De los grupos cazadores-recolectores a las primeras sociedades neolíticas: a propósito del uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la Península Ibérica
Alicia Luján Navas
Francisco Javier Jover Maestre
2019
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DE LOS GRUPOS CAZADORES-RECOLECTORES A LAS
PRIMERAS SOCIEDADES NEOLÍTICAS: A PROPÓSITO DEL
USO Y CONSUMO DE LA MALACOFAUNA MARINA EN EL
ESTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
Alicia Luján Navas y Francisco Javier Jover Maestre
ABSTRACT
The presence of marine malacofauna in Mesolithic and Neolithic archaeological sites, regardless of the distance from the supply areas, makes it possible
to establish patterns of mobility group and/or exchange processes, as well as
analyze continuities or ruptures over time in their use by communities with
different ways of life -hunters and gatherers as opposed to farmers-.
INTRODUCCIÓN
La malacofauna marina es un recurso natural en uso y consumo de forma
sistemática por parte de comunidades humanas desde, al menos, el Paleolítico superior en la península ibérica (Zilhão et al., 2010, Álvarez-Fernández, 2010; Álvarez-Fernández y Jöris, 2007; Tejero Cáceres, 2013). Su
presencia en yacimientos arqueológicos es uno de los argumentos que,
además de plantear interrogantes derivados de su misma procedencia,
permiten inferir los patrones de movilidad y/o los procesos de intercambio de los grupos cazadores y recolectores, primero, y de los grupos productores de alimentos, más tarde. Por otro lado, su consumo con fines
alimenticios también posibilita apreciar la relevancia que, en aquellos
momentos, cobrarían las zonas litorales y las albuferas. Estos espacios,
dotados de una riqueza biológica inmejorable, pasarían a convertirse en
auténticas despensas naturales, donde cazar, pescar y recolectar. Nos
hallaríamos ante zonas especialmente adecuadas para la implantación
de grupos domésticos, con independencia de su modo de vida (Vargas,
Recursos marins en el passat. IV Jornades d’arqueozoologia.
Museu de Prehistòria de València (2019): 107-134.
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ALICIA LUJÁN NAVAS Y FRANCISCO JAVIER JOVER MAESTRE
1990), ya que los riesgos de sufrir carestías alimenticias se verían aminorados. De este modo, no es de extrañar que se originaran patrones locacionales recurrentes en la ocupación de estos territorios a lo largo de toda
la Prehistoria.
En el presente trabajo se valora la información disponible sobre el uso y
consumo de los recursos malacológicos marinos en el ámbito de la fachada
oriental peninsular, con la intención de mostrar continuidades y/o rupturas en el uso y consumo de las especies entre los últimos grupos cazadores
recolectores y los primeros grupos neolíticos.
EL USO Y CONSUMO DE RECURSOS MALACOLÓGICOS
DURANTE EL MESOLÍTICO
Recientes estudios publicados permiten sistematizar la secuencia y las características del poblamiento en las tierras del este peninsular durante el
Mesolítico (Aura et al., 2006; Martí et al., 2009; Torregrosa et al., 2011). El
análisis de los patrones de explotación humana de los ecosistemas durante
el Mesolítico resulta de gran interés, puesto que atestigua un uso más intensivo de los recursos terrestres y marinos (Aura et al., 2009; Marín-Arroyo,
2009; Stiner y Munro, 2011), sin olvidar, la aparición de áreas de necrópolis
(Gibaja et al., 2015), lo que indica grandes modificaciones en los patrones de
asentamiento, la organización social y la demografía humana (FernándezLópez de Pablo y Gabriel, 2016).
A nivel malacológico, enclaves cercanos al litoral como El Collao de
Oliva (Fernández-López de Pablo y Gabriel, 2016) o el Assut d´Almassora
(Aparicio, 1990), revelan la existencia de auténticos concheros, cuya ubicación próxima a las áreas de captación de estos recursos entraban dentro de
la distancia permisible para su acarreo (Fernández-López de Pablo et al.,
2012; Salazar-García et al., 2014) y posterior consumo.
El registro de ejemplares malacológicos en los niveles I y II de El Collao
(figura 1, Fernández-López de Pablo y Gabriel, 2016), con cerca de 6.000
moluscos marinos (5.934 NMI), pero también en otros yacimientos ubicados a distancias superiores a los 35 km de la costa, en cuevas como Cocina
en sus fases A y B (Fortea, 1973, 1985; García Puchol, 2005; Pascual Benito
y García Puchol, 2015), Falguera, Santa Maira (Aura et al., 2006) o, en especial, el yacimiento al aire libre de Benàmer en su fase I, con 114 ejemplares
(Barciela, 2011), evidencian la amplia movilidad de estas comunidades hacia
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FIGURA 1. Moluscos identificados en el conchero del Collado (Fernández-López de
Pablo y Gabriel, 2016: 6, fig. 3).
las zonas litorales, aprovechando las facilidades de comunicación que proporcionarían las terrazas más bajas de los ríos.
Sin embargo, mientras en yacimientos próximos a la costa como El
Collao, los restos de caparazones documentados muestran un aprovechamiento, preferentemente, alimenticio, en el caso de los enclaves ubicados en zonas interiores, su empleo debe relacionarse, en exclusividad,
con su manipulación para transformarlos en adornos o, en casos singulares, instrumentos.
El análisis de la información extraída de la comparación de El Collao y
Benàmer I (figura 2) denota una más que evidente relación entre la proximidad del área de captación, la cuantificación y la variabilidad de ejemplares
malacologicos. Si bien es cierto que El Collao es considerado un conchero
con ocupaciones recurrentes a lo largo de una franja temporal muy dilatada
en el tiempo, no es menos cierto, a partir de los porcentajes obtenidos, que
estaría centrado en el consumo tanto de ejemplares continentales, caso
de la Sphincterochila candidissima -2469 NMI-, especie comestible en la
actualidad, presente y consumida también en otros yacimientos al aire libre
como Arenal de la Virgen o Casa Corona en Villena (Fernández-López de
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FIGURA 2. Representación porcentual de malacofauna mesolítica (elaborada a partir
de la información extraída de Fernández-López de Pablo y Gabriel, 2016 y Barciela, 2011).
Pablo et al., 2013), como de moluscos marinos, con predominio de la Cerastoderma edule -1069 NMI-.
En cualquier caso, es en El Collao donde se constata una más que elevada
representación de Melanopsis sp., con 2134 NMI, de dimensiones variables,
sin trazas para la extracción de su carne, lo que vendría a indicar la falta de
criterios de selección. Su presencia, descartado su empleo tanto bromatológico como ornamental, sugiere que nos hallaríamos ante una introducción
no intencional por parte de los grupos humanos que allí habitaban, y a las
características del hábitat propio de esta especie, indicando así la proximidad de fuentes de agua, como cursos fluviales o lagunas y manantiales, lo
que debemos aplicar también a los ejemplares documentados en los niveles
mesolíticos de Benàmer I (Barciela, 2011). No obstante, cabe incidir en el
hecho de que mientras El Collao representa un enclave habitado de forma prolongada a lo largo de más de 1.500 años, con presumibles periodos
de discontinuidad, Benàmer I se presenta a partir de sus dataciones, como
un posible asentamiento ocupado de forma intermitente durante un lapso
temporal mucho menor (Torregrosa et al., 2011).
Con respecto al resto de bivalvos marinos registrados en El Collao destaca, con un porcentaje del 0,35% sobre el conjunto total, el fuerte aspecto
erosivo que presentan algunos Glycymeris sp., lo que vendría a indicar una
captación de carácter post mortem. Sin embargo, la observación traceológica de algunas de estas conchas revela un desgaste ocasionado a raíz de su
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
empleo como utensilio para la ejecución de diversas actividades (Fernández-López de Pablo y Gabriel, 2016: 112).
Por otro lado, contamos con seis especies distintas de gasterópodos.
Cerithium vulgatum constituye la principal especie representada, con 65
ejemplares, y cuyo tipo de fracturas, secciones verticales para acceder al animal, al igual que en el caso de los Muriciidos –Bolinus brandaris y Hexaplex
trunculus–, indicarían un potencial empleo bromatológico por parte de estas comunidades.
La fracción de ejemplares malacológicos destinados a la elaboración de
adornos en este yacimiento próximo al mar –250 m aproximadamente–, curiosamente se reduce a Columbella rustica y Nassa reticulata, procediéndose a su perforación dorsal. Empero, esta misma cercanía quizás justifique
el desinterés por la malacofauna, al tratarse de una materia prima de fácil
acceso, frente a otras de carácter más limitado.
De igual modo, en Benàmer I, los elementos ornamentales malacológicos cuentan con un registro escaso, señalándose únicamente dos ejemplares potenciales: un fragmento de Columbella rustica, cuya morfología
conservada imposibilita confirmar si ésta presentaba algún orificio de suspensión; y un Glycymeris sp. con perforación natural en el umbo, que pudo
reaprovecharse para la elaboración de un colgante sobre pieza entera (Barciela, 2011: 249, fig. XVII.3). Partiendo de la información analizada podemos
inferir que en el Mesolítico, junto a las especies de carácter bromatológico, claramente visible en los asentamientos costeros, donde se procedería
al abastecimiento de especies de hábitat más accesibles, como las aguas
someras y los fondos arenosos, como los cardiidos –Cerastoderma edule–,
glycymeridos y algunos murícidos, destaca también el aprovechamiento de
determinados exoesqueletos destinados a la confección de adornos.
Dentro de esta categoría funcional, resaltamos la preferencia por la Columbella rustica, en uso durante todo el Paleolítico, que pasará a convertirse
en la especie de mayor importancia durante el Mesolítico, con un significativo mantenimiento de su consumo durante el Neolítico antiguo, con
independencia de la ubicación geográfica del yacimiento.
Su presencia queda atestiguada en el registro arqueológico de diversos yacimientos, en contextos de hábitat y funerarios, tanto centroeuropeos como
de la península ibérica, subrayando una más que interesante documentación en el valle del Ebro, como atestigua su hallazgo en Atxoste y El Pontet
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FIGURA 3. Selección de conchas marinas empleadas como adorno documentadas en
la Cueva de la Cocina (Pascual Benito y García Puchol, 2015: fig. 4). Columbella rustica: 1-3, Nassarius reticulatus: 4, Pecten sp.: 5, Glycymeris sp.: 6-7.
