Caramoro I: ¿un fortín en los límites fronterizos septentrionales del espacio social argárico?
Francisco Javier Jover Maestre
Sergio Martínez Monleón
Juan Antonio López Padilla
María Pastor Quiles
Ricardo Emanuel Basso Rial
2020
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Caramoro I: ¿un fortín en los límites fronterizos
septentrionales del espacio social argárico?
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón,
Juan A. López Padilla, María Pastor Quiles y Ricardo E. Basso Rial
INTRODUCCIÓN
LA UBICACIÓN DE CARAMORO I
Entre los estudios prehistóricos en la península ibérica siempre
han destacado los efectuados sobre El Argar (Siret y Siret 1890;
Lull 1983; Aranda et al., 2015). La larga tradición investigadora
en el Sureste ha permitido conocer en profundidad numerosos
aspectos de la materialidad y del desarrollo de este grupo arqueológico, hasta el punto de que, en la actualidad, es una de
las entidades culturales para la que más propuestas de orden
sociológico han sido formuladas.
Todo ello ha sido posible gracias a la intervención arqueológica en un buen número de asentamientos, en especial, durante
las últimas décadas, generando una amplia base empírica y cronológica. Sin embargo, solamente unos pocos enclaves argáricos
han sido excavados prácticamente en su totalidad, caso de Peñalosa, Castellón Alto o, más recientemente, Tira del Lienzo y La
Almoloya (Lull et al., 2015a; 2015b). En este sentido, son muy
pocos los estudios específicos publicados sobre asentamientos,
en los que se haya abordado, desde la secuencia de ocupación
asociada al desarrollo constructivo y técnicas empleadas en su
edificación, cronología, materialidad a las prácticas sociales.
Es por ello que con esta monografía hemos intentado contribuir a los estudios sobre El Argar, presentando el caso del pequeño
asentamiento de Caramoro I. Y es que, aunque sus dimensiones
son reducidas, la inversión laboral efectuada en su planificación
urbanística y en su construcción fue de considerable magnitud.
Además, la posibilidad de realizar una lectura estratigráfica de
las estructuras conservadas, a pesar de haber sido excavado en
la década de 1980 e inicios de los 1990, apoyada por una serie
de dataciones radiocarbónicas, ha permitido establecer cronológicamente su secuencia de ocupación y desarrollo constructivo,
contribuyendo a fijar con precisión la duración de este tipo de
asentamientos fortificados de pequeño tamaño dentro del desarrollo temporal de la cultura argárica.
Como ya ha sido expuesto a lo largo del presente texto, Caramoro I es uno de los asentamientos ubicados en el extremo
septentrional del territorio argárico. Se localiza sobre un pequeño espolón rocoso en el inicio de la sierra de Borbano, extremo septentrional del paraje conocido como Aigua Dolça i
Salada, dentro del término municipal de Elche (Alicante) (fig.
19.1). Se eleva unos 48 m sobre el entorno del fondo del valle,
disponiéndose en voladizo sobre el cauce del río Vinalopó,
del que dista 170 m (fig. 19.2). Encajado entre dos barrancos,
configura un auténtico balcón sobre el glacis descendiente y
el cauce del río Vinalopó, desde donde se puede divisar un
amplio trecho del campo de Elche y ejercer un control directo
sobre su principal vía de comunicación.
Desde el escarpe rocoso donde se ubica, en la margen
izquierda del río Vinalopó, se cuenta, con un amplio control visual hacia las tierras llanas orientales y meridionales,
alcanzando a cubrir el marjal de Crevillente-Elche y buena
parte de la bahía de Santa Pola (ver capítulo 4). Ajeno al
comportamiento de intervisibilidad que manifiestan la mayoría de los asentamientos argáricos de la zona, Caramoro I se
enmarca dentro de un grupo de asentamientos de muy pequeño tamaño, en este caso no supera los 796 m2, y escasa altitud
relativa. Solamente guarda una relación visual directa con
el próximo yacimiento de La Moleta, a pesar de que en sus
proximidades se encuentran otros yacimientos como los de
la Serra del Búho, Tabayá o el Barranco de los Arcos (Martínez Monleón, 2014a). En este sentido, desde Caramoro I se
puede divisar el pequeño yacimiento calcolítico de Kalathos
(fig. 19.3), situado a escasos 400 m agua arriba. Este emplazamiento, por sus características edáficas y su proximidad
al río, podría haber sido aprovechado por los habitantes de
Caramoro I como zona de cultivo.
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Figura 19.1. Vista del curso del río Vinalopó desde Caramoro I.
Caramoro I está directamente edificado sobre un conjunto estratificado de materiales pliocenos, básicamente calizas y conglomerados. El agua, debido a su alta porosidad y permeabilidad, se
filtra con suma rapidez. Debajo de tales conglomerados aparece un
nivel de margas arcillosas triásicas de coloración ocre-blanquecina
y verdosa a medida a que se humedece. Geomorfológicamente
estos dos niveles dan un relieve típico de murallones con bruscas
pendientes (figs. 19.4 y 19.5), debido a que la erosión se realiza en
las margas infrayacentes, lo que produce una caída por gravedad
de parte del nivel superior de conglomerados (Pignatelli, 1973). El
espolón que ocupa Caramoro I presenta una caída en vertical en
buena parte de su trayectoria, con excepción de su lado oriental. De
este modo, la superficie máxima que delimita el muro de cierre del
asentamiento no supera los 500 m2, habiendo empleado más de 250
m2 en su delimitación, con la construcción de diversas estructuras
de gran porte, siendo muy destacado el empleo de la piedra. El acceso al asentamiento solamente se podría efectuar por una pequeña
zona abierta, situada en su extremo nororiental.
Figura 19.2. Vista del espolón de Caramoro I, en el que se puede
observar su altura respecto del curso del río.
Figura 19.3. Vista del yacimiento calcolítico de Kalathos desde Caramoro I, tomada por Rafael Ramos Fernández en 1981. Fondos
del MAHE.
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Figura 19.4. Vista desde la ladera oriental del espolón de Caramoro
I y sus procesos erosivos.
Figura 19.5. Detalle del proceso de erosión en las margas de la base
del espolón.
LA DOCUMENTACIÓN Y REGISTRO
DE CARAMORO I
Como ya ha sido señalado anteriormente, Caramoro I fue objeto de excavación sistemática en fechas relativamente recientes.
Fue descubierto gracias a las prospecciones realizadas por R.
Ramos Fernández (1988: 93), antiguo director del MAHE, donde realizó una campaña de excavaciones en 1981, y cuyos resultados serían publicados algunos años más tarde. Sin embargo,
con motivo de la construcción de la autovía A-7 que une Alicante con Murcia, cuyo trazado afectaba a parte del yacimiento vecino de Caramoro II (González Prats y Ruiz, 1992), se llevaron
a cabo nuevas actuaciones en 1989 y 1993, bajo la dirección de
A. González Prats y E. Ruiz Segura, que vinieron a completar y
en parte a modificar algunos de los datos proporcionados por la
primera intervención (González Prats y Ruiz, 1995).
Durante el primer semestre de 1981, fue realizada la primera campaña de excavaciones a cargo de R. Ramos Fernández,
quien dio cuenta de los trabajos de forma parcial, en un artículo publicado en el Homenaje a Samuel de los Santos (Ramos
Fernández, 1988). En esta breve publicación dicho autor mostraba un croquis de la planimetría del asentamiento y una interpretación de la evolución arquitectónica del mismo. Según lo
publicado, tras una primera visita al yacimiento no se hallaron
materiales en superficie, lo cual posteriormente, y en vista de los
resultados que deparó la intervención, interpretó como resultado de la colmatación del recinto interior, la fuerte erosión de la
zona y la visita de clandestinos al yacimiento.
A pesar de estas circunstancias, R. Ramos realizó un sondeo
de prospección de 2 x 2 m, en lo que posteriormente sería el
ángulo suroeste del sondeo 4, y una trinchera en Z de dirección
E-O y un eje N-S de 1 m de anchura para conocer la amplitud
del yacimiento. Los resultados que ofrecieron estos trabajos
fueron positivos, aflorando estructuras en un espacio con una
potencia superior a 1 m de profundidad (figs. 19.6 y 19.7).
Siguiendo las notas de R. Ramos Fernández, el yacimiento
presentaba, en lo que a registro estratigráfico se refiere, al menos
dos niveles de ocupación relacionables con dos pavimentos registrados en el espacio A (figs. 19.6 y 19.7), a su vez amortizados
Figura 19.6. Detalle del primer sondeo practicado en 1981 por R.
Ramos Fernández. Fondos documentales del MAHE.
bajo niveles de derrumbe o de incendio. No obstante, a juicio de
su excavador, no era posible señalar diferencias evidentes entre
el material arqueológico registrado en ambos niveles, que debían
pertenecer, por tanto, a un mismo “horizonte” cultural.
En función de toda la documentación obtenida se procedió a la excavación del resto del yacimiento implantando una
cuadrícula de panal de orientación simple, con 25 sondeos de
patrón divisibles en cuatro casillas de 2 x 2 m, con muros tes233
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Figura 19.7. Testigo estratigráfico practicado por R. Ramos en el
espacio A. Fondo documental del MAHE.
Figura 19.8. Vista aérea del área excavada en 1981. Se puede observar el sistema de cuadrículas establecido por R. Ramos Fernández.
Fondos documentales del MAHE.
Figura 19.9. Detalle del hogar de la estancia B de R. Ramos. Fotografía de R. Ramos Fernández. Fondos documentales del MAHE.
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tigos de 0,50 m de espesor entre sondeos y de 0,25 m entre
casillas, donde se repetía la sucesión estratigráfica observada
en el sondeo de prospección (fig. 19.8).
Esta intervención hizo aflorar, según su excavador, los restos de un recinto de planta arriñonada adaptada a la superficie
del terreno y con un revestimiento de barro arcilloso amarillento.
Este recinto estaba formado por un muro principal en su extremo
oriental que cerraba toda la edificación, al que se le habían ido
adosando posteriormente diversos muros, tanto por su cara externa como interna, interpretando esta estructura final como un
bastión, con un grosor que disminuía en dirección sur. Por su cara
oriental, la adición de muros había dejado tres espacios abiertos
entre los muros que, en sentido S-N, conformaban un espacio
triangular en cuña relleno de piedras, una plataforma rectangular
de 1,5 x 2 m interpretada como los restos de una posible torre y
un espacio semicircular relleno de piedras en el extremo septentrional. Por su cara occidental se adosaron otra seríe de muros
conformando dos habitaciones, denominadas por Ramos como A
y B. La primera –A– interpretada como una estancia o vestíbulo
de ingreso de planta circular y 3,5 m de diámetro, a la que se
accedía desde el exterior por medio de un estrecho pasillo en su
ángulo noroeste de poco más de 1 m de anchura, y que por medio
de un acceso en recodo en su extremo suroriental daba acceso a la
estancia central –B–, de planta irregular de 4 x 6 m de superficie,
que presentaba un banco en su extremo occidental y oriental, respectivamente, además de un hogar semicircular junto al banco del
extremo oriental (fig. 19.9). En su extremo meridional presentaba
una puerta de salida con portal enlosado y delimitación de jambas
que daba acceso a una tercera estancia –C– identificada como una
terraza que no estaba cubierta y en la que sólo se identificó un
estrato. Esta terraza tenía una puerta de comunicación del recinto
con el exterior en el extremo sureste y un muro que obligaba a un
ingreso en recodo a la estancia central –B.
Con todo, este asentamiento era interpretado como una fortificación construida en un punto de fácil defensa y gran visibilidad, que presentaba dos niveles de ocupación, debido a la
remodelación que sufrió el recinto tras el incendio que asoló la
primera fase constructiva del poblado. Así mismo, infería que
en este asentamiento, catalogado como “un puesto vigía” deberían haber vivido entre cuatro y seis personas que debían tener
una dedicación única de vigilancia e información, como puesto
avanzado del gran poblado de La Moleta, dentro de la facies del
Bronce Valenciano, y que atendiendo a sus productos cerámicos
debía situarse en la II fase de este periodo cronológico y cultural, entre 1.500 y 1.150 a.C.
Años más tarde, las obras realizadas para la construcción de
la autovía A-7, así como el lamentable estado en que se hallaba el asentamiento tras la excavación de R. Ramos Fernández,
motivaron una nueva excavación de urgencia en el yacimiento.
Éstas fueron iniciadas en noviembre de 1989 bajo la dirección
de A. González Prats y E. Ruiz Segura, que tendrían continuidad en junio de 1993, centrados básicamente en trabajos de
planimetría. Los resultados preliminares de esta intervención
se publicarían al poco tiempo, abordando los nuevos datos arquitectónicos, la escasa información sobre la estratigrafía que
presentaba el yacimiento y los nuevos elementos de cultura material que obligaron a variar el ámbito cultural al que se había
adscrito (González Prats y Ruiz Segura, 1995). A partir de estos
momentos ya fue considerado como plenamente argárico.
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Las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo vinieron a
definir una serie de estructuras articuladas a lo largo de un eje
N-S con una longitud máxima de 33 m. Se confirmaba la existencia de una compleja fortificación en el extremo oriental del
poblado, compuesta por un importante bastión –H– de forma
arriñonada con unas dimensiones de 13,5 x 3,5 m en su extremo
nororiental, al que se adosaba en su extremo meridional una estrecha plataforma –F– o “cuerpo de guardia” y un foso –G– interpretado como la acequia que recogería el agua vertida por el
techado de la plataforma superior y la conduciría hacia el cauce
del río, relacionándolo con dos grandes bloques de piedra con
profundos surcos incisos artificiales. Finalmente, se detectaron
los restos de una posible muralla –I–, muy deteriorada y que no
llegaron a excavar, que presentaba un trazado oblicuo en relación al resto de la construcción con una longitud de 9 m.
