Publicacions diverses
La Bastida de les Alcusses: 1928-2010
Helena Bonet Rosado
Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez
2011
, ISBN 978-84-7795-590-0 , 328 p.
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La Bastida de les Alcusses
1928-2010
helena Bonet rosado
y
JaiMe ViVes-Ferrándiz sánchez
[editores]
con textos de
Nuria Álvarez García, HeleNa BoNet rosado, YolaNda carrióN Marco, Javier de
Hoz Bravo, MiGuel ÁNGel Ferrer eres, carlos Ferrer García, laura Fortea cervera,
Mª Pilar iBorra eres, José Pérez Ballester, GuilleM Pérez Jordà, FerNaNdo Quesada
saNz, aGustí riBera i GóMez, eva riPollés adelaNtado, lucía soria coMBadiera,
GuillerMo tortaJada coMecHe y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
Museu de Prehistòria de València
2011
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Diputación De Valencia
presiDente
Alfonso Rus TeRol
DiputaDo De cultura
sAlvAdoR enguix MoRAnT
Autores
Nuria Álvarez García (arqueóloga), HeleNa BoNet rosado (Museu de Prehistòria de valència), YolaNda carrióN Marco (centro de investigaciones sobre desertificación, csic-uv-Gv), Javier de Hoz Bravo (universidad complutense de Madrid), MiGuel ÁNGel Ferrer eres (arqueólogo), carlos Ferrer García (Museu de Prehistòria
de valència), laura Fortea cervera (Museu de Prehistòria de valència), Mª Pilar iBorra eres (institut valencià de conservació i restauració de Béns culturals), José Pérez
Ballester (universitat de valència), GuilleM Pérez Jordà (Gi arqueobiología, centro de ciencias Humanas y sociales, csic), FerNaNdo Quesada saNz (universidad
autónoma de Madrid), aGustí riBera i GóMez (Museu arqueològic d’ontinyent i de la vall d’albaida), eva riPollés adelaNtado (Museu de Prehistòria de valència), lucía
soria coMBadiera (universidad de castilla-la Mancha), GuillerMo tortaJada coMecHe (arqueólogo) y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez (Museu de Prehistòria de valència).
Imágenes
todas las imágenes pertenecen al archivo del servicio de investigación Prehistórica excepto las figuras 2.12, 2.14, 2.15, 2.24 y 11.6a (Manuel Monzó), 2.23 (Guadalupe
sanz), 3.2 (elena revert Francés), 3.6, 3.8, 3.13a y 3.14 (José Pérez Ballester), 3.11, 3.12 y portadilla del capítulo 3 (Juan José castellano), 5.3, 5.4, 5.5, 5.6 y 5.14 (Guillem
Pérez Jordà), 5.40 y 5.43 (Yolanda carrión), 7.15 (Pere Pau ripollés), 8.8 y 8.11 (Fernando Quesada).
IlustrAcIones
dibujos: Francisco chiner vives, enrique díes cusí, carlos Fernández del castillo, Ángel sánchez Molina.
infografías: arquitectura virtual.
Planimetrías: José María segura Martí y emili cortell Pérez; Global alacant s.l.
PortAdIllAs de cAPítulos
1. detalle de las excavaciones de 1931 en la Bastida de les alcusses.
2. vista del promontorio de la Bastida desde el Pla de les alcusses.
3. cerro lucena de enguera.
4. vista aérea de la Bastida.
5. Herramientas de trabajo.
6. detalle de una selección de vajilla de mesa.
7. detalle de un fragmento de crátera de figuras rojas.
8. selección de armas.
9. detalle del plomo escrito Bastida i.
10. detalle de la excavación de una falcata en la Puerta oeste.
11. vista parcial de la torre iii y, al fondo, la lloma del serrellar, Gosgorròbio y la serra de Mariola.
12. vicent revert durante los trabajos de mantenimiento de la casa ibérica.
13. talleres didácticos de epigrafía durante las Jornadas de visita.
ImPresIón
PeNtaGraF iMPresores s.l.
dIseño y mAquetAcIón
viceNte lucas- ideas Y ProYectos.
dIseño de PortAdA
ÁNGel sÁNcHez MoliNa
isBn edición: 978-84-7795-590-0
d.l.: v-1734-2011
© de los textos: los autores
© de las fotografías e ilustraciones: los autores
© de la edición: Museu de PreHistòria de valèNcia-diPutació de valèNcia
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indice
7
Introducción
HeleNa BoNet rosado y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
11
1. delos“primerosgolpesdeazadón”almuseoalairelibre.repasoalainvestigaciónyla
documentaciónsobreelyacimiento
HeleNa BoNet rosado
31
2.Horizontescercanos.elmediofísicodelaBastidadelesAlcusses
c arlos Ferrer García
El paisaje a través de sus nombres
c arlos Ferrer García y aGustí riBera i GóMez
49
3. elpoblamientoibéricoenelentorno
José Pérez Ballester
63
4.elpoblado.murallas,puertasyorganizacióninterna
HeleNa BoNet rosado y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
La piedra y el barro en la arquitectura del asentamiento
c arlos Ferrer García
El montaje de los batientes de las puertas
GuillerMo tortaJada coMecHe
95
5.eltrabajocotidiano.losrecursosagropecuarios,lametalurgia,elusodelamaderaylas
fibrasvegetales
GuilleM Pérez Jordà, c arlos Ferrer García, Mª Pilar iBorra eres, MiGuel ÁNGel Ferrer eres,
YolaNda c arrióN Marco, GuillerMo tortaJada coMecHe y lucía soria coMBadiera
139
6.lavidaenlascasas.Produccióndoméstica,alimentación,enseresyocupantes
HeleNa BoNet rosado, lucía soria coMBadiera y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
177
7.deallíydeaquí.losintercambiosyelcomercio
Nuria Álvarez García y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
197
8.elarmamentoenunpobladoibéricodelsigloIv a.c.unaoportunidadexcepcional
FerNaNdo Quesada saNz
221
9.lenguayescritura
Javier de Hoz Bravo
239
10.delafundaciónalabandono.trayectoriahistóricadelpobladoydesusocupantes
HeleNa BoNet rosado y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
257
11.laruinamodificada.consolidaciónypuestaenvalordelyacimiento
HeleNa BoNet rosado y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
275
12.Arqueologíaexperimental.reconstrucciónarquitectónicayunaexperienciaconrecipientescerámicos
HeleNa BoNet rosado y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
293
13.ladidácticaenlosespaciospatrimoniales.talleresdeexperimentaciónyJornadasde
visita
laura Fortea cervera y eva riPollés adelaNtado
315
Bibliografía
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introducción
E
l 1 de julio de 1928 una veintena de hombres empezaban a excavar en la Bastida de les Alcusses, en
Moixent, el primer proyecto de campo del Servicio de Investigación Prehistórica de la Diputación de
Valencia. A las primeras campañas en el yacimiento entre 1928 y 1931, bajo la dirección de Isidro Ballester y Luis Pericot, siguieron décadas de trabajo en el laboratorio del museo y de labor editorial. El equipo
formado por Domingo Fletcher, Enrique Pla y José Alcácer sería el responsable del detallado estudio de los
diarios de excavaciones y de la identificación, inventario y dibujo de todos los materiales. Esta labor vería
parcialmente la luz en los años 60 del siglo pasado al publicarse los 100 primeros departamentos, quedando
pendientes los 150 restantes. Esta joya documental, formada por carpetas de inventarios y dibujos inéditos
y conservada en el archivo del SIP, ha servido a muchos investigadores desde entonces, y ahora a nosotros,
para dar la vida a los objetos tan minuciosamente contextualizados.
La reanudación de los trabajos de campo, investigación y puesta en valor del yacimiento a partir de 1990
ha conllevado, como es natural, la participación de nuevos equipos de trabajo que han planteado objetivos
y metodologías distintas, dando una especial relevancia a su vertiente patrimonial como recurso visitable.
En consecuencia, la dilatada historia de la investigación en el yacimiento ha permitido disponer de una documentación extraordinaria, casi excepcional, sobre un gran poblado ibérico del siglo IV a.C. Dan cuenta de
ello varias monografías, numerosos artículos en revistas especializadas y asistencias a congresos por parte
de los miembros del SIP y de especialistas de otras instituciones, nacionales e internacionales, que han convertido a la Bastida en una referencia básica para el estudio de la cultura ibérica.
El libro que el lector tiene en las manos recoge toda esta tradición investigadora sobre la base de las
líneas actuales de trabajo a través de trece capítulos temáticos. En clave divulgativa, pero manteniendo todo
el rigor de la documentación y la investigación arqueológica, los autores han puesto al día los resultados de
todos los trabajos realizados hasta la fecha, englobando desde la investigación arqueológica, con los hallazgos
más recientes, hasta los trabajos de difusión y divulgación. Aunque en parte se recoge información y datos
ya publicados, tratamos sobre todo aspectos inéditos o poco tratados por los trabajos anteriores, que incluso
se corrigen o reinterpretan a la luz de las últimas investigaciones. Con todo, este libro no es una memoria
de excavaciones de las campañas más recientes ni la publicación completa de los departamentos inéditos,
que actualmente está en curso.
El volumen se organiza en dos partes. Los diez primeros capítulos tratan aspectos relativos a la investigación sobre la cultura ibérica en la Bastida. Así, en el capítulo uno se hace una síntesis de la documentación
y la historia de los trabajos en el yacimiento desde 1928. El capítulo dos trata sobre el medio físico en el entorno y el tercero el poblamiento coetáneo en la zona y en las comarcas limítrofes. El capítulo cuatro nos introduce en la organización interna del poblado mientras que el trabajo cotidiano, fuera y dentro del poblado,
se aborda en el quinto. En el capítulo seis aumentamos la escala de análisis ya dentro de las casas. Los intercambios y el comercio, las armas y la escritura son tratados, respectivamente, en los capítulos siete, ocho
y nueve. El capítulo diez es una interpretación global de la trayectoria histórica del poblado a la luz de todos
los estudios anteriores. Los extraordinarios hallazgos de la campaña de 2010 en la Puerta Oeste han podido
ser incluidos, sintéticamente, en este capítulo aunque Fernando Quesada no pudo incorporar estos datos a
su trabajo sobre el armamento, por haber sido cerrada la maquetación cuando este hallazgo tuvo lugar.
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La segunda parte del libro se centra en el yacimiento como recurso patrimonial en la sociedad actual.
Así, los capítulos once, doce y trece repasan todos los trabajos dirigidos a la consolidación y la puesta en
valor del lugar para su disfrute público, exponiendo desde los criterios de intervención hasta la arqueología
experimental y las estrategias de difusión y divulgación.
El proyecto de investigación y difusión en la Bastida de les Alcusses no sería posible sin el apoyo y la colaboración de diversas instituciones y personas. La Diputación Provincial de Valencia ha subvencionado
todos los trabajos de investigación, restauración y puesta en valor a través del Museu de Prehistòria. El estudio e investigación de los materiales inéditos se está realizando en el marco del proyecto de investigación
HAR2008/04835 financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación. Queremos agradecer también el
apoyo del Ayuntamiento de Moixent a las acciones de difusión en las Jornadas de Visita desde el año 2008.
Desde estas líneas expresamos nuestro agradecimiento a todos los autores por su disponibilidad a la hora
de abordar los estudios encargados con el enfoque que requeríamos. A Agustí Ribera, director del Museu
Arqueològic d´Ontinyent i la Vall d’Albaida, agradecemos además su ayuda con la toponimia y por proporcionarnos datos sobre yacimientos de la zona.
Las personas vinculadas al yacimiento son, sin duda, la parte más importante, pues contribuyen a mantenerlo vivo. Queremos agradecer muy especialmente la dedicación de Vicent Revert en el mantenimiento
cotidiano del yacimiento y su ayuda en la intendencia de todos nuestros trabajos de campo. También reconocer el trabajo de todos los guías que por allí han pasado desde el año 2000. Nuestro agradecimiento va
también dirigido a los estudiantes y arqueólogos que han participado en las campañas de excavación. Algunos de ellos, además, han colaborado activamente en las Jornadas de Visita recreando la vida cotidiana del
poblado. Finalmente estamos agradecidos al personal del Museu de Prehistòria que, de una forma u otra,
se ha implicado en el proyecto.
Acabamos estas líneas introductorias recordando, de nuevo, a los investigadores y directores del Museu
de Prehistòria, Domingo Fletcher y Enrique Pla, que siempre nos animaron a estudiar, e incluso a terminar
la obra que ellos comenzaron. Es un inmenso legado histórico que, lejos de agotarse, continuará abierto a
nuevas preguntas y a los estudios de otros investigadores.
HELENA BONET ROSADO
JAIME VIVES-FERRáNDIz SáNCHEz
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1. Situación de la Bastida de les Alcusses y de los principales yacimientos de la zona.
2. Planimetría del yacimiento de la Bastida de les Alcusses. 1: Aparcamiento y lavabos. 2: Área Didáctica y de
Investigación Arquitectónica. 3: Entrada al poblado. 4: Límite del vallado. 5: Refugio.
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01
de los “PriMeros golPes de azadón”
al Museo al aire liBre
HelenA Bonet rosAdo
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Las excavaciones pioneras deL sip (1928-1931)
L
as noticias sobre restos antiguos en la loma de la Bastida de les Alcusses de Moixent se remontan al
verano de 1909, cuando Luis Tortosa, natural de Ontinyent, con motivo de la catalogación de monumentos de la provincia de Valencia, comunicó a Isidro Ballester la existencia de un gran “despoblado”.
Años después Ballester, el impulsor y futuro director del Museo de Prehistoria, lo visitaría con Gonzalo Viñes
en el marco de una serie de exploraciones en la zona. Por la importancia y superficie del asentamiento, fue
consciente que sólo se podría abordar una gran excavación desde el respaldo de una institución, empresa
que llevó a cabo en 1927 con la creación del Servicio de Investigación Prehistórica.
Ballester era un gran conocedor de la geografía y de los yacimientos arqueológicos de su tierra natal, la
Vall d´Albaida. Ya en 1906 había realizado una exploración en el poblado ibérico de Covalta y había desarrollado varias campañas más entre 1917 y 1919. Este yacimiento, próximo a la Bastida, le permitió adquirir
la formación necesaria para el trabajo de campo así como un conocimiento directo de los materiales que
aplicaría diez años después en la Bastida. La intervención en la Bastida debe enmarcarse en la planificación
de actividades de campo del SIP. Las excavaciones arqueológicas y su inmediata publicación eran para Ballester el único camino para asentar la institución, pues el futuro del nuevo Servicio y de su Museo dependía
del éxito de estos trabajos, al carecer de grandes colecciones que exponer. También advirtió la necesidad de
contar con buenos colaboradores y ayudantes universitarios capaces de llevar a cabo las excavaciones arqueológicas. De ahí las estrechas relaciones personales y profesionales que siempre mantuvo el SIP con el
Laboratorio de Arqueología de la Universidad de Valencia creado en 1921, muy especialmente con el joven
catedrático de Historia Contemporánea, Luis Pericot.
Rápidamente, en junio de 1928, comunicó a la Comisión Provincial Permanente el plan de trabajo de exploraciones y excavaciones del recién creado SIP y solicitó la autorización para intervenir en la Bastida de les
Alcusses, junto con otros emblemáticos yacimientos valencianos como la Cova Negra de Xàtiva o la Cova del
Parpalló de Gandia. Los trabajos en la Bastida quedaron encomendados a Luis Pericot, Mariano Jornet, Gonzalo Viñes y Emili Gómez Nadal bajo la dirección de Ballester [fig. 1]. También se previó ese mismo año la
importancia de la “reconstrucción” de los materiales de la Bastida desplazándose desde Alcoi para dicha tarea
Fernado Ponsell (De Pedro 2006, 52), hasta que se incorporara al SIP el capataz-restaurador Salvador Espí.
En julio de 1928, Ballester, acompañado de Pericot y Jornet, se desplazó desde Atzeneta d’Albaida hasta la
Bastida de les Alcusses para iniciar la que sería la primera excavación oficial del Servicio. El acierto de la elección queda bien reflejado en palabras de Pericot al referir como Ballester se había decidido por el poblado de
la Bastida entre una docena de estaciones inexploradas: “el futuro del servicio se jugaba a la carta de la suerte
que la excavación nos deparase. A los primeros golpes de azadón nos dimos cuenta que la Bastida de Mogente
pagaría con creces los esfuerzos que costase y que se trataba de un poblado riquísimo. De golpe, la fama de los
hallazgos del SIP pasó a los centros arqueológicos españoles”. Con la publicación de los resultados tanto en el
primer volumen del Servicio, el Archivo de Prehistoria Levantina I (1928) [fig. 2], junto a otros trabajos en publicaciones nacionales e internacionales de piezas selectas “la fama de los trabajos del SIP alcanzó los centros
arqueológicos internacionales y puede decirse que la vida de aquel parecía asegurada” (Pericot 1952, 12-13).
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1. Emili Gómez Nadal, Isidro Ballester y Manuel Navarrete en la muralla de la Bastida. 1928.
La Bastida, un desconocido asentamiento prehistórico, resultó ser la gran revelación para los estudios
ibéricos por la riqueza de sus hallazgos y por la espectacularidad de sus ruinas, y así se recoge en la noticia
del 18 de agosto de 1928 del diario La Semana Gráfica en que se denomina como “la nueva Pompeya” [figs.
3 y 4]. Los hallazgos, que se sucedieron a lo largo de cuatro campañas, desde 1928 a 1931, convirtieron a
este yacimiento en un hito de arqueología valenciana [fig. 5].
No en vano, las ‘Ruinas de la Bastida’ fueron declaradas Monumento Histórico-Artístico por Real Decreto
de 3 de junio de 1931 del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes (Gaceta de Madrid 155, de 4 de
junio de 1931). La Bastida ha sido, además, un elemento clave en la dinámica de investigación sobre la cultura
ibérica por parte del SIP, con yacimientos como el Tossal de Sant Miquel de Llíria, los Villares de Caudete
de las Fuentes, Castellet de Bernabé en Llíria, Puntal dels Llops de Olocau o la necrópolis de Corral de Saus,
también en Moixent.
Aquellos primeros años dorados del SIP darán paso a una etapa difícil con la proclamación de la República y así, durante los años 1932 y 1933, las excavaciones son prácticamente nulas aunque, como comentamos, continúan importantes exploraciones en los poblados ibéricos de la zona de Casinos y Llíria. Serán,
precisamente las excavaciones en el Tossal de Sant Miquel, a partir del año 1934, las que permitan que el
SIP remonte y recobre de nuevo su prestigio. En realidad, fue la reducción económica de los años precedentes
lo que obligó a abandonar las excavaciones en la Bastida. Pericot explica esta situación al comentar los inicios
de las excavaciones en Llíria: “No era posible pensar en 1932 y 1933 en excavaciones importantes, tal como
se había realizado hasta entonces [se refiere a Bastida, la Cova del Parpalló de Gandia y Cova Negra de Xàtiva] pues a falta de estaciones lejanas pareció que podría aprovecharse la proximidad y buenas comunicaciones de Liria con la capital para realizar breves prospecciones”; continúa diciendo que “muy pronto se
hizo patente que la cerámica de San Miguel era especialmente rica” y “que el cerro merecía una excavación
más cuidada”.
De este modo se aplazó la labor de comenzar a estudiar la fortificación de la Bastida precisamente cuando
tenían previsto “intervenir en el vértice este del yacimiento donde se vislumbra una puerta tal vez defendida
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por una torre” (Ballester 1931, 23) [fig. 6]. Setenta años después, y como ellos ya identificaron, una torre y
una puerta dominan el sector este, si bien no podían imaginar las espectaculares puertas y fortificaciones
que hoy se pueden visitar en el acceso principal de la que fue su primera excavación.
viviendo aqueLLas campañas a través de Los diarios y Las fotografías
La aportación del archivo documental y fotográfico del SIP es fundamental para recuperar la historia del
yacimiento y de la propia institución. La labor del trabajo de campo de los años 1928-1931 está recogida en
siete diarios cuyas páginas ofrecen información estratigráfica, croquis, dibujos y datos diversos del transcurso de las campañas, e incluso, en ocasiones, transmiten emociones y sensaciones pasando de la mera
descripción de los restos a la narrativa [fig. 7].
Además de los diarios se hizo una exhaustiva labor de inventario de todas las piezas museables en donde
se adscribe a cada objeto un número de inventario, medidas, contexto, descripción y, lo más importante, un
dibujo que permite identificar todos los hallazgos. Esta documentación junto a la descripción de cada departamento y planos está recogida en nueve carpetas y dos archivadores con planos y dibujos.
El archivo fotográfico del SIP cuenta con 280 negativos, en soporte de vidrio y pasta, de las campañas y
de los materiales recuperados entre 1928 y 1931. Las fotografías reflejan mayoritariamente el proceso de la
excavación con vistas generales del yacimiento, el equipo de trabajo, detalles de la excavación o de los materiales in situ [figs. 8 y 9], imágenes todas ellas realizadas por los propios directores o responsables de la
excavación. No faltan tampoco instantáneas del Pla de les Alcusses, algunas de ellas mostrando escenas de
la vida cotidiana en el campo como el trillado, o la recogida de maleza (ver fig. 13 del capítulo 5), o fotografías
de los masoveros de la Casa Palmi [fig. 10], donde residían parte de los miembros de la expedición. Ya en
el Museo, se encargaron fotografías de las piezas más interesantes a profesionales como Joaquín Adell, de
la Casa Grollo de Valencia (Sánchez y Ferrer 2006).
Ballester dispuso que el trabajo de excavación se realizara con varias personas a pie de campo, y que una
persona fuera la responsable de anotar en el diario los hallazgos y su ubicación. Se podía hablar de un verdadero equipo donde el director y los ayudantes se alternaban escribiendo el diario de excavaciones como
revela la sucesión de caligrafías y dibujos de Pericot, Jornet [fig. 11] o Gómez Nadal y más excepcionalmente de
Viñes. Ballester visitaba regularmente la excavación y
aunque no estuviera presente, seguía de cerca su transcurso manteniendo correspondencia con los colaboradores casi diariamente. Cuando estaba presente, a veces
escribía al margen del diario en curso, pidiendo más detalles en los datos expuestos acerca de tal o cual hallazgo,
e incluso corrigiendo directamente algunos dibujos o
anotaciones de los demás.
Siguiendo los métodos de excavación que se empleaban en aquella época en los grandes yacimientos arqueológicos, como Numancia o Ampurias, las excavaciones se
plantearon abriendo grandes superficies con el fin de conocer el urbanismo de un poblado ibérico y recuperar el
mayor número posible de hallazgos. Así, las cuatro campañas se centraron en la zona central y más alta del cerro
[figs. 12 y 13] donde afloraban restos constructivos y el
terreno estaba más despejado de pinos y maleza, excavándose aproximadamente 17.000 m2 .
El capataz Espí se ocupaba de la intendencia y controlaba la colla de obreros. Esencial fue la selección de obreros especializados procedentes de Atzeneta d’Albaida que
2. Portada del primer volumen del Archivo de Prehistoria
Levantina.
llevaban una veintena de años trabajando con Ballester
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3. Artículo publicado en la “Semana Gráfica” sobre las excavaciones de la Bastida. 1928.
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4. Vista del campamento con tiendas. Sentados en primer término y de izquierda a derecha, Lluís Pericot, Isidro Ballester, Gonzalo Viñes y Mariano Jornet. 1928. Foto Casa Grollo.
5. Los fragmentos de cerámica se amontonaban sobre los muros de los departamentos. 1928.
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6. Sector este de la muralla donde se ubica una
gran torre. 1962.
desde que emprendió las primeras excavaciones en el poblado ibérico de la Covalta en 1906: “se ha dado el
caso de una villa con buena parte de su población agrícola especializada en excavaciones arqueológicas. Y
durante muchos veranos una parte de la población masculina, después de ir a la siembra del arroz y antes
de la siega del cereal en la Ribera, salía para lo que la gente del pueblo llamaba la campaña de la Colla de
l’Os [fig. 14] y con el módico jornal de 5 pesetas se mantenían y ahorraban para la familia” (Pericot 1942,
19). Los obreros, cuyo número oscilaba cada campaña entre 19 y 25, estaban provistos de sus picos, azadas
y capazos, e iban descubriendo, a un buen ritmo, los sucesivos departamentos amontonando los tiestos en
los muros para ser recogidos al final de la jornada en cajas de madera. Mientras, los responsables de la excavación estaban al tanto del desarrollo de los continuos hallazgos, dibujando y describiendo minuciosamente en el diario, cada día y al final de la jornada, las piezas de valor y de interés. Muchos de estos objetos
se guardaron en cajitas, en tubitos de cristal o en papel de periódicos, que todavía hoy se conservan en los
almacenes del SIP.
Los preparativos de las campañas eran de vital importancia para el buen desarrollo de las mismas. Primero se relacionaban los nombres completos del personal y se detallaba el instrumental de campo. El primer
año, por ejemplo, estaba compuesto de “zapapicos, carretones, palas, capazos de esparto, cuerdas gruesas y
trencillas de esparto, dos cintas métricas de 10 m, (una para Pericot), maderas, una tienda de campaña tipo
playa y cuatro sillitas de campo”, además del material de escritorio complementario compuesto por “cuatro
libretas, dos lápices con guardapuntas, dos gomas, dos sacapuntas, dos cuadernillos de barba, papel oficial
y sobres”. El material de cocina es, obviamente, esencial y también se anota: “cuatro platos hondos, cuatro
llanos, cuatro de postre, dos boles todo de porcelana, una olla y una cacerola, cuatro tenedores, cuatro cuchillos, cuatro cucharitas de café, un portaviandas, dos candados y una cesta” (Diario 32, 1928, 3- 5).
Normalmente se iniciaban las excavaciones con “unos arreglando la senda para subir las herramientas y
carretones, otros se dedican a cortar pinos y recoger leña para montar los sombrajos” [fig. 15], y ya en la
cumbre montan el campamento de tiendas y se rozaba el monte para preparar la excavación. La comisión
de excavaciones y el personal a sus ordenes se hospedaban en dos fincas de labor sitas al pie de la Bastida,
la Casa de Palmi y la Casa Bas, propiedad de los masoveros D. Enrique Segura y D. Manuel Lara (La Labor
del SIP 1930; Ballester 1931, 9). En estas masías se depositaban los hallazgos de la campaña y se realizaban
labores de inventario por las tardes. En cuanto a la intendencia, un obrero, el llamado “acemilero”, subía
cada dos días las compras desde Moixent a les Alcusses en carro. Al final de cada campaña se hacía una lim-
16
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7. Diario de excavaciones de la campaña de 1930 con unos magníficos dibujos de bocados de caballo.
pieza de los muros y, la última tarde, se recogían las tiendas, sillas y herramientas, y se evaluaban los daños:
“los carretones están bien salvo uno que le falta un tornillo en una planchuela del eje de la rueda”; “se deben
reparar dos zapapicos, lo menos seis necesitan mangos nuevos”; “de las cuatro sillas, una está rota”; “la
tienda de campaña grande tiene una rotura, se lleva enseguida al talabartero para que la componga” (Diario
34, 1928, 63).
En los diarios se anotaba todo cuanto sucedía durante la campaña, con más o menos detalle según quien
estuviera al cargo: las visitas que se recibían, el tiempo que hacía, contabilidades, y otros detalles o anécdotas
quedaban reflejadas. Así. por ejemplo, se relata como “un arriero de Mogente con dos obreros se han dedicado a bajar de la montaña de la Bastida a la casa Bas las piedras de molino ibérico encontradas en esta estación. Ha cobrado por este servicio 10 pesetas, se llama dicho arriero José Jordán Bono quien por no saber
firmar el recibo lo han hecho a su ruego dos obreros” (Diario 38, 1931, 57). Las heridas y las contusiones estaban, como es normal, a la orden del día, pero afortunadamente el botiquín estaba bien provisto. El 17 de
julio se señala que una piedra produjo a Salvador Espí una contusión en los dedos medios del pie derecho
que curó con árnica del botiquín. No fue el único porque también ese día Bautista Tormo se hizo un rasguño
profundo en la mano que se curó con tintura yodo (Diario 38, 1931, 28).
Otros relatos son curiosos y sorprendentes vistos con perspectiva. El 25 de julio de 1931, a la hora del almuerzo (8 de la mañana), se detectó un incendio “en la loma paralela e inmediata a la Bastida por el sur (se
refiere a la Lloma del Serrellar). Salvador Espí y Joaquín Quilis marcharon a apagarlo logrando extinguirlo
en unos 20 minutos no obstante el viento huracanado que sopló toda la mañana. Al poco rato se vieron dos
incendios más, hacia levante, uno en la segunda montaña y otro más lejos aún y próxima a las fincas del
conde de Torrefiel” (Diario 38, 1931, 64). La causa de estos incendios no se señala pero es evidente que el
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8. Isidro Ballester, en el centro con chaqueta blanca, supervisando los trabajos. Detrás Mariano Jornet apoyado en un bastón. 1928.
monte era un espacio mucho más frecuentado de lo que es hoy en día con pastores, caleras y otras actividades
que usaban el fuego y que los pudieron haber causado.
Los haLLazgos más destacados
Algunos objetos adquirieron relevancia en los diarios y se destacan porque se percibieron en seguida como
importantes, mientras que otros, a pesar de ser piezas igualmente excepcionales, pasaron prácticamente desapercibidas en el momento de su hallazgo (Vives-Ferrándiz 2006, 141-148).
El hallazgo del primer plomo
escrito es un buen ejemplo de la
alegría que daba, y la importancia
que tenía, encontrar un objeto
destacado. Así describe Ballester
el momento del hallazgo de una lámina de plomo escrita, el 28 de
julio de 1928: “Al limpiar Pepe
Guerrero la tierra sobre [una
muela de molino] asoma una lámina arrollada de plomo. La
forma nos intriga [...] La tierra
sobre que se asienta levanta unos
15 cts sobre el suelo y con las precauciones del caso la vamos rebajando hasta sacar el plomo que,
9. Detalle de excavación con los materiales “ in situ” en el Depto. 49. 1928.
contra lo que creíamos es algo es-
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trecho. Inmediatamente y con verdadera emoción vemos que está
lleno de letras ibéricas a renglones
separados por rayas horizontales
formando espacios” (Diario 32,
1928, 61). Sabemos incluso la hora
del hallazgo, las doce y media de la
mañana, anotada en el margen izquierdo del diario y con doble
subrayado (a las 12 ½). Sin duda el
momento debió ser especial. Ese
día, el último, habían subido tarde
a excavar porque la tarde anterior
hubo una tempestad de aire que
había retrasado la labor diaria de
inventario, vendaval que incluso,
explican, se llevaría por delante una
de las dos tiendas de campo.
10. Grupo familiar de masoveros posando a la entrada de la Casa de Palmi.
Su hallazgo era excepcional por1928-1931.
que, en primer lugar, podía ofrecer
nuevos datos sobre el alfabeto ibérico, exponente de las manifestaciones culturales ibéricas valencianas, pues en 1928 sólo se conocían los
plomos escritos del Pujol de Gasset (Castellón), la Serreta (Alcoi-Cocentaina-Penàguila), Covalta (AlbaidaAgres) y unos fragmentos del Cabezo de Mariola (Alfafara-Bocairent) (La Labor del SIP, 1929, 18). En una
crónica de La Semana Gráfica dos semanas después, el 18 de agosto, –decía– que, sin embargo, era más
corta en tamaño y sin tanta “riqueza de caracteres como el plomo de Alcoi”. En segundo lugar el plomo había
sido hallado con una referencia estratigráfica precisa, como escribe Ballester en el diario: “la alegría ha sido
11. Mariano Jornet tomando mediciones para hacer la planimetría. 1928.
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12. Vista general de la campaña de 1931 con los obreros trabajando en el sector central del poblado.
13. Detalle del Depto. 42. En segundo plano aparece Mariano Jornet acompañado de un grupo de obreros. 1928.
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14. Grupo de trabajadores de Atzeneta
d´Albaida. Sentados y de izquierda a derecha se reconocen a José Espí (José de Caláis), Joaquín Quilis (Joaquinet del Piu),
Isodoro Montaner, José Espí (el Sequier),
Antonio Ferri (Toni Boix), Vicente Domingo
(Mingo Carmelita) y José Guerrero (Pepe
Cocullo). De pie, en primer lugar, el tio Bossero, Hermenegildo Soler el tercero, José
Nacer el séptimo, Bautista Nacer el octavo
y Rosendo Micó el noveno. 1931.
15. Grupo de trabajo posando bajo el sombrajo. A la izquierda Isidro Ballester y a la
derecha el acemilero.
general y la suerte y fortuna no para: pues se ha presentado el plomo en condiciones de tiempo y situación
tales que ha permitido al sospecharlo por su forma arrollada, tomar toda clase de medidas y datos gráficos,
que harán de este plomo el único documento de tal clase al que acompañen datos precisos de su situación.
Tomamos otra fotografía de modo que se vea la forma como está plegada la lámina” [fig. 16].
El SIP encontraba en la plancha de plomo escrito no sólo mera satisfacción arqueológica sino una justificación de la fuerte apuesta realizada –se invirtieron 12.000 pesetas– en la búsqueda de las raíces culturales
propias (no olvidemos que el servicio se crea a semejanza de otros en Cataluña, Galicia o País Vasco) como
gustaba destacar a la corriente regionalista. En el primer número del Archivo de Prehistoria Levantina se
publicó una extensa reseña de la campaña de 1928 (Ballester y Pericot 1929, 192, lám.VIII y IX) y dos participaciones en sendos congresos contribuyeron a publicitar el trabajo realizado. En mayo de 1929 Pericot
presentó los trabajos en la Bastida, entre otros yacimientos excavados por el SIP, en el XII Congreso de la
Asociación Española para el progreso de las Ciencias, en Barcelona. En septiembre de ese mismo año el Servicio fue invitado al IV Congreso Internacional de Arqueología, celebrado también en Barcelona con motivo
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16. Lámina de plomo escrita (Bastida I) en el
momento de su hallazgo en el Depto. 48. 1928
de la Exposición Internacional. Aunque no se presentó ninguna comunicación sobre la Bastida, se expuso
el plomo escrito en la Sala V (Civilización Ibérica) de la sección “España Primitiva” del Museo del Palacio
Nacional de la Exposición que pretendía ser “una verdadera síntesis de la evolución histórica de la cultura
española en sus múltiples aspectos [ilustrando] cuanto puede estudiarse, en el estado actual de la investigación” (Bosch Gimpera 1929).
Son momentos de gloria y la lámina de plomo nos permite evaluar esta proyección y el interés foráneo
por las excavaciones del SIP. Lo ilustra bien el hecho de que Gómez Moreno, a la sazón Director General de
Bellas Artes y muy vinculado a la Institución Libre de Enseñanza, visitara Valencia para examinar algunos
materiales ya vistos en Barcelona e incluso elevara una petición escrita pidiendo detalles sobre el curso de las
investigaciones (Labor del SIP 1931, 28). En este contexto de colaboración fructífera sería invitado a realizar
un estudio epigráfico del plomo (citado por Ballester y Pericot 1929, 191) aparecido en 1962, e incluso el
mismo Schulten estuvo también interesado ya que en la Labor del SIP de 1933 se acusa el recibo de un trabajo
para el APL, aunque no llegó a ser publicado (Labor, 1933, 14). En años sucesivos, salieron tres obras monográficas (Beltrán 1954 y 1962; Fletcher 1982) y numerosas referencias en otras obras (Serra Ràfols 1936; Fletcher 1953 y Gómez Moreno 1962)
El caso del bronce que representa al jinete, conocido como el Guerrer de Moixent o el Jinete de la Bastida,
es diferente [fig. 17]. El descubrimiento del “Guerreret”, como se le conocía en el SIP, el 21 de julio de 1931,
no causó tanto impacto como el plomo escrito según se desprende de su tratamiento en el diario de ese año.
La figura es, obviamente, descrita con detalle, se dice qué obrero la halla, se señala en el croquis general el
lugar exacto y se aportan medidas: “cinco minutos antes de dejar el trabajo para la comida, el obrero Vicente
Espí desenterró una bellísima escultura de bronce representada por un guerrero a caballo”, añadiendo un
aire narrativo y juicios de valor al señalar el sello arrogante del guerrero o que “la cabeza del caballo es de
una expresión grotesca”. No obstante, la Bastida ya había dado muestras durante las tres campañas anteriores de su abundancia en materiales, y esta pieza no destaca especialmente en un diario escrito y dibujado
cada vez con más prisas -esa campaña es intensísima, llegan a trabajar 25 obreros y vacían alrededor de 100
departamentos.
La resonancia en la comunidad científica no fue tan inmediata como la del plomo, y sin embargo la pieza
se ha convertido en el logotipo del museo y un elemento identitario del municipio de Moixent. El bronce se
publicó por primera vez en La labor del SIP de 1931 (Ballester 1932, lám. V, 2), se recogió poco después en
la historia de España dirigida por Pericot (1934, 405) y en 1954 fue objeto de un estudio más detallado publicado en el Archivo de Prehistoria Levantina (Kukahn 1954), destacando la originalidad del exvoto por su
casco con gran penacho. En la segunda mitad de la década de los años 70 del siglo XX, el Guerrer adquirió
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relevancia iconográfica en el marco de las celebraciones del 50 aniversario del SIP en 1977, y a partir de ahí
pasará a ocupar la portada de la guía del museo editado ese mismo año, como precursor del logotipo que
hoy conocemos (Vives-Ferrándiz 2006, 147).
Como sucede con el “Guerreret”, la cantidad de hallazgos de la campaña de 1931 y las prisas por anotarlos y dibujarlos son las causas por las que el magnífico exvoto de bronce que representa un buey con
yunta tuviese una descripción muy somera: el día 23 de julio, en la capa 1 del departamento 237 (Diario 38,
1931, 57) [fig. 18]: “a última hora de la tarde aparece el toro del margen”, descripción que contrasta con un
detallado dibujo y, eso sí, la identificación del autor del hallazgo, Joaquín Quilis, como reconocimiento al
buen trabajo del obrero descubridor. “La pieza es de bronce y va unido a una pieza de hierro; falta un larguero, tanto si formaba pareja como si tiraba solo; el larguero que se conserva también es de bronce como
el toro; dicho larguero va roblonado al travesaño”. (Labor el SIP 1931 y 1932, 28 y lám. V)
A pesar de su calidad y de ser una de las escasas representaciones ibéricas de un buey con parte del yugo
y la barra de tiro, la pieza no ha sido objeto de un estudio específico, aunque se cita reiteradamente en las
publicaciones referentes a la economía y agricultura ibérica. Homenajes a este objeto son la portada de la
edición del Ayuntamiento de Moixent con motivo del 50 aniversario de la declaración de Monumento Histórico-Artístico (Ajuntament de Moixent, 1981) y la elección de su imagen como logotipo en la III Reunión
sobre Economía en el Mon Ibèric celebrada en Valencia en el año 2000 (Mata y Pérez Jordà 2000)
Las joyas de oro son realmente escasas, pues una cadena de oro y dos pares de pendientes son todos los
ejemplares recuperados. Sin duda, como apuntan sus propios excavadores, “estas pertenencias personales
de gran valor sería lo primero que intentarían salvar sus propietarios ante el ataque y saqueo que sufrió el
poblado”. Ballester (1928, 183) relata como “objetos de todas las clases aparecen esparcidos, como sembra-
17. Diario de excavaciones de la campaña de 1931, abierto por la página del día que se halló el jinete de bronce: 21 de julio.
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18. Página del diario de excavaciones que recoge la aparición
del buey de bronce. 1931.
19. Hoja de inventario con copitas de distintos departamentos
de la Bastida.
dos, por todas partes, en las habitaciones y fuera de ellas y en todas las capas”, hallándose in situ sólo los
vasos cerámicos, huellas evidentes de un gran desorden acaecido en el poblado. Hace referencia al “pequeño
tesoro compuesto de dos pares de pendientes de oro, presea [sic] estimada de una bastidana de los últimos
días del poblado”, y señala que “hallose también junto, constituyendo las cuatro piezas un lote (tal vez porque
lo sujetara algún atadijo)” (Ballester y Pericot 1929, 184; Labor del SIP 1931 y 1932, 28, lám. VI). Como es
costumbre en los diarios después de su descripción y dibujos se señala que el hallazgo se debe al capataz
Salvador Espí (Diario 33, 1928, 22).
La cadena de oro se halló el martes 30 de junio de 1931. Se escribe en el diario que “donde marca el croquis adjunto, arrimada a la peña saliente que separa el 150 y el 161, a las 11´55 de la mañana, Vicente Sanjuán
en la 3ª capa ha sacado una espléndida pulsera de filigrana de oro” y se ofrecen detalles de su factura y medidas (Diario 37, 1931, 20). Su imagen se destaca en La labor del SIP del año 1931 (Labor del SIP, 1932, 28
y lám. VI) entre las mejores piezas arqueológicas de aquella campaña y se presenta, veinticinco años después,
en el V Congreso Nacional de Arqueología celebrado en zaragoza en 1957 (Vall 1959, 239).
Además de estas piezas, en los diarios e inventarios se da también gran importancia a otras piezas, recreándose especialmente en dibujar fíbulas, botones, herramientas, campanitas, cerámicas y fusayolas [fig.
19]. Hasta tal punto fue rico el yacimiento en estos objetos (en la primera campaña se inventariaron más de
2000 piezas) que una simpática anécdota nos da cuenta de la relevancia de la Bastida en el contexto local
de la época: el presidente de la Diputación de Valencia abrió una sesión de la Comisión Provincial permanente con el sonido de una campanita de bronce hallada en el Depto. 2 de la Bastida el 7 de julio de 1931 evidenciando la necesidad de ponderar el remoto pasado y de dar al mismo tiempo gloria al presente
(Vives-Ferrándiz 2006, 147).
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20. Materiales del Depto. 48 publicados en la serie de Trabajos Varios del SIP nº 24, 1965.
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eL Legado: una coLección única, una obra inacabada y una ampLia bibLiografía
Si bien los hallazgos más importantes se publicaron inmediatamente en los mismos años de las excavaciones en el APL y La labor del SIP, no será hasta los años 1965 y 1969 cuando saldrán a la luz dos volúmenes
monográficos sobre la Bastida [fig. 20]. Sin embargo sólo se editaron los 100 primeros departamentos en
los volúmenes 24 y 25 de la Serie de Trabajos Varios dejando vacantes los números del 26 al 30 para completar los 149 departamentos restantes y el estudio general del yacimiento, obra que desgraciadamente quedó
incompleta a pesar de estar preparado todo el material para su publicación.
En los treinta años que separan las excavaciones de la publicación de la monografía, Domingo Fletcher
y Enrique Pla, trabajaron intensamente en la identificación y contextualización de cada uno de los hallazgos
a través de los diarios de excavaciones. En su momento, este yacimiento fue el primer poblado ibérico excavado en extensión que publicaba la estratigrafía, planimetrías, inventarios y dibujos contextualizados de los
hallazgos.
En este periodo de tiempo se publica otro trabajo que marcará un hito en los estudios sobre las cerámicas
griegas y helenísticas. Se trata del artículo de Nino Lamboglia sobre la cerámica de barniz negro, o precampana como se conocía entonces (Lamboglia 1954). Lamboglia visitó el Museo de Prehistoria en 1949 para
tomar contacto con el material de barniz negro de la Bastida que, junto con la colección de Ensérune (Francia), fueron la base de su clasificación tipológica [fig. 21]. La importancia del conjunto de cerámicas griegas
de la Bastida, y la precisión estratigráfica que podía establecer le indujo a realizar, con la colaboración del
SIP, un sondeo el 17 de septiembre de 1952 para completar la documentación y la secuencia estratigráfica.
Puntualiza la cronología final del asentamiento, pues si bien se había dicho que el periodo de ocupación del
21. Cerámicas griegas de barniz negro y lekytos de figuras rojas hallados en la Bastida. Foto Casa Grollo.
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22. Diario de excavaciones en el que se ilustra la aparición de instrumental agrícola. 1930.
poblado no era largo y que había sido abandonado con anterioridad a las Guerras Púnicas, establece el final
de la Bastida en torno al 330 a.C. sobre la base de un estudio comparativo con los yacimientos de Ensérune
y Olinto (Grecia).
El interés de Pla por el trabajo cotidiano de los iberos le llevó a estudiar los objetos e instrumentos de
metal relacionados con las tareas agrícolas y artesanales (Pla 1968 y 1972). Sus trabajos se basan, fundamentalmente, en los hallazgos de la Bastida, que siguen siendo, después de cuarenta años de su publicación,
el estudio más completo de instrumental agrícola y artesanal prerromano y de referencia obligada hasta
en las más recientes ediciones sobre el trabajo en el mundo ibérico (Chapa y Mayoral 2007). La excepcional
colección y los meticulosos inventarios, dibujos, y estudios por parte de Pla adscribiendo todos los utensilios
a los distintos oficios, permitieron que términos como agricultura, apicultura, ganadería, carpintería, cantería, herrería y curtidos encontraran su lugar en los estudios ibéricos [fig. 22].
El volumen dedicado a las construcciones y al urbanismo de la Bastida nunca llegó a ver la luz, por lo
que para abordar estas cuestiones contamos exclusivamente con la planimetría del área excavada y la descripción de los 100 primeros departamentos (Fletcher et alii 1965 y 1969) además de las memorias de excavación publicadas. Al respecto, los diarios de excavación no son elocuentes porque son escasas estas
anotaciones en comparación con los hallazgos y descripción de materiales [fig. 23]. Aún así, los excavadores
destacaron grupos de viviendas con diversos compartimentos y paredes medianeras, de dimensiones muy
variadas, remarcando la confusión y la dificultad de definir las entradas a los departamentos. En ocasiones
se refieren con más detalle a muros de excelente factura (como el muro al este de los Deptos. 134, 135, 139
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23. Diario de excavación con el croquis de los departamentos excavados al final de la campaña de 1928.
y 140) o escaleras que salvan los desniveles entre las distintas habitaciones y detalles de los equipamientos
internos como bancos corridos, poyos para molinos [fig. 24], suelos de tierra batida y enlosados. Identifican
restos carbonizados de rollizos de madera que, obviamente, relacionan con las cubiertas y señalan la presencia de algunos adobes o pellas de barro pertenecientes a los alzados de las paredes (Ballester 1928, 188190).
La parte que dedicó Enrique Llobregat a la Bastida en su estudio de referencia sobre la Contestania (Llobregat 1972) planteaba atrevidas propuestas de interpretación y funcionalidad de los espacios al distinguir
una habitación con ajuares preferentemente masculinos (instrumental metálico artesanal, de labranza, o
armas) denominada androceo; y un departamento femenino, o gineceo, de la que serían propios objetos
como la cerámica, los útiles de hilado y tejido, y elementos culinarios como hogares y molinos. Estas propuestas fueron pioneras en los estudios ibéricos pero no tuvieron excesiva aceptación entre los investigadores
del momento. Si bien algunas de estas identificaciones pueden ser matizadas, en el mundo ibérico se están
documentando cada vez más estancias vinculadas específicamente a actividades femeninas (cocina, molienda, tejido) y otras, más difíciles de identificar, parecen destinadas al ámbito masculino, como salas de
reunión, con ajuares propios de este género (Guérin 1999; Bonet y Mata 2002).
Santos Velasco (1986 a y b), siguiendo en parte la línea de trabajo de Llobregat, realizó estudios espaciales
de los materiales con el objetivo de abordar la distribución desigual de la riqueza. También hizo un ensayo
de estudio demográfico, identificando 20 viviendas con un total aproximado de 100 personas en los departamentos publicados. Sirvan estos trabajos, el de Llobregat y Santos Velascos, como estudios pioneros y modelos de reflexión para cualquier estudio social, económico y demográfico en poblados ibéricos.
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redescubriendo aqueLLa ‘nueva pompeya’ (1975-2008)
24. Obrero posando junto a una base circular de piedra para molino del
Depto. 155. 1930.
25. Trabajos de limpieza de muralla de la Bastida. 1975.
26. 50 aniversario del SIP. Enrique Pla explicando el urbanismo de la
Bastida. 1978.
29
Las excavaciones en la Bastida quedaron interrumpidas en 1931 debido a
una drástica reducción presupuestaria
que afectó todo el plan de trabajo de
Ballester (De Pedro, 2006, 60). Salvo el
pequeño sondeo realizado en 1952 por
Lamboglia no se volvió a intervenir en el
yacimiento hasta 1975. Ese año la Diputación de Valencia, a través del SIP y en
colaboración con el Ayuntamiento de
Moixent, emprendió un proyecto de protección y reconstrucción de muros porque el monte bajo y los pinos habían
ocultado casi prácticamente todas las estructuras. En varias fases se acometió la
construcción de un amplio camino de
acceso hasta la cima del yacimiento; el
vallado de todo el conjunto con una
puerta monumental y un refugio; la limpieza del área excavada y de todo el perímetro extramuros de la fortificación
[fig. 25]; y, la reparación de los muros,
quedando pendiente el último objetivo
del proyecto que era la reconstrucción
de uno o varios recintos (Aparicio 1982,
57-63; Aparicio 1984). Parte de estos
trabajos se realizaron para acondicionar
el yacimientos y preparar la visita que se
hizo a la Bastida, en 1978, con motivo de
los actos programados por el SIP en su
50 aniversario [fig. 26].
En 1990 se retoma el proyecto de investigación y puesta en valor del yacimiento con un nuevo enfoque (capítulo
11), pues ahora se abordan aspectos defensivos, urbanísticos, sociales y paleoambientales (Díes y Bonet 1996; Díes et
alii 1997; Díes y álvarez 1997 y 1998;
Bonet et alii 2000 y 2002; Bonet y VivesFerrándiz 2005, Bonet et alii 2007) que
nunca fueron tratados en las primeras
campañas. Este proyecto, actualmente en
desarrollo, conlleva también un interés
especial por la didáctica y la difusión de
los resultados de las investigaciones a
través de diferentes líneas de trabajo.
Cada una de ellas se abordan en los distintos capítulos de esta edición.
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02
horizontes cercanos
cArlos Ferrer gArcíA
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U
no de los instrumentos principales en la investigación de la interrelación entre cultura y medio ambiente en sociedades antiguas es la geoarqueología, que se basa en el estudio de los rasgos del medio
físico del pasado a través de la aplicación de técnicas geológicas. Su objetivo principal es definir las
características y procesos dominantes en el medio físico, la topografía, la geología, la geomorfología, la edafología y la hidrología, entre otros aspectos susceptibles de suministrar una textura capaz de interactuar con
los sistemas socioeconómicos (Butzer 1984, 6). Estos elementos constituyen el marco ambiental en el que
vivieron los habitantes de la Bastida, horizontes cercanos que sin duda condicionaron su evolución. En este
capítulo vamos a valorar el medio desde esta perspectiva.
La ubicación deL pobLado
El territorio en el que se halla el poblado de la Bastida de les Alcusses está constituido por una sucesión
de sierras, depresiones y valles de orientación NE-SO que configuran un relieve montañoso con extensos
espacios abiertos [fig. 1]. Ocupa la cumbre de un promontorio calcáreo en el límite suroeste de la Serra
Grossa desde el que se contempla una amplia área de más de 6 km de radio.
“Domínase desde esta altura un amplio panorama sólo limitado al este por el macizo montañoso de que forma
parte (y del que separa un barranco). En la misma orientación, por encima de los cerros más altos de la sierra,
emergen lejanos las crestas rocosas de Benicadell. Al sureste, en el fondo, destácase, surgiendo de la masa montuosa de Mariola, la cumbre de Moncabrer, y más bajo y próximo, parte del Valle de Albaida y la pintoresca hoz
del Pòuclar (sic) […]. Al mediodía se ve en primer término la llanura del Alforí, sembrada de caseríos, con el pueblecito de Fontanares como núcleo urbano, cuyo amplio paso da acceso desde el valle dicho a la meseta albaceteña,
por tierras de Caudete; y más allá del llano los montes de la Umbría que lo cierran por el sur […]. Por el lado
opuesto, al pie del cerro, bajo de un rellano de la loma cubierto de pinar, extiéndese de norte a poniente la llanada
de Les Alcuses (sic) […] también con numerosos caseríos; algo más lejos, pero en igual sentido, la honda cañada
formada por la rambla del Cáñoles, paralelos a la cual suben los actuales caminos […] que comunican la costa
con Albacete; y en último término los montes que separan la cuenca dicha de la serranía de Enguera. Y al suroeste,
donde vienen a comunicar fácilmente ambas llanuras, la del Alforí y Les Alcuses, aparece Fuente la Higuera pegada al cortinón montañoso de Mariaga (Capurutxo y Serra de la Silla)” (Ballester y Pericot 1929, 180).[fig. 2]
Por el este completan está visión el Alt de los Covatelles y la Talaia, que forman la barrera que limitan la
visión del corredor de Montesa en esa dirección. Este amplio espacio incluye varias unidades paisajísticas:
al norte del poblado el valle fluvial del Cànyoles, estrecho corredor situado a unos 420 m de altitud y la meseta del Pla de les Alcusses, 100 m por encima; al sur las cumbres aplanadas de la Serra Grossa, tras las que
se extiende el Pla dels Alforins, 100 m a su vez por encima del anterior; y finalmente, al oeste, la cuenca
media de la Rambla del Fossino [figs. 3 y 8].
Sin embargo, parte de estos espacios quedan fuera del control visual del asentamiento porque se hallan
situados a la sombra de pequeños resaltes topográficos. Es el caso de la importante vía de comunicación que,
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1. Vista aérea de la Bastida
de les Alcusses y su entorno
de noreste a suroeste.
a través de las terrazas fluviales del valle del río Cànyoles, conecta los llanos litorales septentrionales del Túria
y del Xúquer con la Meseta, Alicante y Murcia. El dominio visual inmediato y más efectivo lo ejerce hacia el
norte sobre el amplio altiplano del Pla de les Alcusses [fig. 4], y hacia el sur sobre el extenso cuerpo central
de la Serra Grossa. Surge así la imagen de un modelo dual y complementario del territorio de la Bastida. Con
un área, la septentrional, óptima para la agricultura y una meridional en la que predominarían los aprovechamientos forestales, las actividades extractivas y las ganaderas, y una relativa
distancia respecto a las principales vías de
comunicación. Con todo, esta visión del
medio puede ser en exceso simplista. En
los siguientes apartados analizaremos en
detalle las variables que lo caracterizan
para aportar una visión más completa y
compleja.
Los eLementos deL medio físico
La geología
2. Dibujo del diario personal de L. Pericot de 1928 en el que reproduce
el perfil montañoso que se divisa hacia el oeste. Además de los citados
corredores, “percíbese, recortándose en el fondo, casi esfumada, la inconfundible silueta de la despoblada ciudad de Meca” (Ballester y Pericot 1929, 180).
32
Este territorio forma parte del extremo
septentrional del área peninsular afectada
por los movimientos compresivos béticos.
Fase tectónica responsable aquí de la
construcción de suaves estructuras de plegamiento de orientación área NE-SO que
dan lugar a un paisaje en el que se alter-
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3. Mapa de localización del
entorno de la Bastida de les
Alcusses.
4. Vista parcial del Pla de les Alcusses desde la Bastida.
33
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el PaisaJe a traVés de sus noMBres
cArlos Ferrer gArcíA
Agustí rIBerA I gómez
La toponimia es una buena vía para presentar los rasgos de este territorio apenas esbozado, ya que los
nombres de sus elementos aportan una información relevante que nos permite introducirnos en el conocimiento de su paisaje [fig. 5].
La extensa Serra Grossa hace honor a su nombre y constituye el núcleo central del territorio [fig. 6], la
Serra Plana recibe en cambio esta denominación por lo aplanado de sus cumbres, ya que los estratos calcáreos no están plegados sino sobreelevados manteniendo la horizontalidad, aunque excepcionalmente en algunos puntos, los estratos en su área más próxima al valle buzan hacia éste. El relieve más meridional recibe
por convención el nombre de Serra de Solana; aunque en Fontanars se la conoce como de l’Ombria, por razones obvias, sería más correcto el nombre de la Replana, en este caso en relación con las superficies de erosión que suavizan sus cumbres. Frente a la uniformidad toponímica de los relieves, las zonas bajas o llanas
se denominan vall o pla. La primera forma aplicada sólo al valle fluvial del río Cànyoles, tal vez denominado
así en referencia a la partida Cañolas de Almansa o la de Canyalís de la Font de la Figuera, situadas en su
cabecera, aunque su nombre histórico es el de Riu de Montesa y el local es el de la Rambla. Pla se refiere a
espacios llanos elevados con un uso agrícola al que su denominación completa hace referencia, es el caso
del Pla dels Alforins (depósitos de cereal) y de les Alcusses (que se han descrito como depósitos de aceite,
aunque genéricamente se refiere a recipientes de cerámica para almacenarlo y administrarlo).
5. Mapa de detalle del entorno de la Bastida de les Alcusses con los topónimos citados en el texto.
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Cambiando de escala en el análisis
toponímico podemos ver que estas
grandes unidades del paisaje no son
homogéneas. Así, en la Serra Grossa,
encontramos llomes y plans, que nos
sitúan ante relieves de poca altura y
forma aplanada o redondeada y llanos,
resultado de procesos erosivos. Es el
caso de la Lloma del Serrellar y del Pla
de Mallaura, (mal-llaurar, difícil de labrar), que nos permite deducir el uso
agrario de ciertos espacios favorables
de la sierra. Frente a este modelado
suave, el Barranc Fondo revela la existencia de zonas con un relieve abrupto,
6. Vista desde la Bastida desde sur. En primer término aparecen la superficies
aplanadas de la Serra Grossa y en el centro el Corral de Sarrión.
resultado del control tectónico de la
red fluvial y del modelado cárstico, que
también se deduce de topónimos como
les Coves y Alt de Covatelles. Más complejo resulta determinar la significación del nombre del promontorio de la
Bastida, que etimológicamente se asocia a edificios o estructuras de carácter
provisional, pero que en ocasiones,
como parece ser este caso, puede se
utilizado para identificar fortalezas,
pues la imponente muralla del poblado
era visible antes de ser excavado (Ballester y Pericot 1929, 179).
También en el Pla de les Alcusses
encontramos topónimos que revelan
7. Vista de la Bastida desde el Pla de les Alcusses. En segundo término la Casa
variedad. Algunos hacen referencia a
de l’Alt de Regueró.
relieves como llomes y altets (Casetes
de la Lloma, Altet de Regueró, Altet de
Garrido, del Viudo, etc.), se trata de testigos de antiguas superficies que han quedado aisladas dentro del
llano margoso por la erosión, o de los pequeños relieves que delimitan el Pla por el norte con afloramientos
de rocas duras (calizas y areniscas). Otros topónimos como Casa de les Canyades (referido a valles estrechos)
o Casa del Fondo, revelan la existencia de vaguadas más o menos profundas; a ellos se asocian fuentes y topónimos que hacen referencia a la existencia de abundante agua (Regaixet, Regueró, Joncar o Sequiot son
buenos ejemplos). La Foia de l’Auela o Abuela, referida a la existencia de una depresión, y el nombre de la
antigua partida de Fontanars, nos descubre la existencia de un modelado y unos recursos hídricos parecidos
en el Pla dels Alforins, al menos en su sector más próximo a la Serra Grossa. Respecto a la cubierta vegetal,
frente al topónimo general del Pla, que hace referencia a su dedicación agraria, algunos topónimos como el
Bosquet, la Carrasqueta, el Rebollar o la Font del Roure, nos sitúan ante un espacio en el que la vegetación
natural, el bosque de carrascas y roble valenciano (quejigo), ocupó un lugar destacado [fig. 7].
Algunos topónimos expresan la presencia de suelos excepcionalmente arenosos (Casa dels Arenals y Coll
de l’Arena) o margosos (Coll Blanc), tanto en el Pla de les Alcusses como en la Serra Grossa, y otros, como
Camp Negre, hacen referencia a la existencia de antiguos horizontes edáficos ricos en materia orgánica. El
Bovalar, situado en la confluencia de la rambla de Fossino con el río, hace referencia a su uso como zona de
pastos para ganado bovino, y el Corral de Ruís o el Corral de la Bastida o de Sarrión, a los pies del poblado,
está en relación con ovejas y cabras.
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8. Esquema del corte geológico de noroeste a sureste.
nan anticlinales y sinclinales. Los primeros, pliegues convexos, forman sierras calcáreas de materiales cretácicos. Los sinclinales, pliegues cóncavos, forman los valles corredor rellenos de sedimentos margosos preferentemente marinos de edad miocena, aunque hacia occidente, fuera ya del área de estudio, afloran arcillas
continentales pliocenas. La mayor parte del área la ocupa la extensa y compleja estructura anticlinal de la
Serra Grossa, que delimitan los sinclinales del Pla dels Alforins y de la Vall del Cànyoles a sur y norte. Completan el conjunto los anticlinales de las sierras limítrofes [fig. 8].
El hecho de que el área se encuentre en el borde del dominio bético, en contacto con una región con un
comportamiento tectónico distinto, así como la existencia de fases compresivas posteriores a la principal,
9. Vista desde la Bastida del
paisaje situado al este. El
centro de la imagen la ocupa
la Talaia donde es visible
una extensa falla.
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10. Lloma del Serrellar donde aflora la caliza micrítica
cretácica utilizada en algunos elementos constructivos de
la Bastida.
complica el esquema geológico local. Los pliegues aparecen comprimidos, construyendo superposiciones, cabalgamientos, fracturas y fallas profundas, que los
modifican y complican su estratigrafía [fig. 9]. El resultante es un paisaje complejo, en el que un extenso sistema de fallas paralelas al eje de plegamiento articula
bloques con diversos comportamientos tectónicos. Es el
caso del gran anticlinal de la Serra Grossa, en el que algunas partes aparecen hundidas, formando depresiones
rellenas de sedimentos terciarios, como en el Pla de les
Alcusses y en la vaguada del Corral de Sarrión o de la
Bastida, y otras más o menos elevadas, como la Lloma
del Serrellar y su entorno, el promontorio de la Bastida
y els Altets (del Viudo y de Garrido, entre otros).
La secuencia estratigráfica del anticlinal muestra
una sucesión compleja de calizas, calizas margosas, dolomías sacaroideas, en ocasiones de aspecto brechoide,
margas y areniscas, depositadas preferentemente en un
medio marino a lo largo del Cretácico. Ningún estudio
geológico hasta el momento ha llegado a cartografiar su
distribución espacial, dada su complejidad (IGME, 1975
a, b y c). El sector central de la Serra Grossa constituye
el flanco meridional del anticlinal, desventrado, que
muestra estratos calizos y margosos del Cretácico inferior. Destaca aquí la presencia de calizas micríticas grises y calizas blanquecinas algo arenosas de grano fino
de gran resistencia, que fueron utilizadas en la construc-
11. El suave modelado sobre
margas miocenas del Pla de
les Alcusses contrasta con el
relieve abrupto de calizas de
la Serra Plana.
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12. Vista aérea de l’Altet de Garrido.
13. Bancos de dolomías grises sacaroideas de la Bastida.
ción de algunos elementos arquitectónicos singulares
del poblado. Se ha publicado la existencia de una cantera de época ibérica en superficie, aprovechando las
diaclasas en la caliza gris micrítica en la Lloma del Serrellar (Díes et alii 1997; Bonet et alii 2000). Efectivamente, en la citada loma, situadas a unos 600 m
lineales del yacimiento, existen varias zonas con claras extracciones de roca [fig. 10], que pudieran estar
relacionadas con su uso en la construcción y con su
explotación para la producción de cal de calidad,
tanto en la antigüedad como en épocas recientes, y de
hecho, en las proximidades existe una gran calera
monumental.
Los sedimentos margosos del mioceno son arcillas
calcáreas de color gris, beige y blanco, y rellenan los
sinclinales y bloques hundidos [fig. 11]. Se depositaron
en medios preferentemente lagunares y marinos de
plataforma interna durante fases contemporáneas y
posteriores al plegamiento, aunque parte de estos depósitos pudieran ser de origen continental, especialmente en el Pla de les Alcusses, donde cabe destacar
la presencia de arenas muy redondeadas de caliza y
cuarzo del principio del terciario en la base del promontorio de la Bastida (en primer término en la fig. 4
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14. Vista aérea de la Casa de
Palmi en la que se identifican
manchas de suelos oscuros,
antiguas áreas forestales
destruidas a mediados del
siglo pasado.
15. Vista aérea del área de
els Arenals, Casa Bas, Casa
Campuzano y Casa Gran. A
la derecha se identifican restos de suelos oscuros asociados a antiguos humedales y
una balsa que aprovecha las
aguas del acuífero.
y a los pies de la Bastida en el centro de la fig. 18) y de conglomerados fluviales finimiocenos en las divisorias
del Pla.
El límite norte del Pla lo constituyen los afloramientos de calizas y areniscas cretácicas, y de arcillas triásicas
sin yesos, que construyen los resaltes de els Altets [fig. 12], y más al este, la Serra de la Talaia. Destaca aquí
una pequeña colina situada en la Carrasqueta que se denomina Cabeçol del Ferro, donde abundan los afloramientos de hierro sedimentario, hematites, susceptibles de explotación. Estos relieves, en el extremo septentrional del flanco norte, contactan con el estrecho sinclinal que forma la Vall del Cànyoles o Garamoixent al
norte, relleno también de margas miocenas y de formaciones sedimentarias fluviales y aluviales cuaternarias.
Merece una atención singularizada en este análisis el promontorio de la Bastida, que como ya se ha indicado forma parte del flanco septentrional del anticlinal de la Serra Grossa. Individualizado y separado de
la Serra Grossa por una fractura a la que se asocian sendos barrancos a este y oeste, alcanza cotas situadas
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16. Cabecera de una vaguada vista desde l’Altet del
Viudo hacia la Serra de la
Silla (la Font de la Figuera).
En el centro destaca la Casa
de la Torre.
entre los 710 y los 740 m en la cumbre. Está constituido por dolomías grises y calizas cretácicas en bancos
decimétricos [fig. 13], utilizadas en la construcción del poblado, y puntuales afloramientos en las vertientes
de arenas y margas miocenas. En la cumbre predominan los estratos horizontales de dolomías, lo que permite el desarrollo de una superficie relativamente plana con pendientes por debajo del 15%, en un área de
hasta 150 m de anchura máxima y más de 1000 m de longitud. Destaca aquí una gran fractura de orientación
suroeste-noreste que se extiende por todo el relieve y que se asocia a los ejes de fracturación generales arriba
descritos. Al oeste del yacimiento se abre formando un eje longitudinal enmarcado por escarpes de hasta 3
m de anchura, que se han identificado con posibles viales de época ibérica (Fletcher et alii 1965, 13). En el
área central del asentamiento esta fractura da lugar a una pequeña sima cuyo relleno está formado por espeleotemas parietales (fundamentalmente costras) y limos rosados y blancos con cantos angulosos y cierto
grado de cementación. Finalmente en el extremo oriental del promontorio la fractura pasa a falla normal,
dando origen al pronunciado escarpe que aquí delimita el promontorio. En la parte más alta de esta plataforma, entre los conjuntos 4 y 5, una fisura trasversal a la principal da origen a una pequeña cavidad con rellenos de limos calcáreos y espeleotemas parietales, resultado, aparentemente, de un vaciado antrópico.
Junto a ella se abre una pequeña covacha, en esta ocasión a favor de los planos de estratificación horizontales,
con acceso orientado al este.
En la vertiente meridional los estratos calcáreos de calizas y dolomías aparecen cortados con buzamientos
no coincidentes con la pronunciada pendiente (cerca del 50%), dando forma a una ladera abrupta y escalonada. En la vertiente septentrional se observan bancos de calizas separados por finas capas de margas, sin
sucesión coherente y con variados buzamientos (aunque predomina la vergencia norte). En la parte media
alta, donde los estratos son subverticales, se han documentado pequeñas cavidades naturales y artificiales,
de orientación NS y SO-NE. Una de ellas, situada a unos 150 m al norte del lienzo septentrional del poblado,
se corresponde con una veta de limos calcáreos posiblemente explotada por el hombre, a la que se pudieran
asociar alguna veta mineral, aunque no existen ninguna evidencia firme en tal sentido. Sedimentos similares,
resultado de procesos de disolución de las rocas calcáreas, forman pequeñas acumulaciones en la parte baja
de esta ladera que también fueron utilizadas en la construcción de adobes. Un afloramiento de margas miocenas construye un estrecho replano en torno a los 620 m de altitud. Sólo hacia el suroeste y noreste las laderas poseen pendientes inferiores al 20%, que permitirían a un camino zigzagueante alcanzar porcentajes
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17. Vista aérea del cauce del
Barranc de la Casa Gran
(izquierda) y el Barranc del
Pou del Consell (derecha).
próximos a los que puede salvar un carro (Broncano y Alfaro 1997, 192), coincidiendo con la orientación
marcada por el vial principal y la ubicación de las puertas (Díes et alii 1997).
Modelado y suelos
El paisaje está controlado por factores tectónicos y litológicos, pero en su evolución ha intervenido la dinámica sedimentaria cuaternaria que ha configurado un modelado característico.
En las laderas de caliza y dolomía predominan los procesos de meteorización mecánica y los de transporte. Una intensa remoción de la escasa regolita da lugar a suelos de carácter lítico en cumbres arrasadas
y solanas, y suelos de escasa potencia y limitado desarrollo (leptosoles rendzínicos) en las umbrías [fig. 1].
Los procesos de disolución cárstica, poco activos hoy, afectaron en el pasado a estos relieves dando lugar a
superficies de erosión, como la que domina un extenso sector de la Serra Grossa situado al sur del yacimiento, constituido por crestas de cumbre aplanada que no superan los 710 m de altitud y depresiones poco
profundas situadas entre los 660 y 680 m, en ocasiones rellenas de terra rossa. Estos procesos también dan
lugar a cuevas, abrigos y simas en la Serra y en la Bastida como se ha señalado más arriba. En interacción
con la extensa red de fracturas, el modelado cárstico ha diseñado una red de drenaje con espectaculares escarpes en el barranc de la Bastida y su tributario, el ya citado barranc Fondo.
El Pla de les Alcusses es un espacio de suave modelado con pequeñas lomas redondeadas, vaguadas y
cauces de fondo plano. Se trata de un amplio altiplano con unas dimensiones de unos 2,5 km de noroeste a
sureste y 6 km de suroeste a noreste. A partir de la divisoria que coincide con el centro de su eje, se desarrollan varias unidades de vaciado y relleno. Las erosivas, en ocasiones encostradas, constituyen las lomas del
Pla, desde las que descienden de glacis de muy baja pendiente (en torno al 2% en su parte distal) constituidos
por margas blancas y grises transportadas y suelos pardo-grises forestales construidos sobre éstas (fig. 14).
Forman depósitos muy poco potentes y suelos aluviales ricos en carbonatos (60%), poco o nada evolucionados, muy productivos. Poseen textura franca con abundantes limos y arenas, sin apenas fracción gruesa,
que da lugar a agregados poco resistentes. Estos glacis confluyen con los procedentes de la Bastida, que son
preferentemente erosivos sobre el sustrato arenoso y forman suelos jóvenes con pendientes moderadas. En
el área de confluencia surge un espacio llano en el que encontramos algunas cuencas semiendorreicas (Are-
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18. Vista aérea vertical.
En el centro de la imagen aparece la Serra
Grossa en tonos oscuros,
y a ambos lados las margas miocenas de tonos
claros.
nals y Casa Gran y l’Ampolla). Estas zonas con problemas de drenaje están constituidas por suelos de limoarcillas de color gris oscuro muy intenso (histosoles) que asociamos a antiguos humedales, hoy relictos.
Estos espacios concentran los flujos de un acuífero detrítico muy poco profundo ubicado sobre las margas
miocenas impermeables basales y nutrido por los aportes subsuperficiales de las vertientes de Bastida y els
Altets y por el gran acuífero cárstico de la Serra Grossa [fig. 15].
Hacia levante y poniente la escorrentía del Pla se va ordenando en forma de suaves vaguadas que bruscamente pasan a barrancos encajados, con fondos planos y márgenes escarpados, resultado de un proceso
de erosión remontante que han ido mejorando de manera progresiva el drenaje del llano central [figs. 16 y
17]. Tanto los escarpes de los barrancos como los perfiles abiertos por las labores agrarias muestran formaciones sedimentarias de carácter aluvial y fluvial. Destacan por su proximidad al yacimiento el barranco que
hemos llamado de la Casa Gran y la parte baja del barranc de Bastida, donde los canales, encajados unos 10
m sobre margas y sedimentos, construyen amplios talweg de fondo plano con fluvisoles de textura franca,
ricos en nutrientes y bien drenados, que han servido hasta muy recientemente para el cultivo de productos
hortícolas sin necesidad de riego. Un modelado similar posee el fondo de la Vall del Cànyoles y el sector más
occidental del área de estudio, donde la Rambla del Fossino y sus afluentes, el barranc del Regaixet y el de
la Font de la Noguera, construyen un conjunto de terrazas muy recientes.
En los límites del área de estudio se localizan sendos sinclinales: el valle del Cànyoles y el Pla dels Alforins.
En el primero desde los relieves de la Serra Plana se extienden abanicos aluviales y glacis poligénicos con horizontes petrocálcicos subsuperficiales. Entorno al cauce se han desarrollado dos niveles de terraza constituidos
por sedimentos fluviales braided (barras de cantos y gravas rodados, y de arena, y pasadas de arcillas de llano
de inundación), situados en torno a 15 y 5 m respectivamente sobre el nivel de circulación de las aguas. En Pla
dels Alforins se da lugar a un modelado suavemente erosivo similar al del Pla de les Alcusses, aunque a cotas
mucho más altas. Los piedemontes y abanicos aluviales poligénicos que lo conectan con los relieves son aquí
más extensos, especialmente en el extremo meridional, donde forman extensos depósitos cuaternarios con
abundantes fracción gruesa y niveles encostrados, que forman suelos pedregosos poco profundos [fig. 18].
El agua: acuíferos, fuentes y ríos
Los sistemas hídricos de la zona se basan en dos acuíferos interconectados, uno cárstico y el otro detrítico/sedimentario, que a través de algunas surgencias (fuentes y manantiales) nutren los cursos de agua lo-
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cales. Destacan las fuentes del Pla de les Alcusses: la de la Casa del Fondo y la Font del
Roure en la cuenca del Barranc de la Bastida,
y la Font del Regaixet en la cuenca de la Rambla de Fossino, que dan lugar a flujos en
ambos cauces [19], hoy no siempre perennes,
que nutren al río Cànyoles, el principal curso
fluvial del área [fig. 20].
El acuífero cárstico está asociado a la Serra
Grossa y el terciario/detrítico a las margas y
las formaciones sedimentarias cuaternarias de
la Vall de la Costera. A nivel comarcal la capacidad de reserva es mayor en el acuífero margoso (190 hm3/año) que en el calcáreo (29
hm3/año). Pero las irregularidades topográficas y los afloramientos tectónicos de arcillas
triásicas impermeables los compartimentan
en subunidades, lo que determina tamaños reducidos y cierta irregularidad en los caudales,
que hacen que la unidad cárstica que nos
afecta posea conexiones laterales más extensas y mayor potencia hidrogeológico (IGME,
1989).
Las surgencias del acuífero calizo en la vertiente próxima al yacimiento son de escasa importancia. Se trata de las hoy desaparecidas
Font de la Casa Gran y el Pouet del Barranc de
19. Cauce de la Rambla del Fossino a su paso por el congosto del
mismo nombre al suroeste de la Serra Grossa.
20. Cauce del Río Cànyoles
al este del casco urbano de
Moixent.
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21. Font del Roure situada en
el cauce del Barranc del Pou
del Consell, en el borde oriental del Pla de les Alcusses.
les Coves, y del Fontanaret de la Bastida. Esta última hasta hace bien poco nutría una balsa con un lavadero
y algunas huertas. Un pozo abierto en el fondo de la vaguada donde se halla presenta en el verano de 2005
la superficie de agua a tan sólo 2 m por debajo del suelo, lo que viene a confirmar su potencial como reservorio.
Las surgencias del acuífero del Pla son más importantes. Sus reducidas dimensiones y las importantes
pérdidas laterales que tiene harían esperar una baja conservación, pero el estudio de visu de los niveles de
agua de los pozos del Pla en julio de 2005, 2006 y 2007, años de sequía, nos permitió observar que se situaban a menos de 15 m de profundidad, lo que nos lleva a proponer un buen funcionamiento debido en parte
a su baja explotación. De hecho, es muy probable que los humedales descritos más arriba se nutrieran históricamente tanto de las escorrentías superficiales y subsuperficiales como del propio acuífero. Actualmente,
la falta de cubierta vegetal y el mayor encajamiento de la red fluvial han facilitado su drenaje, de modo que
los encharcamientos, muy puntuales, responden ya sólo a flujos retenidos en pequeñas cuencas endorreicas
de sustrato arcilloso. Las principales fuentes que se nutren de este sistema se sitúan en los bordes del Pla.
A levante, en la cuenca de del barranc del Pou del Consell, donde la Font de la Casa del Fondo y la Font del
Roure [fig. 21], tienen importantes caudales, vinculados y dependientes, muy probablemente, del acuífero
principal cárstico. A poniente, asociada al Barranc de la Font de la Noguera, encontramos la fuente del
mismo nombre, pero la surgencia principal es la del Barranc de Regaixet [fig. 22], que en el siglo XVIII, según
refiere Cavanilles, se intentó utilizar para el riego del Bovalar, un sector del término municipal de la Font de
la Figuera situado junto al Cànyoles. Hoy el agua que aflora en el cauce del barranco es retenida por un azud
que hasta hace poco servía para nutrir un molino hidráulico situado junto al cauce de la Rambla de Fossino,
de la que es tributario.
Actualmente las aguas de los manantiales mantienen caudales no siempre perennes en el curso medio
de la rambla de Fossino y en la cabecera del barranc de la Bastida, ambos en las inmediaciones del yacimiento. El colector principal, el río Cànyoles, es un curso fluvial de cabecera, por lo que los caudales son
importantes sólo a partir del casco urbano de Moixent, donde confluyen algunos de sus principales afluentes.
Actualmente existen regadíos asociados al curso del Canyoles (11 l/s de caudal) y a su tributario, el Bosquet
(36 l/s), en esta parte de la cuenca. Un kilómetro más al este, la desembocadura del Barranc de la Boquella,
que drena toda la cuenca de Navalón, garantizaría aún más los caudales.
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eL medio naturaL en época ibérica
El clima
Aunque apenas existen datos acerca de los rasgos paleoclimáticos en época ibérica, los escasos estudios sedimentológicos y antracológicos llevados a
cabo en el área valenciana parecen indicar que las
condiciones apenas serían distintas a las actuales.
Trabajos más generales señalan que en el área mediterránea se instala el clima estacional actual ya
desde el 5000 antes del presente (Pérez-Obiol y
Julià 1994; Burjachs et alii 1997; Jalut et alii 2000).
Respecto a las precipitaciones también parece existir cierto consenso en considerar que desde el Holoceno medio se ha producido una progresiva
disminución de las precipitaciones (Riera et alii
2004). Un reciente estudio, llevados a cabo a través
de isótopos estables sobre carbones de Pinus halepensis, propone unas condiciones de humedad similares a las actuales en época ibérica aunque no
reconoce su uniformidad para el Holoceno superior
(Ferrio 2005). Con todo, es importante señalar que
las variaciones que se hayan producido con poste22. Surgencia de aguas acuíferas del Regaixet que se produce
rioridad al 8.000 BP deben de haber sido de bajo
en el cauce del barranco del mismo nombre, en el borde occiimpacto y no han provocado grandes cambios en la
dental del Pla de les Alcusses.
dinámica de los espacios naturales, más sensibles a
la acción humana en la gestión del medio, especialmente a través del uso del fuego (Davis et alii 2003).
Podemos pues plantear que el clima sería similar al actual con los matices ya expresados, mediterráneo
de inviernos suavemente frescos en transición entre el húmedo en las vertientes de montaña de estas comarcas (algo más de 700 mm/año de precipitaciones) y el de vertiente seca, característico de la cuenca del
Vinalopó (menos de 500 mm/año). Las temperaturas medias sobre los 15º C con una amplitud térmica de
carácter matizadamente continental, con frecuentes heladas invernales. Los veranos son cálidos, con temperaturas que pueden alcanzar los 40º C. Las precipitaciones actuales se producen sobre todo en otoño, y
algo menos en primavera, con volúmenes totales situados entre los 400 y los 600 mm/año, de las cuales
suelen darse algunas en forma de nieve, especialmente en enero y febrero [fig. 23].
Procesos geomórficos y el agua
Estudios sedimentológicos llevados a cabo en áreas geográficas próximas señalan para este periodo y
fases inmediatamente anteriores, el predominio de procesos erosivos en las vertientes (Fumanal y Calvo
1990), de procesos de encajamiento de la red fluvial en forma de erosión remontante en las cuencas altas
(Ferrer et alii 1993), y de procesos de acreción y aluvionamiento en las principales cuencas fluviales (Ferrer
y Blázquez 1995; Ferrer 2006). Dinámica que tendría que ver con la acción del hombre y con la existencia
de un clima semiárido similar al actual, de acuerdo con el modelo arriba descrito.
En el momento fundacional del poblado en la cumbre de la Bastida apenas existía cubierta sedimentaria.
La mayor parte del material utilizado en su construcción, fundamente basada en la arquitectura del barro,
procede del llano. Ello nos indica que los procesos de desmantelamiento de las vertientes se habían iniciado
muy anteriormente, coincidiendo con los datos generales, por lo que la potencia sedimentaria de las vertientes sería similar a la actual. En el Pla, los cauces encajados no muestran niveles de terraza histórica por
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23. La Bastida nevada.
lo que podemos presuponer una tendencia continua al encajamiento y a la erosión remontante desde el final
del Holoceno medio. Ello supone un encajamiento de la red fluvial menor en época ibérica, así como un drenaje más deficiente de las zonas endorreicas próximas al yacimiento que, además y en función de una mayor
disponibilidad de agua y un menor aprovechamiento de los acuíferos, permanecerían inundadas de manera
prolongada o continua. Con unas mejores condiciones de conservación de los acuíferos en época ibérica podemos pensar en la existencia de caudales relevantes en todos los cursos, en especial en las inmediaciones
del yacimiento, pero éstos sólo serían lo suficientemente importantes como para sostener ecosistemas fluviales complejos a unos 7,5 km del yacimiento en el curso del Cànyoles a la altura del actual casco urbano
de Moixent. Dos anzuelos documentados en la Bastida deben ponerse en relación con su posible aprovechamiento.
La vegetación
Los factores climáticos, litológicos y edáficos determinan la presencia potencial del carrascal mesomediterráneo, que por efecto del pastoreo y de incendios reiterados, ha dado paso a sucesivas fases de degradación, en forma de carracal relicto (Quercus rotundifolia), matorral alto (coscojar y lentiscar) o bajo
(brollar) acompañado de pino carrasco (Pinus halepensis). Son formaciones que se concentran en las zonas
no roturadas: en los relieves calcáreos y en las zonas de pendientes pronunciadas y de suelos poco profundos
de los bordes de los llanos margosos y en las lomas, aunque hasta mediados del siglo XX se conservaron pequeños bosques en el contexto del Pla de les Alcusses [fig. 24], como demuestra la presencia de restos de
suelos forestales en proceso de desmantelamiento dentro de las parcelas cultivadas [fig. 14]. Completa el
paisaje vegetal un bosque de ribera muy degradado que aparece en torno a los cursos fluviales más relevantes, en especial en el barranc del Regaixet y de la Bastida, muy cerca del yacimiento. Se trata de choperas
con álamo blanco (Populus alba) y de olmedas (Ulmus nimor) acompañadas de un rico tapiz herbáceo, como
se observa en el extremo inferior de la fig. 15, que han sido sustituidas por cañares junto al río Cànyoles. De
hecho, en el siglo XIII aparece citada en los Alforins la Alquería de los álamos.
La información paleobotánica derivada de estudios antracológicos en yacimientos ibéricos valencianos indica el predominio absoluto del pino carrasco en las muestras procedentes de estructuras constructivas, y la
presencia en el carbón disperso de otros taxones (característicos de la vegetación esclerófila mediterránea típica) como olivo / acebuche, lentisco, carrasca / coscoja, aladierno / espino negro, romero, madroño, olivereta
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24. Vista de la Casa l’Hostalera, al noroeste del Pla de les
Alcusses. Un pequeño promontorio no ha sido transformado y conserva vegetación
forestal.
o leguminosas, etc. (Grau 1990; Carrión 2006). Rasgos botánicos que los escasos estudios palinológicos hasta
ahora llevados a cabo vienen a confirmar (Dupré y Renault-Miskovsky 1981; Navarro 1989; Dupré 1995).
Esta misma tendencia se corrobora con los datos paleobotánicos recuperados en el propio yacimiento de
la Bastida, que permiten inferir la composición de las formaciones leñosas explotadas en el lugar (capítulo 5).
A la luz de la evidencia disponible, parece que la vegetación del entorno en el que se encuentra el poblado
estaría dominada por bosques de carrasca y de pino carrasco, con un substrato arbustivo con brezos, romero,
leguminosas, sabina, acebuche y coscoja. En zonas aclaradas o desprovistas de estrato arbóreo, estas especies
podrían dar lugar a matorrales termófilos de porte alto, que pueden adquirir una estructura más abierta como
consecuencia del fuego y la acción antrópica, en cuyo caso se enriquecen en especies como el romero y las leguminosas (Costa et alii 1997, 416). Estos matorrales progresarían más en el llano, donde se ha documentado
además la importancia de los lentiscales como formación dominante (Carrión y Ntinou, inédito).
La presencia en el yacimiento de restos de pino piñonero o marítimo se puede relacionar con la existencia
en la zona de afloramientos descarbonatados o arenosos, ya que estas especies tienen preferencias edáficas
muy marcadas hacia estos substratos, que albergaría estos pinares, además de otras especies silicícolas.
En cuanto a la vegetación de ribera, ésta podría estar compuesta por fresnos, sauces y chopos, especies
documentadas en el yacimiento. Éstas podrían formar bosque-galería junto al río Cànyoles y los principales
barrancos del entorno.
La elevada presencia del pino parece señalar que ya en época ibérica existían formaciones de sustitución
del carrascal, en función del clima semiárido y de la más que probable sobreexplotación humana del medio.
Con todo, no debemos presuponer que el bosque completo no estuviera presente. Es un dato significativo la
presencia de Quercus entre los carbones identificados en la mayor parte de los yacimientos estudiados, que
se sitúan sistemáticamente en contextos climáticos algo más secos que los de la Bastida. Es más relevante
si cabe el hecho de que se conserven pequeños carrascales relictos en los bosques isla y que donde han desaparecido hayan quedado fosilizados en la toponimia.
Así pues podemos proponer que en época ibérica la vegetación de los relieves estaría formada por bosques
de carrasca de hoja perenne y caducifolios, matorrales de coscoja de porte alto y brollares de aromáticas con
o sin pinos, en función de la intensidad de su explotación, que entre otros factores estaría condicionada por
la mayor o menor distancia al asentamiento. En los llanos también ocuparían extensas zonas en los márgenes
de las áreas cultivadas. En torno a los cursos fluviales y los principales barrancos los bosques galería de chopos y olmos podrían extenderse sobre mayores superficies que los actuales.
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el PoBlaMiento iBérico en el entorno
José Pérez BAllester
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La cabecera deL río cànyoLes: deL periodo ibérico antiguo aL pLeno
L
a fundación del oppidum de la Bastida de les Alcusses no se produce en un paraje deshabitado; bien
por el contrario, los estudios realizados en la zona sobre el período Ibérico Antiguo (siglos VI – V a.C.)
muestran un paisaje intensamente poblado en el Pla de les Alcusses, en el Corredor de Montesa, y en
la cabecera del valle del Cànyoles, e incluso con indicios de posible jerarquización del poblamiento comarcal
para este período (Rodríguez Traver 2003; Rodríguez Traver y Pérez Ballester 2006) [fig. 1].
Durante el mismo, el poblamiento en la cabecera del río Cànyoles se organiza en torno a dos asentamientos: les Cabeçoles, al pie del Frare y en la margen izquierda del río, y Sant Sebastià en la margen derecha,
junto a la Font de la Figuera, al pie de la Mola de Torrò [fig. 2]. En sus alrededores se han constatado pequeños asentamientos que comparten intervisibilidades como Camí Fondo I, Vegueta I, Vegueta II, Casa
Ferrero y Barranc del Mosso. En la entrada al Corredor de Montesa, precisamente allí donde el valle es más
estrecho, se ubica Castellaret y su necrópolis monumental Corral de Saus (Izquierdo 2000). Como en los
casos anteriores, también Castellaret presenta en su entorno inmediato toda una serie de asentamientos
menores dependientes, que se concentran en la margen izquierda del Cànyoles: Venta de la Balsa Norte, La
Tuerta I, Reixac y Camí del Lliso I.
Estos tres yacimientos que vertebran el poblamiento de la cabecera del río Cànyoles presentan unas características comunes: su superficie está estimada en unas 2 Ha; se ubican en lomas, apenas a 50 m sobre
el nivel de fondo del valle; todos ellos están al pie de la importante vía de comunicación (valle del Cànyoles)
por la que discurrirán la llamada Vía Heraclea, Camino de Aníbal y la Vía Augusta, controlando el paso al
Corredor de Montesa y por tanto al valle del Xúquer (Castellaret), al pie del doble acceso o bifurcación del
camino hacia el valle del Vinalopó o la Meseta (Sant Sebastià), o simplemente al pie del camino, pero controlando una posible área de explotación de hierro (Cabeçoles). A la vez, los tres asentamientos ejercerían
un claro aprovechamiento agrario de su entorno inmediato.
En cuanto al Pla de les Alcusses, se registran al menos una docena de yacimientos que presentan una
clara ocupación durante el periodo Ibérico Antiguo: Casa Deshabitada o el Puntxó, Camp Regalet (Regaixet), Casa Regalet I, Casa San Fernando, Casa Bas, Bosquet-S. Antonio, Casa Golf, Mas del Fondo,
Casa Montserrat I, Casa Clemente, Casa Parisó y la Cabañila. De ellos, sólo el primero pudo tener una
extensión mayor que lo acercase a los asentamientos que hemos visto en la cabecera del Cànyoles. Es
además un lugar que destaca sobre el entorno, manteniendo relaciones visuales directas con cuatro de
los yacimientos del Pla, así como con Sant Sebastià. En la mayor parte de los casos constituyen pequeños
asentamientos situados en el propio llano del Pla aunque alguno se sitúa en ladera o en la cima de pequeñas elevaciones, como es el caso de la propia Casa Deshabitada / Puntxó. Su ubicación es propicia
para la explotación agropecuaria del Pla, a modo de casas de labor, alquerías u otras pequeñas estructuras. Es interesante constatar que se sitúan en el entorno de una importante vía de comunicación secundaria, siguiendo el Camí Vell de Moixent a la Font de la Figuera o “Camí dels Romans” que atraviesa el
altiplano longitudinalmente de nordeste a sudoeste y que podría fosilizar un antiguo camino prerromano
en dirección a los llanos de Caudete.
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1.- Les Cabeçoles
2.- El Frare
3.- Sant Sebastià
4.- Mola de Torrò
5.- Camí Fondo I
6.- Vegueta I
7.- Vegueta II
8.- Casa Ferrero
9.- Barranc del Mosso
10.- Castellaret
11.- Corral de Saus
12.- Venta de la Balsa Norte
13.- La Tuerta I
14.- Reixac
15.- Camí de Lliso I
16.- Casa Deshabitada / El Puntxó
17.- Camp Regalet (Regaixet)
19.- Casa San Fernando
20.- Casa Bas
21.- Bosquet – San Antonio
22.- Casa Golf
23.- Mas del Fondo
24.- Casa de Monserrat I
25.- Casa Clemente
26.- Casa Parisó
27.- La Cabañila
18.- Casa Regalet I (Regaixet)
28.- El Racó de Sanxo – 2
29.- El Corralet de Selmo
30.- El Rodriguillo
31.- El Infierno 2
32.- Casa Rixec
33.- Joncaret
34.- Casa Vella
1. Yacimientos en el entorno de la Bastida de les Alcusses citados en el texto (los números hacen referencia al listado adjunto).
En el valle de els Alforins se han localizado yacimientos que podrían encuadrarse en el período Ibérico
Antiguo o en el Pleno: el Racó de Sanxo-2, el Corralet de Selmo, El Rodriguillo, El Infierno 2 y algunas leves
concentraciones de material (Ribera 1995; García Guardiola 2006). El Racó de Sanxo-2 y el Corralet de
Selmo se ubican en ladera o margen norte del valle, en posición levemente dominante, mientras que El Rodriguillo y El Infierno 2 aparecen en el llano.
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2. La Mola de Torró y Sant
Sebastià, a sus pies, desde el
entorno del asentamiento de
Cabeçoles.
3. El macizo del Capurutxo
donde se ubica la Mola de
Torró y, en la ladera, el asentamiento de Sant Sebastià.
El periodo Ibérico Pleno
La Bastida de les Alcusses tiene un territorio natural conformado, en su mayor parte, por el Pla de les
Alcusses al norte y por los barrancos y espacios montañosos situados al sur de éste. Interesante es la distribución de yacimientos en este entorno, que indican la configuración de una ocupación más intensa en la
parte septentrional del territorio asociada, como veremos, a las tierras de cultivo del Pla y los márgenes septentrionales que dominan visualmente el río y el paso del corredor de Montesa.
Efectivamente, la adaptación a la orografía de la zona de la Bastida del círculo teórico de 5 km de radio
que suele definir el área de Captación de Recursos de un asentamiento, nos da un territorio próximo limitado
al norte por el reborde montañoso del Pla de les Alcusses, con el Altet de Garrido y el Altet del Viudo como
hitos principales; al nordeste por el borde del Pla y el macizo del Alt de les Covatelles; al este se encuentra
con la propia Serra Grossa; al sur y sudeste encontraríamos el valle dels Alforins, aunque la formación mon-
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4. L’Alt del Frare.
5. Castellar de Meca: sistema de acceso mediante viales tallados en la roca para faciltar la circulación de carros.
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6. La Solana del
Castell de Xàtiva.
tañosa de la Lloma del Serrellar, casi inmediata a la Bastida, limitaría su control visual. Al oeste el límite del
Pla viene definido por la Rambla del Fossino y su confluencia con el valle del Cànyoles.
En el Pla de les Alcusses el panorama que hemos visto para los siglos VI-V a.C. cambia a partir del siglo IV
a.C. Se identifican con seguridad diez lugares con cerámicas de esta época: Casa San Fernando, Casa Bas,
Casa Parisó, Casa Golf, El Bosquet-San Antonio, Casa Rixec, Casa Montserrat, Casa Clemente, Joncaret y
Casa Vella. Este fenómeno de reducción – aunque algo limitada – del número de asentamientos nos estaría
hablando no de un despoblamiento del Pla, sino más bien de una posible concentración de la población en la
Bastida, mientras continúa el mismo patrón de poblamiento en el Pla. La acumulación de herramientas para
el laboreo de la tierra en algunos departamentos del poblado (capítulo 5), indica que los habitantes de la Bastida mantienen una relación estrecha, directa, con las labores agrarias, de modo que las concentraciones de
cerámicas detectadas en el llano pueden interpretarse como pequeños asentamientos, casas de campo y de
labor, en estrecha relación con la Bastida.
Varios oppida localizados en el entorno de la cabecera del Cànyoles se deben considerar también en el
discurso. Se trata de dos oppida en altura, la Mola de Torró y l’Alt del Frare, y dos ocupando la ladera y cima
de suaves lomas, Sant Sebastià y Cabeçoles, que junto a Castellaret completan un conjunto de asentamientos
de tamaño medio – entre 2,5 y 4 ha – que no distan unos de otros más de 6,5 km. Resulta interesante constatar que este patrón de poblamiento visto en la Bastida y el Pla de les Alcusses parece repetirse para los territorios próximos pertenecientes a otros oppida en altura de la zona (Mola de Torró, l’Alt del Frare y
Castellaret) aunque es más difícil atribuir con seguridad yacimientos al período Ibérico Pleno por los problemas de dataciones de las cerámicas.
La Mola de Torró es un oppidum en altura situado en el macizo del Capurutxo y sobre la Font de la Figuera [fig. 3]. Para D. Fletcher que lo prospectó y conoció los materiales extraídos por J. Chocomeli en los
años 50, tendría una cronología similar a la Bastida, es decir no llegaría más allá de finales del siglo IV o inicios del III a.C. Algunas cerámicas procedentes del yacimiento que hemos podido revisar confirman esta
cronología. Con unas 4 Ha de extensión, su situación lo convierte en un puesto estratégico en el control
visual y efectivo de las principales comunicaciones del valle del Cànyoles con la Meseta y con la costa, así
como sobre el poblamiento y el entorno circundante.
El yacimiento de Sant Sebastià está situado en una suave colina al pie del Capurutxo, a poco más de un
kilómetro de la Mola de Torró. La dispersión de los materiales y algunas estructuras murarias nos indican
una superficie ocupada de entre 3 y 5 ha. Se alza apenas unos 50 m sobre el nivel del valle, cerca de las mis-
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7. Castell de Montesa.
mas tierras cultivables y fértiles de la Mola, con abundante agua y también con una posible funcionalidad
estratégica, pues controla de cerca el paso situado al sur del Capurutxo que conduce al corredor del Vinalopó
y hacia Castilla-La Mancha por Caudete. Sus materiales nos indican una cronología que se remonta al menos
al siglo VI a.C. perdurando hasta época romana aunque es al Ibérico Antiguo al que corresponde la mayor
parte de los materiales recuperados (Rodríguez Traver 2006). De este modo antecedió en el tiempo al oppidum de la Mola de Torró, aunque pudo depender de él durante el siglo IV y luego continuar habitado durante los siglos III a I a.C.
L’Alt del Frare es el otro oppidum en altura de esta zona [fig. 4]. Se ubica en la cima amesetada de un
cerro de difícil acceso y la superficie ocupada se ha estimado entre las 2’5 y 3 ha. Con escasas tierras cultivables
en su entorno, se ha detectado sin embargo una posible fuente de recursos: la explotación del hierro (Pérez
Ballester y Borredá 1998). En cuanto a su relación con vías de comunicación, ésta es doble: con la vía natural
conformada por el propio valle del Cànyoles, y con otra muy antigua, atestiguada ya para el poblamiento del
II milenio, que aprovechando los barrancos de Fossino y El Mosso, cruza en dirección sudeste-nordeste la
cabecera del valle, uniendo las tierras al oeste del macizo del Caroig (Llanos de Almansa) con el río Clariano
y las tierras de la Vall d’Albaida. El análisis de las cerámicas procedentes de la prospección del lugar y las de
la excavación de varios departamentos (Pérez Ballester y Rodríguez Traver 2004), arrojan una cronología
para este asentamiento que va desde finales del siglo VI a la mitad del siglo III a.C.
En cuanto a Cabeçoles, se sitúa en la más amplia de una serie de pequeñas elevaciones (30-50 m de altura) ubicadas al pie de l’Alt del Frare, junto al valle del Cànyoles. En su ladera meridional se han localizado
las hiladas inferiores de una posible muralla que se conserva en una longitud de 60 m. El asentamiento tendría unas 2 Ha de extensión y está próximo a tierras aptas para el cultivo, así como a posibles vetas de mineral
de hierro. A la partida de Cabeçoles, donde se ubica el yacimiento, se atribuye el hallazgo de una cabeza de
caballo en piedra, hoy en el Museo Arqueológico Nacional. Como ocurre en el cercano Sant Sebastià, los
materiales predominantes en el lugar corresponden al período Ibérico Antiguo, aunque existen algunas cerámicas que permiten asegurar su pervivencia durante el Ibérico Pleno y Tardío. Del mismo modo que en
el caso anterior, es posible que durante el siglo IV a.C. Cabeçoles pase a depender de un oppida en altura de
su entorno inmediato, l’Alt del Frare.
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eL pobLamiento en Las áreas próximas
El Castellar de Meca y el paso de Almansa
Al noroeste de la Bastida encontramos, ya en tierras albaceteñas y a unos 30 km de ésta, el importante
oppidum de Castellar de Meca [fig. 5], en la Sierra del Mugrón, junto a Almansa. El estudio que sobre el poblamiento ibérico de la parte oriental de la provincia de Albacete ha realizado L. Soria (2000) nos muestra,
para la zona lindante con nuestra área de estudio (Almansa, Caudete) un poblamiento similar al que encontramos en el área de Villena, caracterizado por la existencia de pequeños o muy pequeños asentamientos dispersos, aunque aquí la presencia de Castellar de Meca parece que impone, para el siglo IV a.C., un modelo de
territorio estructurado en torno a grandes oppida muy alejados entre sí: el mismo Castellar de Meca, Saltigi
(Chichilla) y el Tolmo de Minateda (Hellín), separados cada uno por más de 100 km y con un número no muy
grande de pequeños asentamientos dependientes dispersos por la llanura manchega. Estamos evidentemente
ante un modelo de poblamiento totalmente diferente al que vamos a encontrar en tierras valencianas.
Saitabi y el corredor de Montesa
La tradición localiza el antiguo oppidum de Saitabi en lo que hoy conocemos como Castell Menor, sobre
la actual ciudad de Xàtiva, donde podemos afirmar que hubo una continuidad del poblamiento al menos
desde el Bronce Final hasta época romana [fig. 6]. El poblamiento antiguo de Xàtiva se localizaría a una y
otra vertiente de esta cresta caliza, en laderas suaves situadas hacia el sudeste, la Solana, y hacia el noroeste,
la Costa; la cresta caliza se interrumpe en un trecho central, abriendo la posibilidad de que fuese allí donde
conectasen ambas zonas habitables del asentamiento. Es en la Solana del Castell (6 ha aproximadamente)
donde existe una constancia más clara de estructuras y materiales de época ibérica, mientras que en la Costa
(6-10 ha) predominan los materiales de la ocupación islámica y romana de la ciudad. Algunos depósitos de
materiales ibéricos se han documentado en la parte alta de la ciudad, entre las murallas islámica y borbónica,
lo que nos hablaría de una extensión de la ciudad de entre 6 y 20 ha en época ibérica, según los períodos. Su
8. Cabecera del Cànyoles y, al fondo, el corredor de Montesa, desde la Mola de Torró. A la izquierda, en la Serra Plana o d’Enguera,
se ubican l’Alt del Frare y Castellaret.
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9. El Corral de Saus (a la izquierda) y el Castellaret (situado a la derecha del
barranco) en las estribaciones meridionales de la Serra
Plana o d’Enguera.
excepcional ubicación ofrece a la vez una protección natural y un control de la vía que conduce desde las
planicies litorales a la Meseta por el valle del Cànyoles, así como del paso del río Albaida hacia la Vall del
mismo nombre y las comarcas centrales valencianas desde el Estret de les Aigües.
La revisión de los materiales ibéricos procedentes de la Solana depositados en el Museo de Xàtiva (Pérez
Ballester y Rodríguez Traver 2008), ha proporcionado un porcentaje altísimo de cerámicas fechables desde el
Ibérico Pleno al Ibérico Tardío, así como otras más escasas del Ibérico Antiguo. Este panorama se une al que
nos proporcionan otros elementos como las acuñaciones monetales (Ripollés 2007) y las menciones de las
fuentes, que parecen colocar el momento de mayor influencia de la ciudad ibérica de Saitabi entre los siglos
III y I a.C
Xàtiva estuvo ocupada al menos desde el Bronce Final, como lo atestiguan las excavaciones en curso en
la Solana (Pérez Ballester et alii 2007 y 2008), con niveles y materiales fechables desde el siglo IX al I a.C.
En la ladera este del cerro de Montesa, que se levanta a una cota de 80 m sobre el entorno circundante,
se ha documentado una concentración de cerámicas de los siglos VI-II a.C. en una extensión de 3 ha, aunque
el tamaño del asentamiento es incierto [fig. 7].
También en el corredor de Montesa, en su encuentro con la cabecera del valle del Cànyoles, se ubica el
poblado ibérico de Castellaret, que ocupa la ladera de un cerro en las estribaciones meridionales de la Sierra
de Enguera, a poca altura (entre 50 m y 10 m) sobre el valle del Cànyoles [figs. 8 y 9]. La bibliografía habla
de dos asentamientos: Castellaret de Dalt y Castellaret de Baix. El primero podría ser una atalaya o puesto
de vigilancia del segundo, que ofrece una dispersión de los materiales de más de 6 ha, aunque quizás el asentamiento propiamente dicho no sobrepasaría las 3 ha, pues se encaja entre dos barrancos. El asentamiento
controla el paso del Cànyoles, al ubicarse justo en su parte más estrecha. La cronología de las cerámicas halladas oscila entre los siglos VI y I a.C., y la cercana necrópolis del Corral de Saus utiliza en sus encachados
algunos fragmentos escultóricos funerarios ibéricos que se pueden fechar entre finales del siglo V y la primera
mitad del siglo IV a.C. (Izquierdo 1995, 235-236; Izquierdo 1997) [fig. 10]. También han aparecido cerámicas
de la Edad del Bronce.
La Canal de Navarrés
Estrictamente, la Canal de Navarrés es una depresión de unos 15 km de longitud por 3 km de anchura,
surcada por el río Sellent con orientación noroeste-sudeste, y situada al noroeste de la Costera de Ranes; La
comarca actual abarca un amplio territorio con Enguera como lugar principal. Este territorio tiene una superficie de unos 250 km2.
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10. Decoración escultórica que representa un personaje femenino perteneciente a un monumento funerario ibérico del Corral de Saus.
Conocemos hasta el momento un poblamiento disperso (12 asentamientos) desde Estubeny hasta Navarrés siguiendo el valle del Sellent, y un gran asentamiento en la Sierra de Enguera, cerca de la población
del mismo nombre: Cerro Lucena [figs. 11 y 12]. Es un oppidum de unas 4-5 ha de extensión, con restos de
una muralla perimetral y al menos una torre de un recinto superior. Los materiales arqueológicos registrados
arrojan una cronología centrada entre el siglo IV a.C. y el siglo I d.C., aunque predominan aquellos propios
de los siglos III a I a.C. Es el yacimiento ibérico más importante de toda la comarca, y está comunicado por
un antiguo camino de carriladas con el valle del Cànyoles.
La Vall d’Albaida
La Vall d’Albaida es una unidad geomorfológica situada al sudeste del valle del Cànyoles con dos subzonas: una centro-oriental, más amplia y llana, al sur de Saitabi, donde coinciden los ríos Albaida y Clariano;
y otra occidental, más alta, rectilínea y estrecha, donde se encuentran Ontinyent y Fontanars dels Alforins,
que está atravesada en gran parte por el Clariano.
El conocimiento que tenemos del poblamiento ibérico de la Vall d’Albaida es muy desigual. Se limita a
una primera recopilación de M. Gil Mascarell (1971) y algunos trabajos posteriores de A. Ribera (1992, 1995
y 1997). Precisamente debemos agradecer a este arqueólogo, director del Museu Arqueològic d’Ontinyent,
su colaboración y los datos proporcionados para el conocimiento del poblamiento ibérico en Ontinyent y en
Fontanars dels Alforins. Con estas fuentes de información, hemos podido ubicar un total de 68 asentamientos con probable ocupación en el Ibérico Pleno y Tardío, de los que 44 corresponden al sector centro-oriental
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11. Vista de la vertiente sur
del Cerro Lucena.
12. Vista área de las excavaciones en Cerro Lucena.
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13 A. Excavaciones en Covalta, entre 1909 y 1919.
13 B. Muralla del poblado de
Covalta.
de la Vall y 24 al sector occidental, lo que nos habla de un denso poblamiento en la época que nos ocupa.
Destacaremos los posibles oppida que fueron contemporáneos a la Bastida.
La Covalta (Albaida) es un pequeño oppidum situado en la cima amesetada de una estribación de la Serra
d’Agullent [figs. 13 A y B]. Tiene una extensión de entre 1,5 y 2 ha, y sus materiales arrojan al menos dos
fases de ocupación: Ibérico Antiguo e Ibérico Pleno, siendo abandonado en la primera mitad del siglo III
a.C. (Raga 1995; Grau 2002). Cierra por el sur la Vall d’Albaida y controla el importante paso que comunica
la Vall con las comarcas centrales valencianas, así como el paso o el Estret d’Agres. Estamos de acuerdo con
Grau en la dependencia de la Valleta d’Agres para la subsistencia del poblado; controlaba también el paso
que lleva hacia la Plana de Muro. En cuanto al control del paso y el territorio de parte de la Vall, pensamos
que su abrupta orografía hace difícil un control directo, aunque hay un antiguo camino de herradura que
desciende directamente del poblado hacia el puerto. Creemos que el control se ejercería indirectamente a
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14. El territorio ibérico en
torno a Saitabi (Xàtiva), según
propuesta de Pérez Ballester.
1: Castell de Xàtiva, 2: Mola de
Torró, 3: Sant Sebastià, 4: El
Frare, 5: Cabeçoles, 6: Bastida
de les Alcusses, 7: Castellaret,
8: Montesa, 9: La Coroneta,
10: Fontanars 2, 11: Santa
Anna, 12: Alt del Valiente,
13: Alt de la Carraposa,
14: Cerro Lucena, 15: Covalta,
16: Castell Vell, 17: Sant Antoni, 18: El Castellar, 19: Tossal del Morquí.
través de asentamientos dependientes interpuestos y más cercanos al paso natural y al territorio. Para la
Covalta podría ser el Castell Vell, junto el inicio del Port d’Albaida.
A unos 9 km al este de la Covalta está la Penya del Migdia (Beniatjar), también conocido como la Penya
Roja, otro gran asentamiento ibérico en altura. Ubicado sobre un estribo de la vertiente norte del Benicadell,
a más de 250 m de altura relativa, ocuparía, según parece, más de 5 ha de extensión. Su cronologia podria
centrarse en el Ibérico Pleno debido a la presencia de ceràmica ática aunque, como en Covalta, se han recogido también fragmentos de ánfora fenicio-occidental por lo que es de suponer la existencia de una fase de
ocupación anterior.
Unos 4 km al nordeste de la Penya del Migdia, Sant Antoni (Castelló de Rugat) es un oppidum situado
junto a la población actual. Se alza destacado a unos 80/100 m sobre el entorno de tierras bajas y cultivables.
Su situación, cerca del inicio del estrecho paso que siguiendo el río Vernissa lleva a las tierras de Gandia y por
tanto al mar, le otorgan el valor de lugar de control de uno de los pasos de comunicación de la Vall d’Albaida
con las comarcas colindantes, en este caso la de La Safor. En los años veinte del pasado siglo se recogió “…cerámica griega clásica” (Ballester, en Gil Mascarell 1971, 576). En superficie se encuentran cerámicas ibéricas
que podrían fecharse en época Plena y Tardía, así como materiales romanos republicanos. Sin obstáculo alguno
que la enlace visualmente con Saitabi o su entorno, creemos que es uno de los oppida que marcan los límites
de su territorio, controlando, tras el posible abandono del Tossal del Morquí, el paso hacia Gandia y el mar.
El Tossal del Morquí (Terrateig), situado unos 8 km al este de Sant Antoni, constituye otro amplio asentamiento ibérico; ubicado en la vertiente occidental de este cerro, en posición adelantada hacia el valle, a
mas de 150 m de altura relativa y ocupando aproximadamente mas de 5 ha. Su cronología parece centrarse
en el Ibérico Pleno. Como Sant Antoni, controlaría el paso hacia la costa, y es el mas oriental de los oppida
de la Vall que cierran el flanco sur del territorio de Saitabi.
En definitiva, el poblamiento del Ibérico Pleno en la Vall d’Albaida parece estructurarse en una serie
de oppida (2-4 ha) ubicados en la cima (Covalta) o en elevadas estribaciones de la vertiente norte del Benicadell (la Penya del Migdia, el Tossal del Morquí) distanciados unos 10 km entre ellos. Otros poblados
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medianos están ubicados también en altura pero son más accesibles como por ejemplo el Castell Vell (Albaida) o Sant Antoni (Castelló de Rugat), y perduran hasta el Ibérico Tardío. Se concoce también toda
una serie de pequeños asentamientos o explotaciones en el propio valle, más difíciles de evaluar en cuanto
a sus características, extensión y cronología, al estar generalmente muy arrasados, pero entre los que se
podrían citar los que presentan cerámica ática como Atzeneta d’Albaida (núcleo urbano) o la Canaleta
(Agullent).
En cambio en el sector occidental de la comarca, desde Covalta y hasta la Bastida, no hay ningún gran
yacimiento para el período Ibérico Pleno. Incluso resulta difícil, por el momento, encontrar las pequeñas
explotaciones en el propio valle, asentamientos que, como venimos diciendo, sí se documentan con relativa
abundancia a partir de los siglos III/II a.C.
La cabecera y el valle alto del Vinalopó
En la cabecera del Vinalopó (Beneixama, Banyeres, Bocairent) parece que el oppidum fortificado en
altura del Cabeçó de Mariola con sus 3 ha, sería, como en el modelo anterior, el centro organizador del valle,
con al menos 7 pequeños yacimientos dependientes del mismo (Grau y Moratalla 1998, 111-124).
No ocurriría lo mismo en el Alto Vinalopó (Biar, Villena, Caudete, Sax), en donde para esta época encontramos primero un gran vacío (zona de Beneixama – Biar) y a continuación un poblamiento caracterizado
por asentamientos de pequeño tamaño, en donde el más importante, y no por su extensión (0,4 ha) es El
Puntal de Salinas: fortificado, con una rica necrópolis con abundantes cerámicas de importación, que controla un importante paso de comunicación entre el Vinalopó y las tierras del interior murciano, y que explota
seguramente las salinas y las aguas que anuncian su topónimo (Hernández y Sala 1996; Sala 1995; Grau y
Moratalla 1998). La falta de excavaciones nos impide conocer mejor una media docena de asentamientos
más, algunos de los cuales tienen como característica importante el haberse documentado en ellos escultura
funeraria (El zaricejo, Capuchinos, Casica del Tío Alberto).
a modo de recapituLación: oppida en contacto
En conclusión, durante el siglo IV a.C., contemporáneos por tanto con la Bastida, hallaríamos en el valle
del Cànyoles, y de nordeste a sudoeste los siguientes oppida: Saitabi, con un territorio que seguramente se
limitaba a la Costera de Ranes al norte y Bisquert al sur; Montesa, que controlaría la Canal de su nombre; y
en un semicírculo de 6 km de radio alrededor de la Bastida, tres oppida de tamaño e importancia similar:
dos en altura, la Mola de Torrò y l’Alt del Frare, y uno en ladera, Castellaret, que tuvo una importante necrópolis monumental (Corral de Saus). Junto a éstos, otros dos asentamientos en ladera de importancia difícil de evaluar: Sant Sebastià y Cabeçoles. La acumulación de asentamientos medianos (2-4 ha) en la
cabecera del río Cànyoles parece que tiene que ver con distintas variables: control del paso a la Canal de
Montesa (Castellaret) y quizás al territorio de Saitabi en esta época; explotación de tierras fértiles y control
de recursos minerales (l’Alt del Frare); aprovechamiento agropecuario y control del paso a la Meseta (Sant
Sebastià y Mola de Torró) [fig. 14].
Estamos, en la cabecera del Cànyoles, en una zona de frontera entre territorios, como parecen indicar
los distintos modelos de poblamiento que encontramos tanto en la parte oriental de la provincia de Albacete
como en el valle del Vinalopó.
En conjunto, debemos entender el poblamiento de estas zonas del mismo modo que el propuesto para
las comarcas alicantinas (Grau 2002), donde una serie de oppida de tamaño similar controlan valles o unidades geomorfológicos regulares. Tampoco conviene olvidar que esta proliferación de asentamientos, muchos de ellos amurallados, algunos destruídos y abandonados, invita a pensar en la existencia de relaciones
de poder entre ellos. Sólo la realización de nuevas excavaciones y estudios en la zona podrán ayudar a entender mejor las relaciones entre asentamientos y territorios en el área que tratamos.
Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto HAR2009-11116 de MICINN
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el PoBlado
HelenA Bonet rosAdo y JAIme vIves-FerrándIz sáncHez
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E
l poblado de la Bastida de les Alcusses es una aglomeración amurallada de viviendas y construcciones
en una trama urbana bien definida. En los estudios ibéricos este tipo de poblados se conoce bajo el
nombre de oppidum, término latino con el que se designa a aquellos asentamientos fortificados, de
cierta extensión, que controlan los recursos del entorno –su territorio– mediante una red de asentamientos
dependientes o de relaciones sociales estables.
En este capítulo vamos a exponer cómo sus ocupantes organizaron el poblado a partir de sus necesidades,
creando y acondicionando los espacios públicos como puertas, murallas, calles, viales o plazas y el entramado
de viviendas y otras construcciones [fig. 1].
Las muraLLas y Las torres
3. Reconstrucción hipotética del frente oeste, con la Puerta Oeste y las dos torres.
Materiales constructivos y fuentes de aprovisionamiento
2. Secciones de la muralla y de los sondeos realizados en la parte interna (según Díes et alii 1997).
Otros elementos a destacar de la fortificación son las torres. En la Bastida se han documentado, de forma
segura, tres: dos entre la Puerta Oeste y la Puerta Sur y otra junto a la Puerta Este, mucho más grande que
las anteriores. En los tres casos se trata de torres macizas, adosadas a la muralla para la vigilancia del entorno
y el control de los accesos. El hecho de que no todas las puertas tengan torres asociadas podría indicar o
bien que este proyecto constructivo esté inacabado –es decir, que se abandonara el yacimiento antes de
completar la construcción de otras torres– o bien que la situación de las torres no tenga tanto que ver con
la defensa de todos los accesos sino con la vigilancia y observación de espacios concretos del paisaje desde
el frente meridional y el extremo oriental.
En la Bastida no hay fosos, quizás debido a que la topografía del yacimiento, en lo alto de una loma cuyos
lados largos no son fáciles de acceder por el acusado desnivel, no lo requiere. Los únicos puntos fácilmente
accesibles son la parte este y, sobre todo, la oeste, donde se ubicaron las cuatro puertas del poblado.
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El proyecto de erigir estas construcciones es considerable. Exige, de entrada, contar con la capacidad
técnica adecuada así como disponer de un cierto número de personas con conocimientos y habilidades para
su construcción y, desde luego, de brazos para trabajar. Requiere, además, contar con los derechos para acceder a las tierras de las que extraer el material constructivo, de organizar equipos de trabajo para hacer
acopio de la piedra, la tierra y la madera, así como de su transporte hasta la loma.
Se precisa de un conocimiento de cantería especializado para los paramentos más cuidados de las entradas o las torres y de carpintería para los entramados y armazones de madera. Pero con todo, el material más
utilizado en las construcciones, y que concentra gran parte de los esfuerzos constructivos es la tierra. Es un
material abundante, fácil de trabajar y buen aislante térmico, aunque en contrapartida exige continuas labores de mantenimiento, dado que sufre un rápido deterioro (Sánchez 1997, 145).
Las puertas deL pobLado
La muralla y la amplia extensión que delimita (más de 4 ha) constituyen dos rasgos definitorios de este
oppidum. Las murallas delimitan el espacio perimetralmente y suponen la monumentalización del asentamiento y, en consecuencia, del paisaje. De hecho, algunos autores han denominado las murallas como “rostros de piedra” (Moret 1998) mientras que otros hablan de “paisajes fortificados” (Berrocal-Rangel y Moret
2007), pues son elementos visibles en el territorio. Y si hablamos de paisajes fortificados, también podemos
pensar en ‘paisajes construidos’ en el exterior del oppidum. Los oppida ibéricos organizaron el espacio territorial mediante redes viarias, establecimientos rurales, y marcadores territoriales visibles, como hitos
paisajísticos naturales o monumentalizados. Incluso los cementerios, ubicados siempre fuera de los espacios
habitados, servirían como marcadores cargados de connotaciones culturales.
Los recintos amurallados marcaban los límites del espacio en el que se desarrollaban las relaciones de
vecindad (Ruiz 2008). Las murallas servían para definir un espacio como propio de la comunidad que lo
habitaba respecto a los demás y, obviamente, también protegían de las amenazas exteriores.
Para el caso de la Bastida, hasta 1990 se sabía bien poco de sus puertas y murallas. Las actuaciones arqueológicas se habían centrado en la excavación de las unidades de habitación del sector central (1928-1931)
y en la limpieza exterior del asentamiento (capítulo 1; Bonet et alii 2005). El conocimiento de la muralla y
torres, de las puertas y, en general, de su sistema defensivo se limitaba a la información que se podía extraer
de la observación del terreno. De hecho, en 1928, antes de empezar las excavaciones, ya se identificaban estructuras de esta entidad. Merece la pena recoger aquí la descripción que I. Ballester y L. Pericot hacen de
ello, pues describen a partir de los restos visibles en superficie el perímetro de las dos murallas, una puerta
principal (la Puerta Oeste), torres y otras construcciones para la defensa (¿quizás se refieran a las Puertas
Sur y Norte?) y las Torres II y III, y la Puerta Este con la Torre I:
Las puertas de la Bastida aportan una documentación relevante en el estudio de los sistemas defensivos
ibéricos que tanto interés están suscitando en los últimos años (Quesada 2002; Gracia 2003; Oliver 2006;
Berrocal-Rangel y Moret 2007; Junyent y López 2009). Ello se debe a que las cuatro puertas del poblado
están actualmente excavadas, lo que permite aproximarnos, con garantías, a las dimensiones constructivas,
“De las dos murallas que defienden el poblado por poniente, la interior semeja por las ruinas haber
sido más elevada y fuerte que la externa y tal vez que todo el resto del recinto. Unos rompimientos en el
paramento de la doble muralla del oeste [...] semejan ser las puertas de dicho doble recinto; vislumbrándose, fuera y dentro de la interior, restos de construcciones que completaron su defensa, así como a los
lados grandes amontonamientos de piedra que parecen indicios de sendas torres destinadas a igual fin.
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Estas construcciones comenzaron a conocerse en detalle a partir de 1992, cuando se emprendió el estudio
y consolidación de la muralla y las torres del frente oeste, y, sobre todo, entre 1998 y 2007, cuando se excavaron las cuatro puertas de acceso al poblado (Bonet et alii 2005; Díes 2005; Bonet y Vives-Ferrándiz 2009).
En líneas generales, este sistema consiste en un perímetro amurallado de forma elíptica –la muralla del poblado propiamente dicha–, que es más estrecho en el lado este, de tendencia sinuosa pero sin ángulos ni retranqueos ya que se adapta a las curvas de nivel de la cima de la colina sobre la que se sitúa. El área
construida es de unas 4,2 ha. Existe un segundo recinto, al oeste del que acabamos de describir, que tiene
1,4 ha más y del que nos ocuparemos más abajo.
La muralla está realizada con un doble paramento de piedras, que suelen ser de mediano y gran tamaño
(entre 0,30 y 1 m de longitud) trabadas con tierra, y relleno de piedras más pequeñas. La primera hilada de
piedras se asienta sobre el terreno, coincidente con los puntos que requieren más estabilidad en la construcción para la defensa (puertas, torres). En las zonas con más pendiente el lienzo defensivo se construye
elevando primero el paramento exterior y nivelando después con tierra y piedras el espacio entre este paramento y la roca mientras se levanta el muro interior.
Varios sondeos exploratorios realizados en el interior de la muralla del frente oeste [fig. 2], y en el exterior,
junto a la Torre Este, han proporcionado datos para proponer el aspecto de estas construcciones. Los derrumbes de las estructuras están formados por un nivel de piedras de tamaño grande y mediano y un potente paquete
de tierra de diversos tonos y composición que identificamos con el derrumbe de adobes descompuestos. El
alzado de la muralla estaría, pues, formado por un zócalo de piedras que debía alcanzar unos 3-3,5 m, y sobre
el cual se elevarían hiladas de adobes hasta una altura dos veces mayor que el zócalo [fig. 3]. El hallazgo de
losas en el propio derrumbe de la muralla, en un sondeo realizado junto a la Torre Este, ha llevado a proponer
la existencia de un solado del adarve (Díes et alii 1997, 226). El adarve garantiza una mejor defensa de la muralla y la circulación superior por ésta y por las torres [figs. 4 y 5]. Este elemento es excepcional, pues en otros
poblados ibéricos las propias cubiertas de las viviendas adosadas a la muralla cumplen esta función (Moret
1996, 97 y 98). Ahora bien, en la Bastida no hay casas adosadas a la muralla salvo en una pequeña zona, entre
la Torre Este y la Puerta Este. En el resto del asentamiento, allí donde se ha excavado, hemos constatado que
se respeta un camino de ronda de, al menos, dos metros de anchura o más, entre las fachadas de las construcciones y el lienzo de la muralla [fig. 6].
Como hemos visto, Ballester y Pericot ya identificaban en 1928 otro recinto en la parte occidental que
define un área de 1,4 ha. Se trata de un muro corto, con un gran vano, que se une a dos largos lienzos rectilíneos de entre 1,5 y 2 m de anchura. Está realizado con un doble paramento de grandes piedras relleno de
piedras más pequeñas y tierra. Los dos muros largos no conectan con los lienzos del recinto perimetral descrito más arriba, ni por el lado sur –donde se queda a unos metros– ni por el norte –donde la distancia es
de unos 130 m–. No conocemos las características de su alzado, si lo hubo, ya que los sondeos realizados en
1999 junto al vano del lienzo occidental apenas ofrecieron unas pocas piedras caídas y cerámicas muy fragmentadas, sin otras evidencias de ocupación. No obstante, los reconocimientos del terreno en prospección
han permitido documentar dos estructuras, un pequeño departamento y un muro que cruza parte del espacio
(Díes et alii 1997, 224).
Esta construcción ha sido tradicionalmente interpretada como una albacara, un recinto murado para
guardar ganado situado al exterior de muchas fortalezas de cronología más reciente. No obstante, su entidad constructiva y la situación en la parte más accesible al poblado, nos lleva a considerarlo como una
segunda línea de muralla, a modo de un refuerzo del sistema defensivo o como una ampliación del espacio
habitado. Se trata de una estructura inacabada, tanto en planta como en alzado, todo lo cual permite
mantener la hipótesis de que sea una ampliación del espacio habitado, emprendida en un momento de
peligro o de cierta inestabilidad. Así, se intentaría reforzar el frente oeste del poblado –el acceso principal– mediante una construcción que nunca se acabó (Díes et alii 1997, 228). Volveremos sobre esta idea
en el capítulo 10.
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1. Planta general de la Bastida de les Alcusses y detalle de los departamentos excavados.
También en lado opuesto del poblado [...] nótase asimismo otro amontonamiento de piedras que hace
suponer la existencia de otra torre, refuerzo de la defensa de la puerta que debiera existir en tal lugar”
(Ballester y Pericot 1929, 187).
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Estas construcciones comenzaron a conocerse en detalle a partir de 1992, cuando se emprendió el estudio
y consolidación de la muralla y las torres del frente oeste, y, sobre todo, entre 1998 y 2007, cuando se excavaron las cuatro puertas de acceso al poblado (Bonet et alii 2005; Díes 2005; Bonet y Vives-Ferrándiz 2009).
En líneas generales, este sistema consiste en un perímetro amurallado de forma elíptica –la muralla del poblado propiamente dicha–, que es más estrecho en el lado este, de tendencia sinuosa pero sin ángulos ni retranqueos ya que se adapta a las curvas de nivel de la cima de la colina sobre la que se sitúa. El área
construida es de unas 4,2 ha. Existe un segundo recinto, al oeste del que acabamos de describir, que tiene
1,4 ha más y del que nos ocuparemos más abajo.
La muralla está realizada con un doble paramento de piedras, que suelen ser de mediano y gran tamaño
(entre 0,30 y 1 m de longitud) trabadas con tierra, y relleno de piedras más pequeñas. La primera hilada de
piedras se asienta sobre el terreno, coincidente con los puntos que requieren más estabilidad en la construcción para la defensa (puertas, torres). En las zonas con más pendiente el lienzo defensivo se construye
elevando primero el paramento exterior y nivelando después con tierra y piedras el espacio entre este paramento y la roca mientras se levanta el muro interior.
Varios sondeos exploratorios realizados en el interior de la muralla del frente oeste [fig. 2], y en el exterior,
junto a la Torre Este, han proporcionado datos para proponer el aspecto de estas construcciones. Los derrumbes de las estructuras están formados por un nivel de piedras de tamaño grande y mediano y un potente paquete
de tierra de diversos tonos y composición que identificamos con el derrumbe de adobes descompuestos. El
alzado de la muralla estaría, pues, formado por un zócalo de piedras que debía alcanzar unos 3-3,5 m, y sobre
el cual se elevarían hiladas de adobes hasta una altura dos veces mayor que el zócalo [fig. 3]. El hallazgo de
losas en el propio derrumbe de la muralla, en un sondeo realizado junto a la Torre Este, ha llevado a proponer
la existencia de un solado del adarve (Díes et alii 1997, 226). El adarve garantiza una mejor defensa de la muralla y la circulación superior por ésta y por las torres [figs. 4 y 5]. Este elemento es excepcional, pues en otros
poblados ibéricos las propias cubiertas de las viviendas adosadas a la muralla cumplen esta función (Moret
1996, 97 y 98). Ahora bien, en la Bastida no hay casas adosadas a la muralla salvo en una pequeña zona, entre
la Torre Este y la Puerta Este. En el resto del asentamiento, allí donde se ha excavado, hemos constatado que
se respeta un camino de ronda de, al menos, dos metros de anchura o más, entre las fachadas de las construcciones y el lienzo de la muralla [fig. 6].
Como hemos visto, Ballester y Pericot ya identificaban en 1928 otro recinto en la parte occidental que
define un área de 1,4 ha. Se trata de un muro corto, con un gran vano, que se une a dos largos lienzos rectilíneos de entre 1,5 y 2 m de anchura. Está realizado con un doble paramento de grandes piedras relleno de
piedras más pequeñas y tierra. Los dos muros largos no conectan con los lienzos del recinto perimetral descrito más arriba, ni por el lado sur –donde se queda a unos metros– ni por el norte –donde la distancia es
de unos 130 m–. No conocemos las características de su alzado, si lo hubo, ya que los sondeos realizados en
1999 junto al vano del lienzo occidental apenas ofrecieron unas pocas piedras caídas y cerámicas muy fragmentadas, sin otras evidencias de ocupación. No obstante, los reconocimientos del terreno en prospección
han permitido documentar dos estructuras, un pequeño departamento y un muro que cruza parte del espacio
(Díes et alii 1997, 224).
Esta construcción ha sido tradicionalmente interpretada como una albacara, un recinto murado para
guardar ganado situado al exterior de muchas fortalezas de cronología más reciente. No obstante, su entidad constructiva y la situación en la parte más accesible al poblado, nos lleva a considerarlo como una
segunda línea de muralla, a modo de un refuerzo del sistema defensivo o como una ampliación del espacio
habitado. Se trata de una estructura inacabada, tanto en planta como en alzado, todo lo cual permite
mantener la hipótesis de que sea una ampliación del espacio habitado, emprendida en un momento de
peligro o de cierta inestabilidad. Así, se intentaría reforzar el frente oeste del poblado –el acceso principal– mediante una construcción que nunca se acabó (Díes et alii 1997, 228). Volveremos sobre esta idea
en el capítulo 10.
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1. Planta general de la Bastida de les Alcusses y detalle de los departamentos excavados.
También en lado opuesto del poblado [...] nótase asimismo otro amontonamiento de piedras que hace
suponer la existencia de otra torre, refuerzo de la defensa de la puerta que debiera existir en tal lugar”
(Ballester y Pericot 1929, 187).
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l poblado de la Bastida de les Alcusses es una aglomeración amurallada de viviendas y construcciones
en una trama urbana bien definida. En los estudios ibéricos este tipo de poblados se conoce bajo el
nombre de oppidum, término latino con el que se designa a aquellos asentamientos fortificados, de
cierta extensión, que controlan los recursos del entorno –su territorio– mediante una red de asentamientos
dependientes o de relaciones sociales estables.
En este capítulo vamos a exponer cómo sus ocupantes organizaron el poblado a partir de sus necesidades,
creando y acondicionando los espacios públicos como puertas, murallas, calles, viales o plazas y el entramado
de viviendas y otras construcciones [fig. 1].
Las muraLLas y Las torres
3. Reconstrucción hipotética del frente oeste, con la Puerta Oeste y las dos torres.
Materiales constructivos y fuentes de aprovisionamiento
2. Secciones de la muralla y de los sondeos realizados en la parte interna (según Díes et alii 1997).
Otros elementos a destacar de la fortificación son las torres. En la Bastida se han documentado, de forma
segura, tres: dos entre la Puerta Oeste y la Puerta Sur y otra junto a la Puerta Este, mucho más grande que
las anteriores. En los tres casos se trata de torres macizas, adosadas a la muralla para la vigilancia del entorno
y el control de los accesos. El hecho de que no todas las puertas tengan torres asociadas podría indicar o
bien que este proyecto constructivo esté inacabado –es decir, que se abandonara el yacimiento antes de
completar la construcción de otras torres– o bien que la situación de las torres no tenga tanto que ver con
la defensa de todos los accesos sino con la vigilancia y observación de espacios concretos del paisaje desde
el frente meridional y el extremo oriental.
En la Bastida no hay fosos, quizás debido a que la topografía del yacimiento, en lo alto de una loma cuyos
lados largos no son fáciles de acceder por el acusado desnivel, no lo requiere. Los únicos puntos fácilmente
accesibles son la parte este y, sobre todo, la oeste, donde se ubicaron las cuatro puertas del poblado.
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El proyecto de erigir estas construcciones es considerable. Exige, de entrada, contar con la capacidad
técnica adecuada así como disponer de un cierto número de personas con conocimientos y habilidades para
su construcción y, desde luego, de brazos para trabajar. Requiere, además, contar con los derechos para acceder a las tierras de las que extraer el material constructivo, de organizar equipos de trabajo para hacer
acopio de la piedra, la tierra y la madera, así como de su transporte hasta la loma.
Se precisa de un conocimiento de cantería especializado para los paramentos más cuidados de las entradas o las torres y de carpintería para los entramados y armazones de madera. Pero con todo, el material más
utilizado en las construcciones, y que concentra gran parte de los esfuerzos constructivos es la tierra. Es un
material abundante, fácil de trabajar y buen aislante térmico, aunque en contrapartida exige continuas labores de mantenimiento, dado que sufre un rápido deterioro (Sánchez 1997, 145).
Las puertas deL pobLado
La muralla y la amplia extensión que delimita (más de 4 ha) constituyen dos rasgos definitorios de este
oppidum. Las murallas delimitan el espacio perimetralmente y suponen la monumentalización del asentamiento y, en consecuencia, del paisaje. De hecho, algunos autores han denominado las murallas como “rostros de piedra” (Moret 1998) mientras que otros hablan de “paisajes fortificados” (Berrocal-Rangel y Moret
2007), pues son elementos visibles en el territorio. Y si hablamos de paisajes fortificados, también podemos
pensar en ‘paisajes construidos’ en el exterior del oppidum. Los oppida ibéricos organizaron el espacio territorial mediante redes viarias, establecimientos rurales, y marcadores territoriales visibles, como hitos
paisajísticos naturales o monumentalizados. Incluso los cementerios, ubicados siempre fuera de los espacios
habitados, servirían como marcadores cargados de connotaciones culturales.
Los recintos amurallados marcaban los límites del espacio en el que se desarrollaban las relaciones de
vecindad (Ruiz 2008). Las murallas servían para definir un espacio como propio de la comunidad que lo
habitaba respecto a los demás y, obviamente, también protegían de las amenazas exteriores.
Para el caso de la Bastida, hasta 1990 se sabía bien poco de sus puertas y murallas. Las actuaciones arqueológicas se habían centrado en la excavación de las unidades de habitación del sector central (1928-1931)
y en la limpieza exterior del asentamiento (capítulo 1; Bonet et alii 2005). El conocimiento de la muralla y
torres, de las puertas y, en general, de su sistema defensivo se limitaba a la información que se podía extraer
de la observación del terreno. De hecho, en 1928, antes de empezar las excavaciones, ya se identificaban estructuras de esta entidad. Merece la pena recoger aquí la descripción que I. Ballester y L. Pericot hacen de
ello, pues describen a partir de los restos visibles en superficie el perímetro de las dos murallas, una puerta
principal (la Puerta Oeste), torres y otras construcciones para la defensa (¿quizás se refieran a las Puertas
Sur y Norte?) y las Torres II y III, y la Puerta Este con la Torre I:
Las puertas de la Bastida aportan una documentación relevante en el estudio de los sistemas defensivos
ibéricos que tanto interés están suscitando en los últimos años (Quesada 2002; Gracia 2003; Oliver 2006;
Berrocal-Rangel y Moret 2007; Junyent y López 2009). Ello se debe a que las cuatro puertas del poblado
están actualmente excavadas, lo que permite aproximarnos, con garantías, a las dimensiones constructivas,
“De las dos murallas que defienden el poblado por poniente, la interior semeja por las ruinas haber
sido más elevada y fuerte que la externa y tal vez que todo el resto del recinto. Unos rompimientos en el
paramento de la doble muralla del oeste [...] semejan ser las puertas de dicho doble recinto; vislumbrándose, fuera y dentro de la interior, restos de construcciones que completaron su defensa, así como a los
lados grandes amontonamientos de piedra que parecen indicios de sendas torres destinadas a igual fin.
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l poblado de la Bastida de les Alcusses es una aglomeración amurallada de viviendas y construcciones
en una trama urbana bien definida. En los estudios ibéricos este tipo de poblados se conoce bajo el
nombre de oppidum, término latino con el que se designa a aquellos asentamientos fortificados, de
cierta extensión, que controlan los recursos del entorno –su territorio– mediante una red de asentamientos
dependientes o de relaciones sociales estables.
En este capítulo vamos a exponer cómo sus ocupantes organizaron el poblado a partir de sus necesidades,
creando y acondicionando los espacios públicos como puertas, murallas, calles, viales o plazas y el entramado
de viviendas y otras construcciones [fig. 1].
Las muraLLas y Las torres
3. Reconstrucción hipotética del frente oeste, con la Puerta Oeste y las dos torres.
Materiales constructivos y fuentes de aprovisionamiento
2. Secciones de la muralla y de los sondeos realizados en la parte interna (según Díes et alii 1997).
Otros elementos a destacar de la fortificación son las torres. En la Bastida se han documentado, de forma
segura, tres: dos entre la Puerta Oeste y la Puerta Sur y otra junto a la Puerta Este, mucho más grande que
las anteriores. En los tres casos se trata de torres macizas, adosadas a la muralla para la vigilancia del entorno
y el control de los accesos. El hecho de que no todas las puertas tengan torres asociadas podría indicar o
bien que este proyecto constructivo esté inacabado –es decir, que se abandonara el yacimiento antes de
completar la construcción de otras torres– o bien que la situación de las torres no tenga tanto que ver con
la defensa de todos los accesos sino con la vigilancia y observación de espacios concretos del paisaje desde
el frente meridional y el extremo oriental.
En la Bastida no hay fosos, quizás debido a que la topografía del yacimiento, en lo alto de una loma cuyos
lados largos no son fáciles de acceder por el acusado desnivel, no lo requiere. Los únicos puntos fácilmente
accesibles son la parte este y, sobre todo, la oeste, donde se ubicaron las cuatro puertas del poblado.
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El proyecto de erigir estas construcciones es considerable. Exige, de entrada, contar con la capacidad
técnica adecuada así como disponer de un cierto número de personas con conocimientos y habilidades para
su construcción y, desde luego, de brazos para trabajar. Requiere, además, contar con los derechos para acceder a las tierras de las que extraer el material constructivo, de organizar equipos de trabajo para hacer
acopio de la piedra, la tierra y la madera, así como de su transporte hasta la loma.
Se precisa de un conocimiento de cantería especializado para los paramentos más cuidados de las entradas o las torres y de carpintería para los entramados y armazones de madera. Pero con todo, el material más
utilizado en las construcciones, y que concentra gran parte de los esfuerzos constructivos es la tierra. Es un
material abundante, fácil de trabajar y buen aislante térmico, aunque en contrapartida exige continuas labores de mantenimiento, dado que sufre un rápido deterioro (Sánchez 1997, 145).
Las puertas deL pobLado
La muralla y la amplia extensión que delimita (más de 4 ha) constituyen dos rasgos definitorios de este
oppidum. Las murallas delimitan el espacio perimetralmente y suponen la monumentalización del asentamiento y, en consecuencia, del paisaje. De hecho, algunos autores han denominado las murallas como “rostros de piedra” (Moret 1998) mientras que otros hablan de “paisajes fortificados” (Berrocal-Rangel y Moret
2007), pues son elementos visibles en el territorio. Y si hablamos de paisajes fortificados, también podemos
pensar en ‘paisajes construidos’ en el exterior del oppidum. Los oppida ibéricos organizaron el espacio territorial mediante redes viarias, establecimientos rurales, y marcadores territoriales visibles, como hitos
paisajísticos naturales o monumentalizados. Incluso los cementerios, ubicados siempre fuera de los espacios
habitados, servirían como marcadores cargados de connotaciones culturales.
Los recintos amurallados marcaban los límites del espacio en el que se desarrollaban las relaciones de
vecindad (Ruiz 2008). Las murallas servían para definir un espacio como propio de la comunidad que lo
habitaba respecto a los demás y, obviamente, también protegían de las amenazas exteriores.
Para el caso de la Bastida, hasta 1990 se sabía bien poco de sus puertas y murallas. Las actuaciones arqueológicas se habían centrado en la excavación de las unidades de habitación del sector central (1928-1931)
y en la limpieza exterior del asentamiento (capítulo 1; Bonet et alii 2005). El conocimiento de la muralla y
torres, de las puertas y, en general, de su sistema defensivo se limitaba a la información que se podía extraer
de la observación del terreno. De hecho, en 1928, antes de empezar las excavaciones, ya se identificaban estructuras de esta entidad. Merece la pena recoger aquí la descripción que I. Ballester y L. Pericot hacen de
ello, pues describen a partir de los restos visibles en superficie el perímetro de las dos murallas, una puerta
principal (la Puerta Oeste), torres y otras construcciones para la defensa (¿quizás se refieran a las Puertas
Sur y Norte?) y las Torres II y III, y la Puerta Este con la Torre I:
Las puertas de la Bastida aportan una documentación relevante en el estudio de los sistemas defensivos
ibéricos que tanto interés están suscitando en los últimos años (Quesada 2002; Gracia 2003; Oliver 2006;
Berrocal-Rangel y Moret 2007; Junyent y López 2009). Ello se debe a que las cuatro puertas del poblado
están actualmente excavadas, lo que permite aproximarnos, con garantías, a las dimensiones constructivas,
“De las dos murallas que defienden el poblado por poniente, la interior semeja por las ruinas haber
sido más elevada y fuerte que la externa y tal vez que todo el resto del recinto. Unos rompimientos en el
paramento de la doble muralla del oeste [...] semejan ser las puertas de dicho doble recinto; vislumbrándose, fuera y dentro de la interior, restos de construcciones que completaron su defensa, así como a los
lados grandes amontonamientos de piedra que parecen indicios de sendas torres destinadas a igual fin.
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defensivas, económicas o simbólicas que se vinculan a los accesos. Analizaremos estas entradas desde puntos
de vista constructivos y funcionales, en el marco de una visión más amplia, que tenga en cuenta aspectos
urbanísticos y, al mismo tiempo, cronológicos.
La Puerta Oeste
La estructura de la Puerta Oeste, en su fase final [figs. 10 y 11], consiste en dos muros paralelos de 6’3 m
de longitud por 1,8 m de anchura. Estos muros, que no traban con los paramentos de la muralla, están alineados con la cara exterior y sobresalen entre 1,8 y 2,2 m respecto a la cara interior de la misma (Díes 2005,
74).
En cada uno de estos muros hay dos bancos. Los anteriores miden 1,7 m y los posteriores 2,5 m de longitud y todos ellos tienen una anchura de 1,15 m. El vano que abre este dispositivo de acceso tiene 3,17 m de
anchura en la parte anterior y 3,13 m en la posterior. Hay dos piedras hincadas en el centro del paso que tienen 30 cm de altura, separadas por 2,5 m de distancia una de otra, y que interpretamos como topes del
cierre de los dos pares de hojas de madera [fig. 12]. La apertura de los dos pares de puertas se haría hacia el
interior. A partir de las medidas del vano suponemos que cada una de estas hojas tendría una anchura de
1,55 m, aunque no se han conservado las pletinas de hierro, como sucede en las otras puertas, para confirmar
este dato.
4. Vista aérea de la Bastida de les Alcusses hacia finales de los años 90.
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La Puerta Sur
La estructura de esta puerta está formada por dos muros paralelos que se construyen sobre la misma roca
del terreno y adaptan a ésta su trazado [fig. 13]. Están separados por una distancia que oscila entre los 2,5 m y
los 2,7 m dejando una anchura de paso de 2,4 m a nivel del pavimento. La medida del cuerpo exterior es de 7,8
m de longitud y unos 2 m de anchura; el interior tiene la misma longitud pero es ligeramente más estrecho,
con 1,7 m de media. La altura conservada de las estructuras es francamente extraordinaria y, de hecho, ésta es
la puerta mejor conservada del yacimiento. En el cuerpo interior los paramentos llegan a los 2,10 m de altura
conservada, mientras que el cuerpo exterior alcanza 1-1,5 m por su cara externa y 0,40-0,60 m por la interna.
Los paramentos internos de ambos muros estaban enlucidos con barro y encalados.
A diferencia de la Puerta Oeste, aquí no hay dos pares de bancos por cada lado sino uno solo, al igual que
sucede en la Puerta Norte y en la Puerta Este. No obstante, en la Puerta Sur sólo se pudo documentar el
banco del muro norte debido al arrasamiento de los restos en dirección sur, y que ha eliminado toda traza
del mismo. El banco conservado mide 3,5 m de longitud por 0,8 m de anchura y presentaba una superficie
cubierta por tierra apisonada.
El pavimento de la puerta es, como en el resto de entradas, una capa de tierra y grava apisonada que
sirve también de relleno para regularizar el terreno entre la roca. El pavimento presenta un acusado desnivel
que facilitaría la salida de aguas del poblado. Sobre el pavimento se documentó, por primera vez en este yacimiento, un derrumbe de adobes bien conservado y entre los que se han podido recuperar algunos restos
de barro (limoarcillas) con huellas de formas redondeadas o semicirculares que pudieran formar parte de
la decoración de elementos singulares [fig. 14].
5. Vista aérea del frente oeste de la muralla, con la puerta y las dos torres (año 2000).
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6. Propuesta de reconstrucción de la muralla en el frente oeste. Son visibles las torres macizas y la puerta, accesibles y transitables.
Bajo el derrumbe aparecieron, en muy buen estado de conservación, cinco pletinas de hierro remachadas
que corresponden a las hojas de madera [fig. 15]. A partir de su estudio sabemos que los batientes medirían
unos 1,22 m de anchura. Además, la disposición de las pletinas en planta indica que la apertura se hacía al
exterior, dejando así libres los bancos de cada lado cuando la puerta estaba abierta, aunque aquí no hemos
hallado guardacantones ni chumaceras, posiblemente porque los ejes pivotarían sobre quicios de madera.
La Puerta Norte
Esta puerta es de dimensiones similares a la Puerta Sur [fig. 16]. Al igual que ésta, se trata de un edificio
diferenciado de la muralla desde el punto de vista constructivo (Díes 2005, 75). La entrada en este caso
se hace dejando la muralla a mano derecha, mientras que en la Sur lo hacía a la izquierda. La estructura
está compuesta por dos muros de 7,7 m de longitud por 2,1 m de anchura y en cada muro se abre un banco
de 3,4 m de longitud y 0,8/1 m de ancho que, igual que los de las puertas Oeste y Sur, estaban cubiertos
por una capa tierra pisada y uno de ellos presentaba restos de carbones y cenizas cubiertos por capas de
barro sucesivas. El espacio para el paso en esta puerta es de 2,4 m en la parte anterior y 2,8 m en la parte
posterior.
También se documentaron tres pletinas de hierro correspondientes a los batientes de la puerta. El funcionamiento de los batientes es similar al mecanismo descrito para la Puerta Sur, con rotación sobre eje en
el extremo junto a los muros y apertura hacia el exterior, aunque con la diferencia de que en la Norte hay
guardacantones de piedra que protegen dos chumaceras practicadas en la piedra [fig. 17].
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La piedra y eL barro en La arquitectura deL asentamiento
Carlos Ferrer GarCía
El material utilizado en la construcción de los edificios y estructuras arquitectónicas de la Bastida es,
preferentemente, la piedra y el barro. La piedra se utiliza fundamentalmente en los zócalos de las casas y
murallas. El barro se utiliza mezclado con tejidos vegetales en adobes para los muros, revestimientos y techos, y sin aditivos en suelos y enlucidos, hornos, bancos y otras estructuras auxiliares del hábitat.
La piedra procede del sustrato rocoso del propio promontorio, una dolomía gris oscura que posee una
textura gruesa, sacaroidea, con tendencia a la disgregación granular y con abundantes ejes de fracturación
que hacen difícil su tallado. Se ha observado el uso en determinados puntos de calizas grises arenosas y calizas grises micríticas mucho más resistentes y de más fácil trabajo, singularmente en partes de las construcciones que exigen mejores acabados y mayor resistencia [fig. 7]. Las calizas arenosas afloran en la Lloma
del Serrellar y en el extremo nororiental de la vertiente de umbría de la Bastida. La caliza micrítica sólo la
hemos documentado en la Lloma del Serrellar (Bonet et alii 2000).
Los restos de barro que han podido ser estudiados forman parte de adobes, cubiertas, revestimientos de
paredes y otros elementos arquitectónicos (Ferrer García 2010) [fig. 8]. Muestran el uso de materias primas
naturales poco o nada procesadas. En su preparación no se requerirían grandes conocimientos técnicos. Se
elaboran con sedimentos naturales inalterados, pero con rasgos texturales distintos, en función de la mejor
adaptación de sus cualidades a las necesidades de las estructuras en cuanto a plasticidad, cohesión y estabilidad. Predominan las margas arenosas que afloran en el Pla de les Alcusses para construir adobes, las arenas
silíceas que afloran en los piedemonte de la Bastida para las posibles cubiertas, y los sedimentos arcillosos
del fondo del Pla, en ocasiones suelos hidromorfos, para las estructuras de barro moldeado. En contraposición, los restos de barro que formaban parte de pavimentos, hogares y revestimientos poseen una textura
muy selectiva, que parece indicar la existencia de un procesado a través de la decantación o el tamizado.
Los adobes, elementos fundamentales en la arquitectura de la Bastida, se construyen básicamente en el
llano, aunque hemos detectado que en algunas estructuras o cuando era necesario su uso en húmedo para
7. Mampuestos de caliza de diferente calidad
utilizadas en una de las torres del frente oeste.
8. A. Adobe procedente del derrumbe de la Puerta Sur. B. Fragmento de cubierta de la casa 12 (Depto. 269) con impronta de rollizo; C. Detalle de fragmento de cubierta de un espacio doméstico junto a la Puerta Este; D.
Fragmento de barro moldeado del derrumbe de la Puerta Sur.
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9. Áreas de extracción de materias primas para la construcción en el entorno de la Bastida.
darle una forma determinada, se construyeron en el mismo asentamiento utilizando materiales obtenidos
en las proximidades. La materia prima se extrae de minas superficiales de margas arenosas que afloran en
la parte más baja del Pla, muy cerca de los afloramientos de agua acuífera que conformaban humedales hoy
relictos, y que sería utilizada para amasar el barro junto con la paja de cereal que se obtendría de los cultivos
inmediatos. Ello nos permite ubicar con cierta seguridad los puntos de preparación y almacenamiento en
una pequeña área situada a poca distancia del poblado, entre 800 y 1200 m en línea recta y entre 2000 y
2500 m siguiendo los caminos carreteros propuestos en trabajos previos [fig. 9]. Los adobes, una vez secos
y por tanto más ligeros, se transportaban hasta el promontorio.
Las cubiertas parecen estar construidas con arenas del piedemonte y las laderas del asentamiento mezcladas al menos en parte con elementos vegetales. En este caso el criterio principal para su uso es que se
trata de sedimentos muy abundantes y próximos, dada la gran cantidad de material necesario y la condición
de trabajarlo directamente en el promontorio. Ello explicaría la presencia de improntas de vegetación natural
de medio forestal. Con todo, esta hipótesis debe ser contrastada con el análisis y caracterización de un mayor
número de muestras, ya que estudios previos parecen señalar el predominio de arcillas en este tipo de estructuras (Abad y Sala 2001, 122).
El barro moldeado se elabora con limoarcillas en ocasiones ricas en materia orgánica, horizontes de
suelos posiblemente hidromorfos. Lo que se pretende lograr con estos materiales es una mayor plasticidad.
Las muestras estudiadas, procedentes de la Puerta Sur, pudieran estar en relación con elementos decorativos
singulares.
Los enfoscados y enlucidos son de texturas y origen variados. Aunque la determinación del uso de la cal
es un tema complejo, es segura su presencia en estos elementos. No parece tener un uso relevante en elementos constructivos que exigen grandes volúmenes de material, como pavimentos y morteros. Su presencia
en la arquitectura ibérica sería, pues, decorativa, por lo que probablemente se produciría en pequeñas cantidades.
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La Puerta Este
La Puerta Este está formada por un edificio similar a los anteriormente descritos,
aunque sus dimensiones varían [fig. 18].
Uno de los muros que forman la entrada,
el muro sur, mide 7,4 m de longitud y entre
2,1/1,8 m de anchura, mientras que el
muro norte es mucho más ancho ya que
mide 7,2 m de longitud y 3,8 m de anchura, quizás para reforzar más los cimientos del edificio en una zona donde el
terreno natural tiene un fuerte desnivel.
El vano que se abre en este dispositivo
mide 1,7 m, mucho más estrecho que el de
las demás puertas. También habría dos batientes en esta puerta, de apertura hacia el
exterior, sólo que con anchuras menores
respecto a los otros casos: la única pletina
documentada en esta puerta mide, precisamente, la mitad de la anchura del vano,
0,8 m de longitud, mientras que su grosor
es, como en los demás casos, de 5,5 cm.
En esta pletina se han conservado restos de madera sin carbonizar adheridos
en la parte interior que corresponden a
las tablas o listones de los batientes. El
muestreo de diferentes partes de la pletina ha determinado que las tablas fueron
hechas con madera de un árbol de los géneros Salix-Populus (sauce-chopo), sin
poder determinar con mayor precisión
pues ambos géneros son muy similares
anatómicamente (capítulo 5). Ambas especies, especialmente el Populus sp.
(chopo), ofrecen una madera homogénea,
blanda, ligera y flexible, y por ello, muy
fácil de trabajar, criterio que debieron
primar a la hora de seleccionarla. Por otra
parte es una madera que no soporta bien
la permanencia a la intemperie ni en condiciones que favorezcan la putrefacción,
aunque algunas especies de chopo pueden
tener una madera estable, dura y algo más
resistente.
Las puertas como edificios
10. Planta de la Puerta Oeste. La flecha indica el sentido de entrada
(modificado a partir de Díes 2005).
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La construcción de las entradas fue planificada junto a la muralla, como se infiere
a partir de la homogeneidad del proyecto
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11. Vista aérea de la Puerta
Oeste y del sector occidental
de la muralla (año 2003)
12. La Puerta Oeste desde el
exterior.
edilicio. Ahora bien, es significativo que sean estructuras diferenciadas de la muralla, tanto en construcción
como en acabados, pues se utilizan piedras mejor trabajadas, y se enlucen los paramentos, algo que en la
muralla no hemos constatado hasta la fecha. Es particularmente interesante la ubicación de las puertas
Norte, Sur y Este, claramente sobresalidas respecto a la línea de muralla [fig. 21]. Pueden ser clasificadas
como entradas de recubrimiento, que son aquellas ubicadas entre dos lienzos de muralla que se cruzan, de
modo que se configura un pasillo que puede ser más o menos largo que determina un eje de entrada tangente
o paralelo al lienzo defensivo de la muralla. La Puerta Oeste es, en cambio, una entrada frontal.
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13. Planta de la Puerta Sur. La flecha indica el sentido de entrada.
14. Derrumbe de adobes en la Puerta Sur.
Entre los adobes se aprecian dos de las pletinas de hierro de los batientes.
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15. Derrumbe de adobes de la Puerta Sur.
Se aprecian también las pletinas de hierro
de los batientes.
16. Planta de la Puerta Norte. La flecha indica el sentido de entrada (modificado a partir de Díes 2005).
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Nos interesa señalar, más allá del tipo de
puerta, que las entradas no son un simple vano en
la muralla para permitir el paso, sino que son edificios en sí mismos. Si en planta se da una distinción entre las puertas y la muralla, también se da
en su construcción y en el alzado [fig. 22]. Las
puertas son construcciones muy cuidadas, donde
se ha prestado mucha atención a la selección, al
trabajo y a la colocación de los materiales. Por
ejemplo, los paramentos de piedras de las puertas
se diferencian claramente de los de la muralla por
presentar una técnica constructiva que emplea
bloques de piedra más pequeños, mejor trabajados y cuya disposición está más cuidada. En la
muralla, en cambio, los mampuestos son más
grandes y en ocasiones dispuestos sin respetar una
alineación o, simplemente, sin trabajar sus caras.
Las características arquitectónicas de estos
dispositivos de entrada y el tipo de derrumbes documentados en las excavaciones –paquetes de
piedra, adobes y tierra, así como restos de madera
carbonizada– nos llevan a plantear que estos accesos estaban techados mediante un entramado
de madera de modo que, en alzado, las puertas se
diferenciarían del paramento de la muralla. Este
techo es transitable, pues al menos en dos de
ellas, en la Puerta Oeste y en la Puerta Este, se
han documentado bases de escaleras adosadas a
la muralla [fig. 10] (Díes 2005, 74). Así, las entradas, a modo de puertas-torre, solventan tanto las
necesidades de paso como también las de vigilancia y control de los accesos al asentamiento y del
entorno circundante. En este sentido, queremos
señalar que ninguna de estas puertas se configuraría como torres de flanqueo, ya que no ofrecen
ángulos de defensa buenos sobre los lienzos de la
muralla y parece que sirvieron más para una vigilancia a media o larga distancia, a modo de espacios para el control de los valles circundantes.
17. Detalle del muro norte de la Puerta Norte. Se aprecia en
primer término el quicio para el eje del batiente y un guardacantón de piedra.
Los bancos y el control del paso
Los equipamientos que hay en el interior de estas estructuras, es decir, los bancos integrados en los
muros, están en relación con necesidades y preocupaciones de vigilancia y control asociadas a las puertas.
Por lo que conocemos hasta ahora de los sistemas de accesos en el mundo ibérico peninsular estas estructuras son únicas o, al menos, propias del modo de construir los accesos en un ámbito restringido, en torno
a las comarcas centrales valencianas. Con muchos problemas sobre la interpretación de los restos conservados, quizás otros asentamientos de la zona como la Serreta (Alcoi) podrían tener accesos con equipamientos similares (Díes 2005, 82).
Volviendo a la Bastida, es interesante constatar que las cuatro puertas presentan estos bancos, si bien en
la Puerta Oeste éstos son, además, dobles, siendo los posteriores más largos que los anteriores. Las medidas
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18. Planta de la Puerta Este. La flecha indica el sentido de entrada.
son similares en todos ellos, oscilando entre 3 y 3,4 m de longitud y entre 0,7 y 1 m de anchura, no superando
en ningún caso esta medida [fig. 23]. Las alturas respecto al pavimento oscilan entre 50 y 80 cm. También
es destacable el hecho de que la presencia de bancos se repite en todas las puertas, con independencia de la
anchura abierta para el paso, el tipo de puerta o su ubicación en el perímetro de muralla. Es, en definitiva,
un elemento estructural de todas las entradas del poblado.
Estos bancos se construirían para usos diversos, manteniendo desde un uso militar y de defensa –cuerpos
de guardia– hasta actividades de control de mercancías, o incluso de intercambio. De hecho, actualmente,
en algunas puertas de entrada a las medinas en las ciudades del norte de África existen unos espacios similares utilizados por los comerciantes para vender sus mercancías. Con todo, si se hicieron para ser utilizados
exclusivamente como puestos de guardia, lo más lógico sería que se hubieran ubicado en espacios retranqueados a nivel de pavimento, configurando un tipo de puertas que se llama “en tenaza” por su planta característica, y no elevarlos como están éstos. Que estén elevados sobre el pavimento es su rasgo más
destacado y, quizás, la razón por la que fueron necesarios en los puntos de paso: el mejor modo de controlar
la carga de los carros que circulan por las puertas es, precisamente, desde estos bancos y no a nivel del pavimento.
Cerca de la Bastida, el yacimiento del Castellar de Meca en Ayora nos da más argumentos para el debate
y para entender los bancos de las puertas en relación con el control de los carros y las mercancías. Es bien
conocido este asentamiento por los espectaculares caminos de acceso para carros (capítulo 3). En estos viales
hay unos rebajes en la roca situados en los laterales del camino principal de acceso, en su sector superior.
Entre los 695,3 y 698,5 m (Broncano y Alfaro 1990, 139 y lám. Cxxxii) hay excavado en la roca del lado derecho un rebaje de 3,2 m de longitud por 0,56 m de anchura que se ha recortado de forma uniforme a 0,46
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eL montaje de Los batientes de Las puertas
Guillermo TorTajada ComeChe
La carpintería ibérica utiliza el sistema de pletinas y remaches para unir piezas de madera (Tortajada
2008). Estas pletinas se han hallado en un número de nueve en las puertas de entrada a la Bastida: cinco en
la Puerta Sur, tres en la Norte y una en la Este; y en varios departamentos de viviendas [fig. 19]. Su estudio
nos ofrece interesantes datos sobre el montaje y funcionamiento de estos sistemas de cierre.
Por la disposición de las pletinas en las puertas Sur, Norte y Este deducimos que las puertas estarían
compuestas por dos hojas pivotantes formadas por varias tablas verticales unidas con pletinas de hierro [fig.
20]. Sus medidas son 1,20 m de anchura cada una en las puertas Sur y Norte, mientras que en la Este tienen
0,80 m.
