La vida en las casas: producción doméstica, alimentación, enseres y ocupantes
Helena Bonet Rosado
Lucia Soria Combadiera
Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez
2011
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La vida en Las casas
Helena Bonet Rosado, lucía soRia comBadieRa y Jaime ViVes-FeRRándiz sáncHez
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E
l espacio doméstico es una unidad de análisis de enorme interés en arqueología ibérica, pues estudiamos
un tipo de organización social en que la casa es el marco en el que se desarrollan muchas de las actividades que hemos repasado en el anterior capítulo. Las paredes de la casa delimitan el escenario en el
que se desarrolla la vida cotidiana y gran parte del trabajo artesanal. El espacio doméstico, además, supone la
plasmación material de las estructuras familiares en el marco de otras relaciones sociales en el poblado.
Hemos visto en el capítulo 4 que en la Bastida hay una gran diversidad de casas, con variaciones en la
distribución, en las superficies y en los usos de los espacios. Esta heterogeneidad invita a pensar en diferencias en las organizaciones y relaciones familiares, de barrio, de grupos o de ocupantes del poblado. En este
capítulo analizaremos los equipamientos y enseres que se hallan en las casas, y que son la base material
para la reproducción de la familia, y en consecuencia de la Casa en tanto que institución que acumula bienes
y derechos a favor de sus habitantes.
la arquitEctura doméstica
Contamos con un volumen importante de documentación sobre las técnicas constructivas, las necesidades de materias primas y el tiempo necesario para levantar una vivienda. Diversos proyectos de investigación
y equipos se han centrado en los últimos años en estos aspectos para el periodo ibérico (Bonet y Pastor 1984;
Belarte 1997; Díes et alii 1997; Bonet et alii 2000; Ferrer García 2010).
En la Bastida el tipo de arquitectura y los materiales que se emplearon para construir las casas son los
mismos que los documentados en la muralla y en las puertas, sólo que con una evidente diferencia de escala.
Así, la tierra, la madera y la piedra son los materiales utilizados en la construcción, pero es, sobre todo, la
tierra el elemento predominante [figs. 1 y 2]. Recordemos que la construcción con tierra en forma de adobes
es adecuada si se cuenta con abundante mano de obra y capacidad organizativa para planificar y mantener
los procesos de fabricación. Al igual que la muralla, las casas presentan un zócalo de piedra, que en este caso
mide entre 0,50 y 1 m de altura, sobre el que se levantan las paredes de adobes en hiladas sucesivas. Dependiendo del grosor del muro se colocarían a tizón (trasversales) o a soga (paralelos al eje del muro), aunque
es menos frecuente. Se trababan con la misma tierra plástica y húmeda empleada en su elaboración. La colocación de los adobes húmedos podría generar problemas en la estabilidad del edificio, aunque en ocasiones
su uso en húmedo facilitara el trabajo en determinados puntos como vanos o esquinas como pudimos comprobar en las experimentaciones arquitectónicas (capítulo 12).
Todo el edificio, tanto en el exterior como en el interior, se revestiría de barro y quedaría enlucido con
cal, aunque no tenemos constancia de estas soluciones en las casas de la Bastida debido a que la documentación procede, principalmente, de las excavaciones entre 1928 y 1931. Estas excavaciones sí constatan, en
cambio, las medidas de algunos adobes, de 35 x 25 x 12 cm en el Depto. 30 (Fletcher et alii 1965, 153). En
algún caso se han documentado incluso enlucidos pintados de color verde-azulado (Díes et alii 1997, 241).
Los suelos son de tierra apisonada y, excepcionalmente, de enlosados como sucede en los Deptos. 191 y
244 del Conjunto 3. Las cubiertas estaban construidas con un entramado de rollizos de madera, trama vegetal y una gruesa capa de tierra que se apoyaba sobre vigas maestras. Serían techos planos, aunque man-
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teniendo ligeras e inapreciables pendientes para el desagüe, como ha demostrado nuestra experiencia en la construcción y el mantenimiento de la casa experimental
(capítulo 12).
Los vanos de las viviendas suelen tener entre 0,80 y 1
m de ancho, y se han documentado pletinas de hierro para
unir los tablones de madera de los batientes en los Deptos.
17, 23 y 35. La revisión de los materiales de las excavaciones antiguas ha permitido identificar fragmentos de hierro
que podrían ser llaves o elementos de las cerraduras en el
Depto. 122. Además, una serie de varillas de hierro con el
extremo doblado en doble codo halladas en diversos departamentos podrían ser interpretadas como llaves, como
se ha propuesto para la Serreta (Grau y Reig 2002-2003,
113, lám. ix), aunque no necesariamente de puertas sino
más bien de candados o cajas (Bonet y Mata, en prensa b)
[fig. 3].
Algunos vanos que son más anchos, como los documentados en el Depto. 23 de la Casa 1, en el Depto. 186 de la
Casa 2 o en el Depto. 238 de la Casa 6, pueden interpretarse como entradas para carretas o carros a patios o porches. Algunos patios y corredores eran distribuidores del
espacio y proporcionaban privacidad a determinadas ha1. La arquitectura ibérica emplea bases de piedra y
bitaciones tanto desde la calle como desde el interior. En
alzados de adobes en los muros como muestra este
los patios también se llevaban a cabo actividades, pues en
detalle de la casa reconstruida experimentalmente.
algunos hay hornos (Conjunto 3) y, quizás, aquellos con
suelos irregulares y poco propicios para ser transitados pudieron haber albergado establos, aunque de momento no
se han realizado análisis químicos de los sedimentos para confirmarlo y ni los abrevaderos ni comederos, si
existieron, se han conservado por estar hechos de materiales perecederos. En todo caso, se interpretan como
posibles establos algunos departamentos alargados y estrechos, o los patios de los Conjuntos 2 y 3 (Díes et
alii 1997, figs. 8 y 9).
vida y trabajo En las casas
Una vez delimitado arquitectónicamente un edificio, una dificultad inicial estriba en identificarlo como
una casa. Ya hemos visto en los capítulos 4 y 5 que no hay un solo tipo de casa y que se da, en cambio, una
enorme variabilidad en la distribución y organización de los espacios, así como en los equipamientos arquitectónicos y las actividades realizadas en ellos. Esta diversidad responde al hecho que cada familia proyectó
los espacios en los que iba a vivir y trabajar en relación a sus ocupaciones, necesidades, expectativas y riqueza, y que las casas y las familias evolucionaron al mismo tiempo que lo hicieron las estrategias socioeconómicas utilizadas.
Hemos de tener en cuenta, de entrada, que en las casas también se trabajaba, o dicho de otro modo, que
no hay espacios de trabajo desvinculados del ámbito doméstico. El espacio de la casa, donde se alimenta y
reposa la familia, y el espacio para el trabajo están estrechamente relacionados en este sistema socioeconómico, y así lo muestra el registro material que tratamos. En este sentido, las actividades agrarias, las prácticas
metalúrgicas y las relaciones comerciales, en distinto grado según las casas, fueron los tres pilares fundamentales en los que se asentaron las bases económicas para reproducir el grupo doméstico y para consolidar
el poder de cada casa / familia.
Desde este punto de vista, resulta crucial poder identificar a partir del registro material el carácter de las
actividades que sus ocupantes llevaron a cabo, y en la medida de lo posible discernir la función de las distintas
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2. Reconstrucción y ambientación hipotética del Conjunto 2
visto desde el sur.
habitaciones [fig. 4]. Esto se realiza a partir de los datos arquitectónicos y de la información que nos transmiten los equipamientos y otros objetos hallados en cada espacio, aunque hemos de tener en cuenta, por un
lado, que algunos departamentos serían polivalentes, es decir que podrían albergar distintos tipos de actividades, y por otro la movilidad de algunos equipamientos o incluso que hubiera actividades compartidas entre
casas. Para el primer caso, es muy probable que así fuera, por ejemplo, con las actividades textiles, que no
requieren una infraestructura muy compleja o pesada, ya que telares, y elementos para el hilado se pueden
trasladar con facilidad. Otras instalaciones de transformación de alimentos serían difíciles de desplazar cotidianamente, como los molinos grandes; y, de hecho, hemos planteado la existencia de molinos de uso colectivo (Depto. 155).
Distribución y funcionalidad de los espacios construidos
Hemos visto que todas las casas, tanto aquellas pequeñas que oscilan entre 20 y 60 m2, como aquellas
más grandes, que ocupan una superficie en torno a los 150 m2, reparten las funciones básicas de despensa y
estancia con hogar, y, con frecuencia, la molienda, en una o varias habitaciones, según el número de ocupantes
y la riqueza de la casa. La variabilidad es la norma, y ello se explica por
el hecho de que el aspecto de la casa
y las actividades desarrolladas responden a las estrategias desplegadas por sus ocupantes, y que quedan
materializadas en su biografía. A
continuación recogemos algunos
ejemplos de los conjuntos mejor estudiados hasta ahora.
3. Llave de candados o cajas (long. 10 cm).
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La Casa 11 [fig. 5], de unos 50 m2, está formada por cinco habitaciones que reparten las funciones básicas
de despensa, estancia con hogar y actividad textil (Díes et alii 1997, 236-44; Díes et alii 2006). Hay casas
muy pequeñas, de sólo 24 m2, como la que forman los Deptos. 25 y 26 que cuentan con un área de molienda
y tejido y en la que en la que se llevaron a cabo actividades metalúrgicas.
Las casas más grandes muestran distribuciones diferentes, pero con los mismos elementos básicos. La
Casa 1, por ejemplo, tiene 150 m2 y está formada por dos cuerpos separados por un patio, con vano para la
entrada de carros [fig. 3 del capítulo 12]. El primer cuerpo de la casa consta de un vestíbulo y sala principal
que da paso a dos habitaciones cuadrangulares, uno que sería un espacio de molienda y otro para el hogar.
En esta sala principal pudieron haber tenido lugar también procesos de trabajo metalúrgico a juzgar por los
restos de fundición de plomo hallados. El segundo cuerpo está al norte del patio y está formado por una sola
habitación alargada, que posiblemente fuera un almacén doméstico.
Otros conjuntos ofrecen más dificultades para su interpretación arquitectónica, pues una serie de espacios
secundarios compartidos entre viviendas alertan de una lectura sencilla en cuanto a la distribución de habitaciones y funciones [fig. 1 del capítulo 4]. Por ejemplo, el Conjunto 2 [figs. 6 y 7] está formado por varias
construcciones cuandrangulares que se agrupan formando un edificio con alta densidad de ocupación y en
el que se han identificado cuatro casas (Díes et alii 1997). El Conjunto 3 [figs. 8 y 9] también está formado
por cuatro casas con superficies que oscilan entre 80 y 128 m2. Todas ellas comparten una misma línea de
fachada y muros medianeros, con entradas estrechas, mientras que en la parte trasera hay entradas más anchas para carros. Tres de ellas tienen patios (Deptos. 202, 232 y 238). Además de estos conjuntos, hay otras
construcciones formadas tan sólo por dos estancias contiguas, como los Deptos. 84-85/86 o los Deptos. 3 y
4, de 22 y 20 m2 respectivamente (Conjuntos 17 y 20). Difícilmente podemos denominar a éstas construcciones casas, pues carecen de equipamientos definitorios como hogares, molinos u otras instalaciones domésticas aunque en ellas se han hallado vasos cerámicos, aperos de trabajo e incluso fusayolas lo cual podría
indicar que se trata de espacios vinculados a las viviendas cercanas más grandes.
El Conjunto 4, por su parte, al sur de una gran plaza y junto al Conjunto 3, es más controvertido [fig. 8].
El estudio detallado de las excavaciones antiguas y los muros conservados ha permitido corregir anteriores
estimaciones sobre la extensión de una gran vivienda de más de 300 m2 denominada Casa 10 (Díes y Álvarez
1998). El edificio no está cerrado por ningún muro que lo separe del camino de ronda, como se defendía en
la anterior propuesta, a partir del cual sus autores podían relacionar todos los departamentos de este Conjunto 4 como pertenecientes a una
misma casa. De hecho, una base de
mampostería asociada a un pequeño almacén junto a la calle junto
a la muralla son las únicas construcciones que hay al sur del Depto.
225, aisladas, además, por un desnivel practicado en la roca.
Este conjunto está formado por
dos grandes bloques constructivos,
como se ha venido publicando recientemente (Belarte et alii 2009,
115), pero separados por el espacio
abierto del Depto. 211. Uno de estos
bloques, el oriental, tiene tres departamentos que dan a las calles
junto al Conjunto 3 (Deptos. 197,
208 y 210) formados por una sola
habitación con entradas muy anchas. En el bloque occidental, al que
4. Espacio doméstico en proceso de excavación en el año 1928. Se observa a la
se accede por el Depto. 212, identiizquierda una plancha de plomo fundido y, a su derecha, tinajas, copas y ollas
ficamos dos espacios no comunicade cocina.
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5. La Casa 11. Los espacios numerados como
255, 260 y 257 han sido interpretados como
un vertedero (según Díes et alii 2006).
dos entre ellos: uno formado por dos estancias con acceso directo desde la plaza (Deptos. 219 y 220) y otro
formado por los Deptos. 213, 218, 224 y 225, con acceso desde el área abierta que comunica estos espacios
con la plaza, por un lado, y con el camino de ronda por otro. En uno de éstos, en el Depto. 218, se halló en
1931 una pequeña figura de bronce que representa un guerrero a caballo y que pudo pertenecer al remate
de un cetro (Lorrio y Almagro-Gorbea 2004-2005), sin duda una de las piezas más significativas del yacimiento y que convierte a este edificio en una casa destacada.
Otro complejo conjunto está situado en la parte más alta del asentamiento y aparece aislado del resto de
construcciones. Denominado Conjunto 5 [fig. 35 del capítulo 4], ha sido publicado como un solo edificio,
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6. Planta del Conjunto 2 e identificación de las casas que alberga
(elaboración a partir de Díes et
alii 1997).
con amplios espacios abiertos, y se le atribuye una posible función pública, ya sea de carácter civil o cultual
(Díes y Álvarez 1997). Si bien sus ajuares no son significativos para poder determinar ninguna función específica, sus características arquitectónicas, su ubicación destacada y aislada en la parte más alta de la loma y
junto a la calle principal, le diferencian del resto de edificaciones (Belarte et alii 2009, 115). En el capítulo 4
hemos propuesto que se trata de una gran residencia en la que se pudieron llevar a cabo actividades específicas con ciertas dimensiones públicas, como reuniones, celebraciones o incluso intercambios significativos.
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7. Estado actual del Conjunto 2
visto desde el sur. En primer término los Deptos. 185 y 186.
hogar y dEspEnsa, símbolo y sustEnto dE la casa
Los elementos definitorios del espacio doméstico son el hogar, símbolo de la vida en la casa, y la despensa,
garantía del sustento de sus ocupantes (Bonet y Guérin 1995). No es casualidad que ambos estén en relación
con la necesidad vital de alimentarse, de lo que depende la reproducción del grupo doméstico.
El espacio del hogar ocupa normalmente un lugar destacado, aunque con frecuencia compartido con
otras actividades familiares. Con el hogar se realizaban las actividades básicas como la preparación de alimentos y su cocinado, y a su alrededor se aglutinaría la familia en las veladas nocturnas, para la iluminación
y la calefacción. Todos los hogares documentados en la Bastida son del mismo tipo: la evidencia material es
una simple estructura de combustión formada por una placa lenticular de barro de dimensiones variables
(entre 30 y 60 cm), construida directamente sobre el suelo y, a veces, sobre unas someras bases de grava y
barro [fig. 10]. Hasta el momento no hemos podido confirmar el hecho de que algunas de estas placas sean
hornos domésticos del tipo tahona. En cualquier caso, sobre esta placa se colocaría el combustible –madera
o carbón– y así, mediante las brasas, caldear la estancia o cocinar con ellas. Los trípodes de hierro (Depto.
49 y 250) son un elemento que puede relacionarse también con las estructuras de combustión, bien para
cocinar o bien para los trabajos metalúrgicos [fig. 11].
La despensa o almacén de alimentos de la casa se sitúa, preferentemente, en un espacio apartado de las
zonas de paso y, a la vez, protegido de la luz. En las casas de varias habitaciones se podría destinar exclusivamente una de ellas a la despensa, cuyo tamaño no suele superar el metro de anchura. Los elementos materiales que permiten identificar las despensas son, fundamentalmente, los grandes contenedores cerámicos
como tinajas y ánforas, pero también habría otros recipientes hechos de materiales perecederos como sacos,
cestos o cajas de madera, que no se han conservado [fig. 12].
