Registro de felis silvestris en el Abric Romaní (Capellades, Barcelona). Revisión, análisis, interpretación y contextualización
Maria Joana Gabucio Vilarrasa
2017
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REGISTRO DE FELIS SILVESTRIS EN EL ABRIC ROMANÍ
(CAPELLADES, BARCELONA). REVISIÓN, ANÁLISIS,
INTERPRETACIÓN Y CONTEXTUALIZACIÓN
Maria Joana Gabucio Vilarrasa
ABSTRACT
Felis silvestris is a common taxon in the archaeological sites of the Upper
Pleistocene of the Iberian Peninsula. Its presence is usually related to natural
intrusions. However, the zooarchaeological analysis of Abric Romaní level O,
dated to 55 ka, provided evidence of anthropogenic activity (skin removal,
meat and bone marrow consumption) in several remains of wildcat, corresponding to the same individual. This case has encouraged the revision of the
record of this taxon at the Abric Romaní sequence. Next, the results obtained
have been contextualized, basically in the framework of the Upper Pleistocene of the Iberian Peninsula.
INTRODUCCIÓN
El gato montés (Felis silvestris) está presente en una larga lista de yacimientos
arqueológicos de la península ibérica (Yravedra, 2001; Villaluenga, 2016). Sin
embargo, el número de restos identificados suele ser reducido y, en la mayoría
de casos, su presencia se ha relacionado con incursiones naturales (muerte
natural in situ de los individuos o aportaciones por parte de otros predadores). En este sentido, cabe destacar que Felis silvestris utiliza en ocasiones pequeñas cuevas y abrigos para cobijarse, en donde acumula restos óseos en su
interior. Por ello, recientemente se está investigando el papel de este animal
como agente acumulador de conjuntos faunísticos (Lloveras et al., 2016).
El Pleistoceno superior se inició tras el interglacial Eemiense (MIS 5e),
hace aproximadamente 126.000 años, y finalizó con el Holoceno (MIS 1), unos
Interaccions entre felins i humans. III Jornades d’arqueozoologia.
Museu de Prehistòria de València (2017): 213-241.
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MARIA JOANA GABUCIO VILARRASA
9.700 años atrás. Tras una etapa cálida (interestadial Riss-Würm), se desarrolló la glaciación de Würm (MIS 4, 3 y 2), donde se alternaron fases estadiales
con fases interestadiales. En comparación con la Europa más septentrional,
la península ibérica muestra para esta época un mosaico más amplio de hábitats (Salazar-García et al., 2013). Además, en los períodos glaciares, la península ibérica –como otras penínsulas de la Europa meridional– funcionó como
un refugio natural para flora, fauna y homínidos (Hewitt, 1999; Sommer y
Nadachowski, 2006; Gómez y Lundt, 2007).
El gato montés es el félido salvaje más ampliamente distribuido, se extiende por África, Europa y Asia Central. Se ha debatido ampliamente sobre cómo
relacionar la variación geográfica que presenta con su taxonomía y sistemática
(Kitchener y Rees, 2009). Los últimos análisis filogenéticos (Driscoll et al., 2007;
Macdonald et al., 2010) sugieren que los gatos salvajes se clasifican en cinco grupos subespecíficos: el africano (que pasaría a ser F. silvestris lybica), el asiático (F.
s. ornata), el europeo (F. s. silvestris), el sudafricano (F. s. cafra, recientemente
reconocido) y el de la estepa alpina china (F. s. bieti, incorporado por primera
vez). Además, dentro de cada grupo también se observan patrones de variación
geográfica (en el caso de la península ibérica, F. s. silvestris y F. s. tartesia).
En Europa, F. silvestris está presente desde el extremo occidental hasta
el Cáucaso, llegando por el norte hasta Escocia (Sunquist y Sunquist, 2002).
El registro más antiguo del taxón en Europa se remonta a hace unos 250.000
años (Wolsan, 1993). En el pasado, dicho taxón se extindía por la Europa continental durante los períodos glaciales y posteriormente recolonizaba el territorio a partir de los refugios meridionales (Zachos y Hackänder, 2011). En
el presente, la distribución de este animal es aislada y sufre los efectos de la
hibridación con los gatos domésticos.
Se trata del felino salvaje de menor talla de Europa. Es un carnívoro solitario, nocturno y territorial, que normalmente rehúye a los humanos. Habita
especialmente ambientes boscosos y rocosos, aunque puede vivir en ecosistemas muy diversos. Su dieta incluye una gran variedad de presas (roedores,
reptiles, pájaros, lagomorfos y pequeños ungulados) y muestra una gran variabilidad geográfica en función de la disponibilidad de las presas (Lloveras
et al. 2016). Así, en las áreas donde los lepóridos son abundantes, como en la
península ibérica, Oryctolagus cuniculus es la presa más frecuente, ya que
representa entre el 70% y el 90% de su dieta (Sunquist y Sunquist, 2002; Lloveras et al. 2016).
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Registro de Felis silvestris en el Abric Romaní (Capellades, Barcelona)
ABRIC ROMANÍ
El Abric Romaní es un abrigo travertínico localizado en Capellades (Barcelona, Cataluña) (figura 1). En este municipio, el río Anoia cruza la cordillera
pre-litoral a través del desfiladero conocido como Congost de Capellades,
conectando la depresión central catalana con la del Penedés. Esta posición
estratégica, en contacto tanto con ecosistemas de montaña como de pradera, así como de hábitats rocosos, ofrecía a los grupos humanos una gran
variedad de recursos.
El yacimiento fue descubierto en 1909 por Amador Romaní. Él mismo,
junto a diferentes investigadores, dirigió las excavaciones que tuvieron lugar
intermitentemente hasta 1930. Posteriormente, entre 1956 y 1961, los trabajos de campo fueron retomados por el Dr. Ripoll, quien contó con la colaboración de personalidades internacionales como G. Laplace y H. de Lumley.
Desde 1983, un equipo multidisciplinar liderado por el Dr. Eudald Carbonell
excava de manera continuada el yacimiento.
La secuencia arqueoestratigráfica fue datada por series de uranio entre
40 y 70 ka BP (Bischoff et al. 1988), pero el análisis de un sondeo reciente ha
expandido la fecha inferior de esta cronología hasta los 110 ka BP (Sharp et al.
2016). Hasta la fecha, se han excavado 16 niveles arqueológicos (A-P), separados por plataformas travertínicas estériles. Todos los niveles se corresponden
con el Paleolítico medio, excepto el nivel A, que se asocia con el Protoauriñaciense (Carbonell et al., 1996). Las características sedimentarias del yacimiento han permitido la conservación de improntas vegetales y estructuras
de combustión. Además, se han recuperado miles de restos líticos y faunísticos, carbones, pólenes y otros materiales.
En los conjuntos faunísticos predominan Cervus elaphus y Equus ferus,
acompañados por uros, rinocerontes y pequeños bóvidos en algunos niveles
(cuadro 1). Los análisis zooarqueológicos y tafonómicos realizados indican
que estos animales fueron cazados, procesados y consumidos de forma intensiva por los neandertales (Cáceres 2002; Rosell et al. 2012; Fernández-Laso et
al. 2011; Gabucio et al. 2014a; Marín, 2014, entre otros).
En cambio, los carnívoros (Ursus sp., Canis lupus, Panthera leo spelaea,
Panthera pardus, Lynx sp., F. silvestris y Crocuta crocuta) son escasos y no
están presentes de forma continua en la secuencia, aunque se observa que
son más frecuentes en los niveles superiores (cuadro 1). Esto se debe probablemente a que estos niveles presentaban unas condiciones más cavernarias
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(la cornisa está más próxima al suelo) y, en consecuencia, ofrecían un hábitat
más adecuado a estos animales (Cáceres et al., 1993; Saladié y Aïmene, 2000;
Gabucio et al., 2014a). Algunos restos de carnívoro fueron recuperados en el
interior de los niveles arqueológicos, conjuntamente con los demás restos del
nivel en cuestión, mientras que otros se hallaron en las plataformas travertínicas que sellan y separan dichos niveles, evidenciando que llegaron allí en
momentos de desocupación humana de la cueva (cuadro 1).
FIGURA 1. A) Situación del Abric Romaní en el contexto de la península ibérica. B)
Localización del yacimiento en relación con el municipio de Capellades. C) Vista
general del yacimiento durante la excavación del nivel O. D) Cronoestratigrafía del
Abric Romaní. E) Planta de excavación actual.
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A
B
C
PI
D
E
F
G
H
PI
I
J
K
L
CUADRO 1. Taxones de macromamíferos representados en el Abric Romaní por niveles. PI = plataforma inferior.
Rupicapra sp.
Bos primigenius
Cervus elaphus
Equus ferus
Stephanorhinus hemitoechus
Proboscidea
Crocuta crocuta
Felis silvestris
Lynx sp.
Panthera pardus
Panthera leo spelaea
Canis lupus
Ursus sp.
Taxones
Niveles
M
N
O
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MATERIALES Y MÉTODOS
Para este estudio se han revisado los materiales faunísticos de diferentes niveles arqueológicos del Abric Romaní a los que se ha tenido acceso. Parte de
este material se encuentra en el Institut Català de Paleoecologia Humana i
Evolució Social (IPHES), mientras que el correspondiente con la parte alta
de la secuencia está depositado en el Museu Molí Paperer de Capellades.
La información obtenida mediante el análisis ha sido completada con un
vaciado bibliográfico.
El presente trabajo parte de la identificación anatómica y taxonómica,
y de su posterior cuantificación. Para identificar los restos se han utilizado
tanto atlas de anatomía comparada (Pales y Lambert, 1970; Varela y Rodríguez, 2004) como un ejemplar de Felis catus de la colección de referencias
osteológicas del IPHES. Siempre que ha sido posible, se han indicado la
lateralidad, la porción, la cara y la edad aproximada. En cuanto a la cuantificación, se han utilizado el NISP (Number of Identified Specimens), el NME
(Número Mínimo de Elementos), el NMI (Número Mínimo de Individuos)
y, puntualmente, el %Survival Rate (Brain 1981; Lyman 1994). Este último
índice se ha comparado con la densidad ósea proporcionada por Pavao y
Stahl (1999) para O. cuniculus.