La construcción del bastión –H– se realizó con la colocación
de gruesas piedras en talud en buena parte de su perímetro, quedando el resto cerrado por una serie de elementos de barro de
forma plano-convexa. El interior presentaba un relleno homogéneo de piedras y barro que se alzaría 2 m y que serviría de zócalo,
según sus excavadores, a una superestructura ligera integrada por
vegetales. A pesar de la intervención no se pudo delimitar cual era
la relación de este posible bastión con la entrada del poblado, aunque se planteaba que en un primer momento, una de las plataformas circulares de la entrada debía ser una torre y, posteriormente,
reforzando la fortificación y ganando espacio habitable al interior,
se construiría este gran bastión, ya que aparecía adosado al muro
oriental de la habitación A.
La plataforma –F– estaba construida por una línea simple
de piedras en talud, con una orientación NO-SE en sus primeros 8 m, y que, tras la realización de una trinchera para definir
la orientación de este muro, se unía a otro tramo de muro de
8,5 m de longitud que realizaba una inflexión de 150º, alcanzando una altura superior a los 2 m, estando revocado por una
espesa capa de arcilla.
Paralelo al primer tramo de muro de la plataforma F discurría un estrecho muro de 0,3 m de anchura y 5,7 m de longitud
(fig. 19.10), delimitando un foso –G–, de 1,2 m de amplitud y
cuya superficie presentaba grandes lajas de piedras, que se iba
estrechando en su extremo meridional hasta conectar con la plataforma F y que en su extremo septentrional conectaba con el
bastión H mediante una construcción de arcilla.
El sistema de fortificación se completaba con dos posibles
torres defensivas que configuraban un estrecho corredor de acceso al interior del asentamiento de apenas 1 m de anchura, en
donde fueron documentados los restos de un madero hincado
que constituía el eje del portón de madera que cerraba el acceso
al recinto. A través de esta entrada se accedía a una serie de unidades habitacionales –o de ocupación–, con una estancia principal por donde discurría el acceso –A– y un pequeño patio –B– a
través del cual se accedía indistintamente al resto de unidades
habitacionales –C, D y E.
La habitación A estaba constituida por las estancias A y B
de la excavación de R. Ramos Fernández (fig. 19.11). No hay
ninguna mención al muro central que dividiría esta habitación
A en dos estancias, pudiendo, tal vez, corresponder a una segunda fase constructiva, y que en el momento de la excavación
de A. González Prats y E. Ruiz Segura ya habría desaparecido
fruto de la erosión y las agresiones antrópicas. En esta vivienda
Figura 19.10. Detalle de la plataforma F y G. Fotografía de E. Ruiz
Segura durante su proceso de excavación.
Figura 19.11. Extremo meridional del espacio A. Vano de acceso.
Fotografía de R. Ramos Fernández. Archivo del MAHE.
A, un potente muro oriental, de 4 m de anchura, se prolongaba
hacia el extremo meridional, decreciendo en amplitud hasta alcanzar una anchura aproximada de 1 m. Bajo el banco corrido
documentado por R. Ramos Fernández en el extremo oriental de su estancia B, aparecía otro banco corrido y un hoyo de
poste correspondiente a la fase constructiva más antigua del
poblado, y que habría que considerar como infrapuestos con el
supuesto hogar registrado en la excavación realizada en 1981.
Asimismo, esta habitación también presentaba un banco corrido en su extremo occidental.
Desde esta primera unidad habitacional y a través de un vano
de 1 m de anchura aproximadamente se accedía a una nueva habitación –B– de pequeñas dimensiones, interpretada como un
pequeño patio cubierto o porche con gran cantidad de calzos de
poste –7– y con un hogar situado en su extremo nororiental. A
pesar de ello, sus excavadores sólo documentaron un único derrumbe y finas capas de pavimento en esta zona que hacen pensar
en una única fase constructiva. Los calzos de poste se encontraban
a distinta altura y no parecían haberse construido al mismo tiempo,
sino corresponder a continuas remodelaciones.
A través de este “patio” o espacio abierto se accedía al resto de las dependencias del poblado (fig. 19.12). En el extremo
occidental y paralela a la habitación A, había un nuevo espacio
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Figura 19.12. Imagen general del “patio” de González y Ruiz o espacio B actual.
Figura 19.13. Detalle de uno de los hogares documentado en la
campaña de 2015 en el espacio o habitación C.
Figura 19.14. Detalle de uno de los calzos de poste del espacio C
documentado en 2015.
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definido como habitación D, delimitado por el muro occidental de la habitación A y por los restos de otro que se sitúan en
dirección E-SE a O-NO. Este espacio estaba muy alterado por
la cremación de residuos industriales vertidos en un momento
posterior a la excavación de R. Ramos Fernández. No obstante,
en su extremo oriental pudo detectarse un nuevo banco corrido y varios suelos de hogares, así como calzos de poste, con
abundante material arqueológico, entre el que destacaba una
escudilla de madera carbonizada no conservada, varios colgantes de marfil y algunos punzones de hueso en una única fase
constructiva. Parte de esta habitación había desparecido por el
desprendimiento de la cresta rocosa en el extremo occidental del
espolón. Esta circunstancia, unido a las grietas presentes en esta
zona del yacimiento, habría hecho desaparecer parte de otra habitación en el extremo suroccidental del poblado, que no recibió
denominación en la posterior publicación realizada.
Desde la habitación B también se accedía a un nuevo departamento –C– en el extremo meridional del poblado, de planta
rectangular y que a pesar de presentar estratos correspondientes
a una única fase de ocupación con varios pavimentos, restos de
hogares (fig. 19.13) y calzos de poste, presentaba al menos dos
muros superpuestos al muro oriental original de la misma. Éstos
debían corresponder a una segunda fase constructiva totalmente arrasada por la erosión. En el lado oriental de esta habitación
aparecía un estrecho corredor de 0,50 m, que sus excavadores
interpretaron como un conductor de evacuación del agua de lluvia
procedente de la cubierta de esta vivienda y de la habitación E,
así como del patio. A pesar de ellos, en el interior de este espacio
se documentaron restos de calzos de poste que podrían indicar
que también éste estuvo techado (fig. 19.14), conformando una
calle que articularía el acceso y la circulación entre estas unidades
de ocupación, tal como se ha documentado en otros yacimientos
argáricos próximos como Pic de les Moreres (González Prats,
1986a; 1986b) o Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a).
Al este de la calle se situaba la vivienda E, que presentaba
una estratigrafía indicativa de una única fase de ocupación, con
un potente nivel de incendio que ofrecía una gran cantidad de
material arqueológico. Presentaba una planta triangular, con dos
hogares junto a su muro oriental. En el ángulo septentrional de
esta habitación se detectó una fosa en donde se había enterrado
un infante de 1 año y medio de edad aproximadamente, en el
que se apreciaban las señales de un amplio corte en la parte
frontal del cráneo producido por una hoja metálica de gran tamaño (Cloquell y Aguilar, 1996).
Según sus excavadores, la cultura material del poblado,
el uso de la técnica constructiva denominada “espina de pez”
y, fundamentalmente, la presencia de una inhumación bajo el
suelo de la vivienda E reflejaban, de manera incuestionable, el
carácter argárico del poblado. Asimismo, planteaban que esta
fortificación tenía un carácter estratégico en relación al intenso
poblamiento argárico del curso bajo del río Vinalopó.
Tanto en las excavaciones efectuadas por R. Ramos Fernández (1988) como en las actuaciones de urgencia realizadas por A.
González Prats y E. Ruiz Segura (1995) se registró una importante cantidad de restos arqueológicos que en su totalidad están
depositados en el Museo Arqueológico y de Historia de Elche.
Con motivo del inicio de nuevos trabajos de limpieza y documentación arqueológica del yacimiento, también se ha tenido acceso a
dichos fondos materiales. Se trata de un conjunto muy amplio de
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vasos y fragmentos cerámicos, entre los que se destacan algunas
formas carenadas y copas de clara filiación argárica, así como un
amplio número de cuencos de tipo casquete esférico, semiesférico y de tendencia esférica. Además se han registrado diversos
productos óseos, como punzones, cinceles, alisadores y un conjunto importante de objetos de marfil, especialmente brazaletes o
colgantes con los extremos perforados y un botón prismático con
doble perforación en V. También se han localizado instrumentos
metálicos como puntas de Palmela, un punzón de sección circular
y otros dos de sección cuadrada. Asimismo, ha sido detectado un
fragmento de terracota de cuerno de toro y una importante cantidad de elementos líticos, como molinos y molederas, percutores,
dientes de hoz de sílex, lascas y un hacha de piedra pulida. Por
último, señalar la presencia de diversas valvas marinas perforadas, fragmentos de al menos una pesa de telar de forma oblonga
con cuatro perforaciones y semillas carbonizadas, al parecer, de
Vicia faba. Cabe destacar el amplio número de retos faunísticos
conservados, entre los que destaca el dominio de los ovicaprinos,
junto a astas y huesos de grandes ciervos y colmillos de jabalí (ver
del capítulo 10 al 18).
Con todo, a pesar de la importancia de Caramoro I, desde la
última actuación llevada a cabo en 1993, el yacimiento entró en
el olvido. Con independencia de la magnífica conservación de sus
estructuras murarias, no fue planteado ningún proyecto ni de conservación ni de restauración, aunque por parte de Rafael Ramos
Fernández, director del Museo Arqueológico de Elche, sí fue planteada en varias ocasiones a la corporación local la necesidad de
conservar y poner en valor el yacimiento. No hubo respuesta.
Por este motivo, desde 1993 hasta 2015 el yacimiento entró
en un estado de abandono y degradación considerable, sin que
fuese objeto de atención por parte de ningún investigador, ni
autoridad o funcionario público. El interés de actuar nuevamente en este enclave residió en la posibilidad de documentar las
estructuras conservadas, intentando efectuar una lectura estratigráfica de las mismas para entender de forma más completa el
asentamiento, dada la limitada información publicada, así como
excavar los testigos estratigráficos dejados por las anteriores excavaciones, con el objeto de recuperar información que permitiera reconocer su secuencia y concretar, al menos, el momento
de su fundación. Todo ello se enmarca en el proyecto de investigación que venimos desarrollando sobre el III y II milenio cal
BC en las tierras del Levante peninsular.
Así, los trabajos de limpieza y documentación arqueológica
fueron desarrollados entre junio y julio de 2015 y se retomaron
nuevamente hacia las mismas fechas en 2016. Los trabajos fotogramétricos y planimétricos obligaron a dedicar buena parte del
tiempo a la limpieza de las estructuras y de los ambientes ya excavados. El tiempo restante fue dedicado a la excavación de los
restos del testigo A conservado en el interior del asentamiento,
así como de algunos retazos sedimentarios en la zona D, algo alterados. La zona exterior también fue limpiada en parte para su
fotogrametría, pero la conservación de parte del segundo de los
testigos –B– con relleno sedimentario no alterado, aconsejó que
su documentación fuese efectuada en 2016.
Durante la campaña realizada en 2015 se pudieron reconocer
y definir los espacios A, B, C, D, E, F, G, H, I, J y K, manteniendo
las denominaciones de las excavaciones previas. A ellos se incorporaron tres nuevos espacios: el espacio J, situado al O del muro
UE 2018, el cual comprende un espacio de tendencia rectangular
Figura 19.15. Arranque del antemural en su extremo septentrional
en el que se puede observar la conservación de parte de su grueso
revestimiento.
con unas dimensiones máximas de 9 m en el eje S-N y 1,55 m en el
eje E-O, delimitando un área aproximada de 10,5 m2; el espacio L,
ubicado intramuros al SE del muro UE 2013 y al S de lo que sería
la prolongación del muro UE 2001, el cual comprende un área de
aproximada de 23 m2 de tendencia rectangular; y el espacio K, estrecho corredor que ya había sido identificado por A. González y E.
Ruiz durante sus excavaciones, pero que no había sido definido de
forma independiente al resto de espacios.
Con todo, la labor de campo emprendida en 2015 y 2016 permitió fijar con mucha mayor precisión el proceso de construcción y
ocupación del asentamiento. A través de la limpieza y excavación
puntual en algunas zonas del asentamiento –testigos A y B, restos
sedimentarios en el espacio D, zona de acceso e interior en el espacio A– y de la lectura estratigráfica de las estructuras murarias, se
han podido determinar y reconocer, al menos, tres momentos de uso
(ver capitulo 7). No obstante, en general, la planificación espacial y
la estructura arquitectónica del sitio no se transformaron en su esencia desde su fundación.
Los diferentes momentos de uso detectados se concretan, básicamente, en ampliaciones, refuerzos murarios, reformas y saneamientos de determinados espacios. En algunos casos, la causa que pudo
ocasionar la necesidad de emprender reformas fueron incendios que
obligaron a reacondicionar el espacio. Así, tanto en las excavaciones
iniciales como en las últimas actuaciones, en los espacios A y E han
sido detectados niveles de incendio sobre las pavimentaciones más
antiguas, habiéndose conservado, además, algunas evidencias materiales de facto y basura primaria (Schiffer, 1985).