Las pletinas funcionan por pares en cada batiente, cubriendo totalmente su perímetro. Todas las pletinas
tienen características similares: son láminas de hierro de alrededor 4 cm de altura y 0,1 cm de grosor en su
estado original. En alguna se han empalmado varias láminas aprovechando algún remache. La anchura de
estas piezas es de unos 6 ó 5 cm lo que nos indica el grosor que tenían las tablas de las puertas. Curiosamente,
en las puertas de las casas se utilizan pletinas de medidas similares, aunque de longitudes distintas según
el vano a cerrar. Así lo sabemos por el hallazgo de piezas iguales en los Deptos. 17, 23 o 35.
Los herrajes están doblados en paralelo y perforados para albergar los remaches que sujetan los tablones,
que son de sección cuadrada y muestran rebabas producidas por su percusión desde ambos lados de la
puerta. Sus “cabezas” son anchas, lo que indica que los remaches no tenían punta. Allí donde hay un roblón
o remache, se observa un ligero abultamiento en la cara externa de la pletina que coincide con una depresión
en la cara interna. Esto se debe a la realización del agujero en la lámina por el que ha de pasar el remache,
que se hacía mediante percusión.
19. Pletinas de hierro para coger las tablas de los batientes. A-E: Pletinas de la Puerta Sur. F-G: Pletinas de la Puerta Norte. H:
Pletina de la Puerta Este. Esta última conservaba restos de madera de sauce o chopo.
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20. Esquema de la reconstrucción de los dos
batientes de la Puerta Sur, y ubicación de
cada una de las cinco pletinas (vista desde el
interior de la entrada).
Las pletinas se adaptan al perfil de los tablones: el lado que rota sobre el eje del quicio es siempre de
forma semicircular para evitar que la hoja toque en las jambas, mientras que el lado opuesto es rectangular.
Por este lado están abiertas para facilitar su colocación.
La distancia irregular que hay entre los remaches de las pletinas indica que la anchura de las tablas no
era uniforme. Esto se explica porque al despiezar un tronco en tablas, las zonas periféricas ofrecen anchuras
menores que la parte central. Para facilitar el montaje, se unían todas las tablas provisionalmente, quizás
con un congrell o cárcel, una especie de sargento de madera que mantiene las tablas unidas provisionalmente. Así era más fácil marcar en la pletina la posición de los agujeros para los remaches, al tiempo que se
salvaban las irregularidades de la madera, como los nudos. Barrenas como la del Depto. 125 fueron de utilidad en esta fase del trabajo. Con cualquier elemento colorante o punzante se marcaba la ubicación de los
remaches en una cara y con algún elemento de medición como el compás se hacían coincidir los agujeros en
la pletina trasera. Para perforar el metal se pudo emplear un punzón o una estampa o “pico-martillo”, similar
a las de los Deptos. 59 y 163, y que se accionaba por percusión, de ahí los abultamientos que rodean los remaches (ver en el capítulo 5 las herramientas de carpintería). Los remaches se colocaban golpeándolos por
ambas partes con el objetivo de que la deformación de los extremos producida por los golpes crease unas
rebabas que fijaran las piezas.
Con la puerta ya montada, el último paso sería preparar los pivotes superiores e inferiores. Sólo se han
documentado quicios de piedra en la Puerta Norte, de modo que hemos de suponer que en el resto fueran
umbrales de madera. En el dintel, también de madera, se practicarían unos orificios redondos profundos
para facilitar su colocación. No tenemos constancia de ningún sistema de cerradura en la Bastida, pero posiblemente se utilizase algún juego de trancas como el que se documenta en otros yacimientos, como en el
Castellet de Bernabé (Guérin 2003, 239), para su cierre.
Probablemente, las pletinas metálicas no eran el único elemento horizontal que sujetaba las tablas. Traviesas de madera solapadas a las tablas y clavadas con pequeños clavos pudieron haberse combinado con
las pletinas para reforzar más el conjunto.
La exposición a la intemperie, la circulación de carros y gente, y la lluvia obligaría a seguir de cerca el
mantenimiento de estas estructuras. De hecho, tenemos constancia de una reparación o refuerzo en un batiente de la Puerta Sur, realizado también con una pletina, aunque más corta y estrecha que las otras cuatro.
Posiblemente serviría para fijar únicamente la tabla del quicio, restituida a causa del deterioro cotidiano.
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21. Vista aérea de la Puerta
Norte (año 2000).
m de la cota de base de la rodada. La regularidad de las medidas y su similitud formal con los bancos de las
puertas de la Bastida quizás no sea casual, si bien aquí no hay puertas con las que ponerlo en relación. Pero
es muy interesante el hecho de que esta estructura esté relacionada con un sistema carretero complejo, con
varios viales, apartaderos, bifurcaciones y cruces. Que el banco esté a escasos 200 m una vez cruzada la
puerta quizás se puede vincular a puestos para el control del paso de carros en la parte superior de la muela,
con los desniveles más acusados del Camino Hondo salvados.
En definitiva, los bancos –y, por extensión las puertas– tienen funciones de vigilancia y, sobre todo, de
control del paso de mercancías en carros, aunque no son tareas excluyentes. Estos controles se realizarían
en cada una de las cuatro puertas, pues en todas hay bancos, y estarían centralizados y organizados como
cualquier otra de las decisiones estratégicas sobre la organización interna del oppidum.
Historias en las puertas
Las puertas fueron la mayor parte del tiempo espacios de paso y control y jugaron, además, un papel de
unión entre el espacio exterior y el espacio habitado entre murallas. En el epígrafe anterior ya hemos planteado algunas razones para entender la construcción y ubicación de estas puertas, que relacionamos con la
accesibilidad, con la necesidad de control de las entradas y salidas de mercancías y personas y, en definitiva,
con motivaciones y necesidades cotidianas de los habitantes.
Con ello no queremos decir que los aspectos defensivos no se deban tener en cuenta en su estudio. Pero
es obvio que cuando se proyectaron estos edificios no pareció preocupar la defensa con garantías de los lienzos de la muralla desde ellas, ni que fueran en sí mismas estructuras débiles (Quesada 2007, 82). De hecho,
la linealidad en la fortificación de la Bastida, indica que no se esperaban asedios con asaltos formales de los
que defenderse. Eso pudo venir luego, como de hecho parece que sucedió.
Al respecto, el registro de la Bastida es muy interesante porque dos de las cuatro puertas, la Norte y la
Sur, fueron tapiadas mientras el poblado siguió habitado. Los tapiados se hicieron con sendos muros de
mampostería delante de los batientes, de un metro de anchura el de la Puerta Norte y de 0,70 m el de la
Puerta Sur [fig. 24]. Una vez cegado el vano, estos edificios dejaron de ser puertas para convertirse en torres
huecas y espacios destinados a otras actividades, quizás de vigilancia. Así, en la Puerta Sur se levantaron estructuras de mampostería sobre el mismo pavimento del vano –quizás bases de escaleras para acceder a la
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22. Hipótesis de reconstrucción y ambientación de la Puerta Oeste desde el interior.
parte superior de la puerta–, y una cubeta de tierra apisonada con la paredes revestidas de arcilla de funcionalidad incierta [figs. 25 y 26]. Además, tres ollas, varias copas y platos, dos ánforas, pesos de telar, y varias
fusayolas nos indican que este espacio fue utilizado con otros fines, relacionados con las actividades cotidianas de gente instalada ahora en el edificio.
Estos tapiados quizás sean indicativos de la existencia de amenazas. Ante un intento de asalto o un peligro
percibido, los habitantes de la Bastida reorganizaron las defensas, tapiando los dos accesos laterales, dejando
abiertas sólo las dos puertas de los extremos oriental y occidental. Todo ello son intentos de mejorar la defensa y el control de una fortificación cuyas estructuras estaban diseñadas para la vigilancia del entorno y
de los accesos. Volveremos sobre estos aspectos en el capítulo 10.
La organización interna deL asentamiento
La planificación urbana del poblado estuvo determinada por la elección del lugar a construir y las necesidades de la comunidad que lo habitó. La construcción se proyectó sobre un promontorio que mantenía un
campo de visión abierto hacia –y desde– el entorno circundante. Aunque todo el proyecto constructivo –
desde las murallas a las torres, puertas y casas– debió tener en cuenta la adaptación al terreno a partir de la
contención de tierras con los muros de las casas, éste no imponía importantes condicionamientos para la
construcción de las viviendas en extensión, pues no había grandes desniveles que obligaran a edificar en altura, y ello se refleja en la distribución de las manzanas del poblado, y su organización interna en construcciones de una planta (capítulo 6) [fig. 27].
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23. Banco de la Puerta Norte.
24. La Puerta Norte en el proceso de excavación vista desde el interior del poblado. Al fondo se aprecia el tapiado de
mampuestos hecho en la parte anterior
de la puerta.
La muralla fue construida en parte con grandes bloques del sustrato rocoso extraídos durante los trabajos
de acondicionamiento del espacio en el mismo promontorio, y su curso se adaptó a las curvas de nivel. No
es el único caso. El estudio detallado de los paramentos de algunas construcciones indica que también se
desbastó la roca de la misma loma, acondicionado el espacio de circulación y construcción al tiempo que
estos materiales servían para levantar los muros. Uno de los edificios en los que se aprecia más claramente
esta estrategia constructiva es en el almacén central (Conjunto 7), donde la labor extractiva facilitó, además,
la construcción de semisótanos para el propio almacén. Ello nos muestra un detalle interesante: que este
edificio jugó un papel primordial junto a la estructuración del vial central del poblado, pues se planificó
desde el primer momento, junto a la muralla y a los viales principales que regirían la circulación.
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25. Planta de la Puerta Sur con el tapiado en la parte anterior, el derrumbe de adobes y la cubeta de tierra. En la parte posterior
un segundo tapiado que anuló definitivamente esta estructura.
Calles y plazas: el tránsito de carros, mercancías y personas
En torno a todas las construcciones se define un entramado de calles y grandes espacios sin construir
que pueden ser interpretados como plazas. Los tres viales que parten de las puertas Norte, Sur y Oeste y el
camino que parte de la Puerta Este articulan la circulación rodada por el espacio habitado a partir de, al
menos, dos ejes viarios centrales y de un camino de ronda. Además, una serie de calles y callejones en sentido
norte-sur permiten la conexión entre todo este entramado [figs. 28 y 29].
Es interesante observar la disposición de las entradas en la organización interna del asentamiento para
ver que éstas fueron, sobre todo y durante la mayor parte del tiempo, espacios relacionados con el tránsito.
Ese paso es cotidiano, de modo que la ubicación de las puertas responde, obviamente, a un interés por facilitar el tránsito desde, y hacia, esos espacios.
Las entradas se proyectaron en los tramos más accesibles del promontorio, las laderas este y oeste. Por
el lado oeste debieron circular más vehículos rodados, como indica el hecho de que aquí se ubiquen tres de
las cuatro puertas. Los espacios interiores adyacentes a las puertas han sido excavados parcialmente, pero
de modo suficiente para confirmar que, una vez se ingresaba en la ciudad, la circulación se realizaba por
viales rectos, paralelos a la cara interior de la muralla. Esto es así en las Puerta Sur, Norte y Este, que son
del tipo de puertas de recubrimiento, donde los viales de entrada son rectos, sin giros, entre la muralla y la
roca recortada. Sin embargo, en el caso de la Puerta Oeste la circulación podía dirigirse hacia los lados, por
el camino perimetral, o seguir recto, por la calle central que cruza el poblado.
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26. Detalle de la cubeta de tierra y una
olla sobre el pavimento de la Puerta Sur.
Que estas puertas permiten el tránsito de carros es obvio por las características que hemos señalado más
arriba. Pero además, en el año 2009 hemos podido constatar materialmente la circulación de carros al sacar
a la luz varios metros de calle con marcas de rodadas en la roca. Se trata de un tramo de la calle central, que
parte de la puerta Oeste, a escasos 20 m ya en el interior del asentamiento. No hemos podido documentar
el ancho de este eje, pues sólo se ha conservado la rodada de un lado.
Otro detalle interesante es que al menos dos de las calles que cruzan el poblado desde la parte occidental
desembocan en sendas plazas. Una de ellas se define entre los Conjuntos 2, 3, 4, 6 y 7 y la otra entre el 10,
11, 12, 15 y 16. Entre ellas se abre una tercera plaza en torno a los Conjuntos 1, 8, 9 y 10. Todo ello son rasgos
urbanos interesantes, pues parece que se define un esquema de organización del asentamiento en el que la
circulación rodada jugó un papel fundamental a la hora de articular las construcciones en manzanas y vincularlas a calles y plazas.
La evacuación de las aguas es una cuestión controvertida, pues en la Bastida no hay clara constancia de
la existencia de conductos abiertos en la muralla o excavados en la roca, a modo de desagües. Lo más lógico
es pensar en una solución de gárgolas en el alzado de la muralla, en torres y en puertas, que vertieran las
aguas al exterior del mismo modo propuesto en la reconstrucción de la casa ibérica (Bonet et alii 2001, 86);
en cuanto al interior, los caminos debieron estar acondicionados para llevar las aguas hacia las puertas.
Los conjuntos y espacios edificados
El aspecto que tendría este poblado si, como visitantes recién llegados, recorrieramos sus calles sería
algo desconcertante. Veríamos una serie de construcciones, unas más densas y otras menos, algunas encaladas y otras no, con pocas distinciones externas en cuanto a arquitectura o decoración. De entrada, nos
costaría distinguir unos espacios de otros, sus funcionalidades y sus ocupantes, pero con el tiempo aprenderíamos a diferenciar las casas, los barrios y actividades que allí se llevaban a cabo [fig. 30].
La trama urbana de este asentamiento no es ortogonal, si bien hay un orden en la organización del espacio. En torno a una serie de calles y plazas se distribuyen agrupaciones de edificios cuadrangulares de diferentes tamaños y organizaciones internas [fig. 31]. Algunas de ellas son construcciones sencillas, que constan
de dos o tres departamentos aislados (Conjuntos 17 y 20), mientras que otras son más densas, pues agrupan
a varios departamentos que se añaden a un lado o en torno a núcleos previos, invadiendo a veces espacios
de calle, como los departamentos al este del Conjunto 8, o el Conjunto 2. Otras agrupaciones respetan los
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27. Sección esquemática que ilustra la construcción de las casas. A la derecha se representa el camino central. Dibujo E. Díes y
F. Chiner
muros de fachada recayentes a ciertos viales a lo largo de toda la ocupación del asentamiento, como sucede
en la fachada norte de los Conjuntos 3, 4, 5 y 6, en las de los Conjuntos 11 y 12 o en los caminos junto a los
diferentes lienzos de muralla. Ello es significativo de la importancia que estas calles tuvieron en la vida cotidiana.
Si prestamos atención a la organización y distribución interna de cada uno de estos edificios uno de los
primeros rasgos que salta a la vista es la extraordinaria variedad tipológica de plantas, desde edificios rectangulares con uno o dos espacios hasta las complejas construcciones compartimentas en numerosas estancias. De hecho, no hay una construcción igual a otra, ni un reparto de espacios a partir de módulos
equivalentes, como sucede en otros asentamientos, lo cual permite plantear que aquí prevalecieron criterios
particulares –individuales, familiares o de grupo– a la hora de proyectar y construir cada barrio o cada casa.
Estas decisiones, en el marco de la unidad familiar o de grupos más amplios de co-residentes, se comple-
28. Viales principales para la circulación de carros en la Bastida. En línea contínua se representan las vías documentadas, y en líneas discontínuas más tenues las probables.
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mentan o entran en conflicto, a una escala mayor, con la planificación e intereses de organización del asentamiento.
El trabajo de revisión de las excavaciones antiguas cotejando los datos de los diarios con el estudio de la
arquitectura en el propio yacimiento ha permitido diferenciar espacios de viviendas y trabajo de otras construcciones que tuvieron otros usos entre la maraña de edificios del asentamiento (Díes et alii 1997, 231; Bonet
et alii 2005). En la fase actual de investigación se han estudiado con detalle los Conjuntos 1, 2, 3, 4, 5 y 7, en
sector central del asentamiento, y la Casa 11 en la parte oriental, y parcialmente los Conjuntos 8 y 10.
Un gran almacén
Ya nos hemos referido más arriba al almacén (Conjunto 7) construido en la parte central del poblado
[figs. 32 y 33]. Está formado por un edificio cuadrangular de trece estancias, con unos zócalos potentes hechos
con piedras extraídas del mismo sustrato rocoso. Consta de tres accesos desde la calle central: uno de ellos,
en el lado este, da paso a un vestíbulo de amplia entrada con una batería de tres pequeños espacios contiguos
de un metro y medio de lado separados por muretes bajos (Deptos. 135, 134, 139 y 140), que interpretamos
29. Detalle de la trama constructiva de la Bastida en la que se representan los viales de circulación principal y las plazas. En líneas más estrechas se representan las calles que no permiten el paso de vehículos.
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30. Hipótesis de reconstrucción y ambientación de la calle central de la Bastida tras cruzar la Puerta Oeste.
como trojes o cajones para grano. Otro de los accesos desde la calle da paso a un espacio central formado
por los Deptos. 136 y 141. Finalmente, un último acceso se abre desde la calle central, en un espacio con pavimento empedrado de excelente calidad (Depto. 122). El Depto. 137 da paso al resto de estancias alargadas
y estrechas (1,5 m de anchura máxima) que eran, posiblemente, semisótanos a juzgar por la cota de circulación del empedrado documentado en 1930 y la cota de pavimento del interior de las estancias [fig. 34]. De
hecho, ninguno de estos espacios tiene vanos abiertos en los muros, algunos con más de un metro de altura
máxima conservada, por lo que planteamos que el acceso se haría desde un cota superior, coincidente con el
nivel del enlosado documentado y que se descendería a unos espacios de almacenamiento en semisótanos
con la ayuda de pequeñas escaleras.
La propuesta interpretativa para este conjunto se basa sobre todo en el estudio arquitectónico completo
del edificio, y en los hallazgos realizados en los departamentos. En este sentido, los diarios de excavación de
1930 son significativos, pues se cita la existencia de algunos vasos cerámicos de transporte y almacenamiento
en los semisótanos, y se señala que el resto de departamentos están, sorprendentemente, vacíos, pero con
evidencias de haber sufrido un intenso incendio, y así se hace constar explícitamente en el diario.
Adyacente a este almacén hemos identificado un sector abierto, quizás porticado (Depto. 155), en el que
hay dos estructuras de mampostería de gran tamaño que podrían ser las bases de un molino y de un horno
de uso colectivo, junto a otros dos espacios de almacenamiento. Además, el estudio de las relaciones constructivas de los muros del Conjunto 7 muestra que al edificio principal se añadieron otras estancias estrechas
y alargadas paralelas a su fachada norte (Deptos. 124, 126, 127 y 128). Esto es una característica repetida en
muchos lugares de almacenaje: la ampliación de estancias a medida que se require más espacio de almacenamiento.
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¿Una residencia que aglutina actividades públicas?
En la parte más alta destaca un gran edificio de 400 m2 que consta de cuatro estancias y dos espacios
anexos de unos 250 m2 (Conjunto 5) [fig. 35]. Aunque se interpretó como un edificio de funcionalidad cultual
a partir de la ausencia de molinos y de otros elementos característicos de actividades domésticas (Díes y Álvarez 1997) los objetos hallados no son significativos de que se desarrollara algún tipo de culto ni hay evidencias para entender este espacio en términos religiosos. Por lo excavado hasta el momento en la Bastida
no hay un lugar público específico destinado al culto, pues estas actividades parece que se desarrollaban en
el marco de los espacios domésticos, como así muestran dos exvotos de bronce hallados en casas: un toro
con yugo en el Depto. 236 y el célebre guerrero a caballo en el Depto. 218.
Volviendo a este edificio, al menos los Deptos. 63, 64 y 65 pudieron ser espacios de residencia y almacén, mientras que los adyacentes serían espacios abiertos. Pero, sobre todo, este conjunto se diferencia
del resto de edificios por su ubicación destacada en la parte más alta de la loma, su aislamiento por la ausencia de construcciones a su alrededor y sus potentes muros de más de 1 m de anchura. Hay elementos
arquitectónicos singulares, pues los Deptos. 63 y 64 tienen pavimentos de barro endurecido, y el Depto.
62 “dos zonas de grandes losas formando pavimento” y el suelo “estaba cubierto, en gran parte, por arcilla
endurecida, como adobes, y los muros debieron estar revocados” (Fletcher et alii 1969, 55). Nuestra propuesta es que se trata de una gran residencia en la que se pudieron llevar a cabo actividades específicas
con ciertas dimensiones públicas, como reuniones, celebraciones o incluso intercambios significativos.
Precisamente, aquí se hallaron dos piezas áticas con marcas (ver capítulos 7 y 9) junto a un conjunto de
vasos de consumo.
31. El Conjunto 3. La fachada de la izquierda da al camino central.
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32. Planta parcial del Conjunto 7, a la izquierda, y propuesta interpretativa del almacén principal, a la derecha. Los muros de
tono más claro no son portantes, sino que se trata de compartimentaciones internas para el almacenamiento del grano. Las escaleras indican el paso a semisótanos (Deptos. 131, 133 y 138).
Casas y espacios de trabajo
El resto de conjuntos estudiados se interpretan como espacios domésticos y estancias secundarias vinculadas a ellos. Si bien en la Bastida no hay dos casas iguales, como hemos dicho, planteamos una división
de estas viviendas de acuerdo a su extensión y distribución interna en dos grandes grupos con fines puramente analíticos.
Por un lado tenemos aquellas casas que oscilan entre 20 y 60 m2, como la Casa 11, de unos 50 m2, u otras
muy pequeñas, de sólo 24 m2, como la que forman los Deptos. 25 y 26 y que cuenta con un área de molienda
y tejido y en la que en la que se llevaron a cabo actividades metalúrgicas. Por otro lado, el grupo más numeroso está formado por aquellas casas con superficies comprendidas entre 80 y 150 m2 como son aquellas
numeradas del 1 al 9 (Conjuntos 1, 2 y 3) (Díes et alii 1997) y que tratamos con más detalle en el capítulo 6.
Se accede a ellas desde la calle o a través de patios compartidos y constan de entre cuatro y seis habitaciones.
En algunas se observa como hay ampliaciones de un núcleo inicial que, precisamente, invade espacios que
anteriormente habían sido calles o plazas, como sucede con los departamentos que se construyen en la calle
situada entre los Conjuntos 1 y 8. Algunas de estas pequeñas estancias añadidas son espacios destinados a
actividades metalúrgicas de reducción de galena en el momento final de la ocupación, como el Depto. 159
de la casa 2.
¿Cuánta gente vivía aquí?
Esta es una de las preguntas que más se repite por parte de los visitantes al yacimiento. La respuesta que
podemos dar es, desgraciadamente, poco precisa debido fundamentalmente a que no conocemos la estructura demográfica de esta población con detalle y a que el asentamiento no está totalmente excavado.
Los cálculos de población en lugares para los que no contamos con censos poblacionales se basan en varios tipos de aproximaciones: por un lado, aquellas que asignan proporcionalmente la superficie necesaria
para cada habitante, aproximación que sin embargo tiene amplios márgenes de error derivados la relatividad
del concepto del espacio preciso para cada persona en cada momento histórico. Por otro lado, están aquellos
cálculos que otorgan un número de ocupantes por unidad construida, o aquellas más precisas que parten
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33. Vista aérea del almacén y, al fondo, el Conjunto 2.
34. Los Deptos. 122 y 137 durante el proceso de excavación. Se aprecia en primer
término un enlosado que
recae a la calle y que marca
un nivel de circulación elevado respecto a otros departamentos que serían
semisótanos.
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35. Planta del Conjunto 5.
del número de personas que viven en cada unidad familiar y que se ha establecido entre 5 y 7 a partir de una
serie de trabajos antropológicos que tienen en cuenta el tipo de organización social familiar junto al sistema
económico. La cuestión es, entonces, qué espacios forman casas y cuáles no lo son; y, obviamente, cómo se
reconocen en el registro arqueológico.
Los cálculos de población hechos sobre estas premisas para la Bastida son poco precisos, pues hay que
pensar, en primer lugar, que no todos los edificios fueron viviendas. Por ello, la información arquitectónica
y funcional que obtenemos de los espacios construidos, como veremos en el capítulo 6, es esencial. Además,
la densidad constructiva se debe tener en cuenta también a la hora de abordar estos cálculos, pues hemos
constatado que hay grandes espacios sin construir dentro del oppidum. Finalmente, se debe considerar que
gran parte del poblado está sin excavar, de modo que es arriesgado proyectar la información obtenida de la
parte conocida a todo el espacio delimitado por la muralla.
Con todo, calculamos que en los 14000 m2 que ocupa el área de la parte central del asentamiento excavada
entre 1928 y 1931, hay entre 30 y 40 casas distribuidas irregularmente en varios conjuntos que mantienen
densidades constructivas diversas. Si tenemos en cuenta que es un tercio de la extensión total (42000 m2)
y si especulamos con el hecho de que las casas son del mismo tipo, distribución y tamaño que las conocidas
hasta ahora –algo que es muy probable que así sea por los datos obtenidos en las excavaciones que llevamos
a cabo desde 2008 junto a la Puerta Oeste–, podemos inferir que el asentamiento llegó a tener, en el momento final de su ocupación, entre 90 y 120 casas. Si adscribimos entre 5 y 7 ocupantes a cada casa –datos
obtenidos en base a trabajos antropológicos en diferentes ámbitos culturales– se infiere que entre 450 y
840 personas ocuparon el asentamiento en su fase final.
A partir de todo lo expuesto en este capítulo, podemos concluir que estamos ante un poblado amurallado
de cierta extensión, unas 4 ha, en el que convivieron varios centenares de personas distribuidas en manzanas
irregulares de densidad variable, en una trama urbana en cuyo diseño fue primordial la circulación rodada
de vehículos de transporte. Hemos visto también que en la Bastida no existe un modelo de vivienda, ni siquiera entre aquellos grupos que comparten barrios o entre las casas de tamaño similar. Los objetos que se
encuentran en estos espacios, los enseres recuperados, son variados y muestran las diferentes actividades
que llevaron a cabo sus ocupantes durante sus vidas. El examen detallado de estos restos es objetivo de los
cinco siguientes capítulos.
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eL trabajo cotidiano
Guillem Pérez jordà, C arlos Ferrer GarCía, mª Pilar iborra eres, miGuel ÁnGel Ferrer
eres, Yolanda C arrión marCo, Guillermo TorTajada ComeChe, luCía soria Combadiera
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L
as campañas de excavación desarrolladas en la Bastida de les Alcusses han aportado un importante
volumen de objetos y datos con los que abordar los principales trabajos cotidianos desarrollados por
sus habitantes. Tradicionalmente, la base de la economía en este territorio ha estado constituida por
las actividades agrarias, esto es, la agricultura y la ganadería, que permiten asegurar la alimentación y, además, proporcionan excedentes con los que recurrir al intercambio o al comercio. Junto a estas actividades
se desarrollan otras que no están orientadas directamente a la producción de alimentos pero que tratamos
también en este capítulo por su relación con el trabajo cotidiano con recursos naturales del entorno. Se trata
de la metalurgia, el trabajo de la madera y las fibras vegetales, tareas que tienen un papel central en las actividades económicas de los habitantes del poblado.
La agricuLtura
Los elementos que nos permiten aproximarnos a las características de la agricultura desarrollada en este
asentamiento son las semillas y frutos, que se conservan carbonizados, los útiles agrícolas de hierro y las
estructuras de almacenamiento y transformación. Los datos materiales disponibles para evaluar estas actividades son de extraordinaria calidad. Por una parte, durante las diferentes campañas de excavación se ha
recuperado una de las colecciones de útiles de hierro más amplia de la protohistoria peninsular (Pla 1968).
El registro carpológico –semillas y frutos–, pobre durante las excavaciones antiguas (Téllez y Ciferri 1954,
30-31; Pla 1972, 337) se conoce sobre todo a partir de los años 90 (Díes et alii 1997 y 2006; Pérez Jordà et
alii 2007) al aplicar una estrategia de muestreo sistemático del sedimento, lo que nos ha permitido contar
con una amplia muestra para identificar las especies cultivadas. Más pobre resulta la documentación de estructuras relacionadas con estas actividades en el yacimiento, a pesar de la amplia superficie excavada desde
1928. Los molinos son los únicos instrumentos dedicados a la transformación de los productos agrarios documentados. Destaca la ausencia de lagares o almazaras tan frecuentes en los territorios de Edeta y de Kelin
(Pérez Jordà 2000). El almacenamiento parece organizarse entre las trojes, para el grano, y en recipientes
cerámicos para los líquidos.
Los cultivos
Los restos de semillas y frutos que se han conservado carbonizados permiten definir los cultivos y,
al mismo tiempo, qué productos silvestres eran aprovechados. El excelente grado de conservación de
los materiales en la Bastida posibilitó, ya durante los trabajos entre 1928 y 1931, la identificación de algunos restos que permitieron confirmar que se practicaba tanto el cultivo de cereales (trigo desnudo),
como el de leguminosas (vezas). Este conjunto ha podido ser completado con los trabajos más recientes
y hemos podido comprobar la existencia de una mayor variedad de cultivos de cereales y de leguminosas
y constatar la existencia del cultivo de frutales y, posiblemente, de otras plantas con una utilidad más
artesanal.
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Los cereales
1. Frecuencias de los diferentes grupos de cultivos
según el total de muestras analizadas en la Bastida.
Constituyen la base de la alimentación en epoca ibérica
y de hecho son el grupo más representado en el registro
(53 %) [figs. 1 y 3]. Los dos cereales más consumidos son
la cebada vestida (Hordeum vulgare L.) y el trigo desnudo
(Triticum aestivum-durum), con porcentajes prácticamente similares. Ambos aparecen tanto en los vertederos
como en el interior de las viviendas por lo que pensamos
que están destinados a la alimentación humana.
Se trata de dos cereales con unas condiciones de cultivo diferentes. El trigo es más productivo siempre que
las condiciones del suelo sean buenas, mientras que la
cebada es capaz de mantener unos índices altos de producción incluso en suelos pobres. Este hecho explicaría
que, en la mayor parte de los casos conocidos en el País
Valenciano, la cebada sea el cereal preponderante, al encontrarse ante suelos de no muy buena calidad. Por el
contrario, la Bastida, que cuenta con unos buenos suelos
en el Pla de les Alcusses, presenta unos porcentajes de
trigo más altos, prácticamente iguales que los de la cebada [fig. 2]. Otra diferencia entre estos dos cereales es
que los trigos son desnudos, es decir que las cubiertas
2. Frecuencias de los cultivos de: a. cereales, b. frutales, c. leguminosas, d. oleaginosas.
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3. Semillas de cereales carbonizadas: 1. Cebada vestida
(Hordeum vulgare L.), 2. Escaña (Triticum monococcum), 3 y 4. Trigo desnudo (Triticum aestivum-durum).
que los protegen caen por sí solas, lo que facilita su procesado, mientras que la cebada es vestida. Esto obliga
a un procesado más complejo para eliminar la cascarilla que permanece adherida al grano, y que hay que
retirar antes de ser consumida. Para ello se puede recurrir al uso de molinos, de morteros o al torrefactado.
Estos dos cereales se cultivan generalmente como cereales de invierno. Se plantan entre el otoño e inicios
del invierno y su cosecha se realiza a inicios del verano. Por el contrario los mijos (Panicum miliaceum y
Setaria italica), que en este caso parecen tener una presencia muy puntual en el registro de restos (2,3 %),
tienen un periodo de desarrollo mucho más corto, ya que se plantan en primavera para recogerse a inicios
del verano. Aunque la escaña (Triticum monoccocum) está presente de forma puntual en el registro, pensamos que se trata en realidad de una mala hierba de otros cultivos, más que de un cultivo en sí mismo.
Las leguminosas
Las leguminosas son, junto a los cereales, los dos grupos de plantas que han alimentado al ser humano
desde la neolitización, pero generalmente en los yacimientos ibéricos es el grupo peor representado. En la
Bastida suponen un 14,8% [figs. 1 y 4]. Destacan especialmente las vezas (Vicia sativa), mientras que las
habas (Vicia faba), guisantes (Pisum sativum) y guijas (Lathyrus sp.) tienen una presencia muy testimonial. Son especies que pueden tanto cultivarse de forma extensiva, alternando o no con los cultivos de cereales, como desarrollarse en pequeños huertos recurriendo al abonado y posiblemente al regadío, sin que
por el momento tengamos datos a partir del registro
carpológico para definir cuales eran las características de su cultivo.
Los frutales
4. Leguminosas carbonizadas: 1. Guisante (Pisum sativum), 2. Haba (Vicia faba), 3. Veza (Vicia sativa).
El cultivo de frutales define la agricultura de estos
momentos en esta zona [fig. 5]. La vid (Vitis vinifera),
el olivo (Olea europaea), la higuera (Ficus carica), el
almendro (Prunus dulcis) y el granado (Punica granatum), que habían sido introducidos en los siglos
Viii-Vii a.C., están plenamente asentados en el siglo iV
a.C. en un poblado como la Bastida, siendo tras los
cereales el grupo más representado en el registro carpológico (31,5 %) [fig. 1]. La principal novedad que
supone su introducción es que rompen el ritmo agra-
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5. Frutos carbonizados: 1. Higo (Ficus carica), 2.
Granada (Punica granatum), 3. Uva (Vitis vinifera).
rio desarrollado hasta el momento, que consistía en el cultivo de plantas con ciclos de desarrollo anual (cereales, leguminosas). Los frutales necesitan varios años de trabajo antes de empezar a producir, por lo que
hay que tener asegurada la alimentación del grupo antes de iniciar esta inversión y también debe estar asegurado el disfrute de la cosecha, mediante algún tipo de control estable sobre la propiedad de la tierra. Los
frutales son bienes muy preciados, ya que en caso de ser destruidos su recuperación es muy larga.
La introducción de estos frutos mejorará sustancialmente la dieta de estas comunidades al diversificarla con
productos muy nutritivos y de fácil conservación. Además, permitirán obtener dos productos que a partir de
este momento van a marcar toda la historia de la alimentación de los pueblos mediterráneos: el vino y el aceite.
Cultivos artesanales
Un último grupo de cultivos está integrado por el lino (Linum usitatissimum) y la camelina (Camelina
sativa), documentados en los Deptos. 270 y 267 [fig. 6]. Si bien son cultivos que pueden tener una finalidad
alimenticia al ser transformados en aceite, también pueden relacionarse con la elaboración de tejidos. Hasta
la fecha, se trata del único caso en tierras valencianas en que se han documentado tales cultivos para estas
cronologías, aunque tienen una presencia muy puntual en el registro.
De la siembra a la cosecha: las herramientas
El trabajo pionero de E. Pla (1968) sobre las herramientas de hierro de época ibérica puso de manifiesto
la variedad de útiles de trabajo agrario [fig. 7]. Estos elementos nos permiten realizar una aproximación al
ciclo agrícola, desde la producción en los campos hasta la llegada de los productos al poblado y las casas.
6. Oleaginosas: 1. Lino (Linum usitatissimum), 2.
Camelina (Camelina sativa).
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7. Herramientas de hierro para el trabajo agrícola. 1: Reja de arado del Depto. 92. 2: Zapapico del Depto. 163. 3: Escardillo del
Depto. 18. 4: Azada estrecha del Depto. 7. 5: Arrejada del Depto. 69. 6 y 7: Layas del Depto. 9 y de procedencia desconocida. 8:
Podón del Depto. 144. 9: Legona del Depto. 3. 10: Hoz del Depto. 4. 11: Corquete u hoz para la vendimia del Depto. 37. (a partir
de la documentación del Archivo SIP)
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8. Figura de bronce que representa un toro con parte
del yugo. Fue hallada en el
Depto. 237 el día 23 de julio
de 1931 por Joaquín Quilis
(long. 6,5 cm).
A
B
9. A: Rejas de arado halladas en el Depto. 49
(izquierda) y en el camino de ronda de la
Puerta Sur (derecha). B: Arrejadas de los
Deptos. 18, 69 y sin procedencia.
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El inicio del ciclo anual se produce durante el otoño, con el laboreo de los campos antes de plantar los
cereales. Para este trabajo se utilizan principalmente arados tirados por parejas de bueyes –y de los que
conservamos tan sólo las rejas de hierro y las arrejadas para limpiarlas [figs. 8, 9 A y B y 10]–, junto a otras
herramientas como la azada, y el fez o zapapico, que tanto sirven para cavar como para deshacer los terrones
de tierra [figs. 11 A y B]. Tras la siembra de cereales y leguminosas únicamente necesita realizarse el escardado, concentrándose el trabajo en este momento en los campos de frutales, con la poda, de la que hay evidencias en los diferentes podones documentados [fig. 12 A]. Siguiendo con el ciclo anual, a inicios de la
primavera se plantarían las leguminosas de verano, bien en campos de secano o bien en huertas, utilizando
para el laboreo de estos huertos las layas y los legones. Con posterioridad se produciría igualmente la siembra
de los cereales de primavera, mijo y panizo, y también del lino, aunque es posible que en casos de necesidad,
se pueda recurrir a sembrar cebada también como un cultivo de primavera.
Al finalizar la primavera se inicia el periodo que requiere más trabajo –y brazos– en los campos, pues se
suceden las cosechas de los cultivos de primavera (mijos, lino, habas) y de invierno (cebada, trigo, leguminosas). Sabemos que la siega se realizaría con las hoces de hierro [fig. 12 B], que están documentadas con
diversos tipos, trasladando los haces de los distintos cereales a las eras, que no hemos documentado para
este periodo pero que posiblemente estarían situadas junto a los campos de cultivo, para evitar el desplazamiento de la cosecha. Durante este trabajo, los diferentes productos se ordenan en montones junto a la era
para que acaben de secarse y posteriormente se extienden en el suelo para ser trillados, bien mediante el pisoteado de los animales o golpeados con mayales, ya que no se han documentado trillos. Tras el trillado se
procede al aventado y al cribado con la finalidad de separar el grano de la paja y del resto de desechos. Este
proceso se realizaría fuera de los poblados, como tradicionalmente se ha hecho en el mundo mediterráneo
[fig. 13], porque en ningún asentamiento ibérico excavado se han detectado los desechos que se generan en
este trabajo. A continuación el grano se traslada al poblado, posiblemente en sacos o en capazos, donde se
lleva a cabo un último cribado previo a su molturación. Esto lo sabemos porque las semillas de malas hierbas
y los pequeños fragmentos de paja, cubiertas y raquis (espigas) que se eliminan en esta última fase aparecen
en los registros procedentes del interior del poblado [fig. 14]. Todos estos trabajos finalizan durante el verano
y, ya con posterioridad, se preparan los campos para la próxima cosecha. El ciclo finaliza en otoño con la
vendimia [fig. 15] y la recolección de almendros y, posteriormente, a inicios del invierno se lleva a cabo la
cosecha de la oliva [fig. 16].
Los frutos secos como el almendro no tienen ningún problema de conservación, pero con los carnosos se
debería proceder al secado (higos, uvas pasas) o a su inmersión en vino o miel para su conservación, aparte,
obviamente, de su consumo fresco en un plazo de pocas semanas desde su recolección. En la Bastida no
hemos hallado hasta el momento estructuras para la elaboración del vino o del aceite, aunque sabemos por
los restos de semillas que se cultivaba la vid –hay además corquetes para la vendimia– y el olivo, de modo
que es factible pensar que los lagares y las almazaras están en una zona no excavada aún en el interior del
poblado o bien junto a los campos de cultivo.
10. Esquema de las partes
que componen un arado ibérico (reelaboración a partir
de Barril 2000).
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A
B
11. A. Legones del Depto. 3 y de procedencia
desconocida. B. Zapapico del Depto. 163 y
azada estrecha del Depto. 7.
12. A. Podones de hierro de la Puerta Sur y del Depto. 144. B. Selección de hoces de hierro de diferentes tamaños.
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Los suelos y la productividad agraria
El estudio de las unidades ambientales y edáficas, y su evaluación agronómica, tiene como resultado un
mapa en el que se plasma la representación espacial de cada una de las clases agronómicas expresada en
potencialidad de usos [fig. 17]. Obviamente, surge un modelo dual con unos suelos óptimos para la agricultura extensiva e incluso intensiva ubicados en el Pla de les Alcusses y otros con óptimos forestales y para
pastos, situados en los relieves al sur de la loma de la Bastida. Para la determinación semicuantitativa de
estos valores utilizamos un índice basado en los rasgos físicos del suelo y recoge la mayor parte de los aspectos que pueden afectar a una agricultura no tecnificada (Storie 1970).
Como hemos referido, los mejores suelos se concentran en el extremo meridional del Pla de les Alcusses,
donde la potencia de los perfiles edáficos (sedimentarios), la juventud de los suelos, la textura franca –heredada
de la importante presencia de arenas en algunos sectores–, la buena retención de humedad y la ausencia de
problemas de drenaje, hacen que sean óptimos para cualquier tipo de cultivo de secano, como por ejemplo
cereal de invierno y vid. Así, en un área ideal delimitada por una distancia lineal al centro del asentamiento de
2 km, encontramos 300 ha de suelos de clase agronómica 1 y 2, de las cuales 125 ha tendrían una pendiente
inferior al 3%, ideal para el cultivo de cereales. Si aumentamos el área de influencia a 3 km lineales, los suelos
de buena calidad aumentan su superficie hasta unas 350 ha más, de los cuales los de menor pendiente son
apenas 75 ha, ya que la mayor concentración de éstos se da justo al pie de la Bastida.
En torno a los cursos del río Cànyoles y de los barrancos de la Bastida y Fossino encontramos cauces de
fondo plano, terrazas históricas y holocenas con suelos de texturas más variadas que los anteriores. Su valor
para la agricultura es similar, pero con el matiz de que la frecuente renovación sedimentaria de los niveles
más próximos al talweg –canal– y la superficialidad de los niveles freáticos, permitiría en época ibérica,
como hoy, el cultivo de hortalizas y verduras sin el desarrollo de infraestructuras de regadío. En esta tipología
de suelo la superficie disponible, no cuantificada, sería sin duda poco relevante desde el punto de vista cuantitativo, aunque es obvia su importancia en el modelo económico agrario del asentamiento. En el entorno
más inmediato destaca la presencia de estos suelos en el Barranc de la Casa Gran.
En el Pla también encontramos, en torno a los pequeños humedales, suelos con cierto grado de hidromorfía, que aunque ricos en nutrientes, tendrían problemas de drenaje de carácter limitante para la agricultura, frente a su gran productividad ecológica susceptible de aprovechamiento (caza, recolección y, tal
vez, pesca). Con todo, la desecación estacional de los márgenes, con suelos enriquecidos durante las estaciones húmedas, serían óptimos para obtener producciones elevadas, con el cultivo de cereales de verano
(mijo), leguminosas o el caso del lino y de la camelina.
Algunos sectores en el entorno inmediato a la Bastida y en extensas áreas de los glacis y abanicos aluviales
de las sierras de la Solana y Plana, poseen suelos menos generosos que los del Pla, que pudieran ser óptimos
para la producción de leñosas (olivos, almendros, higos). En el entorno más inmediato (2 km) estos suelos
no superarían las 100 ha.
El almacenamiento y la transformación de los productos
En la Bastida se da un sistema de almacenamiento de los productos agrarios a dos niveles. Por un parte,
en el interior de las viviendas se realizaría un almacenamiento a pequeña escala, sin que por el momento se
hayan documentado grandes estructuras para ello. Se documentan principalmente grandes vasos cerámicos
que aunque puntualmente puedan ser utilizados para grano, debían almacenar de forma habitual líquidos
(agua, vino, aceite) u otros preparados que necesiten estar dentro de un contenedor (salazones, o conservas
con grasa, vino, aceite o miel). El grano (cereales, leguminosas) y los frutos secos (almendras, pasas, higos)
se conservarían en recipientes más funcionales como los sacos, los cestos de esparto, arcones de madera,
utilizados tradicionalmente en el mundo rural, si bien la documentación de estos objetos es difícil al estar
hechos de materiales perecederos.
Otro nivel de almacenamiento se da a una escala mucho mayor y centralizada. En la Bastida hay un edificio, identificado en el conjunto 7, que puede interpretarse como un gran almacén de grano (capítulo 4).
Está formado por un cuerpo principal cuadrangular al que se añaden, en fases posteriores, una serie de es-
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13. Trabajos agrícolas en el Pla de les Alcusses
(1928).
tancias hacia el norte. Este edificio inicial presenta accesos desde la calle central a dos niveles. Por un lado,
un ancho vano da paso a una batería de tres pequeños compartimentos cuadrangulares separados por pequeños muretes que identificamos como trojes, cuya función es contener grano a granel. Otro acceso, a
través de un espacio empedrado según las excavaciones antiguas, da paso a estancias estrechas y alargadas
en semisótanos que quedarían subdivididos mediante tablas de madera, creando compartimentos similares
a los primeros. Las trojes son un sistema conocido en la protohistoria peninsular (Pérez Jordà 2000; Rodríguez Díaz 2004) y que ha seguido siendo utilizado hasta la actualidad. Facilita la conservación del grano
al no estar cerrado y ser posible su remoción y al mismo tiempo, permite contener volúmenes considerables.
Además este sistema de almacenamiento es muy flexible ya que la ubicación de las tablas se puede ir modificando en razón de las necesidades de espacio.
Los únicos elementos destinados a la transformación de
los productos agrarios documentados hasta la fecha en el
asentamiento son los molinos [figs. 18 y 19], que son del tipo
rotativo o semirotativo, formado por dos elementos cilíndricos
encajados y unidos por la parte central mediante un vástago
de madera (Alonso 2002, 114). Los hay de grandes dimensiones (con diámetros de unos 60 cm), que están fijos en un espacio específico, y de mediano tamaño (con diámetros de 40
cm) que pueden trasladarse a cualquier lugar (ver detalles en
el capítulo 6).
El uso de los mismos es básicamente la molturación de diferentes productos para su transformación en harina o sémolas. Los productos susceptibles de ser molturados son
básicamente los cereales, pero también las leguminosas y otros
frutos recolectados como las bellotas y hasta las pepitas de uva
(Marinval 2005). De los dos cereales que se cultivan mayoritariamente, el trigo desnudo presenta la ventaja ya comentada
de que tras su paso por la era ya está preparado para la molturación, mientras que la cebada vestida llegaría al yacimiento
con las cubiertas adheridas y necesita ser descascarillada antes
14. Malas hierbas: 1. Cizaña (Lolium perennede ser consumida. Para ello se pueden utilizar los molinos, corigidum), 2. Rabaniza (Raphanus raphanislocando alguna pieza de corcho entre las dos piedras para evitrum), 3. Acedera (Rumex crispus).
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tar triturar los granos. También se puede recurrir al
tostado de los granos o al uso de morteros de madera, que evidentemente no se conservan. No tenemos constancia de cómo realizaban este proceso
pero en todos los casos en los que encontramos concentraciones de cebada está descascarillada.
Las harinas que podemos obtener de estos dos
cereales presentan características diferentes. Parece haberse desarrollado desde época romana una
preferencia por los panes blancos de trigo, pero en
los textos griegos se valora en el mismo sentido los
panes negros de cebada. Podemos considerar a los
iberos, en general, como comedores de cebada, ya
que en la mayor parte de los casos sus frecuencias
son mayores que las del trigo y están destinadas al
15. Corquetes de hierro para la vendimia de los Deptos. 37 y 47.
consumo humano, ya que aparecen almacenadas en
el interior de las casas.
Al molturar el grano se obtiene un producto que
se recoge y se criba con una malla fina, separando
la harina de los trozos de grano que no se han molturado completamente. Esta sémola puede volver a pasarse
por el molino para obtener más harina o pasa a ser consumida en cocidos o hervida. Con la harina podría
elaborar panes, tortas o ser utilizada como ingrediente de diversos platos. Nunca hemos documentado panes
como los que hay en época romana, tan sólo fragmentos de masa difíciles de determinar.
La cocción de los panes y tortas se puede realizar sobre la brasa de los hogares o incluso en pequeños hornos
culinarios, aunque éstas instalaciones no se han documentado hasta el momento en la Bastida. Quizás unas estructuras de piedra de planta circular o semicircular de más de un metro de diámetro ubicadas en espacios abiertos junto a las casas podrían corresponder a hornos. De hecho, una de estas bases de mampostería está junto al
Conjunto 7, el almacén, y junto a otra posible base de molino de gran tamaño [fig. 18], con lo que encontraríamos
asociados en este espacio un granero junto a un molino y un horno de uso posiblemente colectivo.
Los recursos animaLes: La ganadería y La caza
Los restos óseos de animales aportan una valiosa información sobre las prácticas ganaderas y la caza
desarrolladas por los habitantes del poblado. Las especies de animales que hemos identificado fueron usadas
con distinta finalidad: para la obtención de productos alimenticios, como proveedores de materia prima
para diversas artesanías, como la textil (lana), para la obtención de pieles y de huesos con los que elaborar
útiles y adornos, como productores de abonos para fertilizar los campos y como fuerza de trabajo.
La fauna es la primera fuente de información acerca de las prácticas ganaderas, pero además hay que
considerar otras evidencias, como las propias estructuras del poblado. Algunos de los espacios anexos a las
viviendas pudieron utilizarse como cercados o corrales. También son una fuente de información muy valiosa
los objetos relacionados con la ganadería recuperados en el yacimiento como las esquilas del ganado, los
arreos de caballos, o las herramientas usadas en determinadas manufacturas como las tijeras de esquilar o
las fusayolas. Dado que algunos de estos objetos serán tratados en capítulos posteriores desde perspectivas
relacionadas con el armamento, el tejido y la posición social de estos grupos, aquí nos referiremos a ellos
como una evidencia más en una aproximación a la ganadería y la caza.
La muestra estudiada: procedencia y significación
Los datos arqueozoológicos que manejamos proceden en su totalidad de las campañas de excavación realizadas desde el año 1997 hasta el 2007, que han proporcionado una muestra formada por 3.227 fragmentos
óseos de vértebrados y 443 restos de gasterópodos [fig. 20].
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16. Visión idealizada del trabajo de la tierra a los pies de la Bastida: arado de los campos, recogida de leña y recolección de la
oliva (dibujo Francisco Chiner).
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17. Tipos de suelos en el entorno inmediato de la Bastida.
Los restos óseos recuperados presentan un grado de alteración importante; abundan las astillas y los pequeños fragmentos, mientras que los restos completos, escasos, sólo han aparecido en algunos contextos “cerrados”. Las causas de esta elevada fracturación son múltiples: el procesado carnicero, evidenciado a través de
las marcas de carnicería, el fuego y la acción de los cánidos, especie cuyos huesos no han sido identificados.
El material analizado procede de diferentes zonas del asentamiento, principalmente de espacios abiertos
como la base de las murallas, tanto intra como extramuros y junto a las cuatro puertas de acceso, en el camino que bordea la Casa 10 y en un vertedero de la Casa 11. Es decir que son muestras que proceden de lugares de función y uso diferentes y que están formadas por un número desigual de restos.
De las muestras analizadas, dos proceden de áreas de mayor significación. Se trata del vertedero de la Casa
11 y del camino de ronda de la Casa 10. En el primero se pudo realizar un estudio más pormenorizado y se individualizaron distintas fases cronológicas. Este vertedero fue un espacio abierto entre la fachada de la casa y
la muralla. Los restos óseos allí depositados habían sido mordidos por perros, según nos indican las mordeduras identificadas sobre los huesos recuperados en los niveles de uso y abandono. También documentamos
la acción del fuego sobre el material durante el nivel de uso, en lo que interpretamos como la quema intencionada de la basura doméstica allí depositada, acción que provocó una cremación desigual de los restos óseos.
En la fase de abandono de este vertedero identificamos numerosos restos óseos enteros de un asno: el esqueleto
estaba bastante completo, con huesos en conexión anatómica. El hecho de que los restos óseos aparecieran
parcialmente quemados puede responder a dos causas: o se quemó el cadáver para evitar el proceso de descomposición, o la muerte del animal se produjo durante la destrucción e incendio violento del poblado.
La muestra localizada en el camino de ronda de la Casa 10 se caracteriza por la presencia de huesos de
especies domésticas y la ausencia de silvestres. Las partes anatómicas identificadas y su grado de fracturación
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nos indican que se trata de basura doméstica, aunque no está claro que el material
pertenezca sólo a la Casa 10, ya que los caminos, como zonas de paso, permiten la
acumulación y dispersión de los restos allí
depositados, tanto por agentes antrópicos,
animales y atmosféricos.
El resto del material procede de sondeos, realizados en diferentes puntos del
poblado, para extraer información sobre
la construcción de murallas o casas. La
fauna de estas unidades presenta un potencial interpretativo menor. Sin duda el
estudio del material de las recientes excavaciones realizadas en las casas, nos servirá para identificar pautas en el consumo
18. El Depto. 155 junto al Conjunto 7. Este espacio sería probablemente
entre las diferentes unidades domésticas
un porche. Se aprecia, en el centro, una base circular de mampuestos
tanto en la selección de especies como en
para un molino rotatorio de gran tamaño y, al fondo, una estructura
el tratamiento carnicero.
semicircular que quizás sea la base de un horno para cocinar. El muro
de la izquierda es la fachada del almacén.
Una valoración general de la fauna
muestra un conjunto formado por ungulados domésticos y silvestres y por un ave.
Los mamíferos domésticos, cuyos restos
representan un 96,36% del total son la oveja (Ovis aries), la
cabra (Capra hircus), el cerdo (Sus domesticus), el bovino
(Bos taurus), el caballo (Equus caballus), y el asno (Equus asinus). Y el grupo de especies silvestres, con una importancia
porcentual mínima, tan sólo el 3,64%, lo forman el conejo
(Oryctolagus cuniculus), la liebre (Lepus granatensis), el
ciervo (Cervus elaphus), la cabra montés (Capra pyrenaica)
y el jabalí (Sus scrofa). El ave identificada es el sisón (Tetrax
tetrax) [fig. 21].
La ganadería
En el yacimiento de la Bastida, ovicaprinos, cerdos y bovinos, son las especies que proporcionan el mayor volumen de
carne. Aunque los ovicaprinos son los animales más numerosos, según el peso de los restos, es la cabaña vacuna la que proporciona una mayor cantidad de carne. Si consideramos las
19. El Depto. 42 con un molino rotatorio sobre el
unidades anatómicas conservadas y la edad de muerte de las
pavimento (1928). Se aprecia en primer término
la muela pasiva, entera, y detrás la muela acespecies identificadas en cada caso, se observa que no todas
tiva, desmontada y fragmentada en dos partes.
ellas fueron utilizadas para producir carne, ya que hay pruebas
de un aprovechamiento de los recursos secundarios [fig. 22].
Las ovejas (Ovis aries) y las cabras (Capra hircus) son los
animales que han proporcionado un mayor número de restos. Dada la frecuencia de éstos podemos pensar
en la existencia de rebaños mixtos, aunque desconocemos su tamaño. El estudio de las estructuras del poblado no ha permitido la identificación de corrales susceptibles de haber servido para albergar grandes rebaños. Si en un primer momento se pensó que el cercado oriental pudo haber servido como albacara, su
estudio detallado le atribuye una función defensiva, antes que pecuaria (capítulo 4). No obstante podemos
considerar otras posibilidades para la estabulación: que los rebaños fueran de reducido tamaño y que cada
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unidad familiar los guardara en las
propias viviendas, quizás en patios, o
que los rebaños se mantuvieran apartados en zonas más grandes inmediatas al poblado, en cercados realizados
con materiales perecederos o en corrales difíciles de detectar en el registro arqueológico. Con todo, esta distribución
de los rebaños en el entorno inmediato
del poblado, que no es incompatible
con la organización poblacional detectada en el entorno de la Bastida (capítulo 3), es indemostrable en el estado
actual de la investigación.
Esta cabaña estaría sustentada por
los pastos y por los productos cerealísticos, de los que existen abundantes
evidencias en el poblado, como hemos
visto más arriba. Además, la identificación del sisón entre las aves silvestres
se debe poner en relación con los campos de cereal identificados en el Pla de
les Alcusses. En épocas de estabulación
forzosa estos animales podrían ser alimentados con piensos. Habas y cebada
han sido identificadas en el yacimiento, y a pesar de que debieron ser
usadas de forma preferente para el
20. Frecuencias absolutas y relativas de la fauna recuperada en la Bastida,
consumo humano podemos considerar
según el número de restos (NR), número mínimo de elementos (NME), número mínimo de individuos (NMI) y el peso (gramos).
un posible uso como materia prima
para la elaboración de pienso de ganados tal y como recoge Columela en De
re rustica para época romana, donde
cita que el mejor alimento para las ovejas durante la estabulación es la cebada mezclada con habas. El manejo
de esta cabaña podría desarrollarse en el entorno del asentamiento, tanto en las zonas deforestadas o adehesadas, como en los campos de cultivo de cereal, a los que podrían entrar los rebaños tras la siega, y los
barbechos y las zonas de pasto de las zonas colindantes.
Según la abundancia de restos óseos en esta cabaña de ovicaprinos predominaban las ovejas (en proporción de 2,3 a 1). Las edades de sacrificio de los ejemplares nos indican que la cabaña estaba orientada principalmente a la producción de carne y lana, en el caso de las ovejas, mientras que las cabras parecen dedicarse
con mayor énfasis a la producción láctea. Que se producía lana en la Bastida se deduce igualmente de la
existencia de algunas herramientas como las tijeras de esquilar [fig. 23] y las numerosas fusayolas recuperadas en casi todos los departamentos (capítulo 6).
Algunos huesos de estos animales fueron usados con la finalidad de fabricar piezas de juego. En la muestra analizada hemos identificado un astrágalo de cabra que presenta una perforación central y la superficie
lateral pulida, modificado intencionadamente para darle una forma rectangular y ser utilizado como una
pieza de juego (taba).
A partir de algunos huesos conservados enteros hemos podido calcular la talla de ovejas y cabras. Las alturas calculadas para este grupo revela que las ovejas tenían una alzada media de 56,8 cm mientras que las
cabras tenían una talla ligeramente inferior con una media de altura a la cruz de 53,29 cm. Algunos de estos
ejemplares tenían cuernos con forma de cimitarra.
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21. A. Importancia relativa de las especies identificadas (% NR) en la Bastida. B. Representación del conjunto analizado por grupos (% NR)
La segunda especie más frecuente tras los ovicaprinos es el bovino (Bos taurus) y su importancia como
proveedor de carne aumenta al considerar el peso de sus huesos, un parámetro que indica con mayor exactitud el volumen de carne aportado por una especie.
Las medidas de los huesos indican que hay una mayor presencia de hembras. El mantenimiento de hembras hasta edad avanzada está justificado por la cría de terneros como los que se consumieron en el poblado.
Del mismo modo esta edad avanzada en los animales sacrificados también nos indica una búsqueda de la
máxima rentabilidad tanto para la cría de animales como para el uso de ellos en trabajos de tiro. En este
sentido hay que valorar las patologías óseas (exóstosis) observadas en las falanges de varios animales producidas por un sobreesfuerzo. El hallazgo en el poblado de instrumental agrícola, y por supuesto, la pequeña
figura de bronce de un bovino uncido con un yugo, serían argumentos de peso en la valoración de la importancia del vacuno como animal de labranza en la agricultura [fig. 8].
Con una importancia relativa similar al bovino tenemos el cerdo (Sus domesticus). Se trata de una especie
de fácil manejo, que proporciona importantes recursos alimenticios: abundante carne, grasa y sangre, cuya
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alimentación dependería de los desperdicios domésticos, de los restos agrícolas y de
los recursos silvestres como las bellotas, diversos tubérculos y raíces. Estos animales
tenían una alzada media de 65 cm.
Además de estos tres grupos de especies,
hemos identificado otras que no fueron relevantes para el consumo alimenticio. Se
trata de los équidos: el asno y el caballo. Los
restos de asnos (Equus asinus) son escasos.
La mayor parte corresponden a parte del
esqueleto prácticamente entero de un individuo que se recuperó con marcas de cremación en la fase de abandono del
vertedero de la Casa 11 antes comentado. Se
trata de un macho, ya que en las hemimandíbulas se encuentra el alvéolo del canino,
22. Valores relativos del NR y de su peso en los mamíferos domésticos.
lo cual es un rasgo que diferencia a los
sexos, con una edad de muerte de entre los
6-8 años. Las medidas obtenidas nos han
servido para calcular la altura a la cruz, obteniendo una talla de entre 103,5 y 106,7 cm, lo que corresponde
a un animal de talla reducida apto para transportar cargas por angostas sendas y callejuelas. Sus huesos no
tienen marcas de carnicería, lo que indica que no se consumió su carne. Además del asno se documentan
algunos restos de caballo (Equus caballus) sobre los que sí han quedado patentes marcas de carnicería. Este
hecho junto a que se trata de huesos de animales adultos-seniles, nos lleva a pensar que esta especie fue
consumida en edad avanzada, cuando ya no fue útil para las tareas de tiro o monta. Los restos de bocados
de caballo (capítulo 8), y las anillas y campanillas [fig. 24], que pudieron pertenecer a adornos de las caballerías, son indicadores del uso de este animal como montura, práctica documentada entre los iberos, tal y
como se desprende de algunos textos clásicos (Estrabón iii, 4, 16-18), de la abundante iconografía de la escultura, de los vasos cerámicos –aunque fechados un siglo después de la ocupación en la Bastida– de épocas
más recientes y de los exvotos en bronce.
La caza
Las especies cinegéticas cuentan con una presencia mínima en la muestra analizada (3,64%). Los grupos
de especies identificados son; la cabra montés (Capra pyrenaica), el jabalí (Sus scrofa), el ciervo (Cervus
elaphus), el conejo (Oryctolagus cuniculus) y la liebre (Lepus granatensis) y entre las aves el sisón (Tetrax
tetrax). Fueron usadas como recurso alimenticio y algunos de sus huesos se utilizaron para la manufactura
de útiles [fig. 25].
La fauna silvestre además de indicarnos una actividad cinegética, ciertamente reducida si tenemos que
valorar exclusivamente sus bajas frecuencias, aporta información sobre las características del entorno de la
Bastida. Dos especies: el ciervo y el jabalí indican la existencia de masas forestales, aunque bien es cierto
que ambas son muy versátiles, ocupan una amplia variedad de ambientes y toleran bien los espacios aclarados por la actividad humana. Es aquí, en este tipo de espacios, donde otra de las especies identificadas –
el conejo– alcanza altas densidades. El resto de las especies silvestres presentes en el yacimiento, la liebre
y el sisón, habitan espacios abiertos, campos de cultivo y zonas con matorral bajo. Finalmente la cabra montés ocupa las zonas escarpadas de montaña.
Sorprende la escasez de especies silvestres dado el paisaje donde se ubica el yacimiento: las estribaciones
de una sierra de altitud media, y en cuyas proximidades, a menos de dos horas de camino, se extienden amplios espacios montañosos como las sierras de Enguera y Almansa, donde aún hoy en día abundan los recursos cinegéticos. En la Bastida contamos con armas que sin duda se utilizaron para la caza, como las lanzas
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23. Tijeras procedentes del
Depto. 126.
24. Filete y cama de hierro
pertenecientes a un bocado de
caballo del Depto. 146 y campanilla de bronce del Depto. 2.
y jabalinas [fig. 26] (capítulo 8), como muestran para contextos más tardíos las representaciones en vasos
del Tossal de Sant Miquel (Bonet 1995). Otra cuestión es si a la luz de la baja representación de las especies
silvestres, podemos plantear que la caza fue una actividad minoritaria, aunque con los datos actuales, no
podemos asegurar que se trate de una actividad restringida a ciertos grupos ya que no disponemos de muestras amplias para comparar los registros faunísticos de basureros asociados a casas. Sin embargo, su presencia ya es significativa de la disponibilidad de recursos alternativos a las cabañas ganaderas.
Los recursos mineraLes y La metaLurgia
Los metales eran elementos estratégicos de altísimo valor económico. En época ibérica, y para el caso
concreto de la Bastida, destaca la producción de objetos de hierro, bronce, plomo y plata entre las actividades
de metalurgia documentadas. El valor de los objetos metálicos es inseparable del mismo trabajo o uso al
que se vinculan, pues la mayor parte de ellos son elementos fundamentales en la fabricación de armamento,
utillaje agrícola y artesanal, sin olvidar los elementos de adorno personal y corporal.
Hasta el momento se han detectado dos actividades de producción metalúrgica en el poblado de la Bastida: se trata, por una parte, de la copelación de la galena argentífera y, por otra, de la siderurgia. Las mues-
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tras proceden de las excavaciones realizadas entre 1928 y 1931 así como de intervenciones recientes en los caminos de ronda de
la muralla oeste, de la Puerta Sur, y en la
Casa 11 que facilitan la ubicación contextual
de los hallazgos.
De la mina al poblado
La cantidad y calidad de las evidencias
de actividad metalúrgica en la Bastida están
vinculadas a indicios de minería extractiva
en la zona próxima al poblado. Si bien sólo
conocemos algunos afloramientos de óxidos de hierro sedimentarios susceptibles de
aprovechamiento, como es el caso del Cabeçol del Ferro en la partida de les Carras25. Valores relativos del NR y de su peso en las especies silvestres.
quetes, para el caso concreto de la Bastida
hemos de suponer que en el territorio inmediato se encuentren los yacimientos minerales. Normalmente están dispuestos en filón vertical por lo que conocemos en otros entornos: en el Puntal
dels Llops se han detectado vetas de mineral recristalizado en las diaclasas de la roca caliza explotables a
cielo abierto (Ferrer Eres 2002).
La metalurgia del plomo argentífero y la siderurgia conllevan actividades realizadas en el exterior del
poblado y actividades llevadas a cabo en el interior. Fuera de la Bastida tuvieron lugar, obviamente, las actividades de extracción del mineral con la ayuda de picos en minas al aire libre. A pie de mina seguramente
también tuvo lugar el proceso de reducción directa para todos los tipos de metalurgia, ya que no hay indicios
en el poblado de estas actividades, como podrían ser las escorias de reducción o fragmentos de paredes de
hornos de reducción. El proceso de reducción directa es el mismo para los minerales de plomo y para los de
hierro, pero varían tanto las relaciones de carga entre el mineral y el combustible como los fundentes utilizados y las temperaturas máximas alcanzadas para ambos tipos de carga. Ahora bien, los productos obtenidos en las operaciones de reducción de minerales son diferentes.
Tras la obtención del mineral, se tritura la ganga que va unida a la mena para trasladar menos volumen
de material y facilitar los trabajos posteriores. A continuación se realizan procesos de concentración por levigación o concentración gravimétrica, pues el contenido metálico de los minerales raramente sobrepasa el
2% del material extraído. Después se separa por decantación el mineral de la ganga y se seleccionan los minerales. En este momento, se podrían realizar mezclas destinadas a mejorar las condiciones de fusión aunque
muchas veces, dado el carácter polimetálico de las menas, esta mezcla es involuntaria. Todas estas operaciones persiguen el ahorro en combustible, que es en época ibérica el carbón vegetal y la madera. El carbón
vegetal se utiliza para reducir el mineral en el bajo horno porque se necesita un alto poder reductor, mientras
que la madera se puede utilizar en la fase de copelación puesto que sólo se requiere calor y poder oxidante.
La tostación consiste en la exposición a fuego oxidante del mineral sulfurado –la galena para el caso del
plomo y la limonita para el caso del hierro– para eliminar la humedad contenida en el mineral y llevarlo a
su oxidación. Con el mineral ya oxidado y apto para la reducción directa, se va cargando el bajo horno mediante capas alternas de mineral y combustible (carbón vegetal como elemento reductor), junto a fundentes.
Durante la combustión en el interior de este horno se conseguirá una atmósfera reductora que logrará separar el oxígeno de los óxidos metálicos, tras varias reacciones químicas y la escorificación de la ganga y
fundentes remanentes.
Al poblado se llevaba el producto resultante de la reducción: planchas de plomo y goterones para el caso
de la galena, o lingotes de hierro aglomerados en forja, materiales, todos ellos, documentados en la Bastida.
Las planchas, producidas en el bajo horno, fueron vertidas en colada fundida sobre superficies aplanadas.
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En el caso de hierro se obtendrá, como resultado del proceso de reducción directa, una especie de esponja
porosa formada por una mezcla de hierro y escoria que posteriormente deberá ser aglomerada mediante forja.
La copelación de la galena argentífera
Un grupo de materiales ya detectados desde las primeras excavaciones están asociados a los procesos de
copelación de la galena argentífera. Planchas de plomo de obra, goterones de plomo en fusión vertidos sobre
agua para su súbito enfriamiento, óxidos de plomo, o fondos de cubetas [figs. 27 y 28] son las evidencias de
que en la Bastida se estaba realizando la copelación de la galena argentífera, es decir, el proceso para obtener
la plata contenida en las vetas mineras.
La copelación es un tratamiento para separar de una aleación los metales con diferente ley o resistencia
a la oxidación. El proceso es sencillo: se funden las aleaciones de metales en atmósfera oxidante en el interior
de un horno de reverbero –llamado así porque sus paredes reflejan el calor– y dentro de un recipiente denominado copela cuya finalidad es la absorción, mediante oxidación, de las impurezas del baño de plomo
argentífero fundido.
No es necesario alcanzar temperaturas muy elevadas porque estos metales tienen bajos puntos de fusión,
de hecho basta con superar temperaturas de 700-800º C, dependiendo de la mayor o menor pureza de la
aleación, adición de fundentes, combustible más o menos reductor, para fundir los metales de la aleación.
Tras este proceso el plomo se libera en forma de óxido, denominado litargirio, que en parte es absorbido
por la copela y el resto debe ser retirado de la superficie en fusión –operación que se denomina desnatado.
La copela debe ser muy absorbente por lo que en su fabricación se utilizaban materiales como cenizas de
hueso, cal y materiales cerámicos molidos. De hecho, algunos restos de copelación aún conservan las cenizas
y huesos adheridos al fondo exterior [fig. 29].
El proceso de copelación se debe repetir varias veces hasta obtener la plata refinada. Tras la solidificación
y el enfriamiento de las tortas, éstas se introducen de nuevo en el horno para continuar oxidando el plomo
y así separarlo progresivamente de la plata remanente contenida en el mismo. Finalmente, los metales nobles
aparecen en el fondo de la copela en forma de botón brillante. Es un proceso que implica una inversión de
combustible y esfuerzo importante, además de la participación de mucha gente, desde el trabajo en las minas
para extraer el mineral, hasta su transporte hacia el poblado y las copelaciones o fases finales. A pie de mina
26. Puntas de lanza y jabalina.
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27. Plancha de plomo resultante durante el proceso de copelación del mineral de galena.
28. Fragmentos de plancha de copelación.
29. Plancha fundida en el proceso de copelación. El pincho de bronce quizás sirviera
para comprobar la marcha de los procesos
de fundición.
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se extrae el mineral de las vetas y allí se realiza la primera reducción del mineral de plomo (galena). Esta
primera reducción es innecesaria realizarla en el poblado y sólo se transportaban hasta allí las tortas de
plomo argentífero que habían sufrido una primera reducción. Por ello sólo las fases finales del proceso de
obtención de plata están documentadas en el poblado.
Las excavaciones entre 1928-1931 no identificaron hornos de copelación. No obstante, las descripciones
que dejaron los excavadores en los diarios permiten identificar talleres metalúrgicos y procesos de copelación
porque hay referencias a acumulaciones de manchas de cenizas, goterones y planchas de plomo y, a veces,
fragmentos de tierra cocha o quemada. A partir de la identificación de estas evidencias y de otros objetos
como toberas –que dirigen la corriente de aire desde un fuelle sobre el baño de metal y aceleran su oxidación
[fig. 30]– o trípodes de hierro –para sujetar la copela en el interior del horno– podemos identificar diversas
estancias que, a modo de talleres, estaban llevando a cabo este proceso. Uno de los ejemplos más claros de
taller metalúrgico lo ofrece el Depto. 49, donde hay asociados planchas y goterones de plomo, un trípode de
hierro y una tobera. Pero además, los goterones de plomo son hallazgos abundantes en muchas zonas abiertas, incluso en espacios de circulación como los caminos de ronda de la Muralla Oeste y la Muralla Sur.
El aspecto externo de las tortas de plomo evidencia su adscripción a las fases iniciales del proceso de refinado de la plata, o primera copelación [fig. 31 A y B]. En concreto corresponden al momento en el que se
vierte el sobrante de plomo enriquecido desde la copela, colocada en el interior del horno. Esto puede ser
realizado de diversos modos: se puede abrir una piquera en la copela que deje salir el sobrante de plomo, o
bien se puede inclinar la copela con ayuda de algún otro elemento como trípodes o parrillas de hierro, como
la hallada en el Puntal dels Llops (Olocau) (Ferrer Eres 2002).
La operación de vertido era delicada pues se debía realizar en el momento en que la copela conteniendo
el baño en fusión de plomo y plata estuviese agotada, es decir, que hubiese cumplido totalmente su función
absorbiendo los óxidos de plomo y colmatando su estructura. A partir de ese momento la oxidación sólo
tiene lugar en la superficie del plomo en fusión por contacto con el aire, con lo que la operación se hace más
lenta y hace conveniente verter el material al exterior o remover el baño fundido con varillas [fig. 29] con el
fin de facilitar la oxidación, como se ha documentado en descripciones de copelación tradicional.
Los elementos resultantes del proceso de copelación de la Bastida revelan aspectos interesantes sobre
las condiciones de trabajo y los espacios en los que se hacía la copelación, puesto que la masa de metal fundido, al ser vertida, recoge y se adapta a la forma de la copela conteniendo también parte de los materiales
de que se componga (tierra, cerámica, cal, cenizas). Por ejemplo los goterones de plomo con la característica
coloración de la oxidación superficial del plomo –tornasolados que van del azulado o gris plomo a los colores
rojizos– son indicativos de material vertido en sucesivas capas durante la fusión y solidificadas al caer por
gravedad.
Podemos saber el sentido de salida del material en fusión por la dirección de los goterones: hay casos en
que la salida es vertical porque se realizó el sangrado del horno [fig. 31 A], y otros en los que la salida es horizontal porque hubo sucesivas aportaciones de material fundido solidificando unas coladas encima de otras.
Éste es el caso de unas muestras procedentes de la Casa 11 [fig. 31 B]: aquí el material en fusión se adaptó a
una cubeta excavada en el suelo con abundante presencia de cenizas y algún fragmento cerámico.
Otras muestras más pequeñas, procedentes de la Casa 11 y de los caminos de ronda de la zona oeste y la
Puerta Sur, indican que se vertió el material fundido sobre una superficie plana y en cantidades más reducidas, porque las planchas resultantes no superan los 5 cm de diámetro [fig. 32]. Debido a su forma aplanada,
el tamaño reducido y, por tanto, la mayor cantidad de superficie en contacto con el aire, las piezas adquirieron las tonalidades de los óxidos de plomo mezcladas con algunos materiales adheridos a la superficie en
contacto con el suelo que se incluyeron en parte de su estructura.
Una vez enfriadas las tortas resultantes, como hemos señalado, se introducen de nuevo en el horno con
otra copela para repetir el proceso. Obviamente, a medida que se vayan realizando copelaciones el metal
será cada vez menos voluminoso. El numero de procesos que eran necesarios es una cuestión variable, pues
depende de la cantidad de plata que contenga una veta de plomo. A modo de comparación, y para época romana, se ha estimado que se necesitan unas siete operaciones de copelación hasta obtener plata pura.
Es interesante señalar que los siguientes procesos de copelación, ya a escalas pequeñas, no requieren
una gran infraestructura ni equipamientos voluminosos. De hecho, cualquier estructura de combustión a
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modo de hornos de reverbero pequeños, hogares de forja o fraguas de herrero pudieron haber servido para
efectuar las últimas fases de la copelación porque el rango de temperaturas y el ambiente oxidante adecuados
también se pueden conseguir en estas estructuras. Las copelas en esta segunda fase son más pequeñas, pues
basta con someter a alta temperatura y en un ambiente oxidante una reducida cantidad de plomo con alta
concentración de plata. Con ello se absorbe de una sola vez todo el plomo en forma de óxido, dejando en su
fondo un pequeño disco de plata en forma de botón, de color gris oscuro debido al óxido de plata, con la
forma de los fondos de las copelas donde fueron depurados [fig. 33 A y B]. Así pues, el resultado final del
proceso es una pieza que contiene plata en una concentración variable entre el 80 y el 90%, siendo el resto
impurezas y plomo residual –lo que confirma que corresponden a la fase final del proceso a partir de piezas
con cantidad mayor de plomo.
Hay seis fondos de copela de este tipo en la Bastida, cinco de los cuales fueron hallados agrupados y ocultos en un recipiente cerámico entre los Deptos. 103-105 y el otro en el Depto. 232 (capítulo 7). Los análisis
han detectado que las piezas más grandes contienen algo más de plomo en su composición mientras que las
más pequeñas presentan mayor pureza de plata, aunque en todos los casos hay impurezas –fundamentalmente sílices que corresponden a los constituyentes de la copela que absorbe el material fundido durante el
proceso. Todo ello indica que las técnicas de copelación contemplan, hasta en las fases finales, diferentes
grados en el refinado; de hecho, se seguían copelando los goterones en copelas cada vez más pequeñas hasta
obtener plata casi pura. Hay que tener en cuenta que incluso la plata obtenida por métodos actuales no llega
al 100% de pureza en su composición.
Esta segunda fase de la copelación no se documenta en todos los asentamientos en los que se desarrollan
procesos de copelación. Por ejemplo, en el poblado del Puntal dels Llops, en la zona edetana, se realizaba
sólo la primera fase de concentración, mientras que las restantes fases se han documentado en otros poblados del entorno como el Castellet de Bernabé (Ferrer Eres 2002). En la Bastida están bien documentadas
las dos fases del proceso de copelación, lo que invita a pensar que la infraestructura necesaria para realizar
la extracción de mineral desde la mina y las primeras copelaciones del proceso dependían de una organización social y económica controlada por los grupos que obtenían la plata en el yacimiento.
Obviamente, el proceso de copelación puede ser interrumpido y retomado en cualquier momento a partir
de cualquier objeto que contenga plomo argentífero. Desconocemos qué pureza de plata se consideraba adecuada para poner en circulación, y lo más lógico es pensar que diferentes circuitos de intercambio funcionaran al mismo tiempo, pues piezas con diferentes concentraciones de plata han sido halladas en diferentes
zonas del poblado. Una extrapolación teórica a partir del contenido en plata del mineral tratado en la Bastida
nos lleva a inferir que sería posible extraer del tratamiento de 1000 kg de galena argentífera unos 12 kg de
plata pura. Así, sólo los cinco fondos de copela de plata hallados en una ocultación que pesan 207 g implican
la reducción y copelación de 17 kg de galena.
Volviendo a los diferentes circuitos de circulación de plomo argentífero, es interesante señalar que la copelación de fragmentos pequeños pudo haberse realizado con relativa facilidad. La abundancia de goterones
en el poblado, que aparecen en espacios abiertos, calles o plazas y la aparición de agrupaciones de pequeños
objetos de plomo –todos con alto contenido en plata– son indicativos de que este metal debió ser un metal
codiciado y buscado. De todo ello, se deduce el aprovechamiento de copelaciones por doquier. Es interesante
constatar que el contenido en plata de algún goterón es muy elevado (1,28% en BAS 6) [fig. 32], lo cual sólo
es explicable como resultado de operaciones de copelación ya que el mineral de partida, la galena, sólo contiene
trazas de plata en una concentración variable entre 0,25% y 0,45%. En el borde de este goterón hay marcas
de tres golpes de cincel realizadas tras su solidificación que sugieren algunas cuestiones: ¿se trata de una
marca relacionada con el proceso de copelación, como una unidad de medida, una marca de su peso o de su
ley? Con los datos disponibles hasta el momento no es posible responder categóricamente a estas preguntas.
Uno de los conjuntos de piezas analizadas (BAS 10) constituye un buen ejemplo. Se trata de pequeñas
piezas de plomo, goterones, láminas y pequeñas barras que no parecen ser materias primas destinadas a su
reducción en el proceso de copelación, sino objetos manufacturados acabados. Estos objetos contienen unas
cantidades de plata elevadas (entre 0,72-1,05%).
Contamos también con evidencias para defender que los fragmentos de plomo ricos en plata eran ensayados y muestreados para calibrar su contenido en plata y valorar así la rentabilidad del proceso. Pensemos
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30. Toberas de cerámica.
Las toberas son las
bocas de los fuelles utilizados para insuflar aire
a los hornos metalúrgicos.
en la llegada de grandes volúmenes de galena argentífera, quizás procedentes de varias vetas abiertas al
mismo tiempo, algunas de ellas nuevas, y cuyos contenidos en plata se desconocían, por lo que sería necesaria la valoración de la riqueza del metal de las nuevas vetas. Siguiendo un proceso que hoy en día se sigue
haciendo en joyería, el contenido en plata del material que llegaba al poblado tendría que ser evaluado. Para
ello son necesarias las balanzas de precisión que, en muchas ocasiones, están asociadas a evidencias de fundición de plomo [fig. 34]. El cálculo seguía una sencilla regla de tres: los maestros metalúrgicos pesaban
una pequeña muestra y la sometían a copelación. La plata resultante, que era también pesada, permitía calcular el contenido en plata de los fragmentos de planchas nuevas.
Los valores en estos circuitos de intercambio debieron estar determinados por el patrón de la plata, pues
el metal circulaba no sólo entre los grupos ibéricos del entorno, sino también a escala mediterránea. Desconocemos las medidas o pesos que determinaban estos patrones, pero sí sabemos que cualquier fragmento
podría ser valorado en estos circuitos, y no era para menos, pues los esfuerzos puestos en su obtención son
patentes. El corte por cizalla de uno de los fondos de copela con alto contenido en plata podría indicar bien
la adaptación de su valor o la extracción de un pedazo para un siguiente refinado (capítulo 7).
El reciclaje del plomo
Los óxidos de plomo resultantes de los procesos de copelación serían vueltos a reducir en bajos hornos con
nuevos usos, pues el metal –incluso el plomo– era altamente valorado, susceptible de ser aprovechado y reutilizado en la manufactura de otros objetos [fig. 35]. El plomo desplatado entraría, así, en otra esfera de circulación. En la Bastida es frecuente la existencia de recipientes de plomo a modo de calderos, o vasos y cuencos,
pero también se documentan otros objetos como pesos, ponderales, adornos o láminas y soportes de escritura.
La siderurgia
El trabajo del hierro en la Bastida está también documentado a partir de escorias y objetos acabados,
pero no contamos por el momento con forjas ni talleres de herreros, posiblemente porque no fueron identificados durante las excavaciones antiguas. No obstante, a partir del estudio macroscópico y microscópico
de las piezas podemos reconstruir los procesos de producción siderúrgica. Hemos detectado dos fases de la
cadena operativa siderúrgica: la primera consiste en reducir la materia prima en hornos de reducción, operación que se realizaba fuera del poblado, al igual que sucede con la reducción de la galena argentífera; la
segunda fase trata el mineral de hierro en la fragua mediante forja, en instalaciones dentro del poblado.
Las actividades de producción de hierro se realizan cerca de minas, o en lugares próximos al aprovisionamiento de combustible, por ser molestas, insalubres y necesitar espacio y cursos de agua. El horno bajo
estaba construido con arcilla, tierra arenosa, piedras y escorias de desechos anteriores y contaba con una
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A
B
31. A. Goterones solidificados por enfriamiento al sumergirlas en líquido (BAS 2). B. Otro elemento del mismo proceso procedente
del Depto. 249 (Casa 11) (BAS 3).
entrada de tobera, carga y la de trabajo. La parte interna del horno consta de un espacio para recoger el
metal semifundido junto con la escoria y de un canal de sangrado para expulsar la escoria al exterior. La
operación de reducción duraba aproximadamente seis horas, durante las que se cargaba el horno con carbón
y mena de hierro, se encendía el horno y se aumentaba la temperatura insuflando aire; posteriormente, se
continuaba añadiendo mineral triturado junto con carbón. Durante la operación de reducción era necesario
controlar la consistencia de la zamarra, para lo que se introducían en el horno varas metálicas. Esta operación
también ayudaba a reconducir el mineral a la zona más caliente del horno. Las pequeñas masas de hierro
que aparecían dispersas por el horno también debían ser reconducidas.
Cuando se completa la reducción es necesario romper una parte del horno para sacar la zamarra y llevarla
al yunque para su depurado y compactación con el mazo, formando así un lingote. A continuación se realizaba inmediatamente una nueva hornada para aprovechar las condiciones de temperatura del horno y la
sequedad de las instalaciones, lo que ayuda a economizar combustible y mejora los resultados.
Todas estas actuaciones son básicas y necesarias para la obtención de hierro mediante reducción directa
en la actualidad, y debieron serlo también en época ibérica, si bien podrían variar en cuanto a proporciones
de carga, rendimientos de las hornadas o en la fuerza motriz utilizada.
Algunas muestras de hierro y escoria [figs. 36, 37 y 38] indican que las fraguas y los talleres de forja estaban situadas
dentro del hábitat, en talleres domésticos como los conocidos
en otros asentamientos ibéricos valencianos como en los Villares o en el Castellet de Bernabé (Mata et alii 2007; Guérin
2003), que son diferentes de otras instalaciones que desarrollan escalas de producción más amplias, como los documentados en el Tossal de les Basses (Ferrer Eres 2007). Los procesos
de forja se pueden reconstruir fácilmente porque el trabajo de
fundidores y forjadores ha cambiado poco respecto a los documentados en la Bastida.
La materia prima trabajada en los talleres de forja son lingotes de material férrico de acero que pueden variar, obviamente, en tamaño [fig. 36]. Este material es producto del
tratamiento de la esponja ferrífera que se compactaba me32. Goterón de plomo (BAS 6) hallado en el camino junto a la Puerta Sur.
diante mallado en caliente, probablemente a pie de mina en
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A
B
33. A y B. Dos de las cinco
piezas de plata halladas en
un vaso de cerámica en el
Depto. 103-105. A: Long. 3,9
cm. B: Long. 4,9 cm..
un bajo horno. Posteriormente, esta lupia o protolingote se cortaba en fragmentos que eran trasladados al
taller de forja situado en el poblado y que constituyen la materia prima con la que se trabajará en la fragua.
La superficie de la pieza de la fig. 37 (BAS 12) revela el intenso trabajo de forja llevado a cabo sobre el
yunque hasta obtener un bloque regular de forma más o menos cuadrangular, depurado someramente del
exceso de escoria de la esponja ferrífera del cual partía y al que se dio un acabado relativamente compacto.
Para obtener esta forma regular del lingote se llevó a cabo una tarea de plegado y mallado mediante martillado en caliente en varias de sus caras sucesivamente.
Otro elemento perteneciente a la cadena de producción siderúrgica en el taller es la escoria formada en el
interior del hogar de forja [fig. 38]. Una de las piezas estudiadas presenta una forma hemiesférica o de calota
que se ha producido al adaptarse los residuos fundidos de la escoria al fondo del hogar de forja. La escoria de
partida contenida en el lingote de hierro, junto con los desoxidantes utilizados en la fragua, silíceos o calizos
y unidos todos a los materiales de construcción del propio hogar de forja, constituyen la escoria de hogar de
forja. Su formación tendrá lugar al fundirse el exceso de escoria de las piezas en el interior del hogar de forja
durante las sucesivas caldas que son necesarias para conformar una pieza forjada de material férrico.
Las operaciones de forja son fundamentalmente de modelado, pero también, al mismo tiempo constituyen
procesos de depuración de las piezas, al compactarse y aglutinar el metal, que no era homogéneo, en forma de
lingote. Al mismo tiempo permitía eliminar el exceso de escoria en ellos contenida, pero en cambio la hacía un
producto demasiado frágil y quebradizo.
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34. Platillo de balanza y ponderales de
bronce.
La elaboración de útiles de hierro
Los objetos de hierro acabados engloban desde útiles y herramientas hasta armas o elementos constructivos y arquitectónicos que forman parte de una de las colecciones más conocidas de la Bastida. El primer
paso para la elaboración de los útiles consiste en calentar el acero en carbón vegetal. El maestro lo trabaja
a una temperatura de alrededor de 800-900 ºC guiándose por su experiencia y controlándola siguiendo los
cambios en las tonalidades de la pieza. En la forja tradicional esta temperatura se relaciona con un código
de color que se correspondería al rojo cereza claro y al rojo amarillento, respectivamente. En este rango de
temperaturas es posible soldar mediante martilleo en forja el acero. Por debajo de 550 ºC, en la escala de
color castaño oscuro, el tratamiento de forja se realizaría en ‘frío’ y se podría ‘agriar’ la pieza. A continuación
se trabaja golpeando la pieza con el mazo sobre el yunque, para depurarlo y darle forma. Los mazos y los
yunques son, con frecuencia, de piedra, y ello explicaría la abundancia de mazas y piedras grandes a modo
de martillos. El maestro alterna golpes suaves y golpes fuertes con el mazo mojado para enfriar la pieza,
aunque puede combinarlos con golpes con el mazo seco.
A continuación se debe dar temple a la pieza, enfriándola en agua, aceite u otras sustancias, por un tiempo
indeterminado, pues esta operación, más que ninguna otra, la dicta la propia experiencia. Finalmente se
lleva a cabo la operación de revenido, consistente en subir moderadamente la temperatura y enfriarla lentamente, con el fin de estabilizar la pieza y evitar tensiones que la harían quebradiza.
La pieza así obtenida presenta una mezcla de flexibilidad y dureza característica del hierro acerado, esto
es, que contiene carbono. A pesar de tener corrosiones superficiales, las piezas examinadas son buenos productos de forja, pues conservan la mayor parte de su masa y, además, son productos densos y no corroídos
en su zona interna porque los productos acerados son más resistentes a los procesos de corrosión.
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35. Vasos de plomo de los Deptos. 49 y 234.
Diámetro del cuenco pequeño 7,6 cm.
Los talleres metalúrgicos y las habilidades de los artesanos
Los análisis realizados sobre los materiales arqueometalúrgicos denotan una buena calidad en los productos manufacturados, así como una aceptable homogeneidad en su constitución. Los herreros de la Bastida
muestran habilidades desarrolladas y estandarizadas, resultado de una experiencia acumulada que ya en el
siglo iV a.C. se muestra muy perfeccionada y que ha cambiado poco hasta la actualidad (Pleiner 1988). Ello
trasluce un elevado dominio técnico de las destrezas pirometalúrgicas en la producción de metal en bruto
en bajo horno (hierro, cobre, plomo), así como de los posteriores procesos de transformación y refinado de
estos materiales para la obtención de lingotes comercializables y la realización de objetos terminados.
Las técnicas metalúrgicas estaban altamente estandarizadas y pocas veces se recurría al empirismo y a
las pruebas porque los procesos implicaban una inversión en esfuerzo y recursos considerable, desde la obtención del mineral, su procesado y la obtención del producto manufacturado. Estos procesos conllevan momentos críticos que pueden arruinar el trabajo en curso de forma irreversible. Los problemas más comunes
suelen ser las temperaturas incontroladas en el horno o la fragua.
Es de suponer que estos especialistas gozaran de una consideración y un estatus elevado. Para el caso
del trabajo del hierro, proporcionan utillaje específico y de calidad a una gran variedad de actividades que
incluyen el sustento –útiles de trabajo agrario–, la construcción –clavos, y herramientas de carpintería–, e
incluso el ejercicio de la violencia –armas– o su participación central en rituales funerarios –doblado de
falcatas y jabalinas en tumbas para inutilizarlas junto al guerrero enterrado–. En conjunto, los artesanos de
la Bastida logran producir un buen acero, lo que indica que dominan las técnicas de transformación del mineral por reducción directa en bajo horno y además son hábiles herreros que logran no descarburar las
piezas durante los trabajos en la fragua, aplicando todas las técnicas térmicas y mecánicas de un modo óptimo, consiguiendo buenos resultados en los objetos manufacturados en el taller de forja. Para el caso de la
copelación de la galena, se obtiene la plata, metal que durante este tiempo funciona como valor de cambio
no sólo entre los grupos ibéricos sino también a escala mediterránea, tanto amonetada, a peso o como producto manufacturado.
Algunas metalurgias son compatibles en cuanto a las instalaciones, de modo que es factible que los mismos hornos fueran utilizados indistintamente para varias producciones y las instalaciones sirvieran como
áreas de trabajo polimetalúrgico. Por ejemplo, los hornos de reverbero serían utilizados en copelación y fusión de elementos metálicos como plomo o metalurgias de base cobre. Conocemos hornos de este tipo en el
Puntal dels Llops (Bonet y Mata 2002) y en el Tossal de les Basses (Ferrer Eres 2007). Pueden aparecer
junto con fraguas, que contarían con hogares de forja para refinar y modelar el hierro obtenido por el método
de reducción directa en bajo horno.
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36. Lingotes de hierro procedentes
de los Deptos. 130, 142, 146 y 190.
Aunque no disponemos de analíticas sobre restos humanos para contrastar patologías derivadas del
efecto tóxico de las actividades metalúrgicas y de los gases emanados, podemos suponer que los espacios
peor ventilados tendrían condiciones favorables a la intoxicación. Así, la ubicación de los hornos para la reducción, la forja y la copelación en espacios domésticos llevaría, en el caso de mala ventilación, a la inhalación
de monóxido de carbono y la consiguiente disminución del contenido de oxígeno en sangre, con pérdidas
de consciencia o asfixia. Los procesos de reducción y tostación son más peligrosos pues liberan sulfuros, arsénico, dióxido de carbono o monóxido de carbono, pero en cambio hemos visto que no se realizaban en los
poblados sino a pie de mina, a cielo abierto y cerca de los hornos de reducción, en espacios mejor ventilados.
No obstante, la enfermedad más común durante el proceso metalúrgico de copelación es el saturnismo, producido por la intoxicación tras la inhalación de los gases que se liberan durante el tratamiento del plomo y
cuyos síntomas son cólicos saturninos, contracción dolorosa del intestino, mialgias, astralgias o trastornos
nerviosos. La intoxicación aguda sería de carácter accidental y poco frecuente en nuestro caso, mientras que
la crónica podría haber sido más frecuente por la inhalación o contacto con el plomo de manera habitual.
El uso dE la madEra y la Explotación forEstal
Una de las materias primas de más fácil acceso y más utilizada en las economías preindustriales es la
madera. Su relevancia para la vida cotidiana es tal que interviene en aspectos económicos tan variados como
la calefacción, la construcción de la casa, el mobiliario, la fabricación de embarcaciones y carruajes, de aperos
y herramientas y de un extenso etcétera que convierten a este elemento en un recurso fundamental.
En los yacimientos arqueológicos existen numerosas evidencias materiales del aprovechamiento sistemático de los recursos naturales, entre ellos, la madera. Ésta debía de estar presente en todas las actividades
cotidianas, ya que suponía la fuente esencial de combustible para estructuras domésticas y artesanales, así
como una materia prima fundamental para la construcción. Su recolección debía ser por tanto, una tarea
programada dentro de la gestión de los espacios forestales y agrarios, probablemente integrada en los propios
ciclos agrícolas, con la reutilización de los restos de poda, la constante reparación de estructuras, la elaboración de aperos, y en los espacios domésticos, para actividades tan cotidianas como la cocina o la calefacción.
El abanico de recursos vegetales utilizados sería sin duda mucho más amplio de lo que indican los restos
arqueológicos, ya que muchos de éstos no quedarían registrados, caso de las herbáceas y los órganos vegetativos más ligeros, como hojas, fibras, tallos no leñosos, etc., que sin duda constituirían la base para la elaboración de múltiples enseres cotidianos y rituales. A ellos podemos aproximarnos únicamente por
evidencias indirectas, como las herramientas para su trabajo, las improntas en otros materiales no perecederos, etc. Sin embargo, la madera, cuando se carboniza, tiene la ventaja de que permanece inalterable en
su estructura y se pueden identificar las especies vegetales de las que procede, ofreciendo una interesante
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37. Lingote de hierro sin referencia de procedencia (BAS 12).
38. Escoria de hierro (BAS 16).
información de tipo ambiental, económico y tecnológico. Que la madera llegue hasta nuestros días depende
de que ésta haya sufrido un proceso voluntario o accidental de carbonización ya que, de otro modo, se degrada desapareciendo con ella una valiosa parte de nuestro patrimonio.
En la Bastida, los restos de madera carbonizada se documentan sistemáticamente tanto en niveles de
ocupación como de abandono, y así, el elenco de especies identificadas permite inferir diversos usos de la
madera en el poblado.
El combustible
Éste sería, sin duda, uno de los principales destinos de la madera en la Bastida, ya que constituye la
fuente esencial de alimentación de los fuegos domésticos y los hornos, que requerirían un aporte constante
de grandes cantidades de leña para su continuo funcionamiento. El poder calorífico y otras características
de combustión de la madera dependen de varios factores, como la tasa de humedad, el calibre o el estado de
la madera, así que todas las especies son susceptibles de ser un buen combustible (Théry 2001), y es lógico
que se intentara minimizar el esfuerzo utilizando cualquier leñosa que estuviera disponible en el entorno. A
grandes rasgos, existen dos tipos de combustible: el de prendido, para el que se suelen utilizar ramitas de
pequeño calibre, muy inflamables; y el de mantenimiento, generado por grandes troncos, que arden lentamente y desprende un alto poder calórico. A éste último se añade el posible uso de carbón vegetal en estructuras de reducción.
Las evidencias disponibles en el yacimiento acerca de la leña que se utilizaba como combustible proceden
fundamentalmente de los vertederos en los que se echaban los restos del vaciado de hornos y hogares, junto
a otros desechos domésticos. Las especies representadas en estos espacios indican que se recolectaban sistemáticamente todas las disponibles en los alrededores del lugar, destacando la carrasca-coscoja, el pino,
las especies de Prunus tipo almendro y el olivo-acebuche [fig. 39]. La carrasca (al igual que el olivo) tiene
una madera pesada y dura, que produce una combustión lenta y permite un menor consumo para obtener
gran poder calorífico. No es de extrañar pues, que esta especie esté bien representada entre los restos de
combustible, favorecida probablemente por su disponibilidad en el medio. El pino, sin embargo, tiene un
poder calórico moderado y produce una llama viva que se consume en poco tiempo, aunque variable dependiendo siempre del calibre utilizado. En todo caso, el pino carrasco es una especie disponible y ampliamente
utilizada en la Bastida, de forma que también sería utilizada como combustible, además del posible reaprovechamiento para el fuego de los restos de talla producidos en la elaboración de elementos de carpintería o
muebles. El aporte de madera de zonas algo más alejadas al poblado, muy ocasional, se documenta con la
presencia del pino rodeno, que debía de crecer a los pies de la Serra Grossa, donde existen afloramientos silíceos aptos para el desarrollo de esta especie.
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Una de las actividades que requeriría una alimentación constante de madera sería la metalurgia, como
hemos visto más arriba, y que en la mayor parte de sus etapas requiere de un fuego lento y constante, aunque
no precisa alcanzar temperaturas muy elevadas, lo que deja un amplio abanico de especies que cumplirían
estas características. En todo caso, parece que se priman las especies arbóreas, siendo el aporte de matorrales
más esporádico, en coherencia con las necesidades descritas.
A pesar de que parece que los hornos de reducción del mineral se encontrarían fuera del poblado, el
aporte de leña para las fraguas y talleres de forja debía de suponer un esfuerzo constante, por lo que no es
de extrañar que, además de la reserva de leña recolectada y almacenada con este fin, se reutilizara cualquier
madera inservible o restos de poda. En este sentido, destaca la presencia de madera de Prunus tipo almendro
en el vertedero de la Casa 11, que no aparece en ningún otro contexto del poblado [fig. 40, foto 7]. Por su
morfología, éste podría corresponder al frutal cultivado, lo que permitiría argumentar el aprovechamiento
de restos de poda como combustible. Esto supondría un transporte de las ramas podadas desde los campos
de cultivo. Una segunda posibilidad es que estas ramas se quemaran fuera del poblado para la producción
de carbón vegetal dentro del proceso de reducción de mineral, y sería este carbón el que se transportara al
poblado para su posterior uso. La quema de carbón en lugar de madera fresca deja frecuentes alteraciones
reconocibles en la estructura anatómica de la madera, algunas de las cuales se han reconocido, precisamente,
en carbón de Prunus tipo almendro y de olivo [fig. 40, foto 3 y 7].
El vertedero de la Casa 11 es el que ofrece una mayor diversidad de especies en comparación, por ejemplo,
con los vertederos del camino de ronda, que presentan una dominancia de pino y carrasca [fig. 41], de modo
que tal vez habría que ponerlos en relación con vertidos procedentes de actividades específicas, ya que estos
restos coinciden con las especies utilizadas en la construcción.
La construcción
La madera destinada a la construcción es generalmente objeto de una cuidada selección en cuanto a las
especies utilizadas, ya que cada una posee unas propiedades físicas y mecánicas diferentes que le confieren
diversas propiedades de dureza, elasticidad, tenacidad, resistencia a condiciones de intemperie y al ataque
de los xilófagos. También juegan un papel fundamental las características morfológicas de los vegetales: por
ejemplo, se utilizan mayoritariamente especies de tronco grueso y fustes rectos para la elaboración de elementos de gran calibre, como postes y vigas; o ramitas finas y flexibles para el entramado de las techumbres.
Los contextos susceptibles de contener restos del material de construcción son los niveles de derrumbe
y, en parte, los suelos en los que acaba dispersándose este material caído [fig. 39]. Es especialmente abundante el material carbonizado recuperado en la zona de las cuatro puertas del asentamiento. La predominancia en estos contextos de madera de pino y, en segundo lugar, de carrasca, permite inferir un uso
sistemático de estas especies para la elaboración de elementos de carpintería. El uso de los pinos en la construcción está ampliamente documentado desde la Prehistoria, debido a su abundancia y gran extensión por
todo el territorio peninsular (Rodríguez Ariza 1992; Rodríguez Ariza et alii 1996; Molina González et alii
1997; De Pedro y Grau 1991; De Pedro 1998, 234-237). El pino carrasco puede generar troncos rectos si
crece en las condiciones apropiadas, su madera es semipesada y muy dura, pero muy resistente y se trabaja
con facilidad, además de que no se resquebraja con los clavos y otros ensamblajes metálicos. Se ha documentado el uso de esta especie en yacimientos ibéricos como el Castellet de Bernabé y el Puntal dels Llops
(Grau 1990). La madera de carrasca es dura y compacta, muy apreciada en trabajos de ebanistería, pero su
crecimiento lento, así como el fuste corto y muy ramificado la hacen menos rentable que el pino. Ciertamente, la carrasca se documenta de forma menos frecuente que el pino en la madera de construcción de los
citados yacimientos.
En los derrumbes de estructuras en la Bastida, y a diferencia de otros yacimientos ibéricos, no se documentan restos quemados pertenecientes al entramado de la cubierta como ramitas de pequeño calibre. Puede
que esto se deba a una conservación diferencial, que hace que los elementos más pequeños se hayan dispersado o reducido completamente a cenizas por el fuego, quedando sólo fragmentos de elementos constructivos
de mayor tamaño. Las escasas especies de matorral documentadas en los derrumbes de las estructuras corresponden a romero y a brezo.
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39. Especies documentadas en una selección de vertederos, suelos y derrumbes de la Bastida a partir del estudio de los carbones.
La madera empleada para la elaboración de los tablones de los batientes de las entradas es el sauce o el
chopo (al menos por lo documentado en la Puerta Este), de la que ha quedado evidencia directa adherida a
la propia pletina de hierro que uniría los tablones [fig. 42]. No se han documentado restos de estas especies
en ningún otro contexto del yacimiento, lo que indica una especialización y voluntad de su uso para la elaboración de la puerta. Esta madera no se encuentra carbonizada, conservándose apenas unas trazas mineralizadas en contacto con el herraje, que han permitido sin embargo su identificación [fig. 43]. Esto nos lleva
a plantear varias reflexiones de tipo tafonómico. Por un lado, a partir de los restos carbonizados recuperados
en los derrumbes de las entradas, incluso junto a otros herrajes de puerta, podríamos interpretar erróneamente que los batientes estarían hechos en madera de pino o de carrasca, pero este carbón correspondería
en realidad a otros elementos constructivos o muebles no identificados (cubierta, postes, bancos, etc.). Por
otro lado, estamos probablemente ante un caso de conservación diferencial, ya que el batiente de la puerta
no se ha quemado, lo que deja abierta la cuestión de si el incendio afectó sólo a una parte de las estructuras
causando su destrucción, o bien éstas se quemaron posteriormente. Y sobre todo nos lleva a cuestionar qué
razón llevó a que la madera de sauce (o de chopo, pues son muy similares) fuera apreciada para elaborar
con ella las tablas de los batientes en la Puerta Este. Aparentemente, esta madera presenta algunas desventajas con respecto a otras especies, ya que no es especialmente resistente y es perecedera en condiciones
que favorezcan la putrefacción; sin embargo, estas menguas se ven compensadas con otras cualidades que
la hacen más valorada, como su capacidad de absorber impactos sin figurarse, su resistencia a la fricción y
su facilidad para ser trabajada (Abella 2003). Así pues, estas características hacen de la madera de sauce
una buena materia prima para la elaboración del batiente de la puerta que, con cierto cuidado y mantenimiento, podría superar el inconveniente de su falta de resistencia a la intemperie. La ausencia de esta especie
en otros contextos hace suponer que ésta se desecha para otros usos, como la construcción de otros elementos de carpintería y como combustible. Efectivamente, esta madera necesita un largo proceso de secado para
arder bien y desprende un olor molesto, que la debía de hacer poco apreciada en estructuras de combustión
dentro de los espacios domésticos.
Los aperos
Una gran parte de objetos y herramientas de época ibérica debía de estar elaborados íntegra o parcialmente en madera, aunque pocos son los testimonios directos que nos llegan de estos enseres, ya que con la
carbonización, se fragmentan de tal forma que resulta imposible reconocer la morfología original de las piezas, y mucho menos las trazas de su fabricación, incluso diferenciarlos de otras acumulaciones de carbón
de origen diverso.
En el Depto. 269, junto a la Puerta Oeste, se ha documentado una concentración de carbón que podría
corresponder a restos de útiles de madera. Son varias las razones que nos llevan a plantear esta hipótesis.
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Por un lado, este carbón aparece asociado a una reja de arado de hierro, encontrándose en un lugar que
parece apropiado para dejar los aperos de labranza, en un espacio abierto, quizás un patio. Por otro lado,
el carbón pertenecía casi íntegramente a madera de fresno, estando esta especie prácticamente ausente en
el resto del poblado. Esto nos lleva a sugerir un uso especializado de esta madera, probablemente para la
realización de herramientas o enmangues. Sustentan esta hipótesis las numerosas evidencias del uso del
fresno para la elaboración de útiles desde la Prehistoria, dada la calidad de esta madera para obtener un
buen acabado. En el yacimiento ibérico del Tossal de les Basses, se han documentado varias herramientas
de cronología ibérica realizadas en madera de fresno, caso de un mazo y varios enmangues (Carrión y Rosser 2010).
En efecto, la madera de fresno es muy apreciada por su flexibilidad y dureza, que la hacen especialmente
apta para la fabricación de mangos de herramientas, piezas de carro y útiles de labranza, por su resistencia
al choque y a las vibraciones (Abella 1997 y 2003). Las ramas jóvenes son muy flexibles y de fibra recta, por
lo que se utilizan tradicionalmente
para entrelazar otros materiales, como
asas de cestos u objetos similares. En
la Bastida, no se ha documentado el
uso de ramas de pequeño diámetro,
sino al contrario, madera de gran calibre [fig. 40, foto 1], por lo que pensamos que, además de enmangues,
podrían quedar restos de otros aperos
de gran tamaño realizados completamente en madera.
En todo caso, toda la madera de la
Bastida se encuentra tan fragmentada
que no podemos aproximarnos a las
técnicas de trabajo sobre las propias
piezas, pero sí mediante los útiles empleados para la tala y trabajo de la
misma, como se señala en el siguiente
apartado de este capítulo.
El ciclo de la madera: del bosque a la
materia
El uso diversificado de la madera en
época ibérica está ampliamente documentado, tanto en las actividades y enseres domésticos, como para cubrir las
grandes cantidades de combustible
que se requieren en los hornos metalúrgicos, cerámicos o culinarios. Por
tanto, el aporte de leña sería una tarea
programada y probablemente se realizara un almacenaje de la misma para
tener aseguradas todas estas necesidades: algunas de ellas serían diarias (cocina, calefacción) y otras cíclicas
(reparación de techumbres degradadas
por las inclemencias del tiempo) o más
esporádicas (construcción o amplia-
40. Fotografías de carbones de algunas especies vegetales.
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ción de nuevos espacios). Esto se traduce en
una explotación sistemática de los espacios
forestales, que suponga además un ahorro
de energía. En la Bastida, se observa un
aprovechamiento como combustible de las
especies leñosas disponibles en las inmediaciones del lugar, básicamente pinos y carrascas, ya que éstas serían probablemente
las especies que encabezarían las formaciones vegetales en gran parte de la Serra
Grossa. No se aprecia un transporte sistemático de especies de lugares más alejados,
estando poco presentes (salvo usos puntuales) las de ribera o aquéllas que crecerían en
41. Especies documentadas en los vertederos de la Bastida a partir
enclaves concretos, como el pino rodeno
del estudio de los carbones.
asociado a afloramientos silíceos. incluso se
aprecia una notable ausencia de especies de
matorral en todos los contextos (aunque
debían de ser abundantes en esta cronología, según los estudios paleobotánicos, que evidencian la existencia
de bosques claros) de modo que parece existir una preferencia por las de porte arbóreo. Esto puede responder a una economía del combustible (los árboles aportan más biomasa por unidad) o a unas necesidades específicas de combustión que genera la madera de gran calibre.
Para otros usos específicos, como la construcción o elaboración de aperos, parece que también se nutren
de maderas locales, aunque en este caso se intuye una selección orientada a maderas de características específicas, como el caso del fresno para algunos aperos, o del sauce o chopo para los batientes de la Puerta
Este. Parece que se aplica un perfecto conocimiento de las cualidades intrínsecas de cada especie, que las
hacen más o menos valiosas para el trabajo de la madera y la función que ésta ha de desempeñar. Sin embargo, para la construcción de la mayor parte de estructuras se utiliza sistemáticamente el pino, a juzgar
por su abundancia en todos los niveles de derrumbe. Esto es una tónica general en otros yacimientos de cronología ibérica y debe de responder a un aprovechamiento de la especie arbórea con mayor ubicuidad en el
medio, ya que confluyen la disponibilidad inmediata y unas buenas características de su madera.
La recolección sistemática en el entorno del yacimiento nos hace suponer que existiría cierta deforestación local por la sobreexplotación en esta zona, al igual que en las áreas más aptas para la agricultura. Pero
existirían otras áreas de actividad y de explotación a pie de los recursos: algunas de las estructuras de procesado del mineral, como los bajos hornos de reducción, estarían probablemente junto a las minas. Esto supone la necesidad de mantener siempre un equilibrio entre las zonas deforestadas y otras que permitieran
la continuidad de la explotación forestal.
las hErramiEntas para El trabajo dE la madEra
Para el trabajo de la madera, además de la materia prima, son necesarias las herramientas y, por supuesto, manos hábiles que las sepan utilizar. Las excavaciones en la Bastida de les Alcusses han proporcionado tal variedad y cantidad de herramientas (Pla 1968) que permite ilustrar los procesos que se llevaron a
cabo para transformar los árboles en objetos [figs. 44 y 45].
En la producción de objetos a partir de cualquier materia prima hay tres factores claves a analizar: el primero son los objetos y las herramientas con las que se actúa sobre la materia; el segundo es el proceso técnico, que se compone de cadenas operativas, que a su vez se dividen en varias fases, y cada fase en gestos,
la unidad técnica básica. El tercer factor son los conocimientos, expresados o no por los agentes que llevan
a cabo los procesos (Lemonnier 1983, 12). Teniendo en cuenta estos planteamientos, hemos ordenado el
primer factor, las herramientas relacionadas con el trabajo de la madera en la Bastida, por orden de intervención en una hipotética cadena operativa que es común al proceso técnico de muchos objetos lígneos.
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Tala
El primer gesto que hay que llevar a cabo para crear un nuevo artefacto es obtener la materia prima, que
en el caso que nos ocupa es la madera del árbol mediante su tala. Para tal menester se ideó el hacha que
apareció en el Depto. 80 de la Bastida (Fletcher et alii 1969, 189), una herramienta única en el yacimiento,
cuyas características morfológicas la hacen especial para la tala de árboles [fig. 46]. Su tamaño (22,1 cm de
longitud, 6,7 cm de filo), y su peso (originalmente unos 1.300 g) indican que se utilizaba con las dos manos.
La hoja tiene una forma alargada, más ancha en el filo, y ligeramente curvada. La parte inferior del filo también es curva, acabada en una especie de pico ganchudo, lo que facilita la tarea de mover y voltear los troncos.
El talón tiene un saliente cuadrangular que presenta marcas de haber golpeado; con él se podrían clavar los
pinchos de arrastre para transportar el tronco abatido o clavar cuñas capaces de rajar la madera o abrir los
cortes de sierra.
Esta pieza no sólo sirve para talar; se pudo utilizar para cortar leña; para descortezar y escuadrar los
troncos, para fabricar las vigas y postes de las casas y preparar el tronco, para sacar tablas en una fase posterior. Es la única herramienta documentada hasta ahora en el yacimiento capaz de abatir un árbol y prepararlo para su posterior uso, lo que la convierte en una herramienta muy relevante. Además, hoy por hoy no
podemos hablar de tala con sierra en la Bastida, pues los fragmentos de sierra recuperados corresponden a
herramientas de pequeño tamaño con las que la tarea se hace impracticable.
Despiece
La segunda fase es el despiece, cuando una serie de gestos intervienen directamente en la materia creando
así diferentes módulos (tablas, tablones, etc.) que posteriormente se podrán volver a modificar. Previamente
se ponen en práctica procesos que facilitan la tarea de crear una forma preconcebida a través de la medición
y marcaje. Una herramienta de medición utilizada para el despiece es el compás, documentado hasta con
seis ejemplares (Deptos. 21, 30, 75, Calle Oeste, y otros dos de ubicación imprecisa). El compás no sólo se
emplearía para obtener circunferencias, sino también para transportar medidas relativas. Así, se pueden
realizar marcas equidistantes en cualquier objeto de madera para señalar la referencia por las que luego pasará la sierra. También se pueden hacer medidas más largas multiplicando una medida fija tantas veces
como sea necesario.
Para dividir el tronco en piezas de menores dimensiones se emplea la sierra. De
los fragmentos documentados, destaca por
su longitud (38,3 cm) la sierra del Depto.
212 [fig. 47] (Pla 1968, 154). El hecho de
que el dentado sea bastante fino y que la anchura de la hoja es relativamente pequeña,
permiten plantear que se trata de una sierra
para cortes de poca potencia que manejaría
una sola persona. Probablemente iría sujeta
a un bastidor de madera, como indican los
tres remaches que hay en el extremo conservado. Este tipo de herramienta, al igual
que todas las de corte, necesita un mantenimiento y un afilado asiduo. Una sierra es
muy importante en la gestión de la madera
en proceso de elaboración. Con ella se pueden cortar de largo vigas y postes y los listones de toda clase de muebles, siendo, en
definitiva, uno de los útiles más versátiles
y, a la vez, más especializados.
42. Pletina de hierro de la Puerta Este con improntas de madera.
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Junto a la sierra, otro instrumento que se pudo utilizar en el despiece de la madera es el llamado gato.
Este es un elemento de sujeción, formado por una varilla de hierro con las dos puntas dobladas en ángulo
recto; las puntas están dobladas en distinto plano, con una diferencia de 90º. Por analogía morfológica a
los gatos que se empleaban hasta hace unas décadas, proponemos que esta varilla se utilizaba para la fijación
del madero al banco o caballete en el que éste se serraba, clavando cada punta a un elemento, con el fin de
evitar movimientos. El único ejemplar de este útil que encontramos en la Bastida lo tenemos en el Depto.
30 (Fletcher et alii 1965, 159).
Para cortar longitudinalmente, o para extraer tablas, se puede rajar un tronco de madera blanda por la
veta con cuñas de madera dura (Abella 2003, 55) o de metal, como la del Depto. 53. Con un hacha se practican las primeras hendiduras donde se colocan las cuñas, repartidas a lo largo del tronco a la misma distancia de uno de los bordes. Con una maza de madera, o con el talón del hacha se van clavando las cuñas,
alternando los golpes de una a otra, de manera que todas vayan penetrando a la misma profundidad. De
esta manera se obtienen tablones muy toscos y de anchura irregular, que luego es necesario labrar para regularizar su superficie. Para cortar longitudinalmente se podría haber utilizado una sierra bracera, como se
emplea en carpintería tradicional, pero su uso no se ha documentado en el yacimiento.
Labra
Tras cortar las piezas a la medida deseada, se procede a la labra de las mismas. Entendemos por labra el
proceso de rebajar y pulir la madera para darle la forma deseada. Para este trabajo bien se pudieron utilizar
las hachas de pequeño tamaño (Deptos. 46, 100, 155 y 183). Se trata, en todos los casos, de hojas de unos 11
cm de longitud y entre 4 y 6 cm de filo [fig. 48]. Seguramente se utilizaron como hachas agrícolas o domésticas, para la poda de árboles y el acopio de leña, pero nada impide que se utilizaran también para cortar y
regularizar superficies, lo que precisa del buen estado del filo y la pericia del usuario. También un hacha de
dos manos se pudo emplear para labrar piezas grandes, como vigas, postes o dinteles.
En el Depto. 126 se halló una cuchilla con el arranque de dos espigas de enmangue [fig. 49]. Pla propuso
su uso en carpintería o peletería, identificando la pieza con una garatura (Pla 1968, 154). Según la forma que
tiene, creemos que se asemeja más a las cuchillas de dos manos o raseros que se utilizan en tonelería. Posiblemente se utilizó para desbastar y rebajar las superficies, deslizándola por la pieza en dirección al usuario.
De esta manera, cumple la función que a
partir de época romana desempeñaron
los cepillos, no documentados en yacimientos ibéricos por el momento. La cuchilla, pues, se utilizaría después del
hacha.
Otro elemento que pudo emplearse
en la labra es la azuela. Por la forma del
filo y su inclinación respecto al mango, de
55º aproximadamente, creemos que la
alcotana del Depto. 163, se trata, en realidad, de una azuela. Con ella también se
podrían labrar todo tipo de superficies.
En las últimas fases de la labra, a
modo de lija, se pudo hacer uso de piedras abrasivas que frotándolas con
arena por la superficie pulen la madera
como se representa en varios ejemplos
egipcios (James 1972, 61). En la Bastida
hay piezas que se identificaron como
43. Madera de sauce-chopo adosada al herraje de la Puerta Este, posiblepiedras de afilar, pero que también se
mente parte de los tablones de los batientes. 1 y 2: corte transversal. 3:
corte tangencial. 4: corte radial.
pudieron utilizar en este trabajo.
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44. Herramientas en relación con el trabajo de la madera, por fases de la cadena operativa. 1: Hacha de dos manos del Depto. 80.
2: Compás del Depto. 21. 3: Gato del Depto. 30. 4: Cuña del Depto. 53. 5-7: Sierras de los Deptos. 212, 183 y 125 (elaboración propia a partir de Fletcher et alii 1965 y 1969 y Pla 1968).
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45. Herramientas en relación con el trabajo de la madera, por fases de la cadena operativa. 1: Hacha de una mano del Depto. 46.
2: Hacha de una mano del Depto. 183. 3: Hacha de una mano de procedencia desconocida. 4: Azuela del Depto. 163. 5: Cuchilla de
dos manos del Depto. 126. 6: Escoplo del Depto. 52. 7-9: Formones de doble bisel de los Deptos. 185, 208 y 123. 10: Formón ancho
del Depto. 105. 11 y 12: Formones estrechos del Depto. 30 y de procedencia desconocida. 13 y 14: Taladros de los Deptos. 167 y 100.
15: Barrena del Depto. 125. 16: Gubia del Depto. 52. 17: Piedra abrasiva plana del Depto. 58 (elaboración propia a partir de Fletcher et alii 1965 y 1969 y Pla 1968).
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47. Sierra del Depto. 212. Long. 38,3.
46. Hacha de dos manos del Depto.
80. Long. 22,1 cm.
48. Hacha, estampa, azuela, escardillo y alcotana de procedencia diversa.
49. Taladro, formones y cuchilla de dos manos de procedencia diversa.
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Montaje
Esta fase corresponde al ensamblaje de las diferentes piezas que forman un objeto. Una de las herramientas para estos trabajos más representada en la Bastida es el escoplo. Pla agrupa bajo este término tanto
cinceles como verdaderos escoplos, obviando las diferencias del filo (Pla 1968, 152). Sin embargo, en carpintería los escoplos presentan bisel simple y los cinceles son herramientas de bisel doble con ángulo bastante abierto que, normalmente, no se utilizan para el trabajo de la madera porque la hendidura que
producen es en forma de V, sin dejar ningún plano y teniendo tendencia a clavarse demasiado en la madera.
Los escoplos [fig. 45, 6] se utilizan para tallar los ensambles, como el sistema de caja y espiga. Su sección
suele ser cuadrada y estrecha, y el filo de bisel simple con un ángulo de unos 20 º, lo que le permite penetrar
en la madera más que ningún otro útil activado por percusión. Por ejemplo, se emplearía en labrar las mortajas en los tronos y sillas similares al de la Dama de Baza, que imita ejemplares en madera como muestran
las representaciones de los nudos (Presedo 1997, 122). En la Bastida hay tres escoplos, entre los que destaca
el del Depto. 52 (Fletcher et alii 1969, 17), por ser el más grande y mejor conservado.
Junto al escoplo, se utilizaba el formón [fig. 49], elemento similar pero de sección más aplanada. Los
ejemplares de la Bastida tienen filo de un sólo bisel o de doble bisel pero formando un ángulo muy agudo,
de unos 5º, como el ejemplar del Depto. 30. Al igual que la mayoría de escoplos, los formones llevaban un
mango de madera que recibía los golpes de la maza con la que se percutía. Al tener una sección de tendencia
rectangular es más útil para labrar con precisión zonas de poco espesor. Si el escoplo es la herramienta con
la que se perfora, el formón es con la que se repasa y escuadra la mortaja y con la que se ajusta la espiga.
Esta herramienta también se utiliza en la fase de la labra, para desbastar cualquier superficie de poca extensión. En la Bastida se han hallado al menos ocho formones.
Otro de los elementos más utilizados para el montaje fue la barrena, que permite perforar la madera para
introducir en ella elementos de unión como remaches. Un ejemplo claro de utilización de la barrena lo tenemos en las puertas, donde, según la propuesta que planteamos en el capítulo 4, se practicaban unos orificios por donde pasaban los remaches que unían las dos planchas. El mejor ejemplo es la del Depto. 125
que, enmangada en un travesaño perpendicular, se accionaba dando vueltas en el mismo sentido.
También se usa para perforar el taladro, una varilla de hierro que termina en una punta aguzada y cortante, con doble bisel, que se inserta en un mango de madera. Produce agujeros menores que los de la barrena. El mango se sostiene con una empuñadura independiente que tiene un orificio en el que el mango
gira cuando es impulsado por el arco. Como el movimiento del arco es alterno, la punta del taladro tiene
que cortar en dos sentidos. En la Bastida se han hallado taladros en los Deptos. 40, 100, 130, 163 y 167.
Decoración y acabado
Después del montaje, algunos de los objetos más elaborados estarían decorados con tallas y pinturas,
como se puede intuir viendo algunos de los muebles que la iconografía ibérica nos muestra (Ruano 1992).
Para los trabajos de talla, el instrumento más indicado es la gubia. Es dudoso su uso en época ibérica, pero
en el Depto. 52 se halló un utensilio que puede tratarse de una gubia. Se trata de una varilla curva de sección
rectangular cóncava, que en su mitad superior tiene forma de espiga de enmangue y en la inferior curvada,
terminando en un filo de media caña.
Otras técnicas decorativas de los muebles ibéricos son la pintura, cuyo uso podemos extrapolar del trono
de la Dama de Baza (Presedo 1997, 122), y la taracea, técnica en la que intervienen el compás, la sierra, la
maza y escoplos finos, para embutir fragmentos de hueso en madera, como se documentó en unos carbones
con incrustaciones de hueso grabado hallados en Cancho Roano, en Extremadura (Maluquer 1981-1982,
98-106).
Las herramientas que hemos presentado constatan un trabajo de la madera a dos niveles: por un lado,
un nivel doméstico que precisa de pocos conocimientos y herramienta poco especializada, representado por
las herramientas de la primera fase y por las prácticas de aprovisionamiento de leña, poda de árboles y fabricación de elementos estructurales básicos. Por otra parte, se constata un trabajo de la madera mucho más
especializado, que precisa de herramientas más concretas y menos versátiles. Este nivel, que es más visible
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50. Agujas esparteras de los Deptos. 13, 38/39, 75 y 142.
en la Bastida que el anterior, está representado por las herramientas de las fases de despiece, labra, montaje
y acabado y por todas las tareas que se les asocian. En definitiva, los excepcionales conjuntos de este
yacimiento nos ofrecen una oportunidad única de acercarnos más a la herramienta, una parte trascendental
de la cultura material, que junto al factor humano crea el binomio capaz de transformar el medio.
El trabajo dE fibras vEgEtalEs: la cEstEría y la cordElEría
La economía en la sociedad ibérica es sobre todo, de carácter familiar. Una economía de base campesina,
que tiende a la autosuficiencia, de productos alimenticios y artesanales. Tal y como evidencia el registro arqueológico, en las casas se llevaban a cabo actividades de diversa índole. Posiblemente una parte de los instrumentos utilizados en el trabajo de fibras vegetales fueron elaborados por los propios residentes de la casa,
quienes llevarían a cabo los trabajos de transformación de aquéllas en productos. No siempre es sencillo
demostrar todos estos aspectos, pues depende de la naturaleza de los contextos arqueológicos y la identificación de elementos que podemos relacionar con tal actividad. Obviamente, estamos lejos de identificar en
los contextos de la Bastida la totalidad de fibras y herramientas empleadas en estos procesos pero sí podemos
señalar algunos de los objetos específicos.
Del uso de fibras vegetales para la elaboración de objetos nos hablan diversas fuentes: la tradición del
uso del esparto y la importancia que tenía en la vida cotidiana es reseñada, entre otros autores, por Estrabón
(iii, 4, 9) que nos dice servía para tejer cuerdas y se exportaba a diversos lugares. Q. Horacio Flacco (Epodos,
iV, 3) y Plinio (Historia Natural, xix, 27) resaltan el prestigio de las afamadas cuerdas de esparto ibéricas
(Rabanal 1985, 586 y 606) y el último señala, además, otras aplicaciones habituales del esparto para la confección de lechos, antorchas o calzados.
Los objetos de cestería y cordelería se hicieron aprovechando las materias vegetales que les proporcionaba
el entorno. Suponemos que se utilizaría el cáñamo, el mimbre, la paja de cereales vestidos, e incluso las
ramas flexibles de olivos y fresnos y, por supuesto, el esparto, una planta herbácea de cuyos tallos se saca
una fibra textil con el que se confecciona soga o cuerda, que pasa a ser materia prima de objetos diversos
como capazos, cestas, cuerdas, sogas y calzados (Fernández Pérez 2002, 5; Mata et alii 2010, 150). Hasta el
momento, en la Bastida, sólo constatamos materialmente la presencia de lino (Linus usitatissimum L.), que
pudo ser utilizado para la elaboración de telas de excelente calidad y también en cordelería, donde se emplearían los hilos más bastos.
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El proceso artesanal para preparar el esparto consistía en distintas fases: en primer lugar, se procedía al
arrancado, después se transportaba a hombros o a lomos de las caballerías hasta el asentamiento, donde se
realizaba el fermentado introduciendo el esparto en agua durante un día, aunque también podía ser macerado
en agua caliente para reblandecerlo. A continuación, se procedía al secado al sol y, por último, se llevaba a
cabo el machacado de las puntas para evitar los pinchazos durante su trabajo. A partir de ese momento, ya
estaba preparado para que fuera utilizado para la elaboración de utensilios y objetos aplicables a la vida diaria.
Los fragmentos de objetos de esparto conservados en otros asentamientos como el Castellet de Bernabé
(Guérin 2003), la Picola (Badie et alii 2000, 84), el Puntal dels Llops (Bonet y Mata 2002), la Monravana
(Mata et alii 2010, 148) o el Oral (Abad y Sala 1993), apuntan a un mayor empleo del esparto trenzado mediante la técnica de cestería cruzada diagonal. Con esta técnica, se realizaban una serie de tiras anchas o
pleitas, creadas a partir del cruce varios ramales de esparto dispuestos diagonalmente, que cosidas unas a
otras y cerrándolas pueden formar diferentes objetos (Alfaro 1984; Tébar 2003).
Los productos así elaborados se utilizarían en el trabajo del campo, la carga, el acarreo o transporte y el
almacenamiento de materiales. Se fabricaron espuertas o capazos, canastas y cestos tanto para la vendimia
como para acoplar al lomo de las caballerías (serones), pero también colmenas, cuerdas, cordeles y sogas,
sacos de esparto o cáñamo para el almacenado y conservación de productos agrícolas y alfombras o esteras
usadas como camas, entre otros. Un uso importante de la cordelería de esparto fue en las construcciones,
para sujetar los elementos que soportaban las techumbres de las viviendas, y en los calzados.
El trabajo con las fibras vegetales se caracteriza, entre otras cosas, por la simplicidad de los utensilios
que se necesitan. Las herramientas necesarias son cuñas y agujas de madera o hierro, para abrir; navajas de
punto curva o cuchillos y tijeras, para cortar; mazo y mesa de majar, para rematar y agujas para coser las
tiras de mimbre o esparto (Rodríguez Santana 2002). En la Bastida documentamos las agujas de hierro denominadas esparteras o saqueras, que apenas han sufrido variaciones hasta nuestros días [fig. 50]. Consisten
en una lámina larga, algo curvada, cuyo grosor disminuye desde la cabeza a la punta, siendo la primera aplanada y con dos orificios, aunque pueden llevar uno, que es menos frecuente, como el ejemplar del Depto. 99
(Fletcher et alii 1969, 301, nº 98) que también es singular por presentar el extremo inferior doblado en ángulo marcado. Son catorce los ejemplares documentados, todos de hierro, lo que puede ponerse en relación
con el carácter de las fibras empleadas en los trabajos de cestería.
Cuñas de hierro como la del Depto. 53 (Fletcher et alii 1969, 20, nº 9) y diversas herramientas de carácter
polifuncional tales como cuchillos o punzones de hierro eran generalmente empleadas en tareas de carpintería y curtiduría, pero podrían haberse utilizado también en el trabajo de cestería. Para cortar las tiras del
esparto o del mimbre pudieron recurrir a las chiflas o cortantes, de los que se conocen algunos ejemplares
con forma de media luna y vástago para enmangar de los Deptos. 3 y 80. Otro instrumento empleado en el
proceso de trabajo del esparto fue la “cogedera” o agarradera. Se trata de una varilla de hierro con una longitud aproximada entre 20 y 38 cm que termina en una pequeña punta curva, que se ataba a la muñeca y
antebrazo con una pequeña tira de cuero o cuerda. Por el otro extremo se arrollaba la fibra de esparto y,
mediante un brusco tirón, salía.
No se conocen evidencias arqueológicas de espacios destinados únicamente al trabajo de cestería, lo que
sugiere que el artesano no dispondría de un taller como tal y realizaría su labor dentro de la unidad doméstica. El lugar donde se desarrollaría la actividad sería preferentemente el patio, ya que se necesitaban lugares
espaciosos y fáciles de limpiar.
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La vida en Las casas
Helena Bonet Rosado, lucía soRia comBadieRa y Jaime ViVes-FeRRándiz sáncHez
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E
l espacio doméstico es una unidad de análisis de enorme interés en arqueología ibérica, pues estudiamos
un tipo de organización social en que la casa es el marco en el que se desarrollan muchas de las actividades que hemos repasado en el anterior capítulo. Las paredes de la casa delimitan el escenario en el
que se desarrolla la vida cotidiana y gran parte del trabajo artesanal. El espacio doméstico, además, supone la
plasmación material de las estructuras familiares en el marco de otras relaciones sociales en el poblado.
Hemos visto en el capítulo 4 que en la Bastida hay una gran diversidad de casas, con variaciones en la
distribución, en las superficies y en los usos de los espacios. Esta heterogeneidad invita a pensar en diferencias en las organizaciones y relaciones familiares, de barrio, de grupos o de ocupantes del poblado. En este
capítulo analizaremos los equipamientos y enseres que se hallan en las casas, y que son la base material
para la reproducción de la familia, y en consecuencia de la Casa en tanto que institución que acumula bienes
y derechos a favor de sus habitantes.
la arquitEctura doméstica
Contamos con un volumen importante de documentación sobre las técnicas constructivas, las necesidades de materias primas y el tiempo necesario para levantar una vivienda. Diversos proyectos de investigación
y equipos se han centrado en los últimos años en estos aspectos para el periodo ibérico (Bonet y Pastor 1984;
Belarte 1997; Díes et alii 1997; Bonet et alii 2000; Ferrer García 2010).
En la Bastida el tipo de arquitectura y los materiales que se emplearon para construir las casas son los
mismos que los documentados en la muralla y en las puertas, sólo que con una evidente diferencia de escala.
Así, la tierra, la madera y la piedra son los materiales utilizados en la construcción, pero es, sobre todo, la
tierra el elemento predominante [figs. 1 y 2]. Recordemos que la construcción con tierra en forma de adobes
es adecuada si se cuenta con abundante mano de obra y capacidad organizativa para planificar y mantener
los procesos de fabricación. Al igual que la muralla, las casas presentan un zócalo de piedra, que en este caso
mide entre 0,50 y 1 m de altura, sobre el que se levantan las paredes de adobes en hiladas sucesivas. Dependiendo del grosor del muro se colocarían a tizón (trasversales) o a soga (paralelos al eje del muro), aunque
es menos frecuente. Se trababan con la misma tierra plástica y húmeda empleada en su elaboración. La colocación de los adobes húmedos podría generar problemas en la estabilidad del edificio, aunque en ocasiones
su uso en húmedo facilitara el trabajo en determinados puntos como vanos o esquinas como pudimos comprobar en las experimentaciones arquitectónicas (capítulo 12).
Todo el edificio, tanto en el exterior como en el interior, se revestiría de barro y quedaría enlucido con
cal, aunque no tenemos constancia de estas soluciones en las casas de la Bastida debido a que la documentación procede, principalmente, de las excavaciones entre 1928 y 1931. Estas excavaciones sí constatan, en
cambio, las medidas de algunos adobes, de 35 x 25 x 12 cm en el Depto. 30 (Fletcher et alii 1965, 153). En
algún caso se han documentado incluso enlucidos pintados de color verde-azulado (Díes et alii 1997, 241).
Los suelos son de tierra apisonada y, excepcionalmente, de enlosados como sucede en los Deptos. 191 y
244 del Conjunto 3. Las cubiertas estaban construidas con un entramado de rollizos de madera, trama vegetal y una gruesa capa de tierra que se apoyaba sobre vigas maestras. Serían techos planos, aunque man-
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teniendo ligeras e inapreciables pendientes para el desagüe, como ha demostrado nuestra experiencia en la construcción y el mantenimiento de la casa experimental
(capítulo 12).
Los vanos de las viviendas suelen tener entre 0,80 y 1
m de ancho, y se han documentado pletinas de hierro para
unir los tablones de madera de los batientes en los Deptos.
17, 23 y 35. La revisión de los materiales de las excavaciones antiguas ha permitido identificar fragmentos de hierro
que podrían ser llaves o elementos de las cerraduras en el
Depto. 122. Además, una serie de varillas de hierro con el
extremo doblado en doble codo halladas en diversos departamentos podrían ser interpretadas como llaves, como
se ha propuesto para la Serreta (Grau y Reig 2002-2003,
113, lám. ix), aunque no necesariamente de puertas sino
más bien de candados o cajas (Bonet y Mata, en prensa b)
[fig. 3].
Algunos vanos que son más anchos, como los documentados en el Depto. 23 de la Casa 1, en el Depto. 186 de la
Casa 2 o en el Depto. 238 de la Casa 6, pueden interpretarse como entradas para carretas o carros a patios o porches. Algunos patios y corredores eran distribuidores del
espacio y proporcionaban privacidad a determinadas ha1. La arquitectura ibérica emplea bases de piedra y
bitaciones tanto desde la calle como desde el interior. En
alzados de adobes en los muros como muestra este
los patios también se llevaban a cabo actividades, pues en
detalle de la casa reconstruida experimentalmente.
algunos hay hornos (Conjunto 3) y, quizás, aquellos con
suelos irregulares y poco propicios para ser transitados pudieron haber albergado establos, aunque de momento no
se han realizado análisis químicos de los sedimentos para confirmarlo y ni los abrevaderos ni comederos, si
existieron, se han conservado por estar hechos de materiales perecederos. En todo caso, se interpretan como
posibles establos algunos departamentos alargados y estrechos, o los patios de los Conjuntos 2 y 3 (Díes et
alii 1997, figs. 8 y 9).
vida y trabajo En las casas
Una vez delimitado arquitectónicamente un edificio, una dificultad inicial estriba en identificarlo como
una casa. Ya hemos visto en los capítulos 4 y 5 que no hay un solo tipo de casa y que se da, en cambio, una
enorme variabilidad en la distribución y organización de los espacios, así como en los equipamientos arquitectónicos y las actividades realizadas en ellos. Esta diversidad responde al hecho que cada familia proyectó
los espacios en los que iba a vivir y trabajar en relación a sus ocupaciones, necesidades, expectativas y riqueza, y que las casas y las familias evolucionaron al mismo tiempo que lo hicieron las estrategias socioeconómicas utilizadas.
Hemos de tener en cuenta, de entrada, que en las casas también se trabajaba, o dicho de otro modo, que
no hay espacios de trabajo desvinculados del ámbito doméstico. El espacio de la casa, donde se alimenta y
reposa la familia, y el espacio para el trabajo están estrechamente relacionados en este sistema socioeconómico, y así lo muestra el registro material que tratamos. En este sentido, las actividades agrarias, las prácticas
metalúrgicas y las relaciones comerciales, en distinto grado según las casas, fueron los tres pilares fundamentales en los que se asentaron las bases económicas para reproducir el grupo doméstico y para consolidar
el poder de cada casa / familia.
Desde este punto de vista, resulta crucial poder identificar a partir del registro material el carácter de las
actividades que sus ocupantes llevaron a cabo, y en la medida de lo posible discernir la función de las distintas
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2. Reconstrucción y ambientación hipotética del Conjunto 2
visto desde el sur.
habitaciones [fig. 4]. Esto se realiza a partir de los datos arquitectónicos y de la información que nos transmiten los equipamientos y otros objetos hallados en cada espacio, aunque hemos de tener en cuenta, por un
lado, que algunos departamentos serían polivalentes, es decir que podrían albergar distintos tipos de actividades, y por otro la movilidad de algunos equipamientos o incluso que hubiera actividades compartidas entre
casas. Para el primer caso, es muy probable que así fuera, por ejemplo, con las actividades textiles, que no
requieren una infraestructura muy compleja o pesada, ya que telares, y elementos para el hilado se pueden
trasladar con facilidad. Otras instalaciones de transformación de alimentos serían difíciles de desplazar cotidianamente, como los molinos grandes; y, de hecho, hemos planteado la existencia de molinos de uso colectivo (Depto. 155).
Distribución y funcionalidad de los espacios construidos
Hemos visto que todas las casas, tanto aquellas pequeñas que oscilan entre 20 y 60 m2, como aquellas
más grandes, que ocupan una superficie en torno a los 150 m2, reparten las funciones básicas de despensa y
estancia con hogar, y, con frecuencia, la molienda, en una o varias habitaciones, según el número de ocupantes
y la riqueza de la casa. La variabilidad es la norma, y ello se explica por
el hecho de que el aspecto de la casa
y las actividades desarrolladas responden a las estrategias desplegadas por sus ocupantes, y que quedan
materializadas en su biografía. A
continuación recogemos algunos
ejemplos de los conjuntos mejor estudiados hasta ahora.
3. Llave de candados o cajas (long. 10 cm).
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La Casa 11 [fig. 5], de unos 50 m2, está formada por cinco habitaciones que reparten las funciones básicas
de despensa, estancia con hogar y actividad textil (Díes et alii 1997, 236-44; Díes et alii 2006). Hay casas
muy pequeñas, de sólo 24 m2, como la que forman los Deptos. 25 y 26 que cuentan con un área de molienda
y tejido y en la que en la que se llevaron a cabo actividades metalúrgicas.
Las casas más grandes muestran distribuciones diferentes, pero con los mismos elementos básicos. La
Casa 1, por ejemplo, tiene 150 m2 y está formada por dos cuerpos separados por un patio, con vano para la
entrada de carros [fig. 3 del capítulo 12]. El primer cuerpo de la casa consta de un vestíbulo y sala principal
que da paso a dos habitaciones cuadrangulares, uno que sería un espacio de molienda y otro para el hogar.
En esta sala principal pudieron haber tenido lugar también procesos de trabajo metalúrgico a juzgar por los
restos de fundición de plomo hallados. El segundo cuerpo está al norte del patio y está formado por una sola
habitación alargada, que posiblemente fuera un almacén doméstico.
Otros conjuntos ofrecen más dificultades para su interpretación arquitectónica, pues una serie de espacios
secundarios compartidos entre viviendas alertan de una lectura sencilla en cuanto a la distribución de habitaciones y funciones [fig. 1 del capítulo 4]. Por ejemplo, el Conjunto 2 [figs. 6 y 7] está formado por varias
construcciones cuandrangulares que se agrupan formando un edificio con alta densidad de ocupación y en
el que se han identificado cuatro casas (Díes et alii 1997). El Conjunto 3 [figs. 8 y 9] también está formado
por cuatro casas con superficies que oscilan entre 80 y 128 m2. Todas ellas comparten una misma línea de
fachada y muros medianeros, con entradas estrechas, mientras que en la parte trasera hay entradas más anchas para carros. Tres de ellas tienen patios (Deptos. 202, 232 y 238). Además de estos conjuntos, hay otras
construcciones formadas tan sólo por dos estancias contiguas, como los Deptos. 84-85/86 o los Deptos. 3 y
4, de 22 y 20 m2 respectivamente (Conjuntos 17 y 20). Difícilmente podemos denominar a éstas construcciones casas, pues carecen de equipamientos definitorios como hogares, molinos u otras instalaciones domésticas aunque en ellas se han hallado vasos cerámicos, aperos de trabajo e incluso fusayolas lo cual podría
indicar que se trata de espacios vinculados a las viviendas cercanas más grandes.
El Conjunto 4, por su parte, al sur de una gran plaza y junto al Conjunto 3, es más controvertido [fig. 8].
El estudio detallado de las excavaciones antiguas y los muros conservados ha permitido corregir anteriores
estimaciones sobre la extensión de una gran vivienda de más de 300 m2 denominada Casa 10 (Díes y Álvarez
1998). El edificio no está cerrado por ningún muro que lo separe del camino de ronda, como se defendía en
la anterior propuesta, a partir del cual sus autores podían relacionar todos los departamentos de este Conjunto 4 como pertenecientes a una
misma casa. De hecho, una base de
mampostería asociada a un pequeño almacén junto a la calle junto
a la muralla son las únicas construcciones que hay al sur del Depto.
225, aisladas, además, por un desnivel practicado en la roca.
Este conjunto está formado por
dos grandes bloques constructivos,
como se ha venido publicando recientemente (Belarte et alii 2009,
115), pero separados por el espacio
abierto del Depto. 211. Uno de estos
bloques, el oriental, tiene tres departamentos que dan a las calles
junto al Conjunto 3 (Deptos. 197,
208 y 210) formados por una sola
habitación con entradas muy anchas. En el bloque occidental, al que
4. Espacio doméstico en proceso de excavación en el año 1928. Se observa a la
se accede por el Depto. 212, identiizquierda una plancha de plomo fundido y, a su derecha, tinajas, copas y ollas
ficamos dos espacios no comunicade cocina.
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5. La Casa 11. Los espacios numerados como
255, 260 y 257 han sido interpretados como
un vertedero (según Díes et alii 2006).
dos entre ellos: uno formado por dos estancias con acceso directo desde la plaza (Deptos. 219 y 220) y otro
formado por los Deptos. 213, 218, 224 y 225, con acceso desde el área abierta que comunica estos espacios
con la plaza, por un lado, y con el camino de ronda por otro. En uno de éstos, en el Depto. 218, se halló en
1931 una pequeña figura de bronce que representa un guerrero a caballo y que pudo pertenecer al remate
de un cetro (Lorrio y Almagro-Gorbea 2004-2005), sin duda una de las piezas más significativas del yacimiento y que convierte a este edificio en una casa destacada.
Otro complejo conjunto está situado en la parte más alta del asentamiento y aparece aislado del resto de
construcciones. Denominado Conjunto 5 [fig. 35 del capítulo 4], ha sido publicado como un solo edificio,
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6. Planta del Conjunto 2 e identificación de las casas que alberga
(elaboración a partir de Díes et
alii 1997).
con amplios espacios abiertos, y se le atribuye una posible función pública, ya sea de carácter civil o cultual
(Díes y Álvarez 1997). Si bien sus ajuares no son significativos para poder determinar ninguna función específica, sus características arquitectónicas, su ubicación destacada y aislada en la parte más alta de la loma y
junto a la calle principal, le diferencian del resto de edificaciones (Belarte et alii 2009, 115). En el capítulo 4
hemos propuesto que se trata de una gran residencia en la que se pudieron llevar a cabo actividades específicas con ciertas dimensiones públicas, como reuniones, celebraciones o incluso intercambios significativos.
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7. Estado actual del Conjunto 2
visto desde el sur. En primer término los Deptos. 185 y 186.
hogar y dEspEnsa, símbolo y sustEnto dE la casa
Los elementos definitorios del espacio doméstico son el hogar, símbolo de la vida en la casa, y la despensa,
garantía del sustento de sus ocupantes (Bonet y Guérin 1995). No es casualidad que ambos estén en relación
con la necesidad vital de alimentarse, de lo que depende la reproducción del grupo doméstico.
El espacio del hogar ocupa normalmente un lugar destacado, aunque con frecuencia compartido con
otras actividades familiares. Con el hogar se realizaban las actividades básicas como la preparación de alimentos y su cocinado, y a su alrededor se aglutinaría la familia en las veladas nocturnas, para la iluminación
y la calefacción. Todos los hogares documentados en la Bastida son del mismo tipo: la evidencia material es
una simple estructura de combustión formada por una placa lenticular de barro de dimensiones variables
(entre 30 y 60 cm), construida directamente sobre el suelo y, a veces, sobre unas someras bases de grava y
barro [fig. 10]. Hasta el momento no hemos podido confirmar el hecho de que algunas de estas placas sean
hornos domésticos del tipo tahona. En cualquier caso, sobre esta placa se colocaría el combustible –madera
o carbón– y así, mediante las brasas, caldear la estancia o cocinar con ellas. Los trípodes de hierro (Depto.
49 y 250) son un elemento que puede relacionarse también con las estructuras de combustión, bien para
cocinar o bien para los trabajos metalúrgicos [fig. 11].
La despensa o almacén de alimentos de la casa se sitúa, preferentemente, en un espacio apartado de las
zonas de paso y, a la vez, protegido de la luz. En las casas de varias habitaciones se podría destinar exclusivamente una de ellas a la despensa, cuyo tamaño no suele superar el metro de anchura. Los elementos materiales que permiten identificar las despensas son, fundamentalmente, los grandes contenedores cerámicos
como tinajas y ánforas, pero también habría otros recipientes hechos de materiales perecederos como sacos,
cestos o cajas de madera, que no se han conservado [fig. 12].
Sin duda, la cerámica constituye una de las manifestaciones artesanales más estudiadas por los arqueólogos, por su abundancia y por la información que se extrae de su estudio, desde aspectos tecnológicos hasta
funcionales o simbólicos. El estudio de las cerámicas, además, nos aproxima a las distintas facetas de la vida
de la Bastida: artesanal, doméstica, culinaria, económica, comercial, simbólica, ritual. Hasta el momento
no se han hallado alfares, ni restos de desechos cerámicos que indiquen que los vasos se produjeran en el
propio poblado. Por lo que conocemos de otros asentamientos ibéricos, los centros artesanales cerámicos
estaban ubicados en el exterior, en el entorno próximo a los poblados como se ve en el Tossal de les Basses,
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8. Los Conjuntos 4 y 3. En el Conjunto 3 se recoge la identificación de casas hecha en Díes et alii 1997. En el Conjunto 4 mostramos
la interpretación de los espacios a la luz de las revisiones de la arquitectura y los materiales.
9. El Conjunto 3 desde los
Deptos. 202 y 205.
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10. Hogar lenticular hallado en la fase final del Depto.
268, junto a la Puerta Oeste.
11. Trípode de hierro hallado in situ en una esquina del Depto.
250, en la Casa 11.
en Alicante, la illeta dels Banyets (el Campello), o los hornos cerámicos documentados en la comarca de Requena-Utiel (Bonet y Mata, en prensa a).
Como hemos dicho, los indicadores de la existencia de un área destinada al almacenamiento doméstico
son los grandes contenedores, las ánforas y tinajas, y sus accesorios, como las tapaderas y los soportes anillados [fig. 13]. El ánfora de tipo ibérico documentada en la Bastida es de forma ovoide, con boca estrecha
(12-14 cm) y dos pequeñas asas. Estos recipientes tienen una capacidad de unos 80 l. Se almacenarían en
las casas sobre el suelo o sobre bases anilladas y se taparían con tapaderas cerámicas de pomo central. Las
ánforas servirían también para transportar productos alimenticios a largas distancias, alineadas y apiladas
en carretas o barcos, y convenientemente protegidas con cordajes.
Las grandes tinajas son objetos de cuerpo bitroncocónico, con bocas más amplias que las ánforas, y con
dos asas. A diferencia de las ánforas, su diseño no está pensado para almacenar alimentos y transportarlos,
sino que permanecerían en las viviendas. Posiblemente por este motivo la mayoría de ellas se decoran con
llamativos colores y motivos geométricos pintados. Las tinajas se cubrirían con grandes tapaderas cónicas,
también decoradas. Llegan a almacenar cada una de ellas hasta 100 l y podrían contener tanto alimentos líquidos como sólidos.
En la Bastida se documenta un tipo de tinajas y tinajillas con pico vertedor en la parte inferior del cuerpo
destinado para la decantación de líquidos. Si bien han sido interpretados como vasos decantadores de cerveza o de vino (Mata y Bonet 1992, 126, donde se recoge la bibliografía), podemos pensar en recipientes
multifuncionales pues actualmente en el norte de
África se emplean para guardar el cereal: en este
caso el pitorro en la parte inferior permite extraer y consumir el cereal más viejo (Castel 1984,
184-149)
Otro gran contenedor de cuerpo globular y de
boca muy amplia y poco profundo es la lebeta o
lebrillo. Son pocos los recipientes de este tipo
que están decorados, siempre con simples bandas y líneas pintadas. Como las tinajas y tinajillas, los hay desde grandes hasta pequeños, por
lo que es probable que no tengan una funcionalidad específica y sus usos sean variados: desde
contenedor de alimentos o incluso de enseres,
hasta vaso de libaciones, usos todos ellos que se
recogen en todo el ámbito mediterráneo (Mata y
12. Tinajas y lebetas halladas en el Depto. 266, junto a la
Bonet 1992, 129)
Puerta Este.
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13. Selección de grandes contenedores cerámicos hallados en la Bastida: ánforas (a la derecha un ánfora de Ibiza y en medio una
producción posiblemente de Cerdeña), tinajas, lebes y tapadera (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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Vinculados a la despensa, el transporte y el trasiego de líquidos están los toneles y las cantimploras. Los
toneles están muy bien representados en la Bastida y han sido objeto de varios estudios monográficos (Fletcher 1957; Lillo 1979). Tienen una característica forma cilíndrica y horizontal, con una boca estrecha en la
parte superior y asas a ambos lados con acanaladuras para pasar una cuerda [fig. 17]. Estos elementos podrían indicar que se utilizaría para el transporte, o como contenedor de líquidos, o incluso para hacer mantequilla, pues ejemplares idénticos se utilizan en la actualidad en el norte de África para este fin. La obtención
de mantequilla se hace a partir del batido de la nata de la leche. Es preciso hervir primero la leche para obtener esta sustancia grasa. Después, introducida en el tonel, se bate mediante el balanceo del recipiente colgado de las asas. Así, con el batido constante se va formando una masa en forma de grumos de manteca que
se separa de la nata y del suero restante mediante su lavado (iborra et alii 2010, 105).
La cantimplora, por su parte, es de cuerpo esferoide aplanado, boca estrecha y asas para colgar [fig. 28].
Todo su perímetro tiene una acanaladura para la cuerda de suspensión, lo cual no ofrece dudas sobre su función:
transportar líquidos. Sin embargo, el ejemplar mejor conservado de la Bastida, hecho de cerámica tosca, podría
indicar que se utilizó también para exponer al fuego, para calentar líquidos, suspendido o sobre las brasas.
La alimentación
Los bienes alimenticios conservados en las despensas domésticas son vitales pues, debidamente conservados y transformados, permiten el sustento y la reproducción del grupo doméstico. Pero la alimentación
implica mucho más que cubrir una necesidad vital. La alimentación conlleva el dominio de una serie de procesos técnicos y, además, está cargada de connotaciones culturales, de tabús y de sanciones.
Para el caso de la Bastida, podemos conocer detalles de la alimentación de sus habitantes a partir del
examen detallado de las evidencias materiales que en las casas hallamos sobre esta actividad cotidiana:
desde los mismos restos bioarqueológicos –semillas, frutos, restos óseos de animales– que hemos repasado
en el capítulo 5, hasta los utensilios e instalaciones para el procesado de los productos, su transformación
y, finalmente, cocinado, que trataremos a continuación. Además contamos, por supuesto, con la propia
vajilla cerámica en la que se consumieron las elaboraciones culinarias.
Procesado de productos
La alimentación cárnica se basaría, obviamente, en las cabañas ganaderas y las especies silvestres documentadas en los estudios de restos óseos (capítulo 5). La carne se consumiría asada, salazonada o ahumada.
Suponemos que las diferentes porciones se descuartizarían previamente, aunque en la Bastida desconocemos
si este trabajo se llevaría a cabo en cada casa de forma independiente o habría lugares destinados a ello que
distribuirían los trozos de carne. Muchos restos óseos están fracturados, lo que podría indicar que se cocinarían en guisos o hervidos.
Las harinas y sémolas obtenidas a partir de la molturación de los cereales y leguminosas, principalmente,
son el grueso del aporte alimenticio en las sociedades tradicionales y la molienda es una actividad cotidiana
de transformación de alimentos. Hasta hace poco se consideraba que los molinos eran elementos presentes
en todo espacio doméstico (Bonet y Guérin 1995; Belarte et alii 2009), pero hemos constatado que hay casas
sin molinos, como las situadas en los Conjuntos 3, 4 y 5, o la Casa 11, y espacios con molinos colectivos que
sirven a varias casas, como el del Depto. 155 (iborra et alii 2010).
Los molinos de la Bastida depositados en el Museo de Prehistoria (29 piezas activas y pasivas) son del
tipo rotatorio, excepto un molino de vaivén. Los diámetros oscilan entre los 40 y 60 cm y tienen una tipología
muy característica: la pieza activa lleva dos grandes asideros enfrentados y perforados (aunque hay un ejemplar sin perforar) donde se introduciría el dispositivo de madera que permite la rotación de las muelas [fig.
14]. La parte superior de la muela pasiva es convexa, y se acopla perfectamente a la cara inferior de la muela
activa, que es cónvaca. Sólo un ejemplar tiene en lugar de asideros dos ranuras para introducir el mecanismo
de rotación. Las piezas pasivas tienen la particularidad de que el orificio central, donde iría alojado el eje de
madera, atraviesa toda la pieza: sólo en dos ejemplares se ha constatado que el agujero del eje no atraviesa
totalmente la piedra, siendo por otro lado la solución más frecuente en este tipo de muelas.
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14. Selección de molinos rotatorios hallados en la Bastida (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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Las escasas muelas inferiores a 40 cm de diámetro (una de 38 cm y otra de 34 cm) corresponden a molinos en los que se podría realizar tanto el movimiento rotatorio completo, pues la longitud del brazo humano
le permite hacer el movimiento con comodidad, como movimientos semirotativos a dos manos (Alonso 1996,
185). Las muelas con diámetros superiores a 40 cm podrían maniobrarse mediante movimiento semirotativo
por una persona pero se necesitarían dos para hacer el giro completo. El gran tamaño y peso de los molinos
más grandes sugieren que se trata de equipamientos fijos, instalados en estancias destinadas específicamente
para la tarea de molienda. Pero las piezas más pequeñas, algunas incluso desmontadas, podrían trasladarse
de unos espacios a otros de la casa o, sencillamente, estar almacenadas a la espera de su utilización.
A la hora de evaluar la distribución del procesado de alimentos en el poblado, los molinos son una de las
piezas que más garantías ofrecen para ello, pues se documentaban sistemáticamente en las notas y diarios
de excavación. Aparecen concentrados en algunas manzanas (Conjuntos 2, 7, 9 y 10), estando ausentes en
los Conjuntos 3, 4, 5 y 12 [fig. 15].
La existencia de morteros y ralladores indica que se procesaron productos en relación con salsas y condimentos como parte de las recetas ibéricas. Los morteros [fig. 28] son objetos cerámicos con paredes gruesas, abiertos y poco profundos. Su característica morfológica más destacada es que el fondo interno es una
superficie abrasiva mediante la inclusión de piedrecitas, trozos de cerámica o surcos concéntricos. Los morteros se utilizaban con las llamadas manos de mortero, que son pequeños objetos macizos de cerámica que
se emplean para picar o molturar el producto. A juzgar por el tamaño de los morteros documentados (diámetros inferiores a 30 cm) no parece que fueran utilizados para procesar volúmenes destacados y quizás
sirvieron para machacar sustancias no muy duras. Actualmente se usan los morteros cerámicos, por ejemplo,
para rallar queso en algunas regiones de la india (Gouin 1990).
Los ralladores, por último, son pequeñas láminas de bronce de unos 8/10 cm de longitud perforadas [fig.
16]. En la Bastida tenemos documentado un rallador de este tipo en el Depto. 80. Tanto los morteros como
los ralladores permiten plantear la sugerente idea de que las salsas y los condimentos jugaron un papel en
la elaboración de recetas y que, por tanto, se dieron estilos culinarios y una cierta diferencia en las cocinas
de cada casa.
Utensilios de cocina y formas de cocinar
El ajuar doméstico estaba compuesto de recipientes de cerámica, metal, piedra, madera o fibras vegetales,
siendo los tres primeros los que documentamos con mayor frecuencia por su naturaleza más duradera. Los
utensilios de cocina más abundantes son las ollas de cerámica [figs. 17 y 18]. Están realizadas con arcillas
que contienen abundante desgrasante, lo que las hace más resistentes a la acción del calor. Apenas se dan
variedades tipológicas pero sí de capacidad. En general, son recipientes de tendencia globular, con bocas
anchas, sin asas y con bases cóncavas, lo que permite colocarlas directamente sobre el hogar o el suelo sin
ayuda de elementos estabilizadores. La única decoración que ostentan algunas son incisiones realizadas
antes de la cocción del recipiente en el tercio superior, bajo en borde. En algunos ejemplares el borde presenta un resalte practicado para ajustar la tapadera que evita que se evapore el líquido de los guisos.
Estos recipientes estuvieron destinados al guisado y hervido de alimentos mediante su rehogado o cocido
en líquido abundante como indica su tipología y capacidad. Los productos que se pueden cocinar en las ollas
son los cereales y legumbres, verduras y carnes en forma de gachas, sopas o guisos. Se documentan ollas en
casi todos los departamentos excavados, algo acorde con su papel básico en la cocina.
El equipamiento por excelencia que acompaña a las ollas es el hogar, al que nos hemos referido más
arriba. Las ollas se colocarían ajustadas entre el combustible, sobre el mismo hogar, llevando a cabo cocciones muy lentas. También se pueden colocar las tortas de cereales directamente sobre las brasas o incluso
tapadas con ceniza (Gutiérrez 1990-1991, 163).
El asado es otro tipo de cocción que implica hacer comestible el alimento –generalmente la carne o
vegetales– por acción del fuego directo. No es necesaria una estructura compleja, pues en una base o cama
de brasas se puede llevar a cabo. En la Bastida hemos documentado utensilios auxiliares del asado: morillos
y asadores. Los morillos son piezas de cerámica alargadas, de unos 20 cm de longitud, de sección triangular.
Presentan hendiduras en la parte superior para alojar los pinchos y asadores. En la Bastida hay tres morillos,
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15. Dispersión de materiales relacionados con el procesado de alimentos y las actividades culinarias.
dos proceden de manzanas en las que se han documentado también molinos, ollas y hogares (Depto. 38/39
del Conjunto 10 y Depto. 181 del Conjunto 2), mientras que otro procede de un espacio abierto (Depto. 100)
(Fletcher et alii 1965, 192 y 1939,322). Los asadores documentados son de hierro, aunque podrían haber sido
utilizados de madera. Proceden de los Conjuntos 8 y 10. El hecho de que morillos y asadores sean poco frecuentes en los yacimientos ibéricos ha llevado a algunos autores a plantear que su uso estaría relacionado
con una cocina especial vinculada a las actividades rituales (Jiménez Ávila 2003, 170; Lucas et alii 2004, 64).
