Patrones de procesado y consumo antrópico de la fauna magdaleniense de la Cova de les Cendres (Teulada, Moraira, Alicante)
2013
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Patrones de procesado y consumo antrópico
de la fauna magdaleniense de la Cova de les
Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
Cristina Real Margalef
La Cova de les Cendres es un yacimiento con características propias del Magdaleniense
mediterráneo peninsular, en el cual predominan dos especies de talla media (ciervo y/o
cabra) y una de talla pequeña (conejo). Esta diferencia de tamaño hace viable que la explotación de las presas por parte de los grupos humanos sea diferente. Por ello se plantea un
estudio de los patrones de procesado y consumo, con el objetivo de establecer tanto similitudes como diferencias en la actividad cinegética de estos grupos del Paleolítico superior.
Introducción
En la zona central del Mediterráneo ibérico se observa al final del Pleistoceno superior
una tendencia hacia la especialización en los patrones de caza sobre taxones de talla media, a la vez que una mayor diversidad en el consumo de especies de talla pequeña como
el conejo (Villaverde y Martínez Valle, 1995; Villaverde et al., 1996; Aura et al., 2002). El
cambio parece producirse a inicios del Paleolítico superior (MIS 2), aunque se intensifica durante el Solutrense y en especial a lo largo del Magdaleniense y el Epipaleolítico
(Pérez Ripoll y Martínez Valle, 2001; Aura et al., 2002; Villaverde et al., 2010, 2012). La
caza de especies de talla media, como el ciervo y la cabra, cuya movilidad estacional es
reducida si la comparamos con los movimientos migratorios de otras especies, como el
reno, conlleva una mayor estabilidad de los grupos cazadores-recolectores (Pérez Ripoll
y Martínez Valle, 2001). Este hecho trae consigo la caza de especies de carácter estático
como el conejo, que aunque de reducido tamaño se trata de un recurso de fácil captura
y constante a lo largo del año, que actúa como complemento a los ungulados de talla
media en la dieta de los grupos humanos (Aura et al., 2002; Sanchis, 2012). El aprovechamiento de ungulados de talla media varía según el biotopo en el cual esté enmarcado
el yacimiento: en aquellos localizados en el interior y a media altura predomina la cabra
(Santa Maira, Tossal de la Roca); en cambio, en los cercanos a la costa los restos de cier-
Animals i arqueologia hui. I Jornades d’arqueozoologia.
Museu de Prehistòria de València (2013): 95-108.
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CRISTINA REAL MARGALEF
vo son más numerosos (Cova de les Cendres, Volcán del Faro, Cova del Blaus, Cova de
Matutano); y por último, un tercer grupo situado entre los dos biotopos anteriores, con
presencia más o menos equilibrada de ambos taxones (Cova de Parpalló) (Villaverde et
al., 2012). El todos los casos la presencia del conejo se documenta en grandes cantidades
y se establece como un elemento propio de los modelos económicos del Mediterráneo
peninsular (por ejemplo, Villaverde et al., 1998; Maroto et al., 1996), diferenciándose de
otras regiones del SO europeo.
Este modelo de explotación hace viable el planteamiento de una lógica y posible
diferenciación en las pautas de procesado y consumo de las presas en función de su
tamaño. Por ello, y tomando como punto central del trabajo uno de los yacimientos (la
Cova les Cendres, Teulada-Moraira, Alicante) que mejor ejemplifica las características
anteriormente mencionadas (Villaverde et al., 2012; Real, 2012), se plantea un estudio
de los patrones de procesado de ciervo, cabra y conejo, las tres especies más relevantes
en Cendres y en diversos yacimientos de la zona con ocupaciones magdalenienses (por
ejemplo, Davidson, 1989; Martínez Valle, 1996; Albiol et al., 1999; Olária, 1999; Aura et
al., 1992, 2001, 2009; Pérez Ripoll y Martínez Valle, 1995).
Metodología
Los materiales estudiados proceden del Sector A de excavación de la Cova de les Cendres
(Teulada-Moraira), adscritos al Magdaleniense superior (nivel XI), datado entre 13 350 ±
50 BP y el 13 120 ± 60 BP (entre 16 680 y 15 020 cal BP) (Villaverde et al., 2012). El estudio
se ha centrado por un lado sobre los restos óseos de Cervus elaphus y Capra pyrenaica.
Por otro, se han tenido en cuenta los lagomorfos (Oryctolagus cuniculus y Lepus sp.),
una muestra de los cuales ha sido analizada tafonómicamente, debido a su abundancia
y a la repetición de los patrones carniceros (Real, 2012).
Los restos se han separado por grupos anatómicos: craneal, axial (vértebras y costillas),
miembro anterior (de escápula a metacarpos), miembro posterior (de coxal a metatarsos)
y las extremidades (falanges y sesamoideos). En cuanto a su identificación taxonómica y
anatómica, se ha calculado el Número de Restos Determinados (NISP), el Número Mínimo de Individuos (NMI) y Número Mínimo de Elementos (NME) (Lyman, 1994, 2008).
Se han analizado las fracturas presentes en los huesos según diversos morfotipos
definidos a partir de su origen, morfología y localización (Villa y Mahieu, 1991; Real,
2012). Se han tenido en cuenta únicamente los huesos completos y los fragmentos cuya
fractura se ha podido determinar como arqueológica (sobre hueso fresco o seco). Además se han identificado los procesos activos de fractura: percusión, mordedura, flexión
o mordedura-flexión (Pérez Ripoll, 1992; Sanchis et al., 2011).
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Procesado y consumo antrópico de la fauna magdaleniense de la Cova de les Cendres
En relación a la presencia de alteraciones sobre los huesos, únicamente se han documentado marcas de corte y dentales, cuyo origen es antrópico; mientras que no se han encontrado modificaciones causadas por otros depredadores. Todas ellas han sido identificadas mediante una lupa binocular (Leica M165C). El registro de cada alteración ha tenido
en cuenta su tipología, orientación, localización e intensidad, a partir de las definiciones
de estudios precedentes centrados en los restos de lagomorfos (Pérez Ripoll, 1992, 2005;
Sanchis, 2012; Sanchis et al., 2011) y de otros taxones (Binford, 1981; Shipman y Rose, 1984).
Las marcas de corte incluyen incisiones y raspados producidos por el uso de útiles líticos
durante el procesado carnicero de las carcasas. Las alteraciones provocadas por la acción
dental pueden ser consecuencia de la mordedura o mordisqueo de la superficie ósea durante el procesado y consumo. En el caso de los lagomorfos se han cuantificado y definido
las alteraciones presentes exclusivamente sobre una parte de la muestra (763 restos).
