto posibles restos constructivos, si bien algunas de las
piedras utilizadas en las hormas de separación de campos pueden
proceder del asentamiento antiguo. En nuestra visita al lugar en
2010 no localizamos apenas materiales cerámicos como sí se documentaron en el 1996 por el grupo dirigido por C. Mata, concretamente un kalathos de ala plana y fragmentos informes de ánfora
campana republicana y sigillata.
Hórtola (Requena)
Indeterminado
ss. I - II d. C.
R.XIII
El yacimiento de Hórtola procede de la base de datos de la
DGPA. En ella se comenta el hallazgo de escasos restos cerámicos cuando se realizaron obras de ensanche de un camino
entre el caserío de Hórtola y el manantial, cerca de donde
estaba el famoso pino monumental que fue víctima de los
graves incendios que azotaron la zona en los años 90. Entre los materiales se cita el hallazgo de sigillata hispánica y
sudgálica, cerámica tosca de cocina, un fragmento de hebilla
de bronce y una piedra de molino circular con agujero central. En nuestra visita en 2010, momento en el que la zona se
hallaba en pleno proceso de reforestación, tan sólo pudimos
localizar un fragmento de olla de cocina romana y una bote-
Fig. 70. Materiales
de Fuen Vich.
65
[page-n-83]
Fig. 71. Material de Hórtola.
lla ibérica con baquetón que recuerda a algunas formas de la
Casa de la Cabeza (fig. 71). Independientemente, la ubicación
en ladera y las descripciones dadas anteriormente nos hacen
pensar que el yacimiento debe de tener poca entidad, considerándolo una simple ocupación esporádica, quizás explicable
por la proximidad del manantial.
La Albosa
La Albosa es una de las subunidades de la Meseta de RequenaUtiel que geográficamente se puede definir con mayor facilidad
(Piqueras, 1997: 147-52; Argilés y Sáez, 2008). El eje principal
es el trazado de la propia rambla de La Albosa (fig. 72 y lám.
Fig. 72. Mapa de la Albosa.
66
II.3), a la cual van a parar de forma perpendicular otras ramblas
secundarias como la de Bullana, la del Boquerón, La Alcantarilla o Los Morenos, desembocando finalmente en el río Cabriel.
Sus límites son la sierra de La Ceja al Norte, que crea el escalón
central de la comarca, y La Derrubiada al Sur, ya en transición
hacia la depresión del Cabriel, lo que configura un auténtico
valle de orientación Noroeste - Sureste. El paisaje de esta zona
es muy característico, con ramblas y torrentes de rápida formación, dada la facilidad erosiva de los suelos terciarios (arcillas
de color rojizo por la zona de Venta del Moro y margas y calizas
blanquecinas de origen lacustre por Los Isidros). Hoy en día es
un fenómeno geológico que se puede palpar hasta estacionalmente, sobre todo después de las épocas de lluvia, de ahí que
el paisaje hace 2.200 años fuera muy diferente, con un menor
encajonamiento de las ramblas (Quixal et al., 2012; Ruíz Pérez,
2012; Pérez Jordà et al., 2013). Otro punto interesante es la presencia de salinas, tanto las de Jaraguas como las de Los Isidros,
la primera de las cuales está asociada a materiales ibéricos y
pudo haber sido aprovechada ya desde ese momento.
A nivel administrativo actual, el área está dividida entre los
términos municipales de la Venta del Moro, principal núcleo,
y de Requena. Del primero dependen las aldeas de Jaraguas,
Casas del Rey, Casas de Moya, Casas de Pradas, Los Marcos
y Las Monjas, mientras que del segundo lo hacen Los Isidros,
Los Cojos, Penén de la Albosa y Los Sardineros.
[page-n-84]
Los Pedriches (Requena)
11 ha (disp.)
ss. II a.C. - I d.C.
Fuente de la Reina (Requena)
VM.006
Yacimiento muy interesante con material de abundancia media en una gran dispersión (fig. 73). Podemos diferenciar dos
zonas: en el lado Sur hay escaso material, todo ibérico. Por
otro lado, en el Norte hay material constructivo romano (tegulae e imbrices), dolia, y cerámicas ibéricas e itálicas. En la
parte alta de la ladera, cerca de la aldea, hay alineaciones de
piedra con apariencia antigua. El topónimo de la aldea parece
provenir de las grandes piedras que hay al Sur de la misma,
pegadas al yacimiento.
El repertorio de materiales está formado por recipientes
ibéricos entre los que destaca un kalathos y un fragmento
informe con decoración geométrica compleja, ánforas campanas republicanas (dos informes y un borde de Dressel 1A)
(fig. 74.2), un ánfora romana imperial indeterminada, cuatro
fragmentos de TSH y un plato con ranura interior de TSA A
antigua Hayes 5 / Lamb. 18, datable entre finales del s. I d.C.
y la 1ª mitad del II. También proceden de este yacimiento dos
dolia, una de las cuales presenta un borde engrosado propio
del s. I d.C., siguiendo lo establecido en tipologías precedentes (Beltrán, 1991: 260-62) (fig. 74.1).
6,4 ha (disp.)
ss. IV - I a.C.
VM.008
Material escaso en una amplia extensión, si bien en nuestra
prospección del 2009 localizamos menor cantidad de material
que en anteriores visitas. De aquí procede un molino propiedad
de Roberto Fuentes García, vecino de la Venta del Moro.
Casa Sevilluela / Tesorillo de la Venta del Moro (V. Moro)
4 ha (disp.)
s. V a.C. - I d.C.
VM.019
Gran dispersión de material a ambos lados del camino asfaltado
que lleva a dicho caserío, dentro de la cual se pueden diferenciar
algunos puntos de mayor concentración. Entre los materiales se
recogieron pondera, un dolium de labio horizontal y casi plano
propio del s. I a.C. (Beltrán, 1991: 260-62) (fig. 75), engobe
rojo y sigillata (un fragmento). No se aprecian estructuras en
superficie. Hay también escorias de hierro y restos de adobes.
Fig. 75. Dolium de la Casa Sevilluela.
Las Zorras (Requena)
5,6 ha (disp.)
ss. VI a.C.; II - I d.C. y III - V d.C.
R.025
Este yacimiento toma el nombre del barranco que lo atraviesa. Encontramos material a ambos lados: al Oeste cerámica
ibérica y ánfora campana, mientras que al Este, junto a la
carretera, de nuevo cerámica ibérica y restos de estructuras
en superficie, concretamente un departamento de 2,10 x 3,6
m (fig. 76). Entre los materiales identificables tenemos un
borde de Dressel 1A y otro de TS Lucente. La secuencia cronológica que podemos determinar es un tanto extraña, ya que
tenemos materiales del Ibérico Antiguo, Final y Bajo Imperio
Romano, sin poder conocer si la ocupación fue continua o
con hiatos intermedios.
Fig. 73. Vista de Los Pedriches.
Fig. 74. Materiales de Los Pedriches.
Fig. 76. Estructuras visibles en Las Zorras.
67
[page-n-85]
Los Olmillos (Requena)
0,5 ha (disp.)
ss. V a.C. y II a.C. - I/II d.C.
R.068
Material escaso en una reducida superficie, pero con una larga secuencia de ocupación. Este yacimiento se corresponde
con Los Isidros I de la base de datos de la DGPA, del que se
dice que fue localizado tras una serie de transformaciones en
unos campos, apareciendo cerámicas y huesos asociados a
manchas de ceniza de unos dos metros de diámetro, de forma
semejante al caso de Los Villares de Campo Arcís. Entre los
materiales documentados podemos destacar una olla y una
cazuela de cerámica de cocina romana, dos fragmentos de
TSH y otro de ánfora itálica republicana.
Muela de Arriba (Requena)
1,6 ha (conc.)
ss. V - II a.C.
R.070
La Muela de Arriba es un poblado fortificado de importancia y el yacimiento insignia de La Albosa y prácticamente
de todo el Sur comarcal. Fue excavado por J. Aparicio entre
1976-77 y 1980-83 (Martínez García, 1991), siendo, un par
de décadas después, objeto monográfico de una tesina a fin
de revisar su estratigrafía y estudiar sus materiales, hasta entonces inéditos (Valor, 2003 y 2004). Este autor, pese a lo
mal documentadas que estaban las campañas de excavación,
consiguió diferenciar dos niveles en el yacimiento a partir de
los materiales arqueológicos:
- Nivel I: superficial, desde material ibérico a un fragmento
de sigillata clara A. No obstante, la ocupación en época
imperial sería residual.
- Nivel II: es al que pertenecen los niveles de ocupación
del poblado, distinguiéndose dos subfases: una entre la
segunda mitad del s. IV y finales del III a.C. datada por
las decoraciones ibéricas y la vajilla ática; y una segunda,
interesante para nuestro trabajo, entre finales del s. III y
primera mitad del II a.C., con las decoraciones típicas de
este periodo tardío y Campanienses A medias.
En el reestudio de los restos constructivos conservados,
el autor diferencia dos viviendas de un mismo nivel de ocupación en el sector 1. En el sector 2, por el contrario, habla de
un conjunto de tres posibles casas, una de las cuales por diferente orientación podría pertenecer a un momento posterior.
En una de ellas se documentó un pavimento de tierra batida
en el centro de la misma. Por otro lado, el poblado parece
seguir el modelo de muralla de barrera (Bonet y Mata, 1991:
14), fortificando solamente la parte más accesible, puesto
que el resto del perímetro cuenta con suficientes defensas
0
68
naturales (Valor, 2003: 76-78). Además de con la muralla,
dicho lado se protege con una torre de planta cuadrangular de
la que tan sólo se conserva poca altura. Presenta un cuerpo
principal y un posible refuerzo exterior.
Entre los materiales se puede destacar un dominio de la
cerámica fina de mesa (42%) y recipientes domésticos (39%),
con muy poco peso de grandes contenedores (11%) y un ya
reducido número de los grupos V (5%), VI (2%) y IV (1%).
Las importaciones que nos interesan por la cronología final
son (ibíd.: 40-43):
- Un fragmento de ánfora púnico-ebusitana T-8.1.2 o T-8.1.3
de Ramón (1995).
- Un fragmento de ánfora Dressel 1.
- Una Campaniense A F. Lamb. 36 / Morel 1312.
- Una Campaniense A F. Lamb. 31 / Morel 2950.
- Una Campaniense A F. Lamb. 23 / Morel 1121.
Más también toda una serie de imitaciones ibéricas, con
la problemática de que es complicado precisar de qué siglo
son dádo el carácter compartido de esas formas por las vajillas
ática e itálica. Se han documentado una imitación de Lamb. 27
/ Morel 2820 decorada con barniz rojo de Kelin, dos de Lamb.
28 / Morel 2642, una de Lamb. 21 y, por último, una de Lamb.
5. Quizá los ejemplos más claros a nivel de cronología son dos
imitaciones ibéricas de la forma de paredes finas Mayet XV
(fig. 77.1). Estas piezas sirven para precisar la cronología y
su aparición hace dudar al autor de si se podría alargar hasta
finales del s. II a.C.
En relación con esta secuencia de ocupación, hay un escaso número de kalathoi, algo característico de todo el territorio
de Kelin. Los dos kalathoi hallados son de ala plana y uno
de ellos con arranque de cuerpo troncocónico (fig. 77.2). Por
su parte, entre las piezas decoradas se observa una presencia
de motivos geométricos complejos como las cabelleras, tejadillos, “ss” seriadas, rombos, volutas e incluso decoraciones
figuradas complejas que remiten a un estilo tardío de segunda
mitad del s. III – primera del II a.C. (Valor, 2003: 47). Los más
interesantes son un fragmento con una hoja de hiedra, otro con
un posible ojo y un último más dudoso con una flecha, que
como sabemos puede ser desde algo simplemente geométrico
a una esquematización vegetal (Mata et al., 2010). El conjunto
de materiales atribuibles al Ibérico Final se completa con una
serie de piezas de engobe rojo local, todas ellas de vajilla de
mesa y decoradas sobre todo por el exterior.
Por último, se han documentado escorias, una tobera y restos de fondos de horno que muestran la existencia de dos posibles hornos metalúrgicos. Los metales se complementan con
el hallazgo de un proyectil de honda de plomo.
5 cm
Fig. 77. Materiales de la Muela de Arriba
(según Valor, 2003 y 2004).
[page-n-86]
La Campamento (Requena)
0,5 ha (disp.)
s. V a.C. y I/II d.C
R.071
Material escaso y disperso a ambos lados de la carretera, más
frecuente en aquellos campos que se encontraban yermos en
el momento de la visita. Se recogió un fragmento de ánfora
imperial indeterminada.
Casa del Morte (Requena)
4 ha (disp.)
0,06 ha (conc.)
ss. II - I a.C.
R.075
Material cerámico concentrado en un campo de viñas en la
cima de una suave loma. Datado como final por la presencia
de material itálico republicano.
Casa de la Alcantarilla (Requena)
12,5 ha (disp.)
1,5 ha (conc.)
ss. VI a.C. - I d.C.
R.100
Importante dispersión de material alrededor de la casa con
el mismo nombre, en la cabecera de la rambla de La Alcantarilla (fig. 78). En otros trabajos ya hemos expuesto nuestra
teoría de considerar este lugar el asentamiento principal del
poblamiento en la rambla, desde donde se capitalizaría la
producción de vino y aceite llevada a cabo durante el Ibérico
Pleno en los lagares y almazaras excavados en piedra de la
Rambla de la Alcantarilla, Solana de las Carbonerillas, Rincón de Herreros y Solana de Cantos 2 (Quixal et al., 2012;
Pérez Jordà et al., 2013). No obstante, pese a que la producción desaparece en el s. II a.C., la ocupación del paraje parece continuar hasta entrado el Alto Imperio, como atestigua la
presencia de material romano republicano e imperial.
En este sentido, se han documentado dos ánforas Dressel
1A, un fragmento informe de Campaniense A, dos informes
ibéricos con decoración compleja (vid. fig. 192.8 y 9), una
olla de cocina romana, una jarra de cerámica común romana,
un fragmento de TSH, cinco fragmentos de TSG, un fragmento de TSA y una posible ánfora africana imperial.
Tabla 3. Otros yacimientos de La Albosa.
Yacimiento
Cronología Descripción a partir de bibliografía
Sisternas
(R. XIV)
II - IV d.C.
Según la ficha de la DGPA, se trata
de una gran dispersión de material
alrededor del caserío de Sisternas,
con TSH, TSA, cerámica común y
de cocina. En el Museo de Requena
hay fragmentos de TSH procedentes
del mismo (Aparicio y Latorre 1975,
31). Cuando visitamos el lugar no
pudimos corroborar esta información,
ya que el número de fragmentos era
insignificante.
Fig. 78. Casa de la Alcantarilla.
69
[page-n-87]
Fig. 79. Mapa del valle del río Cabriel.
El valle del Cabriel
Se puede tomar como una unidad concreta todo el valle del
río Cabriel, que actua de límite meridional tanto de la comarca
actual como en el pasado del territorio de Kelin. No obstante,
somos conscientes de que en ningún momento debemos interpretarla como una unidad práctica a efectos de poblamiento,
simplemente agrupamos una serie de yacimientos con la característica común de estar ubicados en las riberas del río. El Cabriel entra en la Meseta de Requena Utiel por el Noroeste, en la
zona donde actualmente está el embalse de Contreras (fig. 79 y
lám. III.1), y desaparece por el Sur por Casas del Río. Actualmente todo constituye un parque natural, las Hoces del Cabriel,
con el paraje de Los Cuchillos como zona geológicamente más
espectacular. No obstante, a nivel arqueológico es importante
por dos motivos: su carácter de frontera y la presencia en él de
vados naturales. Pajazo, Vadocañas, Tamayo y Villatoya son los
tradicionales pasos, algunos de los cuales tienen asociados yacimientos arqueológicos (Quixal y Moreno, 2011).
observan muros prácticamente en superficie, así como la reutilización de sillares en la construcción de las mismas. El
material arqueológico es escaso: cerámicas ibéricas (fig. 81.2
y 3), dos pondera, dos fragmentos de ánfora campana republicana, cuatro de sigillata hispánica (entre otras, una forma
Drag. 15/17) y un dolium (fig. 81.1).
Vadocañas (Iniesta, Cuenca)
0,15 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
CU.005
Yacimiento próximo a uno de los vados y puentes más importantes del Cabriel, ubicado en la orilla perteneciente a
Castilla-La Mancha (fig. 80). Cerca de las Casas del Can se
70
Fig. 80. Vista del yacimiento de Vadocañas.
[page-n-88]
0
5 cm
Fig. 81. Materiales de Vadocañas, El Periquete
y Casas de Caballero.
La sierra de El Moluengo / Villargordo
El Periquete (Requena)
1 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
R.015
Material concentrado en una ladera al Norte del río Cabriel, aparecido tras una reciente roturación que pudo afectar al yacimiento. Material ibérico como un kalathos de ala plana (fig. 81.4),
romano republicano con ánfora campana e imperial con sigillata.
Se recogió también un fragmento de dolium.
Casas de Caballero (Requena)
0,15 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
R.021
Material escaso y disperso en una ladera al Este de la rambla de
Caballero, en frente del caserío con el mismo nombre. Destaca
el hallazgo de un borde de dolium (fig. 81.5).
Aunque este sector en otros trabajos forma parte de la altiplanicie
de Camporrobles-Fuenterrobles, nosotros hemos decidido individualizarlo por presentar unas características comunes y diferentes
al resto del territorio más al Norte. En el entorno del actual pueblo
de Villargordo del Cabriel encontramos la rambla de Canalejas
como eje de erosión de un peculiar afloramiento triásico del Keuper formado por arcillas, margas y yesos, un terreno que permite
la explotación de salinas y yesares (Piqueras, 1997: 170).
La sierra de El Moluengo es el principal elemento montañoso y llega hasta el propio río Cabriel. No obstante, dentro
de ella podemos diferenciar la sierra de El Rubial, de orientación Noroeste-Sureste, que cierra uno de las vaguadas más
encajadas de toda la comarca, la también llamada cañada de El
Moluengo (fig. 82 y lám. III.2).
Fig. 82. Mapa de la sierra de El Moluengo.
71
[page-n-89]
El Moluengo (Villargordo del Cabriel)
25 ha (disp.)
ss. V a.C. - I/II d.C.
VC.002
Yacimiento en las proximidades del caserío con el mismo
nombre en medio de la cañada de El Moluengo. La abundancia de materiales es extraordinaria, muy superior a la de cualquier otro yacimiento en el llano, de ahí que hemos planteado
que pudiera tratarse de un horno alfarero que irremediablemente ha sido afectado por las labores agrícolas. Encontramos formas ibéricas de todo tipo, incluso grandes fragmentos, especialmente concentrados alrededor de la casa. Por
otro lado, el material más moderno, compuesto por tegulae
y otros elementos constructivos romanos, aparece en la parte
baja, no en la de mayor densidad. En nuestra reciente prospección no hemos localizado ningún fragmento de sigillata,
como sí se recogieron en la última década del siglo pasado.
Se constató que había cerámicas ibéricas formando parte de
los muros del caserío moderno.
La cronología de los materiales recogidos es amplia,
desde decoraciones bícromas del s. V a.C. hasta los citados
fragmentos de sigillata. Destaca el hallazgo de pondera, defectos de cocción, decoración vegetal, cerámicas con decoración impresa y engobe rojo. Para la cronología que nos ocupa
tan sólo contamos con dos bordes de ala plana de kalathos,
dos fragmentos de ánfora campana republicana, una Drag. 27
de TSH (Fernández y Ruíz, 2005: 159) y otro informe de la
misma producción, un borde de ánfora bética imperial y un
informe de ánfora púnico-ebusitana encuadrable entre los ss.
IV-I a.C. Se han contabilizado tres bordes moldurados de ánfora, algo que nos lleva a platear, en relación con su hallazgo
en otros yacimientos de cronología similar, que pueda tratarse de un tipo de producción tardía, quizás hasta realizada en
el propio Moluengo (fig. 83.3 y 4).
Camino de la Casa Zapata (Villargordo del Cabriel)
11,5 ha (disp.)
ss. VI a.C. - III d.C.
Existe una marcada diferencia en la ubicación de este yacimiento
entre lo que aparece registrado en la base de datos de la DGPA,
un punto más próximo al caserío, de donde nuestro proyecto localizó el material, a lo largo del camino de acceso. En el futuro
se debería determinar mediante una microprospección si se trata
del mismo yacimiento o si estamos ante dos concentraciones de
diferente cronología.
Entre los materiales de época romana, el autor de la ficha de
la DGPA cita TS Marmorata, TSG, TSH, TSA y cerámica común romana. A su vez, en 1995 el equipo de C. Mata recogió dos
fragmentos de cerámica común romana, un fragmento de ánfora y otro de mortero itálico republicano, dos opercula romanos,
un fragmento de TSH, otro de TSG y, por último, un fragmento
de ánfora Dressel 7/11. En publicaciones anteriores (Pingarrón,
1981: 351-353) se menciona el hallazgo de tres fragmentos de
TSG (uno de ellos una marmorata de la forma Drag. 15/17), seis
de TSH (una Drag. 15/17 y dos Drag. 37), dos de TSA A y presencia de cerámica común y de cocina.
0
Fig. 83. Materiales de El Moluengo localizados en el 2009.
72
VC.008
5 cm
[page-n-90]
Fig. 84. Mapa del campo de Utiel.
El campo y llano de Utiel / rambla de La Torre
Estamos delante de una de las zonas de suelos más ricos de
toda la comarca, gracias a la fértil ribera que crea la rambla
de La Torre (fig. 84 y lám. III.3). Ésta a la altura de la población de Utiel desemboca en el río Madre, que juntamente
con el río de Viñuelas y el agua procedente de las fuentes de
Cristal y de la Alberca forman el río Magro (Piqueras, 1997:
186). El poblamiento actual en esta zona está claramente capitalizado por la localidad de Utiel, de unos 10.000 habitantes, de la cual dependen las aldeas de La Torre, Las Cuevas,
Los Corrales y Las Casas.
Las Casas (Utiel)
7,4 ha (disp.)
0,86 ha (conc.)
ss. III/II a.C. - I/II d.C.
U.002
En la prospección de 1998 se documentó una gran dispersión de
escaso material, exceptuando una zona de mayor concentración
de no llega a 1 ha. Entre los materiales romanos destacamos un
fragmento de cerámica de cocina, una base de paredes finas, un
fragmento de TSH y tegulae. A su vez, se recogió un fragmento de ánfora grecoitálica. En nuestra visita al sitio en 2010 no
localizamos apenas material arqueológico pese a encontrarnos
en las coordenadas. Independientemente, aunque recogimos
algunos fragmentos de factura ibérica, lo que no pudimos es
documentar nada datable como final. Dentro de este yacimiento se pueden agrupar diferentes registros de la DGPA, como el
Tesorillo de las Casas, Los Villares o La Hoya, ya que todos
describen una misma realidad.
Este yacimiento formaba parte del corpus de materiales estudiado por E. Pingarrón (1981: 341), de entre los cuales podemos destacar una Drag. 18 de TSG, dos fragmentos de TSH
(una Drag. 29 y una Drag. 37) y un fragmento de TSA D (Lamb.
52 – Hayes 58), más cerámica común, cocina y ánforas imperiales. Entre los materiales publicados por Montesinos, de este
yacimiento provienen una base de TSI, una Drag. 18 de TSG,
unas Drag. 30 y 37 de TSH, más dos informes de esta última
producción (Montesinos, 1993b: 17-19).
Fuente del Cristal (Utiel)
1,32 ha (disp.)
0,4 ha (conc.)
ss. I - III d.C.
U.007
Material abundante y, sobre todo, muy concentrado en torno a una
vieja caseta de motor. La mayor parte es material romano imperial, sobre todo material constructivo (tegulae, imbrices, etc.), así
como cerámica común romana, cocina y sigillata, éstas últimas
muy abundantes. De TSI se ha documentado una Ritt. 8 (Beltrán,
1991: 84). Por otro lado, de TSH tenemos un borde de Drag. 37
73
[page-n-91]
1
2
0
5 cm
Fig. 85. Materiales de la Fuente del Cristal.
decorada (ibíd.: 131) (fig. 85.1), más ocho fragmentos informes,
mientras que de TSA hay cinco informes indeterminados y una
forma Hayes 50 de TSA C (Serrano, 2005: 239) (fig. 85.2). Entre las cerámicas comunes hay dos bordes de jarra o botella y de
cerámica de cocina hay una olla y un asa extraña trigeminada.
También hay alguna cerámica de factura ibérica, aunque puede
provenir del cambio de Era.
Cañada del Campo II (Utiel)
0,76 ha (disp.)
ss. VI a.C. y I/II d.C.
U.012
Hay dos yacimientos con este nombre. El II, inventariado por
nuestro proyecto, es una pequeña concentración de materiales al
lado de la carretera, entre los que pudimos diferenciar fragmentos ibéricos sin cronología precisa y un borde de olla romana.
Según la ficha de la DGPA, J. M. Martínez localizó restos de cenizas y de urnas cinerarias ibéricas, que corresponderían a una
primera fase de ocupación en los ss. VI- V a.C.
Los Derramadores (Utiel)
4 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
U.018
Yacimiento romano imperial que cuenta con algo de material
ibérico. Destaca la presencia de TSH (un fragmento) y tegulae.
Molino de Enmedio (Utiel)
2,6 ha (disp.)
1 ha (conc.)
ss. I - IV d.C.
U.I
Yacimiento muy interesante recogido ya por J. M. Martínez
García. Aunque hemos recuperado algún fragmento de factura ibérica, la cronología principal del mismo es imperial. Hay
una gran cantidad de material constructivo cerámico, así como
restos de grandes bloques y piedras ubicados a ambos lados del
camino, algunos escuadrados o con formas más o menos definibles. Además, en la parte posterior del molino hay una gran
Fig. 86. Restos constructivos romanos en las inmediaciones del
Molino de Enmedio.
montaña de piedras procedentes de la construcción romana que
emergieron durante la construcción del mismo en el s. XVIII.
Posteriormente, al hacer el camino meridional aparecieron el
resto de bloques (fig. 86).
También cuenta con un destacado número de cerámicas
sigillata, común y cocina, así como alguna cerámica de factura
ibérica, como un lebes de borde moldurado (fig. 87.2). De
TSH se han documentado dos formas Drag. 37 (fig. 87.1), una
de las cuales por su decoración a dos frisos seguramente sea
tardía, de finales del s. II d.C. - III d.C. (Beltrán, 1991: 118119) Por su parte, hay una base de TSG y un plato o patina
de cerámica de cocina con borde reentrante (ibíd.: 201).
Destaca el hallazgo de una caracola marina en un yacimiento
tan al interior como éste (vid. fig. 163.2, capítulo de recursos
económicos).
La bibliografía de este yacimiento recoge un gran corpus
de materiales romanos (Pingarrón, 1981: 309-324; Montesinos, 1993b: 20): una Drag. 18 de TSG; 31 fragmentos de
TSH (una forma Drag. 29 y otra Drag. 44; dos formas Drag.
27 y tres formas de Drag. 15/17, Drag. 37 y Ritt. 8), cuatro
fragmentos de TSA A (una forma Lamb. 3 - Hayes 5), diez
fragmentos de TSA C (seis ejemplares de la forma Lamb. 40
- Hayes 50), diez fragmentos de TSA D (una forma de Lamb.
52 - Hayes 58, Lamb. 51 - Hayes 59, Lamb. 42 - Hayes 67,
Lamb. 55 - Hayes 61 y Hayes 82, y dos fragmentos de Lamb.
54 - Hayes 61), tres fragmentos de TS Lucente, monedas y
numerosos materiales cerámicos (ánforas, común, cocina,
etc.), constructivos (estucos de diversos colores y tubuli propios de termas, entre otros), vidrio, inscripciones latinas en
piedra y cerámica (vid. fig. 240.18 y 19) y una moneda bajoimperial.
La Solana (Utiel)
0
1
2
Fig. 87. Materiales del Molino de Enmedio.
74
5 cm
15 ha (disp.)
ss. V a.C. y II/I a.C. - IV/V d.C.
U.020
Yacimiento de gran extensión de superficie y cronología un
tanto problemática. La ficha de la DGPA lo describe como un
yacimiento únicamente romano al Norte del río Madre, sin
embargo, en nuestra reciente visita juntamente con algo de
material romano encontramos un destacable volumen de material ibérico o itálico republicano. En este sentido, recogimos
[page-n-92]
fragmentos ibéricos lisos y pintados, fragmentos de ánfora
itálica republicana, común romana, dolia, tegulae y hasta un
borde de olla ibérica de borde reforzado con escocia, propio
del s. V a.C. (Bonet y Mata, 1997b). E. Pingarrón interpretó
lo allí hallado como parte de un vicus junto al cual surgió un
denso poblamiento rural (1982: 256-365). Al mismo tiempo,
se localizaron en los años 50 y 60 del siglo pasado una serie
de enterramientos bajoimperiales, concretamente fosas excavadas en el suelo, cubiertas por grandes losas rectangulares de
piedra, en cuyo interior había restos óseos, clavos de hierro y
cerámica (González Villaescusa, 2001).
Los materiales inventariados en el trabajo de investigación de Pingarrón (1981: 329-341) son los siguientes: dos
fragmentos de TSG (uno de ellos una Drag. 35), 18 fragmentos de TSH (entre ellos una Drag. 27, una Ritt. 8, una Drag.
46 y una Drag. 37), 17 fragmentos de TSA A (una Lamb. 9
– Hayes 27, dos Lamb. 3 - Hayes 14, una Lamb. 10 - Hayes
23 y una Hayes 15), diez fragmentos de TSA C (dos formas
Lamb. 40 - Hayes 50) y 18 de TSA D (una Lamb. 52 – Hayes
58, una Lamb. 54 – Hayes 61, dos Lamb. 42 – Hayes 67, dos
Lamb. 51 – Hayes 59, una Hayes 70 y una Hayes 45), más
otras piezas de cerámica común, cocina, ánforas y material
constructivo (mármol, ladrillos romboidales, estuco pintado,
etc.). Montesinos, por su parte, recogió las formas Drag. 29
(2), 30 y 37 de TSG, más dos Drag. 37 decoradas de TSH
(Montesinos, 1993b: 20-21). De aquí proceden también una
inscripción latina (vid. fig. 239.15).
Otros yacimientos de cronología imperial más avanzada
En la base de datos de la DGPA y en la bibliografía también nos
hemos topado con una serie de yacimientos, generalmente de cronología altoimperial, que comparten la característica de ubicarse
en esta zona (Campo de Utiel) y de haber sido registrados a comienzos de los años 90 por J. M. Martínez García, constituyendo
al mismo tiempo parte de su tesis de licenciatura. Si bien algunos
de los anteriores sí que pudieron ser corroborados en su descripción (Molino de Enmedio, La Solana, Cañada del Campo, etc.),
otra larga lista han sido visitados y, o bien directamente no se han
localizado, o bien los datos no se corresponden con la descripción
publicada. A esto podemos achacar una degradación acelerada de
los mismos, pero el hecho de que la problemática sea compartida por un elevado número de sitios consideramos que se explica
mejor por inexactitud en las coordenadas, una exageración en las
descripciones o por una duplicidad de registros de yacimientos
en muchos casos. Por todo ello hemos decidido no considerarlos
en primera línea de este estudio a falta de posteriores revisiones
más detalladas, añadiéndolos al listado de “otros” conjuntamente con los yacimientos posteriores al 100 / 150 d.C. (tabla 4).
Tabla 4. Otros yacimientos del llano de Utiel.
Yacimiento
Cronología Descripción a partir de bibliografía
Los Carasoles (U.II)
I - III d.C.
Yacimiento en el llano de Las Casas, donde según la ficha de la DGPA a comienzos de los
80 aparecieron una serie de dolia colmatadas de tierra y dispuestas regularmente, siendo
destruidas al instante por la propia máquina excavadora. La dispersión de materiales (tegulae,
imbrices, TSH y cerámica común), sin embargo, continúa.
Casa de las Córdovas
(U.III)
I - IV d.C.
Este yacimiento se ubica próximo al Barrio de los Tunos y en él supuestamente hay abundante
material de construcción (sillares y sillarejos, tegulae, imbrices, ladrillos), así como cerámica
romana (TSH y comunes). Nuestra visita no localizó absolutamente nada.
Casa del Vicario (U.IV)
I - IV d.C.
Material romano (tegulae, sillares, dolia, TSH, TSA y cerámica común) en una gran extensión.
El Campanillo (U.V)
I - IV d.C.
Yacimiento próximo a la N-III sobre una pequeña elevación, cerca de otros yacimientos como
San Antonio de Cabañas o la Ermita de Santa Bárbara. Materiales como tegulae, imbrices y
cerámica común.
El Soborno (U.VI)
I - IV d.C.
En las afueras de Utiel, junto a la fábrica de El Soborno, aparecieron materiales arqueológicos
en los años 30 del siglo pasado, todos ellos actualmente desaparecidos. Pese a que en 1990 se
menciona que todavía se podían observar materiales de época romana en uno de los campos
cercanos (tegulae, ladrillos, dolia y cerámicas comunes), en nuestra visita no localizamos nada.
Ermita de Santa Bárbara
(U.VII)
I - IV d.C.
Alrededor de la antigua ermita de Santa Bárbara y la casa adosada a la misma parece que se
hallaron materiales arqueológicos hace un par de décadas (tegulae, dolia y cerámica común).
No obstante, el yacimiento realmente es conocido porque en dicha casa se colocó a finales del
siglo pasado una lápida romana aparecida en San Antonio de Cabañas (vid. fig. 256.14). No
pudimos corroborar la presencia de restos, en parte porque en la mitad de los campos se estaban
llevando a cabo labores agrícolas; no obstante, en los que prospectamos no localizamos nada.
Fuente de la Alberca
(U.VIII)
I - IV d.C.
Dicha fuente, junto con la del Cristal, son los dos puntos principales de abastecimiento de agua
de la zona, lo que a su vez se corresponde con dos yacimientos arqueológicos. Gran dispersión
de materiales semejante a casos anteriores (tegulae, dolia y cerámica común).
Cañada del Campo I
(U.IX)
II - IV d.C.
Zona que sufrió una profunda transformación agrícola en los 80, lo que conllevó la aparición
de material romano de importancia como fustes de columna, basamentos o sillares, todo
hoy desaparecido. Actualmente sólo constituye una concentración de restos cerámicos y
amontonamientos de piedra próximos al Molino de Enmedio.
75
[page-n-93]
Fig. 88. Mapa de la sierra de Utiel.
La sierra de Utiel
Se trata de dos alineaciones montañosas paralelas de orientación Noroeste - Sureste con un valle entre las dos, el de
Estenas, plagado de fuentes (fig. 88). La sierra más al Norte
es la de El Negrete, donde se encuentra el conocido Pico del
Remedio (1.250 msnm). Por su parte, la segunda cadena, la
sierra de Utiel, está compuesta por el Cabezo del Fraile, La
Mazorra (lám. IV.1), Las Cabezuelas y Juan Navarro.
vez también se cita ya la presencia del gran lienzo de muralla
ciclópea de unos 2 m de ancho que cierra la cima por su lado
Oeste (fig. 90). Ésta fue objeto de una limpieza por parte de J.
M. Martínez e I. Espí en el 2001.
En la primera terraza, subiendo a la cima por el lado Este, en
el 2004 se recogieron cerámicas a mano y se interpretaron como
caídas de arriba. Las importaciones adscribibles a los ss. II–I
a.C. son una forma Lamb. 27 de Campaniense A, una Lamb. 36
y una Lamb. 2-3 calenas, un cubilete de paredes finas Mayet I
La Mazorra (Utiel)
0,9 ha (conc.)
ss. IV - I a.C.
U.001
El cronista de Utiel, Miguel Ballesteros, ya habló del cerro
de la “Mazmorra” (“Mazorra” por deformación) y creía que
provenía del término árabe Almazora (Ballesteros, 1899: 11).
El yacimiento, en lo alto de un cerro cónico, fue explorado
por miembros del SIP de forma paralela a las excavaciones
de Kelin en 1959 (Pla Ballester, 1960: 223-224). Se describe
una ladera con diferentes alineaciones de piedras que podrían
ser antiguas defensas, así como restos de otros muros en la
cima. Lo más interesante es la descripción de una “hoyada
rellena de piedras derrumbadas”, lo que posiblemente haga
referencia a la cisterna colmatada de 5,9 x 2,7 m que fue parcialmente excavada a finales de siglo XX (fig. 89), la cual
según los autores conformaba un silo o depósito de sección
circular, cavado en el terreno y delimitado por muros de sillería (“estando el círculo de la boca inscrito en un rectángulo
mayor, formado por cuatro paredes también de sillería”). A su
76
Fig. 89. Cisterna de La Mazorra.
[page-n-94]
Fig. 90. Muralla de La Mazorra.
Fig. 92. Boquera del Tormillo. Muro descubierto tras la construcción
de un camino.
Fig. 91. Material de La Mazorra.
(fig. 91) y dos fragmentos de ánfora campana republicana.
Anteriores prospecciones indicaron la presencia de cerámicas
romanas, pero es algo que no hemos podido corroborar.
Fuente del Hontanar (Utiel)
0,1 ha (disp.)
s. II/I a.C. - I/II d.C
U.016
Dispersión de material asociada a unas estructuras imposibles
de determinar como antiguas sin una limpieza superficial.
Junto al material ibérico hay ánfora campana (dos fragmentos), TSH (un fragmento), TSG (un fragmento), una olla de
cocina romana, sílex y hasta cerámica islámica.
Boquera del Tormillo (Utiel)
1,5 ha (disp.)
ss. II a.C. - I d.C.
U.021
Escaso material disperso por un área boscosa a media ladera.
La mayoría son fragmentos ibéricos sin cronología precisa,
con alguna cerámica pintada, cerámica a mano y tegulae. Más
espectacular es la conservación de una serie de muros en un
corte en la ladera, alguno de los cuales formado por grandes
losas. Los restos se descubrieron al efectuarse la construcción
de un camino (fig. 92) y su conservación corre peligro si no se
toman las medidas oportunas.
77
[page-n-95]
Fig. 93. Mapa del llano de Caudete de las Fuentes.
El llano de Caudete de las Fuentes / vega del río Madre
Esta subunidad es una de las más fértiles de la comarca al estar
atravesada por el cauce del río Madre (posteriormente río Magro) (fig. 93 y lám. IV.2). Aunque los hemos individualizado,
los llanos de Fuenterrobles, Caudete y Utiel no dejan de ser
una continuidad más o menos regular a los pies de la sierra
de La Bicuerca, hito en el centro del territorio. Ésta delimita
el llano por el Norte, mientras que por el Sur lo cierran los
montes de La Atalaya. Además de por de la fértil vega generada por el río y la huerta que alberga, el área destaca por la
abundancia de fuentes, como las que completan el topónimo
de la localidad de Caudete (Fuente Grande, Fuente Chica, etc).
Éstas explican la continuidad en la ocupación del lugar desde el Bronce Final hasta la actualidad, exceptuando el hiato
de época romana. Aquí es donde encontramos la capital del
territorio ibérico, Kelin, pero también la ciudad islámica de
Qabdaq, actual pueblo de Caudete de las Fuentes. La localidad
fue aldea de Requena hasta la primera mitad del s. XIX y actualmente cuenta con unos 1.000 habitantes. Parece que el topónimo árabe es la adaptación del término latino Caput Aquae
(cabeza de agua o manantial), en relación a una mención en
época romana de la riqueza hidrológica de la zona (Piqueras,
1997: 187-199). Zona de agricultura de secano, algo de huerta
y ganadería estabulada.
San Antonio de Cabañas (Utiel)
2,5 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I d.C.
U.013
Material escaso y disperso que durante un tiempo fue conocido como el yacimiento de El Somero. En el resumen de
actividades del SIP de entre los años 1956-1960 se anota la
78
visita a una casa de campo denominada “Cabañas” en Utiel,
donde se guardaba una lápida romana a la que nos referiremos
posteriormente (fig. 259.14) (Pla Ballester, 1960: 16). En el
momento de su prospección se recogió un lebes ibérico tardío
semejante a otros del Camp del Túria, algo de cerámica común romana y también alguna pieza islámica.
Kelin / Los Villares (Caudete de las Fuentes)
10 ha (conc.)
ss. VII - I a.C.
CF.001
Como anteriormente ya hemos tratado las fases de ocupación
y entidad de este yacimiento durante en el Ibérico Pleno, aquí
únicamente nos referiremos a todo lo concerniente a la época
que nos ocupa, los ss. II-I a.C. Del mismo modo, sus materiales ibéricos finales también han sido trabajados en el capítulo
de caracterización cronocultural, de ahí que nos centraremos
sobre todo en las importaciones. A pesar del extenso número
de campañas de excavación en el yacimiento, niveles arqueológicos atribuibles a esta época tan sólo se localizaron en 1985
en el sondeo IV de la parte más septentrional y baja del yacimiento, muy cerca del río Madre, en el cual aparecieron un par
de muros paralelos de técnica semejante a los de la parte alta,
así como restos de derrumbe (Mata, 1991: 17).
Hace unos años llevamos a cabo una revisión de las importaciones itálicas de Kelin, sin duda foco de mayor cantidad de
toda la comarca. La motivación era introducir las novedades
bibliográficas y tipológicas sobre las producciones preferentemente de barniz negro, ya que la publicación de los mismos es
de 1991. Y es que buena parte de las cerámicas de importación
de Kelin, aparte de las áticas, son de cronología final, lo que
prueba la importancia de la ciudad después de la conquista,
pese a la carencia de niveles conocidos (ibíd.: 50).
[page-n-96]
En los niveles correspondientes al Ibérico Pleno, el barniz
negro del s. III a.C. es escaso y las Campanienses A son sólo
formas iniciales (finales del s. III / comienzos del II a.C.).
Las Campanienses A medias y tardías proceden todas de
prospecciones superficiales y el barniz negro caleno tan sólo
ha aparecido en un sondeo de la parte baja, próximo al río.
Las producciones de Campaniense A localizadas en niveles
arqueológicos son:
- Lamb. 49 / Morel 3311: Copa carenada con asas curvas y
pie. En Kelin tenemos un fragmento de lengüeta y una copa
entera. Morel (1981: vol. I, 257) la sitúa a comienzos del s.
II a.C. (Campaniense A Antigua).
- Lamb. 28a / Morel 2646: Copa completa poco profunda con
decoración en el fondo de cuatro palmetas radiales en disposición irregular y rodeadas de un círculo estriado. Aunque está
presente en casi todo el periodo, podemos encuadrarla por su
forma y por la presencia de palmetas y círculo de estrías en un
momento antiguo (finales s. III - principios II a.C.).
Por otro lado, entre los fragmentos podemos destacar un
borde y una base de la forma Lamb. 27 / Morel 2820, característica de todo el periodo (finales del s. III a.C. y continuidad
por todo el II a.C.). También tenemos un fragmento informe
de guttus de cuerpo liso y cabeza de león (Morel 8151), tipo al
que nos referiremos más adelante, y siete fragmentos informes
más. Por tanto, estamos ante un conjunto que se puede encuadrar preferentemente como Campaniense A Antigua de finales
del s. III – principios del II a.C. (Mata, 1991: 39), en relación
con la cronología de los niveles donde aparecen (s. III a.C.),
puesto que no están presentes todavía los tipos definidores de
la Campaniense A Media (mediados s. II a.C.).
Por el contrario, de las anteriormente llamadas cerámicas
Campanienses B, hoy consideradas mayoritariamente de procedencia calena, contextualizadas sólo tenemos un fragmento
informe procedente del sondeo en la parte baja del yacimiento,
juntamente a fragmentos de ánfora Dressel 1B.
Las piezas halladas sin estratigrafía proceden de prospecciones, hallazgos casuales o acciones clandestinas que generalmente han ido a parar al museo local. De Campaniense A tenemos:
- Lamb. 68 / Morel 3131: Se trata de tres copas de asas verticales geminadas unidas por una pequeña barra transversal
(fig. 94.7 y 8). Morel las sitúa en el segundo cuarto del s. II
a.C. (1981: vol. I, 249).
- Lamb. 36 / Morel 1310: Sólo se conserva un pequeño fragmento de borde de este tipo de plato, una de las formas
más típicas de cerámica Campaniense A y que tiene larga
perduración por todo el s. II a.C. e incluso la primera mitad
del I a.C.
- Lamb. 34 / Morel 2737: Forma de la Campaniense A Media
que se ha planteado que podría provenir de un taller local
(Bonet y Mata, 1989: 138). Estaríamos ante una imitación
en la cual el barniz es casi inexistente y en cuya base se
aprecia un grafito en ibérico (vid. fig. 238.12). En Ampurias tenemos ejemplares semejantes (Sanmartí, 1978: vol.
II, 642, nº 1246).
- Lamb. 6 / Morel 1443: Plato casi completo que se puede
datar en la segunda mitad del s. II a.C. por la presencia
de círculos incisos (fig. 94.10). Al igual que la anterior, es
una imitación de Campaniense A de una forma propia de
las cerámicas de las llamadas “Círculo de la B” o de Cales
(Sanmartí 1978: vol. I, 113). Morel documenta una forma
semejante en Ibiza y también la atribuye a una producción
de Campaniense A (Morel, 1981: vol. I, 114).
- Lamb. 5 / Morel 2255: Plato poco profundo de cronología tardía (segunda mitad s. II – comienzos I a.C.) por la
presencia de decoración de círculos incisos en su interior
(fig. 94.14). Es una forma calena imitada rápidamente por
la Campaniense A (Morel, 1981: vol. I, 154).
- Morel 8151 / Gutti de cuerpo liso y cabeza de león: Es una
de las formas más representadas (fig. 94.9 y 11), se han documentado fragmentos de ocho piezas de las cuales sólo una está
completa. Vasos cerrados de Campaniense A Antigua (finales
s. III - comienzos II a.C.) propios de Italia Central (Morel,
1981: vol. I, 423) que parecen ser contenedores de aceites.
Más otras formas indeterminadas atribuibles por sus características a este grupo de Campanienses A. Por el contrario,
tenemos otras producciones que en su día fueron interpretadas
como cerámicas del “Círculo de la B”, pero el presente reestudio permite situarlas dentro de las producciones calenas,
siguiendo los trabajos de Pedroni (1986, 1990 y 2001) y sobre
todo la revisión de las cerámicas calenas de Hispania de C.
Marín y A. Ribera (2001):
- Montagna Pasquinucci 127 / Morel 3121: Copa de asas verticales que tradicionalmente se pensaba que provenía de Etruria central (Morel, 1981: vol. I, 248), pero que actualmente
se integra dentro de las cerámicas calenas (fig. 94.13). Esta
forma presenta un horizonte cronológico muy amplio: todo
el s. II a.C. y el I hasta prácticamente el 40/20 a.C., aunque
recientes estudios han situado al ejemplar de Los Villares
dentro de la Cales Antigua, entre el 200 y el 130/120 a.C.
(Marín y Ribera, 2001: 258).
- Lamb. 8a / Morel 2554 o 2566: Dos fragmentos de borde
de cerámica de Cales Media (130-90/80 a.C.) (fig. 94.15).
Una de las piezas es muy parecida a la documentada por
Lamboglia (1952: 12) en Ampurias.
- Lamb. 5 / Morel 2255: Se conocen cinco fragmentos de borde y un ejemplar casi entero de este tipo de plato poco profundo de Cales (fig. 94.12). Lo podemos encontrar desde la
segunda mitad del s. II a.C. hasta el 40/20 a.C., aunque lo
debemos encuadrar dentro de las formas de la Cales Media.
Decoración de círculos incisos concéntricos enmarcando seis
círculos, también concéntricos, de estrías cortas y apretadas.
Existen además dos fragmentos de base que se interpretaron
como pertenecientes a las formas Lamb. 5 o 7 (Mata, 1991: 47),
aunque lo más probable es que sean también ejemplares de la
5. Decoración interior de tres bandas de estrías cortas y apretadas enmarcadas por dos círculos incisos, más circulillo en el
centro. Uno de ellos, cuya procedencia se ha discutido (ibíd.:
179), presenta un grafito de dos letras ibéricas en la base (vid.
fig. 238.14). En el Almacén Gandía de Ampurias tenemos una
pieza similar, también con un grafito de dos letras en la base
(Sanmartí, 1978: vol. I, 72).
Además de esto, tenemos un enócoe fragmentado que puede relacionarse con la forma 5765 de Morel. Inicialmente esta
forma era datada en el s. III a.C. y se le otorgaba un origen
etrusco (Morel, 1981: vol. I, 385-387); no obstante, la revisión
de Pedroni (2001) da a esta gama de jarros una procedencia
también calena y una datación generalmente como Cales Antigua (200-130/120 a.C.), semejante a la MP127.
79
[page-n-97]
0
20 cm
0
Fig. 94. Importaciones de Kelin durante el Ibérico Final (según Mata, 1991).
80
5 cm
[page-n-98]
Vemos, en resumen, cómo se trata de un material muy
fragmentado. También se conocen dos fragmentos de borde de
Lamb. 6 (fig. 94.2), un fragmento de base de Lamb. 1 y toda una
serie de formas indeterminadas. En relación con la cronología
general del poblado lo lógico es encuadrar todas estas importaciones dentro de las producciones de Cales Media (130-80 a.C.).
Fuera del estudio quedan las piezas halladas en la última década
de excavaciones, en proceso de estudio por la propia C. Mata.
Por su parte, del resto de importaciones cabe destacar:
- Producciones púnico-ebusitanas procedentes de talleres isleños que imitaban formas clásicas. Hay dos piezas de rojo
ibicenco, una escudilla Lamb. 26/27 de finales del s. III, principios del II a.C. (fig. 94.4), así como un borde de Lamb. 6.
- Lucerna F. Deneauve XIII (s. II a.C.) (Deneauve, 1969: 6163) (fig. 94.5).
- Cerámicas de paredes finas, cuatro cubiletes de la F. IIA de
Mayet (finales del s. II – principios del I a.C.) (Álvarez et al.,
2003) (fig. 94.6).
- Un total de 49 ánforas Dressel, una de las cuales prácticamente completa (fig. 94.1).
- Un mortero itálico (Vegas, 1973: 28 y 32; Bats, 1988: 16265) (fig. 94.3).
Fig. 95. Kelin. Imitación ibérica de guttus de la forma Morel
8180 (fotografía A. Moreno).
Uno de los grupos de cerámica ibérica que sí presenta un
buen número de piezas datables como finales es, lógicamente,
el de las imitaciones de formas clásicas (Grupo VI según Mata
y Bonet, 1992), ya que muchas siguen el modelo de la vajilla de
mesa itálica (Mata y Quixal, 2014). Mientras las copas y las cráteras son imitaciones del Ibérico Pleno, los platos generalmente
son formas más tardías. En Kelin se han documentado:
- Tres fragmentos de labio pendiente imitación de Lamb. 23
con decoración pintada. Uno procede del mismo sondeo que
la Dressel 1B y el informe caleno.
- Cinco imitaciones de Lamb. 36 decoradas, todas recogidas
en superficie como suele ser habitual en cerámicas de esta
cronología.
- Imitación de Lamb. 6 albergada en el Museo Municipal de
Buñol, con siete palmetas impresas que reproduce de forma
bastante fiel el original, de ahí que se crea que podría tratarse
de una producción de un taller especializado, diferenciándose
de las tradicionales imitaciones ibéricas (Bonet y Mata, 1988).
- Una imitación de la Lamb. 28 de Campaniense A Media.
- Guttus Morel 8180, del cual hay un ejemplar del Museo de
Caudete (fig. 95), más otras dos piezas.
- Una cerámica gris imitación de la Lamb. 3.
- Una imitación de la Lamb. 2.
- Una Lamb. 63 ibérica sin decoración.
Pero no sólo imitaciones ibéricas, también imitaciones ibicencas de formas clásicas, como una Lamb. 6 y una Lamb. 26/27,
más una serie de imitaciones indeterminadas como una Lamb. 3,
dos Lamb. 40 (una con decoración impresa y la otra en cerámica
gris) y dos imitaciones de gutti / vasos plásticos de pie desnudo
con engobe rojo de la forma Morel 9461-62 (fig. 96). Aparte hay
un fragmento de suela de zapato izquierdo en el Museo de Buñol.
Por último, añadir que en este yacimiento se ha documentado un
borde de ánfora ibérica con resalte interior típica del horno de La
Maralaga (Lozano, 2004: 90), así como también alguna sigillata,
sobre todo hispánica, de la parte baja del yacimiento, fruto de ocupaciones puntuales posteriores (Mata et al., 1999).
Fig. 96. Kelin. Imitación ibérica de guttus de la forma 9461-62.
La Atalaya (Caudete de las Fuentes)
3,6 ha (disp.)
ss. VII - I a.C.
CF.002
Este yacimiento ha sido tratado recientemente por nuestro equipo en una serie de publicaciones derivadas de congresos, de ahí
que remitamos a los mismos para un mejor conocimiento del
mismo (Vidal et al., 2004; Mata et al., 2009: 143-144; Mata et
al., 2012). Simplemente, a modo de resumen podemos decir que
es un yacimiento ya conocido en la primera mitad del siglo XX
(Gómez Serrano, 1931: 128) y que plantea la problemática de
cómo interpretar su ubicación, su funcionalidad y su carácter a
partir de las diferentes intervenciones arqueológicas que se han
desarrollado en él. Por su topónimo se podría considerar como
un yacimiento en altura con funciones de vigilancia y control.
No obstante, todos los trabajos realizados (prospecciones y sondeos derivados de la construcción de la A-3 y del AVE) indican
que el asentamiento estuvo emplazado a media ladera y pie81
[page-n-99]
Fig. 97. Mapa de situación de las diferentes actuaciones en La Atalaya.
demonte, a 150 m de Kelin, lo que cambia sustancialmente su
interpretación (fig. 97). Su diacronía, la presencia de estructuras
y la variedad de sus materiales nos ha llevado a proponer que
La Atalaya sería un conjunto disperso de estructuras de carácter
agrario o artesanal dependientes de Kelin. El grueso de los materiales pertenecen a las fases antigua y plena, únicamente pudiéndose datar como finales los fragmentos hallados de ánfora
campana y barniz negro caleno.
Caudete Norte (Caudete de las Fuentes)
20 ha (disp.)
ss. VII - I a.C.
CF.003
Yacimiento bastante semejante a La Atalaya, pero al Norte de
Kelin y de la actual población de Caudete de las Fuentes. Se
han englobado dentro de este nombre los antiguos yacimientos
de Escuela-Cementerio y Depósito-Vertedero, que hacían referencia a la gran dispersión de materiales repartidos por la orla
septentrional del río Madre y que no conocemos totalmente por
la presencia del propio pueblo. Ocupado desde las fases más
antiguas, es durante los ss. II-I a.C. cuando en uno de los puntos
82
(CFN 2) habrían estructuras más estables, tal y como podemos
deducir del importante conjunto hallado de vajilla y ánforas de
origen itálico (Mata et al., 2012).
Durante los últimos años se han realizado allí prácticas de
prospección con GPS del Máster de Arqueología de la Universitat
de València, lo que nos ha permitido recopilar abundante información y un extenso corpus de materiales. Se han recogido cinco
bordes de ánfora grecoitálica, un asa de ánfora de Brindisi, un
borde de ánfora gaditana T-9.1.2.1. (anteriormente conocida como
de “Campamentos Numantinos”), un ánfora púnica y un NMI de
seis ánforas campanienses republicanas (12 asas, dos pivotes y un
borde), más cuatro bordes de ánfora de transición entre las grecoitálicas y las Dressel 1A (Asensio, 2010: 35-36) (fig. 98). De vajilla
de mesa itálica destacamos dos ungüentarios, las formas Lamb.
31 / Morel 2950 y Lamb. 33 de Campaniense A y la Morel 1640
de barniz negro caleno. También numerosos elementos metálicos
y líticos. El material, en ocasiones un tanto inusual, apunta a que,
de haberse establecido en algún momento un campamento romano cerca de Kelin, posiblemente fuera en esta zona, aunque esta
cuestión la trataremos más adelante.
[page-n-100]
Fig. 98. Materiales de Caudete Norte.
Importante asentamiento iberorromano en las inmediaciones
del citado caserío (fig. 99). Ya la cartografía histórica de Caudete de las Fuentes recoge este topónimo como el de Doña
Ana, separado (García de Fuentes y García Ejarque, 1993)
(lám. VI). El yacimiento fue visitado por E. Pla en 1956 en
una escapada de las excavaciones que el SIP estaba llevando
a término en Kelin (Pla Ballester, 1960: 224). Es interesante
porque comenta el afloramiento de numerosos muretes y cerá-
mica ibérica, así como material romano (tegulae, imbrices, ladrillos romboidales, ánforas, terra sigillata, etc.). Por último,
también cita la existencia de restos de una posible canalización
de agua romana hecha de hormigón que según los vecinos provenía del Cerro del Telégrafo.
La cerámica y las tegulae aparecen a ambos lados de la carretera N-III y en algún punto hasta se pueden observar restos de
derrumbe in situ (fig. 100). Por lo tanto, es muy probable que la
construcción de la misma motivara la aparición de los mismos.
Recientemente fue revisitado porque unas obras lo habían destruido parcialmente de nuevo.
Existe la noticia del hallazgo en los años 30 del siglo pasado de un tejo o disco con decoración a molde por su entonces
propietario, Francisco Martínez y Martínez (Gómez Serrano,
1945). De 7,3 cm de diámetro y 1,3 de grosor, por una cara presentaba en relieve un toro con las patas dobladas en actitud de
descanso y rodeado de piñas, mientras que por la otra una cabra
en la misma posición, rodeada de frutos y hojas.
Se han documentado ollas de cocina romanas (dos ejemplares), ánforas republicanas e imperiales (tres bordes y dos fragmentos informes), cerámica común romana (seis ejemplares indeterminados), cerámica ibérica y TSH (ocho fragmentos). En
estudios anteriores se recogió la documentación de 19 fragmen-
Fig. 99. Vista de la Casa Doñana.
Fig. 100. Casa Doñana. Materiales en el corte de la cuneta.
Caudete Este (Caudete de las Fuentes)
12 ha (disp.)
ss. II a.C. - III/IV d.C.
CF.004
Dispersión de cerámica que podría interpretarse como continuidad hacia el Este de la corona que constituye Caudete Norte, aunque en este caso tan sólo con cronología ibérica final e imperial.
De aquí procede un fragmento informe, un pivote, un asa y dos
bordes de ánfora campana republicana, uno de los cuales claramente es de Dressel 1A; más aparte algunas piezas ibéricas, un
borde de olla y otro de mortero romanos, dos fragmentos de TSH
y uno de TSA D.
Casa Doñana (Caudete de las Fuentes)
3,8 ha (disp.)
ss. II a.C. - III/IV d.C.
CF.007
83
[page-n-101]
tos de TSH (dos de ellos formas Drag. 37), dos de TSA A, uno
de TSA C y tres de TSA D (uno de ellos de la forma Lamboglia
51 – Hayes 59) (Pingarrón, 1981: 275-78).
Rincón de Gregorio (Caudete de las Fuentes)
0,75 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
CF.010
de este yacimiento está compuesto por dos kalathoi de ala plana,
un fragmento con engobe rojo, una base de Campaniense A, un
borde de dolium, un borde de ánfora de salazón Dressel 7-11 de
la Baetica, dos fragmentos de ánfora imperial indeterminada, una
botella y una tinaja de cerámica común romana, cinco ollas romanas y dos formas Drag. 29 de TSH (Beltrán, 1991: 127).
Material escaso, entre el cual destaca por encima de todo el ánfora Dressel 1A casi completa donada por un vecino de Caudete
a la Colección Museográfica Luis García y Fuentes de la localidad (vid. fig. 190). También hay un fragmento de engobe rojo y
dos informes más de ánfora campana republicana.
Vallejo de los Ratones (Fuenterrobles)
0,5 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
F.008
Yacimiento desaparecido después de una actuación de salvamento por la construcción del AVE (Valcárcel, 2004). Entre los
materiales podemos destacar un fragmento de ánfora campana
republicana, fragmentos ibéricos pintados y lisos correspondientes a un ánfora ibérica, una tinaja, dos tinajillas, dos escudillas y una tapadera de cocina.
El llano de Fuenterrobles
Hoya Redonda II (Fuenterrobles)
5 ha (disp.)
0,15 ha (conc.)
ss. II a.C. - II d.C
F.014
Dentro de una gran dispersión de cerámicas (fig. 101), se pueden
diferenciar dos concentraciones de materiales: una con predominante material ibérico y otra con tegulae. El registro de materiales
Fig. 102. Mapa del llano de Fuenterrobles.
84
Fig. 101. Vista de Hoya Redonda II.
Misma unidad que el llano de Camporrobles, zona plana al Oeste de la sierra de La Bicuerca y atravesada por la cañada de Caudete (Piqueras, 1997: 169-173) (Fig. 102 y lám. IV.3). El llano
está salpicado por la sierra de La Presilla y el Cerro Pelado. La
llanura recoge el nombre de la localidad fuenterrobleña, habitada desde el s. XV y escindida del término de Requena en 1836.
[page-n-102]
Asentamiento fortificado en el cerro meridional de La Bicuerca
(fig. 103). Ya en la pionera obra de F. Almarche (1918) se menciona el hallazgo en Fuenterrobles de abundante cerámica ibérica,
así como la “pintada roja con las fajas y palmetas mezclada con
la romana” (sigillata), haciendo muy probablemente referencia a
este yacimiento. Pocos años antes F. Martínez (1911), propietario
de la Casa Doñana, había publicado un artículo en Lo Rat Penat
defendiendo la presencia de un campamento romano, en relación
con las fortificaciones del cerro (lám. VIII). En 1962, con motivo
de unas exploraciones espeleológicas en las grutas existentes en
su ladera se recogieron fragmentos cerámicos en la cima, tanto
ibéricos con como itálicos (Pla Ballester, 1966: 293).
Cuenta con un lienzo de muralla flanqueando el lado más accesible de la cima (Suroeste), mientras que en el resto basta con la
propia muela (llega a superar los 7 m de altura), en algunas partes
recrecida con muros de menor tamaño. También se puede observar una gran torre en el punto más elevado, estructura que cuenta
con alguno de sus lados regularizados, aunque el derrumbe y la
maleza impiden precisar su forma (vid. fig. 154.5). Es también
interesante la entrada al poblado, localizada en la ladera Noroeste,
que tiene 1 m de anchura y presenta carriladas muy profundas
(fig. 104). Por último, en la ladera Sureste es donde encontramos
la mayor densidad de materiales, justo en la zona donde parece
intuirse las plantas de algunos departamentos y donde, por tanto,
podría estar concentrado el hábitat (fig. 105).
El yacimiento ha sufrido la acción clandestina en los últimos
años; cuando lo visitamos pudimos ver numerosos agujeros de
expolio en muchas de sus partes, incluso desmontando parte de
la torre. En los años 80 se descubrieron materiales a sus pies en
la vertiente oriental, lo que seguramente formaba parte de la necrópolis de este poblado (Martínez García, 1988; Martínez Valle,
2001). Se trata de algunos útiles, fíbulas y una falcata damasquinada con decoración animal que trataremos más adelante.
Los materiales recogidos son muy abundantes dada la entidad del lugar. Contamos con ocho fragmentos de ánfora campana
republicana (una de las cuales identificada como Dressel 1A),
ocho Campanienses A (una de ellas un guttus rubefactado), dos
calenas (una de ellas una Lamb. 5), tres dolia, dos fragmentos de
engobe rojo local, un ánfora con resalte interior producida en el
horno de La Maralaga (Lozano, 2004: 89), cuatro kalathoi (dos
de ala plana, uno de borde moldurado y otro de ala plana con
baquetón) material lítico y metálico. En anteriores trabajos (Pingarrón, 1981: 268-69) se anotó la presencia de tres fragmentos de
sigillata hispánica (uno de los cuales un borde de Drag. 36), pero
el carácter aislado de este tipo de restos nos lleva a no extender
la cronología del yacimiento más allá del s. I a.C. Tiene también
dientes de hoz de sílex, elementos indeterminados y escorias.
Fig. 103. Vista del Cerro de la Peladilla.
Fig. 104. Cerro de la Peladilla. Entrada con restos de carriladas.
Cerro de la Peladilla (Fuenterrobles)
0,62 ha (conc.)
0
Bronce / ss. IV - I a.C.
100 m
F.001
Fig. 105. Croquis planimétrico del Cerro de la
Peladilla, con su vista aérea y sus estructuras.
85
[page-n-103]
La Mina (Fuenterrobles)
0,96 ha (disp.)
ss. II a.C. - I d.C.
F.003
Pequeña dispersión de escasos materiales alrededor de una mina
de agua al Norte de Fuenterrobles. La máxima concentración
se da en la ladera Sur, en el punto en que la loma se convierte en vaguada. En la prospección de 1998 se pudieron recoger
fragmentos de cerámica ibérica pintada, pastas grises, dos fragmentos de ánfora campana y uno de sigillata sudgálica. En el
2009 se localizó un fragmento de tegula y un par de informes de
cerámica de cocina. También pudimos observar la presencia de
cerámicas medievales, como es el caso de las conocidas producciones de verde-manganeso.
PUR-3 (Fuenterrobles)
0,57 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
F.005
Yacimiento poco significativo dado el reducido número de restos y el carácter disperso de los mismos. A finales del siglo pasado los campos en los que se ubicaba el yacimiento eran yermos,
mientras que en una reciente visita pudimos comprobar que en
el sitio se han plantado pinos. De aquí procede un fragmento de
ánfora campaniense republicana.
Covarrobles o Cuevarrobles (Fuenterrobles)
6,38 ha (disp.)
ss. II a.C. - I d.C.
F.006
Fig. 107. Materiales de Covarrobles.
Drag. 18, 29 y 37, más seis fragmentos informes. Las sigillata
sudgálicas están representadas en una forma Drag. 29 / 37
(Beltrán 1991, 109) y tres fragmentos informes, mientras que
también hay una Hayes 27 de TSA A, más dos fragmentos
de cocina africana. Tenemos dos bordes de cerámica de paredes finas, uno de los cuales se ha identificado como la forma
Mayet XXXIV (fig. 107.1), la conocida “cáscara de huevo”
que inicialmente se consideraba una producción gaditana y
posteriormente se ha visto que pudo ser producida en diversos
centros a la vez (Mínguez, 2005: 353). A su vez, se documentaron dos fragmentos de rojo-pompeyano, dos bases de cerámica común romana y dos ánforas imperiales, una de ellas
claramente una Dressel 2-4. En el pasado 2009 se recogió un
asa de ánfora púnica del Mediterráneo central, pero la cronología de la misma es difícil de precisar dentro de la horquilla
de los ss. IV-I a.C. Por último, el terreno estaba plagado de
numerosos restos de tegulae, así como otros posibles restos
constructivos romanos.
Las Pedrizas (Fuenterrobles)
Material disperso de forma muy irregular en una vasta extensión
de cultivos de secano, en los que no se puede diferenciar concentración alguna. La cueva que da nombre al paraje también es
conocida como Cueva de los Arenales del Cid, ya que la tradición la asocia como refugio de las hijas de Cid (fig. 106). Pudimos explorarla pese a estar semicolmatada y llena de basura, no
localizando ningún tipo de material arqueológico.
Aparte del material ibérico (fig. 107.2), el volumen de
recipientes romanos republicanos e imperiales de este yacimiento es enorme. Se ha contabilizado un fragmento de
Campaniense A y un asa de Dressel 1 de época republicana. De producciones de TSH se han documentado las formas
Dispersión de escaso material ibérico en una ladera rocosa al Oeste de la acequia madre de Fuenterrobles. En la roca se han excavado una serie de estructuras de cronología indeterminada, seguramente fosas o neveras. Además, el lugar parece haber sido fuente
de aprovisionamiento de piedra durante diferentes fases históricas
(fig. 108). Junto al material ibérico y romano (un kalathos de ala
plana, un ánfora campaniense republicana y un ánfora imperial
Dressel 2-4), también se observan cerámicas medievales y modernas.
Fig. 106. Cueva de los Arenales del Cid.
Fig. 108. Vista de la cara de la cantera en Las Pedrizas.
86
0,57 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
F.010
[page-n-104]
La Tejería (Fuenterrobles)
0,53 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
F.011
Material escaso y poco significativo repartido a lo largo de una
pequeña elevación en la orilla opuesta del barranco de la Acequia
Madre donde se encuentra Peña Lisa. En ningún punto localizamos las ruinas de La Tejería mencionadas en la ficha del DGPA.
Los materiales que aportan la cronología final e imperial al yacimiento son un ánfora campana republicana, una imperial indeterminada y un bol de cerámica común romana.
Peña Lisa (Fuenterrobles)
12,8 ha (disp.)
ss. V a.C. - I d.C.
F.012
Yacimiento muy significativo compuesto por una amplia dispersión de material iberorromano, dentro de la cual se puede diferenciar muy bien una concentración de debido a una reciente
roturación en su lado Sureste (fig. 109 y 110). Seguramente el
material de esa zona es sólo republicano, con dolia, ánfora campana, tegulae e imbrices, con la duda de si estos tipos de material
constructivo romano aparecen ya en los ss. II-I a.C., aunque el
yacimiento presenta también ocupación en siglos anteriores (ss.
V-III a.C.). En algunas hormas hay posibles sillares reutilizados,
así como más material de construcción.
Fig. 111. Dolium de Peña Lisa.
El material cerámico recuperado y que aporta cronología tardía está compuesto por la base, borde y fragmentos de un gran
dolium destrozado por recientes actividades agrícolas, de borde
horizontal saliente, seguramente perteneciente a época augustea
(Beltrán, 1991: 262) (fig. 111). También hay un fragmento de ánfora campana republicana, un borde de Dressel 2-4, una olla de
cocina romana, una escoria férrea y un ponderal circular de plomo.
Fuenterrobles (Fuenterrobles)
Indeterminado
ss. I - III d. C.
F. I
Yacimiento interpretado como villa por los autores de la ficha de
la DGPA, pese a que tan sólo se menciona tegulae y cerámica común alrededor de Fuenterrobles. Por ello hemos considerado más
cauto tomarlo como un yacimiento de escasa entidad.
Punta de la Sierra (Fuenterrobles)
Indeterminado
Fig. 109. Vista de Peña Lisa desde La Tejería.
ss. I - III d.C.
F. II
Panorama semejante al anterior, sólo que en el llano a los pies
del Cerro de la Peladilla.
El llano de Camporrobles
Fig. 110. Peña Lisa. Detalle de la máxima concentración de restos.
Esta unidad presenta las mayores altitudes de la comarca, entre los 850 y 950 msnm, lo que le aporta más apariencia de altiplano y un clima más duro (Piqueras 1997, 169). Sin duda, el
elemento orográfico principal de este llano es su límite Norte:
la montaña de El Molón, estribación de la sierra de Aliaguilla
que da nombre al propio yacimiento que alberga (fig. 112 y
lám. V.1). Por el Este está cerrado por la sierra de La Bicuerca, especialmente con su cerro más septentrional, el Cardete
(1.128 msnm). Realmente dicho llano tan sólo constituye la
parte central de una vaguada más amplia que va desde Mira
a la aldea de La Loberuela. Un punto importante en el pasado
fue la antigua laguna a la que se adosó el pueblo de Camporrobles, desecada artificialmente en el s. XX (fig. 120). El poblamiento actual está concentrado en su totalidad en el pueblo de
Camporrobles (lám. V.2), ya que la aldea de La Loberuela está
prácticamente abandonada.
87
[page-n-105]
Fig. 112. Mapa del llano de Camporrobles.
El Molón (Camporrobles)
2,6 ha (conc.)
ss. VII - I a.C.
C.001
Importante poblado ubicado en una cima amesetada al Norte de
la localidad de Camporrobles. En la misma montaña encontramos el poblado de la Edad del Bronce de El Picarcho. Sus investigadores lo identifican como un pequeño oppidum de unas 2,6
ha de extensión, si bien también hay una zona extramuros que
podría tratarse de un barrio periurbano, con lo que aumentaría
la superficie total. La ocupación parece que es ininterrumpida
desde el Bronce Final / Hierro Antiguo hasta la segunda mitad
del s. I a.C. (Lorrio, 2001b y 2007; Lorrio et al., 2009; Lorrio y
Sánchez de Prado, 2014), más una segunda fase de ocupación en
época islámica que también ha aportado importantes hallazgos.
Las excavaciones comenzaron de la mano de M. Gil–Mascarell, quien en 1981 llevó a cabo una serie de sondeos, actividad también desarrollada por J. M. Martínez García poco más
de una década después (1992). Desde 1995 las actuaciones han
sido codirigidas por A. J. Lorrio y M. Almagro Gorbea, juntamente con un grupo de investigadores de las universidades de
Alicante y Complutense de Madrid, fruto de las cuales son las
más de diez campañas de excavación, la consolidación, restauración e integración dentro de un parque temático arqueológico
(http://web.ua.es/es/elmolon/) (fig. 113) y la reapertura de su
centro de interpretación.
88
Una calle atraviesa el poblado transversalmente generando
el urbanismo en torno a ella, con viviendas adosadas a la parte
interna de las murallas, con sus puertas hacia el espacio interior
(fig. 114). Pero, sin duda, por lo que destaca El Molón es por
toda su poliorcética, ya que es el asentamiento ibérico de la comarca con mejores y más complejas fortificaciones. Aparte de la
escarpada muela natural que rodea la cima, se erigió un complejo
sistema defensivo con un perímetro amurallado, conservado excepcionalmente en algunos de sus tramos (fig. 115). Éste tendría
una anchura de unos 3,5/4,5 m, con dos paramentos de piedra, el
exterior directamente sobre la roca, y un relleno de piedra y tierra.
La muralla se completaba con otras defensas más complejas
en los tramos más accesibles. De este modo, la puerta principal de acceso al poblado estaba flanqueada por dos torres (fig.
116), mientras que el tramo oriental, el más desguarnecido, se
protegió con un torreón, una barbacana, antemurales y un foso.
Los últimos trabajos publicados apuntan una cronología final
para las dos torres de la puerta principal (ss. II-I a.C.), momento de convulso contexto político, a diferencia de la puerta y el
resto muralla que se construirían en época ibérica plena (Lorrio,
2007: 218). El autor relaciona este sistema con los documentados en los otros poblados fortificados como el Pico de los Ajos,
Cerro de San Cristóbal, Plaza de Sobrarías / Collado de la Plata
o Castellar de Meca. El poblado además destaca por sus accesos
(puertas, poternas y portillos), así como por caminos, tanto de
[page-n-106]
Fig. 113. El Molón. Cartel del parque temático arqueológico.