La cazuela cerámica es otro recipiente de cocina utilizado en la Bastida (Fletcher et alii 1969, 181). Están
fabricadas en el mismo tipo de arcilla que las ollas. Son recipientes abiertos con bordes verticales, asas y, a
veces, pico vertedor. Pudo servir prácticamente para todo: desde guisados y fritura sobre los mismos hogares
hasta la elaboración de tortas e incluso para recoger la grasa de la carne durante su asado, y para lo cual el
pico vertedor sería especialmente útil (iborra et alii 2010, 107). Hay cinco cazuelas, cuatro en los Conjuntos
8, 10 y 11, situados todos al norte de la calle central, y una más junto a la Puerta Este. Podrían vincularse al
asado de carne las cazuelas del Depto. 7, asociada a un asador, y la del Depto. 38/39, asociada a un morillo.
Finalmente, los hornos para cocinar son difíciles de reconocer en el registro si las estructuras no están
bien conservadas. En las casas de la Bastida no hemos documentado hasta el momento ninguna estructura
de combustión elevada con cúpula de barro que pueda ser interpretada como un horno doméstico para cocinar. Sí hay, quizás, un horno colectivo a juzgar por la base de mampostería que se halla en el Depto. 155,
junto al almacén. Una estructura semicircular de mampostería en el Conjunto 3 es un horno metalúrgico, a
juzgar por los hallazgos de goterones y planchas de plomo fundido halladas durante su excavación en 1931.
Todos estos elementos nos llevan a plantear algunas reflexiones sobre las prácticas culinarias en la Bastida. En primer lugar, hay una preponderancia de guisos y hervidos –en ollas– sobre los asados en la dieta
básica de los habitantes, aunque no podemos valorar su importancia en relación con los restos bioarqueológicos. La abundancia de ollas por encima de cualquier otro objeto sugiere que se practicaba, en general,
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16. Rallador de bronce (long. 8 cm).
un tipo de cocina indirecta en medio líquido (siguiendo la terminología de Bottéro 2005) que podría ser
agua, leche, grasa animal o vegetal. La cocina directa en seco, sobre las brasas y en hornos, se daría también
pero no podemos valorar en qué relación respecto a la primera. En esta línea, la excepcionalidad con que
se encuentran morillos, asadores y cazuelas muestra que las tecnologías culinarias asociadas a ellos están
menos extendidas. En definitiva, la existencia de diferentes técnicas de preparación de alimentos –que implican prácticas alimentarias más variadas– y el diferente acceso a recursos y productos entre casas podrían
indicar diferencias de estatus o segmentación de las prácticas según la posición social de los grupos.
La vajilla cerámica para el consumo
Los estudios tipológicos y cronológicos sobre la cerámica de la Bastida ofrecen una base documental de
referencia en el mundo ibérico, máxime al ser un contexto de cronología corta, bien datado en el siglo iV
a.C. (Fletcher et alii 1965 y 1969; Aranegui y Pla 1981; Mata y Bonet 1992; Bonet y Mata 2008). Ello es suficiente para plantearnos los usos a los que estuvieron destinados estos recipientes, lo que se hace a través
del examen minucioso del contexto arqueológico, pues sólo el diálogo entre toda la cultura material presente
en el registro permite conocer funcionalidades, usos y símbolos. Si antes hemos visto que algunos sirvieron
para almacenar y transportar, mientras que otros lo fueron para cocinar, ahora nos detendremos en la vajilla
cerámica para el consumo.
La vajilla de consumo hallada en la Bastida es una cerámica cocida a alta temperatura y de superficies
cuidadas. A diferencia de los recipientes de almacenaje y despensa, este grupo de objetos está frecuentemente
decorado con pintura [figs. 19, 20 y 21]. Las decoraciones que plasman los alfareros recogen los motivos
geométricos del siglo precedente pero ampliando las combinaciones con las bandas, líneas, círculos,
semicírculos y segmentos concéntricos, líneas onduladas, trazos, rombos, mediante el pincel múltiple. Las
piezas más ostentosamente decoradas son, sin duda, los platos y escudillas [figs. 22 y 23] donde no se limitan
a pintar bandas y filetes sino que combinan todos estos elementos creando motivos complejos a modo de
rosetas. La policromía y los engobes blancos son prácticamente inexistentes y otras técnicas decorativas,
como las impresiones o las aplicaciones plásticas, están ausentes a excepción de un pitorro con forma de
cabeza de caballo del Depto. 58.
Es difícil diferenciar en el repertorio de la vajilla de mesa las piezas de uso cotidiano de aquellas que podrían estar destinadas específicamente a eventos especiales como fiestas o celebraciones. Por un lado están
los recipientes que contienen los alimentos, que no se distinguen de los de despensa, como pueden ser las
tinajillas, las lebetas de tamaño mediano y pequeño y las propias ollas de cocina. Los grandes platos o escudillas podrían hacer las funciones de fuentes pero la gran variedad de tamaños permite hablar de servicios
individualizados. Las botellas de cuello estrecho y los jarros con asa estaban destinados a verter la bebida,
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17. Ollas de cocina y tonel realizados con arcillas con desgrasante grueso (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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18. Cerámica de cocina de la Bastida de les Alcusses.
mientras que los vasitos caliciformes, los cuencos y las copas de imitación helenística, como crateriscos y
esquifoides, serían los vasos de beber.
Un elemento característico de la Bastida, y en general de los contextos del siglo iV a.C., es la abundancia
de los llamados microvasos [figs. 24 y 25]: se trata de un variado repertorio de copas, cubiletes, tarros, platos,
botellas de pequeño tamaño. Su funcionalidad en relación con el consumo de alimentos está obviamente limitada, a juzgar por su tamaño miniaturizado. No están concentrados en ningún lugar específico, y prácticamente en cada espacio doméstico se han documentado uno o dos microvasos. No podemos descartar la
posibilidad de otra intepretación, como el carácter votivo de estos conjuntos, lo que se relacionaría con el
papel destacado de las prácticas de comensalía en esta sociedad.
En relación con la comensalía, otras cuestiones de gran interés que suscita la vajilla de la Bastida son las
producciones inspiradas en vasos griegos como las cráteras, escifos, cílicas, cántaros o platos de las formas
21, 22 y 24 de Lamboglia [fig. 26]. Están realizadas con las mismas técnicas que el resto de la vajilla y decoradas profusamente con pintura al estilo local. De hecho no son perfectas imitaciones o fieles copias de las
piezas griegas: no se intenta emular el barniz negro, ni imitar las decoraciones de las figuras rojas, sino que
se adopta y adapta la forma del objeto. Ello nos lleva a plantear la apropiación de la forma de piezas en relación con los usos locales: el servicio de bebida y comida en las prácticas de comensalía, al igual que lo hicieron las importaciones (capítulo 7).
ritualEs domésticos
A partir de lo excavado hasta la fecha en la Bastida podemos señalar que no hay un espacio de culto de
carácter público a modo de santuario, pero sí que se practicaban rituales circunscritos a la esfera doméstica,
destinados a conmemorar eventos o ancestros, y a potenciar las cualidades de las casas y de las actividades
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19. Tipos de tinajillas (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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20. Botellas y jarras (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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21. Selección de cerámica para el consumo de alimentos y bebida: crátera, copa, plato, vaso caliciforme y tinajilla.
productivas y de mantenimiento que en ellas tenían lugar. No obstante, no se trata de espacios destinados
al culto claramente diferenciados dentro de la propia vivienda sino de la simple presencia de objetos y ajuares
ritualizados.
En distintos trabajos ya hemos señalado que la ausencia de elementos arquitectónicos o de estructuras
de carácter cultual, como altares y hogares rituales, nos obliga a prestar atención a otros objetos que nos
permitan identificar los ritos y las celebraciones realizadas en el ámbito doméstico. Además, es importante
que la identificación de estos espacios sea en base a varios atributos y nunca por la presencia de uno solo
(Bonet y Mata 1997). Ello es pertinente para el caso de la Bastida porque sólo disponemos de objetos de carácter ritual de forma aislada y siempre en la misma estancia en la que se detectan otras actividades domésticas, en la esfera de la producción y del mantenimiento del grupo.
Es muy probable que se llevaran a cabo rituales destinados a conseguir o asegurar la riqueza y prosperidad de la unidad doméstica y que por ello albergaran un lugar preeminente en la casa, posiblemente alrededor del hogar sin necesidad de un equipamiento específico. Por otro lado, los rituales no son siempre
actividades de carácter religioso, ya que habría que incluir como rituales todas aquellas celebraciones y reuniones seculares que formaban parte del ciclo de la vida de los iberos (López-Bertran y Vives-Ferrándiz
2009), cuyas huellas más evidentes son las dejadas por los instrumentos en relación con los banquetes o las
reuniones festivas. Así, pequeños vasos caliciformes, microvasos, pateras de tamaño reducido o jarras, que
tan frecuentes son en todas las casas de la Bastida, pudieron ser utilizados en prácticas rituales, ofrendas y
libaciones –vertido de líquido con un recipiente específico– en los que tuvieran un lugar destacado los productos alimenticios. También los morillos y asadores de hierro, ya comentados en relación a las prácticas
culinarias, tienen un uso ritual en otros ámbitos cultuales de otros yacimientos ibéricos.
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Otras piezas con una posible función ritual, esta vez en relación con líquidos, serían las clepsidras (Deptos.
131, 235 y 242) [figs. 27 y 28]. Su nombre hace referencia al uso que tienen como “ladrones de líquido”: se
trata de recipientes cerámicos a modo de botella con la base perforada y con un pequeño asidero y con
orificio en la parte superior en el que se encaja perfectamente el dedo pulgar. El funcionamiento es simple:
se introduce el recipiente en un líquido y se capta la cantidad necesaria que, al tapar el orificio superior con
el dedo, queda en su interior por la presión exterior. Cuando se libera el dedo del orificio superior cae, por
gravedad, en el lugar escogido (Pereira 2006). Otro elemento destinado a la representación o la ceremonia
son unos soportes cilíndricos calados procedentes del Deptos. 16 y 155, que funcionalmente se vincula a los
banquetes como soporte de recipientes contenedores de líquidos, según una práctica generalizada entre los
grupos dominantes (Moneo 2003, 377).
En la Bastida no hay terracotas o exvotos figurados de arcilla. Sin embargo sí hay dos exvotos de bronce
que merecen un comentario. La conocida figurita de bronce que representa a un guerrero desnudo a caballo,
tocado con casco de gran cimera y armado con falcata y escudo redondo, siempre ha despertado un gran interés no sólo por el significado social del guerrero en la sociedad ibérica sino por su valor arqueológico e
icónico (Kukahn 1954; Vives-Ferrándiz 2006) [fig. 29]. Fue hallado en el Depto. 218, en una de las dos viviendas que configuran el Conjunto 4, dando a esta casa un valor añadido a su situación privilegiada dentro
del oppidum. La pieza formaría parte, en un primer momento, de un objeto más complejo ya que es el remate
de un cetro. En concreto, la figurita del jinete remataría un enmangue, igualmente de bronce, que iría ensartado en un astil de madera, como se ha visto en ejemplares similares aparecidos en diversos contextos
(Lorrio y Almagro-Gorbea 2004-2005). En un momento indeterminado de la vida del poblado, y por motivos
que desconocemos, se recortó la pieza por los pies del caballo, cambiando entonces sustancialmente el significado y pasando a ser un exvoto del ámbito doméstico, quizás visto como la imagen de un ancestro.
La figurita que representa un buey de bronce hallada en el Depto. 237 [fig. 30] tiene un gran interés al
tratarse de una de las escasas representaciones de bueyes con yugo que existen en el imaginario ibérico,
pero es mucho menos conocida que el exvoto del jinete. La pieza representa un buey uncido a un yugo con
parte del timón del arado, hoy desprendido del conjunto, y formaría parte de una escena más compleja,
quizás junto a otro buey unido al mismo yugo. El exvoto podría estar relacionado con los ritos agrarios y
ser por tanto un ejemplo de las conexiones estrechas que había, en esta sociedad, entre lo funcional y lo
ritual. De hecho, quizás es difícil trazar una neta distinción entre ellas, pues esta figura invitaría a pensar
el modo en que la producción agraria estaba ritualizada. Otra lectura interpretativa adentra en el valor
simbólico que se le otorga al arado en la mitología, pues el grupo de la Bastida podría vincularse a un mito
de la fundación de la ciudad como se ha propuesto para la escena de hombre arando con bueyes del kalathos del Cabezo de la Guardia de Alcorisa (Olmos 2000, 71) o el arado miniaturizado de Covalta (Moneo
2003, 419).
Una última consideración en relación con los rituales en el poblado es la ausencia, hasta la fecha, de la
práctica ritual más frecuente en el ámbito doméstico ibérico: el enterramiento de los individuos infantiles o
los sacrificios y ofrendas fundacionales de animales bajo los suelos de las casas. No hay ni un dato, ni una
evidencia en los más de 270 departamentos explorados que permita defender que esta práctica se llevó a
cabo en la Bastida. No obstante, estas apreciaciones podrían estar sesgadas por el hecho de que los espacios
domésticos fueron excavados, fundamentalmente, entre 1928 y 1931, con una metodología que no privilegiaba la atención a estos aspectos del registro arqueológico (capítulo 1).
producción tExtil E indumEntaria
La manufactura textil fue una actividad destacada en la Antigüedad al formar parte de la vida cotidiana
de la sociedad ya que repercutía en todas las esferas: social, política, económica y religiosa (Wright 1999,
181). Las telas tenían una proyección en el grupo pues expresaban estatus, jerarquía y poder a través del
tipo de fibra empleado en su fabricación, la calidad del tejido y la ornamentación, además de sus dimensiones
simbólicas y sociales (Masvidal et alii 2000, 116). En la mayor parte de los relatos de los textos griegos se
asocia el tejido con el ámbito de lo femenino y, así, algunos pasajes de La ilíada y La Odisea (Olmos 2003,
314) revelan la excelencia de las labores relacionadas con la confección de tejidos y con las ilustres tejedoras,
159
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22. Tipos de platos de borde vuelto. El ejemplar de la parte superior ostenta la decoración pintada sobre engobe blanco (a partir
de la documentación del Archivo SIP).
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23. Tipos de platos y escudillas (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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24. Tipos de microvasos y vasos caliciformes (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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25. Selección de microvasos.
entre las que destaca Penélope. Entre las tareas de estas mujeres se mencionan el hilado, el cordado, el
tejido, el tinte o el bordado de tejidos, lo que trasluce una división sexual del trabajo.
Entre los iberos el hilado y el tejido fueron también actividades vinculadas al ámbito femenino como
plasma la iconografía ibérica en distintos soportes, desde la escultura de la Albufereta (Alicante) que muestra
una mujer que sostiene el huso y la rueca de hilandera en su mano izquierda (Aranegui 1996, 96; izquierdo
2001, 300); hasta la cerámica, como el fragmento de la Serreta que presenta una dama frente a un telar vertical con un ovillo de hilandera en una mano y un huso en la otra (Aranegui 1996, 114-115); o el vaso del Tossal de Sant Miquel [fig. 31] con una escena de dos jovenes mujeres sentadas entre un telar vertical con dos
travesaños en horizontal del que cuelgan los hilos (izquierdo y Pérez Ballester 2005, 94-95). incluso tenemos
referencias escritas acerca de las habilidades de las tejedoras, como apunta el siguiente texto: “entre los iberos es costumbre, en cierta fiesta, honrar con regalos a las mujeres que muestran haber tejido más y más
bellas telas” (citado por Rabanal 1985, 207).
Aunque estas representaciones hacen referencia a la mujer de mayor relevancia social, el tejido y el hilado
formaron parte del elenco de actividades domésticas cotidianas de las mujeres de todo rango como pone de
manifiesto el registro a partir de la cantidad y dispersión de restos localizados en los poblados (Bonet y Mata
2002, 190).
El proceso de producción textil comenzaba con la obtención de la materia prima, el tratamiento de la
fibra, el hilado, el tintado y el tejido. Las materias primas empleadas fueron de origen animal, la lana, y vegetal, el lino, materias que se han documentado en la Bastida (capítulo 5). El tintado no necesitaba instalaciones especiales pues el hilo solía teñirse antes de elaborar el tejido. Los tintes eran de origen vegetal y
animal, sobresaliendo el procedente del Quermes o cochinilla, insecto del que se extraía un tinte de color
rojo muy apreciado (Alfaro 1997, 64-67).
La elaboración del tejido se llevaba a cabo en un telar. En el mundo ibérico el más utilizado es el telar
vertical con travesaño superior del que colgaban las pesas que tensaban por gravitación los hilos de la urdimbre [fig. 31]. Los telares serían fundamentalmente de madera, lo que hace difícil su identificación en los
restos conservados. La presencia en varios departamentos de la Bastida de diversas piezas de hierro, esencialmente herrajes, junto a pesas de telar, fue interpretado, al principio de las excavaciones, como bastidores
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26. Imitaciones y adaptaciones locales de cerámica griega (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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27. Clepsidras. Se aprecia el orificio superior que se taparía con el dedo y las perforaciones inferiores que
permiten captar y verter el líquido.
28. Clepsidras (arriba), cantimplora y mortero (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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o piezas de telar (Ballester y Pericot 1929, 185; Ballester 1932, 25). Sin embargo, idénticas pletinas se han
hallado en las puertas de la fortificación por lo que parece más probable que los ejemplares hallados en las
viviendas fuesen elementos pertenecientes a las puertas y no a telares.
Junto al telar vertical, pudieron emplearse otros tipos de telares como el de placas, cuyo empleo podría
constatarse a partir de una serie de piezas de madera, como las conservadas en la necrópolis del Cigarralejo
(Mula, Murcia) (Cuadrado 1987, 371), o el de rejilla, compuesto por unas placas de hueso alargadas y planas
con perforaciones concéntricas. La funcionalidad de ambos telares es prácticamente idéntica, se utilizaron
para la confección del borde de las telas, bandas y cinturones y de los elementos ornamentales; también podían tener un uso complementario en el telar vertical de pesas (Castro 1984, 108; Ruano y Montero 1989,
295).
El instrumental para hilar y tejer
Los testimonios materiales que contamos para reconstruir los procesos de producción textil en la Bastida
son los telares de rejilla, las fusayolas, las pesas de telar, las tijeras, las agujas de bronce y hierro y punzones
de hueso.
Los telares de rejilla identificados en la Bastida son tres (Deptos. 47, 103 y camino de ronda junto a la
Puerta Sur). Se trata de unas placas rectangulares de hueso trabajado de entre 8 y 10 cm de longitud y menos
de 2 cm de anchura y perforadas regularmente [fig. 32]. Se asemejan por sus dimensiones y formas a otras
aparecidas en L’Alcúdia (Elche) o Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia), pero sobre todo los paralelos más claros proceden de contextos funerarios próximos, como la necrópolis del Cigarralejo donde
han parecido 36 ejemplares (Ruano y Montero 1989).
Las fusayolas, o contrapesos del huso, son piezas modeladas a mano en arcilla de no más de 3 cm de diámetro [fig. 33]. Se utilizaban durante el proceso del hilado, colocándose en uno de los extremos del huso
para imprimir equilibrio y rapidez al movimiento rotatorio [fig. 34]. Otra posible aplicación sería como pesas
de telar vertical para tensar los hilos de la urdimbre tal como muestran representaciones en cerámicas griegas. Las fusayolas de la Bastida son de formas y tamaños variados (esféricas, cilíndricas, discoidales, tron-
29. Jinete con falcata, escudo circular y casco con gran penacho (altura 7,3 cm).
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30. Buey con parte del yugo y el timón de un arado (long. 6,5 cm).
cocónicas y bitroncocónicas) y muchas presentan decoración incisa a base de líneas, puntos oblicuos, retícula, o círculos impresos. Las más pequeñas se vinculan a la elaboración de hilos muy finos (Berrocal 2003)
y, de hecho, trabajos experimentales han puesto de manifiesto que las diferencias en pesos y tamaños parecen relacionarse con el grosor del hilo y, por tanto, con el tipo de tejido a elaborar (Alfaro 1984, 74; Chapa
y Mayoral 2007, 169). En la Bastida, la dispersión de las fusayolas sugiere que el hilado pudo llevarse a cabo
tanto en el interior de las unidades domésticas como en el exterior, sin requerir un área específica para ello.
La concentración de fusayolas en algunos departamentos, entre 12 y 39 ejemplares, parece indicar, además,
su almacenamiento o incluso que estuvieran destinadas a otros usos que desconocemos.
Las pesas de telar constituyen casi los únicos restos materiales que suelen conservarse de los telares.
Otros instrumentos como husos, ruecas, peines –que servirían para agrupar y apretar los hilos de la trama
después de haber sido pasados por la urdimbre durante el proceso de confección de los tejidos– o lanzaderas
–el útil del telar que lleva el hilo de la trama– apenas se han conservado en el registro probablemente porque
estarían fabricados con materiales perecederos. En los telares de tipo vertical, las pesas tensaban los hilos
de la urdimbre –como muestran las marcas de los hilos en muchas de ellas–, y se agrupaban en un número
en función de la resistencia a aplicar y del grosor de la tela que se quería obtener, mientras que las más
ligeras podían utilizarse en telares de placa. Las pesas de la Bastida son mayoritariamente del tipo troncopiramidal y rectangular aunque han aparecido también algunos ejemplares discoidales. Pueden presentar
marcas como cruces incisas, líneas de puntos, círculos incisos o impresos, o un rombo inciso, interpretadas
como marcas de fabricación, signos indicadores de propiedad, marcadores del peso o hasta simples decoraciones (Tébar 2003, 133).
Las tijeras de hierro también servirían para cortar los lienzos de tejido. En la Bastida hay seis ejemplares
(Deptos. 103, 118, 126, 128, 169 y en la Puerta Sur). Todas son del mismo tipo: dos hojas metálicas, simétricas
y alargadas, de filos cortantes acabados en punta, unidas por una varilla arqueada que actúa como un resorte.
Las mejor conservadas miden entre 20 y 22 cm de longitud [fig. 23 del capítulo 5].
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31. Tinaja del Tossal de Sant Miquel (Llíria) con
una representación pintada de dos personajes femeninos realizando tareas relacionadas con el hilado y el tejido.
Para el cosido de los tejidos se utilizaron agujas de bronce y hierro: las primeras, de sección circular,
tienen cabeza aplanada y perforada, mientras que las segundas, de sección oval o cónica, tienen la punta
aguzada por lo que se las conoce también como agujas esparteras (capítulo 5). Los punzones de hueso, algo
más gruesos, tienen el extremo segmentado y decorado con incisiones [fig. 35]. Pudieron haber sido empleados para la elaboración de las prendas de lana al margen de su empleo para la sujeción del cabello o de
tejidos a modo de alfiler, aunque no debemos descartar tampoco su uso como instrumentos de escritura
en soportes variados.
La identificación de telares y los espacios de trabajo
Tradicionalmente la presencia de telares verticales se define en el registro arqueológico ante el hallazgo
de conjuntos de pesas de telar con cantidades apreciables y similares en forma y peso y sobre todo ante su
disposición más o menos alineada en suelos de habitaciones [fig. 36]. Por estudios etnográficos y experimentaciones actuales sabemos que el número mínimo de pesas requerido en la confección de tejidos en un
telar es variable. Por ejemplo, con una urdimbre formada por 20 hilos por cm y con grupos de 35 hilos por
peso, se requieren nada menos que 41 pesos para confeccionar una tela de sólo 0,63 m (Médard 2000, 97).
Algunos autores proponen al menos 50 pesas para un telar (Castro 1985, 232; Castro 1986, 175) mientras
que otros señalan que se utilizarían telares de diversos tamaños, en función de las prendas confeccionadas,
correlacionando el número de piezas con la envergadura del telar y/o la densidad del tejido a elaborar (Berrocal 2003, 277; Moret et alii 2000, 145). Del mismo modo, se ha advertido que el telar vertical también
32. Placa de hueso del Depto. 47
interpretada como telar de rejilla (long. 11 cm).
168
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33. Selección de fusayolas.
Algunas están decoradas con
incisiones.
podría tener una varilla para tensar los hilos de la
urdimbre, por lo que entonces quedaría equilibrada por sólo 4 ó 5 pesas (López Mira 1991, 103).
En lo que sí parece existir unanimidad es en la
definición de conjuntos por piezas homogéneas en
pesos (que no idénticos) para trabajar simultáneamente, dependiendo de la consistencia de tejido
a realizar, o acoplando conjuntos menos numerosos para la elaboración de los bordes del paño (Alfaro 1997, 49). En el asentamiento de Cancho
Roano se ha propuesto un número de pesos que
oscilaría entre los 20 y 30 individuos en los telares
más grandes, y entre 10 y 12 piezas para los menores (Berrocal 2003, 268 y 277). Y en Cerro de
Pedro Marín se ha planteado la presencia de telares integrados por entre 10 y 12 piezas (Ruano
1989, 29).
En la Bastida, entre los conjuntos estudiados
–limitados a los departamentos publicados–,
aquellos espacios en los que aparecen las mayores
concentraciones de pesas son los Deptos. 1, 2, 16,
26, 30, 35, 48, 58, 91, 100, 169, 175, 185 y 242
[figs. 37 y 38], lo que invita a pensar que en estos
lugares hubo algún telar vertical ya sea en uso o
bien guardado. El número de pesas varía normalmente entre 12 y 36, con una pauta de 12 pesas
por telar. La mayoría de estos espacios son departamentos rectangulares o cuadrangulares que generalmente se integran en el interior de las
viviendas en habitaciones multifuncionales, aun-
34. Hilandera utilizando el huso. Jornadas de Visita de 2010.
169
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la bastida 01_176:la bastida 19/05/11 17:02 Página 170
35. Punzones de hueso.
que otros son abiertos, como el 1, el 58 y el 100, pero esto no invalida nuestra propuesta ya que precisamente en éste último aparecieron 12 pesas alineadas junto a una pared, como ocurre también en los Deptos.
16, 26, 35 y 58.
Finalmente, queremos señalar un par de reflexiones en relación a la actividad textil. Por un lado, la manufactura de tejidos fue una tarea de carácter eminentemente familiar en todo el ámbito ibero. La elaboración textil solía llevarse a cabo en el interior de las unidades domésticas, en espacios o habitaciones donde
se realizaban diversas labores de mantenimiento, como la molienda o el procesado de alimentos. No parece
existir, por tanto, una estancia específica destinada a estas actividades. Por otro lado, se advierte una diferenciación espacial en las tareas de hilado y tejido: hay departamentos que albergan fusayolas y en los que
no se ha documentado ninguna pesa de telar, y otros espacios con telares que, en cambio, no han deparado
ninguna fusayola (Deptos. 1, 26, 35, 58, 175, 185). Dejando a un lado el hecho de que muchas fusayolas
fueran utilizadas con fines ornamentales y
no funcionales –sorprende, por ejemplo,
la presencia de más de una decena de fusayolas en algunos departamentos– parece que hay una cierta segmentación
espacial por lo que respecta al trabajo del
hilado y el tejido en la Bastida.
vEstirsE y adornarsE
36. Hallazgo de una acumulación de pesas de telar durante las excavaciones de 1928.
170
Son prácticas culturales de primer
orden. Además de proteger y embellecer el
cuerpo, vestidos y adornos expresaron diversos mensajes que eran decodificados en
cada sociedad como indicadores de estatus, ocupación, sexo o edad. Las representaciones en diversos soportes –escultura,
cerámica pintada, exvotos en bronce– y los
objetos de adorno y uso personal hallados
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la bastida 01_176:la bastida 19/05/11 17:02 Página 171
Depto. 1
20
Depto. 2
14
Depto. 16
12
Depto. 26
12
Depto. 30
> 10
Depto. 35
12
Depto. 48
24
Depto. 58
12
Depto. 91
16
Depto. 100
69 (12 en grupo)
Depto. 169
23
Depto. 175
17
Depto. 185
36
Depto. 242
> 24
37. Departamentos con concentraciones significativas de pesas de telar.
en las excavaciones son los elementos materiales que disponemos para conocer la indumentaria y los códigos de adorno corporal.
El elemento básico es la túnica, larga en la mujer y corta
en el hombre, que se sujetaba con fíbulas o cordones y se ceñía
al cuerpo por medio de cinturones. Las mujeres podían llevar
dos túnicas, que se recogían a la cintura mediante cintas acabadas en cascabeles, y la cabeza cubierta por un tocado o un
velo. Sobre ella, un manto se prendía con una o dos fíbulas
sobre los hombros. Algunas representaciones femeninas en
escultura, como las halladas en el Cerro de los Santos o en la
necrópolis de Baza, revelan que las mujeres de rango llevaban
un tipo de manto con abundantes pliegues, ornado en los bordes con ricos colores y motivos en ajedrezado. La indumentaria se completaba con joyas, en oro y plata, tales como
pendientes, anillos o sortijas, pulseras, brazaletes, collares y
diademas. En cuanto al calzado, las esculturas en piedra y las
representaciones pintadas en cerámica muestran a los personajes con botas altas terminadas en punta, sandalias y babuchas, todo ello confeccionado en materiales perecederos como
el cuero o esparto.
Para el caso de la Bastida, lo único que se ha conservado de
los vestidos y de los elementos que componían el atuendo de
38. Distribución espacial de los telares de rejilla, telares verticales (a partir de la presencia de agrupaciones de 12 pesas de telar) y
de tijeras.
171
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39. Fíbulas anulares de bronce (diámetro de la más grande 4 cm).
sus habitantes son las piezas metálicas que servían para prender determinadas partes del vestido a la vez que
constituían elementos de adorno. Se trata de fíbulas, broches y hebillas de cinturón y botones.
El conjunto más numeroso está formado por las fíbulas, que son imperdibles de bronce. Su tamaño está
en relación con la prenda a que se destina y la presencia o la ausencia de ornamentación podría indicar tanto
los gustos como la condición social del propietario. Las fíbulas de la Bastida son, sobre todo, del tipo anular
hispánica [fig. 39], denominada así por el aro característico que forma la pieza, con diversos subtipos de
acuerdo a la morfología del puente -timbal, de navecilla o de puente de alambre (Cuadrado 1957). Las más
grandes se emplearían para sujetar los mantos de lana y las más pequeñas estarían destinadas a las finas
túnicas de lino de las mujeres.
Los broches de cinturón servían
para enganchar la correa o cinta de
cuero que sujetaba el vestido. Constan
de dos piezas: una placa activa provista
de un garfio y otra pasiva en la que se
inserta la primera. Suelen llevar una
bella ornamentación de motivos geométricos y florales realizada mediante
finas incisiones y con la técnica del damasquinado o nielado en plata y/o oro.
Algunos ejemplares especialmente significativos son el broche del Depto. 48
(Fletcher et alii 1965, 234, nº 71; ver
fig. 20 del capítulo 1), con decoración
central enmarcada por líneas de ovas y
eses horizontales en la cabecera, o el
broche de la Puerta Sur con decoración
central floral enmarcada también por
ovas o el que se halló junto al Depto. 28
40. Broche de cinturón de bronce con decoración incisa de motivos flora[fig. 40].
les y geométricos (long. 12 cm).
172
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la bastida 01_176:la bastida 19/05/11 17:02 Página 173
41. Selección de botones de bronce
con motivos decorativos vegetales y
geométricos.
42. Pendientes de oro hallados en la
puerta del Depto. 37, junto a otras
dos arracadas amorcilladas.
Los botones empleados para abrochar o ajustar vestimentas también se elaboraron en bronce con una
gran variedad de diseños de agujeros, calados, cuadrados con esvástica, cónicos y circulares de cabeza lisa
[fig. 41]. Un detalle interesante es que apenas hay dos parejas de botones iguales en toda la Bastida por lo
que posiblemente se utilizarían aislados.
Objetos de adorno y uso personal
Las joyas formaban parte del aderezo personal y otorgaban a sus portadores prestigio social, además de
ser distintivos de riqueza y poder. Los habitantes de la Bastida se engalanaron con finas sortijas y anillos de
173
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43. Colgantes de bronce con decoración figurada (anchura de cada pieza 2,6 cm).
44. Cadena realizada con hilo de
oro trenzado. Fue hallada en 1930
en el Depto. 166 (longitud 23 cm).
chatón en oro, plata y bronce que se utilizaban como sellos y estaban grabados con temas zoomorfos como
el caballo estilizado, ave o cisne. Hasta el momento sólo se han hallado dos pares de pendientes de oro, uno
de ellos de tipo amorcillado y el otro anular (Perea 1991, 271) [fig. 42]. Como las sortijas, los pendientes eran
usados indistintamente por hombres y mujeres de estatus destacado.
Las pulseras y brazaletes, fabricados en bronce, eran aros de hilo sin decoración o con una sencilla ornamentación incisa. Sus diferentes tamaños parecen evidenciar su empleo por hombres y mujeres. La única
174
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pieza que se sale de la tónica es un
brazalete de gran tamaño, abierto y
de sección circular, con los extremos
terminados en esquemáticas cabezas
de serpiente y doblados sobre sí mismos en sentido opuesto (Fletcher et
alii 1969, 190, nº 53).
Las personas llevaban, como
parte destacada de su ornamento,
cuentas de pasta vítrea de diversos
colores –predominan los azules–, y
diferentes formas –lisas, achatadas o
gallonadas– (fig. 8 en capítulo 7).
También utilizaron como colgantes
caracolas o conchas marinas perforadas, dientes de jabalí o incluso cuentas de bronce o de piedra. Aunque sin
duda los colgantes más destacados de
este yacimiento son dos piezas caladas de bronce que representan un
personaje con brazos y piernas extendidos hacia los vértices de un cuadro
que lo enmarca (Vives-Ferrándiz
2007, 143) [fig. 43]. La figura, sin
atributos sexuales, ha sido identificada con varios motivos: desde la
imagen de Despotes Hippon, señora
de los caballos que elevaría las manos
hacia dos animales enfrentados siguiendo una representación mejor
conocida en otros soportes, hasta
Epona, diosa de la fertilidad en el
mundo celta, al dios Bes o incluso
45. Pinzas de bronce de procedencia diversa halladas en las excavaciones de
1928-1931.
una imagen solar (Barril 1996, 186;
Fletcher 1974, 130). Una pieza similar fue hallada en el Puntal de Salinas
(Villena), en la única tumba con armamento y bocado de caballo (Sala y
Hernández 1998, 239).
Como elementos de tocado femenino hay que destacar una cadenita de oro hallada en el Depto. 160
[fig. 44], una obra maestra en la técnica del trenzado de hilo de oro y ejemplar único dentro del repertorio
de joyería iberica (Vall de Pla 1959; Perea 1991, 227). Es un prendedor para el pelo, elaborado en cordón
de oro trenzado, con un extremo rematado por una charnela con aguja que se engancharía en el ojal del
extremo opuesto de la cadena. Otros adornos para el cabello se realizaron en hueso, como las agujas o
punzones [fig. 35], con la cabeza decorada con incisiones, líneas paralelas o en zig-zag, o los pasadores
para el pelo de cuerpo fusiforme con los extremos curvados y adornados con acanaladuras transversales
(Fletcher et alii 1969, 175, nº 45).
Finalmente, las pinzas de bronce no son un objeto de adorno propiamente pero se ha señalado su uso
como pinzas de depilar, y por tanto piezas de carácter personal y elementos preciados de tocador y cuidado
corporal [fig. 45]. De uso indistinto por hombres y mujeres, de acuerdo a su presencia en tumbas de distinto
sexo, solían estar decoradas con incisiones de motivos geométricos como círculos, triángulos y líneas.
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07
de aLLí y de aquí: Los intercambios y
eL comercio
nuRia álVaRez GaRcía y Jaime ViVes-FeRRándiz sáncHez
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la bastida 177_332:la bastida 19/05/11 17:38 Página 177
Los intercambios como hechos económicos y sociaLes
P
ocas sociedades están al margen de los intercambios. Obtener materias primas, alimentos u otros objetos de otros lugares y por mediación de otra gente es algo común, en mayor o menor medida, en
cualquier grupo humano. Los intercambios han sido tradicionalmente motivo de atención de los arqueólogos porque, junto a la producción y el consumo, constituyen un importante sector de los desarrollos
socioeconómicos en las sociedades. Dado que los aspectos productivos, la transformación y la utilización de
la amplia variedad de recursos disponibles en el entorno han sido ya analizados en el capítulo 5, y el consumo
en la esfera doméstica se ha abordado en el 6, ahora nos encargamos de las dimensiones sociales y económicas de los intercambios.
La oportunidad de estudiar los movimientos de objetos y mercancías en el pasado y los mecanismos de
los intercambios y el comercio se basa, sobre todo, en la especial visibilidad que los productos que proceden
de otras zonas tienen en el registro arqueológico: su identificación es la prueba de que ciertos productos y
objetos se desean e importan.
Los elementos deseados que nos ocupan en este análisis son diversos, como es normal, y van desde algunas materias primas hasta productos alimenticios y objetos variados. En esta clasificación podemos incluir
desde la galena argentífera hasta las cuentas de collar de pasta vítrea de producción púnica, pasando por
las conchas marinas perforadas para colgar o la vajilla ática y una lista indeterminada de productos alimenticios envasados en ánforas púnicas e ibéricas. La razón de su importación debemos determinarla en relación
al valor y significado del propio objeto: el mineral para transformarlo en metal precioso que permita acumular riqueza, las cuentas y las conchas que son elementos de adorno personal y extraños en el contexto
local, la vajilla foránea para las celebraciones y festividades, o simplemente para disponer de productos y
recursos de los que que se carece en el propio entorno. Los productos y objetos intercambiados pueden venir
desde largas distancias, como por ejemplo la vajilla griega o las ánforas gaditanas, o desde lugares más cercanos, y en su distribución intervienen comerciantes e intermediarios.
A partir de las observaciones de los antropólogos hemos aprendido que el comercio y el intercambio no
son términos sinónimos: el primero se aplica a los movimientos de mercancías u objetos en los que entran
en juego motivaciones económicas. El segundo, en cambio, es más genérico, y se refiere tanto a los movimientos de cosas con ánimo de lucro como a objetos que cambian de manos por otros motivos como regalos,
dotes o pagos. Los estudios antropológicos han demostrado que el intercambio es un hecho que implica una
gran diversidad de instituciones sociales. Esto significa que si entendemos los intercambios únicamente como
transacciones económicas estamos haciendo una aproximación parcial, pues los intercambios fueron –lo son
aún hoy en día– materializaciones de relaciones sociales en las que entraron en juego cuestiones jurídicas,
estéticas, religiosas, familiares. Conexiones, en definitiva, que dejan entrever que detrás de un intercambio
en realidad hay una relación social. La complejidad y el tipo de esa relación dependen de cada contexto.
Obviamente, en los intercambios y en las relaciones comerciales hay componentes económicos que no podemos dejar de lado. Es sabido que estas actividades tienen un lugar preeminente en los establecimientos junto
al mar, como el Grau Vell de Sagunt (Aranegui 2004), la Illeta dels Banyets (Campello, Alicante) (Olcina 2005)
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o el Tossal de les Basses (Alicante) (Rosser
y Fuentes 2007) pero también en lugares de
interior, verdaderos centros de poder que
aglutinan las actividades comerciales. La
Bastida es un ejemplo de ello ya que, si bien
no es un asentamiento costero, sí está conectado a través de redes de comercio y, de
hecho, como veremos, allí se centralizaría
el almacenamiento de productos y su circulación en el contexto local o regional, como
invita a pensar la presencia de instalaciones
adecuadas para el almacenamiento y distribución de productos (un almacén central),
y la existencia de elementos de control y regulación de pesos en forma de balanzas y
poderales en varias casas.
Regalos y dones
Ahora bien, junto a estos fenómenos
comerciales, debieron existir otros circuitos y otros mecanismos de intercambio en
forma de regalos, dones y obsequios. De
hecho, a partir de los estudios de las obras
de Homero, por ejemplo, se ha advertido
que en la sociedad griega se daba una coexistencia entre aquellos intercambios con
ánimo de lucro, dentro de los cuales cabían prácticas comerciales dirigidas al incremento del volumen de mercancías o de
1. Dibujos conservados en el Archivo SIP para el registro e inventario
las ganancias, y los regalos o dones, cirde los cuencos de barniz negro griego. Se aprecia el calco con grafito
cunscritos a ámbitos sociales específicos
de las decoraciones estampilladas a ruedecilla sobre el fondo interno.
relacionados, en este caso, con grupos
aristocráticos (Perea 2003).
El modo de entender la economía en la
sociedad ibérica es inseparable de estas dimensiones sociales a varios niveles. Las relaciones sociales entre
familiares o amigos y vecinos conllevan actividades sociales cargadas de sentido económico, como los obsequios y regalos, que permiten que circulen los bienes a través del dar y el recibir. Así, a otras escalas, personales o familiares, también circularon bienes, normalmente objetos singulares, únicos o productos
específicos, cuya entidad ha sido reconocida por la antropología como dones de hospitalidad, dotes o pagos
matrimoniales, o regalos ofrecidos en ocasiones especiales, festividades, conmemoraciones o fiestas.
Obviamente, estamos lejos de identificar en el registro arqueológico de la Bastida el motivo de la circulación
de estos dones, pero sí podemos señalar algunos de los objetos más singulares, específicos o preciados que, quizás, funcionaran como intercambios a escalas personales. Los objetos de circulación más restringida entrarían,
sin duda, en cualquier listado que se hiciera de este tipo. Así es tentador pensar en los escasos objetos de oro o
plata (arracadas, colgantes, o anillos) o los vasos cerámicos griegos con decoraciones figuradas como algunos
de los productos que posiblemente circularían como regalos en el seno de redes sociales suprafamiliares.
No siempre es sencillo demostrar todos estos fenómenos, que depende de la naturaleza de los contextos
arqueológicos y la identificación de importaciones y de elementos que podemos relacionar con actividades
económicas de intercambio. Acorde con estas cuestiones, analizaremos, por un lado, las importaciones cerámicas, como uno de los materiales que más claramente expresan este fenómeno y, por otro, una serie de
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2. Tipología de los vasos de barniz negro sin decoración figurada hallados en la Bastida (a partir de la documentación de Archivo SIP).
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3. Vajilla de barniz negro griego.
objetos que se relacionan con las actividades comerciales en el asentamiento, como la plata para efectuar
pagos, los pesos y balanzas o los albaranes y cuentas comerciales.
Las importaciones cerámicas
Un grupo de objetos tradicionalmente considerado por los arqueólogos para estudiar los movimientos
de productos en las sociedades del pasado son las cerámicas ya que, bien estudiadas y seriadas, permiten
identificar cuáles son locales y cuáles de procedencia foránea. Así, se han ido identificando grupos de cerámicas importadas y se han definido grandes áreas de producción que han servido, también, como base para
fijar cronologías por su comparación con otros contextos mediterráneos. A grandes rasgos podemos distinguir dos grupos de cerámicas importadas en la Bastida: por un lado, las vajillas de mesa producidas en el
Ática (Grecia) y en la Magna Grecia (Italia); y por otro, las ánforas de transporte de productos alimentarios
que proceden de Ibiza y del sur de la Península Ibérica principalmente.
La vajilla griega
Ya desde la primera campaña de excavaciones se documentaron diversas producciones de barniz negro
y cerámicas decoradas con figuras rojas características de contextos mediterráneos de los siglos V y IV a.C.
Estas producciones, que hoy sabemos que son griegas, fueron difundidas en cantidades importantes y, además, a larga distancia. Son objetos importados, y de ahí su interés, además de la información que dan para
datar los contextos y por la extraordinaria documentación iconográfica que ofrecen las series figuradas pintadas en algunas de ellas.
La abundancia de hallazgos en las excavaciones de la Bastida y el hecho de que el asentamiento tuviera
una ocupación corta, llevó al investigador N. Lamboglia a basar gran parte de su célebre propuesta de seria-
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ción cronológica y tipológica de la cerámica de barniz
negro en las piezas de este yacimiento, que corroboró con
los datos obtenidos en un sondeo realizado en 1952 (Lamboglia 1954) [fig. 1]. El trabajo de Lamboglia fue el primer
estudio detallado de un lote considerable de cerámica ática
de barniz negro del siglo IV a.C. Esta colección sería estudiada también por otros investigadores como G. Trías
(1967) o P. Rouillard (1991), ofreciendo otras lecturas de
los mismos vasos.
Las seriaciones establecidas en estos estudios contribuyeron a definir la fecha de ocupación de la Bastida entre
la segunda mitad del siglo V y el tercer cuarto del siglo IV
a.C. (Lamboglia 1954, 136; Trías1967, 323), y que sería
confirmada con la publicación de los sondeos y de las
campañas de excavación realizadas entre 1990 y 1995
(Díes et alii 1997, 247 y ss.). Los asentamientos con fechas
históricas son de gran ayuda para fijar las cronologías y
las producciones concretas en circulación, aunque no son
muy numerosos en el Mediterráneo. La ocupación en la
Bastida puede fecharse porque sabemos, por ejemplo, que
las copas del pintor de Viena 116 ya están presentes en los
4. Enócoe del Depto. 37 (Foto Casa Grollo). Altura
niveles de destrucción de Olinto a manos de Filipo II de
14,1 cm.
Macedonia en el 348 a.C. o a partir del estudio de la cerámica hallada en los niveles de fundación de Alejandría en
322 a.C.
En la Bastida, los objetos de barniz negro sin decorar destacan en número por encima de las piezas con
decoraciones figuradas (91 % y 9 % respectivamente). El panorama es muy concreto: se han documentado
las formas 21, 22, 21/25, 23, 24 a, 40, 42 A y B y 43 en la tipología de Lamboglia (1954) y un extraordinario
enócoe con cuerpo agallonado (Lamb. 44) del departamento 37 [figs. 2, 3 y 4]. A éstas formas, que constituyen servicios de comida y bebida, hay que añadir otras mucho menos frecuentes destinadas a otros fines
como los lécitos, lucernas o vasos plásticos diversos.
Entre las cerámicas de figuras rojas se documentan las cráteras de campana, las hidrias, los escifos y las
copas. Piezas más excepcionales son tapaderas de píxidas y botellitas a modo de anforiscos. A escala peninsular, el panorama formal está definido por la abundancia de copas, cráteras de campana y escifos, mientras
que otras piezas como las hidrias o las lecánides son más raras. De hecho, Rouillard ha definido la combinación de copas y cráteras de campana como el ‘servicio andaluz’ por circunscribir a esta zona tal asociación,
y sobre todo en espacios funerarios. La Bastida no es, pues, una excepción al panorama peninsular.
Las cerámicas importadas con decoración figurada corresponden en su totalidad a piezas realizadas mediante la técnica de figuras rojas aunque hay un fragmento que está realizado con la técnica de figuras negras.
Se trata de una copa del grupo del Pintor de Haimon fechado en la segunda mitad del siglo V a.C. y que representa un personaje masculino sentado. El resto de piezas figuradas son de figuras rojas, técnica creada
en los talleres áticos a partir del 530 a.C. Las decoraciones suelen ser de escasa calidad, pues ahora los
talleres producen volúmenes masivos para la exportación y restringen los productos más elaborados. Los
vasos de la Bastida corresponden a una cronología en que estaban activas las producciones de los talleres
ubicados en el sur de la Península Itálica, aunque no dejaron de producirse vasos desde los talleres áticos.
Las imágenes que muestran estos vasos son, principalmente, escenas con personajes masculinos o femeninos en actitudes de reposo, tocador, danza o comunicación [figs. 5 y 6]: tanto hombres como mujeres
van ataviados con el manto o himatión (por ejemplo: copa del Depto. 2 y del Depto. 96, 46-48; del Depto.
99; figura femenina sobre un vaso cerrado de la Puerta Este; crátera del Depto. 68, fig. 22) aunque hay casos
en que los hombres van desnudos como la copa del Depto. 99 (¿o quizás es un sátiro?) y excepcionalmente
hay mujeres tocadas con un gorro frigio (Depto. 99).
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5. Fragmentos de vasos decorados con figuras rojas: cráteras y formas cerradas.
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6. Fragmentos de vasos decorados con figuras rojas: copas y, en el centro, un vaso cerrado indeterminado.
Otras representaciones muestran animales fantásticos, aunque son raras en el conjunto. Al menos contamos con una tapadera de lecánide (Depto. 2) [fig. 5.5], donde se representa un friso con una pantera moteada a la que sigue un grifo alado, y entre ellos una especie de tela. En otros fragmentos, quizás de la misma
pieza, vemos un grifo y unas alas que pertenecen a otro animal fantástico. El significado que pudo atribuirse
a estos seres podría vincularse con el recuerdo a los ancestros, o el culto al más allá en el mundo ibérico,
pues los seres alados son animales frecuentemente representados en la estatuaria funeraria ibérica, como
muestran, entre otras, la necrópolis del Corral de Saus.
La cráteras, de cáliz o de campana, son vasos especialmente aptos para acoger imágenes complejas debido
a su tamaño. En la Bastida hay nueve vasos de este tipo (el 26 % de las piezas de figuras rojas) y sus representaciones son ciertamente significativas. Una crátera muestra tres personajes del ámbito dionisíaco: se
trata de tres sátiros bailando o persiguiendo a mujeres. Uno de ellos blande en su mano derecha lo que parece
un bastón y parece chasquear los dedos de su mano izquierda (Depto. 68, 20). Los sátiros son seres híbridos
entre el mundo natural y el humano y para los valores griegos suponen la alteridad del hombre civilizado. Se
representan como personajes masculinos con barba y cola [fig. 5.1 y 6]; van desnudos –lo que constrasta con
las representaciones masculinas en las copas, que aparecen vestidos con el manto– y están caracterizados
por una extrema energía sexual, moviéndose rítmicamente o persiguiendo a las ménades. Otra crátera
(Depto. 99) nos muestra una escena del mismo tipo. Esta vez, un personaje masculino alado y también desnudo es precedido de dos mujeres que visten túnicas y que bailan [fig. 5.4]. Otra crátera más, procedente del
mismo espacio, muestra, aunque parcialmente, un friso de mujeres bailando hacia la derecha.
Una forma cerrada indeterminada, de extraordinaria calidad, presenta un personaje masculino cuya cabeza
está coronada con laurel y son visibles el cabello con largos rizos. Viste una túnica larga, finamente dibujada, y
sobre ella lleva un manto. Está subido a carro (Depto. 99), pues se ha conservado parte de la rueda con sus radios. Gloria Trías [fig. 5.7] identificó esta pieza con una producción del pintor de Niobides o de Altamura y la
fechó a mediados del siglo V a.C. (1967, 325).
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7. Tipos de ánforas importadas
halladas en la Bastida. 1: ánfora
púnica de Ibiza (8.1.1.1.). 2 y 3:
ánforas púnicas del Estrecho de
Gibraltar (8.2.1.1. y 11.2.1.5.) (a
partir de Ramon). 4: ánfora de
procedencia indeterminada
(¿centromediterránea?) hallada
en el Depto. 7 (a partir de la
documentación de Archivo SIP).
Estas cerámicas ofrecían un abanico de imágenes extraordinario y singular a los ojos de los habitantes
de la Bastida. Ciertamente, las representaciones figuradas en otros soportes son excepcionales, pues tan
sólo se han documentado algunas en pequeños objetos de adorno personal, como los amuletos en fayenza,
y dos exvotos de bronce que representan un guerrero a caballo y un buey. Los vasos griegos figurados debieron ser altamente codiciados y circunscritos a los grupos dominantes, pues así lo indica su restringida
distribución.
Ahora bien, resultaría ingenuo suponer que las interpretaciones de estas imágenes guardaran una estrecha relación con las realizadas en su lugar de origen. De hecho, es frecuente que las imágenes y los objetos
pierdan sus significados de origen cuando cambian de manos, o traspasan fronteras sociales, territoriales o
culturales. Es lógico, por tanto, que las imágenes en los vasos griegos jugaran un papel importante en el
imaginario local, pero que se recontextualizaran asociándose a historias y relatos propios y que cambiaran
sus significados en cuanto pasaban de unas manos a otras.
La inmensa mayoría de estos vasos importados, decorados o no, pertenecen a servicios de mesa. El servicio de comida constituye la mayoría de estas piezas (65 %) y corresponde a los platos anchos del tipo Lamb.
21 y 22, y formatos más pequeños como las formas 21/25 y 24. Los vasos para beber, menos frecuentes (38
%), son las copas de diferentes formas y tamaños, siempre con dos asas, como los bolsales, los cántaros y
las copas de pie bajo. La vajilla de servir está representada sólo por una jarrita de calidad excepcional, de
boca trilobulada y cuerpo agallonado, hallada en el Depto. 37 (Kern 1954). Entre el conjunto de piezas figuradas relacionadas con la vajilla de consumo, el panorama está dominado por las copas de pie bajo con decoración en medallones centrales interiores (63 %) y por vasos de formatos más grandes como cráteras o
hidrias. Los ejemplares que no están destinados al consumo de alimentos son casi excepcionales. Dentro de
este grupo tenemos los recipientes cerrados como ungüentarios, lécitos o botellitas de aceites, alguna lucerna
(Depto. 68), una pieza con forma de astrágalo (Depto. 68) y un vaso con decoración plástica en forma de
león para libaciones hallado en el Depto. 115.
La distribución de las cerámicas figuradas dibuja un cuadro muy significativo: los vasos áticos con decoración de figuras rojas se encuentran en tres espacios cerrados: los Deptos. 68 y 96 y el área doméstica junto
a la Puerta Este. El contexto del Depto. 68 ofrece un servicio formado por una crátera, dos copas, un escifo
y una hidria, y en del Depto. 96 sólo hay dos copas. En la Puerta Este se documentó una botellita con una
mujer sedente en escena de tocador [fig. 5]. El resto de fragmentos figurados procede, precisamente, de dos
grandes espacios abiertos, el número 2 y el 99, lo que explica la relativa concentración de estos hallazgos en
los registros (5 y 14 piezas respectivamente). Entre los departamentos inéditos sólo se documenta un fragmento de una crátera de figuras rojas en el Depto. 115.
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Las ánforas: envases de productos alimenticios
Las ánforas son el envase comercial más común en la Antigüedad. Su forma alargada, de saco, está concebida para ser alineada y apilada de forma que se optimice la máxima carga de barcos o carros. Igual que
sucede con la vajilla de mesa, la tipología o la arcilla de las ánforas pueden ser reconocidas en algunos casos
y permitir establecer relaciones entre áreas distantes.
Casi la totalidad de las ánforas importadas documentadas en la Bastida son producciones púnicas. La
ausencia de importaciones anfóricas púnicas entre los conjuntos de las primeras excavaciones contrasta con
su aparición en las excavaciones de los últimos años, porque posiblemente se privilegió la recogida de objetos
metálicos, de los vasos completos o fácilmente reconstruibles y de la vajilla de barniz negro.
Las ánforas púnicas documentadas son prueba de la existencia de contactos comerciales con regiones
distantes, aunque fuera a través de intermediarios. Corresponden a tipos producidos en el área del Estrecho
de Gibraltar (tipos 8.2.1.1., 12.1.0.0. 11.2.1.5. siguiendo la tipología de Ramon, 1995) y en Ibiza (8.1.1.1.) [fig.
7] y en las excavaciones llevadas a cabo desde 1993 hasta 2008 se han documentado en todos los espacios,
si bien son muy minoritarias en el conjunto del material. En la muralla junto a la Puerta Oeste hay un ejemplar de tipo 8.2.1.1. del Estrecho de Gibraltar; en la Puerta Este también hay un ánfora del Estrecho, si bien
del tipo 11.2.1.4. Los ejemplares de ánforas púnico-ebusitana 8.1.1.1. se documentan en la Casa 11, en la
Puerta Oeste y en la Puerta Este.
No tenemos pruebas acerca de los contenidos que fueron transportados en estos envases, que es lo que
realmente importaron los grupos iberos. Para las ánforas del Estrecho no es descabellado pensar en salazones o derivados del pescado, habida cuenta de la larga trayectoria productora de la zona desde, al menos,
los siglos VI-V a.C. (Aranegui et alii 2004). Para las ánforas ebusitanas se ha propuesto el envasado de aceite
o vino. No obstante, uno de los ejemplares encontrado junto a las estructuras adyacentes a la Puerta Oeste,
8. Selección de cuentas de pasta
vítrea halladas en la Bastida.
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casi entero, estaba asociado a semillas carbonizadas de Triticum aestivum durum, lo cual abre la posibilidad
de que la reutilización de los envases de transporte sea un fenómeno común.
Aparte de las ánforas púnicas hay un ejemplar muy fragmentado que podría corresponder a un ánfora
de producción griega a juzgar por la disposición del asa vertical y el arranque del cuerpo. Otras ánforas podrían identificarse como importaciones: el caso más claro es el ejemplar completo de perfil sinuoso que fue
hallado en el Depto. 7 (Fletcher et alii 1965, 54), ya que hay ánforas de este tipo que forman parte del cargamento principal del pecio de Binisafúller, en Menorca, y hay hallazgos aislados de este mismo tipo de ánfora también en Mallorca (Guerrero y Quintana 2000, 168). Por último, hay ánforas con unos característicos
peinados circulares e impresiones en el tercio superior del cuerpo, que pudieran haber sido producidas en
el área costera de Alicante, pues se han documentado en los alfares del Campello (López Seguí 1997, 241).
Estas evidencias invitan a pensar que los productos ibéricos también fueron canalizados en las transacciones
entre los asentamientos costeros y las zonas de interior (Mata et alii 2000), y que circularon junto a otras
mercancías foráneas, más fácilmente reconocibles en el registro.
Cuentas de pasta vítrea y pequeños objetos de tipo egipcio
Otro elemento que podemos identificar como importaciones está formado por los conjuntos de cuentas
de pasta vítrea así como otros pequeños objetos de adorno. Las cuentas de pasta vítrea son esferas hechas a
partir de material silíceo con el que se obtienen objetos estandarizados, simétricos y de tamaños diversos,
aunque no suelen superar los dos centímetros de diámetro. Están realizadas en talleres mediterrános –púnicos sobre todo–. En la Bastida, como sucede en otros contextos ibéricos de estos momentos, hay cuentas lisas
y agallonadas y predominan casi totalmente las de color azul, aunque con diversas tonalidades [fig. 8 y 10].
Tendemos a pensar en las cuentas formando elementos de adorno como collares
o pulseras, pero en la Bastida rara vez aparecen formando conjuntos muy numerosos
lo que invita a pensar que se pudieran ostentar como elementos decorativos corporales aislados. Junto a esta dimensión
decorativa, personal, no debemos olvidar
su uso como medios de intercambio en
trueques, derivado de su elevada apreciación, o incluso como elementos de contabilidad, y de ello hay suficientes ejemplos
en otros momentos históricos, como los
atestiguados durante la expansión colonial
europea.
Al respecto, traemos a colación una
pieza de tipo egipcio que también debió llegar a la Bastida en estos cargamentos. Se
trata de un pequeño objeto realizado pasta
silícea de grano fino y tono amarillento,
que representa una divinidad egipcia indeterminada, pues falta el rostro que determinaría la atribución. Está en actitud
hierática y una pierna se avanza ligeramente [fig. 9]. Es una pieza típica del siglo
IV a.C., pues hay ejemplares parecidos que
representan al dios Horus en la necrópolis
de la Albufereta y en el Tossal de Manises,
9. Figurilla de tipo egipcio que representa, posiblemente, al dios
en Alicante (Olcina y Ramón 2010, 72).
Horus. Altura 3,5 cm.
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10. Un paquete de productos comercializados desde el Mediterráneo central que llegaron a la
Bastida en el siglo IV a.C.: vajilla
de barniz negro y cuentas de
pasta vítrea.
Los agentes comerciaLes: de La costa aL interior
Este cuadro de importaciones abre el debate de cuáles fueron los agentes del transporte en estos contextos
ibéricos. La publicación del pecio del Sec, un barco hundido en la costa de Mallorca datado entre los años
375-350 a.C. (Arribas et alii 1987), ha permitido plantear la idea de que los barcos mercantes hacían rutas
marítimas con diversas paradas en las que se adquirían o intercambiaban productos alimenticios, vajilla, y
otros elementos, lo que se infiere de la heterogeneidad de procedencias de los productos transportados. Los
puertos situados en las Baleares serían, desde esta perspectiva, intermediarios entre la fachada mediterránea
peninsular y la zona del Mediterráneo central o el sur peninsular a través de la conocida como ‘ruta de las
islas’ (Sicilia-Cerdeña-Baleares) (Gómez Bellard et alii 1990; Sanmartí 2000, 312).
Los agentes comerciales debieron ser de orígenes diversos a juzgar por la variedad de productos en circulación en los espacios costeros y porque los mercantes de este periodo no tenían una bandera nacional
en el sentido actual del término, aunque los púnicos y griegos debieron dominar estas actividades. Pero también se puede plantear que los propios iberos llevaron a cabo actividades comerciales. De hecho, la integración y participación de iberos como testigos o como agentes comerciales durante los siglos V y IV a.C. parece
deducirse a partir del estudio de algunos documentos escritos. Uno de los más célebres es una lámina de
plomo hallada en Ampurias (Sanmartí-Grego 1991). Escrita en dialecto jonio a finales del siglo VI a.C. especifica las órdenes de un comerciante a su socio instalado en este núcleo para que lleve a cabo una operación
comercial relacionada con el intercambio de vino remolcando un navío. Lo más interesante es que el contacto
de este comerciante que almacena mercancías y las transporta es un tal Basped o Baspedas, al que se ha supuesto un origen ibérico.
No es el único ejemplo. Parecida es la carta hallada en Pech-Maho (Agde, Francia) (Lejeune et alii 1988).
Esta datada en el siglo V y relata la compra de embarcaciones entre griegos, con pormenores de los aportes
de sucesivas señales del saldo efectuadas en varios lugares del entorno. Dejando a un lado detalles inciertos
de su contenido lo que interesa destacar es que la mitad de los testigos de estas operaciones tienen nombres
iberos. Más que una anécdota curiosa muestra su alto grado de participación en estas actividades o, si se
quiere, la necesidad de finalizar una buena operación comercial con su presencia y sus nombres. Podríamos
decir que un ibero es la garantía necesaria para dar fe.
Un plomo escrito en signario levantino hallado en el Grau Vell, en Sagunt, (Aranegui 2004, 80) refuerza
la misma idea: que algunas actividades comerciales están controladas, e incluso dirigidas, por grupos de
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iberos que, además, tienen una participación activa en las transacciones mercantiles. Por ello,
es factible pensar que los iberos también son
responsables de canalizar los productos hacia
los centros de interior, y que ello depende de los
contactos que establecen al nivel de las relaciones sociales. Es en estos centros de interior
donde volvemos ahora, para valorar las importaciones y los fenómenos de intercambio en sus
contextos.
sobre La importancia de Lo importado
El panorama de las importaciones de la Bastida permite hacer algunas consideraciones
sobre la cuestión del valor que se otorga a los
objetos, y a la que ya nos hemos referido más
arriba. El repertorio de las escasas ánforas importadas –ánforas púnicas de Ibiza y el Estrecho de Gibraltar– y una vajilla de barniz negro
muy bien definida en cuanto a sus tipos y funcionalidades encuentra parangón en otros
asentamientos coetáneos de la zona, e invita a
pensar que se seleccionaron los productos que
interesaron a estos grupos, como se ha puesto
también de manifiesto a una escala geográfica
más amplia (Sanmartí 2000, 315). Las importaciones nos ilustran sobre ciertos mecanismos
de selección que tienen que ver con la demanda
local y ésta con los valores asociados a estas piezas. Las importaciones encuentran su sentido
en el mismo uso: la mayor parte de las importaciones de barniz negro es vajilla de mesa –
platos, cuencos, cráteras y copas– y se relaciona
con la práctica alimentaria en sentido amplio;
con la ingesta tanto de alimentos sólidos como
de líquidos. Sólo una pequeña parte del repertorio cerámico pertenece a tipos relacionados
con otros usos, como las botellitas de aceite
para el cuidado corporal o el tocador. Las cuentas de collar también se pueden relacionar con
11. Ánfora de Ibiza hallada en la Casa 11 de la Bastida.
esta dimensión del cuidado corporal o, más
bien, de la decoración personal [fig. 10].
Una lectura en perspectiva permite evaluar
este cuadro como un excelente ejemplo de algunos de los valores de los grupos iberos. El panorama nos invita a pensar que en la realización de determinadas prácticas sociales, como de comensalía o celebraciones, jugó un papel destacado la alimentación –la
comida y la bebida. En estas reuniones festivas la ostentación de una vajilla de origen foráneo y de circulación
restringida en el contexto comarcal, como son las exclusivas piezas de figuras rojas, los alimentos exóticos
en ánforas púnicas, permitía a sus poseedores mostrar su poder y sus relaciones privilegiadas con los comerciantes y los productos de procedencia lejana [fig. 11].
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12. Conjunto de cinco lingotes de
plata hallado en el Depto.
103/105 y el vaso cerámico en el
que se ocultaron.
Los pagos con metaL: La pLata y eL bronce
Al analizar la cuestión del comercio, no debemos pasar por alto que los metales fueron, probablemente,
los medios de pago e intercambio más valorados en este contexto. Ahora bien, no se trata de metal convertido
en moneda con un valor garantizado a través de una acuñación –que responde a un contexto histórico diferente, pues en la Bastida no se ha documentado la moneda como medio de cambio–, sino de metal en bruto
utilizado como dinero. Está demostrado que en el sudeste peninsular, ya en el siglo IV a.C., y quizás antes,
los metales, y especialmente la plata, fueron valorados y circularon entre determinadas esferas sociales para
el pago de bienes y servicios (Ripollés 2009).
Las actividades de reducción del mineral de galena argentífera que se documentan en varios espacios de la
Bastida constituyen una actividad económica de primer orden destinada a la obtención de plata refinada que
supone riqueza acumulada y medio de cambio. En este sentido debemos valorar seis piezas discoidales de plata
13. Pieza de plata del Depto. 232 recortada.
Los pagos de mercancías, objetos o servicios
con metales preciosos en bruto eran frecuentes en estos momentos. Long. 3,1 cm.
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14. Anillas de bronce que pudieran haber servido, también, como lingotes para el pago de bienes o servicios con bronce. Son piezas
estandarizadas en cuanto a su tipología, pesos y medidas y, de hecho, algunas están recortadas. Diámetro máximo de la pieza recortada 5,9 cm.
halladas en la Bastida que constituyen una producción de plata no estandarizada que ilustra sobre determinadas actividades mercantiles efectuadas en este sistema socioeconómico. Estas piezas pueden interpretarse, a
juzgar por su morfología, como fondos de copela que han sufrido un enfriamiento lento y han adquirido una
forma de botón redondeado y cóncavo característico del metal obtenido mediante estos procesos.
Cinco de ellas aparecieron ocultas en el Depto.
103/105, dentro de una botellita de cerámica, y suman
207,3 g de plata en bruto [fig. 12]. Sus pesos no son excesivos, y oscilan entre 26,5 g y 55,3 g. Podemos valorar este hallazgo como una acumulación de riqueza
extraordinaria no sólo en el propio asentamiento sino
también en el contexto regional, por lo que conocemos
hasta el momento de otros yacimientos.
Otra pieza más, que procede del Depto. 232, pesa
25,3 g y está recortada por la mitad [fig. 13]. Este dato
es del máximo interés ya que ilustra sobre el uso de la
plata como medio de pago. Estamos ante un modelo
en el que se negocian pagos con metal en bruto –sobre
todo plata y, en menor medida, oro–, adaptados a la
cantidad requerida, como una forma de dinero móvil
en una sociedad sin moneda. Las piezas de la Bastida
no son las únicas en la zona, ya que muy cerca hay
asentamientos que han deparado piezas similares,
también recortadas, como el Puig d’Alcoi (Pascual
15. Plato de balanza. Diámetro 12,2 cm.
1952, 143) o Cerro Lucena en Enguera (Castellano
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16. Ponderales de bronce (Foto
Casa Grollo).
2007, 137). Estas evidencias muestran que la plata está apropiada por ciertas esferas sociales que, además,
están integradas en redes de intercambio interregionales.
Es probable que otros metales pudieran haber sido valorados como elementos relacionados con los pagos
mediante metal en bruto. Así lo dan a entender doce arandelas de bronce de perfil troncocónico y de sección
triangular o romboidal, de diámetros entre 3,60 y 6,60 cm y con pesos entre 54,85 g y 7,01 g [fig. 14]. Con
frecuencia se hallan formando conjuntos, como en el Depto. 142, muy cerca del lugar de ocultación de la
plata previamente citada, donde hay cinco ejemplares que pesan 35,51 g, 26,27 g, 25,96 g, 16,59 g y 17,75 g
respectivamente, de modo que se repiten pesos que parecen ajustarse a un patrón.
A veces están asociadas a balanzas y ponderales, como en el Depto. 16 donde se cita que “cinco ponderales
salieron juntos con otros tres de plomo […] y un fragmento de aro de bronce, todo ello en el ángulo noroeste del
departamento” (Fletcher et alii 1965, 97). El hecho de que sean piezas con una tipología estandarizada y que alguna de ellas esté recortada (Depto. 37 y 239), nos lleva a pensar que pueden tratarse de auténticos lingotes de
bronce preparados para ser fundidos y elaborar objetos, o quizás para realizar pagos a peso, del mismo modo
que sucede con la plata, aunque en esferas de transacciones diferentes.
En un marco económico en el que se negocian la plata y el bronce como medios de cambio, las balanzas
de precisión fueron un complemento necesario, como veremos a continuación.
sistemas de pesos: baLanzas y ponderaLes
Los sistemas de pesos de época ibérica han sido tradicionalmente objeto de estudio por las implicaciones
sociales y económicas que tienen para definir una determinada organización de los intercambios y unos posibles patrones metrológicos comunes. Los ponderales y los platillos de balanza son, en este caso, los elementos
materiales que demuestran que entre los iberos se llevaba a cabo el control de pesos con la ayuda de balanzas
de precisión.
En la Bastida hay siete platillos de balanza de bronce documentados en los Deptos. 16, 26, 37, 80, 209,
230 y 268, y con dudas en el 68. Son discos cóncavos de entre 8 y 12 cm de diámetro hechos a partir de una
lámina muy fina de bronce, y con tres o cuatro perforaciones equidistantes para permitir ser colgados, aunque lo más frecuente es que sean de cuatro perforaciones [fig. 15]. No hay propuestas publicadas hasta el
momento de cómo podrían ser estas balanzas, pero parece que, al menos entre los siglos V y III a.C., las balanzas que se utilizan son de un solo plato. Al menos así se documenta en todos contextos de la Bastida y en
algunas tumbas de las necrópolis cercanas como Cigarralejo (tumba 21 y tumba 305) o en el Cabecico del
Tesoro (tumba 117) (Cuadrado 1987; Lucas 1990, 62). Si bien hay tumbas con dos platillos, como la número
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17. Conjunto de ponderales de
bronce y de plomo, de distintas
tipologías.
18. Pequeño ponderal con un
elemento metálico añadido,
probablemente para corregir
su peso. Diámetro 2,2 cm.
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19. Distribución de las balanzas en la Bastida.
145 del Cigarralejo, se fechan en época algo más tardía, hacia finales del siglo II a.C. de modo que proponemos
el uso extendido de balanzas de un platillo al menos hasta el siglo III a.C. En el Puntal dels Llops hay dos
fragmentos de platillos asociados a un juego de ponderales en el Depto. 1, y un platillo en el 4 y otro en el 16
(Bonet y Mata 2002, 157). Estos contextos son interesantes, pues podrían indicar que en torno a las fechas
en que se abandona este asentamiento edetano, hacia finales del siglo III o principios del II a.C., coexisten
balanzas de dos platos y de uno.
Los ponderales son elementos materiales que nos ilustran sobre los sistemas de pesos de precisión de
los iberos y ya desde las primeras excavaciones se advirtieron sus implicaciones económicas (Ballester 1930;
Fletcher y Mata 1981). En la Bastida se han recuperado un total de 73 ponderales. Los hay de bronce (39) y
de plomo (34) y siempre tienen perforaciones centrales [figs. 16 y 17]. Los de bronce se pueden dividir en
dos grandes grupos tipológicos: los troncocónicos, que son los más abundantes con diferencia, y los discoidales, que sólo se han documentado en un número de tres.
Los ponderales troncocónicos se elaboraban a partir de un cono de bronce macizo, obteniendo juegos de
pesas que, en la Bastida, oscilan entre 2,10 gr para los más ligeros, y 267 gr para el ejemplar más pesado. El
grado de precisión de estos juegos debía ser controlado cuidadosamente, ya que en algunos casos se ha rebajado metal para quitar peso y en otros se ha añadido [fig. 18]. Es interesante constatar que ningún ponderal
troncocónico tiene marcas, pero sí las tienen los tres ponderales discoidales documentados. Se trata de punciones alrededor de la perforación central en un número variable que está en relación a su peso.
Es difícil proponer una reconstrucción fiable de estas balanzas, ya que aparte de los platillos y ponderales
no hay otros elementos claros de bronce o hierro que puedan ser relacionados con un uso como brazos. Posiblemente, a excepción del platillo, toda la balanza estaría hecha de materiales perecederos. Pero, ¿cómo
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20. Recreación del control de movimientos
comerciales con el plomo escrito hallado en
el Depto. 48 (Bastida I). Jornadas de Visita,
año 2009.
se pesa en ellas? Por un lado podemos descartar que sean balanzas al estilo de las romanas, en las que un
contrapeso móvil en el eje calibrado permitiría pesar el producto previamente colocado sobre el platillo, ya
que no hay evidencias de tales contrapesos en los contextos citados. Nos inclinamos más bien por pensar
que los propios ponderales funcionan en este caso como contrapesos y por ello es relevante que estén perforados, como ocurre con todos los pesos de bronce o de plomo documentados –y no sólo sea éste un elemento derivado de su producción o para ser guardados juntos. Así, el producto se colocaría sobre el platillo
y los ponderales se podrían incorporar –¿colgados?– al brazo o a algún otro punto equidistante al plato
según el peso requerido por el producto.
Los productos pesados debieron ser variados, aunque obviamente serían pequeñas cantidades o piezas
ligeras que permitieran ser colocados en los frágiles platillos y que no superaran el peso máximo que acumulan los juegos de ponderales. Por ejemplo, uno de los juegos mejor conservados se halla en el Depto. 16,
donde hay cinco ponderales de bronce que pesan un total de 358,1 g y tres ponderales de plomo que pesan
231 g. La lista de elementos puede incluir desde aquellos perecederos que no documentamos en el registro
arqueológico como pueden ser ciertos productos vegetales, esencias o drogas, hasta otros vinculados directamente a la verificación del metal utilizado para efectuar pagos –plata y bronce, como hemos visto, aunque
también el oro– y para controlar los procesos de copelación y producción. En este caso, los contextos con
balanzas y ponderales deben interpretarse como auténticos laboratorios en los que se sometía a verificación
la calidad del mineral de galena (Ferrer Eres, capítulo 5), entre otros metales y minerales.
La distribución de los siete juegos de balanzas, identificadas a partir de los platillos según lo excavado
hasta el momento en el asentamiento [fig. 19], muestra que seis de ellas se encuentran en espacios que abren
directamente a la calle, y que su uso y control estaba en manos de unos grupos que parecen habitar en casas
agrupadas en dos grandes sectores de la ciudad: en los Conjuntos 8, 10 y 11 por un lado, y en el Conjunto 3
por otro. Es una prueba material de que las casas funcionaron como unidades económicas independientes.
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Las casas y eL registro escrito de su economía
El Conjunto 10 [fig. 1 en capítulo 4] es uno de los espacios que más información ofrece para valorar el
hecho de que las casas funcionaron como unidades independientes e interdependientes que controlaban los
movimientos de productos y las cuentas asociadas a sus actividades económicas. En el Depto. 48 se halló la
célebre lámina de plomo escrita (Bastida I) que se interpreta como un listado de productos o personas asociados a cantidades y unidades de medida a modo de albarán, con algunos conceptos cancelados y otros no
(De Hoz, capítulo 9). Se halló en un contexto doméstico, como muestra el resto de equipamientos asociados
como molino, telar, vajilla de consumo y cocina y armamento, muy cerca de dos espacios en los que se desarrollaban actividades de copelación de la galena (Deptos. 49 y 26) como indican la tobera, el trípode y las
planchas de plomo halladas en el primero, y el plomo y la maza del segundo además de una balanza.
Estos contextos invitan a pensar que las casas eran unidades económicas en las que se llevaban a cabo
actividades comerciales de un cierto volumen y complejidad, pues requerían llevar el control en documentos
escritos como éste [fig. 20]. El papel de la escritura debe ser valorado especialmente, pues la escritura se inventó por y para el poder, para utilizarla para registros comerciales, transacciones o propaganda. El conocimiento de la escritura hacía posible hacer cálculos voluminosos y complejos –porque más vale lápiz corto
que memoria larga, como reza el dicho.
intercambios, comercio y poder
El control de las relaciones con los agentes comerciales y la restricción de los intercambios es un aspecto
que permite consolidar el poder de ciertos grupos, que tratan de mantener relaciones privilegiadas con comerciantes y sus mercancías. Al hilo de esta idea conviene valorar los dos grafitos en vasos áticos documentados en el Conjunto 5.
En el interior de una base de copa de barniz negro del Depto. 62 se encuentra esgrafiado el signo Y, y
que en el fondo externo de otra hallada en el Depto. 64 hay, por un lado, tres triángulos que corresponden
a grafitos comerciales griegos. El exterior de las bases de algunos vasos se marcan con abreviaturas de deka,
con valor de diez, relativos a las partidas que se comercializan; por otro lado se han añadido cuatro signos
ibéricos (ver capítulo 9).
Las marcas se han realizado después de la cocción y no se relacionan con el proceso de fabricación de
las piezas sino con su uso, y dos de ellas pueden corresponder a grafitos personales, quizás para identificar
propiedad. La pieza del Depto. 64 requiere un comentario más detallado. Pensando en términos de intercambios, la combinación de ambas inscripciones quizás pudiera ser explicada como un doble circuito
comercial en el que participaran griegos e iberos, al estilo del propuesto para griegos y púnicos a raíz del
estudio de los materiales de barniz negro del pecio del Sec, donde sólo las piezas no figuradas tienen grafitos (De Hoz 2002). Según esta propuesta, a los primeros hubiera correspondido el marcado de la
secuencia de triángulos y a los segundos otras marcas numerales en las redistribuciones de esos
cargamentos. Para el fragmento del departamento 64, la inscripción griega encaja en este esquema explicativo, pero la ibérica invalida esta hipótesis dado que no se trata simplemente de un numeral sino de un
texto más largo, quizás una marca personal. Así, es más factible pensar en una marca de propiedad, como
ha propuesto de Hoz, o, al menos, en una marca no numeral ya que la onomástica ibérica conocida no
ofrece ejemplos similares.
Muy destacable es el hecho que, precisamente, dos de los tres vasos con grafitos de la Bastida se encuentren en un mismo edificio, en el Conjunto 5, y que además uno de ellos tenga una inscripción ibérica. Nunca
sabremos si la persona que escribió sobre el mismo vaso que otros habían elegido previamente para marcar
un lote de productos conocía el significado de los triángulos, pero al menos estamos en condiciones de definir
este acto como un gesto significativo. El tipo de vaso es muy abundante en la Bastida, pero resulta ser un
elemento destacado por haber marcado un lote de piezas, lo que quizás indicaría que llegaría a manos de alguien que controlaba la llegada de estos paquetes de productos. Quizás estamos ante la muestra material de
que los intercambios confieren prestigio, de que están controlados por unos pocos grupos, y son medios
que, convenientemente restringidos, permiten consolidar el poder.
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El armamEnto En un poblado
ibérico dEl siglo iv a.c.
Fernando Quesada sanz
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armas en necrópoLis y en pobLados
E
n su momento publicamos un catálogo del armamento de la Edad del Hierro peninsular que, aunque
no completamente exhaustivo, sigue siendo con sus sucesivas actualizaciones un buen marco de referencia comparativo para el estudio de las armas prerromanas (Quesada 1997, apéndice IV). En la
actualidad cuenta con 6.376 armas catalogadas correspondientes a 505 yacimientos. El primer dato significativo que se obtiene de su análisis es que el 77,1% de las armas conservadas procede de necrópolis, mientras
que sólo 856 piezas, un 13,4% del total, proceden de contextos de hábitat. El resto, un mero 9,5%, corresponde a otros tipos de yacimiento (santuarios, subacuáticos, posibles campos de batalla republicanos, campamentos) o no tiene procedencia precisa.
Por tanto, sólo poco más de una entre cada diez armas ibéricas o celtibéricas conocidas procede de un poblado. De hecho, si sólo contáramos con datos de hábitat nuestro conocimiento del armamento prerromano
peninsular sería muy distinto del panorama que hoy tenemos. Los conjuntos hallados en sepulturas tienen
la ventaja de componer lotes completos, probablemente funcionales en la mayoría de los casos (Quesada
1997, 643), a menudo de razonable estado de conservación y frecuentemente datables con cierta precisión.
Pero a cambio, el contexto altamente ritualizado del mundo funerario puede implicar distorsiones significativas en el patrón de deposición de las armas (por ejemplo la sobre-representación de falcatas: Quesada 1997,
644 y 651), e incluso se han arrojado dudas –en todo caso a nuestro juicio sobrestimadas– sobre su misma
significación (Bendala 2000, 217).
El estudio de armas en contexto de hábitat plantea sus propios problemas. La propia escasez de hallazgos
deriva de la naturaleza del registro arqueológico: sólo en casos –contados– de destrucción violenta y generalizada de un poblado, seguida de su abandono sin reocupación, cabe hallar conjuntos significativos de material metálico, que de otro modo se hubieran recuperado y retirado de manera sistemática por los propios
habitantes. E incluso así, la excavación de un hábitat destruido violentamente sólo nos proporciona una foto
fija, una instantánea, del momento mismo de la destrucción, sin que podamos asegurar que los patrones
deposicionales correspondan a la situación habitual y no a la excepcionalidad del momento final del poblado.
Con todo, algo es mejor que nada, y contrastar los datos de hábitat con los procedentes de necrópolis es un
procedimiento saludable y necesario.
Por otro lado, se pueden contar –literalmente– con los dedos de una mano los poblados ibéricos que
cumplan tres condiciones para que los resultados puedan ser no sólo significativos sino razonablemente
representativos: un abandono brusco que dejara ‘in situ’ una elevada proporción de material, una amplia
extensión excavada, con suficientes viviendas y espacios como para que la muestra sea estadísticamente significativa, y una documentación razonable sobre la ubicación de los resultados. De entre los poblados que
satisfacen la primera condición surge una contradicción con respecto a las otras dos: cuando hay documentación suficiente y precisa sobre las armas y su ubicación es porque se trata de excavaciones recientes sobre
yacimientos grandes que avanzan muy lentamente o porque se trata de yacimientos pequeños (caseríos, pequeños recintos fortificados) especializados que no son representativos de un oppidum ibérico. Así, y por
citar ejemplos del área valenciana, publicaciones excelentes como la de los Villares de Caudete de las Fuentes
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1. Algunas espadas y elementos de vaina de espada hallados en el interior del poblado. Falcata y empuñadura de espada de frontón: dibujo F. Quesada. Lámina metálica (¿espada?) y posibles piezas de vaina. En cada pieza el primer número indica el Departamento; el segundo el numero del inventario antiguo de la Bastida y el tercero el número de Catálogo de Quesada (1997).
(Mata 1991) –primera situación–, o el Puntal del Llops en Olocau (Bonet y Mata 2002) o el Castellet de Bernabé de Llíria (Guérin 2003) –segunda– proporcionan informaciones muy relevantes, pero difícilmente
pueden aproximarnos a una visión general de los tipos y distribución espacial de las armas en un oppidum.
Es en este contexto donde se hace más evidente la enorme relevancia de la Bastida de les Alcusses de
Moixent. Se trata de un yacimiento extenso, con una superficie de 4,2 ha en el recinto interior y otras 1,4 ha
en el exterior, en el que se ha excavado una parte muy importante de su superficie, con hasta un total de 273
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2. Manillas de escudo halladas en el interior del poblado. De los tres elementos de suspensión a la derecha, los dos superiores pertenecen probablemente a vainas de falcata y el inferior a la suspensión de un telamon de escudo casi con seguridad. La manilla del
Depto. 240 estaba inédita.
departamentos (espacios construidos o anejos a ellos) identificados y excavados. Aunque la mayor parte de
la excavación es antigua (entre 1928 y 1931), la publicación de los cien primeros departamentos fue suficientemente completa y detallada (Fletcher et alii 1965 y 1969). Y aunque los otros departamentos siguen
inéditos, gracias a la documentación detallada y precisa conservada en el SIP de Valencia (fundamentalmente
una Memoria mecanografiada y toda una serie de carpetas de Inventario que incluyen abundantes croquis),
nos ha sido posible recopilar la información en bruto procedente del total de la parte excavada del yacimiento.
Por otro lado, desde hace más de una década se viene realizando un re-estudio sistemático y detallado
del yacimiento, que combina nuevas excavaciones y la revisión de las antiguas. Esto ha permitido re-evaluar
la información antigua, agrupar parte de los departamentos excavados en viviendas y conjuntos [fig. 16],
relacionar las zonas de vivienda con espacios públicos, etc. Y aunque los trabajos siguen en curso, las importantes publicaciones ya realizadas (Díes y Bonet 1996; Díes et alii 1997; Díes y Álvarez 1997 y 1998; Bonet
et alii 2005; Díes 2005; Bonet 2006) facilitan una adecuada contextualización de los datos. Las excavaciones
en las diversas puertas de acceso al poblado han permitido además hallar nuevas armas y datos que confirman la destrucción violenta del mismo hacia finales del siglo IV a.C. en el Ibérico Pleno, fuera del contexto
por completo diferente de la Segunda Guerra Púnica y conquista romana en el que muchos otros poblados
ibéricos fueron destruidos.
Se han recogido hasta 138 armas y arreos de caballo que conocemos hasta ahora en el conjunto. Se trata
de una muestra que cumple mejor que en ningún otro poblado ibérico o celtibérico los requisitos que antes
mencionábamos. De nuevo unas cifras expresarán con mayor claridad la situación. El poblado de la Bastida
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3. Selección de soliferrea, moharras de lanza y de jabalina del poblado de la Bastida.
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4. Regatones y conteras, no necesariamente de lanza.
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supone el 0,73% del total de poblados catalogados con armas (137 yacimientos), pero sus 138 objetos suponen el 16% del total de armas de la Edad del Hierro recuperadas en este tipo de contexto, con una calidad
de información razonablemente buena, y además para un periodo anterior a la presencia cartaginesa o romana, sin ‘contaminación’ pues con las guerras Púnicas. Además la información es contemporánea a las
grandes necrópolis del siglo IV del sureste que han proporcionado la información más coherente sobre el armamento del Ibérico Pleno, sobre todo Cabecico del Tesoro (Quesada 1989) y Cigarralejo (Cuadrado 1987
y 1989; Quesada 1997). Es pues, y con gran diferencia, el poblado que más y mejor información nos proporciona en este aspecto.
Los tipos de armas
Los tipos de armas documentadas en la Bastida constituyen una muestra representativa del conjunto del
armamento ibérico del siglo IV a.C. Los principales tipos documentados (falcatas, espadas rectas, lanzas de
diversos tipos, manillas de caetra circular), etc. son comparables a otros conjuntos contemporáneos (Cuadrado 1989; Quesada 1997). Incluso la escasez o ausencia de determinados elementos (puñales, cascos, puntas de flecha) coincide con el patrón tipológico habitual para las armas ibéricas de la época plena o ‘panoplia
normalizada’ (Quesada 1997, 611 ss.). Donde surgen diferencias sustanciales es en la proporción en que aparecen dichos tipos, una vez agrupados por conjuntos funcionales (vid. infra).
Las dos falcatas documentadas [figs. 1 y 13] son típicas del periodo en morfología y dimensiones. La del
Depto. 193 con empuñadura de cabeza de caballo, mide 44,5 cm de hoja con un ángulo axial (Cuadrado
1989, Quesada 1997) de 790 y filo dorsal de 26,2 cm; la de la puerta oeste mide 49,6 cm de hoja con ángulo
de 780 y filo dorsal de 25 cm. Ambas están muy próximas a los valores medios del conjunto total (48,9 cm;
740 y 24 cm de filo dorsal, ver Quesada 1997, 90). Lo mismo ocurre con la forma y tipo de los vaceos o acanaladuras de la hoja. En ninguno de los dos casos aparecieron acompañados de sus vainas, aunque en otros
espacios del poblado han aparecido elementos que probablemente corresponden a vainas de falcata [figs. 1
y 2, comparar con Cuadrado 1989].
No es claro que los fragmentos de lámina de hierro mal conservado hallados en el Dpto. 69 correspondan
a una espada recta. En todo caso, por su morfología sólo podría tratarse de un tipo relacionado con los de
La Tène norpirenaicos, en su versión producida en Iberia, especialmente al norte del Ebro (García Jiménez
2006), y que aparece ocasionalmente en yacimientos ibéricos de la fachada mediterránea e incluso en Andalucía (Quesada 1997).
Mayor interés tiene la cacha de hueso con restos de decoración en hilo metálico del Depto. 48 [figs. 1 y
7], que corresponde a un tipo de espada corta de hoja recta característico de los siglos V y principios del IV
a.C., las armas con empuñadura de frontón. Es un tipo ibérico antiguo del que se conocen bastantes ejemplares en el hinterland interior de la costa valenciana (Quesada 1998, figura 93; actualizado con Castellano
2001), y que aparece ya en el monumento de Porcuna a mediados del siglo V a.C. La cacha de la Bastida
conserva los entalles en el pomo semicircular para los elementos decorativos de bronce que lo decorarían,
e incluso uno de los remaches de hierro para sujeción. Es notable que este tipo de espada, ya obsoleta a
fines del siglo IV a.C., y de la que sólo aparece esta cacha, se haya localizado en un departamento, el número
48, en el que se hallaron también una placa de cinturón decorada, un plomo escrito enrollado y otros elementos de cierta excepcionalidad… junto con un molino circular e instrumentos agrícolas (Fletcher et alii
1965, 229).
Junto con las espadas, las únicas armas que deben considerarse propiamente de guerra y no asociables
también a actividades cinegéticas, son los escudos, de los que han quedado escasos restos. Esto es en parte
comprensible dado que su cuerpo de madera y cuero se desintegró hace mucho, mientras que los elementos
de chapa férrea para su sujeción son más frágiles que otras armas. Sin embargo, y aun admitiendo esto,
llama la atención la escasez de estos elementos. Todos los recuperados son manillas de aletas desarrolladas
de Grupo Quesada III. Esto es, no hay manillas de puño cortas características del ámbito ibérico en el siglo
v a.C., ni tampoco modelos de tipo meseteño. Las dos piezas cuyas dimensiones totales se conocen (Deptos.
19 y 240, fig. 2 y 7-7b) miden respectivamente 30 y 29,5 cm y corresponden a la variante IIIA2 (esto es, manilla de aletas largas, con dos puntos de sujeción al cuerpo del escudo más anilla de telamon, y apéndice en
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5. Arreos de caballo y espuelas. Punta de flecha.
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6. Armas de la zona de puertas y muralla en las excavaciones recientes.
las aletas, cf. Quesada 1997, 500). Las dimensiones y morfología son absolutamente típicas de caetras ibéricas de entre 40 y 60 cm de diámetro del siglo IV a.C., y de hecho es el Grupo III, con 140 ejemplares
conocidos en el año 1996, el más frecuente en el ámbito ibérico en este periodo. Los otros fragmentos de
manilla conocidos, e incluso elementos de suspensión, son también compatibles con este tipo [fig. 2].
Las armas de astil son, como cabría esperar [figs. 3 y 9], las más habituales en la Bastida. Faltan entre
las puntas de lanza las grandes moharras de hoja estrecha, grueso nervio y longitud superior a los 50 cm
características de los siglos V y primera mitad del IV a.C. (tipos 1 y 2 de nuestra clasificación, cf. Quesada
1997, 352, figuras 244-245). Las lanzas de la Bastida, en general en estado muy fragmentario, pertenecen a
tipos más característicos de avanzado el siglo IV a.C., con dimensiones y peso menores. La moharra del
Depto. 80 [fig. 3], de tipo 6a y 34,6 cm de longitud, o la del Depto. 37 de tipo 2b, algo más arcaizante, son
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7. Empuñadura de espada de frontón (Depto. 48). Long. 11,5 cm.
Reconstrucción de una espada de frontón, detalle de su empuñadura y despiece de la misma. La cacha de la Bastida pertenecería
a esta empuñadura (según Quesada y Fernández del Castillo).
probablemente un buen modelo para los fragmentos distales conservados. La lanza ancha del Depto. 9, con
hoja de cuatro mesas (sin el nervio romboidal que aparece en el dibujo original, fig. 9) y una longitud total
de 37 cm es un arma apta para la caza tanto como para el combate. Otras moharras mucho más cortas, con
longitudes de en torno a los 24 cm (Depto. 20, Depto. 92) son también características del ámbito ibérico en
la segunda mitad del siglo IV a.C., con un uso múltiple como armas de caza o de guerra, y capacidad de ser
empleadas tanto empuñadas como arrojadas a corta distancia. Aparecen también varias puntas mucho más
pequeñas y ligeras, utilizables probablemente como jabalinas de Tipo 12 (fig. 3, Deptos. 23, 80, 87…) de
acuerdo con los criterios que definimos en su momento (Quesada 1997, 385 ss.).
Entre estas armas llama especialmente la atención la punta del Depto. 100, de tipo Quesada 11a (Quesada
1997, 382). Con sus 15,8 cm de longitud total y una punta perforante piramidal cuadrada alargada, tiene
paralelos muy cercanos en las Sepulturas 147 y 449 del Cigarralejo y en la Sepultura 102 del Cabecico del
Tesoro, yacimientos donde en los ajuares suele aparecer en manojos de media docena o más de puntas sin
regatón. Se conoce además un ejemplar sin contexto en el museo de Priego de Córdoba, y otro en Les Corts
de Ampurias (dudoso). El problema radica en que en todos los casos en que este tipo se documenta, la cronología se centra claramente en el siglo II a.C. (Quesada 1997, 382). Otras puntas de este tipo han aparecido
recientemente en el campo de batalla de finales del siglo III a.C. (la numismática es precisa en este sentido,
apuntando a una fecha en la Segunda Guerra Púnica) localizado en el cerro de las Albahacas, próximo a
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Reconstrucción de la cara interna de una caetra
ibérica –escudo circular– de hacia el año 350
a.C. (según Quesada y Fernández del Castillo).
8. Manilla de escudo de tipo III A2 Quesada (Depto. 240). Long. 29,5 cm
9. Moharra de lanza sin nervio a cuatro
mesas del Depto. 9. Long. 37 cm.
Santo Tomé (Jaén), quizá el lugar de la batalla de Baecula (Bellón 2005). El modelo aparece en otros contextos asociados a las Guerras Púnicas y al ejército romano de los siglos III-I a.C., en lugares tan variados
como los campamentos numantinos de circa 133 a.C. (Luik 2002), Es Soumaa en Numidia (Ulbert 1979),
Smihel en Eslovenia (Horvat 1997), Alesia (Sievers 1995) para perdurar incluso en época augustea y aún
más allá hasta avanzado el siglo II d.C., ya en bronce y con sección octogonal en lugar de cuadrangular (del
fuerte de Slaveni, en Petculescu 1991). A este repertorio no cabe añadir (contra Quesada 1997, 382) el objeto
en bronce del Cerro del Prado (de contexto básicamente fenicio) de mucho menor tamaño (6,5 cm) y sin resalte en la base de la punta, que es casi con seguridad una punta de flecha (Ulreich et alii 1990, Abt. 25). En
estas condiciones, el solitario ejemplar de la Bastida es un siglo más antiguo a los demás conocidos y, si no
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Funcionamiento de un bocado de caballo,
(según Quesada y Fernández del Castillo).
10. Bocado de caballo de filete con embocadura articulada del Depto. 88. No es
el más típico de la Bastida, donde los modelos con camas curvas son más frecuentes. Long. embocaduras 7,5 cm.
hay intrusiones, podría plantear el origen peninsular de un tipo que, por demás, en su diseño aerodinámico perforante, podría haber sido objeto de
invención en diversos lugares y momentos.
El tipo de objeto relacionado con la categoría de
armamento que abunda más en la Bastida es el más
problemático. Hay como mínimo 61 ejemplares de
regatón [fig. 4]. Ninguno de ellos corresponde al
tipo largo (más de 25 cm) característico del Ibérico
Antiguo (Quesada 1997, 429), ni al tipo celta con
espiga central para clavar (Quesada 1997, figura
256). Muy pocos son de longitud media, en torno a
los 15 cm con cubo de unos 2 cm de diámetro al exterior, y la gran mayoría pertenece a la categoría de
regatones pequeños o muy pequeños, en torno a los
7-10 cm de longitud. En el Cigarralejo, por ejemplo,
la gran mayoría de los regatones asociados a moharras de lanza miden entre 12 y 18 cm de longitud.
Por varias razones la clasificación como regatones
de lanza en la Bastida es en muchos casos discutible, ya que contradicen las cuatro funciones básicas
del regatón (contrapeso, punta de fortuna, elemento para clavar en astil en momentos de descanso, protección del extremo romo), por su bajo
peso, escaso diámetro interior y extremo distal redondeado. Es posible pues que en muchos casos
estos elementos hayan sido también conteras de
bastones o instrumentos de diverso tipo.
Sólo conocemos en la Bastida un posible –y
dudoso– ejemplar de pilum (Depto. 26, fig. 4).
11. Anverso y reverso de una espuela del Depto. 59, tipo 3c,
con cuerpo de bronce y estímulo de hierro, casi perdido. Es el
ejemplar más elaborado hallado en la Bastida. Long. 4,8 cm.
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12. Elementos de un yugo de carro,
probablemente ceremonial (Depto.
236). Estarían alineados a lo largo de
su eje y perpendiculares al timón; las
anillas pudieron servir de pasarriendas. Las que tienen un resalte aristado
pudieron situarse en los extremos.
13. Vista lateral de uno de los elementos,
mostrando el vástago inferior de la posible anilla pasarriendas. Long. máxima
13 cm.
Por su longitud de 19 cm, en un yacimiento como Cigarralejo se clasificaría sin dificultad como regatón,
pero su morfología de cubo ancho cónico que disminuye bruscamente hacia un largo vástago delgado
hace que pueda clasificarse como un pilum (o falarica, cf. Quesada 1997, 334) de tipo III y tamaño
pequeño (Quesada 1997, 328-329 y figuras 190 y 191).
En cambio no hay duda de la presencia en la Bastida del otro tipo de arma arrojadiza pesada a corta distancia típica del mundo peninsular, el soliferreum. Al menos dos ejemplares [fig. 3] conservan la punta y
un trozo largo del astil férreo, con longitudes conservadas superiores a los 40 cm (Depto. 174) y 65 cm
(Depto. 42). A estos ejemplares hay que añadir, al menos, una punta con aletas del Depto. 165 y otra con
nervio del Depto. 168. La morfología de las puntas, de tipo 3 (Quesada 1997, fig. 179) es característica y la
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Recontrucción del aspecto
de una falcata y su vaina
característica (según
Quesada y Fernández del
Castillo).
14. Falcata hallada en la zona de la puerta oeste de la Bastida. Long. 59,6 cm.
más frecuente, aunque la ausencia del sector central del astil, con la zona de empuñadura, impide una clasificación más precisa. La elevada capacidad perforante de este tipo de arma hace que sea básicamente un
arma de guerra, al contrario que una jabalina.
Finalmente llama la atención la aparición de una punta de flecha en bronce con enmangue de cubo y
arponcillo lateral [figs. 5 y 15]. Tipológicamente pertenece al tipo 11a de Ferrer (1996; este trabajo es
actualización y mejora de Ramón, 1983; ver también comparativa en Quesada 1997, 444), que es sin duda
el más frecuente en Iberia (85% de los ejemplares) y, pese al origen oriental del tipo, no cabe duda de su
fabricación peninsular (Quesada 1997, 447). La principal dificultad radica en que, al contrario de lo que
ocurría con la jabalina de punta piramidal, estas puntas se fechan habitualmente en contextos orientalizantes de los siglos VII-VI a.C., siendo extraordinaria su aparición en contextos posteriores. Es cierto que algunas variantes de este grupo de puntas de flecha, pero sobre todo las de tres o cuatro filos, perduran en
15. Punta de flecha en bronce con enmangue de cubo (Depto. 187). Long. 5 cm.
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16. Distribución general de las armas y arreos de caballo en la Bastida, incluyendo los ciento cincuenta departamentos todavía no
publicados. En tono más claro aquellas de clasificación dudosa.
época cartaginesa durante el siglo III a.C., pero el tipo de doble filo y un anzuelo lateral se considera uno de
los más antiguos (Quesada 1997, 447-448). Sin embargo, la aparición del tipo en contextos ibéricos del siglo
IV a.C. es indiscutible. El ejemplar de la tumba 282 –probablemente femenina– del Cigarralejo (Cuadrado
1987, 492) podría ser explicado como una reutilización (Quesada 1997, 462) y quizá también el de la tumba
20 de la Senda (García Cano 1997, 339). Pero son ya bastantes las puntas de este tipo en contextos del siglo
IV a.C., no ya sólo en Andalucía Occidental (López Palomo 1987, 184; Quesada 1997, 448) sino también en
el sureste peninsular, como en los hallazgos de los poblados de Coimbra, la propia Bastida, y las posibles
puntas del siglo IV a.C. en el Castellar en Alicante, Bolbax, Corral de Saus, etc… (referencias y análisis en
Quesada 1997, 461-462). A ello debe añadirse la punta hallada en un claro contexto del siglo II en el Puig de
la Misericordia de Vinaròs (aunque el poblado tiene una estratigrafía que se remonta al siglo VII, cf. Oliver
1994, 127 y Quesada 1997, 463 para una evaluación del contexto por el excavador). Finalmente hay que
añadir además al repertorio tardío ahora la punta de flecha de tipo 11 a aparecida en un contexto sertoriano
(c. 75 a.C.) en la Vila Joiosa (Alicante) (Espinosa et alii 2008, 206), así como otras en un posible campamento cartaginés en la desembocadura del Ebro (Noguera comunicación personal y 2008), superpuesto,
eso sí, a una necrópolis ibérica, la de Mas de Mussols, con materiales del siglo VI a.C.
La historia de las puntas de flecha en la Bastida no acaba aquí ya que, junto a una segunda también de
bronce (Fletcher y Pla 1977, 137) que no hemos localizado, contamos con una tercera punta, también de
bronce, hallada en la Puerta Sur [fig. 21], en un contexto relacionable con la destrucción del poblado. Se
trata de un tipo totalmente diferente de pedúnculo y aletas, con hoja plana y muy ancha con leve nervio aristado, más propia para la caza que para la guerra (al contrario que el tipo examinado antes). Es clasificable
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17. Distribución de regatones o conteras.
en el tipo C2 de Ruiz Zapatero (Ruiz Zapatero 1983, 930; Quesada 1997, figura 277), de tradición que se
remonta al Bronce Final pero algunas de cuyas variantes perduran hasta el siglo III a.C.
Un conjunto significativo de objetos relacionados con el ámbito de las armas es el de los elementos asociados a la equitación. En la Bastida son relativamente abundantes los bocados de caballo [figs. 5 y 10], aunque en la mayoría de los casos los restos están en muy mal estado o no son identificables con certeza. Sin
embargo, entre los restos hay una muestra suficiente como para asegurar que en la Bastida se empleaban
bocados de filete de embocadura articulada corta del Grupo A de Quesada (2005, figura 21), equivalente al
tipo 4.2 de Argente et alii (2001). Este tipo, el más común en la península Ibérica prerromana en toda la
Edad del Hierro, puede presentar diversas variantes en la forma de la embocadura y sobre todo en las camas
diseñadas para sujetar la embocadura al diastema del caballo. En la Bastida la mayoría de las embocaduras
parecen haber contado con discos metálicos para distraer la lengua del caballo y evitar que el animal
mordiera el bocado liberándose así de su acción mecánica. En cuanto a las camas, las más habituales en la
Bastida son las de forma curva en media luna con una anilla de sujeción a la embocadura y a las riendas, y
dos laterales para fijación a la cabezada de cuero (por ejemplo, las de los Deptos. 5, 99, 100, 142, 146, 236,
237). Otras piezas (como las varillas de los Deptos. 111, 125 y 155, quizá del tipo 1 de Argente et alii (2001),
o la posible fálera del Depto. 113, son de atribución más discutible. En la Bastida sólo hemos documentado
un bocado de filete con embocadura articulada en el que las camas longitudinales se sustituyen por grandes
anillas, un modelo menos severo que está igualmente bien documentado en Iberia –sobre todo en el ámbito
celtibérico–, equivalente al tipo 2 de Argente et alii (2001 y encuadrable en el grupo Quesada D (2005, fig.
21). Finalmente, en el Depto. 236 se documentó, junto con varios otros elementos de monta, un elemento
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18. Distribución de moharras de lanza, de jabalina y soliferrea o pila.
de serreta o barbada rígido, empleado en bocados del tipo 3 de Argente et alii (2001), o nuestro grupo C, o
quizá más probablemente B, aunque falten las quijeras rígidas (sobre la terminología, ver Quesada 2005,
figura 23 o Blech 2003).
Junto con la inhabitual (vid. infra) abundancia de bocados en la Bastida, llama también la atención la
presencia de un mínimo de seis espuelas [figs. 5 y 11]. Fueron progresivamente publicadas tanto en los informes originales (Fletcher et alii 1965 y 1969) como en trabajos ulteriores (Pérez Mínguez 1992). Ninguna
de ellas pertenece al grupo de las espuelas articuladas complejas características de la Bastetania, más al sur
(Cuadrado 1979, ampliado en Quesada 2001-02), sino que tienen el cuerpo rígido. A partir de aquí, los rasgos
más destacables, como ocurre también en la Serreta de Alcoi (2002-03), son la simplicidad de los tipos y la
variedad en formas y materiales. En la Bastida encontramos cuerpos en lámina de bronce (Deptos. 47, 59)
y de hierro (Deptos. 30, 47, 155, 236), y aguijones de hierro o mixtos con arranque de bronce y estímulo férreo (Depto. 30); cuerpos rectangulares simples (Depto. 47), ovales (Depto. 155) o complejos (Depto. 59).
No hay dos espuelas iguales y nunca aparecen por parejas. En conjunto, pueden clasificarse en nuestro Grupos 2 (la mayoría, tipos 2A, 2E, 2G) y Grupo 3 (Tipo 3C, Depto. 59) (ver tablas en Quesada 2005, figs. 34 y
35).
Finalmente, debe relacionarse con todo lo mencionado la aparición de unos notables elementos de bronce
[figs. 12 y 13], que podrían pertenecer a elementos de carro. En la península Ibérica la mayoría de los elementos
asociados a carro proceden del periodo Orientalizante y suelen pertenecer al grupo de los pasarriendas de
bronce. Muchos de ellos son anillas más o menos decoradas y divididas al interior mediante barras (Grupo 1
de Jiménez Ávila y Muñoz (1997, fig. 11; ver también Ferrer y Mancebo 1991). Pero otros se forman con placas
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19. Distribución de arreos de caballo y espuelas.
curvadas y gruesas de bronce atravesadas verticalmente por una anilla muy sólida (como en Cancho Roano,
Blech 2003, 181 y fig. 18c), del Grupo 2 de Jiménez y Muñoz 1997, fig. 12). Las piezas de la Bastida se relacionan
directamente con el tipo IIIB de estos autores, con paralelos en Ategua (Córdoba), aunque estos presentan una
decoración más elaborada. Su identificación como pasarriendas de carro plantea alguna dificultad, ya que la
anilla no se coloca en perpendicular al eje mayor de la pieza, sino en la misma dirección. Esto significa que los
cuatro elementos tendrían que haberse dispuesto en el eje del yugo, perpendiculares al timón del carro, y este
yugo, dada la forma de los elementos de bronce, habría de haber tenido un diámetro variable. Las dos piezas
con resalte aristado en esta hipótesis habrían debido ubicarse en los extremos, y las dos sin resalte en la zona
central del yugo. Ese es básicamente el modelo propuesto para otros pasarriendas del Grupo 2 por Jiménez y
Muñoz (1997; figura 14). Estos elementos no pueden ser considerados remates de la caja del carro en el sentido
en que lo son otras piezas de bronce sin anilla de aspecto similar, fijados a la trasera de los carros etruscos (e.g.
Emiliozzi 1997, 96, Castel di Decima) u otros elementos broncíneos más complejos (ibidem pp. 98 ss.).
Sin duda el paralelo más cercano –casi idéntico a falta de comprobar dimensiones– está en unas piezas
(NA 5194, 5195, 5196, 5197, 5198, 5199) de la necrópolis de la Albufereta de Alicante, en especial una de
ellas (NA-5198) procedentes de la llamada ‘sepultura’ L-127 A de la excavación Lafuente (ver fotos en Rubio
1986, fig. 98). Este contexto, a juzgar por su complejísimo conjunto de materiales, debió ser mucho más
que una sepultura normal (de ahí su apelativo de ‘gran Sepultura de ritual’). El lote incluye copas áticas de
figuras rojas fechables en el siglo IV a.C. y pebeteros de cabeza femenina de tipos normalmente fechados en
el siglo IV y sobre todo en el siglo III a.C. (en último lugar García Cano y Page 2004; Marín Ceballos y Horn
2007). Pero frente a la homogeneidad (dos pares) de las piezas de Bastida, el conjunto de Albufereta contiene
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20. Distribución de espadas, elementos de vaina y manillas de escudo.
algunos elementos más, incluyendo un posible recubrimiento de radio de rueda (NA-5345) que indican una
deposición quizá completa de una caja de carro.
Estos pasarriendas carecen de paralelos directos fuera de Iberia, ni en Chipre ni en Italia, donde hay referentes para muchos otros elementos, desde cubos a ruedas, que no podemos discutir aquí. Sin embargo,
pertenecen a un universo en el que los paralelos itálicos son los más llamativos (Emiliozzi 1997). El tipo III
citado presenta normalmente una datación en torno al siglo V a.C., y el tipo IV –Máquiz cf. Fernández Miranda y Olmos 1986, 94-96; Almagro et alii 2004, 223 ss.)– debe fecharse ya en el siglo IV. Por tanto, una
cronología de principios del siglo IV para las cuatro piezas de la Bastida, y sus paralelos de la Albufereta, con
perduración hasta finales de dicha centuria, es perfectamente posible. En todo caso, lo que parece indudable
es que estos elementos no deben asociarse a un ‘carro de guerra’, sino a vehículos ceremoniales más que
utilitarios (Quesada 1997b).
eL conjunto de armas
El análisis del subconjunto de armas documentadas en la Bastida revela importantes diferencias con respecto al del conjunto total de armas ibéricas. Si tomamos los tipos de armas ofensivas de la Bastida [fig. 22],
y los comparamos con el conjunto de armas ibéricas que, según las mismas categorías, describíamos en un
análisis general (Quesada 1997, fig. 354), observamos que la proporción de regatones (66%) es más del triple
que la del conjunto total ibérico. De hecho, mientras que en el conjunto del armamento ibérico hay menos regatones que puntas de lanza y de jabalina sumadas, en la Bastida hay el triple de regatones que de lanzas y ja-
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21. Conjunto del yacimiento con la localización de armas en las excavaciones hasta 2007 en las zonas de puertas (Oeste, Sur y Este).
balinas juntas. A nuestro juicio esto es un indicio más, junto con los rasgos tipológicos antes mencionados, de
que muchos de estos regatones de la Bastida fueron conteras de bastones, instrumentos de todo tipo, e incluso
puntas elementales empleadas por ejemplo para la caza, y no necesariamente apliques de armas de asta.
El número de armas de asta no específicamente arrojadizas (esto es, de moharras de lanza) es en la Bastida, con el 14%, muy inferior proporcionalmente al del conjunto de armas ibéricas (27,1%) o meseteñas
(hasta el 30,6%). En cambio, el porcentaje acumulado de jabalinas, soliferrea y pila, es decir, armas de asta
arrojadizas llega al 12%, cercano al 14,7% del total de armas arrojadizas ibéricas.
El dato más significativo, junto con el referente a los regatones, es que en la Bastida las espadas –o fragmentos seguros de ellas– sólo suponen un 5% del total de armas ofensivas, muy inferior a la proporción que
arroja el conjunto de armas ibéricas (25,3%) o meseteñas (22,3%). Esto significa, o bien que en las necrópolis
(que, recordémoslo, han proporcionado la mayoría de las armas) las espadas, arma noble por excelencia,
están sobre-representadas por razones rituales, o bien que en la Bastida las espadas fueron recogidas por
quienes conquistaron el poblado –o desaparecieron con los supervivientes que huyeran–, y por tanto no se
reflejan en el registro. A favor de esto último apunta el hecho de que una de las cinco espadas sea en realidad
una vaina, otra, una cacha de empuñadura, otra hoja (y no es segura), y que de las dos falcatas halladas una
apareciera en la calle, junto a la Puerta Oeste, y no en un espacio doméstico.
En todo caso, la comparación de los datos de un solo yacimiento con el total acumulado de medio millar
de lugares, que abarcan además un espacio y un tiempo muy amplios, es menos revelador que la que se
puede realizar con un solo yacimiento contemporáneo, del mismo ámbito cronológico y cultural, pero del
tipo que ha proporcionado la mayoría de los datos conocidos, esto es, una necrópolis. Y para ello hemos
escogido el caso del Cigarralejo, cuyo medio millar de tumbas (aunque no todas están publicadas en
Cuadrado 1987, nosotros hemos podido analizar el conjunto total) forma el mejor conjunto de panoplia del
mundo ibérico. Fechado como la Bastida en el siglo IV a.C., y objeto tanto de estudios tipológicos como
estadísticos (Cuadrado 1989, Quesada 1998), ofrece un marco de comparación mucho más ajustado.
La figura 23 ofrece una agrupación por conjuntos funcionales del total de armas de la Bastida. Lo primero
que llama la atención es la elevada proporción de arreos de caballo (bocados y espuelas), que suponen un
38% del total, frente a sólo un 6,5% de arreos de caballo en el Cigarralejo (Quesada 1998, 214, figura 4b para
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22. Tipos funcionales en la Bastida (excluyendo arreos de caballo y espuelas).
el gráfico equivalente). En realidad, la cantidad de elementos asociados a la monta ecuestre en Bastida es
muy elevada, y muy superior en orden de magnitud a la de cualquier necrópolis ibérica, donde rara vez se
llega al 7%. Si a ello añadimos que en otro poblado importante y cercano, la Serreta de Alcoi, el total de
espuelas halladas es muy elevado, más que en cualquier necrópolis (ver al respecto Quesada 2002-03),
vemos que Bastida parece indicar una cierta tendencia propia de los poblados levantinos. Los porcentajes
de la Bastida se aproximan más a los de las necrópolis celtibéricas, donde hasta el 21,4% de las tumbas con
armas contienen arreos de caballo.
En principio, cabría pensar que en el ámbito fuertemente ideologizado de las necrópolis sería donde los
elementos asociados al mundo ecuestre, ámbito aristócrático por excelencia, serían más frecuentes. Sin embargo, lo que se observa es exactamente lo contrario, y esto debe ser motivo de renovada reflexión. En su
momento mantuvimos que la caballería en la Iberia prerromana aparecería como tal (es decir, con número
suficiente como para formar unidades militares y ejercer una influencia en el campo de batalla) primero en
Celtiberia durante la primera mitad del siglo IV a.C., y que su aparición en el ámbito ibérico sería bastante
más tardía, hacia el último tercio del siglo III a.C. (Quesada 1998b para argumentación detallada). A la vista
de estos datos, cabría pensar que los caballos para la monta estaban, como en Celtiberia, más generalizados
de lo que habíamos pensado hacia fines del siglo IV a.C., en el área valenciana al menos.
El segundo dato interesante que se deduce de la comparación por grupos funcionales es la escasez de
armas defensivas conservadas en la Bastida (13%) frente al 21,7% del Cigarralejo –poco más de la mitad–,
que de nuevo puede tener mucho que ver con las circunstancias de la destrucción del poblado.
En tercer lugar, en la Bastida predominan las armas de combate cuerpo a cuerpo (espadas y lanzas) frente
a las arrojadizas (tanto las arrojadas a corta distancia como soliferrea y pila como las arrojadizas propulsadas
como las flechas), aunque en Cigarralejo la proporción es sumamente más desequilibrada a favor de las
armas de combate cuerpo a cuerpo (80% de las ofensivas en Cigarralejo frente al 54,5% en la Bastida).
Un análisis aún más detallado en función de los diferentes tipos funcionales [fig. 24] en comparación
con los equivalentes del Cigarralejo (Quesada 1989, fig. 4a) revela que de nuevo los bocados de caballo y espuelas tienen un peso mucho mayor en el poblado que en la necrópolis (34% frente a 5,1%), que las espadas
y puñales en cambio aparecen en muy baja proporción (7% frente al 28,6% en Cigarralejo), lo mismo que
los escudos (13% en Bastida frente al 21,3% en Cigarralejo), mientras que la proporción relativa de armas
de astil empuñadas y arrojadizas relativamente similar.
En conjunto, los datos más relevantes que arroja la Bastida son la elevada proporción de regatones, que
denuncia su empleo también como conteras o instrumentos para usos no bélicos, la abundancia de elementos
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23. Conjuntos funcionales de armas en la Bastida.
asociados a la monta del caballo, la escasez de armas defensivas y la tipología de lanzas sesgada hacia formas
pequeñas más aptas para la caza. En conjunto, da la sensación de que las condiciones en que se produjo la
destrucción del poblado modifican parcialmente –aunque no del todo– la composición del conjunto de
armas, en el que escasean piezas destinadas a la guerra específicamente (escudos, espadas, lanzas grandes)
y abundan armas apropiadas para la caza, elementos para la monta –que no se utilizaría en la defensa del
poblado– y conteras aplicadas a bastones y otros útiles.
La distribución espaciaL de Las armas en La bastida
Como apuntábamos antes, la Bastida es casi el único poblado de la Edad del Hierro peninsular de tamaño
medio o grande en el que es posible analizar la distribución espacial de un conjunto importante de armas
en un área que abarca doscientos cincuenta departamentos. En el interior del poblado, el conjunto acumulado [fig. 16] muestra una notable densidad de hallazgos de armas, distribuidos de manera bastante uniforme
por todas las zonas excavadas (tanto en los cien espacios publicados como en los ciento cincuenta inéditos).
En ese sentido no se aprecia en absoluto una concentración de las armas en algunas viviendas más ricas o
‘aristocráticas’, ni en habitaciones concretas (‘arsenales’) separados de las demás casas o estancias. Ello
viene a coincidir plenamente con lo que por las fuentes y el análisis del registro funerario sabemos sobre el
papel simbólico de las armas que en el mundo ibérico identificaban a los hombres libres (ver Quesada 2009,
Cap. 4) y se separa de patrones espaciales de otro tipo como el que se han identificado tentativamente en el
pequeño caserío de Castellet de Bernabé, (cf. Guérin 2003 y Ruiz 1998, 295) donde la aparente (y no total)
concentración de armas y aperos agrícolas en la casa principal es explicable sin tener que recurrir a un modelo de apropiación generalizada de las armas por grupos exclusivamente aristocráticos.
En todos los conjuntos coherentes identificados por los trabajos recientes (Conjuntos 1 a 5) aparecen
armas, aunque cabe destacar algunas peculiaridades. Mientras que en el Conjunto 1, 2 y 3 aparecen armas
en diversos espacios de casi todas las casas identificadas (casas 1 a 9, excepción hecha de la Casa 8), en el
llamado Conjunto 4, cuya llamada ‘Casa 10’ en la que apareció el famoso remate de cetro llamado ‘jinete de
la Bastida (Lorrio y Almagro 2004-05; Almagro y Lorrio 2007) sólo se han hallado un regatón dudoso en el
Depto. 218 –el mismo en el que apareció la figurita, y quizá otro en el 219 (Díes y Álvarez 1998, 332 no confirmado por nosotros en el examen de los inventarios). Dado que este edificio había sido identificado con
una posible residencia aristocrática o palacial (Díes y Álvarez 1998), resulta en principio chocante tal ausencia de armas en comparación con prácticamente cualquier otro conjunto excavado del yacimiento [fig.
217
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24. Tipos de armas y arreos de caballo en la Bastida.
16], aun contando con que la dispersión de armas conservada refleje los últimos y violentos momentos de
vida del poblado, y no el patrón normal. La presencia de armas antiguas o en desuso es normal en las casas
antiguas (desde la Iliada al Quijote), y ese puede ser en parte el patrón observado en Bastida. En todo caso,
la revisión actualizada del Conjunto 4, con su posible subdivisión en varias casas, puede alterar la interpretación del conjunto (ver capítulo 6).
El caso del conjunto 5, tentativamente identificado con un santuario (Díes y Álvarez 1997), no es significativo desde el punto de vista de las armas, ya que sólo se han identificado dos conteras y elementos de
una probable vaina de espada (Deptos. 61, 63 y 62).
Otros conjuntos todavía no reevaluados ni numerados, pero definidos en planta y que hemos numerado
provisionalmente con numeración romana en la figura 16, presentan un patrón similar al de las viviendas
ya estudiadas (conjuntos I, II, III, IV, V, VI, VII, x). Junto con el ya citado Conjunto 4, las otras excepciones
son casas pequeñas y separadas (xII, xIII, xIV), el conjunto xI y sobre todo el complejo VIII-Ix, donde sólo se
documentaron tres conteras (Deptos. 128, 131) que podrían como se ha dicho ya pertenecer a otro tipo de
instrumentos). La Casa 11, en el extremo oriental del yacimiento, tampoco ha proporcionado restos de
armas.
Desde el punto de vista de las asociaciones funcionales de armas, en ningún departamento aparecen conjuntos identificables con una o varias panoplias de guerrero, esto es, como una combinación de, al menos,
lanza/regatón y jabalina/soliferreum, añadiendo a menudo, y por orden de frecuencia, escudo, espada, casco
y elementos de monta, salvo algunos casos como los Deptos. 30, 37, 66, 80, 100, 142, 165, 186 y 236 [fig.
16]. Tales asociaciones sólo se aprecian con frecuencia –aunque en complejidad variable– sumando las
armas halladas en la suma de los departamentos correspondientes quizá a una sola vivienda. Este sería el
caso (avanzando de Oeste a Este) de los conjuntos I, II, III, IV, Casa 1, Conjunto V, VI, VII, x, Casa 2, Casa 4,
Casa 6. Pero, insistimos, no con la claridad en que asociaciones funcionales se observan a decenas en una
gran necrópolis (Quesada 1997, 643 ss.) o en el abundante repertorio iconográfico escultórico o vascular,
Analizar la dispersión de las diversas categorías individuales de armas ayuda a comprender las tendencias
que hemos comentado. La dispersión más general corresponde lógicamente a regatones y conteras [fig. 17],
cuyo escaso valor discriminatorio hemos explicado ya. En bastantes ocasiones estos objetos aparecen en espacios aparentemente abiertos junto a las cases, más que dentro de las casas mismas.
Mucho más significativa es la dispersión de moharras de lanza, puntas de jabalina y soliferrea [fig. 18],
bien repartida de manera no aleatoria por toda la zona excavada, con la ausencia notada ya de los Conjuntos
4 y 5 y el complejo que hemos numerado provisionalmente VIII-Ix, justo al norte del Conjunto 4 [figs. 16 y
218
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18]. Los escasos soliferrea hallados aparecen con cierta frecuencia asociados a puntas de lanza, en un par
de arma arrojadiza-empuñada bien documentado en la panoplia ibérica.
Los arreos de caballo –ciertos o probables– y espuelas presentan una dispersión similar, aunque llama
la atención la gran concentración en los Deptos. 236-237 (quizá tres o hasta cuatro bocados y una espuela,
además de una lanza y dos escudos en departamentos adyacentes). También aparecen numerosos bocados
o espuelas en espacios en apariencia abiertos junto a casas (99, 13, 100, 125, 142, quizá 55) [fig. 19].
Las relativamente escasas armas de guerra (espadas y escudos) también se dispersan a lo largo y ancho
del espacio excavado [fig. 20], sin que –significativamente– escudos y espadas aparezcan nunca juntos, no
ya en el mismo departamento, sino incluso en conjuntos que puedan formar viviendas.
Finalmente, los tipos y dispersión de armas hallados en las diversas zonas excavadas recientemente en
las zonas de puerta (occidental, meridional y oriental) presentan los mismos tipos que en el interior del poblado aunque –y debe tomarse con cautela dado lo reducido de la muestra– con una mayor tendencia a la
presencia de armas indudablemente de guerra (falcata, escudo, lanzas de nervio).
concLusión
Las armas halladas en la Bastida forman un repertorio tipológico característico del ámbito ibérico del
levante meridional y el sureste en el siglo IV a.C., tal y como lo podemos conocer en otros yacimientos. Ello
se da tanto en la zona interior del poblado como en las puertas. No puede decirse lo mismo del equilibrio
numérico de los diferentes tipos de armas y sus categorías funcionales. La abundancia de regatones, su
dispersión y asociaciones apunta a su empleo para otras funciones además de remate de lanzas. Espadas y
escudos son escasos, y no se asocian en contextos próximos, aunque sí pueden aparecer juntos soliferrea y
puntas de lanza. En las puertas aparecen, proporcionalmente, más armas de guerra, aunque la muestra no
es estadísticamente significativa. Los elementos asociados a la equitación son mucho más frecuentes, en órdenes de magnitud incluso, a los que aparecen en las necrópolis, lo que exige una reflexión sobre el papel
del caballo en esta sociedad, la existencia o no de verdadera caballería ya en el final del siglo IV a.C., y los
sesgos relativos de los diferentes tipos de contexto arqueológico (cabría esperar mayor proporción de arreos
de caballo en las tumbas, y no al revés).
En conjunto, cabe afirmar que todas o casi todas las viviendas de la Bastida contaban con armas entre
sus elementos de cultura material, y que no había concentración en casas ricas, aristocráticas o arsenales, y
tampoco aparecen arsenales en edificios concretos. Ello parece confirmar lo que dicen las fuentes literarias
y se deduce de los ajuares funerarios sobre la posesión de las armas en el mundo ibérico. En cambio, los
patrones observados apuntan a una cierta distorsión sobre los que debieron ser los habituales, resultado
quizá de la crisis bélica que a la postre parece haber acabado con la existencia del poblado ibérico de la
Bastida de les Alcusses de Moixent.
Este trabajo se ha desarrollado en el marco del Proyeto de Investigacion I+D financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación
HUM 2006-08015-HIST.
Sin la amabilidad exquisita, excelente disposición, y franciscana paciencia de la Dra. Helena Bonet y del Dr. Jaime Vives-Ferrándiz,
que pusieron a nuestra disposición –junto con su tiempo–, toda la información que hemos requerido, sin excepción, lo que aquí sigue
habría sido imposible. Vaya pues con estas líneas nuestro agradecimiento sincero.
219
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Lengua y escritura
Lengua y escritura
Javier de Hoz Bravo
Javier de Hoz
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La Bastida
de Les
aLcusses
y eL
corraL
de
saus
en La geografía epigráfica y Lingüística
paLeohispánica
E
l poblado de la Bastida de les Alcusses y la necrópolis del Corral de Saus han proporcionado un cierto
número de textos epigráficos, algunos de ellos de extraordinario interés. Cuando en 1990 J. Untermann
publicó el tomo de su corpus de inscripciones paleohispánicas correspondiente a las ibéricas de la península recogió tres inscripciones de la Bastida (G.7.2-4, equivalentes a Bastida I, IV y V), a las que hay que
añadir un signo sobre cerámica y un plomo (Bastida II y III), y a las que posteriormente se ha sumado un
nuevo plomo (*G.7.5; Bastida VI) y un grafito sobre cerámica (Bastida VII);1 por otro lado conviene tomar también en cuenta la inscripción de la necrópolis de Corral de Saus (G.7.1) por la evidente conexión de ambos yacimientos.
El ámbito cultural en el que se integra la Bastida, la Contestania, es una región epigráficamente muy rica,
en la que la escritura está directamente atestiguada desde el siglo IV o tal vez desde el V a.C., en la que se han
utilizado los tres tipos de escritura conocidos por los íberos, levantina, meridional y greco-ibérica, y en la
que se encuentran algunos de los yacimientos epigráficamente más destacables, como la Serreta de Alcoi, la
propia Bastida o la Illeta dels Banyets (El Campello), significativamente situados tanto en la costa como en
la zona interior montañosa. Dada la riqueza de la zona es notable la ausencia casi total de epigrafía en piedra,
aunque los pocos testimonios conservados (G.12.1, G.17.1, G.7.1) tienen un interés particular.
Toda la epigrafía indígena de la región está escrita en lengua ibérica; de hecho el límite meridional de la zona
donde encontramos nombres de persona no ibéricos se encuentra muy al norte y no hay ningún motivo para
pensar que el ibérico no fuese la lengua vernácula de Moixent2 y de su entorno (de Hoz 2009; de Hoz e. p.).
Los textos importantes de Moixent están escritos en la variedad de escritura paleohispánica que llamamos
escritura meridional,3 próxima de un lado a la escritura del suroeste, presente sobre todo en Portugal,4 y a
lo que, aunque apenas si podemos señalar testimonios de ella, debió ser la forma más antigua de escritura
de la península, que sin excesivo atrevimiento podemos llamar escritura tartésica,5 y de otro a la escritura
ibérica propiamente dicha, o levantina, utilizada desde el sureste de España hasta el río Herault en Languedoc (MLH I-III; Rodríguez Ramos 2004).
Las fechas iniciales de la utilización de la escritura meridional para escribir ibérico no las conocemos con
seguridad; no es probable que la escritura ibérica levantina, que existía ya a finales del siglo V a.C., sea anterior, pero los testimonios seguros más antiguos que tenemos son del siglo IV a.C. aunque se reparten ya
entre las zonas extremas del área en que va a ser conocida esta escritura, de un lado Cástulo en la Alta Andalucía, de otro la propia Bastida de les Alcusses, es decir no muy lejos del río Júcar.
En cuanto a la escritura levantina, atestiguada en el noreste ya a fines del siglo V a.C., está presente en
Contestania en la propia Bastida en el siglo IV como veremos, pero en general en esa zona parece haber penetrado en fecha relativamente tardía.
De la escritura greco-ibérica, simple adaptación del alfabeto jonio para escribir ibérico, utilizada en Contestania durante el siglo IV y en cierta medida el III a.C. (MLH III.1, § 401; de Hoz 1987), no hay por ahora
indicios de que se haya utilizado en la zona de la Bastida.
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Esta zona se sitúa en la frontera norte de la escritura meridional, utilizada también, más o menos en la
misma latitud pero más al oeste, en el Amarejo, en Bonete (*G.24.1-4, Broncano 1989; Rodríguez Ramos
2004, 74), y en el Salobral (G.17.1). También al oeste hay sin embargo algunos puntos de escritura meridional
más septentrionales, Castellar de Meca (Ayora) (de Hoz 1997, nº 226.1; Rouillard 1997, 137), Reiná (Pérez
Ballester 1992) y Abengibre (G.16), pero en la longitud de Moixent, Enguera conoce sólo escritura levantina
(F.21) e igualmente Xàtiva (A.35) y Gandia (*G.20.1, Fletcher y Silgo 1992-93) al noreste y Terrateig (*G.21.1,
Fletcher y Gisbert 1994) al este, aunque las fechas de todas estas inscripciones levantinas son o tardías o indeterminables. En escritura meridional hay que citar también el plomo de Covalta (Albaida, G.6.1) no fechable, mientras que las inscripciones greco-ibéricas más próximas son las del importante núcleo alcoyano
de la Serreta (G.1-G.4), donde también encontramos escritura levantina.
Dado lo mal atestiguada que está la epigrafía meridional y los problemas que plantea su cronología, es
importante la fecha de las inscripciones de la Bastida, en particular el plomo primero (G.7.2; Bastida I) y el
grafito G.7.4 (Bastida V), hallados en un contexto del siglo IV a.C. (Tarradell 1961, 10-1; Llobregat 1972, 3440), en lo que coinciden con un grafito de Cástulo, mientras que otras inscripciones del mismo tipo no tienen
fecha precisable, como ocurre con el plomo nuevo de la Bastida (*G.7.5; Bastida VI). La inscripción de Corral
de Saus es como tarde del siglo IV a.C., pero podría ser del siglo V (vid. infra), y constituye un testimonio
importante de la fecha inicial de la escritura meridional en el sureste. En fechas posteriores sin embargo,
cuando la zona de Moixent posiblemente quedaba dentro del territorio de Saiti (vid. por ej. el mapa de Mata
2001, 250), la escritura utilizada parece haber sido exclusivamente la levantina tal como vemos en Enguera
(F.21, aunque sin datación) y en las acuñaciones de la propia Saiti (A.35).
1. Distribución de las inscripciones sobre plomo y cerámica.
222
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2. Fotografías del plomo G.7.2 (Bastida I) antes de ser desenrollado 1928.
Los textos: presentación
Las inscripciones de la Bastida son siete, dos plomos de cierta longitud y considerable importancia – G.7.2
(Bastida I según terminología empleada por Fletcher) y *G.7.5 (Bastida VI)–; otra lámina de plomo pero que
sólo tiene tres signos G.7.3 (Bastida IV); un plomo (Bastida III) al parecer inédito y del que tengo escasa
información6; un fondo de kylix ático con un único signo (Bastida V)7; un pequeño fragmento de cerámica
ática en el que se leen cuatro signos, dos muy parcialmente conservados, de lo que debió ser una inscripción
más larga (G.7.4, Bastida II); y finalmente una base de cerámica ática con un grafito numeral griego del Depto.
100 (Bastida VII) [fig. 1]. Por otra parte la cercana necrópolis de Corral de Saus ha proporcionado un fragmento de piedra con restos de una inscripción (G.7.1).
El plomo G.7.2 (Bastida I) apareció en el Depto. 48, bajo una piedra de molino, al parecer como ocultación
deliberada [figs. 2, 3 y 4]; en el departamento había, entre otras cosas, numerosas fusayolas, pesas de telar,
una cacha de espada de frontón y un broche de bronce nielado en plata.8 En lo que debe ser otra habitación
del mismo edificio se encontraron restos de metalurgia.9
El plomo *G.7.5 (Bastida VI) apareció enrollado en 1992 en una terrera de las excavaciones de 1932 que
parece provenir del Depto. 158, al norte del cual fue encontrado (Fletcher y Bonet 1991-92, 143-4) [fig. 5].
El departamento es una habitación de una gran vivienda y en ella se hallaba bastante material metálico,
entre otras cosas dos ponderales, así como otras piezas, entre ellas dos fusayolas y un molino.
El plomo breve G.7.3 (Bastida IV) [fig. 6] apareció en circunstancias desconocidas (Fletcher y Bonet
1991-92, 144). Del otro plomo (Bastida III) no tengo datos precisos, pero parece que apareció en la calle
principal fuera de contexto [fig. 7].10
Como he dicho los dos textos realmente importantes de la Bastida son los dos largos grabados en plomo.
La lámina de plomo es uno de los soportes más utilizados en el mundo ibérico; en general se trata de textos
de carácter privado y relacionados con actividades económicas (de Hoz 1979; 1999; Untermann 1987a; 1996;
2001). Las condiciones de hallazgo de ambas piezas apuntan claramente en esa dirección y se suman a otros
muchos indicios. En escritura meridional tenemos un cierto número de plomos, aparte los de la Bastida, el
primero de los cuales por su fecha y características está entre los más interesantes de los ibéricos; otros plomos
meridionales permiten conocer las mismas variedades que encontramos en la escritura levantina, básicamente
textos sin articulación formal precisa, que pueden ser misivas o recordatorios narrativos, como *G.7.5 (Bastida
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3. El Depto. 48, con el molino a la derecha bajo el
que apareció el plomo escrito.
VI), y textos con numerales que parecen anotaciones contables, como la cara B de G.7.2 (Bastida I), a los que
hay que añadir plomos que más que textos desarrollados parecen ser meras etiquetas (F.9.4, F.13.2CD, G.1.5,
G.18.1), tipo al que parece pertenecer G.7.3 (Bastida IV) y Bastida III cuya forma circular tiene paralelos como
F.17.4, F.20.4 o el disco del Pico de los Ajos (*F.20.6, Tomás 1989).
Aparte algunos elementos léxicos recurrentes en la escritura levantina, en los plomos es frecuente la presencia de nombres propios que en ocasiones, como consecuencia de lo que considero su carácter económico,
aparecen en combinación con numerales. El ejemplo más significativo es, como veremos, la cara B del plomo
mayor de la Bastida con su secuencia de nombres propios seguidos de sufijos y de indicaciones metrológicas
a las que da precisión un numeral.
Desde el punto de vista formal es característico de los plomos meridionales una distribución del texto
ceñida a los bordes que da lugar a líneas invertidas la una con respecto de la otra (G.15.1, Llano de la Consolación;11 H.1.1, Gádor); a este tipo corresponde una de las caras de *G.7.5/Bastida VI12. Pero también encontramos textos organizados en líneas pautadas (G.0.1, G.1.4 (escritura greco-ibérica), G.6.1), que es el
caso de G.7.2/Bastida I y del ya citado plomo de Gádor.
Dado su carácter de anotaciones prácticas, del tipo de la lista de G.7.2B (Bastida IB), nada indica que la
utilidad de los plomos se extendiese a más de una generación, ni tan siquiera a muchos años de la vida de
su propietario.
Los grafitos G.7.4 (Bastida II) y Bastida V aparecieron en los Deptos. 64 y 62 [figs. 8 y 9], que parecen
formar parte de un gran edificio, singular por su tamaño y solidez, así como por su contenido con abundante
cerámica ibérica y ática (Fletcher et alii 1969, 56-60, 67-71 y plano tras p. 71; Fletcher y Bonet 1991-92, 144).
Puede haber jugado alguna función de almacén y centro de redistribución. Ambos grafitos están grabados
en el fondo de dos vasos áticos de barniz negro, Bastida V con seguridad en el interior de una kylix y Bastida
II posiblemente también pero en el exterior.
Los grafitos en cerámica son por supuesto textos particularmente banales que en la mayor parte de los
casos pertenecen al tipo de inscripciones de propiedad o de marcas comerciales (de Hoz 2002; 2007). El
signo aislado (Bastida V) (Fletcher et alii 1969, 57-8) pertenece probablemente a esta segunda clase, aunque
resulta anómalo que haya sido grabado en el interior, sin que estemos en condiciones de decir a que momento de la comercialización del vaso pertenece; teóricamente habría podido ser grabado incluso en Atenas.
Bastida II tenía al parecer mayor entidad, pero su estado fragmentario no permite precisiones (Fletcher et
alii 1969, 69; Llobregat 1972, 125 nº 15; Fletcher 1985b, 23, fig. 22.2, lám. XIX.1); la inscripción es doble, un
grafito griego y bajo él una inscripción ibérica. La posición del grafito griego en el vaso es la propia de una
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inscripción mercantil, y su contenido, una secuencia de triángulos esgrafiados, corresponde sin duda a una
inscripción numeral griega, del tipo usual en los grafitos mercantiles (Johnston 1979, 27-30), que indicaría
como mínimo “30” —cada triángulo, en realidad la letra delta, abreviatura de deka, = 10—; el espacio tras el
último triángulo parece indicar que el final de la inscripción está completo mientras que delante cabrían diversas posibilidades, otra delta, pi con delta incorporada, es decir “50”, heta por 100, o distintas combinaciones
de esos elementos. Dado lo común de estas inscripciones en todo el área de comercialización de la cerámica
griega es lógico suponer que llegó a la Bastida ya grabada y allí se le añadió la ibérica, como vemos en muchos
otros casos (varios ejemplos en de Hoz 2002, 83, n. 58). La ibérica podría ser igualmente mercantil, pero en
esa posición conocemos también lo que parecen ser inscripciones de propiedad; sin embargo los restos no
coinciden con ningún elemento conocido de la onomástica ibérica. Se trata de una inscripción en escritura levantina, dextrógira como es lo normal, pero de lectura insegura por lo dañado del primer y último signos.13
Otro grafito mercantil griego apareció en el Depto. 100 (Bastida VII) [fig. 10]. Se trata de un fragmento
de base de pátera ática de barniz negro (Fletcher et alii 1969, 317 nº 89) en el que está grabado un grafito
numeral, [Δ]ΔΔΔΠ, es decir “45”. De la primera delta sólo quedan restos mínimos pero la restitución es segura porque de ningún modo podrían corresponder a uno de los signos posibles ante delta. Teóricamente
ante esa primera delta podría haber habido algún otro numeral pero las alternativas nos llevan a números
como “95” o “145”, excesivamente altos para lo que solemos encontrar en esta clase de grafitos. Una abreviatura de un nombre que designase el tipo de vaso sería posible pero lo más usual es la mera mención numérica. Lo único que cabe decir es que, en algún momento en el proceso de comercialización entre Atenas
y la Bastida, la pátera en cuestión formó parte de un lote de cuarenta y cinco piezas empaquetado de tal
forma que el grafito resultaba visible.
La inscripción de Corral del Saus (G.7.1) [fig. 11], una necrópolis próxima a la Bastida pero perteneciente
al poblado ibérico del Castellaret (Izquierdo 2000, 168-170), nos proporciona la posibilidad de vislumbrar
lo que pudo existir en la igualmente desconocida necrópolis de la Bastida. En realidad los materiales de Corral de Saus que cronológicamente corresponden a la ocupación de la Bastida los conocemos indirectamente,
ya que la necrópolis siguió su vida hasta el siglo II a.C., y las tumbas contemporáneas de nuestro yacimiento
sólo se conocen por los restos reutilizados en tumbas posteriores (Fletcher 1977; Aparicio 1984, 175-205;
Izquierdo 2000, 157-343), pero existe un acuerdo generalizado desde los primeros estudios en distinguir
una fase monumental, a la que corresponde la pieza con inscripción, que hoy día se fecha entre finales del
siglo V o comienzos del IV y finales de este siglo, y una fase posterior con tumbas de empedrado tumular,
que aquí no nos interesa sino en la medida en que en esas tumbas se reemplearon los restos producidos por
la destrucción de las de la fase monumental en un momento no determinado.
No sabemos exactamente a qué monumento perteneció originalmente la pieza inscrita, e incluso hay discrepancias en la fechación de los límites de la fase monumental (Almagro-Gorbea 1987; Abad y Sala 1992,
154), pero no cabe duda de que había sido reutilizada, junto con otras piezas de la fase monumental en la
tumba llamada de “la sirena” (Izquierdo 2000, 289-92, 325-6, 492 nº 59 y lám. 89), y debe en todo caso ser
anterior a fines del siglo IV a.C., pudiendo improbablemente alcanzar los finales del V. Más discutible es su
clasificación. Algo precipitadamente la he considerado en ocasiones anteriores como parte de una estela, y
testimonio por lo tanto de la existencia de estelas tempranas en escritura meridional (de Hoz 1995, 60,
seguido por Izquierdo 2000, 291-92 y 325-6); sin embargo las medidas de lo conservado, aunque no imposibles para una estela, se adaptan mejor a un sillar utilizado en la construcción de un monumento mayor,
pilar-estela, cipo o similar, lo que quizá también sería aplicable a los restantes raros textos lapidarios meridionales como G.12.1 (l’Alcúdia de Elx), G.17.1 (el Salobral), o al recién publicado de Cerro Boyero (Pachón
et alii 2002), que sin embargo pertenece a un mundo diferente geográfica y cronológicamente.14 Como veremos luego, los rasgos epigráficos también se explican mejor desde este punto de vista.15
Por desgracia la lectura de la inscripción es insegura y ninguna de sus alternativas permite conclusiones
precisas.16 Fletcher leía, adaptando su transcripción a la aquí utilizada (vid. infra), ]tirZer[; Untermann
(G.7.1), ]tirZea[ o ]tiaZer[. De hecho hay una gran diferencia entre las dos supuestas de Fletcher,
pero si existen buenos paralelos como para ambos signos, no los hay como en escritura meridional para ninguno de los dos; la opción menos improbable sería ]tiaZer[, que yo leería ]tiakier[, sin
atreverme a dar valor al signo representado imitativamente por E.17
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4. Anverso y reverso del plomo G.7.2 (Bastida I) (calco según Fletcher). Fotografía a tamaño real.
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5. Anverso y reverso del plomo G.7.5 (Bastida VI) (calco según Fletcher y Bonet). Fotografía a tamaño real.
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Todavía se puede citar otra pieza epigráfica de Corral de Saus, aunque muy modesta. Se trata de un solo
signo, esgrafiado en el exterior sobre el galbo de una
pátera fina ibérica (Izquierdo 2000, 209, 291 y fig. 110.5
de la p. 219). Como corresponde al ajuar, de la baja
época de la necrópolis, debe ser una levantina,
forma desconocida en la escritura meridional, aunque
mucho más improbablemente y trazada en perpendicular a la base de la pátera, podría ser <ś> tanto levantina como meridional. No es posible decidir si es una
marca de propiedad o comercial.
6. Calco del plomo G.7.3 (Bastida IV) (según Silgo).
escritura
Las inscripciones significativas están en escritura
meridional, cuyo desciframiento presenta a mi modo
de ver todavía algunas dudas. En particular me ocuparé
7. Calco del plomo Bastida III (según Silgo).
aquí de los casos problemáticos de entre los signos atestiguados, pero conviene una observación previa sobre
el problema de las vocales; es seguro que algunos silabogramas meridionales de timbre /i/, en concreto y que transcribo y , no coinciden formalmente con sus equivalentes levantinos aunque estas formas levantinas también aparecen en la escritura
meridional, y en algún caso en contextos que hacen razonable la misma transcripción que en la escritura levantina; al parecer tenemos por lo tanto parejas de signos con un mismo valor, ya que no cabe una interpretación como variantes geográficas o cronológicas porque se dan en la misma inscripción. Creo que la
hipótesis de trabajo más económica de momento es considerar la posibilidad de seis vocales en el dialecto
ibérico para el que se adoptó la escritura meridional, con dos timbres anteriores próximos entre sí que confluirían en levantino y para los que utilizo, convencionalmente, transcripciones del tipo <-í> e <-i>. Esta hipótesis no ha sido en general aceptada, y se ha solucionado el problema a través de la hipótesis de variantes
geográficas y de la existencia de formas iguales en meridional y levantino que tendrían valores completamente distintos en una y otra escritura, para lo que evidentemente hay un buen apoyo en meridional
idéntico a levantino . De esta diferencia de enfoque derivan algunas discrepancias, pero en todo caso
hay que insistir en que el bajo número de inscripciones meridionales y la insuficiencia de los controles externos, como el que abundantemente proporcionan las monedas en escritura latina en el caso levantino, no
permiten proponer con seguridad un desciframiento de la totalidad de la escritura meridional sino un cierto
número de valores firmes y un conjunto de hipótesis que sólo nuevos hallazgos permitirán comprobar o falsar.18 De los signos que encontramos en estos documentos varios están afectados por estas inseguridades y
por ello utilizaré en la presentación de los textos ciertas convenciones “neutrales”, pero en el comentario
utilizaré mis propias lecturas. Los signos en cuestión son los siguientes (referencias al cuadros 1 a y b):
G16´: Untermann y Correa lo considera indescifrado pero tanto Rodríguez Ramos (2002 pp. 236-8) como Correa y Correia en lo que se refiere a la escritura del suroeste (Correa 1987 y 1996 a y b; Correia 1996) aceptan
mi transcripción ki (kí según mi hipótesis vocálica). En este caso la transcripción me parece tan segura que,
a diferencia de otros en que existen discrepancias, no dudo en utilizarla.
G20: la transcripción te no es tan segura como otras pero hay acuerdo generalizado entre los autores recientes y los argumentos son, si no indiscutibles, sí muy fuertes, por lo que utilizaré esa lectura.
G21´: la transcripción ti (tí) está asegurada y es unánimemente aceptada, a pesar de que plantea un problema
por la discrepancia con la escritura levantina y por la existencia en escritura meridional de S48 (G21, ti
en la escritura levantina).
S41: Untermann, seguido por la mayoría de los autores, transcribe be, pero a pesar de algunas lecturas ibéricas interesantes así obtenidas, se trata a mi modo de ver de testimonios insuficientes para dar por
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Cuadro 1a. Signarios meridionales; signos menos problemáticos.
1. Escritura consonántica fenicia.
2. Transcripción de la escritura fenicia en orden adaptado a la
estructura de las escrituras paleohispánicas.
3. Escritura del SO.
4. Transcripción real o convencional de la escritura del SO.
5. Referencias para identificar los signos.36
6. Transcripción de los signos meridionales indicando los que
presumiblemente existen pero no han sido identificados.37
7. Escritura meridional (SE).
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segura esa transcripción, que crea problemas
en relación con la escritura levantina, por lo
que utilizaré la representación puramente
imitativa E.
S45: Untermann transcribe, como en levantino,
ki; otros autores que aceptan ese valor para
G16´ se ven obligados a buscar distintas transcripciones; Rodríguez Ramos transcribe
, mientras Correa considera que no hay
un valor fonético demostrable (Rodríguez
Ramos 2002, 234-8; Correa 2004, 92). De
acuerdo con mi hipótesis sobre la sexta serie
vocálica sería ki, pero a la vista de las discrepancias utilizaré la representación imitativa Z.
S47(a): coincide con G28 levantino (bu) pero
está muy mal atestiguado en el sur y no aparece en ningún contexto que permita controlar su valor; utilizaré BU.
S48: la aceptación del valor ti para G21´ sin admitir la sexta serie vocálica obliga a buscar
otro valor para este signo, idéntico a levantino
G21 (ti), e incluso a postular valores diferentes en distintas inscripciones meridionales.19
Utilizaré TI.
S56: Untermann lo ha interpretado como ŕ y
otros autores le han seguido, aunque atribuyendo al signo el valor de la otra vibrante levantina, G7 (r), e identificando meridional
G7 con levantino G8 (ŕ). En realidad creo que
hay contextos que hacen imposible una vibrante; utilizaré W.
S60: coincide en forma con levantino G26 (bi) y
creo que probablemente es ese su valor, pero
al aceptar mi interpretación de G26´ y no la
sexta serie vocálica se plantea un problema
que Untermann ha resuelto dando a este
signo el valor ba a partir de algunos contextos
posibles, en lo que le han seguido otros autores. Sin embargo la forma esperable de ba en
escritura meridional (S42), a partir de cual se
explica sin problemas levantino G24, está
bien representada en H.1.1 en un contexto
que confirma su valor.20 Sin embargo en vista
de las discrepancias utilizaré P.
En la escritura levantina hay signos que han
surgido por transformación de otro que representa un sonido próximo, y en la greco-ibérica
por simple adición de un rasgo diacrítico. En
Moixent, algunas veces encontramos r marcada
con un rasgo oblicuo, pero estos casos no se dejan
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reducir a sistema y afectan también a otros
signos, incluso silabogramas (Correa 2004,
93), por lo que si tienen algún sentido no
parece que éste tenga relación alguna con
la distinción entre diferentes vibrantes,
cuyos signos se distinguen en las otras escrituras utilizadas para la lengua ibérica
por los procedimientos mencionados. Correa (pp. 92 y 93) ha supuesto que en
G.7.2B (Bastida IB) [fig. 4] se ha diferenciado entre el uso fonético y el metrológico
de añadiendo al signo un trazo en el
primer caso, al menos en ocasiones; personalmente creo que el conjunto de textos
con indicaciones metrológicas de ese sistema (vide infra) no distingue entre signos
metrológicos y fonéticos, por lo que en el
caso de los primeros podría tratarse de
simples abreviaturas.
Los textos breves de la Bastida plantean, a pesar de su aparente banalidad, un
problema importante ya que parecen estar
escritos en escritura levantina. Es cierto
que G.7.3 (Bastida IV) [fig. 6] es no sólo
breve —tres signos, o dos y un trazo quizá
numérico— sino mal trazado y por lo tanto
no se puede garantizar que sea levantino,
pero G.7.4 (Bastida II) [fig. 8], a pesar de
su carácter fragmentario, difícilmente admite otra interpretación ya que está escrito
con seguridad de izquierda a derecha y el
tercer signo no podría ser en escritura meridional sino, lo que difícilmente se
compagina con el contexto. Hay autores
que defienden la recepción muy tardía de
la escritura levantina en la zona (RodríCuadro 1b. Signarios meridionales; signos problemáticos.
guez Ramos 2004, 91-2), lo que parecen
1. Escritura consonántica fenicia.
refutar estos textos; sin embargo la convi2. Transcripción de la escritura fenicia en orden adaptado a la estrucvencia en las mismas fechas de tres varietura de las escrituras paleohispánicas.
3. Escritura del SO.
dades distintas de escritura para la lengua
4. Transcripción real o convencional de la escritura del SO.
ibérica en Contestania plantea un pro5. Referencias para identificar los signos.36
blema no resuelto. En todo caso por ahora
6. Transcripción de los signos meridionales indicando los que presumiblemente existen pero no han sido identificados.37
no hay indicios de conocimiento de la es7. Escritura meridional (SE).
critura greco-ibérica en la área de Moixent
y, a la hora de valorar la presencia de escritura levantina, hay que tener en cuenta
que estamos en la zona más septentrional de uso de la escritura meridional y no es esperable que las fronteras
culturales presenten límites nítidos, por lo que podríamos estar ante un normal solapamiento de rasgos culturales en zona fronteriza, similar al solapamiento de isoglosas en fronteras dialectales.
Es notable el uso de interpunciones que encontramos en estas piezas. En las inscripciones ibéricas y
greco-ibéricas encontramos el uso de dos o tres puntos como interpunción, pero en las meridionales la si-
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8. G.7.4 (Bastida II). Grafito mercantil griego e inscripción ibérica sobre una pieza ática del Depto. 64. Long. máxima 3 cm.
tuación es más confusa; en Abengibre (G.16) y El Salobral (G.17) se utilizan rayas verticales; en G.0.1 tres o
más puntos, aunque en algunos casos podría tratarse de indicaciones numerales cuya relación sin embargo
con los trazos verticales, sin duda numéricos, no se ve clara; también puntos en Llano de la Consolación
(G.15), trazos cortos en Perotito (H.3), y espacio en blanco en Torres (H.5), mientras falta separación en
Gádor (H.1). En la Bastida tenemos trazo vertical en *G.7.5 (Bastida VI) [fig. 5], puntos en G.7.2Aa (Bastida
IAa), trazo vertical con puntos sobreincisos en G.7.2Ab (Bastida IAb), y finalmente una solución original en
G.7.2B (Bastida IB), ya que se ha optado por indicar, en las anotaciones contables, las unidades por medio
de puntos en una o dos secuencias verticales que hacen a la vez la función de interpunciones [fig. 4].
numeraLes
El plomo mayor de la Bastida G.7.2B (Bastida IB) nos proporciona información importante sobre uno de
los sistemas metrológico-numerales ibéricos. Los numerales, y los signos metrológicos, que no pueden ser separados de ellos, se organizan en el mundo ibérico en una variedad notable de sistemas.21 El más simple implica
la utilización de trazos verticales como indicadores de unidades —en el plomo de la Bastida, puntos como hemos
visto— que en lo que sigue transcribiré con el número de trazos entre paréntesis, tipo (3)—, y la de grafemas
del semisilabario levantino o meridional para definir las categorías metrológicas. En nuestro caso encontramos
tres grafemas, a, o y kí en una relación de valores que desconocemos; el sistema está atestiguado en escritura
levantina, en la que los ejemplos más claros son el plomo Alcoi G.1.6 y el cuenco de El Arcornocal H.9.1, que
aunque aparecido en Andalucía occidental procede claramente del este a juzgar por su escritura ibérica. Ambos
textos nos garantizan una secuencia nombre propio+sufijo a C (cifra) o C ki C, lo que implica que a, o y ki son
unidades metrológicas de un mismo sistema organizadas en una gradación posiblemente de mayor a menor.
Podemos esperar por lo tanto otros casos en que, por tratarse de cantidades menores, falte a o a y o, o en los
que figurando unidades mayores falte la mención de una menor porque esté representada por cero.
El mismo sistema aparece también en escritura meridional (de Hoz 1981), no sólo en la Bastida sino en un
plomo de origen desconocido (G.0.1), un texto muy fragmentario pero en el que observamos algunas secuencias
significativas:
A1: ](3) o (2) (3 puntos) [
A3: ](4) kí (4) (7 puntos)
B4: ]a (1) o (4)[.
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9. Signo aislado G.7.4 (Bastida V) del Depto. 62. ø 6 cm
No se conserva aquí ninguna secuencia completa a o ki —en escritura meridional kí— pero sí tenemos
restos suficientes para admitir, sin que sea excesivamente arriesgado, que estamos ante el mismo sistema
levantino.
La cara B del plomo G.7.2 (Bastida I) puede interpretarse de forma similar una vez que aceptemos que
los puntos, variables y a veces muy numerosos, que separan las secuencias de signos corresponden en realidad a los trazos numéricos de otras inscripciones. Obtenemos así un esquema reiterado en el que se dan
las variables nombre propio-ka o nombre propio-kia (-Za) seguidas de kí u o y cifras; la última variante
puede ser un sufijo -kia o más probablemente -ki seguido del signo metrológico a.
anáLisis de Los textos mayores
El plomo mayor de la Bastida G.7.2 (Bastida I)22 está escrito por ambas caras pero, a diferencia de otros,
en este caso los textos son independientes. La cara A fue grabada anteriormente con un texto tal vez largo
del que sólo se conservan las dos líneas fragmentarias que denominamos Aa; posteriormente, al parecer
una mano diferente, añadió el texto Ab, invertido con respecto a Aa pero tal vez aprovechando las pautas
previamente preparadas para el texto anterior, ya que la última línea conservada de Aa y la última de Ab se
hallan dentro del mismo renglón aunque naturalmente en dirección opuesta.
Aa ]śkíliW : ututa : pśiWtarakar : / ]nZ
Ab23 otalauZtiteW : sikíltirikan : / kítarWkíW : sosintíkeWka : nanpn / pnkíśarikan :
kítaW / urketíikeWka : kítetírW / laZ
B saltulako-Z a kí (6) / ersiW-ka kí (8) artaker-ka kí (6) koltiśtautin-ka kí (7) ersiW-ka o
(3) kí 1 / bíurtaker-ka kí (2?) Burltir-ka kí (5?) saltulako-Z a kí (1) saltulako-Z a o (2) / koeron-ka kí (2) ersiW-ka o (3) sakarpś-ka kí bí(3) ersiW-ka kí (10) aiturarkí-Z a kí (1) / kanieron-ka kí (5?) bíuriltir-ka kí (2) stikel-ka kí (6) biurtaker-ka kí (5) aiturarkí-Z a kí (6)
Las inscripciones Aa y Ab no permiten una interpretación, la primera por su brevedad, la segunda porque
por ahora sólo podemos detectar algunos nombres propios y un par de posibles sufijos, —ikan en sikíltirikan
y binkíśarikan, y Wka en sosintíkeWka y urketíikeWka—. El primero puede ser el mismo atestiguado en Em-
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púries (C.1.24) en iŕika iunstirika. Además Untermann (MLH III, ad loc.) ha
señalado que laki podría ser una combinación de los sufijos ibéricos -la y -ki (MLH
III. 1 §§ 533 y 530), lo que apoyaría la
transcripción de S45 (Z) como ki. Los nombres propios son sikíltir-, sosintíke- y
urketíike-. El primero está formado por los
elementos onomásticos ibéricos bien conocidos sike- (MLH III.1 §7.102) e iltir/iltiŕ (§
7.61), lo que constituye un buen apoyo para
la transcripción ti de S48. Es significativo
que aquí encontremos ilTIr- y en la cara B
-iltír, para lo que caben al menos dos interpretaciones; en la zona septentrional del
ibérico meridional la distinción entre
ambos tipos de vocal anterior ha podido
haberse perdido o estar en proceso de pérdida, lo que daría lugar a vacilaciones gráficas, o la forma levantina podría ser el
10. Grafito mercantil griego procedente del Depto. 100 (Bastida VII).
resultado histórico de dos morfemas muy
Longitud 6,2 cm.
similares pero diferenciados por la vocal
anterior y la vibrante, ambos atestiguados
en la Bastida.24 Los nombres propios sosintíke- y urketíike-25 están formados por elementos onomásticos bien conocidos (§§ 7.109 (sosin), 7.140 (urke) y 7.125 (tiker/tikeŕ)); si se acepta la
interpretación de como ambos nombres propios irían seguidos de un único sufijo -ka; personalmente
prefiero pensar en una combinación de sufijos, -W-ka, el primero de los cuales por razones fonéticas causaría
la caída de la vibrante final de tiker.26 Dada la relación que presentan los nombres propios con los diversos sufijos mencionados se esperaría que Pnkíśar-/binkíśar- fuese también un nombre propio, y de hecho bin- es
un elemento onomástico (§ 7.40) pero el paralelo más
próximo para -kíśar- es kitaŕ/kitar (§ 7.76) que difícilmente puede ser equivalente.
En B obtenemos una serie de nombres propios atestiguados como ibéricos, o de formas que podrían serlo
y que sin duda juegan en el plomo el mismo papel, seguidos de uno u otro de dos sufijos: con -ka: kaniEron,
bíuriltir, stikel, biurtaker (2x), koEron, ErsiW (4x), sakarbiś, burltir,27 artaker,koltis;tautin,28 con -ki (Z):
aiturarkí (2x), saltulako (3x). El esquema resultante, de
acuerdo con lo dicho más arriba sobre numerales y signos metrológicos, es:
NP-ki a kí c : líneas 1, 3, 4, 5
NP-ki a o c : línea 3
NP-ka kí c : líneas 2 (x 3), 3 (x 2), 4 (x 3), 5 (x 4)
NP-ka a o c kí c : línea 2
NP-ka o c : línea 4
11. Calco de la inscripción sobre piedra procedente de la
necrópolis del Corral de Saus (según Fletcher). Longitud
máxima 21 cm.
Alguna de las secuencias que preceden al sufijo ka
no puede ser identificada con seguridad en el repertorio
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antroponímico ibérico, pero no me parece probable que en lo que es indudablemente una lista de items a
cada uno de los cuales corresponde una cierta asignación cuantificada puedan mezclarse personas y cosas.