Por último se han anotado aquellas modificaciones generadas por la acción del fuego
(Nicholson, 1993; Lyman, 1994; Fernández-Jalvo y Perales, 1990; Stiner et al., 1995), según
niveles de coloración, entre el marrón-negro y el blanco, y su localización (externa, interna) y la cantidad de afectación sobre la superficie ósea (puntual, parcial o completa).
Resultados
Se han registrado un total de 10 247 restos óseos, el 56,30% de ellos corresponde a taxones
de talla media y el 43,71% restante a los de talla pequeña. Entre los primeros se han identificado taxonómica y anatómicamente 374 (8,35%), 266 asignados a Cervus elaphus y 108
a Capra pyrenaica, como consecuencia del alto grado de fragmentación de la muestra.
Por su parte, los restos de talla pequeña, relacionados con los dos géneros de lepóridos
(Oryctolagus y Lepus) que en la zona valenciana aparecen en asociación desde el Pleistoceno medio (Sanchis y Fernández Peris, 2011; Sanchis, 2012), comprenden un total de
5768, de los cuales se han identificado anatómicamente 1642 (28,5%). El número de lagomorfos supera con diferencia a los taxones de talla media, en especial si se comparan
los restos determinados. Esta proporción entre ambos grupos ya estaba documentada en
la Cova de les Cendres (Villaverde et al., 1997, 1999, 2010, 2012; Real, 2012), así como en
otros yacimientos del Paleolítico superior mediterráneo (por ejemplo, Aura et al., 1992,
2001, 2009, 2010; Martínez Valle, 1996; Olária, 1999; Pérez Ripoll y Martínez Valle, 1995).
En la muestra estudiada, se han determinado al menos 31 individuos: 3 cabras y 3
ciervos, 24 conejos y 1 liebre (cuadro 1). Tanto en el caso de la cabra como en el del ciervo,
la estructura de edades se divide a partes iguales entre jóvenes, subadultos y adultos. La
mayoría de los conejos corresponden a individuos adultos, sólo dos son jóvenes. La única
liebre determinada es un ejemplar adulto.
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NR
Cervus
elaphus
Capra
pyrenaica
Oryctolagus
cuniculus
Lepus
sp.
Talla
media
(indt.)
Lagomorfos
(indt.)
TOTAL
4105
4126
8231
NISP
266
108
1636
6
NMI
3
3
24
1
2016
31
Cuadro 1. Especies presentes en la muestra seleccionada del nivel XI según NR, NISP y NMI.
Representación anatómica
En las cuatro especies están presentes la mayor parte de los elementos anatómicos (figura 1). Sin embargo, se pueden realizar ciertas apreciaciones por grupos según el porcentaje de NISP. En el caso del ciervo destaca el miembro posterior y las extremidades;
en cambio en la cabra, a excepción de la zona craneal y las extremidades con menor
número de restos, los otros grupos, con cantidades superiores, muestran valores muy
similares. Por su parte, entre los lagomorfos destacan los miembros y las extremidades.
Sin embargo, si analizamos los datos teniendo en cuenta el NME por frecuencia teórica
se observan algunas diferencias. En el caso de la cabra el grupo con menor representación es el axial, seguido del craneal y las extremidades, siendo ambos miembros los
mejor documentados con una frecuencia del 33,33% en el húmero, tibia y calcáneo respectivamente. Por su parte, en el ciervo los elementos de la zona axial se reducen considerablemente, y destacan sobre todo los metacarpos (83,33%) y húmero y fémur con el
mismo porcentaje (50%). Entre los lagomorfos la corrección no es tan llamativa, ambos
miembros son los mejor representados, entre los que destaca la escápula (87,5%), radio
(56,25%) y calcáneo (50%).
Procesos de fractura
La mayor parte de los fragmentos de restos determinados presentan signos de fracturas arqueológicas, el 73,53% de los de talla media y el 86% de los de lagomorfos; de las
cuales la mayoría (el 76% y el 82% respectivamente) se han producido en fresco, lo que
proporciona una información valiosa, junto al resto de modificaciones presentes, para
determinar el origen del conjunto óseo, su agente acumulador, así como los patrones de
procesado y consumo. Entre los restos de talla media con fracturas en fresco y mixtas se
han identificado indicios de percusiones y mordeduras casi en el 30% (39 restos) (cuadro 2). Las muescas causadas por percusión se localizan sobre todo en los huesos del
miembro posterior y las extremidades. Destacan las falanges que, aunque son elementos
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100
90
80
70
60
ORYCT
50
CERVUS
CAPRA
40
30
20
10
0
CRA
MAX
MAN
V
V
V
V
COS
ESC
HUM
RAD
ULN
CAR
MTC
PEL
FEM
TIB
CER
LUM
TOR
CAU
AST
CAL
TAR
MTT
MET
FAL
I
FAL
II
FAL
III
Figura 1. Representación anatómica por taxones (%NISP).
de pequeño tamaño, proporcionan nutrientes y son sistemáticamente fracturadas longitudinalmente para acceder a la médula y a la grasa contenida en su interior (figura 2).
En el caso de la mordedura (cuadro 2), se ha registrado su posible presencia en cuatro
casos: dos fragmentos de costilla (uno de Capra pyrenaica y otro de Cervus elaphus), un fragmento distal de ulna y un fragmento de apófisis vertebral (Cervus elaphus). Todos ellos son
fragmentos de huesos planos o similares, de reducido espesor y mayor fragilidad; en los cuales
se observan fracturas por flexión, con una morfología irregular y múltiples astillamientos en
los bordes de fractura o peeling (White, 1992). Además también se han determinado pequeños desconchados a lo largo de alguno de los bordes fracturados producidos posiblemente a
partir de una mordedura continuada. Tanto en uno de los fragmentos de costilla como en el
de ulna se han identificado punciones realizadas por el contacto de las cúspides de los dientes,
asociadas a los bordes de fractura. Se trata de marcas dentales de profundidad leve, pues su
determinación sólo ha sido posible a partir del uso de la lupa binocular, y morfología circular.
En los últimos años, diversos estudios, tanto arqueológicos como experimentales,
han puesto de manifiesto la utilización de los dientes por los humanos durante los procesos de consumo de animales de talla media (Landt, 2004, 2007; Fernández-Jalvo y
Andrews, 2011; Saladié, 2009; Saladié et al., 2013). De este modo, y teniendo en cuenta
que se está trabajando en la identificación correcta de estas marcas con el objetivo de
averiguar su agente causal (humano u otros depredadores), podrían haberse producido
durante el consumo antrópico, ya que la morfología de dichos elementos posibilita una
fácil acción de mordedura-flexión, tanto en la costilla y la apófisis vertebral que se estre-
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chan por los laterales, como el extremo distal de la diáfisis de la ulna, de características
similares a las de los huesos planos.