En cuanto a la fragmentación, en primer lugar, se ha valorado la integridad
de los restos, comparando su longitud y su circunferencia con la de los elementos completos (Bunn, 1983). A continuación, se ha investigado el estado
del hueso en el momento de la fractura, fresco o seco (Villa y Mahieu, 1991).
Finalmente, se ha intentado identificar al agente de la fracturación, teniendo
en cuenta los criterios publicados por varios autores (Jones, 1983; Hockett, 1991;
Hockett y Bicho, 2000; Hockett y Haws, 2002; Cochard et al., 2012).
La superficie ósea ha sido analizada macroscópica y microscópicamente,
utilizando un microscopio estereoscópico (Olympus SZ11) y, puntualmente, un microscopio digital (HIROX) y un microscopio electrónico ambiental
(ESEM FEI QUANTA 600). Se ha prestado especial atención a las modificaciones antrópicas, como las marcas de corte (Potts y Shipman, 1981; Binford,
1981; Shipman y Rose, 1983) y la cremación (Stiner et al., 1995). No obstante,
también se han considerado las alteraciones naturales, tanto las producidas
por agentes animales (surcos, depresiones, etc.) como vegetales (disolución,
vermiculaciones…) o inorgánicos (abrasión hídrica, precipitación de óxidos de
manganeso…) (Binford, 1981; Lyman, 1994; Cáceres, 2002; Cáceres et al., 2012).
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En el caso del nivel O, al contar con varios restos coordenados, se ha explorado la distribución espacial, tanto en planta como verticalmente. Incluso se han realizado remontajes anatómicos y mecánicos (Todd y Stanford,
1992; Lyman, 1994; Enloe, 1995). Finalmente, los resultados se han interpretado con ayuda de trabajos actualistas, tanto experimentales (Crezzini et al.,
2014; Lloveras et al. 2009, entre otros) como etnoarqueológicos (Jones, 1983;
Hockett, 1991, entre otros).
RESULTADOS
Estudios anteriores señalan la presencia de F. silvestris en los niveles A, D, M
y O (cuadro 1). Por este motivo, hemos centrado el trabajo en dichos niveles,
aunque no únicamente. En Capellades, han podido ser revisadas varias cajas
con materiales del nivel A (referenciado como Capa 2 en los primeros estudios; adscrito al Protoauriñaciense). Como resultado, en el nivel A se ha identificado un fragmento de la hemimandíbula derecha de un individuo adulto
de F. silvestris, que contiene la serie dental P2-P3 (figura 2: A). Este resto presenta en ambos extremos fracturas de delineación transversal, ángulo mixto
y textura irregular, con algunos bordes afectados por fracturas modernas. No
presenta marcas de corte, cremación ni mordeduras. En su superficie sólo se
observan precipitaciones de óxido de manganeso dispersas y algunos agrietamientos muy finos, que podemos relacionar con la humedad propia del abrigo.
Este resto de gato montés fue recuperado el año 1983 y estaba guardado en
una caja junto con otros restos identificables, numerado pero sin referencia espa-
FIGURA 2. A) Fragmento de hemimandíbula derecha de F. silvestris perteneciente al
nivel A del Abric Romaní. B) Fragmento de ulna derecha identificado como F. silvestris; procede del Abric Romaní, pero no consta su adscripción a un nivel determinado.
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cial (ni cuadrante, ni coordenadas), por lo que no podemos situarlo en planta sobre el abrigo. Por el año en que se recuperó, entendemos que se localizaba en las
escasas zonas que no se habían intervenido durante las campañas de principios
y mediados del siglo XX (es decir, en el área más externa o en el Oeste teórico).
Diversas cajas con material del nivel D y de la Unidad Arqueológica DCN2 han podido ser revisadas en la sala de colecciones arqueológicas del IPHES.
La unidad DCN-2 es en realidad un conjunto de restos excavados el año 1995
en un testigo situado delante de la Coveta Nord, hacia N-P/41-44. Este punto
tiene una dinámica sedimentaria diferente al resto del abrigo y, aunque no se
ha podido correlacionar con ningún nivel, estratigráficamente se corresponde con el Conjunto II (niveles B, C o D). En trabajos anteriores, tanto Saladié
y Aïmene (2000) como Cáceres (2002) evidenciaron la presencia de marcas
de corte en un radio de lince perteneciente a esta unidad.
Entre los restos de las cajas revisadas en el IPHES se ha localizado un
fragmento de ulna derecha de F. silvestris. Se trata de la diáfisis proximal
del elemento, incluyendo las facetas articulares, y muestra una fractura efectuada en fresco (zona más distal) y otra moderna (proximal) (figura 2b). No
presenta marcas de corte, ni tampoco de dientes. En cambio, sí se observa
un ligero redondeamiento y pulido, así como una precipitación de óxidos de
manganeso generalizada. Desconocemos tanto su adjudicación a un nivel en
concreto como su año de excavación y sus coordenadas, ya que en la sigla sólo
consta la inscripción «AR CRTN». «CR» podría hacer referencia a la Coveta
Ripoll, cavidad en la zona más interna del abrigo (T-V/47-51) separada del
resto del abrigo por una barrera travertínica durante la formación de los niveles del A, B, H, I y J. Sin embargo, el resto se hallaba en una caja con restos de
la unidad arqueológica DCN-2.
Entre los materiales revisados no se han hallado ninguno de los restos de
F. silvestris publicados por Sánchez (1989). Se deduce, por lo tanto, que tales
restos no estaban entre el material al que se ha podido acceder. De hecho,
tampoco hay constancia de ellos en los estudios de Saladié y Aïmene (2000) y
Cáceres (2002). No obstante, es necesario presentar brevemente estos restos
para poder tenerlos en consideración durante la discusión. Sánchez (1989)
identifica una hemimandíbula derecha completa (serie C-M1) y un total de
21 restos del esqueleto poscraneal (entre estos, fragmentos de húmero, ulna,
radio, fémur, varios metacarpos y una primera falange) que parecen corresponderse con un único individuo. Lamentablemente, no contamos con nin-
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gún tipo de análisis tafonómico o zooarqueológico de estos restos. La autora
comenta que todos los restos poscraneales atribuidos a este taxón forman
parte de un mismo nivel, pero no especifica cuál. Tampoco conocemos su
localización dentro del abrigo.
En el nivel M (53 ka), se identificó inicialmente una pieza dentaria como
perteneciente a F. silvestris. Sin embargo, posteriormente, este mismo resto
ha sido identificado como un diente de lince (Fernández-Laso, 2010) y como
un deciduo de hiena (Marín, 2014). Este trabajo da por buena esta última
identificación, confirmando que no se trata de un diente de gato montés.
Finalmente, en el nivel O (55 ka) fueron identificados 100 restos de F. silvestris, los cuales se agrupan en 72 elementos, pertenecientes a un único individuo adulto (figura 3). Todos los segmentos anatómicos están representados, pero se observa una infrarrepresentación del esqueleto axial. Sin embargo, la representación esquelética no está correlacionada con la densidad ósea
(Pavao y Stahl, 1999). En cuanto a la fracturación, los dos húmeros, el fémur
y la tibia carecen de una o ambas epífisis. Así mismo, se observan marcas de
corte en cuatro restos: la tibia (cara medial de la diáfisis proximal), la hemimandibula derecha (cara ventral del cuerpo mandibular) y dos segundas falanges (cara ventral de la zona proximal) (figura 3). También se documentan
modificaciones naturales, como abrasión hídrica (en grados muy bajos), fisuras, cementaciones y, especialmente, la acción de raíces (mayoritariamente
en forma de tinción). Para finalizar, el análisis espacial indica que los restos
se encuentran muy agrupados, tanto en horizontal (cuadrantes M-O/58-59)
como en vertical (en una misma capa arqueoestratigráfica). A pesar de esto,
los elementos apendiculares proximales (incluyendo aquellos que remontan
entre ellos) se alejan considerablemente los unos de los otros, siendo el segmento esquelético el que presenta una mayor dispersión. Para más detalles,
consultar Gabucio et al. (2014a).
DISCUSIÓN
Interpretación del registro de Felis silvestris en el Abric Romaní
El gato montés ha sido identificado en varios niveles del Abric Romaní. El
presente estudio ha podido confirmar su presencia en el nivel A (Protoauriñaciense). Sólo se ha hallado un resto de este taxón: un fragmento de la
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FIGURA 3. Localización e imágenes de las marcas de corte identificadas sobre F. silvestris en el nivel O del Abric Romaní. A) Representación de los elementos de F. silvestris recuperados (coloreado) y localización de las marcas de corte. B) Detalle de
dos de las cuatro marcas de corte observadas en la cara medial de la diáfisis proximal
de la tibia (Microscopio Digital HIROX). C) Fotografía de la marca de corte documentada en la cara ventral del cuerpo mandibular de la hemimandíbula derecha (Microscopio Digital HIROX). D) Imágenes a diferentes aumentos de la marca de corte
identificada en la cara ventral de una segunda falange (Microscopio electrónico ESEM
FEI QUANTA 600).
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hemimandíbula derecha. Aunque la mayor parte del nivel A fue excavado
durante las primeras excavaciones, este resto en concreto se recuperó en la
campaña de 1983. De hecho, en las primeras publicaciones de la fauna del
Abric Romaní (Vidal, 1911-12; Cazurro, 1919; Estévez, 1979) no se hace ninguna referencia al gato montés. Debe tenerse en cuenta que las metodologías
de excavación y análisis a principios y mediados del siglo XX no favorecían
precisamente la recuperación y el estudio de restos de pequeño tamaño,
como son los huesos de F. silvestris.
Como únicamente contamos con un resto y este no presenta alteraciones
que puedan relacionarlo con un agente acumulador concreto, no se puede
precisar su origen. El Abric Romaní se encuentra en un medio rocoso rodeado de bosque, y en esa cronología su morfología cerrada ofrecía un buen
cobijo a los pequeños carnívoros (Cáceres et al., 1993; Saladié y Aïmene, 2000;
Gabucio et al., 2014a). En consecuencia, parece plausible que la presencia de
F. silvestris en el nivel sea el resultado de una visita esporádica de este animal
al abrigo. Sin embargo, con los datos de los que se dispone, no es posible
confirmar ni descartar esta hipótesis.