(Alvarez-Fernández, 2006; Gutiérrez Zugasti, 2005). Este hecho constituye
un elemento de enorme interés, ya que en buena medida, serían los valles
del Ebro y sus afluentes, al igual que del Júcar u otros ríos menores levantinos, las vías de circulación preferente para la distribución hacia las tierras
interiores de este recurso marino, alcanzando incluso el sur del País Vasco
y la región cantábrica (Álvarez-Fernández, 2002 y 2006; Barandiarán, 1977).
Partiendo de la inexistencia de ejemplares sin perforaciones para esta
fase, así como de contextos que indiquen actividades de manufactura de
objetos malacológicos, consideramos pertinente la apreciación de Álvarez
(2006b: 107), al considerar que la Columbella rustica pasaría a ser intercambiada entre los grupos de cazadores-recolectores que habitaban próximos
a la costa y aquellos otros grupos que ocupaban el interior, una vez transformada en adornos-colgantes. Un magnífico ejemplo lo constatamos en
la Cueva de Cocina (figura 3) (Pascual Benito y García Puchol, 2015: 71, fig.
4). De este modo, podemos inferir que la Columbella rustica, gasterópodo
del mar Mediterráneo y la costa sur de Portugal, fue una de las conchas
más utilizadas para elaborar adornos durante el Mesolítico y los momentos
iniciales de Neolítico.
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
USO Y CONSUMO DE RECURSOS MALACOLÓGICOS DURANTE
EL NEOLÍTICO
La fijación de los grupos humanos a la tierra, con una clara preferencia por
las zonas más fértiles como los fondos de los valles, relegó el consumo de los
recursos marinos a lo que parece constituir un marisqueo básico, un mero
complemento bromatológico ocasional y estacional, sin representar en ningún caso un componente esencial de la dieta, tal y como manifiestan los estudios de paleodietas efectuados hasta el momento (Salazar, 2010 y 2016). Si
bien es cierto que, durante el Neolítico, el registro arqueológico evidencia
un mayor aprovechamiento bromatológico de ciertas especies, como observamos en asentamientos al aire libre como el Tossal de les Basses (Luján,
2006; Luján y Rosser, 2013), con 16.150 NR, Barranquet (Esquembre et al.,
2008) con 25.859 NR, o cavidades como la Cova de les Cendres, con 13.974
NMI para esta fase (Pascual Benito, 2009), esto sólo parece aplicable a aquellos enclaves ubicados en pleno litoral.
Así podemos establecer una primera consideración: se constata la existencia de un enorme consumo malacológico, tanto en número como en
diversidad de especies, en aquellos yacimientos emplazados en las proximidades del área litoral, tales como Barranquet (Esquembre et al,. 2008),
Caserna de Sant Pau (Estrada y Nadal, 2008) o Tossal de les Basses (Luján y
Rosser, 2013), mientras que para aquellos alejados varios kilómetros de las
áreas de captación como La Draga (Oliva, 2011), Cova Sant Martí (Luján,
2004) o Benàmer II-III-IV (Barciela, 2011), su número desciende considerablemente. Parece evidente, atendiendo a los datos expuestos en la figura 4,
que los asentamientos de interior, alejados al menos unos kilómetros de la
costa, no contemplaron como parte de su dieta habitual el consumo de los
moluscos marinos, como lógicamente cabría esperar frente a las posibilidades de otros recursos más accesibles y rentables. No obstante, el hallazgo
de conchas, tanto en contextos de habitación, como formando parte de los
ajuares funerarios, confirman que constituirían una necesidad social más a
satisfacer, junto a otros materiales.
Durante el Neolítico, especies como el Cardium edule y Glycymeris sp.,
patélidos y tráquidos, como la Monodonta turbinata, fueron ampliamente
seleccionadas y consumidas, tanto en áreas de consumo destinadas a este
fin, emplazadas en la franja costera, caso del yacimiento de la Platja del
Carabassí (Elche-Santa Pola) (Soler Díaz et al., 2008a y 2008b), como en los
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FIGURA 4. Representación porcentual de las principales especies bromatológicas documentadas en asentamientos costeros del Neolítico.
mismos lugares de residencia. La malacofauna marina sería trasladada a los
asentamientos, descartando los exoesqueletos una vez ingerido el animal,
aunque también podrían ser depositadas en zonas concretas destinadas a
su tratamiento y consumo, como se atestigua en el Tossal de les Basses (figura 5) (Luján y Rosser, 2013), o ser vertida en áreas de desecho específicas
como es el caso del Barranquet (Esquembre et al., 2008).
Para reforzar esta apreciación, resaltamos la presencia en numerosos
yacimientos –La Caserna de Sant Pau (Estrada y Nadal, 2008), las Minas
de Can Tintorer (Bosch y Estrada, 1998), Costamar (Flor, 2010), Barranquet
(Esquembre et al., 2008), Benàmer II-III-IV (Torregrosa et al., 2011) o Galanet (Barciela, 2014) de una fuerte presencia de valvas y gasterópodos deteriorados por efectos tafonómicos.
El alto grado de desgaste del material malacológico, con un claro dominio del género Glycymeris, impide interpretar este conjunto en global,
o mayoritariamente como el resultado del consumo sistemático de los moluscos marinos, ya que la mayor parte de los elementos fueron recogidos ya
muertos, salvo la Patella sp. No obstante, y pese a plantear la existencia de
estas elevadas acumulaciones, generadas por procesos postdeposicionales o
post mortem, en los que las mareas ejercerían como agentes naturales acumuladores de recursos malacológicos sobre los cordones arenosos, no por
ello debe descartarse que parte de ese mismo material pudiera haber sido
seleccionado y transportado al yacimiento para diversos usos.
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
FIGURA 5. Materiales procedentes del Tossal de les Basses: (a) Conjunto de valvas
y lúnulas de Glycymeris sp. del Sector 4, (b) patélidos, (c) Detalle de ejemplares de
Thais haemastoma seccionadas por la mitad para acceder al alimento de su interior,
(d) Fragmento de brazalete de pectúnculo decorado mediante incisiones (Archivo fotográfico de A. Luján).
La observación de los datos ofrecidos por yacimientos emplazados a escasos kilómetros de la costa y de otros que superan los 100 km con respecto
a la misma (Bueno et al., 2005; García Atienzar, 2007 y 2010; Vega, 1993;
García Huerta et al., 1994; Utrilla, 1992) –Ca l´Oliaire (Martín et al., 2003),
Zatoya (Perrier, 1930)– denota la obtención, selección y distribución de las
mismas especies malacológicas.
Así, desde los momentos iniciales del Neolítico apreciamos como fueron
seleccionados de forma intencional bivalvos de mediano y pequeño tamaño,
destacando el papel de Glycymeris sp. y Cerastoderma entre otros cardiidos,
a los que se suman la Columbella rustica. El resto de especies halladas,
con mayor frecuencia corresponderá a pequeños gasterópodos como
Conus mediterraneus, Cyprea sp. y el escafópodo Dentalium vulgatum. Se
establecería así un perfil de captación continuado en las zonas costeras de
especies características de hábitats de arena o fango, a escasa profundidad,
como Glycymeris sp. y los cardiidos, junto a aquellas que viven adheridas a
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los salientes rocosos, entre las que situaríamos la Monodonta turbinata y la
Patella sp. Buena muestra de ello son las más de 15.000 valvas de Glycymeris
sp. –32,42% del registro malacológico de Barranquet (Esquembre et al.,
2008) o los más de 3000 ejemplares –7,09%– procedentes del nivel IV de
la Caserna de Sant Pau (Estrada y Nadal, 2008); a los que podemos añadir
los 7255 restos de Cerastoderma edule –15,51%–, especie especialmente
significativa dentro de los bivalvos, documentados en el Tossal de les Basses
(Luján y Rosser, 2013).
Otras especies presentan una menor presencia de ejemplares, caso de
la Patella sp., especie también frecuente en emplazamientos litorales, con
más de 1000 ejemplares en el Tossal de les Basses –2,5% (Fig, 5. b)–; en Costamar con más de 350 NMI –0,7%– (Flors, 2010) o la Cova de les Cendres
–31%– (Pascual Benito, 2009), donde su presencia parece estar claramente
orientada a un consumo bromatológico. Otras especies como Pecten sp.,
Chamelea, Donax y Ostrea también aparecen registradas, aunque en muy
baja proporción.
Así bien, el empleo bromatológico de estas especies no imposibilita que
una vez consumidas, las conchas puedan ser reutilizadas con otros fines,
hayan sido o no modificadas, como de hecho se constata en numerosos
yacimientos (Luján, 2005). Sin embargo, observamos como determinados
moluscos, tipo Monodonta turbinata o los patéllidos -en especial éstas últimas-, tras su consumo, si bien pudieron ser usadas como artefactos para el
raspado de pieles (Rodríguez y Navarro, 1999; Batista, 2001: 72), serán poco
apreciadas para la confección de ornatos.
A esto debemos sumar que este tipo de actividad no requeriría de una
especialización ni un instrumental concreto, salvo lascas líticas para desprender los moluscos de las rocas y propiciar la abertura en el caso de los
bivalvos, y que cualquier miembro del grupo, con unas condiciones normales, estaría capacitado para desempeñar.
Así, durante el Neolítico asistimos a un mayor aprovechamiento bromatológico de ciertas especies en asentamientos costeros al aire libre como
el Tossal de les Basses (figura 5: c) (Luján, 2006; Luján y Rosser, 2013), con
16.150 NR; el Barranquet (figura 6) (Esquembre et al., 2008) con 25.859 NR,
y cavidades como La Cova de les Cendres (Pascual Benito, 2009), con 13.974,
resultando su ubicación en pleno litoral determinante para justificar la incorporación de los recursos marinos a la dieta. En yuxtaposición, los encla-
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
ves neolíticos localizados en tierras interiores, como Ca l´Oliaire (Martín et
al., 2003) y Zatoya (Perrier, 1930) experimentarán un considerable descenso
o nula presencia de aquellas especies asociadas con la ingesta.
La presencia de elementos ornamentales sobre malacofauna marina
en asentamientos neolíticos constituye un hecho ampliamente difundido,
con independencia de la ubicación con respecto a la franja costera. No obstante, sí es cierto, que serán aquellos enclaves próximos a la costa y áreas
de abastecimiento directo, los que presenten porcentajes más elevados, al
igual que se constata en relación con los recursos malacológicos de carácter
bromatológico. De este modo, incidimos en que el principal interés de los
caparazones marinos durante el Neolítico residirá en su empleo con fines
ornamentales y la confección de adornos asociados a vestimentas y complementos corporales (Papi, 1989), como indica su registro en contextos tanto
de hábitat como funerarios.