En lo que concierne a los restos de lagomorfo, las fracturas de origen antrópico se
han realizado tanto por mordedura (83,4%) como por flexión (16,6%). Las mordeduras
originan muescas que se localizan sobre todo en los huesos largos correspondientes al
estilópodo y el zeugópodo (44,35%), con la intención de acceder a la médula o consumir las partes articulares (Pérez Ripoll, 2005); aunque también están presentes en otros
huesos como la mandíbula (13,76%) o la escápula (12,11%). En cambio, las flexiones las
encontramos con mayores valores sobre los fragmentos de la zona axial, destacando sobre el resto de huesos las costillas, con un 65,98%.
Se observa una serie de morfotipos o patrones de fracturas en fresco que se repiten
constantemente entre las tres especies, dando como resultado morfologías que varían
según el elemento anatómico afectado. Los huesos largos son fracturados dando lugar
por un lado a cilindros o fragmentos de éstos, y por otro a partes articulares. Entre los
elementos fracturados de talla media, la longitud de dichos fragmentos es menor, así
como la posibilidad de encontrar cilindros cuya circunferencia se conserve completa
(3,1%), consecuencia del método de fractura (percusión) y la necesidad de romper la
diáfisis para extraer la médula. El ejemplo más llamativo es el de las falanges, como ya
se ha mencionado, pues encontramos el 60% de ellas fracturadas en fresco (40% en las
primeras, 16,36% en las segundas y 3,64% en las terceras), con evidencias de acciones
directas (18,18%) en las dos primeras, tanto en el ciervo como en la cabra. En cambio,
en los huesos de talla pequeña, aunque también son fracturados generando fragmentos
Mordedura
V
V
LUM
COS
ESC
HUM
RAD
ULN
MTC
FEM
TIB
MTT
FAL
I
FAL
II
Total
Percusión
Total
1
1
2
1
2
4
1
4
3
6
3
5
8
2
35
Cuadro 2. Marcas de acción directa sobre elementos de talla media.
100
1
1
2
1
2
4
1
3
6
3
5
8
2
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Figura 2. Falanges de ciervo y
cabra fracturadas para acceder
a la médula.
de diáfisis (61,8%), en el caso del húmero, fémur, tibia y metapodios los encontramos en
forma de cilindros (38,2%).
Marcas de corte
Los restos que presentan marcas de corte suponen un porcentaje elevado tanto en el
ciervo como en la cabra, con un 39,5% y un 35,5% respectivamente, y todavía mayor entre los restos de lagomorfos, con un 53,4%. Si analizamos de forma conjunta las 179 marcas registradas sobre elementos de talla media, se observa como las incisiones casi triplican a los raspados (130 incisiones y 49 raspados), centrándose sobre todo en las costillas
(22,31%), aunque también destacan en el húmero (16,15%), primera falange (11,54%) y
fémur (9,23%). Por su parte, los raspados son más numerosos en el húmero (20,41%),
fémur (18,37%) y costillas (16,33%). Sobre los huesos de talla pequeña, las incisiones
representan un 81,5% de las marcas líticas y los raspados el 18,5% restante. Las primeras
se localizan en especial sobre costillas (16,58%), tibia (16,08%) y húmero y radio (10,05%
cada uno); mientras que los raspados están presentes en la escápula (44%) y el húmero
(26%) en cantidades muy superiores al resto de elementos.
Por otra parte, sobre la superficie ósea de los huesos de lagomorfos se han identificado
marcas producidas por la acción dental, tanto punciones como arrastres, con un porcentaje
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reducido (3,9%). Los grupos anatómicos con mayor presencia de este tipo de alteraciones
son el axial y el miembro posterior, con cantidades próximas (43,33% y 36,67% respectivamente); seguido, sobre todo en el caso de las punciones, por el miembro anterior (13,33%).
Los restos de talla media presentan marcas líticas transversales localizadas en zonas
cercanas a las articulaciones, como es el caso de la parte proximal de las costillas, falanges, del calcáneo o del húmero (figura 3). Normalmente son marcas cortas, profundas
y múltiples, resultado de una acción continua sobre un mismo punto con el objetivo
de proceder a la desarticulación de los miembros. Se han identificado también marcas
longitudinales, sobre todo raspados, en las diáfisis de los huesos largos (fémur, tibia,
metapodios, y en menor medida húmero y radio), así como en las costillas (figura 3). En
este caso son marcas de mayor longitud, simples y de incidencia leve o media, realizadas
durante la acción de descarnado de los huesos con mayor cantidad de carne o en el caso
de las costillas es posible que también durante la evisceración.
Figura 3. Marcas líticas (incisiones y
raspados) sobre huesos de talla media
(a: falange; b: tibia; c: fémur) y talla
pequeña (d: escápula; e: húmero).
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En los huesos de talla pequeña, las marcas transversales se localizan en las cinturas
(escápula y pelvis) y zonas articulares de los huesos largos como el húmero, radio, fémur
o tibia; incluso en algunas mandíbulas y extremidades (metapodios y falanges). Estas
marcas se interpretan como resultado de los procesos de desarticulación de los miembros, o de la extracción de la piel en las zonas marginales de las extremidades y mandíbula (Sanchis et al., 2011). Por otra parte las marcas longitudinales o long./oblicuas se
encuentran presentes en cantidades mayores sobre las diáfisis de los huesos largos (figura 3), identificadas como largas, múltiples y de intensidad media, originadas durante
los procesos de fileteado o de limpieza última de los huesos (la extracción del periostio).
Termoalteraciones
El 13,7% de los restos óseos determinados de talla media y el 11% de los de talla pequeña
presentan algún tipo de termoalteración. Predomina la coloración marrón-negra y negra, que afecta a la totalidad de la superficie ósea en un 80,4% de los restos de ciervo y
cabra y a un 77% de los de lagomorfos, tanto a la cara interna como a la externa del hueso.
La cantidad de elementos con indicios de calcinación es reducida, el 13,7% entre los de
talla media y casi el 12% entre los de talla pequeña. La incidencia de termoalteraciones
sobre los restos de la muestra es reducida, por lo que no parece ser resultado del uso del
fuego durante el procesado de los individuos cazados, ni en el consumo de su carne.