El presente trabajo no ha podido confirmar la presencia de F. silvestris en
el nivel D. De hecho, los análisis de Saladié y Aïmene (2000) y de Cáceres
(2002), que partieron también de los restos depositados en el IPHES, tampoco
documentaron ninguna evidencia de este taxón. El fragmento de ulna identificado en este trabajo aparece totalmente descontextualizado, de manera que
no podemos situarlo en ningún punto de la secuencia. Además, la ausencia
de evidencias antrópicas en su superficie nos impide proponer una hipótesis
alternativa al aporte natural. Es posible que la referencia inicial a F. silvestris
en el nivel D fuera errónea, aunque no podemos descartar que entre los materiales recuperados durante las excavaciones antiguas no se encontraran más
restos que, posteriormente, hayan quedado al margen de esta revisión. En este
sentido, debe destacarse que el nivel D se corresponde con la subcapa 8ª, la
cual, a pesar de ser definida por Amador Romaní, no fue incluida en las primeras estratigrafías, seguramente por sus escasas potencia y definición (Bartolí
et al., 1995). También es posible que el material identificado como F. silvestris
por Sánchez (1989) perteneciera al nivel D, pero no hemos encontrado ninguna referencia en la bibliografía que nos permita confirmar esta posibilidad.
Dicha autora presenta un NISP de 22 restos para este taxón, de los cuales al
menos 21 (todos los poscraneales) podrían pertenecer a un mismo individuo.
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Este hecho contrasta claramente con la baja representación del gato montés
en el nivel A. La inexistencia de un análisis zooarqueológico y tafonómico, así
como la ausencia de una referencia espacial o contextual de los restos (¿estaban agrupados?, ¿presentaban conexión anatómica?) dificulta enormemente
la interpretación de su origen. Aunque no conozcamos el nivel de procedencia, su adscripción a la parte alta de la secuencia permite plantear la plausibilidad de una incursión natural (como ya se ha explicado en el caso del nivel A).
Sin embargo, no puede rechazarse ninguna otra posibilidad.
Encontramos una acumulación más significativa de restos de gato montés
en el nivel O. En este caso, la aplicación de metodologías de excavación modernas favoreció la recuperación y el estudio de un número elevado de restos,
recuperando material incluso de las bolsas de lavado (Gabucio et al., 2014a,
b). El análisis indica que todos los restos pertenecen a un único individuo
adulto, casi completo. Las evidencias de actividad antrópica, sumadas a la
ausencia de evidencias de otros predadores, indican que el gato montés fue
introducido en el abrigo por los neandertales. Una vez allí, los neandertales
no sólo extrajeron la piel del animal (marcas de corte en la hemimandíbula y
en las segundas falanges, escasez de vértebras caudales y terceras falanges),
sino que procesaron y consumieron tanto la carne (marcas de corte en la tibia proximal, dispersión de los elementos apendiculares proximales) como la
médula (ausencia de epífisis en los huesos largos) (Jones, 1983; Hockett, 1991;
Hockett y Bicho, 2000; Hockett y Haws, 2002; Lloveras et al., 2009; Cochard
et al., 2012; Crezzini et al., 2014). Este grupo de restos del nivel O, junto con
el radio de lince de la unidad DCN-2, representan los dos únicos casos de uso
antrópico de carnívoros documentados en el Abric Romaní (Saladié y Aïmene, 2000; Cáceres, 2002; Gabucio et al., 2014a). Ambos casos se corresponden con dos eventos muy concretos que reflejan una actividad infrecuente y
oportunista, en contraste con el aprovechamiento sistemático de ungulados,
documentado constantemente en el yacimiento.
Tanto el conjunto de restos presentado por Sánchez (1989) como el del nivel
O presentan un alto número de elementos adscritos a un único individuo. Este
hecho debemos relacionarlo con las extraordinarias características sedimentarias del yacimiento, que le otorgan una alta resolución temporal y permiten la
preservación –y posterior estudio– de episodios individuales (Gabucio et al.,
2016). Dichas características han contribuido también a la conservación de los
esqueletos de otros félidos de mayor tamaño (Cáceres et al., 1993).
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Es importante destacar que, mientras los restos de félidos de menor tamaño (lince y gato montés) se han encontrado en el interior de los niveles
arqueológicos, los restos de Panthera pardus y Panthera leo spelaea han aparecido en las plataformas travertínicas que separan dichos niveles (Cáceres
et al., 1993) (cuadro 1). Los félidos recuperados en las plataformas pueden
ser relacionados claramente con intrusiones naturales que tuvieron lugar durante períodos largos de desocupación humana. Es posible que los félidos de
menor tamaño se aventuraron con más facilidad a entrar en el abrigo durante
períodos más cortos de desocupación humana, que no dieron tiempo a la
formación de capas estériles. Sin embargo, la presencia de F. silvestris en el
nivel O está plenamente justificada por su aportación antrópica.
Presencia de Felis silvestris en los yacimientos arqueológicos del
Pleistoceno superior de la península ibérica
La presencia de gato montés está documentada ampliamente en los yacimientos arqueológicos de la península ibérica. Aquí ofrecemos una aproximación
a su distribución durante el Pleistoceno superior. Dicha aproximación no
pretende ser sistemática, pero sí ofrecer un contexto que ayude a valorar en
su justa medida la representación del gato montés en el Abric Romaní. Antes
de entrar en materia, no obstante, es conveniente poner sobre la mesa diferentes factores que condicionan la distribución de este taxón. Estos factores
muestran un abanico muy amplio, abarcando desde las características físicas
del terreno (como la existencia de cavidades y la orografía) hasta factores más
humanos, como la cantidad de excavaciones o publicaciones realizadas, la
conservación de los restos y los métodos de excavación y análisis.
En la figura 4 se presentan los yacimientos peninsulares del Pleistoceno
superior donde hemos podido constatar, a partir de la bibliografía, la presencia del gato montés. En ella puede consultarse el nombre de los yacimientos,
su localización aproximada y su bibliografía básica (en relación con la identificación de F. silvestris). En el apartado A están detallados los yacimientos
que más se aproximan al contexto cronocultural de la mayor parte de la secuencia del Abric Romaní, es decir, el Paleolítico medio. Estos asentamientos
se localizan por toda la península, incluyendo el interior, aunque parecen ser
más abundantes en el área mediterránea, la cornisa cantábrica y la zona cercana a la desembocadura del Tajo. En el apartado B se listan los yacimientos
con gato montés del Paleolítico superior y el Epipaleolítico. En general, el
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número de yacimientos aumenta (en relación con el mayor número de yacimientos conocidos para estas cronologías), pero su localización se concentra
de manera todavía más acusada en las áreas mediterránea y cantábrica. Así
mismo, se observa que dentro de la zona mediterránea, se localizan más yacimientos en las franjas central y meridional.
A pesar de esta amplia distribución, en todos o casi todos los casos los
restos recuperados de F. silvestris son muy escasos, representando un por-
FIGURA 4. Localización de los yacimientos arqueológicos del Pleistoceno superior de la
península ibérica donde se ha documentado la presencia de F. silvestris. A) Yacimientos
del Paleolítico medio. B) Yacimientos del Paleolítico superior y el Epipaleolítico.
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centaje bajísimo del NISP en cada uno de los conjuntos (en la gran mayoría de veces, inferior al 5%; en muchos casos inferior al 1%) (Yravedra, 2001,
para una visión general). Así, la mayoría de veces el gato montés sólo está
representado por restos aislados, en su mayor parte piezas dentarias o huesos
largos, que son los elementos más resistentes y también los más fácilmente
identificables. Este hecho pone muchas trabas a su estudio en un contexto
arqueológico, que dificultan enormemente que el análisis pueda ir más allá
de la mera identificación taxonómica. Una situación parecida ha sido advertida en el caso de otros félidos, como el lince (Yravedra, 2005) y el leopardo
(Arribas, 1997). De hecho, se trata de un problema que afecta frecuentemente
a los carnívoros: su habitual baja frecuencia en los yacimientos arqueológicos
dificulta su valoración en términos paleoeconómicos (Llorente, 2015). En el
caso de los pequeños carnívoros hay que añadir, además, que su tamaño dificulta tanto su conservación como su recuperación y posterior estudio. En este
contexto, resulta todavía más destacable la aportación del Abric Romaní. Sin
embargo, este hecho también dificulta su comparación con otros casos.
Uso antrópico de carnívoros en el Pleistoceno superior de la península ibérica
La explotación de carnívoros (para uso peletero, consumo, etc.) por parte de
los homínidos es una práctica poco habitual, tanto en el marco del Pleistoceno
peninsular como más allá de estos límites cronológicos y geográficos. Sin embargo, cada vez salen a la luz más casos, permitiendo ampliar nuestro conocimiento sobre la flexibilidad y variabilidad de las estrategias de subsistencia de
los homínidos. Las evidencias más antiguas en la península ibérica se remontan al Pleistoceno inferior, con la identificación de marcas de corte sobre oso y
zorro en el nivel TD6 de Gran Dolina, Atapuerca (Saladié et al., 2011). En este
mismo yacimiento, pero en el nivel TD10-1, datado en el Pleistoceno medio, se
ha documentado el aprovechamiento antrópico de un zorro (marcas de corte
en un coxal) y de un león (extracción de la piel, las vísceras, la carne y el tuétano) (Blasco et al., 2010). En este último caso, Panthera leo está representado
por 17 elementos que parecen corresponder a un único individuo.
A continuación nos centraremos en el Pleistoceno superior peninsular,
empezando por el Paleolítico medio para ir avanzando cronológicamente.
Tendremos en cuenta únicamente los casos con evidencias de actividad antrópica inequívocas, como las marcas de corte y las mordeduras humanas,
obviando aquellos en los que sólo se aporten evidencias indirectas, como
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la cremación. Así mismo, dado que nuestra finalidad es contextualizar los
resultados del Abric Romaní, no vamos a hacer referencia a los casos publicados sobre usos secundarios como la fabricación de industria ósea o de
elementos decorativos.