Fig. 114. Planta de El Molón durante la Edad del Hierro (http://web.
ua.es/es/elmolon/epoca-prerromana/de-castro-a-oppidum.html).
Fig. 115. Muralla de El Molón.
89
[page-n-107]
Fig. 114. Puerta principal de El Molón.
acceso al poblado como interiores. Éstos todavía presentan las
huellas que los carros crearon a lo largo del tiempo, especialmente visibles en el tramo de la puerta principal. Por lo tanto, la
mayoría de las defensas fueron construidas en el Ibérico Pleno
(s. IV a.C. principalmente), pero para la cronología final también se han detectado importantes remodelaciones (ibíd.: 214).
El área de hábitat se centraría en las plataformas central y
oriental por poseer un relieve más suave, constituyendo una superficie de aproximadamente 1 ha. La parte correspondiente a la
acrópolis presenta tres sectores de excavación: el A, donde encontramos el típico urbanismo ibérico de calle central y construcciones rectangulares; el B, muy alterado por los niveles islámicos
posteriores; y el C, con más departamentos en torno a una cisterna
central, uno de los cuales con un lagar (Lorrio et al., 2009: 16-17).
A esto hay que sumar el posible barrio extramuros localizado en
el espolón meridional. Aunque la mayoría del urbanismo procede
de la fase principal del poblado, el Ibérico Pleno, sus excavadores
también han observado cambios en el Ibérico Final, como es el
caso de algunas compartimentaciones y cegado de accesos en el
sector B (Lorrio, 2001: 162-63). El poblado se complementa con
la presencia de tres cisternas (dos intramuros y otra extramuros),
una necrópolis de incineración muy mal conservada y una posible
cueva-santuario (Moneo, 2001), con bastantes dudas ésta última.
Aunque, al igual que Kelin, El Molón hunde sus raíces en
el s. VII a.C., los materiales muestran que el poblado perduró
algunas décadas después del abandono del primero, ya que se
han hallado materiales de época cesariana (Lorrio, 2007: 228;
Lorrio y Sánchez de Prado, 2014). No obstante, es probable que
estos hallazgos de mediados del I a.C. sean simplemente fruto
de una ocupación residual, del mismo modo que hallamos fragmentos de sigillata en el entorno de Kelin, siendo la verdadera
fecha de abandono también en torno a los 80/70 a.C. En ese
mismo contexto de guerras sertorianas se podrían ubicar los hallazgos de glandes de plomo a ambos lados del foso.
Los materiales más ricos de El Molón proceden de su fase
ibérica plena. No obstante, también contamos con algunos materiales de su fase final, aunque escasos para la entidad del poblado.
Entre los publicados antes de las excavaciones de los 90 (De la
Pinta et al., 1987-88), destacamos la presencia de kalathoi, imitaciones ibéricas de las formas Lamb. 24/25 y 36 de Campaniense
A, una Lamb. 3 de la anteriormente llamada Campaniense B (fig.
117.3) y algunos fragmentos informes de esa producción. De ánforas los autores hablan de una Dressel 1B (fig. 118.1), una Dressel 2/3 itálica (fig. 117.2) y un ánfora ibérica de boca plana Mañá
B3 con decoración impresa en forma de espigas. Aparte se han
hallado fragmentos de sigillata hispánica, sudgálica y africana, de
esta última incluso su tipo D, ya de época tardorromana.
El yacimiento también fue prospectado por un equipo de
nuestro proyecto años antes del inicio de las excavaciones, aunque para la cronología que nos ocupa tan sólo se recogió un borde
de ánfora Dressel 1A, un mortero itálico, un fragmento de tegula, dos kalathoi de ala plana y un borde de ánfora con resalte
interior tipo Maralaga (Duarte et al., 2000: 232). Recientemente
se ha publicado un borde de dolium que también consideramos
procedente de este horno (Lorrio y Sánchez de Prado 2014: 257,
fig. 4.C.1). Luego existen una serie de objetos para los que se defiende una procedencia del área celtíbera, como un un pie plástico
votivo con decoración incisa (zig-zags, reticulados y líneas que
se entrecruzan) y adornado con discos laterales con puntos (vid.
fig. 243.5); o un puñal biglobular de hierro con su propia funda
(vid. fig. 249). Los autores lo datan como de mediados del s. III
a.C., aunque su uso tiene continuidad desde el IV hasta época
romana. Por último, también se ha documentado diversos tipos de
fíbulas (La Tène I y III, Nauhrein, Omega...) (Lorrio et al., 2009:
27-31). En el apartado de la numismática, proceden de El Molón
dos ases de Celse, un as de Beligiom, un as de Bilbilis, un semis
de Castulo, un as de Secaisa, un as de Ikalkusken, un as híbrido de
Abra-Obulco (anverso y reverso de dos ciudades diferentes), una
moneda de Calagurris y un as de Orosi/Orosis.
Fig. 117. Materiales importados de
El Molón (a partir de De la Pinta et
al., 1987-88).
90
[page-n-108]
Los Villares (Camporrobles)
3,4 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I d.C.
La Balsa (Camporrobles)
C.003
Gran dispersión de material alrededor del cementerio de la
localidad camporruteña, llegando en algunos puntos hasta la
misma (fig. 118). El material es principalmente ibérico, aunque también se documentó algún fragmento de tegulae. El
lado Oeste del camino de acceso al cementerio es la parte donde la densidad es mayor. El yacimiento plantea la constante
problemática de los ubicados en torno a poblaciones actuales:
el material antiguo está mezclado con un ingente volumen de
origen moderno y contemporáneo, con lo cual es difícil determinar la verdadera dispersión.
En Los Villares se han localizado cerámicas ibéricas juntamente con romanas, entre las cuales destaca la base de un plato
de gran tamaño de TSI (fig. 119), así como algunos fragmentos
de ánfora imperial indeterminada y un kalathos de ala plana.
El hallazgo de cerámica ibérica es compartido con lo publicado por De la Pinta et alii (1987-88), que también recogen útiles
metálicos y algunas monedas, concretamente un as de Sekaisa,
uno de Tamaniu y un denario de Bolskan.
Fig. 118. Vista del cerro de El Molón y de Los Villares de
Camporrobles (en torno al cementerio).
1,4 ha (disp.)
ss. I a.C. - III/IV d.C.
C.004
En este paraje existió la citada laguna al lado de la cual creció el pueblo de Camporrobles, constituyendo un punto importante para el paso de rebaños que aprovechaban el agua
y los excelentes pastos (Piqueras, 1997: 173) (fig. 120). Fue
desecada de forma antrópica en las décadas 70 y 80 dentro de
un proceso de crecimiento urbano, ya que se construyó allí
la escuela y el polideportivo municipal. Debido a ello aparecieron en el fondo de la misma una gran cantidad de sillares
de caliza bien escuadrados (algunos de ellos almohadillados),
lo que llevó a realizar ocho sondeos por parte del SIP con la
dirección de M. Gil-Mascarel en 1978 (Fletcher, 1979: 74),
gracias a los cuales se documentaron restos de pavimentos y
sigillata africana, pero ninguna estructura muraria (Lorrio y
Sánchez de Prado, 2009). También existen noticias de que en
la construcción del campanario de la localidad se emplearon
bloques pétreos procedentes de esta zona (De la Pinta et al.,
1987-88). En la visita de 1994, dentro del proyecto de estudio
en el que nos integramos, se recogieron algunos fragmentos
cerámicos ibéricos cerca de las vías del ferrocarril y se observó un amontonamiento de sillares/sillarejos cerca del campo
de fútbol.
La importancia de dicha balsa en la economía de los habitantes de El Molón ha sido constatada por recientes análisis
sobre restos humanos procedentes de su necrópolis, ya que se
vio que los recursos piscícolas fueron importantes en su dieta
alimenticia (Lorrio et al., 2009: 37).
Aunque la mayor parte de los materiales son romanos, en
los fondos del Museo de Barcelona también se albergan materiales de época ibérica procedentes de La Balsa, concretamente restos de tinajillas y un conjunto de fusayolas (De la Pinta et
al., 1987-88). Los materiales romanos son formas de sigillata
sudgálica (Drag. 15/17 y 24/25), hispánica (Drag. 37 y 18 o
33), sigillata africana A y lucente (Lamb. 45). La numismática
es en su totalidad de época altoimperial en adelante, destacando un tesorillo de la segunda mitad del s. IV d.C.
Por todo ello se ha interpretado La Balsa como una villa romana que se desarrolló a partir del s. II d.C. y en la cual incluso
pudieron haber unas termas (Lorrio et al., 2009: 43).
Fig. 119. Material de Los Villares.
Fig. 120. Vista de La Balsa y del cerro de El Molón en los años 60
(colección Francho, Camporrobles).
91
[page-n-109]
La Cuesta Colorá (Camporrobles)
Indeterminado
ss. I - II d.C.
C.I
Yacimiento fichado por duplicado en el registro de la DGPA:
prospectado por J. A. Sánchez Priego y también por el grupo
de A. J. Lorrio. El yacimiento se ubica al Sur de Camporrobles, cerca del viejo camino que comunicaba dicho núcleo con
Fuenterrobles. Según los autores de la ficha, la dispersión de
materiales es muy baja y se concentra en una serie de campos
de almendros. En nuestra visita al lugar en 2010 comprobamos
que la densidad es tan baja que tan sólo localizamos una forma
cerámica: un borde de tinajilla ibérica. No obstante, no hallamos
ningún resto de época romana, cronología que representa la totalidad de materiales de las prospecciones anteriores.
Sánchez Priego comenta el hallazgo de dos fragmentos de
cerámica común romana, mientras que Lorrio otros fragmentos de cerámica común, restos de tegulae y un embudo de cerámica a mano. La disparidad de resultados de las diferentes
prospecciones y la escasa entidad de los materiales nos llevan
a considerar este yacimiento como simples hallazgos casuales, no teniéndolo en cuenta para ulteriores análisis.
Cañada del Carrascal (Camporrobles)
Indeterminado
ss. II/I a.C. - II/III d.C.
C.II
Al igual que le ocurrió a Sánchez Priego en su prospección
detallada en la ficha de la DGPA, no hemos localizado este
yacimiento descrito por J. M. Martínez García en una ficha
anterior. No hay restos romanos en torno al Corral de Daniel
y mucho menos en la cima de la colina donde se ubica, ya que
tiene un componente rocoso estéril sin ningún tipo de sedimento. Esto nos hace dudar sobre la veracidad de los datos
registrados, ya que, o hay un error en la coordenada (algo extraño ya que el Corral de Daniel es de fácil ubicación) o los
materiales publicados proceden de otro yacimiento. No obstante, recogimos en una viña algo más al Sur un fragmento de
ánfora campana (cuello y arranque de asa), por lo que decidimos catalogar este yacimiento como simple hallazgo casual,
dada toda su problemática.
La ficha de la DGPA de Martínez García menciona el hallazgo y deposición de los siguientes materiales romanos imperiales en el Museo de Camporrobles:
- TS Aretina: forma 28 de Godineau y 3b de Haltern (marca
CNATEI), de época de Tiberio-Augusto.
- TSG, con las formas Drag. 24/45, 37 y Ritt. 8. La primera
con marca OF VITA, de época de Claudio-Domiciano.
- TSH, con la forma Drag. 37.
- Fragmentos indeterminados de Africana D.
Viña del Derramador / La Mina (Camporrobles)
Indeterminado
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
C.III
Yacimiento de nuevo problemático. La ficha de la DGPA
describe una gran dispersión de materiales en los campos de
viñas y almendros en la ladera Norte del Cerro Cardete, material romano principalmente, más alguna cerámica ibérica. No
obstante, nuestra prospección en las coordenadas aportadas
no conllevó la localización de ningún fragmento cerámico
92
romano. Tan sólo se recogieron cerámicas ibéricas en una pequeña colina, justo dónde los autores (J. Fernández López de
Pablo, J. A. Sánchez Priego y V. Domínguez Sánchez) hablan
de la principal concentración de materiales del yacimiento y
en el punto que nosotros conocemos como La Mina II, yacimiento ibérico pleno derivado de las campañas de prospección de C. Mata.
Hoya de Barea (Camporrobles)
Indeterminado
ss. III/II a.C. - III/IV d.C.
C.IV
Lugar referido en la bibliografía que todavía no ha sido
identificado in situ. Parece que en las inmediaciones del Cerro
Cardete se documentaron restos de época iberorromana en un
lugar con posible función de hábitat, como demuestra la presencia
de tegulae. No obstante, al igual que en la Cañada del Carrascal, ni
la prospección de Fernández López de Pablo et al. de la cual deriva
la ficha de la DGPA, ni la nuestra en el 2010 han conseguido
localizar el sitio.
Para el caso que nos ocupa, se han publicado los siguientes materiales arqueológicos (De la Pinta et al. 1987-88): una
Lamb. 1B de la mal llamada Campaniense B, las formas Ritt. 8,
Drag. 37 y Drag. 15/17 de TSH; una Lamb. 52C de TSA D, un
borde de Dressel 2/4 (fig. 121) y un pivote de ánfora grecoitálica. Por tanto, estaríamos ante un yacimiento que iría desde los
ss. III-II a.C. hasta los III-IV d.C.
Fig. 121. Borde de Dressel 2-4 de la Hoya de Barea (De la Pinta et
al., 1987-88: 314).
Casas del Alaud (Mira, Cuenca)
16 ha (disp.)
ss. VI a.C. y II/I a.C. - I/II d.C
CU.003
Yacimiento que según De la Pinta et al. (1987-88) podría tratarse
de una posible necrópolis de entre los ss. III-I a.C. Los materiales
publicados se localizaron a raíz de las continuas labores agrícolas
de su propietario, quien a su vez los ha ido donando al Museo de
Camporrobles. Entre los materiales cerámicos podemos citar diversos cuencos pintados con bandas y filetes cuya forma recuerda
a una Lamb. 27 de Campaniense A, páteras de borde reentrante,
un plato de ala ancha, un plato de borde pendiente tipo plato de
pescado y un borde de kalathos. Por otro lado, hay objetos metálicos como una campana de bronce o tintinnabulum, cuchillos
de hierro y un regatón de hierro roto. De nuestras prospecciones provienen un kalathos de ala plana, una jarrita de cerámica
común romana, un borde plano de dolium y un borde con labio
engrosado interior procedente del horno ibérico de La Maralaga
(Duarte et al., 2000: 232; Lozano, 2004: 89).
[page-n-110]
Cueva Santa (Mira, Cuenca)
Cueva
s. VI a.C. - II d.C.
CU.004
Cueva-santuario con culto prácticamente desde época ibérica
hasta la actualidad, ya que en época medieval pasó a ser una
ermita. Prospectada en 2003 por el grupo de A. J. Lorrio, cuenta
con un conjunto de materiales de la Edad del Hierro muy interesantes como caliciformes, páteras, platitos y botellitas que la
configuran como un espacio sacro entre los ss. V-III a.C. (Lorrio
et al., 2006). También cuenta con un par de cubetas para recoger
el agua y estalactitas a modo de betilos. Para la época que nos
ocupa, sin embargo, tan sólo presenta escasos materiales, como
luego trateremos.
El campo de Sinarcas
El área del actual municipio de Sinarcas constituye un auténtico apéndice histórico y geográfico del resto de la comarca
(Piqueras, 1997: 203-204). Se trata de tierras de transición
geográfica y, consecuentemente, frontera histórica, en las que
un pequeño llano se halla enmarcado por las sierras de Aliaguilla (Oeste), Picarcho (Norte), Negrete y Utiel (Sureste), así
como el curso del río Turia (Norte (fig. 122). A éste vierte sus
aguas el barranco del Regajo, que separa el área en dos mitades: al Norte queda el Campo de las Herrerías, zona de importancia férrica aprovechada desde la Antigüedad. La mitad
meridional, semejante al resto de llanos comarcales, es más
fértil al estar atravesada por la rambla de la Ranera y presentar sedimentos terciarios y cuaternarios que permiten incluso
la presencia de huerta. Dicha rambla, nacida en la sierra de
Aliaguilla, es el origen a su vez de la rambla de La Torre,
afluente del Magro. En el llano encontramos pequeñas zonas
lacustres, denominadas “labajos”, que presentan agua irregularmente. A su vez, en el llano y bien cerca de la población
de Sinarcas destacan dos cerros parejos, el de San Cristóbal
y el Carpio, ambos ubicaciones de sendos poblados ibéricos
(lám. V.3).
A diferencia del resto de municipios, Sinarcas después de
la conquista cristiana fue a parar a manos valencianas conjuntamente con el resto de La Serranía, aunque en los últimos dos
siglos por una serie de motivos ha vuelto a bascular hacia la
comarca, al igual que ya sucedía en época ibérica. Se trata de
una zona que por su altitud y su clima agreste tradicionalmente se ha dedicado al cereal y al viñedo, ya que difícilmente
pueden mantenerse otros cultivos. La silvicultura tiene aquí
un peso significativo.
Fig. 122. Mapa de la zona de Sinarcas.
93
[page-n-111]
Cañada del Pozuelo (Sinarcas)
7,5 ha (disp.)
ss. V a.C. - I/II d.C.
S.001
Palomares recoge la noticia de que a comienzos de siglo pasado en esta partida se descubrieron dos piezas escultóricas,
concretamente una pila de Esculapio y una estatua de mujer
yacente con los pechos al descubierto, que desaparecieron la
misma noche de su hallazgo (Palomares, 1981). Iranzo añade a
esta lista tres lápidas con inscripciones latinas (vid. fig. 240.27
y 28), restos de mosaicos y un sillar en piedra con signo fálico (vid. fig. 243.9), es decir, materiales de clara adscripción
romana (Iranzo, 2004). Este autor describe una zona del yacimiento que parece concentrar numerosos restos de adobes y
defectos de cocción, por lo que interpreta que podría tratarse
de los restos de un horno alfarero, aunque nosotros no hemos
podido corroborarlo.
Nuestra prospección tan sólo topó con una dispersión de
materiales de escasa entidad, casi todo ibérico, volviendo
a contradecir lo establecido en la ficha de la DGPA y en la
bibliografía como en casos precedentes (fig. 123). Entre los
elementos cerámicos encontramos formas decoradas ibéricas,
cerámica con decoración impresa, un kalathos de ala plana y
labio interior, un asa imitación de kylix, sigillata, tegulae y
abundantes escorias de reducción de hierro, algunas de ellas
de gran tamaño (vid. fig. 177.1). El equipo de C. Mata recogió
en la visita de 1994 una imitación ibérica de la forma Lamb.
7 y un borde de dolium tipo Maralaga (Lozano, 2004: 89). La
numismática republicana está compuesta por las siguientes
monedas: ases de Kelse, Bolskan y Bilbilis y un cuadrante
de Arse.
Fig. 123. Vista de Cañada del Pozuelo.
ss. II a.C. - I d.C
S.002
Como hemos visto anteriormente, se trata del único horno
cerámico documentado con claridad para la cronología que
nos ocupa. Palomares ya relaciona con este lugar el hallazgo
casual de urnas con restos humanos en su interior (Palomares,
1981). Posteriormente se llevó a cabo una excavación de urgencia en 1987 por parte de F. Martínez Cabrera y P. Iranzo,
94
concretamente tres cuadrículas de 4 x 4 m (Martínez Cabrera
e Iranzo, 1988) (fig. 124). Se documentó la cámara de combustión construida con adobes y dividida en dos espacios, así
como el posible secadero de cerámicas, ya que las piezas allí
encontradas se deshacían con el simple contacto al ser tan sólo
arcilla moldeada. Muy cerca apareció otro posible pequeño
horno, en este caso metalúrgico, pero por el contrario no se
localizó el testar del primero.
L. Lozano (2004 y 2006) reestudió tanto las estructuras
como los materiales, viendo que el horno contaba en su entorno
inmediato con los recursos necesarios (agua, arcillas y combustible vegetal). A partir de la cerámica planteó una cronología de
entre el s. II a.C. y la primera mitad del I d.C., en relación con
determinadas formas ibéricas y, sobre todo, por las imitaciones
de formas clásicas. En La Maralaga se fabricaban imitaciones
de formas itálicas, como puedan ser las formas Lamb. 2 y 5 y
la Conspectus 22, y abundantes copias de paredes finas (formas
Mayet I, II, II y XXXIV). Juntamente con todos los materiales
descritos a comienzo de este bloque, entre los hallazgos superficiales podemos destacar una mano de mortero con decoración
incisa de peces (vid. fig. 202.1), un fragmento informe con decoración compleja donde parece representarse una pata de hipocampo (vid. fig. 193.5) y un sestercio de Tito.
Pocillo de Lobos-Lobos (Sinarcas)
Cañada del Salitrar / La Maralaga (Sinarcas)
3 ha (disp.)
Fig. 124. Planimetría del horno de La Maralaga (según Martínez
Cabrera e Iranzo, 1988).
3,8 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
S.004
Existe una problemática historiográfica a la hora de separar el
yacimiento de Pocillo de Lobos-Lobos o, simplemente, LobosLobos, del cercano yacimiento de Los Casalicios, ya que en
muchos casos se ha interpretado como un mismo núcleo (Palomares, 1981). No obstante, el estudio de los materiales recuperados permite diferenciarlos al presentar momentos de ocupa-
[page-n-112]
ción dispares. En nuestro estudio nos centramos en el primero,
paraje cercano a una fuente, donde desde antiguo hay noticias
del hallazgo de restos murarios.
En el registro destaca la presencia de material constructivo
romano como adobes circulares, teselas, ladrillos romboidales,
decoración arquitectónica (vid. fig. 243.11) y tegulae, además
de sigillata y cerámica ibérica (Iranzo, 2004). Montesinos recoge tres formas Drag. 15/17 y una botella Hisp. 20 (Montesinos,
1994-1995: 65-66). En la prospección de 1994 se recogió, entre
otros, una jarrita común romana, un borde de dolium y un fragmento indeterminado de sigillata.
no de imitación, un denario de Bolskan y un divisor de plata de
Ampurias, éste último pieza del contexto de la Segunda Guerra
Púnica que podría marcar el inicio del poblado (Iranzo, 2004:
59). De nuestras prospecciones tenemos una fusayola decorada
(fig. 126.1), una base de Lamb. 4 de barniz negro caleno, una
imitación ibérica de Lamb. 7 (fig. 126.5), un fragmento de Campaniense A, un borde de TSG (fig. 126.2) y dos dolia, uno de
borde casi plano (fig. 126.4) y otro de tipo Maralaga (fig. 126.3)
(Lozano, 2004: 89).
Cerrito de la Horca (Sinarcas)
2,9 ha (disp.)
ss. VI a.C. y I/II d.C.
S.007
Material escaso en la cima y faldas de dicho cerro. Ocupado
principalmente durante el Ibérico Antiguo, también presenta algún fragmento de sigillata que le aporta la cronología imperial,
pero serían ocupaciones residuales o esporádicas.
Cerro Carpio (Sinarcas)
0,5 ha (conc.)
ss. II a.C. - I d.C.
S.008
Poblado fortificado cerca de la actual población de Sinarcas y
de su vecino Cerro de San Cristóbal. Palomares (1981, 21-22)
menciona el no sabemos hasta qué punto cierto hallazgo por
parte de clandestinos de una galería en cuyo interior se hallaron numerosas piezas completas de pequeño tamaño que fueron
vendidas a anticuarios. Cuenta con algunos lienzos de muralla
de gran longitud (fig. 125), restos de departamentos en superficie y en su perímetro se han hallado balas de honda, puntas de
flecha simples y puntas con arponcillo lateral (Iranzo, 2004). En
el collado que separa ambos cerros hay un pequeño pozo del que
mana agua, seguramente aprovechado en el abastecimiento de
sendos poblados.
Los materiales datan el yacimiento como ibérico final y altoimperial. Entre los publicados, además de las armas tenemos
fíbulas, pasta de vidrio, posibles restos de metalurgia de plomo (escorias y planchas quemadas), cerámicas con decoración
impresa y bastantes monedas: tres ases de Kelse, dos ases de
Castulo, un as de Saiti, un as de Valentia, un as romano republicano, dos denarios romanos republicanos, un denario republica-
Fig. 125. Lienzo de muralla del Cerro Carpio.
Fig. 126. Materiales del Cerro Carpio.
Cerro de San Cristóbal (Sinarcas)
1 ha (conc.)
ss. VII - I a.C.
S.009
El Cerro de San Cristóbal es uno de los poblados ibéricos más
importantes de la comarca, ubicado en la cima de una montaña
de unos 1027 msnm próxima a Sinarcas (fig. 127). Las primeras
menciones historiográficas de este yacimiento son de principios
de siglo XX con el hallazgo de una máscara cerámica de aspecto
grotesco (Palomares, 1981: 20). Francisco Martínez menciona
en 1935 en el Almanaque de Las Provincias el hallazgo de restos cerámicos y musivarios romanos en la falda Oeste del cerro,
así como restos ibéricos en su cima. Y por primera vez se llama
la atención de la presencia del foso, el conocido como “Callejón
de los Moros” (Iranzo, 2004: 171-177) (fig. 128). Además de
él, existen otras estructuras visibles en superficie como restos
de carriladas, calles excavadas y rubefacciones en el terreno, en
parte debido a los abundantes agujeros de clandestino.
Entre el material recogido por la bibliografía encontramos
cerámica ibérica, adobes, restos de molinos, una terracota de un
torito, cerámica ática y Campaniense A. De metal destacamos un
proyectil de plomo y conteras. En cuanto a monedas hay dos ases
de Kelin, Ikalkunsken y Segobirices, un as de Carmo, Sekaisa y
Valentia, un cuadrante de Arse y un denario republicano. Nuestros
inventarios recogen piezas de cronología dudosa, como las numerosas cerámicas con decoración impresa (fig. 129), así como otras
atribuibles a una cronología tardía: un kalathos de borde moldurado, tres fragmentos de Campaniense A, así como dos imitaciones
ibéricas de la forma Lamb. 68 (fig. 130). Los elementos metálicos
como enmangues, varillas, láminas o clavos son muy abundantes.
95
[page-n-113]
Fig. 130. Imitaciones ibéricas del Cerro de San Cristóbal.
Fig. 127. Croquis y fotografía aérea del Cerro de San Cristóbal.
Fig. 128. Foso del Cerro de San Cristóbal en los años 90.
Fig. 129. Cubilete decorado del Cerro de San Cristobal.
96
El Carrascal (Sinarcas)
12 ha (disp.)
ss. V a.C. - II/III d.C.
S.010
Yacimiento iberorromano con material ibérico, tegulae, sillería y
adobes (Iranzo, 1988 y 2004). Está cerca de la Fuente de Santa
Úrsula, donde parece que podría haber una necrópolis ibérica, ya
que debido a unas transformaciones agrícolas en 1987 se hallaron
urnas cinerarias, caliciformes y pondera. Este autor diferencia tres
sectores en el yacimiento: una zona con adobes y cerámicas con
defectos de cocción relacionables con un horno alfarero, otra zona
de posibles construcciones romanas y una necrópolis ibérica.
La bibliografía recoge la presencia de cinco fragmentos de
sigillata sudgálica, uno de los cuales es una base con el sello
Ivcvndvs de La Graufesenque, así como 14 de hispánica
(Palomares, 1966 y 1981; Montesinos, 1994-1995). También hay
cerámicas con decoración impresa típicas del territorio de Kelin y
un denario romano de plata. De nuestras prospecciones podemos
diferenciar dos bordes de dolia procedentes de La Maralaga (fig.
131.1 y 2) (Lozano, 2004: 33-34), dos kalathoi de ala plana,
bases de sigillata hispánica con un grafitos latinos en el exterior
(fig. 131.3 y vid. 240.29 y 30), un fragmento informe de sigillata
itálica, pondera con marcas (fig. 131.4 y vid. 238.17) y un ladrillo
romboidal romano. En los fondos del MPV hay otro ejemplar de
este último tipo de material constructivo.
Fig. 131. Materiales de El Carrascal.
[page-n-114]
Tejería Nueva (Sinarcas)
0,7 ha (disp.)
La Cabezuela / Pocillo de Berceruela (Sinarcas)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
S.011
Yacimiento ubicado a 2 km al Este de Sinarcas, donde Iranzo (2004) apunta hacia un posible uso como horno alfarero:
muestras de rubefacción en los materiales, defectos de cocción,
concentración de adobes y tierra rojiza. Se trata de una amplia
extensión de materiales arqueológicos en los que se pueden diferenciar algunas concentraciones, dándose cierta continuidad
hacia los yacimientos de Santa Úrsula y El Carrascal. El autor
habla del hallazgo de una máscara de cerámica de posible origen púnico, pero no podemos aportar nada al respecto. Aparte
de materiales cerámicos y constructivos (cerámica ibérica, sigillata o tegulae), hay dos monedas, concretamente un as de Ebusus y un semis de Castulo. Montesinos publicó las formas 24/25
y 37 de TSH (Montesinos, 1994-1995: 67). De las prospecciones de nuestro proyecto destacamos los hallazgos en 1994 de un
ánfora con resalte interior, dos fragmentos de dolia y un mortero, seguramente todos producidos en el horno de La Maralaga
(Duarte et al., 2000: 232; Lozano, 2004: 42 y 89).
El Molino (Sinarcas)
Hallazgo aislado
ss. VI/V a.C. y II a.C.
S.012
En una transformación agrícola al Norte de Sinarcas en 1952 un
vecino localizó una urna cineraria, seguramente de orejetas por la
descripción que aporta Palomares (1981: 22), con restos humanos,
cenizas y un brazalete en su interior. El autor también cita el hallazgo de un molino de rodeno en las proximidades del lugar, así
como Iranzo (2004: 226) el hallazgo de una fusayola decorada y
un as de Kelin, que es lo que data la fase ibérica final del yacimiento. No contamos con datos suficientes para poder defender que el
sitio alargara su función de cementerio hasta los últimos siglos del
I milenio a.C., por lo que la moneda debe considerarse un simple
hallzgo aislado. En nuestra visita al lugar pudimos comprobar que
el yacimiento tan sólo es una reducida dispersión de escasos materiales (fig. 132), de ahí que tampoco podamos aportar nada nuevo
exceptuando que presenta escorias de reducción de hierro.
2,5 ha (disp.)
ss. II/I a.C. - I/II d.C.
S.013
En el paraje de La Berceruela, a los pies de La Cabezuela, un
vecino de Sinarcas localizó en los años 20 del siglo pasado un
fragmento escultórico de rostro femenino muy deteriorado. De
esa misma zona proceden noticias de hallazgos de pondera, ánforas, dolia y ases de Sekaisa y Castulo (Iranzo, 2004). Por otro
lado, Palomares (1981) indicó que en la vertiente oriental de La
Cabezuela existían restos de viviendas ibéricas en superficie, especialmente de planta ovalada. En nuestra reciente visita fuimos
incapaces de localizar estructura alguna; es más, conforme se
asciende la montaña, el volumen de restos cerámicos es menor.
Iranzo considera que, pese a que hay una gran proximidad entre
ambos yacimientos, existe una diferencia en cuanto a fases de
ocupación, ya que La Cabezuela tendría una cronología de entre
los ss. IV a.C. – I d.C., mientras que el Pocillo de Berceruela tendría una ocupación más corta (ss. I a.C. - II d.C.). Nosotros hemos
optado por considerarlos un único yacimiento, siguiendo la tónica
vista en otros casos comarcales. Se trata de una gran dispersión
de materiales, sobre todo cerámica ibérica, pero también tegulae,
dolia y sigillata hispánica. En uno de los campos localizamos una
gran concentración de escorias de reducción de hierro.
Los materiales son un borde de Drag. 15/17 de TSH, dos morteros iberorromanos, uno de los cuales procede claramente de La
Maralaga (Lozano, 2004: 42) (fig. 133.1), tres bordes de dolia
también de dicho horno (Lozano, 2004: 89) (fig. 133.4) y formas
ibéricas (fig. 133.2 y 3).
Fig. 133. Materiales de La Cabezuela / Pocillo de Berceruela.
Pozo Viejo (Sinarcas)
1,6 ha (disp.)
Fig. 132. Vista de El Molino.
ss. II/I a.C. - I d.C.
S.014
Yacimiento conocido a partir del hallazgo de la Estela de Sinarcas en 1941 por parte de un vecino de la localidad al transformar uno de sus campos, a escasos 150 m de la población.
No obstante, en el mismo yacimiento se han producido otros
hallazgos casuales que trataremos en el apartado de mundo
funerario. Además de los mismos, cabe destacar los hallazgos
monetarios de dos ases de Kelse, un denario de Bolskan y un
denario republicano (Iranzo, 2004). De cronología imperial
tan sólo podemos añadir el hallazgo de una jarrita de cerámica
común romana en 1992, juntamente con las cinco formas de
TSG publicadas por Montesinos (1994-1995: 67-68), de ahí
97
[page-n-115]
que no tengamos claro si se trata de una verdadera continuidad
o simples reocupaciones residuales. A poca distancia, Montesinos sitúa otro yacimiento, Pozo el Piojo, donde se halló un
sillar con falo esculpido reutilizado en un bancal, así como
un as de Castulo. No obstante, tal y como ya dejó entrever el
propio autor, quizás se trate de la misma realidad.
Ermita de San Marcos (Sinarcas)
1,2 ha (disp.)
ss. IV/III a.C. y I/II d.C.
S.016
Material muy escaso en torno a la citada ermita, sobre todo ibérico pleno pero también algo de material romano altoimperial,
como el cuello de una botella de cerámica común (fig. 134).
Fig. 134. Botella romana de la Ermita de San Marcos.
Fig. 135. Restos de muros en el corte del camino en La Contienda
/ La Cachirula.
La Nevera (Sinarcas)
Hallazgo aislado
s. II a.C.
S.017
En este yacimiento apareció de forma aislada una moneda de
Kelin en 1956 (Iranzo, 2004: 229-230), de ahí que no podamos
considerarlo un yacimiento propiamente dicho.
La Contienda / La Cachirula (Utiel)
1,2 ha (disp.)
ss. I - II d.C.
U.XII
Cuando se construyó un camino a 3 km de La Torre, aparecieron a ambos lados restos de muros perpendiculares, todavía
visibles en el corte (fig. 135), así como muestras de niveles
de incendio y cerámicas. El material es escaso y está bastante
concentrado, localizándose tanto material constructivo romano (tegulae), como cerámico (sigillata, cerámica común, ánforas, etc.).
Villanueva (Benagéber)
7,6 ha (disp.)
ss. II - I a.C.
B.003
Yacimiento clasificado como Ibérico Final porque en la ficha se
comenta el hallazgo de cerámica itálica, si bien la visita al lugar en 1995 no proporcionó ninguna importación. Las piezas son
ibéricas, aunque algunas con formas peculiares que recuerdan a
determinados tipos hallados en la Casa de la Cabeza (fig. 136).
Iranzo recoge el hallazgo de una punta de flecha de bronce con
98
Fig. 136. Materiales de Villanueva.
arponcillo (Iranzo, 1989b), conocida bibliográficamente como
“punta de Macalón” y cuya problemática y cronología trataremos
más adelante.
Punto de Agua (Benagéber)
0,2 ha (conc.)
ss. II - I a.C.
B.004
Poblado fortificado en el reborde montañoso de la comarca (Lorrio, 2007: 227; 2012: 71-74), cerca de Villanueva. Su cima es
amesetada y en su vertiente septentrional presenta un foso de
unos 4 m de ancho y 23 de longitud en dirección Oeste-Este, así
[page-n-116]
los materiales hallados en el poblado destaca la presencia de un
borde de dolium (fig. 137), adobes y algunos elementos metálicos. Se habla de hallazgos monetarios de las cecas de Arse y
Gili, pero la falta de referencias más exactas hace que no los
tengamos en cuenta.
Tinada Guandonera (Aliaguilla, Cuenca)
Fig. 137. Borde de dolium del Punto de Agua.
como un posible posible torreón en el lado Oeste. Hace ya más
de 25 años se comentó que los cultivos de secano que poblaban
la cima apenas habrían dañado los restos, cuyos trazados eran
todavía visibles en superficie (Martínez García, 1988: 90-95).
En su ladera Norte se descubrió la necrópolis, elemento que trataremos en el apartado correspondiente; únicamente apuntamos
la presencia de una forma Lamb. 13 de barniz negro caleno,
así como una imitación ibérica de Lamb. 3. Por su parte, entre
1,8 ha (disp.)
ss. I a.C. - I/II d.C.
CU.007
Yacimiento romano con algo de cerámica ibérica, aunque no
podemos determinar si procedente de la fase ibérica final o si es
de factura ibérica ya en época altoimperial. Ha sido diferenciado en dos partes, I y II, aunque a efectos de nuestro análisis lo
tomaremos como uno solo. Los materiales documentados son
dos dolia, un mortero, dos ánforas imperiales indeterminadas,
dos formas Drag. 15/17 y dos Drag. 37 de TSH, más abundantes
restos de tegulae y ladrillos romanos.
99
[page-n-117]
[page-n-118]
Análisis arqueológico del territorio
Hasta este punto hemos desarrollado la parte puramente descriptiva de nuestro trabajo de investigación, recopilando la
mayor información posible de la tríada que constituye nuestro
objeto de estudio: geografía, yacimientos y materiales. Los yacimientos suman un total de 125, un número que aumenta si
tenemos en cuenta otros que sólo presentan ocupación durante
o hasta el Ibérico Pleno, lo que en ocasiones se hará para ver la
evolución del patrón de asentamiento.
Al ser la mayoría conocidos a partir de prospección, muchos
tan sólo se nos presentan como meros coordenadas en un mapa
con material disperso asociado. No obstante, detrás del genérico
“yacimiento” encontramos multitud de tipos de asentamientos con
muy diferentes funcionalidades que deberemos, en la medida de
lo posible, determinar por tal de alcanzar un análisis más próximo a la realidad pretérita. Valorarlos en este sentido, tanto si son
yacimientos prospectados como excavados, es un paso ineludible
para poder acometer un análisis correcto de la organización territorial, ya que no podemos acceder al patrón de asentamiento
de un territorio a partir de simples “puntos”. Esto conformará la
primera parte de este bloque: la categorización de los diferentes
yacimientos en relación con su tamaño, su ubicación, sus ajuares,
sus estructuras superficiales y otros múltiples aspectos.
La segunda parte, que es la que da propiamente título a
este bloque, es el análisis arqueológico del territorio: el paso
del mero estudio estático de los yacimientos, tal y como podría
hacerse en una simple carta arqueológica de la comarca, a un
estudio complejo, global y dinámico donde los núcleos interactúan tanto entre ellos como con el paisaje. Cuestiones como la
productividad, las redes de intercambio y comercio, las vías y
caminos, la visibilidad, las fronteras o las esferas sacra y funeraria serán de vital importancia para entender la ocupación
iberorromana del espacio y la articulación que se hacía de él.
La información extraída del bloque anterior nos deja, por lo
tanto, 125 yacimientos con los consiguientes datos asociados
(tablas 5 y 6; fig. 138).
introducción al software empleado
No pretendemos equiparar el presente trabajo con los novedosos
estudios de Arqueología del Territorio realizados en los últimos
años a partir de todo tipo de aplicaciones informáticas y cartográficas. El presente es un trabajo “clásico” de poblamiento en
una zona concreta, en el cual también hemos echado mano de
utilidades informáticas a fin de completar el análisis hasta lo que
el tiempo y nuestros propios conocimientos nos han permitido.
Por ese motivo, precisamente, no nos hemos encasillado en el
uso especializado y monográfico de un solo programa informático, sino que hemos variado en función del análisis o del aspecto que queramos tratar, buscando siempre el desarrollo más
detallado o los resultados más efectivos y claros.
Hoy en día es prácticamente imposible intentar acometer
un estudio de Arqueología del Territorio o del Paisaje sin tener
unas breves nociones del uso de Sistemas de Información Geográfica. Estos programas provenientes de la Geografía han tenido su boom en la Arqueología desde los años 90 del siglo pasado
gracias a suponer un sustancial ahorro de tiempo, pudiéndose
combinar datos geográficos/cartográficos con arqueológicos
(Baena et al., 1997; Gutiérrez y Gould, 2000; Grau, 2006; entre
otros). Los SIG nos permiten vincular cartografía digital de todo
tipo (mapas orográficos e hídricos, modelos digitales del terreno, mapas temáticos,… tanto en formato vectorial como ráster)
con bases de datos con información arqueológica, es decir, con
nuestras bases de datos de yacimientos y materiales. La extensa
gama de herramientas que tienen estos programas nos permiten
desarrollar infinidad de análisis y hacerlo todo ello de manera
rápida y eficaz, obteniendo mapas muy visuales que constituyen
un excelente complemento del discurso histórico pero que, al
mismo tiempo, también son una herramienta de análisis más.
Dos son los SIG utilizados: GVSIG y GRASS. GVSIG, en
su versión 1.11.0, es un programa gratuito de la Generalitat Valenciana de gran potencialidad y compatibilidades cartográficas,
101
[page-n-119]
Tabla 5. Descripción del total de yacimientos de este estudio.
Valle
del
Cabriel
La Albosa
Lomas
de Los
Pedrones
Llano de Campo Arcís
Corredor de Hortunas
Llano de El Rebollar
La vega del Magro
Yacimiento
Sierra de El
Moluengo
102
Referencia
Término
Altitud
Cat. Disp.
Cronología
Los Aguachares
Calderón
Molino del Duende
Las Canales
Rambla del Sapo
Requena
Barrio Los Tunos
El Barriete
Fuencaliente
La Borracha
La Picazuela
Casilla Hererra
Cerro Valentín
El Batán
El Cerrito
F. las Pepas
Loma del Moral
El Rebollar
Las Lomas
Las Paredillas II
Las Paredillas I
Mazalví
Casa de Mazalví
La Carrasca
Cerro Castellar
P. de la Portera I
El Paraíso
Los Lidoneros I
C. de los Ángeles
Los Alerises
B. Espino
Cerro Hueco
La Calerilla
Cerro Gallina
Casa Alarcón
Casa de la Cabeza
Los Villares de Campo Arcís
Casa de la Vereda
El Balsón
Casa del Tesorillo
Puntal del Moro
El Ardal
C. de las Cañadas
Los Villarejos
Fuen Vich
El Carrascalejo
Hórtola
Los Pedriches
Fuente de la Reina
Casa Sevilluela
Las Zorras
Los Olmillos
Muela de Arriba
La Campamento
Casa del Morte
C. de la Alcantarilla
Sisternas
Vadocañas
El Periquete
C. de Caballero
El Moluengo
Camino de la Casa Zapata
R.009
R.022
R.031
R.037
R.077
R.093
R.II
R.III
R.IV
R.XI
R.XII
R.V
R.VI
R.VIII
R.IX
R.X
R.003
R.005
R.016
R.090
R.I
SA.03
SA.04
SA.06
R.010
R.011
R.017
R.034
R.064
R.072
R.081
R.086
R.105
R.004
R.006
R.030
R.049
R.065
R.066
R.067
R.071
R.078
R.094
R.035
R.080
R.082
R.XIII
VM.06
VM.08
VM.19
VM.25
R.068
R.070
R.071
R.075
R.100
R.XIV
CU.05
R.015
R.021
VC.02
VC.08
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Siete Aguas
Siete Aguas
Siete Aguas
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
V.enta del Moro
Venta del Moro
Venta del Moro
Venta del Moro
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Requena
Iniesta (Cuenca)
Requena
Requena
Villargordo
Villargordo
720
720
650
650
650
700
725
690
670
640
700
650
712
744
660
720
850
720
700
680
689
890
890
780
700
605
640
540
700
660
550
630
544
600
630
560
580
580
560
620
560
632
640
640
640
680
600
760
740
800
680
590
680
590
570
555
586
540
380
380
880
840
4.1
2.1
2.1
4.1
2.1
2.2
2.1
3.1
3.1
3.1
3.1
2.1
2.1
1
3.1
2.1
4.1
4.1
4.1
3.2
2.1
2.1
3.1
5
2.1
4.1
5
2.1
2.1
2.1
3.1
1
3.1
3.1
3.1
2.1
3.1
4.1
3.1
3.1
2.1
1
2.1
2.1
2.1
3.1
3.2
4.1
2.1
1
4.1
3.1
4.1
1
1
II a.C. - II/III d.C.
V y II - I a.C.
II - I a.C.
II a.C. - II d.C.
VI a.C. - I/II d.C.
VII a.C. - II/III d.C.
I - V d.C.
I - IV d.C.
I - III d.C.
I - III d.C.
I - III d.C.
II - IV d.C.
II - IV d.C.
II - III d.C.
II - III d.C.
II - III d.C.
VI - I a.C.
V a.C. - I/II d.C.
II a.C. - I/II d.C.
II - I a.C.
I - II/III d.C.
II a. C. - I/II d.C.
II a. C. - I/II d.C.
II - I a.C.
VI - I a.C.
VI - IV a.C. e Imperial
V - I a.C.
III - II/I a.C.
V-III a.C. e Imperial
VI a.C. - I d.C.
III a.C. - I d.C.
V-III a.C. e Imperial
I a.C. - III d.C.
V y II - I a.C.
II/I a.C. - II d.C.
II - I a.C.
I a.C. - IV d.C.
IV/III a.C. - I/II d.C.
IV - III a.C. y I/II d.C.
II a.C. - III d.C.
VI a.C. y I/II d.C.
II a.C. - II/III d.C.
II - I a.C.
VI a.C. - II / III d.C.
VI a.C. - II/III d.C.
II / I a.C. - II d.C.
I - II d.C.
II a.C. - I d.C.
IV - I a.C.
V a.C. - I d.C.
VI a.C.; II-I a.C. y III-V d.C.
V a.C. y II a.C. - I/II d.C.
V - II a.C.
V a.C. y I/II d.C.
II - I a.C.
VI a.C. - I d.C.
II-IV d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
II - I a.C.
V a.C. - I/II d.C.
VI a.C. - III d.C.
[page-n-120]
Sinarcas
Llano de Camporrobles
Llano de
Fuenterrobles
Llano de Caudete
Sierra
de Utiel
Llano de Utiel
Yacimiento
Referencia
Término
Altitud
Cat. Disp.
Cronología
Las Casas
Fuente del Cristal
Cañada Campo II
Los Derramadores
Molino Enmedio
La Solana
Los Carasoles
C. de las Córdovas
Casa del Vicario
El Campanillo
El Soborno
Ermita St Bárbara
Fuente la Alberca
Cañada Campo I
Los Calicantos
La Mazorra
Fuente Hontanar
Boquera Tormillo
S. Antonio Cabañas
Kelin
La Atalaya
Caudete Norte
Caudete Este
Casa Doñana
Rincón de Gregorio
Vallejo Ratones
Hoya Redonda II
Cerro de la Peladilla
La Mina
PUR-3
Covarrobles
Las Pedrizas
La Tejería
Peña Lisa
Fuenterrobles
Punta de la Sierra
El Molón
Los Villares
La Balsa
Cueva Santa Mira
La Cuesta Colorá
Cañada del Carrascal
Viña del Derramador
Hoya de Barea
Casas del Alaud
Cueva Santa
Cañada del Pozuelo
La Maralaga
P. de Lobos-Lobos
Cerrito de la Horca
Cerro Carpio
Cerro San Cristóbal
El Carrascal
Tejería Nueva
El Molino
La Cabezuela / P.Berceruela
Pozo Viejo
Ermita de San Marcos
La Nevera
Contienda / Cachirula
Villanueva
Punto de Agua
U.002
U.007
U.012
U.018
U.I
U.020
U.II
U.III
U.IV
U.V
U.VI
U.VII
U.VIII
U.IX
U.X
U.001
U.016
U.021
U.013
CF.01
CF.02
CF.03
CF.04
CF.07
CF.10
F.008
F.014
F.001
F.003
F.005
F.006
F.010
F.011
F.012
F.I
F.II
C.001
C.003
C.004
CU.004
C.I
C.II
C.III
C.IV
CU.03
CU.04
S.001
S.002
S.004
S.007
S.008
S.009
S.010
S.011
S. 012
S.013
S.014
S.016
S.017
U.XII
B.003
B.004
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Utiel
Caudete
Caudete
Caudete
Caudete
Caudete
Caudete
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Fuenterrobles
Camporrobles
Camporrobles
Camporrobles
Camporrobles
Camporrobles
Camporrobles
Camporrobles
Camporrobles
Mira (Cuenca)
Mira (Cuenca)
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Sinarcas
Utiel
Benagéber
Benagéber
800
780
760
760
812
600
774
715
733
752
738
755
757
760
749
1080
1000
1012
760
820
863
780
780
800
800
810
815
1040
900
900
900
880
860
860
870
950
1129
920
920
800
924
1015
940
990
840
800
890
870
880
860
1053
1027
880
880
860
880
860
860
900
827
880
896
2.1
3.1
3.1
2.1
2.1
1
3.2
4.1
3.1
2.1
1
2.1
1
1
2.1
3.1
3.1
2.1
3.2
3.1
3.1
2.1
3.1
3.1
1
3.2
2.1
3.1
5
1
1
5
2.1
2.1
2.1
3.1
3.2
3.2
1
3.1
2.1
5
3.1
3.1
2.1
3.2
III/II a.C. - I/II d.C.
I - III d.C.
VI a.C. - II/III d.C.
VI a.C. - II/III d.C.
I - IV d.C.
V a.C. y II/I a.C. - IV/V d.C.
I - III d.C.
I - IV d.C.
I - IV d.C.
I - IV d.C.
I - IV d.C.
I - IV d.C.
I - IV d.C.
II - IV d.C.
II - IV d.C.
IV - I a.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
II a.C. - I d.C.
II/I a.C. - I d.C.
VII - I a.C.
VII - I a.C.
VII - I a.C.
II a.C. - III/IV d.C.
II/I a.C. - III/IV d.C.
II - I a.C
II - I a.C
II/I a.C. - I/II d.C.
IV-I a.C.
II a.C. - I d.C.
II - I a.C.
II a.C. - I d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
V - I a.C.
I - III d.C.
I - III d.C.
VII - I a.C.
II/I a.C. - I d.C.
I a.C. - III/IV d.C.
VII/VI a.C. - II d.C.
I - II d.C.
II/I a.C. - II/III d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
III/II a.C. - III/IV d.C.
VI a.C. y II/I a.C. - I/II d.C.
VI a.C. - II d.C.
V a.C. - I/II d.C.
II a.C. - I d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
VI a.C. y I/II d.C.
II a.C. - I d.C.
VII a.C. - I a.C.
V a.C. - II/III d.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
VI/V y II a.C.
II/I a.C. - I/II d.C.
II/I a.C. - I d.C.
IV/III a.C. y I/II d.C.
II a.C.
I - II d.C.
II - I a.C.
II - I a.C.
Tinada Guandonera
CU.07
Aliaguilla (Cuenca)
953
3.1
I a.C. - I/II d.C.
103
[page-n-121]
Tabla 6. Fases de ocupación de los yacimientos.
Yacimiento
Los Aguachares
Calderón
Molino Duende
Las Canales
Rambla del Sapo
Requena
Barrio Los Tunos
El Barriete
Fuencaliente
La Borracha
La Picazuela
Casilla Hererra
Cerro Valentín
El Batán
El Cerrito
Fuente de las Pepas
Loma Moral
El Rebollar
Las Lomas
Las Paredillas II
Las Paredillas I
Mazalví
Casa de Mazalví
La Carrasca
C. Castellar
P. Portera I
El Paraíso
Lidoneros I
Cueva de los Ángeles
Los Alerises
Barranquillo del Espino
Cerro Hueco
La Calerilla
Cerro Gallina
Casa Alarcón
Casa de la Cabeza
Villares Campo Arcís
Casa de la Vereda
El Balsón
Casa del Tesorillo
Puntal del Moro
El Ardal
Casa Cañadas
Los Villarejos
Fuen Vich
El Carrascalejo
Hórtola
Los Pedriches
Fuente de la Reina
Casa Sevilluela
Las Zorras
Los Olmillos
Muela de Arriba
Campamento
Casa del Morte
Casa de la Alcantarilla
Sisternas
Vadocañas
El Periquete
Casas de Caballero
El Moluengo
Camino C. Zapata
104
IV-III a.C.
II-I a.C
I-II d.C.
Yacimiento
Molino de Enmedio
Las Casas
Fuente del Cristal
Cañada del Campo II
Los Derramadores
La Solana
Los Carasoles
Casa de las Córdovas
Casa del Vicario
El Campanillo
El Soborno
Ermita Sta. Bárbara
Fuente de la Alberca
Cañada del Campo I
Los Calicantos
La Mazorra
Fuente del Hontanar
Boquera del Tormillo
San Antonio Cabañas
Kelin
La Atalaya
Caudete Norte
Caudete Este
Casa Doñana
Rincón de Gregorio
Vallejo Ratones
Hoya Redonda II
Cerro de la Peladilla
La Mina
PUR-3
Covarrobles
Las Pedrizas
La Tejería
Peña Lisa
Fuenterrobles
Punta de la Sierra
El Molón
Los Villares
La Balsa
Cueva Santa de Mira
Cuesta Colorá
Cañada del Carrascal
Viña Derramador
Hoya de Barea
Casas del Alaud
Cañada Pozuelo
La Maralaga
Pocillo Lobos-Lobos
Cerrito de la Horca
Cerro Carpio
Cerro S. Cristóbal
El Carrascal
Tejería Nueva
El Molino
Cabezuela / P. Berceruela
Pozo Viejo
Ermita de San Marcos
La Nevera
Contienda
Villanueva
Punto de Agua
Tinada Guandonera
IV-III a.C.
II-I a.C
I-II d.C.
[page-n-122]
105
Fig. 138. Mapa con el total de yacimientos del presente trabajo.
[page-n-123]
Categorización de los yacimientos
Fig. 139. Sistemas de Información Geográfica empleados.
entre las que destaca el empleo de recursos WMS (Web Map
Service) a través de Internet (fig. 139.1). Al estar concebido
para todo tipo de profesionales y administraciones públicas, tiene una mayor facilidad de uso y entre sus herramientas, pese a
no estar dirigidas específicamente al campo de la Arqueología,
encontramos bastantes de gran utilidad. Sus principales características son (http://www.gvsig.gva.es/):
- Portable: lenguaje de programación Java, se puede trabajar
en diferentes plataformas.
- Modular: funcionalidades ampliables.
- Código abierto y sin licencias.
- Interoperable.
Por otro lado, también utlizamos el SIG GRASS - Geographic Resources Analysis Support System1 (Neteler y Mitasova, 2008) (fig. 139.2). Se trata de un SIG creado en 1982
por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los EEUU como
herramienta de gestión, abierto al público a través de internet
desde 1991 y difundido en ámbitos académicos y comerciales
desde finales del siglo pasado. Es un programa especialmente
concebido para usar en plataforma Linux, pero también se han
desarrollado útiles versiones para MAC y Windows. El Modelo Digital del Terreno (MDT) de nuestra zona en cuestión fue
desarrollado por A. Moreno bajo supervisión del propio M.
Barton durante su estancia en la ASU en el año 2006.
Para la representación gráfica aún hemos variado más en la
utilización de programas o aplicaciones web. En este sentido,
se ha hecho uso de Google Earth, SIGPAC, el Visor 3D del
Institut Cartogràfic Valencià (ICV) y el MDT de la Conselleria
de Medi Ambient, Aigua, Urbanisme i Habitatge, en función
del aspecto que qusiéramos tratar o del mejor grado de definición y resolución. En ocasiones se ha integrado su cartografía
en los propios SIG mediante el uso de capas WMS, mientras
que en otras se han trabajado directamente sobre sus imágenes,
retocándolas en cualquier otro programa de dibujo o retoque
fotográfico (Photoshop, Illustrator, Freehand, etc.).
1 Como ya hemos comentado, tras nuestra estancia doctoral en 2008 en
la School of Human Evolution de la Arizona State University (Tempe,
EEUU), bajo la supervisión del Dr. Michael Barton.
106
Inicialmente, la categorización de los yacimientos dentro de
nuestro proyecto de estudio se hacía tan sólo a partir de tres variables: tamaño, ubicación y presencia o no de defensas, parámetros
que suelen ir interrelacionados (Mata et al., 2001 a y b). Dicha
categorización, útil en términos de organización somera de los
yacimientos, no aportaba nada en cuanto a carácter, funcionalidad o significado de los mismos. Es por ello que hemos intentado
perfeccionarla en los últimos años (Quixal, 2008; Moreno, 2010,
Mata et al., 2012). A partir de esas tres variables, válidas pero
incompletas, hemos añadido otras y hemos valorado de forma
crítica cada uno de los yacimientos, por tal de establecer su categorización funcional.
A modo ilustrativo incluimos las cinco categorías generales
que se establecían en los trabajos previos, algunas de ellas subdivididas a su vez en dos (tabla 5):
- Categoría 1: Yacimientos de 10 ha o más, ubicados en el
llano, loma o vaguada. A esta categoría pertenece, entre
otros, el oppidum ibérico de Kelin, capital del territorio.
- Categoría 2: Yacimientos de entre 9 - 2,5 ha. Se puede diferenciar entre:
2.1: Su extensión es fruto de la dispersión de materiales en
superficie, pues carecen de límites claros o fortificación.
2.2: Cuentan con fortificaciones, además de una posición
elevada con un buen control del territorio y una excelente
visibilidad.
- Categoría 3: Yacimientos de entre 2,5 – 0,5 ha. Se diferencian
también en 3.1 y 3.2, con las mismas características que en
el caso anterior respectivamente (con o sin límites claros o
fortificación visible).
- Categoría 4: Yacimientos pequeños, con menos de 0,5 ha. Se
diferencian también en 4.1 y 4.2, con las mismas características que en los casos anteriores respectivamente.
- Categoría 5: Yacimientos de carácter especial, cuyo tamaño
no es para nada importante (cuevas, necrópolis, fuentes, etc.).
Pero, como hemos dicho, existen otras variables que nos
permiten acercarnos más no sólo a la forma del yacimiento, sino
también a la función del asentamiento, teniendo claro que el
grueso de los yacimientos responden, a nuestro parecer, a funciones de explotación del entorno. Siempre debemos ir con pies
de plomo en este ámbito, más si cabe si la base del trabajo son
prospecciones arqueológicas.
En las últimas décadas, la investigación del mundo ibérico ha ramificado los intereses y objetivos de sus estudios de
poblamiento, evitando centrarse exclusivamente en los oppida, en las atalayas o en los lugares cultuales. Desde entonces,
bastantes son las publicaciones que han tratado el mundo rural
como un ámbito fundamental de los pueblos ibéricos, algunas
incluso con carácter monográfico (Martín y Plana, 2001; Orejas, 2006). Nuestro proyecto de estudio también se ha centrado
en este ámbito durante la última década, con la excavación de
pequeños lugares de hábitat temporal asociados a estructuras de
transformación de los alimentos (Rambla de la Alcantarilla en
2005 y Solana de Cantos 2 en 2006; ambos en Requena), así
como granjas y/o aldeas de pequeñas dimensiones (El Zoquete
en 2007 y 2008 o la Casa de la Cabeza de 2010 a 2012, ambos
también en Requena) (Pérez et al., 2007; Quixal et al., 2008;
Mata et al., 2009; Quixal et al., 2010, 2011 y 2012).
[page-n-124]
Precisamente, el poder discernir, por un lado, lo que es hábitat de lo que no, y, por otro, lo que pudo tener ocupación permanente o temporal, ha sido una de las problemáticas en las que
se ha centrado nuestra investigación de forma más concienzuda (Quixal, 2008; Mata et al., 2009; Moreno y Quixal, 2009).
Anteriormente englobábamos todo aquello que se alejaba de la
categoría de poblado como “hábitat”, sobre todo yacimientos
en llano con poca entidad y materiales escasos y dispersos. En
otros territorios no se trata de un tipo mayoritario, pero, en nuestro caso, es sin duda la tónica dominante. En los últimos años
algunos autores han apuntado esta problemática y han llegado
a la conclusión de que podemos diferenciar entre lugares rurales de ocupación estable y pequeños establecimientos rurales de
entidad baja, especialmente en el entorno inmediato de ciudades
como el Puig de Sant Andreu (Ullastret, Girona) (Plana y Martín, 2001) o Edeta (Bonet et al. 2007).
Por todo ello, para poder determinar a partir de una prospección si un yacimiento en llano tuvo carácter de hábitat, algo en
ocasiones complicado de hacer incluso en los escasos yacimientos
excavados, debemos tener en cuenta toda una serie de variables.
Ninguna por sí sola es determinante, pero en conjunto consideramos que pueden ser ciertamente útiles. Siempre que ha sido posible, los datos han sido contrastados con registros arqueológicos
procedentes de excavaciones para ofrecer un mayor rigor en las
aproximaciones. Las variables en cuestión son: tamaño, ubicación, presencia de defensas, variedad tipológica de su registro cerámico, presencia de importaciones, presencia de otros elementos
de cultura material, diacronía y proximidad a otros asentamientos.
Tamaño
Las dificultades de cuantificación del tamaño de los yacimientos
a partir de una prospección arqueológica se centran, especialmente, en determinar si una mayor o menor área de extensión
de restos responde realmente a un mayor o menor tamaño en el
pasado (Fernández Martínez y Lorrio, 1986). En primer lugar,
debemos tener en cuenta que un yacimiento es producto de la
suma de los diferentes niveles de ocupación, abandono, alteración o destrucción que esa zona ha vivido. En este sentido, nosotros conocemos la superficie que tiene el yacimiento de forma
general, pero en caso de tener diferentes fases de ocupación, en
la mayoría de los casos seremos incapaces de determinar qué
tamaño tuvo en cada una de ellas (Quixal, 2008: 90-93).
Nuestra experiencia en el territorio de Kelin nos ha mostrado que grandes dispersiones de material no tienen por qué
corresponder a grandes asentamientos, ya que muchos son, en
realidad, pequeñas agrupaciones dispersas. A modo de ilustración hemos realizado en algunos yacimientos del Ibérico Pleno comparaciones entre las simples dispersiones de material
previas a su excavación y la superficie del espacio resultante
tras la misma. En este sentido, los trabajos en la Rambla de
la Alcantarilla, Solana de Cantos 2 y El Zoquete permitieron
ver como el espacio construido final era en porcentaje mucho
menor a lo que constituía la dispersión general de material
(Mata et al., 2012) (tabla 7). El yacimiento de Los Aguachares, dentro de este estudio por estar ocupado también en época
ibérica final y romana altoimperial, también muestra un gran
contraste entre las 25 ha de dispersión en superficie y los 20
m² de construcciones ibéricas localizadas tras la excavación
de urgencia que se llevó a cabo (Vidal et al., 2004). No obstante, estos datos no son del todo válidos por tratarse de una
excavación parcial en un yacimiento de deficiente conservación, lo cual sesga inevitablemente el registro conservado.
Por otro lado, es fundamental diferenciar una dispersión de
materiales, entendiéndola como una distribución irregular del
material de densidad media / baja; de una concentración de materiales dentro de la dispersión general, en la cual la densidad es alta
/ muy alta por hallarse una gran cantidad de restos en un espacio
relativamente reducido. Tanto en uno como en otro sentido, la
disposición de los materiales puede estar marcando diferencias
en la entidad, la estabilidad y la funcionalidad de ese núcleo en
tiempos pretéritos. Las concentraciones de materiales suelen atribuirse a lugares de hábitat, pero también puede tratarse de hornos,
necrópolis u otro tipo de establecimiento rural que no siempre
dejan indicios claros de su actividad. En los poblados en alto es
más fácil determinar sus límites siguiendo el perímetro de sus
defensas o de la propia cima, por lo que podemos calcular su extensión de forma más rigurosa (Mata et al., 2001: 314).
Respecto al caso práctico que nos ocupa, en primer lugar
vamos a analizar las extensiones totales de los yacimientos del
presente estudio, es decir, las dispersiones generales de material arqueológico. Y lo haremos teniendo en cuenta las grupos
de tamaños previamente descritos (horquillas de +10, 10-2,5,
2,5-0,5 y -0,5 ha), tanto para época ibérica final como romana
altoimperial (tablas 8 y 9).
Si atendemos a los porcentajes que representan cada uno de
estos grupos y los comparamos por épocas, observamos datos
significativos (fig. 140), ya apuntados en otros trabajos previos
(Mata et al., 2001 a y b). Durante el Ibérico Pleno, juntamente con el ya comentado cénit a nivel poblacional, se observa
cómo hay un predominio de los yacimientos pequeños (Moreno,
2010: 109). Casi el 70% presentan menos de 2,5 ha de dispersión de material. En las fases sucesivas, sobre todo en el Ibérico
Final, dentro de una reducción del número de yacimientos, éstos tienden a ganar en tamaño, constituyendo más de la mitad
los que superan las 2,5 ha. De esta manera, tenemos como el
número absoluto de yacimientos de +10 y 10-2,5 ha (11 y 27
respectivamente), es superior o igual a los de la fase anterior (7
y 27) (fig. 141). El gran cambio viene con el descenso drástico
de los yacimientos de entre 2,5-0,5 ha y -0,5 ha, de 48 a 20 y
Tabla 7. Comparación entre las superficies de dispersión y concentración de materiales, así como superficie construida una vez excavados.
Yacimiento
Dispersión
Concentración
Excavación
Rambla de la Alcantarilla
3.125 m² (100%)
Inexistente
150 m² (4,8% disp.)
Solana de Cantos 2
El Zoquete
3.000 m² (100%)
5.000 m² (100%)
Inexistente
2.800 m² (56%)
15 m² (0,5% disp.)
300 m² (6% disp. / 10,7% conc.)
107
[page-n-125]
Tabla 8. Tamaño de los yacimientos durante el Ibérico Final.
Tipo
Tamaño
Yacimientos
Sin delimitación
> 10 ha
Los Aguachares, Las Lomas, Los Pedriches, Casa de la Alcantarilla, El Moluengo, Camino de la
Casa Zapata, Kelin, Caudete Norte, Caudete Este, Peña Lisa, El Carrascal
10 - 2,5 ha
Calderón, Molino del Duende, Rambla del Sapo, Loma del Moral, El Rebollar, Los Alerises, El
Paraíso, Cerro Gallina, Casa Alarcón, El Carrascalejo, Fuente de la Reina, Casa Sevilluela, Las
Zorras, Casa del Morte, Las Casas, Los Derramadores, San Antonio de Cabañas, La Atalaya, Casa
Doñana, Hoya Redonda II, Covarrobles, Los Villares de Camporrobles, Cañada del Pozuelo, La
Maralaga, Pocillo de Lobos-Lobos, La Cabezuela/Pocillo Berceruela, Villanueva
2,5 - 0,5 ha
Las Paredilas II, Los Lidoneros I, Casa de la Cabeza, Casa de la Vereda, Casa del Tesorillo, El
Ardal, Los Villarejos, Fuen Vich, Los Olmillos, El Periquete, Cañada del Campo II, Boquera del
Tormillo, Rincón de Gregorio, Vallejo de los Ratones, La Mina, PUR-3, Las Pedrizas, La Tejería,
Tejería Nueva, Pozo Viejo
< 0,5 ha
Las Canales, Mazalví, Casa de Mazalví, La Carrasca, B. Espino, Casa de las Cañadas, Vadocañas,
Casas de Caballero, F. del Hontanar
Delimitados por
10 - 2,5 ha
fortificaciones o la 2,5 - 0,5 ha
propia orografía
Requena
Cerro Castellar, Muela de Arriba, La Mazorra, Cerro de la Peladilla, El Molón, Cerro Carpio, Cerro
de San Cristóbal
< 0,5 ha
Desconocido
Punto de Agua
Desconocido
Cañada del Carrascal, Viña del Derramador, Hoya de Barea, El Molino, La Nevera
Tabla 9. Tamaño de los yacimientos durante el Alto Imperio.
Tipo
Tamaño
Yacimientos
Sin delimitación
> 10 ha
Los Aguachares, Las Lomas, Casa de la Alcantarilla, Camino de la Casa Zapata, El Carrascal.
10 - 2,5 ha
Rambla del Sapo, Barrio de los Tunos, El Rebollar, Las Paredillas I, Casa Alarcón, Los Villares
Campo Arcís, Puntal del Moro, El Carrascalejo, Las Casas, Los Derramadores, Molino de En
medio, Casa Doñana, Covarrobles, Los Villares de Camporrobles, Cañada del Pozuelo, La
Maralaga, Pocillo de Lobos-Lobos, La Cabezuela/Pocillo Berceruela.
2,5 - 0,5 ha
Las Paredilas II, Casa de la Vereda, El Balsón, Casa del Tesorillo, El Ardal, Los Villarejos, Fuen
Vich, Los Olmillos, El Periquete, Fuente del Cristal, Cañada del Campo II, Boquera del Tormillo,
La Mina, Las Pedrizas, La Tejería, La Balsa, Cerrito de la Horca, Tejería Nueva, Pozo Viejo,
Ermita de San Marcos, La Contienda, Tinada Guandonera.
< 0,5 ha
Las Canales, Mazalví, Casa de Mazalví, Vadocañas, Fuente del Hontanar.
Delimitados por
10 - 2,5 ha
fortificaciones o la 2,5 - 0,5 ha
propia orografía
Requena
Desconocido
Fuencaliente, La Borracha, La Picazuela, Casilla Herrera, Cerro Valentín, El Batán, El Cerrito,
Fuente de las Pepas, Hórtola, Cisternas, Fuenterrobles, Punta de la Sierra, La Cuesta Colorá,
Cañada del Carrascal, Viña del Derramador, Hoya de Barea, Los Carasoles, Casa de las Córdovas,
Casa del Vicario, El Campanillo, El Soborno, Ermita de Santa Bárbara, Fuente de la Alberca,
Cañada de Campo I, Los Calicantos.
Desconocido
Cerro Carpio
de 21 a 9 en cada una de ellas. En época imperial la cuestión
está más igualada, aunque la presencia de material imperial en
yacimientos ibéricos nos ha llevado a contabilizar como romanos núcleos que igual sólo tienen ocupaciones residuales. Los
asentamientos romanos estables, en cambio, sí que son grandes
y densas dispersiones de material.
Detrás de estas extensas dispersiones de material puede
haber muchos factores, además de la propia lógica de pensar
que los asentamientos son cada vez más grandes. En pri108
mer lugar, los procesos postdeposicionales pueden provocar
de una manera aleatoria yacimientos más o menos grandes,
independientemente del tamaño original de la construcción
(erosión, transformaciones agrícolas diversas, etc.). Dicho
esto, el aumento de tamaño de los yacimientos ibéricos finales y romanos altoimperiales puede estar en relación con
una mayor complejidad a nivel de equipamientos y sectores
dentro de un mismo núcleo. Sin duda el ejemplo más claro
es la villa romana, las cuales según Columela estarían divi-
[page-n-126]
Fig. 140. Evolución del tamaño
de las dispersiones de material,
por porcentajes.
Fig. 141. Evolución del tamaño
de las dispersiones de material,
por valor absoluto.
didas en diferentes partes según su funcionalidad (Dyson,
2003: 19-20). Ello sin duda provocaría, en caso de generarse
un yacimiento, que la dispersión de materiales del mismo
fuera mucho mayor, dado que los procesos postdeposicionales afectarían a diversos sectores. Nuestra propia excavación
en la Casa de la Cabeza nos ha permitido observar como
un mismo lugar puede estar estructurado en diferentes sectores, aumentando la dispersión superficial resultante. Las
sociedades humanas han ido generando cada vez un mayor
número de materiales y desechos de su uso cotidiano. Los
yacimientos romanos, por lo general, si tienen estabilidad
generan un volumen ingente de material, sobre todo porque
a las cerámicas se une panorama más diversificado de material constructivo (tegulae, ladrillos, sillares, etc.).
Por otro lado, dentro del grupo de yacimientos cuyo tamaño
viene calculado por el límite de sus fortificaciones o la orografía
de sus ubicaciones, vemos como su peso desciende por épocas,
siendo la horquilla de 2,5-0,5 ha siempre la más numerosa (fig.
142). En el Ibérico Final desaparecen los menores a 0,5 ha y en
época romana prácticamente todos (fig. 143).
Tal y como hemos apuntado anteriormente, en los últimos
trabajos siempre que hemos podido hemos diferenciado concentraciones dentro de las dispersiones generales, ya que dicha
extensión es más cercana a la que tuvo el núcleo en tiempos
pretéritos. Uno de los cálculos pioneros fue el de de Los Alerises, donde la destrucción que vivó este yacimiento cercano
a la aldea de La Portera en el 2006, por desgracia, posibilitó
recalcular su extensión y diferenciar entre una dispersión de
65.000 m² y una concentración de 19.200 m². En un total de
14 yacimientos se ha podido diferenciar concentraciones de
este tipo dentro de una dispersión más extensa de materiales
(tabla 10).
No obstante, la mejor manera de delimitar dichas concentraciones con rigurosidad y eficacia es mediante la realización
de una microprospección. En el 2008 llevamos a cabo la priTabla 10. Yacimientos en los que se ha podido diferenciar una
concentración, comparando su extensión con la dispersión general
en hectáreas.
Dispersión
Concentración
6
1,5
Las Lomas
12
0,15
Las Paredillas I
3,3
0,5
Los Alerises
6,5
1,9
Casa de la Cabeza
1,5
0,13
El Ardal
1,8
0,25
Puntal del Moro
2,8
1,2
Fuen Vich
1,5
0,45
Barrio de los Tunos
Casa del Morte
4
0,06
Casa de la Alcantarilla
12,5
1,5
Las Casas
7,4
0,86
Fuente del Cristal
1,3
0,4
Molino de Enmedio
2,6
1
5
0,15
Hoya Redonda II
109
[page-n-127]
Fig. 142. Evolución del tamaño
de los yacimientos con límites
conocidos, por porcentajes.
Fig. 143. Evolución del tamaño
de los yacimientos con límites
conocidos, por valor absoluto.
Fig. 144. Sectores diferenciados en la Casa de la Cabeza de cara a su prospección.
110
[page-n-128]
mera actuación de este tipo en Hortunas de Abajo, aunque este
yacimiento no forma parte de este estudio por tener una cronología más antigua (ss. V-IV a.C.) (Quixal, 2008: 92-93). No
obstante, en dicha actuación se sentaron las bases de lo que se
realizaría en Caudete Norte en 2009 y, sobre todo, en la Casa
de la Cabeza de forma previa a su excavación en 2010, lo cual
sin duda constituye el mejor referente en este campo.
