Las fosas del franquismo: arqueología, antropología y memoria
Andrea Moreno Martín
Antonio Vizcaíno Estevan
Miguel Mezquida Fernández
Xurxo M. Ayán Vila
2023
Museu de Prehistòria de València , ISBN 978-84-7795-067-7 , 212 p.
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LAS FOSAS
DEL FRANQUISMO
ARQUEOLOGÍA,
ANTROPOLOGÍA Y MEMORIA
[page-n-5]
LAS FOSAS DEL FRANQUISMO.
ARQUEOLOGÍA, ANTROPOLOGÍA Y MEMORIA
De julio 2023 a abril 2024
DIPUTACIÓ DE VALÈNCIA
Presidente
Antoni Francesc Gaspar Ramos
Diputado del Área de Cultura
Xavier Rius i Torres
Diputado de Memoria Histórica
Ramiro Rivera Gracia
DELEGACIÓN DE MEMORIA HISTÓRICA
Jefe de la Delegación Memoria Histórica
Francisco Sanchis Moreno
Técnica de Memoria Histórica
Eva García Barambio
Técnica del archivo gráfico
María Jesús Blasco Sales
MUSEU DE PREHISTÒRIA DE VALÈNCIA / L’ETNO
Directora del Museu de Prehistòria de València
María Jesús de Pedro Michó
Jefe Unidad de Difusión, Didáctica y Exposiciones
del Museu de Prehistòria de València
Santiago Grau Gadea
Director de L’ETNO. Museu Valencià d’Etnologia
Joan Seguí Seguí
Unidad de Producción de Exposiciones de L’ETNO.
Museu Valencià d’Etnologia
Jose María Candela Guillén y Tono Herrero Giménez
Gestión administrativa
Ana Beltrán Olmos y Manolo Bayona Gimeno
Diseño imagen del proyecto «Las fosas del franquismo.
Arqueología, Antropología y Memoria»
La Mina Estudio
Basado en la obra artística de Dionisio Vacas de la Fosa 126
del cementerio de Paterna
Fotografía de la obra artística
Chisco Ferrer
Restauración de materiales
Laboratorio de Restauración del Museu de Prehistòria de
València: Trinidad Pasíes, Ramón Canal Roca y Janire
Múgica Mestanza. Con la colaboración del Institut
Universitari de Restauració del Patrimoni - Universitat
Politécnica de València: Mª Teresa Doménech Carbó, Jose
Antonio Madrid García, Pilar Bosch Roig, Sofía Vicente
Palomino, Mª Antonia Zalbidea Muñoz y del Departamento
de Química Analítica - Universitat de València: Antonio
Doménech Carbó
Laboratorio de Restauración de L’ETNO: Isabel Álvarez
Pérez y Gemma Candel Rodríguez. Con la colaboración
de: IVCR+i Institut Valencià de Conservació, Restauració
i Investigació: Gemma Contreras Zamorano, Mercè
Fernández y María José Cordón
Restauración textil: Carolina Mai Cervoraz, Núria Gil
Ortuño, Carlos Milla Mínguez y Albert Costa Ramon.
Control biológico y conservación preventiva: l’Institut
Universitari de Restauració del Patrimoni - Universitat
Politècnica de València: Pilar Bosch Roig
Programa actividades complementarias
Begonya Soler Mayor, Yolanda Fons Grau, Tono Vizcaíno
Estevan y Andrea Moreno Martín, Francesc Cabañés
Martínez, Ana Sebastián Alberola, Amparo Pons Cortell,
Albert Costa Ramon, Isabel Gadea Peiró, Mª José García
Hernandorena, Francisco Sanchis Moreno, Eva García
Barambio
Producción e instalación gráfica exterior
Simbols
Impresión del cartel y programa de actividades
Imprenta Diputació de València
PUBLICACIÓN
Autores y autoras
Eloy Ariza Jiménez, Xurxo M. Ayán Vila, Zira Box Varela,
Isabel Gadea Peiró, María José García Hernandorena,
Baltasar Garzón Real, Lourdes Herrasti Erlogorri, Aitzpea
Leizaola, María Laura Martín-Chiappe, Miguel Mezquida
Fernández, Andrea Moreno Martín, Carmen Pérez
González, Francisco Sanchis Moreno, Queralt Solé i Barjau,
Mauricio Valiente Ots, Tono Vizcaíno Estevan
Coordinación científica
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
María José García Hernandorena, Isabel Gadea Peiró,
Francisco Sanchis Moreno
Coordinación técnica
Eva Ferraz García
Diseño y maquetación
La Mina Estudio
Traducción y corrección valenciano castellano
Joaquín Abarca Pérez y Sarrià Masià. Serveis Lingüístics
Imágenes y fotografías
Eloy Ariza Jiménez-Asociación Científica
ArqueoAntro, Albert Costa Ramon. Colección
Memoria Democrática L’ETNO, Isabel Gadea Peiró,
María José García Hernadorena, Xurxo M. Ayán Vila,
[page-n-6]
Lourdes Herrasti Erlogorri, Sociedad de Ciencias Aranzadi,
Aitzpea Leizaola, María Laura Martín-Chiappe, Matías
Alonso, Bruno Rascão, Colección particular València,
Colección Familia Roig Tortosa, Familia Pastor, Familia
Chofre, Familia Gómez, Familia Coscollà, Familia Peiró,
Familia Pomares, Familia Gomar, Familia Llopis, Familia
Morató, Familia Alemany, Familia Miguel Cano y María
Navarrete, Ministerio de Cultura y Deporte - Centro
Documental de la Memoria Histórica, Agencia EFE,
Biblioteca Nacional de España
Impresión de la publicación
Printer Brok 2010 SL
ISBN: 978-84-7795-067-7
Depósito Legal: V-1084-2023
© de los textos: la autoría
© de las imágenes: la autoría, archivos y colecciones
© de la presente edición: Diputació de València, 2023
AGRADECIMIENTOS
A la Plataforma de Asociaciones de Familiares de Víctimas
del Franquismo de las Fosas Comunes de Paterna, a las
Asociaciones de Familiares de las fosas 21, 22, 81-82, 9192, 94, 95, 96, 100, 111, 112, 114, 115, 120, 126, 127, 128,
los nichos 43-44 y la Agrupación de familiares de Víctimas
del Franquismo de las Fosas Comunes del Cuadro II del
Cementerio Municipal de Paterna.
A Enrique Abad Aparicio, Llorenç Alapont, Dolores
Albuixech Domingo, Montserrat Alemany, Vicente Alemany
Morell, Magdalena Almiñana Solanes, Matías Alonso, Pedro
Luís Alonso, Mercedes y Jaime Amorós Gómez, Maruja
Badia, Amparo Belmonte Orts, Pepa Bonet, José Calafat
Ché, Paz Calduch, Lola Celda Lluesma, Rosana Copoví,
Amparo Cortelles Raga, Rosa Coscollá, Fernando Cotino,
Celia Chofre Rico,Rocío Díaz, Francisco De Paula Rozalén
Martínez, Mireia Doménech Alemany, Aure Escrivá Ferrer,
Joaquín Esparza Morell, Fina Ferre, Nati Ferrero, María
Frasquet, Palmira Flores Carreres, Palmira Ros, Sara Ros y
Geles Porta, Vicent Gabarda Cebellán, Daniel Galán Valero,
Iker García, Vicent García Devís, José García Martínez,
María Gómez, Salvador Gomar Pons, Carmen Gómez
Sales, Carlos y Amparo Gregori Berenguer, Tina Guillem
Cuesta, José Guirao Giner, Juan Guirao Ortuño, Josefina
Guzmán Navarro, Vicenta Juan, Amèlia Hernández Monzó,
Eva Mª Ibáñez Cano, Mª Rosa Iborra Gimeno, Charo
Laporta Pastor, Gloria Lacruz León, José Ignacio Lorenzo,
Concepción Llin Garcia, Pilar Lloris Macián, Mercedes
Llopis Escrivá, Paqui Llopis, Teresa Llopis Guixot, Ernesto
Manzanedo Llorente, Aurora Máñez, Matilde Martí Avi,
Sonia Martínez, María Asunción Martínez, Carolina
Martínez Murcia, José Ramón Melodio, Rafael Micó,
Silvia Mirasol Fortea, Laura Mollá, Paco Monzó y Toni
Monzó Ferrandis, Josep Joan Moral Armengou, Maria
Morató Torres, María Morió Gómez, José Vicente Muñiz y
Helena Aparicio, María Navarro Giménez, Miguel Navarro,
Óskar Navarro Pechuán, Mª Ángeles Navarro Perucho,
Vicente Olcina Ferrándiz, Roser Orero, Eduardo Ortuño
Cuallado, David Pastor, Josefa Peiró, Pepita Peiró, Vicenta
Pérez Martínez, Conchín Pia Navarro, Carmen Picó Monzó,
Juan Luis Pomares Almiñana, Eduardo Ramos, Jordi
Ramos, Raquel Ripoll Giménez, Verónica Roig Llorens,
María José y Charo Romero Ortí, Andrea Rubio, Benjamín
Ruiz Martí, Juan José Ruíz, Carmen Sanchis Bauset,
Mercedes Sanchis Bonora, Mª Carmen Sancho Albiach,
Pablo Sedeño Pacios, Núria Serentill y Julio Morellà, Laura
Simón, Saro Soriano Llin, Pilar Taberner Balaguer, Laura
Talens, Silvia Talens, Sergi Tarín Galán, Dionisio Vacas
Cosmo, Progreso Vañó Puerto, Fernando Vegas.
A ARFO-Asociación de Represaliados/das por el
Franquismo de Oliva, Ateneo Republicano de Paterna,
Museo de Cerámica de Paterna, Asociación Científica
ArqueoAntro, ATICS, PaleoLab, Museu Virtual de Quart de
Poblet, Cementerio Municipal de Paterna.
IN MEMORIAM DE TODAS LAS VÍCTIMAS DE LA
REPRESIÓN FRANQUISTA
[page-n-7]
MUSEU DE PREHISTÒRIA DE VALÈNCIA
Directora
María Jesús de Pedro Michó
Jefe de la Unidad de Difusión, Didáctica y Exposiciones
Santiago Grau Gadea
Exposición: Arqueología de la memoria. Las fosas de
Paterna
Comisariado
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan, Eloy Ariza
Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
Coordinación técnica
Eva Ferraz García y Santiago Grau Gadea
Proyecto museográfico
Rosa Bou Soler y Kumi Furió Yamano. LimoEstudio
Asesoramiento científico
Associación Científica ArqueoAntro
Coordinación montaje
Rosa Bou Soler, Kumi Furió Yamano, Eva Ferraz García, Laura
Fortea Cervera e Isabel Carbó Dolz
Registro y montaje de objetos
Begonya Soler Mayor y Ramón Canal Roca
Programa didáctico
Arantxa Jansen, Laura Fortea Cervera y Eva Ripollés Adelantado
Difusión y redes sociales
Begonya Soler Mayor, Lucrecia Centelles Fullana, Vanessa
Extrem Medrano y Francisco Pavón Tudela
Reportaje y cápsula informativa
Gala Font de Mora Martí
Diseño imagen de la exposición
Rosa Bou Soler y Kumi Furió Yamano. LimoEstudio
Traducción y corrección textos sala al valenciano y castellano
Sarrià Masià. Serveis Lingüístics
Traducción textos sala al inglés
Michael Maudsley
Traducción textos sala al italiano
Centro G. Leopardi
Traducción textos sala al francés
Christine Comiti
Familias e instituciones prestadoras de objetos exhumados
y familiares
Colección Memoria Democrática - L’ETNO y las asociaciones
de familiares de las fosas 21, 22, 81-82, 91-92, 94, 96, 100,
111, 112, 114, 115, 120, 126, 128, los nichos 43-44 y la fosa 2 del
segundo cuadrante.
Colecciones particulares de Enrique Abad Lahoz, Manuel
Amorós Aracil y María Sánchez Gomariz, Manuel Bauset
Tamarit, Juan Bautista Solanes, Miguel Cano y María Navarrete,
Daniel Galán Valero, Regino García Culebras, Manuel Baltasar
Hernández Sáez y Gracia Espí Roca, Pepita Iborra, Lacruz,
Salvador Lloris Épila, Manuel Lluesma Masia, Gregori Migoya,
Vicente Muñiz Campos, Mª Ángeles Navarro Perucho, José
Orts Alberto y Asunción Granell Martí, José Peiró Calabuig,
Conchín Pía Navarro, César Sancho de la Pasión, Carlos Talens y
de las familias Carreres Duato, Ché Soler, Gómez Sales, Monzó
Cruz, Morell Pérez, Murcia-Ródenas, Ortí-Fita, Picó Monzó,
Roig Tortosa, Taberner Giner y Vañó Puerto.
Personas e instituciones prestadoras de fondos
documentales y fotográficos
Archivo ABC; Archivo Vicaría de la Solidaridad. Museo de la
Memoria y los Derechos Humanos, Chile; Arxiu General i
Fotogràfic de la Diputació de València; Auschwitz- Birkenau
Memorial; Agencia EFE; Biblioteca Historicomèdica «Vicent
Peset Llorca» - Universitat de València; Biblioteca Nacional de
España; Biblioteca Valenciana Nicolau Primitiu. Fons Finezas;
Buchenwald Memorial Collection; Col·lecció particular Matías
Alonso; Colección particular Rosario Martínez Bernal; CRAI
Biblioteca Pavelló de la República - Universitat de Barcelona;
Dachau Concentration Camp Memorial Site; Fundación
Sancho el Sabio Fundazioa (Vitoria-Gasteiz). Fondo Sociedad
de Amigos de Laguardia; Fundación Biblioteca Manuel
Ruiz Luque. FBMRL; GrupoPaleolab® y UNDERBOX;
Mauthausen Memorial; Ministerio de Cultura y Deporte.
Centro Documental de la Memoria Histórica; Ministerio de
Defensa. Archivo General e Histórico de Defensa; Museo Sitio
de Memoria ESMA, Argentina; Museu Virtual de Quart de
Poblet; US National Archives at College Park. National Archives
and Records Administration.
Autores y autoras del fondo fotográfico
Eloy Ariza Jiménez, Paco Grau, Paloma Brinkmann, J. Cabrelles
Sigüenza, Santi Donaire, David Fernández, Maysun Visual
Artist, Bernhard Mühleder, Ahmed Jallanzo, Hermes Pato,
Joaquín Sanchis Serrano «Finezas», Pawel Sawicki y Nathalie
Valanchon.
© Stefan Müller-Naumann, Peter Hansen, Gervasio Sánchez,
Vicente Ballester, Wila, VEGAP. València. 2023
Autores y autoras de las ilustraciones
Flavita Banana, Manel Fontdevila, Eneko las Heras Leizaola,
Gema López «Kuroneko», José López «Lope», Ana Penyas,
Bernardo Vergara y Frente Viñetista. Asociación de humoristas
gráficos.
© Andrés Rábago «El Roto», VEGAP. València. 2023
Recursos audiovisuales
Genocidios y arqueología forense (audiovisual)
Guión: Eloy Ariza Jiménez, Andrea Moreno Martín
y Tono Vizcaíno Estevan
Edición y montaje: Alicia Alcantud y Pablo Vigil
Paterna, la memoria de la represión y de los crímenes de
postguerra (audiovisual)
Guión: Eloy Ariza Jiménez, Andrea Moreno Martín
y Tono Vizcaíno Estevan
Ilustraciones: Gema López «Kuroneko»
Fotografía y vídeo: Eloy Ariza Jiménez
Edición y montaje: Alicia Alcantud y Pablo Vigil
Los sonidos de una exhumación (paisaje sonoro)
Guión: Eloy Ariza Jiménez, Andrea Moreno Martín
y Tono Vizcaíno Estevan
[page-n-8]
Grabaciones: Eloy Ariza Jiménez
Edición y montaje: Marcos Bodi
Las voces de las familias (audio)
Guión, edición y montaje: Santi Donaire
Resiliencia al olvido (motion graphics)
Pieza artística: Guillem Casasús Xercavins
y Gerard Mallandrich Miret
Motion: Àlex Palazzi Corella
Edición: Joan Campà San José
Ejecución producción y montaje instalación
Rótulos Gallego & Burns S.L.
Carpintería paramentos: Sergio Carrero Melián
Pintura paramentos: Sebastián López
Suelo técnico: Pinazo Decoraciones
Enmarcado
Marc-Imatge
Transporte
Tti International Art Services
Imagen y sonido
Sonoidea
Seguros
Allianz
Organización y producción
Diputació de València - Museu de Prehistòria de València
L’ETNO-MUSEU VALENCIÀ D’ETNOLOGIA
Director
Joan Seguí Seguí
Unidad de Producción de Exposiciones
Jose María Candela Guillén y Tono Herrero Giménez
Exposición: 2.238 lugar de perpetración y memoria
Comisariado
Albert Costa Ramon, Isabel Gadea Peiró y María José García
Hernandorena
Proyecto museográfico
Estudio Eusebio López
Coordinación montaje
Jose María Candela Guillén, Albert Costa Ramon y Tono
Herrero Giménez
Programa didáctico
Sarah Juchnowicz Perlin y Sílvia Prades Moliner (Exdukere S.L)
Difusión y redes sociales
Francesc Cabañés Martínez, Ana Sebastián Alberola, Sandra
Sancho Ruiz
Diseño imagen
Estudio Eusebio López
Traducción y corrección textos sala al valenciano y castellano
Jose María Candela Guillén y Carles Penya-roja Martínez
Traducción textos sala al inglés
Robin Loxley
Fondos expuestos de objectos exhumados y familiares,
e instituciones prestadoras
Colección Memoria Democrática - L’ETNO, Familia de Juan
Ferrer Vázquez, Familia de Miguel Galán Domingo, Familia
de Salvador Gomar Noguera, Familia de Vicente Gómez Marí,
Familia de Blas Llopis Sendra, Familia de Salvador Llopis
Sendra, Familia de Vicente Martí Ruiz, Familia de Vicente Mollá
Pascual, Familia de José Morató Sendra, Familia de José Orts
Alberto, Familia Peiró Roger, Familia de Juan Luis Pomares
Bernabeu, Familia de Federico Rico Cabrera, Familia de Germán
Sanz Esteve, Familia de Basiliso Serrano Valero, Familia de
Mariana Torres Esquer, Familia de Vicente Guna Carbonell,
Familia de Joaquín Revert Gilabert, Familia de Daniel Simó
Biosca, Familia de Luis Ocaña Navarro, Familia de Vicente Mollá
Galiana.
Audiovisuales
Mujeres Rapadas
Guión: Isabel Gadea y Peiró, Mª José García Hernandorena
Fotografías: Archivo Art al Quadrat, Archivo Pura Peiró
Voz: Teresa Llopis
Edición y montaje: Pau Monteagudo Aguilar
Homenajes políticos
Fotografía y vídeo: Archivo Pep Pacheco, Archivo Sergi Tarín
y Óskar Navarro
Edición y montaje: Pau Monteagudo Aguilar
Primeras exhumaciones científicoforenses
Fragmento vídeo: “Dones de Novembre. Les fosses clandestines
del franquisme”
Guión y dirección: Óskar Navarro, Sergi Tarín
Fotografía: Antonio Arnau Iborra, Esther Albert Navarro
Música: Jorge Agut Barreda
Movimiento asociativo y nuevos rituales
Imágenes: Raúl Pérez López
Edición y montaje: Pau Monteagudo Aguilar
Creación sonora sonidos del cementerio de Paterna
Edu Comelles Allué
Colaboraciones artísticas Patio 3
Anaïs Florin, Judith Martínez Estrada
Elaboración azulejos cerámicos
Aacerámicas (Almàssera)
Ejecución producción y montaje instalación
Art i Clar, Sebastián López Valero
Soporte técnico
Unidad de Colecciones y Restauración
Jorge Cruz Orozco, Miguel Hernández Oleaque
y Pilar Payá Ferrando
Seguros
Allianz
Organización y producción
Diputació de València – L’ETNO
[page-n-9]
ARQUEOLOGÍA
17
35
Más allá de la exhumación:
arqueología y museos
para construir memoria
democrática
Arqueología de la
represión. La arqueología
forense en la exhumación
de las fosas de la Guerra
Civil y la posguerra.
Andrea Moreno Martín,
Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez
y Miguel Mezquida Fernández
Lourdes Herrasti Erlogorri
53
69
Historia de unos restos
desterrados
Esta arqueología será la
tumba del fascismo, o
no será. Sobre el papel
que puede y debe jugar la
arqueología comunitaria
en las fosas comunes del
franquismo
Queralt Solé i Barjau
Xurxo M. Ayán Vila
ANTROPOLOGÍA
91
113
¿Dónde habita la
memoria?
Objetos y memorias:
la dimensión material de
las fosas
Maria-José García Hernandorena
e Isabel Gadea i Peiró
Zira Box Varela
[page-n-10]
127
145
Pasado, presente y futuro
de los objetos de las fosas
comunes
Mirar Paterna para
revisitar el proceso
de exhumaciones
contemporáneo:
posibilidades y tensiones
en las luchas por la(s)
memoria(s)
Aitzpea Leizaola
María Laura Martín-Chiappe
MEMORIA DEMOCRÁTICA
165
175
Fosas y memoria
democrática
El derecho a la verdad
ante las violaciones de
los derechos humanos
durante el franquismo
Francisco J. Sanchis Moreno
Mauricio Valiente Ots
189
201
Lo primero, las víctimas.
Principio de justicia
Derecho internacional,
reparación y memoria
democrática: el caso de
España
Baltasar Garzón Real
Carmen Pérez González
[page-n-11]
[page-n-12]
11
Toni Gaspar
PRESIDENTE DE LA DIPUTACIÓ DE VALÈNCIA
La historia que no se escribe prescribe. Puede sonar a un simple
eslogan publicitario, pero creo que la frase la podemos elevar a la
categoría de intención política, de principio colectivo de un pueblo,
de obligación moral de sociedades libres. Recuperar lo silenciado,
hablar de lo que no se podía hablar y reconocer lo que no se quiso que
se conociera. Eso es memoria histórica.
La Diputació de València tiene la satisfacción de haberse erigido durante los últimos años como un referente institucional en la
recuperación de recuerdos, testimonios y cuerpos de personas perseguidas y fusiladas por sus convicciones o simplemente por no ser
partícipes de un régimen antidemocrático y represor.
Han sido 35 fosas comunes intervenidas, exhumando más de
1 200 víctimas y destinando más de 8 millones de euros para ayudas
a colectivos, asociaciones y ayuntamientos en seis años, en los que el
área de Memoria Histórica de la Diputación de Valencia ha permitido
de manera ejemplar ayudar a que no prescriba la memoria y la dignidad de cientos de familias.
Este es el camino. Conseguir acallar la ideología de la desmemoria con iniciativas y presupuestos, desde instituciones y asociaciones
comprometidas con un trabajo tan necesario para la justicia histórica
de un pueblo.
Agradezco el trabajo de todos los profesionales de diferentes disciplinas que nos han ayudado en esta labor de recuperación e identificación de cientos de desaparecidos durante la dictadura franquista.
Gracias también a las personas que desde la Diputació de València
han permitido lo conseguido. Seguiremos en esta dignificante dirección, con la absoluta convicción de que para vivir la vida hay que mirar
hacia adelante, pero para entenderla hay que mirar hacia atrás.
[page-n-13]
ARQUEO
[page-n-14]
13
OLOGÍA
17
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para
construir memoria democrática
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan, Eloy Ariza Jiménez
y Miguel Mezquida Fernández
35
Arqueología de la represión. La arqueología forense en la
exhumación de las fosas de la Guerra Civil y la posguerra.
Lourdes Herrasti Erlogorri
53
Historia de unos restos desterrados
Queralt Solé i Barjau
69
Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será.
Sobre el papel que puede y debe jugar la arqueología
comunitaria en las fosas comunes del franquismo
Xurxo M. Ayán Vila
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14
Reverso y anverso de una fotografía con despedida
Vicente Mollá Galiana, fosa 94. Paterna
Colección familia Mollá Galiana
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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15
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Dominó de barro
Salvador Lloris Épila, fosa 21. Paterna
Colección familia de Salvador Lloris Épila
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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17
Más allá de la exhumación:
arqueología y museos para
construir memoria democrática
Andrea Moreno Martín,
Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez
y Miguel Mezquida Fernández
EQUIPO DE COMISARIADO DE LA EXPOSICIÓN
«ARQUEOLOGÍA DE LA MEMORIA. LAS FOSAS DE PATERNA»
[page-n-19]
18
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
«Con pulso sereno y la conciencia muy tranquila, escribo mis últimas letras porque dentro de unas horas habré dejado de existir.
Me van a ejecutar».
Bautista Vañó Sirera, 15 de julio de 1939.
El 15 de julio de 1939, Bautista Vañó Sirera fue fusilado en el muro
del Terrer de Paterna. El Estado franquista lo acusó de adhesión a la
rebelión y, mediante un juicio sumarísimo en el que no tuvo ningún
tipo de defensa legal ni jurídica, un tribunal militar lo condenó a
muerte. Bautista había nacido en 1898 en Bocairent. Estaba casado y
era padre de cuatro hijos. Se ganaba la vida como tejedor. Por lo que
sabemos a través de sus descendientes, fue una persona comprometida con la cultura y la política de su pueblo y de su tiempo: publicaba
–bajo el pseudónimo de «Progreso»– artículos sobre cuestiones sociales y políticas, participaba de la actividad de la Sociedad Amanecer
y formó parte del Comité Ejecutivo Popular de Bocairent durante la
Guerra Civil española. Su filiación anarquista, vinculada a la CNT y
la FAI, y su militancia por un mundo y una sociedad más justos y más
libres, fueron para la dictadura argumentos más que suficientes para
asesinarlo.
El caso de Bautista no es único. Como él, miles de hombres y
mujeres fueron víctimas de la violencia estructural y sistemática que
practicó el franquismo1. Solo en Paterna, al menos 2 2372 personas
fueron fusiladas entre 1939 y 1956. Sus cuerpos fueron lanzados sin
contemplaciones a fosas comunes, que se cuentan por miles en el
Estado español. Estos asesinatos pretendían la aniquilación física
de la disidencia y, más allá de la muerte, impusieron el terror y una
política de Estado para silenciar y borrar las vidas de estas personas y
los ideales que defendían.
Muchos de estos cuerpos permanecen, todavía hoy, en el subsuelo. La cruda realidad es que buena parte de las fosas en el territorio
español continúan a la espera de ser localizadas y exhumadas. Es más,
algunas nunca podrán ser excavadas porque han sido destruidas o
porque se ha construido encima de ellas.
Abrir la tierra se convierte, en su radicalidad y con todo su potencial simbólico, en el desencadenante de un proceso complejo pero
necesario, que recupera cuerpos y memorias, rompe silencios, afronta
traumas, genera conflictos… pero supone, sobre todo, una oportunidad de hacer justicia y pensar escenarios de reparación individual y
colectiva. En este proceso, la arqueología juega un papel primordial.
No en balde, es la metodología arqueológica la que permite localizar,
exhumar, identificar, analizar e interpretar con rigor científico los
restos materiales que se conservan a las fosas3.
1
Las cifras en el Estado
español, según Francisco
Espinosa (2021, pp.
103-110), alcanzan las
49 426 personas víctimas
de la violencia de la
retaguardia y 140 159 de
la violencia franquista. En
el País Valenciano, Vicent
Gabarda (2020, pp. 20-21)
contabiliza 6 415 y 6 386
respectivamente.
2
A pesar de que la cifra más
difundida recientemente
es la de 2 238 personas
fusiladas, no hemos
podido corroborar con
datos concluyentes la
identidad de una persona,
que permanecería todavía
pendiente de confirmación como víctima de la
represión de posguerra.
Por eso en este texto
optamos para mencionar
que al menos fueron asesinadas 2 237 personas,
de las cuales sí se conoce
el nombre, apellidos y la
fecha de fusilamiento a
partir de los estudios de
Vicent Gabarda (2020).
3
Como actuación arqueológica, está sometida a los
regímenes de autorizaciones de la Conselleria
de Cultura i Patrimoni
(Ley 4/1998 y Decreto
107/2017) y enmarcada
en la normativa de
memoria democrática
(Ley 14/2017 y Decreto
1/2023). Las exhumaciones en el Estado español
cuentan con el Protocolo
de actuación en exhumaciones de víctimas de la
Guerra Civil y la dictadura
(Orden PRE/2568/2011).
[page-n-20]
19
Botella de vidrio documentada junto al cuerpo
de César Sancho de la
Pasión durante la exhumación de la fosa común.
(Fotografía: Eloy Ariza
- Associació Científica
ArqueoAntro, Fosa 120
del cementerio municipal
de Paterna).
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
Conforman este registro arqueológico los restos humanos de
las personas represaliadas, así como todos los elementos materiales asociados al momento de su muerte: desde los objetos más
personales (ropa, zapatos, botones, anillos, lápices, gafas, medallitas), pasando por las pruebas materiales de los crímenes (proyectiles, vainas de fusil, cuerdas para atar las manos), hasta algunas
evidencias del recuerdo y duelo de las familias (ramos de flores,
botellitas con notas manuscritas, azulejos con los datos personales
de la víctima a modo de memoriales). Ahora bien, más allá de los
objetos importa entender dónde y cómo aparecen, con el propósito de reconstruir los acontecimientos y estudiar el valor (simbólico, histórico, científico, social, personal) que los rodea. Porque la
interpretación científica de esta cultura material se tiene que basar,
necesariamente, en el contexto espacial donde se recupera.
Frente a lo que mucha gente puede pensar, la arqueología no
busca vaciar el subsuelo para recuperar objetos, sino que, como
ciencia social, estudia estos objetos –y sus contextos– para conocer a las personas que hay detrás, sean de sociedades remotas o
del pasado reciente. En el caso concreto de las fosas comunes, al
contexto espacial se añade una nueva dimensión que resulta esencial: la forense. Dado que se trata de procedimientos que aspiran
[page-n-21]
20
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
a la localización, identificación y recuperación de personas desaparecidas de manera forzosa y víctimas de vulneración de derechos
humanos, la arqueología incorpora protocolos específicos y equipos
interdisciplinarios procedentes de la antropología –tanto física como
social y cultural–, la medicina forense, la historia, la sociología, la psicología o el derecho, entre otros. Es la llamada arqueología forense4,
mediante la que no solo se pretende esclarecer los crímenes de lesa
humanidad, sino también entender los procesos de construcción de
la memoria sobre estos hechos, pensar los mecanismos para afrontar
el trauma y la gestión de los conflictos en la esfera familiar y pública,
e invitar a la generación de espacios de reflexión y debate. Si bien ni la
labor de la arqueología ni de cualquier otra disciplina puede asegurar
que no se vuelvan a repetir los crímenes, al menos sí ofrece herramientas para reflexionar, con el propósito de contribuir a la sensibilización
y la concienciación de la ciudadanía.
4
Hay que puntualizar que
la arqueología forense se
asocia a ámbitos periciales
relacionados con la
antropología forense,
la medicina legal y el
derecho humanitario y
que, por lo tanto, se diferencia de la arqueología
funeraria, cuya finalidad
es el estudio de la muerte
(rituales, enterramientos,
restos asociados) para
analizar esas prácticas en
las sociedades humanas
desde un punto de vista
social y cultural.
Las familias son un agente
clave en los procesos de
exhumación y muchas
veces acompañan a
equipos técnicos a pie de
fosa. Pepita Peiró ante la
fosa donde se encontraba
su padre (Fotografía: Eloy
Ariza - Associació Científica ArqueoAntro, Fosa 112
del cementerio municipal
de Paterna).
La finalidad de la arqueología es, pues, construir y difundir el
conocimiento del pasado –un pasado que empieza ayer–, pero desde
un firme compromiso con las realidades del presente. Precisamente,
la temporalidad no limita la práctica de la arqueología, que metodológica y epistemológicamente se puede aplicar a cualquier contexto
cronológico. Esto supone que, en cronologías contemporáneas, la
investigación arqueológica también tiene acceso a fuentes de otra naturaleza que resultan cruciales, como por ejemplo los testigos orales, la
documentación histórica o los archivos personales.
[page-n-22]
21
Pepita Peiró sosteniendo
la fotografía de sus
familiares el Día de Todos
los Santos, mientras visitaban la fosa de su padre,
José Peiró. (Fotografía:
Eloy Ariza, Fosa 112 del
cementerio municipal de
Paterna).
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
Es en el marco de esta arqueología de la contemporaneidad
donde cobra sentido la arqueología forense. Desgraciadamente, en
el Estado español todavía es una subdisciplina incipiente. A pesar de
que en las dos últimas décadas algunas administraciones han trabajado por el fomento de las políticas públicas de memoria –sobre todo
a través de la financiación de las exhumaciones– y que la memoria
histórica ha logrado cierta presencia mediática y pública, todavía
estamos lejos de conseguir la efectividad y el compromiso por la
tríada «verdad, justicia y reparación». Cuando menos en un plano
institucional, porque la realidad es que las asociaciones ciudadanas
que conforman el movimiento memorialista llevan décadas reivindicando estos derechos desde la militancia. Es más, las familias no
han dejado nunca de tener presentes a sus desaparecidos, y han sido
desde el inicio las verdaderas impulsoras de estos procesos. Algunas, incluso, desde el mismo momento del fusilamiento. Solo así se
entiende como, a pesar del control y la represión franquista, la transmisión de las memorias en la esfera privada ha permitido que muchas
de las vidas y las historias de las personas represaliadas hayan llegado
hasta la actualidad.
[page-n-23]
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
Pensemos, de nuevo, en la historia de Bautista Vañó Sirera. Unas
horas antes del fusilamiento, y plenamente consciente del crimen que
iban a cometer contra él, escribe sus últimas palabras en una carta de
despedida. La misiva lo expresa con contundencia: «en unas horas
habré dejado de existir». Aquel 15 de julio de 1939, en efecto, le arrebataron la vida. Pero, a pesar de su pérdida, en puridad nunca dejó de
existir, porque Magdalena Puerto Mora, su mujer, mantuvo vivo su
recuerdo y transmitió su memoria como herencia a sus hijos, quienes
todavía la mantienen y transmiten.
Esta ha sido la manera en la que normalmente se ha preservado,
en el ámbito familiar, la memoria de las personas fusiladas y desaparecidas, donde las mujeres siempre han jugado el papel protagonista
(Moreno, 2018; García y Gadea, 2021). Una práctica de resistencia
–la de no olvidar, hablar y contar– que durante la dictadura fue un mecanismo de supervivencia en privado, y que en democracia se cronificó como ritual íntimo, resultado de la estigmatización y la falta de
reconocimiento público. Solo recientemente estas historias familiares han empezado a ser escuchadas con atención y a formar parte de
la dimensión pública de la memoria, que no puede ser más que una
pluralidad de memorias. Es la denominada «memoria democrática»,
entendida como una memoria construida desde la coparticipación
de las instituciones, el ámbito profesional y la sociedad civil (Baldó,
2021). Porque la memoria, según la entendemos, es un derecho que
tiene que traspasar la esfera privada y asumir significado para el conjunto de la ciudadanía.
En esta reconceptualización semántica, la arqueología tiene
muchas cosas que decir. Huyendo, de nuevo, de los estereotipos más
arraigados, la arqueología no se limita a enunciar el tiempo pretérito
–sea reciente o remoto–, sino que también se conjuga en presente y
futuro, al entender que con el conocimiento del pasado y de su materialidad –el patrimonio– podemos pensar y transformar nuestra
realidad y la que está por venir. Esto es, al menos, lo que se defiende
desde corrientes como la arqueología pública, que propone un cambio
de perspectiva con implicaciones ontológicas: situar a las personas del
presente como verdaderos protagonistas.
Esta manera de entender la arqueología, junto con el conocimiento de la complejidad del trabajo en las fosas comunes del
franquismo y la necesidad de enriquecer el debate público sobre la
memoria democrática, conforman la piedra angular del proyecto
expositivo «Arqueología de la memoria. Las fosas de Paterna».
La propuesta parte del trabajo de investigación desarrollado por
la Asociación Científica ArqueoAntro en el cementerio municipal de
Paterna. Ya hace más de una década que la asociación trabaja por la
22
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23
5
La saponificación
cadavérica es un proceso
inducido por un alto
nivel de humedad en el
subsuelo que favorece la
conservación del cuerpo
a partir de un proceso de
cambio químico que afecta a la grasa corporal, que
se transforma, a través de
la hidrólisis, en un compuesto parecido a la cera
o el jabón. En Paterna, la
saponificación se ha documentado en varias fosas, a
profundidades superiores
a los cuatro metros, y ha
permitido la preservación
excepcional tanto de
restos antropológicos
como de la indumentaria
y un variado conjunto
de evidencias materiales
(Moreno et al., 2021).
6
Gracias particularmente
a todas y cada una de las
personas, familias y asociaciones que participan y
nos han acompañado en
este proyecto expositivo,
por su siempre entusiasta
predisposición, por el
cuidado y cariño con que
hilaron las historias alrededor de sus objetos familiares y por su confianza
en nosotros a la hora de
compartir sus recuerdos y
memorias más íntimos
y personales y permitirnos contarlos.
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
recuperación e identificación de víctimas de la guerra y la dictadura
franquista en diferentes puntos del Estado español, en especial en el
País Valenciano (Díaz-Ramoneda, et al., 2021; Mezquida, et al., 2021;
Moreno et al., 2021). En Paterna, entre 2017 y 2023 han exhumado
más de veinte fosas. En paralelo al trabajo de campo, ArqueoAntro
ha llevado a cabo una importante labor de difusión mediante publicaciones, conferencias, cursos, visitas comentadas y exposiciones.
De hecho, ya en 2018 colaboró en la exposición «Prietas las filas. Vida
cotidiana y franquismo» en l’ETNO, donde fueron expuestos por
primera vez algunos materiales exhumados en Paterna (Moreno y
Candela, 2018).
Con estos precedentes, a finales de 2019 nace la propuesta del
actual proyecto expositivo, que no es sino la respuesta a una necesidad: tratar de manera monográfica la cultura material exhumada a
las fosas del cementerio municipal de Paterna desde una perspectiva
arqueológica. Y hacerlo con un planteamiento integral que explique
y contextualice el proceso científico de exhumación, y que presente
la singularidad de Paterna en varios ámbitos: como lugar de memoria desde la posguerra, como espacio de barbarie y horror por la
cantidad de víctimas y el uso intensivo del cementerio como campo
de fosas, y como caso excepcional en términos de conservación, con
ejemplos de saponificación5 que han preservado los restos de manera
extraordinaria.
Conscientes de los múltiples retos que planteaba el proyecto,
se decidió conformar un equipo interdisciplinario de comisariado,
con personal experto en procesos de exhumación, en gestión del
patrimonio y políticas públicas de memoria, así como en divulgación
y museos. Además, se ha contado con la colaboración otros especialistas procedentes del ámbito del fotoperiodismo, el arte y el diseño.
Y, sobre todo, se tiene que destacar la inestimable implicación de las
familias de las personas represaliadas, que en un ejercicio de enorme
generosidad y compromiso han cedido temporalmente algunos
objetos que conservan en casa en recuerdo de sus familiares desaparecidos (fotografías, cartas, objetos personales) y han dado consentimiento para exponer objetos exhumados, arropándolos de sentido y
afectividad con sus relatos personales. Un proceso que ha sido posible gracias a la existencia de una complicidad previa entre el equipo
técnico y las familias, a raíz de los años de trabajo y encuentro a pie de
fosa. A todas ellas reiteramos nuestro más sincero agradecimiento6.
Dada la naturaleza arqueológica de la propuesta, el equipo de
comisariado consideró que la institución idónea para acoger la exposición era el Museu de Prehistòria de la Diputació de València. Se trata,
en efecto, de un centro de referencia para la arqueología valenciana
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24
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
y española, y su proximidad geográfica a Paterna fortalecía el sentido
de la elección. Aun así, el proyecto planteaba un importante reto para
el museo, puesto que no hay prácticamente precedentes expositivos
en el tratamiento integral del papel de la arqueología en la construcción de la memoria vinculada a las fosas comunes del franquismo, ni
tampoco iniciativas donde la cultura material exhumada se convierta
en el corazón del discurso expositivo. Por eso es importante reconocer el posicionamiento decidido del museo con la propuesta7.
Con todo, la puesta en marcha del proyecto ha tenido en mente
tres objetivos principales. En primer lugar, pensar la exposición
como un homenaje y un reconocimiento público a las víctimas de la
represión franquista y a sus familias, así como a los colectivos y personas que, desde hace décadas, reivindican y luchan por su memoria.
En segundo lugar, visibilizar la aportación de las disciplinas científicas y los equipos técnicos, que permiten que los procesos de exhumación de las fosas, de identificación de las personas represaliadas y de
recuperación de sus historias de vida, se desarrollen con rigor científico, ética y humanidad. Y, en tercer lugar, establecer un diálogo con
la ciudadanía sobre la necesidad de las políticas públicas de memoria,
para abordar los traumas del pasado, sensibilizar a la opinión pública
y poner sobre la mesa los retos de futuro.
7
«Arqueología de la
memoria. Las fosas de
Paterna» es posible gracias a la apuesta valiente y
al compromiso de María
Jesús de Pedro, directora
del Museu de Prehistòria,
y de Santiago Grau, jefe
de la Unidad de Difusión,
Didáctica y Exposiciones,
así como a la implicación de conservadoras
y personal técnico: Eva
Ferraz, Begoña Soler,
Ramon Canal, Trinidad
Pasíes y Janire Múgica.
Su labor en el ámbito de
la gestión, la restauración
y la museografía, además
de las enriquecedoras
aportaciones que surgían
en el marco de sesiones
de trabajo y conversaciones informales, han sido
fundamentales para el
desarrollo del proyecto.
[page-n-26]
25
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
Carolina Martínez, nieta
de José Manuel Murcia
Martínez (Fosa 94,
cementerio municipal
de Paterna) durante el
proceso de cesión de objetos para la exposición.
(Fotografía: Eloy Ariza,
Museu de Prehistòria de
València).
Renderización de la expo
sición «Arqueología de
la memoria. Las fosas
de Paterna» del Museu de
Prehistòria de València.
(Diseño: Rosa Bou y Kumi
Furió).
La exposición se estructura en cinco grandes espacios, a través de
los cuales se articula un viaje que transita, de manera intermitente,
entre el presente y el pasado. El punto de partida es la reivindicación
del papel de la arqueología en el estudio de la contemporaneidad,
en particular en el ámbito de los conflictos y los episodios traumáticos a escala mundial durante los siglos xx y xxi. Este marco nos
permite situar nuestro caso de estudio en el contexto internacional
de los derechos humanos, y conectar con los principios de la arqueología forense como crucial aportadora de las pruebas periciales de
los crímenes. Desde aquí, iniciamos un primer viaje al pasado con el
[page-n-27]
26
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
propósito de contextualizar históricamente la realidad ideológica,
política y social de la posguerra en la cual tuvieron lugar los crímenes
del franquismo8, y donde se define claramente la dualidad entre los
victimarios o perpetradores y las víctimas.
Seguidamente, se presenta el cementerio municipal de Paterna
y el muro del Terrer como conjunto singular de esa represión. La
explicación discurre en un sentido diacrónico, entendiendo este
cementerio como un espacio de violencia en el pasado, pero también de memoria y resistencia, que continúa resignificándose en el
presente. En este fluir temporal, donde se insertan las familias de
las personas desaparecidas, el movimiento memorialista y las administraciones públicas, también hacen acto de presencia los equipos
técnicos. Se aprovecha entonces para explicar los procedimientos
científicos y la pluridisciplinariedad inherentes a la exhumación de
las fosas comunes en la actualidad.
8
Con la recuperación de los restos humanos y los objetos asociados viajamos, de nuevo, al pasado, para hablar de las personas que
fueron asesinadas y lanzadas a las fosas. Este espacio constituye el
verdadero corazón de la exposición. Se plantea como un cara a cara
entre los objetos exhumados y los objetos familiares, los cuales, en
conjunto, ayudan a reconstruir el contexto sociopolítico y los vínculos
Acto de la Plataforma
de Asociaciones de
Familiares de Víctimas del
Franquismo de las Fosas
Comunes de Paterna
(Fotografía: Eloy Ariza,
cementerio municipal de
Paterna, 2018).
Nuestra propuesta expositiva se circunscribe a los
crímenes de posguerra, es
decir, los que se perpetran
a partir del final –retórico– de la guerra, el 1 de
abril de 1939. Aun así, la
represión franquista se
alarga hasta la muerte del
dictador Francisco Franco
en 1975, cuando el régimen llega –cuando menos,
oficialmente– a su fin.
Conviene no olvidar que la
violencia y la represión van
más allá del asesinato, y se
manifestaron en muchas
esferas de la vida cotidiana
(Rodrigo, 2008).
[page-n-28]
27
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
que se tejían entre dentro y fuera de la prisión, y entre dentro y fuera
de la fosa. Los materiales exhumados testimonian la precariedad de
la vida carcelaria y de la muerte violenta, pero también nos hablan
de las identidades personales y de las estrategias de resistencia. Por
su parte, los objetos familiares, acompañados de los relatos de las
personas que los custodian, ayudan a poner nombre y a reconstruir
los proyectos personales y políticos arrollados por la dictadura. Unos
y otros constituyen los elementos a partir de los cuales se articula la
memoria.
Los relatos familiares nos devuelven, así, al presente, para conectar con el último apartado de la exposición, concebido como un
espacio abierto para la reflexión en clave individual y colectiva sobre
los hechos históricos y cómo se construye la memoria. El recorrido
se cierra con un homenaje final, donde se proyectan los nombres de
todas las personas fusiladas en Paterna entre 1939 y 1956.
Además de la exposición en sala, la propuesta incluye una pequeña muestra en el patio del museo, dedicada a la representación
de las fosas del franquismo en viñetas e ilustraciones. Se trata de un
recurso complementario, pensado especialmente para las actividades
didácticas programadas por el museo con motivo de la exposición.
En la concepción global del proyecto, y entendiendo la función
comunicativa de la exposición y del museo, también nos parecía
importante contar en este volumen con las aportaciones de especialistas que trabajan y militan, desde la arqueología, en el ámbito de la
memoria histórica en diferentes puntos del Estado español. Queralt
Solé, del Departamento de Historia y Arqueología de la Universitat
de Barcelona, aborda en «Historia de unos restos desterrados» la contextualización histórica de la violencia en la retaguardia republicana
y la violencia golpista en el marco de la Guerra de España. Entender
los motivos de la muerte y el tratamiento de los muertos durante la
guerra y la inmediata posguerra es indispensable para comprender las
formas en las que aparecen los restos humanos en las exhumaciones
en el Estado español. Precisamente, Lourdes Herrasti, del Departamento de Antropología de la Sociedad de Ciencias Aranzadi (País
Vasco), incide en las metodologías y las herramientas de la arqueología forense en su texto «Arqueología de la Memoria: la Arqueología
forense aplicada a las fosas de la Guerra Civil y la posguerra». Unos
procedimientos que siempre tienen en mente documentar y obtener
toda la información necesaria para restituir la identidad y la memoria
de las personas asesinadas. Hablar de memoria e identidad remite,
inevitablemente, a la actuación de las familias de los desaparecidos, y
también a la necesidad de facilitar espacios para restituir la verdad de
los crímenes y afrontar el trauma. Así, a partir del contexto gallego,
[page-n-29]
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
28
Xurxo M. Ayán Vila, del Instituto de Historia Contemporánea de la
Universidad Nueva de Lisboa, defiende la función terapéutica, mnemotécnica, didáctica y política de la arqueología comunitaria con su
contribución «Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será.
Sobre el papel que puede y tiene que jugar la arqueología comunitaria
en las fosas del franquismo». Las voces de Xurxo, Lourdes y Queralt
contribuyen, en esta publicación, a reflejar la pluralidad de modos de
pensar y la transversalidad a la hora de aplicar la mirada arqueológica
en un tema de estudio que resulta muy complejo.
De hecho, comentábamos anteriormente que este proyecto ha
planteado múltiples retos. El más profundo de todos es, sin duda, el
carácter extremadamente sensible y sobrecogedor de la temática y de
la cultura material que lo acompaña. Los objetos expuestos, tanto los
exhumados como los familiares, son sensibles en muchos sentidos.
Son sensibles porque constituyen evidencias forenses, a diferencia
de otros materiales conservados en un museo arqueológico. Son
sensibles, a menudo, por su estado de conservación. Son sensibles
también porque apelan a un pasado incómodo. Y sobre todo son
sensibles porque encarnan un incalculable valor emocional para las
familias de las víctimas.
Colgante artesanal
elaborado en la prisión
por Vicente Roig, fusilado
en Paterna, para su hijo.
(Fotografía: Eloy Ariza,
Colección Familia Roig
Tortosa).
[page-n-30]
29
9
La materialización
museográfica de estos
principios ha sido posible
gracias al trabajo de Rosa
Bou y Kumi Furió, las
diseñadoras de la exposición, las cuales han respetado escrupulosamente
nuestros posicionamientos y han dado respuesta
a nuestras inquietudes
con una profesionalidad
exquisita. También a ellas
queremos mostrar nuestro
agradecimiento.
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
El carácter sensible de estos objetos y relatos ha condicionado
por completo el enfoque museológico y museográfico del proyecto.
Siguiendo los postulados de la museología crítica, entendemos el
museo como un espacio de negociación y conflicto, donde se tiene
que fomentar la reflexión y el diálogo en un sentido multidireccional, abandonando la idea de una verdad única emanada desde la
institución. Al abrirse y dejarse atravesar por su contexto, el museo
puede convertirse en un espacio seguro donde hablar de temas complejos, de conflictos y controversias. Por eso ha sido tan importante
contar con diferentes voces procedentes del ámbito profesional,
del movimiento memorialista y de las familias. Y también por eso
hemos querido pensar la exposición como un ejercicio de experimentación sobre el potencial de los museos para abordar la memoria
del pasado traumático de una manera crítica y reflexiva (Arnold-de
Simine, 2013).
Desde estos planteamientos, considerábamos indispensable establecer una serie de líneas rojas a la hora de concebir y diseñar la exposición9. Tres grandes líneas rojas que, con sus derivaciones específicas,
han acabado constituyendo un tipo de hoja de ruta que nos ha guiado
a lo largo de todo el proceso.
Como punto de partida, teníamos la voluntad explícita de no caer
ni en la espectacularización ni en la banalización del objeto de estudio, ante una creciente demanda que conlleva una clara sobreexplotación mediática y ciertas distorsiones en el tratamiento de este tema
(Aguilar Fernández, 2008; Vinyes, 2011; Cadenas Cañón, 2019).
Los restos expuestos requieren una contextualización científica y un
tratamiento expositivo específicos para evitar su cosificación y fetichización o, incluso, su sacralización. Hay que armonizar la difusión
en favor de un uso social y público con el respeto a los bienes y a sus
portadores. Por otro lado, desde el primer momento descartamos
la exhibición de restos humanos, una práctica muy extendida en las
exposiciones arqueológicas sobre otras épocas y culturas. Incluso
en el uso del material fotográfico, donde se ha limitado su representación a los casos en los que se hacía necesaria la presencia explícita
de los restos humanos en la fosa para ilustrar el proceso científico de
exhumación, evidenciar la práctica sistemática de asesinatos masivos
y mostrar la caracterización de las estremecedoras fosas pozo de Paterna. No se trata, en ningún caso, de edulcorar la dureza de una realidad cruenta y traumática, sino de evitar la morbosidad y garantizar
el respeto a las víctimas y las familias, muchas de las cuales atraviesan
procesos de duelo todavía abiertos. Los cuerpos de las víctimas no están en la exposición, pero su presencia es obvia y consustancial a través de los objetos y sus historias de vida, ya de por sí suficientemente
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Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
sobrecogedoras; del mismo modo, su muerte se explica como crimen
desde el inicio del discurso expositivo. El reto está en conseguir agitar
sin perturbar, conmover sin ser lacrimoso, provocar la incomodidad
–desde el respeto– sin generar indisposición.
En segundo lugar, y desde el punto vista del relato, hemos considerado oportuno huir de las cuantificaciones. Es cierto que las cifras
y las estadísticas son necesarias en los estudios científicos, puesto que
ayudan a reconstruir los hechos con datos empíricos. También en los
medios de comunicación y en los discursos políticos es habitual recurrir a los números y recuentos, porque resultan impactantes y fáciles
de entender: tantas fosas exhumadas, tantas personas identificadas.
Pero la realidad es que poner el foco en las cifras puede contribuir a
deshumanizar el relato, al invisibilizar los nombres y las historias de
vida, con riesgo de convertir a las personas fusiladas en una masa homogénea de víctimas, en un simple número. En este mismo sentido,
hemos ceñido el uso del concepto «víctima» al contexto jurídico, al
entender que es un término que anonimiza, define la identidad de la
persona por el momento final de su vida –una condición que, además,
no es elegida, sino impuesta– y genera cierta condescendencia social
(Rodrigo, 2008).
30
Antropólogas analizando
el hacinamiento de cuerpos en una fosa común,
previamente al inicio de
su exhumación. (Fotografía: Eloy Ariza - Associació
Científica ArqueoAntro,
Fosa 112 del cementerio
municipal de Paterna).
[page-n-32]
31
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
Consuelo Pérez Fenollar
con la foto de su padre,
Rafael Pérez Fuentes,
fusilado en Paterna.
(Fotografía: Eloy Ariza
- Associació Científica
ArqueoAntro, Fosa 22 del
cementerio municipal de
Paterna).
En contraste con ello, hemos tratado de emplear términos alternativos (el genérico «personas», acompañado de adjetivos como
«asesinadas», «fusiladas», «represaliadas», etc.) y, sobre todo, visibilizar los nombres personales allá donde fuera posible. De hecho,
uno de los metarrelatos que hilvanan el discurso de la exposición es
el tránsito del anonimato a la personalización: de las cajas de cartón
para albergar restos humanos y el uso de términos científicos como
«individuo» o «unidad forense», progresivamente se define la identidad de las personas –a través del ADN, de los objetos personales,
de las historias familiares– hasta llegar al punto de ponerles nombre
y apellidos. La exposición, no en balde, culmina con el memorial
efímero Resiliencia al olvido10 y con un libro donde se pueden consultar
los datos de todas las personas fusiladas por el franquismo en Paterna, pensando en la posibilidad de desencadenar nuevos procesos
de búsqueda por parte de familias que no disponen de información o
desconocen que tienen familiares desaparecidos.
En tercer lugar, la necesidad de humanizar el relato nos ha llevado también a repensar la manera de exponer los objetos. Frente al
habitual muestrario taxonómico de los museos arqueológicos, donde
los objetos suelen aparecer clasificados a modo de inventario con
10
Una pieza artística
de Guillem Casasús
Xercavins y Gerard
Mallandrich Miret, a los
que queremos agradecer
su implicación y participación en este proyecto.
[page-n-33]
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
32
cartelas descriptivas centradas en aspectos técnicos, hemos apostado
por composiciones más orgánicas y cartelas interpretativas que inciden en las personas que hay detrás de los objetos. Al final, el potencial
discursivo de la exposición se ha centrado en los objetos y en su capacidad de activar la empatía de los visitantes con las historias relatadas,
para lo cual resulta imprescindible que los recursos museográficos
vayan en consonancia. Pensamos que esta forma de operar abre interesantes reflexiones sobre el potencial de la arqueología en la construcción de nuevos imaginarios acerca de la memoria histórica.
Es evidente que cualquier proceso de investigación comporta,
además de los mencionados retos profesionales, toda una serie de
implicaciones personales y emocionales que no siempre se plasman
en el resultado final. Pero en este caso nos parece necesario señalarlos. Porque el objeto de estudio nos ha atravesado, en el plano
personal, de manera particularmente intensa desde que dimos los
primeros pasos para definir el proyecto hasta el momento en que
escribimos estas últimas líneas. A nadie puede dejar indiferente
enfrentarse a la experiencia sobrecogedora de abrir una fosa con una
amalgama de cuerpos amontonados de manera inhumana. O ser partícipes de las angustias, las inquietudes y los anhelos contenidos en
las cartas que escribía quien se encontraba en prisión, pero también
quien sufría desde casa. O sentir el indefinible olor de las cajas de
almacenamiento donde se depositan los materiales que han experimentado procesos de saponificación. O sostener entre las manos el
jirón de ropa que durante tantos años la familia ha escondido en una
cómoda como el tesoro más valioso, al constituir el único recuerdo
material del familiar desaparecido. O escuchar los testimonios de
personas que han vivido en silencio la pérdida de un padre o de una
madre que no han conocido o que asesinaron cuando apenas tenían
unos pocos años; pero también los de las nuevas voces de la «generación de la posmemoria» (Hirsch, 2015), que a pesar de no haber
experimentado en primera persona aquellos acontecimientos, han
heredado las historias y reivindican que se haga justicia.
Fragmentos de diario
montados sobre el
documento original. Se
trata de una viñeta del
dibujante Bluff (Carlos
Gómez Carrera, fusilado
también en Paterna) que
se exhumó a la Fosa 111
del cementerio municipal
de Paterna, asociada al
individuo 79 (Fotografía:
Eloy Ariza - Associació
Científica ArqueoAntro).
[page-n-34]
33
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
No podemos ni queremos ocultar que el proceso de trabajo ha
sido duro y muy exigente en lo personal y en lo profesional, también
apasionante y emotivo, y que nos ha requerido ser firmes en la deontología y autoexigirnos como nunca un rigor y una ética muy escrupulosos. La realidad, aun así, es que no siempre es fácil lidiar con la
diversidad de visiones y, sobre todo, de intereses que entran en juego
–y en choque– cuando se abordan temas tan delicados y conflictivos.
A pesar de todo, y a pesar de los riesgos de la politización y el oportunismo, para nosotros prevalece el compromiso con las familias de
las personas represaliadas y con la investigación científica, y la convicción de que «Arqueología de la memoria. Las fosas de Paterna» es
un proyecto necesario para abrir, desde una institución museística
pública, la reflexión sobre nuestro pasado reciente más traumático y
para pensar los escenarios de convivencia que, como sociedad democrática, nos gustaría construir para el futuro.
«Me quedan pocas horas, ya no té veré más ni a ti ni a nuestros
hijos. Guarda esta carta como recuerdo mío. Tu esposo Bautista
Vañó. Adiós para siempre».
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Sandalia tallada en hueso de oliva
Individuo 144, fosa 115. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
[page-n-36]
35
Arqueología de la represión.
La arqueología forense en la
exhumación de las fosas de la
Guerra Civil y la posguerra
Lourdes Herrasti Erlogorri
DPTO. ANTROPOLOGÍA, SOCIEDAD DE CIENCIAS ARANZADI
[page-n-37]
Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
En la fosa de Priaranza del Bierzo (León), en el año 2000, se aplicó
por primera vez la metodología propia de la arqueología y de la antropología en la exhumación y análisis de enterramientos clandestinos de
víctimas de la Guerra Civil. La intervención profesional de arqueólogos y antropólogos en esta primera ocasión dio inicio a un proceso de
más de veinte años de desarrollo, que ha venido a denominarse «recuperación de la memoria histórica», en el que los métodos se han ido
perfeccionando, pero siempre teniendo como objetivo la recuperación
de los restos de las personas asesinadas con la mayor profesionalidad
y respeto, con el propósito de documentar y obtener toda la información necesaria que permita conseguir los objetivos prioritarios:
restituirles su identidad y su memoria.
Transcurridos más de veinte años, cabe hacer un balance del proceso desarrollado y conocer la aportación de la arqueología al conocimiento histórico de la represión.
No hay nada más elocuente que la visión de los restos óseos humanos agolpados en una fosa común para darnos cuenta del horror y de la injusticia.
Introducción
La arqueología forense es heredera de la arqueología de la muerte,
de la que ha adoptado el método que posibilita recuperar restos
óseos y de otra índole inhumados en enterramientos individuales o
colectivos. Sin embargo, cuando se trata de personas fallecidas no
por muerte natural sino por una causa violenta de carácter homicida
adquiere el calificativo de forense, en la perspectiva de que la documentación generada pueda en un futuro ser presentada en el ámbito
judicial.
En el mundo anglosajón se tiende a denominar «antropología
forense». Sin duda ambas disciplinas son complementarias, en la
arqueología prima el proceso de recuperación de los restos y la documentación; la antropología estudia el perfil biológico de los inhumados, a las anteriores se añade la medicina legal que analiza la causa
de muerte. De esta manera, la arqueología forense, que se aplica al
estudio, análisis y recuperación de la memoria histórica, puede ser
designada como «arqueología de la memoria».
Ya en el protocolo de actuación en exhumaciones de víctimas de
la Guerra Civil y la dictadura del 26 de septiembre de 2011 se recoge
que se trata de una actividad interdisciplinaria, en la que deben intervenir: historiadores, arqueólogos y especialistas forenses. Entre
estos últimos se encontrarían los antropólogos y odontólogos forenses, así como los especialistas en medicina legal.
36
[page-n-38]
37
Lourdes Herrasti Erlogorri
El método arqueológico permite la exposición de los restos en
la fosa, el levantamiento y la recogida ordenada de los restos articulados, que han sido individualizados en la misma. Previamente se ha
llevado a cabo la documentación con los dibujos de disposición de
los individuos, planos, fotografía de conjunto, de cada individuo y de
cada elemento o particularidad reseñable. Se trata de documentar de
manera exhaustiva toda la información en las fichas de cada individuo
y de las relaciones espaciales entre ellos, para proceder así después a
la exhumación ordenada.
Los testimonios de las personas que conocieron o a las que relataron los hechos son muy importantes porque facilitan información
sobre el lugar donde se hallan las fosas. Sin duda, a lo largo de todos
estos años ha sido fundamental la información aportada por los testigos que pudieron ver, cuando eran niños, como ocurrieron los hechos
y asistieron, desde su escondite, a los asesinatos y al enterramiento
clandestino de los cuerpos. Esos testigos oculares han sido primordiales, como en el caso de la fosa de Barcones (Soria), que citaremos
como modelo para varios aspectos.
Recogida de testimonios e información a los
familiares ante la fosa. La
Andaya IV (Burgos).
Importancia del testigo
ocular que ofrece su testimonio. Fosa de Barcones
(Soria).
[page-n-39]
Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
38
El procedimiento de búsqueda, el levantamiento y la exhumación
de restos humanos está recogido en el artículo de Polo-Cerdá (2018).
En la excavación se trataría de exponer los restos óseos mediante la
retirada de la tierra que se halla por encima y en la proximidad, de
forma que los restos destaquen en relieve sobre el suelo, en el método
pedestal. A veces resulta práctico no preservar las paredes laterales de
la fosa, porque ello facilita acceder a los restos en todo el perímetro
de la fosa, lo que permite la visualización del interior de la misma con
mayor nitidez. En las fosas en zanja o en trinchera, sin embargo, es
mejor mantener las paredes de forma que queda destacado el uso de
la misma como lugar de enterramiento improvisado.
Proceso de exhumación
de la fosa de Barcones
(Soria).
Tipos de fosa
Las fosas comunes tienen en su mayoría una forma rectangular, que
deriva de la deposición de uno o varios cuerpos tumbados en el suelo.
Por lo general, se tiende a la distribución casi ordenada para adaptarse al espacio, independientemente de quiénes fueron los encargados de enterrar los cadáveres. Así, se pueden disponer en posiciones
alternadas cabeza-pies, un cuerpo en cada esquina o alineados y solapados. En la fosa de Barcones (Soria), los seis cuerpos se colocaron en
una posición muy constreñida en alternancia de cabeza y pies.
Otras veces las fosas se abrieron en zanja que resultaba más fácil
de cavar, y muy apropiado en los casos de premura y miedo. Los cuerpos se dispondrían alineados, con o sin superposición. Un ejemplo
claro de este tipo sería el de Berlanga de Roa (Burgos), donde se sabe
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Lourdes Herrasti Erlogorri
Fosa de Barcones (Soria).
Disposición de los individuos en la fosa.
que el peón caminero, que posiblemente conocía las víctimas, enterró
a los cinco varones, entre ellos un padre y un hijo, solapados y ordenados con cuidado y respeto. En otros casos, se cavaba la zanja ancha que
permitía la disposición de los cuerpos de forma transversal, como en
La Pedraja (Burgos), donde se inhumaron un total de 105 individuos
en diez fosas sucesivas; en Fregenal de la Sierra (Badajoz), con 47 víctimas en siete fosas o, en Villamayor de los Montes (Burgos), en el que
se encontraban 45 varones en dos fosas. En otros ejemplos, cubrían
el espacio de la fosa con varios cuerpos y sobre ellos arrojaban otros
superpuestos. Así ocurrió en las cuatro fosas de Estépar (Burgos),
donde se recuperaron un total de 96 personas de sexo masculino que
fueron sacadas de la Prisión Central de Burgos.
Por otro lado, los victimarios u otros enterradores circunstanciales hicieron uso de pozos, minas y simas para desembarazarse de los
cadáveres. Existen muchos ejemplos en Navarra, en Extremadura,
en las islas Baleares y en las islas Canarias. Entre ellos cabría destacar
la Sima del Raso (Urbasa, Navarra), en la que arrojaron los cadáveres
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
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Colocación de las víctimas en zanja. Fosa de
Berlanga de Roa (Burgos).
[page-n-42]
41
Lourdes Herrasti Erlogorri
Fosa 2 de Estépar
(Burgos).
de diez personas en tres episodios distintos. Eso puede significar que
fueron los mismos victimarios quienes asesinaron a estas personas en
la boca de la sima y las arrojaron al interior.
Pero lo más frecuente era procurar que los cadáveres fueran trasladados al cementerio. Cuando los cuerpos eran encontrados en una cuneta y, si no se enterraban en la proximidad, eran cargados en animales
o en carros y eran trasladados al cementerio donde el propio enterrador, en compañía de otros vecinos, se encargaba de cavar una fosa y
enterrar en un espacio marginal o en el área del cementerio civil, para
no comprometer el espacio cementerial de los vecinos de la localidad.
Existen muchas fosas comunes de asesinatos extrajudiciales en
los cementerios, muertes que se produjeron durante los primeros
meses de la guerra de 1936, pero, sobre todo, hay muchos enterramientos y fosas de las ejecuciones tras sentencia judicial, de 1938 en
adelante. Carácter distinto tuvieron los cementerios relacionados con
las prisiones y con los campos de concentración que se han exhumado,
como el cementerio de la prisión de Valdenoceda (Burgos), en el que se
recuperaron un total de 114 enterramientos de otras tantas personas
que murieron en el penal. En el caso de Castuera (Cáceres) se trata de
enterramientos en fosas comunes de las personas fallecidas o asesinadas procedentes del campo de concentración. En La Tahona de Uclés
(Cuenca) existía un gran cementerio, con más de 430 inhumados, en
el que compartían espacio fosas de combatientes del propio hospital
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
de guerra, y otras de fallecidos en la prisión. Otro carácter distinto
tienen los cementerios de hospitales de sangre, de frente de guerra.
En estos hospitales existe un espacio posterior al edificio ocupado que
se utiliza como cementerio para los fallecidos en el mismo. Son casos
muy destacados los exhumados en Cataluña, como los de Soleràs
(Lleida), o Pernafeites de Miravet y Mas de Santa Magdalena (Tarragona), con más de un centenar de individuos en cada uno.
Objetos asociados
Los objetos asociados son aquellos que acompañan a cada uno de los
individuos, que llevaban cuando fueron asesinados, por lo que tienen
un fuerte carácter personal e incluso íntimo. De la variedad de objetos
destacan por su número los referidos a la vestimenta. Así se encuentran
los botones de camisa, el cinturón y la hebilla del cinturón, las trabillas
y los botones de la bragueta de pantalón, incluso objetos más específicos como cremalleras o ligueros. A pesar de que estos objetos son sencillos y humildes pueden transformarse en objeto de recuerdo. En un
caso de entrega de los restos de una persona identificada, los familiares
se interesaron por unos botones y los restos de una hebilla que aparecían fotografiados en el informe. Uno de los familiares solicitó quedarse con un botón de nácar porque «sé con certeza que pertenecía a
mi abuelo». Un modesto botón convertido en reliquia para el recuerdo.
La variedad de objetos recuperados se puede ejemplificar en el
caso de la fosa de La Mazorra (Burgos): elementos del atuendo como
boinas, cremallera o calzado; objetos personales como pendientes,
peineta, mechero o un metro de carpintero, y objetos relacionados
con la salud como un suspensorio inguinal o una prótesis dental.
Existen también objetos más específicos que, si no hubieran
transcurrido ochenta años, habrían orientado la identificación de su
propietario. Objetos como anillos, relojes, gemelos, que hubieran
servido para relacionarlos con una persona, porque en origen era
conocido que pertenecían a una de las víctimas. Sin embargo, como
quiera que ha pasado tanto tiempo, todos esos recuerdos no están
presentes y esa información se ha perdido.
Otras veces los objetos recuperados están personalizados. Como
ejemplo cabría citar la hebilla de un cinturón de plata, hallada en la
fosa de Bóveda (Álava), perteneciente a un indiano que había hecho
fortuna en Cuba y en la que estaba grabada la inicial de su apellido. Los
datos históricos orientaban realmente a que se trataba de él. Las pruebas genéticas confirmaron dicha propuesta. Otras veces se trata de un
anillo con unas iniciales y una fecha de matrimonio. En la fosa 3 de Estépar se localizó un anillo de oro con dos siglas «P y E» y una fecha de
matrimonio. Un miembro del equipo halló el acta matrimonial con la
42
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Lourdes Herrasti Erlogorri
Objetos recuperados en
relación a la fosa de La
Mazorra (Burgos). Se puede observar en el dibujo
esquemático que las trece
victimas que estaban en
la fosa tenían las manos
atadas cuando fueron
asesinadas y enterradas.
Se describen los objetos y la lesión comenzando por el ángulo superior
izquierdo y en el sentido
de las agujas del reloj:
gorra y peineta de mujer,
prótesis dental, atuendo
que vestía, cremallera de
jersey, escotadura de la
entrada de proyectil en
la mandíbula, mechero
de mecha, refuerzos
de los extremos de los
decímetros de un metro
de madera de carpintero,
suspensorio inguinal con
su localización sobre el
coxal izquierdo, boina,
pendientes y zapatos.
coincidencia de las dos iniciales, lo que permitió plantear la hipótesis
de que se tratara de un maestro llamado Plácido que estaba casado con
Emilia. A partir de su identificación genética se ha podido conocer el
grupo y las otras 26 víctimas que se hallaban junto a él en la fosa, todas
ellas asesinadas el día 9 de septiembre de 1936, tras ser sacadas de la
Prisión Central de Burgos.
Caso excepcional es el hallazgo de un documento de identificación
preservado en el interior de una botella. Así ocurrió en el cementerio
de las botellas, en el que 131 personas, que fallecieron en la prisión
de San Cristóbal de Ezkaba en Pamplona, fueron enterradas en el
cementerio específico de la prisión. A todas y cada una de ellas les dispusieron una botella entre las piernas, en cuyo interior se encontraba
un documento oficial con membrete de la propia cárcel, «Sanatorio
Penitenciario de San Cristóbal Ezkaba», en el que se mencionaba el
nombre del fallecido, su naturaleza, su filiación, el delito y la condena
que le fue impuesta, así como la causa de su defunción, en su mayoría
por anoxemia tuberculosa, mal endémico en las cárceles y más en una
prisión destinada a sanatorio antituberculoso. Se cumplía la orden
dictada por Franco en enero de 1937, por la que se ordenaba identificar
a los fallecidos en combate y en las prisiones.
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
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Botella colocada entre las
tibias. En su interior se
hallaba el documento de
filiación del fallecido.
Cementerio de las botellas. Ezkaba. Pamplona.
Perfil biológico de los individuos exhumados
Los restos humanos de las diferentes víctimas expuestas en la fosas
se recogen de manera individualizada con sus respectivos objetos
asociados, en cajas separadas, para su traslado al laboratorio de antropología. En este se llevaran a cabo los análisis con una metodología
estandarizada para la estimación del sexo, la edad, los caracteres específicos en cuanto a los aspectos de patología, aspectos de odontología
y las lesiones relacionadas con la causa de muerte.
La gran mayoría de las víctimas recuperadas en las fosas de la
Guerra Civil corresponden al sexo masculino. En el análisis global
de los resultados se ha estimado que menos del 3% serían víctimas
femeninas.
Prácticamente la mitad de los individuos varones de los que se ha
podido hacer una estimación eran de edad adulta joven, de 20 a 40
años, mientras que en torno al 30% estaría compuesto por hombres
de edad adulta madura superior a los 40 años. El tercer grupo estaría
integrado por los que tenían una edad por encima de los 50 años, o de
edad adulta madura-senil. A estos habría que añadir otro grupo de individuos de edad juvenil, inferior a los 20 años. Sin embargo, la mala
preservación de los restos óseos no ha permitido en muchas ocasiones hacer una estimación más precisa y se engloban en la categoría
genérica de adultos.
[page-n-46]
45
Lourdes Herrasti Erlogorri
Fosas en función del tipo de víctima
Se pueden diferenciar las fosas en función de las víctimas en ella
inhumadas:
a) Fosas de ejecuciones extrajudiciales. Durante los primeros meses de la
guerra, particularmente entre los meses de julio a noviembre de 1936,
en el periodo denominado del «terror caliente», se produjeron miles de
asesinatos con carácter extrajudicial, producto de una violencia indiscriminada e incontrolada. Esta represión fue de una violencia extrema
en las provincias donde triunfó el golpe de Estado y se instauraba a medida que se desplazaba la línea del frente. Como recalca el historiador
Francisco Espinosa, las muertes no fueron debidas a la guerra, sino
que fueron derivadas exclusivamente de la represión. Así ocurrió en
Castilla y León, Galicia, Navarra, o en La Rioja y Cáceres, entre otros.
Las víctimas de este periodo eran población civil, hombres y mujeres que eran arrestados durante un periodo prolongado de tiempo,
desde donde eran trasladados al lugar donde serían asesinados, que se
conoce de manera eufemística como «paseos». Es importante señalar que eran detenidos de forma ilegal, maniatados eran trasladados
y, muchas veces, con las manos atadas eran asesinados y enterrados.
Vale como ejemplo la fosa de La Mazorra (Burgos), en ella se encontraban inhumados los cuerpos de trece personas, dos de ellas mujeres,
todas con las manos atadas. Cuentan que los cuerpos aparecieron
abandonados en la cuneta del puerto, porque fueron vistos desde el
autobús. Varios vecinos los recogieron y optaron por enterrarlos en
un terreno llano, en una fosa rectangular, dispuestos con cierto orden
y sin solapamiento, aún con las manos atadas.
Este tipo de fosas constituyen el grupo más importante y numeroso. Entre ellas cabe citar: los cementerios de El Carmen (Valladolid), con más de 200 víctimas; Magallón (Zaragoza) con 81, La
Carcavilla (Palencia), con 108; Porreres (Mallorca) con 114… Las
grandes fosas como: La Pedraja (Villafranca Montes de Oca, Burgos),
con 136; cuatro fosas de La Andaya (Quintanilla de la Mata, Burgos),
con 96, etc.
b) Fosas de represión «legalizada». A partir de 1937 trataron de legalizar
las ejecuciones mediante juicios sumarísimos en los que la sentencia y
la condena estaban predeterminadas. Estas ejecuciones se producían
ya en lugares específicos como las tapias del cementerio. El ejemplo
más claro es el paredón del cementerio de Paterna (València) lugar
al que trasladaron 2 238 víctimas para ser allí ejecutadas, según la
documentación histórica recopilada por Vicent Gabarda. Cuando la
muerte y el asesinato se convertía en rutina, se repetía el mismo patrón: cuatro mañana, cinco al otro día, siete, quince…, todos contra la
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
pared para ser asesinados. El capellán Gumersindo de Estella describe
que le tocó asistir a muchas víctimas que iban a ser ejecutadas en el
cementerio de Torrero en Zaragoza y en su libro relata los últimos
momentos de esas personas que conocían cuál iba a ser su destino
antes de asesinadas. También aquí la cifra supera los dos mil.
Al grupo de víctimas de ejecuciones sumarias corresponden, sin
duda, a las grandes fosas de cementerios que se están exhumando en
los últimos años y que son muy importantes por el volumen: Paterna
(València) en Pico Reja del cementerio de San Fernando de Sevilla, el
cementerio de San Rafael de Córdoba…
c) Fosas de combatientes. Un tercer tipo de víctima es la de los muertos
en la propia guerra, combatientes y no combatientes. Se trata, en su
mayor parte, de enterramientos individuales de cuerpos que quedaron abandonados en la zona del frente, allí donde murieron, y que
no fueron debidamente recogidos y retirados, finalizada la guerra
o tras la retirada del frente de guerra de dicha posición. Muchos
cadáveres fueron recogidos por los vecinos de las cercanías, porque
de esa manera eludían tener problemas de tipo sanitario y al mismo
tiempo evitaban que los perros y las alimañas consumieran parte
de esos cuerpos. Se han exhumado fosas de un reducido número de
combatientes de manera aislada en la zona de la batalla del Ebro y en
el frente Norte. También se aprovecharon las zanjas de las trincheras del frente de guerra para enterrar de manera rápida y fácil varios
cuerpos. Así ocurrió en El Rellán, Grado (Asturias), donde se han
hallado más de 30 personas, combatientes y vecinos de la comarca.
En Alcaudete de la Jara (Toledo) se inhumó un total de 41 víctimas de
población civil, que fue represaliada terminada la guerra. En el monte
Altun en Zeanuri (Bizkaia), los vecinos enterraron cinco milicianos
del batallón comunista Perezagua, que murieron en la batalla en el
mismo día. A partir de la documentación histórica, la exhumación,
el hallazgo de placas de identificación y los análisis genéticos de confirmación han podido ser identificados y entregados a sus familiares.
d) Por último, las víctimas fallecidas bajo custodia, en cautividad, en centros penitenciarios o en campos de concentración, que murieron por
las deplorables condiciones a las que se vieron sometidos de hambre,
frío, humedad, piojos, desatención y abandono. A estos habría que
sumar la rapidez con que se transmitían las enfermedades infectocontagiosas, en especial las respiratorias, en lugares y espacios hacinados
sin aireación.
En el citado ejemplo de la prisión de San Cristóbal, convertida en
sanatorio penitenciario antituberculoso, el alto índice de mortalidad
obligó a las autoridades militares a construir un cementerio de uso
46
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Lourdes Herrasti Erlogorri
exclusivo para los presos fallecidos en la ladera norte, la zona menos
visible del monte.
e) Otro tipo de víctima son los guerrilleros. Durante el franquismo y en
la posguerra se conformaron partidas de lucha antifranquista compuesta por guerrilleros, en su mayor parte de ideología comunista, que
se refugiaban en las zonas montañosas para hostigar al régimen franquista, utilizando tácticas de guerrilla. La represión de la dictadura
contra los guerrilleros, denominados «maquis», fue una lucha y represión encomendada a la Guardia Civil, que utilizó la lucha armada, las
detenciones, los malos tratos y las torturas contra los familiares, los
enlaces o los apoyos para obtener información, pero asimismo se infiltraron en las partidas y crearon contraguerrillas. Los enfrentamientos
se centraron en las zonas montañosas de Galicia y León, el Sistema
Cantábrico, Asturias y Cantabria, en el territorio del Sistema Ibérico
de Cuenca, Levante y Aragón, en Sierra Morena, Cáceres y Toledo, y
en el Sistema Penibético. Un ejemplo de este tipo de fosas podría ser el
de Albalat dels Tarongers (València) de nueve guerrilleros cuyos cuerpos fueron colocados con la cabeza en los laterales y las extremidades
inferiores en la zona media, opuestos entre sí. Se trata de una fosa de
guerrilleros paradigmática porque confluyen varios elementos como
son: testigo ocular del asesinato, documentación del Registro Civil,
informes de autopsia, adecuado registro durante la exhumación e
identificación genética positiva de seis de los nueve individuos.
La identificación
El objetivo principal de la exhumación de una fosa, a partir de la
intervención arqueológica y el posterior análisis antropológico de los
restos óseos, es posibilitar la identificación de las víctimas mediante
la reconstrucción del relato histórico previo que facilite una orientación sobre las personas recuperadas en la fosa. Sin embargo, existen
importantes limitaciones que merman las posibilidades de conseguir
ese fin: la insuficiente información histórica y documentación previa, el deterioro tafonómico de los restos óseos que imposibilitan la
obtención de un perfil genético, la falta de un candidato familiar adecuado para el cotejo genético... Todas ellas suponen una reducción en
las posibilidades de obtención de una identificación positiva.
Si esta se consigue, los restos identificados pueden ser entregados
a la familia en un acto privado o público, con o sin participación de
las instituciones políticas. En el último periodo, la mayor implicación de las comunidades autónomas ha redundado en la promoción
de ceremonias de entrega como actos de homenaje, con una mayor
implicación social.
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
Evolución diacrónica de las exhumaciones
La exhumación de Priaranza del Bierzo del año 2000 es considerada
la primera realizada con metodología arqueológica y con participación de arqueólogos, antropólogos y un médico forense. Los inicios
de las exhumaciones de fosas fueron tímidos durante los años 2001
y 2002. Al año siguiente se incrementó a 42 fosas, muchas de ellas
individuales. El número de exhumaciones de fosas se mantuvo entre
27 y 30 en los años 2004 a 2006. En el año 2007, impulsado por el
Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, se promulgó
la denominada «Ley de Memoria Histórica»1, que estimuló que se
produjera un ascenso notable en el número de fosas exhumadas y de
víctimas recuperadas con más de 300. El periodo álgido de exhumaciones se conoció entre los años 2008 y 2012, con datos entre 60 y
90 fosas intervenidas y de 385 a 630 víctimas recuperadas al año. En
el año 2011 se publicó el protocolo de exhumaciones, que establecía
los requisitos y la metodología para llevar a cabo las mismas. Ese año
se intervino en 66 fosas con la recuperación de los restos de más de
400 personas. Durante el año 2012 se incrementó a 500 en 65 fosas.
El cambio en el gobierno se tradujo en la suspensión de las ayudas
económicas para la realización de las exhumaciones y eso supuso un
descenso drástico a 14 fosas y 55 víctimas recuperadas en 2013.
A partir del 2014, y particularmente del año 2016, las comunidades autónomas asumieron el deber de la recuperación de la memoria
histórica, con el incremento en el número de fosas y un manifiesto
aumento en el número de restos recuperados, que superaron los 600
en un año y alcanzaron los 1 000 en 2021. De hecho, desde el año
2020 se ha renovado el plan de financiación desde la Secretaría de
Estado para la Memoria Democrática con ayudas directas o a través
de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP).
También en este último periodo, se ha iniciado un proceso intenso de exhumación en cementerios en los que había el número de
víctimas es muy elevado, como Paterna (València) con más de 2 000;
Pico Reja en Sevilla, con la exhumación de más de 5 000, de los que
1 700 corresponderían a víctimas de la represión.
Desde el año 2000 han sido muchos los grupos y equipos de arqueólogos y antropólogos que se han encargado de las exhumaciones.
Entre todos ellos, hasta el año 2021, se han exhumado un total 850
fosas y se han recuperado más de 11 500 víctimas.
Difusión y divulgación. Dar a conocer
Durante las exhumaciones se ha extendido la práctica de dar a conocer a los familiares y a los visitantes los avances de la intervención en
exposiciones orales, de manera que se les hace partícipes de la propia
1
Orden PRE/2568/2011,
de 26 de septiembre, por
la que se publica el Acuerdo del Consejo de Ministros de 23 de septiembre
de 2011, por el que se
ordena la publicación en
el Boletín Oficial del Estado
del Protocolo de actuación en exhumaciones
de víctimas de la Guerra
Civil y la dictadura.
[page-n-50]
49
Lourdes Herrasti Erlogorri
Fosas exhumadas
100
90
80
70
60
50
40
30
20
10
2008
2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2008
2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2007
2006
2005
2004
2003
2002
2001
2000
0
Número de víctimas exhumadas
1200
1000
800
600
400
200
Evolución diacrónica
del número de fosas
intervenidas y del número
de víctimas recuperadas
entre 2000 y 2021.
2007
2006
2005
2004
2003
2002
2001
2000
0
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
actividad. En la fosa de La Pedraja (Burgos), en los años 2010 y 2011,
se instauró el ritual por el que al final de la tarde se daban explicaciones sobre la exhumación. Cada día se congregaba más gente
interesada en escuchar. En las mismas se facilitaba la participación
del público con comentarios y aportaciones. Fueron intercambios de
información muy válida y fructífera, pero, sobre todo, una manera
de canalizar y verbalizar los sentimientos para hacerlos colectivos.
El mismo tipo de experiencia se repitió en Estépar (Burgos) o en el
cementerio de Porreres (Mallorca), en la que las explicaciones se
dieron a través de la televisión local y en directo. De esa manera,
se socializaba el proceso arqueológico.
El seguimiento y la atención de los medios de comunicación
con respecto al desarrollo de las exhumaciones han ido también en
aumento. Muy importante ha sido, asimismo, la presencia en las
exhumaciones de alumnos de los centros educativos del entorno. El
Instituto Navarro de la Memoria desarrolla un programa de Escuelas
de Memoria con la finalidad de involucrar de manera directa al alumnado en las actividades para fomentar el conocimiento histórico,
social y político de la Guerra Civil y la dictadura.
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Explicaciones sobre el
desarrollo del proceso
de exhumación ante el público. Fosa de La Pedraja
(Burgos) (2010).
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Lourdes Herrasti Erlogorri
Conclusiones
No cabe duda que las exhumaciones han supuesto un giro en el análisis histórico de la represión contra la población civil ejercida por el
poder instaurado tras el golpe de Estado de julio de 1936.
La visión de los esqueletos solapados y amontonados en las fosas
comunes ilustra la vulneración del derecho a la vida de las víctimas,
que fueron asesinadas, como lo demuestran las lesiones por arma de
fuego.
A través del proceso de recuperación de memoria histórica y de la
aplicación de la arqueología forense sí se han conseguido otros objetivos como la propia exhumación, reducir el número de enterramientos
clandestinos, la restitución de los restos a sus familiares, así como
confirmar el relato de los hechos relativos a la represión, de los sucesos
que convirtieron a muchos ciudadanos en detenidos desaparecidos y
recuperar una memoria silenciada y oculta.