Que debemos contar con un sufiko ki y no kia se deduce porque en la última secuencia de las líneas 4 y 5 kia
va seguido de un único punto similar al que, alternando con grupos más numerosos, de hasta ocho y diez
unidades, sigue a kí en tres ocasiones.29 Eso me hace pensar que kia es en realidad un sufijo -ki seguido de la
indicación metrológica a, y sería paralelo a -ka a de la línea 2, también formada por un sufijo y un grafema
utilizado como símbolo metrológico; el hecho de que nunca aparezca ki no seguido de a se explicará posiblemente porque las personas a cuyo nombre acompaña ese sufijo están involucradas en operaciones de mayor
volumen. En sólo dos casos a va seguido de un punto porque en general se prescindirá de indicar el numeral
cuando coincide con la unidad, ya que la presencia del símbolo metrológico es indicación por sí misma, es
decir tanto a como a (1) equivalen a una unidad de a.
Tenemos por lo tanto posiblemente dos sufijos alternantes, en distribución complementaria, al menos
dentro de este texto puesto que en las varias repeticiones que se dan de un nombre propio siempre le acompaña
el mismo sufijo, que serían ka y ki. Desde el punto de vista lingüístico lo más interesante del texto es precisamente el juego de alternancia entre ambos sufijos. La interpretación más obvia nos llevaría a pensar que se
trata de funciones gramaticales distintas e incluso tal vez opuestas. Puesto que se trata de una lista de nombres
propios con indicaciones de cantidad podríamos pensar en deudores y acreedores, pero ningún nombre aparece
con ambos sufijos a pesar de estar algunos repetidos. Como hemos visto la mayor parte lleva el sufijo -ka, y
sólo dos nombres propios, repetidos dos veces uno y tres otro, -ki. Se plantea la duda por lo tanto de si los dos
sufijos no serán alomorfos condicionados por el tema al que se unen, o incluso si el sufijo será /-k/g/ y estaremos ante dos variantes gráficas. aiturarkí-ki podría justificarse por una especie de atracción, pero no saltulako-ki. Otros casos de -ki tras nombres propios no apoyan la idea de que el tema determine de una forma u
otra el sufijo: aitíkeltunki (G.15.1A), iltírtíkeWki (G.16.1B). El único elemento común a dos secuencias con
-ki es el primer formante del nombre propio aiti/aitur, sobre cuya base por ahora no se puede construir nada.
Otros ejemplos de -ki no aparecen ante cifras ni tras nombres propios, y sobre todo no aparecen en contextos
claros (MLH III.1, § 530). La única posibilidad de paralelismo entre -ka y -ki, muy insegura, está en el uso de
-ka en la inscripción de Santa Perpètua de la Mogoda (C.10.1) y el de -ki en un texto de Abengibre:
iltírtíkeWki : ebinin (G.16.1B)
aụ/ŕuninkika / oŕtinse/ikika : siba+tin (C.10.1), es decir nombre propio- W-ki / ki-ka + forma en
–in.
Podría pensarse en una acción verbal y la indicación de la(s) persona(s) responsable, en el primer caso
dedicación o donación, en el segundo enterramiento o construcción de la tumba, pero todo esto es excesivamente especulativo. Además el paralelismo plantea el problema del doble sufijo, y de que en ambos casos
hay ki aunque la posición apoye la equivalencia funcional ki/ka.
En resumen se trata de una serie de secuencias en las que un nombre propio va seguido de un sufijo y
de una indicación metrológica del sistema a o ki en la que en un sólo caso aparecen las tres unidades del
sistema, en otro aparece a o, en un tercero a kí, en un cuarto o sólo, y en los restantes sólo kí. En un caso
aparece un signo de pequeño tamaño bajo los puntos numéricos, que por el momento carece de
explicación pero que podría ser un numeral equivalente a un cierto número de unidades, aunque no hay
paralelos coincidentes.
Respecto a la interpretación de este sistema metrológico tenemos un indicio en su utilización en vajilla
de plata, lo que parece indicar que se trata de pesos. El cuenco del Alcornocal (H.9.1) pesa al parecer 568’2
gr, que deben corresponder a su leyenda metrológica a 1 o 4 ki 4, pero el problema de la relación entre las
unidades metrológicas y del peso que corresponde a cada una no está aún resuelto (Oroz 1979, 351-5).
El plomo aparecido más recientemente *G.7.5 (Bastida VI) (Fletcher y Bonet 1991-2; Faria 1992-93 (1994);
Rodríguez Ramos 2004, 72-3), cuya peculiar disposición ya he comentado, está escrito por ambas caras:
A bíśkíbítersetí : teia : pneia : psbíturpWtín
B śntarlabí+nkos:bítertuan : koikaZskítur
epWkoraW.30
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Es muy poco lo que de interés se puede decir de este texto. En ambas caras tenemos una secuencia -bíter-31
que debe corresponder al -biter- frecuente en los textos levantinos donde creo que probablemente se debe interpretar como núcleo de una construcción verbal, pero sin que quepa especular sobre su sentido aunque aparece
casi exclusivamente en plomos (MLH III.1, 184-5; de Hoz 2001 a y b). Sin embargo la posición inicial de -bíterresulta sorprendente y carecemos de paralelos para las secuencias en que se integra, lo que es particularmente
extraño en el caso de los posibles sufijos o lexemas incorporados -setí y -tuan,32 mientras que las secuencias que
preceden, dada la habitual libertad en el uso de las interpunciones, podrían ser comparables a las palabras como
śalir que preceden a la secuencia -biter- en algunos casos.
Desde luego serían esperables algunos nombres propios en el texto, pero no hay casos netos a no ser que
se acepte la lectura de Untermann para psbíturpWtín, es decir basbitirbartin que compara con
basbidirbartin (G.1.1, greco-ibérico)33 y que contendría un nombre propio formado por bas (§ 7.27) y una
variante de bitu (§ 7.42). En todo caso no es frecuente que un nombre propio se suelde a elementos de cierta
complejidad, como -PWtín que carece de paralelos para ser identificado como una secuencia de sufijos. En
cuanto a ePWkoraW, aunque sin paralelos aducibles tiene la estructura de un nombre propio compuesto
seguido de -aW que, con función al parecer sufijal, encontramos en otras inscripciones meridionales como
kítaW en la propia Bastida (G.7.2 Ab-/Bastida IAa) y varios ejemplos en Abengibre (G.16.1 C y D, G.16.2-5).
Probablemente se tratará de una forma compuesta del también sufijo -W, igualmente presente en G.7.2A
(Bastida IA) y además en Abengibre (G.16.1A (posible)), H.2.1, tal vez el fr. nº 4 de El Amarejo (*G.24.4,
Broncano 1989, 95-100), y tal vez en un plomo publicado como falso (Gil Farrés 1984, cuyas conclusiones
se aceptan en MLH III.1, 102), pero cuya posible autenticidad merecería una revisión.
recapituLación
Los textos de la Bastida de les Alcusses y el Corral de Saus, a pesar de ser poco numerosos, tienen una
importancia considerable. Su cronología en el conjunto ibérico es muy alta y podría alcanzar el siglo V a.C.
en el caso de la piedra de la necrópolis. Su variedad de tipos es también significativa y nos muestra que ya
en esas fechas existían diversas clases de documentos en plomo, al igual que ocurría con sus modelos griegos,
grafitos cerámicos y, lo que es más notable, epigrafía sepulcral que a veces se ha querido restringir a época
romana, aunque el testimonio de Corral de Saus no permite hablar de una auténtica tradición lapidaria en
manos de profesionales sino de un uso que podría ser incluso totalmente privado: uno de los miembros de
la familia del muerto habría grabado en algún bloque de su monumento sepulcral una inscripción cuyo alcance, simple nombre del difunto, expresión de lamento o texto más complejo, se nos escapa. En todo caso
todos los textos apuntan a un uso privado de la escritura, que podría ser casi doméstico aunque es probable
que los edificios de la Bastida en que se han hallado los textos tuviesen unas funciones económicas de cierta
complejidad como centros de comercio o de redistribución.
Por otra parte la convivencia en un mismo yacimiento, en fecha tan temprana, de escritura meridional
y levantina es a la vez una información de gran trascendencia y plantea importantes cuestiones sobre la
historia de la escritura entre los íberos y la relación entre ambas variedades. La proximidad de la escritura
meridional a la del suroeste y a los escasos testimonios de lo que pudiéramos llamar escritura tartesia propiamente dicha apunta a que se desarrolló, como adaptación o simple adopción de la escritura tartesia para
escribir ibérico, con anterioridad a la levantina. Los modelos que en ese caso pudieron dar pie a la creación
de esta última no plantean dificultades si, de las alternativas posibles, optamos por la transformación de
la escritura meridional ya adaptada previamente a la transcripción del ibérico. En ese caso se trataría de
un fenómeno de reforma ortográfica nacida en el borde de un área epigráfica, la frontera de uso de la escritura meridional al norte de una línea que va de Moixent a Abengibre, y extendida desde allí siguiendo la
costa en dirección a los Pirineos.34 La causa de la reforma podría haber sido una frontera dialectal, pero
podría tratarse simplemente de una escuela de escribas más sensible a los inconvenientes de la escritura
meridional o más deseosa de marcar una personalidad autónoma frente a unos vecinos meridionales a los
que se sentía miembros de una etnia distinta por más que hablasen la misma lengua. Naturalmente esto
implicaría para la escritura ibérica meridional una fecha más temprana que la de los primeros textos atestiguados. La Bastida podría ser en ese caso un punto muy próximo al área de creación de la escritura le-
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vantina, lo que explicaría la presencia allí de ambas variedades, presentes además en distintos departamentos, lo que podría implicar distintas tradiciones familiares. Una alternativa diferente, menos económica
pero no imposible, sería la creación de la escritura levantina lejos del área nuclear de la lengua ibérica por
obra de mercaderes conocedores de la escritura meridional pero en contacto con otras variedades dialectales e incluso con los problemas de transcripción de nombres propios en lenguas distintas del ibérico, tal
como ocurría sin duda en Languedoc y muy probablemente en Cataluña; en ese caso la epigrafía levantina
de Moixent resulta más difícil de explicar, ya que implicaría o una expansión generalizada de la escritura
levantina ya en esas fechas a todo el territorio en que la encontraremos más adelante, o una presencia puntual de íberos con bases más septentrionales,35 lo que dada la distancia de la costa parece poco probable.
Este estudio ha sido realizado en el marco del proyecto BFF2003-09872-C02-01, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia.
Agradezco muy sinceramente a Helena Bonet la invitación a la que debe su existencia.
notas
1.- Las referencias a inscripciones ibéricas son siempre a MLH (normalmente a MLH III; A se refiere a MLH I y B a MLH II) cuando
ello es posible; en inscripciones publicadas posteriormente, una referencia del tipo *G.7.5 implica que, gracias a la amabilidad de
J. Untermann, conozco la identificación del texto en el suplemento a MLH en preparación, pero naturalmente se indica también
la editio princeps, que para *G.7.5 es Fletcher y Bonet 1991-92.
2.- De acuerdo con las normas de publicación de esta obra he aceptado utilizar para los topónimos valencianos formas no usadas en
español; quiero sin embargo hacer constar que, a pesar de las ventajas que tendría la utilización generalizada de las formas locales,
lo considero un error lingüístico.
3.- MLH III.1, §§ 415-31; de Hoz 1976; 1989; 1993b; 2000-2001; Correa 1983; 2004, 84-93; Rodríguez Ramos 2002. Las bases del
desciframiento de la escritura meridional están en Schmoll 1966.
4.- MLH IV; de Hoz 1989; 2005; Correa 1996a; 1996b; Correia 1996; Rodríguez Ramos 2000.
5.- Es frecuente que se identifique la escritura del suroeste con la tartesia; a mi modo de ver se trata de dos escrituras diferentes pero
apenas si conocemos la tartesia por un puñado de grafitos; posiblemente se trata de la meridional en un uso previo y distinto a su
utilización para escribir ibérico (de Hoz 1989; 2001a, 202-3; 2005).
6.- Citado en Fletcher y Bonet 1991-92, 144 y n. 2, e incluido, con indicación del diámetro (33 mm), en la lista de plomos valencianos
de Fletcher 1985a, 293. Agradezco a Helena Bonet el haber podido ver un dibujo de la tesis de L. Silgo, del que no puede deducirse
a que escritura pertenece.
7.- Fletcher et alii 1969, 57 nº 7. Como se ve claramente en la fotografía se trata de un signo Y, lo que excluye escritura meridional pero
no griega, greco-ibérica o levantina.
8.- Fletcher et alii 1965, 229-36; Fletcher et alii 1969, plano tras p. 71. Un plano con la situación de todos los hallazgos epigráficos de
la Bastida en Fletcher y Bonet 1991-92, 145.
9.- Fletcher et alii 1965, 15. Llobregat 1972, 37, considera sin embargo que el departamento 48 constituía una vivienda autónoma.
10.- Fletcher y Bonet 1991-92, 144 y plano de la p. 145; el plomo procede al parecer del espacio 125, en la calle, que no forma parte de
lo publicado de la excavación hasta la fecha.
11.- En este caso se ha recortado posteriormente la parte escrita lo que, al ocupar la inscripción sólo los bordes superior e izquierdo de
la lámina, ha dado lugar a una pieza en forma de L.
12.- Un caso extremo, que da lugar a una presentación casi concéntrica, es el plomo greco-ibérico del Cigarralejo (G.13.1).
13.- Fletcher (1953, 146) leyó razonablemente ]nnae[, con lo que coincide Llobregat, para dudar después con ]inae[, pero en 1985b
se decide sorprendentemente por ]inabi[, lo que podría ser una simple errata aunque Untermann, cuya lectura es ]ina+[, no descarta esa posibilidad. Por otro lado Fletcher considera la idea de que no se trate de una inscripción ibérica sino griega, lo que me
parece imposible.
14.- Los datos de la editio princeps, en particular pp. 126 y 128, apuntan, como se dice explícitamente más a “un fragmento de pedestal
que de losa”, pero el mundo del sureste y el de la Alta Andalucía parecen epigráficamente muy distintos y los paralelos más próximos
a la paleografía de Cerro Boyero (op. cit., 129-30) son claramente tardíos.
15.- Lo único que se puede deducir del análisis de la piedra de la inscripción (nº SIP 13.549), realizado por T. Orozco (Izquierdo 2000,
495-9, en particular 496 y tabla I de p. 498) es que no pertenece al mismo tipo que la de la sirena (nº SIP 13.570) que da nombre
a la tumba en que apareció.
16.- MLH III.2, G.7.1; Fletcher 1985b, 22; Rodríguez Ramos 2004, 74-5. En realidad ninguno de los signos excluye una lectura como
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escritura levantina, que en ese caso sería ]tiakier[, pero la dirección levogira de la escritura y el lugar de hallazgo unido a la cronología alta aconsejan aceptar la usual interpretación meridional.
17.- En Izquierdo 2000, 291, fig. 154, hay tres dibujos de la inscripción, en dos de los cuales, así como en el cuadro 20 de la misma página, el signo Y parece en realidad levantino, desconocido en la escritura meridional, mientras que en otro el trazo horizontal
aparece formando un ligero ángulo hacia arriba compatible con la lectura generalmente aceptada; por otro lado eso parece observarse en la lámina 89 de la misma obra y en Fletcher 1985b, 129, únicas fotografías de la pieza, publicadas y aceptables, que conozco.
18.- No tomo en cuenta propuestas muy estimables en su momento pero que se pueden dar con seguridad como erróneas; así las de
Beltrán 1962; Gómez-Moreno 1962; Fletcher 1982 y 1985b; Maluquer de Motes 1968. Cf. bibliografía de n. 3.
19.- Untermann (ad loc.) propone en G.7.2B, pero no en G.7.2A; para Correa (p. 92) es indeterminado; Rodríguez Ramos (238 y
243) sigue a Untermann para G.7.B y propone con dudas para G.7.A.
20.- En contra Untermann (ad loc.) y Rodríguez Ramos (241-2); Correa (91-2) considera que los datos son insuficientes para pronunciarse.
21.- En lo que sigue utilizo de Hoz 1994, 251-3. Vid. también MLH III. 1, § 432-37, aunque no estoy de acuerdo con la idea allí expresada
de que los diversos numerales ibéricos pertenezcan a un único sistema, y Oroz 1979. Presentación muy completa del material pero
con interpretaciones discutibles en Guadán 1980. Vid. también la bibliografía relativa a las inscripciones citadas a continuación.
22.- Serra-Ràfols 1934; Bähr 1948, 425-9; Caro Baroja 1954, 773-6; Beltrán 1962, 4-8, 34-5; Gómez-Moreno 1962, 55-8; Maluquer de
Motes 1968, 231-3; Llobregat 1972, 118-9; de Hoz 1981; Fletcher 1985b, 22-3; Rodríguez Ramos 2004, 70-2.
23.- La transcripción de la vibrante en los casos subrayados como dudosos me parece en realidad segura, pero Untermann utiliza en
ellos un signo D para indicar que no existe una transcripción y los distingue de los otros casos que en realidad apenas si presentan
las normales variaciones en escritura en plomo. La decisión de Untermann de no aceptar la transcripción (<ŕ> en su sistema)
obedece a que, en ese caso, W no podría ser de ningún modo una vibrante, valor del que está convencido y en el que ha sido generalmente seguido, pero que a mi modo de ver es un error.
24.- El problema de la vibrante en la zona meridional, como ya he señalado, no está a mi modo de ver resuelto; cabe que no existiese diferencia entre dos vibrantes o que esa diferencia no la notase la escritura, lo que encajaría bien con el elemento ahora comentado.
25.- La grafía redundante -tíi- tiene algunos paralelos en escritura meridional.
26.- Cf. por ej. śalibos (F.17.1, tres veces) frente a śalirbosita (mismo texo) y el frecuente śalir.
27.- La explicación más económica para BUrltir es que, con falta de una por un lapsus, se trata de una grafía buriltir, alternativa
de bíuriltir, lo que sirve para apoyar la lectura bu de S47a.
28.- De la autopsia del plomo creo que se deduce que el signo no presenta una variante anómala, sino que a su derecha hay un
trazo que corresponde a un falso arranque.
29.- Utilizo mis notas tomadas sobre la autopsia del texto el 26-06-1980, y aprovecho la ocasión para recordar con agradecimiento las
facilidades y la generosidad con su tiempo que me brindó D. Domingo Fletcher en los viejos locales del SIP.
30.- La secuencia śn- es imposible; probablemente la es una trazada descuidadamente; en cuanto a epWkoraW podría ser
erWkoraW, de nuevo con ante W.
31.- También identificado por Untermann en carta a Fletcher de 26-01-93 que me comunicó el 4-07-94.
32.- Para seti vid. C.1.24 y un plomo de la Balaguera (Allepuz 1996; Velaza 2001, 642, 1.3); en la inscripción de Jorba parece leerse basetiŕ[ (Ferrer 2006, 130-1, 141, fig. 15, ya percibido por Panosa 2002, 336 y 342). Para tuan, que no parece estar atestiguado como
tal secuencia, habría que buscar los ejs. de tu y an por separado, lo que deja demasiado margen a la mera casualidad.
33.- Carta citada; se trata de uno de los mejores apoyos para su desciframiento de algunos signos meridionales, pero a mi modo de ver
insuficiente para proporcionar una prueba.
34.- Esta idea es en este momento un tema polémico; vid. en contra Ferrer 2005; Velaza 2006; a favor de Hoz 2009; e. p. b, con la bibliografía anterior.
35.- Tal como algunos plomos meridionales han aparecido en territorio de escritura levantina, en Lattes (Herault, B.2.3 = G.18.1), en
Orleyl (G.9.2) y en Yátova (*F.20.6, publicado por Tomás 1989, cf. Velaza 1996, 314 n. 9).
36.- G indica grafema identificado o que teóricamente debió existir en el sistema, S signo formalmente aislable, posible grafema, pero
con valor no identificado, aunque en algunos casos exagero la prudencia al existir interpretaciones discrepantes; de ahí la repetición
de G16´/S46 y G26’/S44, y el relegar S42, S43, S47a, S48 y S60 al grupo S.
37.- Otros autores no aceptan los valores de G16’, G21’ y G26’ —basados en la alta probabilidad de que los signos meridionales de forma
igual a levantino, , , tengan esos mismos valores—, o distinguen las dos variantes formales de G23 (S57) en la escritura
del S.O. como y , S58 como y algunos de los signos de la serie S47 como . También es frecuente atribuir a S51
el valor <ŕ> en el SO y en escritura meridional, en cuyo caso G7 meridional tendría el valor <ŕ>. Prescindo de algunos valores
atribuidos a la escritura meridional o a la del SO en MLH, además de los ya mencionados, porque no me parecen seguros o porque
otra alternativa me parece más probable. Vid. además la n. anterior.
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10
De la funDación al abanDono
Helena Bonet Rosado
y Jaime ViVes-FeRRándiz
sáncHez
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A
lo largo de los anteriores capítulos hemos mostrado las principales evidencias arqueológicas que,
desde 1928, ha deparado este yacimiento. Se han expuesto los datos actualizados sobre el poblamiento
en el entorno y el acceso a los recursos naturales; se ha examinado el modo en que se organizó internamente el poblado y cómo la esfera doméstica enmarcó la vida de sus ocupantes; se han tratado aspectos
relativos al comercio, el armamento, el adorno personal y la escritura. Podemos pasar ahora a interpretar
estos datos en el marco de la trayectoria histórica del poblado.
La fundación
La Bastida de les Alcusses ha sido tradicionalmente definido como un poblado que, en los estudios ibéricos, se conoce como un oppidum; esto es, un asentamiento fortificado en altura en una ubicación estratégica en el entorno, que mantiene el control de la producción y los recursos (capítulo 4). Si bien todos los
investigadores coinciden en destacar el carácter del oppidum como elemento vertebrador de las relaciones
sociales y económicas durante este periodo, esta definición genérica tiene algunos matices como, por ejemplo, la superficie ocupada que se le asigna a este tipo de asentamientos y que oscila entre 1 y 10 ha, o más,
según los territorios peninsulares a los que se aplique (Ruiz 1998 y 2000; Sanmartí y Belarte 2001; Grau
2002, 109).
La fecha fundacional de la Bastida está fijada hacia finales del siglo v o principios del siglo iv a.C. y tiene
una corta ocupación, pues se abandonó repentinamente al cabo de no más de tres generaciones, dentro de
ese mismo siglo. Tradicionalmente se ha considerado que el poblado se había asentado sobre un promontorio
no ocupado previamente. Pero mientras maquetábamos los capítulos de este libro y redactábamos las últimas páginas que habrían de darle colofón tuvo lugar, durante la campaña de excavación de 2010, un descubrimiento que ha variado sustancialmente este estado de la cuestión: ahora sabemos que la Puerta Oeste y
parte del lienzo oeste de muralla se levantaron sobre una estructura anterior.
La Bastida antes de la Bastida
Esta construcción está formada, por lo que hemos excavado hasta el momento, por dos grandes muros
paralelos, dispuestos en sentido suroeste-noreste, que fueron construidos con bloques calizos del terreno
cuidadosamente escuadrados sobre un relleno de tierra que regulariza los desniveles de la roca. Los muros,
que están separados 3 m entre ellos y miden más de 11 m de longitud, tienen un sólo paramento de cara
vista y su interior está relleno con grava, piedras y tierra. En el extremo oriental angulan 90º a lo largo de
un tramo de 1,30 m, también hecho con una sola cara [fig. 1]. Un pavimento de extraordinaria calidad de
gravas y tierra apisonada se ha documentado entre ambos muros. Hay más estructuras unos 7 m hacia el
norte: al menos hay otro gran muro paralelo formado por una base de piedras grandes y coronado por un
cuidado encachado de mampuestos más pequeños.
Poco más sabemos, de momento, de esta gran estructura debido a la reducida área excavada. Si bien es
necesaria la continuación de las excavaciones en extensión para valorarla con más datos, los elementos
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1. Muro norte perteneciente a la fase
anterior de la Puerta Oeste. Se observan, a un lado y a otro del muro, los
rellenos que amortizan la estructura.
arquitectónicos descritos permiten albergar dudas sobre el carácter residencial de este lugar: no hay
compartimentaciones internas entre los espacios descritos y las estructuras se leen mejor en clave de edificio
público monumentalizado que ocupó un lugar preeminente del territorio, al ser visible en un entorno de unos
100 km2, desde el valle dels Alforins, la cabecera del río Cànyoles y la entrada hacia el vinalopó y la Meseta.
Está constatado que toda la construcción fue desmantelada y amortizada con potentes rellenos. Además,
sobre las dos estructuras descritas se levantaron los muros que forman la Puerta Oeste, más cortos, y parte
del lienzo de la muralla. El material que albergan estos rellenos –sobre todo la cerámica– revela la fecha de
anulación de la estructura y, al tiempo, de la construcción de la Puerta Oeste: finales del siglo v a.C. y principios del siglo iv a.C. No ha sido posible, por el momento, precisar la fecha de construcción de la fase anterior, pues los cimientos de estas estructuras no han sido excavados.
La cuestión de los orígenes del poblado de la Bastida no acaba aquí. Sobre el pavimento de esta construcción hemos descubierto, durante la misma campaña de excavación de 2010, un extraordinario depósito
intencionado de armas, ofrendas alimenticias y vasos cerámicos, todo ello quemado junto a estructuras de
madera y hierro.
Un ritual de fundación bajo la Puerta Oeste
Por lo que conocemos hasta ahora se trata de un hallazgo único en un asentamiento ibérico, y arroja luz
sobre las prácticas rituales en espacios públicos de los oppida. El depósito ha sido documentado en una extensión de unos 12 m2 bajo el pavimento de la entrada principal al poblado, la Puerta Oeste. Al menos 40
fragmentos de tablas y troncos carbonizados, de diferentes tamaños y morfología, sellaban un conjunto de
unos 60 objetos depositados sobre el pavimento de grava apisonada perteneciente al edificio anterior, descrito más arriba.
volviendo a los objetos depositados, las armas son la categoría más abundante, aunque también hay
vasos cerámicos muy fragmentados, entre los cuales hay una crátera de figuras rojas, y otros objetos como
semillas –cereales, aceitunas– o fauna, y maderas y pletinas y clavos de hierro pertenecientes a estructuras
de madera, de momento indeterminadas, que estuvieron armadas antes de formar parte de la deposición
[figs. 2 y 3]. Las armas son todas de hierro, de la misma tipología que las halladas en el yacimiento, y las tí-
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2. Vista general del depósito de
armas y maderas quemadas bajo el
pavimento de la Puerta Oeste.
3. Detalle del depósito bajo la Puerta Oeste: dos
troncos unidos por un clavo.
picas del sudeste de la península ibérica durante el siglo iv a.C. (Quesada 1997). Por lo que sabemos hasta
ahora de la distribución de los distintos tipos de armas entre los iberos, podemos señalar que estas espadas
y escudos, aun siendo más generalizadas que en el periodo precedente, se pueden asociar a las elites guerreras de la sociedad ibérica.
En el proceso de excavación se han identificado cinco conjuntos de armas en base a la presencia en cada
uno de ellos de una falcata. El conjunto más completo consta de una falcata con la vaina, un escudo, un
soliferreum, y otros objetos como pletinas y clavos [fig. 4]. Otros tres conjuntos están formados por la falcata
y el escudo, y se depositaron en una característica forma de cruz [fig. 5]. El último conjunto presenta únicamente una falcata decorada que se depositó junto a su vaina. Además de las armas descritas, hay varios fragmentos de lanzas y soliferrea, y de pletinas, clavos y herrajes que aparecen dispersos en toda la extensión
en la que se ha documentado la deposición y los restos de maderas quemadas. Las falcatas son las piezas
más espectaculares del conjunto: ostentan empuñaduras cuidadas, con forma de ave o caballo, y apliques
de bronce como elementos decorativos añadidos [fig. 6].
Es importante remarcar que estas armas no son restos de una batalla acaecida en la puerta sino de depósitos intencionados, como muestra la ubicación de los objetos y el orden en que se colocaron. Además, el
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4. El conjunto 1, formado por una falcata, un soliferreum, una manilla de
escudo, cerámica, clavos y pletinas.
sentido ritual queda confirmado por el hecho de que algunos materiales están quemados y las armas inutilizadas: las falcatas tienen las hojas dobladas por la punta, e incluso algunas tienen los filos mellados con
tres o cuatro golpes; los soliferrea están doblados o rotos y las lanzas aparecen fragmentadas. Todo indica
que también fueron inutilizadas, y luego depositadas junto a las espadas y escudos y junto a otras ofrendas
alimenticias que sufrieron intensamente la acción del fuego. No parece que la cremación de las maderas,
vasos y semillas tuviera lugar en este espacio, pues el pavimento sobre el que se depositaron apareció sorprendentemente limpio de cenizas. Nos inclinamos por pensar que la cremación ritual tuvo lugar en otra
parte, quizás a escasos metros, y que los objetos, algunos quemados, otros no, se depositaron siguiendo una
secuencia programada previamente.
Esta práctica de inutilizar las armas es bien conocida, pues sigue la norma de los rituales funerarios de
los iberos, consistente en doblar las armas al depositarlas en las tumbas para morir con el difunto y acompañarlo al Más Allá como objetos personales e intransferibles. Sin embargo, nunca antes se había visto que
esta práctica se realizara en espacios públicos, fuera de las necrópolis. De hecho, los hallazgos de la Bastida
5. El conjunto 2, con una falcata y
una manilla de escudo colocadas en
forma de cruz.
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6. Detalle del conjunto 1 en el proceso de excavación.
de les Alcusses no son tumbas –ni un solo resto humano, cremado o no, ha sido hallado entre el sedimento
de este depósito– y estamos ante un fenómeno ritual que no pertenece al ámbito funerario. Lo que hace especial este descubrimiento es que esta práctica se ha documentado bajo la entrada principal de un poblado.
Con las cautelas que impone el hecho de ser un hallazgo muy reciente en estudio, una interpretación preliminar apuntaría a que se trata de rituales heroicos llevados a cabo en un espacio público relevante, de elevadísima carga simbólica, como es la puerta principal del poblado. El ritual está también en relación con la
construcción precedente pues recordemos que los objetos se colocan sobre su suelo. Otra línea interpretativa
abierta a examen es la que entiende estos depósitos como cenotafios o tumbas de guerreros sin cadáveres,
a modo de monumentos conmemorativos de actos singulares o sucesos destacados.
Las armas depositadas son símbolos de autoridad guerrera y política, de modo que el ritual fue promovido
por los grupos que ostentaban el poder en esta sociedad. Un aspecto interesante en relación al simbolismo
de esta práctica es que hubo un interés por mantener la memoria del ritual y, quizás, del significado que
atribuyamos a las armas: los conjuntos con falcatas estaban señalizados con grandes piedras hincadas en el
pavimento y con losas visibles al transitar por la puerta pero que no impedían el paso. Este detalle invita a
pensar que el espacio de la entrada principal se utilizó como escenario para construir la memoria social del
grupo que habitaba el oppidum.
El protagonismo que las armas tienen en este ritual invita a pensar que la base ideológica que sustenta
tanto la apropiación del espacio como la legitimidad política que requiere el oppidum que se iba a fundar,
se articulan a través de las mismas. Es un ritual heroico, que vinculamos a las elites de la sociedad, y colectivo.
En este sentido, el ritual y su memoria preservada en la puerta crean un potente símbolo conceptual para el
establecimiento del oppidum. El proyecto político del oppidum se define mediante la transmisión de los valores guerreros por parte de los grupos de la elite (¿o es incluso el recuerdo a los mismos guerreros si se interpretan como cenotafios?) y, a la vez, configura la memoria colectiva del asentamiento al ser señalizados.
En síntesis, la apropiación de un espacio monumental preexistente, el ritual detectado con armas y la
construcción de una puerta en la que se guardaba y celebraba la memoria de esta acción –con las implicaciones simbólicas y de liminalidad que ello conlleva– son todo distintas facetas del mismo fenómeno: la
constitución del poder político del oppidum.
EL oppidum, Lugar dE podEr sobrE EL tErritorio
La fundación de un poblado de estas características es una acción colectiva dirigida desde esferas de poder.
De donde procedían estos ocupantes no lo sabemos con certeza, pero los objetos materiales y las prácticas
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7-10. Vistas aéreas de la Bastida de les Alcusses, según una hipótesis de reconstrucción en el momento final de la ocupación del poblado.
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11. Compás de bronce articulado y
anzuelo de bronce (altura del anzuelo
6,7 cm). Piezas de este tipo son muy
raras en la Bastida y su posesión y el
conocimiento asociado a ellas se
mantendría en círculos especializados.
detectadas en el poblado muestran que los iberos que se instalaron sobre esta loma compartían rasgos culturales y materiales –armas, cerámica, adorno personal– con otros grupos de la zona que se conoce como la
Contestania (Abad et alii 2005), ubicada entre las actuales provincias de Alicante, Murcia y Albacete.
La construcción de este poblado se proyectó sobre un promontorio que mantiene un excelente dominio
visual sobre el entorno, donde se detecta una ocupación dispersa de pequeños asentamientos no fortificados.
Aunque este poblamiento está sólo conocido por prospección (capítulo 3), podemos plantear una hipótesis
sobre el proceso de organización territorial que tuvo lugar en esta zona basándonos, en parte, en los trabajos
en otras áreas próximas como los valles de Alcoi (Grau 2002, 250).
Como se ha dicho, el patrón de asentamiento en estos momentos está regido por el surgimiento de poblados en altura, los llamados oppida, con una serie de asentamientos subordinados de carácter rural. En
el caso que nos ocupa es sugerente entender la fundación como el inicio de un proceso de re-configuración
del territorio político. Y decimos reconfiguración porque recordemos que una edificación sobre este promontorio ya imponía su presencia en el paisaje.
Siguiendo esta línea argumental la visibilidad de los oppida en el territorio depende, en parte, de la construcción de una gran obra colectiva: la muralla. En el caso de la Bastida la muralla y las cuatro entradas monumentales pueden leerse, también, en claves política, económica y simbólica: aúnan tanto la capacidad de
comunicar la simbología del poder que se ejerce desde el oppidum, como la identidad de sus habitantes dentro de los límites protegidos por el espacio social (Moret 1998; Ruiz 1998, 295). Así, las dimensiones simbólicas de ostentación del poder, las de pertenencia a la comunidad de ocupantes, y las defensivas o
protectoras se aúnan en la muralla, en cuanto expresión del poder de los linajes dominantes que residirían
allí [figs. 7, 8, 9 y 10].
El control de los recursos
Las razones que llevaron a un grupo de iberos a emprender un proyecto de agregación semejante ofrecen
la clave para entender la creación del oppidum: el control de los recursos y el tráfico de mercancías. Este
control se puede ejercer de forma directa, mediante la presencia efectiva en el territorio o a través de intermediarios. En el caso de la Bastida es seguro que las dos estrategias se llevaron a cabo. La primera lo confirman los yacimientos documentados en el entorno inmediato, en torno a un radio de unos 5/7 km (fig. 1
del capítulo 3). Si bien no podemos interpretar todas las dispersiones de cerámica como asentamientos, sí
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12. El almacén, en marrón, y los espacios de circulación adyacentes vinculados al edificio. Con un círculo azul se indica la ocultación de plata y con un círculo verde la concentración de arandelas-lingotes de bronce. Con un cuadrado rojo se señala el lugar de
hallazgo del sello de terracota.
que son todas ellas significativas de la actividad rural que se llevaba a cabo en los alrededores, y así podrían
ser desde pequeñas granjas o caserías, hasta campos de cultivo o lugares de ocupaciones intermitentes de
pequeño tamaño. Por otro lado, la segunda estrategia para asegurar el acceso a los recursos, mediante intermediarios y contactos de redes comerciales, también está suficientemente constatada (capítulos 5, 6 y 7).
Una característica fundamental de las aglomeraciones de población en época premoderna es su papel
como aglutinantes de redes comerciales e intercambios. Y así, la Bastida no es simplemente un poblado
grande sino que es un centro de poder político sobre el territorio y el lugar en que se concentran los recursos,
las mercancías, la producción y el excedente en base a derechos adquiridos. Estos núcleos –que no difieren
sustancialmente de las ciudades de la antigüedad– pueden verse como lugares de acumulación, consumo e
intercambio.
La idea que queremos subrayar es que el control de los recursos, bien los extraídos del territorio inmediato, bien los procedentes de áreas más alejadas o incluso muy distantes, es la clave para entender esta
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aglomeración fortificada: productos agrarios, minerales, objetos exóticos y otros elementos procedentes del
intercambio son algunos de los recursos materiales
constatados en el oppidum. Pero, además, ahí también
se concentran recursos inmateriales en forma de tecnología y habilidades (copelación, siderurgia, artesanado)
y saberes (cómo hacer, dónde ir, quién lo tiene) o conocimiento (escritura, controles administrativos) [fig. 11].
Mantener e incrementar la riqueza en este sistema
socioeconómico pasa, fundamentalmente, por el control de los recursos de la tierra como se ha propuesto,
por ejemplo, en el territorio edetano (Bonet et alii 2007
b). Según el modelo de Ruiz y Molinos (Ruiz y Molinos
1993; Ruiz 2000, 19) los grupos dominantes concederían derechos de explotación a otras familias. Así, las
13. Sello de terracota (anchura 4,1 cm).
herramientas de trabajo agrario en algunas casas de la
Bastida (capítulo 5) muestran que allí vivían propietarios de tierras que mantendrían el derecho de uso. Sin
embargo, ignoramos si estos derechos serían cedidos a otras familias campesinas en establecimientos semipermanentes. La falta de excavaciones arqueológicas en los asentamientos del Pla de les Alcusses nos impide valorar el carácter de las mismas, si eran permanentes o no, cuántos ocupantes albergaban o qué
relaciones materiales –en forma de tributo o dependencias– mantuvieron con el lugar central. El carácter
de la ocupación del territorio, el tipo de implantación sobre el terreno cultivable y las relaciones con la Bastida son aspectos de crucial importancia, porque contextualizarían en un marco político las herramientas
del trabajo de la tierra que se detectan en el oppidum.
En perspectiva histórica, la fundación de la Bastida se enmarca en una reestructuración económico-social
a partir de los siglos v y iv a.C. que, arqueológicamente, se reconoce en la multiplicación de centros para la
explotación de los recursos, con redes intra e interregionales de intercambio, en la aparición de granjas agrícolas dependientes, en la generalización de la producción con herramientas de hierro y en el surgimiento
de nuevos polos de redistribución (Aranegui 2009). Esto no parece ser un fenómeno aislado del ámbito ibérico pues la misma dinámica de expansión agraria se ha detectado en estos siglos en otras áreas del Mediterráneo como el ámbito púnico y griego (van Dommelen y Gómez Bellard 2008, 235).
La canalización de las mercancías
La construcción y mantenimiento de una red de viales para el paso de carros con mercancías fue una inversión imprescindible en este marco socioeconómico. El ejemplo más espectacular lo ofrece el Castellar de
Meca con una red de caminos excavados en la roca (Broncano y Alfaro 1990 y 1997). Para el caso de la Bastida
hemos visto que se proyectaron tanto una red de viales que llegaban a cuatro puertas carreteras, que albergaban equipamientos para el control de mercancías, como un sistema de circulación interna estructurada.
Este esfuerzo constructivo y organizativo se explica porque son los canales para facilitar el movimiento de
mercancías: tanto el acopio de recursos para el centro de consumo como la salida de otros productos. Esta
interpretación entiende la Bastida como un lugar de primer orden en clave comercial que regiría la llegada
de productos, materias primas, objetos exóticos, ideas, saberes y conocimiento.
Centralizar y almacenar
La necesidad de ejercer un control sobre los recursos y productos que llegaban al oppidum es un aspecto
importante en la política económica de los grupos dominantes. Este control se puede conseguir a través de su
almacenamiento o bien a través del mantenimiento de redes de intercambio. Ambas prácticas son esenciales
para construir y mantener el poder e incrementar la riqueza. El concepto clave aquí es el de excedente, esto
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14. Distribución de los aperos para el trabajo de la tierra en la Bastida: arados, arrejadas, podones, hoces, layas, zapapicos y azadas.
es, lo que queda cuando las necesidades básicas de reproducción, los requerimientos para la subsistencia de
segmentos de la sociedad no productivos o incluso fondos destinados al intercambio están garantizados (Wolf
1982, 14).
Hemos interpretado el Conjunto 7 como un gran almacén central (capítulo 4). En este almacén se acumularía y centralizaría un volumen de productos agrarios que sobrepasa las necesidades domésticas, lo que
es característico del modo en que se articulan las sociedades jerarquizadas. Desconocemos si las divisiones
de espacios del almacén corresponden a tipos de productos diversos, pero podemos asegurar que, al menos
el cuerpo principal, sería un granero. Así lo muestran los trojes documentados y el hallazgo de tres molinos:
dos en el Depto. 131 y una base de molino de gran tamaño en el Depto 155 (fig. 24 del capítulo 1). Los diarios
de excavación revelan que este almacén no albergaba grandes recipientes cerámicos. Según los cálculos hechos por Guillem Pérez Jordà sólo el núcleo principal que forma el almacén, según ha sido descrito en el capítulo 4, tendría una capacidad de almacenamiento de, al menos, 23.000 litros, aunque podría superar el
doble si contamos también los cuerpos adyacentes a este conjunto. Esta cantidad supone el cultivo de entre
22 y 27 ha de cereales con una productividad de 4/5 a 1.
Dos características de los espacios de almacenamiento son su especial visibilidad y la protección de su
acceso (Given 2004, 36). El almacén de la Bastida se ubica en un espacio central del poblado, en relación
con el eje de circulación principal [fig. 12]. visto en perspectiva, podemos decir que el oppidum es, en parte,
un almacén fortificado y que está organizado internamente alrededor del almacén. Además, una arquitectura
especial, en forma de potentes y anchos muros y de amplios espacios enlosados en el Depto. 122, contribuye
al efecto de mostración que forma parte de su dimensión social.
El control del excedente, mediante su almacenamiento centralizado, es consecuencia de la configuración
política en el oppidum y es crucial para articular el poder y mantener las divisiones sociales en este tipo de
organización socioeconómica. Además, el excedente, sobre todo si es en volúmenes grandes, debe adminis-
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15. Localización de los talleres de copelación de galena argentífera en los Conjuntos 3 y 4. Con dos puntos verdes se indica el lugar
de procedencia de los fragmentos de plata y bronce recortados. Con cuadrado azul se indica el Depto. 236, donde se hallaron los
pasarriendas de bronce del carro ceremonial.
trarse y registrarse convenientemente. Ya hemos hecho referencia al uso de la escritura sobre plomo para
llevar registros económicos (capítulos 7 y 9) pero no era el único medio. Al respecto, una pieza de terracota
hallada muy cerca del almacén invita a pensar que existían mecanismos de control administrativo del movimiento de productos en este edificio. Se trata de una estampilla cuadrangular con un motivo abstracto en
forma de esvástica enmarcada por tramos cortos en cada lado; en su lado posterior tiene un pequeño asidero
con orificio [fig. 13]. Procede del Depto. 112, un espacio contiguo que recae a una plaza en la que confluyen
dos vías de circulación: la calle central y el camino de ronda norte. No es casualidad que el sello proceda de
aquí porque esta zona debe vincularse también al almacén: la plaza es imprescindible para facilitar el tránsito
de carros de mercancías junto a estancias administrativas del edificio.
Si la interpretación de esta pieza como sello es acertada, implicaría que se llevaba a cabo el registro y
control de determinados movimientos canalizados a través del almacén. Un detalle de interés lo proporciona
la representación de la esvástica, que pudo ser un motivo simbólico compartido en el que se reconocerían
los grupos de la elite pues hay tres botones de bronce que ostentan la misma representación.
Otro aspecto de interés es que se concentraba el metal precioso muy cerca del almacén: cinco piezas de
plata en los Deptos. 103-105 y cinco arandelas-lingotes de bronce del Depto. 142 (capítulo 7) [fig. 12]. Ello
invita a plantear la hipótesis de que los grupos dominantes también controlaban la acumulación del metal en
bruto, en forma de piezas de plata y bronce preparadas para circular en redes de intercambio. Pero mientras
el metal preciado se acumulaba y centralizaba, las actividades productivas metalúrgicas no estaban centralizadas sino repartidas en manos de varias familias del poblado, en grados diversos según cada casa o manzana.
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Tras una ideología que celebra la redistribución del excedente desde un equipamiento colectivo subyace
un sistema en que unos pocos se benefician del trabajo de otros y la imposición de cargas en forma de tributos
o prestaciones. Por todo ello, el almacén identificado en la Bastida es susceptible de ser interpretado en clave
jerárquica: una parte de los productos que eran transferidos al oppidum se centralizaban en un almacén
que ocupa una posición central en la organización interna. Dominar el almacén implica el control sobre la
distribución de los excedentes y la existencia de relaciones asimétricas de poder. Lejos de ser sólo un espacio
para almacenar productos, este edificio es la expresión material de la fiscalización del trabajo humano y del
poder que se ejercía para atraer recursos al oppidum.
EL
dEspLiEguE dE Las EstratEgias Económicas dE Las casas: tiErra y copELación dE La gaLEna
argEntífEra
En los oppida ibéricos se establecen relaciones clientelares que condicionan derechos como, por ejemplo,
el acceso a los recursos (Ruiz y Molinos 1993; Ruiz 1998). Uno de ellos es la tierra, cuya explotación depende
de las conexiones sociales de cada familia y de las condiciones técnicas y materiales de las casas. En este
sentido, la distribución de algunos útiles y enseres en la Bastida puede arrojar luz sobre la estructura social
y permite explorar las relaciones de poder que existieron dentro del oppidum.
Las líneas que siguen son, pues, una reflexión metodológica e interpretativa sobre el modelo teórico clientelar aplicada a los datos de la Bastida. Hay pocos estudios que, por el momento, se hayan podido basar en
una documentación tan rica, y este yacimiento posiblemente sea el único en la fachada mediterránea peninsular en el que se puede emprender esta línea de análisis, y ello es debido al volumen excavado y la documentación que ofrece derivada del abandono violento del mismo.
En nuestra propuesta no tomamos el modelo
clientelar como algo ya dado sino que es necesario
investigarlo, pues lo entendemos como el resultado de actividades y relaciones socioeconómicas
de los habitantes de las casas, la piedra angular
de las relaciones sociales y económicas. La atención, pues, se desplaza a las estrategias desplegadas por las familias para concentrar, mantener y
transmitir su riqueza, prestigio y estatus.
Seleccionamos para estas pesquisas las herramientas del trabajo de la tierra y las evidencias de copelación de galena argentífera, pues
son la parte más visible de un sistema del poder
que mantenía en los campos y en las minas personas sometidas al trabajo a través de redes
clientelares.
Las herramientas son los medios técnicos con
los que se transforma el entorno. Podemos conocer la magnitud de la actividad productiva en la
Bastida a partir de la distribución de arados,
hoces, podones, layas y azadas –dejamos a un
lado otros objetos como legones o picos, pues
caben dudas sobre su uso exclusivo en agricultura. Esta distribución muestra una pauta significativa: en primer lugar, no hay un espacio que
concentre todos los aperos sino que están muy repartidos en el oppidum. Sí hay, con todo, una tendencia a su concentración en aquellos conjuntos
16. El jinete de bronce de la Bastida, fotografiado en los laboratorios del SIP tras su hallazgo.
que están situados al norte de la calle central; en
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17. El Depto. 267, junto a la Puerta
Este, en el proceso de excavación, con
la vajilla doméstica destruida entre
los derrumbes de las estructuras (año
2006). Imágenes como ésta indican
que los habitantes de la Bastida
abandonaron rápidamente el poblado.
segundo lugar, están ausentes o muy poco representados al sur de esta calle, en los Conjuntos 3, 4, 5 y 6; y, finalmente, hay una especial concentración de arados y arrejadas junto al granero (cinco arados y cuatro arrejadas) [fig. 14]. No debemos ignorar el hecho de que el poblado tuvo un final violento de modo que cabe la
razonable duda de que esta pauta correspondiera exactamente a la situación normal durante la ocupación.
Con todo, el abandono violento del poblado pudo afectar más a la distribución de las armas, por la naturaleza
del conflicto que lo causó, que a la de las herramientas, por lo que podemos confiar en la imagen que nos dan.
Esta imagen se interpreta en clave del volumen de producción y capacidad de acumulación y comercialización de excedentes de que es capaz cada unidad familiar o de co-residencia. Los arados, identificados
por la reja de hierro, son particularmente interesantes en este razonamiento. En condiciones óptimas de
tierra, animales de tiro y clima se pueden arar entre 6 y 7 ha por año, a razón de 0,2-0,3 ha/día por arado
con dos bueyes, y siendo los días arables al año entre 20 y 30 (Foxhall 2003). Dado que en estas condiciones
técnicas el aumento de la producción sólo puede conseguirse mediante el incremento de la fuerza de trabajo
entonces el número de arados nos indica las hectáreas en cultivo de cada casa e, indirectamente, las personas
movilizadas para obtener fuerza de trabajo.
A la vista de estos datos se advierte que hay una cierta variedad en la superficie de terreno en cultivo o
las personas movilizadas por cada casa o manzana. El Conjunto 10, por ejemplo, es uno de los espacios
donde se concentran más arados. Podríamos pensar que gran parte de sus esfuerzos iban destinados al trabajo de la tierra, y no es casualidad que aquí, en el Depto. 48, se encontrara un registro escrito (capítulos 7
y 9) de las actividades económicas.
Respecto al almacén, los cuatro arados y las cinco arrejadas halladas en los patios y plazas adyacentes
invitan a pensar que no era solamente un lugar de almacenamiento de excedente sino una institución que
controlaba tierras –al menos 36 ha a partir de la extensión en cultivo por cada arado– y, sobre todo, los mecanismos necesarios para movilizar la fuerza de trabajo necesaria.
Pasemos a examinar las casas sin aperos. Llama la atención que entre este grupo se encuentren casas
muy grandes, con soluciones arquitectónicas –enlosados, muros potentes– y con objetos ciertamente singulares: por ejemplo, el único fragmento de plata fuera de la ocultación mencionada (fig. 13 del capítulo 7),
lingotes de bronce recortados o con objetos tan especiales como el carro ceremonial con varios bocados de
caballo de los Deptos. 236-237, o los exvotos de bronce del jinete o el buey. Estas casas, además, no tienen
molinos [fig. 15 del capítulo 6]. Entre las actividades de este grupo de casas destaca la obtención de plata
mediante la copelación del plomo argentífero ya que en los Conjuntos 3 y 4 hay, al menos, siete talleres en
funcionamiento en el momento del abandono del poblado [fig. 15], lo que muestra un artesanado especializado ligado a las elites.
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Nuestra propuesta interpretativa vería que sus ocupantes debieron controlar los mecanismos que les dieran acceso a la cosecha excedentaria –recordemos, además, que no hay molinos en estos conjuntos–, bien
para su sustento o bien para intercambiarla por el gran volumen de mineral de galena que parecen importar.
Ello nos lleva a proponer que ejercerían un fuerte poder simbólico que les permitía controlar los recursos
agrarios del almacén. Este poder pudo estar, de alguna manera, ritualizado como sugieren los exvotos del
buey con arado, que simboliza el trabajo de la tierra, y del jinete, la posesión de armas [fig. 16].
Unidad y diversidad en el oppidum
Estamos, por así decirlo, al menos ante dos niveles jerárquicos en el poblado. Por un lado, los grupos
que habitaban en el sector sur que, prescindiendo directamente de los medios de producción, debieron acceden a los excedentes agrarios y controlar la fuerza de trabajo ajena. Por otro lado, los propietarios de
tierras de otras manzanas que aportarían una parte del excedente productivo al almacén.
Además, existieron diversas esferas de interacción social que determinaron las relaciones sociales de sus
habitantes. Al menos reconocemos dos: una a escala familiar, cuyos miembros operaban según las conexiones y relaciones de sus redes clientelares fuera del oppidum, en los asentamientos dependientes; y otra que
es más amplia que el espacio de la casa, que es el de las manzanas. De ello se deduce que la forma de acumular riqueza parece variar de unas manzanas a otras. Algunas funciones se integraron por barrios o manzanas, lo que abre la puerta para explorar la sectorialización de las actividades en el poblado y la
configuración de relaciones suprafamiliares o parentales más amplias, como las clientelas. Estas relaciones
suprafamiliares son más importantes en ocasiones, como se han encargado de señalar algunos estudios etnográficos (Joyce y Gillespie 2000).
La identidad de los residentes de la Bastida se encontraría negociada entre la unidad, en tanto que habitan
dentro de límites de la muralla, y la diversidad, patente al examinar los barrios y las casas: mientras la muralla trasluce un esfuerzo colectivo y coordinado, en cambio no hay una manzana ni una casa igual a otra.
Todas las familias mantuvieron una relativa autonomía dentro del poblado, pues en cada casa se organizaron
los espacios de acuerdo a las necesidades de sus ocupantes que, además, desplegaron estrategias económicas
diversas, con equipamientos específicos en relación a las actividades.
Esto nos da una imagen más dinámica de la estructura social dentro del oppidum, con familias que se
especializan en trabajos diferentes –tierra, metalurgia– pero con una capacidad de acción determinada por
las jerarquías del oppidum.
18. Bloqueo de grandes piedras construido en la parte posterior de la
Puerta Sur sobre el derrumbe de tierra
de la entrada (año 2002).
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19. Visión idealizada del
abandono de la Bastida,
mientras se consumen sus
casas entre las llamas (dibujo Francisco Chiner).
confLicto y abandono
Apenas tres generaciones después de su fundación el poblado fue abandonado. Diversas pistas que extraemos de la excavación indican que este abandono no fue un hecho pacífico y voluntario sino que fue generado por un conflicto. Así lo dan a entender que dos de las cuatro entradas se tapiaran (capítulo 4), quizá
debido a amenazas percibidas, que muchas casas estén incendiadas, que algunas joyas se encuentren en las
calles, al igual que armas, herramientas y enseres dispersos [fig. 17]. Que hubo saqueos lo confirma el hecho
de que muchos espacios del granero se encontraron vacíos al ser excavados en 1930. Los ocupantes abandonaron la Bastida sin poder recuperar muchos objetos que aún estaban en perfecto estado. Ballester y Pericot ya lo señalaron tras la primera campaña de excavación:
“Objetos de todas clases, de adorno, armas, útiles diversos, pequeñas joyas y hasta menudos vasos y
las conocidas piedras de molino a mano, aparecen esparcidos, como sembrados, por todas partes, en las
habitaciones y fuera de ellas [...] Son manifiestas las huellas de un gran desorden acaecido en el poblado
[...] Confirman las excavaciones que no fue abandonada voluntaria y pacíficamente sino que [...] fue
arrasada y tal vez incendiada, probablemente después de un asalto” (Ballester y Pericot 1929, 183-184)
Las excavaciones llevadas a cabo a lo largo de 10 años en las cuatro entradas revelan una historia compleja
que acabó en el abandono del poblado. En la parte posterior de la Puerta Sur se levantó una estructura de
grandes bloques de piedra dispuestos transversalmente, a modo de bloqueo o cierre (fig. 25 del capítulo 4).
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Presenta la particularidad de que se construye después de que la puerta se hubiera tapiado y derrumbado,
amortizando parte del derrumbe [fig. 18]. Estructuras similares construidas también sobre derrumbes de
adobes las hay en la Puerta Oeste y en la Puerta Este.
La fecha de estas construcciones se sitúa, igual que el resto de la ocupación del poblado, en el siglo iv
a.C. Al principio, las interpretamos como ocupaciones puntuales una vez abandonado el poblado, aunque
nos extrañaba el hecho de que todas se hallaran junto a las puertas y la muralla y no en las manzanas de
casas –en la Bastida no hay documentada una sóla construcción que amortice una casa preexistente. Nuestra
propuesta es que se trata de refuerzos para mejorar la vigilancia del perímetro y de los espacios adyacentes
a las débiles entradas: en la Puerta Oeste se levanta una plataforma adyacente a la muralla y en la Puerta
Sur se construye un paramento de muralla sobre una puerta ya arrasada.
En otras publicaciones se apuntó la hipótesis de que ante una amenaza se pudiera haber empezado a
construir el primer recinto de muralla, según se accede por el lado oeste, y que nunca llegara a ser acabado
(Díes et alii 1997, 228; Bonet et alii 2005; Bonet y vives-Ferrándiz 2009). Dejando a un lado la dimensión
defensiva de este hecho, es sugerente plantearse si, además, se trata de un proyecto de ampliación del espacio
habitable, y por tanto de crecimiento del espacio delimitado por las murallas del oppidum. Según esta hipótesis, un plan para albergar más gente sería consecuencia del acrecentamiento del poder de este oppidum
lo que quizás fue el desencadentante del ataque y destrucción del poblado.
Sea como fuere, las armas encontradas en las puertas no son ajenas a este final conflictivo. Por ejemplo,
en la Puerta Sur hay puntas de lanza, un soliferreum y una punta de flecha de bronce; en la Puerta Oeste
una falcata y una punta de lanza; en la Puerta Este puntas de lanza y un mango de escudo (capítulo 8). Los
sucesivos refuezos y tapiados en las entradas nos llevan a pensar que esta fortificación pudo ser asaltada en
un tipo de contexto conflictivo en el que el asedio formal con bloqueo o cerco y grandes maquinarias no se
da, pues los ataques se deben a sorpresas o argucias entre pequeños grupos (Quesada 2002; 2007, 94; Bonet
2006, 34).
Entendemos que el conflicto que generó este final está en relación con el propio poder político-económico
que proyectaba el oppidum sobre el territorio. Los recursos y tierras controlados por el poblado, y los contactos y el comercio que atraía, conllevaron acciones de otros grupos iberos que acabaron por forzar el abandono del poblado [fig. 19]. Esta inestabilidad política no es exclusiva de la Bastida, pues son varios los
poblados de época ibérica plena del entorno que se abandonan ahora: el Puig en Alcoi (Grau y Segura 2010,
94), el Puntal de Salinas en villena (Hernández y Sala 1996) y un poco más tarde la Covalta en Albaida (vall
de Pla 1971). En el siglo iv a.C. también parece que pierden sentido algunos monumentos funerarios como
sucede en las necrópolis del Corral de Saus (izquierdo 2000), el Cabecico del Tesoro (Quesada 1989), Cigarralejo (Cuadrado 1987) o Cabezo Lucero (Aranegui et alii 1993). Aunque este fenómeno no es explicable
en todos los casos como destrucciones activas, sí es significativo de que durante este tiempo se estaban modificando las estructuras de poblamiento y de dominación vigentes (Chapa 1993).
siLEncio
El final de la Bastida de les Alcusses conllevó el cese del sistema de relaciones políticas y económicas que
se había construido desde allí. Sus ocupantes, antes poderosos, ahora estaban desposeídos dejando allí enseres y otros objetos personales. Aunque siguió la ocupación y la actividad rural en el Pla de les Alcusses, el
poblamiento se estructuró ahora desde otros oppida y esta loma cayó en el olvido durante siglos.
Algunos visitantes esporádicos pudieron haber frecuentado el lugar en época romana o moderna, pues
hemos documentado algún fragmento aislado de cerámica de estos periodos y, más recientemente,
carboneros o pastores hicieron del promontorio un lugar de paso. La experiencia de aquellos que subieran
allí sería diferente a la nuestra: estructuras arruinadas y ocultas entre la vegetación pertenecientes a un
pasado remoto o mítico. El lugar no parece que fuera significativo en la memoria social, pues nadie volvió
jamás a ocuparlo hasta que, a principios del siglo xx, un grupo de hombres emprendieran investigaciones
arqueológicas en el sitio y, en cierto sentido, abrieran un puente hacia el pasado. Los siguientes tres
capítulos abordan la recuperación del yacimiento como lugar de memoria, esta vez en la sociedad
contemporánea.
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la ruina moDificaDa
Helena Bonet Rosado y Jaime ViVes-FeRRándiz sáncHez
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ruinas, patrimonio y mEmoria
L
as excavaciones en la Bastida han sacado a la luz restos materiales, en forma de objetos muebles e inmuebles, con los que los arqueólogos reconstruimos algunos pedazos de historia. Esta materialidad
es muy potente (la muralla, las casas destruidas, los objetos cotidianos) pero está condenada al silencio
porque los restos no hablan por sí solos de lo que allí ocurrió. El pasado ya no existe, y en cambio el yacimiento sí. Pero ambos, pasado y yacimiento, son presente y forman parte de nuestro mundo. Esos restos se
han definido por una relación desde hoy y aquí, poniendo en marcha un poderosísimo mecanismo según el
cual la Bastida ofrece la posibilidad de relatar historias (ingold 1993, 152). intentamos comprender y explicar
estas historias desde otro tiempo, con otro sistema de valores y con otros ojos. Sólo asumiendo que nuestros
discursos están condenados y destinados a ser fragmentarios debemos abordar el estudio de los restos arqueológicos y lo que es tan importante o más: su presentación al público.
La presentación al público de los restos arqueológicos inmuebles parte de su consideración como ruinas
que se deben valorar y musealizar. La ruina es un concepto clave en el discurso del patrimonio. Desde el
siglo xv el imaginario europeo ofrece una muestra casi inabarcable del símbolo de la ruina como metáforas
del paso del tiempo y del desarrollo (Roth et alii 1997; Canogar 2006, 25). Este símbolo es reconocible anteriormente en otras expresiones culturales y queda vinculado, a partir del Barroco, a las ideas de la vanitas
como la inevitabilidad de la muerte en tanto que parte indisociable de la vida. Carpe diem, decimos, ya que
los restos del pasado indican que eso nos espera en el futuro.
Siglos de producción intelectual –artística, literaria, filosófica– en estas líneas de pensamiento conformaron la idea de la ruina como construcción simbólica y, ante todo, estética, esto es, sin ubicación en un tiempo
preciso porque nunca eran evidentes las causas que las habían provocado. Son los casos, por ejemplo, de los
restos constructivos ruinosos que Claudio de Lorena incluía en sus cuadros, o los celebres aguafuertes de las
ruinas romanas hechos por Piranesi. En el primer caso, las ruinas eran recursos escénicos y asociaciones con
un pasado que siempre debía ser glorioso; y en el segundo caso, Piranesi pretendía exaltar la grandeza del
trabajo de arquitectos e ingenieros de la antigüedad, y romanos concretamente (Jiménez-Blanco 2005, 92).
Argullol (2006) ha denominado arqueología trágica el modo en que lo perecedero domina en la obra de
Piranesi. Pero además, la vegetación que cubre y enmascara las ruinas en todas estas escenas es importante
porque integra monumento o civilización y naturaleza, mostrando el poder de ésta frente a la obra construida
que, sin embargo, acaba sobreviviendo y trascendiendo el mundo natural.
Las primeras miradas a las ruinas convertidas en restos para la indagación del pasado –y no sólo restos
míticos en el vacío del tiempo– corrieron a cargo de anticuarios y eruditos que, desde principios del siglo
xviii, excavaron sitios como Herculano, Pompeya, la villa Adriana o Tívoli (Jiménez-Blanco 2005). viajeros
y artistas participaron también de ello, al convertir las paradas italianas en puntos imprescindibles del Grand
Tour.
Hoy en día aquellas ruinas que fascinaron a poetas y pintores desde el Renacimiento se tratan de otra
manera. La decadencia vinculada a la imagen de la ruina en el movimiento romántico no es un valor de los
monumentos arqueológicos actuales. No queremos que sean espacios abandonados ni que la melancolía na-
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1. Planta del Conjunto 3 donde se indican las fases constructivas y posibles áreas funcionales. Según E. Díes.
tural emane de ellos. Son espacios intervenidos, son ruinas modificadas, pretendiendo seguir aquella reflexión y ensueño que sugería la ruina –vinculada también al valor estético de la contemplación de un paisaje
pintoresco, melancólico–, poniendo de relevancia la relatividad de la vida o de las cosas materiales.
En el mundo contemporáneo es incuestionable el papel central del resto arqueológico en los procesos de
conciencia y de pertenencia y como elementos comunes de un pasado compartido. En realidad, su valor deriva en gran parte de este hecho, no sólo de su materialidad o de su integridad, aunque estas características
lo potencian. Reflexionar sobre el pasado y la naturaleza de estos restos, de otras vidas, conlleva cuestionar
nuestras visiones sobre las dimensiones temporales en relación con el patrimonio y el uso que debemos
hacer de él en el presente. Los yacimientos son vistos como lugares de la memoria (Nora 1984), donde confluyen tres dimensiones temporales: pasado, presente y futuro. En tanto que creador de memoria, el patrimonio adquiere la consideración de ser algo digno de ser conservado y deriva, claramente, del interés y
necesidad de determinados grupos de población de apoyar la definiciones identitarias que se construyen a
diversas escalas. El patrimonio funciona, pues, como una narrativa: una tradición que esgrime una relación
entre el pasado, la comunidad (o comunidades) y la pertenencia, de manera que el patrimonio y su registro
recuerda que no solo hablamos del pasado sino también del futuro (Rowlands 2002, 113).
Este proceso ya se identifica desde el surgimiento de los estados nacionales, se intensifica desde la segunda
mitad del siglo xx en las sociedades occidentales, aunque con grados diferentes según los países y regiones.
Se traduce en un cambio en la escala de valores desde inquietudes materialistas a otras postmaterialistas,
entre las que se encuentran sentimiento de autorrealización y identidad (García Ferrando y Ariño 1998, 61).
Decía Hobsbawm que si queremos comprender de qué modo el pasado se ha convertido en presente,
hemos de comprender también nuestras complejas relaciones con este pasado; y éstas incluyen tanto la
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2. Viviendas del sector central antes de
la intervención. 1990.
necesidad histórica de transformarlo, como el deseo de mantener, de establecer e incluso de inventar una
continuidad. Una parte esencial de la labor que pretende compartir puentes con el pasado implica la intervención en los restos arqueológicos para mejorar su presentación al público, para hacerlos legibles. A
continuación se repasan, pues, los criterios y las fases de trabajo en las consolidación de los restos de la
Bastida y otras acciones encaminadas a su puesta en valor.
La puEsta En vaLor: dE La Excavación a La apErtura aL púbLico
La génesis del proyecto de puesta en valor de la Bastida de les Alcusses se remonta al año 1990, estando
de director del Museo de Prehistoria Bernat Martí. Cuando se inicia este proyecto ya contábamos con la experiencia de haber intervenido en la consolidación y restauración de otros yacimientos ibéricos situados en
el área edetana, como son el Puntal dels Llops de Olocau, el Castellet de Bernabé de Llíria y la Seña de villar
del Arzobispo, a los que se uniría también en los años 90 el Tossal de Sant Miquel de Llíria. De modo que al
gestarse la idea de intervención en la Bastida se abordó con un ambicioso proyecto no sólo de consolidación
y puesta en valor sino también como un centro de investigación y difusión, acciones todas ellas que continúan
en la actualidad. El yacimiento era perfecto: declarado Monumento Histórico-Artístico desde 1931 tiene la
figura de máxima protección dentro de patrimonio histórico-arqueológico y cuenta además con un gran área
excavada y todo el perímetro bien delimitado, lo que permitía varias zonas de actuación. A ello hay que añadir
la documentación excepcional de las excavaciones depositada en el archivo documental y fotográfico del Servicio de investigación Prehistórica así como una extensísima bibliografía peninsular sobre la mayoría de los
aspectos y materiales del yacimiento.
La iniciativa fue coordinada entre la Conselleria de Cultura de la Generalitat valenciana y la Diputación
de valencia con un equipo formado por los arquitectos de la Conselleria, Julián Esteban y Ricardo Sicluna,
y los arqueólogos, Helena Bonet y Enrique Díes. La intervención contemplaba el desarrollo de diversas fases
de trabajo entre investigación, excavación, consolidación y puesta en valor que ya han sido publicadas con
anterioridad. (Díes et alii 1997; Bonet et alii 2005).
Uno de los primeros trabajos fue el estudio previo de parte del sector excavado entre 1928 y 1931, cotejando los restos conservados con todos los datos urbanísticos y planimetrías de la documentación existente
–diarios, archivo fotográfico, inventarios y publicaciones–. También se revisó la distribución de los materiales y enseres arqueológicos de los conjuntos más comprensibles y, lógicamente, se tuvo en cuenta la conservación de las estructuras con el objetivo de atribuir posibles funcionalidades a los espacios [fig. 1]. Hoy
en día, aún se continúa esta labor con los conjuntos inéditos e incluso se están revisando y reinterpretando
muchos aspectos de las manzanas restauradas y publicadas recientemente.
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3. Lienzo de la muralla oeste antes de
la consolidación.
Las fases de trabajo han alternado las excavaciones con las intervenciones de consolidación de estructuras. En la fase inicial, entre 1991 y 1992, se decidió actuar en dos puntos: por un lado en la zona central del
poblado donde previamente, entre los años 1979 y 1980, ya se había desbrozado la vegetación y se habían
repuesto mampuestos en seco sobre los muros de varias manzanas [fig. 2]; otro sector interesante era el
frente oeste de la muralla, la parte más espectacular de la fortificación con dos torres y un lienzo de muralla
de 3’5 metros de anchura [figs. 3 y 4].
4. Torre y lienzo oeste de la muralla antes de la intervención de 1995.
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5. Levantamiento ortofotográfico de los muros del Depto. 204 y del frente oeste de la muralla, donde se aprecia el tapiado moderno
de la Puerta Oeste, y la torre. Según R. González.
En estos años Emili Cortell y Jose María Segura levantaron una nueva planimetría general del yacimiento
(ver capítulo 1), así como planos parciales y secciones de las manzanas a restaurar. Del frente oeste de la
muralla se hicieron, también, planos parciales de las torres y accesos, y Ricardo González hizo un levantamiento ortofotográfico del lienzo oeste de la muralla [fig. 5], entre las puertas norte y sur, y de los muros de
todos los departamentos en los que se iba a intervenir.
La consolidación de las estructuras
La puesta en valor del yacimiento implicaba planificar una consolidación que permitiera la comprensión
de los restos que se habían excavado, o que estaban en fase de excavación –viviendas y muralla–, a la vez
que se protegían de una preocupante y progresiva degradación debido a la vegetación y a los continuos expolios. Obviamente, los trabajos debían ser reversibles ya que muchos de los datos constructivos son incompletos y deben de ser confirmados por excavaciones futuras. Además, para completar la vertiente didáctica
del proyecto se debía acondicionar el recorrido interno del yacimiento y para ello se trabajó en el diseño de
un circuito bien señalizado y ocho paneles explicativos [fig. 6].
A lo largo de los 20 años que lleva en marcha el proyecto, lógicamente, se han realizado algunas modificaciones en los criterios de intervención, sin embargo los objetivos así como los materiales y técnicas empleadas no han variado sustancialmente. Los cambios han afectado más a las intervenciones en la muralla
y en las tres puertas de acceso, donde se ha incluido un elemento diferenciador –ladrillo– como señalización
de la obra nueva recrecida y se han rejuntado las piedras de los muros [fig. 7]. En las estructuras de hábitat
se han seguido manteniendo los criterios ya establecidos en 1991, esto es, la obra nueva, en seco y con traba
interior de tierra, separada del muro ibérico mediante cinta plástica y sin elemento señalizador externo visible al publico.
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6. A. Foto aérea donde se ve el itinerario del circuito con paneles explicativos.
6. B. Conjunto 3 con panel explicativo. 1994.
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Los conjuntos de viviendas
Los cuatro conjuntos consolidados
hasta la fecha corresponden a más de 80
departamentos o espacios, repartidos en
varias casas [fig. 8]. Los Conjuntos 1-3 se
consolidaron entre 1991 y 1992, mientras
que entre 2007 y 2009 se acometieron los
trabajos en el Conjunto 4, en la casa 5 del
Conjunto 2, que había quedado sin consolidar desde 1992, y en el Conjunto 6. El
Conjunto 1 corresponde a la casa 1 y es
uno de los edificios que muestra con
mayor claridad los espacios domésticos y
7. Señalización de ladrillo empleada en la muralla y las puertas para
por ello fue elegido como modelo para al
diferenciar el recrecido de mampostería del original.
reconstrucción didáctica de una vivienda
ibérica. El Conjunto 2 está formado por
cuatro casas compactas –casas 2, 3, 4 y 5–
y el Conjunto 3, enfrentado al 2, se compone de cuatro grandes viviendas – 6, 7, 8 y 9– con una fachada
común que da a la calle central (Díes et alii 1997, 231-236). El Conjunto 4, donde se halló el jinete de bronce
y que se había propuesto como una gran casa de más de 300 m2 (Díes y Álvarez 1998) está formado, al
menos, por dos viviendas con espacios de trabajo anexos que recaen a las calles (capítulo 6). Finalmente, el
conjunto 6 está formado por dos casas.
8. Planta de la zona central del yacimiento donde se indican los Conjuntos 1, 2 y 3 intervenidos entre 1991 y 1992.
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9. El Conjunto 2, una vez retirado el
falso recrecido y preparado para la intervención de consolidación. 1991.
La primera tarea, antes de iniciar los trabajos de consolidación, fue retirar los modernos alzados levantados en seco entre 1983 y 1985 para poder documentar las estructuras originales [fig. 9]. La ausencia de
referencias, tanto en el terreno como a nivel documental, sobre las medidas y alcances de los recrecidos, la
técnica empleada en la consolidación o la apertura de vanos, llevó a considerar como criterio fiable para establecer el origen ibérico de un paramento la traba con tierra de los mampuestos. En caso de duda se consultó
el plano realizado en 1931 por Mariano Jornet, que resultó excepcionalmente correcto (ver capítulo 1).
10. Dibujo de la sección de la intervención de los muros. Según J. Esteban, R. Sicluna y J. M. Espinosa.
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11. B. Capa de cemento, cal y arena, previa a la última hilada.
En estas fases también se retiraron las
enormes terreras de las excavaciones, que
en ocasiones se habían depositado sobre
los muros, enmascarando la lectura espacial y arquitectónica. La tierra retirada en
estas fases se empleó para acondicionar el
recorrido y como relleno parcial de los
suelos. Durante la retirada de tierras de la
criba situada al norte de las casas 3-4 se
recogió una plancha de plomo enrollada
(Bastida vi), que pasó desapercibida en
las excavaciones de esa zona en 1930, y
que al desplegarse en el Museo de Prehistoria resultó estar escrita (Fletcher y Bonet
1994; ver capítulo 9). Como vemos, el yacimiento ofrece sorpresas años después de
ser excavado.
Dado que las únicas estructuras
conservadas en los conjuntos de
viviendas eran los muros y algunos enlosados de las viviendas, la consolidación
11. A. Operarios recreciendo los muros del Conjunto 2.
se limitó al recrecimiento de los zócalos,
con una o varias hiladas de piedra, y la
restitución de los pavimentos para evitar
su erosión y desfalcado. Para la consolidación y restitución de los muros se empleó tanto la piedra de los
alzados en piedra seca antes descritos como la de los derrumbes hallada en las terreras, así como piedra
de la misma loma de la Bastida para respetar el tipo de mampuestos empleados originalmente (Díes et
alii 1997, 274).
La secuencia de trabajo es la siguiente [fig. 10]: sobre los restos conservados se coloca una cinta plástica de señalización y la primera hilada de piedra en seco aunque, cuando no es posible, se añade una
capa de arena previa. Sobre esta capa se eleva un doble paramento de piedra cuyo interior estaba reforzado mediante un mortero de cal y arena muy pobre (1:4) que no es apreciable desde el exterior. Una hilada antes de alcanzar la altura definitiva se coloca una capa de cemento blanco, cal y arena (1:2:8) [fig.
11]. A ésta se le daba una inclinación en talud para favorecer el drenaje. Sobre esta nivelación se coloca
la última hilada de piedra trabada con tierra del yacimiento, cribada y compactada con agua, sin mezcla
química alguna.
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12. B. Operario apisonando la zahorra
Los suelos son siempre de tierra apisonada salvo en los casos en que se trata de
suelos enlosados. Durante las campañas de
1928-31 los suelos de tierra también eran
excavados hasta alcanzar la roca, de modo
que se tuvo que rehacer la cota del suelo a
la base de los muros o en cotas superiores.
Ahora bien, en algunos departamentos no
se han recrecido los suelos con tierra,
como por ejemplo el 208, ya que la roca
debió ser visible al ser acondicionada como
pavimento de algunas zonas, en cambio en
otros departamentos sucede lo contrario,
pues se rellenaron los desniveles para
acondicionar una superficie de suelo llana.
En estos casos, la restitución de la cota original de los suelos se ha establecido a partir de los datos que ofrecen los diarios de
excavación y a partir de las evidencias de
los restos constructivos, siguiendo la siguiente secuencia de trabajo: un primer re12. A. Relleno de tierra y capa de zahorra del suelo del conjunto 2.
lleno con tierra proveniente de las terreras,
sin cribar, hasta alcanzar una cota de –25
cm por debajo del nivel a restituir. Después relleno con zahorra hasta una cota de –5 cm y finalmente una nivelación final con arena morterenca, regada y compactada manualmente con pisón [fig. 12].
Los departamentos o espacios enlosados fueron documentados con detalle en los diarios de excavación
aunque, en algunos casos, se levantaron para excavar niveles inferiores de relleno como el enlosado del
Depto. 137 que conserva parte de las losas en el corte de la calle central. De todas las estructuras consolidadas
hasta la fecha sólo el Depto. 191 y el 244 conservan los enlosados en muy buen estado. Aquí la intervención
se limitó a la reposición de algunas losas desaparecidas de pequeño tamaño y a nivelar las que habían basculado ligeramente por efecto del peso del derrumbe y la acción de las raíces. En el Depto. 244 se levantaron
una a una todas las losas saneándose la base de tierra, retirando las raíces y nivelándolas hasta devolverlas
a su cota original [fig. 13]. En ningún caso se empleó trabazón de mortero.
Sólo se ha incluido una ligera proporción de cemento blanco en el material utilizado para trabar los
escalones entre departamentos, puesto que tenían que soportar el paso de personas y la circulación por
las casas.
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12. C. Acabado de los suelos con arena morterenca.
12. D. Acabado de los suelos de la Casa 1 con
gravas de colores para diferenciar el patio de los
espacios techados (2009).
La muralla y las puertas
Las excavaciones en la muralla y en las puertas han servido no sólo para conocer cómo fueron los sistemas
de acceso y su organización en el marco más amplio del todo el sistema defensivo, sino también para ofrecer
una entrada y salida al yacimiento a través de las puertas originales, lo que le otorga un valor añadido al
recorrido al ser espacios que también fueron de entrada y salida del oppidum en el pasado. Ya desde los
primeros reconocimientos del cerro se intuía que una de las entradas al poblado se abría en el frente oeste
de la muralla, aunque muy enmascarada por los derrumbes de adobes y piedras (Ballester y Pericot 1929,
181). De hecho, el uso continuado de este acceso había provocado la destrucción parcial de los niveles arqueológicos y el derrumbe de la propia muralla [fig. 14].
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Las puertas se denominan según los
puntos geográficos a los que se orientan (ver
capítulo 4). Entre 1995 y 1998 se consolidó
parte del frente de muralla oeste y las dos
torres [figs. 15 y 16], mientras que en 1998
se excavaron y consolidaron la Puerta Oeste
y la Puerta Norte, evitando con ello el rápido
proceso de erosión y las agresiones antrópicas que afectaban su conservación [fig. 17].
Entre 2002 y 2003 se excavó la Puerta Sur,
siendo consolidada en 2006 junto al resto
del frente oeste hasta la torre ii. Entre 2005
y 2007 se ha excavado la Puerta Este, no
consolidada por el momento por quedar
fuera del circuito actual de las visitas. Hoy
en día contamos, pues, con un frente de muralla consolidada de más de 140 m lineales
desde la Puerta Norte hasta la Puerta Sur.
Los criterios de consolidación en esta
fase siguen respetando la reversibilidad y
la importancia de la selección de mampuestos y de las mezclas y porcentajes de
arena, cal y tierra para la traba (Díes et alii
1997, 275-76). La secuencia de trabajo ha
sido la misma que en las casas, si bien los
13. Enlosado del Depto. 244.
materiales se han empleado a una escala
mayor, y añadiendo un refuerzo en la traba
de los bancos laterales y en las esquinas de
las estructuras al tratarse de zonas de paso muy transitadas. Se optó por una intervención mimética, respetando siempre el modo en que los paramentos ibéricos habían sido construidos pero señalando la obra
nueva con ladrillos partidos situados a distancias regulares.
Tras la limpieza y retirada de bloques caídos se restituyó el zócalo de la muralla hasta la altura máxima
conservada en el interior, a fin de impedir la erosión del borde del coronamiento y en el caso de las torres
hasta la altura de la última hilada original conservada. La consolidación sólo se pudo hacer en el paramento
exterior y coronamiento, puesto que la muralla no ha sido excavada por el interior del poblado, a excepción
de los espacios que ocupan dos pequeños sondeos realizados en 1993, donde sí se consolidó en toda su anchura. Mientras que el coronamiento y acabado de la muralla se realizó mediante un relleno de piedra suelta,
en las torres se colocó una capa de grava sobre el relleno, solución que, a largo plazo, ha dado mejores resultados para frenar el crecimiento de la vegetación entre los muros [fig. 18]. Finalmente, toda la estructura,
tanto la parte original como la nueva, fue objeto de un rejuntado entre los bloques mediante una mezcla de
tono similar a la traba original [fig. 19].
Las puertas Norte y Sur estaban tapiadas en el momento de la destrucción y abandono del poblado. No
obstante, se decidió retirar los tapiados para facilitar la circulación de las visitas. En la Puerta Sur, se han
conservado una serie de estructuras situadas en la parte anterior del dispositivo de entrada que corresponden
a una segunda fase, al momento en que este espacio estaba ya tapiado y no funcionaba como un acceso (ver
capítulo 4).
Visitar la Bastida: paneles, itinerarios y folletos explicativos
La necesidad de combinar la protección de los restos con su presentación al público ha exigido intervenir
con un objetivo didáctico. Así, se ha tratado de dar información sobre los límites de las casas y su distribución
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14. Lienzo oeste de muralla y torre antes
de la restauración. 1994.
15. Puerta oeste antes de excavar y restaurar. 1995.
interna, diferenciar los pavimentos de las habitaciones del suelo de la calle, hacer comprensibles las técnicas
de construcción de las casas ibéricas y, finalmente, facilitar la visión del urbanismo del poblado. Este tipo
de intervenciones no están, sin embargo, exentos de problemas, como expondremos más adelante.
Uno de los objetivos es que las intervenciones arqueológicas debían estar encaminadas a la investigación,
pero también a la creación de un espacio patrimonial de disfrute público. La solución utilizada desde el año
1992 es el de la visita gratuita a través de un recorrido con información comprensible y adaptada, bien con
folletos o bien con la ayuda de paneles explicativos. La rotulación se proyectó para que el visitante pudiera
realizar el recorrido autoguiado cuando no se ofrecía la posibilidad de realizar visitas guiadas: una serie de
rótulos pequeños direccionales para indicar el circuito (15 x 15 cm) se combinaron con otras planchas de
acero más grandes (100 x 50 cm), de 3 mm de espesor, con tratamientos anticorrosivos y serigrafiados a tres
tintas, inclinadas y con pies sujetos a suelo mediante dados de hormigón. Estos paneles explican, desde 1999,
ocho puntos de interés repartidos a lo largo de un recorrido lineal, que empieza en el aparcamiento y acaba
en la Casa ibérica reconstruida. Así se explica la historia de las investigaciones, el sistema defensivo y la Puerta
Oeste, el urbanismo, los Conjuntos 3 y 4, el entorno, la Puerta Norte y, finalmente, la Casa ibérica. En el año
2009 se ha añadido un panel para la Puerta Sur y se han incorporado reconstrucciones virtuales del volumen
arquitectónico de los restos con ambientaciones realizadas con programas informáticos y explicaciones en
valenciano y castellano [fig. 20].
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Hasta la excavación de las puertas
Oeste y Norte en 1998 las visitas entraban y salían por una rampa artificial
junto a la puerta norte. A partir de ese
año se excavaron y consolidaron ambas
estructuras, integrándose inmediatamente en la visita. Se diseñó entonces
el recorrido circular vigente hoy en día:
se entra por la Puerta Oeste, se recorre
la calle central, con la visita a los conjuntos de viviendas consolidados y se
sale por la Puerta Norte. En este circuito, la visita a la Casa ibérica puede
hacerse antes o después de ver el yacimiento, aunque cada una de las opciones implica una percepción diferente de
16. A. Frente oeste de la muralla y torre II restauradas (1998).
este recurso didáctico: o bien se visita
en primer lugar para entender los restos de estructuras que se van a ver en el
recorrido del yacimiento, o bien, al final del mismo, como una propuesta para entender cómo fueron las
casas de las que sólo se han conservado los zócalos de piedra.
Los folletos que actualmente se reparten están editados en valenciano, castellano, inglés y francés, y son
un complemento para las visitas autoguiadas. Resaltan los puntos principales del yacimiento, desde la historia
de las excavaciones, hasta la gestión de los recursos económicos, el urbanismo, la defensa o la vida cotidiana.
En 2006, con ocasión de la celebración del 75 aniversario del hallazgo de la figura del jinete, se editó un folleto
que explicaba las circunstancias de su descubrimiento, descripción, contextualización e interpretación.
Una de las últimas iniciativas en el marco de las actividades didácticas del yacimiento es el desarrollo,
desde 2002, de talleres dirigidos a escolares, y cuya concepción, idea y resultados son tratados de forma específica en el capítulo 13.
La gestión y la protección del yacimiento: vigilancia y guías
Otra serie de actuaciones se han encaminado a concretar la gestión e implementar las infraestructuras
que requiere todo espacio al aire libre musealizado. Por un lado, se acometieron obras de asfaltado del camino que sube hasta el poblado, realizado en el año 1996, lo que permitió la mejora considerable del acceso
para los turismos y, sobre todo, la posibilidad de que los autobuses pudieran subir hasta la misma cima.
Este hecho ha llevado consigo el incremento del número de visitantes, tanto en vehículos propios como en
excursiones organizadas.
Y por otro lado, la firma de un convenio entre la Diputación de valencia y el Ayuntamiento de Moixent
en 1999 supuso el impulso definitivo a la iniciativa emprendida en 1991, al posibilitar la contratación de un
vigilante y dos guías durante todo el año. Contar con personal vinculado al yacimiento es uno de los mayores
valores y logros del proyecto pues el nexo de unión y la cara más visible entre el público y el proyecto de
investigación. La gestión de las visitas, el aprendizaje de niños y mayores, la recepción de los grupos de escolares, la vigilancia de los restos, la recogida de residuos, la limpieza o el mantenimiento cotidiano de un
sitio visitado por unas 14.000 personas cada año sería, sencillamente, inviable sin estas personas.
Historias y patrimonio. rEfLExionEs sobrE La gEstión dEL Espacio Histórico
Todas estas intervenciones han estado dirigidas a valorar el resto arqueológico y a convertirlo en una
ruina modificada. Sin duda, esta iniciativa ha sido positiva en la medida en que han contribuido al desarrollo
local del municipio de Moixent a través de la puesta en marcha de recorridos visitables de forma autónoma
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16. B. Vista aérea del frente oeste restaurado y la Puerta Sur excavada, todavía sin restaurar (2003).
17. A. Vista aérea de Puerta Norte restaurada (1998).
y guiados, el desarrollo de talleres didácticos y la continuación de las labores de investigación. Tras la experiencia que dan 10 años con el yacimiento abierto
al público, encaminamos nuestras acciones futuras
desde la base de tres reflexiones.
La primera se basa en la mejora de la comprensión
de los restos considerando los criterios de intervención expuestos. Como hemos señalado, la actuación
ha consistido en la consolidación de aquello conservado in situ en las excavaciones, esto es, el zócalo de
piedras y la restitución de suelos a su nivel original.
En ningún caso se han hecho reconstrucciones in situ.
Con todo, el resultado final sigue siendo una visión
parcial, incluso irreal, tanto de la muralla, las puertas
y las manzanas de casas. No sólo resultan difíciles de
comprender los volúmenes construidos sino que también se ofrece una falsa impresión de predominio de
la piedra cuando el elemento fundamental empleado
fue la tierra y la madera, con el que se hacían todas
las paredes, techos, elementos decorativos, estructuras domésticas, bancos o mobiliarios. La réplica de
una vivienda en el Área Didáctica y de investigación
Arquitectónica, fuera de los restos visitables, se acometió en 1998 con el fin de paliar estos problemas interpretativos y ofrecer una visión más completa y
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17. B. La Puerta Sur, desde el exterior, una vez consolidada (2005).
18. Coronamiento y acabado de la Puerta Oeste
con relleno de piedra y grava (1998).
aproximada a los materiales y a los elementos arquitectónicos de la viviendas
ibéricas (capítulo 12). Asimismo, se han
incluido restituciones volumétricas y ambientaciones a partir de dibujos que quedan expuestos a lo largo del ititnerario de
la visita.
19. Operarios rejuntando el aparejo de la Torre II (1998).
La segunda reflexión parte de la paradoja que ofrece actualmente la visita a la
Bastida: la instantaneidad apresada en una
imagen frente a la dinámica de la vida pasada. Donde antes hubo vida ahora vemos restos silenciosos, potenciando una imagen congelada –como una vitrina– frente al dinamismo que hubo. Esta idea del momento apresado alimenta la sensación que hemos podido tener todos de viajar en el tiempo al visitar un monumento
arqueológico, y más si cabe si éste se emplaza en un entorno rural y natural en el que fácilmente podemos abstraernos del mundo contemporáneo, urbano y tecnológico. Sin duda percibimos que el tiempo está parado
allí, pero esto es peligroso y confuso, porque si aplicamos la idea del instante a un monumento arqueológico
corre el peligro de convertirse en una imagen para su contemplación o consumo, sin profundidad temporal.
Perdemos de vista lo vivo que estuvo y, lo que es más importante, lo vivo que está.
La consolidación parcial de los restos y su preservación bajo el criterio de mínima intervención prima el
resto material como ruina intervenida. El resto material queda, entonces, convertido en la esencia de la autenticidad del patrimonio, descartando otras posibilidades de valoración. Sin embargo, la museología actual
ha desarrollado presentaciones de monumentos al aire libre que apuestan decididamente por las restituciones volumétricas in situ como el poblado de la Edad del Hierro de Eketorp, en Suecia, o el poblado ibérico
de Calafell, en Tarragona (Santacana y Hernández 2006, 140). Estas intervenciones se alejan en parte de la
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idea de la ruina (el resto fosilizado) y se dinamiza la visita a estos sitios con recreaciones históricas o teatralizaciones con personajes de la época que ambientan y dan vida al yacimiento. De la forma de actuar o interactuar con el público a la hora de dar vida al poblado dependerá el éxito de la visita.
Una tercera reflexión está en relación con el papel de las visitas. Normalmente, el público recibe la información ya sea en forma de texto, en paneles o en folletos, o de forma oral a través de las explicaciones de los
guías. Pretendemos, en el futuro, desarrollar actividades a lo largo del recorrido que inciten a los visitantes
a interactuar con los restos, partiendo de preguntas y buscando respuestas, jugando con réplicas o realizando
actividades en los restos conservados y con los restos reconstruidos, siguiendo un modelo que prima la
acción antes que la recepción de información como base para el aprendizaje. Estas actuaciones se basan en
la promoción de nuevas vías de difusión y comunicación, como las actividades organizadas con motivo de
las Jornadas de visita (ver capítulo 13).
Esta es la idea que creemos más duradera y sobre la que entendemos el futuro del monumento arqueológico: la de que son restos materiales que permiten construir puentes con el pasado a través de su uso,
transmitiendo mensajes, contruyendo memoria, o identidades. En otras palabras, preferimos potenciar
la solidez de una memoria construida no desde el objeto o del momumento sino con el objeto o con el monumento. De hecho, la objetivación de la memoria –esto es, la memoria convertida en objetos– no debe
pasar por ser algo que tenemos sino cosas que hacemos (Werstch 2002, 60; Smith 2006, 65). Esta idea
de hacer-con-el-patrimonio es más resistente que la piedra –e incluso que los objetos– y por eso quizás
deberíamos seguir el ejemplo de Píndaro que ofreció una poesía a un vencedor de carreras de carros en
Delfos como alabanza a su memoria, en lugar de un monumento tangible.
Debemos poner al frente de estas actuaciones el uso que se hace de los objetos en forma de recuerdos y
conmemoraciones, las historias que se cuentan, el conocimiento que se transmite, las percepciones que se
tienen y las experiencias que posibilitan. Todo ello, en conjunto, convierte al patrimonio en un proceso cultural de comunicación activo, dinámico y susceptible de revisión.
20. Panel explicativo del urbanismo, junto al Conjunto 6, en el que se han incluido ambientaciones de la calle generadas por ordenador (2010).
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arqueología experimental
Helena Bonet Rosado y Jaime ViVes-FeRRándiz sáncHez
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v
inculado al proyecto de puesta en valor del yacimiento se creó, en 1999, el Área Didáctica y de investigación Arqueológica. Esta zona ocupa un espacio rectangular de 340 m2 y está ubicada en la entrada
al poblado, fuera del propio yacimiento [fig. 1]. En ella se construyó una gran vivienda, que reproduce
la llamada Casa 1, excavada en 1928, y un área adyacente destinada a actividades didácticas y talleres experimentales (capítulo 13). En este capítulo nos ocupamos de la construcción de la casa, que ha permitido someter a prueba las hipótesis de trabajo sobre arquitectura ibérica y, al mismo tiempo, dotar de un recurso
didáctico complementario a la visita al yacimiento.
La ExpErimEntación arquEoLógica: construir una casa ibérica
La preocupación de los iberistas valencianos sobre las técnicas constructivas, la arquitectura y el urbanismo ha quedado reflejada en la publicación de numerosas hipótesis de reconstrucción y ambientaciones
de yacimientos ibéricos, como el Tossal de Sant Miquel (Bonet 1995, figs. 198, 199 y 200), el Castellet de
Bernabé (Guérin 2003, 251), el Puntal dels Llops (Bonet y Mata 2002, figs. 33, 142, 206 y 209), la Seña
(Bonet y Guérin 1995, figs. 11, 12 y 13), Los villares-Kelin (Mata et alii 1997, 38-39) o la propia Bastida
(Díes et alii 1997, figs. 12, 13 y 14). Estas líneas de trabajo tenían que abocar, necesariamente, en la reconstrucción real de un edificio para probar, sobre el terreno, las soluciones arquitectónicas y las recreaciones
dibujadas, muchas de ellas objeto de debate entre especialistas, como son las cubiertas –¿planas o a una o
más vertientes?–, los suelos, la ventilación de los espacios, las salidas de humos, los enlucidos y los acabados interiores. Por tanto, la iniciativa de construir la réplica de una vivienda ibérica no sólo se planteó con
el objetivo de cumplir una función didáctica que complementara la visita al yacimiento sino que se trataba,
inicialmente, de un proyecto de investigación etnoarqueológico. Esta intervención ha sido la primera de
este tipo en tierras valencianas, y comparte objetivos y métodos de trabajo con otros grupos que han desarrollado iniciativas similares, con los que estamos en contacto a la hora de comentar e intercambiar experiencias (Belarte et alii 2001).
El equipo redactor del proyecto y encargado de la coordinación estaba formado por los arqueólogos Helena Bonet y Enrique Díes y el arquitecto Guillermo Stuyck, estando a pie de obra la arqueóloga Francisca
Rubio, dos oficiales de 1ª, José y vicente Cuenca y Granero, un oficial de segunda y cuatro peones.
Se trataba de un reto arquitectónico ya que la construcción del edificio se realizó a partir de los datos
proporcionados por las excavaciones antiguas, con los materiales de la época y siguiendo, en lo posible, las
técnicas constructivas de los iberos. Todo ello obligó a abordar directamente muchos de los interrogantes y
problemas que plantea esta arquitectura, y a tomar soluciones reales sobre la construcción doméstica, y que
se eluden con los dibujos, acuarelas o modelados digitales. Al mismo tiempo, la experimentación permitió
hacer un estudio de todo el proceso constructivo, los tiempos y periodos de la ejecución de la obra y la organización del trabajo (Bonet et alii 2000 y 2001).
La vivienda reproduce la denominada Casa 1, excavada en 1928, y compuesta por los departamentos
20, 20a, 21, 22, 23a y 23b y con una superficie de 135 m2 [fig. 2]. No se incluyó el Depto. 19 al considerarse
una ampliación posterior, y que incluso cuenta con acceso independiente. La documentación publicada
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1. La casa construida y el patio del Área Didáctica y de Investigación Arqueológica.
2. La Casa 1, una vez consolidados los zócalos y
con los suelos repuestos.
sobre elementos arquitectónicos y la ubicación de los ajuares y equipamientos domésticos de estos departamentos es muy escasa (Fletcher et alii 1965, 106-132) y lo mismo ocurre con la información de los diarios
de excavaciones, que se limita casi exclusivamente a la relación de hallazgos. Por tanto hubo que trabajar
con el apoyo de datos recuperados en nuestras excavaciones actuales en otros espacios de la Bastida y con
los que han deparado otros yacimientos, como los edetanos, y extrapolar algunas soluciones arquitectónicas
desde estas zonas [fig. 3].
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3. 1. Planta de la Casa 1. 2. Propuesta volumétrica de la Casa 1, sobre el papel, con los
principales materiales empleados en la construcción. Dibujo de E. Dies y F. Chiner.
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La construcción de la casa propiamente dicha duró tres meses, si
bien hay que descontar casi dos semanas de retrasos provocados por
mal tiempo y por bajas laborales.
Los trabajos de preparación del terreno, acopio de materiales, instrumental empleado, duración de la
obra así como las distintas mezclas
y cantidades de materiales utilizados a lo largo de todo el proceso de
construcción han sido detalladamente publicados (Bonet et alii
2001) por lo que sólo nos referiremos en esta ocasión a los aspectos
más destacados del proyecto, a los
problemas de mantenimiento y a
las intervenciones y mejoras realizadas en los últimos años.
Los materiales empleados en su
edificación fueron los mismos que
utilizaron los constructores iberos:
la piedra para los zócalos, escalones
y vanos; la tierra para adobes, trabas, revestimientos y suelos; la madera, para cubiertas, vanos, puertas
y elementos auxiliares; la cal para
enlucidos y pintura; y el romero y
otros elementos vegetales para las
cubiertas. Todos estos materiales
procedían del entorno del poblado,
en un área de captación que no supera los 2,5 km, distancia calculada
siguiendo caminos, pasos y accesos
tradicionales. Dentro de este área
hay puntos de agua y buenas arcillas en el Pla de les Alcusses; zonas
boscosas en las laderas del cerro y
montes circundantes; piedra de la
misma loma; y una cantera de piedra caliza de buena calidad, en la
parte sur, donde por cierto todavía
quedan restos de una antigua calera
aunque de cronología indeterminada (Bonet et alii 2000, 432, fig.
1). Para la construcción moderna,
por motivos de tiempo y costes, se
tuvo que recurrir a materiales ya comercializados. Por ejemplo, para la
fabricación de adobes se utilizaron
arcillas de xátiva, también las pri-
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4. Construcción de los zócalos de la casa.
5. Secado de los adobes frente a la casa.
meras producciones de cal viva fueron sustituidas por cal industrial; las vigas, puertas y muchos rollizos se
adquirieron en la serrería, así como parte de la cubierta que se hizo de brezo industrial. Aún así toda la piedra
de los muros, la tierra empleada en los revestimientos y cubiertas, y gran parte de los rollizos y romero empleados en la cubierta y aleros procedían del entorno inmediato.
La secuencia de la construcción
Como en toda edificación, una vez nivelado y preparado el terreno, comenzó la construcción de los zócalos de
piedra manteniéndose en todos ellos un ancho regular de 0,5 m, a excepción de los tabiques de 0,35 m, y una altura variable entre los 0,5 m y 1,2 m, dependiendo de la pendiente, siguiendo dimensiones documentadas en las
viviendas ibéricas. Contábamos con el trabajo de especialistas en trabajar la piedra, verdaderos maestros en el
arte de hacer bancales y muros de mampostería, al modo tradicional, por lo que no hubo ningún problema a la
hora de desbartar la piedra, colocarla en seco o trabada con mortero de cal y arena, y levantar los muros [fig. 4].
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6. Alzado de una de las paredes de la
casa, con los adobes vistos, antes de ser
enlucidos.
7. Ventanuco en una de las paredes de la
casa.
Concluido el zócalo de piedra se procedió a levantar los muros de adobes hasta una altura aproximada de
2 m. El proceso de elaboración de adobes, junto con la cubierta, fueron las experiencias más difíciles, pero
también las más interesantes y gratificantes. Al tratarse de técnicas y soluciones arquitectónicas no utilizadas
en la zona carecíamos de experiencia y de personal con conocimientos tradicionales o etnográficos.1
Se utilizaron un total de 2500 adobes, equivalente a unas 15 toneladas de arcilla, que se fabricaron en la
explanada frente a la casa. Se hicieron moldes de madera de 40 x 30 cm, medida obtenida a partir de la información que proporcionan los adobes hallados en otros yacimientos valencianos, aunque en la propia Bastida
se constata la existencia de adobes de 35 x 25 x 12 en el Depto. 30 (Fletcher et alii 1965, 153). El proceso de fabricación fue manual, trabajándose el barro mezclado con paja, adquirida en las masías del Pla de les Alcusses.
La mezcla de agua y tierra se hizo en una proporción del 1:2 o 1:3 mientras que la paja, abundante, no tenía
una medida exacta ya que se iba añadiendo hasta conseguir la consistencia adecuada, siguiendo el criterio que
nos daba la experiencia. Una vez todo bien mezclado, se procedía a llenar los moldes que se encontraban extendidos en el suelo [fig. 5]. Los adobes estuvieron secándose un máximo de dos meses y un mínimo de una
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8. 1. Puerta de tablones unidos por dos pletinas de hierro instalada en el almacén de la casa. 2. Una de las puertas del cuerpo principal de la casa, desde el interior.
9. 1. Esquema explicativo del sistema de cierre de las puertas (Dibujo F. Chiner). 2. Cerradura y llave actual, de madera.
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10. El entramado de vigas, rollizos y cubierta vegetal que sustenta la capa de
barro del techo, visto desde el interior.
semana. Aunque vitrubio en su tratado de arquitectura recomienda un secado de varios meses, en la práctica,
en todas las zonas donde se sigue construyendo actualmente con adobe, como en el norte de África o en
Sudamérica, el tiempo de secado es muy variable, desde uno o dos meses hasta escasos días.
Si se construye con adobes totalmente secos el muro sufrirá variaciones mínimas debido a la resistencia de
este material, aunque en nuestra experiencia los cambios volumétricos y de cohesión del material húmedo fueron
irrelevantes. Su colocación en húmedo facilitó el trabajo en determinados puntos de la construcción y solucionó
problemas estructurales surgidos con el desarrollo de los trabajos (esquinas, rincones, vanos, etc...). Ademas, el
adobe húmedo recibe mejor el revestimiento de barro ya que absorbe menos humedad de éste [fig. 6].
En los adobes recuperados en las excavaciones es corriente documentar en una o dos de sus caras marcas
o símbolos geométricos, hechos con los propios dedos, a los que se ha dado interpretaciones diversas que van
desde la funcional, para mejorar el agarre de la traba, hasta la simbólica. En este caso, hicimos marcas a los
adobes para experimentar ventajas e inconvenientes en sus usos. Si bien no hemos constatado que la traba
de los adobes con marcas fuera mejor que en aquellos sin ellas, sí advertimos una razón muy práctica para
realizarlas: marcando los adobes hechos en un mismo día con la misma señal resultaba más fácil tener un
control de la fabricación y hacer un seguimiento del secado por jornadas.
El siguiente paso en la secuencia de la construcción eran las puertas y ventanas [fig. 7]. Hacer los huecos para los tragaluces fue muy simple, pues se componen de dos adobes colocados en posición vertical y
otro horizontal, a modo de dintel, y un palo vertical en el centro para impedir el paso de animales de un
considerable tamaño. Las puertas de madera se fabricaron siguiendo el modelo de las documentadas en
algunas casas (Depto. 35) o en las mismas puertas de la muralla (Puerta Norte, Sur y Este). Están hechas
de tablones de madera unidos por dos pletinas de hierro; el sistema de giro es mediante chumacera con
pivotes de madera en la puerta [fig. 8]. Las puertas se dotaron de cerraduras de madera, inspiradas en las
existentes actualmente en corrales o pajares de la comarca de los Serranos, y también en las viviendas
bereberes de Marruecos [fig. 9]. Se siguió este modelo dado que las llaves de madera utilizadas hoy en
día en estos lugares son similares a las –escasas– llaves de hierro documentadas en época ibérica (Bonet
y Guérin 1995, fig. 2).
La construcción de la cubierta resultó ser la parte más difícil de toda la intervención. Sobre las jácenas
y muros, se colocaron las vigas escuadradas, de 20 cm, que sustentan todo techo. Sobre ellas se pusieron los
rollizos, atados con cuerda de pita a las vigas, a una distancia de 25 cm. De este modo quedaba listo todo el
entramado del techo para poder construir la cubierta vegetal y de tierra [fig. 10]. Se descartó el empleo de
clavos ya que, aunque su uso se ha documentado en otros contextos como el Depto. 1 del Castellet de Bernabé
de Llíria, en la Bastida no aparecen en un número suficiente como para proponer su uso sistemático en la
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11. 1. Construcción de los aleros. 2. Detalle de los mismos una vez acabados.
trama de madera, sino que se usarían puntualmente, en muebles o para colgar elementos del
techo y paredes. Comprobamos que colocando
simplemente los rollizos sin sujeción o, como
mucho, atados con cuerdas, la estabilidad era suficiente al colocar la capa de barro que aseguraba
finalmente la cubierta.
Sobre el entramado de madera se colocó una
tupida capa de romero procedente del mismo entorno, aunque en una primera fase se hizo así sólo
en el vestíbulo, mientras que en el resto de la vivienda se empleó brezo industrial. Preparada la
superficie vegetal, se comenzó a extender una primera capa de barro compuesta por tierra arcillosa
y abundante paja en una proporción de agua y tierra similar a los adobes. En esta primera capa, de
unos 10 cm, no se mantuvo ninguna pendiente,
mientras que en la segunda capa de barro, más
fina y con menos paja, se hizo con una ligera pendiente que, enmarcada por los rebordes que recorren los aleros, facilitase la canalización de las
aguas [fig. 11]. El desagüe se hizo mediante unas
gárgolas de madera que sobresalen del alero de la
casa unos 30 cm [fig. 12], y se colocaron unas losas
sobre el suelo, junto al muro, para evitar la erosión.
Se revistieron completamente de barro los
muros internos de la vivienda, mientras que en el
exterior sólo se protegieron las paredes de adobes,
dejando el zócalo de piedra sin revestir [fig. 13].
12. Una de las gárgolas de madera para el desague desde el
techo.
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13. 1. Fachada sur de la casa, una vez finalizados los trabajos, con las paredes de adobe encaladas y el zócalo de piedra visto. 2.
Fachada oeste de la casa sin encalar.
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El revestimiento se realizó con una única capa de
barro, de tierra y paja, aproximadamente de un
centímetro de espesor con una composición similar a la empleada para toda la construcción.
Para el encalado/enjalbegado de toda la casa se
empleó un total de 60 kg de cal viva, que se apagó
a pie de obra. Sólo se dejó sin enjalbegar la fachada oeste para mostrar el aspecto que tendrían
los muros de tierra y para comprobar la evolución de los mismos. Los zócalos de piedra del interior de la casa, además de revestirse de barro,
fueron pintados con almagra, elemento documentado en algunos poblados ibéricos [fig. 14].
Finalmente, los suelos se nivelaron con tierra de la propia loma, sobre la que se extendió
una capa de unos 20 cm de zahorra artificial y,
sobre ella, una de tierra cribada y cal en polvo
que se compactó manualmente con un pisón de
madera para, posteriormente, proceder a regarlas. En el patio se dejó el terreno natural y en el
área didáctica anexa un compactado con zahorra y tierra morterenca.
Los equipamientos domésticos
Una vez terminada la obra se procedió al
equipamiento del interior con el objetivo de re14. La zona de molienda, con los equipamientos y el acabado
crear ante el público visitante el ambiente dofinal de las paredes encaladas y el zócalo pintado a la almagra.
méstico de una familia de hace más de 2300
años. La selección y ubicación de los enseres domésticos se hizo con rigurosidad, siguiendo la información registrada en la excavación de 1928. Toda la ambientación se ha hecho con réplicas y piezas actuales, a excepción de un molino de piedra original hallado
en la Bastida. Las piezas de cerámica se hicieron siguiendo la tipología de los vasos recuperados en este yacimiento, mientras que se han recuperado aperos agrícolas tradicionales de hierro y madera. El escaso mobiliario de madera instalado en la casa, como el telar, bancos, banquetas, estantes y un pequeño torno de
alfarero, se ha envejecido para obtener un mayor aspecto de autenticidad. Otros elementos de material perecedero que sin duda se hallaban en el interior de las casas ibéricas, pero que no se han documentado en
las excavaciones, como lanas, pieles, esteras, capazos de esparto, así como manojos de romero, tomillo,
haces de cereal, etc., se han dispuesto en diversos puntos para ambientar las estancias.
En las cuatro habitaciones que componen el núcleo principal del edificio se fueron distribuyendo los distintos enseres para hacer comprensibles las diferentes actividades que en ellas se realizaban. Así, la entrada
o vestíbulo, en donde se concentraban los instrumentos agrícolas, se ha ambientado con aperos de labranza
como hachas, picos, azuelas, hoces, un arado, una yunta, horcas, etc. En la estancia principal se han definido
tres ambientes: una zona destinada al tejido, con la presencia de un telar, husos con fusayolas, lanas, telas,
esteras, etc.; otra zona de reposo con un camastro, cubierto de pieles; y un rincón en donde se almacena la
vajilla en estantes, recipientes, toneletes y algunos aperos [fig. 15]. En la habitación en donde apareció el
molino de piedra se reproduce un espacio de molienda, además de diversos platos y recipientes para la recogida del cereal, mientras que grandes tinajas y ánforas se almacenan en un rincón [fig. 16]. En otra estancia
se documentó una concentración de cenizas, por lo que se ha reproducido aquí un fondo de hogar de piedras
y cenizas, con unas trébedes, con cerámicas de cocina, ánforas, vajilla apilada y leña para la lumbre y una
mesa de trabajo [fig. 17].
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15. Ambientación de la estancia principal
de la casa: telar vertical, recipientes cerámicos de almacenamiento y consumo, y
herramientas de trabajo.
16. Ambientación de la zona destinada a la
molienda.
En el otro cuerpo de la vivienda, utilizado en parte como almacén actual, se ha habilitado una zona para
experimentar la molienda del cereal con un molino rotatorio actual de Marruecos, junto a un torno de alfarero de madera, de giro manual. Aquí se ha incorporado, también, un equipamiento didáctico consistente
en una cerradura instalada en una gran lámina de metacrilato para obervar, y practicar, el funcionamiento
de las llaves. Finalmente, en el patio, donde muy posiblemente se guardaría el carro y los animales que formarían parte de la cabaña ganadera de esta familia, se instaló un abrevadero de madera [fig. 18].
El mantenimiento de un espacio no habitado
Los proyectos de investigación experimental no deben limitarse al plazo corto y a simplemente ver el resultado acabado de la obra, sino que se debe considerar como parte del propio proyecto el medio y largo
plazo, y el enorme interés que tiene en sí mismo la observación de la evolución del edificio y el mantenimiento de la estructura. Esta segunda fase es clave en el desarrollo del proyecto, pues otorga validez a las
hipótesis planteadas, al resultar adecuadas, o a rechazarlas por no solventar los problemas surgidos.
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17. Ambientación de la zona del hogar.
18. El patio de la casa, con el abrevadero. La secuencia de la construcción se
aprecia en uno de los muros: zócalo,
adobes, enlucido y encalado.
Transcurridos 10 años desde su construcción, hay que señalar que las estructuras verticales, es decir las
paredes de adobes y revestimientos de tierra no han sufrido desperfectos graves. Unicamente hemos tenido
que encalar periódicamente –una vez al año– las fachadas exteriores y sólo en dos ocasiones su interior.
Lógicamente las fachadas y tapias recayentes a los lados más expuestas al sol, el viento y a la lluvia han resultado las más perjudicadas. Hemos constatado también que el enlucido y encalado de las paredes mejora
considerablemente la conservación de los muros, ya que muchas paredes sin este tratamiento se habían deteriorado en el transcurso de unos pocos meses.
Los mayores problemas se produjeron, como era de esperar, en la cubierta y en los aleros de las tapias
del patio que son los puntos que más sufren la recogida de agua de lluvia. La estructura original de madera
y vegetal se mantuvo en buen estado durante el primer año aunque el peso de la tierra hizo ceder ligeramente
la capa de brezo en varios puntos y ésta, a su vez, el entramado de los rollizos más finos –demasiado finos–
lo que conllevó goteras y filtraciones de agua. Se llegaron a formar verdaderos charcos y la falta de personal
que aireara la casa diariamente durante este primer periodo (se mostraroon insuficientes los 4 pequeños
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19. Reparación del techo, introduciendo
los cuadrantes y aumentando el desnivel para facilitar la salida del agua
(año 1999).
20. Rejuntado de grietas durante la segunda reparación del techo (año 2000).
tragaluces para la aireación) hizo que parte de algunos enseres domésticos, como esteras y pieles, se pudriesen, algunos hierros comenzasen a oxidarse y las maderas se enmoheciesen.
La primera reparación de la cubierta tuvo lugar en 1999. Se optó por subdividir toda el área en cuadrantes
(cuatro en el núcleo más grande y dos en el pequeño) con la ayuda de caballones y hacer desniveles más acusados con el fin de evitar la filtración de agua y hacer más rápida su salida [fig. 19]. También se hicieron
nuevas gárgolas con el fin de que el agua tuviese que hacer un menor recorrido para desaguar.
Durante el verano de 2000 se hizo una nueva intervención en la cubierta. Ante la buena conservación y
resistencia del entramado de madera, y dado que la malla de brezo y el romero no estaban en absoluto podridos, se decidió actuar solamente en la capa de tierra. Siguiendo las últimas soluciones adoptadas en las
cubiertas de Alorda Park se añadió otra capa de tierra respetando los rebordes y caballones existentes y que
dividen la cubierta en cuatro cuadrantes. Diversos estudios etnográficos y experimentales sobre arquitectura
de barro indican que el espesor de la capa de barro y el entramado vegetal es clave para asegurar la resistencia
e impermeabilidad del techo (Aurenche et alii 1997, 81; Biewers 1995, 42; Le-Brun 1997, 22, fig. 2). En nues-
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21. 1. Sustitución del techo incorporando
rollizos más gruesos. 2. Trabajos de sustitución del techo en el momento de colocar la capa de romero y barro sobre los
rollizos (otoño de 2004).
tro caso, añadimos otro pequeño caballón, que discurría desde el centro de la cubierta hasta la gárgola y que
dividía cada cuadrante en dos mitades y dirigía al agua de la lluvia hacia el punto de desagüe. Como la pendiente resultó insuficiente, se aumentó para facilitar, aún más, la salida de agua. Hay que señalar que con
esta nueva capa de tierra el espesor de la cubierta oscilaba entre 25 y 30 cm aumentado considerablemente
su peso aunque, a su vez, obtuvimos un techo pisable muy sólido. Pasados varios días, y con el barro bien
seco, se hizo el rejuntado de las grietas manualmente, para evitar filtraciones de agua y, finalmente, se extendió una fina capa de tierra suelta, cribada, por toda la superficie para que se filtrase en las posibles grietas
que todavía podían formarse [fig. 20].
Hasta el año 2004 esta solución fue mantenida con reparaciones puntuales en la capa de tierra, aleros y
rollizos podridos. Con todo, el progresivo deterioro del entramado de rollizos y el peligro de derrumbe del
techo nos obligó a sustituirlo completamente. Durante tres semanas de otoño de 2004 procedimos a trabajar
en el techo del cuerpo principal y, durante una semana en el verano de 2005, en el del almacén [figs. 21 y
22]. Se desmontaron los techos y se colocaron nuevos rollizos –más gruesos–, una tupida capa de romero
–descartando el brezo industrial y colocada, esta vez, en todo el techo– y, de nuevo, la capa de barro aunque
de mayor grosor que en las anteriores intervenciones. También aplicamos una capa de pintura plástica impermeabilizante con el objetivo principal de eliminar totalmente las filtraciones de agua. Este aislante ha
sido enmascarado entre dos capas de barro.
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23. Trabajos de mantenimiento de las puertas (año 2007).
22. Colocación de los aleros del cuerpo principal de la casa
(otoño de 2004).
El problema de la humedad del interior y del mantenimiento básico se subsanó a partir del año 2000 al
contar con personal asociado al yacimiento que diariamente se encargarba de la ventilación de la vivienda y de
las reparaciones urgentes observadas en los aleros.2 El encalado de las fachadas y del patio se hace, como hemos
dicho, cada año, y el tratamiento de la madera de las puertas y los equipamientos internos cada dos años con
ayuda del personal del museo, empleando para ello normalmente una jornada intensiva de trabajo [fig. 23].
una ExpEriEncia sobrE pEsos y capacidadEs con rEcipiEntEs cErámicos
Además de los aspectos derivados de la experimentación arquitectónica, estos equipamientos también
nos han dado la oportunidad de contrastar hipótesis de trabajo y enfrentarnos a problemas que sólo podían
ser comprendidos desde dentro de la propia vivienda. Así abordamos, en el año 2002, un tema relacionado
con el almacenaje y la despensa en los espacios domésticos (Pérez Jordá et alii 2000, 158-161) y la comercialización de los productos (Bonet et alii 2004).
El 27 de abril de 2002 un equipo de trabajo formado por Consuelo Mata, Helena Bonet, isabel izquierdo,
Jaime vives-Ferrándiz, Jeroni valor y Juan Salazar llevó a cabo una experiencia sobre pesos y capacidades con
las réplicas cerámicas que hay en la casa. Empleamos elementos sólidos y líquidos para abordar cuestiones relativas a la movilidad y manipulación, apuntando también algunas observaciones etnográficas pertinentes sobre
estas actividades. No se trata, pues, de una experiencia sobre la producción de los objetos, ya suficientemente
tratados por la investigación, sino sobre el uso y la manipulación a ellos vinculados (Bonet et alii 2007 a).
Como hemos comentado, las cerámicas expuestas en la ambientación de la casa ibérica son réplicas de
los vasos originales conservados en el Museo de Prehistoria de valencia y corresponden, en cuanto a tipología, decoraciones y dimensiones, a las formas publicadas. De todas ellas fueron seleccionados los siguientes
contenedores: un ánfora, una tinaja, una olla de cocina, un lebes y un tonelete. Se pretendía trabajar con
contenidos líquidos y sólidos, empleando agua para los primeros y trigo para los segundos [figs. 24 y 25].
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24. Tinaja llena de cereal, preparada para ser pesada. Al fondo se
aprecia parte de un ánfora, un lebes y una olla utilizadas también
en esta experiencia (año 2002).
Los resultados más destacados los proporcionaron
25. Trasiego de líquidos entre una botella y un tonelete.
las ánforas y las tinajas. El primer paso fue obtener la
tara de los recipientes y su capacidad, así como el peso
de cada contenido por litro. Una vez obtenidas las taras
se procedió al llenado de los contenedores para averiguar sus capacidades y pesos, con los siguientes resultados:
el ánfora alcanza 97,5 kg llena de agua y 81,7 kg con cereal o aceite, mientras que la tinaja llega a pesar 120 kg
con agua y con cereal o aceite 100 kg [fig. 26]. Estos pesos hay que rebajarlos ligeramente cuando tratamos
con los originales, que tienen las paredes más finas, pero aún así nos movemos en una horquilla entre 81,7 y
115 kg.
Otra de las cuestiones que nos planteábamos en esta jornada experimental era el grado de manipulación
y movilidad de las ánforas y tinajas ibéricas. Se trata de volúmenes y pesos cuantiosos que difícilmente pueden ser manejados por una sola persona, en el caso de estar los recipientes llenos, aunque hemos de tener
en cuenta la relatividad de esta afirmación derivada de nuestra (in)capacidad física para acarrearlos.
Con todo, el ánfora puede ser movida con relativa facilidad al ser un recipiente de forma cilíndrica, o
próxima a ella. Constatamos que las pequeñas asas de las ánforas ayudan a su manejo pero en absoluto
sirven para asirlas. Se ha sugerido que estos contenedores se utilizarían exclusivamente para almacenar productos en los asentamientos ya que, por su peso, no podrían viajar (Pérez Jordà 2000, 66). Ahora bien, los
hallazgos cada vez más abundantes de ánforas ibéricas fuera de la península así como la identificación de
los talleres peninsulares deja fuera de toda duda que las ánforas ibéricas también circularon a largas distancias. Además, si las ánforas se utilizaron exclusivamente como recipiente de almacén, éstas resultan muy
inestables al tener base convexa; ello significa que al permanecer inmóviles durante mucho tiempo, deberían
estar sobre soportes o hincadas en el suelo. Por ello consideramos que son recipientes plenamente adaptados
al transporte y, fundamentalmente, al marítimo. Si bien se ha señalado que la delgadez de las paredes puede
ser un impedimento para su transporte, no debemos olvidar que éstas podrían viajar con una cubierta de
esparto, paja o pequeñas ramas, al igual que otras como las fenicias o griegas, con paredes igualmente finas.
Por otra parte, la cuestión de los contenidos de las ánforas es objeto de especulación constante. A este respecto nuestra aportación ha sido simplemente verificar la idoneidad en el diseño de las ánforas para contener
líquidos, más que sólidos. Las ánforas, a pesar de su gran tamaño, tienen las bocas muy pequeñas (entre 12
y 17 cm de diámetro), lo cual es un problema para llenarlas y vaciarlas con alimentos sólidos. El vaciado todavía es más complicado, pues la estrecha boca impide acceder al fondo con facilidad; si se quiere extraer
todo el contenido, sólo se puede conseguir mediante el volteo. Las pequeñas bocas también facilitan su cierre
de forma más estanca, algo fundamental a la hora del transporte.
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Las tinajas nunca se han considerado como
un envase comercial, sino como un contenedor
doméstico. Nuestra experiencia no ha hecho sino
reforzar esta cuestión. Las formas documentadas
presentan normalmente un diámetro máximo en
la parte media del cuerpo y una amplia boca casi
de este mismo diámetro. Estas características dificultan su movilidad ya que no es fácil abarcarlas con facilidad, incluso entre dos personas.
Aunque las asas son más robustas que las de las
ánforas, a este efecto, tampoco son de gran ayuda
por su pequeño tamaño.
Las tinajas son mucho más pesadas que las
ánforas, oscilando, llenas, entre 95 y 115 kg, y,
además, las amplias bocas tampoco son apropiadas para el transporte ya que no se pueden cerrar
con facilidad. Sin embargo, esta característica tipológica facilita el trasiego de productos, tanto
sólidos como líquidos, y permite el acceso hasta
el fondo del recipiente sin excesiva dificultad. En
este caso, no nos podemos decantar por un contenido más idóneo que otro, pero podemos especular con la idea de que si las ánforas se
utilizaron para los líquidos, quizás los sólidos estuvieran principalmente en tinajas. Contrariamente a lo que ocurre con las ánforas, las tinajas
siempre se decoran, bien con simples bandas o
con complejas decoraciones figuradas, lo que in26. Empleo de una romana para el pesado de los contenedores
dica su exposición y visualización en los ámbitos
cerámicos.
domésticos, así como puntualmente su significación como vasos de prestigio.
Como hemos expuesto, los trabajos experimentales llevados a cabo en la Bastida han estado especialmente centrados en la arquitectura. Quedan abiertos
para el futuro otros campos de investigación relacionados con la producción doméstica, como el tejido, manipulación de cerámicas, molienda de cereal, etc., o trabajos artesanales y agrícolas de los que tantos restos
hay en el poblado, como la carpintería y la metalurgia.
Como conclusión, queremos mostrar nuestra satisfacción por los resultados obtenidos en todas estas experiencias. Nos han proporcionado una visión práctica de las cosas que estudiamos; una visión particular
que sólo otorga la experimentación directa. Pastar el barro, reparar aleros, solventar los problemas de ventilación o humedad de una casa, mirar temerosos los techos cuando llueve por si hay goteras, agradecer el
frescor en verano o el calor en invierno que mantienen las paredes de la casa, o trasegar líquidos y sólidos
¡con esfuerzo! en el patio, son experiencias estupendas que, si bien no nos acercan más a los iberos, sí hacen
sentirnos, inevitablemente, como ellos y ellas.
notas
1.- Agradecemos la intestimable ayuda que nos prestó el equipo de Alorda Park ante las dudas surgidas durante la construcción de la
vivienda ibérica, sobre todo en las cuestiones relativas a la cubierta.
2.- Desde estas líneas queremos expresar nuestro agradecimiento a vicent Revert, vigilante del yacimiento desde el año 2000, pues ha
velado diariamente por el mantenimiento de este equipamiento y ha sido partícipe, aportando su valiosa experiencia, de muchas de
las soluciones arquitectónicas adoptadas en las reparaciones.
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la DiDáctica en los espacios
patrimoniales
lauRa FoRtea ceRVeRa y eVa Ripollés adelantado
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L
os restos del pasado, con los que trabajamos desde la didáctica del patrimonio, tienen un potencial
enorme. Son signos que han llegado hasta nosotros como representación del universo de productos
que la humanidad generó en un momento dado, tienen por tanto un efecto de mostración. Su inmediatez y su presencia real es lo que los hace únicos e insustituibles. Producen en quien los contempla un
gran poder de atracción ya que, al situarse frente a ellos, en cierta manera, permiten traspasar la barrera
del tiempo. Así, los restos arqueológicos se convierten en un referente de permanencia que nos reconforta
frente a la levedad de nuestro tiempo personal.
En el caso de los yacimientos arqueológicos, la sensación que invade al visitante puede ser desconcertante.
Se encuentra en el mismo espacio físico que ocuparon los antiguos pobladores, camina por sus calles y entra
en sus casas, pero aún así, solo percibe un inmenso vacío en un lugar que estuvo lleno de vida y actividad.
Aprovechar este espacio “vacío” para desarrollar actividades que nos hagan reflexionar sobre la vida y
costumbres de sus antiguos habitantes es una fórmula maravillosa no sólo para quien lo visita, que por fin
puede establecer una comunicación efectiva con los restos del pasado, sino también para el propio yacimiento que durante unas horas vuelve a “respirar” a través de sus visitantes.
La tarea de la didáctica del patrimonio es ir más allá del efecto de mostración que tienen los restos arqueológicos, dotándolos de significado. Para ello, aplica los métodos y genera los recursos necesarios para
transformar esta atracción inicial que despiertan los restos del pasado en conocimiento significativo. En definitiva, su objetivo último es buscar los estímulos que permitan al visitante conectar con aquello que se le
está presentando.
La didáctica: una intermediación necesaria
El término didáctica proviene del griego didaskein, que se relaciona con los conceptos de enseñar, instruir
y exponer con claridad. De hecho, fueron los Sofistas los primeros en utilizar métodos de enseñanza útiles,
prácticos y críticos. Pero no fue hasta el siglo xvii cuando Comenio, con su obra Didáctica Magna, contribuyó
a la configuración de la didáctica como una disciplina autónoma. En tanto que ciencia de la educación y técnica de enseñanza, la definió como el método universal para enseñar todo a todos (Comenio 1986).
Actualmente, en el ámbito europeo la didáctica es una disciplina subordinada a la Pedagogía, de carácter
teórico y práctico que interviene en todas las esferas de contenidos. Su objeto es el proceso de enseñanzaaprendizaje con la finalidad de alcanzar la formación intelectual, la optimización del aprendizaje, la integración de la cultura y el desarrollo personal (Martín 1999). Para que este proceso llegue a producirse se
requiere la presencia de tres factores: el sujeto (quién), el objeto (qué) y el agente (cómo). Las relaciones
que se establecen entre estos tres elementos son diversas [fig. 1]:
-la relación didáctica: tiene lugar entre agente y objeto. El agente, tras conocer el objeto, desarrolla
estrategias que facilitan su integración por parte del sujeto.
-la relación de enseñanza: se da entre sujeto y agente. Cuando el agente, mediante las estrategias didácticas diseñadas, permite al sujeto llegar a conocer el objeto.
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-la relación de aprendizaje: se produce entre
sujeto y objeto. Conduce al sujeto a la adquisición
del los objetivos de aprendizaje.
Por lo tanto, la función didáctica tiene como finalidad poner en contacto directo al sujeto y al objeto
de aprendizaje, a través de la acción didáctica.
didáctica deL patrimonio: su especificidad
Centrándonos en la didáctica aplicada al patrimonio arqueológico, debemos señalar que es una
disciplina en formación, que se alimenta del saber
propio de la Arqueología, de la Museología/Museografía, de la didáctica de las Ciencias Sociales, de la
Psicología, de la Pedagogía y de los saberes relativos
a la comunicación. Se diferencia de otros ámbitos didácticos en que los restos arqueológicos son su ob1. Situación pedagógica en el museo generada por un projeto de estudio, su instrumento y su finalidad. Su
grama educativo (adaptación de Allard y Boucher 1998).
objetivo último es crear las condiciones necesarias
para que se produzca la construcción de conocimientos, de manera que los métodos utilizados para lograrlo deben propiciar la adquisición de competencias cognitivas de tipo histórico y la formación del pensamiento visual, científico y tecnológico.
En este caso, la investigación arqueológica, como espacio en el que se producen los conocimientos científicos, es la base y punto de partida de la acción didáctica. Ésta será la encargada de trasponer o convertir
aquello que podríamos denominar saberes sabios, o logros obtenidos por la investigación, en saberes enseñados, o resultados que llegan al conjunto de la sociedad, dinamizando así la exposición o yacimiento visitable mediante materiales y recursos que permiten diferentes lecturas e interpretaciones (Chevallard 1991).
2. Visita guiada al yacimiento.
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Esta mediación necesaria, no implica
de ninguna manera una simplificación del
contenido científico, ya que como algunos
autores han señalado todo contenido es
accesible, dependiendo del grado de profundidad, del tipo de contenido planteado
y de las estrategias que utilicemos para
su incorporación al bagaje previo de los
interpretadores (Asensio y Pol 1998).
Los
taLLeres didácticos: concepto y
características
Según la definición que aparece en el
diccionario de Uso del español de María
Moliner (1998), un taller es un sitio donde
se trabaja en una actividad manual.
Aunque tradicionalmente las habilidades manuales han sido las menos valoradas en el ámbito de la educación, en la
actualidad esta visión se ha ido modificando. Los estudios sobre la mente y la
inteligencia consideran la manipulación
como un aspecto importante en el proceso de aprendizaje. Así, se han planteado nuevos modelos más complejos a la
hora de valorar las habilidades en los que
se habla de inteligencias múltiples, estableciendo siete tipos de facultades: lingüística, lógica-matemática, espacial,
musical, corporal-cinestésica, intrapersonal e interpersonal (Gardner 2006).
Está comprobado que se aprende
mejor cuando se combinan las diferentes
facultades, de manera que se puede recordar hasta un 90% de aquello que se
3. A. Experimentación con telar de placas; B. Taller de joyería: materiadice y se hace a la vez. Los talleres y la acles de experimentación.
tividad manipulativa que generan potencian, además de otras facultades, la
inteligencia corporal-cinestésica. En ellos
se trata de transformar el conocimiento teórico en experiencias vitales. Se busca la implicación directa del
participante: vivir la experiencia en primera persona, por eso, se crea un ambiente informal, agradable y
distendido en el que los participantes puedan experimentar, expresarse, crear y aprender en libertad.
Normalmente los talleres se centran en aspectos concretos y pueden realizarse de manera independiente
o como complemento de la visita a las salas o yacimiento. En este caso, la relación entre el monitor y el participante no se limita a la transmisión de conocimientos, sino que sobre todo pretende favorecer la adquisición de habilidades. El monitor adopta un papel menos directivo, pero, aún así, es el responsable último del
éxito de la propuesta. Es el encargado de promover la interacción, conversación y creación de un clima distendido que favorezca la sensación de estar aprendiendo de manera libre, amena e incluso divertida. Por
ese motivo debe ser receptivo con su público y amoldar su discurso y habilidad comunicativa a las situaciones
particulares de cada grupo.
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4. Paneles empleados en los talleres de tejido
durante la fase de explicación teórica.
Los talleres pueden ir dirigidos a todo tipo de público, la única diferencia radica en su contenido, actividad
propuesta y tiempo dedicado según las necesidades de cada edad y grupo.
Su principal virtud es su dinámica participativa, lo que los convierte en la alternativa ideal para la transmisión de conocimientos procedimentales. El taller permite abordar actividades muy variadas, desde la creación artística hasta la reproducción de técnicas de trabajo y ambientes del pasado. Por este motivo, los
talleres siguen siendo muy demandados por la escuela y también por otros públicos.
En el estudio de las ciencias sociales se ha comprobado que los hechos históricos y los procedimientos
técnicos del pasado, así como el propio método de investigación de la disciplina histórica, se hacen más
comprensibles si se toman en cuenta los siguientes aspectos:
- Favorecer el conocimiento práctico y no la memorización
- Propiciar la implicación de los participantes
- Potenciar la observación directa y la experimentación
- Contextualizar el conocimiento (la ambientación e imaginación histórica es importantísima para comprender los comportamientos del pasado)
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Todo ello puede alcanzarse con propuestas didácticas como los talleres, sobre todo si estos se realizan
en el contexto espacial original: los yacimientos arqueológicos. Las experiencias de este tipo son muy beneficiosas para ambas partes, porque adentrase en el espacio “original” se convierte en un elemento motivador
de la propuesta y al mismo tiempo dichas actividades favorecen la comprensión del yacimiento, con lo que
la visita gana en calidad y efectividad.
En definitiva, entendemos por taller todas aquellas iniciativas en las que el visitante, acompañado por
un monitor o educador, es invitado a experimentar con técnicas o gestos relacionados con la disciplina de
referencia del museo, con el objetivo de facilitarle el contacto y la comprensión de sus colecciones. Se trata,
por tanto, de una propuesta con orientación básicamente procedimental, donde se prioriza la actividad por
encima de la receptividad pasiva y donde la manipulación tiene un papel fundamental. Es decir, en los talleres se fomenta el aprendizaje mediante la combinación de actividades cognitivas y motrices y su finalidad
última es introducir la animación en la visita al museo, eliminando la frialdad y distanciamiento con el que
frecuentemente se visita.
En líneas generales, dentro de los talleres didácticos se pueden establecer tres grandes grupos atendiendo
a los objetivos didácticos y las características metodológicas de cada uno de ellos (Santacana y Serrat 2005):
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5. Recursos materiales empleados en los talleres en la
fase de experimentación personal. A, tejido. B, escritura. C, cerámica.
- talleres basados en la experimentación y manipulación. Destinados a introducir al participante en el proceso de investigación de la disciplina de referencia y en la reproducción activa de los
procesos de trabajo con la finalidad de guiar la construcción de conocimientos.
En este tipo de talleres se fomenta que sea el propio visitante, a partir de su experiencia, el que consiga
ciertos resultados, a través de la observación, del manejo de determinados instrumentos y de la comparación de informaciones y resultados.
En el campo de la arqueología, estos talleres suelen incluir propuestas relacionadas con simulaciones
del método arqueológico, del proceso de fabricación de utensilios prehistóricos o de actividades artesanales del pasado.
- talleres basados en la dramatización y empatía. Su objetivo es que los visitantes puedan imaginar otros momentos, otras situaciones u otros personajes, a partir de su propia experiencia. Son muy
utilizados en museos con disciplinas de referencia centradas en la historia
- talleres basados en la expresión. Pretenden desarrollar en el visitante su capacidad de expresión
personal mediante su creatividad e imaginación, especialmente a través de manifestaciones plásticas,
musicales o literarias. Los talleres de arte son el mejor ejemplo de esta tipología.
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6. Taller de cerámica en 2002.
7. Equipo de trabajo en 2009: monitoras
de los talleres, guías y vigilante del yacimiento. De izquierda a derecha: Vicent
Revert, Guadalupe Sanz, Eva Ripollés,
José María Ferre y Laura Fortea.
No obstante, esta clasificación no es rígida, ya que en la práctica es frecuente e incluso aconsejable, proponer talleres que combinan características propias de los tres grupos.
taLLeres de experimentación en La Bastida de Les aLcusses
Los trabajos de excavación en la Bastida de les Alcusses han permitido documentar las actividades cotidianas y artesanales, entre las que cabría destacar la producción de cerámica, la joyería, el tejido y la escritura. La abundante información disponible sobre estas actividades fue lo que nos decidió a utilizarlas como
objeto de los talleres.
En el año 2002, siguiendo con el trabajo de difusión del yacimiento, se quiso dar un paso más y se planteó
la realización de talleres pensando, sobre todo, en la gran cantidad de escolares que se reciben anualmente.
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8. Fase de experimentación personal,
trabajo con telar de rejilla.
Los años de experiencia ofreciendo visitas guiadas [fig. 2] mostraron que una gran parte del público que lo
visitaba, especialmente los escolares, pese a encontrarse en el entorno original, frente a los vestigios reales
y contar con la mediación de los monitores y paneles explicativos, seguían teniendo la sensación de visitar
un lugar sin vida, que no reflejaba la actividad ni los diferentes trabajos de sus antiguos habitantes.
Así pues, la realización de talleres de experimentación se presentó como la opción idónea capaz de recuperar y recrear las actividades artesanales de los iberos en el propio yacimiento, al tiempo que favorecía la
implicación directa de los visitantes y se dinamizaba la visita.
En los talleres que se realizan en el yacimiento, como en toda propuesta didáctica, debemos diferenciar
entre aquello que se observa o estructura visible y aquello que subyace a toda acción didáctica, es decir, la
reflexión teórica o estructura profunda que la respalda (Martínez 2004).
estructura profunda o marco teórico
La estructura profunda de los talleres se sustenta en dos elementos: los contenidos específicos sobre la
temática a tratar y el posicionamiento didáctico desde el que se trabaja.
Contenido
Cualquier propuesta didáctica, en este caso en el ámbito museístico, tiene que fundamentarse necesariamente en la investigación desarrollada sobre la temática específica que se pretende transmitir, ya que es
allí donde se producen los conocimientos.
En nuestro caso, puesto que la actividad presentada gira alrededor de los iberos, es evidente que la fuente
de conocimiento de la que se parte es la propia investigación arqueológica sobre la Cultura ibérica. Concretamente la referida al yacimiento en cuestión, la Bastida de les Alcusses, y la que versa sobre la temática de
los talleres: la joyería, la cerámica, el tejido y la escritura de ese momento. Al abordar este segundo aspecto
también tuvimos que acudir a las investigaciones relacionadas con la arqueología experimental y los métodos
de trabajo empleados por ella.
Posicionamiento didáctico
Antes de señalar los puntos básicos del posicionamiento didáctico en el que nos situamos, queremos
mencionar algunos aspectos relativos al concepto de didáctica, que se deben tener muy presentes a la hora
de concebir cualquier propuesta educativa relacionada con el patrimonio.
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9. Fase de experimentación personal, área dedicada a las técnicas decorativas de la cerámica ibérica.
10. Fase de experimentación personal, cuños con el signario ibérico oriental.
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11. A. Evolución de las visitas del año 2000 al 2009. B. Gráfica comparativa de visitas por tipos de públicos.
En primer lugar, tenemos la firme convicción que el papel de la didáctica del patrimonio arqueológico,
dentro y fuera del museo, es establecer una comunicación efectiva entre el público y los restos materiales
del pasado, entendiendo como tal una comunicación en doble dirección, que tenga en cuenta no sólo lo que
la institución que custodia el patrimonio quiere transmitir, sino también la percepción del público. Sólo a
partir de este entendimiento se podrá producir el aprendizaje.
En segundo lugar, queremos insistir en que la didáctica no la definen los destinatarios sino los objetivos.
Es habitual asociar didáctica con público escolar, tal vez porque es el colectivo que más utiliza los museos
como recurso educativo. Pero no hay que olvidar que estas instituciones son también espacios idóneos para
la educación permanente, lo que incluye a toda la población.
Por último, y no por ello menos importante, en las instituciones encargadas de custodiar el patrimonio,
la didáctica debe ser una convicción, no un simple trámite.
Una vez comentados estos puntos, pasamos a exponer nuestro posicionamiento respecto a la didáctica y
el proceso de aprendizaje, así consideramos que éste debe ser:
- significativo, porque se aprende en la medida que se dota de significado, de sentido y de valor al conocimiento que se está adquiriendo;
- activo, tanto en el aspecto sensitivo como cerebral;
- motivador, debe despertar la curiosidad e implicar un reto;
- transferible o aplicable a otros contextos y situaciones;
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- adecuado al nivel y estilo cognitivo de los usuarios;
- diverso, es decir, debe incluir objetivos tanto conceptuales como actitudinales y procedimentales;
- social, porque se nutre de las conversaciones y de la interacción con los otros.
- además, el aprendizaje es contextual, ya que se aprende en función de lo que ya se conoce: de nuestras
experiencias personales, creencias, temores y prejuicios.
- Y aunque obvio, debemos recordar que para aprender se requiere tiempo, para pensar, probar, jugar,
debatir, interactuar y poner en práctica nuevas hipótesis.
En resumen, creemos que durante el proceso de aprendizaje se deben plantear dudas e incitar la curiosidad más que dar respuestas, explicaciones o datos. Se trata de tutelar la visita más que de instruir. En definitiva crear un nuevo modelo de visitante, más activo y participativo.
Así pues, a partir de estos dos elementos básicos: el contenido y el posicionamiento didáctico, iniciamos
el proceso de elaboración de los talleres, siguiendo los siguientes pasos:
Definición de los objetivos
A la hora de establecer los objetivos generales de la propuesta, se tuvieron en cuenta tanto las posibilidades del museo y del yacimiento (recursos humanos y económicos), como las necesidades y expectativas
del público a quien se dirigía. Así, se definieron los siguientes objetivos generales de tipo conceptual, procedimental y actitudinal:
- Complementar y motivar la visita al yacimiento.
- Aproximarse a los métodos y técnicas de estudio del material arqueológico.
- Propiciar la reflexión en torno a la producción artesanal de los antiguos pobladores de la Bastida de les
Alcusses.
- Hacer de la manipulación y la experiencia personal el punto de partida para la reflexión histórica.
- Desarrollar el pensamiento lógico.
Los objetivos de carácter específico se establecieron, independientemente para cada uno de los talleres.
Elección de la temática y contenido de cada taller
Tras definir los objetivos generales se seleccionó la temática sobre la que se iba a trabajar en los cuatro
talleres así como los objetivos específicos de cada uno de ellos, teniendo siempre muy presente el nivel del
público a quien se dirigía la propuesta (escolares a partir de los 9 años).
Los contenidos elegidos, como ya se ha señalado, abordan la producción artesanal de época ibérica, son de
carácter horizontal o sincrónico y siguen una progresión que conduce de lo general a aspectos más concretos.
Para llevar a cabo esta parte del trabajo, fue fundamental la revisión y análisis de la bibliografía específica
sobre los temas a tratar (joyería, tejido, cerámica y epigrafía), lo que nos permitió abordarlos de forma rigurosa, centrándonos en los aspectos que consideramos de mayor interés para los participantes.
Diseño de las actividades
Una vez tuvimos claros la temática y los objetivos se pasó al diseño de las actividades. Esta parte del proceso exigió un trabajo previo de experimentación con diferentes materiales [fig. 3]. Esto nos permitió
desarrollar las destrezas necesarias y elegir los recursos más idóneos y fáciles de manipular. Otro aspecto
importante que se pudo ajustar en este momento fue el coste del material que se iba a emplear, de manera
que en el futuro permitiese su reposición sin problemas.
En cuanto al desarrollo de la actividad, se decidió que los talleres se estructurarían en tres momentos:
una primera explicación teórica, después se pasaría a la experimentación personal y finalmente se establecerían las conclusiones.
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12. Afluencia de visitantes individuales por meses. Arriba: de 2000 a 2004. Abajo: de 2005 a 2009.
La explicación teórica: apoyada en un referente visual (paneles), sirve para dotar a los participantes del
marco de referencia o conocimientos necesarios para afrontar la segunda parte o experimentación personal. Para cada taller se diseñaron dos paneles: uno sobre tipología y otro sobre las técnicas de fabricación.
En ellos se incluyeron imágenes de piezas arqueológicas ibéricas, siempre que fue posible pertenecientes
al propio yacimiento, que documentaban cada una de las fases de producción o tipologías presentadas
[fig. 4].
Experimentación personal: Puesto que se contaba con dos monitoras y éramos conscientes de que para facilitar
el aprendizaje activo, sin alterar la dinámica de la actividad, se requería que los grupos fueran reducidos, decidimos organizar dos áreas de trabajo en cada taller. Así, los 25 participantes iniciales quedan divididos en dos
subgrupos, haciendo más cómoda y manejable la actividad, tanto para los escolares como para las monitoras.
Además, como uno de los objetivos que se habían propuesto era desarrollar el pensamiento lógico e hipotético-deductivo, el mismo que se requiere en toda investigación, en esta fase de trabajo se decidió aplicar
la siguiente secuencia didáctica, que no es más que la transposición del propio método científico:
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13. Afluencia de grupos escolares por meses. Arriba: de 2000 a 2004. Abajo: de 2005 a 2009.
- planteamiento de un interrogante,
- observación inicial,
- relación con el conocimiento anterior,
- formulación de una hipótesis de trabajo,
- comprobación experimental
- y elaboración de conclusiones.
De este modo, en cada área de trabajo la actividad se inicia con el planteamiento de un interrogante cuya
función es despertar la curiosidad y propiciar la reflexión personal a partir de la observación de copias de
piezas arqueológicas, de los conocimientos previos de los participantes y de la información aportada por la
explicación teórica anterior.
A continuación, se pasa a la fase de manipulación y experimentación personal con materiales similares
a los originales, fundamental para poder contrastar la hipótesis de partida planteada por los participantes.
En algunos casos el resultado obtenido se puede llevar a casa, con lo que se refuerza lo aprendido y además
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14. II Jornadas de Visita en julio
de 2009: A, personajes vestidos
de iberos. B, guerrero con casco
y escudo.
sirve de elemento motivador, por la satisfacción que supone ver materializado el esfuerzo y poder mostrarlo al resto del grupo
y/o familiares.
Para esta segunda parte o fase de experimentación personal, se fabricaron expresamente todos aquellos útiles necesarios
para la elaboración y manipulación exigida
en cada taller, desde diversos tipos de telares (vertical, rejilla...) hasta una muestra variada de pinceles y compases múltiples para
la decoración cerámica. Siempre teniendo
en cuenta que los materiales y herramientas
empleados fueran coherentes con los aparecidos en época ibérica y sobre todo que fueran fácilmente manipulables por los
participantes [fig. 5].
Conclusión de la actividad: con la finalidad
de ajustar los resultados y fijar los conceptos
que se habían trabajado se optó por diseñar
una ficha sencilla. Con ello se conseguía reducir considerablemente el tiempo de conclusión de la actividad y, además, servía de
refuerzo visual una vez acabado el taller.
Como material complementario se elaboraron unas hojas explicativas con información relativa al tema tratado en cada caso.
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15. II y III Jornadas de Visita en
julio de 2009 y 2010: ambientación de un espacio doméstico y
teatralización del intercambio
comercial en una casa del poblado.
Estas hojas se reparten entre los participantes o se entregan al tutor/a del grupo para
que se pueda seguir trabajando en el aula.
La elección del lugar donde se llevarían a
cabo los talleres no supuso ningún inconveniente, puesto que ya existía un espacio destinado a usos didácticos con todas las
infraestructuras necesarias: el patio adyacente a la casa ibérica reconstruida a la entrada del yacimiento. Solo quedaba por
decidir el momento en que tendrían lugar los
talleres. Como era lógico, puesto que la propuesta se dirigía a escolares, tenían que ajustarse al calendario lectivo y a la climatología
más propicia para el trabajo al aire libre. Por
ello, se optó por su realización los jueves
durante los meses de abril, mayo y junio.
Evaluación de la actividad
Durante el mes de noviembre de 2002 se
pusieron en funcionamiento los cuatro talleres de manera experimental, para valorar los
problemas que pudieran surgir en la práctica
y así incorporar todos los cambios que fuesen
necesarios [fig. 6].
A partir de este primer contacto con los
grupos de escolares descartamos los materia-
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16. II Jornadas de Visita en julio de 2009: visita a la excavación.
les menos adecuados, modificamos la dinámica de la fase de experimentación personal y ajustamos los tiempos dedicados a cada parte de la actividad. Tras realizar las correcciones necesarias, los talleres se pusieron
en funcionamiento, tal como se han descrito anteriormente, a partir de 2003.
estructura visiBLe o acción didáctica
Actualmente en la Bastida de les Alcusses (Moixent) se llevan a cabo cuatro talleres de experimentación,
con las siguientes temáticas: Joyería, Tejido, Cerámica y Epigrafía de época ibérica.
La propuesta está dirigida a escolares entre 9 y 16 años (3er Ciclo de Primaria y Educación Secundaria
Obligatoria) organizados en grupos de unos 25 participantes.
Además de monitores especializados [fig. 7], se emplean recursos materiales como paneles, fichas y recreaciones de piezas arqueológicas. Cada taller tiene una duración aproximada de 90 minutos: 15 a 20 minutos de explicación teórica, 60 minutos de trabajo en las dos áreas de experimentación y 10 minutos para
las conclusiones.
Taller de joyería
descripción: Se trata de descubrir el mundo de la joyería ibérica a través de la reproducción de algunas
piezas encontradas en yacimientos valencianos. La utilización de las diversas técnicas de trabajo empleadas
por los iberos permite enfrentarse directamente con los retos que plantea la manipulación del material, así
como entender las soluciones adoptadas.
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objetivos específicos: Que los participantes se aproximen a los orígenes e influencias de la joyería ibérica
y que conozcan, a través de la manipulación, los materiales y las técnicas empleadas, así como los diferentes
tipos de piezas elaboradas.
desarrollo: Tras la explicación teórica sobre las características generales de la joyería ibérica, (precedentes,
materiales utilizados, técnicas de trabajo), tipo de joyas, los participantes se dividen en dos grupos que se
distribuyen en las dos áreas de trabajo organizadas. Una dedicada al trabajo sobre hilo y otra al trabajo sobre
lámina.
Cada uno experimenta las diversas técnicas de elaboración de joyas empleando las herramientas y soportes, previamente preparados, hasta reproducir una de las piezas. En este caso los participantes se pueden
llevar el resultado de su experimentación [fig. 8].
Por último, para afianzar los conocimientos adquiridos, los participantes completan una ficha. En cada
área de trabajo se utilizan dos fichas en las que aparece la imagen de una pieza y dibujos de las diferentes
técnicas empleadas en la joyería ibérica. Las objetos que se reproducen son: pendiente de Covalta (Albaida),
anillo Heracleo de villaricos (Almería) y anillo y brazalete de los villares (Caudete de las Fuentes)
Cada participante debe elegir la ficha de la pieza que ha reproducido y, a partir de su propia experimentación, marcar qué técnica se empleó en su elaboración.
Taller de tejido
descripción: Los participantes se aproximan al mundo del tejido ibérico a través de la manipulación de
los diferentes tipo de telares. Esto permite comprender de manera práctica el proceso de elaboración de tejidos.
objetivos específicos: introducir a los participantes en el papel social que tenían los tejidos en época
ibérica, quién los confeccionaba y con qué materias primas se fabricaban. También conocerán los diversos
tipos de telares, los elementos que los componen, su funcionamiento y la variedad de tejidos elaborados por
cada uno de ellos.
desarrollo: La actividad se inicia en el interior de la reproducción de la casa ibérica, donde se comentan
las características generales del tejido ibérico: precedentes, materiales utilizados, papel social de los tejidos, proceso de producción, etc. Además, a través de los paneles y de una serie de réplicas, se muestra el
proceso del hilado del lino y de la lana (huso-fusayola) así como el funcionamiento del telar vertical y de
placas.
Posteriormente, los participantes se dividen en dos áreas de trabajo donde se experimenta sobre el funcionamiento del telar de rejilla y el de marco o simplificación del telar vertical [fig. 9].
Para finalizar y reforzar lo aprendido, en cada área de trabajo los participantes reciben una ficha donde
se muestra el telar vertical, que ya han visto, con el nombre y la función de cada una de sus partes y una
imagen del telar que acaban de emplear. Los participantes tienen que identificar las partes del telar que tienen en sus manos, cuáles le faltan o si hay otras que hacen el mismo papel, y marcarlas en la imagen.
Taller de cerámica
descripción: A través de la experimentación los participantes se acercan a las técnicas de estudio de la
cerámica ibérica: tipo de pastas, partes de los recipientes, orientación de los bordes y tipología. También
reproducen algunas decoraciones empleando materiales y herramientas semejantes a las de aquel momento.
objetivos específicos: Que los participantes conozcan los orígenes de la cerámica ibérica, las técnicas de
fabricación y decoración, así como las principales características de su producción. Que se introduzcan en
las técnicas de estudio de la cerámica arqueológica.
desarrollo: En primer lugar se presentan las características generales de la cerámica ibérica: precedentes,
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17. II Jornadas de Vista en julio
de 2009. A, talleres de pasta vítrea. B, taller de indumentaria
ibérica.
materiales utilizados, técnicas de trabajo,
tipo de recipientes y su función. A continuación, los participantes experimentan en las
dos áreas de trabajo: estudio arqueológico
de la cerámica y técnicas de decoración.
En el área dedicada al estudio del material arqueológico los participantes, divididos
en dos subgrupos, empiezan la actividad separando varios fragmentos cerámicos en dos
conjuntos: cerámica fina y cerámica tosca.
Una vez conseguido se ponen en común los
resultados. A partir de aquí, tienen que reconocer a qué parte del recipiente pertenece
cada fragmento y a qué forma. Para facilitar
esta tarea los participantes cuentan con unas
plantillas con el dibujo arqueológico de cada
recipiente a tamaño natural y una tabla con
los principales tipos de recipientes.
De esta manera se llega a apreciar como
cada forma tiene un borde, una delineación
del cuerpo y una base bien definidas, relacionada con la función de cada recipiente. Como
el elemento más identificador es el borde, se
les enseña a orientarlo correctamente, y así,
de forma individual, cada uno orienta y
busca a qué forma pertenece el fragmento
que tiene en sus manos.
En el área referida a las técnicas decorativas los participantes, divididos en dos subgrupos, pueden experimentar cómo elaboraban
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los artesanos iberos algunas de las decoraciones más sencillas utilizando copias de los diversos tipos de pinceles
y soportes cerámicos [fig. 10].
En ambas áreas de trabajo se finaliza la actividad rellenando una sencilla ficha. En el caso del estudio arqueológico de la cerámica, una vez identificado el fragmento y la forma a la que pertenece, se anota en la
ficha el nombre del recipiente y se dibuja su forma. En el área dedicada a la decoración, la ficha consta de
una tabla con motivos geométricos presentes en la cerámica ibérica y herramientas empleadas para su elaboración. Los participantes, tras la experimentación realizada, tienen que anotar con qué herramientas se
han elaborado los diferentes motivos decorativos.
Taller de epigrafía
descripción: Los participantes se inician en el conocimiento de la epigrafía ibérica y en los problemas que
plantea su traducción a partir de una serie de cuños con las grafías ibéricas y la transcripción de un plomo
encontrado en la Bastida de las Alcusses.
objetivos específicos: Que los participantes conozcan las características de la epigrafía ibérica, los diferentes alfabetos que existen y la dificultad de su traducción.
desarrollo: A partir del panel, se exponen las características generales de la epigrafía ibérica: origen, materiales utilizados como soporte de la escritura y tipo de signarios empleados en cada territorio. Después,
los participantes se distribuyen en las dos áreas de trabajo: en una se desarrollan actividades sobre los diferentes tipos de signario y en la otra se aborda la transcripción del texto presente en uno de los plomos encontrados en el propio yacimiento [fig. 11].
En el área dedicada a los diferentes tipos de signario se trabaja a partir de cuños (oriental) y de una ficha
con el semisilabario oriental y meridional. Los participantes deben escribir en la ficha su nombre empleando
los cuños. Así se dan cuenta que existieron varios signarios ibéricos y que además, es una escritura que emplea signos vocálicos, consonánticos y silábicos.
En la otra zona de trabajo, los participantes reciben una ficha con un fragmento de texto perteneciente
a un plomo con inscripciones encontrado en la Bastida de les Alcusses y una plantilla con el signario ibérico
meridional y sus correspondencias en grafía latina. Con la ayuda de dicha plantilla, los participantes tienen
que transcribir el texto. Al acabar, leen el resultado en voz alta, dándose cuenta que no entienden nada de
lo leído. Finalmente, se les explica la diferencia entre transcripción, lo que ellos acaban de hacer, y traducción, que en el caso de la lengua ibérica aún no se ha podido conseguir.
En este caso las fichas tienen una doble función, durante la experimentación personal sirven de soporte
de la actividad y durante la puesta en común final como conclusión y recuerdo material de lo aprendido.
vaLoración de Los resuLtados
El yacimiento cuenta en la actualidad con una amplia oferta didáctica y de divulgación que utiliza tanto
recursos de comunicación directos (visitas guiadas y talleres) como indirectos (folletos, guías y paneles) que
ayudan a interpretarlo mejor. De hecho, todo este esfuerzo de difusión ha dado sus frutos, tal y como lo demuestra el importante aumento de público que recibe anualmente el yacimiento, pasando de 8.562 visitantes
en 2000 a los 14.074 en 2009 [fig. 12].
Las actuaciones que se han puesto en marcha son un buen ejemplo de gestión del patrimonio arqueológico,
donde se establece una relación de intereses entre la investigación y su aplicación práctica con el fin de obtener
rentabilidad social. Prueba de ello fue la petición por parte del Ajuntament de Moixent de que la Bastida estuviera
presente en la Feria del Macizo del Caroig, celebrada en esta localidad en el verano de 2006, coincidiendo con el
75 aniversario del descubrimiento del “Guerrer de Moixent”. Para esta ocasión, desde el Museu de Prehistòria de
valència se organizó una pequeña muestra de los talleres de experimentación, adaptándolos a las circunstancias
especiales de este evento. También se programaron visitas guiadas al yacimiento, a cargo de los guías de la Bastida
de les Alcusses, y una exhibición de la panoplia e indumentaria de los guerreros y damas de época ibérica.
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18. II Jornadas de Visita en julio de 2009. Teatralización en el espacio doméstico.
En cuanto a los talleres, pese a no haber tenido la oportunidad de realizar una evaluación sistemática,
hemos comprobado, a través de la observación directa que, efectivamente, han conseguido dinamizar la
visita al yacimiento y transmitir una idea más contextualizada del modo de vida de los iberos.
Revisando la estadística de visitantes, entre el año 2000 y 2009, se observa que la afluencia de público
individual se vincula a los periodos vacacionales. La mayor concentración se sitúa en los meses de marzo a
abril, seguidos de los meses de octubre y agosto, aunque a partir de 2008 el mes de julio experimenta un
significativo aumento que, como veremos, se debe al desarrollo de actividades específicas [fig. 13].
Al analizar la evolución de los centros educativos, del año 2000 al 2004, se aprecia que los visitantes se
concentran en el mes de noviembre, seguido del periodo comprendido entre los meses de febrero a mayo.
A partir del año 2004 se observa una inversión de esta dinámica, pasando a ser marzo, abril y mayo los
meses con mayor número de visitas [fig. 14]. Entendemos que, en cierta medida, en esta variación ha influido
la puesta en marcha de los talleres.
En cualquier caso, tendremos que ser cautos en la valoración de estas conclusiones, ya que los datos del
último año muestran una afluencia de público más regular, equilibrándose de nuevo los dos momentos de
máxima afluencia al yacimiento.
También se evidencia que el público individual es cuantitativamente superior a las visitas en grupo [fig.
12]. Así pues, ante una realidad como la que acabamos de presentar, y con la voluntad de seguir mejorando,
se están diseñando una serie de actuaciones en el yacimiento que, como línea de trabajo a corto plazo, permitirán atender de manera más efectiva las necesidades de todos sus visitantes.
En este sentido, para dar a conocer los últimos resultados de las investigaciones realizadas en el yacimiento,
el 12 y 13 de julio de 2008 se celebraron las i Jornadas de visita con el lema Viu un cap de setmana amb els
ibers, que han tenido su continuidad en 2009 y 2010 y está previsto se consoliden en ediciones futuras. La organización de las actividades corre a cargo del Museu de Prehistòria de la Diputació de valència, con la participación activa del Ajuntament de Moixent y la colaboración de empresas locales. En 2008 recibimos a 480
personas y en 2009 superamos nuestras expectativas y previsiones con un total de 1.250 participantes.
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19. Presente y futuro en la divulgación del patrimonio. II Jornadas de Visita en julio de 2009.
Durante las Jornadas los visitantes se convierten en parte activa de la visita al yacimiento. Cada grupo,
acompañado por un monitor, visita las paradas establecidas en lugares de especial interés del asentamiento,
e interactúa con diferentes personajes, como comerciantes, guerreros, damas y caballeros [figs. 15, 16, 17,
18 y 19]. El recorrido permite a los participantes conocer algunos aspectos de la vida cotidiana de los iberos.
Una de las paradas más valoradas por el público es la excavación, ya que se tiene la oportunidad de aproximarse a las últimas novedades de la investigación arqueológica del yacimiento de la mano de los propios
arqueólogos [fig. 20].
Como complemento de la visita, se organizan talleres [fig. 21], demostraciones y degustaciones para los
que contamos con la colaboración de empresas de difusión del patrimonio y agroalimentarias locales. Además, a fin de involucrar y dar a conocer las Jornadas entre la población local, también se programan actividades nocturnas en el casco urbano de Moixent, que en 2009 corrieron a cargo del grupo de recreación
histórica Ibercalafell y del folclorista Daniel Peces Ayuso.
Junto a todas estas iniciativas, se está desarrollando un proyecto didáctico que permitirá mejorar la calidad de la visita para todos los públicos, en especial para el visitante individual, y disfrutar de la experiencia
de forma autónoma. El objetivo prioritario de esta propuesta es generar una comunicación estratégica activa
que propicie la reflexión e interacción del visitante con este recurso patrimonial y su entorno.