Sin duda, la cerámica constituye una de las manifestaciones artesanales más estudiadas por los arqueólogos, por su abundancia y por la información que se extrae de su estudio, desde aspectos tecnológicos hasta
funcionales o simbólicos. El estudio de las cerámicas, además, nos aproxima a las distintas facetas de la vida
de la Bastida: artesanal, doméstica, culinaria, económica, comercial, simbólica, ritual. Hasta el momento
no se han hallado alfares, ni restos de desechos cerámicos que indiquen que los vasos se produjeran en el
propio poblado. Por lo que conocemos de otros asentamientos ibéricos, los centros artesanales cerámicos
estaban ubicados en el exterior, en el entorno próximo a los poblados como se ve en el Tossal de les Basses,
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8. Los Conjuntos 4 y 3. En el Conjunto 3 se recoge la identificación de casas hecha en Díes et alii 1997. En el Conjunto 4 mostramos
la interpretación de los espacios a la luz de las revisiones de la arquitectura y los materiales.
9. El Conjunto 3 desde los
Deptos. 202 y 205.
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10. Hogar lenticular hallado en la fase final del Depto.
268, junto a la Puerta Oeste.
11. Trípode de hierro hallado in situ en una esquina del Depto.
250, en la Casa 11.
en Alicante, la illeta dels Banyets (el Campello), o los hornos cerámicos documentados en la comarca de Requena-Utiel (Bonet y Mata, en prensa a).
Como hemos dicho, los indicadores de la existencia de un área destinada al almacenamiento doméstico
son los grandes contenedores, las ánforas y tinajas, y sus accesorios, como las tapaderas y los soportes anillados [fig. 13]. El ánfora de tipo ibérico documentada en la Bastida es de forma ovoide, con boca estrecha
(12-14 cm) y dos pequeñas asas. Estos recipientes tienen una capacidad de unos 80 l. Se almacenarían en
las casas sobre el suelo o sobre bases anilladas y se taparían con tapaderas cerámicas de pomo central. Las
ánforas servirían también para transportar productos alimenticios a largas distancias, alineadas y apiladas
en carretas o barcos, y convenientemente protegidas con cordajes.
Las grandes tinajas son objetos de cuerpo bitroncocónico, con bocas más amplias que las ánforas, y con
dos asas. A diferencia de las ánforas, su diseño no está pensado para almacenar alimentos y transportarlos,
sino que permanecerían en las viviendas. Posiblemente por este motivo la mayoría de ellas se decoran con
llamativos colores y motivos geométricos pintados. Las tinajas se cubrirían con grandes tapaderas cónicas,
también decoradas. Llegan a almacenar cada una de ellas hasta 100 l y podrían contener tanto alimentos líquidos como sólidos.
En la Bastida se documenta un tipo de tinajas y tinajillas con pico vertedor en la parte inferior del cuerpo
destinado para la decantación de líquidos. Si bien han sido interpretados como vasos decantadores de cerveza o de vino (Mata y Bonet 1992, 126, donde se recoge la bibliografía), podemos pensar en recipientes
multifuncionales pues actualmente en el norte de
África se emplean para guardar el cereal: en este
caso el pitorro en la parte inferior permite extraer y consumir el cereal más viejo (Castel 1984,
184-149)
Otro gran contenedor de cuerpo globular y de
boca muy amplia y poco profundo es la lebeta o
lebrillo. Son pocos los recipientes de este tipo
que están decorados, siempre con simples bandas y líneas pintadas. Como las tinajas y tinajillas, los hay desde grandes hasta pequeños, por
lo que es probable que no tengan una funcionalidad específica y sus usos sean variados: desde
contenedor de alimentos o incluso de enseres,
hasta vaso de libaciones, usos todos ellos que se
recogen en todo el ámbito mediterráneo (Mata y
12. Tinajas y lebetas halladas en el Depto. 266, junto a la
Bonet 1992, 129)
Puerta Este.
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13. Selección de grandes contenedores cerámicos hallados en la Bastida: ánforas (a la derecha un ánfora de Ibiza y en medio una
producción posiblemente de Cerdeña), tinajas, lebes y tapadera (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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Vinculados a la despensa, el transporte y el trasiego de líquidos están los toneles y las cantimploras. Los
toneles están muy bien representados en la Bastida y han sido objeto de varios estudios monográficos (Fletcher 1957; Lillo 1979). Tienen una característica forma cilíndrica y horizontal, con una boca estrecha en la
parte superior y asas a ambos lados con acanaladuras para pasar una cuerda [fig. 17]. Estos elementos podrían indicar que se utilizaría para el transporte, o como contenedor de líquidos, o incluso para hacer mantequilla, pues ejemplares idénticos se utilizan en la actualidad en el norte de África para este fin. La obtención
de mantequilla se hace a partir del batido de la nata de la leche. Es preciso hervir primero la leche para obtener esta sustancia grasa. Después, introducida en el tonel, se bate mediante el balanceo del recipiente colgado de las asas. Así, con el batido constante se va formando una masa en forma de grumos de manteca que
se separa de la nata y del suero restante mediante su lavado (iborra et alii 2010, 105).
La cantimplora, por su parte, es de cuerpo esferoide aplanado, boca estrecha y asas para colgar [fig. 28].
Todo su perímetro tiene una acanaladura para la cuerda de suspensión, lo cual no ofrece dudas sobre su función:
transportar líquidos. Sin embargo, el ejemplar mejor conservado de la Bastida, hecho de cerámica tosca, podría
indicar que se utilizó también para exponer al fuego, para calentar líquidos, suspendido o sobre las brasas.
La alimentación
Los bienes alimenticios conservados en las despensas domésticas son vitales pues, debidamente conservados y transformados, permiten el sustento y la reproducción del grupo doméstico. Pero la alimentación
implica mucho más que cubrir una necesidad vital. La alimentación conlleva el dominio de una serie de procesos técnicos y, además, está cargada de connotaciones culturales, de tabús y de sanciones.
Para el caso de la Bastida, podemos conocer detalles de la alimentación de sus habitantes a partir del
examen detallado de las evidencias materiales que en las casas hallamos sobre esta actividad cotidiana:
desde los mismos restos bioarqueológicos –semillas, frutos, restos óseos de animales– que hemos repasado
en el capítulo 5, hasta los utensilios e instalaciones para el procesado de los productos, su transformación
y, finalmente, cocinado, que trataremos a continuación. Además contamos, por supuesto, con la propia
vajilla cerámica en la que se consumieron las elaboraciones culinarias.
Procesado de productos
La alimentación cárnica se basaría, obviamente, en las cabañas ganaderas y las especies silvestres documentadas en los estudios de restos óseos (capítulo 5). La carne se consumiría asada, salazonada o ahumada.
Suponemos que las diferentes porciones se descuartizarían previamente, aunque en la Bastida desconocemos
si este trabajo se llevaría a cabo en cada casa de forma independiente o habría lugares destinados a ello que
distribuirían los trozos de carne. Muchos restos óseos están fracturados, lo que podría indicar que se cocinarían en guisos o hervidos.
Las harinas y sémolas obtenidas a partir de la molturación de los cereales y leguminosas, principalmente,
son el grueso del aporte alimenticio en las sociedades tradicionales y la molienda es una actividad cotidiana
de transformación de alimentos. Hasta hace poco se consideraba que los molinos eran elementos presentes
en todo espacio doméstico (Bonet y Guérin 1995; Belarte et alii 2009), pero hemos constatado que hay casas
sin molinos, como las situadas en los Conjuntos 3, 4 y 5, o la Casa 11, y espacios con molinos colectivos que
sirven a varias casas, como el del Depto. 155 (iborra et alii 2010).
Los molinos de la Bastida depositados en el Museo de Prehistoria (29 piezas activas y pasivas) son del
tipo rotatorio, excepto un molino de vaivén. Los diámetros oscilan entre los 40 y 60 cm y tienen una tipología
muy característica: la pieza activa lleva dos grandes asideros enfrentados y perforados (aunque hay un ejemplar sin perforar) donde se introduciría el dispositivo de madera que permite la rotación de las muelas [fig.
14]. La parte superior de la muela pasiva es convexa, y se acopla perfectamente a la cara inferior de la muela
activa, que es cónvaca. Sólo un ejemplar tiene en lugar de asideros dos ranuras para introducir el mecanismo
de rotación. Las piezas pasivas tienen la particularidad de que el orificio central, donde iría alojado el eje de
madera, atraviesa toda la pieza: sólo en dos ejemplares se ha constatado que el agujero del eje no atraviesa
totalmente la piedra, siendo por otro lado la solución más frecuente en este tipo de muelas.
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14. Selección de molinos rotatorios hallados en la Bastida (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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Las escasas muelas inferiores a 40 cm de diámetro (una de 38 cm y otra de 34 cm) corresponden a molinos en los que se podría realizar tanto el movimiento rotatorio completo, pues la longitud del brazo humano
le permite hacer el movimiento con comodidad, como movimientos semirotativos a dos manos (Alonso 1996,
185). Las muelas con diámetros superiores a 40 cm podrían maniobrarse mediante movimiento semirotativo
por una persona pero se necesitarían dos para hacer el giro completo. El gran tamaño y peso de los molinos
más grandes sugieren que se trata de equipamientos fijos, instalados en estancias destinadas específicamente
para la tarea de molienda. Pero las piezas más pequeñas, algunas incluso desmontadas, podrían trasladarse
de unos espacios a otros de la casa o, sencillamente, estar almacenadas a la espera de su utilización.
A la hora de evaluar la distribución del procesado de alimentos en el poblado, los molinos son una de las
piezas que más garantías ofrecen para ello, pues se documentaban sistemáticamente en las notas y diarios
de excavación. Aparecen concentrados en algunas manzanas (Conjuntos 2, 7, 9 y 10), estando ausentes en
los Conjuntos 3, 4, 5 y 12 [fig. 15].
La existencia de morteros y ralladores indica que se procesaron productos en relación con salsas y condimentos como parte de las recetas ibéricas. Los morteros [fig. 28] son objetos cerámicos con paredes gruesas, abiertos y poco profundos. Su característica morfológica más destacada es que el fondo interno es una
superficie abrasiva mediante la inclusión de piedrecitas, trozos de cerámica o surcos concéntricos. Los morteros se utilizaban con las llamadas manos de mortero, que son pequeños objetos macizos de cerámica que
se emplean para picar o molturar el producto. A juzgar por el tamaño de los morteros documentados (diámetros inferiores a 30 cm) no parece que fueran utilizados para procesar volúmenes destacados y quizás
sirvieron para machacar sustancias no muy duras. Actualmente se usan los morteros cerámicos, por ejemplo,
para rallar queso en algunas regiones de la india (Gouin 1990).
Los ralladores, por último, son pequeñas láminas de bronce de unos 8/10 cm de longitud perforadas [fig.
16]. En la Bastida tenemos documentado un rallador de este tipo en el Depto. 80. Tanto los morteros como
los ralladores permiten plantear la sugerente idea de que las salsas y los condimentos jugaron un papel en
la elaboración de recetas y que, por tanto, se dieron estilos culinarios y una cierta diferencia en las cocinas
de cada casa.
Utensilios de cocina y formas de cocinar
El ajuar doméstico estaba compuesto de recipientes de cerámica, metal, piedra, madera o fibras vegetales,
siendo los tres primeros los que documentamos con mayor frecuencia por su naturaleza más duradera. Los
utensilios de cocina más abundantes son las ollas de cerámica [figs. 17 y 18]. Están realizadas con arcillas
que contienen abundante desgrasante, lo que las hace más resistentes a la acción del calor. Apenas se dan
variedades tipológicas pero sí de capacidad. En general, son recipientes de tendencia globular, con bocas
anchas, sin asas y con bases cóncavas, lo que permite colocarlas directamente sobre el hogar o el suelo sin
ayuda de elementos estabilizadores. La única decoración que ostentan algunas son incisiones realizadas
antes de la cocción del recipiente en el tercio superior, bajo en borde. En algunos ejemplares el borde presenta un resalte practicado para ajustar la tapadera que evita que se evapore el líquido de los guisos.
Estos recipientes estuvieron destinados al guisado y hervido de alimentos mediante su rehogado o cocido
en líquido abundante como indica su tipología y capacidad. Los productos que se pueden cocinar en las ollas
son los cereales y legumbres, verduras y carnes en forma de gachas, sopas o guisos. Se documentan ollas en
casi todos los departamentos excavados, algo acorde con su papel básico en la cocina.
El equipamiento por excelencia que acompaña a las ollas es el hogar, al que nos hemos referido más
arriba. Las ollas se colocarían ajustadas entre el combustible, sobre el mismo hogar, llevando a cabo cocciones muy lentas. También se pueden colocar las tortas de cereales directamente sobre las brasas o incluso
tapadas con ceniza (Gutiérrez 1990-1991, 163).
El asado es otro tipo de cocción que implica hacer comestible el alimento –generalmente la carne o
vegetales– por acción del fuego directo. No es necesaria una estructura compleja, pues en una base o cama
de brasas se puede llevar a cabo. En la Bastida hemos documentado utensilios auxiliares del asado: morillos
y asadores. Los morillos son piezas de cerámica alargadas, de unos 20 cm de longitud, de sección triangular.
Presentan hendiduras en la parte superior para alojar los pinchos y asadores. En la Bastida hay tres morillos,
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15. Dispersión de materiales relacionados con el procesado de alimentos y las actividades culinarias.
dos proceden de manzanas en las que se han documentado también molinos, ollas y hogares (Depto. 38/39
del Conjunto 10 y Depto. 181 del Conjunto 2), mientras que otro procede de un espacio abierto (Depto. 100)
(Fletcher et alii 1965, 192 y 1939,322). Los asadores documentados son de hierro, aunque podrían haber sido
utilizados de madera. Proceden de los Conjuntos 8 y 10. El hecho de que morillos y asadores sean poco frecuentes en los yacimientos ibéricos ha llevado a algunos autores a plantear que su uso estaría relacionado
con una cocina especial vinculada a las actividades rituales (Jiménez Ávila 2003, 170; Lucas et alii 2004, 64).
La cazuela cerámica es otro recipiente de cocina utilizado en la Bastida (Fletcher et alii 1969, 181). Están
fabricadas en el mismo tipo de arcilla que las ollas. Son recipientes abiertos con bordes verticales, asas y, a
veces, pico vertedor. Pudo servir prácticamente para todo: desde guisados y fritura sobre los mismos hogares
hasta la elaboración de tortas e incluso para recoger la grasa de la carne durante su asado, y para lo cual el
pico vertedor sería especialmente útil (iborra et alii 2010, 107). Hay cinco cazuelas, cuatro en los Conjuntos
8, 10 y 11, situados todos al norte de la calle central, y una más junto a la Puerta Este. Podrían vincularse al
asado de carne las cazuelas del Depto. 7, asociada a un asador, y la del Depto. 38/39, asociada a un morillo.
Finalmente, los hornos para cocinar son difíciles de reconocer en el registro si las estructuras no están
bien conservadas. En las casas de la Bastida no hemos documentado hasta el momento ninguna estructura
de combustión elevada con cúpula de barro que pueda ser interpretada como un horno doméstico para cocinar. Sí hay, quizás, un horno colectivo a juzgar por la base de mampostería que se halla en el Depto. 155,
junto al almacén. Una estructura semicircular de mampostería en el Conjunto 3 es un horno metalúrgico, a
juzgar por los hallazgos de goterones y planchas de plomo fundido halladas durante su excavación en 1931.
Todos estos elementos nos llevan a plantear algunas reflexiones sobre las prácticas culinarias en la Bastida. En primer lugar, hay una preponderancia de guisos y hervidos –en ollas– sobre los asados en la dieta
básica de los habitantes, aunque no podemos valorar su importancia en relación con los restos bioarqueológicos. La abundancia de ollas por encima de cualquier otro objeto sugiere que se practicaba, en general,
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16. Rallador de bronce (long. 8 cm).
un tipo de cocina indirecta en medio líquido (siguiendo la terminología de Bottéro 2005) que podría ser
agua, leche, grasa animal o vegetal. La cocina directa en seco, sobre las brasas y en hornos, se daría también
pero no podemos valorar en qué relación respecto a la primera. En esta línea, la excepcionalidad con que
se encuentran morillos, asadores y cazuelas muestra que las tecnologías culinarias asociadas a ellos están
menos extendidas. En definitiva, la existencia de diferentes técnicas de preparación de alimentos –que implican prácticas alimentarias más variadas– y el diferente acceso a recursos y productos entre casas podrían
indicar diferencias de estatus o segmentación de las prácticas según la posición social de los grupos.