La existencia de ciertos adornos y familias de uso continuado a lo largo de
anteriores etapas prehistóricas, con características morfológicas comunes,
propiciarán su empleo frente a otras. Este sería el caso de los colgantes sobre
valvas de Glycymeris sp. y Cerastoderma edule en especial, y de cuentas enteras efectuadas a partir de pequeños gasterópodos como la Columbella rustica, Conus mediterraneus, Cyprea, Trivia europea y Marginella, entre otros.
Atendiendo al porcentaje de ejemplares hallados en los yacimientos
neolíticos de la fachada mediterránea de la península ibérica, constatamos
que el grupo de adornos con mayor índice de representatividad fue el compuesto por los elementos de suspensión, sobre una única pieza, bivalva por
lo general, subdivididos según su morfología en colgantes enteros y facetados; y las cuentas y discos para la elaboración de collares, tobilleras, pulseras, que también pudieron prenderse de la ropa (Papi, 1989; Noain, 1995;
Flors, 2010).
No obstante, los conjuntos ornamentales malacológicos más completos y variados proceden de los ajuares depositados en las áreas sepulcrales
(figura 5: d), donde se registran desde adornos simples a composiciones
más complejas y que requieren mayor inversión de trabajo como los collares, anillos y brazaletes (Taborin, 1974, Noain, 1995; Pascual Benito, 1998 y
2004; Flors, 2010; Oliva, 2011b).
Junto a la mencionada continuidad tipológica, elementos como los colgantes experimentaron una paulatina evolución aumentando su compleji-
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FIGURA 6. Gráfico desglosado en valores absolutos de las especies marinas documentadas en Barranquet (Esquembre et al. 2008).
dad. Así, la Columbella rustica, de amplia difusión durante el Mesolítico e
inicios del Neolítico, quedará en un segundo plano, detrás de otros gasterópodos como el Conus mediterraneus durante el Neolítico final-Calcolítico.
De este modo, de colgantes adaptados a la forma natural de la valva de
tendencia redondeada y aplanada, cuyo único indicador de antropización
es la perforación umbonal, pasamos a registrar colgantes elipsoidales, de
media luna, e incluso, plaquitas rectangulares, habiendo sido propuesta
una completa clasificación de los mismos (Taborín, 1974). Esto mismo
resulta aplicable a las cuentas de collar, registrando una buena parte de
ellas realizadas con gasterópodos completos –Conus mediterraneus, Columbella rustica, Cyprea, etc–, en las que únicamente se suelen practicar
uno o varios orificios en la parte posterior o seccionar el extremo apical
para proceder a su suspensión, así como otras obtenidas del recorte de
bivalvos y posterior desgaste, originando cuentas discoidales, cilíndricas,
troncocónicas y globulares de sección plana, o bien de tipo tubular, a partir de fragmentos de Dentalium sp.
Junto al consumo bromatológico de los recursos malacológicos por parte de las comunidades costeras y de uso ornamental generalizado, destacamos su empleo con carácter instrumental. A la práctica bien conocida por
la investigación como instrumento de decoración de recipientes cerámicos,
con un claro protagonismo del Cerastoderma edule, sumamos la posible
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
ejecución de técnicas de acabado como el alisado o bruñido de ciertas materias blandas (Taborin, 1974; Maicas, 2008; Pascual Benito, 2008), procedimiento que afectará al reverso de ciertos bivalvos lisos como los Glycymeris
violascences o cardiidos erosionados como la Acanthocardia tuberculata.
Esta apreciación se vería respaldada por el más que frecuente hallazgo de
exoesqueletos post mortem, con o sin perforar, tanto en yacimientos costeros, caso de las Minas de Can Tintorer (Bosch y Estrada, 1998) o Costamar
(Flors, 2010), como alejados de la costa -Benàmer (Torregrosa et al., 2011)-.
De hecho no descartamos que buena parte de las lúnulas pudieran tener dicha finalidad, adaptándose su forma a un manejo más cómodo para trabajar
los recipientes cerámicos.
A todo lo expuesto añadimos el interesante caso de la pieza C-000-1400201, procedente de Costamar (figura 7). Aunque inicialmente fue clasificada
como un escoplo manufacturado sobre el diente de un mamífero marino,
un estudio más minucioso (Clemente y Orozco, 2012) puso de manifiesto
que se trataba de una ostra espinosa o Spondylus gaederopus fósil recortada
y pulimentada para manufacturar así un instrumento de trabajo.
Constatamos también el uso de patellidos de elevadas dimensiones y
valvas de grandes pectínidos y glycyméridos a modo de recipientes de líquidos y/o sustancias colorantes como el ocre y el cinabrio, documentados en
numerosos enclaves del Sureste peninsular, como Las Palas-La Era (Román
y Maicas, 2002) y cavidades de la Cova de l´Or (Acuña y Robles 1980; Martí,
1977; Pascual Benito, 2008), Cova de la Recambra (Martínez, 1988), o la
Cova Fosca (Aparicio, 1977; Olaria, 1988). Estos contenedores posiblemente
habrían sido empleados de forma expeditiva, en ocasiones mediante la realización de perforaciones umbonales, pudiendo servir como embudos o filtros (Maicas, 2008). Junto a esta funcionalidad, se apunta también un uso a
modo de cucharones o cucharas, realizando una perforación en el umbo por
donde encajar un mango (Siret y Siret, 1890) o como vasos para sustraer medidas de cereal de otros contenedores de mayor tamaño (Jordá, 1981; 1982).
El desarrollo de estudios de pastas cerámicas neolíticas añade nuevas posibilidades, indicando su utilidad como desgrasante, proceso evidenciado en
la zona mediterránea a través de la observación de moluscos (Maicas, 2008)
y a partir del análisis de restos cerámicos en la costa atlántica (Cubas, 2008).
Además, durante el Neolítico antiguo también se documentan instrumentos polifuncionales sobre malacofauna, destinados al procesado y de-
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FIGURA 7. Azuela y/o escoplo sobre concha de Costamar (Clemente y Orozco, 2012,
fig. 5: 43).
sarrollo de diversas actividades como el trabajo y sección de fibras vegetales
blandas y el curtido de pieles (Rodríguez y Navarro, 1999; Pascual Benito,
2008 y 2011; Clemente y Cuenca, 2011; Cuenca et al., 2013). Basten como
ejemplos, la valva de Cerastoderma sp. localizada en Benàmer II (Barciela,
2011), los exoesqueletos de Ruditapes decussatus, Mytilus galloprovincialis
u Ostrea edulis y, en menor medida, Patella sp. de La Draga (Clemente y
Cuenca, 2011).
Algo similar, podríamos establecer para el poblado neolítico del Tossal
de les Basses (Luján, 2006; Luján y Rosser, 2013). Si bien prácticamente
la totalidad de la malacofauna hallada parece ser resultado de su ingesta,
una mínima fracción de ésta fue destinada a la elaboración de útiles. Es el
caso de varios Glycymeris glycymeris con la zona frontal modificada por
abrasión y dos fragmentos de bivalvos indeterminados, totalmente pulidos
y con acusado rebaje interior que pudieron funcionar a modo de pequeñas
cucharillas o espátulas.
Otro tipo de artefactos malacológicos serían los instrumentos musicales. En este sentido, en la franja mediterránea contamos con evidencias de
aerófonos neolíticos sobre Strombus o Charonia nodifera con la espira seccionada (Bosch et al., 1999; Pascual Benito, 1984 y 2006) como se apunta
para el ejemplar de la Caserna de Sant Pau y los diversos caparazones de las
Minas de Can Tintorer (Estrada y Nadal, 2008; Villalba et al., 1986).
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
Analizados los datos disponibles, podemos establecer que tanto en el
Mesolítico (Álvarez-Fernández, 2005-2006, 2006a y 2006b; Gutiérrez
Zugasti, 2005; Moreno, 2005) como en el Neolítico (Luján y Rosser, 2013;
Luján, 2004; Soler et al., 2006), asistimos a un intenso aprovechamiento
de la malacofauna marina. Los registros arqueológicos denotan un elevado
consumo bromatológico en los yacimientos costeros y el mantenimiento
de redes de circulación de caparazones a larga distancia, de carácter
polifuncional ya iniciadas durante el Paleolítico, puesto que a su empleo
ornamental, sumamos a partir del Neolítico, un uso como instrumentos e
incluso desgrasantes cerámicos.
En primer lugar, podemos inferir que la proximidad con la línea de costa
resultará determinante a la hora de justificar una elevada selección de malacofauna marina. Sin embargo, no debemos olvidar que los grupos mesolíticos todavía presentan cierta movilidad territorial, propia de su modo de vida,
lo que posibilitaría la ejecución de incursiones costeras de avituallamiento
para la captación de moluscos, crustáceos y pescado. Este aprovechamiento,
que podría verse afectado por la disponibilidad de otras fuentes de subsistencia, se centraría en labores de marisqueo de las especies más abundantes,
procedentes de aguas someras y de fácil acceso, como Cerastoderma edule
o Acanthocardia tuberculata, y en menor medida los glycymeridos, oferta
que se amplía con la inclusión de murícidos, como Murex brandaris, Patella
sp. y Monodonta turbinata, gasterópodos que se desarrollan adheridos a los
litorales rocosos, bajo las piedras o entre las algas (figura 8).
Para su recolección no se requeriría de un instrumental especializado,
salvo algún tipo de filo, para posteriormente ser consumidos en la misma
playa o bien trasladarlos a algún punto cercano.
La observación macroscópica de los gasterópodos atestigua la práctica
de secciones verticales-dorsales y la eliminación del ápice, todo a fin de
acceder a la carne. El aprovechamiento y los procesos de selección desarrollados durante el Mesolítico abarca el consumo de un número amplio de
especies, que alcanza a incluir tanto recursos marinos como terrestres, del
tipo Sphincterochila candidisima y Melanopsis sp. (Aura et al., 2009; MarínArroyo, 2009; Stiner y Munro, 2011).
La información malacológica procedente de enclaves interiores mesolíticos y neolíticos indica una más que significativa reducción frente a los
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ALICIA LUJÁN NAVAS Y FRANCISCO JAVIER JOVER MAESTRE
FIGURA 8. Distribución de las principales especies de carácter bromatológico en
asentamientos del Neolítico I: 1. La Draga, 2. La Caserna de Sant Pau, 3. Minas de Can
Tintorer, 4. Costamar, 5. Cova de la Sarsa, 6. Barranquet, 7. Coves de Santa Maira, 8.