Finalmente, quisiéramos añadir que creemos firmemente que el futuro del patrimonio arqueológico,
dentro y fuera del museo, está ligado al uso y valor que la sociedad le otorgue. Los vestigios del pasado pueden actuar como motor de cambio a la hora de aplicar métodos de enseñanza más acordes con las necesidades sociales del siglo xxi y que en la actual estructura del sistema educativo formal parecen difícilmente
abordables. La visita al museo, y por extensión a los yacimientos visitables, no puede ser una clase magistral
más. Debe ser un disfrute para la vista y debería serlo también para los demás sentidos. Debe despertar el
goce por el conocimiento a través de los restos del pasado, con el objetivo último de prepararnos para las
nuevas circunstancias que nos depara el futuro. ¿O acaso el conocimiento y la inteligencia no se orientan a
este fin?
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2 de julio de 1928
Este libro se acabó de imprimir
82 años, 9 meses y 25 días
después del inicio de las excavaciones en
La Bastida de les Alcusses.
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La Bastida de les Alcusses
1928-2010
helena Bonet rosado
y
JaiMe ViVes-Ferrándiz sánchez
[editores]
con textos de
Nuria Álvarez García, HeleNa BoNet rosado, YolaNda carrióN Marco, Javier de
Hoz Bravo, MiGuel ÁNGel Ferrer eres, carlos Ferrer García, laura Fortea cervera,
Mª Pilar iBorra eres, José Pérez Ballester, GuilleM Pérez Jordà, FerNaNdo Quesada
saNz, aGustí riBera i GóMez, eva riPollés adelaNtado, lucía soria coMBadiera,
GuillerMo tortaJada coMecHe y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
Museu de Prehistòria de València
2011
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Diputación De Valencia
presiDente
Alfonso Rus TeRol
DiputaDo De cultura
sAlvAdoR enguix MoRAnT
Autores
Nuria Álvarez García (arqueóloga), HeleNa BoNet rosado (Museu de Prehistòria de valència), YolaNda carrióN Marco (centro de investigaciones sobre desertificación, csic-uv-Gv), Javier de Hoz Bravo (universidad complutense de Madrid), MiGuel ÁNGel Ferrer eres (arqueólogo), carlos Ferrer García (Museu de Prehistòria
de valència), laura Fortea cervera (Museu de Prehistòria de valència), Mª Pilar iBorra eres (institut valencià de conservació i restauració de Béns culturals), José Pérez
Ballester (universitat de valència), GuilleM Pérez Jordà (Gi arqueobiología, centro de ciencias Humanas y sociales, csic), FerNaNdo Quesada saNz (universidad
autónoma de Madrid), aGustí riBera i GóMez (Museu arqueològic d’ontinyent i de la vall d’albaida), eva riPollés adelaNtado (Museu de Prehistòria de valència), lucía
soria coMBadiera (universidad de castilla-la Mancha), GuillerMo tortaJada coMecHe (arqueólogo) y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez (Museu de Prehistòria de valència).
Imágenes
todas las imágenes pertenecen al archivo del servicio de investigación Prehistórica excepto las figuras 2.12, 2.14, 2.15, 2.24 y 11.6a (Manuel Monzó), 2.23 (Guadalupe
sanz), 3.2 (elena revert Francés), 3.6, 3.8, 3.13a y 3.14 (José Pérez Ballester), 3.11, 3.12 y portadilla del capítulo 3 (Juan José castellano), 5.3, 5.4, 5.5, 5.6 y 5.14 (Guillem
Pérez Jordà), 5.40 y 5.43 (Yolanda carrión), 7.15 (Pere Pau ripollés), 8.8 y 8.11 (Fernando Quesada).
IlustrAcIones
dibujos: Francisco chiner vives, enrique díes cusí, carlos Fernández del castillo, Ángel sánchez Molina.
infografías: arquitectura virtual.
Planimetrías: José María segura Martí y emili cortell Pérez; Global alacant s.l.
PortAdIllAs de cAPítulos
1. detalle de las excavaciones de 1931 en la Bastida de les alcusses.
2. vista del promontorio de la Bastida desde el Pla de les alcusses.
3. cerro lucena de enguera.
4. vista aérea de la Bastida.
5. Herramientas de trabajo.
6. detalle de una selección de vajilla de mesa.
7. detalle de un fragmento de crátera de figuras rojas.
8. selección de armas.
9. detalle del plomo escrito Bastida i.
10. detalle de la excavación de una falcata en la Puerta oeste.
11. vista parcial de la torre iii y, al fondo, la lloma del serrellar, Gosgorròbio y la serra de Mariola.
12. vicent revert durante los trabajos de mantenimiento de la casa ibérica.
13. talleres didácticos de epigrafía durante las Jornadas de visita.
ImPresIón
PeNtaGraF iMPresores s.l.
dIseño y mAquetAcIón
viceNte lucas- ideas Y ProYectos.
dIseño de PortAdA
ÁNGel sÁNcHez MoliNa
isBn edición: 978-84-7795-590-0
d.l.: v-1734-2011
© de los textos: los autores
© de las fotografías e ilustraciones: los autores
© de la edición: Museu de PreHistòria de valèNcia-diPutació de valèNcia
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indice
7
Introducción
HeleNa BoNet rosado y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
11
1. delos“primerosgolpesdeazadón”almuseoalairelibre.repasoalainvestigaciónyla
documentaciónsobreelyacimiento
HeleNa BoNet rosado
31
2.Horizontescercanos.elmediofísicodelaBastidadelesAlcusses
c arlos Ferrer García
El paisaje a través de sus nombres
c arlos Ferrer García y aGustí riBera i GóMez
49
3. elpoblamientoibéricoenelentorno
José Pérez Ballester
63
4.elpoblado.murallas,puertasyorganizacióninterna
HeleNa BoNet rosado y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
La piedra y el barro en la arquitectura del asentamiento
c arlos Ferrer García
El montaje de los batientes de las puertas
GuillerMo tortaJada coMecHe
95
5.eltrabajocotidiano.losrecursosagropecuarios,lametalurgia,elusodelamaderaylas
fibrasvegetales
GuilleM Pérez Jordà, c arlos Ferrer García, Mª Pilar iBorra eres, MiGuel ÁNGel Ferrer eres,
YolaNda c arrióN Marco, GuillerMo tortaJada coMecHe y lucía soria coMBadiera
139
6.lavidaenlascasas.Produccióndoméstica,alimentación,enseresyocupantes
HeleNa BoNet rosado, lucía soria coMBadiera y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
177
7.deallíydeaquí.losintercambiosyelcomercio
Nuria Álvarez García y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
197
8.elarmamentoenunpobladoibéricodelsigloIv a.c.unaoportunidadexcepcional
FerNaNdo Quesada saNz
221
9.lenguayescritura
Javier de Hoz Bravo
239
10.delafundaciónalabandono.trayectoriahistóricadelpobladoydesusocupantes
HeleNa BoNet rosado y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
257
11.laruinamodificada.consolidaciónypuestaenvalordelyacimiento
HeleNa BoNet rosado y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
275
12.Arqueologíaexperimental.reconstrucciónarquitectónicayunaexperienciaconrecipientescerámicos
HeleNa BoNet rosado y JaiMe vives-FerrÁNdiz sÁNcHez
293
13.ladidácticaenlosespaciospatrimoniales.talleresdeexperimentaciónyJornadasde
visita
laura Fortea cervera y eva riPollés adelaNtado
315
Bibliografía
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6
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introducción
E
l 1 de julio de 1928 una veintena de hombres empezaban a excavar en la Bastida de les Alcusses, en
Moixent, el primer proyecto de campo del Servicio de Investigación Prehistórica de la Diputación de
Valencia. A las primeras campañas en el yacimiento entre 1928 y 1931, bajo la dirección de Isidro Ballester y Luis Pericot, siguieron décadas de trabajo en el laboratorio del museo y de labor editorial. El equipo
formado por Domingo Fletcher, Enrique Pla y José Alcácer sería el responsable del detallado estudio de los
diarios de excavaciones y de la identificación, inventario y dibujo de todos los materiales. Esta labor vería
parcialmente la luz en los años 60 del siglo pasado al publicarse los 100 primeros departamentos, quedando
pendientes los 150 restantes. Esta joya documental, formada por carpetas de inventarios y dibujos inéditos
y conservada en el archivo del SIP, ha servido a muchos investigadores desde entonces, y ahora a nosotros,
para dar la vida a los objetos tan minuciosamente contextualizados.
La reanudación de los trabajos de campo, investigación y puesta en valor del yacimiento a partir de 1990
ha conllevado, como es natural, la participación de nuevos equipos de trabajo que han planteado objetivos
y metodologías distintas, dando una especial relevancia a su vertiente patrimonial como recurso visitable.
En consecuencia, la dilatada historia de la investigación en el yacimiento ha permitido disponer de una documentación extraordinaria, casi excepcional, sobre un gran poblado ibérico del siglo IV a.C. Dan cuenta de
ello varias monografías, numerosos artículos en revistas especializadas y asistencias a congresos por parte
de los miembros del SIP y de especialistas de otras instituciones, nacionales e internacionales, que han convertido a la Bastida en una referencia básica para el estudio de la cultura ibérica.
El libro que el lector tiene en las manos recoge toda esta tradición investigadora sobre la base de las
líneas actuales de trabajo a través de trece capítulos temáticos. En clave divulgativa, pero manteniendo todo
el rigor de la documentación y la investigación arqueológica, los autores han puesto al día los resultados de
todos los trabajos realizados hasta la fecha, englobando desde la investigación arqueológica, con los hallazgos
más recientes, hasta los trabajos de difusión y divulgación. Aunque en parte se recoge información y datos
ya publicados, tratamos sobre todo aspectos inéditos o poco tratados por los trabajos anteriores, que incluso
se corrigen o reinterpretan a la luz de las últimas investigaciones. Con todo, este libro no es una memoria
de excavaciones de las campañas más recientes ni la publicación completa de los departamentos inéditos,
que actualmente está en curso.
El volumen se organiza en dos partes. Los diez primeros capítulos tratan aspectos relativos a la investigación sobre la cultura ibérica en la Bastida. Así, en el capítulo uno se hace una síntesis de la documentación
y la historia de los trabajos en el yacimiento desde 1928. El capítulo dos trata sobre el medio físico en el entorno y el tercero el poblamiento coetáneo en la zona y en las comarcas limítrofes. El capítulo cuatro nos introduce en la organización interna del poblado mientras que el trabajo cotidiano, fuera y dentro del poblado,
se aborda en el quinto. En el capítulo seis aumentamos la escala de análisis ya dentro de las casas. Los intercambios y el comercio, las armas y la escritura son tratados, respectivamente, en los capítulos siete, ocho
y nueve. El capítulo diez es una interpretación global de la trayectoria histórica del poblado a la luz de todos
los estudios anteriores. Los extraordinarios hallazgos de la campaña de 2010 en la Puerta Oeste han podido
ser incluidos, sintéticamente, en este capítulo aunque Fernando Quesada no pudo incorporar estos datos a
su trabajo sobre el armamento, por haber sido cerrada la maquetación cuando este hallazgo tuvo lugar.
7
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La segunda parte del libro se centra en el yacimiento como recurso patrimonial en la sociedad actual.
Así, los capítulos once, doce y trece repasan todos los trabajos dirigidos a la consolidación y la puesta en
valor del lugar para su disfrute público, exponiendo desde los criterios de intervención hasta la arqueología
experimental y las estrategias de difusión y divulgación.
El proyecto de investigación y difusión en la Bastida de les Alcusses no sería posible sin el apoyo y la colaboración de diversas instituciones y personas. La Diputación Provincial de Valencia ha subvencionado
todos los trabajos de investigación, restauración y puesta en valor a través del Museu de Prehistòria. El estudio e investigación de los materiales inéditos se está realizando en el marco del proyecto de investigación
HAR2008/04835 financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación. Queremos agradecer también el
apoyo del Ayuntamiento de Moixent a las acciones de difusión en las Jornadas de Visita desde el año 2008.
Desde estas líneas expresamos nuestro agradecimiento a todos los autores por su disponibilidad a la hora
de abordar los estudios encargados con el enfoque que requeríamos. A Agustí Ribera, director del Museu
Arqueològic d´Ontinyent i la Vall d’Albaida, agradecemos además su ayuda con la toponimia y por proporcionarnos datos sobre yacimientos de la zona.
Las personas vinculadas al yacimiento son, sin duda, la parte más importante, pues contribuyen a mantenerlo vivo. Queremos agradecer muy especialmente la dedicación de Vicent Revert en el mantenimiento
cotidiano del yacimiento y su ayuda en la intendencia de todos nuestros trabajos de campo. También reconocer el trabajo de todos los guías que por allí han pasado desde el año 2000. Nuestro agradecimiento va
también dirigido a los estudiantes y arqueólogos que han participado en las campañas de excavación. Algunos de ellos, además, han colaborado activamente en las Jornadas de Visita recreando la vida cotidiana del
poblado. Finalmente estamos agradecidos al personal del Museu de Prehistòria que, de una forma u otra,
se ha implicado en el proyecto.
Acabamos estas líneas introductorias recordando, de nuevo, a los investigadores y directores del Museu
de Prehistòria, Domingo Fletcher y Enrique Pla, que siempre nos animaron a estudiar, e incluso a terminar
la obra que ellos comenzaron. Es un inmenso legado histórico que, lejos de agotarse, continuará abierto a
nuevas preguntas y a los estudios de otros investigadores.
HELENA BONET ROSADO
JAIME VIVES-FERRáNDIz SáNCHEz
8
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1. Situación de la Bastida de les Alcusses y de los principales yacimientos de la zona.
2. Planimetría del yacimiento de la Bastida de les Alcusses. 1: Aparcamiento y lavabos. 2: Área Didáctica y de
Investigación Arquitectónica. 3: Entrada al poblado. 4: Límite del vallado. 5: Refugio.
9
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01
de los “PriMeros golPes de azadón”
al Museo al aire liBre
HelenA Bonet rosAdo
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Las excavaciones pioneras deL sip (1928-1931)
L
as noticias sobre restos antiguos en la loma de la Bastida de les Alcusses de Moixent se remontan al
verano de 1909, cuando Luis Tortosa, natural de Ontinyent, con motivo de la catalogación de monumentos de la provincia de Valencia, comunicó a Isidro Ballester la existencia de un gran “despoblado”.
Años después Ballester, el impulsor y futuro director del Museo de Prehistoria, lo visitaría con Gonzalo Viñes
en el marco de una serie de exploraciones en la zona. Por la importancia y superficie del asentamiento, fue
consciente que sólo se podría abordar una gran excavación desde el respaldo de una institución, empresa
que llevó a cabo en 1927 con la creación del Servicio de Investigación Prehistórica.
Ballester era un gran conocedor de la geografía y de los yacimientos arqueológicos de su tierra natal, la
Vall d´Albaida. Ya en 1906 había realizado una exploración en el poblado ibérico de Covalta y había desarrollado varias campañas más entre 1917 y 1919. Este yacimiento, próximo a la Bastida, le permitió adquirir
la formación necesaria para el trabajo de campo así como un conocimiento directo de los materiales que
aplicaría diez años después en la Bastida. La intervención en la Bastida debe enmarcarse en la planificación
de actividades de campo del SIP. Las excavaciones arqueológicas y su inmediata publicación eran para Ballester el único camino para asentar la institución, pues el futuro del nuevo Servicio y de su Museo dependía
del éxito de estos trabajos, al carecer de grandes colecciones que exponer. También advirtió la necesidad de
contar con buenos colaboradores y ayudantes universitarios capaces de llevar a cabo las excavaciones arqueológicas. De ahí las estrechas relaciones personales y profesionales que siempre mantuvo el SIP con el
Laboratorio de Arqueología de la Universidad de Valencia creado en 1921, muy especialmente con el joven
catedrático de Historia Contemporánea, Luis Pericot.
Rápidamente, en junio de 1928, comunicó a la Comisión Provincial Permanente el plan de trabajo de exploraciones y excavaciones del recién creado SIP y solicitó la autorización para intervenir en la Bastida de les
Alcusses, junto con otros emblemáticos yacimientos valencianos como la Cova Negra de Xàtiva o la Cova del
Parpalló de Gandia. Los trabajos en la Bastida quedaron encomendados a Luis Pericot, Mariano Jornet, Gonzalo Viñes y Emili Gómez Nadal bajo la dirección de Ballester [fig. 1]. También se previó ese mismo año la
importancia de la “reconstrucción” de los materiales de la Bastida desplazándose desde Alcoi para dicha tarea
Fernado Ponsell (De Pedro 2006, 52), hasta que se incorporara al SIP el capataz-restaurador Salvador Espí.
En julio de 1928, Ballester, acompañado de Pericot y Jornet, se desplazó desde Atzeneta d’Albaida hasta la
Bastida de les Alcusses para iniciar la que sería la primera excavación oficial del Servicio. El acierto de la elección queda bien reflejado en palabras de Pericot al referir como Ballester se había decidido por el poblado de
la Bastida entre una docena de estaciones inexploradas: “el futuro del servicio se jugaba a la carta de la suerte
que la excavación nos deparase. A los primeros golpes de azadón nos dimos cuenta que la Bastida de Mogente
pagaría con creces los esfuerzos que costase y que se trataba de un poblado riquísimo. De golpe, la fama de los
hallazgos del SIP pasó a los centros arqueológicos españoles”. Con la publicación de los resultados tanto en el
primer volumen del Servicio, el Archivo de Prehistoria Levantina I (1928) [fig. 2], junto a otros trabajos en publicaciones nacionales e internacionales de piezas selectas “la fama de los trabajos del SIP alcanzó los centros
arqueológicos internacionales y puede decirse que la vida de aquel parecía asegurada” (Pericot 1952, 12-13).
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1. Emili Gómez Nadal, Isidro Ballester y Manuel Navarrete en la muralla de la Bastida. 1928.
La Bastida, un desconocido asentamiento prehistórico, resultó ser la gran revelación para los estudios
ibéricos por la riqueza de sus hallazgos y por la espectacularidad de sus ruinas, y así se recoge en la noticia
del 18 de agosto de 1928 del diario La Semana Gráfica en que se denomina como “la nueva Pompeya” [figs.
3 y 4]. Los hallazgos, que se sucedieron a lo largo de cuatro campañas, desde 1928 a 1931, convirtieron a
este yacimiento en un hito de arqueología valenciana [fig. 5].
No en vano, las ‘Ruinas de la Bastida’ fueron declaradas Monumento Histórico-Artístico por Real Decreto
de 3 de junio de 1931 del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes (Gaceta de Madrid 155, de 4 de
junio de 1931). La Bastida ha sido, además, un elemento clave en la dinámica de investigación sobre la cultura
ibérica por parte del SIP, con yacimientos como el Tossal de Sant Miquel de Llíria, los Villares de Caudete
de las Fuentes, Castellet de Bernabé en Llíria, Puntal dels Llops de Olocau o la necrópolis de Corral de Saus,
también en Moixent.
Aquellos primeros años dorados del SIP darán paso a una etapa difícil con la proclamación de la República y así, durante los años 1932 y 1933, las excavaciones son prácticamente nulas aunque, como comentamos, continúan importantes exploraciones en los poblados ibéricos de la zona de Casinos y Llíria. Serán,
precisamente las excavaciones en el Tossal de Sant Miquel, a partir del año 1934, las que permitan que el
SIP remonte y recobre de nuevo su prestigio. En realidad, fue la reducción económica de los años precedentes
lo que obligó a abandonar las excavaciones en la Bastida. Pericot explica esta situación al comentar los inicios
de las excavaciones en Llíria: “No era posible pensar en 1932 y 1933 en excavaciones importantes, tal como
se había realizado hasta entonces [se refiere a Bastida, la Cova del Parpalló de Gandia y Cova Negra de Xàtiva] pues a falta de estaciones lejanas pareció que podría aprovecharse la proximidad y buenas comunicaciones de Liria con la capital para realizar breves prospecciones”; continúa diciendo que “muy pronto se
hizo patente que la cerámica de San Miguel era especialmente rica” y “que el cerro merecía una excavación
más cuidada”.
De este modo se aplazó la labor de comenzar a estudiar la fortificación de la Bastida precisamente cuando
tenían previsto “intervenir en el vértice este del yacimiento donde se vislumbra una puerta tal vez defendida
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por una torre” (Ballester 1931, 23) [fig. 6]. Setenta años después, y como ellos ya identificaron, una torre y
una puerta dominan el sector este, si bien no podían imaginar las espectaculares puertas y fortificaciones
que hoy se pueden visitar en el acceso principal de la que fue su primera excavación.
viviendo aqueLLas campañas a través de Los diarios y Las fotografías
La aportación del archivo documental y fotográfico del SIP es fundamental para recuperar la historia del
yacimiento y de la propia institución. La labor del trabajo de campo de los años 1928-1931 está recogida en
siete diarios cuyas páginas ofrecen información estratigráfica, croquis, dibujos y datos diversos del transcurso de las campañas, e incluso, en ocasiones, transmiten emociones y sensaciones pasando de la mera
descripción de los restos a la narrativa [fig. 7].
Además de los diarios se hizo una exhaustiva labor de inventario de todas las piezas museables en donde
se adscribe a cada objeto un número de inventario, medidas, contexto, descripción y, lo más importante, un
dibujo que permite identificar todos los hallazgos. Esta documentación junto a la descripción de cada departamento y planos está recogida en nueve carpetas y dos archivadores con planos y dibujos.
El archivo fotográfico del SIP cuenta con 280 negativos, en soporte de vidrio y pasta, de las campañas y
de los materiales recuperados entre 1928 y 1931. Las fotografías reflejan mayoritariamente el proceso de la
excavación con vistas generales del yacimiento, el equipo de trabajo, detalles de la excavación o de los materiales in situ [figs. 8 y 9], imágenes todas ellas realizadas por los propios directores o responsables de la
excavación. No faltan tampoco instantáneas del Pla de les Alcusses, algunas de ellas mostrando escenas de
la vida cotidiana en el campo como el trillado, o la recogida de maleza (ver fig. 13 del capítulo 5), o fotografías
de los masoveros de la Casa Palmi [fig. 10], donde residían parte de los miembros de la expedición. Ya en
el Museo, se encargaron fotografías de las piezas más interesantes a profesionales como Joaquín Adell, de
la Casa Grollo de Valencia (Sánchez y Ferrer 2006).
Ballester dispuso que el trabajo de excavación se realizara con varias personas a pie de campo, y que una
persona fuera la responsable de anotar en el diario los hallazgos y su ubicación. Se podía hablar de un verdadero equipo donde el director y los ayudantes se alternaban escribiendo el diario de excavaciones como
revela la sucesión de caligrafías y dibujos de Pericot, Jornet [fig. 11] o Gómez Nadal y más excepcionalmente de
Viñes. Ballester visitaba regularmente la excavación y
aunque no estuviera presente, seguía de cerca su transcurso manteniendo correspondencia con los colaboradores casi diariamente. Cuando estaba presente, a veces
escribía al margen del diario en curso, pidiendo más detalles en los datos expuestos acerca de tal o cual hallazgo,
e incluso corrigiendo directamente algunos dibujos o
anotaciones de los demás.
Siguiendo los métodos de excavación que se empleaban en aquella época en los grandes yacimientos arqueológicos, como Numancia o Ampurias, las excavaciones se
plantearon abriendo grandes superficies con el fin de conocer el urbanismo de un poblado ibérico y recuperar el
mayor número posible de hallazgos. Así, las cuatro campañas se centraron en la zona central y más alta del cerro
[figs. 12 y 13] donde afloraban restos constructivos y el
terreno estaba más despejado de pinos y maleza, excavándose aproximadamente 17.000 m2 .
El capataz Espí se ocupaba de la intendencia y controlaba la colla de obreros. Esencial fue la selección de obreros especializados procedentes de Atzeneta d’Albaida que
2. Portada del primer volumen del Archivo de Prehistoria
Levantina.
llevaban una veintena de años trabajando con Ballester
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3. Artículo publicado en la “Semana Gráfica” sobre las excavaciones de la Bastida. 1928.
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4. Vista del campamento con tiendas. Sentados en primer término y de izquierda a derecha, Lluís Pericot, Isidro Ballester, Gonzalo Viñes y Mariano Jornet. 1928. Foto Casa Grollo.
5. Los fragmentos de cerámica se amontonaban sobre los muros de los departamentos. 1928.
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6. Sector este de la muralla donde se ubica una
gran torre. 1962.
desde que emprendió las primeras excavaciones en el poblado ibérico de la Covalta en 1906: “se ha dado el
caso de una villa con buena parte de su población agrícola especializada en excavaciones arqueológicas. Y
durante muchos veranos una parte de la población masculina, después de ir a la siembra del arroz y antes
de la siega del cereal en la Ribera, salía para lo que la gente del pueblo llamaba la campaña de la Colla de
l’Os [fig. 14] y con el módico jornal de 5 pesetas se mantenían y ahorraban para la familia” (Pericot 1942,
19). Los obreros, cuyo número oscilaba cada campaña entre 19 y 25, estaban provistos de sus picos, azadas
y capazos, e iban descubriendo, a un buen ritmo, los sucesivos departamentos amontonando los tiestos en
los muros para ser recogidos al final de la jornada en cajas de madera. Mientras, los responsables de la excavación estaban al tanto del desarrollo de los continuos hallazgos, dibujando y describiendo minuciosamente en el diario, cada día y al final de la jornada, las piezas de valor y de interés. Muchos de estos objetos
se guardaron en cajitas, en tubitos de cristal o en papel de periódicos, que todavía hoy se conservan en los
almacenes del SIP.
Los preparativos de las campañas eran de vital importancia para el buen desarrollo de las mismas. Primero se relacionaban los nombres completos del personal y se detallaba el instrumental de campo. El primer
año, por ejemplo, estaba compuesto de “zapapicos, carretones, palas, capazos de esparto, cuerdas gruesas y
trencillas de esparto, dos cintas métricas de 10 m, (una para Pericot), maderas, una tienda de campaña tipo
playa y cuatro sillitas de campo”, además del material de escritorio complementario compuesto por “cuatro
libretas, dos lápices con guardapuntas, dos gomas, dos sacapuntas, dos cuadernillos de barba, papel oficial
y sobres”. El material de cocina es, obviamente, esencial y también se anota: “cuatro platos hondos, cuatro
llanos, cuatro de postre, dos boles todo de porcelana, una olla y una cacerola, cuatro tenedores, cuatro cuchillos, cuatro cucharitas de café, un portaviandas, dos candados y una cesta” (Diario 32, 1928, 3- 5).
Normalmente se iniciaban las excavaciones con “unos arreglando la senda para subir las herramientas y
carretones, otros se dedican a cortar pinos y recoger leña para montar los sombrajos” [fig. 15], y ya en la
cumbre montan el campamento de tiendas y se rozaba el monte para preparar la excavación. La comisión
de excavaciones y el personal a sus ordenes se hospedaban en dos fincas de labor sitas al pie de la Bastida,
la Casa de Palmi y la Casa Bas, propiedad de los masoveros D. Enrique Segura y D. Manuel Lara (La Labor
del SIP 1930; Ballester 1931, 9). En estas masías se depositaban los hallazgos de la campaña y se realizaban
labores de inventario por las tardes. En cuanto a la intendencia, un obrero, el llamado “acemilero”, subía
cada dos días las compras desde Moixent a les Alcusses en carro. Al final de cada campaña se hacía una lim-
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7. Diario de excavaciones de la campaña de 1930 con unos magníficos dibujos de bocados de caballo.
pieza de los muros y, la última tarde, se recogían las tiendas, sillas y herramientas, y se evaluaban los daños:
“los carretones están bien salvo uno que le falta un tornillo en una planchuela del eje de la rueda”; “se deben
reparar dos zapapicos, lo menos seis necesitan mangos nuevos”; “de las cuatro sillas, una está rota”; “la
tienda de campaña grande tiene una rotura, se lleva enseguida al talabartero para que la componga” (Diario
34, 1928, 63).
En los diarios se anotaba todo cuanto sucedía durante la campaña, con más o menos detalle según quien
estuviera al cargo: las visitas que se recibían, el tiempo que hacía, contabilidades, y otros detalles o anécdotas
quedaban reflejadas. Así. por ejemplo, se relata como “un arriero de Mogente con dos obreros se han dedicado a bajar de la montaña de la Bastida a la casa Bas las piedras de molino ibérico encontradas en esta estación. Ha cobrado por este servicio 10 pesetas, se llama dicho arriero José Jordán Bono quien por no saber
firmar el recibo lo han hecho a su ruego dos obreros” (Diario 38, 1931, 57). Las heridas y las contusiones estaban, como es normal, a la orden del día, pero afortunadamente el botiquín estaba bien provisto. El 17 de
julio se señala que una piedra produjo a Salvador Espí una contusión en los dedos medios del pie derecho
que curó con árnica del botiquín. No fue el único porque también ese día Bautista Tormo se hizo un rasguño
profundo en la mano que se curó con tintura yodo (Diario 38, 1931, 28).
Otros relatos son curiosos y sorprendentes vistos con perspectiva. El 25 de julio de 1931, a la hora del almuerzo (8 de la mañana), se detectó un incendio “en la loma paralela e inmediata a la Bastida por el sur (se
refiere a la Lloma del Serrellar). Salvador Espí y Joaquín Quilis marcharon a apagarlo logrando extinguirlo
en unos 20 minutos no obstante el viento huracanado que sopló toda la mañana. Al poco rato se vieron dos
incendios más, hacia levante, uno en la segunda montaña y otro más lejos aún y próxima a las fincas del
conde de Torrefiel” (Diario 38, 1931, 64). La causa de estos incendios no se señala pero es evidente que el
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8. Isidro Ballester, en el centro con chaqueta blanca, supervisando los trabajos. Detrás Mariano Jornet apoyado en un bastón. 1928.
monte era un espacio mucho más frecuentado de lo que es hoy en día con pastores, caleras y otras actividades
que usaban el fuego y que los pudieron haber causado.
Los haLLazgos más destacados
Algunos objetos adquirieron relevancia en los diarios y se destacan porque se percibieron en seguida como
importantes, mientras que otros, a pesar de ser piezas igualmente excepcionales, pasaron prácticamente desapercibidas en el momento de su hallazgo (Vives-Ferrándiz 2006, 141-148).
El hallazgo del primer plomo
escrito es un buen ejemplo de la
alegría que daba, y la importancia
que tenía, encontrar un objeto
destacado. Así describe Ballester
el momento del hallazgo de una lámina de plomo escrita, el 28 de
julio de 1928: “Al limpiar Pepe
Guerrero la tierra sobre [una
muela de molino] asoma una lámina arrollada de plomo. La
forma nos intriga [...] La tierra
sobre que se asienta levanta unos
15 cts sobre el suelo y con las precauciones del caso la vamos rebajando hasta sacar el plomo que,
9. Detalle de excavación con los materiales “ in situ” en el Depto. 49. 1928.
contra lo que creíamos es algo es-
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trecho. Inmediatamente y con verdadera emoción vemos que está
lleno de letras ibéricas a renglones
separados por rayas horizontales
formando espacios” (Diario 32,
1928, 61). Sabemos incluso la hora
del hallazgo, las doce y media de la
mañana, anotada en el margen izquierdo del diario y con doble
subrayado (a las 12 ½). Sin duda el
momento debió ser especial. Ese
día, el último, habían subido tarde
a excavar porque la tarde anterior
hubo una tempestad de aire que
había retrasado la labor diaria de
inventario, vendaval que incluso,
explican, se llevaría por delante una
de las dos tiendas de campo.
10. Grupo familiar de masoveros posando a la entrada de la Casa de Palmi.
Su hallazgo era excepcional por1928-1931.
que, en primer lugar, podía ofrecer
nuevos datos sobre el alfabeto ibérico, exponente de las manifestaciones culturales ibéricas valencianas, pues en 1928 sólo se conocían los
plomos escritos del Pujol de Gasset (Castellón), la Serreta (Alcoi-Cocentaina-Penàguila), Covalta (AlbaidaAgres) y unos fragmentos del Cabezo de Mariola (Alfafara-Bocairent) (La Labor del SIP, 1929, 18). En una
crónica de La Semana Gráfica dos semanas después, el 18 de agosto, –decía– que, sin embargo, era más
corta en tamaño y sin tanta “riqueza de caracteres como el plomo de Alcoi”. En segundo lugar el plomo había
sido hallado con una referencia estratigráfica precisa, como escribe Ballester en el diario: “la alegría ha sido
11. Mariano Jornet tomando mediciones para hacer la planimetría. 1928.
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12. Vista general de la campaña de 1931 con los obreros trabajando en el sector central del poblado.
13. Detalle del Depto. 42. En segundo plano aparece Mariano Jornet acompañado de un grupo de obreros. 1928.
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14. Grupo de trabajadores de Atzeneta
d´Albaida. Sentados y de izquierda a derecha se reconocen a José Espí (José de Caláis), Joaquín Quilis (Joaquinet del Piu),
Isodoro Montaner, José Espí (el Sequier),
Antonio Ferri (Toni Boix), Vicente Domingo
(Mingo Carmelita) y José Guerrero (Pepe
Cocullo). De pie, en primer lugar, el tio Bossero, Hermenegildo Soler el tercero, José
Nacer el séptimo, Bautista Nacer el octavo
y Rosendo Micó el noveno. 1931.
15. Grupo de trabajo posando bajo el sombrajo. A la izquierda Isidro Ballester y a la
derecha el acemilero.
general y la suerte y fortuna no para: pues se ha presentado el plomo en condiciones de tiempo y situación
tales que ha permitido al sospecharlo por su forma arrollada, tomar toda clase de medidas y datos gráficos,
que harán de este plomo el único documento de tal clase al que acompañen datos precisos de su situación.
Tomamos otra fotografía de modo que se vea la forma como está plegada la lámina” [fig. 16].
El SIP encontraba en la plancha de plomo escrito no sólo mera satisfacción arqueológica sino una justificación de la fuerte apuesta realizada –se invirtieron 12.000 pesetas– en la búsqueda de las raíces culturales
propias (no olvidemos que el servicio se crea a semejanza de otros en Cataluña, Galicia o País Vasco) como
gustaba destacar a la corriente regionalista. En el primer número del Archivo de Prehistoria Levantina se
publicó una extensa reseña de la campaña de 1928 (Ballester y Pericot 1929, 192, lám.VIII y IX) y dos participaciones en sendos congresos contribuyeron a publicitar el trabajo realizado. En mayo de 1929 Pericot
presentó los trabajos en la Bastida, entre otros yacimientos excavados por el SIP, en el XII Congreso de la
Asociación Española para el progreso de las Ciencias, en Barcelona. En septiembre de ese mismo año el Servicio fue invitado al IV Congreso Internacional de Arqueología, celebrado también en Barcelona con motivo
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16. Lámina de plomo escrita (Bastida I) en el
momento de su hallazgo en el Depto. 48. 1928
de la Exposición Internacional. Aunque no se presentó ninguna comunicación sobre la Bastida, se expuso
el plomo escrito en la Sala V (Civilización Ibérica) de la sección “España Primitiva” del Museo del Palacio
Nacional de la Exposición que pretendía ser “una verdadera síntesis de la evolución histórica de la cultura
española en sus múltiples aspectos [ilustrando] cuanto puede estudiarse, en el estado actual de la investigación” (Bosch Gimpera 1929).
Son momentos de gloria y la lámina de plomo nos permite evaluar esta proyección y el interés foráneo
por las excavaciones del SIP. Lo ilustra bien el hecho de que Gómez Moreno, a la sazón Director General de
Bellas Artes y muy vinculado a la Institución Libre de Enseñanza, visitara Valencia para examinar algunos
materiales ya vistos en Barcelona e incluso elevara una petición escrita pidiendo detalles sobre el curso de las
investigaciones (Labor del SIP 1931, 28). En este contexto de colaboración fructífera sería invitado a realizar
un estudio epigráfico del plomo (citado por Ballester y Pericot 1929, 191) aparecido en 1962, e incluso el
mismo Schulten estuvo también interesado ya que en la Labor del SIP de 1933 se acusa el recibo de un trabajo
para el APL, aunque no llegó a ser publicado (Labor, 1933, 14). En años sucesivos, salieron tres obras monográficas (Beltrán 1954 y 1962; Fletcher 1982) y numerosas referencias en otras obras (Serra Ràfols 1936; Fletcher 1953 y Gómez Moreno 1962)
El caso del bronce que representa al jinete, conocido como el Guerrer de Moixent o el Jinete de la Bastida,
es diferente [fig. 17]. El descubrimiento del “Guerreret”, como se le conocía en el SIP, el 21 de julio de 1931,
no causó tanto impacto como el plomo escrito según se desprende de su tratamiento en el diario de ese año.
La figura es, obviamente, descrita con detalle, se dice qué obrero la halla, se señala en el croquis general el
lugar exacto y se aportan medidas: “cinco minutos antes de dejar el trabajo para la comida, el obrero Vicente
Espí desenterró una bellísima escultura de bronce representada por un guerrero a caballo”, añadiendo un
aire narrativo y juicios de valor al señalar el sello arrogante del guerrero o que “la cabeza del caballo es de
una expresión grotesca”. No obstante, la Bastida ya había dado muestras durante las tres campañas anteriores de su abundancia en materiales, y esta pieza no destaca especialmente en un diario escrito y dibujado
cada vez con más prisas -esa campaña es intensísima, llegan a trabajar 25 obreros y vacían alrededor de 100
departamentos.
La resonancia en la comunidad científica no fue tan inmediata como la del plomo, y sin embargo la pieza
se ha convertido en el logotipo del museo y un elemento identitario del municipio de Moixent. El bronce se
publicó por primera vez en La labor del SIP de 1931 (Ballester 1932, lám. V, 2), se recogió poco después en
la historia de España dirigida por Pericot (1934, 405) y en 1954 fue objeto de un estudio más detallado publicado en el Archivo de Prehistoria Levantina (Kukahn 1954), destacando la originalidad del exvoto por su
casco con gran penacho. En la segunda mitad de la década de los años 70 del siglo XX, el Guerrer adquirió
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relevancia iconográfica en el marco de las celebraciones del 50 aniversario del SIP en 1977, y a partir de ahí
pasará a ocupar la portada de la guía del museo editado ese mismo año, como precursor del logotipo que
hoy conocemos (Vives-Ferrándiz 2006, 147).
Como sucede con el “Guerreret”, la cantidad de hallazgos de la campaña de 1931 y las prisas por anotarlos y dibujarlos son las causas por las que el magnífico exvoto de bronce que representa un buey con
yunta tuviese una descripción muy somera: el día 23 de julio, en la capa 1 del departamento 237 (Diario 38,
1931, 57) [fig. 18]: “a última hora de la tarde aparece el toro del margen”, descripción que contrasta con un
detallado dibujo y, eso sí, la identificación del autor del hallazgo, Joaquín Quilis, como reconocimiento al
buen trabajo del obrero descubridor. “La pieza es de bronce y va unido a una pieza de hierro; falta un larguero, tanto si formaba pareja como si tiraba solo; el larguero que se conserva también es de bronce como
el toro; dicho larguero va roblonado al travesaño”. (Labor el SIP 1931 y 1932, 28 y lám. V)
A pesar de su calidad y de ser una de las escasas representaciones ibéricas de un buey con parte del yugo
y la barra de tiro, la pieza no ha sido objeto de un estudio específico, aunque se cita reiteradamente en las
publicaciones referentes a la economía y agricultura ibérica. Homenajes a este objeto son la portada de la
edición del Ayuntamiento de Moixent con motivo del 50 aniversario de la declaración de Monumento Histórico-Artístico (Ajuntament de Moixent, 1981) y la elección de su imagen como logotipo en la III Reunión
sobre Economía en el Mon Ibèric celebrada en Valencia en el año 2000 (Mata y Pérez Jordà 2000)
Las joyas de oro son realmente escasas, pues una cadena de oro y dos pares de pendientes son todos los
ejemplares recuperados. Sin duda, como apuntan sus propios excavadores, “estas pertenencias personales
de gran valor sería lo primero que intentarían salvar sus propietarios ante el ataque y saqueo que sufrió el
poblado”. Ballester (1928, 183) relata como “objetos de todas las clases aparecen esparcidos, como sembra-
17. Diario de excavaciones de la campaña de 1931, abierto por la página del día que se halló el jinete de bronce: 21 de julio.
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18. Página del diario de excavaciones que recoge la aparición
del buey de bronce. 1931.
19. Hoja de inventario con copitas de distintos departamentos
de la Bastida.
dos, por todas partes, en las habitaciones y fuera de ellas y en todas las capas”, hallándose in situ sólo los
vasos cerámicos, huellas evidentes de un gran desorden acaecido en el poblado. Hace referencia al “pequeño
tesoro compuesto de dos pares de pendientes de oro, presea [sic] estimada de una bastidana de los últimos
días del poblado”, y señala que “hallose también junto, constituyendo las cuatro piezas un lote (tal vez porque
lo sujetara algún atadijo)” (Ballester y Pericot 1929, 184; Labor del SIP 1931 y 1932, 28, lám. VI). Como es
costumbre en los diarios después de su descripción y dibujos se señala que el hallazgo se debe al capataz
Salvador Espí (Diario 33, 1928, 22).
La cadena de oro se halló el martes 30 de junio de 1931. Se escribe en el diario que “donde marca el croquis adjunto, arrimada a la peña saliente que separa el 150 y el 161, a las 11´55 de la mañana, Vicente Sanjuán
en la 3ª capa ha sacado una espléndida pulsera de filigrana de oro” y se ofrecen detalles de su factura y medidas (Diario 37, 1931, 20). Su imagen se destaca en La labor del SIP del año 1931 (Labor del SIP, 1932, 28
y lám. VI) entre las mejores piezas arqueológicas de aquella campaña y se presenta, veinticinco años después,
en el V Congreso Nacional de Arqueología celebrado en zaragoza en 1957 (Vall 1959, 239).
Además de estas piezas, en los diarios e inventarios se da también gran importancia a otras piezas, recreándose especialmente en dibujar fíbulas, botones, herramientas, campanitas, cerámicas y fusayolas [fig.
19]. Hasta tal punto fue rico el yacimiento en estos objetos (en la primera campaña se inventariaron más de
2000 piezas) que una simpática anécdota nos da cuenta de la relevancia de la Bastida en el contexto local
de la época: el presidente de la Diputación de Valencia abrió una sesión de la Comisión Provincial permanente con el sonido de una campanita de bronce hallada en el Depto. 2 de la Bastida el 7 de julio de 1931 evidenciando la necesidad de ponderar el remoto pasado y de dar al mismo tiempo gloria al presente
(Vives-Ferrándiz 2006, 147).
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20. Materiales del Depto. 48 publicados en la serie de Trabajos Varios del SIP nº 24, 1965.
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eL Legado: una coLección única, una obra inacabada y una ampLia bibLiografía
Si bien los hallazgos más importantes se publicaron inmediatamente en los mismos años de las excavaciones en el APL y La labor del SIP, no será hasta los años 1965 y 1969 cuando saldrán a la luz dos volúmenes
monográficos sobre la Bastida [fig. 20]. Sin embargo sólo se editaron los 100 primeros departamentos en
los volúmenes 24 y 25 de la Serie de Trabajos Varios dejando vacantes los números del 26 al 30 para completar los 149 departamentos restantes y el estudio general del yacimiento, obra que desgraciadamente quedó
incompleta a pesar de estar preparado todo el material para su publicación.
En los treinta años que separan las excavaciones de la publicación de la monografía, Domingo Fletcher
y Enrique Pla, trabajaron intensamente en la identificación y contextualización de cada uno de los hallazgos
a través de los diarios de excavaciones. En su momento, este yacimiento fue el primer poblado ibérico excavado en extensión que publicaba la estratigrafía, planimetrías, inventarios y dibujos contextualizados de los
hallazgos.
En este periodo de tiempo se publica otro trabajo que marcará un hito en los estudios sobre las cerámicas
griegas y helenísticas. Se trata del artículo de Nino Lamboglia sobre la cerámica de barniz negro, o precampana como se conocía entonces (Lamboglia 1954). Lamboglia visitó el Museo de Prehistoria en 1949 para
tomar contacto con el material de barniz negro de la Bastida que, junto con la colección de Ensérune (Francia), fueron la base de su clasificación tipológica [fig. 21]. La importancia del conjunto de cerámicas griegas
de la Bastida, y la precisión estratigráfica que podía establecer le indujo a realizar, con la colaboración del
SIP, un sondeo el 17 de septiembre de 1952 para completar la documentación y la secuencia estratigráfica.
Puntualiza la cronología final del asentamiento, pues si bien se había dicho que el periodo de ocupación del
21. Cerámicas griegas de barniz negro y lekytos de figuras rojas hallados en la Bastida. Foto Casa Grollo.
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22. Diario de excavaciones en el que se ilustra la aparición de instrumental agrícola. 1930.
poblado no era largo y que había sido abandonado con anterioridad a las Guerras Púnicas, establece el final
de la Bastida en torno al 330 a.C. sobre la base de un estudio comparativo con los yacimientos de Ensérune
y Olinto (Grecia).
El interés de Pla por el trabajo cotidiano de los iberos le llevó a estudiar los objetos e instrumentos de
metal relacionados con las tareas agrícolas y artesanales (Pla 1968 y 1972). Sus trabajos se basan, fundamentalmente, en los hallazgos de la Bastida, que siguen siendo, después de cuarenta años de su publicación,
el estudio más completo de instrumental agrícola y artesanal prerromano y de referencia obligada hasta
en las más recientes ediciones sobre el trabajo en el mundo ibérico (Chapa y Mayoral 2007). La excepcional
colección y los meticulosos inventarios, dibujos, y estudios por parte de Pla adscribiendo todos los utensilios
a los distintos oficios, permitieron que términos como agricultura, apicultura, ganadería, carpintería, cantería, herrería y curtidos encontraran su lugar en los estudios ibéricos [fig. 22].
El volumen dedicado a las construcciones y al urbanismo de la Bastida nunca llegó a ver la luz, por lo
que para abordar estas cuestiones contamos exclusivamente con la planimetría del área excavada y la descripción de los 100 primeros departamentos (Fletcher et alii 1965 y 1969) además de las memorias de excavación publicadas. Al respecto, los diarios de excavación no son elocuentes porque son escasas estas
anotaciones en comparación con los hallazgos y descripción de materiales [fig. 23]. Aún así, los excavadores
destacaron grupos de viviendas con diversos compartimentos y paredes medianeras, de dimensiones muy
variadas, remarcando la confusión y la dificultad de definir las entradas a los departamentos. En ocasiones
se refieren con más detalle a muros de excelente factura (como el muro al este de los Deptos. 134, 135, 139
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23. Diario de excavación con el croquis de los departamentos excavados al final de la campaña de 1928.
y 140) o escaleras que salvan los desniveles entre las distintas habitaciones y detalles de los equipamientos
internos como bancos corridos, poyos para molinos [fig. 24], suelos de tierra batida y enlosados. Identifican
restos carbonizados de rollizos de madera que, obviamente, relacionan con las cubiertas y señalan la presencia de algunos adobes o pellas de barro pertenecientes a los alzados de las paredes (Ballester 1928, 188190).
La parte que dedicó Enrique Llobregat a la Bastida en su estudio de referencia sobre la Contestania (Llobregat 1972) planteaba atrevidas propuestas de interpretación y funcionalidad de los espacios al distinguir
una habitación con ajuares preferentemente masculinos (instrumental metálico artesanal, de labranza, o
armas) denominada androceo; y un departamento femenino, o gineceo, de la que serían propios objetos
como la cerámica, los útiles de hilado y tejido, y elementos culinarios como hogares y molinos. Estas propuestas fueron pioneras en los estudios ibéricos pero no tuvieron excesiva aceptación entre los investigadores
del momento. Si bien algunas de estas identificaciones pueden ser matizadas, en el mundo ibérico se están
documentando cada vez más estancias vinculadas específicamente a actividades femeninas (cocina, molienda, tejido) y otras, más difíciles de identificar, parecen destinadas al ámbito masculino, como salas de
reunión, con ajuares propios de este género (Guérin 1999; Bonet y Mata 2002).
Santos Velasco (1986 a y b), siguiendo en parte la línea de trabajo de Llobregat, realizó estudios espaciales
de los materiales con el objetivo de abordar la distribución desigual de la riqueza. También hizo un ensayo
de estudio demográfico, identificando 20 viviendas con un total aproximado de 100 personas en los departamentos publicados. Sirvan estos trabajos, el de Llobregat y Santos Velascos, como estudios pioneros y modelos de reflexión para cualquier estudio social, económico y demográfico en poblados ibéricos.
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redescubriendo aqueLLa ‘nueva pompeya’ (1975-2008)
24. Obrero posando junto a una base circular de piedra para molino del
Depto. 155. 1930.
25. Trabajos de limpieza de muralla de la Bastida. 1975.
26. 50 aniversario del SIP. Enrique Pla explicando el urbanismo de la
Bastida. 1978.
29
Las excavaciones en la Bastida quedaron interrumpidas en 1931 debido a
una drástica reducción presupuestaria
que afectó todo el plan de trabajo de
Ballester (De Pedro, 2006, 60). Salvo el
pequeño sondeo realizado en 1952 por
Lamboglia no se volvió a intervenir en el
yacimiento hasta 1975. Ese año la Diputación de Valencia, a través del SIP y en
colaboración con el Ayuntamiento de
Moixent, emprendió un proyecto de protección y reconstrucción de muros porque el monte bajo y los pinos habían
ocultado casi prácticamente todas las estructuras. En varias fases se acometió la
construcción de un amplio camino de
acceso hasta la cima del yacimiento; el
vallado de todo el conjunto con una
puerta monumental y un refugio; la limpieza del área excavada y de todo el perímetro extramuros de la fortificación
[fig. 25]; y, la reparación de los muros,
quedando pendiente el último objetivo
del proyecto que era la reconstrucción
de uno o varios recintos (Aparicio 1982,
57-63; Aparicio 1984). Parte de estos
trabajos se realizaron para acondicionar
el yacimientos y preparar la visita que se
hizo a la Bastida, en 1978, con motivo de
los actos programados por el SIP en su
50 aniversario [fig. 26].
En 1990 se retoma el proyecto de investigación y puesta en valor del yacimiento con un nuevo enfoque (capítulo
11), pues ahora se abordan aspectos defensivos, urbanísticos, sociales y paleoambientales (Díes y Bonet 1996; Díes et
alii 1997; Díes y álvarez 1997 y 1998;
Bonet et alii 2000 y 2002; Bonet y VivesFerrándiz 2005, Bonet et alii 2007) que
nunca fueron tratados en las primeras
campañas. Este proyecto, actualmente en
desarrollo, conlleva también un interés
especial por la didáctica y la difusión de
los resultados de las investigaciones a
través de diferentes líneas de trabajo.
Cada una de ellas se abordan en los distintos capítulos de esta edición.
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02
horizontes cercanos
cArlos Ferrer gArcíA
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U
no de los instrumentos principales en la investigación de la interrelación entre cultura y medio ambiente en sociedades antiguas es la geoarqueología, que se basa en el estudio de los rasgos del medio
físico del pasado a través de la aplicación de técnicas geológicas. Su objetivo principal es definir las
características y procesos dominantes en el medio físico, la topografía, la geología, la geomorfología, la edafología y la hidrología, entre otros aspectos susceptibles de suministrar una textura capaz de interactuar con
los sistemas socioeconómicos (Butzer 1984, 6). Estos elementos constituyen el marco ambiental en el que
vivieron los habitantes de la Bastida, horizontes cercanos que sin duda condicionaron su evolución. En este
capítulo vamos a valorar el medio desde esta perspectiva.
La ubicación deL pobLado
El territorio en el que se halla el poblado de la Bastida de les Alcusses está constituido por una sucesión
de sierras, depresiones y valles de orientación NE-SO que configuran un relieve montañoso con extensos
espacios abiertos [fig. 1]. Ocupa la cumbre de un promontorio calcáreo en el límite suroeste de la Serra
Grossa desde el que se contempla una amplia área de más de 6 km de radio.
“Domínase desde esta altura un amplio panorama sólo limitado al este por el macizo montañoso de que forma
parte (y del que separa un barranco). En la misma orientación, por encima de los cerros más altos de la sierra,
emergen lejanos las crestas rocosas de Benicadell. Al sureste, en el fondo, destácase, surgiendo de la masa montuosa de Mariola, la cumbre de Moncabrer, y más bajo y próximo, parte del Valle de Albaida y la pintoresca hoz
del Pòuclar (sic) […]. Al mediodía se ve en primer término la llanura del Alforí, sembrada de caseríos, con el pueblecito de Fontanares como núcleo urbano, cuyo amplio paso da acceso desde el valle dicho a la meseta albaceteña,
por tierras de Caudete; y más allá del llano los montes de la Umbría que lo cierran por el sur […]. Por el lado
opuesto, al pie del cerro, bajo de un rellano de la loma cubierto de pinar, extiéndese de norte a poniente la llanada
de Les Alcuses (sic) […] también con numerosos caseríos; algo más lejos, pero en igual sentido, la honda cañada
formada por la rambla del Cáñoles, paralelos a la cual suben los actuales caminos […] que comunican la costa
con Albacete; y en último término los montes que separan la cuenca dicha de la serranía de Enguera. Y al suroeste,
donde vienen a comunicar fácilmente ambas llanuras, la del Alforí y Les Alcuses, aparece Fuente la Higuera pegada al cortinón montañoso de Mariaga (Capurutxo y Serra de la Silla)” (Ballester y Pericot 1929, 180).[fig. 2]
Por el este completan está visión el Alt de los Covatelles y la Talaia, que forman la barrera que limitan la
visión del corredor de Montesa en esa dirección. Este amplio espacio incluye varias unidades paisajísticas:
al norte del poblado el valle fluvial del Cànyoles, estrecho corredor situado a unos 420 m de altitud y la meseta del Pla de les Alcusses, 100 m por encima; al sur las cumbres aplanadas de la Serra Grossa, tras las que
se extiende el Pla dels Alforins, 100 m a su vez por encima del anterior; y finalmente, al oeste, la cuenca
media de la Rambla del Fossino [figs. 3 y 8].
Sin embargo, parte de estos espacios quedan fuera del control visual del asentamiento porque se hallan
situados a la sombra de pequeños resaltes topográficos. Es el caso de la importante vía de comunicación que,
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1. Vista aérea de la Bastida
de les Alcusses y su entorno
de noreste a suroeste.
a través de las terrazas fluviales del valle del río Cànyoles, conecta los llanos litorales septentrionales del Túria
y del Xúquer con la Meseta, Alicante y Murcia. El dominio visual inmediato y más efectivo lo ejerce hacia el
norte sobre el amplio altiplano del Pla de les Alcusses [fig. 4], y hacia el sur sobre el extenso cuerpo central
de la Serra Grossa. Surge así la imagen de un modelo dual y complementario del territorio de la Bastida. Con
un área, la septentrional, óptima para la agricultura y una meridional en la que predominarían los aprovechamientos forestales, las actividades extractivas y las ganaderas, y una relativa
distancia respecto a las principales vías de
comunicación. Con todo, esta visión del
medio puede ser en exceso simplista. En
los siguientes apartados analizaremos en
detalle las variables que lo caracterizan
para aportar una visión más completa y
compleja.
Los eLementos deL medio físico
La geología
2. Dibujo del diario personal de L. Pericot de 1928 en el que reproduce
el perfil montañoso que se divisa hacia el oeste. Además de los citados
corredores, “percíbese, recortándose en el fondo, casi esfumada, la inconfundible silueta de la despoblada ciudad de Meca” (Ballester y Pericot 1929, 180).
32
Este territorio forma parte del extremo
septentrional del área peninsular afectada
por los movimientos compresivos béticos.
Fase tectónica responsable aquí de la
construcción de suaves estructuras de plegamiento de orientación área NE-SO que
dan lugar a un paisaje en el que se alter-
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3. Mapa de localización del
entorno de la Bastida de les
Alcusses.
4. Vista parcial del Pla de les Alcusses desde la Bastida.
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el PaisaJe a traVés de sus noMBres
cArlos Ferrer gArcíA
Agustí rIBerA I gómez
La toponimia es una buena vía para presentar los rasgos de este territorio apenas esbozado, ya que los
nombres de sus elementos aportan una información relevante que nos permite introducirnos en el conocimiento de su paisaje [fig. 5].
La extensa Serra Grossa hace honor a su nombre y constituye el núcleo central del territorio [fig. 6], la
Serra Plana recibe en cambio esta denominación por lo aplanado de sus cumbres, ya que los estratos calcáreos no están plegados sino sobreelevados manteniendo la horizontalidad, aunque excepcionalmente en algunos puntos, los estratos en su área más próxima al valle buzan hacia éste. El relieve más meridional recibe
por convención el nombre de Serra de Solana; aunque en Fontanars se la conoce como de l’Ombria, por razones obvias, sería más correcto el nombre de la Replana, en este caso en relación con las superficies de erosión que suavizan sus cumbres. Frente a la uniformidad toponímica de los relieves, las zonas bajas o llanas
se denominan vall o pla. La primera forma aplicada sólo al valle fluvial del río Cànyoles, tal vez denominado
así en referencia a la partida Cañolas de Almansa o la de Canyalís de la Font de la Figuera, situadas en su
cabecera, aunque su nombre histórico es el de Riu de Montesa y el local es el de la Rambla. Pla se refiere a
espacios llanos elevados con un uso agrícola al que su denominación completa hace referencia, es el caso
del Pla dels Alforins (depósitos de cereal) y de les Alcusses (que se han descrito como depósitos de aceite,
aunque genéricamente se refiere a recipientes de cerámica para almacenarlo y administrarlo).
5. Mapa de detalle del entorno de la Bastida de les Alcusses con los topónimos citados en el texto.
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Cambiando de escala en el análisis
toponímico podemos ver que estas
grandes unidades del paisaje no son
homogéneas. Así, en la Serra Grossa,
encontramos llomes y plans, que nos
sitúan ante relieves de poca altura y
forma aplanada o redondeada y llanos,
resultado de procesos erosivos. Es el
caso de la Lloma del Serrellar y del Pla
de Mallaura, (mal-llaurar, difícil de labrar), que nos permite deducir el uso
agrario de ciertos espacios favorables
de la sierra. Frente a este modelado
suave, el Barranc Fondo revela la existencia de zonas con un relieve abrupto,
6. Vista desde la Bastida desde sur. En primer término aparecen la superficies
aplanadas de la Serra Grossa y en el centro el Corral de Sarrión.
resultado del control tectónico de la
red fluvial y del modelado cárstico, que
también se deduce de topónimos como
les Coves y Alt de Covatelles. Más complejo resulta determinar la significación del nombre del promontorio de la
Bastida, que etimológicamente se asocia a edificios o estructuras de carácter
provisional, pero que en ocasiones,
como parece ser este caso, puede se
utilizado para identificar fortalezas,
pues la imponente muralla del poblado
era visible antes de ser excavado (Ballester y Pericot 1929, 179).
También en el Pla de les Alcusses
encontramos topónimos que revelan
7. Vista de la Bastida desde el Pla de les Alcusses. En segundo término la Casa
variedad. Algunos hacen referencia a
de l’Alt de Regueró.
relieves como llomes y altets (Casetes
de la Lloma, Altet de Regueró, Altet de
Garrido, del Viudo, etc.), se trata de testigos de antiguas superficies que han quedado aisladas dentro del
llano margoso por la erosión, o de los pequeños relieves que delimitan el Pla por el norte con afloramientos
de rocas duras (calizas y areniscas). Otros topónimos como Casa de les Canyades (referido a valles estrechos)
o Casa del Fondo, revelan la existencia de vaguadas más o menos profundas; a ellos se asocian fuentes y topónimos que hacen referencia a la existencia de abundante agua (Regaixet, Regueró, Joncar o Sequiot son
buenos ejemplos). La Foia de l’Auela o Abuela, referida a la existencia de una depresión, y el nombre de la
antigua partida de Fontanars, nos descubre la existencia de un modelado y unos recursos hídricos parecidos
en el Pla dels Alforins, al menos en su sector más próximo a la Serra Grossa. Respecto a la cubierta vegetal,
frente al topónimo general del Pla, que hace referencia a su dedicación agraria, algunos topónimos como el
Bosquet, la Carrasqueta, el Rebollar o la Font del Roure, nos sitúan ante un espacio en el que la vegetación
natural, el bosque de carrascas y roble valenciano (quejigo), ocupó un lugar destacado [fig. 7].
Algunos topónimos expresan la presencia de suelos excepcionalmente arenosos (Casa dels Arenals y Coll
de l’Arena) o margosos (Coll Blanc), tanto en el Pla de les Alcusses como en la Serra Grossa, y otros, como
Camp Negre, hacen referencia a la existencia de antiguos horizontes edáficos ricos en materia orgánica. El
Bovalar, situado en la confluencia de la rambla de Fossino con el río, hace referencia a su uso como zona de
pastos para ganado bovino, y el Corral de Ruís o el Corral de la Bastida o de Sarrión, a los pies del poblado,
está en relación con ovejas y cabras.
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8. Esquema del corte geológico de noroeste a sureste.
nan anticlinales y sinclinales. Los primeros, pliegues convexos, forman sierras calcáreas de materiales cretácicos. Los sinclinales, pliegues cóncavos, forman los valles corredor rellenos de sedimentos margosos preferentemente marinos de edad miocena, aunque hacia occidente, fuera ya del área de estudio, afloran arcillas
continentales pliocenas. La mayor parte del área la ocupa la extensa y compleja estructura anticlinal de la
Serra Grossa, que delimitan los sinclinales del Pla dels Alforins y de la Vall del Cànyoles a sur y norte. Completan el conjunto los anticlinales de las sierras limítrofes [fig. 8].
El hecho de que el área se encuentre en el borde del dominio bético, en contacto con una región con un
comportamiento tectónico distinto, así como la existencia de fases compresivas posteriores a la principal,
9. Vista desde la Bastida del
paisaje situado al este. El
centro de la imagen la ocupa
la Talaia donde es visible
una extensa falla.
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10. Lloma del Serrellar donde aflora la caliza micrítica
cretácica utilizada en algunos elementos constructivos de
la Bastida.
complica el esquema geológico local. Los pliegues aparecen comprimidos, construyendo superposiciones, cabalgamientos, fracturas y fallas profundas, que los
modifican y complican su estratigrafía [fig. 9]. El resultante es un paisaje complejo, en el que un extenso sistema de fallas paralelas al eje de plegamiento articula
bloques con diversos comportamientos tectónicos. Es el
caso del gran anticlinal de la Serra Grossa, en el que algunas partes aparecen hundidas, formando depresiones
rellenas de sedimentos terciarios, como en el Pla de les
Alcusses y en la vaguada del Corral de Sarrión o de la
Bastida, y otras más o menos elevadas, como la Lloma
del Serrellar y su entorno, el promontorio de la Bastida
y els Altets (del Viudo y de Garrido, entre otros).
La secuencia estratigráfica del anticlinal muestra
una sucesión compleja de calizas, calizas margosas, dolomías sacaroideas, en ocasiones de aspecto brechoide,
margas y areniscas, depositadas preferentemente en un
medio marino a lo largo del Cretácico. Ningún estudio
geológico hasta el momento ha llegado a cartografiar su
distribución espacial, dada su complejidad (IGME, 1975
a, b y c). El sector central de la Serra Grossa constituye
el flanco meridional del anticlinal, desventrado, que
muestra estratos calizos y margosos del Cretácico inferior. Destaca aquí la presencia de calizas micríticas grises y calizas blanquecinas algo arenosas de grano fino
de gran resistencia, que fueron utilizadas en la construc-
11. El suave modelado sobre
margas miocenas del Pla de
les Alcusses contrasta con el
relieve abrupto de calizas de
la Serra Plana.
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12. Vista aérea de l’Altet de Garrido.
13. Bancos de dolomías grises sacaroideas de la Bastida.
ción de algunos elementos arquitectónicos singulares
del poblado. Se ha publicado la existencia de una cantera de época ibérica en superficie, aprovechando las
diaclasas en la caliza gris micrítica en la Lloma del Serrellar (Díes et alii 1997; Bonet et alii 2000). Efectivamente, en la citada loma, situadas a unos 600 m
lineales del yacimiento, existen varias zonas con claras extracciones de roca [fig. 10], que pudieran estar
relacionadas con su uso en la construcción y con su
explotación para la producción de cal de calidad,
tanto en la antigüedad como en épocas recientes, y de
hecho, en las proximidades existe una gran calera
monumental.
Los sedimentos margosos del mioceno son arcillas
calcáreas de color gris, beige y blanco, y rellenan los
sinclinales y bloques hundidos [fig. 11]. Se depositaron
en medios preferentemente lagunares y marinos de
plataforma interna durante fases contemporáneas y
posteriores al plegamiento, aunque parte de estos depósitos pudieran ser de origen continental, especialmente en el Pla de les Alcusses, donde cabe destacar
la presencia de arenas muy redondeadas de caliza y
cuarzo del principio del terciario en la base del promontorio de la Bastida (en primer término en la fig. 4
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14. Vista aérea de la Casa de
Palmi en la que se identifican
manchas de suelos oscuros,
antiguas áreas forestales
destruidas a mediados del
siglo pasado.
15. Vista aérea del área de
els Arenals, Casa Bas, Casa
Campuzano y Casa Gran. A
la derecha se identifican restos de suelos oscuros asociados a antiguos humedales y
una balsa que aprovecha las
aguas del acuífero.
y a los pies de la Bastida en el centro de la fig. 18) y de conglomerados fluviales finimiocenos en las divisorias
del Pla.
El límite norte del Pla lo constituyen los afloramientos de calizas y areniscas cretácicas, y de arcillas triásicas
sin yesos, que construyen los resaltes de els Altets [fig. 12], y más al este, la Serra de la Talaia. Destaca aquí
una pequeña colina situada en la Carrasqueta que se denomina Cabeçol del Ferro, donde abundan los afloramientos de hierro sedimentario, hematites, susceptibles de explotación. Estos relieves, en el extremo septentrional del flanco norte, contactan con el estrecho sinclinal que forma la Vall del Cànyoles o Garamoixent al
norte, relleno también de margas miocenas y de formaciones sedimentarias fluviales y aluviales cuaternarias.
Merece una atención singularizada en este análisis el promontorio de la Bastida, que como ya se ha indicado forma parte del flanco septentrional del anticlinal de la Serra Grossa. Individualizado y separado de
la Serra Grossa por una fractura a la que se asocian sendos barrancos a este y oeste, alcanza cotas situadas
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16. Cabecera de una vaguada vista desde l’Altet del
Viudo hacia la Serra de la
Silla (la Font de la Figuera).
En el centro destaca la Casa
de la Torre.
entre los 710 y los 740 m en la cumbre. Está constituido por dolomías grises y calizas cretácicas en bancos
decimétricos [fig. 13], utilizadas en la construcción del poblado, y puntuales afloramientos en las vertientes
de arenas y margas miocenas. En la cumbre predominan los estratos horizontales de dolomías, lo que permite el desarrollo de una superficie relativamente plana con pendientes por debajo del 15%, en un área de
hasta 150 m de anchura máxima y más de 1000 m de longitud. Destaca aquí una gran fractura de orientación
suroeste-noreste que se extiende por todo el relieve y que se asocia a los ejes de fracturación generales arriba
descritos. Al oeste del yacimiento se abre formando un eje longitudinal enmarcado por escarpes de hasta 3
m de anchura, que se han identificado con posibles viales de época ibérica (Fletcher et alii 1965, 13). En el
área central del asentamiento esta fractura da lugar a una pequeña sima cuyo relleno está formado por espeleotemas parietales (fundamentalmente costras) y limos rosados y blancos con cantos angulosos y cierto
grado de cementación. Finalmente en el extremo oriental del promontorio la fractura pasa a falla normal,
dando origen al pronunciado escarpe que aquí delimita el promontorio. En la parte más alta de esta plataforma, entre los conjuntos 4 y 5, una fisura trasversal a la principal da origen a una pequeña cavidad con rellenos de limos calcáreos y espeleotemas parietales, resultado, aparentemente, de un vaciado antrópico.
Junto a ella se abre una pequeña covacha, en esta ocasión a favor de los planos de estratificación horizontales,
con acceso orientado al este.
En la vertiente meridional los estratos calcáreos de calizas y dolomías aparecen cortados con buzamientos
no coincidentes con la pronunciada pendiente (cerca del 50%), dando forma a una ladera abrupta y escalonada. En la vertiente septentrional se observan bancos de calizas separados por finas capas de margas, sin
sucesión coherente y con variados buzamientos (aunque predomina la vergencia norte). En la parte media
alta, donde los estratos son subverticales, se han documentado pequeñas cavidades naturales y artificiales,
de orientación NS y SO-NE. Una de ellas, situada a unos 150 m al norte del lienzo septentrional del poblado,
se corresponde con una veta de limos calcáreos posiblemente explotada por el hombre, a la que se pudieran
asociar alguna veta mineral, aunque no existen ninguna evidencia firme en tal sentido. Sedimentos similares,
resultado de procesos de disolución de las rocas calcáreas, forman pequeñas acumulaciones en la parte baja
de esta ladera que también fueron utilizadas en la construcción de adobes. Un afloramiento de margas miocenas construye un estrecho replano en torno a los 620 m de altitud. Sólo hacia el suroeste y noreste las laderas poseen pendientes inferiores al 20%, que permitirían a un camino zigzagueante alcanzar porcentajes
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17. Vista aérea del cauce del
Barranc de la Casa Gran
(izquierda) y el Barranc del
Pou del Consell (derecha).
próximos a los que puede salvar un carro (Broncano y Alfaro 1997, 192), coincidiendo con la orientación
marcada por el vial principal y la ubicación de las puertas (Díes et alii 1997).
Modelado y suelos
El paisaje está controlado por factores tectónicos y litológicos, pero en su evolución ha intervenido la dinámica sedimentaria cuaternaria que ha configurado un modelado característico.
En las laderas de caliza y dolomía predominan los procesos de meteorización mecánica y los de transporte. Una intensa remoción de la escasa regolita da lugar a suelos de carácter lítico en cumbres arrasadas
y solanas, y suelos de escasa potencia y limitado desarrollo (leptosoles rendzínicos) en las umbrías [fig. 1].
Los procesos de disolución cárstica, poco activos hoy, afectaron en el pasado a estos relieves dando lugar a
superficies de erosión, como la que domina un extenso sector de la Serra Grossa situado al sur del yacimiento, constituido por crestas de cumbre aplanada que no superan los 710 m de altitud y depresiones poco
profundas situadas entre los 660 y 680 m, en ocasiones rellenas de terra rossa. Estos procesos también dan
lugar a cuevas, abrigos y simas en la Serra y en la Bastida como se ha señalado más arriba. En interacción
con la extensa red de fracturas, el modelado cárstico ha diseñado una red de drenaje con espectaculares escarpes en el barranc de la Bastida y su tributario, el ya citado barranc Fondo.
El Pla de les Alcusses es un espacio de suave modelado con pequeñas lomas redondeadas, vaguadas y
cauces de fondo plano. Se trata de un amplio altiplano con unas dimensiones de unos 2,5 km de noroeste a
sureste y 6 km de suroeste a noreste. A partir de la divisoria que coincide con el centro de su eje, se desarrollan varias unidades de vaciado y relleno. Las erosivas, en ocasiones encostradas, constituyen las lomas del
Pla, desde las que descienden de glacis de muy baja pendiente (en torno al 2% en su parte distal) constituidos
por margas blancas y grises transportadas y suelos pardo-grises forestales construidos sobre éstas (fig. 14).
Forman depósitos muy poco potentes y suelos aluviales ricos en carbonatos (60%), poco o nada evolucionados, muy productivos. Poseen textura franca con abundantes limos y arenas, sin apenas fracción gruesa,
que da lugar a agregados poco resistentes. Estos glacis confluyen con los procedentes de la Bastida, que son
preferentemente erosivos sobre el sustrato arenoso y forman suelos jóvenes con pendientes moderadas. En
el área de confluencia surge un espacio llano en el que encontramos algunas cuencas semiendorreicas (Are-
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18. Vista aérea vertical.
En el centro de la imagen aparece la Serra
Grossa en tonos oscuros,
y a ambos lados las margas miocenas de tonos
claros.
nals y Casa Gran y l’Ampolla). Estas zonas con problemas de drenaje están constituidas por suelos de limoarcillas de color gris oscuro muy intenso (histosoles) que asociamos a antiguos humedales, hoy relictos.
Estos espacios concentran los flujos de un acuífero detrítico muy poco profundo ubicado sobre las margas
miocenas impermeables basales y nutrido por los aportes subsuperficiales de las vertientes de Bastida y els
Altets y por el gran acuífero cárstico de la Serra Grossa [fig. 15].
Hacia levante y poniente la escorrentía del Pla se va ordenando en forma de suaves vaguadas que bruscamente pasan a barrancos encajados, con fondos planos y márgenes escarpados, resultado de un proceso
de erosión remontante que han ido mejorando de manera progresiva el drenaje del llano central [figs. 16 y
17]. Tanto los escarpes de los barrancos como los perfiles abiertos por las labores agrarias muestran formaciones sedimentarias de carácter aluvial y fluvial. Destacan por su proximidad al yacimiento el barranco que
hemos llamado de la Casa Gran y la parte baja del barranc de Bastida, donde los canales, encajados unos 10
m sobre margas y sedimentos, construyen amplios talweg de fondo plano con fluvisoles de textura franca,
ricos en nutrientes y bien drenados, que han servido hasta muy recientemente para el cultivo de productos
hortícolas sin necesidad de riego. Un modelado similar posee el fondo de la Vall del Cànyoles y el sector más
occidental del área de estudio, donde la Rambla del Fossino y sus afluentes, el barranc del Regaixet y el de
la Font de la Noguera, construyen un conjunto de terrazas muy recientes.
En los límites del área de estudio se localizan sendos sinclinales: el valle del Cànyoles y el Pla dels Alforins.
En el primero desde los relieves de la Serra Plana se extienden abanicos aluviales y glacis poligénicos con horizontes petrocálcicos subsuperficiales. Entorno al cauce se han desarrollado dos niveles de terraza constituidos
por sedimentos fluviales braided (barras de cantos y gravas rodados, y de arena, y pasadas de arcillas de llano
de inundación), situados en torno a 15 y 5 m respectivamente sobre el nivel de circulación de las aguas. En Pla
dels Alforins se da lugar a un modelado suavemente erosivo similar al del Pla de les Alcusses, aunque a cotas
mucho más altas. Los piedemontes y abanicos aluviales poligénicos que lo conectan con los relieves son aquí
más extensos, especialmente en el extremo meridional, donde forman extensos depósitos cuaternarios con
abundantes fracción gruesa y niveles encostrados, que forman suelos pedregosos poco profundos [fig. 18].
El agua: acuíferos, fuentes y ríos
Los sistemas hídricos de la zona se basan en dos acuíferos interconectados, uno cárstico y el otro detrítico/sedimentario, que a través de algunas surgencias (fuentes y manantiales) nutren los cursos de agua lo-
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cales. Destacan las fuentes del Pla de les Alcusses: la de la Casa del Fondo y la Font del
Roure en la cuenca del Barranc de la Bastida,
y la Font del Regaixet en la cuenca de la Rambla de Fossino, que dan lugar a flujos en
ambos cauces [19], hoy no siempre perennes,
que nutren al río Cànyoles, el principal curso
fluvial del área [fig. 20].
El acuífero cárstico está asociado a la Serra
Grossa y el terciario/detrítico a las margas y
las formaciones sedimentarias cuaternarias de
la Vall de la Costera. A nivel comarcal la capacidad de reserva es mayor en el acuífero margoso (190 hm3/año) que en el calcáreo (29
hm3/año). Pero las irregularidades topográficas y los afloramientos tectónicos de arcillas
triásicas impermeables los compartimentan
en subunidades, lo que determina tamaños reducidos y cierta irregularidad en los caudales,
que hacen que la unidad cárstica que nos
afecta posea conexiones laterales más extensas y mayor potencia hidrogeológico (IGME,
1989).
Las surgencias del acuífero calizo en la vertiente próxima al yacimiento son de escasa importancia. Se trata de las hoy desaparecidas
Font de la Casa Gran y el Pouet del Barranc de
19. Cauce de la Rambla del Fossino a su paso por el congosto del
mismo nombre al suroeste de la Serra Grossa.
20. Cauce del Río Cànyoles
al este del casco urbano de
Moixent.
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21. Font del Roure situada en
el cauce del Barranc del Pou
del Consell, en el borde oriental del Pla de les Alcusses.
les Coves, y del Fontanaret de la Bastida. Esta última hasta hace bien poco nutría una balsa con un lavadero
y algunas huertas. Un pozo abierto en el fondo de la vaguada donde se halla presenta en el verano de 2005
la superficie de agua a tan sólo 2 m por debajo del suelo, lo que viene a confirmar su potencial como reservorio.
Las surgencias del acuífero del Pla son más importantes. Sus reducidas dimensiones y las importantes
pérdidas laterales que tiene harían esperar una baja conservación, pero el estudio de visu de los niveles de
agua de los pozos del Pla en julio de 2005, 2006 y 2007, años de sequía, nos permitió observar que se situaban a menos de 15 m de profundidad, lo que nos lleva a proponer un buen funcionamiento debido en parte
a su baja explotación. De hecho, es muy probable que los humedales descritos más arriba se nutrieran históricamente tanto de las escorrentías superficiales y subsuperficiales como del propio acuífero. Actualmente,
la falta de cubierta vegetal y el mayor encajamiento de la red fluvial han facilitado su drenaje, de modo que
los encharcamientos, muy puntuales, responden ya sólo a flujos retenidos en pequeñas cuencas endorreicas
de sustrato arcilloso. Las principales fuentes que se nutren de este sistema se sitúan en los bordes del Pla.
A levante, en la cuenca de del barranc del Pou del Consell, donde la Font de la Casa del Fondo y la Font del
Roure [fig. 21], tienen importantes caudales, vinculados y dependientes, muy probablemente, del acuífero
principal cárstico. A poniente, asociada al Barranc de la Font de la Noguera, encontramos la fuente del
mismo nombre, pero la surgencia principal es la del Barranc de Regaixet [fig. 22], que en el siglo XVIII, según
refiere Cavanilles, se intentó utilizar para el riego del Bovalar, un sector del término municipal de la Font de
la Figuera situado junto al Cànyoles. Hoy el agua que aflora en el cauce del barranco es retenida por un azud
que hasta hace poco servía para nutrir un molino hidráulico situado junto al cauce de la Rambla de Fossino,
de la que es tributario.
Actualmente las aguas de los manantiales mantienen caudales no siempre perennes en el curso medio
de la rambla de Fossino y en la cabecera del barranc de la Bastida, ambos en las inmediaciones del yacimiento. El colector principal, el río Cànyoles, es un curso fluvial de cabecera, por lo que los caudales son
importantes sólo a partir del casco urbano de Moixent, donde confluyen algunos de sus principales afluentes.
Actualmente existen regadíos asociados al curso del Canyoles (11 l/s de caudal) y a su tributario, el Bosquet
(36 l/s), en esta parte de la cuenca. Un kilómetro más al este, la desembocadura del Barranc de la Boquella,
que drena toda la cuenca de Navalón, garantizaría aún más los caudales.
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eL medio naturaL en época ibérica
El clima
Aunque apenas existen datos acerca de los rasgos paleoclimáticos en época ibérica, los escasos estudios sedimentológicos y antracológicos llevados a
cabo en el área valenciana parecen indicar que las
condiciones apenas serían distintas a las actuales.
Trabajos más generales señalan que en el área mediterránea se instala el clima estacional actual ya
desde el 5000 antes del presente (Pérez-Obiol y
Julià 1994; Burjachs et alii 1997; Jalut et alii 2000).
Respecto a las precipitaciones también parece existir cierto consenso en considerar que desde el Holoceno medio se ha producido una progresiva
disminución de las precipitaciones (Riera et alii
2004). Un reciente estudio, llevados a cabo a través
de isótopos estables sobre carbones de Pinus halepensis, propone unas condiciones de humedad similares a las actuales en época ibérica aunque no
reconoce su uniformidad para el Holoceno superior
(Ferrio 2005). Con todo, es importante señalar que
las variaciones que se hayan producido con poste22. Surgencia de aguas acuíferas del Regaixet que se produce
rioridad al 8.000 BP deben de haber sido de bajo
en el cauce del barranco del mismo nombre, en el borde occiimpacto y no han provocado grandes cambios en la
dental del Pla de les Alcusses.
dinámica de los espacios naturales, más sensibles a
la acción humana en la gestión del medio, especialmente a través del uso del fuego (Davis et alii 2003).
Podemos pues plantear que el clima sería similar al actual con los matices ya expresados, mediterráneo
de inviernos suavemente frescos en transición entre el húmedo en las vertientes de montaña de estas comarcas (algo más de 700 mm/año de precipitaciones) y el de vertiente seca, característico de la cuenca del
Vinalopó (menos de 500 mm/año). Las temperaturas medias sobre los 15º C con una amplitud térmica de
carácter matizadamente continental, con frecuentes heladas invernales. Los veranos son cálidos, con temperaturas que pueden alcanzar los 40º C. Las precipitaciones actuales se producen sobre todo en otoño, y
algo menos en primavera, con volúmenes totales situados entre los 400 y los 600 mm/año, de las cuales
suelen darse algunas en forma de nieve, especialmente en enero y febrero [fig. 23].
Procesos geomórficos y el agua
Estudios sedimentológicos llevados a cabo en áreas geográficas próximas señalan para este periodo y
fases inmediatamente anteriores, el predominio de procesos erosivos en las vertientes (Fumanal y Calvo
1990), de procesos de encajamiento de la red fluvial en forma de erosión remontante en las cuencas altas
(Ferrer et alii 1993), y de procesos de acreción y aluvionamiento en las principales cuencas fluviales (Ferrer
y Blázquez 1995; Ferrer 2006). Dinámica que tendría que ver con la acción del hombre y con la existencia
de un clima semiárido similar al actual, de acuerdo con el modelo arriba descrito.
En el momento fundacional del poblado en la cumbre de la Bastida apenas existía cubierta sedimentaria.
La mayor parte del material utilizado en su construcción, fundamente basada en la arquitectura del barro,
procede del llano. Ello nos indica que los procesos de desmantelamiento de las vertientes se habían iniciado
muy anteriormente, coincidiendo con los datos generales, por lo que la potencia sedimentaria de las vertientes sería similar a la actual. En el Pla, los cauces encajados no muestran niveles de terraza histórica por
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23. La Bastida nevada.
lo que podemos presuponer una tendencia continua al encajamiento y a la erosión remontante desde el final
del Holoceno medio. Ello supone un encajamiento de la red fluvial menor en época ibérica, así como un drenaje más deficiente de las zonas endorreicas próximas al yacimiento que, además y en función de una mayor
disponibilidad de agua y un menor aprovechamiento de los acuíferos, permanecerían inundadas de manera
prolongada o continua. Con unas mejores condiciones de conservación de los acuíferos en época ibérica podemos pensar en la existencia de caudales relevantes en todos los cursos, en especial en las inmediaciones
del yacimiento, pero éstos sólo serían lo suficientemente importantes como para sostener ecosistemas fluviales complejos a unos 7,5 km del yacimiento en el curso del Cànyoles a la altura del actual casco urbano
de Moixent. Dos anzuelos documentados en la Bastida deben ponerse en relación con su posible aprovechamiento.
La vegetación
Los factores climáticos, litológicos y edáficos determinan la presencia potencial del carrascal mesomediterráneo, que por efecto del pastoreo y de incendios reiterados, ha dado paso a sucesivas fases de degradación, en forma de carracal relicto (Quercus rotundifolia), matorral alto (coscojar y lentiscar) o bajo
(brollar) acompañado de pino carrasco (Pinus halepensis). Son formaciones que se concentran en las zonas
no roturadas: en los relieves calcáreos y en las zonas de pendientes pronunciadas y de suelos poco profundos
de los bordes de los llanos margosos y en las lomas, aunque hasta mediados del siglo XX se conservaron pequeños bosques en el contexto del Pla de les Alcusses [fig. 24], como demuestra la presencia de restos de
suelos forestales en proceso de desmantelamiento dentro de las parcelas cultivadas [fig. 14]. Completa el
paisaje vegetal un bosque de ribera muy degradado que aparece en torno a los cursos fluviales más relevantes, en especial en el barranc del Regaixet y de la Bastida, muy cerca del yacimiento. Se trata de choperas
con álamo blanco (Populus alba) y de olmedas (Ulmus nimor) acompañadas de un rico tapiz herbáceo, como
se observa en el extremo inferior de la fig. 15, que han sido sustituidas por cañares junto al río Cànyoles. De
hecho, en el siglo XIII aparece citada en los Alforins la Alquería de los álamos.
La información paleobotánica derivada de estudios antracológicos en yacimientos ibéricos valencianos indica el predominio absoluto del pino carrasco en las muestras procedentes de estructuras constructivas, y la
presencia en el carbón disperso de otros taxones (característicos de la vegetación esclerófila mediterránea típica) como olivo / acebuche, lentisco, carrasca / coscoja, aladierno / espino negro, romero, madroño, olivereta
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24. Vista de la Casa l’Hostalera, al noroeste del Pla de les
Alcusses. Un pequeño promontorio no ha sido transformado y conserva vegetación
forestal.
o leguminosas, etc. (Grau 1990; Carrión 2006). Rasgos botánicos que los escasos estudios palinológicos hasta
ahora llevados a cabo vienen a confirmar (Dupré y Renault-Miskovsky 1981; Navarro 1989; Dupré 1995).
Esta misma tendencia se corrobora con los datos paleobotánicos recuperados en el propio yacimiento de
la Bastida, que permiten inferir la composición de las formaciones leñosas explotadas en el lugar (capítulo 5).
A la luz de la evidencia disponible, parece que la vegetación del entorno en el que se encuentra el poblado
estaría dominada por bosques de carrasca y de pino carrasco, con un substrato arbustivo con brezos, romero,
leguminosas, sabina, acebuche y coscoja. En zonas aclaradas o desprovistas de estrato arbóreo, estas especies
podrían dar lugar a matorrales termófilos de porte alto, que pueden adquirir una estructura más abierta como
consecuencia del fuego y la acción antrópica, en cuyo caso se enriquecen en especies como el romero y las leguminosas (Costa et alii 1997, 416). Estos matorrales progresarían más en el llano, donde se ha documentado
además la importancia de los lentiscales como formación dominante (Carrión y Ntinou, inédito).
La presencia en el yacimiento de restos de pino piñonero o marítimo se puede relacionar con la existencia
en la zona de afloramientos descarbonatados o arenosos, ya que estas especies tienen preferencias edáficas
muy marcadas hacia estos substratos, que albergaría estos pinares, además de otras especies silicícolas.
En cuanto a la vegetación de ribera, ésta podría estar compuesta por fresnos, sauces y chopos, especies
documentadas en el yacimiento. Éstas podrían formar bosque-galería junto al río Cànyoles y los principales
barrancos del entorno.
La elevada presencia del pino parece señalar que ya en época ibérica existían formaciones de sustitución
del carrascal, en función del clima semiárido y de la más que probable sobreexplotación humana del medio.
Con todo, no debemos presuponer que el bosque completo no estuviera presente. Es un dato significativo la
presencia de Quercus entre los carbones identificados en la mayor parte de los yacimientos estudiados, que
se sitúan sistemáticamente en contextos climáticos algo más secos que los de la Bastida. Es más relevante
si cabe el hecho de que se conserven pequeños carrascales relictos en los bosques isla y que donde han desaparecido hayan quedado fosilizados en la toponimia.
Así pues podemos proponer que en época ibérica la vegetación de los relieves estaría formada por bosques
de carrasca de hoja perenne y caducifolios, matorrales de coscoja de porte alto y brollares de aromáticas con
o sin pinos, en función de la intensidad de su explotación, que entre otros factores estaría condicionada por
la mayor o menor distancia al asentamiento. En los llanos también ocuparían extensas zonas en los márgenes
de las áreas cultivadas. En torno a los cursos fluviales y los principales barrancos los bosques galería de chopos y olmos podrían extenderse sobre mayores superficies que los actuales.
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03
el PoBlaMiento iBérico en el entorno
José Pérez BAllester
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La cabecera deL río cànyoLes: deL periodo ibérico antiguo aL pLeno
L
a fundación del oppidum de la Bastida de les Alcusses no se produce en un paraje deshabitado; bien
por el contrario, los estudios realizados en la zona sobre el período Ibérico Antiguo (siglos VI – V a.C.)
muestran un paisaje intensamente poblado en el Pla de les Alcusses, en el Corredor de Montesa, y en
la cabecera del valle del Cànyoles, e incluso con indicios de posible jerarquización del poblamiento comarcal
para este período (Rodríguez Traver 2003; Rodríguez Traver y Pérez Ballester 2006) [fig. 1].
Durante el mismo, el poblamiento en la cabecera del río Cànyoles se organiza en torno a dos asentamientos: les Cabeçoles, al pie del Frare y en la margen izquierda del río, y Sant Sebastià en la margen derecha,
junto a la Font de la Figuera, al pie de la Mola de Torrò [fig. 2]. En sus alrededores se han constatado pequeños asentamientos que comparten intervisibilidades como Camí Fondo I, Vegueta I, Vegueta II, Casa
Ferrero y Barranc del Mosso. En la entrada al Corredor de Montesa, precisamente allí donde el valle es más
estrecho, se ubica Castellaret y su necrópolis monumental Corral de Saus (Izquierdo 2000). Como en los
casos anteriores, también Castellaret presenta en su entorno inmediato toda una serie de asentamientos
menores dependientes, que se concentran en la margen izquierda del Cànyoles: Venta de la Balsa Norte, La
Tuerta I, Reixac y Camí del Lliso I.
Estos tres yacimientos que vertebran el poblamiento de la cabecera del río Cànyoles presentan unas características comunes: su superficie está estimada en unas 2 Ha; se ubican en lomas, apenas a 50 m sobre
el nivel de fondo del valle; todos ellos están al pie de la importante vía de comunicación (valle del Cànyoles)
por la que discurrirán la llamada Vía Heraclea, Camino de Aníbal y la Vía Augusta, controlando el paso al
Corredor de Montesa y por tanto al valle del Xúquer (Castellaret), al pie del doble acceso o bifurcación del
camino hacia el valle del Vinalopó o la Meseta (Sant Sebastià), o simplemente al pie del camino, pero controlando una posible área de explotación de hierro (Cabeçoles). A la vez, los tres asentamientos ejercerían
un claro aprovechamiento agrario de su entorno inmediato.
En cuanto al Pla de les Alcusses, se registran al menos una docena de yacimientos que presentan una
clara ocupación durante el periodo Ibérico Antiguo: Casa Deshabitada o el Puntxó, Camp Regalet (Regaixet), Casa Regalet I, Casa San Fernando, Casa Bas, Bosquet-S. Antonio, Casa Golf, Mas del Fondo,
Casa Montserrat I, Casa Clemente, Casa Parisó y la Cabañila. De ellos, sólo el primero pudo tener una
extensión mayor que lo acercase a los asentamientos que hemos visto en la cabecera del Cànyoles. Es
además un lugar que destaca sobre el entorno, manteniendo relaciones visuales directas con cuatro de
los yacimientos del Pla, así como con Sant Sebastià. En la mayor parte de los casos constituyen pequeños
asentamientos situados en el propio llano del Pla aunque alguno se sitúa en ladera o en la cima de pequeñas elevaciones, como es el caso de la propia Casa Deshabitada / Puntxó. Su ubicación es propicia
para la explotación agropecuaria del Pla, a modo de casas de labor, alquerías u otras pequeñas estructuras. Es interesante constatar que se sitúan en el entorno de una importante vía de comunicación secundaria, siguiendo el Camí Vell de Moixent a la Font de la Figuera o “Camí dels Romans” que atraviesa el
altiplano longitudinalmente de nordeste a sudoeste y que podría fosilizar un antiguo camino prerromano
en dirección a los llanos de Caudete.
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1.- Les Cabeçoles
2.- El Frare
3.- Sant Sebastià
4.- Mola de Torrò
5.- Camí Fondo I
6.- Vegueta I
7.- Vegueta II
8.- Casa Ferrero
9.- Barranc del Mosso
10.- Castellaret
11.- Corral de Saus
12.- Venta de la Balsa Norte
13.- La Tuerta I
14.- Reixac
15.- Camí de Lliso I
16.- Casa Deshabitada / El Puntxó
17.- Camp Regalet (Regaixet)
19.- Casa San Fernando
20.- Casa Bas
21.- Bosquet – San Antonio
22.- Casa Golf
23.- Mas del Fondo
24.- Casa de Monserrat I
25.- Casa Clemente
26.- Casa Parisó
27.- La Cabañila
18.- Casa Regalet I (Regaixet)
28.- El Racó de Sanxo – 2
29.- El Corralet de Selmo
30.- El Rodriguillo
31.- El Infierno 2
32.- Casa Rixec
33.- Joncaret
34.- Casa Vella
1. Yacimientos en el entorno de la Bastida de les Alcusses citados en el texto (los números hacen referencia al listado adjunto).
En el valle de els Alforins se han localizado yacimientos que podrían encuadrarse en el período Ibérico
Antiguo o en el Pleno: el Racó de Sanxo-2, el Corralet de Selmo, El Rodriguillo, El Infierno 2 y algunas leves
concentraciones de material (Ribera 1995; García Guardiola 2006). El Racó de Sanxo-2 y el Corralet de
Selmo se ubican en ladera o margen norte del valle, en posición levemente dominante, mientras que El Rodriguillo y El Infierno 2 aparecen en el llano.
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2. La Mola de Torró y Sant
Sebastià, a sus pies, desde el
entorno del asentamiento de
Cabeçoles.
3. El macizo del Capurutxo
donde se ubica la Mola de
Torró y, en la ladera, el asentamiento de Sant Sebastià.
El periodo Ibérico Pleno
La Bastida de les Alcusses tiene un territorio natural conformado, en su mayor parte, por el Pla de les
Alcusses al norte y por los barrancos y espacios montañosos situados al sur de éste. Interesante es la distribución de yacimientos en este entorno, que indican la configuración de una ocupación más intensa en la
parte septentrional del territorio asociada, como veremos, a las tierras de cultivo del Pla y los márgenes septentrionales que dominan visualmente el río y el paso del corredor de Montesa.
Efectivamente, la adaptación a la orografía de la zona de la Bastida del círculo teórico de 5 km de radio
que suele definir el área de Captación de Recursos de un asentamiento, nos da un territorio próximo limitado
al norte por el reborde montañoso del Pla de les Alcusses, con el Altet de Garrido y el Altet del Viudo como
hitos principales; al nordeste por el borde del Pla y el macizo del Alt de les Covatelles; al este se encuentra
con la propia Serra Grossa; al sur y sudeste encontraríamos el valle dels Alforins, aunque la formación mon-
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4. L’Alt del Frare.
5. Castellar de Meca: sistema de acceso mediante viales tallados en la roca para faciltar la circulación de carros.
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6. La Solana del
Castell de Xàtiva.
tañosa de la Lloma del Serrellar, casi inmediata a la Bastida, limitaría su control visual. Al oeste el límite del
Pla viene definido por la Rambla del Fossino y su confluencia con el valle del Cànyoles.
En el Pla de les Alcusses el panorama que hemos visto para los siglos VI-V a.C. cambia a partir del siglo IV
a.C. Se identifican con seguridad diez lugares con cerámicas de esta época: Casa San Fernando, Casa Bas,
Casa Parisó, Casa Golf, El Bosquet-San Antonio, Casa Rixec, Casa Montserrat, Casa Clemente, Joncaret y
Casa Vella. Este fenómeno de reducción – aunque algo limitada – del número de asentamientos nos estaría
hablando no de un despoblamiento del Pla, sino más bien de una posible concentración de la población en la
Bastida, mientras continúa el mismo patrón de poblamiento en el Pla. La acumulación de herramientas para
el laboreo de la tierra en algunos departamentos del poblado (capítulo 5), indica que los habitantes de la Bastida mantienen una relación estrecha, directa, con las labores agrarias, de modo que las concentraciones de
cerámicas detectadas en el llano pueden interpretarse como pequeños asentamientos, casas de campo y de
labor, en estrecha relación con la Bastida.
Varios oppida localizados en el entorno de la cabecera del Cànyoles se deben considerar también en el
discurso. Se trata de dos oppida en altura, la Mola de Torró y l’Alt del Frare, y dos ocupando la ladera y cima
de suaves lomas, Sant Sebastià y Cabeçoles, que junto a Castellaret completan un conjunto de asentamientos
de tamaño medio – entre 2,5 y 4 ha – que no distan unos de otros más de 6,5 km. Resulta interesante constatar que este patrón de poblamiento visto en la Bastida y el Pla de les Alcusses parece repetirse para los territorios próximos pertenecientes a otros oppida en altura de la zona (Mola de Torró, l’Alt del Frare y
Castellaret) aunque es más difícil atribuir con seguridad yacimientos al período Ibérico Pleno por los problemas de dataciones de las cerámicas.
La Mola de Torró es un oppidum en altura situado en el macizo del Capurutxo y sobre la Font de la Figuera [fig. 3]. Para D. Fletcher que lo prospectó y conoció los materiales extraídos por J. Chocomeli en los
años 50, tendría una cronología similar a la Bastida, es decir no llegaría más allá de finales del siglo IV o inicios del III a.C. Algunas cerámicas procedentes del yacimiento que hemos podido revisar confirman esta
cronología. Con unas 4 Ha de extensión, su situación lo convierte en un puesto estratégico en el control
visual y efectivo de las principales comunicaciones del valle del Cànyoles con la Meseta y con la costa, así
como sobre el poblamiento y el entorno circundante.
El yacimiento de Sant Sebastià está situado en una suave colina al pie del Capurutxo, a poco más de un
kilómetro de la Mola de Torró. La dispersión de los materiales y algunas estructuras murarias nos indican
una superficie ocupada de entre 3 y 5 ha. Se alza apenas unos 50 m sobre el nivel del valle, cerca de las mis-
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7. Castell de Montesa.
mas tierras cultivables y fértiles de la Mola, con abundante agua y también con una posible funcionalidad
estratégica, pues controla de cerca el paso situado al sur del Capurutxo que conduce al corredor del Vinalopó
y hacia Castilla-La Mancha por Caudete. Sus materiales nos indican una cronología que se remonta al menos
al siglo VI a.C. perdurando hasta época romana aunque es al Ibérico Antiguo al que corresponde la mayor
parte de los materiales recuperados (Rodríguez Traver 2006). De este modo antecedió en el tiempo al oppidum de la Mola de Torró, aunque pudo depender de él durante el siglo IV y luego continuar habitado durante los siglos III a I a.C.
L’Alt del Frare es el otro oppidum en altura de esta zona [fig. 4]. Se ubica en la cima amesetada de un
cerro de difícil acceso y la superficie ocupada se ha estimado entre las 2’5 y 3 ha. Con escasas tierras cultivables
en su entorno, se ha detectado sin embargo una posible fuente de recursos: la explotación del hierro (Pérez
Ballester y Borredá 1998). En cuanto a su relación con vías de comunicación, ésta es doble: con la vía natural
conformada por el propio valle del Cànyoles, y con otra muy antigua, atestiguada ya para el poblamiento del
II milenio, que aprovechando los barrancos de Fossino y El Mosso, cruza en dirección sudeste-nordeste la
cabecera del valle, uniendo las tierras al oeste del macizo del Caroig (Llanos de Almansa) con el río Clariano
y las tierras de la Vall d’Albaida. El análisis de las cerámicas procedentes de la prospección del lugar y las de
la excavación de varios departamentos (Pérez Ballester y Rodríguez Traver 2004), arrojan una cronología
para este asentamiento que va desde finales del siglo VI a la mitad del siglo III a.C.
En cuanto a Cabeçoles, se sitúa en la más amplia de una serie de pequeñas elevaciones (30-50 m de altura) ubicadas al pie de l’Alt del Frare, junto al valle del Cànyoles. En su ladera meridional se han localizado
las hiladas inferiores de una posible muralla que se conserva en una longitud de 60 m. El asentamiento tendría unas 2 Ha de extensión y está próximo a tierras aptas para el cultivo, así como a posibles vetas de mineral
de hierro. A la partida de Cabeçoles, donde se ubica el yacimiento, se atribuye el hallazgo de una cabeza de
caballo en piedra, hoy en el Museo Arqueológico Nacional. Como ocurre en el cercano Sant Sebastià, los
materiales predominantes en el lugar corresponden al período Ibérico Antiguo, aunque existen algunas cerámicas que permiten asegurar su pervivencia durante el Ibérico Pleno y Tardío. Del mismo modo que en
el caso anterior, es posible que durante el siglo IV a.C. Cabeçoles pase a depender de un oppida en altura de
su entorno inmediato, l’Alt del Frare.
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eL pobLamiento en Las áreas próximas
El Castellar de Meca y el paso de Almansa
Al noroeste de la Bastida encontramos, ya en tierras albaceteñas y a unos 30 km de ésta, el importante
oppidum de Castellar de Meca [fig. 5], en la Sierra del Mugrón, junto a Almansa. El estudio que sobre el poblamiento ibérico de la parte oriental de la provincia de Albacete ha realizado L. Soria (2000) nos muestra,
para la zona lindante con nuestra área de estudio (Almansa, Caudete) un poblamiento similar al que encontramos en el área de Villena, caracterizado por la existencia de pequeños o muy pequeños asentamientos dispersos, aunque aquí la presencia de Castellar de Meca parece que impone, para el siglo IV a.C., un modelo de
territorio estructurado en torno a grandes oppida muy alejados entre sí: el mismo Castellar de Meca, Saltigi
(Chichilla) y el Tolmo de Minateda (Hellín), separados cada uno por más de 100 km y con un número no muy
grande de pequeños asentamientos dependientes dispersos por la llanura manchega. Estamos evidentemente
ante un modelo de poblamiento totalmente diferente al que vamos a encontrar en tierras valencianas.
Saitabi y el corredor de Montesa
La tradición localiza el antiguo oppidum de Saitabi en lo que hoy conocemos como Castell Menor, sobre
la actual ciudad de Xàtiva, donde podemos afirmar que hubo una continuidad del poblamiento al menos
desde el Bronce Final hasta época romana [fig. 6]. El poblamiento antiguo de Xàtiva se localizaría a una y
otra vertiente de esta cresta caliza, en laderas suaves situadas hacia el sudeste, la Solana, y hacia el noroeste,
la Costa; la cresta caliza se interrumpe en un trecho central, abriendo la posibilidad de que fuese allí donde
conectasen ambas zonas habitables del asentamiento. Es en la Solana del Castell (6 ha aproximadamente)
donde existe una constancia más clara de estructuras y materiales de época ibérica, mientras que en la Costa
(6-10 ha) predominan los materiales de la ocupación islámica y romana de la ciudad. Algunos depósitos de
materiales ibéricos se han documentado en la parte alta de la ciudad, entre las murallas islámica y borbónica,
lo que nos hablaría de una extensión de la ciudad de entre 6 y 20 ha en época ibérica, según los períodos. Su
8. Cabecera del Cànyoles y, al fondo, el corredor de Montesa, desde la Mola de Torró. A la izquierda, en la Serra Plana o d’Enguera,
se ubican l’Alt del Frare y Castellaret.
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9. El Corral de Saus (a la izquierda) y el Castellaret (situado a la derecha del
barranco) en las estribaciones meridionales de la Serra
Plana o d’Enguera.
excepcional ubicación ofrece a la vez una protección natural y un control de la vía que conduce desde las
planicies litorales a la Meseta por el valle del Cànyoles, así como del paso del río Albaida hacia la Vall del
mismo nombre y las comarcas centrales valencianas desde el Estret de les Aigües.
La revisión de los materiales ibéricos procedentes de la Solana depositados en el Museo de Xàtiva (Pérez
Ballester y Rodríguez Traver 2008), ha proporcionado un porcentaje altísimo de cerámicas fechables desde el
Ibérico Pleno al Ibérico Tardío, así como otras más escasas del Ibérico Antiguo. Este panorama se une al que
nos proporcionan otros elementos como las acuñaciones monetales (Ripollés 2007) y las menciones de las
fuentes, que parecen colocar el momento de mayor influencia de la ciudad ibérica de Saitabi entre los siglos
III y I a.C
Xàtiva estuvo ocupada al menos desde el Bronce Final, como lo atestiguan las excavaciones en curso en
la Solana (Pérez Ballester et alii 2007 y 2008), con niveles y materiales fechables desde el siglo IX al I a.C.
En la ladera este del cerro de Montesa, que se levanta a una cota de 80 m sobre el entorno circundante,
se ha documentado una concentración de cerámicas de los siglos VI-II a.C. en una extensión de 3 ha, aunque
el tamaño del asentamiento es incierto [fig. 7].
También en el corredor de Montesa, en su encuentro con la cabecera del valle del Cànyoles, se ubica el
poblado ibérico de Castellaret, que ocupa la ladera de un cerro en las estribaciones meridionales de la Sierra
de Enguera, a poca altura (entre 50 m y 10 m) sobre el valle del Cànyoles [figs. 8 y 9]. La bibliografía habla
de dos asentamientos: Castellaret de Dalt y Castellaret de Baix. El primero podría ser una atalaya o puesto
de vigilancia del segundo, que ofrece una dispersión de los materiales de más de 6 ha, aunque quizás el asentamiento propiamente dicho no sobrepasaría las 3 ha, pues se encaja entre dos barrancos. El asentamiento
controla el paso del Cànyoles, al ubicarse justo en su parte más estrecha. La cronología de las cerámicas halladas oscila entre los siglos VI y I a.C., y la cercana necrópolis del Corral de Saus utiliza en sus encachados
algunos fragmentos escultóricos funerarios ibéricos que se pueden fechar entre finales del siglo V y la primera
mitad del siglo IV a.C. (Izquierdo 1995, 235-236; Izquierdo 1997) [fig. 10]. También han aparecido cerámicas
de la Edad del Bronce.
La Canal de Navarrés
Estrictamente, la Canal de Navarrés es una depresión de unos 15 km de longitud por 3 km de anchura,
surcada por el río Sellent con orientación noroeste-sudeste, y situada al noroeste de la Costera de Ranes; La
comarca actual abarca un amplio territorio con Enguera como lugar principal. Este territorio tiene una superficie de unos 250 km2.
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10. Decoración escultórica que representa un personaje femenino perteneciente a un monumento funerario ibérico del Corral de Saus.
Conocemos hasta el momento un poblamiento disperso (12 asentamientos) desde Estubeny hasta Navarrés siguiendo el valle del Sellent, y un gran asentamiento en la Sierra de Enguera, cerca de la población
del mismo nombre: Cerro Lucena [figs. 11 y 12]. Es un oppidum de unas 4-5 ha de extensión, con restos de
una muralla perimetral y al menos una torre de un recinto superior. Los materiales arqueológicos registrados
arrojan una cronología centrada entre el siglo IV a.C. y el siglo I d.C., aunque predominan aquellos propios
de los siglos III a I a.C. Es el yacimiento ibérico más importante de toda la comarca, y está comunicado por
un antiguo camino de carriladas con el valle del Cànyoles.
La Vall d’Albaida
La Vall d’Albaida es una unidad geomorfológica situada al sudeste del valle del Cànyoles con dos subzonas: una centro-oriental, más amplia y llana, al sur de Saitabi, donde coinciden los ríos Albaida y Clariano;
y otra occidental, más alta, rectilínea y estrecha, donde se encuentran Ontinyent y Fontanars dels Alforins,
que está atravesada en gran parte por el Clariano.
El conocimiento que tenemos del poblamiento ibérico de la Vall d’Albaida es muy desigual. Se limita a
una primera recopilación de M. Gil Mascarell (1971) y algunos trabajos posteriores de A. Ribera (1992, 1995
y 1997). Precisamente debemos agradecer a este arqueólogo, director del Museu Arqueològic d’Ontinyent,
su colaboración y los datos proporcionados para el conocimiento del poblamiento ibérico en Ontinyent y en
Fontanars dels Alforins. Con estas fuentes de información, hemos podido ubicar un total de 68 asentamientos con probable ocupación en el Ibérico Pleno y Tardío, de los que 44 corresponden al sector centro-oriental
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11. Vista de la vertiente sur
del Cerro Lucena.
12. Vista área de las excavaciones en Cerro Lucena.
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13 A. Excavaciones en Covalta, entre 1909 y 1919.
13 B. Muralla del poblado de
Covalta.
de la Vall y 24 al sector occidental, lo que nos habla de un denso poblamiento en la época que nos ocupa.
Destacaremos los posibles oppida que fueron contemporáneos a la Bastida.
La Covalta (Albaida) es un pequeño oppidum situado en la cima amesetada de una estribación de la Serra
d’Agullent [figs. 13 A y B]. Tiene una extensión de entre 1,5 y 2 ha, y sus materiales arrojan al menos dos
fases de ocupación: Ibérico Antiguo e Ibérico Pleno, siendo abandonado en la primera mitad del siglo III
a.C. (Raga 1995; Grau 2002). Cierra por el sur la Vall d’Albaida y controla el importante paso que comunica
la Vall con las comarcas centrales valencianas, así como el paso o el Estret d’Agres. Estamos de acuerdo con
Grau en la dependencia de la Valleta d’Agres para la subsistencia del poblado; controlaba también el paso
que lleva hacia la Plana de Muro. En cuanto al control del paso y el territorio de parte de la Vall, pensamos
que su abrupta orografía hace difícil un control directo, aunque hay un antiguo camino de herradura que
desciende directamente del poblado hacia el puerto. Creemos que el control se ejercería indirectamente a
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14. El territorio ibérico en
torno a Saitabi (Xàtiva), según
propuesta de Pérez Ballester.
1: Castell de Xàtiva, 2: Mola de
Torró, 3: Sant Sebastià, 4: El
Frare, 5: Cabeçoles, 6: Bastida
de les Alcusses, 7: Castellaret,
8: Montesa, 9: La Coroneta,
10: Fontanars 2, 11: Santa
Anna, 12: Alt del Valiente,
13: Alt de la Carraposa,
14: Cerro Lucena, 15: Covalta,
16: Castell Vell, 17: Sant Antoni, 18: El Castellar, 19: Tossal del Morquí.
través de asentamientos dependientes interpuestos y más cercanos al paso natural y al territorio. Para la
Covalta podría ser el Castell Vell, junto el inicio del Port d’Albaida.
A unos 9 km al este de la Covalta está la Penya del Migdia (Beniatjar), también conocido como la Penya
Roja, otro gran asentamiento ibérico en altura. Ubicado sobre un estribo de la vertiente norte del Benicadell,
a más de 250 m de altura relativa, ocuparía, según parece, más de 5 ha de extensión. Su cronologia podria
centrarse en el Ibérico Pleno debido a la presencia de ceràmica ática aunque, como en Covalta, se han recogido también fragmentos de ánfora fenicio-occidental por lo que es de suponer la existencia de una fase de
ocupación anterior.
Unos 4 km al nordeste de la Penya del Migdia, Sant Antoni (Castelló de Rugat) es un oppidum situado
junto a la población actual. Se alza destacado a unos 80/100 m sobre el entorno de tierras bajas y cultivables.
Su situación, cerca del inicio del estrecho paso que siguiendo el río Vernissa lleva a las tierras de Gandia y por
tanto al mar, le otorgan el valor de lugar de control de uno de los pasos de comunicación de la Vall d’Albaida
con las comarcas colindantes, en este caso la de La Safor. En los años veinte del pasado siglo se recogió “…cerámica griega clásica” (Ballester, en Gil Mascarell 1971, 576). En superficie se encuentran cerámicas ibéricas
que podrían fecharse en época Plena y Tardía, así como materiales romanos republicanos. Sin obstáculo alguno
que la enlace visualmente con Saitabi o su entorno, creemos que es uno de los oppida que marcan los límites
de su territorio, controlando, tras el posible abandono del Tossal del Morquí, el paso hacia Gandia y el mar.
El Tossal del Morquí (Terrateig), situado unos 8 km al este de Sant Antoni, constituye otro amplio asentamiento ibérico; ubicado en la vertiente occidental de este cerro, en posición adelantada hacia el valle, a
mas de 150 m de altura relativa y ocupando aproximadamente mas de 5 ha. Su cronología parece centrarse
en el Ibérico Pleno. Como Sant Antoni, controlaría el paso hacia la costa, y es el mas oriental de los oppida
de la Vall que cierran el flanco sur del territorio de Saitabi.
En definitiva, el poblamiento del Ibérico Pleno en la Vall d’Albaida parece estructurarse en una serie
de oppida (2-4 ha) ubicados en la cima (Covalta) o en elevadas estribaciones de la vertiente norte del Benicadell (la Penya del Migdia, el Tossal del Morquí) distanciados unos 10 km entre ellos. Otros poblados
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medianos están ubicados también en altura pero son más accesibles como por ejemplo el Castell Vell (Albaida) o Sant Antoni (Castelló de Rugat), y perduran hasta el Ibérico Tardío. Se concoce también toda
una serie de pequeños asentamientos o explotaciones en el propio valle, más difíciles de evaluar en cuanto
a sus características, extensión y cronología, al estar generalmente muy arrasados, pero entre los que se
podrían citar los que presentan cerámica ática como Atzeneta d’Albaida (núcleo urbano) o la Canaleta
(Agullent).
En cambio en el sector occidental de la comarca, desde Covalta y hasta la Bastida, no hay ningún gran
yacimiento para el período Ibérico Pleno. Incluso resulta difícil, por el momento, encontrar las pequeñas
explotaciones en el propio valle, asentamientos que, como venimos diciendo, sí se documentan con relativa
abundancia a partir de los siglos III/II a.C.
La cabecera y el valle alto del Vinalopó
En la cabecera del Vinalopó (Beneixama, Banyeres, Bocairent) parece que el oppidum fortificado en
altura del Cabeçó de Mariola con sus 3 ha, sería, como en el modelo anterior, el centro organizador del valle,
con al menos 7 pequeños yacimientos dependientes del mismo (Grau y Moratalla 1998, 111-124).
No ocurriría lo mismo en el Alto Vinalopó (Biar, Villena, Caudete, Sax), en donde para esta época encontramos primero un gran vacío (zona de Beneixama – Biar) y a continuación un poblamiento caracterizado
por asentamientos de pequeño tamaño, en donde el más importante, y no por su extensión (0,4 ha) es El
Puntal de Salinas: fortificado, con una rica necrópolis con abundantes cerámicas de importación, que controla un importante paso de comunicación entre el Vinalopó y las tierras del interior murciano, y que explota
seguramente las salinas y las aguas que anuncian su topónimo (Hernández y Sala 1996; Sala 1995; Grau y
Moratalla 1998). La falta de excavaciones nos impide conocer mejor una media docena de asentamientos
más, algunos de los cuales tienen como característica importante el haberse documentado en ellos escultura
funeraria (El zaricejo, Capuchinos, Casica del Tío Alberto).
a modo de recapituLación: oppida en contacto
En conclusión, durante el siglo IV a.C., contemporáneos por tanto con la Bastida, hallaríamos en el valle
del Cànyoles, y de nordeste a sudoeste los siguientes oppida: Saitabi, con un territorio que seguramente se
limitaba a la Costera de Ranes al norte y Bisquert al sur; Montesa, que controlaría la Canal de su nombre; y
en un semicírculo de 6 km de radio alrededor de la Bastida, tres oppida de tamaño e importancia similar:
dos en altura, la Mola de Torrò y l’Alt del Frare, y uno en ladera, Castellaret, que tuvo una importante necrópolis monumental (Corral de Saus). Junto a éstos, otros dos asentamientos en ladera de importancia difícil de evaluar: Sant Sebastià y Cabeçoles. La acumulación de asentamientos medianos (2-4 ha) en la
cabecera del río Cànyoles parece que tiene que ver con distintas variables: control del paso a la Canal de
Montesa (Castellaret) y quizás al territorio de Saitabi en esta época; explotación de tierras fértiles y control
de recursos minerales (l’Alt del Frare); aprovechamiento agropecuario y control del paso a la Meseta (Sant
Sebastià y Mola de Torró) [fig. 14].
Estamos, en la cabecera del Cànyoles, en una zona de frontera entre territorios, como parecen indicar
los distintos modelos de poblamiento que encontramos tanto en la parte oriental de la provincia de Albacete
como en el valle del Vinalopó.
En conjunto, debemos entender el poblamiento de estas zonas del mismo modo que el propuesto para
las comarcas alicantinas (Grau 2002), donde una serie de oppida de tamaño similar controlan valles o unidades geomorfológicos regulares. Tampoco conviene olvidar que esta proliferación de asentamientos, muchos de ellos amurallados, algunos destruídos y abandonados, invita a pensar en la existencia de relaciones
de poder entre ellos. Sólo la realización de nuevas excavaciones y estudios en la zona podrán ayudar a entender mejor las relaciones entre asentamientos y territorios en el área que tratamos.
Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto HAR2009-11116 de MICINN
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el PoBlado
HelenA Bonet rosAdo y JAIme vIves-FerrándIz sáncHez
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E
l poblado de la Bastida de les Alcusses es una aglomeración amurallada de viviendas y construcciones
en una trama urbana bien definida. En los estudios ibéricos este tipo de poblados se conoce bajo el
nombre de oppidum, término latino con el que se designa a aquellos asentamientos fortificados, de
cierta extensión, que controlan los recursos del entorno –su territorio– mediante una red de asentamientos
dependientes o de relaciones sociales estables.
En este capítulo vamos a exponer cómo sus ocupantes organizaron el poblado a partir de sus necesidades,
creando y acondicionando los espacios públicos como puertas, murallas, calles, viales o plazas y el entramado
de viviendas y otras construcciones [fig. 1].
Las muraLLas y Las torres
3. Reconstrucción hipotética del frente oeste, con la Puerta Oeste y las dos torres.
Materiales constructivos y fuentes de aprovisionamiento
2. Secciones de la muralla y de los sondeos realizados en la parte interna (según Díes et alii 1997).
Otros elementos a destacar de la fortificación son las torres. En la Bastida se han documentado, de forma
segura, tres: dos entre la Puerta Oeste y la Puerta Sur y otra junto a la Puerta Este, mucho más grande que
las anteriores. En los tres casos se trata de torres macizas, adosadas a la muralla para la vigilancia del entorno
y el control de los accesos. El hecho de que no todas las puertas tengan torres asociadas podría indicar o
bien que este proyecto constructivo esté inacabado –es decir, que se abandonara el yacimiento antes de
completar la construcción de otras torres– o bien que la situación de las torres no tenga tanto que ver con
la defensa de todos los accesos sino con la vigilancia y observación de espacios concretos del paisaje desde
el frente meridional y el extremo oriental.
En la Bastida no hay fosos, quizás debido a que la topografía del yacimiento, en lo alto de una loma cuyos
lados largos no son fáciles de acceder por el acusado desnivel, no lo requiere. Los únicos puntos fácilmente
accesibles son la parte este y, sobre todo, la oeste, donde se ubicaron las cuatro puertas del poblado.
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El proyecto de erigir estas construcciones es considerable. Exige, de entrada, contar con la capacidad
técnica adecuada así como disponer de un cierto número de personas con conocimientos y habilidades para
su construcción y, desde luego, de brazos para trabajar. Requiere, además, contar con los derechos para acceder a las tierras de las que extraer el material constructivo, de organizar equipos de trabajo para hacer
acopio de la piedra, la tierra y la madera, así como de su transporte hasta la loma.
Se precisa de un conocimiento de cantería especializado para los paramentos más cuidados de las entradas o las torres y de carpintería para los entramados y armazones de madera. Pero con todo, el material más
utilizado en las construcciones, y que concentra gran parte de los esfuerzos constructivos es la tierra. Es un
material abundante, fácil de trabajar y buen aislante térmico, aunque en contrapartida exige continuas labores de mantenimiento, dado que sufre un rápido deterioro (Sánchez 1997, 145).
Las puertas deL pobLado
La muralla y la amplia extensión que delimita (más de 4 ha) constituyen dos rasgos definitorios de este
oppidum. Las murallas delimitan el espacio perimetralmente y suponen la monumentalización del asentamiento y, en consecuencia, del paisaje. De hecho, algunos autores han denominado las murallas como “rostros de piedra” (Moret 1998) mientras que otros hablan de “paisajes fortificados” (Berrocal-Rangel y Moret
2007), pues son elementos visibles en el territorio. Y si hablamos de paisajes fortificados, también podemos
pensar en ‘paisajes construidos’ en el exterior del oppidum. Los oppida ibéricos organizaron el espacio territorial mediante redes viarias, establecimientos rurales, y marcadores territoriales visibles, como hitos
paisajísticos naturales o monumentalizados. Incluso los cementerios, ubicados siempre fuera de los espacios
habitados, servirían como marcadores cargados de connotaciones culturales.
Los recintos amurallados marcaban los límites del espacio en el que se desarrollaban las relaciones de
vecindad (Ruiz 2008). Las murallas servían para definir un espacio como propio de la comunidad que lo
habitaba respecto a los demás y, obviamente, también protegían de las amenazas exteriores.
Para el caso de la Bastida, hasta 1990 se sabía bien poco de sus puertas y murallas. Las actuaciones arqueológicas se habían centrado en la excavación de las unidades de habitación del sector central (1928-1931)
y en la limpieza exterior del asentamiento (capítulo 1; Bonet et alii 2005). El conocimiento de la muralla y
torres, de las puertas y, en general, de su sistema defensivo se limitaba a la información que se podía extraer
de la observación del terreno. De hecho, en 1928, antes de empezar las excavaciones, ya se identificaban estructuras de esta entidad. Merece la pena recoger aquí la descripción que I. Ballester y L. Pericot hacen de
ello, pues describen a partir de los restos visibles en superficie el perímetro de las dos murallas, una puerta
principal (la Puerta Oeste), torres y otras construcciones para la defensa (¿quizás se refieran a las Puertas
Sur y Norte?) y las Torres II y III, y la Puerta Este con la Torre I:
Las puertas de la Bastida aportan una documentación relevante en el estudio de los sistemas defensivos
ibéricos que tanto interés están suscitando en los últimos años (Quesada 2002; Gracia 2003; Oliver 2006;
Berrocal-Rangel y Moret 2007; Junyent y López 2009). Ello se debe a que las cuatro puertas del poblado
están actualmente excavadas, lo que permite aproximarnos, con garantías, a las dimensiones constructivas,
“De las dos murallas que defienden el poblado por poniente, la interior semeja por las ruinas haber
sido más elevada y fuerte que la externa y tal vez que todo el resto del recinto. Unos rompimientos en el
paramento de la doble muralla del oeste [...] semejan ser las puertas de dicho doble recinto; vislumbrándose, fuera y dentro de la interior, restos de construcciones que completaron su defensa, así como a los
lados grandes amontonamientos de piedra que parecen indicios de sendas torres destinadas a igual fin.
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Estas construcciones comenzaron a conocerse en detalle a partir de 1992, cuando se emprendió el estudio
y consolidación de la muralla y las torres del frente oeste, y, sobre todo, entre 1998 y 2007, cuando se excavaron las cuatro puertas de acceso al poblado (Bonet et alii 2005; Díes 2005; Bonet y Vives-Ferrándiz 2009).
En líneas generales, este sistema consiste en un perímetro amurallado de forma elíptica –la muralla del poblado propiamente dicha–, que es más estrecho en el lado este, de tendencia sinuosa pero sin ángulos ni retranqueos ya que se adapta a las curvas de nivel de la cima de la colina sobre la que se sitúa. El área
construida es de unas 4,2 ha. Existe un segundo recinto, al oeste del que acabamos de describir, que tiene
1,4 ha más y del que nos ocuparemos más abajo.
La muralla está realizada con un doble paramento de piedras, que suelen ser de mediano y gran tamaño
(entre 0,30 y 1 m de longitud) trabadas con tierra, y relleno de piedras más pequeñas. La primera hilada de
piedras se asienta sobre el terreno, coincidente con los puntos que requieren más estabilidad en la construcción para la defensa (puertas, torres). En las zonas con más pendiente el lienzo defensivo se construye
elevando primero el paramento exterior y nivelando después con tierra y piedras el espacio entre este paramento y la roca mientras se levanta el muro interior.
Varios sondeos exploratorios realizados en el interior de la muralla del frente oeste [fig. 2], y en el exterior,
junto a la Torre Este, han proporcionado datos para proponer el aspecto de estas construcciones. Los derrumbes de las estructuras están formados por un nivel de piedras de tamaño grande y mediano y un potente paquete
de tierra de diversos tonos y composición que identificamos con el derrumbe de adobes descompuestos. El
alzado de la muralla estaría, pues, formado por un zócalo de piedras que debía alcanzar unos 3-3,5 m, y sobre
el cual se elevarían hiladas de adobes hasta una altura dos veces mayor que el zócalo [fig. 3]. El hallazgo de
losas en el propio derrumbe de la muralla, en un sondeo realizado junto a la Torre Este, ha llevado a proponer
la existencia de un solado del adarve (Díes et alii 1997, 226). El adarve garantiza una mejor defensa de la muralla y la circulación superior por ésta y por las torres [figs. 4 y 5]. Este elemento es excepcional, pues en otros
poblados ibéricos las propias cubiertas de las viviendas adosadas a la muralla cumplen esta función (Moret
1996, 97 y 98). Ahora bien, en la Bastida no hay casas adosadas a la muralla salvo en una pequeña zona, entre
la Torre Este y la Puerta Este. En el resto del asentamiento, allí donde se ha excavado, hemos constatado que
se respeta un camino de ronda de, al menos, dos metros de anchura o más, entre las fachadas de las construcciones y el lienzo de la muralla [fig. 6].
Como hemos visto, Ballester y Pericot ya identificaban en 1928 otro recinto en la parte occidental que
define un área de 1,4 ha. Se trata de un muro corto, con un gran vano, que se une a dos largos lienzos rectilíneos de entre 1,5 y 2 m de anchura. Está realizado con un doble paramento de grandes piedras relleno de
piedras más pequeñas y tierra. Los dos muros largos no conectan con los lienzos del recinto perimetral descrito más arriba, ni por el lado sur –donde se queda a unos metros– ni por el norte –donde la distancia es
de unos 130 m–. No conocemos las características de su alzado, si lo hubo, ya que los sondeos realizados en
1999 junto al vano del lienzo occidental apenas ofrecieron unas pocas piedras caídas y cerámicas muy fragmentadas, sin otras evidencias de ocupación. No obstante, los reconocimientos del terreno en prospección
han permitido documentar dos estructuras, un pequeño departamento y un muro que cruza parte del espacio
(Díes et alii 1997, 224).
Esta construcción ha sido tradicionalmente interpretada como una albacara, un recinto murado para
guardar ganado situado al exterior de muchas fortalezas de cronología más reciente. No obstante, su entidad constructiva y la situación en la parte más accesible al poblado, nos lleva a considerarlo como una
segunda línea de muralla, a modo de un refuerzo del sistema defensivo o como una ampliación del espacio
habitado. Se trata de una estructura inacabada, tanto en planta como en alzado, todo lo cual permite
mantener la hipótesis de que sea una ampliación del espacio habitado, emprendida en un momento de
peligro o de cierta inestabilidad. Así, se intentaría reforzar el frente oeste del poblado –el acceso principal– mediante una construcción que nunca se acabó (Díes et alii 1997, 228). Volveremos sobre esta idea
en el capítulo 10.
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1. Planta general de la Bastida de les Alcusses y detalle de los departamentos excavados.
También en lado opuesto del poblado [...] nótase asimismo otro amontonamiento de piedras que hace
suponer la existencia de otra torre, refuerzo de la defensa de la puerta que debiera existir en tal lugar”
(Ballester y Pericot 1929, 187).
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Estas construcciones comenzaron a conocerse en detalle a partir de 1992, cuando se emprendió el estudio
y consolidación de la muralla y las torres del frente oeste, y, sobre todo, entre 1998 y 2007, cuando se excavaron las cuatro puertas de acceso al poblado (Bonet et alii 2005; Díes 2005; Bonet y Vives-Ferrándiz 2009).
En líneas generales, este sistema consiste en un perímetro amurallado de forma elíptica –la muralla del poblado propiamente dicha–, que es más estrecho en el lado este, de tendencia sinuosa pero sin ángulos ni retranqueos ya que se adapta a las curvas de nivel de la cima de la colina sobre la que se sitúa. El área
construida es de unas 4,2 ha. Existe un segundo recinto, al oeste del que acabamos de describir, que tiene
1,4 ha más y del que nos ocuparemos más abajo.
La muralla está realizada con un doble paramento de piedras, que suelen ser de mediano y gran tamaño
(entre 0,30 y 1 m de longitud) trabadas con tierra, y relleno de piedras más pequeñas. La primera hilada de
piedras se asienta sobre el terreno, coincidente con los puntos que requieren más estabilidad en la construcción para la defensa (puertas, torres). En las zonas con más pendiente el lienzo defensivo se construye
elevando primero el paramento exterior y nivelando después con tierra y piedras el espacio entre este paramento y la roca mientras se levanta el muro interior.
Varios sondeos exploratorios realizados en el interior de la muralla del frente oeste [fig. 2], y en el exterior,
junto a la Torre Este, han proporcionado datos para proponer el aspecto de estas construcciones. Los derrumbes de las estructuras están formados por un nivel de piedras de tamaño grande y mediano y un potente paquete
de tierra de diversos tonos y composición que identificamos con el derrumbe de adobes descompuestos. El
alzado de la muralla estaría, pues, formado por un zócalo de piedras que debía alcanzar unos 3-3,5 m, y sobre
el cual se elevarían hiladas de adobes hasta una altura dos veces mayor que el zócalo [fig. 3]. El hallazgo de
losas en el propio derrumbe de la muralla, en un sondeo realizado junto a la Torre Este, ha llevado a proponer
la existencia de un solado del adarve (Díes et alii 1997, 226). El adarve garantiza una mejor defensa de la muralla y la circulación superior por ésta y por las torres [figs. 4 y 5]. Este elemento es excepcional, pues en otros
poblados ibéricos las propias cubiertas de las viviendas adosadas a la muralla cumplen esta función (Moret
1996, 97 y 98). Ahora bien, en la Bastida no hay casas adosadas a la muralla salvo en una pequeña zona, entre
la Torre Este y la Puerta Este. En el resto del asentamiento, allí donde se ha excavado, hemos constatado que
se respeta un camino de ronda de, al menos, dos metros de anchura o más, entre las fachadas de las construcciones y el lienzo de la muralla [fig. 6].
Como hemos visto, Ballester y Pericot ya identificaban en 1928 otro recinto en la parte occidental que
define un área de 1,4 ha. Se trata de un muro corto, con un gran vano, que se une a dos largos lienzos rectilíneos de entre 1,5 y 2 m de anchura. Está realizado con un doble paramento de grandes piedras relleno de
piedras más pequeñas y tierra. Los dos muros largos no conectan con los lienzos del recinto perimetral descrito más arriba, ni por el lado sur –donde se queda a unos metros– ni por el norte –donde la distancia es
de unos 130 m–. No conocemos las características de su alzado, si lo hubo, ya que los sondeos realizados en
1999 junto al vano del lienzo occidental apenas ofrecieron unas pocas piedras caídas y cerámicas muy fragmentadas, sin otras evidencias de ocupación. No obstante, los reconocimientos del terreno en prospección
han permitido documentar dos estructuras, un pequeño departamento y un muro que cruza parte del espacio
(Díes et alii 1997, 224).
Esta construcción ha sido tradicionalmente interpretada como una albacara, un recinto murado para
guardar ganado situado al exterior de muchas fortalezas de cronología más reciente. No obstante, su entidad constructiva y la situación en la parte más accesible al poblado, nos lleva a considerarlo como una
segunda línea de muralla, a modo de un refuerzo del sistema defensivo o como una ampliación del espacio
habitado. Se trata de una estructura inacabada, tanto en planta como en alzado, todo lo cual permite
mantener la hipótesis de que sea una ampliación del espacio habitado, emprendida en un momento de
peligro o de cierta inestabilidad. Así, se intentaría reforzar el frente oeste del poblado –el acceso principal– mediante una construcción que nunca se acabó (Díes et alii 1997, 228). Volveremos sobre esta idea
en el capítulo 10.
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1. Planta general de la Bastida de les Alcusses y detalle de los departamentos excavados.
También en lado opuesto del poblado [...] nótase asimismo otro amontonamiento de piedras que hace
suponer la existencia de otra torre, refuerzo de la defensa de la puerta que debiera existir en tal lugar”
(Ballester y Pericot 1929, 187).
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E
l poblado de la Bastida de les Alcusses es una aglomeración amurallada de viviendas y construcciones
en una trama urbana bien definida. En los estudios ibéricos este tipo de poblados se conoce bajo el
nombre de oppidum, término latino con el que se designa a aquellos asentamientos fortificados, de
cierta extensión, que controlan los recursos del entorno –su territorio– mediante una red de asentamientos
dependientes o de relaciones sociales estables.
En este capítulo vamos a exponer cómo sus ocupantes organizaron el poblado a partir de sus necesidades,
creando y acondicionando los espacios públicos como puertas, murallas, calles, viales o plazas y el entramado
de viviendas y otras construcciones [fig. 1].
Las muraLLas y Las torres
3. Reconstrucción hipotética del frente oeste, con la Puerta Oeste y las dos torres.
Materiales constructivos y fuentes de aprovisionamiento
2. Secciones de la muralla y de los sondeos realizados en la parte interna (según Díes et alii 1997).
Otros elementos a destacar de la fortificación son las torres. En la Bastida se han documentado, de forma
segura, tres: dos entre la Puerta Oeste y la Puerta Sur y otra junto a la Puerta Este, mucho más grande que
las anteriores. En los tres casos se trata de torres macizas, adosadas a la muralla para la vigilancia del entorno
y el control de los accesos. El hecho de que no todas las puertas tengan torres asociadas podría indicar o
bien que este proyecto constructivo esté inacabado –es decir, que se abandonara el yacimiento antes de
completar la construcción de otras torres– o bien que la situación de las torres no tenga tanto que ver con
la defensa de todos los accesos sino con la vigilancia y observación de espacios concretos del paisaje desde
el frente meridional y el extremo oriental.
En la Bastida no hay fosos, quizás debido a que la topografía del yacimiento, en lo alto de una loma cuyos
lados largos no son fáciles de acceder por el acusado desnivel, no lo requiere. Los únicos puntos fácilmente
accesibles son la parte este y, sobre todo, la oeste, donde se ubicaron las cuatro puertas del poblado.
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El proyecto de erigir estas construcciones es considerable. Exige, de entrada, contar con la capacidad
técnica adecuada así como disponer de un cierto número de personas con conocimientos y habilidades para
su construcción y, desde luego, de brazos para trabajar. Requiere, además, contar con los derechos para acceder a las tierras de las que extraer el material constructivo, de organizar equipos de trabajo para hacer
acopio de la piedra, la tierra y la madera, así como de su transporte hasta la loma.
Se precisa de un conocimiento de cantería especializado para los paramentos más cuidados de las entradas o las torres y de carpintería para los entramados y armazones de madera. Pero con todo, el material más
utilizado en las construcciones, y que concentra gran parte de los esfuerzos constructivos es la tierra. Es un
material abundante, fácil de trabajar y buen aislante térmico, aunque en contrapartida exige continuas labores de mantenimiento, dado que sufre un rápido deterioro (Sánchez 1997, 145).
Las puertas deL pobLado
La muralla y la amplia extensión que delimita (más de 4 ha) constituyen dos rasgos definitorios de este
oppidum. Las murallas delimitan el espacio perimetralmente y suponen la monumentalización del asentamiento y, en consecuencia, del paisaje. De hecho, algunos autores han denominado las murallas como “rostros de piedra” (Moret 1998) mientras que otros hablan de “paisajes fortificados” (Berrocal-Rangel y Moret
2007), pues son elementos visibles en el territorio. Y si hablamos de paisajes fortificados, también podemos
pensar en ‘paisajes construidos’ en el exterior del oppidum. Los oppida ibéricos organizaron el espacio territorial mediante redes viarias, establecimientos rurales, y marcadores territoriales visibles, como hitos
paisajísticos naturales o monumentalizados. Incluso los cementerios, ubicados siempre fuera de los espacios
habitados, servirían como marcadores cargados de connotaciones culturales.
Los recintos amurallados marcaban los límites del espacio en el que se desarrollaban las relaciones de
vecindad (Ruiz 2008). Las murallas servían para definir un espacio como propio de la comunidad que lo
habitaba respecto a los demás y, obviamente, también protegían de las amenazas exteriores.
Para el caso de la Bastida, hasta 1990 se sabía bien poco de sus puertas y murallas. Las actuaciones arqueológicas se habían centrado en la excavación de las unidades de habitación del sector central (1928-1931)
y en la limpieza exterior del asentamiento (capítulo 1; Bonet et alii 2005). El conocimiento de la muralla y
torres, de las puertas y, en general, de su sistema defensivo se limitaba a la información que se podía extraer
de la observación del terreno. De hecho, en 1928, antes de empezar las excavaciones, ya se identificaban estructuras de esta entidad. Merece la pena recoger aquí la descripción que I. Ballester y L. Pericot hacen de
ello, pues describen a partir de los restos visibles en superficie el perímetro de las dos murallas, una puerta
principal (la Puerta Oeste), torres y otras construcciones para la defensa (¿quizás se refieran a las Puertas
Sur y Norte?) y las Torres II y III, y la Puerta Este con la Torre I:
Las puertas de la Bastida aportan una documentación relevante en el estudio de los sistemas defensivos
ibéricos que tanto interés están suscitando en los últimos años (Quesada 2002; Gracia 2003; Oliver 2006;
Berrocal-Rangel y Moret 2007; Junyent y López 2009). Ello se debe a que las cuatro puertas del poblado
están actualmente excavadas, lo que permite aproximarnos, con garantías, a las dimensiones constructivas,
“De las dos murallas que defienden el poblado por poniente, la interior semeja por las ruinas haber
sido más elevada y fuerte que la externa y tal vez que todo el resto del recinto. Unos rompimientos en el
paramento de la doble muralla del oeste [...] semejan ser las puertas de dicho doble recinto; vislumbrándose, fuera y dentro de la interior, restos de construcciones que completaron su defensa, así como a los
lados grandes amontonamientos de piedra que parecen indicios de sendas torres destinadas a igual fin.
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l poblado de la Bastida de les Alcusses es una aglomeración amurallada de viviendas y construcciones
en una trama urbana bien definida. En los estudios ibéricos este tipo de poblados se conoce bajo el
nombre de oppidum, término latino con el que se designa a aquellos asentamientos fortificados, de
cierta extensión, que controlan los recursos del entorno –su territorio– mediante una red de asentamientos
dependientes o de relaciones sociales estables.
En este capítulo vamos a exponer cómo sus ocupantes organizaron el poblado a partir de sus necesidades,
creando y acondicionando los espacios públicos como puertas, murallas, calles, viales o plazas y el entramado
de viviendas y otras construcciones [fig. 1].
Las muraLLas y Las torres
3. Reconstrucción hipotética del frente oeste, con la Puerta Oeste y las dos torres.
Materiales constructivos y fuentes de aprovisionamiento
2. Secciones de la muralla y de los sondeos realizados en la parte interna (según Díes et alii 1997).
Otros elementos a destacar de la fortificación son las torres. En la Bastida se han documentado, de forma
segura, tres: dos entre la Puerta Oeste y la Puerta Sur y otra junto a la Puerta Este, mucho más grande que
las anteriores. En los tres casos se trata de torres macizas, adosadas a la muralla para la vigilancia del entorno
y el control de los accesos. El hecho de que no todas las puertas tengan torres asociadas podría indicar o
bien que este proyecto constructivo esté inacabado –es decir, que se abandonara el yacimiento antes de
completar la construcción de otras torres– o bien que la situación de las torres no tenga tanto que ver con
la defensa de todos los accesos sino con la vigilancia y observación de espacios concretos del paisaje desde
el frente meridional y el extremo oriental.
En la Bastida no hay fosos, quizás debido a que la topografía del yacimiento, en lo alto de una loma cuyos
lados largos no son fáciles de acceder por el acusado desnivel, no lo requiere. Los únicos puntos fácilmente
accesibles son la parte este y, sobre todo, la oeste, donde se ubicaron las cuatro puertas del poblado.
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El proyecto de erigir estas construcciones es considerable. Exige, de entrada, contar con la capacidad
técnica adecuada así como disponer de un cierto número de personas con conocimientos y habilidades para
su construcción y, desde luego, de brazos para trabajar. Requiere, además, contar con los derechos para acceder a las tierras de las que extraer el material constructivo, de organizar equipos de trabajo para hacer
acopio de la piedra, la tierra y la madera, así como de su transporte hasta la loma.
Se precisa de un conocimiento de cantería especializado para los paramentos más cuidados de las entradas o las torres y de carpintería para los entramados y armazones de madera. Pero con todo, el material más
utilizado en las construcciones, y que concentra gran parte de los esfuerzos constructivos es la tierra. Es un
material abundante, fácil de trabajar y buen aislante térmico, aunque en contrapartida exige continuas labores de mantenimiento, dado que sufre un rápido deterioro (Sánchez 1997, 145).
Las puertas deL pobLado
La muralla y la amplia extensión que delimita (más de 4 ha) constituyen dos rasgos definitorios de este
oppidum. Las murallas delimitan el espacio perimetralmente y suponen la monumentalización del asentamiento y, en consecuencia, del paisaje. De hecho, algunos autores han denominado las murallas como “rostros de piedra” (Moret 1998) mientras que otros hablan de “paisajes fortificados” (Berrocal-Rangel y Moret
2007), pues son elementos visibles en el territorio. Y si hablamos de paisajes fortificados, también podemos
pensar en ‘paisajes construidos’ en el exterior del oppidum. Los oppida ibéricos organizaron el espacio territorial mediante redes viarias, establecimientos rurales, y marcadores territoriales visibles, como hitos
paisajísticos naturales o monumentalizados. Incluso los cementerios, ubicados siempre fuera de los espacios
habitados, servirían como marcadores cargados de connotaciones culturales.
Los recintos amurallados marcaban los límites del espacio en el que se desarrollaban las relaciones de
vecindad (Ruiz 2008). Las murallas servían para definir un espacio como propio de la comunidad que lo
habitaba respecto a los demás y, obviamente, también protegían de las amenazas exteriores.
Para el caso de la Bastida, hasta 1990 se sabía bien poco de sus puertas y murallas. Las actuaciones arqueológicas se habían centrado en la excavación de las unidades de habitación del sector central (1928-1931)
y en la limpieza exterior del asentamiento (capítulo 1; Bonet et alii 2005). El conocimiento de la muralla y
torres, de las puertas y, en general, de su sistema defensivo se limitaba a la información que se podía extraer
de la observación del terreno. De hecho, en 1928, antes de empezar las excavaciones, ya se identificaban estructuras de esta entidad. Merece la pena recoger aquí la descripción que I. Ballester y L. Pericot hacen de
ello, pues describen a partir de los restos visibles en superficie el perímetro de las dos murallas, una puerta
principal (la Puerta Oeste), torres y otras construcciones para la defensa (¿quizás se refieran a las Puertas
Sur y Norte?) y las Torres II y III, y la Puerta Este con la Torre I:
Las puertas de la Bastida aportan una documentación relevante en el estudio de los sistemas defensivos
ibéricos que tanto interés están suscitando en los últimos años (Quesada 2002; Gracia 2003; Oliver 2006;
Berrocal-Rangel y Moret 2007; Junyent y López 2009). Ello se debe a que las cuatro puertas del poblado
están actualmente excavadas, lo que permite aproximarnos, con garantías, a las dimensiones constructivas,
“De las dos murallas que defienden el poblado por poniente, la interior semeja por las ruinas haber
sido más elevada y fuerte que la externa y tal vez que todo el resto del recinto. Unos rompimientos en el
paramento de la doble muralla del oeste [...] semejan ser las puertas de dicho doble recinto; vislumbrándose, fuera y dentro de la interior, restos de construcciones que completaron su defensa, así como a los
lados grandes amontonamientos de piedra que parecen indicios de sendas torres destinadas a igual fin.
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defensivas, económicas o simbólicas que se vinculan a los accesos. Analizaremos estas entradas desde puntos
de vista constructivos y funcionales, en el marco de una visión más amplia, que tenga en cuenta aspectos
urbanísticos y, al mismo tiempo, cronológicos.
La Puerta Oeste
La estructura de la Puerta Oeste, en su fase final [figs. 10 y 11], consiste en dos muros paralelos de 6’3 m
de longitud por 1,8 m de anchura. Estos muros, que no traban con los paramentos de la muralla, están alineados con la cara exterior y sobresalen entre 1,8 y 2,2 m respecto a la cara interior de la misma (Díes 2005,
74).
En cada uno de estos muros hay dos bancos. Los anteriores miden 1,7 m y los posteriores 2,5 m de longitud y todos ellos tienen una anchura de 1,15 m. El vano que abre este dispositivo de acceso tiene 3,17 m de
anchura en la parte anterior y 3,13 m en la posterior. Hay dos piedras hincadas en el centro del paso que tienen 30 cm de altura, separadas por 2,5 m de distancia una de otra, y que interpretamos como topes del
cierre de los dos pares de hojas de madera [fig. 12]. La apertura de los dos pares de puertas se haría hacia el
interior. A partir de las medidas del vano suponemos que cada una de estas hojas tendría una anchura de
1,55 m, aunque no se han conservado las pletinas de hierro, como sucede en las otras puertas, para confirmar
este dato.
4. Vista aérea de la Bastida de les Alcusses hacia finales de los años 90.
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La Puerta Sur
La estructura de esta puerta está formada por dos muros paralelos que se construyen sobre la misma roca
del terreno y adaptan a ésta su trazado [fig. 13]. Están separados por una distancia que oscila entre los 2,5 m y
los 2,7 m dejando una anchura de paso de 2,4 m a nivel del pavimento. La medida del cuerpo exterior es de 7,8
m de longitud y unos 2 m de anchura; el interior tiene la misma longitud pero es ligeramente más estrecho,
con 1,7 m de media. La altura conservada de las estructuras es francamente extraordinaria y, de hecho, ésta es
la puerta mejor conservada del yacimiento. En el cuerpo interior los paramentos llegan a los 2,10 m de altura
conservada, mientras que el cuerpo exterior alcanza 1-1,5 m por su cara externa y 0,40-0,60 m por la interna.
Los paramentos internos de ambos muros estaban enlucidos con barro y encalados.
A diferencia de la Puerta Oeste, aquí no hay dos pares de bancos por cada lado sino uno solo, al igual que
sucede en la Puerta Norte y en la Puerta Este. No obstante, en la Puerta Sur sólo se pudo documentar el
banco del muro norte debido al arrasamiento de los restos en dirección sur, y que ha eliminado toda traza
del mismo. El banco conservado mide 3,5 m de longitud por 0,8 m de anchura y presentaba una superficie
cubierta por tierra apisonada.
El pavimento de la puerta es, como en el resto de entradas, una capa de tierra y grava apisonada que
sirve también de relleno para regularizar el terreno entre la roca. El pavimento presenta un acusado desnivel
que facilitaría la salida de aguas del poblado. Sobre el pavimento se documentó, por primera vez en este yacimiento, un derrumbe de adobes bien conservado y entre los que se han podido recuperar algunos restos
de barro (limoarcillas) con huellas de formas redondeadas o semicirculares que pudieran formar parte de
la decoración de elementos singulares [fig. 14].
5. Vista aérea del frente oeste de la muralla, con la puerta y las dos torres (año 2000).
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6. Propuesta de reconstrucción de la muralla en el frente oeste. Son visibles las torres macizas y la puerta, accesibles y transitables.
Bajo el derrumbe aparecieron, en muy buen estado de conservación, cinco pletinas de hierro remachadas
que corresponden a las hojas de madera [fig. 15]. A partir de su estudio sabemos que los batientes medirían
unos 1,22 m de anchura. Además, la disposición de las pletinas en planta indica que la apertura se hacía al
exterior, dejando así libres los bancos de cada lado cuando la puerta estaba abierta, aunque aquí no hemos
hallado guardacantones ni chumaceras, posiblemente porque los ejes pivotarían sobre quicios de madera.
La Puerta Norte
Esta puerta es de dimensiones similares a la Puerta Sur [fig. 16]. Al igual que ésta, se trata de un edificio
diferenciado de la muralla desde el punto de vista constructivo (Díes 2005, 75). La entrada en este caso
se hace dejando la muralla a mano derecha, mientras que en la Sur lo hacía a la izquierda. La estructura
está compuesta por dos muros de 7,7 m de longitud por 2,1 m de anchura y en cada muro se abre un banco
de 3,4 m de longitud y 0,8/1 m de ancho que, igual que los de las puertas Oeste y Sur, estaban cubiertos
por una capa tierra pisada y uno de ellos presentaba restos de carbones y cenizas cubiertos por capas de
barro sucesivas. El espacio para el paso en esta puerta es de 2,4 m en la parte anterior y 2,8 m en la parte
posterior.
También se documentaron tres pletinas de hierro correspondientes a los batientes de la puerta. El funcionamiento de los batientes es similar al mecanismo descrito para la Puerta Sur, con rotación sobre eje en
el extremo junto a los muros y apertura hacia el exterior, aunque con la diferencia de que en la Norte hay
guardacantones de piedra que protegen dos chumaceras practicadas en la piedra [fig. 17].
71
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La piedra y eL barro en La arquitectura deL asentamiento
Carlos Ferrer GarCía
El material utilizado en la construcción de los edificios y estructuras arquitectónicas de la Bastida es,
preferentemente, la piedra y el barro. La piedra se utiliza fundamentalmente en los zócalos de las casas y
murallas. El barro se utiliza mezclado con tejidos vegetales en adobes para los muros, revestimientos y techos, y sin aditivos en suelos y enlucidos, hornos, bancos y otras estructuras auxiliares del hábitat.
La piedra procede del sustrato rocoso del propio promontorio, una dolomía gris oscura que posee una
textura gruesa, sacaroidea, con tendencia a la disgregación granular y con abundantes ejes de fracturación
que hacen difícil su tallado. Se ha observado el uso en determinados puntos de calizas grises arenosas y calizas grises micríticas mucho más resistentes y de más fácil trabajo, singularmente en partes de las construcciones que exigen mejores acabados y mayor resistencia [fig. 7]. Las calizas arenosas afloran en la Lloma
del Serrellar y en el extremo nororiental de la vertiente de umbría de la Bastida. La caliza micrítica sólo la
hemos documentado en la Lloma del Serrellar (Bonet et alii 2000).
Los restos de barro que han podido ser estudiados forman parte de adobes, cubiertas, revestimientos de
paredes y otros elementos arquitectónicos (Ferrer García 2010) [fig. 8]. Muestran el uso de materias primas
naturales poco o nada procesadas. En su preparación no se requerirían grandes conocimientos técnicos. Se
elaboran con sedimentos naturales inalterados, pero con rasgos texturales distintos, en función de la mejor
adaptación de sus cualidades a las necesidades de las estructuras en cuanto a plasticidad, cohesión y estabilidad. Predominan las margas arenosas que afloran en el Pla de les Alcusses para construir adobes, las arenas
silíceas que afloran en los piedemonte de la Bastida para las posibles cubiertas, y los sedimentos arcillosos
del fondo del Pla, en ocasiones suelos hidromorfos, para las estructuras de barro moldeado. En contraposición, los restos de barro que formaban parte de pavimentos, hogares y revestimientos poseen una textura
muy selectiva, que parece indicar la existencia de un procesado a través de la decantación o el tamizado.
Los adobes, elementos fundamentales en la arquitectura de la Bastida, se construyen básicamente en el
llano, aunque hemos detectado que en algunas estructuras o cuando era necesario su uso en húmedo para
7. Mampuestos de caliza de diferente calidad
utilizadas en una de las torres del frente oeste.
8. A. Adobe procedente del derrumbe de la Puerta Sur. B. Fragmento de cubierta de la casa 12 (Depto. 269) con impronta de rollizo; C. Detalle de fragmento de cubierta de un espacio doméstico junto a la Puerta Este; D.
Fragmento de barro moldeado del derrumbe de la Puerta Sur.
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9. Áreas de extracción de materias primas para la construcción en el entorno de la Bastida.
darle una forma determinada, se construyeron en el mismo asentamiento utilizando materiales obtenidos
en las proximidades. La materia prima se extrae de minas superficiales de margas arenosas que afloran en
la parte más baja del Pla, muy cerca de los afloramientos de agua acuífera que conformaban humedales hoy
relictos, y que sería utilizada para amasar el barro junto con la paja de cereal que se obtendría de los cultivos
inmediatos. Ello nos permite ubicar con cierta seguridad los puntos de preparación y almacenamiento en
una pequeña área situada a poca distancia del poblado, entre 800 y 1200 m en línea recta y entre 2000 y
2500 m siguiendo los caminos carreteros propuestos en trabajos previos [fig. 9]. Los adobes, una vez secos
y por tanto más ligeros, se transportaban hasta el promontorio.
Las cubiertas parecen estar construidas con arenas del piedemonte y las laderas del asentamiento mezcladas al menos en parte con elementos vegetales. En este caso el criterio principal para su uso es que se
trata de sedimentos muy abundantes y próximos, dada la gran cantidad de material necesario y la condición
de trabajarlo directamente en el promontorio. Ello explicaría la presencia de improntas de vegetación natural
de medio forestal. Con todo, esta hipótesis debe ser contrastada con el análisis y caracterización de un mayor
número de muestras, ya que estudios previos parecen señalar el predominio de arcillas en este tipo de estructuras (Abad y Sala 2001, 122).
El barro moldeado se elabora con limoarcillas en ocasiones ricas en materia orgánica, horizontes de
suelos posiblemente hidromorfos. Lo que se pretende lograr con estos materiales es una mayor plasticidad.
Las muestras estudiadas, procedentes de la Puerta Sur, pudieran estar en relación con elementos decorativos
singulares.
Los enfoscados y enlucidos son de texturas y origen variados. Aunque la determinación del uso de la cal
es un tema complejo, es segura su presencia en estos elementos. No parece tener un uso relevante en elementos constructivos que exigen grandes volúmenes de material, como pavimentos y morteros. Su presencia
en la arquitectura ibérica sería, pues, decorativa, por lo que probablemente se produciría en pequeñas cantidades.
73
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La Puerta Este
La Puerta Este está formada por un edificio similar a los anteriormente descritos,
aunque sus dimensiones varían [fig. 18].
Uno de los muros que forman la entrada,
el muro sur, mide 7,4 m de longitud y entre
2,1/1,8 m de anchura, mientras que el
muro norte es mucho más ancho ya que
mide 7,2 m de longitud y 3,8 m de anchura, quizás para reforzar más los cimientos del edificio en una zona donde el
terreno natural tiene un fuerte desnivel.
El vano que se abre en este dispositivo
mide 1,7 m, mucho más estrecho que el de
las demás puertas. También habría dos batientes en esta puerta, de apertura hacia el
exterior, sólo que con anchuras menores
respecto a los otros casos: la única pletina
documentada en esta puerta mide, precisamente, la mitad de la anchura del vano,
0,8 m de longitud, mientras que su grosor
es, como en los demás casos, de 5,5 cm.
En esta pletina se han conservado restos de madera sin carbonizar adheridos
en la parte interior que corresponden a
las tablas o listones de los batientes. El
muestreo de diferentes partes de la pletina ha determinado que las tablas fueron
hechas con madera de un árbol de los géneros Salix-Populus (sauce-chopo), sin
poder determinar con mayor precisión
pues ambos géneros son muy similares
anatómicamente (capítulo 5). Ambas especies, especialmente el Populus sp.
(chopo), ofrecen una madera homogénea,
blanda, ligera y flexible, y por ello, muy
fácil de trabajar, criterio que debieron
primar a la hora de seleccionarla. Por otra
parte es una madera que no soporta bien
la permanencia a la intemperie ni en condiciones que favorezcan la putrefacción,
aunque algunas especies de chopo pueden
tener una madera estable, dura y algo más
resistente.
Las puertas como edificios
10. Planta de la Puerta Oeste. La flecha indica el sentido de entrada
(modificado a partir de Díes 2005).
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La construcción de las entradas fue planificada junto a la muralla, como se infiere
a partir de la homogeneidad del proyecto
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11. Vista aérea de la Puerta
Oeste y del sector occidental
de la muralla (año 2003)
12. La Puerta Oeste desde el
exterior.
edilicio. Ahora bien, es significativo que sean estructuras diferenciadas de la muralla, tanto en construcción
como en acabados, pues se utilizan piedras mejor trabajadas, y se enlucen los paramentos, algo que en la
muralla no hemos constatado hasta la fecha. Es particularmente interesante la ubicación de las puertas
Norte, Sur y Este, claramente sobresalidas respecto a la línea de muralla [fig. 21]. Pueden ser clasificadas
como entradas de recubrimiento, que son aquellas ubicadas entre dos lienzos de muralla que se cruzan, de
modo que se configura un pasillo que puede ser más o menos largo que determina un eje de entrada tangente
o paralelo al lienzo defensivo de la muralla. La Puerta Oeste es, en cambio, una entrada frontal.
75
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13. Planta de la Puerta Sur. La flecha indica el sentido de entrada.
14. Derrumbe de adobes en la Puerta Sur.
Entre los adobes se aprecian dos de las pletinas de hierro de los batientes.
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15. Derrumbe de adobes de la Puerta Sur.
Se aprecian también las pletinas de hierro
de los batientes.
16. Planta de la Puerta Norte. La flecha indica el sentido de entrada (modificado a partir de Díes 2005).
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Nos interesa señalar, más allá del tipo de
puerta, que las entradas no son un simple vano en
la muralla para permitir el paso, sino que son edificios en sí mismos. Si en planta se da una distinción entre las puertas y la muralla, también se da
en su construcción y en el alzado [fig. 22]. Las
puertas son construcciones muy cuidadas, donde
se ha prestado mucha atención a la selección, al
trabajo y a la colocación de los materiales. Por
ejemplo, los paramentos de piedras de las puertas
se diferencian claramente de los de la muralla por
presentar una técnica constructiva que emplea
bloques de piedra más pequeños, mejor trabajados y cuya disposición está más cuidada. En la
muralla, en cambio, los mampuestos son más
grandes y en ocasiones dispuestos sin respetar una
alineación o, simplemente, sin trabajar sus caras.
Las características arquitectónicas de estos
dispositivos de entrada y el tipo de derrumbes documentados en las excavaciones –paquetes de
piedra, adobes y tierra, así como restos de madera
carbonizada– nos llevan a plantear que estos accesos estaban techados mediante un entramado
de madera de modo que, en alzado, las puertas se
diferenciarían del paramento de la muralla. Este
techo es transitable, pues al menos en dos de
ellas, en la Puerta Oeste y en la Puerta Este, se
han documentado bases de escaleras adosadas a
la muralla [fig. 10] (Díes 2005, 74). Así, las entradas, a modo de puertas-torre, solventan tanto las
necesidades de paso como también las de vigilancia y control de los accesos al asentamiento y del
entorno circundante. En este sentido, queremos
señalar que ninguna de estas puertas se configuraría como torres de flanqueo, ya que no ofrecen
ángulos de defensa buenos sobre los lienzos de la
muralla y parece que sirvieron más para una vigilancia a media o larga distancia, a modo de espacios para el control de los valles circundantes.
17. Detalle del muro norte de la Puerta Norte. Se aprecia en
primer término el quicio para el eje del batiente y un guardacantón de piedra.
Los bancos y el control del paso
Los equipamientos que hay en el interior de estas estructuras, es decir, los bancos integrados en los
muros, están en relación con necesidades y preocupaciones de vigilancia y control asociadas a las puertas.
Por lo que conocemos hasta ahora de los sistemas de accesos en el mundo ibérico peninsular estas estructuras son únicas o, al menos, propias del modo de construir los accesos en un ámbito restringido, en torno
a las comarcas centrales valencianas. Con muchos problemas sobre la interpretación de los restos conservados, quizás otros asentamientos de la zona como la Serreta (Alcoi) podrían tener accesos con equipamientos similares (Díes 2005, 82).
Volviendo a la Bastida, es interesante constatar que las cuatro puertas presentan estos bancos, si bien en
la Puerta Oeste éstos son, además, dobles, siendo los posteriores más largos que los anteriores. Las medidas
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18. Planta de la Puerta Este. La flecha indica el sentido de entrada.
son similares en todos ellos, oscilando entre 3 y 3,4 m de longitud y entre 0,7 y 1 m de anchura, no superando
en ningún caso esta medida [fig. 23]. Las alturas respecto al pavimento oscilan entre 50 y 80 cm. También
es destacable el hecho de que la presencia de bancos se repite en todas las puertas, con independencia de la
anchura abierta para el paso, el tipo de puerta o su ubicación en el perímetro de muralla. Es, en definitiva,
un elemento estructural de todas las entradas del poblado.
Estos bancos se construirían para usos diversos, manteniendo desde un uso militar y de defensa –cuerpos
de guardia– hasta actividades de control de mercancías, o incluso de intercambio. De hecho, actualmente,
en algunas puertas de entrada a las medinas en las ciudades del norte de África existen unos espacios similares utilizados por los comerciantes para vender sus mercancías. Con todo, si se hicieron para ser utilizados
exclusivamente como puestos de guardia, lo más lógico sería que se hubieran ubicado en espacios retranqueados a nivel de pavimento, configurando un tipo de puertas que se llama “en tenaza” por su planta característica, y no elevarlos como están éstos. Que estén elevados sobre el pavimento es su rasgo más
destacado y, quizás, la razón por la que fueron necesarios en los puntos de paso: el mejor modo de controlar
la carga de los carros que circulan por las puertas es, precisamente, desde estos bancos y no a nivel del pavimento.
Cerca de la Bastida, el yacimiento del Castellar de Meca en Ayora nos da más argumentos para el debate
y para entender los bancos de las puertas en relación con el control de los carros y las mercancías. Es bien
conocido este asentamiento por los espectaculares caminos de acceso para carros (capítulo 3). En estos viales
hay unos rebajes en la roca situados en los laterales del camino principal de acceso, en su sector superior.
