Ritos funerarios paganos
Lorenzo Abad Casal
Juan Manuel Abascal Palazón
1991
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RITOS FUNERARIOS PAGANOS
LORENZO ABAD Y JUAN MANUEL ABASCAL
Universidad de Alicante
EL RITUAL FUNERARIO
En la Antigüedad fue corriente la creación de un complejo ritual alrededor de los principales pasos
en el ciclo biológico y social de los individuos: el nacimiento, el matrimonio y la muerte. El más allá fue
en todo el Mediterráneo un lugar común, un destino irrenunciable pero no necesariamente trágico;
para alcanzarlo con éxito bastaba tomar las precauciones debidas para hacer el viaje en las condiciones
adecuadas, con la protección ritual o divina necesaria y con el conveniente mantenimiento por parte de
los herederos de ese definitivo lugar de reposo. Espacio funerario, ceremonial y recuerdo se conviertieron así en los elementos decisivos para garantizar ese viaje final de los individuos.
En diversas ocasiones, sin embargo, se ha insistido en la aparente incredulidad de los romanos en
el más allá: unos por convicción doctrinal y otros por falta de reflexión imaginaron la muerte como
la nada, un sueño sin despertar que difícilmente explica tantas precauciones y tan complejos rituales
y la consiguiente complicación de la arquitectura funeraria
La cultura romana es una de las pocas que a lo largo de su existencia ha experimentado un cambio de rito funerario; la cremación constituye el ritual predominante durante la República y los comienzos del Imperio, y a ella le sucede, a partir del segundo tercio del siglo II, la inhumación. Este
cambio, cuyos motivos no están aún suficientemente claros para los investigadores, tiene hondas
repercusiones en el ambiente funerario romano; cambia el tipo de tumba, que necesita ahora mayor
espacio para cada individuo; cambia también el recipiente en el que se deposita el cadáver, en el
caso de que existiera; de una pequeña urna cerámica o de piedra, se pasa ahora a una caja de madera o de plomo o, en los casos de mayor riqueza, de piedra: en una palabra, se da el paso de la
urna al sarcófago.
El tránsito hacia el más allá podía ser diseñado por cada individuo según sus creencias y sus propias posibilidades. Idéntico resultado ofrecían los complejos ceremoniales de un funeral imperial
que el más sencillo entierro de un esclavo; en ambos casos sus actuaciones tenían un destino común.
Las diferencias entre la calidad y cantidad de los ritos y la actitud ante la muerte hacen que podamos
hablar de un auténtico «plan de salvación» individual más allá del que, de manera globalizada y respondiendo a patrones comunes para todos, ofrecían determinadas sectas y doctrinas. Para completar
este plan de salvación era precisa la protección de los dioses o un complejo ritual de purificación,
que evitaran al individuo una existencia angustiosa en el más allá. Ambas soluciones eran válidas y
compatibles con cualquier mentalidad pre-cristiana.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Reconstrucción de un ritual funerario según los hallazgos de la
necrópolis de la calle Cañete de
Valencia. [Dibujo F. Chiner].
El difunto yace ya en la fosa,
acompañado por unas ofrendas contenidas en varios recipientes y la cabeza de un jabalí, mientras en la superficie
parientes y amigos llevan a
cabo los ritos funerarios que
conllevan lamentos, libaciones
y sacrificio de animales.
Botella de vidrio de un ajuar de la necrópolis de Tisneres (Alzira, Valencia). Siglos IIIII. [Museo de Prehistoria de Valencia].
Las ceremonias del funeral (funera) podían reconciliar al
hombre con los dioses que velaban el sueño de los muertos y,
más aún, paliaban también la angustia sobre el destino del
difunto entre quienes le sobrevivían. Eran por tanto muy importantes y variaban en función del rango económico y social
de la persona; conocemos de este modo el funus translaticium
o normal; el funus militare, dedicado a los soldados, el funus
publicum, reservado para los personajes de importancia pública
relevante, y el funus imperatorum, dedicado a los emperadores; todos ellos tenían en común la celebración de una procesión funeraria
(pompa), que debía hacerse de noche, con el difunto conducido en una parihuela o feretrum, hasta la
necrópolis, que las leyes obligan a situar fuera de la ciudad; sólo en casos excepcionales –emperadores, por ejemplo– podía enterrarse dentro del recinto urbano.