Cova de les Cendres, 9. Cova de l´Or, 10. Benàmer, 11. Cova Sant Martí, 12. Tossal de les
Basses, 13. Las Palas-La Era, 14. Zájara, 15. Palacés (Luján, 2016, Fig. V. 5. 3, elaboración
a cargo de F. J. Jover).
yacimientos litorales. Eliminado el factor alimenticio, dada su escasa aportación energética en relación con el coste de energía invertido en distancias
superiores a los 30 km, continuamos registrando una cifra considerable de
valvas de cardiidos o glycymeridos. Curiosamente buena parte de ellas presentan un acusado desgaste, fruto de la erosión marina, que incluso llega a
ocasionar perforaciones y pérdida total o parcial del umbo y mantos pulidos, indicadores todos ellos de captaciones post-mortem.
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
Estas mismas características físicas, a las que se sumaría su procedencia
lejana, frente a otra serie de materias primas más frecuentes en las zonas
de interior y los valles, como el hueso, dientes de animales o la piedra, probablemente motivaron el interés por parte de las comunidades, generando
contactos entre grupos costeros y de interior, sin descartar la posibilidad de
que sean estos mismos grupos los que se desplacen de la costa al interior,
accediendo así a los recursos malacológicos marinos.
Por otro lado, y también durante el Neolítico, la presencia de pequeños
gasterópodos en los yacimientos del valle del Ebro y los de la fachada mediterránea peninsular, especialmente Columbella rustica junto Cerithium
sp. y Conus mediterraneus, y Trivia sp. y Nassa reticulata en la región Cantábrica, descartados para el consumo, deberá explicarse como resultado de
un uso ornamental para la confección de adornos-colgantes, idea reforzada
por la existencia de desgastes antrópicos apicales así como perforaciones
simples o dobles en la zona dorsal.
Así bien, incidimos en el frecuente hallazgo de individuos sin manipular, posible materia prima en reserva a la que todavía no se le ha atribuido
una funcionalidad clara.
El estudio tipológico de los elementos ornamentales característicos de
estas comunidades cazadoras-recolectoras evidencia que se caracterizarían
por la pervivencia de unos morfotipos heredados de las etapas finales del
Paleolítico superior (Taborin, 1974; 1990), especialmente del Magdaleniense final, destacando la elaboración de colgantes sobre valvas enteras de cardiidos y glycymeridos a través de su perforación umbonal, ya sea de carácter
antrópico o natural como consecuencia del hidrodinamismo, y los adornoscolgantes sobre pequeños gasterópodos, destacando el empleo de Columbella rustica, que se impondrá al resto de gasterópodos como Conus mediterraneus, Nassa sp. o el Cerithium vulgatum, y que, una vez perforadas
dorsalmente, pasarían a suspenderse solas o junto a otro tipo de elementos,
en forma de cuentas de collares, pulseras o incluso tocados y complementos
como cintas para el cabello o los muslos (Papi, 1989). Esta propuesta interpretativa se deriva del uso, como fuente de hipótesis, de ciertos paralelos
etnográficos (Navarro y Arco, 1987) y textos etnohistóricos (Abreu, 1977).
Si bien el análisis cronocultural de la tipología de los adornos malacológicos a lo largo de la Prehistoria reciente, indica un alto grado de mantenimiento, a la disponibilidad de ciertas especies, como los bivalvos cardiidae
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ALICIA LUJÁN NAVAS Y FRANCISCO JAVIER JOVER MAESTRE
y glycymeridae debemos sumar, aunque con una escasa representación,
las mactras, tellinas y ostreas, y los gasterópodos de tamaño medio como
Columbella rustica, Conus mediterraneus, Nassa sp. o Cerithium vulgatum,
constatando variaciones en los criterios de selección en determinados periodos. Esto indicaría que si bien asistimos a una pervivencia en cuanto a
la elaboración de ornatos como los colgantes y las cuentas, posiblemente
derivada de la misma tradición o herencia cultural, sí parece priorizarse el
empleo de ciertas especies.
La existencia de concheros mesoliticos y yacimientos donde los recursos
malacológicos constituyeron un factor bromatológico de relevancia, conocerá con el Neolítico un retroceso, motivado por la producción de alimentos. El análisis de los registros neolíticos revela que únicamente aquellos
enclaves emplazados junto a la franja costera e inmediaciones mantendrán
el consumo de malacofauna, siempre a tenor de los datos, como un mero
complemento, posiblemente ocasional. De lo que deducimos una primera inferencia: la relación distancia-proximidad con la franja litoral y áreas
de abastecimiento directo constituirá un factor determinante a la hora de
justificar una mayor o menor presencia y variedad de elementos y especies
malacológicos en el registro arqueológico.
La implantación del Neolítico no sólo supondrá modificaciones en
cuanto a la relación de los grupos humanos con los recursos y el entorno,
sino también entre comunidades. La introducción de los nuevos modos de
vida y formas de subsistencia que vincularán a estas comunidades al territorio, traerá consigo también cambios en el plano social y cultural, lo que se
manifiesta en sus prácticas cotidianas y su ideología.
Podemos convenir en vista de lo expuesto que será a partir de esta
etapa de la Prehistoria reciente cuando la malacofauna marina, al igual
que ocurre con ciertas materias primas, como el sílex y otras rocas metamórficas, experimente un amplio desarrollo, que se traducirá en una
intensificación de su selección y abastecimiento, sin una clara vinculación alimenticia, sino más bien con el desarrollo de una artesanía sistematizada en la producción de bienes, destinados tanto a una finalidad
ornamental como para un consumo productivo en la elaboración de diversos instrumentos. De este modo, la malacofauna pasará a convertirse
en un producto social ampliamente demandado, lo que repercutirá en
una mayor y más f luida circulación a través de redes a larga distancia que
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
pondrán en contacto a estas comunidades y conducirán estos recursos, ya
sea como materia prima o como producto elaborado, desde la costa hacia
el interior, afianzando no sólo transacciones de intercambio y abastecimiento de productos, sino también favoreciendo a la interconexión y
fortalecimiento de lazos de reciprocidad intersocial.
Al igual que se constata durante el Mesolítico, el interés bromatológico de las especies malacológicas se reducirá en el Neolítico en las zonas
litorales a la captación de especies como Patella sp., Monodonta turbinata, muricidos y buccinos como Thais haemastoma y Phalium saburon,
tal y como muestra el registro arqueológico. Ahora bien, el empleo de
los caparazones se incrementará ostensiblemente en todos los territorios
con un claro interés ornamental y, al parecer, de forma evidente, como
instrumentos de trabajo.
De la observación de los materiales malacológicos de diferentes enclaves neolíticos se desprende la continuidad de una producción ornamental
existente ya en momentos del Paleolítico superior, Epipaleolítico y Mesolítico, entre los que destacan los colgantes sobre especies bivalvas, Cerastoderma edule y Glycymeris sp., principalmente, y numerosas cuentas sobre
escafópodos de tipo tubular como Dentalium vulgatum y gasterópodos de
mediano y pequeño tamaño, como Conus mediterraneus, Trivia europea,
Gibberula miliaria o Margaritifera sp., aunque con un dominio indiscutible
en el caso de Columbella rustica.
A estos elementos, y como piezas emblemáticas del Neolítico dado su
limitado desarrollo cronológico, se sumarán, más adelante, los brazaletes
sobre concha de grandes pectúnculos, muy abundantes desde el Neolítico
antiguo y reciente pero sin continuidad en las fases posteriores (Martí y
Joan-Muns, 1985). Dentro del conjunto malacológico ornamental hay que
incluir los anillos, grupo también muy bien representado en este periodo
(Pascual Benito, 1998, 2004 y 2008).
Un anális riguroso de los contextos funerarios nos lleva a concluir que
los conjuntos ornamentales malacológicos más completos y variados proceden de los ajuares depositados en las cavidades sepulcrales (Pascual Benito, 1998; Soler Díaz, 2002; Soler Díaz et al., 2014) donde se registran desde
colgantes simples, a partir de un único ejemplar, a otro tipo de adornos más
complejos, como los anillos, brazaletes y collares, que requerirán de una
mayor inversión de trabajo para su ejecución.
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ALICIA LUJÁN NAVAS Y FRANCISCO JAVIER JOVER MAESTRE
Así, durante los inicios del VI-V milenio cal BC asistimos a una etapa
en la que se acentúa el interés por los recursos de origen marino, principalmente como materia prima y su versatilidad, al ajustarse a las necesidades
sociales de estas comunidades, que buscan adaptar su empleo a usos de
muy variada índole, entre los cuales se situaría la producción de artefactos,
que si bien numéricamente aparecen muy por debajo de los objetos destinados a otros usos, probablemente cuenta con un gran interés en cuanto
que posibilita nuevas formas de aproximarnos al conocimiento de los procesos de trabajo y las personas que participan de ellos.
En definitiva, del análisis del uso y consumo de recursos malacológicos de
origen marino durante el Mesolítico y el Neolítico podemos extraer que su
empleo, además de asociarse con la alimentación y el consumo productivo,
pasó a integrarse dentro de un plano de compleja interpretación, puesto que
a la vez que su papel estético parece indiscutible adoptando la forma de adornos personales, su presencia en contextos no sólo de habitat, sino formando parte de los ajuares que acompañan a los difuntos, bien podrían encerrar
consideraciones de carácter simbólico-religioso, apotropaico e incluso una
labor como objetos de prestigio de compleja interpretación, sin rechazar la
posibilidad de que un mismo ejemplar aúne en sí distintos significados.
NOTAS
1. Entendido como grupo básico de producción, reproducción y consumo, con independencia de su modo de vida –cazador recolector, ganadero, campesino de base
cerealista–, cuyas prácticas sociales de producción tienden a ser autosuficientes y en
un inicio a destinarse al consumo (Masucci, 1995; Mayo, 2004). Las evidencias arqueológicas generadas por los grupos domésticos se reconocen, fundamentalmente, a través de las unidades domésticas (Flores, 2007).