Discusión
La representación anatómica y las evidencias del proceso carnicero descritas (marcas
líticas y de fractura) dan a entender que las carcasas de los tres taxones eran transportadas completas al asentamiento, ya fuera por su tamaño como por la cercanía de las zonas
de captación. Este transporte completo significa que las presas pudieron ser procesadas en el propio lugar de residencia (Aura et al., 2002). En el caso de dicho procesado,
no se vislumbran diferencias en cuanto a las fases en relación a la talla del animal. Por
consiguiente, tanto para el ciervo y la cabra como para el conejo y la liebre, las pautas
parecen ser las mismas: extracción de la piel, desarticulación, descarnado y fracturación
de ciertos huesos largos con el fin de extraer la médula y consumo de partes articulares
en las pequeñas presas. Por último, se puede añadir también el fileteado de la carne para
su conservación y consumo diferido; fase presente al menos durante el procesado de los
lagomorfos (Pérez Ripoll, 2005), puesto que en los ejemplares de talla media aunque
es posible que se diera, no se puede asegurar que se realizara con la intención de un
consumo a medio-largo plazo. Sin embargo sí se puede incurrir en ciertas diferencias si
atendemos a los métodos empleados durante dichas fases. Por un lado, en el procesado
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de las presas de talla media la utilización de útiles líticos es imprescindible, dada la mayor densidad ósea de sus elementos anatómicos y de las características morfológicas del
paquete cárnico y sus inserciones musculares. La percusión se establece como el método
empleado a la hora de fracturar los huesos y acceder a la grasa interna; y no únicamente
sobre los huesos con mayor contenido energético (huesos largos del estilópodo y el zigópodo), sino también sobre elementos de tamaño más reducido y menor cantidad de
nutrientes como son las falanges y los metapodios, los cuales son fracturados intencionalmente y de forma sistemática (Pérez Ripoll y Martínez Valle, 2001; Villaverde y Martínez Valle, 1995; Villaverde et al., 1996; Aura et al., 2002, 2009). Por otra parte, también
se debe tener en cuenta que la flexión o la mordedura/flexión es viable en algunos de sus
elementos (por ejemplo costillas, ulna), aquellos de menor espesor y cuya morfología
permite que una presión manual rompa su estructura ósea.
En el caso de los lagomorfos, la percusión cómo técnica de fractura parece menos viable y lógica (Pérez Ripoll, 2005; Sanchis et al., 2011), ya que el tamaño y densidad de los
huesos es menor y una acción de flexión, mordedura o una combinación de ambas es suficiente para acceder al contenido interno de las diáfisis (Sanchis et al., 2011). En cuanto a la
aparición de numerosas marcas de corte documentadas en la superficie de los huesos, son
consecuencia no tanto de la desarticulación, como sucede con los animales de talla media
y que en el caso del conejo y la liebre se puede realizar manualmente, sino más bien de la
extracción de la carne (Pérez Ripoll, 1993, 2001, 2004; Villaverde et al., 2010). Si se quiere
aprovechar un ejemplar de conejo tras su captura, se puede asar y consumir en el momento
sin necesidad de descarnarlo, únicamente los huesos serían mordidos o flexionados, por lo
que no aparecerían marcas líticas. Por lo tanto, es posible que la presencia de estas marcas
de corte sea consecuencia de un objetivo a medio-largo plazo, el de conservar la carne para
su posterior consumo en momentos más necesarios (Pérez Ripoll, 2005).
Por otra parte la incidencia de las alteraciones térmicas es reducida, este hecho es
posible que esté relacionado con el propio proceso de consumo y concretamente con la
preservación cárnica. Aunque en ciertas ocasiones la exposición al fuego de los huesos
favorece su fracturación posterior (Binford, 1981; Stiner, 1995), también reduce su aprovechamiento máximo, en especial en el caso de elementos de talla pequeña. Experimentalmente se ha comprobado que el aprovechamiento íntegro de la médula y la gelatina
se consigue mejor con el procesado de los huesos en fresco, puesto que el calor del fuego
consume la grasa interna de éste y reseca la médula (Pérez Ripoll, 2005), y no acceder a
la médula sería una forma de desaprovechar nutrientes y grasas.
En conclusión se puede señalar que la Cova de les Cendres muestra un conjunto óseo
consecuencia de una actividad económica que se repite en los yacimientos localizados
en el mediterráneo peninsular (Villaverde et al., 2012), dentro de un contexto regional.
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Procesado y consumo antrópico de la fauna magdaleniense de la Cova de les Cendres
Este comportamiento se caracteriza por la caza de ungulados de talla media, especializada en
uno o dos taxones (ciervo y/o cabra) en función de la localización del yacimiento, y complementada con la captura de conejos y liebres, y en algún caso de aves. La actividad económica
está centrada en dos especies de talla media y otra de talla pequeña (aunque el espectro de
presas es mayor), cazadas en lugares cercanos como muestra la presencia de todos los grupos
anatómicos, pero cuyas características óseas conducen a un procesado diferente en cada caso.
Los ejemplares de talla media son aprovechados al máximo, consumiendo tanto sus aportes
cárnicos como los nutrientes y las grasas que ofrecen todos los huesos, incluso aquellos de
menor tamaño (falanges, carpos o tarsos). En cambio, los individuos de talla pequeña, como
muestran las evidencias de marcas líticas y las fracturas, son procesados con el objetivo de
preservar su carne, sin desperdiciar por supuesto pieles y grasas.
Los datos obtenidos en el presente trabajo discrepan ligeramente respecto a la información existente hasta el momento en la Cova de les Cendres donde el ciervo en general
predominaba sobre la cabra (Villaverde y Martínez Valle, 1995; Villaverde et al., 2012), ya
que los resultados de este estudio reflejan un porcentaje de NMI equivalente entre estos
dos taxones. Esta diferencia puede deberse a que la superficie correspondiente al Magdaleniense final todavía está en proceso de estudio, por lo que los datos relacionados con el
NMI pueden variar en un futuro, pudiendo ser esta igualdad fruto de una concentración
mayor de restos óseos de cabra localizada en un punto concreto de la superficie. Por lo
tanto, conforme avance la investigación se podrá confirmar si el patrón relacionado con
este yacimiento continúa siendo el mismo o si por el contrario varía.
Agradecimientos
El presente trabajo se adscribe al proyecto de investigación “El Paleolítico medio final y el Paleolítico superior en la región central mediterránea ibérica (Valencia y Murcia)” (HAR2011-24878),
y al programa de ayudas para la formación del personal investigador de carácter predoctoral, en
el marco del Subprograma “Atracció de Talent” de VLC-CAMPUS de la Universitat de València.
