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LAS NECRÓPOLIS
LORENZO ABAD Y JUAN MANUEL ABASCAL
Universidad de Alicante
LA MUERTE Y LA TUMBA
Las necrópolis son una fuente de información de primer orden para el conocimiento de las
culturas antiguas, sobre todo desde que el desarrollo de nuevos métodos de excavación y registro
ha permitido documentar aspectos del ritual hasta ahora ignorados: los procesos de cremación e
inhumación, la deposición del cadáver, la recogida de los restos, la preparación del terreno, etc.
Hoy se pueden obtener también datos antropológicos del máximo interés a partir del estudio de
los huesos, incluso de los quemados, como son los referentes a la edad y al sexo de los difuntos,
las enfermedades que han padecido y el tipo de alimentación de que han disfrutado. Todo ello se
ha plasmado en los últimos años en un cuerpo doctrinal que ha recibido el nombre de «arquelogía de la muerte».
Los ritos y los monumentos funerarios documentados en la Comunidad Valenciana en época romana hunden sus raíces en el sustrato ibérico, una cultura que se caracteriza por su carácter cremador, enterramiento selectivo, tumbas en hoyo y superestructuras en forma de monumentos tumulares. Las tumbas, agrupadas en necrópolis, suelen disponerse a lo largo de los caminos que llevan a
las ciudades, un hecho que se ve reforzado con su integración en el ámbito cultural romano, en un
momento en que están en proceso de desarrollo lo que se llaman las vías funerarias; esto es, la utilización de los caminos, en los tramos más próximos a la ciudad, como verdaderos escaparates donde
lucir el rango económico y social alcanzado por las principales familias. Los edificios funerarios comienzan a adquirir monumentalidad, con altos cuerpos pétreos que se alzan sobre el suelo, para ser
vistos desde lejos por los caminantes que se aproximan a la ciudad; a veces se decoran con las efigies
de los difuntos, sus retratos o epígrafes alusivos a su vida.
La tumba romana puede ser individual, familiar o colectiva, y estar rodeada por un recinto que la
delimita y protege. Sus tipos son bastante variados, aunque casi todos tienen en común su carácter
subterráneo. Cuando se trata de grandes monumentos construidos sobre el terreno, la tumba propiamente dicha suele estar debajo, en un hueco o habitáculo excavado. En un primer momento, priman
los elementos arquitectónicos y epigráficos, produciéndose con el paso del tiempo una incorporación de temas iconográficos –retratos, escenas alusivas a menesteres y oficios– y un reforzamiento
del deseo de individualización que lleva en ocasiones a romper el vínculo familiar de la sepultura y
a privatizar los enterramientos; la fórmula hoc monumentum heredes non sequetur (que este monumento no pase a los herederos) es buena muestra de ello.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Necrópolis de La Boatella, Valencia. [Archivo SIP].
Descubierta en los años cuarenta, se encontraba en la salida
meridional de la ciudad romana de Valentia, flanqueando
la vía Augusta; junto a ella se
alinean los enterramientos de
inhumación que en un primer
momento, siglo II, coexisten con
los de cremación. Diversas partes de la necrópolis se han ido
documentando en sucesivas excavaciones de salvamento a lo
largo de los años.
Torre funeraria de Daimuz
(Valencia).
Actualmente desmontada, se
conoce gracias a los dibujos
del viajero francés Alexandre de Laborde, realizados a
finales del siglo XVIII . Es un
monumento turriforme de
cámara cerrada muy similar
al de Villajoyosa, aunque más
elaborado, y datado como él
en el segundo tercio del siglo II. Conservaba la inscripción que indicaba que se había
construido por una disposición testamentaria de Baebia
Quieta.
En los últimos años, el progreso de las excavaciones, y ante todo de las de salvamento y prevención en las proximidades de las principales ciudades romanas valencianas, ha puesto al descubierto
numerosos vestigios de tumbas aisladas y de necrópolis que, en ocasiones, han proporcionado datos
muy interesantes. Cabe destacar las necrópolis de la ciudad de Valentia, recogidas en un número monográfico de la revista Saitabi, dedicado al ilustre canónigo y arqueólogo dianense Roc Chabás, y las
que en estas fechas se están encontrando en la ciudad de Villajoyosa, correspondientes en su mayor
parte a época ibérica y al Alto Imperio. En casi todas las ocasiones, lo encontrado corresponde a la
tumba propiamente dicha, habiendo desaparecido los elementos de la superestructura y señaliza-
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LAS NECRÓPOLIS • LORENZO ABAD Y JUAN MANUEL ABASCAL
ción de los enterramientos. De los restos monumentales conservados, casi siempre conocidos de antiguo, se han realizado nuevos estudios y propuestas de interpretación, como ocurre por ejemplo
con edificios de Sagunto, Daimuz o Villajoyosa.