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DE LOS GRUPOS CAZADORES-RECOLECTORES A LAS
PRIMERAS SOCIEDADES NEOLÍTICAS: A PROPÓSITO DEL
USO Y CONSUMO DE LA MALACOFAUNA MARINA EN EL
ESTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
Alicia Luján Navas y Francisco Javier Jover Maestre
ABSTRACT
The presence of marine malacofauna in Mesolithic and Neolithic archaeological sites, regardless of the distance from the supply areas, makes it possible
to establish patterns of mobility group and/or exchange processes, as well as
analyze continuities or ruptures over time in their use by communities with
different ways of life -hunters and gatherers as opposed to farmers-.
INTRODUCCIÓN
La malacofauna marina es un recurso natural en uso y consumo de forma
sistemática por parte de comunidades humanas desde, al menos, el Paleolítico superior en la península ibérica (Zilhão et al., 2010, Álvarez-Fernández, 2010; Álvarez-Fernández y Jöris, 2007; Tejero Cáceres, 2013). Su
presencia en yacimientos arqueológicos es uno de los argumentos que,
además de plantear interrogantes derivados de su misma procedencia,
permiten inferir los patrones de movilidad y/o los procesos de intercambio de los grupos cazadores y recolectores, primero, y de los grupos productores de alimentos, más tarde. Por otro lado, su consumo con fines
alimenticios también posibilita apreciar la relevancia que, en aquellos
momentos, cobrarían las zonas litorales y las albuferas. Estos espacios,
dotados de una riqueza biológica inmejorable, pasarían a convertirse en
auténticas despensas naturales, donde cazar, pescar y recolectar. Nos
hallaríamos ante zonas especialmente adecuadas para la implantación
de grupos domésticos, con independencia de su modo de vida (Vargas,
Recursos marins en el passat. IV Jornades d’arqueozoologia.
Museu de Prehistòria de València (2019): 107-134.
[page-n-2]
ALICIA LUJÁN NAVAS Y FRANCISCO JAVIER JOVER MAESTRE
1990), ya que los riesgos de sufrir carestías alimenticias se verían aminorados. De este modo, no es de extrañar que se originaran patrones locacionales recurrentes en la ocupación de estos territorios a lo largo de toda
la Prehistoria.
En el presente trabajo se valora la información disponible sobre el uso y
consumo de los recursos malacológicos marinos en el ámbito de la fachada
oriental peninsular, con la intención de mostrar continuidades y/o rupturas en el uso y consumo de las especies entre los últimos grupos cazadores
recolectores y los primeros grupos neolíticos.
EL USO Y CONSUMO DE RECURSOS MALACOLÓGICOS
DURANTE EL MESOLÍTICO
Recientes estudios publicados permiten sistematizar la secuencia y las características del poblamiento en las tierras del este peninsular durante el
Mesolítico (Aura et al., 2006; Martí et al., 2009; Torregrosa et al., 2011). El
análisis de los patrones de explotación humana de los ecosistemas durante
el Mesolítico resulta de gran interés, puesto que atestigua un uso más intensivo de los recursos terrestres y marinos (Aura et al., 2009; Marín-Arroyo,
2009; Stiner y Munro, 2011), sin olvidar, la aparición de áreas de necrópolis
(Gibaja et al., 2015), lo que indica grandes modificaciones en los patrones de
asentamiento, la organización social y la demografía humana (FernándezLópez de Pablo y Gabriel, 2016).
A nivel malacológico, enclaves cercanos al litoral como El Collao de
Oliva (Fernández-López de Pablo y Gabriel, 2016) o el Assut d´Almassora
(Aparicio, 1990), revelan la existencia de auténticos concheros, cuya ubicación próxima a las áreas de captación de estos recursos entraban dentro de
la distancia permisible para su acarreo (Fernández-López de Pablo et al.,
2012; Salazar-García et al., 2014) y posterior consumo.
El registro de ejemplares malacológicos en los niveles I y II de El Collao
(figura 1, Fernández-López de Pablo y Gabriel, 2016), con cerca de 6.000
moluscos marinos (5.934 NMI), pero también en otros yacimientos ubicados a distancias superiores a los 35 km de la costa, en cuevas como Cocina
en sus fases A y B (Fortea, 1973, 1985; García Puchol, 2005; Pascual Benito
y García Puchol, 2015), Falguera, Santa Maira (Aura et al., 2006) o, en especial, el yacimiento al aire libre de Benàmer en su fase I, con 114 ejemplares
(Barciela, 2011), evidencian la amplia movilidad de estas comunidades hacia
108
[page-n-3]
Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
FIGURA 1. Moluscos identificados en el conchero del Collado (Fernández-López de
Pablo y Gabriel, 2016: 6, fig. 3).
las zonas litorales, aprovechando las facilidades de comunicación que proporcionarían las terrazas más bajas de los ríos.
Sin embargo, mientras en yacimientos próximos a la costa como El
Collao, los restos de caparazones documentados muestran un aprovechamiento, preferentemente, alimenticio, en el caso de los enclaves ubicados en zonas interiores, su empleo debe relacionarse, en exclusividad,
con su manipulación para transformarlos en adornos o, en casos singulares, instrumentos.
El análisis de la información extraída de la comparación de El Collao y
Benàmer I (figura 2) denota una más que evidente relación entre la proximidad del área de captación, la cuantificación y la variabilidad de ejemplares
malacologicos. Si bien es cierto que El Collao es considerado un conchero
con ocupaciones recurrentes a lo largo de una franja temporal muy dilatada
en el tiempo, no es menos cierto, a partir de los porcentajes obtenidos, que
estaría centrado en el consumo tanto de ejemplares continentales, caso
de la Sphincterochila candidissima -2469 NMI-, especie comestible en la
actualidad, presente y consumida también en otros yacimientos al aire libre
como Arenal de la Virgen o Casa Corona en Villena (Fernández-López de
109
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ALICIA LUJÁN NAVAS Y FRANCISCO JAVIER JOVER MAESTRE
FIGURA 2. Representación porcentual de malacofauna mesolítica (elaborada a partir
de la información extraída de Fernández-López de Pablo y Gabriel, 2016 y Barciela, 2011).
Pablo et al., 2013), como de moluscos marinos, con predominio de la Cerastoderma edule -1069 NMI-.
En cualquier caso, es en El Collao donde se constata una más que elevada
representación de Melanopsis sp., con 2134 NMI, de dimensiones variables,
sin trazas para la extracción de su carne, lo que vendría a indicar la falta de
criterios de selección. Su presencia, descartado su empleo tanto bromatológico como ornamental, sugiere que nos hallaríamos ante una introducción
no intencional por parte de los grupos humanos que allí habitaban, y a las
características del hábitat propio de esta especie, indicando así la proximidad de fuentes de agua, como cursos fluviales o lagunas y manantiales, lo
que debemos aplicar también a los ejemplares documentados en los niveles
mesolíticos de Benàmer I (Barciela, 2011). No obstante, cabe incidir en el
hecho de que mientras El Collao representa un enclave habitado de forma prolongada a lo largo de más de 1.500 años, con presumibles periodos
de discontinuidad, Benàmer I se presenta a partir de sus dataciones, como
un posible asentamiento ocupado de forma intermitente durante un lapso
temporal mucho menor (Torregrosa et al., 2011).
Con respecto al resto de bivalvos marinos registrados en El Collao destaca, con un porcentaje del 0,35% sobre el conjunto total, el fuerte aspecto
erosivo que presentan algunos Glycymeris sp., lo que vendría a indicar una
captación de carácter post mortem. Sin embargo, la observación traceológica de algunas de estas conchas revela un desgaste ocasionado a raíz de su
110
[page-n-5]
Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
empleo como utensilio para la ejecución de diversas actividades (Fernández-López de Pablo y Gabriel, 2016: 112).
Por otro lado, contamos con seis especies distintas de gasterópodos.
Cerithium vulgatum constituye la principal especie representada, con 65
ejemplares, y cuyo tipo de fracturas, secciones verticales para acceder al animal, al igual que en el caso de los Muriciidos –Bolinus brandaris y Hexaplex
trunculus–, indicarían un potencial empleo bromatológico por parte de estas comunidades.
La fracción de ejemplares malacológicos destinados a la elaboración de
adornos en este yacimiento próximo al mar –250 m aproximadamente–, curiosamente se reduce a Columbella rustica y Nassa reticulata, procediéndose a su perforación dorsal. Empero, esta misma cercanía quizás justifique
el desinterés por la malacofauna, al tratarse de una materia prima de fácil
acceso, frente a otras de carácter más limitado.
De igual modo, en Benàmer I, los elementos ornamentales malacológicos cuentan con un registro escaso, señalándose únicamente dos ejemplares potenciales: un fragmento de Columbella rustica, cuya morfología
conservada imposibilita confirmar si ésta presentaba algún orificio de suspensión; y un Glycymeris sp. con perforación natural en el umbo, que pudo
reaprovecharse para la elaboración de un colgante sobre pieza entera (Barciela, 2011: 249, fig. XVII.3). Partiendo de la información analizada podemos
inferir que en el Mesolítico, junto a las especies de carácter bromatológico, claramente visible en los asentamientos costeros, donde se procedería
al abastecimiento de especies de hábitat más accesibles, como las aguas
someras y los fondos arenosos, como los cardiidos –Cerastoderma edule–,
glycymeridos y algunos murícidos, destaca también el aprovechamiento de
determinados exoesqueletos destinados a la confección de adornos.
Dentro de esta categoría funcional, resaltamos la preferencia por la Columbella rustica, en uso durante todo el Paleolítico, que pasará a convertirse
en la especie de mayor importancia durante el Mesolítico, con un significativo mantenimiento de su consumo durante el Neolítico antiguo, con
independencia de la ubicación geográfica del yacimiento.
Su presencia queda atestiguada en el registro arqueológico de diversos yacimientos, en contextos de hábitat y funerarios, tanto centroeuropeos como
de la península ibérica, subrayando una más que interesante documentación en el valle del Ebro, como atestigua su hallazgo en Atxoste y El Pontet
111
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ALICIA LUJÁN NAVAS Y FRANCISCO JAVIER JOVER MAESTRE
FIGURA 3. Selección de conchas marinas empleadas como adorno documentadas en
la Cueva de la Cocina (Pascual Benito y García Puchol, 2015: fig. 4). Columbella rustica: 1-3, Nassarius reticulatus: 4, Pecten sp.: 5, Glycymeris sp.: 6-7.