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Alpargatas de careta ancha
Individuo 125, fosa 127. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Albert Costa. L’ETNO
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Historia de unos restos
desterrados
Queralt Solé i Barjau
DEPARTAMENT D'HISTÒRIA I ARQUEOLOGIA, UNIVERSITAT DE BARCELONA
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Historia de unos restos desterrados
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Al fracasar el golpe de Estado el julio de 1936 y estallar la guerra civil
española, enseguida se tomó conciencia de que habría muertos, a
pesar de que posiblemente pocas personas pudieron prever la cifra y
las características de estos.
La idea generalizada inicial era que las bajas se producían en el
frente, entre los soldados y milicianos, y pocos pensaban que habría
tantas a la retaguardia, consecuencia de los combates, bombardeos,
hambre, enfermedades o por la represión perpetrada. Al acabar la
guerra, ya todo el mundo era muy consciente de que habían muerto
decenas de miles de hombres (y algunas mujeres) en el frente, y que
otras decenas de miles eran civiles muertos en las retaguardias respectivas. La forma de morir entre republicanos y rebeldes no divergió
mucho, lo que fue muy diferente, fue la política practicada respeto a
las muertes y su tratamiento, la manera en la que fueron enterrados
y exhumados, y por tanto la forma de preservar su dignidad y su
recuerdo en las familias.
Para comprender el porqué y el cómo de las exhumaciones de
muertes de la Guerra Civil en pleno siglo xxi, hay que conocer cómo
cayeron estos y cómo fueron tratados en el momento de morir, tanto
durante la misma guerra como durante la dictadura. Unos muertos
que empezaron a ser exhumados muy pronto con un tratamiento
muy diferenciado entre el ejército republicano y el ejército insurrecto,
o entre el gobierno republicano y el rebelde. Diferencias que se hicieron más patentes con el establecimiento de la dictadura y la voluntad
de esta de acentuar la división entre vencedores y vencidos. Para hacerlo, un elemento importante fue, justamente, cómo eran tratados
los muertos y las víctimas en las respectivas retaguardias durante el
conflicto armado y después.
El soldado muerto en el frente
El 17 de julio de 1936, las tropas del protectorado de Marruecos se
levantaron contra el Gobierno de la República. Había comandantes
rebeldes, pero también soldados de leva que se vieron involucrados en
el golpe de Estado sin pretenderlo. A quienes intentaron oponerse,
tanto en el norte de África como partir del 19 de julio en la península, se les mató sin contemplación (Villarroya, 2009). El Gobierno
republicano, para intentar desguazar un ejército que se demostraba
en gran parte enemigo, ordenó disolver las unidades facciosas y como
ejército de la República no se reestructuró otra vez hasta octubre,
cuando se crearon las Brigadas Mixtas, en las que buscando volver a
contar con una estructura militar se sumaron las milicias de voluntarios que habían aparecido desde julio. Después de casi tres meses de
guerra, ya se preveía que esta no sería corta, y la República consideró
Página interior de la
revista LIFE, de 12 de
julio de 1937, con un
reportaje de la Guerra
Civil española. Colección
particular, València.
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Queralt Solé i Barjau
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Historia de unos restos desterrados
que necesitaba un ejército profesional. A los rebeldes, no les hizo falta
rehacer ni reestructurar ninguno de los cuerpos militares, mantuvieron los organigramas clásicos, una vez se aseguró la fidelidad de la
mayoría de militares con graduación y mando directo.
Enseguida hubo muertos. Al protectorado español de Marruecos, donde se inició el golpe de Estado, no ha sido hasta hace poco
cuando se han estudiado las fosas de los represaliados, militares y
civiles (Feria y Ramos, 2017). En la península los primeros muertos
también fueran militares y civiles que se enfrentaron al alzamiento.
En las ciudades españolas en donde hubo combates para preservar o
hacerse con el control del poder, los muertos quedaron inicialmente
extendidos en la calle y, después de los primeros días, los muertos
civiles en la retaguardia continuaron encontrándose tendidos en
parajes muy diversos: enemigos ideológicos, de clase, religiosos o
nacionales a los que se optaba por asesinar. Al cabo de un tiempo,
como se verá, la República investigó y persiguió estos hechos criminales en algunas zonas que mantenía bajo su control, mientras que
paralelamente la estructura que pretendía ser gubernamental que se
iba articulando al lado rebelde (el llamado «Gobierno de Burgos») no
solo no los perseguía, sino que los azuzaba.
En el frente empezaron a producirse las primeras bajas y muertos, a pesar de que las noticias de las bajas propias no se conocen a
la retaguardia. De hecho, incluso se intentaron esconder. En Cataluña, por ejemplo, el Comité Central de Milicias Antifascistas
estableció en la reunión del 10 de septiembre de 1936 que no podía
haber ningún traslado a la retaguardia de los caídos en combate en
el frente: «Enviar una orden a las columnas y organizaciones que
forman el Comité, porque los compañeros muertos, sea cual sea
su categoría y condición, sean enterrados en el mismo frente y por
ningún pretexto tienen que ser trasladados a otros lugares sin que
expresamente lo acuerde el Comité Central»1. La orden no debía
de ser atendida, cuando menos respecto a la miliciana Lina Ódena,
dado que el día 25 del mismo mes en otra reunión se advertía que
sus restos no tenían que llegar a Barcelona: «Comunicar al crucero
Libertad, que según la prensa lleva en Barcelona los restos de la heroica miliciana Lina Ódena, el acuerdo que tomó el Comité de que
los compañeros muertos sean enterrados en el mismo frente y que
no pueden ser trasladados sin acuerdo expreso del Comité, y advertirlo de que en caso de que el barco haya emprendido ya la ruta de
Barcelona realice la llegada y el entierro sin manifestación pública»2.
Todavía hoy en día no está claro dónde fue enterrada la miliciana3,
que enseguida fue mitificada como figura heroica, símbolo de movilización del pueblo español contra el fascismo. Aparte de esta orden
1
«Comité Central de las
Milicias Antifascistas
de Cataluña. Acuerdos
tomados en la reunión
del día 10 de septiembre
de 1936». GC-35_E001_
D011 Archivo Montserrat
Tarradellas Macià (Monasterio de Poblet).
2
«Comité Central de las
Milicias Antifascistas de
Cataluña. Acuerdos de
la reunión del 25 de septiembre del 1936». GC35_E001_D018 Archivo
Montserrat Tarradellas
Macià (Monasterio de
Poblet).
3
José Miguel Hernández
López explica en el artículo «Lina Ódena, comunista y miliciana», que no
consta su inhumación ni
al cementerio de Montjuic
de Barcelona, donde presuntamente fue enterrada,
ni se puede saber del
cementerio de Granada,
dado que los archivos
del Registro entre 1936 y
1939 fueron destruidos.
El incorformista digital,
Periódico independiente
desde el subsuelo, 25 de septiembre de 2021. https://
www.elinconformistadigital.com/2021/09/26/
lina-odena-comunista-y-miliciana-jose-miguel-hernandez/ [consulta agosto de 2022. Si no se
dice lo contrario, esta es la
fecha de consulta de todas
las webs citadas].
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Queralt Solé i Barjau
emitida por parte del Comité de Milicias Antifascistas, no se ha encontrado hasta el momento ninguna otra orden que indique cómo se
tenían que inhumar los milicianos o soldados republicanos muertos
en el frente.
Ni los diarios ni los recuerdos de quienes participaron en entierros de compañeros en el Ejército Popular no parece que remitan a
ningún tipo de orden, a pesar de que sí que se han recogido testigos
sobrecogedores de la convivencia con la muerte. Un soldado de la llamada quinta del biberón (al ser llamados a filas en 1938 tenían entre
17 y 18 años) recordaba la cantidad de caídos después de un combate
en el frente del Segre. «Eran las diez de la noche cuando nos dieron la
orden de retirada. Horroroso, monstruoso. En cinco horas, de 700
hombres —más o menos mayores— quedaban 120. No lo entendíamos. Entre muertos, heridos, prisioneros y desaparecidos habíamos
perdido 580 combatientes. ¡Aquella operación fue peor, mucho peor
que la batalla del Ebro para los componentes de la 224.ª Brigada
Mixta!» (Portella y Massamunt, 2001).
Hasta que no se empezaron a exhumar fosas de soldados republicanos ya en el siglo xxi, se desconocía cómo habían sido enterrados.
Los testigos trasladaban en los dietarios o las memorias vivencias
que transmitían desorden y adecuación a las circunstancias, como
las sepulturas que cavó Pere Tarrés, entonces un joven médico: «Los
hemos enterrado en un campo, en un peldaño del barranco. Al capitán y al sanitario y a un soldado de la quinta del 24. Los tenía a los tres
allí, tendidos. La luna les iluminaba el rostro con su pálida claridad,
que los hacía más pálidos y blancos todavía. Les he hecho una fosa
para cada uno, muy honda. Sobre las doce de la noche, los hemos
enterrado. De uno en uno los hemos colocado en la fosa, muy dignamente. La luna les ha dado el último beso. Era noche de luna llena. Y
seguidamente les han echado la tierra encima, a paladas. ¡Qué impresionante!» (Tarrés, 2004).
Las exhumaciones de soldados republicanos, que se han acontecido a lo largo de todo el Estado desde el año 2000, han permitido
corroborar estas circunstancias en las que no parece haber ninguna
orden de inhumación concreta y se observa que los entierros se adecuan a los condicionantes del mismo frente y al terreno, y a menudo
se han exhumado soldados que no fueron inhumados de forma exprés, sino que quedaron sepultados en el mismo lugar donde habían
caído muertos. Este tipo de fosas se han abierto en lugares donde
hubo combates, como en el País Vasco, en Asturias, en Extremadura,
en Cataluña, en la zona de la batalla del Ebro o a lo largo de la línea
XYZ de València, por citar algunos ejemplos (Muñoz-Encinar, 2016;
Herrasti, 2020; Ramos y Busquets, 2021).
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Historia de unos restos desterrados
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Queralt Solé i Barjau
Cartel 2.ª Conferencia
Nacional de Mujeres
Antifascistas. 29-30 y
31 de octubre de 1937.
Autor: Luis. Fuente:
España. Ministerio de
Cultura y Deporte,
Centro Documental de
la Memoria Histórica PSCARTELES, 351.
Los soldados no solo morían en el frente, también morían en los
hospitales militares, muchos de ellos habilitados en edificios como
escuelas, balnearios, conventos... para cubrir las necesidades del
conflicto. En los cementerios de las poblaciones donde estuvieron
estos hospitales, ya fueran más efímeros o más estables, también se
enterraron soldados y en el caso republicano continuamos sin haber
localizado ninguna orden que indique cómo se debía enterrar a los
muertos. Las fosas surgidas de hospitales militares que se han exhumado indican que se actuó igual que en el frente: adecuándose a las
circunstancias. En Uclés (Cuenca), en Pernafeites o en Mas de Santa
Magdalena (Tarragona) y en el Soleràs (Lleida) se ha comprobado
que a los soldados republicanos se les sepultaba en fosas colectivas,
de dos, tres o cuatro soldados y de decenas, de forma apilada, a diferencia de cómo sepultaban sus heridos y muertos los franquistas.
De la mayoría de fosas de soldados republicanos que se han exhumado no se ha podido conocer la identidad. Alguna vez se han encontrado elementos identificadores, como las pulseras con unos números
de identificación que se localizaron en varias fosas de soldados en el
País Vasco y que las investigaciones históricas permitieron conocer de
quiénes eran los restos4. O de algunas fosas de hospitales militares se
han conservado documentos de los médicos que habían atendido a los
soldados moribundos o bien listas de soldados enterrados que alguien
había ido apuntando y que durante años se han conservado en ayuntamientos, como Pradell de la Teixeta (Tarragona) (Hervàs, 2014). Una
identidad y un lugar de inhumación de los soldados republicanos desconocido por las familias que no pasó con los soldados franquistas.
Las tropas franquistas, para enterrar sus muertos, siguieron la
Orden del 22 de enero de 1937 que se emitió desde el mismo cuartel
del general Franco. «Con objeto de que los enterramientos de personal fallecido en acción de guerra o accidente se practique siguiendo
las mismas normas en todos los frentes, que faciliten la debida identificación, acrediten el respeto que es debido a los caídos en la lucha
y permitan la adopción de medidas higiénicas necesarias, deberán
tenerse en cuenta las prescripciones siguientes. [...]». Y se establecía
a lo largo de toda una página las directrices que había que seguir para
enterrar a los soldados: «El enterramiento tendrá lugar en el cementerio próximo de la ocurrencia, si este no estuviera muy alejado del
campo de batalla o lugar del accidente. En caso de que por su alejamiento o número de fallecidos se hiciera difícil de transportar a dicho
lugar, la inhumación se hará habilitando en terrenos flojos y con
algún declive, para cada cien cadáveres una parcela de 15 x 24 metros,
dividida en cien fosas numeradas correlativamente de izquierda a
derecha y de arriba abajo, conservando un croquis para señalar las
4
Exhumaciones de la
Guerra Civil en Euskadi.
Edita Gogora, Departamento de Igualdad,
justicia y políticas sociales
y Sociedad de Ciencias
Aranzadi, s/d. https://
www.gogora.euskadi.eus/
contenidos/informacion/
gogora_dokumentuak/
es_def/Exhumaciones-de-la-Guerra-Civil-en-Euskadi.pdf
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Historia de unos restos desterrados
fichas y archivarlas. En estas fosas que serán individuales y en las que
quedará el cadáver cubierto por lo menos por una capa de 0’5 metros
de tierra apisonada se colocará, una vez practicado el enterramiento,
en cada cabecera, una cruz de madera, con el brazo vertical clavado a
0’5 metros de tierra apisonada y sobresaliendo 0’3 en el cual se marcará, con pintura negra, el número de la fosa y en el horizontal, en la
cara anterior, el nombre y apellidos y en la parte posterior, el empleo,
cuerpo o calidad del causante. El cadáver se enterrará con la parte superior de la medalla de identidad reglamentaria y si careciera de dicha
medalla, se colocará entre las piernas una botella taponada dentro de
la cual irá la filiación suscinta [sic] del inhumado»5.
La orden en general se siguió: cuando las fosas de soldados franquistas empezaron a ser exhumadas en 1958 para ser trasladadas al
Valle de los Caídos, estos se encontraron alineados, muy colocados,
con botellas entre las piernas o junto a los cráneos con un papel que recogía la filiación del soldado muerto. A pesar de que el régimen ninguneó a sus combatientes, manteniéndolos inhumados en cementerios
habilitados por toda la geografía española y posteriormente trasladándolos como mercancías a peso hacia el monumento de Cuelgamuros,
las familias tuvieron la comunicación oficial del lugar donde habían
muerto sus allegados y estos en general podían haber sido identificados al ser exhumados. Hay que precisar, no obstante, que también se
han abierto fosas de soldados franquistas en las que los restos estaban
bien colocados pero no estaban identificados, como en Figuerola
d’Orcau (Lleida) (Armentano et al., 2020) o la de Abánades (Guadalajara), donde en esta última estaban justo sepultados, sin orden y sin
ningún tipo de identificación (Martínez y Alonso, 2014).
Cajas con restos exhumados y trasladados al
Valle de los Caídos, cerca
de la localidad madrileña
de San Lorenzo de El
Escorial, desde diferentes
provincias españolas,
para ser enterradas allí.
En primer plano, restos
procedentes de Castellón
de la Plana, Ávila, Alcora,
Aldeaseca y Suera 1959.
Fuente: Agencia EFE.
5
Archivo General Militar
de Àvila, L8 R122 C100.
Documento también referenciado y reproducido
en el libro de Etxebarría et
al. (2011).
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Queralt Solé i Barjau
La muerte de los civiles
No se podía prever la cantidad de muertes en la retaguardia que provocaría la guerra. Tampoco era previsible el grado de violencia que se
desató al fracasar el golpe de Estado el julio de 1936 y una vez el conflicto militar hubo finalizado. Los civiles murieron por bombardeos,
de hambre, huyendo del frente o ejecutados, con o sin consejo de guerra que los condenara. Pero, unos, al acabar la guerra, fueron velados,
honrados y permanentemente recordados. Habían ganado y había
que demostrarlo constantemente, también a través de la presencia
continua del recuerdo de los muertos, tratados de héroes y mártires.
Los otros, los que habían perdido, tuvieron que sufrir el obligado olvido de sus muertos, de los que a menudo desconocían dónde estaban
enterrados o, si lo sabían, no podían homenajearlos y llevar el luto
libremente. El culto a sus muertos por parte de los vencedores y el
consecuente desprecio hacia todos los otros fue un elemento esencial
para configurar la nueva identidad franquista.
La mayor parte de las víctimas de la retaguardia republicana
fueron enterradas en fosas comunes, entonces denominadas «cementerios clandestinos». Fue una violencia que los estudios hechos
en todo el Estado cuantifican con un total de 49 272 personas muertas (Ledesma, 2010). El papel crucial de los sindicatos obreros para
vencer a las tropas rebeldes en muchas ciudades españolas hizo que
estos se hicieran con el control del orden público y muchos vieran en
aquellos momentos de descontrol y violencia la posibilidad de hacer
la anhelada revolución. Para cambiar el mundo había que hacer tabula
rasa con el pasado y eliminar al enemigo de clase. Quemar documentos notariales significaba participar en la abolición de la propiedad,
registrada oficialmente en aquellos papeles; quemar iglesias y mobiliario eclesiástico era participar en la eliminación de un organismo, la
Iglesia, que se veía como la gran aliada del enemigo de clase, la acomodada y la explotadora en los ojos de los revolucionarios, y que a la
vez a través de las creencias religiosas ejercía un fuerte control sobre
la sociedad. Matar a religiosos y religiosas, propietarios y acomodados para algunos formaba parte de la guerra que había que librar para
que la revolución triunfara. La provincia donde más muertes en la
retaguardia se registraron fue en Madrid, con unas 10 000 víctimas
a pesar de que las cifras todavía no son definitivas (Payne, 2012),
seguida de Barcelona, con 4 713 (Solé y Villarroya, 1989). En el País
Valenciano, ha sido Vicent Gabarda (2007) quien ha estudiado las
muertes perpetradas en la retaguardia, que ha cuantificado con un
total de 5 996 víctimas.
Ya antes de que se acabara la guerra, las autoridades republicanas, en el momento en que recuperaron el control del orden público,
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Historia de unos restos desterrados
62
Cartel Bolchevismo, injusticia social, politicastros,
masones, separatismo,
F.A.I. Anónimo español.
Ca. 1938. Fuente: Biblioteca Nacional de España
persiguieron y judicializaron estos crímenes que se habían cometido
en la retaguardia. En Cataluña se creó un juzgado especial para investigar los cementerios clandestinos, se exhumaron más de 2 000 restos
y se encausaron a 200 personas (Dueñas y Solé, 2014). Finalmente,
por la evolución de la misma guerra y por enfrentamientos políticos no
se juzgó a nadie, pero las tareas de exhumación y de reconocimiento
de estas víctimas por parte de sus familiares se hizo en medio del conflicto, buscando cambiar la visión que el franquismo había dado de la
República como un gobierno descontrolado y que permitía asesinatos.
Así, para la República era importante mostrar su integridad y quería
demostrar que la justicia era independiente de cualquier poder político
evidenciando firmeza de cara a la comunidad internacional en la persecución de los crímenes de los primeros meses de la guerra.
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63
Queralt Solé i Barjau
Al acabar la guerra, las autoridades franquistas promovieron
que se exhumaran todas las víctimas de la retaguardia republicana
haciendo que, paradójicamente, actualmente no se pueda conocer a
través de exhumaciones las formas de matar y enterrar que practicaron los grupos revolucionarios más extremos en los primeros meses
del conflicto armado. El régimen controló las fosas que se abrían en
toda España a partir de 1939, y a partir de abril de 1940 a través de
la llamada «Causa General», siempre remarcando la diferencia entre vencedores y vencidos. Los segundos no tenían ningún derecho
respecto a sus muertos, los primeros los tenían todos y, si los vencidos
eran desaparecidos, no los podían ni inscribir en el Registro Civil, tal
y como recogía el BOE del 10 de agosto de 1939, cuando especificaba
que las inscripciones de desaparecidos se podían hacer «siempre que
se refieran a personas afectas al Glorioso Movimiento Nacional».
Para la dictadura no era suficiente la desaparición física del enemigo:
el hecho de no permitir la inscripción de la muerte en el Registro Civil
era como dejar la vida de aquella persona en una nebulosa de duda respecto a su misma existencia. Hay que puntualizar, no obstante, que el
régimen dictaba esta orden y facilitaba un instrumento represivo a los
vencedores que lo quisieran utilizar, pero a la vez muchas familias sí
que pudieron inscribir a sus muertos en los registros, algo que incluso
era imprescindible a pesar de las directrices del régimen, dado que
de otro modo muchas circunstancias relacionadas con herencias o
situaciones de orfandad o viudedad no hubieran podido ser resueltas.
Curiosamente, los historiadores encuentran inscripciones de soldados republicanos muertos durante la guerra en registros de defunción
del año 1939, y a la vez los vuelven a encontrar a partir del año 1976,
cuando quienes no lo habían hecho antes, se atrevieron o pudieron finalmente inscribir sus desaparecidos en el Registro sin ningún temor.
El control respecto a la gestión de los muertos fue tal por parte
del régimen que, el 4 de abril de 1940 (BOE 5 de abril), se publicó otra
orden que en este caso convertía las fosas de los «caídos por Dios y
por España» en lugares sagrados, concretamente especificaba que
«los Ayuntamientos adopten medidas que garanticen el respeto a los
lugares donde yacen enterradas las víctimas de la revolución marxista». (Saqqa, 2022). El régimen controló qué fosas se abrían, quién
las abría, los informes que se hacían y promovió que cada ayuntamiento hiciera un homenaje a estas víctimas así como que fueran
nuevamente enterradas de forma colectiva en el cementerio, bajo un
monumento que materializara la memoria de la violencia revolucionaria, mientras que paralelamente colocaba en todas las fachadas de
las iglesias de España placas con los nombres de los muertos que para
la dictadura merecían ser recordados, los de los vencedores.
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Historia de unos restos desterrados
Se glorificaba a unos y se ninguneaba y se pretendía el olvido
de los otros. En la retaguardia franquista se siguieron las órdenes de
practicar la violencia extrema desde el principio. El general Mola,
uno de los golpistas, emitió una Instrucción reservada (número 1, 25
de abril de 1936) en la que se especificaba todo lo que había que hacer
para instaurar una dictadura: «Base 1ª. La conquista del poder ha de
efectuarse aprovechando el primer momento favorable y a ella han
de contribuir las Fuerzas Armadas, conjuntamente con las aportaciones que en hombres y elementos de todas clases faciliten los grupos
políticos, sociedades e individuos aislados que no pertenezcan a
partidos, sectas y sindicatos que reciben inspiraciones del extranjero:
socialistas, masones, anarquistas, comunistas, etc. Base 2ª. [...] Se
tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para
reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado.
Desde luego serán encarcelados todos los directivos de los partidos
políticos, sociedades o sindicatos no afectos al movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular
los movimientos de rebeldía o huelgas. Conquistado el poder, se
instaurará una dictadura militar que tenga por misión inmediata
restablecer el orden público, imponer el imperio de la ley y reforzar
convenientemente al ejército, para consolidar la situación de hecho
que pasará a ser de derecho».
Pero la aplicación de la violencia extrema no solo se llevó a cabo
durante la guerra, esta continuó en la posguerra. Ya no había retaguardias y todo estaba bajo dominio de la dictadura, un régimen totalitario
64
Cortejo fúnebre para el
traslado de las personas
asesinadas en Paracuellos
del Jarama en noviembre
de 1936. El homenaje fue
acompañado de honores
póstumos y desfile militar.
Febrero de 1940.
Fuente: Agencia EFE /
Foto: Hermes Pato.
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Queralt Solé i Barjau
Fotografías de la plaza de
toros de València, como
centro de clasificación de
soldados republicanos,
tras la ocupación de la
ciudad de València por
las tropas sublevadas
franquistas en abril de
1939. Fuente: Biblioteca
Nacional de España
que lo quería controlar todo, también quién tenía que vivir y quién tenía que morir, y cómo. Con la guerra acabada, a partir del 1 de abril de
1939, hubieron pocos asesinatos y la mayoría de las muertes se hicieron pasar por la vía de la justicia militar o con la aplicación de la ley de
fugas (Fernández, 2021). Mientras los vencedores exhumaban fosas
comunes y alababan a sus muertos con homenajes efímeros y monumentos permanentes, los perdedores no podían saber dónde estaban
sus muertos y además continuaban sufriendo «acción en extremo
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Historia de unos restos desterrados
violenta», dado que a partir de los juicios sumarísimos se condenaban
a hombres y a mujeres a años de prisión o a la pena de muerte. Y en
muchas ocasiones el castigo continuaba siendo no poder ir a llorar al
familiar fusilado.
En todas las capitales de provincia de España se ejecutaron penados a la condena máxima, y en todas partes el funcionamiento fue
parecido: juicios con múltiples acusados que duraban solo unas horas
y en los que se condenaba a años de prisión o pena máxima sin ninguna garantía jurídica. De hecho, tergiversando el principio jurídico
de presunción de inocencia, el acusado era culpable de entrada, y si
acaso, tenía que demostrar su inocencia. Los condenados a muerte
esperaban el «enterado» del dictador y, cuando este llegaba, se establecía un día para la ejecución. No se avisaba a las familias, ni de
cuando era fusilado su familiar ni de dónde era enterrado. Normalmente las víctimas eran inhumadas en los cementerios de la capital
de provincia, aunque no siempre, como pasó con el cementerio de
Paterna, y se inhumaban en fosas colectivas en las que era imposible
individualizar al muerto. Para los familiares de las víctimas, el castigo
era múltiple: la incertidumbre de la situación, antes no sabían que
habían sido fusilados; el desconocimiento de dónde eran enterrados
y, una vez sabían en qué cementerio habían sido trasladados, la imposibilidad de individualizar un lugar para llevar el luto. La dictadura
quiso controlar la vida, la muerte, el recuerdo y el dolor de los vencidos y, desgraciadamente, no ha sido hasta el siglo xxi cuando se ha
podido empezar a romper con esta herencia impuesta.
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Caja de cerillas de Vicente Ortí Garrigues
Fosa 111. Paterna. Donación Familia Ortí
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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Esta arqueología será la
tumba del fascismo, o no será.
Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología
comunitaria en las fosas
comunes del franquismo
Xurxo M. Ayán Vila
INSTITUTO DE HISTÓRIA CONTEMPORÂNEA, UNIVERSIDADE NOVA DE LISBOA
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Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
«Los cementerios constituyen la mejor forma de destruir pruebas.
Enterrar en el cementerio garantiza que los muertos acabarán
sellados por otros muertos; los represaliados, mezclados con
indigentes y suicidas; las fosas, deshechas o desfiguradas. Quienes
excavan hoy estas fosas endiabladas lo saben bien.
Las cunetas son memoria de la violencia política en la guerra.
Pero para entender la verdadera naturaleza de la represión franquista, también hay que buscar en los cementerios.»
Alfredo González-Ruibal (2022)
Las exhumaciones en los cementerios de Paterna, Málaga o Sevilla
son la prueba palpable de dos rasgos definitorios de la represión
franquista en el centro-sur peninsular: una eliminación del oponente
político que se lleva a cabo a escala prácticamente industrial, fundamentando aquellas aproximaciones historiográficas que defienden
la idea de un verdadero exterminio y, en segundo lugar, su proyección a lo largo de la posguerra, coadyuvando a defender la idea de la
continuación de una guerra irregular hasta comienzos de la década
de 1950. A su vez, estas fosas endiabladas de los grandes cementerios
urbanos, en Andalucía y la Comunitat Valenciana, obedecen a un
contexto sociopolítico determinado que facilita estos trabajos, con
gobiernos autonómicos volcados en la tarea, con grandes asociaciones memorialistas y con equipos de profesionales bregados durante
años en la exhumación de represaliados del franquismo.
Cuando las organizadoras de esta exposición me propusieron
escribir este texto, con la intención de reflexionar sobre la vertiente
comunitaria de esta arqueología llevada a cabo en camposantos,
decidí abordarlo a partir de nuestra experiencia en otro contexto muy
alejado de esa realidad, como es el de la Galicia interior. Es cierto que
podría valorar el trabajo hecho por nuestro equipo en cementerios
asociados a campos de concentración como Castuera (Badajoz), o en
los frentes de guerra de la Alcarria o el Ebro, pero creo que la investigación desarrollada a escala micro, en un marco rural como el gallego, de pequeñas fosas en cementerios de comunidades campesinas,
nos permite exhumar todas aquellas variables que condicionan llevar
a cabo una arqueología comunitaria en los lugares de memoria de
la violencia política instigada por el fascismo. Una arqueología más
necesaria que nunca, en nuestro caso, ante la ausencia de una política
pública de memoria por parte del gobierno autonómico gallego desde
el año 2009.
En el año 2007 comencé a investigar el combate que tuvo lugar
en Repil, al lado de mi aldea materna (Cereixa, A Pobra do Brollón,
Lugo) el 20 de abril de 1949, entre la Guardia Civil y un destacamento
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Xurxo M. Ayán Vila
guerrillero. Varios vecinos y vecinas de Cereixa, enlaces de la guerrilla, fueron juzgados y sufrieron penas de cárcel. Tiempo después,
cuando empezamos las excavaciones arqueológicas en Repil, en
2016, solo entonces, empecé a conocer el alcance de la represión
franquista en el paisaje de mi infancia. Yo, historiador, tuve que cumplir los cuarenta años de edad para enterarme de que en los cementerios de todas las parroquias colindantes con Cereixa (Fornelas,
Abrence, Castroncelos, Saa) había republicanos enterrados como
alimañas en fosas comunes. La estrategia de invisibilización y la
pedagogía de la sangre del fascismo, aparentemente, habían triunfado. Esas fosas no se veían, y esos muertos, deshumanizados, no
existían. Pero sí perduraba su recuerdo en la memoria traumática de
estas comunidades rurales. Con cuarenta años de edad me di cuenta
que había sido criado en medio de un paisaje ausente, de naturaleza
política, marcado por comunidades de muertos dejados intencionalmente al margen de las comunidades de vivos. Un paisaje que, a
pesar de ello, podía ser exhumado desde la arqueología.
Solo un metro más
Los hermanos José y Ricardo García Moral residían en la parroquia de
Montefurado (Quiroga, Lugo) cuando fueron detenidos por pistoleros fascistas el 6 de septiembre de 1936. Tras un interrogatorio en el
cuartel de Falange, los dos hermanos fueron introducidos en el tren
mixto que, desde la estación de Montefurado, se dirigía a Monforte de
Lemos. Los falangistas obligaron a los presos a bajarse en la estación
de A Pobra do Brollón. Después los acribillaron a tiros. José recibió
tres impactos de bala. Ricardo, cuatro. Los dos cadáveres aparecieron
en la carretera a Quiroga, frente a la casa de un tal Bernardino. En el
paraje de A Chá de Castroncelos tuvo lugar la inspección ocular por
parte del juez y del médico. No deja de ser curioso que eso, al menos,
ocurriese en los inicios del franquismo y sea algo imposible en la
España de hoy. Ningún juez ni ninguna jueza se persona en una fosa
común de víctimas del franquismo. De ahí, los cadáveres fueron llevados en un carro de bueyes (el gran icono de la represión en Galicia)
al atrio de la iglesia de Santiago de Castroncelos. Allí fueron enterrados los dos juntos, como se describe en el procedimiento militar: «al
lado noroeste de la iglesia en una fosa abierta, arrimada al muro de
tal Iglesia por el referido (y a cuatro metros de distancia de la esquina)
lado noroeste, cuya sepultura tendría de fondo metro y medio y dos de
largo, juntos sin ataúd y con las cabezas hacia el repetido noroeste».
En julio de 2018, Pepe Ogando, nieto de una de las víctimas, solicitó ayuda a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) con vistas a exhumar los restos de sus seres queridos.
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Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
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Pepe se lo había prometido a su madre y su abuela. Según testimonios
orales, los dos hermanos se encuentran debajo del altar de la iglesia.
¿Cómo es eso posible? Pues porque décadas después un cura párroco
decidió tumbar la iglesia antigua y construir una nueva, en un estilo
entre kitsch y gore, y por encima, mal orientada, de norte a sur y no
de este a oeste. Esta obra demencial cambió la fisonomía del lugar,
restando validez a las indicaciones suministradas en el documento
anterior.
Pepe Ogando nos muestra durante la exhumación
de Castroncelos una foto
familiar en su tableta. Las
mujeres fueron las que
mantuvieron la memoria
de la represión en la
casa de su abuela en
Montefurado.
Este intento por recuperar los cuerpos de estos represaliados no
partió de los vecinos de Castroncelos. Ninguna exhumación reciente
ha surgido de la propia comunidad local. Siempre ha sido promocionada por entidades alóctonas, asociaciones memorialistas y apoyada
por ciudadanos comprometidos políticamente con esta causa. La
brutal represión, la propaganda franquista, la imposición del paisaje
de los vencedores de la guerra, la emigración por motivos políticos, el
control caciquil por parte de la nueva élite que usurpó el poder local
son factores que ayudan a explicar por qué las comunidades rurales
asumieron el silencio y la inacción como estrategias de supervivencia.
A pesar de ello, la cultura de la muerte en el espacio rural gallego tiene
el peso suficiente dentro de la economía moral campesina para que
exista una necesidad colectiva de reparación a esas víctimas. Las fosas
son cicatrices abiertas en el ethos comunitario. Aunque la derecha gallega oficialmente obvia la Ley de Memoria de 2007, desde entonces,
los medios de comunicación afines, por el contrario, han hecho seguimiento y divulgado con respeto las exhumaciones realizadas desde
entonces. Pero solo eso. Esta exhumación de Castroncelos ejemplifica
perfectamente cómo se desarrolla una arqueología activista en este
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Xurxo M. Ayán Vila
peculiar contexto sociopolítico. Ésta no se podría llevar a cabo sin un
ciudadano como Rafael Castillo, secretario del ayuntamiento de A
Pobra do Brollón, nieto del alcalde republicano fusilado en 1938. Su
implicación es fundamental para que esta investigación se realice.
Tampoco sería lo mismo sin el apoyo simbólico del gobierno municipal, en este caso del Bloque Nacionalista Galego, que lleva años
impulsando acciones para dignificar a las víctimas del franquismo.
Del mismo modo que nuestros colegas valencianos de ArqueoAntro llegaron a organizar fiestas con bandas-tributo heavy para hacer
frente a los análisis de ADN para identificar a los combatientes de la
Guerra Civil exhumados en las sierras de Castelló, en nuestro caso
vendimos vino y camisetas del proyecto arqueológico del castro de
San Lourenzo por las ferias para poder pagar la pala mecánica. A su
vez, el equipo de la ARMH que participa en esta investigación se nutre también de voluntarios extranjeros. Un alumno californiano de la
Duke University vino aquí a hacer el trabajo que no hacen las universidades españolas. Significarse en España no augura nada bueno en el
cursus honorum de un aspirante a académico. Mientras la televisión pública gallega no ha cubierto una sola exhumación hasta el momento,
a Castroncelos llegó el equipo de la productora española Newtral con
Ana Pastor a la cabeza para grabar una pieza sobre la recuperación
de la memoria histórica. Además de ella, acudieron a la cita otros dos
profesionales del audiovisual que trabajan para la cadena estadounidense HBO. Estaban grabando, a su vez, un documental sobre los
crímenes del franquismo. A pesar de que sabían que esta exhumación
no era nada agradecida, que era muy compleja y con apenas margen
de éxito, estos y estas profesionales reconocieron algo que venimos
defendiendo desde nuestro equipo de trabajo: los procesos que se
activan cuando excavamos son más importantes e interesantes que
los propios resultados de la investigación.
En cuanto a los vecinos, nos encontramos con una comunidad
dividida. La gente mayor que quiso colaborar, más que nada por
relaciones de parentesco, y que guardaba la memoria de los hechos,
no quiso hablar en público ni personarse en el lugar. Hubo que ir a sus
casas a recabar esa información. Aquí contamos con el capital simbólico y la ayuda inestimable de la vecina y escritora Olga Novo (Premio
Nacional de Poesía). Contactó con las mujeres mayores que mandan
en el templo y alrededores, se hizo con la llave de la iglesia para dejar
acceder a los periodistas, convenció a ancianos del lugar para que
aportasen su testimonio y conminó al cura párroco para continuar
con los trabajos en el futuro. Otra mujer, Carmen García-Rodeja
(ARMH) acudió también al rescate. Atender a los familiares de las víctimas durante la exhumación es fundamental. Aquello es un carrusel
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Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
de emociones, de frustraciones y esperanzas que se suceden tras cada
palada de tierra. Después experimentamos la indiferencia de la mayoría y de un sector que no estaba de acuerdo con «andar removiendo los
muertos». Incluso hubo algunos que se quejaron y achacaban a nuestras zanjas valorativas la supuesta aparición de grietas en una de las
paredes de la iglesia. Les preocupaban más las viejas cicatrices de los
muros que las fosas que pisaban cada domingo.
La ausencia del Estado se cubrió en Castroncelos con la colaboración de vecinas, voluntarias y arqueólogas militantes de la memoria. Muchos colegas defienden la idea de que la sociedad no debe de
marcar la agenda arqueológica. En estas situaciones todo es diferente. Pepe Ogando nos pidió que intentásemos de nuevo abrir más
área en la zona sondeada hace dos años. Cuando consideramos que
aquello estaba agotado, le indicamos al palista, al Pulga, que lo dejase.
En ese momento, con los ojos vidriosos, Pepe se acercó y nos pidió
que, por favor, abriésemos medio metro más, «solo medio metro
más, por favor». Se nos cayó el alma a los pies. Una vez más, la tradición oral se había confirmado. El cambio de orientación de la planta
de la iglesia en la postguerra hizo que los cuerpos de los hermanos
García Moral quedasen (si es que quedan) en un recoveco cerca del
altar mayor, dentro del nuevo templo. Es muy duro quedarse a centímetros de la verdad.
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Apertura de zanja valorativa en el atrio de la iglesia
de Castroncelos, al pie del
monolito en recuerdo a los
hermanos García Moral.
A pie de cata, familiares,
periodistas, voluntarios y
arqueólogos.
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Xurxo M. Ayán Vila
Al pie de la famosa pared agrietada, en 2016 se colocó una placa
conmemorativa en homenaje a los hermanos García Moral para
preservar su memoria. Hasta el momento no ha sido vandalizada.
Aquí, a este lugar de memoria, la escritora Olga Novo, trajo en hora
lectiva a su alumnado del instituto público A Pinguela de Monforte
de Lemos. Contra la pedagogía del terror, pedagogía del amor. Una
actividad didáctica pionera en Galicia, algo excepcional que, por sí
solo, indica la anormalidad democrática instalada en nuestro país.
Clase impartida en el atrio
de la iglesia de Castroncelos por la profesora y
escritora Olga Novo al
alumnado del I.E.S. de A
Pinguela (Monforte de
Lemos).
El verano en el que mataron el Invierno
De Castroncelos nos trasladamos en ese mismo mes de julio de 2018
a la vecina parroquia de Saa para intentar exhumar los restos de Jesús
Casas, alias O’Inverno, vecino de Eirexalba. Su nieta Isabel, residente
en Nueva York, llevaba años dejando flores en el paraje donde fue
asesinado su abuelo el 6 de agosto de 1936, cerca del Alto de Santa Lucía. Tras llamar a muchas puertas, sin éxito, Isabel solicitó ayuda a la
ARMH para encontrarlo. Tanto Saa como Eirexalba son lugares con
un pasado traumático que condiciona el presente. En Saa varias familias tuvieron un papel destacado en la Falange local y en Eirexalba
se formó el principal grupo de pistoleros que sembró el terror en la
comarca, la autodenominada Escuadra Negra de Eirexalba. Todavía
en 1944, en un periódico local de Sarria, ante la implantación de la
guerrilla antifranquista, se recordaba a la población civil: «¡Aviso a
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Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
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navegantes. Cuidado con la Escuadra Negra!» Su extrema crueldad y
sus continuos atropellos llevaron incluso a las autoridades golpistas
a condenar a pena de muerte a sus líderes (Ermida, 2017).
Para desembarcar en este contexto tan delicado, decidimos
organizar con el secretario del ayuntamiento una reunión previa
con los vecinos en el local social para recabar información y explicar el proyecto. La convocatoria no tuvo mucho éxito y, como en el
caso de Castroncelos, contamos con la colaboración de familiares
de gente mayor que nos abrieron la puerta de sus casas. Durante
la exhumación apenas recibimos visitas. Una muy especial fue la
del cura párroco que se desplazó ex profeso para conocer en persona
al director de la exhumación (o sea yo). El permiso por escrito del
Obispado de Lugo daba autorización a los trabajos siempre y cuando
se mantuviese la «buena sintonía» con los vecinos y «no afectase a
la convivencia» dentro de la parroquia. Como podemos apreciar,
esta exhumación rompía con el silencio impuesto durante décadas y
levantaba ampollas en un determinado sector de la comunidad local
que nos acusaba, de nuevo, de alterar el descanso de los muertos y de
remover las heridas del pasado.
Al tener en cuenta la tradición oral y la documentación disponible,
contábamos con tres posibles ubicaciones de la fosa de O’Inverno. Una
de ellas se encontraba en el cementerio viejo. Este espacio, delimitado
Los asesinos de Jesús Casas: la Escuadra Negra de
Eirexalba (Ermida, 2017).
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77
Xurxo M. Ayán Vila
por un muro de mampostería de esquisto, está ocupado por un vertedero ilegal. Somieres, ollas, colchones, zapatos y escombro colmataban el interior, sobre todo la parte más cercana al camino, desde la
que se descarga basura con facilidad. Los que bramaban por el pueblo,
diciendo que los arqueólogos no dejamos a los muertos descansar
en paz, son los mismos que llenan de mierda el cementerio en donde
reposan sus antepasados.
O’Inverno estaba afiliado a la CNT. Volvió de Cuba con ideas progresistas y estaba especialmente dotado para la oratoria. Con la victoria del Frente Popular destacó por los mítines que daba por tierras
de O Incio y por oponerse a la privatización del monte comunal de su
parroquia. Según la justicia fascista «por el terror obligaba a la mayoría de los vecinos de la parroquia a compartir sus ideas destructoras».
Cuando los militares se sublevan el 18 de julio de 1936, los republicanos de O Incio y de A Pobra do Brollón se organizan para cortar
carreteras, requisar armas y parar el avance de las tropas sublevadas.
Cuando la situación se hace desesperada, O’Inverno huye y se escapa
a la montaña, refugiándose en la casa de unos parientes en la aldea
de Covadelas. Alguien lo delata, y el 6 de agosto de 1936 la Escuadra
Negra de su pueblo, Eirexalba, llega a Saa a las cinco de la tarde.
La gente mayor recuerda perfectamente lo ocurrido, que se certifica con la documentación oficial. Así nos lo contó O’Cachete, vecino
nonagenario de Saa, ya fallecido: «Vinieron unos hombres desconocidos, decían que de la parte de Sarria, falangistas. Llegaron a Covadelas
y el Inverno estaba desayunando con los dueños de la casa: “¡Vámonos, que éste ya ha comido y bebido bastante!”. Y lo llevaron a Saa,
moliéndolo a palos por el camino. Uno decía: “Mira qué patas más
gordas tiene este conejo”, y le arreaban con los mosquetones en las
canillas. Llevaba unos pantalones cortos, hacía mucho calor. Iba todo
ensangrentado, cayéndose a cada paso, con las manos atadas. Los falangistas no lo llevaron por la carretera, sino que torcieron por el pueblo [Pousa] a la vista de todos. En aquella piedra una vecina les pidió
que no le pegasen, que le quería dar un vaso de agua: “No señora, este
ya bebió bastante, ya beberá allí arriba”. Cogieron el camino al alto
de Santa Lucía, y al llegar a O Poste, a la altura del pinar de O’Xexo le
dieron a elegir cómo morir, si de culo o de frente, y él eligió de culo,
mirando hacia el norte, hacia donde estaba su aldea de Eirexalba. Lo
aperrillaron allí mismo. El cadáver quedó de bruces sobre el camino. Se
avisó al pedáneo y dos hombres fueron a la iglesia a coger las andas de
la Virgen, y así lo trajeron. Al día siguiente llegó su viuda con dos niñas
pequeñas, dos de las hijas de O’Inverno».
El relato del martirio de este hombre se fue modelando en el
imaginario colectivo tomando como referencia el suplicio de Cristo.
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Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
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A la izquierda, Carlos,
nuestro cantero. A la
derecha, Carlos, minero
jubilado, voluntario de la
ARMH. Ambos son nietos
de represaliados. Posan
en una de las posibles
ubicaciones de la fosa de
O’Inverno, que finalmente
fue desestimada tras la
excavación.
La narración popular, tan descriptiva a la hora de abordar el destino
trágico de nuestro hombre, no llega a concretar su lugar de enterramiento. La tradición sitúa la fosa de O’Inverno justo a la entrada del
atrio, a la izquierda de la escalinata, en un recoveco cuadrangular pegado al muro. Durante décadas se utilizó este espacio para lanzar los
cohetes el día de la fiesta, precisamente en el mes de agosto. Incluso
algunos entrevistados nos cuentan que aparecían ramos de flores en
ese preciso lugar. El sondeo practicado aquí dio resultados negativos,
lo mismo que la zanja practicada en el cementerio viejo. Finalmente,
comprobamos que la ubicación original de la fosa se correspondía
con lo apuntado en la diligencia municipal: «Acto continuo y en el
cementerio de la parroquia de Saá se dio sepultura al cadáver autopsiado en una fosa abierta en el mismo pegada a la pared del lado sur y
a seis metros de distancia de la del lado oeste. Doy fe». En este mismo
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79
Xurxo M. Ayán Vila
punto, nichos recientes han destruido los restos ubicados en el subsuelo. En otros sitios ha permanecido el recuerdo de las víctimas, y
la tradición prohibía enterrar o reformar esos espacios. En este caso
no fue así. Hasta el punto que O’Inverno descansaba debajo del nicho
de familias que contaron con falangistas en su seno. Y aquí se cierra
el círculo dramático de un hombre que murió por sus ideas. Su nieta
Isabel todavía recibe amenazas anónimas en Eirexalba por querer
saber qué fue de su abuelo.
Nichos recientes en el
atrio de la iglesia de Saa
que destruyeron la fosa
de O’Inverno.
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Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
El tiempo se paró en el Decimal
El amor en los tiempos de la cólera. A pesar del miedo, de la guerra
y de los escuadrones de la muerte, la juventud (y leña verde todo es
humo) intentaba disfrutar de los últimos días de aquel verano trágico.
El chaval salió perfumado de Piño, sobre el valle del río Teixugo, en
dirección a Fornelas. En la fiesta del pueblo, un mes antes, había bailado con ella. Desde entonces, la pretendía. Como se dice por estos
lares, «iba a pretender a Fornelas». Aquella noche de septiembre, el
pretendiente se encontró con algo sorprendente. Una camioneta con
los faros encendidos y el motor en marcha, vibraba, quieta, sobre la
cuneta de la carretera. Se escuchaban gritos e insultos que procedían
de la parte trasera. El pretendiente, asustado, se escondió detrás de
unos arbustos, a escasos metros de la escena. Esa parcela se conoce
de siempre con el nombre de A Bernarda, pero la modernidad instauró un nuevo concepto: el punto kilométrico. El PK al que los paisanos rebautizaron como O’Decimal. Ahora las carreteras formaban
parte de toda una cartografía del terror.
El tiempo se paró en El Decimal. El pretendiente lo vio todo.
Unos tipos armados, con brazalete de la Falange, obligaban a bajar
de la camioneta a dos señores con las manos atadas a la espalda.
Uno de ellos, fornido y de más edad, consiguió zafarse de uno de
los falangistas, llegando incluso a desarmarlo. Ante la reacción del
prisionero, el conductor de la camioneta se le acercó por la espalda
y le propinó un golpe en la cabeza con la manivela de arranque del
motor. Después llegaron los disparos. El pretendiente no daba
crédito. Se mordía los labios abortando los gritos que se agolpaban
en la garganta. Unos minutos después, la camioneta bramaba por la
cuesta de la carretera a Nadela. Después…, el silencio.
Este es el relato transmitido de generación en generación en la
parroquia de Fornelas sobre lo acaecido el 7 de septiembre de 1936
cuando los fascistas asesinaron al socialista Gervasio González
y a un desconocido. La nieta de Gervasio, María José, acudió a la
ARMH y solicitó ayuda para intentar encontrar la fosa de su abuelo
en el cementerio de Fornelas. A diferencia de los casos vecinos de
Saa y Castroncelos, y a pesar de la crisis pandémica de la COVID-19,
la comunidad local se volcó en la exhumación realizada en agosto
de 2020. En aquellas parroquias vecinas, los asesinos eran personas
que venían de otros ayuntamientos, si bien en el caso de Fornelas se
daba un rasgo diferencial: un vecino participó directamente en la
ejecución. Una persona conflictiva que, más adelante, mató a otro
hombre en una discusión de lindes con un certero golpe de azada
en la cabeza. Paradójicamente, este colaborador de los pistoleros
fascistas acabó recluido en una cárcel franquista. Esta circunstancia,
80
[page-n-82]
81
Xurxo M. Ayán Vila
que un miembro de la comunidad estuviese implicado en ese evento
tan abyecto, era sentido como una mancha colectiva, una deuda en la
historia reciente de Fornelas. La necesidad de curar esa herida creo
que ayuda a explicar el papel jugado por los vecinos y las vecinas de
esta localidad en la exhumación.
Vecinos de Fornelas aportan información a la nieta
de Gervasio, María José,
en la exhumación en el
cementerio parroquial.
En la excavación comprobamos que la fosa de Gervasio había
sido destruida por enterramientos posteriores, sobre todo por un
nicho construido por un emigrante retornado de Cuba. Mientras
Gervasio quedó durante décadas enterrado como una alimaña, el
médico fascista de Fornelas y alcalde franquista de A Pobra de Brollón
reposa en el mayor mausoleo del cementerio. El vecino que colaboró
en su asesinato descansa dignamente en un nicho lateral. La excavación arqueológica evidenció de manera gráfica toda esta historia
traumática, sirvió de terapia colectiva y de recurso didáctico para las
nuevas generaciones. Eso sí, el apoyo unánime de la gente de Fornelas
pasó también por omitir el nombre del vecino colaboracionista. Sus
descendientes forman parte del pueblo y no tienen por qué correr con
las culpas del abuelo. Nuestra magnífica relación con Fornelas a raíz
de esta exhumación nos llevó a plantear, en este verano de 2022, un
proyecto en un yacimiento prehistórico conocido como A Muradella.
La jornada de puertas abiertas, del 30 de julio de 2022, tuvo su gran
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Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
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colofón en el interior de la iglesia parroquial en donde nuestras antropólogas forenses Márcia Hattóri y Candela Martínez explicaron
los pormenores de la exhumación de 2020 y la investigación posterior. No cabía un alma en el templo. Ochenta vecinos, toda la parroquia, se reencontraban con su pasado y cauterizaban las cicatrices de
aquella herida de 1936.
Jornadas de puertas
abiertas en la iglesia de
Fornelas (30 de julio
de 2022). Las antropólogas Márcia y Candela
explican a la parroquia la
exhumación de 2020.
[page-n-84]
83
Xurxo M. Ayán Vila
Coda
Como señaló Alfredo González en la cita introductoria de este texto,
los cementerios son entes vivos que crecen y hacen desaparecer definitivamente a los desaparecidos y las desaparecidas del franquismo. El
tiempo juega a favor de un fascismo que planificó con determinación
tanto la eliminación física del oponente político (esto se ve muy bien
en Paterna) como la progresiva desmaterialización de esas fosas y esos
cuerpos. En este sentido, las tres exhumaciones que abordamos en
este texto, comparten tres grandes rasgos comunes. En todas ellas,
los medios de comunicación regalaron titulares del estilo; «exhumaciones fallidas; los arqueólogos fracasan; acaban los trabajos sin
éxito». Cierto es que no pudimos encontrar a José, a Ricardo, a Jesús
ni a Gervasio, pero sus nombres han vuelto al espacio público, sus
nietos (Pepe, Isabel, María José) se han sentido amparados y hemos
contribuido desde esta arqueología activista y heroica a intentar
repararlos. En segundo lugar, son intervenciones propias de una
etnoarqueología de urgencia, de una práctica científica que ha llegado
tarde, pero con el tiempo suficiente para registrar el testimonio de
hombres y mujeres octogenarios y nonagenarios que, como O’Cachete
de Saa, o Ramón d’A Severa, de Piñeiros (Castroncelos), nos han
dejado en estos últimos tres años. Recoger esta memoria oral es
fundamental para revertir el proceso de invisibilización y romper el
silencio impuesto sobre las tumbas del fascismo. Y, en tercer lugar,
estas tres exhumaciones señalan la necesidad de perseverar en una
arqueología comunitaria, aunque ésta se desenvuelva en contextos
incómodos y parcialmente hostiles. Excavar en la verdad es un arma
poderosa, ya que desmonta el relato hegemónico de los vencedores
de la guerra y pone a disposición de las comunidades la materialidad,
las pruebas de los crímenes del franquismo. Otra cosa bien diferente
es que se quieran reconocer esos vestigios. El proceso de apertura y
divulgación de estas fosas endiabladas, aparezcan o no los represaliados, interpela directamente a estas pequeñas poblaciones rurales
del presente sobre su pasado reciente. En mi opinión, esta arqueología comunitaria, valiente y siempre abierta a la polémica, no fracasa
nunca, ya que alcanza valiosas victorias simbólicas, como el hito monumental en recuerdo a los hermanos García Moral en el cementerio
de Castroncelos, el impacto mediático que supuso la recuperación de
la figura de O’Inverno y la identificación de sus asesinos, o la catártica
jornada de memoria en Fornelas con la asistencia de la comunidad al
completo. Gracias al esfuerzo de voluntarias, vecinas y profesionales de las ciencias sociales y las humanidades José, Ricardo, Jesús y
Gervasio han regresado de su comunidad de muertos a la comunidad
de los vivos. Nuestros colegas valencianos lucharán para que ocurra
[page-n-85]
Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
84
lo mismo con los miles de compatriotas zapateados en las cuadrículas
del cementerio de Paterna.
Esta exposición es un hito más en este camino que, en muchos
sitios, se ha abierto, hasta hace nada, sin ninguna ayuda del Estado.
Restitución del suelo original tras los trabajos de
exhumación. Voluntarias
del campo de trabajo del
castro de San Lourenzo
(2020) esparcen semillas
para regenerar el césped
en el cementerio de Fornelas. Semillas de futuro.
[page-n-86]
85
Xurxo M. Ayán Vila
Bibliografía
Ermida Meilán, X. R. (2017) (2017). «Para nós o matar é unha honra: as escuadras negras de Falanxe». En X. R. Ermida Meilán, Fernández Fernández,
E., X. C. Garrido Couceiro y D. Pereira González (coords.), Os nomes do
terror. Galiza 1936: os verdugos que nunca existiron (pp. 63-80). Sermos Galiza.
González Ruibal, A. (11 de septiembre de 2022). «Las grandes fosas de la Guerra
Civil no están en las cunetas». Público. https://blogs.publico.es/dominiopublico/47529/las-grandes-fosas-de-la-guerra-civil-no-estan-en-las-cunetas/
[page-n-87]
ANTROP
[page-n-88]
87
POLOGÍA
91
¿Dónde habita la memoria?
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
113
Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
Zira Box Varela
127
Pasado, presente y futuro de los objetos
de las fosas comunes
Aitzpea Leizaola
145
Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones
contemporáneo: posibilidades y tensiones en las luchas
por la(s) memoria(s)
María Laura Martín-Chiappe
[page-n-89]
88
Tarjetas postales enviadas por Francisco Sanz Herráez
desde la cárcel a los familiares
Fosa 127. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Albert Costa. L’ETNO
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89
Gafas, lápiz y sellos
Individuo 124, fosa 115; individuo 99, fosa 127. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Albert Costa. L’ETNO
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Jersey de punto, con corbatín del mismo tejido,
de Francisco Peiró Roger
Fosa 111. Paterna. Donación Familia Peiró
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Albert Costa. L’ETNO
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91
¿Dónde habita la memoria?
Maria-José García Hernandorena
e Isabel Gadea i Peiró
COMISARIAS DE LA EXPOSICIÓN «2.238. EL CEMENTERI DE PATERNA:
LLOC DE PERPETRACIÓ I MEMÒRIA»
[page-n-93]
92
¿Dónde habita la memoria?
¿Dónde habita la memoria? O más concretamente: ¿dónde está y ha
estado la memoria de la represión franquista? Esas cuestiones son
el eje que guía el discurso de la exposición: «2.238. El cementeri de
Paterna: lloc de perpetració i memòria». Basándonos en una investigación etnográfica y tomando como estudio de caso el cementerio
de Paterna y las más de cien fosas comunes que allí se han localizado,
este espacio se nos presenta como ejemplar y paradigmático para
responder estos interrogantes1.
Dentro de ese marco, esta propuesta expositiva se nos ofrece
como herramienta fundamental para comprender el porqué de la
eclosión de una serie de reclamaciones contemporáneas de una
parte de la sociedad valenciana, las de aquellas personas que lo
perdieron todo una vez acabada la contienda española a causa de
la represión por sus ideas políticas. Lo perdieron todo, pero lo que
no perdieron nunca fue su memoria. A pesar de los esfuerzos de la
dictadura para enterrar, física y simbólicamente, todo aquello que
desafiaba su legitimidad, un hilo, fortalecido generación tras generación, ha mantenido la memoria y le ha dado continuidad a través
del tiempo.
Tres son los espacios donde podemos encontrar la memoria de
la represión franquista asociada al cementerio de Paterna: el propio
cementerio, las fosas comunes y las casas de los represaliados. Pero
además de estas marcas territoriales, la cultura material asociada a la
represión, los objetos, acontecen agentes movilizadores de procesos
memorísticos, con voces capaces de incidir en la realidad individual
y social (Bustamante, 2014). Así, y siguiendo con esta autora, mientras que a los lugares de memoria estos procesos se encontrarían
dentro de ellos, los objetos serían activadores y las acciones y las
prácticas se activarían a través de ellos.
La exposición es un recorrido diacrónico de voces, intereses,
políticas y maneras de estar y sentir la represión expresada en una
confrontación de espacios. Por un lado, los lugares íntimos, cerrados, claustrofóbicos: una fosa común, los cajones de una cómoda
o un armario de la casa de alguien que ha sufrido represalia, que
guarda y transmite una dote y un luto inconcluso. Por otro lado,
un espacio abierto y público: el cementerio de Paterna. Además de
los espacios, nos llama la atención todo lo que contienen y/o han
contenido, haciendo un juego de espejos y recorridos diversos que
explican por qué una parte de la sociedad civil valenciana siente
que se tiene todavía una deuda con ella. Una deuda que pasa por
la recuperación de los cuerpos de los suyos, pero también por el
reconocimiento público, por la reparación de las injusticias, por las
compensaciones económicas y morales, entre otras.
1
Este texto va acompañado
de imágenes que se imbrican a lo largo del relato y
forman parte del discurso.
Se han producido en
diferentes contextos y con
diferentes fines, por lo que
presentan diferentes formatos y calidades. Todas
ellas han formado parte
del proceso de investigación necesario para llevar
a cabo esta exposición.
[page-n-94]
93
2
Recordemos que entre
1939 y 1956, de las 2 238
personas que fueron
fusiladas en Paterna,
2 219 eran hombres y
solo 19 eran mujeres. La
mayoría de estas mujeres
fueron asesinadas por
su participación activa durante la II República y/o
el transcurso de la Guerra
Civil. Muchas fueron
maestras y milicianas
que ocuparon el espacio
público, tradicionalmente
asignado a los hombres, y
su implicación política les
costó la vida. Además de
ellas, muchas más mujeres sufrieron la represión
social, económica y sexual
que el régimen reservaba a las rojas. En este
segundo caso, a menudo
se trataba de aquellas
mujeres que, a pesar de
no haber transgredido el
ámbito doméstico que
su género les asignaba,
fueron vejadas, rapadas y
humilladas por el vínculo
de parentesco que las
unía a un rojo. Eran las
madres, hermanas y compañeras de los asesinados,
todas esas mujeres de la
primera generación que
hicieron del cementerio
un lugar femenino.
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
Acercarse hoy a la exhumación de una fosa común y su impacto
en la sociedad actual es también objeto de esta exposición. Ampliamos la mirada más allá del hoyo profundo que es una fosa, hacia las
vidas de las personas que acabaron allí y sus familias, a los objetos y
a los lugares que éstas han transitado a lo largo del tiempo y que son
testigos, portadores y transmisores de sus memorias.
Estas dinámicas no se entienden sin una mirada de género: mientras que las fosas de Paterna son un lugar principalmente masculino2,
el cementerio y los lugares donde se han custodiado y transmitido
las memorias de la represión son parajes principalmente femeninos.
Una herencia que se ha producido gracias en parte a los objetos conservados en los domicilios de las víctimas, custodiados y escondidos
por las familias, materialidad evocadora de los cuerpos de los que no
dispusieron para cerrar el luto y transformados en «altares profanos»
(López y Pizarro, 2011).
Al hacer una lectura del cementerio y de las fosas de Paterna desde
la etnografía y la antropología de la memoria, en clave de género,
ponemos en el centro las emociones, los sentimientos, las vivencias y
la subjetividad de los relatos, y tratamos de responder a aquellos que
todavía hoy se cuestionan la pertinencia de estas reivindicaciones.
El cementerio
Tradicionalmente, ha sido en el interior de los lugares y los espacios
donde se han llevado a cabo las prácticas reparativas y conmemorativas de víctimas de acontecimientos traumáticos y de pasados conflictivos, con el objetivo de reivindicar, reparar, homenajear y recordarlas,
como ya señalábamos más arriba. En el caso del País Valenciano, el
cementerio de Paterna, las fosas comunes que contiene y sus alrededores (el paredón de fusilamiento, el camino de la Sangre) se ha
transformado en uno de esos lugares paradigmáticos y simbólicos de
gran potencia para observar y analizar estos procesos de rememoración y homenaje de todas aquellas personas que fueron fusiladas por la
dictadura de Franco entre 1939 y 1956.
Además, un cementerio es más que un lugar donde descansan
nuestros muertos. Es el espacio marcado donde se sitúan una serie
de rituales, entendidos como actos colectivos que permiten la cohesión y el equilibrio de una comunidad, donde se produce una serie
de relaciones sociales y acciones a lo largo del tiempo que son reflejo
de la sociedad que los rodea. En el caso de un cementerio como el de
Paterna, que alberga en el mismo más de cien fosas comunes originadas por la represión de la dictadura franquista una vez acabada la
guerra, estas relaciones, interacciones y acciones cobran aún si cabe
más interés. Nos interrogan no solo como ciudadanas y ciudadanos
[page-n-95]
94
¿Dónde habita la memoria?
que queremos y esperamos vivir en una democracia plena, sino también como investigadoras sociales implicadas en temas de memoria
democrática y derechos humanos.
Asimismo, es el lugar dónde se abren de manera sistemática los
procesos de exhumación de las más de cien fosas comunes, siguiendo
unos protocolos científico-forenses y arqueológicos que buscan reparar a las familias de los represaliados, devolviéndoles los restos exhumados de sus seres queridos. A partir del año 20163, y en respuesta
a las demandas de algunas familias, empezó en el cementerio de esta
localidad de L’Horta un movimiento, financiado con dinero público
mediante una política de subvenciones, que promovía las exhumaciones de estas fosas. El objetivo de las exhumaciones es identificar y
devolver a los familiares que así lo piden los restos de los 2 238 fusilados y que estos los depositen y los honren allá donde deseen.
En este mismo volumen, la antropóloga María Laura MartínChiappe, de la UAM, propone, a partir del caso del cementerio de
Paterna «revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneas
de represaliados/as por el franquismo, exponiendo algunas de las
capas de memoria que vinculan etapas memoriales y las prácticas
propias de cada una de ellas, pero también las posibilidades y limitaciones, continuidades y tensiones que se producen entre ellas».
El papel de las mujeres en el cementerio se convierte en fundamental, y aun hoy poco reconocido4. En el caso concreto de este lugar,
una de las principales particularidades que lo distinguen de otros
lugares de perpetración viene dada por el hecho de que es un lugar
de memoria desde el mismo momento de los fusilamientos, gracias
a las mujeres y sus prácticas vinculadas al luto abierto que han ido
heredando las sucesivas generaciones6. Por eso sostenemos, tal y como
hemos señalado más arriba, que, mientras que las fosas comunes son
un espacio masculinizado, el cementerio es un espacio feminizado.
Para analizar la biografía de este lugar de memoria, hemos
mapeado las presencias, luchas y resistencias que se han ido desencadenando alrededor de las fosas comunes durante todos estos años.
En cuanto a la presencia femenina, existe una genealogía de género
vinculada al cementerio que arraiga con la asistencia de las mujeres
desde el año 1939, cuando se originaron las primeras fosas. La aparición de ramos de flores durante los procesos de exhumación contemporáneos constatan la huella de las mujeres de la primera generación,
de las madres, compañeras y hermanas de los asesinados, muchas de
las cuales acudieron al cementerio al enterarse del fatal final de sus familiares, con la intención de llevárselos y darles una sepultura digna5.
Desde entonces, nunca dejaron de visitarlos.
3
Siguiendo el ejemplo
de un movimiento más
amplio iniciado en el
Estado español en 2000
por Emilio Silva, quien
reclamó la exhumación
e identificación de su
abuelo y otras 12 personas
asesinadas por falangistas y lanzadas a una fosa
cuneta en Priaranza del
Bierzo (León), en 1936.
4
Hay pocos lugares en el
Estado español donde se
reconozca ese papel de
transmisoras y custodias de la memoria de
la represión franquista.
El más destacado es el
Memorial de la Barranca,
en La Rioja.
5
El análisis de la custodia y la transmisión
de la memoria nos ha
permitido diferenciar tres
generaciones diferentes de mujeres. Sobre
esta cuestión, hemos
profundizado en nuestra
investigación etnográfica
(García y Gadea, 2021),
así como en el texto
donde reconstruimos
la genealogía femenina
sobre las fosas comunes
del cementerio de Paterna
(Gadea y García, 2022).
6
Tan solo una minoría
consiguió llevarlos a sus
respectivos pueblos o enterrarlos de manera individualizada en algún nicho
del mismo cementerio.
[page-n-96]
95
Ramos de flores silvestres
depositados dentro de
fosa. Fosa 111. Paterna.
Col·lecció Memòria
Democràtica. L’ETNO.
Fotografía: Albert Costa.
L’ETNO.
Fosa 115. Viudas, hijos e
hijas de fusilados en el cementerio de Paterna. Sin
fecha. Fotografía cedida
por la familia Pastor.
Fosa 135. Viuda y nietas
de un fusilado en el cementerio de Paterna. Año
1959. Fotografía cedida
por la familia Chofre.
Fosa 112. Viudas, hijos e
hijas de unos fusilados en
el cementerio de Paterna.
Sin fecha. Fotografía cedida por la familia Gómez.
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
[page-n-97]
¿Dónde habita la memoria?
La represión hacia estas familias se hacía extensible a la manifestación del luto que tenían prohibido. Es por eso que la presencia
de estas mujeres enlutadas que llenaban de flores las fosas cada 1 de
noviembre, se volvía un acto de resistencia al franquismo, una lucha
contra el olvido. Así lo interpretaban también las autoridades fascistas, que trataban de echarlas, hecho que se guarda en el recuerdo de la
memoria colectiva del cementerio de Paterna. Además, ellas hicieron
lo posible para hacer suyas las fosas, llenarlas de dignidad y sacar a sus
parientes del anonimato de un hoyo colmado de tierra y cal. A pesar
de la precariedad de las economías familiares de las represaliadas del
franquismo, muchas de ellas se encargaron de poner los primeros
memoriales, hechos a base de humildes azulejos de cerámica. La violencia contra los rojos también se ejercía contra sus memoriales, que
los guardias del régimen rompían intencionadamente. No obstante,
las mujeres no desfallecían y los reponían una y otra vez.
Un luto sin cerrar y sus rituales asociados fueron heredados por
la generación de las hijas. Muchas de las mujeres de esta generación
trazaron nuevas reivindicaciones alrededor de las fosas, como es el
caso de la lucha para que se declararan exentas de pago y la constancia
para dignificar y sostener este lugar de memoria. Estas mujeres, que
fueron a Paterna a lo largo de su vida, vieron como, con la muerte de
Franco, partidos políticos y sindicatos se unieron a homenajear a las
víctimas del franquismo, instalando memoriales o celebrando distintos actos. Así, además del 1 de noviembre, se fueron incorporando
nuevas fechas al calendario memorialista, como son el 14 de abril y el
1 de mayo.
También las nietas y bisnietas han tomado el relevo de la tradición de visitar el cementerio en estas fechas señaladas. Además,
como promotoras de las prácticas reparativas contemporáneas, han
comenzado varios procedimientos que tienen impacto directo sobre
el cementerio de Paterna. Como ya hemos mencionado, los procesos de exhumación están siendo las prácticas reparativas con mayor
protagonismo y, en estos casos, las consecuencias directas sobre el
cementerio son la apertura de las fosas y los múltiples efectos que este
movimiento implica, tanto a nivel familiar, asociativo, científico, político, mediático, social o cultural (García y Gadea, 2021). Pero, a menudo, el objetivo que persigue estas prácticas, centradas en recuperar
e identificar a los que acabaron dentro de las fosas, provoca que se
haga hincapié en la vertiente del cementerio como lugar de perpetración (la que sufrieron mayoritariamente hombres) y no tanto como
lugar de memoria (la que sostuvieron mayoritariamente mujeres).
Por eso, desde nuestra perspectiva, resultaba imprescindible trazar la biografía del cementerio (Gadea y García, 2022), un espacio que
96
[page-n-98]
97
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
se explica a partir de los actos de los vivos. En la exposición de l’ETNO
hemos contado con diferentes materiales que son testimonios de la
historia del cementerio como lugar de luchas y resistencias, de memorias familiares, pero también colectivas, asociativas y políticas.
Fosa 100. Nietas y bisnietas de represaliados.
Fotografía de las autoras.
Las fosas comunes y los objetos que duelen
Cal
Tierra
Huesos
1 proyectil esférico de posta (10 mm)
1 proyectil de 7 mm Mauser
32 botones de madera
7 botones de hueso
33 botones de metal
16 botones de baquelita
9 botones de nácar
1 ovillo de alambre
2 suelas de alpargatas
1 mechero de bolsillo
1 cucharilla de plata
2 navajas
4 hebillas de pantalón
2 cinturones con hebilla
2 piezas para enganchar y sujetar ropa
4 minas de lápiz
[page-n-99]
¿Dónde habita la memoria?
3 piezas dentales de oro
Fragmentos de un braguero
Fragmentos de cremallera
Fragmentos de suelas de alpargatas
Fragmentos de ropa
Fragmentos de un pastillero
Fragmentos de una cartera
Esta lista de objetos es solo un ejemplo del tipo de materiales que
aparecen asociados a los restos óseos cuando se exhuma una fosa de
Paterna. En este caso, son los restos de veintiún hombres fusilados
por un pelotón una vez acabada la Guerra, un 2 de noviembre de
1939, y enterrados en un hoyo, la fosa 100, situado en el cuadrante
primero izquierdo del cementerio.
La Diputació de València, y más en concreto l’ETNO, empieza a
interesarse por este aspecto de las exhumaciones a partir de 2021,
a raíz de la exhumación de la fosa 128 a instancias del equipo arqueológico y científico-forense responsable (Moreno, Mezquida y
Ariza, 2021). Así, comienza un proceso de recolección de este tipo de
materiales, que se acerca a las familias, a los equipos arqueológicos
de exhumación de fosas y a las administraciones que, dadas las circunstancias legales del momento, tienen su custodia. Es interesante
conocer ese proceso por el cual este tipo de materiales pasan de no
saberse demasiado bien qué hacer con ellos, por sus condiciones de
conservación y la incomodidad que provocan, a ponerlos en el centro,
patrimonializarlos y musealizarlos.
En este volumen encontramos el texto de la antropóloga de la
UPV/EHU, Aitzpea Leizaola la cual se ocupa de este tema desde otros
lugares del Estado español y desde su experiencia en la Sociedad de
Ciencias Aranzadi. En sus palabras: «El carácter de dichos objetos,
su estatus, así como su destino futuro son el eje central de este texto
para indagar la dimensión material de la memoria, la necesidad de un
marco patrimonial para encarar la cuestión de la transmisión en el
contexto de las exhumaciones».
Los objetos exhumados nos golpean directamente como testigos
del horror del pasado. Nos permiten dialogar sobre temas tan variados como las condiciones carcelarias de las personas condenadas
a muerte por el franquismo, sus esperanzas, la vida cotidiana en la
prisión (salud, higiene, formas de vestir y calzar, escribir, ocupar el
tiempo de espera). Humanizan a las víctimas y nos las presentan no
como seres ajenos y diferentes a nosotros, ni como la horda roja con
quien no tenemos nada en común, sino como personas normales
98
[page-n-100]
99
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
y corrientes, que comían, se lavaban, escribían, leían o jugaban y sufrían por los suyos. Son materiales difíciles de conservar, de exponer,
de explicar. Son la presencia más próxima y directa de los cuerpos de
los represaliados por el franquismo y el testigo más claro de la violencia sufrida y de un horror que nos golpea de lleno.
Cesión familiar de los
objetos de una fosa en
l'ETNO. Fotografía: Albert
Costa
Recogida de materiales
asociados a las fosas del
cementerio de Paterna
por parte de l'ETNO.
Fotografía: Albert Costa
Cajas donde se almacenan los objetos exhumados de las fosas de
Paterna. Almacén de la
Diputació de València,
Bétera. Fotografía: Albert
Costa
Bandejas donde se clasifican y guardan los objetos
exhumados de las fosas
de Paterna. Almacén de
la Diputació de València,
Bétera. Fotografía: Albert
Costa
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¿Dónde habita la memoria?
Las casas y los objetos del luto
Lágrimas
Besos
Silencios
16 fotografías de los asesinados
6 fotografías de familia
3 fotografías de matrimonio
3 fotografías de hijos e hijas
1 fotografía grupal de una asamblea
1 medallón con la fotografía de un asesinado
6 certificados de nacimiento
6 certificados de defunción
10 expedientes penitenciarios
5 juicios sumarísimos
8 actas municipales de los respectivos pueblos
1 hoja de periódico
2 carnés de afiliación política
1 cordón de esparto con cinco nudos (uno por cada hija)
1 alpargatas de esparto de talla de niño hechas en la cárcel
1 pañuelo bordado en la cárcel
3 cajas de madera hechas en la cárcel
1 mechero
1 pipa de cigarrillo
1 papel con un tablero de ajedrez dibujado hecho en la cárcel
1 pluma estilográfica
Etiquetas de madera con un nombre
2 mantas
1 pastilla de jabón
1 diario personal de carabinero
46 cartas y tarjetas postales desde la cárcel
11 cartas de despedida
5 recortes de la ropa con la que los asesinaron
1 bala
Esta lista recoge los objetos vinculados a los veintiún hombres
que fueron asesinados el 2 de noviembre de 1939 y lanzados a la fosa
100 del cementerio de Paterna, y que han atesorado las familias desde
entonces. Es tan solo una muestra de los objetos del luto, aquellos
que han sido escondidos en cajas de lata y de cartón, en armarios y
cómodas, entre sábanas de hilo, silencios y llantos.
100
[page-n-102]
101
7
«De ahí que, junto a la figura del “ángel del hogar”
haya funcionado la de
la “guardiana de la memoria”, encargada de la
custodia de los recuerdos,
las historias, los objetos,
las fotografías y todo lo
que comporta una carga
memorialista»
(Gadea y García, 2022,
p. 218).
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
Como se puede comprobar, muchos de estos objetos son los
mismos que aparecen exhumados junto con los restos óseos, la cal y la
tierra que los ha sepultado durante más de ochenta años. La diferencia
entre los objetos que duelen y los objetos del luto tiene que ver con
los rituales y las prácticas que han acompañado a unos y otros durante estos años y que, desde disciplinas como la antropología social,
tratamos de explicar. Así pues, mientras que los objetos que duelen
representan los cuerpos de los asesinados y el impacto que supone la
apertura contemporánea de unas fosas originadas más de ocho décadas atrás, los objetos del luto materializan y atrapan el luto abierto que
ha ido transmitiéndose generación tras generación por línea femenina
durante todo este tiempo.
Para comprender la importancia y la función de estos objetos,
hay que acercarse, por un lado, a las particularidades del luto perenne
al que sometieron a las familias represaliadas y, por otro, al modelo
de socialización de género por el que este luto abierto recae especialmente sobre las mujeres. En primer lugar, son las mujeres las que históricamente, y de acuerdo con el sistema sexo-género, prototípico de
la cultura patriarcal, han asumido el sostenimiento material y simbólico de la familia. Juntamente con el trabajo doméstico y de cuidado
del ámbito (re)productivo, las prácticas del recuerdo y la custodia de
la memoria son parte de los saberes que se han presupuesto femeninos. Es decir, la reproducción biológica, cultural y simbólica se considera responsabilidad de las mujeres (Troncoso y Piper, 2015)7. Parte
del sostenimiento simbólico de la familia incluye sostener el recuerdo
de los muertos y hacerse cargo de sus rituales y prácticas asociadas, de
aquí el vínculo entre el género y el luto.
En segundo lugar, y basándose en esta última cuestión, el asesinato de los represaliados del franquismo supuso una alteración en el
ritual de la muerte que se celebraba en la época. Así pues, las familias
no pudieron prepararse para la muerte de los suyos (fase preliminar
que engloba prácticas previas a la defunción, así como su prevención),
ni prepararlos para una sepultura digna (fase liminar que incluye
defunción, velatorio y enterramiento). Además, la cultura del perpetrador prohibía también la manifestación del luto y el culto a los rojos
que forma parte de la fase posterior del luto. La imposibilidad de transitar las distintas fases que garantizaban una «buena muerte» provocó
lutos abiertos como síntoma de la «mala muerte».
Ellas, las madres, compañeras y hermanas de los asesinados, que
fueron represaliadas socialmente, económica y sexualmente por el
vínculo de parentesco con su familiar, desobedecieron la prohibición
de mostrar el luto y honrar a los suyos, en tanto que eran las únicas
prácticas del ritual mortuorio al que pudieron aferrarse. Así pues,
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102
¿Dónde habita la memoria?
convirtieron sus rituales postliminares en prácticas de resistencia
al régimen, su luto inconcluso en un luto subversivo, sutil, íntimo y
cotidiano.
De entre las resistencias al olvido destacamos, por un lado, el hecho de que se recluyeran en el espacio íntimo del hogar y se negaran a
participar en cualquier acto social; el silencio y la tristeza que convirtieron en su seña de identidad, así como el hecho de que vistieron de
luto hasta el final de sus días. Si bien estos tienen que ver con rituales
que forman parte de la cultura de la muerte que se celebraba en la
época, por otro lado, encontramos los rituales que adquirieron más
significado debido al contexto de «mala muerte». En este caso destacan las prácticas que realizaban alrededor de los objetos.
Piezas como las que aparecen en el listado de objetos del luto
acabaron componiendo pequeños «altares profanos»8 (López García
y Pizarro, 2011) que para sus familiares eran sagrados, en cuanto que
condensaban la memoria del muerto (fig. pág. 108). Así, las mujeres
de la primera generación (madres, compañeras y hermanas), en la
intimidad de su habitación sacaban estos objetos de sus escondrijos
y los mimaban entre rezos y llantos, ritual que les servía para vaciarse
del silencio impuesto. Como señala Cate-Arries, «la significancia
de los objetos de la memoria en una cultura del miedo, en la que los
testigos mudos del pasado logran conservar la memoria del difunto
cuando a su familiar que lo llora “le da miedo hablar”» (2016, p. 140).
El hecho de que estos amuletos familiares estuvieran escondidos, remite a la represión y el miedo que sufrieron estas mujeres silenciosas,
que ocultaron estos pequeños tesoros como parte de la estrategia del
silencio que emplearon para sobrevivir y proteger a sus descendientes.
De entre las piezas de estos altares domésticos destacan, por un
lado, las fotografías, imágenes que adquieren un gran valor en cuanto
que sustituyen el cuerpo del ausente. Muchas de estas fotografías que
conservan todavía hoy en día las familias son fruto de fotomontajes y
ampliaciones fotográficas (Moreno, 2020). Así, mediante la técnica
del bromóleo, algunas fotografías reunían todos los miembros de
la familia a pesar de la ausencia del difunto. Del mismo modo, estos
montajes permitieron vestir y amortajar, al menos en las fotografías,
los cuerpos de aquellos que no tuvieron oportunidad de tener una
sepultura digna.
Por otro lado, también encontramos documentos que constatan
el fatal destino de sus familiares, como las actas de defunción, los
expedientes penitenciarios, los juicios sumarísimos o la Causa General. Hay que decir que estos documentos se incorporan como piezas
de los objetos de la memoria de la mano de la tercera generación de
familiares. Es decir, estos papeles no formaban parte de los altares
8
«En ocasiones, estos objetos delgados y frágiles se
convierten en uno de los
elementos que junto con
las últimas pertenencias
de los familiares (cartas,
pañuelos, paquetes de tabaco, etc.), configuraban
una especie de altar profano donde se conservaba
y condensaba la memoria
de aquellos hombres»
(López García, y Pizarro,
2011, p. 580).
[page-n-104]
103
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
Blas Llopis y Trinidad
Sanchis con su hijo, Blas.
Dibujo a partir de una
fotografía. Cedido por la
familia Llopis.
Vicent Coscollá en un
fotomontaje con la mujer,
Leonor Ferrer. Cedido por
la familia Coscollá.
Carné de pertenencia
al Partido Comunista de
Juan Luis Pomares. 1938.
Cedido por la familia
Pomares.
domésticos de sus abuelas y madres. Buscar en los archivos y solicitar
este tipo de material forma parte de los procedimientos y trámites
que se necesitan para llevar a cabo las exhumaciones que protagonizan las nietas y bisnietas en la actualidad, puesto que se consideran
pruebas que certifican que sus abuelos fueron sepultados en las fosas.
Estos documentos forman parte de la cultura del perpetrador
y, como tal, hay que situarlos en su contexto. En ocasiones, leer este
tipo de documentos sin tener en cuenta su marco de referencia puede
generar angustia y desasosiego en los familiares. En este sentido
consideramos que el éxito de la imposición de la cultura del perpetrador como única y la carencia de pedagogía democrática respecto a la
represión franquista provoca estos sentimientos cuando se toma esta
información como verídica y fiable.
En cuanto a los documentos que acreditan la militancia y participación política de sus familiares, estos, además, nos hablan de la valentía
y el valor de las mujeres que los guardaron, puesto que, en el contexto
de represión, conservar este tipo de documentos era peligroso.
[page-n-105]
¿Dónde habita la memoria?
104
Ante la frialdad de estos documentos, encontramos el calor que
guardan los objetos que los asesinados hicieron de manera artesanal
para sus compañeras y para sus hijos e hijas desde la prisión. Junto a
estos objetos de artesanía carcelaria, los objetos cotidianos y comunes que usaban durante el día a día en la prisión, como pudiera ser
una pastilla de jabón o un mechero, adquieren un valor incalculable
para las familias a raíz de su muerte.
Pañuelo bordado en
la prisión por Salvador
Gomar. Cedido por la
familia Gomar.
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105
Alpargatas infantiles
hechas por Salvador
Gomar en la cárcel para
su hijo. Cedidas por la
familia Gomar. Fotografía:
Albert Costa
Detalle de caja de madera
tallada en la cárcel por
Blas Llopis. Cedida por la
familia Llopis.
Tablero de ajedrez
dibujado en una hoja de
papel por Blas Llopis en
la cárcel. Cedido por la
familia Llopis.
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
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¿Dónde habita la memoria?
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Especial mención merece la correspondencia que intercambiaban los represaliados con sus familias (López y Villalta, 2015;
Sierra, 2016). Mediante tarjetas postales censuradas o las cartas que
burlaban el control del sistema penitenciario, la función social de la
escritura desde las prisiones respondía a un doble objetivo: sostener
el vínculo familiar y resistir. Las últimas cartas de despedida o cartas
«en capilla», añaden algunos matices a esta doble función puesto que
adquieren un cariz testamentario. Así, más allá del reparto de algunos
bienes, estas últimas palabras recogían los valores morales y éticos
que quisieron traspasar a las generaciones posteriores, así como
la necesidad de que la familia preservara su memoria y, con ella, su
inocencia.
Carta de José Morató a
sus padres. Pasada por la
censura en 1939. Cedida
por la Familia Morató.
Fotografía: Albert Costa.
L’ETNO.
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107
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
Hoja 4/4 de la carta de
despedida de Vicente
Alemany a su mujer,
Consuelo. Cedida por la
familia Alemany.
Por último, los fragmentos pertenecientes a la ropa que vestían
estas personas en el momento de su asesinato o las balas que acabaron con su vida son objetos que, además de testimoniar su indigno
final, nos hablan de la presencia de las mujeres al cementerio de
Paterna desde el origen de las fosas.
Estos objetos también tuvieron un peso importante en la siguiente
generación, la de los hijos y las hijas del luto. La edad o el grado de
conciencia que estos niños y niñas tenían cuando mataron su padre,
condicionaría el conocimiento de los hechos y la relación con los
silencios de sus madres. Ahora bien, independientemente de estos
factores, todos y todas experimentaron el estigma de ser hijo o hija de
un rojo.
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¿Dónde habita la memoria?
Tal y como hemos apuntado, son las mujeres las que guardan y
transmiten la memoria y, por lo tanto, también son mujeres las que
la heredan y la reciben. Así, fueron las hijas las que heredaron de sus
madres el silencio, los objetos del luto y el compromiso y la responsabilidad de mantener la memoria familiar. En definitiva, son las hijas
las que asumen el luto abierto y sus rituales como legado ineludible.