La vajilla cerámica para el consumo
Los estudios tipológicos y cronológicos sobre la cerámica de la Bastida ofrecen una base documental de
referencia en el mundo ibérico, máxime al ser un contexto de cronología corta, bien datado en el siglo iV
a.C. (Fletcher et alii 1965 y 1969; Aranegui y Pla 1981; Mata y Bonet 1992; Bonet y Mata 2008). Ello es suficiente para plantearnos los usos a los que estuvieron destinados estos recipientes, lo que se hace a través
del examen minucioso del contexto arqueológico, pues sólo el diálogo entre toda la cultura material presente
en el registro permite conocer funcionalidades, usos y símbolos. Si antes hemos visto que algunos sirvieron
para almacenar y transportar, mientras que otros lo fueron para cocinar, ahora nos detendremos en la vajilla
cerámica para el consumo.
La vajilla de consumo hallada en la Bastida es una cerámica cocida a alta temperatura y de superficies
cuidadas. A diferencia de los recipientes de almacenaje y despensa, este grupo de objetos está frecuentemente
decorado con pintura [figs. 19, 20 y 21]. Las decoraciones que plasman los alfareros recogen los motivos
geométricos del siglo precedente pero ampliando las combinaciones con las bandas, líneas, círculos,
semicírculos y segmentos concéntricos, líneas onduladas, trazos, rombos, mediante el pincel múltiple. Las
piezas más ostentosamente decoradas son, sin duda, los platos y escudillas [figs. 22 y 23] donde no se limitan
a pintar bandas y filetes sino que combinan todos estos elementos creando motivos complejos a modo de
rosetas. La policromía y los engobes blancos son prácticamente inexistentes y otras técnicas decorativas,
como las impresiones o las aplicaciones plásticas, están ausentes a excepción de un pitorro con forma de
cabeza de caballo del Depto. 58.
Es difícil diferenciar en el repertorio de la vajilla de mesa las piezas de uso cotidiano de aquellas que podrían estar destinadas específicamente a eventos especiales como fiestas o celebraciones. Por un lado están
los recipientes que contienen los alimentos, que no se distinguen de los de despensa, como pueden ser las
tinajillas, las lebetas de tamaño mediano y pequeño y las propias ollas de cocina. Los grandes platos o escudillas podrían hacer las funciones de fuentes pero la gran variedad de tamaños permite hablar de servicios
individualizados. Las botellas de cuello estrecho y los jarros con asa estaban destinados a verter la bebida,
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17. Ollas de cocina y tonel realizados con arcillas con desgrasante grueso (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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18. Cerámica de cocina de la Bastida de les Alcusses.
mientras que los vasitos caliciformes, los cuencos y las copas de imitación helenística, como crateriscos y
esquifoides, serían los vasos de beber.
Un elemento característico de la Bastida, y en general de los contextos del siglo iV a.C., es la abundancia
de los llamados microvasos [figs. 24 y 25]: se trata de un variado repertorio de copas, cubiletes, tarros, platos,
botellas de pequeño tamaño. Su funcionalidad en relación con el consumo de alimentos está obviamente limitada, a juzgar por su tamaño miniaturizado. No están concentrados en ningún lugar específico, y prácticamente en cada espacio doméstico se han documentado uno o dos microvasos. No podemos descartar la
posibilidad de otra intepretación, como el carácter votivo de estos conjuntos, lo que se relacionaría con el
papel destacado de las prácticas de comensalía en esta sociedad.
En relación con la comensalía, otras cuestiones de gran interés que suscita la vajilla de la Bastida son las
producciones inspiradas en vasos griegos como las cráteras, escifos, cílicas, cántaros o platos de las formas
21, 22 y 24 de Lamboglia [fig. 26]. Están realizadas con las mismas técnicas que el resto de la vajilla y decoradas profusamente con pintura al estilo local. De hecho no son perfectas imitaciones o fieles copias de las
piezas griegas: no se intenta emular el barniz negro, ni imitar las decoraciones de las figuras rojas, sino que
se adopta y adapta la forma del objeto. Ello nos lleva a plantear la apropiación de la forma de piezas en relación con los usos locales: el servicio de bebida y comida en las prácticas de comensalía, al igual que lo hicieron las importaciones (capítulo 7).
ritualEs domésticos
A partir de lo excavado hasta la fecha en la Bastida podemos señalar que no hay un espacio de culto de
carácter público a modo de santuario, pero sí que se practicaban rituales circunscritos a la esfera doméstica,
destinados a conmemorar eventos o ancestros, y a potenciar las cualidades de las casas y de las actividades
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19. Tipos de tinajillas (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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20. Botellas y jarras (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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21. Selección de cerámica para el consumo de alimentos y bebida: crátera, copa, plato, vaso caliciforme y tinajilla.
productivas y de mantenimiento que en ellas tenían lugar. No obstante, no se trata de espacios destinados
al culto claramente diferenciados dentro de la propia vivienda sino de la simple presencia de objetos y ajuares
ritualizados.
En distintos trabajos ya hemos señalado que la ausencia de elementos arquitectónicos o de estructuras
de carácter cultual, como altares y hogares rituales, nos obliga a prestar atención a otros objetos que nos
permitan identificar los ritos y las celebraciones realizadas en el ámbito doméstico. Además, es importante
que la identificación de estos espacios sea en base a varios atributos y nunca por la presencia de uno solo
(Bonet y Mata 1997). Ello es pertinente para el caso de la Bastida porque sólo disponemos de objetos de carácter ritual de forma aislada y siempre en la misma estancia en la que se detectan otras actividades domésticas, en la esfera de la producción y del mantenimiento del grupo.
Es muy probable que se llevaran a cabo rituales destinados a conseguir o asegurar la riqueza y prosperidad de la unidad doméstica y que por ello albergaran un lugar preeminente en la casa, posiblemente alrededor del hogar sin necesidad de un equipamiento específico. Por otro lado, los rituales no son siempre
actividades de carácter religioso, ya que habría que incluir como rituales todas aquellas celebraciones y reuniones seculares que formaban parte del ciclo de la vida de los iberos (López-Bertran y Vives-Ferrándiz
2009), cuyas huellas más evidentes son las dejadas por los instrumentos en relación con los banquetes o las
reuniones festivas. Así, pequeños vasos caliciformes, microvasos, pateras de tamaño reducido o jarras, que
tan frecuentes son en todas las casas de la Bastida, pudieron ser utilizados en prácticas rituales, ofrendas y
libaciones –vertido de líquido con un recipiente específico– en los que tuvieran un lugar destacado los productos alimenticios. También los morillos y asadores de hierro, ya comentados en relación a las prácticas
culinarias, tienen un uso ritual en otros ámbitos cultuales de otros yacimientos ibéricos.
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Otras piezas con una posible función ritual, esta vez en relación con líquidos, serían las clepsidras (Deptos.
131, 235 y 242) [figs. 27 y 28]. Su nombre hace referencia al uso que tienen como “ladrones de líquido”: se
trata de recipientes cerámicos a modo de botella con la base perforada y con un pequeño asidero y con
orificio en la parte superior en el que se encaja perfectamente el dedo pulgar. El funcionamiento es simple:
se introduce el recipiente en un líquido y se capta la cantidad necesaria que, al tapar el orificio superior con
el dedo, queda en su interior por la presión exterior. Cuando se libera el dedo del orificio superior cae, por
gravedad, en el lugar escogido (Pereira 2006). Otro elemento destinado a la representación o la ceremonia
son unos soportes cilíndricos calados procedentes del Deptos. 16 y 155, que funcionalmente se vincula a los
banquetes como soporte de recipientes contenedores de líquidos, según una práctica generalizada entre los
grupos dominantes (Moneo 2003, 377).
En la Bastida no hay terracotas o exvotos figurados de arcilla. Sin embargo sí hay dos exvotos de bronce
que merecen un comentario. La conocida figurita de bronce que representa a un guerrero desnudo a caballo,
tocado con casco de gran cimera y armado con falcata y escudo redondo, siempre ha despertado un gran interés no sólo por el significado social del guerrero en la sociedad ibérica sino por su valor arqueológico e
icónico (Kukahn 1954; Vives-Ferrándiz 2006) [fig. 29]. Fue hallado en el Depto. 218, en una de las dos viviendas que configuran el Conjunto 4, dando a esta casa un valor añadido a su situación privilegiada dentro
del oppidum. La pieza formaría parte, en un primer momento, de un objeto más complejo ya que es el remate
de un cetro. En concreto, la figurita del jinete remataría un enmangue, igualmente de bronce, que iría ensartado en un astil de madera, como se ha visto en ejemplares similares aparecidos en diversos contextos
(Lorrio y Almagro-Gorbea 2004-2005). En un momento indeterminado de la vida del poblado, y por motivos
que desconocemos, se recortó la pieza por los pies del caballo, cambiando entonces sustancialmente el significado y pasando a ser un exvoto del ámbito doméstico, quizás visto como la imagen de un ancestro.
La figurita que representa un buey de bronce hallada en el Depto. 237 [fig. 30] tiene un gran interés al
tratarse de una de las escasas representaciones de bueyes con yugo que existen en el imaginario ibérico,
pero es mucho menos conocida que el exvoto del jinete. La pieza representa un buey uncido a un yugo con
parte del timón del arado, hoy desprendido del conjunto, y formaría parte de una escena más compleja,
quizás junto a otro buey unido al mismo yugo. El exvoto podría estar relacionado con los ritos agrarios y
ser por tanto un ejemplo de las conexiones estrechas que había, en esta sociedad, entre lo funcional y lo
ritual. De hecho, quizás es difícil trazar una neta distinción entre ellas, pues esta figura invitaría a pensar
el modo en que la producción agraria estaba ritualizada. Otra lectura interpretativa adentra en el valor
simbólico que se le otorga al arado en la mitología, pues el grupo de la Bastida podría vincularse a un mito
de la fundación de la ciudad como se ha propuesto para la escena de hombre arando con bueyes del kalathos del Cabezo de la Guardia de Alcorisa (Olmos 2000, 71) o el arado miniaturizado de Covalta (Moneo
2003, 419).
Una última consideración en relación con los rituales en el poblado es la ausencia, hasta la fecha, de la
práctica ritual más frecuente en el ámbito doméstico ibérico: el enterramiento de los individuos infantiles o
los sacrificios y ofrendas fundacionales de animales bajo los suelos de las casas. No hay ni un dato, ni una
evidencia en los más de 270 departamentos explorados que permita defender que esta práctica se llevó a
cabo en la Bastida. No obstante, estas apreciaciones podrían estar sesgadas por el hecho de que los espacios
domésticos fueron excavados, fundamentalmente, entre 1928 y 1931, con una metodología que no privilegiaba la atención a estos aspectos del registro arqueológico (capítulo 1).
producción tExtil E indumEntaria
La manufactura textil fue una actividad destacada en la Antigüedad al formar parte de la vida cotidiana
de la sociedad ya que repercutía en todas las esferas: social, política, económica y religiosa (Wright 1999,
181). Las telas tenían una proyección en el grupo pues expresaban estatus, jerarquía y poder a través del
tipo de fibra empleado en su fabricación, la calidad del tejido y la ornamentación, además de sus dimensiones
simbólicas y sociales (Masvidal et alii 2000, 116). En la mayor parte de los relatos de los textos griegos se
asocia el tejido con el ámbito de lo femenino y, así, algunos pasajes de La ilíada y La Odisea (Olmos 2003,
314) revelan la excelencia de las labores relacionadas con la confección de tejidos y con las ilustres tejedoras,
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22. Tipos de platos de borde vuelto. El ejemplar de la parte superior ostenta la decoración pintada sobre engobe blanco (a partir
de la documentación del Archivo SIP).
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23. Tipos de platos y escudillas (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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24. Tipos de microvasos y vasos caliciformes (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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25. Selección de microvasos.
entre las que destaca Penélope. Entre las tareas de estas mujeres se mencionan el hilado, el cordado, el
tejido, el tinte o el bordado de tejidos, lo que trasluce una división sexual del trabajo.
Entre los iberos el hilado y el tejido fueron también actividades vinculadas al ámbito femenino como
plasma la iconografía ibérica en distintos soportes, desde la escultura de la Albufereta (Alicante) que muestra
una mujer que sostiene el huso y la rueca de hilandera en su mano izquierda (Aranegui 1996, 96; izquierdo
2001, 300); hasta la cerámica, como el fragmento de la Serreta que presenta una dama frente a un telar vertical con un ovillo de hilandera en una mano y un huso en la otra (Aranegui 1996, 114-115); o el vaso del Tossal de Sant Miquel [fig. 31] con una escena de dos jovenes mujeres sentadas entre un telar vertical con dos
travesaños en horizontal del que cuelgan los hilos (izquierdo y Pérez Ballester 2005, 94-95). incluso tenemos
referencias escritas acerca de las habilidades de las tejedoras, como apunta el siguiente texto: “entre los iberos es costumbre, en cierta fiesta, honrar con regalos a las mujeres que muestran haber tejido más y más
bellas telas” (citado por Rabanal 1985, 207).
Aunque estas representaciones hacen referencia a la mujer de mayor relevancia social, el tejido y el hilado
formaron parte del elenco de actividades domésticas cotidianas de las mujeres de todo rango como pone de
manifiesto el registro a partir de la cantidad y dispersión de restos localizados en los poblados (Bonet y Mata
2002, 190).
El proceso de producción textil comenzaba con la obtención de la materia prima, el tratamiento de la
fibra, el hilado, el tintado y el tejido. Las materias primas empleadas fueron de origen animal, la lana, y vegetal, el lino, materias que se han documentado en la Bastida (capítulo 5). El tintado no necesitaba instalaciones especiales pues el hilo solía teñirse antes de elaborar el tejido. Los tintes eran de origen vegetal y
animal, sobresaliendo el procedente del Quermes o cochinilla, insecto del que se extraía un tinte de color
rojo muy apreciado (Alfaro 1997, 64-67).
La elaboración del tejido se llevaba a cabo en un telar. En el mundo ibérico el más utilizado es el telar
vertical con travesaño superior del que colgaban las pesas que tensaban por gravitación los hilos de la urdimbre [fig. 31]. Los telares serían fundamentalmente de madera, lo que hace difícil su identificación en los
restos conservados. La presencia en varios departamentos de la Bastida de diversas piezas de hierro, esencialmente herrajes, junto a pesas de telar, fue interpretado, al principio de las excavaciones, como bastidores
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26. Imitaciones y adaptaciones locales de cerámica griega (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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27. Clepsidras. Se aprecia el orificio superior que se taparía con el dedo y las perforaciones inferiores que
permiten captar y verter el líquido.
28. Clepsidras (arriba), cantimplora y mortero (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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o piezas de telar (Ballester y Pericot 1929, 185; Ballester 1932, 25). Sin embargo, idénticas pletinas se han
hallado en las puertas de la fortificación por lo que parece más probable que los ejemplares hallados en las
viviendas fuesen elementos pertenecientes a las puertas y no a telares.
Junto al telar vertical, pudieron emplearse otros tipos de telares como el de placas, cuyo empleo podría
constatarse a partir de una serie de piezas de madera, como las conservadas en la necrópolis del Cigarralejo
(Mula, Murcia) (Cuadrado 1987, 371), o el de rejilla, compuesto por unas placas de hueso alargadas y planas
con perforaciones concéntricas. La funcionalidad de ambos telares es prácticamente idéntica, se utilizaron
para la confección del borde de las telas, bandas y cinturones y de los elementos ornamentales; también podían tener un uso complementario en el telar vertical de pesas (Castro 1984, 108; Ruano y Montero 1989,
295).
El instrumental para hilar y tejer
Los testimonios materiales que contamos para reconstruir los procesos de producción textil en la Bastida
son los telares de rejilla, las fusayolas, las pesas de telar, las tijeras, las agujas de bronce y hierro y punzones
de hueso.
Los telares de rejilla identificados en la Bastida son tres (Deptos. 47, 103 y camino de ronda junto a la
Puerta Sur). Se trata de unas placas rectangulares de hueso trabajado de entre 8 y 10 cm de longitud y menos
de 2 cm de anchura y perforadas regularmente [fig. 32]. Se asemejan por sus dimensiones y formas a otras
aparecidas en L’Alcúdia (Elche) o Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia), pero sobre todo los paralelos más claros proceden de contextos funerarios próximos, como la necrópolis del Cigarralejo donde
han parecido 36 ejemplares (Ruano y Montero 1989).