(Alvarez-Fernández, 2006; Gutiérrez Zugasti, 2005). Este hecho constituye
un elemento de enorme interés, ya que en buena medida, serían los valles
del Ebro y sus afluentes, al igual que del Júcar u otros ríos menores levantinos, las vías de circulación preferente para la distribución hacia las tierras
interiores de este recurso marino, alcanzando incluso el sur del País Vasco
y la región cantábrica (Álvarez-Fernández, 2002 y 2006; Barandiarán, 1977).
Partiendo de la inexistencia de ejemplares sin perforaciones para esta
fase, así como de contextos que indiquen actividades de manufactura de
objetos malacológicos, consideramos pertinente la apreciación de Álvarez
(2006b: 107), al considerar que la Columbella rustica pasaría a ser intercambiada entre los grupos de cazadores-recolectores que habitaban próximos
a la costa y aquellos otros grupos que ocupaban el interior, una vez transformada en adornos-colgantes. Un magnífico ejemplo lo constatamos en
la Cueva de Cocina (figura 3) (Pascual Benito y García Puchol, 2015: 71, fig.
4). De este modo, podemos inferir que la Columbella rustica, gasterópodo
del mar Mediterráneo y la costa sur de Portugal, fue una de las conchas
más utilizadas para elaborar adornos durante el Mesolítico y los momentos
iniciales de Neolítico.
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
USO Y CONSUMO DE RECURSOS MALACOLÓGICOS DURANTE
EL NEOLÍTICO
La fijación de los grupos humanos a la tierra, con una clara preferencia por
las zonas más fértiles como los fondos de los valles, relegó el consumo de los
recursos marinos a lo que parece constituir un marisqueo básico, un mero
complemento bromatológico ocasional y estacional, sin representar en ningún caso un componente esencial de la dieta, tal y como manifiestan los estudios de paleodietas efectuados hasta el momento (Salazar, 2010 y 2016). Si
bien es cierto que, durante el Neolítico, el registro arqueológico evidencia
un mayor aprovechamiento bromatológico de ciertas especies, como observamos en asentamientos al aire libre como el Tossal de les Basses (Luján,
2006; Luján y Rosser, 2013), con 16.150 NR, Barranquet (Esquembre et al.,
2008) con 25.859 NR, o cavidades como la Cova de les Cendres, con 13.974
NMI para esta fase (Pascual Benito, 2009), esto sólo parece aplicable a aquellos enclaves ubicados en pleno litoral.
Así podemos establecer una primera consideración: se constata la existencia de un enorme consumo malacológico, tanto en número como en
diversidad de especies, en aquellos yacimientos emplazados en las proximidades del área litoral, tales como Barranquet (Esquembre et al,. 2008),
Caserna de Sant Pau (Estrada y Nadal, 2008) o Tossal de les Basses (Luján y
Rosser, 2013), mientras que para aquellos alejados varios kilómetros de las
áreas de captación como La Draga (Oliva, 2011), Cova Sant Martí (Luján,
2004) o Benàmer II-III-IV (Barciela, 2011), su número desciende considerablemente. Parece evidente, atendiendo a los datos expuestos en la figura 4,
que los asentamientos de interior, alejados al menos unos kilómetros de la
costa, no contemplaron como parte de su dieta habitual el consumo de los
moluscos marinos, como lógicamente cabría esperar frente a las posibilidades de otros recursos más accesibles y rentables. No obstante, el hallazgo
de conchas, tanto en contextos de habitación, como formando parte de los
ajuares funerarios, confirman que constituirían una necesidad social más a
satisfacer, junto a otros materiales.
Durante el Neolítico, especies como el Cardium edule y Glycymeris sp.,
patélidos y tráquidos, como la Monodonta turbinata, fueron ampliamente
seleccionadas y consumidas, tanto en áreas de consumo destinadas a este
fin, emplazadas en la franja costera, caso del yacimiento de la Platja del
Carabassí (Elche-Santa Pola) (Soler Díaz et al., 2008a y 2008b), como en los
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ALICIA LUJÁN NAVAS Y FRANCISCO JAVIER JOVER MAESTRE
FIGURA 4. Representación porcentual de las principales especies bromatológicas documentadas en asentamientos costeros del Neolítico.
mismos lugares de residencia. La malacofauna marina sería trasladada a los
asentamientos, descartando los exoesqueletos una vez ingerido el animal,
aunque también podrían ser depositadas en zonas concretas destinadas a
su tratamiento y consumo, como se atestigua en el Tossal de les Basses (figura 5) (Luján y Rosser, 2013), o ser vertida en áreas de desecho específicas
como es el caso del Barranquet (Esquembre et al., 2008).
Para reforzar esta apreciación, resaltamos la presencia en numerosos
yacimientos –La Caserna de Sant Pau (Estrada y Nadal, 2008), las Minas
de Can Tintorer (Bosch y Estrada, 1998), Costamar (Flor, 2010), Barranquet
(Esquembre et al., 2008), Benàmer II-III-IV (Torregrosa et al., 2011) o Galanet (Barciela, 2014) de una fuerte presencia de valvas y gasterópodos deteriorados por efectos tafonómicos.
El alto grado de desgaste del material malacológico, con un claro dominio del género Glycymeris, impide interpretar este conjunto en global,
o mayoritariamente como el resultado del consumo sistemático de los moluscos marinos, ya que la mayor parte de los elementos fueron recogidos ya
muertos, salvo la Patella sp. No obstante, y pese a plantear la existencia de
estas elevadas acumulaciones, generadas por procesos postdeposicionales o
post mortem, en los que las mareas ejercerían como agentes naturales acumuladores de recursos malacológicos sobre los cordones arenosos, no por
ello debe descartarse que parte de ese mismo material pudiera haber sido
seleccionado y transportado al yacimiento para diversos usos.
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
FIGURA 5. Materiales procedentes del Tossal de les Basses: (a) Conjunto de valvas
y lúnulas de Glycymeris sp. del Sector 4, (b) patélidos, (c) Detalle de ejemplares de
Thais haemastoma seccionadas por la mitad para acceder al alimento de su interior,
(d) Fragmento de brazalete de pectúnculo decorado mediante incisiones (Archivo fotográfico de A. Luján).
La observación de los datos ofrecidos por yacimientos emplazados a escasos kilómetros de la costa y de otros que superan los 100 km con respecto
a la misma (Bueno et al., 2005; García Atienzar, 2007 y 2010; Vega, 1993;
García Huerta et al., 1994; Utrilla, 1992) –Ca l´Oliaire (Martín et al., 2003),
Zatoya (Perrier, 1930)– denota la obtención, selección y distribución de las
mismas especies malacológicas.
Así, desde los momentos iniciales del Neolítico apreciamos como fueron
seleccionados de forma intencional bivalvos de mediano y pequeño tamaño,
destacando el papel de Glycymeris sp. y Cerastoderma entre otros cardiidos,
a los que se suman la Columbella rustica. El resto de especies halladas,
con mayor frecuencia corresponderá a pequeños gasterópodos como
Conus mediterraneus, Cyprea sp. y el escafópodo Dentalium vulgatum. Se
establecería así un perfil de captación continuado en las zonas costeras de
especies características de hábitats de arena o fango, a escasa profundidad,
como Glycymeris sp. y los cardiidos, junto a aquellas que viven adheridas a
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ALICIA LUJÁN NAVAS Y FRANCISCO JAVIER JOVER MAESTRE
los salientes rocosos, entre las que situaríamos la Monodonta turbinata y la
Patella sp. Buena muestra de ello son las más de 15.000 valvas de Glycymeris
sp. –32,42% del registro malacológico de Barranquet (Esquembre et al.,
2008) o los más de 3000 ejemplares –7,09%– procedentes del nivel IV de
la Caserna de Sant Pau (Estrada y Nadal, 2008); a los que podemos añadir
los 7255 restos de Cerastoderma edule –15,51%–, especie especialmente
significativa dentro de los bivalvos, documentados en el Tossal de les Basses
(Luján y Rosser, 2013).
Otras especies presentan una menor presencia de ejemplares, caso de
la Patella sp., especie también frecuente en emplazamientos litorales, con
más de 1000 ejemplares en el Tossal de les Basses –2,5% (Fig, 5. b)–; en Costamar con más de 350 NMI –0,7%– (Flors, 2010) o la Cova de les Cendres
–31%– (Pascual Benito, 2009), donde su presencia parece estar claramente
orientada a un consumo bromatológico. Otras especies como Pecten sp.,
Chamelea, Donax y Ostrea también aparecen registradas, aunque en muy
baja proporción.
Así bien, el empleo bromatológico de estas especies no imposibilita que
una vez consumidas, las conchas puedan ser reutilizadas con otros fines,
hayan sido o no modificadas, como de hecho se constata en numerosos
yacimientos (Luján, 2005). Sin embargo, observamos como determinados
moluscos, tipo Monodonta turbinata o los patéllidos -en especial éstas últimas-, tras su consumo, si bien pudieron ser usadas como artefactos para el
raspado de pieles (Rodríguez y Navarro, 1999; Batista, 2001: 72), serán poco
apreciadas para la confección de ornatos.
A esto debemos sumar que este tipo de actividad no requeriría de una
especialización ni un instrumental concreto, salvo lascas líticas para desprender los moluscos de las rocas y propiciar la abertura en el caso de los
bivalvos, y que cualquier miembro del grupo, con unas condiciones normales, estaría capacitado para desempeñar.
Así, durante el Neolítico asistimos a un mayor aprovechamiento bromatológico de ciertas especies en asentamientos costeros al aire libre como
el Tossal de les Basses (figura 5: c) (Luján, 2006; Luján y Rosser, 2013), con
16.150 NR; el Barranquet (figura 6) (Esquembre et al., 2008) con 25.859 NR,
y cavidades como La Cova de les Cendres (Pascual Benito, 2009), con 13.974,
resultando su ubicación en pleno litoral determinante para justificar la incorporación de los recursos marinos a la dieta. En yuxtaposición, los encla-
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
ves neolíticos localizados en tierras interiores, como Ca l´Oliaire (Martín et
al., 2003) y Zatoya (Perrier, 1930) experimentarán un considerable descenso
o nula presencia de aquellas especies asociadas con la ingesta.
La presencia de elementos ornamentales sobre malacofauna marina
en asentamientos neolíticos constituye un hecho ampliamente difundido,
con independencia de la ubicación con respecto a la franja costera. No obstante, sí es cierto, que serán aquellos enclaves próximos a la costa y áreas
de abastecimiento directo, los que presenten porcentajes más elevados, al
igual que se constata en relación con los recursos malacológicos de carácter
bromatológico. De este modo, incidimos en que el principal interés de los
caparazones marinos durante el Neolítico residirá en su empleo con fines
ornamentales y la confección de adornos asociados a vestimentas y complementos corporales (Papi, 1989), como indica su registro en contextos tanto
de hábitat como funerarios.