El cadáver se quemaba o se inhumaba, según la época, pero también en el primer caso se acababa enterrando las cenizas, y algunos autores hablan de la costumbre del os resectum, el corte de
una pequeña parte del cuerpo, por regla general un dedo, que se salvaba de la quema y era enterrado junto con las cenizas. Y en el caso de las cremaciones, hay que distinguir entre las primarias
y las secundarias, esto es, entre aquellas en las que la quema del cadáver ha tenido lugar en el
mismo sitio donde luego se va a construir la tumba, y aquellas otras –la mayoría– en las que la
cremación se ha efectuado en un lugar común, siendo las cenizas las que se recogen y depositan
en la tumba definitiva.
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RITOS FUNERARIOS PAGANOS • LORENZO ABAD Y JUAN MANUEL ABASCAL
Alrededor de la tumba y en la casa del difunto se desarrollaban una serie de ceremonias, que comenzaban con un banquete ritual, el silicernium, y duraban nueve días. Con posterioridad, el banquete se repetía periódicamente, o bien el día del cumpleaños del difunto –dies natalis– o bien el día
de los difuntos, durante las fiestas llamadas parentalia y lemuria. En estas ceremonias participaba figuradamente el propio difunto, a quien se invocaba de diversas maneras y al que se ofrecían alimentos y bebidas, las libationes.
Todos estos actos son importantes para que el difunto conserve su individualidad en el más allá,
sin diluirse en el anonimato de la masa común; la queja de los muertos, en las pocas ocasiones que
tienen de ponerse en comunicación con los vivos, es precisamente que éstos olvidan con demasiada
facilidad las atenciones que deben tener con ellos. Este es uno de los motivos por los que en el
mundo romano, los collegia funeraticia, esto es, las asociaciones que reunían a los miembros de una
profesión o de un grupo social que vivían en un mismo lugar, se ocuparon también de atender las
necesidades relacionadas con el sepelio de sus integrantes para, mediante el pago de una cuota, asegurarse el lugar de enterramiento y, lo que es más importante, la continuidad de los ritos funerarios
tras el momento de la muerte. En algunas tumbas se conserva todavía el conducto que permitía a los
difuntos recibir las ofrendas depositadas por los vivos. Así, por ejemplo, en el monumento turriforme de Villajoyosa, el orificio practicado en la pared permitía que las libaciones vertidas por quienes participaban en esos ritos se derramaran por el interior hueco del edificio, cayendo al suelo en el
lugar donde estaría enterrado el cadáver de la persona o de las personas honradas. Otras veces, la
propia tumba está decorada con elementos alusivos a estos rituales; en la necrópolis de Carmona, en
la provincia de Sevilla, por ejemplo, los techos de algunas tumbas están pintados con rosas y pétalos
de rosas, alusivos a la costumbre de esparcir flores en la fiesta llamada rosalia.
Un conjunto de tumbas excavado en Valentia por Pierre Guérin arroja nueva luz sobre aspectos
del ritual funerario. La necrópolis se ubica a lo largo del decumano máximo, fuera del recinto urbano,
y se utilizó desde la fundación de la ciudad hasta el siglo IV. En la fase republicana del siglo II a.C., coexisten sin orden aparente inhumaciones y cremaciones, con tumbas en fosa, tumbas de cámara o hipogeos y un ustrinum que se reutilizó para inhumaciones. La presencia desde un primer momento
de tumbas de cremación e inhumación hizo pensar a los autores en la posible coexistencia de una
población indígena y otra foránea, aunque un estudio más profundo de los ajuares y de los ritos funerarios permitió matizar esta hipótesis, en el sentido de que ambos correspondían a una población
exógena, que posiblemente debido a su composición heterogénea alternaba ambos ritos; algunos aspectos concretos, como la inhumación en hipogeo junto con cabezas de cerdo y de jabalí partidas
Decoración parietal desaparecida de la tumba del Banquete de Carmona (Sevilla) según R. Jaldón. Siglo I.
Representa una comida ritual en la que los participantes conversan, beben de vasos en forma de animal o tocan la flauta;
a los lados, dos figuras que se aproximan; una porta un plato con viandas y otra lleva un tirso y una corona. Es la representación gráfica de una de las ceremonias que tienen por objeto mantener en paz las almas de los muertos.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Orificio de libación de la Torre funeraria de
San José en la Vila Joiosa (Alicante).