No obstante, a partir de los nuevos datos recabados en el
proceso de documentación sí podemos colegir que el aspecto
más destacado de su historia constructiva fue la considerable
inversión efectuada en la ampliación y mejora de las estructuras
de acceso al poblado, reforzando en todo momento su fortificación. Este rasgo de carácter defensivo, basada en la edificación
de antemurales (fig. 19.15) y bastiones de distinta magnitud,
es una de las características también descritas en otros asentamientos argáricos. Aunque en el territorio de El Argar han sido
excavados un buen número de asentamientos, sólo de unos po237
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cos han sido analizados sus rasgos arquitectónicos. Entre ellos
se encuentran Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) (Contreras
2000; 2009-2010; Moreno 2010), Castellón Alto (Galera, Granada) (Molina et al., 1986; Contreras et al., 1997), Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a), La Bastida, Tira del Lienzo (Totana,
Murcia) (Lull et al., 2011; 2015a; Delgado-Raack et al., 2015)
y La Almoloya (Lull et al., 2015b). El desarrollo de la investigación ha permitido conocer la construcción de asentamientos
emplazados principalmente en ladera y en altura, donde son frecuentes las grandes construcciones de piedra, como en el caso
aquí presentado, aunque también se conocen enclaves en llano,
como Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala 1985;
1991) o Los Cipreses (Lorca, Murcia) (Martínez Rodríguez et
al., 1999), que no habrían contado con muros de cierre o defensa hechos de mampostería, aunque en el primero de ellos se
planteó el hallazgo de los restos de una empalizada de madera
(Ayala, 1991: 96, Fig. 33).
La amplia planificación de los accesos a los asentamientos, la destacada densidad de edificios y su organización a lo
largo de pasillos de tránsito, permiten reconocer un urbanismo
incipiente para el ámbito de El Argar. No obstante, todavía no
ha sido publicado en detalle ni el desarrollo de la secuencia
constructiva, ni de ocupación de los mismos, y en muy pocos casos contamos con trabajos específicos sobre su arquitectura (ver Contreras, 2009-2010; Moreno 2010, para el caso
de Peñalosa), habiéndose abordado, principalmente, la citada
cuestión del urbanismo (Molina y Cámara, 2004; Contreras,
2009-2010) y las fortificaciones en El Argar (Serrano, 2012;
Lull et al., 2013; 2014), o las obras hidráulicas (Soler et al.,
2004; Lull et al., 2015c). En Caramoro I no se han identificado
construcciones que puedan interpretarse como cisternas. No
obstante, espacios como el K y el G fueron asociados en intervenciones previas a la gestión de agua, concretamente a su
evacuación. La existencia de canalizaciones de agua de época
argárica se ha planteado en asentamientos como el Cerro de la
Virgen (Orce, Granada) (Schüle, 1966; Lull, 1983: 383; Lull
et al., 2015c), o el Rincón de Almendricos (Ayala, 2001-2002:
153). De todos modos, la interpretación de un espacio como
calle o pasillo no excluye que también hubiera servido para
la conducción y drenaje de agua, como se ha planteado, por
ejemplo, en La Almoloya (Lull et al., 2015b: 71).
Con todo, el uso de la piedra fue fundamental en grandes obras de infraestructura (Lull et al., 2014), así como en
la construcción de viviendas y estructuras de actividad, en
combinación con otros materiales. La piedra es el material
constructivo habitual y claramente el más visible en murallas y/o bastiones, como se observa en La Bastida (Lull et al.,
2013; 2014; 2015a), Barranco de la Viuda (Medina y Sánchez,
2016), Cerro de la Encina (Aranda y Molina, 2005) o Peñalosa (Contreras, 2000; 2009-2010; entre otros). Como también
ocurriría en el asentamiento de Caramoro I, la protección del
enclave suele resultar de la combinación entre las características orográficas del emplazamiento y las construcciones artificiales, en las que, de acuerdo con lo que se conoce para estos
momentos, generalmente predomina la técnica de la mampostería, pero también se aplicarían otras, como la piedra seca
(Ayala, 1980: 155; Eiroa, 2004: 59), utilizada asimismo fuera
del territorio argárico. Si bien en Caramoro I, un enclave situado en las proximidades del cauce del río, pero reforzado de
238
forma considerable, la importancia del uso de la piedra en la
construcción es indudable, éste también reúne evidencias de
construcción con tierra únicas, por el momento, para el ámbito
de El Argar (ver capítulo 8) y que, además, fueron aplicadas
en el área de cierre y mayor fortificación del emplazamiento,
sobre y junto al bastión H. Se han documentado estructuras
de piedra interpretadas como bastiones en otros asentamientos
argáricos, como Tira del Lienzo (Delgado-Raack et al., 2015:
46), Cuesta del Negro, Cerro de la Encina o Peñalosa (Contreras, 2009-2010: 46). Respecto a la disposición de la piedra mediante el aparejo en espiga, cuya presencia ya hemos indicado
en Caramoro I, también está costatada en asentamientos de El
Argar, como la Bastida (Ponsac et al., 1947: 48) o el Barranco
de la Viuda (Medina y Sánchez, 2016: 39).
En algunos yacimientos del territorio argárico se ha señalado
el empleo de tipos concretos de litologías. La arenisca en forma
de bloques fue la principal materia prima utilizada en la edificación de viviendas, plataformas de aterrazamiento e incluso cisternas, en asentamientos argáricos como Castellón Alto (Galera,
Granada) (Contreras, 2009-2010: 52), sin olvidar el empleo de
arcillas margosas locales en la trabazón y revestimiento de los
muros. En otros asentamientos argáricos se utilizan otras rocas,
como en Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén), donde la pizarra
fue empleada en sus construcciones de mampostería, una piedra también utilizada, entre otros tipos, en La Bastida de Totana
(Murcia) (Lull et al., 2015a: 75). En el caso de la construcción
de la muralla argárica de la Bastida, de piedra trabada con mortero, ha sido planteado que se escogieron, prioritariamente, areniscas procedentes de un área más alejada del emplazamiento de
la muralla, en vez de la pizarra y la caliza disponibles en el sitio,
a causa de su mayor facilidad para ser transportadas y escuadradas (Lull et al., 2015a: 51). Del mismo modo, se ha interpretado
que las piedras utilizadas en las edificaciones de Tira del Lienzo
se habrían obtenido de una rambla cercana, dada la gran dureza
de la litología de la cima del cerro y la poca resistencia de los
yesos que forman su base (Lull et al., 2015a: 168).
Al igual que en los casos comentados, en Caramoro I las
rocas se emplearon como mampuestos en el alzado de los muros y bancos de las diferentes estancias, así como en las partes fortificadas. Se han podido diferenciar tres tipos. En primer
lugar, calizas biclásticas arenosas de distintos tamaños, siendo
de este material los grandes bloques de más de 1 m de longitud. Estas mismas calizas fueron empleadas en el Barranco de
la Viuda (Lorca, Murcia) (Medina y Sánchez, 2016: 41). Este
tipo de roca constituye la base sobre la que fue planificada la
instalación del asentamiento. Las calizas están acompañadas de
bloques de areniscas, también abundantes en la zona, así como
de conglomerados de tamaño medio, entre 20 y 50 cm, integrados por cantos calizos mesozoicos cementados en arenas cuya
procedencia se encuentra bajo las calizas biclásticas, en la misma columna estratigráfica que configura el espolón rocoso que
ocupa Caramoro I (fig. 19.16).
Toda esta serie de recursos litológicos, incluyendo los sedimentos empleados en su trabazón y revestimiento, serían obtenidos en el entorno. A lo largo de las márgenes del río Vinalopó,
entre las sierras de Tabayá y Borbano, y en un radio inferior a 5
km de distancia de Caramoro I, se pueden observar una serie de
tramos bien escalonados donde destaca la presencia de arcillas
y yesos del Triásico, margas arenosas y areniscas masivas del
[page-n-9]
Figura 19.16. Vista general de Caramoro I desde su zona de acceso. Toma realizada en agosto de 2016.
Burdigaliense superior, a los que les siguen otras del Tortoniense
y Andaluciense, y que se completan con los conglomerados señalados. En el techo de esta secuencia se suele encontrar caliza
biclástica arenosa con fauna marina (Pignatelli, 1973). Entre los
factores que influirían a la hora de utilizar un determinado tipo
de piedra como material constructivo se encontrarían su dureza
y resistencia estructural, su capacidad para resistir la erosión, la
facilidad a la hora de extraerla de una cantera, en su caso, y de
darle forma, así como su disponibilidad en el entorno, en relación al coste de su transporte (Rapp y Hill, 2006: 214). Así, las
rocas sedimentarias como las calizas arenosas y los cantos calizos empleados en Caramoro I son generalmente más fáciles de
trabajar respecto a otras rocas, como las metamórficas o ígneas y,
por ello, serían utilizadas como materiales de construcción (Morriss, 2000: 27). Además, su abundancia y variedad de tamaño
en el mismo emplazamiento donde se ubica Caramoro I habrían
facilitado enormemente su obtención y puesta en obra.
Respecto al uso de la piedra en la construcción de viviendas argáricas, sólo en algunos enclaves, como La Bastida o
Peñalosa, se conocen edificaciones en las que los muros se habrían construido con mampostería hasta una importante altura
o por completo. Por el contrario, es habitual la construcción,
sobre zócalos de piedra, de alzados de tierra, combinada o no
con elementos vegetales, siendo construidos con tierra masiva
(Guillaud et al., 2007; Knoll et al., 2019) o mediante la técnica
del bahareque, de lo que se conocen numerosos ejemplos a lo
largo del territorio argárico.
En el caso concreto de Caramoro I se construyeron 11 espacios diferentes desde su construcción. La planta de los espacios
habitacionales es alargada, con una forma más o menos rectangular, formada por muros en su mayoría rectilíneos, aunque construyéndose también algunas formas de tendencia curva. Respecto
a las técnicas constructivas detectadas, los alzados habrían sido
construidos mediante la técnica de la mampostería de piedra,
en su mayoría por completo, aunque no podemos descartar del
todo que algunos muros interiores y de menor grosor hubieran
contado con parte del alzado construido con otra técnica. El estudio macrovisual de los fragmentos constructivos de barro de
Caramoro I ha hecho posible visibilizar el empleo de diferentes
técnicas de construcción con tierra (Doat et al., 1979; Knoll y
Klamm, 2015). Entre ellas se han identificado las del amasado,
bajareque (Viñuales et al., 2003; Guerrero, 2007; Pastor, 2017),
manteado de barro sobre diferentes especies vegetales y amasado
de barro en forma de bolas, aplicadas junto con la mampostería.
En el estudio macrovisual de los restos constructivos de tierra del
asentamiento no se han hallado improntas de troncos, aunque la
presencia de postes de madera está constatada mediante la ya citada documentación de sus calzos en casi todos los espacios, además de en el contrafuerte de acceso al asentamiento. En cuanto
a la construcción de tabiques internos que dividan las estancias,
frecuentes en la arquitectura argárica, únicamente se ha identificado un posible muro medianero, que habría sido construido con
tierra y piedras, en el espacio A.
Referencias a los aspectos constructivos de los enclaves argáricos existen desde los inicios de su estudio (Siret y Siret, 1890).
En la obra de Lull (1983) sobre El Argar, también se abordaba
la caracterización de las edificaciones de muchos asentamientos,
desde Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante) hasta
el propio enclave de El Argar (Antas, Almería), en los que se
apuntaba el empleo de la técnica del bajareque, asociada principalmente, aunque no exclusivamente, a las cubiertas. La forma
que se ha planteado mayoritariamente para las techumbres de las
construcciones argáricas viene a considerar su tendencia plana o
ligeramente inclinada a una vertiente, como ya ha sido señalado
239
[page-n-10]
(Molina y Cámara, 2004: 17), algo que también cabe proponer
para Caramoro I. Otro rasgo constructivo documentado en Caramoro I son los postes embutidos en los muros, identificados asimismo en Castellón Alto (Contreras et al., 1997), Fuente Álamo
(Pingel et al., 2005: 195), Terrera del Reloj (Molina et al., 1986:
354-355, Lám. IIa; Contreras 2009-2010: 54), La Bastida (Totana, Murcia) (Lull et al., 2009: 211), Cerro de las Viñas (Coy,
Murcia) (Ayala, 1991: 194, 197) o los cercanos asentamientos
de Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a) y Laderas del Castillo
(López Padilla et al., 2017).
La madera y la materia vegetal, aunque menos visibles,
también fueron materiales constructivos de importancia en labores constructivas. En Caramoro I se han conservado diversos
agujeros de poste en el interior del asentamiento que habrían
contribuido a sustentar las techumbres, algunos exentos y otros
encastrados en los muros, bancos y contrafuertes. Asimismo,
la madera se habría utilizado en largueros y travesaños de las
cubiertas, aunque no se han conservado evidencias directas de
ello. El estudio de los restos antracológicos recuperados tanto
en las excavaciones antiguas, como en las recientes, efectuado por Mónica Ruiz Alonso (ver capítulo 10), ha ofrecido una
imagen de la vegetación leñosa que habría estado presente en el
entorno del enclave, además de apuntar la selección de distintas especies para las actividades constructivas. Se ha observado
una presencia significativa de pino, olivo y pistacia, además de
tamarindo, conservándose en algunos casos en forma de troncos
de gran tamaño y asociados a calzos de poste. En el entramado
de las techumbres se habría utilizado materia vegetal, habiéndose recuperado una decena de restos de barro con improntas
de caña y carrizo (ver capítulo 8) que podrían pertenecer a las
cubiertas, así como improntas de hojas alargadas y planas, posiblemente pertenecientes también a estas plantas. También se
utilizaron vegetales integrados en los morteros de tierra, a modo
de estabilizante y contribuyendo a conformar las bolas y bloques de barro amasado.