En cuanto a F. silvestris, el caso del nivel O es el único del que tenemos
constancia en el Paleolítico medio de la península ibérica. Por lo tanto, para
contextualizar este caso en dicha cronología es necesario ampliar el marco
taxonómico, incluyendo a otros carnívoros. En el mismo yacimiento, sin ir
más lejos, encontramos el radio de lince de la unidad DCN-2, del que ya hemos hablado, con marcas de corte relacionadas con la descarnación (Saladié
y Aïmene, 2000; Cáceres, 2002). Además, en el nivel IV de Bolomor (inicio del
Pleistoceno superior), dos huesos de león, uno de lince y otro de zorro presentan marcas de corte (Blasco et al., 2013). En otros yacimientos encontramos evidencias de actividad antrópica sobre restos de leopardo, como Cova
Negra (donde se han identificado marcas de corte y cremación en un metatarso) (Sanchis et al., 2015a) y la Cueva de los Torrejones (Arribas, 1997). Este
último caso resulta especialmente interesante, ya que muestra paralelismos
con el gato montés del nivel O del Abric Romaní. Se trata de un único individuo bastante bien representado (51 elementos), con algunas fracturas en
fresco en los huesos largos y marcas de corte en el cráneo. Tanto estas marcas
como la ausencia de falanges se han relacionado con la extracción de la piel.
Además de los félidos, otros carnívoros también fueron aprovechados por los
grupos humanos del Paleolítico medio. Prueba de ello son –además de las
marcas de corte sobre zorro del nivel IV de Bolomor– la hemimandíbula de
cuón con marcas de corte recuperada en Cova Negra (Pérez Ripoll et al., 2010;
Morales et al., 2012) y los elementos de hiena con marcas de corte y peeling
de la Sala de los Huesos (Cuevas de Maltravieso) (Rodríguez-Hidalgo, 2010;
Rodríguez-Hidalgo et al., 2011).
Todos los casos aquí expuestos, incluyendo el del nivel O, representan eventos aislados o muy poco habituales, que deben ser relacionados con adquisiciones puntuales y oportunistas. Este tipo de adquisiciones formaban parte de un
repertorio amplio de estrategias de subsistencia desarrolladas por los homínidos del Paleolítico medio que, aunque generalmente focalizaban su actividad
cinegética hacia los ungulados de talla grande y media, podían adaptarse a las
constricciones ambientales y sociales de cada entorno y momento. Así, por
ejemplo, en varios yacimientos musterienses –especialmente en el área medi-
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terránea central– se ha documentado el consumo humano de pequeñas presas,
como lepóridos, tortugas y pájaros (Villaverde et al., 1996; Salazar et al., 2013;
Rufà et al., 2015; Sanchis et al., 2015b, entre otros). Incluso en algunos yacimientos, como Bolomor, se puede hablar de una explotación reiterada de pequeñas
presas (Blasco et al., 2013). En cambio, para encontrar un consumo sistemático
de carnívoros para estas cronologías es necesario ampliar el marco geográfico: en Biache-Saint-Vaast (Pas-de–Calais, Francia), Auguste (1995) documenta
una actividad cinegética sistemática sobre Ursus arctos.
A partir del Paleolítico superior, en general, el porcentaje de pequeñas
presas aumenta considerablemente. Este hecho llevó a varios autores a postular una expansión en la dieta humana para estas cronologías (Stiner et al.,
2000; Hockett y Haws, 2002; Villaverde et al., 1996; Aura et al., 2002, entre
otros). En lo que se refiere a los carnívoros, su aprovechamiento por parte de
los grupos humanos sigue siendo escaso, aunque contamos con un número
mayor de casos documentados. Incluso existen evidencias de uso antrópico
de F. silvestris. Así, se han documentado en este taxón marcas de corte y de
percusión en la Cova de les Cendres, en un contexto magdaleniense (Villaverde et al., 2012). En el mismo conjunto, además, diversos restos de lince y de
zorro presentan evidencias equivalentes.
Para el lince, deben citarse también los casos de la Sala de las Chimeneas
(Cuevas de Maltravieso), la Cova Beneito y la Peña de Estebanvela. En la Sala
de las Chimeneas (21.000 cal BP), varias marcas de corte en una escápula y un
metatarso han sido interpretadas, respectivamente, como consecuencia de
actividades de desarticulación y de desollado (Rodríguez-Hidalgo et al., 2011).
En cuanto a Cova Beneito, los niveles auriñacienses B8 y B9 contienen un húmero y una ulna con marcas asociadas a la descarnación y la desarticulación;
el gravetiense B7b, una diáfisis con marcas de descarnación, y el protosolutrense B6, una mandíbula con evidencias de desarticulación (Martínez Valle,
1996). Por su parte, en la Peña de Estebanvela, Yravedra (2005) documenta
una acumulación significativa de restos de lince en el nivel I (NISP 32, NMI 1),
de cronología magdaleniense, que podría compararse con la de gato montés
del nivel O del Abric Romaní. A partir de estos restos se han identificado el
desollado (marcas de corte en un metápodo), la desarticulación (marcas en la
epífisis proximal de un fémur) y la descarnación (marcas en la metadiáfisis de
una tibia) del lince. También hay pruebas de descarnación (marcas en la metadiáfisis de un húmero) de este taxón en el nivel II (también magdalenien-
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se). Para acabar con los félidos, en un nivel auriñaciense de Cova Foradada
se han reconocido marcas de corte sobre un metápodo de leopardo (Sanchis
et al., 2015a).
En cuanto a los cánidos, además del ejemplo de Cova de les Cendres comentado en el párrafo anterior, contamos con varias referencias para el uso
antrópico del zorro. Tanto en Cueva Ambrosio como en El Ruso se han identificado marcas de corte sobre restos de este taxón en niveles solutrenses (Yravedra, 2005; Yravedra et al., 2010). Además, un cráneo de cuón procedente
de Coves de Santa Maira presenta marcas asociadas a la extracción de la piel
(Pérez Ripoll et al., 2010; Morales et al., 2012).
A partir del Epipaleolítico, aparecen otros taxones explotados, como los
mustélidos. El yacimiento que ofrece más datos a nivel peninsular sobre
el consumo de carnívoros durante el Epipaleolítico y el Mesolítico es Cova
Fosca: una marca de corte en un resto de marta (Epipaleolítico) y varias marcas de corte sobre tejón (Mesolítico) (Llorente, 2015).
Si nos adentramos en el Neolítico, que queda ya fuera de nuestro marco
cronológico, además de los datos de Cova Fosca debemos destacar los de El
Mirador, en Atapuerca (Martín et al., 2014). En ambos yacimientos se ha identificado el aprovechamiento antrópico de F. silvestris: dos restos con incisiones
en Cova Fosca y tres restos que demuestran el consumo humano de este taxón
(mordeduras humanas, fracturación antrópica, hervido y cremación) en El Mirador. También se han documentado en niveles neolíticos de ambos yacimientos evidencias similares en restos de zorro y mustélidos. Estos casos tienen paralelismos en otros puntos de Europa, por ejemplo en la península itálica y el
norte de Europa (Crezzini et al., 2014; Trolle-Lasen, 1987, entre otros).
CONCLUSIONES
El hallazgo de un esqueleto muy completo de F. silvestris con evidencias de
actividad humana (aprovechamiento de la piel, la carne y la médula) en el
nivel O del Abric Romaní (Gabucio et al., 2014a), datado en 55 ka, ha incentivado la revisión del registro de este taxón en toda la secuencia del yacimiento
y su posterior contextualización. Dicha revisión ha permitido confirmar la
presencia del gato montés en el nivel A, de cronología protoauriñaciense,
con la identificación de un fragmento de mandíbula. También se ha identificado un fragmento de ulna, lamentablemente descontextualizado. Ninguno
de estos dos restos presenta evidencias de actividad antrópica, ni de otros
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carnívoros, ni aportan datos espaciales (coordenadas cartesianas o cuadrantes de origen). Aunque no se han podido localizar los restos identificados
como F. silvestris por Sánchez (1989), este conjunto, con varios elementos
que parecen pertenecer al mismo individuo, es el caso más similar al documentado en el nivel O. Desafortunadamente, la ausencia tanto de un análisis
zooarqueológico y tafonómico como de datos espaciales imposibilitan una
comparativa profunda.
La conservación de estos dos conjuntos de restos de gato montés viene dada
por las extraordinarias características sedimentarias del Abric Romaní. Aunque F. silvestris está ampliamente distribuido por la península ibérica durante
el Pleistoceno superior, en la gran mayoría de yacimientos, los restos de este
taxón aparecen en pequeño número, aislados. Además, el caso del nivel O representa la única referencia del consumo de este taxón en el Paleolítico medio.
Por estas razones, para contextualizar adecuadamente este caso es necesario
ampliar el marco cronológico o los taxones considerados. Así, encontramos
casos comparables, por ejemplo, en el león de TD10-1 (Blasco et al., 2010), del
Pleistoceno medio, el leopardo de la Cueva de los Torrejones (Arribas, 1997),
del Pleistoceno superior, y el lince del nivel I de la Peña de Estebanvela (Yravedra, 2005), de cronología magdaleniense. En los tres casos, como en el nivel O
del Abric Romaní, se han recuperado un número considerable de elementos
correspondientes a un único individuo, y se han documentado evidencias inequívocas de explotación antrópica. En conjunto, éstos y algunos otros casos
constituyen una preciada muestra de la diversidad de las estrategias de subsistencia de los homínidos, que ya desde el Paleolítico medio, e incluso antes,
incluían la adquisición y el aprovechamiento de carnívoros.
AGRADECIMIENTOS
La revisión de los materiales del Abric Romaní no hubiera sido posible sin la colaboración de Raül Bartolí y Núria Ibáñez. La autora también agradece la ayuda de Isabel
Cáceres y Palmira Saladié, así como el trabajo de todo el equipo de excavación e investigación del Abric Romaní. La excavación del Abric Romaní se lleva a cabo gracias
al apoyo de las siguientes instituciones: Departament de Cultura de la Generalitat de
Catalunya, Ajuntament de Capellades, Oficina de Patrimoni Cultural de la Diputació
de Barcelona, Tallers Gràfics Romanyà-Valls, Bercontrés-Centre de Gestió Mediambiental SL y Constructora Calaf SAU. M. J. Gabucio es beneficiaria de una beca posdoctoral de la Fondation Fyssen.