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Patrones de procesado y consumo antrópico
de la fauna magdaleniense de la Cova de les
Cendres (Teulada-Moraira, Alicante)
Cristina Real Margalef
La Cova de les Cendres es un yacimiento con características propias del Magdaleniense
mediterráneo peninsular, en el cual predominan dos especies de talla media (ciervo y/o
cabra) y una de talla pequeña (conejo). Esta diferencia de tamaño hace viable que la explotación de las presas por parte de los grupos humanos sea diferente. Por ello se plantea un
estudio de los patrones de procesado y consumo, con el objetivo de establecer tanto similitudes como diferencias en la actividad cinegética de estos grupos del Paleolítico superior.
Introducción
En la zona central del Mediterráneo ibérico se observa al final del Pleistoceno superior
una tendencia hacia la especialización en los patrones de caza sobre taxones de talla media, a la vez que una mayor diversidad en el consumo de especies de talla pequeña como
el conejo (Villaverde y Martínez Valle, 1995; Villaverde et al., 1996; Aura et al., 2002). El
cambio parece producirse a inicios del Paleolítico superior (MIS 2), aunque se intensifica durante el Solutrense y en especial a lo largo del Magdaleniense y el Epipaleolítico
(Pérez Ripoll y Martínez Valle, 2001; Aura et al., 2002; Villaverde et al., 2010, 2012). La
caza de especies de talla media, como el ciervo y la cabra, cuya movilidad estacional es
reducida si la comparamos con los movimientos migratorios de otras especies, como el
reno, conlleva una mayor estabilidad de los grupos cazadores-recolectores (Pérez Ripoll
y Martínez Valle, 2001). Este hecho trae consigo la caza de especies de carácter estático
como el conejo, que aunque de reducido tamaño se trata de un recurso de fácil captura
y constante a lo largo del año, que actúa como complemento a los ungulados de talla
media en la dieta de los grupos humanos (Aura et al., 2002; Sanchis, 2012). El aprovechamiento de ungulados de talla media varía según el biotopo en el cual esté enmarcado
el yacimiento: en aquellos localizados en el interior y a media altura predomina la cabra
(Santa Maira, Tossal de la Roca); en cambio, en los cercanos a la costa los restos de cier-
Animals i arqueologia hui. I Jornades d’arqueozoologia.
Museu de Prehistòria de València (2013): 95-108.
[page-n-2]
CRISTINA REAL MARGALEF
vo son más numerosos (Cova de les Cendres, Volcán del Faro, Cova del Blaus, Cova de
Matutano); y por último, un tercer grupo situado entre los dos biotopos anteriores, con
presencia más o menos equilibrada de ambos taxones (Cova de Parpalló) (Villaverde et
al., 2012). El todos los casos la presencia del conejo se documenta en grandes cantidades
y se establece como un elemento propio de los modelos económicos del Mediterráneo
peninsular (por ejemplo, Villaverde et al., 1998; Maroto et al., 1996), diferenciándose de
otras regiones del SO europeo.
Este modelo de explotación hace viable el planteamiento de una lógica y posible
diferenciación en las pautas de procesado y consumo de las presas en función de su
tamaño. Por ello, y tomando como punto central del trabajo uno de los yacimientos (la
Cova les Cendres, Teulada-Moraira, Alicante) que mejor ejemplifica las características
anteriormente mencionadas (Villaverde et al., 2012; Real, 2012), se plantea un estudio
de los patrones de procesado de ciervo, cabra y conejo, las tres especies más relevantes
en Cendres y en diversos yacimientos de la zona con ocupaciones magdalenienses (por
ejemplo, Davidson, 1989; Martínez Valle, 1996; Albiol et al., 1999; Olária, 1999; Aura et
al., 1992, 2001, 2009; Pérez Ripoll y Martínez Valle, 1995).
Metodología
Los materiales estudiados proceden del Sector A de excavación de la Cova de les Cendres
(Teulada-Moraira), adscritos al Magdaleniense superior (nivel XI), datado entre 13 350 ±
50 BP y el 13 120 ± 60 BP (entre 16 680 y 15 020 cal BP) (Villaverde et al., 2012). El estudio
se ha centrado por un lado sobre los restos óseos de Cervus elaphus y Capra pyrenaica.
Por otro, se han tenido en cuenta los lagomorfos (Oryctolagus cuniculus y Lepus sp.),
una muestra de los cuales ha sido analizada tafonómicamente, debido a su abundancia
y a la repetición de los patrones carniceros (Real, 2012).
Los restos se han separado por grupos anatómicos: craneal, axial (vértebras y costillas),
miembro anterior (de escápula a metacarpos), miembro posterior (de coxal a metatarsos)
y las extremidades (falanges y sesamoideos). En cuanto a su identificación taxonómica y
anatómica, se ha calculado el Número de Restos Determinados (NISP), el Número Mínimo de Individuos (NMI) y Número Mínimo de Elementos (NME) (Lyman, 1994, 2008).
Se han analizado las fracturas presentes en los huesos según diversos morfotipos
definidos a partir de su origen, morfología y localización (Villa y Mahieu, 1991; Real,
2012). Se han tenido en cuenta únicamente los huesos completos y los fragmentos cuya
fractura se ha podido determinar como arqueológica (sobre hueso fresco o seco). Además se han identificado los procesos activos de fractura: percusión, mordedura, flexión
o mordedura-flexión (Pérez Ripoll, 1992; Sanchis et al., 2011).
96
[page-n-3]
Procesado y consumo antrópico de la fauna magdaleniense de la Cova de les Cendres
En relación a la presencia de alteraciones sobre los huesos, únicamente se han documentado marcas de corte y dentales, cuyo origen es antrópico; mientras que no se han encontrado modificaciones causadas por otros depredadores. Todas ellas han sido identificadas mediante una lupa binocular (Leica M165C). El registro de cada alteración ha tenido
en cuenta su tipología, orientación, localización e intensidad, a partir de las definiciones
de estudios precedentes centrados en los restos de lagomorfos (Pérez Ripoll, 1992, 2005;
Sanchis, 2012; Sanchis et al., 2011) y de otros taxones (Binford, 1981; Shipman y Rose, 1984).
Las marcas de corte incluyen incisiones y raspados producidos por el uso de útiles líticos
durante el procesado carnicero de las carcasas. Las alteraciones provocadas por la acción
dental pueden ser consecuencia de la mordedura o mordisqueo de la superficie ósea durante el procesado y consumo. En el caso de los lagomorfos se han cuantificado y definido
las alteraciones presentes exclusivamente sobre una parte de la muestra (763 restos).
Por último se han anotado aquellas modificaciones generadas por la acción del fuego
(Nicholson, 1993; Lyman, 1994; Fernández-Jalvo y Perales, 1990; Stiner et al., 1995), según
niveles de coloración, entre el marrón-negro y el blanco, y su localización (externa, interna) y la cantidad de afectación sobre la superficie ósea (puntual, parcial o completa).
