En torno al problema de la gestación de la Cultura Ibérica: el yacimiento de “El Tossalet de Montmirà” (Alcora, Castellón)
Norbert Mesado Oliver
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA
Vol. XXV (Valencia, 2004)
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NORBERTO MESADO OLIVER*
EN TORNO AL PROBLEMA DE LA GESTACIÓN DE LA CULTURA
IBÉRICA: EL YACIMIENTO DE “EL TOSSALET DE MONTMIRÀ”
(ALCORA, CASTELLÓN)
RESUMEN: Se trata de un yacimiento ubicado en zona montana del término castellonense
de Alcora, a 23 Km. del Mediterráneo. Desde el inicio de su colonización está presente tanto la
cerámica fenicia como la hecha a mano, e, igualmente, otra a torno de cariz “iberoide”. Sobre tal
paquete cultural, y tras un marcado “hiatus”, irrumpe ya formada, no antes de las copas jónicas B2,
la Cultura Ibérica.
PALABRAS CLAVE: Bronce Final, Bronce de Transición, Hierro I, Período Orientalizante,
Cultura Ibérica.
ZUSAMMENFASSUNG: Es handelt sich um ein Fundort, Alcora, in einer bergischen
Landschaft liegend und 23 Km. vom Mittelmeer entfernt. Seit Anfang seiner Besiedlung ist phönizische sowie eine handgefertigte und gleichzeitig auch eine “iberische” Keramick present. Über
dieses kulturelles Paket hinaus und nach einem Markt “hiatus” und nicht vor den jonichen Gläser
B2, bricht bereits geformt die iberische kultur ein.
Cuando llevamos a término la Primera Campaña de Excavaciones en el yacimiento
burrianense de Vinarragell, ubicado en el paleoestuario del Millars, a algo más de 3 km del
* Museu Arqueològic Comarcal de la Plana Baixa-Burriana.
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Mediterráneo, con su delta de cierre denominado en la documentación de archivo illa del
Sargat o Pla de la Jonquera, corría el otoño del año 1967.
Ante nuestro ojos, y por primera vez en las excavaciones arqueológicas valencianas, se
detectaba una estratigrafía muy singular, puesto que entre un horizonte fundacional del
Hierro I (“Bronce Final” para otros autores), a más de tres metros de profundidad, y un
Horizonte Ibérico con policromas, en superficie, se intercalaba un potente nivel que amalgamaba cerámicas a mano (que hay que suponer indígenas), y a torno, casi siempre anforoides y tinajas (pithoi) con bandas bícromas; así como sus tapaderas, para nosotros los recipientes denominados “trípodes”, que tanto encajan en sus bocas por la base (por ello suelen
tener las patillas en diagonal entrada), como por su plano superior, por ello tienen el labio
oblicuo (Mesado Oliver, 1987: 35).
Detectábase, todo ello, entre restos de viviendas constituidas por una mampostería de
zócalos de “bolos” sobre los que cabalgaban muros, cuya fábrica la formaban grandes adobes de coloración crema, asentados con barro de coloración oscura; o a la inversa, técnica y
arquitectura común en todos los enclaves fenicios del Mediterráneo.
Con los fragmentos de esta última “tríada” cerámica (ánforas, tinajas y trípodes), visitábamos días después aquel entrañable Servicio de Investigación Prehistórica de la calle
Caballeros, el SIP, formado, tan sólo, por Domingo Fletcher, Enrique Pla y el restaurador
Salvador Espí. Al examinar tales cerámicas, tras un pequeño “cónclave”, me comunicaron
que “aquello” no podía ser más antiguo que Bastida, ese yacimiento mogentino que para
quienes dictaban el camino de nuestro remoto pasado marcaba el arranque de la iberización
valenciana.
El hecho de tener perfectamente estratificadas unas pastas que, personalmente, había
extraído, me hizo disentir de una opinión tan cualificada, y atribuir tal impronta cultural a
un mundo que intuimos de filiación fenicia.1
Y fuimos pasando para su publicación en la revista APL campaña tras campaña; pero el
magisterio de Vinarragell era excesivo para entonces, por romper cánones firmes preestablecidos, y continuó en el anonimato.
Sin embargo, a D. Domingo Fetcher no le pasaban por alto ciertos paralelos de determinados vasos de Vinarragell con otros del área del Estrecho. Y así, en carta personal de
fecha 22-V-71, me comunicaba que A. Arribas, en la revista Pyrenae, 5, estudiaba una
necrópolis malagueña “con urnas como las que salen en Vinarragell” (Arribas y Wilkins,
1969). Y algunos días después (carta personal de 17-VI-71), me recomendaba “retirar todo
el material de Vinarragell que estuviese expuesto en el museo” hasta su debida publicación,
cerámicas que habían sido examinadas ya por Schubart.
1. Puesto que nunca habíamos visto pastas fenicias, en tal aserto jugó un papel decisivo un artículo, sobre los fenicios
en Vinarragell, publicado por un historiador burrianense (Forner Tichell, 1933: 252-272).
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Por fin, un buen día, finalizando el año 1973, me llamaba D. Domingo para decirme
que las campañas llevadas a cabo en este yacimiento iban a publicarse de inmediato,2 pero
no en el APL, sino en un Trabajo Vario. Y es que para la biblioteca del SIP, habíanse recibido dos publicaciones clave: “Mogador”, ese inquietante yacimiento fenicio en aguas del
Atlántico (Jodin, 1966), y “Tartessos y sus problemas” (VV.AA., 1969). Y Vinarragell vería
por fin la luz en el otoño de 1974 (Mesado Oliver, 1974).
Pero, mientras tanto, había ocurrido otro hecho: durante la 2ª Campaña de
Excavaciones, en 1968, visitaba Vinarragell un alumno de la Universidad de Granada:
Oswaldo Arteaga Matute,3 que se interesó, por su propia estratigrafía, en ese nivel intermedio, y porque le comentamos que estábamos seguros que sus cerámicas a torno, que no
conocía, eran fenicias. Días después, de regreso a Granada, pasaba por Oriola, comarca del
Baix Segura, viendo entre los fondos cerámicos de un joven (Vte. López) pastas como las
que le habíamos dicho que eran fenicias, mandándonos una carta en la que comenta: “termino de encontrar otro Vinarragell”: Eran “Los Saladares”. Y dada la novedad que ello
suponía para la arqueología peninsular, me instó, en repetidas ocasiones, a que los resultados obtenidos en Vinarragell, por novedosos, los mandásemos a otra revista, cosa que nunca
hicimos por la gran amistad que en todo momento me manifestaron tanto D. Domingo
Fletcher como D. Enrique Pla, con quienes tuvimos un afecto especial que terminó con el
fallecimiento de ambos.
También otro buen amigo, Alfredo González Prats, fundador en 1973 del “Gabinete de
Investigación Arqueológica del Alto Maestrazgo”, con sede en Benassal (Castellón), aprendió con las pastas semitas de Vinarragell a conocer ese primer torno.
Hoy, no cabe duda, O. Arteaga y A. González Prats lideran, tanto en la comunidad andaluza como en la valenciana, y aun en el resto peninsular, cuanto emana del impacto colonial
semita.
Tras una primera campaña en Los Saladares, Arteaga exponía un escueto comunicado en
el XII Congreso Nacional de Arqueología, celebrado en Jaén en 1971 (Arteaga y Serna, 1973),
que vio la luz unos meses antes de nuestra publicación monográfica sobre Vinarragell, para,
posteriormente, dedicarle al yacimiento oriolano un trabajo más extenso (Arteaga y Serna,
1975). Con el estudio inicial de ambos yacimientos abriose una nueva etapa en la investigación,
que aportaba el enriquecedor conocimiento de un horizonte protoibérico, colonial, en tierras
valencianas: Vinarragell al N. y Los Saladares al S. El esfuerzo, pues, marcó ese punto de inflexión en el conocimiento de nuestra propia Prehistoria, abriendo un inmenso horizonte que al
2. En el 50 Aniversario del Laboratorio de Arqueología de la Facultad de Geografía e Historia, celebrado en 1974, y
en sus conferencias, Fletcher “hizo hincapié en la posible relación de Vinarragell con el mundo llamado paleopúnico, o fenicio de la baja Andalucía, del horizonte cronológico del siglo VII a.C.” Carta personal, de 21-V-74, de A. González Prats.
3. El hecho, como es lógico, no fue tan casual como pudiera parecer, puesto que O.A.M. mantenía noviazgo en el vecino pueblo de Vila-real (carta de fecha 27-VIII-71).
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cabo de tres décadas se vería avalado por nuevos investigadores que vienen ensanchando ese
impacto semita a, prácticamente, toda la fachada del País Valenciano y Cataluña (Clausell
Cantavella, 1994), por cuanto Vinarragell “planteó en su día una nueva visión de la colonización fenicia y del desarrollo del mundo ibérico” (Oliver et al., 1987: 68), “que marcà per primera vegada la presència d’objectes que permetien una classificació del lloc com centre receptor d’importacions fenícies” (Llobregat Conesa, 1989: 176).
Con el contacto directo de las pastas fenicias de Vinarragell, iniciamos su búsqueda por
los despoblados prerromanos de nuestro paisaje (La Plana), encontrándolas en El Castell
(Almenara), La Torrassa (Vall d’Uixó), El Torrelló del Boverot (Almassora),4 y en el tentáculo de El Solaig de Betxí denominado “Conena”; y, ya transpuesta la primera barrera montañosa, en el alargado cerro, de cota media, de El Tossalet (de “Montmirà”), Alcora, en la
comarca de l’Alcalatén, yacimiento que estudiaremos después ( Fletcher et al., 1978: 84).
También las detectaríamos en el corredor prelitoral Borriol-La Pobla-Sant Mateu, en:
l’Ermita de la Mare de Déu dels Àngels (Sant Mateu), La Vilavella (La Vilanova d’Alcolea),
Cumbre del Gaidó, ahora entre las cerámicas del asentamiento medieval (Cabanes), y en
Les Forques (Borriol). Así como en un área dispersa, caso del poblado del Tossal de les
Foies Ferrades (Alcora), Cueva de los Ladrones (La Vall de Almonacid, Alto Palancia), el
Castell (Toga, Alt Millars)...
Con unas escuetas fichas-láminas de estos yacimientos, finalizaremos este nuevo aporte que tiene como principio el acercarnos, más si cabe, a esa gestación (aún no segura) de
cuanto entendemos como Cultura Ibérica.
La primera cerámica a torno, mayoritaria en estos yacimientos, provenía de las ánforas, el envase por excelencia del viejo comercio mediterráneo, siendo sus fragmentos el
“fósil guía” para detectar, inequívocamente, el novedoso comercio mediterráneo sobre (?)
el substrato indígena.
Pese al esfuerzo realizado, e incomprensiblemente para mí en aquellos días, tales pastas estaban exentas de ese inmenso yacimiento que seguramente capitalizó la comarca: La
Punta d’Orleyl, estación arqueológica sólo citada, hasta entonces, por D. Honorio García
(García García, 1962). Hoy, este importante yacimiento está siendo bien estudiado y publicado (García, Moraño y Melià, 1998).
Pero vayamos ya a la estación alcoreña, núcleo ahora de nuestra aportación.
En el año 1975, el amigo Pepe Aguilella se hacía cargo, en Alcora, de la Parroquia de
Nuestra Sra. de la Asunción. Conjuntamente con Manolo Safont, había fundado el Museo
Municipal de Onda, teniendo por la arqueología una vocación innata. Y un buen día del mes
de marzo de 1976, me comunicaba que en la loma de “El Tossalet”, junto a la carretera que
4. En carta de fecha 4-VI-74, Oswaldo Arteaga, desde Alemania, se interesa en abrir un corte en este yacimiento de
Almassora.
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asciende a Lucena, al realizar en su ladera NW. un cómodo camino de acceso, su dueño,
Aurelio Chiva Bartoll, vecino de La Foia (pedanía de Alcora), había seccionado varias habitaciones prehistóricas, apareciendo sus cerámicas en el cono deyectivo del desmonte.
Acompañados, pues, por ambos, visitábamos “El Tossalet” (que no “Montmirà”), recibiendo permiso para poder limpiar un trecho, entre muros, en el frente del talud del camino
practicado, ya que las cerámicas, tanto a mano como torneadas, aparecían con nitidez en el
hastial del desmonte. Y así volvíamos a tener, de nuevo bien estratificadas, las pastas de ese
momento colonial que surgía, lógicamente, debajo del Horizonte Ibérico. Y, de nuevo, sin
contacto material con él. De modo que en estos yacimientos que en sus entrañas habíase
gestado un potente intercambio (?) colonial semita (o cuanto menos una absorción de pastas torneadas alóctonas, a no ser que se traten, como suponemos, de asentamientos totalmente nuevos), la vida en ellos desaparecía como por encanto. Y tras una sedimentación,
siempre significativa, sin restos antrópicos, y sobre ella misma, surgía, “formada”, la
Cultura Ibérica, gestada, como tal Cultura, en nuestra opinión, sólo a partir del influjo helénico, síntoma indiscutible del establecimiento de gentes foráneas. Y algo bien singular: con
su vajilla portaba un recipiente que dictará el momento de la llegada: las copas jónicas B2,
las cuales vienen ubicándose en la bisagra de fines del s. VI e inicios del V, pues “parece
evidente que en los lugares relacionados con la expansión griega en época arcaica es en
donde estos ejemplares se documentan preferentemente” (Aranegui Gascó, 1981a).
Y es que la Cultura Ibérica, cuanto menos aquí, no existía, dando razón, creemos, a
quienes venían defendiendo que tal horizonte cultural tenía su inicio en el siglo V (Fletcher
Valls, 1960) o, si se quiere, con la llegada de estos primerizos productos jónicos, no por vía
de un comercio semita, sino ya griego (Lázaro et al., 1981: 51).
Estamos convencidos, ya lo hemos comentado (Mesado et al., 2004), que si quienes son
portadores de las pastas fenicias a torno fuesen los progenitores “directos” del mundo ibérico, éste, desde su propio arranque, no hubiese perdido algo tan importante y popular como
son, dentro del mundo semita, las lucernas, como señalará “Fonteta VI”, puesto que es uno
de los tipos cerámicos más comunes.5 Tampoco pasan al repertorio cerámico ibérico los platos trípodes, ni las ampollas, ni los vasos-biberón, evidenciando un distanciamiento entre las
producciones semitas y las propiamente ibéricas (Mata y Bonet, 1992: 138).
Otro hecho, también lo hemos puntualizado, es que en unos sustratos culturales preibéricos tan diversos, aunque matizados por el mundo de los Campos de Urnas, desde Narbona
hasta Alicante, con lenguas autóctonas dispares, no se hubiera podido gestar, a partir justamente del siglo V, una misma escritura (trasunto de una misma lengua): la ibérico-levanti-
5. Mata y Bonet, en su ensayo tipológico sobre la cerámica ibérica, señalan, entre los objetos cerámicos escasamente
documentados y de difícil clasificación (Tipo 6, Subtipo 7), un menudo plato, con un pico vertedor, que creen una lucerna
(Mata y Bonet, 1992).
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na, por lo que hay textos a lo largo de tal recorrido que suenan igual por tener vocablos iguales, puesto que repiten idénticas palabras, por cuanto ya Fletcher anotaba que la unidad de
la lengua desde el SE. de Francia hasta el SE. de España, “con los naturales matices regionales”, es evidente (Fletcher et al., 1981: 117).
Tampoco se conoce ni una sola inscripción en que se intuya la propia formación de la
escritura, hecho que avala esa colonización madura e intensiva que ya poco va a recordarnos aquel momento tan prometedor como fue el de la llegada del primer torno: un mundo
de auténticos vinateros.
Otra anomalía, la iremos repitiendo, es que en TODOS los yacimientos valencianos con
estratigrafía (o sin ella), tras el impacto orientalizante semítico, se forma, como consecuencia del abandono del poblado, un nivel, a veces significativo, en el que no existe nada que
denuncie la presencia humana. Y sobre él puede la Cultura Ibérica, ¡totalmente formada!,
volver a asentarse por el simple motivo de su valor geoestratégico, hecho que va a ocurrir
tanto en yacimientos de llanura (Vinarragell por ejemplo), como encumbrados (El Solaig de
Betxí, o El Tossalet de Alcora).
El yacimiento ibérico de “El Tossalet”, en la década de los 60, fue repetidamente prospectado, en superficie, tanto por Ángel Bardina, como por Lorenzo Gózalo y José Mª.
Doñate, destacando en estas colecciones “molta ceràmica pintada, grans de collar, vidres
blaus i grocs, etc.”,6 así como restos de una copita jónica del tipo B2, materiales procedentes de la carena del cerro, en la actualidad en paradero desconocido.7
La limpieza del corte la practicábamos en el mes de febrero de 1978, acompañados,
como otras tantas veces, por José Luis Viciano Agramunt.
Siempre que iniciamos un trabajo arqueológico nos interesamos por su topónimo, cuya
antigüedad, en este caso, no podemos rastrear bien por haber desaparecido, prácticamente,
los archivos de Alcora, tanto el municipal como el eclesiástico.8 Pero, a fines del siglo
XVIII, Cavanilles, en sus “Observaciones” (Cavanilles, 1979), escribe que: “Al poniente de
Costur y a una larga hora de distancia está la Alcora. Se presenta muy pronto un profundo
barranco, y luego se ladea el Mont-mirá, en cuyo pico se conserva el castillo de Alcalatén,
único resto de la antigua y principal población de Señorío”.
También Coromines, posiblemente tomándolo del propio Cavanilles, anota que: “hi ha
el vell castell en ruïnes al cim de Puig de Montmirà”, siguiendo comentando que tal denominación procedería de gebel al-miráni, con el significado de “turó dels dos límits”, pues
“ja és al límit de l’Alcalatén amb la Plana” (Corominas, 1994).
6. Carta personal de J.L. Viciano, de fecha 21-I-78.
7. Tanto la colección de Lorenzo Gózalo como la de José Mª. Doñate pasó a formar parte del Museo que Vila-real
posee hoy en el ermitorio de la Virgen de Gracia, junto al Millars; mientras la de Ángel Bardina ingresó en la colección del
Dr. Esteve Gálvez.
8. Hay que exceptuar en el Archivo Parroquial los “Quinque Libri”, y en el Municipal un lote de libros notariales que
cubren, con interrupciones, de 1727 a 1859.
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Fig. 1.- Detalle de la Hoja de Alcora del Instituto Geográfico y Estadístico de 1908. Obsérvese el topónimo de “Mormira” a
la derecha de la Carretera de Teruel, entre el castillo de l’Alcalatén y la pedanía de “La Foya”.
Para Escorihuela Casademont, con el topónimo “Mormirà” se conoce una partida del término municipal de Alcora, ubicada al NE. del pueblo, entre “els Covarxos i el Tormo”
(Escorihuela Casademont, 1992), cubriendo por ello los cerros de El Castell (de l’Alcalatén) y
el contiguo “Tossal de Bou”, delimitándola por el W. el propio barranco de “Mormirà” (fig. 1).
El “Tossalet”, objeto de nuestro trabajo, y más concretamente (en las viejas escrituras
de propiedad): el Tossalet de la partida del Castell, se sitúa en el mapa 1:10.000, hoja 615
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Fig. 2.- Vista S. del Tossal de Bou.
Fig. 3.- Tossal de Bou. Detalle de su muralla.
(4-2) “Figueroles”, del Institut Cartogràfic Valencià, a la izquierda de la carretera CV.190
(la de Lucena) y el río (de Lucena), con una cota de 349 m.s.n.m.
Con el topónimo de “Montmirà” figura también, en dicha hoja, un barranco que separa el
cerro que encumbra las ruinas del Castell (con la ermita medieval de San Salvador), y el mentado “Tossal de Bou”, cuya cota alcanza los 437 m.s.n.m. (fig. 2). Cima de interés, ya que se
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Fig. 4.- Tossal de Bou. Trozos de gruesa terracota en su remontada muralla.
corona por un campo rectanguloide, con dirección N.-S., de unos 120 m de longitud por 20 de
anchura media, con un acantilado de 25 m de caída en su ladera E. Tan estratégico peñasco no
pasó desapercibido en la antigüedad, puesto que su cumbre sigue conservando restos de una
potente muralla (fig. 3), hoy remontada, incluso, con grandes fragmentos de terracota, alguno
de los cuales alcanza los 20 cm de grosor (fig. 4), procedentes de los hornos del propio poblado. En esta cima encontraremos tanto pequeños fragmentos de cerámica a mano, como algún
molino barquiforme; no faltando los fragmentos romanos de dolia.9
D. Aurelio Chiva Bartoll comentaba que a este cerro, que está enfrente del suyo, se le
ha llamado siempre “El Tossal”; pero, como hemos dicho, en la pertinente hoja del Institut
Cartogràfic, figura con el topónimo completo: “Tossal de Bou”.
En publicación reciente, al “Tossalet” con el asentamiento colonial se le denomina,
también, “El Tossalet de Montmirà” (Arasa Gil, 2001: 162), posiblemente por seguirse con
el topónimo introducido en la bibliografía arqueológica a partir de su primera campaña oficial de excavaciones (Grangel Nebot, 1991).
Hoy, a cuantas personas consultamos en Alcora sobre el cerro objeto del presente artículo, cuya silueta, dicen, es “com una barca, però al revés” (fig. 5), coinciden en que se
9. Según D. Álvaro Bachero, concejal ponente de cultura del ayuntamiento de Alcora, en el Tossal de Bou fueron
encontradas dos ollas conteniendo metalistería, en especial fíbulas. Colección que tenía a la venta un establecimiento de filatelia en la calle Enmedio de Castellón.
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Fig. 5.- Desde el Tossal de Bou, vista E. del poblado de El Tossalet de Montmirà.
Fig. 6.- El Tossalet. Vista frontal de la excavación de 1978.
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denomina MORMIRA; aunque no dudamos que su correcta grafía sea “Montmirà”, tal y
como en su día lo hizo Cavanilles y Coromines.
Consultado, en este sentido, D. Aurelio Chiva, no duda en asegurarnos que su nombre
correcto es, simplemente, “El Tossalet”, puesto que así se lo habían transmitido sus mayores, y así figura en las escrituras que posee.
Tras lo expuesto, pues, con el objeto de no duplicar para un mismo yacimiento topónimos dispares, utilizaremos el nombre popularizado ya por la reciente bibliografía arqueológica, o sea: Montmirà; pero pospuesto al de “Tossalet”, tal y como lo ha hecho Arasa. Al
mismo tiempo, lanzamos, una vez más, una llamada a los arqueólogos más jóvenes, o simplemente foráneos, con el objeto de que una riqueza toponímica como la de nuestra geografía no se minusvalore, ni menos que se invente por comodidad.
Cuando por vez primera alcanzamos el “Tossalet” de la partida alcoreña de “El Castell”
(a partir de ahora “El Tossalet de Montmirà”), el espacio a limpiar (o excavar) era cómodo,
reduciéndose a un frente, entre muros, de 2,45 m de ancho por una altura (la propia profundidad de los sedimentos) de 1,70 m, lógica en la falda o declive del montículo, con una
cota de unos 50 m sobre la margen izquierda del “Riu de Llucena”, que lo delimita por el
W. (fig. 6).
En su curso, y desde el propio yacimiento, advertiremos “l’assut de l’Alcora”, la “Roca
del Molí”, y, ya rebasado el “Tossalet”, aguas a bajo, siguiendo en la margen derecha, la
“Roca Morena”.
Son sus coordenadas (Hoja Nº 615, Alcora, I.G.C. Edición de 1952): 40º 05’ 45’’ de latitud N.; y 3º 28’ 50’’ de longitud E.
La uniforme y estirada plataforma del Tossalet de Montmirà alcanza un eje N.-NW. de
225 m, siendo su ancho máximo de 25 m. Se trata de una terraza aprovechada para el cultivo de algarrobos y olivos, por lo que tan sólo en su apuntado extremo S. quedaban, en 1978,
por la acumulación de rocas, unos 12 m de largo por excavar, aflorando basamentos de
viviendas “ibéricas”.
Desde tal cota (a 352 m.s.n.m.) se divisa: a unos 23 km, entre las ruinas del Castell de
l’Alcalatén al E., y el Tossal de Les Foies Ferraes (correctamente, “Ferrades”) al SW. de
Alcora, el Mediterráneo y un buen sector de la Plana de Castellón. En este abierto abanico
aluvial se advierte la desembocadura del Millars, con su paleoestuario, en donde se ubica el
yacimiento de Vinarragell, con los desgastes, sobre la pudinga fósil de la margen del río, de
un varadero, punto difusor del mundo colonial-fenicio en el paisaje. Su emplazamiento responderá al condicionante clásico de los asentamientos fenicios andaluces.
El hondo (grueso) del hastial excavado en el Tossalet (trabajos, como casi siempre, sin
remuneración alguna) fue de 0,50 m, no tocándose el estrato superficial, de 75 cm de potencia vertical, por el hecho de estar retranqueado por haber sido el frente de un ribazo, aquí
desaparecido, que aún delimita por el NW. ciertos sectores en esta cota cercana a la cumbre
del otero.
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Fig. 7.- El Tossalet. Estratigrafía arqueológica. 1978.
Como podemos observar en la figura 7, se señalaron, de mayor a menor antigüedad, los
siguientes niveles:
A- Roca caliza, de superficie irregular.
B- Las irregularidades precedentes están “selladas”, o colmatadas, por una tierra roja,
muy dura, virgen arqueológicamente, propia de las brechas cuaternarias.
C- Nivel de arcilla muy compactada, de color amarillento, cuya potencia basculaba
entre los 13 y 15 cm. Lo conceptuamos igualmente virgen arqueológicamente; pero, hacia
su centro, a 72 cm del muro izquierdo, y en contacto con el nivel rojo, recogimos un fragmento cerámico a torno, perteneciente a un ánfora fenicia.
Y puesto que los muros que demarcan el corte descansan sobre el nivel B, el manto
amarillento estaría puesto para nivelar el suelo de la vivienda que se le superpone.
D- Su deposición responde a un hecho antrópico procedente de los primeros colonizadores de Montmirà: gentes portadoras de una cultura, hecha, que amalgama las pastas indígenas (o cuanto menos a mano) y las importaciones a torno. Se trataría, como ocurre en
Vinarragell, de un indigenismo (?) colonizado, y por ello aculturado, cuanto menos comercialmente; aunque en los niveles orientalizantes andaluces, las pastas a torno se acompañan,
siempre, de las manuales (propias de un mismo horizonte cultural), entre cuyos recipientes
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Fig. 8.- El Tossalet. Nivel “D”. a- Fragmento del solado de un horno. b- Tiesto anforoide colonial
encontrado en el nivel “C”.
menores, tipo ollita, pudieron beberse los populares vinos que fueron la base de su exportación a gran escala hasta alcanzar el litoral francés, la denominada “ruta ibérica”, puesto
que el simple vaso, tal y como hoy lo entendemos, es inexistente en el menaje casero, cuanto menos en cerámica.
Un paquete de carbón y ceniza, conteniendo fragmentos cerámicos contra el paramento del muro izquierdo, procedería del barrido de un horno doméstico, puesto que encontramos trozos de terracota que amalgama gruesos nódulos de rodeno, cuya superficie, de coloración grisácea, está perfectamente alisada, y poco disiente de los solados de los hornos
encontrados en los niveles coloniales de Vinarragell (fig. 8, a). Pese a lo cual, tampoco se
descarta, “a priori”, que la acumulación del carbón proceda de algún incendio. El grosor de
este nivel no rebasaba los 20 cm.
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Fig. 9.- El Tossalet. Detalle del paramento derecho.
E- Con poca diferenciación física, al nivel precedente se le superponía un manto de
unos 53 cm de potencia, de coloración cremosa, conteniendo cerámica a mano; pero abundando, igualmente, la torneada, en general procedente de los recipientes anfóricos cuyos
trozos mayores se incrustaban en el paramento izquierdo en contacto con la superficie del
nivel D. Este fue el único motivo de la delimitación de ambos niveles, puesto que los grandes tiestos precisan de un suelo con el que apoyarse.
