El grupo doméstico y las actividades de mantenimiento en una aldea de la Edad del Bronce, La Lloma de Betxí (Paterna, València)
María Jesús de Pedro Michó
2008
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ELGRUPODOMÉSTICO
Y LAS ACTIVIDADES DE MANTENIMIENTO
EN UNA ALDEA DE LA EDAD DEL BRONCE.
LA LLOMA DE BETXÍ (PATERNA, VALÈNCIA)
MARIA JESÚS
DE PEDRO MICHÓ
Servei d’Investigació Prehistòrica
Introducción
A la hora de colaborar en la redacción del libro que acompaña la exposición “Les dones en la Prehistòria”
hemos intentado, en primer lugar, acercarnos al significado de la Arqueología del Género y ver de que manera debíamos enfocar nuestra interpretación de un registro arqueológico publicado con anterioridad (de Pedro,
1998). Nuestro objetivo es el de ofrecer una nueva lectura de la información relativa a una gran edificación
construida en el poblado de la Edad del Bronce de la Lloma de Betxí (Paterna, Valencia), en los momentos
iniciales de su ocupación (Fig. 1). Con especial atención del ajuar doméstico de una de las viviendas o departamentos de dicha edificación que nos permita ilustrar las actividades cotidianas realizadas por hombres y
mujeres, parte de una pequeña comunidad campesina de hace aproximadamente 4500 años.
Diferentes autoras1 nos han aportado la necesaria información para centrar nuestro trabajo desde la
perspectiva de la Arqueología del Género, uno de los enfoques arqueológicos que mayor interés ha suscitado en los últimos años; surgido como crítica al androcentrismo tan fuertemente arraigado en la sociedad occidental y como corrección del sesgo androcéntrico en Arqueología, que incluye la crítica a las discriminaciones en la práctica arqueológica, la revisión de la historia de la Arqueología, o la propia investigación del género en el pasado a partir de la información contenida en el registro arqueológico. Sobre todo en relación con
la Arqueología doméstica y el valor de lo doméstico en la vida social y política de las sociedades del pasado.
Los trabajos pioneros de M. W. Conkey, J. F. Spector y J. Gero (Conkey y Spector, 1984; Gero y
Conkey, 1991) han sido decisivos para potenciar la aproximación de la teoría feminista a la investigación
arqueológica, pese a las limitaciones metodológicas de la disciplina para hacer visibles a las mujeres en
los contextos arqueológicos (Pallarés, 2000: 62); aunque esa dificultad para identificar a las mujeres se
extiende igualmente a los hombres.
El término “sexo” está vinculado a los rasgos biológicos, y se expresa en la oposición binaria varón/hembra. Por el contrario, el término “género” va más allá de la dicotomía masculino/femenino, y precisa las rela1Entre otras Margarita Díaz-Andreu, Paloma González-Marcén, Almudena Hernando, Marina Picazo, Mª Ángeles Querol o Encarna Sanahuja.
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ciones entre individuos. El Género es un complejo sistema de significados: como categoría social nos permite comprender cómo la gente –en culturas singulares- identifica quiénes son, qué son capaces de hacer,
qué deberían hacer, y cómo deben relacionarse con otros, similares y diferentes a ellos mismos. El género
es un sistema social, antes que una categoría definida biológicamente, que varía transculturalmente, y que
cambia a lo largo del tiempo (Conkey y Spector, 1984). Podemos entender el género como una conducta
aprendida, resultado de un proceso histórico específico de socialización (Gilchrist, 1999: 9).
¿Qué significa adoptar un “enfoque de género” en las investigaciones arqueológicas? La Arqueología
de género ha madurado desde los primeros trabajos en el ámbito anglosajón. En los años 70 y principios
de los 80 pretendía ser objetiva, haciendo visibles a las mujeres, corrigiendo el
sesgo androcéntrico. El género puede
ilustrar las vías en que roles y relaciones
se construyen en sociedad. En los últimos años muchas autoras tienden al
estudio holístico del significado y experiencia de las diferencias sexuales y de
las identidades de género en el pasado
(Gilchrist, 1999: 146). En Arqueología
podemos “usar” el género para “hacer”
más, y para “decir” más (Conkey y
Gero, 1991: 12-13). Se trata, en este
sentido, de una perspectiva que permite enriquecer las interpretaciones, imaginando y presentando percepciones
múltiples antes que elegir la explicación
más obvia, más demostrable o funcioFig. 1: Lloma de Betxí, Paterna. Vista aérea del yacimiento al finalizar la campaña de 1994.
nal (Tringham, 2000).
En la presentación del yacimiento
que ahora nos ocupa, intentaremos
plantear una lectura a partir del análisis de aquellas variables que pueden permitirnos una visualización
del grupo que habita este poblado de la Edad del Bronce, en función tanto de sus diferencias sexuales,
como de sus relaciones de género, partiendo del registro material, de las estructuras arquitectónicas,
bases económicas, etc.
El yacimiento
Al oeste de la ciudad de Valencia y al norte del río Túria, la Lloma de Betxí se sitúa en una pequeña elevación,
en un cerro de escasa altura a 99 m s.n.m., con un desnivel de 30 m respecto al llano. De forma alargada,
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sus dimensiones son 50 x 20 m en la parte superior, aunque el asentamiento alcanza la parte baja del cerro.
Las excavaciones comenzaron en 1984 y han continuado hasta ahora de forma casi ininterrumpida (Fig. 2).
La parte superior está ocupada por una gran edificación de 34 m de longitud y 10 m de anchura compuesta por dos departamentos separados por un muro y comunicados por una puerta, las habitaciones I y
II, y por una dependencia alargada paralela a los muros de éstas, el corredor Oeste. Los muros son de piedra de 1 m de anchura, su aparejo irregular de mediano tamaño sin carear, trabado con tierra y con una disposición descuidada, y están revestidos por un enlucido o revoque. El alzado de las paredes se conserva
con una altura entre 1 y 2’50 m; un vano de 1 m de ancho comunica ambos departamentos y el acceso al
exterior se encuentra en el muro oriental de la habitación II con una puerta de 1’50 m de anchura. La edificación descansa sobre el suelo natural de la montaña, sin evidencias de construcción anteriores, y debió alcanzar entre 4 y 6 m de altura; cubierta por una techumbre plana, en terraza, o con una suave inclinación, y sustentada por dos hileras de postes (Fig.
3). En el exterior, por su extremo sur, se
le adosa una cisterna de planta oval y, a
continuación, se abre un camino de
acceso en rampa que sube desde la
base del cerro, en zig-zag. Junto a la
puerta de entrada a las habitaciones
existe otra cisterna también de planta
oval y, hacia el norte, otro departamento
de grandes dimensiones y planta aproximadamente circular amplía el espacio
destinado a vivienda y permite valorar la
evolución del poblado desde la imagen
Fig. 2: Lloma de Betxí, Paterna. Plano de las estructuras del asentamiento.
inicial dominada por la singular construcción de la parte superior. Asimismo,
un complejo sistema de aterrazamiento de la ladera, realizado con grandes muros ataludados, configura una
serie de plataformas y transforma sustancialmente el perfil original de la pequeña montaña.
La destrucción del edificio a causa de un incendio selló el nivel de ocupación, cubierto por potentes
derrumbes, lo que explica la extraodinaria documentación con que contamos. La interpretación y valoración de los restos exhumados permite reconstruir la imagen de un pequeño poblado situado en una elevación de escasa altura cuyas construcciones más significativas se encuentran en la parte superior del
cerro. Las dataciones absolutas obtenidas a partir de los restos carbonizados de la madera utilizada en la
techumbre sitúan la construcción entre 3725±60 BP, calibrada entre 2229 y 2045 BC, y 3505±55 BP,
entre 1914 y 1753 BC, es decir, en los inicios del II milenio aC, mientras que su destrucción ha sido datada a partir de dos muestras de cereal carbonizado procedente del suelo de las habitaciones, que han proporcionado unas fechas entre 3440±70 BP, cal BC 1870-1660, y 3460±80 BP, cal BC 1885-1670.