La existencia de ciertos adornos y familias de uso continuado a lo largo de
anteriores etapas prehistóricas, con características morfológicas comunes,
propiciarán su empleo frente a otras. Este sería el caso de los colgantes sobre
valvas de Glycymeris sp. y Cerastoderma edule en especial, y de cuentas enteras efectuadas a partir de pequeños gasterópodos como la Columbella rustica, Conus mediterraneus, Cyprea, Trivia europea y Marginella, entre otros.
Atendiendo al porcentaje de ejemplares hallados en los yacimientos
neolíticos de la fachada mediterránea de la península ibérica, constatamos
que el grupo de adornos con mayor índice de representatividad fue el compuesto por los elementos de suspensión, sobre una única pieza, bivalva por
lo general, subdivididos según su morfología en colgantes enteros y facetados; y las cuentas y discos para la elaboración de collares, tobilleras, pulseras, que también pudieron prenderse de la ropa (Papi, 1989; Noain, 1995;
Flors, 2010).
No obstante, los conjuntos ornamentales malacológicos más completos y variados proceden de los ajuares depositados en las áreas sepulcrales
(figura 5: d), donde se registran desde adornos simples a composiciones
más complejas y que requieren mayor inversión de trabajo como los collares, anillos y brazaletes (Taborin, 1974, Noain, 1995; Pascual Benito, 1998 y
2004; Flors, 2010; Oliva, 2011b).
Junto a la mencionada continuidad tipológica, elementos como los colgantes experimentaron una paulatina evolución aumentando su compleji-
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ALICIA LUJÁN NAVAS Y FRANCISCO JAVIER JOVER MAESTRE
FIGURA 6. Gráfico desglosado en valores absolutos de las especies marinas documentadas en Barranquet (Esquembre et al. 2008).
dad. Así, la Columbella rustica, de amplia difusión durante el Mesolítico e
inicios del Neolítico, quedará en un segundo plano, detrás de otros gasterópodos como el Conus mediterraneus durante el Neolítico final-Calcolítico.
De este modo, de colgantes adaptados a la forma natural de la valva de
tendencia redondeada y aplanada, cuyo único indicador de antropización
es la perforación umbonal, pasamos a registrar colgantes elipsoidales, de
media luna, e incluso, plaquitas rectangulares, habiendo sido propuesta
una completa clasificación de los mismos (Taborín, 1974). Esto mismo
resulta aplicable a las cuentas de collar, registrando una buena parte de
ellas realizadas con gasterópodos completos –Conus mediterraneus, Columbella rustica, Cyprea, etc–, en las que únicamente se suelen practicar
uno o varios orificios en la parte posterior o seccionar el extremo apical
para proceder a su suspensión, así como otras obtenidas del recorte de
bivalvos y posterior desgaste, originando cuentas discoidales, cilíndricas,
troncocónicas y globulares de sección plana, o bien de tipo tubular, a partir de fragmentos de Dentalium sp.
Junto al consumo bromatológico de los recursos malacológicos por parte de las comunidades costeras y de uso ornamental generalizado, destacamos su empleo con carácter instrumental. A la práctica bien conocida por
la investigación como instrumento de decoración de recipientes cerámicos,
con un claro protagonismo del Cerastoderma edule, sumamos la posible
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
ejecución de técnicas de acabado como el alisado o bruñido de ciertas materias blandas (Taborin, 1974; Maicas, 2008; Pascual Benito, 2008), procedimiento que afectará al reverso de ciertos bivalvos lisos como los Glycymeris
violascences o cardiidos erosionados como la Acanthocardia tuberculata.
Esta apreciación se vería respaldada por el más que frecuente hallazgo de
exoesqueletos post mortem, con o sin perforar, tanto en yacimientos costeros, caso de las Minas de Can Tintorer (Bosch y Estrada, 1998) o Costamar
(Flors, 2010), como alejados de la costa -Benàmer (Torregrosa et al., 2011)-.
De hecho no descartamos que buena parte de las lúnulas pudieran tener dicha finalidad, adaptándose su forma a un manejo más cómodo para trabajar
los recipientes cerámicos.
A todo lo expuesto añadimos el interesante caso de la pieza C-000-1400201, procedente de Costamar (figura 7). Aunque inicialmente fue clasificada
como un escoplo manufacturado sobre el diente de un mamífero marino,
un estudio más minucioso (Clemente y Orozco, 2012) puso de manifiesto
que se trataba de una ostra espinosa o Spondylus gaederopus fósil recortada
y pulimentada para manufacturar así un instrumento de trabajo.
Constatamos también el uso de patellidos de elevadas dimensiones y
valvas de grandes pectínidos y glycyméridos a modo de recipientes de líquidos y/o sustancias colorantes como el ocre y el cinabrio, documentados en
numerosos enclaves del Sureste peninsular, como Las Palas-La Era (Román
y Maicas, 2002) y cavidades de la Cova de l´Or (Acuña y Robles 1980; Martí,
1977; Pascual Benito, 2008), Cova de la Recambra (Martínez, 1988), o la
Cova Fosca (Aparicio, 1977; Olaria, 1988). Estos contenedores posiblemente
habrían sido empleados de forma expeditiva, en ocasiones mediante la realización de perforaciones umbonales, pudiendo servir como embudos o filtros (Maicas, 2008). Junto a esta funcionalidad, se apunta también un uso a
modo de cucharones o cucharas, realizando una perforación en el umbo por
donde encajar un mango (Siret y Siret, 1890) o como vasos para sustraer medidas de cereal de otros contenedores de mayor tamaño (Jordá, 1981; 1982).
El desarrollo de estudios de pastas cerámicas neolíticas añade nuevas posibilidades, indicando su utilidad como desgrasante, proceso evidenciado en
la zona mediterránea a través de la observación de moluscos (Maicas, 2008)
y a partir del análisis de restos cerámicos en la costa atlántica (Cubas, 2008).
Además, durante el Neolítico antiguo también se documentan instrumentos polifuncionales sobre malacofauna, destinados al procesado y de-
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ALICIA LUJÁN NAVAS Y FRANCISCO JAVIER JOVER MAESTRE
FIGURA 7. Azuela y/o escoplo sobre concha de Costamar (Clemente y Orozco, 2012,
fig. 5: 43).
sarrollo de diversas actividades como el trabajo y sección de fibras vegetales
blandas y el curtido de pieles (Rodríguez y Navarro, 1999; Pascual Benito,
2008 y 2011; Clemente y Cuenca, 2011; Cuenca et al., 2013). Basten como
ejemplos, la valva de Cerastoderma sp. localizada en Benàmer II (Barciela,
2011), los exoesqueletos de Ruditapes decussatus, Mytilus galloprovincialis
u Ostrea edulis y, en menor medida, Patella sp. de La Draga (Clemente y
Cuenca, 2011).
Algo similar, podríamos establecer para el poblado neolítico del Tossal
de les Basses (Luján, 2006; Luján y Rosser, 2013). Si bien prácticamente
la totalidad de la malacofauna hallada parece ser resultado de su ingesta,
una mínima fracción de ésta fue destinada a la elaboración de útiles. Es el
caso de varios Glycymeris glycymeris con la zona frontal modificada por
abrasión y dos fragmentos de bivalvos indeterminados, totalmente pulidos
y con acusado rebaje interior que pudieron funcionar a modo de pequeñas
cucharillas o espátulas.
Otro tipo de artefactos malacológicos serían los instrumentos musicales. En este sentido, en la franja mediterránea contamos con evidencias de
aerófonos neolíticos sobre Strombus o Charonia nodifera con la espira seccionada (Bosch et al., 1999; Pascual Benito, 1984 y 2006) como se apunta
para el ejemplar de la Caserna de Sant Pau y los diversos caparazones de las
Minas de Can Tintorer (Estrada y Nadal, 2008; Villalba et al., 1986).
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
Analizados los datos disponibles, podemos establecer que tanto en el
Mesolítico (Álvarez-Fernández, 2005-2006, 2006a y 2006b; Gutiérrez
Zugasti, 2005; Moreno, 2005) como en el Neolítico (Luján y Rosser, 2013;
Luján, 2004; Soler et al., 2006), asistimos a un intenso aprovechamiento
de la malacofauna marina. Los registros arqueológicos denotan un elevado
consumo bromatológico en los yacimientos costeros y el mantenimiento
de redes de circulación de caparazones a larga distancia, de carácter
polifuncional ya iniciadas durante el Paleolítico, puesto que a su empleo
ornamental, sumamos a partir del Neolítico, un uso como instrumentos e
incluso desgrasantes cerámicos.
En primer lugar, podemos inferir que la proximidad con la línea de costa
resultará determinante a la hora de justificar una elevada selección de malacofauna marina. Sin embargo, no debemos olvidar que los grupos mesolíticos todavía presentan cierta movilidad territorial, propia de su modo de vida,
lo que posibilitaría la ejecución de incursiones costeras de avituallamiento
para la captación de moluscos, crustáceos y pescado. Este aprovechamiento,
que podría verse afectado por la disponibilidad de otras fuentes de subsistencia, se centraría en labores de marisqueo de las especies más abundantes,
procedentes de aguas someras y de fácil acceso, como Cerastoderma edule
o Acanthocardia tuberculata, y en menor medida los glycymeridos, oferta
que se amplía con la inclusión de murícidos, como Murex brandaris, Patella
sp. y Monodonta turbinata, gasterópodos que se desarrollan adheridos a los
litorales rocosos, bajo las piedras o entre las algas (figura 8).
Para su recolección no se requeriría de un instrumental especializado,
salvo algún tipo de filo, para posteriormente ser consumidos en la misma
playa o bien trasladarlos a algún punto cercano.
La observación macroscópica de los gasterópodos atestigua la práctica
de secciones verticales-dorsales y la eliminación del ápice, todo a fin de
acceder a la carne. El aprovechamiento y los procesos de selección desarrollados durante el Mesolítico abarca el consumo de un número amplio de
especies, que alcanza a incluir tanto recursos marinos como terrestres, del
tipo Sphincterochila candidisima y Melanopsis sp. (Aura et al., 2009; MarínArroyo, 2009; Stiner y Munro, 2011).