Sus moradores seguían usando las mismas estructuras. Las medianas piedras del
paramento derecho cabalgan sobre una gran roca que descansa sobre el nivel rojizo del
estrato B (fig. 9). El muro izquierdo es más homogéneo (fig. 10), habiéndose utilizado
alargadas rocas que carean hacia el paramento interior del habitáculo. Su altura era de
unos 80 cm. Y puesto que su horizonte cultural aparece impregnado de “colonialismo”, es
de suponer que tales paredes maestras remataron con los adobes confeccionados con limpias arcillas de coloración cremosa que, con su descomposición, pasaron a terraplenar y
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Fig. 10.- El Tossalet. Detalle del paramento izquierdo.
formar este nivel. Todos los horizontes excavados buzan hacia el N. como consecuencia
del declive natural del cerro.
Y con la formación del nivel E, cuyo “techo” colma el habitáculo, el cerro del Tossalet
de Montmirà debió de sufrir un prolongado abandono. Setenta y cinco centímetros de potentes tierras compactadas (el nivel F), sin restos antrópicos y sin apenas piedras, sepultan,
sellan y silencian nuestra habitación, manto que, en parte, pudiera proceder de la cercana
cumbre del otero; aunque extraña que no abrigue cerámica ibérica, tan masiva, aun hoy, en
la carena de la loma.
Con el tiempo, pues, gentes nuevas, no anteriores al siglo V (o como máximo fines del
VI a.C.), volverán a ocupar el Tossalet desconociendo su viejo pasado. La cultura material
de los recién llegados responderá, como en Vinarragell o en el Torrelló del Boverot, o en
cualquier otro de los yacimientos coloniales, “recolonizados”, a ese Horizonte Ibérico que
en su inicio, o muy poco después, es portador de grandes y excelentes recipientes, con ban—213—
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16
N. MESADO OLIVER
das bícromas, que, al mismo tiempo, pudo utilizar las pequeñas y delicadas copas jónicas
tipo B2 como ajuar más sofisticado;10 y una singular fíbula: la anular con resorte de muelle;
así como un recipiente ritual: los vasos de orejeta. Por tal motivo es sólo a partir del s. V
a.C. (o muy a finales del VI), cuando podemos distinguir, sin equivocación posible, los rasgos característicos de nuestra singular Cultura Ibérica (Fletcher et al., 1978: 85).
Y es que el hecho del abandono repentino hacia el 550/535 (González Prats, 1986:
229), o a fines del VI (Fernández Miranda, 1986: 259, nota 36), de los poblados coloniales del litoral e hinterland más próximo, debe de estar directamente relacionado con la propia desaparición del comercio marítimo semita del “Círculo del Estrecho” (Arribas y
Arteaga, 1975: 97), por una causa traumática, pues todo comercio no se abandona por otra
cosa: con probabilidad la batalla de Alalía en el 535 a.C.11 Un poco antes, alrededor del 545
(fecha que igualmente aceptamos para el final de los yacimientos coloniales, o mejor colonizados, castellonenses), en el importantísimo emporio fenicio de La Fonteta, en la desembocadura del río Segura, la invasión de arena dunar acompañará el derrumbe de su gran
muralla, cegando el asentamiento fenicio, hasta que en el período islámico el “tell” volverá a renovar su historia.
Pero pasemos a observar los conjuntos de las diferentes cerámicas recogidas en el
Tossalet, para el mejor conocimiento de estas comunidades que se asentaron junto a importantes nudos de comunicación, cual es el caso de este yacimiento alcoreño, en una vía que
ha venido uniendo la Plana con el Bajo Aragón, camino de trashumancia obligado, custodiado en su entrada por el fortín de la Torre de Foios (Gil-Mascarell, 1978), una vía para la
captación de recursos procedentes del hinterland meseteño; o una especie de aduana entre
territorios tribales distintos. Para J. Mª. Blázquez habría que pensar, incluso, en la captación,
por dicho vial, de mercenarios procedentes de La Meseta (Blázquez, 1975: 379).
Como hemos comentado, sobre la roca madre y ese manto de arcillas rojas que colmatan sus irregularidades, hicieron asiento los muros de las viviendas de esta zona NW. del
poblado. Después, se esparció un firme de coloración amarillenta, virgen, pero que atrapó
un tiesto anforoide, a torno, lo que asegura la colocación por el hombre de tal solado. Sobre
él, empezaron a acumularse las basuras de los moradores de la vivienda, hasta que con su
colmatación, mayormente por el derrumbe o descomposición de los muros de adobe, habría
desaparecido todo rastro de vida humana, hecho que habremos de hacer extensivo al resto
del asentamiento.
Se trata de un fragmento cerámico, compacto y duro, perteneciente al tercio inferior de
un ánfora odriforme (fig. 8, b), confeccionado con una arcilla que amalgama un desgrasan-
10. También en el mencionado poblado del Torrelló del Boverot, en Almassora, procedente de “un nivel superficial”,
se cita un fragmento de pie de una copa jónica. Igualmente existe otro fragmento en el pobladillo de San José, en La Vall
d’Uixó, éste sin cerámica colonial (Arasa Gil, 2001).
11. Para tal problemática, véase: “Etnias y comercio en el siglo VI a.C.” (Mesado Oliver, 1988: 314-319).
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
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Fig. 11.- El Tossalet. Nivel “D”. Vasijas a mano.
te muy molturado, con arenilla negra y algunos granos de rodeno y, posiblemente, mica; y
tiene por la cara interna varios vacuolos. Dos parecen albergar restos carbonosos, y el tercero posibles restos de mármol blanco. Su uniforme coloración es rosácea, por cuanto difiere de esas típicas pastas esquistosas, de tonos grises, que personaliza las pastas de las ánforas fenicias del sur peninsular, que irrumpen en Vinarragell (las T-10.1.2.1).
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N. MESADO OLIVER
Las cerámicas del nivel D quedan agrupadas de la siguiente manera:
Fragmentos a mano de cerámica de cocina: 24. A mano de superficies cuidadas: 2.
Fragmentos de contenedores fenicios, mayormente ánforas: 22. Fragmentos de cerámica a
torno (seudoibérica), con bandas: 1.
Grupo de las pastas a mano, selección
De superficie cuidada (fig. 11):
a- Mitad inferior de una pequeña vasija globular con carena roma. Pasta rojiza con
abundante desengrasante. Superficie exterior requemada.
b- Vasija globular achatada, con el labio exvasado. Presenta un asa de tendón aplanado,
con ligera acanaladura en su dorso. Superficie externa ligeramente charolada. Pasta rojiza
con un desengrasante fino. Requemada en ambas superficies.
De superficies rasposas, siempre requemadas (fig. 12):
a/c- Fragmentos de medianos recipientes globulares con bordes bucales exvasados. El
primero aglutina un cristal de yeso que alcanza los 14 mm de eje.
d/g- Cuando pertenecen a recipientes mayores, sus cuellos tienden a la verticalidad y
las pastas presentan abundantes granos de rodeno y cal. Superficies alteradas por exfoliaciones.
h- Fragmento bucal, de borde plano, perteneciente a un bol. Conserva una lengüeta
horizontal cerca del borde.
i- Esférula (posible fusayolo) ligeramente achatada, perforada en su eje. Pasta rojiza,
externamente ennegrecida, postcocción, por el fuego.
Cerámica a torno, selección (fig. 12)
j- Borde de una tinaja decorada con bandas bícromas, con la impronta, sobre su labio,
del arranque del asa. Pasta muy dura.
k- Fragmento de la curvatura máxima de un gran recipiente decorado con bandas y filetes de tono castaño. Pigmento deteriorado. La superficie externa presenta un irregular espatulado vertical. Pasta siena clara, con un desengrasante muy fino. (Es la clasificada como
seudoibérica.)
l/m- Fragmentos de ánforas piriformes con carena biselada. Pastas de una gran dureza,
de coloración interna amoratada (vinosa). No se observan desengrasantes a causa de una
excelente molturación, tamizado y cocción.
n- Fragmento de un gran recipiente de tabique perforado. Pasta externamente sienosa,
clara, e interiormente negrogrisácea. Presenta un desengrasante, fino, de color negruzco.
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
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Fig. 12.- El Tossalet. Nivel “D”. Cerámicas a mano y a torno.
Nivel D/E
Como ya dijimos, delimitamos basalmente el denominado “Nivel E” por su acumulación cerámica, la cual descansaba sobre nuestro nivel D (fig. 7). Como podemos observar
en la figura 6, es la zona del corte con mayor acumulación de fragmentos cerámicos en hori—217—
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N. MESADO OLIVER
zontal, estando en ellos los de mayor tamaño. Tal acumulación se hace mayor contra el hastial izquierdo.
Fragmentos de cerámica a mano, no tratada: 67. Tratada: 3. Fragmentos de contenedores fenicios: 66. Seudoibérica con bandas: 5.
Cerámicas a mano, selección (fig. 13 y 14)
Se trata de un conjunto de pastas de coloración rojiza, ennegrecidas y requemadas postcocción, presentando unas superficies ásperas al tacto por sus infinitos vacuolos, producto
de las arenas molturadas de rodeno y yeso cristalizado.
Pertenecen a medianos recipientes globulares, con un suave cuello estrangulado que
proyectan un corto labio bucal, generalmente romo, salvo el fragmento “h” de la fig. 13,
perteneciente a un borde bucal acampanado. Como elemento sustentante hallamos una lengüeta cerca del plano bucal, en posición vertical (fig. 14, a), elemento siempre tardío dentro del horizonte del Hierro I.
El conjunto de las bases recogidas son llanas, marcando bien el talón, y solamente aquellas de mejor calidad cerámica, con la superficie tratada, de tabique más delgado, presentan
un suave ónfalo (fig. 14, b y e). No se señalan, por el momento, las bases anilladas.
Pastas a torno, selección (fig. 15)
Como se ha dicho, contra el paramento del muro izquierdo se acumulan los grandes
fragmentos cerámicos, pertenecientes a ánforas coloniales, comportando dos tipos de
pastas.
Varios fragmentos pertenecen a una misma ánfora, cuya cerámica, gris en su superficie
interna y rotura, enrojece hacia la superficie externa, que puede ser de coloración siena.
Pasta que amalgama arenillas negras con algunos puntos de mica muy fina. Son los barros
de procedencia malagueña con los que se tornearon las ánforas que más abundan en
Vinarragell y en La Torrassa de la Vall d’Uixó.
Otro grupo de tiestos, igualmente anforoides, comportan barros de excelente calidad, de
una gran dureza, de coloración grisáceonegruzca en rotura, a trechos marcándose bandas
bícromas (tipo “sandwich”), presentando tonos amoratados o vinosos en la superficie interna del recipiente, con señalados costillares. A tal grupo pertenece la boca (de 11 cm de diámetro máximo), y hombro, con leve carena, del ánfora de la fig. 15. Presenta un perfil de
cierre muy abombado, y un espatulado vertical en el arranque del cuerpo. Sobre la carena
conserva la impronta del nacimiento de una de las robustas asas de tendón.
Otros fragmentos, no grafiados, portan el perfil de las bases anfóricas, que tienden al
casquete esférico y nunca lo hacen en ojiva.
Con las pastas precedentes recogíamos un pequeño conjunto de fragmentos que, igualmente, hemos dibujado en la fig. 15. El “b” y “c” se asemejan, en textura y coloración, al
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Fig. 13.- El Tossalet. Nivel “D-E”. Cerámicas a mano.
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Fig. 14.- El Tossalet. Nivel “D-E”. Cerámicas a mano.
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Fig. 15.- El Tossalet. Nivel “D-E”. Cerámicas a torno.
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ánfora “a”; el “d” responde al borde de un plato, de pasta anaranjada, blanda, presentando
una cubierta pintada, de coloración rojiza morada, que se descompone al lavado.
La base de pátera, con un ligero ónfalo, el fragmento “e”, es de pasta gris perla, muy depurada, presentando alrededor del anillo basal círculos concéntricos de coloración marrón.
También la superficie interior presenta, hacia el tercio superior, filetes. Y puesto que parece tratarse de un recipiente propio del mundo ibérico, le habremos de creer un material intrusivo.12
Nivel E
Es evidente que parte del paquete cerámico anterior responde a este nivel, puesto que
es su base. El resumen de cuanto material se le superponía (el propio nivel), es como sigue:
Fragmentos cerámicos a mano (de cocina): 14. A mano de superficie tratada: 1.
Fragmentos de contenedores fenicios: 12. Seudoibérica o ya ibero arcaica (¿iberoide?), con
bandas, filetes y círculos: 13.
Cerámica a mano, selección (fig. 16)
Grupo de galbos cuyos cuellos exvasan ligeramente, como en su mayoría lo hacen los
recipientes ya vistos, aunque en un momento fundacional (el nivel “D”), aparecen otros galbos de tendencia más vertical.
El fragmento bucal que más se acampana (“g”), presenta en su arranque un tendón
superpuesto, decorado con digitaciones. Las pastas son las comunes en el menaje de
cocina. Destacamos el único borde de plato encontrado hasta ahora (“a”). Es de ala muy
abierta, de pasta castaño-negruzca con esquisto, tratada externamente, aunque mate.
Diám. 15’3 cm.
Cerámicas a torno, selección (fig. 17)
Los fragmentos anfóricos, fenicios, responden a las pastas vistas en los niveles precedentes, dominando también ahora las de buena cocción con sus superficies internas castaño-vinosas, con costillas o espiraliformes del torno bien marcados; mientras presentan blanquecinas las caras exteriores. También ahora escasean las cerámicas grises, con esquistos,
del Círculo del Estrecho.
Con ellas conviven las cerámicas que en D/E denominamos “seudoibérica con bandas”
o “iberoide” por denominarla de alguna manera, observando cómo de sólo cinco fragmentos pasan ahora a trece, aunque en este tipo de cómputo puede muy bien que dos a más tiestos pertenezcan a un mismo recipiente.
12. Con la corrección de las galeradas, J.L. Viciano me comenta que tal tiesto lo encontró en el cono de deyección del
desmonte abierto para el camino de acceso.
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Fig. 16.- El Tossalet. Nivel “E”. Cerámicas a mano.
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Fig. 17.- El Tossalet. Nivel “E”. Cerámicas a torno.
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Todas, sin excepción, responden a voluminosos contenedores cuyos tabiques apenas
rebasan los 5 mm, con unos diámetros máximos de alrededor de los 50 cm.
Un lote responde a las pastas gris-claro, siena al exterior, con una decoración de bandas de color castaño oscuro, de unos 2 cm, con separaciones de 6 cm; pero, pese a sus depurados barros, presentan a la percusión sonidos oscuros. Igualmente pertenecen a este grupo
los fragmentos “c” y “f”, aunque ahora se decoran con gruesas bandas escoltadas por grupos de filetes, o círculos concéntricos, a veces bastante perdidos.
Hay otros fragmentos que por su textura parecen pertenecer a alfares más arcaicos, pues
sus barros son pesados y gruesos, conteniendo desengrasantes menos finos, y presentando al
exterior bandas rojizas muy perdidas. Responde a tal calidad el fragmento “b”, con espatulados
irregulares oblicuos. Un fragmento muy semejante lo vimos ya en el Nivel D (fig. 12, k).
Otro de los tiestos es de pasta rosada y presenta un ligero brillo en su cara externa, con
bandas cuyo pincel deja finos filetes internos (“e”). Otro fragmento cerámico (el “d”) es en
rotura tricolor (rojo-negro-siena), y entre la decoración de bandillas presenta una calle con
pigmento blanquecino.
El único borde encontrado (fig. 17, “a”), pertenece a un recipiente de 32 cm de diámetro bucal, de superficie amarillenta, con restos muy perdidos de pintura marrón.
En su conjunto, estas cerámicas a torno se aproximan bastante al grupo de La Solivella,
aunque falten otros elementos más definitorios, caso de las orejetas perforadas tan comunes
en la necrópolis; aunque tal vez por ello estén ausentes en este nivel del Tossalet.
Responderían al Grupo I, tipo 2, subtipo 2.2.2. de Mata y Bonet.
Tales recipientes conviven en nuestro poblado de Alcora, ya de antiguo, tanto con las
cerámicas a mano como con la torneada de origen fenicio, siendo este mundo, tras desplazar de alguna manera al colonial semita, el que pudo coger el liderazgo y desembocar en
cuanto hoy conocemos como Cultura Ibérica, aunque, como tal Cultura, nunca antes de
haber absorbido cuanto emana del mundo griego.
Hallazgos de superficie
Como en cualquier yacimiento ocurre, un compendio de las troceadas cerámicas superficiales es suficiente para conocer los horizontes culturales de la propia estación arqueológica, en definitiva su historia y evolución.
Existen, por ello, las pastas indígenas (?) a mano, con cordones sobre sus cuerpos (fig.
18, “h”, “i”); o digitados y ungulaciones en los bordes bucales (“d” y “f”); así como bases
llanas, con talón y un ligero ónfalo (“j”); o rectas (“k”). Son los galbos que venimos atribuyendo al Hierro I; pero propios, también, del Horizonte Colonial del yacimiento (recordemos que en el corte de El Tossalet no se detectaron niveles precoloniales), pues es este
mundo indígena (?) el que parece absorber cuanto entendemos como “orientalizante”. Hay,
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Fig. 18.- El Tossalet. Hallazgos de superficie.
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Fig. 19.- El Tossalet. Hallazgos de superficie.
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Fig. 20.- El Tossalet. Hallazgos de superficie.
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igualmente, bordes de ánfora fenicia (“o”), anillos de tapaderas torneadas, de arcilla negra
(“n”); y gruesos bordes de pastas de coloración rojiza que parecen pervivencia de los “trípodes” fenicios (“p” y “q”), aunque sin patillas.
En cuanto a las cerámicas de calidad, importadas ahora del septentrión catalán, tendremos tiestos de cerámica ática (fig. 19, “a”-”d”). Uno de ellos pertenecerá a una crátera de
figuras rojas (“c”); otro, a una pátera decorada interiormente con ruedecilla (“d”). Otros responden a crateriscos con decoración esgrafiada de temática vegetal (“e”). En su conjunto,
importaciones griegas e itálicas de los siglos IV y III a.C.
Por cuanto se conoce, la cerámica importada, recogida superficialmente en el Tossalet
de Montmirà, desaparece “entre el final del segle III i el principi del II” (Arasa Gil, 2001:
162), marcándonos el abandono definitivo de la estación.
En metal encontramos un ponderal troncocónico, de tipo covaltino, de bronce, cuyo
peso es de 120.6 g (fig. 19, “h”). Alguna melladura, procedente del laboreo agrícola, pudo
restarle peso, acercándose, por ello, al ponderal de Covalta de 122.25 gramos. También hay
objetos de hierro muy descompuestos (“i”, “j”, “k”).
Entre la decoración cerámica ibérica existen, como es lógico, las típicas decoraciones
geométricas (fig. 20); pero no faltan los motivos evolucionados (“e”, “f”, “g”, “i”). Hay
fragmentos de kálathos (“a” y “b”), así como recipientes “grecófilos” (“d”).
Durante la Edad Media, el hábitat de esta zona del término de Alcora debió de asentarse en el cerro del Castell de l’Alcalatén (fig. 21), enfrente del Tossalet, puesto que ofrece
una mayor seguridad defensiva, ya que faltan aquí las cerámicas de este momento. El
Tossalet, pues, se abandonaría, definitivamente, en los inicios del siglo II a.C., tras la crisis
producida por la 2ª Guerra Púnica (218-202 a.C).
Las inscripciones ibéricas del Tossalet de Montmirà
El dueño del montículo comentó que en una de las primeras roturaciones profundas del
altiplano se recogió, enrollada y del tamaño del cuerpo de un botellín, una inscripción ibérica sobre lámina de plomo, que fue vendida a un trapero; otros aseguran que sirvió en una
de las fábricas de azulejos ondenses, para la frita. Al amigo Pepe Aguilella le fue fácil dar
con la persona que la encontró. Éste, tras describirle el gran plomo laminado, repleto de signos, dijo que lo había fundido para la obtención del barniz de plomo, rogándole permanecer en el anonimato puesto que desconocía, en su momento, el valor científico de la pieza,
y tal hecho había propiciado desavenencias en su propia familia.
Podemos decir, pues, que El Tossalet ha podido tributar tanto la mayor inscripción ibérica, sobre plomo, como la menor (cuanto menos en el tamaño de los signos), intuida, más
que vista, pues hay que anotar que la pequeña piedra que la contiene estaba cubierta de con—229—
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Fig. 21.- Desde el Tossalet, vista del Castell de l’Alcalatén y Ermita de Sant Salvador.
creciones. Su hallazgo pertenece a J.L. Viciano, que la encontraría junto al “parany” ubicado en el extremo oriental del altiplano del yacimiento (fig. 22).
La diminuta inscripción (sus signos no rebasan los dos milímetros y medio de altura),
se encuentra incisa sobre la cara pulida de un fragmento rodado de caliza negra, cuyo eje
máximo es de 4,7 cm (fig. 23).
Comporta cinco signos de carácter levantino, estando incompleto, por la rotura de la
piedra y su pérdida, el último. La longitud del grafito es de 25 mm.
Por el “ductus”, apreciamos que mientras se tuvo seguridad con los trazos rectos, especialmente los del signo 1º, cosa lógica, apenas se hiere la piedra en los curvos, caso del 2º y
3º, teniendo en este último (parte superior) por excesiva fuerza, un escape del punzón. Luego,
el escriba se centra, con más cuidado y calma, sin apenas presionar para no incurrir en el
mismo defecto, con el resto del signo. Igual ocurre con la parte baja del 2º, apenas visible.
El signo incompleto creemos que no ofrece dudas, puesto que se trataría de una “u”, y
no de una “l”, ya que quedó bien señalado el ángulo superior. La lectura más correcta de
este diminuto grafito ibérico sería, pues,, aceptada tanto por Fletcher,13 como por
Untermann,14 aunque para este último la secuencia r + l no sea corriente, por cuanto cree que
13. Carta personal de fecha 12-I-77.
14. Carta personal de fecha 26-V-78.
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
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Fig. 22. El Tossalet. Macrofoto de la inscripción ibérica grabada sobre un canto
calizo.
Fig. 23.- El Tossalet. Dibujo de la inscripción ibérica.
con la “l” empezaría otra palabra. De todas maneras estaríamos “ante una palabra (o palabras) desconocida hasta la fecha”; pero Untermann recuerda que en Sagunto, igualmente
sobre piedra, existe un ]itir (Gómez Moreno 46) “pero eso [dice] no sirve de mucho dado
que el texto está incompleto”. Para Javier de Hoz15 si en vez de leyésemos , “las
posibilidades de lectura de ese último signo aumentarían”.
No sería extraño que su autor hubiera sido un indígena aculturado, que hubiese asumido en
su léxico palabras procedentes del latín, por cuanto estaríamos ante un posible latinismo, pues-
15. Carta personal de fecha 24-II-00.
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N. MESADO OLIVER
to que, como se ha comentado, se trata de una voz no registrada en los textos ibéricos clásicos.
Por la pequeñez de la piedra y el pulido de las caras originales, en particular la que comporta
la inscripción, ligeramente abombada, no sería raro que fuese un objeto para llevar encima, con
un contenido profiláctico: tal vez una protección para el largo y desconocido camino...
Comentario
Montmirà se suma a esos yacimientos que, en su lectura secuencial antrópica, amalgama tanto la cerámica a mano, de procedencia indígena (?), como la torneada colonial, que
al igual que pasa en Vinarragell, La Torrassa de la Vall d’Uixó, El Solaig-Conena, o El
Torrelló del Boverot, por sólo citar los yacimientos más cercanos con secuencias “no contaminadas”, no llegan a alcanzar la iberización por el simple hecho de su inesperado abandono. Son éstos, por otro lado, aquellos yacimientos que deberían de haber gestado esa
Cultura. El no hacerlo asegura que nada se deben entre sí, indicándonos que existe, entre
ambos horizontes, una ruptura cultural y, también, generacional.
Como es difícil dar una explicación lógica, se dice, por ejemplo, que los habitantes del
gran poblado ibérico de la Punta d’Orleyl, de cota media, procederían del asentamiento
orientalizante de La Torrassa, de cota elevada (García Fuertes, 1998). Igual pasa con los
otros yacimientos valencianos aludidos (también en el resto), y así se dirá que tras Fonteta,
estarían, en la desembocadura del Segura, con carácter de “descendientes”: El Oral, La
Escuera, El Molar y El Cabezo Lucero, un conjunto de poblados ibéricos, antiguos, en el
que sólo en El Oral hay cerámicas fenicias que, para González Prats, pertenecerían a una
fase previa del poblado, o al expolio de una necrópolis semita. Y que el hábitat de Peña
Negra IIB podría haberse trasladado a El Castellar, que no da comienzo hasta mediados del
siglo V. Y que tras El Alt de Benimaquia, a 1 km, tendremos el Coll de Pous, que se dice
inicia su andadura en la 2ª mitad del s. VI a.C. (Álvarez, Castelló y Gómez, 2000: 134).
Tal hecho (el del abandono masivo y puntual de los yacimientos coloniales), ha sido
repetidamente advertido, por ejemplo: “Abans de la fi del segle VI, però, aquest model
expansiu orientalitzant s’esfonsa: totes les excavacions mostren l’abandó o la destrucció de
les estructures que s’hi relacionen” (Aranegui, Mohen y Rouillard, 1997: 26); factorías
coloniales, se dicen (y repetimos), que “son sustituidas normalmente por otras poblaciones,
a veces muy próximas” (Fernández Miranda, 1986: 259).
Pero el caso es que se trata siempre de otros paquetes culturales, pueblos igualmente de
nueva planta, lógicamente más evolucionados, que a bien poco sustituyen, pues vemos muy
raro que, en un corto espacio de tiempo (¡siempre con un hiatus antrópico!), todos los poblados con cerámicas coloniales semitas emigren en masa, para volverse, ya sin tales pastas,
a asentar, recordando a un amigo, “a un tiro de piedra” (Aparicio, 1976: 221), con lo que
—232—
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
35
ello conlleva de trauma al dejar campos, fuentes, hogares, enseres y estructuras urbanas
amuralladas, e irse a otros puntos de un mismo paisaje, para volver a comenzar...
LAS EXCAVACIONES POSTERIORES EN EL TOSSALET DE MONTMIRÀ
En el año 1990 se llevó a cabo en el Tossalet una primera campaña oficial de excavación
arqueológica bajo la dirección de E. Grangel, tomándose como arranque de la misma el propio frente de nuestra limpieza o avivamiento del hastial del desmonte para el camino de acceso a la cumbre, puesto que los muros, que no tocamos, seguían llamando la atención al denunciar viejas construcciones, punto que en estos nuevos trabajos pasó a denominarse “Sector 1”.
Su excavador resume el desarrollo estratigráfico obtenido (fig. 24), que difiere poco del
nuestro.
Vemos, pues, que la UE 1006-1011 responde al nivel “A”, base geológica del yacimiento, con la colmatación (suponemos que natural) de sus irregularidades por un manto
terroso de coloración roja; aunque se apunta que “su función es la de corregir de alguna
manera las tremendas irregularidades de la roca madre” (Grangel Nebot, 1991: 16).
Las UE 1007-1008 (nuestro nivel “C”), es un manto virgen, base del espacio entre
muros, pero con la “ingerencia”, como vimos, de un tiesto a torno. Este mismo estrato, en
Fig. 24.- El Tossalet. Estratigrafía obtenida en 1990, según E. Grangel.
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N. MESADO OLIVER
la campaña de 1990 arropaba un enterramiento infantil (UE 1007) junto a los restos de una
“estructura de combustión” (UE 1008), posible hoguera ritual cuyos carbones invadían la
propia inhumación. Ambos restos estaban “totalmente cubiertos por el nivel amarillento de
preparación (UE 1005)”, horizonte que para su excavador es “inmediatamente anterior a la
ocupación ibérica”, que Gusi fecha hacia finales del siglo III y comienzos del II a.C. (Gusi,
1992: 254). Al mismo tiempo se pregunta Grangel si tales restos humanos pueden deberse
a un sacrificio fundacional, que encuadra dentro de la cultura ibérica del siglo V, por cuanto a ella pertenecerían, también, los muros que quedaron visibles tras el trazado del camino
que lleva a la cumbre de la finca (Grangel, Ulloa y Jiménez, 1993).