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La habitación I. Las actividades de mantenimiento
La categoría de actividades de mantenimiento hace referencia a un conjunto de actividades, agrupadas
tradicionalmente como domésticas, relacionadas con el cuidado y mantenimiento de la vida en los grupos humanos: actividades relativas a la práctica de la alimentación, la gestación y crianza de niños y
niñas, la atención a los segmentos del grupo que no pueden cuidarse a sí mismos, la higiene y salud
pública. El estudio de dichas actividades pretende historizar ese ámbito de la práctica humana y restituir
al pasado la importancia de su día a día (Montón, 2000: 53). Se trata de identificar el conjunto de prácticas que engloban las actividades de mantenimiento y ver como se expresan sus espacios. La arqueología presenta un gran potencial para ello ya que la mayoría de materiales y muchos de los espacios físicos que recuperamos en una excavación son producto de ellas y deberían permitir entender las relaciones que se generan para llevarlas a cabo y cómo se conjugan con las otras relaciones y prácticas de
esa comunidad (Montón, 2000: 54).
Las actividades de mantenimiento aparecen asociadas generalmente a las unidades domésticas, en
las que siempre están presentes las
mujeres, mientras que los espacios
públicos y territoriales se vinculan generalmente al dominio masculino. La
investigación conocida como household archaeology o arqueología de las
casas se interesa por la organización
de las actividades sociales a una microescala ya que es precisamente en ese
Fig. 3: Lloma de Betxí, Paterna. Planta y sección de las habitaciones I y II.
contexto donde se ha considerado que
está garantizada la presencia de mujeres y, por ello, su objetivo es demostrar
como el género estructura las relaciones sociales y económicas dentro de las casas, haciendo visible el
trabajo de las mujeres. En realidad, no tiene sentido separar lo que pasa dentro y fuera de las casas porque lo que ocurre dentro de una unidad espacial sólo puede entenderse si se analiza la interrelación que
este espacio mantiene con el resto de unidades espaciales (Pallarés, 2000: 74). De hecho el espacio de
las actividades de mantenimiento es más abierto que el espacio del household y no requiere la presencia
de estructuras arquitectónicas identificadas como casas (Montón, 2000: 54). “Esfera de relacions socials
en la qual diverses persones agrupades amb vincles de sang, afinitat i/o pràctica social conviuen diàriament,
l’espai es deriva de l’acció i, per tant, pot ser unitari o múltiple (ocupar més d’un lloc i no necessàriament de
tipus d’habitatge)” (Bardavio y González Marcén, 1996: 13, citado en Montón, 2000). Hay actividades de
tipo universal que se realizan dentro de las casas como el procesado de alimentos, consumo, descanso,
etc. Pero también hay casas especializadas en algún tipo de actividad productiva, y actividades de mantenimiento que se pueden realizar en espacios exteriores vinculados al espacio doméstico.
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En efecto, la arqueología de las casas está estrechamente relacionada con trabajos sobre arquitectura doméstica, pero la identificación de casas, cabañas y estructuras arquitectónicas en general es una
tarea complicada y hay dificultades metodológicas en atribuir restos arquitectónicos y datos específicos
a unidades sociales como la familia o la casa. Los restos arquitectónicos sólo son una parte de la cultura material y, por ello, diferentes autores reclaman que los restos artefactuales son un mejor indicador de
la función de las habitaciones que el tamaño de la habitación o las características arquitectónicas.
Volviendo al gran edificio de la Lloma de Betxí, sobre las técnicas y materiales utilizados en su construcción ya nos hemos ocupado en anteriores trabajos. Nos interesa ahora centrarnos en su organización
interna y en la posibilidad de definir las áreas de actividad y las tareas que configuran el quehacer cotidiano de mujeres y hombres, en función del sexo o la edad, y en relación con las actividades vinculadas no
sólo al espacio interior o doméstico, sino también al espacio exterior. Sobre todo a partir del ajuar exhumado en la Habitación I y del análisis
de las bases económicas (Fig. 4).
Divisiones internas como tabiques, realizados con materiales frágiles,
barro, madera o cañizo, no han dejado
vestigios de su ubicación, a no ser la
distinta coloración de la tierra señalada
en algunos puntos. Así, una zona de
color más oscuro junto a la pared oriental se interpreta como un altillo de
madera cuya combustión ha dejado
una mancha uniforme sobre el suelo de
la habitación; las manchas de color roji-
Fig. 4: Campaña de 1984. Habitación I, cuadros A-B/1-2. Suelo de ocupación del nivel I.
zo evidencian la descomposición de
estructuras de arcilla endurecida, y los
restos de un pavimento o plataforma más elevada aparecen señalados por una concentración de cantos
rodados y pequeñas piedras. Otras estructuras, pese a su composición endeble, de barro y arcilla, se han
conservado, como bancos y soportes de tierra y piedra cuya función responde a vasares, cubetas, muretes en resalte, pequeños hornos, etc. La distribución de los materiales arqueológicos muestra una zona de
almacenaje señalada por la gran cantidad de vasos cerámicos conteniendo abundante cereal carbonizado,
aproximadamente 75 vasos (Fig. 5), entre los cuales ollas y orzas, cuencos de pequeño tamaño apilados
en número de 30; o el interesante hallazgo de un gran vaso en cuyo interior aparecen otros recipientes de
menor tamaño conteniendo a su vez botones de hueso y marfil con perforación en “V”, cuentas de collar,
dientes de hoz de sílex, todo ello junto a un banco adosado, un horno construido con lajas verticales y un
soporte circular de barro. También se delimita un espacio de molienda con molinos barquiformes y sus
correspondientes molederas, asociados a recipientes con cereal carbonizado. Un conjunto de 28 piezas
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rectangulares de barro con cuatro perforaciones circulares, dos en cada extremo, de 22-24 cm de largo
por 12-14 de ancho, apiladas sobre el suelo de ocupación podría indicar cierta actividad textil, aunque su
tamaño y peso las alejan de su utilización en un telar vertical y más bien parece tratarse del lugar de almacenaje de unas piezas muy homogéneas en cuanto a peso, tamaño y forma, quizás utilizadas como torcedores de fibras, devanadores, o pequeños telares horizontales.
En resumen, el ajuar doméstico se compone de 130 vasos cerámicos, carenados, ollas y orzas de gran
tamaño con señales de haber estado sujetas por cuerdas, cuencos, cazuelas, vasos geminados, coladores
y queseras; piezas líticas como dientes de hoz, algunos de sílex tabular; botones de hueso y marfil de forma
prismática y perforación en “V”, brazaletes de arquero de piedra y objetos de adorno como cuentas de collar,
conchas perforadas, colgantes de piedra y un colgante de madera de olivo. Su distribución pone de manifiesto la existencia de una importante área vinculada al almacenaje y preparación de alimentos, con los cereales, los molinos y molederas y los hornos; de cierta actividad textil, del frecuente uso y trabajo de la madera, y de
actividades artesanales como la cestería, como prueban los restos de cuerda
de esparto carbonizado, las improntas
de trenzado en fragmentos de barro, o
la huella en negativo de las cuerdas que
rodeaban el cuello de algunos vasos
cerámicos, así como la impronta de una
especie de pleita o de trama vegetal
que configura el armazón interno de
algunos recipientes, señal de su utilizaFig. 5: Vasos cerámicos hallados en el interior de la Habitación I. Campaña de 1984.
ción en la fabricación de cerámica, desaparecida en el proceso de cocción.
Actividades que se vinculan tradicional-
mente con las mujeres, en el caso de la preparación de alimentos, la molienda o el trabajo textil, y otras, como
la manufactura lítica, asociada generalmente a lo masculino, que comparte aquí el mismo espacio, si bien
hablamos de productos ya manufacturados y no de las evidencias del propio proceso de fabricación (Fig. 6).
De acuerdo con la distribución del ajuar, algunos modelos etnográficos (Hastorf, 1991) se basan en
la organización espacial de los restos alrededor de los hogares para identificar las áreas de actividad de
género en contextos arqueológicos. Así, se asume que una mayor diversidad y variabilidad de herramientas puede correlacionarse directamente con área doméstica y toda área de actividad doméstica es automáticamente un espacio femenino. Pero el modelo puede enmascarar la variabilidad de los roles de
género en diferentes condiciones sociales, culturales, históricas, demográficas o medioambientales
(Pallares, 2000: 77). Se asume que existe una segregación espacial de las actividades según el género
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pero no todas las sociedades gestionan y utilizan el espacio de forma específica según el sexo o la funcionalidad de las actividades y, en ocasiones, el modelo responde a áreas de actividad polivalentes. El
comportamiento de género no siempre es visible etnográficamente y tampoco tiene porque ser visible
arqueológicamente. El espacio del grupo doméstico ha de ser estudiado como un medio ilimitado, conceptual y físicamente, donde la práctica diaria de las actividades de mantenimiento y las relaciones sociales que generan, lo crean, lo modifican y lo transforman. El espacio físico va más allá de la casa y se
puede extender a su entorno o a otras áreas. Las tareas de mantenimiento son multiespaciales, aunque
algunas requieren ciertas instalaciones materiales, por ejemplo el procesado de alimentos. Y, a la vez, en
una misma zona pueden llevarse a cabo diversas actividades de mantenimiento. Todo depende de hábitos o rutinas que se van marcando de generación en generación (Curià y Masvidal, 1998: 230).