Resultados
Se han registrado un total de 10 247 restos óseos, el 56,30% de ellos corresponde a taxones
de talla media y el 43,71% restante a los de talla pequeña. Entre los primeros se han identificado taxonómica y anatómicamente 374 (8,35%), 266 asignados a Cervus elaphus y 108
a Capra pyrenaica, como consecuencia del alto grado de fragmentación de la muestra.
Por su parte, los restos de talla pequeña, relacionados con los dos géneros de lepóridos
(Oryctolagus y Lepus) que en la zona valenciana aparecen en asociación desde el Pleistoceno medio (Sanchis y Fernández Peris, 2011; Sanchis, 2012), comprenden un total de
5768, de los cuales se han identificado anatómicamente 1642 (28,5%). El número de lagomorfos supera con diferencia a los taxones de talla media, en especial si se comparan
los restos determinados. Esta proporción entre ambos grupos ya estaba documentada en
la Cova de les Cendres (Villaverde et al., 1997, 1999, 2010, 2012; Real, 2012), así como en
otros yacimientos del Paleolítico superior mediterráneo (por ejemplo, Aura et al., 1992,
2001, 2009, 2010; Martínez Valle, 1996; Olária, 1999; Pérez Ripoll y Martínez Valle, 1995).
En la muestra estudiada, se han determinado al menos 31 individuos: 3 cabras y 3
ciervos, 24 conejos y 1 liebre (cuadro 1). Tanto en el caso de la cabra como en el del ciervo,
la estructura de edades se divide a partes iguales entre jóvenes, subadultos y adultos. La
mayoría de los conejos corresponden a individuos adultos, sólo dos son jóvenes. La única
liebre determinada es un ejemplar adulto.
97
[page-n-4]
CRISTINA REAL MARGALEF
NR
Cervus
elaphus
Capra
pyrenaica
Oryctolagus
cuniculus
Lepus
sp.
Talla
media
(indt.)
Lagomorfos
(indt.)
TOTAL
4105
4126
8231
NISP
266
108
1636
6
NMI
3
3
24
1
2016
31
Cuadro 1. Especies presentes en la muestra seleccionada del nivel XI según NR, NISP y NMI.
Representación anatómica
En las cuatro especies están presentes la mayor parte de los elementos anatómicos (figura 1). Sin embargo, se pueden realizar ciertas apreciaciones por grupos según el porcentaje de NISP. En el caso del ciervo destaca el miembro posterior y las extremidades;
en cambio en la cabra, a excepción de la zona craneal y las extremidades con menor
número de restos, los otros grupos, con cantidades superiores, muestran valores muy
similares. Por su parte, entre los lagomorfos destacan los miembros y las extremidades.
Sin embargo, si analizamos los datos teniendo en cuenta el NME por frecuencia teórica
se observan algunas diferencias. En el caso de la cabra el grupo con menor representación es el axial, seguido del craneal y las extremidades, siendo ambos miembros los
mejor documentados con una frecuencia del 33,33% en el húmero, tibia y calcáneo respectivamente. Por su parte, en el ciervo los elementos de la zona axial se reducen considerablemente, y destacan sobre todo los metacarpos (83,33%) y húmero y fémur con el
mismo porcentaje (50%). Entre los lagomorfos la corrección no es tan llamativa, ambos
miembros son los mejor representados, entre los que destaca la escápula (87,5%), radio
(56,25%) y calcáneo (50%).
Procesos de fractura
La mayor parte de los fragmentos de restos determinados presentan signos de fracturas arqueológicas, el 73,53% de los de talla media y el 86% de los de lagomorfos; de las
cuales la mayoría (el 76% y el 82% respectivamente) se han producido en fresco, lo que
proporciona una información valiosa, junto al resto de modificaciones presentes, para
determinar el origen del conjunto óseo, su agente acumulador, así como los patrones de
procesado y consumo. Entre los restos de talla media con fracturas en fresco y mixtas se
han identificado indicios de percusiones y mordeduras casi en el 30% (39 restos) (cuadro 2). Las muescas causadas por percusión se localizan sobre todo en los huesos del
miembro posterior y las extremidades. Destacan las falanges que, aunque son elementos
98
[page-n-5]
Procesado y consumo antrópico de la fauna magdaleniense de la Cova de les Cendres
100
90
80
70
60
ORYCT
50
CERVUS
CAPRA
40
30
20
10
0
CRA
MAX
MAN
V
V
V
V
COS
ESC
HUM
RAD
ULN
CAR
MTC
PEL
FEM
TIB
CER
LUM
TOR
CAU
AST
CAL
TAR
MTT
MET
FAL
I
FAL
II
FAL
III
Figura 1. Representación anatómica por taxones (%NISP).
de pequeño tamaño, proporcionan nutrientes y son sistemáticamente fracturadas longitudinalmente para acceder a la médula y a la grasa contenida en su interior (figura 2).
En el caso de la mordedura (cuadro 2), se ha registrado su posible presencia en cuatro
casos: dos fragmentos de costilla (uno de Capra pyrenaica y otro de Cervus elaphus), un fragmento distal de ulna y un fragmento de apófisis vertebral (Cervus elaphus). Todos ellos son
fragmentos de huesos planos o similares, de reducido espesor y mayor fragilidad; en los cuales
se observan fracturas por flexión, con una morfología irregular y múltiples astillamientos en
los bordes de fractura o peeling (White, 1992). Además también se han determinado pequeños desconchados a lo largo de alguno de los bordes fracturados producidos posiblemente a
partir de una mordedura continuada. Tanto en uno de los fragmentos de costilla como en el
de ulna se han identificado punciones realizadas por el contacto de las cúspides de los dientes,
asociadas a los bordes de fractura. Se trata de marcas dentales de profundidad leve, pues su
determinación sólo ha sido posible a partir del uso de la lupa binocular, y morfología circular.
En los últimos años, diversos estudios, tanto arqueológicos como experimentales,
han puesto de manifiesto la utilización de los dientes por los humanos durante los procesos de consumo de animales de talla media (Landt, 2004, 2007; Fernández-Jalvo y
Andrews, 2011; Saladié, 2009; Saladié et al., 2013). De este modo, y teniendo en cuenta
que se está trabajando en la identificación correcta de estas marcas con el objetivo de
averiguar su agente causal (humano u otros depredadores), podrían haberse producido
durante el consumo antrópico, ya que la morfología de dichos elementos posibilita una
fácil acción de mordedura-flexión, tanto en la costilla y la apófisis vertebral que se estre-
99
[page-n-6]
CRISTINA REAL MARGALEF
chan por los laterales, como el extremo distal de la diáfisis de la ulna, de características
similares a las de los huesos planos.