La inhumación se encontró en “los niveles fundacionales de la denominada Habitación
1, en el extremo NW del poblado, junto a un corte vertical de la roca madre”. Los carbones
sobre el neonato son la prueba, para sus excavadores, de que los restos de la combustión y
el enterramiento pertenecerían al mismo rito funerario que creen, repetimos, ibérico
(Grangel, Ulloa y Jiménez, 1993: 214); aunque se esperan, dicen, los “resultados de los análisis de C14” que “contribuirán a perfilar notablemente el encuadre cronológico de la inhumación recuperada”, datación no publicada por el momento.16
Sin otra noticia, creemos incuestionable que el enterramiento de un neonato en esta
ladera del yacimiento, cubierta por un nivel “virgen” de coloración amarillenta (recordemos
el fragmento de cerámica anforiforme de nuestro estrato “C”), sobre el que se asentó el
potente horizonte con cerámica fenicia, debe de datarse en los inicios de la colonización
semita del cerro, teniendo paralelos con las similares inhumaciones de la primera fase de la
necrópolis del Torrelló del Boverot, que, para Clausell, corresponderían a un momento
avanzado del siglo VII a.C., “amb urnes de tipus Cruz del Negro i gerres pithoi, amb decoració de grans bandes ataronjades i filets molt fins en negre” (Clausell Cantavella, 2002:
14), urnas que, como la encontrada en Azuébar (hoy en el Museu Arqueològic Comarcal de
la Plana Baixa-Burriana), en opinión de Aranegui: estarían dentro de “las imitaciones en
ambiente indígena del hierro antiguo”, forma “asimilada a partir de una influencia debida a
la proyección de la cultura tartésica hacia los pueblos indígenas del área oriental”, relación
que habría tenido lugar “a lo largo del siglo VI a. C.” (Aranegui Gascó, 1981b: 102-3), o al
“final del siglo VI a.C. o el tránsito al V” (Aranegui Gascó, 1981c).
Sobre este nivel toman asiento las UE 1005-1012-1010. Se trata del mencionado nivel
amarillento “prácticamente estéril desde el punto de vista arqueológico”, de textura granulosa a modo de relleno. Para sus excavadores la “UE 1005” sería un nivel de base o “preparación del suelo de habitación” (Grangel Nebot, 1991).
16. Interesados por tal datación radiocarbónica cursamos carta, con fecha 18-IX-02, a E. Grangel. Con fecha 6-XI-02
me comunicaba que se estaban revisando las diez campañas realizadas en Montmirà para su pronta publicación...
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
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Sobre el estrato precedente situanse las unidades 1002/1009 (nuestros niveles D/E), “un
potente estrato muy compacto, de tonalidad marronácea (...) con una presencia abundante
de tierra grisácea con algunos carbones muy diseminados, restos quizás de algún posible
incendio”, nivel al que pertenecen la mayoría de las cerámicas recogidas puesto que, se dice,
es “el nivel de ocupación de Montmirà”.
Se resumen: 169 frags. indeterminados, no decorados, y 55 frags. determinables,
todos ellos de “cerámica ibérica común”... Pero se inventariarían 30 fragmentos cerámicos de “filiación fenicia”, y 25 fragmentos cerámicos, a mano, entre los cuales hay 3
decorados con un cordón inciso sobre el cuello, 2 con ungulaciones en el cuerpo, y otros
3 fragmentos indeterminados, decorados con impresiones digitales y ungulaciones. Tales
galbos responden a perfiles en “S” o carenados, con bordes abiertos, planteándose la
posibilidad “de una ocupación preibérica en Montmirà”, por cuanto en un futuro próximo se quiere “comprobar si este primer momento de hábitat puede ser localizado en
estratigrafía, o, si por el contrario, fue destruido por la ulterior ocupación ibérica”
(Grangel Nebot, 1991: 16).
Y entre el estrato precedente y la superficie actual del yacimiento, la unidad 1001, el
potente nivel de abandono, el “F”, sobre el que se expandió, cumbre de Montmirà, en los
inicios del siglo V a.C., la Cultura Ibérica, común a toda el área abierta del denominado
“Sector 1”: una capa húmica, con abundante presencia de raíces, techo de la estratigrafía de
todo el Sector, compuesto de “una fracción de 1-2 cm de diámetro por término medio”. Es
el “nivel de colmatación posterior al abandono del poblado”, no ibérico como se afirma,
sino (para nosotros) colonial-fenicio.
En el resumen de la memoria perteneciente a esta primera campaña, su excavador, al
exhumar fragmentos de cerámica colonial, “de pasta fenicia o mejor, de raigambre fenicia”,
anota, y ello es importante, que “a menos de 2 Km. de distancia de Montmirà, en línea recta,
se han localizado fragmentos bastante reconstruibles de dos ánforas fenicias de labio triangular y hombro carenado del que arrancan dos asas anulares, junto a cerámicas a mano del
Hierro Antiguo, datables en los siglos VII y VI a.C. Este lugar, denominado la Ferrissa, es
rico en afloraciones ferruginosas y viene a confirmar, junto a Montmirà, la presencia de contactos comerciales con el mundo fenicio o meridional desde momentos relativamente tempranos, contactos que cada vez cuentan con más y mejores ejemplos en las comarcas septentrionales del País Valenciano.
”Siguiendo en cierta manera esta argumentación, y señalando la relativa abundancia de
escorias y fragmentos de hierro fundido en Montmirà, no sería descabellado pensar en la existencia, bien en nuestro yacimiento bien en la Ferrissa, de hornos de fundición de mineral de
hierro: la materia prima es abundante en las cercanías y la materia elaborada se documenta de
manera notable en Montmirà (por ahora sólo en superficie y no en estratigrafía) de modo que,
cuanto menos, esta hipótesis merece ser tenida en cuenta” (Grangel Nebot, 1991: 31).
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N. MESADO OLIVER
No conocemos el yacimiento de La Ferrissa, pero creemos que los restos de hierro
encontrados en la plataforma de Montmirà (tampoco los hemos detectado en la limpieza del
hastial), responden a los restos de objetos manufacturados del momento ibérico del yacimiento. Igualmente se detectan en superficie, entre los miles de fragmentos ibéricos, escorias de su fundición. Pese a ello, el topónimo de “El Tossal de les Foies Ferrades”, al S. del
pueblo de Alcora, con un asentamiento con cerámica fenicia en su cumbre (después lo
comentaremos), queda relacionado, también, con el hierro en estado natural. Y es que, como
repetidamente se viene poniendo de manifiesto (González Prats, 1999: 26), el mundo colonial propicia esa nueva dinámica emanada de la búsqueda y el comercio de los metales, que,
conjuntamente con la exportación vinícola, será la base de la presencia fenicia en Occidente.
En el año 1994 se llevará a cabo la 4ª campaña de excavaciones en El Tossalet de
Montmirà, eligiéndose ahora la propia cima del otero, trabajos que afectaron una superficie
de 25 m2 con una potencia media de 80 cm. Se exhumarán 5 muros pertenecientes a otras
tantas habitaciones. Recuperándose un total de 5.304 elementos inventariables y desechándose más de 2000 diminutos fragmentos erosionados, lo que orienta hacia un poblado ibérico de cronología avanzada, como señala una peana campaniense tipo Morel 1312, por
cuanto se cree abandonado el poblado, tras señalarse un potente incendio, “cap a darreries
del s. III o s. II aC” (Grangel Nebot, 1994).
Es interesante en esta última intervención arqueológica sobre la cumbre del yacimiento la Habitación 8, dado que se exhuman más de 40 ponderales, 4 fusayolas y restos de
madera, prueba de una clara actividad textil en el departamento. También tributó una punta
de lanza y un fragmento de cuchillo afalcatado, ambos de hierro.
Pero en la cima de El Tossalet, pudo, como es lo normal, haber existido un horizonte
colonial al que habría pertenecido la habitación que, en el año 1976, quedaría seccionada
por el camino de acceso, ya que en la base del habitáculo 5 se recogen 23 fragmentos de
recipientes coloniales, frente a 7 fragmentos de cerámica “propiamente ibérica”.
Y es que hay una gran heterogeneidad en todos los productos alóctonos, no sólo de este
yacimiento, sino de cuantos conocemos, indicativo de una colonización masiva del comercio procedente de las factorías del Estrecho, o de sus “avanzadillas” en la Contestania (o de
ambas zonas), sobre un elevado número de yacimientos que habremos de suponer indígenas, aunque sean asentamientos nuevos que, desde su instalación, coligan las cerámicas a
mano, mayormente de cocina, con las torneadas, mayormente depósitos, como es el caso de
El Tossalet de Montmirà, por cuanto se habría producido un hecho insólito: el total barrido
comercial en una extensa geografía que alcanzaría el propio Languedoc Occidental.
Comercio que sólo es comprensible aceptando la gran necesidad receptiva indígena de unos
productos de moda, cuanto menos el vino (que seguro habría alcoholizado a un alto porcentaje de nativos), en su mayoría de lagares nada menos que del Círculo del Estrecho; e
ignorándose, a ciencia cierta, el resto de los productos que igualmente se comercializaron,
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
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que al transportarse en tinajas de boca ancha, a veces con taladros, hay que suponer sólidos.
Otros productos viajarían en sacos de esparto, cestos, o en cajas de madera, materiales más
resistentes a los golpes que los siempre delicados envases cerámicos.
Al hilo de lo comentado, es curioso ver cómo los recipientes cerámicos a mano se complementan, siempre, con los torneados. Igualmente pasa en la zona tartéssica, ya que los primeros pertenecen al menaje de cocina y fuego, y los segundos al de los depósitos, lo que
podría indicar que siendo asentamientos nuevos sus gentes no sean netamente esos indígenas que absorben unos productos envasados en recipientes “modernos” (la siempre manida
“aculturación”), sino que no exista tal mestizaje y tales yacimientos pertenezcan a un pueblo colonizador nuevo, que amalgame en su ajuar ambas cerámicas.
En el comentario final de la memoria preliminar de la primera campaña de excavaciones arqueológicas en “El poblado ibérico de Montmirà”, dice Grangel que se está a la espera, para la próxima primavera del año 1995, de los análisis radiocarbónicos practicados en
el yacimiento, cosa que, de momento, no se ha hecho realidad. Hoy (9-II-03), de cuantas
excavaciones se han llevado a término en el Tossalet, no queda señal, puesto que los bancales han sido nivelados y labrados, y sus muros de contención se encuentran restaurados y
colmatados por nuevos aportes de tierra, entre los que se advierten miles de fragmentos
cerámicos de pastas industriales recientes. Pero, aun así, en la carena del cerro se ven otros
miles de pedazos cerámicos ibéricos, de cronología más bien tardía, habiendo desaparecido
con la superficie labrada, sólo con algún almendro, algarrobo y olivo, los muretes ibéricos
del extremo S. del cerro.
LA GRAN CRISIS DE FINES DEL SIGLO VI A.C.
La inexplicable desaparición de Tartessos “evidencia la existencia de un gran conflicto en
el sur peninsular” (Burillo Mozota, 1985: 87), hecho que acontecería “hacia mediados del s.
VI a.C.”, siguiendo después una “fase oscura coincidente con la formación de la cultura
Turdetana, cuya eclosión debe de colocarse, sin duda, en la segunda fase del siglo VI a.C. y
que con toda seguridad constituye una realidad tangible en toda Andalucía a partir del 500
a.C., tal y como lo señalan las fuentes escritas y lo confirma la documentación arqueológica”
(Fernández Miranda, 1986: nota 50), momento a partir del cual florecería la Cultura Ibérica.
Más recientemente, otro investigador, Escacena, perfilará dicha crisis, ya que “el
mundo turdetano debe verse como una ruptura con lo hoy conocido del período
Orientalizante Tartéssico (...) en torno al año 500 a.C.”, fecha en la que se asiste a “una
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N. MESADO OLIVER
remodelación no exenta de violencia que daría paso a lo que conocemos como mundo turdetano” (Escacena Carrasco, 1989: 434). Este autor escruta un grupo de yacimientos, con
estratigrafías claras, de los más relevantes (Aljaraque, Huelva, Alhonor, Niebla, Sevilla, El
Carambolo, Riotinto, Setefilla, etc.), “que permiten constatar una grave crisis (...) en torno
a los últimos momentos del siglo VI a.C. y comienzos del V”, y que sólo a partir de este
último siglo se consolidaría en el Bajo Guadalquivir una comunidad humana con personalidad propia, los Turdetanos, que “no puede considerarse en modo alguno una tribu más de
los iberos” (Escacena Carrasco, 1989: 450).
Vemos, pues, que cuanto acontece en el País Valenciano es, tan sólo, un reflejo de cuanto pasa en el Sur y en otras zonas ibéricas. Por ello, no creemos que la firma del primer tratado romano-cartaginés, en el 509 a.C., sea la única causa de tal colapso tartéssico y a la vez
eclosión étnico-cultural posterior; pero tal fecha, y no otra, parece su bisagra: Todo cuanto
nace (que no renace) a partir de ahora, será nuevo, y ello, he aquí la paradoja, está ya hecho,
sin que sepamos en donde geográficamente se gestó, aunque tenga “semejanzas” con cuanto entendemos por “Orientalizante”. Y quisiera recordar que la denominada “escuela valenciana” no andaba tan desencaminada, como se venía últimamente apuntando, en cuanto al
arranque cronológico de la Civilización Ibérica, puesto que es a partir del siglo V (o fines
del VI), cuando podemos distinguir los rasgos característicos de tal Cultura, siempre
impregnados de un clasicismo de origen Mediterráneo Oriental, que va a predominar sobre
otros aportes culturales, siempre secundarios (Fletcher Valls, 1960: 120).
UNOS YACIMIENTOS SINGULARES
Alt de Benimaquia
Por lo poco que conocemos de este asentamiento en altura (225 m.s.n.m.), del término
de Dénia (La Marina Alta), a sólo 4.300 m del puerto de dicha ciudad, lo habremos de catalogar de paradigmático. Su comunidad, asentada en “una fortaleza extraordinariamente
maciza”, estaría dedicada a la producción de vino dado los lagares encontrados en el interior de varias edificaciones, caldos que se envasarían en una producción anfórica local,
copia de las ánforas coloniales del Estrecho (la R-1), cuyos fragmentos, se dice, se entremezclan en un solo nivel de hábitat, por cuanto estaríamos ante un “complejo cerrado”.
Según los últimos estudios, el poblado estuvo vivo “desde fines del siglo VII hasta, por lo
menos, mediados del siglo VI a.C.” (Álvarez, Castelló y Gómez, 2000: 129).
Referente a la producción cerámica local, habríamos de destacar, por un lado, la alta calidad de las pastas empleadas para las ánforas que se imitan; y, por otro, la gran técnica de los
hornos de cocción oxidante empleados, dando unos productos que, “con un mero examen
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visual responden, sin duda alguna, a una producción ibérica”, teniendo al percutirlos “un sonido metálico”, y presentando en rotura pastas y coloraciones alternantes (“sandwich”).
Sin embargo, el resto de las formas torneadas menores no alcanzaría tal calidad, existiendo lo que sus excavadores denominan “caprichos” de alfarero, formas inexistentes tanto
en el mundo colonial como en el ibérico antiguo (ibídem: 129). Uno de los platos, de fabricación local, aparece decorado en su interior con los consabidos filetes, concéntricos, rojizos. También se detectaron cerámicas bícromas.
Un plato fenicio, de barniz rojo, se fecha entre el último cuarto del siglo VII e inicios
del VI a.C.; y fíbulas de doble resorte, y una de codo, avalarían la cronología propuesta. Y
si, como se dice, los fragmentos anforiscos imitados se entremezclan con tales productos
exógenos, esta sería, también, la propia cronología de los recipientes hechos “in situ”, puesto que: “rápidamente pasaron a ser fabricados por los mismos indígenas” (ibídem: 124).
Con anterioridad a estos trabajos se llevaron a cabo varios sondeos en este mismo
yacimiento, anotándose que las cerámicas encontradas, “no pueden clasificarse por estratos”; y que los “perfiles que más destacan tienen forma de pico de ánade y son todavía
extraordinariamente escasos” (Schubart, Fletcher y Oliver, 1962: 19), materiales que se
definirán “como de procedencia ibérica”. Por las figuras que aportan estos investigadores,
podemos ver abundantes perfiles correspondientes al “factor fenicio” (ánforas R1/Trayamar 1, o, simplemente, T.10.121), ese fósil guía que, en los yacimientos sin “contaminar”, convive con las pastas denominadas indígenas, a mano, y, en menor proporción,
con otras torneadas, pertenecientes, por lo general, a recipientes voluminosos que pueden
presentar bandas anchas, de escasa consistencia, sobre pastas porosas con desengrasantes
visibles. Hay, igualmente, una fusayola bitroncocónica, y los restos pertenecientes a una
olla de boca exvasada, con el labio fino acodado, comportando un asa de doble tendón,
paralela al plano bucal.
Por las cerámicas “ibéricas” del yacimiento (bien conocidas, cuanto menos, por
Fletcher), el Alt de Benimaquia se fecharía en el siglo V o IV; aunque (posiblemente
debido a Schubart) se anota que “la cerámica decorada a franjas horizontales puede presentarse ya en estratos y hallazgos del siglo VI”, por cuanto ésta sería “la fecha más
remota posible de las fortificaciones” del yacimiento (ibídem: 19). En un mismo trabajo, pues, se barajarían dos cronologías para unos materiales, culturalmente diversos, procedentes de un único nivel: la defendida por la “escuela valenciana”, encabezada por
Fletcher; y la debida, diríamos, a la “escuela alemana”, representada aquí por Schubart.
Pero Llobregat puntualiza más, y el poblado ibérico de Benimaquia sería “de baixa
època”, y sus murallas medievales, ya que “l’aparellament de les pedres no és d’aspecte
antic”; pero reconoce que hay en él “àmfores fenícies, gerres pitoides i plats”, con una
cronología para las ánforas entre el siglo VIII a.C. y el siglo VI a.C. (Llobregat Conesa,
1989: 174).
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N. MESADO OLIVER
La problemática que podemos observar, por lo comentado, radica en la conjunción de
unas excelentes pastas, que sus excavadores no tienen inconveniente en definirlas como
ibéricas (por cuanto se corresponderían con el resto de las cerámicas “ibéricas” exhumadas en 1961), y las procedentes del “factor fenicio”, muy inferiores en calidad. De modo
que el pueblo indígena (?) de Benimaquia, ya culturalmente ibérico “desde fines del siglo
VII hasta, por lo menos, mediados del siglo VI a.C.” (Álvarez, Castelló y Gómez, 2000:
129), de la noche a la mañana (aunque desconocemos en qué momento de la vida del
poblado pasaron a imitarse) habrían superado técnicamente, en hornos y pastas, a sus
“maestros” (si es que lo fueron), cosa que contradicen las calidades de tales productos,
puesto que son los fenicios (mientras no se demuestre lo contrario) quienes irrumpen con
su comercio de procedencia malagueña sobre un supuesto mundo indígena que desconocía el torno y los hornos de combustión oxidante. Tal hecho, de momento, no se da (con
dicha evidencia al menos), en ningún otro yacimiento del País Valenciano, por lo que
estaríamos ante un “unicum”; pero no del todo, pues recordemos que ciertos productos
anfóricos de El Tossalet también poseen unas excelentes pastas. Pese a ello, tendríamos
que esperar a nuevos estudios (con análisis masivos) para poder esclarecer las incógnitas
que plantea, cuanto menos, el Alt de Benimaquia, incógnitas que podrían extenderse a
otros enclaves, dado que sus características ceramológicas, técnicamente hablando, no
debieran de convivir; pero, de hacerlo (¡tampoco lo negamos!), estaría indicando cuanto
a lo largo del artículo queremos dejar como hipótesis: que dos culturas, totalmente hechas
(cuanto menos sus productos), se imbrican en unos mismos yacimientos. Por ello, deberíamos preguntarnos en donde se gestó el mundo ibérico del Alt de Benimaquia, puesto
que puede asegurarse que llega hecho dadas las avanzadas técnicas cerámicas que usan al
copiar unos recipientes formalmente nuevos para ellos, los cuales levantan en el torno,
pese a su volumen, con la mayor facilidad, dato que asegura que su aprendizaje pertenece a un largo bagaje cultural alóctono.
Según Álvarez, Castelló y Gómez, la producción vinícola en el Alt de Benimaquia termina de golpe tras la destrucción de los lagares, al igual que la fabricación de tales ánforas,
hecho que acontecería “con anterioridad al 550 a.C.”
Para nosotros el problema principal radica en que estaríamos ante el único yacimiento
seguro en que se demuestra cómo unas pastas torneadas, imitadas, de “sonido metálico”,
convivirían con las procedentes del comercio marítimo “orientalizante”, y ello, de momento, es cuanto menos “revelador”, ya que una cultura que se supone indígena (que para nosotros no puede serlo), ceramológicamente muy superior, estaría cohabitando con otra perteneciente al “círculo del Estrecho”, que son los difusores de los productos torneados; amalgama, cultural y étnica, que no se registra, que sepamos, en el área tartéssica, aunque no
conocemos de “visu” sus productos.
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Los Villares
Un hecho “similar” (aunque sin las pastas de sonido metálico) lo presenta (ahora en el
interior del País) el yacimiento de Los Villares (Pla Ballester, 1980).
Pla, su excavador primero, señala cinco niveles antrópicos sucesivos (recordemos que
en Benimaquia solamente existe uno). Habría en este segundo yacimiento una población
fundacional, Villares I, de “fines de la Edad del Bronce”, igualmente nueva, con cerámicas
a mano (cuencos, cazuelas y orzas), con bases planas y muñones perforados junto a los planos bucales. Este primer momento quedaría cubierto por Villares II, perteneciente a “la
Primera Edad del Hierro”. Abunda ahora la cerámica a mano, con superficies bruñidas,
comportando una decoración geométrica, incisa; igualmente existen los cordones aplicados
en la cerámica de cocina. Conjuntamente con estas cerámicas tendremos ya la hecha a torno,
que Pla dice ser de “la misma pasta que los vasos a mano” (que sería lo lógico), por lo que
estaría a años luz de la de sonido metálico del Alt de Benimaquia. Uno de los fragmentos
se decora con franjas y filetes rojos. Parece señalarse, también ahora, la presencia de importaciones fenicias, pues hay “unos pocos fragmentos de pasta amarilla, porosa, con finos granos de desgrasante” que Pla no se atrevió a definir. Este 2º Horizonte Cultural de los Villares
habríase extendido “a lo largo del siglo VII, llegando posiblemente a principios del siglo VI
a.C.”, cronología aceptada por una gran mayoría para el horizonte colonial fenicio en nuestro país, que ya comentamos (Mesado Oliver, 1988: 308).
Con Villares III, entramos, siguiendo a Pla, en el Horizonte Ibérico Arcaico. Una sedimentación de relleno con cerámicas a mano y a torno, de pasta grosera; junto a las cuales se
detentan bien las pastas y decoraciones características de la Cultura Ibérica. Una copa jonia
sirve para datar el inicio del nivel, cuya cronología ocuparía, según su excavador, todo el
siglo V. Tendríamos, por ello, un hiatus entre Villares II y Villares III, de un centenar de años.
Para la iberista Consuelo Mata, que retoma el yacimiento (Mata Parreño, 1991), en
Villares III asistiríamos a la ultima fase del comercio fenicio occidental y su sustitución por
el griego, y “se tiene constancia estratigráfica, por primera vez en el País Valenciano, fuera
de su ámbito meridional, de un Horizonte Ibérico Antiguo”, coincidiendo, pues, con Pla en
dicha atribución cultural.
Pero habríamos de preguntarnos porqué los asentamientos coloniales de los estuarios de
nuestros ríos no incluyen, ni en su momento final, las cerámicas ibéricas tipo Alt de
Benimaquia, en donde su tipología es ya tan marcadamente ibérica (perfiles en ánade, orejetas perforadas, fusayolas bitroncocónicas...), que en modo alguno han podido gestarse en la
estación desde su propio substrato indígena colonizador, por el mero hecho de que las podemos observar en todos los yacimientos antiguos desde el Hérault al Segura sin fases orientalizantes, siendo las propias “urnas de orejeta perforada” uno de sus recipiente más personales,
posiblemente originario del Oriente Mediterráneo (Cuadrado, 1987: 186); y cuando hay estra—241—
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N. MESADO OLIVER
tigrafías con cerámicas bruñidas (como las de Villares), con temas geométrico-incisos o pintados, nunca se acompañan de productos “culturalmente ibéricos”, aunque éstos sean antiguos.
La mencionada copa tipo B2 pudo alcanzar, según Mata, “los primeros decenios del s.
V a.C.” Estos delicados recipientes de la Grecia del Este, en la Necrópolis de Orleyl (como
en su acrópolis sin cerámica colonial fenicia, pero con cerámicas ibérico-antiguas [García
Fuentes, 1997]), sirvieron, igualmente, para datar su “Horizonte 1º” (que denominamos,
siguiendo a Arteaga, “Horizonte Cultural Ibérico Antiguo”) en la bisagra de los siglos VI/V
(Lázaro et al., 1981: 51). Sin embargo, en el cercano yacimiento de altura de La Torrassa,
las pastas de la costa malagueña, por su inconfundible desengrasante metamórfico, abundantes en nuestras primeras prospecciones sobre la carena del cerro, sólo se entremezclan
con las hechas a mano, las cuales se decoran, en las bases de los cuellos, con gruesos cordones digitados con fuerza, o sesgados (fig. 33). El desfase cronológico entre ambos yacimientos de La Vall d’Uixó, también lo creemos de alrededor de un siglo.
Peña Negra
Otro de los yacimientos alicantinos destacados, que debe de incluirse en este momento
(el que imbrica las cerámicas importadas con las torneadas hechas en la propia estación),
sería el de Peña Negra, sobre el paisaje crevillentino del Bajo Vinalopó.
Se trata, también, de un asentamiento de altura, en el que sobre un horizonte con cerámicas a mano (P.N. I), irrumpe, o eclosiona, un mundo nuevo (P.N. II) con cerámicas coloniales del Estrecho, entremezclándose con la autóctona (que no indígena) que tornea las T10.1.2.1, con arcillas de su propio paisaje, la cual, como señal de propiedad, puede presentar grafitos, lógicamente fenicios, que podemos encontrar, según González-Prats, sobre productos de la propia ciudad de Tiro, evidenciando unos colonos semitas (y no indígenas)
asentados en el yacimiento, pastas que se “apartan decididamente del grado de levigación
propio de las cerámicas ibéricas con la que presentan un notable contraste” (González Prats,
1983: 153). Por este motivo, son pastas que disienten de cuanto hemos visto en las cerámicas “ibéricas” del Alt de Benimaquia, de sonido metálico. Según observará su propio excavador, y ello es repetitivo en toda la geografía ibérica, habrá una marcada discontinuidad
cultural “tras el período orientalizante, generando el desconocimiento del entronque de
dicho período con el fenómeno propiamente ibérico”, hiatus que sitúa “desde el final de PN
IIB (550/535) hasta el horizonte ibérico pleno del Castellar (450/350)”, por lo que faltaría,
aquí, el Horizonte Ibérico Antiguo (González Prats, 1983: 265).
Y es que como comenta, entre otros muchos, Fernández Miranda, los “emplazamientos
coloniales antiguos desaparecen a fines del s. VI”, factorías, dirá, que “son sustituidas normalmente por otras poblaciones, a veces muy próximas” (Fernández Miranda, 1986: 259);
que ya poco tiene que ver con ellas, pues son, igualmente, nuevas.
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Lo que sí presenta un verdadero problema es el de aquilatar la procedencia de esos
recipientes, por lo general voluminosos, que, con técnicas y modos decorativos tan próximos a los productos cerámicos ibéricos, se entremezclan en los horizontes con cerámicas fenicias de nuestro País, como también de fuera, y el “Tossalet”, en Castellón, es un
buen ejemplo. Y no tendríamos reparo, al dar como hipótesis de trabajo, que la
Civilización Ibérica nace (aunque no sepamos donde) “directamente” de este segundo
paquete cultural, y no del fenicio del Círculo del Estrecho, aunque ambos parecen constituir una simbiosis obligada. Auscultar este concreto momento cultural, en sus mínimas
pulsaciones, puede llevarnos a la vía que geste nuestra gran Cultura, nacimiento que no
va a tener lugar aquí. Y creemos que habría que inclinar la balanza, como hemos insinuado a través de estas notas, hacia estas cerámicas de bandas pintadas que pueden fácilmente pasar por cuanto entendemos como cerámicas ibéricas antiguas, de no estar bien
estratificadas verticalmente en los yacimientos que calificamos como coloniales. Y no
tenemos duda que el yacimiento de El Tossalet de Montmirà, de ubicarse en el estuario
del Millars habríase catalogado de “colonial”.