De esta manera, se consideró interesante realizar una semana antes del inicio de la excavación una microprospección en
toda la superficie del yacimiento y de los campos de su alrededor. Se ubicaron con GPS todos los materiales arqueológicos
hallados, a fin de ver las áreas de mayor densidad y comprobar
a posteriori si existía una correspondencia con la presencia de
estructuras. Además, el yacimiento y su entorno fueron divididos en diez sectores a fin de determinar si se podían percibir
diferencias por zonas en cuanto a secuencias de ocupación o
funcionalidades (fig. 144).
Una vez realizada esta actuación, se bajaron los puntos en
el software MapSource de Garmin y se exportaron a GVSIG
como DXF, transformándose a SHP y creando una retícula de
cuadrículas de 10 m de lado para ver la densidad de puntos,
incluyendo un intervalo de valores con cinco niveles en función del volumen de restos (1, 2-3, 4-5, 6-10, 11-20). El resultado fue la localización tres concentraciones, en especial una
zona de alta densidad en el espolón occidental de la loma, lo
correspondiente al sector 1, donde ya en superficie se aprecia-
ban estructuras arqueológicas. Allí hasta en un total de cuatro
cuadrículas se superaban los seis fragmentos recogidos e incluso en una de ellas casi 20. Las otras dos concentraciones
eran el sector 2, cima amesetada de la loma, y un punto del
sector 6, en el piedemonte suroccidental de la misma, aunque
con una densidad más baja y una extensión menor (fig. 145).
Posteriormente, los trabajos de excavación se desarrollaron
de forma paralela en esos dos primeros sectores. Como hemos
visto, en ambos los resultados fueron positivos, con la localización de dos departamentos y espacios abiertos en una posible
área de trabajo/auxiliar en el sector 1, más toda la serie de estructuras del extenso sector 2. Dentro de este último, en otros
puntos donde la densidad superficial de material era baja o nula,
tras la apertura de sondeos mecánicos con una pala excavadora
se comprobó que no había restos arqueológicos y que la potencia sedimentaria era muy escasa. En la tercera concentración, la
del piedemonte, no se han realizado sondeos porque consideramos que dicha densidad se explica por procesos postdeposicionales y de arrastre de material de la cima, de ahí tal volumen. No
obstante, no podemos descartar que la presencia de fragmentos
cerámicos en prácticamente toda la corona alrededor del yacimiento (especialmente en los sectores 6 y 9) enmascare la existencia de estructuras auxiliares como corrales, almacenes, refugios, tal y como se ha documentado en otras casos del territorio
de Kelin (Mata et al., 2009), o simplemente sean producto del
abonado de los campos o del vertido de residuos del poblado.
Fig. 145. Densidades de material obtenidas tras la microprospección
111
[page-n-129]
Por lo tanto, la microprospección llevada a cabo en este
yacimiento ha tenido unos resultados muy útiles, al corresponder exactamente las áreas de máxima dispersión de restos
con las que albergan estructuras. Y, sobre todo, incluso sin
que se hubiera llevado a cabo la excavación arqueológica, las
concentraciones hubieran aportado una extensión total mucho
más cercana a la realidad que la simple dispersión. El mapa
resultante mostraba una concentración máxima de unos 750
m² en el sector 1, mientras que en el sector 2 era algo menor
con unos 600 m². Tras las tres campañas de excavación, en el
sector 1 se ha contabilizado una extensión real de restos de
130 m² (excavada en su totalidad), mientras que, por su parte,
el sector 2 es sensiblemente mayor, con 250 m² (excavación
incompleta).
Conjuntamente con la variable tamaño, es interesante aproximarse, siempre con pies de plomo, al posible cómputo demográfico de aquellos yacimientos de los que conozcamos bien dos características: su carácter de hábitat y sus límites, aspectos que en
muchos casos van de la mano de la presencia de fortificaciones.
Se han realizado algunos trabajos de este tipo para asentamientos
ibéricos, incluso varios centrados en el territorio de Kelin (Valor
et al., 2001; Valor y Garibo, 2002; Moreno y Valor, 2010). Pese a
sus limitaciones, consideramos que es positivo tenerlos en cuenta,
ya que nuestro objeto de estudio son grupos humanos, por encima
de yacimientos de uno u otro tamaño.
La aplicación es especialmente válida para calcular la demografía de asentamientos excavados en su práctica totalidad, en los que se sabe el número de viviendas, el tamaño
de las mismas y la superficie sin construcciones. Para poder
adaptar las fórmulas empleadas a los yacimientos requenenses sin excavar, los autores han tomado como base los datos
procedentes de la reducida área excavada de Kelin. Se trata
de un sistema mixto que combina la proporción (m² x individuo) y la asignación (nº de personas x vivienda) mediante la
siguiente fórmula (tabla 11).
Tan sólo contamos con ocho asentamientos en los que se
ha podido realizar el cálculo demográfico, los siete poblados
fortificados de cronología final y la capital, Kelin. Dos de ellos
concentrarían a un mayor volumen de población, Kelin y ReTabla 11. Cálculo aproximativo de la demografía en los
asentamientos (según Valor et al., 2001).
Yacimientos
P*
A
B
C
Kelin
Requena
Muela de Arriba
El Molón
Cerro Castellar
Cerro San Cristóbal
Cerro de la Peladilla
Cerro Carpio
3.808
2.593
614
512
429
407
238
209
66.000
44.800
10.500
8.800
7.400
7.000
4.100
3.500
78
“
“
“
“
“
“
“
4,5
“
“
“
“
“
“
“
* Población (nº de personas). P = (A / B) x C.
A = Superficie habitada en m² (tomando, según Gràcia et al. 1996, como
dedicada al hábitat el 66% del área total del yacimiento, quedando el 34%
restante destinado a espacio comunitario).
B = Superficie media de las viviendas en m² (tomando la media obtenida
en Kelin: 78 m²).
C = Ratio variable de 4,5 personas por cada vivienda.
112
quena, destacando por encima de todos el primero, para el cual
se han estimado unas casi 4.000 almas. El resto se encuentran en
una horquilla de dos a seis centenas. Podríamos diferenciar un
segundo nivel compuesto por poblados de 650 a 400 habitantes
con la Muela de Arriba, El Molón, Cerro Castellar y Cerro de
San Cristóbal; mientras que el Cerro de la Peladilla y el Cerro
Carpio se limitarían a unos 200. No obstante, en la mayoría de
los casos nuestra labor de campo nos lleva a pensar que los índices resultantes son excesivos, de manera marcada en el caso
del Cerro Castellar. La reducida superficie excavada de Kelin,
base del cálculo, sin duda lastra el análisis e impide que sea tan
completo como el de otras zonas.
Ubicación y accesibilidad
La ubicación de los yacimientos es también un aspecto clave a
la hora de configurarlos y está directamente relacionada con la
funcionalidad política o económica del sitio en cuestión. Aunque pueda parecer una redundancia decir que un asentamiento
en alto generalmente responde a cuestiones de defensa y control
del territorio, o que un asentamiento en llano tiene una finalidad
productiva, en la mayoría de los casos son certezas. La Meseta
de Requena-Utiel, lejos de la creencia generalizada de tratarse de
una zona llana, presenta numerosas irregularidades, de ahí que
existan múltiples tipos de ubicación para los yacimientos. Los hemos clasificado bajo las siguientes etiquetas para facilitar nuestro
trabajo (tablas 12 y 13):
- Cima: “Punto más alto de los montes, cerros y collados”
(RAE nº 22, 2011). Las ubicaciones en cima siempre han estado
en relación con el goce de una mejor visibilidad y control del
territorio. Lógicamente existen diferencias, no es lo mismo un
asentamiento en la cima de una colina que en la de una montaña,
de ahí que entre en juego el concepto de altura relativa que luego
desgranaremos junto al índice de accesibilidad. En esta comarca
son abuntantes las montañas, tanto formando parte de sierras (El
Tejo, Martés, Rubial, etc.) como los montes y colinas aisladas
salpicando llanos (Cerro de la Cabeza, Cerro Don Gil, etc.). Por
lo tanto, generalmente albergan núcleos como poblados fortificados y atalayas.
- Ladera: “Declive de un monte o de una altura” (RAE nº
22, 2011). El mundo ibérico cuenta con grandes ejemplos de
asentamientos en ladera, aterrazando el terreno y aprovechando
la propia disposición de las casas (Bonet, 1995). No obstante,
también existen diferencias en cuanto a su entidad.
- Vaguada: “Línea que marca la parte más honda de un valle,
y es el camino por donde van las aguas de las corrientes naturales” (RAE nº 22, 2011). En nuestro caso lo tomaremos como un
sinónimo de “valle”, es decir, yacimientos en la parte baja de un
valle relativamente cerrado o angosto como los de Hortunas, El
Moluengo o La Albosa.
- Piedemonte: “Parte baja de un monte” (RAE nº 22, 2011).
Equivaldría a un asentamiento en llano, simplemente se marca
la relación con la parte baja de una montaña que por el motivo
que sea interesa tener cerca.
- Loma: “Altura pequeña y prolongada” (RAE nº 22, 2011).
Falso llano, elemento geográfico muy abundante en la Meseta
de Requena-Utiel donde los llanos nunca tienen la misma fisonomía que en las planas litorales. La zona de Los Pedrones y La
Portera está salpicada de ellas.
[page-n-130]
Tabla 12. Ubicaciones de los yacimientos ibéricos finales.
Ubicación
Yacimientos
Total
Cima
Cerro Castellar, Muela de Arriba, La Mazorra, Cerro de la Peladilla, El Molón, Cerro Carpio, Cerro de San
Cristóbal, Punto de Agua.
8
Ladera
Rambla del Sapo, El Cerrito, Loma del Moral, Mazalví, Casa de Mazalví, La Carrasca, Casa de las Cañadas,
Los Vilarejos, Fuente de la Reina, Casa de la Alcantarilla, Fuente del Hontanar, Boquera del Tormillo, Caudete
Este, Rincón de Gregorio, PUR-3, Las Pedrizas, Cañada del Carrascal, Pocillo de Lobos-Lobos, La CabezuelaPocillo Berceruela, La Nevera.
20
Vaguada
Los Lidoneros I, B. del Espino, El Moluengo, Cañada del Pozuelo.
Piedemonte
Molino del Duende, Las Canales, El Rebollar, Los Alerises, Cerro Gallina, Fuen Vich, Los Pedriches, Los
Olmillos, La Atalaya, Viña del Derramador, Pozo Viejo.
11
Loma
Calderón, Requena, Las Lomas, El Paraíso, Casa de la Cabeza, Casa del Tesorillo, El Ardal, El Carrascalejo,
Casa Sevilluela, Las Zorras, Casa del Morte, La Solana, San Antonio de Cabañas, Kelin, Vallejo de los Ratones,
Hoya Redonda, La Mina, La Tejería, Peña Lisa, Tejería Nueva, Villanueva, Tinada Guandonera.
22
Llano
Los Aguachares, Las Paredillas II, Casa Alarcón, Los Villares de Campo Arcís, Casa de la Vereda, Camino
Casa Zapata, Las Casas, Cañada del Campo II, Los Derramadores, Caudete Norte, Casa Doñana, Covarrobles,
Los Villares de Camporrobles, Hoya de Barea, Casas del Alaud, La Maralaga, El Carrascal, El Molino.
18
Ribera/Vado
Vadocañas, El Periquete, Casas de Caballero.
3
Cueva
Cueva Santa de Mira
1
4
Tabla 13. Ubicaciones de los yacimientos romanos altoimperiales.
Ubicación
Yacimientos
Cima
Cerro Carpio
Ladera
Rambla del Sapo, El Cerrito, Mazalví, Casa de Mazalví, Puntal del Moro, Los Vilarejos, Hórtola, Casa de la
Alcantarilla, Fuente del Hontanar, Boquera del Tormillo, Caudete Este, Las Pedrizas, Cañada del Carrascal,
Pocillo de Lobos-Lobos, La Cabezuela-Pocillo Berceruela
Vaguada
B. del Espino, La Calerilla, El Moluengo, Cañada del Pozuelo.
Piedemonte
Las Canales, El Rebollar, Los Alerises, Fuen Vich, Los Pedriches, Los Olmillos, La Campamento, Punta de la
Sierra, Viña del Derramador, Cerrito de la Horca, Pozo Viejo, La Contienda/La Cachirula.
12
Loma
Requena, La Borracha, Casilla Herrera, Cerro Valentín, Las Lomas, Prados de la Portera I, Casa del Tesorillo, El
Ardal, El Carrascalejo, Casa Sevilluela, Cisternas, Fuente del Cristal, La Solana, El Campanillo, Los Calicantos,
La Mina, La Tejería, Tejería Nueva, Ermita de San Marcos, Tinada Guandonera.
20
Llano
Los Aguachares, Barrio de Los Tunos, El Barriete, Fuencaliente, La Picauela, El Batán, Fuente de las Pepas, Las
Paredillas I, Casa Alarcón, Los Villares de Campo Arcís, Casa de la Vereda, El Balsón, Camino Casa Zapata,
Las Casas, Cañada del Campo II, Los Derramadores, Molino de Enmedio, Los Carasoles, Casa de las Córdovas,
Casa del Vicario, El Soborno, Ermita Santa Bárbara, Fuente de la Alberca, Cañada del Campo I, Casa Doñana,
Covarrobles, Fuenterrobles, Los Villares de Camporrobles, La Balsa, Cuesta Colorá, Hoya de Barea, Casas del
Alaud, La Maralaga, El Carrascal.
34
Ribera/Vado
Vadocañas, El Periquete
2
Cueva
Cueva de los Ángeles, Cerro Hueco, Cueva Santa de Mira
3
- Llano: “Campo de altura igual y extendida, sin altos ni bajos” (RAE nº 22, 2011). En la comarca de Requena-Utiel están
limitados a determinadas unidades geográficas como el llano
de Campo Arcís, Utiel, Caudete de las Fuentes, Fuenterrobles
y Camporrobles.
- Ribera / Vado: En esta categoría unimos dos conceptos
próximos. Una ribera es un “Margen y orilla del mar o río”
o también la “Tierra cercana a los ríos, aunque no esté a su
margen” (RAE nº 22, 2011), es decir, proximidades de los
ríos, donde es posible llevar a cabo una agricultura de regadío con facilidad. En cambio el vado es el “Lugar de un río
Total
1
15
4
con fondo firme, llano y poco profundo, por donde se puede
pasar andando, cabalgando o en algún vehículo” (RAE nº 22,
2011). Remansos y aguas tranquilas donde existen mayores
posibilidades de que se llevara a cabo el paso de ríos o que se
establecieran puentes de materiales perecederos en la Antigüedad (Quixal y Moreno, 2011). La comarca tiene una gran
abundancia de torrentes y ramblas, pero esta categoría únicamente sería aplicable a los ríos, en nuestro caso el Cabriel
y el Magro, si bien éste último consideramos que su caudal
escaso e irregular multiplicaría el número de vados disponibles respecto al primero.
113
[page-n-131]
- Cueva: “Cavidad subterránea más o menos extensa, ya
natural, ya construida artificialmente” (RAE nº 22, 2011). La
comarca no cuenta con grandes cuevas, pero sí con covachas y
abrigos sobre todo en sus orlas, en los extremos accidentados
que marcan el límite del territorio de Kelin. En otras épocas las
cuevas constituyeron lugares de habitación o de estabulación
del ganado, sin embargo en época ibérica en algunos casos podrían tener carácter suntuario (Gil-Mascarell, 1975), sin desdeñar usos temporales como simples refugios.
Si atendemos a una evolución por épocas (fig. 146 y 147),
vemos como en el Ibérico Pleno hay un destacado peso de
los asentamientos en alto, los cuales, aunque no son el grupo
dominante, sí que están muy presentes. Sin duda éstos son
los que mejor marcan el proceso de cambio en el patrón de
asentamiento, ya que su peso desciende progresivamente a
lo largo de los siglos. De los 23 que había que en el Ibérico
Pleno, se quedan en ocho en el Ibérico Final y tan sólo uno en
época romana altoimperial, el Cerro Carpio, si bien no deja
de ser un poblado ibérico final que presenta alguna sigillata,
por lo que no creemos que su ocupación se alargara mucho
más del s. I d.C.
Los núcleos en cotas medias, véase ladera, vaguada y piedemonte, muestran un porcentaje bastante estable en las diferentes
fases. Sin embargo, hay que destacar el peso abultado de los
yacimientos en ladera durante el Ibérico Pleno (37), perdiendo
importancia en fases sucesivas. El piedemonte es una categoría
“genuina” del territorio de Kelin, siendo muy llamativo el hecho
de que muchos yacimientos se localicen a los pies de alguna
colina o montaña, medio resguardada por ella. Ello se ha visto
reflejado incluso en las campañas de prospección, encaminadas
por defecto a prospectar la cima de las montañas como punto
más proclive a albergar algún yacimiento y que han visto como,
en cambio, se han localizado restos al descender, en la parte baja
de la falda o el llano inmediato.
El territorio de Kelin siempre ha mostrado, incluso en sus
fases más antiguas, un volumen significativo de asentamientos
en cotas bajas, especialmente lomas y llanos. Ya en el Ibérico
Pleno estas dos categorías constituían casi un 40% de las ubicaciones. No obstante, son las que más peso ganan en detrimento
del descenso de los yacimientos en cima y ladera, con un 46%
en el Ibérico Final y un 62% en los ss. I-II d.C. Las ubicaciones
en ribera/vado y cueva son bastante similares y aunque pueda
considerarse un aspecto anecdótico de cara a una interpretación
general del patrón de asentamiento, es cierto que también responden a fuertes condicionamientos geográficos: el Cabriel es
un río con pocos pasos naturales y la comarca un territorio pobre
en número de cuevas naturales.
Por tanto, podemos concluir que el Ibérico Final es una
fase de transición a nivel de ubicaciones, ya que presenta características de continuidad de la fase anterior como presencia
de asentamientos en alto e importancia de los núcleos en ladera; pero ya comienza a verse cómo los asentamientos en cotas
bajas van ganando peso. Será ya en época romana donde asistamos a la verdadera ruptura del patrón de asentamiento, con
Fig. 146. Gráfico con la
evolución de las ubicaciones
por porcentajes.
Fig. 147. Gráficos con la
evolución de las ubicaciones
por valores absolutos.
114
[page-n-132]
la desaparición de los poblados en alto, la pérdida de peso de
las cotas medias y el dominio aplastante de las localizaciones
en zonas más o menos llanas.
Presentamos algunas vistas 3D obtenidas del Vuelo Virtual
del Institut Cartogràfic Valencià, que nos ayudan a observar
mejor las características orográficas de los yacimientos y sus
entornos. En amarillo marcamos la dispersión de los materiales
y en rojo, en caso de que las hubiera, las concentraciones. Podemos diferenciar ubicaciones en cima (fig. 148), piedemonte (fig.
149), vaguada (fig. 150) y loma/llano (fig. 151).
Para completar el apartado de la ubicación de los yacimientos es interesante conocer el índice de accesibilidad de
algunos de ellos. Éste nos permite conocer si el emplazamiento era fácil de defender y/o si contaba con una posición elevada que le permitiera controlar bien el territorio. Está, además,
muy en relación con otros aspectos como la visibilidad o la
presencia o no de fortificaciones. Es por ello que lo aplicaremos a los núcleos que están en alto para observar sus índices,
comparándolos luego con otros asentamientos ubicados en
cotas más bajas.
Para obtenerlo debemos aplicar la siguiente fórmula, semejante a la empleada por la Geografía Física para calcular el valor promedio de la pendiente en el cauce de los ríos (Londoño,
2001: 218) y que también ha sido aplicada en algunos trabajos
del mundo ibérico (Ruíz y Molinos, 1984: 196) (fig. 152).
Para tomar los datos debemos coger la dirección más complicada que haya desde el yacimiento hasta “m”, entendiéndola como el punto donde el relieve se regulariza y se acaba la
pendiente descendente. Por tanto, para ver mejor el contraste
tomaremos la dirección que sea más escarpada, en la que “dMm” atraviese más curvas de nivel (fig. 153). Lógicamente, se
trata de un índice orientativo, ya que el hecho de que exista
un lado de complicada accesibilidad no implica que no goce,
a su vez, de otro con pendiente más suave. No obstante, al visitar los yacimientos y comprobar empíricamente sus accesos,
podemos confirmar que los índices obtenidos se corresponden
bien con el esfuerzo y el tiempo gastado, especialmente en los
ubicados en alto.
Adjuntamos los datos obtenidos en algunos yacimientos
del territorio de Kelin (tabla 14). La interpretación de los mismos es clara; existen tres tipos de índices de accesibilidad,
en relación con su propia fisonomía y la naturaleza de sus
ubicaciones:
- En primer lugar, yacimientos en llano con índices menores a
0,05, ubicados en espacios donde el llano está completamente regularizado. En la tabla hemos adjuntado los de El Paraíso y La Calerilla como ejemplos de asentamientos en llano o
loma, con accesibilidad fácil, pero a este grupo corresponde
el grueso de los yacimientos del estudio según lo visto en el
apartado anterior.
Fig. 148. Ubicación en cima, Cerro Castellar (vuelo 3D ICV).
Fig. 150. Ubicación en vaguada, La Calerilla (vuelo 3D ICV).
Fig. 149. Ubicación en piedemonte, Los Alerises (vuelo 3D ICV).
Fig. 151. Ubicación en loma, Prados de la Portera (vuelo 3D ICV).
115
[page-n-133]
Tabla 14. Tabla con algunos índices de accesibilidad.
Yacimiento
Accesibilidad
Cerro de la Peladilla
F.001
0,36
Muela de Arriba
R.070
0,35
Cerro Castellar
R.010
0,34
El Molón
C.001
0,29
Cerro Carpio
S.008
0,25
La Mazorra
U.001
0,23
Cerro San Cristóbal
S.009
0,22
Kelin
CF.01
0,15
Casa de la Cabeza
R.030
0,13
Requena
R.093
0,07
El Paraíso
R.017
0,03
La Calerilla
Fig. 152. Fórmula para nuestro cálculo del índice de accesibilidad.
Referencia
R.105
0
Presencia de defensas
Fig. 153. Ejemplo de cálculo del índice de accesibilidad.
- En segundo término, lugares con índices entre 0,05 y 0,2, que
se corresponden con los yacimientos ubicados en laderas suaves, pero que requieren un mínimo gasto energético. Los aquí
recogidos, Kelin, Casa de la Cabeza y Requena, están ubicados en pequeñas lomas o espolones con cierta altura y que, al
menos por uno de sus lados, presentan desnivel con el llano
regularizado.
- Por último, tenemos los núcleos con índice superior a 0,2,
asentamientos ubicados en cima con excelentes condiciones de
defensa, visibilidad, etc. Todos ellos se relacionan con la subcategoría 2 (poblados o atalayas fortificadas en cima). Sus características han quedado reflejadas en ocasiones en su propia
toponimia (“muela”, “molón” o “cerro”). Están en cimas con
grandes muelas donde la propia elección de su emplazamiento
constituye una defensa más, por lo que sólo deben construir
murallas para proteger sus lados más desguarnecidos o accesibles. Si hay viviendas adosadas, la parte trasera de las mismas
puede actuar en este sentido. Sin duda, destacan por encima
de todo los índices del Cerro de la Peladilla (0,36), Muela de
Arriba (0,35) o Cerro Castellar (0,34), que aunque tienen una
altura en msnm menor que la de El Molón, La Mazorra o los
cerros Carpio y San Cristóbal y, por tanto, una subida menos
prolongada, la pendiente de la misma es mucho más acusada
por ganar más altura en menos distancia. Independientemente
todos se encuentran dentro de un grupo en que los accesos son
complicados y ello facilita la propia defensa del asentamiento.
Los resultados obtenidos en la separación por ubicaciones
geográficas y en los índices de accesibilidad son plenamente
coincidentes, de ahí que consideremos acertada la clasificación.
116
Tanto en la descripción individualizada de los yacimientos
como en el apartado relativo a la ubicación de los mismos, hemos ido mencionando qué yacimientos cuentan con fortificaciones o defensas naturales, es decir, son de la subcategoría 2.
Los yacimientos que presentan fortificaciones se detallan en el
cuadro anexo (tabla 15):
La poliorcética de los poblados del territorio de Kelin no
alcanzó la complejidad y grado de desarrollo de otras zonas
ibéricas en ninguna de sus fases (fig. 154). Además, contamos
con la problemática de que es difícil determinar la cronología
de estas construcciones sin una excavación, algo que solamente
se ha llevado a cabo en El Molón. Al hundir la mayoría de los
asentamientos sus raíces en los ss. V-IV a.C., si no antes, no podemos asegurar que las fortificaciones sean ibéricas finales. Tan
sólo en el caso del Cerro Carpio, ocupado desde el s. II a.C., parece claro que la construcción se realizaría en un momento igual
o posterior a la conquista romana. En el resto carecemos de la
información suficiente a nivel cronológico, todas las posibles
construcciones o remodelaciones se nos escapan.
Tabla 15. Cuadro con las diferentes fortificaciones de los
yacimientos del presente estudio.
Yacimiento
Muralla Torre Foso
Puerta
Cerro Castellar
?
Muela de Arriba
?
La Mazorra
Kelin
Cerro de la Peladilla
El Molón
Cerro Carpio
Cerro San Cristóbal
Punto de Agua
?
Defensa
natural
[page-n-134]
Fig. 154. Fortificaciones de asentamientos ibéricos finales: 1. Torre del Cerro Castellar. 2. Torre de la Muela de Arriba.
3. Muralla de La Mazorra. 4. Posible muralla de Kelin. 5. Torre del Cerro de la Peladilla. 6. Torre, antemural y foso de El
Molón. 7. Muralla del Cerro Carpio. 8. Foso del Cerro de San Cristóbal.
117
[page-n-135]
Por lo general las fortificaciones son bastante simples, tendentes únicamente a reforzar aquellos lados más accesibles
de las cimas donde se ubican. Por ello, en la mayoría de las
ocasiones las escarpadas muelas de las montañas ayudan en la
defensa. La muralla constituye una “barrera” por el lado accesible, que es generalmente donde estaría la puerta, tal y como
ocurre en La Mazorra (fig. 154.3), el Cerro de la Peladilla o El
Molón. En otros poblados como el Cerro Castellar o el Cerro
Carpio se han documentado muros mal conservados que es
difícil determinar si formaban parte de una verdadera muralla,
de un simple muro perimetral o de algún tipo de aterrazamiento. Algo similar ocurre en el caso de Kelin, donde en su ladera
Oeste se documentó un posible muro perimetral, pero de dudosa potencialidad defensiva (fig. 154.4).
Sin duda, El Molón es el poblado con una arquitectura defensiva más compleja, el único que presenta conjunción de diferentes elementos (murallas, puertas, poternas, foso, torres y
antemurales) (fig. 154.6), planteándose influjos mediterráneos
en alguno de los mismos (Lorrio et al., 2007: 218; 2012). Además se defiende una cronología final (ss. II-I a.C.) para las dos
torres de la puerta principal, dentro de un contexto político agitado e inestable. En un segundo escalafón estarían el Cerro de
San Cristóbal con su potente foso (fig. 154.8) y el Cerro de La
Fig. 155. Porcentajes de yacimientos fortificados / no fortificados
por épocas.
Fig. 156. Evolución por épocas del número total de yacimientos
fortificados.
118
Peladilla, donde el lienzo de barrera se completa con una potente torre (fig. 154.5) y donde también se ha documentado un
acceso con carriladas. La Muela de Arriba y el Cerro Castellar
también presentan torres defendiendo sus lados más accesibles
(fig. 154.1 y 2).
Al igual que en casos anteriores, este ámbito no sólo da información al analizarlo sincrónicamente, sino también de forma
diacrónica. En este sentido, vemos como el porcentaje de asentamientos fortificados respecto al resto de yacimientos en las
fases plena y final es prácticamente el mismo (en torno al 10%),
aunque el volumen total en el Ibérico Pleno sea más del doble
(fig. 155). La gran ruptura se da en el Alto Imperio Romano,
donde tan sólo el Cerro Carpio permanece ocupado, si bien dicha permanencia parece corta y de menor importancia respecto
a la fase anterior, quizás en relación con una finalidad concreta
o una simple ocupación residual. Por lo tanto, el cambio poblacional que se está dando en estos siglos conlleva una pérdida de
peso progresiva de los asentamientos fortificados, hasta llegar a
su total desaparición en los ss. I-II d.C. (fig. 156).
Variedad tipológica cerámica
Los yacimientos de escasa entidad, que podemos relacionar
con establecimientos auxiliares o lugares sin función de hábitat,
suelen tener ajuares muy monótonos, dominados mayoritariamente por grandes recipientes como ánforas, tinajas, tinajillas
o lebetes (grupos I y II de Mata y Bonet, 1992). La presencia
de otros grupos, especialmente vajilla (grupo III: platos, caliciformes, botellas o jarros) o cerámica de cocina es minoritaria
o residual, mientras que microvasos, imitaciones y otros tipos
están totalmente ausentes (grupos IV a VI). En cambio, cuando
prospectamos un yacimiento del que podemos intuir que fue un
lugar de residencia permanente o temporal, caso de Los Alerises, sí que encontramos recipientes con función de almacenaje
y los citados componentes de vajilla de mesa, junto a otros elementos (tapaderas, soportes, morteros, fusayolas, pondera, etc.)
y cerámica de cocina.
Aquí adjuntamos gráficos con los porcentajes de cuatro
yacimientos diferentes (fig. 157). En los dos primeros vemos
como la distribución por tipos en un poblado fortificado y en
un asentamiento rural son muy semejantes, con predominio de
los grupos I y II, pero también con presencia significativa de
vajilla de mesa, cocina, otros grupos e importaciones. La Mina
representa aquellos yacimientos cuyo carácter de hábitat está en
duda, algo que queda reflejado en sus ajuares, que aunque presentan variabilidad, nunca es igual a la de otros asentamientos y
el volumen de material es menor y menos fiable. Por último, El
Carrascalejo es uno de los muchos ejemplos de yacimientos con
ajuares monótonos, dominados por grandes recipientes de los
grupos I y II, con escasa presencia complementaria de vajilla de
mesa o cocina, en los cuales las importaciones y otros elementos
están prácticamente ausentes. Además, este método cuando ha
sido posible se ha comparado con los resultados obtenidos tras
una excavación y los porcentajes son muy similares, lo que valida la clasificación (Mata et al., 2012) (fig. 158).
En cuanto a época romana, ocurre tres cuartos de lo mismo.
Existen yacimientos en los que el material recogido tan sólo es
cerámica común, de cocina y, sobre todo, material constructivo
básico (tegulae, imbrices o ladrillos). Por su parte, aquellos que
al prospectarlos ya se palpa su mayor entidad por el volumen de
[page-n-136]
Fig. 157. Porcentajes por tipos de material en Cerro Castellar (1), Los Alerises (2), La Mina de Fuenterrobles (3) y El Carrascalejo (4).
rango o estatus del sitio en cuestión, al ser menos frecuentes
(fig. 159.2). Por lo tanto, hay que evaluar el volumen de importaciones, pero también la calidad de las mismas. Todo esto lo
volveremos a tratar en el apartado de circulación de productos.
Presencia de otros elementos de la cultura material
Fig. 158. Presencia de grupos cerámicos obtenidos en el yacimiento
ibérico pleno de El Zoquete.
material y estructuras, a su vez presentan sigillata, vidrio, ánforas importadas e incluso material constructivo de mayor calidad
(inscripciones, pintura mural, basamentos, teselas de mosaicos,
mármol, ladrillos romboidales, etc.).
No resulta para nada definitorio, pero si un yacimiento cuenta
con determinados tipos material constructivo o Abundant. restos metálicos, es más probable que tuviera entidad en el pasado.
Esto es especialmente marcado en el caso de los asentamientos rurales romanos de relativa entidad, donde la abundancia de
material constructivo como tegulae, imbrices, ladrillos paralepipédicos o romboidales, teselas de mosaicos o sillares no dejan
duda alguna del carácter estable del lugar en cuestión.
Diacronía
Durante el Ibérico Final la presencia puntual de importaciones
no es un factor plenamente determinante, ya que, por ejemplo,
ánforas itálicas las encontramos en más de la mitad de los yacimientos (fig. 159.1), incluso en algunos de pequeña entidad
(Los Lidoneros I, Casa de las Cañadas, Rincón de Gregorio,
etc.). Sin embargo, otras producciones como el barniz negro
itálico sí que son más significativas a la hora de determinar el
Hemos comprobado que hay una tendencia generalizada a que
aquellos yacimientos que tuvieron continuidad durante diferentes
fases de ocupación, sean, a su vez, los que asociamos con hábitats
o poblados por su estabilidad (Quixal, 2008: 108). Si analizamos
las diacronías en los núcleos vemos como hay un claro predominio de las ocupaciones cortas y medias, siendo lo normal periodos
de dos o tres siglos (fig. 160). Las largas ocupaciones, escasas,
casi siempre aparecen en yacimientos significativos e importantes, como puedan ser los poblados fortificados en alto.
Fig. 159. Porcentaje de asentamientos finales con ánfora itálica (1)
y barniz negro itálico (2).
Fig. 160. Porcentaje de yacimientos en función de su diacronía.
Presencia de importaciones
119
[page-n-137]
Proximidad a un asentamiento igual o mayor
Esta variable está relacionada con lo que previamente hemos
apuntado del entorno de ciudades como el Puig de Sant Andreu
o Kelin. Cerca de un asentamiento importante es probable encontrar otros de menor tamaño y entidad, que, por lo general,
constituyen estructuras auxiliares del primero. De igual forma,
consideramos que es inusual que dos lugares de hábitat permanente se establezcan geográficamente muy próximos entre sí,
por cuestiones de competencia en la explotación del entorno,
propiedad de las tierras, etc. Esta problemática la trataremos a
lo largo de todo el trabajo.
Tipos de asentamiento
En relación con estudios territoriales de éste y otros territorios
ibéricos del área valenciana (Bernabeu et al., 1987; Mata et al.,
2001 a y b; Grau, 2002), hemos intentado diferenciar con carácter general una serie de tipos de núcleos para cada una de
las dos fases que analizamos, el Ibérico Final y el Alto Imperio
Romano. Para su determinación también nos hemos basado en
los yacimientos ya excavados del área, que sin duda son los que
más luz arrojan sobre la posible fisonomía de los diferentes enclaves en el pasado, para adaptarlos a las peculiaridades concretas del patrón de asentamiento de este territorio. Posteriormente,
pondremos en conjunción de forma crítica cada una de las variables establecidas anteriormente por tal de clasificar los 125 yacimientos en su grupo correspondiente. Mediante este sistema
intentamos paliar el déficit acarreado al trabajar principalmente
con datos procedentes de prospección. Algunos de los tipos de
núcleos aquí establecidos no tenemos por qué encontrarlos en
nuestra área de estudio, simplemente los adjuntamos por estar
presentes en territorios cercanos o de semejantes características.
Categorías planteadas para el Ibérico Pleno y Final
(ss. IV-I a.C.)
- Ciudades: Sólo Kelin entra dentro de esta categoría. Mucho
se ha debatido sobre el carácter urbano o no de los oppida ibéricos, dentro del también extenso debate sobre el carácter estatal de
sus territorios, y cómo éstos evolucionaron a raíz de la conquista
romana (Bendala, 2003). Lo que parece claro es que las ciudades
ibéricas mediterráneas no alcanzaron el tamaño y grado de complejidad de sus coetáneas turdetanas, herederas de la tradición
urbana fenicia. No obstante, núcleos ibéricos valencianos como
Arse, Edeta o Kelin presentan cada uno de ellos rasgos urbanos
como puedan ser la presencia de murallas y otro tipo de defensas,
existencia de espacios públicos o comunales, presencia de viviendas aristocráticas que muestran la desigualdad social existente,
diferenciación de edificios con carácter sacro, organización de un
territorio jerarquizado, acuñación de moneda, etc. (Mata, 2001,
264-65; Bonet y Mata, 2002b; Jiménez Salvador, 2004).
- Poblados fortificados: Son los asentamientos ubicados en
alto y con defensas, con un tamaño superior a las 0,5 ha y, por
tanto, de los grupos 2.2 o 3.2. Poseen un excelente control del
territorio (luego veremos cómo gozan tanto de buena visibilidad como intervisibilidad) y son verdaderos hitos paisajísticos,
sobre todo si los imaginamos con sus potentes fortificaciones,
aunque no dejan de ser también lugares de hábitat de mediano
tamaño donde se llevarían a cabo otro tipo de labores (agricul120
tura, ganadería, molienda, metalurgia, etc.). Ellos polarizarían
el poblamiento en las diferentes subunidades de la comarca y,
tal y como veremos en el apartado de los Polígonos Thiessen,
en ocasiones pueden responder al modelo denominado de “poblados periféricos o de frontera” (Soria y Díes, 1998). Generalmente tienen ocupaciones largas, de al menos cuatro siglos de
duración. El Pico de los Ajos (Yátova, València), por ejemplo,
es el poblado fortificado más destacado del vecino territorio de
La Carència (Quixal, 2010 y 2013).
- Atalayas fortificadas: Se trata de un tipo de asentamiento semejante al anterior, con ubicaciones en altura y potentes
fortificaciones, pero con la diferencia de presentar un tamaño
reducido, menor a 0,5 ha (Categoría 4.2). Sin negar su carácter
de hábitat, su función principal y lo que explica sus agrestes
localizaciones es el control y vigilancia del territorio, de ahí que
se dispongan en puntos estratégicos, controlando ríos, pasos, caminos, fronteras, etc. Las fortificaciones, en proporción, superan su propio tamaño. Sus ocupaciones son más cortas que en el
caso anterior, nunca sobrepasan los dos / tres siglos, y la riqueza
y volumen de sus ajuares es mucho menor. El Puntal dels Llops
(Olocau, València) es el estandarte de este tipo de asentamientos
en el territorio edetano (Bonet y Mata, 2002a).
- Asentamientos rurales: Enlazando con el análisis precedente sobre el poblamiento rural, entendemos por asentamientos rurales aquellos núcleos que, de forma temporal o permanente, tuvieron funcionalidad de hábitat. Tenemos que tener en
cuenta que ésta es una categoría que nos sirve para englobar
una serie heterogénea de asentamientos. Diferentes estudios de
territorio (Bernabeu et al., 1987), así como excavaciones en yacimientos de este grupo (Bonet, 2000; Guérin, 2003; Quixal et
al., 2008) nos han mostrado cómo existen diversas categorías de
asentamientos rurales con función productiva. Caserío, casería,
granja o aldea son solamente algunas de ellas (Moreno, 2010:
114). Sin embargo, difícilmente podemos precisar su carácter
abordándolos sólo mediante una prospección, de ahí que prefiramos utilizar este “cajón de sastre”. Al igual que se ha hecho
en otras zonas peninsulares (Olesti, 1997), su lectura se sigue
haciendo desde la óptica ibérica, aunque estemos ya dentro de
la fase republicana.
- Establecimientos rurales: Quedan dentro de este grupo el resto de yacimientos rurales, tanto los que intuimos
que con seguridad no tuvieron función de hábitat, como los
que no podemos determinar si la tuvieron. Por lo general,
responderían a estructuras auxiliares de explotación del medio como refugios, corrales, almacenes, terrazas, basureros, campos de cultivo o, incluso, podrían ser el resultado
de vaciado de desechos como abono para los campos, una
práctica frecuente en el mundo campesino hasta no hace mucho tiempo. No suelen presentar más que una fase de ocupación y cuentan con ajuares escasos y monótonos. Dentro
de esta categoría también colocamos aquellos yacimientos
de los que no contamos con elementos determinantes para
asociarlos con una función de hábitat en algún momento, de
ahí que optemos mejor por incluirlos aquí, básicamente por
encontrase en la mayoría de ocasiones muy próximos a otros
que sí lo son con seguridad. A su vez, también entran aquí
otros yacimientos iberromanos de los que no podemos saber
su carácter en época ibérica por la mayor importancia de su
posterior fase romana altoimperial.
[page-n-138]
- Cuevas-santuario: En época ibérica se utilizaron en repetidas ocasiones pequeñas cuevas o covachas, generalmente
no muy profundas y de acceso simple, para llevar a cabo ritos, ofrendas o ceremonias cuyo objetivo o significado desconocemos (Gil-Mascarell, 1975; González Alcalde, 1993). Estos espacios fueron muy comunes en el centro de la fachada
mediterránea peninsular, siendo la actual provincia de Valencia
una de las zonas más densas en este tipo de espacios sacros. El
territorio de Kelin durante el Ibérico Pleno presenta un número
elevado de las mismas en su periferia (Quixal, 2008: 155-60),
pero durante el Ibérico Final las ocupaciones dejan de tener ese
carácter ritual, tal y como trataremos más adelante.
- Necrópolis o enterramientos aislados: En el mundo
ibérico el ritual funerario más extendido era la incineración, con
posterior deposición en urna; donde hay mayor heterogeneidad
es en el grado de monumentalidad, la tipología y los ajuares de
la tumba (Abad y Sala, 1992). Lo que parece claro es que no
todo el mundo tenía acceso a estos rituales, ya que el porcentaje de enterramientos localizado es mínimo en comparación con
la población estimada a partir del número de asentamientos y
el tamaño de los mismos. A diferencia de otras zonas ibéricas,
la Meseta de Requena-Utiel no es especialmente rica en cuanto a número de necrópolis o enterramientos conocidos para la
horquilla cronológica de los ss. VII-I a.C., así como tampoco
en cuanto a la calidad de los mismos. Diferenciamos por tanto
entre enterramientos aislados y necrópolis, éstas últimas como
conjuntos de diversos enterramientos, en ocasiones con una preparación previa del espacio común.
- Hornos: Éstos se pueden localizar dentro de un asentamiento
o poblado, especialmente si se trata de hornos domésticos multifuncionales (alimentación, pequeñas reparaciones, etc.). Por el
contrario, los hornos cerámicos o metalúrgicos suelen aparecer
apartados de los núcleos de habitación (Martínez Valle y Castellano, 2001). En ellos el volumen de material es muy abundante incluso en superficie, sobre todo en los cerámicos por la
existencia de testares. Entre el material arqueológico se suelen
localizar defectos de cocción, adobes y pellas.
- Vados: En ocasiones es coincidente la existencia de un remanso en las aguas de un río con la presencia de materiales en
las riberas o cerca de ellas. Sin poder determinar con exactitud
la funcionalidad del asentamiento en cuestión (control, defensa,
producción,…), lo que está indicando es que era un punto por
el cual se podía cruzar el río. Si el caudal era excesivo se podía
complementar con la construcción de un puente de madera del
tipo que fuera. Se ha demostrado su existencia en época ibérica
en el territorio que nos ocupa (Quixal y Moreno, 2011).
- Minas, salinas, canteras y fuentes: Este apartado engloba los diferentes puntos de aprovisionamiento de materias primas o recursos naturales. Lugares de extracción, primera transformación o recolección, difícilmente rastreables arqueológicamente si no tienen material asociado. En ocasiones no tienen por
qué ser explotaciones aisladas y pueden estar vinculadas a un
asentamiento o establecimiento rural.
- Hallazgos aislados: Objeto o material arqueológico aislado, sin indicios de que en la zona hubiera ningún tipo de asentamiento o establecimiento pretérito. Desde un objeto de gran
valor al hallazgo de un simple fragmento cerámico. En ocasiones son producto de los movimientos de tierras recientes. Las
monedas suelen constituir la mayoría de hallazgos de este tipo.
Categorías para el Alto Imperio (ss. I-II d.C.)
- Ciudades (urbes): El mundo urbano en época romana alcanza un gran desarrollo de forma paralela al crecimiento de
un estado y una autoridad pública que financia las campañas de
monumentalización de las ciudades, juntamente con los fenómenos de evergetismo. Es la extensión del modelo de ciudad,
sobre todo desde época de Augusto: el momento en el que las
ciudades se dotan de espacios públicos como foros, curias o senados; edificios para espectáculos como teatros, anfiteatros o
circos; y un sinfín más de ejemplos de obra civil y religiosa
(Jiménez Salvador y Ribera, 2002; Olcina, 2003). No encontramos en la Meseta de Requena-Utiel ningún núcleo romano que
se pueda considerar ni por asomo “urbano”.
- Poblados o atalayas fortificadas (castella): Su presencia en época romana es mínima, limitada en la mayoría de los
casos la perduración de sus ocupaciones provenientes de la fase
anterior durante un breve periodo de tiempo más. En otras zonas
se ha visto cómo los más grandes, si se consolidan, pueden llegar alcanzar la categoría de municipium y derivar en una ciudad,
caso, por ejemplo, de La Moleta dels Frares / Lesera (El Forcall,
Castelló) (Arasa 2009b).
- Villas (villae): La villa es el principal tipo de asentamiento
para la ocupación y explotación del medio rural. Domina un
territorio o propiedad (fundus), que se denomina fundus suburbanus si está en la periferia de una ciudad (Arasa, 2003). Tal y
como se ha visto en otras zonas mediterráneas peninsulares, las
villas no se extienden hasta comienzos del s. I d.C., ya en época
julio-claudia (Olesti, 1997; Grau, 2003). Según la descripción
clásica de Columela éstas debían contar ineludiblemente con
tres partes o sectores:
· Pars urbana: zona residencial de los propietarios, correspondiente al edificio principal.
· Pars rustica: donde viven los trabajadores; zona habitacional pero de menor entidad que la anterior.
· Pars fructuaria: conjunto de estructuras dedicadas al almacenamiento o transformación de los alimentos
Las villas son fáciles de detectar en zonas fuertemente “romanizadas”, véase áreas costeras como el entorno de Tarraco
(Olesti, 1997), determinados puntos del interior meseteño o,
como no, en la propia Península Itálica. La verdadera problemática reside en zonas de carácter secundario como la que estamos
estudiando, el determinar qué era una villa y qué simplemente
otro tipo de asentamiento rural. Anteriormente se clasificaba
como villae prácticamente todo, o simplemente se discernía
en función de la presencia de determinados elementos monumentales u ornamentales (columnas, mosaicos, mármol, estatuaria, etc.). No obstante, estas limitaciones están ya en parte
superadas, primando para su definición otros aspectos de corte
socioeconómico (Palahí, 2010), aunque sea complicado desde
una prospección llegar a conocerlos (Revilla, 2004: 177). En
la Meseta de Requena-Utiel no tenemos, exceptuando casos
contados, grandes explotaciones rurales comparables con las
de otras zonas peninsulares o valencianas, como la villa de la
Font de Mussa (Benifaió, València) (Beltrán, 1983) o la Villa de
Cornelius (L’Enova, València) (Albiach y Madaria, 2006). Se
trata de villas de rango medio – bajo tanto en tamaño como en
riqueza. En el bloque final retomaremos esta cuestión, así como
la posible presencia de algún vicus.
121
[page-n-139]
- Asentamientos rurales secundarios: La categoría de
asentamientos rurales de época ibérica se fragmenta en dos,
diferenciándose por su entidad las villas del resto de núcleos
con función habitacional y productiva de menor importancia.
Aunque asociemos siempre toda unidad habitacional romana
en el llano con una villa, se ha visto que hay una larga lista de
asentamientos rurales con función productiva de tamaño más
pequeño. Se trata de explotaciones domésticas muy modestas,
por tanto giran en torno a la unidad familiar. El autor romano
Columela en De Re Rustica (1-4) aconsejaba que los asentamientos rurales se dispusieran a lo largo de las principales vías
de comunicación a fin de tener mejor acceso a las redes de distribución de recursos, tanto para comprar como para exportar
excedentes agrícolas. Es más fácil encontrar en ellos pervivencias del mundo ibérico que en las villae. Casa repentina o aedificium son los conceptos latinos que se han utilizado para este
tipo de casas rurales de poca entidad (Revilla, 2004).
- Establecimientos rurales: En principio comparte características con la categoría de la fase ibérica, si bien la presencia
de villas generaría una gran cantidad de establecimientos rurales
dentro de su órbita más cercana, lo correspondiente a la pars rustica o fructuaria (corrales, almacenes, almazaras, graneros / granaria, lagares, etc.). Estos elementos pueden estar pegados a la zona
residencial o separados de ella. Además tenemos el concepto de
tugurium, inicialmente designado a las cabañas de los primeros
pobladores, pero que también se puede utilizar para cualquier tipo
de construcción o cobertizo endeble (Revilla, 2004). Y no hay que
descartar que se utilizaran estructuras ibéricas abandonadas para
tales usos puntuales, lo que explicaría la presencia de escaso y
residual material romano en muchos yacimientos ibéricos.
- Cuevas: Los materiales de época romana hallados en el interior de las cuevas, a diferencia de los ibéricos, no se han asociado con un carácter cultual o visto como fruto de rituales en su
interior, sino más bien como producto de ocupaciones residuales o usos esporádicos. Materiales escasos y poco significativos.
- Necrópolis o enterramientos aislados: El cambio cultural entre época ibérica y romana conllevó cambios en los rituales
funerarios y en la fisonomía de las necrópolis, incluso ya desde
los últimos siglos del I milenio a.C. (González Villaescusa, 2001;
Abad y Abascal, 2003). Las necrópolis ganan en monumentalidad, ubicándose cerca de caminos o zonas de paso, y son uno de
los ámbitos donde encontramos mayor cantidad de epigrafía.
- Hornos: Categoría semejante a la de época ibérica, sólo cabe
añadir que, por lo general, los hornos romanos (fliginae) ganan
en tamaño y complejidad, sobre todo si se dedican a la producción anfórica o de material constructivo (Coll, 2003). Su ubicación dependía de la existencia de materias primas, como pueda
ser arcilla y agua en el caso de los cerámicos y mineral en el de
los metálicos. Los hornos cerámicos solían ser de convección
y tiro directo, mientras que su planta (cuadrada o circular) y
número de cámaras podía variar.
- Vados: Lo mismo que para época ibérica, si bien el desarrollo de las infraestructuras y obras públicas en el Alto Imperio,
ligado a la extensión de vías y caminos, podía conllevar la construcción de puentes de obra (Durán, 2009).
- Minas, salinas, canteras y fuentes: Exactamente igual a
lo señalado para la cronología ibérica final.
- Hallazgos aislados: Exactamente igual a lo señalado para
la cronología ibérica final.
122
Como hemos dicho, hemos aplicado las anteriores variables
al grueso de yacimientos para poder atribuir un tipo a los conocidos a partir de prospección (tabla 16). Lo más complicado es
discernir si un asentamiento tuvo carácter de hábitat permanente, estacional o tan sólo uso esporádico. Independientemente,
siempre ha sido fundamental la visita a los mismos por tal de
gozar de un conocimiento más directo de sus características.
El gráfico de evolución de las categorías es, sin duda, de los
más importantes de cara a detectar los cambios diacrónicos en el
patrón de asentamiento (fig. 161). En primer lugar, una cuestión
que parece menor, pero es fundamental, es la presencia de una
ciudad, la capital Kelin, durante las dos fases ibéricas aquí recogidas (ss. IV-I a.C.), mientras que en época romana altoimperial
desaparece todo núcleo considerado como urbano. Ninguno de
los asentamientos importantes de los ss. I-II d.C. ni se acerca
a la posibilidad de ser un hábitat agregado de gran tamaño, a
excepción de Requena, de la cual desconocemos su carácter en
ninguna de las fases por la continuidad en su ocupación hasta
el día de hoy.
Los asentamientos en alto son los que marcan mejor el cambio a lo largo del tiempo. En este sentido, de los 22 del Ibérico
Pleno (entre poblados fortificados y atalayas), se pasa a nueve
en el Ibérico Final (Requena, Cerro Castellar, Muela de Arriba,
La Mazorra, Cerro de la Peladilla, El Molón, Cerro Carpio, Cerro de San Cristóbal y Punto de Agua) y tan sólo dos en época
romana (Requena y Cerro Carpio), uno de los cuales tiene una
perduración corta (Cerro Carpio). Significativa es la práctica
desaparición de las atalayas como categoría en el s. II a.C., ya
que tan sólo Punto de Agua tiene menos de 0,5 ha. El papel y
finalidad de las mismas parece que ya no tendría cabida tras la
llegada de los romanos al interior valenciano.
Por otro lado, en el Ibérico Final hay un descenso drástico en
el número de establecimientos rurales respecto a la fase anterior,
pero éste va acompañado por un aumento del peso de los asentamientos rurales (menores en número, pero con un porcentaje
más alto) que viven durante la fase final su máxima expansión
(fig. 162). Núcleos como la Casa de la Cabeza heredan la polarización de las estructuras territoriales en el momento en que
los poblados fortificados bajan sensiblemente en número. Allí
iría gran parte de la población de los poblados abandonados, en
relación con las nuevas necesidades del momento. Se ha clasificado como asentamientos rurales a los yacimientos de Rambla
del Sapo, Loma del Moral, El Rebollar, Los Alerises, Casa de la
Cabeza, Casa del Tesorillo, El Ardal, Fuen Vich, Los Pedriches,
Casa Sevilluela, Las Zorras, Casa Alcantarilla, El Moluengo,
Camino de la Casa Zapata, Boquera del Tormillo, La Atalaya,
Caudete Norte, Casa Doñana, Hoya Redonda II, Covarrobles,
Peña Lisa, Cañada del Pozuelo, La Maralaga, El Carrascal, Tejería Nueva y La Cabezuela/Pocillo Berceruela.
En época imperial, el número de asentamientos rurales
permanece bastante similar, la diferencia radica en que
encontramos dos tipos en el ager: por un lado las citadas villae,
núcleos productivos con mayor entidad y población, y por el
otro pequeños asentamientos rurales herederos de las granjas y
caseríos ibéricos. Se consideran villae (entre las cuales también
algún posible vicus) los yacimientos de Barrio de Los Tunos, El
Barriete, Las Paredillas I, La Calerilla, Los Villares de Campo
Arcís, Casa del Tesorillo, El Ardal, Fuen Vich, Molino de
Enmedio, La Solana, Casa Doñana, La Balsa, El Carrascal y
[page-n-140]
20
68.000
15.000
6.000
1.500
5.000
200
400
12.000
19.200
1.300
12.000
2.500
4.500
600
15.000
8.600
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
Si
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
Sí
No
No
No
No
No
No
No
No
No
Media
Media
Baja
Baja
Media
Desc.
Alta
Alta
Media
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Alta
Baja
Baja
Alta
Baja
Baja
Baja
Alta
Baja
Baja
Baja
Alta
Alta
Baja
Alta
Alta
Media
Baja
Alta
Alta
Baja
Baja
Baja
Baja
Media
Baja
Media
Media
Baja
Baja
Media
Baja
Alta
Media
Baja
Alta
Baja
Alta
Baja
Media
Baja
Baja
Alta
Media
Baja
3-4 ss Sí
1-2 ss Sí
1-2 ss Sí
3-4 ss Sí
+6 ss No
+6 ss No
3-4 ss No
3-4 ss No
3-4 ss Sí
3-4 ss No
3-4 ss Sí
3-4 ss Sí
3-4 ss Sí
1-2 ss Sí
1-2 ss Sí
1-2 ss Sí
5-6 ss No
3-4 ss Sí
1-2 ss Sí
3-4 ss No
3-4 ss No
3-4 ss No
1-2 ss No
5-6 ss No
1-2 ss Sí
3-4 ss Sí
1-2 ss Sí
1-2 ss No
+6 ss No
3-4 ss Sí
1-2 ss No
3-4 ss No
1-2 ss Sí
3-4 ss Sí
1-2 ss No
5-6 ss No
5-6 ss Sí
1-2 ss Sí
3-4 ss Sí
1-2 ss No
3-4 ss Sí
1-2 ss Sí
+6 ss Sí
+6 ss No
3-4 ss No
1-2 ss No
3-4 ss No
3-4 ss Sí
+6 ss No
5-6 ss Sí
3-4 ss Sí
3-4 ss No
1-2 ss Sí
+6 ss No
3-4 ss No
3-4 ss No
3-4 ss No
1-2 ss No
+6 ss No
+6 ss No
3-4 ss Sí
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
P. fortif. y necróp.
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
P. fortificado
Est. rural
Est. rural
Cueva-santuario?
Asent. rural
Est. rural
Cueva-santuario?
?
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
?
Est. rural
Asent. rural
Asent. rural
Est. rural
Est. rural y necróp.
Asent. rural
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Asent. rural
Asent. rural
Est. rural
P. fortificado
Est. rural
Asent. rural
Vado
Vado
Vado
Asent. rural y horno
Asent. rural
Est. rural
Categoría
Alto Imperio
Categoría
Ibérico Final
Escasos
Escasos
Ausentes
Escasos
Presentes
Abundant.
Abundant.
Abundant.
Presentes
Presentes
Escasos
Presentes
Presentes
Presentes
Escasas
Presentes
Ausentes
Escasos
Escasos
Abundant.
Escasos
Escasos
Presentes
Presentes
Ausentes
Ausentes
Ausentes
Abundant.
Abundant.
Ausentes
Abundant.
Abundant.
Ausentes
Ausentes
Abundant.
Abundant.
Ausentes
Ausentes
Abundant.
Escasos
Presentes
Escasos
Presentes
Abundant.
Ausentes
Ausentes
Escasos
Ausentes
Ausentes
Ausentes
Ausentes
Abundant.
Ausentes
Escasos
Escasos
Ausentes
Ausentes
Ausentes
Escasos
Presentes
Presentes
Proxim. asent.
Presentes
Escasas
Escasas
Escasas
Presentes
Sí
Abundant.
Abundant.
Abundant.
Presentes
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Ausentes
Escasas
Escasas
Escasas
Presentes
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Presentes
Presentes
Presentes
Presentes
Presentes
Escasas
Presentes
Abundant.
Abundant.
Escasas
Escasas
Presentes
Presentes
Presentes
Escasas
Escasas
Presentes
Ausentes
Ausentes
Presentes
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Abundant.
Escasas
Presentes
Escasas
Presentes
Escasas
Ausentes
Escasas
Presentes
Presentes
Diacronía
Variabilidad
cerámica
Defensas
Ubicación
Llano
Loma
Piedemonte
Piedemonte
Ladera
Loma
Llano
Llano
Llano
Loma
Llano
Loma
Loma
Llano
ladera
Llano
Ladera
Loma
Llano
Llano
Ladera
Ladera
Ladera
Cima
Loma
Loma
Vaguada
Cueva
Piedemonte
Vaguada
Cueva
Vaguada
Piedemonte
Llano
Loma
Llano
Llano
Llano
Loma
Ladera
Loma
Ladera
Ladera
Piedemonte
Loma
Ladera
Piedemonte
Ladera
Loma
Loma
Piedemonte
Cima
Loma
Ladera
Llano
Ribera
Ribera
Ribera
Vaguada
Llano
Llano
Otros
elementos
cult. material
250.000
25.600
25.000
10.000
60.000
68.000
60.000
30.000
10.000
10.000
5.000
28.000
120.00
9.600
33.000
2.500
50.000
64.000
18.500
65.000
4.000
70.000
33.000
33.000
15.000
170.000
14.000
9.500
16.000
28.000
18.000
4.000
4.000
15.000
89.000
110.000
64.000
40.000
56.000
5.000
16.000
40.000
125.000
1.500
10.000
1.500
256.600
115.200
74.000
Importac.
Los Aguachares
Calderón
Molino Duende
Las Canales
Rambla del Sapo
Requena
Barrio Los Tunos
El Barriete
Fuencaliente
La Borracha
La Picazuela
Casilla Hererra
Cerro Valentín
El Batán
El Cerrito
Fuente las Pepas
Loma del Moral
Las Lomas
Las Paredillas II
Las Paredillas I
Mazalví
Casa de Mazalví
La Carrasca
Cerro Castellar
Prados Portera I
El Paraíso
Los Lidoneros I
Cueva Ángeles
Los Alerises
B. del Espino
Cerro Hueco
La Calerilla
Cerro Gallina
Casa Alarcón
Casa de la Cabeza
Los Villares C.A.
Casa de la Vereda
El Balsón
Casa Tesorillo
Puntal del Moro
El Ardal
Casa Cañadas
Los Villarejos
Fuen Vich
El Carrascalejo
Hórtola
Los Pedriches
Fuente Reina
Casa Sevilluela
Las Zorras
Los Olmillos
Muela de Arriba
Casa del Morte
C de la Alcantarilla
Sisternas
Vadocañas
El Periquete
Casas Caballero
El Moluengo
C. Casa Zapata
Las Casas
Concent. (m²)
Tamaño (m²)
Tabla 16. Categorización del total de yacimientos de este estudio.
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
P. fortificado
Villa
Villa
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Villa
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Cueva-refugio
Asent. rural
Est. rural
Cueva-refugio
Villa y necróp.
Est. rural
Villa
Est. rural
Est. rural
Villa
Asent. rural
Villa
Est. rural
Villa
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
Asent. rural
Asent. rural
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Vado
Vado
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
123
[page-n-141]
124
Media
Baja
Baja
Alta
Media
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Baja
Media
Media
Baja
Baja
Alta
Media
Alta
Media
Media
Baja
Baja
Media
Alta
Baja
Baja
Media
Baja
Baja
Alta
Baja
Baja
Alta
Baja
Media
Media
Baja
Baja
Baja
Baja
Media
Media
Alta
Media
Baja
Alta
Alta
Alta
Alta
Nula
Media
Baja
Baja
Nula
Baja
Baja
Baja
Media
1-2 ss
+6 ss
+6 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
1-2 ss
5-6 ss
5-6 ss
5-6 ss
5-6 ss
5-6 ss
1-2 ss
1-2 ss
1-2 ss
3-4 ss
3-4 ss
1-2 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
3-4 ss
1-2 ss
1-2 ss
5-6 ss.
3-4 ss
3-4 ss
+6 ss
1-2 ss
3-4 ss
3-4 ss
5-6 ss
3-4 ss
5-6 ss
3-4 ss
3-4 ss
1-2 ss
3-4 ss
5-6 ss
+6 ss
3-4 ss
1-2 ss
3-4 ss
3-4 ss
1-2 ss
1-2 ss
1-2 ss
1-2 ss
1-2 ss
3-4 ss
Sí
Sí
No
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
No
Sí
No
Sí
No
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
No
No
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
No
No
Sí
No
No
No
No
No
No
No
Sí
No
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
No
No
No
No
No
No
No
Est. rural
Est. rural
?
P. fortificado
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Ciudad
Asent. rural
Asent. rural
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
P. fortif. y necróp.
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
P. fortif. y necróp.
Est. rural
?
Cueva-santuario?
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Necrópolis
A. rural y horno
A. rural y horno
Est. rural
P. fortificado
P. fortificado
A. rural y horno.
A. rural y horno
Hallazgo aislado
Asent. rural
Necrópolis
Hallazgo aislado
Est. rural
Atalaya y necróp.
?
Categoría Alto
Imperio
Abundant.
Escasos
Escasos
Abundant.
Abundant.
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Presentes
Ausentes
Escasos
Ausentes
Abundant.
Presentes
Presentes
Escasos
Abundant.
Escasos
Ausentes
Presentes
Abundant.
Escasos
Escasos
Presentes
Escasos
Ausentes
Abundant.
Escasos
Escasos
Abundant.
Presentes
Abundant.
Presentes
Escasos
Escasos
Escasos
Escasos
Presentes
Abundant.
Presentes
Presentes
Ausentes
Abundant.
Abundant.
Abundant.
Abundant.
Aislados
Abundant.
Abundant.
Escasos
Aislados
Presentes
Ausentes
Presentes
Abundant.
Categoría
Ibérico Final
Presentes
Escasas
Escasas
Presentes
Abundant.
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Presentes
Escasas
Escasas
Ausentes
Abundant.
Escasas
Abundant.
Escasas
Presentes
Presentes
Escasos
Presentes
Abundant.
Escasas
Escasas
Abundant.
Escasas
Escasas
Presentes
Escasas
Escasas
Abundant.
Presentes
Abundant.
Presentes
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Escasas
Ausentes
Presentes
Escasas
Presentes
Abundant.
Presentes
Escasas
Ausentes
Escasas
Ausentes
Ausentes
Ausentes
Escasas
Escasas
Ausentes
Presentes
Proxim. asent.
Diacronía
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
Sí
No
No
No
Sí
No
No
No
No
No
No
No
Sí
No
No
No
No
No
No
No
No
Sí
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
Sí
Sí
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
No
Variabilidad
cerámica
Defensas
Ubicación
Loma
Llano
Llano
Llano
Loma
Llano
Llano
Llano
Loma
Llano
Llano
Llano
Llano
Llano
Cima
Ladera
Ladera
Loma
Loma
Piedemonte
Llano
Ladera
Llano
Ladera
Loma
Loma
Cima
Loma
Ladera
Llano
Ladera
Loma
Loma
Llano
Piedemonte
Cima
Llano
Llano
Cueva
Llano
Ladera
Piedemonte
Loma
Llano
Vaguada
Llano
Ladera
Piedemonte
Cima
Cima
Llano
Loma
Llano
Ladera
Piedemonte
Loma
Ladera
Piedemonte
Loma
Ladera
Loma
Otros
elementos
cult. material
13.200
4.000
7.600
40.000
26.000
10.000
150.000
9.100
1.000
15.000
25.000
- 100.000
36.000
120.000
38.000
7.600
5.000
50.000
1.500
6.200
9.600
5.700
63.800
5.700
5.300
128.000
- 15.000
34.000
14.000
100.000
160.000
75.000
30.000
38.000
29.000
5.000
- 10.000
120.000
7.000
25.000
16.000
12.000
12.000
76.000
2.000
- 18.000
Importac.
Fuente del Cristal
Cañada Campo II
Derramadores
Molino Enmedio
La Solana
Los Carasoles
C. de las Córdovas
Casa del Vicario
El Campanillo
El Soborno
Ermita S. Bárbara
Fuente Alberca
Cañada Campo I
Los Calicantos
La Mazorra
Fuente Hontanar
Boquera Tormillo
S. A. de Cabañas
Kelin
La Atalaya
Caudete Norte
Caudete Este
Casa Doñana
Rincón Gregorio
Vallejo Ratones
Hoya Redonda II
C. de la Peladilla
La Mina
PUR-3
Covarrobles
Las Pedrizas
La Tejería
Peña Lisa
Fuenterrobles
Punta de la Sierra
El Molón
Los Villares
La Balsa
Cueva Sta. Mira
La Cuesta Colorá
Cañada Carrascal
Viña Derramador
Hoya de Barea
Casas del Alaud
Cañada Pozuelo
La Maralaga
P. Lobos-Lobos
Cerrito Horca
Cerro Carpio
Cerro S. Cristóbal
El Carrascal
Tejería Nueva
El Molino
Cabezuela / P.B.
Pozo Viejo
Ermita S. Marcos
La Nevera
Contienda
Villanueva
Punto de Agua
T. Guandonera
Concent. (m²)
Tamaño (m²)
Tabla 16. Categorización del total de yacimientos de este estudio (cont.).
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Villa
Villa
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
?
Villa
Asent. rural
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Villa
Cueva-refugio
Est. rural
Est. rural
Est. rural
Est. rural
?
Necrópolis
A. rural y horno
Asent. rural
Est. rural
P. fortificado
Villa
Est. rural
Asent. rural
Est. rural
Asent. rural
Villa
[page-n-142]
Fig. 161. Evolución
de las categorías por
épocas.
Tinada Guandonera; así como asentamientos rurales de menor
entidad los yacimientos de Rambla del Sapo, Fuencaliente, Los
Alerises, Puntal del Moro, Los Pedriches, Casa Sevilluela, Casa
de la Alcantarilla, Camino de la Casa Zapata, Fuente del Cristal,
Hoya Redonda II, Covarrobles, La Maralaga, Pocillo de LobosLobos, La Cabezuela/Pocillo Berceruela y La Contienda/La
Cachirula.
De nuevo los establecimientos rurales crecen enormemente, muchos de los cuales son yacimientos que tienen origen e
incluso cénit en fases precedentes, pero que presentan escaso
y residual material romano, lo cual plantea un uso limitado del
lugar. Algunos de estos establecimientos pueden ser interpretados como producto directo de las villae, lo correspondiente a
la pars rustica, especialmente en el caso de los que están en la
órbita de este tipo de asentamientos.
Fig. 162. Funcionalidades según el tipo de núcleo para época ibérica.
Otros núcleos como hornos, necrópolis, cuevas o vados tienen carácter secundario a nivel poblacional y su evolución es
anecdótica a efectos del patrón de asentamiento. Todos están
presentes en casi todas las épocas y todos en un número muy
reducido, a diferencia de otros territorios ibéricos. Resulta llamativa la práctica ausencia de hornos en época romana (sólo La
Maralaga, a comienzos del s. I d.C.) y de ocupaciones en cueva
durante la fase final (sólo los escasos materiales datados como
tardíos en la Cueva Santa de Mira).
Evolución del patrón de asentamiento:
recursos económicos y vías
de comunicación
A lo largo del presente capítulo y los dos siguientes vamos a
desarrollar todas las variables, cálculos y análisis propios de la
Arqueología Espacial o del Territorio, fundamentalmente a partir del empleo de los SIG GVSIG y GRASS. Esto aspectos nos
ofrecerá información sobre el patrón de asentamiento y cómo
éste ha evolucionado a raíz de los diferentes cambios culturales.
Nuestro discurso no tiene un carácter unidireccional, sino que
refleja en todo momento las clásicas esferas política, económica, social, religiosa o cultual; esferas que pueden ser analizadas
de diferentes maneras, pero siempre interconectadas unas con
otras. En concreto, en este tercer capítulo trataremos la esfera
económica: potencialidad agrícola, explotación del entorno circundante, abastecimiento de recursos, movilidad de personas y
productos por el territorio y contactos con el exterior.
125
[page-n-143]
Potencialidad y productividad agrícola
La sociedad ibérica era eminentemente agrícola, englobando
bajo este adjetivo todo tipo de actividades rurales de agricultura
y ganadería. El medio rural, el campo, es el marco preponderante de la economía ibérica. Contamos con diferentes medios
para acercarnos a la misma durante la Edad del Hierro: por un
lado, tenemos el estudio directo de las herramientas o utensilios
vinculados a estas actividades, algo que apenas conservamos
para la horquilla cronológica de nuestro estudio. En segundo
lugar, el registro paleobotánico de los yacimientos excavados
nos ofrece una imagen de primera mano de la producción y dieta
de estas sociedades. Del mismo modo, para estas cronologías
apenas contamos con niveles excavados en toda la comarca y en
los pocos o no se han recogido muestras o no presentan registros
interesantes2. Es por ello que aquí nos centraremos en el tercero
de los aspectos: la edafología de los yacimientos. Partiendo de
la base que las características edafológicas del terreno fuesen
las mismas en época ibérica que en la actualidad, algo de lo que
somos conscientes que no siempre es así, mediante el estudio
de mapas de suelos, erosión y pendientes podemos saber si un
yacimiento está ubicado en una zona fértil o no. Aunque no nos
aporte información concreta de los tipos de especies cultivadas,
sí que nos puede dar una idea de la funcionalidad de los diferentes sitios y de las estrategias económicas de explotación del
entorno.
Estudios arqueozoológicos y paleobotánicos
Los estudios antracológicos de Kelin muestran un registro compuesto por especies leñosas y algunos arbustos de la familia
de las leguminosas (Mata et al., 1995, 15; Grau et al., 2001:
91-93). Entre las primeras tenemos madroños (Arbus unedo),
jaras (Cistus sp.), brezos de invierno (Erica multiflora), fresnos
(Fraxinus oxycarpa), nogales (Juglans regia), enebros (Juniperus communis), sabinas negrales (Juniperus phoenicea), pinos carrascos (Pinus halepensis), pinos negrales (Pinus nigra),
lentiscos (Pistacia lentiscus), chopos (Populus sp.), encinas o
coscojas (Quercus ilex-coccifera) y quejigos (Quercus faginea).
Entre los arbustos hay algunos de la familia de las leguminosas (Leguminosae sp.), de las ramnáceas (Rhammus sp.), de las
rosáceas (Rosaceae t. maloidea) y de sauce (Salix sp.). Todas
estas especies muestran el paisaje propio de un encinar, aunque
éste en las fases finales de la época ibérica estaría ya degradado. También se ha recogido madera de olivo o acebuche (Olea
europaea), vid (Vitis vinifera) y de otros frutales (Prunus sp.).
Gracias a la Paleocarpología obtenemos información sobre
los cultivos y la dieta ibérica (Mata et al., 1995: 21-25; Grau
et al., 2001: 93-94). En el Kelin de los ss. IV-III a.C. el cereal
más abundante es la cebada vestida (Hordeum vulgare), acompañada de trigos desnudos (Triticum aestivum-durum), escanda
menor (Triticum dicoccum) y mijo (Panicum miliaceum). Por
otro lado, las leguminosas tienen una díficil conservación, posible únicamente por torrefacción. Sólo se han documentado lentejas (Lens culinaris) y guijas (Lathyrus sativus). Los frutales
2 En nuestra excavación arqueológica del asentamiento ibérico final de la
Casa de la Cabeza se han recogido muestras sedimentológicas en todas
las campañas (2010, 2011 y 2012), de cara a próximos estudios de semillas, carbones, fauna o sedimentos.
126
en Kelin están muy bien representados con frutos o semillas de
uva (Vitis vinifera), oliva (Olea europaea) e higos (Ficus carica), especies a las que en otros yacimientos ibéricos se suman almendras (Prunus dulcis), granadas (Punica granatum) y
manzanas (Malus sp.). Entra aquí también el destacado hallazgo
de numerosas estructuras de producción de vino y aceite en las
ramblas de La Alcantarilla y Los Morenos, en uso durante el
Ibérico Pleno (Mata et al., 2009).
Los estudios arqueozoológicos de las excavaciones de Kelin
muestran un predominio de la cabaña de ovicápridos (Ovis
aries y Capra hircus) en todas sus fases, de la cual se obtendría
carne y lana. Seguramente se realizarían desplazamientos cortos
del ganado por el territorio, algo que no queda reflejado en
el registro (Iborra, 2004). Ésta va seguida de los suidos (Sus
domesticus), criados por su carne, y de bóvidos (Bos taurus),
cuya avanzada edad de muerte sugiere que serían animales de
tracción. También hay caballos (Equus caballus) y perros (Canis
familiaris), aunque generalmente no para el consumo humano, y
gallos (Gallus gallus). Entre las especies cazadas están el ciervo
(Cervus elaphus), el conejo (Oryctolagus cuniculus) y la liebre
(Lepus granatensis). El ciervo se extinguió a comienzos del
s. XX y actualmente reaparece, juntamente con otras especies
como el corzo o la cabra montés (Armero, 2004). Aunque no
aparezcan en los registros arqueozoológicos, la fauna local
quedaría completada por otro gran número de especies como
jabalíes, zorros, comadrejas, tejones, nutrias, etc. En el pasado
también existían otras especies, hoy en día extinguidas por la
presión humana, como el oso pardo, el lobo o el lince ibérico.