Este vínculo entre la memoria, el luto y el género nos lleva a hablar
del luto como parte de la dote de las rojas. La carga simbólica de esta
asociación toma fuerza y se hace explícita en los casos en los que los
objetos del luto se guardan junto con los objetos de la dote, como son
las sábanas de hilo bordadas.
No será hasta la tercera generación, la llamada «generación de la
posmemoria» (Hirsch, 2021) conformada por las nietas y bisnietas,
cuando estos objetos del luto, así como las memorias de sus abuelos,
se muestran públicamente y ocupan otros espacios más allá de las
cajas de lata y los cajones en los que sus abuelas y madres los habían
conservado. Como vemos, los movimientos y traslados que han tenido estos objetos del luto están imbricados con la transmisión de la
memoria entre las distintas generaciones, del mismo modo que cada
generación se relaciona con la memoria y su materialidad de manera
diferente. Hay que señalar que, en cuanto a la transmisión, existe
un salto generacional que provoca que, en muchos casos, las abuelas
de la primera generación verbalicen a las nietas lo que silenciaron a
sus hijas. Este vínculo entre nietas y abuelas, acentúa el peso de los
afectos en la memoria vicaria e indirecta, rasgo característico de la
generación de la posmemoria.
108
Cajita contenedora/altarcillo que guarda los objetos de Juan Luis Pomares.
Entre ellos, los recortes
de ropa que el enterrador
de Paterna, Leoncio Badía,
guardaba para la posible
identificación de los cuerpos. Cedida por la familia
Pomares.
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109
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
En muchos casos, esta generación de mujeres convierte el luto
abierto familiar en el germen de su activismo por la memoria. Así,
vemos que, por un lado, muchas heredaron de sus abuelos la implicación política y social durante la Transición y los primeros años de
Democracia y, por otro lado, «la herencia de sus abuelas las ha llevado
a poner en marcha prácticas reparativas respecto de la represión
franquista. En estos casos, sienten la responsabilidad de rehabilitar la
memoria de sus abuelos haciendo uso de los derechos que no tuvieron sus abuelas, tías y/o madres» (Egizabal, 2017).
Camisetas de varias asociaciones creadas para
llevar a cabo exhumaciones de fosas de Paterna.
Cedidas por las propias
asociaciones. Fotografía:
Albert Costa. L’ETNO,
La relación que establece esta generación con los objetos del luto
también introduce particularidades propias. Ya hemos visto como, a
raíz de las prácticas reparativas que llevan a cabo y que sitúan las memorias periféricas en el centro de la esfera pública, provoca que aparezcan nuevos documentos que hacen crecer las piezas que componen
los tesoros familiares. Pero, además, otra característica propia de esta
generación es que son las nietas quienes muestran públicamente estos
objetos, especialmente las fotografías, y los exponen en actos públicos, periódicos o redes sociales. De este modo, estos objetos adquieren otra dimensión que se extiende más allá del ámbito familiar, en
cuanto que acontece un punto de anclaje para la reivindicación pública
memorialista.
Aun así, la sacralidad que adquirieron los altares profanos por las
mujeres de las otras generaciones sigue vigente en esta tercera generación e incorpora algún matiz relacionado con la materialidad, el
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¿Dónde habita la memoria?
tacto y el encuentro con el pasado. Como señala la siguiente autora:
«los objetos apelan así a lo sensible de una forma especial, pues sus
características hápticas los conectan con el tacto (fueron tocados en
el pasado; el paso del tiempo los ha tocado y muchas veces el rastro
de ese paso, de ese lapso, permanece depositado en ellos)» (Rosón,
2021, p. 8). En este sentido, podemos decir que, por un lado, la particularidad de la memoria vicaria de la generación de la posmemoria,
por la cual no vivieron de manera directa los hechos del pasado ni
conocieron a sus abuelos, hace que este encuentro con el pasado,
mediante objetos que ellos tocaron y utilizaron, adquiera un cariz
significativo. Del mismo modo, la importancia de los afectos con los
que se vinculan a esta memoria, también tiene efectos sobre estos
objetos, en cuanto que eran las manos de sus abuelas, tías y madres
las que los acariciaban, tocaban y custodiaban.
Actualmente, las exhumaciones de las fosas comunes del franquismo se han convertido en las prácticas reparativas con mayor protagonismo. Ahora bien, más allá de los factores políticos, económicos
y sociales que facilitan la apertura de las fosas, sin la tarea de custodia
y sostenimiento de las generaciones anteriores de mujeres, estos
procesos que ponen en marcha las nietas y bisnietas no serían posibles. De la misma forma en que las memorias familiares e íntimas
han permitido llevar a cabo prácticas reparativas públicas y colectivas,
podemos afirmar que, paralelamente, los objetos del luto son los que
han facilitado el desentierro de los objetos que aparecen en las exhumaciones contemporáneas, de los objetos que duelen.
Una reflexión más general acerca de la importancia de la cultura
material desde la perspectiva de las ciencias sociales la aporta en
este volumen Zira Box, de la UV, quien sitúa dentro del marco de
las nuevas materialidades su potencialidad para poner en marcha el
discurso de la memoria.
A modo de conclusión, esta propuesta expositiva pone el foco
en la memoria y esto, en este caso, ha supuesto poner en el centro a
las mujeres. Ellas son las verdaderas responsables de que hoy en día
conozcamos las historias de las víctimas de la represión franquista de
las fosas comunes del cementerio de Paterna; las que, a través de los
objetos, activaron prácticas y rituales domésticos para luchar contra
el olvido, las responsables de que este lugar de perpetración haya sido
también un lugar de memoria. Es en ellas donde habita la memoria.
110
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Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
Bibliografía
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[page-n-113]
Botellita con una nota con datos personales
Manuel Lluesma Masia, nicho 645. Paterna
Colección familiar de Manuel Lluesma Masia
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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Objetos y memorias:
la dimensión material
de las fosas
Zira Box Varela
UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
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Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
«¿Qué se hace con los objetos de los muertos?» La escritora mexicana
Cristina Rivera Garza formulaba la pregunta en El invencible verano
de Liliana, el libro dedicado a su hermana muerta por feminicidio en
1990 y cuyas pertenencias reposaron treinta años en cajas, «ahí, a la
vista, pero no al alcance», en un apartado del armario.
Qué se hace con los objetos de los muertos es un interrogante que
también se puede plantear en un contexto de exhumación. En realidad,
qué hacer con esas fotografías, cartas, retales de tela o pertenencias cotidianas de quienes padecieron la represión franquista y cuyos cuerpos
se arrojaron a las fosas comunes es una pregunta que siempre estuvo
ahí: para qué sirvieron a sus viudas, madres y hermanas que los conservaron; quién los heredó tras ellas y qué es lo que esos objetos pueden
enseñarnos sobre la violencia, la memoria y el recuerdo que contienen.
Más allá del trabajo reparativo que implica la propia recuperación
de los cuerpos y del trabajo forense que ayuda a calibrar la naturaleza de
la represión franquista, las fosas también tienen una dimensión material, porque los objetos que las rodean, tal y como han comenzado
a poner de manifiesto los análisis que se sitúan desde perspectivas
culturalistas, incluyendo el enfoque de los nuevos materialismos,
importan, y lo hacen, al menos, por cinco motivos que se expondrán a
continuación.
1. Los objetos tienen materialidad
En primer lugar, los objetos importan porque dotan a la ausencia de
una mínima materialidad y fisicidad necesarias para poder sobrellevar la falta. En el contexto de la explícita invisibilización a la que la
Dictadura franquista sometió a los asesinados, primero a través de
la desaparición de sus cuerpos en las fosas y, posteriormente, a través
de la negación de toda forma de ritualidad y exteriorización del duelo
a sus familias, los objetos conservados sirvieron como intermediarios
para paliar la ausencia.
Un ejemplo paradigmático lo constituyen, a este respecto, las
fotografías de los muertos, conservadas dentro de las familias y que,
en palabras de Jorge Moreno, permiten problematizar la relación con
quien ya no está. Como señala este autor, a medida que «la desaparición del cuerpo hace cada vez más borrosa la figura del desaparecido,
la fotografía se encarga de recordarnos la medida exacta del cuerpo
que tenía, de aquella mirada que sin la imagen uno terminaría olvidando. Por eso las familias eligen las fotografías, cuando existen,
como lugar donde seguir hablando con los muertos, pues la nitidez
del retrato se percibe como el lugar donde las conversaciones con el
ausente son precisamente más nítidas, más transparentes, un camino
directo hacia lo que ya no está» (Moreno, 2021, p. 3).
114
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115
Zira Box Varela
Las fotografías producen presencialidad a través de la imagen,
pero no exclusivamente ya que, convertidas ellas mismas en objetos
(Edwards y Hart, 2005), las fotos no solo se ven, sino que también se
tocan, se palpan, se guardan y hasta se huelen. Es entonces cuando
los enfoques que se han interesado por la materialidad cobran interés porque, tal y como señalaron Diana Coole y Samantha Frost
(2010, p. 3) en su introducción sobre la perspectiva de los nuevos
materialismos, vivimos en un mundo innegablemente material y la
interacción con los objetos y artefactos que nos rodean –así lo señaló
el antropólogo Michael Schiffer– puede que sea la realidad empírica
más incontestable de nuestra especie: lo que otros animales hacen
sin ninguna mediación, los humanos lo hacemos con la interferencia
continua de artefactos (Ingold, 2012). Partiendo de esta premisa, no
puede extrañar, entonces, que la ausencia de los muertos adquiera la
viveza que oficialmente se les negó a través de los objetos rescatados
por sus familias, unos objetos que, además de guardarse, se tocan,
se sienten y se manipulan (Rosón, 2021, p. 8). Como ejemplo sobrecogedor, cabe aludir a la investigación de Zoé de Kerangat (2020)
sobre las exhumaciones realizadas durante el periodo de la transición
española. En un momento en el que aún no existían métodos científicos de reconocimiento de ADN, el simple hecho de poder recuperar y
tener unos huesos, aunque no hubiese certeza de que biológicamente
pertenecían al propio familiar, bastaba a las familias para poder comenzar su duelo.
2. Los objetos no son entes pasivos
Los objetos no son meros entes pasivos en los que almacenar la
memoria, sino que son artefactos que han de ser reexperienciados para
que quienes los custodian puedan establecer, desde su específico
presente, su particular vínculo con el pasado que representan (Jones,
2007, cap. 1). En este sentido, los objetos también importan porque
no son simples cosas externas e inertes, sino que tienen agencia, en
tanto que poseen la capacidad de demandar e interpelar a quienes
se acercan a ellos al tiempo que afectan y condicionan las vidas y las
acciones de quienes los conservan. La utilización del verbo afectar ha
sido habitual en los trabajos situados en la perspectiva de los nuevos
materialismos, tratando de enfatizar con él que el mundo nos afecta
–nos hiere o nos sana, por ejemplo– y que lo hace, además, materialmente (Bennett, 2010; Labanyi, 2021).
La agencia que muestran los objetos de los represaliados por la
dictadura franquista quizá alcance su mayor expresión en las emociones que provocan sobre quienes los guardan. Si en la relación de
Cristina Rivera Garza con las pertenencias de su hermana asesinada
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Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
116
Postal escrita desde la
cárcel por José Morató. La
escritura ilegible a causa
de las lágrimas vertidas
sobre ella condensa el dolor de varias generaciones
de mujeres. Cedida por la
familia Morató.
sobresalía la incapacidad para acercarse a ellas –«¿qué desata la
sensación de que ahora después de tanto tiempo una por fin está
lista para afrontar la tragedia y el conocimiento de la tragedia?», se
preguntaba–, en los testimonios de los familiares de los muertos de
las fosas, recogidos por diferentes trabajos etnográficos, destaca el
consuelo encontrado en ellos: cómo la posibilidad de realizar privadamente el duelo que en lo público se les negó –esa «intimidad
de la derrota», en expresión de Francisco Ferrándiz (2014, p. 70)–
funcionó como un catalizador de sentimientos (Cate-Arries, 2016;
García y Gadea, 2021).
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Zira Box Varela
Los objetos actúan vehiculando y suscitando emociones, pero
también reacciones dentro de las familias. Resulta significativo sobre
esta cuestión cómo su custodia y pertenencia ha generado distintos
comportamientos y respuestas según las diferentes generaciones
que los han guardado. Mientras que en las contemporáneas de la
violencia que los recogieron por primera vez –esa viudas, madres
o hermanas ya aludidas– provocaron un silencio cargado de miedo
y dolor, en las nietas y bisnietas, socializadas en democracia, han
estimulado el deseo de situar, por fin, en el centro del ámbito público
las memorias mantenidas hasta entonces en la privacidad del entorno familiar (Aragüete-Toribio, 2017). En el espacio intermedio, la
generación de las hijas de los asesinados ha sido heredera del silencio
de sus madres, pero desde una posición en la que el dolor no ha sido
directo, sino mediado por sus progenitoras. Se trata, en consecuencia, de una generación situada en un lugar ambiguo, como demostró
de forma impactante la cineasta Chantal Akerman (2020) en su breve
monólogo Una familia en Bruselas, un soliloquio escrito para dar voz
a su madre, judía polaca superviviente de Auschwitz, en un intento
de poner palabras donde, recorriendo la infancia de Akerman, había
habido principalmente silencio.
1
El concepto de violencia
sexuada ha sido trabajado
por la hispanista francesa
Maude Joly (2008) para
dar cuenta de los distintos
tipos de violencia a la que
fueron sometidos hombres y mujeres durante la
guerra y la dictadura franquista. La investigación
de Joly se ha centrado,
principalmente, en la violencia contra las mujeres
republicanas.
3. Los objetos nos hablan del género de la memoria
«El género de las memorias», así titulaba Elizabeth Jelin (2002) uno
de los capítulos de su libro Los trabajos de la memoria. En él, la socióloga argentina señalaba que el género no solo había estado presente
en la represión de las dictaduras del Cono Sur, siendo evidente que
la violencia había tenido un impacto y una especificidad distinta para
hombres y mujeres, sino que el recuerdo y la forma de rememorar la
atrocidad también habían sido diferentes: mientras que los hombres
se habían mostrado más proclives a hacerlo en la esfera pública, las
mujeres habían vehiculado su recuerdo, principalmente, dentro del
marco de las relaciones familiares, asumiendo su papel de «vivir para
otros» y de ser «portadoras de la memoria» dentro del ámbito familiar,
según una expresión habitualmente utilizada.
Lo planteado por Jelin para dictaduras como la argentina o la
chilena no difiere de lo ocurrido en el franquismo. Así, si también en
nuestro caso es posible corroborar que la violencia fue sexuada,1 igualmente se puede establecer una dimensión de género en el recuerdo:
mientras que las fosas fueron, en buena medida, espacios masculinos
por contener en ellas un mayor número de cuerpos de varones represaliados, los cementerios y la conservación de la memoria fueron,
esencialmente, femeninos (García y Gadea, 2022).
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Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
Zapatos de tacón de
mujer. Individuo 23, Fosa
115, Paterna. Col·lecció
Memòria Democràtica.
L’ETNO. Fotografía: Eloy
Ariza-Associació Científica ArqueoAntro.
La afirmación anterior supone comprender que fueron sobre
todo las mujeres quienes guardaron, ya se ha dicho, la memoria de los
asesinados. A este respecto, los objetos vuelven a resultar elementos
clave para poder reconstruir esas historias de duelo y dolor, de dictadura y represión, que protagonizaron las mujeres y que corren el
riesgo de quedar, como las memorias de sus muertos vencidos, en los
bordes. Transitar los objetos vuelve, entonces, a importar, porque nos
ayuda a comprender y a bucear por “las muchas vidas que las estructuras de poder volvieron invisibles e inaudibles”.2
Y es que los objetos nos invitan a escuchar los silencios de aquellas viudas o hermanas que guardaron lo poco que quedaba de sus
fallecidos dentro de la protección de sus hogares. Porque estos silencios, tal y como ha trabajado Jo Labanyi (2009) a partir de las investigaciones sobre el fascismo de la historiadora italiana Luisa Passerini,
ni supusieron olvido ni conllevaron conformismo, sino que revelan la
vivencia de un duelo velado y subversivo que nos impele a reconocer
la agencia, entendida como la capacidad de decidir y de actuar, de una
generación de mujeres derrotadas que no solo fueron víctimas.
La idea de «duelo subversivo» está espléndidamente planteada
en la detallada etnografía de las antropólogas María José García
Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró (2021) sobre la fosa 100 del
2
La cita pertenece al prólogo escrito por la escritora
mexicana Valeria Luiselli
para la novela Del color
de la leche, de la escritora
británica Nell Leyshon.
La novela recoge la voz
de Mary, una granjera
inglesa del primer tercio
del siglo xix, en donde
plantea la situación contrafactual, según sugiere
Luiselli en el mencionado
prólogo, de qué historias
habríamos obtenido si
tantas mujeres sin voz
–mujeres pobres y analfabetas– hubieran podido
contar su historia.
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cementerio de Paterna. A través de las entrevistas realizadas a familiares de las víctimas, las autoras corroboraban que «ante el espacio
público que negaba, prohibía y aniquilaba cualquier forma de culto,
reivindicación y duelo de los fusilados, el espacio doméstico del hogar
era el rescoldo de estas prácticas de resistencia en donde las mujeres
trataban de guardar, conocer y conversar. En estos rituales disidentes
y silenciosos, las cartas, fotografías y objetos son elementos clave».
«Resistencia sutil» ha sido el término utilizado por la historiadora Zoé de Kerangat en su ya mencionada investigación para subrayar elementos similares a los hallados por García Hernandorena
y Gadea i Peiró. Cuestiones como ir de luto, celebrar tradiciones
religiosas como el Día de Todos los Santos o el conservar los objetos
de los muertos se convirtieron en esas formas de resistir a un poder
brutal que les negaba casi todo. Reconocer que la memoria está generizada nos ayuda, consecuentemente, a comprender la resiliencia de
los grupos subordinados –no solo el de las mujeres– cuyas memorias
se mantienen en los intersticios del poder (Leydesdorff et al., 2017).
El hecho de que gracias a lo que los objetos de los muertos expresan, podamos comprobar la ya mencionada capacidad de agencia
que, dentro del contexto dictatorial, tuvieron las mujeres perdedoras
en la guerra permite corroborar algo en lo que las historiadoras llevan
tiempo insistiendo: que más allá de los binomios sumisión/resistencia o asunción/transgresión, las mujeres mostraron un catálogo
de comportamientos más complejo de lo que a simple vista podría
parecer, porque todas las estructuras, incluso las que son tan férreas
como los sistemas autoritarios, muestran cierta elasticidad a la hora
de acomodarse dentro de ellas. Resulta significativo a este respecto
que, para su trabajo etnográfico sobre el duelo de los familiares de los
asesinados por la dictadura en Cádiz, Francie Cate-Arries (2016) haya
partido, precisamente, de los trabajos de la historiadora Ana Cabana
sobre Galicia utilizando su concepto de «resistencias simbólicas».
4. Los objetos son intergeneracionales e intrafamiliares
Uno de los interrogantes que abordan los estudios sobre la memoria es el de cómo se crea y recrea el pasado dentro de los diferentes
contextos socioculturales, un interrogante estrechamente unido al de
cómo se transmiten y comunican los recuerdos. Desde este punto
de vista, según diseccionaba Astrid Erll (2011) en su estado de la
cuestión sobre el tema, tener en cuenta a la familia es fundamental,
tal y como demuestra el hecho de que, desde sus inicios en los años
veinte con los trabajos de Maurice Halbwachs, las investigaciones
sobre la memoria hayan contemplado a la institución familiar como
un agente de transmisión primordial.
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Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
El papel de la familia como vehículo de conservación y custodia
de la memoria encuentra en los objetos una pieza clave: esos retales,
fotografías o pertenencias de los asesinados materializan, como
se dijo antes, la ausencia y la memoria que se genera a su alrededor
de forma interfamiliar. Así lo han corroborado trabajos como el ya
citado sobre la fosa 100 de Paterna o el también aludido de Francie
Cate-Arries sobre los represaliados en la sierra de Cádiz. Cuando
esta última investigadora recoge el recuerdo que tiene Ana Venegas
de su abuela Isabel colocando una flor blanca ante la fotografía de su
abuelo, fusilado en Ubrique el 15 de agosto de 1936, o cuando García
Hernandorena y Gadea i Peiró dan voz a Irene Domènech, bisnieta
de uno de los asesinados arrojado en la fosa de Paterna, para que
rememore cómo su bisabuela dormía con las cartas de su marido bajo
la almohada, no solo se evidencia el papel irremplazable que tuvieron
las «portadoras de memoria» en la conservación del recuerdo, sino
que también pone de manifiesto cómo la memoria se ha transmitido
de madres a hijas en el seno familiar.
Los estudios sobre la transmisión de los recuerdos han confirmado que el éxito de esta transferencia no depende exclusivamente de
la consistencia o efectividad de aquello que se transmite –de la potencia simbólica que tienen los objetos o de la coherencia y consistencia
del relato narrado, por ejemplo–, sino que también resultan importantes los contextos de recepción, es decir, la oportunidad que tiene
la familia de recibir ese pasado. Es aquí donde los detallados análisis
sobre las cambiantes circunstancias y contextos biográficos de las
diferentes generaciones dentro de una misma familia cobran importancia, porque si bien la fuerza simbólica de unas cartas o de unas
fotografías siempre es la misma, lo que difieren son las condiciones y
posibilidades de los familiares para integrarlas en su propia vida.
En líneas precedentes se aludió ya al silencio de quienes fueron
contemporáneas de la violencia, un silencio, también se dijo, que lejos de interpretarse como pasividad debe hacerse como generador de
prácticas de duelo. También se aludió a las generaciones posteriores.
En primer lugar, a la de las «hijas del duelo», aquellas que perdieron
a sus padres y que heredaron el silencio, el miedo y el estigma social
que había supuesto crecer todavía en dictadura con esa ausencia que
a sus madres les dolía. Se trata de una generación que, a pesar de no
saber siempre qué hacer y cómo afrontar una pérdida para la que
no tenía palabras –diferentes trabajos han aludido a la confusión de
esta generación que sabía y no sabía a la vez (Valverde Gefaell, 2014)–,
tomó el relevo de sus madres en la tarea de hacerse cargo del cúmulo
de objetos contenedores de la memoria de sus muertos. En palabras de
García y Gadea (2022, p. 18), esta generación de mujeres, socializadas
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Diversos objetos pertenecientes a Blas Llopis
guardan y transmiten su
memoria. Cedidos por la
familia Llopis.
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Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
en las dos primeras décadas del franquismo de acuerdo con estrictos
códigos de género, tomaron bajo su responsabilidad la custodia de la
memoria dentro de las familias: hacerse cargo del dol –palabra valenciana que designa simultáneamente duelo y luto– formaba parte del
dot, ‘la dote’, ‘la herencia’.
Diferente ha sido, también se sugirió anteriormente, el de las
nietas y bisnietas, una generación denominada de la «posmemoria»,
siguiendo el planteamiento pionero de Marianne Hirsch. Como es
conocido, la mencionada autora acuñaba el término para referirse
a quienes heredaban una memoria indirecta no vivida y que, por
tanto, estaría mediada por la subjetividad de quienes la transmiten.
En el caso de la tercera y cuarta generación de los asesinados por la
represión franquista, su propia realidad –la de haber vivido ya en
democracia– y su relación con las «portadoras de la memoria» –el
hecho de que el acceso al recuerdo que les brindaron sus abuelas y
bisabuelas se haya realizado en un contexto igualmente democrático
y, por tanto, de reducción del miedo– ha hecho posible establecer
un diálogo que no se pudo dar con la generación intermedia. El
cambio, tanto en la esfera pública como entre la sociedad civil, que
supuso la irrupción del movimiento memorialista a partir de 2000
ha impulsado a muchas mujeres pertenecientes a esta generación
de posmemoria a salir del ámbito privado para reclamar los cuerpos
de sus familiares que yacen bajo tierra, pero también, según se dijo
antes, para sacar el archivo familiar de los silencios contenidos en los
armarios de las casas (García y Gadea, 2021).
5. Los objetos transmiten información
En un libro de reciente aparición coordinado por los historiadores
Adrian Shubert y Antonio Cazorla (2022), un reducido grupo de especialistas ha explicado, con un estimulante afán divulgativo, la Guerra Civil y el franquismo a través de cien objetos, imágenes y lugares.
Objetos como el micrófono desde el que Queipo de Llano emitía sus
violentas arengas en los primeros meses tras el alzamiento de julio
del 36 o el casco de un soldado voluntario fascista sirven a los autores
para dar cuenta de la furia de la lucha. Otros, como la carta escrita en
capilla por Julia Conesa, asesinada en agosto de 1939 y una de las 13
rosas, o los cupones de racionamiento para la obtención de alimentos
lo hacen del dolor y las penurias de la población que las sufrieron.
El planteamiento de la mencionada obra colectiva ayuda a pensar
en un último aspecto que se quiere destacar en este texto relativo a los
objetos: su capacidad para contar historias y parte de la historia. Ya
se ha argumentado que las pertenencias custodiadas por las familias
y con las que se transmite la memoria nos comunican historias que
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ayudan a entender lo que fue el franquismo desde otros ángulos.
Sin embargo, junto a lo anterior, los objetos son capaces de expresar algo más. Porque cuando dirigimos la atención, no ya a lo que la
familia guardó –unas pertenencias que, en este caso, hablan a través
del efecto que causan en los supervivientes–, sino a los objetos en sí
mismos, tanto las preguntas como las respuestas varían. Así ocurre
con los objetos de las fosas que se exhuman junto a los cuerpos de sus
dueños, una cuestión que aborda en este mismo volumen Aitzpea
Leizaola: dotan a la pregunta inaugural de este capítulo –¿qué hacer
con ellos?– de un cariz diferente, dado que, en esta ocasión, se trata
de objetos que aparecen en el mismo momento de la exhumación y
que tienen por delante un recorrido burocrático y jurídico para establecer a quién pertenecen y qué hacer con ellos (Jiménez y Herrasti,
2017). De manera simultánea, las respuestas que nos otorgan son
igualmente distintas, pues ya no hablan de las familias, sino de los
muertos, proporcionando valiosa información histórica al funcionar como «una foto instantánea de esas personas» que «nos permite
analizar la naturaleza de su muerte y algunos destellos de lo que fue
su vida» (Moreno Martín et al., 2021, p. 220). Así, por ejemplo, al
desenterrar vendajes y cuerdas de las fosas, se puede reconstruir la
violencia que padecieron los detenidos en las cárceles y en el momento de la ejecución; al sacar a la luz vestimentas u objetos personales, se puede profundizar tanto en la clase social de pertenencia de
los muertos como en el modo en el que se desarrollaban diferentes
oficios a finales de los años treinta y cuarenta; al obtener objetos de
aseo personal, se consigue intuir las condiciones carcelarias. Se trata,
en definitiva, de que, al exhumar la violencia, se revelan las caras de
quienes la padecieron, por utilizar una expresión de la arqueóloga
Laura Muñoz-Encinar (2019, p. 762), corroborando la idea, una vez
más, de que, en efecto, en los contextos de exhumación y en torno a
las fosas, los objetos, sin duda, importan.
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Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
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Trenza de cabello exhumada, encontrada en el bolsillo de Miguel Cano
Fosa 128. Cementerio Municipal de Paterna
Familia Miguel Cano y Maria Navarrete
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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Pasado, presente y futuro
de los objetos de las fosas
comunes
Aitzpea Leizaola
ANTROPÓLOGA, UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO (UPV/EHU)
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Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
Desde hace más de dos décadas, la materialidad de los restos óseos
de las fosas de la Guerra civil y de la represión franquista interpela a
la sociedad, obligándola a encarar un pasado cada vez menos reciente, en un ejercicio complejo y no exento de tensiones donde el
deber de memoria se construye, en palabras de Marc Augé, entre la
vigilancia y la actualización de la memoria (1998). Un deber de memoria que corresponde a la descendencia y que pugna entre el olvido
y la desaparición de los supervivientes y la transmisión del pasado a
generaciones futuras en el que las exhumaciones han jugado un papel central. Frente al exceso de imágenes focalizadas sobre los restos
óseos (Ferrándiz, 2005), los objetos o restos de objetos encontrados
en las fosas ocupan hasta ahora un lugar menor en la voluminosa
bibliografía que se ha producido sobre las exhumaciones en estas dos
últimas décadas. El carácter de dichos objetos, su estatus, así como
su destino futuro son el eje central de este texto que indaga la dimensión material de la memoria, la necesidad de un marco patrimonial para encarar la cuestión de la transmisión en el contexto de las
exhumaciones. Para ello parto de un trabajo de campo etnográfico
multisituado en exhumaciones de fosas comunes de la Guerra Civil y
de la represión franquista llevadas a cabo por la Sociedad de Ciencias
Aranzadi entre 2005 y 2011 en localidades de Navarra, Gipuzkoa,
Burgos y Cantabria.
En el período comprendido entre el año 2000 y el 2017, el Ministerio de Justicia tenía registradas un total de 2 457 fosas (Serrulla
y Etxeberria, 2020), en las que se han recuperando más de 9 000
cuerpos, un 89% de los cuales han sido identificados como civiles
republicanos (Herrasti et al., 2021), cifras que no dejan de aumentar
conforme avanza el tiempo y se llevan a cabo nuevas intervenciones1.
Este ingente volumen de cuerpos exhumados se presenta acompañado de elementos materiales no óseos en condiciones extremadamente variadas, desde la degradación casi absoluta de los restos
hallados, como en el caso de la fosa de Iragorri-Katin Txiki, a las
piezas de vestir en condiciones óptimas recuperadas de los cuerpos
saponificados de las fosas de Paterna (Moreno et al., 2021).
Los informes técnicos de las exhumaciones siguen un patrón de
registro sistemático de los hallazgos. Fotografías de cráneos u otros
restos óseos relevantes comparten página con fotografías de objetos personales como gafas, botones, cepillos de dientes y cubertería
plegable, o casquillos de bala, todos ellos colocados junto a una escala
de referencia y sobre fondo neutro. Es lo que arqueólogos y antropólogos forenses denominan «cultura material» u «objetos asociados».
1
En el balance de las dos
décadas de intervención
en las exhumaciones
de fosas, los expertos
elevaban a 20.000 los
individuos que podrían
ser recuperados de las
fosas aún no exhumadas
(Serrulla y Etxeberria,
2020).
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129
Restos óseos muy
degradados correspondientes a siete individuos,
así como fragmentos de
boina y calzado hallados
en la fosa de Iragorri en
Oiartzun, 2007. Fotografía
de la autora.
Aitzpea Leizaola
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Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
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Aitzpea Leizaola
Registro de objetos
asociados y fotografía
de cráneo con orifico de
entrada de bala. Informe
de exhumación de la fosa
del cementerio de Altable,
Burgos (2006). Sociedad
de Ciencias Aranzadi.
De materialidades no óseas
Desde el inicio de las exhumaciones llevadas a cabo con métodos
científicos en 2000 en Priaranza del Bierzo en la que, atendiendo a
la solicitud de su nieto homónimo, se recuperó junto con los de otras
doce víctimas el cuerpo de Emilio Silva Faba, los objetos están presentes. Aparecen descritos en detalle, fotografiados con escala ya en
ese primer informe. Esta exhumación en la que participó un equipo
multidisciplinar que aplicaba técnicas de arqueología, patología forense y antropología sirvió de referencia para las siguientes (Herrasti
et al., 2021), a la vez que sentó las bases para una metodología de
trabajo presentada tres años más tarde (Etxeberria, 2004) y posteriormente desarrollada en el protocolo de exhumaciones avalado por
el Gobierno de España (Orden PRE/2568/2011).
Frente a las ofrendas votivas ligadas al culto a los muertos de las
excavaciones de necrópolis conocidas como «ajuar funerario», los
objetos hallados en las fosas de la Guerra Civil y de la dictadura, en
tanto que escenas de crimen y lugares de ocultamiento de cadáveres,
recuerdan las circunstancias de la muerte violenta de las personas allí
enterradas. En comparación con otros contextos bélicos anteriores
a la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los cuerpos recuperados en las fosas pertenecen a población civil, lo que en gran medida
determina la naturaleza de los materiales hallados. A diferencia de
los cuerpos de soldados enterrados a menudo con sus pertrechos y
uniformes, los objetos de las fosas del franquismo son por lo general
objetos comunes, fragmentos o elementos de vestimenta, prótesis
y otros objetos personales pertenecientes a las víctimas (Herrasti,
2021). Además de éstos, las balas, casquillos o restos de cal, permiten conocer las causas de la muerte, así como las circunstancias del
enterramiento.
Otros objetos singulares han sido utilizados para establecer la
identidad de los cadáveres enterrados. Es el caso de las botellas de
cristal en las que, siguiendo la orden de 22 de enero 1937 firmada por
Franco relativa al enterramiento en campo de batalla, se introducía
un documento identificando al cuerpo. Se ha registrado este uso de
botellas en la fosa del cementerio de Paterna (Moreno et al., 2021), así
como en el cementerio del penal del Fuerte de San Cristóbal convertido en sanatorio-penitenciario, en el monte Ezkaba, en cuyo cementerio, conocido como cementerio de las botellas, se han localizado 131
botellas enterradas entre las piernas de los presos fallecidos (Herrasti
y Etxeberria, 2014).
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Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
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Un voluntario de la Sociedad de Ciencias Aranzadi
muestra un bloque de
cal a vecinas y familiares.
Fustiñana, 2005. Fotografía de la autora.
La exhumación como proceso de revelado
Una vez localizado el emplazamiento y delimitado el espacio de la
fosa se inicia el proceso de exhumación. En el transcurso del proceso
lento y meticuloso, proceso en el que los restos van cobrando forma
bajo las herramientas de los arqueólogos, se produce un continuo
tránsito entre el espacio de dentro de la exhumación, delimitado por
el perímetro de cinta o la profundidad de la fosa que separa al equipo
técnico del resto de personas que asisten a la exhumación. Fuera de
ese espacio acotado donde operan los miembros del equipo técnico,
se sitúan, junto con los familiares y/o los impulsores de la exhumación, miembros de asociaciones memorialistas, investigadores
(historiadores, antropólogos sociales y psicólogos, entre otros), estudiantes, periodistas y fotógrafos, así como vecinos de la localidad.
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Aitzpea Leizaola
Exhumación en el cementerio de las botellas, Fuerte de San Cristóbal, 2007.
Fotografía de la autora.
Todos ellos conforman la vida social de la exhumación y participan
en ella de diferentes maneras.
La exhumación, que puede durar varias horas, días, incluso
meses, se desarrolla en un ambiente particular, solemne y de gran
expectativa, y discurre generalmente en un silencio puntuado por las
intervenciones de los miembros del equipo técnico y las preguntas
del público. Al menos en aquellas en las que he realizado trabajo de
campo, de vez en cuando un leve murmullo de conversaciones banales recuerda que fuera de la exhumación, la vida sigue. Conforme
va avanzado la excavación y van saliendo a la luz los restos óseos, se
intensifica la interacción entre dentro y fuera de la fosa. Es práctica
habitual mostrar al público congregado los cráneos en los que se
aprecia el orificio de entrada o de salida del tiro de gracia, pero también otros elementos de la vestimenta, como pueden ser botones,
hebillas, calzado u otros objetos. Esta interacción entre el equipo
técnico y los asistentes que acompaña la aparición de los restos óseos
suscita reacciones cargadas de emoción. Es la dimensión afectiva de
las exhumaciones (Renshaw, 2010). Los aspectos sensoriales son
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Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
134
Varias generaciones de
familiares intervienen en
las labores de cribado
bajo la supervisión de
los miembros del equipo
científico. Fustiñana,
2005. Fotografía de la
autora.
El médico forense F.
Etxeberria explicando a
los asistentes, entre ellos
un grupo de estudiantes
de la UEU, un hallazgo
en el transcurso de la
exhumación. Altable,
Burgos 2006. Fotografía
de la autora.
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Aitzpea Leizaola
centrales: la aparición paulatina de los esqueletos que contrasta con
las fotografías en vida de las víctimas, el ruido de los instrumentos
escarbando la tierra, el tacto de los huesos o los objetos que por unos
instantes están en las manos de sus familiares.
No es lo mismo ver una fotografía publicada en prensa de un
cráneo en el que se aprecia el orificio del tiro de gracia que observar
con sus propios ojos el diámetro del mismo mientras el arqueólogo o
el antropólogo forense indica la trayectoria del proyectil, o sostener
entre los dedos el botón, aún cubierto de tierra, recién descubierto
junto a los huesos de una muñeca. Los objetos permiten establecer
un diálogo entre arqueólogos, familiares y asistentes y dotan al individuo enterrado de una materialidad más allá de la estrictamente ósea.
Si bien algunas partes del cuerpo humano son claramente identificables –como pueden ser el fémur, las costillas o el cráneo-, no todos
los huesos del cuerpo humano son reconocibles para el público en
general. En cambio, como apunta el testimonio de un familiar, «unas
botas hablan más que unos huesos» (Renshaw, 2011). Las suelas de
los zapatos, una alianza o un simple botón de camisa humanizan al
individuo cuyo esqueleto está siendo excavado.
El arqueólogo muestra a
familiares y asistentes a
la exhumación los restos
de un bolsillo de una camisa de algodón en cuyo
interior se aprecia una
hoja de periódico doblada.
Exhumación en Fustiñana,
2005. Fotografía de la
autora.
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Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
136
Familiares de un fusilado
contemplan los restos
de un pie dentro de un
zapato hallado en la fosa
del cementerio de Altable,
Burgos 2006. Fotografía
de la autora.
Los arqueólogos de Aranzadi que habían participado en la exhumación llevada a cabo en Piedrafita de Babia en León, una de las
primeras exhumaciones científicas (2003), me mencionaban el desasosiego de algunos de los allí presentes al ver aparecer bajo el instrumental de los arqueólogos un par de suelas rojas. Para los entonces
jóvenes arqueólogos de Aranzadi, bregados en tareas de excavación
de necrópolis, la exhumación constituía sin embargo una total novedad, no por el procedimiento en sí, sino por las condiciones en que se
desarrollaba y la carga emocional que producía. Uno de estos arqueólogos que entrevisté en 2003 lo formulaba así: «Uno de los asistentes
a la exhumación, muy agitado, no dudó en saltar a la fosa al ver las
suelas y casi tuve que retenerlo. Resultó ser el sobrino de uno de los
asesinados que sabía que su tío llevaba un calzado de esas características cuando se lo llevaron». Aquellas suelas permitieron establecer la
identidad de uno de los hombres allí enterrados.
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Objetos recolocados en la
fosa a la espera de realizar el registro fotográfico
final de la fosa. Exhumación en Fustiñana, 2005.
Fotografía de la autora.
Aitzpea Leizaola
Tras ser mostrados a las personas de la asistencia, los objetos
se colocan en el lugar y la posición en el que han sido localizados
para ser registrados fotográficamente antes de proceder a la retirada
de los restos. El hecho de que se trate en la mayoría de los casos de
objetos comunes y cotidianos hace aún más palpable el alcance del
drama. Frente a los pertrechos de los soldados que los uniformizan,
los objetos cotidianos de los fusilados en sacas y ejecuciones sumarísimas, a menudo de la mano de otros civiles armados, recuerdan las
circunstancias de su detención, la ropa o el calzado que llevaban en el
momento de ser apresados o su oficio. Más allá del potencial identificatorio (García-Rubio, 2017) que puedan tener, los objetos humanizan al tiempo que singularizan los cuerpos.
Los restos óseos apelan a la noción de cadáver y conllevan necesariamente un trabajo de rearticulación con la noción de persona
(Delacroix et al., 2022). La atribución de una forma de identificación, sea el número codificado o una identidad provisional, que hace
el equipo técnico en el contexto de la exhumación, que deberá ser
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Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
corroborada posteriormente por el análisis de laboratorio, contribuye, junto con la visión de los objetos in situ, a conectar la imagen de
los restos óseos con la individualidad de cada víctima. Objetos como
prótesis dentales o gafas sirven para establecer el rango de edad, descartando o apuntando provisionalmente hacia una u otra identidad,
en los casos en que la fosa contiene varios individuos cuyas identidades son conocidas de antemano. En el contexto de la exhumación,
los objetos cumplen una función de individualización central para los
familiares ya que les permiten en cierto modo hacer suyo un cuerpo
aún desprovisto de nombre.
De un limbo a otro
Demasiado recientes para ser considerados restos arqueológicos a
la vez que demasiado antiguos para ser tratados como delitos por la
legislación vigente (Leizaola, 2007), el limbo legal existente permitió
llevar a cabo a partir del año 2000 las primeras exhumaciones con
método científico. Aquellas primeras exhumaciones que sentaron
las bases del movimiento memorialista fueron posibles gracias a
la buena voluntad de los propietarios de los terrenos en los que se
encontraban las fosas. Esta situación alegal, sin embargo, no era garante de nada: bastaba que el propietario se negase a dar su permiso
para que la exhumación no fuera posible. Hubo que esperar hasta la
promulgación de la Ley 52/2007 más conocida como Ley de Memoria Histórica para que los familiares y el movimiento memorialista
pudiesen actuar al amparo de la ley.
Si bien desde entonces se han adoptado medidas administrativas
y jurídicas en lo que respecta a las exhumaciones, el destino de los
elementos materiales no óseos ha sido y sigue siendo muy variable.
Hasta la fecha, no han sido contemplados como elementos de índole
patrimonial de ningún tipo que no sea el estrictamente individual.
Al no estar sujetos al ámbito jurídico por haber prescrito los delitos
cometidos hace más de ochenta años, ninguna medida garantiza
su integridad, más allá de la necesidad de salvaguardar la cadena de
custodia de los restos y otras evidencias relativa a la documentación
e identificación de los individuos exhumados (Herrasti et al., 2021).
Según los protocolos forenses que se aplican en los procesos de
exhumación desde hace una década (Orden PRE/2568/2011), en los
casos en que nadie reclama el cuerpo, los objetos recuperados en las
fosas deben ser inhumados de nuevo junto con los restos óseos. Esto
no garantiza su preservación (Moreno et al., 2021), como tampoco
lo hace necesariamente el hecho de dejarlo en manos de los familiares. La recientemente aprobada Ley de Memoria Democrática (Ley
20/2022) no ha incorporado cambios sustantivos al respecto.
138
[page-n-140]
139
2
El escalofriante documental de Guzmán sobre
las desapariciones en
Chile durante la dictadura
de Pinochet hace una
reflexión paralela sobre la
exterminación y desaparición de las poblaciones
indígenas. Traducido del
original en gallego O lapis
do carpinteiro, la novela
fue adaptada al cine por
Anton Reixa en 2003.
Aitzpea Leizaola
Cuando lo material queda fijado en otros soportes
La última película de Pedro Almodóvar, Madres paralelas (2021), se hacía eco de la aparición en una fosa de un sonajero. Interpretada como
un homenaje al movimiento memorialista y considerada como uno
de los guiños políticos más explícitos del director manchego, la escena de la película hace referencia a un caso real, el de la exhumación
de Catalina Muñoz Arranz en la Carcavilla, Palencia. La inclusión de
una referencia a un objeto de memoria en una obra de ficción no es
inhabitual. Mucho antes de que el cineasta Patricio Guzmán tomase
como punto de partida la aparición de un botón de camisa incrustado
en una viga de hierro rescatada del fondo del océano Pacífico para su
aclamada película El botón de nácar (2015), el escritor gallego Manuel
Rivas publicaba El lápiz del carpintero2 en 1998.
Casi veinte años separan estas obras, amén de un océano y de muchas otras circunstancias, pero ambas comparten el hecho de partir
de un objeto común para elaborar relatos sobre los efectos de violencias políticas pasadas y de interpelar a la sociedad en el presente. Más
allá de servir de título a la novela y a la película, el objeto permite a los
autores articular los elementos sobre los que se sustentan respectivamente sus narrativas cinematográfica y literaria. Para ello, colocan
en el centro de una historia de violencia política de gran crudeza un
objeto común, cotidiano y familiar. Los tres casos nos recuerdan la
capacidad de los objetos de poseer un poder evocador que va más allá
de su materialidad (Appadurai, 1991).
Como el botón de nácar, el lápiz y el sonajero recuerdan, a través
de su propia materialidad, el impacto de la represión. Ambos son
objetos directamente relacionados con el momento de la ejecución,
si bien de manera diferente. El lápiz que el carcelero arranca de la
oreja al pintor tras fusilarlo recuerda la circulación de bienes sustraídos a las víctimas, una práctica común en el contexto de las sacas
y ejecuciones extrajudiciales: objetos de valor, como joyas y relojes
que los victimarios lucían sin pudor alguno, o prendas de vestir y calzado, e incluso objetos corrientes que tras la ejecución cambiaban de
mano. No son pocos los testimonios que dan cuenta de que los hijos
e hijas de los fusilados veían el reloj del padre en la muñeca de quien
había disparado contra él. O casos espeluznantes como el de Ramón
Barreiro, de Barro, Pontevedra, cuyo cuerpo acribillado de balas mutilaron sus ejecutores cortándole el dedo para sustraerle un anillo.
Además de la confiscación de tierras, bienes muebles e inmuebles a
las víctimas y a sus familias, práctica habitual durante la guerra, la
visión cotidiana de estos objetos sobre los cuerpos de sus ejecutores
recordaba con crudeza a los familiares de los fusilados aún más la
ausencia de las víctimas, así como la imposibilidad de conocer el
[page-n-141]
Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
paradero de sus cuerpos en un clima de impunidad absoluta. Son los
objetos que nunca llegaron a las fosas.
En 2011, la exhumación de la mano de la Sociedad de Ciencias
Aranzadi de una fosa común en el cementerio viejo de Palencia,
convertido después en el parque La Carcavilla, permitió sacar a la luz
108 cuerpos de un total de 310 represaliados allí enterrados, entre
ellos, el de una mujer joven, inicialmente identificada como el esqueleto 10 211, el único esqueleto femenino encontrado en la fosa y uno
de los pocos casos de dicha exhumación junto al que se encontraron
objetos «con potencial identificador» (García-Rubio, 2017).
Casi ocho años más tarde, en 2019 el diario El País publicaba un
reportaje gráfico sobre el sonajero encontrado sobre el cuerpo de
Catalina Muñoz Arranz, fusilada en Palencia en septiembre de 1936.
La fotografía del sonajero, objeto emblemático de la infancia que
evoca la ternura, contrastaba con la crudeza de su localización sobre
el esqueleto en la fosa común. La forma imbricada del sonajero, su
apariencia moderna–que semejaba un material plástico- así como sus
colores vivos hicieron dudar de que se tratase de un objeto de la década de 1930. El análisis del material (Leizaola, 2012) corroboró que
se trataba de un objeto antiguo de celuloide, un material común en
aquella época en la fabricación de infinidad de objetos cotidianos. El
paso del tiempo no deslució la forma ni los vivos colores del sonajero
que llevaba probablemente en el bolsillo del delantal para entretener
al menor de sus cuatro hijos de apenas ocho meses de edad. Más allá
del carácter excepcional de este objeto específico, el sonajero, al igual
que otros objetos hallados en otras fosas, nos interpela desde la fosa.
140
[page-n-142]
141
Aitzpea Leizaola
Conclusión
Además de ser intergeneracionales e intrafamiliares (Véase Box, Z.
«Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas» en esta obra),
los objetos participan de la activación memorial, tal y como pone de
manifiesto el estudio de su papel en otros contextos bélicos (Saunders,
2004). Analizar el estatus de los objetos hallados en las exhumaciones
así como el de aquellos que han permitido la localización de la fosa y la
identificación de los restos una vez concluida la exhumación en términos de pertenencia, preservación y conservación, nos obliga a una
reflexión más amplia sobre la materialidad de la memoria y las formas
diversas en las que se ha declinado, tanto dentro como fuera de la fosa.
Las disposiciones legales, que regulan actualmente las exhumaciones con el fin de responder a las demandas de familiares y de
asociaciones memorialistas, se han centrado principalmente en la
gestión de los cuerpos. Junto con los restos óseos, los equipos técnicos hacen entrega de los objetos y demás restos materiales hallados.
Si la decisión de cómo disponer de los cuerpos no siempre es una
tarea fácil ni concita necesariamente consenso, como se aprecia en
algunos de los casos analizados por Ceasar (2016), ésta afecta también el destino de los elementos no óseos. Es la «doble vida de los
objetos», anterior a la inhumación y posterior a la exhumación (Baby
y Nérard, 2017), que una vez más conecta el destino de los muertos
y de los vivos. Estudiar en detalle, como en la etnografía de la fosa
100 de Paterna (García y Gadea, 2021), el trabajo de memoria de las
diferentes generaciones es, en este sentido, revelador.
Ante la ausencia de dispositivos de museización significativos y de
una política patrimonial que contemple su puesta en valor y asegure
su salvaguarda, su futuro queda en manos de los familiares una vez
los equipos técnicos les hayan hecho entrega de los mismos. Éstos no
necesariamente disponen de los medios para conservar estos objetos, elementos cuyo significado en un museo o en una exposición
transcendería el hecho de pertenecer y representar la memoria de una
familia o de un individuo concreto, activando la memoria colectiva.
En este sentido, es significativo observar el aumento de noticias que
ponen el foco en los objetos, o la publicación de libros como Voces
de la tierra (Robés, 2020) que presenta una selección de 25 objetos
encontrados en diferentes fosas. Todos estos elementos que contribuyen a fijar la dimensión material de las fosas en otros soportes. Para
muchos de estos objetos, a falta de una política patrimonial global
que contemple el contexto de la Guerra Civil y la violencia durante la
dictadura en todas sus dimensiones, incluyendo las que afectan a la
preservación de los objetos de las fosas, las fotografías realizadas por
el equipo técnico serán en el futuro la única prueba de su existencia.
[page-n-143]
Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
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Gafas de sol
Individuo 83, fosa 111. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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Mirar Paterna para revisitar
el proceso de exhumaciones
contemporáneo: posibilidades
y tensiones en las luchas por
la(s) memoria(s)
María Laura Martín-Chiappe
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID
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Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
Introducción
Antes de recibir la invitación a participar en este volumen no había
estado en el cementerio de Paterna y si bien sabía de su existencia
nunca me había detenido a reflexionar sobre sus particularidades.
Sabía que allí se estaban produciendo exhumaciones de personas asesinadas por el franquismo, aunque no había parado a contextualizarlas, a pensar en si se trataba de represaliados o de fusilados; si había una,
varias o muchas fosas; si éstas estaban en el interior o en el exterior del
cementerio, si habían sido incorporadas al cementerio en posteriores
ampliaciones o siempre estuvieron allí. Tampoco había pensado en la
cantidad de personas de las que estábamos hablando, ni en si eran en
su mayoría hombres o mujeres… También había obviado el papel de
la ciudad de València durante la guerra, y lo ejemplarizante y encarnecida que tenía que haber sido allí la represión una vez finalizada
esta... Lo cierto es que, a pesar de que el proceso de exhumación contemporáneo y sus prácticas memoriales lleve años siendo mi objeto
de estudio, había incorporado Paterna como un lugar de represión más
en el mapa de fosas comunes de asesinados y asesinadas por el franquismo de los que pueblan España. Un lugar interesante sí, pero «un
lugar más», y sin embargo acercarse a él y mirarlo más de cerca expuso
tanto sus particularidades como aquello que tiene en común con otros
lugares de represión y memoria, convirtiéndolo rápidamente en un
interesante objeto de análisis que permite reflexionar sobre algunas
de las dimensiones que posibilitan y limitan el proceso exhumatorio
desarrollado en España en el siglo xxi, y sobre las disputas por la memoria que lo atraviesan.
Las exhumaciones de fosas relacionadas con la Guerra Civil y la
posguerra han pasado por diferentes etapas a lo largo de los más de
ochenta años que nos separan del golpe de Estado perpetrado entre el
17 y 18 de julio de 1936, constituyendo las del siglo xxi sólo las últimas
de un largo camino que contrariamente a lo narrado en múltiples ocasiones no se inicia en el año 20001. Aun así, es justo reconocer como
hito para las exhumaciones contemporáneas la exhumación del 20 de
octubre de 2000 en Priaranza del Bierzo (León) –en la que se recuperaron de una fosa común ubicada en una cuneta los restos de trece
civiles asesinados por paramilitares franquistas– al incluir algunas de
las características que han marcado este último proceso memorial. En
dicha exhumación convergieron personal arqueológico y forense que
aplicaron los conocimientos propios de sus disciplinas a la recuperación de los cuerpos de estos civiles asesinados extrajudicialmente,
y cuyo discurso y prácticas venían marcadas por los discursos de los
derechos humanos, característica fundamental de las exhumaciones
del siglo xxi.
1
Para más información
sobre las exhumaciones
previas al previas al año
2000 con una perspectiva multidisciplinaria y
comparada que enriquece
el análisis e interrelaciona
las etapas se recomienda:
Dueñas y Solé (2014)
para algunas realizadas
durante la guerra en territorio republicano; Saqqa
(2022) para las realizadas
por el régimen franquista
en los primeros años
de dictadura; Kerangat
(2020) para las realizadas
durante la transición, y
Ferrándiz para las contemporáneas.
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147
María Laura Martín-Chiappe
Otra de las particularidades de este proceso es que se produjo en
el marco de la sociedad de la información. Así, las imágenes, reclamos
y discursos que rodeaban a estos muertos, cuyos cuerpos con marcas
visibles de la violencia recibida aparecían entremezclados en lugares
de mal entierro –las fosas comunes–, recorrieron nuestra sociedad
generando desasosiego no solo en familiares sino también en quienes
los observaban. Los caminos que tomaron estas imágenes propiciaron, entre otras cosas, que ya no pudiese ser negada la violencia a la
que habían sido sometidos los vencidos –distinguible hasta por las
miradas más inexpertas en los cráneos con tiros de gracia o alambres
que atan muñecas–, así como que se (re)conociese el abandono y
agravio comparativo –frente a los cuerpos de los vencedores– al que
habían sido sometidos durante décadas. Al amparo de estas imágenes
y prácticas exhumatorias, una parte de la población comenzó a preguntarse por la posibilidad de recuperar los restos de sus familiares
enterrados en fosas comunes para brindarles un entierro digno.
Las exhumaciones no han dejado indiferente a nadie, y la visibilidad de los huesos como evidencia de un crimen cometido ochenta
años atrás –visibilidad no exenta de críticas ante la exposición indiscriminada de restos cadavéricos pertenecientes a personas represaliadas como nuevo agravio hacia estas– ha constituido un imán para las
miradas y para su reconocimiento colectivo. Así, estos muertos encontraron en el trabajo experto de arqueólogos, arqueólogas y forenses, no sólo el personal que se encargaría de recuperar sus restos de
la tierra, de intentar esclarecer su identidad y de conocer las causas
de su muerte, sino también un discurso autorizado (Bourdieu, 2008),
que aporta legitimidad y fiabilidad de cara a una sociedad en la que lo
científico funciona como régimen de verdad (Foucault, 1989, p.187). De
esta manera, en el contexto de las exhumaciones, las prácticas de los
expertos y las expertas, amparadas además en los marcos de los derechos humanos y de la justicia transicional, funcionan como discursos
«incuestionables», desplegados con una gran eficacia simbólica y
acompañados de una puesta en escena muy persuasiva (Ferrándiz,
2015, p.14), teniendo un papel activo y central en el reconocimiento
de estos muertos. Unos muertos políticos y unas narrativas que
encontraron en el proceso exhumatorio en su conjunto, a partir de la
materialidad obtenida, un reconocimiento y una legitimidad desconocidos hasta ese momento.
En este texto propongo entonces, partiendo del cementerio de
Paterna, (re)conocer algunas dimensiones que han devenido fundamentales en el imaginario colectivo y en las prácticas memoriales
relacionadas con la recuperación de la memoria histórica y las fosas
comunes.
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Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
Paterna: represión y exhumaciones contemporáneas
Paterna no es un lugar más, como decía anteriormente, entre otras cosas porque es uno los lugares donde más cuerpos se han recuperado
en los últimos años. Si en todo el Estado español desde octubre del
año 2000 han sido exhumados en torno a 9 700 cuerpos de más de
785 fosas comunes (Herrasti, 2020, p.24), entre un 10 y un 12%2 del
total provienen de Paterna. Allí, entre 2012 y 2021 se han recuperado
1 163 individuos de 27 fosas comunes y 7 nichos (Moreno et al., 2021).
Las exhumaciones contemporáneas han pasado por diferentes
momentos de (des)regulación y financiación en estas dos décadas.
Así, durante el primer lustro fueron autofinanciadas por asociaciones y familiares, y no fue hasta el año 2006 cuando comenzaron las
subvenciones estatales otorgadas por el Ministerio de la Presidencia.
Estas subvenciones se mantuvieron hasta el año 2011, y dejaron de
concederse en 2012 tras el cambio de gobierno del PSOE al PP. A su
vez, se produjo una incipiente regulación a través de la Ley 52/2007,
y la publicación en el BOE del Protocolo de actuación en exhumaciones de víctimas de la Guerra Civil y la Dictadura, en 2011. Las
exhumaciones se desarrollan estos años bajo un «modelo de subcontratación de los derechos humanos» (Ferrándiz, 2013) en el que,
aunque el Estado se comprometía a facilitar la asistencia y financiación, delegaba sobre las familias, asociaciones y equipos técnicos la
responsabilidad sobre las investigaciones, identificadores, cadena de
custodia y reinhumaciones. Si bien la financiación estatal directa
desapareció en 2012, pasaron a ser algunas comunidades autónomas y diputaciones las que a través de diversos procesos tomaron el
relevo en la financiación y gestión de las exhumaciones. Sucedió así
en Paterna, donde la mayoría de las exhumaciones se produjeron a
partir de 2016; primero con financiación de la Diputació de València
y posteriormente con financiación de la Conselleria de Participació,
Transparència, Cooperació i Qualitat Democràtica de la Generalitat
Valenciana, que replicaban, en buena medida, el modelo de subcontratación a través de subvenciones o de licitaciones públicas.
Así, en 2017, de 601 individuos exhumados en el Estado, 151
fueron recuperados de cinco fosas comunes en Paterna; en 2018,
de un total de 609 individuos exhumados, 197 fueron recuperados de
tres fosas en Paterna y, en 2019, 309 individuos fueron exhumados en
Paterna de un total de 668 personas recuperadas en todo el Estado
(Herrasti, 2020, pp. 22-23). Estas cifras nos hablan de una significativa y continuada represión, así como de un intenso trabajo de exhumaciones en la última década.
Se estima que en el cementerio de Paterna al menos 2 238 personas fueron enterradas en fosas comunes y nichos producto de la
2
La cifra no es exacta
porque al momento de
la publicación no se ha
podido acceder a los datos
totales actualizados.
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149
María Laura Martín-Chiappe
represión franquista, una represión que en todo el País Valenciano
se habría cobrado la vida de 4 714 personas (Gabarda, 2007). Las
ejecuciones comenzaron el 3 de abril de 1939, cuatro días después
de que entraran las tropas franquistas en la ciudad que había sido
capital de la República, y finalizaron diecisiete años después, en
noviembre de 1956. Estas personas, trasladadas principalmente de
la cárcel Modelo y de la de San Miguel de los Reyes, fueron asesinadas mediante ejecuciones sumarísimas colectivas ante pelotón de
fusilamiento en el paredón del Terrer, un lugar de represión anejo
al cementerio al cual eran trasladados sus cuerpos posteriormente,
dejando como saldo 154 fosas documentadas (Moreno et al., 2021,
p. 216). En ocasiones los familiares pudieron recuperar los cuerpos
de sus seres queridos semiclandestinamente en los momentos posteriores a la muerte y darles sepultura en nichos o tumbas individuales,
a veces pudieron incluso trasladarlos a otros cementerios (Gadea y
García, 2022, p. 210). Por otra parte, los 450 cuerpos de aquellos que
fueron ejecutados por la violencia de retaguardia republicana bajo el
descontrol de los meses iniciales de la guerra, entre junio de 1936 y
enero de 1937, fueron enterrados en el cementerio de Paterna y en el
General de València, siendo exhumados e identificados en la inmediata posguerra para ser enterrados y honrados públicamente por el
nuevo Estado (Gabarda, 2007; Gadea y García, 2022, p. 209). Como
puede observarse el tipo de represión y tratamiento posterior de los
cuerpos difiere de acuerdo al momento histórico, a las víctimas y a los
victimarios.
Como señalaba, junto con las prácticas técnicas y científicas, las
imágenes de las exhumaciones de fosas comunes en las que yacían
civiles asesinados han supuesto una de las potencialidades en la
disputa por el relato histórico y la pelea por un lugar en la memoria
oficial al funcionar como evidencia de la represión. Han sido potentes
al exponer el abandono en sucesivos regímenes de olvido y desprecio
al que estos muertos se vieron abocados. Y poderosas también por
lo que supone imaginar que, en buena parte de las cunetas, campos
o pozos de España se encuentran fosas comunes que contienen los
cuerpos de miles de civiles asesinados/as, y enterrados/as fuera de
los lugares destinados para el descanso de los muertos: los cementerios. De hecho, una de las motivaciones para reclamar públicamente,
justificar y propiciar la recuperación de estos cuerpos es deshacer la
mala muerte y el mal entierro que las fosas produjeron y propiciar un
entierro digno. Sin embargo, a pesar de que esas imágenes poderosas
de cunetas sean las que han conformado el imaginario colectivo de la
represión franquista, miles de personas ejecutadas por el franquismo
yacieron y yacen en el interior de los cementerios y no en su exterior,
[page-n-151]
150
Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
es más, las fosas con mayor cantidad de individuos allí es donde se
encuentran o se encontraban.
Pensemos en el caso que nos está sirviendo de guía, Paterna,
donde más de 2 000 individuos se encontraban/encuentran en alrededor de 150 fosas; pero también el ejemplo que supone el cementerio de San Rafael (Málaga), donde 2 840 personas fueron exhumadas
entre 2006 y 2009, o la fosa de Pico Reja en el cementerio de San
Fernando (Sevilla), donde se están realizando labores de exhumación
que han dado un resultado provisional de 869 individuos con perfil de
víctimas de la represión franquista3. Paterna, y las fosas en los cementerios, nos invitan a dejar de pensar las fosas comunes y la represión
de forma reduccionista como evidencia del «terror caliente» –el
momento a principios de la guerra, verano y otoño de 1936 que seguía
la toma de una población por «ambos bandos» (Casanova, 1999, pp.
159-160), cuando las retaguardias bullían y se perpetraban crímenes
sin control– y a reflexionar sobre la evidencia que supone la existencia de complejos espacios cementeriales plagados de fosas comunes
producto de una represión institucionalizada, judicializada y extendida en el tiempo, la etapa de «terror legal» (Rodrigo, 2008).
El análisis que acompaña las exhumaciones presenta no solo
importante información a partir de los expedientes judiciales y las
condenas correspondientes –relativa a las acusaciones, investigaciones y la «expedición de justicia» que el régimen realizaba– sino
también a partir de los documentos cementeriales donde pueden
encontrarse, entre otras informaciones, las identidades y el lugar de
entierro (número de fosa) de las personas ejecutadas4. Pero, además,
el trabajo exhumatorio en sí ha expuesto lo metódico y planificado de
los enterramientos diseñados para maximizar la ocupación del espacio. Como ejemplo, en uno de los laterales del cementerio de Guadalajara se encuentra una hilera de 15 fosas comunes con los cuerpos de
personas ejecutadas después del 1º de abril de 1939. Las tres fosas allí
exhumadas por la ARMH entre 2016 y 2021 contaban con aproximadamente cuatro metros de profundidad y metro y medio de ancho,
y con más de una veintena de individuos en cada una de ellas. Fosas
estrechas y profundas, en las que los cuerpos de diferentes sacas compartían inhumación. En Paterna, las fosas se encuentran en el primer
cuadrante a la izquierda según se ingresa al cementerio, debidamente
organizadas una al lado de otra, con unas medidas aproximadas de
dos por dos metros y medio de ancho y planta rectangular, que llegan hasta los seis metros de profundidad en la fosa 128 (Moreno et
al., 2021, p. 217)). Además, como en otros cementerios, las capas de
cuerpos se encuentran separadas por tierra y cal, «la estratigrafía del
franquismo» como señala el arqueólogo González-Ruibal (2022).
3
Cifras de Aranzadi en
febrero de 2022 (https://
www.aranzadi.eus/pico-reja) aunque fuentes
periodísticas hablan de 1
200 en junio del mismo
año (https://www.
publico.es/politica/historia-huesos-fosa-pico-reja-mineros-querian-parar-golpe-fascista.html).
4
De hecho, en buena
medida, esta información
expone lo sistemático e
impune del proceso.
[page-n-152]
151
María Laura Martín-Chiappe
Ahora bien, la información que estas exhumaciones nos proveen
permite ahondar en cómo la violencia ejercida en la retaguardia sublevada tuvo su continuación durante la dictadura, es decir, no era un
castigo temporal producto del fragor del momento, sino que se trataba de «terror frío y paralegal sancionado o directamente ejecutado
por las autoridades» (González-Ruibal, 2022), planificado y realizado
durante décadas.
Durante estos años, en un complejo proceso de adopción y
traducción de conceptos vinculados al lenguaje de los derechos
humanos, al adoptar la figura del desaparecido, los fusilados/as o
represaliados/as se fueron convirtiendo en víctimas del franquismo
(Ferrándiz, 2010), un camino que, si bien les da visibilidad pública y
legitimidad en su proceso de reaparición, también les quita agencia
política, desplazando así otras narrativas como la del resistente (Gatti, 2011; Montoto, 2019). Fosas como las de Paterna, sacan a la luz
unos muertos todavía más incómodos si cabe, culpables a ojos de una
justicia ilegítima desde hace décadas cuyo marco de referencia está
pendiente de ser desarmado.
5
Cifras provenientes de
conversación telefónica
con el forense Javier
Iglesias, miembro de
ArqueoAntro, asociación
científica que trabaja en el
cementerio de Paterna.
Paterna: lugar de memoria(s)
La inhumación clandestina en fosas comunes supone un castigo post
mortem que interpela tanto a los muertos como a los vivos en un ejercicio de violencia simbólica y funeraria. La elección realizada por los
perpetradores de negar el entierro en el lugar socialmente destinado
para ello expone la intencionalidad del enterramiento ofensivo. El
cementerio es el lugar por excelencia donde los muertos son visibles
como tales, y quien no se encuentra allí no forma parte de la comunidad legítima de muerte (Kerangat, 2019, p. 78). Pero, como destaca
Kerangat (2019) en ese recinto cerrado se producen inclusiones y
exclusiones. Entonces ¿qué ha sucedido con aquellas personas que
aún enterradas en el interior del cementerio no han sido incluidas en
esta comunidad? ¿Y con aquellas cuya forma y lugar de inhumación
supone un castigo planificado y continuado en el tiempo, aquellas
cuyo entierro clandestino supone un agravio, ya no frente a los vencedores, sino con aquellos que descansan en tumbas o nichos individuales o panteones familiares a su alrededor? Es interesante destacar
el enorme malestar que la imagen de los cuerpos entremezclados y
sin sepultura reconocida produce y cómo, en el marco de las exhumaciones contemporáneas en Paterna, este malestar y los discursos
corpocentristas de la reparación y el entierro digno, han movilizado a
cientos de familias en su deseo de recuperar los restos de sus familiares mal enterrados allí, pasando de 30 o 40 de ellas en 2016, a más de
300, en la actualidad5.
[page-n-153]
Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
Como señalaba, la idea de fosa común en un paraje natural o cuneta nos incita a pensar en ellas como lugares inhóspitos y desconocidos, aunque, como señala Ferrándiz (2014), las fosas comunes han
sido un secreto público desde su creación, conocidas, aunque obviadas
deliberadamente. Pero, al entrar al patio del cementerio de Paterna,
es difícil obviar los múltiples elementos que marcan la ubicación de
las fosas comunes.
Coinciden allí marcas de diferentes etapas memoriales desarrolladas desde el momento de los fusilamientos. Fosas cuidadas durante décadas por familiares de quienes los registros y la historia oral
dicen que están allí enterrados, y esto es interesante, porque, como
las exhumaciones, la memoria no comienza en el año 2000. Así, a la
vez que llama la atención el monumento creado durante la Transición con columnas blancas, un jardín de flores con los colores de la
bandera republicana, y una placa que señala «A todos los fusilados
por la libertad, la democracia y el progreso social-Paterna 1981», encontramos fosas cuya superficie está señalada con baldosas de cerámica –material trabajado históricamente en la zona– donde pueden
152
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153
María Laura Martín-Chiappe
leerse diversos datos que van desde la fecha de ejecución y sus nombres, al lugar de procedencia y edad de quienes allí se encuentran,
junto a mensajes como el de la parte inferior en la siguiente imagen:
«Vuestros familiares no os olvidan».
6
Invitándonos a reflexionar
acerca de las motivaciones
que llevan a una familia a
replicar el nombre de su
familiar dos veces sobre la
misma fosa.
En algunas es más claro el paso del tiempo y las sucesivas capas de
trabajo memorial. Sobre algunas de las baldosas más antiguas se han
pegado fotos de algunos de los ejecutados, e incluso pequeñas lápidas
de mármol negro (que remiten a marcos funerarios más modernos)
repiten los nombres de algunos de los fusilados6.
También se observan los espacios donde ya han sido exhumadas
las fosas comunes, los cuales cuentan con diferente señalización;
en ocasiones simplemente se encuentra marcado por un tocón de
cemento, o en el caso de la fosa 100, una losa cerámica sobre el tocón
indica el número de fosa en lo que parece una señalización provisional. Otras veces, sobre la tierra que recubre el lugar donde una vez estuvieron los cuerpos, lápidas individuales de mármol gris o negro que
han sido depositadas sin orden aparente –junto a otros elementos de
ornamentación funeraria– como evidencia de quienes estuvieron allí
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Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
alguna vez. En varias de estas fosas ya exhumadas pueden leerse textos en los que se articulan mensajes que hacen referencia a lo injusto
y la intencionalidad de ocultar estas muertes, y donde también hace
su aparición el lenguaje de la justicia transicional, la justicia internacional o la inocencia de las víctimas, firmados por las asociaciones de
familiares agrupadas en torno a cada fosa. También se encuentra allí
el mausoleo de mármol negro erigido sobre la fosa 113, pensado para
depositar los cuerpos que no hayan sido reclamados o identificados
de esa fosa. A su vez, al volver sobre nuestros pasos para salir del cementerio, encontramos un enorme monumento de acero –colocado
en la última década– en el que la figura de un hombre encadenado es
acompañada por los nombres, edades, localidades y fechas de ejecución de los represaliados.
154
[page-n-156]
155
7
http://www.fosacomun.
com/comunicado.htm
8
En el caso de Paterna solo
hay 20 mujeres frente
a 2 218 hombres. Para
una reflexión acerca de
la presencia de mujeres
en fosas, las narrativas
dominantes en torno a
la(s) violencia(s) contra
las mujeres, su posible
compromiso político, y
las formas de concebirlas
y representarlas véase
Martín-Chiappe (2019).
y Martín-Chiappe y
Kerangat, (2019).
María Laura Martín-Chiappe
En sus primeros análisis sobre los procesos exhumatorios
contemporáneos, Ferrándiz (2014, pp. 62-63) destacó dos tipos de
disputas, aquellas «sobre el terreno» relacionadas con la gestión
de los momentos de exhumación y reinhumación, donde la batalla
se produce en relación con qué simbología debe o no formar parte
de ese momento de dignificación; y las disputas «bajo el terreno»,
centradas en la decisión de exhumar o no una fosa común. Desde
los inicios del proceso, diferentes asociaciones memorialistas expusieron su oposición a las exhumaciones –y otras que las promovían
han cambiado de parecer con el paso del tiempo– destacando que al
realizarse fuera de procesos judiciales contribuyen a la destrucción
de pruebas y, de forma indirecta, al encubrimiento de los crímenes
franquistas. Destacaban también que las exhumaciones destruyen
«patrimonio histórico» –relacionado precisamente con los monumentos ya existentes–, y proponían señalizar y «dignificar» las fosas
en lugar de exhumar7.
En Paterna existe una conciencia de los procesos de lucha de las
generaciones anteriores para el mantenimiento de estos lugares de
memoria, y uno de los argumentos de algunas personas que se oponen a exhumar expone que aquel lugar forma parte de las biografías
de sus familiares y exhumar implica destruir parte de su legado (Gadea y García, 2022, p. 212). A su vez, también están quienes deseando
recuperar los cuerpos, se preocupan por ver de qué manera se pueden
mantener vestigios de la memorialización previa (García y Gadea,
2020). Y es que mantener vestigios de esa memorialización permite
reconocer también a quienes conservaron la memoria de los muertos, a la vez que produjeron y mantuvieron estos lugares de memoria
durante generaciones con sus prácticas: las mujeres.
Isabel Gadea y Mª José García Hernandorena proponen pensar,
incorporando una mirada feminista y holística, las fosas comunes
como un espacio de memoria masculinizado, mientras que el cementerio supone un espacio femenino. Como señalan, centrar la
atención en las fosas ha privilegiado las memorias de las experiencias
de violencia, resistencia y represión masculinas –ya que son hombres quienes mayoritariamente las ocupan– frente a las memorias
femeninas –aun cuando en las fosas haya también mujeres, si bien
en mucha menor proporción8. Sin embargo, el hacer un análisis
biográfico del cementerio, permite reconocer el papel decisivo de las
mujeres en la transmisión y conservación de las memorias, así como
en las prácticas reparativas contemporáneas (Gadea y García, 2022,
p. 214). Y es que, las mujeres han sido las depositarias y transmisoras
de la memoria familiar (Jelin, 2002), y, desde los roles asignados a
su género y al ámbito (re)productivo, mantuvieron la memoria de
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Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
los hombres –y las de las mujeres que las precedieron–, y realizaron
pequeñas-grandes prácticas subversivas. Al cuidar y, a través de ello,
señalizar el lugar de enterramiento las mujeres manifestaban la memoria privada en la esfera pública, de manera que este acto cobraba
sentido político y constituía un acto de resistencia y contradiscurso
(Martín-Chiappe y Kerangat, 2019). Resulta interesante incorporar
una mirada feminista al análisis de las prácticas de resistencia y dejar
de considerarlas primordialmente en términos de actos heroicos de
gran repercusión, marcada intencionalidad o conciencia, y ampliar
el análisis a las acciones cotidianas de las mujeres. Esta mirada a
prácticas provenientes del ámbito privado permite comprenderlas
como parte de las múltiples formas de transgresión al orden establecido, y reconocer la acción colectiva que las mujeres realizaron
(Martín-Chiappe y Kerangat, 2019), posibilitando que las memorias
de la represión llegaran hasta hoy.
Reflexiones finales
Acercarme al cementerio de Paterna, me ha posibilitado revisitar el
proceso de exhumaciones contemporáneas de represaliados y represaliadas por el franquismo, exponiendo algunas de las capas de memoria que vinculan etapas memoriales y las prácticas propias de cada
una de ellas, pero también las posibilidades y limitaciones, continuidades y tensiones que se producen entre ellas.
Las exhumaciones y las reinhumaciones han resquebrajado una
forma sistemática y despiadada de dominación impuesta por el franquismo. Los cuerpos recuperados no solo vehiculan el duelo, sino que
tienen una vida y un papel políticos y su traslado a un lugar de entierro legítimo implica un cambio en la visibilidad de la persona cuyo
cuerpo se mueve y de las ideas que se le atribuyen (Verdery, 1999),
más aún cuando va acompañado de unas prácticas y discursos técnico-científicos y de derechos humanos que los legitiman socialmente.
La irrupción, la visibilidad y el traslado de estos cuerpos propició un
quiebre en la «memoria oficial», dejando espacio a «memorias subterráneas» (Pollak, 2006), a la vez que producía también «disputas
por la memoria» al interior de estas memorias (disputas sobre y bajo
el terreno), produciendo visibilidades privilegiadas y desatenciones.
Mirar con más detenimiento el papel de las fosas comunes en los
cementerios nos permite romper con la idea de que el terror caliente
supuso una excepción en el tipo de represión ejercido por el régimen,
y reconocer la continuidad de la misma a través del frío, una práctica
represiva planificada, organizada, y mantenida en el tiempo.
El proceso de recuperación de memoria histórica se construyó
estrechamente ligado a la recuperación de cuerpos y obviando la
156
[page-n-158]
157
9
También genera expectativas y necesidades que no
siempre pueden alcanzarse, como la identificación
genética.
10
Aunque ha de reconocerse
que las subvenciones también han propiciado otros
tipos de actividades que
no son exhumaciones.
María Laura Martín-Chiappe
existencia de prácticas memoriales previas. No necesariamente
obviando narrativas e historias personales, pero sí prácticas colectivas previas a los cementerios, donde las fosas no solo no habían sido
olvidadas, sino que habían sido cuidadas durante décadas. A este corpocentrismo contribuyó también el discurso científico9 del que hablamos anteriormente, ya que el cuerpo-evidencia, como la figura del
desaparecido, a la vez que abría un mundo de oportunidades, obtenía
(casi) toda la atención en detrimento de otras prácticas memoriales10.
Por otra parte, levantar la mirada de la fosa –aunque mirando a
su interior también (Martin-Chiappe y Kerangat, 2019)– posibilita el
reconocimiento y la comunicación de historias de vida, resistencias y
represión de las mujeres, que no habían contado con especial «capacidad de escucha» (Pollak, 2006). Y en ocasiones, cuando habían
sido reconocidas, lo habían sido bajo marcos de interpretación que
minusvaloraban las resistencias propias de los espacios y prácticas
asignadas socialmente a las mujeres desde el ámbito de la (re)producción social, al leerlos bajo prismas de heroicidad y resistencia masculinizada. Las memorias subterráneas de las mujeres batallan también por
espacios propios al interior de otras memorias subterráneas en las que
aparentemente estaban incluidas.
[page-n-159]
Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
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MEMO
DEMOC
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ORIA
CRÁTICA
165
Fosas y memoria democrática
Francisco J. Sanchis Moreno
175
El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
Mauricio Valiente Orts
189
Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
Baltasar Garzón Real
201
Derecho internacional, reparación y memoria democrática:
el caso de España
Carmen Pérez González
[page-n-163]
162
Tarjeta postal
Vicente Roig Regal, fosa 128. Paterna
Colección familia Roig Tortosa
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
[page-n-164]
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Listado de nombres de personas fusiladas, de José Peiró Grau
Fosa 112. Paterna. Donación Familia Peiró
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
[page-n-165]
Lápiz
Individuo 3, fosa 94. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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165
Fosas y memoria democrática
Francisco J. Sanchis Moreno
DELEGACIÓ DE MEMÒRIA HISTÒRICA DE LA DIPUTACIÓ DE VALÈNCIA
[page-n-167]
166
Fosas y memoria democrática
La memoria histórica aparece, tras la restitución del régimen democrático en nuestro país, como política y herramienta para poner fin a
la versión franquista de lo sucedido en España desde la instauración
de la II República. Esta memoria ha tenido sus altibajos desde entonces, pero siempre ha presentado como uno de sus pilares poner fin al
«memoricidio»1 existente en torno a las fosas y la represión vinculada
a la Guerra Civil y el franquismo. El memoricidio es definido por las
Naciones Unidas como «la destrucción intencional de bienes culturales que no se puede justificar por necesidad militar». Cierto es que las
fosas no son depósitos de memoria y patrimonio comparables a los
museos o archivos, pero sí representan algo más que el lugar donde se
depositan los cuerpos muertos de determinados enemigos.
No olvidemos tampoco en este punto que etimológicamente
patrimonio significa ‘lo recibido del padre’ y este legado no necesariamente debe ser material y traducido en bienes u objetos, puede
ser también una actitud ante la vida, unos ideales… Las fosas son
el final de un proceso que busca algo más que vencer a un enemigo.
El objetivo es su desaparición de la historia. Esto es lo que se trata
de conseguir con un juicio sumarísimo (más rápido y con menos
garantías para el reo cuya versión de los hechos carece del valor que
le corresponde), con su fusilamiento y su posterior inhumación en
fosas comunes, agolpados unos cuerpos con otros, sin nombres, sin
comunicación a los familiares. Se trata de ejecutar a los vencidos tras
haberles ganado la guerra, ya no hay un verdadero interés militar,
sino de castigo, de eliminarlos de la ecuación de la historia. Se trata
de arrasar la memoria de los vencidos, del enemigo, sus recuerdos,
su identidad y de imponer a los familiares y a los supervivientes una
amnesia colectiva (no hablar de los fusilados fuera de casa, de que
tu padre era rojo…) para crear una identidad diferenciada de la
que poseían los derrotados: una Nueva España.
Esta represión no respondió a actuaciones fortuitas, sino deliberadas, ejecutadas dentro de una política de memoria con una intencionalidad; se buscaba con ella unos objetivos: someter, rendir y hacer
capitular a un enemigo ya vencido por las armas y eliminar toda forma
de resurgimiento de esta ideología, para que no interfiera en el nuevo
modelo de los vencedores y en su nueva cultura.
La separación de los presos políticos del resto de penados, el hecho de que se les fusilara y se les echara a fosas comunes, sin nombres;
que estas fosas se colocasen una a continuación de otras sin más distinción o que una fosa permaneciera abierta varios días o se reabriera
para introducir en ella los cadáveres de una nueva saca, nos habla
de un proceso de deshumanización de las víctimas. Se les separa de
sus familias, se omite su nombre (expresión máxima del individuo)
1
Término acuñado por el
historiador croata Mirto
D. Grmek para describir la destrucción de la
Biblioteca de Sarajevo.
[page-n-168]
167
Francisco J. Sanchis Moreno
Diferente celebración
del día de difuntos en el
cementerio de Paterna
por parte de los familiares
de los fusilados. Dibujo
Matías Alonso.
y se les entierra junto a los que comparten con ellos la misma culpa:
ser rojos. Cada uno de estos muertos es simplemente un rojo. Se ha
hecho desaparecer así la identidad individual de cada uno de los presos y con la política de terror se trata de soterrar la política de grupo
que les rodeaba. Hay miedo a mostrarse diferente de los vencedores,
a hacerse notar dentro de las poblaciones, no se habla de ideología
fuera de casa, se fingen creencias… Se ataca así la memoria colectiva
del perdedor con el objeto de que solo subsista la del vencedor, una
de cuyas trazas características es la de haber extirpado el cáncer social
que suponían los defensores de la República.
A los perdedores se les arrebatan los derechos que los humanizan.
Por ejemplo, los prisioneros pueden ser obligados a trabajar en batallones para reconstruir gratuitamente lo que los «rojos destruyeron»,
lo cual es una manera de esclavitud; a las mujeres embarazadas que
están presas se les pueden robar sus hijos, porque ellas les acabarían
transmitiendo esa enfermedad que es ser socialista, comunista o anarquista; a las esposas o viudas se les puede obligar a hacer trabajos para
la Falange local, etc.
Todo esto se acompaña de una política de reescritura del periodo
republicano, en el que sólo ocurrieron desgracias para España, en el
que la Guerra Civil es presentada como una necesidad para salvar a
nuestro país de los comunistas y de su desmembración. Así la eliminación de la identidad individual y colectiva, y del recuerdo, es decir la
amnesia, viene complementada por una actuación orientada a rescribir la historia y construir una nueva identidad acorde a los ideales
de los vencedores, que justifique el nuevo sistema y la necesidad del
levantamiento militar.
[page-n-169]
168
Fosas y memoria democrática
Esta limpieza histórica basada en criterios ideológicos, lo que no
deja de ser una forma de genocidio, busca la manipulación de lo ocurrido o, mejor dicho, del recuerdo de lo sucedido desde el presente
de los vencedores, para conseguir que el nuevo discurso del pasado
devenga en una herramienta de consolidación del nuevo régimen.
Pero con el fin de la dictadura, esta lectura del pasado se desmonta, pues como bien señala R. Koselleck (1997, p. 239): «A corto
plazo puede que la historia esté hecha por los vencedores, pero a
largo plazo las ganancias históricas del conocimiento provienen de
los vencidos».
El lento pero inexorable avance de la memoria democrática en
nuestro país ha estado jalonado por algunos hitos, siendo el más
reciente de todos ellos la aprobación de la Ley 20/2022, de 19 de octubre, de Memoria Democrática. Partiendo de su título ya podemos
vislumbrar una profunda evolución respecto a su predecesora, la Ley
52/2007, que, aunque se conocía como Ley de Memoria Histórica,
oficialmente se denominaba «Ley por la que se reconocen y amplían
derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron
persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura». Esta
evolución ya venía en buena parte recogida por diversas normas autonómicas como consecuencia del camino marcado por los informes
y condenas internacionales2. La nueva ley se vertebra en torno a los
principios establecidos por el Comité de Derechos Humanos de las
Naciones Unidas hasta en su propio articulado, en el que aparecen
capítulos dedicados a la verdad, la justicia, la reparación y el deber de
memoria.
Las políticas públicas de memoria deben estar siempre motivadas
por el interés general y pensadas para producir efectos positivos en la
sociedad. Por ello el Estado debe asegurar que la inexorable extinción
biológica de las víctimas y los testigos de lo acontecido no suponga
nunca la extinción ética y moral. Con el paso del tiempo desaparecerán los hijos de los represaliados, incluso sus nietos, pero la sociedad,
la ciudadanía debe recordar, pues es obligación del Gobierno reparar
y reconocer las violaciones de los derechos humanos.
Esto nos lleva a un escenario de tensión entre la memoria, la
historia y la política, que en ningún caso hemos de entender como
privativo de nuestro país. Situaciones semejantes encontramos en
multitud de países como es el caso de Estados Unidos respecto a la
esclavitud, el de Australia respecto a la población indígena o el de
la actuación de las metrópolis en la represión de los movimientos
independentistas en las colonias3.
La memoria es la facultad de recordar el pasado y está constituida por impresiones de lo acontecido, tanto a nivel individual como
2
Destacan la condena de la
Asamblea Parlamentaria
del Consejo de Europa
a la dictadura franquista
(2006) y el «Informe del
relator especial sobre la
promoción de la verdad,
la justicia, la reparación
y las garantías de no
repetición», elaborado
por Pablo de Greiff para
el Consejo de Derechos
Humanos de las Naciones
Unidas (2014).