La cultura ibérica, de haberse gestado, sólo, en un horizonte fenicio es imposible que
hubiese despreciado, ya lo dijimos, algo tan trascendente como fueron las lucernas de plato.
Tal problemática (la de las cerámicas con bandas pintadas insertas en horizontes coloniales), ya fue observada por Arteaga, Padró y Sanmartí al tratar de la expansión fenicia por
las costas del NE. peninsular y del Languedoc, aunque estas cerámicas las creen ya ibéricas,
las cuales, como habría ocurrido con los materiales fenicios, “hubieron de ser distribuidas
tanto por vía marítima, a todo lo largo de las costas de Valencia, Cataluña y Languedoc, como
por tierra, siguiendo las rutas traficadas por el comercio desarrollado entre poblaciones ‘indígenas’ vecinas” (Arteaga, Padró y Sanmartí, 1986: 311); lo que, en definitiva, es abogar por
una “invasión”, o, si se cree fuerte la palabra, por una “colonización generalizada”, a partir
de unas cerámicas que “pertenecen sin duda al s. VI avanzado” (ibídem: 259). Y se sigue
apuntando que ni las pastas, ni las cocciones, ni las formas “son ciertamente equiparables con
la alfarería fenicia”, productos, aquellos, que en el Languedoc Occidental se fecharán en el
siglo VI por las importaciones griegas y etruscas que las acompañan (ibídem: 259).
Lo que sigue sin una explicación convincente es algo tan importante como la extinción
de TODOS los poblados orientalizantes que en nuestro país conocemos (también fuera de
él): Peña Negra, Alt de Benimaquia, La Fonteta, Vinarragell, El Torrelló del Boverot, El
Tossalet de Montmirà... Es, pues, evidente, que lo auténticamente ibérico en Vinarragell
“ocurre de manera repentina” (Arteaga, Padró y Sanmartí, 1986: 311), hecho extensible a
cualquier yacimiento con una plural estratificación vertical, aun en aquellos que con las pastas fenicias conviven ya productos ibéricos (Benimaquia por más singular).
Lo que hasta ahora entendíamos como ibérico antiguo es un “paquete cultural” que tiene
que llegar hecho a los asentamientos de la faja Mediterránea y de su más cercano hinterland,
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en su inmensa mayoría sin esa cuña colonial que se extinguiría tanto en el Sur como en el Este
peninsular a mediados del siglo VI, o alcanzando ya el 550/535 (González Prats, 1986: 299),
sobreponiéndose, siempre casualmente, en unos contados yacimientos, a ese otro horizonte
en el que pesan tanto las pastas a mano como las cerámicas coloniales, entre las que podremos detectar otras igualmente torneadas, e igualmente exógenas, con bandas realizadas con
una pigmentación acuosa o con un escaso aglutinante que se descascarilla con facilidad.
Si como han apuntado, las cerámicas a torno que se encuentran “incrustadas” en horizontes coloniales semitas (el Alt de Benimaquia por singular), son ya ibéricas (o “iberoides”, por llamarlas de alguna manera), y tal “fertilización” no procediese del área tartéssica, habríamos de escrutar palmo a palmo, o mejor, centímetro a centímetro, el mundo
Mediterráneo, para ver de encontrar el origen de cuanto fraguó en nuestro Occidente
Mediterráneo a partir, sobre todo, de la desaparición de las factorías coloniales semitas.
Lo lógico sería que en este territorio peninsular protoibérico existiera una infraestructura
económica, que solo podría ser indígena, sin la cual estos enclaves no habrían podido beneficiarse del comercio Mediterráneo; aunque, y esto es lo sorpresivo, parecen ser, siempre, “asentamientos nuevos” cuyas gentes son las que irían abriendo tales infraestructuras comerciales;
pero ignoramos hacia qué sociedad cultural estarían dirigidas, puesto que no encontramos, o no
sabemos encontrar en el paisaje, tales yacimientos. Si como la estratigrafía certifica, el asentamiento colonial del Tossalet de Montmirà es nuevo (su paquete material está hecho desde su
llegada a la loma), ¿hacia qué mundo indígena se dirige? En este sentido habríase de excavar
el asentamiento alto del Tossal de Bou en busca de su población amurallada más primitiva; aunque, por lo poquísimo visto, y fiándonos más de su valor topográfico, parece, en origen, un
pobladillo del Bronce, de los muchos que en Castellón ocupan riscos destacados.
No de otra forma se puede entender que, de la noche a la mañana, una misma respuesta (la Cultura Ibérica, cuya escritura y arte –el cénit de una sociedad– están siempre hechos),
pueda expandirse, costeramente, desde el mediodía de Francia hasta la propia Andalucía,
sobre unos sustratos –en los que no se interfiere– matizados, eso sí, por elementos materiales y étnicos (en definitiva culturales), procedentes tanto del Bronce de Transición como
de la esfera de los Campos de Urnas. Y es que el problema entre colonización y aculturación aquí, cuanto menos en la Plana de Castellón, es difícil; aunque, por lo insistido por
todos, podamos decantarnos por lo segundo.
Pero el hecho es que tampoco está clara la gestación del indigenismo que va a recibir,
si es que lo hace, el denominado “impacto colonial” partiendo de los niveles sin cerámicas
a torno (el caso de Vinarragell por paradigmático), pues siempre habrá más de un hiatus que
aborta tal gestación. Y cuando se presentan niveles con cerámicas a torno, bien estratificados, sin horizontes antrópicos precedentes, siempre son asentamientos nuevos. Y aquí,
como en el solar tartéssico, dicho ex-novo entremezclará, puntualmente, tanto cerámica a
mano (que venimos denominando, por comodidad, indígena), como a torno, generalmente
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productos del Círculo del Estrecho. Y poca diferencia hay, por ejemplo, entre las ollitas y
recipientes a mano, de cuello corto, de El Tossalet de Montmirà, y las del yacimiento de
Morro de Mezquitilla (fig. 25), el asentamiento semita peninsular más antiguo, recipientes
que Schubart considera de “carácter fenicio” y no indígena (Schubart, 1986: 78).
Y es que ocurre un hecho cuanto menos curioso, ya lo dijimos, pues los alfares del
Estrecho ni fabrican menaje a torno de cocina ni vasos para beber sus novedosos caldos, que
hay que suponer de cierta calidad por el propio producto de moda, a no ser que empleasen
los cuencos hondos de engobe rojo, y el vino, más que beberse, se sorbiera. Productos, por
otro lado, muy escasos al N. del yacimiento alicantino de La Fonteta.
¿De dónde llegan a la Plana tales paquetes culturales? Pues la verdad es que lo ignoramos. Y la misma pregunta, y la misma respuesta, sirve tanto para nuestro “levante” como
para la zona del Betis, puesto que nada parece nacer de los círculos culturales anteriores. En
ambos mundos (si no es que todo es el mismo, aunque con matices, como ya se apuntó para
el conjunto crevillentino de Peña Negra [González Prats, 1986: 280]), la cerámica a mano
presenta bases planas, con marcados talones, que parece ajena a la tradición local. En
Vinarragell (ese yacimiento que cambió el rumbo de la prehistoria valenciana), los recipientes de “calidad” de los niveles anteriores al impacto de sus primeras cerámicas coloniales, dan formas abiertas, acampanadas, tipo cazuela, con superficies muy tratadas, y, por
lo general, con los cuerpos en escora biselada, o, cuanto menos, romos. Y ya en 1974 les
dábamos paralelos con las cerámicas procedentes del área tartéssica (Mesado Oliver, 1974).
También en este primer momento de Vinarragell, con las cerámicas anteriores se coligan
excelentes pastas (a veces pertenecientes a recipientes de gran cabida) grisáceo-espatuladas o
negro-charol, con decoración geométrica incisa, o excisa, o trazada con un objeto de borde no
hiriente, que no queda lejos, por ejemplo, del bagaje cultural cerámico del Bronce de
Transición (Bronce Tardío y Final) de Peña Negra I (González Prats, 1998). Nada de ello
Fig. 25.- Morro de Mezquitilla. Cerámica fenicia hecha a mano, según H. Schubart.
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transciende al horizonte con el primer torno: es otro pueblo (o pueblos mestizados), y otro
mundo el que llega hecho, tras hiatus impactantes, al septentrión valenciano, tal vez a través
de la que Maluquer denomina “ruta ibérica” hacia el Ebro y sur de Francia. Después, “grosso
modo”, dicho bloque cultural desaparece como por arte de “encantamiento” y cuanto renace
tras un fuerte hiatus es otra cosa que los historiadores clásicos van a denominar IBEROS.
Tales horizontes culturales van a ser imposibles sin el Mediterráneo: esa “autopista”
que ya viene de lejos (Mesado Oliver, 1999). Y es que cuanto entendemos como Cultura
Ibérica está repleto de una clara vocación, oriental, mediterránea.
Pero es en nuestro País Valenciano en donde esta iberización aparecerá con un grado de
mayor potencia culturizante, y dentro de él la zona geográfica ocupada por los edetanos
alcanzará su cénit. Éstos, y no otros, son los verdaderos “Príncipes de Occidente”. Ciudades
como Edeta (Llíria, Camp de Túria), Arse (Sagunt, Camp de Morvedre) u Orleyl (La Vall
d’Uixó, La Plana Baixa), debieron de dominar un mismo territorio que, según Plinio, se
extendía del Idubeda (el Millars) al Júcar. Se trata de tres asentamientos estratégicos que
enseñorearán un paisaje óptimo para una economía agrícola intensiva, haciéndolo los dos
últimos, también, sobre el mar. Sin el Mediterráneo bien poco de nuestro pasado –como
hemos podido observar– sería comprensible, ni tendría razón de ser.
ADDENDA
Puesto que a lo largo del texto precedente hemos citado yacimientos castellonenses con
cerámicas fenicias, siempre importantes, pasemos, para concluir, a dar sus pertinentes fichas.
1) La Cueva de los Ladrones o de las Balsillas (Valle de Almonacid, Alto Palancia)
Se ubica en el valle del Palancia, a unos 6 km de Segorbe, y junto a la fuente de “Las
Balsillas”, en la cuenca central de la Sierra de Espadán. Coordenadas: 39º 54’ 20’’ latitud N.
y 3º 14’ 45’’ longitud E. (I.G.C. Hoja 640 - “Segorbe”. E. 1:50.000).
Esta cavidad la forman tres salas intercomunicadas, con varias bocas de entrada. El
material que ahora citamos fue recogido en superficie por I. Sarrión Montañana, quien en
1968 lo depositó en el Museu Arqueológic Comarcal de la Plana Baixa-Burriana.
Procedente igualmente de prospecciones superficiales, V. Palomar tiene publicado, de esta
misma cavidad, el material de la Edad del Bronce (Palomar, 1982).
Como bien se sabe, el valle del Palancia es vía natural entre las tierras de Teruel y la
zona litoral valenciana.
Fig. 26:
1- Borde bucal de ánfora fenicia. Pasta rojizo amoratada en cara interna y siena al
exterior. En rotura es gris. Presenta un desengrasante muy uniforme de arenillas
negras y rojizas. Pasta bien coligada y de gran dureza. Diám. bucal máx. 11’6 cm.
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Fig. 26.- Cueva de los Ladrones, Valle de Almonacid. Cerámicas fenicias.
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2- Posible imitación (?) de un ánfora importada, aunque no presenta carena sobre el
hombro, en donde conserva el arranque de un asa de robusto tendón. Pasta sienosa en
cara interna y sienonegruzca en la exterior. En rotura es negrosa. Presenta un desengrasante bien molturado de arenilla negruzca y otra blanca. Tiesto de gran dureza.
Diám. bucal máx. 12’5 cm.
3- Fragmento de un ánfora fenicia, de cuya carena arranca un asa de tendón. Pasta
negruzca entre capas amoratadas en rotura; siena externamente, y de tendencia castaño en la cara interna. Como desengrasante presenta arenillas rojizas. Cerámica dura.
4- Borde de una tinaja, con el arranque de un asa de doble tendón. En rotura presenta
una coloración negruzca entre débiles bandas externas de tono sienorrojizo. Como desengrasante lleva una arenilla rojiza entremezclada con otra rojizo-brillante. Sobre la
superficie del labio y hacia el interior del recipiente presenta restos de pigmentación
castaño. Postcocción presenta un perfecto taladro debajo del borde. Cerámica muy
dura. Diám. máx. 42 cm.
5- Tiesto cerámico perteneciente a un voluminoso recipiente. Pasta uniforme de
coloración amarillenta. Presenta un taladro poscocción y los restos de un goterón de
pigmento castaño.
6- Fragmento cerámico cuya pasta es idéntica a la descrita en el nº 1. Conserva los
restos de una ancha banda, muy perdida, de tono castaño.
Fig. 27:
1/3- Se trata del Grupo I, Subgrupo 2.2.2 (Mata y Bonet, 1992). Pertenecen al horizonte ibérico antiguo. En Castellón responden a la gran mayoría de las urnas cinerarias de sus necrópolis, y a los poblados de un primer momento. Los bordes, aunque salidos, no tienden hacia el perfil de cabeza de caballo o ánade, aunque parecen
ser sus precedentes. Se decoran con bandas y filetes de tono marrón claro. Las pastas, en rotura, son grisáceas. Diám. buc. máx. 24 cm.
4- Borde de una tinaja. Se decora con una banda de tonalidad castaño morada. Pasta
negruzca en rotura. Muy dura.
5, 6 y 7- Bordes de ánfora (?) de pastas claras muy uniformes y bien levigadas.
Conservan restos de bandas de tono marrón. Tienen la particularidad de presentar junto
al borde bucal una señalada escocia, posiblemente para el encaje con su tapadera.
8- Fragmento de un gran vaso de pasta rojiza, uniforme, con banda y filetes igualmente rojizos.
Fig. 28:
1/4- Grupo de fragmentos pertenecientes a bordes bucales de platos del Grupo III,
Clase A, Subtipo 8.1 de la clasificación de Mata-Bonet. El nº 4 presenta carena en
la unión del hombro con el ala. Se decoran con filetes y bandas anchas sobre ambas
caras de su ala. El nº 3 responde a un plato hondo, de superficie basta al tacto, de
pasta negra en rotura. En su interior conserva resto de pigmentación castaño-rojiza.
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Fig. 27.- Cueva de los Ladrones, Valle de Almonacid. Cerámica a torno.
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Fig. 28.-Cueva de los Ladrones, Valle de Almonacid. Cerámica a torno.
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Fig. 29.- El Castell, Almenara. Cerámicas fenicias.
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5- Potente borde exvasado, que sobre el chaflán de su labio conserva una decoración
rojiza, muy perdida, de cuadrillaje, y en su peralte interno restos de una banda.
Diám. máx. 36 cm.
6- Borde de una ollita de pasta grisáceo-negruzca.
7- Borde bucal de una ollita de pasta negra.
2) El Castell (Almenara, la Plana Baixa)
Delimitando por el S. la Plana Baixa (Castellón), la Sierra de Espadán prolonga hacia
el Mediterráneo varios cerros-atalaya con un innegable valor estratégico. El mayor, “El
Castell”, con una cota de 178 m.s.n.m., alberga en su ladera S. el pueblo de Almenara, y se
corona con los restos medievales de un castillo. También en la ladera de mediodía se abre
la “Cova de les Cinc”, cuyos trabajos arqueológicos en ella demarcaron niveles con cerámicas fenicias (IIC y IID) (Oliver et al., 1987: 95). Coordenadas: 39º 45’ 20’’ latitud N. y
3º 28’ 10’’ long. E. (I.G.C. Hoja 668 - “Sagunto”).
Entre los fragmentos recogidos superficialmente en el cerro, destacan, por ser importaciones fenicias, los que seguidamente citamos.
Fig. 29:
1- Posible fragmento de borde de un ánfora fenicia. Pasta grisácea y superficies
siena. Presenta un escaso desengrasante de arenilla rojiza. Diám. máx. 12 cm.
2- Borde de una tinaja con el arranque de un asa de doble tendón geminado. Pasta
grisácea con abundante arenilla negra, rojiza y blanca. Diám. buc. máx. sobre 40 cm.
3- Fragmento de carena de un ánfora fenicia. Pasta rojiza con arenilla negra, rojiza
y mica.
4- Fragmento de un asa de tendón circular, perteneciente a un ánfora fenicia.
5- Ídem.
6- Fragmento perteneciente al pie de un trípode. Pasta rojiza en rotura, con un lentejón
negruzco hacia el centro del recipiente, y una piel muy fina de coloración amarillenta.
Como el resto de estos fragmentos que catalogamos como fenicios, presenta una arenilla rojiza (que muy bien puede ser de rodeno) entremezclada con otra negra.
7- Pie de trípode. Interiormente es de coloración gris y al exterior siena. El desengrasante es similar al precedente.
3) Ermita de la Mare de Déu dels Àngels (Sant Mateu, el Baix Maestrat)
A 2 km de Sant Mateu, hacia levante, advertiremos este ermitorio, el cual corona un
montículo exento de la Serra de la Valldàngel. Coordenadas: 40º 27’ 15’’ latitud N. y 3º 53’
28’’ long. E. (I.G.C. Hoja 571 - “Vinaroz”).
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Fig. 30.- La Mare de Déu dels Àngels, Sant Mateu. Cerámicas a mano.
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Con el desmonte que se hizo en 1975 para un parking, en su cara de poniente, recogimos los fragmentos cerámicos siguientes.
Fig. 30:
1/6- Se trata de un lote de pastas a mano que presentan decoración plástica y lo hacen
con gruesos cordones de aplique, que cuando engarzan mamelones (nº 5) los presentan
recios, pero aplanados de cara; y si están junto a los planos bucales (caso del nº 1) suelen hacerlo verticalmente. Uno de los fragmentos, el nº 4, presenta un cordoncillo de
tendencia ligeramente roma, que pudiera trazar círculos concéntricos, o hacerlo en espiral. Destaca la base anillada, ligeramente abierta, nº 6, y el borde bucal nº 2, con una
decoración circular, punzada, junto a la base del cuello, mayormente sobre pastas a
mano de coloración rojiza. Cerámicas indígenas bien típicas del impacto fenicio en
nuestros yacimientos. Entre ellas recogimos tres fragmentos a torno de clara filiación
fenicia, que pertenecen a soleros de ánforas; así como un borde de tinaja con un asa de
doble tendón, que presenta una decoración rediforme, muy desvaída, sobre la panza del
recipiente, y una banda sobre el labio y derrame interno. En rotura muestra dos bandas
bien delimitadas, la interior rojiza y la externa negruzca. La cerámica es dura. Tal motivo decorativo, en el yacimiento de La Fonteta de Guardamar del Segura, González Prats
lo denomina “Tipo E13” y se da en Fonteta VI, con fíbula de pivote.17
4) La Vilavella (Vilanova d’Alcolea, la Plana Alta)
Si entramos por el corredor de Borriol-La Pobla-Sant Mateu (curso de la Vía Augusta
tardía), tras rebasar “Les Coronetes” advertiremos, en solitario, un estirado altozano de poca
elevación, a 2 km al W. de la Vilanova d’Alcolea que, por sus restos prerromanos, debió de
recibir el topónimo de “La Vilavella”. Coordenadas: 80º 14’ 20’’ latitud N. y 3º 53’ 28’’ long.
E. (I.G.C. Hoja 593 - “Cuevas de Vinromá”).
Fig. 31:
Cuando lo visitamos por vez primera en 1970, en su ladera de mediodía recogimos
algunas cerámicas que amalgaman tanto las pastas a mano como las torneadas de
importación. Las primeras son bastas, rojas o negras según la irregularidad de la cocción, con desengrasantes de rodenos y conchas molturadas, respondiendo a galbos
globulares de cuello vertical (nº 1 y 2), y soleros rectos con talón (nº 6/8), comportando en la base de sus cuellos recios cordones aplicados (nº 3), dándose en uno de
los fragmentos (nº 5) una decoración barrida, de peine o cepillo.
En los fragmentos a torno están presentes los borde de las ánforas fenicias, en pastas rasposas por sus abundantes desgrasantes arenosos (nº 10/13), cuyos diámetros
17. Para este tipo de fíbula, en estratigrafía, ver: Mesado Oliver, 1988: 314-319.
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Fig. 31.- La Vilavella, Vilanova d’Alcolea. Cerámicas a mano y a torno.
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rondan los 12/13 cm. A ellas pertenecen el asa (nº 9) y los fragmentos con escora (nº
14 y 15). Y, entre los bordes de plato, advertimos los de ala exvasada de ese horizonte ibérico antiguo que no alcanzan las personales siluetas en cabeza de caballo
(nº 16 y 17), el primer borde con restos de pigmentación rojiza.
5) El Tossalet de les Foies Ferrades (Alcora, l’Alcalatén)
Poblado de mediana altura ubicado a algo más de 2 km al SW. de Alcora. Se trata de un
estirado cerro calizo, con dirección NEE.-SWW., con una cota de 425 m.s.n.m., que a lo
largo de su cara de levante y chaflán de mediodía está recorrido por un acantilado de unos
3 m de altura, mientras las laderas de poniente descienden abancaladas, comportando un
viejo cultivo de algarrobos. La cima forma un estrecho lomo o carena uniforme, área en la
que se extiende el despoblado. Dos torres delimitan sus extremos, cuyo eje es de un centenar de metros, alcanzando su ancho unos 30 m. Coordenadas: 40º 03’ 25’’ latitud N. y 3º 27’
25’’ long. E. (I.G.C. Hoja 615 - “Alcora”).
La torre de poniente, por ubicarse junto al acantilado, debió ser de menor envergadura,
encontrándose muy deteriorada, y sólo un muñón, cubierto de matorral, la señala. En cambio la torre opuesta, por encontrarse estratégicamente cerrando el acceso a la cima, es de
buena factura. Su fábrica comporta regulares ortostatos calizos en sus paramentos. El grosor del muro es de 1,60 m, mientras la altura observable llega a los 2 m. Su planta parece
circular, aunque la abundante vegetación de garriga que la cubre hacía imposible, cuando la
vimos por última vez en 1977 acompañados por Carmen Aranegui y Milagros GilMascarell, cualquier aseveración. Pero teniendo en cuenta que en su lado de mediodía se le
superpuso un vértice geodésico, y un notable resalte artificial se prolonga hacia el interior
del poblado, nada tendría de extraño que su planta sea bastante irregular. Puesto que el yacimiento cubre una superficie horizontal sin desmontes de drenado, una excavación sistemática daría buenos resultados. Tal vez por no haber tenido desmontes, ni excavaciones clandestinas, pese a su extensión, apenas sí recogimos material significativo.
También ahora, el topónimo de este otero del término de Alcora estaría relacionado con
el hierro.
Fig. 32:
Las cerámicas a mano de este poblado alcoreño siguen respondiendo a contenedores
con el cuello vertical (nº 1), comportando como elementos decorativos robustos cordones digitados (nº 2) o mamelones junto al plano bucal del vaso (nº 3). En cuanto
a los bordes anfóricos, a torno, responden a las ánforas de la costa malagueña con
diámetros de 12 cm (nº 4) y 13 (nº 5), lógicamente con escora (nº 7); mientras que
los platos son en ala abierta, alcanzando los 32 cm de diámetro (nº 8), o en codo (nº
9), comportando las consabidas bandas rojizo vinosas.
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Fig. 32.- Les Foies Ferrades, Alcora. Cerámicas a mano y a torno.
6) La Torrassa (Vall d’Uixó, la Plana Baixa)
Delimitando por el W. la zona central de la Plana Baixa, como un tentáculo de Espadán,
se adentra en la llanura el cerro de La Torrassa (241 m.s.n.m.), cuya silueta y ubicación es
similar al cerro del Solaig (325 m.s.n.m), algo más al N. Ambos yacimientos fueron colonizados en sus cotas mayores (¡sin asentamientos anteriores!) por el impacto orientalizante,
por cuanto amalgaman tanto las recias pastas a mano (fig. 33), como las torneadas, mayormente ánforas atribuibles al “Grupo Málaga” (T-10.1.1.1. y T-10.1.2.1) (Ramón Torres,
1995: 48), haciéndolo los dos yacimientos en un solo nivel (el fundacional). Coordenadas:
39º 50’ 20’’ latitud N. y 3º 28’ 25’’ long. E. (I.G.C. Hoja 640 - “Segorbe”).
Dado que las cerámicas depositadas en el Museu Arqueològic Comarcal de la Plana
Baixa-Burriana fueron estudiadas por J. Ramón, y en la actualidad lo están siendo por J.
Vives-Ferrandis, dejamos de consignarlas puesto que tampoco aportan mayor novedad.
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Fig. 33.- La Torrassa, La Vall d’Uixó. Cerámica a mano.
FINAL
Como podemos observar en las fichas comentadas, los materiales antiguos pertenecen,
siempre, a un mismo momento cultural: el de la llegada del torno, instante en el que parece
colonizarse la ruta hacia el Languedoc, por lo que el poblado del Tossalet de Montmirà (o
cuanto menos, nuestra cata), constituiría, en Castellón, el mejor ejemplo de tales fundaciones, puesto que en nuestro hinterland indígena (también en La Plana: Solaig-La Torrassa),
son asentamientos nuevos sobre cerros vírgenes: de mediana altura en el interior, y de altura considerable sobre el paisaje costero; aunque recordaremos que los yacimientos “coloniales” del Millars (Vinarragell y El Boverot) hacen asiento sobre niveles más antiguos y en
cotas cero sobre su paisaje. Eso sí, tanto unos como otros se ubican escoltando viales de
largo recorrido o el propio mar.
Cuanto menos en estos asentamientos de cotas altas, nunca existen niveles indígenas
puros (fundación de Vinarragell como mejor ejemplo), con sus cerámicas cuidadas, aquilladas mayormente, con una decoración geométrica incisa, excisa o estampillada, propias de
un horizonte cultural ¡igualmente nuevo! (Bonet y Mata, 1995: 160) que se difumina por
una gran parte de la Península, pero que ha desaparecido (el caso de los Villares es sorprendente) cuando irrumpe el mundo orientalizante con su comercio vinícola procedente del
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Círculo del Estrecho. Sin embargo, en el yacimiento del Torrelló del Boverot, Almassora, a
escasos kilómetros de Vinarragell, aguas arriba, ocurre igual que en Villares II, pues conjuntamente con las cerámicas incisas, en las habitaciones 5 y 7 están presentes ya (dos ejemplares) las R.1 (Clausell, 1998: 240). Entre los recipientes a mano de este primer momento,
cita este último investigador una cazuela bruñida, decorada con incisiones, que dice ser
pieza similar a otra de Vinarragell (Mesado Oliver, 1974: fig. 55, nº 8) y de la Mola d’Agres
(Peña et al., 1996: forma 24a), piezas que encuadra “dentro de los Campos de Urnas
Recientes”, con una cronología entre el 900 y el 700 a.C., por cuanto el impacto colonial
aquí, cuanto menos en El Torrelló del Boverot, de ser cierta su elevada cronología, sería tan
primerizo, o más, que el de las factorías del Círculo del Estrecho.
El hecho de que en los potentes, uniformes, repetitivos y limpios estratos de Vinarragell
I (pocos yacimientos tienen en el País Valenciano una lectura integral tan singular), al igual
que pasa en Peña Negra I, o en Agres, no exista el torno, pudiera apuntar a que las dos ánforas coloniales del Torrelló del Boverot hayan podido incrustarse en su nivel fundacional
desde un nivel superior; aunque atendiendo al horizonte de la Primera Edad del Hierro en
Los Villares, junto con las pastas bruñidas (igualmente con motivos geométricos incisos),
se da ya el torno, y su cronología absoluta, según Pla, habría que fijarla “a lo largo del siglo
VII, llegando posiblemente a principios del siglo VI a. de C.” (Pla Ballester, 1980: 71).