La ictiofauna y malacofauna fluvial y lacustre también serían
aprovechadas, tal y como se ha documentado para época ibérica
en El Molón (Lorrio et al., 2009, 37) y para romana en la villa
del Barrio de Los Tunos, donde se hallaron espinas de pescado
y un anzuelo de bronce, depositado en el Museu de Prehistòria
de València (fig. 163.1). En el Molino de Enmedio se recogió superficialmente una caracola marina (fig. 163.2). En la Casa de la
Cabeza apenas se han encontrado restos faunísticos, seguramente
porque la naturaleza química del terreno lo impide, tal y como se
deduce del alterado estado de los escasos huesos conservados.
Tan sólo podemos destacar un fragmento de mandíbula de ovicáprido, varias diáfisis, algunos molares y un par de conchas marinas (Glycimeris spec.), si bien no podemos determinar si éstas últimas llegan por cuestiones de alimentación o de ornamento (fig.
163.3). Estudios de zoología actuales han demostrado que existen
una serie de especies originarias como la anguila (río Magro), la
trucha y el fraile (río Cabriel) o la loina (río Júcar), mientras que
otras como la carpa o la perca son introducidas (Armero, 2005).
Para el Ibérico Final los yacimientos valencianos muestran una gran heterogeneidad en los registros faunísticos, con
un peso considerable de especies cazadas en algunos de ellos.
En el caso de Kelin, como hemos visto anteriormente, existen
pocos niveles excavados del s. II a.C. en adelante. Además los
contextos más ricos en fauna son los fosos, basureros y espacios
abiertos, de ahí que la muestra analizada, proveniente de los
estratos superiores de la habitación 2 del departamento 16, sea
reducida y de poco valor. Aun así los resultados obtenidos son
coherentes, con un NMI de especies domésticas de dos ovicápridos, un cerdo, un bóvido, un caballo y un asno, así como sólo
un ciervo entre las especies silvestres. Se ha relacionado esta
baja muestra con un posible descenso de la población (Iborra,
[page-n-144]
- Una zona adyacente, con 2-2,5 km de radio, con suelos de
capacidad moderada y pendientes algo más acentuadas. Destinada a frutales y agricultura extensiva, también se podrían
desarrollar otro tipo de actividades de aprovisionamiento de
recursos o producción cerámica, metalúrgica, etc.
- La restante, hasta el límite teórico de 1 hora de desplazamiento a pie (radio de hasta 5 km), donde se desarrollarían la
ganadería extensiva y otras prácticas agrarias y rurales como
complemento a la subsistencia básica.
Fig. 163. Anzuelo del Barrio de Los Tunos (MPV) (1), caracola
marina del Molino de Enmedio (2) y concha de Glycimeris de la
Casa de la Cabeza (3).
2004: 396), algo que como luego veremos no compartimos. La
publicación de los estudios de fauna de los niveles finales de El
Molón sin duda aportará mayor información al respecto.
Entornos de explotación
La Arqueología ha tomado una serie de conceptos de la
Geografía Humana desde los años 70 para explicar la explotación
económica de un entorno. En primer lugar, debemos tener en
cuenta conceptos como el de área de explotación (SET, Site
Explotation Territory) de un asentamiento, entendido como
el área inmediata donde la población produce los recursos
necesarios para su subsistencia, del concepto de área de captación
(SCA, Site Catchment Area), de donde pueden proceder todos
los objetos o materias encontradas en el yacimiento (VitaFinzi y Higgs, 1970; Flannery, 1976). El área de producción en
sociedades agrícolas suele desarrollarse en torno a un radio de
una hora a pie (unos 4/5 km), aunque siempre en función de la
orografía del terreno.
Este campo ha sido trabajado extensamente por Andrea Moreno en su tesis doctoral para el periodo de los ss. VII-III a.C.
(Moreno, 2010 y 2011). Juntamente con ella hemos publicado
recientemente una serie de artículos sobre el entorno inmediato
de un asentamiento concreto: la capital Kelin (Moreno y Quixal,
2009 y 2012). En ellos hemos puesto en yuxtaposición sus estudios de áreas de captación y explotación a partir de mapas de
coste y análisis mediante GRASS GIS, con nuestros cálculos de
los índices de productividad y grupos locales que desarrollaremos a continuación.
En el SET de Kelin se pudieron diferenciar tres subzonas :
- Un área inmediata, con 1-1,5 km de radio destinada a agricultura intensiva para usos más cotidianos de la población. Es la
vega del río con los mejores suelos de la comarca, los únicos
que se podrían destinar a los cultivos hortícolas documentados en el registro paleocarpológico.
Se vio cómo durante el Ibérico Pleno en el entorno inmediato de la capital existía una precisa organización del espacio,
una explotación sistemática de los diferentes ámbitos y una búsqueda de los suelos más ricos. Todo ello controlado desde el
lugar central, justo en la concentración de núcleos más grande
de todo el territorio. Dichos trabajos han visto completados con
otro sobre el entorno periurbano de la ciudad, donde por primera
vez se hace un análisis del área para la cronología final (Mata
et al., 2012). Allí vemos como en los ss. II-I a.C. en el entorno
más inmediato surgen nuevos asentamientos, algunos de ellos
sobre anteriores establecimientos rurales. Durante estos siglos
se produce una ocupación del territorio más intensa, con una
distribución muy sintomática de los núcleos jalonando el curso
del Madre y la rambla de La Torre, las dos principales vías de
comunicación en esta parte de la comarca (Moreno, 2010: 141)
y donde, a su vez, hay un dominio de los ricos suelos fluvisoles,
suelos que permiten incluso cultivos hortícolas (fig. 164).
Índice de productividad
En nuestro caso nos hemos centrado en calcular el índice de productividad / potencialidad agrícola de los yacimientos, tomando
en consideración tan sólo 500 m de radio, es decir, el área más
inmediata (fig. 164-166), en relación con lo establecido en algunos estudios aplicados a la Prehistoria (Gilman y Thornes,
1985; Vicent, 1991). Muchos de los yacimientos presentan una
serie de características que apuntan hacia un tipo de estructuras
rurales ajenas al hábitat permanente, de ahí que nos interese saber la calidad de los suelos en el punto exacto donde aparecen
los materiales.
Para realizar este estudio hemos procesado la cartografía
digital “Capacidad de uso del suelo para la Comunidad
Valenciana (año 1992)” en servicio WMS de la Conselleria de
Fig. 164. Entorno de Kelin durante el Ibérico Final, zona de
abundancia de suelos de capacidad elevada.
127
[page-n-145]
Fig. 165. Cálculo del índice de productividad en los yacimientos ibéricos finales, mediante GVSIG.
Fig. 166. Cálculo del índice de productividad en los yacimientos altoimperiales, mediante GVSIG.
128
[page-n-146]
Medio Ambiente, Agua, Urbanismo y Vivienda de la Generalitat
Valenciana mediante GVSIG. Este mapa está destinado a
expresar, de forma muy general, la potencialidad agraria
del terreno y las limitaciones que presenta para su puesta en
explotación. Del mismo modo, hemos estudiado los diferentes
tipos de suelo y su relación con una mayor o menor capacidad
productiva a partir de la serie cartográfica LUCDEME Mapa
de suelos de la Comunidad Valenciana del ICONA-Generalitat
Valenciana (1995-96).
Podemos diferenciar seis tipos de suelos:
- Valor 0: No cuantificable por antropización. En nuestro territorio encontramos este valor en el área donde se encuentran
actualmente los pantanos de Forata, Contreras y Benagéber,
así como el casco urbano de Utiel.
- Valor 1: Capacidad muy elevada. No encontramos suelos de
este tipo en ningún punto, ya que son propios de las planas
litorales con mayor potencialidad agrícola.
- Valor 2: Capacidad elevada. Suelos con esta capacidad están presentes sobre todo en la vega del río Madre / Magro
y el curso de la rambla de La Torre (fig. 167). Es el entorno
inmediato de Kelin, por tanto, donde están los mejores suelos de la comarca (Moreno y Quixal, 2009). Luego también
hay pequeñas lenguas de tierras de capacidad 2 en el valle
de El Moluengo, en las riberas del Cabriel y en los llanos de
Campo Arcís y Camporrobles. A nivel edafológico se trata
de suelos fluvisoles que aparecen en el curso de los ríos,
en terrazas aluviales formadas con depósitos cuaternarios.
Son los que permiten poner en práctica cultivos hortícolas,
tan sólo amenazados por el riesgo de eventuales crecidas y
por las heladas tardías que presenta la climatología de esta
comarca. En ocasiones calcisoles háplicos en sus diversas
variantes, sobre todo las que están en conjunción con los citados fluvisoles o con regosoles, también pueden tener una
capacidad elevada.
- Valor 3: Capacidad moderada. Son los suelos donde se ubica la mayor parte del hábitat, ya que junto con los de capacidad 4 son los más abundantes en la comarca. Dominan
todas las planicies y valles como puedan ser los llanos de
Fuenterrobles, Caudete, Campo Arcís o La Portera; y los
valles de La Albosa, El Rebollar y Hortunas. Se trata de
combinaciones de suelos regosoles, fluvisoles, calcisoles y
cambisoles. La vega que el Magro forma en el corredor de
Hortunas es un buen ejemplo de formaciones de este tipo.
Los regosoles calcáreos asociados a calcisoles háplicos generan suelos de capacidad moderada. Los calcisoles háplicos pueden aparecer en cualquier tipo de pendiente, de ahí
que su capacidad varíe en función de dónde se encuentren
y del suelo al que acompañen. De esta forma, los encontramos en zonas como los llanos y lomas de La Portera en suelos de productividad moderada (fig. 168), pero, al mismo
tiempo, aparecen en otros de capacidad baja o nula.
- Valor 4: Capacidad baja. Generalmente se trata de los suelos propios de las tierras de transición entre los llanos y las
sierras, por lo tanto se reparten por toda la orla montañosa
de la comarca, siendo especialmente abundantes en su sector meridional, en la depresión generada por el curso del
Cabriel. La sierra de La Bicuerca también pertenece a este
tipo de suelos. A nivel edafológico puede tratarse de los
mismos suelos que el apartado anterior, lo que cambia es la
pendiente. De este modo, la asociación anteriormente descrita entre calcisoles háplicos y regosoles calcáreos tiene
valor 4 en áreas como las montañas que cierran el corredor
de Hortunas (fig. 169).
Fig. 167. Ejemplo de suelo con capacidad productiva elevada
(Llano de Las Casas).
Fig. 168. Ejemplo de suelo con capacidad productiva moderada
(Lomas de La Portera).
Fig. 169. Ejemplo de suelo con capacidad productiva baja/muy baja
(Sierra de Las Cabrillas).
129
[page-n-147]
- Valor 5: Capacidad muy baja. Son tres las asociaciones de
suelos de esta zona clasificadas en el peldaño productivo
más bajo, generalmente compuestas por luvisoles y leptosoles (leptosol lítico - leptosol rendzínico, luvisol crómico
- leptosol lítico, leptosol lítico - calcisol háplico y cambisol
éutrico - luvisol crómico) o por regosoles éutricos. Los leptosoles son suelos de capacidad casi nula porque se encuentran
en zonas de pendiente y poseen poco espesor de sedimento,
mientras que los luvisoles configuran los afloramientos rocosos, de ahí que ambos aparezcan en las zonas montañosas de
nuestro territorio: las sierras de Utiel, El Tejo, Las Cabrillas
y Martés. Los regosoles éutricos son materiales del Triásico
constituidos por arcillas y yesos del Keuper, que podemos
encontrar preferentemente en el valle del Cabriel.
Para realizar el cálculo hemos contabilizado el porcentaje
de área que ocupa cada tipo de suelo anteriormente descrito en
el área de 785.400 m² que genera un círculo de 500 m de radio
alrededor de cada yacimiento. Esos porcentajes posteriormente
los hemos multiplicado de la siguiente forma y, al final, sumado
para obtener el índice proporcional de base 1 (tabla 17).
Este índice es interesante para hacernos una idea de las
posibilidades productivas de cada asentamiento: cuanto más
próximo a 1 sea el índice de un yacimiento, mayor potencialidad agrícola tienen las tierras donde se ubica, lo cual nos aporta
información sobre su posible estrategia económica.
Estudiando la distribución por subzonas entre los ss. II a.C.II d.C., dos sobresalen por encima del resto como las más fértiles (tablas 18 y 19). Las concentraciones de población en la
vega del Magro y el llano de Utiel se explican, en parte, por
una búsqueda de suelos ricos, de ahí que todos los yacimientos
presenten índices por encima del 0,60. Los fluvisoles derivados
del curso del río Magro y de la rambla de La Torre atraen el poblamiento con el devenir de los siglos, ya que en época romana
prácticamente se dobla el número de núcleos, destacando las
cuatro villae (La Solana, Molino de Enmedio, Barrio de Los
Tunos y El Barriete), así como la perduración de la desconocida
Requena.
El llano de Caudete, el entorno inmediato de Kelin, es otra
de las zonas más ricas de la comarca (fig. 164). Pero, a diferencia de las dos zonas anteriores, el poblamiento se reduce en
época romana, casi con total seguridad ligado a la desaparición
del lugar central. Tan sólo perdura la villa de Casa Doñana y el
asentamiento rural de Hoya Redonda II, ambos flanqueando el
curso del río Madre y gozando también de una fértil edafología.
En un segundo escalafón encontramos los llanos de Campo
Arcís, Fuenterrobles y Camporrobles, que cuentan con algunos núcleos con índices altos, pero cuya mayoría es de carácter
intermedio. En todos ellos hay un aumento de la media productiva con la llegada del Alto Imperio, de forma más marcada
Tabla 17. Obtención del índice de productividad.
% Suelo índice 1 Capacidad muy elevada
x
1
% Suelo índice 2
Capacidad elevada
x
0,8
% Suelo índice 3
Capacidad moderada
x
0,6
% Suelo índice 4
Capacidad baja
x
0,4
% Suelo índice 5
Capacidad muy baja
x
0,2
Suma de todos los índices = Índice de productividad
130
en el llano de Camporrobles debido al abandono de El Molón
y la aparición de la villa de La Balsa justo en el punto más fértil de la zona. Los otros dos llanos, el de Campo Arcís y el de
Fuenterrobles, muestran bastante continuidad tanto en índices
como en número de asentamientos. El valle de El Moluengo
también entraría dentro de este grupo, aunque su reducido poblamiento lo convierte en anecdótico. Simplemente podemos
decir que se trata de dos asentamientos, El Moluengo y el Camino de la Casa Zapata, aprovechando los suelos más aptos de
la vaguada y dentro de un contexto general pobre.
Posteriormente tenemos una serie de subzonas, generalmente de carácter secundario o de transición, con índices
moderado-bajos: llano de El Rebollar, corredor de Hortunas,
cañadas de Los Pedrones/La Portera, La Albosa y Sinarcas.
A excepción de la zona de Los Pedrones, el cambio de fase
ibérica a romana conlleva un tímido aumento de medias, generalmente en relación con el abandono de ocupaciones en altura (Cerro Castellar, Muela de Arriba o Cerro San Cristóbal)
en favor de asentamientos en el llano con suelos moderados
(Las Paredillas I, La Calerilla, La Contienda, etc.), si bien se
trata de las zonas con mayor continuidad. Por último, la sierra de Utiel y el valle del Cabriel son zonas con índices muy
bajos, con un déficit de suelos fértiles derivado de una orografía abrupta. El poblamiento en las mismas no se explica por
motivos productivos, sino que hay que buscar otros factores:
defensas, vados, etc.
Estos datos los podemos leer de múltiples formas. En primer lugar, a nivel general se observa una evolución en favor
de ubicaciones en suelos más ricos y productivos (fig. 170).
Los yacimientos con unos índices moderados, entendiendo
por ellos los que entran en la horquilla del 0,65 – 0,5, prácticamente no cambian en número ni en peso con el transcurso
de los siglos, ya que siempre son el grupo más dominante con
un 50-60% del total. El gran cambio lo tenemos en el porcentaje y volumen de yacimientos con suelos de capacidad elevada y baja: en el Ibérico Pleno un 42% de los yacimientos tenían menos de 0,5 de índice, porcentaje que baja a un 27% en
el Ibérico Final y tan sólo un 18% en los dos primeros siglos
del Imperio (fig. 171). En contraposición, los yacimientos con
índices altos (+0,6), aquellos ubicados en suelos de capacidad
elevada pasan de un simple 7% a un 24% en 200-300 años.
Y no se trata únicamente de una cuestión de porcentajes; en
valores absolutos, pese a que el Ibérico Pleno tiene un mayor
número total de yacimientos, el volumen de los índices altos
pasa de 9 a 13 en el Ibérico Final y, finalmente, a 21 en el
Alto Imperio. Si a ello sumamos que la evolución de la media
de todos los yacimientos es 0,52 en el Ibérico Pleno, 0,56 en
el Ibérico Final y 0,59 en el Alto Imperio, podemos concluir
que hay un marcado proceso de asentamiento en suelos ricos,
abandonando las ocupaciones de suelos de capacidad baja y
media en favor de concentraciones en las áreas más productivas de la comarca.
Esta conclusión general se refuerza si vemos como entre
el Ibérico Final y el Alto Imperio Romano prácticamente todas las zonas suben sus medias, exceptuando precisamente
la vega del Magro y el llano de Utiel, las dos zonas con
índices más elevados (tabla 19). Ello en ambas no se debe a
un descenso sino justo lo contrario: aumenta considerablemente el número de núcleos en las mismas (de 6 a 14 y de 5
[page-n-148]
Tabla 18. Índices de productividad en el Ibérico Final (0,80-0,66 elevada; 0,65-0,51 moderada; 0,35-0,50 baja).
R.009
0,6
Calderón
Molino del Duende
Las Canales
Rambla del Sapo
Requena
Loma del Moral
El Rebollar
Las Lomas
Las Paredillas II
Mazalví
Casa de Mazalví
La Carrasca
R.022
R.031
R.037
R.077
R.093
R.003
R.005
R.016
R.090
SA.03
SA.04
SA.06
0,64
0,72
0,79
0,58
0,8
0,4
0,56
0,6
0,6
0,47
0,44
0,4
Cerro Castellar
El Paraíso
Los Lidoneros I
Los Alerises
B. Espino
R.010
R.017
R.034
R.072
R.081
0,42
0,49
0,53
0,55
0,48
Cerro Gallina
R.004
0,55
Casa Alarcón
Casa de la Cabeza
Villares C. Arcís
Casa de la Vereda
Casa del Tesorillo
El Ardal
Casa de las Cañadas
Los Villarejos
Fuen Vich
El Carrascalejo
Los Pedriches
Fuente de la Reina
Casa Sevilluela
Las Zorras
Los Olmillos
Muela de Arriba
Casa del Morte
Casa de la Alcantarilla
El Periquete
Casas de Caballero
El Moluengo
Camino Casa Zapata
R.006
R.030
R.049
R.065
R.067
R.078
R.094
R.035
R.080
R.082
VM.06
VM.08
VM.19
VM.25
R.068
R.070
R.075
R.100
R.015
R.021
VC.02
VC.08
0,6
0,52
0,6
0,68
0,6
0,6
0,46
0,54
0,53
0,53
0,53
0,59
0,6
0,54
0,6
0,59
0,49
0,4
0,38
0,32
0,56
0,59
Vega de Magro Los Aguachares
Llano de
El Rebollar
Corredor de
Hortunas
Llano de
Campo Arcís
Lomas de
Los Pedrones
La Albosa
Río Cabriel
Sierra
Moluengo
Llano de
Utiel
0,69
Sierra de
Utiel
0,49
Llano de
Caudete
0,49
Llano de
Fuenterrobles
0,57
Llano de
Camporrobles
0,53
Sinarcas
0,59
0,35
0,58
a 15, respectivamente), con lo cual es más fácil que el índice
baje, pese a mantenerse de igual forma en una posición elevada. La tercera media que baja es la de las lomas y cañadas
de Los Pedrones, pero en ella el poblamiento es reducido y
este índice puramente anecdótico. Por el contrario, las otras
11 subzonas se mantienen con las mismas medias o aumentan, algunas de ellas de manera destacada como el valle de
El Rebollar (de 0,49 a 0,53) o el llano de Camporrobles (de
0,52 a 0,58).
Las Casas
U.002
0,79
Fuente del Cristal
Cañada Campo II
Los Derramadores
U.007
U.012
U.018
0,69
0,74
0,6
La Solana
La Mazorra
U.020
U.001
0,8
0,41
Fuente Hontanar
Boquera Tormillo
U.016
U.021
0,4
0,45
San Antonio Cabañas
Kelin
U.013
CF.01
0,66
0,62
La Atalaya
Caudete Norte
Caudete Este
Casa Doñana
Rincón de Gregorio
Vallejo de los Ratones
Hoya Redonda II
Cerro de la Peladilla
La Mina
PUR-3
Covarrobles
Las Pedrizas
La Tejería
Peña Lisa
El Molón
Los Villares
Cañada del Carrascal
Viña del Derramador
Cañada del Pozuelo
La Maralaga
Pocillo Lobos-Lobos
Cerrito de la Horca
Cerro Carpio
Cerro de San Cristóbal
El Carrascal
Tejería Nueva
El Molino
La Cabezuela / P.B.
Pozo Viejo
Villanueva
Punto de Agua
CF.02
CF.03
CF.04
CF.07
CF.10
F.008
F.014
F.001
F.003
F.005
F.006
F.010
F.011
F.012
C.001
C.003
C.II
C.III
S.001
S.002
S.004
S.007
S.008
S.009
S.010
S.011
S. 012
S.013
S.014
B.003
B.004
0,6
0,75
0,77
0,65
0,66
0,64
0,63
0,44
0,6
0,6
0,56
0,6
0,6
0,6
0,4
0,73
0,49
0,46
0,54
0,59
0,56
0,56
0,4
0,4
0,43
0,56
0,6
0,54
0,6
0,53
0,46
0,72
0,42
0,66
0,57
0,52
0,52
Por otro lado, es interesante ver la evolución de las medias
en relación con los tipos de yacimientos. Los poblados y atalayas fortificadas, por la naturaleza de su propio emplazamiento,
suelen contar con índices bajos al encontrarse en zonas abruptas
y montañosas. Su cometido principal, lo que motiva su ubicación en esos puntos, no es la producción agrícola. Es por ello
que durante el Ibérico Final los siete poblados fortificados, si
dejamos fuera a Kelin y Requena por tratarse de lomas y dudar de la presencia de fortificaciones en ellas, tienen una media
131
[page-n-149]
Tabla 19. Índices de productividad en el Alto Imperio (0,80-0,66 elevada; 0,65-0,51 moderada; 0,35-0,50 baja).
Vega del
Magro
Llano de
El Rebollar
Corredor de
Hortunas
Llano de
Campo Arcís
Lomas de
Los Pedrones
La Albosa
R. Cabriel
S. Moluengo
Los Aguachares
Las Canales
Rambla del Sapo
Requena
Barrio Los Tunos
El Barriete
Fuencaliente
Casilla Hererra
Cerro Valentín
El Batán
El Cerrito
Fuente las Pepas
La Borracha
La Picazuela
El Rebollar
Las Lomas
Las Paredillas I
Mazalví
Casa de Mazalví
Prados de la Portera I
Los Alerises
B. Espino
La Calerilla
Casa Alarcón
Villares Campo Arcís
Casa de la Vereda
El Balsón
Casa del Tesorillo
Puntal del Moro
El Ardal
Los Villarejos
Fuen Vich
El Carrascalejo
Hórtola
Los Pedriches
Casa Sevilluela
Las Zorras
Los Olmillos
La Campamento
Casa la Alcantarilla
Cisternas
El Periquete
El Moluengo
Camino Casa Zapata
R.009
R.037
R.077
R.093
R.II
R.III
R.IV
R.V
R.VI
R.VIII
R.IX
R.X
R.XI
R.XII
R.005
R.016
R.I
SA.03
SA.04
R.011
R.072
R.081
R.105
R.006
R.049
R.065
R.066
R.067
R.071
R.078
R.035
R.080
R.082
R.XIII
VM.06
VM.19
R.025
R.068
R.071
R.100
R.XIV
R.015
VC.02
VC.08
0,6
0,79
0,58
0,8
0,75
0,63
0,6
0,6
0,77
0,66
0,66
0,74
0,6
0,53
0,56
0,6
0,6
0,47
0,44
0,56
0,55
0,48
0,49
0,6
0,6
0,68
0,59
0,6
0,49
0,6
0,54
0,53
0,53
0,4
0,53
0,6
0,54
0,6
0,6
0,4
0,6
0,38
0,56
0,59
0,53
Llano de
Caudete
0.52
0,59
Llano de
Fuenterrobles
Llano de
Camporrobles
0,5
Sinarcas
0,55
0,38
0,58
conjunta de 0,44, cuando la total para ese mismo periodo es sustancialmente mayor (0,56). La desaparición de los mismos en la
fase imperial explica, en parte, el gran aumento de la media, ya
que se abandonan ubicaciones en suelos pobres y se sustituyen
por densas ocupaciones de los suelos más fértiles.
Al mismo tiempo, los asentamientos en llano con función
productiva son, lógicamente, los que presentan unos índices
más elevados, por ubicarse en las mejores tierras. Los 26
132
Sierra de Utiel
U.002
U.007
U.012
0,79
0,69
0,74
U.018
U.I
0,6
0,76
La Solana
Los Carasoles
0,66
Las Casas
F. del Cristal
Cañ. Campo II
Los Derramadores
Molino Enmedio
Llano de
Utiel
U.020
U.II
0,8
0,62
Casa de las Córdovas
Casa del Vicario
El Campanillo
El Soborno
Ermita de Sta. Bárbara
Fuente la Alberca
Cañ. Campo I
Los Calicantos
Fuente Hontanar
Boquera Tormillo
San Antonio Cabañas
Casa Doñana
H. Redonda II
La Mina
Covarrobles
Las Pedrizas
La Tejería
Fuenterrobles
Punta de la Sierra
Los Villares
La Balsa
La Cuesta Colorá
Cañada del Carrascal
Viña del Derramador
Hoya de Barea
Cañada Pozuelo
La Maralaga
Pocillo Lobos-Lobos
Cerrito de la Horca
Cerro Carpio
El Carrascal
Tejería Nueva
Cabezuela / P.B.
Pozo Viejo
Ermita S. Marcos
Contienda / Cachirula
U.III
U.IV
U.V
U.VI
U.VII
U.VIII
U.IX
U.X
U.016
U.021
U.013
CF.07
F.014
F.003
F.006
F.010
F.011
F.I
F.II
C.003
C.004
C.I
C.II
C.III
C.IV
S.001
S.002
S.004
S.007
S.008
S.010
S.011
S.013
S.014
S.016
U.XII
0,75
0,67
0,65
0,7
0,64
0,79
0,67
0,6
0,4
0,45
0,66
0,65
0,63
0,6
0,56
0,6
0,6
0,6
0,52
0,73
0,72
0,52
0,49
0,46
0,54
0,54
0,59
0,56
0,56
0,4
0,43
0,56
0,54
0,6
0,52
0,59
0,7
0,42
0,65
0.58
0.58
0,54
asentamientos rurales del Ibérico Final tienen una media de
0,56, algunos de ellos con índices elevados como Caudete
Norte (0,75), pero la mayoría con índices en torno al 0,6. El
gran cambio lo encontramos en el Alto Imperio, momento en
el que podemos diferenciar dos variantes dentro del mismo
proceso. Como hemos visto anteriormente, el poblamiento
rural en llano durante los dos primeros siglos del Imperio lo
podemos separar entre villae, de mayor tamaño y entidad, y
[page-n-150]
Fig. 170. Valores
absolutos de los índices de
productividad por épocas.
Fig. 171. Porcentaje de los índices de productividad por épocas.
asentamientos rurales de carácter secundario. Precisamente
son las 13 primeras las que aportan una enorme subida a la
media en este periodo, ya que cuentan con un 0,63 de media,
algunas de ellas con índices tan altos como el 0,80 de La Solana, el 0,76 del Molino de Enmedio o el 0,75 del Barrio de los
Tunos. Los asentamientos rurales secundarios, por su parte, sí
que guardan continuidad con los asentamientos rurales ibéricos y su media se asemeja bastante con un 0,57.
Por otro lado, quedan los yacimientos con índices paupérrimos (-0,4), un dato que ya de entrada aporta luz sobre su
posible funcionalidad: ganadería, control, defensa, etc. Queda
claro que no se ubicarían en esos puntos para cultivar la tierra,
sino que se centrarían en la explotación ganadera o dependerían de otros núcleos para autoabastecerse.
Proximidad a recursos hídricos
Siempre se ha planteado que durante la Antigüedad se buscaba establecer los asentamientos cerca de elementos hídricos
como ríos, ramblas y fuentes, por tal de abastecerse de tan
básico recurso. Durante toda la secuencia de nuestro estudio
un gran número de yacimientos arqueológicos se encuentran
próximos a los principales ríos y ramblas. Este hecho enlaza
con el apartado anterior, puesto que también hay una fuerte
concentración de núcleos en los suelos de mejor calidad, los
fluvisoles, originados por la propia dinámica de los ríos. No
obstante, en ningún caso se trata de una característica extensible a todos los yacimientos; decir que es un requisito indispensable es uno de los tópicos de la Arqueología.
Hemos realizado buffers o áreas de influencia en torno a
los ríos de la zona, el Cabriel, el Magro, el Reatillo y el Mijares, así como a las principales ramblas que vierten sus aguas
al Cabriel por el lado Norte (La Albosa, La Alcantarilla, Los
Morenos o Salinas) y al Madre/Magro por ambos lados (La
Torre, Estenas, La Higuera o Fuen Vich). En los ríos, al tener mayor importancia, hemos incluido un área de influencia
inmediata, de 0 a 500 m de proximidad, y una adyacente, de
500 m a 1 km. En las ramblas, la mayoría secas o de caudal
intermitente en la actualidad, hemos calculado áreas menores
(de 0 a 250 y de 250 a 500 m), siendo conscientes de que en la
Antigüedad llevarían más agua y en su entorno se generaría un
buen número de fuentes.
En los mapas obtenidos percibimos cómo en el Ibérico Final hay una tenue concentración de yacimientos en torno al río
Madre/Magro, que se hace más acusada durante época romana
(fig. 172 y 173). Si bien la mayoría de yacimientos no entran
dentro de los buffers más inmediatos, en ambas cronologías
hay muchos núcleos que jalonan el río a lo largo de todo su
curso en distancias inferiores a los 3 km. En época romana
gana también protagonismo la rambla de La Torre, tributaria
del Madre. Las ramblas meridionales como La Albosa, La Alcantarilla, La Higuera o Fuen Vich también presentan poblamiento a su alrededor entre los ss. II a.C. – II d.C., mientras
que los entornos de los ríos Cabriel y Reatillo son bastante
pobres para estas cronologías, aunque es algo que puede explicarse por la escarpada orografía y la escasez de suelos fértiles
Viendo los porcentajes por épocas, el proceso muestra
una abrumadora estabilidad, ya que los tres grupos siempre
tienen valores muy similares: yacimientos dentro de las áreas
de influencia inmediata de ríos y barrancos entre un 26-27%,
yacimientos dentro de las áreas de influencia adyacente entre
13-16% y yacimientos fuera de las áreas de influencia de estos
recursos entre un 57-62% (fig. 174). Por lo tanto, no se observa
ningún cambio en el tiempo en relación con la búsqueda de mayor proximidad a estos recursos, sino que en todo momento durante esos seis siglos aproximadamente la mitad de los núcleos
está a menos de 1 km de los principales ríos y barrancos. La
otra mitad no significa que estuviera desabastecida de agua, sino
133
[page-n-151]
Fig. 172. Buffers en torno a ríos y
ramblas en el Ibérico Final, mediante
GVSIG.
Fig. 173. Buffers en torno a ríos y
ramblas en el Alto Imperio, mediante
GVSIG.
134
[page-n-152]
Fig. 174. Ubicación de los asentamientos en relación a los recursos hídricos, por épocas.
que tendría que echar mano de arroyos de carácter secundario,
recoger el agua en cisternas como las de El Molón, La Mazorra
y la Casa de la Cabeza, o transportarla de manantiales cercanos.
La proximidad a cursos de agua fue un factor decisivo
en las estrategias de poblamiento, lo que en la vida diaria se
traducía en abastecimiento de agua, mejor calidad de suelos,
posibilidad de cultivar leguminosas, hortalizas, frutales, etc.
Relacionar un yacimiento con una antigua fuente o manantial
de agua es una tarea prácticamente imposible. No obstante, la
toponimia de algunos de ellos ya está marcando la presencia
de manantiales en alguna fase histórica y, por ende, también
son susceptibles de haber gozado de dichos recursos en la Antigüedad. Fuen Vich (fig. 175), Fuencaliente, Hórtola, Fuente
del Hontanar, Fuente de Cristal o La Mina son sólo algunos
ejemplos. La propia ciudad de Kelin se estableció en un área
rica en fuentes, de ahí la propia denominación del pueblo
como Caudete de las Fuentes.
Actividades artesanales e industriales y aprovechamiento
de otros recursos naturales
Recursos mineros y actividad metalúrgica
Fig. 175. Vecinos de la Fuen Vich en la Fuente de San José (1971),
a escasos 200 m del núcleo de Los Villarejos y a 600 m de la villa
romana de Fuen Vich.
Los recursos mineros, especialmente los de tipo metálico, han
sido fundamentales en las sociedades pretéritas desde la Prehistoria, tanto como elemento asociado a las élites y generador de
desigualdad social como por sus simples usos en el día a día.
La comarca de Requena-Utiel, al igual que toda la provincia
de València, no es una zona rica en metales como lo son otras
de la Meseta y del Sur/Sureste peninsular. No obstante, en la
provincia de València sí que encontramos yacimientos con gran
cantidad de útiles, armas u otros elementos metálicos, véase los
ejemplos de la Bastida de les Alcusses (Pérez Jordà et al., 2011)
o el Puntal dels Llops (Bonet y Mata, 2002a). En nuestra área
de estudio también tenemos evidencias del aprovechamiento y
transformación de estos recursos durante el Ibérico Pleno (Mata
et al., 2009). En la vivienda nº 2 de Kelin (s. III a.C.) se documentó el taller de un herrero, con un hogar de forja, un yunque
y unas tenazas. El propio yacimiento presenta una buena colección de herramientas, la mayoría depositadas en la Colección
Museográfica Luis García de Fuentes (Caudete de las Fuentes).
De la misma manera, numerosos son los yacimientos ibéricos
plenos en los que se han documentado elementos metálicos;
desde clavos y otros elementos de construcción a herramientas
y armas, si bien en muchos casos los objetos no presentan una
forma definida por su deficiente estado de conservación. Suele tratarse de objetos de hierro, aunque también hay de plata,
cobre, plomo, oro o aleaciones como el bronce. Y, entre todos
ellos, las escorias son sin duda el elemento metálico más frecuente en los yacimientos comarcales.
La explotación minera durante la Protohistoria sería principalmente superficial, como parece haberse dado en la Hoya de
la Escoria (Utiel) (Mata et al., 2009), o de vetas polimetálicas
135
[page-n-153]
explotadas en galería, tal y como se habría aprovechado en la
Mina de Tuéjar en época ibérica y romana (Palomares, 1966:
243) (fig. 176). En algunos yacimientos también se han localizado trozos del mismo mineral en bruto. El hierro requiere de una
primera reducción en el propio lugar de extracción para eliminar
las impurezas, lo que genera las llamadas escorias “de reducción” o licuadas, de características formas curvas. La localización de las mismas en los yacimientos es importante porque nos
está indicando una primera actividad metalúrgica en el entorno
más inmediato, previa a la obtención de lingotes o a la transformación de los mismos en útiles (Ferrer, 2000: 285). La presencia de zonas forestales para abastecerse de madera como combustible era un requisito ineludible. Se han localizado escorias
de reducción en los yacimientos iberromanos de Kelin, Hoya
Redonda II, El Molón, Cañada del Pozuelo (fig. 177.1), La Maralaga, El Molino (fig. 177.2) y La Cabezuela-Pocillo Berceruela. Vemos como la gran mayoría se ubica en la orla septentrional
de la comarca, en el término municipal de Sinarcas, cerca de la
mina de Tuéjar o de los caminos que conducen a ella (fig. 178).
Allí también tenemos una gran acumulación de escorias de este
tipo en Campo de Herrerías, yacimiento datado como Ibérico
Pleno ante la ausencia de ningún fósil director destacable y que,
por las secuencias de los otros yacimientos, también pensamos
que podría haber alargado su ocupación. Para época romana se
ha mencionado el hallazgo en él de algunos fragmentos de sigillata hispánica (Montesinos, 1988: 18), por lo que su uso pudo
ser continuado en el tiempo.
Por otro lado, tenemos escorias post-reducción de hierro,
generalmente de forja, caracterizadas por presentar ángulos y
aristas vivas (Mata et al., 2009: 113). Se relacionan con una
actividad metalúrgica directa, encaminada a la elaboración de
objetos. Han sido localizadas en los yacimientos con ocupación
tardía de Los Aguachares, Los Alerises, Casa Sevilluela, Casa
Alcantarilla, El Moluengo, Kelin, La Atalaya, Cerro de la Peladilla, Peña Lisa, El Molón, Casas del Alaud, El Carrascal y
Tinada Guandonera, si bien no podemos saber en muchos de los
casos si proceden de la fase anterior.
Al mismo tiempo, se han localizado algunos hornos metalúrgicos en yacimientos de cronología plena y final. Para la
Muela de Arriba se ha planteado la existencia de dos hornos
metalúrgicos de forja y una tobera de cronología imprecisa,
así como escorias, clavos y otras herramientas (Valor, 2004).
En La Maralaga se documentó otro horno, en este caso de cronología ibérica final segura, con la importancia de que se veía
una asociación espacial entre hornos cerámicos y metalúrgicos como ocurría en las Casillas del Cura siglos antes (Lozano, 2006: 135). En el Cerro de San Cristóbal se halló una
tobera ibérica, en ese caso doble, que requería el trabajo de
dos herreros (Iranzo, 2004: 232). Por otro lado y como ya hemos comentado, en la Casa de la Cabeza tenemos abundantes
muestras de la existencia de una metalurgia de carácter doméstico. Hemos documentado goterones o restos de fundación de
plomo que pueden asociarse a un posible horno de herradura
de pequeño tamaño (Quixal et al., 2010 y 2011) (fig. 177.3).
En la campaña de 2011 se hallaron unas tenazas de herrero
de gran tamaño3 (fig. 179) y de prospecciones de los años 70
procede una tobera cilíndrica depositada en el MPV (vid. fig.
59.9). En el poblado fortificado del Cerro Carpio también se
han encontrado restos de fundición de plomo y grandes planchas quemadas (Iranzo, 2004).
Fig. 177. Restos de metalurgia ibérica final y romana: Escorias de
reducción de hierro de Cañada del Pozuelo (1) y El Molino (2).
Restos de fundición de plomo de la Casa de la Cabeza (3). Restos
del horno metalúrgico de Los Villares de Campo Arcís (4).
Fig. 176. Veta de la mina de Tuéjar.
136
3 Por la forma de la pinza, de gran apertura y poca superficie de contacto,
el especialista en herramientas ibéricas G. Tortajada considera que no
serían tenazas de forja, sino que se utilizarían para coger los crisoles en
el proceso de fundición a molde.
[page-n-154]
Fig. 178. Mapa de recursos mineros y evidencias metalúrgicas en época ibérica final y romana altoimperial.
Fig. 179. Tenazas de la Casa de la Cabeza, de 40 cm de longitud (fotografía MPV).
137
[page-n-155]
Los hornos de la Muela de Arriba, La Maralaga y el Cerro
San Cristóbal podrían tener carácter regional, de abastecimiento
de herramientas al territorio, mientras que otros asentamientos
contarían con pequeños talleres domésticos para la reparación de
las propias herramientas, como pueda ser el caso del hogar ibérico
pleno de Kelin o el horno de herradura de la Casa de la Cabeza.
Objetos de hierro del tipo que sea, elementos de carpintería, útiles o simples láminas o varillas indeterminadas, han sido
hallados en Los Aguachares, Los Alerises, Casa de la Cabeza,
Los Villarejos, Los Villares de Campo Arcís, El Ardal, El Moluengo, Muela de Arriba, Kelin, La Atalaya, Hoya Redonda
II, Cerro de la Peladilla, Peña Lisa, El Molón, Cerro Carpio,
Cerro San Cristóbal y Punto de Agua. No obstante, la producción de todos ellos no tiene por qué ser local, de ahí que su
dispersión tenga también que ver con las redes de comercio e
intercambio.
De época romana tan sólo tenemos evidencias de actividad
metalúrgica en dos villas. En Los Villares de Campo Arcís,
tras la citada transformación agrícola de 2010 localizamos algunas manchas de carbón y cenizas con forma pseudocircular
en las cuales pudimos recoger trozos de arcilla cocida con restos de escoria de hierro pegada, correspondientes a las paredes
de un horno metalúrgico (fig. 177.4). Las altas temperaturas
a las que fue sometido causaron una cristalización con tonos
verdosos, muy semejante a la localizada en otros hornos conocidos (Orue-Etxebarria et al., 2010). Entre los restos del horno
también pudimos recoger alguna escoria de forja de hierro y
restos de cobre. Por otro lado, una excavación de urgencia en
la villa de Las Paredillas localizó un pequeño horno metalúrgico de forma circular. Trabajos del s. XIX mencionan una supuesta explotación romana de plomo, oro y plata en los montes
vertientes al Cabriel, cerca del yacimiento ibérico de las Casas
de Caballero (Antón Valle, 1841: 107; Herrero, 1891: 21). Del
mismo modo, Ballesteros (1899: 28) habla de que “la codicia
de los metales les llevó a los romanos a abrir las extensas galerías del Pico Ranera”. También cita que cerca de Sinarcas, en
el llamado Cerro de las Minas, se habían descubierto galerías
mineras con escorias en sus inmediaciones. No sabemos a qué
cerro estaría haciendo referencia, quizás se trataba de la propia
Mina de Tuéjar dada su proximidad.
Producción alfarera
Para el Ibérico Pleno se conocen con seguridad los hornos cerámicos de las Casillas del Cura y Casa Guerra (Duarte et al., 2000).
Ninguno de los dos tiene continuidad en época ibérica final, momento para el cual tan sólo contamos con la excavación del horno
de La Maralaga (Martínez Cabrera e Iranzo, 1988; Iranzo, 2004),
al cual ya nos hemos referido en repetidas ocasiones.
No obstante, en algunos yacimientos existen indicios que
nos hacen pensar que allí pudieron existir también hornos cerámicos, al menos para producir los recipientes más básicos.
En Las Lomas se halló un soporte semilunar, pieza que es
asociable con hornos cerámicos. En El Moluengo, además de
un volumen inmenso de material, se detectaron defectos de
cocción y formas concretas del Ibérico Final muy repetidas
(bordes moldurados de ánfora, engobe rojo, etc.). La bibliografía, por su parte, también cita la posible presencia de hornos cerámicos ibéricos por la abundancia de adobes y defectos de cocción en los yacimientos sinarqueños de Cañada del
138
Pozuelo, El Carrascal y Tejería Nueva, pero en ningún caso
con cronología precisa (Iranzo, 2004). No obstante, dudamos
que todos ellos puedan ser realmente hornos y más si cabe
de época ibérica final, dada la proximidad con el importante
horno de La Maralaga que podría garantizar el abastecimiento
cerámico local y regional.
No conocemos, por su parte, ningún horno cerámico romano local. No sería para nada extraño que éstos se encontrasen
dentro de las propias villae, sobre todo si se trataba de instalaciones de poca importancia. Del mismo modo, también es lógico que pudiera existir algún horno en los ss. II-I a.C. en Kelin o
en su entorno periurbano. En este asentamiento también se han
localizado defectos de cocción en superficie, aunque al tratarse
de una ciudad es más complicado definir producciones.
Pese a que lógicamente llegarían piezas de otras zonas
ibéricas cercanas, consideramos que tanto para el Ibérico Final
como para el Alto Imperio nos falta por conocer nuevos centros
alfareros comarcales, sobre todo en el sector meridional que
aparece completamente vacío. Un horno cerámico requiere
principalmente de dos tipos de recursos para la elaboración
de los vasos (arcilla y agua) y de un tercero para asegurar la
combustión (leña). Producciones locales bastante conocidas
como el engobe rojo o las decoraciones impresas, que alargan
su existencia hasta posiblemente el s. I a.C., todavía no se sabe
con seguridad qué horno u hornos pudieron ser sus centros
productores. La distribución de las producciones de los hornos,
por otro lado, será estudiada dentro del capítulo de redes de
comercio e intercambio, ya que forman parte de la movilidad de
radio local y regional.
Obtención de material constructivo
Es una obviedad decir que para llevar a cabo la construcción
de los poblados, un primer requisito es el abastecimiento de
piedra y otros elementos necesarios como barro, madera,
yeso, etc. La lógica de cualquier sistema constructivo precapitalista llevaba a que la gran mayoría de los mismos proviniera del radio más inmediato posible: canteras para obtención de la piedra cercanas a los propios poblados, arcillas para
la fabricación de adobes, ramaje y madera del entorno, etc. En
algunos núcleos se han localizado las canteras, caso de Kelin
o la Casa de la Cabeza, en ambos casos pegadas a los propios
asentamientos (fig. 180).
La construcción de determinados elementos defensivos
como los fosos es, en primera instancia, un medio de obtención
de piedra rápido y fácil. El Cerro de San Cristóbal y su foso
son el mejor ejemplo de ello, aunque no podemos determinar
si se trata de una construcción plena o final dada la falta de excavaciones arqueológicas. En época romana y, sobre todo, en
el caso de las villae, es más frecuente el aprovisionamiento de
piedras de mayor calidad procedentes de lugares más lejanos.
Especialmente conocido es el caso del mármol, utilizado para
cubrir partes de la domus, para decorar mobiliario o para realizar inscripciones o esculturas. En la villa del Barrio de Los
Tunos, como vimos anteriormente, recogimos dos fragmentos
de mármol de Buixcarró, procedente del entorno de Saetabis
(fig. 181). En cambio, otros materiales constructivos más básicos como tegulae, imbrices o ladrillos se producirían en algún
horno cercano todavía no localizado.
[page-n-156]
Fig. 182. Elementos de telar ibérico. 1. Fusayola con decoración
zoomorfa de procedencia desconocida en la zona Utiel, depositada
en el MPV (fotografía E. Collado). 2. Fusayola con decoración
geométrica de Los Villarejos. 3. Pondera del Cerro de San Cristóbal.
Escalas variables a fin de apreciar las decoraciones.
Fig. 180. Cantera de la Casa de la Cabeza.
Fig. 181. Mármol de Buixcarró del Barrio de los Tunos.
Actividad textil
La utilización de fibras vegetales para cestería o cordelería y
de la lana ovina para el tejido son actividades que apenas dejan
constancia en el registro arqueológico, exceptuando la presencia en los yacimientos de objetos relacionables como fusayolas, pondera o agujas (fig. 182), así como algún ejemplo de
iconografía excepcional como el de La Serreta d’Alcoi (Maestro, 1989: 259-261). El problema es que tanto las fusayolas
para hilar como las pesas de telar son tipos cerámicos poco
precisables cronológicamente, ya que son muy semejantes las
ibéricas y las romanas.
De los yacimientos de nuestro estudio, se ha recogido pondera en 21 (Rambla del Sapo, El Rebollar, Loma del Moral, Muela
de Arriba, El Moluengo, Camino de la Casa Zapata, Vadocañas,
Kelin, La Atalaya, San Antonio de Cabañas, Hoya Redonda II,
Peña Lisa, El Molón, Cañada del Pozuelo, La Maralaga, El Carrascal, Cerro Carpio, Cerro de San Cristóbal, Tejería Nueva, La
Cabezuela/Pocillo Berceruela y Tinada Guandonera), la mayoría de los cuales presentan una ocupación larga, desde el Ibérico
Pleno como poco, por lo que no podemos determinar que sean
ibéricas finales. No obstante, su presencia en yacimientos iberorromanos como Vadocañas, Hoya Redonda II, Cerro Carpio
o Tinada Guandonera sí que indica su continuidad durante los
ss. II-I a.C. e incluso su presencia en el Alto Imperio Romano.
Y, por supuesto, lo que más lo certifica es su propia producción en el horno de La Maralaga. En ese horno se han documentado tipos de pondera con marcas (Lozano, 2006: 141) y seguramente desde allí se nutriría la orla septentrional del territorio,
lo que explica la gran concentración de los mismos en la zona de
Sinarcas. Por otro lado, El Moluengo es uno de los yacimientos
con un mayor número de pesas de telar después de Kelin, la
Muela de Arriba, La Maralaga o el Cerro de San Cristóbal, lo
que sumado a su carácter de posible horno y la simplicidad de
las propias pesas (producción local), hacen perfectamente factible su fabricación allí.
En cambio, tan sólo se han documentado fusayolas en los
yacimientos de Los Villarejos, Muela de Arriba, Kelin, El Moluengo y El Molón, siendo todos ellos multifásicos, por lo que
pueden proceder de siglos anteriores. Si a ello sumamos que en
excavaciones de asentamientos con carácter doméstico de cronología únicamente final como la Casa de la Cabeza no se ha
descubierto ninguna, o que no aparecen en el único horno de
esta cronología, La Maralaga, resulta evidente que su existencia
y empleo decayó profundamente en los ss. II-I a.C. No sabemos
si sucedió por un descenso de la actividad en sí o por la sustitución del utensilio por otro realizado en materiales perecederos
como la madera. Este tipo de actividades tradicionalmente se
han asociado con el sector femenino de la sociedad ibérica (Alfaro, 1997: 206-210).
Otro aspecto sería ver la dispersión de estos objetos en relación con el paso de antiguas cañadas ganaderas por donde
viajaban los rebaños ovinos. Para el Ibérico Pleno se ha relacionado la abundancia de fusayolas en las cuevas-santuario de
la Cueva de los Ángeles y, sobre todo, Cerro Hueco, con un
posible carácter votivo y culto a la trashumancia (Martínez
Valle y Castellano, 1995). No obstante, otra posibilidad es que
estuvieran actuando como cuentas en collares cuyo hilo se ha
perdido, tal y como también se ha visto en necrópolis coetáneas (Alfaro, 1984: 78).
139
[page-n-157]
Recursos forestales
Las sociedades antiguas tenían un conocimiento total del medio
rural, ya que de él obtenían todos los recursos básicos para su
día a día. Además de la explotación agropecuaria de las tierras
y el abastecimiento de agua, los iberos echaban mano de otros
recursos presentes en la naturaleza y no menos importantes. De
las mismas zonas rurales o forestales se recolectarían recursos
silvestres como bayas, hongos o plantas. Como hemos visto al
inicio de este apartado con los estudios antracológicos, se obtenía
madera de medios forestales para construcción, elaboración de
herramientas o combustible. Algunas zonas del área de estudio
podrían estar menos antropizadas y constituir reservas, como
puedan ser las orlas montañosas septentrionales, la depresión del
Cabriel y la sierra de Las Cabrillas. En el caso de la capital, Kelin,
la cercana sierra de La Bicuerca sin duda sería el principal foco
de abastecimiento de madera, si bien algunas especies como el
pino salgareño (Pinus nigra) tendrían que provenir de sierras más
lejanas con mayor altitud (Moreno y Quixal, 2009: 116). En los
busta de la necrópolis romana de La Calerilla se documentaron
restos de madera carbonizada de encina y pino albar utilizados en
los rituales crematorios (González Villaescusa, 2001: 204); en el
caso de esta última especie su posible lugar de procedencia más
cercano sería Sierra Martés.
Fig. 184. Molino de la Casa de la Cabeza.
Transformación del cereal: los molinos
Los molinos son el principal instrumento para la transformación
del cereal en harina y sémola durante la época ibérica, de ahí que
sean muy frecuentes en los yacimientos. Lo que generalmente
localizamos son fragmentos de los mismos, aunque en ocasiones
también pueden aparecer piezas más o menos enteras (fig. 183).
Existen desde los más simples de tipo barquiforme, a los circulares rotatorios compuestos de dos piezas unidas por un vástago
de madera y que si son muy grandes pueden llegar a requerir el
trabajo de varias personas (Iborra et al., 2010: 102-103).
En la fosa / cisterna de la Casa de la Cabeza se recuperó
gran parte de la muela activa de un molino rotatorio, si bien
resta por determinar si su uso estaría monopolizado por el
Fig. 183. Molino rotatorio hallado en el Cerro de la Cabeza tras la
construcción de una balsa, donado por los propietarios del caserío
de Casa de la Cabeza.
140
cereal (fig. 184). Para su elaboración en ocasiones utilizaban
rocas areniscas locales. Una de ellas era el rodeno, una arenisca muy abrasiva, que en la comarca localizamos en zonas
muy concretas como el Keuper del valle del Cabriel (Yeves,
2000: 34). No se trata de un ámbito que sufra muchos cambios en época romana, la tecnología sigue siendo muy similar
(Meyers, 2005).
La miel
La sociedad ibérica era conocida por la riqueza de su miel. La
actual provincia de València es una de las zonas ibéricas con
un mayor número de indicios de aprovechamiento de estos
recursos, con la identificación de un tipo cerámico como colmena (Bonet y Mata, 1995), una gran dispersión de las mismas por la Edetania (Fuentes et al., 2004) y la existencia de
asentamientos plenamente especializados en su explotación
como la Fonteta Ràquia4 (Riba-Roja, València) (Jardón et al.,
2009). Los núcleos del territorio de Kelin también presentan,
aunque en un número sensiblemente menor, colmenas cerámicas, datables a nivel general entre los ss. IV y I a.C. En tan
sólo seis yacimientos se han recuperado colmenas ibéricas, de
los cuales para la cronología que nos ocupa tenemos el Cerro
de San Cristóbal y El Carrascal que comparten ocupación en
época plena y final; y Pozo Viejo y Molino de las Fuentes5
unifásicos en época final. Por tanto, corroboramos su existen-
4 Hemos realizado el análisis de la totalidad de sus materiales, contabilizando un NMI de unas aproximadamente 200 colmenas. El estudio
completo de estos materiales está todavía pendiente de publicación.
5 Molino de las Fuentes es un yacimiento ibérico final de Chera que en
otros casos se ha integrado dentro de nuestra área de estudio, pero que en
la presente tesis se ha dejado fuera por considerar que puede pertenecer
a otro territorio.
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cia en los ss. II-I a.C., pero siempre en un nivel muy reducido
y limitado a la orla septentrional, próxima a los cursos del
Regajo y el Reatillo, vías de comunicación con la Edetania
(Fuentes et al., 2004: 184), de la misma manera que también
se han documentado al Sur del Cabriel (Soria, 2000). Otro
aspecto más allá de su simple producción es su distribución
/ consumo, algo que siempre se ha interpretado ligado a los
kalathoi, como trataremos más adelante.
La sal
Es un tema importante, ya que se trata de un recurso vital
en la Antigüedad por su capacidad de conservación de alimentos, sobre todo en época romana. Áreas del Sur peninsular como la Bahía de Cádiz aprovechaban sistemáticamente
este recurso, de forma paralela a la elaboración de salazón
de pescado (García Vargas y Martínez Maganto, 2006). La
comarca de Requena-Utiel es relativamente rica en cuanto a
salinas, gracias a la presencia de áreas geológicas del Keuper
que posibilitan la formación de las mismas (Piqueras, 1997:
126). Se tienen localizadas cuatro explotaciones tradicionales
de sal, todas ellas hoy en día inactivas, aunque algunas estuvieron en funcionamiento hasta bien entrado el s. XX. Se trata
de las salinas de Villargordo, Hórtola, Los Isidros y Jaraguas
(Iranzo, 2006). Son espacios donde es muy difícil de determinar cuándo comenzó la explotación, ni durante cuánto tiempo
se prolongó, ya que rara vez presentan material arqueológico asociado. Sin embargo, en el entorno inmediato de una
ellas, la de Jaraguas, sí que se ha documentado un yacimiento
ibérico (Moreno, 2011: 182-83). Aunque presenta cronología
plena (ss. IV-III a.C.), no sería descabellado pensar que su
explotación pudiera continuar en el tiempo hasta época romana. Al mismo tiempo, cerca de las salinas de Hórtola se
ha localizado un yacimiento romano de igual nombre, lo que
indica la frecuentación de la zona en época romana y un posible abastecimiento salino (fig. 185). Al Oeste del Cabriel, en
Minglanilla (Cuenca) existía una explotación minera romana
de gran importancia (Palomero, 1987).
Fig. 185. Salinas de Hórtola.
Redes de circulación y comercio de productos
En el bloque destinado a la descripción de los yacimientos hemos expuesto los diferentes materiales recuperados en cada uno
de ellos. Éstos, tal y como hemos visto, son fundamentales para
la categorización de los asentamientos, para conocer su entidad o funcionalidad, y para aportarles una datación aproximada.
Ello revierte simplemente a escala local, centrada en el sitio en
concreto. Sin embargo, si analizamos la dispersión que tienen
las diferentes producciones por el territorio podemos aumentar
cuantitativa y cualitativamente la información extraída. Podemos ver el volumen de producción o importación, las fases y
duración de las mismas, el tipo de distribución que tienen (total,
selectiva, irregular...) y todo ello en relación con el establecimiento de vías de comunicación (Bonet et al., 2004), tal y como
trataremos en el apartado siguiente.
Importaciones republicanas de otras zonas mediterráneas
Este tema ya lo tratamos en su día dentro de la realización de un
trabajo de Doctorado6. Decidimos estudiar las importaciones de
Kelin durante los ss. II-I a.C., preferentemente de procedencia
itálica, así como de lo que comprendía su área territorial. Por
entonces ya éramos conscientes de que no estábamos ante un territorio con elevado volumen de importaciones en comparación
con otras zonas costeras, si bien los índices eran destacables
para tratarse de una zona de interior.
Durante los ss. II-I a.C. es abrumador el dominio de la cerámicas itálicas dentro del total de importaciones que llegan
(Bonet y Mata, 1998). Esto se debe en gran parte a la escasa
llegada de materiales púnicos, un hecho que llama la atención
si lo comparamos con la elevada presencia de ánforas fenicias
cuatro/cinco siglos antes. Dos son los productos que podemos
apuntar como más importantes y ambos procedentes de la Campania italiana: las ánforas vinarias vesubianas Dressel 1 y las
vajillas de barniz negro.
· Barniz Negro Itálico
En la capital, Kelin, se concentra el mayor número de estas
importaciones. Allí tenemos las formas de Campaniense A
iniciales Lamb. 27, 28a, dos 49 y nueve gutti de cuerpo liso
y cabeza de león Morel 8151; así como las formas medias y
tardías Lamb. 5, 6, 34 y 36 y tres copas Morel 68. Del resto
del territorio se ha podido identificar tipológicamente las formas Lamb. 23, 31 y 36 en la Muela de Arriba, la Lamb. 27
en La Mazorra, las Lamb. 31 y 33 en Caudete Norte y unas
Lamb. 24/25 y 36 en El Molón, juntamente con un guttus en el
Cerro de la Peladilla. Por último, se han recogido fragmentos
informes en la Casa de la Vereda, Casa de la Cabeza, Casa de
la Alcantarilla, Kelin, Hoya Redonda II, Cerro de la Peladilla,
Covarrobles, El Molón, Cerro Carpio y Cerro de San Cristóbal. En la Cueva Santa de Mira también ha aparecido barniz
negro itálico, concretamente dos fragmentos informes (Lorrio
et al., 2007: 57).
6 En el curso Producción y comercialización de cerámicas romanas, impartido por los profesores J. Pérez Ballester y F. Arasa, en el curso académico 2006-2007.
141
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De barniz negro caleno disponemos de información de
peor calidad, ya que hasta hace pocos años estas producciones
se continuaban englobando dentro de denominaciones como
“Campaniense B” o “Círculo de la B”, que a la postre han mostrado tener poca validez. En Kelin se han documentado de Cales Antigua una copa MP 127 y una Morel 5765, mientras que
de Cales Media una Lamb. 1, ocho Lamb. 5, dos Lamb. 6 y
otros dos ejemplares de Lamb. 8a. Lógicamente, por la propia
secuencia de ocupación de la ciudad no aparecen formas calenas tardías. Del resto del territorio tenemos las Lamb. 7 de Los
Alerises, unas Lamb. 2-3 y 36 de La Mazorra, una Morel 1640
de Caudete Norte, una Lamb. 5 del Cerro de la Peladilla, una
Lamb. 3 de El Molón, una Lamb. 1b de la Hoya de Barea y una
Lamb. 4 del Cerro Carpio. Más, aparte, fragmentos informes en
Kelin, La Atalaya, Cerro de la Peladilla y El Molón.
Al igual que ocurrió siglos antes con la llegada de vino fenicio, la masiva llegada de ánforas vinarias no va acompañada de
recipientes destinados para beber. Las nuevas vajillas helenísticas, el llamado barniz negro itálico, aunque llegan son formas
abiertas para comer, sobre todo platos, páteras y boles (fig. 186),
formas que luego se extenderán con las terra sigillata. Lo que
entendemos por la “clásica” copa para beber, por ejemplo, tan
sólo podrían ser consideradas la MP 127 y la Morel 68, juntamente con la serie de vasos Lamb. 1, 2 y 3. El fuerte peso que
tenían las copas en la vajilla de mesa griega parece menguar en
gran medida en ámbito itálico. Los platos en la Campaniense A
son variados, destacando la repetida forma 36, mientras que en
las producciones calenas hay una clara dominancia de formas
planas y abiertas como las Lamb. 5 y 6. Los gutti, recipientes
portadores de aceite para las lucernas (Lamboglia, 1952: 56-
Fig. 186. Gráficos de volumen y porcentaje totales de los diferentes tipos de Campaniense A.
Fig. 187. Gráficos de volumen y porcentaje totales de los diferentes tipos de barniz negro caleno.
142
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57), son el tipo de pieza más frecuente (fig. 187), aunque queda
por determinar el uso que los mismos podrían tener en Kelin,
lugar de su principal concentración.
Como hemos visto en trabajos anteriores, los yacimientos
que presentan barniz negro campano o caleno, además de la
ciudad de Kelin donde encontramos la mayor concentración,
son generalmente poblados fortificados en alto o asentamientos rurales con relativa entidad (Quixal, 2008 y 2012). Éstos
se ubican en zonas de frontera o cerca de importantes vías de
paso (Muela de Arriba, La Mazorra, El Molón, Cerro Carpio y
Cerro de San Cristóbal) o en posición central controlando toda
la meseta (Cerro de la Peladilla). Del resto de yacimientos, la
mayoría se trata de asentamientos rurales significativos (Los
Alerises, Casa de la Cabeza, Casa de la Alcantarilla, Caudete
Norte, Hoya Redonda II y Covarrobles), por lo que apenas
han aparecido en establecimientos rurales. En la Casa de la
Cabeza, tras tres campañas y un importante porcentaje del
total excavado, tan sólo hemos localizado tres fragmentos de
Campaniense A.
El barniz negro itálico está claramente concentrado en la
zona centro-meridional de la comarca, siendo las producciones
de Campaniense A más abundantes que las de procedencia calena (fig. 188). La mayor concentración se da en los llanos de
Caudete y Fuenterrobles, gracias sobre todo a todas las cerámicas documentadas en Kelin. La segunda zona más densa es
el llano de Campo Arcís – comienzo del corredor de Hortunas,
si bien el número de fragmentos es irrisorio si lo comparamos
con el área anterior. Destaca la escasez en zonas como Sinarcas,
limitada a sus dos poblados fortificados, o su total ausencia en
zonas posteriormente ricas en importaciones como el llano de
Utiel o la vega de Requena.
Por lo tanto, consideramos que se trataba de piezas bastante
selectas que no llegaban al grueso de la población de esta zona,
sino tan sólo a determinados sectores o personajes enriquecidos
o importantes. El s. II a.C. fue cuando llegó un mayor número, mientras que en el I a.C. se produjo un descenso, de forma
paralela al abandono de Kelin. Ello explica, en parte, la mayor
presencia de fragmentos de Campaniense A que de barniz negro
caleno, así como la ausencia de formas tardías en esta última
producción y el total vacío de Campaniense C.
· Ánforas de vino itálico
Como ya hemos apuntado, las Dressel 1 son ánforas vinarias de
la Campania, Sur de Italia, que circulan en grandes cantidades
por el Mediterráneo Occidental y que tienen una gran penetración hacia el interior (Pascual y Ribera, 2013: 33-38). De facto
son continuidad de las ánforas grecoitálicas del s. III a.C., tanto en forma como en sus características pastas con desgrasante
volcánico vesubiano, de ahí que cuando se trate de fragmentos
sea prácticamente imposible su identificación.
Tal y como se vio en otros trabajos (Bonet et al., 2004:
217), el dominio de las ánforas campanas en la Meseta de Requena-Utiel es aplastante. En un total de 44 yacimientos se han
evidenciado Dressel 1 a partir de prospecciones. Simplemente
con observar el mapa de asentamientos que las presentan, ya
intuimos que su dispersión es mucho mayor a la del barniz
Fig. 188. Mapa con la
dispersión de barniz negro
itálico Campaniense A y
caleno, mediante GRASS GIS.
143
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Fig. 189. Dispersión de ánforas Dressel 1, mediante GRASS GIS.
negro (fig. 189), algo significativo si tenemos en cuenta que
ambas producciones llegan a las costas peninsulares formando
parte de los mismos cargamentos. La mayor concentración de
las mismas se da en Kelin y su área periurbana, sobre todo
con las ánforas documentadas superficialmente en la ciudad,
así como en Caudete Norte y Este. Su dispersión es bastante regular, aunque volvemos a notar un mayor protagonismo
de la zona centro-meridional y los corredores de entrada de
Hortunas y El Rebollar. Al tratarse de datos de prospección,
generalmente operamos con fragmentos informes en muchos
casos indeterminables, de ahí que la mayoría de las ánforas
estén simplemente catalogadas como Dressel 1 y sólo en algunos casos se haya podido precisar más (Empereur y Hesnard,
1987: 67). En este sentido, tenemos documentada con seguridad la presencia de la variante 1A (mediados s. II – principios I
a.C.) en los yacimientos de Los Pedriches, Casa de la Alcantarilla (dos ejemplares), Kelin (cuatro), Caudete Norte (cuatro),
Caudete Este, El Molón, Cerro de la Peladilla, Camino de la
Casa Zapata y Rincón de Gregorio, donde se halló el ejemplar
prácticamente entero que alberga la Colección Museográfica
Luis García de Fuentes (fig. 190). Por su parte, de la variante 1B sólo se han documentado tres ejemplares en Kelin, dos
de los cuales formaban parte del sondeo realizado en la parte
baja del yacimiento (Mata, 1991: 49), y uno en El Molón. Esta
variante es algo posterior, de los tres primeros cuartos del s. I
a.C. (Sciallano y Sibella, 1991: 33).
Esta importante llegada de vino campano queda de manifiesto en el yacimiento donde trabajamos, la Casa de la
Cabeza, unicum excavado de esta cronología. En él la cerámica recogida en superficie previamente a la excavación ya
presentaba un 20% de fragmentos de ánforas campanas de
vino, es decir, una quinta parte de la cerámica superficial pertenecía a este tipo de ánforas (Quixal et al., 2012). Además,
también está muy presente en algunos niveles arqueológicos,
como el espacio nº 1 del sector 1 o en el relleno de la fosa /
cisterna 2051.
144
Fig. 190. Ejemplar casi entero del Rincón de Gregorio.
Pero las vesubianas no fueron las únicas ánforas de vino
itálico que llegaron en época republicana. De la Casa de la
Cabeza, sobre todo de la citada cisterna, proceden fragmentos
de ánfora adriática que por cronología general del yacimiento
asociamos con producciones grecoitálicas del s. II a.C., precedentes de las Lamboglia 2 del s. I a.C. (Pascual y Ribera,
2013: 38-44). En ese mismo nivel se recuperaron fragmentos
de ánforas de Brindisi, ánforas olearias de pastas más claras y
menor cantidad de desgrasante que las anteriores (Sciallano y
Sibella, 1991: 29). Esta producción también fue documentada
en Caudete Norte (un asa).
· Morteros itálicos
Con las ánforas itálicas era común que viajaran morteros, dada
la costumbre romana de añadir hierbas machacadas al vino para
darle sabor, aunque también servían para preparar salsas o condimentos. Son un buen marcador de la adopción de nuevos gustos
alimentarios y su presencia es más abundante por las zonas donde
circularon y se asentaron tropas militares (Bats, 1988: 162-65;
Beltrán, 1990: 215). En la comarca son significativamente escasos. En el sector 2 de la Casa de la Cabeza se localizó un borde de
mortero itálico, reconocible por las digitaciones que presenta en
su parte superior (fig. 191). También se han documentado otros
ejemplares en Camino de la Casa Zapata, Kelin (Mata, 1991: 50)
y El Molón (Lorrio y Sánchez de Prado, 2014: 256). Los primeros
son importados y a partir del s. I a.C. comenzarán a producirse
localmente tomando como base el modelo inicial, tal y como se
ha visto en La Maralaga (Lozano, 2006: 140-141).
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Fig. 191. Mortero itálico de la Casa de la Cabeza.
· Cerámica de paredes finas
Los microvasos de paredes finas producidos entre los ss. II a.C.
- II d.C. tienen una baja presencia en los yacimientos de nuestra
área de estudio. No hemos podido determinar en ningún caso
cuál era su procedencia entre los diferentes centros documentados (López Mullor, 2008), dado lo reducido de la muestra. Su
larga secuencia y los pocos cambios que sufren nos obligan a
incluir de manera conjunta toda la producción, pese a que hay
piezas tanto republicanas como imperiales.
Los vasos tipológicamente indentificables son cuatro formas Mayet IIA de Kelin (Mata, 1991: 49), una forma XXIV
en Los Aguachares, una “cáscara de huevo” (Mayet XXXIV)
en Covarrobles y dos en La Calerilla (en contexto funerario)
(Castellano, 2000) y una posible forma Mayet I en La Mazorra
y XIV en la Cueva Santa de Mira. Además tenemos ejemplares indeterminados en Los Aguachares, Los Villares de Campo
Arcís, Las Casas y de nuevo Kelin, Covarrobles y Cueva Santa
de Mira. A éstos hay que sumar los dos ejemplares de Mayet II
hallados en la Casa de la Cabeza (vid. fig. 57.5 y 6). Pese al reducido número de piezas identificables, encontramos ejemplos
de toda la secuencia: piezas de los ss. II-I a.C. (F. II), del cambio
de era (F. XXIV), del s. I d.C. (F. XXXIV), así como vasos de
cronología amplia (F. XIV). Pese al escaso volumen de importación, sus formas fueron imitadas en el horno de La Maralaga,
como luego veremos.
· Producciones púnicas del Mediterráneo Central y Occidental
Como ya hemos indicado en otras publicaciones, es muy llamativo el drástico descenso de importaciones del mundo feniciopúnico en el interior valenciano a partir del s. V a.C. (Quixal
et al., 2012: 61-62). Tras una primera fase de llegada masiva
de ánforas fenicias (ss. VII-VI a.C.), a lo largo de los periodos Pleno y Final la presencia de cerámicas púnicas, generalmente ánforas, es mucho más reducida. Es algo significativo si
tenemos en cuenta que la procedencia puede ser muy diversa:
Mediterráneo Central, Norte de África, Sur Peninsular o Ibiza.
Al trabajar con prospecciones y en la mayoría de los casos con
fragmentos informes, tenemos serias dificultades para determinar su procedencia, exceptuando las producciones ibicencas por
sus características ondulaciones. En la misma línea, es complicado también saber la cronología exacta más allá de indicar una
horquilla cronológica entre el s. IV y el I a.C.
En la Muela de Arriba se documentó un ánfora púnico-ebusitana T-8.1.2.1 o 3.1, por tanto encuadrable en los ss. III-II a.C.
(Ramón, 1995: 286-293), mientras que de El Moluengo procede un fragmento de ánfora púnico-ebusitana indeterminada. En
Kelin tenemos dos ejemplares de Mañá E, pero la ausencia de
sus bordes nos impide de nuevo poder precisar en cuanto a cronología (Mata, 1991: 49). De la cisterna de la Casa de la Cabeza
proceden diversos fragmentos informes de ánfora púnica norteafricana, que por la cronología del asentamiento corresponderían seguramente a ánforas Mañá C2 (Pascual y Ribera, 2013:
59). En Covarrobles se recogió un fragmento informe de ánfora
púnica del Mediterráneo Central y en Caudete Norte una púnica
indeterminada.
Por otro lado, en este último yacimiento y en la Casa de
la Cabeza se recogieron sendos bordes de T-9.1.2.1. (Ramón,
1995: 226-227), ánfora gaditana de inicios del s. II - primera
mitad del I a.C., conocida anteriormente como “Campamentos
Numantinos” por su abundancia en las excavaciones antiguas
de Numancia (Carretero, 2004: 433-434; Sáez, 2008: 641-647).
Destinadas al menos de forma primaria al transporte de salazones, acompañaban a las tropas romanas por sus campañas en la
Península. En lo que respecta a vajilla de mesa, en Kelin tenemos una forma Lamb. 6 y una 26/27 de rojo ibicenco, datable
esta última entre finales del s. III y comienzos del II a.C., así
como una lucerna Deneauve XII del s. II a.C. (Mata, 1991: 49).
· Barniz rojo pompeyano
Por último, en Covarrobles se han recogido dos fragmentos de
rojo pompeyano, las conocidas cazuelas abiertas de gran tamaño
recubiertas por un grueso engobe (Beltrán, 1990: 206). Durante
los ss. II-I a.C. son formas importadas de Italia, preferentemente
de la Campania, mientras que a partir del I d.C. comenzarán ya
las imitaciones hispanas.
Importaciones de otras regiones ibéricas y producciones
locales
A continuación exponemos aquellas piezas que atestiguan los
contactos comerciales y el movimiento de personas y productos
entre las diferentes regiones ibéricas, especialmente las más cercanas (Meseta castellana, Camp de Túria, Hoya de Buñol…). Del
mismo modo, se han podido definir una serie de producciones
locales, propias del territorio de Kelin, que precisamente nos facilitan la identificación de sus límites territoriales por su radio de
dispersión (Duarte et al., 2000; Mata, 2001; Valor et al., 2005).