Las fusayolas, o contrapesos del huso, son piezas modeladas a mano en arcilla de no más de 3 cm de diámetro [fig. 33]. Se utilizaban durante el proceso del hilado, colocándose en uno de los extremos del huso
para imprimir equilibrio y rapidez al movimiento rotatorio [fig. 34]. Otra posible aplicación sería como pesas
de telar vertical para tensar los hilos de la urdimbre tal como muestran representaciones en cerámicas griegas. Las fusayolas de la Bastida son de formas y tamaños variados (esféricas, cilíndricas, discoidales, tron-
29. Jinete con falcata, escudo circular y casco con gran penacho (altura 7,3 cm).
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30. Buey con parte del yugo y el timón de un arado (long. 6,5 cm).
cocónicas y bitroncocónicas) y muchas presentan decoración incisa a base de líneas, puntos oblicuos, retícula, o círculos impresos. Las más pequeñas se vinculan a la elaboración de hilos muy finos (Berrocal 2003)
y, de hecho, trabajos experimentales han puesto de manifiesto que las diferencias en pesos y tamaños parecen relacionarse con el grosor del hilo y, por tanto, con el tipo de tejido a elaborar (Alfaro 1984, 74; Chapa
y Mayoral 2007, 169). En la Bastida, la dispersión de las fusayolas sugiere que el hilado pudo llevarse a cabo
tanto en el interior de las unidades domésticas como en el exterior, sin requerir un área específica para ello.
La concentración de fusayolas en algunos departamentos, entre 12 y 39 ejemplares, parece indicar, además,
su almacenamiento o incluso que estuvieran destinadas a otros usos que desconocemos.
Las pesas de telar constituyen casi los únicos restos materiales que suelen conservarse de los telares.
Otros instrumentos como husos, ruecas, peines –que servirían para agrupar y apretar los hilos de la trama
después de haber sido pasados por la urdimbre durante el proceso de confección de los tejidos– o lanzaderas
–el útil del telar que lleva el hilo de la trama– apenas se han conservado en el registro probablemente porque
estarían fabricados con materiales perecederos. En los telares de tipo vertical, las pesas tensaban los hilos
de la urdimbre –como muestran las marcas de los hilos en muchas de ellas–, y se agrupaban en un número
en función de la resistencia a aplicar y del grosor de la tela que se quería obtener, mientras que las más
ligeras podían utilizarse en telares de placa. Las pesas de la Bastida son mayoritariamente del tipo troncopiramidal y rectangular aunque han aparecido también algunos ejemplares discoidales. Pueden presentar
marcas como cruces incisas, líneas de puntos, círculos incisos o impresos, o un rombo inciso, interpretadas
como marcas de fabricación, signos indicadores de propiedad, marcadores del peso o hasta simples decoraciones (Tébar 2003, 133).
Las tijeras de hierro también servirían para cortar los lienzos de tejido. En la Bastida hay seis ejemplares
(Deptos. 103, 118, 126, 128, 169 y en la Puerta Sur). Todas son del mismo tipo: dos hojas metálicas, simétricas
y alargadas, de filos cortantes acabados en punta, unidas por una varilla arqueada que actúa como un resorte.
Las mejor conservadas miden entre 20 y 22 cm de longitud [fig. 23 del capítulo 5].
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31. Tinaja del Tossal de Sant Miquel (Llíria) con
una representación pintada de dos personajes femeninos realizando tareas relacionadas con el hilado y el tejido.
Para el cosido de los tejidos se utilizaron agujas de bronce y hierro: las primeras, de sección circular,
tienen cabeza aplanada y perforada, mientras que las segundas, de sección oval o cónica, tienen la punta
aguzada por lo que se las conoce también como agujas esparteras (capítulo 5). Los punzones de hueso, algo
más gruesos, tienen el extremo segmentado y decorado con incisiones [fig. 35]. Pudieron haber sido empleados para la elaboración de las prendas de lana al margen de su empleo para la sujeción del cabello o de
tejidos a modo de alfiler, aunque no debemos descartar tampoco su uso como instrumentos de escritura
en soportes variados.
La identificación de telares y los espacios de trabajo
Tradicionalmente la presencia de telares verticales se define en el registro arqueológico ante el hallazgo
de conjuntos de pesas de telar con cantidades apreciables y similares en forma y peso y sobre todo ante su
disposición más o menos alineada en suelos de habitaciones [fig. 36]. Por estudios etnográficos y experimentaciones actuales sabemos que el número mínimo de pesas requerido en la confección de tejidos en un
telar es variable. Por ejemplo, con una urdimbre formada por 20 hilos por cm y con grupos de 35 hilos por
peso, se requieren nada menos que 41 pesos para confeccionar una tela de sólo 0,63 m (Médard 2000, 97).
Algunos autores proponen al menos 50 pesas para un telar (Castro 1985, 232; Castro 1986, 175) mientras
que otros señalan que se utilizarían telares de diversos tamaños, en función de las prendas confeccionadas,
correlacionando el número de piezas con la envergadura del telar y/o la densidad del tejido a elaborar (Berrocal 2003, 277; Moret et alii 2000, 145). Del mismo modo, se ha advertido que el telar vertical también
32. Placa de hueso del Depto. 47
interpretada como telar de rejilla (long. 11 cm).
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33. Selección de fusayolas.
Algunas están decoradas con
incisiones.
podría tener una varilla para tensar los hilos de la
urdimbre, por lo que entonces quedaría equilibrada por sólo 4 ó 5 pesas (López Mira 1991, 103).
En lo que sí parece existir unanimidad es en la
definición de conjuntos por piezas homogéneas en
pesos (que no idénticos) para trabajar simultáneamente, dependiendo de la consistencia de tejido
a realizar, o acoplando conjuntos menos numerosos para la elaboración de los bordes del paño (Alfaro 1997, 49). En el asentamiento de Cancho
Roano se ha propuesto un número de pesos que
oscilaría entre los 20 y 30 individuos en los telares
más grandes, y entre 10 y 12 piezas para los menores (Berrocal 2003, 268 y 277). Y en Cerro de
Pedro Marín se ha planteado la presencia de telares integrados por entre 10 y 12 piezas (Ruano
1989, 29).
En la Bastida, entre los conjuntos estudiados
–limitados a los departamentos publicados–,
aquellos espacios en los que aparecen las mayores
concentraciones de pesas son los Deptos. 1, 2, 16,
26, 30, 35, 48, 58, 91, 100, 169, 175, 185 y 242
[figs. 37 y 38], lo que invita a pensar que en estos
lugares hubo algún telar vertical ya sea en uso o
bien guardado. El número de pesas varía normalmente entre 12 y 36, con una pauta de 12 pesas
por telar. La mayoría de estos espacios son departamentos rectangulares o cuadrangulares que generalmente se integran en el interior de las
viviendas en habitaciones multifuncionales, aun-
34. Hilandera utilizando el huso. Jornadas de Visita de 2010.
169
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35. Punzones de hueso.
que otros son abiertos, como el 1, el 58 y el 100, pero esto no invalida nuestra propuesta ya que precisamente en éste último aparecieron 12 pesas alineadas junto a una pared, como ocurre también en los Deptos.
16, 26, 35 y 58.
Finalmente, queremos señalar un par de reflexiones en relación a la actividad textil. Por un lado, la manufactura de tejidos fue una tarea de carácter eminentemente familiar en todo el ámbito ibero. La elaboración textil solía llevarse a cabo en el interior de las unidades domésticas, en espacios o habitaciones donde
se realizaban diversas labores de mantenimiento, como la molienda o el procesado de alimentos. No parece
existir, por tanto, una estancia específica destinada a estas actividades. Por otro lado, se advierte una diferenciación espacial en las tareas de hilado y tejido: hay departamentos que albergan fusayolas y en los que
no se ha documentado ninguna pesa de telar, y otros espacios con telares que, en cambio, no han deparado
ninguna fusayola (Deptos. 1, 26, 35, 58, 175, 185). Dejando a un lado el hecho de que muchas fusayolas
fueran utilizadas con fines ornamentales y
no funcionales –sorprende, por ejemplo,
la presencia de más de una decena de fusayolas en algunos departamentos– parece que hay una cierta segmentación
espacial por lo que respecta al trabajo del
hilado y el tejido en la Bastida.
vEstirsE y adornarsE
36. Hallazgo de una acumulación de pesas de telar durante las excavaciones de 1928.
170
Son prácticas culturales de primer
orden. Además de proteger y embellecer el
cuerpo, vestidos y adornos expresaron diversos mensajes que eran decodificados en
cada sociedad como indicadores de estatus, ocupación, sexo o edad. Las representaciones en diversos soportes –escultura,
cerámica pintada, exvotos en bronce– y los
objetos de adorno y uso personal hallados
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Depto. 1
20
Depto. 2
14
Depto. 16
12
Depto. 26
12
Depto. 30
> 10
Depto. 35
12
Depto. 48
24
Depto. 58
12
Depto. 91
16
Depto. 100
69 (12 en grupo)
Depto. 169
23
Depto. 175
17
Depto. 185
36
Depto. 242
> 24
37. Departamentos con concentraciones significativas de pesas de telar.
en las excavaciones son los elementos materiales que disponemos para conocer la indumentaria y los códigos de adorno corporal.
El elemento básico es la túnica, larga en la mujer y corta
en el hombre, que se sujetaba con fíbulas o cordones y se ceñía
al cuerpo por medio de cinturones. Las mujeres podían llevar
dos túnicas, que se recogían a la cintura mediante cintas acabadas en cascabeles, y la cabeza cubierta por un tocado o un
velo. Sobre ella, un manto se prendía con una o dos fíbulas
sobre los hombros. Algunas representaciones femeninas en
escultura, como las halladas en el Cerro de los Santos o en la
necrópolis de Baza, revelan que las mujeres de rango llevaban
un tipo de manto con abundantes pliegues, ornado en los bordes con ricos colores y motivos en ajedrezado. La indumentaria se completaba con joyas, en oro y plata, tales como
pendientes, anillos o sortijas, pulseras, brazaletes, collares y
diademas. En cuanto al calzado, las esculturas en piedra y las
representaciones pintadas en cerámica muestran a los personajes con botas altas terminadas en punta, sandalias y babuchas, todo ello confeccionado en materiales perecederos como
el cuero o esparto.
Para el caso de la Bastida, lo único que se ha conservado de
los vestidos y de los elementos que componían el atuendo de
38. Distribución espacial de los telares de rejilla, telares verticales (a partir de la presencia de agrupaciones de 12 pesas de telar) y
de tijeras.
171
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39. Fíbulas anulares de bronce (diámetro de la más grande 4 cm).
sus habitantes son las piezas metálicas que servían para prender determinadas partes del vestido a la vez que
constituían elementos de adorno. Se trata de fíbulas, broches y hebillas de cinturón y botones.
El conjunto más numeroso está formado por las fíbulas, que son imperdibles de bronce. Su tamaño está
en relación con la prenda a que se destina y la presencia o la ausencia de ornamentación podría indicar tanto
los gustos como la condición social del propietario. Las fíbulas de la Bastida son, sobre todo, del tipo anular
hispánica [fig. 39], denominada así por el aro característico que forma la pieza, con diversos subtipos de
acuerdo a la morfología del puente -timbal, de navecilla o de puente de alambre (Cuadrado 1957). Las más
grandes se emplearían para sujetar los mantos de lana y las más pequeñas estarían destinadas a las finas
túnicas de lino de las mujeres.
Los broches de cinturón servían
para enganchar la correa o cinta de
cuero que sujetaba el vestido. Constan
de dos piezas: una placa activa provista
de un garfio y otra pasiva en la que se
inserta la primera. Suelen llevar una
bella ornamentación de motivos geométricos y florales realizada mediante
finas incisiones y con la técnica del damasquinado o nielado en plata y/o oro.
Algunos ejemplares especialmente significativos son el broche del Depto. 48
(Fletcher et alii 1965, 234, nº 71; ver
fig. 20 del capítulo 1), con decoración
central enmarcada por líneas de ovas y
eses horizontales en la cabecera, o el
broche de la Puerta Sur con decoración
central floral enmarcada también por
ovas o el que se halló junto al Depto. 28
40. Broche de cinturón de bronce con decoración incisa de motivos flora[fig. 40].
les y geométricos (long. 12 cm).
172
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41. Selección de botones de bronce
con motivos decorativos vegetales y
geométricos.
42. Pendientes de oro hallados en la
puerta del Depto. 37, junto a otras
dos arracadas amorcilladas.
Los botones empleados para abrochar o ajustar vestimentas también se elaboraron en bronce con una
gran variedad de diseños de agujeros, calados, cuadrados con esvástica, cónicos y circulares de cabeza lisa
[fig. 41]. Un detalle interesante es que apenas hay dos parejas de botones iguales en toda la Bastida por lo
que posiblemente se utilizarían aislados.
Objetos de adorno y uso personal
Las joyas formaban parte del aderezo personal y otorgaban a sus portadores prestigio social, además de
ser distintivos de riqueza y poder. Los habitantes de la Bastida se engalanaron con finas sortijas y anillos de
173
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43. Colgantes de bronce con decoración figurada (anchura de cada pieza 2,6 cm).
44. Cadena realizada con hilo de
oro trenzado. Fue hallada en 1930
en el Depto. 166 (longitud 23 cm).
chatón en oro, plata y bronce que se utilizaban como sellos y estaban grabados con temas zoomorfos como
el caballo estilizado, ave o cisne. Hasta el momento sólo se han hallado dos pares de pendientes de oro, uno
de ellos de tipo amorcillado y el otro anular (Perea 1991, 271) [fig. 42]. Como las sortijas, los pendientes eran
usados indistintamente por hombres y mujeres de estatus destacado.
Las pulseras y brazaletes, fabricados en bronce, eran aros de hilo sin decoración o con una sencilla ornamentación incisa. Sus diferentes tamaños parecen evidenciar su empleo por hombres y mujeres. La única
174
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pieza que se sale de la tónica es un
brazalete de gran tamaño, abierto y
de sección circular, con los extremos
terminados en esquemáticas cabezas
de serpiente y doblados sobre sí mismos en sentido opuesto (Fletcher et
alii 1969, 190, nº 53).
Las personas llevaban, como
parte destacada de su ornamento,
cuentas de pasta vítrea de diversos
colores –predominan los azules–, y
diferentes formas –lisas, achatadas o
gallonadas– (fig. 8 en capítulo 7).
También utilizaron como colgantes
caracolas o conchas marinas perforadas, dientes de jabalí o incluso cuentas de bronce o de piedra. Aunque sin
duda los colgantes más destacados de
este yacimiento son dos piezas caladas de bronce que representan un
personaje con brazos y piernas extendidos hacia los vértices de un cuadro
que lo enmarca (Vives-Ferrándiz
2007, 143) [fig. 43]. La figura, sin
atributos sexuales, ha sido identificada con varios motivos: desde la
imagen de Despotes Hippon, señora
de los caballos que elevaría las manos
hacia dos animales enfrentados siguiendo una representación mejor
conocida en otros soportes, hasta
Epona, diosa de la fertilidad en el
mundo celta, al dios Bes o incluso
45. Pinzas de bronce de procedencia diversa halladas en las excavaciones de
1928-1931.
una imagen solar (Barril 1996, 186;
Fletcher 1974, 130). Una pieza similar fue hallada en el Puntal de Salinas
(Villena), en la única tumba con armamento y bocado de caballo (Sala y
Hernández 1998, 239).
Como elementos de tocado femenino hay que destacar una cadenita de oro hallada en el Depto. 160
[fig. 44], una obra maestra en la técnica del trenzado de hilo de oro y ejemplar único dentro del repertorio
de joyería iberica (Vall de Pla 1959; Perea 1991, 227). Es un prendedor para el pelo, elaborado en cordón
de oro trenzado, con un extremo rematado por una charnela con aguja que se engancharía en el ojal del
extremo opuesto de la cadena. Otros adornos para el cabello se realizaron en hueso, como las agujas o
punzones [fig. 35], con la cabeza decorada con incisiones, líneas paralelas o en zig-zag, o los pasadores
para el pelo de cuerpo fusiforme con los extremos curvados y adornados con acanaladuras transversales
(Fletcher et alii 1969, 175, nº 45).
Finalmente, las pinzas de bronce no son un objeto de adorno propiamente pero se ha señalado su uso
como pinzas de depilar, y por tanto piezas de carácter personal y elementos preciados de tocador y cuidado
corporal [fig. 45]. De uso indistinto por hombres y mujeres, de acuerdo a su presencia en tumbas de distinto
sexo, solían estar decoradas con incisiones de motivos geométricos como círculos, triángulos y líneas.