Burriana, agosto de 2003.
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ARCHIVO DE PREHISTORIA LEVANTINA
Vol. XXV (Valencia, 2004)
1
NORBERTO MESADO OLIVER*
EN TORNO AL PROBLEMA DE LA GESTACIÓN DE LA CULTURA
IBÉRICA: EL YACIMIENTO DE “EL TOSSALET DE MONTMIRÀ”
(ALCORA, CASTELLÓN)
RESUMEN: Se trata de un yacimiento ubicado en zona montana del término castellonense
de Alcora, a 23 Km. del Mediterráneo. Desde el inicio de su colonización está presente tanto la
cerámica fenicia como la hecha a mano, e, igualmente, otra a torno de cariz “iberoide”. Sobre tal
paquete cultural, y tras un marcado “hiatus”, irrumpe ya formada, no antes de las copas jónicas B2,
la Cultura Ibérica.
PALABRAS CLAVE: Bronce Final, Bronce de Transición, Hierro I, Período Orientalizante,
Cultura Ibérica.
ZUSAMMENFASSUNG: Es handelt sich um ein Fundort, Alcora, in einer bergischen
Landschaft liegend und 23 Km. vom Mittelmeer entfernt. Seit Anfang seiner Besiedlung ist phönizische sowie eine handgefertigte und gleichzeitig auch eine “iberische” Keramick present. Über
dieses kulturelles Paket hinaus und nach einem Markt “hiatus” und nicht vor den jonichen Gläser
B2, bricht bereits geformt die iberische kultur ein.
Cuando llevamos a término la Primera Campaña de Excavaciones en el yacimiento
burrianense de Vinarragell, ubicado en el paleoestuario del Millars, a algo más de 3 km del
* Museu Arqueològic Comarcal de la Plana Baixa-Burriana.
—199—
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2
N. MESADO OLIVER
Mediterráneo, con su delta de cierre denominado en la documentación de archivo illa del
Sargat o Pla de la Jonquera, corría el otoño del año 1967.
Ante nuestro ojos, y por primera vez en las excavaciones arqueológicas valencianas, se
detectaba una estratigrafía muy singular, puesto que entre un horizonte fundacional del
Hierro I (“Bronce Final” para otros autores), a más de tres metros de profundidad, y un
Horizonte Ibérico con policromas, en superficie, se intercalaba un potente nivel que amalgamaba cerámicas a mano (que hay que suponer indígenas), y a torno, casi siempre anforoides y tinajas (pithoi) con bandas bícromas; así como sus tapaderas, para nosotros los recipientes denominados “trípodes”, que tanto encajan en sus bocas por la base (por ello suelen
tener las patillas en diagonal entrada), como por su plano superior, por ello tienen el labio
oblicuo (Mesado Oliver, 1987: 35).
Detectábase, todo ello, entre restos de viviendas constituidas por una mampostería de
zócalos de “bolos” sobre los que cabalgaban muros, cuya fábrica la formaban grandes adobes de coloración crema, asentados con barro de coloración oscura; o a la inversa, técnica y
arquitectura común en todos los enclaves fenicios del Mediterráneo.
Con los fragmentos de esta última “tríada” cerámica (ánforas, tinajas y trípodes), visitábamos días después aquel entrañable Servicio de Investigación Prehistórica de la calle
Caballeros, el SIP, formado, tan sólo, por Domingo Fletcher, Enrique Pla y el restaurador
Salvador Espí. Al examinar tales cerámicas, tras un pequeño “cónclave”, me comunicaron
que “aquello” no podía ser más antiguo que Bastida, ese yacimiento mogentino que para
quienes dictaban el camino de nuestro remoto pasado marcaba el arranque de la iberización
valenciana.
El hecho de tener perfectamente estratificadas unas pastas que, personalmente, había
extraído, me hizo disentir de una opinión tan cualificada, y atribuir tal impronta cultural a
un mundo que intuimos de filiación fenicia.1
Y fuimos pasando para su publicación en la revista APL campaña tras campaña; pero el
magisterio de Vinarragell era excesivo para entonces, por romper cánones firmes preestablecidos, y continuó en el anonimato.
Sin embargo, a D. Domingo Fetcher no le pasaban por alto ciertos paralelos de determinados vasos de Vinarragell con otros del área del Estrecho. Y así, en carta personal de
fecha 22-V-71, me comunicaba que A. Arribas, en la revista Pyrenae, 5, estudiaba una
necrópolis malagueña “con urnas como las que salen en Vinarragell” (Arribas y Wilkins,
1969). Y algunos días después (carta personal de 17-VI-71), me recomendaba “retirar todo
el material de Vinarragell que estuviese expuesto en el museo” hasta su debida publicación,
cerámicas que habían sido examinadas ya por Schubart.
1. Puesto que nunca habíamos visto pastas fenicias, en tal aserto jugó un papel decisivo un artículo, sobre los fenicios
en Vinarragell, publicado por un historiador burrianense (Forner Tichell, 1933: 252-272).
—200—
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
3
Por fin, un buen día, finalizando el año 1973, me llamaba D. Domingo para decirme
que las campañas llevadas a cabo en este yacimiento iban a publicarse de inmediato,2 pero
no en el APL, sino en un Trabajo Vario. Y es que para la biblioteca del SIP, habíanse recibido dos publicaciones clave: “Mogador”, ese inquietante yacimiento fenicio en aguas del
Atlántico (Jodin, 1966), y “Tartessos y sus problemas” (VV.AA., 1969). Y Vinarragell vería
por fin la luz en el otoño de 1974 (Mesado Oliver, 1974).
Pero, mientras tanto, había ocurrido otro hecho: durante la 2ª Campaña de
Excavaciones, en 1968, visitaba Vinarragell un alumno de la Universidad de Granada:
Oswaldo Arteaga Matute,3 que se interesó, por su propia estratigrafía, en ese nivel intermedio, y porque le comentamos que estábamos seguros que sus cerámicas a torno, que no
conocía, eran fenicias. Días después, de regreso a Granada, pasaba por Oriola, comarca del
Baix Segura, viendo entre los fondos cerámicos de un joven (Vte. López) pastas como las
que le habíamos dicho que eran fenicias, mandándonos una carta en la que comenta: “termino de encontrar otro Vinarragell”: Eran “Los Saladares”. Y dada la novedad que ello
suponía para la arqueología peninsular, me instó, en repetidas ocasiones, a que los resultados obtenidos en Vinarragell, por novedosos, los mandásemos a otra revista, cosa que nunca
hicimos por la gran amistad que en todo momento me manifestaron tanto D. Domingo
Fletcher como D. Enrique Pla, con quienes tuvimos un afecto especial que terminó con el
fallecimiento de ambos.
También otro buen amigo, Alfredo González Prats, fundador en 1973 del “Gabinete de
Investigación Arqueológica del Alto Maestrazgo”, con sede en Benassal (Castellón), aprendió con las pastas semitas de Vinarragell a conocer ese primer torno.
Hoy, no cabe duda, O. Arteaga y A. González Prats lideran, tanto en la comunidad andaluza como en la valenciana, y aun en el resto peninsular, cuanto emana del impacto colonial
semita.
Tras una primera campaña en Los Saladares, Arteaga exponía un escueto comunicado en
el XII Congreso Nacional de Arqueología, celebrado en Jaén en 1971 (Arteaga y Serna, 1973),
que vio la luz unos meses antes de nuestra publicación monográfica sobre Vinarragell, para,
posteriormente, dedicarle al yacimiento oriolano un trabajo más extenso (Arteaga y Serna,
1975). Con el estudio inicial de ambos yacimientos abriose una nueva etapa en la investigación,
que aportaba el enriquecedor conocimiento de un horizonte protoibérico, colonial, en tierras
valencianas: Vinarragell al N. y Los Saladares al S. El esfuerzo, pues, marcó ese punto de inflexión en el conocimiento de nuestra propia Prehistoria, abriendo un inmenso horizonte que al
2. En el 50 Aniversario del Laboratorio de Arqueología de la Facultad de Geografía e Historia, celebrado en 1974, y
en sus conferencias, Fletcher “hizo hincapié en la posible relación de Vinarragell con el mundo llamado paleopúnico, o fenicio de la baja Andalucía, del horizonte cronológico del siglo VII a.C.” Carta personal, de 21-V-74, de A. González Prats.
3. El hecho, como es lógico, no fue tan casual como pudiera parecer, puesto que O.A.M. mantenía noviazgo en el vecino pueblo de Vila-real (carta de fecha 27-VIII-71).
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4
N. MESADO OLIVER
cabo de tres décadas se vería avalado por nuevos investigadores que vienen ensanchando ese
impacto semita a, prácticamente, toda la fachada del País Valenciano y Cataluña (Clausell
Cantavella, 1994), por cuanto Vinarragell “planteó en su día una nueva visión de la colonización fenicia y del desarrollo del mundo ibérico” (Oliver et al., 1987: 68), “que marcà per primera vegada la presència d’objectes que permetien una classificació del lloc com centre receptor d’importacions fenícies” (Llobregat Conesa, 1989: 176).
Con el contacto directo de las pastas fenicias de Vinarragell, iniciamos su búsqueda por
los despoblados prerromanos de nuestro paisaje (La Plana), encontrándolas en El Castell
(Almenara), La Torrassa (Vall d’Uixó), El Torrelló del Boverot (Almassora),4 y en el tentáculo de El Solaig de Betxí denominado “Conena”; y, ya transpuesta la primera barrera montañosa, en el alargado cerro, de cota media, de El Tossalet (de “Montmirà”), Alcora, en la
comarca de l’Alcalatén, yacimiento que estudiaremos después ( Fletcher et al., 1978: 84).
También las detectaríamos en el corredor prelitoral Borriol-La Pobla-Sant Mateu, en:
l’Ermita de la Mare de Déu dels Àngels (Sant Mateu), La Vilavella (La Vilanova d’Alcolea),
Cumbre del Gaidó, ahora entre las cerámicas del asentamiento medieval (Cabanes), y en
Les Forques (Borriol). Así como en un área dispersa, caso del poblado del Tossal de les
Foies Ferrades (Alcora), Cueva de los Ladrones (La Vall de Almonacid, Alto Palancia), el
Castell (Toga, Alt Millars)...
Con unas escuetas fichas-láminas de estos yacimientos, finalizaremos este nuevo aporte que tiene como principio el acercarnos, más si cabe, a esa gestación (aún no segura) de
cuanto entendemos como Cultura Ibérica.
La primera cerámica a torno, mayoritaria en estos yacimientos, provenía de las ánforas, el envase por excelencia del viejo comercio mediterráneo, siendo sus fragmentos el
“fósil guía” para detectar, inequívocamente, el novedoso comercio mediterráneo sobre (?)
el substrato indígena.
Pese al esfuerzo realizado, e incomprensiblemente para mí en aquellos días, tales pastas estaban exentas de ese inmenso yacimiento que seguramente capitalizó la comarca: La
Punta d’Orleyl, estación arqueológica sólo citada, hasta entonces, por D. Honorio García
(García García, 1962). Hoy, este importante yacimiento está siendo bien estudiado y publicado (García, Moraño y Melià, 1998).
Pero vayamos ya a la estación alcoreña, núcleo ahora de nuestra aportación.
En el año 1975, el amigo Pepe Aguilella se hacía cargo, en Alcora, de la Parroquia de
Nuestra Sra. de la Asunción. Conjuntamente con Manolo Safont, había fundado el Museo
Municipal de Onda, teniendo por la arqueología una vocación innata. Y un buen día del mes
de marzo de 1976, me comunicaba que en la loma de “El Tossalet”, junto a la carretera que
4. En carta de fecha 4-VI-74, Oswaldo Arteaga, desde Alemania, se interesa en abrir un corte en este yacimiento de
Almassora.
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
5
asciende a Lucena, al realizar en su ladera NW. un cómodo camino de acceso, su dueño,
Aurelio Chiva Bartoll, vecino de La Foia (pedanía de Alcora), había seccionado varias habitaciones prehistóricas, apareciendo sus cerámicas en el cono deyectivo del desmonte.
Acompañados, pues, por ambos, visitábamos “El Tossalet” (que no “Montmirà”), recibiendo permiso para poder limpiar un trecho, entre muros, en el frente del talud del camino
practicado, ya que las cerámicas, tanto a mano como torneadas, aparecían con nitidez en el
hastial del desmonte. Y así volvíamos a tener, de nuevo bien estratificadas, las pastas de ese
momento colonial que surgía, lógicamente, debajo del Horizonte Ibérico. Y, de nuevo, sin
contacto material con él. De modo que en estos yacimientos que en sus entrañas habíase
gestado un potente intercambio (?) colonial semita (o cuanto menos una absorción de pastas torneadas alóctonas, a no ser que se traten, como suponemos, de asentamientos totalmente nuevos), la vida en ellos desaparecía como por encanto. Y tras una sedimentación,
siempre significativa, sin restos antrópicos, y sobre ella misma, surgía, “formada”, la
Cultura Ibérica, gestada, como tal Cultura, en nuestra opinión, sólo a partir del influjo helénico, síntoma indiscutible del establecimiento de gentes foráneas. Y algo bien singular: con
su vajilla portaba un recipiente que dictará el momento de la llegada: las copas jónicas B2,
las cuales vienen ubicándose en la bisagra de fines del s. VI e inicios del V, pues “parece
evidente que en los lugares relacionados con la expansión griega en época arcaica es en
donde estos ejemplares se documentan preferentemente” (Aranegui Gascó, 1981a).
Y es que la Cultura Ibérica, cuanto menos aquí, no existía, dando razón, creemos, a
quienes venían defendiendo que tal horizonte cultural tenía su inicio en el siglo V (Fletcher
Valls, 1960) o, si se quiere, con la llegada de estos primerizos productos jónicos, no por vía
de un comercio semita, sino ya griego (Lázaro et al., 1981: 51).
Estamos convencidos, ya lo hemos comentado (Mesado et al., 2004), que si quienes son
portadores de las pastas fenicias a torno fuesen los progenitores “directos” del mundo ibérico, éste, desde su propio arranque, no hubiese perdido algo tan importante y popular como
son, dentro del mundo semita, las lucernas, como señalará “Fonteta VI”, puesto que es uno
de los tipos cerámicos más comunes.5 Tampoco pasan al repertorio cerámico ibérico los platos trípodes, ni las ampollas, ni los vasos-biberón, evidenciando un distanciamiento entre las
producciones semitas y las propiamente ibéricas (Mata y Bonet, 1992: 138).
Otro hecho, también lo hemos puntualizado, es que en unos sustratos culturales preibéricos tan diversos, aunque matizados por el mundo de los Campos de Urnas, desde Narbona
hasta Alicante, con lenguas autóctonas dispares, no se hubiera podido gestar, a partir justamente del siglo V, una misma escritura (trasunto de una misma lengua): la ibérico-levanti-
5. Mata y Bonet, en su ensayo tipológico sobre la cerámica ibérica, señalan, entre los objetos cerámicos escasamente
documentados y de difícil clasificación (Tipo 6, Subtipo 7), un menudo plato, con un pico vertedor, que creen una lucerna
(Mata y Bonet, 1992).
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6
N. MESADO OLIVER
na, por lo que hay textos a lo largo de tal recorrido que suenan igual por tener vocablos iguales, puesto que repiten idénticas palabras, por cuanto ya Fletcher anotaba que la unidad de
la lengua desde el SE. de Francia hasta el SE. de España, “con los naturales matices regionales”, es evidente (Fletcher et al., 1981: 117).
Tampoco se conoce ni una sola inscripción en que se intuya la propia formación de la
escritura, hecho que avala esa colonización madura e intensiva que ya poco va a recordarnos aquel momento tan prometedor como fue el de la llegada del primer torno: un mundo
de auténticos vinateros.
Otra anomalía, la iremos repitiendo, es que en TODOS los yacimientos valencianos con
estratigrafía (o sin ella), tras el impacto orientalizante semítico, se forma, como consecuencia del abandono del poblado, un nivel, a veces significativo, en el que no existe nada que
denuncie la presencia humana. Y sobre él puede la Cultura Ibérica, ¡totalmente formada!,
volver a asentarse por el simple motivo de su valor geoestratégico, hecho que va a ocurrir
tanto en yacimientos de llanura (Vinarragell por ejemplo), como encumbrados (El Solaig de
Betxí, o El Tossalet de Alcora).
El yacimiento ibérico de “El Tossalet”, en la década de los 60, fue repetidamente prospectado, en superficie, tanto por Ángel Bardina, como por Lorenzo Gózalo y José Mª.
Doñate, destacando en estas colecciones “molta ceràmica pintada, grans de collar, vidres
blaus i grocs, etc.”,6 así como restos de una copita jónica del tipo B2, materiales procedentes de la carena del cerro, en la actualidad en paradero desconocido.7
La limpieza del corte la practicábamos en el mes de febrero de 1978, acompañados,
como otras tantas veces, por José Luis Viciano Agramunt.
Siempre que iniciamos un trabajo arqueológico nos interesamos por su topónimo, cuya
antigüedad, en este caso, no podemos rastrear bien por haber desaparecido, prácticamente,
los archivos de Alcora, tanto el municipal como el eclesiástico.8 Pero, a fines del siglo
XVIII, Cavanilles, en sus “Observaciones” (Cavanilles, 1979), escribe que: “Al poniente de
Costur y a una larga hora de distancia está la Alcora. Se presenta muy pronto un profundo
barranco, y luego se ladea el Mont-mirá, en cuyo pico se conserva el castillo de Alcalatén,
único resto de la antigua y principal población de Señorío”.
También Coromines, posiblemente tomándolo del propio Cavanilles, anota que: “hi ha
el vell castell en ruïnes al cim de Puig de Montmirà”, siguiendo comentando que tal denominación procedería de gebel al-miráni, con el significado de “turó dels dos límits”, pues
“ja és al límit de l’Alcalatén amb la Plana” (Corominas, 1994).
6. Carta personal de J.L. Viciano, de fecha 21-I-78.
7. Tanto la colección de Lorenzo Gózalo como la de José Mª. Doñate pasó a formar parte del Museo que Vila-real
posee hoy en el ermitorio de la Virgen de Gracia, junto al Millars; mientras la de Ángel Bardina ingresó en la colección del
Dr. Esteve Gálvez.
8. Hay que exceptuar en el Archivo Parroquial los “Quinque Libri”, y en el Municipal un lote de libros notariales que
cubren, con interrupciones, de 1727 a 1859.
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
7
Fig. 1.- Detalle de la Hoja de Alcora del Instituto Geográfico y Estadístico de 1908. Obsérvese el topónimo de “Mormira” a
la derecha de la Carretera de Teruel, entre el castillo de l’Alcalatén y la pedanía de “La Foya”.
Para Escorihuela Casademont, con el topónimo “Mormirà” se conoce una partida del término municipal de Alcora, ubicada al NE. del pueblo, entre “els Covarxos i el Tormo”
(Escorihuela Casademont, 1992), cubriendo por ello los cerros de El Castell (de l’Alcalatén) y
el contiguo “Tossal de Bou”, delimitándola por el W. el propio barranco de “Mormirà” (fig. 1).
El “Tossalet”, objeto de nuestro trabajo, y más concretamente (en las viejas escrituras
de propiedad): el Tossalet de la partida del Castell, se sitúa en el mapa 1:10.000, hoja 615
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8
N. MESADO OLIVER
Fig. 2.- Vista S. del Tossal de Bou.
Fig. 3.- Tossal de Bou. Detalle de su muralla.
(4-2) “Figueroles”, del Institut Cartogràfic Valencià, a la izquierda de la carretera CV.190
(la de Lucena) y el río (de Lucena), con una cota de 349 m.s.n.m.
Con el topónimo de “Montmirà” figura también, en dicha hoja, un barranco que separa el
cerro que encumbra las ruinas del Castell (con la ermita medieval de San Salvador), y el mentado “Tossal de Bou”, cuya cota alcanza los 437 m.s.n.m. (fig. 2). Cima de interés, ya que se
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
9
Fig. 4.- Tossal de Bou. Trozos de gruesa terracota en su remontada muralla.
corona por un campo rectanguloide, con dirección N.-S., de unos 120 m de longitud por 20 de
anchura media, con un acantilado de 25 m de caída en su ladera E. Tan estratégico peñasco no
pasó desapercibido en la antigüedad, puesto que su cumbre sigue conservando restos de una
potente muralla (fig. 3), hoy remontada, incluso, con grandes fragmentos de terracota, alguno
de los cuales alcanza los 20 cm de grosor (fig. 4), procedentes de los hornos del propio poblado. En esta cima encontraremos tanto pequeños fragmentos de cerámica a mano, como algún
molino barquiforme; no faltando los fragmentos romanos de dolia.9
D. Aurelio Chiva Bartoll comentaba que a este cerro, que está enfrente del suyo, se le
ha llamado siempre “El Tossal”; pero, como hemos dicho, en la pertinente hoja del Institut
Cartogràfic, figura con el topónimo completo: “Tossal de Bou”.
En publicación reciente, al “Tossalet” con el asentamiento colonial se le denomina,
también, “El Tossalet de Montmirà” (Arasa Gil, 2001: 162), posiblemente por seguirse con
el topónimo introducido en la bibliografía arqueológica a partir de su primera campaña oficial de excavaciones (Grangel Nebot, 1991).
Hoy, a cuantas personas consultamos en Alcora sobre el cerro objeto del presente artículo, cuya silueta, dicen, es “com una barca, però al revés” (fig. 5), coinciden en que se
9. Según D. Álvaro Bachero, concejal ponente de cultura del ayuntamiento de Alcora, en el Tossal de Bou fueron
encontradas dos ollas conteniendo metalistería, en especial fíbulas. Colección que tenía a la venta un establecimiento de filatelia en la calle Enmedio de Castellón.
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Fig. 5.- Desde el Tossal de Bou, vista E. del poblado de El Tossalet de Montmirà.
Fig. 6.- El Tossalet. Vista frontal de la excavación de 1978.
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N. MESADO OLIVER
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
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denomina MORMIRA; aunque no dudamos que su correcta grafía sea “Montmirà”, tal y
como en su día lo hizo Cavanilles y Coromines.
Consultado, en este sentido, D. Aurelio Chiva, no duda en asegurarnos que su nombre
correcto es, simplemente, “El Tossalet”, puesto que así se lo habían transmitido sus mayores, y así figura en las escrituras que posee.
Tras lo expuesto, pues, con el objeto de no duplicar para un mismo yacimiento topónimos dispares, utilizaremos el nombre popularizado ya por la reciente bibliografía arqueológica, o sea: Montmirà; pero pospuesto al de “Tossalet”, tal y como lo ha hecho Arasa. Al
mismo tiempo, lanzamos, una vez más, una llamada a los arqueólogos más jóvenes, o simplemente foráneos, con el objeto de que una riqueza toponímica como la de nuestra geografía no se minusvalore, ni menos que se invente por comodidad.
Cuando por vez primera alcanzamos el “Tossalet” de la partida alcoreña de “El Castell”
(a partir de ahora “El Tossalet de Montmirà”), el espacio a limpiar (o excavar) era cómodo,
reduciéndose a un frente, entre muros, de 2,45 m de ancho por una altura (la propia profundidad de los sedimentos) de 1,70 m, lógica en la falda o declive del montículo, con una
cota de unos 50 m sobre la margen izquierda del “Riu de Llucena”, que lo delimita por el
W. (fig. 6).
En su curso, y desde el propio yacimiento, advertiremos “l’assut de l’Alcora”, la “Roca
del Molí”, y, ya rebasado el “Tossalet”, aguas a bajo, siguiendo en la margen derecha, la
“Roca Morena”.
Son sus coordenadas (Hoja Nº 615, Alcora, I.G.C. Edición de 1952): 40º 05’ 45’’ de latitud N.; y 3º 28’ 50’’ de longitud E.
La uniforme y estirada plataforma del Tossalet de Montmirà alcanza un eje N.-NW. de
225 m, siendo su ancho máximo de 25 m. Se trata de una terraza aprovechada para el cultivo de algarrobos y olivos, por lo que tan sólo en su apuntado extremo S. quedaban, en 1978,
por la acumulación de rocas, unos 12 m de largo por excavar, aflorando basamentos de
viviendas “ibéricas”.
Desde tal cota (a 352 m.s.n.m.) se divisa: a unos 23 km, entre las ruinas del Castell de
l’Alcalatén al E., y el Tossal de Les Foies Ferraes (correctamente, “Ferrades”) al SW. de
Alcora, el Mediterráneo y un buen sector de la Plana de Castellón. En este abierto abanico
aluvial se advierte la desembocadura del Millars, con su paleoestuario, en donde se ubica el
yacimiento de Vinarragell, con los desgastes, sobre la pudinga fósil de la margen del río, de
un varadero, punto difusor del mundo colonial-fenicio en el paisaje. Su emplazamiento responderá al condicionante clásico de los asentamientos fenicios andaluces.
El hondo (grueso) del hastial excavado en el Tossalet (trabajos, como casi siempre, sin
remuneración alguna) fue de 0,50 m, no tocándose el estrato superficial, de 75 cm de potencia vertical, por el hecho de estar retranqueado por haber sido el frente de un ribazo, aquí
desaparecido, que aún delimita por el NW. ciertos sectores en esta cota cercana a la cumbre
del otero.
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Fig. 7.- El Tossalet. Estratigrafía arqueológica. 1978.
Como podemos observar en la figura 7, se señalaron, de mayor a menor antigüedad, los
siguientes niveles:
A- Roca caliza, de superficie irregular.
B- Las irregularidades precedentes están “selladas”, o colmatadas, por una tierra roja,
muy dura, virgen arqueológicamente, propia de las brechas cuaternarias.
C- Nivel de arcilla muy compactada, de color amarillento, cuya potencia basculaba
entre los 13 y 15 cm. Lo conceptuamos igualmente virgen arqueológicamente; pero, hacia
su centro, a 72 cm del muro izquierdo, y en contacto con el nivel rojo, recogimos un fragmento cerámico a torno, perteneciente a un ánfora fenicia.
Y puesto que los muros que demarcan el corte descansan sobre el nivel B, el manto
amarillento estaría puesto para nivelar el suelo de la vivienda que se le superpone.
D- Su deposición responde a un hecho antrópico procedente de los primeros colonizadores de Montmirà: gentes portadoras de una cultura, hecha, que amalgama las pastas indígenas (o cuanto menos a mano) y las importaciones a torno. Se trataría, como ocurre en
Vinarragell, de un indigenismo (?) colonizado, y por ello aculturado, cuanto menos comercialmente; aunque en los niveles orientalizantes andaluces, las pastas a torno se acompañan,
siempre, de las manuales (propias de un mismo horizonte cultural), entre cuyos recipientes
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
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Fig. 8.- El Tossalet. Nivel “D”. a- Fragmento del solado de un horno. b- Tiesto anforoide colonial
encontrado en el nivel “C”.
menores, tipo ollita, pudieron beberse los populares vinos que fueron la base de su exportación a gran escala hasta alcanzar el litoral francés, la denominada “ruta ibérica”, puesto
que el simple vaso, tal y como hoy lo entendemos, es inexistente en el menaje casero, cuanto menos en cerámica.
Un paquete de carbón y ceniza, conteniendo fragmentos cerámicos contra el paramento del muro izquierdo, procedería del barrido de un horno doméstico, puesto que encontramos trozos de terracota que amalgama gruesos nódulos de rodeno, cuya superficie, de coloración grisácea, está perfectamente alisada, y poco disiente de los solados de los hornos
encontrados en los niveles coloniales de Vinarragell (fig. 8, a). Pese a lo cual, tampoco se
descarta, “a priori”, que la acumulación del carbón proceda de algún incendio. El grosor de
este nivel no rebasaba los 20 cm.
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Fig. 9.- El Tossalet. Detalle del paramento derecho.
E- Con poca diferenciación física, al nivel precedente se le superponía un manto de
unos 53 cm de potencia, de coloración cremosa, conteniendo cerámica a mano; pero abundando, igualmente, la torneada, en general procedente de los recipientes anfóricos cuyos
trozos mayores se incrustaban en el paramento izquierdo en contacto con la superficie del
nivel D. Este fue el único motivo de la delimitación de ambos niveles, puesto que los grandes tiestos precisan de un suelo con el que apoyarse.