Su presencia en los yacimientos también indica intercambios locales y su elevada concentración en Kelin marca la importancia
económica del lugar y su control de una u otra manera de las redes comerciales. Las tratamos en un mismo apartado puesto que
algunas son fáciles de definir como importaciones de otras áreas
ibéricas (decoración compleja o colmenas), otras como producciones locales (engobe rojo o decoración impresa), pero existe un
tercer grupo dudoso en el que se podrían dar ambas posibilidades.
· Cerámicas con decoración compleja
Entendemos por decoración compleja a todos aquellos estilos
iconográficos de carácter figurado que superan las meras decoraciones geométricas. Elementos vegetales, animales y representaciones humanas que pueden tener carácter narrativo, simbólico
o fantástico (Maestro, 1989; Bonet, 1995; Bonet e Izquierdo,
2001). Éstas se extendieron en el Este y Sureste de la Península
Ibérica entre los ss. III-I a.C., sobre todo entre las provincias de
Valencia y Murcia. Se han podido diferenciar estilos y centros de
producción con diferente cronología (Edeta, La Serreta, Azaila,
L’Alcúdia…) y una evolución general de estilos narrativos (escenas de caza, de desfile, de guerra, navales...) a otros simbólicos
o mitológicos (animales fantásticos, leyendas, seres grotescos...).
145
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En nuestro caso nos interesan por varios motivos. En primer
lugar, aportan cronología tardía, ya que se extienden sobre todo
desde la segunda mitad del s. III a.C.; mientras que en la zona de
Requena son posteriores, de los ss. II-I a.C. Por otro lado, como
hemos visto en trabajos anteriores, su dispersión aporta valiosa
información sobre la circulación de cerámicas ibéricas a nivel
suprarregional y las posibles vías de comunicación (Quixal,
2008 y 2012). Los mejores ejemplos de nuevo los tenemos en
Kelin, donde sobre todo hay que destacar el “Vaso de los Hipocampos” y el “Vaso de los Nadadores o de la Gigantomaquia”,
dos piezas con gran desarrollo y complejidad iconográfica (Pla
Ballester, 1980; Mata, 1991) (fig. 192.1 y 2). Se trata de representaciones de escenas simbólicas o mitológicas compuestas
por seres fantásticos acompañados de figuras humanas, animales o vegetales. Pueden hacer referencia a historias o leyendas
que circulaban por el Mediterráneo y quedaban plasmadas en
el vaso siguiendo las pautas de representación ibérica (Bonet e
Izquierdo, 2001: 300; 2004, 90).
El tema de los hipocampos o caballos acuáticos es muy interesante y ya hemos expuesto algunas ideas al respecto (Quixal,
2010: 28 y 2012: 194). Cada vez tenemos un mayor número
de asentamientos con presencia de estas figuras fantásticas y,
además, es significativo cómo éstos jalonan la principal vía de
comunicación Este-Oeste, el valle del Magro. En el territorio de
Kelin tenemos hipocampos en el horno de La Maralaga (193.5)
y en Kelin (fig. 193.1), más otros posibles ejemplos en el Pico
de los Ajos (fig. 193.2), poblado fortificado fronterizo con el territorio de Kelin (Martínez Escribá, 1999; Quixal, 2010 y 2013),
en La Carència (Serrano Várez, 1987) (fig. 193.3) y en la propia
ciudad de Valentia (Gómez Serrano, 1945) (fig. 193.4).
Fig. 192. Cerámicas con decoración compleja de Kelin (fotografías 1-2 de Gil-Carles; 3 de A. Moreno y 4 de E. Collado), Casa de la
Cabeza (5-7), Casa de la Alcantarilla (8-9), Los Pedriches (10) y Los Villarejos (11). Escalas diferentes.
146
[page-n-164]
En Kelin se han recogido en superficie otros fragmentos con
semejantes características, aunque lógicamente se trata de escenas incompletas por su estado de conservación. Destaca un
borde de tinaja con parte de la cabeza de una posible cierva
(fig. 206.4), pero también hay ejemplos de partes de aves, peces, cuadrúpedos indeterminados y una mandíbula de carnicero,
juntamente con elementos vegetales de todo tipo (Mata, 1991:
132). En la Colección Museográfica Luis García de Fuentes se
conserva un pitorro vertedor con forma de cabeza de jabalí, que
constituye una de las piezas insignia del yacimiento (fig. 192.3).
Por otro lado, hay otras representaciones o ítems fuera de la capital que nos indican circulación de productos y contactos entre
las diferentes regiones ibéricas. Del Cerro Castellar destacamos
una tinaja con representaciones de aves esquemáticas en serie
que alberga el Museo de Requena (Aparicio y Latorre, 1977)
(fig. 194.1). Su datación sería de finales del s. II – comienzos
del I a.C. (Bonet e Izquierdo, 2004: 84), ya que se asemeja en
composición a un kalathos hallado en los niveles republicanos
de Valentia (Gómez Serrano, 1945), depositado en el MPV (fig.
194.3), y a un fragmento localizado en 2012 en el sector 2 de la
Casa de la Cabeza (fig. 194.2). Vemos como la composición de
metopas con círculos concéntricos incompletos es prácticamente idéntica, así como las similitudes en el motivo principal de
ave con cuerpo en “S”.
Del citado Pico de los Ajos tenemos más ejemplos englobables dentro de las decoraciones complejas presentes en estos vasos singulares y/o de encargo de entre mediados del s. II y mediados del I a.C. En un fragmento informe aparece parte del cuerpo
de un ser antropomorfo (Fletcher, 1980) que ha sido datado como
perteneciente a un horizonte más antiguo que en el caso ante-
Fig. 193. Representaciones de hipocampos de Kelin (1; según Pla, 1980), Pico de los Ajos (2; según Martínez Escribá, 1999), La Carència
(3; según Serrano Várez, 1987), Valentia (4; según Gómez Serrano, 1945) y La Maralaga (5; a partir de Lozano, 2004).
Fig. 194. Cerámicas con aves esquemáticas del Cerro Castellar (1), Casa de la Cabeza (2) y Valentia (3; fotografía E. Collado). Diferentes
escalas a fin de apreciar los motivos.
147
[page-n-165]
Fig. 195. Motivos figurados: 1. Pico de los Ajos, a partir Fletcher (1980). 2. Kelin, según Pla (1980).
rior (primera mitad del s. II a.C.) (Bonet e Izquierdo, 2001) (fig.
195.1). No obstante, consideramos que, a pesar de lo fragmentado
de su estado, muestra elementos que podrían asociarlo más con
el grupo anteriormente descrito de representaciones de finales del
s. II – mediados del I a.C. Tanto la representación de una franja
reticulada en su tronco como la forma en la que se ha dibujado
la articulación del brazo con el cuerpo, una forma marcadamente
curva, nos recuerdan a los rasgos de los seres que aparecen en
el “Vaso de los Nadadores” de Kelin (Pla Ballester, 1980) (fig.
195.2). Precisamente, la presencia de hipocampos en algunos
vasos del mismo yacimiento da más peso a esta posible interpretación. No pretendemos ser tajantes en que se trata de una representación igual, simplemente consideramos que puede ser un
individuo vinculable con este estilo tardío. De la misma manera,
la forma triangular reticulada del ángulo inferior derecho podría
tratarse del extremo de la corola de una flor en vista longitudinal,
si bien la mala conservación impide asegurarlo.
De la Muela de Arriba se publicaron diversos fragmentos
con decoración compleja de finales del s. III a.C., como hojas
cordiformes, un ojo y otros elementos indeterminados (Valor,
2004: 283). En la Casa de la Cabeza también se han recuperado
algunas piezas del s. II a.C., entre las que se pueden definir una
flor en estado de capullo, un ave y un posible pez (fig. 192.5 a
7). De la Casa de la Alcantarilla proceden dos fragmentos, uno
en el que se aprecia un ser híbrido con extremidades palmípedas
como las de las aves (fig. 192.8) y otro que parece el extremo
de un pez (fig. 192.9). Por último, en los ejemplos de Los Pedriches (fig. 192.10) y Los Villarejos (fig. 192.11) sus estados de
conservación imposibilitan intuir nada de la escena o composición de la que formaban parte.
Supuestamente de Kelin también procede una imitación ibérica de copa griega con decoración figurada compleja recientemente publicada (Martínez Valle, 2012: 26-27). Sus investigadores defienden la representación en ella de un barco de cuyo
extremo nacería un árbol, en relación con mitos báquicos del
“Sueño de Dionisos”. Tanto la pieza, por su falta de contexto,
como la decoración, por su carácter esquematizado, quedan todavía lejos de toda lectura clara.
148
No se conoce el lugar de producción de todos estos recipientes con decoración compleja tardía (Bonet e Izquierdo, 2001 y
2004), aunque al documentarse escenas de este tipo en zonas
costeras como Valentia (Serrano Marcos y Olmos, 2000) hemos
defendido que el valle del Magro sería el eje en su redistribución
hacia el interior. No obstante, el hallazgo de un fragmento en el
horno cerámico de La Maralaga nos obliga a ir con cautela a la
hora de plantear una verdadera direccionalidad en su distribución, esperando que nuevos descubrimientos aporten luz al respecto (Quixal, 2012 y 2013). Recientemente se están detectando
diferentes estilos en relación con este tipo de decoraciones, algunos procedentes de zonas meridionales (Pérez Blasco, 2011:
140; 2013). Si bien todo puede englobarse dentro de un estilo
tardío diferente al puramente simbólico de Ilici, consideramos
que formalmente guardan diferencias y responderían a centros
de producción distintos. Tan sólo la tinaja con aves en forma de
“S” del Cerro Castellar y el kalathos de Valentia anteriormente
citados presentan una composición metopada que sí que recuerda a ese estilo sintético y estático comentado.
· Kalathoi
Este tipo de recipiente ha sido siempre relacionado con las colmenas y la producción apícola, ya que su forma serviría para la
contención, transporte y comercio de este producto semilíquido
(Aranegui y Pla, 1981: 78-79). No obstante, no está plenamente
demostrado tal uso y, mucho menos, la exclusividad del mismo.
Están presentes desde el s. III a.C., si bien alcanzan su cénit en
el Ibérico Final, de ahí que los incluyamos en este estudio. Pese
a que son muy comunes en otras áreas, desde un primer momento llamó la atención su escasez en Kelin y su territorio, muchas
veces adquiriendo formas propias (Mata, 1991: 75). Este hecho
podría estar en consonancia con la también baja presencia de
colmenas, entendiendo que la producción apícola de este territorio era poco importante; aunque de nuevo recalcamos que podrían tener otros usos.
Sin contabilizar los kalathoi de Kelin ni los procedentes de la
bibliografía, tenemos muy poca variedad de bordes, con dominio
aplastante de los bordes de ala plana (30), aunque en ningún caso
[page-n-166]
alcanzando grandes diámetros ni alas muy salientes. También se
han documentado bordes de ala plana del subtipo con labio interior (6) y moldurados (4) (fig. 196). En todos los casos se trata de
kalathoi que perfectamente se pueden encuadrar en la horquilla
cronológica del 250-50 a.C., ya que no encontramos otros tipos
de bordes considerados más antiguos, como es el caso del saliente. Aunque se pudieron producir localmente en algún horno (hay
un fragmento documentado en La Maralaga), es lógico pensar
que muchos provengan de otras zonas con mayor tradición, véase
el Camp de Túria o la Hoya de Buñol. Su distribución, dentro de
la escasez, es bastante homogénea, aunque se puede señalar cierta
concentración en la zona Norte (área de Sinarcas, coincidente con
la presencia de colmenas) y en el Este/Sureste, concretamente en
el llano de Campo Arcís y los valles y corredores naturales que
funcionaban como vías de comunicación (fig. 197). No obstante,
nuestras recientes excavaciones en la Casa de la Cabeza han matizado un poco la interpretación inicial de escasez generalizada de
kalathoi en la comarca, ya que, pese a no ser un tipo dominante,
está relativamente presente en el sector 2 (13 ejemplares).
Fig. 196. Diferentes tipos de kalathoi del territorio de Kelin.
Fig. 197. Dispersión de kalathoi, mediante GRASS GIS.
· Engobe rojo
Se trata de una típica producción comarcal consistente en determinadas piezas de vajilla de mesa de tipología común que presentan un engobe rojo muy característico, de tonalidad muy viva
y apariencia uniforme. El engobe generalmente se dispone en la
parte exterior, exceptuando las formas abiertas que también pueden presentarlo en su interior. Se ha asociado el empleo de este
tipo de engobes con una herencia de los engobes rojos fenicios
(Cuadrado, 1953), pero ni la cronología ni las formas avalan esta
hipótesis. En Kelin se identificaron tres tipos de pasta con este acabado: pasta gris, pasta anaranjada y cocción alternante, que aparecían indistintamente en diferentes tipos de recipientes y niveles
de ocupación (Mata, 1991: 140-141). Parece que, aunque pudiera
tener un origen antiguo en torno al s. V a.C., perdura a lo largo de
los siglos, ya que está presente en algunos yacimientos ocupados
sólo durante el Ibérico Final. Del total de 30 yacimientos ibéricos
de todas las épocas (Antigua, Plena y Final) que presentan engobe
rojo, 21 están activos durante los ss. II-I a.C., de los cuales tan sólo
seis presentan ocupación del s. II a.C. en adelante (Casa de la Cabeza, Los Villares de Campo Arcís, Rincón de Gregorio, Vadocañas, Hoya Redonda II y La Maralaga). Los fragmentos de engobe
rojo hallados en contexto arqueológico en la Casa de la Cabeza
confirman la extensión de esta producción al menos durante el s.
II a.C. (fig. 198).
La distribución es relativamente regular, no hay grandes concentraciones de estas piezas exceptuando en Kelin y El Moluengo. Éste último es interesante porque, como anteriormente hemos
abogado, allí podría haber existido un horno cerámico y tal abundancia podría indicar que ése fuera uno de los lugares de producción. No obstante, dada su gran dispersión y diacronía pensamos
que pudo tener diferentes centros productivos. Se ha documentado también en los hornos de Casa Guerra (Ibérico Pleno) y La
Maralaga (Ibérico Final). En el primero hemos podido identificar
un tipo concreto de borde pendiente en lebetes o tinajillas de pequeño tamaño, que pueden ir con o sin engobe y que aparecen
en un radio de unos 20 km alrededor del horno (Duarte et al.,
2000: 236) (fig. 199). La presencia de uno de estos bordes en Los
Villares de Campo Arcís es extraña, ya que se trata de un núcleo
fundado en el s. I a.C., de ahí debamos tomarlo como indicador de
una presencia previa anecdótica, una herencia o un uso alargado
Fig. 198. Fragmento con engobe rojo de la Casa de la Cabeza.
149
[page-n-167]
· Cerámicas con decoración impresa e incisa
hasta fechas tardías. Del mismo modo, para la cronología que nos
ocupa, en La Maralaga se ha documentado sobre tinajas, jarros y
tapaderas (Lozano, 2006: 144); no obstante, su reducida cantidad,
tanto en el yacimiento como en el área septentrional en general,
impide defender con seguridad una producción allí.
Por tanto, podemos concluir que estamos ante una producción local, preferentemente de la zona centro-meridional (fig.
200), que tiene su cénit en el Ibérico Pleno pero que perdura
durante el Ibérico Final, siendo El Moluengo uno de sus posibles centros de producción y quedando La Maralaga como un
posible foco secundario o eventual no exento de dudas. Nos falta saber si pudo llegar a exportarse a otras zonas limítrofes (hay
un fragmento en Vadocañas, vía hacia el Sur), ya que si no se
conoce bien puede resultar difícil de identificar, incluso fácil de
confundir con sigillata.
Las marcas impresas o incisas sobre cerámica son muy abundantes, pero debemos diferenciar las que son a modo decorativo, generalmente conformando series, de las simples marcas
aisladas sobre ánforas, pondera, fusayolas, etc. Se han realizado
diversos estudios monográficos sobre este tipo de producción
del territorio de Kelin, a los cuales remitimos para un conocimiento más exhaustivo (Mata, 1985; Valor et al., 2005); aquí
únicamente tocaremos aquellos aspectos relacionados con la
cronología que nos ocupa.
Cerámicas con decoración impresa hay en la comarca de Requena-Utiel desde el s. V a.C. y durante una primera fase (ss. V-IV
a.C.) parece que tienen su principal foco de producción en el horno de las Casillas del Cura (Martínez Valle y Castellano, 2001).
A lo largo de los ss. IV-III a.C. la producción se ramifica y cobra
importancia en el Norte, en la zona de Sinarcas, donde encontramos la mayor concentración de cerámicas de este tipo junto con
la de la propia Kelin (fig. 201). Estas decoraciones impresas no
son tan comunes como las pintadas y generalmente se localizan
en recipientes de clase A como lebetes, jarros, caliciformes, platos
y microvasos. Son series de formas geométricas (eses, círculos,
líneas, ovas, esteliformes, etc.) de impresión simple, estampillada
o combinada, que en ocasiones también pueden ir acompañadas
de incisiones geométricas o figuradas (fig. 202.1 y 3).
Han aparecido en niveles de finales del s. III y principios
del II a.C. de Kelin y su presencia en yacimientos unifásicos
como el Cerro Carpio o la Casa de la Cabeza aseguran su perduración en el Ibérico Final (fig. 202. 2 y 6). Del mismo modo,
en el Cerro de San Cristóbal se documentó este tipo de decoraciones sobre una imitación ibérica de copa Morel 68, una
forma propia de barniz negro itálico republicano (fig. 202.5).
En el horno de La Maralaga no se han localizado a excepción
de una mano de mortero con peces incisos hallada en superficie (fig. 202.1), pero en cambio sí que se ha distinguido como
propio un tipo de borde engrosado con molduras y acanalados
Fig. 200. Mapa de dispersión de cerámicas con engobe rojo,
mediante GRASS GIS.
Fig. 201. Mapa de dispersión de cerámicas con decoración impresa,
mediante GRASS GIS.
Fig. 199. Tinajillas con engobe rojo de Casa Guerra (1), Los Villares
de Campo Arcís (2) y Cerro Castellar (3).
150
[page-n-168]
Fig. 202. Cerámicas con decoración impresa de La Maralaga (1), Cerro Carpio (2; según Iranzo, 2004), Cerro de San Cristóbal
(3 y 5), El Carrascal (4) y Casa de la Cabeza (6).
por el exterior que cuando ha aparecido en otros yacimientos
(Kelin o El Carrascal) sí que presenta impresiones cerca del
labio (Valor et al., 2005: 119) (fig. 202.4). No obstante, no
podemos asegurar que fuera uno de los hornos de producción,
ya que resulta extraña su casi total ausencia. Por el contrario,
El Moluengo, Cañada del Pozuelo y, sobre todo, El Carrascal, yacimientos en los que se ha planteado la existencia de
hornos cerámicos, tienen más probabilidades de ser centros
de producción de estas cerámicas, algo coherente con la gran
dispersión de las mismas en la zona de Sinarcas y la elevada
concentración en el cercano Cerro de San Cristóbal (fig. 201).
A diferencia del engobe rojo, sí que pensamos que las cerámicas con decoración impresa tuvieron gran importancia y difusión durante los siglos ibéricos finales, ya que es cuando mayor
protagonismo cobra la zona de Sinarcas y los yacimientos documentados allí. Incluso han aparecido en otras zonas ibéricas
vecinas como los territorios de La Carència (Quixal, 2013: 298,
fig. 16.8), Edeta, y Arse (Valor et al., 2005).
151
[page-n-169]
· Dolia y otras producciones locales y regionales documentadas
Nuestra área de estudio no destaca por ser una zona ibérica
con un gran número de tipos y producciones concretas identificadas, y menos para la cronología que nos ocupa. Este hecho
va muy ligado a la exclusividad de La Maralaga como centro
productor identificado hasta la fecha con cronología final, de
ahí que la mayoría de elementos que citemos hagan referencia
a cerámicas salidas de allí.
Uno de los tipos más frecuentes son los dolia tipo Maralaga,
el tipo de dolia más frecuente entre los de cronología iberorromana (Lozano, 2004 y 2006). En este sentido, tenemos contabilizados diez dolia tipo Maralaga repartidos por yacimientos de
la comarca (fig. 203.5), más cuatro ánforas con resalte interior
y tres morteros de este mismo horno. El radio de dispersión es
bastante corto, ya que la mayoría son yacimientos de los llanos
de Sinarcas y Camporrobles, a excepción de las piezas de Kelin
y el Cerro de la Peladilla, de ahí que volvamos a recalcar el
carácter local del horno.
Los dolia son el recipiente de almacenaje por antonomasia
de época romana, tinajas de gran tamaño y poca movilidad que
en ocasiones podían estar enterradas o fijadas a alguna otra
estructura. Servían para contener vino, aceite o grano indistintamente. Además de los citados dolia de La Maralaga, hemos
documentado otros tipos que también consideramos que son
de los ss. II-I a.C. por su conservadurismo en pastas, formas
y tamaños, todavía próximos a las ánforas ibéricas y lejos de
los enormes recipientes característicos del Alto Imperio. La
falta de dolia hallados en contexto arqueológico en la comarca
nos dificulta una posible clasificación tipológica y cronológica
de las mismas, aunque a grandes rasgos sí que creemos que
podemos separar, al menos, las iberorromanas de las romanas.
Su gran tamaño y la problemática de su transporte nos llevan
a pensar que se trataría de un recipiente de producción y uso
local, ya que no es efectivo desplazarlas a grandes distancias
dado lo básico de su función. Su total ausencia en el asentamiento del s. II a.C. de la Casa de la Cabeza nos hace pensar
que quizás debamos adelantar al I a.C. la extensión de su uso
y producción.
En este sentido, tenemos algunas formas generalmente de pequeño tamaño y borde de tipo plano-horizontal que consideramos
de época ibérica final/republicana con seguridad (fig. 203.1 a 3).
Éstas tradicionalmente se publican como dolia tipo Ilduratin o
Ilduradin por su semejanza con el tipo identificado en el Valle
del Ebro por Burillo en los años 80 (Burillo, 1980 y 2007: 354),
y conocidos así por los dos ejemplares hallados en Azaila con esa
leyenda en ibérico. No obstante, no creemos que se trate de un
recipiente exportado desde tal lugar, sino que su presencia debe
leerse en relación con la existencia de múltiples centros de producción a nivel local. Hasta la fecha ninguno de los fragmentos
de dolia con borde plano hallados en la comarca presenta ningún
tipo de cuño. En la Casa de la Cabeza se documentó un tipo de
borde plano aún de ánfora, pero cuya forma marca la transición
hacia el recipiente de almacenaje romano (fig. 57.3). Luego hay
Fig. 203. Algunos ejemplos de bordes de dolia y otros grandes recipientes documentados en la comarca.
152
[page-n-170]
también otros tipos de pequeño tamaño y bordes engrosados, posiblemente del s. I a.C. por la cronología de sus yacimientos (fig.
203.4 y 6). Posteriores, de época augustea y cambio de milenio,
son ya los grandes bordes engrosados de dolia tan comunes en
la comarca, correspondientes a las formas Oberaden 113 y 114
recogidas por Beltrán (1990, 262, nº 1105 y 1106) (fig. 203.8 y
9). El extraño ejemplar de la Casa Sevilluela de borde semiplano
inclinado hacia abajo recuerda a la de Gosse recogida también
por Beltrán (1990: 262, nº 1110) (fig. 203.7), por lo que también
podríamos ubicarlo en esta horquilla cronológica. Por último, a
partir del s. I d.C. asistimos a una mayor diversidad de formas,
aunque todas ellas con un tamaño relativamente grande y pastas
muy diferentes a las de la fase anterior. La forma de Los Villares
de Campo Arcís, muy fina, con el borde apenas diferenciado y un
resalte en su hombro recuerda a la Aguarod, 1989 a) 241 (Beltrán,
1990: 262, nº 1107) (fig. 203.10), mientras que la clásica forma
engrosada altoimperial de Los Pedriches la podemos clasificar
como una Garoupe A (fig. 203.12).
Por otro lado, en El Moluengo también identificamos un
tipo concreto de ánfora con borde moldurado (fig. 84.3 y 4). Su
abundancia en un yacimiento en el que podría haber existido
un horno nos lleva a plantear su posible producción allí. En la
Casa de la Cabeza se han documentado un par de bordes de este
tipo (fig. 56.6), por lo que no es descabellado asociarlos con
una cronología tardía. Lo que falta por determinar es el radio de
dispersión que pudo tener, algo que pretendemos analizar con
más tiempo en el futuro.
· Imitaciones ibéricas de formas clásicas
Se trata de un aspecto muy significativo, ya que nos permite observar como los iberos interpretaban las formas clásicas y las
adaptaban a sus usos o necesidades, perdiendo en ocasiones el
uso principal o significado original. Se trata de un fenómeno generalizado entre los siglos II a.C. – I d.C. (Principal, 2008). Es
complicado saber si se trata de producciones del territorio de Kelin o si provienen de otras zonas vecinas, ya que se han documentado tanto en hornos locales como La Maralaga (Lozano, 2006:
141) como en otros puntos de la Edetania (Bonet y Mata, 1988).
No obstante, en ninguno de los casos el interior valenciano pare
ce un área rica en imitaciones, si lo comparamos con los extremos
Norte y Sur de la fachada mediterránea peninsular (Cataluña y
Alicante-Murcia-Andalucía). En Andalucía se han identificado
cerámicas grises bruñidas que están imitando determinadas formas clásicas en diferentes centros productores (Adroher y Caballero, 2008 y 2013; Ruiz Montes y Peinado, 2012).
Dejando al margen las imitaciones documentadas en la ciudad Kelin, existe una gran variedad de formas imitadas en el
territorio, aunque siempre dentro de un predominio de formas
abiertas, tal y como hemos visto en recientes publicaciones
(Mata y Quixal, 2014). En este sentido, tenemos tres ejemplares
de Lamb. 28 (Muela de Arriba y El Rebollar), dos de Morel 68
(Cerro San Cristóbal) y Lamb. 7 (Cañada del Pozuelo y Cerro
Carpio) y 36 (El Molón), más uno de Lamb. 2 (La Maralaga),
3 (Punto de Agua), 5 (Muela de Arriba), 5-7 (La Maralaga), 21
(Muela de Arriba), 24-25 (El Molón) y 27 (Muela de Arriba).
De la Casa de la Cabeza procede un conjunto de imitaciones
centrado en las formas Lamb. 36 y 55, con piezas generalmente
decoradas y en ocasiones con agujeros para ser colgadas (vid.
fig. 59.5 y 60.6). De cerámica de paredes finas también hay
un pequeño repertorio de imitaciones, la mayoría procedentes
del horno de La Maralaga (Mayet I, II, III y XXXIV), más dos
ejemplos de la Muela de Arriba (Mayet XV).
Producciones durante los primeros siglos del Imperio
La integración de la comarca en la globalizada economía romana permitió la llegada de las diferentes producciones cerámicas y alimentos del Mediterráneo Occidental, aunque de manera especialmente marcada en las villae y otros asentamientos
rurales destacados. Desconocemos cualquier dato en cuanto a
producciones cerámicas propias. No obstante, elementos como
material constructivo o cerámicas comunes y de cocina perfectamente podrían haber sido elaboradas en algún horno cerámico
local, seguramente dependiente de alguna villa.
· Ánforas altoimperiales
Este campo de estudio acarrea un profundo déficit, ya que en ocasiones hemos tenido que trabajar con información procedente de
referencias bibliográficas o de prospecciones anteriores no centradas en el mundo romano, de ahí que apenas hayamos podido
analizar de primera mano los materiales. Del mismo modo, sólo
nos hemos detenido en las ánforas de cronología altoimperial.
El ánfora altoimperial más frecuente es sin duda la Dressel
2-4, ánfora vinaria de entre finales del s. I a.C. y finales del I
d.C. procedente de la Tarraconense (Sciallano y Sibella 1991,
49). En ningún caso consideramos que puedan tratarse de producciones locales requenenses. Se han documentado ánforas
Dressel 2-4 en un total de ocho yacimientos (Las Paredillas I,
Los Villares de Campo Arcís, Fuen Vich, Los Villarejos, Covarrobles, Las Pedrizas, Peña Lisa y Hoya de Barea), si bien muchos de los fragmentos indeterminados que luego veremos pueden corresponder también a este grupo (fig. 204). Por encima de
todo debemos destacar el ejemplar entero hallado tras labores
agrícolas cerca de la aldea de Campo Arcís, dentro del área de
influencia de la villa romana de Los Villares (fig. 205). El registro paleobotánico, al igual que en el Ibérico Final, es completamente inexistente, lo que nos impide saber si había producción local de vino. No obstante, es lógico considerar que a nivel
económico dentro del interconectado mundo romano la zona se
centraría, como otras muchas áreas hispanas, en la producción
de cereal o la ganadería, recibiendo vino y aceite de otras partes del Imperio (Quixal et al., 2012: 68). En este sentido, áreas
como el entorno de Tarraco, antigua Layetania ibérica, sí que
vivieron una especialización en torno a la producción vinícola y
su exportación (Revilla, 2004). Sin embargo, no podemos descartar que se continuara produciendo vino aunque fuera para un
autoconsumo o un comercio local, especialmente en alguna de
las diferentes villas o asentamientos rurales localizados.
Luego tenemos un extenso grupo de yacimientos en los que
se ha documentado presencia de ánforas imperiales, en la mayoría de los casos algo lógico por la propia entidad y cronología del lugar, pero que no se ha precisado más en tipología o
procedencia. De Barrio de los Tunos, Los Villares de Campo
Arcís, Los Pedriches, La Campamento, Casa de la Alcantarilla, El Moluengo, Las Casas, Molino de Enmedio, La Solana,
Casa Doñana, Hoya Redonda II, Covarrobles, Los Villares de
Camporrobles, La Balsa, La Contienda y Tinada Guandonera
sabemos que proceden fragmentos de ánfora imperial, pero no
se ha determinado nada más, exceptuando la procedencia bética
153
[page-n-171]
Fig. 204. Mapa de dispersión de ánforas imperiales.
en tres ejemplares de Los Villares de Campo Arcís y uno de
El Moluengo, y africana en uno de Casa de la Alcantarilla. Por
último, en Camino de la Casa Zapata y Hoya Redonda II se han
documentado sendos fragmentos de ánfora Dressel 7-11, ánfora
de salazón de pescado procedente de la Bética entre finales del
s. I a.C. y todo el I d.C. (Sciallano y Sibella, 1991: 57), aunque
su reducida presencia indica una penetración mínima hacia el
interior. Carecemos de información de calidad como para plantear nada más allá de que hay un claro predominio del vino importado de la Tarraconense respecto al aceite y los salazones,
tradicionalmente procedentes de la Bética. Los llanos donde
encontramos los principales asentamientos imperiales, las villae, son lógicamente las zonas con mayor cantidad de ánforas
documentadas: vega del Magro y llanos de Campo Arcís, Utiel,
Caudete de las Fuentes y Fuenterrobles.
· Terra sigillata
Las vajillas imperiales de barniz rojo son uno de los mejores
fósiles directores del Alto Imperio Romano y sus diversas procedencias pueden indicar diferentes redes o contactos. La Terra
sigillata itálica es la que más nos interesa por cronología, ya
que se extiende a lo largo de las primeras décadas del Imperio,
segunda mitad del s. I a.C. y primera del I d.C. (Roca 2005a).
Ha aparecido en Los Villarejos (NMI = 1), Fuen Vich (1), Las
Casas (1), Fuente del Cristal (1), Los Villares de Camporrobles
(1), Cañada del Carrascal (2) y El Carrascal (1). Por tanto, se
trata de una producción que apenas llega a la comarca y, cuando
lo hace, aparece en asentamientos de relativa importancia como
puedan ser la villa de Fuen Vich, Los Villares y El Carrascal o el
asentamiento rural de la Fuente del Cristal (fig. 206).
A partir de la segunda mitad del s. I d.C. comienza a haber un
número mucho mayor de sigillata, especialmente producciones
hispánicas que copan el mercado romano y tienen mayor facilidad de penetración a este tipo de zonas (Fernández García y Ruiz,
2005; Romero y Ruiz, 2005). Tenemos Terra sigillata hispánica
en Los Aguachares (4), Las Canales (1), Rambla del Sapo (1),
Barrio de los Tunos (8), El Barriete (1), La Borracha (1), El Batán
154
Fig. 205. Ejemplar de
Dressel 2-4 hallado en las
proximidades de Campo
Arcís. Colección particular.
(1), El Cerrito (1), El Rebollar (1), Las Paredillas I (1), Mazalví
(1), Casa de Mazalví (1), Los Alerises (1), Prados de la Portera
I (1), Barranquillo del Espino (1), La Calerilla (1), Casa de la
Cabeza (1), Los Villares de Campo Arcís (6), Casa de la Vereda
(1), El Balsón (1), Casa del Tesorillo (1), Puntal del Moro (1),
El Ardal (1), Los Villarejos (3), Fuen Vich (3), El Carrascalejo
(1), Hórtola (1), Los Pedriches (1), Los Olmillos (1), Casa de la
Alcantarilla (1), Sisternas (1), Vadocañas (1), El Moluengo (1),
Camino de la Casa Zapata (4), Las Casas (6), Fuente de Cristal
(1), Los Derramadores (1), Molino de Enmedio (10), La Solana
(6), Los Carasoles (1), Casa de las Córdovas (1), Casa del Vicario (1), Ermita de Santa Bárbara (1), Los Calicantos (1), Fuente
del Hontanar (1), Kelin (3), Caudete Este (2), Casa Doñana (2),
Hoya Redonda II (2), Cerro de la Peladilla (1), Covarrobles (3),
El Molón (1), Los Villares de Camporrobles (1), La Balsa (2),
Cañada del Carrascal (1), Hoya de Barea (3), Casas del Alaud
(1), Cerro Carpio (1), Lobos-Lobos (4), El Carrascal (1), Tejería Nueva (2), La Cabezuela-Pocillo de Berceruela (1) y Tinada
Guandonera (2). Por tanto, 63 yacimientos comarcales presentan
este tipo de producción, un 72% de los que presentan ocupación
altoimperial. Aunque es en los asentamientos de mayor importancia como las villae donde mayor abundancia tenemos (Barrio de
Los Tunos, Los Villares de Campo Arcís y Molino de Enmedio),
las sigillata hispánicas llegan prácticamente a todo tipo de núcleos, estando incluso presentes en establecimientos rurales de
poca entidad. También actúan como marcadores de ocupaciones
residuales en asentamientos ibéricos, ya que se han recogido en
superficie fragmentos en Kelin (Mata et al., 1999) o la Casa de la
Cabeza, pese a que la ocupación de los mismos nunca sobrepasa
el cambio de Era. Están presentes en casi todos los puntos de
nuestra área de estudio, si bien hay una mayor concentración en
la zona centro-meridional, con especial abundancia en la vega del
Magro y el llano de Campo Arcís (fig. 207). También es destacada
su presencia en los corredores de entrada de El Rebollar y, sobre
todo, Hortunas.
[page-n-172]
Contemporáneas de las hispánicas son las producciones de
Terra sigillata sudgálica que, aunque en otras zonas aparecen en
porcentajes similares a las hispánicas (Roca, 2005b), en el la Meseta de Requena-Utiel tienen una presencia sensiblemente menor.
Se han documentado estas vajillas galas en Barrio de los Tunos
(2), La Picazuela (1), La Calerilla (1), Casa Alarcón (1), Los Villares de Campo Arcís (1), Fuen Vich (1), Hórtola (1), Casa de
la Alcantarilla (2), Camino de la Casa Zapata (2), Las Casas (2),
Molino de Enmedio (2), La Solana (6), La Mina (1), Covarrobles
(1), El Molón (1), La Balsa (2), Cañada del Carrascal (2), Cerro Carpio (1), El Carrascal (2) y Pozo Viejo (5). A diferencia de
las hispánicas nunca aparecen grandes concentraciones y suelen
estar tan sólo en asentamientos destacados, generalmente villae.
Del mismo modo, existe una mayor concentración en la zona central de la comarca (llano de Utiel / vega del Magro) y el Sureste
(corredor de Hortunas y lomas de Los Pedrones) (fig. 208).
Por último, tenemos las Terra sigillata norteafricanas, que
aunque tienen su expansión en el Bajo Imperio, el subtipo A
comienza a llegar en el s. II d.C. y por ello las hemos tenido
en cuenta (Serrano Ramos, 2005). Han aparecido recipientes
de TS Africana A en Los Aguachares (4), Las Canales (1), Barrio de Los Tunos (6), El Barriete (1), La Borracha (1), Casa
Alarcón (1), Los Villares de Campo Arcís (2), Casa del Tesorillo (2), Fuen Vich (1), Los Pedriches (1), Muela de Arriba
(1), Casa de la Alcantarilla (1), Camino de la Casa Zapata
(1), Molino de Enmedio (1), La Solana (5), Covarrobles (1),
El Molón (1), Cueva Santa de Mira (1) y La Balsa (1). Especialmente presentes en villae destacadas (Barrio de Los Tunos, Molino de Enmedio y La Solana), de nuevo su dispersión
marca una mayor concentración en el curso del río Madre/
Magro, así como en su zona de entrada, el llano de Campo
Arcís (fig. 209).
Fig. 206. Dispersión de TS itálica, mediante GRASS GIS.
Fig. 207. Dispersión de TS hispánica, mediante GRASS GIS.
Fig. 208. Dispersión de TS sudgálica, mediante GRASS GIS.
Fig. 209. Dispersión de TS africana A, mediante GRASS GIS.
155
[page-n-173]
Luego tenemos otra serie de yacimientos en los que se ha
recogido sigillata pero no se ha podido o sabido diferenciar la
procedencia. La dispersión de los diferentes tipos de sigillata
marca un primer siglo d.C. con reducida llegada de vajilla de
mesa romana, algo que cambia radicalmente a finales del mismo con una diversificación de procedencias, siendo la sigillata
hispánica la más abundante. De manera opuesta a lo que hemos
visto para el barniz negro itálico de época republicana, en la
fase imperial asistimos a una “democratización” de las vajillas
de mesa, siendo más accesibles para los habitantes de las zonas
rurales de interior apartadas de los centros urbanos. La sigillata
hispánica sería el ejemplo más claro, presente hasta en núcleos
de baja entidad, quedando la sudgálica como algo más exclusivo o menos frecuente. Conforme avance el s. II sendas producciones se verán desplazadas por la llegada de vasos africanos y
eso también tendrá su reflejo en el interior valenciano.
En cuanto a la dispersión por el territorio, en casi todos los
casos hemos visto cómo el curso del Madre/Magro y el llano
de Campo Arcís concentran la mayor parte de estas piezas (fig.
207 a 209). Ello es en parte lógico porque es allí donde tenemos
las villae de mayor importancia y una mayor densidad de población altoimperial. Pero, juntamente con su relativa presencia en
los corredores de El Rebollar y, sobre todo, Hortunas, podemos
interpretarlas como marcadores de la ruta de penetración y dispersión desde el litoral, quedándose la mayoría en la zona centromeridional de la comarca. Los fragmentos de sigillata sudgálica o
africana apenas aparecen en los yacimientos de subzonas septentrionales como el llano de Camporrobles o Sinarcas.
Numismática
Las monedas son uno de los elementos más relacionados directamente con el comercio y las redes de intercambio en cualquier
periodo histórico. Si bien antes existían otros objetos o metales
preciosos como fuente de riqueza, la moneda tal y como la conocemos aparece en Iberia en el s. IV a.C., pero no será hasta
finales del III a.C. en el contexto de la II Guerra Púnica en que
cobre verdadera fuerza, precisamente para financiar la contienda bélica (Ripollès, 2000: 322; 2001: 107). En relación con
ese momento tenemos dos tesoros en nuestra zona de estudio,
ambos hallados en Kelin (Pla Ballester, 1980; Pérez Vilatela,
1999). Hay una gran variedad de monedas y procedencias de
las mismas, si bien abundan las de Roma y sus aliados, como
Massalia o Emporion.
En los ss. II-I a.C. el panorama de cecas que acuñan moneda propia se diversifica enormemente en relación con las
nuevas necesidades derivadas de la presencia romana, el impulso del comercio y el pago de tropas (aunque esto último es
una hipótesis sometida a diferentes interpretaciones) (Ripollès,
2000: 338-339). Iberia se inserta de lleno en la línea económica
de una Roma que estaba viviendo un proceso de monetización
importante. Tras un hiato debido a una gran retirada de moneda
y metales preciosos por parte de Roma entre el 190 y el 170
a.C., en el periodo del 170 al 130 a.C. el dominio de las monedas romanas es notable. A partir de mediados del s. II a.C.
esto se verá reducido conforme un mayor número de ciudades
ibéricas comiencen a acuñar sus propias emisiones. En el caso
de las valencianas, además de Arse que ya contaba con una larga tradición de siglos anteriores y una gran diversidad monetal
(Ripollès y Llorens, 2002), a lo largo del s. II a.C. tenemos
156
Fig. 210. As de Kelin (fotografía P. P. Ripollès).
acuñaciones en Saiti (Xàtiva), Kili y la propia Kelin (Ripollès,
1982). Se trata de monedas de bronce de poco valor destinadas
a uso cotidiano, de ahí la emisión de semis, cuadrantes, etc.
(Ripollès, 2000: 336).
A falta de un estudio completo de los cuños, Kelin emitió
moneda poco tiempo, seguramente todo dentro de una misma
acuñación en torno al 150-140 a.C., que vino a satisfacer la demanda local y en su mayor parte se quedó dentro de su propio
territorio (Ripollès, 2001: 110) (fig. 210). El artesano productor
pudo ser itinerante, lo que explicaría las proximidades iconográficas y técnicas con monedas de Ikalesken y Urkesken. Precisamente gracias a la emisión de esa serie monetal de ases y
semis conocemos el topónimo ibérico de la ciudad. Estas monedas, todas en bronce, constituyen el 19% del total hallado en el
yacimiento, mientras que 58 de las 66 monedas documentadas
de esta ceca proceden del mismo, de ahí su clara identificación
hace ya más de 30 años (Ripollès, 1979: 127-136).
Por lo que respecta a nuestra área de estudio, del total de yacimientos se han documentado con seguridad piezs republicanas
en 18 de ellos y altoimperiales de los ss. I-II d.C. en tan sólo siete,
si bien de esta época tenemos noticia del hallazgo de monedas
también en algunas villas como Barrio de Los Tunos, Molino de
Enmedio o La Calerilla, pero la información sobre sus tipos y cecas continúa sin ser publicada. El siguiente cuadro reúne todos los
datos de los que disponemos (tabla 20).
Podemos agrupar las diferentes procedencias o cecas emisoras
en grandes grupos, tal y como queda reflejado en los siguientes
gráficos (fig. 211 y 212). Para los ss. II-I a.C. destaca por encima
de todo el dominio de monedas de Roma, aunque éstas están muy
concentradas en la ciudad de Kelin (fig. 216.1) y tan sólo hallamos siete ejemplares en otros asentamientos del territorio. Algo
semejante ocurre con la propia acuñación de la ciudad, de la cual
el 88% se han localizado en el mismo yacimiento (58), más dos
ejemplares del Cerro de San Cristóbal y uno en la Casa Doñana,
Cerro de la Peladilla, La Nevera y El Molino (fig. 213). Tan sólo
dos monedas de Kelin han sido halladas fuera de su territorio: un
as en el Pico de los Ajos, poblado fortificado fronterizo y ubicado
en plena vía de comunicación (Quixal, 2010), y otra en Moraira.
El resto de emisiones de las ciudades ibéricas de las actuales
provincias de València y Cuenca también están bien representadas, así como las de la colonia itálica de Valentia (fig. 211). La
monedas de Arse y Valentia, las más abundantes después de las
de la propia Kelin, se concentran sobre todo en la capital, hallándose tan sólo siete cuadrantes de Arse en otros yacimientos,
tres de ellos en la Casa de la Cabeza (Torregrosa et al., 2012)
[page-n-174]
Tabla 20. Numismática.
Yacimiento
Monedas republicanas
Bibliografía
Yacimiento
Monedas republicanas
Bibliografía
Los Aguachares
As de Kili
Sestercio de S. Severo
Denario de Ikalesken
As de Gili
As de Saiti
Moneda de Adriano
Moneda de Ikalesken
Cuadrante de Arse (3)
As de Kili (2)
As de Castulo
Moneda de Germánico
Moneda de Adriano
As de Ikalesken
As de Ikalesken (2)
As de Kili
As de Kili
As de Ikalesken
As de Castulo
As de Saguntum
As de Ikalesken (5)
Denario de Roma (41)
Victoriano de Roma
As de Roma (47)
Semis de Roma (5)
Cuadrante de Roma (1)
Bronce de Massalia (3)
Dracma de Iol
As de Untikesken (2)
Semis de Eustibaikula
As de Lauro
Denario de Kese (6)
As de Kese
Denario de Bolskan (5)
As de Bolskan
As de Kaiskata
As de Turiasu
As de Sekaisa (2)
As de Arse (24)
Cuadrante de Arse (11)
As de Valentia (26)
As de Kili (10)
As de Saitabi (3)
As de Kelin (56)
Semis de Kelin (2)
Denario de Ikalesken
As de Ikalesken (8)
Semis de Ikalesken (2)
As de Castulo (29)
Semis de Castulo (13)
As de Obulco (2)
As de Ulia
As de Kelin
As de Ikalesken (6)
Semis de Ikalesken (1)
As de Kelin
Denario de Roma
As de Castulo
Cuadrante de Arse (2)
Vidal et al., 2004: 155157
El Molón
As de Kelse (2)
As de Beligion
As de Bilbilis
Semis de Castulo
As de Sekaisa
As de Ikalkusken (3)
As híbrido de AbraObulco
Moneda de Calagurris
As de Orosi/Orosis
Semis de Kese
As de Sekaisa
As de Tamaniu
Denario de Bolskan
Sestercio de Lucio Vero
Ripollès y Gómez,
1978: 210-211; De la
Pinta et al., 1987-88:
308; Martínez Valle,
1994: 65; Lorrio,
2007: 295-296
Loma del Moral
Cerro Castellar
Hortunas indet.
Cerro Gallina
Casa de la
Cabeza
Los Villares
Campo Arcís
Requena indet.
La Mazorra
Molino de
Enmedio
Utiel indet.
Kelin
Casa Doñana
Caudete indet.
Cerro de la
Peladilla
Martínez Valle, 1994: 64
Pérez Mínguez, 1988:
395
DGPA Molino Hortunas
Torregrosa et al., 2012
Ripollès, 1980: 51;
1982: 171
Martínez Vale, 1994: 65
Martínez Valle, 1994: 65
Mtnez. y Camps, 1985: 39
Iranzo, 1992: 12;
Martínez Valle, 1994: 65
Ripollès, 1980: 52;
Martínez Valle, 1994: 65
Los Villares de
Camporrobles
La Balsa
Camporrobles
indet.
Cañada del
Pozuelo
Ripollès, 1979 y 2001
La Maralaga
Cerro Carpio
Cerro San
Cristóbal
As de Castulo
De la Pinta et al.,
1987-88.
Ripollès y Gómez,
1978: 212
Ripollès y Gómez,
1978: 211
Iranzo, 2004: 211
As de Kelse
As de Bolskan
As de Bilbiblis
Cuadrante de Arse
As de Augusto
Sestercio de Tito
Iranzo, 2004: 137
Iranzo, 2004: 181
As de Kelse (3)
As de Castulo (2)
As de Saiti
As de Valentia
As de Roma
Denario de Roma (2)
Denario republ. imitación
Denario de Bolskan
Divisor plata Emporion
Iranzo, 2004: 177
As de Kelin (2)
As de Ikalesken (2)
As de Segobirices (2)
As de Carmo
As de Sekaisa
As de Valentia
Cuadrante de Arse
Denario de Roma
El Carrascal
Tejería Nueva
Ripollès, 2001
Martínez Valle, 1994: 65
Arroyo et al., 1989:
379; Iranzo, 1992: 12;
Ripollès, 2001
Denario de Roma
As de Ebusus
Semis de Castulo
As de Untikesken
El Molino
As de Kelin
Cabezuela / P. B. As de Sekaisa
As de Castulo
Pozo Viejo
As de Kelse
Denario de Bolskan
Denario de Roma
As de Castulo
La Nevera
As de Kelin
Sinarcas indet.
As de Ikalesken (3)
Sestercio de Trajano
Iranzo, 2004: 201
Iranzo, 2004: 221
Iranzo, 2004: 226
Iranzo, 2004: 207
Iranzo, 2004: 205 y
228
Iranzo, 2004, 229
Martínez Valle, 1994:
65; Iranzo, 2004: 230
157
[page-n-175]
Fig. 211. Cecas de los hallazgos monetarios.
Fig. 212. Procedencia por territorios de las monedas halladas.
Fig. 213. Mapa con las cecas centrales valencianas durante los ss. II-I a.C. y la dispersión de sus monedas por la Meseta de Requena-Utiel,
con GVSIG.
158
[page-n-176]
Fig. 214. Muestra monetaria de la Casa de la Cabeza, con acuñaciones de Arse (1, 2 y 3), Kili (4 y 5) y Castulo (6) (Torregrosa et al., 2012).
(fig. 214). Monedas de Valentia fuera de Kelin también se han
hallado pocas, sólo en los dos yacimientos insignia de Sinarcas,
los cerros San Cristóbal y Carpio (fig. 213).
Por otro lado, la Meseta de Requena-Utiel es una de las
zonas con mayor concentración de monedas de la ceca Kili-Gili
y muchas de ellas, aparte de las localizadas en Kelin, se han
hallado en yacimientos ubicados en los corredores de penetración Este-Oeste (Cerro Castellar), en las entradas a la Meseta
(Casa de la Cabeza) o en el llano de Utiel (Los Aguachares,
Molino de Enmedio y La Mazorra). Recientemente se ha propuesto identificar dicha ceca en La Carència de Torís, a pesar
de que las piezas de Kili soló representan un 1,5% sobre el total
de hallazgos del yacimiento (Ripollès et al., 2013: 158-159).
Las acuñaciones de Saiti, como ya se ha indicado en otros trabajos (Ripollès, 2001: 109), son escasas en esta área, ya que
parece una acuñación destinada a zonas más meridionales y
costeras. Además, las comunicaciones entre esa ciudad ibérica
y la Meseta de Requena-Utiel no eran muy buenas, con bastantes barreras orográficas de por medio. En cambio, sí que tenemos muy bien representadas las acuñaciones ibéricas de otra
vecina pero mejor comunicada capital, Ikalkusken / Ikalesken
(Iniesta), con 37 ejemplares entre Kelin y los yacimientos de
su territorio. Su localización en determinados núcleos como
la propia Kelin, Cerro Gallina o Pico de los Ajos (Arroyo et
al., 1989) también está indicando la existencia de una vía que
comunicaba el litoral con el interior a través del valle del Magro, uniendo las ciudades ibéricas de Kili, Kelin e Ikalkusken
(Albiach et al., 2007; Quixal, 2008 y 2012). En este sentido es
interesante el supuesto depósito de cinco denarios encontrados
en Vadocañas, aunque dichas monedas todavía no han podido
ser estudiadas (Martínez Valle, 1994: 63).
Hasta ahora generalmente nos hemos referido a hallazgos
numismáticos y yacimientos de la parte centro-meridional de
la comarca. En los yacimientos de la orla septentrional el pa-
norama es diferente, ya que, tal y como se ha señalado en
trabajos anteriores, hay una fuerte presencia de acuñaciones
procedentes de cecas del Valle del Ebro (Ripollès y Gómez,
1978: 214-215) (fig. 215). Éstas alcanzan porcentajes elevados en algunos yacimientos: El Molón7 (54%,) (fig. 216.2),
Cañada del Pozuelo (75%), llegando incluso al 100% en Los
Villares de Camporrobles. No obstante, las muestras monetarias de los mismos son muy reducidas, con pocas veces más
de diez monedas y en la mayoría de los casos menos de cinco.
Del mismo modo, en la zona también hay yacimientos importantes como el Cerro Carpio y el Cerro de San Cristóbal,
donde los índices no son tan elevados (30% y 9% respectivamente) (fig. 216.3). Esta abundancia de monedas del Valle del
Fig. 215. Mapa de la dispersión de monedas del Valle del Ebro en
el área Norte, con GVSIG.
7 A falta de los notables hallazgos del último decenio de excavaciones,
cuya publicación aportará información de gran valor.
159
[page-n-177]
Fig. 216. Porcentajes de monedas en Kelin (1), El Molón (2) y Cerro de San Cristóbal (3), según procedencias.
Ebro ha sido considerada por algunos investigadores como un
indicador de una posible filiación celtibérica de los poblados
de esta zona, especialmente en El Molón (Lorrio, 2007: 230).
A ésta y otras cuestiones nos referiremos en el último bloque
de nuestro trabajo, si bien ya apuntamos que la abundancia
de las mismas perfectamente puede deberse a contactos más
intensos durante el Ibérico Final entre los asentamientos del
Norte y la Celtiberia por los motivos que sean, sin que ello
tenga que suponer vinculación étnica de uno u otro tipo, además de una ubicación excelente en el arranque de las vías
hacia el Norte/Noroeste.
A modo de ejemplo, se han documentado numerosas monedas de cecas turdetanas, especialmente Castulo, que están a más
de 300 km (fig. 214.6). La moneda es un indicador comercial
que puede marcar mayor influencia y contactos con una zona
que con otra, pero no tiene por qué significar pertenencia a un
grupo cultural o étnico concreto, seguramente sea uno de los
elementos de la cultura material menos apropiados para ello.
Según algunos autores la citada abundancia de monedas de
Castulo tiene que ver con la posición geográfica intermedia del
interior valenciano dentro de las vías que conectaban la Alta
Andalucía y el Valle del Ebro (Arroyo et al., 1989: 385). Por
último, también hay monedas procedentes de antiguas colonias
griegas con larga tradición monetaria, así como de cecas catalanas, la mayoría del entorno de Emporion.
A nivel general, es llamativa la abundancia de monedas en la
zona Norte, con el hallazgo de piezas en multitud de yacimientos. Hemos de recordar que muchos de estos núcleos cuentan
con actividad minero-metalúrgica atestiguada (mineral, escorias, hornos, toberas, etc.). Sin poder descartar que simplemente
se trate de una mayor “tradición clandestina” en esa zona, las
actividades en torno al metal podrían haber activado el comercio, motivando quizás una mayor presencia romana en la zona y,
por ende, la llegada de moneda, tal y como se ha visto en otras
zonas mineras de Hispania (Ripollès, 2000: 341).
Por otro lado, también vemos que las monedas de mayor
valor en época republicana, los denarios de plata sobre todo de
Roma, pero también de Bolskan, Kese e Ikalesken, están muy
concentrados en la capital (87%), foco principal de la actividad
160
económica y comercial del territorio. Sin embargo, tan sólo encontramos denarios fuera de la misma en los importantes poblados de Cerro de la Peladilla, Cerro Carpio, Cerro San Cristóbal,
en los asentamientos rurales de Los Villares de Camporrobles
y El Carrascal (futuras villas romanas) y en la importante necrópolis de Pozo Viejo. El denario era la moneda de más valor
y concretamente el romano era la moneda que capitalizaba las
grandes transacciones comerciales (Ripollès, 2000: 340), por
lo que esa concentración en el lugar central muestra la riqueza
y capacidad económica que alcanzaron algunos aristócratas de
Kelin durante la última fase, seguramente gracias al establecimiento de redes clientelares con las autoridades romanas en pro
de la administración local.
Un aspecto muy importante es la moneda como objeto cultural. De sobra es sabido que es uno de los grandes “espejos”
donde se refleja el proceso de contacto cultural y cambio entre
iberos y romanos durante los últimos siglos del milenio, por las
múltiples formas que éstas adoptan: leyendas en ibérico, leyendas bilingües y leyendas en latín (Untermann, 1995).
Por último, a partir del 72 a.C. apenas contamos con monedas en la Meseta de Requena-Utiel hasta bien entrado el Alto
Imperio, dentro de la tendencia general de fin de las acuñaciones
ibéricas y vacío monetario hasta época de Augusto (Ripollès,
2000: 342). Las guerras sertorianas, último acontecimiento que
requirió de una gran cantidad de monedas indígenas para financiar la guerra, conllevaron el fin de la ocupación en Kelin, algo
que sabemos en parte por la práctica total ausencia de emisiones
posteriores a esa fecha en el yacimiento (Ripollès, 2001: 114).
El parón afectó no sólo a la ciudad, sino que el territorio se desestructuró, muchos asentamientos se abandonaron y se dio un
auténtico vacío monetario a lo largo de las décadas restantes del
s. I a.C. Lo extraño es que el hiato se alargó durante buena parte
del s. I d.C., cuando sí que existieron acuñaciones imperiales y
provinciales bien difundidas. La mayoría de las escasas monedas altoimperiales documentadas en la comarca son ya del s. II
d.C., cronología compartida con las principales producciones
cerámicas documentadas, datos que deberemos tener en cuenta
a la hora de plantear el momento de verdadera expansión de las
villae en la comarca.
[page-n-178]
Movilidad: caminos óptimos y vías de comunicación
El establecimiento, perduración y cambios en los trazados de las
vías y caminos que vertebran un territorio están muy en relación
con la existencia de redes de intercambio y comercio que hemos
visto anteriormente, ya que sin la presencia de los primeras es
muy difícil el éxito de las segundas. A efectos prácticos de la investigación arqueológica, tenemos mayor facilidad para rastrear
las redes comerciales al ser algo generalmente palpable en el
registro material, en los objetos y productos que lo protagonizan (siempre que no sean perecederos). Sin embargo, caminos y
vías difícilmente permanecen inalterados y apenas dejan huella
arqueológica. A su vez, en el caso de que se fosilicen es muy
complicado determinar su origen o las diferentes fases de uso.
Para paliar esta problemática, la Arqueología ha echado mano
de otras herramientas para intentar abordar la cuestión de la
movilidad en tiempos pretéritos. En nuestro trabajo de investigación analizamos este aspecto desde diferentes ángulos de manera diacrónica, centrándonos en una ruta concreta: las comunicaciones entre el territorio de Kelin y el litoral valenciano, la vía
Este-Oeste (Quixal, 2008 y 2012). Intentaremos, en la medida
de lo posible, seguir las pautas metodológicas allí establecidas
y aplicarlas a las otras posibles vías o zonas de comunicación,
tanto en época ibérica final como romana altoimperial.
Los caminos y las vías históricas han sido un objetivo
de la historiografía antigua abordado casi siempre desde una
perspectiva simple, centrándose únicamente en el trazado y
características de los mismos. En este sentido, siempre han
tenido más peso las investigaciones sobre los trazados de vías
romanas, ya que por todos es conocida su importancia en el
aparato militar, político y económico romano, tanto en fase
republicana como imperial (Arasa y Rosselló, 1995). Las continuas menciones en los clásicos y la presencia de miliarios en
el trazado de las mismas también han contribuido a ello. Sólo
en los últimos decenios se ha intentado profundizar más en el
tema y concebir los caminos como marco y, a la vez, producto de toda una serie de relaciones entre los agentes humanos
y los asentamientos (Ledo, 1995: 452-455). Los caminos nos
pueden servir como documento a través del cual acceder a la
jerarquía existente entre los núcleos unidos y, por consiguiente, comprender mejor la estructura de poblamiento. Aquí se
plantea la cuestión de qué es causa y qué es consecuencia: los
asentamientos del trazado de los caminos o viceversa.
El inicio del empleo de herramientas SIG amplió las posibilidades de análisis de este ámbito de estudio. La movilidad / movimiento (dependiendo del autor) se convirtió, especialmente en el
campo de la Prehistoria, en un aspecto fundamental para comprender cómo las sociedades pretéritas configuraban e interactuaban
con su entorno. Se pasaba del estatismo procesual tan sólo interesado en el asentamiento como punto fijo, al estudio postprocesual
de la movilidad como tipo de relaciones entre las comunidades y el
paisaje (Fairén, 2004a, 26; Díaz del Río y Vicent, 2006).
En época ibérica sólo conocemos de forma exacta la fisonomía de los caminos gracias a los hallazgos de contadas excavaciones arqueológicas, pero podemos intentar plantear sus trazados y rutas. Sin duda, los mejor conocidos son los accesos al
oppidum ibérico de Castellar de Meca, por su carácter rupestre
(Broncano, 1997), el problema es localizar tramos de caminos
que comuniquen varios poblados como los recientes hallazgos
en el entorno de Ilici (Arasa, 2008). Por lo tanto, el grueso de
trabajos se han centrado en rastrear las rutas y recorridos a escala regional y suprarregional, generalmente en relación con las
dispersiones de materiales existentes (Bonet et al., 2004; Sala
et al., 2004). Pese a que algunos trabajos ya intentaron aproximarse de forma general a las posibles vías que estructuraban
sus respectivas zonas de estudio en época ibérica (Oliver, 1996:
65-76; Arasa, 2001: 155-157), básicamente la eclosión se limita
al último decenio y ha ido de la mano de las aplicaciones SIG
(Grau 2000b y 2004; López Romero, 2005; López-Mondéjar,
2009b) y de los hallazgos derivados de intervenciones de salvamento (Pascual y García Borja, 2010; García Borja et al., 2012).
En cuanto a nuestra área de estudio, Andrea Moreno desarrolló en su tesis doctoral un minucioso análisis de las posibles vías
de comunicación entre los ss. VII-III a.C., tanto a nivel local, con
los caminos internos que comunicaban los asentamientos principales, como a nivel suprarregional, con las vías que comunicaban
el territorio de Kelin con sus vecinos o que lo integraban dentro
trayectos de más largo recorrido (Moreno, 2010 y 2012). El Ibérico Pleno se configura como el momento de máxima estructuración de los ejes viarios, paralelamente a la aparición de grupos
locales de importancia y la presencia de carriladas en los accesos
a muchos poblados. La continuidad en el patrón de asentamiento
que observamos a todos los niveles en el s. II y comienzos del I
a.C. hace que debamos beber en gran parte de este trabajo para
poder plantear las principales redes de comunicación durante el
Ibérico Final. Por lo tanto, centraremos nuestros esfuerzos en ver
qué cambios se produjeron con el cambio de Era y el establecimiento del Imperio Romano y cómo la ruptura en el patrón de
asentamiento ibérico pudo reflejarse en el sistema viario.
¿Qué nos dice el análisis mediante un Sistema de Información
Geográfica?
En primer lugar, hemos calculado mediante el SIG GRASS 6.3.0
los caminos óptimos entre diferentes asentamientos: entre Kelin y
los principales poblados de su territorio a nivel local, entre Kelin
y las ciudades ibéricas vecinas a nivel regional y entre los principales enclaves costeros y el interior meseteño a nivel suprarregional. Nuestro objetivo es ver qué rutas son las que, en términos
de Geografía Física, en cada caso exigían un menor coste energético. Para ello, a partir de un Modelo Digital de Elevaciones
de la fachada mediterránea peninsular, hemos generado un mapa
de pendientes (comando rslope) y, a partir de éste, un mapa de
costes (rcost). En este último se representa el coste energético
que un desplazamiento implica desde cualquier punto del mapa
hasta un destino concreto. Al trabajar con capas ráster, cada celdilla adquiere un valor de coste energético por ser atravesada, en
relación al mapa de elevaciones que tiene vinculado y, por tanto,
al calcular el camino óptimo (rdrain) lo que el SIG busca es la
ruta por aquellas celdillas con un menor coste/fricción, lo que en
la realidad se traduce en una mayor facilidad y velocidad de movimiento (Gutiérrez y Gould, 2000: 145-150; Bermúdez, 2006:
91-98) (fig. 217). En algunos casos hemos empleado también el
comando rwalk que realiza el cálculo de manera anisotrópica, es
decir, en ambos sentidos, tanto ida como vuelta.
En primer lugar, la ruta hacia el Este es la que sin duda ha generado mayor profusión bibliográfica y a la que hemos dedicado
varios años de investigación (Quixal et al., 2007; Quixal, 2008,
2012 y 2013). Tal y como vimos en estos trabajos, el cálculo
mediante SIG del camino óptimo entre las ciudades de Kelin y
161
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Fig. 217. Cálculo de caminos óptimos sobre mapa de costes entre Kelin y las ciudades vecinas, mediante GRASS GIS.
1. Kelin - La Carència; 2. Kelin - Edeta; 3. Kelin - Ikalesken; 4. Kelin - Cerro Viejo; 5. Kelin - Saiti; 6. Kelin - Castellar de Meca.
La Carència ofrece como resultado el corredor de El Rebollar
(fig. 217.1), a pesar de que dicha vía conllevaría salvar obstáculos orográficos tan importantes como el portillo de Buñol o
la sierra de Las Cabrillas. Este hecho queda aún más patente
si obtenemos el camino óptimo entre Kelin y Edeta, ya que en
vez de optar por alguna vía diagonal atravesando las montañas
o buscando el cauce de algún río, el programa nos indica que es
más rentable en términos energéticos atravesar el paso de Las
Cabrillas, descender a la Hoya de Buñol y a partir de allí ya
buscar el actual Camp del Túria (fig. 217.2).
El Oeste es una dirección polarizada por la presencia de la
antigua y cercana ciudad de Ikalesken. Como luego veremos, se
ha planteado la comunicación entre esta ciudad y Kelin como un
simple tramo más de una vía Este-Oeste mucho más larga (Albiach et al., 2007; Quixal, 2012). La ruta obtenida no baja en diagonal hacia el Suroeste, atravesando el Cabriel por Vadocañas,
sino que va perpendicularmente hacia el Oeste, buscando la zona
del actual embalse de Contreras para, posteriormente, dirigirse al
Suroeste una vez alcanzada la meseta castellana (fig. 217.3).
Las comunicaciones idóneas hacia el Norte se han calculado tomando en consideración el camino óptimo entre la ciudad
de Kelin y el oppidum de Cerro Viejo, supuesta capital de un
territorio en torno al río Algarra (Marín, 2004), aunque su carácter y entidad no está exento de dudas (Lorrio, 2007: 230).
A grandes rasgos, el resultado sigue el recorrido de la N-330,
yendo hacia el Norte por la rambla de La Torre, atravesando el
campo de Sinarcas y Talayuelas hasta alcanzar Santa Cruz de
Moya (fig. 217.4).
162
En el caso de las comunicaciones hacia el Sur, el cálculo con
la ciudad de Saiti da un extraño y llamativo resultado, ya que
el programa muestra como más rentable el desplazarse hacia
el Este prácticamente hasta la llanura litoral para de ahí bajar
perpendicularmente hacia el Sur (fig. 217.5), siguiendo el actual trazado de la A-35, coincidente con la ruta más aceptada
para la archiconocida via Heraklea / Augusta (Arasa y Rosselló,
1995; Pérez Ballester y Borredá, 1997). Se trata de algo lógico
en términos de ahorro energético, pero poco práctico en cuanto
a jornadas de viaje. Por su parte, la ruta obtenida con respecto
a la vecina capital ibérica meridional, Castellar de Meca, sí que
es en apariencia más lógica, ya que marca un trazado prácticamente rectilíneo hacia el Sur, más o menos siguiendo la actual
carretera de Requena a Almansa (N-330), con los comprometidos accidentes geográficos del puerto de Cofrentes o el paso de
la confluencia entre los ríos Cabriel y Júcar (fig. 217.6).
Una vez obtenidos estos resultados, recalcando como luego
veremos que no tenemos por qué aceptarlos en términos arqueológicos, hemos querido ver la relación entre el trazado de
los caminos óptimos y la dispersión de yacimientos. De nuevo
mediante GRASS GIS hemos realizado un cálculo de buffers o
áreas de influencia de 500 m en torno a los dos principales ejes
Norte-Sur y Este-Oeste obtenidos (fig. 218). Observamos como
la mayor parte de los yacimientos del Ibérico Final se quedan
fuera de los mismos. Únicamente es destacable la concentración en torno al valle del río Madre en el llano de Caudete,
proximidades de Kelin, si bien detrás de este hecho podamos
ver tanto a la existencia de una vía pretérita como intereses
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agrícolas dada la riqueza de los suelos de ribera allí presentes.
Por su parte, el buffer de la vía Norte-Sur apenas concentra
núcleos en su paso por los términos de Sinarcas y Requena.
Por otro lado, para acercarnos a las posibles comunicaciones
de carácter local, hemos calculado los caminos óptimos entre
Kelin y los principales poblados de su territorio en los ss. II-I
a.C. (Cerro Carpio, Cerro de San Cristóbal, El Molón, Cerro de
la Peladilla, Muela de Arriba, La Mazorra, Requena y Cerro Castellar), así como los vados sobre el río Cabriel en los que se han
documentado algún yacimiento cerca (Vadocañas y Casas de Caballero) (fig. 219). De esta forma vemos como entonces sí que
un mayor número de yacimientos entra dentro de los buffers de
500 m alrededor de los teóricos caminos, sobre todo si para poder
cubrir todas las áreas ampliamos los recorridos hasta los núcleos
rurales más alejados (El Carrascal, Peña Lisa, Casa de la Cabeza,
Fuen Vich o Mazalví) (fig. 220). Por ejemplo, en el caso de Sinarcas, un simple camino hasta el Cerro de San Cristóbal y Cerro
Carpio dejaría incomunicado el resto de asentamientos del llano,
ubicados más al Norte. En cambio, si se calcula el trazado hasta
El Carrascal, asentamiento rural estable más al Norte, prácticamente todos los yacimientos sinarqueños entran dentro del área
de influencia. Lógicamente se trata de un modelo aproximativo,
la red de caminos secundarios es mucho más fácil que se estructurara en torno a las principales vías Norte-Sur y Este-Oeste que
atravesaban la comarca a nivel suprarregional y no que fuera un
simple modelo radial de caminos directos a / desde Kelin.
En época romana las comunicaciones lógicamente cambiarían en relación con el nuevo panorama poblacional. La desaparición de Kelin y de muchos de los principales asentamientos del
territorio configuraría la comarca como una mera zona de paso
dentro de rutas más grandes, puesto que carece de sentido plantear conexiones directas entre las principales villae y las ciudades
romanas más cercanas por tratarse de asentamientos con claro
desequilibrio en cuanto a entidad. Para este momento nos interesa
las comunicaciones entre Valentia y Segobriga, dos ciudades con
antecedentes en la fase republicana pero que cobran importancia
en su época imperial. El cálculo mediante GRASS GIS de su ruta
de mínimo coste es sorprendente, ya que no busca un recorrido
corto y perpendicular hacia el Oeste, sino que sigue el Camino
Real de Madrid del s. XVIII, coincidente en parte con el trazado de la Via Augusta (fig. 221). Saliendo de Valentia se dirigiría
hacia el Suroeste, hasta Saetabis y de ahí tomaría el corredor de
Montesa hasta Almansa / Albacete, desde donde ya empezaría a
subir buscando el entorno de la ciudad romana de Segobriga. Por
tanto, en términos de accesibilidad la comarca de Requena-Utiel
y sus principales accidentes geográficos serían evitados, si bien el
cómputo de kilómetros resultante parece insostenible al plantear
comunicaciones directas entre éstas dos ciudades.
Fig. 219. Cálculo de caminos óptimos entre Kelin y los principales
poblados y vados de su territorio, mediante GRASS GIS.
Fig. 220. Cálculo de los buffers de 500 m en torno a los mismos,
mediante GRASS GIS.
Fig. 218. Cálculo de buffers de 500 m en torno a los caminos
óptimos obtenidos, mediante GRASS GIS.
163
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Fig. 221. Camino óptimo entre Valentia y Segobriga, mediante
GRASS GIS.
¿Cómo podemos adaptar los cálculos de caminos óptimos al
resto de documentación arqueológica, histórica y geográfica?
Al igual que hicimos en un reciente trabajo (Quixal, 2012), nos
disponemos a valorar críticamente los resultados obtenidos mediante SIG, poniéndolos en conjunción con el resto de información de la que disponemos. Cartografía histórica de caminos
y veredas, información geográfica de todo tipo, dispersión de
materiales (principalmente importaciones) y la numismática
nos aportan también pistas de por dónde pudieron transitar las
principales vías de comunicación. Además, el propio patrón de
asentamiento es un factor importantísimo, ya que al fin y al cabo
es lógico que los núcleos de hábitat se establecieran próximos
a los caminos y viceversa. De este modo, podemos aceptar, corregir o descartar los resultados obtenidos, añadiendo en los cálculos puntos de paso obligado para así obtener algo más acorde
con la realidad histórica.
· Rutas hacia/desde el Este
Como ya se ha comentado repetidas veces, este es el ámbito
del que contamos con un mayor volumen de información por
constituir el tema principal de nuestro trabajo de investigación
en 2008, de ahí que para un conocimiento más exhaustivo del
mismo remitimos a la serie de trabajos publicados (Quixal et
al., 2007; Quixal, 2008, 2010, 2012 y 2013). En él planteamos
como podrían existir dos rutas principales entre el litoral y el
interior valenciano: por un lado, la subida por el portillo de Buñol, sierra de Las Cabrillas y corredor de El Rebollar, ruta más
conocida y con mayor peso histórico (fig. 222.1 y 223.1); y el
curso del río Magro y corredor de Hortunas, ruta actualmente
secundaria y poco transitada, pero que consideramos que pudo
ser la principal durante la Protohistoria (fig. 222.2 y 223.2).
El primero de los mismos, el camino por la sierra de Las
Cabrillas y el corredor de El Rebollar, parece que se construye
en el s. XV por deseo de la ciudad de Valencia para abastecerse
de trigo castellano (García de Fuentes y García Ejarque, 1993:
144-149; Muñoz y Urzainqui, 2011), culminando en 1852 con
la construcción de la conocida como carretera de Las Cabrillas
(Piqueras, 1997: 81-85), precedente de la actual A-3 MadridValencia. Pese a que ésta ha sido la vía principal entre la costa
y el interior, la presencia de un abrupto escalón geográfico en el
164
portillo de Buñol motivó en el s. XVIII la búsqueda de alternativas, con la construcción del Camino Real de Madrid que tuvo
que aumentar su recorrido buscando el corredor de Montesa y
la entrada a la Meseta por Almansa, precisamente por donde
transcurría en su día la propia Via Augusta.