La mayor parte de las tumbas eran simples fosas excavadas en el suelo que, si bien en un primer
momento se abren en las necrópolis establecidas, con el paso del tiempo tienden a ocupar otras
áreas, en ocasiones incluso restos de antiguos edificios. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el antiguo
vicus romano de Baños de la Reina (Calpe), que a finales del siglo IV –la fecha de referencia la da una
moneda de Magnencio datada entre 350 y 353– se utilizó como área cementerial, llegando a romper
incluso el mosaico que pavimentaba el patio central para albergar un mayor número de tumbas;
como muestra de la precipitación de estos enterramientos, baste decir que los cascotes resultantes
quedaron amontonados junto a las sepulturas. Estas eran simples, estaban cubiertas por grandes lajas y carecían de ajuar, excepto una de ellas, que contenía una pequeña jarrita de cerámica. Al parecer carecían de señalización al exterior. Las fosas de las tumbas podían estar cubiertas también por
tejas (tegulae) dispuestas en forma de V invertida, una fórmula que fue ganando importancia a medida que nos adentramos en el Imperio.
LOS EDIFICIOS MONUMENTALES
La mayor parte de las tumbas carecía de hitos de señalización, o éstos eran lo suficientemente
simples como para haber desaparecido en el curso de los siglos. Sin embargo, sobre ellas podían
también alzarse monumentos y edificios de muy diverso tipo que, además de señalar su ubicación,
llamaban la atención de los vivos acerca del individuo o de los individuos allí enterrados y hacían
que, gracias a su majestuosidad, riqueza o textos escritos, el viajero se detuviera y dedicara un recuerdo al difunto. Por ello no es de extrañar que estos monumentos alcanzaran en ocasiones altas
cotas de desarrollo arquitectónico y complejidad ornamental.
La mayoría serían, como parece lógico, los más sencillos, unos monolitos indicadores de la
tumba, en forma de estela, con o sin inscripción, o de altar. Entre estos últimos se cuentan el pequeño monumento de la Almoina de Valencia, cuya propuesta de reconstrucción ha realizado José
L. Jiménez, y el dedicado a Domitia Iusta, en la Calerilla de Hortunas, en Requena; éste último, de considerables dimensiones, es un edificio cuadrangular, rematado por sendos cornua –especie de cilindros que
rematan los laterales en su parte superior– con una
inscripción alusiva a la persona de ese nombre allí enterrada y erotes que simulan sostenerla. Este monumento sirvió de referencia a una necrópolis de cremación que se desarrolla a su alrededor; sobre algunos de
ellos se edificaron edificios más pequeños ya en época
flavia, lo que daría una fecha ante quem para el de Domitia Iusta. Posiblemente a un monumento similar de
la ciudad de Valentia, perteneciente a la familia de los
Decoración desaparecida del techo de la tumba del BanAntonii, corresponde el conjunto de sillares con insquete, en la necrópolis de Carmona (Sevilla) según
cripción y figuras de Atis que ha estudiado recienteR. Jaldón. Siglo I.
mente José L. Jiménez.
Muestra una decoración de rosas y pétalos, que hace refeA veces, la superestructura funeraria puede adquirir la forma de un edificio de uno o más pisos, los lla-
rencia a la costumbre de origen griego del «día de la
rosa», propia del culto de Diónisos y Adonis, que consiste
en cubrir la tumba de flores rojas, principalmente rosas.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Torre de San José, la Vila Joiosa (Alicante).
Se conserva en bastante buen estado en la actualidad
y es un ejemplo, como el de Daimuz, de los monumentos funerarios en forma de torre característicos de
los primeros siglos del Imperio, aunque en este caso
sus elementos decorativos quedaron sin terminar.
mados monumentos turriformes, muy extendidos a lo largo y a lo ancho del Imperio Romano.
Su versión más antigua es la que se incluye bajo
la denominación común de monumentos de
friso dórico; están compuestos por un zócalo
moldurado, un cuerpo cuadrangular coronado
por un friso con triglifos y metopas –de donde
les viene el nombre– y decorado, casi siempre,
con cabezas de toros y rosetas; son éstos los motivos que encontramos en varios sillares de un
monumento de Sagunto, identificado hace algunos años como tal por Almagro Gorbea. Algunos de estos edificios podrían ser en realidad el
basamento de un cuerpo superior sobre el que
se alzaba un pequeño templete en cuyos intercolumnios podrían situarse diversas estatuas.