Las bases económicas.
La agricultura y la ganadería
De acuerdo con lo expuesto en el epígrafe anterior, proponemos relacionar
los artefactos con otro tipo de restos
documentados en el proceso de excavación, como la fauna y los restos
botánicos aparecidos tanto en el interior del espacio doméstico como en el
exterior, en basureros; determinar las
bases económicas y analizar el componente social para valorar mejor las
relaciones de género. En el espacio
ocupado por la habitación I, el cereal
Fig. 6: Vasos cerámicos hallados en el interior de la Habitación I. Campaña de 1984.
carbonizado, los molinos y el horno
señalan un proceso de preparación de
determinado tipo de alimentos, pero no se ha definido con claridad ningún hogar, quizás debido a la dificultad de su localización por tratarse de un nivel de incendio en el que abundan los carbones procedentes de la madera utilizada en la construcción, al margen de otros dispersos entre el sedimento, por lo que
la identificación de los hogares es dudosa. Dificultad a la que se añade que los restos de fauna no indican concentraciones significativas; son restos astillados en su mayoría, sobre el suelo de ocupación, producto de su consumo o de su utilización para fabricación de utillaje, pero sin evidencias directas de su
cocinado. También influye el hecho de que la habitación debía limpiarse con regularidad y los desechos
vertidos al exterior en basureros localizados en otras áreas. Pero, aún así, debemos preguntarnos acerca de dichos restos para inferir las pautas de su consumo y utilización y la incidencia de la caza y de la
ganadería en las bases económicas del poblado. Así, sobre un total de 486 restos, sólo 160 han sido
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identificados, 75 de animales domésticos y 85 de silvestres. Bóvidos (Bos Taurus) y cerdos (Sus domesticus y Sus sp.) son escasos y entre los restos de ovicápridos, algunos están quemados y sólo una costilla presenta marcas de descarne. Entre los silvestres, 34 restos de ciervo (Cervus elaphus), algunos con
huellas de descarne y otros, concretamente de asta, deformados por el fuego y en dos casos serrados
en un extremo. La presencia de conejos (Oryctolagus) es de 22 fragmentos y el resto se reparte entre
jabalí (Sus scropha) -un fragmento con huellas de golpeo y descarne-, zorro (Vulpes vulpes), lagarto
(Lacerta lepida), perdiz (Alectoris rufa) y galápago (Mauremys caspica).
En el cómputo total de la fauna del yacimiento destaca igualmente la presencia de ciervos, lo que
significa que su caza no era ocasional, sino una de las principales actividades, pese a estar plenamente
establecidas la agricultura y la ganadería como bases económicas. Ganadería que proporcionaría materias primas como la leche y sus correspondientes derivados, además de lana, sebo, pieles y carne. La
presencia de bóvidos, con ejemplares viejos sacrificados en edad adulta, indica su utilización como animales de tracción; otro tanto sucede con los ovicápridos, ejemplares viejos, individuos no aptos para la
cría ni para la producción de leche, por lo que su presencia debe relacionarse con su rendimiento como
productores de lana. Hablamos, pues, de una clara diversificación de actividades, relacionadas con la
transformación de productos básicos en productos secundarios, como complemento de la agricultura y
también de la caza. La explotación de la pequeña cabaña animal conllevaría la elaboración de productos
derivados de la leche, por ejemplo con la fabricación de quesos; de cierta actividad textil, relacionada con
el aprovechamiento de la lana; del trabajo de las pieles y la fabricación de utillaje óseo a partir de la materia prima obtenida de los animales, etc. Por otra parte, la presencia abundante de ciervos, junto a corzos, jabalíes, conejos, liebres, perdices, y también galápagos o doradas, nos habla de un paisaje con
notable cobertura vegetal y cursos de agua importantes con abundancia de pesca (Sarrión, 1998). En
el mismo sentido coinciden las apreciaciones del estudio del resto de la fauna del yacimiento, realizado
por A. Sanchis, con la presencia de un importante número de restos y un ligero predominio de especies
silvestres como el ciervo. Entre los animales domésticos y susceptibles de formar parte de la dieta humana, destacan los ovicaprinos con un elevado porcentaje de restos no identificados, muestra del grado de
fragmentación producido; no obstante, la representación por especies, más las edades de sacrificio y la
representación anatómica muestran que la explotación ganadera en el yacimiento está basada fundamentalmente en los ovicaprinos, mientras los cerdos y bóvidos tienen un papel secundario. La presencia de especies silvestres como el ciervo y el conejo cumpliría su función de complemento a la dieta cárnica, junto con la pesca y la recolección. Los restos de cánidos hallados se vinculan a su papel como
ayudantes en la caza o en la custodia de rebaños y su presencia se atestigua también indirectamente en
marcas de su dentición sobre los huesos de otros animales (Sanchis y Sarrión, 2003). En general se trataría de pequeños rebaños, siendo la práctica de la agricultura la actividad económica más importante,
como indican las condiciones orográficas del asentamiento y su proximidad a zonas aptas para el cultivo y a cursos de agua estables, además de la evidencia directa que proporcionan los numerosos restos
de cereales localizados en el yacimiento.
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La valoración de la capacidad de uso agrícola del territorio próximo al yacimiento presenta dos unidades claramente diferenciadas. Una corresponde al llano aluvial del río Túria, al sur del yacimiento,
donde encontramos niveles aterrazados del Pleistoceno superior y Holoceno; son suelos profundos, bien
drenados, con fluctuaciones en el contenido de materia orgánica a lo largo del perfil y contenidos elevados de carbonato cálcico que, dada su topografía llana y sus buenas condiciones de permeabilidad y
aireación presentan una capacidad de uso muy elevada (clase A). La otra unidad corresponde a los relieves que hacia el NE enmarcan al río Turia, constituida por un sustrato de calizas y margas miocénicas,
en la que el encajamiento de la red de drenaje ha conformado una topografía irregular de cerros y vaguadas. Las principales limitaciones que se presentan en esta unidad son la pendiente y el espesor del suelo
que condicionan una baja capacidad de uso (clase D). Localmente se presentan áreas más llanas (como
son las zonas de interfluvio) que pueden presentar una capacidad de uso media (clase C), pero que
seguramente no fueron puestos en cultivo por los agricultores de la Edad del Bronce, dada la proximidad de buenos suelos para la agricultura con escasa pendiente, como es el llano aluvial del Túria.
La vocación agrícola del asentamiento está demostrada por el cereal hallado en ambas habitaciones. Las muestras estudiadas se refieren al cereal almacenado en grandes recipientes cerámicos, por
lo general trigo desnudo, en ocasiones cebada vestida, algunas malas hierbas y leguminosas; la cebada vestida y la esprilla son escasas. Destaca la presencia de un fragmento de pepita de uva, especie
rara en contextos anteriores a la Edad del Hierro aunque la planta se desarrolla de forma espontánea
en los bordes de los ríos, caso de la Lloma situada junto al río Turia, por lo que sería recolectada habitualmente para el consumo humano. La presencia de leguminosas es escasa, habas, algún guisante y
lentejas. La actividad de recolección de frutos y verduras ha dejado una presencia muy pobre en el
registro, tan sólo uva y moras. En espacios exteriores, como el Sector Este, la presencia de cebada
(Hordeum sp.) y trigo (Triticum aestivum/durum) es escasa, aparece alguna leguminosa como lentisco
(Pistacea lentiscus) y destacan, sobre todo, los numerosos fragmentos de bellotas (Quercus sp.) hallados, frutos que han sido utilizados tradicionalmente como complemento de la dieta humana, además
de cómo alimento para el ganado. Igualmente es posible el consumo de los frutos del lentisco o su uso
para la elaboración de aceite, y determinadas quenopodiáceas o crucíferas también pueden ser utilizadas como verduras (Pérez Jordà, 1998).