En un lateral se abre un orificio tallado en
la unión de dos sillares, de forma que los
líquidos que se vierten desde el exterior se
derramen por el interior hasta el fondo de
la tumba, donde se encontrarían los restos
de los allí enterrados. Es un ejemplo monumental de los llamados «orificios de libación» que tienen como finalidad que los
difuntos puedan participar directamente
de las ofrendas realizadas en su memoria.
Lauda en mosaico de Severina, procedente de Denia.
Siglo V. [Museo de Bellas Artes de Valencia].
Cubría un sepulcro de sillería y pertenece a un tipo de
mosaico sepulcral bastante frecuente en el mundo tardorromano, sobre todo en el norte de África y en las
costas del Mediterráneo occidental. En la parte superior lleva un epígrafe funerario y en la inferior un elemento decorativo.
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RITOS FUNERARIOS PAGANOS • LORENZO ABAD Y JUAN MANUEL ABASCAL
longitudinalmente, parecen estar en relación con ceremonias funerarias en honor de Ceres propias
del mundo itálico, aunque la presencia de tumbas de cámara y de estrígilos parece apuntar más bien
hacia un ambiente helénico, propio de la Magna Grecia o de Etruria.
En el caso de la cremación, las cenizas se recogen por regla general en una urna cerámica, correspondiente a los tipos de recipientes característicos de cada momento y de cada lugar, que pueden taparse con platos también de cerámica. Más raras, aunque se conocen algunos ejemplos, son las urnas de vidrio que, dada su fragilidad, pueden meterse dentro de un recipiente de plomo. En el caso
de la inhumación, los contenedores son muy diversos, desde simples cajas de madera y ánforas reaprovechadas hasta cajas de piedra, algunas decoradas con mucha complejidad. De estas últimas,
que son las que la arqueología conoce como sarcófagos, existen algunos ejemplares en la Comunidad Valenciana, si bien la mayoría corresponden ya a un momento tardío, en relación con enterramientos de época y seguramente religión cristiana.
El más famoso de los paganos es el de Santa Pola, recuperado en el mar en las proximidades de
esta ciudad. Es de taller romano y, sin duda, el encargo de un rico ilicitano para su última morada;
es un sarcófago antiguo, de la segunda mitad del siglo II y representa escenas del rapto de Proserpina: en el centro, Plutón se dispone a raptar a la joven, que cae a tierra víctima de la sorpresa; a la
derecha, consumado el rapto, el dios conduce a Proserpina en su carro en dirección al Hades; a la izquierda, Ceres recorre la tierra en su carro con una antorcha en cada mano buscando a la hija desaparecida. En uno de los lados menores, aparece una escena muy significativa: una figura envuelta en
un manto, con la cabeza velada, es presentada por Mercurio a Plutón, quien la acoge benévolamente; es una alusión al Hermes Psicompompos, esto es, al Mercurio conductor de las almas de los
difuntos hacia el Más Allá, y a la entrega de estas almas al dios de los infiernos. Todos ellos, como se
ve, temas relacionados con el mundo de la muerte y sobre todo con la necesidad del hombre de aferrarse a mitos y creencias que le permitan una cierta supervivencia en el Más Allá.
Religión y mundo funerario se dieron la mano con el fin de garantizar una potencial existencia
en el otro mundo, con el fin de asegurar un descanso pacífico en un espacio del que a veces se dudaba pero con el que no se podían correr riesgos. De la complicación del panteón en los albores del
mundo clásico comenzarán a surgir fuerzas relacionadas con la muerte, con la protección de los difuntos, con el control del mundo subterráneo, y la propia creencia en estas manifestaciones hará que
paralelamente se desarrollen los más complejos rituales relacionados con la muerte. Los panteones
del mundo clásico y las creencias de ultratumba se desarrollaron así casi al mismo tiempo, en un
proceso de complicación formal que tiene mucho que ver con el crecimiento de los intercambios y
con el carácter cosmopolita de los principales centros urbanos.
En palabras de P. Veyne, «la tumba es la morada eterna en que todo se prolonga una vez que ha
cesado y donde la nada adopta las apariencias consoladoras de una monótona identidad». Semejante identidad entre el mundo de los vivos y el de los muertos es algo consustancial a la arqueología de la muerte en el mundo romano; el arte se pone al servicio de la desesperanza y del sufrimiento para aliviar el miedo que causa el desconocimiento. De ahí la íntima relación que existe entre
el arte y el mundo de la muerte, una relación que se estrecha o se distiende en proporción directa
con la preocupación por el más allá.