Mucho más abundantes en el litoral mediterráneo español son otros monumentos relacionados con los anteriores, aunque con una estructura
propia, que reciben el nombre de torres funerarias. En las tierras valencianas existían dos testimonios de gran interés, aunque uno de ellos fue destruido a principios del siglo veinte. Son los de Villajoyosa y Daimuz, en la provincia de Alicante el primero y en la de Valencia el segundo, más lujoso y mejor terminado que aquel. Se conocen desde antiguo, gracias a los dibujos que en el siglo
XVIII realizaron el ilustrado valenciano Antonio de Valcárcel, Conde de Lumiares, y el viajero francés Alejandro de Laborde.
El monumento de Villajoyosa, que hoy se encuentra adosado al edificio social de un camping en
las afueras de la población, conserva un basamento de cuatro gradas y un cuerpo central, separados
por una moldura; las esquinas presentan pilastras lisas, labradas en los mismos sillares de la pared;
carecen de capitel, aunque debió pertenecerles uno de orden corintio que se conserva en las proximidades del monumento.
El interior era hueco y estaba formado por una cámara cubierta por una bóveda de medio cañón,
cuyo arranque eran los propios sillares de las paredes. No existía subdivisión interna ni tampoco entrada a la cámara, ya que la que actualmente se utiliza es consecuencia de la rotura de un sillar hecha
con posterioridad, tal vez, y a juzgar por los materiales aparecidos en el interior del monumento, durante la Edad Media. La única comunicación original con el exterior era un pequeño orificio abierto
en uno de sus lados, que debía servir para recibir las libaciones, ya que la forma en que está labrado,
con una marcada inclinación hacia dentro, así permite asegurarlo. No se ha conservado vestigio alguno de la cubrición, aunque suponemos, dado el elevado número de paralelos que se conocen, que
pudo ser una pequeña pirámide, elemento de honda tradición funeraria desde su empleo en el antiguo Egipto. Pirámides de lados rectos, o de lados curvos, resultan bastante frecuentes como coronamiento de edificios funerarios en todo el mundo romano.
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LAS NECRÓPOLIS • LORENZO ABAD Y JUAN MANUEL ABASCAL
El monumento de Daimuz era muy similar al de Villajoyosa, aunque más complejo, y de él hoy
sólo se conservan unos cuantos sillares repartidos por las casas próximas. El cuerpo principal tenía
las pilastras estriadas en sus ángulos y los capiteles corintios estaban completamente labrados; en la
cara principal se abría un pequeño pseudo-edículo, esto es, una especie de nicho de escasa profundidad, flanqueado por dos pilastras similares a las de las esquinas, sobre un basamento común en el
que se leía la inscripción Baebia Quieta ex testamento suo; es decir, el nombre de la difunta, Baebia
Quieta, y la disposición testamentaria que motivó la construcción. Es posible que en el interior de
esta pequeña hornacina, que carecía de la profundidad suficiente como para albergar una estatua,
existiera un relieve en estuco o una pintura, como sabemos que ocurría por ejemplo en la Torre de
los Escipiones de Tarragona. También en este caso el interior era hueco y estaba cubierto con una bóveda de medio cañón, todo lo cual ha desaparecido en la actualidad.
Relacionados con este tipo de monumentos deben estar otros descubiertos en Liria, que ha estudiado recientemente Carmen Aranegui. Jalonan una calle, sin duda una de esas vías funerarias a las
que nos hemos referido con anterioridad, y en sus proximidades se han encontrado una inscripción
reutilizada como losa pavimental y restos de pavimentos hidráulicos. Lo que se conserva son dos monumentos funerarios, con parte de su alzado in situ. El primero es de planta rectangular, se alza sobre
una zapata de sillería y se ha propuesto su reconstrucción como un arco de
un solo vano, un fornix, con pilastras en sus ángulos exteriores, según
una tipología de monumentos funerarios conocida pero poco frecuente
en el mundo romano.
El segundo edificio es también de planta rectangular y consta de un sólido basamento de sillería, sobre el cual se alza el edificio propiamente dicho; tiene éste una amplia cámara interior, con un loculus en su centro que
conservaba parte del ajuar de la tumba; los materiales apuntan hacia una
fecha flavia, que podría ser indicativa para el resto de los monumentos.