3
Un claro ejemplo de
estas tensiones puede
observarse en el proyecto:
1619. New York Times
Initiative, que establece
que es en ese momento
«in August 1619 when
the first enslaved Africans
arrived in the English
colonies that would become
the United States could, in
a sense, be considered the
country’s origin».
[page-n-170]
169
Francisco J. Sanchis Moreno
Imagen de la web de la
Delegació de Memòria
Històrica de la Diputació
de València.
colectivo. Estas narraciones del pasado, en lo que se corresponde con
los valores del grupo, tienden a estereotiparse y a convertirse en un
elemento de transmisión intergeneracional, y cuando se produce
un fuerte conflicto en el seno del grupo las narraciones recogen una
distinción entre víctimas y victimarios. Las víctimas, con el tiempo,
exigen una reparación por esos sucesos del pasado que se consideran
aún vigentes y se presentan con una superioridad moral, fruto del
injusto sufrimiento se les ha infligido. Frente a ellas, los victimarios
nos hablan del pasado como algo ya periclitado, que fue fruto de unas
condiciones extremas que plantearon precisamente aquellos que se
presentan como víctimas. Los victimarios consideran que no pudieron actuar de otra forma, no tuvieron alternativa, y que en una situación así no hay realmente inocentes. La aplicación de estos principios
al golpe de Estado de 1936 es evidente, al igual que lo es la utilidad social que tiene el pasado para el presente. Tradicionalmente en nuestro
país se han empleado las grandes gestas nacionales como elemento
aglutinador y potenciador de una forma de entender España y como
base de una identidad nacional. La visión romántica e idealizada del
pasado ha sido empleada durante décadas como un ancla cognitiva y
afectiva que nos identificara con aquel y potenciara nuestro sentido
de pertenencia nacional. Esta utilidad social del pasado no es negativa en sí misma, lo que será discutible es el modelo social y político
con el que nos quiere identificar.
La nueva ley supone un salto cualitativo en multitud de aspectos,
pero quisiera detenerme en su determinación, más allá de la reparación a las víctimas…, por convertirse en una herramienta fundamental para coadyuvar a la formación del pensamiento histórico sobre
este periodo.
[page-n-171]
170
Fosas y memoria democrática
En su artículo 1 señala: «La presente ley tiene por objeto la recuperación, salvaguarda y difusión de la memoria democrática, entendida ésta como conocimiento de la reivindicación y defensa de los
valores democráticos y los derechos y libertades fundamentales a lo
largo de la historia contemporánea de España, con el fin de fomentar
la cohesión y solidaridad entre las diversas generaciones en torno a
los principios, valores y libertades constitucionales».
La ley cita un marco cronológico amplio, como es la expresión
«a lo largo de la historia contemporánea de España», porque con
la Constitución de 1812 se inicia en nuestro país la lucha para que la
soberanía del Estado recaiga en la nación, para la implantación del
sufragio y otros derechos. Pero en la práctica, la casi totalidad de su
articulado hace referencia a las consecuencias de la ruptura de la línea
democrática en 1936 como consecuencia del ilegal golpe de Estado al
gobierno elegido libremente por los españoles. Busca esta norma dotar a cada uno de los ciudadanos de los instrumentos y herramientas
(desde mapas de fosas, censos de víctimas, bancos de ADN, inserción
de esta temática en el currículo de los estudiantes de secundaria…)
que les permitan comprender e interpretar autónomamente este
pasado reciente de forma contextualizada. La norma entiende que la
memoria histórica como forma de entender el pasado ha de estar al
servicio de una ciudadanía democrática, que encuentra en la historia
una herramienta clave para interpretar el mundo actual y también
para una mejor gestión del porvenir.
En estos términos podemos entender la afirmación del historiador Josep Fontana (1982) para el que toda visión de la historia
constituye una genealogía del presente. Por ello la Ley de Memoria
Democrática parte de la situación actual, un Estado con un régimen
democrático, para rastrear sus orígenes en el pasado. Por esta razón se
centra en el periodo cronológico que cubre desde el nacimiento de la
II República hasta la aprobación de la actual Constitución en 1978. No
puede negarse que este objetivo tiene una función social, puesto que
trata de mostrar la existencia de una evolución natural y positiva desde
el pasado que ha dado lugar al presente. Todo lo que en el pasado se ha
opuesto a esta evolución en favor del establecimiento de libertades y
derechos es considerado negativo y regresivo. Además, esta evolución
se considera inacabada y por tanto busca que la ciudadanía proyecte su
sociedad ideal en la propuesta política que supone la democracia4.
Así pues, pasado, presente y futuro están imbricados de tal
forma que toda visión de uno de ellos implica una nueva versión de
los dos restantes. El pasado, además de explicar lo que ocurrió, nos
da las claves para entender el presente y ambos, conjuntamente,
buscan encaminarnos hacia un futuro que este pasado y presente
4
Sobre estas ideas aplicadas al campo de la enseñanza, véase Santiesteban
(2010, p. 35).
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171
Francisco J. Sanchis Moreno
consideran adecuado. El poder del presente sobre la visión del pasado
y el futuro que ha de venir es más que evidente y basta con detenernos
en la imagen que se tenía de la II República y el camino que debía
seguir el Estado bajo la dictadura franquista, respecto a la que hoy se
ofrece de ella como triunfo de las libertades y de los ideales democráticos en España, ideales que se han reconquistado y se han desarrollado en la sociedad actual y que caminan de forma inequívoca hacia
una profundización de la democracia que nos llevará a una sociedad
mejor y más justa.
Este futuro al que tratamos de encaminarnos puede entenderse
como una prospectiva que hunde sus raíces en el pasado y el presente,
son estos los que nos muestran la posible evolución social. El futuro
no es único, hay futuros posibles, probables y deseables y nuestra
nueva Ley de Memoria Democrática busca proyectar una imagen
positiva a la sociedad sobre su capacidad para moldear el futuro a partir de un conocimiento del pasado. La clave radica en conseguir que
el ciudadano se adhiera íntimamente al futuro deseable y que para
hacerlo real actúe de forma consecuente. Es en esta línea, en la que
G. Steiner (2008) propone «recordar el futuro», para ello nos invita a
concebir los lugares de la memoria, del pasado, como espacios en los
que aprender los posibles futuros y tomar las decisiones correctas en
el presente para alcanzar aquel que deseamos. En esta línea el propio
preámbulo de la norma de 2022 señala: «Los procesos de memoria
son un componente esencial de la configuración y desarrollo de todas
las sociedades humanas, y afectan desde los gestos más cotidianos
hasta las grandes políticas de Estado. El despliegue de la memoria es especialmente importante en la constitución de identidades
individuales y colectivas, porque su enorme potencial de cohesión
es equiparable a su capacidad de generación de exclusión, diferencia
y enfrentamiento. Por eso, la principal responsabilidad del Estado
en el desarrollo de políticas de memoria democrática es fomentar su
vertiente reparadora, inclusiva y plural».
Solo con un presente inclusivo, tolerante y plural es probable un
futuro plenamente democrático. Para lograrlo hemos de caminar
hacia la construcción de una nueva master narration que responda a
quiénes somos, qué queremos ser y cómo debemos comportarnos
para serlo. Esto implica deconstruir las narrativas recibidas durante
décadas y buscar nuevos referentes que favorezcan la inclusión y la
transformación de la distinción entre víctimas y victimarios en un
nosotros en el que quepamos todos.
De ahí la importancia de que el Estado, en esta nueva ley, asuma
su rol y ponga los medios y las actuaciones que impidan la pérdida
del pensamiento crítico y la invisibilización de las violaciones de los
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Fosas y memoria democrática
derechos humanos. Este pasado reciente, del que se ocupa la memoria democrática, no sólo se ve afectado por la polarización política
del presente, sino también por la posverdad. Por ello deben ponerse
los medios que impidan la distorsión deliberada de la realidad y la
pérdida de valor de los datos objetivos en favor de las opiniones y
emociones que suscita este pasado, que se emplean para cimentar
el enfrentamiento en la actualidad. Entre todos tenemos que transmitir la existencia de adversarios, que no enemigos, y que nuestros
adversarios políticos no deben perder ninguno de sus derechos, pues
son aquellos con los que competimos por la defensa de proyectos
opuestos para atender problemas sociales, pero siempre dentro de
las reglas de leal confrontación y conservación de la posibilidad del
entendimiento (Arnoletto, 2007).
La memoria democrática trata de fomentar el pensamiento crítico
y la búsqueda de la justicia social, para ello nos muestra la necesidad
de transformar la resolución de los conflictos y de conseguir la disminución de la violencia, lo que nos capacita para avanzar en el camino
de la convivencia y el respeto a las ideas. En este sentido la Ley de
2022 potencia, junto al recuerdo debido a las víctimas, también el
de la lucha por la democracia. Porque la Guerra de España, vista ya no
solo como una guerra civil, se presenta como el primer eslabón en la
lucha que las democracias tuvieron que librar contra el fascismo y es
precisamente la derrota republicana, por el escaso apoyo que recibió
de su entorno, la que favoreció el impulso posterior del fascismo. Se
conecta así, en un mundo globalizado, la derrota española a la lucha
por la democracia en el mundo.
Por ello la ley fija como día de recuerdo y homenaje a todas las
víctimas la fecha del 31 de octubre, día en el que las Cortes Generales
aprobaron la Constitución, una constitución que luego fue refrendada por una amplia mayoría de los españoles y que abrió una etapa
de convivencia pacífica e integradora. Pero además establece el 8 de
mayo como día de homenaje a las víctimas del exilio, porque ese día
la II Guerra Mundial llegó a su fin. Para los aliados contra el nazismo
y el fascismo, el 8 de mayo es el día de la Capitulación Incondicional
de Alemania, el Día de la Victoria. Para las víctimas del régimen nazi –
judíos, homosexuales, romaníes, comunistas, socialdemócratas, liberales, españoles de la resistencia y todos los enemigos del nazismo–,
el 8 de mayo de 1945 es el Día de la Liberación: la liberación de los
campos de concentración, de las prisiones y de la vida en condiciones
inhumanas.
No encuentro mejor colofón para estas palabras que los versos
escritos por Vicent Andrés Estellés:
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173
5
Versos 28 a 34 del «Poema
III» (Estellés, 1998).
Francisco J. Sanchis Moreno
«Mentre la terra invoca en va
la mort principi de les morts
criminals tongades de morts
collites de morts els morts
de la postguerra els morts els morts
mentre la terra es tapa els ulls
terra universal de Paterna
terra dels morts oh amarga terra
terra de la calç clivellada
terra martiritzada…»5
Mientras la tierra invoca va
la muerte principio de las muertes
criminales tongadas de muertes
cosechas de muertos los muertos
de la posguerra los muertos los muertos
mientras la tierra se tapa los ojos
tierra universal de Paterna
tierra de los muertos oh amarga tierra
tierra por la cal agrietada
tierra martirizada…
Bibliografía
Arnoletto, E. J. (2007). Glosario de Conceptos Políticos Usuales. Disponible en:
www.eumed.net/dices/
Estellés, V. A. (1998). Ofici permanent a la memòria de Joan B. Peset, Tres i Quatre,
València.
Fontana, J. (1982). Historia: análisis del pasado y proyecto social. Grupo Editorial
Grijalbo, Barcelona.
Koselleck, R.(1997). L’Expérience de l’histoire. Editions Seuil, París.
Santiesteban, A. (2010). «La formación en competencias de pensamiento histórico”. Clio & Asociados. La historia enseñada, 14, 34-56.
Steiner, G. (2008). Recordar el futur. Arcadia, Barcelona.
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Cuerda utilizada para maniatar antes del fusilamiento
Individuo 119, fosa 127. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Albert Costa. L’ETNO
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El derecho a la verdad ante las
violaciones de los derechos
humanos durante el franquismo
Mauricio Valiente Ots
DOCTOR EN DERECHO POR LA UNIVERSIDAD CARLOS III DE MADRID
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
Durante los episodios históricos en los que se han producido masivas violaciones de los derechos humanos se ha constatado una
intención deliberada de ocultación y manipulación de los hechos.
Prácticas como la desaparición de personas y su inhumación en fosas
comunes forman parte de un patrón que evidencia una voluntad
preconcebida de impunidad. Frente a esta realidad, el derecho a la
verdad, concepto básico en el derecho internacional de los derechos
humanos, no solo constituye un instrumento esencial para la reparación de las víctimas y sus familiares, sino también una exigencia
en el necesario esclarecimiento de las causas y las responsabilidades.
El caso español, uno de los países con mayor número de personas
desaparecidas como consecuencia del golpe de Estado y la dictadura
franquista, según datos de Naciones Unidas, es un claro ejemplo de
la relevancia y la significación práctica del derecho a la verdad.
El derecho a la verdad en el derecho internacional y su recepción
en España
Aunque el derecho a la verdad no ha tenido un reconocimiento
expreso en las declaraciones de derechos humanos, lo que ha provocado que tenga contenidos e interpretaciones diversas, en la actualidad cuenta con una sólida base en el derecho internacional tras
un largo proceso de elaboración doctrinal e inclusión en diversos
tratados internacionales.
El artículo 32 del protocolo adicional primero de los Convenios
de Ginebra de 1949, relativo a la protección de las víctimas de los
conflictos armados internacionales, aprobado en 1977, reconoció el
derecho que asiste a las familias de conocer la suerte de sus miembros. El artículo siguiente del protocolo extrajo como consecuencia
de este reconocimiento la obligación de los estados a desarrollar
una búsqueda activa de las personas desaparecidas. Fue un primer
paso que, en el contexto de la reacción social y jurídica a las graves violaciones de los derechos humanos en América Latina en la
década siguiente, se revelaría insuficiente. La Comisión y la Corte
Interamericana de Derechos Humanos jugaron un papel relevante
en el proceso de ampliación y precisión del concepto jurídico, al
destacar en el informe de 1986 del primero de estos organismos, referido a lo sucedido en la dictadura argentina, que «toda la sociedad
tiene el irrenunciable derecho de conocer la verdad de lo ocurrido,
así como las razones y circunstancias en las que llegaron a cometerse aberrantes delitos, a fin de evitar que estos hechos vuelvan a
ocurrir» (Garretón, 2003, pp. 121-122). De esta forma se añadía una
dimensión social o colectiva a la individual del derecho de las víctimas a la verdad.
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Mauricio Valiente Ots
En la resolución aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 16 de diciembre de 2005, sobre principios y directrices
básicos del derecho de las víctimas de violaciones manifiestas de
las normas internacionales de derechos humanos, se contempló de
manera expresa el acceso a la información. En concreto, se afirmaba
que las personas afectadas tenían derecho a solicitar y obtener información sobre las «causas de su victimización». Ante la inseguridad
del anclaje positivo del derecho a la verdad, se inició un proceso de
consultas a expertos y entidades especializadas para el trabajo futuro
que debería abordarse desde los organismos internacionales del
sistema de Naciones Unidas (Naqvi, 2006, p. 4-5; Rodríguez, 2017,
pp. 303-39).
Sin duda, se produjo un salto cualitativo cuando el derecho a la
verdad fue explícitamente reconocido en la Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, de 20 de diciembre de 2006. En particular, en su
artículo 24, se obliga a los estados a una actuación eficaz que garantice a cada víctima «el derecho a conocer la verdad sobre las circunstancias de la desaparición forzada, la evolución y resultados de la
investigación y la suerte de la persona desaparecida». Conforme a
esta evolución de progresivo reconocimiento, la Asamblea General de
Naciones Unidas, mediante la resolución 65/196 de 21 de diciembre
de 2010, estableció el Día Internacional para el Derecho a la Verdad
el 24 de marzo, en memoria de monseñor Óscar Arnulfo Romero,
asesinado ese mismo día de 1980.
Uno de los instrumentos creados para promover la extensión de
este derecho en los estados ha sido el nombramiento por el Consejo
de Derechos Humanos, desde 2011, de un relator especial para promover la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. Cabe destacar que los juristas que han desempeñado el cargo
hasta ahora, Pablo de Greiff y Fabián Salvioli, han prestado gran
atención al caso español, formulando severas críticas a las carencias
en el respeto del derecho a la verdad que han sufrido las víctimas del
franquismo.
¿Cómo se ha producido la recepción de este derecho en España?
La transición, que se presentó como un modelo, en especial para los
países de América Latina, se basó en un discurso que insistía en el
consenso y la reconciliación, lo que aparejó un aparcamiento oficial
de los asuntos más problemáticos, como la reclamación de responsabilidades a los cargos del régimen dictatorial que, por otra parte,
habían permitido en su mayor parte la evolución pactada a un régimen constitucional. La consecuencia de ello fue un enorme déficit en
el derecho de las victimas al esclarecimiento de lo ocurrido durante
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
la dura represión del franquismo y una ausencia de políticas públicas
de memoria. Hubo que esperar treinta años para que se aprobara la
Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían
derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura (en adelante,
Ley de Memoria Histórica).
La denominación oficial de la Ley de 2007 ya da una pista de lo
insuficiente de su contenido. Al menos se planteaba en su exposición
de motivos que los poderes públicos impulsaran el «conocimiento de
nuestra historia» y fomentaran «la memoria democrática», aunque
con el espíritu «del reencuentro y la concordia de la transición». Aun
así, la ley ha tenido una vigencia muy limitada. Esta carencia, precisamente cuando el derecho a la verdad estaba cobrando una mayor
precisión y relevancia en el ámbito internacional, se ha cubierto
con lo que el profesor Rafael Escudero Alday ha denominado «la vía
autonómica para la recuperación de la memoria histórica», con una
legislación ambiciosa que ha abordado de manera directa el objeto
que estoy analizando en este artículo (Escudero, 2021).
Como cabía esperar, la vía autonómica generó resistencias. Varios
pronunciamientos del Tribunal Constitucional sobre la creación de
comisiones de la verdad en las comunidades autónomas de Euskadi
y Navarra opusieron la atribución exclusiva en el poder judicial de la
investigación de delitos (Escudero, 2021, pp. 175-177). Más allá de las
críticas que se han formulado a estas sentencias, que no cabe desarrollar aquí, lo que se evidenciaba era la ausencia de un despliegue normativo del derecho a la verdad en España. Una carencia que podría
hacerse extensiva al ámbito regional europeo, aunque un análisis
detenido de la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos ha permitido a Luis López Guerra sostener la existencia de
un derecho, de titularidad difusa pero que va más allá de las víctimas
y sus familiares, de acceso a las informaciones con relevancia pública
y en especial en los supuestos de violaciones a los derechos humanos
(López Guerra, 2018, pp. 24-26).
La ratificación por España de la Convención Internacional para
la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, el 14 de julio de 2009, y la aprobación reciente de la Ley de
Memoria Democrática, pendiente del trámite en el Senado, abren un
escenario nuevo en España, acorde con la evolución que he resumido
en el ámbito internacional. La exposición de motivos de la nueva ley
es muy significativa, al situar en la ciudadanía «el derecho inalienable
al conocimiento de la verdad histórica sobre el proceso de violencia y terror impuesto por el régimen franquista». Este principio se
concreta en el artículo 15 de la parte dispositiva, donde se proclama
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Mauricio Valiente Ots
el derecho de las víctimas, sus familiares y la sociedad en general, a
la verificación de los hechos y la revelación pública y completa de los
motivos y circunstancias en que se cometieron las violaciones del derecho internacional humanitario o de violaciones graves y manifiestas
a las normas internacionales de los derechos humanos ocurridas con
ocasión de la Guerra Civil y de la dictadura. Analizaré a continuación
como se desarrolla este derecho en el texto que ha entrado en vigor en
octubre de 2022, en comparación con la Ley de Memoria Histórica
de 2007.
El derecho a la verdad de las víctimas del franquismo
La Ley de Memoria Histórica de 2007 pretendió reconocer y ampliar
derechos a las víctimas del franquismo, pero no incluía una descripción pormenorizada de las distintas situaciones de persecución
sufridas, un procedimiento general para su reconocimiento ni un mecanismo para su cuantificación. Para suplir estas carencias, la nueva
ley en curso realiza un amplio despliegue en la caracterización y enumeración de las situaciones que provocaron la victimización, a la vez
que contempla la creación de un registro que garantice «la efectividad
de los principios de verdad, justicia, reparación y no repetición». En
el Registro se anotarán las circunstancias de la represión padecida,
así como el lugar y la fecha en que ocurrieron los hechos, dejando
constancia de la fuente de la que procede la información. A partir
de este registro de víctimas se elaborará un censo público, con nombres y apellidos, algo imprescindible para evitar las imprecisiones,
manipulaciones y exageraciones que, como nos recuerda Francisco
Espinosa en una reciente obra, aunque se realicen con la mejor de las
intenciones, generan confusión y desacreditan las políticas memorialistas (Espinosa et al., 2022, pp. 42-45).
La nueva ley modifica, mejora y amplia de manera significativa
lo contemplado en la Ley de Memoria Histórica sobre el mapa de
fosas, protocolo de exhumaciones y régimen de autorizaciones para
llevarlas a cabo. A pesar de ser la materia que generó una mayor atención en esta precaria primera formulación española del derecho a la
verdad, su enfoque se ha demostrado erróneo y claramente insuficiente. Erróneo porque descargaba la localización e identificación de
las víctimas en los familiares y las entidades sociales que los ampararan (párrafo primero del artículo 11). La Administración General del
Estado sólo aparecía en la segunda parte del artículo con el mandato
de elaborar planes de trabajo y aprobar subvenciones para sufragar
los gastos de los particulares. Ante semejante mensaje no es extraño
el exiguo resultado en el número de exhumaciones y restos recuperados (Espinosa et al., 2022, p. 48).
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
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Noticia de prensa de una
de las primeras exhumaciones de represaliados.
En concreto se trata de
Basiliso Serrano, conocido
como el Manco de la Pesquera (diciembre, 2005).
Mauricio Valiente Ots
Con acierto, la nueva ley ha dado un giro copernicano al recoger
las recomendaciones de distintos organismos internacionales. Establece, de manera expresa, que la búsqueda de las personas desaparecidas corresponde a la Administración General del Estado. Se añade
a lo anterior que esta labor se desarrollará «sin perjuicio de las competencias de otras administraciones públicas relacionadas con dicha
actividad, reforzando la colaboración entre las mismas», lo que no
es una simple precaución frente a la sensibilidad autonómica y local
susceptible de un menoscabo de sus competencias, sino la constatación de un hecho impuesto por la «vía autonómica» a la que ya hemos
hecho referencia. Vía que, cabe destacar, anticipó el cambio de enfoque que recoge la nueva Ley (Escudero, 2021, p. 174).
Se prevé ahora poner en marcha varios instrumentos que serán
claves para el tránsito de la formulación legal del derecho a su aplicación efectiva. En primer lugar (artículos 16, 17 y 19), se contemplan
planes plurianuales de búsqueda, localización, exhumación e identificación de personas desaparecidas, lo que se apoyará en mapas de
localización y nuevos protocolos. Todo ello se plasmará en un mapa
integrado de localización de personas desaparecidas que comprenda
todo el territorio español, al que se incorporarán los datos remitidos
por las distintas administraciones públicas. Estas medidas no suponen una gran novedad con lo contemplado en 2007, salvo en su previsión final, muy relevante para la eficacia del derecho a la verdad, en
la que se establece que, frente a la concepción de la Ley de Memoria
Histórica de poner la información únicamente «a disposición de los
interesados», a partir de ahora deberán hacerse públicos los datos de
exhumación anual, que incluirán la cifra de peticiones registradas, el
número de fosas y restos de personas localizadas, así como el número
de prospecciones sin resultado positivo.
En segundo lugar, se proyecta la creación de un banco estatal de
ADN. Tendrá por función la recepción y almacenamiento del ADN
de las víctimas de la guerra y la dictadura y sus familiares, así como de
las personas afectadas por la sustracción de recién nacidos, con vistas
a su identificación genética. La aportación de muestras biológicas por
parte de los familiares para la obtención de los perfiles de ADN será
voluntaria y gratuita. Ante los bancos que ya existen, se prevé una
estrecha colaboración entre el banco estatal, el Instituto Nacional de
Toxicología y Ciencias Forenses, los institutos de medicina legal y los
laboratorios designados por las distintas comunidades autónomas.
En la base de datos de ADN se conservarán las muestras de restos
óseos de las distintas exhumaciones llevadas a cabo.
Estos instrumentos suponen un gran avance que permitirá avanzar en la identificación de las víctimas. Más dudosa en su alcance y más
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
polémica en su formulación es la redacción que recoge la nueva ley para
regular la autorización de las actividades de localización, exhumación e
identificación de personas desaparecidas, así como la referida a la gestión
del resultado de estas intervenciones.
No supone una novedad con respecto a la anterior ley que las
actividades de localización, exhumación e identificación de personas
desaparecidas requieran la previa obtención de una autorización
administrativa. Sin embargo, es crucial la previsión de que el procedimiento se incoará de oficio por la comunidad autónoma en cuyo
territorio se ubiquen los restos o, en su caso, por la Administración
General del Estado con carácter supletorio, lo que permitirá combatir la inactividad de las primeras, algo que por desgracia ha ocurrido
en demasiadas ocasiones hasta ahora. Podrán instar el inicio de las
actuaciones, aportando pruebas o indicios, las entidades locales, los
familiares y las entidades memorialistas. La polémica ha surgido en
la tramitación de la nueva ley por el establecimiento, con carácter
previo a la autorización, de un periodo de información pública donde
se deberá «ponderar la existencia de oposición a la exhumación por
cualquiera de los descendientes directos de las personas cuyos restos
deban en su caso ser trasladados». Parece claro que, ante una vulneración masiva de los derechos humanos y la comisión de posibles delitos
de lesa humanidad, la resistencia de familiares no debería operar en
ningún caso, lo que pone de manifiesto la complejidad del derecho a
la verdad y la necesaria dimensión colectiva o social del mismo.
Otro tema polémico ha sido la referencia al resultado de las intervenciones, ya que, aunque se establece que los hallazgos de restos se
pondrán inmediatamente en conocimiento del Ministerio Fiscal y los
jueces competentes, desde el movimiento memorialista se ha insistido que deberían ser estos últimos quienes dirigieran todo el proceso
al tratarse de posibles delitos, algo que tiene que ver con la forma de
abordar la judicialización de los crímenes del franquismo, que no
puedo analizar aquí con la extensión que merece.
La dimensión colectiva del derecho a la verdad
La Ley de 2007 descartó cualquier tipo de comisión de la verdad. La
nueva ley contempla en su artículo 56 la creación en el seno del Consejo de la Memoria Democrática (un organismo consultivo de nueva
creación en el que participarán las entidades memorialistas) de una
comisión independiente, de carácter académico, temporal y no judicial, con la finalidad de contribuir al esclarecimiento de las violaciones de los derechos humanos durante la Guerra Civil y la dictadura.
Estará compuesta por personas de reconocido prestigio en el mundo
académico y en el ámbito de la práctica de los derechos humanos.
182
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Mauricio Valiente Ots
Acto de fundación de la
Plataforma Estatal por la
Comisión de la Verdad en
la Escuela Julián Besteiro,
de Madrid, en marzo de
2013.
Se trata de un ejemplo más de la práctica de las comisiones de la
verdad puestas en marcha a nivel internacional, que deberá concretarse en la normativa de desarrollo, pero que participa de la experiencia acumulada en otros países. Como señalan en un estudio María
Saffon y Rodrigo Uprimny, la verdad extrajudicial de este tipo de comisiones no está exenta de limitaciones y debilidades, por lo que más
que convertirlas en un instrumento exclusivo se trataría de buscar su
complementariedad con la verdad judicial y lo que denominan estos
autores la «verdad social no institucionalizada» (Saffon y Uprimny,
2006, pp. 31-3).
De acuerdo con esta orientación no exclusivista, la nueva ley
no se limita a esta iniciativa. Con la finalidad de fomentar el conocimiento científico imprescindible para el desarrollo de la memoria
democrática, se mandata al gobierno para que impulse la investigación de todos los aspectos relativos a la Guerra Civil y la dictadura. En
este sentido se impulsarán investigaciones comparadas que conecten
el caso español con procesos europeos y globales afines. Es una previsión que concuerda con el repudio y la condena del golpe de Estado
del 18 de julio de 1936 y la posterior dictadura, un régimen, como
recuerda la exposición de motivos de la ley, que la resolución 39 (I) de
la Asamblea General de la ONU declaró como de carácter fascista en
origen, naturaleza, estructura y conducta general, que no representaba al pueblo español y al que fue impuesto por la fuerza con la ayuda
de las potencias del Eje.
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
Que la ley pretenda desarrollar la investigación histórica y que
señale los temas que considera necesarios para consolidar las políticas de memoria democrática, no implica, como se recuerda de
forma expresa, que se ignore «la incertidumbre consustancial» del
debate historiográfico, que deriva del hecho de referirse a «sucesos
del pasado sobre los que el investigador puede formular hipótesis o
conjeturas al amparo de la libertad de creación científica reconocida
en el artículo 20.1b) de la Constitución. En este sentido, como señala
la propia ley, el Tribunal Constitucional ha puesto de manifiesto (en
particular en la sentencia 43/2004, de 23 de marzo) que la libertad
científica disfruta de una protección acrecida respecto de la que opera
para las libertades de expresión e información. Una conclusión que se
refuerza con el análisis al que ya hemos hecho alusión de la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos». (López, 2018,
pp. 25-29.)
De especial significación es la previsión de la nueva ley para que el
sistema educativo español incluya entre sus fines el conocimiento de
la memoria democrática, de la lucha por las libertades y de la represión que se produjo durante la Guerra Civil y la dictadura, lo que se
plasmará en los libros de texto y los materiales curriculares. Para hacer efectiva esta previsión, se actualizarán los contenidos curriculares
para la Educación Secundaria Obligatoria, la Formación Profesional
y el Bachillerato, y se incluirán en los planes de formación inicial y
permanente del profesorado.
La verdad en el espacio público
Una perspectiva clave y de gran impacto social es la escenificación
de la verdad en el espacio público, que tiene un componente corrector dirigido a los vestigios vinculados con la exaltación del golpe
de Estado y la dictadura, y otro que conlleva dotar de significado
conforme a los valores de la memoria democrática a determinados
lugares cargados de simbolismo de la represión y las luchas sociales
por las libertades y la justicia. Siguiendo con el método comparativo con la ley de 2007 que he adoptado en este artículo, la nueva
regulación supone una ampliación de los instrumentos para acabar
con los símbolos, elementos y actos contrarios a la memoria democrática. Se añade también una referencia a las unidades civiles o
militares de colaboración entre el régimen franquista y las potencias
del Eje durante la Segunda Guerra Mundial, una clara alusión a la
División Azul. Asimismo, serán considerados elementos contrarios
a la memoria democrática las denominaciones impuestas por el
franquismo en topónimos, en el callejero o en centros públicos de
cualquier tipo.
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Mauricio Valiente Ots
La confección de un catálogo de símbolos y elementos contrarios
a la memoria democrática, que se deberá publicar con una actualización anual, al que se incorporarán los datos suministrados por las
comunidades autónomas y entidades locales, servirá como recordatorio permanente y público de los elementos que deben ser retirados o
eliminados. Podrán incluirse en el mismo aquellos elementos denunciados por las víctimas, sus familiares o las entidades memorialistas,
en defensa de su derecho al honor y la dignidad, o que resulten de
estudios y trabajos de investigación. La más importante novedad es
que, no habiéndose producido de manera voluntaria la retirada o
eliminación de los elementos incluidos en el catálogo, las autoridades
competentes incoarán de oficio el procedimiento para la retirada de
dichos elementos.
En cuanto a la protección, se establece que las administraciones
públicas que sean titulares de bienes declarados lugares de memoria
democrática tendrán la obligación de garantizar su «perdurabilidad,
identificación, explicación y señalización adecuada». En todo caso,
evitarán la remoción o desaparición de vestigios erigidos en recuerdo
y reconocimiento de hechos representativos de la memoria democrática y la lucha de la ciudadanía española por sus derechos y libertades
en cualquier época. En los casos en que los titulares sean privados,
se procurará conseguir estos objetivos mediante acuerdos. De esta
forma, pérdidas para la memoria democrática, como la que supuso la
completa desaparición de la antigua cárcel de Carabanchel, se hubieran podido evitar.
En defensa del patrimonio documental
La nueva ley dedica a los archivos y documentos un amplio espacio
que supera con creces la parca referencia de la ley de 2007 sobre el
acceso a los archivos públicos y privados. Más allá de la consolidación
del Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, se
produce una detallada incorporación a esta normativa de los criterios que para las políticas archivísticas en defensa de los derechos
humanos ha elaborado la UNESCO. Como un contenido preciso
del derecho a la verdad se reconoce con carácter general el derecho al
acceso libre, gratuito y universal a los archivos públicos y privados.
Cualquier persona tendrá derecho a consultar íntegramente la información existente en los documentos que acrediten su condición de
víctima, pudiendo consultar también los datos personales de terceros que aparezcan en dichos documentos. Se reconoce el derecho a
obtener copia, exenta de tasas, de todos los documentos en que sean
mencionadas las víctimas para cualquier demanda de reparación a la
que tuvieran derecho.
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
Asimismo, se proyecta la creación en el plazo de un año, entre los
bienes integrantes del patrimonio documental, de una sección específica denominada Censo de Fondos Documentales para la Memoria
Democrática, que incluya todo lo relacionado con la represión y la
violación de los derechos humanos. En la misma se incorporarán los
datos correspondientes a los archivos, fondos y colecciones documentales de titularidad pública o privada con documentos producidos o reunidos entre los años 1936 y 1978. El censo se concibe como
un instrumento para la difusión de la memoria democrática y será
puesto a disposición online con toda su información.
La gran novedad de la Ley de Memoria Democrática con respecto a la anterior es el establecimiento de un régimen sancionador
que tipifica con claridad infracciones y sanciones, que se aplicarán
de acuerdo con el procedimiento administrativo ordinario, lo que
se configura en una garantía que tanto se ha echado en falta para la
efectividad de la Ley de 2007. En lo referente a lo que estoy tratando
en este epígrafe, se considera como infracción muy grave la destrucción de documentos públicos o privados de memoria democrática, o
la apropiación indebida de documentos de carácter público por parte
de personas físicas o instituciones privadas que ejercieron cargos
públicos durante la Guerra Civil, la dictadura y hasta la entrada en
vigor de la Constitución de 1978. También se tipifica como infracción grave el incumplimiento, respecto de los bienes del patrimonio
documental que he descrito más arriba, de las obligaciones legales de
protección y conservación.
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Mauricio Valiente Ots
Conclusiones
España se encuentra en un momento decisivo para la consolidación
del derecho a la verdad con la entrada en vigor de la reciente Ley
20/2022, de 19 de octubre, de Memoria Democrática, que supone un
avance sustancial en la materia. Deberá sumarse el impulso político a
su aplicación, un adecuado desarrollo reglamentario y la coordinación
efectiva entre todas las administraciones para garantizar la eficacia de
las medidas contempladas. El enfoque de la ley y la concreción de lo
que denomina el «deber de memoria» supone una experiencia novedosa de la que será muy importante hacer seguimiento. Como señalan
Carlos Villán Durán y Carmelo Faleh Pérez, el derecho internacional
de los derechos humanos es una obra inacabada, viva, que debe responder a las demandas de la comunidad internacional con una actualización permanente de su contenido material y procesal (Faleh y Villán,
2017, p. 33). Después de haber estado señalado nuestro país por su
incumplimiento reiterado del derecho a la verdad, el éxito de la nueva
ley supondría la mejor contribución a este desarrollo progresivo.
La consolidación del derecho a la verdad en el ámbito internacional hace difícil pensar en un paso atrás como consecuencia de un
cambio político. No se puede descartar, pero tanto el derecho internacional como las normativas autonómicas harán difícil un retroceso
duradero. En todo caso, en el supuesto español, la comisión que se
contempla como el resto de las medidas que la acompañan, no se
deben considerar como un instrumento de justicia transicional, sino
más bien como un elemento constitutivo de las políticas públicas de
memoria. El derecho a la verdad no es el establecimiento de un relato
histórico oficial como a menudo se pretende tergiversar, la imposición
de una especie de verdad oficial incuestionable. Esto precisamente es
lo que pretendió hacer la dictadura franquista. De lo que se trata es
de fundamentar una identidad democrática y arraigarla en la historia
de un país como el nuestro que ha sufrido graves violaciones de los
derechos humanos. Seguirá habiendo debates y aspectos controvertidos, perspectivas políticas e historiográficas confrontadas, pero las
víctimas y la sociedad en su conjunto tienen reconocido el derecho a
conocer, que se sepa y se recuerde la verdad de las causas y las responsabilidades de lo sucedido, para que nunca más vuelva a repetirse.
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
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Pipa de fumar de Ramón Egea Benavent
Fosa 112. Paterna. Donación Familia Egea
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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Lo primero, las víctimas.
Principio de Justicia
Baltasar Garzón Real
JURISTA. PRESIDENTE DE FIBGAR
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Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
La Comisión Multinacional de Responsabilidades, reunida en París
el 29 de marzo de 1919, identificó la categoría de crímenes contra
las Leyes y Costumbres de la Guerra y Leyes de Humanidad y de
acuerdo a ellas analizó el inicio de lo que entonces era conocido
como la Gran Guerra (antes de que hubiera que comenzar a enumerarlas), así como los actos cometidos durante su transcurso, todo
ello de conformidad con el Tratado de Versalles de 28 de junio de
1919, cuyo artículo 227 ordenaba expresamente el enjuiciamiento
del káiser Guillermo II de Hohenzollern por crímenes de dicho
talante, como después ocurrió con el Tratado de Sèvres de 1920, referido al enjuiciamiento de los militares otomanos por el genocidio
armenio cometido en 1915. En su dictamen señalaba: «La Comisión concluye que, habiendo examinado multiplicidad de crímenes
cometidos por esos poderes que poco tiempo antes y en La Haya
habían profesado su reverencia por el derecho y su respeto por los
principios de la Humanidad, la conciencia del pueblo exige una
sanción que ponga luz y establezca que no se permite despreciar
cínicamente las leyes más sagradas».
Incluí una referencia a estos párrafos históricos en el auto de 16
de octubre de 2008, por el que me declaré competente para investigar los crímenes del franquismo. Más adelante, en ese mismo auto,
concluía: «[...] por tanto, y con el apoyo del Derecho Internacional, la
acción desplegada por las personas sublevadas y que contribuyeron
a la insurrección armada del 18 de Julio de 1936 estuvo fuera de toda
legalidad y atentaron contra la forma de Gobierno (delitos contra la
Constitución, del título segundo del Código Penal de 1932, vigente
cuando se produjo la sublevación), en forma coordinada y consciente,
determinados a acabar por las vías de hecho con la República mediante el derrocamiento del Gobierno legítimo de España, y dar paso
con ello a un plan preconcebido que incluía el uso de la violencia,
como instrumento básico para su ejecución».
Redacté este auto tras una perseverante y exhaustiva indagación
de las denuncias de un grupo de abogados que, en nombre de colectivos memorialistas, acudieron al juzgado número 5 de la Audiencia
Nacional del que era yo titular, en diciembre de 2006. Después se
unirían asociaciones de familiares y un diputado del PSOE. Pedían
que se investigaran las desapariciones, las torturas y los exilios que se
produjeron de manera forzada tras el golpe de Estado de 1936.
Las víctimas
Como jurista, como juez y con un enfoque en los derechos humanos
que cultivo desde una etapa muy temprana de mi profesión, no podía sino investigar. La razón: las víctimas, a las que di prioridad. Me
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Baltasar Garzón Real
guiaba el principio de justicia que establece que todas las personas,
por el mero hecho de serlo, tienen la misma dignidad, independientemente de cualquier circunstancia y, por tanto, son merecedoras de
igual consideración y respeto. Consagrado como principio superior
del ordenamiento jurídico, en el principio de justicia confluyen los valores de razonabilidad, igualdad, equidad, proporcionalidad, respeto a
la legalidad y prohibición de arbitrariedad.
Las víctimas son el principal objetivo de la memoria histórica: se
trata de recabar sus historias, personalizarlas, indagar en las circunstancias que llevaron a que fueran objeto de delito o crimen. La presentación de sus casos ante el tribunal es el inicio del proceso que también
supone emprender el camino hacia la verdad y la reparación. Declarar
ante el juez transforma en realidad los hechos silenciados durante
años.
Nunca olvidaré a María Martín López, de 81 años, que declaró
ante los magistrados de la Sala II del Supremo con una tremenda fortaleza en su cuerpo menudo. Con la convicción de quien dice la verdad relató: «A mi madre se la llevaron a declarar, pero la mataron por
el camino, mataron a veintisiete hombres y tres mujeres…». Contó
a aquellos jueces que la última vez que vio a su madre tenía apenas
seis años, y que ella y su familia llevaban una larga y desalentadora
lucha por recuperar sus restos en el cementerio abulense de Pedro
Bernardo. Fue la primera testigo en el proceso abierto contra mí y
después de ella, desfilaron otras personas, humildes, tranquilas, deseosas de relatar la enorme losa que cargaban, de que aquellos togados que impartían justicia hicieran algo para respaldar su pretensión
de que la verdad se abriera camino. Exponían su incredulidad aún
ante lo ocurrido, sobreponiéndose al miedo impuesto por el silencio.
Recuerdo aquellos días de manera singular, como si todos aquellos presos, torturados y ejecutados cobraran forma como personas
de carne y hueso que se materializaban al ser nombrados con cariño y
cercanía por los testigos, como si las palabras abrieran un portal hacia
el pasado que estaba vivo en algún lugar del tiempo y que se mantenía
abierto mientras duraba el testimonio. Esos hombres y mujeres del
pasado revivían con el recuerdo que brotaba a borbotones después
de largos años de silencio impuesto, reivindicando su existencia y
describiendo la injusticia cometida contra ellos por los verdugos del
franquismo. Esos relatos y esos nombres pronunciados por quienes testificaron ante el máximo tribunal de justicia de una sociedad
todavía temerosa, tantos años después, venían a demostrar que los
fascistas no lograron su objetivo de borrar a esas personas de la faz
de la tierra, como tampoco los ideales y esperanzas que defendieron
en vida. Allí estaban, nuevamente, de la mano de sus mujeres, de sus
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Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
hijas e hijos. Aunque los testigos fueron escuchados con respeto, ya es
sabido lo que sucedió después: el Tribunal Supremo bendijo la impunidad y nadie más pudo exponer su testimonio en sede judicial.
La justicia
El jurista romano Cneo Domicio Annio Ulpiano estableció hacia
el 211 la definición de la justicia como la continua y perpetua voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde. La idea forma parte
del pensamiento de Platón y, por ende, del pensamiento del mundo
antiguo, si bien el concepto de aequitas, ‘equidad’, era el más utilizado.
Que cada uno reciba lo suyo, es por tanto la visión clásica que se verá
reflejada también, siglos más tarde, en la obra Summa Theologiae de
santo Tomás de Aquino quien lo refiere así: «la continua y perpetua
voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde».
En la actualidad, no son pocos los juristas que abordan el principio de justicia desde diferentes perspectivas. Me interesa especialmente el garantismo, la forma de comprender, interpretar y explicar
el derecho que ha impulsado y difundido el jurista, juez y filósofo
Luigi Ferrajoli que, desde 1989, ha trabajado en estructurar esta teoría al derecho penal. El argumento de la desconfianza hacia todo tipo
de poder como base del garantismo es de especial aplicación en el
recorrido de las víctimas del franquismo que resulta inconsecuente,
estrafalario y en demasiadas ocasiones poco ajustado a derecho.
Coincido completamente con Ferrajoli en el escepticismo hacia que
los poderes que nos rigen sean capaces de dar respuesta positiva
completa a los derechos fundamentales y tienden a limitarlos, acotándolos con la ayuda del mecanismo jurídico. La labor del administrador del derecho, del juez, del fiscal, en cumplida obligación de
independencia, es batallar contra esa voluntad espuria tutelando los
derechos que se pueden ver vulnerados.
Para el filósofo Alasdair Chalmers MacIntyre, es preciso poseer una concepción de la sociedad y de las relaciones sociales para
tener una concepción de la ética y de la justicia. Es decir, el filósofo
considera que, para dar a cada uno lo que le pueda corresponder en
la justicia, es preciso entender lo que aporta en los distintos ámbitos sociales, pero para ello el concepto sobre la sociedad debe ser de
una sociedad justa y libre. John Rawls, por su parte, considera que
la justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como la
verdad lo es de los sistemas de pensamiento, y señala la importancia
de que al igual que una teoría debe ser rechazada si no es verdadera,
no importa que las leyes e instituciones estén ordenadas y sean
eficientes ya que, si son injustas, afirma el filósofo estadounidense,
deben ser reformadas o abolidas. Añade Rawls: «Cada persona posee
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Baltasar Garzón Real
una inviolabilidad fundada en la justicia que ni siquiera el bienestar
de la sociedad en conjunto puede atropellar. Es por esta razón por la
que la justicia niega que la pérdida de libertad para algunos se vuelva
justa por el hecho de que un mayor bien es compartido por otros. No
permite que los sacrificios impuestos a unos sean compensados por
la mayor cantidad de ventajas disfrutadas por muchos. Por tanto,
en una sociedad justa, las libertades de la igualdad de ciudadanía se
dan por establecidas definitivamente; los derechos asegurados por la
justicia no están sujetos a regateos políticos ni al cálculo de intereses
sociales». Una reflexión acertada aún más en los tiempos que corren,
cuando la judicialización de la política lleva a situaciones de injusticia
para los afectados, para la ciudadanía y para la sociedad en general.
El juicio del franquismo
Esos regateos y fintas sobre lo que la justicia debe ser, también estuvieron presentes en el proceso al que me vi sometido por la investigación de los crímenes del franquismo. El juicio se inició el 24 de enero
de 2012, fecha en que, casualidades del destino, se cumplían treinta y
cinco años de los asesinatos a manos de la extrema derecha, de Arturo
Ruíz, María Luz Nájera o los abogados laboralistas de Atocha. Frente
al concepto del principio de justicia, recuerdo que The New York Times
lo calificaba en un duro editorial de «ofensa contra la justicia y contra
la historia [...]. Es un eco perturbador del pensamiento totalitario de
la era de Franco».
«¿No hay justicia para estos crímenes?», se leía en una gran
pancarta frente al tribunal Supremo, desplegada por la Asociación
para la Recuperación de la Memoria Histórica. Cuando el principio
de justicia se conculca, la puerta se abre para la impunidad y esto es
lo que expresaban las manifestaciones en España y en el extranjero,
protestando por tal acción arbitraria. No hay más que constatar cómo
la Sala II del alto tribunal absolvió al juez, pero condenó a las víctimas
cerrando la posibilidad de que se investigasen estos delitos de la dictadura por la vía penal. En mi opinión, entonces y ahora, no es lícito
dejar un crimen sin investigar y sin sancionar. No puedo por menos
que preguntarme qué fuertes intereses pueden torcer la norma en un
tribunal para que decida que tantos asesinatos queden impunes en
una muestra de cómo el principio de justicia queda enfangado por
decisiones judiciales muy alejadas de lo que debe ser la equidad. Más
aun cuando los hechos objeto de la denuncia que admití nunca habían
sido investigados penalmente por la justicia española, abundando en
esa impunidad que aún hoy sigue vigente.
El hecho de que la querella contra mi persona procediera de la ultraderecha más rancia, dice mucho de esos intereses que citaba antes
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Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
y que parece iluminaron al tribunal en su decisión final de borrar toda
posible indagación, dejando en la cuneta a las víctimas y a sus familiares. Diez años después de aquel juicio en mi contra seguíamos igual o
peor, porque el tiempo en estos casos no juega a favor de las víctimas,
que muchas veces llegan al final de sus días sin haber podido enterrar
dignamente a sus seres más queridos.
Leer la Ley 20/2022 de 19 de octubre, de Memoria Democrática,
publicada en el BOE núm. 252, de 20 de octubre de 2022, que entró
en vigor el 21 de octubre de 2022, me ha producido una sensación
contradictoria. Por una parte, la alegría de que las víctimas podrán
transitar la senda legal de sus justas reivindicaciones en la exigencia
de verdad, justicia, reparación y no repetición, y, por otra, el amargo
sabor por el tiempo perdido, desde que en mis autos de 16 de octubre
y 18 de noviembre de 2008 expuse, con muchos de los argumentos
que ahora recoge la ley, que se tendría que haber seguido la investigación y no cerrarla como hizo la Justicia española, que, además, juzgó
al juez, con el dolor y el sufrimiento que ello comportó para quienes
pedían que su derecho fuera atendido.
La exhumación del franquista Gonzalo Queipo de Llano, de terrible recuerdo en Andalucía, un mes después de su vigencia, es un claro
ejemplo de lo que se debe hacer. Todo ha sido gracias a aquellos que
antes, como ahora, no han dejado de buscar verdad y justicia. Me emociona recordar el valor de estas personas, todas ellas de edades avanzadas, que acudieron a relatar con valentía su historia ante la mirada
impasible y perdida de los jueces del Tribunal Supremo, y la de tantas
otras que, siguiendo su ejemplo, luchan día a día por un derecho, desconocido durante tantos años. Ahora la ley obligará a las instituciones
a actuar. ¡Por fin!1
Nunca la impunidad
Hitos como la exhumación del dictador de la mano de Dolores
Delgado, ministra de Justicia entonces, o los esfuerzos por sacar
adelante una ley de memoria democrática, son pequeños triunfos de
todos quienes deseamos que impere el principio de justicia en todos
los ámbitos y más en aquellos en que continuamente ha sido negado.
No se debe seguir dando cobertura a crímenes atroces tales como el
genocidio, la lesa humanidad, la guerra o las torturas pues iríamos en
contra de todo lo que el derecho internacional ha conseguido avanzar. No se puede permitir la impunidad. Argumentos como que revisar la transición, en referencia a la Ley de Amnistía, supone que «nos
peguemos entre hermanos» o que se pretende «reavivar las heridas»,
son populistas y falsos, mensajes que sí llevan a la confrontación, que
interesan a los mismos que han evitado durante tantos años que la
1
BOE.es - BOE -A-202217099 Ley 20/2022, de
19 de octubre, en: www.
boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-2022-17099
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Baltasar Garzón Real
Las botas del represaliado
Basiliso Serrano, el Manco
de la Pesquera, sobre el
muro de fusilamiento de
Paterna en el que fue asesinado. Fotografía Matías
Alonso
justicia impere, sabiendo que, quienes los utilizan, no reconocen los
derechos que les corresponden a las víctimas.
En la transición española se buscó una fuga hacia adelante, hacia
el modernismo, el europeísmo, levantando una barrera de olvido que
no funciona. Los olvidos impuestos siempre fracasan. Los perdones
decretados oficialmente, también. Las reconciliaciones, lo mismo.
Tú perdonas a quien quieres perdonar y te reconcilias con quien te
reconcilias. MacIntyre lo resume bien: «La condición del perdón requiere que el ofensor acepte ya como justo el veredicto de la ley sobre
su acción y admita la justicia del castigo apropiado; de ahí la común
raíz de ‘penitencia’ y ‘pena’. El ofensor puede ser perdonado si la persona ofendida así lo quiere». En cuanto al perdón, MacIntyre reseña
una diferencia fundamental: «La justicia es típicamente administrada
por un juez, una autoridad impersonal que representa a la comunidad
conjunta; pero el perdón solo puede otorgarlo la parte ofendida...».
Pienso que lo importante es que si en un momento histórico
como puede ser la Transición no se pudieron afrontar determinadas
cuestiones, se haga después. Pero negar y dejar que todavía personas
de ochenta y noventa años sigan pidiendo justicia es de tal vergüenza,
es de tal ignominia, que cuesta trabajo aceptarlo. Resulta muy difícil
explicarlo en otros países, cuando las organizaciones internacionales
reclaman que investiguemos mientras el Tribunal Supremo ha cerrado toda posibilidad. Que todavía hoy no se reconozca en España
a las víctimas del franquismo significa que no hemos superado la
realidad. El día en que se cambie el nombre de la calle de un dictador
por el de cualquier líder democrático y eso no levante ampollas, estaremos en buena disposición.
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Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
Mantener la ética
El principio de justicia se defiende por responsabilidad, porque es la
base del Derecho y porque es el instrumento para arropar a los que
no tienen voz. Aplicarlo supone afrontar los temas de una manera
combativa, imbuidos de esa concepción de la sociedad que preconiza
MacIntyre. Si no te mueves, si te quedas quieto, como juez puedes
llevar una carrera confortable, pero no serás un juez justo. El movimiento supone desafíos que hay que resolver y conlleva riesgo. Se
trata de mantener la ética y aplicarla, de aferrarse a la independencia
y vestirla como una coraza, de no dejarse llevar por otros principios
como el de los intereses del poder o de los poderosos que solo sirven
para dejar desnudas a las víctimas. Nunca he podido entender que
personas provenientes del mundo judicial lleguen a la política y olviden que la independencia es uno de los sellos de la justicia y una de sus
garantías y traten de mediatizarla o desvirtuarla en función de esos intereses espurios. Así se fomenta la desconfianza de la ciudadanía hacia la institución a la que se hace un flaco favor, a la vez que se socava el
estado de derecho, cuando, muy al contrario, el servicio público desde
la justicia, desde la política o desde cualquier otra instancia es imprescindible para fortalecer la democracia.
El principio de justicia no puede ser ajeno al sentimiento de
compasión, al sentimiento de tristeza que produce el padecimiento
de alguien, que impulsa a aliviar su dolor, a remediarlo o a evitarlo.
La caridad pulula en la frontera del concepto de justicia, como significado del interés hacia el otro. Creo que si quien imparte justicia
es ajeno a estos sentimientos, su trabajo puede ser intachable desde
el punto de vista de la transcripción de las normas legales, pero no
cumplirá debidamente con la obligación de velar por los débiles. No
significa esto que haya que saltar sobre la ley, pero sí que en la formación del profesional que decide sobre los otros, deben integrarse
no solo postulados jurídicos sino una imprescindible buena dosis de
realidad y, en el mundo real, la compasión y la caridad son elementos
cuya ausencia envilece a la sociedad; del mismo modo el juez precisa
no ser ajeno a estas impresiones que pueden suponer la diferencia
entre sentenciar de forma estrictamente académica o entender la
situación en toda su perspectiva.
Obstáculos
Atender a quienes han visto sus derechos conculcados no es una
cuestión exclusivamente ética, sino obligada por lo que el principio
de justicia dicta. En 2017, el relator especial de las Naciones Unidas
sobre justicia transicional, Pablo de Greiff, recordaba en las recomendaciones de su informe al Estado español su deber de tener en cuenta
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Baltasar Garzón Real
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Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
urgentemente las peticiones de las víctimas de la Guerra Civil y del
franquismo, señalando como prioridad las exhumaciones, el Valle de
los Caídos y las sentencias arbitrarias adoptadas durante la Guerra
Civil y el franquismo, cuya nulidad reclamaba. «El Estado tiene una
obligación de atender los derechos de las víctimas y sus familiares y
poner fin al sufrimiento de miles de ellas quienes aún hoy –a veces
ochenta años después de los hechos, más de cuarenta años desde el
regreso de la democracia– siguen sin saber dónde se encuentran los
restos de sus seres queridos», recalcaba el relator que se basaba en las
normas del derecho internacional de los derechos humanos, siempre
vinculantes.
Quienes nos hemos dedicado a intentar abrirnos paso en el
abrupto terreno de la memoria democrática sabemos que los gobiernos de la derecha han puesto todos los obstáculos imaginables para
que el principio de justicia no pudiera hacerse realidad, con absoluto
desprecio a la verdad y ni atisbo de plantear reparación alguna. Para
la derecha, heredera del ocultismo de la dictadura, la aseveración de
Pablo de Greiff son palabras que el viento se lleva: «La fortaleza de una
democracia se mide, entre otros, por su capacidad de gestionar reclamos válidos de las víctimas, independientemente de consideraciones
políticas o de afiliación, y de garantizar el derecho a la verdad sobre
los acontecimientos, por más dolorosos que sean». El gobierno del PP
hizo oídos sordos. Más aun cuando De Greiff señaló: «Es necesaria
una política de Estado decidida que no quede presa de las tensiones y
divisiones políticas, pero que garantice medidas integradas, coherentes, prontas e imparciales, en favor de la verdad, la memoria y la reparación [...]. Se trata de derechos humanos, no de política partidista».
Un caso paradigmático
Un ejemplo de tal arbitrariedad en la administración es el caso de
Teófilo Alcorisa. El día 14 de abril de 1947, D. Teófilo Román Alcorisa
Monleón, quien estaba trabajando en una viña de la aldea de Higueruelas, en la provincia de Cuenca, vestido de pantalón de pana y albarcas, fue detenido por la Guardia Civil. La detención se realizó en el
contexto de una gran operación contra la guerrilla de la Agrupación
Guerrillera de Levante y Aragón. La Guardia Civil buscaba a Pedro
Alcorisa, hijo de Teófilo. Al no encontrar a Pedro Alcorisa, la Guardia
Civil procedió a detener a su padre, persona mayor no implicada en
partido ni movimiento alguno, supuestamente para ser interrogado
acerca del paradero de su hijo. A Teófilo le condujeron al cuartel de
Arrancapins, en València. Su familia nunca fue informada ni del lugar
de la detención, ni de su fallecimiento, ni del lugar donde fue enterrado. Un guardia civil se apiadó de la mujer de Teófilo y le dijo: «no
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Baltasar Garzón Real
busques más, que tu marido está muerto». En el año 2000 los hijos,
Pedro y Pilar Alcorisa, iniciaron la indagación sobre el paradero de
su padre a través de asociaciones memorialistas. Localizada la inhumación en el cementerio de València, se requirió en 2009 al Ayuntamiento de Valencia regido entonces por la popular Rita Barberá, para
realizar los trabajos de recuperación de los restos.
Ante los obstáculos administrativos/políticos que surgían de
continuo, asociación y familiares solicitaron la ayuda del despacho
de abogados que dirijo, ILOCAD. De esta manera, el 19 de febrero de
2014, los familiares presentaron denuncia ante el Juzgado de Instrucción n.º 7 de València. Se denunciaba un posible delito de detención
ilegal sin dar razón del paradero, por los hechos ocurridos en 1947 y se
acentuaba el carácter permanente de las supuestas acciones delictivas.
El proceso judicial transcurrió por derroteros guiados por la sentencia
del Supremo, es decir con resultados negativos, pero el broche fue la
inadmisión del amparo por parte del Tribunal Constitucional en una
providencia fechada el 13 de marzo de 2015 con el argumento de que
«no hay vulneración de ningún derecho fundamental».
El cambio político en el consistorio valenciano, con la llegada de
la coalición Compromís, PSPV y València en Comú, varió las tornas. El 14 de abril de 2016 Pilar y Pedro recuperaban el cuerpo de su
padre, entregado por el alcalde Joan Ribó. Habían pasado casi siete
años de vericuetos administrativos, desinterés oficial y un ánimo
político en la línea de lo que la derecha ha estado planteando a modo
de activismo militante contra todo lo que pueda rebatir una idílica
versión del régimen de Franco, obviando los crímenes cometidos, los
140 000 desaparecidos, los niños robados…, realidades que siguen
ahí todavía hoy.
Defender la democracia
En ese largo proceso, similar a tantos otros que han chocado con la
pétrea negativa institucional y judicial, la justicia estuvo ausente y a
día de hoy lo sigue estando, ya que no llevó a cabo lo que le correspondía, que era acompañar a las víctimas, defenderlas y repararlas,
obviando su obligación de hacer cumplir la ley.
Durante todos estos años, he visto demasiadas cosas que se
contraponen contra lo que he considerado lo más sagrado como
juez. Huérfanos octogenarios llorando al impedirles desenterrar a
su padre; jueces negando el derecho a dar sepultura; he seguido los
pasos de una ley de memoria histórica sentenciada al olvido por un
gobierno de derecha, negando apoyo alguno a las familias en boca
del propio presidente del gobierno, Mariano Rajoy, quien se jactó de
que no dedicaría «ni un euro» a apoyar a las víctimas en su búsqueda.
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Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
Mientras, la ultraderecha ha ido creciendo, al calor de una nostalgia
rancia hacia privilegios de otra época. Quebrantar la justicia lleva a
obviar la verdad y dejar las heridas al aire, sin resolver, con el resabio
añadido de condecorar a los victimarios ante el asombro escandalizado de los ofendidos. Lo que es peor, el odio hacia las víctimas se ha
mantenido intacto. Ante un gobierno progresista que se ha atrevido
a exhumar a Francisco Franco y que pone sobre la mesa una ley para
devolver ese principio de justicia tan vapuleado, la derecha anuncia
que, si consigue retomar el poder, derogará la Ley de Memoria Democrática como acabará también con otros avances que sirven para
consolidar las libertades. Su interés es devolver a España a las tinieblas de las que conseguimos salir con dolor y mucho esfuerzo cuando
instauramos la democracia.
Reconocer la dignidad de todas las personas, sean cuales sean las
circunstancias, y dar batalla por recuperar sus derechos es la base del
principio de justicia que debe iluminar la memoria democrática y a la
sociedad en toda situación. Construir la verdad, la memoria, como
algo presente y futuro, es esencial y fortalece a un pueblo, porque no
olvidemos nunca que la obligación de todo demócrata es combatir la
impunidad.
Bibliografía
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Muletas
Unidad estratigráfica 1020, fosa 114. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
[page-n-202]
201
Derecho internacional,
reparación y memoria
democrática: el caso de España
Carmen Pérez González
PROFESORA TITULAR DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO
Y RELACIONES INTERNACIONALES, DE LA UNIVERSIDAD CARLOS III DE MADRID
[page-n-203]
202
Derecho internacional, reparación y memoria democrática: el caso de España
1. A modo de introducción
Concebida como una herramienta que trata de hacer posible, o al
menos facilitar, la renovación y el renacimiento de sociedades que
deben enfrentar un pasado de violaciones graves de derechos humanos (Nesiah, 2016, p. 779), la denominada «justicia de transición» o
«justicia transicional» presenta en España complejidades específicas.
Esas complejidades son de distinta naturaleza (históricas, políticas,
sociales) y se reflejan también en el plano jurídico. Desde este último
punto de vista, las mismas derivan en buena medida del paso del
tiempo. Lo ha explicado con claridad el relator especial del Consejo
de Derechos Humanos de Naciones Unidas (ONU) sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. El mismo afirmó en 2014 que el caso español «involucra retos
característicos de transiciones posautoritarias y también de transiciones posconflicto; grandes variaciones geográficas y temporales
en los patrones de violencia, durante la Guerra Civil (1936-1939) y la
Dictadura (1939-1975); un conflicto seguido por una larga dictadura,
y desarrollos importantes en el marco normativo nacional e internacional desde que ocurrieron las primeras violaciones» 1.
La existencia de esos desarrollos internacionales a los que se
refiere el relator constituye el punto de partida de esta reflexión. En
las décadas transcurridas desde la comisión de las graves violaciones
de derechos humanos en el caso de España, el derecho internacional
ha evolucionado de modo constante e indiscutible hacia el establecimiento de algunas obligaciones que los estados no deben desconocer.
En otras palabras, considero que cualquier aproximación jurídica
a la situación de las víctimas de esas violaciones, a cuáles sean sus
derechos, no puede prescindir hoy de los avances que se han dado al
respecto en el marco del Derecho Internacional de los Derechos Humanos (DIDH) y el Derecho Internacional Humanitario (DIH).
No pueden dejar de mencionarse, por constituir los dos pilares
básicos de este marco obligacional, los principios establecidos hasta
el momento gracias al trabajo de la ONU. En particular, los contenidos en el «Conjunto de Principios actualizado para la protección y
la promoción de los derechos humanos mediante la lucha contra la
impunidad (en adelante, Conjunto de Principios)2 y los Principios y
directrices básicos sobre el derecho de las víctimas de violaciones manifiestas de las normas internacionales de derechos humanos y de violaciones graves del derecho internacional humanitario a interponer
recursos y obtener reparaciones» (en adelante: Principios y directrices
básicos), aprobados mediante la resolución de la Asamblea General
de Naciones Unidas (AGNU) 60/147, de 16 de diciembre de 20053.
A la concreción y actualización de estos principios, a la determinación
1
Cfr. el párrafo 8 del Informe de 22 de julio de 2014
realizado por el relator
especial tras su visita a
España (A/HRC/27/56/
Add.1). La visita se
había hecho entre el 21
de enero y el 3 de febrero
de 2014. El Informe está
disponible en http://
www.ohchr.org/EN/
Issues/TruthJusticeReparation/Pages/Index.aspx
(todos los documentos
electrónicos citados a lo
largo de este trabajo han
sido consultados el 3 de
octubre de 2022).
2
Disponible en https://
ap.ohchr.org/documents/dpage_s.aspx?si=E/cn.4/2005/102/
Add.1.
3
La resolución está disponible en: http://research.
un.org/es/docs/ga/
quick/regular/60.
[page-n-204]
203
4
Vid. su Informe titulado
Los procesos de memorialización en el contexto
de violaciones graves
de derechos humanos
y del derecho internacional humanitario: el
quinto pilar de la justicia
transicional; adoptado
el 9 de julio de 2020 (A/
HRC/45/45), disponible
en https://undocs.org/
es/A/HRC/45/45.
5
Con todo, la propia Ley
de Memoria Democrática, a la que me referiré
con más detalle enseguida, asume que esto deberá
ser necesariamente así
en algunos casos. En el
caso de las exhumaciones
y entrega de los restos de
las víctimas inhumadas en
el valle de Cuelgamuros.
De acuerdo con el artículo
54.6 de la Ley, «para el
caso de imposibilidad
técnica de exhumación,
se acordarán medidas de
reparación de carácter
simbólico y moral».
6
Ley 20/2022, de 19 de
octubre, BOE núm. 252,
de 20 de octubre de 2022.
Carmen Pérez González
del contenido de las obligaciones que de ellos se derivan, han contribuido de manera extraordinaria los órganos de protección internacional de derechos humanos. Su labor ha consolidado la obligación del
Estado de aplicar lo que se ha denominado «la plantilla transicional»
(Forcada, 2011, p. 23) como un modo de garantizar los derechos de las
víctimas a la verdad, la justicia, la reparación y la obtención de garantías de no repetición. A estos cuatro habría que añadir, a propuesta
del relator especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la
reparación y las garantías de no repetición, un quinto pilar: la memorialización4. Conviene tener en cuenta, tal y como ha señalado, entre
nosotros, Margalida Capellà i Roig, que las obligaciones del Estado
en este ámbito «son complementarias y no alternativas, no pueden
sustituirse entre sí» (2021, p. 106)5. Verdad, justicia y reparación son,
en efecto, una suerte de vasos comunicantes. Así, una misma medida
puede servir a dos de esos propósitos. Del mismo modo, la ausencia
de avances en alguno de los planos compromete, sin duda, al proceso
en su conjunto.
Ese proceso ha sido en España tardío, lento e intermitente. Con
todo, el Estado español ha dado ya algunos pasos verdaderamente
significativos hacia la adecuación a las obligaciones que impone el
derecho internacional en relación con la protección de los derechos de
las personas que fueron víctimas de violaciones graves de derechos humanos durante la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista. En
este contexto, este trabajo prestará especial atención a la obligación
de reparación. De acuerdo con el derecho internacional, las víctimas
de graves violaciones de derechos humanos tienen derecho a la reparación. Los principios 31 a 34 del Conjunto de Principios se refieren
a este derecho. En concreto, a los derechos y deberes dimanantes de
la obligación de reparar (principio 31), a los procedimientos de reparación (principio 32), a la publicidad de dichos procedimientos (principio 33) y al ámbito de aplicación del derecho a obtener reparación
(principio 34). La reparación deberá ser integral. Esto es, deberá abarcar todos los daños y perjuicios sufridos por las víctimas y comprender
medidas de restitución, indemnización, rehabilitación y satisfacción,
de acuerdo con el derecho internacional. Con ese propósito, el Estado
deberá articular un sistema de recursos que resulte accesible, rápido y
eficaz en vía penal, civil, administrativa y/o disciplinaria.
El análisis que propongo comienza con una sucinta descripción
del modo en el que España, en particular a través de la Ley de Memoria Democrática aprobada en octubre de 20226, ha dado cumplimiento a estas obligaciones (2). Seguidamente, haré referencia a
algunas cuestiones todavía pendientes (3). El trabajo terminará con
algunas conclusiones (4).
[page-n-205]
204
Derecho internacional, reparación y memoria democrática: el caso de España
Resulta necesaria sin embargo una última precisión introductoria. El hecho de que sea el Estado, en su conjunto, el sujeto de derecho
internacional al que cabe vincular las obligaciones internacionales a
las que estamos haciendo referencia no debe hacernos olvidar que,
en España, algunas comunidades autónomas han avanzado más que
otras, aunque a un ritmo creciente, en el reconocimiento y la garantía
de los derechos de las víctimas de la Guerra Civil y la posterior represión franquista. También en el ámbito de las reparaciones (Cuesta y
Odriozola, 2018; Escudero, 2021).
Visita de la Plataforma
por una Comisión de la
Verdad sobre los crímenes
del franquismo al Parlamento Europeo, en marzo
de 2014, para denunciar el
desamparo de las víctimas
en España. Fotograma del
vídeo de Bruno Rascão.
2. Sobre el cumplimiento por parte del Estado español de su
obligación de reparar
2.1. Cuestiones generales
En lo que hace ahora al Derecho español, la Ley de Memoria Democrática constituye sin duda un paso fundamental en el proceso de
diseño y la implementación en España de una política pública que
proteja adecuadamente los derechos de las víctimas de la Guerra
Civil y la posterior dictadura franquista. En ese proceso han jugado
un papel relevante normas anteriores. En particular, la Ley 52/2007,
de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se
establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o
violencia durante la Guerra Civil y la dictadura (conocida como Ley
de Memoria Histórica)7. La misma constituyó el primer intento de
dotar a nuestro país de una política coherente que atendiese a las
obligaciones impuestas por el derecho internacional, también en el
plano de la reparación. Tal y como se ha afirmado, la Ley de Memoria
7
BOE núm. 310, de 27 de
diciembre de 2007.
[page-n-206]
205
8
A/HRC/48/60/Add.1,
disponible en https://
undocs.org/es/A/
HRC/48/60/Add.1.
9
CDE/C/ESP/OAI/1,
disponibles en https://
tbinternet.ohchr.
org/_layouts/15/treatybodyexternal/Download.
aspx?symbolno=CED%2FC%2FESP%2FOAI%2F1&Lang=en.
10
En particular, a través de
las medidas que prevé el
artículo 48.
11
De acuerdo con el párrafo
segundo de este artículo
«es objeto de la ley el reconocimiento de quienes
padecieron persecución
o violencia, por razones
políticas, ideológicas, de
pensamiento u opinión,
de conciencia o creencia
religiosa, de orientación e
identidad sexual, durante
el período comprendido
entre el golpe de Estado
de 18 de julio de 1936,
la guerra de España y la
dictadura franquista hasta
la entrada en vigor de la
Constitución Española de
1978, así como promover
su reparación moral y la
recuperación de su memoria personal, familiar y
colectiva [...]».
Carmen Pérez González
Histórica «se suma a otras disposiciones de carácter legal y reglamentario que desde los inicios de la democracia habían venido aprobándose para indemnizar a personas represaliadas durante la dictadura»
(Escudero, 2013, pp. 320-321).
Tal y como ya se ha avanzado, la protección de los derechos de las
víctimas a las que se acaba de hacer referencia preocupa desde hace
tiempo a los órganos de protección de derechos humanos de la ONU.
Me parece interesante, por ello, tener en cuenta en este análisis dos
pronunciamientos recientes de estos órganos que vienen, de un lado,
a confirmar algunas de las preocupaciones expresadas con anterioridad por esos mismos mecanismos y, de otro, a valorar los avances que
supondría la Ley de Memoria Democrática.
El primero de esos pronunciamientos, de 5 de agosto de 2021,
es del relator especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la
reparación y las garantías de no repetición. El 5 de agosto de 2021
se hizo público su Informe de seguimiento de la visita realizada a
España entre el 21 de enero y el 14 de febrero de 20148. El Informe
es crítico y parte de la afirmación de que persisten buena parte de los
obstáculos que se identificaron entonces para lograr la plena garantía
de los derechos de las víctimas. El segundo de los pronunciamientos
que servirá de base para el sucinto análisis que me propongo hacer
en este epígrafe son las Observaciones Finales del Comité contra
las Desapariciones Forzadas, de 27 de septiembre de 2021, sobre la
información complementaria presentada por España con arreglo al
artículo 29.4 de la Convención9.
En el ámbito de la reparación, la Ley de Memoria Democrática
constituye un avance. A la reparación se refiere, en particular, el
capítulo III de la Ley (artículos 30 a 33). La ley acoge la idea de que
la reparación debe ir más allá de lo económico y conjuga esta obligación con la de dignificación de la memoria de las víctimas, de tinte
más simbólico10, que liga con un deber de memoria por parte de los
poderes públicos. La reparación moral de las víctimas se convierte
así en uno de los objetivos de la Ley, de acuerdo con su artículo primero11. Dicha reparación deberá ser, igualmente, integral. Se trata,
ya lo he señalado, de una obligación del Estado. Como consecuencia
de ello, se deberá desarrollar un conjunto de medidas de restitución,
rehabilitación y satisfacción, orientadas al restablecimiento de los
derechos de las víctimas en sus dimensiones individual y colectiva.
Ese carácter integral tiene para Pablo de Greiff una doble dimensión:
interna y externa. La integridad (o coherencia) interna se refiere a
la relación entre los diferentes tipos de beneficios que distribuye un
programa de reparaciones. La mayoría de estos programas, afirma
este autor, distribuyen más de un tipo de beneficio. Así, pueden
[page-n-207]
Derecho internacional, reparación y memoria democrática: el caso de España
incluir tanto reparaciones simbólicas como materiales y cada una
de estas categorías puede incluir a su vez diferentes medidas y distribuirse individual o colectivamente. Es importante que, para lograr los
objetivos que se propone, dichas medidas de reparación se refuercen
mutuamente. Por su parte, la coherencia externa se refiere a la idea
de que los esfuerzos en materia de reparaciones se diseñen de manera
que guarden una estrecha relación con otros mecanismos o ámbitos
propios de la justicia de transición. Esto es, con la justicia penal, la
revelación de la verdad y la reforma institucional (Greiff, 2010, pp.
10-11). Tal y como hemos señalado, no estamos ante compartimentos
estancos. Teniendo esto en cuenta, se establecen distintos tipos de
medidas de reparación. Sin ánimo de exhaustividad, haré referencia
ahora a algunas de ellas.
Cabe citar, en primer lugar, aquellas medidas de reparación que
presentan una dimensión colectiva, ligada a derechos «de la ciudadanía». En este sentido, el artículo 4 de la Ley reconoce y declara el
carácter ilegal y radicalmente nulo de todas las condenas y sanciones
producidas por razones políticas, ideológicas, de conciencia o creencia religiosa durante la guerra, así como las sufridas por las mismas
causas durante la dictadura, independientemente de la calificación
jurídica utilizada para establecer dichas condenas y sanciones. Con las
limitaciones a las que se hará referencia en el siguiente epígrafe de este
capítulo, esta declaración dará lugar al derecho a obtener una declaración de reconocimiento y reparación personal, de acuerdo con lo
previsto en los artículos 5 y 6.
Junto a este tipo de medidas, se establecen otras de alcance personal. Es el caso de las medidas específicas que se refieren a los bienes
expoliados durante la guerra y la dictadura y que se traducen en la
obligación de realizar una auditoría de los mismos y de implementar las posibles vías de reconocimiento a los afectados (artículo 31).
Además, la disposición adicional novena prevé la restitución de los
bienes incautados a las fuerzas políticas durante la dictadura cuando
lo fueron en el extranjero como consecuencia de procesos judiciales
o administrativos. En esta misma línea, el artículo 32 prevé una serie
de medidas de reconocimiento y reparación de las víctimas de trabajos forzados. Junto a la evidente dimensión personal, me parece evidente que este tipo de medidas presenta un alcance colectivo que se
relaciona, además, con el derecho a la verdad, también en su dimensión colectiva. Esto es, relacionada con el derecho de la sociedad a
conocer lo ocurrido. Finalmente, la ley se refiere también a la concesión de la nacionalidad española a los voluntarios integrantes de las
Brigadas Internacionales (artículo 33) y a nacidos fuera de España de
206
[page-n-208]
207
Carmen Pérez González
padres o madres, abuelas o abuelos, exiliados por razones políticas,
ideológicas o de creencia (disposición adicional octava).
Por último, determinadas medidas de reparación están previstas
en relación con colectivos específicos. Es el caso, en particular, de las
mujeres. A ellas se refiere el artículo 11, que establece en su apartado
tercero la obligación de los poderes públicos de diseñar medidas
particulares de reparación de los perjuicios derivados de la represión
o violencia sufrida por las mujeres como consecuencia de su actividad
pública, política, sindical o intelectual, o como madres, compañeras o
hijas de represaliados o asesinados. Se hace igualmente referencia a la
situación de las mujeres que durante la guerra y la dictadura sufrieron
privación de libertad u otras penas como consecuencia de los delitos
de adulterio e interrupción voluntaria del embarazo.
Recreación del proceso
de fusilamientos en el llamado Paredón de España,
junto al cementerio de
Paterna. Dibujo de Matías
Alonso.
2.2. Fosas comunes y reparación
La Ley de Memoria Democrática vincula la cuestión de las fosas y la
exhumación de los restos con el derecho a la verdad. Aunque la Ley
52/2007 se ocupaba de esta cuestión, no lo hacía de modo que eliminase todos los obstáculos a los que se enfrentaban, se enfrentan
todavía, los familiares de los desaparecidos. Se ha repetido que las
[page-n-209]
Derecho internacional, reparación y memoria democrática: el caso de España
medidas que se incorporaban respondían a un modelo que ha sido
denominado como de «privatización de la verdad», un modelo que
se asentaba en la «colaboración» entre las administraciones públicas
y los familiares descendientes directos de las víctimas, a los que se
concedían subvenciones con el objeto de que pudiesen acometer las
tareas de exhumación. Dicho modelo es insuficiente desde el punto
de vista de lo exigido por el derecho internacional. Las razones por
las que esto es así, las expresaba con claridad el relator especial sobre
la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de
no repetición en 2014. No se establecía una verdadera política estatal
en la materia, sino que se delegaba en los familiares y las organizaciones que ellos habían constituido la responsabilidad de acometer los
complejos y costosos proyectos de exhumación. En definitiva, familiares y asociaciones vienen supliendo desde entonces funciones que
corresponden al Estado.
Creo que puede afirmarse que, en este punto, la Ley de Memoria
Democrática constituye una mejora significativa. Haciéndose eco de
estas críticas, diseña un modelo que cabe considerar más ajustado a
lo requerido por los órganos de protección internacional de derechos
humanos. Además del evidente vínculo con la realización del derecho
a la verdad, me parece claro que permitir que los familiares identifiquen y exhumen los restos de sus desaparecidos y que, si procede,
reciban una indemnización, supone también garantizar su derecho
a la reparación. Algunas de las dificultades para acometer esta tarea
han sido subrayadas por la doctrina (Capellà, 2021).
3. Algunas cuestiones pendientes: la reparación sin efectos
económicos derivada de la anulación de las condenas
En el ámbito de la reparación, es relevante la regulación contenida
en la Ley de Memoria Democrática sobre una cuestión, que también
quedó insatisfactoriamente resuelta en 2007, relativa a la anulación
de las condenas. Conviene recordar que, la denominada Ley de
Memoria Histórica únicamente reconocía y declaraba el carácter
«radicalmente injusto» y la ilegitimidad de las condenas y sanciones
dictadas por motivos políticos, ideológicos o de creencia por las
jurisdicciones especiales durante la Guerra Civil y por cualesquiera
tribunales u órganos penales o administrativos durante la dictadura.
La ley establecía también que las víctimas podían solicitar la emisión
de declaraciones de reparación y reconocimiento personal. Se trataba, ya se ha dicho, de una solución insuficiente (Errandonea, 2008;
Vallés, 2015).
Ahora, el artículo 5 de la Ley de Memoria Democrática regula
con cierto detalle las cuestiones de la nulidad de resoluciones y la
208
[page-n-210]
209
12
Cfr. el apartado 33 del
Informe.
13
Cfr. el apartado 18 de los
«Principios y directrices
básicos».
14
Ibidem, apartado 20.
Entre los perjuicios
que habría que evaluar,
se citan expresamente
los siguientes: el daño
físico o mental; la pérdida
de oportunidades, en
particular las de empleo,
educación y prestaciones sociales; los daños
materiales y la pérdida de
ingresos, incluido el lucro
cesante; los perjuicios
morales; y los gastos de
asistencia jurídica o de
expertos, medicamentos
y servicios médicos y
servicios psicológicos y
sociales.
15
A/CN.4/L.602/Rev.1,
disponible en https://
legal.un.org/ilc/sessions/53/docs.shtml.
Carmen Pérez González
ilegitimidad de órganos. Sin embargo, el apartado cuarto del artículo impone un límite a los efectos que pudiera tener la declaración
de nulidad a la que se refieren los apartados anteriores del artículo.
Establece en concreto lo siguiente: «La declaración de nulidad que se
contiene en los apartados anteriores dará lugar al derecho a obtener
una declaración de reconocimiento y reparación personal. En todo
caso, esta declaración de nulidad será compatible con cualquier otra
fórmula de reparación prevista en el ordenamiento jurídico, sin que
pueda producir efectos para el reconocimiento de responsabilidad
patrimonial del Estado, de cualquier administración pública o de particulares, ni dar lugar a efecto, reparación o indemnización de índole
económica o profesional».
Tal y como señaló el relator especial en su informe de 5 de agosto
de 2021, esa restricción contraviene los estándares internacionales
relativos la obligación de proporcionar una reparación completa
a las víctimas12. Son claros al respecto los «Principios y directrices
básicos» que prevén como formas de reparación la restitución, la
indemnización, la rehabilitación, la satisfacción y las garantías de no
repetición13. En cuanto a la indemnización, los mismos establecen
que debería concederse, de manera apropiada y proporcional a la
gravedad de la violación y a las circunstancias de cada caso, por todos
los perjuicios económicamente evaluables que sean consecuencia de
violaciones manifiestas de las normas internacionales de derechos
humanos o de violaciones graves del derecho internacional humanitario14. Por lo demás, la obligación de indemnizar deriva del derecho
internacional de la responsabilidad del Estado. Así, de acuerdo con
el artículo 34 del Proyecto de artículos de la Comisión de Derecho
Internacional sobre la responsabilidad del Estado por hechos internacionalmente ilícitos15, «la reparación íntegra del perjuicio causado
por el hecho internacionalmente ilícito adoptará la forma de restitución, de indemnización y de satisfacción, ya sea de manera única
o combinada». A la indemnización se refiere en concreto el artículo
36, que es taxativo al afirmar en su apartado primero que «el Estado
responsable de un hecho internacionalmente ilícito está obligado a
indemnizar el daño causado por ese hecho en la medida en que dicho
daño no sea reparado por la restitución». Y añade en su apartado segundo que la indemnización deberá cubrir todo daño susceptible de
evaluación financiera, incluido el lucro cesante en la medida en que
éste sea comprobado (Tomuschat, 2007).
[page-n-211]
Derecho internacional, reparación y memoria democrática: el caso de España
4. A modo de conclusión
La lucha contra la impunidad constituye el eje en torno al cual ha
pivotado la labor de la ONU en el ámbito de la cual nos ocupamos en
este trabajo. Se trata de un objetivo que ha auspiciado la búsqueda y
el perfeccionamiento de mecanismos adecuados para lograr que los
autores de violaciones graves de derechos humanos rindan cuentas.
Es, por lo demás, un objetivo por el que el derecho internacional
contemporáneo apuesta de modo decidido.
No puede obviarse que la consecución de este objetivo parece
complicarse cuando se trata de afrontar violaciones de derechos
humanos acaecidas en el pasado con ocasión de un conflicto armado
o de una experiencia dictatorial. Con todo, solo el horizonte de evitar
la impunidad de estas conductas es compatible con la efectiva y adecuada protección de los derechos de las víctimas. Tanto el «Conjunto
de Principios» como los «Principios y directrices básicos», citados
aquí, desarrollan precisamente la obligación de los estados de adoptar medidas contra la impunidad. Esas medidas deberán garantizar
adecuadamente tanto los derechos de las víctimas de las violaciones
graves de derechos humanos a la verdad, la justicia y la reparación,
como la no repetición de las mismas; también cuando esas violaciones se han cometido en el pasado. El principio de continuidad del
Estado serviría para fundamentar esa obligación en estos supuestos. Tal y como se ha dicho, «la esencia de este principio podemos
condensarla refiriendo que el Estado continúa siendo el mismo, a
los efectos del ordenamiento jurídico internacional, cualquiera que
sea el cambio o cambios ocurridos en su organización interna. En
consecuencia [...] un Estado deberá atender a todas aquellas obligaciones internacionales pertinentes para, recordemos “resolver los
problemas derivados de un pasado de abusos a gran escala”, esté o
no inmerso en un proceso de transición de la índole que se quiera; si
bien, maticemos al menos, probamente esas obligaciones hayan de
interpretarse de un modo tal que, sin violentar los límites permitidos,
no se conviertan en algo imposible, inviable, contraproducente y/u
odioso» (Chinchón, 2009, pp. 53-54).
La Ley de Memoria Democrática y algunas de las normas adoptadas en el ámbito autonómico en España son prueba de que el Estado
español sigue dispuesto a afrontar algunas de las dificultades que,
tal y como señalaba en las primeras líneas de este trabajo, origina el
paso del tiempo cuando se trata de diseñar e implementar programas
de garantía de los derechos de las víctimas de graves violaciones de
derechos humanos.
210
[page-n-212]
211
Carmen Pérez González
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LAS FOSAS
DEL FRANQUISMO
ARQUEOLOGÍA,
ANTROPOLOGÍA Y MEMORIA
[page-n-5]
LAS FOSAS DEL FRANQUISMO.