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LORENZO ABAD Y JUAN MANUEL ABASCAL
Universidad de Alicante
EL RITUAL FUNERARIO
En la Antigüedad fue corriente la creación de un complejo ritual alrededor de los principales pasos
en el ciclo biológico y social de los individuos: el nacimiento, el matrimonio y la muerte. El más allá fue
en todo el Mediterráneo un lugar común, un destino irrenunciable pero no necesariamente trágico;
para alcanzarlo con éxito bastaba tomar las precauciones debidas para hacer el viaje en las condiciones
adecuadas, con la protección ritual o divina necesaria y con el conveniente mantenimiento por parte de
los herederos de ese definitivo lugar de reposo. Espacio funerario, ceremonial y recuerdo se conviertieron así en los elementos decisivos para garantizar ese viaje final de los individuos.
En diversas ocasiones, sin embargo, se ha insistido en la aparente incredulidad de los romanos en
el más allá: unos por convicción doctrinal y otros por falta de reflexión imaginaron la muerte como
la nada, un sueño sin despertar que difícilmente explica tantas precauciones y tan complejos rituales
y la consiguiente complicación de la arquitectura funeraria
La cultura romana es una de las pocas que a lo largo de su existencia ha experimentado un cambio de rito funerario; la cremación constituye el ritual predominante durante la República y los comienzos del Imperio, y a ella le sucede, a partir del segundo tercio del siglo II, la inhumación. Este
cambio, cuyos motivos no están aún suficientemente claros para los investigadores, tiene hondas
repercusiones en el ambiente funerario romano; cambia el tipo de tumba, que necesita ahora mayor
espacio para cada individuo; cambia también el recipiente en el que se deposita el cadáver, en el
caso de que existiera; de una pequeña urna cerámica o de piedra, se pasa ahora a una caja de madera o de plomo o, en los casos de mayor riqueza, de piedra: en una palabra, se da el paso de la
urna al sarcófago.
El tránsito hacia el más allá podía ser diseñado por cada individuo según sus creencias y sus propias posibilidades. Idéntico resultado ofrecían los complejos ceremoniales de un funeral imperial
que el más sencillo entierro de un esclavo; en ambos casos sus actuaciones tenían un destino común.
Las diferencias entre la calidad y cantidad de los ritos y la actitud ante la muerte hacen que podamos
hablar de un auténtico «plan de salvación» individual más allá del que, de manera globalizada y respondiendo a patrones comunes para todos, ofrecían determinadas sectas y doctrinas. Para completar
este plan de salvación era precisa la protección de los dioses o un complejo ritual de purificación,
que evitaran al individuo una existencia angustiosa en el más allá. Ambas soluciones eran válidas y
compatibles con cualquier mentalidad pre-cristiana.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Reconstrucción de un ritual funerario según los hallazgos de la
necrópolis de la calle Cañete de
Valencia. [Dibujo F. Chiner].
El difunto yace ya en la fosa,
acompañado por unas ofrendas contenidas en varios recipientes y la cabeza de un jabalí, mientras en la superficie
parientes y amigos llevan a
cabo los ritos funerarios que
conllevan lamentos, libaciones
y sacrificio de animales.
Botella de vidrio de un ajuar de la necrópolis de Tisneres (Alzira, Valencia). Siglos IIIII. [Museo de Prehistoria de Valencia].
Las ceremonias del funeral (funera) podían reconciliar al
hombre con los dioses que velaban el sueño de los muertos y,
más aún, paliaban también la angustia sobre el destino del
difunto entre quienes le sobrevivían. Eran por tanto muy importantes y variaban en función del rango económico y social
de la persona; conocemos de este modo el funus translaticium
o normal; el funus militare, dedicado a los soldados, el funus
publicum, reservado para los personajes de importancia pública
relevante, y el funus imperatorum, dedicado a los emperadores; todos ellos tenían en común la celebración de una procesión funeraria
(pompa), que debía hacerse de noche, con el difunto conducido en una parihuela o feretrum, hasta la
necrópolis, que las leyes obligan a situar fuera de la ciudad; sólo en casos excepcionales –emperadores, por ejemplo– podía enterrarse dentro del recinto urbano.