175
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06
La vida en Las casas
Helena Bonet Rosado, lucía soRia comBadieRa y Jaime ViVes-FeRRándiz sáncHez
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E
l espacio doméstico es una unidad de análisis de enorme interés en arqueología ibérica, pues estudiamos
un tipo de organización social en que la casa es el marco en el que se desarrollan muchas de las actividades que hemos repasado en el anterior capítulo. Las paredes de la casa delimitan el escenario en el
que se desarrolla la vida cotidiana y gran parte del trabajo artesanal. El espacio doméstico, además, supone la
plasmación material de las estructuras familiares en el marco de otras relaciones sociales en el poblado.
Hemos visto en el capítulo 4 que en la Bastida hay una gran diversidad de casas, con variaciones en la
distribución, en las superficies y en los usos de los espacios. Esta heterogeneidad invita a pensar en diferencias en las organizaciones y relaciones familiares, de barrio, de grupos o de ocupantes del poblado. En este
capítulo analizaremos los equipamientos y enseres que se hallan en las casas, y que son la base material
para la reproducción de la familia, y en consecuencia de la Casa en tanto que institución que acumula bienes
y derechos a favor de sus habitantes.
la arquitEctura doméstica
Contamos con un volumen importante de documentación sobre las técnicas constructivas, las necesidades de materias primas y el tiempo necesario para levantar una vivienda. Diversos proyectos de investigación
y equipos se han centrado en los últimos años en estos aspectos para el periodo ibérico (Bonet y Pastor 1984;
Belarte 1997; Díes et alii 1997; Bonet et alii 2000; Ferrer García 2010).
En la Bastida el tipo de arquitectura y los materiales que se emplearon para construir las casas son los
mismos que los documentados en la muralla y en las puertas, sólo que con una evidente diferencia de escala.
Así, la tierra, la madera y la piedra son los materiales utilizados en la construcción, pero es, sobre todo, la
tierra el elemento predominante [figs. 1 y 2]. Recordemos que la construcción con tierra en forma de adobes
es adecuada si se cuenta con abundante mano de obra y capacidad organizativa para planificar y mantener
los procesos de fabricación. Al igual que la muralla, las casas presentan un zócalo de piedra, que en este caso
mide entre 0,50 y 1 m de altura, sobre el que se levantan las paredes de adobes en hiladas sucesivas. Dependiendo del grosor del muro se colocarían a tizón (trasversales) o a soga (paralelos al eje del muro), aunque
es menos frecuente. Se trababan con la misma tierra plástica y húmeda empleada en su elaboración. La colocación de los adobes húmedos podría generar problemas en la estabilidad del edificio, aunque en ocasiones
su uso en húmedo facilitara el trabajo en determinados puntos como vanos o esquinas como pudimos comprobar en las experimentaciones arquitectónicas (capítulo 12).
Todo el edificio, tanto en el exterior como en el interior, se revestiría de barro y quedaría enlucido con
cal, aunque no tenemos constancia de estas soluciones en las casas de la Bastida debido a que la documentación procede, principalmente, de las excavaciones entre 1928 y 1931. Estas excavaciones sí constatan, en
cambio, las medidas de algunos adobes, de 35 x 25 x 12 cm en el Depto. 30 (Fletcher et alii 1965, 153). En
algún caso se han documentado incluso enlucidos pintados de color verde-azulado (Díes et alii 1997, 241).
Los suelos son de tierra apisonada y, excepcionalmente, de enlosados como sucede en los Deptos. 191 y
244 del Conjunto 3. Las cubiertas estaban construidas con un entramado de rollizos de madera, trama vegetal y una gruesa capa de tierra que se apoyaba sobre vigas maestras. Serían techos planos, aunque man-
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teniendo ligeras e inapreciables pendientes para el desagüe, como ha demostrado nuestra experiencia en la construcción y el mantenimiento de la casa experimental
(capítulo 12).
Los vanos de las viviendas suelen tener entre 0,80 y 1
m de ancho, y se han documentado pletinas de hierro para
unir los tablones de madera de los batientes en los Deptos.
17, 23 y 35. La revisión de los materiales de las excavaciones antiguas ha permitido identificar fragmentos de hierro
que podrían ser llaves o elementos de las cerraduras en el
Depto. 122. Además, una serie de varillas de hierro con el
extremo doblado en doble codo halladas en diversos departamentos podrían ser interpretadas como llaves, como
se ha propuesto para la Serreta (Grau y Reig 2002-2003,
113, lám. ix), aunque no necesariamente de puertas sino
más bien de candados o cajas (Bonet y Mata, en prensa b)
[fig. 3].
Algunos vanos que son más anchos, como los documentados en el Depto. 23 de la Casa 1, en el Depto. 186 de la
Casa 2 o en el Depto. 238 de la Casa 6, pueden interpretarse como entradas para carretas o carros a patios o porches. Algunos patios y corredores eran distribuidores del
espacio y proporcionaban privacidad a determinadas ha1. La arquitectura ibérica emplea bases de piedra y
bitaciones tanto desde la calle como desde el interior. En
alzados de adobes en los muros como muestra este
los patios también se llevaban a cabo actividades, pues en
detalle de la casa reconstruida experimentalmente.
algunos hay hornos (Conjunto 3) y, quizás, aquellos con
suelos irregulares y poco propicios para ser transitados pudieron haber albergado establos, aunque de momento no
se han realizado análisis químicos de los sedimentos para confirmarlo y ni los abrevaderos ni comederos, si
existieron, se han conservado por estar hechos de materiales perecederos. En todo caso, se interpretan como
posibles establos algunos departamentos alargados y estrechos, o los patios de los Conjuntos 2 y 3 (Díes et
alii 1997, figs. 8 y 9).
vida y trabajo En las casas
Una vez delimitado arquitectónicamente un edificio, una dificultad inicial estriba en identificarlo como
una casa. Ya hemos visto en los capítulos 4 y 5 que no hay un solo tipo de casa y que se da, en cambio, una
enorme variabilidad en la distribución y organización de los espacios, así como en los equipamientos arquitectónicos y las actividades realizadas en ellos. Esta diversidad responde al hecho que cada familia proyectó
los espacios en los que iba a vivir y trabajar en relación a sus ocupaciones, necesidades, expectativas y riqueza, y que las casas y las familias evolucionaron al mismo tiempo que lo hicieron las estrategias socioeconómicas utilizadas.
Hemos de tener en cuenta, de entrada, que en las casas también se trabajaba, o dicho de otro modo, que
no hay espacios de trabajo desvinculados del ámbito doméstico. El espacio de la casa, donde se alimenta y
reposa la familia, y el espacio para el trabajo están estrechamente relacionados en este sistema socioeconómico, y así lo muestra el registro material que tratamos. En este sentido, las actividades agrarias, las prácticas
metalúrgicas y las relaciones comerciales, en distinto grado según las casas, fueron los tres pilares fundamentales en los que se asentaron las bases económicas para reproducir el grupo doméstico y para consolidar
el poder de cada casa / familia.
Desde este punto de vista, resulta crucial poder identificar a partir del registro material el carácter de las
actividades que sus ocupantes llevaron a cabo, y en la medida de lo posible discernir la función de las distintas
140
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2. Reconstrucción y ambientación hipotética del Conjunto 2
visto desde el sur.
habitaciones [fig. 4]. Esto se realiza a partir de los datos arquitectónicos y de la información que nos transmiten los equipamientos y otros objetos hallados en cada espacio, aunque hemos de tener en cuenta, por un
lado, que algunos departamentos serían polivalentes, es decir que podrían albergar distintos tipos de actividades, y por otro la movilidad de algunos equipamientos o incluso que hubiera actividades compartidas entre
casas. Para el primer caso, es muy probable que así fuera, por ejemplo, con las actividades textiles, que no
requieren una infraestructura muy compleja o pesada, ya que telares, y elementos para el hilado se pueden
trasladar con facilidad. Otras instalaciones de transformación de alimentos serían difíciles de desplazar cotidianamente, como los molinos grandes; y, de hecho, hemos planteado la existencia de molinos de uso colectivo (Depto. 155).
Distribución y funcionalidad de los espacios construidos
Hemos visto que todas las casas, tanto aquellas pequeñas que oscilan entre 20 y 60 m2, como aquellas
más grandes, que ocupan una superficie en torno a los 150 m2, reparten las funciones básicas de despensa y
estancia con hogar, y, con frecuencia, la molienda, en una o varias habitaciones, según el número de ocupantes
y la riqueza de la casa. La variabilidad es la norma, y ello se explica por
el hecho de que el aspecto de la casa
y las actividades desarrolladas responden a las estrategias desplegadas por sus ocupantes, y que quedan
materializadas en su biografía. A
continuación recogemos algunos
ejemplos de los conjuntos mejor estudiados hasta ahora.
3. Llave de candados o cajas (long. 10 cm).
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La Casa 11 [fig. 5], de unos 50 m2, está formada por cinco habitaciones que reparten las funciones básicas
de despensa, estancia con hogar y actividad textil (Díes et alii 1997, 236-44; Díes et alii 2006). Hay casas
muy pequeñas, de sólo 24 m2, como la que forman los Deptos. 25 y 26 que cuentan con un área de molienda
y tejido y en la que en la que se llevaron a cabo actividades metalúrgicas.
Las casas más grandes muestran distribuciones diferentes, pero con los mismos elementos básicos. La
Casa 1, por ejemplo, tiene 150 m2 y está formada por dos cuerpos separados por un patio, con vano para la
entrada de carros [fig. 3 del capítulo 12]. El primer cuerpo de la casa consta de un vestíbulo y sala principal
que da paso a dos habitaciones cuadrangulares, uno que sería un espacio de molienda y otro para el hogar.
En esta sala principal pudieron haber tenido lugar también procesos de trabajo metalúrgico a juzgar por los
restos de fundición de plomo hallados. El segundo cuerpo está al norte del patio y está formado por una sola
habitación alargada, que posiblemente fuera un almacén doméstico.
Otros conjuntos ofrecen más dificultades para su interpretación arquitectónica, pues una serie de espacios
secundarios compartidos entre viviendas alertan de una lectura sencilla en cuanto a la distribución de habitaciones y funciones [fig. 1 del capítulo 4]. Por ejemplo, el Conjunto 2 [figs. 6 y 7] está formado por varias
construcciones cuandrangulares que se agrupan formando un edificio con alta densidad de ocupación y en
el que se han identificado cuatro casas (Díes et alii 1997). El Conjunto 3 [figs. 8 y 9] también está formado
por cuatro casas con superficies que oscilan entre 80 y 128 m2. Todas ellas comparten una misma línea de
fachada y muros medianeros, con entradas estrechas, mientras que en la parte trasera hay entradas más anchas para carros. Tres de ellas tienen patios (Deptos. 202, 232 y 238). Además de estos conjuntos, hay otras
construcciones formadas tan sólo por dos estancias contiguas, como los Deptos. 84-85/86 o los Deptos. 3 y
4, de 22 y 20 m2 respectivamente (Conjuntos 17 y 20). Difícilmente podemos denominar a éstas construcciones casas, pues carecen de equipamientos definitorios como hogares, molinos u otras instalaciones domésticas aunque en ellas se han hallado vasos cerámicos, aperos de trabajo e incluso fusayolas lo cual podría
indicar que se trata de espacios vinculados a las viviendas cercanas más grandes.
El Conjunto 4, por su parte, al sur de una gran plaza y junto al Conjunto 3, es más controvertido [fig. 8].
El estudio detallado de las excavaciones antiguas y los muros conservados ha permitido corregir anteriores
estimaciones sobre la extensión de una gran vivienda de más de 300 m2 denominada Casa 10 (Díes y Álvarez
1998). El edificio no está cerrado por ningún muro que lo separe del camino de ronda, como se defendía en
la anterior propuesta, a partir del cual sus autores podían relacionar todos los departamentos de este Conjunto 4 como pertenecientes a una
misma casa. De hecho, una base de
mampostería asociada a un pequeño almacén junto a la calle junto
a la muralla son las únicas construcciones que hay al sur del Depto.
225, aisladas, además, por un desnivel practicado en la roca.
Este conjunto está formado por
dos grandes bloques constructivos,
como se ha venido publicando recientemente (Belarte et alii 2009,
115), pero separados por el espacio
abierto del Depto. 211. Uno de estos
bloques, el oriental, tiene tres departamentos que dan a las calles
junto al Conjunto 3 (Deptos. 197,
208 y 210) formados por una sola
habitación con entradas muy anchas. En el bloque occidental, al que
4. Espacio doméstico en proceso de excavación en el año 1928. Se observa a la
se accede por el Depto. 212, identiizquierda una plancha de plomo fundido y, a su derecha, tinajas, copas y ollas
ficamos dos espacios no comunicade cocina.
142
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5. La Casa 11. Los espacios numerados como
255, 260 y 257 han sido interpretados como
un vertedero (según Díes et alii 2006).
dos entre ellos: uno formado por dos estancias con acceso directo desde la plaza (Deptos. 219 y 220) y otro
formado por los Deptos. 213, 218, 224 y 225, con acceso desde el área abierta que comunica estos espacios
con la plaza, por un lado, y con el camino de ronda por otro. En uno de éstos, en el Depto. 218, se halló en
1931 una pequeña figura de bronce que representa un guerrero a caballo y que pudo pertenecer al remate
de un cetro (Lorrio y Almagro-Gorbea 2004-2005), sin duda una de las piezas más significativas del yacimiento y que convierte a este edificio en una casa destacada.
Otro complejo conjunto está situado en la parte más alta del asentamiento y aparece aislado del resto de
construcciones. Denominado Conjunto 5 [fig. 35 del capítulo 4], ha sido publicado como un solo edificio,
143
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6. Planta del Conjunto 2 e identificación de las casas que alberga
(elaboración a partir de Díes et
alii 1997).
con amplios espacios abiertos, y se le atribuye una posible función pública, ya sea de carácter civil o cultual
(Díes y Álvarez 1997). Si bien sus ajuares no son significativos para poder determinar ninguna función específica, sus características arquitectónicas, su ubicación destacada y aislada en la parte más alta de la loma y
junto a la calle principal, le diferencian del resto de edificaciones (Belarte et alii 2009, 115). En el capítulo 4
hemos propuesto que se trata de una gran residencia en la que se pudieron llevar a cabo actividades específicas con ciertas dimensiones públicas, como reuniones, celebraciones o incluso intercambios significativos.
144
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7. Estado actual del Conjunto 2
visto desde el sur. En primer término los Deptos. 185 y 186.
hogar y dEspEnsa, símbolo y sustEnto dE la casa
Los elementos definitorios del espacio doméstico son el hogar, símbolo de la vida en la casa, y la despensa,
garantía del sustento de sus ocupantes (Bonet y Guérin 1995). No es casualidad que ambos estén en relación
con la necesidad vital de alimentarse, de lo que depende la reproducción del grupo doméstico.
El espacio del hogar ocupa normalmente un lugar destacado, aunque con frecuencia compartido con
otras actividades familiares. Con el hogar se realizaban las actividades básicas como la preparación de alimentos y su cocinado, y a su alrededor se aglutinaría la familia en las veladas nocturnas, para la iluminación
y la calefacción. Todos los hogares documentados en la Bastida son del mismo tipo: la evidencia material es
una simple estructura de combustión formada por una placa lenticular de barro de dimensiones variables
(entre 30 y 60 cm), construida directamente sobre el suelo y, a veces, sobre unas someras bases de grava y
barro [fig. 10]. Hasta el momento no hemos podido confirmar el hecho de que algunas de estas placas sean
hornos domésticos del tipo tahona. En cualquier caso, sobre esta placa se colocaría el combustible –madera
o carbón– y así, mediante las brasas, caldear la estancia o cocinar con ellas. Los trípodes de hierro (Depto.
49 y 250) son un elemento que puede relacionarse también con las estructuras de combustión, bien para
cocinar o bien para los trabajos metalúrgicos [fig. 11].
La despensa o almacén de alimentos de la casa se sitúa, preferentemente, en un espacio apartado de las
zonas de paso y, a la vez, protegido de la luz. En las casas de varias habitaciones se podría destinar exclusivamente una de ellas a la despensa, cuyo tamaño no suele superar el metro de anchura. Los elementos materiales que permiten identificar las despensas son, fundamentalmente, los grandes contenedores cerámicos
como tinajas y ánforas, pero también habría otros recipientes hechos de materiales perecederos como sacos,
cestos o cajas de madera, que no se han conservado [fig. 12].