Por otro lado, sabemos que en época medieval el valle del
Magro era atravesado por uno de los ramales de la Vereda Real
procedente de Cuenca, la cual desde la aldea de La Portera se dirigía hacia Torís y Carlet (Hortelano, 2007), así como la presencia en él de una dehesa ganadera a finales del s. XV (Bernabéu,
1989: 17-18). Sin embargo, no parece tratarse en ninguno de los
casos de una zona de paso significativa en una escala amplia de
vertebración entre reinos. Por lo que respecta a época ibérica,
son varios los autores que previamente a nosotros habían apuntado la hipótesis de este valle como vía de comunicación importante entre el litoral y el interior, aunque todos de forma bastante
reciente. Podemos citar como pionero en este campo a Luis Gimeno, si bien todos sus estudios permanecieron inéditos. Tras la
excavación de La Calerilla de Hortunas por parte de Asunción
Martínez Valle, en los diversos artículos derivados ya se apunta
esta idea aplicada a época romana, aunque admitiendo posibles
precedentes ibéricos (Martínez Valle, 1995b: 281). Entre finales
de la década de los 90 del siglo pasado y lo que llevamos del
presente se han publicado otros trabajos que recogen directa o
indirectamente esta idea (Medard, 1998, 177; Martínez Escribá,
1999, 119; Pérez Negre, 1999, 76; Albiach et al., 2007: 113-117;
Díes, 2007: 139).
El análisis mediante SIG, como hemos visto, nos dio como
resultado una mayor facilidad de comunicaciones por el valle de
El Rebollar. En nuestro trabajo intentamos ver hasta qué punto
eso se reflejaba en el resto de datos arqueológicos con los que
contábamos: patrón de asentamiento, tipos de yacimientos, materiales, etc. Cierto es que en términos absolutos el camino del
Magro presenta mayor distancia, pero del mismo modo cuenta
con un relieve más suave y pendientes más regulares por seguir
en paralelo el curso de un río. Hemos visto cómo para todas las
fases ibéricas el valle del Magro contaba con un poblamiento
más denso y complejo, con la presencia de poblados y atalayas
fortificadas, así como dos importantes cuevas-santuario. Del
mismo modo, sus yacimientos, pese a que algunos de ellos tenían una baja entidad, mostraban llamativos volúmenes de importaciones (fenicias, áticas, itálicas...), así como otro tipo de
materiales destacados (engobe rojo de Kelin, decoraciones figuradas complejas, escritura, monedas...) cuya dispersión indicaba
una mayor circulación de productos y personas por el valle. Los
citados vasos con decoración de hipocampos (vid. fig. 193) o la
tinaja metopada del Cerro Castellar idéntica a un kalathos de
Valentia (vid. fig. 194), son buenos ejemplos de ello. Además,
la fase que nos ocupa es posiblemente el momento en que el
dinamismo del valle del Magro es más acentuado que el de El
Rebollar a todos los niveles.
Por todo ello consideramos que la ruta principal entre La
Carència y Kelin entre los ss. VI-II/I a.C. fue el valle del Magro
/ corredor de Hortunas. Sin embargo, no se trataba un camino
completo y cerrado, sino que necesariamente formaría parte de
una vía mayor entre la costa (Portus Sucronensis siguiendo el
río Xúquer / Sucro o Valentia a partir del s. II a.C.) y el interior.
Un reciente apunte sobre los caminos históricos en la comarca
de Requena-Utiel nos puede guiar hacia la clave de esta cues-
[page-n-182]
Fig. 222. Principales rutas
planteadas estrictamente
entre Kelin y las ciudades
ibéricas vecinas.
Fig. 223. Propuesta de
articulación del territorio
de Kelin mediante vías
principales y caminos
secundarios en los ss. II-I a.C.
165
[page-n-183]
tión (Hortelano, 2008: 202): se dice que para ir de Requena a
Valencia por Las Cabrillas hacía falta un día y medio, siendo
éste el camino más rápido, pero cuando el viaje se hacía con
cargamentos de peso medio/alto era mejor seguir el valle del
Magro, más largo (tres jornadas) e irregular, pero con cuestas
más accesibles. Pese a que el valle de El Rebollar pudo ser una
vía de circulación durante la Protohistoria, los cargamentos más
pesados, correspondientes a importaciones (ánforas y vajillas,
principalmente) y otros productos foráneos que requiriesen de
transporte rodado, entrarían por el valle del Magro aprovechando los menores desniveles, ya que, tal y como ya apuntaban
autores en el s. XVIII, el camino de Las Cabrillas “sólo es bueno
para semejantes animales” (Fernández de Mesa, 1755, citado
en García de Fuentes y García Ejarque, 1993: 144-149). De la
misma manera, creemos que ambos valles/corredores no serían
dos zonas aisladas o independientes, sino que formarían parte
de una entidad o todo común, siendo incluso posible la comunicación entre ambas, seguramente a través del valle del Mijares,
zona apenas trabajada arqueológicamente (fig. 223.14). La fundación de Valentia en el 138 a.C. no parece alterar inicialmente
esta hegemonía; en cambio, su refundación en s. I d.C. y el desplazamiento del foco de recepción de importaciones del Portus
Sucronensis a la desembocadura del Túria sí que pudo conllevar
cambios en el sistema viario, como luego trataremos.
Por otro lado, en el cálculo previo mediante SIG de las comunicaciones óptimas entre Kelin y Edeta vimos como el resultado obtenido fue atravesar el corredor de El Rebollar para descender a la Hoya de Buñol y de ahí ya dirigirse al Norte hacia
el Camp de Túria (fig. 222.3 y 223.3). No obstante, al igual que
se ha planteado para el Ibérico Antiguo y Pleno (Moreno, 2011:
117-118), consideramos que pudo existir una vía más corta, aunque más accidentada, siguiendo el trazado de los ríos Reatillo,
primero, y Turia después (fig. 222.4). La vía seguiría en parte
el antiguo Camino Real de Requena a Chelva (Piqueras, 1997:
88), salvando el río Turia por el conocido como puente “de la
Cuesta del Tiñoso” o “de Requena” (Sanchis, 1993: 83-85). La
documentación de colmenas edetanas en los yacimientos de esta
zona, máxima concentración de las mismas en el territorio de
Kelin justo en su orla septentrional, es una de las pruebas arqueológicas más evidentes que tenemos para hablar de comunicación y contactos comerciales entre el Camp de Túria y la
Meseta de Requena en época ibérica plena y final (Fuentes et
al., 2004). En el sentido inverso, también han aparecido fragmentos con decoración impresa típica de Kelin en Arse, Edeta y
algunos yacimientos del área territorial de esta última (Valor et
al., 2005: 119), así como en el Cerro Escorpión y La Atalaya II
de Chelva, dos yacimientos periféricos de pertenencia dudosa a
uno u otro territorio.
· Rutas hacia/desde el Oeste
La cercana ciudad de Ikalesken, supuestamente Iniesta, sería el
principal foco de comunicación hacia el Oeste, especialmente
si echamos un vistazo a la gran presencia de sus acuñaciones
por los yacimientos de ambos lados del Cabriel (Martínez Valle,
1995c). El cálculo realizado mediante SIG sale perpendicular
de Kelin hacia el Oeste, atravesando el Cabriel por la zona del
actual embalse de Contreras. La presencia de este río ha limitado durante todas las fases históricas las comunicaciones entre
las mesetas requenense y castellana, obligando a aprovechar los
166
vados, aquellos puntos de remanso o aguas tranquilas y poca
profundidad para el establecimiento de puentes de todo tipo. En
un reciente trabajo recopilamos toda la información existente en
torno a los pasos históricos sobre el Cabriel y sus posibles antecedentes en época ibérica y romana (Quixal y Moreno, 2011).
Aunque algunos de los mismos permiten las comunicaciones
hacia el Sur del Cabriel (Tamayo, Fuente Podrida o Casas de
Caballero), los más interesantes y los que más bibliografía han
generado son los que comunican hacia el Oeste / Suroeste (Sanchis, 1993; López Montoya, 1997; Palomero, 2004; Latorre,
2007 y 2009a y b) (lám. VII).
Justo en el extremo Oeste de la comarca, en el actual embalse
de Contreras y próximo al puente homónimo yace sumergido el
antiguo puente del Pajazo (fig. 224 y 225). Dicho puente formaba
parte del Camino Real de Valencia a Castilla, sufragado en el s.
XV por la ciudad de Valencia para abastecerse de trigo castellano
(Muñoz y Urzainqui, 2011). Además permitiría el contacto con
las importantes minas de sal de Minglanilla a través de La Pesquera (fig. 222.8 y 223.7). Precisamente esta riqueza salífera ha
llevado algunos autores a relacionar Iniesta y su hinterland con el
topónimo antiguo de Egelasta (Plinio XXXI, 80) y, por ende, con
la vía que procedente del Este comunicaba con ella (Estrabón,
III 4, 9) (Palomero, 1987: 186-87; Albiach et al., 2007). Arias
(1988: 149-151) duda sobre la verdadera ubicación de Egelasta
en la actual Iniesta conquense, aunque admite la relación filológica existente. Lo que está claro es que Iniesta se configura como
un nexo de unión entre las vías Este-Oeste y la Norte-Sur que conectaba el Valle del Ebro / Aragón con la actual Jaén, resultado de
lo cual podríamos explicar la gran abundancia en la comarca de
monedas de cecas del Valle del Ebro y la Alta Andalucía. A nivel
arqueológico hay que valorar la presencia en sus inmediaciones
de algunos yacimientos ibéricos antiguos y plenos significativos,
sobre todo la cueva-santuario de la Cueva Santa (Mira, Cuenca)
(Lorrio et al., 2006), dato importante porque se ha visto que frecuentemente las mismas se establecían cerca de zonas de paso o
fronterizas (Quixal, 2008: 159).
Por otro lado, existe una segunda opción hacia el Suroeste
atravesando el valle de El Moluengo / sierra de El Rubial hasta cruzar el Cabriel por el paso de Vadocañas, entre los actuales
términos municipales de Venta del Moro e Iniesta (fig. 222.9 y
223.6). Éste formaba parte del Camino Real de Requena a Toledo
y se consolidó mediante puente de piedra en el XVI (Piqueras,
1997: 86); no obstante, la tradición académica siempre ha planteado un posible origen romano al mismo. Lo interesante es que,
tal y como hemos visto, al lado del puente se ha documentado un
yacimiento iberorromano de igual nombre. Ya en la parte conquense, la existencia de un lugar de culto histórico que puede tener sus orígenes en la Antigüedad, el Santuario de la Consolación,
puede dar peso a esta hipótesis, dada la conocida relación de este
tipo de lugares sacros con el paso de rutas y veredas (Albiach et
al., 2007: 111). Cerca de Vadocañas existió otro paso, el de Puenseca / Fuenseca, cuya ubicación no ha podido ser determinada
con exactitud. Diversos son los investigadores que han considerado este puente como el más antiguo del Cabriel a partir de las
anotaciones de Rafael Bernabéu en su Historia Crítica y Documentada de la ciudad de Requena (1945), siendo el de Vadocañas
su sustituto y, a la vez, consolidación mediante un puente mayor
de obra en el s. XVI (López Montoya, 1997; Latorre, 2007). No
obstante, es difícil plantear nada sobre él a nivel arqueológico.
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Fig. 224. Puente del Pajazo en 1935 (Sanchis, 1993: 90).
Fig. 225. Fotografía del Vuelo Americano (1956) donde se ven los
restos del puente antes de la construcción del embalse de Contreras.
· Rutas hacia/desde el Norte
de Almansa N-330 (Piqueras, 1997: 85). Este camino, fácil en
su recorrido por la comarca, se complica al llegar al desnivel
de Cofrentes y la unión de ríos Cabriel y Júcar. Para el Ibérico Pleno, A. Moreno (2011: 121) ha planteado una dualidad de
caminos: uno que partiendo desde Kelin atravesaría el Cabriel
por Casas de Caballero (fig. 222.6 y 223.5) y otro que desde Requena seguiría el citado camino de Almansa (fig. 222.7 y 223.4).
Arqueológicamente tenemos datos para plantear la pervivencia
de ambos durante los ss. II-I a.C., sobre todo en el primero por
la documentación de un yacimiento final al lado del vado de
Casas de Caballero. Allí existía un puente de madera para cruzar
el río dentro del histórico Camino de Requena a Alcalá del Júcar
por Casas de Ves (Sanchis, 1993: 92).
La convivencia de ambos caminos permitiría la articulación
de dos de las zonas más densamente pobladas en época ibérica:
La Albosa y el llano de Campo Arcís, así como la comunicación
con algunos asentamientos (Muela de Arriba o Casa de la Cabeza). A nivel de cultura material, se han documentado evidencias
de engobe rojo al Sur del Cabriel (Soria, 2000a). Del mismo
modo, también se han localizado colmenas en torno al curso
del Júcar, si bien su escasez en el territorio de Kelin hacen más
probable una procedencia del territorio de Edeta, una producción propia (Soria, 2000b) o que se trate de colmenas romanas
procedentes del entorno rural de Segobriga (De Almeida y Morín, 2012).
En este caso hay coincidencia entre el resultado obtenido para
Kelin y Cerro Viejo y lo que nos indican los materiales: parece
claro que existiría algún camino que saliendo de Kelin seguiría
la rambla de La Torre pasando por el llano de Las Casas, zona
con gran densidad de yacimientos, dejando al Oeste la sierra de
La Bicuerca (fig. 222.11 y 223.9). Luego atravesaría el llano de
Sinarcas, zona estructurada en torno a los poblados fortificados
vecinos del Cerro de San Cristóbal y Cerro Carpio, y saldría de
la actual comarca siguiendo la rambla de Ranera hacia Talayuelas, área muy abrupta y de difícil tránsito (Moreno, 2011: 118119). Prueba de ello es que la actual carretera de Utiel a Teruel
por Sinarcas es relativamente reciente (Piqueras, 1997: 86).
Más al Norte las comunicaciones se articularían en torno al río
Algarra, hasta la zona de Moya – Santa Cruz de Moya (Marín,
2004). Las zonas atravesadas están densamente pobladas tanto
en el Ibérico Pleno como en el Final, por lo que no creemos que
se dieran apenas cambios en el trazado del mismo.
Por otro lado, algunos autores han destacado la posición
estratégica de El Molón en la vía de salida hacia la serranía
conquense (fig. 222.10 y 223.8), cerca de un posible cruce de
veredas ganaderas procedentes tanto de Cuenca como de Teruel
en el actual término de Mira (Lorrio, 2001b: 153). Por ahí discurre la vía del ferrocarril regional de Camporrobles a Madrid,
siguiendo el histórico itinerario hacia el Noroeste del Camino
Viejo de Cuenca por Mira o la Vereda de la Serranía de Cuenca
(Piqueras, 1997: 48 y 88). Esta posición privilegiada del poblado camporruteño en la entrada a la Serranía sería la que explicaría las influencias y materiales del área celtíbera que se han
podido documentar en él y en su entorno durante los ss. II-I a.C.
(Lorrio, 2007).
· Rutas hacia/desde el Sur
En este caso, el camino óptimo obtenido a la hora de comunicar el territorio de Kelin con el vecino del Castellar de Meca
seguiría el trazado del antiguo Camino de Requena a Alicante
por el Collado de la Calera, precedente de la actual carretera
· Caminos y vías internos
Como hemos visto, las principales vías generalmente no tienen
un carácter cerrado, de simples caminos entre Kelin y las ciudades ibéricas vecinas; sino que muchas veces constituyen etapas de vías más largas con dirección Norte-Sur o Este-Oeste. Al
plantear los posibles trazados de las mismas, vemos sobre mapa
como a nivel local también se articula el territorio, conectándose muchos yacimientos que, de lo contrario, quedarían aislados.
En este sentido, la supuesta continuidad desde Requena hacia el Oeste de los caminos procedentes del litoral (El Rebollar
y Hortunas), concentra un gran número de yacimientos en los
167
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llanos de Utiel y Caudete, siguiendo el curso del río Madre.
A nivel arqueológico se trata de yacimientos con abundantes
importaciones, de manera especialmente marcada en el llano de
Caudete, que utilizarían el camino paralelo al río como vía de
comunicación hacia el interior. El núcleo de Requena se configura ya como una encrucijada desde antiguo, lugar de paso en
muchos sentidos.
Del mismo modo, con un trazado paralelo a la anterior pero
un poco más al Sur, la vía del Magro, tras su entrada al llano
de Campo Arcís por el corredor de Hortunas, podría seguir un
trazado bastante recto hacia el Oeste, coincidente en parte con
el histórico Camino Real de Requena a Toledo por Vadocañas.
Esto permitiría articular La Albosa, una zona bastante poblada
durante el Ibérico Final, así como pasar cerca del importante
poblado fortificado de la Muela de Arriba, donde se han documentado interesantes importaciones.
Por otro lado, hemos visto como las comunicaciones principales entre Kelin y el Norte de su territorio se realizarían preferentemente por el Este de la sierra de La Bicuerca, siguiendo la
rambla de La Torre. No obstante, el importante foco poblacional
del llano de Fuenterrobles sin duda conllevaría la existencia de
un camino paralelo al otro lado de la sierra (fig. 223.10), lo que
permitiría también comunicar núcleos como el poblado fortificado del Cerro de la Peladilla o el asentamiento rural de Peña Lisa.
Por último, la propia lógica hace plantear la existencia de
toda una serie de caminos o senderos secundarios, prácticamente imposibles de rastrear si tenemos en cuenta las dificultades
que ya acarreamos en el caso de las grandes vías. Asentamientos
y grupos locales como los de La Mazorra, Fuen Vich, El Carrascal o Mazalví contarían con ramales que los conectaran con los
ejes principales (fig. 223.11-14), al igual que ocurre actualmente
con la multitud de aldeas y pedanías.
· Cambios y perduraciones en época altoimperial
Los grandes cambios a nivel de poblamiento que hemos observado a lo largo del s. I a.C. sin duda tuvieron eco en el sistema
viario. El hábitat pasa a concentrarse en zonas concretas, desaparecen la mayoría de ciudades ibéricas del interior valenciano,
se abandonan muchos poblados fortificados, etc.; por lo que no
tendría sentido la pervivencia de todas las vías o caminos. La desaparición de Kelin motiva un cambio en el foco de atracción de
vías, pero éste no tiene que desplazarse mucho en el espacio, ya
que ahora el epicentro poblacional lo encontramos en la vega del
Madre / Magro, con toda la serie de villas de importancia allí documentadas (Casa Doñana, La Solana, Barrio de Los Tunos y El
Barriete), así como el propio asentamiento de Requena, único en
sus características. Recordemos las palabras de Columela (De Re
Rustica, 1-4) aconsejando que los asentamientos rurales se dispusieran a lo largo de las principales vías de comunicación a fin de
tener mayor acceso a las redes de distribución de recursos, tanto
para comprar como para exportar excedentes agrícolas.
Planteamos que la tendencia general es la pervivencia de
aquellas vías donde continúe el poblamiento, que son generalmente las más importantes y las que estructuran el territorio de
una manera más clara: los ejes Norte-Sur y Este-Oeste. No sólo
perduran, sino que se consolidan, tal y como podemos intuir por
la dispersión de material y por el patrón de asentamiento de su
entorno.
En el s. I d.C. el nuevo contexto sociopolítico romano derivado de la refundación de Valentia (Ribera, 1998 y 2003) desplazó
el centro de poder y, por ende, el puerto de recepción/distribución
de los materiales, lo que seguramente desembocó en la primacía de la ruta de Las Cabrillas respecto a la del valle del Magro,
aunque pudo tardar más de un siglo en hacerlo de forma hegemónica (Quixal, 2012) (fig. 226). El estado romano, impulsor de
una importante política de obras públicas y caminos incluso por
Fig. 226. Propuesta de vía desde el Portus Sucronensis siguiendo el curso del río Magro (1), con sus variantes por el Pajazo (a) y Vadocañas
(b), y su posible cambio de origen y trazado en época altoimperial (2).
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zonas orográficamente muy complejas, seguramente permitiría
construir o acondicionar ésta para hacerla más accesible. Resultado directo sería el surgimiento de hitos en el camino como el
asentamiento descubierto en Buñol en una de las laderas de la
sierra como consecuencia de la construcción de la carretera en
1827, cuyos materiales han sido recientemente revisados (Arasa
e Izquierdo, 2008).
No obstante, tenemos una serie de indicios para pensar que
en época imperial el camino del Magro seguía siendo utilizado.
Además de algunos asentamientos rurales en los términos de
Macastre y Alborache, en La Calerilla de Hortunas se erigió una
necrópolis monumental en el s. I d.C. (Martínez Valle, 1995),
cuando por todos es aceptada la costumbre romana de ubicar las
necrópolis monumentales cerca de vías y lugares de paso (Abad
y Abascal, 2003). Finalmente, tal y como ya han apuntado otros
autores (Albiach et al., 2007: 106-108), tenemos la información
extraída de una inscripción funeraria hallada por Luis Gil-Orozco en 1975 en el yacimiento iberorromano de El Ardal, en las
proximidades de Campo Arcís (vid. fig. 239.6). Se trata de un
bloque de piedra calcárea muy porosa, que ya en su día estudió
de forma magistral Josep Corell (1996: 197) y que actualmente
forma parte de la decoración del patio de la misma finca-bodega
de El Ardal. El campo epigráfico, muy mal conservado, dice así:
“… Junio Sosinaibole, (?) hijo de Lucio Junio, gilitano, está
aquí enterrado. Me mató a traición una banda de salteadores.
Mi hijo y mis yernos me han erigido este monumento”.
Aunque se trate de una incripción del s. II d.C., podemos
extraer varios aspectos interesantes. Por un lado, la proximidad
filológica “Gili – Kili”, puesto que de época ibérica conocemos
numerosas monedas con la leyenda “Kili”, en las que posteriormente se añade en caracteres latinos el término “Gili”. Los
últimos estudios tienden a ubicarla en algún yacimiento de la
Hoya de Buñol (Ripollès, 2001: 109) y concretamente se apunta
a La Carència como posible sede de la ceca (Ripollès et al.,
2013: 158-159). Independientemente de todo esto, lo significativo es que el contacto contemplado en época ibérica entre
ambos territorios parece mantenerse durante los primeros siglos
del Imperio. El hecho de que un personaje que parece proceder
de la Hoya de Buñol sea asaltado y asesinado justo en la entrada
de lo que antaño era el territorio de Kelin, nos está indicando
que en un momento tan tardío aún se utiliza el valle como vía
de comunicación y circulación de personas y materiales, más si
cabe si asumimos que en la mayoría de ocasiones este tipo de
ataques iba dirigido contra viajantes o comerciantes.
Salvando las dudas de la predominancia de una vía de entrada
sobre otra, lo que parece claro es que, una vez en la Meseta, la
vía principal seguiría un trazado único hacia el Oeste, paralelo al
curso del río Magro-Madre. Al igual que ocurre con el desplazamiento en el inicio de las comunicaciones del Portus Sucronensis
a Valentia, el destino de esta gran vía parece ser otro diferente a
Iniesta. En época romana el foco de atracción del interior manchego lo constituye sin duda la ciudad de Segobriga, que entre
otros productos es conocida por su explotación y comercio del
lapis specularis (Abascal et al. 2007, 61). Además, por el camino
se podría conectar con otras ciudades como Valeria.
El hecho de que en el supuesto trazado de esta vía no se haya
localizado ningún miliario hace pensar que no estaría amojonada (Arasa y Rosselló, 1995: 124-125). A la hora de plantear su
salida de la comarca por el Oeste volvemos a tener la duda de si
atravesaría el Cabriel por el Suroeste, por Vadocañas, o directamente por el Pajazo. La documentación de una calzada romana
en La Pesquera (Palmero, 1987: 323), la citada explotación salífera y el desplazamiento más al Norte tanto del inicio como del
supuesto final de esta vía, hacen más lógico pensar que las comunicaciones seguirían un eje rectilíneo por el Pajazo. De esta
forma, el camino medieval podría hacerse directamente sobre
el viejo camino romano. Pese a todo, la perduración en fase imperial del yacimiento de Vadocañas seguramente esté indicando
que la segunda opción también continúa activa.
Por el contrario, el eje Norte-Sur en época imperial carece
de sentido a nivel de comunicación entre oppida, ya que tanto
Cerro Viejo como Castellar de Meca no presentan ocupación
romana. No obstante, a nivel comarcal sí que parece que la vía
pudo seguir existiendo ya que articulaba zonas relativamente
pobladas como pudieran ser el llano de Sinarcas, la rambla de
La Torre o el llano de Campo Arcís, y ayudaba en la conexión
de zonas secundarias como la sierra de Utiel, La Albosa o la
rambla de la Fuen Vich. Posiblemente a través de ella llegó el
mármol de de Buixcarró documentado en la villa romana del
Bario de Los Tunos, cuyas canteras se encontraban en el entorno
de Saetabis (antigua Saiti) (Cebrián, 2008).
Distribución del poblamiento y
configuración de un territorio:
fronteras, visibilidades y grupos locales
Ibérico Final
Tal y como se ha ido apuntando a lo largo del presente trabajo, a partir del s. V a.C., si no antes, comienza un proceso de
territorialización en la comarca, en el cual el poblamiento se
articula desde un lugar central, Kelin (Mata et al., 2001 a y
b; Moreno, 2011). Consuelo Mata, en un trabajo centrado en
buscar los límites y fronteras de la Regio Edetania superando
la mera lectura de los clásicos, diferenció, siguiendo argumentos materiales y de Arqueología Espacial, territorios jerarquizados por las principales ciudades ibéricas (Edeta, Arse, La
Carència, Saiti, etc.), entre las que también se encontraba Kelin (Mata, 2001). Por consiguiente, se desarrolló el cálculo de
los Polígonos Thiessen para intentar acceder a las fronteras
de éstos (fig. 227). Se consideró que el territorio de Kelin, por
patrón de asentamiento y cultura material, era una unidad ibérica autónoma y diferente a la Edetania, área circunscrita al
territorio del Tossal de Sant Miquel.
Los Polígonos Thiessen son una herramienta que se incorporó a la Arqueología en la década de los 70 procedente de la
Geografía Locacional. Están orientados a aproximarse a las
teóricas áreas de control del territorio desde asentamientos de
igual rango, así como a las posibles fronteras existentes entre
los mismos (García Sanjuán, 2005: 212-214 y 298-299). Se obtienen cruzando las mediatrices de las líneas que unen los diferentes puntos o asentamientos, aunque en los últimos años se
ha intentado precisar más tomando como base mapas de costes.
Necesariamente debemos ser conscientes de las limitaciones de
este tipo de herramientas de análisis, puesto que no dejan de ser
modelos teóricos y aproximativos a la organización territorial
en la Antigüedad. Pese a ello, nos parece interesante aplicarlos,
169
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Cerro Viejo
Edeta
Kelin
Ikalesken
La Carència
Castellar de Meca
Saiti
Fig. 227. Cálculo de los Polígonos Thiessen entre Kelin y las
ciudades ibéricas vecinas, mediante GRASS.
siempre y cuando podamos matizarlos o modificarlos a partir
de los datos obtenidos en el trabajo de campo y adaptarlos a los
accidentes geográficos que pudieran funcionar como fronteras
naturales (sierras, ríos o barrancos).
Así realizó Andrea Moreno en su estudio, corrigiendo el
polígono de Kelin a partir de las visibilidades acumulativas
y, sobre todo, de los mapas de costes y las condiciones orográficas del paisaje. De esta forma, el resultado era aún más
coincidente con los límites actuales de la comarca, con las
barreras naturales existentes y con la dispersión de poblamiento documentada (Moreno, 2011: 38-40). Sierras como
las de Aliaguilla, Utiel y Juan Navarro actuaban como su-
puestos límites hacia el Norte; el profundo surco del Cabriel
diferenciaría la meseta de Requena del resto de la castellana
por el Oeste y buena parte del Sur, constituyendo una frontera
natural muy clara.
Uno de los límites más definidos lo encontramos en el
Este, tal y como vimos en trabajos precedentes, con las sierras
de Las Cabrillas y Martés ejerciendo de frontera natural entre
los territorios de Kelin y La Carència (Quixal, 2008). A ambos
lados del mismo se documentaron sendos grupos locales
durante el Ibérico Pleno, momento en que la mayoría de los
núcleos están ocupados (Quixal, 2012 y 2013) (fig. 228). Se
trata de los grupos locales del Cerro Castellar, en Requena,
y del Pico de los Ajos, en Yátova (Quixal, 2010). En medio
quedaba una extensa área sin yacimientos, pese a haber sido
objeto de una minuciosa campaña de prospección (Quixal et
al., 2007). Este tipo de vacíos, tierras de nadie o black holes
(Groube, 1981) también han sido identificados actuando de
frontera en otros contextos de la Protohistoria peninsular,
aunque, por lo general, a una escala bastante mayor (Montilla
et al., 1989; Ruiz y Molinos, 1989; Sacristán de Lama, 1989).
La presencia de numerosos poblados y atalayas fortificados
(Cerro Castellar, Puntal de Eduardo, Pico de los Ajos, Puntal
del Viudo y Peñón de Mijares) y las complejas redes de
visibilidad existentes entre los mismos, también nos indican
la preocupación por el control y la vigilancia en una zona
periférica y fronteriza, en la cual un río, el Magro, sirve de vía
de comunicación y no como límite.
El resto de áreas próximas a los límites del territorio de
Kelin también presentan bajas densidades de yacimientos si
las comparamos con las grandes acumulaciones del centro, si
bien esto puede deberse al carácter escarpado de las mismas.
Independientemente, debemos tener presente que estamos
tratando modelos territoriales teóricos que, a diferencia de la
actualidad, carecerían de límites lineales, cerrados y exactos.
Fig. 228. Mapa con el grupo
local en torno al Cerro Castellar
(R.010) y al Pico de los Ajos
(Y.001) durante el Ibérico
Pleno, con el vacío poblacional
intermedio y la fractura en las
redes de visibilidad entre ambos.
170
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Castro y González Marcén (1989: 9-15) enunciaron tres
características que definen bien lo que significarían las fronteras
en la Antigüedad:
- Espacios de transición, donde no está definido el dominio de
una u otra entidad política limítrofe.
- Fronteras “permeables”, espacios a través de los cuales se
dan las comunicaciones y relaciones entre las comunidades
implicadas. Por tanto, es allí donde se expresará mejor la vinculación entre las mismas, en caso de existir.
- Son únicamente entendibles en espacios que han vivido
procesos de territorialización desde un lugar central o que
presentan una organización estatal. Por la naturaleza del
territorio que estudiamos, puede resultar más conveniente
relacionar las fronteras con el dúctil concepto de “áreas de
influencia”, que con el más exigente “territorio político”.
A nuestro entender, a la hora de establecer los límites entre territorios es igual de significativa la existencia de estas
barreras naturales y vacíos poblacionales, como la presencia
de determinados asentamientos fortificados en zonas de transición. Tal y como planteamos en nuestro trabajo de investigación para la zona del Magro, es interesante ver la relación
de los principales poblados fortificados y los límites de la supuesta área de influencia de Kelin (Quixal, 2008 y 2013). En
un estudio centrado en la Contestania se investigó también
una posible zona fronteriza, llegando a la conclusión de que
determinados asentamientos de segunda categoría podrían
haber sido establecidos como puntos estratégicos con la función de estructurar los territorios, controlando subunidades o
paisajes concretos (Soria y Díes, 1998: 431). Poblados como
el Pico de los Ajos (Yátova), El Castellaret (Moixent), el Pic
del Frare (La Font de la Figuera) o, en un momento puntual,
la Bastida de les Alcusses (Moixent), podrían estar protagonizando un papel en los fenómenos de territorialización en
época ibérica semejante al que, para el caso que nos ocupa,
podrían tener la mayoría de poblados fortificados entre los ss.
IV-II a.C. Los autores los denominan “poblados periféricos”
(ibíd.: 433) o “de frontera” y les atribuyen un tamaño mediogrande (entre 4-5 ha), aunque consideramos que ese no es un
factor primordial, como sí lo son la ubicación, la visibilidad,
el control del territorio, etc.
Prácticamente todos los poblados fortificados de importancia perduran durante el s. II a.C., a excepción de La Cárcama
y el Cerro de la Cabeza (Requena). Quitando el Cerro de la
Peladilla, por su posición central y estrechamente vinculado
a Kelin, y Requena, que todavía no tenemos claro su carácter
fortificado para esta fase, el resto de poblados en alto parecen
seguir este modelo de poblados periféricos o de frontera: Cerro
de San Cristóbal, Cerro Carpio, El Molón, La Mazorra, Muela
de Arriba y Cerro Castellar. Constituirían verdaderos hitos territoriales en zonas donde la pertenencia a una comunidad debía expresarse con mayor fuerza, precisamente por el hecho de
encontrarse en zonas fronterizas. Además, todos los ejemplos
controlaban importantes pasos o vías, al igual que se ha visto en
otras zonas (Bonet y Mata, 1991: 28; Grau, 2002: 199-202): los
cerros de San Cristóbal y Carpio la vía hacia el Norte, El Molón
el tránsito hacia la Meseta y sierra conquense (Lorrio, 2007), la
Muela de Arriba la posible vía hacia el Sur por La Manchuela
y el Cerro Castellar la vía hacia el litoral mediterráneo por el
valle del Magro.
Lo interesante es plantear los motivos de por qué tan sólo
perduran éstos tras la conquista romana a finales del s. III a.C.,
qué papel están jugando durante el s. II a.C. y ver la estrecha
relación que muestran con el lugar central, ya que cuando Kelin
es abandonado/destruido en el contexto de las guerras sertorianas,
la mayoría caen con él. La Muela de Arriba parece ser el único
poblado fortificado que no llega al cambio de centuria entre el s.
II y el I a.C., siendo abandonado o destruido a mediados del II
a.C. Se ha planteado para este tipo de asentamientos en alto una
función de castillo o refugio ante posibles ataques o conflictos
puntuales, protegiendo a toda la población que viviera en el llano
de un radio inmediato (Bonet y Mata, 1991: 31; Grau, 2002: 205).
No obstante, su perduración en una fase en la que los conflictos
internos podrían haber menguado por estar bajo domino romano,
necesariamente plantea otra finalidad. Los estudios de materiales
recogidos en prospecciones o en excavaciones muestran que la
mayoría no superan cronologías de mediados del s. I a.C., a excepción de Requena y Cerro Carpio, aunque hay que ver si la entidad de estas ocupaciones tardías es igual o simplemente residual.
En estrecha relación con la presencia y perduración de estos poblados fortificados está el tema de la visibilidad desde los
mismos, un aspecto fundamental en el control de un territorio.
La visibilidad siempre es uno de los pilares de la Arqueología
del Territorio, aplicada a la época o cultura que sea (Wheatley
y Gillings, 2000 y 2002; Grau, 2002 y 2002-2003). Presente
desde los primeros trabajos (Royo, 1984; Bernabeu et al., 1987;
Ruiz Rodríguez, 1988), en los últimos años su importancia parece haber menguado en favor de otras variables más vinculadas a la explotación económica, la movilidad, etc., dentro de un
proceso general de pérdida de peso del componente defensivo /
militar en las investigaciones ibéricas. En muchos trabajos, en
nuestra opinión, de forma desacertada se ha incidido excesivamente en el análisis de la intervisibilidad entre todos los yacimientos de un territorio. Creemos que su aplicación sistemática
en yacimientos ubicados en llano con función productiva carece de sentido y, tal y como hemos desarrollado, únicamente
es interesante en el caso de asentamientos en alto a los que se
puede asociar un control, vigilancia y defensa de un territorio,
aun siendo conscientes que todo paisaje puede tener aspectos
simbólicos inherentes. Por ello ni cabe decir que únicamente lo
hemos puesto en práctica con los poblados fortificados del Ibérico Final, descartando cualquier aplicación para época romana,
fase en la que visibilidad pudo jugar un papel más comunicativo
y simbólico que defensivo.
Debemos diferenciar dentro de este campo entre contacto
visual, entendido como la intervisibilidad y, por tanto, potencialidad de comunicación visual entre dos asentamientos, de
cuenca de visibilidad y exposición visual, área que ve un asentamiento y, al mismo tiempo, área desde la cual es visto. Por
lo tanto, estos últimos conceptos están más en relación con el
control y vigilancia de un territorio y el establecimiento de hitos
visuales o puntos de referencia en el paisaje (Lock y Harris,
1996; Grau, 2002-2003: 89-91; García Sanjuán, 2005: 222).
Los cálculos de visibilidad los hemos realizado en GRASS
GIS mediante el comando r.viewshed a partir de un Modelo Digital del Terreno de 10 m de resolución. Se ha establecido para
el cálculo la variable de 5 m de altura sobre el suelo, teniendo
en cuenta que las defensas de los poblados, especialmente las
torres, podían alcanzar los 3-4 m de altura (Bonet y Mata, 2002:
171
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30), más el propio 1,50-1,70 de altura de una persona. El valor
es próximo a los 4,5 m seguidos en trabajos anteriores de este
mismo proyecto (Moreno, 2011: 131) y a lo establecido en otros
yacimientos cercanos (Lorrio, 2001: 158; Bonet y Mata, 2002:
30; Bonet y Vives-Ferrándiz, 2011: 64). Dentro de intervisibilidad, hemos diferenciado:
- Intervisibilidad óptima (-10 km). Comunicaciones efectivas
y fáciles.
- Intervisibilidad media (10-15 km). La distancia comienza a
complicar la comunicación entre ambos, aunque todavía sería factible.
- Intervisibilidad mala (+15 km). Pese a haber contacto visual,
la comunicación sería muy complicada y supeditada a condiciones de visibilidad excepcionales.
Su cálculo siempre ha acarreado una serie de problemas,
cada vez más atenuados. La presencia de vegetación, el establecimiento de la altura a la cual ver y, sobre todo, el cálculo
de las visibilidades desde una única coordenada han generado y
generan resultados incompletos que simplemente con una visita
al yacimiento se puede comprobar que no son así. Por ejemplo, si tenemos un yacimiento en una montaña y tomamos la
coordenada de su torre, que está en el extremo occidental de la
misma, es probable que en la cuenca visual obtenida no aparezca la vertiente oriental, cuando es perfectamente visible desde
cualquier otro punto de la cima. Por ello en los últimos años se
están buscando añadir nuevos parámetros, como el cálculo de
visibilidades desde perímetros en vez de un solo punto, para así
obtener las cuencas visuales completas, aplicaciones que pretendemos desarrollar en el futuro.
Durante los ss. IV-III a.C. encontramos la máxima estructuración en la comarca a nivel de visibilidades, gracias a la
presencia no sólo de poblados fortificados, sino también de pequeñas atalayas con clara función de control y vigilancia del
territorio. Se observan tres sectores bien diferenciados (Moreno,
2011: 143-146):
- Sector Norte, con visibilidades en torno al Cerro de San Cristóbal, apoyado en La Relamina y Cerro San Antonio. Zona
de control del paso hacia Landete-Moya por Sinarcas, con la
existencia de atalayas articulando la red, como Los Castillejos controlando el Túria, y El Cerrito y El Castillejo en torno
a la rambla de La Torre.
- Sector centro, polarizado por el Cerro de la Peladilla, un punto importante para la estructuración de las visibilidades por
su posición central que le permite conectar prácticamente
todo, especialmente con Kelin y La Mazorra. La atalaya del
Cerro de la Antena controla el Suroeste, la sierra de El Rubial
y parte del valle del Cabriel.
- Sector Este-Sur, estructurado en diferentes partes: corredor
de El Rebollar con La Cárcama, valle de Hortunas con el
Cerro de los Alerises, Cerro Castellar y Puntal de Eduardo y
el llano de Campo Arcís-La Albosa con el Cerro de la Cabeza
y la Muela de Arriba.
A nivel de cuencas visuales el Ibérico Pleno también es el
momento de mayor complejidad de estas dinámicas, con un
gran control de las áreas más pobladas y de las fronterizas,
con pocos yacimientos ubicados en zonas invisibles. Dentro
del proceso de territorialización detectado desde el s. V a.C.,
llama la atención cómo crece el interés por el control de los co172
rredores y zonas de paso (Moreno, 2010: 236). Además, el área
de visibilidad acumulada entre todos los yacimientos coincide
a grosso modo con el polígono Thiessen. No obstante, respecto a esto también hemos de decir que se produce porque sólo
se han tenido en cuenta los yacimientos de la comarca; si se
hubieran tomado los yacimientos de áreas limítrofes cambiaría
el área resultante.
Nuestro cálculo de visibilidades acumuladas (Cumulative
Viewshed Analysis), lejos de los complejos cálculos que se pueden alcanzar con ella (Wheatley, 1995), se ha limitado a sumar
las cuencas visuales solamente de los poblados fortificados o en
alto, recalcando que sólo a éstos atribuimos para esta fase una
función de control del territorio. Si bien el grueso del territorio
es visible, el resultado es menor que en el Ibérico Pleno porque
comienzan a haber zonas invisibles (fig. 229), especialmente en
áreas periféricas debido al abandono de determinados poblados
(La Cárcama, Cerro de la Cabeza, La Relamina, Cerro de la
Antena, etc.). Estudiando las cuencas visuales de cada uno de
los poblados podemos obtener algunas conclusiones:
- Kelin goza de una excelente visibilidad del llano de Caudete
y de Utiel (fig. 230.1), completada para aquellas zonas más
apartadas gracias al cercano poblado del Cerro de la Peladilla
(fig. 230.6), única comunicación visual óptima durante esta
fase (fig. 230). Un aspecto que comprobamos al visitar este último yacimiento es que desde él no se puede divisar El Molón
(fig. 230.7), pero que simplemente el establecimiento de un
cuerpo de guardia en lo alto del Cerro del Telégrafo permitiría la comunicación. La Mazorra entraría dentro de la misma
red; llama la atención como pese a su ubicación en la sierra de
Utiel, las montañas se quedan a sus espaldas, siendo el llano la
parte que realmente ve (fig. 230.5). Por tanto, potencialidad visual de Kelin a través de estos dos poblados con prácticamente
el resto de poblados fortificados y, al mismo tiempo, control de
las mejores tierras y de los asentamientos rurales destacados.
- El Cerro San Cristóbal es el único superviviente septentrional de estas características (fig. 230.9), al que se suma en esta
fase el Cerro Carpio, poblado que parece contar con mejor
Fig. 229. Cuenca visual acumulada.
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Fig. 230. Cuencas visuales desde cada uno de los poblados: Kelin (1), Requena (2), Cerro Castellar (3), Muela de Arriba (4), La
Mazorra (5), Cerro de la Peladilla (6), El Molón (7), Cerro Carpio (8), Cerro San Cristóbal (9).
visibilidad que el anterior, sobre todo del llano circundante
y de los yacimientos que lo pueblan (fig. 230.8). Punto de
Agua, aunque es la única atalaya, no cuenta con una visibilidad destacada y no se comunica con otros poblados en alto.
- El Este y el Sur son las zonas más perjudicadas a nivel visual
por el desmantelamiento de las redes existentes en el Ibérico
Pleno. Requena cuenta con una ubicación en loma con apenas altura (fig. 230.2), en una fase que tras el abandono de La
Cárcama seguramente adquiere protagonismo en la entrada a
la Meseta. La Muela de Arriba pierde la comunicación con el
cercano Cerro de la Cabeza, a no ser que en su cima perdure
algún tipo de estructura auxiliar relacionada con la Casa de
la Cabeza. Desde ella hay buena visibilidad, pero de nuevo
centrada en el interior del territorio, en La Albosa y el llano
de Campo Arcís (fig. 230.4). Por último, el Cerro Castellar,
anteriormente bien conectado con toda una serie de núcleos en
alto, ve cómo en esta fase su comunicación únicamente queda
limitada al Pico de los Ajos, un poblado fortificado supuesta-
mente perteneciente al territorio de La Carència (Quixal, 2010,
2012 y 2013) (fig. 231). Su control de la vía de entrada por
Hortunas y de las tierras de ribera en torno al Magro es excelente (fig. 230.3), pero su comunicación visual con el resto de
poblados de la comarca en esta fase es muy complicada.
Por lo tanto, a lo largo del s. II a.C. el panorama cambia enormemente. El abandono de un gran número de los asentamientos
en alto, especialmente todas las atalayas, conlleva la desaparición
de buena parte de las redes de intervisibilidad de la fase anterior.
La comunicación entre los que perduran aún es posible, pero las
distancias son mucho mayores; parece que no hay tanta preocupación por un control directo y una comunicación rápida. Además,
no parece haber tanto rigor como en la fase anterior por el control
de las fronteras, ahora reconvertidas en límites administrativos
aunque continúen estando en manos indígenas. Las cuencas visuales de los poblados que perduran parecen más centradas en el
interior del territorio, en los llanos productivos y en los caminos y
vías de entrada y salida, que en las propias fronteras.
173
[page-n-191]
Fig. 231. Intervisibilidades
entre los principales
poblados en el s. II a.C.
Una vez ya analizados los límites del territorio, los cambios
en la entidad de las posibles fronteras y determinadas las redes
de visibilidad existentes, el siguiente paso es ver la jerarquización del poblamiento y su plasmación en el espacio. Uno de
los aspectos más importantes del patrón de asentamiento de un
territorio es la propia disposición espacial de los núcleos. Un
poblamiento más o menos agrupado o disperso responde a diferentes estrategias de ocupación del espacio, organización económica e incluso intereses geopolíticos.
En primer lugar, intentaremos diferenciar posibles agrupaciones de yacimientos que nos sean útiles de cara a una interpretación global del territorio. Para ello en un mapa uniremos
mediante GVSIG cada yacimiento con sus tres vecinos más
próximos, siempre y cuando esas rectas no superen los 5 km,
equivalente aproximado de una hora caminando (fig. 232 y
235). Este análisis, enfocado a una comprensión más detallada de la disposición de los núcleos por el territorio, entronca
con los clásicos estudios de vecindad en Arqueología (Clark y
Evans, 1954). Interpretaremos como grupos locales aquellas
zonas donde se creen mallas de yacimientos cercanos, siempre
que sea de forma coherente y entre lugares contemporáneos. La
información extraída será útil de cara a plantear una posible jerarquización en el poblamiento, al ver si poblados importantes
generan una serie de núcleos menores a su alrededor, fenómenos de “satelización” que hemos detectado en otras zonas del
territorio (Moreno y Quixal, 2009 y 2012).
174
El Ibérico Pleno es la fase ibérica con una organización del
territorio más precisa. Es el momento en el que se alcanza una
clara jerarquización y estructuración poblacional, desde Kelin y
los oppida (red de poblados fortificados más amplia y compleja), hasta el hábitat rural más pequeño y disperso (mayor número de establecimientos rurales). Se ha definido que el patrón de
asentamiento sigue un modelo intercalar, en que la mayoría de
la población vive agrupada en los pueblos (ciudad y oppida),
pero en la que también encontramos una gama de asentamientos
rurales dispersos, aunque siempre dentro de distancias razonables (Moreno, 2011: 213). Es la fase ibérica con una menor distancia general entre los núcleos.
Como ya hemos visto, en el Ibérico Final la población tiende a agruparse, desapareciendo muchos establecimientos rurales, pero manteniéndose el número de asentamientos rurales y
apareciendo núcleos cada vez más grandes. El poblamiento se
concentra especialmente en una serie de zonas, muchas de ellas
coincidentes con las subzonas geográficas tratadas durante todo
el trabajo:
- Grupo local en torno al Cerro de San Cristóbal y Cerro Carpio: en la zona Norte, en el llano de Sinarcas encontramos una
de las concentraciones más densas, con núcleos muy próximos
entre sí (fig. 232.1). Sobresalen los poblados fortificados del Cerro de San Cristóbal y el Carpio, que serían los asentamientos
más destacados y desde donde se organizaría el poblamiento.
Su ubicación en dos montañas muy próximas resulta llamativa,
[page-n-192]
Fig. 232. Grupos locales
durante el Ibérico Final,
mediante GVSIG.
ya que no es usual que dos poblados fortificados se establezcan
tan cerca el uno del otro, compartiendo área de influencia. Se
podría pensar en una substitución, que la población del Cerro
de San Cristóbal, tras su abandono, pasase al Cerro Carpio, pero
los materiales demuestran ocupaciones coetáneas en ambos. La
propia organización del llano es ya de por sí extraña, puesto que
no sólo hay “bicefalia” con los dos poblados fortificados, sino
que además dentro del grupo local se han identificado bastantes asentamientos rurales (Cañada del Pozuelo, La Maralaga,
El Carrascal, Tejería Nueva y La Cabezuela/Pocillo de Berceruela). Un número, como veremos, bastante superior al de otros
grupos locales con una estructura más piramidal. En relación
con esta extensa serie de lugares de hábitat quedarían los establecimientos rurales de Lobos-Lobos y Ermita de San Marcos,
los hallazgos aislados de El Molino y La Nevera, el horno de La
Maralaga y la necrópolis de Pozo Viejo. El grupo de Benagéber,
con el poblado de Punto de Agua y el establecimiento rural de
Villanueva, puede incluirse dentro de este grupo local aunque
esté algo apartado.
- Grupo local en torno a El Molón: en el llano de Camporrobles el grupo local identificado es muy pequeño, compuesto tan
sólo por el importante poblado fortificado de El Molón, cabeza
de territorio, del que dependería el establecimiento rural de Los
Villares-La Balsa, del cual surgirá una villa romana tras el abandono del poblado (fig. 232.2). Por lo tanto, el llano a los pies de
la montaña constituiría el área productiva de El Molón.
- Grupo local en torno a La Mazorra: se trata de otro grupo
local endeble, con pocos núcleos y muy distantes entre sí (fig.
232.3). El más importante es el poblado fortificado de La Mazorra, dentro de la órbita del cual entrarían el asentamiento de la
Boquera del Tormillo y el establecimiento de Fuente del Hontanar. No obstante, pese a que ambos pudieran tener relación o
dependencia del poblado, no creemos que formasen parte de su
área de producción directa, seguramente ubicada a los pies del
cerro donde todavía no se ha documentado ningún yacimiento
de esta cronología.
- Grupo local en torno al Cerro de la Peladilla: el llano de Fuenterrobles es un buen ejemplo de área con una organización “clásica”. Poblado fortificado en la en la sierra, el Cerro de la Peladilla,
con dos asentamientos rurales en el llano, Covarrobles y Peña
Lisa, derivados de los cuales aparecerían los establecimientos
rurales de La Mina, PUR-3, Las Pedrizas y Tejería (fig. 232.4).
- Grupo local en torno a Kelin: ya hemos tratado este tema
al hablar del entorno de explotación de Kelin. El lugar central,
la ciudad más importante y capital de su territorio, articula un
entorno de explotación entre los llanos de Caudete y Utiel en
torno al curso del río Madre y la rambla de La Torre (fig. 232.5
y 6). En él encontramos asentamientos rurales secundarios dependientes de él (La Atalaya, Caudete Norte, Casa Doñana y
Hoya Redonda II), así como establecimientos rurales de menor
entidad con función productiva (Vallejo de los Ratones, Derramadores, Las Casas y Cañada del Campo II).
175
[page-n-193]
- Grupo local en torno a Requena: en la vega del río Magro
encontramos el asentamiento de Requena, cuyo carácter para
esta fase desconocemos por la continuidad de la ocupación en
la loma. En sus proximidades hay una serie de establecimientos rurales (Calderón, Los Aguachares, Molino del Duende y
Las Canales) y el asentamiento rural de Rambla del Sapo (fig.
232.7). Es un grupo local algo disgregado, con bastantes núcleos
apartados al Sur, próximos al grupo local del llano de Campo
Arcís. Por ello, sólo podemos plantear una relación directa con
Requena para los ubicados en plena vega del Magro.
- Grupo local en torno a la Muela de Arriba: en La Albosa y
el llano de Campo Arcís el cálculo sobre mapa nos ha dado un
grupo local muy alargado, con núcleos conectados entre sí pero
cuya suma de distancias convierte en muy lejanos sus límites
occidental y oriental (fig. 232.9). Es por ello que no debamos
considerarlo un grupo local como tal; simplemente vemos la
existencia de un poblamiento de carácter disperso en la zona,
en el cual ningún núcleo genera una atracción fuerte sobre los
otros. La Muela de Arriba puede tener bajo su órbita a los establecimientos auxiliares de Las Zorras, La Campamento, Casa
del Morte y al asentamiento rural de Casa de la Alcantarilla,
aunque ninguno dentro de su entorno inmediato como sí contaba en el Ibérico Pleno. Además, la Muela de Arriba parece no
tener una ocupación hasta fechas tan tardías como el resto de
fortificados, desapareciendo a mediados del s. II a.C.
- Grupo local en torno a El Rebollar: el corredor de El Rebollar es el único grupo local identificado que no está capitalizado
por un poblado fortificado, dado el abandono de La Cárcama
en el s. III a.C. No obstante, muchos de sus núcleos arrancaron en el Ibérico Pleno, teniendo continuidad en el Ibérico Final
pese al abandono del poblado, bien de forma autónoma, bien
dependiendo de la cercana Requena. El único que parece tener
carácter de hábitat estable es El Rebollar. Pese a esta evidente
falta de capitalidad si lo comparamos con otros grupos locales,
cierto es que los núcleos se encuentran muy próximos entre sí,
sobre todo El Rebollar con Las Lomas, Paredillas II y Loma del
Moral. Mazalví-Casa de Mazalví y La Carrasca se encuentran
más apartados (fig. 232.8).
- Grupo local en torno al Cerro Castellar: ya lo identificamos cuando realizamos el estudio monográfico del corredor
de Hortunas (Quixal, 2008: 140). El Cerro Castellar genera
un grupo dependiente en la fértil vega del Magro, importante
sobre todo durante los ss. IV-III a.C. (fig. 232.10). Para la fase
que nos ocupa, simplemente cuenta con los establecimientos
de Barranquillo del Espino y Los Lidoneros I. El asentamiento
rural de Los Alerises, de relativa entidad, queda en la cabecera
del valle a mitad camino entre este grupo y el del llano de
Campo Arcís.
Otros núcleos, entre los cuales se encuentran algunos asentamientos rurales destacados, se ubican lejos de estos grupos
locales, en ocasiones de manera bastante aislada. Es el caso de
El Moluengo, Fuen Vich o Casa de Sevilluela. No se trata de
un fenómeno extraño, ya que no debemos pensar en modelos
férreos de organización “piramidal”: ciudad - poblados fortificados - asentamientos rurales-establecimientos rurales. La práctica cotidiana y el devenir en la propiedad de la tierra y en las
relaciones clientelares establecidas sin duda llevaría a situaciones de lo más fragmentadas y difíciles de interpretar con el mero
análisis de un mapa.
176
Por tanto, el modelo más claro es el del grupo local de Kelin,
en el que una serie de asentamientos y establecimientos rurales se ubican en el entorno de una ciudad y configuran su área
productiva, participando en el desarrollo económico del lugar
central. Algunos de estos núcleos podrían contar con población
permanente, mientras que otros serían propiedades y estructuras
de habitantes de Kelin, ya que la distancia existente permite el ir
y volver día a día. Además, este grupo local es coincidente con
las tierras de mayor calidad agrícola de la comarca y sus núcleos
presentan los índices de productividad más altos.
Al mismo tiempo, otros poblados como El Molón, Cerro
de la Peladilla, La Mazorra, Muela de Arriba, Requena o Cerro
Castellar protagonizan, a una escala menor, modelos similares,
si bien en algunos de sus grupos locales hemos visto un poblamiento bastante disgregado y algo anárquico, sobre todo en La
Albosa y el llano de Campo Arcís, zonas densamente pobladas
durante el Ibérico Final y con asentamientos de entidad, pero
entre los cuales no parece alzarse con claridad un foco de atracción. En el llano de Campo Arcís ocurre tras el fin del Cerro
de la Cabeza, poblado fortificado desaparecido a finales del s.
III a.C., con la aparición sucesiva de asentamientos rurales de
ocupación corta como la Casa de la Cabeza, que deben de estar
jugando en esta subunidad un rol más importante que en otras.
Hemos desarrollado el anteriormente explicado cálculo de
los Polígonos Thiessen sobre los principales asentamientos
del territorio durante los ss. II-I a.C. (la ciudad de Kelin y los
oppida) (fig. 233), ya que creemos que su distribución por el
espacio no es fruto del azar. Tras un Ibérico Pleno con un mayor número de asentamientos fortificados en alto y presencia
de atalayas, en el periodo final parece que tan sólo perduran
los poblados más importantes desde donde se gestiona la administración de un territorio, ahora lógicamente todo bajo la
influencia romana.
En este sentido, los polígonos obtenidos son bastante regulares y coinciden con los grupos locales anteriormente descritos
y, en ocasiones, también con las subunidades geográficas: El
Molón y su grupo local en el llano de Camporrobles; Cerro de
Fig. 233. Cálculo de los Polígonos Thiessen sobre los principales
asentamientos (vid. tabla 5) del Ibérico Final mediante GRASS GIS.
[page-n-194]
la Peladilla y su grupo local en el llano de Fuenterrobles; La
Mazorra y su grupo local en la sierra de Utiel; Requena y su
grupo local en la vega del Magro-corredor de El Rebollar; Cerro
Castellar y su grupo local en el corredor de Hortunas y la Muela
de Arriba y su grupo local en La Albosa - llano de Campo Arcís.
Tan sólo rompen el modelo los dos poblados fortificados sinarqueños, que comparten el control de una misma zona en el llano
septentrional, y Kelin, que obtiene el polígono más pequeño por
estar en posición central, pero en este caso su influencia lógicamente iría más allá de un mero radio local, abarcando el grueso
de la comarca al ejercer de capital.
Alto Imperio
La desaparición de la ciudad, capital y lugar central, Kelin, en el
contexto de las guerras sertorianas en torno al 75 a.C. da inicio
a dos tercios de siglo en los que el poblamiento, control y jerarquía en la zona son un auténtico misterio. Con la llegada del
Imperio en el 27 a.C. se da paso a una nueva fase en la fachada
mediterránea peninsular en la que aparecen nuevas ciudades,
mientras que otras perduran de la fase anterior consolidándose
como municipia o coloniae. Y, entre todos ellas, ninguna está
en la comarca que nos ocupa ni cerca de ella, de ahí que tengamos un auténtico vacío de poder a nivel urbano desde el s.
I a.C. hasta prácticamente época islámica. Lo lógico es que el
territorio entero pasase a depender de otra ciudad, la idea de una
fragmentación por zonas parece poco probable.
La mayor problemática radica en plantear qué sucede durante
la segunda mitad del s. I a.C., puesto que Kelin desaparece a la par
que otras ciudades que apoyaron al bando sertoriano, como Edeta
o Valentia, que pasan a vivir hiatos de prácticamente un siglo (Olcina, 2003: 197; Ribera, 2003: 94-95). No se trata de una simple
cuestión local, sino que constituye una incógnita el plantear desde
dónde y cómo se están administrando las tierras valencianas, especialmente su interior, entre el 75 a.C. y el 50 d.C., puesto que no
será hasta la dinastía Flavia que algunas ciudades recuperen una
entidad significativa. La ciudad de Saguntum, heredera de la Arse
ibérica, sin duda salió beneficiada y reforzada de la contienda,
en gran parte por encontrarse ese vacío de poder derivado de las
represalias bélicas, gozando de un papel preponderante durante
esos decenios (Ribera, 2003: 91).
Si analizamos los núcleos más cercanos a la comarca habitados durante el Alto Imperio vemos que:
- Valentia: tras la destrucción en las guerras sertorianas, la ciudad vivirá un hiatus de casi un siglo, a excepción de leves indicios de reocupación a comienzos del nuevo milenio, recuperándose del todo a partir de mediados del I d.C. (Ribera, 2009)
- Edeta: tras un vacío de casi dos siglos, la Civitas Edetanorum
surge con fuerza en el llano en época imperial, sobre todo
desde mediados del s. I d.C. y la dinastía flavia (Escrivà y
Vidal, 1995; Corell, 2008: 22-23).
- Saguntum: la antigua Arse ibérica aprovecha su fidelidad
a Roma durante los sucesivos conflictos para consolidarse
como una de las urbes romanas más importantes del área valenciana, alcanzando el estatus de colonia latina (Aranegui,
2009). A diferencia de lo que sucedía en época ibérica, parece que no sólo está volcada al mar, sino que también controla
un territorio hacia el interior, pero éste será al Norte del Palancia (Arasa, 1992; Járrega, 2000).
- Saetabis: la Saiti ibérica crece y se consolida en época romana como municipium de derecho latino, seguramente en
época de Augusto, aunque continúa teniendo un registro arqueológico muy incompleto (Corell, 2006: 20-21).
- La Carència: sobrevive a las guerras sertorianas y perdura
hasta el s. III d.C. (Albiach et al., 2007), si bien su entidad
para la fase romana está lejos de ser la propia de un núcleo
importante.
- Valeria: fundación romana a comienzos del s. I a.C. para
promover la ocupación y ordenación territorial de ese sector
oriental de la Meseta Castellana. Tras una fase republicana
plagada de dudas debido al vacío arqueológico, la ciudad
vive una fase de esplendor y monumentalización en la primera mitad del s. I d.C. (Fuentes, 1988).
- Segobriga: pese a su constatada importancia durante todo el
Imperio (Abascal et al., 2007), está muy lejana a la Meseta de
Requena-Utiel como para ejercer control sobre ella. Además
hay ciudades más próximas de por medio.
- Ikalesken: al ser un núcleo conocido especialmente por su
carácter de ceca (Martínez Valle, 1995c), en el momento que
finalizan las acuñaciones monetarias no sabemos la entidad
que pudo tener la Iniesta romana.
- Saltigi: planteada su ubicación en la localidad albaceteña de
Chinchilla, fue un auténtico nudo de caminos en la Antigüedad (Jiménez Cobo, 2001: 139-141), del cual surgieron importantes necrópolis ibéricas como Pozo Moro o la Hoya de
Santa Ana. No obstante, es complicado plantear su carácter y
entidad a nivel urbano durante el Alto Imperio.
Hemos realizado para época romana el mismo análisis de Polígonos Thiessen que desarrollamos con Kelin y las ciudades ibéricas vecinas (fig. 234), siendo conscientes de que su aplicación
para dicha época es aún más dudosa por la multitud de aspectos
que podrían regular los límites y tamaño de un territorium. Vemos como la mayor parte de la comarca entraría dentro del polígono de Edeta, quedándose los límites occidentales con Valeria
y Saltigi / Ikalesken muy próximos al cauce del río Cabriel, al
igual que sucedía en la fase anterior. Los polígonos de Valentia y
Saguntum, por su parte, quedan muy pequeños y volcados al mar
debido al tamaño que toman los de Edeta y Saetabis, que gozan
de una posición central, en transición entre la costa y la Meseta.
Como hemos dicho, se trata de una práctica ilustrativa, en la realidad seguro que las dimensiones de los territoria estuvieron más
equilibradas, con formas no tan regulares, controlando Valentia y
Saguntum también tierras más al interior.
Aunque en la Meseta Castellana existieran ciudades romanas de gran importancia como Segobriga, algunas de ellas
geográficamente muy próximas como Valeria, consideramos
que la comarca durante los ss. I-II d.C. continuaba mirando
más hacia el Este que hacia el interior. El fuerte sustrato ibérico, el de un territorio organizado y densamente poblado en
torno a una de las ciudades ibéricas más importantes del área
valenciana, nos lleva a pensar que la zona estaría mucho más
próxima en términos culturales a las ciudades orientales, caso
de Edeta, Arse o la propia Valentia, que a las de la Meseta,
cuyas relaciones fueron mucho menores. En época ibérica se
ha visto cómo los contactos comerciales entre Kelin y algunas
de estas ciudades orientales fueron intensos y prolongados en
el tiempo (Mata et al., 2000). Del mismo modo, el profundo
surco del río Cabriel podría seguir constituyendo un límite o
177
[page-n-195]
Fig. 234. Cálculo de los Polígonos
Thiessen sobre los principales ciudades
romanas, mediante GRASS GIS.
frontera a nivel de organización territorial, marcando la transición entre las mesetas castellana y requenense. Los propios investigadores de Valeria han llamado la atención sobre la mala
comunicación de la ciudad con los pasos naturales de Castilla
hacia el Este (Fuentes, 1988: 213).
Como veremos en el apartado siguiente, la epigrafía también nos da pistas sobre las relaciones de estas tierras y sus habitantes con los territoria más próximos y, a partir de ahí, plantear
posibles vinculaciones. Según J. Corell, la epigrafía parece indicar que la Meseta de Requena-Utiel pertenecería al territorium
de Edeta durante la fase altoimperial, puesto es la ciudad más
cercana y las analogías de carácter onomástico entre ambas zonas son bastante frecuentes (familias Aelii, Cornelii, Domitii,
Gratii, Iulii, Iunii, Sempronii o Valerii) (Corell, 2008: 23). Por
su parte, Martínez Valle ha relacionado un par de inscripciones
funerarias de Requena dedicadas a libertos de la familia de los
Mesenii con Valentia, ya que esta familia dedicó un templo a
una divinidad en el foro de esa ciudad. Plantea que los libertos o
esclavos de dicha familia podrían estar velando por los intereses
económicos en la comarca mediante la gestión de alguna de las
villae (Martínez Valle, 2004: 6). Además, estudios epigráficos
de esta misma autora en Campillo de Altobuey (Cuenca) defienden la estrecha relación onomástica y genealógica de las tierras
al Oeste del Cabriel con Valeria, cuyo territorium llegaría hasta
el río (Martínez Valle, 1999).
Sin poder decantarnos de manera concreta por ninguna de
estas opciones, puesto que pensamos que todavía no contamos
con datos arqueológicos suficientes como para hacerlo tajantemente, nuestra opinión entronca con esta línea interpretativa. A
partir de mediados del s. I d.C., una vez el panorama urbano en
la fachada mediterránea comience a consolidarse, la comarca
entraría dentro de la órbita de alguna de esas urbes, seguramente
Edeta o Valentia.
Por otro lado, a nivel comarcal a partir de mediados del s. I
a.C. el panorama cambia radicalmente, con la desaparición de
muchos núcleos, de manera especialmente trascendente en el
178
caso de la capital y la mayoría de los fortificados, con lo que la
organización territorial entra en una nueva fase. Para época romana, si realizamos la misma práctica de conectar cada núcleo
con sus tres vecinos más próximos con distancias inferiores a
los 5 km, obtenemos un mapa que nos puede recordar en apariencia al tratado anteriormente, con menor número de grupos
locales pero disposición bastante semejante (fig. 235). No obstante, la realidad y carácter de los mismos es diametralmente
opuesta, simplemente la semejanza marca una continuidad en
las áreas de ocupación. En este sentido, se han diferenciado los
siguientes grupos locales:
- Grupo local en Sinarcas: muchos de los núcleos tienen
continuidad de la fase anterior (fig. 235.1). No obstante, es
probable que la entidad de los mismos cambiara, pasando algunos de ser asentamientos estables a meros establecimientos
(Tejería Nueva) y viceversa (Lobos-Lobos). De los dos poblados fortificados tan sólo continúa uno, Cerro Carpio, y su
carácter y secuencia de ocupación en época romana no está del
todo clara. Al igual que ocurría en la fase anterior, se trata de
una zona difícil de interpretar, con multitud de asentamientos
estables, de los cuales no hay ninguna villa de entidad comparable a las del centro y Este de la comarca. El Carrascal y
Tinada Guandonera se han determinado como tal, pero están
cerca de la tenue línea que separara una villa de un asentamiento rural.
- Grupo local en el llano de Camporrobles: tras el abandono
de El Molón surge en dicho llano la villa de La Balsa, cerca
de una antigua laguna. El establecimiento de Los Villares y los
núcleos de las estribaciones septentrionales de la sierra de La
Bicuerca sin duda estarían conectadas con este importante asentamiento imperial (fig. 235.2).
- Grupo local en el llano de Utiel: es la mayor concentración de poblamiento durante el Alto Imperio (fig. 235.3), si
bien muchos de los yacimientos que forman parte de este estudio están cogidos con pinzas por la falta de rigurosidad de
[page-n-196]
Fig. 235. Grupos locales
durante el Alto Imperio,
mediante GVSIG.
estudios pretéritos, de ahí que prefiramos centrarnos en los
que conocemos de primera mano. En cualquier caso, en esta
zona están las villae de Molino de Enmedio, La Solana y el
Barrio de Los Tunos. Asentamientos rurales como Las Casas
o Fuente del Cristal podrían formar parte de la misma realidad
que la villa de Molino de Enmedio. Del mismo modo, la multitud de yacimientos romanos documentada en el entorno del
pueblo de Utiel debemos entenderla como cuerpo de la villa /
vicus de La Solana. La villa del Barrio de Los Tunos está muy
próxima a las dos anteriores, con el establecimiento rural de
la Casa de las Córdovas directamente asociado.
- Grupo local en el llano de Fuenterrobles: es una de las zonas
con mayor continuidad entre yacimientos de época ibérica final,
pero justamente es una de las zonas carentes de ningún tipo de
villae romana (fig. 235.4). Muchos de los asentamientos, por los
materiales recogidos en los mismos, parece que no perduran más
allá del s. I d.C., caso de uno de los más importantes: Peña Lisa.
Covarrobles es el asentamiento que parece tener mayor entidad y
duración, pero en ningún caso alcanzaría el estatus de villa.
- Grupo local en la vega del Magro: se han documentado multitud de establecimientos rurales altoimperiales en el entorno
inmediato de Requena (fig. 235.5). Por desgracia, no tenemos
muy claro el carácter y entidad de este núcleo en época romana,
aunque deducimos que puede continuar siendo un asentamiento
destacado, de los pocos de esas características (en alto, nudo
de vías y caminos, etc). Además, pese a la multitud de yaci-
mientos, se ha identificado como villa únicamente a El Barriete,
quedando Fuencaliente como un asentamiento permanente y no
exento de dudas. Es por ello que pensamos que Requena continúa jugando un papel importante y la mayor parte de dichos
establecimientos estarían en relación con ella.
- Grupo local en el llano de Campo Arcís: es una de las zonas
más densamente pobladas durante el Alto Imperio, con hasta
tres villae de importancia muy próximas como son Los Villares,
El Ardal o Casa del Tesorillo, y asentamientos de segundo orden
como Puntal del Moro o Rambla del Sapo (fig. 235.6). Derivado
de todo esto existen diversos establecimientos rurales.
- Grupo local en el corredor de El Rebollar: existe un grupo
local de reducidas dimensiones, compuesto por la villa de Las
Paredillas y la continuidad en las ocupaciones de El Rebollar,
Las Lomas y Mazalví-Casas de Mazalví (fig. 235.7).
- Grupo local en el corredor de Hortunas: la malla de grupos
locales ha unido dos entidades en principio diferentes, como
son el grupo local del valle del Magro en torno a la villa de La
Calerilla (Barranquillo del Espino, Prados de la Portera y Los
Alerises) y el grupo local en torno a la rambla de la Fuen Vich y
la villa de Fuen Vich (Los Villarejos) (fig. 235.8).
Por lo tanto, aunque los grupos locales son bastante coincidentes en el espacio, con continuidad de las zonas más pobladas, su composición es bien diferente. No están estructurados
en torno a un único poblado fortificado, sino que los grupos
locales más importantes cuentan con dos, tres y hasta cuatro
179
[page-n-197]
asentamientos principales ocupando un mismo espacio. En este
caso se trata de villae que pueden estar a escasos kilómetros de
distancia unas de otras, puesto que lo que prima en esta fase es
la ocupación de las mejores tierras, las vegas de los ríos y los
llanos productivos. Hay un menor número de grupos locales,
pero los existentes son mucho más densos y las mallas obtenidas mucho más apretadas, lo que marca una gran concentración
espacial. La vega del Magro y los llanos de Campo Arcís y Utiel
son los mejores ejemplos en este sentido.
Hay un número semejante de núcleos fuera de grupos locales,
desconectados, si bien ahora generalmente se trata de establecimientos rurales u ocupaciones residuales de antiguos yacimientos
ibéricos, quedando el hábitat de importancia concentrado en los
citados grupos. Zonas anteriormente pobladas y algo agrupadas,
ahora pierden importancia, caso de La Albosa, la sierra de El Rubial o, sobre todo, el llano de Caudete, que pasa de tener la mayor
densidad de población en época ibérica a ser una zona marginal,
únicamente salvada por la presencia de la villa de Casa Doñana.
Hemos realizado un cálculo semejante con Polígonos Thiessen para el Alto Imperio, en este caso tomando las 14 posibles
villae, para intentar ver sus áreas de explotación. El mapa obtenido es muy ilustrativo, ya que vemos como el modelo cambia
completamente. No hay una disposición regular del territorio;
existen zonas vacías de asentamientos de importancia, con polígonos enormes carentes de verosimilitud, y, al mismo tiempo, hay grandes concentraciones de asentamientos importantes
en un corto espacio, con el consiguiente resultado de multitud
de polígonos estrechos (fig. 236). La única relación con el cálculo de grupos locales la podemos ver en asentamientos como
El Carrascal, Los Villares de Camporrobles, Las Paredillas I,
La Calerilla o Fuen Vich, con polígonos coincidentes con los
grupos locales de Sinarcas, llano de Camporrobles, corredores
de El Rebollar y Hortunas y rambla de la Fuen Vich, respectivamente. El resto, sobre todo la vega del Magro y el llano de
Campo Arcís, muestra un panorama reticulado coincidente con
la existencia de muchas villae próximas, aprovechando los mejores suelos de la comarca.
En definitiva, no parece haber una estrategia colectiva, a
diferencia de la fase anterior. No existe una jerarquización del
poblamiento tan fuerte, al menos a escala regional. Ningún
asentamiento sobresale por encima del resto de manera clara;
existen villae con entidad, pero no como para organizar el poblamiento a gran escala. No queremos decir con esto que no
existieran desigualdades sociales o económicas, posiblemente
hasta más acusadas que en la fase anterior, simplemente que
la entidad de los asentamientos es más equilibrada y desaparece el rol de “lugar central”. El poblamiento es más disperso
en cuanto a número de habitantes por núcleo (no existen grandes poblados o ciudades) y, al mismo tiempo, más agrupado
en cuanto a disposición por la comarca (concentraciones de
núcleos en determinadas zonas). Y todo ello siempre dentro
de una tendencia cada vez más regular en cuanto a características de los emplazamientos: ubicaciones en llanos y riberas,
suelos óptimos, cotas bajas, etc.
Fig. 236. Cálculo de los Polígonos
Thiessen sobre las villae altoimperiales
(vid. tabla 5), mediante GRASS GIS.