Sus moradores seguían usando las mismas estructuras. Las medianas piedras del
paramento derecho cabalgan sobre una gran roca que descansa sobre el nivel rojizo del
estrato B (fig. 9). El muro izquierdo es más homogéneo (fig. 10), habiéndose utilizado
alargadas rocas que carean hacia el paramento interior del habitáculo. Su altura era de
unos 80 cm. Y puesto que su horizonte cultural aparece impregnado de “colonialismo”, es
de suponer que tales paredes maestras remataron con los adobes confeccionados con limpias arcillas de coloración cremosa que, con su descomposición, pasaron a terraplenar y
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Fig. 10.- El Tossalet. Detalle del paramento izquierdo.
formar este nivel. Todos los horizontes excavados buzan hacia el N. como consecuencia
del declive natural del cerro.
Y con la formación del nivel E, cuyo “techo” colma el habitáculo, el cerro del Tossalet
de Montmirà debió de sufrir un prolongado abandono. Setenta y cinco centímetros de potentes tierras compactadas (el nivel F), sin restos antrópicos y sin apenas piedras, sepultan,
sellan y silencian nuestra habitación, manto que, en parte, pudiera proceder de la cercana
cumbre del otero; aunque extraña que no abrigue cerámica ibérica, tan masiva, aun hoy, en
la carena de la loma.
Con el tiempo, pues, gentes nuevas, no anteriores al siglo V (o como máximo fines del
VI a.C.), volverán a ocupar el Tossalet desconociendo su viejo pasado. La cultura material
de los recién llegados responderá, como en Vinarragell o en el Torrelló del Boverot, o en
cualquier otro de los yacimientos coloniales, “recolonizados”, a ese Horizonte Ibérico que
en su inicio, o muy poco después, es portador de grandes y excelentes recipientes, con ban—213—
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das bícromas, que, al mismo tiempo, pudo utilizar las pequeñas y delicadas copas jónicas
tipo B2 como ajuar más sofisticado;10 y una singular fíbula: la anular con resorte de muelle;
así como un recipiente ritual: los vasos de orejeta. Por tal motivo es sólo a partir del s. V
a.C. (o muy a finales del VI), cuando podemos distinguir, sin equivocación posible, los rasgos característicos de nuestra singular Cultura Ibérica (Fletcher et al., 1978: 85).
Y es que el hecho del abandono repentino hacia el 550/535 (González Prats, 1986:
229), o a fines del VI (Fernández Miranda, 1986: 259, nota 36), de los poblados coloniales del litoral e hinterland más próximo, debe de estar directamente relacionado con la propia desaparición del comercio marítimo semita del “Círculo del Estrecho” (Arribas y
Arteaga, 1975: 97), por una causa traumática, pues todo comercio no se abandona por otra
cosa: con probabilidad la batalla de Alalía en el 535 a.C.11 Un poco antes, alrededor del 545
(fecha que igualmente aceptamos para el final de los yacimientos coloniales, o mejor colonizados, castellonenses), en el importantísimo emporio fenicio de La Fonteta, en la desembocadura del río Segura, la invasión de arena dunar acompañará el derrumbe de su gran
muralla, cegando el asentamiento fenicio, hasta que en el período islámico el “tell” volverá a renovar su historia.
Pero pasemos a observar los conjuntos de las diferentes cerámicas recogidas en el
Tossalet, para el mejor conocimiento de estas comunidades que se asentaron junto a importantes nudos de comunicación, cual es el caso de este yacimiento alcoreño, en una vía que
ha venido uniendo la Plana con el Bajo Aragón, camino de trashumancia obligado, custodiado en su entrada por el fortín de la Torre de Foios (Gil-Mascarell, 1978), una vía para la
captación de recursos procedentes del hinterland meseteño; o una especie de aduana entre
territorios tribales distintos. Para J. Mª. Blázquez habría que pensar, incluso, en la captación,
por dicho vial, de mercenarios procedentes de La Meseta (Blázquez, 1975: 379).
Como hemos comentado, sobre la roca madre y ese manto de arcillas rojas que colmatan sus irregularidades, hicieron asiento los muros de las viviendas de esta zona NW. del
poblado. Después, se esparció un firme de coloración amarillenta, virgen, pero que atrapó
un tiesto anforoide, a torno, lo que asegura la colocación por el hombre de tal solado. Sobre
él, empezaron a acumularse las basuras de los moradores de la vivienda, hasta que con su
colmatación, mayormente por el derrumbe o descomposición de los muros de adobe, habría
desaparecido todo rastro de vida humana, hecho que habremos de hacer extensivo al resto
del asentamiento.
Se trata de un fragmento cerámico, compacto y duro, perteneciente al tercio inferior de
un ánfora odriforme (fig. 8, b), confeccionado con una arcilla que amalgama un desgrasan-
10. También en el mencionado poblado del Torrelló del Boverot, en Almassora, procedente de “un nivel superficial”,
se cita un fragmento de pie de una copa jónica. Igualmente existe otro fragmento en el pobladillo de San José, en La Vall
d’Uixó, éste sin cerámica colonial (Arasa Gil, 2001).
11. Para tal problemática, véase: “Etnias y comercio en el siglo VI a.C.” (Mesado Oliver, 1988: 314-319).
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Fig. 11.- El Tossalet. Nivel “D”. Vasijas a mano.
te muy molturado, con arenilla negra y algunos granos de rodeno y, posiblemente, mica; y
tiene por la cara interna varios vacuolos. Dos parecen albergar restos carbonosos, y el tercero posibles restos de mármol blanco. Su uniforme coloración es rosácea, por cuanto difiere de esas típicas pastas esquistosas, de tonos grises, que personaliza las pastas de las ánforas fenicias del sur peninsular, que irrumpen en Vinarragell (las T-10.1.2.1).
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Las cerámicas del nivel D quedan agrupadas de la siguiente manera:
Fragmentos a mano de cerámica de cocina: 24. A mano de superficies cuidadas: 2.
Fragmentos de contenedores fenicios, mayormente ánforas: 22. Fragmentos de cerámica a
torno (seudoibérica), con bandas: 1.
Grupo de las pastas a mano, selección
De superficie cuidada (fig. 11):
a- Mitad inferior de una pequeña vasija globular con carena roma. Pasta rojiza con
abundante desengrasante. Superficie exterior requemada.
b- Vasija globular achatada, con el labio exvasado. Presenta un asa de tendón aplanado,
con ligera acanaladura en su dorso. Superficie externa ligeramente charolada. Pasta rojiza
con un desengrasante fino. Requemada en ambas superficies.
De superficies rasposas, siempre requemadas (fig. 12):
a/c- Fragmentos de medianos recipientes globulares con bordes bucales exvasados. El
primero aglutina un cristal de yeso que alcanza los 14 mm de eje.
d/g- Cuando pertenecen a recipientes mayores, sus cuellos tienden a la verticalidad y
las pastas presentan abundantes granos de rodeno y cal. Superficies alteradas por exfoliaciones.
h- Fragmento bucal, de borde plano, perteneciente a un bol. Conserva una lengüeta
horizontal cerca del borde.
i- Esférula (posible fusayolo) ligeramente achatada, perforada en su eje. Pasta rojiza,
externamente ennegrecida, postcocción, por el fuego.
Cerámica a torno, selección (fig. 12)
j- Borde de una tinaja decorada con bandas bícromas, con la impronta, sobre su labio,
del arranque del asa. Pasta muy dura.
k- Fragmento de la curvatura máxima de un gran recipiente decorado con bandas y filetes de tono castaño. Pigmento deteriorado. La superficie externa presenta un irregular espatulado vertical. Pasta siena clara, con un desengrasante muy fino. (Es la clasificada como
seudoibérica.)
l/m- Fragmentos de ánforas piriformes con carena biselada. Pastas de una gran dureza,
de coloración interna amoratada (vinosa). No se observan desengrasantes a causa de una
excelente molturación, tamizado y cocción.
n- Fragmento de un gran recipiente de tabique perforado. Pasta externamente sienosa,
clara, e interiormente negrogrisácea. Presenta un desengrasante, fino, de color negruzco.
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Fig. 12.- El Tossalet. Nivel “D”. Cerámicas a mano y a torno.
Nivel D/E
Como ya dijimos, delimitamos basalmente el denominado “Nivel E” por su acumulación cerámica, la cual descansaba sobre nuestro nivel D (fig. 7). Como podemos observar
en la figura 6, es la zona del corte con mayor acumulación de fragmentos cerámicos en hori—217—
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zontal, estando en ellos los de mayor tamaño. Tal acumulación se hace mayor contra el hastial izquierdo.
Fragmentos de cerámica a mano, no tratada: 67. Tratada: 3. Fragmentos de contenedores fenicios: 66. Seudoibérica con bandas: 5.
Cerámicas a mano, selección (fig. 13 y 14)
Se trata de un conjunto de pastas de coloración rojiza, ennegrecidas y requemadas postcocción, presentando unas superficies ásperas al tacto por sus infinitos vacuolos, producto
de las arenas molturadas de rodeno y yeso cristalizado.
Pertenecen a medianos recipientes globulares, con un suave cuello estrangulado que
proyectan un corto labio bucal, generalmente romo, salvo el fragmento “h” de la fig. 13,
perteneciente a un borde bucal acampanado. Como elemento sustentante hallamos una lengüeta cerca del plano bucal, en posición vertical (fig. 14, a), elemento siempre tardío dentro del horizonte del Hierro I.
El conjunto de las bases recogidas son llanas, marcando bien el talón, y solamente aquellas de mejor calidad cerámica, con la superficie tratada, de tabique más delgado, presentan
un suave ónfalo (fig. 14, b y e). No se señalan, por el momento, las bases anilladas.
Pastas a torno, selección (fig. 15)
Como se ha dicho, contra el paramento del muro izquierdo se acumulan los grandes
fragmentos cerámicos, pertenecientes a ánforas coloniales, comportando dos tipos de
pastas.
Varios fragmentos pertenecen a una misma ánfora, cuya cerámica, gris en su superficie
interna y rotura, enrojece hacia la superficie externa, que puede ser de coloración siena.
Pasta que amalgama arenillas negras con algunos puntos de mica muy fina. Son los barros
de procedencia malagueña con los que se tornearon las ánforas que más abundan en
Vinarragell y en La Torrassa de la Vall d’Uixó.
Otro grupo de tiestos, igualmente anforoides, comportan barros de excelente calidad, de
una gran dureza, de coloración grisáceonegruzca en rotura, a trechos marcándose bandas
bícromas (tipo “sandwich”), presentando tonos amoratados o vinosos en la superficie interna del recipiente, con señalados costillares. A tal grupo pertenece la boca (de 11 cm de diámetro máximo), y hombro, con leve carena, del ánfora de la fig. 15. Presenta un perfil de
cierre muy abombado, y un espatulado vertical en el arranque del cuerpo. Sobre la carena
conserva la impronta del nacimiento de una de las robustas asas de tendón.
Otros fragmentos, no grafiados, portan el perfil de las bases anfóricas, que tienden al
casquete esférico y nunca lo hacen en ojiva.
Con las pastas precedentes recogíamos un pequeño conjunto de fragmentos que, igualmente, hemos dibujado en la fig. 15. El “b” y “c” se asemejan, en textura y coloración, al
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Fig. 13.- El Tossalet. Nivel “D-E”. Cerámicas a mano.
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Fig. 14.- El Tossalet. Nivel “D-E”. Cerámicas a mano.
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Fig. 15.- El Tossalet. Nivel “D-E”. Cerámicas a torno.
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ánfora “a”; el “d” responde al borde de un plato, de pasta anaranjada, blanda, presentando
una cubierta pintada, de coloración rojiza morada, que se descompone al lavado.
La base de pátera, con un ligero ónfalo, el fragmento “e”, es de pasta gris perla, muy depurada, presentando alrededor del anillo basal círculos concéntricos de coloración marrón.
También la superficie interior presenta, hacia el tercio superior, filetes. Y puesto que parece tratarse de un recipiente propio del mundo ibérico, le habremos de creer un material intrusivo.12
Nivel E
Es evidente que parte del paquete cerámico anterior responde a este nivel, puesto que
es su base. El resumen de cuanto material se le superponía (el propio nivel), es como sigue:
Fragmentos cerámicos a mano (de cocina): 14. A mano de superficie tratada: 1.
Fragmentos de contenedores fenicios: 12. Seudoibérica o ya ibero arcaica (¿iberoide?), con
bandas, filetes y círculos: 13.
Cerámica a mano, selección (fig. 16)
Grupo de galbos cuyos cuellos exvasan ligeramente, como en su mayoría lo hacen los
recipientes ya vistos, aunque en un momento fundacional (el nivel “D”), aparecen otros galbos de tendencia más vertical.
El fragmento bucal que más se acampana (“g”), presenta en su arranque un tendón
superpuesto, decorado con digitaciones. Las pastas son las comunes en el menaje de
cocina. Destacamos el único borde de plato encontrado hasta ahora (“a”). Es de ala muy
abierta, de pasta castaño-negruzca con esquisto, tratada externamente, aunque mate.
Diám. 15’3 cm.
Cerámicas a torno, selección (fig. 17)
Los fragmentos anfóricos, fenicios, responden a las pastas vistas en los niveles precedentes, dominando también ahora las de buena cocción con sus superficies internas castaño-vinosas, con costillas o espiraliformes del torno bien marcados; mientras presentan blanquecinas las caras exteriores. También ahora escasean las cerámicas grises, con esquistos,
del Círculo del Estrecho.
Con ellas conviven las cerámicas que en D/E denominamos “seudoibérica con bandas”
o “iberoide” por denominarla de alguna manera, observando cómo de sólo cinco fragmentos pasan ahora a trece, aunque en este tipo de cómputo puede muy bien que dos a más tiestos pertenezcan a un mismo recipiente.
12. Con la corrección de las galeradas, J.L. Viciano me comenta que tal tiesto lo encontró en el cono de deyección del
desmonte abierto para el camino de acceso.
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Fig. 16.- El Tossalet. Nivel “E”. Cerámicas a mano.
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Fig. 17.- El Tossalet. Nivel “E”. Cerámicas a torno.
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Todas, sin excepción, responden a voluminosos contenedores cuyos tabiques apenas
rebasan los 5 mm, con unos diámetros máximos de alrededor de los 50 cm.
Un lote responde a las pastas gris-claro, siena al exterior, con una decoración de bandas de color castaño oscuro, de unos 2 cm, con separaciones de 6 cm; pero, pese a sus depurados barros, presentan a la percusión sonidos oscuros. Igualmente pertenecen a este grupo
los fragmentos “c” y “f”, aunque ahora se decoran con gruesas bandas escoltadas por grupos de filetes, o círculos concéntricos, a veces bastante perdidos.
Hay otros fragmentos que por su textura parecen pertenecer a alfares más arcaicos, pues
sus barros son pesados y gruesos, conteniendo desengrasantes menos finos, y presentando al
exterior bandas rojizas muy perdidas. Responde a tal calidad el fragmento “b”, con espatulados
irregulares oblicuos. Un fragmento muy semejante lo vimos ya en el Nivel D (fig. 12, k).
Otro de los tiestos es de pasta rosada y presenta un ligero brillo en su cara externa, con
bandas cuyo pincel deja finos filetes internos (“e”). Otro fragmento cerámico (el “d”) es en
rotura tricolor (rojo-negro-siena), y entre la decoración de bandillas presenta una calle con
pigmento blanquecino.
El único borde encontrado (fig. 17, “a”), pertenece a un recipiente de 32 cm de diámetro bucal, de superficie amarillenta, con restos muy perdidos de pintura marrón.
En su conjunto, estas cerámicas a torno se aproximan bastante al grupo de La Solivella,
aunque falten otros elementos más definitorios, caso de las orejetas perforadas tan comunes
en la necrópolis; aunque tal vez por ello estén ausentes en este nivel del Tossalet.
Responderían al Grupo I, tipo 2, subtipo 2.2.2. de Mata y Bonet.
Tales recipientes conviven en nuestro poblado de Alcora, ya de antiguo, tanto con las
cerámicas a mano como con la torneada de origen fenicio, siendo este mundo, tras desplazar de alguna manera al colonial semita, el que pudo coger el liderazgo y desembocar en
cuanto hoy conocemos como Cultura Ibérica, aunque, como tal Cultura, nunca antes de
haber absorbido cuanto emana del mundo griego.
Hallazgos de superficie
Como en cualquier yacimiento ocurre, un compendio de las troceadas cerámicas superficiales es suficiente para conocer los horizontes culturales de la propia estación arqueológica, en definitiva su historia y evolución.
Existen, por ello, las pastas indígenas (?) a mano, con cordones sobre sus cuerpos (fig.
18, “h”, “i”); o digitados y ungulaciones en los bordes bucales (“d” y “f”); así como bases
llanas, con talón y un ligero ónfalo (“j”); o rectas (“k”). Son los galbos que venimos atribuyendo al Hierro I; pero propios, también, del Horizonte Colonial del yacimiento (recordemos que en el corte de El Tossalet no se detectaron niveles precoloniales), pues es este
mundo indígena (?) el que parece absorber cuanto entendemos como “orientalizante”. Hay,
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Fig. 18.- El Tossalet. Hallazgos de superficie.
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Fig. 19.- El Tossalet. Hallazgos de superficie.
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•
Fig. 20.- El Tossalet. Hallazgos de superficie.
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igualmente, bordes de ánfora fenicia (“o”), anillos de tapaderas torneadas, de arcilla negra
(“n”); y gruesos bordes de pastas de coloración rojiza que parecen pervivencia de los “trípodes” fenicios (“p” y “q”), aunque sin patillas.
En cuanto a las cerámicas de calidad, importadas ahora del septentrión catalán, tendremos tiestos de cerámica ática (fig. 19, “a”-”d”). Uno de ellos pertenecerá a una crátera de
figuras rojas (“c”); otro, a una pátera decorada interiormente con ruedecilla (“d”). Otros responden a crateriscos con decoración esgrafiada de temática vegetal (“e”). En su conjunto,
importaciones griegas e itálicas de los siglos IV y III a.C.
Por cuanto se conoce, la cerámica importada, recogida superficialmente en el Tossalet
de Montmirà, desaparece “entre el final del segle III i el principi del II” (Arasa Gil, 2001:
162), marcándonos el abandono definitivo de la estación.
En metal encontramos un ponderal troncocónico, de tipo covaltino, de bronce, cuyo
peso es de 120.6 g (fig. 19, “h”). Alguna melladura, procedente del laboreo agrícola, pudo
restarle peso, acercándose, por ello, al ponderal de Covalta de 122.25 gramos. También hay
objetos de hierro muy descompuestos (“i”, “j”, “k”).
Entre la decoración cerámica ibérica existen, como es lógico, las típicas decoraciones
geométricas (fig. 20); pero no faltan los motivos evolucionados (“e”, “f”, “g”, “i”). Hay
fragmentos de kálathos (“a” y “b”), así como recipientes “grecófilos” (“d”).
Durante la Edad Media, el hábitat de esta zona del término de Alcora debió de asentarse en el cerro del Castell de l’Alcalatén (fig. 21), enfrente del Tossalet, puesto que ofrece
una mayor seguridad defensiva, ya que faltan aquí las cerámicas de este momento. El
Tossalet, pues, se abandonaría, definitivamente, en los inicios del siglo II a.C., tras la crisis
producida por la 2ª Guerra Púnica (218-202 a.C).
Las inscripciones ibéricas del Tossalet de Montmirà
El dueño del montículo comentó que en una de las primeras roturaciones profundas del
altiplano se recogió, enrollada y del tamaño del cuerpo de un botellín, una inscripción ibérica sobre lámina de plomo, que fue vendida a un trapero; otros aseguran que sirvió en una
de las fábricas de azulejos ondenses, para la frita. Al amigo Pepe Aguilella le fue fácil dar
con la persona que la encontró. Éste, tras describirle el gran plomo laminado, repleto de signos, dijo que lo había fundido para la obtención del barniz de plomo, rogándole permanecer en el anonimato puesto que desconocía, en su momento, el valor científico de la pieza,
y tal hecho había propiciado desavenencias en su propia familia.
Podemos decir, pues, que El Tossalet ha podido tributar tanto la mayor inscripción ibérica, sobre plomo, como la menor (cuanto menos en el tamaño de los signos), intuida, más
que vista, pues hay que anotar que la pequeña piedra que la contiene estaba cubierta de con—229—
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Fig. 21.- Desde el Tossalet, vista del Castell de l’Alcalatén y Ermita de Sant Salvador.
creciones. Su hallazgo pertenece a J.L. Viciano, que la encontraría junto al “parany” ubicado en el extremo oriental del altiplano del yacimiento (fig. 22).
La diminuta inscripción (sus signos no rebasan los dos milímetros y medio de altura),
se encuentra incisa sobre la cara pulida de un fragmento rodado de caliza negra, cuyo eje
máximo es de 4,7 cm (fig. 23).
Comporta cinco signos de carácter levantino, estando incompleto, por la rotura de la
piedra y su pérdida, el último. La longitud del grafito es de 25 mm.
Por el “ductus”, apreciamos que mientras se tuvo seguridad con los trazos rectos, especialmente los del signo 1º, cosa lógica, apenas se hiere la piedra en los curvos, caso del 2º y
3º, teniendo en este último (parte superior) por excesiva fuerza, un escape del punzón. Luego,
el escriba se centra, con más cuidado y calma, sin apenas presionar para no incurrir en el
mismo defecto, con el resto del signo. Igual ocurre con la parte baja del 2º, apenas visible.
El signo incompleto creemos que no ofrece dudas, puesto que se trataría de una “u”, y
no de una “l”, ya que quedó bien señalado el ángulo superior. La lectura más correcta de
este diminuto grafito ibérico sería, pues,
Untermann,14 aunque para este último la secuencia r + l no sea corriente, por cuanto cree que
13. Carta personal de fecha 12-I-77.
14. Carta personal de fecha 26-V-78.
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Fig. 22. El Tossalet. Macrofoto de la inscripción ibérica grabada sobre un canto
calizo.
Fig. 23.- El Tossalet. Dibujo de la inscripción ibérica.
con la “l” empezaría otra palabra. De todas maneras estaríamos “ante una palabra (o palabras) desconocida hasta la fecha”; pero Untermann recuerda que en Sagunto, igualmente
sobre piedra, existe un ]itir (Gómez Moreno 46) “pero eso [dice] no sirve de mucho dado
que el texto está incompleto”. Para Javier de Hoz15 si en vez de
posibilidades de lectura de ese último signo aumentarían”.
No sería extraño que su autor hubiera sido un indígena aculturado, que hubiese asumido en
su léxico palabras procedentes del latín, por cuanto estaríamos ante un posible latinismo, pues-
15. Carta personal de fecha 24-II-00.
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to que, como se ha comentado, se trata de una voz no registrada en los textos ibéricos clásicos.
Por la pequeñez de la piedra y el pulido de las caras originales, en particular la que comporta
la inscripción, ligeramente abombada, no sería raro que fuese un objeto para llevar encima, con
un contenido profiláctico: tal vez una protección para el largo y desconocido camino...
Comentario
Montmirà se suma a esos yacimientos que, en su lectura secuencial antrópica, amalgama tanto la cerámica a mano, de procedencia indígena (?), como la torneada colonial, que
al igual que pasa en Vinarragell, La Torrassa de la Vall d’Uixó, El Solaig-Conena, o El
Torrelló del Boverot, por sólo citar los yacimientos más cercanos con secuencias “no contaminadas”, no llegan a alcanzar la iberización por el simple hecho de su inesperado abandono. Son éstos, por otro lado, aquellos yacimientos que deberían de haber gestado esa
Cultura. El no hacerlo asegura que nada se deben entre sí, indicándonos que existe, entre
ambos horizontes, una ruptura cultural y, también, generacional.
Como es difícil dar una explicación lógica, se dice, por ejemplo, que los habitantes del
gran poblado ibérico de la Punta d’Orleyl, de cota media, procederían del asentamiento
orientalizante de La Torrassa, de cota elevada (García Fuertes, 1998). Igual pasa con los
otros yacimientos valencianos aludidos (también en el resto), y así se dirá que tras Fonteta,
estarían, en la desembocadura del Segura, con carácter de “descendientes”: El Oral, La
Escuera, El Molar y El Cabezo Lucero, un conjunto de poblados ibéricos, antiguos, en el
que sólo en El Oral hay cerámicas fenicias que, para González Prats, pertenecerían a una
fase previa del poblado, o al expolio de una necrópolis semita. Y que el hábitat de Peña
Negra IIB podría haberse trasladado a El Castellar, que no da comienzo hasta mediados del
siglo V. Y que tras El Alt de Benimaquia, a 1 km, tendremos el Coll de Pous, que se dice
inicia su andadura en la 2ª mitad del s. VI a.C. (Álvarez, Castelló y Gómez, 2000: 134).
Tal hecho (el del abandono masivo y puntual de los yacimientos coloniales), ha sido
repetidamente advertido, por ejemplo: “Abans de la fi del segle VI, però, aquest model
expansiu orientalitzant s’esfonsa: totes les excavacions mostren l’abandó o la destrucció de
les estructures que s’hi relacionen” (Aranegui, Mohen y Rouillard, 1997: 26); factorías
coloniales, se dicen (y repetimos), que “son sustituidas normalmente por otras poblaciones,
a veces muy próximas” (Fernández Miranda, 1986: 259).
Pero el caso es que se trata siempre de otros paquetes culturales, pueblos igualmente de
nueva planta, lógicamente más evolucionados, que a bien poco sustituyen, pues vemos muy
raro que, en un corto espacio de tiempo (¡siempre con un hiatus antrópico!), todos los poblados con cerámicas coloniales semitas emigren en masa, para volverse, ya sin tales pastas,
a asentar, recordando a un amigo, “a un tiro de piedra” (Aparicio, 1976: 221), con lo que
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ello conlleva de trauma al dejar campos, fuentes, hogares, enseres y estructuras urbanas
amuralladas, e irse a otros puntos de un mismo paisaje, para volver a comenzar...
LAS EXCAVACIONES POSTERIORES EN EL TOSSALET DE MONTMIRÀ
En el año 1990 se llevó a cabo en el Tossalet una primera campaña oficial de excavación
arqueológica bajo la dirección de E. Grangel, tomándose como arranque de la misma el propio frente de nuestra limpieza o avivamiento del hastial del desmonte para el camino de acceso a la cumbre, puesto que los muros, que no tocamos, seguían llamando la atención al denunciar viejas construcciones, punto que en estos nuevos trabajos pasó a denominarse “Sector 1”.
Su excavador resume el desarrollo estratigráfico obtenido (fig. 24), que difiere poco del
nuestro.
Vemos, pues, que la UE 1006-1011 responde al nivel “A”, base geológica del yacimiento, con la colmatación (suponemos que natural) de sus irregularidades por un manto
terroso de coloración roja; aunque se apunta que “su función es la de corregir de alguna
manera las tremendas irregularidades de la roca madre” (Grangel Nebot, 1991: 16).
Las UE 1007-1008 (nuestro nivel “C”), es un manto virgen, base del espacio entre
muros, pero con la “ingerencia”, como vimos, de un tiesto a torno. Este mismo estrato, en
Fig. 24.- El Tossalet. Estratigrafía obtenida en 1990, según E. Grangel.
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la campaña de 1990 arropaba un enterramiento infantil (UE 1007) junto a los restos de una
“estructura de combustión” (UE 1008), posible hoguera ritual cuyos carbones invadían la
propia inhumación. Ambos restos estaban “totalmente cubiertos por el nivel amarillento de
preparación (UE 1005)”, horizonte que para su excavador es “inmediatamente anterior a la
ocupación ibérica”, que Gusi fecha hacia finales del siglo III y comienzos del II a.C. (Gusi,
1992: 254). Al mismo tiempo se pregunta Grangel si tales restos humanos pueden deberse
a un sacrificio fundacional, que encuadra dentro de la cultura ibérica del siglo V, por cuanto a ella pertenecerían, también, los muros que quedaron visibles tras el trazado del camino
que lleva a la cumbre de la finca (Grangel, Ulloa y Jiménez, 1993).