Las mismas especies identificadas en Caramoro I se documentan en otros poblados argáricos como Rincón de Almendricos (Ayala et al., 1989: 284), Barranco de la Viuda (Lorca,
Murcia) (García Martínez et al., 2011) o Castellón Alto (Contreras, 2009-2010: 52), estando también presente en Cabezo
Pardo (Carrión, 2014). La importante presencia del empleo
del pino carrasco en los asentamientos de la Edad del Bronce
ha sido resaltada también por diferentes investigaciones antracológicas (Grau, 1998; Carrión, 2005: 275; Machado et al.,
2004, 2009), aunque en el ámbito argárico alicantino, murciano y almeriense parece existir una cierta preferencia por
el tamarindo, la olea, e incluso, la pistacia. Ejemplos como
el asentamiento argárico de Cabezo Pardo (Carrión, 2014),
pero también del cercano yacimiento del Bronce final de Caramoro II (García Borja et al., 2010), e incluso más meridionales como Fuente Álamo (Carrión, 2005), así lo atestiguan.
Esta diferenciación entre unas latitudes y otras parece responder, por un lado, a las condiciones más áridas y cálidas
de las tierras del Sureste en sentido estricto, lo que facilitaría
el predominio de especies como el acebuche, el tamarindo,
y en las zonas más degradadas, de la pistacia frente al pino.
Pero también, a un uso preferencial de aquellas especies que,
cumpliendo los requerimientos exigidos para su empleo en
labores constructivas, se encontraban de forma más extendida
240
en los entornos de los asentamientos. En el caso de Caramoro I, su proximidad a estribaciones montañosas facilitó la selección de pino, pero también de tamarindo, olivo y pistacia.
Sin embargo, en las tierras del Bajo Segura, y en especial en
asentamientos excavados como Cabezo Pardo, los estudios
efectuados muestran una inversión en la proporción de las
especies. El tamarindo fue la especie más empleada. Estas diferencias entre Caramoro I y Cabezo Pardo pueden ser explicadas por las características del entorno de los asentamientos.
El tamarindo sería la especie más abundante y casi única en el
entorno de Cabezo Pardo.
Las técnicas constructivas empleadas en los asentamientos
argáricos suelen mencionarse y en algunos casos se indica la
presencia de restos constructivos de tierra (ya señalado en Siret
y Siret, 1890). No obstante, no abundan los estudios específicos
sobre los materiales y técnicas constructivas empleados en el ámbito de El Argar. En este sentido, entre los trabajos que abordan
los materiales constructivos argáricos destacan los de restos de
tierra, realizados desde una perspectiva tanto macroscópica como
microscópica. Estos análisis han sido abordados para Rincón de
Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala y Ortiz, 1989; Ayala et al.,
1989), Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) (Rivera, 2007; 2009;
2011) y Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante)
(Pastor, 2014; 2017; Martínez Mira et al., 2014).
En el interior de Caramoro I son pocas las evidencias que se
han podido conservar de la construcción con tierra, aunque posiblemente habría sido aplicada en un mayor número de partes
constructivas de las que ha quedado testimonio arqueológico,
como en estructuras de equipamiento interno o externo de las
edificaciones, de las que se han conservado sólo algunos restos
parciales. En las áreas intramuros, el uso del barro se observa
principalmente en el mortero de unión de los mampuestos, en
revestimientos y en las pavimentaciones. Se han identificado
hogares en el espacio interno de algunas edificaciones, así como
bancos ubicados en los espacios A, B y C, en los que se habría
utilizado tanto la tierra como la piedra.
No obstante, en el recinto exterior se han conservado restos
de estructuras de tierra de gran relevancia, ya documentadas en
las excavaciones de finales de los años 1980 e inicios de los
1990, cuyo estudio ha podido ser abordado a raíz de las últimas
intervenciones (Pastor et al., 2018). El sedimento cuaternario
con cantos existente en el entorno inmediato fue utilizado como
relleno de contrafuertes y del antemural. Y arcillas margosas
de tonos ocres y verdosos fueron empleadas en el alzado y revestimiento del bastión H y en un tramo de bloques de barro
amasado −UE 1806−. En este conjunto destaca la constatación
de la técnica constructiva del amasado en forma de bolas, no
sólo a través de la recuperación de sus restos constructivos −habiéndose documentado más de un centenar−, sino también por
la conservación de un ejemplo directo de su empleo en el alzado
de una estructura (ver capítulo 8).
Por otro lado, aunque en Caramoro I no se ha detectado hasta la fecha, en distintos asentamientos del ámbito de El Argar se
ha propuesto la presencia de enlucidos de cal o encalados, como
en La Bastida, Tira del Lienzo (Lull et al., 2015a: 76, 168) o La
Almoloya (Lull et al., 2015b: 75). No obstante, no siempre han
sido publicados análisis fisicoquímicos sobre la cuestión, como
sí en Rincón de Almendricos (Ayala et al., 1989: 282; Ayala y
Ortiz, 1989; Ayala, 1991: 76-77) o Cabezo Pardo (San Isidro/
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Granja de Rocamora, Alicante) (Martínez Mira et al., 2014),
habiéndose planteado el posible uso de cal en revestimientos
desde el III milenio BC (Jover et al., 2016).
En el interior de los distintos espacios diferenciados, y asociados a bancos y hogares, fueron documentados un ingente número
de evidencias materiales desechadas que denotan que en dichos
espacios se llevaron a cabo distintas labores productivas y de consumo de las personas que allí residieron. Molinos y molederas,
hoces, percutores, hachas de piedra pulida, una amplia variedad
de recipientes cerámicos, algunos recipientes de madera, instrumentos metálicos, un amplio número de restos óseos de especies
animales domésticas y salvajes, restos de semillas carbonizadas,
adornos de marfil, hueso y concha, pesas de telar, o la inhumación
en fosa de un individuo infantil, son la prueba del desarrollo de
la vida cotidiana y de prácticas sociales propias de una pequeña
comunidad campesina, cuyos rasgos fenomenológicos muestran
su carácter argárico (ver los capítulos del 10 al 18).
Los estudios específicos efectuados han venido a validar la
hipótesis de que el conjunto recurrente de evidencias materiales
registradas en varios de los espacios distinguidos correspondería a varias unidades domésticas. En concreto podríamos plantear dicha consideración para al menos los espacios A, C, D y E.
Por el contrario, el espacio B, podría ser una zona de conexión
entre unidades domésticas, donde también se llevaran a cabo diversas actividades, incluso de consumo. Así, en los espacios A,
C, D y E se documentaron hogares de distinta magnitud, restos
de consumo tanto óseos como vegetales, una amplia variedad
de recipientes cerámicos y alguno de madera, instrumentos de
molienda, percutores, así como punzones óseos y metálicos,
además de pesas de telar, que en al menos dos casos, parecen
corresponderse con la presencia de telares. Es interesante señalar que a través del estudio arqueozoológico se puede señalar un
consumo cárnico bastante similar de especies en los espacios
señalados, aunque existan algunas diferencias en relación con el
procesado de algunas de las especies de gran tamaño.
Otro aspecto que merece ser comentado es la documentación de un número bastante significativo de brazaletes de marfil
de elefante (ver capítulo 16), que a diferencia de otros asentamientos excavados en su totalidad, excede con creces lo documentado en contextos arqueológicos. Es el caso de Terlinques,
asentamiento no argárico situado a unos 50 km de distancia,
donde tan sólo fueron hallados 3 ejemplares en una superficie
excavada mayor que Caramoro I. En ambos casos, el marfil ya
parece llegar elaborado, siendo un posible lugar de producción
la Illeta dels Banyets (López Padilla, 2011).
Por último, merece mencionarse que Caramoro I guarda
significativas concomitancias con otros asentamientos bastante alejados, como Piedras Bermejas (Baños de la Encina, Jaén)
(Contreras et al., 1993), localizados en el extremo noroccidental
del territorio argárico, en la cuenca del Rumblar. Este emplazamiento, definido como un asentamiento estratégico tipo fortín, es
conocido por las actuaciones llevadas a cabo para su documentación planimétrica y topográfica. Se caracteriza por su reducido
tamaño –ocupando una superficie de 750 m2–, la existencia de un
recinto de planta piriforme con unas dimensiones máximas de 32
m de longitud por 22 m de anchura, y la presencia de potentes
muros con un grosor que oscila entre 1,60 y 2 m. En él se distinguen dos espacios diferentes, una torre de tendencia circular
en el ángulo sureste para reforzar la entrada –similar a las docu-
Figura 19.17. Refuerzos constructivos. a. Contrafuerte cuadrangular documentado en el acceso al asentamiento de Caramoro I; b
. Contrafuertes (aunque ya restaurados y recrecidos) en Peñalosa
(Baños de la Encina, Jaén) (Contreras et al., 1993).
mentadas en Peñalosa (fig. 19.17), con una envergadura de los
muros superior a los 2 m, y un recinto oval amurallado en el que
abren dos accesos opuestos, situados en las zonas noroeste y sur,
ya que son las zonas que permiten un acceso de menor dificultad.
En un segundo momento, se produjo una reestructuración de estos accesos, adosando nuevos tramos adaptados al trazado de la
estructura original y estrechando con ello las puertas de acceso.
Finalmente, se produjo el definitivo cierre de la puerta sur y un
reforzamiento general con adosamientos sucesivos de lienzos en
todo este flanco, dejando sólo el acceso desde el noroeste (Contreras et al., 1993). Procesos similares de refuerzo de los accesos han sido documentados en Caramoro I. La protección y la
limitación del acceso al interior del asentamiento fue una de las
grandes preocupaciones de sus constructores durante el periodo
en el que estuvo ocupado.
Por tanto, a pesar de las limitaciones impuestas por la ausencia de referencias estratigráficas procedentes de las intervenciones previas realizadas en el yacimiento, la reinterpretación del
mismo a partir de la lectura estratigráfica de sus estructuras, apoyada en una serie de dataciones absolutas, ha permitido caracterizar su desarrollo constructivo y planificación urbanística. El
rasgo más destacable, en este sentido, ha sido poder confirmar
una gran inversión laboral que fue efectuada en su inicial construcción, posterior fortificación y protección de su acceso, a pesar
de tratarse de un asentamiento de muy pequeño tamaño donde las
241
[page-n-12]
Figura 19.18. Representación
infográfica de Caramoro I vista
desde el sur. Diseño realizado
por José A. Vidal Campello,
Juan A. López Padilla y Francisco
Javier Jover Maestre.
actividades fundamentales estuvieron orientadas a la producción
agropecuaria. Por esta razón, más que calificarlo como torre vigía (Ramos, 1988) o fortín (González Prats y Ruiz, 1995), deberíamos considerarlo como un pequeño asentamiento de carácter
agropecuario fortificado o granja fortificada (fig. 19.18).
En este sentido, aunque la planificación interior, caracterizada por un edificio principal y otros adyacentes, no difiere de
otros núcleos argáricos un poco mayores también dedicados a
actividades agropecuarias, caso de Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a) o la Tira del Lienzo (Lull et al., 2015a), la arquitectura defensiva no tiene parangón, y no parece haber estado
presente en los núcleos citados.
Aunque el modelo de compleja articulación económica observado en la Vega Baja del Segura (López y Jover, 2014) es
precisamente el mismo que se ha propuesto para el valle del
Guadalentín (Delgado-Raack, 2008), la organización territorial
del Bajo Vinalopó guarda ciertas similitudes con el patrón de
asentamiento propuesto en los análisis más recientes para el valle del Rumblar (Cámara et al., 2007). En este territorio que, al
242
igual que el que aquí estudiamos, constituye otro de los confines
de El Argar, se ha sugerido la existencia de diferencias entre los
asentamientos en cuanto a su capacidad estratégica, así como la
presencia de enclaves de muy pequeño tamaño explicados como
fortines. Estos últimos se distribuyen desde los bordes de la depresión Linares-Bailén hasta el interior de la cuenca del Rumblar, habiéndose constatado también asentamientos de mayores
dimensiones, aunque dentro de una articulación territorial en la
que estarían controlados por los núcleos centrales de la Depresión y de la Loma de Úbeda, donde la jerarquización social se
muestra de forma más clara en los enterramientos (Zafra, 1991;
Zafra y Pérez, 1992; Lizcano et al., 2009).
Por tanto, la función que pudo cumplir Caramoro I, entre
el 2000 y el 1750 cal BC en los límites septentrionales de El
Argar debe ponerse en relación con su ubicación en una de las
vías principales de entrada y salida al espacio social argárico,
lo que explicaría su especial configuración y arquitectura, pudiendo ser descrito y explicado como un pequeño asentamiento campesino fortificado.
[page-n-13]
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humanos: 303-314. Universidad del País Vasco. Vitoria.
ZEDER, M. A. y LAPHAM, H. A. (2010): “Assessing the reliability of criteria used to identify postcranial bones of sheep,
Ovis, and goats, Capra”. Journal of Archaeological Science,
37: 2887-2905.