180
[page-n-198]
El cambio cultural en las esferas
epigráfica, funeraria y religiosa
Lengua y escritura
Éste es uno de los ámbitos donde mejor queda reflejado el
proceso de contacto y cambio cultural entre iberos y romanos.
De nuevo nos posicionamos lejos de todo planteamiento simplista de considerarlo como una aculturación pasiva en la que
una comunidad indígena abandona su lengua y escritura para
“abrazar” rápidamente la del grupo invasor. No obstante, es
cierto que tras la conquista se observan procesos de substitución en los que el pueblo dominador crea un marco favorable
para el éxito de su lengua, arrinconando a la lengua del pueblo
dominado a ámbitos cada vez más domésticos, hasta que finalmente el grueso del pueblo termina por dejar de usarla conforme pasen una serie de generaciones (Arasa, 1994-1995; Untermann, 1995). Esto suele ocurrir de manera más rápida con la
escritura, mientras que la lengua puede pervivir más tiempo en
el seno de las comunidades locales. No se trata de un proceso
exclusivo del cambio cultural entre iberos y romanos, ya que
se han dado casos similares de bilingüismo y substitución a
lo largo de toda la historia, incluso en época contemporánea.
Esta progresiva substitución del ibérico por el latín, proceso
conocido historiográficamente como “Latinización”, tuvo diferentes ritmos según zonas, dependiendo de la proximidad a
los centros urbanos, de los intereses de Roma en la zona en
concreto y según una mayor o menor presencia foránea, especialmente de carácter militar. En ella jugaron un papel vehicular las propias élites indígenas, las primeras en adoptar el latín
como mecanismo para preservar su posición (Velaza, 1996b).
El gran problema es que el conocimiento de la escritura en esta
época no estaba extensamente difundida entre la población,
por lo que el volumen de producción de textos no era muy
elevado, sobre todo en el caso de los ibéricos. No obstante, es
llamativo como la escritura ibérica, presente desde los ss. V-IV
a.C. (Velaza, 1996a, 15), cobra fuerza precisamente a partir
del contacto con el mundo romano, situándose la mayoría de
los epígrafes en la horquilla entre los ss. III y I a.C., de forma
paralela a la aparición de nuevos soportes como puedan ser
las monedas y en relación con el nuevo marco socioeconómico de la República romana (De Hoz, 1995). Las muestras de
escritura ibérica y romana de nuestra área de estudio aparecen
recogidas a continuación (fig. 237 a 240; tablas 21 y 22).
Pese a lo reducido de este corpus, podemos extraer algunas conclusiones significativas. En primer lugar, se observa
una desigualdad en cuanto a soportes. Para escritura ibérica,
al igual que ocurre en general en el mundo ibérico, dominan
los epígrafes sobre cerámica (10) y sobre plomo (5), habiendo
tan sólo tres ejemplos sobre piedra, de los cuales uno es un
pequeño objeto que perfectamente podría haberse realizado en
cerámica. Los otros dos ejemplos de escritura sobre piedra corresponden al campo epigráfico de la famosa estela funeraria
de Sinarcas y a los grafitos en la inscripción latina de Campo
Arcís, añadidos en posición secundaria. De los ejemplos en
cerámica, seis son sobre cerámica ibérica (fig. 237.1, 237.56, 238.13 y 238.15-16) y tres sobre importaciones de barniz
negro itálico (fig. 237.2, 237.12 y 238.14). Cuando se marcan
las piezas importadas suele estar en relación con el poseedor
o el comerciante, ocupando partes secundarias como la base,
mientras que sobre cerámica ibérica puede formar parte de la
composición, realizándose muchas veces con pintura y en zonas importantes como el borde o el hombro.
El hecho de que muchos de los soportes sean cerámicas
itálicas y lebetes con borde plano indica el carácter final de
esta escritura (ss. II-I a.C.). La escritura sobre plomo (fig.
237.4 y de 237.8 a 10 y 238.11) pertenecería a un momento
anterior, entre la segunda mitad del s. III y comienzos del II
a.C., momento en que deja de usarse este material como soporte (Velaza, 1996a). Un poco posteriores, del primer cuarto del
s. II a.C., serían las tres piezas de posible procedencia edetana,
únicos tres ejemplos de escritura pintada. La letra M pintada
en el lebes es una variante que aparece preferentemente en
letreros de Edeta (Mata et al., 2000: 394) (fig. 238.15). Del
mismo modo, las muestras de escritura sobre borde plano de
lebes también procederían de allí, dado los abundantes paralelos existentes con este tipo de bordes en kalathoi y lebetes
(Bonet, 1995: 411) (fig. 237.5 y 6).
En cuanto a escritura incisa o esgrafiada, tenemos ejemplos
tanto en cerámica ibérica como itálica. Del Cerro Castellar procede un fragmento de cuello con baquetón y decoración de tejadillos en el que se aprecian caracteres ibéricos, pero cuyo estado
de conservación impide precisar cuáles (L o KA…) (fig. 253.1).
De Fuen Vich tenemos un fragmento de barniz negro caleno con
de nuevo pocas letras esgrafiadas debido al estado de conservación (Aranegui y Siles, 1978) (fig. 237.2). Incisa está también la
letra N sobre cerámica ibérica de Kelin, única hallada en niveles
arqueológicos de la ciudad (fig. 238.13), de ahí que se plantee
una cronología de los ss. III-II a.C. por su contexto arqueológico.
Se aboga por que se trate de una letra ibérica (Mata, 1991: 179),
pero para esos niveles habría que dejar también la puerta abierta
a que fuera latina. Hemos incluido un pondus con marca impresa
de El Carrascal porque recuerda a la letra ibérica Ŕ, pero lo más
probable es que se trate de una simple marca de alfarero geométrica (238.17).
Los documentos escritos no dejan margen de duda sobre el
carácter ibérico de los habitantes de la comarca. Según Fletcher,
los textos ibéricos de Kelin no tienen ningún tipo de influencia
celtibérica, sino que las relaciones lingüísticas más marcadas son
con Edeta y sus documentos (Fletcher, 1978: 298; 1979: 203).
Tan sólo en el plomo de La Mazorra deja abierta la posibilidad de
que apareciese un nombre celtibérico (fig. 237.4), bien de persona, bien de colectivo, pero con dudas (Fletcher, 1982: 253).
Juntamente con la estela de Sinarcas a la que nos referiremos más adelante, las muestras de escritura ibérica más
significativas por la cronología tardía que aportan son los
esgrafiados sobre la inscripción latina de la partida de Los
Morenos (Requena) (fig. 237.3 y 239.8). De los dos, el texto
largo podría hacer referencia a un antropónimo ibérico (Martínez Valle, 1993: 250). Lo interesante es que aparecen sobre
una inscripción que ha sido datada entre finales del s. I d.C. y
comienzos del II, por lo que los añadidos necesariamente han
de ser contemporáneos o posteriores. Ejemplos como éstos,
similares a los hallados en otras zonas del País Valenciano
para cronología imperial (Oliver, 1978: 287), muestran cómo
la latinización para nada fue un proceso pasivo y simple, sino
que está plagado de “resistencias silenciosas”, de continuidad en los usos y plasmaciones de lengua y escritura, incluso
en momentos tan avanzados del Alto Imperio.
181
[page-n-199]
Fig. 237. Muestras de escritura ibérica recogidas en la tabla 21. Fotografías y dibujos: MPV (2, 6, 7, 9 y 10); Martínez Valle, 1993 (3);
Fletcher, 1978 (5 y 8); propios (1). Escalas diversas.
182
[page-n-200]
Fig. 238. Muestras de escritura ibérica recogidas en la tabla 21. Fotografías y dibujos: MPV (11); Mata, 1991 (12-14); Martínez e Iranzo,
1988 (16); propios (15, 17 y 18). Escalas diversas.
183
[page-n-201]
Tabla 21. Epigrafía ibérica.
Nº
Yacimiento
Término
Materia
Transcripción propuesta
Cronología
1
Cerro
Castellar
Requena
Cerámica
ibérica
L o KA (…
II - princ. I Quixal,
a.C.
2008 y 2012
2
Fuen Vich
Requena
Cerámica
itálica
…) BA – S – I (…
I a.C.
Aranegui y
Siles, 1978
3
Los
Morenos
(C. Arcís)
Requena
Piedra,
inscrip.
latina
Texto A. BE – KO – Ŕ – A – BA – Ŕ – I – I (….
Texto B. KO
fin I a.C.
– princ. I
d.C.
Martínez
Valle, 1993
4
La Mazorra
Utiel
Plomo
Línea 1. KA – I – S – E – (N)… o BA - I - S – E – (N)…KA – I
Línea 2. O – N – O – S…
III-II a.C.
Fletcher
1982: 252253
5
Kelin
Villares I
Caudete
Cerámica
ibérica
... [BA]LCARTE EGIAR...
III-II a.C.
Fletcher,
1978: 192
6
Kelin
Villares II
Caudete
Cerámica
ibérica
...TE : ISŚALETAR : ATEN...
III-II a.C.
Fletcher,
1978: 194
7
Kelin
Villares III
Caudete
Piedra
ACA[LE]ILDUN BAINWBAŔ IA
III-II a.C.
Fletcher,
1978: 196
8
Kelin
Villares IV
Caudete
Plomo
Texto A. BILOSTEKEŔANA TA
Texto B. BAN A TA
III-II a.C.
Fletcher,
1978: 199
9
Kelin
Villares V
Caudete
Plomo
Texto A
Línea 1. BILOS IUNTE ŚALIR CAN
Línea 2. ECA : GA IIIIIIIIIII ELERTE ...
Línea 3. BA : ŚALIRBOSITA ŚALIBOS-[ETE]
Línea 4. N CANTOBANTE INBELETENE...
Línea 5. IBO ECANETE ŚALIR GA IIIIIIIIIII:
Línea 6. TIBANTEBA : ŚALIBOSETEN BILOS
Línea 7. ŚTENTISTE:AŔABAGI: BOBAITINBA
Línea 8. CANECA ŚALIR : GA IIIIIIIII
Línea 5. ŚALIR GA IIIIIIIIIIIIIIIIIIII
Texto B
Línea 1. [BOBAI]TINBA : BAŔER : ŚALIR
Línea 2. BOSITA : ŚALIBOS : ETEŔAI
Línea 3. BA : AŔACAŔER : BOBAITINBA
Línea 4. [SAL]IR : DUNTIBAŔTE : BOBAITINBA
III-II a.C.
Fletcher,
1978: 201
10
Kelin
Villares VI
Caudete
Plomo
Texto A
III-II a.C.
Línea 1. SACAŔADINTE : IUŚTIR : BAŔBINKE: BANTACON : ADU[N]...
Línea 2. TAŔATI : ULTITAR : SETALIKEAN: TEŚIBITERUCAN..[R]...
Línea 3. BAŚUICAN : BACARAWI : SEKEBITEROSAN: ŚUŚU ...
Línea 4. S : ADUN : BITIREBOŚIN : INEWUGI: GATIBABIŔBETE
Texto B
BEDUGINETE : IUŚTIR : ADUŔTE
Fletcher,
1985: 19
11
Kelin
Villares VII
Caudete
Plomo
Texto A
Línea 1. [BA]ŔBINKE : U[SKEIKE]
Línea 2. [BAŔBI]NKE : USKE[IKE]
Línea 3. ...EBIDUŔ...
Texto B
Línea 1. IUŚTIR
Línea 2. [USKE]IKE : USKE[IKE]
Línea 3. TOA : ?
III-II a.C.
Fletcher,
1981
12
Kelin
Villares
VIII
Caudete
Cerámica
itálica
Camp. A
BISSAKATITESK o KATITESKBI
II-I a.C.
Mata, 1991:
45 y 179
13
Kelin
Villares IX
Caudete
Cerámica
ibérica
N
III-II a.C.
Mata, 1991:
179
14
Kelin
Villares X
Caudete
Cerámica
itálica
calena
BADU
II-I a.C.
Mata, 1991:
47
15
Kelin
Villares XI
Caudete
Cerámica
ibérica
M
III-II a.C.
Mata et al.,
2000: 391
184
Bibliografía
[page-n-202]
Tabla 21. Epigrafía ibérica (cont.).
Nº
Yacimiento
Término
Materia
Transcripción propuesta
Cronología
Bibliografía
II-I a.C.
Martínez e Iranzo, 1988;
Iranzo, 2004: 80
16
Cerro de
San Cristóbal
Sinarcas
Cerámica
ibérica
…) KAKEILDUAR (…
17
El Carrascal
Sinarcas
Pondus
Ŕ (dudoso, posible marca de alfarero)
II-I a.C.
Inédito
18
Pozo Viejo
Sinarcas
Piedra,
estela
Línea 1. WSKE + numeral
Línea 2. BAISETAŚ ILDUTAŚ EBA[NE]
Línea 3. NWI SELTARBANWI[TE]
Línea 4. BERBEINARI EUGIA
Línea 6. CAŔI EUGIAR SELTARBAN
Línea 7. WI BASIBALCARWBAŔWI.
I a.C.
Beltrán, 1947; Fletcher,
1985
Los textos latinos, por el contrario, están dominados por
los soportes pétreos por constituir el campo epigráfico de
inscripciones funerarias (27), dejando los tres ejemplos sobre
cerámica como algo anecdótico. Como ya hemos apuntado,
Corell ubica la comarca dentro del posible territorium de
Edeta, una ciudad que tendría un tamaño medio, pero un
extenso ager con abundancia de inscripciones (Corell, 1996:
227). No obstante, llama la atención el elevado peso que tienen
las inscripciones funerarias, con escasos ejemplos de escritura
votiva u honorífica, limitados a contextos urbanos.
Todo corpus epigráfico en una zona nos aporta interesantes datos sobre la sociedad durante el Alto Imperio, sobre las
familias más importantes, la presencia de personajes de distintos orígenes y las relaciones con otros territorios cercanos
(Abascal, 1994; Keay y Earl, 2006). Se ha visto una fuerte
analogía de carácter onomástico entre la Meseta de RequenaUtiel, Los Serranos, La Hoya de Buñol y el Camp del Túria,
lo que conformaría el territorium romano de Edeta. Determinados gentilicios, sobre todo los Cornelii, pero también Aelii,
Domitii, Gratii, Iulii, Iunii, Sempronii o Valerii, son habituales
tanto aquí como en el resto de dicha área (Corell, 2008: 23).
Los Sempronii particularmente son muy frecuentes en esta comarca, apareciendo en numerosas inscripciones. Del mismo
modo, el cognomen Licinia de la inscripción nº 25 es bastante
repetido en el área edetana.
Al mismo tiempo, también existen relaciones gentilicias con
Valentia, caso de la ya referida familia de los Mesenii (Martínez
Valle, 2004: 6) o de la Grattia Maximilla aparecida en la inscripción nº 14, que puede ser la misma o una familiar de la mujer referida en una inscripción de Valentia (Corell, 2008: 238). Recientemente también se ha documentado en una inscripción de Edeta
(Escrivà et al., 2014: 245). Maximilla es un cognomen raro que
sólo aparece cuatro veces, las cuatro en el País Valenciano. Esta
presencia de un mismo personaje importante en varias inscripciones no es algo inusual, ya que en la propia comarca tenemos un
caso, el de Marco Mercurial, que aparece en dos inscripciones
sinarqueñas, una como dedicante (fig. 240.25) y la otra su propia estela funeraria (fig. 240.26), donde es homenajeado tras su
muerte (Iranzo, 2004: 117).
En cuanto al origen y condición social de las personas referidas en las inscripciones, existen gentilicios que se pueden
asociar a personas de origen servil, posibles libertos, caso de
Aelius, más si cabe porque en la nº 1 aparece acompañado de
un cognomen griego, Onesiphoris (Corell, 2008: 222). La inscripción nº 2 está dedicada por Fabius Messenius a su hermana
Thetis, una liberta de origen griego manumitida por la familia
Caecilia (Martínez Valle, 1998). Otro ejemplo sería la Calitique que firma en una sigillata del Molino de Enmedio (Martínez Valle, 1992) (fig. 240.18).
Pese a lo que se podía pensar al tratarse de una zona de interior, hay un bajo índice de antropónimos ibéricos. Ello ha sido
interpretado como un alto nivel de Romanización (Corell, 2008:
268), sin embargo, simplemente puede estar marcando un acceso desigual a la epigrafía funeraria: las personas que más pronto
entran en los círculos políticos y culturales romanos son las que
gozan de ella, pero ello no implica que el grueso de la población
accediera. La familia de los Iunii sería un buen ejemplo de ello,
lo que explica que en ocasiones aparezcan con un cognomen
ibérico refiriéndose a su origen, caso del Sosinaibole de la nº 6
(Corell, 1996: 197). Además este personaje es interesante, como
ya hemos visto, porque se indica su procedencia gilitana, en relación con la antigua ciudad o área ibérica de Kili-Gili. El Viseradin de una inscripción de Sinarcas también haría referencia
a un personaje de origen ibérico (Corell, 2008: 246). Y es que,
aunque el volumen de nombres de origen ibéricos sea bajo, la
comarca presenta una serie de peculiaridades que seguramente
estén en relación con fuertes pervivencias de la fase anterior.
Existen nombres bastante extraños (Messenius, Quasitus, Mansueta, Cupita, etc.), escasos en otras partes del País Valenciano
y la Península Ibérica en general (Corell, 1996: 191). A su vez,
algunas inscripciones presentan variantes o directamente erratas
ortográficas, descuidos que contrastan con el cuidado y calidad
de los soportes pétreos.
En cuanto a cerámica, por su parte, de los cinco ejemplos
contabilizados, tres son sobre sigillata, por lo tanto grafitos
imperiales, mientras que los otros dos son marcas sobre piezas
halladas en yacimientos que no sobrepasan el s. I a.C. Una, con
la duda de si las letras ME son en latín o griego, es sobre una
base de barniz negro itálico que recuerda a los grafitos ibéricos
sobre estas mismas producciones (fig. 240.20), mientras que la
otra es sobre un pondus, lo que se ha planteado que podría ser
una marca de alfarero (Iranzo, 1989b). Las dos últimas letras
están claras, RI, mientras que la primera al no poder estudiar
la pieza directamente y sólo contar con el dibujo publicado
existen dudas de la letra que se trata, probablemente una F.
Diferentes lenguas, pero, en ocasiones, mismos usos.
De los grafitos sobre sigillata, además del citado ejemplar
del Molino de Enmedio, los otros dos son muy interesantes
por provenir del mismo yacimiento, El Carrascal, y presentar
la misma formulación mediante dos letras, seguramente haciendo referencia al propietario o al comerciante mediante una
abreviatura de su nombre. El primero de ellos es sobre sigilla185
[page-n-203]
Fig. 239. Muestras de escritura latina recogidas en la tabla 22. Fotografías: Corell, 1996 y 2008 (3, 7 y 13-15); Martínez Valle, 1991
(5) y 1993 (8); propias (2 y 6). Escalas diversas.
186
[page-n-204]
Fig. 240. Muestras de escritura latina recogidas en la tabla 22. Fotografías y dibujos: Corell, 1996 y 2008 (18-19, 21-22 y 25-27);
Martínez Valle, 1998 (32); Montesinos, 1994-1995 (30); Iranzo, 1989 (28); propias (20, 23 y 29). Escalas diversas.
187
[page-n-205]
Tabla 22. Epigrafía latina.
Nº
Lugar
Tipo /
Materia
Función
Inscripción
1
Requena,
cementerio
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
A Elio Úrsulo. Messenia
Onesifórida, a su padre.
F. I d.C.
princ. II
d.C.
CIL II 5892;
Corell,
1996: 191192
2
Requena
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
AELIO VRSVLO
MESSENIA
ONESIPHORIS
PATRI
CAECILIAE
C(AI) LIB(ERTAE) TETIDI
ANN(ORVM) XXXVIII
M(ENSIVM) II D(IERVM) XXII
FAB(IUS) MESSENIVS
SORORI PIISSIMAE
A Cecilia Titis, liberta
de Cayo, de 38 años, 2
meses y 23 días. Fabio
Messenio, para su
hermana afectuosísima.
II d.C.
Martínez
Valle, 1998;
Corell,
2008
3
Requena,
Fuente Flores
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
D(IS) · M(ANIBVS)
CORNELIE
PLACIDE
ANN(ORVM) · XXXI
COR(NELIA) · TERTOLIA
M(ATER) FILIAE PIISSIMAE
A los dioses Manes. A
Cornelia Plácida, de 31
años. Cornelia Tertiola,
la madre, a su hija
afectuosísima.
Segunda
mitad II
d.C.
CIL II
5893;
Corell,
1996: 194195
4
Requena,
Iglesia de Santa
María
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
H(IC) · S(ITA) ·E(ST)
S(IT)·[T(IBI)·T(ERRA)·L(EVIS)]
SEMPRONIAE · CLARISSIMAE · ANN(ORVM) · XXIX ·
MATER · CLAVDIA · FILIAE
PIISSIMAE
Aquí está sepultada. Que
la tierra te sea leve. A
Sempronia Clarísima,
de 29 años; Claudia,
la madre, a su hija
afectuosísima.
F. II d.C.
princ. III
d.C.
CIL II
5894;
Corell,
1996: 199200
5
La Calerilla
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
Domicia Justa, hija de
Lucio, para ella y…..
II d.C.
Martínez
Valle, 1991
6
El Ardal
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
… Junio Sosinaibole,
(?) hijo de Lucio Junio,
gilitano, está aquí
enterrado. Me mató a
traición una banda de
salteadores. Mi hijo
y mis yernos me han
erigido este monumento.
I d.C.
Corell,
1996:
197-199;
Quixal,
2012: 199
7
Casa del
Tesorillo
(Requena)
Inscripción
sobre piedra,
estela
Sepulcral
DOMITIA
L(VCI) · F(ILIA) · IVSTA
SIBI · ET ·
IV[NI]US L(VCI) · IVNI F[IL(IVS)] · SOSINAIBOLE ( ?) · GILITANVS · H(IC) ·S(ITVS) · E(ST)
DOLO [LAT] RONVM MANV · OCISVS · SVM · FILIVS · ET GENERES ·
HOC · MIHI · F(ECERVNT) · MONVMENTVM
[ASPI?]CE QUOD
---------
Contempla el que…
A partir II
d.C.
Corell,
1996: 203204
8
Partida de Los
Morenos
(Campo Arcís,
Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
CORNELIA
MA(N)SVETA
ANNORV(M) XXV
[IV?]LIA VTINA
[ANNOR]V(M) L
CORNELIVS
NOTVS VCSORI P(OSVIT) ET SOCRII (!)
Cornelia Mansueta, de
25 años. Julia Utina,
de 50 años. Cornelio
Notus ha erigido (este
monumento) a su mujer
y su suegra.
Fin. I d.C.
princ. II
d.C.
Corell,
1996: 192194
9
Campo Arcís
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
D(IS) · M(ANIBVS)
SEMPRONIO · F(ILIO)
DVLCIS(SIMO) · AN(NORVM)
XII
IVLIA P(ISSIMA) M(ATER?)
A partir II
d.C.
Corell,
1996: 200201
10
Campo Arcís
(Requena)
Campo Arcís
(Requena)
Desconocido
Sepulcral
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
A partir
II d.C.
Fin. II d.C.
Princ. III
d.C.
Corell,
1996: 204
Corell,
1996: 202203
12
Fuente Podrida
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
Corell,
1996: 222223
Torrubia /
Tunos?
(Requena)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
Lucana, aquí está
sepultada; tenía más o
menos 16 años. Que la
tierra te sea leve.
A Senecio, de 15 años,
erigieron este ara P
– Crocane, su madre
Cornelia, su suegra,
y Marco Cornelio, su
marido. Que la tierra te
sea leve.
Fin.I d.C.
Princ. II
d.C.
13
ISVS SO ORN BVS MATRI PIIS
(Texto trasmitido)
D(IS) M(ANIBVS)
CAIO VIBIO
QVAESITO
AN(NORVM) LV
LVCIA PPIS(SIMO) FIL(IO)
LVCANA
H(IC) S(ITA) E(ST)
AN(NORVM) P(LVS) M(INVS) XVI S(IT) T(ERRA) L(EVIS)
SENEGIONI · AN(NORVM) · XV
A(RAM) · F(ECERVNT) · P(---) ·
CROCAN
E · MATER
CO[R(NELIA) SO?]CRA ·
M(ARCVS)
COR(NELIVS) PRIMITIVVS CO(N)IV(X)·S(IT)·T(IBI)·T(ER
RA)·L(EVIS)
A los dioses Manes.
A Sempronio, hijo
dulcísimo, de 12 años.
Julia, su madre
afectuosísima
A…., Cornelio Probe, a
su madre afectuosísima
A los dioses Manes. A
Cayo Vibio Quesito, de
55 años. Lucia a su hijo
afectuosísimo.
Princ. II
d.C.
Corell,
1996: 201202
11
188
Traducción
Cronología
Bibliog.
[page-n-206]
A Gratia Maximila, hija
de Lucio, Gratio Nigelo
y Gratio Mauro hicieron
(este monumento). Aquí
está sepultada. Tenía 50
años.
II d.C.
CIL II
5891;
Corell,
2008: 237238
A Valeria Flaviana,
hija de Marco, de 33
años, Hostilia Niciana
ha eregido (este
monumento) a su hija
afectuosísima.
II d.C.
CIL II
3219;
Corell,
1996: 209210
D(IS) · M(ANIBVS)
Q(VINTI)·(A)ELATI{A}
AVCARLI·FILI(I)
AVLI · ANN(ORVM) · XXIX
D(---) · F(ACIENDVM) ·
C(VRAVIT)
A los dioses Manes de
Quinto Elacio Aulo, hijo
de Aucarlo (?) de 29
años, D… se encargó de
hacer (este monumento)
II d.C.
CIL II
3218;
Corell,
1996: 204205
MAN(LIAE) · DORIDI ·
ANN(ORVM)
XXXV · C(AIVS) · CORN(ELIVS)
PRIM[V]S (?) · VXORI
OPTIMAE · ET SIBI
A Manlia Dórida, de
35 años. Gaio Cornelio
Primus (que ha hecho
este monumento) para su
mujer óptima y para sí.
A partir II
d.C.
CIL II
3217;
Corell,
1996: 207
c) Calítique
I-II d.C.
Martínez
Valle, 1992;
Corell,
1996: 210
Sempronia Calíope
ha eregido (este
monumento)
a…, su esclavo/a
afectusosísimo/a.
Que la tierra te sea leve.
A partir
II d.C.
CIL II
6338;
Corell,
1996: 207209
III a.C.
Inédito
Cornelia…
Tempestiva,
de….años
…?
I d.C.
Corell,
2008: 227
[-] CORNELIV(S)
SIMPLEX
S(IT) · T(ERRA) · L(EVIS)
MANLIA
[T]RITA MAN[LIA]
SERANA
H(IC) · S(ITAE) · [S(UNT)]
Cornelio Simple; que la
tierra te sea leve. Manlia
Trita, Manlia Serana,
aquí están sepultadas.
Fin. I d.C.
Princ. II
d.C.
Martínez
Valle, 1992;
Corell,
1996: 211212
Sepulcral
IVNIAE · L(VCI) · FIL(IAE)
ANTIQVAE
P(VLIVS) · VALERIVS · ANTIQVOS · MATRI · PIISSIMAE · ANN(ORVM)
XXXXV
A Junia Antigua, hija de
Lucio. Publio Valerio
Antiguo, a su madre
afectuosísima, de 45
años.
II d.C.
Corell,
1996: 212214
Inscripción
sobre piedra,
estela
Sepulcral
L(VCIVS) · HORATIVS · M(ARCI)
F(ILIVS) · VISERADIN
H(IC) · S(ITVS) · E(ST)
Lucio Horacio Viseradin, I d.C.
hijo de Marco, aquí está
sepultado
CIL II
4450;
Corell,
1996: 215216
Inscripción
sobre piedra,
estela
Sepulcral
IVNIA CVPITA
H(IC) · S(ITA) · E(ST) ·
AN(NORUM) · LV
[M(ARCUS?) H(ORAITUS)
MER(CURIALIS) · ET L(ICINIA) ·
LIMPHIDIA· S(VA) · PECVNIA · S(IT) ·
T(IBI)·T(ERRA)·L(EVIS)
Junia Cupita, de 55 años, Fin.I d.C.
aquí está sepultada.
Princ. II
Marco Horacio
d.C.
Mercurial y Licinia
Limfidia, a sus expensas.
Que la tierra te sea leve.
CIL II
4451;
Corell,
1996: 216217
14
S.A. Cabañas / Inscripción
Ermita de Santa sobre piedra
Bárbara
(Utiel)
Sepulcral
GRATTIAE LI(BERTAE)
MAXSUMILLAE
GRATTIUS ·
NIGELLIO · ET
GRATTIUS
MAURUS · SUA ·INPENSA · F(ACIENDUM) ·
C(URAVERUNT) · H(IC) · S(ITA) ·
E(ST) · AN(NORUM) · L
15
La Solana
(Utiel)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
VALERIAE
M(ARCI)·FIL(IAE)·FLAVIANAE
ANN(ORVM) · XXXIII
HOSTILIA NICIANA
FILIAE PIISSIMAE
P(OSVIT)
16
Utiel
(Utiel)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
17
Utiel
(indet.)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
18
Molino de
Enmedio
(Utiel)
Grafito sobre Doméstica
sigillata
a) V[---]
b) [---]arv[---]
c) CALITICE [---?]
19
Molino de
Enmedio
(Utiel)
Inscripción
Sepulcral
sobre piedra,
estela con
figura animal
SEMPRONIA
CALLIOPE
C[---]
[S]ER(VO O-AE) · PII[S]S(IMO
O –IMAE)
S(IT) [T(IBI) T(ERRA)] L(EVIS)
20
Kelin
(Caudete)
Grafito sobre Doméstico
B.N. itálico
ME
(Latín o griego?)
21
Fuenterrobles
(indet.)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
CORN[ELIA---?]
TEMP[ESTIVA?---]
AN(NORUM) [---]
---------?
22
Vadocañas
(Venta del
Moro)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
23
Casa Zapata
(Villargordo
del Cabriel)
Inscripción
sobre piedra,
estela
24
Cañada del
Pozuelo /
Pozo Viejo
(Sinarcas)
25
Cañada del
Pozuelo /
Pozo Viejo
(Sinarcas)
189
[page-n-207]
26
Cañada del
Pozuelo / Pozo
Viejo
(Sinarcas)
Inscripción
sobre piedra,
estela
Sepulcral
M(ARCO) · HORATIO
MERCVRIALI
AN(NORVM) · LIIX · FABRICIA · SERANA ·
MARITO · INDVLGENTISSIMO
A Marco Mercurial,
de 58 años. Fabricia
Serana, a su marido
indulgentísimo.
II d.C.
CIL II
4449;
Corell,
1996: 214215
27
El Atochar,
cerca Cañada
del Pozuelo
(Sinarcas)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
-----[---] + ALI · + [---]
[---] VITA[LIS (?)]
(Vita podría referir al
cognomen Vitalis)
Fin.I d.C.
Iranzo.
2004: 117118
28
Pozo Viejo
(Sinarcas)
Inscripción
Artesanal
sobre pondus
FRI?
II-I a.C.
Iranzo,
1989
29
El Carrascal
Grafito sobre Doméstica
sigillata
MA
I-II d.C.
Inédito
30
El Carrascal
Grafito sobre Doméstica
sigillata
VR
I-II d.C.
Montesinos,
1994-1995
31
Sinarcas
(indet.)
Inscripción
sobre piedra
Indet.
Indet.
Corell,
2008: 248
32
Casa del Conde
(Chera)
Inscripción
sobre piedra
Sepulcral
II d.C.
Martínez
Valle, 1998
-------?
[…]VIIV[…]
-------?
[D](IIS) M(ANIBUS) [S](ACRUM)
[.CO]RNELIO[-]
[.C](ORNELIO) SILVANO [FIL](IO)
[MAR]CIA MATER [FIL](IO)
[ET MA]RITO M(ONUMENTUM)
[POSUIT]
A los Sagrados
Dioses Manes, para
(praenomen) Cornelio
(cognomen) y para
(praenomen) Cornelio
Silvano hijo, Marcia
la madre erigió este
monumento a su hijo y a
su marido
ta sudgálica y muestra las letras VR (Montesinos, 1994-1995:
77) (fig. 240.30); mientras que el segundo procede de las prospecciones de los años 90, con las letras MA en latín cursiva
(fig. 240.29), donde la A presenta tan sólo un trazo en diagonal
(Cagnat, 1898: 12), de forma semejante a algunos caracteres
de una tegula de Valentia (Corell, 1997: 206). Existen otros
epígrafes que con seguridad se tratan de marcas de alfarero
sobre sigillata, por lo que no se han tenido en cuenta en la
recopilación (Montesinos, 1994-1995: 79; Castellano, 2000).
Por último, si analizamos la distribución geográfica de los
hallazgos epigráficos (fig. 241 y 242), vemos que en época
ibérica la mayoría de los documentos proceden dela ciudad de
Kelin, donde más abundan, los corredores y valles de entrada,
así como el llano de Sinarcas. En cambio, los textos latinos,
principalmente inscripciones en piedra, se reparten por la vega
del Magro a la altura de Requena, el llano de Campo Arcís, el
campo de Utiel y Sinarcas, zonas de mayor dinamismo poblacional durante el Alto Imperio.
Fig. 241. Mapa con los hallazgos epigráficos ibéricos citados en la
tabla 21 y las figuras 236-237.
Fig. 242. Mapa con los hallazgos epigráficos latinos citados en la
tabla 22 y las figuras 239-240.
190
[page-n-208]
Mundo funerario
La comarca de Requena-Utiel es bastante pobre en cuanto a número de necrópolis, estado de conservación y espectacularidad
de las mismas, tanto para época ibérica como romana. Además,
la falta de contexto en muchos de los hallazgos asociables al
mundo funerario conlleva una enorme problemática a la hora
de datar los materiales y atribuirlos a una fase ibérica concreta.
El número reducido de enterramientos conocidos contrasta con
la elevada densidad de yacimientos documentada, de ahí que
algún aspecto se nos esté escapando; bien una mala conservación o falta de descubrimiento de enterramientos, bien una falta
de “democratización” en los rituales funerarios, siendo algunas
prácticas extensibles tan sólo a un reducido porcentaje de la sociedad. Sin olvidar que el Ibérico Final se caracteriza por ser
una fase en la que los enterramientos tienden a simplificarse
tanto en fisonomía como en ajuares (Fuentes, 1992: 595-597).
Los tipos de necrópolis más frecuentes son las directamente
asociadas a poblados fortificados, por lo general ubicadas
en las laderas o piedemontes de los mismos. En el Cerro de
la Peladilla, El Molón y Punto de Agua se han documentado
cementerios cercanos, si bien el número de enterramientos es
siempre mínimo si lo comparamos con el tamaño y entidad de
los poblados. Y siempre se siguen rituales funerarios plenamente
ibéricos, con deposición en urna de los restos de la incineración
junto a ajuares no excesivamente ricos. A día de hoy seguimos
sin saber dónde se ubicaba la/s necrópolis de la ciudad de Kelin.
Tan sólo contamos con referencias antiguas como las de F.
Almarche (1918: 89-92), quien comenta que en una cercana
finca propiedad de F. Martínez apareció una urna cineraria con
restos humanos dentro y una sortija con camafeo donde estaba
incisa la figura de una esfinge en actitud de correr, tipo Aqueloo.
A los pies del Cerro de la Peladilla, por su vertiente oriental,
en los años 80 se descubrieron algunos materiales que seguramente formaban parte de la necrópolis de este poblado (Martínez García, 1990; Martínez Valle, 2001). Se trata de una sortija,
útiles, lingotes y armas, entre las que destaca una punta de lanza
y una falcata damasquinada con decoración zoomorfa. Ésta última muestra dos complejas escenas de enfrentamiento entre un
jabalí y un felino, una en cada cara de la hoja. Ambas armas
estaban inutilizadas y parece que constituían el ajuar de un número indeterminado de enterramientos, si bien ante la preponderancia metálica y la ausencia de cerámica (tan sólo una urna)
también se ha planteado que podría tratarse de un depósito de
herrero (Lorrio et al., 1998-1999). Su cronología es muy dudosa; lo más lógico es pensar en una datación plena (ss. IV-III
a.C.), aunque dichas armas pudieran llegar hasta el II a.C. Por
lo tanto, no podemos precisar las fases de uso de la necrópolis.
El Molón también cuenta con una necrópolis de incineración en la ladera occidental del cerro y cerca del camino de acceso principal (Lorrio, 2001: 164-166; Lorrio et al., 2009: 4042). El estado de conservación de la misma era deficiente y tan
sólo se pudieron documentar unas seis tumbas en los sondeos
realizados entre 1996 y 1997, con urnas cinerarias y algunos
elementos de sus ajuares (fíbulas, parte de la vaina de un puñal, una fusayola, una moneda de Bilbilis y otros elementos de
hierro), más restos humanos fuera de contexto como resultado
de la destrucción de muchas tumbas. De nuevo es complicado
precisar la cronología de la misma, aunque algunos elementos
permiten situarla dentro de la horquilla del s. III al I a.C.
Por su parte, en la vertiente Norte del poblado de Punto de
Agua aparecieron más de 25 enterramientos en los años 60 del
siglo pasado, de los cuales tan sólo se han podido estudiar las
urnas y ajuares de siete de ellos (Martínez García, 1990). Hay
formas de barniz negro caleno originales e imitadas, fíbulas
(una de La Tène II, de pie vuelto con botón terminal) y algunas
armas de origen meseteño: puntas de lanza y dos puñales con
nervio central y empuñadura globular doblados intencionadamente (fig. 243.1). Estos puñales, semejantes a los de El Molón,
son muy típicos en el área celtibérica entre los ss. IV y I a.C. En
este caso, sí que podemos abogar por una cronología unifásica
de la necrópolis en los ss. II-I a.C.
Requena, aunque no fuera un poblado fortificado en altura
como los casos anteriores, también contaba con cementerios en
sus alrededores, como es el caso de La Harinera, próxima a la actual estación de ferrocarril, donde en 1991 se excavó de urgencia
una necrópolis de incineración. Desgraciadamente sólo se conservaron tres tumbas, entre los ajuares de las cuales destacaban
una falcata doblada y una fíbula, para las que se ha planteado una
cronología aproximada entre los ss. III-II a.C. (comunicación de
Martínez Valle recogida en Lorrio, 2001). A 6 km de la población
se localizó a finales de los 80 otra posible necrópolis ibérica, Las
Cejas, cuyos escasos materiales y la falta de publicación de los
mismos impiden aportar una cronología precisa.8
Luego tenemos un grupo de yacimientos conocidos únicamente a raíz de prospección y para los cuales se ha planteado en
algún momento la existencia de una necrópolis por el hallazgo
de determinados materiales. Este es el caso de Casas del Alaud,
si bien los materiales publicados y sujetos a ser considerados
como parte de ajuares no son especialmente representativos:
platos-páteras itálicos e ibéricos, un kalathos, cuchillos y, sobre
todo, un tintinnabulum o campana de bronce. La datación sugerida va del s. III al I a.C. (De la Pinta et al., 1987-88: 327-328).
O Los Villarejos, tal y como hemos visto.
En El Carrascal también podría existir una necrópolis ibérica, ya que tras transformaciones agrícolas en 1987 se hallaron
urnas cinerarias, caliciformes y pondera (Iranzo, 1988), pero su
ocupación desde el s. V a.C. hace complicado plantear para qué
época. El Collado de la Cañada (Mira, Cuenca) es una necrópolis que no hemos incluido al ser considerada como perteneciente
al Ibérico Antiguo por contar con urnas de orejetas, pero otros
autores también le atribuyen perduración durante el Ibérico Final y Alto Imperio a partir de determinados materiales (De la
Pinta et al., 1987-1988).
Sin duda, un punto de inflexión en el mundo funerario radica
en la necrópolis sinarqueña de Pozo Viejo, donde los diferentes
hallazgos nos remiten a un complejo sinecismo cultural entre
tradiciones ibéricas y romanas. La ya citada Estela de Sinarcas
constituye el estandarte de esta transición por la conjunción en
ella de diversos elementos y prácticas, dando como resultado
una clara muestra de hibridación cultural (fig. 238.18). Fue hallada en 1941 a escasos 150 m del pueblo por un vecino de la localidad al transformar uno de sus campos. Se trata de una estela
de piedra caliza procedente de las cercanas canteras del Regajo,
con unas dimensiones de 78 x 43 x 12 cm. Está escrita en ibérico
8 En relación con la ficha de la base de datos de la DGPA, la cual aparece
sin autoría.
191
[page-n-209]
con un total de 89 signos, cuya transcripción y posible significado han generado ríos de tinta desde hace décadas (Beltrán,
1947; Fletcher, 1985; Silgo, 2001). Las interpretaciones coinciden en atribuir la inscripción a la sepultura de un personaje
llamado Baisetas, hijo de Ildutas.
La estela funeraria es un elemento presente en la tradición
funeraria ibérica, que sigue inicialmente los cánones de la plástica indígena (aspecto antropomorfo, anepigráfica y decorada),
pero que a partir del contacto con los romanos irá simplificándose y asemejándose a las estelas romanas en forma, estilo y
formulación epigráfica, aunque en lengua propia (Izquierdo y
Arasa, 1999). Constituye una etapa intermedia hacia el ritual
romano de señalizar la tumba mediante el establecimiento de
una piedra marcadora, en la cual sociedad ibérica ha reinterpretado el ritual adjuntando la inscripción con su propio signario (Arasa, 1994-1995: 93). El debate gira en torno a si dicho
contacto generaría de cero el uso de la escritura en contextos
funerarios ibéricos (Velaza, 1996) o si simplemente aceleraría
una tradición ya presente (De Hoz, 1995), dentro de un marco general de expansión de la escritura en esos siglos finales
de Helenismo cultural. De un modo u otro, parece aceptada
la visión de estelas como la de Sinarcas como un excelente
ejemplo del comentado proceso de Latinización que están viviendo las élites locales por tal de mantener su estatus y poder
dentro del aparato romano. Desgraciadamente desconocemos
si la tumba que señalizaba seguía el ritual de la inhumación o
era una deposición en urna de los restos incinerados, así como
el tipo de ajuares que la acompañaban, aspectos que sin duda
enriquecerían aún más la lectura de la pieza.
Esta inscripción se data a mediados del s. I a.C., pero no es
un caso aislado; en el mismo yacimiento se han producido otros
hallazgos relacionados con la presencia de una necrópolis. Al
construir unas bodegas aparecieron urnas cinerarias de factura
ibérica, así como vasijas cerámicas, pondera y una terracota de
un équido en ulteriores trabajos agrícolas (Iranzo, 2004: 204)
(fig. 243.3). Pese al reducido número de materiales y la forma
en la que se han dado a conocer, de nuevo encontramos elementos que nos remiten a un momento de cambio cultural y
transformaciones en el ritual funerario. Las urnas nos indican
la pervivencia de las incineraciones en los últimos siglos del
primer milenio a.C., mientras que uno de los pondus, pese a
ser de pasta ibérica, tiene una inscripción con caracteres latinos (Iranzo, 1989) (fig. 240.28). Se ha planteado una posible
asociación de esta necrópolis con el poblado del Cerro de San
Cristóbal, si bien el modelo anteriormente descrito nos llevaría
a pensar en las faldas de la montaña como lugar más propicio
para su ubicación, quedando Pozo Viejo un tanto distante. Independientemente, esta necrópolis lo que está es señalándonos
una compleja situación de mezcla de realidades, culturas e identidades durante el s. I a.C. en una de las zonas más complejas
de toda la comarca, el campo de Sinarcas. Un siglo después, en
la cercana Cañada del Pozuelo (o la propia Pozo Viejo, dada la
incertidumbre entre los historiadores locales para situar su hallazgo) se establecerían tres inscripciones funerarias latinas que
marcarían el fin de este proceso.
En el s. II a.C. también encontramos pervivencias de los rituales de enterramientos infantiles dentro del espacio doméstico
en El Molón, una práctica frecuente en la sociedad ibérica (Guérin y Martínez Valle, 1987-88; Moneo, 2003: 338) y documen192
tada también en los niveles plenos de Kelin (Mata, 1991: 194)
y de la Primera Edad del Hierro en Requena (Miquel-Feucht y
Villalaín, 2001). Se trata de cinco enterramientos perinatales,
uno de los cuales doble (Lorrio et al., 2010). Dicho enterramiento gemelar se realizó dentro de la cubeta del lagar una vez
éste fue anulado, con un ajuar simple de unas pinzas de depilar.
Otros dos enterramientos, individuales, fueron localizados en
las construcciones prerromanas documentadas bajo de los restos de la mezquita rodeados de escorias de hierro (protección),
mientras que el último permanece todavía inédito (ibíd.: 206).
Es interesante como estas inhumaciones se sitúan en s. II a.C.,
momento de profundas remodelaciones en el poblado, formando parte de rituales fundacionales aún no determinados, de claro
interés propiciatorio y de protección del hogar. Esta práctica era
compartida por la cultura ibérica y la celtibérica, siendo en ambos casos muy común. Aunque siempre esté en el aire para este
tipo de conjuntos la posibilidad de un sacrificio ritual, los autores abogan por una muerte natural, dada la presencia de ajuares.
Por lo que respecta a época altoimperial, sin duda la mejor fuente de información sobre el mundo funerario procede del
corpus epigráfico anteriormente descrito, ya que la inmensa mayoría se trata de inscripciones sepulcrales dedicadas a los difuntos por parte de sus familiares. Su concentración en zonas como
la vega de Requena o el campo de Utiel nos indica la existencia
de diversas necrópolis o enterramientos aislados (monumentales en algunos casos) en las proximidades del Requena y de las
diversas villas que jalonaban el curso del río Magro.
En La Calerilla tenemos el único caso de necrópolis directamente asociada a una villa romana altoimperial, además con larga
perduración en su uso. Como ya comentamos, en la segunda mitad del s. I y primera del II d.C. el ritual que presenta es la incineración (Martínez Valle, 1995b). La posición central la ocupa
un mausoleo compuesto por un ara con pulvini, lugar donde se
dispondría la citada inscripción a Domitia Iusta (fig. 239.5). El
hecho de que esté inacabada ha hecho plantear que no se trataba
de un mausoleo individual, sino colectivo, bajo la fórmula “sibi
et suis” (González Villaescusa, 2001: 204). La decoración de volutas espiraliformes que enmarca el campo epigráfico recuerda,
según su investigadora, a la de otra inscripción funeraria de la cercana necrópolis del Pelao (Jorquera, Albacete), en La Manchuela
(Martínez Valle, 1991: 170). Alrededor del mausoleo se disponían los diferentes busta. La incineración no es la única pervivencia cultural ibérica que detectamos, ya que las deposiciones son
en urnas de clara tradición ibérica tanto en pastas, como formas y
decoraciones (fig. 243.2). Estas urnas estarían acompañadas por
las diferentes ofrendas, principalmente recipientes de sigillata
sudgálica e hispánica en los que se ha visto un interesante binomio: los vasos destinados a ofrendas sólidas estaban quemados,
mientras que los de líquidos no habían sido depositados en la hoguera, ya que seguramente sirvieron para hacer libaciones. Uno
de estos vasos era una forma Drag. 18 de sigillata sudgálica con
sello del alfarero Albinus, de mediados del s. I d.C. (Castellano,
2000). Por tanto, multitud de elementos entremezclados resultando un ritual funerario de lo más complejo. En época bajoimperial,
a partir del s. III hay un segundo uso de la necrópolis, en este caso
con inhumaciones en cista.
A partir de dicho s. III d.C. aumenta el número de enteramientos conocidos, extendiéndose durante todo el Bajo Imperio
en relación con la perduración de algunas de las villae aquí re-
[page-n-210]
Fig. 243. Algunos hallazgos destacados relacionables con las esferas religiosa y funeraria. Fotografías y dibujos: Martínez García, 1986
(4) y 1990 (1); Iranzo, 1989 (3); Lorrio et al., 2009 (5); Piqueras (7); Martínez Valle, 1995 (8); Iranzo, 2004 (9-11); propios (2 y 6).
Escalas diversas.
193
[page-n-211]
cogidas. En La Solana se documentaron en 1960 tres sepulturas
de inhumación en fosa cubierta por grandes losa de piedra y
tegulae (González Villaescusa, 2001: 213). Dos habían sido expoliadas en el momento de la visita del personal del SIP, la otra
conservaba un esqueleto con restos de clavos del féretro de madera y algunos fragmentos de cerámica romana (Pla Ballester,
1960: 224-226). En el Barrio de Los Tunos también parece que
existió una necrópolis de igual cronología (González Villaescusa, 2001: 202), aunque la destrucción que propició el propio
hallazgo de los enterramientos y la falta de claridad en los ajuares asociados imposibilita asegurarlo con rotundidad. De nuevo
son cistas cubiertas con losas o lajas de piedras. En La Cañada
de Villar de Olmos fue parcialmente destruida una necrópolis
bajoimperial, por lo que se llevó a cabo una excavación de salvamento por parte de F. Latorre en 1975 (Pérez Mínguez, 2008)
Religiosidad y espacios sacros
La esfera de lo sagrado y religioso puede ser perfectamente el
área temática más pobre de la investigación en la Meseta de
Requena-Utiel, ya que apenas contamos con restos materiales o
lugares a los que asociar un posible uso cultual. La religiosidad
en la Antigüedad estaba integrada dentro de las prácticas cotidianas, de manera especialmente marcada durante la Edad del
Hierro. La transición de los cultos y ritos ibéricos, desconocidos
en muchos casos, a la adaptación del panteón y cultos romanos, en ocasiones con muestras de interpretatio (Domínguez
Monedero, 1997: 400), constituye un campo de estudio óptimo
para analizar el proceso de cambio cultural. Lamentablemente,
nuestro registro está tan sesgado que poco podremos añadir a un
mero listado de objetos o lugares con posible valor sacro.
En la religiosidad ibérica el culto no se desarrolla generalmente en edificios concretos, siguiendo el concepto de templo clásico
en los que la esfera religiosa está separada de la doméstica, ya
que apenas están presentes y limitados a zonas abiertas a contactos con otros pueblos mediterráneos (Vilà, 1997; Moneo, 2003:
281-285). Los espacios sacros más corrientes son los santuarios
urbanos y rurales, capillas domésticas y culto en las propias necrópolis y en determinados espacios naturales como ríos, fuentes,
bosques o cuevas, los locra sacra libera (Domínguez Monedero,
1997: 397; Oliver, 1997: 506). No contamos con ningún ejemplo
de santuario para esta zona. Del segundo ámbito, las capillas domésticas, más de lo mismo, dado el bajo porcentaje excavado en
la mayoría de sus poblados, así como las dificultades para detectar estos espacios, departamentos muchas veces multifuncionales
en los que las prácticas religiosas conviven en el mismo lugar que
otras actividades corrientes (Bonet y Mata, 1997a y 2002). No
obstante, que no diferenciemos capillas domésticas no significa
que en determinados lugares no tengamos trazas de cultos, ritos
o tradiciones. El enterramiento de neonatos en Kelin, El Molón y
Requena es un buen ejemplo de como las prácticas cultuales están
integradas dentro de lo más cotidiano, la casa.
A su vez, tenemos algunas piezas relacionables con algún
tipo de práctica religiosa ibérica. El problema es que la mayoría
procede de rebuscas clandestinas o de hallazgos casuales, todo
fuera de contexto, por lo que es complicado plantear con seguridad dicho significado cultual. Y, aún más, también es complicado aportar una datación cronológica final para los escasos
ejemplos. En Kelin, además de los vasos con decoración compleja que hemos tratado antes y a los que asociamos un posible
194
Fig. 244. Terracotas de Kelin en la Colección Museográfica de
Caudete de las Fuentes (fotografía A. Moreno).
uso cultual o funerario, tenemos otros objetos interesantes. El
pitorro vertedor con forma de cabeza de jabalí o carnicero/lobo
sin duda formaría parte de una pieza singular (vid. fig. 192.3),
probablemente utilizada para hacer libaciones. Juntamente con
él, en la Colección Museográfica de Caudete de las Fuentes
tenemos un par de terracotas femeninas relacionadas cultos
domésticos desconocidos, seguramente asociados con la fecundidad (fig. 244). Referencias antiguas comentan el hallazgo
de algunos objetos singulares, como dos fíbulas de plata, hoy
perdidas, una con escena venatoria y otra con dos cabezas de
caballo mirando hacia lados opuestos (Almarche, 1918: 89-92).
En el Cerro de San Cristóbal se halló una cajita cerámica con
decoración incisa de 9x5 cm, en la que se representan motivos
vegetales, animales (un ave), geométricos y dos posibles barcos con vela (Martínez García, 1986) (fig. 243.4). En El Molón
apareció una terracota con forma de pie calzado con decoración
geométrica, objeto de carácter votivo de origen celtibérico (Lorrio et al., 2009: 32) (fig. 243.5). Por último, recientemente se
han publicado una serie de láminas de plata con grabados antropomorfos procedentes de la sierra de El Rubial y del yacimiento
de Punto de Agua (Martínez García, 2013). Es decir, un registro
hasta la fecha bastante pobre y escaso.
Por lo tanto, es el tercer aspecto, el de las cuevas-santuario, el
ámbito de estudio más prolífico dentro del sacro mundo ibérico
valenciano, y la comarca de Requena-Utiel es una de las zonas
con mayor abundancia de las mismas. Son pequeñas cuevas o covachas en las que se depositan ofrendas de lo más variadas según
la geografía. Sin embargo, su uso como espacios religiosos se
desarrolla preferentemente entre los ss. VI-III a.C. Ya en trabajos
anteriores apuntamos algunas cuestiones, sobre todo centrándonos en los ejemplos del valle del Magro, la Cueva de los Ángeles
y el Cerro Hueco, ambas en Requena (Quixal, 2008 y 2012). No
obstante, el análisis desde las múltiples ópticas que éstas permiten
queda fuera del cometido del presente trabajo por su cronología,
siendo un tema que estamos desarrollando actualmente.9
9 Estamos realizando una revisión de las cuevas-santuario del territorio de
Kelin con Sonia Machause, doctoranda cuya tesis está centrada en este
tipo de espacios rituales en el área valenciana.
[page-n-212]
Pero, en lo que respecta a las cronologías finales, lo significativo es precisamente el fin de su uso cultual en el s. II
a.C., algo que como veremos entronca con la propia naturaleza
y carácter de las mismas. Las cuevas-santuario siempre han sido
descritas de forma muy homogénea y global en relación con
unas características comunes, presentes desde los primeros trabajos (Gil-Mascarell, 1975; González Alcalde, 1993): ubicadas
en paisajes agrestes y escarpados, con dificultades de acceso,
con presencia de agua y formaciones calcáreas en su interior.
Sus ajuares, generalmente cerámicos, son repetitivos y están
dominados, por encima de todo, por vasos caliciformes, aunque
también hay platos, cuencos, ollas y fusayolas. De manera más
excepcional aparecen importaciones, joyas o terracotas. En el
mismo espacio también aparecen numerosos restos óseos animales y, en contadas ocasiones, humanos.
En nuestra área de estudio tenemos las cuevas-santuario
de Cerro Hueco, Cueva de los Ángeles y Cueva de los Mancebones (Requena), Cueva Santa y Puntal del Horno Ciego
(Villargordo del Cabriel) y Cueva Santa (Mira), más la Cueva de El Molón (Camporrobles) de carácter dudoso (Moneo,
2001). Sus ocupaciones se extienden a lo largo de los periodos
ibéricos Antiguo y Pleno, aunque algunas de ellas presentan
materiales ibéricos finales y romano altoimperiales, fruto seguramente de usos puntuales a los que no se puede asociar una
finalidad ritual. Tanto en Cerro Hueco como en la Cueva de
los Ángeles se encontraron fragmentos de sigillata (Aparicio
y Latorre, 1977: 32; Moneo, 2003: 197). La cueva que cuenta
con un mayor número de piezas tardías es la Cueva Santa de
Mira, con dos fragmentos de Campaniense A, dos de paredes
finas y una sigillata africana A (Lorrio et al., 2006: 57-58). Por
lo tanto, se trata de frecuentaciones, usos residuales, temporales o de refugio, pero en ningún caso podemos plantear una
continuación del carácter cultual y de la celebración de ritos u
ofrendas en ellas para una fase tan tardía, ya que los materiales
no son tan significativos ni hay una repetición o dominio de
determinados tipos tan evidente.
El fin del uso ritual de estos espacios y de la deposición
de exvotos en los mismos a finales del s. III a.C. creemos que
es coherente con la interpretación que hemos hecho de las
mismas (Quixal, 2008 y 2012). Se ha escrito mucho sobre los
posibles rituales llevados a cabo en su interior, quizá de forma excesiva si lo comparamos con la poca profusión que han
tenido otros aspectos más palpables como los ajuares o su interrelación con el paisaje. Consideramos un punto de arranque
necesario para poder interpretar los rituales que se llevaron a
cabo dentro, el definir previamente qué comunidades hacían
uso de ellas y si lo hacían de forma permanente o estacional.
Son espacios que deben analizarse desde una perspectiva macro, integrándolas dentro del paisaje y del territorio ibérico
del que formaban parte, tal y como se ha hecho en otras zonas
ibéricas (Grau, 2000a).
Ya desde los inicios de la investigación se llamaba la atención de la ausencia de relación entre estas cuevas y poblados
cercanos (Gil-Mascarell, 1975; González Alcalde, 1993), con
vacíos de poblamiento significativos en radios de más de 5
km a su alrededor (Lorrio, 2006). Por tanto, quizás estemos
ante centros que excederían el radio local y podrían tener importancia como centros aglutinadores a nivel simbólico a una
escala mayor. Catalizarían a diferentes comunidades del área
en determinados días o de forma esporádica. Edlund (1987)
establece para el caso etrusco el concepto de “political sanctuaries”: las cuevas serían un punto neutral de encuentro de
representantes de diferentes comunidades para llevar a cabo
rituales en común, a la par que se negociaban decisiones políticas, pactos, etc.
Más que con poblados, están en estrecha relación con caminos y zonas de paso, y generalmente no se trata de caminos
internos, sino fronterizos, que conectan el territorio con sus
vecinos. Grau lo plantea como un culto relacionado con la circulación y la protección de los viajes (Grau, 2000a: 219). En
la mayoría de los ejemplos del territorio de Kelin, las cuevas se
ubican en las zonas de paso, cerca de supuestas vías de comunicación y, al mismo tiempo, cerca de presumibles zonas fronterizas entre territorios. Podrían tratarse de santuarios de frontera, asemejándose su carácter al que en otras zonas ibéricas
tienen espacios o construcciones como El Pajarillo (Ruiz et al.,
2000). Las cuevas-santuario, de la misma forma que actuarían
como centros catalizadores de una comunidad, al ubicarse en
zonas fronterizas estarían marcando territorialidad, pertenencia a una determinada comunidad. Y es llamativa la relación
entre el eminente carácter rural de Kelin y su territorio con la
abundancia de este tipo de espacios en la comarca, ya que en
otras zonas como el territorio de Edeta, donde parece haber
una mayor importancia del fenómeno urbano, el culto se desarrolla dentro de los asentamientos (santuario urbano del Tossal
de Sant Miquel y capillas domésticas del Puntal dels Llops y
del Castellet de Bernabé) (Bonet y Mata, 1997a) (fig. 245).
Una vez las comunidades indígenas han sido conquistadas por los romanos y pasan a formar parte de su administración territorial, este tipo de espacios carecen de sentido a
nivel aglutinador y cohesionador de grupos, aunque pudieran
seguir teniendo el mismo simbolismo cultual. Recordemos
que en la fase final también tenemos santuarios territoriales
y supraterritoriales, caso del Cerro de los Santos (Ramallo,
1999), pero generalmente dotados de fuertes rasgos itálicos
tanto en arquitectura como en cultura material (Moneo, 2003:
342). Por tanto, no creemos que fuera un rápido abandono de
los cultos locales y espacios sacros en favor de un proceso
“romanizador” de adopción de cultos y divinidades romanos,
sino que el nuevo contexto despojaba de sentido algunos de los
usos y significados que en las cuevas-santuario se reflejaban,
lo que sumado a un lento proceso de contacto cultural desembocó en una nueva religiosidad influida en todo momento por
el sustrato anterior.
No obstante, en la época final hay un nuevo tipo de espacios que, si bien no presentan exactamente las mismas características que las cuevas-santuario, guardan ciertas similitudes
en cuanto a ubicación en abrigos y localización en zonas periféricas. Se trata de los santuarios rupestres o abrigos-santuario
detectados en la provincia de València y limítrofes, abrigos
con inscripciones ibéricas incisas en la roca. De los escasos
ejemplos documentados, significativamente dos se encuentran
cerca del área de estudio: el Abrigo de Reiná (Alcalá del Júcar,
Albacete) y El Burgal (Siete Aguas) (Pérez Ballester, 1992;
Moneo, 2003: 201). Descartando el segundo por su ubicación
al otro lado del Cabriel, nos interesa especialmente el primero por localizarse en plena sierra de Las Cabrillas, sierra que
como hemos comentado pudo funcionar como límite territorial
195
[page-n-213]
Fig. 245. Esquema de los aspectos territoriales de las cuevas-santuario.
ibérico. En una fase en que las cuevas-santuario parecen haber
sido abandonadas como espacios rituales, podríamos considerar la inscripción de caracteres ibéricos en abrigos como una
pervivencia de esas tradiciones, adaptándolos al nuevo contexto en que la escritura juega un papel importante, aunque a
una escala menor.
Una serie de hallazgos en las proximidades del Cabriel
también parecen indicar que en esa zona periférica y fronteriza se desarrollaron cultos, más si cabe teniendo en cuenta el
carácter sacro que podían tener los cursos de agua en la Antigüedad (Domínguez Monedero, 1997: 397). Se han encontrado varios depósitos de monedas (Martínez Valle, 1995c),
una figurita de barro cocido indeterminada (Martínez Valle,
2001a) y un casco de tipo montefortino (VVAA, 2012), objetos a los que se puede asociar cierto carácter votivo o funerario. Dicho casco, frecuente en las necrópolis de finales del
s. III al I a.C. (Quesada, 2010: 156-157), presenta bisagras
con remaches que servirían para unir las carrilleras, no conservadas en esta pieza, así como un botón troncocónico con
decoración de ovas, lo que lo sitúa en el subtipo Ia de GarcíaMauriño (1993: 125) y, por lo tanto, le aporta una cronología
precisa de finales del s. III y comienzos del II a.C. (fig. 243.6).
Al estar descontextualizado, la duda radica en si formaba parte del ajuar de algún enterramiento o, si por el contrario, era
resultado de una ofrenda en el río. Se han hallado otros cascos
como éste en ríos e incluso dentro de pozos. Las ofrendas de
armas como culto a las aguas están presentes desde el Bronce
Final y parece que tuvieron continuidad durante la Segunda
Edad del Hierro (ibíd.: 139). Además, el ejemplar del Cabriel
es tipológicamente muy parecido al casco nº 1 de Les Roques
de las Barbada de Benicarló, un posible fondeadero relacionado con la desembocadura del Ebro en el que aparecieron
tres cascos, considerados una ofrenda por parte de contingentes itálicos en contexto de la Segunda Guerra Púnica (Oliver,
1987-1988: 210-211).
Por lo que respecta a época romana, el panorama es igual de
pobre, dada la falta de excavaciones arqueológicas rigurosas.
Como en otros muchos aspectos, nos encontramos un vacío de
196
información entre mediados del s. I a.C. y mediados del I d.C.,
justo en la fase clave del proceso de cambio cultural. Del Alto
Imperio tan sólo conocemos algunos objetos o representaciones de divinidades o símbolos romanos, muchas veces carentes
de contexto. En la importante villa de Los Villares de Campo
Arcís apareció un altar con relieve del dios Baco, representado
vertiendo vino de una jarra sobre una pequeña pantera (Martínez Valle, 2012: 28) (fig. 243.7), pieza propiedad de Javier
Hernández Haba. El dios de la viticultura adquiere su mayor
profusión en las villas rurales (Seguí y Sánchez, 2005: 102) y
está presente en esta zona de tan longeva tradición vinícola. Por
su parte, en la villa de El Ardal apareció una figurita de bronce de la diosa Minerva (fig. 243.8), una de las tres principales
divinidades romanas junto a Júpiter y Juno, con una coraza en
el pectoral con forma de cabeza de Gorgona (Martínez Valle,
1995). Su investigadora considera que pudo formar parte de
un larario y la fecha en torno al s. II d.C. Otra representación
religiosa romana la vemos en el monumento funerario de La
Calerilla, donde el campo epigráfico viene acompañado de un
amorcillo o eros (Martínez Valle, 1991) (fig. 239.5).
Sinarcas es la zona donde más se concentran las noticias
y hallazgos de piezas romanas con carácter cultual, la mayoría dados a conocer por los investigadores locales. Se han
localizado sillares con símbolos fálicos en los yacimientos
de Cañada del Pozuelo (fig. 243.9) y Pozo el Piojo (Iranzo,
2004: 124-125), que se suman al ejemplar del Barrio de Los
Tunos. Estas representaciones, bastante frecuentes en época
romana, no tenían un contenido obsceno, sino que eran símbolos asociados a las divinidades del vino (Baco y Liber Pater), con carácter protector y de atracción de la fecundidad y
la buena fortuna (López Velasco, 2007-2008). En el primero
de estos yacimientos, Cañada del Pozuelo, a comienzos del s.
XX apareció también una estatua de figura femenina desnuda
y yacente, así como una pila de Esculapio, ambas hoy desaparecidas (Palomares, 1966: 241). En La Cabezuela – Pocillo
de Berceruela apareció un fragmento escultórico de una cabeza enmarcada por decoración floral y geométrica (Palomares,
1966: 240; Iranzo, 2004: 119) (fig. 243.10). La pieza forma-
[page-n-214]
ría parte de un conjunto mayor y muestra la cara completamente mutilada. De Lobos-Lobos tenemos un fragmento de
decoración arquitectónica en forma de roseta (fig. 243.11).
Hay que reflexionar sobre si esta concentración de materiales
significativos romanos en esta zona concreta responde a una
complejidad cultural mayor o, por desgracia, a una tradición
clandestina más arraigada. Seguramente algunas de estas piezas formarían parte de necrópolis monumentales.
Por último, diversas son las inscripciones funerarias dedicadas a los dioses Manes (Dis Manibus), dioses protectores
de los muertos (Seguí y Sánchez, 2005: 108). Esta fórmula
epigráfica es repetida en todo el mundo latino, de ahí que no
podamos saber si se trata de un verdadero arraigamiento de
esos cultos domésticos o de una simple formalidad. Hasta un
total de cinco inscripciones han sido documentadas con ese
comienzo.
197
[page-n-215]
[page-n-216]
Reflexiones finales
Resulta complicado resumir en no llega a 40 páginas el trabajo
de ya media docena de años y, al mismo tiempo, la herencia
sumada de bastantes años más de investigación por parte del
proyecto de Consuelo Mata en el que nos integramos. Por suerte, llegamos a un punto en el que abiertamente podemos decir
que el de Kelin es uno de los territorios ibéricos mejor conocidos y que mayor profusión bibliográfica ha generado del sector
central de la fachada mediterránea peninsular. Y, una vez más,
recalcamos la importancia que los trabajos de A. Moreno para
el Ibérico Antiguo y Pleno han supuesto como punto de partida
en éste, fundamentales en la comprensión de la zona durante las
cuatro centurias siguientes.
Hemos optado por tomar un más dúctil encabezado de
“reflexiones finales”, en vez del férreo “conclusiones”, puesto que muchos de los aspectos que se han tratado y que aquí
se resumirán distan mucho de estar resueltos mediante la defensa a ultranza de una conclusión u otra. En este apartado
pretendemos recopilar todas las problemáticas suscitadas a lo
largo del trabajo y exponerlas en abierta reflexión, sobre todo
marcando pautas y líneas de trabajo de cara el futuro. Ello
haremos en especial en el último apartado, el del contacto
y cambio cultural, punto clave donde relacionaremos toda
la bibliografía tratada en los apartados iniciales con la información extraída de nuestro trabajo de campo, laboratorio
o aplicaciones informáticas. En primer lugar, sin embargo,
haremos un breve repaso del proceso analizado siguiendo un
eje cronológico, exponiendo las principales ideas alcanzadas
en torno a la evolución del patrón de asentamiento en esta
zona, aunque intentando ya superar la mera exposición descriptiva de los puntos anteriores.
Tal y como hemos recalcado a lo largo del trabajo y ha quedado bien patente, los pilares de este trabajo son la geografía,
los yacimientos y los materiales de los propios yacimientos;
aspectos que sólo tras un examen concienzudo de los mismos
pueden ser sometidos a todo tipo de aplicaciones y análisis me-
diante Sistemas de Información Geográfica. Una vez más debemos ser críticos con la calidad de algunos datos de origen,
compensada posteriormentes con un esfuerzo bien justificado
de horas y horas de labor de campo y gabinete. Por desgracia, la
Meseta de Requena-Utiel es un área tratada con rigurosidades y
motivaciones muy diversas: excesivo peso de las excavaciones
clandestinas frente a las reguladas, lo cual ha nutrido las principales colecciones locales sin ningún tipo de orden y rigor. Una
“supuesta” amistad por la Arqueología traducida en coleccionismo privado y golpes de azadón, así como falta de publicación de
muchos de los resultados, obtenidos de manera científica o no.
Uno de esos pilares, la geografía, ha sido y es en esta comarca un aspecto fundamental. Sin caer en determinismos, debemos reconocer cómo su carácter unitario y compacto le ha
aportado entidad propia durante muchas fases históricas, entre
otras la ibérica, en la que constituyó un territorio bien delimitado. Al mismo tiempo, la contemplada existencia de subzonas
o subunidades geográficas fácilmente diferenciables (Piqueras,
1997), ha permitido el desarrollo de conjuntos de poblamiento
concretos que se mantuvieron a lo largo de todo el periodo iberorromano, a pesar de que su configuración, entidad y carácter
pudiera ir cambiando radicalmente. Y no sólo eso, los propios
accidentes geográficos como determinadas sierras o ríos han
sido esenciales también en la configuración del territorio y en la
articulación humana del paisaje: mientras un río actuó de frontera y límite con otros territorios (Cabriel), otro sirvió de conexión
con territorios vecinos y gestó un poblamiento a su alrededor
aprovechando sus fértiles suelos de ribera (Magro). Todo ello
no deja de estar en directa relación con el propio carácter de la
Meseta: una naturaleza de contrastes, donde podemos encontrar zonas muy llanas, valles encajados y áreas tremendamente
abruptas desalentadoras de toda posible ocupación humana.
El territorio de Kelin nos brinda una oportunidad inmejorable
de romper toda una serie de tópicos sobre la Romanización de las
sociedades ibéricas, comenzando por la propia manera de enfocar
199
[page-n-217]
su análisis. Tomamos como ejemplo una zona concreta de las que
hemos trabajado: el corredor y llano de El Rebollar, en Requena.
Hasta ahora hemos desarrollado un trabajo más o menos lineal,
viendo cómo dicha zona contaba con ‘x’ yacimientos, resultado
de la prospección de los cuales se ha obtenido un conjunto de
materiales, cuyo estudio ha permitido datarlos y establecer funcionalidades diversas para cada uno de los núcleos. El análisis del
patrón de asentamiento nos muestra cómo los asentamientos se
ubican en los mejores suelos de la zona, cómo en el Ibérico Final
desaparecen las redes de visibilidad pero se mantiene el grupo
local y cómo en época romana se producen los cambios más profundos. El trabajo clásico buscaría ver la evolución de la zona a
través de lo que desaparece, de lo que cambia: el abandono en el
s. III a.C. del poblado fortificado de La Cárcama, núcleo central
durante el Ibérico Pleno, considerando el Ibérico Final una fase
de transición hacia una época altoimperial en que se completa el
proceso con el surgimiento de la villa romana de Las Paredillas,
una de las más destacadas de la comarca. Lo que hemos pretendido a lo largo del trabajo y de nuevo debemos recalcar es un
discurso más libre, en el que no sólo se deba prestar atención a
los cambios sino también a las continuidades, a los procesos de
larga duración. En este sentido, el cercano asentamiento rural de
El Rebollar, con ocupación ininterrumpida desde el s. V a.C. hasta el II d.C., de ser bien conocido seguramente nos aportaría más
información sobre el cambio cultural que cualquiera de los otros
dos anteriores. En núcleos así es donde reside la clave de este
trabajo y donde nos gustaría seguir desarrollando nuestra línea de
investigación en el futuro.
Al igual que ya defendimos en nuestro trabajo de investigación de licenciatura (Quixal, 2008 y 2012), consideramos
primordial superar un análisis de Arqueología del Territorio en
el que cada yacimiento constituya un simple punto. Conocer
de primera mano y analizar uno por uno cada yacimiento intentando aportarles una categorización, aunque pueda resultar
arriesgado por trabajar con variables aplicadas en el 90% de los
casos a yacimientos prospectados (tamaño, ubicación, variedad
de ajuares, diacronía…), es esencial para comprender de una
manera más racional y humana las dinámicas poblacionales y
culturales acaecidas. Sólo así podremos superar el mero listado
de 125 yacimientos iberorromanos con los que hemos trabajado.
La segunda mitad del s. III a.C.:
fin del cénit territorial e impacto
de la llegada romana a la Península
Kelin, ciudad ibérica ocupada desde la Primera Edad del Hierro, con seguridad desde el s. V a.C. pasa a ejercer de capital
y oppidum central de un territorio con carácter estatal al igual
que otros detectados en Iberia (Ruiz y Molinos, 1993: 265), de
límites semejantes a los de la actual comarca de Requena-Utiel,
en el que es clave la producción de bienes de rendimiento aplazado, la circulación de bienes de prestigio, la jerarquización del
poblamiento y la articulación del espacio en favor de una estrategia central (Moreno, 2010 y 2011). Al frente de dicho poblamiento estructurado se sitúa Kelin, que sobresale como capital
por la serie de motivos ya esgrimidos: posición central, tamaño
(10 ha), diacronía, acuñación de moneda en el s. II a.C., muestras de desigualdad social, presencia de textos escritos y numerosos bienes de prestigio (Mata et al., 2001 a y b).