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REGISTRO DE FELIS SILVESTRIS EN EL ABRIC ROMANÍ
(CAPELLADES, BARCELONA). REVISIÓN, ANÁLISIS,
INTERPRETACIÓN Y CONTEXTUALIZACIÓN
Maria Joana Gabucio Vilarrasa
ABSTRACT
Felis silvestris is a common taxon in the archaeological sites of the Upper
Pleistocene of the Iberian Peninsula. Its presence is usually related to natural
intrusions. However, the zooarchaeological analysis of Abric Romaní level O,
dated to 55 ka, provided evidence of anthropogenic activity (skin removal,
meat and bone marrow consumption) in several remains of wildcat, corresponding to the same individual. This case has encouraged the revision of the
record of this taxon at the Abric Romaní sequence. Next, the results obtained
have been contextualized, basically in the framework of the Upper Pleistocene of the Iberian Peninsula.
INTRODUCCIÓN
El gato montés (Felis silvestris) está presente en una larga lista de yacimientos
arqueológicos de la península ibérica (Yravedra, 2001; Villaluenga, 2016). Sin
embargo, el número de restos identificados suele ser reducido y, en la mayoría
de casos, su presencia se ha relacionado con incursiones naturales (muerte
natural in situ de los individuos o aportaciones por parte de otros predadores). En este sentido, cabe destacar que Felis silvestris utiliza en ocasiones pequeñas cuevas y abrigos para cobijarse, en donde acumula restos óseos en su
interior. Por ello, recientemente se está investigando el papel de este animal
como agente acumulador de conjuntos faunísticos (Lloveras et al., 2016).
El Pleistoceno superior se inició tras el interglacial Eemiense (MIS 5e),
hace aproximadamente 126.000 años, y finalizó con el Holoceno (MIS 1), unos
Interaccions entre felins i humans. III Jornades d’arqueozoologia.
Museu de Prehistòria de València (2017): 213-241.
[page-n-2]
MARIA JOANA GABUCIO VILARRASA
9.700 años atrás. Tras una etapa cálida (interestadial Riss-Würm), se desarrolló la glaciación de Würm (MIS 4, 3 y 2), donde se alternaron fases estadiales
con fases interestadiales. En comparación con la Europa más septentrional,
la península ibérica muestra para esta época un mosaico más amplio de hábitats (Salazar-García et al., 2013). Además, en los períodos glaciares, la península ibérica –como otras penínsulas de la Europa meridional– funcionó como
un refugio natural para flora, fauna y homínidos (Hewitt, 1999; Sommer y
Nadachowski, 2006; Gómez y Lundt, 2007).
El gato montés es el félido salvaje más ampliamente distribuido, se extiende por África, Europa y Asia Central. Se ha debatido ampliamente sobre cómo
relacionar la variación geográfica que presenta con su taxonomía y sistemática
(Kitchener y Rees, 2009). Los últimos análisis filogenéticos (Driscoll et al., 2007;
Macdonald et al., 2010) sugieren que los gatos salvajes se clasifican en cinco grupos subespecíficos: el africano (que pasaría a ser F. silvestris lybica), el asiático (F.
s. ornata), el europeo (F. s. silvestris), el sudafricano (F. s. cafra, recientemente
reconocido) y el de la estepa alpina china (F. s. bieti, incorporado por primera
vez). Además, dentro de cada grupo también se observan patrones de variación
geográfica (en el caso de la península ibérica, F. s. silvestris y F. s. tartesia).
En Europa, F. silvestris está presente desde el extremo occidental hasta
el Cáucaso, llegando por el norte hasta Escocia (Sunquist y Sunquist, 2002).
El registro más antiguo del taxón en Europa se remonta a hace unos 250.000
años (Wolsan, 1993). En el pasado, dicho taxón se extindía por la Europa continental durante los períodos glaciales y posteriormente recolonizaba el territorio a partir de los refugios meridionales (Zachos y Hackänder, 2011). En
el presente, la distribución de este animal es aislada y sufre los efectos de la
hibridación con los gatos domésticos.
Se trata del felino salvaje de menor talla de Europa. Es un carnívoro solitario, nocturno y territorial, que normalmente rehúye a los humanos. Habita
especialmente ambientes boscosos y rocosos, aunque puede vivir en ecosistemas muy diversos. Su dieta incluye una gran variedad de presas (roedores,
reptiles, pájaros, lagomorfos y pequeños ungulados) y muestra una gran variabilidad geográfica en función de la disponibilidad de las presas (Lloveras
et al. 2016). Así, en las áreas donde los lepóridos son abundantes, como en la
península ibérica, Oryctolagus cuniculus es la presa más frecuente, ya que
representa entre el 70% y el 90% de su dieta (Sunquist y Sunquist, 2002; Lloveras et al. 2016).
214
[page-n-3]
Registro de Felis silvestris en el Abric Romaní (Capellades, Barcelona)
ABRIC ROMANÍ
El Abric Romaní es un abrigo travertínico localizado en Capellades (Barcelona, Cataluña) (figura 1). En este municipio, el río Anoia cruza la cordillera
pre-litoral a través del desfiladero conocido como Congost de Capellades,
conectando la depresión central catalana con la del Penedés. Esta posición
estratégica, en contacto tanto con ecosistemas de montaña como de pradera, así como de hábitats rocosos, ofrecía a los grupos humanos una gran
variedad de recursos.
El yacimiento fue descubierto en 1909 por Amador Romaní. Él mismo,
junto a diferentes investigadores, dirigió las excavaciones que tuvieron lugar
intermitentemente hasta 1930. Posteriormente, entre 1956 y 1961, los trabajos de campo fueron retomados por el Dr. Ripoll, quien contó con la colaboración de personalidades internacionales como G. Laplace y H. de Lumley.
Desde 1983, un equipo multidisciplinar liderado por el Dr. Eudald Carbonell
excava de manera continuada el yacimiento.
La secuencia arqueoestratigráfica fue datada por series de uranio entre
40 y 70 ka BP (Bischoff et al. 1988), pero el análisis de un sondeo reciente ha
expandido la fecha inferior de esta cronología hasta los 110 ka BP (Sharp et al.
2016). Hasta la fecha, se han excavado 16 niveles arqueológicos (A-P), separados por plataformas travertínicas estériles. Todos los niveles se corresponden
con el Paleolítico medio, excepto el nivel A, que se asocia con el Protoauriñaciense (Carbonell et al., 1996). Las características sedimentarias del yacimiento han permitido la conservación de improntas vegetales y estructuras
de combustión. Además, se han recuperado miles de restos líticos y faunísticos, carbones, pólenes y otros materiales.
En los conjuntos faunísticos predominan Cervus elaphus y Equus ferus,
acompañados por uros, rinocerontes y pequeños bóvidos en algunos niveles
(cuadro 1). Los análisis zooarqueológicos y tafonómicos realizados indican
que estos animales fueron cazados, procesados y consumidos de forma intensiva por los neandertales (Cáceres 2002; Rosell et al. 2012; Fernández-Laso et
al. 2011; Gabucio et al. 2014a; Marín, 2014, entre otros).
En cambio, los carnívoros (Ursus sp., Canis lupus, Panthera leo spelaea,
Panthera pardus, Lynx sp., F. silvestris y Crocuta crocuta) son escasos y no
están presentes de forma continua en la secuencia, aunque se observa que
son más frecuentes en los niveles superiores (cuadro 1). Esto se debe probablemente a que estos niveles presentaban unas condiciones más cavernarias
215
[page-n-4]
MARIA JOANA GABUCIO VILARRASA
(la cornisa está más próxima al suelo) y, en consecuencia, ofrecían un hábitat
más adecuado a estos animales (Cáceres et al., 1993; Saladié y Aïmene, 2000;
Gabucio et al., 2014a). Algunos restos de carnívoro fueron recuperados en el
interior de los niveles arqueológicos, conjuntamente con los demás restos del
nivel en cuestión, mientras que otros se hallaron en las plataformas travertínicas que sellan y separan dichos niveles, evidenciando que llegaron allí en
momentos de desocupación humana de la cueva (cuadro 1).
FIGURA 1. A) Situación del Abric Romaní en el contexto de la península ibérica. B)
Localización del yacimiento en relación con el municipio de Capellades. C) Vista
general del yacimiento durante la excavación del nivel O. D) Cronoestratigrafía del
Abric Romaní. E) Planta de excavación actual.
216
[page-n-5]
217
A
B
C
PI
D
E
F
G
H
PI
I
J
K
L
CUADRO 1. Taxones de macromamíferos representados en el Abric Romaní por niveles. PI = plataforma inferior.
Rupicapra sp.
Bos primigenius
Cervus elaphus
Equus ferus
Stephanorhinus hemitoechus
Proboscidea
Crocuta crocuta
Felis silvestris
Lynx sp.
Panthera pardus
Panthera leo spelaea
Canis lupus
Ursus sp.
Taxones
Niveles
M
N
O
Registro de Felis silvestris en el Abric Romaní (Capellades, Barcelona)
[page-n-6]
MARIA JOANA GABUCIO VILARRASA
MATERIALES Y MÉTODOS
Para este estudio se han revisado los materiales faunísticos de diferentes niveles arqueológicos del Abric Romaní a los que se ha tenido acceso. Parte de
este material se encuentra en el Institut Català de Paleoecologia Humana i
Evolució Social (IPHES), mientras que el correspondiente con la parte alta
de la secuencia está depositado en el Museu Molí Paperer de Capellades.
La información obtenida mediante el análisis ha sido completada con un
vaciado bibliográfico.
El presente trabajo parte de la identificación anatómica y taxonómica,
y de su posterior cuantificación. Para identificar los restos se han utilizado
tanto atlas de anatomía comparada (Pales y Lambert, 1970; Varela y Rodríguez, 2004) como un ejemplar de Felis catus de la colección de referencias
osteológicas del IPHES. Siempre que ha sido posible, se han indicado la
lateralidad, la porción, la cara y la edad aproximada. En cuanto a la cuantificación, se han utilizado el NISP (Number of Identified Specimens), el NME
(Número Mínimo de Elementos), el NMI (Número Mínimo de Individuos)
y, puntualmente, el %Survival Rate (Brain 1981; Lyman 1994). Este último
índice se ha comparado con la densidad ósea proporcionada por Pavao y
Stahl (1999) para O. cuniculus.
En cuanto a la fragmentación, en primer lugar, se ha valorado la integridad
de los restos, comparando su longitud y su circunferencia con la de los elementos completos (Bunn, 1983). A continuación, se ha investigado el estado
del hueso en el momento de la fractura, fresco o seco (Villa y Mahieu, 1991).