La información malacológica procedente de enclaves interiores mesolíticos y neolíticos indica una más que significativa reducción frente a los
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FIGURA 8. Distribución de las principales especies de carácter bromatológico en
asentamientos del Neolítico I: 1. La Draga, 2. La Caserna de Sant Pau, 3. Minas de Can
Tintorer, 4. Costamar, 5. Cova de la Sarsa, 6. Barranquet, 7. Coves de Santa Maira, 8.
Cova de les Cendres, 9. Cova de l´Or, 10. Benàmer, 11. Cova Sant Martí, 12. Tossal de les
Basses, 13. Las Palas-La Era, 14. Zájara, 15. Palacés (Luján, 2016, Fig. V. 5. 3, elaboración
a cargo de F. J. Jover).
yacimientos litorales. Eliminado el factor alimenticio, dada su escasa aportación energética en relación con el coste de energía invertido en distancias
superiores a los 30 km, continuamos registrando una cifra considerable de
valvas de cardiidos o glycymeridos. Curiosamente buena parte de ellas presentan un acusado desgaste, fruto de la erosión marina, que incluso llega a
ocasionar perforaciones y pérdida total o parcial del umbo y mantos pulidos, indicadores todos ellos de captaciones post-mortem.
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
Estas mismas características físicas, a las que se sumaría su procedencia
lejana, frente a otra serie de materias primas más frecuentes en las zonas
de interior y los valles, como el hueso, dientes de animales o la piedra, probablemente motivaron el interés por parte de las comunidades, generando
contactos entre grupos costeros y de interior, sin descartar la posibilidad de
que sean estos mismos grupos los que se desplacen de la costa al interior,
accediendo así a los recursos malacológicos marinos.
Por otro lado, y también durante el Neolítico, la presencia de pequeños
gasterópodos en los yacimientos del valle del Ebro y los de la fachada mediterránea peninsular, especialmente Columbella rustica junto Cerithium
sp. y Conus mediterraneus, y Trivia sp. y Nassa reticulata en la región Cantábrica, descartados para el consumo, deberá explicarse como resultado de
un uso ornamental para la confección de adornos-colgantes, idea reforzada
por la existencia de desgastes antrópicos apicales así como perforaciones
simples o dobles en la zona dorsal.
Así bien, incidimos en el frecuente hallazgo de individuos sin manipular, posible materia prima en reserva a la que todavía no se le ha atribuido
una funcionalidad clara.
El estudio tipológico de los elementos ornamentales característicos de
estas comunidades cazadoras-recolectoras evidencia que se caracterizarían
por la pervivencia de unos morfotipos heredados de las etapas finales del
Paleolítico superior (Taborin, 1974; 1990), especialmente del Magdaleniense final, destacando la elaboración de colgantes sobre valvas enteras de cardiidos y glycymeridos a través de su perforación umbonal, ya sea de carácter
antrópico o natural como consecuencia del hidrodinamismo, y los adornoscolgantes sobre pequeños gasterópodos, destacando el empleo de Columbella rustica, que se impondrá al resto de gasterópodos como Conus mediterraneus, Nassa sp. o el Cerithium vulgatum, y que, una vez perforadas
dorsalmente, pasarían a suspenderse solas o junto a otro tipo de elementos,
en forma de cuentas de collares, pulseras o incluso tocados y complementos
como cintas para el cabello o los muslos (Papi, 1989). Esta propuesta interpretativa se deriva del uso, como fuente de hipótesis, de ciertos paralelos
etnográficos (Navarro y Arco, 1987) y textos etnohistóricos (Abreu, 1977).
Si bien el análisis cronocultural de la tipología de los adornos malacológicos a lo largo de la Prehistoria reciente, indica un alto grado de mantenimiento, a la disponibilidad de ciertas especies, como los bivalvos cardiidae
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ALICIA LUJÁN NAVAS Y FRANCISCO JAVIER JOVER MAESTRE
y glycymeridae debemos sumar, aunque con una escasa representación,
las mactras, tellinas y ostreas, y los gasterópodos de tamaño medio como
Columbella rustica, Conus mediterraneus, Nassa sp. o Cerithium vulgatum,
constatando variaciones en los criterios de selección en determinados periodos. Esto indicaría que si bien asistimos a una pervivencia en cuanto a
la elaboración de ornatos como los colgantes y las cuentas, posiblemente
derivada de la misma tradición o herencia cultural, sí parece priorizarse el
empleo de ciertas especies.
La existencia de concheros mesoliticos y yacimientos donde los recursos
malacológicos constituyeron un factor bromatológico de relevancia, conocerá con el Neolítico un retroceso, motivado por la producción de alimentos. El análisis de los registros neolíticos revela que únicamente aquellos
enclaves emplazados junto a la franja costera e inmediaciones mantendrán
el consumo de malacofauna, siempre a tenor de los datos, como un mero
complemento, posiblemente ocasional. De lo que deducimos una primera inferencia: la relación distancia-proximidad con la franja litoral y áreas
de abastecimiento directo constituirá un factor determinante a la hora de
justificar una mayor o menor presencia y variedad de elementos y especies
malacológicos en el registro arqueológico.
La implantación del Neolítico no sólo supondrá modificaciones en
cuanto a la relación de los grupos humanos con los recursos y el entorno,
sino también entre comunidades. La introducción de los nuevos modos de
vida y formas de subsistencia que vincularán a estas comunidades al territorio, traerá consigo también cambios en el plano social y cultural, lo que se
manifiesta en sus prácticas cotidianas y su ideología.
Podemos convenir en vista de lo expuesto que será a partir de esta
etapa de la Prehistoria reciente cuando la malacofauna marina, al igual
que ocurre con ciertas materias primas, como el sílex y otras rocas metamórficas, experimente un amplio desarrollo, que se traducirá en una
intensificación de su selección y abastecimiento, sin una clara vinculación alimenticia, sino más bien con el desarrollo de una artesanía sistematizada en la producción de bienes, destinados tanto a una finalidad
ornamental como para un consumo productivo en la elaboración de diversos instrumentos. De este modo, la malacofauna pasará a convertirse
en un producto social ampliamente demandado, lo que repercutirá en
una mayor y más f luida circulación a través de redes a larga distancia que
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Uso y consumo de la malacofauna marina en el este de la península ibérica
pondrán en contacto a estas comunidades y conducirán estos recursos, ya
sea como materia prima o como producto elaborado, desde la costa hacia
el interior, afianzando no sólo transacciones de intercambio y abastecimiento de productos, sino también favoreciendo a la interconexión y
fortalecimiento de lazos de reciprocidad intersocial.
Al igual que se constata durante el Mesolítico, el interés bromatológico de las especies malacológicas se reducirá en el Neolítico en las zonas
litorales a la captación de especies como Patella sp., Monodonta turbinata, muricidos y buccinos como Thais haemastoma y Phalium saburon,
tal y como muestra el registro arqueológico. Ahora bien, el empleo de
los caparazones se incrementará ostensiblemente en todos los territorios
con un claro interés ornamental y, al parecer, de forma evidente, como
instrumentos de trabajo.
De la observación de los materiales malacológicos de diferentes enclaves neolíticos se desprende la continuidad de una producción ornamental
existente ya en momentos del Paleolítico superior, Epipaleolítico y Mesolítico, entre los que destacan los colgantes sobre especies bivalvas, Cerastoderma edule y Glycymeris sp., principalmente, y numerosas cuentas sobre
escafópodos de tipo tubular como Dentalium vulgatum y gasterópodos de
mediano y pequeño tamaño, como Conus mediterraneus, Trivia europea,
Gibberula miliaria o Margaritifera sp., aunque con un dominio indiscutible
en el caso de Columbella rustica.
A estos elementos, y como piezas emblemáticas del Neolítico dado su
limitado desarrollo cronológico, se sumarán, más adelante, los brazaletes
sobre concha de grandes pectúnculos, muy abundantes desde el Neolítico
antiguo y reciente pero sin continuidad en las fases posteriores (Martí y
Joan-Muns, 1985). Dentro del conjunto malacológico ornamental hay que
incluir los anillos, grupo también muy bien representado en este periodo
(Pascual Benito, 1998, 2004 y 2008).
Un anális riguroso de los contextos funerarios nos lleva a concluir que
los conjuntos ornamentales malacológicos más completos y variados proceden de los ajuares depositados en las cavidades sepulcrales (Pascual Benito, 1998; Soler Díaz, 2002; Soler Díaz et al., 2014) donde se registran desde
colgantes simples, a partir de un único ejemplar, a otro tipo de adornos más
complejos, como los anillos, brazaletes y collares, que requerirán de una
mayor inversión de trabajo para su ejecución.
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ALICIA LUJÁN NAVAS Y FRANCISCO JAVIER JOVER MAESTRE
Así, durante los inicios del VI-V milenio cal BC asistimos a una etapa
en la que se acentúa el interés por los recursos de origen marino, principalmente como materia prima y su versatilidad, al ajustarse a las necesidades
sociales de estas comunidades, que buscan adaptar su empleo a usos de
muy variada índole, entre los cuales se situaría la producción de artefactos,
que si bien numéricamente aparecen muy por debajo de los objetos destinados a otros usos, probablemente cuenta con un gran interés en cuanto
que posibilita nuevas formas de aproximarnos al conocimiento de los procesos de trabajo y las personas que participan de ellos.
En definitiva, del análisis del uso y consumo de recursos malacológicos de
origen marino durante el Mesolítico y el Neolítico podemos extraer que su
empleo, además de asociarse con la alimentación y el consumo productivo,
pasó a integrarse dentro de un plano de compleja interpretación, puesto que
a la vez que su papel estético parece indiscutible adoptando la forma de adornos personales, su presencia en contextos no sólo de habitat, sino formando parte de los ajuares que acompañan a los difuntos, bien podrían encerrar
consideraciones de carácter simbólico-religioso, apotropaico e incluso una
labor como objetos de prestigio de compleja interpretación, sin rechazar la
posibilidad de que un mismo ejemplar aúne en sí distintos significados.
NOTAS
1. Entendido como grupo básico de producción, reproducción y consumo, con independencia de su modo de vida –cazador recolector, ganadero, campesino de base
cerealista–, cuyas prácticas sociales de producción tienden a ser autosuficientes y en
un inicio a destinarse al consumo (Masucci, 1995; Mayo, 2004). Las evidencias arqueológicas generadas por los grupos domésticos se reconocen, fundamentalmente, a través de las unidades domésticas (Flores, 2007).
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