Todos estos monumentos se incluyen en un grupo relativamente
amplio de edificios similares que encontramos en muchos lugares
del Imperio Romano, entre los que destaca la mal llamada Torre de
los Escipiones de Tarragona, por la errónea identificación de las figuras que adornan su fachada principal con la de los generales romanos de ese nombre que murieron en el curso de la Segunda
Guerra Púnica. Se trata en realidad de dos representaciones del
dios Atis, cuya simbología funeraria hemos visto también en el
monumento de los Antonii de Valencia.
Emparentados con los monumentos turriformes se encuentran otros que tienen apariencia de templo y que por
ello reciben el nombre de naomorfos; esta semejanza
puede reducirse a la fachada principal, pero también
puede extenderse al resto del edificio, llegando a configurar un verdadero templo en cuanto a la forma, aun-
Restitución parcial de la Torre de la Vila Joiosa (Alicante). Maqueta de C. Salvadores sobre propuesta de L. Abad y M. Bendala
El interior era una cámara cubierta con una bóveda de cañón, de sillería, que se conserva en muy buen estado. Un
proyecto desarrollado hace varios años proponía el desmonte de la parte superior, moderna, y la reposición en su
lugar de las piezas conservadas de capiteles y cornisas, para dar idea de cómo era el monumento original.
Seguramente estaba coronado con una pequeña pirámide de la que no se han conservado restos.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Tumba de Banys de la Reina. Calpe (Alicante).
El gran patio circular de Banys de la
Reina fue cortado en los siglos IV y V
para insertar un buen número de tumbas como ésta. Se trata de sepulturas de
inhumación, normalmente sin ajuar,
cuyo perímetro está formado por lajas
de piedra poco trabajadas.
Necrópolis Av. Constitución, 260 (Valencia).
Siglo III. [Fot. R. Albiach].
El cementerio se localiza al norte de la ciudad
junto a la vía Augusta. Los edificios funerarios
se situaban junto a ella y en segundo término
se disponían, paralelas a la vía, las tumbas en
fosa con cubierta de tejas. Todos los enterramientos son inhumaciones a excepción de un
bustum al que se le construyó un edificio.
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El sarcófago llamado de Proserpina se recuperó del mar en las proximidades del Portus Ilicitanus (Santa Pola, Alicante).
[Museu d’Arqueologia de Catalunya].
Debe su nombre a la historia de la diosa que lleva esculpida e ilustra su rapto a manos de Plutón, dios del Hades, y la
incesante búsqueda de su madre. Se data a finales del siglo II, y es un sarcófago de friso continuo de los más antiguos
de Hispania.
que su finalidad sea básicamente funeraria. El ejemplo más característico de este tipo de templostumba es en la península Ibérica el llamado Mausoleo de Fabara, en la provincia de Zaragoza, que
reproduce un templo próstilo, tetrástilo y seudoperíptero, de orden toscano; la cámara funeraria,
abovedada, se abre en el podio y se comunica con la principal, también abovedada. La cubierta exterior era a dos aguas, a semejanza de la de los templos, y en su frontón se conservan aún huellas de la
inscripción que indica que el edificio estuvo dedicado a Lucius Aemilius Lupus.
En las tierras valencianas existió al menos un monumento de este tipo dedicado a la familia de los
Sergii, en Saguntum. Lo conocemos gracias a los dibujos y a la descripción de un viajero italiano, Michelangelo Accursio, que lo visitó en el año 1526. Se trata de un edificio rectangular, cuyas dos fachadas mayores tenían seis pilastras sobre las que volteaban cinco arcos, delimitando unas a modo de edículas en
las que estaban colocadas las inscripciones de los Sergii que han dado nombre al monumento, algunas
de las cuales aún se conservan; una de las fachadas menores –posiblemente la trasera, porque carece de
ingreso–, tenía cuatro pilastras también estriadas y carecía de ellas en las esquinas.
Hubo otros monumentos relacionados con estos edificios naomorfos, pero mucho más pequeños,
en ocasiones monolíticos. Muy interesante es la parte conservada del frontón de un edificio de este
tipo existente en Cabanes, en la provincia de Castellón, con dos rostros frontales; el del centro es el
de un joven con corona, inserto a su vez en una corona adornada con cintas a modo de infulae; la
otra representa una figura femenina de más edad, con la cabeza velada, que posiblemente sea un trasunto de las representaciones del invierno que conocemos en mosaico y en otras artes romanas; en
este caso parece una alegoría del paso del tiempo, de la fría estación invernal que trae la muerte a la
tierra, flanqueando el rostro de un joven heroizado, vencedor.