200
A lo largo de los ss. IV-III a.C. Kelin y la comarca llegan a
su cénit a nivel poblacional y territorial, alcanzando un máximo
número de núcleos en relación con un auge demográfico. Se da
ya un primer paso hacia la ocupación de zonas bajas en pro de
un aumento productivo, tendencia que se consolidará en fases
sucesivas. En este auge rural son protagonistas los numerosos
establecimientos rurales documentados, resultado de los fenómenos de satelización detectados en torno a asentamientos estables (Moreno y Quixal, 2009 y 2012). El poblamiento estructurado y jerarquizado responde a un tipo intercalar, en el que la
mayoría de la población reside en Kelin y los poblados fortificados, pero también existe un buen número de asentamientos rurales dispersos, aunque siempre dentro de distancias razonables
(Moreno, 2011: 213). Durante estos siglos también se consigue
el máximo desarrollo en cuanto a redes viarias y de visibilidad.
Esta dinámica se ve alterada, que no truncada, por el devenir de la Segunda Guerra Púnica y la consecuente instalación
romana en la franja mediterránea de Hispania, hasta el 197 a.C.
de manera temporal y desde entonces como una provincia más.
Poco sabemos sobre el impacto de la contienda bélica en estas
tierras, exceptuando el posible final del nivel IV de los sectores
excavados de Kelin en relación con una destrucción violenta en
ese contexto, con algunos ajuares abandonados (Guérin et al.,
1989). No obstante, no sabemos si se trató de una destrucción
generalizada o puntual debido a la reducida superficie excavada
del asentamiento. Algunas de las fortificaciones de los principales poblados en alto también podrían vincularse con el contexto
bélico, especialmente la propia fundación del Cerro Carpio, tal
y como marca su numismática (Iranzo, 2004: 59). Pero, independientemente, a pesar de que el área valenciana fuese una de
las más activas durante la contienda, no pensamos que el grueso
de la comarca se hiciera especial eco del conflicto. Hallazgos
como los citados ocultamientos o tesoros de Caudete podrían
indicar cierta inestabilidad (Pla Ballester, 1980: 34-35; Pérez
Vilatela, 1999: 269-275), pero no dejan de ser hechos puntuales
y aislados, teniendo la guerra en esta zona seguramente una vertiente más diplomática que militar (Bonet y Mata, 2002: 234235).
A partir de entonces Hispania se constituye en un auténtico
campo de experimentación de nuevas fórmulas, heterogéneas y
cambiantes en todo momento en estrecha relación con la realidad previa (Keay, 1996: 173). En la Meseta de Requena-Utiel
Roma, al igual que en otros muchos casos, topa con una ciudadestado con un territorio organizado a su alrededor de una extensión considerable. Otros investigadores, creemos que acertadamente, han planteado que existiría una dualidad entre los
territorios ibéricos de las ciudades costeras, más pequeños por
estar volcados al exterior, y los de los oppida de interior, más
grandes porque la base de su riqueza era la explotación agraria
(Valor, 2003: 106). Roma durante los primeros momentos no
crea muchas ciudades sino que busca precisamente administrar
desde las ya existentes, aprovechando los territorios establecidos y las redes clientelares focalizadas en los oppida.
Al igual que se ha planteado para otras ciudades peninsulares (Ruiz Rodríguez et al., 1991; Gutiérrez, 1998), Kelin se
convertiría en una ciudad aliada, pagando seguramente algún
tipo de tributo a la autoridad romana. Durante los ss. II-I a.C.
veremos cómo eso se refleja en una clara búsqueda del aumento
de la producción, un nuevo modelo económico encaminado a
[page-n-218]
producir excedentes con los cuales pagar a la autoridad romana
(Miret et al., 1986; Keay, 1995; Castro y Gutiérrez, 2001; Grau,
2002; Martín y García, 2002). A fecha de hoy parece prácticamente descartado que las monedas ibéricas estuvieran destinadas a hacer frente a esos pagos, tanto por la cronología de muchas de las acuñaciones como por el poco valor de las mismas
(Ripollès, 2000: 338-339), de ahí que la mayoría de los pagos
se efectuaran en especie. En el foro de la colonia de Valentia,
cuya fundación en el 138 a.C. sin duda supuso un hito en la
organización territorial de todo el sector, se localizó un horreum
republicano (Ribera, 2009: 61) que perfectamente pudo haber
sido destinado a almacenar lo recaudado a los indígenas. No
obstante, seguramente los tributos no se ceñían exclusivamente
al cereal, existiendo zonas como Sinarcas en las que el mineral
y el metal podrían estar jugando un papel muy importante, como
a continuación trataremos.
El continuismo del s. II a.C.
Mediante este enunciado comenzamos la descripción del siglo
del que seguramente hayamos obtenido mayor cantidad y calidad de datos tras la realización del trabajo. Y utilizamos el término “continuismo” porque estimamos que la llegada de Roma
a estas tierras todavía no comporta en este siglo una ruptura o
cambio estructural. Sin duda, la Romanización conllevó cambios en el paisaje y en la concepción de los indígenas del mismo
desde un primer momento, de ahí que igual estemos delante de
un “continuismo aparente”, es decir, que tengamos estructuras
de poblamiento o tipos de asentamiento similares a los de los ss.
IV-III a.C., pero que en el fondo se estén dando ya cambios que
no podamos palpar en el carácter o finalidad de los mismos. No
obstante, en líneas generales abogamos por una continuidad en
procesos y tendencias de larga duración iniciados con anterioridad a la conquista. Las características previas son en esta zona
aún más determinantes si cabe, precisamente porque muchos de
los patrones que comporta la presencia romana ya estaban extendidos a priori.
Entre otros ámbitos la conquista tampoco supone inicialmente un cambio radical a nivel de patrón de asentamiento, tal y como
se ha visto en otras muchas zonas (Miret et al., 1991; Keay y Earl,
2007; López Castro, 2007). Los verdaderos cambios los tendremos a partir del s. I a.C. y, sobre todo, tras el inicio del Alto
Imperio con la extensión del sistema de villae. Roma, para asegurarse la recaudación de impuestos comentada anteriormente, mantiene las estructuras económicas y sociales indígenas,
de ahí que las características previas de cada área marquen el
devenir del proceso “romanizador” a nivel territorial. Mediante prácticas como la fides ibérica se preserva la red de oppida
preexistente (Castro y Gutiérrez, 2001: 154-155). Vimos cómo
en el Ibérico Pleno uno de los parámetros que indicaron la aparición de una sociedad estatal fue el paso de relaciones basadas
en el parentesco a relaciones clientelares. Esta fase constituye
un peldaño más: las relaciones clientelares alcanzan su máximo
exponente porque en la cima de la pirámide se sitúa la autoridad
romana (Slofstra, 1983: 89-95), que no le interesa desmantelar
las aristocracias locales a fin de explotar los territorios al máximo, sin invertir excesivos esfuerzos, recursos u hombres.
Una vez este territorio, junto con el resto de la franja mediterránea peninsular, pase a estar bajo control romano, ya no tiene
sentido entenderlo de la misma manera: territorio centralizado
con capital, compleja jerarquización y fronteras. No obstante, el
continuismo atestiguado durante el s. II a.C. nos lleva a pensar
que en el fondo parte de esa estructuración territorial continuaba
existiendo, aunque a la postre fuera ahora Roma la última beneficiaria de la misma. Kelin continuaría como lugar central a
nivel administrativo, como ciudad aliada o directamente súbdita
de la autoridad romana. Mediante el establecimiento de este tipo
de alianzas con las aristocracias locales Roma se aseguraba la
recepción de los tributos y la lealtad de los indígenas, de ahí que
durante más de una centuria la organización territorial pudiera
ser semejante.
Sólo ello puede explicar que Kelin y otras ciudades ibéricas
valencianas vivan en esta fase, paradójicamente después de la
conquista, uno de sus periodos más florecientes, con abundante
llegada de importaciones y otros bienes de prestigio, desarrollo
de documentos escritos e, incluso, acuñación de moneda propia.
Es durante este periodo cuando pensamos que Kelin alcanza su
máximo tamaño, las citadas 10 ha, ya que en los sondeos efectuados en la parte baja cercana al río se han localizado niveles
incluso de comienzos del s. I a.C. Por tanto, estaríamos hablando de unas 3.000-4.000 almas si son acertados los cálculos efectuados (Valor et al., 2001; Moreno y Valor, 2010). Pocas son
las ciudades ibéricas valencianas que sufren fuertes cambios
urbanísticos durante estos años, la tónica general es la falta de
alteraciones (Bonet y Ribera, 2003).
En los ss. II-I a.C., dentro todavía de un poblamiento de
tipo disperso, la población tiende a agruparse en núcleos cada
vez más grandes y grupos locales más definidos. En esta fase
hay una clara búsqueda de un aumento de la producción, una
producción centrada en el cereal, aunque seguramente con presencia de bienes de rendimiento aplazado como los frutales, sin
tener datos de si en esta fase se están transformando y comercializando como en la anterior (Pérez Jordà et al., 2013). Los
estudios que estamos llevando a cabo tras la excavación de la
Casa de la Cabeza pueden aportar un poco de luz al respecto.
No obstante, al igual que sucedió en el Ibérico Pleno hay un
aprovechamiento de todo tipo de recursos: agrarios, cabaña ganadera, sal de las diferentes salinas documentadas en la comarca
(Jaraguas y Hórtola las más probables, por la documentación de
yacimientos ibéricos), recursos fluviales (análisis efectuados en
El Molón) (Lorrio et al., 2009: 37) e incluso llegada de productos marinos (malacofauna de la Casa de la Cabeza). Pero, sobre
todo, una preocupación cada vez más acusada por aprovechar
los mejores suelos: se alcanzan elevadas medias en los índices
de productividad gracias al abandono generalizado de cotas altas y el establecimiento en los llanos y vegas más productivas de
la comarca. En el Ibérico Pleno había una ocupación extensiva,
incluso de zonas con suelos pobres y marginales. Durante el
Ibérico Final, por el contrario, determinados sectores con suelos
pobres como la sierra de Utiel, El Moluengo o La Albosa ven
cómo su poblamiento se reduce en favor de otras zonas más
fértiles, seguramente en relación con una agricultura cada vez
más intensiva. La proximidad a ríos y ramblas consideramos
que tiene más de tópico que de realidad: existe una tendencia a
ubicarse próximo a ellos, pero detrás de ella hay más un acercamiento a los mejores suelos que un abastecimiento directo de
agua, necesidad que se puede cubrir también desde los abundantes manantiales y fuentes de esta comarca.
201
[page-n-219]
Si atendemos por subzonas vemos modelos de grupos locales interesantes. La vega del Magro constituye el campo de
Requena, con un poblamiento directamente en relación con el
asentamiento de la loma requenense y la producción agraria desarrollada en las fértiles riberas del río. Al Este documentamos
otro grupo local en el corredor de El Rebollar, aunque con unas
peculiares características: tras el abandono de La Cárcama no
parece sobresalir ningún asentamiento por encima del resto, de
ahí que seguramente también dependiera del oppidum requenense. Lo importante de El Rebollar es su carácter viario, de la
misma manera que sucede con el corredor de Hortunas, donde
durante esta fase final sí que localizamos un claro grupo local en
torno al Cerro Castellar y la fértil vega del río. Asentamientos
como Los Alerises, con larga diacronía desde el Ibérico Antiguo, también ejercerían un importante papel en la organización
y explotación de la cabecera del valle.
Al Sur del término de Requena encontramos grupos locales de gran importancia durante el Ibérico Pleno, pero que
durante estos siglos parecen vivir cierta desestructuración, con
un poblamiento disgregado. El llano de Campo Arcís, primera
regularización de la Meseta, queda desprovisto de poblado fortificado al frente con el abandono del Cerro de la Cabeza en el
s. III a.C., por lo que asentamientos rurales de segundo orden
como la Casa de la Cabeza cobrarán mayor protagonismo en
la explotación directa de las tierras y los recursos naturales que
esta zona aporta. Por otro lado, en La Albosa el poblado de la
Muela de Arriba perdura hasta mediados del s. II a.C., pero se
trata de un grupo local tan extenso que no podemos definir relaciones directas como en el Ibérico Pleno (Valor, 2003: 110-118).
El área de Los Pedrones – rambla de la Fuen Vich presenta un
poblamiento marginal, dentro de un sector difícil de interpretar por estar cerca de la depresión del Cabriel y de la influencia del Pico de los Ajos y, por lo tanto, consideramos difícil de
determinar a qué territorio pertenecería (Kelin, La Carència o
Castellar de Meca). A lo largo del río Cabriel, aunque bastante
distantes entre sí, se han documentado una serie de yacimientos
ibéricos, algunos de ellos surgidos en el Ibérico Final, que señalan el aprovechamiento de los pasos naturales a modo de vados
(Quixal y Moreno, 2011).
En los llanos del centro de la comarca (Utiel, Caudete, Fuenterrobles y Camporrobles) es donde encontramos los grupos locales más claros, en relación con la explotación de los mismos y
la presencia de ciudades y poblados (La Mazorra, Kelin, Cerro
de la Peladilla y El Molón). Sin duda el mejor ejemplo es el de
la propia ciudad de Kelin, que ve cómo en su entorno inmediato
surgen asentamientos secundarios dentro de una estrategia conjunta centrada en el aprovechamiento de los suelos más ricos de
la vega del Madre y la rambla de La Torre (Moreno y Quixal,
2009 y 2012). El poblamiento parece bascular más hacia el llano
de Caudete, quedando el llano de Utiel en posición secundaria,
mientras que, como luego veremos, en época romana la tendencia se invertirá.
Y por último queda Sinarcas, una zona rica arqueológicamente y difícil de interpretar por la propia complejidad cultural
que lleva aparejada. A nivel territorial en esta fase se da una
bicefalia por la coexistencia de dos poblados fortificados en dos
cerros vecinos (San Cristóbal y Carpio) que están acompañados
en el llano por multitud de asentamientos con carácter estable.
Pensamos que detrás de toda esta dinámica poblacional exis202
te un desarrollo económico ligado a la minero-metalurgia, ya
presente en fases anteriores, pero cuyo auge se situaría en este
momento. El Ibérico Final es una de las fases más relevantes en
cuanto a explotación metalúrgica en la comarca y esta zona es
sin duda la mayor protagonista. Allí se han documentado hornos metalúrgicos como el de La Maralaga (Lozano, 2006: 135),
toberas, escorias de reducción y de forja en la mayoría de sus
yacimientos (algunas de gran tamaño), así como auténticos escoriales como el Campo de Herrerías (Mata et al., 2007). A ello
debemos sumar la propia existencia de una mina en el cercano
término de Tuéjar, explotada según nuestro parecer desde este
territorio.
Uno de los aspectos más llamativos en la evolución del patrón de asentamiento es la progresiva pérdida de peso de las
ubicaciones en alto, perdurando sólo los poblados fortificados
más importantes y ubicados en puntos clave del territorio: Cerro
Castellar en la vía de penetración por el corredor de Hortunas,
Muela de Arriba en el sector meridional, La Mazorra en la sierra
de Utiel, Cerro de la Peladilla en los llanos centrales, El Molón
en la vía hacia la Serranía y la dupla Cerro de San Cristóbal –
Cerro Carpio en las vías septentrionales y las minas de hierro.
También somos conscientes que prospecciones futuras podrían
añadir algún ejemplo más, detectando perduración en las ocupaciones del Cerro de la Cabeza, La Cárcama o poblados similares, pero el modelo no se alteraría, ya que de ser así es muy
probable que no pasasen de mediados del s. II a.C. al igual que
la Muela de Arriba.
Lógicamente el papel de los fortificados cambia después de
la conquista, su función de “poblados periféricos o de frontera”
esgrimida con anterioridad se cuestiona para esta fase, pero su
propia perduración está indicando que continúan teniendo una
función, aunque sea diferente a la original. Parecen estar más
centrados en el control interno que en el externo, en la administración territorial y el control de caminos y tierras de labor.
Incluso en esta fase cobran fuerza como focos de poblamiento,
organizando algunos de los grupos locales más importantes. Y,
aunque la conquista romana suponga cierta estabilidad y control,
la República romana es una fase salpicada de enfrentamientos
internos, de ahí que continúe siendo fundamental tener puntos
de encastillamiento en caso de conflictos o ataques puntuales.
Tenemos para esta época reformas en algunos poblados como El
Molón (Lorrio, 2007: 218) o las fundaciones del Cerro Carpio
y Punto de Agua, así como la presencia en algunos de ellos de
armas que se pueden asociar con estos siglos finales (puñales,
glandes de plomo, puntas de flecha con arponcillo lateral, etc.),
que muestran cómo la Pax Romana no llegará realmente hasta
época de Augusto.
El gran cambio en el Ibérico Final no radica en los poblados fortificados sino en las atalayas, asentamientos de pequeño
tamaño centrados prácticamente con exclusividad en el control
y vigilancia del territorio. Las atalayas sí que ya no tienen sentido o cabida en el nuevo sistema, por lo que desaparecen en su
totalidad, exceptuando Punto de Agua, que se funda justamente
en esta fase. Su desaparición comporta la alteración en la importante red de intervisibilidades establecida en el Ibérico Pleno:
cada vez hay más zonas invisibles y las comunicaciones visuales en los tres sectores diferenciados (Norte, Centro y Este-Sur)
son más complicadas; parece que no hay tanta preocupación por
un control directo y una comunicación rápida. El interés ahora
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se centra, como hemos apuntado, hacia el interior del territorio
y no hacia el exterior, con el control de los campos de cultivo y
las dehesas ganaderas, así como el paso de veredas y caminos
principales.
Y esta preocupación por el control de los recursos internos
nos lleva de nuevo al área sinarqueña. Allí en el s. III a.C.
tenemos un poblado fortificado consolidado, el Cerro de San
Cristóbal, que arranca desde el Ibérico Antiguo y cuenta con
uno de los ajuares materiales más ricos de la comarca. Éste ve
cómo a finales de dicho siglo le surge un “vecino” de semejantes características en la montaña de al lado. En ocasiones se ha
pensado en una posible sustitución de una ubicación por otra,
pero el estudio de sus materiales nos muestra que fueron coetáneos. Sin embargo, lo que es cierto es que el Cerro Carpio
tiene un carácter militar más especializado, gozando de una
mejor visibilidad y un sistema de fortificaciones más allá de
la propia muela natural. Tres cuartos de lo mismo sucede con
la fundación de Punto de Agua, atalaya provista de un torreón
y un foso que surge justo en el momento en el que desaparecen todas las atalayas de la comarca. En nuestra opinión no es
casualidad que estos dos hechos sucedan en la orla Norte. Si
excluimos la posibilidad de que se trate de fortines surgidos
directamente en relación con la Segunda Guerra Púnica, algo
que consideramos poco probable porque los asentamientos
perduran más allá de finales del s. III a.C., su fundación debe
leerse en relación con alguna necesidad o interés del nuevo
contexto romano, concretamente la explotación minera y metalúrgica de esa zona: el refuerzo del control y vigilancia de la
especialización minero-metalúrgica sinarqueña.
Con esto podemos enlazar un tema que tanto nosotros como
otros autores hemos sistemáticamente evitado ante la falta de
pruebas, desde que F. Martínez a comienzos de s. XX asociara
un castro stativa con el Cerro de la Peladilla (lám. VIII): las
posibilidades de presencia militar itálica. La Meseta en todo
momento hemos visto que se trata de una zona secundaria que
no parece afectarle de manera directa la conquista romana y en
la que todo tiene una vertiente más diplomática que militar, a
diferencia de lo que sucederá posteriormente con el conflicto
sertoriano en el que pase a ser protagonista. No obstante, tampoco podemos cerrar la puerta a posibles conflictos puntuales o
un simple refuerzo del control directo que motivara la presencia
de legiones o, cuanto menos, pequeños contingentes romanos.
Rastrearlos es ardua tarea por el deficiente estado de conservación de los yacimientos y las dificultades de obtención de datos
de ese tipo. De nuevo el Cerro Carpio podría ser uno de esos
puntos que por la paradoja de su propia realidad paralela al Cerro San Cristóbal animaría a plantear que podría tratarse de un
castellum o pequeño fortín militar, sumado a la presencia de
armas significativas o un peculiar peso porcentual de moneda
romana, sobre todo denarios. Sin embargo, de momento el estudio de sus materiales nos muestra el carácter plenamente ibérico
de sus constructores y habitantes, independientemente de que
su funcionalidad fuera una u otra, y estuviera más o menos relacionada de forma directa con los intereses romanos. Requena
sería otra posibilidad, pero desconocemos prácticamente todo
su registro arqueológico.
Es por ello que de existir en algún momento una instalación temporal de contingentes romanos aboguemos por Caudete
Norte como posible punto. Este yacimiento, en el lado opues-
to del río Madre que Kelin, justo al Norte de la población de
Caudete de las Fuentes como su propio nombre indica, resulta
peculiar por una serie de motivos. Ya existe durante el Ibérico
Pleno pero su entidad, una simple dispersión de material ibérico rodado, apunta más hacia un establecimiento rural de poca
entidad o la simple explotación de los campos al Norte de Kelin (Mata et al., 2012). Sin embargo, se han podido definir varias concentraciones de cronología tardía por la abundancia de
material itálico, en porcentajes altísimos si lo comparamos con
otros yacimientos semejantes. Además estos conjuntos superan
el común monopolio de ánfora vesubiana y están compuestos
por ánforas adriáticas y brindisianas, piezas de barniz negro
campano y caleno, ánforas púnicas de “Campamentos Numantinos”, ungüentarios, etc. Una opción podría ser que todo fuera
resultado de la extensión de Kelin en su momento de máxima
expansión, puesto que ya hemos visto cómo durante los ss. II-I
a.C. la ciudad llega hasta cotas bajas próximas al río. Pero plantear que el asentamiento sobrepasa el río es cuanto menos extraño, del mismo modo que lo es que un asentamiento de gran importancia y riqueza se desarrolle tan sumamente cerca del lugar
central. No pretendemos llegar a ninguna conclusión en estas
líneas, simplemente exponer una serie de hechos que tendrán
que ser tomados en consideración en estudios futuros, a la par
que llamar la atención del interés del subsuelo arqueológico de
la actual localidad de Caudete de las Fuentes, aspecto sistemáticamente pasado por alto al tenerse bien definidos por el río los
límites de Kelin, pero que quizás albergue alguna sorpresa en
relación con esta problemática.
Cambiando de tema, las redes de circulación, intercambio
y comercio de productos han constituido uno de los ámbitos
más interesantes de este estudio y del que hemos podido obtener información más precisa. Pese a que el territorio durante el
Ibérico Final muestra mayor dinamismo a nivel comercial que
en las fases anteriores, no deja de tratarse de una zona de interior, a la cual no llegan todas las producciones y la selección
de piezas es bastante reducida, si lo confrontamos con otras
áreas más próximas a la costa. Destaca la pobre penetración
de productos púnicos entre los ss. IV-I a.C., comparándola con
la gran difusión que tuvieron las ánforas fenicias en la fase
ibérica primigenia (Bonet et al., 2004), así como la ausencia
de ánforas orientales y/o del Egeo. Lógicamente los productos
itálicos serán los que tengan mayor penetración, una vez las
sociedades ibéricas se integren en el globalizado e interconectado mercado romano.
Parece que en esta fase se invierte el proceso en la producción/consumo de vino extendida en el Ibérico Pleno. A finales
del s. III a.C. desaparece la producción atestiguada en las ramblas del Sur de Requena (Mata et al., 1997; Quixal et al., 2012;
Pérez Jordà et al., 2013) y se anula el lagar de El Molón (Lorrio
et al., 2010), de manera coincidente con una masiva llegada de
vino itálico, campano especialmente, aunque también adriático y brindisino. Al entrar a formar parte de una unidad política
mayor, en la que otras zonas como Italia o, posteriormente, el
Noreste de la Península Ibérica se centran en la vinicultura (Prevosti, 2009), la demanda parece satisfacerse desde fuera y ello
significa la ruptura de los canales de producción y distribución
del vino local. Recordemos que la República romana consideraba inicialmente necesario el mantener un cierto monopolio
sobre el vino y el aceite:
203
[page-n-221]
“Y nosotros, el más justo de los pueblos, para enaltecer el
valor de nuestros vinos y de nuestros olivos, no consentimos
que los pueblos de mas allá de los Alpes hagan plantaciones
de viñedos y de aceitunas” (Ciceron, De Republica, III, 6).
No obstante, serán necesarios futuros estudios arqueobotánicos por tal de comprobar si esto realmente sucedió así o si se
continuaba produciendo vino y aceite local, aunque fuera para
consumo local o familiar. Del mismo modo, se ha detectado
una desigualdad en la distribución de los productos importados relacionados con su transporte y consumo: mientras las
ánforas itálicas aparecen por todo tipo de núcleos, incluidos
pequeños establecimientos rurales, las piezas de vajilla de
mesa con barniz negro campano o caleno están más localizadas, limitadas a Kelin, los poblados fortificados y los principales asentamientos rurales (Quixal, 2008). Representan piezas
de cierto valor, a las que sólo podían acceder personas con
determinado estatus o riqueza.
El comercio no sólo está protagonizado por importaciones,
sino que hemos podido documentar interesantes circulaciones
de materiales a nivel local (producciones propias del territorio
de Kelin como el engobe rojo, las cerámicas con decoración
impresa y los tipos producidos en el horno de La Maralaga),
llegada de productos de otros territorios (kalathoi, colmenas
edetanas, imitaciones de formas clásicas o cerámicas con decoración compleja) y exportación de producciones locales a otros
territorios vecinos (Mata et al., 2000). El citado tema de las
cerámicas con decoración compleja es muy interesante ya que
gracias a producciones como los “vasos de hipocampos” hemos
visto el movimiento de estas cerámicas en dirección Este-Oeste,
aunque todavía resta por determinar la direccionalidad (Quixal,
2012 y 2013). Por otro lado, se ha visto cómo los kalathoi, el
genuino recipiente ibérico estandarte de la fase final, tiene un
menor peso en este territorio que en otros como el de Edeta,
aunque la excavación en la Casa de la Cabeza nos ha permitido
matizar un poco esa idea.
La numismática de esta fase está dominada por la gran presencia de moneda de Roma, así como por la acuñación de moneda propia a mediados del s. II a.C. En el centro y Sur de la
comarca abundan las monedas de cecas ibéricas valencianas y
de cecas vecinas como Ikalesken, mientras que los poblados del
Norte cuentan con abundantes monedas del Valle del Ebro. La
abundancia de unidades y semis de Castulo se explica por la posición central de la comarca como nexo de caminos Este-Oeste
y Norte-Sur, desde Andalucía al Valle del Ebro.
La distribución de los productos por el territorio, al mismo
tiempo, nos permite rastrear la penetración de importaciones
por los principales corredores desde el Este, del mismo modo
que el Norte está más abierto a la llegada de productos y objetos
celtibéricos a través de la Serranía. El Ibérico Final constituye
a grandes líneas una continuidad en lo establecido para el Pleno
en cuanto a vías y caminos (Quixal, 2008 y 2012; Moreno, 2011:
97-129), con perduración de las principales rutas que comunican Kelin con sus vecinos, sobre todo siguiendo los principales
ejes Norte-Sur y Este-Oeste. Respecto a la costa, principal foco
de recepción y redistribución de productos, consideramos que
el valle del Magro continúa siendo la ruta preponderante, dentro
de una larga vía desde el Portus Sucronensis hacia Ikalesken. El
río Cabriel sería salvado por los diversos pasos naturales, quizás ya consolidados mediante algún tipo de puente con material
204
perecedero. En el sector septentrional El Molón se consolida
como un asentamiento clave en el control de las vías hacia la
Serranía por el Noroeste, mientras que el campo de Sinarcas
sería atravesado por la vía principal Norte-Sur en dirección al
río Algarra. La entidad de las vías hacia el Sur iría pareja a la
del poblamiento de ese sector: secundaria y poco estructurada.
El abrupto escalón de Cofrentes sin duda motivó que Castellar
de Meca siempre mirara más hacia el Este y Sureste que hacia
el Norte, esperando que futuros estudios puedan demostrar contactos también entre ambos territorios.
Durante el Ibérico Final parece extenderse en el mundo funerario una simplificación de los ajuares y los enterramientos
(Roldán, 1998). Lo más común son necrópolis de escaso número de enterramientos en las faldas de los poblados en alto (El
Molón, Cerro de la Peladilla, Requena y Punto de Agua), con
ajuares muy simples (armas, alguna fíbula, etc.). Y de nuevo
recalcamos que, o tenemos un registro enormemente sesgado, o
no existe una democratización en los enterramientos, no disfrutando de rituales funerarios de este tipo más que un sector muy
restringido de la sociedad. A nivel cultual lo más significativo es
el fin de los rituales desarrollados en las cuevas-santuario, pese
a que continúan teniendo ocupaciones esporádicas durante los
ss. II-I a.C. y sin que ello signifique que dejen de tener carácter
sacro. Simplemente algunas de las particularidades asociadas
a esa religiosidad bajo dominio romano carecen ya de sentido.
Las referidas funcionalidades de aglutinación, pertenencia a
una comunidad o protección de los viajes entran en crisis con la
extensión del control romano, seguramente en favor de una religiosidad más doméstica, más íntima. Los únicos espacios naturales en los que parecen documentarse prácticas rituales están
ya influidos por el contacto con Roma, como son los abrigos con
grafitos ibéricos localizados en las áreas periféricas o territorios
vecinos y que recuerdan a santuarios rupestres romanos como el
de Segobriga (Abascal et al., 2007: 54).
Para concluir este apartado hemos reservado unas breves líneas a la Casa de la Cabeza y lo que su excavación ha aportado.
De forma paralela al continuismo visto del s. II a.C., también tenemos aparición de núcleos ex novo, muchos de ellos unifásicos
y de corta ocupación, seguramente en relación con unas motivaciones económicas y poblacionales concretas. En una fase en
la que se reduce el número de establecimientos rurales, cobran
protagonismo asentamientos de este tipo, próximos a las áreas
de cultivo y no siempre dependientes de un poblado mayor, algunos de los cuales incluso perdurarán en época Alto Imperial
y se consolidarán como villas (Casa Doñana). En la Casa de la
Cabeza se han descubierto dos sectores diferenciados: uno con
función de área de trabajo auxiliar y otro donde seguramente se
instalaría el lugar de residencia, aunque de nuevo acompañado
por equipamientos artesanales y/o industriales. El estudio de sus
materiales, aún en curso, aporta y aportará información sobre
las importaciones de esa época y las producciones ibéricas finales, difíciles de diferenciar y establecer como fósiles directores,
y todo ello lo hará con referencia estratigráfica. Asentamientos
como éste son los verdaderos protagonistas del cambio cultural,
fundamentales para comprender qué sucede en la zona entre el
abandono del poblado fortificado del Cerro de la Cabeza a finales del s. III a.C. y la aparición de la villa de Los Villares de
Campo Arcís ya en el I d.C.
[page-n-222]
La ruptura de época sertoriana
y el “vacío” del siglo I a.C.
A diferencia de la Segunda Guerra Púnica, la guerra civil entre
Sila y Sertorio entre el 80 y el 72 a.C. aproximadamente, conflicto conocido como guerras sertorianas, sí que supone en la comarca una ruptura. A nivel general también influye en el patrón
de asentamiento y en la vida urbana de muchas ciudades, dado
el apoyo generalizado al bando perdedor y las consecuentes represalias (Bonet y Ribera, 2003: 83-85). Otros yacimientos arqueológicos bien estudiados como Libisosa nos muestran cómo
el contingente establecido en la población durante la contienda
arrasa parte del oppidum para construir la muralla (Uroz, 2012).
Tras las derrotas sertorianas en el 75 a.C. en Valentia, Sucro
y Arse después de que Metelo se uniera a Pompeyo, se narra
que Sertorio se retiró a una ciudad montañosa y bien fortificada,
cuyos muros empezó a reparar y a obstruir las puertas (Plutarco,
Sertorio, 21, citado en Salinas, 2006), sin que tengamos indicios
de que pudiera tratarse de ningún asentamiento concreto y por
ello tampoco asociar con la Meseta de Requena-Utiel ningún
hecho exceptuando la propia destrucción y abandono de Kelin.
El contexto histórico siguiente, el de los segundos dos tercios del s. I a.C., muestra un acusado vacío de poder en los territorios del actual País Valenciano. Juntamente con la caída de
Kelin, La Carència es destruida pero consigue perdurar (Albiach
et al., 2007; 2013), mientras que Edeta y Valentia también sufren
las consecuencias de la represión y pasan a vivir largos hiatos, al
menos en cuanto a ocupación significativa (Corell, 2008: 22-23;
Ribera, 2009). Arse parece salir reforzada durante esta centuria
por su apoyo al bando victorioso a diferencia del resto de núcleos.
En la comarca, juntamente con Kelin caen la mayoría de
sus poblados fortificados, tal y como podemos deducir por sus
ajuares cerámicos y la numismática recuperada. No obstante,
es complicado determinar el grado de arrasamiento derivado de
la contienda, ver si fue muy destructiva o una simple cuestión
pactada. En El Molón se han documentado algunos materiales
de mediados del s. I a.C. (Lorrio et al., 2009: 32; Lorrio y Sánchez de Prada, 2014), pero el grueso de sus conjuntos cerámicos
parecen ser coincidentes con el resto del poblamiento comarcal, sufriendo una alteración en torno al 75 a.C. Por la tanto,
la comarca de Requena-Utiel vive un desmantelamiento de su
poblamiento en alto diferente a otras zonas como el Camp de
Túria, en las que el sistema de atalayas desaparece a principios
del s. II a.C. Aquí las pequeñas atalayas se abandonan primero,
ya a finales del s. III a.C., mientras que el resto de poblados
fortificados caen paralelamente a Kelin en el marco sertoriano.
La zona, al igual que otros territorios como los valles de Alcoi, pasa de estar densamente poblada en época ibérica y contar
con un núcleo central con carácter urbano, a presentar densidades de poblamiento más bajas, carácter secundario y ausencia
de un lugar central (Grau, 2002-2003 y 2003). El poblado de
Requena, sin embargo, sí que perdura, posiblemente con una
entidad semejante a La Carència, que pasa de ser capital de un
territorio a un poblado en alto de segundo nivel, sin alcanzar
estatus municipal. La continuidad en época imperial del Pico de
los Ajos nos demuestra su pertenencia o filiación a La Carència,
ya que viven una evolución muy similar (Quixal, 2010).
La tónica general durante lo que resta de s. I a.C. será la de
un gran vacío, bien de información, bien de poblamiento (o ambos). Contamos con la acusada problemática de fechar ocupa-
ciones de mediados del s. I a.C., contextos de época cesariana,
ya que los fósiles directores son menos numerosos y aún menos
en zonas secundarias como parece convertirse la comarca de
Requena-Utiel. Además no tenemos registros materiales que
sirvan de referencia, ya que la Casa de la Cabeza pensamos que
no perdura más allá del 100 a.C. Nuestra labor de campo y de
laboratorio nos ha llevado a obtener algunos datos a partir de yacimientos prospectados. Pensamos que este siglo es el momento
de aparición de la tegula, presente en asentamientos como Peña
Lisa que no van más allá de mediados del s. I d.C., y de los primeros dolia con borde plano locales, producciones que se asemejan a las llamadas Ilduratin detectadas en el Valle del Ebro
(Burillo, 1980), pero cuya dispersión y variedad indican que se
produjeron en muchos otros puntos. Un asentamiento con áreas
de trabajo y numerosos recipientes de almacenaje como la Casa
de la Cabeza no contaba con ellos, tan sólo algunos bordes planos de ánfora que están marcando la transición hacia el conocido contenedor romano.
El Alto Imperio y la extensión del sistema
de villae en una zona secundaria
Es a lo largo del s. I d.C. cuando comienza a generarse el sistema de villae y cuando arrancan la mayoría de estos nuevos
asentamientos rurales, al igual que sucede a nivel general en tierras valencianas (Bonet y Ribera, 2003), pero no será hasta el II
d.C. en que el proceso alcance un desarrollo considerable, tal y
como nos indican los materiales recuperados en las principales
villas de la comarca. Por lo tanto, esta zona no vive una rápida
extensión de las villas como Cataluña (Prevosti, 1991), ni las
mismas alcanzan el carácter, entidad y riqueza de las halladas
en otras zonas costeras o suburbanas. De nuevo aquí radica la
importancia que el poblamiento rural y disperso ya tenía incluso
de forma previa a la conquista, pese a la existencia hasta el 75
a.C. de un núcleo urbano central.
Independientemente del momento de su aparición y de los
ritmos de su extensión, de lo que debemos ser conscientes en
todo momento es que no se debe clasificar todo asentamiento rural romano como una villa (Olesti, 1995: 197). Una villa
conlleva una serie de partes productivas, de almacenaje y habitacionales, una estructuración precisa en favor de una estrategia
conjunta y una organización socioeconómica en búsqueda de la
máxima productividad agraria o artesanal posible, más allá de
detectar una mayor o menor dispersión de material constructivo
(Revilla, 2004). Y, además, sus propietarios deben haber alcanzado cierto nivel de riqueza, que generalmente se contempla en
el registro material. Por lo tanto, es una cuestión que se mide
tanto por la cantidad y calidad de los materiales recuperados,
como por el nivel de los equipamientos detectados.
Recordemos que estamos trabajando en una comarca en la
que a día de hoy no tenemos constancia del hallazgo de mosaico
alguno, simplemente noticias de unas pocas teselas recogidas.
Lo más elaborado o destacado que hemos podido contemplar
in situ son pavimentos de ladrillos romboidales en Requena,
fragmentos de opus spicatum en Los Villares de Campo Arcís
y fragmentos de placas de mármol en el Barrio de Los Tunos.
Es por ello que dentro del concepto de villa con cierto nivel tan
sólo entronquen asentamientos como Las Paredillas, La Calerilla, Barrio de Los Tunos, Molino de Enmedio, Los Villares
205
[page-n-223]
Fig. 246. Pintura mural figurada del
Barrio de Los Tunos (1, MPV) y
bícroma de Los Villares de C. Arcís (2).
de Campo Arcís y La Balsa, por el hallazgo en ellos de baños
de tipo rural, teselas, mármol, hornos metalúrgicos, pintura
mural (fig. 246), inscripciones, construcciones de gran tamaño,
fragmentos de columna, etc., juntamente con la riqueza de sus
ajuares cerámicos y la presencia de objetos de otras materias
(vidrio, metal, monedas, etc.). En un segundo peldaño tendríamos asentamientos que consideramos villas, pero cuyo nivel,
tamaño o riqueza no alcanzaría el de las primeras, véase Casa
del Tesorillo, El Ardal, El Barriete, La Solana (?), Casa Doñana
o Tinada Guandonera, más una serie de núcleos en la tenue línea
que separa las villas del resto de asentamientos rurales (Fuen
Vich, El Carrascal, Las Casas, Fuente del Cristal o Covarrobles), una línea más difusa si cabe si trabajamos sólo con datos
procedentes de prospección.
Luego existiría toda una serie de tipos de asentamiento,
clasificables bajo conceptos como casa repentina, aedificium,
mansio rustica, tugurium, etc., que en muchas ocasiones pueden
ser herederos de los asentamientos rurales ibéricos finales tipo
Casa de la Cabeza. También son protagonistas del sistema productivo romano y perfectamente podrían estar bajo la órbita de
una villa, de ahí su proximidad a las mismas en muchos casos
(por ejemplo, Fuente del Cristal respecto a Molino de Enmedio). La Solana, una gran dispersión de material romano pero
de baja entidad, ha sido interpretada como un asentamiento más
extenso, un vicus (Pingarrón, 1981: 371-375), modelo que podría ser compartido con algún otro yacimiento.
Se ha visto que cuando los asentamientos cuentan con una
fase ibérica previa, generalmente en época imperial no se desarrollan como una gran villa, sino que de perdurar suelen mantenerse como asentamientos rurales de segundo rango, véase Covarrobles, Peña Lisa, Rambla del Sapo; o villas pequeñas, como
El Carrascal o Fuen Vich. La mayoría de las villae, especialmente las de mayor importancia, surgen ex novo a lo largo del
s. I d.C., especialmente durante su segunda mitad. Esta realidad
podría explicarse por diversas dinámicas. En primer lugar, que
algunas de las aristocracias de los poblados fortificados continúen manteniendo redes clientelares con la autoridad romana
y pasen a ocupar las nuevas villae, mientras que las granjas familiares que perduran de época ibérica mantengan un estatus
semejante, exceptuando contados casos en los que promocionen
206
como en Casa Doñana o en Fuen Vich, generalmente aprovechando zonas con densidades de poblamiento bajas. Otra opción
sería la llegada de nuevas poblaciones, que se otorgue lotes de
tierras a familias o grupos venidos de otras zonas costeras y
urbanas, independientemente de que tengan origen itálico o provincial. Esta cuestión no está lo suficientemente madura como
para poder plantear nada de forma categórica, pudiéndose dar
perfectamente ambos modelos, ya que cuestiones de herencias,
redes clientelares o propiedades que se estén desarrollando en
este momento se nos escapan por completo.
Otro problema ligado al desarrollo de las villae es la cuestión de la extensión del modo de producción esclavista. Este
modelo estuvo presente en la comarca, como podemos ver en la
onomástica de determinadas inscripciones, aunque no sabemos
si fue una práctica muy extendida. El establecimiento de estrechas redes clientelares con los indígenas tras la conquista y las
represalias derivadas de las guerras sertorianas sin duda conllevaron, antes o después, el paso a condición servil o esclava de
un número indeterminado de indígenas, más la propia llegada
que se pudiera dar de esclavos de otras zonas.
Tras la desaparición de Kelin en el contexto de las guerras
sertorianas, con él desaparece el rol de lugar central. En época
imperial pensamos que es más probable que toda la comarca forme parte del territorium y ager de una única ciudad,
por su propio carácter unitario contemplado en todas las fases
históricas y, en especial, en la fase previa ibérica. Y, por una
serie de motivos, pensamos que tras la recuperación en el s. I
d.C. de Edeta y Valentia muy probablemente pase a entrar en
la órbita de alguna de estas dos ciudades, con la consecuente
instalación de población procedente de ellas en algunas de las
principales villas o en la propia Requena. Geográfica e históricamente la comarca siempre ha mirado más hacia el Este, algo
que ha sucedido durante fases históricas más recientes, en las
que la comarca, pese a ser castellana, económicamente ha estado volcada a Valencia por su mayor proximidad y facilidades
de comunicación (Piqueras, 1997; Muñoz y Urzainqui, 2011).
Las comunicaciones hacia el Oeste presentan dificultades por
el surco del Cabriel y las orlas montañosas existentes (Fuentes,
1988: 213). Además, el hecho de que el sustrato cultural sea
ibérico facilitaría su entrada bajo dependencia de ciudades con
[page-n-224]
también sustrato ibérico como Edeta. Argumentos epigráficos
y relaciones onomásticas los hay en favor de ambas opciones
(Martínez Valle, 2004: 6 y Corell, 2008: 23).
Si analizamos por subzonas como en la fase anterior se contabiliza un número de grupos locales muy semejante al de época
ibérica. No obstante, su composición y estructuración es diametralmente opuesta. El poblamiento jerarquizado con poblados fortificados capitalizando el poblamiento de las áreas, con
diversos asentamientos rurales aprovechando los suelos más
ricos y toda una serie de establecimientos rurales derivados, da
paso a una dicotomía de grupos locales agregados, compuestos
por dos o tres asentamientos de igual rango aprovechando los
suelos más ricos de la comarca (valles, vegas y llanos) sin aparentemente entrar en competencia o solapamiento, y, por otro
lado, de grupos locales completamente disgregados y sin ningún
tipo de orden. No hay una preocupación y conciencia como en
la fase anterior por una ocupación racional del espacio, ahora
lo que prima es la productividad y el aprovechamiento de los
recursos naturales (fig. 247). Pingarrón observó cierta división
ortogonal del terreno en los llanos de Caudete y Utiel y, sobre
todo, en torno al curso del río Magro entre Requena y Utiel,
pero sin creer que se pueda hablar de existencia de una centuria-
Fig. 247. Esquema de la evolución del patrón de asentamiento desde el Ibérico Pleno al Alto Imperio.
207
[page-n-225]
ción, como mucho de un poblamiento organizado en torno a una
vía o el propio río (Pingarrón, 1981: 361-364). Hay una gran
concentración espacial, las mallas en los grupos locales son más
apretadas y densas que nunca (fig. 247 y 248). Es el cénit de la
ocupación del llano y las cotas bajas, con el práctico fin de todo
asentamiento fortificado en alto.
En la vega del Magro surgen dos villae muy próximas
entre sí, además dos de las más destacadas, Barrio de Los
Tunos y El Barriete. Además tenemos lo ya referido en torno al desconocimiento que supone Requena para esta época,
con escasas excavaciones de fase imperial en su casco antiguo. No obstante, la abundancia de inscripciones localizadas
a su alrededor ya nos están indicando que se trataría de un
asentamiento significativo, posiblemente único en sus características, de ahí que debamos esperar futuros hallazgos que
aporten información sobre él. Los dos corredores de entrada
por el Este a la Meseta muestran estructuras de poblamiento
similares, con abandono de todo tipo de hábitat en altura y
establecimiento de sendas villas de importancia: Las Paredillas en El Rebollar, una villa en la que sobresale la construcción de un muro de aterrazamiento o contención de opus
caementicium de 30 m de longitud; y La Calerilla, una villa
que genera una necrópolis monumental entre los ss. I-III d.C.
Por lo tanto, en ambos casos desconocimiento de la estructura y carácter de la villa en sí, pero a raíz de los equipamientos asociados y construcciones anexas podemos inferir cierta
importancia a las mismas.
El llano de Campo Arcís es una de las zonas más dinámicas, con gran cantidad de hallazgos de importancia (epigrafía,
elementos arquitectónicos, escultura, ánforas, metales, etc.),
sobre todo derivados de las villas de Los Villares de Campo
Arcís, Casa del Tesorillo y El Ardal, muy próximas entre sí.
Los grupos locales del Sur de Requena, por el contrario, tienen una estructuración pobre y una densidad baja al igual que
sucedía en época ibérica final. En el Cabriel perdura la ocupación de alguno de sus vados, aunque ya en un menor número
que en siglos anteriores. La Albosa sigue la misma tendencia
arrancada en el Ibérico Pleno de tener un poblamiento cada
vez más reducido y mayor separación entre núcleos, con ningún asentamiento de importancia. Y en la rambla de la Fuen
Vich el asentamiento epónimo protagoniza prácticamente toda
la ocupación de la zona.
Los llanos del sector septentrional de la comarca muestran,
por el contario, estrategias poblacionales más complejas, en
relación con el aprovechamiento de los ricos suelos que las
propias llanuras y el paso de ramblas y ríos generan. En los
de Caudete y Utiel se invierte el proceso: tras la destrucción
de Kelin el llano de Caudete vive un sorprendente abandono,
pese a tratarse de una de las zonas más ricas, en el que la villa
de Casa Doñana constituye prácticamente una isla. En contraposición, el llano de Utiel y la rambla de La Torre, una zona
anteriormente secundaria dentro del entorno de Kelin, eclosiona como la más densamente poblada en época imperial. Se da
una alternancia de villas y asentamientos rurales (Las Casas,
Fig. 248. Mapa con
Requena y las diferentes
villas de época imperial.
208
[page-n-226]
Fuente del Cristal, Molino de Enmedio, La Solana...) ocupando una reducida superficie, más si cabe si tenemos en cuenta
que este grupo inmediatamente conecta con la vega del Magro
en la villa del Barrio de Los Tunos.
El llano de Fuenterrobles presenta un poblamiento menos
numeroso que en época ibérica, con Peña Lisa y Covarrobles
como núcleos más destacados, aunque ninguno parece alcanzar
la entidad de una villa. Marcan muy bien el cambio cultural,
sobre todo Peña Lisa que es de los pocos que aportan un poco
de luz al hiato de mediados del s. I a.C. a comienzos del I d.C.
En la llanura de Camporrobles, tras el abandono de El Molón,
se desarrolla la importante villa de La Balsa, en directa relación
con la laguna allí existente (Lorrio et al., 2009: 43).
Por último, Sinarcas es de nuevo una zona compleja donde
el cambio cultural se expresa con mayor fuerza. Ningún asentamiento sobresale con claridad por encima del resto; como mucho El Carrascal por los hallazgos referidos en la bibliografía
podría ser considerado una villa. Sin embargo, sí que tenemos
múltiples asentamientos estables, en muchos casos con continuidad de época ibérica. Es la zona en la que hay una mayor perduración de los núcleos durante toda la secuencia iberorromana.
Cerro Carpio, aunque perdura durante parte del s. I d.C., pensamos que su entidad es dudosa, simplemente una ocupación residual o puntual, por lo que no podemos compararlo con Requena
dentro de su categoría. Cuando su función militar desaparezca,
el propio poblado morirá con ella.
A todos los efectos hemos acarreado un profundo desequilibrio en la riqueza de los datos relativos a cronología ibérica final
con respecto a los de romana altoimperial, en relación con diversas contrariedades: menor número de proyectos de época romana,
prospecciones en muchos casos antiguas e incluso nuestra propia
formación ceramológica eminentemente ibérica. No obstante,
queda patente la poca variedad de registros materiales si lo comparamos con conjuntos de otros ámbitos urbanos valencianos o de
villas rurales de entidad. En este sentido, hay un claro predominio
de las vajillas de TSH, la mayoría lisas, con porcentajes muy bajos de formas decoradas. Producciones como la TSI apenas están
presentes, en relación con el vacío existente a caballo de los ss. I
a.C. - I d.C. Entre las cerámicas comunes y de cocina sí que tenemos una variedad porcentual más rica, con un mundo muy interesante en torno a las cerámicas de cocción reductora que marcan
una clara transición desde las ollas ibéricas a los aula y caccabi romanos, ya que importaciones tanto republicanas (Vegas 2)
como imperiales (rojo pompeyano o TSA de cocina) apenas se
han documentado. Lo mismo ocurre con las lucernas, con una
presencia pobre en todo momento. Lo que más se localiza y lo
que constituye los yacimientos es material constructivo básico, de
ahí que en todo momento parece primar la vertiente productiva de
los asentamientos sobre la lujosa y residencial, dada la ausencia
de mosaicos, pintura mural, esculturas, elementos arquitectónicos, etc. El mundo de las ánforas es bastante homogéneo, documentándose muchas ánforas vinarias, sobre todo Dressel 2-4, y
poca presencia de ánforas béticas o norteafricanas. A fecha de hoy
la numismática romana de la comarca, si la comparamos con la
ibérica, es llamativamente pobre.
En el sistema viario se reflejan los cambios que están acaeciendo a nivel de poblamiento, cada vez más concentrado. Parece que los principales caminos Norte-Sur y, sobre todo, EsteOeste perduran y se consolidan; pero al mismo tiempo muchos
de los caminos secundarios y ramales que conectaban determinados sectores ahora carecen de sentido por los vacíos de poblamiento. El despertar de Valentia en el s. I d.C. seguramente
llevaría aparejados cambios en la estructuración de los viales, al
heredar el papel del Portus Sucronensis como principal puerto
receptor de productos y foco de su redistribución hacia el interior. En este momento la ruta de Las Cabrillas cobraría mayor
importancia, seguramente en relación con los acondicionamientos que un estado romano impulsor de grandes obras públicas
llevara a cabo a fin de facilitar las comunicaciones. Y entonces
sería cuando se impondría como ruta principal hacia el Oeste en
detrimento del valle del Magro, aunque éste continúe teniendo
importancia en época romana (necrópolis y villa de La Calerilla, inscripción del personaje gilitano, etc.) (Quixal, 2012). La
comarca constituiría un tramo más de una larga vía entre Valentia con Segobriga, quizás ya de forma consolidada por el paso
del Pajazo en vez de por Vadocañas. La ruta Norte-Sur, aunque
posiblemente debilitada, permitiría la llegada de productos meridionales como el mármol de Buixcarró de Saetabis, documentado en Los Tunos.
La esfera cultual, funeraria y religiosa romana resta por conocer debido a lo limitado del registro. No obstante, podemos
observar el fuerte peso rural que tiene la religiosidad en todo
momento, con predominio de representaciones y alusiones a divinidades como Baco, Liber Pater y los dioses Manes, es decir,
un panorama muy alejado de la triada capitolina y los cultos imperiales clásicos de lugares urbanos. El vacío existente entre el
s. I a.C. y el I d.C. es en este campo de nuevo un gran handicap,
puesto que se trata de la fase clave para entender cómo se da el
cambio en la esfera sacra entre uno y otro mundo.
Iberos, celtíberos y romanos:
etnias, culturas e identidades
Los ss. II a.C. – II d.C. constituyen en la Meseta de RequenaUtiel un periodo de estudio clave por la complejidad en la definición de las etnias, culturas o identidades que entran en juego
y los cambios que se dan en una fase de contacto y apertura a
influencias externas. Un estudio clásico hubiera empezado el
trabajo exponiendo en el capítulo introductorio todas las posibilidades de filiaciones étnicas y culturales en relación con las
referencias aparecidas en los clásicos, enumerando las hipótesis
ya formuladas y haciendo un ejercicio de erudición preliminar.
En nuestro caso, hemos preferido esperar a tener encima de la
mesa toda la información de tipo cultural para poder acceder o,
cuanto menos, reflexionar sobre el carácter de los habitantes del
territorio de Kelin; recalcando lo de cultural porque consideramos que en este caso es un término más útil que étnico.
La comarca se encuentra en una zona interior de Valencia,
generalmente siempre englobada dentro del área ibérica. En
ocasiones se ha incluido dentro de la Edetania, entendiendo por
ésta un grupo étnico más extenso que el mero territorio de la
antigua Edeta / Tossal de Sant Miquel, aunque esto parece haber sido ya superado por considerarlo un grupo ibérico diferente
dadas sus propias peculiaridades (Mata, 2001; Valor, 2003). No
obstante, esto no siempre ha sido así. Uroz en los años 80 y
Almagro más recientemente han considerado que esta región
de carácter fronterizo tenía una raigambre celta y presentaba
rasgos no ibéricos, por lo que la relacionaron con los olcades
209
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(Uroz, 1983; Almagro Gorbea, 1999). Polibio (III, 13, 4-5; III,
14, 3 I III, 33, 10) y Tito Livio (XXI, 5, 2-7) mencionan a estos
pueblos de interior al Sur del Ebro, a los que los cartagineses
atacaron antes de sitiar Sagunto, sometiendo su capital (Althia
o Cartala, según el autor) y a todas las poblaciones dependientes (Valor, 2003). No sólo ha sido con los olcades, también se
ha vinculado la comarca en alguna ocasión con los carpetanos,
túrbulos o los lobetanos, aunque no hay ningún dato que permita
defenderlo (Lorrio, 2000: 111; Burillo, 2007). Posteriormente
otros autores han negado tajantemente toda vinculación de este
tipo, dudando de la veracidad de las referencias clásicas y basándose en el pleno carácter ibérico de la comarca, palpable en
numismática o epigrafía (De Hoz, 2001).
Por otro lado, Lorrio a lo largo de su línea de investigación
en la comarca, centrada sobre todo en las excavaciones de El
Molón, ha planteado que durante los ss. III-I a.C. (Celtibérico
Tardío) en la orla septentrional de la comarca hay indicios de
“Celtiberización” a raíz de los bienes de prestigio documentados (puñales biglobulares o fíbulas La Tène) (fig. 249), que
indicarían la presencia en la zona de élites ecuestres procedentes de la Celtiberia Meridional (Lorrio, 2009: 227). Estas élites
controlarían en la llamada por algunos autores “Celtiberia Exterior” (Pérez Vilatela, 1991: 217) algunos poblados de tipo castreño como el propio El Molón, Cerro de San Cristóbal, Punto
de Agua, La Atalaya o Plaza de Sobrarías / Collado de la Plata
(Lorrio, 2012: 74) y organizarían a su alrededor pequeños territorios autónomos (Lorrio et al., 2009: 29-30). La problemática
existente en torno a la definición del concepto de “celtíbero”
desbordaría toda pretensión del presente trabajo. Este término,
creado por los autores grecolatinos para referirse a un conglo-
Fig. 249. Puñal biglobular de El Molón (según De la Pinta et al.,
1987-1988).
210
merado de pueblos con límites internos y externos complicados
de definir, aún hoy no parece claro si agruparía una etnia común,
mezcla de diversos elementos celtas e iberos o si simplemente
tendría un valor geográfico (Lorrio, 2000: 113-114).
De todo esto lo que vemos es que entran en juego dos modelos. En primer lugar, esta interpretación de los objetos de posible origen y carácter celtibérico como una muestra de difusión
cultural; no tanto grandes oleadas de gentes, sino presencia de
grupos dominantes celtibéricos, migraciones locales e incluso
aculturación del sustrato: “El hallazgo de elementos considerados como celtibéricos en áreas no estrictamente celtibéricas
puede verse como un indicio de Celtiberización y, por tanto, de
Celtización de esos territorios” (Lorrio, 2005: 52).
La segunda opción es la de interpretarlos simplemente como
fruto de las relaciones sociales y redes comerciales existentes.
En relación a esto último reproducimos lo defendido por Burillo
en su clásica obra sobre los celtíberos: “La distribución de un
producto (alfarero en ese caso) debe analizarse especialmente
desde el marco interpretativo de las relaciones tecnológicas,
culturales, políticas y comerciales y no desde la exclusiva vinculación étnica” y “No pueden generalizarse las conclusiones
que se desprenden de cualquier objeto. Las cerámicas, las fíbulas, los broches, las armas, se mueven por circuitos comerciales
y por relaciones sociales, por lo tanto suelen trascender el territorio étnico” (Burillo, 2007: 116 y 177).
Durante los últimos siglos del primer milenio a.C. se multiplican los contactos entre grupos culturales diversos, justamente
en una época convulsa a nivel político y no del todo clara a nivel
de identidades. Además a partir de la conquista, Kelin, aunque
continuara ejerciendo de lugar central a nivel administrativo o
comercial, ya no tendría un control tan directo sobre el resto de
asentamientos como en la fase anterior. Esto permitiría a poblados ubicados en los antiguos límites territoriales y, al mismo
tiempo, zonas de transición cultural como El Molón abrirse a influencias externas, sin que por ello tengamos que cuestionar su
eminente carácter ibérico. Cuanto más laxo sea el poder central
indígena, que ahora recae en último término en manos romanas,
menor dependencia tendrán los poblados fortificados.
No obstante, este hecho no tiene por qué indicar movilidad de personas o grupos, concretamente de élites o grupos
guerreros, ni pertenencia étnica a los mismos. Como ya se ha
planteado, el registro material es la base para acceder a la identidad (Mattingly, 2010) y el registro material de todos los yacimientos de la comarca durante estos siglos tiene un carácter
plenamente ibérico, que consideramos tiene más peso a la hora
de determinar la pertenencia cultural de una comunidad que un
reducido conjunto de objetos de valor. Precisamente estos bienes de prestigio son los que con mayor facilidad encontraremos
fuera de su lugar de origen por ser los utilizados a la hora de
sellar pactos, conformar dotes de matrimonios o fruto de simples intereses comerciales. Esto permitiría explicar la presencia
de armas como los puñales biglobulares de El Molón o Punto
de Agua, la abundancia de cecas del Valle del Ebro en algunos
poblados septentrionales, así como la presencia de determinadas fíbulas con resorte lateral con representaciones zoomorfas
localizadas en Kelin o la fíbula anular con rostro humano siguiendo el modelo de La Tène hallada en un lugar tan próximo
a la costa como Cheste (Lorrio, 2005: 202). No podemos negar
la posibilidad de presencia de personas o grupos celtibéricos en
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la comarca durante los siglos finales, pero sí defendemos que,
de haber existido, su peso sería siempre minoritario. Debemos
evitar caer en lo que Mattingly denomina problemática de los
“–ization”, tendencia a explicar todo hallazgo ajeno a lo autóctono como fruto de procesos de aculturación (Mattingly, 2010:
285-287). Además, tampoco se pueden descartar los contactos
con la Celtiberia para los siglos precedentes, quizás se trate
únicamente de una cuestión de mayor intensidad de los mismos
o una mayor facilidad para rastrearlos durante los siglos finales
por ser mejor conocidos.
El Norte no sólo está abierto a influencias celtibéricas durante el Ibérico Final, del mismo modo que al área celtibérica
llegan numerosos materiales ibéricos. Por esa orla también circulan, por ejemplo, producciones locales plenamente ibéricas
como las cerámicas con decoración impresa o el engobe rojo,
o llegan objetos de áreas ibéricas edetanas como las colmenas.
En El Molón el porcentaje de monedas del Valle del Ebro es
muy elevado, pero, en cambio, en el Cerro de San Cristóbal y
el Cerro Carpio no ocurre lo mismo, con muchas monedas de
cecas ibéricas y de Roma. En el propio poblado camporruteño
se siguen durante esta fase rituales funerarios asociados tanto
con el mundo ibérico como celtibérico, véase la incineración
con deposición en urna en su necrópolis (Lorrio, 2001b) o el enterramiento de neonatos bajo unidades domésticas (Lorrio et al.,
2010). Por no hablar de la concentración de textos escritos en
ibérico en el área de Sinarcas, algunos de tal importancia como
la estela de Pozo Viejo.
Pero no debemos olvidar que esta problemática entre iberos y celtíberos surge precisamente en el momento de entrada
en acción de un tercer grupo de actores: los romanos. Como
se puede deducir tras leer todo el trabajo, comenzando por el
título, estamos a favor de la continuación en el uso del término “Romanización”, aunque contemplándolo siempre desde la
óptica indigenista y entendiéndolo como un proceso de cambio cultural lento, complejo y heterogéneo protagonizado por
dos mundos con culturas e identidades diferentes (indígenas y
romanos), que tras el contacto ambos sufrirán cambios (Van
Dommelen, 2001), dando lugar a una nueva configuración cultural (Hopkins, 1996; Terrenato, 1998). Más críticos somos con
el uso del adjetivo, “romanizado/a”, de ahí que siempre que lo
hemos utilizado ha sido entre comillas.
No obstante, también somos conscientes de que los cambios que se producirán en estos siglos afectarán más a los
indígenas que a los llegados por el propio carácter militar e
imperialista de la conquista. Sin caer en simples cuestiones
de aculturación, cierto es que este periodo de contacto cultural dista mucho de asemejarse al que vivieron los iberos con
los pueblos orientales en los ss. VII-V a.C., fenicios y griegos
principalmente. Aquí hay una conquista militar, un interés por
la explotación directa de las sociedades indígenas que desembocará en profundos cambios en la organización interna y las
redes clientelares establecidas. No obstante, asistimos a unos
primeros siglos de continuismo en los que las sociedades ibéricas mantienen muchos de sus rasgos. Es por ello que las características previas del área en cuestión sean fundamentales
en la configuración posterior a la conquista (Keay, 1996). Pero
el análisis no sólo debe centrarse en los cambios, también debe
recoger las pervivencias, las “resistencias silenciosas” que
muestran la continuidad de la identidad indígena dentro de la
nueva realidad, aunque sea de forma fusionada con prácticas
y costumbres ajenas (Mattingly, 2004). En zonas de interior
como ésta, tanto en un primer momento como incluso con la
extensión del Imperio Romano el grueso de la población continuaría siendo autóctono, lo que se reflejaría hasta en núcleos
de fundación itálica como la propia Valentia, en la cual también se ha detectado influjo ibérico (Ribera, 2001).
El concepto de “romano” en una zona secundaria y de interior como ésta es muy diferente en el s. II a.C. que en el s. II d.C.;
y lo que es más importante, en ambos casos dista radicalmente
de lo que significa en Roma. Es por ello que abogamos por un
uso con más carga teórica del término “hispano”, entendiendo
por él esta nueva realidad producto de la hibridación cultural
de un grueso de población indígena ibérica con otro conquistador romano, más reducido, pero con mayor fuerza para lograr
el éxito de sus tradiciones, técnicas, sistemas de organización,
rituales, vestimenta, lengua y escritura. La identidad relativa al
hispano, por lo tanto, será diferente de la que propiamente traigan los romanos, y variará en relación al grupo social, nivel
económico y grado de integración en el aparato estatal romano
de esa persona o de ese colectivo en cuestión (Mattingly, 2004).
La excavación en la Casa de la Cabeza nos ha permitido ver
como un asentamiento del s. II a.C. continúa siendo plenamente
ibérico, mucho más próximo en carácter, sistema constructivo y
registro material a los núcleos rurales de la fase anterior como
El Zoquete (Pérez et al., 2007; Quixal et al., 2008), que a las
villas romanas de un siglo y medio más tarde. En el yacimiento
un porcentaje significativo lo constituyen materiales de origen
itálico, pero se trata de productos llegados mediante el comercio; además hay una clara selección de los materiales, producciones muy concretas, diferentes a lo que serían los gustos y
necesidades romanas. El ajuar ibérico comienza a denotar los
cambios propios de la época, con interesantes transiciones en
determinadas formas de cerámica común, cocina y grandes recipientes de almacenaje, así como imitaciones de formas clásicas.
Y debemos recalcar una vez más que la totalidad de la muestra
monetaria sean monedas de cecas ibéricas.
La llegada de productos de ámbito itálico no parece comportar en primer momento fuertes cambios en los hábitos alimenticios, puesto que aunque llega vino de fuera en grandes
cantidades, con él no viene la misma abundancia de piezas de
vajilla para beberlo o morteros. La población mayoritaria, indígena, reclama aquellos productos que tiene interiorizados en su
día a día. Sólo determinados grupos sociales adquieren las vajillas de barniz negro. Además tenemos las imitaciones de formas
clásicas, en las que vemos como los indígenas seleccionan todas
aquellas piezas consideradas útiles y las imitan. Estas piezas son
precisamente las formas que más están llegando (Lamb. 5, 28,
36 y 68) y que, al mismo tiempo, más se pueden poner en relación con los usos y necesidades cerámicas que ellos tienen,
aunque siempre aportando un toque de prestigio por emular lo
de fuera (fig. 250).
Las pervivencias se extienden incluso ya durante los primeros
siglos del Imperio. A través de las prospecciones efectuadas en la
comarca hemos podido observar como determinados yacimientos
de cronología aparentemente cerrada en época imperial, algunos
de ellos villae y asentamientos rurales monofásicos, presentaban
porcentajes bajos de cerámica ibérica. Ello fue interpretado inicialmente como que podrían tener dos fases de ocupación: una que
211
[page-n-229]
Fig. 250. Copa de la forma Morel 68 de Campaniense A e imitación
ibérica en cerámica gris (Colección Museográfica Luis García de
Fuentes, Caudete de las Fuentes).
arrancaría con poca fuerza en el Ibérico Pleno o Final y una segunda que supondría la consolidación en época romana. Inicialmente
seguimos también esta premisa, pero ahora somos partidarios de
considerar este hecho como una simple perduración de cerámicas
de factura ibérica a lo largo de los ss. I a.C. – I/II d.C., sin que
ello tenga que entrar en conflicto con el hecho de encontrarnos en
cronologías imperiales. Como ya hemos dicho, consideramos que
los agentes protagonistas serían en su mayor parte la población
autóctona, más o menos “romanizada”, pero el uso de materias tan
cotidianas como la cerámica para ámbitos domésticos o de cocina
sin duda se alargó más que las vajillas, elementos ostentadores
de rango y estatus que rápidamente adoptaron los gustos y tipos
romanos. Es por ello que las cerámicas ibéricas recogidas en villas
como La Calerilla, Los Villares de Campo Arcís o Molino de Enmedio, entre otros, puedan leerse en este sentido. Tanto en ajuares
como en sistemas constructivos, la Romanización no supone un
cambio tan radical como se cree en ocasiones (fig. 251).
La lengua y escritura es uno de los ámbitos más ricos para
observar los ritmos del cambio cultural y para detectar pervivencias. El proceso, conocido como “Latinización” (de nuevo
dentro de esa tendencia por parte de la investigación de utilizar
los “–ization” para denominar este tipo de procesos de cambio
cultural), en la comarca es muy interesante porque contamos
con documentos insignes y hay relativamente abundantes textos
escritos en ambas lenguas. Kelin concentra el grueso de la producción escrita ibérica, que se reparte en soportes como el plomo y las cerámicas importadas de barniz negro itálico. Llama la
atención la escasez de escritura ibérica sobre cerámica propia:
se marca lo ajeno, lo externo, seguramente indicando la posesión de dichos útiles. A partir de los textos Fletcher defendió un
claro carácter ibérico de los habitantes de la comarca y fuertes
relaciones filológicas con Edeta, con sólo un posible nombre
celtibérico en el plomo de La Mazorra (Fletcher, 1978 y 1979).
Después del asentamiento caudeteño, Sinarcas es de nuevo
la zona más rica en textos, tanto ibéricos como romanos; la
complejidad cultural que esta zona vive se refleja en su producción escrita. El latín aparece en soportes distintos (inscripciones funerarias en piedra y sigillata) y por la cronología de
los mismos vemos que ello no se produce hasta el s. I d.C.
Para Woolf la aparición del latín en la epigrafía no tiene por
qué estar marcando un cambio cultural, pero sí la adopción
de nuevas prácticas completamente romanas como las propias
inscripciones funerarias, lo cual genera sin lugar a dudas situaciones de bilingüismo (Woolf, 1998: 93). Los ritmos que
este autor detectó en la Galia son semejantes a los que aquí
hemos tratado: no hay muestras de epigrafía latina hasta época augustea, momento en que se desarrolla hasta vivir la gran
expansión en el s. II d.C.
Las necrópolis durante los ss. III-II a.C. dejan de ser el lugar
donde se muestran las desigualdades sociales, la supremacía de
unos individuos sobre el resto (Roldán, 1998). En este momento
lo importante, lo que aporta prestigio, es el establecimiento de
pactos con los romanos. Ya en el s. I a.C. la manera de marcar
el estatus la encontraremos en la Estela de Sinarcas con la adopción de rasgos romanos en fusión con las tradiciones ibéricas
para una posición elevada. El establecimiento de redes clientelares entre las aristocracias locales y romanas para gestionar el
territorio es especialmente visible a través de la ventana sinar-
Fig. 251. Representaciones del poblado ibérico del Cerro Castellar (izq.) y de la villa de La Calerilla (der.) en un libro de historia de
Requena ilustrada dirigido a escolares (Piqueras y Jordá, 1992). Pese a que la vida de estos dos asentamientos estuvo separada por sólo 3
km y unos 100 años, la concepción tradicional de “salvajes” vs. “civilizados” lleva a representarlos de formas tan diferentes.
212
[page-n-230]
queña, donde la explotación del metal está haciendo más complejo si cabe el proceso de cambio cultural. En la mencionada
inscripción de Pozo Viejo un tal Baisetas, hijo de Ildutas, se
está enterrando posiblemente en el s. I a.C. mediante un ritual
en el que se fusionan elementos culturales tanto ibéricos (tipo de
escritura, urnas cinerarias ibéricas en otros puntos de esa necrópolis) como romanos (uso de la escritura en ámbito funerario,
señalización con estela), dando lugar a una nueva realidad. Es
probable que Baisetas se trate de un indígena que entra dentro
de la órbita romana para mantener su poder y posición. Un siglo
más tarde vemos el siguiente paso de este proceso en otra necrópolis muy cercana, Cañada del Pozuelo, ya con ritual funerario
romano plenamente establecido. Juntamente con las dos inscripciones de Marcus Mercurialis que denotan la importancia
de este personaje en la zona, una tercera inscripción hace referencia a Viseradin, un antropónimo de origen ibérico que puede
relacionarse con las antiguas aristocracias ibéricas integradas
durante los ss. II-I a.C. y que a esas alturas ya están plenamente
incorporadas al aparato imperial romano.
Para concluir, durante los ss. II-I a.C. no debemos esperar
encontrar en ningún caso rasgos ibéricos “puros”, puesto que
desde que los iberos entran en contacto con los romanos, comienza
el cambio cultural en el que ambas partes están sometidas a
modificaciones. Como hemos visto, el fenómeno se torna más
complejo si cabe en la orla septentrional, donde las influencias
celtibéricas son muy marcadas y donde los intereses romanos son
más acusados, lo que se traduce en una compleja red de relaciones
clientelares entre las autoridades romanas y las aristocracias
locales. En todo momento, tanto durante la República como
durante el Imperio, pensamos que la base de la población tiene
un origen autóctono, es decir, ibérico durante un primer momento
e hispánico en un segundo, con todo el peso teórico que conlleva
ese cambio. Tras la conquista inicialmente llegan los materiales
itálicos, poco a poco cambian las costumbres, lógicamente
primero en aquellos asentamientos importantes y entre los
estratos sociales elevados, pero siempre dentro de una dinámica
compleja en la que ambas partes resultan modificadas. Aspectos
como la cerámica, la escritura o la lengua nos permiten rastrear
la continuidad de la identidad indígena, puesto que perduran más
tiempo en el seno de las comunidades. “Resistencias silenciosas”
como la de los personajes que se enterraron en la necrópolis
monumental de La Calerilla con uso del latín, pero siguiendo el
ritual funerario de la incineración y deposición en urna de factura
ibérica; la de los familiares de Iunius Sosinaibole, que decidieron
marcar el origen gilitano de su padre o suegro fallecido; o la
de los que esgrafiaron en caracteres ibéricos sobre el lateral de
la inscripción latina de Los Morenos sin una intención todavía
clara en una fecha tan tardía como el s. II d.C. Decir que tales
pervivencias indican que todos estos personajes serían iberos
resultaría, sin embargo, un error, ya que posiblemente sean los
mismos propietarios de las sigillata que localizamos en esos
yacimientos y que automáticamente clasificamos como piezas
romanas. Son, simplemente, resultado de una nueva realidad, una
realidad hispana.
213
[page-n-231]
Abreviaturas
ASU
CSC
CSIC
DGPA
DXF
GPS
GRASS
ICV
MDT
msnm
MPV
NMI
RAE
SCA
SET
SIG
SIP
SHP
TSA
TSG
TSH
TSI
UV
WMS
214
Arizona State University
Cerro de San Cristóbal
Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Dirección General de Patrimonio Artístico (Generalitat Valenciana)
Drawing Exchange Format
Global Positioning System
Geographic Resources Analysis Support System
Institut Cartogràfic Valencià
Modelo Digital del Terreno
Metros sobre el nivel del mar
Museu de Prehistòria de València
Número mínimo de individuos
Real Academia Española
Site Catchment Area
Site Explotation Territory
Sistema de Información Geográfica
Servei d’Investigació Prehistòrica
Shapefile
Terra sigillata africana
Terra sigillata sudgálica
Terra sigillata hispánica
Terra sigillata itálica
Universitat de València
Web Map Service
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