El cadáver se quemaba o se inhumaba, según la época, pero también en el primer caso se acababa enterrando las cenizas, y algunos autores hablan de la costumbre del os resectum, el corte de
una pequeña parte del cuerpo, por regla general un dedo, que se salvaba de la quema y era enterrado junto con las cenizas. Y en el caso de las cremaciones, hay que distinguir entre las primarias
y las secundarias, esto es, entre aquellas en las que la quema del cadáver ha tenido lugar en el
mismo sitio donde luego se va a construir la tumba, y aquellas otras –la mayoría– en las que la
cremación se ha efectuado en un lugar común, siendo las cenizas las que se recogen y depositan
en la tumba definitiva.
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RITOS FUNERARIOS PAGANOS • LORENZO ABAD Y JUAN MANUEL ABASCAL
Alrededor de la tumba y en la casa del difunto se desarrollaban una serie de ceremonias, que comenzaban con un banquete ritual, el silicernium, y duraban nueve días. Con posterioridad, el banquete se repetía periódicamente, o bien el día del cumpleaños del difunto –dies natalis– o bien el día
de los difuntos, durante las fiestas llamadas parentalia y lemuria. En estas ceremonias participaba figuradamente el propio difunto, a quien se invocaba de diversas maneras y al que se ofrecían alimentos y bebidas, las libationes.
Todos estos actos son importantes para que el difunto conserve su individualidad en el más allá,
sin diluirse en el anonimato de la masa común; la queja de los muertos, en las pocas ocasiones que
tienen de ponerse en comunicación con los vivos, es precisamente que éstos olvidan con demasiada
facilidad las atenciones que deben tener con ellos. Este es uno de los motivos por los que en el
mundo romano, los collegia funeraticia, esto es, las asociaciones que reunían a los miembros de una
profesión o de un grupo social que vivían en un mismo lugar, se ocuparon también de atender las
necesidades relacionadas con el sepelio de sus integrantes para, mediante el pago de una cuota, asegurarse el lugar de enterramiento y, lo que es más importante, la continuidad de los ritos funerarios
tras el momento de la muerte. En algunas tumbas se conserva todavía el conducto que permitía a los
difuntos recibir las ofrendas depositadas por los vivos. Así, por ejemplo, en el monumento turriforme de Villajoyosa, el orificio practicado en la pared permitía que las libaciones vertidas por quienes participaban en esos ritos se derramaran por el interior hueco del edificio, cayendo al suelo en el
lugar donde estaría enterrado el cadáver de la persona o de las personas honradas. Otras veces, la
propia tumba está decorada con elementos alusivos a estos rituales; en la necrópolis de Carmona, en
la provincia de Sevilla, por ejemplo, los techos de algunas tumbas están pintados con rosas y pétalos
de rosas, alusivos a la costumbre de esparcir flores en la fiesta llamada rosalia.
Un conjunto de tumbas excavado en Valentia por Pierre Guérin arroja nueva luz sobre aspectos
del ritual funerario. La necrópolis se ubica a lo largo del decumano máximo, fuera del recinto urbano,
y se utilizó desde la fundación de la ciudad hasta el siglo IV. En la fase republicana del siglo II a.C., coexisten sin orden aparente inhumaciones y cremaciones, con tumbas en fosa, tumbas de cámara o hipogeos y un ustrinum que se reutilizó para inhumaciones. La presencia desde un primer momento
de tumbas de cremación e inhumación hizo pensar a los autores en la posible coexistencia de una
población indígena y otra foránea, aunque un estudio más profundo de los ajuares y de los ritos funerarios permitió matizar esta hipótesis, en el sentido de que ambos correspondían a una población
exógena, que posiblemente debido a su composición heterogénea alternaba ambos ritos; algunos aspectos concretos, como la inhumación en hipogeo junto con cabezas de cerdo y de jabalí partidas
Decoración parietal desaparecida de la tumba del Banquete de Carmona (Sevilla) según R. Jaldón. Siglo I.
Representa una comida ritual en la que los participantes conversan, beben de vasos en forma de animal o tocan la flauta;
a los lados, dos figuras que se aproximan; una porta un plato con viandas y otra lleva un tirso y una corona. Es la representación gráfica de una de las ceremonias que tienen por objeto mantener en paz las almas de los muertos.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Orificio de libación de la Torre funeraria de
San José en la Vila Joiosa (Alicante).