La inhumación se encontró en “los niveles fundacionales de la denominada Habitación
1, en el extremo NW del poblado, junto a un corte vertical de la roca madre”. Los carbones
sobre el neonato son la prueba, para sus excavadores, de que los restos de la combustión y
el enterramiento pertenecerían al mismo rito funerario que creen, repetimos, ibérico
(Grangel, Ulloa y Jiménez, 1993: 214); aunque se esperan, dicen, los “resultados de los análisis de C14” que “contribuirán a perfilar notablemente el encuadre cronológico de la inhumación recuperada”, datación no publicada por el momento.16
Sin otra noticia, creemos incuestionable que el enterramiento de un neonato en esta
ladera del yacimiento, cubierta por un nivel “virgen” de coloración amarillenta (recordemos
el fragmento de cerámica anforiforme de nuestro estrato “C”), sobre el que se asentó el
potente horizonte con cerámica fenicia, debe de datarse en los inicios de la colonización
semita del cerro, teniendo paralelos con las similares inhumaciones de la primera fase de la
necrópolis del Torrelló del Boverot, que, para Clausell, corresponderían a un momento
avanzado del siglo VII a.C., “amb urnes de tipus Cruz del Negro i gerres pithoi, amb decoració de grans bandes ataronjades i filets molt fins en negre” (Clausell Cantavella, 2002:
14), urnas que, como la encontrada en Azuébar (hoy en el Museu Arqueològic Comarcal de
la Plana Baixa-Burriana), en opinión de Aranegui: estarían dentro de “las imitaciones en
ambiente indígena del hierro antiguo”, forma “asimilada a partir de una influencia debida a
la proyección de la cultura tartésica hacia los pueblos indígenas del área oriental”, relación
que habría tenido lugar “a lo largo del siglo VI a. C.” (Aranegui Gascó, 1981b: 102-3), o al
“final del siglo VI a.C. o el tránsito al V” (Aranegui Gascó, 1981c).
Sobre este nivel toman asiento las UE 1005-1012-1010. Se trata del mencionado nivel
amarillento “prácticamente estéril desde el punto de vista arqueológico”, de textura granulosa a modo de relleno. Para sus excavadores la “UE 1005” sería un nivel de base o “preparación del suelo de habitación” (Grangel Nebot, 1991).
16. Interesados por tal datación radiocarbónica cursamos carta, con fecha 18-IX-02, a E. Grangel. Con fecha 6-XI-02
me comunicaba que se estaban revisando las diez campañas realizadas en Montmirà para su pronta publicación...
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Sobre el estrato precedente situanse las unidades 1002/1009 (nuestros niveles D/E), “un
potente estrato muy compacto, de tonalidad marronácea (...) con una presencia abundante
de tierra grisácea con algunos carbones muy diseminados, restos quizás de algún posible
incendio”, nivel al que pertenecen la mayoría de las cerámicas recogidas puesto que, se dice,
es “el nivel de ocupación de Montmirà”.
Se resumen: 169 frags. indeterminados, no decorados, y 55 frags. determinables,
todos ellos de “cerámica ibérica común”... Pero se inventariarían 30 fragmentos cerámicos de “filiación fenicia”, y 25 fragmentos cerámicos, a mano, entre los cuales hay 3
decorados con un cordón inciso sobre el cuello, 2 con ungulaciones en el cuerpo, y otros
3 fragmentos indeterminados, decorados con impresiones digitales y ungulaciones. Tales
galbos responden a perfiles en “S” o carenados, con bordes abiertos, planteándose la
posibilidad “de una ocupación preibérica en Montmirà”, por cuanto en un futuro próximo se quiere “comprobar si este primer momento de hábitat puede ser localizado en
estratigrafía, o, si por el contrario, fue destruido por la ulterior ocupación ibérica”
(Grangel Nebot, 1991: 16).
Y entre el estrato precedente y la superficie actual del yacimiento, la unidad 1001, el
potente nivel de abandono, el “F”, sobre el que se expandió, cumbre de Montmirà, en los
inicios del siglo V a.C., la Cultura Ibérica, común a toda el área abierta del denominado
“Sector 1”: una capa húmica, con abundante presencia de raíces, techo de la estratigrafía de
todo el Sector, compuesto de “una fracción de 1-2 cm de diámetro por término medio”. Es
el “nivel de colmatación posterior al abandono del poblado”, no ibérico como se afirma,
sino (para nosotros) colonial-fenicio.
En el resumen de la memoria perteneciente a esta primera campaña, su excavador, al
exhumar fragmentos de cerámica colonial, “de pasta fenicia o mejor, de raigambre fenicia”,
anota, y ello es importante, que “a menos de 2 Km. de distancia de Montmirà, en línea recta,
se han localizado fragmentos bastante reconstruibles de dos ánforas fenicias de labio triangular y hombro carenado del que arrancan dos asas anulares, junto a cerámicas a mano del
Hierro Antiguo, datables en los siglos VII y VI a.C. Este lugar, denominado la Ferrissa, es
rico en afloraciones ferruginosas y viene a confirmar, junto a Montmirà, la presencia de contactos comerciales con el mundo fenicio o meridional desde momentos relativamente tempranos, contactos que cada vez cuentan con más y mejores ejemplos en las comarcas septentrionales del País Valenciano.
”Siguiendo en cierta manera esta argumentación, y señalando la relativa abundancia de
escorias y fragmentos de hierro fundido en Montmirà, no sería descabellado pensar en la existencia, bien en nuestro yacimiento bien en la Ferrissa, de hornos de fundición de mineral de
hierro: la materia prima es abundante en las cercanías y la materia elaborada se documenta de
manera notable en Montmirà (por ahora sólo en superficie y no en estratigrafía) de modo que,
cuanto menos, esta hipótesis merece ser tenida en cuenta” (Grangel Nebot, 1991: 31).
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No conocemos el yacimiento de La Ferrissa, pero creemos que los restos de hierro
encontrados en la plataforma de Montmirà (tampoco los hemos detectado en la limpieza del
hastial), responden a los restos de objetos manufacturados del momento ibérico del yacimiento. Igualmente se detectan en superficie, entre los miles de fragmentos ibéricos, escorias de su fundición. Pese a ello, el topónimo de “El Tossal de les Foies Ferrades”, al S. del
pueblo de Alcora, con un asentamiento con cerámica fenicia en su cumbre (después lo
comentaremos), queda relacionado, también, con el hierro en estado natural. Y es que, como
repetidamente se viene poniendo de manifiesto (González Prats, 1999: 26), el mundo colonial propicia esa nueva dinámica emanada de la búsqueda y el comercio de los metales, que,
conjuntamente con la exportación vinícola, será la base de la presencia fenicia en Occidente.
En el año 1994 se llevará a cabo la 4ª campaña de excavaciones en El Tossalet de
Montmirà, eligiéndose ahora la propia cima del otero, trabajos que afectaron una superficie
de 25 m2 con una potencia media de 80 cm. Se exhumarán 5 muros pertenecientes a otras
tantas habitaciones. Recuperándose un total de 5.304 elementos inventariables y desechándose más de 2000 diminutos fragmentos erosionados, lo que orienta hacia un poblado ibérico de cronología avanzada, como señala una peana campaniense tipo Morel 1312, por
cuanto se cree abandonado el poblado, tras señalarse un potente incendio, “cap a darreries
del s. III o s. II aC” (Grangel Nebot, 1994).
Es interesante en esta última intervención arqueológica sobre la cumbre del yacimiento la Habitación 8, dado que se exhuman más de 40 ponderales, 4 fusayolas y restos de
madera, prueba de una clara actividad textil en el departamento. También tributó una punta
de lanza y un fragmento de cuchillo afalcatado, ambos de hierro.
Pero en la cima de El Tossalet, pudo, como es lo normal, haber existido un horizonte
colonial al que habría pertenecido la habitación que, en el año 1976, quedaría seccionada
por el camino de acceso, ya que en la base del habitáculo 5 se recogen 23 fragmentos de
recipientes coloniales, frente a 7 fragmentos de cerámica “propiamente ibérica”.
Y es que hay una gran heterogeneidad en todos los productos alóctonos, no sólo de este
yacimiento, sino de cuantos conocemos, indicativo de una colonización masiva del comercio procedente de las factorías del Estrecho, o de sus “avanzadillas” en la Contestania (o de
ambas zonas), sobre un elevado número de yacimientos que habremos de suponer indígenas, aunque sean asentamientos nuevos que, desde su instalación, coligan las cerámicas a
mano, mayormente de cocina, con las torneadas, mayormente depósitos, como es el caso de
El Tossalet de Montmirà, por cuanto se habría producido un hecho insólito: el total barrido
comercial en una extensa geografía que alcanzaría el propio Languedoc Occidental.
Comercio que sólo es comprensible aceptando la gran necesidad receptiva indígena de unos
productos de moda, cuanto menos el vino (que seguro habría alcoholizado a un alto porcentaje de nativos), en su mayoría de lagares nada menos que del Círculo del Estrecho; e
ignorándose, a ciencia cierta, el resto de los productos que igualmente se comercializaron,
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que al transportarse en tinajas de boca ancha, a veces con taladros, hay que suponer sólidos.
Otros productos viajarían en sacos de esparto, cestos, o en cajas de madera, materiales más
resistentes a los golpes que los siempre delicados envases cerámicos.
Al hilo de lo comentado, es curioso ver cómo los recipientes cerámicos a mano se complementan, siempre, con los torneados. Igualmente pasa en la zona tartéssica, ya que los primeros pertenecen al menaje de cocina y fuego, y los segundos al de los depósitos, lo que
podría indicar que siendo asentamientos nuevos sus gentes no sean netamente esos indígenas que absorben unos productos envasados en recipientes “modernos” (la siempre manida
“aculturación”), sino que no exista tal mestizaje y tales yacimientos pertenezcan a un pueblo colonizador nuevo, que amalgame en su ajuar ambas cerámicas.
En el comentario final de la memoria preliminar de la primera campaña de excavaciones arqueológicas en “El poblado ibérico de Montmirà”, dice Grangel que se está a la espera, para la próxima primavera del año 1995, de los análisis radiocarbónicos practicados en
el yacimiento, cosa que, de momento, no se ha hecho realidad. Hoy (9-II-03), de cuantas
excavaciones se han llevado a término en el Tossalet, no queda señal, puesto que los bancales han sido nivelados y labrados, y sus muros de contención se encuentran restaurados y
colmatados por nuevos aportes de tierra, entre los que se advierten miles de fragmentos
cerámicos de pastas industriales recientes. Pero, aun así, en la carena del cerro se ven otros
miles de pedazos cerámicos ibéricos, de cronología más bien tardía, habiendo desaparecido
con la superficie labrada, sólo con algún almendro, algarrobo y olivo, los muretes ibéricos
del extremo S. del cerro.
LA GRAN CRISIS DE FINES DEL SIGLO VI A.C.
La inexplicable desaparición de Tartessos “evidencia la existencia de un gran conflicto en
el sur peninsular” (Burillo Mozota, 1985: 87), hecho que acontecería “hacia mediados del s.
VI a.C.”, siguiendo después una “fase oscura coincidente con la formación de la cultura
Turdetana, cuya eclosión debe de colocarse, sin duda, en la segunda fase del siglo VI a.C. y
que con toda seguridad constituye una realidad tangible en toda Andalucía a partir del 500
a.C., tal y como lo señalan las fuentes escritas y lo confirma la documentación arqueológica”
(Fernández Miranda, 1986: nota 50), momento a partir del cual florecería la Cultura Ibérica.
Más recientemente, otro investigador, Escacena, perfilará dicha crisis, ya que “el
mundo turdetano debe verse como una ruptura con lo hoy conocido del período
Orientalizante Tartéssico (...) en torno al año 500 a.C.”, fecha en la que se asiste a “una
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remodelación no exenta de violencia que daría paso a lo que conocemos como mundo turdetano” (Escacena Carrasco, 1989: 434). Este autor escruta un grupo de yacimientos, con
estratigrafías claras, de los más relevantes (Aljaraque, Huelva, Alhonor, Niebla, Sevilla, El
Carambolo, Riotinto, Setefilla, etc.), “que permiten constatar una grave crisis (...) en torno
a los últimos momentos del siglo VI a.C. y comienzos del V”, y que sólo a partir de este
último siglo se consolidaría en el Bajo Guadalquivir una comunidad humana con personalidad propia, los Turdetanos, que “no puede considerarse en modo alguno una tribu más de
los iberos” (Escacena Carrasco, 1989: 450).
Vemos, pues, que cuanto acontece en el País Valenciano es, tan sólo, un reflejo de cuanto pasa en el Sur y en otras zonas ibéricas. Por ello, no creemos que la firma del primer tratado romano-cartaginés, en el 509 a.C., sea la única causa de tal colapso tartéssico y a la vez
eclosión étnico-cultural posterior; pero tal fecha, y no otra, parece su bisagra: Todo cuanto
nace (que no renace) a partir de ahora, será nuevo, y ello, he aquí la paradoja, está ya hecho,
sin que sepamos en donde geográficamente se gestó, aunque tenga “semejanzas” con cuanto entendemos por “Orientalizante”. Y quisiera recordar que la denominada “escuela valenciana” no andaba tan desencaminada, como se venía últimamente apuntando, en cuanto al
arranque cronológico de la Civilización Ibérica, puesto que es a partir del siglo V (o fines
del VI), cuando podemos distinguir los rasgos característicos de tal Cultura, siempre
impregnados de un clasicismo de origen Mediterráneo Oriental, que va a predominar sobre
otros aportes culturales, siempre secundarios (Fletcher Valls, 1960: 120).
UNOS YACIMIENTOS SINGULARES
Alt de Benimaquia
Por lo poco que conocemos de este asentamiento en altura (225 m.s.n.m.), del término
de Dénia (La Marina Alta), a sólo 4.300 m del puerto de dicha ciudad, lo habremos de catalogar de paradigmático. Su comunidad, asentada en “una fortaleza extraordinariamente
maciza”, estaría dedicada a la producción de vino dado los lagares encontrados en el interior de varias edificaciones, caldos que se envasarían en una producción anfórica local,
copia de las ánforas coloniales del Estrecho (la R-1), cuyos fragmentos, se dice, se entremezclan en un solo nivel de hábitat, por cuanto estaríamos ante un “complejo cerrado”.
Según los últimos estudios, el poblado estuvo vivo “desde fines del siglo VII hasta, por lo
menos, mediados del siglo VI a.C.” (Álvarez, Castelló y Gómez, 2000: 129).
Referente a la producción cerámica local, habríamos de destacar, por un lado, la alta calidad de las pastas empleadas para las ánforas que se imitan; y, por otro, la gran técnica de los
hornos de cocción oxidante empleados, dando unos productos que, “con un mero examen
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visual responden, sin duda alguna, a una producción ibérica”, teniendo al percutirlos “un sonido metálico”, y presentando en rotura pastas y coloraciones alternantes (“sandwich”).
Sin embargo, el resto de las formas torneadas menores no alcanzaría tal calidad, existiendo lo que sus excavadores denominan “caprichos” de alfarero, formas inexistentes tanto
en el mundo colonial como en el ibérico antiguo (ibídem: 129). Uno de los platos, de fabricación local, aparece decorado en su interior con los consabidos filetes, concéntricos, rojizos. También se detectaron cerámicas bícromas.
Un plato fenicio, de barniz rojo, se fecha entre el último cuarto del siglo VII e inicios
del VI a.C.; y fíbulas de doble resorte, y una de codo, avalarían la cronología propuesta. Y
si, como se dice, los fragmentos anforiscos imitados se entremezclan con tales productos
exógenos, esta sería, también, la propia cronología de los recipientes hechos “in situ”, puesto que: “rápidamente pasaron a ser fabricados por los mismos indígenas” (ibídem: 124).
Con anterioridad a estos trabajos se llevaron a cabo varios sondeos en este mismo
yacimiento, anotándose que las cerámicas encontradas, “no pueden clasificarse por estratos”; y que los “perfiles que más destacan tienen forma de pico de ánade y son todavía
extraordinariamente escasos” (Schubart, Fletcher y Oliver, 1962: 19), materiales que se
definirán “como de procedencia ibérica”. Por las figuras que aportan estos investigadores,
podemos ver abundantes perfiles correspondientes al “factor fenicio” (ánforas R1/Trayamar 1, o, simplemente, T.10.121), ese fósil guía que, en los yacimientos sin “contaminar”, convive con las pastas denominadas indígenas, a mano, y, en menor proporción,
con otras torneadas, pertenecientes, por lo general, a recipientes voluminosos que pueden
presentar bandas anchas, de escasa consistencia, sobre pastas porosas con desengrasantes
visibles. Hay, igualmente, una fusayola bitroncocónica, y los restos pertenecientes a una
olla de boca exvasada, con el labio fino acodado, comportando un asa de doble tendón,
paralela al plano bucal.
Por las cerámicas “ibéricas” del yacimiento (bien conocidas, cuanto menos, por
Fletcher), el Alt de Benimaquia se fecharía en el siglo V o IV; aunque (posiblemente
debido a Schubart) se anota que “la cerámica decorada a franjas horizontales puede presentarse ya en estratos y hallazgos del siglo VI”, por cuanto ésta sería “la fecha más
remota posible de las fortificaciones” del yacimiento (ibídem: 19). En un mismo trabajo, pues, se barajarían dos cronologías para unos materiales, culturalmente diversos, procedentes de un único nivel: la defendida por la “escuela valenciana”, encabezada por
Fletcher; y la debida, diríamos, a la “escuela alemana”, representada aquí por Schubart.
Pero Llobregat puntualiza más, y el poblado ibérico de Benimaquia sería “de baixa
època”, y sus murallas medievales, ya que “l’aparellament de les pedres no és d’aspecte
antic”; pero reconoce que hay en él “àmfores fenícies, gerres pitoides i plats”, con una
cronología para las ánforas entre el siglo VIII a.C. y el siglo VI a.C. (Llobregat Conesa,
1989: 174).
—239—
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N. MESADO OLIVER
La problemática que podemos observar, por lo comentado, radica en la conjunción de
unas excelentes pastas, que sus excavadores no tienen inconveniente en definirlas como
ibéricas (por cuanto se corresponderían con el resto de las cerámicas “ibéricas” exhumadas en 1961), y las procedentes del “factor fenicio”, muy inferiores en calidad. De modo
que el pueblo indígena (?) de Benimaquia, ya culturalmente ibérico “desde fines del siglo
VII hasta, por lo menos, mediados del siglo VI a.C.” (Álvarez, Castelló y Gómez, 2000:
129), de la noche a la mañana (aunque desconocemos en qué momento de la vida del
poblado pasaron a imitarse) habrían superado técnicamente, en hornos y pastas, a sus
“maestros” (si es que lo fueron), cosa que contradicen las calidades de tales productos,
puesto que son los fenicios (mientras no se demuestre lo contrario) quienes irrumpen con
su comercio de procedencia malagueña sobre un supuesto mundo indígena que desconocía el torno y los hornos de combustión oxidante. Tal hecho, de momento, no se da (con
dicha evidencia al menos), en ningún otro yacimiento del País Valenciano, por lo que
estaríamos ante un “unicum”; pero no del todo, pues recordemos que ciertos productos
anfóricos de El Tossalet también poseen unas excelentes pastas. Pese a ello, tendríamos
que esperar a nuevos estudios (con análisis masivos) para poder esclarecer las incógnitas
que plantea, cuanto menos, el Alt de Benimaquia, incógnitas que podrían extenderse a
otros enclaves, dado que sus características ceramológicas, técnicamente hablando, no
debieran de convivir; pero, de hacerlo (¡tampoco lo negamos!), estaría indicando cuanto
a lo largo del artículo queremos dejar como hipótesis: que dos culturas, totalmente hechas
(cuanto menos sus productos), se imbrican en unos mismos yacimientos. Por ello, deberíamos preguntarnos en donde se gestó el mundo ibérico del Alt de Benimaquia, puesto
que puede asegurarse que llega hecho dadas las avanzadas técnicas cerámicas que usan al
copiar unos recipientes formalmente nuevos para ellos, los cuales levantan en el torno,
pese a su volumen, con la mayor facilidad, dato que asegura que su aprendizaje pertenece a un largo bagaje cultural alóctono.
Según Álvarez, Castelló y Gómez, la producción vinícola en el Alt de Benimaquia termina de golpe tras la destrucción de los lagares, al igual que la fabricación de tales ánforas,
hecho que acontecería “con anterioridad al 550 a.C.”
Para nosotros el problema principal radica en que estaríamos ante el único yacimiento
seguro en que se demuestra cómo unas pastas torneadas, imitadas, de “sonido metálico”,
convivirían con las procedentes del comercio marítimo “orientalizante”, y ello, de momento, es cuanto menos “revelador”, ya que una cultura que se supone indígena (que para nosotros no puede serlo), ceramológicamente muy superior, estaría cohabitando con otra perteneciente al “círculo del Estrecho”, que son los difusores de los productos torneados; amalgama, cultural y étnica, que no se registra, que sepamos, en el área tartéssica, aunque no
conocemos de “visu” sus productos.
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
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Los Villares
Un hecho “similar” (aunque sin las pastas de sonido metálico) lo presenta (ahora en el
interior del País) el yacimiento de Los Villares (Pla Ballester, 1980).
Pla, su excavador primero, señala cinco niveles antrópicos sucesivos (recordemos que
en Benimaquia solamente existe uno). Habría en este segundo yacimiento una población
fundacional, Villares I, de “fines de la Edad del Bronce”, igualmente nueva, con cerámicas
a mano (cuencos, cazuelas y orzas), con bases planas y muñones perforados junto a los planos bucales. Este primer momento quedaría cubierto por Villares II, perteneciente a “la
Primera Edad del Hierro”. Abunda ahora la cerámica a mano, con superficies bruñidas,
comportando una decoración geométrica, incisa; igualmente existen los cordones aplicados
en la cerámica de cocina. Conjuntamente con estas cerámicas tendremos ya la hecha a torno,
que Pla dice ser de “la misma pasta que los vasos a mano” (que sería lo lógico), por lo que
estaría a años luz de la de sonido metálico del Alt de Benimaquia. Uno de los fragmentos
se decora con franjas y filetes rojos. Parece señalarse, también ahora, la presencia de importaciones fenicias, pues hay “unos pocos fragmentos de pasta amarilla, porosa, con finos granos de desgrasante” que Pla no se atrevió a definir. Este 2º Horizonte Cultural de los Villares
habríase extendido “a lo largo del siglo VII, llegando posiblemente a principios del siglo VI
a.C.”, cronología aceptada por una gran mayoría para el horizonte colonial fenicio en nuestro país, que ya comentamos (Mesado Oliver, 1988: 308).
Con Villares III, entramos, siguiendo a Pla, en el Horizonte Ibérico Arcaico. Una sedimentación de relleno con cerámicas a mano y a torno, de pasta grosera; junto a las cuales se
detentan bien las pastas y decoraciones características de la Cultura Ibérica. Una copa jonia
sirve para datar el inicio del nivel, cuya cronología ocuparía, según su excavador, todo el
siglo V. Tendríamos, por ello, un hiatus entre Villares II y Villares III, de un centenar de años.
Para la iberista Consuelo Mata, que retoma el yacimiento (Mata Parreño, 1991), en
Villares III asistiríamos a la ultima fase del comercio fenicio occidental y su sustitución por
el griego, y “se tiene constancia estratigráfica, por primera vez en el País Valenciano, fuera
de su ámbito meridional, de un Horizonte Ibérico Antiguo”, coincidiendo, pues, con Pla en
dicha atribución cultural.
Pero habríamos de preguntarnos porqué los asentamientos coloniales de los estuarios de
nuestros ríos no incluyen, ni en su momento final, las cerámicas ibéricas tipo Alt de
Benimaquia, en donde su tipología es ya tan marcadamente ibérica (perfiles en ánade, orejetas perforadas, fusayolas bitroncocónicas...), que en modo alguno han podido gestarse en la
estación desde su propio substrato indígena colonizador, por el mero hecho de que las podemos observar en todos los yacimientos antiguos desde el Hérault al Segura sin fases orientalizantes, siendo las propias “urnas de orejeta perforada” uno de sus recipiente más personales,
posiblemente originario del Oriente Mediterráneo (Cuadrado, 1987: 186); y cuando hay estra—241—
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N. MESADO OLIVER
tigrafías con cerámicas bruñidas (como las de Villares), con temas geométrico-incisos o pintados, nunca se acompañan de productos “culturalmente ibéricos”, aunque éstos sean antiguos.
La mencionada copa tipo B2 pudo alcanzar, según Mata, “los primeros decenios del s.
V a.C.” Estos delicados recipientes de la Grecia del Este, en la Necrópolis de Orleyl (como
en su acrópolis sin cerámica colonial fenicia, pero con cerámicas ibérico-antiguas [García
Fuentes, 1997]), sirvieron, igualmente, para datar su “Horizonte 1º” (que denominamos,
siguiendo a Arteaga, “Horizonte Cultural Ibérico Antiguo”) en la bisagra de los siglos VI/V
(Lázaro et al., 1981: 51). Sin embargo, en el cercano yacimiento de altura de La Torrassa,
las pastas de la costa malagueña, por su inconfundible desengrasante metamórfico, abundantes en nuestras primeras prospecciones sobre la carena del cerro, sólo se entremezclan
con las hechas a mano, las cuales se decoran, en las bases de los cuellos, con gruesos cordones digitados con fuerza, o sesgados (fig. 33). El desfase cronológico entre ambos yacimientos de La Vall d’Uixó, también lo creemos de alrededor de un siglo.
Peña Negra
Otro de los yacimientos alicantinos destacados, que debe de incluirse en este momento
(el que imbrica las cerámicas importadas con las torneadas hechas en la propia estación),
sería el de Peña Negra, sobre el paisaje crevillentino del Bajo Vinalopó.
Se trata, también, de un asentamiento de altura, en el que sobre un horizonte con cerámicas a mano (P.N. I), irrumpe, o eclosiona, un mundo nuevo (P.N. II) con cerámicas coloniales del Estrecho, entremezclándose con la autóctona (que no indígena) que tornea las T10.1.2.1, con arcillas de su propio paisaje, la cual, como señal de propiedad, puede presentar grafitos, lógicamente fenicios, que podemos encontrar, según González-Prats, sobre productos de la propia ciudad de Tiro, evidenciando unos colonos semitas (y no indígenas)
asentados en el yacimiento, pastas que se “apartan decididamente del grado de levigación
propio de las cerámicas ibéricas con la que presentan un notable contraste” (González Prats,
1983: 153). Por este motivo, son pastas que disienten de cuanto hemos visto en las cerámicas “ibéricas” del Alt de Benimaquia, de sonido metálico. Según observará su propio excavador, y ello es repetitivo en toda la geografía ibérica, habrá una marcada discontinuidad
cultural “tras el período orientalizante, generando el desconocimiento del entronque de
dicho período con el fenómeno propiamente ibérico”, hiatus que sitúa “desde el final de PN
IIB (550/535) hasta el horizonte ibérico pleno del Castellar (450/350)”, por lo que faltaría,
aquí, el Horizonte Ibérico Antiguo (González Prats, 1983: 265).
Y es que como comenta, entre otros muchos, Fernández Miranda, los “emplazamientos
coloniales antiguos desaparecen a fines del s. VI”, factorías, dirá, que “son sustituidas normalmente por otras poblaciones, a veces muy próximas” (Fernández Miranda, 1986: 259);
que ya poco tiene que ver con ellas, pues son, igualmente, nuevas.
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
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Lo que sí presenta un verdadero problema es el de aquilatar la procedencia de esos
recipientes, por lo general voluminosos, que, con técnicas y modos decorativos tan próximos a los productos cerámicos ibéricos, se entremezclan en los horizontes con cerámicas fenicias de nuestro País, como también de fuera, y el “Tossalet”, en Castellón, es un
buen ejemplo. Y no tendríamos reparo, al dar como hipótesis de trabajo, que la
Civilización Ibérica nace (aunque no sepamos donde) “directamente” de este segundo
paquete cultural, y no del fenicio del Círculo del Estrecho, aunque ambos parecen constituir una simbiosis obligada. Auscultar este concreto momento cultural, en sus mínimas
pulsaciones, puede llevarnos a la vía que geste nuestra gran Cultura, nacimiento que no
va a tener lugar aquí. Y creemos que habría que inclinar la balanza, como hemos insinuado a través de estas notas, hacia estas cerámicas de bandas pintadas que pueden fácilmente pasar por cuanto entendemos como cerámicas ibéricas antiguas, de no estar bien
estratificadas verticalmente en los yacimientos que calificamos como coloniales. Y no
tenemos duda que el yacimiento de El Tossalet de Montmirà, de ubicarse en el estuario
del Millars habríase catalogado de “colonial”.