Sin duda, la cerámica constituye una de las manifestaciones artesanales más estudiadas por los arqueólogos, por su abundancia y por la información que se extrae de su estudio, desde aspectos tecnológicos hasta
funcionales o simbólicos. El estudio de las cerámicas, además, nos aproxima a las distintas facetas de la vida
de la Bastida: artesanal, doméstica, culinaria, económica, comercial, simbólica, ritual. Hasta el momento
no se han hallado alfares, ni restos de desechos cerámicos que indiquen que los vasos se produjeran en el
propio poblado. Por lo que conocemos de otros asentamientos ibéricos, los centros artesanales cerámicos
estaban ubicados en el exterior, en el entorno próximo a los poblados como se ve en el Tossal de les Basses,
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8. Los Conjuntos 4 y 3. En el Conjunto 3 se recoge la identificación de casas hecha en Díes et alii 1997. En el Conjunto 4 mostramos
la interpretación de los espacios a la luz de las revisiones de la arquitectura y los materiales.
9. El Conjunto 3 desde los
Deptos. 202 y 205.
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10. Hogar lenticular hallado en la fase final del Depto.
268, junto a la Puerta Oeste.
11. Trípode de hierro hallado in situ en una esquina del Depto.
250, en la Casa 11.
en Alicante, la illeta dels Banyets (el Campello), o los hornos cerámicos documentados en la comarca de Requena-Utiel (Bonet y Mata, en prensa a).
Como hemos dicho, los indicadores de la existencia de un área destinada al almacenamiento doméstico
son los grandes contenedores, las ánforas y tinajas, y sus accesorios, como las tapaderas y los soportes anillados [fig. 13]. El ánfora de tipo ibérico documentada en la Bastida es de forma ovoide, con boca estrecha
(12-14 cm) y dos pequeñas asas. Estos recipientes tienen una capacidad de unos 80 l. Se almacenarían en
las casas sobre el suelo o sobre bases anilladas y se taparían con tapaderas cerámicas de pomo central. Las
ánforas servirían también para transportar productos alimenticios a largas distancias, alineadas y apiladas
en carretas o barcos, y convenientemente protegidas con cordajes.
Las grandes tinajas son objetos de cuerpo bitroncocónico, con bocas más amplias que las ánforas, y con
dos asas. A diferencia de las ánforas, su diseño no está pensado para almacenar alimentos y transportarlos,
sino que permanecerían en las viviendas. Posiblemente por este motivo la mayoría de ellas se decoran con
llamativos colores y motivos geométricos pintados. Las tinajas se cubrirían con grandes tapaderas cónicas,
también decoradas. Llegan a almacenar cada una de ellas hasta 100 l y podrían contener tanto alimentos líquidos como sólidos.
En la Bastida se documenta un tipo de tinajas y tinajillas con pico vertedor en la parte inferior del cuerpo
destinado para la decantación de líquidos. Si bien han sido interpretados como vasos decantadores de cerveza o de vino (Mata y Bonet 1992, 126, donde se recoge la bibliografía), podemos pensar en recipientes
multifuncionales pues actualmente en el norte de
África se emplean para guardar el cereal: en este
caso el pitorro en la parte inferior permite extraer y consumir el cereal más viejo (Castel 1984,
184-149)
Otro gran contenedor de cuerpo globular y de
boca muy amplia y poco profundo es la lebeta o
lebrillo. Son pocos los recipientes de este tipo
que están decorados, siempre con simples bandas y líneas pintadas. Como las tinajas y tinajillas, los hay desde grandes hasta pequeños, por
lo que es probable que no tengan una funcionalidad específica y sus usos sean variados: desde
contenedor de alimentos o incluso de enseres,
hasta vaso de libaciones, usos todos ellos que se
recogen en todo el ámbito mediterráneo (Mata y
12. Tinajas y lebetas halladas en el Depto. 266, junto a la
Bonet 1992, 129)
Puerta Este.
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13. Selección de grandes contenedores cerámicos hallados en la Bastida: ánforas (a la derecha un ánfora de Ibiza y en medio una
producción posiblemente de Cerdeña), tinajas, lebes y tapadera (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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Vinculados a la despensa, el transporte y el trasiego de líquidos están los toneles y las cantimploras. Los
toneles están muy bien representados en la Bastida y han sido objeto de varios estudios monográficos (Fletcher 1957; Lillo 1979). Tienen una característica forma cilíndrica y horizontal, con una boca estrecha en la
parte superior y asas a ambos lados con acanaladuras para pasar una cuerda [fig. 17]. Estos elementos podrían indicar que se utilizaría para el transporte, o como contenedor de líquidos, o incluso para hacer mantequilla, pues ejemplares idénticos se utilizan en la actualidad en el norte de África para este fin. La obtención
de mantequilla se hace a partir del batido de la nata de la leche. Es preciso hervir primero la leche para obtener esta sustancia grasa. Después, introducida en el tonel, se bate mediante el balanceo del recipiente colgado de las asas. Así, con el batido constante se va formando una masa en forma de grumos de manteca que
se separa de la nata y del suero restante mediante su lavado (iborra et alii 2010, 105).
La cantimplora, por su parte, es de cuerpo esferoide aplanado, boca estrecha y asas para colgar [fig. 28].
Todo su perímetro tiene una acanaladura para la cuerda de suspensión, lo cual no ofrece dudas sobre su función:
transportar líquidos. Sin embargo, el ejemplar mejor conservado de la Bastida, hecho de cerámica tosca, podría
indicar que se utilizó también para exponer al fuego, para calentar líquidos, suspendido o sobre las brasas.
La alimentación
Los bienes alimenticios conservados en las despensas domésticas son vitales pues, debidamente conservados y transformados, permiten el sustento y la reproducción del grupo doméstico. Pero la alimentación
implica mucho más que cubrir una necesidad vital. La alimentación conlleva el dominio de una serie de procesos técnicos y, además, está cargada de connotaciones culturales, de tabús y de sanciones.
Para el caso de la Bastida, podemos conocer detalles de la alimentación de sus habitantes a partir del
examen detallado de las evidencias materiales que en las casas hallamos sobre esta actividad cotidiana:
desde los mismos restos bioarqueológicos –semillas, frutos, restos óseos de animales– que hemos repasado
en el capítulo 5, hasta los utensilios e instalaciones para el procesado de los productos, su transformación
y, finalmente, cocinado, que trataremos a continuación. Además contamos, por supuesto, con la propia
vajilla cerámica en la que se consumieron las elaboraciones culinarias.
Procesado de productos
La alimentación cárnica se basaría, obviamente, en las cabañas ganaderas y las especies silvestres documentadas en los estudios de restos óseos (capítulo 5). La carne se consumiría asada, salazonada o ahumada.
Suponemos que las diferentes porciones se descuartizarían previamente, aunque en la Bastida desconocemos
si este trabajo se llevaría a cabo en cada casa de forma independiente o habría lugares destinados a ello que
distribuirían los trozos de carne. Muchos restos óseos están fracturados, lo que podría indicar que se cocinarían en guisos o hervidos.
Las harinas y sémolas obtenidas a partir de la molturación de los cereales y leguminosas, principalmente,
son el grueso del aporte alimenticio en las sociedades tradicionales y la molienda es una actividad cotidiana
de transformación de alimentos. Hasta hace poco se consideraba que los molinos eran elementos presentes
en todo espacio doméstico (Bonet y Guérin 1995; Belarte et alii 2009), pero hemos constatado que hay casas
sin molinos, como las situadas en los Conjuntos 3, 4 y 5, o la Casa 11, y espacios con molinos colectivos que
sirven a varias casas, como el del Depto. 155 (iborra et alii 2010).
Los molinos de la Bastida depositados en el Museo de Prehistoria (29 piezas activas y pasivas) son del
tipo rotatorio, excepto un molino de vaivén. Los diámetros oscilan entre los 40 y 60 cm y tienen una tipología
muy característica: la pieza activa lleva dos grandes asideros enfrentados y perforados (aunque hay un ejemplar sin perforar) donde se introduciría el dispositivo de madera que permite la rotación de las muelas [fig.
14]. La parte superior de la muela pasiva es convexa, y se acopla perfectamente a la cara inferior de la muela
activa, que es cónvaca. Sólo un ejemplar tiene en lugar de asideros dos ranuras para introducir el mecanismo
de rotación. Las piezas pasivas tienen la particularidad de que el orificio central, donde iría alojado el eje de
madera, atraviesa toda la pieza: sólo en dos ejemplares se ha constatado que el agujero del eje no atraviesa
totalmente la piedra, siendo por otro lado la solución más frecuente en este tipo de muelas.
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14. Selección de molinos rotatorios hallados en la Bastida (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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Las escasas muelas inferiores a 40 cm de diámetro (una de 38 cm y otra de 34 cm) corresponden a molinos en los que se podría realizar tanto el movimiento rotatorio completo, pues la longitud del brazo humano
le permite hacer el movimiento con comodidad, como movimientos semirotativos a dos manos (Alonso 1996,
185). Las muelas con diámetros superiores a 40 cm podrían maniobrarse mediante movimiento semirotativo
por una persona pero se necesitarían dos para hacer el giro completo. El gran tamaño y peso de los molinos
más grandes sugieren que se trata de equipamientos fijos, instalados en estancias destinadas específicamente
para la tarea de molienda. Pero las piezas más pequeñas, algunas incluso desmontadas, podrían trasladarse
de unos espacios a otros de la casa o, sencillamente, estar almacenadas a la espera de su utilización.
A la hora de evaluar la distribución del procesado de alimentos en el poblado, los molinos son una de las
piezas que más garantías ofrecen para ello, pues se documentaban sistemáticamente en las notas y diarios
de excavación. Aparecen concentrados en algunas manzanas (Conjuntos 2, 7, 9 y 10), estando ausentes en
los Conjuntos 3, 4, 5 y 12 [fig. 15].
La existencia de morteros y ralladores indica que se procesaron productos en relación con salsas y condimentos como parte de las recetas ibéricas. Los morteros [fig. 28] son objetos cerámicos con paredes gruesas, abiertos y poco profundos. Su característica morfológica más destacada es que el fondo interno es una
superficie abrasiva mediante la inclusión de piedrecitas, trozos de cerámica o surcos concéntricos. Los morteros se utilizaban con las llamadas manos de mortero, que son pequeños objetos macizos de cerámica que
se emplean para picar o molturar el producto. A juzgar por el tamaño de los morteros documentados (diámetros inferiores a 30 cm) no parece que fueran utilizados para procesar volúmenes destacados y quizás
sirvieron para machacar sustancias no muy duras. Actualmente se usan los morteros cerámicos, por ejemplo,
para rallar queso en algunas regiones de la india (Gouin 1990).
Los ralladores, por último, son pequeñas láminas de bronce de unos 8/10 cm de longitud perforadas [fig.
16]. En la Bastida tenemos documentado un rallador de este tipo en el Depto. 80. Tanto los morteros como
los ralladores permiten plantear la sugerente idea de que las salsas y los condimentos jugaron un papel en
la elaboración de recetas y que, por tanto, se dieron estilos culinarios y una cierta diferencia en las cocinas
de cada casa.
Utensilios de cocina y formas de cocinar
El ajuar doméstico estaba compuesto de recipientes de cerámica, metal, piedra, madera o fibras vegetales,
siendo los tres primeros los que documentamos con mayor frecuencia por su naturaleza más duradera. Los
utensilios de cocina más abundantes son las ollas de cerámica [figs. 17 y 18]. Están realizadas con arcillas
que contienen abundante desgrasante, lo que las hace más resistentes a la acción del calor. Apenas se dan
variedades tipológicas pero sí de capacidad. En general, son recipientes de tendencia globular, con bocas
anchas, sin asas y con bases cóncavas, lo que permite colocarlas directamente sobre el hogar o el suelo sin
ayuda de elementos estabilizadores. La única decoración que ostentan algunas son incisiones realizadas
antes de la cocción del recipiente en el tercio superior, bajo en borde. En algunos ejemplares el borde presenta un resalte practicado para ajustar la tapadera que evita que se evapore el líquido de los guisos.
Estos recipientes estuvieron destinados al guisado y hervido de alimentos mediante su rehogado o cocido
en líquido abundante como indica su tipología y capacidad. Los productos que se pueden cocinar en las ollas
son los cereales y legumbres, verduras y carnes en forma de gachas, sopas o guisos. Se documentan ollas en
casi todos los departamentos excavados, algo acorde con su papel básico en la cocina.
El equipamiento por excelencia que acompaña a las ollas es el hogar, al que nos hemos referido más
arriba. Las ollas se colocarían ajustadas entre el combustible, sobre el mismo hogar, llevando a cabo cocciones muy lentas. También se pueden colocar las tortas de cereales directamente sobre las brasas o incluso
tapadas con ceniza (Gutiérrez 1990-1991, 163).
El asado es otro tipo de cocción que implica hacer comestible el alimento –generalmente la carne o
vegetales– por acción del fuego directo. No es necesaria una estructura compleja, pues en una base o cama
de brasas se puede llevar a cabo. En la Bastida hemos documentado utensilios auxiliares del asado: morillos
y asadores. Los morillos son piezas de cerámica alargadas, de unos 20 cm de longitud, de sección triangular.
Presentan hendiduras en la parte superior para alojar los pinchos y asadores. En la Bastida hay tres morillos,
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15. Dispersión de materiales relacionados con el procesado de alimentos y las actividades culinarias.
dos proceden de manzanas en las que se han documentado también molinos, ollas y hogares (Depto. 38/39
del Conjunto 10 y Depto. 181 del Conjunto 2), mientras que otro procede de un espacio abierto (Depto. 100)
(Fletcher et alii 1965, 192 y 1939,322). Los asadores documentados son de hierro, aunque podrían haber sido
utilizados de madera. Proceden de los Conjuntos 8 y 10. El hecho de que morillos y asadores sean poco frecuentes en los yacimientos ibéricos ha llevado a algunos autores a plantear que su uso estaría relacionado
con una cocina especial vinculada a las actividades rituales (Jiménez Ávila 2003, 170; Lucas et alii 2004, 64).
La cazuela cerámica es otro recipiente de cocina utilizado en la Bastida (Fletcher et alii 1969, 181). Están
fabricadas en el mismo tipo de arcilla que las ollas. Son recipientes abiertos con bordes verticales, asas y, a
veces, pico vertedor. Pudo servir prácticamente para todo: desde guisados y fritura sobre los mismos hogares
hasta la elaboración de tortas e incluso para recoger la grasa de la carne durante su asado, y para lo cual el
pico vertedor sería especialmente útil (iborra et alii 2010, 107). Hay cinco cazuelas, cuatro en los Conjuntos
8, 10 y 11, situados todos al norte de la calle central, y una más junto a la Puerta Este. Podrían vincularse al
asado de carne las cazuelas del Depto. 7, asociada a un asador, y la del Depto. 38/39, asociada a un morillo.
Finalmente, los hornos para cocinar son difíciles de reconocer en el registro si las estructuras no están
bien conservadas. En las casas de la Bastida no hemos documentado hasta el momento ninguna estructura
de combustión elevada con cúpula de barro que pueda ser interpretada como un horno doméstico para cocinar. Sí hay, quizás, un horno colectivo a juzgar por la base de mampostería que se halla en el Depto. 155,
junto al almacén. Una estructura semicircular de mampostería en el Conjunto 3 es un horno metalúrgico, a
juzgar por los hallazgos de goterones y planchas de plomo fundido halladas durante su excavación en 1931.
Todos estos elementos nos llevan a plantear algunas reflexiones sobre las prácticas culinarias en la Bastida. En primer lugar, hay una preponderancia de guisos y hervidos –en ollas– sobre los asados en la dieta
básica de los habitantes, aunque no podemos valorar su importancia en relación con los restos bioarqueológicos. La abundancia de ollas por encima de cualquier otro objeto sugiere que se practicaba, en general,
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16. Rallador de bronce (long. 8 cm).
un tipo de cocina indirecta en medio líquido (siguiendo la terminología de Bottéro 2005) que podría ser
agua, leche, grasa animal o vegetal. La cocina directa en seco, sobre las brasas y en hornos, se daría también
pero no podemos valorar en qué relación respecto a la primera. En esta línea, la excepcionalidad con que
se encuentran morillos, asadores y cazuelas muestra que las tecnologías culinarias asociadas a ellos están
menos extendidas. En definitiva, la existencia de diferentes técnicas de preparación de alimentos –que implican prácticas alimentarias más variadas– y el diferente acceso a recursos y productos entre casas podrían
indicar diferencias de estatus o segmentación de las prácticas según la posición social de los grupos.