En un lateral se abre un orificio tallado en
la unión de dos sillares, de forma que los
líquidos que se vierten desde el exterior se
derramen por el interior hasta el fondo de
la tumba, donde se encontrarían los restos
de los allí enterrados. Es un ejemplo monumental de los llamados «orificios de libación» que tienen como finalidad que los
difuntos puedan participar directamente
de las ofrendas realizadas en su memoria.
Lauda en mosaico de Severina, procedente de Denia.
Siglo V. [Museo de Bellas Artes de Valencia].
Cubría un sepulcro de sillería y pertenece a un tipo de
mosaico sepulcral bastante frecuente en el mundo tardorromano, sobre todo en el norte de África y en las
costas del Mediterráneo occidental. En la parte superior lleva un epígrafe funerario y en la inferior un elemento decorativo.
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longitudinalmente, parecen estar en relación con ceremonias funerarias en honor de Ceres propias
del mundo itálico, aunque la presencia de tumbas de cámara y de estrígilos parece apuntar más bien
hacia un ambiente helénico, propio de la Magna Grecia o de Etruria.
En el caso de la cremación, las cenizas se recogen por regla general en una urna cerámica, correspondiente a los tipos de recipientes característicos de cada momento y de cada lugar, que pueden taparse con platos también de cerámica. Más raras, aunque se conocen algunos ejemplos, son las urnas de vidrio que, dada su fragilidad, pueden meterse dentro de un recipiente de plomo. En el caso
de la inhumación, los contenedores son muy diversos, desde simples cajas de madera y ánforas reaprovechadas hasta cajas de piedra, algunas decoradas con mucha complejidad. De estas últimas,
que son las que la arqueología conoce como sarcófagos, existen algunos ejemplares en la Comunidad Valenciana, si bien la mayoría corresponden ya a un momento tardío, en relación con enterramientos de época y seguramente religión cristiana.
El más famoso de los paganos es el de Santa Pola, recuperado en el mar en las proximidades de
esta ciudad. Es de taller romano y, sin duda, el encargo de un rico ilicitano para su última morada;
es un sarcófago antiguo, de la segunda mitad del siglo II y representa escenas del rapto de Proserpina: en el centro, Plutón se dispone a raptar a la joven, que cae a tierra víctima de la sorpresa; a la
derecha, consumado el rapto, el dios conduce a Proserpina en su carro en dirección al Hades; a la izquierda, Ceres recorre la tierra en su carro con una antorcha en cada mano buscando a la hija desaparecida. En uno de los lados menores, aparece una escena muy significativa: una figura envuelta en
un manto, con la cabeza velada, es presentada por Mercurio a Plutón, quien la acoge benévolamente; es una alusión al Hermes Psicompompos, esto es, al Mercurio conductor de las almas de los
difuntos hacia el Más Allá, y a la entrega de estas almas al dios de los infiernos. Todos ellos, como se
ve, temas relacionados con el mundo de la muerte y sobre todo con la necesidad del hombre de aferrarse a mitos y creencias que le permitan una cierta supervivencia en el Más Allá.
Religión y mundo funerario se dieron la mano con el fin de garantizar una potencial existencia
en el otro mundo, con el fin de asegurar un descanso pacífico en un espacio del que a veces se dudaba pero con el que no se podían correr riesgos. De la complicación del panteón en los albores del
mundo clásico comenzarán a surgir fuerzas relacionadas con la muerte, con la protección de los difuntos, con el control del mundo subterráneo, y la propia creencia en estas manifestaciones hará que
paralelamente se desarrollen los más complejos rituales relacionados con la muerte. Los panteones
del mundo clásico y las creencias de ultratumba se desarrollaron así casi al mismo tiempo, en un
proceso de complicación formal que tiene mucho que ver con el crecimiento de los intercambios y
con el carácter cosmopolita de los principales centros urbanos.
En palabras de P. Veyne, «la tumba es la morada eterna en que todo se prolonga una vez que ha
cesado y donde la nada adopta las apariencias consoladoras de una monótona identidad». Semejante identidad entre el mundo de los vivos y el de los muertos es algo consustancial a la arqueología de la muerte en el mundo romano; el arte se pone al servicio de la desesperanza y del sufrimiento para aliviar el miedo que causa el desconocimiento. De ahí la íntima relación que existe entre
el arte y el mundo de la muerte, una relación que se estrecha o se distiende en proporción directa
con la preocupación por el más allá.
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