Entre los 695,3 y 698,5 m (Broncano y Alfaro 1990, 139 y lám. Cxxxii) hay excavado en la roca del lado derecho un rebaje de 3,2 m de longitud por 0,56 m de anchura que se ha recortado de forma uniforme a 0,46
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eL montaje de Los batientes de Las puertas
Guillermo TorTajada ComeChe
La carpintería ibérica utiliza el sistema de pletinas y remaches para unir piezas de madera (Tortajada
2008). Estas pletinas se han hallado en un número de nueve en las puertas de entrada a la Bastida: cinco en
la Puerta Sur, tres en la Norte y una en la Este; y en varios departamentos de viviendas [fig. 19]. Su estudio
nos ofrece interesantes datos sobre el montaje y funcionamiento de estos sistemas de cierre.
Por la disposición de las pletinas en las puertas Sur, Norte y Este deducimos que las puertas estarían
compuestas por dos hojas pivotantes formadas por varias tablas verticales unidas con pletinas de hierro [fig.
20]. Sus medidas son 1,20 m de anchura cada una en las puertas Sur y Norte, mientras que en la Este tienen
0,80 m.
Las pletinas funcionan por pares en cada batiente, cubriendo totalmente su perímetro. Todas las pletinas
tienen características similares: son láminas de hierro de alrededor 4 cm de altura y 0,1 cm de grosor en su
estado original. En alguna se han empalmado varias láminas aprovechando algún remache. La anchura de
estas piezas es de unos 6 ó 5 cm lo que nos indica el grosor que tenían las tablas de las puertas. Curiosamente,
en las puertas de las casas se utilizan pletinas de medidas similares, aunque de longitudes distintas según
el vano a cerrar. Así lo sabemos por el hallazgo de piezas iguales en los Deptos. 17, 23 o 35.
Los herrajes están doblados en paralelo y perforados para albergar los remaches que sujetan los tablones,
que son de sección cuadrada y muestran rebabas producidas por su percusión desde ambos lados de la
puerta. Sus “cabezas” son anchas, lo que indica que los remaches no tenían punta. Allí donde hay un roblón
o remache, se observa un ligero abultamiento en la cara externa de la pletina que coincide con una depresión
en la cara interna. Esto se debe a la realización del agujero en la lámina por el que ha de pasar el remache,
que se hacía mediante percusión.
19. Pletinas de hierro para coger las tablas de los batientes. A-E: Pletinas de la Puerta Sur. F-G: Pletinas de la Puerta Norte. H:
Pletina de la Puerta Este. Esta última conservaba restos de madera de sauce o chopo.
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20. Esquema de la reconstrucción de los dos
batientes de la Puerta Sur, y ubicación de
cada una de las cinco pletinas (vista desde el
interior de la entrada).
Las pletinas se adaptan al perfil de los tablones: el lado que rota sobre el eje del quicio es siempre de
forma semicircular para evitar que la hoja toque en las jambas, mientras que el lado opuesto es rectangular.
Por este lado están abiertas para facilitar su colocación.
La distancia irregular que hay entre los remaches de las pletinas indica que la anchura de las tablas no
era uniforme. Esto se explica porque al despiezar un tronco en tablas, las zonas periféricas ofrecen anchuras
menores que la parte central. Para facilitar el montaje, se unían todas las tablas provisionalmente, quizás
con un congrell o cárcel, una especie de sargento de madera que mantiene las tablas unidas provisionalmente. Así era más fácil marcar en la pletina la posición de los agujeros para los remaches, al tiempo que se
salvaban las irregularidades de la madera, como los nudos. Barrenas como la del Depto. 125 fueron de utilidad en esta fase del trabajo. Con cualquier elemento colorante o punzante se marcaba la ubicación de los
remaches en una cara y con algún elemento de medición como el compás se hacían coincidir los agujeros en
la pletina trasera. Para perforar el metal se pudo emplear un punzón o una estampa o “pico-martillo”, similar
a las de los Deptos. 59 y 163, y que se accionaba por percusión, de ahí los abultamientos que rodean los remaches (ver en el capítulo 5 las herramientas de carpintería). Los remaches se colocaban golpeándolos por
ambas partes con el objetivo de que la deformación de los extremos producida por los golpes crease unas
rebabas que fijaran las piezas.
Con la puerta ya montada, el último paso sería preparar los pivotes superiores e inferiores. Sólo se han
documentado quicios de piedra en la Puerta Norte, de modo que hemos de suponer que en el resto fueran
umbrales de madera. En el dintel, también de madera, se practicarían unos orificios redondos profundos
para facilitar su colocación. No tenemos constancia de ningún sistema de cerradura en la Bastida, pero posiblemente se utilizase algún juego de trancas como el que se documenta en otros yacimientos, como en el
Castellet de Bernabé (Guérin 2003, 239), para su cierre.
Probablemente, las pletinas metálicas no eran el único elemento horizontal que sujetaba las tablas. Traviesas de madera solapadas a las tablas y clavadas con pequeños clavos pudieron haberse combinado con
las pletinas para reforzar más el conjunto.
La exposición a la intemperie, la circulación de carros y gente, y la lluvia obligaría a seguir de cerca el
mantenimiento de estas estructuras. De hecho, tenemos constancia de una reparación o refuerzo en un batiente de la Puerta Sur, realizado también con una pletina, aunque más corta y estrecha que las otras cuatro.
Posiblemente serviría para fijar únicamente la tabla del quicio, restituida a causa del deterioro cotidiano.
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21. Vista aérea de la Puerta
Norte (año 2000).
m de la cota de base de la rodada. La regularidad de las medidas y su similitud formal con los bancos de las
puertas de la Bastida quizás no sea casual, si bien aquí no hay puertas con las que ponerlo en relación. Pero
es muy interesante el hecho de que esta estructura esté relacionada con un sistema carretero complejo, con
varios viales, apartaderos, bifurcaciones y cruces. Que el banco esté a escasos 200 m una vez cruzada la
puerta quizás se puede vincular a puestos para el control del paso de carros en la parte superior de la muela,
con los desniveles más acusados del Camino Hondo salvados.
En definitiva, los bancos –y, por extensión las puertas– tienen funciones de vigilancia y, sobre todo, de
control del paso de mercancías en carros, aunque no son tareas excluyentes. Estos controles se realizarían
en cada una de las cuatro puertas, pues en todas hay bancos, y estarían centralizados y organizados como
cualquier otra de las decisiones estratégicas sobre la organización interna del oppidum.
Historias en las puertas
Las puertas fueron la mayor parte del tiempo espacios de paso y control y jugaron, además, un papel de
unión entre el espacio exterior y el espacio habitado entre murallas. En el epígrafe anterior ya hemos planteado algunas razones para entender la construcción y ubicación de estas puertas, que relacionamos con la
accesibilidad, con la necesidad de control de las entradas y salidas de mercancías y personas y, en definitiva,
con motivaciones y necesidades cotidianas de los habitantes.
Con ello no queremos decir que los aspectos defensivos no se deban tener en cuenta en su estudio. Pero
es obvio que cuando se proyectaron estos edificios no pareció preocupar la defensa con garantías de los lienzos de la muralla desde ellas, ni que fueran en sí mismas estructuras débiles (Quesada 2007, 82). De hecho,
la linealidad en la fortificación de la Bastida, indica que no se esperaban asedios con asaltos formales de los
que defenderse. Eso pudo venir luego, como de hecho parece que sucedió.
Al respecto, el registro de la Bastida es muy interesante porque dos de las cuatro puertas, la Norte y la
Sur, fueron tapiadas mientras el poblado siguió habitado. Los tapiados se hicieron con sendos muros de
mampostería delante de los batientes, de un metro de anchura el de la Puerta Norte y de 0,70 m el de la
Puerta Sur [fig. 24]. Una vez cegado el vano, estos edificios dejaron de ser puertas para convertirse en torres
huecas y espacios destinados a otras actividades, quizás de vigilancia. Así, en la Puerta Sur se levantaron estructuras de mampostería sobre el mismo pavimento del vano –quizás bases de escaleras para acceder a la
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22. Hipótesis de reconstrucción y ambientación de la Puerta Oeste desde el interior.
parte superior de la puerta–, y una cubeta de tierra apisonada con la paredes revestidas de arcilla de funcionalidad incierta [figs. 25 y 26]. Además, tres ollas, varias copas y platos, dos ánforas, pesos de telar, y varias
fusayolas nos indican que este espacio fue utilizado con otros fines, relacionados con las actividades cotidianas de gente instalada ahora en el edificio.
Estos tapiados quizás sean indicativos de la existencia de amenazas. Ante un intento de asalto o un peligro
percibido, los habitantes de la Bastida reorganizaron las defensas, tapiando los dos accesos laterales, dejando
abiertas sólo las dos puertas de los extremos oriental y occidental. Todo ello son intentos de mejorar la defensa y el control de una fortificación cuyas estructuras estaban diseñadas para la vigilancia del entorno y
de los accesos. Volveremos sobre estos aspectos en el capítulo 10.
La organización interna deL asentamiento
La planificación urbana del poblado estuvo determinada por la elección del lugar a construir y las necesidades de la comunidad que lo habitó. La construcción se proyectó sobre un promontorio que mantenía un
campo de visión abierto hacia –y desde– el entorno circundante. Aunque todo el proyecto constructivo –
desde las murallas a las torres, puertas y casas– debió tener en cuenta la adaptación al terreno a partir de la
contención de tierras con los muros de las casas, éste no imponía importantes condicionamientos para la
construcción de las viviendas en extensión, pues no había grandes desniveles que obligaran a edificar en altura, y ello se refleja en la distribución de las manzanas del poblado, y su organización interna en construcciones de una planta (capítulo 6) [fig. 27].
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23. Banco de la Puerta Norte.
24. La Puerta Norte en el proceso de excavación vista desde el interior del poblado. Al fondo se aprecia el tapiado de
mampuestos hecho en la parte anterior
de la puerta.
La muralla fue construida en parte con grandes bloques del sustrato rocoso extraídos durante los trabajos
de acondicionamiento del espacio en el mismo promontorio, y su curso se adaptó a las curvas de nivel. No
es el único caso. El estudio detallado de los paramentos de algunas construcciones indica que también se
desbastó la roca de la misma loma, acondicionado el espacio de circulación y construcción al tiempo que
estos materiales servían para levantar los muros. Uno de los edificios en los que se aprecia más claramente
esta estrategia constructiva es en el almacén central (Conjunto 7), donde la labor extractiva facilitó, además,
la construcción de semisótanos para el propio almacén. Ello nos muestra un detalle interesante: que este
edificio jugó un papel primordial junto a la estructuración del vial central del poblado, pues se planificó
desde el primer momento, junto a la muralla y a los viales principales que regirían la circulación.
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25. Planta de la Puerta Sur con el tapiado en la parte anterior, el derrumbe de adobes y la cubeta de tierra. En la parte posterior
un segundo tapiado que anuló definitivamente esta estructura.
Calles y plazas: el tránsito de carros, mercancías y personas
En torno a todas las construcciones se define un entramado de calles y grandes espacios sin construir
que pueden ser interpretados como plazas. Los tres viales que parten de las puertas Norte, Sur y Oeste y el
camino que parte de la Puerta Este articulan la circulación rodada por el espacio habitado a partir de, al
menos, dos ejes viarios centrales y de un camino de ronda. Además, una serie de calles y callejones en sentido
norte-sur permiten la conexión entre todo este entramado [figs. 28 y 29].
Es interesante observar la disposición de las entradas en la organización interna del asentamiento para
ver que éstas fueron, sobre todo y durante la mayor parte del tiempo, espacios relacionados con el tránsito.
Ese paso es cotidiano, de modo que la ubicación de las puertas responde, obviamente, a un interés por facilitar el tránsito desde, y hacia, esos espacios.
Las entradas se proyectaron en los tramos más accesibles del promontorio, las laderas este y oeste. Por
el lado oeste debieron circular más vehículos rodados, como indica el hecho de que aquí se ubiquen tres de
las cuatro puertas. Los espacios interiores adyacentes a las puertas han sido excavados parcialmente, pero
de modo suficiente para confirmar que, una vez se ingresaba en la ciudad, la circulación se realizaba por
viales rectos, paralelos a la cara interior de la muralla. Esto es así en las Puerta Sur, Norte y Este, que son
del tipo de puertas de recubrimiento, donde los viales de entrada son rectos, sin giros, entre la muralla y la
roca recortada. Sin embargo, en el caso de la Puerta Oeste la circulación podía dirigirse hacia los lados, por
el camino perimetral, o seguir recto, por la calle central que cruza el poblado.
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26. Detalle de la cubeta de tierra y una
olla sobre el pavimento de la Puerta Sur.
Que estas puertas permiten el tránsito de carros es obvio por las características que hemos señalado más
arriba. Pero además, en el año 2009 hemos podido constatar materialmente la circulación de carros al sacar
a la luz varios metros de calle con marcas de rodadas en la roca. Se trata de un tramo de la calle central, que
parte de la puerta Oeste, a escasos 20 m ya en el interior del asentamiento. No hemos podido documentar
el ancho de este eje, pues sólo se ha conservado la rodada de un lado.
Otro detalle interesante es que al menos dos de las calles que cruzan el poblado desde la parte occidental
desembocan en sendas plazas. Una de ellas se define entre los Conjuntos 2, 3, 4, 6 y 7 y la otra entre el 10,
11, 12, 15 y 16. Entre ellas se abre una tercera plaza en torno a los Conjuntos 1, 8, 9 y 10. Todo ello son rasgos
urbanos interesantes, pues parece que se define un esquema de organización del asentamiento en el que la
circulación rodada jugó un papel fundamental a la hora de articular las construcciones en manzanas y vincularlas a calles y plazas.
La evacuación de las aguas es una cuestión controvertida, pues en la Bastida no hay clara constancia de
la existencia de conductos abiertos en la muralla o excavados en la roca, a modo de desagües. Lo más lógico
es pensar en una solución de gárgolas en el alzado de la muralla, en torres y en puertas, que vertieran las
aguas al exterior del mismo modo propuesto en la reconstrucción de la casa ibérica (Bonet et alii 2001, 86);
en cuanto al interior, los caminos debieron estar acondicionados para llevar las aguas hacia las puertas.
Los conjuntos y espacios edificados
El aspecto que tendría este poblado si, como visitantes recién llegados, recorrieramos sus calles sería
algo desconcertante. Veríamos una serie de construcciones, unas más densas y otras menos, algunas encaladas y otras no, con pocas distinciones externas en cuanto a arquitectura o decoración. De entrada, nos
costaría distinguir unos espacios de otros, sus funcionalidades y sus ocupantes, pero con el tiempo aprenderíamos a diferenciar las casas, los barrios y actividades que allí se llevaban a cabo [fig. 30].
La trama urbana de este asentamiento no es ortogonal, si bien hay un orden en la organización del espacio. En torno a una serie de calles y plazas se distribuyen agrupaciones de edificios cuadrangulares de diferentes tamaños y organizaciones internas [fig. 31]. Algunas de ellas son construcciones sencillas, que constan
de dos o tres departamentos aislados (Conjuntos 17 y 20), mientras que otras son más densas, pues agrupan
a varios departamentos que se añaden a un lado o en torno a núcleos previos, invadiendo a veces espacios
de calle, como los departamentos al este del Conjunto 8, o el Conjunto 2. Otras agrupaciones respetan los
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27. Sección esquemática que ilustra la construcción de las casas. A la derecha se representa el camino central. Dibujo E. Díes y
F. Chiner
muros de fachada recayentes a ciertos viales a lo largo de toda la ocupación del asentamiento, como sucede
en la fachada norte de los Conjuntos 3, 4, 5 y 6, en las de los Conjuntos 11 y 12 o en los caminos junto a los
diferentes lienzos de muralla. Ello es significativo de la importancia que estas calles tuvieron en la vida cotidiana.
Si prestamos atención a la organización y distribución interna de cada uno de estos edificios uno de los
primeros rasgos que salta a la vista es la extraordinaria variedad tipológica de plantas, desde edificios rectangulares con uno o dos espacios hasta las complejas construcciones compartimentas en numerosas estancias. De hecho, no hay una construcción igual a otra, ni un reparto de espacios a partir de módulos
equivalentes, como sucede en otros asentamientos, lo cual permite plantear que aquí prevalecieron criterios
particulares –individuales, familiares o de grupo– a la hora de proyectar y construir cada barrio o cada casa.
Estas decisiones, en el marco de la unidad familiar o de grupos más amplios de co-residentes, se comple-
28. Viales principales para la circulación de carros en la Bastida. En línea contínua se representan las vías documentadas, y en líneas discontínuas más tenues las probables.
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mentan o entran en conflicto, a una escala mayor, con la planificación e intereses de organización del asentamiento.
El trabajo de revisión de las excavaciones antiguas cotejando los datos de los diarios con el estudio de la
arquitectura en el propio yacimiento ha permitido diferenciar espacios de viviendas y trabajo de otras construcciones que tuvieron otros usos entre la maraña de edificios del asentamiento (Díes et alii 1997, 231; Bonet
et alii 2005). En la fase actual de investigación se han estudiado con detalle los Conjuntos 1, 2, 3, 4, 5 y 7, en
sector central del asentamiento, y la Casa 11 en la parte oriental, y parcialmente los Conjuntos 8 y 10.
Un gran almacén
Ya nos hemos referido más arriba al almacén (Conjunto 7) construido en la parte central del poblado
[figs. 32 y 33]. Está formado por un edificio cuadrangular de trece estancias, con unos zócalos potentes hechos
con piedras extraídas del mismo sustrato rocoso. Consta de tres accesos desde la calle central: uno de ellos,
en el lado este, da paso a un vestíbulo de amplia entrada con una batería de tres pequeños espacios contiguos
de un metro y medio de lado separados por muretes bajos (Deptos. 135, 134, 139 y 140), que interpretamos
29. Detalle de la trama constructiva de la Bastida en la que se representan los viales de circulación principal y las plazas. En líneas más estrechas se representan las calles que no permiten el paso de vehículos.
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30. Hipótesis de reconstrucción y ambientación de la calle central de la Bastida tras cruzar la Puerta Oeste.
como trojes o cajones para grano. Otro de los accesos desde la calle da paso a un espacio central formado
por los Deptos. 136 y 141. Finalmente, un último acceso se abre desde la calle central, en un espacio con pavimento empedrado de excelente calidad (Depto. 122). El Depto. 137 da paso al resto de estancias alargadas
y estrechas (1,5 m de anchura máxima) que eran, posiblemente, semisótanos a juzgar por la cota de circulación del empedrado documentado en 1930 y la cota de pavimento del interior de las estancias [fig. 34]. De
hecho, ninguno de estos espacios tiene vanos abiertos en los muros, algunos con más de un metro de altura
máxima conservada, por lo que planteamos que el acceso se haría desde un cota superior, coincidente con el
nivel del enlosado documentado y que se descendería a unos espacios de almacenamiento en semisótanos
con la ayuda de pequeñas escaleras.
La propuesta interpretativa para este conjunto se basa sobre todo en el estudio arquitectónico completo
del edificio, y en los hallazgos realizados en los departamentos. En este sentido, los diarios de excavación de
1930 son significativos, pues se cita la existencia de algunos vasos cerámicos de transporte y almacenamiento
en los semisótanos, y se señala que el resto de departamentos están, sorprendentemente, vacíos, pero con
evidencias de haber sufrido un intenso incendio, y así se hace constar explícitamente en el diario.
Adyacente a este almacén hemos identificado un sector abierto, quizás porticado (Depto. 155), en el que
hay dos estructuras de mampostería de gran tamaño que podrían ser las bases de un molino y de un horno
de uso colectivo, junto a otros dos espacios de almacenamiento. Además, el estudio de las relaciones constructivas de los muros del Conjunto 7 muestra que al edificio principal se añadieron otras estancias estrechas
y alargadas paralelas a su fachada norte (Deptos. 124, 126, 127 y 128). Esto es una característica repetida en
muchos lugares de almacenaje: la ampliación de estancias a medida que se require más espacio de almacenamiento.
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¿Una residencia que aglutina actividades públicas?
En la parte más alta destaca un gran edificio de 400 m2 que consta de cuatro estancias y dos espacios
anexos de unos 250 m2 (Conjunto 5) [fig. 35]. Aunque se interpretó como un edificio de funcionalidad cultual
a partir de la ausencia de molinos y de otros elementos característicos de actividades domésticas (Díes y Álvarez 1997) los objetos hallados no son significativos de que se desarrollara algún tipo de culto ni hay evidencias para entender este espacio en términos religiosos. Por lo excavado hasta el momento en la Bastida
no hay un lugar público específico destinado al culto, pues estas actividades parece que se desarrollaban en
el marco de los espacios domésticos, como así muestran dos exvotos de bronce hallados en casas: un toro
con yugo en el Depto. 236 y el célebre guerrero a caballo en el Depto. 218.
Volviendo a este edificio, al menos los Deptos. 63, 64 y 65 pudieron ser espacios de residencia y almacén, mientras que los adyacentes serían espacios abiertos. Pero, sobre todo, este conjunto se diferencia
del resto de edificios por su ubicación destacada en la parte más alta de la loma, su aislamiento por la ausencia de construcciones a su alrededor y sus potentes muros de más de 1 m de anchura. Hay elementos
arquitectónicos singulares, pues los Deptos. 63 y 64 tienen pavimentos de barro endurecido, y el Depto.
62 “dos zonas de grandes losas formando pavimento” y el suelo “estaba cubierto, en gran parte, por arcilla
endurecida, como adobes, y los muros debieron estar revocados” (Fletcher et alii 1969, 55). Nuestra propuesta es que se trata de una gran residencia en la que se pudieron llevar a cabo actividades específicas
con ciertas dimensiones públicas, como reuniones, celebraciones o incluso intercambios significativos.
Precisamente, aquí se hallaron dos piezas áticas con marcas (ver capítulos 7 y 9) junto a un conjunto de
vasos de consumo.
31. El Conjunto 3. La fachada de la izquierda da al camino central.
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32. Planta parcial del Conjunto 7, a la izquierda, y propuesta interpretativa del almacén principal, a la derecha. Los muros de
tono más claro no son portantes, sino que se trata de compartimentaciones internas para el almacenamiento del grano. Las escaleras indican el paso a semisótanos (Deptos. 131, 133 y 138).
Casas y espacios de trabajo
El resto de conjuntos estudiados se interpretan como espacios domésticos y estancias secundarias vinculadas a ellos. Si bien en la Bastida no hay dos casas iguales, como hemos dicho, planteamos una división
de estas viviendas de acuerdo a su extensión y distribución interna en dos grandes grupos con fines puramente analíticos.
Por un lado tenemos aquellas casas que oscilan entre 20 y 60 m2, como la Casa 11, de unos 50 m2, u otras
muy pequeñas, de sólo 24 m2, como la que forman los Deptos. 25 y 26 y que cuenta con un área de molienda
y tejido y en la que en la que se llevaron a cabo actividades metalúrgicas. Por otro lado, el grupo más numeroso está formado por aquellas casas con superficies comprendidas entre 80 y 150 m2 como son aquellas
numeradas del 1 al 9 (Conjuntos 1, 2 y 3) (Díes et alii 1997) y que tratamos con más detalle en el capítulo 6.
Se accede a ellas desde la calle o a través de patios compartidos y constan de entre cuatro y seis habitaciones.
En algunas se observa como hay ampliaciones de un núcleo inicial que, precisamente, invade espacios que
anteriormente habían sido calles o plazas, como sucede con los departamentos que se construyen en la calle
situada entre los Conjuntos 1 y 8. Algunas de estas pequeñas estancias añadidas son espacios destinados a
actividades metalúrgicas de reducción de galena en el momento final de la ocupación, como el Depto. 159
de la casa 2.
¿Cuánta gente vivía aquí?
Esta es una de las preguntas que más se repite por parte de los visitantes al yacimiento. La respuesta que
podemos dar es, desgraciadamente, poco precisa debido fundamentalmente a que no conocemos la estructura demográfica de esta población con detalle y a que el asentamiento no está totalmente excavado.
Los cálculos de población en lugares para los que no contamos con censos poblacionales se basan en varios tipos de aproximaciones: por un lado, aquellas que asignan proporcionalmente la superficie necesaria
para cada habitante, aproximación que sin embargo tiene amplios márgenes de error derivados la relatividad
del concepto del espacio preciso para cada persona en cada momento histórico. Por otro lado, están aquellos
cálculos que otorgan un número de ocupantes por unidad construida, o aquellas más precisas que parten
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33. Vista aérea del almacén y, al fondo, el Conjunto 2.
34. Los Deptos. 122 y 137 durante el proceso de excavación. Se aprecia en primer
término un enlosado que
recae a la calle y que marca
un nivel de circulación elevado respecto a otros departamentos que serían
semisótanos.
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35. Planta del Conjunto 5.
del número de personas que viven en cada unidad familiar y que se ha establecido entre 5 y 7 a partir de una
serie de trabajos antropológicos que tienen en cuenta el tipo de organización social familiar junto al sistema
económico. La cuestión es, entonces, qué espacios forman casas y cuáles no lo son; y, obviamente, cómo se
reconocen en el registro arqueológico.
Los cálculos de población hechos sobre estas premisas para la Bastida son poco precisos, pues hay que
pensar, en primer lugar, que no todos los edificios fueron viviendas. Por ello, la información arquitectónica
y funcional que obtenemos de los espacios construidos, como veremos en el capítulo 6, es esencial. Además,
la densidad constructiva se debe tener en cuenta también a la hora de abordar estos cálculos, pues hemos
constatado que hay grandes espacios sin construir dentro del oppidum. Finalmente, se debe considerar que
gran parte del poblado está sin excavar, de modo que es arriesgado proyectar la información obtenida de la
parte conocida a todo el espacio delimitado por la muralla.
Con todo, calculamos que en los 14000 m2 que ocupa el área de la parte central del asentamiento excavada
entre 1928 y 1931, hay entre 30 y 40 casas distribuidas irregularmente en varios conjuntos que mantienen
densidades constructivas diversas. Si tenemos en cuenta que es un tercio de la extensión total (42000 m2)
y si especulamos con el hecho de que las casas son del mismo tipo, distribución y tamaño que las conocidas
hasta ahora –algo que es muy probable que así sea por los datos obtenidos en las excavaciones que llevamos
a cabo desde 2008 junto a la Puerta Oeste–, podemos inferir que el asentamiento llegó a tener, en el momento final de su ocupación, entre 90 y 120 casas. Si adscribimos entre 5 y 7 ocupantes a cada casa –datos
obtenidos en base a trabajos antropológicos en diferentes ámbitos culturales– se infiere que entre 450 y
840 personas ocuparon el asentamiento en su fase final.
A partir de todo lo expuesto en este capítulo, podemos concluir que estamos ante un poblado amurallado
de cierta extensión, unas 4 ha, en el que convivieron varios centenares de personas distribuidas en manzanas
irregulares de densidad variable, en una trama urbana en cuyo diseño fue primordial la circulación rodada
de vehículos de transporte. Hemos visto también que en la Bastida no existe un modelo de vivienda, ni siquiera entre aquellos grupos que comparten barrios o entre las casas de tamaño similar. Los objetos que se
encuentran en estos espacios, los enseres recuperados, son variados y muestran las diferentes actividades
que llevaron a cabo sus ocupantes durante sus vidas. El examen detallado de estos restos es objetivo de los
cinco siguientes capítulos.
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05
eL trabajo cotidiano
Guillem Pérez jordà, C arlos Ferrer GarCía, mª Pilar iborra eres, miGuel ÁnGel Ferrer
eres, Yolanda C arrión marCo, Guillermo TorTajada ComeChe, luCía soria Combadiera
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L
as campañas de excavación desarrolladas en la Bastida de les Alcusses han aportado un importante
volumen de objetos y datos con los que abordar los principales trabajos cotidianos desarrollados por
sus habitantes. Tradicionalmente, la base de la economía en este territorio ha estado constituida por
las actividades agrarias, esto es, la agricultura y la ganadería, que permiten asegurar la alimentación y, además, proporcionan excedentes con los que recurrir al intercambio o al comercio. Junto a estas actividades
se desarrollan otras que no están orientadas directamente a la producción de alimentos pero que tratamos
también en este capítulo por su relación con el trabajo cotidiano con recursos naturales del entorno. Se trata
de la metalurgia, el trabajo de la madera y las fibras vegetales, tareas que tienen un papel central en las actividades económicas de los habitantes del poblado.
La agricuLtura
Los elementos que nos permiten aproximarnos a las características de la agricultura desarrollada en este
asentamiento son las semillas y frutos, que se conservan carbonizados, los útiles agrícolas de hierro y las
estructuras de almacenamiento y transformación. Los datos materiales disponibles para evaluar estas actividades son de extraordinaria calidad. Por una parte, durante las diferentes campañas de excavación se ha
recuperado una de las colecciones de útiles de hierro más amplia de la protohistoria peninsular (Pla 1968).
El registro carpológico –semillas y frutos–, pobre durante las excavaciones antiguas (Téllez y Ciferri 1954,
30-31; Pla 1972, 337) se conoce sobre todo a partir de los años 90 (Díes et alii 1997 y 2006; Pérez Jordà et
alii 2007) al aplicar una estrategia de muestreo sistemático del sedimento, lo que nos ha permitido contar
con una amplia muestra para identificar las especies cultivadas. Más pobre resulta la documentación de estructuras relacionadas con estas actividades en el yacimiento, a pesar de la amplia superficie excavada desde
1928. Los molinos son los únicos instrumentos dedicados a la transformación de los productos agrarios documentados. Destaca la ausencia de lagares o almazaras tan frecuentes en los territorios de Edeta y de Kelin
(Pérez Jordà 2000). El almacenamiento parece organizarse entre las trojes, para el grano, y en recipientes
cerámicos para los líquidos.
Los cultivos
Los restos de semillas y frutos que se han conservado carbonizados permiten definir los cultivos y,
al mismo tiempo, qué productos silvestres eran aprovechados. El excelente grado de conservación de
los materiales en la Bastida posibilitó, ya durante los trabajos entre 1928 y 1931, la identificación de algunos restos que permitieron confirmar que se practicaba tanto el cultivo de cereales (trigo desnudo),
como el de leguminosas (vezas). Este conjunto ha podido ser completado con los trabajos más recientes
y hemos podido comprobar la existencia de una mayor variedad de cultivos de cereales y de leguminosas
y constatar la existencia del cultivo de frutales y, posiblemente, de otras plantas con una utilidad más
artesanal.
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Los cereales
1. Frecuencias de los diferentes grupos de cultivos
según el total de muestras analizadas en la Bastida.
Constituyen la base de la alimentación en epoca ibérica
y de hecho son el grupo más representado en el registro
(53 %) [figs. 1 y 3]. Los dos cereales más consumidos son
la cebada vestida (Hordeum vulgare L.) y el trigo desnudo
(Triticum aestivum-durum), con porcentajes prácticamente similares. Ambos aparecen tanto en los vertederos
como en el interior de las viviendas por lo que pensamos
que están destinados a la alimentación humana.
Se trata de dos cereales con unas condiciones de cultivo diferentes. El trigo es más productivo siempre que
las condiciones del suelo sean buenas, mientras que la
cebada es capaz de mantener unos índices altos de producción incluso en suelos pobres. Este hecho explicaría
que, en la mayor parte de los casos conocidos en el País
Valenciano, la cebada sea el cereal preponderante, al encontrarse ante suelos de no muy buena calidad. Por el
contrario, la Bastida, que cuenta con unos buenos suelos
en el Pla de les Alcusses, presenta unos porcentajes de
trigo más altos, prácticamente iguales que los de la cebada [fig. 2]. Otra diferencia entre estos dos cereales es
que los trigos son desnudos, es decir que las cubiertas
2. Frecuencias de los cultivos de: a. cereales, b. frutales, c. leguminosas, d. oleaginosas.
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3. Semillas de cereales carbonizadas: 1. Cebada vestida
(Hordeum vulgare L.), 2. Escaña (Triticum monococcum), 3 y 4. Trigo desnudo (Triticum aestivum-durum).
que los protegen caen por sí solas, lo que facilita su procesado, mientras que la cebada es vestida. Esto obliga
a un procesado más complejo para eliminar la cascarilla que permanece adherida al grano, y que hay que
retirar antes de ser consumida. Para ello se puede recurrir al uso de molinos, de morteros o al torrefactado.
Estos dos cereales se cultivan generalmente como cereales de invierno. Se plantan entre el otoño e inicios
del invierno y su cosecha se realiza a inicios del verano. Por el contrario los mijos (Panicum miliaceum y
Setaria italica), que en este caso parecen tener una presencia muy puntual en el registro de restos (2,3 %),
tienen un periodo de desarrollo mucho más corto, ya que se plantan en primavera para recogerse a inicios
del verano. Aunque la escaña (Triticum monoccocum) está presente de forma puntual en el registro, pensamos que se trata en realidad de una mala hierba de otros cultivos, más que de un cultivo en sí mismo.
Las leguminosas
Las leguminosas son, junto a los cereales, los dos grupos de plantas que han alimentado al ser humano
desde la neolitización, pero generalmente en los yacimientos ibéricos es el grupo peor representado. En la
Bastida suponen un 14,8% [figs. 1 y 4]. Destacan especialmente las vezas (Vicia sativa), mientras que las
habas (Vicia faba), guisantes (Pisum sativum) y guijas (Lathyrus sp.) tienen una presencia muy testimonial. Son especies que pueden tanto cultivarse de forma extensiva, alternando o no con los cultivos de cereales, como desarrollarse en pequeños huertos recurriendo al abonado y posiblemente al regadío, sin que
por el momento tengamos datos a partir del registro
carpológico para definir cuales eran las características de su cultivo.
Los frutales
4. Leguminosas carbonizadas: 1. Guisante (Pisum sativum), 2. Haba (Vicia faba), 3. Veza (Vicia sativa).
El cultivo de frutales define la agricultura de estos
momentos en esta zona [fig. 5]. La vid (Vitis vinifera),
el olivo (Olea europaea), la higuera (Ficus carica), el
almendro (Prunus dulcis) y el granado (Punica granatum), que habían sido introducidos en los siglos
Viii-Vii a.C., están plenamente asentados en el siglo iV
a.C. en un poblado como la Bastida, siendo tras los
cereales el grupo más representado en el registro carpológico (31,5 %) [fig. 1]. La principal novedad que
supone su introducción es que rompen el ritmo agra-
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5. Frutos carbonizados: 1. Higo (Ficus carica), 2.
Granada (Punica granatum), 3. Uva (Vitis vinifera).
rio desarrollado hasta el momento, que consistía en el cultivo de plantas con ciclos de desarrollo anual (cereales, leguminosas). Los frutales necesitan varios años de trabajo antes de empezar a producir, por lo que
hay que tener asegurada la alimentación del grupo antes de iniciar esta inversión y también debe estar asegurado el disfrute de la cosecha, mediante algún tipo de control estable sobre la propiedad de la tierra. Los
frutales son bienes muy preciados, ya que en caso de ser destruidos su recuperación es muy larga.
La introducción de estos frutos mejorará sustancialmente la dieta de estas comunidades al diversificarla con
productos muy nutritivos y de fácil conservación. Además, permitirán obtener dos productos que a partir de
este momento van a marcar toda la historia de la alimentación de los pueblos mediterráneos: el vino y el aceite.
Cultivos artesanales
Un último grupo de cultivos está integrado por el lino (Linum usitatissimum) y la camelina (Camelina
sativa), documentados en los Deptos. 270 y 267 [fig. 6]. Si bien son cultivos que pueden tener una finalidad
alimenticia al ser transformados en aceite, también pueden relacionarse con la elaboración de tejidos. Hasta
la fecha, se trata del único caso en tierras valencianas en que se han documentado tales cultivos para estas
cronologías, aunque tienen una presencia muy puntual en el registro.
De la siembra a la cosecha: las herramientas
El trabajo pionero de E. Pla (1968) sobre las herramientas de hierro de época ibérica puso de manifiesto
la variedad de útiles de trabajo agrario [fig. 7]. Estos elementos nos permiten realizar una aproximación al
ciclo agrícola, desde la producción en los campos hasta la llegada de los productos al poblado y las casas.
6. Oleaginosas: 1. Lino (Linum usitatissimum), 2.
Camelina (Camelina sativa).
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7. Herramientas de hierro para el trabajo agrícola. 1: Reja de arado del Depto. 92. 2: Zapapico del Depto. 163. 3: Escardillo del
Depto. 18. 4: Azada estrecha del Depto. 7. 5: Arrejada del Depto. 69. 6 y 7: Layas del Depto. 9 y de procedencia desconocida. 8:
Podón del Depto. 144. 9: Legona del Depto. 3. 10: Hoz del Depto. 4. 11: Corquete u hoz para la vendimia del Depto. 37. (a partir
de la documentación del Archivo SIP)
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8. Figura de bronce que representa un toro con parte
del yugo. Fue hallada en el
Depto. 237 el día 23 de julio
de 1931 por Joaquín Quilis
(long. 6,5 cm).
A
B
9. A: Rejas de arado halladas en el Depto. 49
(izquierda) y en el camino de ronda de la
Puerta Sur (derecha). B: Arrejadas de los
Deptos. 18, 69 y sin procedencia.
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El inicio del ciclo anual se produce durante el otoño, con el laboreo de los campos antes de plantar los
cereales. Para este trabajo se utilizan principalmente arados tirados por parejas de bueyes –y de los que
conservamos tan sólo las rejas de hierro y las arrejadas para limpiarlas [figs. 8, 9 A y B y 10]–, junto a otras
herramientas como la azada, y el fez o zapapico, que tanto sirven para cavar como para deshacer los terrones
de tierra [figs. 11 A y B]. Tras la siembra de cereales y leguminosas únicamente necesita realizarse el escardado, concentrándose el trabajo en este momento en los campos de frutales, con la poda, de la que hay evidencias en los diferentes podones documentados [fig. 12 A]. Siguiendo con el ciclo anual, a inicios de la
primavera se plantarían las leguminosas de verano, bien en campos de secano o bien en huertas, utilizando
para el laboreo de estos huertos las layas y los legones. Con posterioridad se produciría igualmente la siembra
de los cereales de primavera, mijo y panizo, y también del lino, aunque es posible que en casos de necesidad,
se pueda recurrir a sembrar cebada también como un cultivo de primavera.
Al finalizar la primavera se inicia el periodo que requiere más trabajo –y brazos– en los campos, pues se
suceden las cosechas de los cultivos de primavera (mijos, lino, habas) y de invierno (cebada, trigo, leguminosas). Sabemos que la siega se realizaría con las hoces de hierro [fig. 12 B], que están documentadas con
diversos tipos, trasladando los haces de los distintos cereales a las eras, que no hemos documentado para
este periodo pero que posiblemente estarían situadas junto a los campos de cultivo, para evitar el desplazamiento de la cosecha. Durante este trabajo, los diferentes productos se ordenan en montones junto a la era
para que acaben de secarse y posteriormente se extienden en el suelo para ser trillados, bien mediante el pisoteado de los animales o golpeados con mayales, ya que no se han documentado trillos. Tras el trillado se
procede al aventado y al cribado con la finalidad de separar el grano de la paja y del resto de desechos. Este
proceso se realizaría fuera de los poblados, como tradicionalmente se ha hecho en el mundo mediterráneo
[fig. 13], porque en ningún asentamiento ibérico excavado se han detectado los desechos que se generan en
este trabajo. A continuación el grano se traslada al poblado, posiblemente en sacos o en capazos, donde se
lleva a cabo un último cribado previo a su molturación. Esto lo sabemos porque las semillas de malas hierbas
y los pequeños fragmentos de paja, cubiertas y raquis (espigas) que se eliminan en esta última fase aparecen
en los registros procedentes del interior del poblado [fig. 14]. Todos estos trabajos finalizan durante el verano
y, ya con posterioridad, se preparan los campos para la próxima cosecha. El ciclo finaliza en otoño con la
vendimia [fig. 15] y la recolección de almendros y, posteriormente, a inicios del invierno se lleva a cabo la
cosecha de la oliva [fig. 16].
Los frutos secos como el almendro no tienen ningún problema de conservación, pero con los carnosos se
debería proceder al secado (higos, uvas pasas) o a su inmersión en vino o miel para su conservación, aparte,
obviamente, de su consumo fresco en un plazo de pocas semanas desde su recolección. En la Bastida no
hemos hallado hasta el momento estructuras para la elaboración del vino o del aceite, aunque sabemos por
los restos de semillas que se cultivaba la vid –hay además corquetes para la vendimia– y el olivo, de modo
que es factible pensar que los lagares y las almazaras están en una zona no excavada aún en el interior del
poblado o bien junto a los campos de cultivo.
10. Esquema de las partes
que componen un arado ibérico (reelaboración a partir
de Barril 2000).
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A
B
11. A. Legones del Depto. 3 y de procedencia
desconocida. B. Zapapico del Depto. 163 y
azada estrecha del Depto. 7.
12. A. Podones de hierro de la Puerta Sur y del Depto. 144. B. Selección de hoces de hierro de diferentes tamaños.
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Los suelos y la productividad agraria
El estudio de las unidades ambientales y edáficas, y su evaluación agronómica, tiene como resultado un
mapa en el que se plasma la representación espacial de cada una de las clases agronómicas expresada en
potencialidad de usos [fig. 17]. Obviamente, surge un modelo dual con unos suelos óptimos para la agricultura extensiva e incluso intensiva ubicados en el Pla de les Alcusses y otros con óptimos forestales y para
pastos, situados en los relieves al sur de la loma de la Bastida. Para la determinación semicuantitativa de
estos valores utilizamos un índice basado en los rasgos físicos del suelo y recoge la mayor parte de los aspectos que pueden afectar a una agricultura no tecnificada (Storie 1970).
Como hemos referido, los mejores suelos se concentran en el extremo meridional del Pla de les Alcusses,
donde la potencia de los perfiles edáficos (sedimentarios), la juventud de los suelos, la textura franca –heredada
de la importante presencia de arenas en algunos sectores–, la buena retención de humedad y la ausencia de
problemas de drenaje, hacen que sean óptimos para cualquier tipo de cultivo de secano, como por ejemplo
cereal de invierno y vid. Así, en un área ideal delimitada por una distancia lineal al centro del asentamiento de
2 km, encontramos 300 ha de suelos de clase agronómica 1 y 2, de las cuales 125 ha tendrían una pendiente
inferior al 3%, ideal para el cultivo de cereales. Si aumentamos el área de influencia a 3 km lineales, los suelos
de buena calidad aumentan su superficie hasta unas 350 ha más, de los cuales los de menor pendiente son
apenas 75 ha, ya que la mayor concentración de éstos se da justo al pie de la Bastida.
En torno a los cursos del río Cànyoles y de los barrancos de la Bastida y Fossino encontramos cauces de
fondo plano, terrazas históricas y holocenas con suelos de texturas más variadas que los anteriores. Su valor
para la agricultura es similar, pero con el matiz de que la frecuente renovación sedimentaria de los niveles
más próximos al talweg –canal– y la superficialidad de los niveles freáticos, permitiría en época ibérica,
como hoy, el cultivo de hortalizas y verduras sin el desarrollo de infraestructuras de regadío. En esta tipología
de suelo la superficie disponible, no cuantificada, sería sin duda poco relevante desde el punto de vista cuantitativo, aunque es obvia su importancia en el modelo económico agrario del asentamiento. En el entorno
más inmediato destaca la presencia de estos suelos en el Barranc de la Casa Gran.
En el Pla también encontramos, en torno a los pequeños humedales, suelos con cierto grado de hidromorfía, que aunque ricos en nutrientes, tendrían problemas de drenaje de carácter limitante para la agricultura, frente a su gran productividad ecológica susceptible de aprovechamiento (caza, recolección y, tal
vez, pesca). Con todo, la desecación estacional de los márgenes, con suelos enriquecidos durante las estaciones húmedas, serían óptimos para obtener producciones elevadas, con el cultivo de cereales de verano
(mijo), leguminosas o el caso del lino y de la camelina.
Algunos sectores en el entorno inmediato a la Bastida y en extensas áreas de los glacis y abanicos aluviales
de las sierras de la Solana y Plana, poseen suelos menos generosos que los del Pla, que pudieran ser óptimos
para la producción de leñosas (olivos, almendros, higos). En el entorno más inmediato (2 km) estos suelos
no superarían las 100 ha.
El almacenamiento y la transformación de los productos
En la Bastida se da un sistema de almacenamiento de los productos agrarios a dos niveles. Por un parte,
en el interior de las viviendas se realizaría un almacenamiento a pequeña escala, sin que por el momento se
hayan documentado grandes estructuras para ello. Se documentan principalmente grandes vasos cerámicos
que aunque puntualmente puedan ser utilizados para grano, debían almacenar de forma habitual líquidos
(agua, vino, aceite) u otros preparados que necesiten estar dentro de un contenedor (salazones, o conservas
con grasa, vino, aceite o miel). El grano (cereales, leguminosas) y los frutos secos (almendras, pasas, higos)
se conservarían en recipientes más funcionales como los sacos, los cestos de esparto, arcones de madera,
utilizados tradicionalmente en el mundo rural, si bien la documentación de estos objetos es difícil al estar
hechos de materiales perecederos.
Otro nivel de almacenamiento se da a una escala mucho mayor y centralizada. En la Bastida hay un edificio, identificado en el conjunto 7, que puede interpretarse como un gran almacén de grano (capítulo 4).
Está formado por un cuerpo principal cuadrangular al que se añaden, en fases posteriores, una serie de es-
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13. Trabajos agrícolas en el Pla de les Alcusses
(1928).
tancias hacia el norte. Este edificio inicial presenta accesos desde la calle central a dos niveles. Por un lado,
un ancho vano da paso a una batería de tres pequeños compartimentos cuadrangulares separados por pequeños muretes que identificamos como trojes, cuya función es contener grano a granel. Otro acceso, a
través de un espacio empedrado según las excavaciones antiguas, da paso a estancias estrechas y alargadas
en semisótanos que quedarían subdivididos mediante tablas de madera, creando compartimentos similares
a los primeros. Las trojes son un sistema conocido en la protohistoria peninsular (Pérez Jordà 2000; Rodríguez Díaz 2004) y que ha seguido siendo utilizado hasta la actualidad. Facilita la conservación del grano
al no estar cerrado y ser posible su remoción y al mismo tiempo, permite contener volúmenes considerables.
Además este sistema de almacenamiento es muy flexible ya que la ubicación de las tablas se puede ir modificando en razón de las necesidades de espacio.
Los únicos elementos destinados a la transformación de
los productos agrarios documentados hasta la fecha en el
asentamiento son los molinos [figs. 18 y 19], que son del tipo
rotativo o semirotativo, formado por dos elementos cilíndricos
encajados y unidos por la parte central mediante un vástago
de madera (Alonso 2002, 114). Los hay de grandes dimensiones (con diámetros de unos 60 cm), que están fijos en un espacio específico, y de mediano tamaño (con diámetros de 40
cm) que pueden trasladarse a cualquier lugar (ver detalles en
el capítulo 6).
El uso de los mismos es básicamente la molturación de diferentes productos para su transformación en harina o sémolas. Los productos susceptibles de ser molturados son
básicamente los cereales, pero también las leguminosas y otros
frutos recolectados como las bellotas y hasta las pepitas de uva
(Marinval 2005). De los dos cereales que se cultivan mayoritariamente, el trigo desnudo presenta la ventaja ya comentada
de que tras su paso por la era ya está preparado para la molturación, mientras que la cebada vestida llegaría al yacimiento
con las cubiertas adheridas y necesita ser descascarillada antes
14. Malas hierbas: 1. Cizaña (Lolium perennede ser consumida. Para ello se pueden utilizar los molinos, corigidum), 2. Rabaniza (Raphanus raphanislocando alguna pieza de corcho entre las dos piedras para evitrum), 3. Acedera (Rumex crispus).
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tar triturar los granos. También se puede recurrir al
tostado de los granos o al uso de morteros de madera, que evidentemente no se conservan. No tenemos constancia de cómo realizaban este proceso
pero en todos los casos en los que encontramos concentraciones de cebada está descascarillada.
Las harinas que podemos obtener de estos dos
cereales presentan características diferentes. Parece haberse desarrollado desde época romana una
preferencia por los panes blancos de trigo, pero en
los textos griegos se valora en el mismo sentido los
panes negros de cebada. Podemos considerar a los
iberos, en general, como comedores de cebada, ya
que en la mayor parte de los casos sus frecuencias
son mayores que las del trigo y están destinadas al
15. Corquetes de hierro para la vendimia de los Deptos. 37 y 47.
consumo humano, ya que aparecen almacenadas en
el interior de las casas.
Al molturar el grano se obtiene un producto que
se recoge y se criba con una malla fina, separando
la harina de los trozos de grano que no se han molturado completamente. Esta sémola puede volver a pasarse
por el molino para obtener más harina o pasa a ser consumida en cocidos o hervida. Con la harina podría
elaborar panes, tortas o ser utilizada como ingrediente de diversos platos. Nunca hemos documentado panes
como los que hay en época romana, tan sólo fragmentos de masa difíciles de determinar.
La cocción de los panes y tortas se puede realizar sobre la brasa de los hogares o incluso en pequeños hornos
culinarios, aunque éstas instalaciones no se han documentado hasta el momento en la Bastida. Quizás unas estructuras de piedra de planta circular o semicircular de más de un metro de diámetro ubicadas en espacios abiertos junto a las casas podrían corresponder a hornos. De hecho, una de estas bases de mampostería está junto al
Conjunto 7, el almacén, y junto a otra posible base de molino de gran tamaño [fig. 18], con lo que encontraríamos
asociados en este espacio un granero junto a un molino y un horno de uso posiblemente colectivo.
Los recursos animaLes: La ganadería y La caza
Los restos óseos de animales aportan una valiosa información sobre las prácticas ganaderas y la caza
desarrolladas por los habitantes del poblado. Las especies de animales que hemos identificado fueron usadas
con distinta finalidad: para la obtención de productos alimenticios, como proveedores de materia prima
para diversas artesanías, como la textil (lana), para la obtención de pieles y de huesos con los que elaborar
útiles y adornos, como productores de abonos para fertilizar los campos y como fuerza de trabajo.
La fauna es la primera fuente de información acerca de las prácticas ganaderas, pero además hay que
considerar otras evidencias, como las propias estructuras del poblado. Algunos de los espacios anexos a las
viviendas pudieron utilizarse como cercados o corrales. También son una fuente de información muy valiosa
los objetos relacionados con la ganadería recuperados en el yacimiento como las esquilas del ganado, los
arreos de caballos, o las herramientas usadas en determinadas manufacturas como las tijeras de esquilar o
las fusayolas. Dado que algunos de estos objetos serán tratados en capítulos posteriores desde perspectivas
relacionadas con el armamento, el tejido y la posición social de estos grupos, aquí nos referiremos a ellos
como una evidencia más en una aproximación a la ganadería y la caza.
La muestra estudiada: procedencia y significación
Los datos arqueozoológicos que manejamos proceden en su totalidad de las campañas de excavación realizadas desde el año 1997 hasta el 2007, que han proporcionado una muestra formada por 3.227 fragmentos
óseos de vértebrados y 443 restos de gasterópodos [fig. 20].
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16. Visión idealizada del trabajo de la tierra a los pies de la Bastida: arado de los campos, recogida de leña y recolección de la
oliva (dibujo Francisco Chiner).
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17. Tipos de suelos en el entorno inmediato de la Bastida.
Los restos óseos recuperados presentan un grado de alteración importante; abundan las astillas y los pequeños fragmentos, mientras que los restos completos, escasos, sólo han aparecido en algunos contextos “cerrados”. Las causas de esta elevada fracturación son múltiples: el procesado carnicero, evidenciado a través de
las marcas de carnicería, el fuego y la acción de los cánidos, especie cuyos huesos no han sido identificados.
El material analizado procede de diferentes zonas del asentamiento, principalmente de espacios abiertos
como la base de las murallas, tanto intra como extramuros y junto a las cuatro puertas de acceso, en el camino que bordea la Casa 10 y en un vertedero de la Casa 11. Es decir que son muestras que proceden de lugares de función y uso diferentes y que están formadas por un número desigual de restos.
De las muestras analizadas, dos proceden de áreas de mayor significación. Se trata del vertedero de la Casa
11 y del camino de ronda de la Casa 10. En el primero se pudo realizar un estudio más pormenorizado y se individualizaron distintas fases cronológicas. Este vertedero fue un espacio abierto entre la fachada de la casa y
la muralla. Los restos óseos allí depositados habían sido mordidos por perros, según nos indican las mordeduras identificadas sobre los huesos recuperados en los niveles de uso y abandono. También documentamos
la acción del fuego sobre el material durante el nivel de uso, en lo que interpretamos como la quema intencionada de la basura doméstica allí depositada, acción que provocó una cremación desigual de los restos óseos.
En la fase de abandono de este vertedero identificamos numerosos restos óseos enteros de un asno: el esqueleto
estaba bastante completo, con huesos en conexión anatómica. El hecho de que los restos óseos aparecieran
parcialmente quemados puede responder a dos causas: o se quemó el cadáver para evitar el proceso de descomposición, o la muerte del animal se produjo durante la destrucción e incendio violento del poblado.
La muestra localizada en el camino de ronda de la Casa 10 se caracteriza por la presencia de huesos de
especies domésticas y la ausencia de silvestres. Las partes anatómicas identificadas y su grado de fracturación
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nos indican que se trata de basura doméstica, aunque no está claro que el material
pertenezca sólo a la Casa 10, ya que los caminos, como zonas de paso, permiten la
acumulación y dispersión de los restos allí
depositados, tanto por agentes antrópicos,
animales y atmosféricos.
El resto del material procede de sondeos, realizados en diferentes puntos del
poblado, para extraer información sobre
la construcción de murallas o casas. La
fauna de estas unidades presenta un potencial interpretativo menor. Sin duda el
estudio del material de las recientes excavaciones realizadas en las casas, nos servirá para identificar pautas en el consumo
18. El Depto. 155 junto al Conjunto 7. Este espacio sería probablemente
entre las diferentes unidades domésticas
un porche. Se aprecia, en el centro, una base circular de mampuestos
tanto en la selección de especies como en
para un molino rotatorio de gran tamaño y, al fondo, una estructura
el tratamiento carnicero.
semicircular que quizás sea la base de un horno para cocinar. El muro
de la izquierda es la fachada del almacén.
Una valoración general de la fauna
muestra un conjunto formado por ungulados domésticos y silvestres y por un ave.
Los mamíferos domésticos, cuyos restos
representan un 96,36% del total son la oveja (Ovis aries), la
cabra (Capra hircus), el cerdo (Sus domesticus), el bovino
(Bos taurus), el caballo (Equus caballus), y el asno (Equus asinus). Y el grupo de especies silvestres, con una importancia
porcentual mínima, tan sólo el 3,64%, lo forman el conejo
(Oryctolagus cuniculus), la liebre (Lepus granatensis), el
ciervo (Cervus elaphus), la cabra montés (Capra pyrenaica)
y el jabalí (Sus scrofa). El ave identificada es el sisón (Tetrax
tetrax) [fig. 21].
La ganadería
En el yacimiento de la Bastida, ovicaprinos, cerdos y bovinos, son las especies que proporcionan el mayor volumen de
carne. Aunque los ovicaprinos son los animales más numerosos, según el peso de los restos, es la cabaña vacuna la que proporciona una mayor cantidad de carne. Si consideramos las
19. El Depto. 42 con un molino rotatorio sobre el
unidades anatómicas conservadas y la edad de muerte de las
pavimento (1928). Se aprecia en primer término
la muela pasiva, entera, y detrás la muela acespecies identificadas en cada caso, se observa que no todas
tiva, desmontada y fragmentada en dos partes.
ellas fueron utilizadas para producir carne, ya que hay pruebas
de un aprovechamiento de los recursos secundarios [fig. 22].
Las ovejas (Ovis aries) y las cabras (Capra hircus) son los
animales que han proporcionado un mayor número de restos. Dada la frecuencia de éstos podemos pensar
en la existencia de rebaños mixtos, aunque desconocemos su tamaño. El estudio de las estructuras del poblado no ha permitido la identificación de corrales susceptibles de haber servido para albergar grandes rebaños. Si en un primer momento se pensó que el cercado oriental pudo haber servido como albacara, su
estudio detallado le atribuye una función defensiva, antes que pecuaria (capítulo 4). No obstante podemos
considerar otras posibilidades para la estabulación: que los rebaños fueran de reducido tamaño y que cada
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unidad familiar los guardara en las
propias viviendas, quizás en patios, o
que los rebaños se mantuvieran apartados en zonas más grandes inmediatas al poblado, en cercados realizados
con materiales perecederos o en corrales difíciles de detectar en el registro arqueológico. Con todo, esta distribución
de los rebaños en el entorno inmediato
del poblado, que no es incompatible
con la organización poblacional detectada en el entorno de la Bastida (capítulo 3), es indemostrable en el estado
actual de la investigación.
Esta cabaña estaría sustentada por
los pastos y por los productos cerealísticos, de los que existen abundantes
evidencias en el poblado, como hemos
visto más arriba. Además, la identificación del sisón entre las aves silvestres
se debe poner en relación con los campos de cereal identificados en el Pla de
les Alcusses. En épocas de estabulación
forzosa estos animales podrían ser alimentados con piensos. Habas y cebada
han sido identificadas en el yacimiento, y a pesar de que debieron ser
usadas de forma preferente para el
20. Frecuencias absolutas y relativas de la fauna recuperada en la Bastida,
consumo humano podemos considerar
según el número de restos (NR), número mínimo de elementos (NME), número mínimo de individuos (NMI) y el peso (gramos).
un posible uso como materia prima
para la elaboración de pienso de ganados tal y como recoge Columela en De
re rustica para época romana, donde
cita que el mejor alimento para las ovejas durante la estabulación es la cebada mezclada con habas. El manejo
de esta cabaña podría desarrollarse en el entorno del asentamiento, tanto en las zonas deforestadas o adehesadas, como en los campos de cultivo de cereal, a los que podrían entrar los rebaños tras la siega, y los
barbechos y las zonas de pasto de las zonas colindantes.
Según la abundancia de restos óseos en esta cabaña de ovicaprinos predominaban las ovejas (en proporción de 2,3 a 1). Las edades de sacrificio de los ejemplares nos indican que la cabaña estaba orientada principalmente a la producción de carne y lana, en el caso de las ovejas, mientras que las cabras parecen dedicarse
con mayor énfasis a la producción láctea. Que se producía lana en la Bastida se deduce igualmente de la
existencia de algunas herramientas como las tijeras de esquilar [fig. 23] y las numerosas fusayolas recuperadas en casi todos los departamentos (capítulo 6).
Algunos huesos de estos animales fueron usados con la finalidad de fabricar piezas de juego. En la muestra analizada hemos identificado un astrágalo de cabra que presenta una perforación central y la superficie
lateral pulida, modificado intencionadamente para darle una forma rectangular y ser utilizado como una
pieza de juego (taba).
A partir de algunos huesos conservados enteros hemos podido calcular la talla de ovejas y cabras. Las alturas calculadas para este grupo revela que las ovejas tenían una alzada media de 56,8 cm mientras que las
cabras tenían una talla ligeramente inferior con una media de altura a la cruz de 53,29 cm. Algunos de estos
ejemplares tenían cuernos con forma de cimitarra.
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21. A. Importancia relativa de las especies identificadas (% NR) en la Bastida. B. Representación del conjunto analizado por grupos (% NR)
La segunda especie más frecuente tras los ovicaprinos es el bovino (Bos taurus) y su importancia como
proveedor de carne aumenta al considerar el peso de sus huesos, un parámetro que indica con mayor exactitud el volumen de carne aportado por una especie.
Las medidas de los huesos indican que hay una mayor presencia de hembras. El mantenimiento de hembras hasta edad avanzada está justificado por la cría de terneros como los que se consumieron en el poblado.
Del mismo modo esta edad avanzada en los animales sacrificados también nos indica una búsqueda de la
máxima rentabilidad tanto para la cría de animales como para el uso de ellos en trabajos de tiro. En este
sentido hay que valorar las patologías óseas (exóstosis) observadas en las falanges de varios animales producidas por un sobreesfuerzo. El hallazgo en el poblado de instrumental agrícola, y por supuesto, la pequeña
figura de bronce de un bovino uncido con un yugo, serían argumentos de peso en la valoración de la importancia del vacuno como animal de labranza en la agricultura [fig. 8].
Con una importancia relativa similar al bovino tenemos el cerdo (Sus domesticus). Se trata de una especie
de fácil manejo, que proporciona importantes recursos alimenticios: abundante carne, grasa y sangre, cuya
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alimentación dependería de los desperdicios domésticos, de los restos agrícolas y de
los recursos silvestres como las bellotas, diversos tubérculos y raíces. Estos animales
tenían una alzada media de 65 cm.
Además de estos tres grupos de especies,
hemos identificado otras que no fueron relevantes para el consumo alimenticio. Se
trata de los équidos: el asno y el caballo. Los
restos de asnos (Equus asinus) son escasos.
La mayor parte corresponden a parte del
esqueleto prácticamente entero de un individuo que se recuperó con marcas de cremación en la fase de abandono del
vertedero de la Casa 11 antes comentado. Se
trata de un macho, ya que en las hemimandíbulas se encuentra el alvéolo del canino,
22. Valores relativos del NR y de su peso en los mamíferos domésticos.
lo cual es un rasgo que diferencia a los
sexos, con una edad de muerte de entre los
6-8 años. Las medidas obtenidas nos han
servido para calcular la altura a la cruz, obteniendo una talla de entre 103,5 y 106,7 cm, lo que corresponde
a un animal de talla reducida apto para transportar cargas por angostas sendas y callejuelas. Sus huesos no
tienen marcas de carnicería, lo que indica que no se consumió su carne. Además del asno se documentan
algunos restos de caballo (Equus caballus) sobre los que sí han quedado patentes marcas de carnicería. Este
hecho junto a que se trata de huesos de animales adultos-seniles, nos lleva a pensar que esta especie fue
consumida en edad avanzada, cuando ya no fue útil para las tareas de tiro o monta. Los restos de bocados
de caballo (capítulo 8), y las anillas y campanillas [fig. 24], que pudieron pertenecer a adornos de las caballerías, son indicadores del uso de este animal como montura, práctica documentada entre los iberos, tal y
como se desprende de algunos textos clásicos (Estrabón iii, 4, 16-18), de la abundante iconografía de la escultura, de los vasos cerámicos –aunque fechados un siglo después de la ocupación en la Bastida– de épocas
más recientes y de los exvotos en bronce.
La caza
Las especies cinegéticas cuentan con una presencia mínima en la muestra analizada (3,64%). Los grupos
de especies identificados son; la cabra montés (Capra pyrenaica), el jabalí (Sus scrofa), el ciervo (Cervus
elaphus), el conejo (Oryctolagus cuniculus) y la liebre (Lepus granatensis) y entre las aves el sisón (Tetrax
tetrax). Fueron usadas como recurso alimenticio y algunos de sus huesos se utilizaron para la manufactura
de útiles [fig. 25].
La fauna silvestre además de indicarnos una actividad cinegética, ciertamente reducida si tenemos que
valorar exclusivamente sus bajas frecuencias, aporta información sobre las características del entorno de la
Bastida. Dos especies: el ciervo y el jabalí indican la existencia de masas forestales, aunque bien es cierto
que ambas son muy versátiles, ocupan una amplia variedad de ambientes y toleran bien los espacios aclarados por la actividad humana. Es aquí, en este tipo de espacios, donde otra de las especies identificadas –
el conejo– alcanza altas densidades. El resto de las especies silvestres presentes en el yacimiento, la liebre
y el sisón, habitan espacios abiertos, campos de cultivo y zonas con matorral bajo. Finalmente la cabra montés ocupa las zonas escarpadas de montaña.
Sorprende la escasez de especies silvestres dado el paisaje donde se ubica el yacimiento: las estribaciones
de una sierra de altitud media, y en cuyas proximidades, a menos de dos horas de camino, se extienden amplios espacios montañosos como las sierras de Enguera y Almansa, donde aún hoy en día abundan los recursos cinegéticos. En la Bastida contamos con armas que sin duda se utilizaron para la caza, como las lanzas
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23. Tijeras procedentes del
Depto. 126.
24. Filete y cama de hierro
pertenecientes a un bocado de
caballo del Depto. 146 y campanilla de bronce del Depto. 2.
y jabalinas [fig. 26] (capítulo 8), como muestran para contextos más tardíos las representaciones en vasos
del Tossal de Sant Miquel (Bonet 1995). Otra cuestión es si a la luz de la baja representación de las especies
silvestres, podemos plantear que la caza fue una actividad minoritaria, aunque con los datos actuales, no
podemos asegurar que se trate de una actividad restringida a ciertos grupos ya que no disponemos de muestras amplias para comparar los registros faunísticos de basureros asociados a casas. Sin embargo, su presencia ya es significativa de la disponibilidad de recursos alternativos a las cabañas ganaderas.
Los recursos mineraLes y La metaLurgia
Los metales eran elementos estratégicos de altísimo valor económico. En época ibérica, y para el caso
concreto de la Bastida, destaca la producción de objetos de hierro, bronce, plomo y plata entre las actividades
de metalurgia documentadas. El valor de los objetos metálicos es inseparable del mismo trabajo o uso al
que se vinculan, pues la mayor parte de ellos son elementos fundamentales en la fabricación de armamento,
utillaje agrícola y artesanal, sin olvidar los elementos de adorno personal y corporal.
Hasta el momento se han detectado dos actividades de producción metalúrgica en el poblado de la Bastida: se trata, por una parte, de la copelación de la galena argentífera y, por otra, de la siderurgia. Las mues-
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tras proceden de las excavaciones realizadas entre 1928 y 1931 así como de intervenciones recientes en los caminos de ronda de
la muralla oeste, de la Puerta Sur, y en la
Casa 11 que facilitan la ubicación contextual
de los hallazgos.
De la mina al poblado
La cantidad y calidad de las evidencias
de actividad metalúrgica en la Bastida están
vinculadas a indicios de minería extractiva
en la zona próxima al poblado. Si bien sólo
conocemos algunos afloramientos de óxidos de hierro sedimentarios susceptibles de
aprovechamiento, como es el caso del Cabeçol del Ferro en la partida de les Carras25. Valores relativos del NR y de su peso en las especies silvestres.
quetes, para el caso concreto de la Bastida
hemos de suponer que en el territorio inmediato se encuentren los yacimientos minerales. Normalmente están dispuestos en filón vertical por lo que conocemos en otros entornos: en el Puntal
dels Llops se han detectado vetas de mineral recristalizado en las diaclasas de la roca caliza explotables a
cielo abierto (Ferrer Eres 2002).
La metalurgia del plomo argentífero y la siderurgia conllevan actividades realizadas en el exterior del
poblado y actividades llevadas a cabo en el interior. Fuera de la Bastida tuvieron lugar, obviamente, las actividades de extracción del mineral con la ayuda de picos en minas al aire libre. A pie de mina seguramente
también tuvo lugar el proceso de reducción directa para todos los tipos de metalurgia, ya que no hay indicios
en el poblado de estas actividades, como podrían ser las escorias de reducción o fragmentos de paredes de
hornos de reducción. El proceso de reducción directa es el mismo para los minerales de plomo y para los de
hierro, pero varían tanto las relaciones de carga entre el mineral y el combustible como los fundentes utilizados y las temperaturas máximas alcanzadas para ambos tipos de carga. Ahora bien, los productos obtenidos en las operaciones de reducción de minerales son diferentes.
Tras la obtención del mineral, se tritura la ganga que va unida a la mena para trasladar menos volumen
de material y facilitar los trabajos posteriores. A continuación se realizan procesos de concentración por levigación o concentración gravimétrica, pues el contenido metálico de los minerales raramente sobrepasa el
2% del material extraído. Después se separa por decantación el mineral de la ganga y se seleccionan los minerales. En este momento, se podrían realizar mezclas destinadas a mejorar las condiciones de fusión aunque
muchas veces, dado el carácter polimetálico de las menas, esta mezcla es involuntaria. Todas estas operaciones persiguen el ahorro en combustible, que es en época ibérica el carbón vegetal y la madera. El carbón
vegetal se utiliza para reducir el mineral en el bajo horno porque se necesita un alto poder reductor, mientras
que la madera se puede utilizar en la fase de copelación puesto que sólo se requiere calor y poder oxidante.
La tostación consiste en la exposición a fuego oxidante del mineral sulfurado –la galena para el caso del
plomo y la limonita para el caso del hierro– para eliminar la humedad contenida en el mineral y llevarlo a
su oxidación. Con el mineral ya oxidado y apto para la reducción directa, se va cargando el bajo horno mediante capas alternas de mineral y combustible (carbón vegetal como elemento reductor), junto a fundentes.
Durante la combustión en el interior de este horno se conseguirá una atmósfera reductora que logrará separar el oxígeno de los óxidos metálicos, tras varias reacciones químicas y la escorificación de la ganga y
fundentes remanentes.
Al poblado se llevaba el producto resultante de la reducción: planchas de plomo y goterones para el caso
de la galena, o lingotes de hierro aglomerados en forja, materiales, todos ellos, documentados en la Bastida.
Las planchas, producidas en el bajo horno, fueron vertidas en colada fundida sobre superficies aplanadas.
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En el caso de hierro se obtendrá, como resultado del proceso de reducción directa, una especie de esponja
porosa formada por una mezcla de hierro y escoria que posteriormente deberá ser aglomerada mediante forja.
La copelación de la galena argentífera
Un grupo de materiales ya detectados desde las primeras excavaciones están asociados a los procesos de
copelación de la galena argentífera. Planchas de plomo de obra, goterones de plomo en fusión vertidos sobre
agua para su súbito enfriamiento, óxidos de plomo, o fondos de cubetas [figs. 27 y 28] son las evidencias de
que en la Bastida se estaba realizando la copelación de la galena argentífera, es decir, el proceso para obtener
la plata contenida en las vetas mineras.
La copelación es un tratamiento para separar de una aleación los metales con diferente ley o resistencia
a la oxidación. El proceso es sencillo: se funden las aleaciones de metales en atmósfera oxidante en el interior
de un horno de reverbero –llamado así porque sus paredes reflejan el calor– y dentro de un recipiente denominado copela cuya finalidad es la absorción, mediante oxidación, de las impurezas del baño de plomo
argentífero fundido.
No es necesario alcanzar temperaturas muy elevadas porque estos metales tienen bajos puntos de fusión,
de hecho basta con superar temperaturas de 700-800º C, dependiendo de la mayor o menor pureza de la
aleación, adición de fundentes, combustible más o menos reductor, para fundir los metales de la aleación.
Tras este proceso el plomo se libera en forma de óxido, denominado litargirio, que en parte es absorbido
por la copela y el resto debe ser retirado de la superficie en fusión –operación que se denomina desnatado.
La copela debe ser muy absorbente por lo que en su fabricación se utilizaban materiales como cenizas de
hueso, cal y materiales cerámicos molidos. De hecho, algunos restos de copelación aún conservan las cenizas
y huesos adheridos al fondo exterior [fig. 29].
El proceso de copelación se debe repetir varias veces hasta obtener la plata refinada. Tras la solidificación
y el enfriamiento de las tortas, éstas se introducen de nuevo en el horno para continuar oxidando el plomo
y así separarlo progresivamente de la plata remanente contenida en el mismo. Finalmente, los metales nobles
aparecen en el fondo de la copela en forma de botón brillante. Es un proceso que implica una inversión de
combustible y esfuerzo importante, además de la participación de mucha gente, desde el trabajo en las minas
para extraer el mineral, hasta su transporte hacia el poblado y las copelaciones o fases finales. A pie de mina
26. Puntas de lanza y jabalina.
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27. Plancha de plomo resultante durante el proceso de copelación del mineral de galena.
28. Fragmentos de plancha de copelación.
29. Plancha fundida en el proceso de copelación. El pincho de bronce quizás sirviera
para comprobar la marcha de los procesos
de fundición.
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se extrae el mineral de las vetas y allí se realiza la primera reducción del mineral de plomo (galena). Esta
primera reducción es innecesaria realizarla en el poblado y sólo se transportaban hasta allí las tortas de
plomo argentífero que habían sufrido una primera reducción. Por ello sólo las fases finales del proceso de
obtención de plata están documentadas en el poblado.
Las excavaciones entre 1928-1931 no identificaron hornos de copelación. No obstante, las descripciones
que dejaron los excavadores en los diarios permiten identificar talleres metalúrgicos y procesos de copelación
porque hay referencias a acumulaciones de manchas de cenizas, goterones y planchas de plomo y, a veces,
fragmentos de tierra cocha o quemada. A partir de la identificación de estas evidencias y de otros objetos
como toberas –que dirigen la corriente de aire desde un fuelle sobre el baño de metal y aceleran su oxidación
[fig. 30]– o trípodes de hierro –para sujetar la copela en el interior del horno– podemos identificar diversas
estancias que, a modo de talleres, estaban llevando a cabo este proceso. Uno de los ejemplos más claros de
taller metalúrgico lo ofrece el Depto. 49, donde hay asociados planchas y goterones de plomo, un trípode de
hierro y una tobera. Pero además, los goterones de plomo son hallazgos abundantes en muchas zonas abiertas, incluso en espacios de circulación como los caminos de ronda de la Muralla Oeste y la Muralla Sur.
El aspecto externo de las tortas de plomo evidencia su adscripción a las fases iniciales del proceso de refinado de la plata, o primera copelación [fig. 31 A y B]. En concreto corresponden al momento en el que se
vierte el sobrante de plomo enriquecido desde la copela, colocada en el interior del horno. Esto puede ser
realizado de diversos modos: se puede abrir una piquera en la copela que deje salir el sobrante de plomo, o
bien se puede inclinar la copela con ayuda de algún otro elemento como trípodes o parrillas de hierro, como
la hallada en el Puntal dels Llops (Olocau) (Ferrer Eres 2002).
La operación de vertido era delicada pues se debía realizar en el momento en que la copela conteniendo
el baño en fusión de plomo y plata estuviese agotada, es decir, que hubiese cumplido totalmente su función
absorbiendo los óxidos de plomo y colmatando su estructura. A partir de ese momento la oxidación sólo
tiene lugar en la superficie del plomo en fusión por contacto con el aire, con lo que la operación se hace más
lenta y hace conveniente verter el material al exterior o remover el baño fundido con varillas [fig. 29] con el
fin de facilitar la oxidación, como se ha documentado en descripciones de copelación tradicional.
Los elementos resultantes del proceso de copelación de la Bastida revelan aspectos interesantes sobre
las condiciones de trabajo y los espacios en los que se hacía la copelación, puesto que la masa de metal fundido, al ser vertida, recoge y se adapta a la forma de la copela conteniendo también parte de los materiales
de que se componga (tierra, cerámica, cal, cenizas). Por ejemplo los goterones de plomo con la característica
coloración de la oxidación superficial del plomo –tornasolados que van del azulado o gris plomo a los colores
rojizos– son indicativos de material vertido en sucesivas capas durante la fusión y solidificadas al caer por
gravedad.
Podemos saber el sentido de salida del material en fusión por la dirección de los goterones: hay casos en
que la salida es vertical porque se realizó el sangrado del horno [fig. 31 A], y otros en los que la salida es horizontal porque hubo sucesivas aportaciones de material fundido solidificando unas coladas encima de otras.
Éste es el caso de unas muestras procedentes de la Casa 11 [fig. 31 B]: aquí el material en fusión se adaptó a
una cubeta excavada en el suelo con abundante presencia de cenizas y algún fragmento cerámico.
Otras muestras más pequeñas, procedentes de la Casa 11 y de los caminos de ronda de la zona oeste y la
Puerta Sur, indican que se vertió el material fundido sobre una superficie plana y en cantidades más reducidas, porque las planchas resultantes no superan los 5 cm de diámetro [fig. 32]. Debido a su forma aplanada,
el tamaño reducido y, por tanto, la mayor cantidad de superficie en contacto con el aire, las piezas adquirieron las tonalidades de los óxidos de plomo mezcladas con algunos materiales adheridos a la superficie en
contacto con el suelo que se incluyeron en parte de su estructura.
Una vez enfriadas las tortas resultantes, como hemos señalado, se introducen de nuevo en el horno con
otra copela para repetir el proceso. Obviamente, a medida que se vayan realizando copelaciones el metal
será cada vez menos voluminoso. El numero de procesos que eran necesarios es una cuestión variable, pues
depende de la cantidad de plata que contenga una veta de plomo. A modo de comparación, y para época romana, se ha estimado que se necesitan unas siete operaciones de copelación hasta obtener plata pura.
Es interesante señalar que los siguientes procesos de copelación, ya a escalas pequeñas, no requieren
una gran infraestructura ni equipamientos voluminosos. De hecho, cualquier estructura de combustión a
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modo de hornos de reverbero pequeños, hogares de forja o fraguas de herrero pudieron haber servido para
efectuar las últimas fases de la copelación porque el rango de temperaturas y el ambiente oxidante adecuados
también se pueden conseguir en estas estructuras. Las copelas en esta segunda fase son más pequeñas, pues
basta con someter a alta temperatura y en un ambiente oxidante una reducida cantidad de plomo con alta
concentración de plata. Con ello se absorbe de una sola vez todo el plomo en forma de óxido, dejando en su
fondo un pequeño disco de plata en forma de botón, de color gris oscuro debido al óxido de plata, con la
forma de los fondos de las copelas donde fueron depurados [fig. 33 A y B]. Así pues, el resultado final del
proceso es una pieza que contiene plata en una concentración variable entre el 80 y el 90%, siendo el resto
impurezas y plomo residual –lo que confirma que corresponden a la fase final del proceso a partir de piezas
con cantidad mayor de plomo.
Hay seis fondos de copela de este tipo en la Bastida, cinco de los cuales fueron hallados agrupados y ocultos en un recipiente cerámico entre los Deptos. 103-105 y el otro en el Depto. 232 (capítulo 7). Los análisis
han detectado que las piezas más grandes contienen algo más de plomo en su composición mientras que las
más pequeñas presentan mayor pureza de plata, aunque en todos los casos hay impurezas –fundamentalmente sílices que corresponden a los constituyentes de la copela que absorbe el material fundido durante el
proceso. Todo ello indica que las técnicas de copelación contemplan, hasta en las fases finales, diferentes
grados en el refinado; de hecho, se seguían copelando los goterones en copelas cada vez más pequeñas hasta
obtener plata casi pura. Hay que tener en cuenta que incluso la plata obtenida por métodos actuales no llega
al 100% de pureza en su composición.
Esta segunda fase de la copelación no se documenta en todos los asentamientos en los que se desarrollan
procesos de copelación. Por ejemplo, en el poblado del Puntal dels Llops, en la zona edetana, se realizaba
sólo la primera fase de concentración, mientras que las restantes fases se han documentado en otros poblados del entorno como el Castellet de Bernabé (Ferrer Eres 2002). En la Bastida están bien documentadas
las dos fases del proceso de copelación, lo que invita a pensar que la infraestructura necesaria para realizar
la extracción de mineral desde la mina y las primeras copelaciones del proceso dependían de una organización social y económica controlada por los grupos que obtenían la plata en el yacimiento.
Obviamente, el proceso de copelación puede ser interrumpido y retomado en cualquier momento a partir
de cualquier objeto que contenga plomo argentífero. Desconocemos qué pureza de plata se consideraba adecuada para poner en circulación, y lo más lógico es pensar que diferentes circuitos de intercambio funcionaran al mismo tiempo, pues piezas con diferentes concentraciones de plata han sido halladas en diferentes
zonas del poblado. Una extrapolación teórica a partir del contenido en plata del mineral tratado en la Bastida
nos lleva a inferir que sería posible extraer del tratamiento de 1000 kg de galena argentífera unos 12 kg de
plata pura. Así, sólo los cinco fondos de copela de plata hallados en una ocultación que pesan 207 g implican
la reducción y copelación de 17 kg de galena.
Volviendo a los diferentes circuitos de circulación de plomo argentífero, es interesante señalar que la copelación de fragmentos pequeños pudo haberse realizado con relativa facilidad. La abundancia de goterones
en el poblado, que aparecen en espacios abiertos, calles o plazas y la aparición de agrupaciones de pequeños
objetos de plomo –todos con alto contenido en plata– son indicativos de que este metal debió ser un metal
codiciado y buscado. De todo ello, se deduce el aprovechamiento de copelaciones por doquier. Es interesante
constatar que el contenido en plata de algún goterón es muy elevado (1,28% en BAS 6) [fig. 32], lo cual sólo
es explicable como resultado de operaciones de copelación ya que el mineral de partida, la galena, sólo contiene
trazas de plata en una concentración variable entre 0,25% y 0,45%. En el borde de este goterón hay marcas
de tres golpes de cincel realizadas tras su solidificación que sugieren algunas cuestiones: ¿se trata de una
marca relacionada con el proceso de copelación, como una unidad de medida, una marca de su peso o de su
ley? Con los datos disponibles hasta el momento no es posible responder categóricamente a estas preguntas.
Uno de los conjuntos de piezas analizadas (BAS 10) constituye un buen ejemplo. Se trata de pequeñas
piezas de plomo, goterones, láminas y pequeñas barras que no parecen ser materias primas destinadas a su
reducción en el proceso de copelación, sino objetos manufacturados acabados. Estos objetos contienen unas
cantidades de plata elevadas (entre 0,72-1,05%).
Contamos también con evidencias para defender que los fragmentos de plomo ricos en plata eran ensayados y muestreados para calibrar su contenido en plata y valorar así la rentabilidad del proceso. Pensemos
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30. Toberas de cerámica.
Las toberas son las
bocas de los fuelles utilizados para insuflar aire
a los hornos metalúrgicos.
en la llegada de grandes volúmenes de galena argentífera, quizás procedentes de varias vetas abiertas al
mismo tiempo, algunas de ellas nuevas, y cuyos contenidos en plata se desconocían, por lo que sería necesaria la valoración de la riqueza del metal de las nuevas vetas. Siguiendo un proceso que hoy en día se sigue
haciendo en joyería, el contenido en plata del material que llegaba al poblado tendría que ser evaluado. Para
ello son necesarias las balanzas de precisión que, en muchas ocasiones, están asociadas a evidencias de fundición de plomo [fig. 34]. El cálculo seguía una sencilla regla de tres: los maestros metalúrgicos pesaban
una pequeña muestra y la sometían a copelación. La plata resultante, que era también pesada, permitía calcular el contenido en plata de los fragmentos de planchas nuevas.
Los valores en estos circuitos de intercambio debieron estar determinados por el patrón de la plata, pues
el metal circulaba no sólo entre los grupos ibéricos del entorno, sino también a escala mediterránea. Desconocemos las medidas o pesos que determinaban estos patrones, pero sí sabemos que cualquier fragmento
podría ser valorado en estos circuitos, y no era para menos, pues los esfuerzos puestos en su obtención son
patentes. El corte por cizalla de uno de los fondos de copela con alto contenido en plata podría indicar bien
la adaptación de su valor o la extracción de un pedazo para un siguiente refinado (capítulo 7).
El reciclaje del plomo
Los óxidos de plomo resultantes de los procesos de copelación serían vueltos a reducir en bajos hornos con
nuevos usos, pues el metal –incluso el plomo– era altamente valorado, susceptible de ser aprovechado y reutilizado en la manufactura de otros objetos [fig. 35]. El plomo desplatado entraría, así, en otra esfera de circulación. En la Bastida es frecuente la existencia de recipientes de plomo a modo de calderos, o vasos y cuencos,
pero también se documentan otros objetos como pesos, ponderales, adornos o láminas y soportes de escritura.
La siderurgia
El trabajo del hierro en la Bastida está también documentado a partir de escorias y objetos acabados,
pero no contamos por el momento con forjas ni talleres de herreros, posiblemente porque no fueron identificados durante las excavaciones antiguas. No obstante, a partir del estudio macroscópico y microscópico
de las piezas podemos reconstruir los procesos de producción siderúrgica. Hemos detectado dos fases de la
cadena operativa siderúrgica: la primera consiste en reducir la materia prima en hornos de reducción, operación que se realizaba fuera del poblado, al igual que sucede con la reducción de la galena argentífera; la
segunda fase trata el mineral de hierro en la fragua mediante forja, en instalaciones dentro del poblado.
Las actividades de producción de hierro se realizan cerca de minas, o en lugares próximos al aprovisionamiento de combustible, por ser molestas, insalubres y necesitar espacio y cursos de agua. El horno bajo
estaba construido con arcilla, tierra arenosa, piedras y escorias de desechos anteriores y contaba con una
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A
B
31. A. Goterones solidificados por enfriamiento al sumergirlas en líquido (BAS 2). B. Otro elemento del mismo proceso procedente
del Depto. 249 (Casa 11) (BAS 3).
entrada de tobera, carga y la de trabajo. La parte interna del horno consta de un espacio para recoger el
metal semifundido junto con la escoria y de un canal de sangrado para expulsar la escoria al exterior. La
operación de reducción duraba aproximadamente seis horas, durante las que se cargaba el horno con carbón
y mena de hierro, se encendía el horno y se aumentaba la temperatura insuflando aire; posteriormente, se
continuaba añadiendo mineral triturado junto con carbón. Durante la operación de reducción era necesario
controlar la consistencia de la zamarra, para lo que se introducían en el horno varas metálicas. Esta operación
también ayudaba a reconducir el mineral a la zona más caliente del horno. Las pequeñas masas de hierro
que aparecían dispersas por el horno también debían ser reconducidas.
Cuando se completa la reducción es necesario romper una parte del horno para sacar la zamarra y llevarla
al yunque para su depurado y compactación con el mazo, formando así un lingote. A continuación se realizaba inmediatamente una nueva hornada para aprovechar las condiciones de temperatura del horno y la
sequedad de las instalaciones, lo que ayuda a economizar combustible y mejora los resultados.
Todas estas actuaciones son básicas y necesarias para la obtención de hierro mediante reducción directa
en la actualidad, y debieron serlo también en época ibérica, si bien podrían variar en cuanto a proporciones
de carga, rendimientos de las hornadas o en la fuerza motriz utilizada.
Algunas muestras de hierro y escoria [figs. 36, 37 y 38] indican que las fraguas y los talleres de forja estaban situadas
dentro del hábitat, en talleres domésticos como los conocidos
en otros asentamientos ibéricos valencianos como en los Villares o en el Castellet de Bernabé (Mata et alii 2007; Guérin
2003), que son diferentes de otras instalaciones que desarrollan escalas de producción más amplias, como los documentados en el Tossal de les Basses (Ferrer Eres 2007). Los procesos
de forja se pueden reconstruir fácilmente porque el trabajo de
fundidores y forjadores ha cambiado poco respecto a los documentados en la Bastida.
La materia prima trabajada en los talleres de forja son lingotes de material férrico de acero que pueden variar, obviamente, en tamaño [fig. 36]. Este material es producto del
tratamiento de la esponja ferrífera que se compactaba me32. Goterón de plomo (BAS 6) hallado en el camino junto a la Puerta Sur.
diante mallado en caliente, probablemente a pie de mina en
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A
B
33. A y B. Dos de las cinco
piezas de plata halladas en
un vaso de cerámica en el
Depto. 103-105. A: Long. 3,9
cm. B: Long. 4,9 cm..
un bajo horno. Posteriormente, esta lupia o protolingote se cortaba en fragmentos que eran trasladados al
taller de forja situado en el poblado y que constituyen la materia prima con la que se trabajará en la fragua.
La superficie de la pieza de la fig. 37 (BAS 12) revela el intenso trabajo de forja llevado a cabo sobre el
yunque hasta obtener un bloque regular de forma más o menos cuadrangular, depurado someramente del
exceso de escoria de la esponja ferrífera del cual partía y al que se dio un acabado relativamente compacto.
Para obtener esta forma regular del lingote se llevó a cabo una tarea de plegado y mallado mediante martillado en caliente en varias de sus caras sucesivamente.
Otro elemento perteneciente a la cadena de producción siderúrgica en el taller es la escoria formada en el
interior del hogar de forja [fig. 38]. Una de las piezas estudiadas presenta una forma hemiesférica o de calota
que se ha producido al adaptarse los residuos fundidos de la escoria al fondo del hogar de forja. La escoria de
partida contenida en el lingote de hierro, junto con los desoxidantes utilizados en la fragua, silíceos o calizos
y unidos todos a los materiales de construcción del propio hogar de forja, constituyen la escoria de hogar de
forja. Su formación tendrá lugar al fundirse el exceso de escoria de las piezas en el interior del hogar de forja
durante las sucesivas caldas que son necesarias para conformar una pieza forjada de material férrico.
Las operaciones de forja son fundamentalmente de modelado, pero también, al mismo tiempo constituyen
procesos de depuración de las piezas, al compactarse y aglutinar el metal, que no era homogéneo, en forma de
lingote. Al mismo tiempo permitía eliminar el exceso de escoria en ellos contenida, pero en cambio la hacía un
producto demasiado frágil y quebradizo.
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34. Platillo de balanza y ponderales de
bronce.
La elaboración de útiles de hierro
Los objetos de hierro acabados engloban desde útiles y herramientas hasta armas o elementos constructivos y arquitectónicos que forman parte de una de las colecciones más conocidas de la Bastida. El primer
paso para la elaboración de los útiles consiste en calentar el acero en carbón vegetal. El maestro lo trabaja
a una temperatura de alrededor de 800-900 ºC guiándose por su experiencia y controlándola siguiendo los
cambios en las tonalidades de la pieza. En la forja tradicional esta temperatura se relaciona con un código
de color que se correspondería al rojo cereza claro y al rojo amarillento, respectivamente. En este rango de
temperaturas es posible soldar mediante martilleo en forja el acero. Por debajo de 550 ºC, en la escala de
color castaño oscuro, el tratamiento de forja se realizaría en ‘frío’ y se podría ‘agriar’ la pieza. A continuación
se trabaja golpeando la pieza con el mazo sobre el yunque, para depurarlo y darle forma. Los mazos y los
yunques son, con frecuencia, de piedra, y ello explicaría la abundancia de mazas y piedras grandes a modo
de martillos. El maestro alterna golpes suaves y golpes fuertes con el mazo mojado para enfriar la pieza,
aunque puede combinarlos con golpes con el mazo seco.
A continuación se debe dar temple a la pieza, enfriándola en agua, aceite u otras sustancias, por un tiempo
indeterminado, pues esta operación, más que ninguna otra, la dicta la propia experiencia. Finalmente se
lleva a cabo la operación de revenido, consistente en subir moderadamente la temperatura y enfriarla lentamente, con el fin de estabilizar la pieza y evitar tensiones que la harían quebradiza.
La pieza así obtenida presenta una mezcla de flexibilidad y dureza característica del hierro acerado, esto
es, que contiene carbono. A pesar de tener corrosiones superficiales, las piezas examinadas son buenos productos de forja, pues conservan la mayor parte de su masa y, además, son productos densos y no corroídos
en su zona interna porque los productos acerados son más resistentes a los procesos de corrosión.
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35. Vasos de plomo de los Deptos. 49 y 234.
Diámetro del cuenco pequeño 7,6 cm.
Los talleres metalúrgicos y las habilidades de los artesanos
Los análisis realizados sobre los materiales arqueometalúrgicos denotan una buena calidad en los productos manufacturados, así como una aceptable homogeneidad en su constitución. Los herreros de la Bastida
muestran habilidades desarrolladas y estandarizadas, resultado de una experiencia acumulada que ya en el
siglo iV a.C. se muestra muy perfeccionada y que ha cambiado poco hasta la actualidad (Pleiner 1988). Ello
trasluce un elevado dominio técnico de las destrezas pirometalúrgicas en la producción de metal en bruto
en bajo horno (hierro, cobre, plomo), así como de los posteriores procesos de transformación y refinado de
estos materiales para la obtención de lingotes comercializables y la realización de objetos terminados.
Las técnicas metalúrgicas estaban altamente estandarizadas y pocas veces se recurría al empirismo y a
las pruebas porque los procesos implicaban una inversión en esfuerzo y recursos considerable, desde la obtención del mineral, su procesado y la obtención del producto manufacturado. Estos procesos conllevan momentos críticos que pueden arruinar el trabajo en curso de forma irreversible. Los problemas más comunes
suelen ser las temperaturas incontroladas en el horno o la fragua.
Es de suponer que estos especialistas gozaran de una consideración y un estatus elevado. Para el caso
del trabajo del hierro, proporcionan utillaje específico y de calidad a una gran variedad de actividades que
incluyen el sustento –útiles de trabajo agrario–, la construcción –clavos, y herramientas de carpintería–, e
incluso el ejercicio de la violencia –armas– o su participación central en rituales funerarios –doblado de
falcatas y jabalinas en tumbas para inutilizarlas junto al guerrero enterrado–. En conjunto, los artesanos de
la Bastida logran producir un buen acero, lo que indica que dominan las técnicas de transformación del mineral por reducción directa en bajo horno y además son hábiles herreros que logran no descarburar las
piezas durante los trabajos en la fragua, aplicando todas las técnicas térmicas y mecánicas de un modo óptimo, consiguiendo buenos resultados en los objetos manufacturados en el taller de forja. Para el caso de la
copelación de la galena, se obtiene la plata, metal que durante este tiempo funciona como valor de cambio
no sólo entre los grupos ibéricos sino también a escala mediterránea, tanto amonetada, a peso o como producto manufacturado.
Algunas metalurgias son compatibles en cuanto a las instalaciones, de modo que es factible que los mismos hornos fueran utilizados indistintamente para varias producciones y las instalaciones sirvieran como
áreas de trabajo polimetalúrgico. Por ejemplo, los hornos de reverbero serían utilizados en copelación y fusión de elementos metálicos como plomo o metalurgias de base cobre. Conocemos hornos de este tipo en el
Puntal dels Llops (Bonet y Mata 2002) y en el Tossal de les Basses (Ferrer Eres 2007). Pueden aparecer
junto con fraguas, que contarían con hogares de forja para refinar y modelar el hierro obtenido por el método
de reducción directa en bajo horno.
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36. Lingotes de hierro procedentes
de los Deptos. 130, 142, 146 y 190.
Aunque no disponemos de analíticas sobre restos humanos para contrastar patologías derivadas del
efecto tóxico de las actividades metalúrgicas y de los gases emanados, podemos suponer que los espacios
peor ventilados tendrían condiciones favorables a la intoxicación. Así, la ubicación de los hornos para la reducción, la forja y la copelación en espacios domésticos llevaría, en el caso de mala ventilación, a la inhalación
de monóxido de carbono y la consiguiente disminución del contenido de oxígeno en sangre, con pérdidas
de consciencia o asfixia. Los procesos de reducción y tostación son más peligrosos pues liberan sulfuros, arsénico, dióxido de carbono o monóxido de carbono, pero en cambio hemos visto que no se realizaban en los
poblados sino a pie de mina, a cielo abierto y cerca de los hornos de reducción, en espacios mejor ventilados.
No obstante, la enfermedad más común durante el proceso metalúrgico de copelación es el saturnismo, producido por la intoxicación tras la inhalación de los gases que se liberan durante el tratamiento del plomo y
cuyos síntomas son cólicos saturninos, contracción dolorosa del intestino, mialgias, astralgias o trastornos
nerviosos. La intoxicación aguda sería de carácter accidental y poco frecuente en nuestro caso, mientras que
la crónica podría haber sido más frecuente por la inhalación o contacto con el plomo de manera habitual.
El uso dE la madEra y la Explotación forEstal
Una de las materias primas de más fácil acceso y más utilizada en las economías preindustriales es la
madera. Su relevancia para la vida cotidiana es tal que interviene en aspectos económicos tan variados como
la calefacción, la construcción de la casa, el mobiliario, la fabricación de embarcaciones y carruajes, de aperos
y herramientas y de un extenso etcétera que convierten a este elemento en un recurso fundamental.
En los yacimientos arqueológicos existen numerosas evidencias materiales del aprovechamiento sistemático de los recursos naturales, entre ellos, la madera. Ésta debía de estar presente en todas las actividades
cotidianas, ya que suponía la fuente esencial de combustible para estructuras domésticas y artesanales, así
como una materia prima fundamental para la construcción. Su recolección debía ser por tanto, una tarea
programada dentro de la gestión de los espacios forestales y agrarios, probablemente integrada en los propios
ciclos agrícolas, con la reutilización de los restos de poda, la constante reparación de estructuras, la elaboración de aperos, y en los espacios domésticos, para actividades tan cotidianas como la cocina o la calefacción.
El abanico de recursos vegetales utilizados sería sin duda mucho más amplio de lo que indican los restos
arqueológicos, ya que muchos de éstos no quedarían registrados, caso de las herbáceas y los órganos vegetativos más ligeros, como hojas, fibras, tallos no leñosos, etc., que sin duda constituirían la base para la elaboración de múltiples enseres cotidianos y rituales. A ellos podemos aproximarnos únicamente por
evidencias indirectas, como las herramientas para su trabajo, las improntas en otros materiales no perecederos, etc. Sin embargo, la madera, cuando se carboniza, tiene la ventaja de que permanece inalterable en
su estructura y se pueden identificar las especies vegetales de las que procede, ofreciendo una interesante
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37. Lingote de hierro sin referencia de procedencia (BAS 12).
38. Escoria de hierro (BAS 16).
información de tipo ambiental, económico y tecnológico. Que la madera llegue hasta nuestros días depende
de que ésta haya sufrido un proceso voluntario o accidental de carbonización ya que, de otro modo, se degrada desapareciendo con ella una valiosa parte de nuestro patrimonio.
En la Bastida, los restos de madera carbonizada se documentan sistemáticamente tanto en niveles de
ocupación como de abandono, y así, el elenco de especies identificadas permite inferir diversos usos de la
madera en el poblado.
El combustible
Éste sería, sin duda, uno de los principales destinos de la madera en la Bastida, ya que constituye la
fuente esencial de alimentación de los fuegos domésticos y los hornos, que requerirían un aporte constante
de grandes cantidades de leña para su continuo funcionamiento. El poder calorífico y otras características
de combustión de la madera dependen de varios factores, como la tasa de humedad, el calibre o el estado de
la madera, así que todas las especies son susceptibles de ser un buen combustible (Théry 2001), y es lógico
que se intentara minimizar el esfuerzo utilizando cualquier leñosa que estuviera disponible en el entorno. A
grandes rasgos, existen dos tipos de combustible: el de prendido, para el que se suelen utilizar ramitas de
pequeño calibre, muy inflamables; y el de mantenimiento, generado por grandes troncos, que arden lentamente y desprende un alto poder calórico. A éste último se añade el posible uso de carbón vegetal en estructuras de reducción.
Las evidencias disponibles en el yacimiento acerca de la leña que se utilizaba como combustible proceden
fundamentalmente de los vertederos en los que se echaban los restos del vaciado de hornos y hogares, junto
a otros desechos domésticos. Las especies representadas en estos espacios indican que se recolectaban sistemáticamente todas las disponibles en los alrededores del lugar, destacando la carrasca-coscoja, el pino,
las especies de Prunus tipo almendro y el olivo-acebuche [fig. 39]. La carrasca (al igual que el olivo) tiene
una madera pesada y dura, que produce una combustión lenta y permite un menor consumo para obtener
gran poder calorífico. No es de extrañar pues, que esta especie esté bien representada entre los restos de
combustible, favorecida probablemente por su disponibilidad en el medio. El pino, sin embargo, tiene un
poder calórico moderado y produce una llama viva que se consume en poco tiempo, aunque variable dependiendo siempre del calibre utilizado. En todo caso, el pino carrasco es una especie disponible y ampliamente
utilizada en la Bastida, de forma que también sería utilizada como combustible, además del posible reaprovechamiento para el fuego de los restos de talla producidos en la elaboración de elementos de carpintería o
muebles. El aporte de madera de zonas algo más alejadas al poblado, muy ocasional, se documenta con la
presencia del pino rodeno, que debía de crecer a los pies de la Serra Grossa, donde existen afloramientos silíceos aptos para el desarrollo de esta especie.
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Una de las actividades que requeriría una alimentación constante de madera sería la metalurgia, como
hemos visto más arriba, y que en la mayor parte de sus etapas requiere de un fuego lento y constante, aunque
no precisa alcanzar temperaturas muy elevadas, lo que deja un amplio abanico de especies que cumplirían
estas características. En todo caso, parece que se priman las especies arbóreas, siendo el aporte de matorrales
más esporádico, en coherencia con las necesidades descritas.
A pesar de que parece que los hornos de reducción del mineral se encontrarían fuera del poblado, el
aporte de leña para las fraguas y talleres de forja debía de suponer un esfuerzo constante, por lo que no es
de extrañar que, además de la reserva de leña recolectada y almacenada con este fin, se reutilizara cualquier
madera inservible o restos de poda. En este sentido, destaca la presencia de madera de Prunus tipo almendro
en el vertedero de la Casa 11, que no aparece en ningún otro contexto del poblado [fig. 40, foto 7]. Por su
morfología, éste podría corresponder al frutal cultivado, lo que permitiría argumentar el aprovechamiento
de restos de poda como combustible. Esto supondría un transporte de las ramas podadas desde los campos
de cultivo. Una segunda posibilidad es que estas ramas se quemaran fuera del poblado para la producción
de carbón vegetal dentro del proceso de reducción de mineral, y sería este carbón el que se transportara al
poblado para su posterior uso. La quema de carbón en lugar de madera fresca deja frecuentes alteraciones
reconocibles en la estructura anatómica de la madera, algunas de las cuales se han reconocido, precisamente,
en carbón de Prunus tipo almendro y de olivo [fig. 40, foto 3 y 7].
El vertedero de la Casa 11 es el que ofrece una mayor diversidad de especies en comparación, por ejemplo,
con los vertederos del camino de ronda, que presentan una dominancia de pino y carrasca [fig. 41], de modo
que tal vez habría que ponerlos en relación con vertidos procedentes de actividades específicas, ya que estos
restos coinciden con las especies utilizadas en la construcción.
La construcción
La madera destinada a la construcción es generalmente objeto de una cuidada selección en cuanto a las
especies utilizadas, ya que cada una posee unas propiedades físicas y mecánicas diferentes que le confieren
diversas propiedades de dureza, elasticidad, tenacidad, resistencia a condiciones de intemperie y al ataque
de los xilófagos. También juegan un papel fundamental las características morfológicas de los vegetales: por
ejemplo, se utilizan mayoritariamente especies de tronco grueso y fustes rectos para la elaboración de elementos de gran calibre, como postes y vigas; o ramitas finas y flexibles para el entramado de las techumbres.
Los contextos susceptibles de contener restos del material de construcción son los niveles de derrumbe
y, en parte, los suelos en los que acaba dispersándose este material caído [fig. 39]. Es especialmente abundante el material carbonizado recuperado en la zona de las cuatro puertas del asentamiento. La predominancia en estos contextos de madera de pino y, en segundo lugar, de carrasca, permite inferir un uso
sistemático de estas especies para la elaboración de elementos de carpintería. El uso de los pinos en la construcción está ampliamente documentado desde la Prehistoria, debido a su abundancia y gran extensión por
todo el territorio peninsular (Rodríguez Ariza 1992; Rodríguez Ariza et alii 1996; Molina González et alii
1997; De Pedro y Grau 1991; De Pedro 1998, 234-237). El pino carrasco puede generar troncos rectos si
crece en las condiciones apropiadas, su madera es semipesada y muy dura, pero muy resistente y se trabaja
con facilidad, además de que no se resquebraja con los clavos y otros ensamblajes metálicos. Se ha documentado el uso de esta especie en yacimientos ibéricos como el Castellet de Bernabé y el Puntal dels Llops
(Grau 1990). La madera de carrasca es dura y compacta, muy apreciada en trabajos de ebanistería, pero su
crecimiento lento, así como el fuste corto y muy ramificado la hacen menos rentable que el pino. Ciertamente, la carrasca se documenta de forma menos frecuente que el pino en la madera de construcción de los
citados yacimientos.
En los derrumbes de estructuras en la Bastida, y a diferencia de otros yacimientos ibéricos, no se documentan restos quemados pertenecientes al entramado de la cubierta como ramitas de pequeño calibre. Puede
que esto se deba a una conservación diferencial, que hace que los elementos más pequeños se hayan dispersado o reducido completamente a cenizas por el fuego, quedando sólo fragmentos de elementos constructivos
de mayor tamaño. Las escasas especies de matorral documentadas en los derrumbes de las estructuras corresponden a romero y a brezo.
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39. Especies documentadas en una selección de vertederos, suelos y derrumbes de la Bastida a partir del estudio de los carbones.
La madera empleada para la elaboración de los tablones de los batientes de las entradas es el sauce o el
chopo (al menos por lo documentado en la Puerta Este), de la que ha quedado evidencia directa adherida a
la propia pletina de hierro que uniría los tablones [fig. 42]. No se han documentado restos de estas especies
en ningún otro contexto del yacimiento, lo que indica una especialización y voluntad de su uso para la elaboración de la puerta. Esta madera no se encuentra carbonizada, conservándose apenas unas trazas mineralizadas en contacto con el herraje, que han permitido sin embargo su identificación [fig. 43]. Esto nos lleva
a plantear varias reflexiones de tipo tafonómico. Por un lado, a partir de los restos carbonizados recuperados
en los derrumbes de las entradas, incluso junto a otros herrajes de puerta, podríamos interpretar erróneamente que los batientes estarían hechos en madera de pino o de carrasca, pero este carbón correspondería
en realidad a otros elementos constructivos o muebles no identificados (cubierta, postes, bancos, etc.). Por
otro lado, estamos probablemente ante un caso de conservación diferencial, ya que el batiente de la puerta
no se ha quemado, lo que deja abierta la cuestión de si el incendio afectó sólo a una parte de las estructuras
causando su destrucción, o bien éstas se quemaron posteriormente. Y sobre todo nos lleva a cuestionar qué
razón llevó a que la madera de sauce (o de chopo, pues son muy similares) fuera apreciada para elaborar
con ella las tablas de los batientes en la Puerta Este. Aparentemente, esta madera presenta algunas desventajas con respecto a otras especies, ya que no es especialmente resistente y es perecedera en condiciones
que favorezcan la putrefacción; sin embargo, estas menguas se ven compensadas con otras cualidades que
la hacen más valorada, como su capacidad de absorber impactos sin figurarse, su resistencia a la fricción y
su facilidad para ser trabajada (Abella 2003). Así pues, estas características hacen de la madera de sauce
una buena materia prima para la elaboración del batiente de la puerta que, con cierto cuidado y mantenimiento, podría superar el inconveniente de su falta de resistencia a la intemperie. La ausencia de esta especie
en otros contextos hace suponer que ésta se desecha para otros usos, como la construcción de otros elementos de carpintería y como combustible. Efectivamente, esta madera necesita un largo proceso de secado para
arder bien y desprende un olor molesto, que la debía de hacer poco apreciada en estructuras de combustión
dentro de los espacios domésticos.
Los aperos
Una gran parte de objetos y herramientas de época ibérica debía de estar elaborados íntegra o parcialmente en madera, aunque pocos son los testimonios directos que nos llegan de estos enseres, ya que con la
carbonización, se fragmentan de tal forma que resulta imposible reconocer la morfología original de las piezas, y mucho menos las trazas de su fabricación, incluso diferenciarlos de otras acumulaciones de carbón
de origen diverso.
En el Depto. 269, junto a la Puerta Oeste, se ha documentado una concentración de carbón que podría
corresponder a restos de útiles de madera. Son varias las razones que nos llevan a plantear esta hipótesis.
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Por un lado, este carbón aparece asociado a una reja de arado de hierro, encontrándose en un lugar que
parece apropiado para dejar los aperos de labranza, en un espacio abierto, quizás un patio. Por otro lado,
el carbón pertenecía casi íntegramente a madera de fresno, estando esta especie prácticamente ausente en
el resto del poblado. Esto nos lleva a sugerir un uso especializado de esta madera, probablemente para la
realización de herramientas o enmangues. Sustentan esta hipótesis las numerosas evidencias del uso del
fresno para la elaboración de útiles desde la Prehistoria, dada la calidad de esta madera para obtener un
buen acabado. En el yacimiento ibérico del Tossal de les Basses, se han documentado varias herramientas
de cronología ibérica realizadas en madera de fresno, caso de un mazo y varios enmangues (Carrión y Rosser 2010).
En efecto, la madera de fresno es muy apreciada por su flexibilidad y dureza, que la hacen especialmente
apta para la fabricación de mangos de herramientas, piezas de carro y útiles de labranza, por su resistencia
al choque y a las vibraciones (Abella 1997 y 2003). Las ramas jóvenes son muy flexibles y de fibra recta, por
lo que se utilizan tradicionalmente
para entrelazar otros materiales, como
asas de cestos u objetos similares. En
la Bastida, no se ha documentado el
uso de ramas de pequeño diámetro,
sino al contrario, madera de gran calibre [fig. 40, foto 1], por lo que pensamos que, además de enmangues,
podrían quedar restos de otros aperos
de gran tamaño realizados completamente en madera.
En todo caso, toda la madera de la
Bastida se encuentra tan fragmentada
que no podemos aproximarnos a las
técnicas de trabajo sobre las propias
piezas, pero sí mediante los útiles empleados para la tala y trabajo de la
misma, como se señala en el siguiente
apartado de este capítulo.
El ciclo de la madera: del bosque a la
materia
El uso diversificado de la madera en
época ibérica está ampliamente documentado, tanto en las actividades y enseres domésticos, como para cubrir las
grandes cantidades de combustible
que se requieren en los hornos metalúrgicos, cerámicos o culinarios. Por
tanto, el aporte de leña sería una tarea
programada y probablemente se realizara un almacenaje de la misma para
tener aseguradas todas estas necesidades: algunas de ellas serían diarias (cocina, calefacción) y otras cíclicas
(reparación de techumbres degradadas
por las inclemencias del tiempo) o más
esporádicas (construcción o amplia-
40. Fotografías de carbones de algunas especies vegetales.
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ción de nuevos espacios). Esto se traduce en
una explotación sistemática de los espacios
forestales, que suponga además un ahorro
de energía. En la Bastida, se observa un
aprovechamiento como combustible de las
especies leñosas disponibles en las inmediaciones del lugar, básicamente pinos y carrascas, ya que éstas serían probablemente
las especies que encabezarían las formaciones vegetales en gran parte de la Serra
Grossa. No se aprecia un transporte sistemático de especies de lugares más alejados,
estando poco presentes (salvo usos puntuales) las de ribera o aquéllas que crecerían en
41. Especies documentadas en los vertederos de la Bastida a partir
enclaves concretos, como el pino rodeno
del estudio de los carbones.
asociado a afloramientos silíceos. incluso se
aprecia una notable ausencia de especies de
matorral en todos los contextos (aunque
debían de ser abundantes en esta cronología, según los estudios paleobotánicos, que evidencian la existencia
de bosques claros) de modo que parece existir una preferencia por las de porte arbóreo. Esto puede responder a una economía del combustible (los árboles aportan más biomasa por unidad) o a unas necesidades específicas de combustión que genera la madera de gran calibre.
Para otros usos específicos, como la construcción o elaboración de aperos, parece que también se nutren
de maderas locales, aunque en este caso se intuye una selección orientada a maderas de características específicas, como el caso del fresno para algunos aperos, o del sauce o chopo para los batientes de la Puerta
Este. Parece que se aplica un perfecto conocimiento de las cualidades intrínsecas de cada especie, que las
hacen más o menos valiosas para el trabajo de la madera y la función que ésta ha de desempeñar. Sin embargo, para la construcción de la mayor parte de estructuras se utiliza sistemáticamente el pino, a juzgar
por su abundancia en todos los niveles de derrumbe. Esto es una tónica general en otros yacimientos de cronología ibérica y debe de responder a un aprovechamiento de la especie arbórea con mayor ubicuidad en el
medio, ya que confluyen la disponibilidad inmediata y unas buenas características de su madera.
La recolección sistemática en el entorno del yacimiento nos hace suponer que existiría cierta deforestación local por la sobreexplotación en esta zona, al igual que en las áreas más aptas para la agricultura. Pero
existirían otras áreas de actividad y de explotación a pie de los recursos: algunas de las estructuras de procesado del mineral, como los bajos hornos de reducción, estarían probablemente junto a las minas. Esto supone la necesidad de mantener siempre un equilibrio entre las zonas deforestadas y otras que permitieran
la continuidad de la explotación forestal.
las hErramiEntas para El trabajo dE la madEra
Para el trabajo de la madera, además de la materia prima, son necesarias las herramientas y, por supuesto, manos hábiles que las sepan utilizar. Las excavaciones en la Bastida de les Alcusses han proporcionado tal variedad y cantidad de herramientas (Pla 1968) que permite ilustrar los procesos que se llevaron a
cabo para transformar los árboles en objetos [figs. 44 y 45].
En la producción de objetos a partir de cualquier materia prima hay tres factores claves a analizar: el primero son los objetos y las herramientas con las que se actúa sobre la materia; el segundo es el proceso técnico, que se compone de cadenas operativas, que a su vez se dividen en varias fases, y cada fase en gestos,
la unidad técnica básica. El tercer factor son los conocimientos, expresados o no por los agentes que llevan
a cabo los procesos (Lemonnier 1983, 12). Teniendo en cuenta estos planteamientos, hemos ordenado el
primer factor, las herramientas relacionadas con el trabajo de la madera en la Bastida, por orden de intervención en una hipotética cadena operativa que es común al proceso técnico de muchos objetos lígneos.
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Tala
El primer gesto que hay que llevar a cabo para crear un nuevo artefacto es obtener la materia prima, que
en el caso que nos ocupa es la madera del árbol mediante su tala. Para tal menester se ideó el hacha que
apareció en el Depto. 80 de la Bastida (Fletcher et alii 1969, 189), una herramienta única en el yacimiento,
cuyas características morfológicas la hacen especial para la tala de árboles [fig. 46]. Su tamaño (22,1 cm de
longitud, 6,7 cm de filo), y su peso (originalmente unos 1.300 g) indican que se utilizaba con las dos manos.
La hoja tiene una forma alargada, más ancha en el filo, y ligeramente curvada. La parte inferior del filo también es curva, acabada en una especie de pico ganchudo, lo que facilita la tarea de mover y voltear los troncos.
El talón tiene un saliente cuadrangular que presenta marcas de haber golpeado; con él se podrían clavar los
pinchos de arrastre para transportar el tronco abatido o clavar cuñas capaces de rajar la madera o abrir los
cortes de sierra.
Esta pieza no sólo sirve para talar; se pudo utilizar para cortar leña; para descortezar y escuadrar los
troncos, para fabricar las vigas y postes de las casas y preparar el tronco, para sacar tablas en una fase posterior. Es la única herramienta documentada hasta ahora en el yacimiento capaz de abatir un árbol y prepararlo para su posterior uso, lo que la convierte en una herramienta muy relevante. Además, hoy por hoy no
podemos hablar de tala con sierra en la Bastida, pues los fragmentos de sierra recuperados corresponden a
herramientas de pequeño tamaño con las que la tarea se hace impracticable.
Despiece
La segunda fase es el despiece, cuando una serie de gestos intervienen directamente en la materia creando
así diferentes módulos (tablas, tablones, etc.) que posteriormente se podrán volver a modificar. Previamente
se ponen en práctica procesos que facilitan la tarea de crear una forma preconcebida a través de la medición
y marcaje. Una herramienta de medición utilizada para el despiece es el compás, documentado hasta con
seis ejemplares (Deptos. 21, 30, 75, Calle Oeste, y otros dos de ubicación imprecisa). El compás no sólo se
emplearía para obtener circunferencias, sino también para transportar medidas relativas. Así, se pueden
realizar marcas equidistantes en cualquier objeto de madera para señalar la referencia por las que luego pasará la sierra. También se pueden hacer medidas más largas multiplicando una medida fija tantas veces
como sea necesario.
Para dividir el tronco en piezas de menores dimensiones se emplea la sierra. De
los fragmentos documentados, destaca por
su longitud (38,3 cm) la sierra del Depto.
212 [fig. 47] (Pla 1968, 154). El hecho de
que el dentado sea bastante fino y que la anchura de la hoja es relativamente pequeña,
permiten plantear que se trata de una sierra
para cortes de poca potencia que manejaría
una sola persona. Probablemente iría sujeta
a un bastidor de madera, como indican los
tres remaches que hay en el extremo conservado. Este tipo de herramienta, al igual
que todas las de corte, necesita un mantenimiento y un afilado asiduo. Una sierra es
muy importante en la gestión de la madera
en proceso de elaboración. Con ella se pueden cortar de largo vigas y postes y los listones de toda clase de muebles, siendo, en
definitiva, uno de los útiles más versátiles
y, a la vez, más especializados.
42. Pletina de hierro de la Puerta Este con improntas de madera.
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Junto a la sierra, otro instrumento que se pudo utilizar en el despiece de la madera es el llamado gato.
Este es un elemento de sujeción, formado por una varilla de hierro con las dos puntas dobladas en ángulo
recto; las puntas están dobladas en distinto plano, con una diferencia de 90º. Por analogía morfológica a
los gatos que se empleaban hasta hace unas décadas, proponemos que esta varilla se utilizaba para la fijación
del madero al banco o caballete en el que éste se serraba, clavando cada punta a un elemento, con el fin de
evitar movimientos. El único ejemplar de este útil que encontramos en la Bastida lo tenemos en el Depto.
30 (Fletcher et alii 1965, 159).
Para cortar longitudinalmente, o para extraer tablas, se puede rajar un tronco de madera blanda por la
veta con cuñas de madera dura (Abella 2003, 55) o de metal, como la del Depto. 53. Con un hacha se practican las primeras hendiduras donde se colocan las cuñas, repartidas a lo largo del tronco a la misma distancia de uno de los bordes. Con una maza de madera, o con el talón del hacha se van clavando las cuñas,
alternando los golpes de una a otra, de manera que todas vayan penetrando a la misma profundidad. De
esta manera se obtienen tablones muy toscos y de anchura irregular, que luego es necesario labrar para regularizar su superficie. Para cortar longitudinalmente se podría haber utilizado una sierra bracera, como se
emplea en carpintería tradicional, pero su uso no se ha documentado en el yacimiento.
Labra
Tras cortar las piezas a la medida deseada, se procede a la labra de las mismas. Entendemos por labra el
proceso de rebajar y pulir la madera para darle la forma deseada. Para este trabajo bien se pudieron utilizar
las hachas de pequeño tamaño (Deptos. 46, 100, 155 y 183). Se trata, en todos los casos, de hojas de unos 11
cm de longitud y entre 4 y 6 cm de filo [fig. 48]. Seguramente se utilizaron como hachas agrícolas o domésticas, para la poda de árboles y el acopio de leña, pero nada impide que se utilizaran también para cortar y
regularizar superficies, lo que precisa del buen estado del filo y la pericia del usuario. También un hacha de
dos manos se pudo emplear para labrar piezas grandes, como vigas, postes o dinteles.
En el Depto. 126 se halló una cuchilla con el arranque de dos espigas de enmangue [fig. 49]. Pla propuso
su uso en carpintería o peletería, identificando la pieza con una garatura (Pla 1968, 154). Según la forma que
tiene, creemos que se asemeja más a las cuchillas de dos manos o raseros que se utilizan en tonelería. Posiblemente se utilizó para desbastar y rebajar las superficies, deslizándola por la pieza en dirección al usuario.
De esta manera, cumple la función que a
partir de época romana desempeñaron
los cepillos, no documentados en yacimientos ibéricos por el momento. La cuchilla, pues, se utilizaría después del
hacha.
Otro elemento que pudo emplearse
en la labra es la azuela. Por la forma del
filo y su inclinación respecto al mango, de
55º aproximadamente, creemos que la
alcotana del Depto. 163, se trata, en realidad, de una azuela. Con ella también se
podrían labrar todo tipo de superficies.
En las últimas fases de la labra, a
modo de lija, se pudo hacer uso de piedras abrasivas que frotándolas con
arena por la superficie pulen la madera
como se representa en varios ejemplos
egipcios (James 1972, 61). En la Bastida
hay piezas que se identificaron como
43. Madera de sauce-chopo adosada al herraje de la Puerta Este, posiblepiedras de afilar, pero que también se
mente parte de los tablones de los batientes. 1 y 2: corte transversal. 3:
corte tangencial. 4: corte radial.
pudieron utilizar en este trabajo.
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44. Herramientas en relación con el trabajo de la madera, por fases de la cadena operativa. 1: Hacha de dos manos del Depto. 80.
2: Compás del Depto. 21. 3: Gato del Depto. 30. 4: Cuña del Depto. 53. 5-7: Sierras de los Deptos. 212, 183 y 125 (elaboración propia a partir de Fletcher et alii 1965 y 1969 y Pla 1968).
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45. Herramientas en relación con el trabajo de la madera, por fases de la cadena operativa. 1: Hacha de una mano del Depto. 46.
2: Hacha de una mano del Depto. 183. 3: Hacha de una mano de procedencia desconocida. 4: Azuela del Depto. 163. 5: Cuchilla de
dos manos del Depto. 126. 6: Escoplo del Depto. 52. 7-9: Formones de doble bisel de los Deptos. 185, 208 y 123. 10: Formón ancho
del Depto. 105. 11 y 12: Formones estrechos del Depto. 30 y de procedencia desconocida. 13 y 14: Taladros de los Deptos. 167 y 100.
15: Barrena del Depto. 125. 16: Gubia del Depto. 52. 17: Piedra abrasiva plana del Depto. 58 (elaboración propia a partir de Fletcher et alii 1965 y 1969 y Pla 1968).
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47. Sierra del Depto. 212. Long. 38,3.
46. Hacha de dos manos del Depto.
80. Long. 22,1 cm.
48. Hacha, estampa, azuela, escardillo y alcotana de procedencia diversa.
49. Taladro, formones y cuchilla de dos manos de procedencia diversa.
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Montaje
Esta fase corresponde al ensamblaje de las diferentes piezas que forman un objeto. Una de las herramientas para estos trabajos más representada en la Bastida es el escoplo. Pla agrupa bajo este término tanto
cinceles como verdaderos escoplos, obviando las diferencias del filo (Pla 1968, 152). Sin embargo, en carpintería los escoplos presentan bisel simple y los cinceles son herramientas de bisel doble con ángulo bastante abierto que, normalmente, no se utilizan para el trabajo de la madera porque la hendidura que
producen es en forma de V, sin dejar ningún plano y teniendo tendencia a clavarse demasiado en la madera.
Los escoplos [fig. 45, 6] se utilizan para tallar los ensambles, como el sistema de caja y espiga. Su sección
suele ser cuadrada y estrecha, y el filo de bisel simple con un ángulo de unos 20 º, lo que le permite penetrar
en la madera más que ningún otro útil activado por percusión. Por ejemplo, se emplearía en labrar las mortajas en los tronos y sillas similares al de la Dama de Baza, que imita ejemplares en madera como muestran
las representaciones de los nudos (Presedo 1997, 122). En la Bastida hay tres escoplos, entre los que destaca
el del Depto. 52 (Fletcher et alii 1969, 17), por ser el más grande y mejor conservado.
Junto al escoplo, se utilizaba el formón [fig. 49], elemento similar pero de sección más aplanada. Los
ejemplares de la Bastida tienen filo de un sólo bisel o de doble bisel pero formando un ángulo muy agudo,
de unos 5º, como el ejemplar del Depto. 30. Al igual que la mayoría de escoplos, los formones llevaban un
mango de madera que recibía los golpes de la maza con la que se percutía. Al tener una sección de tendencia
rectangular es más útil para labrar con precisión zonas de poco espesor. Si el escoplo es la herramienta con
la que se perfora, el formón es con la que se repasa y escuadra la mortaja y con la que se ajusta la espiga.
Esta herramienta también se utiliza en la fase de la labra, para desbastar cualquier superficie de poca extensión. En la Bastida se han hallado al menos ocho formones.
Otro de los elementos más utilizados para el montaje fue la barrena, que permite perforar la madera para
introducir en ella elementos de unión como remaches. Un ejemplo claro de utilización de la barrena lo tenemos en las puertas, donde, según la propuesta que planteamos en el capítulo 4, se practicaban unos orificios por donde pasaban los remaches que unían las dos planchas. El mejor ejemplo es la del Depto. 125
que, enmangada en un travesaño perpendicular, se accionaba dando vueltas en el mismo sentido.
También se usa para perforar el taladro, una varilla de hierro que termina en una punta aguzada y cortante, con doble bisel, que se inserta en un mango de madera. Produce agujeros menores que los de la barrena. El mango se sostiene con una empuñadura independiente que tiene un orificio en el que el mango
gira cuando es impulsado por el arco. Como el movimiento del arco es alterno, la punta del taladro tiene
que cortar en dos sentidos. En la Bastida se han hallado taladros en los Deptos. 40, 100, 130, 163 y 167.
Decoración y acabado
Después del montaje, algunos de los objetos más elaborados estarían decorados con tallas y pinturas,
como se puede intuir viendo algunos de los muebles que la iconografía ibérica nos muestra (Ruano 1992).
Para los trabajos de talla, el instrumento más indicado es la gubia. Es dudoso su uso en época ibérica, pero
en el Depto. 52 se halló un utensilio que puede tratarse de una gubia. Se trata de una varilla curva de sección
rectangular cóncava, que en su mitad superior tiene forma de espiga de enmangue y en la inferior curvada,
terminando en un filo de media caña.
Otras técnicas decorativas de los muebles ibéricos son la pintura, cuyo uso podemos extrapolar del trono
de la Dama de Baza (Presedo 1997, 122), y la taracea, técnica en la que intervienen el compás, la sierra, la
maza y escoplos finos, para embutir fragmentos de hueso en madera, como se documentó en unos carbones
con incrustaciones de hueso grabado hallados en Cancho Roano, en Extremadura (Maluquer 1981-1982,
98-106).
Las herramientas que hemos presentado constatan un trabajo de la madera a dos niveles: por un lado,
un nivel doméstico que precisa de pocos conocimientos y herramienta poco especializada, representado por
las herramientas de la primera fase y por las prácticas de aprovisionamiento de leña, poda de árboles y fabricación de elementos estructurales básicos. Por otra parte, se constata un trabajo de la madera mucho más
especializado, que precisa de herramientas más concretas y menos versátiles. Este nivel, que es más visible
135
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50. Agujas esparteras de los Deptos. 13, 38/39, 75 y 142.
en la Bastida que el anterior, está representado por las herramientas de las fases de despiece, labra, montaje
y acabado y por todas las tareas que se les asocian. En definitiva, los excepcionales conjuntos de este
yacimiento nos ofrecen una oportunidad única de acercarnos más a la herramienta, una parte trascendental
de la cultura material, que junto al factor humano crea el binomio capaz de transformar el medio.
El trabajo dE fibras vEgEtalEs: la cEstEría y la cordElEría
La economía en la sociedad ibérica es sobre todo, de carácter familiar. Una economía de base campesina,
que tiende a la autosuficiencia, de productos alimenticios y artesanales. Tal y como evidencia el registro arqueológico, en las casas se llevaban a cabo actividades de diversa índole. Posiblemente una parte de los instrumentos utilizados en el trabajo de fibras vegetales fueron elaborados por los propios residentes de la casa,
quienes llevarían a cabo los trabajos de transformación de aquéllas en productos. No siempre es sencillo
demostrar todos estos aspectos, pues depende de la naturaleza de los contextos arqueológicos y la identificación de elementos que podemos relacionar con tal actividad. Obviamente, estamos lejos de identificar en
los contextos de la Bastida la totalidad de fibras y herramientas empleadas en estos procesos pero sí podemos
señalar algunos de los objetos específicos.
Del uso de fibras vegetales para la elaboración de objetos nos hablan diversas fuentes: la tradición del
uso del esparto y la importancia que tenía en la vida cotidiana es reseñada, entre otros autores, por Estrabón
(iii, 4, 9) que nos dice servía para tejer cuerdas y se exportaba a diversos lugares. Q. Horacio Flacco (Epodos,
iV, 3) y Plinio (Historia Natural, xix, 27) resaltan el prestigio de las afamadas cuerdas de esparto ibéricas
(Rabanal 1985, 586 y 606) y el último señala, además, otras aplicaciones habituales del esparto para la confección de lechos, antorchas o calzados.
Los objetos de cestería y cordelería se hicieron aprovechando las materias vegetales que les proporcionaba
el entorno. Suponemos que se utilizaría el cáñamo, el mimbre, la paja de cereales vestidos, e incluso las
ramas flexibles de olivos y fresnos y, por supuesto, el esparto, una planta herbácea de cuyos tallos se saca
una fibra textil con el que se confecciona soga o cuerda, que pasa a ser materia prima de objetos diversos
como capazos, cestas, cuerdas, sogas y calzados (Fernández Pérez 2002, 5; Mata et alii 2010, 150). Hasta el
momento, en la Bastida, sólo constatamos materialmente la presencia de lino (Linus usitatissimum L.), que
pudo ser utilizado para la elaboración de telas de excelente calidad y también en cordelería, donde se emplearían los hilos más bastos.
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El proceso artesanal para preparar el esparto consistía en distintas fases: en primer lugar, se procedía al
arrancado, después se transportaba a hombros o a lomos de las caballerías hasta el asentamiento, donde se
realizaba el fermentado introduciendo el esparto en agua durante un día, aunque también podía ser macerado
en agua caliente para reblandecerlo. A continuación, se procedía al secado al sol y, por último, se llevaba a
cabo el machacado de las puntas para evitar los pinchazos durante su trabajo. A partir de ese momento, ya
estaba preparado para que fuera utilizado para la elaboración de utensilios y objetos aplicables a la vida diaria.
Los fragmentos de objetos de esparto conservados en otros asentamientos como el Castellet de Bernabé
(Guérin 2003), la Picola (Badie et alii 2000, 84), el Puntal dels Llops (Bonet y Mata 2002), la Monravana
(Mata et alii 2010, 148) o el Oral (Abad y Sala 1993), apuntan a un mayor empleo del esparto trenzado mediante la técnica de cestería cruzada diagonal. Con esta técnica, se realizaban una serie de tiras anchas o
pleitas, creadas a partir del cruce varios ramales de esparto dispuestos diagonalmente, que cosidas unas a
otras y cerrándolas pueden formar diferentes objetos (Alfaro 1984; Tébar 2003).
Los productos así elaborados se utilizarían en el trabajo del campo, la carga, el acarreo o transporte y el
almacenamiento de materiales. Se fabricaron espuertas o capazos, canastas y cestos tanto para la vendimia
como para acoplar al lomo de las caballerías (serones), pero también colmenas, cuerdas, cordeles y sogas,
sacos de esparto o cáñamo para el almacenado y conservación de productos agrícolas y alfombras o esteras
usadas como camas, entre otros. Un uso importante de la cordelería de esparto fue en las construcciones,
para sujetar los elementos que soportaban las techumbres de las viviendas, y en los calzados.
El trabajo con las fibras vegetales se caracteriza, entre otras cosas, por la simplicidad de los utensilios
que se necesitan. Las herramientas necesarias son cuñas y agujas de madera o hierro, para abrir; navajas de
punto curva o cuchillos y tijeras, para cortar; mazo y mesa de majar, para rematar y agujas para coser las
tiras de mimbre o esparto (Rodríguez Santana 2002). En la Bastida documentamos las agujas de hierro denominadas esparteras o saqueras, que apenas han sufrido variaciones hasta nuestros días [fig. 50]. Consisten
en una lámina larga, algo curvada, cuyo grosor disminuye desde la cabeza a la punta, siendo la primera aplanada y con dos orificios, aunque pueden llevar uno, que es menos frecuente, como el ejemplar del Depto. 99
(Fletcher et alii 1969, 301, nº 98) que también es singular por presentar el extremo inferior doblado en ángulo marcado. Son catorce los ejemplares documentados, todos de hierro, lo que puede ponerse en relación
con el carácter de las fibras empleadas en los trabajos de cestería.
Cuñas de hierro como la del Depto. 53 (Fletcher et alii 1969, 20, nº 9) y diversas herramientas de carácter
polifuncional tales como cuchillos o punzones de hierro eran generalmente empleadas en tareas de carpintería y curtiduría, pero podrían haberse utilizado también en el trabajo de cestería. Para cortar las tiras del
esparto o del mimbre pudieron recurrir a las chiflas o cortantes, de los que se conocen algunos ejemplares
con forma de media luna y vástago para enmangar de los Deptos. 3 y 80. Otro instrumento empleado en el
proceso de trabajo del esparto fue la “cogedera” o agarradera. Se trata de una varilla de hierro con una longitud aproximada entre 20 y 38 cm que termina en una pequeña punta curva, que se ataba a la muñeca y
antebrazo con una pequeña tira de cuero o cuerda. Por el otro extremo se arrollaba la fibra de esparto y,
mediante un brusco tirón, salía.
No se conocen evidencias arqueológicas de espacios destinados únicamente al trabajo de cestería, lo que
sugiere que el artesano no dispondría de un taller como tal y realizaría su labor dentro de la unidad doméstica. El lugar donde se desarrollaría la actividad sería preferentemente el patio, ya que se necesitaban lugares
espaciosos y fáciles de limpiar.
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La vida en Las casas
Helena Bonet Rosado, lucía soRia comBadieRa y Jaime ViVes-FeRRándiz sáncHez
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E
l espacio doméstico es una unidad de análisis de enorme interés en arqueología ibérica, pues estudiamos
un tipo de organización social en que la casa es el marco en el que se desarrollan muchas de las actividades que hemos repasado en el anterior capítulo. Las paredes de la casa delimitan el escenario en el
que se desarrolla la vida cotidiana y gran parte del trabajo artesanal. El espacio doméstico, además, supone la
plasmación material de las estructuras familiares en el marco de otras relaciones sociales en el poblado.
Hemos visto en el capítulo 4 que en la Bastida hay una gran diversidad de casas, con variaciones en la
distribución, en las superficies y en los usos de los espacios. Esta heterogeneidad invita a pensar en diferencias en las organizaciones y relaciones familiares, de barrio, de grupos o de ocupantes del poblado. En este
capítulo analizaremos los equipamientos y enseres que se hallan en las casas, y que son la base material
para la reproducción de la familia, y en consecuencia de la Casa en tanto que institución que acumula bienes
y derechos a favor de sus habitantes.
la arquitEctura doméstica
Contamos con un volumen importante de documentación sobre las técnicas constructivas, las necesidades de materias primas y el tiempo necesario para levantar una vivienda. Diversos proyectos de investigación
y equipos se han centrado en los últimos años en estos aspectos para el periodo ibérico (Bonet y Pastor 1984;
Belarte 1997; Díes et alii 1997; Bonet et alii 2000; Ferrer García 2010).
En la Bastida el tipo de arquitectura y los materiales que se emplearon para construir las casas son los
mismos que los documentados en la muralla y en las puertas, sólo que con una evidente diferencia de escala.
Así, la tierra, la madera y la piedra son los materiales utilizados en la construcción, pero es, sobre todo, la
tierra el elemento predominante [figs. 1 y 2]. Recordemos que la construcción con tierra en forma de adobes
es adecuada si se cuenta con abundante mano de obra y capacidad organizativa para planificar y mantener
los procesos de fabricación. Al igual que la muralla, las casas presentan un zócalo de piedra, que en este caso
mide entre 0,50 y 1 m de altura, sobre el que se levantan las paredes de adobes en hiladas sucesivas. Dependiendo del grosor del muro se colocarían a tizón (trasversales) o a soga (paralelos al eje del muro), aunque
es menos frecuente. Se trababan con la misma tierra plástica y húmeda empleada en su elaboración. La colocación de los adobes húmedos podría generar problemas en la estabilidad del edificio, aunque en ocasiones
su uso en húmedo facilitara el trabajo en determinados puntos como vanos o esquinas como pudimos comprobar en las experimentaciones arquitectónicas (capítulo 12).
Todo el edificio, tanto en el exterior como en el interior, se revestiría de barro y quedaría enlucido con
cal, aunque no tenemos constancia de estas soluciones en las casas de la Bastida debido a que la documentación procede, principalmente, de las excavaciones entre 1928 y 1931. Estas excavaciones sí constatan, en
cambio, las medidas de algunos adobes, de 35 x 25 x 12 cm en el Depto. 30 (Fletcher et alii 1965, 153). En
algún caso se han documentado incluso enlucidos pintados de color verde-azulado (Díes et alii 1997, 241).
Los suelos son de tierra apisonada y, excepcionalmente, de enlosados como sucede en los Deptos. 191 y
244 del Conjunto 3. Las cubiertas estaban construidas con un entramado de rollizos de madera, trama vegetal y una gruesa capa de tierra que se apoyaba sobre vigas maestras. Serían techos planos, aunque man-
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teniendo ligeras e inapreciables pendientes para el desagüe, como ha demostrado nuestra experiencia en la construcción y el mantenimiento de la casa experimental
(capítulo 12).
Los vanos de las viviendas suelen tener entre 0,80 y 1
m de ancho, y se han documentado pletinas de hierro para
unir los tablones de madera de los batientes en los Deptos.
17, 23 y 35. La revisión de los materiales de las excavaciones antiguas ha permitido identificar fragmentos de hierro
que podrían ser llaves o elementos de las cerraduras en el
Depto. 122. Además, una serie de varillas de hierro con el
extremo doblado en doble codo halladas en diversos departamentos podrían ser interpretadas como llaves, como
se ha propuesto para la Serreta (Grau y Reig 2002-2003,
113, lám. ix), aunque no necesariamente de puertas sino
más bien de candados o cajas (Bonet y Mata, en prensa b)
[fig. 3].
Algunos vanos que son más anchos, como los documentados en el Depto. 23 de la Casa 1, en el Depto. 186 de la
Casa 2 o en el Depto. 238 de la Casa 6, pueden interpretarse como entradas para carretas o carros a patios o porches. Algunos patios y corredores eran distribuidores del
espacio y proporcionaban privacidad a determinadas ha1. La arquitectura ibérica emplea bases de piedra y
bitaciones tanto desde la calle como desde el interior. En
alzados de adobes en los muros como muestra este
los patios también se llevaban a cabo actividades, pues en
detalle de la casa reconstruida experimentalmente.
algunos hay hornos (Conjunto 3) y, quizás, aquellos con
suelos irregulares y poco propicios para ser transitados pudieron haber albergado establos, aunque de momento no
se han realizado análisis químicos de los sedimentos para confirmarlo y ni los abrevaderos ni comederos, si
existieron, se han conservado por estar hechos de materiales perecederos. En todo caso, se interpretan como
posibles establos algunos departamentos alargados y estrechos, o los patios de los Conjuntos 2 y 3 (Díes et
alii 1997, figs. 8 y 9).
vida y trabajo En las casas
Una vez delimitado arquitectónicamente un edificio, una dificultad inicial estriba en identificarlo como
una casa. Ya hemos visto en los capítulos 4 y 5 que no hay un solo tipo de casa y que se da, en cambio, una
enorme variabilidad en la distribución y organización de los espacios, así como en los equipamientos arquitectónicos y las actividades realizadas en ellos. Esta diversidad responde al hecho que cada familia proyectó
los espacios en los que iba a vivir y trabajar en relación a sus ocupaciones, necesidades, expectativas y riqueza, y que las casas y las familias evolucionaron al mismo tiempo que lo hicieron las estrategias socioeconómicas utilizadas.
Hemos de tener en cuenta, de entrada, que en las casas también se trabajaba, o dicho de otro modo, que
no hay espacios de trabajo desvinculados del ámbito doméstico. El espacio de la casa, donde se alimenta y
reposa la familia, y el espacio para el trabajo están estrechamente relacionados en este sistema socioeconómico, y así lo muestra el registro material que tratamos. En este sentido, las actividades agrarias, las prácticas
metalúrgicas y las relaciones comerciales, en distinto grado según las casas, fueron los tres pilares fundamentales en los que se asentaron las bases económicas para reproducir el grupo doméstico y para consolidar
el poder de cada casa / familia.
Desde este punto de vista, resulta crucial poder identificar a partir del registro material el carácter de las
actividades que sus ocupantes llevaron a cabo, y en la medida de lo posible discernir la función de las distintas
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2. Reconstrucción y ambientación hipotética del Conjunto 2
visto desde el sur.
habitaciones [fig. 4]. Esto se realiza a partir de los datos arquitectónicos y de la información que nos transmiten los equipamientos y otros objetos hallados en cada espacio, aunque hemos de tener en cuenta, por un
lado, que algunos departamentos serían polivalentes, es decir que podrían albergar distintos tipos de actividades, y por otro la movilidad de algunos equipamientos o incluso que hubiera actividades compartidas entre
casas. Para el primer caso, es muy probable que así fuera, por ejemplo, con las actividades textiles, que no
requieren una infraestructura muy compleja o pesada, ya que telares, y elementos para el hilado se pueden
trasladar con facilidad. Otras instalaciones de transformación de alimentos serían difíciles de desplazar cotidianamente, como los molinos grandes; y, de hecho, hemos planteado la existencia de molinos de uso colectivo (Depto. 155).
Distribución y funcionalidad de los espacios construidos
Hemos visto que todas las casas, tanto aquellas pequeñas que oscilan entre 20 y 60 m2, como aquellas
más grandes, que ocupan una superficie en torno a los 150 m2, reparten las funciones básicas de despensa y
estancia con hogar, y, con frecuencia, la molienda, en una o varias habitaciones, según el número de ocupantes
y la riqueza de la casa. La variabilidad es la norma, y ello se explica por
el hecho de que el aspecto de la casa
y las actividades desarrolladas responden a las estrategias desplegadas por sus ocupantes, y que quedan
materializadas en su biografía. A
continuación recogemos algunos
ejemplos de los conjuntos mejor estudiados hasta ahora.
3. Llave de candados o cajas (long. 10 cm).
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La Casa 11 [fig. 5], de unos 50 m2, está formada por cinco habitaciones que reparten las funciones básicas
de despensa, estancia con hogar y actividad textil (Díes et alii 1997, 236-44; Díes et alii 2006). Hay casas
muy pequeñas, de sólo 24 m2, como la que forman los Deptos. 25 y 26 que cuentan con un área de molienda
y tejido y en la que en la que se llevaron a cabo actividades metalúrgicas.
Las casas más grandes muestran distribuciones diferentes, pero con los mismos elementos básicos. La
Casa 1, por ejemplo, tiene 150 m2 y está formada por dos cuerpos separados por un patio, con vano para la
entrada de carros [fig. 3 del capítulo 12]. El primer cuerpo de la casa consta de un vestíbulo y sala principal
que da paso a dos habitaciones cuadrangulares, uno que sería un espacio de molienda y otro para el hogar.
En esta sala principal pudieron haber tenido lugar también procesos de trabajo metalúrgico a juzgar por los
restos de fundición de plomo hallados. El segundo cuerpo está al norte del patio y está formado por una sola
habitación alargada, que posiblemente fuera un almacén doméstico.
Otros conjuntos ofrecen más dificultades para su interpretación arquitectónica, pues una serie de espacios
secundarios compartidos entre viviendas alertan de una lectura sencilla en cuanto a la distribución de habitaciones y funciones [fig. 1 del capítulo 4]. Por ejemplo, el Conjunto 2 [figs. 6 y 7] está formado por varias
construcciones cuandrangulares que se agrupan formando un edificio con alta densidad de ocupación y en
el que se han identificado cuatro casas (Díes et alii 1997). El Conjunto 3 [figs. 8 y 9] también está formado
por cuatro casas con superficies que oscilan entre 80 y 128 m2. Todas ellas comparten una misma línea de
fachada y muros medianeros, con entradas estrechas, mientras que en la parte trasera hay entradas más anchas para carros. Tres de ellas tienen patios (Deptos. 202, 232 y 238). Además de estos conjuntos, hay otras
construcciones formadas tan sólo por dos estancias contiguas, como los Deptos. 84-85/86 o los Deptos. 3 y
4, de 22 y 20 m2 respectivamente (Conjuntos 17 y 20). Difícilmente podemos denominar a éstas construcciones casas, pues carecen de equipamientos definitorios como hogares, molinos u otras instalaciones domésticas aunque en ellas se han hallado vasos cerámicos, aperos de trabajo e incluso fusayolas lo cual podría
indicar que se trata de espacios vinculados a las viviendas cercanas más grandes.
El Conjunto 4, por su parte, al sur de una gran plaza y junto al Conjunto 3, es más controvertido [fig. 8].
El estudio detallado de las excavaciones antiguas y los muros conservados ha permitido corregir anteriores
estimaciones sobre la extensión de una gran vivienda de más de 300 m2 denominada Casa 10 (Díes y Álvarez
1998). El edificio no está cerrado por ningún muro que lo separe del camino de ronda, como se defendía en
la anterior propuesta, a partir del cual sus autores podían relacionar todos los departamentos de este Conjunto 4 como pertenecientes a una
misma casa. De hecho, una base de
mampostería asociada a un pequeño almacén junto a la calle junto
a la muralla son las únicas construcciones que hay al sur del Depto.
225, aisladas, además, por un desnivel practicado en la roca.
Este conjunto está formado por
dos grandes bloques constructivos,
como se ha venido publicando recientemente (Belarte et alii 2009,
115), pero separados por el espacio
abierto del Depto. 211. Uno de estos
bloques, el oriental, tiene tres departamentos que dan a las calles
junto al Conjunto 3 (Deptos. 197,
208 y 210) formados por una sola
habitación con entradas muy anchas. En el bloque occidental, al que
4. Espacio doméstico en proceso de excavación en el año 1928. Se observa a la
se accede por el Depto. 212, identiizquierda una plancha de plomo fundido y, a su derecha, tinajas, copas y ollas
ficamos dos espacios no comunicade cocina.
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5. La Casa 11. Los espacios numerados como
255, 260 y 257 han sido interpretados como
un vertedero (según Díes et alii 2006).
dos entre ellos: uno formado por dos estancias con acceso directo desde la plaza (Deptos. 219 y 220) y otro
formado por los Deptos. 213, 218, 224 y 225, con acceso desde el área abierta que comunica estos espacios
con la plaza, por un lado, y con el camino de ronda por otro. En uno de éstos, en el Depto. 218, se halló en
1931 una pequeña figura de bronce que representa un guerrero a caballo y que pudo pertenecer al remate
de un cetro (Lorrio y Almagro-Gorbea 2004-2005), sin duda una de las piezas más significativas del yacimiento y que convierte a este edificio en una casa destacada.
Otro complejo conjunto está situado en la parte más alta del asentamiento y aparece aislado del resto de
construcciones. Denominado Conjunto 5 [fig. 35 del capítulo 4], ha sido publicado como un solo edificio,
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6. Planta del Conjunto 2 e identificación de las casas que alberga
(elaboración a partir de Díes et
alii 1997).
con amplios espacios abiertos, y se le atribuye una posible función pública, ya sea de carácter civil o cultual
(Díes y Álvarez 1997). Si bien sus ajuares no son significativos para poder determinar ninguna función específica, sus características arquitectónicas, su ubicación destacada y aislada en la parte más alta de la loma y
junto a la calle principal, le diferencian del resto de edificaciones (Belarte et alii 2009, 115). En el capítulo 4
hemos propuesto que se trata de una gran residencia en la que se pudieron llevar a cabo actividades específicas con ciertas dimensiones públicas, como reuniones, celebraciones o incluso intercambios significativos.
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7. Estado actual del Conjunto 2
visto desde el sur. En primer término los Deptos. 185 y 186.
hogar y dEspEnsa, símbolo y sustEnto dE la casa
Los elementos definitorios del espacio doméstico son el hogar, símbolo de la vida en la casa, y la despensa,
garantía del sustento de sus ocupantes (Bonet y Guérin 1995). No es casualidad que ambos estén en relación
con la necesidad vital de alimentarse, de lo que depende la reproducción del grupo doméstico.
El espacio del hogar ocupa normalmente un lugar destacado, aunque con frecuencia compartido con
otras actividades familiares. Con el hogar se realizaban las actividades básicas como la preparación de alimentos y su cocinado, y a su alrededor se aglutinaría la familia en las veladas nocturnas, para la iluminación
y la calefacción. Todos los hogares documentados en la Bastida son del mismo tipo: la evidencia material es
una simple estructura de combustión formada por una placa lenticular de barro de dimensiones variables
(entre 30 y 60 cm), construida directamente sobre el suelo y, a veces, sobre unas someras bases de grava y
barro [fig. 10]. Hasta el momento no hemos podido confirmar el hecho de que algunas de estas placas sean
hornos domésticos del tipo tahona. En cualquier caso, sobre esta placa se colocaría el combustible –madera
o carbón– y así, mediante las brasas, caldear la estancia o cocinar con ellas. Los trípodes de hierro (Depto.
49 y 250) son un elemento que puede relacionarse también con las estructuras de combustión, bien para
cocinar o bien para los trabajos metalúrgicos [fig. 11].
La despensa o almacén de alimentos de la casa se sitúa, preferentemente, en un espacio apartado de las
zonas de paso y, a la vez, protegido de la luz. En las casas de varias habitaciones se podría destinar exclusivamente una de ellas a la despensa, cuyo tamaño no suele superar el metro de anchura. Los elementos materiales que permiten identificar las despensas son, fundamentalmente, los grandes contenedores cerámicos
como tinajas y ánforas, pero también habría otros recipientes hechos de materiales perecederos como sacos,
cestos o cajas de madera, que no se han conservado [fig. 12].
Sin duda, la cerámica constituye una de las manifestaciones artesanales más estudiadas por los arqueólogos, por su abundancia y por la información que se extrae de su estudio, desde aspectos tecnológicos hasta
funcionales o simbólicos. El estudio de las cerámicas, además, nos aproxima a las distintas facetas de la vida
de la Bastida: artesanal, doméstica, culinaria, económica, comercial, simbólica, ritual. Hasta el momento
no se han hallado alfares, ni restos de desechos cerámicos que indiquen que los vasos se produjeran en el
propio poblado. Por lo que conocemos de otros asentamientos ibéricos, los centros artesanales cerámicos
estaban ubicados en el exterior, en el entorno próximo a los poblados como se ve en el Tossal de les Basses,
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8. Los Conjuntos 4 y 3. En el Conjunto 3 se recoge la identificación de casas hecha en Díes et alii 1997. En el Conjunto 4 mostramos
la interpretación de los espacios a la luz de las revisiones de la arquitectura y los materiales.
9. El Conjunto 3 desde los
Deptos. 202 y 205.
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10. Hogar lenticular hallado en la fase final del Depto.
268, junto a la Puerta Oeste.
11. Trípode de hierro hallado in situ en una esquina del Depto.
250, en la Casa 11.
en Alicante, la illeta dels Banyets (el Campello), o los hornos cerámicos documentados en la comarca de Requena-Utiel (Bonet y Mata, en prensa a).
Como hemos dicho, los indicadores de la existencia de un área destinada al almacenamiento doméstico
son los grandes contenedores, las ánforas y tinajas, y sus accesorios, como las tapaderas y los soportes anillados [fig. 13]. El ánfora de tipo ibérico documentada en la Bastida es de forma ovoide, con boca estrecha
(12-14 cm) y dos pequeñas asas. Estos recipientes tienen una capacidad de unos 80 l. Se almacenarían en
las casas sobre el suelo o sobre bases anilladas y se taparían con tapaderas cerámicas de pomo central. Las
ánforas servirían también para transportar productos alimenticios a largas distancias, alineadas y apiladas
en carretas o barcos, y convenientemente protegidas con cordajes.
Las grandes tinajas son objetos de cuerpo bitroncocónico, con bocas más amplias que las ánforas, y con
dos asas. A diferencia de las ánforas, su diseño no está pensado para almacenar alimentos y transportarlos,
sino que permanecerían en las viviendas. Posiblemente por este motivo la mayoría de ellas se decoran con
llamativos colores y motivos geométricos pintados. Las tinajas se cubrirían con grandes tapaderas cónicas,
también decoradas. Llegan a almacenar cada una de ellas hasta 100 l y podrían contener tanto alimentos líquidos como sólidos.
En la Bastida se documenta un tipo de tinajas y tinajillas con pico vertedor en la parte inferior del cuerpo
destinado para la decantación de líquidos. Si bien han sido interpretados como vasos decantadores de cerveza o de vino (Mata y Bonet 1992, 126, donde se recoge la bibliografía), podemos pensar en recipientes
multifuncionales pues actualmente en el norte de
África se emplean para guardar el cereal: en este
caso el pitorro en la parte inferior permite extraer y consumir el cereal más viejo (Castel 1984,
184-149)
Otro gran contenedor de cuerpo globular y de
boca muy amplia y poco profundo es la lebeta o
lebrillo. Son pocos los recipientes de este tipo
que están decorados, siempre con simples bandas y líneas pintadas. Como las tinajas y tinajillas, los hay desde grandes hasta pequeños, por
lo que es probable que no tengan una funcionalidad específica y sus usos sean variados: desde
contenedor de alimentos o incluso de enseres,
hasta vaso de libaciones, usos todos ellos que se
recogen en todo el ámbito mediterráneo (Mata y
12. Tinajas y lebetas halladas en el Depto. 266, junto a la
Bonet 1992, 129)
Puerta Este.
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13. Selección de grandes contenedores cerámicos hallados en la Bastida: ánforas (a la derecha un ánfora de Ibiza y en medio una
producción posiblemente de Cerdeña), tinajas, lebes y tapadera (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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Vinculados a la despensa, el transporte y el trasiego de líquidos están los toneles y las cantimploras. Los
toneles están muy bien representados en la Bastida y han sido objeto de varios estudios monográficos (Fletcher 1957; Lillo 1979). Tienen una característica forma cilíndrica y horizontal, con una boca estrecha en la
parte superior y asas a ambos lados con acanaladuras para pasar una cuerda [fig. 17]. Estos elementos podrían indicar que se utilizaría para el transporte, o como contenedor de líquidos, o incluso para hacer mantequilla, pues ejemplares idénticos se utilizan en la actualidad en el norte de África para este fin. La obtención
de mantequilla se hace a partir del batido de la nata de la leche. Es preciso hervir primero la leche para obtener esta sustancia grasa. Después, introducida en el tonel, se bate mediante el balanceo del recipiente colgado de las asas. Así, con el batido constante se va formando una masa en forma de grumos de manteca que
se separa de la nata y del suero restante mediante su lavado (iborra et alii 2010, 105).
La cantimplora, por su parte, es de cuerpo esferoide aplanado, boca estrecha y asas para colgar [fig. 28].
Todo su perímetro tiene una acanaladura para la cuerda de suspensión, lo cual no ofrece dudas sobre su función:
transportar líquidos. Sin embargo, el ejemplar mejor conservado de la Bastida, hecho de cerámica tosca, podría
indicar que se utilizó también para exponer al fuego, para calentar líquidos, suspendido o sobre las brasas.
La alimentación
Los bienes alimenticios conservados en las despensas domésticas son vitales pues, debidamente conservados y transformados, permiten el sustento y la reproducción del grupo doméstico. Pero la alimentación
implica mucho más que cubrir una necesidad vital. La alimentación conlleva el dominio de una serie de procesos técnicos y, además, está cargada de connotaciones culturales, de tabús y de sanciones.
Para el caso de la Bastida, podemos conocer detalles de la alimentación de sus habitantes a partir del
examen detallado de las evidencias materiales que en las casas hallamos sobre esta actividad cotidiana:
desde los mismos restos bioarqueológicos –semillas, frutos, restos óseos de animales– que hemos repasado
en el capítulo 5, hasta los utensilios e instalaciones para el procesado de los productos, su transformación
y, finalmente, cocinado, que trataremos a continuación. Además contamos, por supuesto, con la propia
vajilla cerámica en la que se consumieron las elaboraciones culinarias.
Procesado de productos
La alimentación cárnica se basaría, obviamente, en las cabañas ganaderas y las especies silvestres documentadas en los estudios de restos óseos (capítulo 5). La carne se consumiría asada, salazonada o ahumada.
Suponemos que las diferentes porciones se descuartizarían previamente, aunque en la Bastida desconocemos
si este trabajo se llevaría a cabo en cada casa de forma independiente o habría lugares destinados a ello que
distribuirían los trozos de carne. Muchos restos óseos están fracturados, lo que podría indicar que se cocinarían en guisos o hervidos.
Las harinas y sémolas obtenidas a partir de la molturación de los cereales y leguminosas, principalmente,
son el grueso del aporte alimenticio en las sociedades tradicionales y la molienda es una actividad cotidiana
de transformación de alimentos. Hasta hace poco se consideraba que los molinos eran elementos presentes
en todo espacio doméstico (Bonet y Guérin 1995; Belarte et alii 2009), pero hemos constatado que hay casas
sin molinos, como las situadas en los Conjuntos 3, 4 y 5, o la Casa 11, y espacios con molinos colectivos que
sirven a varias casas, como el del Depto. 155 (iborra et alii 2010).
Los molinos de la Bastida depositados en el Museo de Prehistoria (29 piezas activas y pasivas) son del
tipo rotatorio, excepto un molino de vaivén. Los diámetros oscilan entre los 40 y 60 cm y tienen una tipología
muy característica: la pieza activa lleva dos grandes asideros enfrentados y perforados (aunque hay un ejemplar sin perforar) donde se introduciría el dispositivo de madera que permite la rotación de las muelas [fig.
14]. La parte superior de la muela pasiva es convexa, y se acopla perfectamente a la cara inferior de la muela
activa, que es cónvaca. Sólo un ejemplar tiene en lugar de asideros dos ranuras para introducir el mecanismo
de rotación. Las piezas pasivas tienen la particularidad de que el orificio central, donde iría alojado el eje de
madera, atraviesa toda la pieza: sólo en dos ejemplares se ha constatado que el agujero del eje no atraviesa
totalmente la piedra, siendo por otro lado la solución más frecuente en este tipo de muelas.
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14. Selección de molinos rotatorios hallados en la Bastida (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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Las escasas muelas inferiores a 40 cm de diámetro (una de 38 cm y otra de 34 cm) corresponden a molinos en los que se podría realizar tanto el movimiento rotatorio completo, pues la longitud del brazo humano
le permite hacer el movimiento con comodidad, como movimientos semirotativos a dos manos (Alonso 1996,
185). Las muelas con diámetros superiores a 40 cm podrían maniobrarse mediante movimiento semirotativo
por una persona pero se necesitarían dos para hacer el giro completo. El gran tamaño y peso de los molinos
más grandes sugieren que se trata de equipamientos fijos, instalados en estancias destinadas específicamente
para la tarea de molienda. Pero las piezas más pequeñas, algunas incluso desmontadas, podrían trasladarse
de unos espacios a otros de la casa o, sencillamente, estar almacenadas a la espera de su utilización.
A la hora de evaluar la distribución del procesado de alimentos en el poblado, los molinos son una de las
piezas que más garantías ofrecen para ello, pues se documentaban sistemáticamente en las notas y diarios
de excavación. Aparecen concentrados en algunas manzanas (Conjuntos 2, 7, 9 y 10), estando ausentes en
los Conjuntos 3, 4, 5 y 12 [fig. 15].
La existencia de morteros y ralladores indica que se procesaron productos en relación con salsas y condimentos como parte de las recetas ibéricas. Los morteros [fig. 28] son objetos cerámicos con paredes gruesas, abiertos y poco profundos. Su característica morfológica más destacada es que el fondo interno es una
superficie abrasiva mediante la inclusión de piedrecitas, trozos de cerámica o surcos concéntricos. Los morteros se utilizaban con las llamadas manos de mortero, que son pequeños objetos macizos de cerámica que
se emplean para picar o molturar el producto. A juzgar por el tamaño de los morteros documentados (diámetros inferiores a 30 cm) no parece que fueran utilizados para procesar volúmenes destacados y quizás
sirvieron para machacar sustancias no muy duras. Actualmente se usan los morteros cerámicos, por ejemplo,
para rallar queso en algunas regiones de la india (Gouin 1990).
Los ralladores, por último, son pequeñas láminas de bronce de unos 8/10 cm de longitud perforadas [fig.
16]. En la Bastida tenemos documentado un rallador de este tipo en el Depto. 80. Tanto los morteros como
los ralladores permiten plantear la sugerente idea de que las salsas y los condimentos jugaron un papel en
la elaboración de recetas y que, por tanto, se dieron estilos culinarios y una cierta diferencia en las cocinas
de cada casa.
Utensilios de cocina y formas de cocinar
El ajuar doméstico estaba compuesto de recipientes de cerámica, metal, piedra, madera o fibras vegetales,
siendo los tres primeros los que documentamos con mayor frecuencia por su naturaleza más duradera. Los
utensilios de cocina más abundantes son las ollas de cerámica [figs. 17 y 18]. Están realizadas con arcillas
que contienen abundante desgrasante, lo que las hace más resistentes a la acción del calor. Apenas se dan
variedades tipológicas pero sí de capacidad. En general, son recipientes de tendencia globular, con bocas
anchas, sin asas y con bases cóncavas, lo que permite colocarlas directamente sobre el hogar o el suelo sin
ayuda de elementos estabilizadores. La única decoración que ostentan algunas son incisiones realizadas
antes de la cocción del recipiente en el tercio superior, bajo en borde. En algunos ejemplares el borde presenta un resalte practicado para ajustar la tapadera que evita que se evapore el líquido de los guisos.
Estos recipientes estuvieron destinados al guisado y hervido de alimentos mediante su rehogado o cocido
en líquido abundante como indica su tipología y capacidad. Los productos que se pueden cocinar en las ollas
son los cereales y legumbres, verduras y carnes en forma de gachas, sopas o guisos. Se documentan ollas en
casi todos los departamentos excavados, algo acorde con su papel básico en la cocina.
El equipamiento por excelencia que acompaña a las ollas es el hogar, al que nos hemos referido más
arriba. Las ollas se colocarían ajustadas entre el combustible, sobre el mismo hogar, llevando a cabo cocciones muy lentas. También se pueden colocar las tortas de cereales directamente sobre las brasas o incluso
tapadas con ceniza (Gutiérrez 1990-1991, 163).
El asado es otro tipo de cocción que implica hacer comestible el alimento –generalmente la carne o
vegetales– por acción del fuego directo. No es necesaria una estructura compleja, pues en una base o cama
de brasas se puede llevar a cabo. En la Bastida hemos documentado utensilios auxiliares del asado: morillos
y asadores. Los morillos son piezas de cerámica alargadas, de unos 20 cm de longitud, de sección triangular.
Presentan hendiduras en la parte superior para alojar los pinchos y asadores. En la Bastida hay tres morillos,
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15. Dispersión de materiales relacionados con el procesado de alimentos y las actividades culinarias.
dos proceden de manzanas en las que se han documentado también molinos, ollas y hogares (Depto. 38/39
del Conjunto 10 y Depto. 181 del Conjunto 2), mientras que otro procede de un espacio abierto (Depto. 100)
(Fletcher et alii 1965, 192 y 1939,322). Los asadores documentados son de hierro, aunque podrían haber sido
utilizados de madera. Proceden de los Conjuntos 8 y 10. El hecho de que morillos y asadores sean poco frecuentes en los yacimientos ibéricos ha llevado a algunos autores a plantear que su uso estaría relacionado
con una cocina especial vinculada a las actividades rituales (Jiménez Ávila 2003, 170; Lucas et alii 2004, 64).