La vajilla cerámica para el consumo
Los estudios tipológicos y cronológicos sobre la cerámica de la Bastida ofrecen una base documental de
referencia en el mundo ibérico, máxime al ser un contexto de cronología corta, bien datado en el siglo iV
a.C. (Fletcher et alii 1965 y 1969; Aranegui y Pla 1981; Mata y Bonet 1992; Bonet y Mata 2008). Ello es suficiente para plantearnos los usos a los que estuvieron destinados estos recipientes, lo que se hace a través
del examen minucioso del contexto arqueológico, pues sólo el diálogo entre toda la cultura material presente
en el registro permite conocer funcionalidades, usos y símbolos. Si antes hemos visto que algunos sirvieron
para almacenar y transportar, mientras que otros lo fueron para cocinar, ahora nos detendremos en la vajilla
cerámica para el consumo.
La vajilla de consumo hallada en la Bastida es una cerámica cocida a alta temperatura y de superficies
cuidadas. A diferencia de los recipientes de almacenaje y despensa, este grupo de objetos está frecuentemente
decorado con pintura [figs. 19, 20 y 21]. Las decoraciones que plasman los alfareros recogen los motivos
geométricos del siglo precedente pero ampliando las combinaciones con las bandas, líneas, círculos,
semicírculos y segmentos concéntricos, líneas onduladas, trazos, rombos, mediante el pincel múltiple. Las
piezas más ostentosamente decoradas son, sin duda, los platos y escudillas [figs. 22 y 23] donde no se limitan
a pintar bandas y filetes sino que combinan todos estos elementos creando motivos complejos a modo de
rosetas. La policromía y los engobes blancos son prácticamente inexistentes y otras técnicas decorativas,
como las impresiones o las aplicaciones plásticas, están ausentes a excepción de un pitorro con forma de
cabeza de caballo del Depto. 58.
Es difícil diferenciar en el repertorio de la vajilla de mesa las piezas de uso cotidiano de aquellas que podrían estar destinadas específicamente a eventos especiales como fiestas o celebraciones. Por un lado están
los recipientes que contienen los alimentos, que no se distinguen de los de despensa, como pueden ser las
tinajillas, las lebetas de tamaño mediano y pequeño y las propias ollas de cocina. Los grandes platos o escudillas podrían hacer las funciones de fuentes pero la gran variedad de tamaños permite hablar de servicios
individualizados. Las botellas de cuello estrecho y los jarros con asa estaban destinados a verter la bebida,
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17. Ollas de cocina y tonel realizados con arcillas con desgrasante grueso (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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18. Cerámica de cocina de la Bastida de les Alcusses.
mientras que los vasitos caliciformes, los cuencos y las copas de imitación helenística, como crateriscos y
esquifoides, serían los vasos de beber.
Un elemento característico de la Bastida, y en general de los contextos del siglo iV a.C., es la abundancia
de los llamados microvasos [figs. 24 y 25]: se trata de un variado repertorio de copas, cubiletes, tarros, platos,
botellas de pequeño tamaño. Su funcionalidad en relación con el consumo de alimentos está obviamente limitada, a juzgar por su tamaño miniaturizado. No están concentrados en ningún lugar específico, y prácticamente en cada espacio doméstico se han documentado uno o dos microvasos. No podemos descartar la
posibilidad de otra intepretación, como el carácter votivo de estos conjuntos, lo que se relacionaría con el
papel destacado de las prácticas de comensalía en esta sociedad.
En relación con la comensalía, otras cuestiones de gran interés que suscita la vajilla de la Bastida son las
producciones inspiradas en vasos griegos como las cráteras, escifos, cílicas, cántaros o platos de las formas
21, 22 y 24 de Lamboglia [fig. 26]. Están realizadas con las mismas técnicas que el resto de la vajilla y decoradas profusamente con pintura al estilo local. De hecho no son perfectas imitaciones o fieles copias de las
piezas griegas: no se intenta emular el barniz negro, ni imitar las decoraciones de las figuras rojas, sino que
se adopta y adapta la forma del objeto. Ello nos lleva a plantear la apropiación de la forma de piezas en relación con los usos locales: el servicio de bebida y comida en las prácticas de comensalía, al igual que lo hicieron las importaciones (capítulo 7).
ritualEs domésticos
A partir de lo excavado hasta la fecha en la Bastida podemos señalar que no hay un espacio de culto de
carácter público a modo de santuario, pero sí que se practicaban rituales circunscritos a la esfera doméstica,
destinados a conmemorar eventos o ancestros, y a potenciar las cualidades de las casas y de las actividades
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19. Tipos de tinajillas (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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20. Botellas y jarras (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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21. Selección de cerámica para el consumo de alimentos y bebida: crátera, copa, plato, vaso caliciforme y tinajilla.
productivas y de mantenimiento que en ellas tenían lugar. No obstante, no se trata de espacios destinados
al culto claramente diferenciados dentro de la propia vivienda sino de la simple presencia de objetos y ajuares
ritualizados.
En distintos trabajos ya hemos señalado que la ausencia de elementos arquitectónicos o de estructuras
de carácter cultual, como altares y hogares rituales, nos obliga a prestar atención a otros objetos que nos
permitan identificar los ritos y las celebraciones realizadas en el ámbito doméstico. Además, es importante
que la identificación de estos espacios sea en base a varios atributos y nunca por la presencia de uno solo
(Bonet y Mata 1997). Ello es pertinente para el caso de la Bastida porque sólo disponemos de objetos de carácter ritual de forma aislada y siempre en la misma estancia en la que se detectan otras actividades domésticas, en la esfera de la producción y del mantenimiento del grupo.
Es muy probable que se llevaran a cabo rituales destinados a conseguir o asegurar la riqueza y prosperidad de la unidad doméstica y que por ello albergaran un lugar preeminente en la casa, posiblemente alrededor del hogar sin necesidad de un equipamiento específico. Por otro lado, los rituales no son siempre
actividades de carácter religioso, ya que habría que incluir como rituales todas aquellas celebraciones y reuniones seculares que formaban parte del ciclo de la vida de los iberos (López-Bertran y Vives-Ferrándiz
2009), cuyas huellas más evidentes son las dejadas por los instrumentos en relación con los banquetes o las
reuniones festivas. Así, pequeños vasos caliciformes, microvasos, pateras de tamaño reducido o jarras, que
tan frecuentes son en todas las casas de la Bastida, pudieron ser utilizados en prácticas rituales, ofrendas y
libaciones –vertido de líquido con un recipiente específico– en los que tuvieran un lugar destacado los productos alimenticios. También los morillos y asadores de hierro, ya comentados en relación a las prácticas
culinarias, tienen un uso ritual en otros ámbitos cultuales de otros yacimientos ibéricos.
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Otras piezas con una posible función ritual, esta vez en relación con líquidos, serían las clepsidras (Deptos.
131, 235 y 242) [figs. 27 y 28]. Su nombre hace referencia al uso que tienen como “ladrones de líquido”: se
trata de recipientes cerámicos a modo de botella con la base perforada y con un pequeño asidero y con
orificio en la parte superior en el que se encaja perfectamente el dedo pulgar. El funcionamiento es simple:
se introduce el recipiente en un líquido y se capta la cantidad necesaria que, al tapar el orificio superior con
el dedo, queda en su interior por la presión exterior. Cuando se libera el dedo del orificio superior cae, por
gravedad, en el lugar escogido (Pereira 2006). Otro elemento destinado a la representación o la ceremonia
son unos soportes cilíndricos calados procedentes del Deptos. 16 y 155, que funcionalmente se vincula a los
banquetes como soporte de recipientes contenedores de líquidos, según una práctica generalizada entre los
grupos dominantes (Moneo 2003, 377).
En la Bastida no hay terracotas o exvotos figurados de arcilla. Sin embargo sí hay dos exvotos de bronce
que merecen un comentario. La conocida figurita de bronce que representa a un guerrero desnudo a caballo,
tocado con casco de gran cimera y armado con falcata y escudo redondo, siempre ha despertado un gran interés no sólo por el significado social del guerrero en la sociedad ibérica sino por su valor arqueológico e
icónico (Kukahn 1954; Vives-Ferrándiz 2006) [fig. 29]. Fue hallado en el Depto. 218, en una de las dos viviendas que configuran el Conjunto 4, dando a esta casa un valor añadido a su situación privilegiada dentro
del oppidum. La pieza formaría parte, en un primer momento, de un objeto más complejo ya que es el remate
de un cetro. En concreto, la figurita del jinete remataría un enmangue, igualmente de bronce, que iría ensartado en un astil de madera, como se ha visto en ejemplares similares aparecidos en diversos contextos
(Lorrio y Almagro-Gorbea 2004-2005). En un momento indeterminado de la vida del poblado, y por motivos
que desconocemos, se recortó la pieza por los pies del caballo, cambiando entonces sustancialmente el significado y pasando a ser un exvoto del ámbito doméstico, quizás visto como la imagen de un ancestro.
La figurita que representa un buey de bronce hallada en el Depto. 237 [fig. 30] tiene un gran interés al
tratarse de una de las escasas representaciones de bueyes con yugo que existen en el imaginario ibérico,
pero es mucho menos conocida que el exvoto del jinete. La pieza representa un buey uncido a un yugo con
parte del timón del arado, hoy desprendido del conjunto, y formaría parte de una escena más compleja,
quizás junto a otro buey unido al mismo yugo. El exvoto podría estar relacionado con los ritos agrarios y
ser por tanto un ejemplo de las conexiones estrechas que había, en esta sociedad, entre lo funcional y lo
ritual. De hecho, quizás es difícil trazar una neta distinción entre ellas, pues esta figura invitaría a pensar
el modo en que la producción agraria estaba ritualizada. Otra lectura interpretativa adentra en el valor
simbólico que se le otorga al arado en la mitología, pues el grupo de la Bastida podría vincularse a un mito
de la fundación de la ciudad como se ha propuesto para la escena de hombre arando con bueyes del kalathos del Cabezo de la Guardia de Alcorisa (Olmos 2000, 71) o el arado miniaturizado de Covalta (Moneo
2003, 419).
Una última consideración en relación con los rituales en el poblado es la ausencia, hasta la fecha, de la
práctica ritual más frecuente en el ámbito doméstico ibérico: el enterramiento de los individuos infantiles o
los sacrificios y ofrendas fundacionales de animales bajo los suelos de las casas. No hay ni un dato, ni una
evidencia en los más de 270 departamentos explorados que permita defender que esta práctica se llevó a
cabo en la Bastida. No obstante, estas apreciaciones podrían estar sesgadas por el hecho de que los espacios
domésticos fueron excavados, fundamentalmente, entre 1928 y 1931, con una metodología que no privilegiaba la atención a estos aspectos del registro arqueológico (capítulo 1).
producción tExtil E indumEntaria
La manufactura textil fue una actividad destacada en la Antigüedad al formar parte de la vida cotidiana
de la sociedad ya que repercutía en todas las esferas: social, política, económica y religiosa (Wright 1999,
181). Las telas tenían una proyección en el grupo pues expresaban estatus, jerarquía y poder a través del
tipo de fibra empleado en su fabricación, la calidad del tejido y la ornamentación, además de sus dimensiones
simbólicas y sociales (Masvidal et alii 2000, 116). En la mayor parte de los relatos de los textos griegos se
asocia el tejido con el ámbito de lo femenino y, así, algunos pasajes de La ilíada y La Odisea (Olmos 2003,
314) revelan la excelencia de las labores relacionadas con la confección de tejidos y con las ilustres tejedoras,
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22. Tipos de platos de borde vuelto. El ejemplar de la parte superior ostenta la decoración pintada sobre engobe blanco (a partir
de la documentación del Archivo SIP).
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23. Tipos de platos y escudillas (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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24. Tipos de microvasos y vasos caliciformes (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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25. Selección de microvasos.
entre las que destaca Penélope. Entre las tareas de estas mujeres se mencionan el hilado, el cordado, el
tejido, el tinte o el bordado de tejidos, lo que trasluce una división sexual del trabajo.
Entre los iberos el hilado y el tejido fueron también actividades vinculadas al ámbito femenino como
plasma la iconografía ibérica en distintos soportes, desde la escultura de la Albufereta (Alicante) que muestra
una mujer que sostiene el huso y la rueca de hilandera en su mano izquierda (Aranegui 1996, 96; izquierdo
2001, 300); hasta la cerámica, como el fragmento de la Serreta que presenta una dama frente a un telar vertical con un ovillo de hilandera en una mano y un huso en la otra (Aranegui 1996, 114-115); o el vaso del Tossal de Sant Miquel [fig. 31] con una escena de dos jovenes mujeres sentadas entre un telar vertical con dos
travesaños en horizontal del que cuelgan los hilos (izquierdo y Pérez Ballester 2005, 94-95). incluso tenemos
referencias escritas acerca de las habilidades de las tejedoras, como apunta el siguiente texto: “entre los iberos es costumbre, en cierta fiesta, honrar con regalos a las mujeres que muestran haber tejido más y más
bellas telas” (citado por Rabanal 1985, 207).
Aunque estas representaciones hacen referencia a la mujer de mayor relevancia social, el tejido y el hilado
formaron parte del elenco de actividades domésticas cotidianas de las mujeres de todo rango como pone de
manifiesto el registro a partir de la cantidad y dispersión de restos localizados en los poblados (Bonet y Mata
2002, 190).
El proceso de producción textil comenzaba con la obtención de la materia prima, el tratamiento de la
fibra, el hilado, el tintado y el tejido. Las materias primas empleadas fueron de origen animal, la lana, y vegetal, el lino, materias que se han documentado en la Bastida (capítulo 5). El tintado no necesitaba instalaciones especiales pues el hilo solía teñirse antes de elaborar el tejido. Los tintes eran de origen vegetal y
animal, sobresaliendo el procedente del Quermes o cochinilla, insecto del que se extraía un tinte de color
rojo muy apreciado (Alfaro 1997, 64-67).
La elaboración del tejido se llevaba a cabo en un telar. En el mundo ibérico el más utilizado es el telar
vertical con travesaño superior del que colgaban las pesas que tensaban por gravitación los hilos de la urdimbre [fig. 31]. Los telares serían fundamentalmente de madera, lo que hace difícil su identificación en los
restos conservados. La presencia en varios departamentos de la Bastida de diversas piezas de hierro, esencialmente herrajes, junto a pesas de telar, fue interpretado, al principio de las excavaciones, como bastidores
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26. Imitaciones y adaptaciones locales de cerámica griega (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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27. Clepsidras. Se aprecia el orificio superior que se taparía con el dedo y las perforaciones inferiores que
permiten captar y verter el líquido.
28. Clepsidras (arriba), cantimplora y mortero (a partir de la documentación del Archivo SIP).
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o piezas de telar (Ballester y Pericot 1929, 185; Ballester 1932, 25). Sin embargo, idénticas pletinas se han
hallado en las puertas de la fortificación por lo que parece más probable que los ejemplares hallados en las
viviendas fuesen elementos pertenecientes a las puertas y no a telares.
Junto al telar vertical, pudieron emplearse otros tipos de telares como el de placas, cuyo empleo podría
constatarse a partir de una serie de piezas de madera, como las conservadas en la necrópolis del Cigarralejo
(Mula, Murcia) (Cuadrado 1987, 371), o el de rejilla, compuesto por unas placas de hueso alargadas y planas
con perforaciones concéntricas. La funcionalidad de ambos telares es prácticamente idéntica, se utilizaron
para la confección del borde de las telas, bandas y cinturones y de los elementos ornamentales; también podían tener un uso complementario en el telar vertical de pesas (Castro 1984, 108; Ruano y Montero 1989,
295).
El instrumental para hilar y tejer
Los testimonios materiales que contamos para reconstruir los procesos de producción textil en la Bastida
son los telares de rejilla, las fusayolas, las pesas de telar, las tijeras, las agujas de bronce y hierro y punzones
de hueso.
Los telares de rejilla identificados en la Bastida son tres (Deptos. 47, 103 y camino de ronda junto a la
Puerta Sur). Se trata de unas placas rectangulares de hueso trabajado de entre 8 y 10 cm de longitud y menos
de 2 cm de anchura y perforadas regularmente [fig. 32]. Se asemejan por sus dimensiones y formas a otras
aparecidas en L’Alcúdia (Elche) o Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla, Murcia), pero sobre todo los paralelos más claros proceden de contextos funerarios próximos, como la necrópolis del Cigarralejo donde
han parecido 36 ejemplares (Ruano y Montero 1989).