El análisis de los restos carpológicos junto a los datos que aporta el estudio de los útiles agrícolas
nos permiten acercarnos a las prácticas agrarias de estas comunidades. Hachas, azuelas y dientes de
hoz componen el utillaje relacionado con éstas, sin olvidar que en gran parte éste se elabora con madera por lo que su conservación es problemática. Por otra parte, el uso de los bóvidos como fuerza de trabajo permite pensar en la introducción del arado. Y los hallazgos de conjuntos cerrados formados por
una sola especie indica que el cultivo de las distintas especies se realiza por separado. Los cereales
documentados pueden ser sembrados tanto en otoño como en primavera, aunque por las características climáticas de la zona mediterránea es habitual su cultivo como cereales de invierno. El mantenimiento de la productividad en los campos debió obtenerse mediante el sistema de barbecho que permite la
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recuperación de los suelos, un mayor grado de humedad y el control de las malas hierbas. Además las
tierras en barbecho pueden ser utilizadas para la alimentación del ganado.
Para la recolección de los cereales se utilizarían las hoces aunque también se pueden arrancar las espigas con las manos. A continuación los trabajos previos al almacenamiento, el secado al aire libre, la trilla para
deshacer las espigas y espiguillas, el aventado y la criba. El cereal se almacena ya limpio, sin restos de glumas, de raquis o de entrenudos y con presencia escasa de malas hierbas. Las operaciones de limpieza del
cereal debieron realizarse en el exterior de la casa, a juzgar por la ausencia de restos que indiquen estas operaciones en el interior. En resumen, se trata de un sistema agrícola basado en una agricultura extensiva de
cereales que hizo posible la introducción del arado, complementada por una agricultura intensiva de huerto.
El grupo doméstico. Los hombres y mujeres que habitaron la aldea
Analizamos ahora el grupo doméstico que habitó la Lloma de Betxí, entendido como un grupo social que
comparte una serie de actividades vinculadas al mantenimiento y el cuidado de la vida diaria, y que no
puede ser estudiado como una unidad social homogénea. La vinculación de la mujer a la vida doméstica,
a partir de las tareas de cuidar y dar soporte, se acepta de antemano, aunque diversos estudios antropológicos y sociológicos muestran también que, en muchas sociedades, individuos de intereses diferentes en
género y edad mantienen unas prácticas de relación comunes orientadas a satisfacer las necesidades básicas de mantenimiento o reproducción social y que estas prácticas de relación se manifiestan en los espacios vividos diariamente o en espacios de la vida cotidiana (Curià y Masvidal, 1998: 229).
Hemos de considerar igualmente que se trata de un grupo social cuyas bases económicas son la
agricultura y la ganadería, por lo que el ritmo de cambio de sus actividades de mantenimiento debía ser
cíclico y flexible. El tiempo cíclico es el que regía la vida cotidiana de los grupos del pasado y también de
algunas sociedades actuales no occidentales, sobre todo los grupos que tienen una base económica
agrícola y ganadera, que tienen como unidad de tiempo especialmente el ciclo, ya sea vital, anual, estacional o diario (Curià y Masvidal, 1998: 232).
En el caso del yacimiento que nos ocupa, nos encontramos ante una comunidad campesina pero
¿qué podemos decir acerca de los hombres y mujeres que habitaron la aldea? En relación con lo que significa el poblamiento de la Edad del Bronce en tierras valencianas, se ha hablado en ocasiones de comunidades con una estructura social fuertemente jerarquizada. La complejidad observada en las infraestructuras
de algunos poblados reflejaba la existencia de una estructura social capaz de organizar los trabajos de construcción y mantenimiento; y la información del registro, en cuanto a las dimensiones y funcionalidad de los
asentamientos, permitía plantear la hipótesis de un territorio jerarquizado (Gil-Mascarell, 1995). La alternativa
de análisis desde la perspectiva teórica de la Arqueología Social y bajo presupuestos materialistas (Jover,
1999) plantea una hipótesis que defiende la consolidación del tipo de vida campesina entre el final del III milenio y el inicio del II aC, a partir de la existencia de unidades de asentamiento de pequeño tamaño y de carácter familiar extenso, con relaciones de adhesión o filiación entre ellas. Y, más recientemente, Gómez Puche
(2004) ha presentado una nueva hipótesis dentro del marco teórico de la Arqueología Social, adoptando
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conceptos de las corrientes materialistas como explotación y conflictividad social, derivadas de los procesos de jerarquización y desigualdad. La autora propone una estructura social bajo la forma de grupos sedentarios jerarquizados, un modo de vida agrícola campesino en el cual la familia es el núcleo básico de organización socioeconómica; considerando que aún no se han establecido, entre las formaciones sociales,
relaciones claras de explotación y subordinación que nos permitan hablar de formaciones pre-clasistas, ni
tampoco de clases sociales, por lo que serían formaciones en las que el peso de las relaciones de parentesco y entre linajes continuaría siendo grande; grupos segmentarios jerarquizados con prácticas económicas determinadas basadas en una agricultura cerealística extensiva y una explotación ganadera intensiva.
Ahondando un poco más en el tema, la interpretación del registro arqueológico nos habla, en efecto, de una comunidad campesina con un núcleo estable y reducido de población que recuerda, salvando la distancia cronológica, el modelo de los poblados de la cultura Castreña Astur estudiados por
Fernández-Posse (2000), sobre todo
en su definición de la unidad doméstica, a través de la definición del grupo
familiar que permite la estructura interna de los castros. La unidad básica de
estudio es la familia y las familias campesinas se caracterizan por ser productoras y consumidoras de su propio
trabajo, es decir, el objetivo de su trabajo es el propio consumo, siendo su
exclusiva mano de obra todos sus
miembros, sin distinción de edad o
sexo. El protagonismo de la mujer en
los trabajos del campo y en la vida de
Fig. 7: Reconstrucción del espacio interior de la habitación I.
la comunidad es valorado generalmente pero la actividad dentro de la unidad de producción familiar sería paritaria para hombre y mujer. No obstante, no debemos confundir la importancia de la mujer en la unidad de producción, consumo y reproducción con su acceso a la estructura de poder, puesto que se trata de una actividad que se realiza dentro de la esfera doméstica, en paridad con otras que tradicionalmente se le atribuyen, como el tejido o la
transformación de alimentos. Fernández-Posse apunta que la tradición antropológica considera la introducción del arado como el momento del paso de la mujer horticultora al hombre agricultor pero, en su
opinión, no parece concluyente que la dificultad del trabajo de arada fuera la causa de la separación de
la mujer de esa actividad, tanto por el tamaño de las parcelas, lo ligero de los suelos, el propio tipo de
arado y la presencia de animales de tiro, por lo que es razonable pensar que se trataría de un trabajo
compartido. Y lo mismo con la ganadería, si tenemos en cuenta que el registro arqueológico contradice
una ganadería “masculina”. Los estudios zooarqueológicos revelan una ganadería de carácter acusada-
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mente doméstico y con buena compensación entre el aporte calórico a la dieta y el aprovechamiento de
productos secundarios, entre los que destaca la lana; la producción pecuaria aparece en simbiosis y
complementariedad con la agraria. Argumentos que podrían ser válidos para la Lloma de Betxí (Fig. 7).
Conclusiones
Aunque de forma breve, queremos hacer mención de aquellas líneas de investigación en las que diferentes
autoras trabajan desde hace ya varios años, sumando esfuerzos, experiencias y resultados. Sirva de ejemplo
el reconocimiento de la presencia de las mujeres en diferentes actividades tradicionalmente asociadas a lo
masculino, como la industria lítica. M. Sánchez Romero (2000) señala a la mujer como productora y usuaria
de útiles de piedra tallada en el yacimiento de los Castillejos de Montefrío (Granada), argumentando que entre
el utillaje lítico se suele destacar aquel referido a actividades marcadamente masculinas como la caza o la guerra, a pesar de que la mayoría de la tipología lítica está dedicada al trabajo de la
madera o pieles, al trabajo de la cerámica, a la producción de alimentos, o sea
actividades de mantenimiento en general, por lo que pudieron haber sido fabricados y/o utilizados por mujeres. La
autora reivindica así el hecho de que los
espacios son compartidos y el que los
dos sexos realizan tareas de igual importancia económica. “Incluso si admitieramos que en algunas sociedades prehistóricas las mujeres no fabricaron o usaFig. 8A: Campaña de 2003. Enterramiento hallado en los cuadros G-H/13-14. Reconstrucción.