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Universidad de Alicante
LA MUERTE Y LA TUMBA
Las necrópolis son una fuente de información de primer orden para el conocimiento de las
culturas antiguas, sobre todo desde que el desarrollo de nuevos métodos de excavación y registro
ha permitido documentar aspectos del ritual hasta ahora ignorados: los procesos de cremación e
inhumación, la deposición del cadáver, la recogida de los restos, la preparación del terreno, etc.
Hoy se pueden obtener también datos antropológicos del máximo interés a partir del estudio de
los huesos, incluso de los quemados, como son los referentes a la edad y al sexo de los difuntos,
las enfermedades que han padecido y el tipo de alimentación de que han disfrutado. Todo ello se
ha plasmado en los últimos años en un cuerpo doctrinal que ha recibido el nombre de «arquelogía de la muerte».
Los ritos y los monumentos funerarios documentados en la Comunidad Valenciana en época romana hunden sus raíces en el sustrato ibérico, una cultura que se caracteriza por su carácter cremador, enterramiento selectivo, tumbas en hoyo y superestructuras en forma de monumentos tumulares. Las tumbas, agrupadas en necrópolis, suelen disponerse a lo largo de los caminos que llevan a
las ciudades, un hecho que se ve reforzado con su integración en el ámbito cultural romano, en un
momento en que están en proceso de desarrollo lo que se llaman las vías funerarias; esto es, la utilización de los caminos, en los tramos más próximos a la ciudad, como verdaderos escaparates donde
lucir el rango económico y social alcanzado por las principales familias. Los edificios funerarios comienzan a adquirir monumentalidad, con altos cuerpos pétreos que se alzan sobre el suelo, para ser
vistos desde lejos por los caminantes que se aproximan a la ciudad; a veces se decoran con las efigies
de los difuntos, sus retratos o epígrafes alusivos a su vida.
La tumba romana puede ser individual, familiar o colectiva, y estar rodeada por un recinto que la
delimita y protege. Sus tipos son bastante variados, aunque casi todos tienen en común su carácter
subterráneo. Cuando se trata de grandes monumentos construidos sobre el terreno, la tumba propiamente dicha suele estar debajo, en un hueco o habitáculo excavado. En un primer momento, priman
los elementos arquitectónicos y epigráficos, produciéndose con el paso del tiempo una incorporación de temas iconográficos –retratos, escenas alusivas a menesteres y oficios– y un reforzamiento
del deseo de individualización que lleva en ocasiones a romper el vínculo familiar de la sepultura y
a privatizar los enterramientos; la fórmula hoc monumentum heredes non sequetur (que este monumento no pase a los herederos) es buena muestra de ello.
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Necrópolis de La Boatella, Valencia. [Archivo SIP].
Descubierta en los años cuarenta, se encontraba en la salida
meridional de la ciudad romana de Valentia, flanqueando
la vía Augusta; junto a ella se
alinean los enterramientos de
inhumación que en un primer
momento, siglo II, coexisten con
los de cremación. Diversas partes de la necrópolis se han ido
documentando en sucesivas excavaciones de salvamento a lo
largo de los años.
Torre funeraria de Daimuz
(Valencia).
Actualmente desmontada, se
conoce gracias a los dibujos
del viajero francés Alexandre de Laborde, realizados a
finales del siglo XVIII . Es un
monumento turriforme de
cámara cerrada muy similar
al de Villajoyosa, aunque más
elaborado, y datado como él
en el segundo tercio del siglo II. Conservaba la inscripción que indicaba que se había
construido por una disposición testamentaria de Baebia
Quieta.
En los últimos años, el progreso de las excavaciones, y ante todo de las de salvamento y prevención en las proximidades de las principales ciudades romanas valencianas, ha puesto al descubierto
numerosos vestigios de tumbas aisladas y de necrópolis que, en ocasiones, han proporcionado datos
muy interesantes. Cabe destacar las necrópolis de la ciudad de Valentia, recogidas en un número monográfico de la revista Saitabi, dedicado al ilustre canónigo y arqueólogo dianense Roc Chabás, y las
que en estas fechas se están encontrando en la ciudad de Villajoyosa, correspondientes en su mayor
parte a época ibérica y al Alto Imperio. En casi todas las ocasiones, lo encontrado corresponde a la
tumba propiamente dicha, habiendo desaparecido los elementos de la superestructura y señaliza-
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ción de los enterramientos. De los restos monumentales conservados, casi siempre conocidos de antiguo, se han realizado nuevos estudios y propuestas de interpretación, como ocurre por ejemplo
con edificios de Sagunto, Daimuz o Villajoyosa.