Finalmente, se ha intentado identificar al agente de la fracturación, teniendo
en cuenta los criterios publicados por varios autores (Jones, 1983; Hockett, 1991;
Hockett y Bicho, 2000; Hockett y Haws, 2002; Cochard et al., 2012).
La superficie ósea ha sido analizada macroscópica y microscópicamente,
utilizando un microscopio estereoscópico (Olympus SZ11) y, puntualmente, un microscopio digital (HIROX) y un microscopio electrónico ambiental
(ESEM FEI QUANTA 600). Se ha prestado especial atención a las modificaciones antrópicas, como las marcas de corte (Potts y Shipman, 1981; Binford,
1981; Shipman y Rose, 1983) y la cremación (Stiner et al., 1995). No obstante,
también se han considerado las alteraciones naturales, tanto las producidas
por agentes animales (surcos, depresiones, etc.) como vegetales (disolución,
vermiculaciones…) o inorgánicos (abrasión hídrica, precipitación de óxidos de
manganeso…) (Binford, 1981; Lyman, 1994; Cáceres, 2002; Cáceres et al., 2012).
218
[page-n-7]
Registro de Felis silvestris en el Abric Romaní (Capellades, Barcelona)
En el caso del nivel O, al contar con varios restos coordenados, se ha explorado la distribución espacial, tanto en planta como verticalmente. Incluso se han realizado remontajes anatómicos y mecánicos (Todd y Stanford,
1992; Lyman, 1994; Enloe, 1995). Finalmente, los resultados se han interpretado con ayuda de trabajos actualistas, tanto experimentales (Crezzini et al.,
2014; Lloveras et al. 2009, entre otros) como etnoarqueológicos (Jones, 1983;
Hockett, 1991, entre otros).
RESULTADOS
Estudios anteriores señalan la presencia de F. silvestris en los niveles A, D, M
y O (cuadro 1). Por este motivo, hemos centrado el trabajo en dichos niveles,
aunque no únicamente. En Capellades, han podido ser revisadas varias cajas
con materiales del nivel A (referenciado como Capa 2 en los primeros estudios; adscrito al Protoauriñaciense). Como resultado, en el nivel A se ha identificado un fragmento de la hemimandíbula derecha de un individuo adulto
de F. silvestris, que contiene la serie dental P2-P3 (figura 2: A). Este resto presenta en ambos extremos fracturas de delineación transversal, ángulo mixto
y textura irregular, con algunos bordes afectados por fracturas modernas. No
presenta marcas de corte, cremación ni mordeduras. En su superficie sólo se
observan precipitaciones de óxido de manganeso dispersas y algunos agrietamientos muy finos, que podemos relacionar con la humedad propia del abrigo.
Este resto de gato montés fue recuperado el año 1983 y estaba guardado en
una caja junto con otros restos identificables, numerado pero sin referencia espa-
FIGURA 2. A) Fragmento de hemimandíbula derecha de F. silvestris perteneciente al
nivel A del Abric Romaní. B) Fragmento de ulna derecha identificado como F. silvestris; procede del Abric Romaní, pero no consta su adscripción a un nivel determinado.
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cial (ni cuadrante, ni coordenadas), por lo que no podemos situarlo en planta sobre el abrigo. Por el año en que se recuperó, entendemos que se localizaba en las
escasas zonas que no se habían intervenido durante las campañas de principios
y mediados del siglo XX (es decir, en el área más externa o en el Oeste teórico).
Diversas cajas con material del nivel D y de la Unidad Arqueológica DCN2 han podido ser revisadas en la sala de colecciones arqueológicas del IPHES.
La unidad DCN-2 es en realidad un conjunto de restos excavados el año 1995
en un testigo situado delante de la Coveta Nord, hacia N-P/41-44. Este punto
tiene una dinámica sedimentaria diferente al resto del abrigo y, aunque no se
ha podido correlacionar con ningún nivel, estratigráficamente se corresponde con el Conjunto II (niveles B, C o D). En trabajos anteriores, tanto Saladié
y Aïmene (2000) como Cáceres (2002) evidenciaron la presencia de marcas
de corte en un radio de lince perteneciente a esta unidad.
Entre los restos de las cajas revisadas en el IPHES se ha localizado un
fragmento de ulna derecha de F. silvestris. Se trata de la diáfisis proximal
del elemento, incluyendo las facetas articulares, y muestra una fractura efectuada en fresco (zona más distal) y otra moderna (proximal) (figura 2b). No
presenta marcas de corte, ni tampoco de dientes. En cambio, sí se observa
un ligero redondeamiento y pulido, así como una precipitación de óxidos de
manganeso generalizada. Desconocemos tanto su adjudicación a un nivel en
concreto como su año de excavación y sus coordenadas, ya que en la sigla sólo
consta la inscripción «AR CRTN». «CR» podría hacer referencia a la Coveta
Ripoll, cavidad en la zona más interna del abrigo (T-V/47-51) separada del
resto del abrigo por una barrera travertínica durante la formación de los niveles del A, B, H, I y J. Sin embargo, el resto se hallaba en una caja con restos de
la unidad arqueológica DCN-2.
Entre los materiales revisados no se han hallado ninguno de los restos de
F. silvestris publicados por Sánchez (1989). Se deduce, por lo tanto, que tales
restos no estaban entre el material al que se ha podido acceder. De hecho,
tampoco hay constancia de ellos en los estudios de Saladié y Aïmene (2000) y
Cáceres (2002). No obstante, es necesario presentar brevemente estos restos
para poder tenerlos en consideración durante la discusión. Sánchez (1989)
identifica una hemimandíbula derecha completa (serie C-M1) y un total de
21 restos del esqueleto poscraneal (entre estos, fragmentos de húmero, ulna,
radio, fémur, varios metacarpos y una primera falange) que parecen corresponderse con un único individuo. Lamentablemente, no contamos con nin-
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Registro de Felis silvestris en el Abric Romaní (Capellades, Barcelona)
gún tipo de análisis tafonómico o zooarqueológico de estos restos. La autora
comenta que todos los restos poscraneales atribuidos a este taxón forman
parte de un mismo nivel, pero no especifica cuál. Tampoco conocemos su
localización dentro del abrigo.
En el nivel M (53 ka), se identificó inicialmente una pieza dentaria como
perteneciente a F. silvestris. Sin embargo, posteriormente, este mismo resto
ha sido identificado como un diente de lince (Fernández-Laso, 2010) y como
un deciduo de hiena (Marín, 2014). Este trabajo da por buena esta última
identificación, confirmando que no se trata de un diente de gato montés.
Finalmente, en el nivel O (55 ka) fueron identificados 100 restos de F. silvestris, los cuales se agrupan en 72 elementos, pertenecientes a un único individuo adulto (figura 3). Todos los segmentos anatómicos están representados, pero se observa una infrarrepresentación del esqueleto axial. Sin embargo, la representación esquelética no está correlacionada con la densidad ósea
(Pavao y Stahl, 1999). En cuanto a la fracturación, los dos húmeros, el fémur
y la tibia carecen de una o ambas epífisis. Así mismo, se observan marcas de
corte en cuatro restos: la tibia (cara medial de la diáfisis proximal), la hemimandibula derecha (cara ventral del cuerpo mandibular) y dos segundas falanges (cara ventral de la zona proximal) (figura 3). También se documentan
modificaciones naturales, como abrasión hídrica (en grados muy bajos), fisuras, cementaciones y, especialmente, la acción de raíces (mayoritariamente
en forma de tinción). Para finalizar, el análisis espacial indica que los restos
se encuentran muy agrupados, tanto en horizontal (cuadrantes M-O/58-59)
como en vertical (en una misma capa arqueoestratigráfica). A pesar de esto,
los elementos apendiculares proximales (incluyendo aquellos que remontan
entre ellos) se alejan considerablemente los unos de los otros, siendo el segmento esquelético el que presenta una mayor dispersión. Para más detalles,
consultar Gabucio et al. (2014a).
DISCUSIÓN
Interpretación del registro de Felis silvestris en el Abric Romaní
El gato montés ha sido identificado en varios niveles del Abric Romaní. El
presente estudio ha podido confirmar su presencia en el nivel A (Protoauriñaciense). Sólo se ha hallado un resto de este taxón: un fragmento de la
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MARIA JOANA GABUCIO VILARRASA
FIGURA 3. Localización e imágenes de las marcas de corte identificadas sobre F. silvestris en el nivel O del Abric Romaní. A) Representación de los elementos de F. silvestris recuperados (coloreado) y localización de las marcas de corte. B) Detalle de
dos de las cuatro marcas de corte observadas en la cara medial de la diáfisis proximal
de la tibia (Microscopio Digital HIROX). C) Fotografía de la marca de corte documentada en la cara ventral del cuerpo mandibular de la hemimandíbula derecha (Microscopio Digital HIROX). D) Imágenes a diferentes aumentos de la marca de corte
identificada en la cara ventral de una segunda falange (Microscopio electrónico ESEM
FEI QUANTA 600).
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Registro de Felis silvestris en el Abric Romaní (Capellades, Barcelona)
hemimandíbula derecha. Aunque la mayor parte del nivel A fue excavado
durante las primeras excavaciones, este resto en concreto se recuperó en la
campaña de 1983. De hecho, en las primeras publicaciones de la fauna del
Abric Romaní (Vidal, 1911-12; Cazurro, 1919; Estévez, 1979) no se hace ninguna referencia al gato montés. Debe tenerse en cuenta que las metodologías
de excavación y análisis a principios y mediados del siglo XX no favorecían
precisamente la recuperación y el estudio de restos de pequeño tamaño,
como son los huesos de F. silvestris.
Como únicamente contamos con un resto y este no presenta alteraciones
que puedan relacionarlo con un agente acumulador concreto, no se puede
precisar su origen. El Abric Romaní se encuentra en un medio rocoso rodeado de bosque, y en esa cronología su morfología cerrada ofrecía un buen
cobijo a los pequeños carnívoros (Cáceres et al., 1993; Saladié y Aïmene, 2000;
Gabucio et al., 2014a). En consecuencia, parece plausible que la presencia de
F. silvestris en el nivel sea el resultado de una visita esporádica de este animal
al abrigo. Sin embargo, con los datos de los que se dispone, no es posible
confirmar ni descartar esta hipótesis.