La cultura ibérica, de haberse gestado, sólo, en un horizonte fenicio es imposible que
hubiese despreciado, ya lo dijimos, algo tan trascendente como fueron las lucernas de plato.
Tal problemática (la de las cerámicas con bandas pintadas insertas en horizontes coloniales), ya fue observada por Arteaga, Padró y Sanmartí al tratar de la expansión fenicia por
las costas del NE. peninsular y del Languedoc, aunque estas cerámicas las creen ya ibéricas,
las cuales, como habría ocurrido con los materiales fenicios, “hubieron de ser distribuidas
tanto por vía marítima, a todo lo largo de las costas de Valencia, Cataluña y Languedoc, como
por tierra, siguiendo las rutas traficadas por el comercio desarrollado entre poblaciones ‘indígenas’ vecinas” (Arteaga, Padró y Sanmartí, 1986: 311); lo que, en definitiva, es abogar por
una “invasión”, o, si se cree fuerte la palabra, por una “colonización generalizada”, a partir
de unas cerámicas que “pertenecen sin duda al s. VI avanzado” (ibídem: 259). Y se sigue
apuntando que ni las pastas, ni las cocciones, ni las formas “son ciertamente equiparables con
la alfarería fenicia”, productos, aquellos, que en el Languedoc Occidental se fecharán en el
siglo VI por las importaciones griegas y etruscas que las acompañan (ibídem: 259).
Lo que sigue sin una explicación convincente es algo tan importante como la extinción
de TODOS los poblados orientalizantes que en nuestro país conocemos (también fuera de
él): Peña Negra, Alt de Benimaquia, La Fonteta, Vinarragell, El Torrelló del Boverot, El
Tossalet de Montmirà... Es, pues, evidente, que lo auténticamente ibérico en Vinarragell
“ocurre de manera repentina” (Arteaga, Padró y Sanmartí, 1986: 311), hecho extensible a
cualquier yacimiento con una plural estratificación vertical, aun en aquellos que con las pastas fenicias conviven ya productos ibéricos (Benimaquia por más singular).
Lo que hasta ahora entendíamos como ibérico antiguo es un “paquete cultural” que tiene
que llegar hecho a los asentamientos de la faja Mediterránea y de su más cercano hinterland,
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N. MESADO OLIVER
en su inmensa mayoría sin esa cuña colonial que se extinguiría tanto en el Sur como en el Este
peninsular a mediados del siglo VI, o alcanzando ya el 550/535 (González Prats, 1986: 299),
sobreponiéndose, siempre casualmente, en unos contados yacimientos, a ese otro horizonte
en el que pesan tanto las pastas a mano como las cerámicas coloniales, entre las que podremos detectar otras igualmente torneadas, e igualmente exógenas, con bandas realizadas con
una pigmentación acuosa o con un escaso aglutinante que se descascarilla con facilidad.
Si como han apuntado, las cerámicas a torno que se encuentran “incrustadas” en horizontes coloniales semitas (el Alt de Benimaquia por singular), son ya ibéricas (o “iberoides”, por llamarlas de alguna manera), y tal “fertilización” no procediese del área tartéssica, habríamos de escrutar palmo a palmo, o mejor, centímetro a centímetro, el mundo
Mediterráneo, para ver de encontrar el origen de cuanto fraguó en nuestro Occidente
Mediterráneo a partir, sobre todo, de la desaparición de las factorías coloniales semitas.
Lo lógico sería que en este territorio peninsular protoibérico existiera una infraestructura
económica, que solo podría ser indígena, sin la cual estos enclaves no habrían podido beneficiarse del comercio Mediterráneo; aunque, y esto es lo sorpresivo, parecen ser, siempre, “asentamientos nuevos” cuyas gentes son las que irían abriendo tales infraestructuras comerciales;
pero ignoramos hacia qué sociedad cultural estarían dirigidas, puesto que no encontramos, o no
sabemos encontrar en el paisaje, tales yacimientos. Si como la estratigrafía certifica, el asentamiento colonial del Tossalet de Montmirà es nuevo (su paquete material está hecho desde su
llegada a la loma), ¿hacia qué mundo indígena se dirige? En este sentido habríase de excavar
el asentamiento alto del Tossal de Bou en busca de su población amurallada más primitiva; aunque, por lo poquísimo visto, y fiándonos más de su valor topográfico, parece, en origen, un
pobladillo del Bronce, de los muchos que en Castellón ocupan riscos destacados.
No de otra forma se puede entender que, de la noche a la mañana, una misma respuesta (la Cultura Ibérica, cuya escritura y arte –el cénit de una sociedad– están siempre hechos),
pueda expandirse, costeramente, desde el mediodía de Francia hasta la propia Andalucía,
sobre unos sustratos –en los que no se interfiere– matizados, eso sí, por elementos materiales y étnicos (en definitiva culturales), procedentes tanto del Bronce de Transición como
de la esfera de los Campos de Urnas. Y es que el problema entre colonización y aculturación aquí, cuanto menos en la Plana de Castellón, es difícil; aunque, por lo insistido por
todos, podamos decantarnos por lo segundo.
Pero el hecho es que tampoco está clara la gestación del indigenismo que va a recibir,
si es que lo hace, el denominado “impacto colonial” partiendo de los niveles sin cerámicas
a torno (el caso de Vinarragell por paradigmático), pues siempre habrá más de un hiatus que
aborta tal gestación. Y cuando se presentan niveles con cerámicas a torno, bien estratificados, sin horizontes antrópicos precedentes, siempre son asentamientos nuevos. Y aquí,
como en el solar tartéssico, dicho ex-novo entremezclará, puntualmente, tanto cerámica a
mano (que venimos denominando, por comodidad, indígena), como a torno, generalmente
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EL TOSSALET DE MONTMIRÀ (ALCORA, CASTELLÓN)
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productos del Círculo del Estrecho. Y poca diferencia hay, por ejemplo, entre las ollitas y
recipientes a mano, de cuello corto, de El Tossalet de Montmirà, y las del yacimiento de
Morro de Mezquitilla (fig. 25), el asentamiento semita peninsular más antiguo, recipientes
que Schubart considera de “carácter fenicio” y no indígena (Schubart, 1986: 78).
Y es que ocurre un hecho cuanto menos curioso, ya lo dijimos, pues los alfares del
Estrecho ni fabrican menaje a torno de cocina ni vasos para beber sus novedosos caldos, que
hay que suponer de cierta calidad por el propio producto de moda, a no ser que empleasen
los cuencos hondos de engobe rojo, y el vino, más que beberse, se sorbiera. Productos, por
otro lado, muy escasos al N. del yacimiento alicantino de La Fonteta.
¿De dónde llegan a la Plana tales paquetes culturales? Pues la verdad es que lo ignoramos. Y la misma pregunta, y la misma respuesta, sirve tanto para nuestro “levante” como
para la zona del Betis, puesto que nada parece nacer de los círculos culturales anteriores. En
ambos mundos (si no es que todo es el mismo, aunque con matices, como ya se apuntó para
el conjunto crevillentino de Peña Negra [González Prats, 1986: 280]), la cerámica a mano
presenta bases planas, con marcados talones, que parece ajena a la tradición local. En
Vinarragell (ese yacimiento que cambió el rumbo de la prehistoria valenciana), los recipientes de “calidad” de los niveles anteriores al impacto de sus primeras cerámicas coloniales, dan formas abiertas, acampanadas, tipo cazuela, con superficies muy tratadas, y, por
lo general, con los cuerpos en escora biselada, o, cuanto menos, romos. Y ya en 1974 les
dábamos paralelos con las cerámicas procedentes del área tartéssica (Mesado Oliver, 1974).
También en este primer momento de Vinarragell, con las cerámicas anteriores se coligan
excelentes pastas (a veces pertenecientes a recipientes de gran cabida) grisáceo-espatuladas o
negro-charol, con decoración geométrica incisa, o excisa, o trazada con un objeto de borde no
hiriente, que no queda lejos, por ejemplo, del bagaje cultural cerámico del Bronce de
Transición (Bronce Tardío y Final) de Peña Negra I (González Prats, 1998). Nada de ello
Fig. 25.- Morro de Mezquitilla. Cerámica fenicia hecha a mano, según H. Schubart.
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transciende al horizonte con el primer torno: es otro pueblo (o pueblos mestizados), y otro
mundo el que llega hecho, tras hiatus impactantes, al septentrión valenciano, tal vez a través
de la que Maluquer denomina “ruta ibérica” hacia el Ebro y sur de Francia. Después, “grosso
modo”, dicho bloque cultural desaparece como por arte de “encantamiento” y cuanto renace
tras un fuerte hiatus es otra cosa que los historiadores clásicos van a denominar IBEROS.
Tales horizontes culturales van a ser imposibles sin el Mediterráneo: esa “autopista”
que ya viene de lejos (Mesado Oliver, 1999). Y es que cuanto entendemos como Cultura
Ibérica está repleto de una clara vocación, oriental, mediterránea.
Pero es en nuestro País Valenciano en donde esta iberización aparecerá con un grado de
mayor potencia culturizante, y dentro de él la zona geográfica ocupada por los edetanos
alcanzará su cénit. Éstos, y no otros, son los verdaderos “Príncipes de Occidente”. Ciudades
como Edeta (Llíria, Camp de Túria), Arse (Sagunt, Camp de Morvedre) u Orleyl (La Vall
d’Uixó, La Plana Baixa), debieron de dominar un mismo territorio que, según Plinio, se
extendía del Idubeda (el Millars) al Júcar. Se trata de tres asentamientos estratégicos que
enseñorearán un paisaje óptimo para una economía agrícola intensiva, haciéndolo los dos
últimos, también, sobre el mar. Sin el Mediterráneo bien poco de nuestro pasado –como
hemos podido observar– sería comprensible, ni tendría razón de ser.
ADDENDA
Puesto que a lo largo del texto precedente hemos citado yacimientos castellonenses con
cerámicas fenicias, siempre importantes, pasemos, para concluir, a dar sus pertinentes fichas.
1) La Cueva de los Ladrones o de las Balsillas (Valle de Almonacid, Alto Palancia)
Se ubica en el valle del Palancia, a unos 6 km de Segorbe, y junto a la fuente de “Las
Balsillas”, en la cuenca central de la Sierra de Espadán. Coordenadas: 39º 54’ 20’’ latitud N.
y 3º 14’ 45’’ longitud E. (I.G.C. Hoja 640 - “Segorbe”. E. 1:50.000).
Esta cavidad la forman tres salas intercomunicadas, con varias bocas de entrada. El
material que ahora citamos fue recogido en superficie por I. Sarrión Montañana, quien en
1968 lo depositó en el Museu Arqueológic Comarcal de la Plana Baixa-Burriana.
Procedente igualmente de prospecciones superficiales, V. Palomar tiene publicado, de esta
misma cavidad, el material de la Edad del Bronce (Palomar, 1982).
Como bien se sabe, el valle del Palancia es vía natural entre las tierras de Teruel y la
zona litoral valenciana.
Fig. 26:
1- Borde bucal de ánfora fenicia. Pasta rojizo amoratada en cara interna y siena al
exterior. En rotura es gris. Presenta un desengrasante muy uniforme de arenillas
negras y rojizas. Pasta bien coligada y de gran dureza. Diám. bucal máx. 11’6 cm.
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Fig. 26.- Cueva de los Ladrones, Valle de Almonacid. Cerámicas fenicias.
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2- Posible imitación (?) de un ánfora importada, aunque no presenta carena sobre el
hombro, en donde conserva el arranque de un asa de robusto tendón. Pasta sienosa en
cara interna y sienonegruzca en la exterior. En rotura es negrosa. Presenta un desengrasante bien molturado de arenilla negruzca y otra blanca. Tiesto de gran dureza.
Diám. bucal máx. 12’5 cm.
3- Fragmento de un ánfora fenicia, de cuya carena arranca un asa de tendón. Pasta
negruzca entre capas amoratadas en rotura; siena externamente, y de tendencia castaño en la cara interna. Como desengrasante presenta arenillas rojizas. Cerámica dura.
4- Borde de una tinaja, con el arranque de un asa de doble tendón. En rotura presenta
una coloración negruzca entre débiles bandas externas de tono sienorrojizo. Como desengrasante lleva una arenilla rojiza entremezclada con otra rojizo-brillante. Sobre la
superficie del labio y hacia el interior del recipiente presenta restos de pigmentación
castaño. Postcocción presenta un perfecto taladro debajo del borde. Cerámica muy
dura. Diám. máx. 42 cm.
5- Tiesto cerámico perteneciente a un voluminoso recipiente. Pasta uniforme de
coloración amarillenta. Presenta un taladro poscocción y los restos de un goterón de
pigmento castaño.
6- Fragmento cerámico cuya pasta es idéntica a la descrita en el nº 1. Conserva los
restos de una ancha banda, muy perdida, de tono castaño.
Fig. 27:
1/3- Se trata del Grupo I, Subgrupo 2.2.2 (Mata y Bonet, 1992). Pertenecen al horizonte ibérico antiguo. En Castellón responden a la gran mayoría de las urnas cinerarias de sus necrópolis, y a los poblados de un primer momento. Los bordes, aunque salidos, no tienden hacia el perfil de cabeza de caballo o ánade, aunque parecen
ser sus precedentes. Se decoran con bandas y filetes de tono marrón claro. Las pastas, en rotura, son grisáceas. Diám. buc. máx. 24 cm.
4- Borde de una tinaja. Se decora con una banda de tonalidad castaño morada. Pasta
negruzca en rotura. Muy dura.
5, 6 y 7- Bordes de ánfora (?) de pastas claras muy uniformes y bien levigadas.
Conservan restos de bandas de tono marrón. Tienen la particularidad de presentar junto
al borde bucal una señalada escocia, posiblemente para el encaje con su tapadera.
8- Fragmento de un gran vaso de pasta rojiza, uniforme, con banda y filetes igualmente rojizos.
Fig. 28:
1/4- Grupo de fragmentos pertenecientes a bordes bucales de platos del Grupo III,
Clase A, Subtipo 8.1 de la clasificación de Mata-Bonet. El nº 4 presenta carena en
la unión del hombro con el ala. Se decoran con filetes y bandas anchas sobre ambas
caras de su ala. El nº 3 responde a un plato hondo, de superficie basta al tacto, de
pasta negra en rotura. En su interior conserva resto de pigmentación castaño-rojiza.
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Fig. 27.- Cueva de los Ladrones, Valle de Almonacid. Cerámica a torno.
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Fig. 28.-Cueva de los Ladrones, Valle de Almonacid. Cerámica a torno.
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Fig. 29.- El Castell, Almenara. Cerámicas fenicias.
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5- Potente borde exvasado, que sobre el chaflán de su labio conserva una decoración
rojiza, muy perdida, de cuadrillaje, y en su peralte interno restos de una banda.
Diám. máx. 36 cm.
6- Borde de una ollita de pasta grisáceo-negruzca.
7- Borde bucal de una ollita de pasta negra.
2) El Castell (Almenara, la Plana Baixa)
Delimitando por el S. la Plana Baixa (Castellón), la Sierra de Espadán prolonga hacia
el Mediterráneo varios cerros-atalaya con un innegable valor estratégico. El mayor, “El
Castell”, con una cota de 178 m.s.n.m., alberga en su ladera S. el pueblo de Almenara, y se
corona con los restos medievales de un castillo. También en la ladera de mediodía se abre
la “Cova de les Cinc”, cuyos trabajos arqueológicos en ella demarcaron niveles con cerámicas fenicias (IIC y IID) (Oliver et al., 1987: 95). Coordenadas: 39º 45’ 20’’ latitud N. y
3º 28’ 10’’ long. E. (I.G.C. Hoja 668 - “Sagunto”).
Entre los fragmentos recogidos superficialmente en el cerro, destacan, por ser importaciones fenicias, los que seguidamente citamos.
Fig. 29:
1- Posible fragmento de borde de un ánfora fenicia. Pasta grisácea y superficies
siena. Presenta un escaso desengrasante de arenilla rojiza. Diám. máx. 12 cm.
2- Borde de una tinaja con el arranque de un asa de doble tendón geminado. Pasta
grisácea con abundante arenilla negra, rojiza y blanca. Diám. buc. máx. sobre 40 cm.
3- Fragmento de carena de un ánfora fenicia. Pasta rojiza con arenilla negra, rojiza
y mica.
4- Fragmento de un asa de tendón circular, perteneciente a un ánfora fenicia.
5- Ídem.
6- Fragmento perteneciente al pie de un trípode. Pasta rojiza en rotura, con un lentejón
negruzco hacia el centro del recipiente, y una piel muy fina de coloración amarillenta.
Como el resto de estos fragmentos que catalogamos como fenicios, presenta una arenilla rojiza (que muy bien puede ser de rodeno) entremezclada con otra negra.
7- Pie de trípode. Interiormente es de coloración gris y al exterior siena. El desengrasante es similar al precedente.
3) Ermita de la Mare de Déu dels Àngels (Sant Mateu, el Baix Maestrat)
A 2 km de Sant Mateu, hacia levante, advertiremos este ermitorio, el cual corona un
montículo exento de la Serra de la Valldàngel. Coordenadas: 40º 27’ 15’’ latitud N. y 3º 53’
28’’ long. E. (I.G.C. Hoja 571 - “Vinaroz”).
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Fig. 30.- La Mare de Déu dels Àngels, Sant Mateu. Cerámicas a mano.
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Con el desmonte que se hizo en 1975 para un parking, en su cara de poniente, recogimos los fragmentos cerámicos siguientes.
Fig. 30:
1/6- Se trata de un lote de pastas a mano que presentan decoración plástica y lo hacen
con gruesos cordones de aplique, que cuando engarzan mamelones (nº 5) los presentan
recios, pero aplanados de cara; y si están junto a los planos bucales (caso del nº 1) suelen hacerlo verticalmente. Uno de los fragmentos, el nº 4, presenta un cordoncillo de
tendencia ligeramente roma, que pudiera trazar círculos concéntricos, o hacerlo en espiral. Destaca la base anillada, ligeramente abierta, nº 6, y el borde bucal nº 2, con una
decoración circular, punzada, junto a la base del cuello, mayormente sobre pastas a
mano de coloración rojiza. Cerámicas indígenas bien típicas del impacto fenicio en
nuestros yacimientos. Entre ellas recogimos tres fragmentos a torno de clara filiación
fenicia, que pertenecen a soleros de ánforas; así como un borde de tinaja con un asa de
doble tendón, que presenta una decoración rediforme, muy desvaída, sobre la panza del
recipiente, y una banda sobre el labio y derrame interno. En rotura muestra dos bandas
bien delimitadas, la interior rojiza y la externa negruzca. La cerámica es dura. Tal motivo decorativo, en el yacimiento de La Fonteta de Guardamar del Segura, González Prats
lo denomina “Tipo E13” y se da en Fonteta VI, con fíbula de pivote.17
4) La Vilavella (Vilanova d’Alcolea, la Plana Alta)
Si entramos por el corredor de Borriol-La Pobla-Sant Mateu (curso de la Vía Augusta
tardía), tras rebasar “Les Coronetes” advertiremos, en solitario, un estirado altozano de poca
elevación, a 2 km al W. de la Vilanova d’Alcolea que, por sus restos prerromanos, debió de
recibir el topónimo de “La Vilavella”. Coordenadas: 80º 14’ 20’’ latitud N. y 3º 53’ 28’’ long.
E. (I.G.C. Hoja 593 - “Cuevas de Vinromá”).
Fig. 31:
Cuando lo visitamos por vez primera en 1970, en su ladera de mediodía recogimos
algunas cerámicas que amalgaman tanto las pastas a mano como las torneadas de
importación. Las primeras son bastas, rojas o negras según la irregularidad de la cocción, con desengrasantes de rodenos y conchas molturadas, respondiendo a galbos
globulares de cuello vertical (nº 1 y 2), y soleros rectos con talón (nº 6/8), comportando en la base de sus cuellos recios cordones aplicados (nº 3), dándose en uno de
los fragmentos (nº 5) una decoración barrida, de peine o cepillo.
En los fragmentos a torno están presentes los borde de las ánforas fenicias, en pastas rasposas por sus abundantes desgrasantes arenosos (nº 10/13), cuyos diámetros
17. Para este tipo de fíbula, en estratigrafía, ver: Mesado Oliver, 1988: 314-319.
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Fig. 31.- La Vilavella, Vilanova d’Alcolea. Cerámicas a mano y a torno.
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rondan los 12/13 cm. A ellas pertenecen el asa (nº 9) y los fragmentos con escora (nº
14 y 15). Y, entre los bordes de plato, advertimos los de ala exvasada de ese horizonte ibérico antiguo que no alcanzan las personales siluetas en cabeza de caballo
(nº 16 y 17), el primer borde con restos de pigmentación rojiza.
5) El Tossalet de les Foies Ferrades (Alcora, l’Alcalatén)
Poblado de mediana altura ubicado a algo más de 2 km al SW. de Alcora. Se trata de un
estirado cerro calizo, con dirección NEE.-SWW., con una cota de 425 m.s.n.m., que a lo
largo de su cara de levante y chaflán de mediodía está recorrido por un acantilado de unos
3 m de altura, mientras las laderas de poniente descienden abancaladas, comportando un
viejo cultivo de algarrobos. La cima forma un estrecho lomo o carena uniforme, área en la
que se extiende el despoblado. Dos torres delimitan sus extremos, cuyo eje es de un centenar de metros, alcanzando su ancho unos 30 m. Coordenadas: 40º 03’ 25’’ latitud N. y 3º 27’
25’’ long. E. (I.G.C. Hoja 615 - “Alcora”).
La torre de poniente, por ubicarse junto al acantilado, debió ser de menor envergadura,
encontrándose muy deteriorada, y sólo un muñón, cubierto de matorral, la señala. En cambio la torre opuesta, por encontrarse estratégicamente cerrando el acceso a la cima, es de
buena factura. Su fábrica comporta regulares ortostatos calizos en sus paramentos. El grosor del muro es de 1,60 m, mientras la altura observable llega a los 2 m. Su planta parece
circular, aunque la abundante vegetación de garriga que la cubre hacía imposible, cuando la
vimos por última vez en 1977 acompañados por Carmen Aranegui y Milagros GilMascarell, cualquier aseveración. Pero teniendo en cuenta que en su lado de mediodía se le
superpuso un vértice geodésico, y un notable resalte artificial se prolonga hacia el interior
del poblado, nada tendría de extraño que su planta sea bastante irregular. Puesto que el yacimiento cubre una superficie horizontal sin desmontes de drenado, una excavación sistemática daría buenos resultados. Tal vez por no haber tenido desmontes, ni excavaciones clandestinas, pese a su extensión, apenas sí recogimos material significativo.
También ahora, el topónimo de este otero del término de Alcora estaría relacionado con
el hierro.
Fig. 32:
Las cerámicas a mano de este poblado alcoreño siguen respondiendo a contenedores
con el cuello vertical (nº 1), comportando como elementos decorativos robustos cordones digitados (nº 2) o mamelones junto al plano bucal del vaso (nº 3). En cuanto
a los bordes anfóricos, a torno, responden a las ánforas de la costa malagueña con
diámetros de 12 cm (nº 4) y 13 (nº 5), lógicamente con escora (nº 7); mientras que
los platos son en ala abierta, alcanzando los 32 cm de diámetro (nº 8), o en codo (nº
9), comportando las consabidas bandas rojizo vinosas.
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Fig. 32.- Les Foies Ferrades, Alcora. Cerámicas a mano y a torno.
6) La Torrassa (Vall d’Uixó, la Plana Baixa)
Delimitando por el W. la zona central de la Plana Baixa, como un tentáculo de Espadán,
se adentra en la llanura el cerro de La Torrassa (241 m.s.n.m.), cuya silueta y ubicación es
similar al cerro del Solaig (325 m.s.n.m), algo más al N. Ambos yacimientos fueron colonizados en sus cotas mayores (¡sin asentamientos anteriores!) por el impacto orientalizante,
por cuanto amalgaman tanto las recias pastas a mano (fig. 33), como las torneadas, mayormente ánforas atribuibles al “Grupo Málaga” (T-10.1.1.1. y T-10.1.2.1) (Ramón Torres,
1995: 48), haciéndolo los dos yacimientos en un solo nivel (el fundacional). Coordenadas:
39º 50’ 20’’ latitud N. y 3º 28’ 25’’ long. E. (I.G.C. Hoja 640 - “Segorbe”).
Dado que las cerámicas depositadas en el Museu Arqueològic Comarcal de la Plana
Baixa-Burriana fueron estudiadas por J. Ramón, y en la actualidad lo están siendo por J.
Vives-Ferrandis, dejamos de consignarlas puesto que tampoco aportan mayor novedad.
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Fig. 33.- La Torrassa, La Vall d’Uixó. Cerámica a mano.
FINAL
Como podemos observar en las fichas comentadas, los materiales antiguos pertenecen,
siempre, a un mismo momento cultural: el de la llegada del torno, instante en el que parece
colonizarse la ruta hacia el Languedoc, por lo que el poblado del Tossalet de Montmirà (o
cuanto menos, nuestra cata), constituiría, en Castellón, el mejor ejemplo de tales fundaciones, puesto que en nuestro hinterland indígena (también en La Plana: Solaig-La Torrassa),
son asentamientos nuevos sobre cerros vírgenes: de mediana altura en el interior, y de altura considerable sobre el paisaje costero; aunque recordaremos que los yacimientos “coloniales” del Millars (Vinarragell y El Boverot) hacen asiento sobre niveles más antiguos y en
cotas cero sobre su paisaje. Eso sí, tanto unos como otros se ubican escoltando viales de
largo recorrido o el propio mar.
Cuanto menos en estos asentamientos de cotas altas, nunca existen niveles indígenas
puros (fundación de Vinarragell como mejor ejemplo), con sus cerámicas cuidadas, aquilladas mayormente, con una decoración geométrica incisa, excisa o estampillada, propias de
un horizonte cultural ¡igualmente nuevo! (Bonet y Mata, 1995: 160) que se difumina por
una gran parte de la Península, pero que ha desaparecido (el caso de los Villares es sorprendente) cuando irrumpe el mundo orientalizante con su comercio vinícola procedente del
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Círculo del Estrecho. Sin embargo, en el yacimiento del Torrelló del Boverot, Almassora, a
escasos kilómetros de Vinarragell, aguas arriba, ocurre igual que en Villares II, pues conjuntamente con las cerámicas incisas, en las habitaciones 5 y 7 están presentes ya (dos ejemplares) las R.1 (Clausell, 1998: 240). Entre los recipientes a mano de este primer momento,
cita este último investigador una cazuela bruñida, decorada con incisiones, que dice ser
pieza similar a otra de Vinarragell (Mesado Oliver, 1974: fig. 55, nº 8) y de la Mola d’Agres
(Peña et al., 1996: forma 24a), piezas que encuadra “dentro de los Campos de Urnas
Recientes”, con una cronología entre el 900 y el 700 a.C., por cuanto el impacto colonial
aquí, cuanto menos en El Torrelló del Boverot, de ser cierta su elevada cronología, sería tan
primerizo, o más, que el de las factorías del Círculo del Estrecho.
El hecho de que en los potentes, uniformes, repetitivos y limpios estratos de Vinarragell
I (pocos yacimientos tienen en el País Valenciano una lectura integral tan singular), al igual
que pasa en Peña Negra I, o en Agres, no exista el torno, pudiera apuntar a que las dos ánforas coloniales del Torrelló del Boverot hayan podido incrustarse en su nivel fundacional
desde un nivel superior; aunque atendiendo al horizonte de la Primera Edad del Hierro en
Los Villares, junto con las pastas bruñidas (igualmente con motivos geométricos incisos),
se da ya el torno, y su cronología absoluta, según Pla, habría que fijarla “a lo largo del siglo
VII, llegando posiblemente a principios del siglo VI a. de C.” (Pla Ballester, 1980: 71).
Burriana, agosto de 2003.
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