En lo que concierne a los restos de lagomorfo, las fracturas de origen antrópico se
han realizado tanto por mordedura (83,4%) como por flexión (16,6%). Las mordeduras
originan muescas que se localizan sobre todo en los huesos largos correspondientes al
estilópodo y el zeugópodo (44,35%), con la intención de acceder a la médula o consumir las partes articulares (Pérez Ripoll, 2005); aunque también están presentes en otros
huesos como la mandíbula (13,76%) o la escápula (12,11%). En cambio, las flexiones las
encontramos con mayores valores sobre los fragmentos de la zona axial, destacando sobre el resto de huesos las costillas, con un 65,98%.
Se observa una serie de morfotipos o patrones de fracturas en fresco que se repiten
constantemente entre las tres especies, dando como resultado morfologías que varían
según el elemento anatómico afectado. Los huesos largos son fracturados dando lugar
por un lado a cilindros o fragmentos de éstos, y por otro a partes articulares. Entre los
elementos fracturados de talla media, la longitud de dichos fragmentos es menor, así
como la posibilidad de encontrar cilindros cuya circunferencia se conserve completa
(3,1%), consecuencia del método de fractura (percusión) y la necesidad de romper la
diáfisis para extraer la médula. El ejemplo más llamativo es el de las falanges, como ya
se ha mencionado, pues encontramos el 60% de ellas fracturadas en fresco (40% en las
primeras, 16,36% en las segundas y 3,64% en las terceras), con evidencias de acciones
directas (18,18%) en las dos primeras, tanto en el ciervo como en la cabra. En cambio,
en los huesos de talla pequeña, aunque también son fracturados generando fragmentos
Mordedura
V
V
LUM
COS
ESC
HUM
RAD
ULN
MTC
FEM
TIB
MTT
FAL
I
FAL
II
Total
Percusión
Total
1
1
2
1
2
4
1
4
3
6
3
5
8
2
35
Cuadro 2. Marcas de acción directa sobre elementos de talla media.
100
1
1
2
1
2
4
1
3
6
3
5
8
2
39
[page-n-7]
Procesado y consumo antrópico de la fauna magdaleniense de la Cova de les Cendres
Figura 2. Falanges de ciervo y
cabra fracturadas para acceder
a la médula.
de diáfisis (61,8%), en el caso del húmero, fémur, tibia y metapodios los encontramos en
forma de cilindros (38,2%).
Marcas de corte
Los restos que presentan marcas de corte suponen un porcentaje elevado tanto en el
ciervo como en la cabra, con un 39,5% y un 35,5% respectivamente, y todavía mayor entre los restos de lagomorfos, con un 53,4%. Si analizamos de forma conjunta las 179 marcas registradas sobre elementos de talla media, se observa como las incisiones casi triplican a los raspados (130 incisiones y 49 raspados), centrándose sobre todo en las costillas
(22,31%), aunque también destacan en el húmero (16,15%), primera falange (11,54%) y
fémur (9,23%). Por su parte, los raspados son más numerosos en el húmero (20,41%),
fémur (18,37%) y costillas (16,33%). Sobre los huesos de talla pequeña, las incisiones
representan un 81,5% de las marcas líticas y los raspados el 18,5% restante. Las primeras
se localizan en especial sobre costillas (16,58%), tibia (16,08%) y húmero y radio (10,05%
cada uno); mientras que los raspados están presentes en la escápula (44%) y el húmero
(26%) en cantidades muy superiores al resto de elementos.
Por otra parte, sobre la superficie ósea de los huesos de lagomorfos se han identificado
marcas producidas por la acción dental, tanto punciones como arrastres, con un porcentaje
101
[page-n-8]
CRISTINA REAL MARGALEF
reducido (3,9%). Los grupos anatómicos con mayor presencia de este tipo de alteraciones
son el axial y el miembro posterior, con cantidades próximas (43,33% y 36,67% respectivamente); seguido, sobre todo en el caso de las punciones, por el miembro anterior (13,33%).
Los restos de talla media presentan marcas líticas transversales localizadas en zonas
cercanas a las articulaciones, como es el caso de la parte proximal de las costillas, falanges, del calcáneo o del húmero (figura 3). Normalmente son marcas cortas, profundas
y múltiples, resultado de una acción continua sobre un mismo punto con el objetivo
de proceder a la desarticulación de los miembros. Se han identificado también marcas
longitudinales, sobre todo raspados, en las diáfisis de los huesos largos (fémur, tibia,
metapodios, y en menor medida húmero y radio), así como en las costillas (figura 3). En
este caso son marcas de mayor longitud, simples y de incidencia leve o media, realizadas
durante la acción de descarnado de los huesos con mayor cantidad de carne o en el caso
de las costillas es posible que también durante la evisceración.
Figura 3. Marcas líticas (incisiones y
raspados) sobre huesos de talla media
(a: falange; b: tibia; c: fémur) y talla
pequeña (d: escápula; e: húmero).
102
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Procesado y consumo antrópico de la fauna magdaleniense de la Cova de les Cendres
En los huesos de talla pequeña, las marcas transversales se localizan en las cinturas
(escápula y pelvis) y zonas articulares de los huesos largos como el húmero, radio, fémur
o tibia; incluso en algunas mandíbulas y extremidades (metapodios y falanges). Estas
marcas se interpretan como resultado de los procesos de desarticulación de los miembros, o de la extracción de la piel en las zonas marginales de las extremidades y mandíbula (Sanchis et al., 2011). Por otra parte las marcas longitudinales o long./oblicuas se
encuentran presentes en cantidades mayores sobre las diáfisis de los huesos largos (figura 3), identificadas como largas, múltiples y de intensidad media, originadas durante
los procesos de fileteado o de limpieza última de los huesos (la extracción del periostio).
Termoalteraciones
El 13,7% de los restos óseos determinados de talla media y el 11% de los de talla pequeña
presentan algún tipo de termoalteración. Predomina la coloración marrón-negra y negra, que afecta a la totalidad de la superficie ósea en un 80,4% de los restos de ciervo y
cabra y a un 77% de los de lagomorfos, tanto a la cara interna como a la externa del hueso.
La cantidad de elementos con indicios de calcinación es reducida, el 13,7% entre los de
talla media y casi el 12% entre los de talla pequeña. La incidencia de termoalteraciones
sobre los restos de la muestra es reducida, por lo que no parece ser resultado del uso del
fuego durante el procesado de los individuos cazados, ni en el consumo de su carne.