ARQUEOLOGÍA, ANTROPOLOGÍA Y MEMORIA
De julio 2023 a abril 2024
DIPUTACIÓ DE VALÈNCIA
Presidente
Antoni Francesc Gaspar Ramos
Diputado del Área de Cultura
Xavier Rius i Torres
Diputado de Memoria Histórica
Ramiro Rivera Gracia
DELEGACIÓN DE MEMORIA HISTÓRICA
Jefe de la Delegación Memoria Histórica
Francisco Sanchis Moreno
Técnica de Memoria Histórica
Eva García Barambio
Técnica del archivo gráfico
María Jesús Blasco Sales
MUSEU DE PREHISTÒRIA DE VALÈNCIA / L’ETNO
Directora del Museu de Prehistòria de València
María Jesús de Pedro Michó
Jefe Unidad de Difusión, Didáctica y Exposiciones
del Museu de Prehistòria de València
Santiago Grau Gadea
Director de L’ETNO. Museu Valencià d’Etnologia
Joan Seguí Seguí
Unidad de Producción de Exposiciones de L’ETNO.
Museu Valencià d’Etnologia
Jose María Candela Guillén y Tono Herrero Giménez
Gestión administrativa
Ana Beltrán Olmos y Manolo Bayona Gimeno
Diseño imagen del proyecto «Las fosas del franquismo.
Arqueología, Antropología y Memoria»
La Mina Estudio
Basado en la obra artística de Dionisio Vacas de la Fosa 126
del cementerio de Paterna
Fotografía de la obra artística
Chisco Ferrer
Restauración de materiales
Laboratorio de Restauración del Museu de Prehistòria de
València: Trinidad Pasíes, Ramón Canal Roca y Janire
Múgica Mestanza. Con la colaboración del Institut
Universitari de Restauració del Patrimoni - Universitat
Politécnica de València: Mª Teresa Doménech Carbó, Jose
Antonio Madrid García, Pilar Bosch Roig, Sofía Vicente
Palomino, Mª Antonia Zalbidea Muñoz y del Departamento
de Química Analítica - Universitat de València: Antonio
Doménech Carbó
Laboratorio de Restauración de L’ETNO: Isabel Álvarez
Pérez y Gemma Candel Rodríguez. Con la colaboración
de: IVCR+i Institut Valencià de Conservació, Restauració
i Investigació: Gemma Contreras Zamorano, Mercè
Fernández y María José Cordón
Restauración textil: Carolina Mai Cervoraz, Núria Gil
Ortuño, Carlos Milla Mínguez y Albert Costa Ramon.
Control biológico y conservación preventiva: l’Institut
Universitari de Restauració del Patrimoni - Universitat
Politècnica de València: Pilar Bosch Roig
Programa actividades complementarias
Begonya Soler Mayor, Yolanda Fons Grau, Tono Vizcaíno
Estevan y Andrea Moreno Martín, Francesc Cabañés
Martínez, Ana Sebastián Alberola, Amparo Pons Cortell,
Albert Costa Ramon, Isabel Gadea Peiró, Mª José García
Hernandorena, Francisco Sanchis Moreno, Eva García
Barambio
Producción e instalación gráfica exterior
Simbols
Impresión del cartel y programa de actividades
Imprenta Diputació de València
PUBLICACIÓN
Autores y autoras
Eloy Ariza Jiménez, Xurxo M. Ayán Vila, Zira Box Varela,
Isabel Gadea Peiró, María José García Hernandorena,
Baltasar Garzón Real, Lourdes Herrasti Erlogorri, Aitzpea
Leizaola, María Laura Martín-Chiappe, Miguel Mezquida
Fernández, Andrea Moreno Martín, Carmen Pérez
González, Francisco Sanchis Moreno, Queralt Solé i Barjau,
Mauricio Valiente Ots, Tono Vizcaíno Estevan
Coordinación científica
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
María José García Hernandorena, Isabel Gadea Peiró,
Francisco Sanchis Moreno
Coordinación técnica
Eva Ferraz García
Diseño y maquetación
La Mina Estudio
Traducción y corrección valenciano castellano
Joaquín Abarca Pérez y Sarrià Masià. Serveis Lingüístics
Imágenes y fotografías
Eloy Ariza Jiménez-Asociación Científica
ArqueoAntro, Albert Costa Ramon. Colección
Memoria Democrática L’ETNO, Isabel Gadea Peiró,
María José García Hernadorena, Xurxo M. Ayán Vila,
[page-n-6]
Lourdes Herrasti Erlogorri, Sociedad de Ciencias Aranzadi,
Aitzpea Leizaola, María Laura Martín-Chiappe, Matías
Alonso, Bruno Rascão, Colección particular València,
Colección Familia Roig Tortosa, Familia Pastor, Familia
Chofre, Familia Gómez, Familia Coscollà, Familia Peiró,
Familia Pomares, Familia Gomar, Familia Llopis, Familia
Morató, Familia Alemany, Familia Miguel Cano y María
Navarrete, Ministerio de Cultura y Deporte - Centro
Documental de la Memoria Histórica, Agencia EFE,
Biblioteca Nacional de España
Impresión de la publicación
Printer Brok 2010 SL
ISBN: 978-84-7795-067-7
Depósito Legal: V-1084-2023
© de los textos: la autoría
© de las imágenes: la autoría, archivos y colecciones
© de la presente edición: Diputació de València, 2023
AGRADECIMIENTOS
A la Plataforma de Asociaciones de Familiares de Víctimas
del Franquismo de las Fosas Comunes de Paterna, a las
Asociaciones de Familiares de las fosas 21, 22, 81-82, 9192, 94, 95, 96, 100, 111, 112, 114, 115, 120, 126, 127, 128,
los nichos 43-44 y la Agrupación de familiares de Víctimas
del Franquismo de las Fosas Comunes del Cuadro II del
Cementerio Municipal de Paterna.
A Enrique Abad Aparicio, Llorenç Alapont, Dolores
Albuixech Domingo, Montserrat Alemany, Vicente Alemany
Morell, Magdalena Almiñana Solanes, Matías Alonso, Pedro
Luís Alonso, Mercedes y Jaime Amorós Gómez, Maruja
Badia, Amparo Belmonte Orts, Pepa Bonet, José Calafat
Ché, Paz Calduch, Lola Celda Lluesma, Rosana Copoví,
Amparo Cortelles Raga, Rosa Coscollá, Fernando Cotino,
Celia Chofre Rico,Rocío Díaz, Francisco De Paula Rozalén
Martínez, Mireia Doménech Alemany, Aure Escrivá Ferrer,
Joaquín Esparza Morell, Fina Ferre, Nati Ferrero, María
Frasquet, Palmira Flores Carreres, Palmira Ros, Sara Ros y
Geles Porta, Vicent Gabarda Cebellán, Daniel Galán Valero,
Iker García, Vicent García Devís, José García Martínez,
María Gómez, Salvador Gomar Pons, Carmen Gómez
Sales, Carlos y Amparo Gregori Berenguer, Tina Guillem
Cuesta, José Guirao Giner, Juan Guirao Ortuño, Josefina
Guzmán Navarro, Vicenta Juan, Amèlia Hernández Monzó,
Eva Mª Ibáñez Cano, Mª Rosa Iborra Gimeno, Charo
Laporta Pastor, Gloria Lacruz León, José Ignacio Lorenzo,
Concepción Llin Garcia, Pilar Lloris Macián, Mercedes
Llopis Escrivá, Paqui Llopis, Teresa Llopis Guixot, Ernesto
Manzanedo Llorente, Aurora Máñez, Matilde Martí Avi,
Sonia Martínez, María Asunción Martínez, Carolina
Martínez Murcia, José Ramón Melodio, Rafael Micó,
Silvia Mirasol Fortea, Laura Mollá, Paco Monzó y Toni
Monzó Ferrandis, Josep Joan Moral Armengou, Maria
Morató Torres, María Morió Gómez, José Vicente Muñiz y
Helena Aparicio, María Navarro Giménez, Miguel Navarro,
Óskar Navarro Pechuán, Mª Ángeles Navarro Perucho,
Vicente Olcina Ferrándiz, Roser Orero, Eduardo Ortuño
Cuallado, David Pastor, Josefa Peiró, Pepita Peiró, Vicenta
Pérez Martínez, Conchín Pia Navarro, Carmen Picó Monzó,
Juan Luis Pomares Almiñana, Eduardo Ramos, Jordi
Ramos, Raquel Ripoll Giménez, Verónica Roig Llorens,
María José y Charo Romero Ortí, Andrea Rubio, Benjamín
Ruiz Martí, Juan José Ruíz, Carmen Sanchis Bauset,
Mercedes Sanchis Bonora, Mª Carmen Sancho Albiach,
Pablo Sedeño Pacios, Núria Serentill y Julio Morellà, Laura
Simón, Saro Soriano Llin, Pilar Taberner Balaguer, Laura
Talens, Silvia Talens, Sergi Tarín Galán, Dionisio Vacas
Cosmo, Progreso Vañó Puerto, Fernando Vegas.
A ARFO-Asociación de Represaliados/das por el
Franquismo de Oliva, Ateneo Republicano de Paterna,
Museo de Cerámica de Paterna, Asociación Científica
ArqueoAntro, ATICS, PaleoLab, Museu Virtual de Quart de
Poblet, Cementerio Municipal de Paterna.
IN MEMORIAM DE TODAS LAS VÍCTIMAS DE LA
REPRESIÓN FRANQUISTA
[page-n-7]
MUSEU DE PREHISTÒRIA DE VALÈNCIA
Directora
María Jesús de Pedro Michó
Jefe de la Unidad de Difusión, Didáctica y Exposiciones
Santiago Grau Gadea
Exposición: Arqueología de la memoria. Las fosas de
Paterna
Comisariado
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan, Eloy Ariza
Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
Coordinación técnica
Eva Ferraz García y Santiago Grau Gadea
Proyecto museográfico
Rosa Bou Soler y Kumi Furió Yamano. LimoEstudio
Asesoramiento científico
Associación Científica ArqueoAntro
Coordinación montaje
Rosa Bou Soler, Kumi Furió Yamano, Eva Ferraz García, Laura
Fortea Cervera e Isabel Carbó Dolz
Registro y montaje de objetos
Begonya Soler Mayor y Ramón Canal Roca
Programa didáctico
Arantxa Jansen, Laura Fortea Cervera y Eva Ripollés Adelantado
Difusión y redes sociales
Begonya Soler Mayor, Lucrecia Centelles Fullana, Vanessa
Extrem Medrano y Francisco Pavón Tudela
Reportaje y cápsula informativa
Gala Font de Mora Martí
Diseño imagen de la exposición
Rosa Bou Soler y Kumi Furió Yamano. LimoEstudio
Traducción y corrección textos sala al valenciano y castellano
Sarrià Masià. Serveis Lingüístics
Traducción textos sala al inglés
Michael Maudsley
Traducción textos sala al italiano
Centro G. Leopardi
Traducción textos sala al francés
Christine Comiti
Familias e instituciones prestadoras de objetos exhumados
y familiares
Colección Memoria Democrática - L’ETNO y las asociaciones
de familiares de las fosas 21, 22, 81-82, 91-92, 94, 96, 100,
111, 112, 114, 115, 120, 126, 128, los nichos 43-44 y la fosa 2 del
segundo cuadrante.
Colecciones particulares de Enrique Abad Lahoz, Manuel
Amorós Aracil y María Sánchez Gomariz, Manuel Bauset
Tamarit, Juan Bautista Solanes, Miguel Cano y María Navarrete,
Daniel Galán Valero, Regino García Culebras, Manuel Baltasar
Hernández Sáez y Gracia Espí Roca, Pepita Iborra, Lacruz,
Salvador Lloris Épila, Manuel Lluesma Masia, Gregori Migoya,
Vicente Muñiz Campos, Mª Ángeles Navarro Perucho, José
Orts Alberto y Asunción Granell Martí, José Peiró Calabuig,
Conchín Pía Navarro, César Sancho de la Pasión, Carlos Talens y
de las familias Carreres Duato, Ché Soler, Gómez Sales, Monzó
Cruz, Morell Pérez, Murcia-Ródenas, Ortí-Fita, Picó Monzó,
Roig Tortosa, Taberner Giner y Vañó Puerto.
Personas e instituciones prestadoras de fondos
documentales y fotográficos
Archivo ABC; Archivo Vicaría de la Solidaridad. Museo de la
Memoria y los Derechos Humanos, Chile; Arxiu General i
Fotogràfic de la Diputació de València; Auschwitz- Birkenau
Memorial; Agencia EFE; Biblioteca Historicomèdica «Vicent
Peset Llorca» - Universitat de València; Biblioteca Nacional de
España; Biblioteca Valenciana Nicolau Primitiu. Fons Finezas;
Buchenwald Memorial Collection; Col·lecció particular Matías
Alonso; Colección particular Rosario Martínez Bernal; CRAI
Biblioteca Pavelló de la República - Universitat de Barcelona;
Dachau Concentration Camp Memorial Site; Fundación
Sancho el Sabio Fundazioa (Vitoria-Gasteiz). Fondo Sociedad
de Amigos de Laguardia; Fundación Biblioteca Manuel
Ruiz Luque. FBMRL; GrupoPaleolab® y UNDERBOX;
Mauthausen Memorial; Ministerio de Cultura y Deporte.
Centro Documental de la Memoria Histórica; Ministerio de
Defensa. Archivo General e Histórico de Defensa; Museo Sitio
de Memoria ESMA, Argentina; Museu Virtual de Quart de
Poblet; US National Archives at College Park. National Archives
and Records Administration.
Autores y autoras del fondo fotográfico
Eloy Ariza Jiménez, Paco Grau, Paloma Brinkmann, J. Cabrelles
Sigüenza, Santi Donaire, David Fernández, Maysun Visual
Artist, Bernhard Mühleder, Ahmed Jallanzo, Hermes Pato,
Joaquín Sanchis Serrano «Finezas», Pawel Sawicki y Nathalie
Valanchon.
© Stefan Müller-Naumann, Peter Hansen, Gervasio Sánchez,
Vicente Ballester, Wila, VEGAP. València. 2023
Autores y autoras de las ilustraciones
Flavita Banana, Manel Fontdevila, Eneko las Heras Leizaola,
Gema López «Kuroneko», José López «Lope», Ana Penyas,
Bernardo Vergara y Frente Viñetista. Asociación de humoristas
gráficos.
© Andrés Rábago «El Roto», VEGAP. València. 2023
Recursos audiovisuales
Genocidios y arqueología forense (audiovisual)
Guión: Eloy Ariza Jiménez, Andrea Moreno Martín
y Tono Vizcaíno Estevan
Edición y montaje: Alicia Alcantud y Pablo Vigil
Paterna, la memoria de la represión y de los crímenes de
postguerra (audiovisual)
Guión: Eloy Ariza Jiménez, Andrea Moreno Martín
y Tono Vizcaíno Estevan
Ilustraciones: Gema López «Kuroneko»
Fotografía y vídeo: Eloy Ariza Jiménez
Edición y montaje: Alicia Alcantud y Pablo Vigil
Los sonidos de una exhumación (paisaje sonoro)
Guión: Eloy Ariza Jiménez, Andrea Moreno Martín
y Tono Vizcaíno Estevan
[page-n-8]
Grabaciones: Eloy Ariza Jiménez
Edición y montaje: Marcos Bodi
Las voces de las familias (audio)
Guión, edición y montaje: Santi Donaire
Resiliencia al olvido (motion graphics)
Pieza artística: Guillem Casasús Xercavins
y Gerard Mallandrich Miret
Motion: Àlex Palazzi Corella
Edición: Joan Campà San José
Ejecución producción y montaje instalación
Rótulos Gallego & Burns S.L.
Carpintería paramentos: Sergio Carrero Melián
Pintura paramentos: Sebastián López
Suelo técnico: Pinazo Decoraciones
Enmarcado
Marc-Imatge
Transporte
Tti International Art Services
Imagen y sonido
Sonoidea
Seguros
Allianz
Organización y producción
Diputació de València - Museu de Prehistòria de València
L’ETNO-MUSEU VALENCIÀ D’ETNOLOGIA
Director
Joan Seguí Seguí
Unidad de Producción de Exposiciones
Jose María Candela Guillén y Tono Herrero Giménez
Exposición: 2.238 lugar de perpetración y memoria
Comisariado
Albert Costa Ramon, Isabel Gadea Peiró y María José García
Hernandorena
Proyecto museográfico
Estudio Eusebio López
Coordinación montaje
Jose María Candela Guillén, Albert Costa Ramon y Tono
Herrero Giménez
Programa didáctico
Sarah Juchnowicz Perlin y Sílvia Prades Moliner (Exdukere S.L)
Difusión y redes sociales
Francesc Cabañés Martínez, Ana Sebastián Alberola, Sandra
Sancho Ruiz
Diseño imagen
Estudio Eusebio López
Traducción y corrección textos sala al valenciano y castellano
Jose María Candela Guillén y Carles Penya-roja Martínez
Traducción textos sala al inglés
Robin Loxley
Fondos expuestos de objectos exhumados y familiares,
e instituciones prestadoras
Colección Memoria Democrática - L’ETNO, Familia de Juan
Ferrer Vázquez, Familia de Miguel Galán Domingo, Familia
de Salvador Gomar Noguera, Familia de Vicente Gómez Marí,
Familia de Blas Llopis Sendra, Familia de Salvador Llopis
Sendra, Familia de Vicente Martí Ruiz, Familia de Vicente Mollá
Pascual, Familia de José Morató Sendra, Familia de José Orts
Alberto, Familia Peiró Roger, Familia de Juan Luis Pomares
Bernabeu, Familia de Federico Rico Cabrera, Familia de Germán
Sanz Esteve, Familia de Basiliso Serrano Valero, Familia de
Mariana Torres Esquer, Familia de Vicente Guna Carbonell,
Familia de Joaquín Revert Gilabert, Familia de Daniel Simó
Biosca, Familia de Luis Ocaña Navarro, Familia de Vicente Mollá
Galiana.
Audiovisuales
Mujeres Rapadas
Guión: Isabel Gadea y Peiró, Mª José García Hernandorena
Fotografías: Archivo Art al Quadrat, Archivo Pura Peiró
Voz: Teresa Llopis
Edición y montaje: Pau Monteagudo Aguilar
Homenajes políticos
Fotografía y vídeo: Archivo Pep Pacheco, Archivo Sergi Tarín
y Óskar Navarro
Edición y montaje: Pau Monteagudo Aguilar
Primeras exhumaciones científicoforenses
Fragmento vídeo: “Dones de Novembre. Les fosses clandestines
del franquisme”
Guión y dirección: Óskar Navarro, Sergi Tarín
Fotografía: Antonio Arnau Iborra, Esther Albert Navarro
Música: Jorge Agut Barreda
Movimiento asociativo y nuevos rituales
Imágenes: Raúl Pérez López
Edición y montaje: Pau Monteagudo Aguilar
Creación sonora sonidos del cementerio de Paterna
Edu Comelles Allué
Colaboraciones artísticas Patio 3
Anaïs Florin, Judith Martínez Estrada
Elaboración azulejos cerámicos
Aacerámicas (Almàssera)
Ejecución producción y montaje instalación
Art i Clar, Sebastián López Valero
Soporte técnico
Unidad de Colecciones y Restauración
Jorge Cruz Orozco, Miguel Hernández Oleaque
y Pilar Payá Ferrando
Seguros
Allianz
Organización y producción
Diputació de València – L’ETNO
[page-n-9]
ARQUEOLOGÍA
17
35
Más allá de la exhumación:
arqueología y museos
para construir memoria
democrática
Arqueología de la
represión. La arqueología
forense en la exhumación
de las fosas de la Guerra
Civil y la posguerra.
Andrea Moreno Martín,
Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez
y Miguel Mezquida Fernández
Lourdes Herrasti Erlogorri
53
69
Historia de unos restos
desterrados
Esta arqueología será la
tumba del fascismo, o
no será. Sobre el papel
que puede y debe jugar la
arqueología comunitaria
en las fosas comunes del
franquismo
Queralt Solé i Barjau
Xurxo M. Ayán Vila
ANTROPOLOGÍA
91
113
¿Dónde habita la
memoria?
Objetos y memorias:
la dimensión material de
las fosas
Maria-José García Hernandorena
e Isabel Gadea i Peiró
Zira Box Varela
[page-n-10]
127
145
Pasado, presente y futuro
de los objetos de las fosas
comunes
Mirar Paterna para
revisitar el proceso
de exhumaciones
contemporáneo:
posibilidades y tensiones
en las luchas por la(s)
memoria(s)
Aitzpea Leizaola
María Laura Martín-Chiappe
MEMORIA DEMOCRÁTICA
165
175
Fosas y memoria
democrática
El derecho a la verdad
ante las violaciones de
los derechos humanos
durante el franquismo
Francisco J. Sanchis Moreno
Mauricio Valiente Ots
189
201
Lo primero, las víctimas.
Principio de justicia
Derecho internacional,
reparación y memoria
democrática: el caso de
España
Baltasar Garzón Real
Carmen Pérez González
[page-n-11]
[page-n-12]
11
Toni Gaspar
PRESIDENTE DE LA DIPUTACIÓ DE VALÈNCIA
La historia que no se escribe prescribe. Puede sonar a un simple
eslogan publicitario, pero creo que la frase la podemos elevar a la
categoría de intención política, de principio colectivo de un pueblo,
de obligación moral de sociedades libres. Recuperar lo silenciado,
hablar de lo que no se podía hablar y reconocer lo que no se quiso que
se conociera. Eso es memoria histórica.
La Diputació de València tiene la satisfacción de haberse erigido durante los últimos años como un referente institucional en la
recuperación de recuerdos, testimonios y cuerpos de personas perseguidas y fusiladas por sus convicciones o simplemente por no ser
partícipes de un régimen antidemocrático y represor.
Han sido 35 fosas comunes intervenidas, exhumando más de
1 200 víctimas y destinando más de 8 millones de euros para ayudas
a colectivos, asociaciones y ayuntamientos en seis años, en los que el
área de Memoria Histórica de la Diputación de Valencia ha permitido
de manera ejemplar ayudar a que no prescriba la memoria y la dignidad de cientos de familias.
Este es el camino. Conseguir acallar la ideología de la desmemoria con iniciativas y presupuestos, desde instituciones y asociaciones
comprometidas con un trabajo tan necesario para la justicia histórica
de un pueblo.
Agradezco el trabajo de todos los profesionales de diferentes disciplinas que nos han ayudado en esta labor de recuperación e identificación de cientos de desaparecidos durante la dictadura franquista.
Gracias también a las personas que desde la Diputació de València
han permitido lo conseguido. Seguiremos en esta dignificante dirección, con la absoluta convicción de que para vivir la vida hay que mirar
hacia adelante, pero para entenderla hay que mirar hacia atrás.
[page-n-13]
ARQUEO
[page-n-14]
13
OLOGÍA
17
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para
construir memoria democrática
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan, Eloy Ariza Jiménez
y Miguel Mezquida Fernández
35
Arqueología de la represión. La arqueología forense en la
exhumación de las fosas de la Guerra Civil y la posguerra.
Lourdes Herrasti Erlogorri
53
Historia de unos restos desterrados
Queralt Solé i Barjau
69
Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será.
Sobre el papel que puede y debe jugar la arqueología
comunitaria en las fosas comunes del franquismo
Xurxo M. Ayán Vila
[page-n-15]
14
Reverso y anverso de una fotografía con despedida
Vicente Mollá Galiana, fosa 94. Paterna
Colección familia Mollá Galiana
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
[page-n-16]
15
[page-n-17]
Dominó de barro
Salvador Lloris Épila, fosa 21. Paterna
Colección familia de Salvador Lloris Épila
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
[page-n-18]
17
Más allá de la exhumación:
arqueología y museos para
construir memoria democrática
Andrea Moreno Martín,
Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez
y Miguel Mezquida Fernández
EQUIPO DE COMISARIADO DE LA EXPOSICIÓN
«ARQUEOLOGÍA DE LA MEMORIA. LAS FOSAS DE PATERNA»
[page-n-19]
18
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
«Con pulso sereno y la conciencia muy tranquila, escribo mis últimas letras porque dentro de unas horas habré dejado de existir.
Me van a ejecutar».
Bautista Vañó Sirera, 15 de julio de 1939.
El 15 de julio de 1939, Bautista Vañó Sirera fue fusilado en el muro
del Terrer de Paterna. El Estado franquista lo acusó de adhesión a la
rebelión y, mediante un juicio sumarísimo en el que no tuvo ningún
tipo de defensa legal ni jurídica, un tribunal militar lo condenó a
muerte. Bautista había nacido en 1898 en Bocairent. Estaba casado y
era padre de cuatro hijos. Se ganaba la vida como tejedor. Por lo que
sabemos a través de sus descendientes, fue una persona comprometida con la cultura y la política de su pueblo y de su tiempo: publicaba
–bajo el pseudónimo de «Progreso»– artículos sobre cuestiones sociales y políticas, participaba de la actividad de la Sociedad Amanecer
y formó parte del Comité Ejecutivo Popular de Bocairent durante la
Guerra Civil española. Su filiación anarquista, vinculada a la CNT y
la FAI, y su militancia por un mundo y una sociedad más justos y más
libres, fueron para la dictadura argumentos más que suficientes para
asesinarlo.
El caso de Bautista no es único. Como él, miles de hombres y
mujeres fueron víctimas de la violencia estructural y sistemática que
practicó el franquismo1. Solo en Paterna, al menos 2 2372 personas
fueron fusiladas entre 1939 y 1956. Sus cuerpos fueron lanzados sin
contemplaciones a fosas comunes, que se cuentan por miles en el
Estado español. Estos asesinatos pretendían la aniquilación física
de la disidencia y, más allá de la muerte, impusieron el terror y una
política de Estado para silenciar y borrar las vidas de estas personas y
los ideales que defendían.
Muchos de estos cuerpos permanecen, todavía hoy, en el subsuelo. La cruda realidad es que buena parte de las fosas en el territorio
español continúan a la espera de ser localizadas y exhumadas. Es más,
algunas nunca podrán ser excavadas porque han sido destruidas o
porque se ha construido encima de ellas.
Abrir la tierra se convierte, en su radicalidad y con todo su potencial simbólico, en el desencadenante de un proceso complejo pero
necesario, que recupera cuerpos y memorias, rompe silencios, afronta
traumas, genera conflictos… pero supone, sobre todo, una oportunidad de hacer justicia y pensar escenarios de reparación individual y
colectiva. En este proceso, la arqueología juega un papel primordial.
No en balde, es la metodología arqueológica la que permite localizar,
exhumar, identificar, analizar e interpretar con rigor científico los
restos materiales que se conservan a las fosas3.
1
Las cifras en el Estado
español, según Francisco
Espinosa (2021, pp.
103-110), alcanzan las
49 426 personas víctimas
de la violencia de la
retaguardia y 140 159 de
la violencia franquista. En
el País Valenciano, Vicent
Gabarda (2020, pp. 20-21)
contabiliza 6 415 y 6 386
respectivamente.
2
A pesar de que la cifra más
difundida recientemente
es la de 2 238 personas
fusiladas, no hemos
podido corroborar con
datos concluyentes la
identidad de una persona,
que permanecería todavía
pendiente de confirmación como víctima de la
represión de posguerra.
Por eso en este texto
optamos para mencionar
que al menos fueron asesinadas 2 237 personas,
de las cuales sí se conoce
el nombre, apellidos y la
fecha de fusilamiento a
partir de los estudios de
Vicent Gabarda (2020).
3
Como actuación arqueológica, está sometida a los
regímenes de autorizaciones de la Conselleria
de Cultura i Patrimoni
(Ley 4/1998 y Decreto
107/2017) y enmarcada
en la normativa de
memoria democrática
(Ley 14/2017 y Decreto
1/2023). Las exhumaciones en el Estado español
cuentan con el Protocolo
de actuación en exhumaciones de víctimas de la
Guerra Civil y la dictadura
(Orden PRE/2568/2011).
[page-n-20]
19
Botella de vidrio documentada junto al cuerpo
de César Sancho de la
Pasión durante la exhumación de la fosa común.
(Fotografía: Eloy Ariza
- Associació Científica
ArqueoAntro, Fosa 120
del cementerio municipal
de Paterna).
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
Conforman este registro arqueológico los restos humanos de
las personas represaliadas, así como todos los elementos materiales asociados al momento de su muerte: desde los objetos más
personales (ropa, zapatos, botones, anillos, lápices, gafas, medallitas), pasando por las pruebas materiales de los crímenes (proyectiles, vainas de fusil, cuerdas para atar las manos), hasta algunas
evidencias del recuerdo y duelo de las familias (ramos de flores,
botellitas con notas manuscritas, azulejos con los datos personales
de la víctima a modo de memoriales). Ahora bien, más allá de los
objetos importa entender dónde y cómo aparecen, con el propósito de reconstruir los acontecimientos y estudiar el valor (simbólico, histórico, científico, social, personal) que los rodea. Porque la
interpretación científica de esta cultura material se tiene que basar,
necesariamente, en el contexto espacial donde se recupera.
Frente a lo que mucha gente puede pensar, la arqueología no
busca vaciar el subsuelo para recuperar objetos, sino que, como
ciencia social, estudia estos objetos –y sus contextos– para conocer a las personas que hay detrás, sean de sociedades remotas o
del pasado reciente. En el caso concreto de las fosas comunes, al
contexto espacial se añade una nueva dimensión que resulta esencial: la forense. Dado que se trata de procedimientos que aspiran
[page-n-21]
20
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
a la localización, identificación y recuperación de personas desaparecidas de manera forzosa y víctimas de vulneración de derechos
humanos, la arqueología incorpora protocolos específicos y equipos
interdisciplinarios procedentes de la antropología –tanto física como
social y cultural–, la medicina forense, la historia, la sociología, la psicología o el derecho, entre otros. Es la llamada arqueología forense4,
mediante la que no solo se pretende esclarecer los crímenes de lesa
humanidad, sino también entender los procesos de construcción de
la memoria sobre estos hechos, pensar los mecanismos para afrontar
el trauma y la gestión de los conflictos en la esfera familiar y pública,
e invitar a la generación de espacios de reflexión y debate. Si bien ni la
labor de la arqueología ni de cualquier otra disciplina puede asegurar
que no se vuelvan a repetir los crímenes, al menos sí ofrece herramientas para reflexionar, con el propósito de contribuir a la sensibilización
y la concienciación de la ciudadanía.
4
Hay que puntualizar que
la arqueología forense se
asocia a ámbitos periciales
relacionados con la
antropología forense,
la medicina legal y el
derecho humanitario y
que, por lo tanto, se diferencia de la arqueología
funeraria, cuya finalidad
es el estudio de la muerte
(rituales, enterramientos,
restos asociados) para
analizar esas prácticas en
las sociedades humanas
desde un punto de vista
social y cultural.
Las familias son un agente
clave en los procesos de
exhumación y muchas
veces acompañan a
equipos técnicos a pie de
fosa. Pepita Peiró ante la
fosa donde se encontraba
su padre (Fotografía: Eloy
Ariza - Associació Científica ArqueoAntro, Fosa 112
del cementerio municipal
de Paterna).
La finalidad de la arqueología es, pues, construir y difundir el
conocimiento del pasado –un pasado que empieza ayer–, pero desde
un firme compromiso con las realidades del presente. Precisamente,
la temporalidad no limita la práctica de la arqueología, que metodológica y epistemológicamente se puede aplicar a cualquier contexto
cronológico. Esto supone que, en cronologías contemporáneas, la
investigación arqueológica también tiene acceso a fuentes de otra naturaleza que resultan cruciales, como por ejemplo los testigos orales, la
documentación histórica o los archivos personales.
[page-n-22]
21
Pepita Peiró sosteniendo
la fotografía de sus
familiares el Día de Todos
los Santos, mientras visitaban la fosa de su padre,
José Peiró. (Fotografía:
Eloy Ariza, Fosa 112 del
cementerio municipal de
Paterna).
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
Es en el marco de esta arqueología de la contemporaneidad
donde cobra sentido la arqueología forense. Desgraciadamente, en
el Estado español todavía es una subdisciplina incipiente. A pesar de
que en las dos últimas décadas algunas administraciones han trabajado por el fomento de las políticas públicas de memoria –sobre todo
a través de la financiación de las exhumaciones– y que la memoria
histórica ha logrado cierta presencia mediática y pública, todavía
estamos lejos de conseguir la efectividad y el compromiso por la
tríada «verdad, justicia y reparación». Cuando menos en un plano
institucional, porque la realidad es que las asociaciones ciudadanas
que conforman el movimiento memorialista llevan décadas reivindicando estos derechos desde la militancia. Es más, las familias no
han dejado nunca de tener presentes a sus desaparecidos, y han sido
desde el inicio las verdaderas impulsoras de estos procesos. Algunas, incluso, desde el mismo momento del fusilamiento. Solo así se
entiende como, a pesar del control y la represión franquista, la transmisión de las memorias en la esfera privada ha permitido que muchas
de las vidas y las historias de las personas represaliadas hayan llegado
hasta la actualidad.
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Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
Pensemos, de nuevo, en la historia de Bautista Vañó Sirera. Unas
horas antes del fusilamiento, y plenamente consciente del crimen que
iban a cometer contra él, escribe sus últimas palabras en una carta de
despedida. La misiva lo expresa con contundencia: «en unas horas
habré dejado de existir». Aquel 15 de julio de 1939, en efecto, le arrebataron la vida. Pero, a pesar de su pérdida, en puridad nunca dejó de
existir, porque Magdalena Puerto Mora, su mujer, mantuvo vivo su
recuerdo y transmitió su memoria como herencia a sus hijos, quienes
todavía la mantienen y transmiten.
Esta ha sido la manera en la que normalmente se ha preservado,
en el ámbito familiar, la memoria de las personas fusiladas y desaparecidas, donde las mujeres siempre han jugado el papel protagonista
(Moreno, 2018; García y Gadea, 2021). Una práctica de resistencia
–la de no olvidar, hablar y contar– que durante la dictadura fue un mecanismo de supervivencia en privado, y que en democracia se cronificó como ritual íntimo, resultado de la estigmatización y la falta de
reconocimiento público. Solo recientemente estas historias familiares han empezado a ser escuchadas con atención y a formar parte de
la dimensión pública de la memoria, que no puede ser más que una
pluralidad de memorias. Es la denominada «memoria democrática»,
entendida como una memoria construida desde la coparticipación
de las instituciones, el ámbito profesional y la sociedad civil (Baldó,
2021). Porque la memoria, según la entendemos, es un derecho que
tiene que traspasar la esfera privada y asumir significado para el conjunto de la ciudadanía.
En esta reconceptualización semántica, la arqueología tiene
muchas cosas que decir. Huyendo, de nuevo, de los estereotipos más
arraigados, la arqueología no se limita a enunciar el tiempo pretérito
–sea reciente o remoto–, sino que también se conjuga en presente y
futuro, al entender que con el conocimiento del pasado y de su materialidad –el patrimonio– podemos pensar y transformar nuestra
realidad y la que está por venir. Esto es, al menos, lo que se defiende
desde corrientes como la arqueología pública, que propone un cambio
de perspectiva con implicaciones ontológicas: situar a las personas del
presente como verdaderos protagonistas.
Esta manera de entender la arqueología, junto con el conocimiento de la complejidad del trabajo en las fosas comunes del
franquismo y la necesidad de enriquecer el debate público sobre la
memoria democrática, conforman la piedra angular del proyecto
expositivo «Arqueología de la memoria. Las fosas de Paterna».
La propuesta parte del trabajo de investigación desarrollado por
la Asociación Científica ArqueoAntro en el cementerio municipal de
Paterna. Ya hace más de una década que la asociación trabaja por la
22
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23
5
La saponificación
cadavérica es un proceso
inducido por un alto
nivel de humedad en el
subsuelo que favorece la
conservación del cuerpo
a partir de un proceso de
cambio químico que afecta a la grasa corporal, que
se transforma, a través de
la hidrólisis, en un compuesto parecido a la cera
o el jabón. En Paterna, la
saponificación se ha documentado en varias fosas, a
profundidades superiores
a los cuatro metros, y ha
permitido la preservación
excepcional tanto de
restos antropológicos
como de la indumentaria
y un variado conjunto
de evidencias materiales
(Moreno et al., 2021).
6
Gracias particularmente
a todas y cada una de las
personas, familias y asociaciones que participan y
nos han acompañado en
este proyecto expositivo,
por su siempre entusiasta
predisposición, por el
cuidado y cariño con que
hilaron las historias alrededor de sus objetos familiares y por su confianza
en nosotros a la hora de
compartir sus recuerdos y
memorias más íntimos
y personales y permitirnos contarlos.
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
recuperación e identificación de víctimas de la guerra y la dictadura
franquista en diferentes puntos del Estado español, en especial en el
País Valenciano (Díaz-Ramoneda, et al., 2021; Mezquida, et al., 2021;
Moreno et al., 2021). En Paterna, entre 2017 y 2023 han exhumado
más de veinte fosas. En paralelo al trabajo de campo, ArqueoAntro
ha llevado a cabo una importante labor de difusión mediante publicaciones, conferencias, cursos, visitas comentadas y exposiciones.
De hecho, ya en 2018 colaboró en la exposición «Prietas las filas. Vida
cotidiana y franquismo» en l’ETNO, donde fueron expuestos por
primera vez algunos materiales exhumados en Paterna (Moreno y
Candela, 2018).
Con estos precedentes, a finales de 2019 nace la propuesta del
actual proyecto expositivo, que no es sino la respuesta a una necesidad: tratar de manera monográfica la cultura material exhumada a
las fosas del cementerio municipal de Paterna desde una perspectiva
arqueológica. Y hacerlo con un planteamiento integral que explique
y contextualice el proceso científico de exhumación, y que presente
la singularidad de Paterna en varios ámbitos: como lugar de memoria desde la posguerra, como espacio de barbarie y horror por la
cantidad de víctimas y el uso intensivo del cementerio como campo
de fosas, y como caso excepcional en términos de conservación, con
ejemplos de saponificación5 que han preservado los restos de manera
extraordinaria.
Conscientes de los múltiples retos que planteaba el proyecto,
se decidió conformar un equipo interdisciplinario de comisariado,
con personal experto en procesos de exhumación, en gestión del
patrimonio y políticas públicas de memoria, así como en divulgación
y museos. Además, se ha contado con la colaboración otros especialistas procedentes del ámbito del fotoperiodismo, el arte y el diseño.
Y, sobre todo, se tiene que destacar la inestimable implicación de las
familias de las personas represaliadas, que en un ejercicio de enorme
generosidad y compromiso han cedido temporalmente algunos
objetos que conservan en casa en recuerdo de sus familiares desaparecidos (fotografías, cartas, objetos personales) y han dado consentimiento para exponer objetos exhumados, arropándolos de sentido y
afectividad con sus relatos personales. Un proceso que ha sido posible gracias a la existencia de una complicidad previa entre el equipo
técnico y las familias, a raíz de los años de trabajo y encuentro a pie de
fosa. A todas ellas reiteramos nuestro más sincero agradecimiento6.
Dada la naturaleza arqueológica de la propuesta, el equipo de
comisariado consideró que la institución idónea para acoger la exposición era el Museu de Prehistòria de la Diputació de València. Se trata,
en efecto, de un centro de referencia para la arqueología valenciana
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24
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
y española, y su proximidad geográfica a Paterna fortalecía el sentido
de la elección. Aun así, el proyecto planteaba un importante reto para
el museo, puesto que no hay prácticamente precedentes expositivos
en el tratamiento integral del papel de la arqueología en la construcción de la memoria vinculada a las fosas comunes del franquismo, ni
tampoco iniciativas donde la cultura material exhumada se convierta
en el corazón del discurso expositivo. Por eso es importante reconocer el posicionamiento decidido del museo con la propuesta7.
Con todo, la puesta en marcha del proyecto ha tenido en mente
tres objetivos principales. En primer lugar, pensar la exposición
como un homenaje y un reconocimiento público a las víctimas de la
represión franquista y a sus familias, así como a los colectivos y personas que, desde hace décadas, reivindican y luchan por su memoria.
En segundo lugar, visibilizar la aportación de las disciplinas científicas y los equipos técnicos, que permiten que los procesos de exhumación de las fosas, de identificación de las personas represaliadas y de
recuperación de sus historias de vida, se desarrollen con rigor científico, ética y humanidad. Y, en tercer lugar, establecer un diálogo con
la ciudadanía sobre la necesidad de las políticas públicas de memoria,
para abordar los traumas del pasado, sensibilizar a la opinión pública
y poner sobre la mesa los retos de futuro.
7
«Arqueología de la
memoria. Las fosas de
Paterna» es posible gracias a la apuesta valiente y
al compromiso de María
Jesús de Pedro, directora
del Museu de Prehistòria,
y de Santiago Grau, jefe
de la Unidad de Difusión,
Didáctica y Exposiciones,
así como a la implicación de conservadoras
y personal técnico: Eva
Ferraz, Begoña Soler,
Ramon Canal, Trinidad
Pasíes y Janire Múgica.
Su labor en el ámbito de
la gestión, la restauración
y la museografía, además
de las enriquecedoras
aportaciones que surgían
en el marco de sesiones
de trabajo y conversaciones informales, han sido
fundamentales para el
desarrollo del proyecto.
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25
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
Carolina Martínez, nieta
de José Manuel Murcia
Martínez (Fosa 94,
cementerio municipal
de Paterna) durante el
proceso de cesión de objetos para la exposición.
(Fotografía: Eloy Ariza,
Museu de Prehistòria de
València).
Renderización de la expo
sición «Arqueología de
la memoria. Las fosas
de Paterna» del Museu de
Prehistòria de València.
(Diseño: Rosa Bou y Kumi
Furió).
La exposición se estructura en cinco grandes espacios, a través de
los cuales se articula un viaje que transita, de manera intermitente,
entre el presente y el pasado. El punto de partida es la reivindicación
del papel de la arqueología en el estudio de la contemporaneidad,
en particular en el ámbito de los conflictos y los episodios traumáticos a escala mundial durante los siglos xx y xxi. Este marco nos
permite situar nuestro caso de estudio en el contexto internacional
de los derechos humanos, y conectar con los principios de la arqueología forense como crucial aportadora de las pruebas periciales de
los crímenes. Desde aquí, iniciamos un primer viaje al pasado con el
[page-n-27]
26
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
propósito de contextualizar históricamente la realidad ideológica,
política y social de la posguerra en la cual tuvieron lugar los crímenes
del franquismo8, y donde se define claramente la dualidad entre los
victimarios o perpetradores y las víctimas.
Seguidamente, se presenta el cementerio municipal de Paterna
y el muro del Terrer como conjunto singular de esa represión. La
explicación discurre en un sentido diacrónico, entendiendo este
cementerio como un espacio de violencia en el pasado, pero también de memoria y resistencia, que continúa resignificándose en el
presente. En este fluir temporal, donde se insertan las familias de
las personas desaparecidas, el movimiento memorialista y las administraciones públicas, también hacen acto de presencia los equipos
técnicos. Se aprovecha entonces para explicar los procedimientos
científicos y la pluridisciplinariedad inherentes a la exhumación de
las fosas comunes en la actualidad.
8
Con la recuperación de los restos humanos y los objetos asociados viajamos, de nuevo, al pasado, para hablar de las personas que
fueron asesinadas y lanzadas a las fosas. Este espacio constituye el
verdadero corazón de la exposición. Se plantea como un cara a cara
entre los objetos exhumados y los objetos familiares, los cuales, en
conjunto, ayudan a reconstruir el contexto sociopolítico y los vínculos
Acto de la Plataforma
de Asociaciones de
Familiares de Víctimas del
Franquismo de las Fosas
Comunes de Paterna
(Fotografía: Eloy Ariza,
cementerio municipal de
Paterna, 2018).
Nuestra propuesta expositiva se circunscribe a los
crímenes de posguerra, es
decir, los que se perpetran
a partir del final –retórico– de la guerra, el 1 de
abril de 1939. Aun así, la
represión franquista se
alarga hasta la muerte del
dictador Francisco Franco
en 1975, cuando el régimen llega –cuando menos,
oficialmente– a su fin.
Conviene no olvidar que la
violencia y la represión van
más allá del asesinato, y se
manifestaron en muchas
esferas de la vida cotidiana
(Rodrigo, 2008).
[page-n-28]
27
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
que se tejían entre dentro y fuera de la prisión, y entre dentro y fuera
de la fosa. Los materiales exhumados testimonian la precariedad de
la vida carcelaria y de la muerte violenta, pero también nos hablan
de las identidades personales y de las estrategias de resistencia. Por
su parte, los objetos familiares, acompañados de los relatos de las
personas que los custodian, ayudan a poner nombre y a reconstruir
los proyectos personales y políticos arrollados por la dictadura. Unos
y otros constituyen los elementos a partir de los cuales se articula la
memoria.
Los relatos familiares nos devuelven, así, al presente, para conectar con el último apartado de la exposición, concebido como un
espacio abierto para la reflexión en clave individual y colectiva sobre
los hechos históricos y cómo se construye la memoria. El recorrido
se cierra con un homenaje final, donde se proyectan los nombres de
todas las personas fusiladas en Paterna entre 1939 y 1956.
Además de la exposición en sala, la propuesta incluye una pequeña muestra en el patio del museo, dedicada a la representación
de las fosas del franquismo en viñetas e ilustraciones. Se trata de un
recurso complementario, pensado especialmente para las actividades
didácticas programadas por el museo con motivo de la exposición.
En la concepción global del proyecto, y entendiendo la función
comunicativa de la exposición y del museo, también nos parecía
importante contar en este volumen con las aportaciones de especialistas que trabajan y militan, desde la arqueología, en el ámbito de la
memoria histórica en diferentes puntos del Estado español. Queralt
Solé, del Departamento de Historia y Arqueología de la Universitat
de Barcelona, aborda en «Historia de unos restos desterrados» la contextualización histórica de la violencia en la retaguardia republicana
y la violencia golpista en el marco de la Guerra de España. Entender
los motivos de la muerte y el tratamiento de los muertos durante la
guerra y la inmediata posguerra es indispensable para comprender las
formas en las que aparecen los restos humanos en las exhumaciones
en el Estado español. Precisamente, Lourdes Herrasti, del Departamento de Antropología de la Sociedad de Ciencias Aranzadi (País
Vasco), incide en las metodologías y las herramientas de la arqueología forense en su texto «Arqueología de la Memoria: la Arqueología
forense aplicada a las fosas de la Guerra Civil y la posguerra». Unos
procedimientos que siempre tienen en mente documentar y obtener
toda la información necesaria para restituir la identidad y la memoria
de las personas asesinadas. Hablar de memoria e identidad remite,
inevitablemente, a la actuación de las familias de los desaparecidos, y
también a la necesidad de facilitar espacios para restituir la verdad de
los crímenes y afrontar el trauma. Así, a partir del contexto gallego,
[page-n-29]
Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
28
Xurxo M. Ayán Vila, del Instituto de Historia Contemporánea de la
Universidad Nueva de Lisboa, defiende la función terapéutica, mnemotécnica, didáctica y política de la arqueología comunitaria con su
contribución «Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será.
Sobre el papel que puede y tiene que jugar la arqueología comunitaria
en las fosas del franquismo». Las voces de Xurxo, Lourdes y Queralt
contribuyen, en esta publicación, a reflejar la pluralidad de modos de
pensar y la transversalidad a la hora de aplicar la mirada arqueológica
en un tema de estudio que resulta muy complejo.
De hecho, comentábamos anteriormente que este proyecto ha
planteado múltiples retos. El más profundo de todos es, sin duda, el
carácter extremadamente sensible y sobrecogedor de la temática y de
la cultura material que lo acompaña. Los objetos expuestos, tanto los
exhumados como los familiares, son sensibles en muchos sentidos.
Son sensibles porque constituyen evidencias forenses, a diferencia
de otros materiales conservados en un museo arqueológico. Son
sensibles, a menudo, por su estado de conservación. Son sensibles
también porque apelan a un pasado incómodo. Y sobre todo son
sensibles porque encarnan un incalculable valor emocional para las
familias de las víctimas.
Colgante artesanal
elaborado en la prisión
por Vicente Roig, fusilado
en Paterna, para su hijo.
(Fotografía: Eloy Ariza,
Colección Familia Roig
Tortosa).
[page-n-30]
29
9
La materialización
museográfica de estos
principios ha sido posible
gracias al trabajo de Rosa
Bou y Kumi Furió, las
diseñadoras de la exposición, las cuales han respetado escrupulosamente
nuestros posicionamientos y han dado respuesta
a nuestras inquietudes
con una profesionalidad
exquisita. También a ellas
queremos mostrar nuestro
agradecimiento.
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
El carácter sensible de estos objetos y relatos ha condicionado
por completo el enfoque museológico y museográfico del proyecto.
Siguiendo los postulados de la museología crítica, entendemos el
museo como un espacio de negociación y conflicto, donde se tiene
que fomentar la reflexión y el diálogo en un sentido multidireccional, abandonando la idea de una verdad única emanada desde la
institución. Al abrirse y dejarse atravesar por su contexto, el museo
puede convertirse en un espacio seguro donde hablar de temas complejos, de conflictos y controversias. Por eso ha sido tan importante
contar con diferentes voces procedentes del ámbito profesional,
del movimiento memorialista y de las familias. Y también por eso
hemos querido pensar la exposición como un ejercicio de experimentación sobre el potencial de los museos para abordar la memoria
del pasado traumático de una manera crítica y reflexiva (Arnold-de
Simine, 2013).
Desde estos planteamientos, considerábamos indispensable establecer una serie de líneas rojas a la hora de concebir y diseñar la exposición9. Tres grandes líneas rojas que, con sus derivaciones específicas,
han acabado constituyendo un tipo de hoja de ruta que nos ha guiado
a lo largo de todo el proceso.
Como punto de partida, teníamos la voluntad explícita de no caer
ni en la espectacularización ni en la banalización del objeto de estudio, ante una creciente demanda que conlleva una clara sobreexplotación mediática y ciertas distorsiones en el tratamiento de este tema
(Aguilar Fernández, 2008; Vinyes, 2011; Cadenas Cañón, 2019).
Los restos expuestos requieren una contextualización científica y un
tratamiento expositivo específicos para evitar su cosificación y fetichización o, incluso, su sacralización. Hay que armonizar la difusión
en favor de un uso social y público con el respeto a los bienes y a sus
portadores. Por otro lado, desde el primer momento descartamos
la exhibición de restos humanos, una práctica muy extendida en las
exposiciones arqueológicas sobre otras épocas y culturas. Incluso
en el uso del material fotográfico, donde se ha limitado su representación a los casos en los que se hacía necesaria la presencia explícita
de los restos humanos en la fosa para ilustrar el proceso científico de
exhumación, evidenciar la práctica sistemática de asesinatos masivos
y mostrar la caracterización de las estremecedoras fosas pozo de Paterna. No se trata, en ningún caso, de edulcorar la dureza de una realidad cruenta y traumática, sino de evitar la morbosidad y garantizar
el respeto a las víctimas y las familias, muchas de las cuales atraviesan
procesos de duelo todavía abiertos. Los cuerpos de las víctimas no están en la exposición, pero su presencia es obvia y consustancial a través de los objetos y sus historias de vida, ya de por sí suficientemente
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Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
sobrecogedoras; del mismo modo, su muerte se explica como crimen
desde el inicio del discurso expositivo. El reto está en conseguir agitar
sin perturbar, conmover sin ser lacrimoso, provocar la incomodidad
–desde el respeto– sin generar indisposición.
En segundo lugar, y desde el punto vista del relato, hemos considerado oportuno huir de las cuantificaciones. Es cierto que las cifras
y las estadísticas son necesarias en los estudios científicos, puesto que
ayudan a reconstruir los hechos con datos empíricos. También en los
medios de comunicación y en los discursos políticos es habitual recurrir a los números y recuentos, porque resultan impactantes y fáciles
de entender: tantas fosas exhumadas, tantas personas identificadas.
Pero la realidad es que poner el foco en las cifras puede contribuir a
deshumanizar el relato, al invisibilizar los nombres y las historias de
vida, con riesgo de convertir a las personas fusiladas en una masa homogénea de víctimas, en un simple número. En este mismo sentido,
hemos ceñido el uso del concepto «víctima» al contexto jurídico, al
entender que es un término que anonimiza, define la identidad de la
persona por el momento final de su vida –una condición que, además,
no es elegida, sino impuesta– y genera cierta condescendencia social
(Rodrigo, 2008).
30
Antropólogas analizando
el hacinamiento de cuerpos en una fosa común,
previamente al inicio de
su exhumación. (Fotografía: Eloy Ariza - Associació
Científica ArqueoAntro,
Fosa 112 del cementerio
municipal de Paterna).
[page-n-32]
31
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
Consuelo Pérez Fenollar
con la foto de su padre,
Rafael Pérez Fuentes,
fusilado en Paterna.
(Fotografía: Eloy Ariza
- Associació Científica
ArqueoAntro, Fosa 22 del
cementerio municipal de
Paterna).
En contraste con ello, hemos tratado de emplear términos alternativos (el genérico «personas», acompañado de adjetivos como
«asesinadas», «fusiladas», «represaliadas», etc.) y, sobre todo, visibilizar los nombres personales allá donde fuera posible. De hecho,
uno de los metarrelatos que hilvanan el discurso de la exposición es
el tránsito del anonimato a la personalización: de las cajas de cartón
para albergar restos humanos y el uso de términos científicos como
«individuo» o «unidad forense», progresivamente se define la identidad de las personas –a través del ADN, de los objetos personales,
de las historias familiares– hasta llegar al punto de ponerles nombre
y apellidos. La exposición, no en balde, culmina con el memorial
efímero Resiliencia al olvido10 y con un libro donde se pueden consultar
los datos de todas las personas fusiladas por el franquismo en Paterna, pensando en la posibilidad de desencadenar nuevos procesos
de búsqueda por parte de familias que no disponen de información o
desconocen que tienen familiares desaparecidos.
En tercer lugar, la necesidad de humanizar el relato nos ha llevado también a repensar la manera de exponer los objetos. Frente al
habitual muestrario taxonómico de los museos arqueológicos, donde
los objetos suelen aparecer clasificados a modo de inventario con
10
Una pieza artística
de Guillem Casasús
Xercavins y Gerard
Mallandrich Miret, a los
que queremos agradecer
su implicación y participación en este proyecto.
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Más allá de la exhumación: arqueología y museos para construir memoria democrática
32
cartelas descriptivas centradas en aspectos técnicos, hemos apostado
por composiciones más orgánicas y cartelas interpretativas que inciden en las personas que hay detrás de los objetos. Al final, el potencial
discursivo de la exposición se ha centrado en los objetos y en su capacidad de activar la empatía de los visitantes con las historias relatadas,
para lo cual resulta imprescindible que los recursos museográficos
vayan en consonancia. Pensamos que esta forma de operar abre interesantes reflexiones sobre el potencial de la arqueología en la construcción de nuevos imaginarios acerca de la memoria histórica.
Es evidente que cualquier proceso de investigación comporta,
además de los mencionados retos profesionales, toda una serie de
implicaciones personales y emocionales que no siempre se plasman
en el resultado final. Pero en este caso nos parece necesario señalarlos. Porque el objeto de estudio nos ha atravesado, en el plano
personal, de manera particularmente intensa desde que dimos los
primeros pasos para definir el proyecto hasta el momento en que
escribimos estas últimas líneas. A nadie puede dejar indiferente
enfrentarse a la experiencia sobrecogedora de abrir una fosa con una
amalgama de cuerpos amontonados de manera inhumana. O ser partícipes de las angustias, las inquietudes y los anhelos contenidos en
las cartas que escribía quien se encontraba en prisión, pero también
quien sufría desde casa. O sentir el indefinible olor de las cajas de
almacenamiento donde se depositan los materiales que han experimentado procesos de saponificación. O sostener entre las manos el
jirón de ropa que durante tantos años la familia ha escondido en una
cómoda como el tesoro más valioso, al constituir el único recuerdo
material del familiar desaparecido. O escuchar los testimonios de
personas que han vivido en silencio la pérdida de un padre o de una
madre que no han conocido o que asesinaron cuando apenas tenían
unos pocos años; pero también los de las nuevas voces de la «generación de la posmemoria» (Hirsch, 2015), que a pesar de no haber
experimentado en primera persona aquellos acontecimientos, han
heredado las historias y reivindican que se haga justicia.
Fragmentos de diario
montados sobre el
documento original. Se
trata de una viñeta del
dibujante Bluff (Carlos
Gómez Carrera, fusilado
también en Paterna) que
se exhumó a la Fosa 111
del cementerio municipal
de Paterna, asociada al
individuo 79 (Fotografía:
Eloy Ariza - Associació
Científica ArqueoAntro).
[page-n-34]
33
Andrea Moreno Martín, Tono Vizcaíno Estevan,
Eloy Ariza Jiménez y Miguel Mezquida Fernández
No podemos ni queremos ocultar que el proceso de trabajo ha
sido duro y muy exigente en lo personal y en lo profesional, también
apasionante y emotivo, y que nos ha requerido ser firmes en la deontología y autoexigirnos como nunca un rigor y una ética muy escrupulosos. La realidad, aun así, es que no siempre es fácil lidiar con la
diversidad de visiones y, sobre todo, de intereses que entran en juego
–y en choque– cuando se abordan temas tan delicados y conflictivos.
A pesar de todo, y a pesar de los riesgos de la politización y el oportunismo, para nosotros prevalece el compromiso con las familias de
las personas represaliadas y con la investigación científica, y la convicción de que «Arqueología de la memoria. Las fosas de Paterna» es
un proyecto necesario para abrir, desde una institución museística
pública, la reflexión sobre nuestro pasado reciente más traumático y
para pensar los escenarios de convivencia que, como sociedad democrática, nos gustaría construir para el futuro.
«Me quedan pocas horas, ya no té veré más ni a ti ni a nuestros
hijos. Guarda esta carta como recuerdo mío. Tu esposo Bautista
Vañó. Adiós para siempre».
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Los Libros del Lince, Barcelona.
Sandalia tallada en hueso de oliva
Individuo 144, fosa 115. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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Arqueología de la represión.
La arqueología forense en la
exhumación de las fosas de la
Guerra Civil y la posguerra
Lourdes Herrasti Erlogorri
DPTO. ANTROPOLOGÍA, SOCIEDAD DE CIENCIAS ARANZADI
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
En la fosa de Priaranza del Bierzo (León), en el año 2000, se aplicó
por primera vez la metodología propia de la arqueología y de la antropología en la exhumación y análisis de enterramientos clandestinos de
víctimas de la Guerra Civil. La intervención profesional de arqueólogos y antropólogos en esta primera ocasión dio inicio a un proceso de
más de veinte años de desarrollo, que ha venido a denominarse «recuperación de la memoria histórica», en el que los métodos se han ido
perfeccionando, pero siempre teniendo como objetivo la recuperación
de los restos de las personas asesinadas con la mayor profesionalidad
y respeto, con el propósito de documentar y obtener toda la información necesaria que permita conseguir los objetivos prioritarios:
restituirles su identidad y su memoria.
Transcurridos más de veinte años, cabe hacer un balance del proceso desarrollado y conocer la aportación de la arqueología al conocimiento histórico de la represión.
No hay nada más elocuente que la visión de los restos óseos humanos agolpados en una fosa común para darnos cuenta del horror y de la injusticia.
Introducción
La arqueología forense es heredera de la arqueología de la muerte,
de la que ha adoptado el método que posibilita recuperar restos
óseos y de otra índole inhumados en enterramientos individuales o
colectivos. Sin embargo, cuando se trata de personas fallecidas no
por muerte natural sino por una causa violenta de carácter homicida
adquiere el calificativo de forense, en la perspectiva de que la documentación generada pueda en un futuro ser presentada en el ámbito
judicial.
En el mundo anglosajón se tiende a denominar «antropología
forense». Sin duda ambas disciplinas son complementarias, en la
arqueología prima el proceso de recuperación de los restos y la documentación; la antropología estudia el perfil biológico de los inhumados, a las anteriores se añade la medicina legal que analiza la causa
de muerte. De esta manera, la arqueología forense, que se aplica al
estudio, análisis y recuperación de la memoria histórica, puede ser
designada como «arqueología de la memoria».
Ya en el protocolo de actuación en exhumaciones de víctimas de
la Guerra Civil y la dictadura del 26 de septiembre de 2011 se recoge
que se trata de una actividad interdisciplinaria, en la que deben intervenir: historiadores, arqueólogos y especialistas forenses. Entre
estos últimos se encontrarían los antropólogos y odontólogos forenses, así como los especialistas en medicina legal.
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Lourdes Herrasti Erlogorri
El método arqueológico permite la exposición de los restos en
la fosa, el levantamiento y la recogida ordenada de los restos articulados, que han sido individualizados en la misma. Previamente se ha
llevado a cabo la documentación con los dibujos de disposición de
los individuos, planos, fotografía de conjunto, de cada individuo y de
cada elemento o particularidad reseñable. Se trata de documentar de
manera exhaustiva toda la información en las fichas de cada individuo
y de las relaciones espaciales entre ellos, para proceder así después a
la exhumación ordenada.
Los testimonios de las personas que conocieron o a las que relataron los hechos son muy importantes porque facilitan información
sobre el lugar donde se hallan las fosas. Sin duda, a lo largo de todos
estos años ha sido fundamental la información aportada por los testigos que pudieron ver, cuando eran niños, como ocurrieron los hechos
y asistieron, desde su escondite, a los asesinatos y al enterramiento
clandestino de los cuerpos. Esos testigos oculares han sido primordiales, como en el caso de la fosa de Barcones (Soria), que citaremos
como modelo para varios aspectos.
Recogida de testimonios e información a los
familiares ante la fosa. La
Andaya IV (Burgos).
Importancia del testigo
ocular que ofrece su testimonio. Fosa de Barcones
(Soria).
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
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El procedimiento de búsqueda, el levantamiento y la exhumación
de restos humanos está recogido en el artículo de Polo-Cerdá (2018).
En la excavación se trataría de exponer los restos óseos mediante la
retirada de la tierra que se halla por encima y en la proximidad, de
forma que los restos destaquen en relieve sobre el suelo, en el método
pedestal. A veces resulta práctico no preservar las paredes laterales de
la fosa, porque ello facilita acceder a los restos en todo el perímetro
de la fosa, lo que permite la visualización del interior de la misma con
mayor nitidez. En las fosas en zanja o en trinchera, sin embargo, es
mejor mantener las paredes de forma que queda destacado el uso de
la misma como lugar de enterramiento improvisado.
Proceso de exhumación
de la fosa de Barcones
(Soria).
Tipos de fosa
Las fosas comunes tienen en su mayoría una forma rectangular, que
deriva de la deposición de uno o varios cuerpos tumbados en el suelo.
Por lo general, se tiende a la distribución casi ordenada para adaptarse al espacio, independientemente de quiénes fueron los encargados de enterrar los cadáveres. Así, se pueden disponer en posiciones
alternadas cabeza-pies, un cuerpo en cada esquina o alineados y solapados. En la fosa de Barcones (Soria), los seis cuerpos se colocaron en
una posición muy constreñida en alternancia de cabeza y pies.
Otras veces las fosas se abrieron en zanja que resultaba más fácil
de cavar, y muy apropiado en los casos de premura y miedo. Los cuerpos se dispondrían alineados, con o sin superposición. Un ejemplo
claro de este tipo sería el de Berlanga de Roa (Burgos), donde se sabe
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Fosa de Barcones (Soria).
Disposición de los individuos en la fosa.
que el peón caminero, que posiblemente conocía las víctimas, enterró
a los cinco varones, entre ellos un padre y un hijo, solapados y ordenados con cuidado y respeto. En otros casos, se cavaba la zanja ancha que
permitía la disposición de los cuerpos de forma transversal, como en
La Pedraja (Burgos), donde se inhumaron un total de 105 individuos
en diez fosas sucesivas; en Fregenal de la Sierra (Badajoz), con 47 víctimas en siete fosas o, en Villamayor de los Montes (Burgos), en el que
se encontraban 45 varones en dos fosas. En otros ejemplos, cubrían
el espacio de la fosa con varios cuerpos y sobre ellos arrojaban otros
superpuestos. Así ocurrió en las cuatro fosas de Estépar (Burgos),
donde se recuperaron un total de 96 personas de sexo masculino que
fueron sacadas de la Prisión Central de Burgos.
Por otro lado, los victimarios u otros enterradores circunstanciales hicieron uso de pozos, minas y simas para desembarazarse de los
cadáveres. Existen muchos ejemplos en Navarra, en Extremadura,
en las islas Baleares y en las islas Canarias. Entre ellos cabría destacar
la Sima del Raso (Urbasa, Navarra), en la que arrojaron los cadáveres
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
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Colocación de las víctimas en zanja. Fosa de
Berlanga de Roa (Burgos).
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Fosa 2 de Estépar
(Burgos).
de diez personas en tres episodios distintos. Eso puede significar que
fueron los mismos victimarios quienes asesinaron a estas personas en
la boca de la sima y las arrojaron al interior.
Pero lo más frecuente era procurar que los cadáveres fueran trasladados al cementerio. Cuando los cuerpos eran encontrados en una cuneta y, si no se enterraban en la proximidad, eran cargados en animales
o en carros y eran trasladados al cementerio donde el propio enterrador, en compañía de otros vecinos, se encargaba de cavar una fosa y
enterrar en un espacio marginal o en el área del cementerio civil, para
no comprometer el espacio cementerial de los vecinos de la localidad.
Existen muchas fosas comunes de asesinatos extrajudiciales en
los cementerios, muertes que se produjeron durante los primeros
meses de la guerra de 1936, pero, sobre todo, hay muchos enterramientos y fosas de las ejecuciones tras sentencia judicial, de 1938 en
adelante. Carácter distinto tuvieron los cementerios relacionados con
las prisiones y con los campos de concentración que se han exhumado,
como el cementerio de la prisión de Valdenoceda (Burgos), en el que se
recuperaron un total de 114 enterramientos de otras tantas personas
que murieron en el penal. En el caso de Castuera (Cáceres) se trata de
enterramientos en fosas comunes de las personas fallecidas o asesinadas procedentes del campo de concentración. En La Tahona de Uclés
(Cuenca) existía un gran cementerio, con más de 430 inhumados, en
el que compartían espacio fosas de combatientes del propio hospital
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
de guerra, y otras de fallecidos en la prisión. Otro carácter distinto
tienen los cementerios de hospitales de sangre, de frente de guerra.
En estos hospitales existe un espacio posterior al edificio ocupado que
se utiliza como cementerio para los fallecidos en el mismo. Son casos
muy destacados los exhumados en Cataluña, como los de Soleràs
(Lleida), o Pernafeites de Miravet y Mas de Santa Magdalena (Tarragona), con más de un centenar de individuos en cada uno.
Objetos asociados
Los objetos asociados son aquellos que acompañan a cada uno de los
individuos, que llevaban cuando fueron asesinados, por lo que tienen
un fuerte carácter personal e incluso íntimo. De la variedad de objetos
destacan por su número los referidos a la vestimenta. Así se encuentran
los botones de camisa, el cinturón y la hebilla del cinturón, las trabillas
y los botones de la bragueta de pantalón, incluso objetos más específicos como cremalleras o ligueros. A pesar de que estos objetos son sencillos y humildes pueden transformarse en objeto de recuerdo. En un
caso de entrega de los restos de una persona identificada, los familiares
se interesaron por unos botones y los restos de una hebilla que aparecían fotografiados en el informe. Uno de los familiares solicitó quedarse con un botón de nácar porque «sé con certeza que pertenecía a
mi abuelo». Un modesto botón convertido en reliquia para el recuerdo.
La variedad de objetos recuperados se puede ejemplificar en el
caso de la fosa de La Mazorra (Burgos): elementos del atuendo como
boinas, cremallera o calzado; objetos personales como pendientes,
peineta, mechero o un metro de carpintero, y objetos relacionados
con la salud como un suspensorio inguinal o una prótesis dental.
Existen también objetos más específicos que, si no hubieran
transcurrido ochenta años, habrían orientado la identificación de su
propietario. Objetos como anillos, relojes, gemelos, que hubieran
servido para relacionarlos con una persona, porque en origen era
conocido que pertenecían a una de las víctimas. Sin embargo, como
quiera que ha pasado tanto tiempo, todos esos recuerdos no están
presentes y esa información se ha perdido.
Otras veces los objetos recuperados están personalizados. Como
ejemplo cabría citar la hebilla de un cinturón de plata, hallada en la
fosa de Bóveda (Álava), perteneciente a un indiano que había hecho
fortuna en Cuba y en la que estaba grabada la inicial de su apellido. Los
datos históricos orientaban realmente a que se trataba de él. Las pruebas genéticas confirmaron dicha propuesta. Otras veces se trata de un
anillo con unas iniciales y una fecha de matrimonio. En la fosa 3 de Estépar se localizó un anillo de oro con dos siglas «P y E» y una fecha de
matrimonio. Un miembro del equipo halló el acta matrimonial con la
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Objetos recuperados en
relación a la fosa de La
Mazorra (Burgos). Se puede observar en el dibujo
esquemático que las trece
victimas que estaban en
la fosa tenían las manos
atadas cuando fueron
asesinadas y enterradas.
Se describen los objetos y la lesión comenzando por el ángulo superior
izquierdo y en el sentido
de las agujas del reloj:
gorra y peineta de mujer,
prótesis dental, atuendo
que vestía, cremallera de
jersey, escotadura de la
entrada de proyectil en
la mandíbula, mechero
de mecha, refuerzos
de los extremos de los
decímetros de un metro
de madera de carpintero,
suspensorio inguinal con
su localización sobre el
coxal izquierdo, boina,
pendientes y zapatos.
coincidencia de las dos iniciales, lo que permitió plantear la hipótesis
de que se tratara de un maestro llamado Plácido que estaba casado con
Emilia. A partir de su identificación genética se ha podido conocer el
grupo y las otras 26 víctimas que se hallaban junto a él en la fosa, todas
ellas asesinadas el día 9 de septiembre de 1936, tras ser sacadas de la
Prisión Central de Burgos.
Caso excepcional es el hallazgo de un documento de identificación
preservado en el interior de una botella. Así ocurrió en el cementerio
de las botellas, en el que 131 personas, que fallecieron en la prisión
de San Cristóbal de Ezkaba en Pamplona, fueron enterradas en el
cementerio específico de la prisión. A todas y cada una de ellas les dispusieron una botella entre las piernas, en cuyo interior se encontraba
un documento oficial con membrete de la propia cárcel, «Sanatorio
Penitenciario de San Cristóbal Ezkaba», en el que se mencionaba el
nombre del fallecido, su naturaleza, su filiación, el delito y la condena
que le fue impuesta, así como la causa de su defunción, en su mayoría
por anoxemia tuberculosa, mal endémico en las cárceles y más en una
prisión destinada a sanatorio antituberculoso. Se cumplía la orden
dictada por Franco en enero de 1937, por la que se ordenaba identificar
a los fallecidos en combate y en las prisiones.
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
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Botella colocada entre las
tibias. En su interior se
hallaba el documento de
filiación del fallecido.
Cementerio de las botellas. Ezkaba. Pamplona.
Perfil biológico de los individuos exhumados
Los restos humanos de las diferentes víctimas expuestas en la fosas
se recogen de manera individualizada con sus respectivos objetos
asociados, en cajas separadas, para su traslado al laboratorio de antropología. En este se llevaran a cabo los análisis con una metodología
estandarizada para la estimación del sexo, la edad, los caracteres específicos en cuanto a los aspectos de patología, aspectos de odontología
y las lesiones relacionadas con la causa de muerte.
La gran mayoría de las víctimas recuperadas en las fosas de la
Guerra Civil corresponden al sexo masculino. En el análisis global
de los resultados se ha estimado que menos del 3% serían víctimas
femeninas.
Prácticamente la mitad de los individuos varones de los que se ha
podido hacer una estimación eran de edad adulta joven, de 20 a 40
años, mientras que en torno al 30% estaría compuesto por hombres
de edad adulta madura superior a los 40 años. El tercer grupo estaría
integrado por los que tenían una edad por encima de los 50 años, o de
edad adulta madura-senil. A estos habría que añadir otro grupo de individuos de edad juvenil, inferior a los 20 años. Sin embargo, la mala
preservación de los restos óseos no ha permitido en muchas ocasiones hacer una estimación más precisa y se engloban en la categoría
genérica de adultos.
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Fosas en función del tipo de víctima
Se pueden diferenciar las fosas en función de las víctimas en ella
inhumadas:
a) Fosas de ejecuciones extrajudiciales. Durante los primeros meses de la
guerra, particularmente entre los meses de julio a noviembre de 1936,
en el periodo denominado del «terror caliente», se produjeron miles de
asesinatos con carácter extrajudicial, producto de una violencia indiscriminada e incontrolada. Esta represión fue de una violencia extrema
en las provincias donde triunfó el golpe de Estado y se instauraba a medida que se desplazaba la línea del frente. Como recalca el historiador
Francisco Espinosa, las muertes no fueron debidas a la guerra, sino
que fueron derivadas exclusivamente de la represión. Así ocurrió en
Castilla y León, Galicia, Navarra, o en La Rioja y Cáceres, entre otros.
Las víctimas de este periodo eran población civil, hombres y mujeres que eran arrestados durante un periodo prolongado de tiempo,
desde donde eran trasladados al lugar donde serían asesinados, que se
conoce de manera eufemística como «paseos». Es importante señalar que eran detenidos de forma ilegal, maniatados eran trasladados
y, muchas veces, con las manos atadas eran asesinados y enterrados.
Vale como ejemplo la fosa de La Mazorra (Burgos), en ella se encontraban inhumados los cuerpos de trece personas, dos de ellas mujeres,
todas con las manos atadas. Cuentan que los cuerpos aparecieron
abandonados en la cuneta del puerto, porque fueron vistos desde el
autobús. Varios vecinos los recogieron y optaron por enterrarlos en
un terreno llano, en una fosa rectangular, dispuestos con cierto orden
y sin solapamiento, aún con las manos atadas.
Este tipo de fosas constituyen el grupo más importante y numeroso. Entre ellas cabe citar: los cementerios de El Carmen (Valladolid), con más de 200 víctimas; Magallón (Zaragoza) con 81, La
Carcavilla (Palencia), con 108; Porreres (Mallorca) con 114… Las
grandes fosas como: La Pedraja (Villafranca Montes de Oca, Burgos),
con 136; cuatro fosas de La Andaya (Quintanilla de la Mata, Burgos),
con 96, etc.
b) Fosas de represión «legalizada». A partir de 1937 trataron de legalizar
las ejecuciones mediante juicios sumarísimos en los que la sentencia y
la condena estaban predeterminadas. Estas ejecuciones se producían
ya en lugares específicos como las tapias del cementerio. El ejemplo
más claro es el paredón del cementerio de Paterna (València) lugar
al que trasladaron 2 238 víctimas para ser allí ejecutadas, según la
documentación histórica recopilada por Vicent Gabarda. Cuando la
muerte y el asesinato se convertía en rutina, se repetía el mismo patrón: cuatro mañana, cinco al otro día, siete, quince…, todos contra la
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
pared para ser asesinados. El capellán Gumersindo de Estella describe
que le tocó asistir a muchas víctimas que iban a ser ejecutadas en el
cementerio de Torrero en Zaragoza y en su libro relata los últimos
momentos de esas personas que conocían cuál iba a ser su destino
antes de asesinadas. También aquí la cifra supera los dos mil.
Al grupo de víctimas de ejecuciones sumarias corresponden, sin
duda, a las grandes fosas de cementerios que se están exhumando en
los últimos años y que son muy importantes por el volumen: Paterna
(València) en Pico Reja del cementerio de San Fernando de Sevilla, el
cementerio de San Rafael de Córdoba…
c) Fosas de combatientes. Un tercer tipo de víctima es la de los muertos
en la propia guerra, combatientes y no combatientes. Se trata, en su
mayor parte, de enterramientos individuales de cuerpos que quedaron abandonados en la zona del frente, allí donde murieron, y que
no fueron debidamente recogidos y retirados, finalizada la guerra
o tras la retirada del frente de guerra de dicha posición. Muchos
cadáveres fueron recogidos por los vecinos de las cercanías, porque
de esa manera eludían tener problemas de tipo sanitario y al mismo
tiempo evitaban que los perros y las alimañas consumieran parte
de esos cuerpos. Se han exhumado fosas de un reducido número de
combatientes de manera aislada en la zona de la batalla del Ebro y en
el frente Norte. También se aprovecharon las zanjas de las trincheras del frente de guerra para enterrar de manera rápida y fácil varios
cuerpos. Así ocurrió en El Rellán, Grado (Asturias), donde se han
hallado más de 30 personas, combatientes y vecinos de la comarca.
En Alcaudete de la Jara (Toledo) se inhumó un total de 41 víctimas de
población civil, que fue represaliada terminada la guerra. En el monte
Altun en Zeanuri (Bizkaia), los vecinos enterraron cinco milicianos
del batallón comunista Perezagua, que murieron en la batalla en el
mismo día. A partir de la documentación histórica, la exhumación,
el hallazgo de placas de identificación y los análisis genéticos de confirmación han podido ser identificados y entregados a sus familiares.
d) Por último, las víctimas fallecidas bajo custodia, en cautividad, en centros penitenciarios o en campos de concentración, que murieron por
las deplorables condiciones a las que se vieron sometidos de hambre,
frío, humedad, piojos, desatención y abandono. A estos habría que
sumar la rapidez con que se transmitían las enfermedades infectocontagiosas, en especial las respiratorias, en lugares y espacios hacinados
sin aireación.
En el citado ejemplo de la prisión de San Cristóbal, convertida en
sanatorio penitenciario antituberculoso, el alto índice de mortalidad
obligó a las autoridades militares a construir un cementerio de uso
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exclusivo para los presos fallecidos en la ladera norte, la zona menos
visible del monte.
e) Otro tipo de víctima son los guerrilleros. Durante el franquismo y en
la posguerra se conformaron partidas de lucha antifranquista compuesta por guerrilleros, en su mayor parte de ideología comunista, que
se refugiaban en las zonas montañosas para hostigar al régimen franquista, utilizando tácticas de guerrilla. La represión de la dictadura
contra los guerrilleros, denominados «maquis», fue una lucha y represión encomendada a la Guardia Civil, que utilizó la lucha armada, las
detenciones, los malos tratos y las torturas contra los familiares, los
enlaces o los apoyos para obtener información, pero asimismo se infiltraron en las partidas y crearon contraguerrillas. Los enfrentamientos
se centraron en las zonas montañosas de Galicia y León, el Sistema
Cantábrico, Asturias y Cantabria, en el territorio del Sistema Ibérico
de Cuenca, Levante y Aragón, en Sierra Morena, Cáceres y Toledo, y
en el Sistema Penibético. Un ejemplo de este tipo de fosas podría ser el
de Albalat dels Tarongers (València) de nueve guerrilleros cuyos cuerpos fueron colocados con la cabeza en los laterales y las extremidades
inferiores en la zona media, opuestos entre sí. Se trata de una fosa de
guerrilleros paradigmática porque confluyen varios elementos como
son: testigo ocular del asesinato, documentación del Registro Civil,
informes de autopsia, adecuado registro durante la exhumación e
identificación genética positiva de seis de los nueve individuos.
La identificación
El objetivo principal de la exhumación de una fosa, a partir de la
intervención arqueológica y el posterior análisis antropológico de los
restos óseos, es posibilitar la identificación de las víctimas mediante
la reconstrucción del relato histórico previo que facilite una orientación sobre las personas recuperadas en la fosa. Sin embargo, existen
importantes limitaciones que merman las posibilidades de conseguir
ese fin: la insuficiente información histórica y documentación previa, el deterioro tafonómico de los restos óseos que imposibilitan la
obtención de un perfil genético, la falta de un candidato familiar adecuado para el cotejo genético... Todas ellas suponen una reducción en
las posibilidades de obtención de una identificación positiva.
Si esta se consigue, los restos identificados pueden ser entregados
a la familia en un acto privado o público, con o sin participación de
las instituciones políticas. En el último periodo, la mayor implicación de las comunidades autónomas ha redundado en la promoción
de ceremonias de entrega como actos de homenaje, con una mayor
implicación social.
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
Evolución diacrónica de las exhumaciones
La exhumación de Priaranza del Bierzo del año 2000 es considerada
la primera realizada con metodología arqueológica y con participación de arqueólogos, antropólogos y un médico forense. Los inicios
de las exhumaciones de fosas fueron tímidos durante los años 2001
y 2002. Al año siguiente se incrementó a 42 fosas, muchas de ellas
individuales. El número de exhumaciones de fosas se mantuvo entre
27 y 30 en los años 2004 a 2006. En el año 2007, impulsado por el
Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, se promulgó
la denominada «Ley de Memoria Histórica»1, que estimuló que se
produjera un ascenso notable en el número de fosas exhumadas y de
víctimas recuperadas con más de 300. El periodo álgido de exhumaciones se conoció entre los años 2008 y 2012, con datos entre 60 y
90 fosas intervenidas y de 385 a 630 víctimas recuperadas al año. En
el año 2011 se publicó el protocolo de exhumaciones, que establecía
los requisitos y la metodología para llevar a cabo las mismas. Ese año
se intervino en 66 fosas con la recuperación de los restos de más de
400 personas. Durante el año 2012 se incrementó a 500 en 65 fosas.
El cambio en el gobierno se tradujo en la suspensión de las ayudas
económicas para la realización de las exhumaciones y eso supuso un
descenso drástico a 14 fosas y 55 víctimas recuperadas en 2013.
A partir del 2014, y particularmente del año 2016, las comunidades autónomas asumieron el deber de la recuperación de la memoria
histórica, con el incremento en el número de fosas y un manifiesto
aumento en el número de restos recuperados, que superaron los 600
en un año y alcanzaron los 1 000 en 2021. De hecho, desde el año
2020 se ha renovado el plan de financiación desde la Secretaría de
Estado para la Memoria Democrática con ayudas directas o a través
de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP).
También en este último periodo, se ha iniciado un proceso intenso de exhumación en cementerios en los que había el número de
víctimas es muy elevado, como Paterna (València) con más de 2 000;
Pico Reja en Sevilla, con la exhumación de más de 5 000, de los que
1 700 corresponderían a víctimas de la represión.
Desde el año 2000 han sido muchos los grupos y equipos de arqueólogos y antropólogos que se han encargado de las exhumaciones.
Entre todos ellos, hasta el año 2021, se han exhumado un total 850
fosas y se han recuperado más de 11 500 víctimas.
Difusión y divulgación. Dar a conocer
Durante las exhumaciones se ha extendido la práctica de dar a conocer a los familiares y a los visitantes los avances de la intervención en
exposiciones orales, de manera que se les hace partícipes de la propia
1
Orden PRE/2568/2011,
de 26 de septiembre, por
la que se publica el Acuerdo del Consejo de Ministros de 23 de septiembre
de 2011, por el que se
ordena la publicación en
el Boletín Oficial del Estado
del Protocolo de actuación en exhumaciones
de víctimas de la Guerra
Civil y la dictadura.
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Fosas exhumadas
100
90
80
70
60
50
40
30
20
10
2008
2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2008
2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2007
2006
2005
2004
2003
2002
2001
2000
0
Número de víctimas exhumadas
1200
1000
800
600
400
200
Evolución diacrónica
del número de fosas
intervenidas y del número
de víctimas recuperadas
entre 2000 y 2021.
2007
2006
2005
2004
2003
2002
2001
2000
0
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
de la Guerra Civil y la posguerra.
actividad. En la fosa de La Pedraja (Burgos), en los años 2010 y 2011,
se instauró el ritual por el que al final de la tarde se daban explicaciones sobre la exhumación. Cada día se congregaba más gente
interesada en escuchar. En las mismas se facilitaba la participación
del público con comentarios y aportaciones. Fueron intercambios de
información muy válida y fructífera, pero, sobre todo, una manera
de canalizar y verbalizar los sentimientos para hacerlos colectivos.
El mismo tipo de experiencia se repitió en Estépar (Burgos) o en el
cementerio de Porreres (Mallorca), en la que las explicaciones se
dieron a través de la televisión local y en directo. De esa manera,
se socializaba el proceso arqueológico.
El seguimiento y la atención de los medios de comunicación
con respecto al desarrollo de las exhumaciones han ido también en
aumento. Muy importante ha sido, asimismo, la presencia en las
exhumaciones de alumnos de los centros educativos del entorno. El
Instituto Navarro de la Memoria desarrolla un programa de Escuelas
de Memoria con la finalidad de involucrar de manera directa al alumnado en las actividades para fomentar el conocimiento histórico,
social y político de la Guerra Civil y la dictadura.
50
Explicaciones sobre el
desarrollo del proceso
de exhumación ante el público. Fosa de La Pedraja
(Burgos) (2010).
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Lourdes Herrasti Erlogorri
Conclusiones
No cabe duda que las exhumaciones han supuesto un giro en el análisis histórico de la represión contra la población civil ejercida por el
poder instaurado tras el golpe de Estado de julio de 1936.
La visión de los esqueletos solapados y amontonados en las fosas
comunes ilustra la vulneración del derecho a la vida de las víctimas,
que fueron asesinadas, como lo demuestran las lesiones por arma de
fuego.
A través del proceso de recuperación de memoria histórica y de la
aplicación de la arqueología forense sí se han conseguido otros objetivos como la propia exhumación, reducir el número de enterramientos
clandestinos, la restitución de los restos a sus familiares, así como
confirmar el relato de los hechos relativos a la represión, de los sucesos
que convirtieron a muchos ciudadanos en detenidos desaparecidos y
recuperar una memoria silenciada y oculta.
Bibliografía
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Arqueología de la represión. La arqueología forense en la exhumación de las fosas
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Alpargatas de careta ancha
Individuo 125, fosa 127. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Albert Costa. L’ETNO
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Historia de unos restos
desterrados
Queralt Solé i Barjau
DEPARTAMENT D'HISTÒRIA I ARQUEOLOGIA, UNIVERSITAT DE BARCELONA
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Historia de unos restos desterrados
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Al fracasar el golpe de Estado el julio de 1936 y estallar la guerra civil
española, enseguida se tomó conciencia de que habría muertos, a
pesar de que posiblemente pocas personas pudieron prever la cifra y
las características de estos.