Infografía de A. Sánchez Molina.
ron útiles, sería insostenible deducir que
las actividades económicas desarrolladas por las mujeres no influyeron en las
decisiones sobre la producción, uso y desecho de la tecnología de los hombres. Por otra parte es tan amplio
el abanico de trabajos y situaciones en las que la mujer debió utilizar útiles de piedra que podría parecer absurdo el negarlo, situaciones que van desde cortar carne, recoger cereal, trabajar la piel, tatuar, cortar el pelo o,
incluso, cortar el cordón umbilical de un recien nacido” (Sánchez Romero, 2000: 101). Y otras perspectivas
similares de análisis recogidas en el volumen “Arqueología y Género”, editado por M. Sánchez Romero (2005),
con ejemplos de P. González Marcén y M. Picazo Gurina, en relación a la cotidianeidad como objeto de investigación histórica y la evidencia arqueológica de lo cotidiano en el caso concreto del yacimiento de Can
Roqueta (Sabadell, Barcelona); de S. Montón, sobre prácticas de alimentación, cocina y arqueología; de L.
Colomer, sobre la fabricación de cerámica argárica; de T. Orozco, sobre el utillaje lítico pulimentado; o de M.
Sánchez y A. Moreno Onorato, sobre la producción metalúrgica en Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén).
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Si bien la Arqueología nos aporta sólo determinados recursos de interpretación, no por ello debemos renunciar a conocer el proceso histórico y su desarrollo, los porqués y las causas de los cambios
y su perduración y, para ello, no es preciso ir a la individualidad ni pretender sexuar los trabajos o los instrumentos. Otras perspectivas de análisis se presentan y así, en opinión de A. Vila (2002), si queremos
ver diferencia en las actividades realizadas, en la distribución del producto, en el acceso a los recursos,
o si había consumo diferencial, debemos recurrir a los cuerpos de los/las sujetos, a los enterramientos.
O sea, recurrir a los restos humanos para ver si hay diferencias en lo referente al acceso a los bienes y
condiciones de vida; constatar si se produjeron carencias físicas, enfermedades, traumatismos; la presencia o no de ajuar; el trabajo invertido en la preparación de la tumba, etc. (Vila, 2002: 339). Poco podemos aportar acerca de la presencia de inhumaciones diferenciales en los yacimientos valencianos dada
la escasez de enterramientos bien documentados, al menos en lo que se refiere a los poblados de la
Cultura del Bronce Valenciano (Martí,
de Pedro y Enguix, 1995); además los
ajuares son casi inexistentes, a pesar
de la existencia de redes de intercambio, como prueban determinadas
materias primas y elementos de prestigio como los objetos metálicos, las
cerámicas decoradas o los botones
de marfil, presentes en el yacimiento
que ahora nos ocupa. Y del hallazgo,
hasta ahora, de dos enterramientos
humanos, ambos masculinos y sin
ningún tipo de ajuar; uno de ellos en
posición primaria (Fig. 8A-8B) y el otro
secundario (de Pedro, 2005), cuyos
Fig. 8B: Campaña de 2003. Enterramiento hallado en los cuadros G-H/13-14. Reconstrucción.
Infografía de A. Sánchez Molina.
estudio osteoarqueológico se encuentra todavía en fase de realización (de Miguel, e.p.).
Conscientes de las carencias de nuestro trabajo, hemos tratado de ofrecer una nueva lectura de los
datos aportados por un yacimiento singular como es la Lloma de Betxí. Se trata tan sólo de un avance realizado desde la perspectiva de la Arqueología del Género reevaluando la evidencia arqueológica existente,
revisando anteriores interpretaciones y aplicando la metodología necesaria para hallar en el registro arqueológico datos que se puedan correlacionar de forma unívoca con actividades y presencia de mujeres, de
acuerdo con nuestra voluntad de hacerlas visibles, tal y como lo expresaba P. González Marcén: “No obstante, el problema de base estriba en lo que Ruth Tringham (1991) definía “en cómo dar cara” a los restos
arqueológicos, cómo reeconocer en ellos seres humanos diferenciados que permitieran interpretar sus lugares y niveles de cooperación o de conflicto. Ciertamente, el registro arqueológico no permite ese reflejo más
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allá, como mucho, de los humanos fosilizados que encontramos, desde el Pleistoceno hasta el mundo clásico, en enterramientos o en representaciones iconográficas...” (González Marcén, 2000: 15). De manera
que, al menos en nuestro caso y de acuerdo con dicha autora, nos queda mucho por hacer: desarrollando nuevas estrategias de investigación, creando esquemas de categorización, discutiendo las bases epistemológicas que fundamentan las interpretaciones históricas convencionales, abordando aspectos de las
vivencias históricas de mujeres y hombres que enriquezcan la complejidad de los discursos, desarrollando
procedimientos analíticos que hagan visibles relaciones e interconexiones antes ocultas y, también, buscando datos que ilustren otras actividades, otros trabajos, otras vivencias (González Marcén, 2000: 15).
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ELGRUPODOMÉSTICO
Y LAS ACTIVIDADES DE MANTENIMIENTO
EN UNA ALDEA DE LA EDAD DEL BRONCE.
LA LLOMA DE BETXÍ (PATERNA, VALÈNCIA)
MARIA JESÚS
DE PEDRO MICHÓ
Servei d’Investigació Prehistòrica
Introducción
A la hora de colaborar en la redacción del libro que acompaña la exposición “Les dones en la Prehistòria”
hemos intentado, en primer lugar, acercarnos al significado de la Arqueología del Género y ver de que manera debíamos enfocar nuestra interpretación de un registro arqueológico publicado con anterioridad (de Pedro,
1998). Nuestro objetivo es el de ofrecer una nueva lectura de la información relativa a una gran edificación
construida en el poblado de la Edad del Bronce de la Lloma de Betxí (Paterna, Valencia), en los momentos
iniciales de su ocupación (Fig. 1). Con especial atención del ajuar doméstico de una de las viviendas o departamentos de dicha edificación que nos permita ilustrar las actividades cotidianas realizadas por hombres y
mujeres, parte de una pequeña comunidad campesina de hace aproximadamente 4500 años.
Diferentes autoras1 nos han aportado la necesaria información para centrar nuestro trabajo desde la
perspectiva de la Arqueología del Género, uno de los enfoques arqueológicos que mayor interés ha suscitado en los últimos años; surgido como crítica al androcentrismo tan fuertemente arraigado en la sociedad occidental y como corrección del sesgo androcéntrico en Arqueología, que incluye la crítica a las discriminaciones en la práctica arqueológica, la revisión de la historia de la Arqueología, o la propia investigación del género en el pasado a partir de la información contenida en el registro arqueológico. Sobre todo en relación con
la Arqueología doméstica y el valor de lo doméstico en la vida social y política de las sociedades del pasado.
Los trabajos pioneros de M. W. Conkey, J. F. Spector y J. Gero (Conkey y Spector, 1984; Gero y
Conkey, 1991) han sido decisivos para potenciar la aproximación de la teoría feminista a la investigación
arqueológica, pese a las limitaciones metodológicas de la disciplina para hacer visibles a las mujeres en
los contextos arqueológicos (Pallarés, 2000: 62); aunque esa dificultad para identificar a las mujeres se
extiende igualmente a los hombres.
El término “sexo” está vinculado a los rasgos biológicos, y se expresa en la oposición binaria varón/hembra. Por el contrario, el término “género” va más allá de la dicotomía masculino/femenino, y precisa las rela1Entre otras Margarita Díaz-Andreu, Paloma González-Marcén, Almudena Hernando, Marina Picazo, Mª Ángeles Querol o Encarna Sanahuja.
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ciones entre individuos. El Género es un complejo sistema de significados: como categoría social nos permite comprender cómo la gente –en culturas singulares- identifica quiénes son, qué son capaces de hacer,
qué deberían hacer, y cómo deben relacionarse con otros, similares y diferentes a ellos mismos. El género
es un sistema social, antes que una categoría definida biológicamente, que varía transculturalmente, y que
cambia a lo largo del tiempo (Conkey y Spector, 1984). Podemos entender el género como una conducta
aprendida, resultado de un proceso histórico específico de socialización (Gilchrist, 1999: 9).