ZEDER, M. A. y PILAAR, S. E. (2010): “Assessing the reliability of criteria used to identify mandibles and mandibular
teeth in sheep, Ovis, and goats, Capra”. Journal of Archaeological Science 37: 225-242.
[page-n-33]
19
Caramoro I: ¿un fortín en los límites fronterizos
septentrionales del espacio social argárico?
Francisco Javier Jover Maestre, Sergio Martínez Monleón,
Juan A. López Padilla, María Pastor Quiles y Ricardo E. Basso Rial
INTRODUCCIÓN
LA UBICACIÓN DE CARAMORO I
Entre los estudios prehistóricos en la península ibérica siempre
han destacado los efectuados sobre El Argar (Siret y Siret 1890;
Lull 1983; Aranda et al., 2015). La larga tradición investigadora
en el Sureste ha permitido conocer en profundidad numerosos
aspectos de la materialidad y del desarrollo de este grupo arqueológico, hasta el punto de que, en la actualidad, es una de
las entidades culturales para la que más propuestas de orden
sociológico han sido formuladas.
Todo ello ha sido posible gracias a la intervención arqueológica en un buen número de asentamientos, en especial, durante
las últimas décadas, generando una amplia base empírica y cronológica. Sin embargo, solamente unos pocos enclaves argáricos
han sido excavados prácticamente en su totalidad, caso de Peñalosa, Castellón Alto o, más recientemente, Tira del Lienzo y La
Almoloya (Lull et al., 2015a; 2015b). En este sentido, son muy
pocos los estudios específicos publicados sobre asentamientos,
en los que se haya abordado, desde la secuencia de ocupación
asociada al desarrollo constructivo y técnicas empleadas en su
edificación, cronología, materialidad a las prácticas sociales.
Es por ello que con esta monografía hemos intentado contribuir a los estudios sobre El Argar, presentando el caso del pequeño
asentamiento de Caramoro I. Y es que, aunque sus dimensiones
son reducidas, la inversión laboral efectuada en su planificación
urbanística y en su construcción fue de considerable magnitud.
Además, la posibilidad de realizar una lectura estratigráfica de
las estructuras conservadas, a pesar de haber sido excavado en
la década de 1980 e inicios de los 1990, apoyada por una serie
de dataciones radiocarbónicas, ha permitido establecer cronológicamente su secuencia de ocupación y desarrollo constructivo,
contribuyendo a fijar con precisión la duración de este tipo de
asentamientos fortificados de pequeño tamaño dentro del desarrollo temporal de la cultura argárica.
Como ya ha sido expuesto a lo largo del presente texto, Caramoro I es uno de los asentamientos ubicados en el extremo
septentrional del territorio argárico. Se localiza sobre un pequeño espolón rocoso en el inicio de la sierra de Borbano, extremo septentrional del paraje conocido como Aigua Dolça i
Salada, dentro del término municipal de Elche (Alicante) (fig.
19.1). Se eleva unos 48 m sobre el entorno del fondo del valle,
disponiéndose en voladizo sobre el cauce del río Vinalopó,
del que dista 170 m (fig. 19.2). Encajado entre dos barrancos,
configura un auténtico balcón sobre el glacis descendiente y
el cauce del río Vinalopó, desde donde se puede divisar un
amplio trecho del campo de Elche y ejercer un control directo
sobre su principal vía de comunicación.
Desde el escarpe rocoso donde se ubica, en la margen
izquierda del río Vinalopó, se cuenta, con un amplio control visual hacia las tierras llanas orientales y meridionales,
alcanzando a cubrir el marjal de Crevillente-Elche y buena
parte de la bahía de Santa Pola (ver capítulo 4). Ajeno al
comportamiento de intervisibilidad que manifiestan la mayoría de los asentamientos argáricos de la zona, Caramoro I se
enmarca dentro de un grupo de asentamientos de muy pequeño tamaño, en este caso no supera los 796 m2, y escasa altitud
relativa. Solamente guarda una relación visual directa con
el próximo yacimiento de La Moleta, a pesar de que en sus
proximidades se encuentran otros yacimientos como los de
la Serra del Búho, Tabayá o el Barranco de los Arcos (Martínez Monleón, 2014a). En este sentido, desde Caramoro I se
puede divisar el pequeño yacimiento calcolítico de Kalathos
(fig. 19.3), situado a escasos 400 m agua arriba. Este emplazamiento, por sus características edáficas y su proximidad
al río, podría haber sido aprovechado por los habitantes de
Caramoro I como zona de cultivo.
231
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Figura 19.1. Vista del curso del río Vinalopó desde Caramoro I.
Caramoro I está directamente edificado sobre un conjunto estratificado de materiales pliocenos, básicamente calizas y conglomerados. El agua, debido a su alta porosidad y permeabilidad, se
filtra con suma rapidez. Debajo de tales conglomerados aparece un
nivel de margas arcillosas triásicas de coloración ocre-blanquecina
y verdosa a medida a que se humedece. Geomorfológicamente
estos dos niveles dan un relieve típico de murallones con bruscas
pendientes (figs. 19.4 y 19.5), debido a que la erosión se realiza en
las margas infrayacentes, lo que produce una caída por gravedad
de parte del nivel superior de conglomerados (Pignatelli, 1973). El
espolón que ocupa Caramoro I presenta una caída en vertical en
buena parte de su trayectoria, con excepción de su lado oriental. De
este modo, la superficie máxima que delimita el muro de cierre del
asentamiento no supera los 500 m2, habiendo empleado más de 250
m2 en su delimitación, con la construcción de diversas estructuras
de gran porte, siendo muy destacado el empleo de la piedra. El acceso al asentamiento solamente se podría efectuar por una pequeña
zona abierta, situada en su extremo nororiental.
Figura 19.2. Vista del espolón de Caramoro I, en el que se puede
observar su altura respecto del curso del río.
Figura 19.3. Vista del yacimiento calcolítico de Kalathos desde Caramoro I, tomada por Rafael Ramos Fernández en 1981. Fondos
del MAHE.
232
[page-n-3]
Figura 19.4. Vista desde la ladera oriental del espolón de Caramoro
I y sus procesos erosivos.
Figura 19.5. Detalle del proceso de erosión en las margas de la base
del espolón.
LA DOCUMENTACIÓN Y REGISTRO
DE CARAMORO I
Como ya ha sido señalado anteriormente, Caramoro I fue objeto de excavación sistemática en fechas relativamente recientes.
Fue descubierto gracias a las prospecciones realizadas por R.
Ramos Fernández (1988: 93), antiguo director del MAHE, donde realizó una campaña de excavaciones en 1981, y cuyos resultados serían publicados algunos años más tarde. Sin embargo,
con motivo de la construcción de la autovía A-7 que une Alicante con Murcia, cuyo trazado afectaba a parte del yacimiento vecino de Caramoro II (González Prats y Ruiz, 1992), se llevaron
a cabo nuevas actuaciones en 1989 y 1993, bajo la dirección de
A. González Prats y E. Ruiz Segura, que vinieron a completar y
en parte a modificar algunos de los datos proporcionados por la
primera intervención (González Prats y Ruiz, 1995).
Durante el primer semestre de 1981, fue realizada la primera campaña de excavaciones a cargo de R. Ramos Fernández,
quien dio cuenta de los trabajos de forma parcial, en un artículo publicado en el Homenaje a Samuel de los Santos (Ramos
Fernández, 1988). En esta breve publicación dicho autor mostraba un croquis de la planimetría del asentamiento y una interpretación de la evolución arquitectónica del mismo. Según lo
publicado, tras una primera visita al yacimiento no se hallaron
materiales en superficie, lo cual posteriormente, y en vista de los
resultados que deparó la intervención, interpretó como resultado de la colmatación del recinto interior, la fuerte erosión de la
zona y la visita de clandestinos al yacimiento.
A pesar de estas circunstancias, R. Ramos realizó un sondeo
de prospección de 2 x 2 m, en lo que posteriormente sería el
ángulo suroeste del sondeo 4, y una trinchera en Z de dirección
E-O y un eje N-S de 1 m de anchura para conocer la amplitud
del yacimiento. Los resultados que ofrecieron estos trabajos
fueron positivos, aflorando estructuras en un espacio con una
potencia superior a 1 m de profundidad (figs. 19.6 y 19.7).
Siguiendo las notas de R. Ramos Fernández, el yacimiento
presentaba, en lo que a registro estratigráfico se refiere, al menos
dos niveles de ocupación relacionables con dos pavimentos registrados en el espacio A (figs. 19.6 y 19.7), a su vez amortizados
Figura 19.6. Detalle del primer sondeo practicado en 1981 por R.
Ramos Fernández. Fondos documentales del MAHE.
bajo niveles de derrumbe o de incendio. No obstante, a juicio de
su excavador, no era posible señalar diferencias evidentes entre
el material arqueológico registrado en ambos niveles, que debían
pertenecer, por tanto, a un mismo “horizonte” cultural.
En función de toda la documentación obtenida se procedió a la excavación del resto del yacimiento implantando una
cuadrícula de panal de orientación simple, con 25 sondeos de
patrón divisibles en cuatro casillas de 2 x 2 m, con muros tes233
[page-n-4]
Figura 19.7. Testigo estratigráfico practicado por R. Ramos en el
espacio A. Fondo documental del MAHE.
Figura 19.8. Vista aérea del área excavada en 1981. Se puede observar el sistema de cuadrículas establecido por R. Ramos Fernández.
Fondos documentales del MAHE.
Figura 19.9. Detalle del hogar de la estancia B de R. Ramos. Fotografía de R. Ramos Fernández. Fondos documentales del MAHE.
234
tigos de 0,50 m de espesor entre sondeos y de 0,25 m entre
casillas, donde se repetía la sucesión estratigráfica observada
en el sondeo de prospección (fig. 19.8).
Esta intervención hizo aflorar, según su excavador, los restos de un recinto de planta arriñonada adaptada a la superficie
del terreno y con un revestimiento de barro arcilloso amarillento.
Este recinto estaba formado por un muro principal en su extremo
oriental que cerraba toda la edificación, al que se le habían ido
adosando posteriormente diversos muros, tanto por su cara externa como interna, interpretando esta estructura final como un
bastión, con un grosor que disminuía en dirección sur. Por su cara
oriental, la adición de muros había dejado tres espacios abiertos
entre los muros que, en sentido S-N, conformaban un espacio
triangular en cuña relleno de piedras, una plataforma rectangular
de 1,5 x 2 m interpretada como los restos de una posible torre y
un espacio semicircular relleno de piedras en el extremo septentrional. Por su cara occidental se adosaron otra seríe de muros
conformando dos habitaciones, denominadas por Ramos como A
y B. La primera –A– interpretada como una estancia o vestíbulo
de ingreso de planta circular y 3,5 m de diámetro, a la que se
accedía desde el exterior por medio de un estrecho pasillo en su
ángulo noroeste de poco más de 1 m de anchura, y que por medio
de un acceso en recodo en su extremo suroriental daba acceso a la
estancia central –B–, de planta irregular de 4 x 6 m de superficie,
que presentaba un banco en su extremo occidental y oriental, respectivamente, además de un hogar semicircular junto al banco del
extremo oriental (fig. 19.9). En su extremo meridional presentaba
una puerta de salida con portal enlosado y delimitación de jambas
que daba acceso a una tercera estancia –C– identificada como una
terraza que no estaba cubierta y en la que sólo se identificó un
estrato. Esta terraza tenía una puerta de comunicación del recinto
con el exterior en el extremo sureste y un muro que obligaba a un
ingreso en recodo a la estancia central –B.
Con todo, este asentamiento era interpretado como una fortificación construida en un punto de fácil defensa y gran visibilidad, que presentaba dos niveles de ocupación, debido a la
remodelación que sufrió el recinto tras el incendio que asoló la
primera fase constructiva del poblado. Así mismo, infería que
en este asentamiento, catalogado como “un puesto vigía” deberían haber vivido entre cuatro y seis personas que debían tener
una dedicación única de vigilancia e información, como puesto
avanzado del gran poblado de La Moleta, dentro de la facies del
Bronce Valenciano, y que atendiendo a sus productos cerámicos
debía situarse en la II fase de este periodo cronológico y cultural, entre 1.500 y 1.150 a.C.
Años más tarde, las obras realizadas para la construcción de
la autovía A-7, así como el lamentable estado en que se hallaba el asentamiento tras la excavación de R. Ramos Fernández,
motivaron una nueva excavación de urgencia en el yacimiento.
Éstas fueron iniciadas en noviembre de 1989 bajo la dirección
de A. González Prats y E. Ruiz Segura, que tendrían continuidad en junio de 1993, centrados básicamente en trabajos de
planimetría. Los resultados preliminares de esta intervención
se publicarían al poco tiempo, abordando los nuevos datos arquitectónicos, la escasa información sobre la estratigrafía que
presentaba el yacimiento y los nuevos elementos de cultura material que obligaron a variar el ámbito cultural al que se había
adscrito (González Prats y Ruiz Segura, 1995). A partir de estos
momentos ya fue considerado como plenamente argárico.