La mayor parte de las tumbas eran simples fosas excavadas en el suelo que, si bien en un primer
momento se abren en las necrópolis establecidas, con el paso del tiempo tienden a ocupar otras
áreas, en ocasiones incluso restos de antiguos edificios. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el antiguo
vicus romano de Baños de la Reina (Calpe), que a finales del siglo IV –la fecha de referencia la da una
moneda de Magnencio datada entre 350 y 353– se utilizó como área cementerial, llegando a romper
incluso el mosaico que pavimentaba el patio central para albergar un mayor número de tumbas;
como muestra de la precipitación de estos enterramientos, baste decir que los cascotes resultantes
quedaron amontonados junto a las sepulturas. Estas eran simples, estaban cubiertas por grandes lajas y carecían de ajuar, excepto una de ellas, que contenía una pequeña jarrita de cerámica. Al parecer carecían de señalización al exterior. Las fosas de las tumbas podían estar cubiertas también por
tejas (tegulae) dispuestas en forma de V invertida, una fórmula que fue ganando importancia a medida que nos adentramos en el Imperio.
LOS EDIFICIOS MONUMENTALES
La mayor parte de las tumbas carecía de hitos de señalización, o éstos eran lo suficientemente
simples como para haber desaparecido en el curso de los siglos. Sin embargo, sobre ellas podían
también alzarse monumentos y edificios de muy diverso tipo que, además de señalar su ubicación,
llamaban la atención de los vivos acerca del individuo o de los individuos allí enterrados y hacían
que, gracias a su majestuosidad, riqueza o textos escritos, el viajero se detuviera y dedicara un recuerdo al difunto. Por ello no es de extrañar que estos monumentos alcanzaran en ocasiones altas
cotas de desarrollo arquitectónico y complejidad ornamental.
La mayoría serían, como parece lógico, los más sencillos, unos monolitos indicadores de la
tumba, en forma de estela, con o sin inscripción, o de altar. Entre estos últimos se cuentan el pequeño monumento de la Almoina de Valencia, cuya propuesta de reconstrucción ha realizado José
L. Jiménez, y el dedicado a Domitia Iusta, en la Calerilla de Hortunas, en Requena; éste último, de considerables dimensiones, es un edificio cuadrangular, rematado por sendos cornua –especie de cilindros que
rematan los laterales en su parte superior– con una
inscripción alusiva a la persona de ese nombre allí enterrada y erotes que simulan sostenerla. Este monumento sirvió de referencia a una necrópolis de cremación que se desarrolla a su alrededor; sobre algunos de
ellos se edificaron edificios más pequeños ya en época
flavia, lo que daría una fecha ante quem para el de Domitia Iusta. Posiblemente a un monumento similar de
la ciudad de Valentia, perteneciente a la familia de los
Decoración desaparecida del techo de la tumba del BanAntonii, corresponde el conjunto de sillares con insquete, en la necrópolis de Carmona (Sevilla) según
cripción y figuras de Atis que ha estudiado recienteR. Jaldón. Siglo I.
mente José L. Jiménez.
Muestra una decoración de rosas y pétalos, que hace refeA veces, la superestructura funeraria puede adquirir la forma de un edificio de uno o más pisos, los lla-
rencia a la costumbre de origen griego del «día de la
rosa», propia del culto de Diónisos y Adonis, que consiste
en cubrir la tumba de flores rojas, principalmente rosas.
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Torre de San José, la Vila Joiosa (Alicante).
Se conserva en bastante buen estado en la actualidad
y es un ejemplo, como el de Daimuz, de los monumentos funerarios en forma de torre característicos de
los primeros siglos del Imperio, aunque en este caso
sus elementos decorativos quedaron sin terminar.
mados monumentos turriformes, muy extendidos a lo largo y a lo ancho del Imperio Romano.
Su versión más antigua es la que se incluye bajo
la denominación común de monumentos de
friso dórico; están compuestos por un zócalo
moldurado, un cuerpo cuadrangular coronado
por un friso con triglifos y metopas –de donde
les viene el nombre– y decorado, casi siempre,
con cabezas de toros y rosetas; son éstos los motivos que encontramos en varios sillares de un
monumento de Sagunto, identificado hace algunos años como tal por Almagro Gorbea. Algunos de estos edificios podrían ser en realidad el
basamento de un cuerpo superior sobre el que
se alzaba un pequeño templete en cuyos intercolumnios podrían situarse diversas estatuas.