Las fusayolas, o contrapesos del huso, son piezas modeladas a mano en arcilla de no más de 3 cm de diámetro [fig. 33]. Se utilizaban durante el proceso del hilado, colocándose en uno de los extremos del huso
para imprimir equilibrio y rapidez al movimiento rotatorio [fig. 34]. Otra posible aplicación sería como pesas
de telar vertical para tensar los hilos de la urdimbre tal como muestran representaciones en cerámicas griegas. Las fusayolas de la Bastida son de formas y tamaños variados (esféricas, cilíndricas, discoidales, tron-
29. Jinete con falcata, escudo circular y casco con gran penacho (altura 7,3 cm).
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30. Buey con parte del yugo y el timón de un arado (long. 6,5 cm).
cocónicas y bitroncocónicas) y muchas presentan decoración incisa a base de líneas, puntos oblicuos, retícula, o círculos impresos. Las más pequeñas se vinculan a la elaboración de hilos muy finos (Berrocal 2003)
y, de hecho, trabajos experimentales han puesto de manifiesto que las diferencias en pesos y tamaños parecen relacionarse con el grosor del hilo y, por tanto, con el tipo de tejido a elaborar (Alfaro 1984, 74; Chapa
y Mayoral 2007, 169). En la Bastida, la dispersión de las fusayolas sugiere que el hilado pudo llevarse a cabo
tanto en el interior de las unidades domésticas como en el exterior, sin requerir un área específica para ello.
La concentración de fusayolas en algunos departamentos, entre 12 y 39 ejemplares, parece indicar, además,
su almacenamiento o incluso que estuvieran destinadas a otros usos que desconocemos.
Las pesas de telar constituyen casi los únicos restos materiales que suelen conservarse de los telares.
Otros instrumentos como husos, ruecas, peines –que servirían para agrupar y apretar los hilos de la trama
después de haber sido pasados por la urdimbre durante el proceso de confección de los tejidos– o lanzaderas
–el útil del telar que lleva el hilo de la trama– apenas se han conservado en el registro probablemente porque
estarían fabricados con materiales perecederos. En los telares de tipo vertical, las pesas tensaban los hilos
de la urdimbre –como muestran las marcas de los hilos en muchas de ellas–, y se agrupaban en un número
en función de la resistencia a aplicar y del grosor de la tela que se quería obtener, mientras que las más
ligeras podían utilizarse en telares de placa. Las pesas de la Bastida son mayoritariamente del tipo troncopiramidal y rectangular aunque han aparecido también algunos ejemplares discoidales. Pueden presentar
marcas como cruces incisas, líneas de puntos, círculos incisos o impresos, o un rombo inciso, interpretadas
como marcas de fabricación, signos indicadores de propiedad, marcadores del peso o hasta simples decoraciones (Tébar 2003, 133).
Las tijeras de hierro también servirían para cortar los lienzos de tejido. En la Bastida hay seis ejemplares
(Deptos. 103, 118, 126, 128, 169 y en la Puerta Sur). Todas son del mismo tipo: dos hojas metálicas, simétricas
y alargadas, de filos cortantes acabados en punta, unidas por una varilla arqueada que actúa como un resorte.
Las mejor conservadas miden entre 20 y 22 cm de longitud [fig. 23 del capítulo 5].
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31. Tinaja del Tossal de Sant Miquel (Llíria) con
una representación pintada de dos personajes femeninos realizando tareas relacionadas con el hilado y el tejido.
Para el cosido de los tejidos se utilizaron agujas de bronce y hierro: las primeras, de sección circular,
tienen cabeza aplanada y perforada, mientras que las segundas, de sección oval o cónica, tienen la punta
aguzada por lo que se las conoce también como agujas esparteras (capítulo 5). Los punzones de hueso, algo
más gruesos, tienen el extremo segmentado y decorado con incisiones [fig. 35]. Pudieron haber sido empleados para la elaboración de las prendas de lana al margen de su empleo para la sujeción del cabello o de
tejidos a modo de alfiler, aunque no debemos descartar tampoco su uso como instrumentos de escritura
en soportes variados.
La identificación de telares y los espacios de trabajo
Tradicionalmente la presencia de telares verticales se define en el registro arqueológico ante el hallazgo
de conjuntos de pesas de telar con cantidades apreciables y similares en forma y peso y sobre todo ante su
disposición más o menos alineada en suelos de habitaciones [fig. 36]. Por estudios etnográficos y experimentaciones actuales sabemos que el número mínimo de pesas requerido en la confección de tejidos en un
telar es variable. Por ejemplo, con una urdimbre formada por 20 hilos por cm y con grupos de 35 hilos por
peso, se requieren nada menos que 41 pesos para confeccionar una tela de sólo 0,63 m (Médard 2000, 97).
Algunos autores proponen al menos 50 pesas para un telar (Castro 1985, 232; Castro 1986, 175) mientras
que otros señalan que se utilizarían telares de diversos tamaños, en función de las prendas confeccionadas,
correlacionando el número de piezas con la envergadura del telar y/o la densidad del tejido a elaborar (Berrocal 2003, 277; Moret et alii 2000, 145). Del mismo modo, se ha advertido que el telar vertical también
32. Placa de hueso del Depto. 47
interpretada como telar de rejilla (long. 11 cm).
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33. Selección de fusayolas.
Algunas están decoradas con
incisiones.
podría tener una varilla para tensar los hilos de la
urdimbre, por lo que entonces quedaría equilibrada por sólo 4 ó 5 pesas (López Mira 1991, 103).
En lo que sí parece existir unanimidad es en la
definición de conjuntos por piezas homogéneas en
pesos (que no idénticos) para trabajar simultáneamente, dependiendo de la consistencia de tejido
a realizar, o acoplando conjuntos menos numerosos para la elaboración de los bordes del paño (Alfaro 1997, 49). En el asentamiento de Cancho
Roano se ha propuesto un número de pesos que
oscilaría entre los 20 y 30 individuos en los telares
más grandes, y entre 10 y 12 piezas para los menores (Berrocal 2003, 268 y 277). Y en Cerro de
Pedro Marín se ha planteado la presencia de telares integrados por entre 10 y 12 piezas (Ruano
1989, 29).
En la Bastida, entre los conjuntos estudiados
–limitados a los departamentos publicados–,
aquellos espacios en los que aparecen las mayores
concentraciones de pesas son los Deptos. 1, 2, 16,
26, 30, 35, 48, 58, 91, 100, 169, 175, 185 y 242
[figs. 37 y 38], lo que invita a pensar que en estos
lugares hubo algún telar vertical ya sea en uso o
bien guardado. El número de pesas varía normalmente entre 12 y 36, con una pauta de 12 pesas
por telar. La mayoría de estos espacios son departamentos rectangulares o cuadrangulares que generalmente se integran en el interior de las
viviendas en habitaciones multifuncionales, aun-
34. Hilandera utilizando el huso. Jornadas de Visita de 2010.
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la bastida 01_176:la bastida 19/05/11 17:02 Página 170
35. Punzones de hueso.
que otros son abiertos, como el 1, el 58 y el 100, pero esto no invalida nuestra propuesta ya que precisamente en éste último aparecieron 12 pesas alineadas junto a una pared, como ocurre también en los Deptos.
16, 26, 35 y 58.
Finalmente, queremos señalar un par de reflexiones en relación a la actividad textil. Por un lado, la manufactura de tejidos fue una tarea de carácter eminentemente familiar en todo el ámbito ibero. La elaboración textil solía llevarse a cabo en el interior de las unidades domésticas, en espacios o habitaciones donde
se realizaban diversas labores de mantenimiento, como la molienda o el procesado de alimentos. No parece
existir, por tanto, una estancia específica destinada a estas actividades. Por otro lado, se advierte una diferenciación espacial en las tareas de hilado y tejido: hay departamentos que albergan fusayolas y en los que
no se ha documentado ninguna pesa de telar, y otros espacios con telares que, en cambio, no han deparado
ninguna fusayola (Deptos. 1, 26, 35, 58, 175, 185). Dejando a un lado el hecho de que muchas fusayolas
fueran utilizadas con fines ornamentales y
no funcionales –sorprende, por ejemplo,
la presencia de más de una decena de fusayolas en algunos departamentos– parece que hay una cierta segmentación
espacial por lo que respecta al trabajo del
hilado y el tejido en la Bastida.
vEstirsE y adornarsE
36. Hallazgo de una acumulación de pesas de telar durante las excavaciones de 1928.
170
Son prácticas culturales de primer
orden. Además de proteger y embellecer el
cuerpo, vestidos y adornos expresaron diversos mensajes que eran decodificados en
cada sociedad como indicadores de estatus, ocupación, sexo o edad. Las representaciones en diversos soportes –escultura,
cerámica pintada, exvotos en bronce– y los
objetos de adorno y uso personal hallados
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la bastida 01_176:la bastida 19/05/11 17:02 Página 171
Depto. 1
20
Depto. 2
14
Depto. 16
12
Depto. 26
12
Depto. 30
> 10
Depto. 35
12
Depto. 48
24
Depto. 58
12
Depto. 91
16
Depto. 100
69 (12 en grupo)
Depto. 169
23
Depto. 175
17
Depto. 185
36
Depto. 242
> 24
37. Departamentos con concentraciones significativas de pesas de telar.
en las excavaciones son los elementos materiales que disponemos para conocer la indumentaria y los códigos de adorno corporal.
El elemento básico es la túnica, larga en la mujer y corta
en el hombre, que se sujetaba con fíbulas o cordones y se ceñía
al cuerpo por medio de cinturones. Las mujeres podían llevar
dos túnicas, que se recogían a la cintura mediante cintas acabadas en cascabeles, y la cabeza cubierta por un tocado o un
velo. Sobre ella, un manto se prendía con una o dos fíbulas
sobre los hombros. Algunas representaciones femeninas en
escultura, como las halladas en el Cerro de los Santos o en la
necrópolis de Baza, revelan que las mujeres de rango llevaban
un tipo de manto con abundantes pliegues, ornado en los bordes con ricos colores y motivos en ajedrezado. La indumentaria se completaba con joyas, en oro y plata, tales como
pendientes, anillos o sortijas, pulseras, brazaletes, collares y
diademas. En cuanto al calzado, las esculturas en piedra y las
representaciones pintadas en cerámica muestran a los personajes con botas altas terminadas en punta, sandalias y babuchas, todo ello confeccionado en materiales perecederos como
el cuero o esparto.
Para el caso de la Bastida, lo único que se ha conservado de
los vestidos y de los elementos que componían el atuendo de
38. Distribución espacial de los telares de rejilla, telares verticales (a partir de la presencia de agrupaciones de 12 pesas de telar) y
de tijeras.
171
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39. Fíbulas anulares de bronce (diámetro de la más grande 4 cm).
sus habitantes son las piezas metálicas que servían para prender determinadas partes del vestido a la vez que
constituían elementos de adorno. Se trata de fíbulas, broches y hebillas de cinturón y botones.
El conjunto más numeroso está formado por las fíbulas, que son imperdibles de bronce. Su tamaño está
en relación con la prenda a que se destina y la presencia o la ausencia de ornamentación podría indicar tanto
los gustos como la condición social del propietario. Las fíbulas de la Bastida son, sobre todo, del tipo anular
hispánica [fig. 39], denominada así por el aro característico que forma la pieza, con diversos subtipos de
acuerdo a la morfología del puente -timbal, de navecilla o de puente de alambre (Cuadrado 1957). Las más
grandes se emplearían para sujetar los mantos de lana y las más pequeñas estarían destinadas a las finas
túnicas de lino de las mujeres.
Los broches de cinturón servían
para enganchar la correa o cinta de
cuero que sujetaba el vestido. Constan
de dos piezas: una placa activa provista
de un garfio y otra pasiva en la que se
inserta la primera. Suelen llevar una
bella ornamentación de motivos geométricos y florales realizada mediante
finas incisiones y con la técnica del damasquinado o nielado en plata y/o oro.
Algunos ejemplares especialmente significativos son el broche del Depto. 48
(Fletcher et alii 1965, 234, nº 71; ver
fig. 20 del capítulo 1), con decoración
central enmarcada por líneas de ovas y
eses horizontales en la cabecera, o el
broche de la Puerta Sur con decoración
central floral enmarcada también por
ovas o el que se halló junto al Depto. 28
40. Broche de cinturón de bronce con decoración incisa de motivos flora[fig. 40].
les y geométricos (long. 12 cm).
172
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41. Selección de botones de bronce
con motivos decorativos vegetales y
geométricos.
42. Pendientes de oro hallados en la
puerta del Depto. 37, junto a otras
dos arracadas amorcilladas.
Los botones empleados para abrochar o ajustar vestimentas también se elaboraron en bronce con una
gran variedad de diseños de agujeros, calados, cuadrados con esvástica, cónicos y circulares de cabeza lisa
[fig. 41]. Un detalle interesante es que apenas hay dos parejas de botones iguales en toda la Bastida por lo
que posiblemente se utilizarían aislados.
Objetos de adorno y uso personal
Las joyas formaban parte del aderezo personal y otorgaban a sus portadores prestigio social, además de
ser distintivos de riqueza y poder. Los habitantes de la Bastida se engalanaron con finas sortijas y anillos de
173
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43. Colgantes de bronce con decoración figurada (anchura de cada pieza 2,6 cm).
44. Cadena realizada con hilo de
oro trenzado. Fue hallada en 1930
en el Depto. 166 (longitud 23 cm).
chatón en oro, plata y bronce que se utilizaban como sellos y estaban grabados con temas zoomorfos como
el caballo estilizado, ave o cisne. Hasta el momento sólo se han hallado dos pares de pendientes de oro, uno
de ellos de tipo amorcillado y el otro anular (Perea 1991, 271) [fig. 42]. Como las sortijas, los pendientes eran
usados indistintamente por hombres y mujeres de estatus destacado.
Las pulseras y brazaletes, fabricados en bronce, eran aros de hilo sin decoración o con una sencilla ornamentación incisa. Sus diferentes tamaños parecen evidenciar su empleo por hombres y mujeres. La única
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pieza que se sale de la tónica es un
brazalete de gran tamaño, abierto y
de sección circular, con los extremos
terminados en esquemáticas cabezas
de serpiente y doblados sobre sí mismos en sentido opuesto (Fletcher et
alii 1969, 190, nº 53).
Las personas llevaban, como
parte destacada de su ornamento,
cuentas de pasta vítrea de diversos
colores –predominan los azules–, y
diferentes formas –lisas, achatadas o
gallonadas– (fig. 8 en capítulo 7).
También utilizaron como colgantes
caracolas o conchas marinas perforadas, dientes de jabalí o incluso cuentas de bronce o de piedra. Aunque sin
duda los colgantes más destacados de
este yacimiento son dos piezas caladas de bronce que representan un
personaje con brazos y piernas extendidos hacia los vértices de un cuadro
que lo enmarca (Vives-Ferrándiz
2007, 143) [fig. 43]. La figura, sin
atributos sexuales, ha sido identificada con varios motivos: desde la
imagen de Despotes Hippon, señora
de los caballos que elevaría las manos
hacia dos animales enfrentados siguiendo una representación mejor
conocida en otros soportes, hasta
Epona, diosa de la fertilidad en el
mundo celta, al dios Bes o incluso
45. Pinzas de bronce de procedencia diversa halladas en las excavaciones de
1928-1931.
una imagen solar (Barril 1996, 186;
Fletcher 1974, 130). Una pieza similar fue hallada en el Puntal de Salinas
(Villena), en la única tumba con armamento y bocado de caballo (Sala y
Hernández 1998, 239).
Como elementos de tocado femenino hay que destacar una cadenita de oro hallada en el Depto. 160
[fig. 44], una obra maestra en la técnica del trenzado de hilo de oro y ejemplar único dentro del repertorio
de joyería iberica (Vall de Pla 1959; Perea 1991, 227). Es un prendedor para el pelo, elaborado en cordón
de oro trenzado, con un extremo rematado por una charnela con aguja que se engancharía en el ojal del
extremo opuesto de la cadena. Otros adornos para el cabello se realizaron en hueso, como las agujas o
punzones [fig. 35], con la cabeza decorada con incisiones, líneas paralelas o en zig-zag, o los pasadores
para el pelo de cuerpo fusiforme con los extremos curvados y adornados con acanaladuras transversales
(Fletcher et alii 1969, 175, nº 45).
Finalmente, las pinzas de bronce no son un objeto de adorno propiamente pero se ha señalado su uso
como pinzas de depilar, y por tanto piezas de carácter personal y elementos preciados de tocador y cuidado
corporal [fig. 45]. De uso indistinto por hombres y mujeres, de acuerdo a su presencia en tumbas de distinto
sexo, solían estar decoradas con incisiones de motivos geométricos como círculos, triángulos y líneas.
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