[page-n-5]
Las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo vinieron a
definir una serie de estructuras articuladas a lo largo de un eje
N-S con una longitud máxima de 33 m. Se confirmaba la existencia de una compleja fortificación en el extremo oriental del
poblado, compuesta por un importante bastión –H– de forma
arriñonada con unas dimensiones de 13,5 x 3,5 m en su extremo
nororiental, al que se adosaba en su extremo meridional una estrecha plataforma –F– o “cuerpo de guardia” y un foso –G– interpretado como la acequia que recogería el agua vertida por el
techado de la plataforma superior y la conduciría hacia el cauce
del río, relacionándolo con dos grandes bloques de piedra con
profundos surcos incisos artificiales. Finalmente, se detectaron
los restos de una posible muralla –I–, muy deteriorada y que no
llegaron a excavar, que presentaba un trazado oblicuo en relación al resto de la construcción con una longitud de 9 m.
La construcción del bastión –H– se realizó con la colocación
de gruesas piedras en talud en buena parte de su perímetro, quedando el resto cerrado por una serie de elementos de barro de
forma plano-convexa. El interior presentaba un relleno homogéneo de piedras y barro que se alzaría 2 m y que serviría de zócalo,
según sus excavadores, a una superestructura ligera integrada por
vegetales. A pesar de la intervención no se pudo delimitar cual era
la relación de este posible bastión con la entrada del poblado, aunque se planteaba que en un primer momento, una de las plataformas circulares de la entrada debía ser una torre y, posteriormente,
reforzando la fortificación y ganando espacio habitable al interior,
se construiría este gran bastión, ya que aparecía adosado al muro
oriental de la habitación A.
La plataforma –F– estaba construida por una línea simple
de piedras en talud, con una orientación NO-SE en sus primeros 8 m, y que, tras la realización de una trinchera para definir
la orientación de este muro, se unía a otro tramo de muro de
8,5 m de longitud que realizaba una inflexión de 150º, alcanzando una altura superior a los 2 m, estando revocado por una
espesa capa de arcilla.
Paralelo al primer tramo de muro de la plataforma F discurría un estrecho muro de 0,3 m de anchura y 5,7 m de longitud
(fig. 19.10), delimitando un foso –G–, de 1,2 m de amplitud y
cuya superficie presentaba grandes lajas de piedras, que se iba
estrechando en su extremo meridional hasta conectar con la plataforma F y que en su extremo septentrional conectaba con el
bastión H mediante una construcción de arcilla.
El sistema de fortificación se completaba con dos posibles
torres defensivas que configuraban un estrecho corredor de acceso al interior del asentamiento de apenas 1 m de anchura, en
donde fueron documentados los restos de un madero hincado
que constituía el eje del portón de madera que cerraba el acceso
al recinto. A través de esta entrada se accedía a una serie de unidades habitacionales –o de ocupación–, con una estancia principal por donde discurría el acceso –A– y un pequeño patio –B– a
través del cual se accedía indistintamente al resto de unidades
habitacionales –C, D y E.
La habitación A estaba constituida por las estancias A y B
de la excavación de R. Ramos Fernández (fig. 19.11). No hay
ninguna mención al muro central que dividiría esta habitación
A en dos estancias, pudiendo, tal vez, corresponder a una segunda fase constructiva, y que en el momento de la excavación
de A. González Prats y E. Ruiz Segura ya habría desaparecido
fruto de la erosión y las agresiones antrópicas. En esta vivienda
Figura 19.10. Detalle de la plataforma F y G. Fotografía de E. Ruiz
Segura durante su proceso de excavación.
Figura 19.11. Extremo meridional del espacio A. Vano de acceso.
Fotografía de R. Ramos Fernández. Archivo del MAHE.
A, un potente muro oriental, de 4 m de anchura, se prolongaba
hacia el extremo meridional, decreciendo en amplitud hasta alcanzar una anchura aproximada de 1 m. Bajo el banco corrido
documentado por R. Ramos Fernández en el extremo oriental de su estancia B, aparecía otro banco corrido y un hoyo de
poste correspondiente a la fase constructiva más antigua del
poblado, y que habría que considerar como infrapuestos con el
supuesto hogar registrado en la excavación realizada en 1981.
Asimismo, esta habitación también presentaba un banco corrido en su extremo occidental.
Desde esta primera unidad habitacional y a través de un vano
de 1 m de anchura aproximadamente se accedía a una nueva habitación –B– de pequeñas dimensiones, interpretada como un
pequeño patio cubierto o porche con gran cantidad de calzos de
poste –7– y con un hogar situado en su extremo nororiental. A
pesar de ello, sus excavadores sólo documentaron un único derrumbe y finas capas de pavimento en esta zona que hacen pensar
en una única fase constructiva. Los calzos de poste se encontraban
a distinta altura y no parecían haberse construido al mismo tiempo,
sino corresponder a continuas remodelaciones.
A través de este “patio” o espacio abierto se accedía al resto de las dependencias del poblado (fig. 19.12). En el extremo
occidental y paralela a la habitación A, había un nuevo espacio
235
[page-n-6]
Figura 19.12. Imagen general del “patio” de González y Ruiz o espacio B actual.
Figura 19.13. Detalle de uno de los hogares documentado en la
campaña de 2015 en el espacio o habitación C.
Figura 19.14. Detalle de uno de los calzos de poste del espacio C
documentado en 2015.
236
definido como habitación D, delimitado por el muro occidental de la habitación A y por los restos de otro que se sitúan en
dirección E-SE a O-NO. Este espacio estaba muy alterado por
la cremación de residuos industriales vertidos en un momento
posterior a la excavación de R. Ramos Fernández. No obstante,
en su extremo oriental pudo detectarse un nuevo banco corrido y varios suelos de hogares, así como calzos de poste, con
abundante material arqueológico, entre el que destacaba una
escudilla de madera carbonizada no conservada, varios colgantes de marfil y algunos punzones de hueso en una única fase
constructiva. Parte de esta habitación había desparecido por el
desprendimiento de la cresta rocosa en el extremo occidental del
espolón. Esta circunstancia, unido a las grietas presentes en esta
zona del yacimiento, habría hecho desaparecer parte de otra habitación en el extremo suroccidental del poblado, que no recibió
denominación en la posterior publicación realizada.
Desde la habitación B también se accedía a un nuevo departamento –C– en el extremo meridional del poblado, de planta
rectangular y que a pesar de presentar estratos correspondientes
a una única fase de ocupación con varios pavimentos, restos de
hogares (fig. 19.13) y calzos de poste, presentaba al menos dos
muros superpuestos al muro oriental original de la misma. Éstos
debían corresponder a una segunda fase constructiva totalmente arrasada por la erosión. En el lado oriental de esta habitación
aparecía un estrecho corredor de 0,50 m, que sus excavadores
interpretaron como un conductor de evacuación del agua de lluvia
procedente de la cubierta de esta vivienda y de la habitación E,
así como del patio. A pesar de ellos, en el interior de este espacio
se documentaron restos de calzos de poste que podrían indicar
que también éste estuvo techado (fig. 19.14), conformando una
calle que articularía el acceso y la circulación entre estas unidades
de ocupación, tal como se ha documentado en otros yacimientos
argáricos próximos como Pic de les Moreres (González Prats,
1986a; 1986b) o Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a).
Al este de la calle se situaba la vivienda E, que presentaba
una estratigrafía indicativa de una única fase de ocupación, con
un potente nivel de incendio que ofrecía una gran cantidad de
material arqueológico. Presentaba una planta triangular, con dos
hogares junto a su muro oriental. En el ángulo septentrional de
esta habitación se detectó una fosa en donde se había enterrado
un infante de 1 año y medio de edad aproximadamente, en el
que se apreciaban las señales de un amplio corte en la parte
frontal del cráneo producido por una hoja metálica de gran tamaño (Cloquell y Aguilar, 1996).
Según sus excavadores, la cultura material del poblado,
el uso de la técnica constructiva denominada “espina de pez”
y, fundamentalmente, la presencia de una inhumación bajo el
suelo de la vivienda E reflejaban, de manera incuestionable, el
carácter argárico del poblado. Asimismo, planteaban que esta
fortificación tenía un carácter estratégico en relación al intenso
poblamiento argárico del curso bajo del río Vinalopó.
Tanto en las excavaciones efectuadas por R. Ramos Fernández (1988) como en las actuaciones de urgencia realizadas por A.
González Prats y E. Ruiz Segura (1995) se registró una importante cantidad de restos arqueológicos que en su totalidad están
depositados en el Museo Arqueológico y de Historia de Elche.
Con motivo del inicio de nuevos trabajos de limpieza y documentación arqueológica del yacimiento, también se ha tenido acceso a
dichos fondos materiales. Se trata de un conjunto muy amplio de
[page-n-7]
vasos y fragmentos cerámicos, entre los que se destacan algunas
formas carenadas y copas de clara filiación argárica, así como un
amplio número de cuencos de tipo casquete esférico, semiesférico y de tendencia esférica. Además se han registrado diversos
productos óseos, como punzones, cinceles, alisadores y un conjunto importante de objetos de marfil, especialmente brazaletes o
colgantes con los extremos perforados y un botón prismático con
doble perforación en V. También se han localizado instrumentos
metálicos como puntas de Palmela, un punzón de sección circular
y otros dos de sección cuadrada. Asimismo, ha sido detectado un
fragmento de terracota de cuerno de toro y una importante cantidad de elementos líticos, como molinos y molederas, percutores,
dientes de hoz de sílex, lascas y un hacha de piedra pulida. Por
último, señalar la presencia de diversas valvas marinas perforadas, fragmentos de al menos una pesa de telar de forma oblonga
con cuatro perforaciones y semillas carbonizadas, al parecer, de
Vicia faba. Cabe destacar el amplio número de retos faunísticos
conservados, entre los que destaca el dominio de los ovicaprinos,
junto a astas y huesos de grandes ciervos y colmillos de jabalí (ver
del capítulo 10 al 18).
Con todo, a pesar de la importancia de Caramoro I, desde la
última actuación llevada a cabo en 1993, el yacimiento entró en
el olvido. Con independencia de la magnífica conservación de sus
estructuras murarias, no fue planteado ningún proyecto ni de conservación ni de restauración, aunque por parte de Rafael Ramos
Fernández, director del Museo Arqueológico de Elche, sí fue planteada en varias ocasiones a la corporación local la necesidad de
conservar y poner en valor el yacimiento. No hubo respuesta.
Por este motivo, desde 1993 hasta 2015 el yacimiento entró
en un estado de abandono y degradación considerable, sin que
fuese objeto de atención por parte de ningún investigador, ni
autoridad o funcionario público. El interés de actuar nuevamente en este enclave residió en la posibilidad de documentar las
estructuras conservadas, intentando efectuar una lectura estratigráfica de las mismas para entender de forma más completa el
asentamiento, dada la limitada información publicada, así como
excavar los testigos estratigráficos dejados por las anteriores excavaciones, con el objeto de recuperar información que permitiera reconocer su secuencia y concretar, al menos, el momento
de su fundación. Todo ello se enmarca en el proyecto de investigación que venimos desarrollando sobre el III y II milenio cal
BC en las tierras del Levante peninsular.
Así, los trabajos de limpieza y documentación arqueológica
fueron desarrollados entre junio y julio de 2015 y se retomaron
nuevamente hacia las mismas fechas en 2016. Los trabajos fotogramétricos y planimétricos obligaron a dedicar buena parte del
tiempo a la limpieza de las estructuras y de los ambientes ya excavados. El tiempo restante fue dedicado a la excavación de los
restos del testigo A conservado en el interior del asentamiento,
así como de algunos retazos sedimentarios en la zona D, algo alterados. La zona exterior también fue limpiada en parte para su
fotogrametría, pero la conservación de parte del segundo de los
testigos –B– con relleno sedimentario no alterado, aconsejó que
su documentación fuese efectuada en 2016.
Durante la campaña realizada en 2015 se pudieron reconocer
y definir los espacios A, B, C, D, E, F, G, H, I, J y K, manteniendo
las denominaciones de las excavaciones previas. A ellos se incorporaron tres nuevos espacios: el espacio J, situado al O del muro
UE 2018, el cual comprende un espacio de tendencia rectangular
Figura 19.15. Arranque del antemural en su extremo septentrional
en el que se puede observar la conservación de parte de su grueso
revestimiento.
con unas dimensiones máximas de 9 m en el eje S-N y 1,55 m en el
eje E-O, delimitando un área aproximada de 10,5 m2; el espacio L,
ubicado intramuros al SE del muro UE 2013 y al S de lo que sería
la prolongación del muro UE 2001, el cual comprende un área de
aproximada de 23 m2 de tendencia rectangular; y el espacio K, estrecho corredor que ya había sido identificado por A. González y E.
Ruiz durante sus excavaciones, pero que no había sido definido de
forma independiente al resto de espacios.
Con todo, la labor de campo emprendida en 2015 y 2016 permitió fijar con mucha mayor precisión el proceso de construcción y
ocupación del asentamiento. A través de la limpieza y excavación
puntual en algunas zonas del asentamiento –testigos A y B, restos
sedimentarios en el espacio D, zona de acceso e interior en el espacio A– y de la lectura estratigráfica de las estructuras murarias, se
han podido determinar y reconocer, al menos, tres momentos de uso
(ver capitulo 7). No obstante, en general, la planificación espacial y
la estructura arquitectónica del sitio no se transformaron en su esencia desde su fundación.
Los diferentes momentos de uso detectados se concretan, básicamente, en ampliaciones, refuerzos murarios, reformas y saneamientos de determinados espacios. En algunos casos, la causa que pudo
ocasionar la necesidad de emprender reformas fueron incendios que
obligaron a reacondicionar el espacio. Así, tanto en las excavaciones
iniciales como en las últimas actuaciones, en los espacios A y E han
sido detectados niveles de incendio sobre las pavimentaciones más
antiguas, habiéndose conservado, además, algunas evidencias materiales de facto y basura primaria (Schiffer, 1985).