La idea generalizada inicial era que las bajas se producían en el
frente, entre los soldados y milicianos, y pocos pensaban que habría
tantas a la retaguardia, consecuencia de los combates, bombardeos,
hambre, enfermedades o por la represión perpetrada. Al acabar la
guerra, ya todo el mundo era muy consciente de que habían muerto
decenas de miles de hombres (y algunas mujeres) en el frente, y que
otras decenas de miles eran civiles muertos en las retaguardias respectivas. La forma de morir entre republicanos y rebeldes no divergió
mucho, lo que fue muy diferente, fue la política practicada respeto a
las muertes y su tratamiento, la manera en la que fueron enterrados
y exhumados, y por tanto la forma de preservar su dignidad y su
recuerdo en las familias.
Para comprender el porqué y el cómo de las exhumaciones de
muertes de la Guerra Civil en pleno siglo xxi, hay que conocer cómo
cayeron estos y cómo fueron tratados en el momento de morir, tanto
durante la misma guerra como durante la dictadura. Unos muertos
que empezaron a ser exhumados muy pronto con un tratamiento
muy diferenciado entre el ejército republicano y el ejército insurrecto,
o entre el gobierno republicano y el rebelde. Diferencias que se hicieron más patentes con el establecimiento de la dictadura y la voluntad
de esta de acentuar la división entre vencedores y vencidos. Para hacerlo, un elemento importante fue, justamente, cómo eran tratados
los muertos y las víctimas en las respectivas retaguardias durante el
conflicto armado y después.
El soldado muerto en el frente
El 17 de julio de 1936, las tropas del protectorado de Marruecos se
levantaron contra el Gobierno de la República. Había comandantes
rebeldes, pero también soldados de leva que se vieron involucrados en
el golpe de Estado sin pretenderlo. A quienes intentaron oponerse,
tanto en el norte de África como partir del 19 de julio en la península, se les mató sin contemplación (Villarroya, 2009). El Gobierno
republicano, para intentar desguazar un ejército que se demostraba
en gran parte enemigo, ordenó disolver las unidades facciosas y como
ejército de la República no se reestructuró otra vez hasta octubre,
cuando se crearon las Brigadas Mixtas, en las que buscando volver a
contar con una estructura militar se sumaron las milicias de voluntarios que habían aparecido desde julio. Después de casi tres meses de
guerra, ya se preveía que esta no sería corta, y la República consideró
Página interior de la
revista LIFE, de 12 de
julio de 1937, con un
reportaje de la Guerra
Civil española. Colección
particular, València.
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Queralt Solé i Barjau
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Historia de unos restos desterrados
que necesitaba un ejército profesional. A los rebeldes, no les hizo falta
rehacer ni reestructurar ninguno de los cuerpos militares, mantuvieron los organigramas clásicos, una vez se aseguró la fidelidad de la
mayoría de militares con graduación y mando directo.
Enseguida hubo muertos. Al protectorado español de Marruecos, donde se inició el golpe de Estado, no ha sido hasta hace poco
cuando se han estudiado las fosas de los represaliados, militares y
civiles (Feria y Ramos, 2017). En la península los primeros muertos
también fueran militares y civiles que se enfrentaron al alzamiento.
En las ciudades españolas en donde hubo combates para preservar o
hacerse con el control del poder, los muertos quedaron inicialmente
extendidos en la calle y, después de los primeros días, los muertos
civiles en la retaguardia continuaron encontrándose tendidos en
parajes muy diversos: enemigos ideológicos, de clase, religiosos o
nacionales a los que se optaba por asesinar. Al cabo de un tiempo,
como se verá, la República investigó y persiguió estos hechos criminales en algunas zonas que mantenía bajo su control, mientras que
paralelamente la estructura que pretendía ser gubernamental que se
iba articulando al lado rebelde (el llamado «Gobierno de Burgos») no
solo no los perseguía, sino que los azuzaba.
En el frente empezaron a producirse las primeras bajas y muertos, a pesar de que las noticias de las bajas propias no se conocen a
la retaguardia. De hecho, incluso se intentaron esconder. En Cataluña, por ejemplo, el Comité Central de Milicias Antifascistas
estableció en la reunión del 10 de septiembre de 1936 que no podía
haber ningún traslado a la retaguardia de los caídos en combate en
el frente: «Enviar una orden a las columnas y organizaciones que
forman el Comité, porque los compañeros muertos, sea cual sea
su categoría y condición, sean enterrados en el mismo frente y por
ningún pretexto tienen que ser trasladados a otros lugares sin que
expresamente lo acuerde el Comité Central»1. La orden no debía
de ser atendida, cuando menos respecto a la miliciana Lina Ódena,
dado que el día 25 del mismo mes en otra reunión se advertía que
sus restos no tenían que llegar a Barcelona: «Comunicar al crucero
Libertad, que según la prensa lleva en Barcelona los restos de la heroica miliciana Lina Ódena, el acuerdo que tomó el Comité de que
los compañeros muertos sean enterrados en el mismo frente y que
no pueden ser trasladados sin acuerdo expreso del Comité, y advertirlo de que en caso de que el barco haya emprendido ya la ruta de
Barcelona realice la llegada y el entierro sin manifestación pública»2.
Todavía hoy en día no está claro dónde fue enterrada la miliciana3,
que enseguida fue mitificada como figura heroica, símbolo de movilización del pueblo español contra el fascismo. Aparte de esta orden
1
«Comité Central de las
Milicias Antifascistas
de Cataluña. Acuerdos
tomados en la reunión
del día 10 de septiembre
de 1936». GC-35_E001_
D011 Archivo Montserrat
Tarradellas Macià (Monasterio de Poblet).
2
«Comité Central de las
Milicias Antifascistas de
Cataluña. Acuerdos de
la reunión del 25 de septiembre del 1936». GC35_E001_D018 Archivo
Montserrat Tarradellas
Macià (Monasterio de
Poblet).
3
José Miguel Hernández
López explica en el artículo «Lina Ódena, comunista y miliciana», que no
consta su inhumación ni
al cementerio de Montjuic
de Barcelona, donde presuntamente fue enterrada,
ni se puede saber del
cementerio de Granada,
dado que los archivos
del Registro entre 1936 y
1939 fueron destruidos.
El incorformista digital,
Periódico independiente
desde el subsuelo, 25 de septiembre de 2021. https://
www.elinconformistadigital.com/2021/09/26/
lina-odena-comunista-y-miliciana-jose-miguel-hernandez/ [consulta agosto de 2022. Si no se
dice lo contrario, esta es la
fecha de consulta de todas
las webs citadas].
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Queralt Solé i Barjau
emitida por parte del Comité de Milicias Antifascistas, no se ha encontrado hasta el momento ninguna otra orden que indique cómo se
tenían que inhumar los milicianos o soldados republicanos muertos
en el frente.
Ni los diarios ni los recuerdos de quienes participaron en entierros de compañeros en el Ejército Popular no parece que remitan a
ningún tipo de orden, a pesar de que sí que se han recogido testigos
sobrecogedores de la convivencia con la muerte. Un soldado de la llamada quinta del biberón (al ser llamados a filas en 1938 tenían entre
17 y 18 años) recordaba la cantidad de caídos después de un combate
en el frente del Segre. «Eran las diez de la noche cuando nos dieron la
orden de retirada. Horroroso, monstruoso. En cinco horas, de 700
hombres —más o menos mayores— quedaban 120. No lo entendíamos. Entre muertos, heridos, prisioneros y desaparecidos habíamos
perdido 580 combatientes. ¡Aquella operación fue peor, mucho peor
que la batalla del Ebro para los componentes de la 224.ª Brigada
Mixta!» (Portella y Massamunt, 2001).
Hasta que no se empezaron a exhumar fosas de soldados republicanos ya en el siglo xxi, se desconocía cómo habían sido enterrados.
Los testigos trasladaban en los dietarios o las memorias vivencias
que transmitían desorden y adecuación a las circunstancias, como
las sepulturas que cavó Pere Tarrés, entonces un joven médico: «Los
hemos enterrado en un campo, en un peldaño del barranco. Al capitán y al sanitario y a un soldado de la quinta del 24. Los tenía a los tres
allí, tendidos. La luna les iluminaba el rostro con su pálida claridad,
que los hacía más pálidos y blancos todavía. Les he hecho una fosa
para cada uno, muy honda. Sobre las doce de la noche, los hemos
enterrado. De uno en uno los hemos colocado en la fosa, muy dignamente. La luna les ha dado el último beso. Era noche de luna llena. Y
seguidamente les han echado la tierra encima, a paladas. ¡Qué impresionante!» (Tarrés, 2004).
Las exhumaciones de soldados republicanos, que se han acontecido a lo largo de todo el Estado desde el año 2000, han permitido
corroborar estas circunstancias en las que no parece haber ninguna
orden de inhumación concreta y se observa que los entierros se adecuan a los condicionantes del mismo frente y al terreno, y a menudo
se han exhumado soldados que no fueron inhumados de forma exprés, sino que quedaron sepultados en el mismo lugar donde habían
caído muertos. Este tipo de fosas se han abierto en lugares donde
hubo combates, como en el País Vasco, en Asturias, en Extremadura,
en Cataluña, en la zona de la batalla del Ebro o a lo largo de la línea
XYZ de València, por citar algunos ejemplos (Muñoz-Encinar, 2016;
Herrasti, 2020; Ramos y Busquets, 2021).
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Historia de unos restos desterrados
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Queralt Solé i Barjau
Cartel 2.ª Conferencia
Nacional de Mujeres
Antifascistas. 29-30 y
31 de octubre de 1937.
Autor: Luis. Fuente:
España. Ministerio de
Cultura y Deporte,
Centro Documental de
la Memoria Histórica PSCARTELES, 351.
Los soldados no solo morían en el frente, también morían en los
hospitales militares, muchos de ellos habilitados en edificios como
escuelas, balnearios, conventos... para cubrir las necesidades del
conflicto. En los cementerios de las poblaciones donde estuvieron
estos hospitales, ya fueran más efímeros o más estables, también se
enterraron soldados y en el caso republicano continuamos sin haber
localizado ninguna orden que indique cómo se debía enterrar a los
muertos. Las fosas surgidas de hospitales militares que se han exhumado indican que se actuó igual que en el frente: adecuándose a las
circunstancias. En Uclés (Cuenca), en Pernafeites o en Mas de Santa
Magdalena (Tarragona) y en el Soleràs (Lleida) se ha comprobado
que a los soldados republicanos se les sepultaba en fosas colectivas,
de dos, tres o cuatro soldados y de decenas, de forma apilada, a diferencia de cómo sepultaban sus heridos y muertos los franquistas.
De la mayoría de fosas de soldados republicanos que se han exhumado no se ha podido conocer la identidad. Alguna vez se han encontrado elementos identificadores, como las pulseras con unos números
de identificación que se localizaron en varias fosas de soldados en el
País Vasco y que las investigaciones históricas permitieron conocer de
quiénes eran los restos4. O de algunas fosas de hospitales militares se
han conservado documentos de los médicos que habían atendido a los
soldados moribundos o bien listas de soldados enterrados que alguien
había ido apuntando y que durante años se han conservado en ayuntamientos, como Pradell de la Teixeta (Tarragona) (Hervàs, 2014). Una
identidad y un lugar de inhumación de los soldados republicanos desconocido por las familias que no pasó con los soldados franquistas.
Las tropas franquistas, para enterrar sus muertos, siguieron la
Orden del 22 de enero de 1937 que se emitió desde el mismo cuartel
del general Franco. «Con objeto de que los enterramientos de personal fallecido en acción de guerra o accidente se practique siguiendo
las mismas normas en todos los frentes, que faciliten la debida identificación, acrediten el respeto que es debido a los caídos en la lucha
y permitan la adopción de medidas higiénicas necesarias, deberán
tenerse en cuenta las prescripciones siguientes. [...]». Y se establecía
a lo largo de toda una página las directrices que había que seguir para
enterrar a los soldados: «El enterramiento tendrá lugar en el cementerio próximo de la ocurrencia, si este no estuviera muy alejado del
campo de batalla o lugar del accidente. En caso de que por su alejamiento o número de fallecidos se hiciera difícil de transportar a dicho
lugar, la inhumación se hará habilitando en terrenos flojos y con
algún declive, para cada cien cadáveres una parcela de 15 x 24 metros,
dividida en cien fosas numeradas correlativamente de izquierda a
derecha y de arriba abajo, conservando un croquis para señalar las
4
Exhumaciones de la
Guerra Civil en Euskadi.
Edita Gogora, Departamento de Igualdad,
justicia y políticas sociales
y Sociedad de Ciencias
Aranzadi, s/d. https://
www.gogora.euskadi.eus/
contenidos/informacion/
gogora_dokumentuak/
es_def/Exhumaciones-de-la-Guerra-Civil-en-Euskadi.pdf
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Historia de unos restos desterrados
fichas y archivarlas. En estas fosas que serán individuales y en las que
quedará el cadáver cubierto por lo menos por una capa de 0’5 metros
de tierra apisonada se colocará, una vez practicado el enterramiento,
en cada cabecera, una cruz de madera, con el brazo vertical clavado a
0’5 metros de tierra apisonada y sobresaliendo 0’3 en el cual se marcará, con pintura negra, el número de la fosa y en el horizontal, en la
cara anterior, el nombre y apellidos y en la parte posterior, el empleo,
cuerpo o calidad del causante. El cadáver se enterrará con la parte superior de la medalla de identidad reglamentaria y si careciera de dicha
medalla, se colocará entre las piernas una botella taponada dentro de
la cual irá la filiación suscinta [sic] del inhumado»5.
La orden en general se siguió: cuando las fosas de soldados franquistas empezaron a ser exhumadas en 1958 para ser trasladadas al
Valle de los Caídos, estos se encontraron alineados, muy colocados,
con botellas entre las piernas o junto a los cráneos con un papel que recogía la filiación del soldado muerto. A pesar de que el régimen ninguneó a sus combatientes, manteniéndolos inhumados en cementerios
habilitados por toda la geografía española y posteriormente trasladándolos como mercancías a peso hacia el monumento de Cuelgamuros,
las familias tuvieron la comunicación oficial del lugar donde habían
muerto sus allegados y estos en general podían haber sido identificados al ser exhumados. Hay que precisar, no obstante, que también se
han abierto fosas de soldados franquistas en las que los restos estaban
bien colocados pero no estaban identificados, como en Figuerola
d’Orcau (Lleida) (Armentano et al., 2020) o la de Abánades (Guadalajara), donde en esta última estaban justo sepultados, sin orden y sin
ningún tipo de identificación (Martínez y Alonso, 2014).
Cajas con restos exhumados y trasladados al
Valle de los Caídos, cerca
de la localidad madrileña
de San Lorenzo de El
Escorial, desde diferentes
provincias españolas,
para ser enterradas allí.
En primer plano, restos
procedentes de Castellón
de la Plana, Ávila, Alcora,
Aldeaseca y Suera 1959.
Fuente: Agencia EFE.
5
Archivo General Militar
de Àvila, L8 R122 C100.
Documento también referenciado y reproducido
en el libro de Etxebarría et
al. (2011).
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Queralt Solé i Barjau
La muerte de los civiles
No se podía prever la cantidad de muertes en la retaguardia que provocaría la guerra. Tampoco era previsible el grado de violencia que se
desató al fracasar el golpe de Estado el julio de 1936 y una vez el conflicto militar hubo finalizado. Los civiles murieron por bombardeos,
de hambre, huyendo del frente o ejecutados, con o sin consejo de guerra que los condenara. Pero, unos, al acabar la guerra, fueron velados,
honrados y permanentemente recordados. Habían ganado y había
que demostrarlo constantemente, también a través de la presencia
continua del recuerdo de los muertos, tratados de héroes y mártires.
Los otros, los que habían perdido, tuvieron que sufrir el obligado olvido de sus muertos, de los que a menudo desconocían dónde estaban
enterrados o, si lo sabían, no podían homenajearlos y llevar el luto
libremente. El culto a sus muertos por parte de los vencedores y el
consecuente desprecio hacia todos los otros fue un elemento esencial
para configurar la nueva identidad franquista.
La mayor parte de las víctimas de la retaguardia republicana
fueron enterradas en fosas comunes, entonces denominadas «cementerios clandestinos». Fue una violencia que los estudios hechos
en todo el Estado cuantifican con un total de 49 272 personas muertas (Ledesma, 2010). El papel crucial de los sindicatos obreros para
vencer a las tropas rebeldes en muchas ciudades españolas hizo que
estos se hicieran con el control del orden público y muchos vieran en
aquellos momentos de descontrol y violencia la posibilidad de hacer
la anhelada revolución. Para cambiar el mundo había que hacer tabula
rasa con el pasado y eliminar al enemigo de clase. Quemar documentos notariales significaba participar en la abolición de la propiedad,
registrada oficialmente en aquellos papeles; quemar iglesias y mobiliario eclesiástico era participar en la eliminación de un organismo, la
Iglesia, que se veía como la gran aliada del enemigo de clase, la acomodada y la explotadora en los ojos de los revolucionarios, y que a la
vez a través de las creencias religiosas ejercía un fuerte control sobre
la sociedad. Matar a religiosos y religiosas, propietarios y acomodados para algunos formaba parte de la guerra que había que librar para
que la revolución triunfara. La provincia donde más muertes en la
retaguardia se registraron fue en Madrid, con unas 10 000 víctimas
a pesar de que las cifras todavía no son definitivas (Payne, 2012),
seguida de Barcelona, con 4 713 (Solé y Villarroya, 1989). En el País
Valenciano, ha sido Vicent Gabarda (2007) quien ha estudiado las
muertes perpetradas en la retaguardia, que ha cuantificado con un
total de 5 996 víctimas.
Ya antes de que se acabara la guerra, las autoridades republicanas, en el momento en que recuperaron el control del orden público,
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Historia de unos restos desterrados
62
Cartel Bolchevismo, injusticia social, politicastros,
masones, separatismo,
F.A.I. Anónimo español.
Ca. 1938. Fuente: Biblioteca Nacional de España
persiguieron y judicializaron estos crímenes que se habían cometido
en la retaguardia. En Cataluña se creó un juzgado especial para investigar los cementerios clandestinos, se exhumaron más de 2 000 restos
y se encausaron a 200 personas (Dueñas y Solé, 2014). Finalmente,
por la evolución de la misma guerra y por enfrentamientos políticos no
se juzgó a nadie, pero las tareas de exhumación y de reconocimiento
de estas víctimas por parte de sus familiares se hizo en medio del conflicto, buscando cambiar la visión que el franquismo había dado de la
República como un gobierno descontrolado y que permitía asesinatos.
Así, para la República era importante mostrar su integridad y quería
demostrar que la justicia era independiente de cualquier poder político
evidenciando firmeza de cara a la comunidad internacional en la persecución de los crímenes de los primeros meses de la guerra.
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63
Queralt Solé i Barjau
Al acabar la guerra, las autoridades franquistas promovieron
que se exhumaran todas las víctimas de la retaguardia republicana
haciendo que, paradójicamente, actualmente no se pueda conocer a
través de exhumaciones las formas de matar y enterrar que practicaron los grupos revolucionarios más extremos en los primeros meses
del conflicto armado. El régimen controló las fosas que se abrían en
toda España a partir de 1939, y a partir de abril de 1940 a través de
la llamada «Causa General», siempre remarcando la diferencia entre vencedores y vencidos. Los segundos no tenían ningún derecho
respecto a sus muertos, los primeros los tenían todos y, si los vencidos
eran desaparecidos, no los podían ni inscribir en el Registro Civil, tal
y como recogía el BOE del 10 de agosto de 1939, cuando especificaba
que las inscripciones de desaparecidos se podían hacer «siempre que
se refieran a personas afectas al Glorioso Movimiento Nacional».
Para la dictadura no era suficiente la desaparición física del enemigo:
el hecho de no permitir la inscripción de la muerte en el Registro Civil
era como dejar la vida de aquella persona en una nebulosa de duda respecto a su misma existencia. Hay que puntualizar, no obstante, que el
régimen dictaba esta orden y facilitaba un instrumento represivo a los
vencedores que lo quisieran utilizar, pero a la vez muchas familias sí
que pudieron inscribir a sus muertos en los registros, algo que incluso
era imprescindible a pesar de las directrices del régimen, dado que
de otro modo muchas circunstancias relacionadas con herencias o
situaciones de orfandad o viudedad no hubieran podido ser resueltas.
Curiosamente, los historiadores encuentran inscripciones de soldados republicanos muertos durante la guerra en registros de defunción
del año 1939, y a la vez los vuelven a encontrar a partir del año 1976,
cuando quienes no lo habían hecho antes, se atrevieron o pudieron finalmente inscribir sus desaparecidos en el Registro sin ningún temor.
El control respecto a la gestión de los muertos fue tal por parte
del régimen que, el 4 de abril de 1940 (BOE 5 de abril), se publicó otra
orden que en este caso convertía las fosas de los «caídos por Dios y
por España» en lugares sagrados, concretamente especificaba que
«los Ayuntamientos adopten medidas que garanticen el respeto a los
lugares donde yacen enterradas las víctimas de la revolución marxista». (Saqqa, 2022). El régimen controló qué fosas se abrían, quién
las abría, los informes que se hacían y promovió que cada ayuntamiento hiciera un homenaje a estas víctimas así como que fueran
nuevamente enterradas de forma colectiva en el cementerio, bajo un
monumento que materializara la memoria de la violencia revolucionaria, mientras que paralelamente colocaba en todas las fachadas de
las iglesias de España placas con los nombres de los muertos que para
la dictadura merecían ser recordados, los de los vencedores.
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Historia de unos restos desterrados
Se glorificaba a unos y se ninguneaba y se pretendía el olvido
de los otros. En la retaguardia franquista se siguieron las órdenes de
practicar la violencia extrema desde el principio. El general Mola,
uno de los golpistas, emitió una Instrucción reservada (número 1, 25
de abril de 1936) en la que se especificaba todo lo que había que hacer
para instaurar una dictadura: «Base 1ª. La conquista del poder ha de
efectuarse aprovechando el primer momento favorable y a ella han
de contribuir las Fuerzas Armadas, conjuntamente con las aportaciones que en hombres y elementos de todas clases faciliten los grupos
políticos, sociedades e individuos aislados que no pertenezcan a
partidos, sectas y sindicatos que reciben inspiraciones del extranjero:
socialistas, masones, anarquistas, comunistas, etc. Base 2ª. [...] Se
tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para
reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado.
Desde luego serán encarcelados todos los directivos de los partidos
políticos, sociedades o sindicatos no afectos al movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular
los movimientos de rebeldía o huelgas. Conquistado el poder, se
instaurará una dictadura militar que tenga por misión inmediata
restablecer el orden público, imponer el imperio de la ley y reforzar
convenientemente al ejército, para consolidar la situación de hecho
que pasará a ser de derecho».
Pero la aplicación de la violencia extrema no solo se llevó a cabo
durante la guerra, esta continuó en la posguerra. Ya no había retaguardias y todo estaba bajo dominio de la dictadura, un régimen totalitario
64
Cortejo fúnebre para el
traslado de las personas
asesinadas en Paracuellos
del Jarama en noviembre
de 1936. El homenaje fue
acompañado de honores
póstumos y desfile militar.
Febrero de 1940.
Fuente: Agencia EFE /
Foto: Hermes Pato.
[page-n-66]
65
Queralt Solé i Barjau
Fotografías de la plaza de
toros de València, como
centro de clasificación de
soldados republicanos,
tras la ocupación de la
ciudad de València por
las tropas sublevadas
franquistas en abril de
1939. Fuente: Biblioteca
Nacional de España
que lo quería controlar todo, también quién tenía que vivir y quién tenía que morir, y cómo. Con la guerra acabada, a partir del 1 de abril de
1939, hubieron pocos asesinatos y la mayoría de las muertes se hicieron pasar por la vía de la justicia militar o con la aplicación de la ley de
fugas (Fernández, 2021). Mientras los vencedores exhumaban fosas
comunes y alababan a sus muertos con homenajes efímeros y monumentos permanentes, los perdedores no podían saber dónde estaban
sus muertos y además continuaban sufriendo «acción en extremo
[page-n-67]
Historia de unos restos desterrados
violenta», dado que a partir de los juicios sumarísimos se condenaban
a hombres y a mujeres a años de prisión o a la pena de muerte. Y en
muchas ocasiones el castigo continuaba siendo no poder ir a llorar al
familiar fusilado.
En todas las capitales de provincia de España se ejecutaron penados a la condena máxima, y en todas partes el funcionamiento fue
parecido: juicios con múltiples acusados que duraban solo unas horas
y en los que se condenaba a años de prisión o pena máxima sin ninguna garantía jurídica. De hecho, tergiversando el principio jurídico
de presunción de inocencia, el acusado era culpable de entrada, y si
acaso, tenía que demostrar su inocencia. Los condenados a muerte
esperaban el «enterado» del dictador y, cuando este llegaba, se establecía un día para la ejecución. No se avisaba a las familias, ni de
cuando era fusilado su familiar ni de dónde era enterrado. Normalmente las víctimas eran inhumadas en los cementerios de la capital
de provincia, aunque no siempre, como pasó con el cementerio de
Paterna, y se inhumaban en fosas colectivas en las que era imposible
individualizar al muerto. Para los familiares de las víctimas, el castigo
era múltiple: la incertidumbre de la situación, antes no sabían que
habían sido fusilados; el desconocimiento de dónde eran enterrados
y, una vez sabían en qué cementerio habían sido trasladados, la imposibilidad de individualizar un lugar para llevar el luto. La dictadura
quiso controlar la vida, la muerte, el recuerdo y el dolor de los vencidos y, desgraciadamente, no ha sido hasta el siglo xxi cuando se ha
podido empezar a romper con esta herencia impuesta.
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Caja de cerillas de Vicente Ortí Garrigues
Fosa 111. Paterna. Donación Familia Ortí
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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Esta arqueología será la
tumba del fascismo, o no será.
Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología
comunitaria en las fosas
comunes del franquismo
Xurxo M. Ayán Vila
INSTITUTO DE HISTÓRIA CONTEMPORÂNEA, UNIVERSIDADE NOVA DE LISBOA
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Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
«Los cementerios constituyen la mejor forma de destruir pruebas.
Enterrar en el cementerio garantiza que los muertos acabarán
sellados por otros muertos; los represaliados, mezclados con
indigentes y suicidas; las fosas, deshechas o desfiguradas. Quienes
excavan hoy estas fosas endiabladas lo saben bien.
Las cunetas son memoria de la violencia política en la guerra.
Pero para entender la verdadera naturaleza de la represión franquista, también hay que buscar en los cementerios.»
Alfredo González-Ruibal (2022)
Las exhumaciones en los cementerios de Paterna, Málaga o Sevilla
son la prueba palpable de dos rasgos definitorios de la represión
franquista en el centro-sur peninsular: una eliminación del oponente
político que se lleva a cabo a escala prácticamente industrial, fundamentando aquellas aproximaciones historiográficas que defienden
la idea de un verdadero exterminio y, en segundo lugar, su proyección a lo largo de la posguerra, coadyuvando a defender la idea de la
continuación de una guerra irregular hasta comienzos de la década
de 1950. A su vez, estas fosas endiabladas de los grandes cementerios
urbanos, en Andalucía y la Comunitat Valenciana, obedecen a un
contexto sociopolítico determinado que facilita estos trabajos, con
gobiernos autonómicos volcados en la tarea, con grandes asociaciones memorialistas y con equipos de profesionales bregados durante
años en la exhumación de represaliados del franquismo.
Cuando las organizadoras de esta exposición me propusieron
escribir este texto, con la intención de reflexionar sobre la vertiente
comunitaria de esta arqueología llevada a cabo en camposantos,
decidí abordarlo a partir de nuestra experiencia en otro contexto muy
alejado de esa realidad, como es el de la Galicia interior. Es cierto que
podría valorar el trabajo hecho por nuestro equipo en cementerios
asociados a campos de concentración como Castuera (Badajoz), o en
los frentes de guerra de la Alcarria o el Ebro, pero creo que la investigación desarrollada a escala micro, en un marco rural como el gallego, de pequeñas fosas en cementerios de comunidades campesinas,
nos permite exhumar todas aquellas variables que condicionan llevar
a cabo una arqueología comunitaria en los lugares de memoria de
la violencia política instigada por el fascismo. Una arqueología más
necesaria que nunca, en nuestro caso, ante la ausencia de una política
pública de memoria por parte del gobierno autonómico gallego desde
el año 2009.
En el año 2007 comencé a investigar el combate que tuvo lugar
en Repil, al lado de mi aldea materna (Cereixa, A Pobra do Brollón,
Lugo) el 20 de abril de 1949, entre la Guardia Civil y un destacamento
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Xurxo M. Ayán Vila
guerrillero. Varios vecinos y vecinas de Cereixa, enlaces de la guerrilla, fueron juzgados y sufrieron penas de cárcel. Tiempo después,
cuando empezamos las excavaciones arqueológicas en Repil, en
2016, solo entonces, empecé a conocer el alcance de la represión
franquista en el paisaje de mi infancia. Yo, historiador, tuve que cumplir los cuarenta años de edad para enterarme de que en los cementerios de todas las parroquias colindantes con Cereixa (Fornelas,
Abrence, Castroncelos, Saa) había republicanos enterrados como
alimañas en fosas comunes. La estrategia de invisibilización y la
pedagogía de la sangre del fascismo, aparentemente, habían triunfado. Esas fosas no se veían, y esos muertos, deshumanizados, no
existían. Pero sí perduraba su recuerdo en la memoria traumática de
estas comunidades rurales. Con cuarenta años de edad me di cuenta
que había sido criado en medio de un paisaje ausente, de naturaleza
política, marcado por comunidades de muertos dejados intencionalmente al margen de las comunidades de vivos. Un paisaje que, a
pesar de ello, podía ser exhumado desde la arqueología.
Solo un metro más
Los hermanos José y Ricardo García Moral residían en la parroquia de
Montefurado (Quiroga, Lugo) cuando fueron detenidos por pistoleros fascistas el 6 de septiembre de 1936. Tras un interrogatorio en el
cuartel de Falange, los dos hermanos fueron introducidos en el tren
mixto que, desde la estación de Montefurado, se dirigía a Monforte de
Lemos. Los falangistas obligaron a los presos a bajarse en la estación
de A Pobra do Brollón. Después los acribillaron a tiros. José recibió
tres impactos de bala. Ricardo, cuatro. Los dos cadáveres aparecieron
en la carretera a Quiroga, frente a la casa de un tal Bernardino. En el
paraje de A Chá de Castroncelos tuvo lugar la inspección ocular por
parte del juez y del médico. No deja de ser curioso que eso, al menos,
ocurriese en los inicios del franquismo y sea algo imposible en la
España de hoy. Ningún juez ni ninguna jueza se persona en una fosa
común de víctimas del franquismo. De ahí, los cadáveres fueron llevados en un carro de bueyes (el gran icono de la represión en Galicia)
al atrio de la iglesia de Santiago de Castroncelos. Allí fueron enterrados los dos juntos, como se describe en el procedimiento militar: «al
lado noroeste de la iglesia en una fosa abierta, arrimada al muro de
tal Iglesia por el referido (y a cuatro metros de distancia de la esquina)
lado noroeste, cuya sepultura tendría de fondo metro y medio y dos de
largo, juntos sin ataúd y con las cabezas hacia el repetido noroeste».
En julio de 2018, Pepe Ogando, nieto de una de las víctimas, solicitó ayuda a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) con vistas a exhumar los restos de sus seres queridos.
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Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
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Pepe se lo había prometido a su madre y su abuela. Según testimonios
orales, los dos hermanos se encuentran debajo del altar de la iglesia.
¿Cómo es eso posible? Pues porque décadas después un cura párroco
decidió tumbar la iglesia antigua y construir una nueva, en un estilo
entre kitsch y gore, y por encima, mal orientada, de norte a sur y no
de este a oeste. Esta obra demencial cambió la fisonomía del lugar,
restando validez a las indicaciones suministradas en el documento
anterior.
Pepe Ogando nos muestra durante la exhumación
de Castroncelos una foto
familiar en su tableta. Las
mujeres fueron las que
mantuvieron la memoria
de la represión en la
casa de su abuela en
Montefurado.
Este intento por recuperar los cuerpos de estos represaliados no
partió de los vecinos de Castroncelos. Ninguna exhumación reciente
ha surgido de la propia comunidad local. Siempre ha sido promocionada por entidades alóctonas, asociaciones memorialistas y apoyada
por ciudadanos comprometidos políticamente con esta causa. La
brutal represión, la propaganda franquista, la imposición del paisaje
de los vencedores de la guerra, la emigración por motivos políticos, el
control caciquil por parte de la nueva élite que usurpó el poder local
son factores que ayudan a explicar por qué las comunidades rurales
asumieron el silencio y la inacción como estrategias de supervivencia.
A pesar de ello, la cultura de la muerte en el espacio rural gallego tiene
el peso suficiente dentro de la economía moral campesina para que
exista una necesidad colectiva de reparación a esas víctimas. Las fosas
son cicatrices abiertas en el ethos comunitario. Aunque la derecha gallega oficialmente obvia la Ley de Memoria de 2007, desde entonces,
los medios de comunicación afines, por el contrario, han hecho seguimiento y divulgado con respeto las exhumaciones realizadas desde
entonces. Pero solo eso. Esta exhumación de Castroncelos ejemplifica
perfectamente cómo se desarrolla una arqueología activista en este
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Xurxo M. Ayán Vila
peculiar contexto sociopolítico. Ésta no se podría llevar a cabo sin un
ciudadano como Rafael Castillo, secretario del ayuntamiento de A
Pobra do Brollón, nieto del alcalde republicano fusilado en 1938. Su
implicación es fundamental para que esta investigación se realice.
Tampoco sería lo mismo sin el apoyo simbólico del gobierno municipal, en este caso del Bloque Nacionalista Galego, que lleva años
impulsando acciones para dignificar a las víctimas del franquismo.
Del mismo modo que nuestros colegas valencianos de ArqueoAntro llegaron a organizar fiestas con bandas-tributo heavy para hacer
frente a los análisis de ADN para identificar a los combatientes de la
Guerra Civil exhumados en las sierras de Castelló, en nuestro caso
vendimos vino y camisetas del proyecto arqueológico del castro de
San Lourenzo por las ferias para poder pagar la pala mecánica. A su
vez, el equipo de la ARMH que participa en esta investigación se nutre también de voluntarios extranjeros. Un alumno californiano de la
Duke University vino aquí a hacer el trabajo que no hacen las universidades españolas. Significarse en España no augura nada bueno en el
cursus honorum de un aspirante a académico. Mientras la televisión pública gallega no ha cubierto una sola exhumación hasta el momento,
a Castroncelos llegó el equipo de la productora española Newtral con
Ana Pastor a la cabeza para grabar una pieza sobre la recuperación
de la memoria histórica. Además de ella, acudieron a la cita otros dos
profesionales del audiovisual que trabajan para la cadena estadounidense HBO. Estaban grabando, a su vez, un documental sobre los
crímenes del franquismo. A pesar de que sabían que esta exhumación
no era nada agradecida, que era muy compleja y con apenas margen
de éxito, estos y estas profesionales reconocieron algo que venimos
defendiendo desde nuestro equipo de trabajo: los procesos que se
activan cuando excavamos son más importantes e interesantes que
los propios resultados de la investigación.
En cuanto a los vecinos, nos encontramos con una comunidad
dividida. La gente mayor que quiso colaborar, más que nada por
relaciones de parentesco, y que guardaba la memoria de los hechos,
no quiso hablar en público ni personarse en el lugar. Hubo que ir a sus
casas a recabar esa información. Aquí contamos con el capital simbólico y la ayuda inestimable de la vecina y escritora Olga Novo (Premio
Nacional de Poesía). Contactó con las mujeres mayores que mandan
en el templo y alrededores, se hizo con la llave de la iglesia para dejar
acceder a los periodistas, convenció a ancianos del lugar para que
aportasen su testimonio y conminó al cura párroco para continuar
con los trabajos en el futuro. Otra mujer, Carmen García-Rodeja
(ARMH) acudió también al rescate. Atender a los familiares de las víctimas durante la exhumación es fundamental. Aquello es un carrusel
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Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
de emociones, de frustraciones y esperanzas que se suceden tras cada
palada de tierra. Después experimentamos la indiferencia de la mayoría y de un sector que no estaba de acuerdo con «andar removiendo los
muertos». Incluso hubo algunos que se quejaron y achacaban a nuestras zanjas valorativas la supuesta aparición de grietas en una de las
paredes de la iglesia. Les preocupaban más las viejas cicatrices de los
muros que las fosas que pisaban cada domingo.
La ausencia del Estado se cubrió en Castroncelos con la colaboración de vecinas, voluntarias y arqueólogas militantes de la memoria. Muchos colegas defienden la idea de que la sociedad no debe de
marcar la agenda arqueológica. En estas situaciones todo es diferente. Pepe Ogando nos pidió que intentásemos de nuevo abrir más
área en la zona sondeada hace dos años. Cuando consideramos que
aquello estaba agotado, le indicamos al palista, al Pulga, que lo dejase.
En ese momento, con los ojos vidriosos, Pepe se acercó y nos pidió
que, por favor, abriésemos medio metro más, «solo medio metro
más, por favor». Se nos cayó el alma a los pies. Una vez más, la tradición oral se había confirmado. El cambio de orientación de la planta
de la iglesia en la postguerra hizo que los cuerpos de los hermanos
García Moral quedasen (si es que quedan) en un recoveco cerca del
altar mayor, dentro del nuevo templo. Es muy duro quedarse a centímetros de la verdad.
74
Apertura de zanja valorativa en el atrio de la iglesia
de Castroncelos, al pie del
monolito en recuerdo a los
hermanos García Moral.
A pie de cata, familiares,
periodistas, voluntarios y
arqueólogos.
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Xurxo M. Ayán Vila
Al pie de la famosa pared agrietada, en 2016 se colocó una placa
conmemorativa en homenaje a los hermanos García Moral para
preservar su memoria. Hasta el momento no ha sido vandalizada.
Aquí, a este lugar de memoria, la escritora Olga Novo, trajo en hora
lectiva a su alumnado del instituto público A Pinguela de Monforte
de Lemos. Contra la pedagogía del terror, pedagogía del amor. Una
actividad didáctica pionera en Galicia, algo excepcional que, por sí
solo, indica la anormalidad democrática instalada en nuestro país.
Clase impartida en el atrio
de la iglesia de Castroncelos por la profesora y
escritora Olga Novo al
alumnado del I.E.S. de A
Pinguela (Monforte de
Lemos).
El verano en el que mataron el Invierno
De Castroncelos nos trasladamos en ese mismo mes de julio de 2018
a la vecina parroquia de Saa para intentar exhumar los restos de Jesús
Casas, alias O’Inverno, vecino de Eirexalba. Su nieta Isabel, residente
en Nueva York, llevaba años dejando flores en el paraje donde fue
asesinado su abuelo el 6 de agosto de 1936, cerca del Alto de Santa Lucía. Tras llamar a muchas puertas, sin éxito, Isabel solicitó ayuda a la
ARMH para encontrarlo. Tanto Saa como Eirexalba son lugares con
un pasado traumático que condiciona el presente. En Saa varias familias tuvieron un papel destacado en la Falange local y en Eirexalba
se formó el principal grupo de pistoleros que sembró el terror en la
comarca, la autodenominada Escuadra Negra de Eirexalba. Todavía
en 1944, en un periódico local de Sarria, ante la implantación de la
guerrilla antifranquista, se recordaba a la población civil: «¡Aviso a
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Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
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navegantes. Cuidado con la Escuadra Negra!» Su extrema crueldad y
sus continuos atropellos llevaron incluso a las autoridades golpistas
a condenar a pena de muerte a sus líderes (Ermida, 2017).
Para desembarcar en este contexto tan delicado, decidimos
organizar con el secretario del ayuntamiento una reunión previa
con los vecinos en el local social para recabar información y explicar el proyecto. La convocatoria no tuvo mucho éxito y, como en el
caso de Castroncelos, contamos con la colaboración de familiares
de gente mayor que nos abrieron la puerta de sus casas. Durante
la exhumación apenas recibimos visitas. Una muy especial fue la
del cura párroco que se desplazó ex profeso para conocer en persona
al director de la exhumación (o sea yo). El permiso por escrito del
Obispado de Lugo daba autorización a los trabajos siempre y cuando
se mantuviese la «buena sintonía» con los vecinos y «no afectase a
la convivencia» dentro de la parroquia. Como podemos apreciar,
esta exhumación rompía con el silencio impuesto durante décadas y
levantaba ampollas en un determinado sector de la comunidad local
que nos acusaba, de nuevo, de alterar el descanso de los muertos y de
remover las heridas del pasado.
Al tener en cuenta la tradición oral y la documentación disponible,
contábamos con tres posibles ubicaciones de la fosa de O’Inverno. Una
de ellas se encontraba en el cementerio viejo. Este espacio, delimitado
Los asesinos de Jesús Casas: la Escuadra Negra de
Eirexalba (Ermida, 2017).
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Xurxo M. Ayán Vila
por un muro de mampostería de esquisto, está ocupado por un vertedero ilegal. Somieres, ollas, colchones, zapatos y escombro colmataban el interior, sobre todo la parte más cercana al camino, desde la
que se descarga basura con facilidad. Los que bramaban por el pueblo,
diciendo que los arqueólogos no dejamos a los muertos descansar
en paz, son los mismos que llenan de mierda el cementerio en donde
reposan sus antepasados.
O’Inverno estaba afiliado a la CNT. Volvió de Cuba con ideas progresistas y estaba especialmente dotado para la oratoria. Con la victoria del Frente Popular destacó por los mítines que daba por tierras
de O Incio y por oponerse a la privatización del monte comunal de su
parroquia. Según la justicia fascista «por el terror obligaba a la mayoría de los vecinos de la parroquia a compartir sus ideas destructoras».
Cuando los militares se sublevan el 18 de julio de 1936, los republicanos de O Incio y de A Pobra do Brollón se organizan para cortar
carreteras, requisar armas y parar el avance de las tropas sublevadas.
Cuando la situación se hace desesperada, O’Inverno huye y se escapa
a la montaña, refugiándose en la casa de unos parientes en la aldea
de Covadelas. Alguien lo delata, y el 6 de agosto de 1936 la Escuadra
Negra de su pueblo, Eirexalba, llega a Saa a las cinco de la tarde.
La gente mayor recuerda perfectamente lo ocurrido, que se certifica con la documentación oficial. Así nos lo contó O’Cachete, vecino
nonagenario de Saa, ya fallecido: «Vinieron unos hombres desconocidos, decían que de la parte de Sarria, falangistas. Llegaron a Covadelas
y el Inverno estaba desayunando con los dueños de la casa: “¡Vámonos, que éste ya ha comido y bebido bastante!”. Y lo llevaron a Saa,
moliéndolo a palos por el camino. Uno decía: “Mira qué patas más
gordas tiene este conejo”, y le arreaban con los mosquetones en las
canillas. Llevaba unos pantalones cortos, hacía mucho calor. Iba todo
ensangrentado, cayéndose a cada paso, con las manos atadas. Los falangistas no lo llevaron por la carretera, sino que torcieron por el pueblo [Pousa] a la vista de todos. En aquella piedra una vecina les pidió
que no le pegasen, que le quería dar un vaso de agua: “No señora, este
ya bebió bastante, ya beberá allí arriba”. Cogieron el camino al alto
de Santa Lucía, y al llegar a O Poste, a la altura del pinar de O’Xexo le
dieron a elegir cómo morir, si de culo o de frente, y él eligió de culo,
mirando hacia el norte, hacia donde estaba su aldea de Eirexalba. Lo
aperrillaron allí mismo. El cadáver quedó de bruces sobre el camino. Se
avisó al pedáneo y dos hombres fueron a la iglesia a coger las andas de
la Virgen, y así lo trajeron. Al día siguiente llegó su viuda con dos niñas
pequeñas, dos de las hijas de O’Inverno».
El relato del martirio de este hombre se fue modelando en el
imaginario colectivo tomando como referencia el suplicio de Cristo.
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y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
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A la izquierda, Carlos,
nuestro cantero. A la
derecha, Carlos, minero
jubilado, voluntario de la
ARMH. Ambos son nietos
de represaliados. Posan
en una de las posibles
ubicaciones de la fosa de
O’Inverno, que finalmente
fue desestimada tras la
excavación.
La narración popular, tan descriptiva a la hora de abordar el destino
trágico de nuestro hombre, no llega a concretar su lugar de enterramiento. La tradición sitúa la fosa de O’Inverno justo a la entrada del
atrio, a la izquierda de la escalinata, en un recoveco cuadrangular pegado al muro. Durante décadas se utilizó este espacio para lanzar los
cohetes el día de la fiesta, precisamente en el mes de agosto. Incluso
algunos entrevistados nos cuentan que aparecían ramos de flores en
ese preciso lugar. El sondeo practicado aquí dio resultados negativos,
lo mismo que la zanja practicada en el cementerio viejo. Finalmente,
comprobamos que la ubicación original de la fosa se correspondía
con lo apuntado en la diligencia municipal: «Acto continuo y en el
cementerio de la parroquia de Saá se dio sepultura al cadáver autopsiado en una fosa abierta en el mismo pegada a la pared del lado sur y
a seis metros de distancia de la del lado oeste. Doy fe». En este mismo
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Xurxo M. Ayán Vila
punto, nichos recientes han destruido los restos ubicados en el subsuelo. En otros sitios ha permanecido el recuerdo de las víctimas, y
la tradición prohibía enterrar o reformar esos espacios. En este caso
no fue así. Hasta el punto que O’Inverno descansaba debajo del nicho
de familias que contaron con falangistas en su seno. Y aquí se cierra
el círculo dramático de un hombre que murió por sus ideas. Su nieta
Isabel todavía recibe amenazas anónimas en Eirexalba por querer
saber qué fue de su abuelo.
Nichos recientes en el
atrio de la iglesia de Saa
que destruyeron la fosa
de O’Inverno.
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Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
El tiempo se paró en el Decimal
El amor en los tiempos de la cólera. A pesar del miedo, de la guerra
y de los escuadrones de la muerte, la juventud (y leña verde todo es
humo) intentaba disfrutar de los últimos días de aquel verano trágico.
El chaval salió perfumado de Piño, sobre el valle del río Teixugo, en
dirección a Fornelas. En la fiesta del pueblo, un mes antes, había bailado con ella. Desde entonces, la pretendía. Como se dice por estos
lares, «iba a pretender a Fornelas». Aquella noche de septiembre, el
pretendiente se encontró con algo sorprendente. Una camioneta con
los faros encendidos y el motor en marcha, vibraba, quieta, sobre la
cuneta de la carretera. Se escuchaban gritos e insultos que procedían
de la parte trasera. El pretendiente, asustado, se escondió detrás de
unos arbustos, a escasos metros de la escena. Esa parcela se conoce
de siempre con el nombre de A Bernarda, pero la modernidad instauró un nuevo concepto: el punto kilométrico. El PK al que los paisanos rebautizaron como O’Decimal. Ahora las carreteras formaban
parte de toda una cartografía del terror.
El tiempo se paró en El Decimal. El pretendiente lo vio todo.
Unos tipos armados, con brazalete de la Falange, obligaban a bajar
de la camioneta a dos señores con las manos atadas a la espalda.
Uno de ellos, fornido y de más edad, consiguió zafarse de uno de
los falangistas, llegando incluso a desarmarlo. Ante la reacción del
prisionero, el conductor de la camioneta se le acercó por la espalda
y le propinó un golpe en la cabeza con la manivela de arranque del
motor. Después llegaron los disparos. El pretendiente no daba
crédito. Se mordía los labios abortando los gritos que se agolpaban
en la garganta. Unos minutos después, la camioneta bramaba por la
cuesta de la carretera a Nadela. Después…, el silencio.
Este es el relato transmitido de generación en generación en la
parroquia de Fornelas sobre lo acaecido el 7 de septiembre de 1936
cuando los fascistas asesinaron al socialista Gervasio González
y a un desconocido. La nieta de Gervasio, María José, acudió a la
ARMH y solicitó ayuda para intentar encontrar la fosa de su abuelo
en el cementerio de Fornelas. A diferencia de los casos vecinos de
Saa y Castroncelos, y a pesar de la crisis pandémica de la COVID-19,
la comunidad local se volcó en la exhumación realizada en agosto
de 2020. En aquellas parroquias vecinas, los asesinos eran personas
que venían de otros ayuntamientos, si bien en el caso de Fornelas se
daba un rasgo diferencial: un vecino participó directamente en la
ejecución. Una persona conflictiva que, más adelante, mató a otro
hombre en una discusión de lindes con un certero golpe de azada
en la cabeza. Paradójicamente, este colaborador de los pistoleros
fascistas acabó recluido en una cárcel franquista. Esta circunstancia,
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81
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que un miembro de la comunidad estuviese implicado en ese evento
tan abyecto, era sentido como una mancha colectiva, una deuda en la
historia reciente de Fornelas. La necesidad de curar esa herida creo
que ayuda a explicar el papel jugado por los vecinos y las vecinas de
esta localidad en la exhumación.
Vecinos de Fornelas aportan información a la nieta
de Gervasio, María José,
en la exhumación en el
cementerio parroquial.
En la excavación comprobamos que la fosa de Gervasio había
sido destruida por enterramientos posteriores, sobre todo por un
nicho construido por un emigrante retornado de Cuba. Mientras
Gervasio quedó durante décadas enterrado como una alimaña, el
médico fascista de Fornelas y alcalde franquista de A Pobra de Brollón
reposa en el mayor mausoleo del cementerio. El vecino que colaboró
en su asesinato descansa dignamente en un nicho lateral. La excavación arqueológica evidenció de manera gráfica toda esta historia
traumática, sirvió de terapia colectiva y de recurso didáctico para las
nuevas generaciones. Eso sí, el apoyo unánime de la gente de Fornelas
pasó también por omitir el nombre del vecino colaboracionista. Sus
descendientes forman parte del pueblo y no tienen por qué correr con
las culpas del abuelo. Nuestra magnífica relación con Fornelas a raíz
de esta exhumación nos llevó a plantear, en este verano de 2022, un
proyecto en un yacimiento prehistórico conocido como A Muradella.
La jornada de puertas abiertas, del 30 de julio de 2022, tuvo su gran
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Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
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colofón en el interior de la iglesia parroquial en donde nuestras antropólogas forenses Márcia Hattóri y Candela Martínez explicaron
los pormenores de la exhumación de 2020 y la investigación posterior. No cabía un alma en el templo. Ochenta vecinos, toda la parroquia, se reencontraban con su pasado y cauterizaban las cicatrices de
aquella herida de 1936.
Jornadas de puertas
abiertas en la iglesia de
Fornelas (30 de julio
de 2022). Las antropólogas Márcia y Candela
explican a la parroquia la
exhumación de 2020.
[page-n-84]
83
Xurxo M. Ayán Vila
Coda
Como señaló Alfredo González en la cita introductoria de este texto,
los cementerios son entes vivos que crecen y hacen desaparecer definitivamente a los desaparecidos y las desaparecidas del franquismo. El
tiempo juega a favor de un fascismo que planificó con determinación
tanto la eliminación física del oponente político (esto se ve muy bien
en Paterna) como la progresiva desmaterialización de esas fosas y esos
cuerpos. En este sentido, las tres exhumaciones que abordamos en
este texto, comparten tres grandes rasgos comunes. En todas ellas,
los medios de comunicación regalaron titulares del estilo; «exhumaciones fallidas; los arqueólogos fracasan; acaban los trabajos sin
éxito». Cierto es que no pudimos encontrar a José, a Ricardo, a Jesús
ni a Gervasio, pero sus nombres han vuelto al espacio público, sus
nietos (Pepe, Isabel, María José) se han sentido amparados y hemos
contribuido desde esta arqueología activista y heroica a intentar
repararlos. En segundo lugar, son intervenciones propias de una
etnoarqueología de urgencia, de una práctica científica que ha llegado
tarde, pero con el tiempo suficiente para registrar el testimonio de
hombres y mujeres octogenarios y nonagenarios que, como O’Cachete
de Saa, o Ramón d’A Severa, de Piñeiros (Castroncelos), nos han
dejado en estos últimos tres años. Recoger esta memoria oral es
fundamental para revertir el proceso de invisibilización y romper el
silencio impuesto sobre las tumbas del fascismo. Y, en tercer lugar,
estas tres exhumaciones señalan la necesidad de perseverar en una
arqueología comunitaria, aunque ésta se desenvuelva en contextos
incómodos y parcialmente hostiles. Excavar en la verdad es un arma
poderosa, ya que desmonta el relato hegemónico de los vencedores
de la guerra y pone a disposición de las comunidades la materialidad,
las pruebas de los crímenes del franquismo. Otra cosa bien diferente
es que se quieran reconocer esos vestigios. El proceso de apertura y
divulgación de estas fosas endiabladas, aparezcan o no los represaliados, interpela directamente a estas pequeñas poblaciones rurales
del presente sobre su pasado reciente. En mi opinión, esta arqueología comunitaria, valiente y siempre abierta a la polémica, no fracasa
nunca, ya que alcanza valiosas victorias simbólicas, como el hito monumental en recuerdo a los hermanos García Moral en el cementerio
de Castroncelos, el impacto mediático que supuso la recuperación de
la figura de O’Inverno y la identificación de sus asesinos, o la catártica
jornada de memoria en Fornelas con la asistencia de la comunidad al
completo. Gracias al esfuerzo de voluntarias, vecinas y profesionales de las ciencias sociales y las humanidades José, Ricardo, Jesús y
Gervasio han regresado de su comunidad de muertos a la comunidad
de los vivos. Nuestros colegas valencianos lucharán para que ocurra
[page-n-85]
Esta arqueología será la tumba del fascismo, o no será. Sobre el papel que puede
y debe jugar la arqueología comunitaria en las fosas comunes del franquismo
84
lo mismo con los miles de compatriotas zapateados en las cuadrículas
del cementerio de Paterna.
Esta exposición es un hito más en este camino que, en muchos
sitios, se ha abierto, hasta hace nada, sin ninguna ayuda del Estado.
Restitución del suelo original tras los trabajos de
exhumación. Voluntarias
del campo de trabajo del
castro de San Lourenzo
(2020) esparcen semillas
para regenerar el césped
en el cementerio de Fornelas. Semillas de futuro.
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85
Xurxo M. Ayán Vila
Bibliografía
Ermida Meilán, X. R. (2017) (2017). «Para nós o matar é unha honra: as escuadras negras de Falanxe». En X. R. Ermida Meilán, Fernández Fernández,
E., X. C. Garrido Couceiro y D. Pereira González (coords.), Os nomes do
terror. Galiza 1936: os verdugos que nunca existiron (pp. 63-80). Sermos Galiza.
González Ruibal, A. (11 de septiembre de 2022). «Las grandes fosas de la Guerra
Civil no están en las cunetas». Público. https://blogs.publico.es/dominiopublico/47529/las-grandes-fosas-de-la-guerra-civil-no-estan-en-las-cunetas/
[page-n-87]
ANTROP
[page-n-88]
87
POLOGÍA
91
¿Dónde habita la memoria?
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
113
Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
Zira Box Varela
127
Pasado, presente y futuro de los objetos
de las fosas comunes
Aitzpea Leizaola
145
Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones
contemporáneo: posibilidades y tensiones en las luchas
por la(s) memoria(s)
María Laura Martín-Chiappe
[page-n-89]
88
Tarjetas postales enviadas por Francisco Sanz Herráez
desde la cárcel a los familiares
Fosa 127. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Albert Costa. L’ETNO
[page-n-90]
89
Gafas, lápiz y sellos
Individuo 124, fosa 115; individuo 99, fosa 127. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Albert Costa. L’ETNO
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Jersey de punto, con corbatín del mismo tejido,
de Francisco Peiró Roger
Fosa 111. Paterna. Donación Familia Peiró
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Albert Costa. L’ETNO
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91
¿Dónde habita la memoria?
Maria-José García Hernandorena
e Isabel Gadea i Peiró
COMISARIAS DE LA EXPOSICIÓN «2.238. EL CEMENTERI DE PATERNA:
LLOC DE PERPETRACIÓ I MEMÒRIA»
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92
¿Dónde habita la memoria?
¿Dónde habita la memoria? O más concretamente: ¿dónde está y ha
estado la memoria de la represión franquista? Esas cuestiones son
el eje que guía el discurso de la exposición: «2.238. El cementeri de
Paterna: lloc de perpetració i memòria». Basándonos en una investigación etnográfica y tomando como estudio de caso el cementerio
de Paterna y las más de cien fosas comunes que allí se han localizado,
este espacio se nos presenta como ejemplar y paradigmático para
responder estos interrogantes1.
Dentro de ese marco, esta propuesta expositiva se nos ofrece
como herramienta fundamental para comprender el porqué de la
eclosión de una serie de reclamaciones contemporáneas de una
parte de la sociedad valenciana, las de aquellas personas que lo
perdieron todo una vez acabada la contienda española a causa de
la represión por sus ideas políticas. Lo perdieron todo, pero lo que
no perdieron nunca fue su memoria. A pesar de los esfuerzos de la
dictadura para enterrar, física y simbólicamente, todo aquello que
desafiaba su legitimidad, un hilo, fortalecido generación tras generación, ha mantenido la memoria y le ha dado continuidad a través
del tiempo.
Tres son los espacios donde podemos encontrar la memoria de
la represión franquista asociada al cementerio de Paterna: el propio
cementerio, las fosas comunes y las casas de los represaliados. Pero
además de estas marcas territoriales, la cultura material asociada a la
represión, los objetos, acontecen agentes movilizadores de procesos
memorísticos, con voces capaces de incidir en la realidad individual
y social (Bustamante, 2014). Así, y siguiendo con esta autora, mientras que a los lugares de memoria estos procesos se encontrarían
dentro de ellos, los objetos serían activadores y las acciones y las
prácticas se activarían a través de ellos.
La exposición es un recorrido diacrónico de voces, intereses,
políticas y maneras de estar y sentir la represión expresada en una
confrontación de espacios. Por un lado, los lugares íntimos, cerrados, claustrofóbicos: una fosa común, los cajones de una cómoda
o un armario de la casa de alguien que ha sufrido represalia, que
guarda y transmite una dote y un luto inconcluso. Por otro lado,
un espacio abierto y público: el cementerio de Paterna. Además de
los espacios, nos llama la atención todo lo que contienen y/o han
contenido, haciendo un juego de espejos y recorridos diversos que
explican por qué una parte de la sociedad civil valenciana siente
que se tiene todavía una deuda con ella. Una deuda que pasa por
la recuperación de los cuerpos de los suyos, pero también por el
reconocimiento público, por la reparación de las injusticias, por las
compensaciones económicas y morales, entre otras.
1
Este texto va acompañado
de imágenes que se imbrican a lo largo del relato y
forman parte del discurso.
Se han producido en
diferentes contextos y con
diferentes fines, por lo que
presentan diferentes formatos y calidades. Todas
ellas han formado parte
del proceso de investigación necesario para llevar
a cabo esta exposición.
[page-n-94]
93
2
Recordemos que entre
1939 y 1956, de las 2 238
personas que fueron
fusiladas en Paterna,
2 219 eran hombres y
solo 19 eran mujeres. La
mayoría de estas mujeres
fueron asesinadas por
su participación activa durante la II República y/o
el transcurso de la Guerra
Civil. Muchas fueron
maestras y milicianas
que ocuparon el espacio
público, tradicionalmente
asignado a los hombres, y
su implicación política les
costó la vida. Además de
ellas, muchas más mujeres sufrieron la represión
social, económica y sexual
que el régimen reservaba a las rojas. En este
segundo caso, a menudo
se trataba de aquellas
mujeres que, a pesar de
no haber transgredido el
ámbito doméstico que
su género les asignaba,
fueron vejadas, rapadas y
humilladas por el vínculo
de parentesco que las
unía a un rojo. Eran las
madres, hermanas y compañeras de los asesinados,
todas esas mujeres de la
primera generación que
hicieron del cementerio
un lugar femenino.
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
Acercarse hoy a la exhumación de una fosa común y su impacto
en la sociedad actual es también objeto de esta exposición. Ampliamos la mirada más allá del hoyo profundo que es una fosa, hacia las
vidas de las personas que acabaron allí y sus familias, a los objetos y
a los lugares que éstas han transitado a lo largo del tiempo y que son
testigos, portadores y transmisores de sus memorias.
Estas dinámicas no se entienden sin una mirada de género: mientras que las fosas de Paterna son un lugar principalmente masculino2,
el cementerio y los lugares donde se han custodiado y transmitido
las memorias de la represión son parajes principalmente femeninos.
Una herencia que se ha producido gracias en parte a los objetos conservados en los domicilios de las víctimas, custodiados y escondidos
por las familias, materialidad evocadora de los cuerpos de los que no
dispusieron para cerrar el luto y transformados en «altares profanos»
(López y Pizarro, 2011).
Al hacer una lectura del cementerio y de las fosas de Paterna desde
la etnografía y la antropología de la memoria, en clave de género,
ponemos en el centro las emociones, los sentimientos, las vivencias y
la subjetividad de los relatos, y tratamos de responder a aquellos que
todavía hoy se cuestionan la pertinencia de estas reivindicaciones.
El cementerio
Tradicionalmente, ha sido en el interior de los lugares y los espacios
donde se han llevado a cabo las prácticas reparativas y conmemorativas de víctimas de acontecimientos traumáticos y de pasados conflictivos, con el objetivo de reivindicar, reparar, homenajear y recordarlas,
como ya señalábamos más arriba. En el caso del País Valenciano, el
cementerio de Paterna, las fosas comunes que contiene y sus alrededores (el paredón de fusilamiento, el camino de la Sangre) se ha
transformado en uno de esos lugares paradigmáticos y simbólicos de
gran potencia para observar y analizar estos procesos de rememoración y homenaje de todas aquellas personas que fueron fusiladas por la
dictadura de Franco entre 1939 y 1956.
Además, un cementerio es más que un lugar donde descansan
nuestros muertos. Es el espacio marcado donde se sitúan una serie
de rituales, entendidos como actos colectivos que permiten la cohesión y el equilibrio de una comunidad, donde se produce una serie
de relaciones sociales y acciones a lo largo del tiempo que son reflejo
de la sociedad que los rodea. En el caso de un cementerio como el de
Paterna, que alberga en el mismo más de cien fosas comunes originadas por la represión de la dictadura franquista una vez acabada la
guerra, estas relaciones, interacciones y acciones cobran aún si cabe
más interés. Nos interrogan no solo como ciudadanas y ciudadanos
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94
¿Dónde habita la memoria?
que queremos y esperamos vivir en una democracia plena, sino también como investigadoras sociales implicadas en temas de memoria
democrática y derechos humanos.
Asimismo, es el lugar dónde se abren de manera sistemática los
procesos de exhumación de las más de cien fosas comunes, siguiendo
unos protocolos científico-forenses y arqueológicos que buscan reparar a las familias de los represaliados, devolviéndoles los restos exhumados de sus seres queridos. A partir del año 20163, y en respuesta
a las demandas de algunas familias, empezó en el cementerio de esta
localidad de L’Horta un movimiento, financiado con dinero público
mediante una política de subvenciones, que promovía las exhumaciones de estas fosas. El objetivo de las exhumaciones es identificar y
devolver a los familiares que así lo piden los restos de los 2 238 fusilados y que estos los depositen y los honren allá donde deseen.
En este mismo volumen, la antropóloga María Laura MartínChiappe, de la UAM, propone, a partir del caso del cementerio de
Paterna «revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneas
de represaliados/as por el franquismo, exponiendo algunas de las
capas de memoria que vinculan etapas memoriales y las prácticas
propias de cada una de ellas, pero también las posibilidades y limitaciones, continuidades y tensiones que se producen entre ellas».
El papel de las mujeres en el cementerio se convierte en fundamental, y aun hoy poco reconocido4. En el caso concreto de este lugar,
una de las principales particularidades que lo distinguen de otros
lugares de perpetración viene dada por el hecho de que es un lugar
de memoria desde el mismo momento de los fusilamientos, gracias
a las mujeres y sus prácticas vinculadas al luto abierto que han ido
heredando las sucesivas generaciones6. Por eso sostenemos, tal y como
hemos señalado más arriba, que, mientras que las fosas comunes son
un espacio masculinizado, el cementerio es un espacio feminizado.
Para analizar la biografía de este lugar de memoria, hemos
mapeado las presencias, luchas y resistencias que se han ido desencadenando alrededor de las fosas comunes durante todos estos años.
En cuanto a la presencia femenina, existe una genealogía de género
vinculada al cementerio que arraiga con la asistencia de las mujeres
desde el año 1939, cuando se originaron las primeras fosas. La aparición de ramos de flores durante los procesos de exhumación contemporáneos constatan la huella de las mujeres de la primera generación,
de las madres, compañeras y hermanas de los asesinados, muchas de
las cuales acudieron al cementerio al enterarse del fatal final de sus familiares, con la intención de llevárselos y darles una sepultura digna5.
Desde entonces, nunca dejaron de visitarlos.
3
Siguiendo el ejemplo
de un movimiento más
amplio iniciado en el
Estado español en 2000
por Emilio Silva, quien
reclamó la exhumación
e identificación de su
abuelo y otras 12 personas
asesinadas por falangistas y lanzadas a una fosa
cuneta en Priaranza del
Bierzo (León), en 1936.
4
Hay pocos lugares en el
Estado español donde se
reconozca ese papel de
transmisoras y custodias de la memoria de
la represión franquista.
El más destacado es el
Memorial de la Barranca,
en La Rioja.
5
El análisis de la custodia y la transmisión
de la memoria nos ha
permitido diferenciar tres
generaciones diferentes de mujeres. Sobre
esta cuestión, hemos
profundizado en nuestra
investigación etnográfica
(García y Gadea, 2021),
así como en el texto
donde reconstruimos
la genealogía femenina
sobre las fosas comunes
del cementerio de Paterna
(Gadea y García, 2022).
6
Tan solo una minoría
consiguió llevarlos a sus
respectivos pueblos o enterrarlos de manera individualizada en algún nicho
del mismo cementerio.
[page-n-96]
95
Ramos de flores silvestres
depositados dentro de
fosa. Fosa 111. Paterna.
Col·lecció Memòria
Democràtica. L’ETNO.
Fotografía: Albert Costa.
L’ETNO.
Fosa 115. Viudas, hijos e
hijas de fusilados en el cementerio de Paterna. Sin
fecha. Fotografía cedida
por la familia Pastor.
Fosa 135. Viuda y nietas
de un fusilado en el cementerio de Paterna. Año
1959. Fotografía cedida
por la familia Chofre.
Fosa 112. Viudas, hijos e
hijas de unos fusilados en
el cementerio de Paterna.
Sin fecha. Fotografía cedida por la familia Gómez.
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
[page-n-97]
¿Dónde habita la memoria?
La represión hacia estas familias se hacía extensible a la manifestación del luto que tenían prohibido. Es por eso que la presencia
de estas mujeres enlutadas que llenaban de flores las fosas cada 1 de
noviembre, se volvía un acto de resistencia al franquismo, una lucha
contra el olvido. Así lo interpretaban también las autoridades fascistas, que trataban de echarlas, hecho que se guarda en el recuerdo de la
memoria colectiva del cementerio de Paterna. Además, ellas hicieron
lo posible para hacer suyas las fosas, llenarlas de dignidad y sacar a sus
parientes del anonimato de un hoyo colmado de tierra y cal. A pesar
de la precariedad de las economías familiares de las represaliadas del
franquismo, muchas de ellas se encargaron de poner los primeros
memoriales, hechos a base de humildes azulejos de cerámica. La violencia contra los rojos también se ejercía contra sus memoriales, que
los guardias del régimen rompían intencionadamente. No obstante,
las mujeres no desfallecían y los reponían una y otra vez.
Un luto sin cerrar y sus rituales asociados fueron heredados por
la generación de las hijas. Muchas de las mujeres de esta generación
trazaron nuevas reivindicaciones alrededor de las fosas, como es el
caso de la lucha para que se declararan exentas de pago y la constancia
para dignificar y sostener este lugar de memoria. Estas mujeres, que
fueron a Paterna a lo largo de su vida, vieron como, con la muerte de
Franco, partidos políticos y sindicatos se unieron a homenajear a las
víctimas del franquismo, instalando memoriales o celebrando distintos actos. Así, además del 1 de noviembre, se fueron incorporando
nuevas fechas al calendario memorialista, como son el 14 de abril y el
1 de mayo.
También las nietas y bisnietas han tomado el relevo de la tradición de visitar el cementerio en estas fechas señaladas. Además,
como promotoras de las prácticas reparativas contemporáneas, han
comenzado varios procedimientos que tienen impacto directo sobre
el cementerio de Paterna. Como ya hemos mencionado, los procesos de exhumación están siendo las prácticas reparativas con mayor
protagonismo y, en estos casos, las consecuencias directas sobre el
cementerio son la apertura de las fosas y los múltiples efectos que este
movimiento implica, tanto a nivel familiar, asociativo, científico, político, mediático, social o cultural (García y Gadea, 2021). Pero, a menudo, el objetivo que persigue estas prácticas, centradas en recuperar
e identificar a los que acabaron dentro de las fosas, provoca que se
haga hincapié en la vertiente del cementerio como lugar de perpetración (la que sufrieron mayoritariamente hombres) y no tanto como
lugar de memoria (la que sostuvieron mayoritariamente mujeres).
Por eso, desde nuestra perspectiva, resultaba imprescindible trazar la biografía del cementerio (Gadea y García, 2022), un espacio que
96
[page-n-98]
97
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
se explica a partir de los actos de los vivos. En la exposición de l’ETNO
hemos contado con diferentes materiales que son testimonios de la
historia del cementerio como lugar de luchas y resistencias, de memorias familiares, pero también colectivas, asociativas y políticas.
Fosa 100. Nietas y bisnietas de represaliados.
Fotografía de las autoras.
Las fosas comunes y los objetos que duelen
Cal
Tierra
Huesos
1 proyectil esférico de posta (10 mm)
1 proyectil de 7 mm Mauser
32 botones de madera
7 botones de hueso
33 botones de metal
16 botones de baquelita
9 botones de nácar
1 ovillo de alambre
2 suelas de alpargatas
1 mechero de bolsillo
1 cucharilla de plata
2 navajas
4 hebillas de pantalón
2 cinturones con hebilla
2 piezas para enganchar y sujetar ropa
4 minas de lápiz
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¿Dónde habita la memoria?
3 piezas dentales de oro
Fragmentos de un braguero
Fragmentos de cremallera
Fragmentos de suelas de alpargatas
Fragmentos de ropa
Fragmentos de un pastillero
Fragmentos de una cartera
Esta lista de objetos es solo un ejemplo del tipo de materiales que
aparecen asociados a los restos óseos cuando se exhuma una fosa de
Paterna. En este caso, son los restos de veintiún hombres fusilados
por un pelotón una vez acabada la Guerra, un 2 de noviembre de
1939, y enterrados en un hoyo, la fosa 100, situado en el cuadrante
primero izquierdo del cementerio.
La Diputació de València, y más en concreto l’ETNO, empieza a
interesarse por este aspecto de las exhumaciones a partir de 2021,
a raíz de la exhumación de la fosa 128 a instancias del equipo arqueológico y científico-forense responsable (Moreno, Mezquida y
Ariza, 2021). Así, comienza un proceso de recolección de este tipo de
materiales, que se acerca a las familias, a los equipos arqueológicos
de exhumación de fosas y a las administraciones que, dadas las circunstancias legales del momento, tienen su custodia. Es interesante
conocer ese proceso por el cual este tipo de materiales pasan de no
saberse demasiado bien qué hacer con ellos, por sus condiciones de
conservación y la incomodidad que provocan, a ponerlos en el centro,
patrimonializarlos y musealizarlos.
En este volumen encontramos el texto de la antropóloga de la
UPV/EHU, Aitzpea Leizaola la cual se ocupa de este tema desde otros
lugares del Estado español y desde su experiencia en la Sociedad de
Ciencias Aranzadi. En sus palabras: «El carácter de dichos objetos,
su estatus, así como su destino futuro son el eje central de este texto
para indagar la dimensión material de la memoria, la necesidad de un
marco patrimonial para encarar la cuestión de la transmisión en el
contexto de las exhumaciones».
Los objetos exhumados nos golpean directamente como testigos
del horror del pasado. Nos permiten dialogar sobre temas tan variados como las condiciones carcelarias de las personas condenadas
a muerte por el franquismo, sus esperanzas, la vida cotidiana en la
prisión (salud, higiene, formas de vestir y calzar, escribir, ocupar el
tiempo de espera). Humanizan a las víctimas y nos las presentan no
como seres ajenos y diferentes a nosotros, ni como la horda roja con
quien no tenemos nada en común, sino como personas normales
98
[page-n-100]
99
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
y corrientes, que comían, se lavaban, escribían, leían o jugaban y sufrían por los suyos. Son materiales difíciles de conservar, de exponer,
de explicar. Son la presencia más próxima y directa de los cuerpos de
los represaliados por el franquismo y el testigo más claro de la violencia sufrida y de un horror que nos golpea de lleno.
Cesión familiar de los
objetos de una fosa en
l'ETNO. Fotografía: Albert
Costa
Recogida de materiales
asociados a las fosas del
cementerio de Paterna
por parte de l'ETNO.
Fotografía: Albert Costa
Cajas donde se almacenan los objetos exhumados de las fosas de
Paterna. Almacén de la
Diputació de València,
Bétera. Fotografía: Albert
Costa
Bandejas donde se clasifican y guardan los objetos
exhumados de las fosas
de Paterna. Almacén de
la Diputació de València,
Bétera. Fotografía: Albert
Costa
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¿Dónde habita la memoria?
Las casas y los objetos del luto
Lágrimas
Besos
Silencios
16 fotografías de los asesinados
6 fotografías de familia
3 fotografías de matrimonio
3 fotografías de hijos e hijas
1 fotografía grupal de una asamblea
1 medallón con la fotografía de un asesinado
6 certificados de nacimiento
6 certificados de defunción
10 expedientes penitenciarios
5 juicios sumarísimos
8 actas municipales de los respectivos pueblos
1 hoja de periódico
2 carnés de afiliación política
1 cordón de esparto con cinco nudos (uno por cada hija)
1 alpargatas de esparto de talla de niño hechas en la cárcel
1 pañuelo bordado en la cárcel
3 cajas de madera hechas en la cárcel
1 mechero
1 pipa de cigarrillo
1 papel con un tablero de ajedrez dibujado hecho en la cárcel
1 pluma estilográfica
Etiquetas de madera con un nombre
2 mantas
1 pastilla de jabón
1 diario personal de carabinero
46 cartas y tarjetas postales desde la cárcel
11 cartas de despedida
5 recortes de la ropa con la que los asesinaron
1 bala
Esta lista recoge los objetos vinculados a los veintiún hombres
que fueron asesinados el 2 de noviembre de 1939 y lanzados a la fosa
100 del cementerio de Paterna, y que han atesorado las familias desde
entonces. Es tan solo una muestra de los objetos del luto, aquellos
que han sido escondidos en cajas de lata y de cartón, en armarios y
cómodas, entre sábanas de hilo, silencios y llantos.
100
[page-n-102]
101
7
«De ahí que, junto a la figura del “ángel del hogar”
haya funcionado la de
la “guardiana de la memoria”, encargada de la
custodia de los recuerdos,
las historias, los objetos,
las fotografías y todo lo
que comporta una carga
memorialista»
(Gadea y García, 2022,
p. 218).
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
Como se puede comprobar, muchos de estos objetos son los
mismos que aparecen exhumados junto con los restos óseos, la cal y la
tierra que los ha sepultado durante más de ochenta años. La diferencia
entre los objetos que duelen y los objetos del luto tiene que ver con
los rituales y las prácticas que han acompañado a unos y otros durante estos años y que, desde disciplinas como la antropología social,
tratamos de explicar. Así pues, mientras que los objetos que duelen
representan los cuerpos de los asesinados y el impacto que supone la
apertura contemporánea de unas fosas originadas más de ocho décadas atrás, los objetos del luto materializan y atrapan el luto abierto que
ha ido transmitiéndose generación tras generación por línea femenina
durante todo este tiempo.
Para comprender la importancia y la función de estos objetos,
hay que acercarse, por un lado, a las particularidades del luto perenne
al que sometieron a las familias represaliadas y, por otro, al modelo
de socialización de género por el que este luto abierto recae especialmente sobre las mujeres. En primer lugar, son las mujeres las que históricamente, y de acuerdo con el sistema sexo-género, prototípico de
la cultura patriarcal, han asumido el sostenimiento material y simbólico de la familia. Juntamente con el trabajo doméstico y de cuidado
del ámbito (re)productivo, las prácticas del recuerdo y la custodia de
la memoria son parte de los saberes que se han presupuesto femeninos. Es decir, la reproducción biológica, cultural y simbólica se considera responsabilidad de las mujeres (Troncoso y Piper, 2015)7. Parte
del sostenimiento simbólico de la familia incluye sostener el recuerdo
de los muertos y hacerse cargo de sus rituales y prácticas asociadas, de
aquí el vínculo entre el género y el luto.
En segundo lugar, y basándose en esta última cuestión, el asesinato de los represaliados del franquismo supuso una alteración en el
ritual de la muerte que se celebraba en la época. Así pues, las familias
no pudieron prepararse para la muerte de los suyos (fase preliminar
que engloba prácticas previas a la defunción, así como su prevención),
ni prepararlos para una sepultura digna (fase liminar que incluye
defunción, velatorio y enterramiento). Además, la cultura del perpetrador prohibía también la manifestación del luto y el culto a los rojos
que forma parte de la fase posterior del luto. La imposibilidad de transitar las distintas fases que garantizaban una «buena muerte» provocó
lutos abiertos como síntoma de la «mala muerte».
Ellas, las madres, compañeras y hermanas de los asesinados, que
fueron represaliadas socialmente, económica y sexualmente por el
vínculo de parentesco con su familiar, desobedecieron la prohibición
de mostrar el luto y honrar a los suyos, en tanto que eran las únicas
prácticas del ritual mortuorio al que pudieron aferrarse. Así pues,
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102
¿Dónde habita la memoria?
convirtieron sus rituales postliminares en prácticas de resistencia
al régimen, su luto inconcluso en un luto subversivo, sutil, íntimo y
cotidiano.
De entre las resistencias al olvido destacamos, por un lado, el hecho de que se recluyeran en el espacio íntimo del hogar y se negaran a
participar en cualquier acto social; el silencio y la tristeza que convirtieron en su seña de identidad, así como el hecho de que vistieron de
luto hasta el final de sus días. Si bien estos tienen que ver con rituales
que forman parte de la cultura de la muerte que se celebraba en la
época, por otro lado, encontramos los rituales que adquirieron más
significado debido al contexto de «mala muerte». En este caso destacan las prácticas que realizaban alrededor de los objetos.
Piezas como las que aparecen en el listado de objetos del luto
acabaron componiendo pequeños «altares profanos»8 (López García
y Pizarro, 2011) que para sus familiares eran sagrados, en cuanto que
condensaban la memoria del muerto (fig. pág. 108). Así, las mujeres
de la primera generación (madres, compañeras y hermanas), en la
intimidad de su habitación sacaban estos objetos de sus escondrijos
y los mimaban entre rezos y llantos, ritual que les servía para vaciarse
del silencio impuesto. Como señala Cate-Arries, «la significancia
de los objetos de la memoria en una cultura del miedo, en la que los
testigos mudos del pasado logran conservar la memoria del difunto
cuando a su familiar que lo llora “le da miedo hablar”» (2016, p. 140).
El hecho de que estos amuletos familiares estuvieran escondidos, remite a la represión y el miedo que sufrieron estas mujeres silenciosas,
que ocultaron estos pequeños tesoros como parte de la estrategia del
silencio que emplearon para sobrevivir y proteger a sus descendientes.
De entre las piezas de estos altares domésticos destacan, por un
lado, las fotografías, imágenes que adquieren un gran valor en cuanto
que sustituyen el cuerpo del ausente. Muchas de estas fotografías que
conservan todavía hoy en día las familias son fruto de fotomontajes y
ampliaciones fotográficas (Moreno, 2020). Así, mediante la técnica
del bromóleo, algunas fotografías reunían todos los miembros de
la familia a pesar de la ausencia del difunto. Del mismo modo, estos
montajes permitieron vestir y amortajar, al menos en las fotografías,
los cuerpos de aquellos que no tuvieron oportunidad de tener una
sepultura digna.
Por otro lado, también encontramos documentos que constatan
el fatal destino de sus familiares, como las actas de defunción, los
expedientes penitenciarios, los juicios sumarísimos o la Causa General. Hay que decir que estos documentos se incorporan como piezas
de los objetos de la memoria de la mano de la tercera generación de
familiares. Es decir, estos papeles no formaban parte de los altares
8
«En ocasiones, estos objetos delgados y frágiles se
convierten en uno de los
elementos que junto con
las últimas pertenencias
de los familiares (cartas,
pañuelos, paquetes de tabaco, etc.), configuraban
una especie de altar profano donde se conservaba
y condensaba la memoria
de aquellos hombres»
(López García, y Pizarro,
2011, p. 580).
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Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
Blas Llopis y Trinidad
Sanchis con su hijo, Blas.
Dibujo a partir de una
fotografía. Cedido por la
familia Llopis.
Vicent Coscollá en un
fotomontaje con la mujer,
Leonor Ferrer. Cedido por
la familia Coscollá.
Carné de pertenencia
al Partido Comunista de
Juan Luis Pomares. 1938.
Cedido por la familia
Pomares.
domésticos de sus abuelas y madres. Buscar en los archivos y solicitar
este tipo de material forma parte de los procedimientos y trámites
que se necesitan para llevar a cabo las exhumaciones que protagonizan las nietas y bisnietas en la actualidad, puesto que se consideran
pruebas que certifican que sus abuelos fueron sepultados en las fosas.
Estos documentos forman parte de la cultura del perpetrador
y, como tal, hay que situarlos en su contexto. En ocasiones, leer este
tipo de documentos sin tener en cuenta su marco de referencia puede
generar angustia y desasosiego en los familiares. En este sentido
consideramos que el éxito de la imposición de la cultura del perpetrador como única y la carencia de pedagogía democrática respecto a la
represión franquista provoca estos sentimientos cuando se toma esta
información como verídica y fiable.
En cuanto a los documentos que acreditan la militancia y participación política de sus familiares, estos, además, nos hablan de la valentía
y el valor de las mujeres que los guardaron, puesto que, en el contexto
de represión, conservar este tipo de documentos era peligroso.
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¿Dónde habita la memoria?
104
Ante la frialdad de estos documentos, encontramos el calor que
guardan los objetos que los asesinados hicieron de manera artesanal
para sus compañeras y para sus hijos e hijas desde la prisión. Junto a
estos objetos de artesanía carcelaria, los objetos cotidianos y comunes que usaban durante el día a día en la prisión, como pudiera ser
una pastilla de jabón o un mechero, adquieren un valor incalculable
para las familias a raíz de su muerte.
Pañuelo bordado en
la prisión por Salvador
Gomar. Cedido por la
familia Gomar.
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Alpargatas infantiles
hechas por Salvador
Gomar en la cárcel para
su hijo. Cedidas por la
familia Gomar. Fotografía:
Albert Costa
Detalle de caja de madera
tallada en la cárcel por
Blas Llopis. Cedida por la
familia Llopis.
Tablero de ajedrez
dibujado en una hoja de
papel por Blas Llopis en
la cárcel. Cedido por la
familia Llopis.
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
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¿Dónde habita la memoria?
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Especial mención merece la correspondencia que intercambiaban los represaliados con sus familias (López y Villalta, 2015;
Sierra, 2016). Mediante tarjetas postales censuradas o las cartas que
burlaban el control del sistema penitenciario, la función social de la
escritura desde las prisiones respondía a un doble objetivo: sostener
el vínculo familiar y resistir. Las últimas cartas de despedida o cartas
«en capilla», añaden algunos matices a esta doble función puesto que
adquieren un cariz testamentario. Así, más allá del reparto de algunos
bienes, estas últimas palabras recogían los valores morales y éticos
que quisieron traspasar a las generaciones posteriores, así como
la necesidad de que la familia preservara su memoria y, con ella, su
inocencia.
Carta de José Morató a
sus padres. Pasada por la
censura en 1939. Cedida
por la Familia Morató.
Fotografía: Albert Costa.
L’ETNO.
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107
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
Hoja 4/4 de la carta de
despedida de Vicente
Alemany a su mujer,
Consuelo. Cedida por la
familia Alemany.
Por último, los fragmentos pertenecientes a la ropa que vestían
estas personas en el momento de su asesinato o las balas que acabaron con su vida son objetos que, además de testimoniar su indigno
final, nos hablan de la presencia de las mujeres al cementerio de
Paterna desde el origen de las fosas.
Estos objetos también tuvieron un peso importante en la siguiente
generación, la de los hijos y las hijas del luto. La edad o el grado de
conciencia que estos niños y niñas tenían cuando mataron su padre,
condicionaría el conocimiento de los hechos y la relación con los
silencios de sus madres. Ahora bien, independientemente de estos
factores, todos y todas experimentaron el estigma de ser hijo o hija de
un rojo.
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¿Dónde habita la memoria?
Tal y como hemos apuntado, son las mujeres las que guardan y
transmiten la memoria y, por lo tanto, también son mujeres las que
la heredan y la reciben. Así, fueron las hijas las que heredaron de sus
madres el silencio, los objetos del luto y el compromiso y la responsabilidad de mantener la memoria familiar. En definitiva, son las hijas
las que asumen el luto abierto y sus rituales como legado ineludible.
Este vínculo entre la memoria, el luto y el género nos lleva a hablar
del luto como parte de la dote de las rojas. La carga simbólica de esta
asociación toma fuerza y se hace explícita en los casos en los que los
objetos del luto se guardan junto con los objetos de la dote, como son
las sábanas de hilo bordadas.