¿Qué significa adoptar un “enfoque de género” en las investigaciones arqueológicas? La Arqueología
de género ha madurado desde los primeros trabajos en el ámbito anglosajón. En los años 70 y principios
de los 80 pretendía ser objetiva, haciendo visibles a las mujeres, corrigiendo el
sesgo androcéntrico. El género puede
ilustrar las vías en que roles y relaciones
se construyen en sociedad. En los últimos años muchas autoras tienden al
estudio holístico del significado y experiencia de las diferencias sexuales y de
las identidades de género en el pasado
(Gilchrist, 1999: 146). En Arqueología
podemos “usar” el género para “hacer”
más, y para “decir” más (Conkey y
Gero, 1991: 12-13). Se trata, en este
sentido, de una perspectiva que permite enriquecer las interpretaciones, imaginando y presentando percepciones
múltiples antes que elegir la explicación
más obvia, más demostrable o funcioFig. 1: Lloma de Betxí, Paterna. Vista aérea del yacimiento al finalizar la campaña de 1994.
nal (Tringham, 2000).
En la presentación del yacimiento
que ahora nos ocupa, intentaremos
plantear una lectura a partir del análisis de aquellas variables que pueden permitirnos una visualización
del grupo que habita este poblado de la Edad del Bronce, en función tanto de sus diferencias sexuales,
como de sus relaciones de género, partiendo del registro material, de las estructuras arquitectónicas,
bases económicas, etc.
El yacimiento
Al oeste de la ciudad de Valencia y al norte del río Túria, la Lloma de Betxí se sitúa en una pequeña elevación,
en un cerro de escasa altura a 99 m s.n.m., con un desnivel de 30 m respecto al llano. De forma alargada,
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sus dimensiones son 50 x 20 m en la parte superior, aunque el asentamiento alcanza la parte baja del cerro.
Las excavaciones comenzaron en 1984 y han continuado hasta ahora de forma casi ininterrumpida (Fig. 2).
La parte superior está ocupada por una gran edificación de 34 m de longitud y 10 m de anchura compuesta por dos departamentos separados por un muro y comunicados por una puerta, las habitaciones I y
II, y por una dependencia alargada paralela a los muros de éstas, el corredor Oeste. Los muros son de piedra de 1 m de anchura, su aparejo irregular de mediano tamaño sin carear, trabado con tierra y con una disposición descuidada, y están revestidos por un enlucido o revoque. El alzado de las paredes se conserva
con una altura entre 1 y 2’50 m; un vano de 1 m de ancho comunica ambos departamentos y el acceso al
exterior se encuentra en el muro oriental de la habitación II con una puerta de 1’50 m de anchura. La edificación descansa sobre el suelo natural de la montaña, sin evidencias de construcción anteriores, y debió alcanzar entre 4 y 6 m de altura; cubierta por una techumbre plana, en terraza, o con una suave inclinación, y sustentada por dos hileras de postes (Fig.
3). En el exterior, por su extremo sur, se
le adosa una cisterna de planta oval y, a
continuación, se abre un camino de
acceso en rampa que sube desde la
base del cerro, en zig-zag. Junto a la
puerta de entrada a las habitaciones
existe otra cisterna también de planta
oval y, hacia el norte, otro departamento
de grandes dimensiones y planta aproximadamente circular amplía el espacio
destinado a vivienda y permite valorar la
evolución del poblado desde la imagen
Fig. 2: Lloma de Betxí, Paterna. Plano de las estructuras del asentamiento.
inicial dominada por la singular construcción de la parte superior. Asimismo,
un complejo sistema de aterrazamiento de la ladera, realizado con grandes muros ataludados, configura una
serie de plataformas y transforma sustancialmente el perfil original de la pequeña montaña.
La destrucción del edificio a causa de un incendio selló el nivel de ocupación, cubierto por potentes
derrumbes, lo que explica la extraodinaria documentación con que contamos. La interpretación y valoración de los restos exhumados permite reconstruir la imagen de un pequeño poblado situado en una elevación de escasa altura cuyas construcciones más significativas se encuentran en la parte superior del
cerro. Las dataciones absolutas obtenidas a partir de los restos carbonizados de la madera utilizada en la
techumbre sitúan la construcción entre 3725±60 BP, calibrada entre 2229 y 2045 BC, y 3505±55 BP,
entre 1914 y 1753 BC, es decir, en los inicios del II milenio aC, mientras que su destrucción ha sido datada a partir de dos muestras de cereal carbonizado procedente del suelo de las habitaciones, que han proporcionado unas fechas entre 3440±70 BP, cal BC 1870-1660, y 3460±80 BP, cal BC 1885-1670.
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La habitación I. Las actividades de mantenimiento
La categoría de actividades de mantenimiento hace referencia a un conjunto de actividades, agrupadas
tradicionalmente como domésticas, relacionadas con el cuidado y mantenimiento de la vida en los grupos humanos: actividades relativas a la práctica de la alimentación, la gestación y crianza de niños y
niñas, la atención a los segmentos del grupo que no pueden cuidarse a sí mismos, la higiene y salud
pública. El estudio de dichas actividades pretende historizar ese ámbito de la práctica humana y restituir
al pasado la importancia de su día a día (Montón, 2000: 53). Se trata de identificar el conjunto de prácticas que engloban las actividades de mantenimiento y ver como se expresan sus espacios. La arqueología presenta un gran potencial para ello ya que la mayoría de materiales y muchos de los espacios físicos que recuperamos en una excavación son producto de ellas y deberían permitir entender las relaciones que se generan para llevarlas a cabo y cómo se conjugan con las otras relaciones y prácticas de
esa comunidad (Montón, 2000: 54).
Las actividades de mantenimiento aparecen asociadas generalmente a las unidades domésticas, en
las que siempre están presentes las
mujeres, mientras que los espacios
públicos y territoriales se vinculan generalmente al dominio masculino. La
investigación conocida como household archaeology o arqueología de las
casas se interesa por la organización
de las actividades sociales a una microescala ya que es precisamente en ese
Fig. 3: Lloma de Betxí, Paterna. Planta y sección de las habitaciones I y II.
contexto donde se ha considerado que
está garantizada la presencia de mujeres y, por ello, su objetivo es demostrar
como el género estructura las relaciones sociales y económicas dentro de las casas, haciendo visible el
trabajo de las mujeres. En realidad, no tiene sentido separar lo que pasa dentro y fuera de las casas porque lo que ocurre dentro de una unidad espacial sólo puede entenderse si se analiza la interrelación que
este espacio mantiene con el resto de unidades espaciales (Pallarés, 2000: 74). De hecho el espacio de
las actividades de mantenimiento es más abierto que el espacio del household y no requiere la presencia
de estructuras arquitectónicas identificadas como casas (Montón, 2000: 54). “Esfera de relacions socials
en la qual diverses persones agrupades amb vincles de sang, afinitat i/o pràctica social conviuen diàriament,
l’espai es deriva de l’acció i, per tant, pot ser unitari o múltiple (ocupar més d’un lloc i no necessàriament de
tipus d’habitatge)” (Bardavio y González Marcén, 1996: 13, citado en Montón, 2000). Hay actividades de
tipo universal que se realizan dentro de las casas como el procesado de alimentos, consumo, descanso,
etc. Pero también hay casas especializadas en algún tipo de actividad productiva, y actividades de mantenimiento que se pueden realizar en espacios exteriores vinculados al espacio doméstico.
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En efecto, la arqueología de las casas está estrechamente relacionada con trabajos sobre arquitectura doméstica, pero la identificación de casas, cabañas y estructuras arquitectónicas en general es una
tarea complicada y hay dificultades metodológicas en atribuir restos arquitectónicos y datos específicos
a unidades sociales como la familia o la casa. Los restos arquitectónicos sólo son una parte de la cultura material y, por ello, diferentes autores reclaman que los restos artefactuales son un mejor indicador de
la función de las habitaciones que el tamaño de la habitación o las características arquitectónicas.
Volviendo al gran edificio de la Lloma de Betxí, sobre las técnicas y materiales utilizados en su construcción ya nos hemos ocupado en anteriores trabajos. Nos interesa ahora centrarnos en su organización
interna y en la posibilidad de definir las áreas de actividad y las tareas que configuran el quehacer cotidiano de mujeres y hombres, en función del sexo o la edad, y en relación con las actividades vinculadas no
sólo al espacio interior o doméstico, sino también al espacio exterior. Sobre todo a partir del ajuar exhumado en la Habitación I y del análisis
de las bases económicas (Fig. 4).