La cazuela cerámica es otro recipiente de cocina utilizado en la Bastida (Fletcher et alii 1969, 181). Están
fabricadas en el mismo tipo de arcilla que las ollas. Son recipientes abiertos con bordes verticales, asas y, a
veces, pico vertedor. Pudo servir prácticamente para todo: desde guisados y fritura sobre los mismos hogares
hasta la elaboración de tortas e incluso para recoger la grasa de la carne durante su asado, y para lo cual el
pico vertedor sería especialmente útil (iborra et alii 2010, 107). Hay cinco cazuelas, cuatro en los Conjuntos
8, 10 y 11, situados todos al norte de la calle central, y una más junto a la Puerta Este. Podrían vincularse al
asado de carne las cazuelas del Depto. 7, asociada a un asador, y la del Depto. 38/39, asociada a un morillo.
Finalmente, los hornos para cocinar son difíciles de reconocer en el registro si las estructuras no están
bien conservadas. En las casas de la Bastida no hemos documentado hasta el momento ninguna estructura
de combustión elevada con cúpula de barro que pueda ser interpretada como un horno doméstico para cocinar. Sí hay, quizás, un horno colectivo a juzgar por la base de mampostería que se halla en el Depto. 155,
junto al almacén. Una estructura semicircular de mampostería en el Conjunto 3 es un horno metalúrgico, a
juzgar por los hallazgos de goterones y planchas de plomo fundido halladas durante su excavación en 1931.
Todos estos elementos nos llevan a plantear algunas reflexiones sobre las prácticas culinarias en la Bastida. En primer lugar, hay una preponderancia de guisos y hervidos –en ollas– sobre los asados en la dieta
básica de los habitantes, aunque no podemos valorar su importancia en relación con los restos bioarqueológicos. La abundancia de ollas por encima de cualquier otro objeto sugiere que se practicaba, en general,
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16. Rallador de bronce (long. 8 cm).
un tipo de cocina indirecta en medio líquido (siguiendo la terminología de Bottéro 2005) que podría ser
agua, leche, grasa animal o vegetal. La cocina directa en seco, sobre las brasas y en hornos, se daría también
pero no podemos valorar en qué relación respecto a la primera. En esta línea, la excepcionalidad con que
se encuentran morillos, asadores y cazuelas muestra que las tecnologías culinarias asociadas a ellos están
menos extendidas. En definitiva, la existencia de diferentes técnicas de preparación de alimentos –que implican prácticas alimentarias más variadas– y el diferente acceso a recursos y productos entre casas podrían
indicar diferencias de estatus o segmentación de las prácticas según la posición social de los grupos.
La vajilla cerámica para el consumo
Los estudios tipológicos y cronológicos sobre la cerámica de la Bastida ofrecen una base documental de
referencia en el mundo ibérico, máxime al ser un contexto de cronología corta, bien datado en el siglo iV
a.C. (Fletcher et alii 1965 y 1969; Aranegui y Pla 1981; Mata y Bonet 1992; Bonet y Mata 2008). Ello es suficiente para plantearnos los usos a los que estuvieron destinados estos recipientes, lo que se hace a través
del examen minucioso del contexto arqueológico, pues sólo el diálogo entre toda la cultura material presente
en el registro permite conocer funcionalidades, usos y símbolos. Si antes hemos visto que algunos sirvieron
para almacenar y transportar, mientras que otros lo fueron para cocinar, ahora nos detendremos en la vajilla
cerámica para el consumo.
La vajilla de consumo hallada en la Bastida es una cerámica cocida a alta temperatura y de superficies
cuidadas. A diferencia de los recipientes de almacenaje y despensa, este grupo de objetos está frecuentemente
decorado con pintura [figs. 19, 20 y 21]. Las decoraciones que plasman los alfareros recogen los motivos
geométricos del siglo precedente pero ampliando las combinaciones con las bandas, líneas, círculos,
semicírculos y segmentos concéntricos, líneas onduladas, trazos, rombos, mediante el pincel múltiple. Las
piezas más ostentosamente decoradas son, sin duda, los platos y escudillas [figs. 22 y 23] donde no se limitan
a pintar bandas y filetes sino que combinan todos estos elementos creando motivos complejos a modo de
rosetas. La policromía y los engobes blancos son prácticamente inexistentes y otras técnicas decorativas,
como las impresiones o las aplicaciones plásticas, están ausentes a excepción de un pitorro con forma de
cabeza de caballo del Depto. 58.
Es difícil diferenciar en el repertorio de la vajilla de mesa las piezas de uso cotidiano de aquellas que podrían estar destinadas específicamente a eventos especiales como fiestas o celebraciones. Por un lado están
los recipientes que contienen los alimentos, que no se distinguen de los de despensa, como pueden ser las
tinajillas, las lebetas de tamaño mediano y pequeño y las propias ollas de cocina. Los grandes platos o escudillas podrían hacer las funciones de fuentes pero la gran variedad de tamaños permite hablar de servicios
individualizados. Las botellas de cuello estrecho y los jarros con asa estaban destinados a verter la bebida,
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17. Ollas de cocina y tonel realizados con arcillas con desgrasante grueso (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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18. Cerámica de cocina de la Bastida de les Alcusses.
mientras que los vasitos caliciformes, los cuencos y las copas de imitación helenística, como crateriscos y
esquifoides, serían los vasos de beber.
Un elemento característico de la Bastida, y en general de los contextos del siglo iV a.C., es la abundancia
de los llamados microvasos [figs. 24 y 25]: se trata de un variado repertorio de copas, cubiletes, tarros, platos,
botellas de pequeño tamaño. Su funcionalidad en relación con el consumo de alimentos está obviamente limitada, a juzgar por su tamaño miniaturizado. No están concentrados en ningún lugar específico, y prácticamente en cada espacio doméstico se han documentado uno o dos microvasos. No podemos descartar la
posibilidad de otra intepretación, como el carácter votivo de estos conjuntos, lo que se relacionaría con el
papel destacado de las prácticas de comensalía en esta sociedad.
En relación con la comensalía, otras cuestiones de gran interés que suscita la vajilla de la Bastida son las
producciones inspiradas en vasos griegos como las cráteras, escifos, cílicas, cántaros o platos de las formas
21, 22 y 24 de Lamboglia [fig. 26]. Están realizadas con las mismas técnicas que el resto de la vajilla y decoradas profusamente con pintura al estilo local. De hecho no son perfectas imitaciones o fieles copias de las
piezas griegas: no se intenta emular el barniz negro, ni imitar las decoraciones de las figuras rojas, sino que
se adopta y adapta la forma del objeto. Ello nos lleva a plantear la apropiación de la forma de piezas en relación con los usos locales: el servicio de bebida y comida en las prácticas de comensalía, al igual que lo hicieron las importaciones (capítulo 7).
ritualEs domésticos
A partir de lo excavado hasta la fecha en la Bastida podemos señalar que no hay un espacio de culto de
carácter público a modo de santuario, pero sí que se practicaban rituales circunscritos a la esfera doméstica,
destinados a conmemorar eventos o ancestros, y a potenciar las cualidades de las casas y de las actividades
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19. Tipos de tinajillas (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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20. Botellas y jarras (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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21. Selección de cerámica para el consumo de alimentos y bebida: crátera, copa, plato, vaso caliciforme y tinajilla.
productivas y de mantenimiento que en ellas tenían lugar. No obstante, no se trata de espacios destinados
al culto claramente diferenciados dentro de la propia vivienda sino de la simple presencia de objetos y ajuares
ritualizados.
En distintos trabajos ya hemos señalado que la ausencia de elementos arquitectónicos o de estructuras
de carácter cultual, como altares y hogares rituales, nos obliga a prestar atención a otros objetos que nos
permitan identificar los ritos y las celebraciones realizadas en el ámbito doméstico. Además, es importante
que la identificación de estos espacios sea en base a varios atributos y nunca por la presencia de uno solo
(Bonet y Mata 1997). Ello es pertinente para el caso de la Bastida porque sólo disponemos de objetos de carácter ritual de forma aislada y siempre en la misma estancia en la que se detectan otras actividades domésticas, en la esfera de la producción y del mantenimiento del grupo.
Es muy probable que se llevaran a cabo rituales destinados a conseguir o asegurar la riqueza y prosperidad de la unidad doméstica y que por ello albergaran un lugar preeminente en la casa, posiblemente alrededor del hogar sin necesidad de un equipamiento específico. Por otro lado, los rituales no son siempre
actividades de carácter religioso, ya que habría que incluir como rituales todas aquellas celebraciones y reuniones seculares que formaban parte del ciclo de la vida de los iberos (López-Bertran y Vives-Ferrándiz
2009), cuyas huellas más evidentes son las dejadas por los instrumentos en relación con los banquetes o las
reuniones festivas. Así, pequeños vasos caliciformes, microvasos, pateras de tamaño reducido o jarras, que
tan frecuentes son en todas las casas de la Bastida, pudieron ser utilizados en prácticas rituales, ofrendas y
libaciones –vertido de líquido con un recipiente específico– en los que tuvieran un lugar destacado los productos alimenticios. También los morillos y asadores de hierro, ya comentados en relación a las prácticas
culinarias, tienen un uso ritual en otros ámbitos cultuales de otros yacimientos ibéricos.
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Otras piezas con una posible función ritual, esta vez en relación con líquidos, serían las clepsidras (Deptos.
131, 235 y 242) [figs. 27 y 28]. Su nombre hace referencia al uso que tienen como “ladrones de líquido”: se
trata de recipientes cerámicos a modo de botella con la base perforada y con un pequeño asidero y con
orificio en la parte superior en el que se encaja perfectamente el dedo pulgar. El funcionamiento es simple:
se introduce el recipiente en un líquido y se capta la cantidad necesaria que, al tapar el orificio superior con
el dedo, queda en su interior por la presión exterior. Cuando se libera el dedo del orificio superior cae, por
gravedad, en el lugar escogido (Pereira 2006). Otro elemento destinado a la representación o la ceremonia
son unos soportes cilíndricos calados procedentes del Deptos. 16 y 155, que funcionalmente se vincula a los
banquetes como soporte de recipientes contenedores de líquidos, según una práctica generalizada entre los
grupos dominantes (Moneo 2003, 377).
En la Bastida no hay terracotas o exvotos figurados de arcilla. Sin embargo sí hay dos exvotos de bronce
que merecen un comentario. La conocida figurita de bronce que representa a un guerrero desnudo a caballo,
tocado con casco de gran cimera y armado con falcata y escudo redondo, siempre ha despertado un gran interés no sólo por el significado social del guerrero en la sociedad ibérica sino por su valor arqueológico e
icónico (Kukahn 1954; Vives-Ferrándiz 2006) [fig. 29]. Fue hallado en el Depto. 218, en una de las dos viviendas que configuran el Conjunto 4, dando a esta casa un valor añadido a su situación privilegiada dentro
del oppidum. La pieza formaría parte, en un primer momento, de un objeto más complejo ya que es el remate
de un cetro. En concreto, la figurita del jinete remataría un enmangue, igualmente de bronce, que iría ensartado en un astil de madera, como se ha visto en ejemplares similares aparecidos en diversos contextos
(Lorrio y Almagro-Gorbea 2004-2005). En un momento indeterminado de la vida del poblado, y por motivos
que desconocemos, se recortó la pieza por los pies del caballo, cambiando entonces sustancialmente el significado y pasando a ser un exvoto del ámbito doméstico, quizás visto como la imagen de un ancestro.
La figurita que representa un buey de bronce hallada en el Depto. 237 [fig. 30] tiene un gran interés al
tratarse de una de las escasas representaciones de bueyes con yugo que existen en el imaginario ibérico,
pero es mucho menos conocida que el exvoto del jinete. La pieza representa un buey uncido a un yugo con
parte del timón del arado, hoy desprendido del conjunto, y formaría parte de una escena más compleja,
quizás junto a otro buey unido al mismo yugo. El exvoto podría estar relacionado con los ritos agrarios y
ser por tanto un ejemplo de las conexiones estrechas que había, en esta sociedad, entre lo funcional y lo
ritual. De hecho, quizás es difícil trazar una neta distinción entre ellas, pues esta figura invitaría a pensar
el modo en que la producción agraria estaba ritualizada. Otra lectura interpretativa adentra en el valor
simbólico que se le otorga al arado en la mitología, pues el grupo de la Bastida podría vincularse a un mito
de la fundación de la ciudad como se ha propuesto para la escena de hombre arando con bueyes del kalathos del Cabezo de la Guardia de Alcorisa (Olmos 2000, 71) o el arado miniaturizado de Covalta (Moneo
2003, 419).
Una última consideración en relación con los rituales en el poblado es la ausencia, hasta la fecha, de la
práctica ritual más frecuente en el ámbito doméstico ibérico: el enterramiento de los individuos infantiles o
los sacrificios y ofrendas fundacionales de animales bajo los suelos de las casas. No hay ni un dato, ni una
evidencia en los más de 270 departamentos explorados que permita defender que esta práctica se llevó a
cabo en la Bastida. No obstante, estas apreciaciones podrían estar sesgadas por el hecho de que los espacios
domésticos fueron excavados, fundamentalmente, entre 1928 y 1931, con una metodología que no privilegiaba la atención a estos aspectos del registro arqueológico (capítulo 1).
producción tExtil E indumEntaria
La manufactura textil fue una actividad destacada en la Antigüedad al formar parte de la vida cotidiana
de la sociedad ya que repercutía en todas las esferas: social, política, económica y religiosa (Wright 1999,
181). Las telas tenían una proyección en el grupo pues expresaban estatus, jerarquía y poder a través del
tipo de fibra empleado en su fabricación, la calidad del tejido y la ornamentación, además de sus dimensiones
simbólicas y sociales (Masvidal et alii 2000, 116). En la mayor parte de los relatos de los textos griegos se
asocia el tejido con el ámbito de lo femenino y, así, algunos pasajes de La ilíada y La Odisea (Olmos 2003,
314) revelan la excelencia de las labores relacionadas con la confección de tejidos y con las ilustres tejedoras,
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22. Tipos de platos de borde vuelto. El ejemplar de la parte superior ostenta la decoración pintada sobre engobe blanco (a partir
de la documentación del Archivo SIP).
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23. Tipos de platos y escudillas (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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24. Tipos de microvasos y vasos caliciformes (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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25. Selección de microvasos.
entre las que destaca Penélope. Entre las tareas de estas mujeres se mencionan el hilado, el cordado, el
tejido, el tinte o el bordado de tejidos, lo que trasluce una división sexual del trabajo.
Entre los iberos el hilado y el tejido fueron también actividades vinculadas al ámbito femenino como
plasma la iconografía ibérica en distintos soportes, desde la escultura de la Albufereta (Alicante) que muestra
una mujer que sostiene el huso y la rueca de hilandera en su mano izquierda (Aranegui 1996, 96; izquierdo
2001, 300); hasta la cerámica, como el fragmento de la Serreta que presenta una dama frente a un telar vertical con un ovillo de hilandera en una mano y un huso en la otra (Aranegui 1996, 114-115); o el vaso del Tossal de Sant Miquel [fig. 31] con una escena de dos jovenes mujeres sentadas entre un telar vertical con dos
travesaños en horizontal del que cuelgan los hilos (izquierdo y Pérez Ballester 2005, 94-95). incluso tenemos
referencias escritas acerca de las habilidades de las tejedoras, como apunta el siguiente texto: “entre los iberos es costumbre, en cierta fiesta, honrar con regalos a las mujeres que muestran haber tejido más y más
bellas telas” (citado por Rabanal 1985, 207).
Aunque estas representaciones hacen referencia a la mujer de mayor relevancia social, el tejido y el hilado
formaron parte del elenco de actividades domésticas cotidianas de las mujeres de todo rango como pone de
manifiesto el registro a partir de la cantidad y dispersión de restos localizados en los poblados (Bonet y Mata
2002, 190).
El proceso de producción textil comenzaba con la obtención de la materia prima, el tratamiento de la
fibra, el hilado, el tintado y el tejido. Las materias primas empleadas fueron de origen animal, la lana, y vegetal, el lino, materias que se han documentado en la Bastida (capítulo 5). El tintado no necesitaba instalaciones especiales pues el hilo solía teñirse antes de elaborar el tejido. Los tintes eran de origen vegetal y
animal, sobresaliendo el procedente del Quermes o cochinilla, insecto del que se extraía un tinte de color
rojo muy apreciado (Alfaro 1997, 64-67).
La elaboración del tejido se llevaba a cabo en un telar. En el mundo ibérico el más utilizado es el telar
vertical con travesaño superior del que colgaban las pesas que tensaban por gravitación los hilos de la urdimbre [fig. 31]. Los telares serían fundamentalmente de madera, lo que hace difícil su identificación en los
restos conservados. La presencia en varios departamentos de la Bastida de diversas piezas de hierro, esencialmente herrajes, junto a pesas de telar, fue interpretado, al principio de las excavaciones, como bastidores
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26. Imitaciones y adaptaciones locales de cerámica griega (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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27. Clepsidras. Se aprecia el orificio superior que se taparía con el dedo y las perforaciones inferiores que
permiten captar y verter el líquido.
28. Clepsidras (arriba), cantimplora y mortero (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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o piezas de telar (Ballester y Pericot 1929, 185; Ballester 1932, 25). Sin embargo, idénticas pletinas se han
hallado en las puertas de la fortificación por lo que parece más probable que los ejemplares hallados en las
viviendas fuesen elementos pertenecientes a las puertas y no a telares.
Junto al telar vertical, pudieron emplearse otros tipos de telares como el de placas, cuyo empleo podría
constatarse a partir de una serie de piezas de madera, como las conservadas en la necrópolis del Cigarralejo
(Mula, Murcia) (Cuadrado 1987, 371), o el de rejilla, compuesto por unas placas de hueso alargadas y planas
con perforaciones concéntricas. La funcionalidad de ambos telares es prácticamente idéntica, se utilizaron
para la confección del borde de las telas, bandas y cinturones y de los elementos ornamentales; también podían tener un uso complementario en el telar vertical de pesas (Castro 1984, 108; Ruano y Montero 1989,
295).
El instrumental para hilar y tejer
Los testimonios materiales que contamos para reconstruir los procesos de producción textil en la Bastida
son los telares de rejilla, las fusayolas, las pesas de telar, las tijeras, las agujas de bronce y hierro y punzones
de hueso.
Los telares de rejilla identificados en la Bastida son tres (Deptos. 47, 103 y camino de ronda junto a la
Puerta Sur). Se trata de unas placas rectangulares de hueso trabajado de entre 8 y 10 cm de longitud y menos
de 2 cm de anchura y perforadas regularmente [fig. 32]. Se asemejan por sus dimensiones y formas a otras
aparecidas en L’Alcúdia (Elche) o Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia), pero sobre todo los paralelos más claros proceden de contextos funerarios próximos, como la necrópolis del Cigarralejo donde
han parecido 36 ejemplares (Ruano y Montero 1989).
Las fusayolas, o contrapesos del huso, son piezas modeladas a mano en arcilla de no más de 3 cm de diámetro [fig. 33]. Se utilizaban durante el proceso del hilado, colocándose en uno de los extremos del huso
para imprimir equilibrio y rapidez al movimiento rotatorio [fig. 34]. Otra posible aplicación sería como pesas
de telar vertical para tensar los hilos de la urdimbre tal como muestran representaciones en cerámicas griegas. Las fusayolas de la Bastida son de formas y tamaños variados (esféricas, cilíndricas, discoidales, tron-
29. Jinete con falcata, escudo circular y casco con gran penacho (altura 7,3 cm).
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30. Buey con parte del yugo y el timón de un arado (long. 6,5 cm).
cocónicas y bitroncocónicas) y muchas presentan decoración incisa a base de líneas, puntos oblicuos, retícula, o círculos impresos. Las más pequeñas se vinculan a la elaboración de hilos muy finos (Berrocal 2003)
y, de hecho, trabajos experimentales han puesto de manifiesto que las diferencias en pesos y tamaños parecen relacionarse con el grosor del hilo y, por tanto, con el tipo de tejido a elaborar (Alfaro 1984, 74; Chapa
y Mayoral 2007, 169). En la Bastida, la dispersión de las fusayolas sugiere que el hilado pudo llevarse a cabo
tanto en el interior de las unidades domésticas como en el exterior, sin requerir un área específica para ello.
La concentración de fusayolas en algunos departamentos, entre 12 y 39 ejemplares, parece indicar, además,
su almacenamiento o incluso que estuvieran destinadas a otros usos que desconocemos.
Las pesas de telar constituyen casi los únicos restos materiales que suelen conservarse de los telares.
Otros instrumentos como husos, ruecas, peines –que servirían para agrupar y apretar los hilos de la trama
después de haber sido pasados por la urdimbre durante el proceso de confección de los tejidos– o lanzaderas
–el útil del telar que lleva el hilo de la trama– apenas se han conservado en el registro probablemente porque
estarían fabricados con materiales perecederos. En los telares de tipo vertical, las pesas tensaban los hilos
de la urdimbre –como muestran las marcas de los hilos en muchas de ellas–, y se agrupaban en un número
en función de la resistencia a aplicar y del grosor de la tela que se quería obtener, mientras que las más
ligeras podían utilizarse en telares de placa. Las pesas de la Bastida son mayoritariamente del tipo troncopiramidal y rectangular aunque han aparecido también algunos ejemplares discoidales. Pueden presentar
marcas como cruces incisas, líneas de puntos, círculos incisos o impresos, o un rombo inciso, interpretadas
como marcas de fabricación, signos indicadores de propiedad, marcadores del peso o hasta simples decoraciones (Tébar 2003, 133).
Las tijeras de hierro también servirían para cortar los lienzos de tejido. En la Bastida hay seis ejemplares
(Deptos. 103, 118, 126, 128, 169 y en la Puerta Sur). Todas son del mismo tipo: dos hojas metálicas, simétricas
y alargadas, de filos cortantes acabados en punta, unidas por una varilla arqueada que actúa como un resorte.
Las mejor conservadas miden entre 20 y 22 cm de longitud [fig. 23 del capítulo 5].
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31. Tinaja del Tossal de Sant Miquel (Llíria) con
una representación pintada de dos personajes femeninos realizando tareas relacionadas con el hilado y el tejido.
Para el cosido de los tejidos se utilizaron agujas de bronce y hierro: las primeras, de sección circular,
tienen cabeza aplanada y perforada, mientras que las segundas, de sección oval o cónica, tienen la punta
aguzada por lo que se las conoce también como agujas esparteras (capítulo 5). Los punzones de hueso, algo
más gruesos, tienen el extremo segmentado y decorado con incisiones [fig. 35]. Pudieron haber sido empleados para la elaboración de las prendas de lana al margen de su empleo para la sujeción del cabello o de
tejidos a modo de alfiler, aunque no debemos descartar tampoco su uso como instrumentos de escritura
en soportes variados.
La identificación de telares y los espacios de trabajo
Tradicionalmente la presencia de telares verticales se define en el registro arqueológico ante el hallazgo
de conjuntos de pesas de telar con cantidades apreciables y similares en forma y peso y sobre todo ante su
disposición más o menos alineada en suelos de habitaciones [fig. 36]. Por estudios etnográficos y experimentaciones actuales sabemos que el número mínimo de pesas requerido en la confección de tejidos en un
telar es variable. Por ejemplo, con una urdimbre formada por 20 hilos por cm y con grupos de 35 hilos por
peso, se requieren nada menos que 41 pesos para confeccionar una tela de sólo 0,63 m (Médard 2000, 97).
Algunos autores proponen al menos 50 pesas para un telar (Castro 1985, 232; Castro 1986, 175) mientras
que otros señalan que se utilizarían telares de diversos tamaños, en función de las prendas confeccionadas,
correlacionando el número de piezas con la envergadura del telar y/o la densidad del tejido a elaborar (Berrocal 2003, 277; Moret et alii 2000, 145). Del mismo modo, se ha advertido que el telar vertical también
32. Placa de hueso del Depto. 47
interpretada como telar de rejilla (long. 11 cm).
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33. Selección de fusayolas.
Algunas están decoradas con
incisiones.
podría tener una varilla para tensar los hilos de la
urdimbre, por lo que entonces quedaría equilibrada por sólo 4 ó 5 pesas (López Mira 1991, 103).
En lo que sí parece existir unanimidad es en la
definición de conjuntos por piezas homogéneas en
pesos (que no idénticos) para trabajar simultáneamente, dependiendo de la consistencia de tejido
a realizar, o acoplando conjuntos menos numerosos para la elaboración de los bordes del paño (Alfaro 1997, 49). En el asentamiento de Cancho
Roano se ha propuesto un número de pesos que
oscilaría entre los 20 y 30 individuos en los telares
más grandes, y entre 10 y 12 piezas para los menores (Berrocal 2003, 268 y 277). Y en Cerro de
Pedro Marín se ha planteado la presencia de telares integrados por entre 10 y 12 piezas (Ruano
1989, 29).
En la Bastida, entre los conjuntos estudiados
–limitados a los departamentos publicados–,
aquellos espacios en los que aparecen las mayores
concentraciones de pesas son los Deptos. 1, 2, 16,
26, 30, 35, 48, 58, 91, 100, 169, 175, 185 y 242
[figs. 37 y 38], lo que invita a pensar que en estos
lugares hubo algún telar vertical ya sea en uso o
bien guardado. El número de pesas varía normalmente entre 12 y 36, con una pauta de 12 pesas
por telar. La mayoría de estos espacios son departamentos rectangulares o cuadrangulares que generalmente se integran en el interior de las
viviendas en habitaciones multifuncionales, aun-
34. Hilandera utilizando el huso. Jornadas de Visita de 2010.
169
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35. Punzones de hueso.
que otros son abiertos, como el 1, el 58 y el 100, pero esto no invalida nuestra propuesta ya que precisamente en éste último aparecieron 12 pesas alineadas junto a una pared, como ocurre también en los Deptos.
16, 26, 35 y 58.
Finalmente, queremos señalar un par de reflexiones en relación a la actividad textil. Por un lado, la manufactura de tejidos fue una tarea de carácter eminentemente familiar en todo el ámbito ibero. La elaboración textil solía llevarse a cabo en el interior de las unidades domésticas, en espacios o habitaciones donde
se realizaban diversas labores de mantenimiento, como la molienda o el procesado de alimentos. No parece
existir, por tanto, una estancia específica destinada a estas actividades. Por otro lado, se advierte una diferenciación espacial en las tareas de hilado y tejido: hay departamentos que albergan fusayolas y en los que
no se ha documentado ninguna pesa de telar, y otros espacios con telares que, en cambio, no han deparado
ninguna fusayola (Deptos. 1, 26, 35, 58, 175, 185). Dejando a un lado el hecho de que muchas fusayolas
fueran utilizadas con fines ornamentales y
no funcionales –sorprende, por ejemplo,
la presencia de más de una decena de fusayolas en algunos departamentos– parece que hay una cierta segmentación
espacial por lo que respecta al trabajo del
hilado y el tejido en la Bastida.
vEstirsE y adornarsE
36. Hallazgo de una acumulación de pesas de telar durante las excavaciones de 1928.
170
Son prácticas culturales de primer
orden. Además de proteger y embellecer el
cuerpo, vestidos y adornos expresaron diversos mensajes que eran decodificados en
cada sociedad como indicadores de estatus, ocupación, sexo o edad. Las representaciones en diversos soportes –escultura,
cerámica pintada, exvotos en bronce– y los
objetos de adorno y uso personal hallados
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Depto. 1
20
Depto. 2
14
Depto. 16
12
Depto. 26
12
Depto. 30
> 10
Depto. 35
12
Depto. 48
24
Depto. 58
12
Depto. 91
16
Depto. 100
69 (12 en grupo)
Depto. 169
23
Depto. 175
17
Depto. 185
36
Depto. 242
> 24
37. Departamentos con concentraciones significativas de pesas de telar.
en las excavaciones son los elementos materiales que disponemos para conocer la indumentaria y los códigos de adorno corporal.
El elemento básico es la túnica, larga en la mujer y corta
en el hombre, que se sujetaba con fíbulas o cordones y se ceñía
al cuerpo por medio de cinturones. Las mujeres podían llevar
dos túnicas, que se recogían a la cintura mediante cintas acabadas en cascabeles, y la cabeza cubierta por un tocado o un
velo. Sobre ella, un manto se prendía con una o dos fíbulas
sobre los hombros. Algunas representaciones femeninas en
escultura, como las halladas en el Cerro de los Santos o en la
necrópolis de Baza, revelan que las mujeres de rango llevaban
un tipo de manto con abundantes pliegues, ornado en los bordes con ricos colores y motivos en ajedrezado. La indumentaria se completaba con joyas, en oro y plata, tales como
pendientes, anillos o sortijas, pulseras, brazaletes, collares y
diademas. En cuanto al calzado, las esculturas en piedra y las
representaciones pintadas en cerámica muestran a los personajes con botas altas terminadas en punta, sandalias y babuchas, todo ello confeccionado en materiales perecederos como
el cuero o esparto.
Para el caso de la Bastida, lo único que se ha conservado de
los vestidos y de los elementos que componían el atuendo de
38. Distribución espacial de los telares de rejilla, telares verticales (a partir de la presencia de agrupaciones de 12 pesas de telar) y
de tijeras.
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39. Fíbulas anulares de bronce (diámetro de la más grande 4 cm).
sus habitantes son las piezas metálicas que servían para prender determinadas partes del vestido a la vez que
constituían elementos de adorno. Se trata de fíbulas, broches y hebillas de cinturón y botones.
El conjunto más numeroso está formado por las fíbulas, que son imperdibles de bronce. Su tamaño está
en relación con la prenda a que se destina y la presencia o la ausencia de ornamentación podría indicar tanto
los gustos como la condición social del propietario. Las fíbulas de la Bastida son, sobre todo, del tipo anular
hispánica [fig. 39], denominada así por el aro característico que forma la pieza, con diversos subtipos de
acuerdo a la morfología del puente -timbal, de navecilla o de puente de alambre (Cuadrado 1957). Las más
grandes se emplearían para sujetar los mantos de lana y las más pequeñas estarían destinadas a las finas
túnicas de lino de las mujeres.
Los broches de cinturón servían
para enganchar la correa o cinta de
cuero que sujetaba el vestido. Constan
de dos piezas: una placa activa provista
de un garfio y otra pasiva en la que se
inserta la primera. Suelen llevar una
bella ornamentación de motivos geométricos y florales realizada mediante
finas incisiones y con la técnica del damasquinado o nielado en plata y/o oro.
Algunos ejemplares especialmente significativos son el broche del Depto. 48
(Fletcher et alii 1965, 234, nº 71; ver
fig. 20 del capítulo 1), con decoración
central enmarcada por líneas de ovas y
eses horizontales en la cabecera, o el
broche de la Puerta Sur con decoración
central floral enmarcada también por
ovas o el que se halló junto al Depto. 28
40. Broche de cinturón de bronce con decoración incisa de motivos flora[fig. 40].
les y geométricos (long. 12 cm).
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41. Selección de botones de bronce
con motivos decorativos vegetales y
geométricos.
42. Pendientes de oro hallados en la
puerta del Depto. 37, junto a otras
dos arracadas amorcilladas.
Los botones empleados para abrochar o ajustar vestimentas también se elaboraron en bronce con una
gran variedad de diseños de agujeros, calados, cuadrados con esvástica, cónicos y circulares de cabeza lisa
[fig. 41]. Un detalle interesante es que apenas hay dos parejas de botones iguales en toda la Bastida por lo
que posiblemente se utilizarían aislados.
Objetos de adorno y uso personal
Las joyas formaban parte del aderezo personal y otorgaban a sus portadores prestigio social, además de
ser distintivos de riqueza y poder. Los habitantes de la Bastida se engalanaron con finas sortijas y anillos de
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43. Colgantes de bronce con decoración figurada (anchura de cada pieza 2,6 cm).
44. Cadena realizada con hilo de
oro trenzado. Fue hallada en 1930
en el Depto. 166 (longitud 23 cm).
chatón en oro, plata y bronce que se utilizaban como sellos y estaban grabados con temas zoomorfos como
el caballo estilizado, ave o cisne. Hasta el momento sólo se han hallado dos pares de pendientes de oro, uno
de ellos de tipo amorcillado y el otro anular (Perea 1991, 271) [fig. 42]. Como las sortijas, los pendientes eran
usados indistintamente por hombres y mujeres de estatus destacado.
Las pulseras y brazaletes, fabricados en bronce, eran aros de hilo sin decoración o con una sencilla ornamentación incisa. Sus diferentes tamaños parecen evidenciar su empleo por hombres y mujeres. La única
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pieza que se sale de la tónica es un
brazalete de gran tamaño, abierto y
de sección circular, con los extremos
terminados en esquemáticas cabezas
de serpiente y doblados sobre sí mismos en sentido opuesto (Fletcher et
alii 1969, 190, nº 53).
Las personas llevaban, como
parte destacada de su ornamento,
cuentas de pasta vítrea de diversos
colores –predominan los azules–, y
diferentes formas –lisas, achatadas o
gallonadas– (fig. 8 en capítulo 7).
También utilizaron como colgantes
caracolas o conchas marinas perforadas, dientes de jabalí o incluso cuentas de bronce o de piedra. Aunque sin
duda los colgantes más destacados de
este yacimiento son dos piezas caladas de bronce que representan un
personaje con brazos y piernas extendidos hacia los vértices de un cuadro
que lo enmarca (Vives-Ferrándiz
2007, 143) [fig. 43]. La figura, sin
atributos sexuales, ha sido identificada con varios motivos: desde la
imagen de Despotes Hippon, señora
de los caballos que elevaría las manos
hacia dos animales enfrentados siguiendo una representación mejor
conocida en otros soportes, hasta
Epona, diosa de la fertilidad en el
mundo celta, al dios Bes o incluso
45. Pinzas de bronce de procedencia diversa halladas en las excavaciones de
1928-1931.
una imagen solar (Barril 1996, 186;
Fletcher 1974, 130). Una pieza similar fue hallada en el Puntal de Salinas
(Villena), en la única tumba con armamento y bocado de caballo (Sala y
Hernández 1998, 239).
Como elementos de tocado femenino hay que destacar una cadenita de oro hallada en el Depto. 160
[fig. 44], una obra maestra en la técnica del trenzado de hilo de oro y ejemplar único dentro del repertorio
de joyería iberica (Vall de Pla 1959; Perea 1991, 227). Es un prendedor para el pelo, elaborado en cordón
de oro trenzado, con un extremo rematado por una charnela con aguja que se engancharía en el ojal del
extremo opuesto de la cadena. Otros adornos para el cabello se realizaron en hueso, como las agujas o
punzones [fig. 35], con la cabeza decorada con incisiones, líneas paralelas o en zig-zag, o los pasadores
para el pelo de cuerpo fusiforme con los extremos curvados y adornados con acanaladuras transversales
(Fletcher et alii 1969, 175, nº 45).
Finalmente, las pinzas de bronce no son un objeto de adorno propiamente pero se ha señalado su uso
como pinzas de depilar, y por tanto piezas de carácter personal y elementos preciados de tocador y cuidado
corporal [fig. 45]. De uso indistinto por hombres y mujeres, de acuerdo a su presencia en tumbas de distinto
sexo, solían estar decoradas con incisiones de motivos geométricos como círculos, triángulos y líneas.
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07
de aLLí y de aquí: Los intercambios y
eL comercio
nuRia álVaRez GaRcía y Jaime ViVes-FeRRándiz sáncHez
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Los intercambios como hechos económicos y sociaLes
P
ocas sociedades están al margen de los intercambios. Obtener materias primas, alimentos u otros objetos de otros lugares y por mediación de otra gente es algo común, en mayor o menor medida, en
cualquier grupo humano. Los intercambios han sido tradicionalmente motivo de atención de los arqueólogos porque, junto a la producción y el consumo, constituyen un importante sector de los desarrollos
socioeconómicos en las sociedades. Dado que los aspectos productivos, la transformación y la utilización de
la amplia variedad de recursos disponibles en el entorno han sido ya analizados en el capítulo 5, y el consumo
en la esfera doméstica se ha abordado en el 6, ahora nos encargamos de las dimensiones sociales y económicas de los intercambios.
La oportunidad de estudiar los movimientos de objetos y mercancías en el pasado y los mecanismos de
los intercambios y el comercio se basa, sobre todo, en la especial visibilidad que los productos que proceden
de otras zonas tienen en el registro arqueológico: su identificación es la prueba de que ciertos productos y
objetos se desean e importan.
Los elementos deseados que nos ocupan en este análisis son diversos, como es normal, y van desde algunas materias primas hasta productos alimenticios y objetos variados. En esta clasificación podemos incluir
desde la galena argentífera hasta las cuentas de collar de pasta vítrea de producción púnica, pasando por
las conchas marinas perforadas para colgar o la vajilla ática y una lista indeterminada de productos alimenticios envasados en ánforas púnicas e ibéricas. La razón de su importación debemos determinarla en relación
al valor y significado del propio objeto: el mineral para transformarlo en metal precioso que permita acumular riqueza, las cuentas y las conchas que son elementos de adorno personal y extraños en el contexto
local, la vajilla foránea para las celebraciones y festividades, o simplemente para disponer de productos y
recursos de los que que se carece en el propio entorno. Los productos y objetos intercambiados pueden venir
desde largas distancias, como por ejemplo la vajilla griega o las ánforas gaditanas, o desde lugares más cercanos, y en su distribución intervienen comerciantes e intermediarios.
A partir de las observaciones de los antropólogos hemos aprendido que el comercio y el intercambio no
son términos sinónimos: el primero se aplica a los movimientos de mercancías u objetos en los que entran
en juego motivaciones económicas. El segundo, en cambio, es más genérico, y se refiere tanto a los movimientos de cosas con ánimo de lucro como a objetos que cambian de manos por otros motivos como regalos,
dotes o pagos. Los estudios antropológicos han demostrado que el intercambio es un hecho que implica una
gran diversidad de instituciones sociales. Esto significa que si entendemos los intercambios únicamente como
transacciones económicas estamos haciendo una aproximación parcial, pues los intercambios fueron –lo son
aún hoy en día– materializaciones de relaciones sociales en las que entraron en juego cuestiones jurídicas,
estéticas, religiosas, familiares. Conexiones, en definitiva, que dejan entrever que detrás de un intercambio
en realidad hay una relación social. La complejidad y el tipo de esa relación dependen de cada contexto.
Obviamente, en los intercambios y en las relaciones comerciales hay componentes económicos que no podemos dejar de lado. Es sabido que estas actividades tienen un lugar preeminente en los establecimientos junto
al mar, como el Grau Vell de Sagunt (Aranegui 2004), la Illeta dels Banyets (Campello, Alicante) (Olcina 2005)
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o el Tossal de les Basses (Alicante) (Rosser
y Fuentes 2007) pero también en lugares de
interior, verdaderos centros de poder que
aglutinan las actividades comerciales. La
Bastida es un ejemplo de ello ya que, si bien
no es un asentamiento costero, sí está conectado a través de redes de comercio y, de
hecho, como veremos, allí se centralizaría
el almacenamiento de productos y su circulación en el contexto local o regional, como
invita a pensar la presencia de instalaciones
adecuadas para el almacenamiento y distribución de productos (un almacén central),
y la existencia de elementos de control y regulación de pesos en forma de balanzas y
poderales en varias casas.
Regalos y dones
Ahora bien, junto a estos fenómenos
comerciales, debieron existir otros circuitos y otros mecanismos de intercambio en
forma de regalos, dones y obsequios. De
hecho, a partir de los estudios de las obras
de Homero, por ejemplo, se ha advertido
que en la sociedad griega se daba una coexistencia entre aquellos intercambios con
ánimo de lucro, dentro de los cuales cabían prácticas comerciales dirigidas al incremento del volumen de mercancías o de
1. Dibujos conservados en el Archivo SIP para el registro e inventario
las ganancias, y los regalos o dones, cirde los cuencos de barniz negro griego. Se aprecia el calco con grafito
cunscritos a ámbitos sociales específicos
de las decoraciones estampilladas a ruedecilla sobre el fondo interno.
relacionados, en este caso, con grupos
aristocráticos (Perea 2003).
El modo de entender la economía en la
sociedad ibérica es inseparable de estas dimensiones sociales a varios niveles. Las relaciones sociales entre
familiares o amigos y vecinos conllevan actividades sociales cargadas de sentido económico, como los obsequios y regalos, que permiten que circulen los bienes a través del dar y el recibir. Así, a otras escalas, personales o familiares, también circularon bienes, normalmente objetos singulares, únicos o productos
específicos, cuya entidad ha sido reconocida por la antropología como dones de hospitalidad, dotes o pagos
matrimoniales, o regalos ofrecidos en ocasiones especiales, festividades, conmemoraciones o fiestas.
Obviamente, estamos lejos de identificar en el registro arqueológico de la Bastida el motivo de la circulación
de estos dones, pero sí podemos señalar algunos de los objetos más singulares, específicos o preciados que, quizás, funcionaran como intercambios a escalas personales. Los objetos de circulación más restringida entrarían,
sin duda, en cualquier listado que se hiciera de este tipo. Así es tentador pensar en los escasos objetos de oro o
plata (arracadas, colgantes, o anillos) o los vasos cerámicos griegos con decoraciones figuradas como algunos
de los productos que posiblemente circularían como regalos en el seno de redes sociales suprafamiliares.
No siempre es sencillo demostrar todos estos fenómenos, que depende de la naturaleza de los contextos
arqueológicos y la identificación de importaciones y de elementos que podemos relacionar con actividades
económicas de intercambio. Acorde con estas cuestiones, analizaremos, por un lado, las importaciones cerámicas, como uno de los materiales que más claramente expresan este fenómeno y, por otro, una serie de
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2. Tipología de los vasos de barniz negro sin decoración figurada hallados en la Bastida (a partir de la documentación de Archivo SIP).
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3. Vajilla de barniz negro griego.
objetos que se relacionan con las actividades comerciales en el asentamiento, como la plata para efectuar
pagos, los pesos y balanzas o los albaranes y cuentas comerciales.
Las importaciones cerámicas
Un grupo de objetos tradicionalmente considerado por los arqueólogos para estudiar los movimientos
de productos en las sociedades del pasado son las cerámicas ya que, bien estudiadas y seriadas, permiten
identificar cuáles son locales y cuáles de procedencia foránea. Así, se han ido identificando grupos de cerámicas importadas y se han definido grandes áreas de producción que han servido, también, como base para
fijar cronologías por su comparación con otros contextos mediterráneos. A grandes rasgos podemos distinguir dos grupos de cerámicas importadas en la Bastida: por un lado, las vajillas de mesa producidas en el
Ática (Grecia) y en la Magna Grecia (Italia); y por otro, las ánforas de transporte de productos alimentarios
que proceden de Ibiza y del sur de la Península Ibérica principalmente.
La vajilla griega
Ya desde la primera campaña de excavaciones se documentaron diversas producciones de barniz negro
y cerámicas decoradas con figuras rojas características de contextos mediterráneos de los siglos V y IV a.C.
Estas producciones, que hoy sabemos que son griegas, fueron difundidas en cantidades importantes y, además, a larga distancia. Son objetos importados, y de ahí su interés, además de la información que dan para
datar los contextos y por la extraordinaria documentación iconográfica que ofrecen las series figuradas pintadas en algunas de ellas.
La abundancia de hallazgos en las excavaciones de la Bastida y el hecho de que el asentamiento tuviera
una ocupación corta, llevó al investigador N. Lamboglia a basar gran parte de su célebre propuesta de seria-
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ción cronológica y tipológica de la cerámica de barniz
negro en las piezas de este yacimiento, que corroboró con
los datos obtenidos en un sondeo realizado en 1952 (Lamboglia 1954) [fig. 1]. El trabajo de Lamboglia fue el primer
estudio detallado de un lote considerable de cerámica ática
de barniz negro del siglo IV a.C. Esta colección sería estudiada también por otros investigadores como G. Trías
(1967) o P. Rouillard (1991), ofreciendo otras lecturas de
los mismos vasos.
Las seriaciones establecidas en estos estudios contribuyeron a definir la fecha de ocupación de la Bastida entre
la segunda mitad del siglo V y el tercer cuarto del siglo IV
a.C. (Lamboglia 1954, 136; Trías1967, 323), y que sería
confirmada con la publicación de los sondeos y de las
campañas de excavación realizadas entre 1990 y 1995
(Díes et alii 1997, 247 y ss.). Los asentamientos con fechas
históricas son de gran ayuda para fijar las cronologías y
las producciones concretas en circulación, aunque no son
muy numerosos en el Mediterráneo. La ocupación en la
Bastida puede fecharse porque sabemos, por ejemplo, que
las copas del pintor de Viena 116 ya están presentes en los
4. Enócoe del Depto. 37 (Foto Casa Grollo). Altura
niveles de destrucción de Olinto a manos de Filipo II de
14,1 cm.
Macedonia en el 348 a.C. o a partir del estudio de la cerámica hallada en los niveles de fundación de Alejandría en
322 a.C.
En la Bastida, los objetos de barniz negro sin decorar destacan en número por encima de las piezas con
decoraciones figuradas (91 % y 9 % respectivamente). El panorama es muy concreto: se han documentado
las formas 21, 22, 21/25, 23, 24 a, 40, 42 A y B y 43 en la tipología de Lamboglia (1954) y un extraordinario
enócoe con cuerpo agallonado (Lamb. 44) del departamento 37 [figs. 2, 3 y 4]. A éstas formas, que constituyen servicios de comida y bebida, hay que añadir otras mucho menos frecuentes destinadas a otros fines
como los lécitos, lucernas o vasos plásticos diversos.
Entre las cerámicas de figuras rojas se documentan las cráteras de campana, las hidrias, los escifos y las
copas. Piezas más excepcionales son tapaderas de píxidas y botellitas a modo de anforiscos. A escala peninsular, el panorama formal está definido por la abundancia de copas, cráteras de campana y escifos, mientras
que otras piezas como las hidrias o las lecánides son más raras. De hecho, Rouillard ha definido la combinación de copas y cráteras de campana como el ‘servicio andaluz’ por circunscribir a esta zona tal asociación,
y sobre todo en espacios funerarios. La Bastida no es, pues, una excepción al panorama peninsular.
Las cerámicas importadas con decoración figurada corresponden en su totalidad a piezas realizadas mediante la técnica de figuras rojas aunque hay un fragmento que está realizado con la técnica de figuras negras.
Se trata de una copa del grupo del Pintor de Haimon fechado en la segunda mitad del siglo V a.C. y que representa un personaje masculino sentado. El resto de piezas figuradas son de figuras rojas, técnica creada
en los talleres áticos a partir del 530 a.C. Las decoraciones suelen ser de escasa calidad, pues ahora los
talleres producen volúmenes masivos para la exportación y restringen los productos más elaborados. Los
vasos de la Bastida corresponden a una cronología en que estaban activas las producciones de los talleres
ubicados en el sur de la Península Itálica, aunque no dejaron de producirse vasos desde los talleres áticos.
Las imágenes que muestran estos vasos son, principalmente, escenas con personajes masculinos o femeninos en actitudes de reposo, tocador, danza o comunicación [figs. 5 y 6]: tanto hombres como mujeres
van ataviados con el manto o himatión (por ejemplo: copa del Depto. 2 y del Depto. 96, 46-48; del Depto.
99; figura femenina sobre un vaso cerrado de la Puerta Este; crátera del Depto. 68, fig. 22) aunque hay casos
en que los hombres van desnudos como la copa del Depto. 99 (¿o quizás es un sátiro?) y excepcionalmente
hay mujeres tocadas con un gorro frigio (Depto. 99).
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5. Fragmentos de vasos decorados con figuras rojas: cráteras y formas cerradas.
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6. Fragmentos de vasos decorados con figuras rojas: copas y, en el centro, un vaso cerrado indeterminado.
Otras representaciones muestran animales fantásticos, aunque son raras en el conjunto. Al menos contamos con una tapadera de lecánide (Depto. 2) [fig. 5.5], donde se representa un friso con una pantera moteada a la que sigue un grifo alado, y entre ellos una especie de tela. En otros fragmentos, quizás de la misma
pieza, vemos un grifo y unas alas que pertenecen a otro animal fantástico. El significado que pudo atribuirse
a estos seres podría vincularse con el recuerdo a los ancestros, o el culto al más allá en el mundo ibérico,
pues los seres alados son animales frecuentemente representados en la estatuaria funeraria ibérica, como
muestran, entre otras, la necrópolis del Corral de Saus.
La cráteras, de cáliz o de campana, son vasos especialmente aptos para acoger imágenes complejas debido
a su tamaño. En la Bastida hay nueve vasos de este tipo (el 26 % de las piezas de figuras rojas) y sus representaciones son ciertamente significativas. Una crátera muestra tres personajes del ámbito dionisíaco: se
trata de tres sátiros bailando o persiguiendo a mujeres. Uno de ellos blande en su mano derecha lo que parece
un bastón y parece chasquear los dedos de su mano izquierda (Depto. 68, 20). Los sátiros son seres híbridos
entre el mundo natural y el humano y para los valores griegos suponen la alteridad del hombre civilizado. Se
representan como personajes masculinos con barba y cola [fig. 5.1 y 6]; van desnudos –lo que constrasta con
las representaciones masculinas en las copas, que aparecen vestidos con el manto– y están caracterizados
por una extrema energía sexual, moviéndose rítmicamente o persiguiendo a las ménades. Otra crátera
(Depto. 99) nos muestra una escena del mismo tipo. Esta vez, un personaje masculino alado y también desnudo es precedido de dos mujeres que visten túnicas y que bailan [fig. 5.4]. Otra crátera más, procedente del
mismo espacio, muestra, aunque parcialmente, un friso de mujeres bailando hacia la derecha.
Una forma cerrada indeterminada, de extraordinaria calidad, presenta un personaje masculino cuya cabeza
está coronada con laurel y son visibles el cabello con largos rizos. Viste una túnica larga, finamente dibujada, y
sobre ella lleva un manto. Está subido a carro (Depto. 99), pues se ha conservado parte de la rueda con sus radios. Gloria Trías [fig. 5.7] identificó esta pieza con una producción del pintor de Niobides o de Altamura y la
fechó a mediados del siglo V a.C. (1967, 325).
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7. Tipos de ánforas importadas
halladas en la Bastida. 1: ánfora
púnica de Ibiza (8.1.1.1.). 2 y 3:
ánforas púnicas del Estrecho de
Gibraltar (8.2.1.1. y 11.2.1.5.) (a
partir de Ramon). 4: ánfora de
procedencia indeterminada
(¿centromediterránea?) hallada
en el Depto. 7 (a partir de la
documentación de Archivo SIP).
Estas cerámicas ofrecían un abanico de imágenes extraordinario y singular a los ojos de los habitantes
de la Bastida. Ciertamente, las representaciones figuradas en otros soportes son excepcionales, pues tan
sólo se han documentado algunas en pequeños objetos de adorno personal, como los amuletos en fayenza,
y dos exvotos de bronce que representan un guerrero a caballo y un buey. Los vasos griegos figurados debieron ser altamente codiciados y circunscritos a los grupos dominantes, pues así lo indica su restringida
distribución.
Ahora bien, resultaría ingenuo suponer que las interpretaciones de estas imágenes guardaran una estrecha relación con las realizadas en su lugar de origen. De hecho, es frecuente que las imágenes y los objetos
pierdan sus significados de origen cuando cambian de manos, o traspasan fronteras sociales, territoriales o
culturales. Es lógico, por tanto, que las imágenes en los vasos griegos jugaran un papel importante en el
imaginario local, pero que se recontextualizaran asociándose a historias y relatos propios y que cambiaran
sus significados en cuanto pasaban de unas manos a otras.
La inmensa mayoría de estos vasos importados, decorados o no, pertenecen a servicios de mesa. El servicio de comida constituye la mayoría de estas piezas (65 %) y corresponde a los platos anchos del tipo Lamb.
21 y 22, y formatos más pequeños como las formas 21/25 y 24. Los vasos para beber, menos frecuentes (38
%), son las copas de diferentes formas y tamaños, siempre con dos asas, como los bolsales, los cántaros y
las copas de pie bajo. La vajilla de servir está representada sólo por una jarrita de calidad excepcional, de
boca trilobulada y cuerpo agallonado, hallada en el Depto. 37 (Kern 1954). Entre el conjunto de piezas figuradas relacionadas con la vajilla de consumo, el panorama está dominado por las copas de pie bajo con decoración en medallones centrales interiores (63 %) y por vasos de formatos más grandes como cráteras o
hidrias. Los ejemplares que no están destinados al consumo de alimentos son casi excepcionales. Dentro de
este grupo tenemos los recipientes cerrados como ungüentarios, lécitos o botellitas de aceites, alguna lucerna
(Depto. 68), una pieza con forma de astrágalo (Depto. 68) y un vaso con decoración plástica en forma de
león para libaciones hallado en el Depto. 115.
La distribución de las cerámicas figuradas dibuja un cuadro muy significativo: los vasos áticos con decoración de figuras rojas se encuentran en tres espacios cerrados: los Deptos. 68 y 96 y el área doméstica junto
a la Puerta Este. El contexto del Depto. 68 ofrece un servicio formado por una crátera, dos copas, un escifo
y una hidria, y en del Depto. 96 sólo hay dos copas. En la Puerta Este se documentó una botellita con una
mujer sedente en escena de tocador [fig. 5]. El resto de fragmentos figurados procede, precisamente, de dos
grandes espacios abiertos, el número 2 y el 99, lo que explica la relativa concentración de estos hallazgos en
los registros (5 y 14 piezas respectivamente). Entre los departamentos inéditos sólo se documenta un fragmento de una crátera de figuras rojas en el Depto. 115.
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Las ánforas: envases de productos alimenticios
Las ánforas son el envase comercial más común en la Antigüedad. Su forma alargada, de saco, está concebida para ser alineada y apilada de forma que se optimice la máxima carga de barcos o carros. Igual que
sucede con la vajilla de mesa, la tipología o la arcilla de las ánforas pueden ser reconocidas en algunos casos
y permitir establecer relaciones entre áreas distantes.
Casi la totalidad de las ánforas importadas documentadas en la Bastida son producciones púnicas. La
ausencia de importaciones anfóricas púnicas entre los conjuntos de las primeras excavaciones contrasta con
su aparición en las excavaciones de los últimos años, porque posiblemente se privilegió la recogida de objetos
metálicos, de los vasos completos o fácilmente reconstruibles y de la vajilla de barniz negro.
Las ánforas púnicas documentadas son prueba de la existencia de contactos comerciales con regiones
distantes, aunque fuera a través de intermediarios. Corresponden a tipos producidos en el área del Estrecho
de Gibraltar (tipos 8.2.1.1., 12.1.0.0. 11.2.1.5. siguiendo la tipología de Ramon, 1995) y en Ibiza (8.1.1.1.) [fig.
7] y en las excavaciones llevadas a cabo desde 1993 hasta 2008 se han documentado en todos los espacios,
si bien son muy minoritarias en el conjunto del material. En la muralla junto a la Puerta Oeste hay un ejemplar de tipo 8.2.1.1. del Estrecho de Gibraltar; en la Puerta Este también hay un ánfora del Estrecho, si bien
del tipo 11.2.1.4. Los ejemplares de ánforas púnico-ebusitana 8.1.1.1. se documentan en la Casa 11, en la
Puerta Oeste y en la Puerta Este.
No tenemos pruebas acerca de los contenidos que fueron transportados en estos envases, que es lo que
realmente importaron los grupos iberos. Para las ánforas del Estrecho no es descabellado pensar en salazones o derivados del pescado, habida cuenta de la larga trayectoria productora de la zona desde, al menos,
los siglos VI-V a.C. (Aranegui et alii 2004). Para las ánforas ebusitanas se ha propuesto el envasado de aceite
o vino. No obstante, uno de los ejemplares encontrado junto a las estructuras adyacentes a la Puerta Oeste,
8. Selección de cuentas de pasta
vítrea halladas en la Bastida.
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casi entero, estaba asociado a semillas carbonizadas de Triticum aestivum durum, lo cual abre la posibilidad
de que la reutilización de los envases de transporte sea un fenómeno común.
Aparte de las ánforas púnicas hay un ejemplar muy fragmentado que podría corresponder a un ánfora
de producción griega a juzgar por la disposición del asa vertical y el arranque del cuerpo. Otras ánforas podrían identificarse como importaciones: el caso más claro es el ejemplar completo de perfil sinuoso que fue
hallado en el Depto. 7 (Fletcher et alii 1965, 54), ya que hay ánforas de este tipo que forman parte del cargamento principal del pecio de Binisafúller, en Menorca, y hay hallazgos aislados de este mismo tipo de ánfora también en Mallorca (Guerrero y Quintana 2000, 168). Por último, hay ánforas con unos característicos
peinados circulares e impresiones en el tercio superior del cuerpo, que pudieran haber sido producidas en
el área costera de Alicante, pues se han documentado en los alfares del Campello (López Seguí 1997, 241).
Estas evidencias invitan a pensar que los productos ibéricos también fueron canalizados en las transacciones
entre los asentamientos costeros y las zonas de interior (Mata et alii 2000), y que circularon junto a otras
mercancías foráneas, más fácilmente reconocibles en el registro.
Cuentas de pasta vítrea y pequeños objetos de tipo egipcio
Otro elemento que podemos identificar como importaciones está formado por los conjuntos de cuentas
de pasta vítrea así como otros pequeños objetos de adorno. Las cuentas de pasta vítrea son esferas hechas a
partir de material silíceo con el que se obtienen objetos estandarizados, simétricos y de tamaños diversos,
aunque no suelen superar los dos centímetros de diámetro. Están realizadas en talleres mediterrános –púnicos sobre todo–. En la Bastida, como sucede en otros contextos ibéricos de estos momentos, hay cuentas lisas
y agallonadas y predominan casi totalmente las de color azul, aunque con diversas tonalidades [fig. 8 y 10].
Tendemos a pensar en las cuentas formando elementos de adorno como collares
o pulseras, pero en la Bastida rara vez aparecen formando conjuntos muy numerosos
lo que invita a pensar que se pudieran ostentar como elementos decorativos corporales aislados. Junto a esta dimensión
decorativa, personal, no debemos olvidar
su uso como medios de intercambio en
trueques, derivado de su elevada apreciación, o incluso como elementos de contabilidad, y de ello hay suficientes ejemplos
en otros momentos históricos, como los
atestiguados durante la expansión colonial
europea.
Al respecto, traemos a colación una
pieza de tipo egipcio que también debió llegar a la Bastida en estos cargamentos. Se
trata de un pequeño objeto realizado pasta
silícea de grano fino y tono amarillento,
que representa una divinidad egipcia indeterminada, pues falta el rostro que determinaría la atribución. Está en actitud
hierática y una pierna se avanza ligeramente [fig. 9]. Es una pieza típica del siglo
IV a.C., pues hay ejemplares parecidos que
representan al dios Horus en la necrópolis
de la Albufereta y en el Tossal de Manises,
9. Figurilla de tipo egipcio que representa, posiblemente, al dios
en Alicante (Olcina y Ramón 2010, 72).
Horus. Altura 3,5 cm.
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10. Un paquete de productos comercializados desde el Mediterráneo central que llegaron a la
Bastida en el siglo IV a.C.: vajilla
de barniz negro y cuentas de
pasta vítrea.
Los agentes comerciaLes: de La costa aL interior
Este cuadro de importaciones abre el debate de cuáles fueron los agentes del transporte en estos contextos
ibéricos. La publicación del pecio del Sec, un barco hundido en la costa de Mallorca datado entre los años
375-350 a.C. (Arribas et alii 1987), ha permitido plantear la idea de que los barcos mercantes hacían rutas
marítimas con diversas paradas en las que se adquirían o intercambiaban productos alimenticios, vajilla, y
otros elementos, lo que se infiere de la heterogeneidad de procedencias de los productos transportados. Los
puertos situados en las Baleares serían, desde esta perspectiva, intermediarios entre la fachada mediterránea
peninsular y la zona del Mediterráneo central o el sur peninsular a través de la conocida como ‘ruta de las
islas’ (Sicilia-Cerdeña-Baleares) (Gómez Bellard et alii 1990; Sanmartí 2000, 312).
Los agentes comerciales debieron ser de orígenes diversos a juzgar por la variedad de productos en circulación en los espacios costeros y porque los mercantes de este periodo no tenían una bandera nacional
en el sentido actual del término, aunque los púnicos y griegos debieron dominar estas actividades. Pero también se puede plantear que los propios iberos llevaron a cabo actividades comerciales. De hecho, la integración y participación de iberos como testigos o como agentes comerciales durante los siglos V y IV a.C. parece
deducirse a partir del estudio de algunos documentos escritos. Uno de los más célebres es una lámina de
plomo hallada en Ampurias (Sanmartí-Grego 1991). Escrita en dialecto jonio a finales del siglo VI a.C. especifica las órdenes de un comerciante a su socio instalado en este núcleo para que lleve a cabo una operación
comercial relacionada con el intercambio de vino remolcando un navío. Lo más interesante es que el contacto
de este comerciante que almacena mercancías y las transporta es un tal Basped o Baspedas, al que se ha supuesto un origen ibérico.
No es el único ejemplo. Parecida es la carta hallada en Pech-Maho (Agde, Francia) (Lejeune et alii 1988).
Esta datada en el siglo V y relata la compra de embarcaciones entre griegos, con pormenores de los aportes
de sucesivas señales del saldo efectuadas en varios lugares del entorno. Dejando a un lado detalles inciertos
de su contenido lo que interesa destacar es que la mitad de los testigos de estas operaciones tienen nombres
iberos. Más que una anécdota curiosa muestra su alto grado de participación en estas actividades o, si se
quiere, la necesidad de finalizar una buena operación comercial con su presencia y sus nombres. Podríamos
decir que un ibero es la garantía necesaria para dar fe.
Un plomo escrito en signario levantino hallado en el Grau Vell, en Sagunt, (Aranegui 2004, 80) refuerza
la misma idea: que algunas actividades comerciales están controladas, e incluso dirigidas, por grupos de
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iberos que, además, tienen una participación activa en las transacciones mercantiles. Por ello,
es factible pensar que los iberos también son
responsables de canalizar los productos hacia
los centros de interior, y que ello depende de los
contactos que establecen al nivel de las relaciones sociales. Es en estos centros de interior
donde volvemos ahora, para valorar las importaciones y los fenómenos de intercambio en sus
contextos.
sobre La importancia de Lo importado
El panorama de las importaciones de la Bastida permite hacer algunas consideraciones
sobre la cuestión del valor que se otorga a los
objetos, y a la que ya nos hemos referido más
arriba. El repertorio de las escasas ánforas importadas –ánforas púnicas de Ibiza y el Estrecho de Gibraltar– y una vajilla de barniz negro
muy bien definida en cuanto a sus tipos y funcionalidades encuentra parangón en otros
asentamientos coetáneos de la zona, e invita a
pensar que se seleccionaron los productos que
interesaron a estos grupos, como se ha puesto
también de manifiesto a una escala geográfica
más amplia (Sanmartí 2000, 315). Las importaciones nos ilustran sobre ciertos mecanismos
de selección que tienen que ver con la demanda
local y ésta con los valores asociados a estas piezas. Las importaciones encuentran su sentido
en el mismo uso: la mayor parte de las importaciones de barniz negro es vajilla de mesa –
platos, cuencos, cráteras y copas– y se relaciona
con la práctica alimentaria en sentido amplio;
con la ingesta tanto de alimentos sólidos como
de líquidos. Sólo una pequeña parte del repertorio cerámico pertenece a tipos relacionados
con otros usos, como las botellitas de aceite
para el cuidado corporal o el tocador. Las cuentas de collar también se pueden relacionar con
11. Ánfora de Ibiza hallada en la Casa 11 de la Bastida.
esta dimensión del cuidado corporal o, más
bien, de la decoración personal [fig. 10].
Una lectura en perspectiva permite evaluar
este cuadro como un excelente ejemplo de algunos de los valores de los grupos iberos. El panorama nos invita a pensar que en la realización de determinadas prácticas sociales, como de comensalía o celebraciones, jugó un papel destacado la alimentación –la
comida y la bebida. En estas reuniones festivas la ostentación de una vajilla de origen foráneo y de circulación
restringida en el contexto comarcal, como son las exclusivas piezas de figuras rojas, los alimentos exóticos
en ánforas púnicas, permitía a sus poseedores mostrar su poder y sus relaciones privilegiadas con los comerciantes y los productos de procedencia lejana [fig. 11].
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12. Conjunto de cinco lingotes de
plata hallado en el Depto.
103/105 y el vaso cerámico en el
que se ocultaron.
Los pagos con metaL: La pLata y eL bronce
Al analizar la cuestión del comercio, no debemos pasar por alto que los metales fueron, probablemente,
los medios de pago e intercambio más valorados en este contexto. Ahora bien, no se trata de metal convertido
en moneda con un valor garantizado a través de una acuñación –que responde a un contexto histórico diferente, pues en la Bastida no se ha documentado la moneda como medio de cambio–, sino de metal en bruto
utilizado como dinero. Está demostrado que en el sudeste peninsular, ya en el siglo IV a.C., y quizás antes,
los metales, y especialmente la plata, fueron valorados y circularon entre determinadas esferas sociales para
el pago de bienes y servicios (Ripollés 2009).
Las actividades de reducción del mineral de galena argentífera que se documentan en varios espacios de la
Bastida constituyen una actividad económica de primer orden destinada a la obtención de plata refinada que
supone riqueza acumulada y medio de cambio. En este sentido debemos valorar seis piezas discoidales de plata
13. Pieza de plata del Depto. 232 recortada.
Los pagos de mercancías, objetos o servicios
con metales preciosos en bruto eran frecuentes en estos momentos. Long. 3,1 cm.
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14. Anillas de bronce que pudieran haber servido, también, como lingotes para el pago de bienes o servicios con bronce. Son piezas
estandarizadas en cuanto a su tipología, pesos y medidas y, de hecho, algunas están recortadas. Diámetro máximo de la pieza recortada 5,9 cm.
halladas en la Bastida que constituyen una producción de plata no estandarizada que ilustra sobre determinadas actividades mercantiles efectuadas en este sistema socioeconómico. Estas piezas pueden interpretarse, a
juzgar por su morfología, como fondos de copela que han sufrido un enfriamiento lento y han adquirido una
forma de botón redondeado y cóncavo característico del metal obtenido mediante estos procesos.
Cinco de ellas aparecieron ocultas en el Depto.
103/105, dentro de una botellita de cerámica, y suman
207,3 g de plata en bruto [fig. 12]. Sus pesos no son excesivos, y oscilan entre 26,5 g y 55,3 g. Podemos valorar este hallazgo como una acumulación de riqueza
extraordinaria no sólo en el propio asentamiento sino
también en el contexto regional, por lo que conocemos
hasta el momento de otros yacimientos.
Otra pieza más, que procede del Depto. 232, pesa
25,3 g y está recortada por la mitad [fig. 13]. Este dato
es del máximo interés ya que ilustra sobre el uso de la
plata como medio de pago. Estamos ante un modelo
en el que se negocian pagos con metal en bruto –sobre
todo plata y, en menor medida, oro–, adaptados a la
cantidad requerida, como una forma de dinero móvil
en una sociedad sin moneda. Las piezas de la Bastida
no son las únicas en la zona, ya que muy cerca hay
asentamientos que han deparado piezas similares,
también recortadas, como el Puig d’Alcoi (Pascual
15. Plato de balanza. Diámetro 12,2 cm.
1952, 143) o Cerro Lucena en Enguera (Castellano
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16. Ponderales de bronce (Foto
Casa Grollo).
2007, 137). Estas evidencias muestran que la plata está apropiada por ciertas esferas sociales que, además,
están integradas en redes de intercambio interregionales.
Es probable que otros metales pudieran haber sido valorados como elementos relacionados con los pagos
mediante metal en bruto. Así lo dan a entender doce arandelas de bronce de perfil troncocónico y de sección
triangular o romboidal, de diámetros entre 3,60 y 6,60 cm y con pesos entre 54,85 g y 7,01 g [fig. 14]. Con
frecuencia se hallan formando conjuntos, como en el Depto. 142, muy cerca del lugar de ocultación de la
plata previamente citada, donde hay cinco ejemplares que pesan 35,51 g, 26,27 g, 25,96 g, 16,59 g y 17,75 g
respectivamente, de modo que se repiten pesos que parecen ajustarse a un patrón.
A veces están asociadas a balanzas y ponderales, como en el Depto. 16 donde se cita que “cinco ponderales
salieron juntos con otros tres de plomo […] y un fragmento de aro de bronce, todo ello en el ángulo noroeste del
departamento” (Fletcher et alii 1965, 97). El hecho de que sean piezas con una tipología estandarizada y que alguna de ellas esté recortada (Depto. 37 y 239), nos lleva a pensar que pueden tratarse de auténticos lingotes de
bronce preparados para ser fundidos y elaborar objetos, o quizás para realizar pagos a peso, del mismo modo
que sucede con la plata, aunque en esferas de transacciones diferentes.
En un marco económico en el que se negocian la plata y el bronce como medios de cambio, las balanzas
de precisión fueron un complemento necesario, como veremos a continuación.
sistemas de pesos: baLanzas y ponderaLes
Los sistemas de pesos de época ibérica han sido tradicionalmente objeto de estudio por las implicaciones
sociales y económicas que tienen para definir una determinada organización de los intercambios y unos posibles patrones metrológicos comunes. Los ponderales y los platillos de balanza son, en este caso, los elementos
materiales que demuestran que entre los iberos se llevaba a cabo el control de pesos con la ayuda de balanzas
de precisión.
En la Bastida hay siete platillos de balanza de bronce documentados en los Deptos. 16, 26, 37, 80, 209,
230 y 268, y con dudas en el 68. Son discos cóncavos de entre 8 y 12 cm de diámetro hechos a partir de una
lámina muy fina de bronce, y con tres o cuatro perforaciones equidistantes para permitir ser colgados, aunque lo más frecuente es que sean de cuatro perforaciones [fig. 15]. No hay propuestas publicadas hasta el
momento de cómo podrían ser estas balanzas, pero parece que, al menos entre los siglos V y III a.C., las balanzas que se utilizan son de un solo plato. Al menos así se documenta en todos contextos de la Bastida y en
algunas tumbas de las necrópolis cercanas como Cigarralejo (tumba 21 y tumba 305) o en el Cabecico del
Tesoro (tumba 117) (Cuadrado 1987; Lucas 1990, 62). Si bien hay tumbas con dos platillos, como la número
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17. Conjunto de ponderales de
bronce y de plomo, de distintas
tipologías.
18. Pequeño ponderal con un
elemento metálico añadido,
probablemente para corregir
su peso. Diámetro 2,2 cm.
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19. Distribución de las balanzas en la Bastida.
145 del Cigarralejo, se fechan en época algo más tardía, hacia finales del siglo II a.C. de modo que proponemos
el uso extendido de balanzas de un platillo al menos hasta el siglo III a.C. En el Puntal dels Llops hay dos
fragmentos de platillos asociados a un juego de ponderales en el Depto. 1, y un platillo en el 4 y otro en el 16
(Bonet y Mata 2002, 157). Estos contextos son interesantes, pues podrían indicar que en torno a las fechas
en que se abandona este asentamiento edetano, hacia finales del siglo III o principios del II a.C., coexisten
balanzas de dos platos y de uno.
Los ponderales son elementos materiales que nos ilustran sobre los sistemas de pesos de precisión de
los iberos y ya desde las primeras excavaciones se advirtieron sus implicaciones económicas (Ballester 1930;
Fletcher y Mata 1981). En la Bastida se han recuperado un total de 73 ponderales. Los hay de bronce (39) y
de plomo (34) y siempre tienen perforaciones centrales [figs. 16 y 17]. Los de bronce se pueden dividir en
dos grandes grupos tipológicos: los troncocónicos, que son los más abundantes con diferencia, y los discoidales, que sólo se han documentado en un número de tres.
Los ponderales troncocónicos se elaboraban a partir de un cono de bronce macizo, obteniendo juegos de
pesas que, en la Bastida, oscilan entre 2,10 gr para los más ligeros, y 267 gr para el ejemplar más pesado. El
grado de precisión de estos juegos debía ser controlado cuidadosamente, ya que en algunos casos se ha rebajado metal para quitar peso y en otros se ha añadido [fig. 18]. Es interesante constatar que ningún ponderal
troncocónico tiene marcas, pero sí las tienen los tres ponderales discoidales documentados. Se trata de punciones alrededor de la perforación central en un número variable que está en relación a su peso.
Es difícil proponer una reconstrucción fiable de estas balanzas, ya que aparte de los platillos y ponderales
no hay otros elementos claros de bronce o hierro que puedan ser relacionados con un uso como brazos. Posiblemente, a excepción del platillo, toda la balanza estaría hecha de materiales perecederos. Pero, ¿cómo
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20. Recreación del control de movimientos
comerciales con el plomo escrito hallado en
el Depto. 48 (Bastida I). Jornadas de Visita,
año 2009.
se pesa en ellas? Por un lado podemos descartar que sean balanzas al estilo de las romanas, en las que un
contrapeso móvil en el eje calibrado permitiría pesar el producto previamente colocado sobre el platillo, ya
que no hay evidencias de tales contrapesos en los contextos citados. Nos inclinamos más bien por pensar
que los propios ponderales funcionan en este caso como contrapesos y por ello es relevante que estén perforados, como ocurre con todos los pesos de bronce o de plomo documentados –y no sólo sea éste un elemento derivado de su producción o para ser guardados juntos. Así, el producto se colocaría sobre el platillo
y los ponderales se podrían incorporar –¿colgados?– al brazo o a algún otro punto equidistante al plato
según el peso requerido por el producto.
Los productos pesados debieron ser variados, aunque obviamente serían pequeñas cantidades o piezas
ligeras que permitieran ser colocados en los frágiles platillos y que no superaran el peso máximo que acumulan los juegos de ponderales. Por ejemplo, uno de los juegos mejor conservados se halla en el Depto. 16,
donde hay cinco ponderales de bronce que pesan un total de 358,1 g y tres ponderales de plomo que pesan
231 g. La lista de elementos puede incluir desde aquellos perecederos que no documentamos en el registro
arqueológico como pueden ser ciertos productos vegetales, esencias o drogas, hasta otros vinculados directamente a la verificación del metal utilizado para efectuar pagos –plata y bronce, como hemos visto, aunque
también el oro– y para controlar los procesos de copelación y producción. En este caso, los contextos con
balanzas y ponderales deben interpretarse como auténticos laboratorios en los que se sometía a verificación
la calidad del mineral de galena (Ferrer Eres, capítulo 5), entre otros metales y minerales.
La distribución de los siete juegos de balanzas, identificadas a partir de los platillos según lo excavado
hasta el momento en el asentamiento [fig. 19], muestra que seis de ellas se encuentran en espacios que abren
directamente a la calle, y que su uso y control estaba en manos de unos grupos que parecen habitar en casas
agrupadas en dos grandes sectores de la ciudad: en los Conjuntos 8, 10 y 11 por un lado, y en el Conjunto 3
por otro. Es una prueba material de que las casas funcionaron como unidades económicas independientes.
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Las casas y eL registro escrito de su economía
El Conjunto 10 [fig. 1 en capítulo 4] es uno de los espacios que más información ofrece para valorar el
hecho de que las casas funcionaron como unidades independientes e interdependientes que controlaban los
movimientos de productos y las cuentas asociadas a sus actividades económicas. En el Depto. 48 se halló la
célebre lámina de plomo escrita (Bastida I) que se interpreta como un listado de productos o personas asociados a cantidades y unidades de medida a modo de albarán, con algunos conceptos cancelados y otros no
(De Hoz, capítulo 9). Se halló en un contexto doméstico, como muestra el resto de equipamientos asociados
como molino, telar, vajilla de consumo y cocina y armamento, muy cerca de dos espacios en los que se desarrollaban actividades de copelación de la galena (Deptos. 49 y 26) como indican la tobera, el trípode y las
planchas de plomo halladas en el primero, y el plomo y la maza del segundo además de una balanza.
Estos contextos invitan a pensar que las casas eran unidades económicas en las que se llevaban a cabo
actividades comerciales de un cierto volumen y complejidad, pues requerían llevar el control en documentos
escritos como éste [fig. 20]. El papel de la escritura debe ser valorado especialmente, pues la escritura se inventó por y para el poder, para utilizarla para registros comerciales, transacciones o propaganda. El conocimiento de la escritura hacía posible hacer cálculos voluminosos y complejos –porque más vale lápiz corto
que memoria larga, como reza el dicho.
intercambios, comercio y poder
El control de las relaciones con los agentes comerciales y la restricción de los intercambios es un aspecto
que permite consolidar el poder de ciertos grupos, que tratan de mantener relaciones privilegiadas con comerciantes y sus mercancías. Al hilo de esta idea conviene valorar los dos grafitos en vasos áticos documentados en el Conjunto 5.
En el interior de una base de copa de barniz negro del Depto. 62 se encuentra esgrafiado el signo Y, y
que en el fondo externo de otra hallada en el Depto. 64 hay, por un lado, tres triángulos que corresponden
a grafitos comerciales griegos. El exterior de las bases de algunos vasos se marcan con abreviaturas de deka,
con valor de diez, relativos a las partidas que se comercializan; por otro lado se han añadido cuatro signos
ibéricos (ver capítulo 9).
Las marcas se han realizado después de la cocción y no se relacionan con el proceso de fabricación de
las piezas sino con su uso, y dos de ellas pueden corresponder a grafitos personales, quizás para identificar
propiedad. La pieza del Depto. 64 requiere un comentario más detallado. Pensando en términos de intercambios, la combinación de ambas inscripciones quizás pudiera ser explicada como un doble circuito
comercial en el que participaran griegos e iberos, al estilo del propuesto para griegos y púnicos a raíz del
estudio de los materiales de barniz negro del pecio del Sec, donde sólo las piezas no figuradas tienen grafitos (De Hoz 2002). Según esta propuesta, a los primeros hubiera correspondido el marcado de la
secuencia de triángulos y a los segundos otras marcas numerales en las redistribuciones de esos
cargamentos. Para el fragmento del departamento 64, la inscripción griega encaja en este esquema explicativo, pero la ibérica invalida esta hipótesis dado que no se trata simplemente de un numeral sino de un
texto más largo, quizás una marca personal. Así, es más factible pensar en una marca de propiedad, como
ha propuesto de Hoz, o, al menos, en una marca no numeral ya que la onomástica ibérica conocida no
ofrece ejemplos similares.
Muy destacable es el hecho que, precisamente, dos de los tres vasos con grafitos de la Bastida se encuentren en un mismo edificio, en el Conjunto 5, y que además uno de ellos tenga una inscripción ibérica. Nunca
sabremos si la persona que escribió sobre el mismo vaso que otros habían elegido previamente para marcar
un lote de productos conocía el significado de los triángulos, pero al menos estamos en condiciones de definir
este acto como un gesto significativo. El tipo de vaso es muy abundante en la Bastida, pero resulta ser un
elemento destacado por haber marcado un lote de piezas, lo que quizás indicaría que llegaría a manos de alguien que controlaba la llegada de estos paquetes de productos. Quizás estamos ante la muestra material de
que los intercambios confieren prestigio, de que están controlados por unos pocos grupos, y son medios
que, convenientemente restringidos, permiten consolidar el poder.
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El armamEnto En un poblado
ibérico dEl siglo iv a.c.
Fernando Quesada sanz
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armas en necrópoLis y en pobLados
E
n su momento publicamos un catálogo del armamento de la Edad del Hierro peninsular que, aunque
no completamente exhaustivo, sigue siendo con sus sucesivas actualizaciones un buen marco de referencia comparativo para el estudio de las armas prerromanas (Quesada 1997, apéndice IV). En la
actualidad cuenta con 6.376 armas catalogadas correspondientes a 505 yacimientos. El primer dato significativo que se obtiene de su análisis es que el 77,1% de las armas conservadas procede de necrópolis, mientras
que sólo 856 piezas, un 13,4% del total, proceden de contextos de hábitat. El resto, un mero 9,5%, corresponde a otros tipos de yacimiento (santuarios, subacuáticos, posibles campos de batalla republicanos, campamentos) o no tiene procedencia precisa.
Por tanto, sólo poco más de una entre cada diez armas ibéricas o celtibéricas conocidas procede de un poblado. De hecho, si sólo contáramos con datos de hábitat nuestro conocimiento del armamento prerromano
peninsular sería muy distinto del panorama que hoy tenemos. Los conjuntos hallados en sepulturas tienen
la ventaja de componer lotes completos, probablemente funcionales en la mayoría de los casos (Quesada
1997, 643), a menudo de razonable estado de conservación y frecuentemente datables con cierta precisión.
Pero a cambio, el contexto altamente ritualizado del mundo funerario puede implicar distorsiones significativas en el patrón de deposición de las armas (por ejemplo la sobre-representación de falcatas: Quesada 1997,
644 y 651), e incluso se han arrojado dudas –en todo caso a nuestro juicio sobrestimadas– sobre su misma
significación (Bendala 2000, 217).
El estudio de armas en contexto de hábitat plantea sus propios problemas. La propia escasez de hallazgos
deriva de la naturaleza del registro arqueológico: sólo en casos –contados– de destrucción violenta y generalizada de un poblado, seguida de su abandono sin reocupación, cabe hallar conjuntos significativos de material metálico, que de otro modo se hubieran recuperado y retirado de manera sistemática por los propios
habitantes. E incluso así, la excavación de un hábitat destruido violentamente sólo nos proporciona una foto
fija, una instantánea, del momento mismo de la destrucción, sin que podamos asegurar que los patrones
deposicionales correspondan a la situación habitual y no a la excepcionalidad del momento final del poblado.
Con todo, algo es mejor que nada, y contrastar los datos de hábitat con los procedentes de necrópolis es un
procedimiento saludable y necesario.
Por otro lado, se pueden contar –literalmente– con los dedos de una mano los poblados ibéricos que
cumplan tres condiciones para que los resultados puedan ser no sólo significativos sino razonablemente
representativos: un abandono brusco que dejara ‘in situ’ una elevada proporción de material, una amplia
extensión excavada, con suficientes viviendas y espacios como para que la muestra sea estadísticamente significativa, y una documentación razonable sobre la ubicación de los resultados. De entre los poblados que
satisfacen la primera condición surge una contradicción con respecto a las otras dos: cuando hay documentación suficiente y precisa sobre las armas y su ubicación es porque se trata de excavaciones recientes sobre
yacimientos grandes que avanzan muy lentamente o porque se trata de yacimientos pequeños (caseríos, pequeños recintos fortificados) especializados que no son representativos de un oppidum ibérico. Así, y por
citar ejemplos del área valenciana, publicaciones excelentes como la de los Villares de Caudete de las Fuentes
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1. Algunas espadas y elementos de vaina de espada hallados en el interior del poblado. Falcata y empuñadura de espada de frontón: dibujo F. Quesada. Lámina metálica (¿espada?) y posibles piezas de vaina. En cada pieza el primer número indica el Departamento; el segundo el numero del inventario antiguo de la Bastida y el tercero el número de Catálogo de Quesada (1997).
(Mata 1991) –primera situación–, o el Puntal del Llops en Olocau (Bonet y Mata 2002) o el Castellet de Bernabé de Llíria (Guérin 2003) –segunda– proporcionan informaciones muy relevantes, pero difícilmente
pueden aproximarnos a una visión general de los tipos y distribución espacial de las armas en un oppidum.
Es en este contexto donde se hace más evidente la enorme relevancia de la Bastida de les Alcusses de
Moixent. Se trata de un yacimiento extenso, con una superficie de 4,2 ha en el recinto interior y otras 1,4 ha
en el exterior, en el que se ha excavado una parte muy importante de su superficie, con hasta un total de 273
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2. Manillas de escudo halladas en el interior del poblado. De los tres elementos de suspensión a la derecha, los dos superiores pertenecen probablemente a vainas de falcata y el inferior a la suspensión de un telamon de escudo casi con seguridad. La manilla del
Depto. 240 estaba inédita.
departamentos (espacios construidos o anejos a ellos) identificados y excavados. Aunque la mayor parte de
la excavación es antigua (entre 1928 y 1931), la publicación de los cien primeros departamentos fue suficientemente completa y detallada (Fletcher et alii 1965 y 1969). Y aunque los otros departamentos siguen
inéditos, gracias a la documentación detallada y precisa conservada en el SIP de Valencia (fundamentalmente
una Memoria mecanografiada y toda una serie de carpetas de Inventario que incluyen abundantes croquis),
nos ha sido posible recopilar la información en bruto procedente del total de la parte excavada del yacimiento.
Por otro lado, desde hace más de una década se viene realizando un re-estudio sistemático y detallado
del yacimiento, que combina nuevas excavaciones y la revisión de las antiguas. Esto ha permitido re-evaluar
la información antigua, agrupar parte de los departamentos excavados en viviendas y conjuntos [fig. 16],
relacionar las zonas de vivienda con espacios públicos, etc. Y aunque los trabajos siguen en curso, las importantes publicaciones ya realizadas (Díes y Bonet 1996; Díes et alii 1997; Díes y Álvarez 1997 y 1998; Bonet
et alii 2005; Díes 2005; Bonet 2006) facilitan una adecuada contextualización de los datos. Las excavaciones
en las diversas puertas de acceso al poblado han permitido además hallar nuevas armas y datos que confirman la destrucción violenta del mismo hacia finales del siglo IV a.C. en el Ibérico Pleno, fuera del contexto
por completo diferente de la Segunda Guerra Púnica y conquista romana en el que muchos otros poblados
ibéricos fueron destruidos.
Se han recogido hasta 138 armas y arreos de caballo que conocemos hasta ahora en el conjunto. Se trata
de una muestra que cumple mejor que en ningún otro poblado ibérico o celtibérico los requisitos que antes
mencionábamos. De nuevo unas cifras expresarán con mayor claridad la situación. El poblado de la Bastida
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3. Selección de soliferrea, moharras de lanza y de jabalina del poblado de la Bastida.
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4. Regatones y conteras, no necesariamente de lanza.
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supone el 0,73% del total de poblados catalogados con armas (137 yacimientos), pero sus 138 objetos suponen el 16% del total de armas de la Edad del Hierro recuperadas en este tipo de contexto, con una calidad
de información razonablemente buena, y además para un periodo anterior a la presencia cartaginesa o romana, sin ‘contaminación’ pues con las guerras Púnicas. Además la información es contemporánea a las
grandes necrópolis del siglo IV del sureste que han proporcionado la información más coherente sobre el armamento del Ibérico Pleno, sobre todo Cabecico del Tesoro (Quesada 1989) y Cigarralejo (Cuadrado 1987
y 1989; Quesada 1997). Es pues, y con gran diferencia, el poblado que más y mejor información nos proporciona en este aspecto.
Los tipos de armas
Los tipos de armas documentadas en la Bastida constituyen una muestra representativa del conjunto del
armamento ibérico del siglo IV a.C. Los principales tipos documentados (falcatas, espadas rectas, lanzas de
diversos tipos, manillas de caetra circular), etc. son comparables a otros conjuntos contemporáneos (Cuadrado 1989; Quesada 1997). Incluso la escasez o ausencia de determinados elementos (puñales, cascos, puntas de flecha) coincide con el patrón tipológico habitual para las armas ibéricas de la época plena o ‘panoplia
normalizada’ (Quesada 1997, 611 ss.). Donde surgen diferencias sustanciales es en la proporción en que aparecen dichos tipos, una vez agrupados por conjuntos funcionales (vid. infra).
Las dos falcatas documentadas [figs. 1 y 13] son típicas del periodo en morfología y dimensiones. La del
Depto. 193 con empuñadura de cabeza de caballo, mide 44,5 cm de hoja con un ángulo axial (Cuadrado
1989, Quesada 1997) de 790 y filo dorsal de 26,2 cm; la de la puerta oeste mide 49,6 cm de hoja con ángulo
de 780 y filo dorsal de 25 cm. Ambas están muy próximas a los valores medios del conjunto total (48,9 cm;
740 y 24 cm de filo dorsal, ver Quesada 1997, 90). Lo mismo ocurre con la forma y tipo de los vaceos o acanaladuras de la hoja. En ninguno de los dos casos aparecieron acompañados de sus vainas, aunque en otros
espacios del poblado han aparecido elementos que probablemente corresponden a vainas de falcata [figs. 1
y 2, comparar con Cuadrado 1989].
No es claro que los fragmentos de lámina de hierro mal conservado hallados en el Dpto. 69 correspondan
a una espada recta. En todo caso, por su morfología sólo podría tratarse de un tipo relacionado con los de
La Tène norpirenaicos, en su versión producida en Iberia, especialmente al norte del Ebro (García Jiménez
2006), y que aparece ocasionalmente en yacimientos ibéricos de la fachada mediterránea e incluso en Andalucía (Quesada 1997).
Mayor interés tiene la cacha de hueso con restos de decoración en hilo metálico del Depto. 48 [figs. 1 y
7], que corresponde a un tipo de espada corta de hoja recta característico de los siglos V y principios del IV
a.C., las armas con empuñadura de frontón. Es un tipo ibérico antiguo del que se conocen bastantes ejemplares en el hinterland interior de la costa valenciana (Quesada 1998, figura 93; actualizado con Castellano
2001), y que aparece ya en el monumento de Porcuna a mediados del siglo V a.C. La cacha de la Bastida
conserva los entalles en el pomo semicircular para los elementos decorativos de bronce que lo decorarían,
e incluso uno de los remaches de hierro para sujeción. Es notable que este tipo de espada, ya obsoleta a
fines del siglo IV a.C., y de la que sólo aparece esta cacha, se haya localizado en un departamento, el número
48, en el que se hallaron también una placa de cinturón decorada, un plomo escrito enrollado y otros elementos de cierta excepcionalidad… junto con un molino circular e instrumentos agrícolas (Fletcher et alii
1965, 229).
Junto con las espadas, las únicas armas que deben considerarse propiamente de guerra y no asociables
también a actividades cinegéticas, son los escudos, de los que han quedado escasos restos. Esto es en parte
comprensible dado que su cuerpo de madera y cuero se desintegró hace mucho, mientras que los elementos
de chapa férrea para su sujeción son más frágiles que otras armas. Sin embargo, y aun admitiendo esto,
llama la atención la escasez de estos elementos. Todos los recuperados son manillas de aletas desarrolladas
de Grupo Quesada III. Esto es, no hay manillas de puño cortas características del ámbito ibérico en el siglo
v a.C., ni tampoco modelos de tipo meseteño. Las dos piezas cuyas dimensiones totales se conocen (Deptos.
19 y 240, fig. 2 y 7-7b) miden respectivamente 30 y 29,5 cm y corresponden a la variante IIIA2 (esto es, manilla de aletas largas, con dos puntos de sujeción al cuerpo del escudo más anilla de telamon, y apéndice en
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5. Arreos de caballo y espuelas. Punta de flecha.
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6. Armas de la zona de puertas y muralla en las excavaciones recientes.
las aletas, cf. Quesada 1997, 500). Las dimensiones y morfología son absolutamente típicas de caetras ibéricas de entre 40 y 60 cm de diámetro del siglo IV a.C., y de hecho es el Grupo III, con 140 ejemplares
conocidos en el año 1996, el más frecuente en el ámbito ibérico en este periodo. Los otros fragmentos de
manilla conocidos, e incluso elementos de suspensión, son también compatibles con este tipo [fig. 2].
Las armas de astil son, como cabría esperar [figs. 3 y 9], las más habituales en la Bastida. Faltan entre
las puntas de lanza las grandes moharras de hoja estrecha, grueso nervio y longitud superior a los 50 cm
características de los siglos V y primera mitad del IV a.C. (tipos 1 y 2 de nuestra clasificación, cf. Quesada
1997, 352, figuras 244-245). Las lanzas de la Bastida, en general en estado muy fragmentario, pertenecen a
tipos más característicos de avanzado el siglo IV a.C., con dimensiones y peso menores. La moharra del
Depto. 80 [fig. 3], de tipo 6a y 34,6 cm de longitud, o la del Depto. 37 de tipo 2b, algo más arcaizante, son
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7. Empuñadura de espada de frontón (Depto. 48). Long. 11,5 cm.
Reconstrucción de una espada de frontón, detalle de su empuñadura y despiece de la misma. La cacha de la Bastida pertenecería
a esta empuñadura (según Quesada y Fernández del Castillo).
probablemente un buen modelo para los fragmentos distales conservados. La lanza ancha del Depto. 9, con
hoja de cuatro mesas (sin el nervio romboidal que aparece en el dibujo original, fig. 9) y una longitud total
de 37 cm es un arma apta para la caza tanto como para el combate. Otras moharras mucho más cortas, con
longitudes de en torno a los 24 cm (Depto. 20, Depto. 92) son también características del ámbito ibérico en
la segunda mitad del siglo IV a.C., con un uso múltiple como armas de caza o de guerra, y capacidad de ser
empleadas tanto empuñadas como arrojadas a corta distancia. Aparecen también varias puntas mucho más
pequeñas y ligeras, utilizables probablemente como jabalinas de Tipo 12 (fig. 3, Deptos. 23, 80, 87…) de
acuerdo con los criterios que definimos en su momento (Quesada 1997, 385 ss.).
Entre estas armas llama especialmente la atención la punta del Depto. 100, de tipo Quesada 11a (Quesada
1997, 382). Con sus 15,8 cm de longitud total y una punta perforante piramidal cuadrada alargada, tiene
paralelos muy cercanos en las Sepulturas 147 y 449 del Cigarralejo y en la Sepultura 102 del Cabecico del
Tesoro, yacimientos donde en los ajuares suele aparecer en manojos de media docena o más de puntas sin
regatón. Se conoce además un ejemplar sin contexto en el museo de Priego de Córdoba, y otro en Les Corts
de Ampurias (dudoso). El problema radica en que en todos los casos en que este tipo se documenta, la cronología se centra claramente en el siglo II a.C. (Quesada 1997, 382). Otras puntas de este tipo han aparecido
recientemente en el campo de batalla de finales del siglo III a.C. (la numismática es precisa en este sentido,
apuntando a una fecha en la Segunda Guerra Púnica) localizado en el cerro de las Albahacas, próximo a
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Reconstrucción de la cara interna de una caetra
ibérica –escudo circular– de hacia el año 350
a.C. (según Quesada y Fernández del Castillo).
8. Manilla de escudo de tipo III A2 Quesada (Depto. 240). Long. 29,5 cm
9. Moharra de lanza sin nervio a cuatro
mesas del Depto. 9. Long. 37 cm.
Santo Tomé (Jaén), quizá el lugar de la batalla de Baecula (Bellón 2005). El modelo aparece en otros contextos asociados a las Guerras Púnicas y al ejército romano de los siglos III-I a.C., en lugares tan variados
como los campamentos numantinos de circa 133 a.C. (Luik 2002), Es Soumaa en Numidia (Ulbert 1979),
Smihel en Eslovenia (Horvat 1997), Alesia (Sievers 1995) para perdurar incluso en época augustea y aún
más allá hasta avanzado el siglo II d.C., ya en bronce y con sección octogonal en lugar de cuadrangular (del
fuerte de Slaveni, en Petculescu 1991). A este repertorio no cabe añadir (contra Quesada 1997, 382) el objeto
en bronce del Cerro del Prado (de contexto básicamente fenicio) de mucho menor tamaño (6,5 cm) y sin resalte en la base de la punta, que es casi con seguridad una punta de flecha (Ulreich et alii 1990, Abt. 25). En
estas condiciones, el solitario ejemplar de la Bastida es un siglo más antiguo a los demás conocidos y, si no
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Funcionamiento de un bocado de caballo,
(según Quesada y Fernández del Castillo).
10. Bocado de caballo de filete con embocadura articulada del Depto. 88. No es
el más típico de la Bastida, donde los modelos con camas curvas son más frecuentes. Long. embocaduras 7,5 cm.
hay intrusiones, podría plantear el origen peninsular de un tipo que, por demás, en su diseño aerodinámico perforante, podría haber sido objeto de
invención en diversos lugares y momentos.
El tipo de objeto relacionado con la categoría de
armamento que abunda más en la Bastida es el más
problemático. Hay como mínimo 61 ejemplares de
regatón [fig. 4]. Ninguno de ellos corresponde al
tipo largo (más de 25 cm) característico del Ibérico
Antiguo (Quesada 1997, 429), ni al tipo celta con
espiga central para clavar (Quesada 1997, figura
256). Muy pocos son de longitud media, en torno a
los 15 cm con cubo de unos 2 cm de diámetro al exterior, y la gran mayoría pertenece a la categoría de
regatones pequeños o muy pequeños, en torno a los
7-10 cm de longitud. En el Cigarralejo, por ejemplo,
la gran mayoría de los regatones asociados a moharras de lanza miden entre 12 y 18 cm de longitud.
Por varias razones la clasificación como regatones
de lanza en la Bastida es en muchos casos discutible, ya que contradicen las cuatro funciones básicas
del regatón (contrapeso, punta de fortuna, elemento para clavar en astil en momentos de descanso, protección del extremo romo), por su bajo
peso, escaso diámetro interior y extremo distal redondeado. Es posible pues que en muchos casos
estos elementos hayan sido también conteras de
bastones o instrumentos de diverso tipo.
Sólo conocemos en la Bastida un posible –y
dudoso– ejemplar de pilum (Depto. 26, fig. 4).
11. Anverso y reverso de una espuela del Depto. 59, tipo 3c,
con cuerpo de bronce y estímulo de hierro, casi perdido. Es el
ejemplar más elaborado hallado en la Bastida. Long. 4,8 cm.
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12. Elementos de un yugo de carro,
probablemente ceremonial (Depto.
236). Estarían alineados a lo largo de
su eje y perpendiculares al timón; las
anillas pudieron servir de pasarriendas. Las que tienen un resalte aristado
pudieron situarse en los extremos.
13. Vista lateral de uno de los elementos,
mostrando el vástago inferior de la posible anilla pasarriendas. Long. máxima
13 cm.
Por su longitud de 19 cm, en un yacimiento como Cigarralejo se clasificaría sin dificultad como regatón,
pero su morfología de cubo ancho cónico que disminuye bruscamente hacia un largo vástago delgado
hace que pueda clasificarse como un pilum (o falarica, cf. Quesada 1997, 334) de tipo III y tamaño
pequeño (Quesada 1997, 328-329 y figuras 190 y 191).
En cambio no hay duda de la presencia en la Bastida del otro tipo de arma arrojadiza pesada a corta distancia típica del mundo peninsular, el soliferreum. Al menos dos ejemplares [fig. 3] conservan la punta y
un trozo largo del astil férreo, con longitudes conservadas superiores a los 40 cm (Depto. 174) y 65 cm
(Depto. 42). A estos ejemplares hay que añadir, al menos, una punta con aletas del Depto. 165 y otra con
nervio del Depto. 168. La morfología de las puntas, de tipo 3 (Quesada 1997, fig. 179) es característica y la
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Recontrucción del aspecto
de una falcata y su vaina
característica (según
Quesada y Fernández del
Castillo).
14. Falcata hallada en la zona de la puerta oeste de la Bastida. Long. 59,6 cm.
más frecuente, aunque la ausencia del sector central del astil, con la zona de empuñadura, impide una clasificación más precisa. La elevada capacidad perforante de este tipo de arma hace que sea básicamente un
arma de guerra, al contrario que una jabalina.
Finalmente llama la atención la aparición de una punta de flecha en bronce con enmangue de cubo y
arponcillo lateral [figs. 5 y 15]. Tipológicamente pertenece al tipo 11a de Ferrer (1996; este trabajo es
actualización y mejora de Ramón, 1983; ver también comparativa en Quesada 1997, 444), que es sin duda
el más frecuente en Iberia (85% de los ejemplares) y, pese al origen oriental del tipo, no cabe duda de su
fabricación peninsular (Quesada 1997, 447). La principal dificultad radica en que, al contrario de lo que
ocurría con la jabalina de punta piramidal, estas puntas se fechan habitualmente en contextos orientalizantes de los siglos VII-VI a.C., siendo extraordinaria su aparición en contextos posteriores. Es cierto que algunas variantes de este grupo de puntas de flecha, pero sobre todo las de tres o cuatro filos, perduran en
15. Punta de flecha en bronce con enmangue de cubo (Depto. 187). Long. 5 cm.
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16. Distribución general de las armas y arreos de caballo en la Bastida, incluyendo los ciento cincuenta departamentos todavía no
publicados. En tono más claro aquellas de clasificación dudosa.
época cartaginesa durante el siglo III a.C., pero el tipo de doble filo y un anzuelo lateral se considera uno de
los más antiguos (Quesada 1997, 447-448). Sin embargo, la aparición del tipo en contextos ibéricos del siglo
IV a.C. es indiscutible. El ejemplar de la tumba 282 –probablemente femenina– del Cigarralejo (Cuadrado
1987, 492) podría ser explicado como una reutilización (Quesada 1997, 462) y quizá también el de la tumba
20 de la Senda (García Cano 1997, 339). Pero son ya bastantes las puntas de este tipo en contextos del siglo
IV a.C., no ya sólo en Andalucía Occidental (López Palomo 1987, 184; Quesada 1997, 448) sino también en
el sureste peninsular, como en los hallazgos de los poblados de Coimbra, la propia Bastida, y las posibles
puntas del siglo IV a.C. en el Castellar en Alicante, Bolbax, Corral de Saus, etc… (referencias y análisis en
Quesada 1997, 461-462). A ello debe añadirse la punta hallada en un claro contexto del siglo II en el Puig de
la Misericordia de Vinaròs (aunque el poblado tiene una estratigrafía que se remonta al siglo VII, cf. Oliver
1994, 127 y Quesada 1997, 463 para una evaluación del contexto por el excavador). Finalmente hay que
añadir además al repertorio tardío ahora la punta de flecha de tipo 11 a aparecida en un contexto sertoriano
(c. 75 a.C.) en la Vila Joiosa (Alicante) (Espinosa et alii 2008, 206), así como otras en un posible campamento cartaginés en la desembocadura del Ebro (Noguera comunicación personal y 2008), superpuesto,
eso sí, a una necrópolis ibérica, la de Mas de Mussols, con materiales del siglo VI a.C.
La historia de las puntas de flecha en la Bastida no acaba aquí ya que, junto a una segunda también de
bronce (Fletcher y Pla 1977, 137) que no hemos localizado, contamos con una tercera punta, también de
bronce, hallada en la Puerta Sur [fig. 21], en un contexto relacionable con la destrucción del poblado. Se
trata de un tipo totalmente diferente de pedúnculo y aletas, con hoja plana y muy ancha con leve nervio aristado, más propia para la caza que para la guerra (al contrario que el tipo examinado antes). Es clasificable
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17. Distribución de regatones o conteras.
en el tipo C2 de Ruiz Zapatero (Ruiz Zapatero 1983, 930; Quesada 1997, figura 277), de tradición que se
remonta al Bronce Final pero algunas de cuyas variantes perduran hasta el siglo III a.C.
Un conjunto significativo de objetos relacionados con el ámbito de las armas es el de los elementos asociados a la equitación. En la Bastida son relativamente abundantes los bocados de caballo [figs. 5 y 10], aunque en la mayoría de los casos los restos están en muy mal estado o no son identificables con certeza. Sin
embargo, entre los restos hay una muestra suficiente como para asegurar que en la Bastida se empleaban
bocados de filete de embocadura articulada corta del Grupo A de Quesada (2005, figura 21), equivalente al
tipo 4.2 de Argente et alii (2001). Este tipo, el más común en la península Ibérica prerromana en toda la
Edad del Hierro, puede presentar diversas variantes en la forma de la embocadura y sobre todo en las camas
diseñadas para sujetar la embocadura al diastema del caballo. En la Bastida la mayoría de las embocaduras
parecen haber contado con discos metálicos para distraer la lengua del caballo y evitar que el animal
mordiera el bocado liberándose así de su acción mecánica. En cuanto a las camas, las más habituales en la
Bastida son las de forma curva en media luna con una anilla de sujeción a la embocadura y a las riendas, y
dos laterales para fijación a la cabezada de cuero (por ejemplo, las de los Deptos. 5, 99, 100, 142, 146, 236,
237). Otras piezas (como las varillas de los Deptos. 111, 125 y 155, quizá del tipo 1 de Argente et alii (2001),
o la posible fálera del Depto. 113, son de atribución más discutible. En la Bastida sólo hemos documentado
un bocado de filete con embocadura articulada en el que las camas longitudinales se sustituyen por grandes
anillas, un modelo menos severo que está igualmente bien documentado en Iberia –sobre todo en el ámbito
celtibérico–, equivalente al tipo 2 de Argente et alii (2001 y encuadrable en el grupo Quesada D (2005, fig.
21). Finalmente, en el Depto. 236 se documentó, junto con varios otros elementos de monta, un elemento
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18. Distribución de moharras de lanza, de jabalina y soliferrea o pila.
de serreta o barbada rígido, empleado en bocados del tipo 3 de Argente et alii (2001), o nuestro grupo C, o
quizá más probablemente B, aunque falten las quijeras rígidas (sobre la terminología, ver Quesada 2005,
figura 23 o Blech 2003).
Junto con la inhabitual (vid. infra) abundancia de bocados en la Bastida, llama también la atención la
presencia de un mínimo de seis espuelas [figs. 5 y 11]. Fueron progresivamente publicadas tanto en los informes originales (Fletcher et alii 1965 y 1969) como en trabajos ulteriores (Pérez Mínguez 1992). Ninguna
de ellas pertenece al grupo de las espuelas articuladas complejas características de la Bastetania, más al sur
(Cuadrado 1979, ampliado en Quesada 2001-02), sino que tienen el cuerpo rígido. A partir de aquí, los rasgos
más destacables, como ocurre también en la Serreta de Alcoi (2002-03), son la simplicidad de los tipos y la
variedad en formas y materiales. En la Bastida encontramos cuerpos en lámina de bronce (Deptos. 47, 59)
y de hierro (Deptos. 30, 47, 155, 236), y aguijones de hierro o mixtos con arranque de bronce y estímulo férreo (Depto. 30); cuerpos rectangulares simples (Depto. 47), ovales (Depto. 155) o complejos (Depto. 59).
No hay dos espuelas iguales y nunca aparecen por parejas. En conjunto, pueden clasificarse en nuestro Grupos 2 (la mayoría, tipos 2A, 2E, 2G) y Grupo 3 (Tipo 3C, Depto. 59) (ver tablas en Quesada 2005, figs. 34 y
35).
Finalmente, debe relacionarse con todo lo mencionado la aparición de unos notables elementos de bronce
[figs. 12 y 13], que podrían pertenecer a elementos de carro. En la península Ibérica la mayoría de los elementos
asociados a carro proceden del periodo Orientalizante y suelen pertenecer al grupo de los pasarriendas de
bronce. Muchos de ellos son anillas más o menos decoradas y divididas al interior mediante barras (Grupo 1
de Jiménez Ávila y Muñoz (1997, fig. 11; ver también Ferrer y Mancebo 1991). Pero otros se forman con placas
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19. Distribución de arreos de caballo y espuelas.
curvadas y gruesas de bronce atravesadas verticalmente por una anilla muy sólida (como en Cancho Roano,
Blech 2003, 181 y fig. 18c), del Grupo 2 de Jiménez y Muñoz 1997, fig. 12). Las piezas de la Bastida se relacionan
directamente con el tipo IIIB de estos autores, con paralelos en Ategua (Córdoba), aunque estos presentan una
decoración más elaborada. Su identificación como pasarriendas de carro plantea alguna dificultad, ya que la
anilla no se coloca en perpendicular al eje mayor de la pieza, sino en la misma dirección. Esto significa que los
cuatro elementos tendrían que haberse dispuesto en el eje del yugo, perpendiculares al timón del carro, y este
yugo, dada la forma de los elementos de bronce, habría de haber tenido un diámetro variable. Las dos piezas
con resalte aristado en esta hipótesis habrían debido ubicarse en los extremos, y las dos sin resalte en la zona
central del yugo. Ese es básicamente el modelo propuesto para otros pasarriendas del Grupo 2 por Jiménez y
Muñoz (1997; figura 14). Estos elementos no pueden ser considerados remates de la caja del carro en el sentido
en que lo son otras piezas de bronce sin anilla de aspecto similar, fijados a la trasera de los carros etruscos (e.g.
Emiliozzi 1997, 96, Castel di Decima) u otros elementos broncíneos más complejos (ibidem pp. 98 ss.).
Sin duda el paralelo más cercano –casi idéntico a falta de comprobar dimensiones– está en unas piezas
(NA 5194, 5195, 5196, 5197, 5198, 5199) de la necrópolis de la Albufereta de Alicante, en especial una de
ellas (NA-5198) procedentes de la llamada ‘sepultura’ L-127 A de la excavación Lafuente (ver fotos en Rubio
1986, fig. 98). Este contexto, a juzgar por su complejísimo conjunto de materiales, debió ser mucho más
que una sepultura normal (de ahí su apelativo de ‘gran Sepultura de ritual’). El lote incluye copas áticas de
figuras rojas fechables en el siglo IV a.C. y pebeteros de cabeza femenina de tipos normalmente fechados en
el siglo IV y sobre todo en el siglo III a.C. (en último lugar García Cano y Page 2004; Marín Ceballos y Horn
2007). Pero frente a la homogeneidad (dos pares) de las piezas de Bastida, el conjunto de Albufereta contiene
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20. Distribución de espadas, elementos de vaina y manillas de escudo.
algunos elementos más, incluyendo un posible recubrimiento de radio de rueda (NA-5345) que indican una
deposición quizá completa de una caja de carro.
Estos pasarriendas carecen de paralelos directos fuera de Iberia, ni en Chipre ni en Italia, donde hay referentes para muchos otros elementos, desde cubos a ruedas, que no podemos discutir aquí. Sin embargo,
pertenecen a un universo en el que los paralelos itálicos son los más llamativos (Emiliozzi 1997). El tipo III
citado presenta normalmente una datación en torno al siglo V a.C., y el tipo IV –Máquiz cf. Fernández Miranda y Olmos 1986, 94-96; Almagro et alii 2004, 223 ss.)– debe fecharse ya en el siglo IV. Por tanto, una
cronología de principios del siglo IV para las cuatro piezas de la Bastida, y sus paralelos de la Albufereta, con
perduración hasta finales de dicha centuria, es perfectamente posible. En todo caso, lo que parece indudable
es que estos elementos no deben asociarse a un ‘carro de guerra’, sino a vehículos ceremoniales más que
utilitarios (Quesada 1997b).
eL conjunto de armas
El análisis del subconjunto de armas documentadas en la Bastida revela importantes diferencias con respecto al del conjunto total de armas ibéricas. Si tomamos los tipos de armas ofensivas de la Bastida [fig. 22],
y los comparamos con el conjunto de armas ibéricas que, según las mismas categorías, describíamos en un
análisis general (Quesada 1997, fig. 354), observamos que la proporción de regatones (66%) es más del triple
que la del conjunto total ibérico. De hecho, mientras que en el conjunto del armamento ibérico hay menos regatones que puntas de lanza y de jabalina sumadas, en la Bastida hay el triple de regatones que de lanzas y ja-
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21. Conjunto del yacimiento con la localización de armas en las excavaciones hasta 2007 en las zonas de puertas (Oeste, Sur y Este).
balinas juntas. A nuestro juicio esto es un indicio más, junto con los rasgos tipológicos antes mencionados, de
que muchos de estos regatones de la Bastida fueron conteras de bastones, instrumentos de todo tipo, e incluso
puntas elementales empleadas por ejemplo para la caza, y no necesariamente apliques de armas de asta.
El número de armas de asta no específicamente arrojadizas (esto es, de moharras de lanza) es en la Bastida, con el 14%, muy inferior proporcionalmente al del conjunto de armas ibéricas (27,1%) o meseteñas
(hasta el 30,6%). En cambio, el porcentaje acumulado de jabalinas, soliferrea y pila, es decir, armas de asta
arrojadizas llega al 12%, cercano al 14,7% del total de armas arrojadizas ibéricas.
El dato más significativo, junto con el referente a los regatones, es que en la Bastida las espadas –o fragmentos seguros de ellas– sólo suponen un 5% del total de armas ofensivas, muy inferior a la proporción que
arroja el conjunto de armas ibéricas (25,3%) o meseteñas (22,3%). Esto significa, o bien que en las necrópolis
(que, recordémoslo, han proporcionado la mayoría de las armas) las espadas, arma noble por excelencia,
están sobre-representadas por razones rituales, o bien que en la Bastida las espadas fueron recogidas por
quienes conquistaron el poblado –o desaparecieron con los supervivientes que huyeran–, y por tanto no se
reflejan en el registro. A favor de esto último apunta el hecho de que una de las cinco espadas sea en realidad
una vaina, otra, una cacha de empuñadura, otra hoja (y no es segura), y que de las dos falcatas halladas una
apareciera en la calle, junto a la Puerta Oeste, y no en un espacio doméstico.
En todo caso, la comparación de los datos de un solo yacimiento con el total acumulado de medio millar
de lugares, que abarcan además un espacio y un tiempo muy amplios, es menos revelador que la que se
puede realizar con un solo yacimiento contemporáneo, del mismo ámbito cronológico y cultural, pero del
tipo que ha proporcionado la mayoría de los datos conocidos, esto es, una necrópolis. Y para ello hemos
escogido el caso del Cigarralejo, cuyo medio millar de tumbas (aunque no todas están publicadas en
Cuadrado 1987, nosotros hemos podido analizar el conjunto total) forma el mejor conjunto de panoplia del
mundo ibérico. Fechado como la Bastida en el siglo IV a.C., y objeto tanto de estudios tipológicos como
estadísticos (Cuadrado 1989, Quesada 1998), ofrece un marco de comparación mucho más ajustado.
La figura 23 ofrece una agrupación por conjuntos funcionales del total de armas de la Bastida. Lo primero
que llama la atención es la elevada proporción de arreos de caballo (bocados y espuelas), que suponen un
38% del total, frente a sólo un 6,5% de arreos de caballo en el Cigarralejo (Quesada 1998, 214, figura 4b para
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22. Tipos funcionales en la Bastida (excluyendo arreos de caballo y espuelas).
el gráfico equivalente). En realidad, la cantidad de elementos asociados a la monta ecuestre en Bastida es
muy elevada, y muy superior en orden de magnitud a la de cualquier necrópolis ibérica, donde rara vez se
llega al 7%. Si a ello añadimos que en otro poblado importante y cercano, la Serreta de Alcoi, el total de
espuelas halladas es muy elevado, más que en cualquier necrópolis (ver al respecto Quesada 2002-03),
vemos que Bastida parece indicar una cierta tendencia propia de los poblados levantinos. Los porcentajes
de la Bastida se aproximan más a los de las necrópolis celtibéricas, donde hasta el 21,4% de las tumbas con
armas contienen arreos de caballo.
En principio, cabría pensar que en el ámbito fuertemente ideologizado de las necrópolis sería donde los
elementos asociados al mundo ecuestre, ámbito aristócrático por excelencia, serían más frecuentes. Sin embargo, lo que se observa es exactamente lo contrario, y esto debe ser motivo de renovada reflexión. En su
momento mantuvimos que la caballería en la Iberia prerromana aparecería como tal (es decir, con número
suficiente como para formar unidades militares y ejercer una influencia en el campo de batalla) primero en
Celtiberia durante la primera mitad del siglo IV a.C., y que su aparición en el ámbito ibérico sería bastante
más tardía, hacia el último tercio del siglo III a.C. (Quesada 1998b para argumentación detallada). A la vista
de estos datos, cabría pensar que los caballos para la monta estaban, como en Celtiberia, más generalizados
de lo que habíamos pensado hacia fines del siglo IV a.C., en el área valenciana al menos.
El segundo dato interesante que se deduce de la comparación por grupos funcionales es la escasez de
armas defensivas conservadas en la Bastida (13%) frente al 21,7% del Cigarralejo –poco más de la mitad–,
que de nuevo puede tener mucho que ver con las circunstancias de la destrucción del poblado.
En tercer lugar, en la Bastida predominan las armas de combate cuerpo a cuerpo (espadas y lanzas) frente
a las arrojadizas (tanto las arrojadas a corta distancia como soliferrea y pila como las arrojadizas propulsadas
como las flechas), aunque en Cigarralejo la proporción es sumamente más desequilibrada a favor de las
armas de combate cuerpo a cuerpo (80% de las ofensivas en Cigarralejo frente al 54,5% en la Bastida).
Un análisis aún más detallado en función de los diferentes tipos funcionales [fig. 24] en comparación
con los equivalentes del Cigarralejo (Quesada 1989, fig. 4a) revela que de nuevo los bocados de caballo y espuelas tienen un peso mucho mayor en el poblado que en la necrópolis (34% frente a 5,1%), que las espadas
y puñales en cambio aparecen en muy baja proporción (7% frente al 28,6% en Cigarralejo), lo mismo que
los escudos (13% en Bastida frente al 21,3% en Cigarralejo), mientras que la proporción relativa de armas
de astil empuñadas y arrojadizas relativamente similar.
En conjunto, los datos más relevantes que arroja la Bastida son la elevada proporción de regatones, que
denuncia su empleo también como conteras o instrumentos para usos no bélicos, la abundancia de elementos
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23. Conjuntos funcionales de armas en la Bastida.
asociados a la monta del caballo, la escasez de armas defensivas y la tipología de lanzas sesgada hacia formas
pequeñas más aptas para la caza. En conjunto, da la sensación de que las condiciones en que se produjo la
destrucción del poblado modifican parcialmente –aunque no del todo– la composición del conjunto de
armas, en el que escasean piezas destinadas a la guerra específicamente (escudos, espadas, lanzas grandes)
y abundan armas apropiadas para la caza, elementos para la monta –que no se utilizaría en la defensa del
poblado– y conteras aplicadas a bastones y otros útiles.
La distribución espaciaL de Las armas en La bastida
Como apuntábamos antes, la Bastida es casi el único poblado de la Edad del Hierro peninsular de tamaño
medio o grande en el que es posible analizar la distribución espacial de un conjunto importante de armas
en un área que abarca doscientos cincuenta departamentos. En el interior del poblado, el conjunto acumulado [fig. 16] muestra una notable densidad de hallazgos de armas, distribuidos de manera bastante uniforme
por todas las zonas excavadas (tanto en los cien espacios publicados como en los ciento cincuenta inéditos).
En ese sentido no se aprecia en absoluto una concentración de las armas en algunas viviendas más ricas o
‘aristocráticas’, ni en habitaciones concretas (‘arsenales’) separados de las demás casas o estancias. Ello
viene a coincidir plenamente con lo que por las fuentes y el análisis del registro funerario sabemos sobre el
papel simbólico de las armas que en el mundo ibérico identificaban a los hombres libres (ver Quesada 2009,
Cap. 4) y se separa de patrones espaciales de otro tipo como el que se han identificado tentativamente en el
pequeño caserío de Castellet de Bernabé, (cf. Guérin 2003 y Ruiz 1998, 295) donde la aparente (y no total)
concentración de armas y aperos agrícolas en la casa principal es explicable sin tener que recurrir a un modelo de apropiación generalizada de las armas por grupos exclusivamente aristocráticos.
En todos los conjuntos coherentes identificados por los trabajos recientes (Conjuntos 1 a 5) aparecen
armas, aunque cabe destacar algunas peculiaridades. Mientras que en el Conjunto 1, 2 y 3 aparecen armas
en diversos espacios de casi todas las casas identificadas (casas 1 a 9, excepción hecha de la Casa 8), en el
llamado Conjunto 4, cuya llamada ‘Casa 10’ en la que apareció el famoso remate de cetro llamado ‘jinete de
la Bastida (Lorrio y Almagro 2004-05; Almagro y Lorrio 2007) sólo se han hallado un regatón dudoso en el
Depto. 218 –el mismo en el que apareció la figurita, y quizá otro en el 219 (Díes y Álvarez 1998, 332 no confirmado por nosotros en el examen de los inventarios). Dado que este edificio había sido identificado con
una posible residencia aristocrática o palacial (Díes y Álvarez 1998), resulta en principio chocante tal ausencia de armas en comparación con prácticamente cualquier otro conjunto excavado del yacimiento [fig.
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24. Tipos de armas y arreos de caballo en la Bastida.
16], aun contando con que la dispersión de armas conservada refleje los últimos y violentos momentos de
vida del poblado, y no el patrón normal. La presencia de armas antiguas o en desuso es normal en las casas
antiguas (desde la Iliada al Quijote), y ese puede ser en parte el patrón observado en Bastida. En todo caso,
la revisión actualizada del Conjunto 4, con su posible subdivisión en varias casas, puede alterar la interpretación del conjunto (ver capítulo 6).
El caso del conjunto 5, tentativamente identificado con un santuario (Díes y Álvarez 1997), no es significativo desde el punto de vista de las armas, ya que sólo se han identificado dos conteras y elementos de
una probable vaina de espada (Deptos. 61, 63 y 62).
Otros conjuntos todavía no reevaluados ni numerados, pero definidos en planta y que hemos numerado
provisionalmente con numeración romana en la figura 16, presentan un patrón similar al de las viviendas
ya estudiadas (conjuntos I, II, III, IV, V, VI, VII, x). Junto con el ya citado Conjunto 4, las otras excepciones
son casas pequeñas y separadas (xII, xIII, xIV), el conjunto xI y sobre todo el complejo VIII-Ix, donde sólo se
documentaron tres conteras (Deptos. 128, 131) que podrían como se ha dicho ya pertenecer a otro tipo de
instrumentos). La Casa 11, en el extremo oriental del yacimiento, tampoco ha proporcionado restos de
armas.
Desde el punto de vista de las asociaciones funcionales de armas, en ningún departamento aparecen conjuntos identificables con una o varias panoplias de guerrero, esto es, como una combinación de, al menos,
lanza/regatón y jabalina/soliferreum, añadiendo a menudo, y por orden de frecuencia, escudo, espada, casco
y elementos de monta, salvo algunos casos como los Deptos. 30, 37, 66, 80, 100, 142, 165, 186 y 236 [fig.
16]. Tales asociaciones sólo se aprecian con frecuencia –aunque en complejidad variable– sumando las
armas halladas en la suma de los departamentos correspondientes quizá a una sola vivienda. Este sería el
caso (avanzando de Oeste a Este) de los conjuntos I, II, III, IV, Casa 1, Conjunto V, VI, VII, x, Casa 2, Casa 4,
Casa 6. Pero, insistimos, no con la claridad en que asociaciones funcionales se observan a decenas en una
gran necrópolis (Quesada 1997, 643 ss.) o en el abundante repertorio iconográfico escultórico o vascular,
Analizar la dispersión de las diversas categorías individuales de armas ayuda a comprender las tendencias
que hemos comentado. La dispersión más general corresponde lógicamente a regatones y conteras [fig. 17],
cuyo escaso valor discriminatorio hemos explicado ya. En bastantes ocasiones estos objetos aparecen en espacios aparentemente abiertos junto a las cases, más que dentro de las casas mismas.
Mucho más significativa es la dispersión de moharras de lanza, puntas de jabalina y soliferrea [fig. 18],
bien repartida de manera no aleatoria por toda la zona excavada, con la ausencia notada ya de los Conjuntos
4 y 5 y el complejo que hemos numerado provisionalmente VIII-Ix, justo al norte del Conjunto 4 [figs. 16 y
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18]. Los escasos soliferrea hallados aparecen con cierta frecuencia asociados a puntas de lanza, en un par
de arma arrojadiza-empuñada bien documentado en la panoplia ibérica.
Los arreos de caballo –ciertos o probables– y espuelas presentan una dispersión similar, aunque llama
la atención la gran concentración en los Deptos. 236-237 (quizá tres o hasta cuatro bocados y una espuela,
además de una lanza y dos escudos en departamentos adyacentes). También aparecen numerosos bocados
o espuelas en espacios en apariencia abiertos junto a casas (99, 13, 100, 125, 142, quizá 55) [fig. 19].
Las relativamente escasas armas de guerra (espadas y escudos) también se dispersan a lo largo y ancho
del espacio excavado [fig. 20], sin que –significativamente– escudos y espadas aparezcan nunca juntos, no
ya en el mismo departamento, sino incluso en conjuntos que puedan formar viviendas.
Finalmente, los tipos y dispersión de armas hallados en las diversas zonas excavadas recientemente en
las zonas de puerta (occidental, meridional y oriental) presentan los mismos tipos que en el interior del poblado aunque –y debe tomarse con cautela dado lo reducido de la muestra– con una mayor tendencia a la
presencia de armas indudablemente de guerra (falcata, escudo, lanzas de nervio).
concLusión
Las armas halladas en la Bastida forman un repertorio tipológico característico del ámbito ibérico del
levante meridional y el sureste en el siglo IV a.C., tal y como lo podemos conocer en otros yacimientos. Ello
se da tanto en la zona interior del poblado como en las puertas. No puede decirse lo mismo del equilibrio
numérico de los diferentes tipos de armas y sus categorías funcionales. La abundancia de regatones, su
dispersión y asociaciones apunta a su empleo para otras funciones además de remate de lanzas. Espadas y
escudos son escasos, y no se asocian en contextos próximos, aunque sí pueden aparecer juntos soliferrea y
puntas de lanza. En las puertas aparecen, proporcionalmente, más armas de guerra, aunque la muestra no
es estadísticamente significativa. Los elementos asociados a la equitación son mucho más frecuentes, en órdenes de magnitud incluso, a los que aparecen en las necrópolis, lo que exige una reflexión sobre el papel
del caballo en esta sociedad, la existencia o no de verdadera caballería ya en el final del siglo IV a.C., y los
sesgos relativos de los diferentes tipos de contexto arqueológico (cabría esperar mayor proporción de arreos
de caballo en las tumbas, y no al revés).
En conjunto, cabe afirmar que todas o casi todas las viviendas de la Bastida contaban con armas entre
sus elementos de cultura material, y que no había concentración en casas ricas, aristocráticas o arsenales, y
tampoco aparecen arsenales en edificios concretos. Ello parece confirmar lo que dicen las fuentes literarias
y se deduce de los ajuares funerarios sobre la posesión de las armas en el mundo ibérico. En cambio, los
patrones observados apuntan a una cierta distorsión sobre los que debieron ser los habituales, resultado
quizá de la crisis bélica que a la postre parece haber acabado con la existencia del poblado ibérico de la
Bastida de les Alcusses de Moixent.
Este trabajo se ha desarrollado en el marco del Proyeto de Investigacion I+D financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación
HUM 2006-08015-HIST.
Sin la amabilidad exquisita, excelente disposición, y franciscana paciencia de la Dra. Helena Bonet y del Dr. Jaime Vives-Ferrándiz,
que pusieron a nuestra disposición –junto con su tiempo–, toda la información que hemos requerido, sin excepción, lo que aquí sigue
habría sido imposible. Vaya pues con estas líneas nuestro agradecimiento sincero.
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Lengua y escritura
Lengua y escritura
Javier de Hoz Bravo
Javier de Hoz
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La Bastida
de Les
aLcusses
y eL
corraL
de
saus
en La geografía epigráfica y Lingüística
paLeohispánica
E
l poblado de la Bastida de les Alcusses y la necrópolis del Corral de Saus han proporcionado un cierto
número de textos epigráficos, algunos de ellos de extraordinario interés. Cuando en 1990 J. Untermann
publicó el tomo de su corpus de inscripciones paleohispánicas correspondiente a las ibéricas de la península recogió tres inscripciones de la Bastida (G.7.2-4, equivalentes a Bastida I, IV y V), a las que hay que
añadir un signo sobre cerámica y un plomo (Bastida II y III), y a las que posteriormente se ha sumado un
nuevo plomo (*G.7.5; Bastida VI) y un grafito sobre cerámica (Bastida VII);1 por otro lado conviene tomar también en cuenta la inscripción de la necrópolis de Corral de Saus (G.7.1) por la evidente conexión de ambos yacimientos.
El ámbito cultural en el que se integra la Bastida, la Contestania, es una región epigráficamente muy rica,
en la que la escritura está directamente atestiguada desde el siglo IV o tal vez desde el V a.C., en la que se han
utilizado los tres tipos de escritura conocidos por los íberos, levantina, meridional y greco-ibérica, y en la
que se encuentran algunos de los yacimientos epigráficamente más destacables, como la Serreta de Alcoi, la
propia Bastida o la Illeta dels Banyets (El Campello), significativamente situados tanto en la costa como en
la zona interior montañosa. Dada la riqueza de la zona es notable la ausencia casi total de epigrafía en piedra,
aunque los pocos testimonios conservados (G.12.1, G.17.1, G.7.1) tienen un interés particular.
Toda la epigrafía indígena de la región está escrita en lengua ibérica; de hecho el límite meridional de la zona
donde encontramos nombres de persona no ibéricos se encuentra muy al norte y no hay ningún motivo para
pensar que el ibérico no fuese la lengua vernácula de Moixent2 y de su entorno (de Hoz 2009; de Hoz e. p.).
Los textos importantes de Moixent están escritos en la variedad de escritura paleohispánica que llamamos
escritura meridional,3 próxima de un lado a la escritura del suroeste, presente sobre todo en Portugal,4 y a
lo que, aunque apenas si podemos señalar testimonios de ella, debió ser la forma más antigua de escritura
de la península, que sin excesivo atrevimiento podemos llamar escritura tartésica,5 y de otro a la escritura
ibérica propiamente dicha, o levantina, utilizada desde el sureste de España hasta el río Herault en Languedoc (MLH I-III; Rodríguez Ramos 2004).
Las fechas iniciales de la utilización de la escritura meridional para escribir ibérico no las conocemos con
seguridad; no es probable que la escritura ibérica levantina, que existía ya a finales del siglo V a.C., sea anterior, pero los testimonios seguros más antiguos que tenemos son del siglo IV a.C. aunque se reparten ya
entre las zonas extremas del área en que va a ser conocida esta escritura, de un lado Cástulo en la Alta Andalucía, de otro la propia Bastida de les Alcusses, es decir no muy lejos del río Júcar.
En cuanto a la escritura levantina, atestiguada en el noreste ya a fines del siglo V a.C., está presente en
Contestania en la propia Bastida en el siglo IV como veremos, pero en general en esa zona parece haber penetrado en fecha relativamente tardía.
De la escritura greco-ibérica, simple adaptación del alfabeto jonio para escribir ibérico, utilizada en Contestania durante el siglo IV y en cierta medida el III a.C. (MLH III.1, § 401; de Hoz 1987), no hay por ahora
indicios de que se haya utilizado en la zona de la Bastida.
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Esta zona se sitúa en la frontera norte de la escritura meridional, utilizada también, más o menos en la
misma latitud pero más al oeste, en el Amarejo, en Bonete (*G.24.1-4, Broncano 1989; Rodríguez Ramos
2004, 74), y en el Salobral (G.17.1). También al oeste hay sin embargo algunos puntos de escritura meridional
más septentrionales, Castellar de Meca (Ayora) (de Hoz 1997, nº 226.1; Rouillard 1997, 137), Reiná (Pérez
Ballester 1992) y Abengibre (G.16), pero en la longitud de Moixent, Enguera conoce sólo escritura levantina
(F.21) e igualmente Xàtiva (A.35) y Gandia (*G.20.1, Fletcher y Silgo 1992-93) al noreste y Terrateig (*G.21.1,
Fletcher y Gisbert 1994) al este, aunque las fechas de todas estas inscripciones levantinas son o tardías o indeterminables. En escritura meridional hay que citar también el plomo de Covalta (Albaida, G.6.1) no fechable, mientras que las inscripciones greco-ibéricas más próximas son las del importante núcleo alcoyano
de la Serreta (G.1-G.4), donde también encontramos escritura levantina.
Dado lo mal atestiguada que está la epigrafía meridional y los problemas que plantea su cronología, es
importante la fecha de las inscripciones de la Bastida, en particular el plomo primero (G.7.2; Bastida I) y el
grafito G.7.4 (Bastida V), hallados en un contexto del siglo IV a.C. (Tarradell 1961, 10-1; Llobregat 1972, 3440), en lo que coinciden con un grafito de Cástulo, mientras que otras inscripciones del mismo tipo no tienen
fecha precisable, como ocurre con el plomo nuevo de la Bastida (*G.7.5; Bastida VI). La inscripción de Corral
de Saus es como tarde del siglo IV a.C., pero podría ser del siglo V (vid. infra), y constituye un testimonio
importante de la fecha inicial de la escritura meridional en el sureste. En fechas posteriores sin embargo,
cuando la zona de Moixent posiblemente quedaba dentro del territorio de Saiti (vid. por ej. el mapa de Mata
2001, 250), la escritura utilizada parece haber sido exclusivamente la levantina tal como vemos en Enguera
(F.21, aunque sin datación) y en las acuñaciones de la propia Saiti (A.35).
1. Distribución de las inscripciones sobre plomo y cerámica.
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2. Fotografías del plomo G.7.2 (Bastida I) antes de ser desenrollado 1928.
Los textos: presentación
Las inscripciones de la Bastida son siete, dos plomos de cierta longitud y considerable importancia – G.7.2
(Bastida I según terminología empleada por Fletcher) y *G.7.5 (Bastida VI)–; otra lámina de plomo pero que
sólo tiene tres signos G.7.3 (Bastida IV); un plomo (Bastida III) al parecer inédito y del que tengo escasa
información6; un fondo de kylix ático con un único signo (Bastida V)7; un pequeño fragmento de cerámica
ática en el que se leen cuatro signos, dos muy parcialmente conservados, de lo que debió ser una inscripción
más larga (G.7.4, Bastida II); y finalmente una base de cerámica ática con un grafito numeral griego del Depto.
100 (Bastida VII) [fig. 1]. Por otra parte la cercana necrópolis de Corral de Saus ha proporcionado un fragmento de piedra con restos de una inscripción (G.7.1).
El plomo G.7.2 (Bastida I) apareció en el Depto. 48, bajo una piedra de molino, al parecer como ocultación
deliberada [figs. 2, 3 y 4]; en el departamento había, entre otras cosas, numerosas fusayolas, pesas de telar,
una cacha de espada de frontón y un broche de bronce nielado en plata.8 En lo que debe ser otra habitación
del mismo edificio se encontraron restos de metalurgia.9
El plomo *G.7.5 (Bastida VI) apareció enrollado en 1992 en una terrera de las excavaciones de 1932 que
parece provenir del Depto. 158, al norte del cual fue encontrado (Fletcher y Bonet 1991-92, 143-4) [fig. 5].
El departamento es una habitación de una gran vivienda y en ella se hallaba bastante material metálico,
entre otras cosas dos ponderales, así como otras piezas, entre ellas dos fusayolas y un molino.
El plomo breve G.7.3 (Bastida IV) [fig. 6] apareció en circunstancias desconocidas (Fletcher y Bonet
1991-92, 144). Del otro plomo (Bastida III) no tengo datos precisos, pero parece que apareció en la calle
principal fuera de contexto [fig. 7].10
Como he dicho los dos textos realmente importantes de la Bastida son los dos largos grabados en plomo.
La lámina de plomo es uno de los soportes más utilizados en el mundo ibérico; en general se trata de textos
de carácter privado y relacionados con actividades económicas (de Hoz 1979; 1999; Untermann 1987a; 1996;
2001). Las condiciones de hallazgo de ambas piezas apuntan claramente en esa dirección y se suman a otros
muchos indicios. En escritura meridional tenemos un cierto número de plomos, aparte los de la Bastida, el
primero de los cuales por su fecha y características está entre los más interesantes de los ibéricos; otros plomos
meridionales permiten conocer las mismas variedades que encontramos en la escritura levantina, básicamente
textos sin articulación formal precisa, que pueden ser misivas o recordatorios narrativos, como *G.7.5 (Bastida
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3. El Depto. 48, con el molino a la derecha bajo el
que apareció el plomo escrito.
VI), y textos con numerales que parecen anotaciones contables, como la cara B de G.7.2 (Bastida I), a los que
hay que añadir plomos que más que textos desarrollados parecen ser meras etiquetas (F.9.4, F.13.2CD, G.1.5,
G.18.1), tipo al que parece pertenecer G.7.3 (Bastida IV) y Bastida III cuya forma circular tiene paralelos como
F.17.4, F.20.4 o el disco del Pico de los Ajos (*F.20.6, Tomás 1989).
Aparte algunos elementos léxicos recurrentes en la escritura levantina, en los plomos es frecuente la presencia de nombres propios que en ocasiones, como consecuencia de lo que considero su carácter económico,
aparecen en combinación con numerales. El ejemplo más significativo es, como veremos, la cara B del plomo
mayor de la Bastida con su secuencia de nombres propios seguidos de sufijos y de indicaciones metrológicas
a las que da precisión un numeral.
Desde el punto de vista formal es característico de los plomos meridionales una distribución del texto
ceñida a los bordes que da lugar a líneas invertidas la una con respecto de la otra (G.15.1, Llano de la Consolación;11 H.1.1, Gádor); a este tipo corresponde una de las caras de *G.7.5/Bastida VI12. Pero también encontramos textos organizados en líneas pautadas (G.0.1, G.1.4 (escritura greco-ibérica), G.6.1), que es el
caso de G.7.2/Bastida I y del ya citado plomo de Gádor.
Dado su carácter de anotaciones prácticas, del tipo de la lista de G.7.2B (Bastida IB), nada indica que la
utilidad de los plomos se extendiese a más de una generación, ni tan siquiera a muchos años de la vida de
su propietario.
Los grafitos G.7.4 (Bastida II) y Bastida V aparecieron en los Deptos. 64 y 62 [figs. 8 y 9], que parecen
formar parte de un gran edificio, singular por su tamaño y solidez, así como por su contenido con abundante
cerámica ibérica y ática (Fletcher et alii 1969, 56-60, 67-71 y plano tras p. 71; Fletcher y Bonet 1991-92, 144).
Puede haber jugado alguna función de almacén y centro de redistribución. Ambos grafitos están grabados
en el fondo de dos vasos áticos de barniz negro, Bastida V con seguridad en el interior de una kylix y Bastida
II posiblemente también pero en el exterior.
Los grafitos en cerámica son por supuesto textos particularmente banales que en la mayor parte de los
casos pertenecen al tipo de inscripciones de propiedad o de marcas comerciales (de Hoz 2002; 2007). El
signo aislado (Bastida V) (Fletcher et alii 1969, 57-8) pertenece probablemente a esta segunda clase, aunque
resulta anómalo que haya sido grabado en el interior, sin que estemos en condiciones de decir a que momento de la comercialización del vaso pertenece; teóricamente habría podido ser grabado incluso en Atenas.
Bastida II tenía al parecer mayor entidad, pero su estado fragmentario no permite precisiones (Fletcher et
alii 1969, 69; Llobregat 1972, 125 nº 15; Fletcher 1985b, 23, fig. 22.2, lám. XIX.1); la inscripción es doble, un
grafito griego y bajo él una inscripción ibérica. La posición del grafito griego en el vaso es la propia de una
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inscripción mercantil, y su contenido, una secuencia de triángulos esgrafiados, corresponde sin duda a una
inscripción numeral griega, del tipo usual en los grafitos mercantiles (Johnston 1979, 27-30), que indicaría
como mínimo “30” —cada triángulo, en realidad la letra delta, abreviatura de deka, = 10—; el espacio tras el
último triángulo parece indicar que el final de la inscripción está completo mientras que delante cabrían diversas posibilidades, otra delta, pi con delta incorporada, es decir “50”, heta por 100, o distintas combinaciones
de esos elementos. Dado lo común de estas inscripciones en todo el área de comercialización de la cerámica
griega es lógico suponer que llegó a la Bastida ya grabada y allí se le añadió la ibérica, como vemos en muchos
otros casos (varios ejemplos en de Hoz 2002, 83, n. 58). La ibérica podría ser igualmente mercantil, pero en
esa posición conocemos también lo que parecen ser inscripciones de propiedad; sin embargo los restos no
coinciden con ningún elemento conocido de la onomástica ibérica. Se trata de una inscripción en escritura levantina, dextrógira como es lo normal, pero de lectura insegura por lo dañado del primer y último signos.13
Otro grafito mercantil griego apareció en el Depto. 100 (Bastida VII) [fig. 10]. Se trata de un fragmento
de base de pátera ática de barniz negro (Fletcher et alii 1969, 317 nº 89) en el que está grabado un grafito
numeral, [Δ]ΔΔΔΠ, es decir “45”. De la primera delta sólo quedan restos mínimos pero la restitución es segura porque de ningún modo podrían corresponder a uno de los signos posibles ante delta. Teóricamente
ante esa primera delta podría haber habido algún otro numeral pero las alternativas nos llevan a números
como “95” o “145”, excesivamente altos para lo que solemos encontrar en esta clase de grafitos. Una abreviatura de un nombre que designase el tipo de vaso sería posible pero lo más usual es la mera mención numérica. Lo único que cabe decir es que, en algún momento en el proceso de comercialización entre Atenas
y la Bastida, la pátera en cuestión formó parte de un lote de cuarenta y cinco piezas empaquetado de tal
forma que el grafito resultaba visible.
La inscripción de Corral del Saus (G.7.1) [fig. 11], una necrópolis próxima a la Bastida pero perteneciente
al poblado ibérico del Castellaret (Izquierdo 2000, 168-170), nos proporciona la posibilidad de vislumbrar
lo que pudo existir en la igualmente desconocida necrópolis de la Bastida. En realidad los materiales de Corral de Saus que cronológicamente corresponden a la ocupación de la Bastida los conocemos indirectamente,
ya que la necrópolis siguió su vida hasta el siglo II a.C., y las tumbas contemporáneas de nuestro yacimiento
sólo se conocen por los restos reutilizados en tumbas posteriores (Fletcher 1977; Aparicio 1984, 175-205;
Izquierdo 2000, 157-343), pero existe un acuerdo generalizado desde los primeros estudios en distinguir
una fase monumental, a la que corresponde la pieza con inscripción, que hoy día se fecha entre finales del
siglo V o comienzos del IV y finales de este siglo, y una fase posterior con tumbas de empedrado tumular,
que aquí no nos interesa sino en la medida en que en esas tumbas se reemplearon los restos producidos por
la destrucción de las de la fase monumental en un momento no determinado.
No sabemos exactamente a qué monumento perteneció originalmente la pieza inscrita, e incluso hay discrepancias en la fechación de los límites de la fase monumental (Almagro-Gorbea 1987; Abad y Sala 1992,
154), pero no cabe duda de que había sido reutilizada, junto con otras piezas de la fase monumental en la
tumba llamada de “la sirena” (Izquierdo 2000, 289-92, 325-6, 492 nº 59 y lám. 89), y debe en todo caso ser
anterior a fines del siglo IV a.C., pudiendo improbablemente alcanzar los finales del V. Más discutible es su
clasificación. Algo precipitadamente la he considerado en ocasiones anteriores como parte de una estela, y
testimonio por lo tanto de la existencia de estelas tempranas en escritura meridional (de Hoz 1995, 60,
seguido por Izquierdo 2000, 291-92 y 325-6); sin embargo las medidas de lo conservado, aunque no imposibles para una estela, se adaptan mejor a un sillar utilizado en la construcción de un monumento mayor,
pilar-estela, cipo o similar, lo que quizá también sería aplicable a los restantes raros textos lapidarios meridionales como G.12.1 (l’Alcúdia de Elx), G.17.1 (el Salobral), o al recién publicado de Cerro Boyero (Pachón
et alii 2002), que sin embargo pertenece a un mundo diferente geográfica y cronológicamente.14 Como veremos luego, los rasgos epigráficos también se explican mejor desde este punto de vista.15
Por desgracia la lectura de la inscripción es insegura y ninguna de sus alternativas permite conclusiones
precisas.16 Fletcher leía, adaptando su transcripción a la aquí utilizada (vid. infra), ]tirZer[; Untermann
(G.7.1), ]tirZea[ o ]tiaZer[. De hecho hay una gran diferencia entre las dos supuestas
pero si existen buenos paralelos como
atreverme a dar valor al signo representado imitativamente por E.17
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4. Anverso y reverso del plomo G.7.2 (Bastida I) (calco según Fletcher). Fotografía a tamaño real.
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5. Anverso y reverso del plomo G.7.5 (Bastida VI) (calco según Fletcher y Bonet). Fotografía a tamaño real.
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Todavía se puede citar otra pieza epigráfica de Corral de Saus, aunque muy modesta. Se trata de un solo
signo, esgrafiado en el exterior sobre el galbo de una
pátera fina ibérica (Izquierdo 2000, 209, 291 y fig. 110.5
de la p. 219). Como corresponde al ajuar, de la baja
época de la necrópolis, debe ser una
forma desconocida en la escritura meridional, aunque
mucho más improbablemente y trazada en perpendicular a la base de la pátera, podría ser <ś> tanto levantina como meridional. No es posible decidir si es una
marca de propiedad o comercial.
6. Calco del plomo G.7.3 (Bastida IV) (según Silgo).
escritura
Las inscripciones significativas están en escritura
meridional, cuyo desciframiento presenta a mi modo
de ver todavía algunas dudas. En particular me ocuparé
7. Calco del plomo Bastida III (según Silgo).
aquí de los casos problemáticos de entre los signos atestiguados, pero conviene una observación previa sobre
el problema de las vocales; es seguro que algunos silabogramas meridionales de timbre /i/, en concreto
meridional, y en algún caso en contextos que hacen razonable la misma transcripción que en la escritura levantina; al parecer tenemos por lo tanto parejas de signos con un mismo valor, ya que no cabe una interpretación como variantes geográficas o cronológicas porque se dan en la misma inscripción. Creo que la
hipótesis de trabajo más económica de momento es considerar la posibilidad de seis vocales en el dialecto
ibérico para el que se adoptó la escritura meridional, con dos timbres anteriores próximos entre sí que confluirían en levantino y para los que utilizo, convencionalmente, transcripciones del tipo <-í> e <-i>. Esta hipótesis no ha sido en general aceptada, y se ha solucionado el problema a través de la hipótesis de variantes
geográficas y de la existencia de formas iguales en meridional y levantino que tendrían valores completamente distintos en una y otra escritura, para lo que evidentemente hay un buen apoyo en meridional
idéntico a levantino . De esta diferencia de enfoque derivan algunas discrepancias, pero en todo caso
hay que insistir en que el bajo número de inscripciones meridionales y la insuficiencia de los controles externos, como el que abundantemente proporcionan las monedas en escritura latina en el caso levantino, no
permiten proponer con seguridad un desciframiento de la totalidad de la escritura meridional sino un cierto
número de valores firmes y un conjunto de hipótesis que sólo nuevos hallazgos permitirán comprobar o falsar.18 De los signos que encontramos en estos documentos varios están afectados por estas inseguridades y
por ello utilizaré en la presentación de los textos ciertas convenciones “neutrales”, pero en el comentario
utilizaré mis propias lecturas. Los signos en cuestión son los siguientes (referencias al cuadros 1 a y b):
G16´: Untermann y Correa lo considera indescifrado pero tanto Rodríguez Ramos (2002 pp. 236-8) como Correa y Correia en lo que se refiere a la escritura del suroeste (Correa 1987 y 1996 a y b; Correia 1996) aceptan
mi transcripción ki (kí según mi hipótesis vocálica). En este caso la transcripción me parece tan segura que,
a diferencia de otros en que existen discrepancias, no dudo en utilizarla.
G20: la transcripción te no es tan segura como otras pero hay acuerdo generalizado entre los autores recientes y los argumentos son, si no indiscutibles, sí muy fuertes, por lo que utilizaré esa lectura.
G21´: la transcripción ti (tí) está asegurada y es unánimemente aceptada, a pesar de que plantea un problema
por la discrepancia con la escritura levantina y por la existencia en escritura meridional de S48 (G21, ti
en la escritura levantina).
S41: Untermann, seguido por la mayoría de los autores, transcribe be, pero a pesar de algunas lecturas ibéricas interesantes así obtenidas, se trata a mi modo de ver de testimonios insuficientes para dar por
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Cuadro 1a. Signarios meridionales; signos menos problemáticos.
1. Escritura consonántica fenicia.
2. Transcripción de la escritura fenicia en orden adaptado a la
estructura de las escrituras paleohispánicas.
3. Escritura del SO.
4. Transcripción real o convencional de la escritura del SO.
5. Referencias para identificar los signos.36
6. Transcripción de los signos meridionales indicando los que
presumiblemente existen pero no han sido identificados.37
7. Escritura meridional (SE).
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segura esa transcripción, que crea problemas
en relación con la escritura levantina, por lo
que utilizaré la representación puramente
imitativa E.
S45: Untermann transcribe, como en levantino,
ki; otros autores que aceptan ese valor para
G16´ se ven obligados a buscar distintas transcripciones; Rodríguez Ramos transcribe
un valor fonético demostrable (Rodríguez
Ramos 2002, 234-8; Correa 2004, 92). De
acuerdo con mi hipótesis sobre la sexta serie
vocálica sería ki, pero a la vista de las discrepancias utilizaré la representación imitativa Z.
S47(a): coincide con G28 levantino (bu) pero
está muy mal atestiguado en el sur y no aparece en ningún contexto que permita controlar su valor; utilizaré BU.
S48: la aceptación del valor ti para G21´ sin admitir la sexta serie vocálica obliga a buscar
otro valor para este signo, idéntico a levantino
G21 (ti), e incluso a postular valores diferentes en distintas inscripciones meridionales.19
Utilizaré TI.
S56: Untermann lo ha interpretado como ŕ y
otros autores le han seguido, aunque atribuyendo al signo el valor de la otra vibrante levantina, G7 (r), e identificando meridional
G7 con levantino G8 (ŕ). En realidad creo que
hay contextos que hacen imposible una vibrante; utilizaré W.
S60: coincide en forma con levantino G26 (bi) y
creo que probablemente es ese su valor, pero
al aceptar mi interpretación de G26´ y no la
sexta serie vocálica se plantea un problema
que Untermann ha resuelto dando a este
signo el valor ba a partir de algunos contextos
posibles, en lo que le han seguido otros autores. Sin embargo la forma esperable de ba en
escritura meridional (S42), a partir de cual se
explica sin problemas levantino G24, está
bien representada en H.1.1 en un contexto
que confirma su valor.20 Sin embargo en vista
de las discrepancias utilizaré P.
En la escritura levantina hay signos que han
surgido por transformación de otro que representa un sonido próximo, y en la greco-ibérica
por simple adición de un rasgo diacrítico. En
Moixent, algunas veces encontramos r marcada
con un rasgo oblicuo, pero estos casos no se dejan
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reducir a sistema y afectan también a otros
signos, incluso silabogramas (Correa 2004,
93), por lo que si tienen algún sentido no
parece que éste tenga relación alguna con
la distinción entre diferentes vibrantes,
cuyos signos se distinguen en las otras escrituras utilizadas para la lengua ibérica
por los procedimientos mencionados. Correa (pp. 92 y 93) ha supuesto que en
G.7.2B (Bastida IB) [fig. 4] se ha diferenciado entre el uso fonético y el metrológico
de
primer caso, al menos en ocasiones; personalmente creo que el conjunto de textos
con indicaciones metrológicas de ese sistema (vide infra) no distingue entre signos
metrológicos y fonéticos, por lo que en el
caso de los primeros podría tratarse de
simples abreviaturas.
Los textos breves de la Bastida plantean, a pesar de su aparente banalidad, un
problema importante ya que parecen estar
escritos en escritura levantina. Es cierto
que G.7.3 (Bastida IV) [fig. 6] es no sólo
breve —tres signos, o dos y un trazo quizá
numérico— sino mal trazado y por lo tanto
no se puede garantizar que sea levantino,
pero G.7.4 (Bastida II) [fig. 8], a pesar de
su carácter fragmentario, difícilmente admite otra interpretación ya que está escrito
con seguridad de izquierda a derecha y el
tercer signo no podría ser en escritura meridional sino
compagina con el contexto. Hay autores
que defienden la recepción muy tardía de
la escritura levantina en la zona (RodríCuadro 1b. Signarios meridionales; signos problemáticos.
guez Ramos 2004, 91-2), lo que parecen
1. Escritura consonántica fenicia.
refutar estos textos; sin embargo la convi2. Transcripción de la escritura fenicia en orden adaptado a la estrucvencia en las mismas fechas de tres varietura de las escrituras paleohispánicas.
3. Escritura del SO.
dades distintas de escritura para la lengua
4. Transcripción real o convencional de la escritura del SO.
ibérica en Contestania plantea un pro5. Referencias para identificar los signos.36
blema no resuelto. En todo caso por ahora
6. Transcripción de los signos meridionales indicando los que presumiblemente existen pero no han sido identificados.37
no hay indicios de conocimiento de la es7. Escritura meridional (SE).
critura greco-ibérica en la área de Moixent
y, a la hora de valorar la presencia de escritura levantina, hay que tener en cuenta
que estamos en la zona más septentrional de uso de la escritura meridional y no es esperable que las fronteras
culturales presenten límites nítidos, por lo que podríamos estar ante un normal solapamiento de rasgos culturales en zona fronteriza, similar al solapamiento de isoglosas en fronteras dialectales.
Es notable el uso de interpunciones que encontramos en estas piezas. En las inscripciones ibéricas y
greco-ibéricas encontramos el uso de dos o tres puntos como interpunción, pero en las meridionales la si-
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8. G.7.4 (Bastida II). Grafito mercantil griego e inscripción ibérica sobre una pieza ática del Depto. 64. Long. máxima 3 cm.
tuación es más confusa; en Abengibre (G.16) y El Salobral (G.17) se utilizan rayas verticales; en G.0.1 tres o
más puntos, aunque en algunos casos podría tratarse de indicaciones numerales cuya relación sin embargo
con los trazos verticales, sin duda numéricos, no se ve clara; también puntos en Llano de la Consolación
(G.15), trazos cortos en Perotito (H.3), y espacio en blanco en Torres (H.5), mientras falta separación en
Gádor (H.1). En la Bastida tenemos trazo vertical en *G.7.5 (Bastida VI) [fig. 5], puntos en G.7.2Aa (Bastida
IAa), trazo vertical con puntos sobreincisos en G.7.2Ab (Bastida IAb), y finalmente una solución original en
G.7.2B (Bastida IB), ya que se ha optado por indicar, en las anotaciones contables, las unidades por medio
de puntos en una o dos secuencias verticales que hacen a la vez la función de interpunciones [fig. 4].
numeraLes
El plomo mayor de la Bastida G.7.2B (Bastida IB) nos proporciona información importante sobre uno de
los sistemas metrológico-numerales ibéricos. Los numerales, y los signos metrológicos, que no pueden ser separados de ellos, se organizan en el mundo ibérico en una variedad notable de sistemas.21 El más simple implica
la utilización de trazos verticales como indicadores de unidades —en el plomo de la Bastida, puntos como hemos
visto— que en lo que sigue transcribiré con el número de trazos entre paréntesis, tipo (3)—, y la de grafemas
del semisilabario levantino o meridional para definir las categorías metrológicas. En nuestro caso encontramos
tres grafemas, a, o y kí en una relación de valores que desconocemos; el sistema está atestiguado en escritura
levantina, en la que los ejemplos más claros son el plomo Alcoi G.1.6 y el cuenco de El Arcornocal H.9.1, que
aunque aparecido en Andalucía occidental procede claramente del este a juzgar por su escritura ibérica. Ambos
textos nos garantizan una secuencia nombre propio+sufijo a C (cifra) o C ki C, lo que implica que a, o y ki son
unidades metrológicas de un mismo sistema organizadas en una gradación posiblemente de mayor a menor.
Podemos esperar por lo tanto otros casos en que, por tratarse de cantidades menores, falte a o a y o, o en los
que figurando unidades mayores falte la mención de una menor porque esté representada por cero.
El mismo sistema aparece también en escritura meridional (de Hoz 1981), no sólo en la Bastida sino en un
plomo de origen desconocido (G.0.1), un texto muy fragmentario pero en el que observamos algunas secuencias
significativas:
A1: ](3) o (2) (3 puntos) [
A3: ](4) kí (4) (7 puntos)
B4: ]a (1) o (4)[.
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9. Signo aislado G.7.4 (Bastida V) del Depto. 62. ø 6 cm
No se conserva aquí ninguna secuencia completa a o ki —en escritura meridional kí— pero sí tenemos
restos suficientes para admitir, sin que sea excesivamente arriesgado, que estamos ante el mismo sistema
levantino.
La cara B del plomo G.7.2 (Bastida I) puede interpretarse de forma similar una vez que aceptemos que
los puntos, variables y a veces muy numerosos, que separan las secuencias de signos corresponden en realidad a los trazos numéricos de otras inscripciones. Obtenemos así un esquema reiterado en el que se dan
las variables nombre propio-ka o nombre propio-kia (-Za) seguidas de kí u o y cifras; la última variante
puede ser un sufijo -kia o más probablemente -ki seguido del signo metrológico a.
anáLisis de Los textos mayores
El plomo mayor de la Bastida G.7.2 (Bastida I)22 está escrito por ambas caras pero, a diferencia de otros,
en este caso los textos son independientes. La cara A fue grabada anteriormente con un texto tal vez largo
del que sólo se conservan las dos líneas fragmentarias que denominamos Aa; posteriormente, al parecer
una mano diferente, añadió el texto Ab, invertido con respecto a Aa pero tal vez aprovechando las pautas
previamente preparadas para el texto anterior, ya que la última línea conservada de Aa y la última de Ab se
hallan dentro del mismo renglón aunque naturalmente en dirección opuesta.
Aa ]śkíliW : ututa : pśiWtarakar : / ]nZ
Ab23 otalauZtiteW : sikíltirikan : / kítarWkíW : sosintíkeWka : nanpn / pnkíśarikan :
kítaW / urketíikeWka : kítetírW / laZ
B saltulako-Z a kí (6) / ersiW-ka kí (8) artaker-ka kí (6) koltiśtautin-ka kí (7) ersiW-ka o
(3) kí 1 / bíurtaker-ka kí (2?) Burltir-ka kí (5?) saltulako-Z a kí (1) saltulako-Z a o (2) / koeron-ka kí (2) ersiW-ka o (3) sakarpś-ka kí bí(3) ersiW-ka kí (10) aiturarkí-Z a kí (1) / kanieron-ka kí (5?) bíuriltir-ka kí (2) stikel-ka kí (6) biurtaker-ka kí (5) aiturarkí-Z a kí (6)
Las inscripciones Aa y Ab no permiten una interpretación, la primera por su brevedad, la segunda porque
por ahora sólo podemos detectar algunos nombres propios y un par de posibles sufijos, —ikan en sikíltirikan
y binkíśarikan, y Wka en sosintíkeWka y urketíikeWka—. El primero puede ser el mismo atestiguado en Em-
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púries (C.1.24) en iŕika iunstirika. Además Untermann (MLH III, ad loc.) ha
señalado que laki podría ser una combinación de los sufijos ibéricos -la y -ki (MLH
III. 1 §§ 533 y 530), lo que apoyaría la
transcripción de S45 (Z) como ki. Los nombres propios son sikíltir-, sosintíke- y
urketíike-. El primero está formado por los
elementos onomásticos ibéricos bien conocidos sike- (MLH III.1 §7.102) e iltir/iltiŕ (§
7.61), lo que constituye un buen apoyo para
la transcripción ti de S48. Es significativo
que aquí encontremos ilTIr- y en la cara B
-iltír, para lo que caben al menos dos interpretaciones; en la zona septentrional del
ibérico meridional la distinción entre
ambos tipos de vocal anterior ha podido
haberse perdido o estar en proceso de pérdida, lo que daría lugar a vacilaciones gráficas, o la forma levantina podría ser el
10. Grafito mercantil griego procedente del Depto. 100 (Bastida VII).
resultado histórico de dos morfemas muy
Longitud 6,2 cm.
similares pero diferenciados por la vocal
anterior y la vibrante, ambos atestiguados
en la Bastida.24 Los nombres propios sosintíke- y urketíike-25 están formados por elementos onomásticos bien conocidos (§§ 7.109 (sosin), 7.140 (urke) y 7.125 (tiker/tikeŕ)); si se acepta la
interpretación de
prefiero pensar en una combinación de sufijos, -W-ka, el primero de los cuales por razones fonéticas causaría
la caída de la vibrante final de tiker.26 Dada la relación que presentan los nombres propios con los diversos sufijos mencionados se esperaría que Pnkíśar-/binkíśar- fuese también un nombre propio, y de hecho bin- es
un elemento onomástico (§ 7.40) pero el paralelo más
próximo para -kíśar- es kitaŕ/kitar (§ 7.76) que difícilmente puede ser equivalente.
En B obtenemos una serie de nombres propios atestiguados como ibéricos, o de formas que podrían serlo
y que sin duda juegan en el plomo el mismo papel, seguidos de uno u otro de dos sufijos: con -ka: kaniEron,
bíuriltir, stikel, biurtaker (2x), koEron, ErsiW (4x), sakarbiś, burltir,27 artaker,koltis;tautin,28 con -ki (Z):
aiturarkí (2x), saltulako (3x). El esquema resultante, de
acuerdo con lo dicho más arriba sobre numerales y signos metrológicos, es:
NP-ki a kí c : líneas 1, 3, 4, 5
NP-ki a o c : línea 3
NP-ka kí c : líneas 2 (x 3), 3 (x 2), 4 (x 3), 5 (x 4)
NP-ka a o c kí c : línea 2
NP-ka o c : línea 4
11. Calco de la inscripción sobre piedra procedente de la
necrópolis del Corral de Saus (según Fletcher). Longitud
máxima 21 cm.
Alguna de las secuencias que preceden al sufijo ka
no puede ser identificada con seguridad en el repertorio
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antroponímico ibérico, pero no me parece probable que en lo que es indudablemente una lista de items a
cada uno de los cuales corresponde una cierta asignación cuantificada puedan mezclarse personas y cosas.