No será hasta la tercera generación, la llamada «generación de la
posmemoria» (Hirsch, 2021) conformada por las nietas y bisnietas,
cuando estos objetos del luto, así como las memorias de sus abuelos,
se muestran públicamente y ocupan otros espacios más allá de las
cajas de lata y los cajones en los que sus abuelas y madres los habían
conservado. Como vemos, los movimientos y traslados que han tenido estos objetos del luto están imbricados con la transmisión de la
memoria entre las distintas generaciones, del mismo modo que cada
generación se relaciona con la memoria y su materialidad de manera
diferente. Hay que señalar que, en cuanto a la transmisión, existe
un salto generacional que provoca que, en muchos casos, las abuelas
de la primera generación verbalicen a las nietas lo que silenciaron a
sus hijas. Este vínculo entre nietas y abuelas, acentúa el peso de los
afectos en la memoria vicaria e indirecta, rasgo característico de la
generación de la posmemoria.
108
Cajita contenedora/altarcillo que guarda los objetos de Juan Luis Pomares.
Entre ellos, los recortes
de ropa que el enterrador
de Paterna, Leoncio Badía,
guardaba para la posible
identificación de los cuerpos. Cedida por la familia
Pomares.
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109
Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
En muchos casos, esta generación de mujeres convierte el luto
abierto familiar en el germen de su activismo por la memoria. Así,
vemos que, por un lado, muchas heredaron de sus abuelos la implicación política y social durante la Transición y los primeros años de
Democracia y, por otro lado, «la herencia de sus abuelas las ha llevado
a poner en marcha prácticas reparativas respecto de la represión
franquista. En estos casos, sienten la responsabilidad de rehabilitar la
memoria de sus abuelos haciendo uso de los derechos que no tuvieron sus abuelas, tías y/o madres» (Egizabal, 2017).
Camisetas de varias asociaciones creadas para
llevar a cabo exhumaciones de fosas de Paterna.
Cedidas por las propias
asociaciones. Fotografía:
Albert Costa. L’ETNO,
La relación que establece esta generación con los objetos del luto
también introduce particularidades propias. Ya hemos visto como, a
raíz de las prácticas reparativas que llevan a cabo y que sitúan las memorias periféricas en el centro de la esfera pública, provoca que aparezcan nuevos documentos que hacen crecer las piezas que componen
los tesoros familiares. Pero, además, otra característica propia de esta
generación es que son las nietas quienes muestran públicamente estos
objetos, especialmente las fotografías, y los exponen en actos públicos, periódicos o redes sociales. De este modo, estos objetos adquieren otra dimensión que se extiende más allá del ámbito familiar, en
cuanto que acontece un punto de anclaje para la reivindicación pública
memorialista.
Aun así, la sacralidad que adquirieron los altares profanos por las
mujeres de las otras generaciones sigue vigente en esta tercera generación e incorpora algún matiz relacionado con la materialidad, el
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¿Dónde habita la memoria?
tacto y el encuentro con el pasado. Como señala la siguiente autora:
«los objetos apelan así a lo sensible de una forma especial, pues sus
características hápticas los conectan con el tacto (fueron tocados en
el pasado; el paso del tiempo los ha tocado y muchas veces el rastro
de ese paso, de ese lapso, permanece depositado en ellos)» (Rosón,
2021, p. 8). En este sentido, podemos decir que, por un lado, la particularidad de la memoria vicaria de la generación de la posmemoria,
por la cual no vivieron de manera directa los hechos del pasado ni
conocieron a sus abuelos, hace que este encuentro con el pasado,
mediante objetos que ellos tocaron y utilizaron, adquiera un cariz
significativo. Del mismo modo, la importancia de los afectos con los
que se vinculan a esta memoria, también tiene efectos sobre estos
objetos, en cuanto que eran las manos de sus abuelas, tías y madres
las que los acariciaban, tocaban y custodiaban.
Actualmente, las exhumaciones de las fosas comunes del franquismo se han convertido en las prácticas reparativas con mayor protagonismo. Ahora bien, más allá de los factores políticos, económicos
y sociales que facilitan la apertura de las fosas, sin la tarea de custodia
y sostenimiento de las generaciones anteriores de mujeres, estos
procesos que ponen en marcha las nietas y bisnietas no serían posibles. De la misma forma en que las memorias familiares e íntimas
han permitido llevar a cabo prácticas reparativas públicas y colectivas,
podemos afirmar que, paralelamente, los objetos del luto son los que
han facilitado el desentierro de los objetos que aparecen en las exhumaciones contemporáneas, de los objetos que duelen.
Una reflexión más general acerca de la importancia de la cultura
material desde la perspectiva de las ciencias sociales la aporta en
este volumen Zira Box, de la UV, quien sitúa dentro del marco de
las nuevas materialidades su potencialidad para poner en marcha el
discurso de la memoria.
A modo de conclusión, esta propuesta expositiva pone el foco
en la memoria y esto, en este caso, ha supuesto poner en el centro a
las mujeres. Ellas son las verdaderas responsables de que hoy en día
conozcamos las historias de las víctimas de la represión franquista de
las fosas comunes del cementerio de Paterna; las que, a través de los
objetos, activaron prácticas y rituales domésticos para luchar contra
el olvido, las responsables de que este lugar de perpetración haya sido
también un lugar de memoria. Es en ellas donde habita la memoria.
110
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Maria-José García Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró
Bibliografía
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[page-n-113]
Botellita con una nota con datos personales
Manuel Lluesma Masia, nicho 645. Paterna
Colección familiar de Manuel Lluesma Masia
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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Objetos y memorias:
la dimensión material
de las fosas
Zira Box Varela
UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
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Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
«¿Qué se hace con los objetos de los muertos?» La escritora mexicana
Cristina Rivera Garza formulaba la pregunta en El invencible verano
de Liliana, el libro dedicado a su hermana muerta por feminicidio en
1990 y cuyas pertenencias reposaron treinta años en cajas, «ahí, a la
vista, pero no al alcance», en un apartado del armario.
Qué se hace con los objetos de los muertos es un interrogante que
también se puede plantear en un contexto de exhumación. En realidad,
qué hacer con esas fotografías, cartas, retales de tela o pertenencias cotidianas de quienes padecieron la represión franquista y cuyos cuerpos
se arrojaron a las fosas comunes es una pregunta que siempre estuvo
ahí: para qué sirvieron a sus viudas, madres y hermanas que los conservaron; quién los heredó tras ellas y qué es lo que esos objetos pueden
enseñarnos sobre la violencia, la memoria y el recuerdo que contienen.
Más allá del trabajo reparativo que implica la propia recuperación
de los cuerpos y del trabajo forense que ayuda a calibrar la naturaleza de
la represión franquista, las fosas también tienen una dimensión material, porque los objetos que las rodean, tal y como han comenzado
a poner de manifiesto los análisis que se sitúan desde perspectivas
culturalistas, incluyendo el enfoque de los nuevos materialismos,
importan, y lo hacen, al menos, por cinco motivos que se expondrán a
continuación.
1. Los objetos tienen materialidad
En primer lugar, los objetos importan porque dotan a la ausencia de
una mínima materialidad y fisicidad necesarias para poder sobrellevar la falta. En el contexto de la explícita invisibilización a la que la
Dictadura franquista sometió a los asesinados, primero a través de
la desaparición de sus cuerpos en las fosas y, posteriormente, a través
de la negación de toda forma de ritualidad y exteriorización del duelo
a sus familias, los objetos conservados sirvieron como intermediarios
para paliar la ausencia.
Un ejemplo paradigmático lo constituyen, a este respecto, las
fotografías de los muertos, conservadas dentro de las familias y que,
en palabras de Jorge Moreno, permiten problematizar la relación con
quien ya no está. Como señala este autor, a medida que «la desaparición del cuerpo hace cada vez más borrosa la figura del desaparecido,
la fotografía se encarga de recordarnos la medida exacta del cuerpo
que tenía, de aquella mirada que sin la imagen uno terminaría olvidando. Por eso las familias eligen las fotografías, cuando existen,
como lugar donde seguir hablando con los muertos, pues la nitidez
del retrato se percibe como el lugar donde las conversaciones con el
ausente son precisamente más nítidas, más transparentes, un camino
directo hacia lo que ya no está» (Moreno, 2021, p. 3).
114
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115
Zira Box Varela
Las fotografías producen presencialidad a través de la imagen,
pero no exclusivamente ya que, convertidas ellas mismas en objetos
(Edwards y Hart, 2005), las fotos no solo se ven, sino que también se
tocan, se palpan, se guardan y hasta se huelen. Es entonces cuando
los enfoques que se han interesado por la materialidad cobran interés porque, tal y como señalaron Diana Coole y Samantha Frost
(2010, p. 3) en su introducción sobre la perspectiva de los nuevos
materialismos, vivimos en un mundo innegablemente material y la
interacción con los objetos y artefactos que nos rodean –así lo señaló
el antropólogo Michael Schiffer– puede que sea la realidad empírica
más incontestable de nuestra especie: lo que otros animales hacen
sin ninguna mediación, los humanos lo hacemos con la interferencia
continua de artefactos (Ingold, 2012). Partiendo de esta premisa, no
puede extrañar, entonces, que la ausencia de los muertos adquiera la
viveza que oficialmente se les negó a través de los objetos rescatados
por sus familias, unos objetos que, además de guardarse, se tocan,
se sienten y se manipulan (Rosón, 2021, p. 8). Como ejemplo sobrecogedor, cabe aludir a la investigación de Zoé de Kerangat (2020)
sobre las exhumaciones realizadas durante el periodo de la transición
española. En un momento en el que aún no existían métodos científicos de reconocimiento de ADN, el simple hecho de poder recuperar y
tener unos huesos, aunque no hubiese certeza de que biológicamente
pertenecían al propio familiar, bastaba a las familias para poder comenzar su duelo.
2. Los objetos no son entes pasivos
Los objetos no son meros entes pasivos en los que almacenar la
memoria, sino que son artefactos que han de ser reexperienciados para
que quienes los custodian puedan establecer, desde su específico
presente, su particular vínculo con el pasado que representan (Jones,
2007, cap. 1). En este sentido, los objetos también importan porque
no son simples cosas externas e inertes, sino que tienen agencia, en
tanto que poseen la capacidad de demandar e interpelar a quienes
se acercan a ellos al tiempo que afectan y condicionan las vidas y las
acciones de quienes los conservan. La utilización del verbo afectar ha
sido habitual en los trabajos situados en la perspectiva de los nuevos
materialismos, tratando de enfatizar con él que el mundo nos afecta
–nos hiere o nos sana, por ejemplo– y que lo hace, además, materialmente (Bennett, 2010; Labanyi, 2021).
La agencia que muestran los objetos de los represaliados por la
dictadura franquista quizá alcance su mayor expresión en las emociones que provocan sobre quienes los guardan. Si en la relación de
Cristina Rivera Garza con las pertenencias de su hermana asesinada
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Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
116
Postal escrita desde la
cárcel por José Morató. La
escritura ilegible a causa
de las lágrimas vertidas
sobre ella condensa el dolor de varias generaciones
de mujeres. Cedida por la
familia Morató.
sobresalía la incapacidad para acercarse a ellas –«¿qué desata la
sensación de que ahora después de tanto tiempo una por fin está
lista para afrontar la tragedia y el conocimiento de la tragedia?», se
preguntaba–, en los testimonios de los familiares de los muertos de
las fosas, recogidos por diferentes trabajos etnográficos, destaca el
consuelo encontrado en ellos: cómo la posibilidad de realizar privadamente el duelo que en lo público se les negó –esa «intimidad
de la derrota», en expresión de Francisco Ferrándiz (2014, p. 70)–
funcionó como un catalizador de sentimientos (Cate-Arries, 2016;
García y Gadea, 2021).
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Zira Box Varela
Los objetos actúan vehiculando y suscitando emociones, pero
también reacciones dentro de las familias. Resulta significativo sobre
esta cuestión cómo su custodia y pertenencia ha generado distintos
comportamientos y respuestas según las diferentes generaciones
que los han guardado. Mientras que en las contemporáneas de la
violencia que los recogieron por primera vez –esa viudas, madres
o hermanas ya aludidas– provocaron un silencio cargado de miedo
y dolor, en las nietas y bisnietas, socializadas en democracia, han
estimulado el deseo de situar, por fin, en el centro del ámbito público
las memorias mantenidas hasta entonces en la privacidad del entorno familiar (Aragüete-Toribio, 2017). En el espacio intermedio, la
generación de las hijas de los asesinados ha sido heredera del silencio
de sus madres, pero desde una posición en la que el dolor no ha sido
directo, sino mediado por sus progenitoras. Se trata, en consecuencia, de una generación situada en un lugar ambiguo, como demostró
de forma impactante la cineasta Chantal Akerman (2020) en su breve
monólogo Una familia en Bruselas, un soliloquio escrito para dar voz
a su madre, judía polaca superviviente de Auschwitz, en un intento
de poner palabras donde, recorriendo la infancia de Akerman, había
habido principalmente silencio.
1
El concepto de violencia
sexuada ha sido trabajado
por la hispanista francesa
Maude Joly (2008) para
dar cuenta de los distintos
tipos de violencia a la que
fueron sometidos hombres y mujeres durante la
guerra y la dictadura franquista. La investigación
de Joly se ha centrado,
principalmente, en la violencia contra las mujeres
republicanas.
3. Los objetos nos hablan del género de la memoria
«El género de las memorias», así titulaba Elizabeth Jelin (2002) uno
de los capítulos de su libro Los trabajos de la memoria. En él, la socióloga argentina señalaba que el género no solo había estado presente
en la represión de las dictaduras del Cono Sur, siendo evidente que
la violencia había tenido un impacto y una especificidad distinta para
hombres y mujeres, sino que el recuerdo y la forma de rememorar la
atrocidad también habían sido diferentes: mientras que los hombres
se habían mostrado más proclives a hacerlo en la esfera pública, las
mujeres habían vehiculado su recuerdo, principalmente, dentro del
marco de las relaciones familiares, asumiendo su papel de «vivir para
otros» y de ser «portadoras de la memoria» dentro del ámbito familiar,
según una expresión habitualmente utilizada.
Lo planteado por Jelin para dictaduras como la argentina o la
chilena no difiere de lo ocurrido en el franquismo. Así, si también en
nuestro caso es posible corroborar que la violencia fue sexuada,1 igualmente se puede establecer una dimensión de género en el recuerdo:
mientras que las fosas fueron, en buena medida, espacios masculinos
por contener en ellas un mayor número de cuerpos de varones represaliados, los cementerios y la conservación de la memoria fueron,
esencialmente, femeninos (García y Gadea, 2022).
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Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
Zapatos de tacón de
mujer. Individuo 23, Fosa
115, Paterna. Col·lecció
Memòria Democràtica.
L’ETNO. Fotografía: Eloy
Ariza-Associació Científica ArqueoAntro.
La afirmación anterior supone comprender que fueron sobre
todo las mujeres quienes guardaron, ya se ha dicho, la memoria de los
asesinados. A este respecto, los objetos vuelven a resultar elementos
clave para poder reconstruir esas historias de duelo y dolor, de dictadura y represión, que protagonizaron las mujeres y que corren el
riesgo de quedar, como las memorias de sus muertos vencidos, en los
bordes. Transitar los objetos vuelve, entonces, a importar, porque nos
ayuda a comprender y a bucear por “las muchas vidas que las estructuras de poder volvieron invisibles e inaudibles”.2
Y es que los objetos nos invitan a escuchar los silencios de aquellas viudas o hermanas que guardaron lo poco que quedaba de sus
fallecidos dentro de la protección de sus hogares. Porque estos silencios, tal y como ha trabajado Jo Labanyi (2009) a partir de las investigaciones sobre el fascismo de la historiadora italiana Luisa Passerini,
ni supusieron olvido ni conllevaron conformismo, sino que revelan la
vivencia de un duelo velado y subversivo que nos impele a reconocer
la agencia, entendida como la capacidad de decidir y de actuar, de una
generación de mujeres derrotadas que no solo fueron víctimas.
La idea de «duelo subversivo» está espléndidamente planteada
en la detallada etnografía de las antropólogas María José García
Hernandorena e Isabel Gadea i Peiró (2021) sobre la fosa 100 del
2
La cita pertenece al prólogo escrito por la escritora
mexicana Valeria Luiselli
para la novela Del color
de la leche, de la escritora
británica Nell Leyshon.
La novela recoge la voz
de Mary, una granjera
inglesa del primer tercio
del siglo xix, en donde
plantea la situación contrafactual, según sugiere
Luiselli en el mencionado
prólogo, de qué historias
habríamos obtenido si
tantas mujeres sin voz
–mujeres pobres y analfabetas– hubieran podido
contar su historia.
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119
Zira Box Varela
cementerio de Paterna. A través de las entrevistas realizadas a familiares de las víctimas, las autoras corroboraban que «ante el espacio
público que negaba, prohibía y aniquilaba cualquier forma de culto,
reivindicación y duelo de los fusilados, el espacio doméstico del hogar
era el rescoldo de estas prácticas de resistencia en donde las mujeres
trataban de guardar, conocer y conversar. En estos rituales disidentes
y silenciosos, las cartas, fotografías y objetos son elementos clave».
«Resistencia sutil» ha sido el término utilizado por la historiadora Zoé de Kerangat en su ya mencionada investigación para subrayar elementos similares a los hallados por García Hernandorena
y Gadea i Peiró. Cuestiones como ir de luto, celebrar tradiciones
religiosas como el Día de Todos los Santos o el conservar los objetos
de los muertos se convirtieron en esas formas de resistir a un poder
brutal que les negaba casi todo. Reconocer que la memoria está generizada nos ayuda, consecuentemente, a comprender la resiliencia de
los grupos subordinados –no solo el de las mujeres– cuyas memorias
se mantienen en los intersticios del poder (Leydesdorff et al., 2017).
El hecho de que gracias a lo que los objetos de los muertos expresan, podamos comprobar la ya mencionada capacidad de agencia
que, dentro del contexto dictatorial, tuvieron las mujeres perdedoras
en la guerra permite corroborar algo en lo que las historiadoras llevan
tiempo insistiendo: que más allá de los binomios sumisión/resistencia o asunción/transgresión, las mujeres mostraron un catálogo
de comportamientos más complejo de lo que a simple vista podría
parecer, porque todas las estructuras, incluso las que son tan férreas
como los sistemas autoritarios, muestran cierta elasticidad a la hora
de acomodarse dentro de ellas. Resulta significativo a este respecto
que, para su trabajo etnográfico sobre el duelo de los familiares de los
asesinados por la dictadura en Cádiz, Francie Cate-Arries (2016) haya
partido, precisamente, de los trabajos de la historiadora Ana Cabana
sobre Galicia utilizando su concepto de «resistencias simbólicas».
4. Los objetos son intergeneracionales e intrafamiliares
Uno de los interrogantes que abordan los estudios sobre la memoria es el de cómo se crea y recrea el pasado dentro de los diferentes
contextos socioculturales, un interrogante estrechamente unido al de
cómo se transmiten y comunican los recuerdos. Desde este punto
de vista, según diseccionaba Astrid Erll (2011) en su estado de la
cuestión sobre el tema, tener en cuenta a la familia es fundamental,
tal y como demuestra el hecho de que, desde sus inicios en los años
veinte con los trabajos de Maurice Halbwachs, las investigaciones
sobre la memoria hayan contemplado a la institución familiar como
un agente de transmisión primordial.
[page-n-121]
Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
El papel de la familia como vehículo de conservación y custodia
de la memoria encuentra en los objetos una pieza clave: esos retales,
fotografías o pertenencias de los asesinados materializan, como
se dijo antes, la ausencia y la memoria que se genera a su alrededor
de forma interfamiliar. Así lo han corroborado trabajos como el ya
citado sobre la fosa 100 de Paterna o el también aludido de Francie
Cate-Arries sobre los represaliados en la sierra de Cádiz. Cuando
esta última investigadora recoge el recuerdo que tiene Ana Venegas
de su abuela Isabel colocando una flor blanca ante la fotografía de su
abuelo, fusilado en Ubrique el 15 de agosto de 1936, o cuando García
Hernandorena y Gadea i Peiró dan voz a Irene Domènech, bisnieta
de uno de los asesinados arrojado en la fosa de Paterna, para que
rememore cómo su bisabuela dormía con las cartas de su marido bajo
la almohada, no solo se evidencia el papel irremplazable que tuvieron
las «portadoras de memoria» en la conservación del recuerdo, sino
que también pone de manifiesto cómo la memoria se ha transmitido
de madres a hijas en el seno familiar.
Los estudios sobre la transmisión de los recuerdos han confirmado que el éxito de esta transferencia no depende exclusivamente de
la consistencia o efectividad de aquello que se transmite –de la potencia simbólica que tienen los objetos o de la coherencia y consistencia
del relato narrado, por ejemplo–, sino que también resultan importantes los contextos de recepción, es decir, la oportunidad que tiene
la familia de recibir ese pasado. Es aquí donde los detallados análisis
sobre las cambiantes circunstancias y contextos biográficos de las
diferentes generaciones dentro de una misma familia cobran importancia, porque si bien la fuerza simbólica de unas cartas o de unas
fotografías siempre es la misma, lo que difieren son las condiciones y
posibilidades de los familiares para integrarlas en su propia vida.
En líneas precedentes se aludió ya al silencio de quienes fueron
contemporáneas de la violencia, un silencio, también se dijo, que lejos de interpretarse como pasividad debe hacerse como generador de
prácticas de duelo. También se aludió a las generaciones posteriores.
En primer lugar, a la de las «hijas del duelo», aquellas que perdieron
a sus padres y que heredaron el silencio, el miedo y el estigma social
que había supuesto crecer todavía en dictadura con esa ausencia que
a sus madres les dolía. Se trata de una generación que, a pesar de no
saber siempre qué hacer y cómo afrontar una pérdida para la que
no tenía palabras –diferentes trabajos han aludido a la confusión de
esta generación que sabía y no sabía a la vez (Valverde Gefaell, 2014)–,
tomó el relevo de sus madres en la tarea de hacerse cargo del cúmulo
de objetos contenedores de la memoria de sus muertos. En palabras de
García y Gadea (2022, p. 18), esta generación de mujeres, socializadas
120
Diversos objetos pertenecientes a Blas Llopis
guardan y transmiten su
memoria. Cedidos por la
familia Llopis.
[page-n-122]
121
Zira Box Varela
[page-n-123]
Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
en las dos primeras décadas del franquismo de acuerdo con estrictos
códigos de género, tomaron bajo su responsabilidad la custodia de la
memoria dentro de las familias: hacerse cargo del dol –palabra valenciana que designa simultáneamente duelo y luto– formaba parte del
dot, ‘la dote’, ‘la herencia’.
Diferente ha sido, también se sugirió anteriormente, el de las
nietas y bisnietas, una generación denominada de la «posmemoria»,
siguiendo el planteamiento pionero de Marianne Hirsch. Como es
conocido, la mencionada autora acuñaba el término para referirse
a quienes heredaban una memoria indirecta no vivida y que, por
tanto, estaría mediada por la subjetividad de quienes la transmiten.
En el caso de la tercera y cuarta generación de los asesinados por la
represión franquista, su propia realidad –la de haber vivido ya en
democracia– y su relación con las «portadoras de la memoria» –el
hecho de que el acceso al recuerdo que les brindaron sus abuelas y
bisabuelas se haya realizado en un contexto igualmente democrático
y, por tanto, de reducción del miedo– ha hecho posible establecer
un diálogo que no se pudo dar con la generación intermedia. El
cambio, tanto en la esfera pública como entre la sociedad civil, que
supuso la irrupción del movimiento memorialista a partir de 2000
ha impulsado a muchas mujeres pertenecientes a esta generación
de posmemoria a salir del ámbito privado para reclamar los cuerpos
de sus familiares que yacen bajo tierra, pero también, según se dijo
antes, para sacar el archivo familiar de los silencios contenidos en los
armarios de las casas (García y Gadea, 2021).
5. Los objetos transmiten información
En un libro de reciente aparición coordinado por los historiadores
Adrian Shubert y Antonio Cazorla (2022), un reducido grupo de especialistas ha explicado, con un estimulante afán divulgativo, la Guerra Civil y el franquismo a través de cien objetos, imágenes y lugares.
Objetos como el micrófono desde el que Queipo de Llano emitía sus
violentas arengas en los primeros meses tras el alzamiento de julio
del 36 o el casco de un soldado voluntario fascista sirven a los autores
para dar cuenta de la furia de la lucha. Otros, como la carta escrita en
capilla por Julia Conesa, asesinada en agosto de 1939 y una de las 13
rosas, o los cupones de racionamiento para la obtención de alimentos
lo hacen del dolor y las penurias de la población que las sufrieron.
El planteamiento de la mencionada obra colectiva ayuda a pensar
en un último aspecto que se quiere destacar en este texto relativo a los
objetos: su capacidad para contar historias y parte de la historia. Ya
se ha argumentado que las pertenencias custodiadas por las familias
y con las que se transmite la memoria nos comunican historias que
122
[page-n-124]
123
Zira Box Varela
ayudan a entender lo que fue el franquismo desde otros ángulos.
Sin embargo, junto a lo anterior, los objetos son capaces de expresar algo más. Porque cuando dirigimos la atención, no ya a lo que la
familia guardó –unas pertenencias que, en este caso, hablan a través
del efecto que causan en los supervivientes–, sino a los objetos en sí
mismos, tanto las preguntas como las respuestas varían. Así ocurre
con los objetos de las fosas que se exhuman junto a los cuerpos de sus
dueños, una cuestión que aborda en este mismo volumen Aitzpea
Leizaola: dotan a la pregunta inaugural de este capítulo –¿qué hacer
con ellos?– de un cariz diferente, dado que, en esta ocasión, se trata
de objetos que aparecen en el mismo momento de la exhumación y
que tienen por delante un recorrido burocrático y jurídico para establecer a quién pertenecen y qué hacer con ellos (Jiménez y Herrasti,
2017). De manera simultánea, las respuestas que nos otorgan son
igualmente distintas, pues ya no hablan de las familias, sino de los
muertos, proporcionando valiosa información histórica al funcionar como «una foto instantánea de esas personas» que «nos permite
analizar la naturaleza de su muerte y algunos destellos de lo que fue
su vida» (Moreno Martín et al., 2021, p. 220). Así, por ejemplo, al
desenterrar vendajes y cuerdas de las fosas, se puede reconstruir la
violencia que padecieron los detenidos en las cárceles y en el momento de la ejecución; al sacar a la luz vestimentas u objetos personales, se puede profundizar tanto en la clase social de pertenencia de
los muertos como en el modo en el que se desarrollaban diferentes
oficios a finales de los años treinta y cuarenta; al obtener objetos de
aseo personal, se consigue intuir las condiciones carcelarias. Se trata,
en definitiva, de que, al exhumar la violencia, se revelan las caras de
quienes la padecieron, por utilizar una expresión de la arqueóloga
Laura Muñoz-Encinar (2019, p. 762), corroborando la idea, una vez
más, de que, en efecto, en los contextos de exhumación y en torno a
las fosas, los objetos, sin duda, importan.
[page-n-125]
Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas
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Trenza de cabello exhumada, encontrada en el bolsillo de Miguel Cano
Fosa 128. Cementerio Municipal de Paterna
Familia Miguel Cano y Maria Navarrete
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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127
Pasado, presente y futuro
de los objetos de las fosas
comunes
Aitzpea Leizaola
ANTROPÓLOGA, UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO (UPV/EHU)
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Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
Desde hace más de dos décadas, la materialidad de los restos óseos
de las fosas de la Guerra civil y de la represión franquista interpela a
la sociedad, obligándola a encarar un pasado cada vez menos reciente, en un ejercicio complejo y no exento de tensiones donde el
deber de memoria se construye, en palabras de Marc Augé, entre la
vigilancia y la actualización de la memoria (1998). Un deber de memoria que corresponde a la descendencia y que pugna entre el olvido
y la desaparición de los supervivientes y la transmisión del pasado a
generaciones futuras en el que las exhumaciones han jugado un papel central. Frente al exceso de imágenes focalizadas sobre los restos
óseos (Ferrándiz, 2005), los objetos o restos de objetos encontrados
en las fosas ocupan hasta ahora un lugar menor en la voluminosa
bibliografía que se ha producido sobre las exhumaciones en estas dos
últimas décadas. El carácter de dichos objetos, su estatus, así como
su destino futuro son el eje central de este texto que indaga la dimensión material de la memoria, la necesidad de un marco patrimonial para encarar la cuestión de la transmisión en el contexto de las
exhumaciones. Para ello parto de un trabajo de campo etnográfico
multisituado en exhumaciones de fosas comunes de la Guerra Civil y
de la represión franquista llevadas a cabo por la Sociedad de Ciencias
Aranzadi entre 2005 y 2011 en localidades de Navarra, Gipuzkoa,
Burgos y Cantabria.
En el período comprendido entre el año 2000 y el 2017, el Ministerio de Justicia tenía registradas un total de 2 457 fosas (Serrulla
y Etxeberria, 2020), en las que se han recuperando más de 9 000
cuerpos, un 89% de los cuales han sido identificados como civiles
republicanos (Herrasti et al., 2021), cifras que no dejan de aumentar
conforme avanza el tiempo y se llevan a cabo nuevas intervenciones1.
Este ingente volumen de cuerpos exhumados se presenta acompañado de elementos materiales no óseos en condiciones extremadamente variadas, desde la degradación casi absoluta de los restos
hallados, como en el caso de la fosa de Iragorri-Katin Txiki, a las
piezas de vestir en condiciones óptimas recuperadas de los cuerpos
saponificados de las fosas de Paterna (Moreno et al., 2021).
Los informes técnicos de las exhumaciones siguen un patrón de
registro sistemático de los hallazgos. Fotografías de cráneos u otros
restos óseos relevantes comparten página con fotografías de objetos personales como gafas, botones, cepillos de dientes y cubertería
plegable, o casquillos de bala, todos ellos colocados junto a una escala
de referencia y sobre fondo neutro. Es lo que arqueólogos y antropólogos forenses denominan «cultura material» u «objetos asociados».
1
En el balance de las dos
décadas de intervención
en las exhumaciones
de fosas, los expertos
elevaban a 20.000 los
individuos que podrían
ser recuperados de las
fosas aún no exhumadas
(Serrulla y Etxeberria,
2020).
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129
Restos óseos muy
degradados correspondientes a siete individuos,
así como fragmentos de
boina y calzado hallados
en la fosa de Iragorri en
Oiartzun, 2007. Fotografía
de la autora.
Aitzpea Leizaola
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Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
130
[page-n-132]
131
Aitzpea Leizaola
Registro de objetos
asociados y fotografía
de cráneo con orifico de
entrada de bala. Informe
de exhumación de la fosa
del cementerio de Altable,
Burgos (2006). Sociedad
de Ciencias Aranzadi.
De materialidades no óseas
Desde el inicio de las exhumaciones llevadas a cabo con métodos
científicos en 2000 en Priaranza del Bierzo en la que, atendiendo a
la solicitud de su nieto homónimo, se recuperó junto con los de otras
doce víctimas el cuerpo de Emilio Silva Faba, los objetos están presentes. Aparecen descritos en detalle, fotografiados con escala ya en
ese primer informe. Esta exhumación en la que participó un equipo
multidisciplinar que aplicaba técnicas de arqueología, patología forense y antropología sirvió de referencia para las siguientes (Herrasti
et al., 2021), a la vez que sentó las bases para una metodología de
trabajo presentada tres años más tarde (Etxeberria, 2004) y posteriormente desarrollada en el protocolo de exhumaciones avalado por
el Gobierno de España (Orden PRE/2568/2011).
Frente a las ofrendas votivas ligadas al culto a los muertos de las
excavaciones de necrópolis conocidas como «ajuar funerario», los
objetos hallados en las fosas de la Guerra Civil y de la dictadura, en
tanto que escenas de crimen y lugares de ocultamiento de cadáveres,
recuerdan las circunstancias de la muerte violenta de las personas allí
enterradas. En comparación con otros contextos bélicos anteriores
a la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los cuerpos recuperados en las fosas pertenecen a población civil, lo que en gran medida
determina la naturaleza de los materiales hallados. A diferencia de
los cuerpos de soldados enterrados a menudo con sus pertrechos y
uniformes, los objetos de las fosas del franquismo son por lo general
objetos comunes, fragmentos o elementos de vestimenta, prótesis
y otros objetos personales pertenecientes a las víctimas (Herrasti,
2021). Además de éstos, las balas, casquillos o restos de cal, permiten conocer las causas de la muerte, así como las circunstancias del
enterramiento.
Otros objetos singulares han sido utilizados para establecer la
identidad de los cadáveres enterrados. Es el caso de las botellas de
cristal en las que, siguiendo la orden de 22 de enero 1937 firmada por
Franco relativa al enterramiento en campo de batalla, se introducía
un documento identificando al cuerpo. Se ha registrado este uso de
botellas en la fosa del cementerio de Paterna (Moreno et al., 2021), así
como en el cementerio del penal del Fuerte de San Cristóbal convertido en sanatorio-penitenciario, en el monte Ezkaba, en cuyo cementerio, conocido como cementerio de las botellas, se han localizado 131
botellas enterradas entre las piernas de los presos fallecidos (Herrasti
y Etxeberria, 2014).
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Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
132
Un voluntario de la Sociedad de Ciencias Aranzadi
muestra un bloque de
cal a vecinas y familiares.
Fustiñana, 2005. Fotografía de la autora.
La exhumación como proceso de revelado
Una vez localizado el emplazamiento y delimitado el espacio de la
fosa se inicia el proceso de exhumación. En el transcurso del proceso
lento y meticuloso, proceso en el que los restos van cobrando forma
bajo las herramientas de los arqueólogos, se produce un continuo
tránsito entre el espacio de dentro de la exhumación, delimitado por
el perímetro de cinta o la profundidad de la fosa que separa al equipo
técnico del resto de personas que asisten a la exhumación. Fuera de
ese espacio acotado donde operan los miembros del equipo técnico,
se sitúan, junto con los familiares y/o los impulsores de la exhumación, miembros de asociaciones memorialistas, investigadores
(historiadores, antropólogos sociales y psicólogos, entre otros), estudiantes, periodistas y fotógrafos, así como vecinos de la localidad.
[page-n-134]
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Aitzpea Leizaola
Exhumación en el cementerio de las botellas, Fuerte de San Cristóbal, 2007.
Fotografía de la autora.
Todos ellos conforman la vida social de la exhumación y participan
en ella de diferentes maneras.
La exhumación, que puede durar varias horas, días, incluso
meses, se desarrolla en un ambiente particular, solemne y de gran
expectativa, y discurre generalmente en un silencio puntuado por las
intervenciones de los miembros del equipo técnico y las preguntas
del público. Al menos en aquellas en las que he realizado trabajo de
campo, de vez en cuando un leve murmullo de conversaciones banales recuerda que fuera de la exhumación, la vida sigue. Conforme
va avanzado la excavación y van saliendo a la luz los restos óseos, se
intensifica la interacción entre dentro y fuera de la fosa. Es práctica
habitual mostrar al público congregado los cráneos en los que se
aprecia el orificio de entrada o de salida del tiro de gracia, pero también otros elementos de la vestimenta, como pueden ser botones,
hebillas, calzado u otros objetos. Esta interacción entre el equipo
técnico y los asistentes que acompaña la aparición de los restos óseos
suscita reacciones cargadas de emoción. Es la dimensión afectiva de
las exhumaciones (Renshaw, 2010). Los aspectos sensoriales son
[page-n-135]
Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
134
Varias generaciones de
familiares intervienen en
las labores de cribado
bajo la supervisión de
los miembros del equipo
científico. Fustiñana,
2005. Fotografía de la
autora.
El médico forense F.
Etxeberria explicando a
los asistentes, entre ellos
un grupo de estudiantes
de la UEU, un hallazgo
en el transcurso de la
exhumación. Altable,
Burgos 2006. Fotografía
de la autora.
[page-n-136]
135
Aitzpea Leizaola
centrales: la aparición paulatina de los esqueletos que contrasta con
las fotografías en vida de las víctimas, el ruido de los instrumentos
escarbando la tierra, el tacto de los huesos o los objetos que por unos
instantes están en las manos de sus familiares.
No es lo mismo ver una fotografía publicada en prensa de un
cráneo en el que se aprecia el orificio del tiro de gracia que observar
con sus propios ojos el diámetro del mismo mientras el arqueólogo o
el antropólogo forense indica la trayectoria del proyectil, o sostener
entre los dedos el botón, aún cubierto de tierra, recién descubierto
junto a los huesos de una muñeca. Los objetos permiten establecer
un diálogo entre arqueólogos, familiares y asistentes y dotan al individuo enterrado de una materialidad más allá de la estrictamente ósea.
Si bien algunas partes del cuerpo humano son claramente identificables –como pueden ser el fémur, las costillas o el cráneo-, no todos
los huesos del cuerpo humano son reconocibles para el público en
general. En cambio, como apunta el testimonio de un familiar, «unas
botas hablan más que unos huesos» (Renshaw, 2011). Las suelas de
los zapatos, una alianza o un simple botón de camisa humanizan al
individuo cuyo esqueleto está siendo excavado.
El arqueólogo muestra a
familiares y asistentes a
la exhumación los restos
de un bolsillo de una camisa de algodón en cuyo
interior se aprecia una
hoja de periódico doblada.
Exhumación en Fustiñana,
2005. Fotografía de la
autora.
[page-n-137]
Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
136
Familiares de un fusilado
contemplan los restos
de un pie dentro de un
zapato hallado en la fosa
del cementerio de Altable,
Burgos 2006. Fotografía
de la autora.
Los arqueólogos de Aranzadi que habían participado en la exhumación llevada a cabo en Piedrafita de Babia en León, una de las
primeras exhumaciones científicas (2003), me mencionaban el desasosiego de algunos de los allí presentes al ver aparecer bajo el instrumental de los arqueólogos un par de suelas rojas. Para los entonces
jóvenes arqueólogos de Aranzadi, bregados en tareas de excavación
de necrópolis, la exhumación constituía sin embargo una total novedad, no por el procedimiento en sí, sino por las condiciones en que se
desarrollaba y la carga emocional que producía. Uno de estos arqueólogos que entrevisté en 2003 lo formulaba así: «Uno de los asistentes
a la exhumación, muy agitado, no dudó en saltar a la fosa al ver las
suelas y casi tuve que retenerlo. Resultó ser el sobrino de uno de los
asesinados que sabía que su tío llevaba un calzado de esas características cuando se lo llevaron». Aquellas suelas permitieron establecer la
identidad de uno de los hombres allí enterrados.
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137
Objetos recolocados en la
fosa a la espera de realizar el registro fotográfico
final de la fosa. Exhumación en Fustiñana, 2005.
Fotografía de la autora.
Aitzpea Leizaola
Tras ser mostrados a las personas de la asistencia, los objetos
se colocan en el lugar y la posición en el que han sido localizados
para ser registrados fotográficamente antes de proceder a la retirada
de los restos. El hecho de que se trate en la mayoría de los casos de
objetos comunes y cotidianos hace aún más palpable el alcance del
drama. Frente a los pertrechos de los soldados que los uniformizan,
los objetos cotidianos de los fusilados en sacas y ejecuciones sumarísimas, a menudo de la mano de otros civiles armados, recuerdan las
circunstancias de su detención, la ropa o el calzado que llevaban en el
momento de ser apresados o su oficio. Más allá del potencial identificatorio (García-Rubio, 2017) que puedan tener, los objetos humanizan al tiempo que singularizan los cuerpos.
Los restos óseos apelan a la noción de cadáver y conllevan necesariamente un trabajo de rearticulación con la noción de persona
(Delacroix et al., 2022). La atribución de una forma de identificación, sea el número codificado o una identidad provisional, que hace
el equipo técnico en el contexto de la exhumación, que deberá ser
[page-n-139]
Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
corroborada posteriormente por el análisis de laboratorio, contribuye, junto con la visión de los objetos in situ, a conectar la imagen de
los restos óseos con la individualidad de cada víctima. Objetos como
prótesis dentales o gafas sirven para establecer el rango de edad, descartando o apuntando provisionalmente hacia una u otra identidad,
en los casos en que la fosa contiene varios individuos cuyas identidades son conocidas de antemano. En el contexto de la exhumación,
los objetos cumplen una función de individualización central para los
familiares ya que les permiten en cierto modo hacer suyo un cuerpo
aún desprovisto de nombre.
De un limbo a otro
Demasiado recientes para ser considerados restos arqueológicos a
la vez que demasiado antiguos para ser tratados como delitos por la
legislación vigente (Leizaola, 2007), el limbo legal existente permitió
llevar a cabo a partir del año 2000 las primeras exhumaciones con
método científico. Aquellas primeras exhumaciones que sentaron
las bases del movimiento memorialista fueron posibles gracias a
la buena voluntad de los propietarios de los terrenos en los que se
encontraban las fosas. Esta situación alegal, sin embargo, no era garante de nada: bastaba que el propietario se negase a dar su permiso
para que la exhumación no fuera posible. Hubo que esperar hasta la
promulgación de la Ley 52/2007 más conocida como Ley de Memoria Histórica para que los familiares y el movimiento memorialista
pudiesen actuar al amparo de la ley.
Si bien desde entonces se han adoptado medidas administrativas
y jurídicas en lo que respecta a las exhumaciones, el destino de los
elementos materiales no óseos ha sido y sigue siendo muy variable.
Hasta la fecha, no han sido contemplados como elementos de índole
patrimonial de ningún tipo que no sea el estrictamente individual.
Al no estar sujetos al ámbito jurídico por haber prescrito los delitos
cometidos hace más de ochenta años, ninguna medida garantiza
su integridad, más allá de la necesidad de salvaguardar la cadena de
custodia de los restos y otras evidencias relativa a la documentación
e identificación de los individuos exhumados (Herrasti et al., 2021).
Según los protocolos forenses que se aplican en los procesos de
exhumación desde hace una década (Orden PRE/2568/2011), en los
casos en que nadie reclama el cuerpo, los objetos recuperados en las
fosas deben ser inhumados de nuevo junto con los restos óseos. Esto
no garantiza su preservación (Moreno et al., 2021), como tampoco
lo hace necesariamente el hecho de dejarlo en manos de los familiares. La recientemente aprobada Ley de Memoria Democrática (Ley
20/2022) no ha incorporado cambios sustantivos al respecto.
138
[page-n-140]
139
2
El escalofriante documental de Guzmán sobre
las desapariciones en
Chile durante la dictadura
de Pinochet hace una
reflexión paralela sobre la
exterminación y desaparición de las poblaciones
indígenas. Traducido del
original en gallego O lapis
do carpinteiro, la novela
fue adaptada al cine por
Anton Reixa en 2003.
Aitzpea Leizaola
Cuando lo material queda fijado en otros soportes
La última película de Pedro Almodóvar, Madres paralelas (2021), se hacía eco de la aparición en una fosa de un sonajero. Interpretada como
un homenaje al movimiento memorialista y considerada como uno
de los guiños políticos más explícitos del director manchego, la escena de la película hace referencia a un caso real, el de la exhumación
de Catalina Muñoz Arranz en la Carcavilla, Palencia. La inclusión de
una referencia a un objeto de memoria en una obra de ficción no es
inhabitual. Mucho antes de que el cineasta Patricio Guzmán tomase
como punto de partida la aparición de un botón de camisa incrustado
en una viga de hierro rescatada del fondo del océano Pacífico para su
aclamada película El botón de nácar (2015), el escritor gallego Manuel
Rivas publicaba El lápiz del carpintero2 en 1998.
Casi veinte años separan estas obras, amén de un océano y de muchas otras circunstancias, pero ambas comparten el hecho de partir
de un objeto común para elaborar relatos sobre los efectos de violencias políticas pasadas y de interpelar a la sociedad en el presente. Más
allá de servir de título a la novela y a la película, el objeto permite a los
autores articular los elementos sobre los que se sustentan respectivamente sus narrativas cinematográfica y literaria. Para ello, colocan
en el centro de una historia de violencia política de gran crudeza un
objeto común, cotidiano y familiar. Los tres casos nos recuerdan la
capacidad de los objetos de poseer un poder evocador que va más allá
de su materialidad (Appadurai, 1991).
Como el botón de nácar, el lápiz y el sonajero recuerdan, a través
de su propia materialidad, el impacto de la represión. Ambos son
objetos directamente relacionados con el momento de la ejecución,
si bien de manera diferente. El lápiz que el carcelero arranca de la
oreja al pintor tras fusilarlo recuerda la circulación de bienes sustraídos a las víctimas, una práctica común en el contexto de las sacas
y ejecuciones extrajudiciales: objetos de valor, como joyas y relojes
que los victimarios lucían sin pudor alguno, o prendas de vestir y calzado, e incluso objetos corrientes que tras la ejecución cambiaban de
mano. No son pocos los testimonios que dan cuenta de que los hijos
e hijas de los fusilados veían el reloj del padre en la muñeca de quien
había disparado contra él. O casos espeluznantes como el de Ramón
Barreiro, de Barro, Pontevedra, cuyo cuerpo acribillado de balas mutilaron sus ejecutores cortándole el dedo para sustraerle un anillo.
Además de la confiscación de tierras, bienes muebles e inmuebles a
las víctimas y a sus familias, práctica habitual durante la guerra, la
visión cotidiana de estos objetos sobre los cuerpos de sus ejecutores
recordaba con crudeza a los familiares de los fusilados aún más la
ausencia de las víctimas, así como la imposibilidad de conocer el
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Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
paradero de sus cuerpos en un clima de impunidad absoluta. Son los
objetos que nunca llegaron a las fosas.
En 2011, la exhumación de la mano de la Sociedad de Ciencias
Aranzadi de una fosa común en el cementerio viejo de Palencia,
convertido después en el parque La Carcavilla, permitió sacar a la luz
108 cuerpos de un total de 310 represaliados allí enterrados, entre
ellos, el de una mujer joven, inicialmente identificada como el esqueleto 10 211, el único esqueleto femenino encontrado en la fosa y uno
de los pocos casos de dicha exhumación junto al que se encontraron
objetos «con potencial identificador» (García-Rubio, 2017).
Casi ocho años más tarde, en 2019 el diario El País publicaba un
reportaje gráfico sobre el sonajero encontrado sobre el cuerpo de
Catalina Muñoz Arranz, fusilada en Palencia en septiembre de 1936.
La fotografía del sonajero, objeto emblemático de la infancia que
evoca la ternura, contrastaba con la crudeza de su localización sobre
el esqueleto en la fosa común. La forma imbricada del sonajero, su
apariencia moderna–que semejaba un material plástico- así como sus
colores vivos hicieron dudar de que se tratase de un objeto de la década de 1930. El análisis del material (Leizaola, 2012) corroboró que
se trataba de un objeto antiguo de celuloide, un material común en
aquella época en la fabricación de infinidad de objetos cotidianos. El
paso del tiempo no deslució la forma ni los vivos colores del sonajero
que llevaba probablemente en el bolsillo del delantal para entretener
al menor de sus cuatro hijos de apenas ocho meses de edad. Más allá
del carácter excepcional de este objeto específico, el sonajero, al igual
que otros objetos hallados en otras fosas, nos interpela desde la fosa.
140
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141
Aitzpea Leizaola
Conclusión
Además de ser intergeneracionales e intrafamiliares (Véase Box, Z.
«Objetos y memorias: la dimensión material de las fosas» en esta obra),
los objetos participan de la activación memorial, tal y como pone de
manifiesto el estudio de su papel en otros contextos bélicos (Saunders,
2004). Analizar el estatus de los objetos hallados en las exhumaciones
así como el de aquellos que han permitido la localización de la fosa y la
identificación de los restos una vez concluida la exhumación en términos de pertenencia, preservación y conservación, nos obliga a una
reflexión más amplia sobre la materialidad de la memoria y las formas
diversas en las que se ha declinado, tanto dentro como fuera de la fosa.
Las disposiciones legales, que regulan actualmente las exhumaciones con el fin de responder a las demandas de familiares y de
asociaciones memorialistas, se han centrado principalmente en la
gestión de los cuerpos. Junto con los restos óseos, los equipos técnicos hacen entrega de los objetos y demás restos materiales hallados.
Si la decisión de cómo disponer de los cuerpos no siempre es una
tarea fácil ni concita necesariamente consenso, como se aprecia en
algunos de los casos analizados por Ceasar (2016), ésta afecta también el destino de los elementos no óseos. Es la «doble vida de los
objetos», anterior a la inhumación y posterior a la exhumación (Baby
y Nérard, 2017), que una vez más conecta el destino de los muertos
y de los vivos. Estudiar en detalle, como en la etnografía de la fosa
100 de Paterna (García y Gadea, 2021), el trabajo de memoria de las
diferentes generaciones es, en este sentido, revelador.
Ante la ausencia de dispositivos de museización significativos y de
una política patrimonial que contemple su puesta en valor y asegure
su salvaguarda, su futuro queda en manos de los familiares una vez
los equipos técnicos les hayan hecho entrega de los mismos. Éstos no
necesariamente disponen de los medios para conservar estos objetos, elementos cuyo significado en un museo o en una exposición
transcendería el hecho de pertenecer y representar la memoria de una
familia o de un individuo concreto, activando la memoria colectiva.
En este sentido, es significativo observar el aumento de noticias que
ponen el foco en los objetos, o la publicación de libros como Voces
de la tierra (Robés, 2020) que presenta una selección de 25 objetos
encontrados en diferentes fosas. Todos estos elementos que contribuyen a fijar la dimensión material de las fosas en otros soportes. Para
muchos de estos objetos, a falta de una política patrimonial global
que contemple el contexto de la Guerra Civil y la violencia durante la
dictadura en todas sus dimensiones, incluyendo las que afectan a la
preservación de los objetos de las fosas, las fotografías realizadas por
el equipo técnico serán en el futuro la única prueba de su existencia.
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Pasado, presente y futuro de los objetos de las fosas comunes
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Gafas de sol
Individuo 83, fosa 111. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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Mirar Paterna para revisitar
el proceso de exhumaciones
contemporáneo: posibilidades
y tensiones en las luchas por
la(s) memoria(s)
María Laura Martín-Chiappe
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID
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Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
Introducción
Antes de recibir la invitación a participar en este volumen no había
estado en el cementerio de Paterna y si bien sabía de su existencia
nunca me había detenido a reflexionar sobre sus particularidades.
Sabía que allí se estaban produciendo exhumaciones de personas asesinadas por el franquismo, aunque no había parado a contextualizarlas, a pensar en si se trataba de represaliados o de fusilados; si había una,
varias o muchas fosas; si éstas estaban en el interior o en el exterior del
cementerio, si habían sido incorporadas al cementerio en posteriores
ampliaciones o siempre estuvieron allí. Tampoco había pensado en la
cantidad de personas de las que estábamos hablando, ni en si eran en
su mayoría hombres o mujeres… También había obviado el papel de
la ciudad de València durante la guerra, y lo ejemplarizante y encarnecida que tenía que haber sido allí la represión una vez finalizada
esta... Lo cierto es que, a pesar de que el proceso de exhumación contemporáneo y sus prácticas memoriales lleve años siendo mi objeto
de estudio, había incorporado Paterna como un lugar de represión más
en el mapa de fosas comunes de asesinados y asesinadas por el franquismo de los que pueblan España. Un lugar interesante sí, pero «un
lugar más», y sin embargo acercarse a él y mirarlo más de cerca expuso
tanto sus particularidades como aquello que tiene en común con otros
lugares de represión y memoria, convirtiéndolo rápidamente en un
interesante objeto de análisis que permite reflexionar sobre algunas
de las dimensiones que posibilitan y limitan el proceso exhumatorio
desarrollado en España en el siglo xxi, y sobre las disputas por la memoria que lo atraviesan.
Las exhumaciones de fosas relacionadas con la Guerra Civil y la
posguerra han pasado por diferentes etapas a lo largo de los más de
ochenta años que nos separan del golpe de Estado perpetrado entre el
17 y 18 de julio de 1936, constituyendo las del siglo xxi sólo las últimas
de un largo camino que contrariamente a lo narrado en múltiples ocasiones no se inicia en el año 20001. Aun así, es justo reconocer como
hito para las exhumaciones contemporáneas la exhumación del 20 de
octubre de 2000 en Priaranza del Bierzo (León) –en la que se recuperaron de una fosa común ubicada en una cuneta los restos de trece
civiles asesinados por paramilitares franquistas– al incluir algunas de
las características que han marcado este último proceso memorial. En
dicha exhumación convergieron personal arqueológico y forense que
aplicaron los conocimientos propios de sus disciplinas a la recuperación de los cuerpos de estos civiles asesinados extrajudicialmente,
y cuyo discurso y prácticas venían marcadas por los discursos de los
derechos humanos, característica fundamental de las exhumaciones
del siglo xxi.
1
Para más información
sobre las exhumaciones
previas al previas al año
2000 con una perspectiva multidisciplinaria y
comparada que enriquece
el análisis e interrelaciona
las etapas se recomienda:
Dueñas y Solé (2014)
para algunas realizadas
durante la guerra en territorio republicano; Saqqa
(2022) para las realizadas
por el régimen franquista
en los primeros años
de dictadura; Kerangat
(2020) para las realizadas
durante la transición, y
Ferrándiz para las contemporáneas.
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María Laura Martín-Chiappe
Otra de las particularidades de este proceso es que se produjo en
el marco de la sociedad de la información. Así, las imágenes, reclamos
y discursos que rodeaban a estos muertos, cuyos cuerpos con marcas
visibles de la violencia recibida aparecían entremezclados en lugares
de mal entierro –las fosas comunes–, recorrieron nuestra sociedad
generando desasosiego no solo en familiares sino también en quienes
los observaban. Los caminos que tomaron estas imágenes propiciaron, entre otras cosas, que ya no pudiese ser negada la violencia a la
que habían sido sometidos los vencidos –distinguible hasta por las
miradas más inexpertas en los cráneos con tiros de gracia o alambres
que atan muñecas–, así como que se (re)conociese el abandono y
agravio comparativo –frente a los cuerpos de los vencedores– al que
habían sido sometidos durante décadas. Al amparo de estas imágenes
y prácticas exhumatorias, una parte de la población comenzó a preguntarse por la posibilidad de recuperar los restos de sus familiares
enterrados en fosas comunes para brindarles un entierro digno.
Las exhumaciones no han dejado indiferente a nadie, y la visibilidad de los huesos como evidencia de un crimen cometido ochenta
años atrás –visibilidad no exenta de críticas ante la exposición indiscriminada de restos cadavéricos pertenecientes a personas represaliadas como nuevo agravio hacia estas– ha constituido un imán para las
miradas y para su reconocimiento colectivo. Así, estos muertos encontraron en el trabajo experto de arqueólogos, arqueólogas y forenses, no sólo el personal que se encargaría de recuperar sus restos de
la tierra, de intentar esclarecer su identidad y de conocer las causas
de su muerte, sino también un discurso autorizado (Bourdieu, 2008),
que aporta legitimidad y fiabilidad de cara a una sociedad en la que lo
científico funciona como régimen de verdad (Foucault, 1989, p.187). De
esta manera, en el contexto de las exhumaciones, las prácticas de los
expertos y las expertas, amparadas además en los marcos de los derechos humanos y de la justicia transicional, funcionan como discursos
«incuestionables», desplegados con una gran eficacia simbólica y
acompañados de una puesta en escena muy persuasiva (Ferrándiz,
2015, p.14), teniendo un papel activo y central en el reconocimiento
de estos muertos. Unos muertos políticos y unas narrativas que
encontraron en el proceso exhumatorio en su conjunto, a partir de la
materialidad obtenida, un reconocimiento y una legitimidad desconocidos hasta ese momento.
En este texto propongo entonces, partiendo del cementerio de
Paterna, (re)conocer algunas dimensiones que han devenido fundamentales en el imaginario colectivo y en las prácticas memoriales
relacionadas con la recuperación de la memoria histórica y las fosas
comunes.
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Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
Paterna: represión y exhumaciones contemporáneas
Paterna no es un lugar más, como decía anteriormente, entre otras cosas porque es uno los lugares donde más cuerpos se han recuperado
en los últimos años. Si en todo el Estado español desde octubre del
año 2000 han sido exhumados en torno a 9 700 cuerpos de más de
785 fosas comunes (Herrasti, 2020, p.24), entre un 10 y un 12%2 del
total provienen de Paterna. Allí, entre 2012 y 2021 se han recuperado
1 163 individuos de 27 fosas comunes y 7 nichos (Moreno et al., 2021).
Las exhumaciones contemporáneas han pasado por diferentes
momentos de (des)regulación y financiación en estas dos décadas.
Así, durante el primer lustro fueron autofinanciadas por asociaciones y familiares, y no fue hasta el año 2006 cuando comenzaron las
subvenciones estatales otorgadas por el Ministerio de la Presidencia.
Estas subvenciones se mantuvieron hasta el año 2011, y dejaron de
concederse en 2012 tras el cambio de gobierno del PSOE al PP. A su
vez, se produjo una incipiente regulación a través de la Ley 52/2007,
y la publicación en el BOE del Protocolo de actuación en exhumaciones de víctimas de la Guerra Civil y la Dictadura, en 2011. Las
exhumaciones se desarrollan estos años bajo un «modelo de subcontratación de los derechos humanos» (Ferrándiz, 2013) en el que,
aunque el Estado se comprometía a facilitar la asistencia y financiación, delegaba sobre las familias, asociaciones y equipos técnicos la
responsabilidad sobre las investigaciones, identificadores, cadena de
custodia y reinhumaciones. Si bien la financiación estatal directa
desapareció en 2012, pasaron a ser algunas comunidades autónomas y diputaciones las que a través de diversos procesos tomaron el
relevo en la financiación y gestión de las exhumaciones. Sucedió así
en Paterna, donde la mayoría de las exhumaciones se produjeron a
partir de 2016; primero con financiación de la Diputació de València
y posteriormente con financiación de la Conselleria de Participació,
Transparència, Cooperació i Qualitat Democràtica de la Generalitat
Valenciana, que replicaban, en buena medida, el modelo de subcontratación a través de subvenciones o de licitaciones públicas.
Así, en 2017, de 601 individuos exhumados en el Estado, 151
fueron recuperados de cinco fosas comunes en Paterna; en 2018,
de un total de 609 individuos exhumados, 197 fueron recuperados de
tres fosas en Paterna y, en 2019, 309 individuos fueron exhumados en
Paterna de un total de 668 personas recuperadas en todo el Estado
(Herrasti, 2020, pp. 22-23). Estas cifras nos hablan de una significativa y continuada represión, así como de un intenso trabajo de exhumaciones en la última década.
Se estima que en el cementerio de Paterna al menos 2 238 personas fueron enterradas en fosas comunes y nichos producto de la
2
La cifra no es exacta
porque al momento de
la publicación no se ha
podido acceder a los datos
totales actualizados.
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María Laura Martín-Chiappe
represión franquista, una represión que en todo el País Valenciano
se habría cobrado la vida de 4 714 personas (Gabarda, 2007). Las
ejecuciones comenzaron el 3 de abril de 1939, cuatro días después
de que entraran las tropas franquistas en la ciudad que había sido
capital de la República, y finalizaron diecisiete años después, en
noviembre de 1956. Estas personas, trasladadas principalmente de
la cárcel Modelo y de la de San Miguel de los Reyes, fueron asesinadas mediante ejecuciones sumarísimas colectivas ante pelotón de
fusilamiento en el paredón del Terrer, un lugar de represión anejo
al cementerio al cual eran trasladados sus cuerpos posteriormente,
dejando como saldo 154 fosas documentadas (Moreno et al., 2021,
p. 216). En ocasiones los familiares pudieron recuperar los cuerpos
de sus seres queridos semiclandestinamente en los momentos posteriores a la muerte y darles sepultura en nichos o tumbas individuales,
a veces pudieron incluso trasladarlos a otros cementerios (Gadea y
García, 2022, p. 210). Por otra parte, los 450 cuerpos de aquellos que
fueron ejecutados por la violencia de retaguardia republicana bajo el
descontrol de los meses iniciales de la guerra, entre junio de 1936 y
enero de 1937, fueron enterrados en el cementerio de Paterna y en el
General de València, siendo exhumados e identificados en la inmediata posguerra para ser enterrados y honrados públicamente por el
nuevo Estado (Gabarda, 2007; Gadea y García, 2022, p. 209). Como
puede observarse el tipo de represión y tratamiento posterior de los
cuerpos difiere de acuerdo al momento histórico, a las víctimas y a los
victimarios.
Como señalaba, junto con las prácticas técnicas y científicas, las
imágenes de las exhumaciones de fosas comunes en las que yacían
civiles asesinados han supuesto una de las potencialidades en la
disputa por el relato histórico y la pelea por un lugar en la memoria
oficial al funcionar como evidencia de la represión. Han sido potentes
al exponer el abandono en sucesivos regímenes de olvido y desprecio
al que estos muertos se vieron abocados. Y poderosas también por
lo que supone imaginar que, en buena parte de las cunetas, campos
o pozos de España se encuentran fosas comunes que contienen los
cuerpos de miles de civiles asesinados/as, y enterrados/as fuera de
los lugares destinados para el descanso de los muertos: los cementerios. De hecho, una de las motivaciones para reclamar públicamente,
justificar y propiciar la recuperación de estos cuerpos es deshacer la
mala muerte y el mal entierro que las fosas produjeron y propiciar un
entierro digno. Sin embargo, a pesar de que esas imágenes poderosas
de cunetas sean las que han conformado el imaginario colectivo de la
represión franquista, miles de personas ejecutadas por el franquismo
yacieron y yacen en el interior de los cementerios y no en su exterior,
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150
Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
es más, las fosas con mayor cantidad de individuos allí es donde se
encuentran o se encontraban.
Pensemos en el caso que nos está sirviendo de guía, Paterna,
donde más de 2 000 individuos se encontraban/encuentran en alrededor de 150 fosas; pero también el ejemplo que supone el cementerio de San Rafael (Málaga), donde 2 840 personas fueron exhumadas
entre 2006 y 2009, o la fosa de Pico Reja en el cementerio de San
Fernando (Sevilla), donde se están realizando labores de exhumación
que han dado un resultado provisional de 869 individuos con perfil de
víctimas de la represión franquista3. Paterna, y las fosas en los cementerios, nos invitan a dejar de pensar las fosas comunes y la represión
de forma reduccionista como evidencia del «terror caliente» –el
momento a principios de la guerra, verano y otoño de 1936 que seguía
la toma de una población por «ambos bandos» (Casanova, 1999, pp.
159-160), cuando las retaguardias bullían y se perpetraban crímenes
sin control– y a reflexionar sobre la evidencia que supone la existencia de complejos espacios cementeriales plagados de fosas comunes
producto de una represión institucionalizada, judicializada y extendida en el tiempo, la etapa de «terror legal» (Rodrigo, 2008).
El análisis que acompaña las exhumaciones presenta no solo
importante información a partir de los expedientes judiciales y las
condenas correspondientes –relativa a las acusaciones, investigaciones y la «expedición de justicia» que el régimen realizaba– sino
también a partir de los documentos cementeriales donde pueden
encontrarse, entre otras informaciones, las identidades y el lugar de
entierro (número de fosa) de las personas ejecutadas4. Pero, además,
el trabajo exhumatorio en sí ha expuesto lo metódico y planificado de
los enterramientos diseñados para maximizar la ocupación del espacio. Como ejemplo, en uno de los laterales del cementerio de Guadalajara se encuentra una hilera de 15 fosas comunes con los cuerpos de
personas ejecutadas después del 1º de abril de 1939. Las tres fosas allí
exhumadas por la ARMH entre 2016 y 2021 contaban con aproximadamente cuatro metros de profundidad y metro y medio de ancho,
y con más de una veintena de individuos en cada una de ellas. Fosas
estrechas y profundas, en las que los cuerpos de diferentes sacas compartían inhumación. En Paterna, las fosas se encuentran en el primer
cuadrante a la izquierda según se ingresa al cementerio, debidamente
organizadas una al lado de otra, con unas medidas aproximadas de
dos por dos metros y medio de ancho y planta rectangular, que llegan hasta los seis metros de profundidad en la fosa 128 (Moreno et
al., 2021, p. 217)). Además, como en otros cementerios, las capas de
cuerpos se encuentran separadas por tierra y cal, «la estratigrafía del
franquismo» como señala el arqueólogo González-Ruibal (2022).
3
Cifras de Aranzadi en
febrero de 2022 (https://
www.aranzadi.eus/pico-reja) aunque fuentes
periodísticas hablan de 1
200 en junio del mismo
año (https://www.
publico.es/politica/historia-huesos-fosa-pico-reja-mineros-querian-parar-golpe-fascista.html).
4
De hecho, en buena
medida, esta información
expone lo sistemático e
impune del proceso.
[page-n-152]
151
María Laura Martín-Chiappe
Ahora bien, la información que estas exhumaciones nos proveen
permite ahondar en cómo la violencia ejercida en la retaguardia sublevada tuvo su continuación durante la dictadura, es decir, no era un
castigo temporal producto del fragor del momento, sino que se trataba de «terror frío y paralegal sancionado o directamente ejecutado
por las autoridades» (González-Ruibal, 2022), planificado y realizado
durante décadas.
Durante estos años, en un complejo proceso de adopción y
traducción de conceptos vinculados al lenguaje de los derechos
humanos, al adoptar la figura del desaparecido, los fusilados/as o
represaliados/as se fueron convirtiendo en víctimas del franquismo
(Ferrándiz, 2010), un camino que, si bien les da visibilidad pública y
legitimidad en su proceso de reaparición, también les quita agencia
política, desplazando así otras narrativas como la del resistente (Gatti, 2011; Montoto, 2019). Fosas como las de Paterna, sacan a la luz
unos muertos todavía más incómodos si cabe, culpables a ojos de una
justicia ilegítima desde hace décadas cuyo marco de referencia está
pendiente de ser desarmado.
5
Cifras provenientes de
conversación telefónica
con el forense Javier
Iglesias, miembro de
ArqueoAntro, asociación
científica que trabaja en el
cementerio de Paterna.
Paterna: lugar de memoria(s)
La inhumación clandestina en fosas comunes supone un castigo post
mortem que interpela tanto a los muertos como a los vivos en un ejercicio de violencia simbólica y funeraria. La elección realizada por los
perpetradores de negar el entierro en el lugar socialmente destinado
para ello expone la intencionalidad del enterramiento ofensivo. El
cementerio es el lugar por excelencia donde los muertos son visibles
como tales, y quien no se encuentra allí no forma parte de la comunidad legítima de muerte (Kerangat, 2019, p. 78). Pero, como destaca
Kerangat (2019) en ese recinto cerrado se producen inclusiones y
exclusiones. Entonces ¿qué ha sucedido con aquellas personas que
aún enterradas en el interior del cementerio no han sido incluidas en
esta comunidad? ¿Y con aquellas cuya forma y lugar de inhumación
supone un castigo planificado y continuado en el tiempo, aquellas
cuyo entierro clandestino supone un agravio, ya no frente a los vencedores, sino con aquellos que descansan en tumbas o nichos individuales o panteones familiares a su alrededor? Es interesante destacar
el enorme malestar que la imagen de los cuerpos entremezclados y
sin sepultura reconocida produce y cómo, en el marco de las exhumaciones contemporáneas en Paterna, este malestar y los discursos
corpocentristas de la reparación y el entierro digno, han movilizado a
cientos de familias en su deseo de recuperar los restos de sus familiares mal enterrados allí, pasando de 30 o 40 de ellas en 2016, a más de
300, en la actualidad5.
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Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
Como señalaba, la idea de fosa común en un paraje natural o cuneta nos incita a pensar en ellas como lugares inhóspitos y desconocidos, aunque, como señala Ferrándiz (2014), las fosas comunes han
sido un secreto público desde su creación, conocidas, aunque obviadas
deliberadamente. Pero, al entrar al patio del cementerio de Paterna,
es difícil obviar los múltiples elementos que marcan la ubicación de
las fosas comunes.
Coinciden allí marcas de diferentes etapas memoriales desarrolladas desde el momento de los fusilamientos. Fosas cuidadas durante décadas por familiares de quienes los registros y la historia oral
dicen que están allí enterrados, y esto es interesante, porque, como
las exhumaciones, la memoria no comienza en el año 2000. Así, a la
vez que llama la atención el monumento creado durante la Transición con columnas blancas, un jardín de flores con los colores de la
bandera republicana, y una placa que señala «A todos los fusilados
por la libertad, la democracia y el progreso social-Paterna 1981», encontramos fosas cuya superficie está señalada con baldosas de cerámica –material trabajado históricamente en la zona– donde pueden
152
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153
María Laura Martín-Chiappe
leerse diversos datos que van desde la fecha de ejecución y sus nombres, al lugar de procedencia y edad de quienes allí se encuentran,
junto a mensajes como el de la parte inferior en la siguiente imagen:
«Vuestros familiares no os olvidan».
6
Invitándonos a reflexionar
acerca de las motivaciones
que llevan a una familia a
replicar el nombre de su
familiar dos veces sobre la
misma fosa.
En algunas es más claro el paso del tiempo y las sucesivas capas de
trabajo memorial. Sobre algunas de las baldosas más antiguas se han
pegado fotos de algunos de los ejecutados, e incluso pequeñas lápidas
de mármol negro (que remiten a marcos funerarios más modernos)
repiten los nombres de algunos de los fusilados6.
También se observan los espacios donde ya han sido exhumadas
las fosas comunes, los cuales cuentan con diferente señalización;
en ocasiones simplemente se encuentra marcado por un tocón de
cemento, o en el caso de la fosa 100, una losa cerámica sobre el tocón
indica el número de fosa en lo que parece una señalización provisional. Otras veces, sobre la tierra que recubre el lugar donde una vez estuvieron los cuerpos, lápidas individuales de mármol gris o negro que
han sido depositadas sin orden aparente –junto a otros elementos de
ornamentación funeraria– como evidencia de quienes estuvieron allí
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Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
alguna vez. En varias de estas fosas ya exhumadas pueden leerse textos en los que se articulan mensajes que hacen referencia a lo injusto
y la intencionalidad de ocultar estas muertes, y donde también hace
su aparición el lenguaje de la justicia transicional, la justicia internacional o la inocencia de las víctimas, firmados por las asociaciones de
familiares agrupadas en torno a cada fosa. También se encuentra allí
el mausoleo de mármol negro erigido sobre la fosa 113, pensado para
depositar los cuerpos que no hayan sido reclamados o identificados
de esa fosa. A su vez, al volver sobre nuestros pasos para salir del cementerio, encontramos un enorme monumento de acero –colocado
en la última década– en el que la figura de un hombre encadenado es
acompañada por los nombres, edades, localidades y fechas de ejecución de los represaliados.
154
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155
7
http://www.fosacomun.
com/comunicado.htm
8
En el caso de Paterna solo
hay 20 mujeres frente
a 2 218 hombres. Para
una reflexión acerca de
la presencia de mujeres
en fosas, las narrativas
dominantes en torno a
la(s) violencia(s) contra
las mujeres, su posible
compromiso político, y
las formas de concebirlas
y representarlas véase
Martín-Chiappe (2019).
y Martín-Chiappe y
Kerangat, (2019).
María Laura Martín-Chiappe
En sus primeros análisis sobre los procesos exhumatorios
contemporáneos, Ferrándiz (2014, pp. 62-63) destacó dos tipos de
disputas, aquellas «sobre el terreno» relacionadas con la gestión
de los momentos de exhumación y reinhumación, donde la batalla
se produce en relación con qué simbología debe o no formar parte
de ese momento de dignificación; y las disputas «bajo el terreno»,
centradas en la decisión de exhumar o no una fosa común. Desde
los inicios del proceso, diferentes asociaciones memorialistas expusieron su oposición a las exhumaciones –y otras que las promovían
han cambiado de parecer con el paso del tiempo– destacando que al
realizarse fuera de procesos judiciales contribuyen a la destrucción
de pruebas y, de forma indirecta, al encubrimiento de los crímenes
franquistas. Destacaban también que las exhumaciones destruyen
«patrimonio histórico» –relacionado precisamente con los monumentos ya existentes–, y proponían señalizar y «dignificar» las fosas
en lugar de exhumar7.
En Paterna existe una conciencia de los procesos de lucha de las
generaciones anteriores para el mantenimiento de estos lugares de
memoria, y uno de los argumentos de algunas personas que se oponen a exhumar expone que aquel lugar forma parte de las biografías
de sus familiares y exhumar implica destruir parte de su legado (Gadea y García, 2022, p. 212). A su vez, también están quienes deseando
recuperar los cuerpos, se preocupan por ver de qué manera se pueden
mantener vestigios de la memorialización previa (García y Gadea,
2020). Y es que mantener vestigios de esa memorialización permite
reconocer también a quienes conservaron la memoria de los muertos, a la vez que produjeron y mantuvieron estos lugares de memoria
durante generaciones con sus prácticas: las mujeres.
Isabel Gadea y Mª José García Hernandorena proponen pensar,
incorporando una mirada feminista y holística, las fosas comunes
como un espacio de memoria masculinizado, mientras que el cementerio supone un espacio femenino. Como señalan, centrar la
atención en las fosas ha privilegiado las memorias de las experiencias
de violencia, resistencia y represión masculinas –ya que son hombres quienes mayoritariamente las ocupan– frente a las memorias
femeninas –aun cuando en las fosas haya también mujeres, si bien
en mucha menor proporción8. Sin embargo, el hacer un análisis
biográfico del cementerio, permite reconocer el papel decisivo de las
mujeres en la transmisión y conservación de las memorias, así como
en las prácticas reparativas contemporáneas (Gadea y García, 2022,
p. 214). Y es que, las mujeres han sido las depositarias y transmisoras
de la memoria familiar (Jelin, 2002), y, desde los roles asignados a
su género y al ámbito (re)productivo, mantuvieron la memoria de
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Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
los hombres –y las de las mujeres que las precedieron–, y realizaron
pequeñas-grandes prácticas subversivas. Al cuidar y, a través de ello,
señalizar el lugar de enterramiento las mujeres manifestaban la memoria privada en la esfera pública, de manera que este acto cobraba
sentido político y constituía un acto de resistencia y contradiscurso
(Martín-Chiappe y Kerangat, 2019). Resulta interesante incorporar
una mirada feminista al análisis de las prácticas de resistencia y dejar
de considerarlas primordialmente en términos de actos heroicos de
gran repercusión, marcada intencionalidad o conciencia, y ampliar
el análisis a las acciones cotidianas de las mujeres. Esta mirada a
prácticas provenientes del ámbito privado permite comprenderlas
como parte de las múltiples formas de transgresión al orden establecido, y reconocer la acción colectiva que las mujeres realizaron
(Martín-Chiappe y Kerangat, 2019), posibilitando que las memorias
de la represión llegaran hasta hoy.
Reflexiones finales
Acercarme al cementerio de Paterna, me ha posibilitado revisitar el
proceso de exhumaciones contemporáneas de represaliados y represaliadas por el franquismo, exponiendo algunas de las capas de memoria que vinculan etapas memoriales y las prácticas propias de cada
una de ellas, pero también las posibilidades y limitaciones, continuidades y tensiones que se producen entre ellas.
Las exhumaciones y las reinhumaciones han resquebrajado una
forma sistemática y despiadada de dominación impuesta por el franquismo. Los cuerpos recuperados no solo vehiculan el duelo, sino que
tienen una vida y un papel políticos y su traslado a un lugar de entierro legítimo implica un cambio en la visibilidad de la persona cuyo
cuerpo se mueve y de las ideas que se le atribuyen (Verdery, 1999),
más aún cuando va acompañado de unas prácticas y discursos técnico-científicos y de derechos humanos que los legitiman socialmente.
La irrupción, la visibilidad y el traslado de estos cuerpos propició un
quiebre en la «memoria oficial», dejando espacio a «memorias subterráneas» (Pollak, 2006), a la vez que producía también «disputas
por la memoria» al interior de estas memorias (disputas sobre y bajo
el terreno), produciendo visibilidades privilegiadas y desatenciones.
Mirar con más detenimiento el papel de las fosas comunes en los
cementerios nos permite romper con la idea de que el terror caliente
supuso una excepción en el tipo de represión ejercido por el régimen,
y reconocer la continuidad de la misma a través del frío, una práctica
represiva planificada, organizada, y mantenida en el tiempo.
El proceso de recuperación de memoria histórica se construyó
estrechamente ligado a la recuperación de cuerpos y obviando la
156
[page-n-158]
157
9
También genera expectativas y necesidades que no
siempre pueden alcanzarse, como la identificación
genética.
10
Aunque ha de reconocerse
que las subvenciones también han propiciado otros
tipos de actividades que
no son exhumaciones.
María Laura Martín-Chiappe
existencia de prácticas memoriales previas. No necesariamente
obviando narrativas e historias personales, pero sí prácticas colectivas previas a los cementerios, donde las fosas no solo no habían sido
olvidadas, sino que habían sido cuidadas durante décadas. A este corpocentrismo contribuyó también el discurso científico9 del que hablamos anteriormente, ya que el cuerpo-evidencia, como la figura del
desaparecido, a la vez que abría un mundo de oportunidades, obtenía
(casi) toda la atención en detrimento de otras prácticas memoriales10.
Por otra parte, levantar la mirada de la fosa –aunque mirando a
su interior también (Martin-Chiappe y Kerangat, 2019)– posibilita el
reconocimiento y la comunicación de historias de vida, resistencias y
represión de las mujeres, que no habían contado con especial «capacidad de escucha» (Pollak, 2006). Y en ocasiones, cuando habían
sido reconocidas, lo habían sido bajo marcos de interpretación que
minusvaloraban las resistencias propias de los espacios y prácticas
asignadas socialmente a las mujeres desde el ámbito de la (re)producción social, al leerlos bajo prismas de heroicidad y resistencia masculinizada. Las memorias subterráneas de las mujeres batallan también por
espacios propios al interior de otras memorias subterráneas en las que
aparentemente estaban incluidas.
[page-n-159]
Mirar Paterna para revisitar el proceso de exhumaciones contemporáneo:
posibilidades y tensiones en las luchas por la(s) memoria(s)
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MEMO
DEMOC
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ORIA
CRÁTICA
165
Fosas y memoria democrática
Francisco J. Sanchis Moreno
175
El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
Mauricio Valiente Orts
189
Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
Baltasar Garzón Real
201
Derecho internacional, reparación y memoria democrática:
el caso de España
Carmen Pérez González
[page-n-163]
162
Tarjeta postal
Vicente Roig Regal, fosa 128. Paterna
Colección familia Roig Tortosa
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
[page-n-164]
163
Listado de nombres de personas fusiladas, de José Peiró Grau
Fosa 112. Paterna. Donación Familia Peiró
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
[page-n-165]
Lápiz
Individuo 3, fosa 94. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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165
Fosas y memoria democrática
Francisco J. Sanchis Moreno
DELEGACIÓ DE MEMÒRIA HISTÒRICA DE LA DIPUTACIÓ DE VALÈNCIA
[page-n-167]
166
Fosas y memoria democrática
La memoria histórica aparece, tras la restitución del régimen democrático en nuestro país, como política y herramienta para poner fin a
la versión franquista de lo sucedido en España desde la instauración
de la II República. Esta memoria ha tenido sus altibajos desde entonces, pero siempre ha presentado como uno de sus pilares poner fin al
«memoricidio»1 existente en torno a las fosas y la represión vinculada
a la Guerra Civil y el franquismo. El memoricidio es definido por las
Naciones Unidas como «la destrucción intencional de bienes culturales que no se puede justificar por necesidad militar». Cierto es que las
fosas no son depósitos de memoria y patrimonio comparables a los
museos o archivos, pero sí representan algo más que el lugar donde se
depositan los cuerpos muertos de determinados enemigos.
No olvidemos tampoco en este punto que etimológicamente
patrimonio significa ‘lo recibido del padre’ y este legado no necesariamente debe ser material y traducido en bienes u objetos, puede
ser también una actitud ante la vida, unos ideales… Las fosas son
el final de un proceso que busca algo más que vencer a un enemigo.
El objetivo es su desaparición de la historia. Esto es lo que se trata
de conseguir con un juicio sumarísimo (más rápido y con menos
garantías para el reo cuya versión de los hechos carece del valor que
le corresponde), con su fusilamiento y su posterior inhumación en
fosas comunes, agolpados unos cuerpos con otros, sin nombres, sin
comunicación a los familiares. Se trata de ejecutar a los vencidos tras
haberles ganado la guerra, ya no hay un verdadero interés militar,
sino de castigo, de eliminarlos de la ecuación de la historia. Se trata
de arrasar la memoria de los vencidos, del enemigo, sus recuerdos,
su identidad y de imponer a los familiares y a los supervivientes una
amnesia colectiva (no hablar de los fusilados fuera de casa, de que
tu padre era rojo…) para crear una identidad diferenciada de la
que poseían los derrotados: una Nueva España.
Esta represión no respondió a actuaciones fortuitas, sino deliberadas, ejecutadas dentro de una política de memoria con una intencionalidad; se buscaba con ella unos objetivos: someter, rendir y hacer
capitular a un enemigo ya vencido por las armas y eliminar toda forma
de resurgimiento de esta ideología, para que no interfiera en el nuevo
modelo de los vencedores y en su nueva cultura.
La separación de los presos políticos del resto de penados, el hecho de que se les fusilara y se les echara a fosas comunes, sin nombres;
que estas fosas se colocasen una a continuación de otras sin más distinción o que una fosa permaneciera abierta varios días o se reabriera
para introducir en ella los cadáveres de una nueva saca, nos habla
de un proceso de deshumanización de las víctimas. Se les separa de
sus familias, se omite su nombre (expresión máxima del individuo)
1
Término acuñado por el
historiador croata Mirto
D. Grmek para describir la destrucción de la
Biblioteca de Sarajevo.
[page-n-168]
167
Francisco J. Sanchis Moreno
Diferente celebración
del día de difuntos en el
cementerio de Paterna
por parte de los familiares
de los fusilados. Dibujo
Matías Alonso.
y se les entierra junto a los que comparten con ellos la misma culpa:
ser rojos. Cada uno de estos muertos es simplemente un rojo. Se ha
hecho desaparecer así la identidad individual de cada uno de los presos y con la política de terror se trata de soterrar la política de grupo
que les rodeaba. Hay miedo a mostrarse diferente de los vencedores,
a hacerse notar dentro de las poblaciones, no se habla de ideología
fuera de casa, se fingen creencias… Se ataca así la memoria colectiva
del perdedor con el objeto de que solo subsista la del vencedor, una
de cuyas trazas características es la de haber extirpado el cáncer social
que suponían los defensores de la República.
A los perdedores se les arrebatan los derechos que los humanizan.
Por ejemplo, los prisioneros pueden ser obligados a trabajar en batallones para reconstruir gratuitamente lo que los «rojos destruyeron»,
lo cual es una manera de esclavitud; a las mujeres embarazadas que
están presas se les pueden robar sus hijos, porque ellas les acabarían
transmitiendo esa enfermedad que es ser socialista, comunista o anarquista; a las esposas o viudas se les puede obligar a hacer trabajos para
la Falange local, etc.
Todo esto se acompaña de una política de reescritura del periodo
republicano, en el que sólo ocurrieron desgracias para España, en el
que la Guerra Civil es presentada como una necesidad para salvar a
nuestro país de los comunistas y de su desmembración. Así la eliminación de la identidad individual y colectiva, y del recuerdo, es decir la
amnesia, viene complementada por una actuación orientada a rescribir la historia y construir una nueva identidad acorde a los ideales
de los vencedores, que justifique el nuevo sistema y la necesidad del
levantamiento militar.
[page-n-169]
168
Fosas y memoria democrática
Esta limpieza histórica basada en criterios ideológicos, lo que no
deja de ser una forma de genocidio, busca la manipulación de lo ocurrido o, mejor dicho, del recuerdo de lo sucedido desde el presente
de los vencedores, para conseguir que el nuevo discurso del pasado
devenga en una herramienta de consolidación del nuevo régimen.
Pero con el fin de la dictadura, esta lectura del pasado se desmonta, pues como bien señala R. Koselleck (1997, p. 239): «A corto
plazo puede que la historia esté hecha por los vencedores, pero a
largo plazo las ganancias históricas del conocimiento provienen de
los vencidos».
El lento pero inexorable avance de la memoria democrática en
nuestro país ha estado jalonado por algunos hitos, siendo el más
reciente de todos ellos la aprobación de la Ley 20/2022, de 19 de octubre, de Memoria Democrática. Partiendo de su título ya podemos
vislumbrar una profunda evolución respecto a su predecesora, la Ley
52/2007, que, aunque se conocía como Ley de Memoria Histórica,
oficialmente se denominaba «Ley por la que se reconocen y amplían
derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron
persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura». Esta
evolución ya venía en buena parte recogida por diversas normas autonómicas como consecuencia del camino marcado por los informes
y condenas internacionales2. La nueva ley se vertebra en torno a los
principios establecidos por el Comité de Derechos Humanos de las
Naciones Unidas hasta en su propio articulado, en el que aparecen
capítulos dedicados a la verdad, la justicia, la reparación y el deber de
memoria.
Las políticas públicas de memoria deben estar siempre motivadas
por el interés general y pensadas para producir efectos positivos en la
sociedad. Por ello el Estado debe asegurar que la inexorable extinción
biológica de las víctimas y los testigos de lo acontecido no suponga
nunca la extinción ética y moral. Con el paso del tiempo desaparecerán los hijos de los represaliados, incluso sus nietos, pero la sociedad,
la ciudadanía debe recordar, pues es obligación del Gobierno reparar
y reconocer las violaciones de los derechos humanos.
Esto nos lleva a un escenario de tensión entre la memoria, la
historia y la política, que en ningún caso hemos de entender como
privativo de nuestro país. Situaciones semejantes encontramos en
multitud de países como es el caso de Estados Unidos respecto a la
esclavitud, el de Australia respecto a la población indígena o el de
la actuación de las metrópolis en la represión de los movimientos
independentistas en las colonias3.
La memoria es la facultad de recordar el pasado y está constituida por impresiones de lo acontecido, tanto a nivel individual como
2
Destacan la condena de la
Asamblea Parlamentaria
del Consejo de Europa
a la dictadura franquista
(2006) y el «Informe del
relator especial sobre la
promoción de la verdad,
la justicia, la reparación
y las garantías de no
repetición», elaborado
por Pablo de Greiff para
el Consejo de Derechos
Humanos de las Naciones
Unidas (2014).