Divisiones internas como tabiques, realizados con materiales frágiles,
barro, madera o cañizo, no han dejado
vestigios de su ubicación, a no ser la
distinta coloración de la tierra señalada
en algunos puntos. Así, una zona de
color más oscuro junto a la pared oriental se interpreta como un altillo de
madera cuya combustión ha dejado
una mancha uniforme sobre el suelo de
la habitación; las manchas de color roji-
Fig. 4: Campaña de 1984. Habitación I, cuadros A-B/1-2. Suelo de ocupación del nivel I.
zo evidencian la descomposición de
estructuras de arcilla endurecida, y los
restos de un pavimento o plataforma más elevada aparecen señalados por una concentración de cantos
rodados y pequeñas piedras. Otras estructuras, pese a su composición endeble, de barro y arcilla, se han
conservado, como bancos y soportes de tierra y piedra cuya función responde a vasares, cubetas, muretes en resalte, pequeños hornos, etc. La distribución de los materiales arqueológicos muestra una zona de
almacenaje señalada por la gran cantidad de vasos cerámicos conteniendo abundante cereal carbonizado,
aproximadamente 75 vasos (Fig. 5), entre los cuales ollas y orzas, cuencos de pequeño tamaño apilados
en número de 30; o el interesante hallazgo de un gran vaso en cuyo interior aparecen otros recipientes de
menor tamaño conteniendo a su vez botones de hueso y marfil con perforación en “V”, cuentas de collar,
dientes de hoz de sílex, todo ello junto a un banco adosado, un horno construido con lajas verticales y un
soporte circular de barro. También se delimita un espacio de molienda con molinos barquiformes y sus
correspondientes molederas, asociados a recipientes con cereal carbonizado. Un conjunto de 28 piezas
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rectangulares de barro con cuatro perforaciones circulares, dos en cada extremo, de 22-24 cm de largo
por 12-14 de ancho, apiladas sobre el suelo de ocupación podría indicar cierta actividad textil, aunque su
tamaño y peso las alejan de su utilización en un telar vertical y más bien parece tratarse del lugar de almacenaje de unas piezas muy homogéneas en cuanto a peso, tamaño y forma, quizás utilizadas como torcedores de fibras, devanadores, o pequeños telares horizontales.
En resumen, el ajuar doméstico se compone de 130 vasos cerámicos, carenados, ollas y orzas de gran
tamaño con señales de haber estado sujetas por cuerdas, cuencos, cazuelas, vasos geminados, coladores
y queseras; piezas líticas como dientes de hoz, algunos de sílex tabular; botones de hueso y marfil de forma
prismática y perforación en “V”, brazaletes de arquero de piedra y objetos de adorno como cuentas de collar,
conchas perforadas, colgantes de piedra y un colgante de madera de olivo. Su distribución pone de manifiesto la existencia de una importante área vinculada al almacenaje y preparación de alimentos, con los cereales, los molinos y molederas y los hornos; de cierta actividad textil, del frecuente uso y trabajo de la madera, y de
actividades artesanales como la cestería, como prueban los restos de cuerda
de esparto carbonizado, las improntas
de trenzado en fragmentos de barro, o
la huella en negativo de las cuerdas que
rodeaban el cuello de algunos vasos
cerámicos, así como la impronta de una
especie de pleita o de trama vegetal
que configura el armazón interno de
algunos recipientes, señal de su utilizaFig. 5: Vasos cerámicos hallados en el interior de la Habitación I. Campaña de 1984.
ción en la fabricación de cerámica, desaparecida en el proceso de cocción.
Actividades que se vinculan tradicional-
mente con las mujeres, en el caso de la preparación de alimentos, la molienda o el trabajo textil, y otras, como
la manufactura lítica, asociada generalmente a lo masculino, que comparte aquí el mismo espacio, si bien
hablamos de productos ya manufacturados y no de las evidencias del propio proceso de fabricación (Fig. 6).
De acuerdo con la distribución del ajuar, algunos modelos etnográficos (Hastorf, 1991) se basan en
la organización espacial de los restos alrededor de los hogares para identificar las áreas de actividad de
género en contextos arqueológicos. Así, se asume que una mayor diversidad y variabilidad de herramientas puede correlacionarse directamente con área doméstica y toda área de actividad doméstica es automáticamente un espacio femenino. Pero el modelo puede enmascarar la variabilidad de los roles de
género en diferentes condiciones sociales, culturales, históricas, demográficas o medioambientales
(Pallares, 2000: 77). Se asume que existe una segregación espacial de las actividades según el género
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[page-n-7]
pero no todas las sociedades gestionan y utilizan el espacio de forma específica según el sexo o la funcionalidad de las actividades y, en ocasiones, el modelo responde a áreas de actividad polivalentes. El
comportamiento de género no siempre es visible etnográficamente y tampoco tiene porque ser visible
arqueológicamente. El espacio del grupo doméstico ha de ser estudiado como un medio ilimitado, conceptual y físicamente, donde la práctica diaria de las actividades de mantenimiento y las relaciones sociales que generan, lo crean, lo modifican y lo transforman. El espacio físico va más allá de la casa y se
puede extender a su entorno o a otras áreas. Las tareas de mantenimiento son multiespaciales, aunque
algunas requieren ciertas instalaciones materiales, por ejemplo el procesado de alimentos. Y, a la vez, en
una misma zona pueden llevarse a cabo diversas actividades de mantenimiento. Todo depende de hábitos o rutinas que se van marcando de generación en generación (Curià y Masvidal, 1998: 230).
Las bases económicas.
La agricultura y la ganadería
De acuerdo con lo expuesto en el epígrafe anterior, proponemos relacionar
los artefactos con otro tipo de restos
documentados en el proceso de excavación, como la fauna y los restos
botánicos aparecidos tanto en el interior del espacio doméstico como en el
exterior, en basureros; determinar las
bases económicas y analizar el componente social para valorar mejor las
relaciones de género. En el espacio
ocupado por la habitación I, el cereal
Fig. 6: Vasos cerámicos hallados en el interior de la Habitación I. Campaña de 1984.
carbonizado, los molinos y el horno
señalan un proceso de preparación de
determinado tipo de alimentos, pero no se ha definido con claridad ningún hogar, quizás debido a la dificultad de su localización por tratarse de un nivel de incendio en el que abundan los carbones procedentes de la madera utilizada en la construcción, al margen de otros dispersos entre el sedimento, por lo que
la identificación de los hogares es dudosa. Dificultad a la que se añade que los restos de fauna no indican concentraciones significativas; son restos astillados en su mayoría, sobre el suelo de ocupación, producto de su consumo o de su utilización para fabricación de utillaje, pero sin evidencias directas de su
cocinado. También influye el hecho de que la habitación debía limpiarse con regularidad y los desechos
vertidos al exterior en basureros localizados en otras áreas. Pero, aún así, debemos preguntarnos acerca de dichos restos para inferir las pautas de su consumo y utilización y la incidencia de la caza y de la
ganadería en las bases económicas del poblado. Así, sobre un total de 486 restos, sólo 160 han sido
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identificados, 75 de animales domésticos y 85 de silvestres. Bóvidos (Bos Taurus) y cerdos (Sus domesticus y Sus sp.) son escasos y entre los restos de ovicápridos, algunos están quemados y sólo una costilla presenta marcas de descarne. Entre los silvestres, 34 restos de ciervo (Cervus elaphus), algunos con
huellas de descarne y otros, concretamente de asta, deformados por el fuego y en dos casos serrados
en un extremo. La presencia de conejos (Oryctolagus) es de 22 fragmentos y el resto se reparte entre
jabalí (Sus scropha) -un fragmento con huellas de golpeo y descarne-, zorro (Vulpes vulpes), lagarto
(Lacerta lepida), perdiz (Alectoris rufa) y galápago (Mauremys caspica).