Discusión
La representación anatómica y las evidencias del proceso carnicero descritas (marcas
líticas y de fractura) dan a entender que las carcasas de los tres taxones eran transportadas completas al asentamiento, ya fuera por su tamaño como por la cercanía de las zonas
de captación. Este transporte completo significa que las presas pudieron ser procesadas en el propio lugar de residencia (Aura et al., 2002). En el caso de dicho procesado,
no se vislumbran diferencias en cuanto a las fases en relación a la talla del animal. Por
consiguiente, tanto para el ciervo y la cabra como para el conejo y la liebre, las pautas
parecen ser las mismas: extracción de la piel, desarticulación, descarnado y fracturación
de ciertos huesos largos con el fin de extraer la médula y consumo de partes articulares
en las pequeñas presas. Por último, se puede añadir también el fileteado de la carne para
su conservación y consumo diferido; fase presente al menos durante el procesado de los
lagomorfos (Pérez Ripoll, 2005), puesto que en los ejemplares de talla media aunque
es posible que se diera, no se puede asegurar que se realizara con la intención de un
consumo a medio-largo plazo. Sin embargo sí se puede incurrir en ciertas diferencias si
atendemos a los métodos empleados durante dichas fases. Por un lado, en el procesado
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de las presas de talla media la utilización de útiles líticos es imprescindible, dada la mayor densidad ósea de sus elementos anatómicos y de las características morfológicas del
paquete cárnico y sus inserciones musculares. La percusión se establece como el método
empleado a la hora de fracturar los huesos y acceder a la grasa interna; y no únicamente
sobre los huesos con mayor contenido energético (huesos largos del estilópodo y el zigópodo), sino también sobre elementos de tamaño más reducido y menor cantidad de
nutrientes como son las falanges y los metapodios, los cuales son fracturados intencionalmente y de forma sistemática (Pérez Ripoll y Martínez Valle, 2001; Villaverde y Martínez Valle, 1995; Villaverde et al., 1996; Aura et al., 2002, 2009). Por otra parte, también
se debe tener en cuenta que la flexión o la mordedura/flexión es viable en algunos de sus
elementos (por ejemplo costillas, ulna), aquellos de menor espesor y cuya morfología
permite que una presión manual rompa su estructura ósea.
En el caso de los lagomorfos, la percusión cómo técnica de fractura parece menos viable y lógica (Pérez Ripoll, 2005; Sanchis et al., 2011), ya que el tamaño y densidad de los
huesos es menor y una acción de flexión, mordedura o una combinación de ambas es suficiente para acceder al contenido interno de las diáfisis (Sanchis et al., 2011). En cuanto a la
aparición de numerosas marcas de corte documentadas en la superficie de los huesos, son
consecuencia no tanto de la desarticulación, como sucede con los animales de talla media
y que en el caso del conejo y la liebre se puede realizar manualmente, sino más bien de la
extracción de la carne (Pérez Ripoll, 1993, 2001, 2004; Villaverde et al., 2010). Si se quiere
aprovechar un ejemplar de conejo tras su captura, se puede asar y consumir en el momento
sin necesidad de descarnarlo, únicamente los huesos serían mordidos o flexionados, por lo
que no aparecerían marcas líticas. Por lo tanto, es posible que la presencia de estas marcas
de corte sea consecuencia de un objetivo a medio-largo plazo, el de conservar la carne para
su posterior consumo en momentos más necesarios (Pérez Ripoll, 2005).
Por otra parte la incidencia de las alteraciones térmicas es reducida, este hecho es
posible que esté relacionado con el propio proceso de consumo y concretamente con la
preservación cárnica. Aunque en ciertas ocasiones la exposición al fuego de los huesos
favorece su fracturación posterior (Binford, 1981; Stiner, 1995), también reduce su aprovechamiento máximo, en especial en el caso de elementos de talla pequeña. Experimentalmente se ha comprobado que el aprovechamiento íntegro de la médula y la gelatina
se consigue mejor con el procesado de los huesos en fresco, puesto que el calor del fuego
consume la grasa interna de éste y reseca la médula (Pérez Ripoll, 2005), y no acceder a
la médula sería una forma de desaprovechar nutrientes y grasas.
En conclusión se puede señalar que la Cova de les Cendres muestra un conjunto óseo
consecuencia de una actividad económica que se repite en los yacimientos localizados
en el mediterráneo peninsular (Villaverde et al., 2012), dentro de un contexto regional.
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Procesado y consumo antrópico de la fauna magdaleniense de la Cova de les Cendres
Este comportamiento se caracteriza por la caza de ungulados de talla media, especializada en
uno o dos taxones (ciervo y/o cabra) en función de la localización del yacimiento, y complementada con la captura de conejos y liebres, y en algún caso de aves. La actividad económica
está centrada en dos especies de talla media y otra de talla pequeña (aunque el espectro de
presas es mayor), cazadas en lugares cercanos como muestra la presencia de todos los grupos
anatómicos, pero cuyas características óseas conducen a un procesado diferente en cada caso.
Los ejemplares de talla media son aprovechados al máximo, consumiendo tanto sus aportes
cárnicos como los nutrientes y las grasas que ofrecen todos los huesos, incluso aquellos de
menor tamaño (falanges, carpos o tarsos). En cambio, los individuos de talla pequeña, como
muestran las evidencias de marcas líticas y las fracturas, son procesados con el objetivo de
preservar su carne, sin desperdiciar por supuesto pieles y grasas.
Los datos obtenidos en el presente trabajo discrepan ligeramente respecto a la información existente hasta el momento en la Cova de les Cendres donde el ciervo en general
predominaba sobre la cabra (Villaverde y Martínez Valle, 1995; Villaverde et al., 2012), ya
que los resultados de este estudio reflejan un porcentaje de NMI equivalente entre estos
dos taxones. Esta diferencia puede deberse a que la superficie correspondiente al Magdaleniense final todavía está en proceso de estudio, por lo que los datos relacionados con el
NMI pueden variar en un futuro, pudiendo ser esta igualdad fruto de una concentración
mayor de restos óseos de cabra localizada en un punto concreto de la superficie. Por lo
tanto, conforme avance la investigación se podrá confirmar si el patrón relacionado con
este yacimiento continúa siendo el mismo o si por el contrario varía.
Agradecimientos
El presente trabajo se adscribe al proyecto de investigación “El Paleolítico medio final y el Paleolítico superior en la región central mediterránea ibérica (Valencia y Murcia)” (HAR2011-24878),
y al programa de ayudas para la formación del personal investigador de carácter predoctoral, en
el marco del Subprograma “Atracció de Talent” de VLC-CAMPUS de la Universitat de València.
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