Que debemos contar con un sufiko ki y no kia se deduce porque en la última secuencia de las líneas 4 y 5 kia
va seguido de un único punto similar al que, alternando con grupos más numerosos, de hasta ocho y diez
unidades, sigue a kí en tres ocasiones.29 Eso me hace pensar que kia es en realidad un sufijo -ki seguido de la
indicación metrológica a, y sería paralelo a -ka a de la línea 2, también formada por un sufijo y un grafema
utilizado como símbolo metrológico; el hecho de que nunca aparezca ki no seguido de a se explicará posiblemente porque las personas a cuyo nombre acompaña ese sufijo están involucradas en operaciones de mayor
volumen. En sólo dos casos a va seguido de un punto porque en general se prescindirá de indicar el numeral
cuando coincide con la unidad, ya que la presencia del símbolo metrológico es indicación por sí misma, es
decir tanto a como a (1) equivalen a una unidad de a.
Tenemos por lo tanto posiblemente dos sufijos alternantes, en distribución complementaria, al menos
dentro de este texto puesto que en las varias repeticiones que se dan de un nombre propio siempre le acompaña
el mismo sufijo, que serían ka y ki. Desde el punto de vista lingüístico lo más interesante del texto es precisamente el juego de alternancia entre ambos sufijos. La interpretación más obvia nos llevaría a pensar que se
trata de funciones gramaticales distintas e incluso tal vez opuestas. Puesto que se trata de una lista de nombres
propios con indicaciones de cantidad podríamos pensar en deudores y acreedores, pero ningún nombre aparece
con ambos sufijos a pesar de estar algunos repetidos. Como hemos visto la mayor parte lleva el sufijo -ka, y
sólo dos nombres propios, repetidos dos veces uno y tres otro, -ki. Se plantea la duda por lo tanto de si los dos
sufijos no serán alomorfos condicionados por el tema al que se unen, o incluso si el sufijo será /-k/g/ y estaremos ante dos variantes gráficas. aiturarkí-ki podría justificarse por una especie de atracción, pero no saltulako-ki. Otros casos de -ki tras nombres propios no apoyan la idea de que el tema determine de una forma u
otra el sufijo: aitíkeltunki (G.15.1A), iltírtíkeWki (G.16.1B). El único elemento común a dos secuencias con
-ki es el primer formante del nombre propio aiti/aitur, sobre cuya base por ahora no se puede construir nada.
Otros ejemplos de -ki no aparecen ante cifras ni tras nombres propios, y sobre todo no aparecen en contextos
claros (MLH III.1, § 530). La única posibilidad de paralelismo entre -ka y -ki, muy insegura, está en el uso de
-ka en la inscripción de Santa Perpètua de la Mogoda (C.10.1) y el de -ki en un texto de Abengibre:
iltírtíkeWki : ebinin (G.16.1B)
aụ/ŕuninkika / oŕtinse/ikika : siba+tin (C.10.1), es decir nombre propio- W-ki / ki-ka + forma en
–in.
Podría pensarse en una acción verbal y la indicación de la(s) persona(s) responsable, en el primer caso
dedicación o donación, en el segundo enterramiento o construcción de la tumba, pero todo esto es excesivamente especulativo. Además el paralelismo plantea el problema del doble sufijo, y de que en ambos casos
hay ki aunque la posición apoye la equivalencia funcional ki/ka.
En resumen se trata de una serie de secuencias en las que un nombre propio va seguido de un sufijo y
de una indicación metrológica del sistema a o ki en la que en un sólo caso aparecen las tres unidades del
sistema, en otro aparece a o, en un tercero a kí, en un cuarto o sólo, y en los restantes sólo kí. En un caso
aparece un signo de pequeño tamaño bajo los puntos numéricos, que por el momento carece de
explicación pero que podría ser un numeral equivalente a un cierto número de unidades, aunque no hay
paralelos coincidentes.
Respecto a la interpretación de este sistema metrológico tenemos un indicio en su utilización en vajilla
de plata, lo que parece indicar que se trata de pesos. El cuenco del Alcornocal (H.9.1) pesa al parecer 568’2
gr, que deben corresponder a su leyenda metrológica a 1 o 4 ki 4, pero el problema de la relación entre las
unidades metrológicas y del peso que corresponde a cada una no está aún resuelto (Oroz 1979, 351-5).
El plomo aparecido más recientemente *G.7.5 (Bastida VI) (Fletcher y Bonet 1991-2; Faria 1992-93 (1994);
Rodríguez Ramos 2004, 72-3), cuya peculiar disposición ya he comentado, está escrito por ambas caras:
A bíśkíbítersetí : teia : pneia : psbíturpWtín
B śntarlabí+nkos:bítertuan : koikaZskítur
epWkoraW.30
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Es muy poco lo que de interés se puede decir de este texto. En ambas caras tenemos una secuencia -bíter-31
que debe corresponder al -biter- frecuente en los textos levantinos donde creo que probablemente se debe interpretar como núcleo de una construcción verbal, pero sin que quepa especular sobre su sentido aunque aparece
casi exclusivamente en plomos (MLH III.1, 184-5; de Hoz 2001 a y b). Sin embargo la posición inicial de -bíterresulta sorprendente y carecemos de paralelos para las secuencias en que se integra, lo que es particularmente
extraño en el caso de los posibles sufijos o lexemas incorporados -setí y -tuan,32 mientras que las secuencias que
preceden, dada la habitual libertad en el uso de las interpunciones, podrían ser comparables a las palabras como
śalir que preceden a la secuencia -biter- en algunos casos.
Desde luego serían esperables algunos nombres propios en el texto, pero no hay casos netos a no ser que
se acepte la lectura de Untermann para psbíturpWtín, es decir basbitirbartin que compara con
basbidirbartin (G.1.1, greco-ibérico)33 y que contendría un nombre propio formado por bas (§ 7.27) y una
variante de bitu (§ 7.42). En todo caso no es frecuente que un nombre propio se suelde a elementos de cierta
complejidad, como -PWtín que carece de paralelos para ser identificado como una secuencia de sufijos. En
cuanto a ePWkoraW, aunque sin paralelos aducibles tiene la estructura de un nombre propio compuesto
seguido de -aW que, con función al parecer sufijal, encontramos en otras inscripciones meridionales como
kítaW en la propia Bastida (G.7.2 Ab-/Bastida IAa) y varios ejemplos en Abengibre (G.16.1 C y D, G.16.2-5).
Probablemente se tratará de una forma compuesta del también sufijo -W, igualmente presente en G.7.2A
(Bastida IA) y además en Abengibre (G.16.1A (posible)), H.2.1, tal vez el fr. nº 4 de El Amarejo (*G.24.4,
Broncano 1989, 95-100), y tal vez en un plomo publicado como falso (Gil Farrés 1984, cuyas conclusiones
se aceptan en MLH III.1, 102), pero cuya posible autenticidad merecería una revisión.
recapituLación
Los textos de la Bastida de les Alcusses y el Corral de Saus, a pesar de ser poco numerosos, tienen una
importancia considerable. Su cronología en el conjunto ibérico es muy alta y podría alcanzar el siglo V a.C.
en el caso de la piedra de la necrópolis. Su variedad de tipos es también significativa y nos muestra que ya
en esas fechas existían diversas clases de documentos en plomo, al igual que ocurría con sus modelos griegos,
grafitos cerámicos y, lo que es más notable, epigrafía sepulcral que a veces se ha querido restringir a época
romana, aunque el testimonio de Corral de Saus no permite hablar de una auténtica tradición lapidaria en
manos de profesionales sino de un uso que podría ser incluso totalmente privado: uno de los miembros de
la familia del muerto habría grabado en algún bloque de su monumento sepulcral una inscripción cuyo alcance, simple nombre del difunto, expresión de lamento o texto más complejo, se nos escapa. En todo caso
todos los textos apuntan a un uso privado de la escritura, que podría ser casi doméstico aunque es probable
que los edificios de la Bastida en que se han hallado los textos tuviesen unas funciones económicas de cierta
complejidad como centros de comercio o de redistribución.
Por otra parte la convivencia en un mismo yacimiento, en fecha tan temprana, de escritura meridional
y levantina es a la vez una información de gran trascendencia y plantea importantes cuestiones sobre la
historia de la escritura entre los íberos y la relación entre ambas variedades. La proximidad de la escritura
meridional a la del suroeste y a los escasos testimonios de lo que pudiéramos llamar escritura tartesia propiamente dicha apunta a que se desarrolló, como adaptación o simple adopción de la escritura tartesia para
escribir ibérico, con anterioridad a la levantina. Los modelos que en ese caso pudieron dar pie a la creación
de esta última no plantean dificultades si, de las alternativas posibles, optamos por la transformación de
la escritura meridional ya adaptada previamente a la transcripción del ibérico. En ese caso se trataría de
un fenómeno de reforma ortográfica nacida en el borde de un área epigráfica, la frontera de uso de la escritura meridional al norte de una línea que va de Moixent a Abengibre, y extendida desde allí siguiendo la
costa en dirección a los Pirineos.34 La causa de la reforma podría haber sido una frontera dialectal, pero
podría tratarse simplemente de una escuela de escribas más sensible a los inconvenientes de la escritura
meridional o más deseosa de marcar una personalidad autónoma frente a unos vecinos meridionales a los
que se sentía miembros de una etnia distinta por más que hablasen la misma lengua. Naturalmente esto
implicaría para la escritura ibérica meridional una fecha más temprana que la de los primeros textos atestiguados. La Bastida podría ser en ese caso un punto muy próximo al área de creación de la escritura le-
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vantina, lo que explicaría la presencia allí de ambas variedades, presentes además en distintos departamentos, lo que podría implicar distintas tradiciones familiares. Una alternativa diferente, menos económica
pero no imposible, sería la creación de la escritura levantina lejos del área nuclear de la lengua ibérica por
obra de mercaderes conocedores de la escritura meridional pero en contacto con otras variedades dialectales e incluso con los problemas de transcripción de nombres propios en lenguas distintas del ibérico, tal
como ocurría sin duda en Languedoc y muy probablemente en Cataluña; en ese caso la epigrafía levantina
de Moixent resulta más difícil de explicar, ya que implicaría o una expansión generalizada de la escritura
levantina ya en esas fechas a todo el territorio en que la encontraremos más adelante, o una presencia puntual de íberos con bases más septentrionales,35 lo que dada la distancia de la costa parece poco probable.
Este estudio ha sido realizado en el marco del proyecto BFF2003-09872-C02-01, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia.
Agradezco muy sinceramente a Helena Bonet la invitación a la que debe su existencia.
notas
1.- Las referencias a inscripciones ibéricas son siempre a MLH (normalmente a MLH III; A se refiere a MLH I y B a MLH II) cuando
ello es posible; en inscripciones publicadas posteriormente, una referencia del tipo *G.7.5 implica que, gracias a la amabilidad de
J. Untermann, conozco la identificación del texto en el suplemento a MLH en preparación, pero naturalmente se indica también
la editio princeps, que para *G.7.5 es Fletcher y Bonet 1991-92.
2.- De acuerdo con las normas de publicación de esta obra he aceptado utilizar para los topónimos valencianos formas no usadas en
español; quiero sin embargo hacer constar que, a pesar de las ventajas que tendría la utilización generalizada de las formas locales,
lo considero un error lingüístico.
3.- MLH III.1, §§ 415-31; de Hoz 1976; 1989; 1993b; 2000-2001; Correa 1983; 2004, 84-93; Rodríguez Ramos 2002. Las bases del
desciframiento de la escritura meridional están en Schmoll 1966.
4.- MLH IV; de Hoz 1989; 2005; Correa 1996a; 1996b; Correia 1996; Rodríguez Ramos 2000.
5.- Es frecuente que se identifique la escritura del suroeste con la tartesia; a mi modo de ver se trata de dos escrituras diferentes pero
apenas si conocemos la tartesia por un puñado de grafitos; posiblemente se trata de la meridional en un uso previo y distinto a su
utilización para escribir ibérico (de Hoz 1989; 2001a, 202-3; 2005).
6.- Citado en Fletcher y Bonet 1991-92, 144 y n. 2, e incluido, con indicación del diámetro (33 mm), en la lista de plomos valencianos
de Fletcher 1985a, 293. Agradezco a Helena Bonet el haber podido ver un dibujo de la tesis de L. Silgo, del que no puede deducirse
a que escritura pertenece.
7.- Fletcher et alii 1969, 57 nº 7. Como se ve claramente en la fotografía se trata de un signo Y, lo que excluye escritura meridional pero
no griega, greco-ibérica o levantina.
8.- Fletcher et alii 1965, 229-36; Fletcher et alii 1969, plano tras p. 71. Un plano con la situación de todos los hallazgos epigráficos de
la Bastida en Fletcher y Bonet 1991-92, 145.
9.- Fletcher et alii 1965, 15. Llobregat 1972, 37, considera sin embargo que el departamento 48 constituía una vivienda autónoma.
10.- Fletcher y Bonet 1991-92, 144 y plano de la p. 145; el plomo procede al parecer del espacio 125, en la calle, que no forma parte de
lo publicado de la excavación hasta la fecha.
11.- En este caso se ha recortado posteriormente la parte escrita lo que, al ocupar la inscripción sólo los bordes superior e izquierdo de
la lámina, ha dado lugar a una pieza en forma de L.
12.- Un caso extremo, que da lugar a una presentación casi concéntrica, es el plomo greco-ibérico del Cigarralejo (G.13.1).
13.- Fletcher (1953, 146) leyó razonablemente ]nnae[, con lo que coincide Llobregat, para dudar después con ]inae[, pero en 1985b
se decide sorprendentemente por ]inabi[, lo que podría ser una simple errata aunque Untermann, cuya lectura es ]ina+[, no descarta esa posibilidad. Por otro lado Fletcher considera la idea de que no se trate de una inscripción ibérica sino griega, lo que me
parece imposible.
14.- Los datos de la editio princeps, en particular pp. 126 y 128, apuntan, como se dice explícitamente más a “un fragmento de pedestal
que de losa”, pero el mundo del sureste y el de la Alta Andalucía parecen epigráficamente muy distintos y los paralelos más próximos
a la paleografía de Cerro Boyero (op. cit., 129-30) son claramente tardíos.
15.- Lo único que se puede deducir del análisis de la piedra de la inscripción (nº SIP 13.549), realizado por T. Orozco (Izquierdo 2000,
495-9, en particular 496 y tabla I de p. 498) es que no pertenece al mismo tipo que la de la sirena (nº SIP 13.570) que da nombre
a la tumba en que apareció.
16.- MLH III.2, G.7.1; Fletcher 1985b, 22; Rodríguez Ramos 2004, 74-5. En realidad ninguno de los signos excluye una lectura como
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escritura levantina, que en ese caso sería ]tiakier[, pero la dirección levogira de la escritura y el lugar de hallazgo unido a la cronología alta aconsejan aceptar la usual interpretación meridional.
17.- En Izquierdo 2000, 291, fig. 154, hay tres dibujos de la inscripción, en dos de los cuales, así como en el cuadro 20 de la misma página, el signo Y parece en realidad
aparece formando un ligero ángulo hacia arriba compatible con la lectura generalmente aceptada; por otro lado eso parece observarse en la lámina 89 de la misma obra y en Fletcher 1985b, 129, únicas fotografías de la pieza, publicadas y aceptables, que conozco.
18.- No tomo en cuenta propuestas muy estimables en su momento pero que se pueden dar con seguridad como erróneas; así las de
Beltrán 1962; Gómez-Moreno 1962; Fletcher 1982 y 1985b; Maluquer de Motes 1968. Cf. bibliografía de n. 3.
19.- Untermann (ad loc.) propone
243) sigue a Untermann para G.7.B y propone con dudas
20.- En contra Untermann (ad loc.) y Rodríguez Ramos (241-2); Correa (91-2) considera que los datos son insuficientes para pronunciarse.
21.- En lo que sigue utilizo de Hoz 1994, 251-3. Vid. también MLH III. 1, § 432-37, aunque no estoy de acuerdo con la idea allí expresada
de que los diversos numerales ibéricos pertenezcan a un único sistema, y Oroz 1979. Presentación muy completa del material pero
con interpretaciones discutibles en Guadán 1980. Vid. también la bibliografía relativa a las inscripciones citadas a continuación.
22.- Serra-Ràfols 1934; Bähr 1948, 425-9; Caro Baroja 1954, 773-6; Beltrán 1962, 4-8, 34-5; Gómez-Moreno 1962, 55-8; Maluquer de
Motes 1968, 231-3; Llobregat 1972, 118-9; de Hoz 1981; Fletcher 1985b, 22-3; Rodríguez Ramos 2004, 70-2.
23.- La transcripción de la vibrante en los casos subrayados como dudosos me parece en realidad segura, pero Untermann utiliza en
ellos un signo D para indicar que no existe una transcripción y los distingue de los otros casos que en realidad apenas si presentan
las normales variaciones en escritura en plomo. La decisión de Untermann de no aceptar la transcripción
obedece a que, en ese caso, W no podría ser de ningún modo una vibrante, valor del que está convencido y en el que ha sido generalmente seguido, pero que a mi modo de ver es un error.
24.- El problema de la vibrante en la zona meridional, como ya he señalado, no está a mi modo de ver resuelto; cabe que no existiese diferencia entre dos vibrantes o que esa diferencia no la notase la escritura, lo que encajaría bien con el elemento ahora comentado.
25.- La grafía redundante -tíi- tiene algunos paralelos en escritura meridional.
26.- Cf. por ej. śalibos (F.17.1, tres veces) frente a śalirbosita (mismo texo) y el frecuente śalir.
27.- La explicación más económica para BUrltir es que, con falta de una por un lapsus, se trata de una grafía buriltir, alternativa
de bíuriltir, lo que sirve para apoyar la lectura bu de S47a.
28.- De la autopsia del plomo creo que se deduce que el signo
trazo que corresponde a un falso arranque.
29.- Utilizo mis notas tomadas sobre la autopsia del texto el 26-06-1980, y aprovecho la ocasión para recordar con agradecimiento las
facilidades y la generosidad con su tiempo que me brindó D. Domingo Fletcher en los viejos locales del SIP.
30.- La secuencia śn- es imposible; probablemente la
erWkoraW, de nuevo con
31.- También identificado por Untermann en carta a Fletcher de 26-01-93 que me comunicó el 4-07-94.
32.- Para seti vid. C.1.24 y un plomo de la Balaguera (Allepuz 1996; Velaza 2001, 642, 1.3); en la inscripción de Jorba parece leerse basetiŕ[ (Ferrer 2006, 130-1, 141, fig. 15, ya percibido por Panosa 2002, 336 y 342). Para tuan, que no parece estar atestiguado como
tal secuencia, habría que buscar los ejs. de tu y an por separado, lo que deja demasiado margen a la mera casualidad.
33.- Carta citada; se trata de uno de los mejores apoyos para su desciframiento de algunos signos meridionales, pero a mi modo de ver
insuficiente para proporcionar una prueba.
34.- Esta idea es en este momento un tema polémico; vid. en contra Ferrer 2005; Velaza 2006; a favor de Hoz 2009; e. p. b, con la bibliografía anterior.
35.- Tal como algunos plomos meridionales han aparecido en territorio de escritura levantina, en Lattes (Herault, B.2.3 = G.18.1), en
Orleyl (G.9.2) y en Yátova (*F.20.6, publicado por Tomás 1989, cf. Velaza 1996, 314 n. 9).
36.- G indica grafema identificado o que teóricamente debió existir en el sistema, S signo formalmente aislable, posible grafema, pero
con valor no identificado, aunque en algunos casos exagero la prudencia al existir interpretaciones discrepantes; de ahí la repetición
de G16´/S46 y G26’/S44, y el relegar S42, S43, S47a, S48 y S60 al grupo S.
37.- Otros autores no aceptan los valores de G16’, G21’ y G26’ —basados en la alta probabilidad de que los signos meridionales de forma
igual a levantino
del S.O. como
el valor <ŕ> en el SO y
atribuidos a la escritura meridional o a la del SO en MLH, además de los ya mencionados, porque no me parecen seguros o porque
otra alternativa me parece más probable. Vid. además la n. anterior.
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10
De la funDación al abanDono
Helena Bonet Rosado
y Jaime ViVes-FeRRándiz
sáncHez
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A
lo largo de los anteriores capítulos hemos mostrado las principales evidencias arqueológicas que,
desde 1928, ha deparado este yacimiento. Se han expuesto los datos actualizados sobre el poblamiento
en el entorno y el acceso a los recursos naturales; se ha examinado el modo en que se organizó internamente el poblado y cómo la esfera doméstica enmarcó la vida de sus ocupantes; se han tratado aspectos
relativos al comercio, el armamento, el adorno personal y la escritura. Podemos pasar ahora a interpretar
estos datos en el marco de la trayectoria histórica del poblado.
La fundación
La Bastida de les Alcusses ha sido tradicionalmente definido como un poblado que, en los estudios ibéricos, se conoce como un oppidum; esto es, un asentamiento fortificado en altura en una ubicación estratégica en el entorno, que mantiene el control de la producción y los recursos (capítulo 4). Si bien todos los
investigadores coinciden en destacar el carácter del oppidum como elemento vertebrador de las relaciones
sociales y económicas durante este periodo, esta definición genérica tiene algunos matices como, por ejemplo, la superficie ocupada que se le asigna a este tipo de asentamientos y que oscila entre 1 y 10 ha, o más,
según los territorios peninsulares a los que se aplique (Ruiz 1998 y 2000; Sanmartí y Belarte 2001; Grau
2002, 109).
La fecha fundacional de la Bastida está fijada hacia finales del siglo v o principios del siglo iv a.C. y tiene
una corta ocupación, pues se abandonó repentinamente al cabo de no más de tres generaciones, dentro de
ese mismo siglo. Tradicionalmente se ha considerado que el poblado se había asentado sobre un promontorio
no ocupado previamente. Pero mientras maquetábamos los capítulos de este libro y redactábamos las últimas páginas que habrían de darle colofón tuvo lugar, durante la campaña de excavación de 2010, un descubrimiento que ha variado sustancialmente este estado de la cuestión: ahora sabemos que la Puerta Oeste y
parte del lienzo oeste de muralla se levantaron sobre una estructura anterior.
La Bastida antes de la Bastida
Esta construcción está formada, por lo que hemos excavado hasta el momento, por dos grandes muros
paralelos, dispuestos en sentido suroeste-noreste, que fueron construidos con bloques calizos del terreno
cuidadosamente escuadrados sobre un relleno de tierra que regulariza los desniveles de la roca. Los muros,
que están separados 3 m entre ellos y miden más de 11 m de longitud, tienen un sólo paramento de cara
vista y su interior está relleno con grava, piedras y tierra. En el extremo oriental angulan 90º a lo largo de
un tramo de 1,30 m, también hecho con una sola cara [fig. 1]. Un pavimento de extraordinaria calidad de
gravas y tierra apisonada se ha documentado entre ambos muros. Hay más estructuras unos 7 m hacia el
norte: al menos hay otro gran muro paralelo formado por una base de piedras grandes y coronado por un
cuidado encachado de mampuestos más pequeños.
Poco más sabemos, de momento, de esta gran estructura debido a la reducida área excavada. Si bien es
necesaria la continuación de las excavaciones en extensión para valorarla con más datos, los elementos
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1. Muro norte perteneciente a la fase
anterior de la Puerta Oeste. Se observan, a un lado y a otro del muro, los
rellenos que amortizan la estructura.
arquitectónicos descritos permiten albergar dudas sobre el carácter residencial de este lugar: no hay
compartimentaciones internas entre los espacios descritos y las estructuras se leen mejor en clave de edificio
público monumentalizado que ocupó un lugar preeminente del territorio, al ser visible en un entorno de unos
100 km2, desde el valle dels Alforins, la cabecera del río Cànyoles y la entrada hacia el vinalopó y la Meseta.
Está constatado que toda la construcción fue desmantelada y amortizada con potentes rellenos. Además,
sobre las dos estructuras descritas se levantaron los muros que forman la Puerta Oeste, más cortos, y parte
del lienzo de la muralla. El material que albergan estos rellenos –sobre todo la cerámica– revela la fecha de
anulación de la estructura y, al tiempo, de la construcción de la Puerta Oeste: finales del siglo v a.C. y principios del siglo iv a.C. No ha sido posible, por el momento, precisar la fecha de construcción de la fase anterior, pues los cimientos de estas estructuras no han sido excavados.
La cuestión de los orígenes del poblado de la Bastida no acaba aquí. Sobre el pavimento de esta construcción hemos descubierto, durante la misma campaña de excavación de 2010, un extraordinario depósito
intencionado de armas, ofrendas alimenticias y vasos cerámicos, todo ello quemado junto a estructuras de
madera y hierro.
Un ritual de fundación bajo la Puerta Oeste
Por lo que conocemos hasta ahora se trata de un hallazgo único en un asentamiento ibérico, y arroja luz
sobre las prácticas rituales en espacios públicos de los oppida. El depósito ha sido documentado en una extensión de unos 12 m2 bajo el pavimento de la entrada principal al poblado, la Puerta Oeste. Al menos 40
fragmentos de tablas y troncos carbonizados, de diferentes tamaños y morfología, sellaban un conjunto de
unos 60 objetos depositados sobre el pavimento de grava apisonada perteneciente al edificio anterior, descrito más arriba.
volviendo a los objetos depositados, las armas son la categoría más abundante, aunque también hay
vasos cerámicos muy fragmentados, entre los cuales hay una crátera de figuras rojas, y otros objetos como
semillas –cereales, aceitunas– o fauna, y maderas y pletinas y clavos de hierro pertenecientes a estructuras
de madera, de momento indeterminadas, que estuvieron armadas antes de formar parte de la deposición
[figs. 2 y 3]. Las armas son todas de hierro, de la misma tipología que las halladas en el yacimiento, y las tí-
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2. Vista general del depósito de
armas y maderas quemadas bajo el
pavimento de la Puerta Oeste.
3. Detalle del depósito bajo la Puerta Oeste: dos
troncos unidos por un clavo.
picas del sudeste de la península ibérica durante el siglo iv a.C. (Quesada 1997). Por lo que sabemos hasta
ahora de la distribución de los distintos tipos de armas entre los iberos, podemos señalar que estas espadas
y escudos, aun siendo más generalizadas que en el periodo precedente, se pueden asociar a las elites guerreras de la sociedad ibérica.
En el proceso de excavación se han identificado cinco conjuntos de armas en base a la presencia en cada
uno de ellos de una falcata. El conjunto más completo consta de una falcata con la vaina, un escudo, un
soliferreum, y otros objetos como pletinas y clavos [fig. 4]. Otros tres conjuntos están formados por la falcata
y el escudo, y se depositaron en una característica forma de cruz [fig. 5]. El último conjunto presenta únicamente una falcata decorada que se depositó junto a su vaina. Además de las armas descritas, hay varios fragmentos de lanzas y soliferrea, y de pletinas, clavos y herrajes que aparecen dispersos en toda la extensión
en la que se ha documentado la deposición y los restos de maderas quemadas. Las falcatas son las piezas
más espectaculares del conjunto: ostentan empuñaduras cuidadas, con forma de ave o caballo, y apliques
de bronce como elementos decorativos añadidos [fig. 6].
Es importante remarcar que estas armas no son restos de una batalla acaecida en la puerta sino de depósitos intencionados, como muestra la ubicación de los objetos y el orden en que se colocaron. Además, el
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4. El conjunto 1, formado por una falcata, un soliferreum, una manilla de
escudo, cerámica, clavos y pletinas.
sentido ritual queda confirmado por el hecho de que algunos materiales están quemados y las armas inutilizadas: las falcatas tienen las hojas dobladas por la punta, e incluso algunas tienen los filos mellados con
tres o cuatro golpes; los soliferrea están doblados o rotos y las lanzas aparecen fragmentadas. Todo indica
que también fueron inutilizadas, y luego depositadas junto a las espadas y escudos y junto a otras ofrendas
alimenticias que sufrieron intensamente la acción del fuego. No parece que la cremación de las maderas,
vasos y semillas tuviera lugar en este espacio, pues el pavimento sobre el que se depositaron apareció sorprendentemente limpio de cenizas. Nos inclinamos por pensar que la cremación ritual tuvo lugar en otra
parte, quizás a escasos metros, y que los objetos, algunos quemados, otros no, se depositaron siguiendo una
secuencia programada previamente.
Esta práctica de inutilizar las armas es bien conocida, pues sigue la norma de los rituales funerarios de
los iberos, consistente en doblar las armas al depositarlas en las tumbas para morir con el difunto y acompañarlo al Más Allá como objetos personales e intransferibles. Sin embargo, nunca antes se había visto que
esta práctica se realizara en espacios públicos, fuera de las necrópolis. De hecho, los hallazgos de la Bastida
5. El conjunto 2, con una falcata y
una manilla de escudo colocadas en
forma de cruz.
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6. Detalle del conjunto 1 en el proceso de excavación.
de les Alcusses no son tumbas –ni un solo resto humano, cremado o no, ha sido hallado entre el sedimento
de este depósito– y estamos ante un fenómeno ritual que no pertenece al ámbito funerario. Lo que hace especial este descubrimiento es que esta práctica se ha documentado bajo la entrada principal de un poblado.
Con las cautelas que impone el hecho de ser un hallazgo muy reciente en estudio, una interpretación preliminar apuntaría a que se trata de rituales heroicos llevados a cabo en un espacio público relevante, de elevadísima carga simbólica, como es la puerta principal del poblado. El ritual está también en relación con la
construcción precedente pues recordemos que los objetos se colocan sobre su suelo. Otra línea interpretativa
abierta a examen es la que entiende estos depósitos como cenotafios o tumbas de guerreros sin cadáveres,
a modo de monumentos conmemorativos de actos singulares o sucesos destacados.
Las armas depositadas son símbolos de autoridad guerrera y política, de modo que el ritual fue promovido
por los grupos que ostentaban el poder en esta sociedad. Un aspecto interesante en relación al simbolismo
de esta práctica es que hubo un interés por mantener la memoria del ritual y, quizás, del significado que
atribuyamos a las armas: los conjuntos con falcatas estaban señalizados con grandes piedras hincadas en el
pavimento y con losas visibles al transitar por la puerta pero que no impedían el paso. Este detalle invita a
pensar que el espacio de la entrada principal se utilizó como escenario para construir la memoria social del
grupo que habitaba el oppidum.
El protagonismo que las armas tienen en este ritual invita a pensar que la base ideológica que sustenta
tanto la apropiación del espacio como la legitimidad política que requiere el oppidum que se iba a fundar,
se articulan a través de las mismas. Es un ritual heroico, que vinculamos a las elites de la sociedad, y colectivo.
En este sentido, el ritual y su memoria preservada en la puerta crean un potente símbolo conceptual para el
establecimiento del oppidum. El proyecto político del oppidum se define mediante la transmisión de los valores guerreros por parte de los grupos de la elite (¿o es incluso el recuerdo a los mismos guerreros si se interpretan como cenotafios?) y, a la vez, configura la memoria colectiva del asentamiento al ser señalizados.
En síntesis, la apropiación de un espacio monumental preexistente, el ritual detectado con armas y la
construcción de una puerta en la que se guardaba y celebraba la memoria de esta acción –con las implicaciones simbólicas y de liminalidad que ello conlleva– son todo distintas facetas del mismo fenómeno: la
constitución del poder político del oppidum.
EL oppidum, Lugar dE podEr sobrE EL tErritorio
La fundación de un poblado de estas características es una acción colectiva dirigida desde esferas de poder.
De donde procedían estos ocupantes no lo sabemos con certeza, pero los objetos materiales y las prácticas
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7-10. Vistas aéreas de la Bastida de les Alcusses, según una hipótesis de reconstrucción en el momento final de la ocupación del poblado.
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11. Compás de bronce articulado y
anzuelo de bronce (altura del anzuelo
6,7 cm). Piezas de este tipo son muy
raras en la Bastida y su posesión y el
conocimiento asociado a ellas se
mantendría en círculos especializados.
detectadas en el poblado muestran que los iberos que se instalaron sobre esta loma compartían rasgos culturales y materiales –armas, cerámica, adorno personal– con otros grupos de la zona que se conoce como la
Contestania (Abad et alii 2005), ubicada entre las actuales provincias de Alicante, Murcia y Albacete.
La construcción de este poblado se proyectó sobre un promontorio que mantiene un excelente dominio
visual sobre el entorno, donde se detecta una ocupación dispersa de pequeños asentamientos no fortificados.
Aunque este poblamiento está sólo conocido por prospección (capítulo 3), podemos plantear una hipótesis
sobre el proceso de organización territorial que tuvo lugar en esta zona basándonos, en parte, en los trabajos
en otras áreas próximas como los valles de Alcoi (Grau 2002, 250).
Como se ha dicho, el patrón de asentamiento en estos momentos está regido por el surgimiento de poblados en altura, los llamados oppida, con una serie de asentamientos subordinados de carácter rural. En
el caso que nos ocupa es sugerente entender la fundación como el inicio de un proceso de re-configuración
del territorio político. Y decimos reconfiguración porque recordemos que una edificación sobre este promontorio ya imponía su presencia en el paisaje.
Siguiendo esta línea argumental la visibilidad de los oppida en el territorio depende, en parte, de la construcción de una gran obra colectiva: la muralla. En el caso de la Bastida la muralla y las cuatro entradas monumentales pueden leerse, también, en claves política, económica y simbólica: aúnan tanto la capacidad de
comunicar la simbología del poder que se ejerce desde el oppidum, como la identidad de sus habitantes dentro de los límites protegidos por el espacio social (Moret 1998; Ruiz 1998, 295). Así, las dimensiones simbólicas de ostentación del poder, las de pertenencia a la comunidad de ocupantes, y las defensivas o
protectoras se aúnan en la muralla, en cuanto expresión del poder de los linajes dominantes que residirían
allí [figs. 7, 8, 9 y 10].
El control de los recursos
Las razones que llevaron a un grupo de iberos a emprender un proyecto de agregación semejante ofrecen
la clave para entender la creación del oppidum: el control de los recursos y el tráfico de mercancías. Este
control se puede ejercer de forma directa, mediante la presencia efectiva en el territorio o a través de intermediarios. En el caso de la Bastida es seguro que las dos estrategias se llevaron a cabo. La primera lo confirman los yacimientos documentados en el entorno inmediato, en torno a un radio de unos 5/7 km (fig. 1
del capítulo 3). Si bien no podemos interpretar todas las dispersiones de cerámica como asentamientos, sí
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12. El almacén, en marrón, y los espacios de circulación adyacentes vinculados al edificio. Con un círculo azul se indica la ocultación de plata y con un círculo verde la concentración de arandelas-lingotes de bronce. Con un cuadrado rojo se señala el lugar de
hallazgo del sello de terracota.
que son todas ellas significativas de la actividad rural que se llevaba a cabo en los alrededores, y así podrían
ser desde pequeñas granjas o caserías, hasta campos de cultivo o lugares de ocupaciones intermitentes de
pequeño tamaño. Por otro lado, la segunda estrategia para asegurar el acceso a los recursos, mediante intermediarios y contactos de redes comerciales, también está suficientemente constatada (capítulos 5, 6 y 7).
Una característica fundamental de las aglomeraciones de población en época premoderna es su papel
como aglutinantes de redes comerciales e intercambios. Y así, la Bastida no es simplemente un poblado
grande sino que es un centro de poder político sobre el territorio y el lugar en que se concentran los recursos,
las mercancías, la producción y el excedente en base a derechos adquiridos. Estos núcleos –que no difieren
sustancialmente de las ciudades de la antigüedad– pueden verse como lugares de acumulación, consumo e
intercambio.
La idea que queremos subrayar es que el control de los recursos, bien los extraídos del territorio inmediato, bien los procedentes de áreas más alejadas o incluso muy distantes, es la clave para entender esta
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aglomeración fortificada: productos agrarios, minerales, objetos exóticos y otros elementos procedentes del
intercambio son algunos de los recursos materiales
constatados en el oppidum. Pero, además, ahí también
se concentran recursos inmateriales en forma de tecnología y habilidades (copelación, siderurgia, artesanado)
y saberes (cómo hacer, dónde ir, quién lo tiene) o conocimiento (escritura, controles administrativos) [fig. 11].
Mantener e incrementar la riqueza en este sistema
socioeconómico pasa, fundamentalmente, por el control de los recursos de la tierra como se ha propuesto,
por ejemplo, en el territorio edetano (Bonet et alii 2007
b). Según el modelo de Ruiz y Molinos (Ruiz y Molinos
1993; Ruiz 2000, 19) los grupos dominantes concederían derechos de explotación a otras familias. Así, las
13. Sello de terracota (anchura 4,1 cm).
herramientas de trabajo agrario en algunas casas de la
Bastida (capítulo 5) muestran que allí vivían propietarios de tierras que mantendrían el derecho de uso. Sin
embargo, ignoramos si estos derechos serían cedidos a otras familias campesinas en establecimientos semipermanentes. La falta de excavaciones arqueológicas en los asentamientos del Pla de les Alcusses nos impide valorar el carácter de las mismas, si eran permanentes o no, cuántos ocupantes albergaban o qué
relaciones materiales –en forma de tributo o dependencias– mantuvieron con el lugar central. El carácter
de la ocupación del territorio, el tipo de implantación sobre el terreno cultivable y las relaciones con la Bastida son aspectos de crucial importancia, porque contextualizarían en un marco político las herramientas
del trabajo de la tierra que se detectan en el oppidum.
En perspectiva histórica, la fundación de la Bastida se enmarca en una reestructuración económico-social
a partir de los siglos v y iv a.C. que, arqueológicamente, se reconoce en la multiplicación de centros para la
explotación de los recursos, con redes intra e interregionales de intercambio, en la aparición de granjas agrícolas dependientes, en la generalización de la producción con herramientas de hierro y en el surgimiento
de nuevos polos de redistribución (Aranegui 2009). Esto no parece ser un fenómeno aislado del ámbito ibérico pues la misma dinámica de expansión agraria se ha detectado en estos siglos en otras áreas del Mediterráneo como el ámbito púnico y griego (van Dommelen y Gómez Bellard 2008, 235).
La canalización de las mercancías
La construcción y mantenimiento de una red de viales para el paso de carros con mercancías fue una inversión imprescindible en este marco socioeconómico. El ejemplo más espectacular lo ofrece el Castellar de
Meca con una red de caminos excavados en la roca (Broncano y Alfaro 1990 y 1997). Para el caso de la Bastida
hemos visto que se proyectaron tanto una red de viales que llegaban a cuatro puertas carreteras, que albergaban equipamientos para el control de mercancías, como un sistema de circulación interna estructurada.
Este esfuerzo constructivo y organizativo se explica porque son los canales para facilitar el movimiento de
mercancías: tanto el acopio de recursos para el centro de consumo como la salida de otros productos. Esta
interpretación entiende la Bastida como un lugar de primer orden en clave comercial que regiría la llegada
de productos, materias primas, objetos exóticos, ideas, saberes y conocimiento.
Centralizar y almacenar
La necesidad de ejercer un control sobre los recursos y productos que llegaban al oppidum es un aspecto
importante en la política económica de los grupos dominantes. Este control se puede conseguir a través de su
almacenamiento o bien a través del mantenimiento de redes de intercambio. Ambas prácticas son esenciales
para construir y mantener el poder e incrementar la riqueza. El concepto clave aquí es el de excedente, esto
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14. Distribución de los aperos para el trabajo de la tierra en la Bastida: arados, arrejadas, podones, hoces, layas, zapapicos y azadas.
es, lo que queda cuando las necesidades básicas de reproducción, los requerimientos para la subsistencia de
segmentos de la sociedad no productivos o incluso fondos destinados al intercambio están garantizados (Wolf
1982, 14).
Hemos interpretado el Conjunto 7 como un gran almacén central (capítulo 4). En este almacén se acumularía y centralizaría un volumen de productos agrarios que sobrepasa las necesidades domésticas, lo que
es característico del modo en que se articulan las sociedades jerarquizadas. Desconocemos si las divisiones
de espacios del almacén corresponden a tipos de productos diversos, pero podemos asegurar que, al menos
el cuerpo principal, sería un granero. Así lo muestran los trojes documentados y el hallazgo de tres molinos:
dos en el Depto. 131 y una base de molino de gran tamaño en el Depto 155 (fig. 24 del capítulo 1). Los diarios
de excavación revelan que este almacén no albergaba grandes recipientes cerámicos. Según los cálculos hechos por Guillem Pérez Jordà sólo el núcleo principal que forma el almacén, según ha sido descrito en el capítulo 4, tendría una capacidad de almacenamiento de, al menos, 23.000 litros, aunque podría superar el
doble si contamos también los cuerpos adyacentes a este conjunto. Esta cantidad supone el cultivo de entre
22 y 27 ha de cereales con una productividad de 4/5 a 1.
Dos características de los espacios de almacenamiento son su especial visibilidad y la protección de su
acceso (Given 2004, 36). El almacén de la Bastida se ubica en un espacio central del poblado, en relación
con el eje de circulación principal [fig. 12]. visto en perspectiva, podemos decir que el oppidum es, en parte,
un almacén fortificado y que está organizado internamente alrededor del almacén. Además, una arquitectura
especial, en forma de potentes y anchos muros y de amplios espacios enlosados en el Depto. 122, contribuye
al efecto de mostración que forma parte de su dimensión social.
El control del excedente, mediante su almacenamiento centralizado, es consecuencia de la configuración
política en el oppidum y es crucial para articular el poder y mantener las divisiones sociales en este tipo de
organización socioeconómica. Además, el excedente, sobre todo si es en volúmenes grandes, debe adminis-
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15. Localización de los talleres de copelación de galena argentífera en los Conjuntos 3 y 4. Con dos puntos verdes se indica el lugar
de procedencia de los fragmentos de plata y bronce recortados. Con cuadrado azul se indica el Depto. 236, donde se hallaron los
pasarriendas de bronce del carro ceremonial.
trarse y registrarse convenientemente. Ya hemos hecho referencia al uso de la escritura sobre plomo para
llevar registros económicos (capítulos 7 y 9) pero no era el único medio. Al respecto, una pieza de terracota
hallada muy cerca del almacén invita a pensar que existían mecanismos de control administrativo del movimiento de productos en este edificio. Se trata de una estampilla cuadrangular con un motivo abstracto en
forma de esvástica enmarcada por tramos cortos en cada lado; en su lado posterior tiene un pequeño asidero
con orificio [fig. 13]. Procede del Depto. 112, un espacio contiguo que recae a una plaza en la que confluyen
dos vías de circulación: la calle central y el camino de ronda norte. No es casualidad que el sello proceda de
aquí porque esta zona debe vincularse también al almacén: la plaza es imprescindible para facilitar el tránsito
de carros de mercancías junto a estancias administrativas del edificio.
Si la interpretación de esta pieza como sello es acertada, implicaría que se llevaba a cabo el registro y
control de determinados movimientos canalizados a través del almacén. Un detalle de interés lo proporciona
la representación de la esvástica, que pudo ser un motivo simbólico compartido en el que se reconocerían
los grupos de la elite pues hay tres botones de bronce que ostentan la misma representación.
Otro aspecto de interés es que se concentraba el metal precioso muy cerca del almacén: cinco piezas de
plata en los Deptos. 103-105 y cinco arandelas-lingotes de bronce del Depto. 142 (capítulo 7) [fig. 12]. Ello
invita a plantear la hipótesis de que los grupos dominantes también controlaban la acumulación del metal en
bruto, en forma de piezas de plata y bronce preparadas para circular en redes de intercambio. Pero mientras
el metal preciado se acumulaba y centralizaba, las actividades productivas metalúrgicas no estaban centralizadas sino repartidas en manos de varias familias del poblado, en grados diversos según cada casa o manzana.
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Tras una ideología que celebra la redistribución del excedente desde un equipamiento colectivo subyace
un sistema en que unos pocos se benefician del trabajo de otros y la imposición de cargas en forma de tributos
o prestaciones. Por todo ello, el almacén identificado en la Bastida es susceptible de ser interpretado en clave
jerárquica: una parte de los productos que eran transferidos al oppidum se centralizaban en un almacén
que ocupa una posición central en la organización interna. Dominar el almacén implica el control sobre la
distribución de los excedentes y la existencia de relaciones asimétricas de poder. Lejos de ser sólo un espacio
para almacenar productos, este edificio es la expresión material de la fiscalización del trabajo humano y del
poder que se ejercía para atraer recursos al oppidum.
EL
dEspLiEguE dE Las EstratEgias Económicas dE Las casas: tiErra y copELación dE La gaLEna
argEntífEra
En los oppida ibéricos se establecen relaciones clientelares que condicionan derechos como, por ejemplo,
el acceso a los recursos (Ruiz y Molinos 1993; Ruiz 1998). Uno de ellos es la tierra, cuya explotación depende
de las conexiones sociales de cada familia y de las condiciones técnicas y materiales de las casas. En este
sentido, la distribución de algunos útiles y enseres en la Bastida puede arrojar luz sobre la estructura social
y permite explorar las relaciones de poder que existieron dentro del oppidum.
Las líneas que siguen son, pues, una reflexión metodológica e interpretativa sobre el modelo teórico clientelar aplicada a los datos de la Bastida. Hay pocos estudios que, por el momento, se hayan podido basar en
una documentación tan rica, y este yacimiento posiblemente sea el único en la fachada mediterránea peninsular en el que se puede emprender esta línea de análisis, y ello es debido al volumen excavado y la documentación que ofrece derivada del abandono violento del mismo.
En nuestra propuesta no tomamos el modelo
clientelar como algo ya dado sino que es necesario
investigarlo, pues lo entendemos como el resultado de actividades y relaciones socioeconómicas
de los habitantes de las casas, la piedra angular
de las relaciones sociales y económicas. La atención, pues, se desplaza a las estrategias desplegadas por las familias para concentrar, mantener y
transmitir su riqueza, prestigio y estatus.
Seleccionamos para estas pesquisas las herramientas del trabajo de la tierra y las evidencias de copelación de galena argentífera, pues
son la parte más visible de un sistema del poder
que mantenía en los campos y en las minas personas sometidas al trabajo a través de redes
clientelares.
Las herramientas son los medios técnicos con
los que se transforma el entorno. Podemos conocer la magnitud de la actividad productiva en la
Bastida a partir de la distribución de arados,
hoces, podones, layas y azadas –dejamos a un
lado otros objetos como legones o picos, pues
caben dudas sobre su uso exclusivo en agricultura. Esta distribución muestra una pauta significativa: en primer lugar, no hay un espacio que
concentre todos los aperos sino que están muy repartidos en el oppidum. Sí hay, con todo, una tendencia a su concentración en aquellos conjuntos
16. El jinete de bronce de la Bastida, fotografiado en los laboratorios del SIP tras su hallazgo.
que están situados al norte de la calle central; en
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17. El Depto. 267, junto a la Puerta
Este, en el proceso de excavación, con
la vajilla doméstica destruida entre
los derrumbes de las estructuras (año
2006). Imágenes como ésta indican
que los habitantes de la Bastida
abandonaron rápidamente el poblado.
segundo lugar, están ausentes o muy poco representados al sur de esta calle, en los Conjuntos 3, 4, 5 y 6; y, finalmente, hay una especial concentración de arados y arrejadas junto al granero (cinco arados y cuatro arrejadas) [fig. 14]. No debemos ignorar el hecho de que el poblado tuvo un final violento de modo que cabe la
razonable duda de que esta pauta correspondiera exactamente a la situación normal durante la ocupación.
Con todo, el abandono violento del poblado pudo afectar más a la distribución de las armas, por la naturaleza
del conflicto que lo causó, que a la de las herramientas, por lo que podemos confiar en la imagen que nos dan.
Esta imagen se interpreta en clave del volumen de producción y capacidad de acumulación y comercialización de excedentes de que es capaz cada unidad familiar o de co-residencia. Los arados, identificados
por la reja de hierro, son particularmente interesantes en este razonamiento. En condiciones óptimas de
tierra, animales de tiro y clima se pueden arar entre 6 y 7 ha por año, a razón de 0,2-0,3 ha/día por arado
con dos bueyes, y siendo los días arables al año entre 20 y 30 (Foxhall 2003). Dado que en estas condiciones
técnicas el aumento de la producción sólo puede conseguirse mediante el incremento de la fuerza de trabajo
entonces el número de arados nos indica las hectáreas en cultivo de cada casa e, indirectamente, las personas
movilizadas para obtener fuerza de trabajo.
A la vista de estos datos se advierte que hay una cierta variedad en la superficie de terreno en cultivo o
las personas movilizadas por cada casa o manzana. El Conjunto 10, por ejemplo, es uno de los espacios
donde se concentran más arados. Podríamos pensar que gran parte de sus esfuerzos iban destinados al trabajo de la tierra, y no es casualidad que aquí, en el Depto. 48, se encontrara un registro escrito (capítulos 7
y 9) de las actividades económicas.
Respecto al almacén, los cuatro arados y las cinco arrejadas halladas en los patios y plazas adyacentes
invitan a pensar que no era solamente un lugar de almacenamiento de excedente sino una institución que
controlaba tierras –al menos 36 ha a partir de la extensión en cultivo por cada arado– y, sobre todo, los mecanismos necesarios para movilizar la fuerza de trabajo necesaria.
Pasemos a examinar las casas sin aperos. Llama la atención que entre este grupo se encuentren casas
muy grandes, con soluciones arquitectónicas –enlosados, muros potentes– y con objetos ciertamente singulares: por ejemplo, el único fragmento de plata fuera de la ocultación mencionada (fig. 13 del capítulo 7),
lingotes de bronce recortados o con objetos tan especiales como el carro ceremonial con varios bocados de
caballo de los Deptos. 236-237, o los exvotos de bronce del jinete o el buey. Estas casas, además, no tienen
molinos [fig. 15 del capítulo 6]. Entre las actividades de este grupo de casas destaca la obtención de plata
mediante la copelación del plomo argentífero ya que en los Conjuntos 3 y 4 hay, al menos, siete talleres en
funcionamiento en el momento del abandono del poblado [fig. 15], lo que muestra un artesanado especializado ligado a las elites.
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Nuestra propuesta interpretativa vería que sus ocupantes debieron controlar los mecanismos que les dieran acceso a la cosecha excedentaria –recordemos, además, que no hay molinos en estos conjuntos–, bien
para su sustento o bien para intercambiarla por el gran volumen de mineral de galena que parecen importar.
Ello nos lleva a proponer que ejercerían un fuerte poder simbólico que les permitía controlar los recursos
agrarios del almacén. Este poder pudo estar, de alguna manera, ritualizado como sugieren los exvotos del
buey con arado, que simboliza el trabajo de la tierra, y del jinete, la posesión de armas [fig. 16].
Unidad y diversidad en el oppidum
Estamos, por así decirlo, al menos ante dos niveles jerárquicos en el poblado. Por un lado, los grupos
que habitaban en el sector sur que, prescindiendo directamente de los medios de producción, debieron acceden a los excedentes agrarios y controlar la fuerza de trabajo ajena. Por otro lado, los propietarios de
tierras de otras manzanas que aportarían una parte del excedente productivo al almacén.
Además, existieron diversas esferas de interacción social que determinaron las relaciones sociales de sus
habitantes. Al menos reconocemos dos: una a escala familiar, cuyos miembros operaban según las conexiones y relaciones de sus redes clientelares fuera del oppidum, en los asentamientos dependientes; y otra que
es más amplia que el espacio de la casa, que es el de las manzanas. De ello se deduce que la forma de acumular riqueza parece variar de unas manzanas a otras. Algunas funciones se integraron por barrios o manzanas, lo que abre la puerta para explorar la sectorialización de las actividades en el poblado y la
configuración de relaciones suprafamiliares o parentales más amplias, como las clientelas. Estas relaciones
suprafamiliares son más importantes en ocasiones, como se han encargado de señalar algunos estudios etnográficos (Joyce y Gillespie 2000).
La identidad de los residentes de la Bastida se encontraría negociada entre la unidad, en tanto que habitan
dentro de límites de la muralla, y la diversidad, patente al examinar los barrios y las casas: mientras la muralla trasluce un esfuerzo colectivo y coordinado, en cambio no hay una manzana ni una casa igual a otra.
Todas las familias mantuvieron una relativa autonomía dentro del poblado, pues en cada casa se organizaron
los espacios de acuerdo a las necesidades de sus ocupantes que, además, desplegaron estrategias económicas
diversas, con equipamientos específicos en relación a las actividades.
Esto nos da una imagen más dinámica de la estructura social dentro del oppidum, con familias que se
especializan en trabajos diferentes –tierra, metalurgia– pero con una capacidad de acción determinada por
las jerarquías del oppidum.
18. Bloqueo de grandes piedras construido en la parte posterior de la
Puerta Sur sobre el derrumbe de tierra
de la entrada (año 2002).
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19. Visión idealizada del
abandono de la Bastida,
mientras se consumen sus
casas entre las llamas (dibujo Francisco Chiner).
confLicto y abandono
Apenas tres generaciones después de su fundación el poblado fue abandonado. Diversas pistas que extraemos de la excavación indican que este abandono no fue un hecho pacífico y voluntario sino que fue generado por un conflicto. Así lo dan a entender que dos de las cuatro entradas se tapiaran (capítulo 4), quizá
debido a amenazas percibidas, que muchas casas estén incendiadas, que algunas joyas se encuentren en las
calles, al igual que armas, herramientas y enseres dispersos [fig. 17]. Que hubo saqueos lo confirma el hecho
de que muchos espacios del granero se encontraron vacíos al ser excavados en 1930. Los ocupantes abandonaron la Bastida sin poder recuperar muchos objetos que aún estaban en perfecto estado. Ballester y Pericot ya lo señalaron tras la primera campaña de excavación:
“Objetos de todas clases, de adorno, armas, útiles diversos, pequeñas joyas y hasta menudos vasos y
las conocidas piedras de molino a mano, aparecen esparcidos, como sembrados, por todas partes, en las
habitaciones y fuera de ellas [...] Son manifiestas las huellas de un gran desorden acaecido en el poblado
[...] Confirman las excavaciones que no fue abandonada voluntaria y pacíficamente sino que [...] fue
arrasada y tal vez incendiada, probablemente después de un asalto” (Ballester y Pericot 1929, 183-184)
Las excavaciones llevadas a cabo a lo largo de 10 años en las cuatro entradas revelan una historia compleja
que acabó en el abandono del poblado. En la parte posterior de la Puerta Sur se levantó una estructura de
grandes bloques de piedra dispuestos transversalmente, a modo de bloqueo o cierre (fig. 25 del capítulo 4).
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Presenta la particularidad de que se construye después de que la puerta se hubiera tapiado y derrumbado,
amortizando parte del derrumbe [fig. 18]. Estructuras similares construidas también sobre derrumbes de
adobes las hay en la Puerta Oeste y en la Puerta Este.
La fecha de estas construcciones se sitúa, igual que el resto de la ocupación del poblado, en el siglo iv
a.C. Al principio, las interpretamos como ocupaciones puntuales una vez abandonado el poblado, aunque
nos extrañaba el hecho de que todas se hallaran junto a las puertas y la muralla y no en las manzanas de
casas –en la Bastida no hay documentada una sóla construcción que amortice una casa preexistente. Nuestra
propuesta es que se trata de refuerzos para mejorar la vigilancia del perímetro y de los espacios adyacentes
a las débiles entradas: en la Puerta Oeste se levanta una plataforma adyacente a la muralla y en la Puerta
Sur se construye un paramento de muralla sobre una puerta ya arrasada.
En otras publicaciones se apuntó la hipótesis de que ante una amenaza se pudiera haber empezado a
construir el primer recinto de muralla, según se accede por el lado oeste, y que nunca llegara a ser acabado
(Díes et alii 1997, 228; Bonet et alii 2005; Bonet y vives-Ferrándiz 2009). Dejando a un lado la dimensión
defensiva de este hecho, es sugerente plantearse si, además, se trata de un proyecto de ampliación del espacio
habitable, y por tanto de crecimiento del espacio delimitado por las murallas del oppidum. Según esta hipótesis, un plan para albergar más gente sería consecuencia del acrecentamiento del poder de este oppidum
lo que quizás fue el desencadentante del ataque y destrucción del poblado.
Sea como fuere, las armas encontradas en las puertas no son ajenas a este final conflictivo. Por ejemplo,
en la Puerta Sur hay puntas de lanza, un soliferreum y una punta de flecha de bronce; en la Puerta Oeste
una falcata y una punta de lanza; en la Puerta Este puntas de lanza y un mango de escudo (capítulo 8). Los
sucesivos refuezos y tapiados en las entradas nos llevan a pensar que esta fortificación pudo ser asaltada en
un tipo de contexto conflictivo en el que el asedio formal con bloqueo o cerco y grandes maquinarias no se
da, pues los ataques se deben a sorpresas o argucias entre pequeños grupos (Quesada 2002; 2007, 94; Bonet
2006, 34).
Entendemos que el conflicto que generó este final está en relación con el propio poder político-económico
que proyectaba el oppidum sobre el territorio. Los recursos y tierras controlados por el poblado, y los contactos y el comercio que atraía, conllevaron acciones de otros grupos iberos que acabaron por forzar el abandono del poblado [fig. 19]. Esta inestabilidad política no es exclusiva de la Bastida, pues son varios los
poblados de época ibérica plena del entorno que se abandonan ahora: el Puig en Alcoi (Grau y Segura 2010,
94), el Puntal de Salinas en villena (Hernández y Sala 1996) y un poco más tarde la Covalta en Albaida (vall
de Pla 1971). En el siglo iv a.C. también parece que pierden sentido algunos monumentos funerarios como
sucede en las necrópolis del Corral de Saus (izquierdo 2000), el Cabecico del Tesoro (Quesada 1989), Cigarralejo (Cuadrado 1987) o Cabezo Lucero (Aranegui et alii 1993). Aunque este fenómeno no es explicable
en todos los casos como destrucciones activas, sí es significativo de que durante este tiempo se estaban modificando las estructuras de poblamiento y de dominación vigentes (Chapa 1993).
siLEncio
El final de la Bastida de les Alcusses conllevó el cese del sistema de relaciones políticas y económicas que
se había construido desde allí. Sus ocupantes, antes poderosos, ahora estaban desposeídos dejando allí enseres y otros objetos personales. Aunque siguió la ocupación y la actividad rural en el Pla de les Alcusses, el
poblamiento se estructuró ahora desde otros oppida y esta loma cayó en el olvido durante siglos.
Algunos visitantes esporádicos pudieron haber frecuentado el lugar en época romana o moderna, pues
hemos documentado algún fragmento aislado de cerámica de estos periodos y, más recientemente,
carboneros o pastores hicieron del promontorio un lugar de paso. La experiencia de aquellos que subieran
allí sería diferente a la nuestra: estructuras arruinadas y ocultas entre la vegetación pertenecientes a un
pasado remoto o mítico. El lugar no parece que fuera significativo en la memoria social, pues nadie volvió
jamás a ocuparlo hasta que, a principios del siglo xx, un grupo de hombres emprendieran investigaciones
arqueológicas en el sitio y, en cierto sentido, abrieran un puente hacia el pasado. Los siguientes tres
capítulos abordan la recuperación del yacimiento como lugar de memoria, esta vez en la sociedad
contemporánea.
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la ruina moDificaDa
Helena Bonet Rosado y Jaime ViVes-FeRRándiz sáncHez
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ruinas, patrimonio y mEmoria
L
as excavaciones en la Bastida han sacado a la luz restos materiales, en forma de objetos muebles e inmuebles, con los que los arqueólogos reconstruimos algunos pedazos de historia. Esta materialidad
es muy potente (la muralla, las casas destruidas, los objetos cotidianos) pero está condenada al silencio
porque los restos no hablan por sí solos de lo que allí ocurrió. El pasado ya no existe, y en cambio el yacimiento sí. Pero ambos, pasado y yacimiento, son presente y forman parte de nuestro mundo. Esos restos se
han definido por una relación desde hoy y aquí, poniendo en marcha un poderosísimo mecanismo según el
cual la Bastida ofrece la posibilidad de relatar historias (ingold 1993, 152). intentamos comprender y explicar
estas historias desde otro tiempo, con otro sistema de valores y con otros ojos. Sólo asumiendo que nuestros
discursos están condenados y destinados a ser fragmentarios debemos abordar el estudio de los restos arqueológicos y lo que es tan importante o más: su presentación al público.
La presentación al público de los restos arqueológicos inmuebles parte de su consideración como ruinas
que se deben valorar y musealizar. La ruina es un concepto clave en el discurso del patrimonio. Desde el
siglo xv el imaginario europeo ofrece una muestra casi inabarcable del símbolo de la ruina como metáforas
del paso del tiempo y del desarrollo (Roth et alii 1997; Canogar 2006, 25). Este símbolo es reconocible anteriormente en otras expresiones culturales y queda vinculado, a partir del Barroco, a las ideas de la vanitas
como la inevitabilidad de la muerte en tanto que parte indisociable de la vida. Carpe diem, decimos, ya que
los restos del pasado indican que eso nos espera en el futuro.
Siglos de producción intelectual –artística, literaria, filosófica– en estas líneas de pensamiento conformaron la idea de la ruina como construcción simbólica y, ante todo, estética, esto es, sin ubicación en un tiempo
preciso porque nunca eran evidentes las causas que las habían provocado. Son los casos, por ejemplo, de los
restos constructivos ruinosos que Claudio de Lorena incluía en sus cuadros, o los celebres aguafuertes de las
ruinas romanas hechos por Piranesi. En el primer caso, las ruinas eran recursos escénicos y asociaciones con
un pasado que siempre debía ser glorioso; y en el segundo caso, Piranesi pretendía exaltar la grandeza del
trabajo de arquitectos e ingenieros de la antigüedad, y romanos concretamente (Jiménez-Blanco 2005, 92).
Argullol (2006) ha denominado arqueología trágica el modo en que lo perecedero domina en la obra de
Piranesi. Pero además, la vegetación que cubre y enmascara las ruinas en todas estas escenas es importante
porque integra monumento o civilización y naturaleza, mostrando el poder de ésta frente a la obra construida
que, sin embargo, acaba sobreviviendo y trascendiendo el mundo natural.
Las primeras miradas a las ruinas convertidas en restos para la indagación del pasado –y no sólo restos
míticos en el vacío del tiempo– corrieron a cargo de anticuarios y eruditos que, desde principios del siglo
xviii, excavaron sitios como Herculano, Pompeya, la villa Adriana o Tívoli (Jiménez-Blanco 2005). viajeros
y artistas participaron también de ello, al convertir las paradas italianas en puntos imprescindibles del Grand
Tour.
Hoy en día aquellas ruinas que fascinaron a poetas y pintores desde el Renacimiento se tratan de otra
manera. La decadencia vinculada a la imagen de la ruina en el movimiento romántico no es un valor de los
monumentos arqueológicos actuales. No queremos que sean espacios abandonados ni que la melancolía na-
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1. Planta del Conjunto 3 donde se indican las fases constructivas y posibles áreas funcionales. Según E. Díes.
tural emane de ellos. Son espacios intervenidos, son ruinas modificadas, pretendiendo seguir aquella reflexión y ensueño que sugería la ruina –vinculada también al valor estético de la contemplación de un paisaje
pintoresco, melancólico–, poniendo de relevancia la relatividad de la vida o de las cosas materiales.
En el mundo contemporáneo es incuestionable el papel central del resto arqueológico en los procesos de
conciencia y de pertenencia y como elementos comunes de un pasado compartido. En realidad, su valor deriva en gran parte de este hecho, no sólo de su materialidad o de su integridad, aunque estas características
lo potencian. Reflexionar sobre el pasado y la naturaleza de estos restos, de otras vidas, conlleva cuestionar
nuestras visiones sobre las dimensiones temporales en relación con el patrimonio y el uso que debemos
hacer de él en el presente. Los yacimientos son vistos como lugares de la memoria (Nora 1984), donde confluyen tres dimensiones temporales: pasado, presente y futuro. En tanto que creador de memoria, el patrimonio adquiere la consideración de ser algo digno de ser conservado y deriva, claramente, del interés y
necesidad de determinados grupos de población de apoyar la definiciones identitarias que se construyen a
diversas escalas. El patrimonio funciona, pues, como una narrativa: una tradición que esgrime una relación
entre el pasado, la comunidad (o comunidades) y la pertenencia, de manera que el patrimonio y su registro
recuerda que no solo hablamos del pasado sino también del futuro (Rowlands 2002, 113).
Este proceso ya se identifica desde el surgimiento de los estados nacionales, se intensifica desde la segunda
mitad del siglo xx en las sociedades occidentales, aunque con grados diferentes según los países y regiones.
Se traduce en un cambio en la escala de valores desde inquietudes materialistas a otras postmaterialistas,
entre las que se encuentran sentimiento de autorrealización y identidad (García Ferrando y Ariño 1998, 61).
Decía Hobsbawm que si queremos comprender de qué modo el pasado se ha convertido en presente,
hemos de comprender también nuestras complejas relaciones con este pasado; y éstas incluyen tanto la
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2. Viviendas del sector central antes de
la intervención. 1990.
necesidad histórica de transformarlo, como el deseo de mantener, de establecer e incluso de inventar una
continuidad. Una parte esencial de la labor que pretende compartir puentes con el pasado implica la intervención en los restos arqueológicos para mejorar su presentación al público, para hacerlos legibles. A
continuación se repasan, pues, los criterios y las fases de trabajo en las consolidación de los restos de la
Bastida y otras acciones encaminadas a su puesta en valor.
La puEsta En vaLor: dE La Excavación a La apErtura aL púbLico
La génesis del proyecto de puesta en valor de la Bastida de les Alcusses se remonta al año 1990, estando
de director del Museo de Prehistoria Bernat Martí. Cuando se inicia este proyecto ya contábamos con la experiencia de haber intervenido en la consolidación y restauración de otros yacimientos ibéricos situados en
el área edetana, como son el Puntal dels Llops de Olocau, el Castellet de Bernabé de Llíria y la Seña de villar
del Arzobispo, a los que se uniría también en los años 90 el Tossal de Sant Miquel de Llíria. De modo que al
gestarse la idea de intervención en la Bastida se abordó con un ambicioso proyecto no sólo de consolidación
y puesta en valor sino también como un centro de investigación y difusión, acciones todas ellas que continúan
en la actualidad. El yacimiento era perfecto: declarado Monumento Histórico-Artístico desde 1931 tiene la
figura de máxima protección dentro de patrimonio histórico-arqueológico y cuenta además con un gran área
excavada y todo el perímetro bien delimitado, lo que permitía varias zonas de actuación. A ello hay que añadir
la documentación excepcional de las excavaciones depositada en el archivo documental y fotográfico del Servicio de investigación Prehistórica así como una extensísima bibliografía peninsular sobre la mayoría de los
aspectos y materiales del yacimiento.
La iniciativa fue coordinada entre la Conselleria de Cultura de la Generalitat valenciana y la Diputación
de valencia con un equipo formado por los arquitectos de la Conselleria, Julián Esteban y Ricardo Sicluna,
y los arqueólogos, Helena Bonet y Enrique Díes. La intervención contemplaba el desarrollo de diversas fases
de trabajo entre investigación, excavación, consolidación y puesta en valor que ya han sido publicadas con
anterioridad. (Díes et alii 1997; Bonet et alii 2005).
Uno de los primeros trabajos fue el estudio previo de parte del sector excavado entre 1928 y 1931, cotejando los restos conservados con todos los datos urbanísticos y planimetrías de la documentación existente
–diarios, archivo fotográfico, inventarios y publicaciones–. También se revisó la distribución de los materiales y enseres arqueológicos de los conjuntos más comprensibles y, lógicamente, se tuvo en cuenta la conservación de las estructuras con el objetivo de atribuir posibles funcionalidades a los espacios [fig. 1]. Hoy
en día, aún se continúa esta labor con los conjuntos inéditos e incluso se están revisando y reinterpretando
muchos aspectos de las manzanas restauradas y publicadas recientemente.
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3. Lienzo de la muralla oeste antes de
la consolidación.
Las fases de trabajo han alternado las excavaciones con las intervenciones de consolidación de estructuras. En la fase inicial, entre 1991 y 1992, se decidió actuar en dos puntos: por un lado en la zona central del
poblado donde previamente, entre los años 1979 y 1980, ya se había desbrozado la vegetación y se habían
repuesto mampuestos en seco sobre los muros de varias manzanas [fig. 2]; otro sector interesante era el
frente oeste de la muralla, la parte más espectacular de la fortificación con dos torres y un lienzo de muralla
de 3’5 metros de anchura [figs. 3 y 4].
4. Torre y lienzo oeste de la muralla antes de la intervención de 1995.
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5. Levantamiento ortofotográfico de los muros del Depto. 204 y del frente oeste de la muralla, donde se aprecia el tapiado moderno
de la Puerta Oeste, y la torre. Según R. González.
En estos años Emili Cortell y Jose María Segura levantaron una nueva planimetría general del yacimiento
(ver capítulo 1), así como planos parciales y secciones de las manzanas a restaurar. Del frente oeste de la
muralla se hicieron, también, planos parciales de las torres y accesos, y Ricardo González hizo un levantamiento ortofotográfico del lienzo oeste de la muralla [fig. 5], entre las puertas norte y sur, y de los muros de
todos los departamentos en los que se iba a intervenir.
La consolidación de las estructuras
La puesta en valor del yacimiento implicaba planificar una consolidación que permitiera la comprensión
de los restos que se habían excavado, o que estaban en fase de excavación –viviendas y muralla–, a la vez
que se protegían de una preocupante y progresiva degradación debido a la vegetación y a los continuos expolios. Obviamente, los trabajos debían ser reversibles ya que muchos de los datos constructivos son incompletos y deben de ser confirmados por excavaciones futuras. Además, para completar la vertiente didáctica
del proyecto se debía acondicionar el recorrido interno del yacimiento y para ello se trabajó en el diseño de
un circuito bien señalizado y ocho paneles explicativos [fig. 6].
A lo largo de los 20 años que lleva en marcha el proyecto, lógicamente, se han realizado algunas modificaciones en los criterios de intervención, sin embargo los objetivos así como los materiales y técnicas empleadas no han variado sustancialmente. Los cambios han afectado más a las intervenciones en la muralla
y en las tres puertas de acceso, donde se ha incluido un elemento diferenciador –ladrillo– como señalización
de la obra nueva recrecida y se han rejuntado las piedras de los muros [fig. 7]. En las estructuras de hábitat
se han seguido manteniendo los criterios ya establecidos en 1991, esto es, la obra nueva, en seco y con traba
interior de tierra, separada del muro ibérico mediante cinta plástica y sin elemento señalizador externo visible al publico.
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6. A. Foto aérea donde se ve el itinerario del circuito con paneles explicativos.
6. B. Conjunto 3 con panel explicativo. 1994.
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Los conjuntos de viviendas
Los cuatro conjuntos consolidados
hasta la fecha corresponden a más de 80
departamentos o espacios, repartidos en
varias casas [fig. 8]. Los Conjuntos 1-3 se
consolidaron entre 1991 y 1992, mientras
que entre 2007 y 2009 se acometieron los
trabajos en el Conjunto 4, en la casa 5 del
Conjunto 2, que había quedado sin consolidar desde 1992, y en el Conjunto 6. El
Conjunto 1 corresponde a la casa 1 y es
uno de los edificios que muestra con
mayor claridad los espacios domésticos y
7. Señalización de ladrillo empleada en la muralla y las puertas para
por ello fue elegido como modelo para al
diferenciar el recrecido de mampostería del original.
reconstrucción didáctica de una vivienda
ibérica. El Conjunto 2 está formado por
cuatro casas compactas –casas 2, 3, 4 y 5–
y el Conjunto 3, enfrentado al 2, se compone de cuatro grandes viviendas – 6, 7, 8 y 9– con una fachada
común que da a la calle central (Díes et alii 1997, 231-236). El Conjunto 4, donde se halló el jinete de bronce
y que se había propuesto como una gran casa de más de 300 m2 (Díes y Álvarez 1998) está formado, al
menos, por dos viviendas con espacios de trabajo anexos que recaen a las calles (capítulo 6). Finalmente, el
conjunto 6 está formado por dos casas.
8. Planta de la zona central del yacimiento donde se indican los Conjuntos 1, 2 y 3 intervenidos entre 1991 y 1992.
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9. El Conjunto 2, una vez retirado el
falso recrecido y preparado para la intervención de consolidación. 1991.
La primera tarea, antes de iniciar los trabajos de consolidación, fue retirar los modernos alzados levantados en seco entre 1983 y 1985 para poder documentar las estructuras originales [fig. 9]. La ausencia de
referencias, tanto en el terreno como a nivel documental, sobre las medidas y alcances de los recrecidos, la
técnica empleada en la consolidación o la apertura de vanos, llevó a considerar como criterio fiable para establecer el origen ibérico de un paramento la traba con tierra de los mampuestos. En caso de duda se consultó
el plano realizado en 1931 por Mariano Jornet, que resultó excepcionalmente correcto (ver capítulo 1).
10. Dibujo de la sección de la intervención de los muros. Según J. Esteban, R. Sicluna y J. M. Espinosa.
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11. B. Capa de cemento, cal y arena, previa a la última hilada.
En estas fases también se retiraron las
enormes terreras de las excavaciones, que
en ocasiones se habían depositado sobre
los muros, enmascarando la lectura espacial y arquitectónica. La tierra retirada en
estas fases se empleó para acondicionar el
recorrido y como relleno parcial de los
suelos. Durante la retirada de tierras de la
criba situada al norte de las casas 3-4 se
recogió una plancha de plomo enrollada
(Bastida vi), que pasó desapercibida en
las excavaciones de esa zona en 1930, y
que al desplegarse en el Museo de Prehistoria resultó estar escrita (Fletcher y Bonet
1994; ver capítulo 9). Como vemos, el yacimiento ofrece sorpresas años después de
ser excavado.
Dado que las únicas estructuras
conservadas en los conjuntos de
viviendas eran los muros y algunos enlosados de las viviendas, la consolidación
11. A. Operarios recreciendo los muros del Conjunto 2.
se limitó al recrecimiento de los zócalos,
con una o varias hiladas de piedra, y la
restitución de los pavimentos para evitar
su erosión y desfalcado. Para la consolidación y restitución de los muros se empleó tanto la piedra de los
alzados en piedra seca antes descritos como la de los derrumbes hallada en las terreras, así como piedra
de la misma loma de la Bastida para respetar el tipo de mampuestos empleados originalmente (Díes et
alii 1997, 274).
La secuencia de trabajo es la siguiente [fig. 10]: sobre los restos conservados se coloca una cinta plástica de señalización y la primera hilada de piedra en seco aunque, cuando no es posible, se añade una
capa de arena previa. Sobre esta capa se eleva un doble paramento de piedra cuyo interior estaba reforzado mediante un mortero de cal y arena muy pobre (1:4) que no es apreciable desde el exterior. Una hilada antes de alcanzar la altura definitiva se coloca una capa de cemento blanco, cal y arena (1:2:8) [fig.
11]. A ésta se le daba una inclinación en talud para favorecer el drenaje. Sobre esta nivelación se coloca
la última hilada de piedra trabada con tierra del yacimiento, cribada y compactada con agua, sin mezcla
química alguna.
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12. B. Operario apisonando la zahorra
Los suelos son siempre de tierra apisonada salvo en los casos en que se trata de
suelos enlosados. Durante las campañas de
1928-31 los suelos de tierra también eran
excavados hasta alcanzar la roca, de modo
que se tuvo que rehacer la cota del suelo a
la base de los muros o en cotas superiores.
Ahora bien, en algunos departamentos no
se han recrecido los suelos con tierra,
como por ejemplo el 208, ya que la roca
debió ser visible al ser acondicionada como
pavimento de algunas zonas, en cambio en
otros departamentos sucede lo contrario,
pues se rellenaron los desniveles para
acondicionar una superficie de suelo llana.
En estos casos, la restitución de la cota original de los suelos se ha establecido a partir de los datos que ofrecen los diarios de
excavación y a partir de las evidencias de
los restos constructivos, siguiendo la siguiente secuencia de trabajo: un primer re12. A. Relleno de tierra y capa de zahorra del suelo del conjunto 2.
lleno con tierra proveniente de las terreras,
sin cribar, hasta alcanzar una cota de –25
cm por debajo del nivel a restituir. Después relleno con zahorra hasta una cota de –5 cm y finalmente una nivelación final con arena morterenca, regada y compactada manualmente con pisón [fig. 12].
Los departamentos o espacios enlosados fueron documentados con detalle en los diarios de excavación
aunque, en algunos casos, se levantaron para excavar niveles inferiores de relleno como el enlosado del
Depto. 137 que conserva parte de las losas en el corte de la calle central. De todas las estructuras consolidadas
hasta la fecha sólo el Depto. 191 y el 244 conservan los enlosados en muy buen estado. Aquí la intervención
se limitó a la reposición de algunas losas desaparecidas de pequeño tamaño y a nivelar las que habían basculado ligeramente por efecto del peso del derrumbe y la acción de las raíces. En el Depto. 244 se levantaron
una a una todas las losas saneándose la base de tierra, retirando las raíces y nivelándolas hasta devolverlas
a su cota original [fig. 13]. En ningún caso se empleó trabazón de mortero.
Sólo se ha incluido una ligera proporción de cemento blanco en el material utilizado para trabar los
escalones entre departamentos, puesto que tenían que soportar el paso de personas y la circulación por
las casas.
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12. C. Acabado de los suelos con arena morterenca.
12. D. Acabado de los suelos de la Casa 1 con
gravas de colores para diferenciar el patio de los
espacios techados (2009).
La muralla y las puertas
Las excavaciones en la muralla y en las puertas han servido no sólo para conocer cómo fueron los sistemas
de acceso y su organización en el marco más amplio del todo el sistema defensivo, sino también para ofrecer
una entrada y salida al yacimiento a través de las puertas originales, lo que le otorga un valor añadido al
recorrido al ser espacios que también fueron de entrada y salida del oppidum en el pasado. Ya desde los
primeros reconocimientos del cerro se intuía que una de las entradas al poblado se abría en el frente oeste
de la muralla, aunque muy enmascarada por los derrumbes de adobes y piedras (Ballester y Pericot 1929,
181). De hecho, el uso continuado de este acceso había provocado la destrucción parcial de los niveles arqueológicos y el derrumbe de la propia muralla [fig. 14].
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Las puertas se denominan según los
puntos geográficos a los que se orientan (ver
capítulo 4). Entre 1995 y 1998 se consolidó
parte del frente de muralla oeste y las dos
torres [figs. 15 y 16], mientras que en 1998
se excavaron y consolidaron la Puerta Oeste
y la Puerta Norte, evitando con ello el rápido
proceso de erosión y las agresiones antrópicas que afectaban su conservación [fig. 17].
Entre 2002 y 2003 se excavó la Puerta Sur,
siendo consolidada en 2006 junto al resto
del frente oeste hasta la torre ii. Entre 2005
y 2007 se ha excavado la Puerta Este, no
consolidada por el momento por quedar
fuera del circuito actual de las visitas. Hoy
en día contamos, pues, con un frente de muralla consolidada de más de 140 m lineales
desde la Puerta Norte hasta la Puerta Sur.
Los criterios de consolidación en esta
fase siguen respetando la reversibilidad y
la importancia de la selección de mampuestos y de las mezclas y porcentajes de
arena, cal y tierra para la traba (Díes et alii
1997, 275-76). La secuencia de trabajo ha
sido la misma que en las casas, si bien los
13. Enlosado del Depto. 244.
materiales se han empleado a una escala
mayor, y añadiendo un refuerzo en la traba
de los bancos laterales y en las esquinas de
las estructuras al tratarse de zonas de paso muy transitadas. Se optó por una intervención mimética, respetando siempre el modo en que los paramentos ibéricos habían sido construidos pero señalando la obra
nueva con ladrillos partidos situados a distancias regulares.
Tras la limpieza y retirada de bloques caídos se restituyó el zócalo de la muralla hasta la altura máxima
conservada en el interior, a fin de impedir la erosión del borde del coronamiento y en el caso de las torres
hasta la altura de la última hilada original conservada. La consolidación sólo se pudo hacer en el paramento
exterior y coronamiento, puesto que la muralla no ha sido excavada por el interior del poblado, a excepción
de los espacios que ocupan dos pequeños sondeos realizados en 1993, donde sí se consolidó en toda su anchura. Mientras que el coronamiento y acabado de la muralla se realizó mediante un relleno de piedra suelta,
en las torres se colocó una capa de grava sobre el relleno, solución que, a largo plazo, ha dado mejores resultados para frenar el crecimiento de la vegetación entre los muros [fig. 18]. Finalmente, toda la estructura,
tanto la parte original como la nueva, fue objeto de un rejuntado entre los bloques mediante una mezcla de
tono similar a la traba original [fig. 19].
Las puertas Norte y Sur estaban tapiadas en el momento de la destrucción y abandono del poblado. No
obstante, se decidió retirar los tapiados para facilitar la circulación de las visitas. En la Puerta Sur, se han
conservado una serie de estructuras situadas en la parte anterior del dispositivo de entrada que corresponden
a una segunda fase, al momento en que este espacio estaba ya tapiado y no funcionaba como un acceso (ver
capítulo 4).
Visitar la Bastida: paneles, itinerarios y folletos explicativos
La necesidad de combinar la protección de los restos con su presentación al público ha exigido intervenir
con un objetivo didáctico. Así, se ha tratado de dar información sobre los límites de las casas y su distribución
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14. Lienzo oeste de muralla y torre antes
de la restauración. 1994.
15. Puerta oeste antes de excavar y restaurar. 1995.
interna, diferenciar los pavimentos de las habitaciones del suelo de la calle, hacer comprensibles las técnicas
de construcción de las casas ibéricas y, finalmente, facilitar la visión del urbanismo del poblado. Este tipo
de intervenciones no están, sin embargo, exentos de problemas, como expondremos más adelante.
Uno de los objetivos es que las intervenciones arqueológicas debían estar encaminadas a la investigación,
pero también a la creación de un espacio patrimonial de disfrute público. La solución utilizada desde el año
1992 es el de la visita gratuita a través de un recorrido con información comprensible y adaptada, bien con
folletos o bien con la ayuda de paneles explicativos. La rotulación se proyectó para que el visitante pudiera
realizar el recorrido autoguiado cuando no se ofrecía la posibilidad de realizar visitas guiadas: una serie de
rótulos pequeños direccionales para indicar el circuito (15 x 15 cm) se combinaron con otras planchas de
acero más grandes (100 x 50 cm), de 3 mm de espesor, con tratamientos anticorrosivos y serigrafiados a tres
tintas, inclinadas y con pies sujetos a suelo mediante dados de hormigón. Estos paneles explican, desde 1999,
ocho puntos de interés repartidos a lo largo de un recorrido lineal, que empieza en el aparcamiento y acaba
en la Casa ibérica reconstruida. Así se explica la historia de las investigaciones, el sistema defensivo y la Puerta
Oeste, el urbanismo, los Conjuntos 3 y 4, el entorno, la Puerta Norte y, finalmente, la Casa ibérica. En el año
2009 se ha añadido un panel para la Puerta Sur y se han incorporado reconstrucciones virtuales del volumen
arquitectónico de los restos con ambientaciones realizadas con programas informáticos y explicaciones en
valenciano y castellano [fig. 20].
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Hasta la excavación de las puertas
Oeste y Norte en 1998 las visitas entraban y salían por una rampa artificial
junto a la puerta norte. A partir de ese
año se excavaron y consolidaron ambas
estructuras, integrándose inmediatamente en la visita. Se diseñó entonces
el recorrido circular vigente hoy en día:
se entra por la Puerta Oeste, se recorre
la calle central, con la visita a los conjuntos de viviendas consolidados y se
sale por la Puerta Norte. En este circuito, la visita a la Casa ibérica puede
hacerse antes o después de ver el yacimiento, aunque cada una de las opciones implica una percepción diferente de
16. A. Frente oeste de la muralla y torre II restauradas (1998).
este recurso didáctico: o bien se visita
en primer lugar para entender los restos de estructuras que se van a ver en el
recorrido del yacimiento, o bien, al final del mismo, como una propuesta para entender cómo fueron las
casas de las que sólo se han conservado los zócalos de piedra.
Los folletos que actualmente se reparten están editados en valenciano, castellano, inglés y francés, y son
un complemento para las visitas autoguiadas. Resaltan los puntos principales del yacimiento, desde la historia
de las excavaciones, hasta la gestión de los recursos económicos, el urbanismo, la defensa o la vida cotidiana.
En 2006, con ocasión de la celebración del 75 aniversario del hallazgo de la figura del jinete, se editó un folleto
que explicaba las circunstancias de su descubrimiento, descripción, contextualización e interpretación.
Una de las últimas iniciativas en el marco de las actividades didácticas del yacimiento es el desarrollo,
desde 2002, de talleres dirigidos a escolares, y cuya concepción, idea y resultados son tratados de forma específica en el capítulo 13.
La gestión y la protección del yacimiento: vigilancia y guías
Otra serie de actuaciones se han encaminado a concretar la gestión e implementar las infraestructuras
que requiere todo espacio al aire libre musealizado. Por un lado, se acometieron obras de asfaltado del camino que sube hasta el poblado, realizado en el año 1996, lo que permitió la mejora considerable del acceso
para los turismos y, sobre todo, la posibilidad de que los autobuses pudieran subir hasta la misma cima.
Este hecho ha llevado consigo el incremento del número de visitantes, tanto en vehículos propios como en
excursiones organizadas.
Y por otro lado, la firma de un convenio entre la Diputación de valencia y el Ayuntamiento de Moixent
en 1999 supuso el impulso definitivo a la iniciativa emprendida en 1991, al posibilitar la contratación de un
vigilante y dos guías durante todo el año. Contar con personal vinculado al yacimiento es uno de los mayores
valores y logros del proyecto pues el nexo de unión y la cara más visible entre el público y el proyecto de
investigación. La gestión de las visitas, el aprendizaje de niños y mayores, la recepción de los grupos de escolares, la vigilancia de los restos, la recogida de residuos, la limpieza o el mantenimiento cotidiano de un
sitio visitado por unas 14.000 personas cada año sería, sencillamente, inviable sin estas personas.
Historias y patrimonio. rEfLExionEs sobrE La gEstión dEL Espacio Histórico
Todas estas intervenciones han estado dirigidas a valorar el resto arqueológico y a convertirlo en una
ruina modificada. Sin duda, esta iniciativa ha sido positiva en la medida en que han contribuido al desarrollo
local del municipio de Moixent a través de la puesta en marcha de recorridos visitables de forma autónoma
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16. B. Vista aérea del frente oeste restaurado y la Puerta Sur excavada, todavía sin restaurar (2003).
17. A. Vista aérea de Puerta Norte restaurada (1998).
y guiados, el desarrollo de talleres didácticos y la continuación de las labores de investigación. Tras la experiencia que dan 10 años con el yacimiento abierto
al público, encaminamos nuestras acciones futuras
desde la base de tres reflexiones.
La primera se basa en la mejora de la comprensión
de los restos considerando los criterios de intervención expuestos. Como hemos señalado, la actuación
ha consistido en la consolidación de aquello conservado in situ en las excavaciones, esto es, el zócalo de
piedras y la restitución de suelos a su nivel original.
En ningún caso se han hecho reconstrucciones in situ.
Con todo, el resultado final sigue siendo una visión
parcial, incluso irreal, tanto de la muralla, las puertas
y las manzanas de casas. No sólo resultan difíciles de
comprender los volúmenes construidos sino que también se ofrece una falsa impresión de predominio de
la piedra cuando el elemento fundamental empleado
fue la tierra y la madera, con el que se hacían todas
las paredes, techos, elementos decorativos, estructuras domésticas, bancos o mobiliarios. La réplica de
una vivienda en el Área Didáctica y de investigación
Arquitectónica, fuera de los restos visitables, se acometió en 1998 con el fin de paliar estos problemas interpretativos y ofrecer una visión más completa y
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17. B. La Puerta Sur, desde el exterior, una vez consolidada (2005).
18. Coronamiento y acabado de la Puerta Oeste
con relleno de piedra y grava (1998).
aproximada a los materiales y a los elementos arquitectónicos de la viviendas
ibéricas (capítulo 12). Asimismo, se han
incluido restituciones volumétricas y ambientaciones a partir de dibujos que quedan expuestos a lo largo del ititnerario de
la visita.
19. Operarios rejuntando el aparejo de la Torre II (1998).
La segunda reflexión parte de la paradoja que ofrece actualmente la visita a la
Bastida: la instantaneidad apresada en una
imagen frente a la dinámica de la vida pasada. Donde antes hubo vida ahora vemos restos silenciosos, potenciando una imagen congelada –como una vitrina– frente al dinamismo que hubo. Esta idea del momento apresado alimenta la sensación que hemos podido tener todos de viajar en el tiempo al visitar un monumento
arqueológico, y más si cabe si éste se emplaza en un entorno rural y natural en el que fácilmente podemos abstraernos del mundo contemporáneo, urbano y tecnológico. Sin duda percibimos que el tiempo está parado
allí, pero esto es peligroso y confuso, porque si aplicamos la idea del instante a un monumento arqueológico
corre el peligro de convertirse en una imagen para su contemplación o consumo, sin profundidad temporal.
Perdemos de vista lo vivo que estuvo y, lo que es más importante, lo vivo que está.
La consolidación parcial de los restos y su preservación bajo el criterio de mínima intervención prima el
resto material como ruina intervenida. El resto material queda, entonces, convertido en la esencia de la autenticidad del patrimonio, descartando otras posibilidades de valoración. Sin embargo, la museología actual
ha desarrollado presentaciones de monumentos al aire libre que apuestan decididamente por las restituciones volumétricas in situ como el poblado de la Edad del Hierro de Eketorp, en Suecia, o el poblado ibérico
de Calafell, en Tarragona (Santacana y Hernández 2006, 140). Estas intervenciones se alejan en parte de la
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idea de la ruina (el resto fosilizado) y se dinamiza la visita a estos sitios con recreaciones históricas o teatralizaciones con personajes de la época que ambientan y dan vida al yacimiento. De la forma de actuar o interactuar con el público a la hora de dar vida al poblado dependerá el éxito de la visita.
Una tercera reflexión está en relación con el papel de las visitas. Normalmente, el público recibe la información ya sea en forma de texto, en paneles o en folletos, o de forma oral a través de las explicaciones de los
guías. Pretendemos, en el futuro, desarrollar actividades a lo largo del recorrido que inciten a los visitantes
a interactuar con los restos, partiendo de preguntas y buscando respuestas, jugando con réplicas o realizando
actividades en los restos conservados y con los restos reconstruidos, siguiendo un modelo que prima la
acción antes que la recepción de información como base para el aprendizaje. Estas actuaciones se basan en
la promoción de nuevas vías de difusión y comunicación, como las actividades organizadas con motivo de
las Jornadas de visita (ver capítulo 13).
Esta es la idea que creemos más duradera y sobre la que entendemos el futuro del monumento arqueológico: la de que son restos materiales que permiten construir puentes con el pasado a través de su uso,
transmitiendo mensajes, contruyendo memoria, o identidades. En otras palabras, preferimos potenciar
la solidez de una memoria construida no desde el objeto o del momumento sino con el objeto o con el monumento. De hecho, la objetivación de la memoria –esto es, la memoria convertida en objetos– no debe
pasar por ser algo que tenemos sino cosas que hacemos (Werstch 2002, 60; Smith 2006, 65). Esta idea
de hacer-con-el-patrimonio es más resistente que la piedra –e incluso que los objetos– y por eso quizás
deberíamos seguir el ejemplo de Píndaro que ofreció una poesía a un vencedor de carreras de carros en
Delfos como alabanza a su memoria, en lugar de un monumento tangible.
Debemos poner al frente de estas actuaciones el uso que se hace de los objetos en forma de recuerdos y
conmemoraciones, las historias que se cuentan, el conocimiento que se transmite, las percepciones que se
tienen y las experiencias que posibilitan. Todo ello, en conjunto, convierte al patrimonio en un proceso cultural de comunicación activo, dinámico y susceptible de revisión.
20. Panel explicativo del urbanismo, junto al Conjunto 6, en el que se han incluido ambientaciones de la calle generadas por ordenador (2010).
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arqueología experimental
Helena Bonet Rosado y Jaime ViVes-FeRRándiz sáncHez
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v
inculado al proyecto de puesta en valor del yacimiento se creó, en 1999, el Área Didáctica y de investigación Arqueológica. Esta zona ocupa un espacio rectangular de 340 m2 y está ubicada en la entrada
al poblado, fuera del propio yacimiento [fig. 1]. En ella se construyó una gran vivienda, que reproduce
la llamada Casa 1, excavada en 1928, y un área adyacente destinada a actividades didácticas y talleres experimentales (capítulo 13). En este capítulo nos ocupamos de la construcción de la casa, que ha permitido someter a prueba las hipótesis de trabajo sobre arquitectura ibérica y, al mismo tiempo, dotar de un recurso
didáctico complementario a la visita al yacimiento.
La ExpErimEntación arquEoLógica: construir una casa ibérica
La preocupación de los iberistas valencianos sobre las técnicas constructivas, la arquitectura y el urbanismo ha quedado reflejada en la publicación de numerosas hipótesis de reconstrucción y ambientaciones
de yacimientos ibéricos, como el Tossal de Sant Miquel (Bonet 1995, figs. 198, 199 y 200), el Castellet de
Bernabé (Guérin 2003, 251), el Puntal dels Llops (Bonet y Mata 2002, figs. 33, 142, 206 y 209), la Seña
(Bonet y Guérin 1995, figs. 11, 12 y 13), Los villares-Kelin (Mata et alii 1997, 38-39) o la propia Bastida
(Díes et alii 1997, figs. 12, 13 y 14). Estas líneas de trabajo tenían que abocar, necesariamente, en la reconstrucción real de un edificio para probar, sobre el terreno, las soluciones arquitectónicas y las recreaciones
dibujadas, muchas de ellas objeto de debate entre especialistas, como son las cubiertas –¿planas o a una o
más vertientes?–, los suelos, la ventilación de los espacios, las salidas de humos, los enlucidos y los acabados interiores. Por tanto, la iniciativa de construir la réplica de una vivienda ibérica no sólo se planteó con
el objetivo de cumplir una función didáctica que complementara la visita al yacimiento sino que se trataba,
inicialmente, de un proyecto de investigación etnoarqueológico. Esta intervención ha sido la primera de
este tipo en tierras valencianas, y comparte objetivos y métodos de trabajo con otros grupos que han desarrollado iniciativas similares, con los que estamos en contacto a la hora de comentar e intercambiar experiencias (Belarte et alii 2001).
El equipo redactor del proyecto y encargado de la coordinación estaba formado por los arqueólogos Helena Bonet y Enrique Díes y el arquitecto Guillermo Stuyck, estando a pie de obra la arqueóloga Francisca
Rubio, dos oficiales de 1ª, José y vicente Cuenca y Granero, un oficial de segunda y cuatro peones.
Se trataba de un reto arquitectónico ya que la construcción del edificio se realizó a partir de los datos
proporcionados por las excavaciones antiguas, con los materiales de la época y siguiendo, en lo posible, las
técnicas constructivas de los iberos. Todo ello obligó a abordar directamente muchos de los interrogantes y
problemas que plantea esta arquitectura, y a tomar soluciones reales sobre la construcción doméstica, y que
se eluden con los dibujos, acuarelas o modelados digitales. Al mismo tiempo, la experimentación permitió
hacer un estudio de todo el proceso constructivo, los tiempos y periodos de la ejecución de la obra y la organización del trabajo (Bonet et alii 2000 y 2001).
La vivienda reproduce la denominada Casa 1, excavada en 1928, y compuesta por los departamentos
20, 20a, 21, 22, 23a y 23b y con una superficie de 135 m2 [fig. 2]. No se incluyó el Depto. 19 al considerarse
una ampliación posterior, y que incluso cuenta con acceso independiente. La documentación publicada
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1. La casa construida y el patio del Área Didáctica y de Investigación Arqueológica.
2. La Casa 1, una vez consolidados los zócalos y
con los suelos repuestos.
sobre elementos arquitectónicos y la ubicación de los ajuares y equipamientos domésticos de estos departamentos es muy escasa (Fletcher et alii 1965, 106-132) y lo mismo ocurre con la información de los diarios
de excavaciones, que se limita casi exclusivamente a la relación de hallazgos. Por tanto hubo que trabajar
con el apoyo de datos recuperados en nuestras excavaciones actuales en otros espacios de la Bastida y con
los que han deparado otros yacimientos, como los edetanos, y extrapolar algunas soluciones arquitectónicas
desde estas zonas [fig. 3].
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3. 1. Planta de la Casa 1. 2. Propuesta volumétrica de la Casa 1, sobre el papel, con los
principales materiales empleados en la construcción. Dibujo de E. Dies y F. Chiner.
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La construcción de la casa propiamente dicha duró tres meses, si
bien hay que descontar casi dos semanas de retrasos provocados por
mal tiempo y por bajas laborales.
Los trabajos de preparación del terreno, acopio de materiales, instrumental empleado, duración de la
obra así como las distintas mezclas
y cantidades de materiales utilizados a lo largo de todo el proceso de
construcción han sido detalladamente publicados (Bonet et alii
2001) por lo que sólo nos referiremos en esta ocasión a los aspectos
más destacados del proyecto, a los
problemas de mantenimiento y a
las intervenciones y mejoras realizadas en los últimos años.
Los materiales empleados en su
edificación fueron los mismos que
utilizaron los constructores iberos:
la piedra para los zócalos, escalones
y vanos; la tierra para adobes, trabas, revestimientos y suelos; la madera, para cubiertas, vanos, puertas
y elementos auxiliares; la cal para
enlucidos y pintura; y el romero y
otros elementos vegetales para las
cubiertas. Todos estos materiales
procedían del entorno del poblado,
en un área de captación que no supera los 2,5 km, distancia calculada
siguiendo caminos, pasos y accesos
tradicionales. Dentro de este área
hay puntos de agua y buenas arcillas en el Pla de les Alcusses; zonas
boscosas en las laderas del cerro y
montes circundantes; piedra de la
misma loma; y una cantera de piedra caliza de buena calidad, en la
parte sur, donde por cierto todavía
quedan restos de una antigua calera
aunque de cronología indeterminada (Bonet et alii 2000, 432, fig.
1). Para la construcción moderna,
por motivos de tiempo y costes, se
tuvo que recurrir a materiales ya comercializados. Por ejemplo, para la
fabricación de adobes se utilizaron
arcillas de xátiva, también las pri-
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4. Construcción de los zócalos de la casa.
5. Secado de los adobes frente a la casa.
meras producciones de cal viva fueron sustituidas por cal industrial; las vigas, puertas y muchos rollizos se
adquirieron en la serrería, así como parte de la cubierta que se hizo de brezo industrial. Aún así toda la piedra
de los muros, la tierra empleada en los revestimientos y cubiertas, y gran parte de los rollizos y romero empleados en la cubierta y aleros procedían del entorno inmediato.
La secuencia de la construcción
Como en toda edificación, una vez nivelado y preparado el terreno, comenzó la construcción de los zócalos de
piedra manteniéndose en todos ellos un ancho regular de 0,5 m, a excepción de los tabiques de 0,35 m, y una altura variable entre los 0,5 m y 1,2 m, dependiendo de la pendiente, siguiendo dimensiones documentadas en las
viviendas ibéricas. Contábamos con el trabajo de especialistas en trabajar la piedra, verdaderos maestros en el
arte de hacer bancales y muros de mampostería, al modo tradicional, por lo que no hubo ningún problema a la
hora de desbartar la piedra, colocarla en seco o trabada con mortero de cal y arena, y levantar los muros [fig. 4].
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6. Alzado de una de las paredes de la
casa, con los adobes vistos, antes de ser
enlucidos.
7. Ventanuco en una de las paredes de la
casa.
Concluido el zócalo de piedra se procedió a levantar los muros de adobes hasta una altura aproximada de
2 m. El proceso de elaboración de adobes, junto con la cubierta, fueron las experiencias más difíciles, pero
también las más interesantes y gratificantes. Al tratarse de técnicas y soluciones arquitectónicas no utilizadas
en la zona carecíamos de experiencia y de personal con conocimientos tradicionales o etnográficos.1
Se utilizaron un total de 2500 adobes, equivalente a unas 15 toneladas de arcilla, que se fabricaron en la
explanada frente a la casa. Se hicieron moldes de madera de 40 x 30 cm, medida obtenida a partir de la información que proporcionan los adobes hallados en otros yacimientos valencianos, aunque en la propia Bastida
se constata la existencia de adobes de 35 x 25 x 12 en el Depto. 30 (Fletcher et alii 1965, 153). El proceso de fabricación fue manual, trabajándose el barro mezclado con paja, adquirida en las masías del Pla de les Alcusses.
La mezcla de agua y tierra se hizo en una proporción del 1:2 o 1:3 mientras que la paja, abundante, no tenía
una medida exacta ya que se iba añadiendo hasta conseguir la consistencia adecuada, siguiendo el criterio que
nos daba la experiencia. Una vez todo bien mezclado, se procedía a llenar los moldes que se encontraban extendidos en el suelo [fig. 5]. Los adobes estuvieron secándose un máximo de dos meses y un mínimo de una
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8. 1. Puerta de tablones unidos por dos pletinas de hierro instalada en el almacén de la casa. 2. Una de las puertas del cuerpo principal de la casa, desde el interior.
9. 1. Esquema explicativo del sistema de cierre de las puertas (Dibujo F. Chiner). 2. Cerradura y llave actual, de madera.
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10. El entramado de vigas, rollizos y cubierta vegetal que sustenta la capa de
barro del techo, visto desde el interior.
semana. Aunque vitrubio en su tratado de arquitectura recomienda un secado de varios meses, en la práctica,
en todas las zonas donde se sigue construyendo actualmente con adobe, como en el norte de África o en
Sudamérica, el tiempo de secado es muy variable, desde uno o dos meses hasta escasos días.
Si se construye con adobes totalmente secos el muro sufrirá variaciones mínimas debido a la resistencia de
este material, aunque en nuestra experiencia los cambios volumétricos y de cohesión del material húmedo fueron
irrelevantes. Su colocación en húmedo facilitó el trabajo en determinados puntos de la construcción y solucionó
problemas estructurales surgidos con el desarrollo de los trabajos (esquinas, rincones, vanos, etc...). Ademas, el
adobe húmedo recibe mejor el revestimiento de barro ya que absorbe menos humedad de éste [fig. 6].
En los adobes recuperados en las excavaciones es corriente documentar en una o dos de sus caras marcas
o símbolos geométricos, hechos con los propios dedos, a los que se ha dado interpretaciones diversas que van
desde la funcional, para mejorar el agarre de la traba, hasta la simbólica. En este caso, hicimos marcas a los
adobes para experimentar ventajas e inconvenientes en sus usos. Si bien no hemos constatado que la traba
de los adobes con marcas fuera mejor que en aquellos sin ellas, sí advertimos una razón muy práctica para
realizarlas: marcando los adobes hechos en un mismo día con la misma señal resultaba más fácil tener un
control de la fabricación y hacer un seguimiento del secado por jornadas.
El siguiente paso en la secuencia de la construcción eran las puertas y ventanas [fig. 7]. Hacer los huecos para los tragaluces fue muy simple, pues se componen de dos adobes colocados en posición vertical y
otro horizontal, a modo de dintel, y un palo vertical en el centro para impedir el paso de animales de un
considerable tamaño. Las puertas de madera se fabricaron siguiendo el modelo de las documentadas en
algunas casas (Depto. 35) o en las mismas puertas de la muralla (Puerta Norte, Sur y Este). Están hechas
de tablones de madera unidos por dos pletinas de hierro; el sistema de giro es mediante chumacera con
pivotes de madera en la puerta [fig. 8]. Las puertas se dotaron de cerraduras de madera, inspiradas en las
existentes actualmente en corrales o pajares de la comarca de los Serranos, y también en las viviendas
bereberes de Marruecos [fig. 9]. Se siguió este modelo dado que las llaves de madera utilizadas hoy en
día en estos lugares son similares a las –escasas– llaves de hierro documentadas en época ibérica (Bonet
y Guérin 1995, fig. 2).
La construcción de la cubierta resultó ser la parte más difícil de toda la intervención. Sobre las jácenas
y muros, se colocaron las vigas escuadradas, de 20 cm, que sustentan todo techo. Sobre ellas se pusieron los
rollizos, atados con cuerda de pita a las vigas, a una distancia de 25 cm. De este modo quedaba listo todo el
entramado del techo para poder construir la cubierta vegetal y de tierra [fig. 10]. Se descartó el empleo de
clavos ya que, aunque su uso se ha documentado en otros contextos como el Depto. 1 del Castellet de Bernabé
de Llíria, en la Bastida no aparecen en un número suficiente como para proponer su uso sistemático en la
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11. 1. Construcción de los aleros. 2. Detalle de los mismos una vez acabados.
trama de madera, sino que se usarían puntualmente, en muebles o para colgar elementos del
techo y paredes. Comprobamos que colocando
simplemente los rollizos sin sujeción o, como
mucho, atados con cuerdas, la estabilidad era suficiente al colocar la capa de barro que aseguraba
finalmente la cubierta.
Sobre el entramado de madera se colocó una
tupida capa de romero procedente del mismo entorno, aunque en una primera fase se hizo así sólo
en el vestíbulo, mientras que en el resto de la vivienda se empleó brezo industrial. Preparada la
superficie vegetal, se comenzó a extender una primera capa de barro compuesta por tierra arcillosa
y abundante paja en una proporción de agua y tierra similar a los adobes. En esta primera capa, de
unos 10 cm, no se mantuvo ninguna pendiente,
mientras que en la segunda capa de barro, más
fina y con menos paja, se hizo con una ligera pendiente que, enmarcada por los rebordes que recorren los aleros, facilitase la canalización de las
aguas [fig. 11]. El desagüe se hizo mediante unas
gárgolas de madera que sobresalen del alero de la
casa unos 30 cm [fig. 12], y se colocaron unas losas
sobre el suelo, junto al muro, para evitar la erosión.
Se revistieron completamente de barro los
muros internos de la vivienda, mientras que en el
exterior sólo se protegieron las paredes de adobes,
dejando el zócalo de piedra sin revestir [fig. 13].
12. Una de las gárgolas de madera para el desague desde el
techo.
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13. 1. Fachada sur de la casa, una vez finalizados los trabajos, con las paredes de adobe encaladas y el zócalo de piedra visto. 2.
Fachada oeste de la casa sin encalar.
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El revestimiento se realizó con una única capa de
barro, de tierra y paja, aproximadamente de un
centímetro de espesor con una composición similar a la empleada para toda la construcción.
Para el encalado/enjalbegado de toda la casa se
empleó un total de 60 kg de cal viva, que se apagó
a pie de obra. Sólo se dejó sin enjalbegar la fachada oeste para mostrar el aspecto que tendrían
los muros de tierra y para comprobar la evolución de los mismos. Los zócalos de piedra del interior de la casa, además de revestirse de barro,
fueron pintados con almagra, elemento documentado en algunos poblados ibéricos [fig. 14].
Finalmente, los suelos se nivelaron con tierra de la propia loma, sobre la que se extendió
una capa de unos 20 cm de zahorra artificial y,
sobre ella, una de tierra cribada y cal en polvo
que se compactó manualmente con un pisón de
madera para, posteriormente, proceder a regarlas. En el patio se dejó el terreno natural y en el
área didáctica anexa un compactado con zahorra y tierra morterenca.
Los equipamientos domésticos
Una vez terminada la obra se procedió al
equipamiento del interior con el objetivo de re14. La zona de molienda, con los equipamientos y el acabado
crear ante el público visitante el ambiente dofinal de las paredes encaladas y el zócalo pintado a la almagra.
méstico de una familia de hace más de 2300
años. La selección y ubicación de los enseres domésticos se hizo con rigurosidad, siguiendo la información registrada en la excavación de 1928. Toda la ambientación se ha hecho con réplicas y piezas actuales, a excepción de un molino de piedra original hallado
en la Bastida. Las piezas de cerámica se hicieron siguiendo la tipología de los vasos recuperados en este yacimiento, mientras que se han recuperado aperos agrícolas tradicionales de hierro y madera. El escaso mobiliario de madera instalado en la casa, como el telar, bancos, banquetas, estantes y un pequeño torno de
alfarero, se ha envejecido para obtener un mayor aspecto de autenticidad. Otros elementos de material perecedero que sin duda se hallaban en el interior de las casas ibéricas, pero que no se han documentado en
las excavaciones, como lanas, pieles, esteras, capazos de esparto, así como manojos de romero, tomillo,
haces de cereal, etc., se han dispuesto en diversos puntos para ambientar las estancias.
En las cuatro habitaciones que componen el núcleo principal del edificio se fueron distribuyendo los distintos enseres para hacer comprensibles las diferentes actividades que en ellas se realizaban. Así, la entrada
o vestíbulo, en donde se concentraban los instrumentos agrícolas, se ha ambientado con aperos de labranza
como hachas, picos, azuelas, hoces, un arado, una yunta, horcas, etc. En la estancia principal se han definido
tres ambientes: una zona destinada al tejido, con la presencia de un telar, husos con fusayolas, lanas, telas,
esteras, etc.; otra zona de reposo con un camastro, cubierto de pieles; y un rincón en donde se almacena la
vajilla en estantes, recipientes, toneletes y algunos aperos [fig. 15]. En la habitación en donde apareció el
molino de piedra se reproduce un espacio de molienda, además de diversos platos y recipientes para la recogida del cereal, mientras que grandes tinajas y ánforas se almacenan en un rincón [fig. 16]. En otra estancia
se documentó una concentración de cenizas, por lo que se ha reproducido aquí un fondo de hogar de piedras
y cenizas, con unas trébedes, con cerámicas de cocina, ánforas, vajilla apilada y leña para la lumbre y una
mesa de trabajo [fig. 17].
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15. Ambientación de la estancia principal
de la casa: telar vertical, recipientes cerámicos de almacenamiento y consumo, y
herramientas de trabajo.
16. Ambientación de la zona destinada a la
molienda.
En el otro cuerpo de la vivienda, utilizado en parte como almacén actual, se ha habilitado una zona para
experimentar la molienda del cereal con un molino rotatorio actual de Marruecos, junto a un torno de alfarero de madera, de giro manual. Aquí se ha incorporado, también, un equipamiento didáctico consistente
en una cerradura instalada en una gran lámina de metacrilato para obervar, y practicar, el funcionamiento
de las llaves. Finalmente, en el patio, donde muy posiblemente se guardaría el carro y los animales que formarían parte de la cabaña ganadera de esta familia, se instaló un abrevadero de madera [fig. 18].
El mantenimiento de un espacio no habitado
Los proyectos de investigación experimental no deben limitarse al plazo corto y a simplemente ver el resultado acabado de la obra, sino que se debe considerar como parte del propio proyecto el medio y largo
plazo, y el enorme interés que tiene en sí mismo la observación de la evolución del edificio y el mantenimiento de la estructura. Esta segunda fase es clave en el desarrollo del proyecto, pues otorga validez a las
hipótesis planteadas, al resultar adecuadas, o a rechazarlas por no solventar los problemas surgidos.
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17. Ambientación de la zona del hogar.
18. El patio de la casa, con el abrevadero. La secuencia de la construcción se
aprecia en uno de los muros: zócalo,
adobes, enlucido y encalado.
Transcurridos 10 años desde su construcción, hay que señalar que las estructuras verticales, es decir las
paredes de adobes y revestimientos de tierra no han sufrido desperfectos graves. Unicamente hemos tenido
que encalar periódicamente –una vez al año– las fachadas exteriores y sólo en dos ocasiones su interior.
Lógicamente las fachadas y tapias recayentes a los lados más expuestas al sol, el viento y a la lluvia han resultado las más perjudicadas. Hemos constatado también que el enlucido y encalado de las paredes mejora
considerablemente la conservación de los muros, ya que muchas paredes sin este tratamiento se habían deteriorado en el transcurso de unos pocos meses.
Los mayores problemas se produjeron, como era de esperar, en la cubierta y en los aleros de las tapias
del patio que son los puntos que más sufren la recogida de agua de lluvia. La estructura original de madera
y vegetal se mantuvo en buen estado durante el primer año aunque el peso de la tierra hizo ceder ligeramente
la capa de brezo en varios puntos y ésta, a su vez, el entramado de los rollizos más finos –demasiado finos–
lo que conllevó goteras y filtraciones de agua. Se llegaron a formar verdaderos charcos y la falta de personal
que aireara la casa diariamente durante este primer periodo (se mostraroon insuficientes los 4 pequeños
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19. Reparación del techo, introduciendo
los cuadrantes y aumentando el desnivel para facilitar la salida del agua
(año 1999).
20. Rejuntado de grietas durante la segunda reparación del techo (año 2000).
tragaluces para la aireación) hizo que parte de algunos enseres domésticos, como esteras y pieles, se pudriesen, algunos hierros comenzasen a oxidarse y las maderas se enmoheciesen.
La primera reparación de la cubierta tuvo lugar en 1999. Se optó por subdividir toda el área en cuadrantes
(cuatro en el núcleo más grande y dos en el pequeño) con la ayuda de caballones y hacer desniveles más acusados con el fin de evitar la filtración de agua y hacer más rápida su salida [fig. 19]. También se hicieron
nuevas gárgolas con el fin de que el agua tuviese que hacer un menor recorrido para desaguar.
Durante el verano de 2000 se hizo una nueva intervención en la cubierta. Ante la buena conservación y
resistencia del entramado de madera, y dado que la malla de brezo y el romero no estaban en absoluto podridos, se decidió actuar solamente en la capa de tierra. Siguiendo las últimas soluciones adoptadas en las
cubiertas de Alorda Park se añadió otra capa de tierra respetando los rebordes y caballones existentes y que
dividen la cubierta en cuatro cuadrantes. Diversos estudios etnográficos y experimentales sobre arquitectura
de barro indican que el espesor de la capa de barro y el entramado vegetal es clave para asegurar la resistencia
e impermeabilidad del techo (Aurenche et alii 1997, 81; Biewers 1995, 42; Le-Brun 1997, 22, fig. 2). En nues-
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21. 1. Sustitución del techo incorporando
rollizos más gruesos. 2. Trabajos de sustitución del techo en el momento de colocar la capa de romero y barro sobre los
rollizos (otoño de 2004).
tro caso, añadimos otro pequeño caballón, que discurría desde el centro de la cubierta hasta la gárgola y que
dividía cada cuadrante en dos mitades y dirigía al agua de la lluvia hacia el punto de desagüe. Como la pendiente resultó insuficiente, se aumentó para facilitar, aún más, la salida de agua. Hay que señalar que con
esta nueva capa de tierra el espesor de la cubierta oscilaba entre 25 y 30 cm aumentado considerablemente
su peso aunque, a su vez, obtuvimos un techo pisable muy sólido. Pasados varios días, y con el barro bien
seco, se hizo el rejuntado de las grietas manualmente, para evitar filtraciones de agua y, finalmente, se extendió una fina capa de tierra suelta, cribada, por toda la superficie para que se filtrase en las posibles grietas
que todavía podían formarse [fig. 20].
Hasta el año 2004 esta solución fue mantenida con reparaciones puntuales en la capa de tierra, aleros y
rollizos podridos. Con todo, el progresivo deterioro del entramado de rollizos y el peligro de derrumbe del
techo nos obligó a sustituirlo completamente. Durante tres semanas de otoño de 2004 procedimos a trabajar
en el techo del cuerpo principal y, durante una semana en el verano de 2005, en el del almacén [figs. 21 y
22]. Se desmontaron los techos y se colocaron nuevos rollizos –más gruesos–, una tupida capa de romero
–descartando el brezo industrial y colocada, esta vez, en todo el techo– y, de nuevo, la capa de barro aunque
de mayor grosor que en las anteriores intervenciones. También aplicamos una capa de pintura plástica impermeabilizante con el objetivo principal de eliminar totalmente las filtraciones de agua. Este aislante ha
sido enmascarado entre dos capas de barro.
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23. Trabajos de mantenimiento de las puertas (año 2007).
22. Colocación de los aleros del cuerpo principal de la casa
(otoño de 2004).
El problema de la humedad del interior y del mantenimiento básico se subsanó a partir del año 2000 al
contar con personal asociado al yacimiento que diariamente se encargarba de la ventilación de la vivienda y de
las reparaciones urgentes observadas en los aleros.2 El encalado de las fachadas y del patio se hace, como hemos
dicho, cada año, y el tratamiento de la madera de las puertas y los equipamientos internos cada dos años con
ayuda del personal del museo, empleando para ello normalmente una jornada intensiva de trabajo [fig. 23].
una ExpEriEncia sobrE pEsos y capacidadEs con rEcipiEntEs cErámicos
Además de los aspectos derivados de la experimentación arquitectónica, estos equipamientos también
nos han dado la oportunidad de contrastar hipótesis de trabajo y enfrentarnos a problemas que sólo podían
ser comprendidos desde dentro de la propia vivienda. Así abordamos, en el año 2002, un tema relacionado
con el almacenaje y la despensa en los espacios domésticos (Pérez Jordá et alii 2000, 158-161) y la comercialización de los productos (Bonet et alii 2004).
El 27 de abril de 2002 un equipo de trabajo formado por Consuelo Mata, Helena Bonet, isabel izquierdo,
Jaime vives-Ferrándiz, Jeroni valor y Juan Salazar llevó a cabo una experiencia sobre pesos y capacidades con
las réplicas cerámicas que hay en la casa. Empleamos elementos sólidos y líquidos para abordar cuestiones relativas a la movilidad y manipulación, apuntando también algunas observaciones etnográficas pertinentes sobre
estas actividades. No se trata, pues, de una experiencia sobre la producción de los objetos, ya suficientemente
tratados por la investigación, sino sobre el uso y la manipulación a ellos vinculados (Bonet et alii 2007 a).
Como hemos comentado, las cerámicas expuestas en la ambientación de la casa ibérica son réplicas de
los vasos originales conservados en el Museo de Prehistoria de valencia y corresponden, en cuanto a tipología, decoraciones y dimensiones, a las formas publicadas. De todas ellas fueron seleccionados los siguientes
contenedores: un ánfora, una tinaja, una olla de cocina, un lebes y un tonelete. Se pretendía trabajar con
contenidos líquidos y sólidos, empleando agua para los primeros y trigo para los segundos [figs. 24 y 25].
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24. Tinaja llena de cereal, preparada para ser pesada. Al fondo se
aprecia parte de un ánfora, un lebes y una olla utilizadas también
en esta experiencia (año 2002).
Los resultados más destacados los proporcionaron
25. Trasiego de líquidos entre una botella y un tonelete.
las ánforas y las tinajas. El primer paso fue obtener la
tara de los recipientes y su capacidad, así como el peso
de cada contenido por litro. Una vez obtenidas las taras
se procedió al llenado de los contenedores para averiguar sus capacidades y pesos, con los siguientes resultados:
el ánfora alcanza 97,5 kg llena de agua y 81,7 kg con cereal o aceite, mientras que la tinaja llega a pesar 120 kg
con agua y con cereal o aceite 100 kg [fig. 26]. Estos pesos hay que rebajarlos ligeramente cuando tratamos
con los originales, que tienen las paredes más finas, pero aún así nos movemos en una horquilla entre 81,7 y
115 kg.
Otra de las cuestiones que nos planteábamos en esta jornada experimental era el grado de manipulación
y movilidad de las ánforas y tinajas ibéricas. Se trata de volúmenes y pesos cuantiosos que difícilmente pueden ser manejados por una sola persona, en el caso de estar los recipientes llenos, aunque hemos de tener
en cuenta la relatividad de esta afirmación derivada de nuestra (in)capacidad física para acarrearlos.
Con todo, el ánfora puede ser movida con relativa facilidad al ser un recipiente de forma cilíndrica, o
próxima a ella. Constatamos que las pequeñas asas de las ánforas ayudan a su manejo pero en absoluto
sirven para asirlas. Se ha sugerido que estos contenedores se utilizarían exclusivamente para almacenar productos en los asentamientos ya que, por su peso, no podrían viajar (Pérez Jordà 2000, 66). Ahora bien, los
hallazgos cada vez más abundantes de ánforas ibéricas fuera de la península así como la identificación de
los talleres peninsulares deja fuera de toda duda que las ánforas ibéricas también circularon a largas distancias. Además, si las ánforas se utilizaron exclusivamente como recipiente de almacén, éstas resultan muy
inestables al tener base convexa; ello significa que al permanecer inmóviles durante mucho tiempo, deberían
estar sobre soportes o hincadas en el suelo. Por ello consideramos que son recipientes plenamente adaptados
al transporte y, fundamentalmente, al marítimo. Si bien se ha señalado que la delgadez de las paredes puede
ser un impedimento para su transporte, no debemos olvidar que éstas podrían viajar con una cubierta de
esparto, paja o pequeñas ramas, al igual que otras como las fenicias o griegas, con paredes igualmente finas.
Por otra parte, la cuestión de los contenidos de las ánforas es objeto de especulación constante. A este respecto nuestra aportación ha sido simplemente verificar la idoneidad en el diseño de las ánforas para contener
líquidos, más que sólidos. Las ánforas, a pesar de su gran tamaño, tienen las bocas muy pequeñas (entre 12
y 17 cm de diámetro), lo cual es un problema para llenarlas y vaciarlas con alimentos sólidos. El vaciado todavía es más complicado, pues la estrecha boca impide acceder al fondo con facilidad; si se quiere extraer
todo el contenido, sólo se puede conseguir mediante el volteo. Las pequeñas bocas también facilitan su cierre
de forma más estanca, algo fundamental a la hora del transporte.
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Las tinajas nunca se han considerado como
un envase comercial, sino como un contenedor
doméstico. Nuestra experiencia no ha hecho sino
reforzar esta cuestión. Las formas documentadas
presentan normalmente un diámetro máximo en
la parte media del cuerpo y una amplia boca casi
de este mismo diámetro. Estas características dificultan su movilidad ya que no es fácil abarcarlas con facilidad, incluso entre dos personas.
Aunque las asas son más robustas que las de las
ánforas, a este efecto, tampoco son de gran ayuda
por su pequeño tamaño.
Las tinajas son mucho más pesadas que las
ánforas, oscilando, llenas, entre 95 y 115 kg, y,
además, las amplias bocas tampoco son apropiadas para el transporte ya que no se pueden cerrar
con facilidad. Sin embargo, esta característica tipológica facilita el trasiego de productos, tanto
sólidos como líquidos, y permite el acceso hasta
el fondo del recipiente sin excesiva dificultad. En
este caso, no nos podemos decantar por un contenido más idóneo que otro, pero podemos especular con la idea de que si las ánforas se
utilizaron para los líquidos, quizás los sólidos estuvieran principalmente en tinajas. Contrariamente a lo que ocurre con las ánforas, las tinajas
siempre se decoran, bien con simples bandas o
con complejas decoraciones figuradas, lo que in26. Empleo de una romana para el pesado de los contenedores
dica su exposición y visualización en los ámbitos
cerámicos.
domésticos, así como puntualmente su significación como vasos de prestigio.
Como hemos expuesto, los trabajos experimentales llevados a cabo en la Bastida han estado especialmente centrados en la arquitectura. Quedan abiertos
para el futuro otros campos de investigación relacionados con la producción doméstica, como el tejido, manipulación de cerámicas, molienda de cereal, etc., o trabajos artesanales y agrícolas de los que tantos restos
hay en el poblado, como la carpintería y la metalurgia.
Como conclusión, queremos mostrar nuestra satisfacción por los resultados obtenidos en todas estas experiencias. Nos han proporcionado una visión práctica de las cosas que estudiamos; una visión particular
que sólo otorga la experimentación directa. Pastar el barro, reparar aleros, solventar los problemas de ventilación o humedad de una casa, mirar temerosos los techos cuando llueve por si hay goteras, agradecer el
frescor en verano o el calor en invierno que mantienen las paredes de la casa, o trasegar líquidos y sólidos
¡con esfuerzo! en el patio, son experiencias estupendas que, si bien no nos acercan más a los iberos, sí hacen
sentirnos, inevitablemente, como ellos y ellas.
notas
1.- Agradecemos la intestimable ayuda que nos prestó el equipo de Alorda Park ante las dudas surgidas durante la construcción de la
vivienda ibérica, sobre todo en las cuestiones relativas a la cubierta.
2.- Desde estas líneas queremos expresar nuestro agradecimiento a vicent Revert, vigilante del yacimiento desde el año 2000, pues ha
velado diariamente por el mantenimiento de este equipamiento y ha sido partícipe, aportando su valiosa experiencia, de muchas de
las soluciones arquitectónicas adoptadas en las reparaciones.
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la DiDáctica en los espacios
patrimoniales
lauRa FoRtea ceRVeRa y eVa Ripollés adelantado
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L
os restos del pasado, con los que trabajamos desde la didáctica del patrimonio, tienen un potencial
enorme. Son signos que han llegado hasta nosotros como representación del universo de productos
que la humanidad generó en un momento dado, tienen por tanto un efecto de mostración. Su inmediatez y su presencia real es lo que los hace únicos e insustituibles. Producen en quien los contempla un
gran poder de atracción ya que, al situarse frente a ellos, en cierta manera, permiten traspasar la barrera
del tiempo. Así, los restos arqueológicos se convierten en un referente de permanencia que nos reconforta
frente a la levedad de nuestro tiempo personal.
En el caso de los yacimientos arqueológicos, la sensación que invade al visitante puede ser desconcertante.
Se encuentra en el mismo espacio físico que ocuparon los antiguos pobladores, camina por sus calles y entra
en sus casas, pero aún así, solo percibe un inmenso vacío en un lugar que estuvo lleno de vida y actividad.
Aprovechar este espacio “vacío” para desarrollar actividades que nos hagan reflexionar sobre la vida y
costumbres de sus antiguos habitantes es una fórmula maravillosa no sólo para quien lo visita, que por fin
puede establecer una comunicación efectiva con los restos del pasado, sino también para el propio yacimiento que durante unas horas vuelve a “respirar” a través de sus visitantes.
La tarea de la didáctica del patrimonio es ir más allá del efecto de mostración que tienen los restos arqueológicos, dotándolos de significado. Para ello, aplica los métodos y genera los recursos necesarios para
transformar esta atracción inicial que despiertan los restos del pasado en conocimiento significativo. En definitiva, su objetivo último es buscar los estímulos que permitan al visitante conectar con aquello que se le
está presentando.
La didáctica: una intermediación necesaria
El término didáctica proviene del griego didaskein, que se relaciona con los conceptos de enseñar, instruir
y exponer con claridad. De hecho, fueron los Sofistas los primeros en utilizar métodos de enseñanza útiles,
prácticos y críticos. Pero no fue hasta el siglo xvii cuando Comenio, con su obra Didáctica Magna, contribuyó
a la configuración de la didáctica como una disciplina autónoma. En tanto que ciencia de la educación y técnica de enseñanza, la definió como el método universal para enseñar todo a todos (Comenio 1986).
Actualmente, en el ámbito europeo la didáctica es una disciplina subordinada a la Pedagogía, de carácter
teórico y práctico que interviene en todas las esferas de contenidos. Su objeto es el proceso de enseñanzaaprendizaje con la finalidad de alcanzar la formación intelectual, la optimización del aprendizaje, la integración de la cultura y el desarrollo personal (Martín 1999). Para que este proceso llegue a producirse se
requiere la presencia de tres factores: el sujeto (quién), el objeto (qué) y el agente (cómo). Las relaciones
que se establecen entre estos tres elementos son diversas [fig. 1]:
-la relación didáctica: tiene lugar entre agente y objeto. El agente, tras conocer el objeto, desarrolla
estrategias que facilitan su integración por parte del sujeto.
-la relación de enseñanza: se da entre sujeto y agente. Cuando el agente, mediante las estrategias didácticas diseñadas, permite al sujeto llegar a conocer el objeto.
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-la relación de aprendizaje: se produce entre
sujeto y objeto. Conduce al sujeto a la adquisición
del los objetivos de aprendizaje.
Por lo tanto, la función didáctica tiene como finalidad poner en contacto directo al sujeto y al objeto
de aprendizaje, a través de la acción didáctica.
didáctica deL patrimonio: su especificidad
Centrándonos en la didáctica aplicada al patrimonio arqueológico, debemos señalar que es una
disciplina en formación, que se alimenta del saber
propio de la Arqueología, de la Museología/Museografía, de la didáctica de las Ciencias Sociales, de la
Psicología, de la Pedagogía y de los saberes relativos
a la comunicación. Se diferencia de otros ámbitos didácticos en que los restos arqueológicos son su ob1. Situación pedagógica en el museo generada por un projeto de estudio, su instrumento y su finalidad. Su
grama educativo (adaptación de Allard y Boucher 1998).
objetivo último es crear las condiciones necesarias
para que se produzca la construcción de conocimientos, de manera que los métodos utilizados para lograrlo deben propiciar la adquisición de competencias cognitivas de tipo histórico y la formación del pensamiento visual, científico y tecnológico.
En este caso, la investigación arqueológica, como espacio en el que se producen los conocimientos científicos, es la base y punto de partida de la acción didáctica. Ésta será la encargada de trasponer o convertir
aquello que podríamos denominar saberes sabios, o logros obtenidos por la investigación, en saberes enseñados, o resultados que llegan al conjunto de la sociedad, dinamizando así la exposición o yacimiento visitable mediante materiales y recursos que permiten diferentes lecturas e interpretaciones (Chevallard 1991).
2. Visita guiada al yacimiento.
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Esta mediación necesaria, no implica
de ninguna manera una simplificación del
contenido científico, ya que como algunos
autores han señalado todo contenido es
accesible, dependiendo del grado de profundidad, del tipo de contenido planteado
y de las estrategias que utilicemos para
su incorporación al bagaje previo de los
interpretadores (Asensio y Pol 1998).
Los
taLLeres didácticos: concepto y
características
Según la definición que aparece en el
diccionario de Uso del español de María
Moliner (1998), un taller es un sitio donde
se trabaja en una actividad manual.
Aunque tradicionalmente las habilidades manuales han sido las menos valoradas en el ámbito de la educación, en la
actualidad esta visión se ha ido modificando. Los estudios sobre la mente y la
inteligencia consideran la manipulación
como un aspecto importante en el proceso de aprendizaje. Así, se han planteado nuevos modelos más complejos a la
hora de valorar las habilidades en los que
se habla de inteligencias múltiples, estableciendo siete tipos de facultades: lingüística, lógica-matemática, espacial,
musical, corporal-cinestésica, intrapersonal e interpersonal (Gardner 2006).
Está comprobado que se aprende
mejor cuando se combinan las diferentes
facultades, de manera que se puede recordar hasta un 90% de aquello que se
3. A. Experimentación con telar de placas; B. Taller de joyería: materiadice y se hace a la vez. Los talleres y la acles de experimentación.
tividad manipulativa que generan potencian, además de otras facultades, la
inteligencia corporal-cinestésica. En ellos
se trata de transformar el conocimiento teórico en experiencias vitales. Se busca la implicación directa del
participante: vivir la experiencia en primera persona, por eso, se crea un ambiente informal, agradable y
distendido en el que los participantes puedan experimentar, expresarse, crear y aprender en libertad.
Normalmente los talleres se centran en aspectos concretos y pueden realizarse de manera independiente
o como complemento de la visita a las salas o yacimiento. En este caso, la relación entre el monitor y el participante no se limita a la transmisión de conocimientos, sino que sobre todo pretende favorecer la adquisición de habilidades. El monitor adopta un papel menos directivo, pero, aún así, es el responsable último del
éxito de la propuesta. Es el encargado de promover la interacción, conversación y creación de un clima distendido que favorezca la sensación de estar aprendiendo de manera libre, amena e incluso divertida. Por
ese motivo debe ser receptivo con su público y amoldar su discurso y habilidad comunicativa a las situaciones
particulares de cada grupo.
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4. Paneles empleados en los talleres de tejido
durante la fase de explicación teórica.
Los talleres pueden ir dirigidos a todo tipo de público, la única diferencia radica en su contenido, actividad
propuesta y tiempo dedicado según las necesidades de cada edad y grupo.
Su principal virtud es su dinámica participativa, lo que los convierte en la alternativa ideal para la transmisión de conocimientos procedimentales. El taller permite abordar actividades muy variadas, desde la creación artística hasta la reproducción de técnicas de trabajo y ambientes del pasado. Por este motivo, los
talleres siguen siendo muy demandados por la escuela y también por otros públicos.
En el estudio de las ciencias sociales se ha comprobado que los hechos históricos y los procedimientos
técnicos del pasado, así como el propio método de investigación de la disciplina histórica, se hacen más
comprensibles si se toman en cuenta los siguientes aspectos:
- Favorecer el conocimiento práctico y no la memorización
- Propiciar la implicación de los participantes
- Potenciar la observación directa y la experimentación
- Contextualizar el conocimiento (la ambientación e imaginación histórica es importantísima para comprender los comportamientos del pasado)
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Todo ello puede alcanzarse con propuestas didácticas como los talleres, sobre todo si estos se realizan
en el contexto espacial original: los yacimientos arqueológicos. Las experiencias de este tipo son muy beneficiosas para ambas partes, porque adentrase en el espacio “original” se convierte en un elemento motivador
de la propuesta y al mismo tiempo dichas actividades favorecen la comprensión del yacimiento, con lo que
la visita gana en calidad y efectividad.
En definitiva, entendemos por taller todas aquellas iniciativas en las que el visitante, acompañado por
un monitor o educador, es invitado a experimentar con técnicas o gestos relacionados con la disciplina de
referencia del museo, con el objetivo de facilitarle el contacto y la comprensión de sus colecciones. Se trata,
por tanto, de una propuesta con orientación básicamente procedimental, donde se prioriza la actividad por
encima de la receptividad pasiva y donde la manipulación tiene un papel fundamental. Es decir, en los talleres se fomenta el aprendizaje mediante la combinación de actividades cognitivas y motrices y su finalidad
última es introducir la animación en la visita al museo, eliminando la frialdad y distanciamiento con el que
frecuentemente se visita.
En líneas generales, dentro de los talleres didácticos se pueden establecer tres grandes grupos atendiendo
a los objetivos didácticos y las características metodológicas de cada uno de ellos (Santacana y Serrat 2005):
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5. Recursos materiales empleados en los talleres en la
fase de experimentación personal. A, tejido. B, escritura. C, cerámica.
- talleres basados en la experimentación y manipulación. Destinados a introducir al participante en el proceso de investigación de la disciplina de referencia y en la reproducción activa de los
procesos de trabajo con la finalidad de guiar la construcción de conocimientos.
En este tipo de talleres se fomenta que sea el propio visitante, a partir de su experiencia, el que consiga
ciertos resultados, a través de la observación, del manejo de determinados instrumentos y de la comparación de informaciones y resultados.
En el campo de la arqueología, estos talleres suelen incluir propuestas relacionadas con simulaciones
del método arqueológico, del proceso de fabricación de utensilios prehistóricos o de actividades artesanales del pasado.
- talleres basados en la dramatización y empatía. Su objetivo es que los visitantes puedan imaginar otros momentos, otras situaciones u otros personajes, a partir de su propia experiencia. Son muy
utilizados en museos con disciplinas de referencia centradas en la historia
- talleres basados en la expresión. Pretenden desarrollar en el visitante su capacidad de expresión
personal mediante su creatividad e imaginación, especialmente a través de manifestaciones plásticas,
musicales o literarias. Los talleres de arte son el mejor ejemplo de esta tipología.
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6. Taller de cerámica en 2002.
7. Equipo de trabajo en 2009: monitoras
de los talleres, guías y vigilante del yacimiento. De izquierda a derecha: Vicent
Revert, Guadalupe Sanz, Eva Ripollés,
José María Ferre y Laura Fortea.
No obstante, esta clasificación no es rígida, ya que en la práctica es frecuente e incluso aconsejable, proponer talleres que combinan características propias de los tres grupos.
taLLeres de experimentación en La Bastida de Les aLcusses
Los trabajos de excavación en la Bastida de les Alcusses han permitido documentar las actividades cotidianas y artesanales, entre las que cabría destacar la producción de cerámica, la joyería, el tejido y la escritura. La abundante información disponible sobre estas actividades fue lo que nos decidió a utilizarlas como
objeto de los talleres.
En el año 2002, siguiendo con el trabajo de difusión del yacimiento, se quiso dar un paso más y se planteó
la realización de talleres pensando, sobre todo, en la gran cantidad de escolares que se reciben anualmente.
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8. Fase de experimentación personal,
trabajo con telar de rejilla.
Los años de experiencia ofreciendo visitas guiadas [fig. 2] mostraron que una gran parte del público que lo
visitaba, especialmente los escolares, pese a encontrarse en el entorno original, frente a los vestigios reales
y contar con la mediación de los monitores y paneles explicativos, seguían teniendo la sensación de visitar
un lugar sin vida, que no reflejaba la actividad ni los diferentes trabajos de sus antiguos habitantes.
Así pues, la realización de talleres de experimentación se presentó como la opción idónea capaz de recuperar y recrear las actividades artesanales de los iberos en el propio yacimiento, al tiempo que favorecía la
implicación directa de los visitantes y se dinamizaba la visita.
En los talleres que se realizan en el yacimiento, como en toda propuesta didáctica, debemos diferenciar
entre aquello que se observa o estructura visible y aquello que subyace a toda acción didáctica, es decir, la
reflexión teórica o estructura profunda que la respalda (Martínez 2004).
estructura profunda o marco teórico
La estructura profunda de los talleres se sustenta en dos elementos: los contenidos específicos sobre la
temática a tratar y el posicionamiento didáctico desde el que se trabaja.
Contenido
Cualquier propuesta didáctica, en este caso en el ámbito museístico, tiene que fundamentarse necesariamente en la investigación desarrollada sobre la temática específica que se pretende transmitir, ya que es
allí donde se producen los conocimientos.
En nuestro caso, puesto que la actividad presentada gira alrededor de los iberos, es evidente que la fuente
de conocimiento de la que se parte es la propia investigación arqueológica sobre la Cultura ibérica. Concretamente la referida al yacimiento en cuestión, la Bastida de les Alcusses, y la que versa sobre la temática de
los talleres: la joyería, la cerámica, el tejido y la escritura de ese momento. Al abordar este segundo aspecto
también tuvimos que acudir a las investigaciones relacionadas con la arqueología experimental y los métodos
de trabajo empleados por ella.
Posicionamiento didáctico
Antes de señalar los puntos básicos del posicionamiento didáctico en el que nos situamos, queremos
mencionar algunos aspectos relativos al concepto de didáctica, que se deben tener muy presentes a la hora
de concebir cualquier propuesta educativa relacionada con el patrimonio.
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9. Fase de experimentación personal, área dedicada a las técnicas decorativas de la cerámica ibérica.
10. Fase de experimentación personal, cuños con el signario ibérico oriental.
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11. A. Evolución de las visitas del año 2000 al 2009. B. Gráfica comparativa de visitas por tipos de públicos.
En primer lugar, tenemos la firme convicción que el papel de la didáctica del patrimonio arqueológico,
dentro y fuera del museo, es establecer una comunicación efectiva entre el público y los restos materiales
del pasado, entendiendo como tal una comunicación en doble dirección, que tenga en cuenta no sólo lo que
la institución que custodia el patrimonio quiere transmitir, sino también la percepción del público. Sólo a
partir de este entendimiento se podrá producir el aprendizaje.
En segundo lugar, queremos insistir en que la didáctica no la definen los destinatarios sino los objetivos.
Es habitual asociar didáctica con público escolar, tal vez porque es el colectivo que más utiliza los museos
como recurso educativo. Pero no hay que olvidar que estas instituciones son también espacios idóneos para
la educación permanente, lo que incluye a toda la población.
Por último, y no por ello menos importante, en las instituciones encargadas de custodiar el patrimonio,
la didáctica debe ser una convicción, no un simple trámite.
Una vez comentados estos puntos, pasamos a exponer nuestro posicionamiento respecto a la didáctica y
el proceso de aprendizaje, así consideramos que éste debe ser:
- significativo, porque se aprende en la medida que se dota de significado, de sentido y de valor al conocimiento que se está adquiriendo;
- activo, tanto en el aspecto sensitivo como cerebral;
- motivador, debe despertar la curiosidad e implicar un reto;
- transferible o aplicable a otros contextos y situaciones;
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- adecuado al nivel y estilo cognitivo de los usuarios;
- diverso, es decir, debe incluir objetivos tanto conceptuales como actitudinales y procedimentales;
- social, porque se nutre de las conversaciones y de la interacción con los otros.
- además, el aprendizaje es contextual, ya que se aprende en función de lo que ya se conoce: de nuestras
experiencias personales, creencias, temores y prejuicios.
- Y aunque obvio, debemos recordar que para aprender se requiere tiempo, para pensar, probar, jugar,
debatir, interactuar y poner en práctica nuevas hipótesis.
En resumen, creemos que durante el proceso de aprendizaje se deben plantear dudas e incitar la curiosidad más que dar respuestas, explicaciones o datos. Se trata de tutelar la visita más que de instruir. En definitiva crear un nuevo modelo de visitante, más activo y participativo.
Así pues, a partir de estos dos elementos básicos: el contenido y el posicionamiento didáctico, iniciamos
el proceso de elaboración de los talleres, siguiendo los siguientes pasos:
Definición de los objetivos
A la hora de establecer los objetivos generales de la propuesta, se tuvieron en cuenta tanto las posibilidades del museo y del yacimiento (recursos humanos y económicos), como las necesidades y expectativas
del público a quien se dirigía. Así, se definieron los siguientes objetivos generales de tipo conceptual, procedimental y actitudinal:
- Complementar y motivar la visita al yacimiento.
- Aproximarse a los métodos y técnicas de estudio del material arqueológico.
- Propiciar la reflexión en torno a la producción artesanal de los antiguos pobladores de la Bastida de les
Alcusses.
- Hacer de la manipulación y la experiencia personal el punto de partida para la reflexión histórica.
- Desarrollar el pensamiento lógico.
Los objetivos de carácter específico se establecieron, independientemente para cada uno de los talleres.
Elección de la temática y contenido de cada taller
Tras definir los objetivos generales se seleccionó la temática sobre la que se iba a trabajar en los cuatro
talleres así como los objetivos específicos de cada uno de ellos, teniendo siempre muy presente el nivel del
público a quien se dirigía la propuesta (escolares a partir de los 9 años).
Los contenidos elegidos, como ya se ha señalado, abordan la producción artesanal de época ibérica, son de
carácter horizontal o sincrónico y siguen una progresión que conduce de lo general a aspectos más concretos.
Para llevar a cabo esta parte del trabajo, fue fundamental la revisión y análisis de la bibliografía específica
sobre los temas a tratar (joyería, tejido, cerámica y epigrafía), lo que nos permitió abordarlos de forma rigurosa, centrándonos en los aspectos que consideramos de mayor interés para los participantes.
Diseño de las actividades
Una vez tuvimos claros la temática y los objetivos se pasó al diseño de las actividades. Esta parte del proceso exigió un trabajo previo de experimentación con diferentes materiales [fig. 3]. Esto nos permitió
desarrollar las destrezas necesarias y elegir los recursos más idóneos y fáciles de manipular. Otro aspecto
importante que se pudo ajustar en este momento fue el coste del material que se iba a emplear, de manera
que en el futuro permitiese su reposición sin problemas.
En cuanto al desarrollo de la actividad, se decidió que los talleres se estructurarían en tres momentos:
una primera explicación teórica, después se pasaría a la experimentación personal y finalmente se establecerían las conclusiones.
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12. Afluencia de visitantes individuales por meses. Arriba: de 2000 a 2004. Abajo: de 2005 a 2009.
La explicación teórica: apoyada en un referente visual (paneles), sirve para dotar a los participantes del
marco de referencia o conocimientos necesarios para afrontar la segunda parte o experimentación personal. Para cada taller se diseñaron dos paneles: uno sobre tipología y otro sobre las técnicas de fabricación.
En ellos se incluyeron imágenes de piezas arqueológicas ibéricas, siempre que fue posible pertenecientes
al propio yacimiento, que documentaban cada una de las fases de producción o tipologías presentadas
[fig. 4].
Experimentación personal: Puesto que se contaba con dos monitoras y éramos conscientes de que para facilitar
el aprendizaje activo, sin alterar la dinámica de la actividad, se requería que los grupos fueran reducidos, decidimos organizar dos áreas de trabajo en cada taller. Así, los 25 participantes iniciales quedan divididos en dos
subgrupos, haciendo más cómoda y manejable la actividad, tanto para los escolares como para las monitoras.
Además, como uno de los objetivos que se habían propuesto era desarrollar el pensamiento lógico e hipotético-deductivo, el mismo que se requiere en toda investigación, en esta fase de trabajo se decidió aplicar
la siguiente secuencia didáctica, que no es más que la transposición del propio método científico:
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13. Afluencia de grupos escolares por meses. Arriba: de 2000 a 2004. Abajo: de 2005 a 2009.
- planteamiento de un interrogante,
- observación inicial,
- relación con el conocimiento anterior,
- formulación de una hipótesis de trabajo,
- comprobación experimental
- y elaboración de conclusiones.
De este modo, en cada área de trabajo la actividad se inicia con el planteamiento de un interrogante cuya
función es despertar la curiosidad y propiciar la reflexión personal a partir de la observación de copias de
piezas arqueológicas, de los conocimientos previos de los participantes y de la información aportada por la
explicación teórica anterior.
A continuación, se pasa a la fase de manipulación y experimentación personal con materiales similares
a los originales, fundamental para poder contrastar la hipótesis de partida planteada por los participantes.
En algunos casos el resultado obtenido se puede llevar a casa, con lo que se refuerza lo aprendido y además
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14. II Jornadas de Visita en julio
de 2009: A, personajes vestidos
de iberos. B, guerrero con casco
y escudo.
sirve de elemento motivador, por la satisfacción que supone ver materializado el esfuerzo y poder mostrarlo al resto del grupo
y/o familiares.
Para esta segunda parte o fase de experimentación personal, se fabricaron expresamente todos aquellos útiles necesarios
para la elaboración y manipulación exigida
en cada taller, desde diversos tipos de telares (vertical, rejilla...) hasta una muestra variada de pinceles y compases múltiples para
la decoración cerámica. Siempre teniendo
en cuenta que los materiales y herramientas
empleados fueran coherentes con los aparecidos en época ibérica y sobre todo que fueran fácilmente manipulables por los
participantes [fig. 5].
Conclusión de la actividad: con la finalidad
de ajustar los resultados y fijar los conceptos
que se habían trabajado se optó por diseñar
una ficha sencilla. Con ello se conseguía reducir considerablemente el tiempo de conclusión de la actividad y, además, servía de
refuerzo visual una vez acabado el taller.
Como material complementario se elaboraron unas hojas explicativas con información relativa al tema tratado en cada caso.
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15. II y III Jornadas de Visita en
julio de 2009 y 2010: ambientación de un espacio doméstico y
teatralización del intercambio
comercial en una casa del poblado.
Estas hojas se reparten entre los participantes o se entregan al tutor/a del grupo para
que se pueda seguir trabajando en el aula.
La elección del lugar donde se llevarían a
cabo los talleres no supuso ningún inconveniente, puesto que ya existía un espacio destinado a usos didácticos con todas las
infraestructuras necesarias: el patio adyacente a la casa ibérica reconstruida a la entrada del yacimiento. Solo quedaba por
decidir el momento en que tendrían lugar los
talleres. Como era lógico, puesto que la propuesta se dirigía a escolares, tenían que ajustarse al calendario lectivo y a la climatología
más propicia para el trabajo al aire libre. Por
ello, se optó por su realización los jueves
durante los meses de abril, mayo y junio.
Evaluación de la actividad
Durante el mes de noviembre de 2002 se
pusieron en funcionamiento los cuatro talleres de manera experimental, para valorar los
problemas que pudieran surgir en la práctica
y así incorporar todos los cambios que fuesen
necesarios [fig. 6].
A partir de este primer contacto con los
grupos de escolares descartamos los materia-
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16. II Jornadas de Visita en julio de 2009: visita a la excavación.
les menos adecuados, modificamos la dinámica de la fase de experimentación personal y ajustamos los tiempos dedicados a cada parte de la actividad. Tras realizar las correcciones necesarias, los talleres se pusieron
en funcionamiento, tal como se han descrito anteriormente, a partir de 2003.
estructura visiBLe o acción didáctica
Actualmente en la Bastida de les Alcusses (Moixent) se llevan a cabo cuatro talleres de experimentación,
con las siguientes temáticas: Joyería, Tejido, Cerámica y Epigrafía de época ibérica.
La propuesta está dirigida a escolares entre 9 y 16 años (3er Ciclo de Primaria y Educación Secundaria
Obligatoria) organizados en grupos de unos 25 participantes.
Además de monitores especializados [fig. 7], se emplean recursos materiales como paneles, fichas y recreaciones de piezas arqueológicas. Cada taller tiene una duración aproximada de 90 minutos: 15 a 20 minutos de explicación teórica, 60 minutos de trabajo en las dos áreas de experimentación y 10 minutos para
las conclusiones.
Taller de joyería
descripción: Se trata de descubrir el mundo de la joyería ibérica a través de la reproducción de algunas
piezas encontradas en yacimientos valencianos. La utilización de las diversas técnicas de trabajo empleadas
por los iberos permite enfrentarse directamente con los retos que plantea la manipulación del material, así
como entender las soluciones adoptadas.
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objetivos específicos: Que los participantes se aproximen a los orígenes e influencias de la joyería ibérica
y que conozcan, a través de la manipulación, los materiales y las técnicas empleadas, así como los diferentes
tipos de piezas elaboradas.
desarrollo: Tras la explicación teórica sobre las características generales de la joyería ibérica, (precedentes,
materiales utilizados, técnicas de trabajo), tipo de joyas, los participantes se dividen en dos grupos que se
distribuyen en las dos áreas de trabajo organizadas. Una dedicada al trabajo sobre hilo y otra al trabajo sobre
lámina.
Cada uno experimenta las diversas técnicas de elaboración de joyas empleando las herramientas y soportes, previamente preparados, hasta reproducir una de las piezas. En este caso los participantes se pueden
llevar el resultado de su experimentación [fig. 8].
Por último, para afianzar los conocimientos adquiridos, los participantes completan una ficha. En cada
área de trabajo se utilizan dos fichas en las que aparece la imagen de una pieza y dibujos de las diferentes
técnicas empleadas en la joyería ibérica. Las objetos que se reproducen son: pendiente de Covalta (Albaida),
anillo Heracleo de villaricos (Almería) y anillo y brazalete de los villares (Caudete de las Fuentes)
Cada participante debe elegir la ficha de la pieza que ha reproducido y, a partir de su propia experimentación, marcar qué técnica se empleó en su elaboración.
Taller de tejido
descripción: Los participantes se aproximan al mundo del tejido ibérico a través de la manipulación de
los diferentes tipo de telares. Esto permite comprender de manera práctica el proceso de elaboración de tejidos.
objetivos específicos: introducir a los participantes en el papel social que tenían los tejidos en época
ibérica, quién los confeccionaba y con qué materias primas se fabricaban. También conocerán los diversos
tipos de telares, los elementos que los componen, su funcionamiento y la variedad de tejidos elaborados por
cada uno de ellos.
desarrollo: La actividad se inicia en el interior de la reproducción de la casa ibérica, donde se comentan
las características generales del tejido ibérico: precedentes, materiales utilizados, papel social de los tejidos, proceso de producción, etc. Además, a través de los paneles y de una serie de réplicas, se muestra el
proceso del hilado del lino y de la lana (huso-fusayola) así como el funcionamiento del telar vertical y de
placas.
Posteriormente, los participantes se dividen en dos áreas de trabajo donde se experimenta sobre el funcionamiento del telar de rejilla y el de marco o simplificación del telar vertical [fig. 9].
Para finalizar y reforzar lo aprendido, en cada área de trabajo los participantes reciben una ficha donde
se muestra el telar vertical, que ya han visto, con el nombre y la función de cada una de sus partes y una
imagen del telar que acaban de emplear. Los participantes tienen que identificar las partes del telar que tienen en sus manos, cuáles le faltan o si hay otras que hacen el mismo papel, y marcarlas en la imagen.
Taller de cerámica
descripción: A través de la experimentación los participantes se acercan a las técnicas de estudio de la
cerámica ibérica: tipo de pastas, partes de los recipientes, orientación de los bordes y tipología. También
reproducen algunas decoraciones empleando materiales y herramientas semejantes a las de aquel momento.
objetivos específicos: Que los participantes conozcan los orígenes de la cerámica ibérica, las técnicas de
fabricación y decoración, así como las principales características de su producción. Que se introduzcan en
las técnicas de estudio de la cerámica arqueológica.
desarrollo: En primer lugar se presentan las características generales de la cerámica ibérica: precedentes,
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17. II Jornadas de Vista en julio
de 2009. A, talleres de pasta vítrea. B, taller de indumentaria
ibérica.
materiales utilizados, técnicas de trabajo,
tipo de recipientes y su función. A continuación, los participantes experimentan en las
dos áreas de trabajo: estudio arqueológico
de la cerámica y técnicas de decoración.
En el área dedicada al estudio del material arqueológico los participantes, divididos
en dos subgrupos, empiezan la actividad separando varios fragmentos cerámicos en dos
conjuntos: cerámica fina y cerámica tosca.
Una vez conseguido se ponen en común los
resultados. A partir de aquí, tienen que reconocer a qué parte del recipiente pertenece
cada fragmento y a qué forma. Para facilitar
esta tarea los participantes cuentan con unas
plantillas con el dibujo arqueológico de cada
recipiente a tamaño natural y una tabla con
los principales tipos de recipientes.
De esta manera se llega a apreciar como
cada forma tiene un borde, una delineación
del cuerpo y una base bien definidas, relacionada con la función de cada recipiente. Como
el elemento más identificador es el borde, se
les enseña a orientarlo correctamente, y así,
de forma individual, cada uno orienta y
busca a qué forma pertenece el fragmento
que tiene en sus manos.
En el área referida a las técnicas decorativas los participantes, divididos en dos subgrupos, pueden experimentar cómo elaboraban
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los artesanos iberos algunas de las decoraciones más sencillas utilizando copias de los diversos tipos de pinceles
y soportes cerámicos [fig. 10].
En ambas áreas de trabajo se finaliza la actividad rellenando una sencilla ficha. En el caso del estudio arqueológico de la cerámica, una vez identificado el fragmento y la forma a la que pertenece, se anota en la
ficha el nombre del recipiente y se dibuja su forma. En el área dedicada a la decoración, la ficha consta de
una tabla con motivos geométricos presentes en la cerámica ibérica y herramientas empleadas para su elaboración. Los participantes, tras la experimentación realizada, tienen que anotar con qué herramientas se
han elaborado los diferentes motivos decorativos.
Taller de epigrafía
descripción: Los participantes se inician en el conocimiento de la epigrafía ibérica y en los problemas que
plantea su traducción a partir de una serie de cuños con las grafías ibéricas y la transcripción de un plomo
encontrado en la Bastida de las Alcusses.
objetivos específicos: Que los participantes conozcan las características de la epigrafía ibérica, los diferentes alfabetos que existen y la dificultad de su traducción.
desarrollo: A partir del panel, se exponen las características generales de la epigrafía ibérica: origen, materiales utilizados como soporte de la escritura y tipo de signarios empleados en cada territorio. Después,
los participantes se distribuyen en las dos áreas de trabajo: en una se desarrollan actividades sobre los diferentes tipos de signario y en la otra se aborda la transcripción del texto presente en uno de los plomos encontrados en el propio yacimiento [fig. 11].
En el área dedicada a los diferentes tipos de signario se trabaja a partir de cuños (oriental) y de una ficha
con el semisilabario oriental y meridional. Los participantes deben escribir en la ficha su nombre empleando
los cuños. Así se dan cuenta que existieron varios signarios ibéricos y que además, es una escritura que emplea signos vocálicos, consonánticos y silábicos.
En la otra zona de trabajo, los participantes reciben una ficha con un fragmento de texto perteneciente
a un plomo con inscripciones encontrado en la Bastida de les Alcusses y una plantilla con el signario ibérico
meridional y sus correspondencias en grafía latina. Con la ayuda de dicha plantilla, los participantes tienen
que transcribir el texto. Al acabar, leen el resultado en voz alta, dándose cuenta que no entienden nada de
lo leído. Finalmente, se les explica la diferencia entre transcripción, lo que ellos acaban de hacer, y traducción, que en el caso de la lengua ibérica aún no se ha podido conseguir.
En este caso las fichas tienen una doble función, durante la experimentación personal sirven de soporte
de la actividad y durante la puesta en común final como conclusión y recuerdo material de lo aprendido.
vaLoración de Los resuLtados
El yacimiento cuenta en la actualidad con una amplia oferta didáctica y de divulgación que utiliza tanto
recursos de comunicación directos (visitas guiadas y talleres) como indirectos (folletos, guías y paneles) que
ayudan a interpretarlo mejor. De hecho, todo este esfuerzo de difusión ha dado sus frutos, tal y como lo demuestra el importante aumento de público que recibe anualmente el yacimiento, pasando de 8.562 visitantes
en 2000 a los 14.074 en 2009 [fig. 12].
Las actuaciones que se han puesto en marcha son un buen ejemplo de gestión del patrimonio arqueológico,
donde se establece una relación de intereses entre la investigación y su aplicación práctica con el fin de obtener
rentabilidad social. Prueba de ello fue la petición por parte del Ajuntament de Moixent de que la Bastida estuviera
presente en la Feria del Macizo del Caroig, celebrada en esta localidad en el verano de 2006, coincidiendo con el
75 aniversario del descubrimiento del “Guerrer de Moixent”. Para esta ocasión, desde el Museu de Prehistòria de
valència se organizó una pequeña muestra de los talleres de experimentación, adaptándolos a las circunstancias
especiales de este evento. También se programaron visitas guiadas al yacimiento, a cargo de los guías de la Bastida
de les Alcusses, y una exhibición de la panoplia e indumentaria de los guerreros y damas de época ibérica.
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18. II Jornadas de Visita en julio de 2009. Teatralización en el espacio doméstico.
En cuanto a los talleres, pese a no haber tenido la oportunidad de realizar una evaluación sistemática,
hemos comprobado, a través de la observación directa que, efectivamente, han conseguido dinamizar la
visita al yacimiento y transmitir una idea más contextualizada del modo de vida de los iberos.
Revisando la estadística de visitantes, entre el año 2000 y 2009, se observa que la afluencia de público
individual se vincula a los periodos vacacionales. La mayor concentración se sitúa en los meses de marzo a
abril, seguidos de los meses de octubre y agosto, aunque a partir de 2008 el mes de julio experimenta un
significativo aumento que, como veremos, se debe al desarrollo de actividades específicas [fig. 13].
Al analizar la evolución de los centros educativos, del año 2000 al 2004, se aprecia que los visitantes se
concentran en el mes de noviembre, seguido del periodo comprendido entre los meses de febrero a mayo.
A partir del año 2004 se observa una inversión de esta dinámica, pasando a ser marzo, abril y mayo los
meses con mayor número de visitas [fig. 14]. Entendemos que, en cierta medida, en esta variación ha influido
la puesta en marcha de los talleres.
En cualquier caso, tendremos que ser cautos en la valoración de estas conclusiones, ya que los datos del
último año muestran una afluencia de público más regular, equilibrándose de nuevo los dos momentos de
máxima afluencia al yacimiento.
También se evidencia que el público individual es cuantitativamente superior a las visitas en grupo [fig.
12]. Así pues, ante una realidad como la que acabamos de presentar, y con la voluntad de seguir mejorando,
se están diseñando una serie de actuaciones en el yacimiento que, como línea de trabajo a corto plazo, permitirán atender de manera más efectiva las necesidades de todos sus visitantes.
En este sentido, para dar a conocer los últimos resultados de las investigaciones realizadas en el yacimiento,
el 12 y 13 de julio de 2008 se celebraron las i Jornadas de visita con el lema Viu un cap de setmana amb els
ibers, que han tenido su continuidad en 2009 y 2010 y está previsto se consoliden en ediciones futuras. La organización de las actividades corre a cargo del Museu de Prehistòria de la Diputació de valència, con la participación activa del Ajuntament de Moixent y la colaboración de empresas locales. En 2008 recibimos a 480
personas y en 2009 superamos nuestras expectativas y previsiones con un total de 1.250 participantes.
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19. Presente y futuro en la divulgación del patrimonio. II Jornadas de Visita en julio de 2009.
Durante las Jornadas los visitantes se convierten en parte activa de la visita al yacimiento. Cada grupo,
acompañado por un monitor, visita las paradas establecidas en lugares de especial interés del asentamiento,
e interactúa con diferentes personajes, como comerciantes, guerreros, damas y caballeros [figs. 15, 16, 17,
18 y 19]. El recorrido permite a los participantes conocer algunos aspectos de la vida cotidiana de los iberos.
Una de las paradas más valoradas por el público es la excavación, ya que se tiene la oportunidad de aproximarse a las últimas novedades de la investigación arqueológica del yacimiento de la mano de los propios
arqueólogos [fig. 20].
Como complemento de la visita, se organizan talleres [fig. 21], demostraciones y degustaciones para los
que contamos con la colaboración de empresas de difusión del patrimonio y agroalimentarias locales. Además, a fin de involucrar y dar a conocer las Jornadas entre la población local, también se programan actividades nocturnas en el casco urbano de Moixent, que en 2009 corrieron a cargo del grupo de recreación
histórica Ibercalafell y del folclorista Daniel Peces Ayuso.
Junto a todas estas iniciativas, se está desarrollando un proyecto didáctico que permitirá mejorar la calidad de la visita para todos los públicos, en especial para el visitante individual, y disfrutar de la experiencia
de forma autónoma. El objetivo prioritario de esta propuesta es generar una comunicación estratégica activa
que propicie la reflexión e interacción del visitante con este recurso patrimonial y su entorno.
Finalmente, quisiéramos añadir que creemos firmemente que el futuro del patrimonio arqueológico,
dentro y fuera del museo, está ligado al uso y valor que la sociedad le otorgue. Los vestigios del pasado pueden actuar como motor de cambio a la hora de aplicar métodos de enseñanza más acordes con las necesidades sociales del siglo xxi y que en la actual estructura del sistema educativo formal parecen difícilmente
abordables. La visita al museo, y por extensión a los yacimientos visitables, no puede ser una clase magistral
más. Debe ser un disfrute para la vista y debería serlo también para los demás sentidos. Debe despertar el
goce por el conocimiento a través de los restos del pasado, con el objetivo último de prepararnos para las
nuevas circunstancias que nos depara el futuro. ¿O acaso el conocimiento y la inteligencia no se orientan a
este fin?
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