Mucho más abundantes en el litoral mediterráneo español son otros monumentos relacionados con los anteriores, aunque con una estructura
propia, que reciben el nombre de torres funerarias. En las tierras valencianas existían dos testimonios de gran interés, aunque uno de ellos fue destruido a principios del siglo veinte. Son los de Villajoyosa y Daimuz, en la provincia de Alicante el primero y en la de Valencia el segundo, más lujoso y mejor terminado que aquel. Se conocen desde antiguo, gracias a los dibujos que en el siglo
XVIII realizaron el ilustrado valenciano Antonio de Valcárcel, Conde de Lumiares, y el viajero francés Alejandro de Laborde.
El monumento de Villajoyosa, que hoy se encuentra adosado al edificio social de un camping en
las afueras de la población, conserva un basamento de cuatro gradas y un cuerpo central, separados
por una moldura; las esquinas presentan pilastras lisas, labradas en los mismos sillares de la pared;
carecen de capitel, aunque debió pertenecerles uno de orden corintio que se conserva en las proximidades del monumento.
El interior era hueco y estaba formado por una cámara cubierta por una bóveda de medio cañón,
cuyo arranque eran los propios sillares de las paredes. No existía subdivisión interna ni tampoco entrada a la cámara, ya que la que actualmente se utiliza es consecuencia de la rotura de un sillar hecha
con posterioridad, tal vez, y a juzgar por los materiales aparecidos en el interior del monumento, durante la Edad Media. La única comunicación original con el exterior era un pequeño orificio abierto
en uno de sus lados, que debía servir para recibir las libaciones, ya que la forma en que está labrado,
con una marcada inclinación hacia dentro, así permite asegurarlo. No se ha conservado vestigio alguno de la cubrición, aunque suponemos, dado el elevado número de paralelos que se conocen, que
pudo ser una pequeña pirámide, elemento de honda tradición funeraria desde su empleo en el antiguo Egipto. Pirámides de lados rectos, o de lados curvos, resultan bastante frecuentes como coronamiento de edificios funerarios en todo el mundo romano.
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LAS NECRÓPOLIS • LORENZO ABAD Y JUAN MANUEL ABASCAL
El monumento de Daimuz era muy similar al de Villajoyosa, aunque más complejo, y de él hoy
sólo se conservan unos cuantos sillares repartidos por las casas próximas. El cuerpo principal tenía
las pilastras estriadas en sus ángulos y los capiteles corintios estaban completamente labrados; en la
cara principal se abría un pequeño pseudo-edículo, esto es, una especie de nicho de escasa profundidad, flanqueado por dos pilastras similares a las de las esquinas, sobre un basamento común en el
que se leía la inscripción Baebia Quieta ex testamento suo; es decir, el nombre de la difunta, Baebia
Quieta, y la disposición testamentaria que motivó la construcción. Es posible que en el interior de
esta pequeña hornacina, que carecía de la profundidad suficiente como para albergar una estatua,
existiera un relieve en estuco o una pintura, como sabemos que ocurría por ejemplo en la Torre de
los Escipiones de Tarragona. También en este caso el interior era hueco y estaba cubierto con una bóveda de medio cañón, todo lo cual ha desaparecido en la actualidad.
Relacionados con este tipo de monumentos deben estar otros descubiertos en Liria, que ha estudiado recientemente Carmen Aranegui. Jalonan una calle, sin duda una de esas vías funerarias a las
que nos hemos referido con anterioridad, y en sus proximidades se han encontrado una inscripción
reutilizada como losa pavimental y restos de pavimentos hidráulicos. Lo que se conserva son dos monumentos funerarios, con parte de su alzado in situ. El primero es de planta rectangular, se alza sobre
una zapata de sillería y se ha propuesto su reconstrucción como un arco de
un solo vano, un fornix, con pilastras en sus ángulos exteriores, según
una tipología de monumentos funerarios conocida pero poco frecuente
en el mundo romano.
El segundo edificio es también de planta rectangular y consta de un sólido basamento de sillería, sobre el cual se alza el edificio propiamente dicho; tiene éste una amplia cámara interior, con un loculus en su centro que
conservaba parte del ajuar de la tumba; los materiales apuntan hacia una
fecha flavia, que podría ser indicativa para el resto de los monumentos.