El presente trabajo no ha podido confirmar la presencia de F. silvestris en
el nivel D. De hecho, los análisis de Saladié y Aïmene (2000) y de Cáceres
(2002), que partieron también de los restos depositados en el IPHES, tampoco
documentaron ninguna evidencia de este taxón. El fragmento de ulna identificado en este trabajo aparece totalmente descontextualizado, de manera que
no podemos situarlo en ningún punto de la secuencia. Además, la ausencia
de evidencias antrópicas en su superficie nos impide proponer una hipótesis
alternativa al aporte natural. Es posible que la referencia inicial a F. silvestris
en el nivel D fuera errónea, aunque no podemos descartar que entre los materiales recuperados durante las excavaciones antiguas no se encontraran más
restos que, posteriormente, hayan quedado al margen de esta revisión. En este
sentido, debe destacarse que el nivel D se corresponde con la subcapa 8ª, la
cual, a pesar de ser definida por Amador Romaní, no fue incluida en las primeras estratigrafías, seguramente por sus escasas potencia y definición (Bartolí
et al., 1995). También es posible que el material identificado como F. silvestris
por Sánchez (1989) perteneciera al nivel D, pero no hemos encontrado ninguna referencia en la bibliografía que nos permita confirmar esta posibilidad.
Dicha autora presenta un NISP de 22 restos para este taxón, de los cuales al
menos 21 (todos los poscraneales) podrían pertenecer a un mismo individuo.
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Este hecho contrasta claramente con la baja representación del gato montés
en el nivel A. La inexistencia de un análisis zooarqueológico y tafonómico, así
como la ausencia de una referencia espacial o contextual de los restos (¿estaban agrupados?, ¿presentaban conexión anatómica?) dificulta enormemente
la interpretación de su origen. Aunque no conozcamos el nivel de procedencia, su adscripción a la parte alta de la secuencia permite plantear la plausibilidad de una incursión natural (como ya se ha explicado en el caso del nivel A).
Sin embargo, no puede rechazarse ninguna otra posibilidad.
Encontramos una acumulación más significativa de restos de gato montés
en el nivel O. En este caso, la aplicación de metodologías de excavación modernas favoreció la recuperación y el estudio de un número elevado de restos,
recuperando material incluso de las bolsas de lavado (Gabucio et al., 2014a,
b). El análisis indica que todos los restos pertenecen a un único individuo
adulto, casi completo. Las evidencias de actividad antrópica, sumadas a la
ausencia de evidencias de otros predadores, indican que el gato montés fue
introducido en el abrigo por los neandertales. Una vez allí, los neandertales
no sólo extrajeron la piel del animal (marcas de corte en la hemimandíbula y
en las segundas falanges, escasez de vértebras caudales y terceras falanges),
sino que procesaron y consumieron tanto la carne (marcas de corte en la tibia proximal, dispersión de los elementos apendiculares proximales) como la
médula (ausencia de epífisis en los huesos largos) (Jones, 1983; Hockett, 1991;
Hockett y Bicho, 2000; Hockett y Haws, 2002; Lloveras et al., 2009; Cochard
et al., 2012; Crezzini et al., 2014). Este grupo de restos del nivel O, junto con
el radio de lince de la unidad DCN-2, representan los dos únicos casos de uso
antrópico de carnívoros documentados en el Abric Romaní (Saladié y Aïmene, 2000; Cáceres, 2002; Gabucio et al., 2014a). Ambos casos se corresponden con dos eventos muy concretos que reflejan una actividad infrecuente y
oportunista, en contraste con el aprovechamiento sistemático de ungulados,
documentado constantemente en el yacimiento.
Tanto el conjunto de restos presentado por Sánchez (1989) como el del nivel
O presentan un alto número de elementos adscritos a un único individuo. Este
hecho debemos relacionarlo con las extraordinarias características sedimentarias del yacimiento, que le otorgan una alta resolución temporal y permiten la
preservación –y posterior estudio– de episodios individuales (Gabucio et al.,
2016). Dichas características han contribuido también a la conservación de los
esqueletos de otros félidos de mayor tamaño (Cáceres et al., 1993).
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Registro de Felis silvestris en el Abric Romaní (Capellades, Barcelona)
Es importante destacar que, mientras los restos de félidos de menor tamaño (lince y gato montés) se han encontrado en el interior de los niveles
arqueológicos, los restos de Panthera pardus y Panthera leo spelaea han aparecido en las plataformas travertínicas que separan dichos niveles (Cáceres
et al., 1993) (cuadro 1). Los félidos recuperados en las plataformas pueden
ser relacionados claramente con intrusiones naturales que tuvieron lugar durante períodos largos de desocupación humana. Es posible que los félidos de
menor tamaño se aventuraron con más facilidad a entrar en el abrigo durante
períodos más cortos de desocupación humana, que no dieron tiempo a la
formación de capas estériles. Sin embargo, la presencia de F. silvestris en el
nivel O está plenamente justificada por su aportación antrópica.
Presencia de Felis silvestris en los yacimientos arqueológicos del
Pleistoceno superior de la península ibérica
La presencia de gato montés está documentada ampliamente en los yacimientos arqueológicos de la península ibérica. Aquí ofrecemos una aproximación
a su distribución durante el Pleistoceno superior. Dicha aproximación no
pretende ser sistemática, pero sí ofrecer un contexto que ayude a valorar en
su justa medida la representación del gato montés en el Abric Romaní. Antes
de entrar en materia, no obstante, es conveniente poner sobre la mesa diferentes factores que condicionan la distribución de este taxón. Estos factores
muestran un abanico muy amplio, abarcando desde las características físicas
del terreno (como la existencia de cavidades y la orografía) hasta factores más
humanos, como la cantidad de excavaciones o publicaciones realizadas, la
conservación de los restos y los métodos de excavación y análisis.
En la figura 4 se presentan los yacimientos peninsulares del Pleistoceno
superior donde hemos podido constatar, a partir de la bibliografía, la presencia del gato montés. En ella puede consultarse el nombre de los yacimientos,
su localización aproximada y su bibliografía básica (en relación con la identificación de F. silvestris). En el apartado A están detallados los yacimientos
que más se aproximan al contexto cronocultural de la mayor parte de la secuencia del Abric Romaní, es decir, el Paleolítico medio. Estos asentamientos
se localizan por toda la península, incluyendo el interior, aunque parecen ser
más abundantes en el área mediterránea, la cornisa cantábrica y la zona cercana a la desembocadura del Tajo. En el apartado B se listan los yacimientos
con gato montés del Paleolítico superior y el Epipaleolítico. En general, el
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número de yacimientos aumenta (en relación con el mayor número de yacimientos conocidos para estas cronologías), pero su localización se concentra
de manera todavía más acusada en las áreas mediterránea y cantábrica. Así
mismo, se observa que dentro de la zona mediterránea, se localizan más yacimientos en las franjas central y meridional.
A pesar de esta amplia distribución, en todos o casi todos los casos los
restos recuperados de F. silvestris son muy escasos, representando un por-
FIGURA 4. Localización de los yacimientos arqueológicos del Pleistoceno superior de la
península ibérica donde se ha documentado la presencia de F. silvestris. A) Yacimientos
del Paleolítico medio. B) Yacimientos del Paleolítico superior y el Epipaleolítico.
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Registro de Felis silvestris en el Abric Romaní (Capellades, Barcelona)
centaje bajísimo del NISP en cada uno de los conjuntos (en la gran mayoría de veces, inferior al 5%; en muchos casos inferior al 1%) (Yravedra, 2001,
para una visión general). Así, la mayoría de veces el gato montés sólo está
representado por restos aislados, en su mayor parte piezas dentarias o huesos
largos, que son los elementos más resistentes y también los más fácilmente
identificables. Este hecho pone muchas trabas a su estudio en un contexto
arqueológico, que dificultan enormemente que el análisis pueda ir más allá
de la mera identificación taxonómica. Una situación parecida ha sido advertida en el caso de otros félidos, como el lince (Yravedra, 2005) y el leopardo
(Arribas, 1997). De hecho, se trata de un problema que afecta frecuentemente
a los carnívoros: su habitual baja frecuencia en los yacimientos arqueológicos
dificulta su valoración en términos paleoeconómicos (Llorente, 2015). En el
caso de los pequeños carnívoros hay que añadir, además, que su tamaño dificulta tanto su conservación como su recuperación y posterior estudio. En este
contexto, resulta todavía más destacable la aportación del Abric Romaní. Sin
embargo, este hecho también dificulta su comparación con otros casos.
Uso antrópico de carnívoros en el Pleistoceno superior de la península ibérica
La explotación de carnívoros (para uso peletero, consumo, etc.) por parte de
los homínidos es una práctica poco habitual, tanto en el marco del Pleistoceno
peninsular como más allá de estos límites cronológicos y geográficos. Sin embargo, cada vez salen a la luz más casos, permitiendo ampliar nuestro conocimiento sobre la flexibilidad y variabilidad de las estrategias de subsistencia de
los homínidos. Las evidencias más antiguas en la península ibérica se remontan al Pleistoceno inferior, con la identificación de marcas de corte sobre oso y
zorro en el nivel TD6 de Gran Dolina, Atapuerca (Saladié et al., 2011). En este
mismo yacimiento, pero en el nivel TD10-1, datado en el Pleistoceno medio, se
ha documentado el aprovechamiento antrópico de un zorro (marcas de corte
en un coxal) y de un león (extracción de la piel, las vísceras, la carne y el tuétano) (Blasco et al., 2010). En este último caso, Panthera leo está representado
por 17 elementos que parecen corresponder a un único individuo.
A continuación nos centraremos en el Pleistoceno superior peninsular,
empezando por el Paleolítico medio para ir avanzando cronológicamente.
Tendremos en cuenta únicamente los casos con evidencias de actividad antrópica inequívocas, como las marcas de corte y las mordeduras humanas,
obviando aquellos en los que sólo se aporten evidencias indirectas, como
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la cremación. Así mismo, dado que nuestra finalidad es contextualizar los
resultados del Abric Romaní, no vamos a hacer referencia a los casos publicados sobre usos secundarios como la fabricación de industria ósea o de
elementos decorativos.