No obstante, a partir de los nuevos datos recabados en el
proceso de documentación sí podemos colegir que el aspecto
más destacado de su historia constructiva fue la considerable
inversión efectuada en la ampliación y mejora de las estructuras
de acceso al poblado, reforzando en todo momento su fortificación. Este rasgo de carácter defensivo, basada en la edificación
de antemurales (fig. 19.15) y bastiones de distinta magnitud,
es una de las características también descritas en otros asentamientos argáricos. Aunque en el territorio de El Argar han sido
excavados un buen número de asentamientos, sólo de unos po237
[page-n-8]
cos han sido analizados sus rasgos arquitectónicos. Entre ellos
se encuentran Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) (Contreras
2000; 2009-2010; Moreno 2010), Castellón Alto (Galera, Granada) (Molina et al., 1986; Contreras et al., 1997), Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a), La Bastida, Tira del Lienzo (Totana,
Murcia) (Lull et al., 2011; 2015a; Delgado-Raack et al., 2015)
y La Almoloya (Lull et al., 2015b). El desarrollo de la investigación ha permitido conocer la construcción de asentamientos
emplazados principalmente en ladera y en altura, donde son frecuentes las grandes construcciones de piedra, como en el caso
aquí presentado, aunque también se conocen enclaves en llano,
como Rincón de Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala 1985;
1991) o Los Cipreses (Lorca, Murcia) (Martínez Rodríguez et
al., 1999), que no habrían contado con muros de cierre o defensa hechos de mampostería, aunque en el primero de ellos se
planteó el hallazgo de los restos de una empalizada de madera
(Ayala, 1991: 96, Fig. 33).
La amplia planificación de los accesos a los asentamientos, la destacada densidad de edificios y su organización a lo
largo de pasillos de tránsito, permiten reconocer un urbanismo
incipiente para el ámbito de El Argar. No obstante, todavía no
ha sido publicado en detalle ni el desarrollo de la secuencia
constructiva, ni de ocupación de los mismos, y en muy pocos casos contamos con trabajos específicos sobre su arquitectura (ver Contreras, 2009-2010; Moreno 2010, para el caso
de Peñalosa), habiéndose abordado, principalmente, la citada
cuestión del urbanismo (Molina y Cámara, 2004; Contreras,
2009-2010) y las fortificaciones en El Argar (Serrano, 2012;
Lull et al., 2013; 2014), o las obras hidráulicas (Soler et al.,
2004; Lull et al., 2015c). En Caramoro I no se han identificado
construcciones que puedan interpretarse como cisternas. No
obstante, espacios como el K y el G fueron asociados en intervenciones previas a la gestión de agua, concretamente a su
evacuación. La existencia de canalizaciones de agua de época
argárica se ha planteado en asentamientos como el Cerro de la
Virgen (Orce, Granada) (Schüle, 1966; Lull, 1983: 383; Lull
et al., 2015c), o el Rincón de Almendricos (Ayala, 2001-2002:
153). De todos modos, la interpretación de un espacio como
calle o pasillo no excluye que también hubiera servido para
la conducción y drenaje de agua, como se ha planteado, por
ejemplo, en La Almoloya (Lull et al., 2015b: 71).
Con todo, el uso de la piedra fue fundamental en grandes obras de infraestructura (Lull et al., 2014), así como en
la construcción de viviendas y estructuras de actividad, en
combinación con otros materiales. La piedra es el material
constructivo habitual y claramente el más visible en murallas y/o bastiones, como se observa en La Bastida (Lull et al.,
2013; 2014; 2015a), Barranco de la Viuda (Medina y Sánchez,
2016), Cerro de la Encina (Aranda y Molina, 2005) o Peñalosa (Contreras, 2000; 2009-2010; entre otros). Como también
ocurriría en el asentamiento de Caramoro I, la protección del
enclave suele resultar de la combinación entre las características orográficas del emplazamiento y las construcciones artificiales, en las que, de acuerdo con lo que se conoce para estos
momentos, generalmente predomina la técnica de la mampostería, pero también se aplicarían otras, como la piedra seca
(Ayala, 1980: 155; Eiroa, 2004: 59), utilizada asimismo fuera
del territorio argárico. Si bien en Caramoro I, un enclave situado en las proximidades del cauce del río, pero reforzado de
238
forma considerable, la importancia del uso de la piedra en la
construcción es indudable, éste también reúne evidencias de
construcción con tierra únicas, por el momento, para el ámbito
de El Argar (ver capítulo 8) y que, además, fueron aplicadas
en el área de cierre y mayor fortificación del emplazamiento,
sobre y junto al bastión H. Se han documentado estructuras
de piedra interpretadas como bastiones en otros asentamientos
argáricos, como Tira del Lienzo (Delgado-Raack et al., 2015:
46), Cuesta del Negro, Cerro de la Encina o Peñalosa (Contreras, 2009-2010: 46). Respecto a la disposición de la piedra mediante el aparejo en espiga, cuya presencia ya hemos indicado
en Caramoro I, también está costatada en asentamientos de El
Argar, como la Bastida (Ponsac et al., 1947: 48) o el Barranco
de la Viuda (Medina y Sánchez, 2016: 39).
En algunos yacimientos del territorio argárico se ha señalado
el empleo de tipos concretos de litologías. La arenisca en forma
de bloques fue la principal materia prima utilizada en la edificación de viviendas, plataformas de aterrazamiento e incluso cisternas, en asentamientos argáricos como Castellón Alto (Galera,
Granada) (Contreras, 2009-2010: 52), sin olvidar el empleo de
arcillas margosas locales en la trabazón y revestimiento de los
muros. En otros asentamientos argáricos se utilizan otras rocas,
como en Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén), donde la pizarra
fue empleada en sus construcciones de mampostería, una piedra también utilizada, entre otros tipos, en La Bastida de Totana
(Murcia) (Lull et al., 2015a: 75). En el caso de la construcción
de la muralla argárica de la Bastida, de piedra trabada con mortero, ha sido planteado que se escogieron, prioritariamente, areniscas procedentes de un área más alejada del emplazamiento de
la muralla, en vez de la pizarra y la caliza disponibles en el sitio,
a causa de su mayor facilidad para ser transportadas y escuadradas (Lull et al., 2015a: 51). Del mismo modo, se ha interpretado
que las piedras utilizadas en las edificaciones de Tira del Lienzo
se habrían obtenido de una rambla cercana, dada la gran dureza
de la litología de la cima del cerro y la poca resistencia de los
yesos que forman su base (Lull et al., 2015a: 168).
Al igual que en los casos comentados, en Caramoro I las
rocas se emplearon como mampuestos en el alzado de los muros y bancos de las diferentes estancias, así como en las partes fortificadas. Se han podido diferenciar tres tipos. En primer
lugar, calizas biclásticas arenosas de distintos tamaños, siendo
de este material los grandes bloques de más de 1 m de longitud. Estas mismas calizas fueron empleadas en el Barranco de
la Viuda (Lorca, Murcia) (Medina y Sánchez, 2016: 41). Este
tipo de roca constituye la base sobre la que fue planificada la
instalación del asentamiento. Las calizas están acompañadas de
bloques de areniscas, también abundantes en la zona, así como
de conglomerados de tamaño medio, entre 20 y 50 cm, integrados por cantos calizos mesozoicos cementados en arenas cuya
procedencia se encuentra bajo las calizas biclásticas, en la misma columna estratigráfica que configura el espolón rocoso que
ocupa Caramoro I (fig. 19.16).
Toda esta serie de recursos litológicos, incluyendo los sedimentos empleados en su trabazón y revestimiento, serían obtenidos en el entorno. A lo largo de las márgenes del río Vinalopó,
entre las sierras de Tabayá y Borbano, y en un radio inferior a 5
km de distancia de Caramoro I, se pueden observar una serie de
tramos bien escalonados donde destaca la presencia de arcillas
y yesos del Triásico, margas arenosas y areniscas masivas del
[page-n-9]
Figura 19.16. Vista general de Caramoro I desde su zona de acceso. Toma realizada en agosto de 2016.
Burdigaliense superior, a los que les siguen otras del Tortoniense
y Andaluciense, y que se completan con los conglomerados señalados. En el techo de esta secuencia se suele encontrar caliza
biclástica arenosa con fauna marina (Pignatelli, 1973). Entre los
factores que influirían a la hora de utilizar un determinado tipo
de piedra como material constructivo se encontrarían su dureza
y resistencia estructural, su capacidad para resistir la erosión, la
facilidad a la hora de extraerla de una cantera, en su caso, y de
darle forma, así como su disponibilidad en el entorno, en relación al coste de su transporte (Rapp y Hill, 2006: 214). Así, las
rocas sedimentarias como las calizas arenosas y los cantos calizos empleados en Caramoro I son generalmente más fáciles de
trabajar respecto a otras rocas, como las metamórficas o ígneas y,
por ello, serían utilizadas como materiales de construcción (Morriss, 2000: 27). Además, su abundancia y variedad de tamaño
en el mismo emplazamiento donde se ubica Caramoro I habrían
facilitado enormemente su obtención y puesta en obra.
Respecto al uso de la piedra en la construcción de viviendas argáricas, sólo en algunos enclaves, como La Bastida o
Peñalosa, se conocen edificaciones en las que los muros se habrían construido con mampostería hasta una importante altura
o por completo. Por el contrario, es habitual la construcción,
sobre zócalos de piedra, de alzados de tierra, combinada o no
con elementos vegetales, siendo construidos con tierra masiva
(Guillaud et al., 2007; Knoll et al., 2019) o mediante la técnica
del bahareque, de lo que se conocen numerosos ejemplos a lo
largo del territorio argárico.
En el caso concreto de Caramoro I se construyeron 11 espacios diferentes desde su construcción. La planta de los espacios
habitacionales es alargada, con una forma más o menos rectangular, formada por muros en su mayoría rectilíneos, aunque construyéndose también algunas formas de tendencia curva. Respecto
a las técnicas constructivas detectadas, los alzados habrían sido
construidos mediante la técnica de la mampostería de piedra,
en su mayoría por completo, aunque no podemos descartar del
todo que algunos muros interiores y de menor grosor hubieran
contado con parte del alzado construido con otra técnica. El estudio macrovisual de los fragmentos constructivos de barro de
Caramoro I ha hecho posible visibilizar el empleo de diferentes
técnicas de construcción con tierra (Doat et al., 1979; Knoll y
Klamm, 2015). Entre ellas se han identificado las del amasado,
bajareque (Viñuales et al., 2003; Guerrero, 2007; Pastor, 2017),
manteado de barro sobre diferentes especies vegetales y amasado
de barro en forma de bolas, aplicadas junto con la mampostería.
En el estudio macrovisual de los restos constructivos de tierra del
asentamiento no se han hallado improntas de troncos, aunque la
presencia de postes de madera está constatada mediante la ya citada documentación de sus calzos en casi todos los espacios, además de en el contrafuerte de acceso al asentamiento. En cuanto
a la construcción de tabiques internos que dividan las estancias,
frecuentes en la arquitectura argárica, únicamente se ha identificado un posible muro medianero, que habría sido construido con
tierra y piedras, en el espacio A.
Referencias a los aspectos constructivos de los enclaves argáricos existen desde los inicios de su estudio (Siret y Siret, 1890).
En la obra de Lull (1983) sobre El Argar, también se abordaba
la caracterización de las edificaciones de muchos asentamientos,
desde Laderas del Castillo (Callosa de Segura, Alicante) hasta
el propio enclave de El Argar (Antas, Almería), en los que se
apuntaba el empleo de la técnica del bajareque, asociada principalmente, aunque no exclusivamente, a las cubiertas. La forma
que se ha planteado mayoritariamente para las techumbres de las
construcciones argáricas viene a considerar su tendencia plana o
ligeramente inclinada a una vertiente, como ya ha sido señalado
239
[page-n-10]
(Molina y Cámara, 2004: 17), algo que también cabe proponer
para Caramoro I. Otro rasgo constructivo documentado en Caramoro I son los postes embutidos en los muros, identificados asimismo en Castellón Alto (Contreras et al., 1997), Fuente Álamo
(Pingel et al., 2005: 195), Terrera del Reloj (Molina et al., 1986:
354-355, Lám. IIa; Contreras 2009-2010: 54), La Bastida (Totana, Murcia) (Lull et al., 2009: 211), Cerro de las Viñas (Coy,
Murcia) (Ayala, 1991: 194, 197) o los cercanos asentamientos
de Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a) y Laderas del Castillo
(López Padilla et al., 2017).
La madera y la materia vegetal, aunque menos visibles,
también fueron materiales constructivos de importancia en labores constructivas. En Caramoro I se han conservado diversos
agujeros de poste en el interior del asentamiento que habrían
contribuido a sustentar las techumbres, algunos exentos y otros
encastrados en los muros, bancos y contrafuertes. Asimismo,
la madera se habría utilizado en largueros y travesaños de las
cubiertas, aunque no se han conservado evidencias directas de
ello. El estudio de los restos antracológicos recuperados tanto
en las excavaciones antiguas, como en las recientes, efectuado por Mónica Ruiz Alonso (ver capítulo 10), ha ofrecido una
imagen de la vegetación leñosa que habría estado presente en el
entorno del enclave, además de apuntar la selección de distintas especies para las actividades constructivas. Se ha observado
una presencia significativa de pino, olivo y pistacia, además de
tamarindo, conservándose en algunos casos en forma de troncos
de gran tamaño y asociados a calzos de poste. En el entramado
de las techumbres se habría utilizado materia vegetal, habiéndose recuperado una decena de restos de barro con improntas
de caña y carrizo (ver capítulo 8) que podrían pertenecer a las
cubiertas, así como improntas de hojas alargadas y planas, posiblemente pertenecientes también a estas plantas. También se
utilizaron vegetales integrados en los morteros de tierra, a modo
de estabilizante y contribuyendo a conformar las bolas y bloques de barro amasado.