Todos estos monumentos se incluyen en un grupo relativamente
amplio de edificios similares que encontramos en muchos lugares
del Imperio Romano, entre los que destaca la mal llamada Torre de
los Escipiones de Tarragona, por la errónea identificación de las figuras que adornan su fachada principal con la de los generales romanos de ese nombre que murieron en el curso de la Segunda
Guerra Púnica. Se trata en realidad de dos representaciones del
dios Atis, cuya simbología funeraria hemos visto también en el
monumento de los Antonii de Valencia.
Emparentados con los monumentos turriformes se encuentran otros que tienen apariencia de templo y que por
ello reciben el nombre de naomorfos; esta semejanza
puede reducirse a la fachada principal, pero también
puede extenderse al resto del edificio, llegando a configurar un verdadero templo en cuanto a la forma, aun-
Restitución parcial de la Torre de la Vila Joiosa (Alicante). Maqueta de C. Salvadores sobre propuesta de L. Abad y M. Bendala
El interior era una cámara cubierta con una bóveda de cañón, de sillería, que se conserva en muy buen estado. Un
proyecto desarrollado hace varios años proponía el desmonte de la parte superior, moderna, y la reposición en su
lugar de las piezas conservadas de capiteles y cornisas, para dar idea de cómo era el monumento original.
Seguramente estaba coronado con una pequeña pirámide de la que no se han conservado restos.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Tumba de Banys de la Reina. Calpe (Alicante).
El gran patio circular de Banys de la
Reina fue cortado en los siglos IV y V
para insertar un buen número de tumbas como ésta. Se trata de sepulturas de
inhumación, normalmente sin ajuar,
cuyo perímetro está formado por lajas
de piedra poco trabajadas.
Necrópolis Av. Constitución, 260 (Valencia).
Siglo III. [Fot. R. Albiach].
El cementerio se localiza al norte de la ciudad
junto a la vía Augusta. Los edificios funerarios
se situaban junto a ella y en segundo término
se disponían, paralelas a la vía, las tumbas en
fosa con cubierta de tejas. Todos los enterramientos son inhumaciones a excepción de un
bustum al que se le construyó un edificio.
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LAS NECRÓPOLIS • LORENZO ABAD Y JUAN MANUEL ABASCAL
El sarcófago llamado de Proserpina se recuperó del mar en las proximidades del Portus Ilicitanus (Santa Pola, Alicante).
[Museu d’Arqueologia de Catalunya].
Debe su nombre a la historia de la diosa que lleva esculpida e ilustra su rapto a manos de Plutón, dios del Hades, y la
incesante búsqueda de su madre. Se data a finales del siglo II, y es un sarcófago de friso continuo de los más antiguos
de Hispania.
que su finalidad sea básicamente funeraria. El ejemplo más característico de este tipo de templostumba es en la península Ibérica el llamado Mausoleo de Fabara, en la provincia de Zaragoza, que
reproduce un templo próstilo, tetrástilo y seudoperíptero, de orden toscano; la cámara funeraria,
abovedada, se abre en el podio y se comunica con la principal, también abovedada. La cubierta exterior era a dos aguas, a semejanza de la de los templos, y en su frontón se conservan aún huellas de la
inscripción que indica que el edificio estuvo dedicado a Lucius Aemilius Lupus.
En las tierras valencianas existió al menos un monumento de este tipo dedicado a la familia de los
Sergii, en Saguntum. Lo conocemos gracias a los dibujos y a la descripción de un viajero italiano, Michelangelo Accursio, que lo visitó en el año 1526. Se trata de un edificio rectangular, cuyas dos fachadas mayores tenían seis pilastras sobre las que volteaban cinco arcos, delimitando unas a modo de edículas en
las que estaban colocadas las inscripciones de los Sergii que han dado nombre al monumento, algunas
de las cuales aún se conservan; una de las fachadas menores –posiblemente la trasera, porque carece de
ingreso–, tenía cuatro pilastras también estriadas y carecía de ellas en las esquinas.
Hubo otros monumentos relacionados con estos edificios naomorfos, pero mucho más pequeños,
en ocasiones monolíticos. Muy interesante es la parte conservada del frontón de un edificio de este
tipo existente en Cabanes, en la provincia de Castellón, con dos rostros frontales; el del centro es el
de un joven con corona, inserto a su vez en una corona adornada con cintas a modo de infulae; la
otra representa una figura femenina de más edad, con la cabeza velada, que posiblemente sea un trasunto de las representaciones del invierno que conocemos en mosaico y en otras artes romanas; en
este caso parece una alegoría del paso del tiempo, de la fría estación invernal que trae la muerte a la
tierra, flanqueando el rostro de un joven heroizado, vencedor.
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