En cuanto a F. silvestris, el caso del nivel O es el único del que tenemos
constancia en el Paleolítico medio de la península ibérica. Por lo tanto, para
contextualizar este caso en dicha cronología es necesario ampliar el marco
taxonómico, incluyendo a otros carnívoros. En el mismo yacimiento, sin ir
más lejos, encontramos el radio de lince de la unidad DCN-2, del que ya hemos hablado, con marcas de corte relacionadas con la descarnación (Saladié
y Aïmene, 2000; Cáceres, 2002). Además, en el nivel IV de Bolomor (inicio del
Pleistoceno superior), dos huesos de león, uno de lince y otro de zorro presentan marcas de corte (Blasco et al., 2013). En otros yacimientos encontramos evidencias de actividad antrópica sobre restos de leopardo, como Cova
Negra (donde se han identificado marcas de corte y cremación en un metatarso) (Sanchis et al., 2015a) y la Cueva de los Torrejones (Arribas, 1997). Este
último caso resulta especialmente interesante, ya que muestra paralelismos
con el gato montés del nivel O del Abric Romaní. Se trata de un único individuo bastante bien representado (51 elementos), con algunas fracturas en
fresco en los huesos largos y marcas de corte en el cráneo. Tanto estas marcas
como la ausencia de falanges se han relacionado con la extracción de la piel.
Además de los félidos, otros carnívoros también fueron aprovechados por los
grupos humanos del Paleolítico medio. Prueba de ello son –además de las
marcas de corte sobre zorro del nivel IV de Bolomor– la hemimandíbula de
cuón con marcas de corte recuperada en Cova Negra (Pérez Ripoll et al., 2010;
Morales et al., 2012) y los elementos de hiena con marcas de corte y peeling
de la Sala de los Huesos (Cuevas de Maltravieso) (Rodríguez-Hidalgo, 2010;
Rodríguez-Hidalgo et al., 2011).
Todos los casos aquí expuestos, incluyendo el del nivel O, representan eventos aislados o muy poco habituales, que deben ser relacionados con adquisiciones puntuales y oportunistas. Este tipo de adquisiciones formaban parte de un
repertorio amplio de estrategias de subsistencia desarrolladas por los homínidos del Paleolítico medio que, aunque generalmente focalizaban su actividad
cinegética hacia los ungulados de talla grande y media, podían adaptarse a las
constricciones ambientales y sociales de cada entorno y momento. Así, por
ejemplo, en varios yacimientos musterienses –especialmente en el área medi-
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Registro de Felis silvestris en el Abric Romaní (Capellades, Barcelona)
terránea central– se ha documentado el consumo humano de pequeñas presas,
como lepóridos, tortugas y pájaros (Villaverde et al., 1996; Salazar et al., 2013;
Rufà et al., 2015; Sanchis et al., 2015b, entre otros). Incluso en algunos yacimientos, como Bolomor, se puede hablar de una explotación reiterada de pequeñas
presas (Blasco et al., 2013). En cambio, para encontrar un consumo sistemático
de carnívoros para estas cronologías es necesario ampliar el marco geográfico: en Biache-Saint-Vaast (Pas-de–Calais, Francia), Auguste (1995) documenta
una actividad cinegética sistemática sobre Ursus arctos.
A partir del Paleolítico superior, en general, el porcentaje de pequeñas
presas aumenta considerablemente. Este hecho llevó a varios autores a postular una expansión en la dieta humana para estas cronologías (Stiner et al.,
2000; Hockett y Haws, 2002; Villaverde et al., 1996; Aura et al., 2002, entre
otros). En lo que se refiere a los carnívoros, su aprovechamiento por parte de
los grupos humanos sigue siendo escaso, aunque contamos con un número
mayor de casos documentados. Incluso existen evidencias de uso antrópico
de F. silvestris. Así, se han documentado en este taxón marcas de corte y de
percusión en la Cova de les Cendres, en un contexto magdaleniense (Villaverde et al., 2012). En el mismo conjunto, además, diversos restos de lince y de
zorro presentan evidencias equivalentes.
Para el lince, deben citarse también los casos de la Sala de las Chimeneas
(Cuevas de Maltravieso), la Cova Beneito y la Peña de Estebanvela. En la Sala
de las Chimeneas (21.000 cal BP), varias marcas de corte en una escápula y un
metatarso han sido interpretadas, respectivamente, como consecuencia de
actividades de desarticulación y de desollado (Rodríguez-Hidalgo et al., 2011).
En cuanto a Cova Beneito, los niveles auriñacienses B8 y B9 contienen un húmero y una ulna con marcas asociadas a la descarnación y la desarticulación;
el gravetiense B7b, una diáfisis con marcas de descarnación, y el protosolutrense B6, una mandíbula con evidencias de desarticulación (Martínez Valle,
1996). Por su parte, en la Peña de Estebanvela, Yravedra (2005) documenta
una acumulación significativa de restos de lince en el nivel I (NISP 32, NMI 1),
de cronología magdaleniense, que podría compararse con la de gato montés
del nivel O del Abric Romaní. A partir de estos restos se han identificado el
desollado (marcas de corte en un metápodo), la desarticulación (marcas en la
epífisis proximal de un fémur) y la descarnación (marcas en la metadiáfisis de
una tibia) del lince. También hay pruebas de descarnación (marcas en la metadiáfisis de un húmero) de este taxón en el nivel II (también magdalenien-
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se). Para acabar con los félidos, en un nivel auriñaciense de Cova Foradada
se han reconocido marcas de corte sobre un metápodo de leopardo (Sanchis
et al., 2015a).
En cuanto a los cánidos, además del ejemplo de Cova de les Cendres comentado en el párrafo anterior, contamos con varias referencias para el uso
antrópico del zorro. Tanto en Cueva Ambrosio como en El Ruso se han identificado marcas de corte sobre restos de este taxón en niveles solutrenses (Yravedra, 2005; Yravedra et al., 2010). Además, un cráneo de cuón procedente
de Coves de Santa Maira presenta marcas asociadas a la extracción de la piel
(Pérez Ripoll et al., 2010; Morales et al., 2012).
A partir del Epipaleolítico, aparecen otros taxones explotados, como los
mustélidos. El yacimiento que ofrece más datos a nivel peninsular sobre
el consumo de carnívoros durante el Epipaleolítico y el Mesolítico es Cova
Fosca: una marca de corte en un resto de marta (Epipaleolítico) y varias marcas de corte sobre tejón (Mesolítico) (Llorente, 2015).
Si nos adentramos en el Neolítico, que queda ya fuera de nuestro marco
cronológico, además de los datos de Cova Fosca debemos destacar los de El
Mirador, en Atapuerca (Martín et al., 2014). En ambos yacimientos se ha identificado el aprovechamiento antrópico de F. silvestris: dos restos con incisiones
en Cova Fosca y tres restos que demuestran el consumo humano de este taxón
(mordeduras humanas, fracturación antrópica, hervido y cremación) en El Mirador. También se han documentado en niveles neolíticos de ambos yacimientos evidencias similares en restos de zorro y mustélidos. Estos casos tienen paralelismos en otros puntos de Europa, por ejemplo en la península itálica y el
norte de Europa (Crezzini et al., 2014; Trolle-Lasen, 1987, entre otros).
CONCLUSIONES
El hallazgo de un esqueleto muy completo de F. silvestris con evidencias de
actividad humana (aprovechamiento de la piel, la carne y la médula) en el
nivel O del Abric Romaní (Gabucio et al., 2014a), datado en 55 ka, ha incentivado la revisión del registro de este taxón en toda la secuencia del yacimiento
y su posterior contextualización. Dicha revisión ha permitido confirmar la
presencia del gato montés en el nivel A, de cronología protoauriñaciense,
con la identificación de un fragmento de mandíbula. También se ha identificado un fragmento de ulna, lamentablemente descontextualizado. Ninguno
de estos dos restos presenta evidencias de actividad antrópica, ni de otros
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carnívoros, ni aportan datos espaciales (coordenadas cartesianas o cuadrantes de origen). Aunque no se han podido localizar los restos identificados
como F. silvestris por Sánchez (1989), este conjunto, con varios elementos
que parecen pertenecer al mismo individuo, es el caso más similar al documentado en el nivel O. Desafortunadamente, la ausencia tanto de un análisis
zooarqueológico y tafonómico como de datos espaciales imposibilitan una
comparativa profunda.
La conservación de estos dos conjuntos de restos de gato montés viene dada
por las extraordinarias características sedimentarias del Abric Romaní. Aunque F. silvestris está ampliamente distribuido por la península ibérica durante
el Pleistoceno superior, en la gran mayoría de yacimientos, los restos de este
taxón aparecen en pequeño número, aislados. Además, el caso del nivel O representa la única referencia del consumo de este taxón en el Paleolítico medio.
Por estas razones, para contextualizar adecuadamente este caso es necesario
ampliar el marco cronológico o los taxones considerados. Así, encontramos
casos comparables, por ejemplo, en el león de TD10-1 (Blasco et al., 2010), del
Pleistoceno medio, el leopardo de la Cueva de los Torrejones (Arribas, 1997),
del Pleistoceno superior, y el lince del nivel I de la Peña de Estebanvela (Yravedra, 2005), de cronología magdaleniense. En los tres casos, como en el nivel O
del Abric Romaní, se han recuperado un número considerable de elementos
correspondientes a un único individuo, y se han documentado evidencias inequívocas de explotación antrópica. En conjunto, éstos y algunos otros casos
constituyen una preciada muestra de la diversidad de las estrategias de subsistencia de los homínidos, que ya desde el Paleolítico medio, e incluso antes,
incluían la adquisición y el aprovechamiento de carnívoros.
AGRADECIMIENTOS
La revisión de los materiales del Abric Romaní no hubiera sido posible sin la colaboración de Raül Bartolí y Núria Ibáñez. La autora también agradece la ayuda de Isabel
Cáceres y Palmira Saladié, así como el trabajo de todo el equipo de excavación e investigación del Abric Romaní. La excavación del Abric Romaní se lleva a cabo gracias
al apoyo de las siguientes instituciones: Departament de Cultura de la Generalitat de
Catalunya, Ajuntament de Capellades, Oficina de Patrimoni Cultural de la Diputació
de Barcelona, Tallers Gràfics Romanyà-Valls, Bercontrés-Centre de Gestió Mediambiental SL y Constructora Calaf SAU. M. J. Gabucio es beneficiaria de una beca posdoctoral de la Fondation Fyssen.
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