Las mismas especies identificadas en Caramoro I se documentan en otros poblados argáricos como Rincón de Almendricos (Ayala et al., 1989: 284), Barranco de la Viuda (Lorca,
Murcia) (García Martínez et al., 2011) o Castellón Alto (Contreras, 2009-2010: 52), estando también presente en Cabezo
Pardo (Carrión, 2014). La importante presencia del empleo
del pino carrasco en los asentamientos de la Edad del Bronce
ha sido resaltada también por diferentes investigaciones antracológicas (Grau, 1998; Carrión, 2005: 275; Machado et al.,
2004, 2009), aunque en el ámbito argárico alicantino, murciano y almeriense parece existir una cierta preferencia por
el tamarindo, la olea, e incluso, la pistacia. Ejemplos como
el asentamiento argárico de Cabezo Pardo (Carrión, 2014),
pero también del cercano yacimiento del Bronce final de Caramoro II (García Borja et al., 2010), e incluso más meridionales como Fuente Álamo (Carrión, 2005), así lo atestiguan.
Esta diferenciación entre unas latitudes y otras parece responder, por un lado, a las condiciones más áridas y cálidas
de las tierras del Sureste en sentido estricto, lo que facilitaría
el predominio de especies como el acebuche, el tamarindo,
y en las zonas más degradadas, de la pistacia frente al pino.
Pero también, a un uso preferencial de aquellas especies que,
cumpliendo los requerimientos exigidos para su empleo en
labores constructivas, se encontraban de forma más extendida
240
en los entornos de los asentamientos. En el caso de Caramoro I, su proximidad a estribaciones montañosas facilitó la selección de pino, pero también de tamarindo, olivo y pistacia.
Sin embargo, en las tierras del Bajo Segura, y en especial en
asentamientos excavados como Cabezo Pardo, los estudios
efectuados muestran una inversión en la proporción de las
especies. El tamarindo fue la especie más empleada. Estas diferencias entre Caramoro I y Cabezo Pardo pueden ser explicadas por las características del entorno de los asentamientos.
El tamarindo sería la especie más abundante y casi única en el
entorno de Cabezo Pardo.
Las técnicas constructivas empleadas en los asentamientos
argáricos suelen mencionarse y en algunos casos se indica la
presencia de restos constructivos de tierra (ya señalado en Siret
y Siret, 1890). No obstante, no abundan los estudios específicos
sobre los materiales y técnicas constructivas empleados en el ámbito de El Argar. En este sentido, entre los trabajos que abordan
los materiales constructivos argáricos destacan los de restos de
tierra, realizados desde una perspectiva tanto macroscópica como
microscópica. Estos análisis han sido abordados para Rincón de
Almendricos (Lorca, Murcia) (Ayala y Ortiz, 1989; Ayala et al.,
1989), Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) (Rivera, 2007; 2009;
2011) y Cabezo Pardo (San Isidro/Granja de Rocamora, Alicante)
(Pastor, 2014; 2017; Martínez Mira et al., 2014).
En el interior de Caramoro I son pocas las evidencias que se
han podido conservar de la construcción con tierra, aunque posiblemente habría sido aplicada en un mayor número de partes
constructivas de las que ha quedado testimonio arqueológico,
como en estructuras de equipamiento interno o externo de las
edificaciones, de las que se han conservado sólo algunos restos
parciales. En las áreas intramuros, el uso del barro se observa
principalmente en el mortero de unión de los mampuestos, en
revestimientos y en las pavimentaciones. Se han identificado
hogares en el espacio interno de algunas edificaciones, así como
bancos ubicados en los espacios A, B y C, en los que se habría
utilizado tanto la tierra como la piedra.
No obstante, en el recinto exterior se han conservado restos
de estructuras de tierra de gran relevancia, ya documentadas en
las excavaciones de finales de los años 1980 e inicios de los
1990, cuyo estudio ha podido ser abordado a raíz de las últimas
intervenciones (Pastor et al., 2018). El sedimento cuaternario
con cantos existente en el entorno inmediato fue utilizado como
relleno de contrafuertes y del antemural. Y arcillas margosas
de tonos ocres y verdosos fueron empleadas en el alzado y revestimiento del bastión H y en un tramo de bloques de barro
amasado −UE 1806−. En este conjunto destaca la constatación
de la técnica constructiva del amasado en forma de bolas, no
sólo a través de la recuperación de sus restos constructivos −habiéndose documentado más de un centenar−, sino también por
la conservación de un ejemplo directo de su empleo en el alzado
de una estructura (ver capítulo 8).
Por otro lado, aunque en Caramoro I no se ha detectado hasta la fecha, en distintos asentamientos del ámbito de El Argar se
ha propuesto la presencia de enlucidos de cal o encalados, como
en La Bastida, Tira del Lienzo (Lull et al., 2015a: 76, 168) o La
Almoloya (Lull et al., 2015b: 75). No obstante, no siempre han
sido publicados análisis fisicoquímicos sobre la cuestión, como
sí en Rincón de Almendricos (Ayala et al., 1989: 282; Ayala y
Ortiz, 1989; Ayala, 1991: 76-77) o Cabezo Pardo (San Isidro/
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Granja de Rocamora, Alicante) (Martínez Mira et al., 2014),
habiéndose planteado el posible uso de cal en revestimientos
desde el III milenio BC (Jover et al., 2016).
En el interior de los distintos espacios diferenciados, y asociados a bancos y hogares, fueron documentados un ingente número
de evidencias materiales desechadas que denotan que en dichos
espacios se llevaron a cabo distintas labores productivas y de consumo de las personas que allí residieron. Molinos y molederas,
hoces, percutores, hachas de piedra pulida, una amplia variedad
de recipientes cerámicos, algunos recipientes de madera, instrumentos metálicos, un amplio número de restos óseos de especies
animales domésticas y salvajes, restos de semillas carbonizadas,
adornos de marfil, hueso y concha, pesas de telar, o la inhumación
en fosa de un individuo infantil, son la prueba del desarrollo de
la vida cotidiana y de prácticas sociales propias de una pequeña
comunidad campesina, cuyos rasgos fenomenológicos muestran
su carácter argárico (ver los capítulos del 10 al 18).
Los estudios específicos efectuados han venido a validar la
hipótesis de que el conjunto recurrente de evidencias materiales
registradas en varios de los espacios distinguidos correspondería a varias unidades domésticas. En concreto podríamos plantear dicha consideración para al menos los espacios A, C, D y E.
Por el contrario, el espacio B, podría ser una zona de conexión
entre unidades domésticas, donde también se llevaran a cabo diversas actividades, incluso de consumo. Así, en los espacios A,
C, D y E se documentaron hogares de distinta magnitud, restos
de consumo tanto óseos como vegetales, una amplia variedad
de recipientes cerámicos y alguno de madera, instrumentos de
molienda, percutores, así como punzones óseos y metálicos,
además de pesas de telar, que en al menos dos casos, parecen
corresponderse con la presencia de telares. Es interesante señalar que a través del estudio arqueozoológico se puede señalar un
consumo cárnico bastante similar de especies en los espacios
señalados, aunque existan algunas diferencias en relación con el
procesado de algunas de las especies de gran tamaño.
Otro aspecto que merece ser comentado es la documentación de un número bastante significativo de brazaletes de marfil
de elefante (ver capítulo 16), que a diferencia de otros asentamientos excavados en su totalidad, excede con creces lo documentado en contextos arqueológicos. Es el caso de Terlinques,
asentamiento no argárico situado a unos 50 km de distancia,
donde tan sólo fueron hallados 3 ejemplares en una superficie
excavada mayor que Caramoro I. En ambos casos, el marfil ya
parece llegar elaborado, siendo un posible lugar de producción
la Illeta dels Banyets (López Padilla, 2011).
Por último, merece mencionarse que Caramoro I guarda
significativas concomitancias con otros asentamientos bastante alejados, como Piedras Bermejas (Baños de la Encina, Jaén)
(Contreras et al., 1993), localizados en el extremo noroccidental
del territorio argárico, en la cuenca del Rumblar. Este emplazamiento, definido como un asentamiento estratégico tipo fortín, es
conocido por las actuaciones llevadas a cabo para su documentación planimétrica y topográfica. Se caracteriza por su reducido
tamaño –ocupando una superficie de 750 m2–, la existencia de un
recinto de planta piriforme con unas dimensiones máximas de 32
m de longitud por 22 m de anchura, y la presencia de potentes
muros con un grosor que oscila entre 1,60 y 2 m. En él se distinguen dos espacios diferentes, una torre de tendencia circular
en el ángulo sureste para reforzar la entrada –similar a las docu-
Figura 19.17. Refuerzos constructivos. a. Contrafuerte cuadrangular documentado en el acceso al asentamiento de Caramoro I; b
. Contrafuertes (aunque ya restaurados y recrecidos) en Peñalosa
(Baños de la Encina, Jaén) (Contreras et al., 1993).
mentadas en Peñalosa (fig. 19.17), con una envergadura de los
muros superior a los 2 m, y un recinto oval amurallado en el que
abren dos accesos opuestos, situados en las zonas noroeste y sur,
ya que son las zonas que permiten un acceso de menor dificultad.
En un segundo momento, se produjo una reestructuración de estos accesos, adosando nuevos tramos adaptados al trazado de la
estructura original y estrechando con ello las puertas de acceso.
Finalmente, se produjo el definitivo cierre de la puerta sur y un
reforzamiento general con adosamientos sucesivos de lienzos en
todo este flanco, dejando sólo el acceso desde el noroeste (Contreras et al., 1993). Procesos similares de refuerzo de los accesos han sido documentados en Caramoro I. La protección y la
limitación del acceso al interior del asentamiento fue una de las
grandes preocupaciones de sus constructores durante el periodo
en el que estuvo ocupado.
Por tanto, a pesar de las limitaciones impuestas por la ausencia de referencias estratigráficas procedentes de las intervenciones previas realizadas en el yacimiento, la reinterpretación del
mismo a partir de la lectura estratigráfica de sus estructuras, apoyada en una serie de dataciones absolutas, ha permitido caracterizar su desarrollo constructivo y planificación urbanística. El
rasgo más destacable, en este sentido, ha sido poder confirmar
una gran inversión laboral que fue efectuada en su inicial construcción, posterior fortificación y protección de su acceso, a pesar
de tratarse de un asentamiento de muy pequeño tamaño donde las
241
[page-n-12]
Figura 19.18. Representación
infográfica de Caramoro I vista
desde el sur. Diseño realizado
por José A. Vidal Campello,
Juan A. López Padilla y Francisco
Javier Jover Maestre.
actividades fundamentales estuvieron orientadas a la producción
agropecuaria. Por esta razón, más que calificarlo como torre vigía (Ramos, 1988) o fortín (González Prats y Ruiz, 1995), deberíamos considerarlo como un pequeño asentamiento de carácter
agropecuario fortificado o granja fortificada (fig. 19.18).
En este sentido, aunque la planificación interior, caracterizada por un edificio principal y otros adyacentes, no difiere de
otros núcleos argáricos un poco mayores también dedicados a
actividades agropecuarias, caso de Cabezo Pardo (López Padilla, 2014a) o la Tira del Lienzo (Lull et al., 2015a), la arquitectura defensiva no tiene parangón, y no parece haber estado
presente en los núcleos citados.
Aunque el modelo de compleja articulación económica observado en la Vega Baja del Segura (López y Jover, 2014) es
precisamente el mismo que se ha propuesto para el valle del
Guadalentín (Delgado-Raack, 2008), la organización territorial
del Bajo Vinalopó guarda ciertas similitudes con el patrón de
asentamiento propuesto en los análisis más recientes para el valle del Rumblar (Cámara et al., 2007). En este territorio que, al
242
igual que el que aquí estudiamos, constituye otro de los confines
de El Argar, se ha sugerido la existencia de diferencias entre los
asentamientos en cuanto a su capacidad estratégica, así como la
presencia de enclaves de muy pequeño tamaño explicados como
fortines. Estos últimos se distribuyen desde los bordes de la depresión Linares-Bailén hasta el interior de la cuenca del Rumblar, habiéndose constatado también asentamientos de mayores
dimensiones, aunque dentro de una articulación territorial en la
que estarían controlados por los núcleos centrales de la Depresión y de la Loma de Úbeda, donde la jerarquización social se
muestra de forma más clara en los enterramientos (Zafra, 1991;
Zafra y Pérez, 1992; Lizcano et al., 2009).
Por tanto, la función que pudo cumplir Caramoro I, entre
el 2000 y el 1750 cal BC en los límites septentrionales de El
Argar debe ponerse en relación con su ubicación en una de las
vías principales de entrada y salida al espacio social argárico,
lo que explicaría su especial configuración y arquitectura, pudiendo ser descrito y explicado como un pequeño asentamiento campesino fortificado.
[page-n-13]
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