3
Un claro ejemplo de
estas tensiones puede
observarse en el proyecto:
1619. New York Times
Initiative, que establece
que es en ese momento
«in August 1619 when
the first enslaved Africans
arrived in the English
colonies that would become
the United States could, in
a sense, be considered the
country’s origin».
[page-n-170]
169
Francisco J. Sanchis Moreno
Imagen de la web de la
Delegació de Memòria
Històrica de la Diputació
de València.
colectivo. Estas narraciones del pasado, en lo que se corresponde con
los valores del grupo, tienden a estereotiparse y a convertirse en un
elemento de transmisión intergeneracional, y cuando se produce
un fuerte conflicto en el seno del grupo las narraciones recogen una
distinción entre víctimas y victimarios. Las víctimas, con el tiempo,
exigen una reparación por esos sucesos del pasado que se consideran
aún vigentes y se presentan con una superioridad moral, fruto del
injusto sufrimiento se les ha infligido. Frente a ellas, los victimarios
nos hablan del pasado como algo ya periclitado, que fue fruto de unas
condiciones extremas que plantearon precisamente aquellos que se
presentan como víctimas. Los victimarios consideran que no pudieron actuar de otra forma, no tuvieron alternativa, y que en una situación así no hay realmente inocentes. La aplicación de estos principios
al golpe de Estado de 1936 es evidente, al igual que lo es la utilidad social que tiene el pasado para el presente. Tradicionalmente en nuestro
país se han empleado las grandes gestas nacionales como elemento
aglutinador y potenciador de una forma de entender España y como
base de una identidad nacional. La visión romántica e idealizada del
pasado ha sido empleada durante décadas como un ancla cognitiva y
afectiva que nos identificara con aquel y potenciara nuestro sentido
de pertenencia nacional. Esta utilidad social del pasado no es negativa en sí misma, lo que será discutible es el modelo social y político
con el que nos quiere identificar.
La nueva ley supone un salto cualitativo en multitud de aspectos,
pero quisiera detenerme en su determinación, más allá de la reparación a las víctimas…, por convertirse en una herramienta fundamental para coadyuvar a la formación del pensamiento histórico sobre
este periodo.
[page-n-171]
170
Fosas y memoria democrática
En su artículo 1 señala: «La presente ley tiene por objeto la recuperación, salvaguarda y difusión de la memoria democrática, entendida ésta como conocimiento de la reivindicación y defensa de los
valores democráticos y los derechos y libertades fundamentales a lo
largo de la historia contemporánea de España, con el fin de fomentar
la cohesión y solidaridad entre las diversas generaciones en torno a
los principios, valores y libertades constitucionales».
La ley cita un marco cronológico amplio, como es la expresión
«a lo largo de la historia contemporánea de España», porque con
la Constitución de 1812 se inicia en nuestro país la lucha para que la
soberanía del Estado recaiga en la nación, para la implantación del
sufragio y otros derechos. Pero en la práctica, la casi totalidad de su
articulado hace referencia a las consecuencias de la ruptura de la línea
democrática en 1936 como consecuencia del ilegal golpe de Estado al
gobierno elegido libremente por los españoles. Busca esta norma dotar a cada uno de los ciudadanos de los instrumentos y herramientas
(desde mapas de fosas, censos de víctimas, bancos de ADN, inserción
de esta temática en el currículo de los estudiantes de secundaria…)
que les permitan comprender e interpretar autónomamente este
pasado reciente de forma contextualizada. La norma entiende que la
memoria histórica como forma de entender el pasado ha de estar al
servicio de una ciudadanía democrática, que encuentra en la historia
una herramienta clave para interpretar el mundo actual y también
para una mejor gestión del porvenir.
En estos términos podemos entender la afirmación del historiador Josep Fontana (1982) para el que toda visión de la historia
constituye una genealogía del presente. Por ello la Ley de Memoria
Democrática parte de la situación actual, un Estado con un régimen
democrático, para rastrear sus orígenes en el pasado. Por esta razón se
centra en el periodo cronológico que cubre desde el nacimiento de la
II República hasta la aprobación de la actual Constitución en 1978. No
puede negarse que este objetivo tiene una función social, puesto que
trata de mostrar la existencia de una evolución natural y positiva desde
el pasado que ha dado lugar al presente. Todo lo que en el pasado se ha
opuesto a esta evolución en favor del establecimiento de libertades y
derechos es considerado negativo y regresivo. Además, esta evolución
se considera inacabada y por tanto busca que la ciudadanía proyecte su
sociedad ideal en la propuesta política que supone la democracia4.
Así pues, pasado, presente y futuro están imbricados de tal
forma que toda visión de uno de ellos implica una nueva versión de
los dos restantes. El pasado, además de explicar lo que ocurrió, nos
da las claves para entender el presente y ambos, conjuntamente,
buscan encaminarnos hacia un futuro que este pasado y presente
4
Sobre estas ideas aplicadas al campo de la enseñanza, véase Santiesteban
(2010, p. 35).
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171
Francisco J. Sanchis Moreno
consideran adecuado. El poder del presente sobre la visión del pasado
y el futuro que ha de venir es más que evidente y basta con detenernos
en la imagen que se tenía de la II República y el camino que debía
seguir el Estado bajo la dictadura franquista, respecto a la que hoy se
ofrece de ella como triunfo de las libertades y de los ideales democráticos en España, ideales que se han reconquistado y se han desarrollado en la sociedad actual y que caminan de forma inequívoca hacia
una profundización de la democracia que nos llevará a una sociedad
mejor y más justa.
Este futuro al que tratamos de encaminarnos puede entenderse
como una prospectiva que hunde sus raíces en el pasado y el presente,
son estos los que nos muestran la posible evolución social. El futuro
no es único, hay futuros posibles, probables y deseables y nuestra
nueva Ley de Memoria Democrática busca proyectar una imagen
positiva a la sociedad sobre su capacidad para moldear el futuro a partir de un conocimiento del pasado. La clave radica en conseguir que
el ciudadano se adhiera íntimamente al futuro deseable y que para
hacerlo real actúe de forma consecuente. Es en esta línea, en la que
G. Steiner (2008) propone «recordar el futuro», para ello nos invita a
concebir los lugares de la memoria, del pasado, como espacios en los
que aprender los posibles futuros y tomar las decisiones correctas en
el presente para alcanzar aquel que deseamos. En esta línea el propio
preámbulo de la norma de 2022 señala: «Los procesos de memoria
son un componente esencial de la configuración y desarrollo de todas
las sociedades humanas, y afectan desde los gestos más cotidianos
hasta las grandes políticas de Estado. El despliegue de la memoria es especialmente importante en la constitución de identidades
individuales y colectivas, porque su enorme potencial de cohesión
es equiparable a su capacidad de generación de exclusión, diferencia
y enfrentamiento. Por eso, la principal responsabilidad del Estado
en el desarrollo de políticas de memoria democrática es fomentar su
vertiente reparadora, inclusiva y plural».
Solo con un presente inclusivo, tolerante y plural es probable un
futuro plenamente democrático. Para lograrlo hemos de caminar
hacia la construcción de una nueva master narration que responda a
quiénes somos, qué queremos ser y cómo debemos comportarnos
para serlo. Esto implica deconstruir las narrativas recibidas durante
décadas y buscar nuevos referentes que favorezcan la inclusión y la
transformación de la distinción entre víctimas y victimarios en un
nosotros en el que quepamos todos.
De ahí la importancia de que el Estado, en esta nueva ley, asuma
su rol y ponga los medios y las actuaciones que impidan la pérdida
del pensamiento crítico y la invisibilización de las violaciones de los
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Fosas y memoria democrática
derechos humanos. Este pasado reciente, del que se ocupa la memoria democrática, no sólo se ve afectado por la polarización política
del presente, sino también por la posverdad. Por ello deben ponerse
los medios que impidan la distorsión deliberada de la realidad y la
pérdida de valor de los datos objetivos en favor de las opiniones y
emociones que suscita este pasado, que se emplean para cimentar
el enfrentamiento en la actualidad. Entre todos tenemos que transmitir la existencia de adversarios, que no enemigos, y que nuestros
adversarios políticos no deben perder ninguno de sus derechos, pues
son aquellos con los que competimos por la defensa de proyectos
opuestos para atender problemas sociales, pero siempre dentro de
las reglas de leal confrontación y conservación de la posibilidad del
entendimiento (Arnoletto, 2007).
La memoria democrática trata de fomentar el pensamiento crítico
y la búsqueda de la justicia social, para ello nos muestra la necesidad
de transformar la resolución de los conflictos y de conseguir la disminución de la violencia, lo que nos capacita para avanzar en el camino
de la convivencia y el respeto a las ideas. En este sentido la Ley de
2022 potencia, junto al recuerdo debido a las víctimas, también el
de la lucha por la democracia. Porque la Guerra de España, vista ya no
solo como una guerra civil, se presenta como el primer eslabón en la
lucha que las democracias tuvieron que librar contra el fascismo y es
precisamente la derrota republicana, por el escaso apoyo que recibió
de su entorno, la que favoreció el impulso posterior del fascismo. Se
conecta así, en un mundo globalizado, la derrota española a la lucha
por la democracia en el mundo.
Por ello la ley fija como día de recuerdo y homenaje a todas las
víctimas la fecha del 31 de octubre, día en el que las Cortes Generales
aprobaron la Constitución, una constitución que luego fue refrendada por una amplia mayoría de los españoles y que abrió una etapa
de convivencia pacífica e integradora. Pero además establece el 8 de
mayo como día de homenaje a las víctimas del exilio, porque ese día
la II Guerra Mundial llegó a su fin. Para los aliados contra el nazismo
y el fascismo, el 8 de mayo es el día de la Capitulación Incondicional
de Alemania, el Día de la Victoria. Para las víctimas del régimen nazi –
judíos, homosexuales, romaníes, comunistas, socialdemócratas, liberales, españoles de la resistencia y todos los enemigos del nazismo–,
el 8 de mayo de 1945 es el Día de la Liberación: la liberación de los
campos de concentración, de las prisiones y de la vida en condiciones
inhumanas.
No encuentro mejor colofón para estas palabras que los versos
escritos por Vicent Andrés Estellés:
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5
Versos 28 a 34 del «Poema
III» (Estellés, 1998).
Francisco J. Sanchis Moreno
«Mentre la terra invoca en va
la mort principi de les morts
criminals tongades de morts
collites de morts els morts
de la postguerra els morts els morts
mentre la terra es tapa els ulls
terra universal de Paterna
terra dels morts oh amarga terra
terra de la calç clivellada
terra martiritzada…»5
Mientras la tierra invoca va
la muerte principio de las muertes
criminales tongadas de muertes
cosechas de muertos los muertos
de la posguerra los muertos los muertos
mientras la tierra se tapa los ojos
tierra universal de Paterna
tierra de los muertos oh amarga tierra
tierra por la cal agrietada
tierra martirizada…
Bibliografía
Arnoletto, E. J. (2007). Glosario de Conceptos Políticos Usuales. Disponible en:
www.eumed.net/dices/
Estellés, V. A. (1998). Ofici permanent a la memòria de Joan B. Peset, Tres i Quatre,
València.
Fontana, J. (1982). Historia: análisis del pasado y proyecto social. Grupo Editorial
Grijalbo, Barcelona.
Koselleck, R.(1997). L’Expérience de l’histoire. Editions Seuil, París.
Santiesteban, A. (2010). «La formación en competencias de pensamiento histórico”. Clio & Asociados. La historia enseñada, 14, 34-56.
Steiner, G. (2008). Recordar el futur. Arcadia, Barcelona.
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Cuerda utilizada para maniatar antes del fusilamiento
Individuo 119, fosa 127. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Albert Costa. L’ETNO
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El derecho a la verdad ante las
violaciones de los derechos
humanos durante el franquismo
Mauricio Valiente Ots
DOCTOR EN DERECHO POR LA UNIVERSIDAD CARLOS III DE MADRID
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
Durante los episodios históricos en los que se han producido masivas violaciones de los derechos humanos se ha constatado una
intención deliberada de ocultación y manipulación de los hechos.
Prácticas como la desaparición de personas y su inhumación en fosas
comunes forman parte de un patrón que evidencia una voluntad
preconcebida de impunidad. Frente a esta realidad, el derecho a la
verdad, concepto básico en el derecho internacional de los derechos
humanos, no solo constituye un instrumento esencial para la reparación de las víctimas y sus familiares, sino también una exigencia
en el necesario esclarecimiento de las causas y las responsabilidades.
El caso español, uno de los países con mayor número de personas
desaparecidas como consecuencia del golpe de Estado y la dictadura
franquista, según datos de Naciones Unidas, es un claro ejemplo de
la relevancia y la significación práctica del derecho a la verdad.
El derecho a la verdad en el derecho internacional y su recepción
en España
Aunque el derecho a la verdad no ha tenido un reconocimiento
expreso en las declaraciones de derechos humanos, lo que ha provocado que tenga contenidos e interpretaciones diversas, en la actualidad cuenta con una sólida base en el derecho internacional tras
un largo proceso de elaboración doctrinal e inclusión en diversos
tratados internacionales.
El artículo 32 del protocolo adicional primero de los Convenios
de Ginebra de 1949, relativo a la protección de las víctimas de los
conflictos armados internacionales, aprobado en 1977, reconoció el
derecho que asiste a las familias de conocer la suerte de sus miembros. El artículo siguiente del protocolo extrajo como consecuencia
de este reconocimiento la obligación de los estados a desarrollar
una búsqueda activa de las personas desaparecidas. Fue un primer
paso que, en el contexto de la reacción social y jurídica a las graves violaciones de los derechos humanos en América Latina en la
década siguiente, se revelaría insuficiente. La Comisión y la Corte
Interamericana de Derechos Humanos jugaron un papel relevante
en el proceso de ampliación y precisión del concepto jurídico, al
destacar en el informe de 1986 del primero de estos organismos, referido a lo sucedido en la dictadura argentina, que «toda la sociedad
tiene el irrenunciable derecho de conocer la verdad de lo ocurrido,
así como las razones y circunstancias en las que llegaron a cometerse aberrantes delitos, a fin de evitar que estos hechos vuelvan a
ocurrir» (Garretón, 2003, pp. 121-122). De esta forma se añadía una
dimensión social o colectiva a la individual del derecho de las víctimas a la verdad.
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Mauricio Valiente Ots
En la resolución aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 16 de diciembre de 2005, sobre principios y directrices
básicos del derecho de las víctimas de violaciones manifiestas de
las normas internacionales de derechos humanos, se contempló de
manera expresa el acceso a la información. En concreto, se afirmaba
que las personas afectadas tenían derecho a solicitar y obtener información sobre las «causas de su victimización». Ante la inseguridad
del anclaje positivo del derecho a la verdad, se inició un proceso de
consultas a expertos y entidades especializadas para el trabajo futuro
que debería abordarse desde los organismos internacionales del
sistema de Naciones Unidas (Naqvi, 2006, p. 4-5; Rodríguez, 2017,
pp. 303-39).
Sin duda, se produjo un salto cualitativo cuando el derecho a la
verdad fue explícitamente reconocido en la Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, de 20 de diciembre de 2006. En particular, en su
artículo 24, se obliga a los estados a una actuación eficaz que garantice a cada víctima «el derecho a conocer la verdad sobre las circunstancias de la desaparición forzada, la evolución y resultados de la
investigación y la suerte de la persona desaparecida». Conforme a
esta evolución de progresivo reconocimiento, la Asamblea General de
Naciones Unidas, mediante la resolución 65/196 de 21 de diciembre
de 2010, estableció el Día Internacional para el Derecho a la Verdad
el 24 de marzo, en memoria de monseñor Óscar Arnulfo Romero,
asesinado ese mismo día de 1980.
Uno de los instrumentos creados para promover la extensión de
este derecho en los estados ha sido el nombramiento por el Consejo
de Derechos Humanos, desde 2011, de un relator especial para promover la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. Cabe destacar que los juristas que han desempeñado el cargo
hasta ahora, Pablo de Greiff y Fabián Salvioli, han prestado gran
atención al caso español, formulando severas críticas a las carencias
en el respeto del derecho a la verdad que han sufrido las víctimas del
franquismo.
¿Cómo se ha producido la recepción de este derecho en España?
La transición, que se presentó como un modelo, en especial para los
países de América Latina, se basó en un discurso que insistía en el
consenso y la reconciliación, lo que aparejó un aparcamiento oficial
de los asuntos más problemáticos, como la reclamación de responsabilidades a los cargos del régimen dictatorial que, por otra parte,
habían permitido en su mayor parte la evolución pactada a un régimen constitucional. La consecuencia de ello fue un enorme déficit en
el derecho de las victimas al esclarecimiento de lo ocurrido durante
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
la dura represión del franquismo y una ausencia de políticas públicas
de memoria. Hubo que esperar treinta años para que se aprobara la
Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían
derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura (en adelante,
Ley de Memoria Histórica).
La denominación oficial de la Ley de 2007 ya da una pista de lo
insuficiente de su contenido. Al menos se planteaba en su exposición
de motivos que los poderes públicos impulsaran el «conocimiento de
nuestra historia» y fomentaran «la memoria democrática», aunque
con el espíritu «del reencuentro y la concordia de la transición». Aun
así, la ley ha tenido una vigencia muy limitada. Esta carencia, precisamente cuando el derecho a la verdad estaba cobrando una mayor
precisión y relevancia en el ámbito internacional, se ha cubierto
con lo que el profesor Rafael Escudero Alday ha denominado «la vía
autonómica para la recuperación de la memoria histórica», con una
legislación ambiciosa que ha abordado de manera directa el objeto
que estoy analizando en este artículo (Escudero, 2021).
Como cabía esperar, la vía autonómica generó resistencias. Varios
pronunciamientos del Tribunal Constitucional sobre la creación de
comisiones de la verdad en las comunidades autónomas de Euskadi
y Navarra opusieron la atribución exclusiva en el poder judicial de la
investigación de delitos (Escudero, 2021, pp. 175-177). Más allá de las
críticas que se han formulado a estas sentencias, que no cabe desarrollar aquí, lo que se evidenciaba era la ausencia de un despliegue normativo del derecho a la verdad en España. Una carencia que podría
hacerse extensiva al ámbito regional europeo, aunque un análisis
detenido de la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos ha permitido a Luis López Guerra sostener la existencia de
un derecho, de titularidad difusa pero que va más allá de las víctimas
y sus familiares, de acceso a las informaciones con relevancia pública
y en especial en los supuestos de violaciones a los derechos humanos
(López Guerra, 2018, pp. 24-26).
La ratificación por España de la Convención Internacional para
la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, el 14 de julio de 2009, y la aprobación reciente de la Ley de
Memoria Democrática, pendiente del trámite en el Senado, abren un
escenario nuevo en España, acorde con la evolución que he resumido
en el ámbito internacional. La exposición de motivos de la nueva ley
es muy significativa, al situar en la ciudadanía «el derecho inalienable
al conocimiento de la verdad histórica sobre el proceso de violencia y terror impuesto por el régimen franquista». Este principio se
concreta en el artículo 15 de la parte dispositiva, donde se proclama
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Mauricio Valiente Ots
el derecho de las víctimas, sus familiares y la sociedad en general, a
la verificación de los hechos y la revelación pública y completa de los
motivos y circunstancias en que se cometieron las violaciones del derecho internacional humanitario o de violaciones graves y manifiestas
a las normas internacionales de los derechos humanos ocurridas con
ocasión de la Guerra Civil y de la dictadura. Analizaré a continuación
como se desarrolla este derecho en el texto que ha entrado en vigor en
octubre de 2022, en comparación con la Ley de Memoria Histórica
de 2007.
El derecho a la verdad de las víctimas del franquismo
La Ley de Memoria Histórica de 2007 pretendió reconocer y ampliar
derechos a las víctimas del franquismo, pero no incluía una descripción pormenorizada de las distintas situaciones de persecución
sufridas, un procedimiento general para su reconocimiento ni un mecanismo para su cuantificación. Para suplir estas carencias, la nueva
ley en curso realiza un amplio despliegue en la caracterización y enumeración de las situaciones que provocaron la victimización, a la vez
que contempla la creación de un registro que garantice «la efectividad
de los principios de verdad, justicia, reparación y no repetición». En
el Registro se anotarán las circunstancias de la represión padecida,
así como el lugar y la fecha en que ocurrieron los hechos, dejando
constancia de la fuente de la que procede la información. A partir
de este registro de víctimas se elaborará un censo público, con nombres y apellidos, algo imprescindible para evitar las imprecisiones,
manipulaciones y exageraciones que, como nos recuerda Francisco
Espinosa en una reciente obra, aunque se realicen con la mejor de las
intenciones, generan confusión y desacreditan las políticas memorialistas (Espinosa et al., 2022, pp. 42-45).
La nueva ley modifica, mejora y amplia de manera significativa
lo contemplado en la Ley de Memoria Histórica sobre el mapa de
fosas, protocolo de exhumaciones y régimen de autorizaciones para
llevarlas a cabo. A pesar de ser la materia que generó una mayor atención en esta precaria primera formulación española del derecho a la
verdad, su enfoque se ha demostrado erróneo y claramente insuficiente. Erróneo porque descargaba la localización e identificación de
las víctimas en los familiares y las entidades sociales que los ampararan (párrafo primero del artículo 11). La Administración General del
Estado sólo aparecía en la segunda parte del artículo con el mandato
de elaborar planes de trabajo y aprobar subvenciones para sufragar
los gastos de los particulares. Ante semejante mensaje no es extraño
el exiguo resultado en el número de exhumaciones y restos recuperados (Espinosa et al., 2022, p. 48).
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
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Noticia de prensa de una
de las primeras exhumaciones de represaliados.
En concreto se trata de
Basiliso Serrano, conocido
como el Manco de la Pesquera (diciembre, 2005).
Mauricio Valiente Ots
Con acierto, la nueva ley ha dado un giro copernicano al recoger
las recomendaciones de distintos organismos internacionales. Establece, de manera expresa, que la búsqueda de las personas desaparecidas corresponde a la Administración General del Estado. Se añade
a lo anterior que esta labor se desarrollará «sin perjuicio de las competencias de otras administraciones públicas relacionadas con dicha
actividad, reforzando la colaboración entre las mismas», lo que no
es una simple precaución frente a la sensibilidad autonómica y local
susceptible de un menoscabo de sus competencias, sino la constatación de un hecho impuesto por la «vía autonómica» a la que ya hemos
hecho referencia. Vía que, cabe destacar, anticipó el cambio de enfoque que recoge la nueva Ley (Escudero, 2021, p. 174).
Se prevé ahora poner en marcha varios instrumentos que serán
claves para el tránsito de la formulación legal del derecho a su aplicación efectiva. En primer lugar (artículos 16, 17 y 19), se contemplan
planes plurianuales de búsqueda, localización, exhumación e identificación de personas desaparecidas, lo que se apoyará en mapas de
localización y nuevos protocolos. Todo ello se plasmará en un mapa
integrado de localización de personas desaparecidas que comprenda
todo el territorio español, al que se incorporarán los datos remitidos
por las distintas administraciones públicas. Estas medidas no suponen una gran novedad con lo contemplado en 2007, salvo en su previsión final, muy relevante para la eficacia del derecho a la verdad, en
la que se establece que, frente a la concepción de la Ley de Memoria
Histórica de poner la información únicamente «a disposición de los
interesados», a partir de ahora deberán hacerse públicos los datos de
exhumación anual, que incluirán la cifra de peticiones registradas, el
número de fosas y restos de personas localizadas, así como el número
de prospecciones sin resultado positivo.
En segundo lugar, se proyecta la creación de un banco estatal de
ADN. Tendrá por función la recepción y almacenamiento del ADN
de las víctimas de la guerra y la dictadura y sus familiares, así como de
las personas afectadas por la sustracción de recién nacidos, con vistas
a su identificación genética. La aportación de muestras biológicas por
parte de los familiares para la obtención de los perfiles de ADN será
voluntaria y gratuita. Ante los bancos que ya existen, se prevé una
estrecha colaboración entre el banco estatal, el Instituto Nacional de
Toxicología y Ciencias Forenses, los institutos de medicina legal y los
laboratorios designados por las distintas comunidades autónomas.
En la base de datos de ADN se conservarán las muestras de restos
óseos de las distintas exhumaciones llevadas a cabo.
Estos instrumentos suponen un gran avance que permitirá avanzar en la identificación de las víctimas. Más dudosa en su alcance y más
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
polémica en su formulación es la redacción que recoge la nueva ley para
regular la autorización de las actividades de localización, exhumación e
identificación de personas desaparecidas, así como la referida a la gestión
del resultado de estas intervenciones.
No supone una novedad con respecto a la anterior ley que las
actividades de localización, exhumación e identificación de personas
desaparecidas requieran la previa obtención de una autorización
administrativa. Sin embargo, es crucial la previsión de que el procedimiento se incoará de oficio por la comunidad autónoma en cuyo
territorio se ubiquen los restos o, en su caso, por la Administración
General del Estado con carácter supletorio, lo que permitirá combatir la inactividad de las primeras, algo que por desgracia ha ocurrido
en demasiadas ocasiones hasta ahora. Podrán instar el inicio de las
actuaciones, aportando pruebas o indicios, las entidades locales, los
familiares y las entidades memorialistas. La polémica ha surgido en
la tramitación de la nueva ley por el establecimiento, con carácter
previo a la autorización, de un periodo de información pública donde
se deberá «ponderar la existencia de oposición a la exhumación por
cualquiera de los descendientes directos de las personas cuyos restos
deban en su caso ser trasladados». Parece claro que, ante una vulneración masiva de los derechos humanos y la comisión de posibles delitos
de lesa humanidad, la resistencia de familiares no debería operar en
ningún caso, lo que pone de manifiesto la complejidad del derecho a
la verdad y la necesaria dimensión colectiva o social del mismo.
Otro tema polémico ha sido la referencia al resultado de las intervenciones, ya que, aunque se establece que los hallazgos de restos se
pondrán inmediatamente en conocimiento del Ministerio Fiscal y los
jueces competentes, desde el movimiento memorialista se ha insistido que deberían ser estos últimos quienes dirigieran todo el proceso
al tratarse de posibles delitos, algo que tiene que ver con la forma de
abordar la judicialización de los crímenes del franquismo, que no
puedo analizar aquí con la extensión que merece.
La dimensión colectiva del derecho a la verdad
La Ley de 2007 descartó cualquier tipo de comisión de la verdad. La
nueva ley contempla en su artículo 56 la creación en el seno del Consejo de la Memoria Democrática (un organismo consultivo de nueva
creación en el que participarán las entidades memorialistas) de una
comisión independiente, de carácter académico, temporal y no judicial, con la finalidad de contribuir al esclarecimiento de las violaciones de los derechos humanos durante la Guerra Civil y la dictadura.
Estará compuesta por personas de reconocido prestigio en el mundo
académico y en el ámbito de la práctica de los derechos humanos.
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Mauricio Valiente Ots
Acto de fundación de la
Plataforma Estatal por la
Comisión de la Verdad en
la Escuela Julián Besteiro,
de Madrid, en marzo de
2013.
Se trata de un ejemplo más de la práctica de las comisiones de la
verdad puestas en marcha a nivel internacional, que deberá concretarse en la normativa de desarrollo, pero que participa de la experiencia acumulada en otros países. Como señalan en un estudio María
Saffon y Rodrigo Uprimny, la verdad extrajudicial de este tipo de comisiones no está exenta de limitaciones y debilidades, por lo que más
que convertirlas en un instrumento exclusivo se trataría de buscar su
complementariedad con la verdad judicial y lo que denominan estos
autores la «verdad social no institucionalizada» (Saffon y Uprimny,
2006, pp. 31-3).
De acuerdo con esta orientación no exclusivista, la nueva ley
no se limita a esta iniciativa. Con la finalidad de fomentar el conocimiento científico imprescindible para el desarrollo de la memoria
democrática, se mandata al gobierno para que impulse la investigación de todos los aspectos relativos a la Guerra Civil y la dictadura. En
este sentido se impulsarán investigaciones comparadas que conecten
el caso español con procesos europeos y globales afines. Es una previsión que concuerda con el repudio y la condena del golpe de Estado
del 18 de julio de 1936 y la posterior dictadura, un régimen, como
recuerda la exposición de motivos de la ley, que la resolución 39 (I) de
la Asamblea General de la ONU declaró como de carácter fascista en
origen, naturaleza, estructura y conducta general, que no representaba al pueblo español y al que fue impuesto por la fuerza con la ayuda
de las potencias del Eje.
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
Que la ley pretenda desarrollar la investigación histórica y que
señale los temas que considera necesarios para consolidar las políticas de memoria democrática, no implica, como se recuerda de
forma expresa, que se ignore «la incertidumbre consustancial» del
debate historiográfico, que deriva del hecho de referirse a «sucesos
del pasado sobre los que el investigador puede formular hipótesis o
conjeturas al amparo de la libertad de creación científica reconocida
en el artículo 20.1b) de la Constitución. En este sentido, como señala
la propia ley, el Tribunal Constitucional ha puesto de manifiesto (en
particular en la sentencia 43/2004, de 23 de marzo) que la libertad
científica disfruta de una protección acrecida respecto de la que opera
para las libertades de expresión e información. Una conclusión que se
refuerza con el análisis al que ya hemos hecho alusión de la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos». (López, 2018,
pp. 25-29.)
De especial significación es la previsión de la nueva ley para que el
sistema educativo español incluya entre sus fines el conocimiento de
la memoria democrática, de la lucha por las libertades y de la represión que se produjo durante la Guerra Civil y la dictadura, lo que se
plasmará en los libros de texto y los materiales curriculares. Para hacer efectiva esta previsión, se actualizarán los contenidos curriculares
para la Educación Secundaria Obligatoria, la Formación Profesional
y el Bachillerato, y se incluirán en los planes de formación inicial y
permanente del profesorado.
La verdad en el espacio público
Una perspectiva clave y de gran impacto social es la escenificación
de la verdad en el espacio público, que tiene un componente corrector dirigido a los vestigios vinculados con la exaltación del golpe
de Estado y la dictadura, y otro que conlleva dotar de significado
conforme a los valores de la memoria democrática a determinados
lugares cargados de simbolismo de la represión y las luchas sociales
por las libertades y la justicia. Siguiendo con el método comparativo con la ley de 2007 que he adoptado en este artículo, la nueva
regulación supone una ampliación de los instrumentos para acabar
con los símbolos, elementos y actos contrarios a la memoria democrática. Se añade también una referencia a las unidades civiles o
militares de colaboración entre el régimen franquista y las potencias
del Eje durante la Segunda Guerra Mundial, una clara alusión a la
División Azul. Asimismo, serán considerados elementos contrarios
a la memoria democrática las denominaciones impuestas por el
franquismo en topónimos, en el callejero o en centros públicos de
cualquier tipo.
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Mauricio Valiente Ots
La confección de un catálogo de símbolos y elementos contrarios
a la memoria democrática, que se deberá publicar con una actualización anual, al que se incorporarán los datos suministrados por las
comunidades autónomas y entidades locales, servirá como recordatorio permanente y público de los elementos que deben ser retirados o
eliminados. Podrán incluirse en el mismo aquellos elementos denunciados por las víctimas, sus familiares o las entidades memorialistas,
en defensa de su derecho al honor y la dignidad, o que resulten de
estudios y trabajos de investigación. La más importante novedad es
que, no habiéndose producido de manera voluntaria la retirada o
eliminación de los elementos incluidos en el catálogo, las autoridades
competentes incoarán de oficio el procedimiento para la retirada de
dichos elementos.
En cuanto a la protección, se establece que las administraciones
públicas que sean titulares de bienes declarados lugares de memoria
democrática tendrán la obligación de garantizar su «perdurabilidad,
identificación, explicación y señalización adecuada». En todo caso,
evitarán la remoción o desaparición de vestigios erigidos en recuerdo
y reconocimiento de hechos representativos de la memoria democrática y la lucha de la ciudadanía española por sus derechos y libertades
en cualquier época. En los casos en que los titulares sean privados,
se procurará conseguir estos objetivos mediante acuerdos. De esta
forma, pérdidas para la memoria democrática, como la que supuso la
completa desaparición de la antigua cárcel de Carabanchel, se hubieran podido evitar.
En defensa del patrimonio documental
La nueva ley dedica a los archivos y documentos un amplio espacio
que supera con creces la parca referencia de la ley de 2007 sobre el
acceso a los archivos públicos y privados. Más allá de la consolidación
del Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, se
produce una detallada incorporación a esta normativa de los criterios que para las políticas archivísticas en defensa de los derechos
humanos ha elaborado la UNESCO. Como un contenido preciso
del derecho a la verdad se reconoce con carácter general el derecho al
acceso libre, gratuito y universal a los archivos públicos y privados.
Cualquier persona tendrá derecho a consultar íntegramente la información existente en los documentos que acrediten su condición de
víctima, pudiendo consultar también los datos personales de terceros que aparezcan en dichos documentos. Se reconoce el derecho a
obtener copia, exenta de tasas, de todos los documentos en que sean
mencionadas las víctimas para cualquier demanda de reparación a la
que tuvieran derecho.
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
Asimismo, se proyecta la creación en el plazo de un año, entre los
bienes integrantes del patrimonio documental, de una sección específica denominada Censo de Fondos Documentales para la Memoria
Democrática, que incluya todo lo relacionado con la represión y la
violación de los derechos humanos. En la misma se incorporarán los
datos correspondientes a los archivos, fondos y colecciones documentales de titularidad pública o privada con documentos producidos o reunidos entre los años 1936 y 1978. El censo se concibe como
un instrumento para la difusión de la memoria democrática y será
puesto a disposición online con toda su información.
La gran novedad de la Ley de Memoria Democrática con respecto a la anterior es el establecimiento de un régimen sancionador
que tipifica con claridad infracciones y sanciones, que se aplicarán
de acuerdo con el procedimiento administrativo ordinario, lo que
se configura en una garantía que tanto se ha echado en falta para la
efectividad de la Ley de 2007. En lo referente a lo que estoy tratando
en este epígrafe, se considera como infracción muy grave la destrucción de documentos públicos o privados de memoria democrática, o
la apropiación indebida de documentos de carácter público por parte
de personas físicas o instituciones privadas que ejercieron cargos
públicos durante la Guerra Civil, la dictadura y hasta la entrada en
vigor de la Constitución de 1978. También se tipifica como infracción grave el incumplimiento, respecto de los bienes del patrimonio
documental que he descrito más arriba, de las obligaciones legales de
protección y conservación.
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Mauricio Valiente Ots
Conclusiones
España se encuentra en un momento decisivo para la consolidación
del derecho a la verdad con la entrada en vigor de la reciente Ley
20/2022, de 19 de octubre, de Memoria Democrática, que supone un
avance sustancial en la materia. Deberá sumarse el impulso político a
su aplicación, un adecuado desarrollo reglamentario y la coordinación
efectiva entre todas las administraciones para garantizar la eficacia de
las medidas contempladas. El enfoque de la ley y la concreción de lo
que denomina el «deber de memoria» supone una experiencia novedosa de la que será muy importante hacer seguimiento. Como señalan
Carlos Villán Durán y Carmelo Faleh Pérez, el derecho internacional
de los derechos humanos es una obra inacabada, viva, que debe responder a las demandas de la comunidad internacional con una actualización permanente de su contenido material y procesal (Faleh y Villán,
2017, p. 33). Después de haber estado señalado nuestro país por su
incumplimiento reiterado del derecho a la verdad, el éxito de la nueva
ley supondría la mejor contribución a este desarrollo progresivo.
La consolidación del derecho a la verdad en el ámbito internacional hace difícil pensar en un paso atrás como consecuencia de un
cambio político. No se puede descartar, pero tanto el derecho internacional como las normativas autonómicas harán difícil un retroceso
duradero. En todo caso, en el supuesto español, la comisión que se
contempla como el resto de las medidas que la acompañan, no se
deben considerar como un instrumento de justicia transicional, sino
más bien como un elemento constitutivo de las políticas públicas de
memoria. El derecho a la verdad no es el establecimiento de un relato
histórico oficial como a menudo se pretende tergiversar, la imposición
de una especie de verdad oficial incuestionable. Esto precisamente es
lo que pretendió hacer la dictadura franquista. De lo que se trata es
de fundamentar una identidad democrática y arraigarla en la historia
de un país como el nuestro que ha sufrido graves violaciones de los
derechos humanos. Seguirá habiendo debates y aspectos controvertidos, perspectivas políticas e historiográficas confrontadas, pero las
víctimas y la sociedad en su conjunto tienen reconocido el derecho a
conocer, que se sepa y se recuerde la verdad de las causas y las responsabilidades de lo sucedido, para que nunca más vuelva a repetirse.
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El derecho a la verdad ante las violaciones
de los derechos humanos durante el franquismo
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Pipa de fumar de Ramón Egea Benavent
Fosa 112. Paterna. Donación Familia Egea
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
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Lo primero, las víctimas.
Principio de Justicia
Baltasar Garzón Real
JURISTA. PRESIDENTE DE FIBGAR
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Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
La Comisión Multinacional de Responsabilidades, reunida en París
el 29 de marzo de 1919, identificó la categoría de crímenes contra
las Leyes y Costumbres de la Guerra y Leyes de Humanidad y de
acuerdo a ellas analizó el inicio de lo que entonces era conocido
como la Gran Guerra (antes de que hubiera que comenzar a enumerarlas), así como los actos cometidos durante su transcurso, todo
ello de conformidad con el Tratado de Versalles de 28 de junio de
1919, cuyo artículo 227 ordenaba expresamente el enjuiciamiento
del káiser Guillermo II de Hohenzollern por crímenes de dicho
talante, como después ocurrió con el Tratado de Sèvres de 1920, referido al enjuiciamiento de los militares otomanos por el genocidio
armenio cometido en 1915. En su dictamen señalaba: «La Comisión concluye que, habiendo examinado multiplicidad de crímenes
cometidos por esos poderes que poco tiempo antes y en La Haya
habían profesado su reverencia por el derecho y su respeto por los
principios de la Humanidad, la conciencia del pueblo exige una
sanción que ponga luz y establezca que no se permite despreciar
cínicamente las leyes más sagradas».
Incluí una referencia a estos párrafos históricos en el auto de 16
de octubre de 2008, por el que me declaré competente para investigar los crímenes del franquismo. Más adelante, en ese mismo auto,
concluía: «[...] por tanto, y con el apoyo del Derecho Internacional, la
acción desplegada por las personas sublevadas y que contribuyeron
a la insurrección armada del 18 de Julio de 1936 estuvo fuera de toda
legalidad y atentaron contra la forma de Gobierno (delitos contra la
Constitución, del título segundo del Código Penal de 1932, vigente
cuando se produjo la sublevación), en forma coordinada y consciente,
determinados a acabar por las vías de hecho con la República mediante el derrocamiento del Gobierno legítimo de España, y dar paso
con ello a un plan preconcebido que incluía el uso de la violencia,
como instrumento básico para su ejecución».
Redacté este auto tras una perseverante y exhaustiva indagación
de las denuncias de un grupo de abogados que, en nombre de colectivos memorialistas, acudieron al juzgado número 5 de la Audiencia
Nacional del que era yo titular, en diciembre de 2006. Después se
unirían asociaciones de familiares y un diputado del PSOE. Pedían
que se investigaran las desapariciones, las torturas y los exilios que se
produjeron de manera forzada tras el golpe de Estado de 1936.
Las víctimas
Como jurista, como juez y con un enfoque en los derechos humanos
que cultivo desde una etapa muy temprana de mi profesión, no podía sino investigar. La razón: las víctimas, a las que di prioridad. Me
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Baltasar Garzón Real
guiaba el principio de justicia que establece que todas las personas,
por el mero hecho de serlo, tienen la misma dignidad, independientemente de cualquier circunstancia y, por tanto, son merecedoras de
igual consideración y respeto. Consagrado como principio superior
del ordenamiento jurídico, en el principio de justicia confluyen los valores de razonabilidad, igualdad, equidad, proporcionalidad, respeto a
la legalidad y prohibición de arbitrariedad.
Las víctimas son el principal objetivo de la memoria histórica: se
trata de recabar sus historias, personalizarlas, indagar en las circunstancias que llevaron a que fueran objeto de delito o crimen. La presentación de sus casos ante el tribunal es el inicio del proceso que también
supone emprender el camino hacia la verdad y la reparación. Declarar
ante el juez transforma en realidad los hechos silenciados durante
años.
Nunca olvidaré a María Martín López, de 81 años, que declaró
ante los magistrados de la Sala II del Supremo con una tremenda fortaleza en su cuerpo menudo. Con la convicción de quien dice la verdad relató: «A mi madre se la llevaron a declarar, pero la mataron por
el camino, mataron a veintisiete hombres y tres mujeres…». Contó
a aquellos jueces que la última vez que vio a su madre tenía apenas
seis años, y que ella y su familia llevaban una larga y desalentadora
lucha por recuperar sus restos en el cementerio abulense de Pedro
Bernardo. Fue la primera testigo en el proceso abierto contra mí y
después de ella, desfilaron otras personas, humildes, tranquilas, deseosas de relatar la enorme losa que cargaban, de que aquellos togados que impartían justicia hicieran algo para respaldar su pretensión
de que la verdad se abriera camino. Exponían su incredulidad aún
ante lo ocurrido, sobreponiéndose al miedo impuesto por el silencio.
Recuerdo aquellos días de manera singular, como si todos aquellos presos, torturados y ejecutados cobraran forma como personas
de carne y hueso que se materializaban al ser nombrados con cariño y
cercanía por los testigos, como si las palabras abrieran un portal hacia
el pasado que estaba vivo en algún lugar del tiempo y que se mantenía
abierto mientras duraba el testimonio. Esos hombres y mujeres del
pasado revivían con el recuerdo que brotaba a borbotones después
de largos años de silencio impuesto, reivindicando su existencia y
describiendo la injusticia cometida contra ellos por los verdugos del
franquismo. Esos relatos y esos nombres pronunciados por quienes testificaron ante el máximo tribunal de justicia de una sociedad
todavía temerosa, tantos años después, venían a demostrar que los
fascistas no lograron su objetivo de borrar a esas personas de la faz
de la tierra, como tampoco los ideales y esperanzas que defendieron
en vida. Allí estaban, nuevamente, de la mano de sus mujeres, de sus
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Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
hijas e hijos. Aunque los testigos fueron escuchados con respeto, ya es
sabido lo que sucedió después: el Tribunal Supremo bendijo la impunidad y nadie más pudo exponer su testimonio en sede judicial.
La justicia
El jurista romano Cneo Domicio Annio Ulpiano estableció hacia
el 211 la definición de la justicia como la continua y perpetua voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde. La idea forma parte
del pensamiento de Platón y, por ende, del pensamiento del mundo
antiguo, si bien el concepto de aequitas, ‘equidad’, era el más utilizado.
Que cada uno reciba lo suyo, es por tanto la visión clásica que se verá
reflejada también, siglos más tarde, en la obra Summa Theologiae de
santo Tomás de Aquino quien lo refiere así: «la continua y perpetua
voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde».
En la actualidad, no son pocos los juristas que abordan el principio de justicia desde diferentes perspectivas. Me interesa especialmente el garantismo, la forma de comprender, interpretar y explicar
el derecho que ha impulsado y difundido el jurista, juez y filósofo
Luigi Ferrajoli que, desde 1989, ha trabajado en estructurar esta teoría al derecho penal. El argumento de la desconfianza hacia todo tipo
de poder como base del garantismo es de especial aplicación en el
recorrido de las víctimas del franquismo que resulta inconsecuente,
estrafalario y en demasiadas ocasiones poco ajustado a derecho.
Coincido completamente con Ferrajoli en el escepticismo hacia que
los poderes que nos rigen sean capaces de dar respuesta positiva
completa a los derechos fundamentales y tienden a limitarlos, acotándolos con la ayuda del mecanismo jurídico. La labor del administrador del derecho, del juez, del fiscal, en cumplida obligación de
independencia, es batallar contra esa voluntad espuria tutelando los
derechos que se pueden ver vulnerados.
Para el filósofo Alasdair Chalmers MacIntyre, es preciso poseer una concepción de la sociedad y de las relaciones sociales para
tener una concepción de la ética y de la justicia. Es decir, el filósofo
considera que, para dar a cada uno lo que le pueda corresponder en
la justicia, es preciso entender lo que aporta en los distintos ámbitos sociales, pero para ello el concepto sobre la sociedad debe ser de
una sociedad justa y libre. John Rawls, por su parte, considera que
la justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como la
verdad lo es de los sistemas de pensamiento, y señala la importancia
de que al igual que una teoría debe ser rechazada si no es verdadera,
no importa que las leyes e instituciones estén ordenadas y sean
eficientes ya que, si son injustas, afirma el filósofo estadounidense,
deben ser reformadas o abolidas. Añade Rawls: «Cada persona posee
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Baltasar Garzón Real
una inviolabilidad fundada en la justicia que ni siquiera el bienestar
de la sociedad en conjunto puede atropellar. Es por esta razón por la
que la justicia niega que la pérdida de libertad para algunos se vuelva
justa por el hecho de que un mayor bien es compartido por otros. No
permite que los sacrificios impuestos a unos sean compensados por
la mayor cantidad de ventajas disfrutadas por muchos. Por tanto,
en una sociedad justa, las libertades de la igualdad de ciudadanía se
dan por establecidas definitivamente; los derechos asegurados por la
justicia no están sujetos a regateos políticos ni al cálculo de intereses
sociales». Una reflexión acertada aún más en los tiempos que corren,
cuando la judicialización de la política lleva a situaciones de injusticia
para los afectados, para la ciudadanía y para la sociedad en general.
El juicio del franquismo
Esos regateos y fintas sobre lo que la justicia debe ser, también estuvieron presentes en el proceso al que me vi sometido por la investigación de los crímenes del franquismo. El juicio se inició el 24 de enero
de 2012, fecha en que, casualidades del destino, se cumplían treinta y
cinco años de los asesinatos a manos de la extrema derecha, de Arturo
Ruíz, María Luz Nájera o los abogados laboralistas de Atocha. Frente
al concepto del principio de justicia, recuerdo que The New York Times
lo calificaba en un duro editorial de «ofensa contra la justicia y contra
la historia [...]. Es un eco perturbador del pensamiento totalitario de
la era de Franco».
«¿No hay justicia para estos crímenes?», se leía en una gran
pancarta frente al tribunal Supremo, desplegada por la Asociación
para la Recuperación de la Memoria Histórica. Cuando el principio
de justicia se conculca, la puerta se abre para la impunidad y esto es
lo que expresaban las manifestaciones en España y en el extranjero,
protestando por tal acción arbitraria. No hay más que constatar cómo
la Sala II del alto tribunal absolvió al juez, pero condenó a las víctimas
cerrando la posibilidad de que se investigasen estos delitos de la dictadura por la vía penal. En mi opinión, entonces y ahora, no es lícito
dejar un crimen sin investigar y sin sancionar. No puedo por menos
que preguntarme qué fuertes intereses pueden torcer la norma en un
tribunal para que decida que tantos asesinatos queden impunes en
una muestra de cómo el principio de justicia queda enfangado por
decisiones judiciales muy alejadas de lo que debe ser la equidad. Más
aun cuando los hechos objeto de la denuncia que admití nunca habían
sido investigados penalmente por la justicia española, abundando en
esa impunidad que aún hoy sigue vigente.
El hecho de que la querella contra mi persona procediera de la ultraderecha más rancia, dice mucho de esos intereses que citaba antes
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Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
y que parece iluminaron al tribunal en su decisión final de borrar toda
posible indagación, dejando en la cuneta a las víctimas y a sus familiares. Diez años después de aquel juicio en mi contra seguíamos igual o
peor, porque el tiempo en estos casos no juega a favor de las víctimas,
que muchas veces llegan al final de sus días sin haber podido enterrar
dignamente a sus seres más queridos.
Leer la Ley 20/2022 de 19 de octubre, de Memoria Democrática,
publicada en el BOE núm. 252, de 20 de octubre de 2022, que entró
en vigor el 21 de octubre de 2022, me ha producido una sensación
contradictoria. Por una parte, la alegría de que las víctimas podrán
transitar la senda legal de sus justas reivindicaciones en la exigencia
de verdad, justicia, reparación y no repetición, y, por otra, el amargo
sabor por el tiempo perdido, desde que en mis autos de 16 de octubre
y 18 de noviembre de 2008 expuse, con muchos de los argumentos
que ahora recoge la ley, que se tendría que haber seguido la investigación y no cerrarla como hizo la Justicia española, que, además, juzgó
al juez, con el dolor y el sufrimiento que ello comportó para quienes
pedían que su derecho fuera atendido.
La exhumación del franquista Gonzalo Queipo de Llano, de terrible recuerdo en Andalucía, un mes después de su vigencia, es un claro
ejemplo de lo que se debe hacer. Todo ha sido gracias a aquellos que
antes, como ahora, no han dejado de buscar verdad y justicia. Me emociona recordar el valor de estas personas, todas ellas de edades avanzadas, que acudieron a relatar con valentía su historia ante la mirada
impasible y perdida de los jueces del Tribunal Supremo, y la de tantas
otras que, siguiendo su ejemplo, luchan día a día por un derecho, desconocido durante tantos años. Ahora la ley obligará a las instituciones
a actuar. ¡Por fin!1
Nunca la impunidad
Hitos como la exhumación del dictador de la mano de Dolores
Delgado, ministra de Justicia entonces, o los esfuerzos por sacar
adelante una ley de memoria democrática, son pequeños triunfos de
todos quienes deseamos que impere el principio de justicia en todos
los ámbitos y más en aquellos en que continuamente ha sido negado.
No se debe seguir dando cobertura a crímenes atroces tales como el
genocidio, la lesa humanidad, la guerra o las torturas pues iríamos en
contra de todo lo que el derecho internacional ha conseguido avanzar. No se puede permitir la impunidad. Argumentos como que revisar la transición, en referencia a la Ley de Amnistía, supone que «nos
peguemos entre hermanos» o que se pretende «reavivar las heridas»,
son populistas y falsos, mensajes que sí llevan a la confrontación, que
interesan a los mismos que han evitado durante tantos años que la
1
BOE.es - BOE -A-202217099 Ley 20/2022, de
19 de octubre, en: www.
boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-2022-17099
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Baltasar Garzón Real
Las botas del represaliado
Basiliso Serrano, el Manco
de la Pesquera, sobre el
muro de fusilamiento de
Paterna en el que fue asesinado. Fotografía Matías
Alonso
justicia impere, sabiendo que, quienes los utilizan, no reconocen los
derechos que les corresponden a las víctimas.
En la transición española se buscó una fuga hacia adelante, hacia
el modernismo, el europeísmo, levantando una barrera de olvido que
no funciona. Los olvidos impuestos siempre fracasan. Los perdones
decretados oficialmente, también. Las reconciliaciones, lo mismo.
Tú perdonas a quien quieres perdonar y te reconcilias con quien te
reconcilias. MacIntyre lo resume bien: «La condición del perdón requiere que el ofensor acepte ya como justo el veredicto de la ley sobre
su acción y admita la justicia del castigo apropiado; de ahí la común
raíz de ‘penitencia’ y ‘pena’. El ofensor puede ser perdonado si la persona ofendida así lo quiere». En cuanto al perdón, MacIntyre reseña
una diferencia fundamental: «La justicia es típicamente administrada
por un juez, una autoridad impersonal que representa a la comunidad
conjunta; pero el perdón solo puede otorgarlo la parte ofendida...».
Pienso que lo importante es que si en un momento histórico
como puede ser la Transición no se pudieron afrontar determinadas
cuestiones, se haga después. Pero negar y dejar que todavía personas
de ochenta y noventa años sigan pidiendo justicia es de tal vergüenza,
es de tal ignominia, que cuesta trabajo aceptarlo. Resulta muy difícil
explicarlo en otros países, cuando las organizaciones internacionales
reclaman que investiguemos mientras el Tribunal Supremo ha cerrado toda posibilidad. Que todavía hoy no se reconozca en España
a las víctimas del franquismo significa que no hemos superado la
realidad. El día en que se cambie el nombre de la calle de un dictador
por el de cualquier líder democrático y eso no levante ampollas, estaremos en buena disposición.
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Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
Mantener la ética
El principio de justicia se defiende por responsabilidad, porque es la
base del Derecho y porque es el instrumento para arropar a los que
no tienen voz. Aplicarlo supone afrontar los temas de una manera
combativa, imbuidos de esa concepción de la sociedad que preconiza
MacIntyre. Si no te mueves, si te quedas quieto, como juez puedes
llevar una carrera confortable, pero no serás un juez justo. El movimiento supone desafíos que hay que resolver y conlleva riesgo. Se
trata de mantener la ética y aplicarla, de aferrarse a la independencia
y vestirla como una coraza, de no dejarse llevar por otros principios
como el de los intereses del poder o de los poderosos que solo sirven
para dejar desnudas a las víctimas. Nunca he podido entender que
personas provenientes del mundo judicial lleguen a la política y olviden que la independencia es uno de los sellos de la justicia y una de sus
garantías y traten de mediatizarla o desvirtuarla en función de esos intereses espurios. Así se fomenta la desconfianza de la ciudadanía hacia la institución a la que se hace un flaco favor, a la vez que se socava el
estado de derecho, cuando, muy al contrario, el servicio público desde
la justicia, desde la política o desde cualquier otra instancia es imprescindible para fortalecer la democracia.
El principio de justicia no puede ser ajeno al sentimiento de
compasión, al sentimiento de tristeza que produce el padecimiento
de alguien, que impulsa a aliviar su dolor, a remediarlo o a evitarlo.
La caridad pulula en la frontera del concepto de justicia, como significado del interés hacia el otro. Creo que si quien imparte justicia
es ajeno a estos sentimientos, su trabajo puede ser intachable desde
el punto de vista de la transcripción de las normas legales, pero no
cumplirá debidamente con la obligación de velar por los débiles. No
significa esto que haya que saltar sobre la ley, pero sí que en la formación del profesional que decide sobre los otros, deben integrarse
no solo postulados jurídicos sino una imprescindible buena dosis de
realidad y, en el mundo real, la compasión y la caridad son elementos
cuya ausencia envilece a la sociedad; del mismo modo el juez precisa
no ser ajeno a estas impresiones que pueden suponer la diferencia
entre sentenciar de forma estrictamente académica o entender la
situación en toda su perspectiva.
Obstáculos
Atender a quienes han visto sus derechos conculcados no es una
cuestión exclusivamente ética, sino obligada por lo que el principio
de justicia dicta. En 2017, el relator especial de las Naciones Unidas
sobre justicia transicional, Pablo de Greiff, recordaba en las recomendaciones de su informe al Estado español su deber de tener en cuenta
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Baltasar Garzón Real
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Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
urgentemente las peticiones de las víctimas de la Guerra Civil y del
franquismo, señalando como prioridad las exhumaciones, el Valle de
los Caídos y las sentencias arbitrarias adoptadas durante la Guerra
Civil y el franquismo, cuya nulidad reclamaba. «El Estado tiene una
obligación de atender los derechos de las víctimas y sus familiares y
poner fin al sufrimiento de miles de ellas quienes aún hoy –a veces
ochenta años después de los hechos, más de cuarenta años desde el
regreso de la democracia– siguen sin saber dónde se encuentran los
restos de sus seres queridos», recalcaba el relator que se basaba en las
normas del derecho internacional de los derechos humanos, siempre
vinculantes.
Quienes nos hemos dedicado a intentar abrirnos paso en el
abrupto terreno de la memoria democrática sabemos que los gobiernos de la derecha han puesto todos los obstáculos imaginables para
que el principio de justicia no pudiera hacerse realidad, con absoluto
desprecio a la verdad y ni atisbo de plantear reparación alguna. Para
la derecha, heredera del ocultismo de la dictadura, la aseveración de
Pablo de Greiff son palabras que el viento se lleva: «La fortaleza de una
democracia se mide, entre otros, por su capacidad de gestionar reclamos válidos de las víctimas, independientemente de consideraciones
políticas o de afiliación, y de garantizar el derecho a la verdad sobre
los acontecimientos, por más dolorosos que sean». El gobierno del PP
hizo oídos sordos. Más aun cuando De Greiff señaló: «Es necesaria
una política de Estado decidida que no quede presa de las tensiones y
divisiones políticas, pero que garantice medidas integradas, coherentes, prontas e imparciales, en favor de la verdad, la memoria y la reparación [...]. Se trata de derechos humanos, no de política partidista».
Un caso paradigmático
Un ejemplo de tal arbitrariedad en la administración es el caso de
Teófilo Alcorisa. El día 14 de abril de 1947, D. Teófilo Román Alcorisa
Monleón, quien estaba trabajando en una viña de la aldea de Higueruelas, en la provincia de Cuenca, vestido de pantalón de pana y albarcas, fue detenido por la Guardia Civil. La detención se realizó en el
contexto de una gran operación contra la guerrilla de la Agrupación
Guerrillera de Levante y Aragón. La Guardia Civil buscaba a Pedro
Alcorisa, hijo de Teófilo. Al no encontrar a Pedro Alcorisa, la Guardia
Civil procedió a detener a su padre, persona mayor no implicada en
partido ni movimiento alguno, supuestamente para ser interrogado
acerca del paradero de su hijo. A Teófilo le condujeron al cuartel de
Arrancapins, en València. Su familia nunca fue informada ni del lugar
de la detención, ni de su fallecimiento, ni del lugar donde fue enterrado. Un guardia civil se apiadó de la mujer de Teófilo y le dijo: «no
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Baltasar Garzón Real
busques más, que tu marido está muerto». En el año 2000 los hijos,
Pedro y Pilar Alcorisa, iniciaron la indagación sobre el paradero de
su padre a través de asociaciones memorialistas. Localizada la inhumación en el cementerio de València, se requirió en 2009 al Ayuntamiento de Valencia regido entonces por la popular Rita Barberá, para
realizar los trabajos de recuperación de los restos.
Ante los obstáculos administrativos/políticos que surgían de
continuo, asociación y familiares solicitaron la ayuda del despacho
de abogados que dirijo, ILOCAD. De esta manera, el 19 de febrero de
2014, los familiares presentaron denuncia ante el Juzgado de Instrucción n.º 7 de València. Se denunciaba un posible delito de detención
ilegal sin dar razón del paradero, por los hechos ocurridos en 1947 y se
acentuaba el carácter permanente de las supuestas acciones delictivas.
El proceso judicial transcurrió por derroteros guiados por la sentencia
del Supremo, es decir con resultados negativos, pero el broche fue la
inadmisión del amparo por parte del Tribunal Constitucional en una
providencia fechada el 13 de marzo de 2015 con el argumento de que
«no hay vulneración de ningún derecho fundamental».
El cambio político en el consistorio valenciano, con la llegada de
la coalición Compromís, PSPV y València en Comú, varió las tornas. El 14 de abril de 2016 Pilar y Pedro recuperaban el cuerpo de su
padre, entregado por el alcalde Joan Ribó. Habían pasado casi siete
años de vericuetos administrativos, desinterés oficial y un ánimo
político en la línea de lo que la derecha ha estado planteando a modo
de activismo militante contra todo lo que pueda rebatir una idílica
versión del régimen de Franco, obviando los crímenes cometidos, los
140 000 desaparecidos, los niños robados…, realidades que siguen
ahí todavía hoy.
Defender la democracia
En ese largo proceso, similar a tantos otros que han chocado con la
pétrea negativa institucional y judicial, la justicia estuvo ausente y a
día de hoy lo sigue estando, ya que no llevó a cabo lo que le correspondía, que era acompañar a las víctimas, defenderlas y repararlas,
obviando su obligación de hacer cumplir la ley.
Durante todos estos años, he visto demasiadas cosas que se
contraponen contra lo que he considerado lo más sagrado como
juez. Huérfanos octogenarios llorando al impedirles desenterrar a
su padre; jueces negando el derecho a dar sepultura; he seguido los
pasos de una ley de memoria histórica sentenciada al olvido por un
gobierno de derecha, negando apoyo alguno a las familias en boca
del propio presidente del gobierno, Mariano Rajoy, quien se jactó de
que no dedicaría «ni un euro» a apoyar a las víctimas en su búsqueda.
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Lo primero, las víctimas. Principio de Justicia
Mientras, la ultraderecha ha ido creciendo, al calor de una nostalgia
rancia hacia privilegios de otra época. Quebrantar la justicia lleva a
obviar la verdad y dejar las heridas al aire, sin resolver, con el resabio
añadido de condecorar a los victimarios ante el asombro escandalizado de los ofendidos. Lo que es peor, el odio hacia las víctimas se ha
mantenido intacto. Ante un gobierno progresista que se ha atrevido
a exhumar a Francisco Franco y que pone sobre la mesa una ley para
devolver ese principio de justicia tan vapuleado, la derecha anuncia
que, si consigue retomar el poder, derogará la Ley de Memoria Democrática como acabará también con otros avances que sirven para
consolidar las libertades. Su interés es devolver a España a las tinieblas de las que conseguimos salir con dolor y mucho esfuerzo cuando
instauramos la democracia.
Reconocer la dignidad de todas las personas, sean cuales sean las
circunstancias, y dar batalla por recuperar sus derechos es la base del
principio de justicia que debe iluminar la memoria democrática y a la
sociedad en toda situación. Construir la verdad, la memoria, como
algo presente y futuro, es esencial y fortalece a un pueblo, porque no
olvidemos nunca que la obligación de todo demócrata es combatir la
impunidad.
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Muletas
Unidad estratigráfica 1020, fosa 114. Paterna
Col·lecció Memòria Democràtica. L’ETNO
Fotografía: Eloy Ariza-Associació Científica ArqueoAntro
[page-n-202]
201
Derecho internacional,
reparación y memoria
democrática: el caso de España
Carmen Pérez González
PROFESORA TITULAR DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO
Y RELACIONES INTERNACIONALES, DE LA UNIVERSIDAD CARLOS III DE MADRID
[page-n-203]
202
Derecho internacional, reparación y memoria democrática: el caso de España
1. A modo de introducción
Concebida como una herramienta que trata de hacer posible, o al
menos facilitar, la renovación y el renacimiento de sociedades que
deben enfrentar un pasado de violaciones graves de derechos humanos (Nesiah, 2016, p. 779), la denominada «justicia de transición» o
«justicia transicional» presenta en España complejidades específicas.
Esas complejidades son de distinta naturaleza (históricas, políticas,
sociales) y se reflejan también en el plano jurídico. Desde este último
punto de vista, las mismas derivan en buena medida del paso del
tiempo. Lo ha explicado con claridad el relator especial del Consejo
de Derechos Humanos de Naciones Unidas (ONU) sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. El mismo afirmó en 2014 que el caso español «involucra retos
característicos de transiciones posautoritarias y también de transiciones posconflicto; grandes variaciones geográficas y temporales
en los patrones de violencia, durante la Guerra Civil (1936-1939) y la
Dictadura (1939-1975); un conflicto seguido por una larga dictadura,
y desarrollos importantes en el marco normativo nacional e internacional desde que ocurrieron las primeras violaciones» 1.
La existencia de esos desarrollos internacionales a los que se
refiere el relator constituye el punto de partida de esta reflexión. En
las décadas transcurridas desde la comisión de las graves violaciones
de derechos humanos en el caso de España, el derecho internacional
ha evolucionado de modo constante e indiscutible hacia el establecimiento de algunas obligaciones que los estados no deben desconocer.
En otras palabras, considero que cualquier aproximación jurídica
a la situación de las víctimas de esas violaciones, a cuáles sean sus
derechos, no puede prescindir hoy de los avances que se han dado al
respecto en el marco del Derecho Internacional de los Derechos Humanos (DIDH) y el Derecho Internacional Humanitario (DIH).
No pueden dejar de mencionarse, por constituir los dos pilares
básicos de este marco obligacional, los principios establecidos hasta
el momento gracias al trabajo de la ONU. En particular, los contenidos en el «Conjunto de Principios actualizado para la protección y
la promoción de los derechos humanos mediante la lucha contra la
impunidad (en adelante, Conjunto de Principios)2 y los Principios y
directrices básicos sobre el derecho de las víctimas de violaciones manifiestas de las normas internacionales de derechos humanos y de violaciones graves del derecho internacional humanitario a interponer
recursos y obtener reparaciones» (en adelante: Principios y directrices
básicos), aprobados mediante la resolución de la Asamblea General
de Naciones Unidas (AGNU) 60/147, de 16 de diciembre de 20053.
A la concreción y actualización de estos principios, a la determinación
1
Cfr. el párrafo 8 del Informe de 22 de julio de 2014
realizado por el relator
especial tras su visita a
España (A/HRC/27/56/
Add.1). La visita se
había hecho entre el 21
de enero y el 3 de febrero
de 2014. El Informe está
disponible en http://
www.ohchr.org/EN/
Issues/TruthJusticeReparation/Pages/Index.aspx
(todos los documentos
electrónicos citados a lo
largo de este trabajo han
sido consultados el 3 de
octubre de 2022).
2
Disponible en https://
ap.ohchr.org/documents/dpage_s.aspx?si=E/cn.4/2005/102/
Add.1.
3
La resolución está disponible en: http://research.
un.org/es/docs/ga/
quick/regular/60.
[page-n-204]
203
4
Vid. su Informe titulado
Los procesos de memorialización en el contexto
de violaciones graves
de derechos humanos
y del derecho internacional humanitario: el
quinto pilar de la justicia
transicional; adoptado
el 9 de julio de 2020 (A/
HRC/45/45), disponible
en https://undocs.org/
es/A/HRC/45/45.
5
Con todo, la propia Ley
de Memoria Democrática, a la que me referiré
con más detalle enseguida, asume que esto deberá
ser necesariamente así
en algunos casos. En el
caso de las exhumaciones
y entrega de los restos de
las víctimas inhumadas en
el valle de Cuelgamuros.
De acuerdo con el artículo
54.6 de la Ley, «para el
caso de imposibilidad
técnica de exhumación,
se acordarán medidas de
reparación de carácter
simbólico y moral».
6
Ley 20/2022, de 19 de
octubre, BOE núm. 252,
de 20 de octubre de 2022.
Carmen Pérez González
del contenido de las obligaciones que de ellos se derivan, han contribuido de manera extraordinaria los órganos de protección internacional de derechos humanos. Su labor ha consolidado la obligación del
Estado de aplicar lo que se ha denominado «la plantilla transicional»
(Forcada, 2011, p. 23) como un modo de garantizar los derechos de las
víctimas a la verdad, la justicia, la reparación y la obtención de garantías de no repetición. A estos cuatro habría que añadir, a propuesta
del relator especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la
reparación y las garantías de no repetición, un quinto pilar: la memorialización4. Conviene tener en cuenta, tal y como ha señalado, entre
nosotros, Margalida Capellà i Roig, que las obligaciones del Estado
en este ámbito «son complementarias y no alternativas, no pueden
sustituirse entre sí» (2021, p. 106)5. Verdad, justicia y reparación son,
en efecto, una suerte de vasos comunicantes. Así, una misma medida
puede servir a dos de esos propósitos. Del mismo modo, la ausencia
de avances en alguno de los planos compromete, sin duda, al proceso
en su conjunto.
Ese proceso ha sido en España tardío, lento e intermitente. Con
todo, el Estado español ha dado ya algunos pasos verdaderamente
significativos hacia la adecuación a las obligaciones que impone el
derecho internacional en relación con la protección de los derechos de
las personas que fueron víctimas de violaciones graves de derechos humanos durante la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista. En
este contexto, este trabajo prestará especial atención a la obligación
de reparación. De acuerdo con el derecho internacional, las víctimas
de graves violaciones de derechos humanos tienen derecho a la reparación. Los principios 31 a 34 del Conjunto de Principios se refieren
a este derecho. En concreto, a los derechos y deberes dimanantes de
la obligación de reparar (principio 31), a los procedimientos de reparación (principio 32), a la publicidad de dichos procedimientos (principio 33) y al ámbito de aplicación del derecho a obtener reparación
(principio 34). La reparación deberá ser integral. Esto es, deberá abarcar todos los daños y perjuicios sufridos por las víctimas y comprender
medidas de restitución, indemnización, rehabilitación y satisfacción,
de acuerdo con el derecho internacional. Con ese propósito, el Estado
deberá articular un sistema de recursos que resulte accesible, rápido y
eficaz en vía penal, civil, administrativa y/o disciplinaria.
El análisis que propongo comienza con una sucinta descripción
del modo en el que España, en particular a través de la Ley de Memoria Democrática aprobada en octubre de 20226, ha dado cumplimiento a estas obligaciones (2). Seguidamente, haré referencia a
algunas cuestiones todavía pendientes (3). El trabajo terminará con
algunas conclusiones (4).
[page-n-205]
204
Derecho internacional, reparación y memoria democrática: el caso de España
Resulta necesaria sin embargo una última precisión introductoria. El hecho de que sea el Estado, en su conjunto, el sujeto de derecho
internacional al que cabe vincular las obligaciones internacionales a
las que estamos haciendo referencia no debe hacernos olvidar que,
en España, algunas comunidades autónomas han avanzado más que
otras, aunque a un ritmo creciente, en el reconocimiento y la garantía
de los derechos de las víctimas de la Guerra Civil y la posterior represión franquista. También en el ámbito de las reparaciones (Cuesta y
Odriozola, 2018; Escudero, 2021).
Visita de la Plataforma
por una Comisión de la
Verdad sobre los crímenes
del franquismo al Parlamento Europeo, en marzo
de 2014, para denunciar el
desamparo de las víctimas
en España. Fotograma del
vídeo de Bruno Rascão.
2. Sobre el cumplimiento por parte del Estado español de su
obligación de reparar
2.1. Cuestiones generales
En lo que hace ahora al Derecho español, la Ley de Memoria Democrática constituye sin duda un paso fundamental en el proceso de
diseño y la implementación en España de una política pública que
proteja adecuadamente los derechos de las víctimas de la Guerra
Civil y la posterior dictadura franquista. En ese proceso han jugado
un papel relevante normas anteriores. En particular, la Ley 52/2007,
de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se
establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o
violencia durante la Guerra Civil y la dictadura (conocida como Ley
de Memoria Histórica)7. La misma constituyó el primer intento de
dotar a nuestro país de una política coherente que atendiese a las
obligaciones impuestas por el derecho internacional, también en el
plano de la reparación. Tal y como se ha afirmado, la Ley de Memoria
7
BOE núm. 310, de 27 de
diciembre de 2007.
[page-n-206]
205
8
A/HRC/48/60/Add.1,
disponible en https://
undocs.org/es/A/
HRC/48/60/Add.1.
9
CDE/C/ESP/OAI/1,
disponibles en https://
tbinternet.ohchr.
org/_layouts/15/treatybodyexternal/Download.
aspx?symbolno=CED%2FC%2FESP%2FOAI%2F1&Lang=en.
10
En particular, a través de
las medidas que prevé el
artículo 48.
11
De acuerdo con el párrafo
segundo de este artículo
«es objeto de la ley el reconocimiento de quienes
padecieron persecución
o violencia, por razones
políticas, ideológicas, de
pensamiento u opinión,
de conciencia o creencia
religiosa, de orientación e
identidad sexual, durante
el período comprendido
entre el golpe de Estado
de 18 de julio de 1936,
la guerra de España y la
dictadura franquista hasta
la entrada en vigor de la
Constitución Española de
1978, así como promover
su reparación moral y la
recuperación de su memoria personal, familiar y
colectiva [...]».
Carmen Pérez González
Histórica «se suma a otras disposiciones de carácter legal y reglamentario que desde los inicios de la democracia habían venido aprobándose para indemnizar a personas represaliadas durante la dictadura»
(Escudero, 2013, pp. 320-321).
Tal y como ya se ha avanzado, la protección de los derechos de las
víctimas a las que se acaba de hacer referencia preocupa desde hace
tiempo a los órganos de protección de derechos humanos de la ONU.
Me parece interesante, por ello, tener en cuenta en este análisis dos
pronunciamientos recientes de estos órganos que vienen, de un lado,
a confirmar algunas de las preocupaciones expresadas con anterioridad por esos mismos mecanismos y, de otro, a valorar los avances que
supondría la Ley de Memoria Democrática.
El primero de esos pronunciamientos, de 5 de agosto de 2021,
es del relator especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la
reparación y las garantías de no repetición. El 5 de agosto de 2021
se hizo público su Informe de seguimiento de la visita realizada a
España entre el 21 de enero y el 14 de febrero de 20148. El Informe
es crítico y parte de la afirmación de que persisten buena parte de los
obstáculos que se identificaron entonces para lograr la plena garantía
de los derechos de las víctimas. El segundo de los pronunciamientos
que servirá de base para el sucinto análisis que me propongo hacer
en este epígrafe son las Observaciones Finales del Comité contra
las Desapariciones Forzadas, de 27 de septiembre de 2021, sobre la
información complementaria presentada por España con arreglo al
artículo 29.4 de la Convención9.
En el ámbito de la reparación, la Ley de Memoria Democrática
constituye un avance. A la reparación se refiere, en particular, el
capítulo III de la Ley (artículos 30 a 33). La ley acoge la idea de que
la reparación debe ir más allá de lo económico y conjuga esta obligación con la de dignificación de la memoria de las víctimas, de tinte
más simbólico10, que liga con un deber de memoria por parte de los
poderes públicos. La reparación moral de las víctimas se convierte
así en uno de los objetivos de la Ley, de acuerdo con su artículo primero11. Dicha reparación deberá ser, igualmente, integral. Se trata,
ya lo he señalado, de una obligación del Estado. Como consecuencia
de ello, se deberá desarrollar un conjunto de medidas de restitución,
rehabilitación y satisfacción, orientadas al restablecimiento de los
derechos de las víctimas en sus dimensiones individual y colectiva.
Ese carácter integral tiene para Pablo de Greiff una doble dimensión:
interna y externa. La integridad (o coherencia) interna se refiere a
la relación entre los diferentes tipos de beneficios que distribuye un
programa de reparaciones. La mayoría de estos programas, afirma
este autor, distribuyen más de un tipo de beneficio. Así, pueden
[page-n-207]
Derecho internacional, reparación y memoria democrática: el caso de España
incluir tanto reparaciones simbólicas como materiales y cada una
de estas categorías puede incluir a su vez diferentes medidas y distribuirse individual o colectivamente. Es importante que, para lograr los
objetivos que se propone, dichas medidas de reparación se refuercen
mutuamente. Por su parte, la coherencia externa se refiere a la idea
de que los esfuerzos en materia de reparaciones se diseñen de manera
que guarden una estrecha relación con otros mecanismos o ámbitos
propios de la justicia de transición. Esto es, con la justicia penal, la
revelación de la verdad y la reforma institucional (Greiff, 2010, pp.
10-11). Tal y como hemos señalado, no estamos ante compartimentos
estancos. Teniendo esto en cuenta, se establecen distintos tipos de
medidas de reparación. Sin ánimo de exhaustividad, haré referencia
ahora a algunas de ellas.
Cabe citar, en primer lugar, aquellas medidas de reparación que
presentan una dimensión colectiva, ligada a derechos «de la ciudadanía». En este sentido, el artículo 4 de la Ley reconoce y declara el
carácter ilegal y radicalmente nulo de todas las condenas y sanciones
producidas por razones políticas, ideológicas, de conciencia o creencia religiosa durante la guerra, así como las sufridas por las mismas
causas durante la dictadura, independientemente de la calificación
jurídica utilizada para establecer dichas condenas y sanciones. Con las
limitaciones a las que se hará referencia en el siguiente epígrafe de este
capítulo, esta declaración dará lugar al derecho a obtener una declaración de reconocimiento y reparación personal, de acuerdo con lo
previsto en los artículos 5 y 6.
Junto a este tipo de medidas, se establecen otras de alcance personal. Es el caso de las medidas específicas que se refieren a los bienes
expoliados durante la guerra y la dictadura y que se traducen en la
obligación de realizar una auditoría de los mismos y de implementar las posibles vías de reconocimiento a los afectados (artículo 31).
Además, la disposición adicional novena prevé la restitución de los
bienes incautados a las fuerzas políticas durante la dictadura cuando
lo fueron en el extranjero como consecuencia de procesos judiciales
o administrativos. En esta misma línea, el artículo 32 prevé una serie
de medidas de reconocimiento y reparación de las víctimas de trabajos forzados. Junto a la evidente dimensión personal, me parece evidente que este tipo de medidas presenta un alcance colectivo que se
relaciona, además, con el derecho a la verdad, también en su dimensión colectiva. Esto es, relacionada con el derecho de la sociedad a
conocer lo ocurrido. Finalmente, la ley se refiere también a la concesión de la nacionalidad española a los voluntarios integrantes de las
Brigadas Internacionales (artículo 33) y a nacidos fuera de España de
206
[page-n-208]
207
Carmen Pérez González
padres o madres, abuelas o abuelos, exiliados por razones políticas,
ideológicas o de creencia (disposición adicional octava).
Por último, determinadas medidas de reparación están previstas
en relación con colectivos específicos. Es el caso, en particular, de las
mujeres. A ellas se refiere el artículo 11, que establece en su apartado
tercero la obligación de los poderes públicos de diseñar medidas
particulares de reparación de los perjuicios derivados de la represión
o violencia sufrida por las mujeres como consecuencia de su actividad
pública, política, sindical o intelectual, o como madres, compañeras o
hijas de represaliados o asesinados. Se hace igualmente referencia a la
situación de las mujeres que durante la guerra y la dictadura sufrieron
privación de libertad u otras penas como consecuencia de los delitos
de adulterio e interrupción voluntaria del embarazo.
Recreación del proceso
de fusilamientos en el llamado Paredón de España,
junto al cementerio de
Paterna. Dibujo de Matías
Alonso.
2.2. Fosas comunes y reparación
La Ley de Memoria Democrática vincula la cuestión de las fosas y la
exhumación de los restos con el derecho a la verdad. Aunque la Ley
52/2007 se ocupaba de esta cuestión, no lo hacía de modo que eliminase todos los obstáculos a los que se enfrentaban, se enfrentan
todavía, los familiares de los desaparecidos. Se ha repetido que las
[page-n-209]
Derecho internacional, reparación y memoria democrática: el caso de España
medidas que se incorporaban respondían a un modelo que ha sido
denominado como de «privatización de la verdad», un modelo que
se asentaba en la «colaboración» entre las administraciones públicas
y los familiares descendientes directos de las víctimas, a los que se
concedían subvenciones con el objeto de que pudiesen acometer las
tareas de exhumación. Dicho modelo es insuficiente desde el punto
de vista de lo exigido por el derecho internacional. Las razones por
las que esto es así, las expresaba con claridad el relator especial sobre
la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de
no repetición en 2014. No se establecía una verdadera política estatal
en la materia, sino que se delegaba en los familiares y las organizaciones que ellos habían constituido la responsabilidad de acometer los
complejos y costosos proyectos de exhumación. En definitiva, familiares y asociaciones vienen supliendo desde entonces funciones que
corresponden al Estado.
Creo que puede afirmarse que, en este punto, la Ley de Memoria
Democrática constituye una mejora significativa. Haciéndose eco de
estas críticas, diseña un modelo que cabe considerar más ajustado a
lo requerido por los órganos de protección internacional de derechos
humanos. Además del evidente vínculo con la realización del derecho
a la verdad, me parece claro que permitir que los familiares identifiquen y exhumen los restos de sus desaparecidos y que, si procede,
reciban una indemnización, supone también garantizar su derecho
a la reparación. Algunas de las dificultades para acometer esta tarea
han sido subrayadas por la doctrina (Capellà, 2021).
3. Algunas cuestiones pendientes: la reparación sin efectos
económicos derivada de la anulación de las condenas
En el ámbito de la reparación, es relevante la regulación contenida
en la Ley de Memoria Democrática sobre una cuestión, que también
quedó insatisfactoriamente resuelta en 2007, relativa a la anulación
de las condenas. Conviene recordar que, la denominada Ley de
Memoria Histórica únicamente reconocía y declaraba el carácter
«radicalmente injusto» y la ilegitimidad de las condenas y sanciones
dictadas por motivos políticos, ideológicos o de creencia por las
jurisdicciones especiales durante la Guerra Civil y por cualesquiera
tribunales u órganos penales o administrativos durante la dictadura.
La ley establecía también que las víctimas podían solicitar la emisión
de declaraciones de reparación y reconocimiento personal. Se trataba, ya se ha dicho, de una solución insuficiente (Errandonea, 2008;
Vallés, 2015).
Ahora, el artículo 5 de la Ley de Memoria Democrática regula
con cierto detalle las cuestiones de la nulidad de resoluciones y la
208
[page-n-210]
209
12
Cfr. el apartado 33 del
Informe.
13
Cfr. el apartado 18 de los
«Principios y directrices
básicos».
14
Ibidem, apartado 20.
Entre los perjuicios
que habría que evaluar,
se citan expresamente
los siguientes: el daño
físico o mental; la pérdida
de oportunidades, en
particular las de empleo,
educación y prestaciones sociales; los daños
materiales y la pérdida de
ingresos, incluido el lucro
cesante; los perjuicios
morales; y los gastos de
asistencia jurídica o de
expertos, medicamentos
y servicios médicos y
servicios psicológicos y
sociales.
15
A/CN.4/L.602/Rev.1,
disponible en https://
legal.un.org/ilc/sessions/53/docs.shtml.
Carmen Pérez González
ilegitimidad de órganos. Sin embargo, el apartado cuarto del artículo impone un límite a los efectos que pudiera tener la declaración
de nulidad a la que se refieren los apartados anteriores del artículo.
Establece en concreto lo siguiente: «La declaración de nulidad que se
contiene en los apartados anteriores dará lugar al derecho a obtener
una declaración de reconocimiento y reparación personal. En todo
caso, esta declaración de nulidad será compatible con cualquier otra
fórmula de reparación prevista en el ordenamiento jurídico, sin que
pueda producir efectos para el reconocimiento de responsabilidad
patrimonial del Estado, de cualquier administración pública o de particulares, ni dar lugar a efecto, reparación o indemnización de índole
económica o profesional».
Tal y como señaló el relator especial en su informe de 5 de agosto
de 2021, esa restricción contraviene los estándares internacionales
relativos la obligación de proporcionar una reparación completa
a las víctimas12. Son claros al respecto los «Principios y directrices
básicos» que prevén como formas de reparación la restitución, la
indemnización, la rehabilitación, la satisfacción y las garantías de no
repetición13. En cuanto a la indemnización, los mismos establecen
que debería concederse, de manera apropiada y proporcional a la
gravedad de la violación y a las circunstancias de cada caso, por todos
los perjuicios económicamente evaluables que sean consecuencia de
violaciones manifiestas de las normas internacionales de derechos
humanos o de violaciones graves del derecho internacional humanitario14. Por lo demás, la obligación de indemnizar deriva del derecho
internacional de la responsabilidad del Estado. Así, de acuerdo con
el artículo 34 del Proyecto de artículos de la Comisión de Derecho
Internacional sobre la responsabilidad del Estado por hechos internacionalmente ilícitos15, «la reparación íntegra del perjuicio causado
por el hecho internacionalmente ilícito adoptará la forma de restitución, de indemnización y de satisfacción, ya sea de manera única
o combinada». A la indemnización se refiere en concreto el artículo
36, que es taxativo al afirmar en su apartado primero que «el Estado
responsable de un hecho internacionalmente ilícito está obligado a
indemnizar el daño causado por ese hecho en la medida en que dicho
daño no sea reparado por la restitución». Y añade en su apartado segundo que la indemnización deberá cubrir todo daño susceptible de
evaluación financiera, incluido el lucro cesante en la medida en que
éste sea comprobado (Tomuschat, 2007).
[page-n-211]
Derecho internacional, reparación y memoria democrática: el caso de España
4. A modo de conclusión
La lucha contra la impunidad constituye el eje en torno al cual ha
pivotado la labor de la ONU en el ámbito de la cual nos ocupamos en
este trabajo. Se trata de un objetivo que ha auspiciado la búsqueda y
el perfeccionamiento de mecanismos adecuados para lograr que los
autores de violaciones graves de derechos humanos rindan cuentas.
Es, por lo demás, un objetivo por el que el derecho internacional
contemporáneo apuesta de modo decidido.
No puede obviarse que la consecución de este objetivo parece
complicarse cuando se trata de afrontar violaciones de derechos
humanos acaecidas en el pasado con ocasión de un conflicto armado
o de una experiencia dictatorial. Con todo, solo el horizonte de evitar
la impunidad de estas conductas es compatible con la efectiva y adecuada protección de los derechos de las víctimas. Tanto el «Conjunto
de Principios» como los «Principios y directrices básicos», citados
aquí, desarrollan precisamente la obligación de los estados de adoptar medidas contra la impunidad. Esas medidas deberán garantizar
adecuadamente tanto los derechos de las víctimas de las violaciones
graves de derechos humanos a la verdad, la justicia y la reparación,
como la no repetición de las mismas; también cuando esas violaciones se han cometido en el pasado. El principio de continuidad del
Estado serviría para fundamentar esa obligación en estos supuestos. Tal y como se ha dicho, «la esencia de este principio podemos
condensarla refiriendo que el Estado continúa siendo el mismo, a
los efectos del ordenamiento jurídico internacional, cualquiera que
sea el cambio o cambios ocurridos en su organización interna. En
consecuencia [...] un Estado deberá atender a todas aquellas obligaciones internacionales pertinentes para, recordemos “resolver los
problemas derivados de un pasado de abusos a gran escala”, esté o
no inmerso en un proceso de transición de la índole que se quiera; si
bien, maticemos al menos, probamente esas obligaciones hayan de
interpretarse de un modo tal que, sin violentar los límites permitidos,
no se conviertan en algo imposible, inviable, contraproducente y/u
odioso» (Chinchón, 2009, pp. 53-54).
La Ley de Memoria Democrática y algunas de las normas adoptadas en el ámbito autonómico en España son prueba de que el Estado
español sigue dispuesto a afrontar algunas de las dificultades que,
tal y como señalaba en las primeras líneas de este trabajo, origina el
paso del tiempo cuando se trata de diseñar e implementar programas
de garantía de los derechos de las víctimas de graves violaciones de
derechos humanos.
210
[page-n-212]
211
Carmen Pérez González
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