En el cómputo total de la fauna del yacimiento destaca igualmente la presencia de ciervos, lo que
significa que su caza no era ocasional, sino una de las principales actividades, pese a estar plenamente
establecidas la agricultura y la ganadería como bases económicas. Ganadería que proporcionaría materias primas como la leche y sus correspondientes derivados, además de lana, sebo, pieles y carne. La
presencia de bóvidos, con ejemplares viejos sacrificados en edad adulta, indica su utilización como animales de tracción; otro tanto sucede con los ovicápridos, ejemplares viejos, individuos no aptos para la
cría ni para la producción de leche, por lo que su presencia debe relacionarse con su rendimiento como
productores de lana. Hablamos, pues, de una clara diversificación de actividades, relacionadas con la
transformación de productos básicos en productos secundarios, como complemento de la agricultura y
también de la caza. La explotación de la pequeña cabaña animal conllevaría la elaboración de productos
derivados de la leche, por ejemplo con la fabricación de quesos; de cierta actividad textil, relacionada con
el aprovechamiento de la lana; del trabajo de las pieles y la fabricación de utillaje óseo a partir de la materia prima obtenida de los animales, etc. Por otra parte, la presencia abundante de ciervos, junto a corzos, jabalíes, conejos, liebres, perdices, y también galápagos o doradas, nos habla de un paisaje con
notable cobertura vegetal y cursos de agua importantes con abundancia de pesca (Sarrión, 1998). En
el mismo sentido coinciden las apreciaciones del estudio del resto de la fauna del yacimiento, realizado
por A. Sanchis, con la presencia de un importante número de restos y un ligero predominio de especies
silvestres como el ciervo. Entre los animales domésticos y susceptibles de formar parte de la dieta humana, destacan los ovicaprinos con un elevado porcentaje de restos no identificados, muestra del grado de
fragmentación producido; no obstante, la representación por especies, más las edades de sacrificio y la
representación anatómica muestran que la explotación ganadera en el yacimiento está basada fundamentalmente en los ovicaprinos, mientras los cerdos y bóvidos tienen un papel secundario. La presencia de especies silvestres como el ciervo y el conejo cumpliría su función de complemento a la dieta cárnica, junto con la pesca y la recolección. Los restos de cánidos hallados se vinculan a su papel como
ayudantes en la caza o en la custodia de rebaños y su presencia se atestigua también indirectamente en
marcas de su dentición sobre los huesos de otros animales (Sanchis y Sarrión, 2003). En general se trataría de pequeños rebaños, siendo la práctica de la agricultura la actividad económica más importante,
como indican las condiciones orográficas del asentamiento y su proximidad a zonas aptas para el cultivo y a cursos de agua estables, además de la evidencia directa que proporcionan los numerosos restos
de cereales localizados en el yacimiento.
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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La valoración de la capacidad de uso agrícola del territorio próximo al yacimiento presenta dos unidades claramente diferenciadas. Una corresponde al llano aluvial del río Túria, al sur del yacimiento,
donde encontramos niveles aterrazados del Pleistoceno superior y Holoceno; son suelos profundos, bien
drenados, con fluctuaciones en el contenido de materia orgánica a lo largo del perfil y contenidos elevados de carbonato cálcico que, dada su topografía llana y sus buenas condiciones de permeabilidad y
aireación presentan una capacidad de uso muy elevada (clase A). La otra unidad corresponde a los relieves que hacia el NE enmarcan al río Turia, constituida por un sustrato de calizas y margas miocénicas,
en la que el encajamiento de la red de drenaje ha conformado una topografía irregular de cerros y vaguadas. Las principales limitaciones que se presentan en esta unidad son la pendiente y el espesor del suelo
que condicionan una baja capacidad de uso (clase D). Localmente se presentan áreas más llanas (como
son las zonas de interfluvio) que pueden presentar una capacidad de uso media (clase C), pero que
seguramente no fueron puestos en cultivo por los agricultores de la Edad del Bronce, dada la proximidad de buenos suelos para la agricultura con escasa pendiente, como es el llano aluvial del Túria.
La vocación agrícola del asentamiento está demostrada por el cereal hallado en ambas habitaciones. Las muestras estudiadas se refieren al cereal almacenado en grandes recipientes cerámicos, por
lo general trigo desnudo, en ocasiones cebada vestida, algunas malas hierbas y leguminosas; la cebada vestida y la esprilla son escasas. Destaca la presencia de un fragmento de pepita de uva, especie
rara en contextos anteriores a la Edad del Hierro aunque la planta se desarrolla de forma espontánea
en los bordes de los ríos, caso de la Lloma situada junto al río Turia, por lo que sería recolectada habitualmente para el consumo humano. La presencia de leguminosas es escasa, habas, algún guisante y
lentejas. La actividad de recolección de frutos y verduras ha dejado una presencia muy pobre en el
registro, tan sólo uva y moras. En espacios exteriores, como el Sector Este, la presencia de cebada
(Hordeum sp.) y trigo (Triticum aestivum/durum) es escasa, aparece alguna leguminosa como lentisco
(Pistacea lentiscus) y destacan, sobre todo, los numerosos fragmentos de bellotas (Quercus sp.) hallados, frutos que han sido utilizados tradicionalmente como complemento de la dieta humana, además
de cómo alimento para el ganado. Igualmente es posible el consumo de los frutos del lentisco o su uso
para la elaboración de aceite, y determinadas quenopodiáceas o crucíferas también pueden ser utilizadas como verduras (Pérez Jordà, 1998).
El análisis de los restos carpológicos junto a los datos que aporta el estudio de los útiles agrícolas
nos permiten acercarnos a las prácticas agrarias de estas comunidades. Hachas, azuelas y dientes de
hoz componen el utillaje relacionado con éstas, sin olvidar que en gran parte éste se elabora con madera por lo que su conservación es problemática. Por otra parte, el uso de los bóvidos como fuerza de trabajo permite pensar en la introducción del arado. Y los hallazgos de conjuntos cerrados formados por
una sola especie indica que el cultivo de las distintas especies se realiza por separado. Los cereales
documentados pueden ser sembrados tanto en otoño como en primavera, aunque por las características climáticas de la zona mediterránea es habitual su cultivo como cereales de invierno. El mantenimiento de la productividad en los campos debió obtenerse mediante el sistema de barbecho que permite la
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recuperación de los suelos, un mayor grado de humedad y el control de las malas hierbas. Además las
tierras en barbecho pueden ser utilizadas para la alimentación del ganado.
Para la recolección de los cereales se utilizarían las hoces aunque también se pueden arrancar las espigas con las manos. A continuación los trabajos previos al almacenamiento, el secado al aire libre, la trilla para
deshacer las espigas y espiguillas, el aventado y la criba. El cereal se almacena ya limpio, sin restos de glumas, de raquis o de entrenudos y con presencia escasa de malas hierbas. Las operaciones de limpieza del
cereal debieron realizarse en el exterior de la casa, a juzgar por la ausencia de restos que indiquen estas operaciones en el interior. En resumen, se trata de un sistema agrícola basado en una agricultura extensiva de
cereales que hizo posible la introducción del arado, complementada por una agricultura intensiva de huerto.
El grupo doméstico. Los hombres y mujeres que habitaron la aldea
Analizamos ahora el grupo doméstico que habitó la Lloma de Betxí, entendido como un grupo social que
comparte una serie de actividades vinculadas al mantenimiento y el cuidado de la vida diaria, y que no
puede ser estudiado como una unidad social homogénea. La vinculación de la mujer a la vida doméstica,
a partir de las tareas de cuidar y dar soporte, se acepta de antemano, aunque diversos estudios antropológicos y sociológicos muestran también que, en muchas sociedades, individuos de intereses diferentes en
género y edad mantienen unas prácticas de relación comunes orientadas a satisfacer las necesidades básicas de mantenimiento o reproducción social y que estas prácticas de relación se manifiestan en los espacios vividos diariamente o en espacios de la vida cotidiana (Curià y Masvidal, 1998: 229).
Hemos de considerar igualmente que se trata de un grupo social cuyas bases económicas son la
agricultura y la ganadería, por lo que el ritmo de cambio de sus actividades de mantenimiento debía ser
cíclico y flexible. El tiempo cíclico es el que regía la vida cotidiana de los grupos del pasado y también de
algunas sociedades actuales no occidentales, sobre todo los grupos que tienen una base económica
agrícola y ganadera, que tienen como unidad de tiempo especialmente el ciclo, ya sea vital, anual, estacional o diario (Curià y Masvidal, 1998: 232).
En el caso del yacimiento que nos ocupa, nos encontramos ante una comunidad campesina pero
¿qué podemos decir acerca de los hombres y mujeres que habitaron la aldea? En relación con lo que significa el poblamiento de la Edad del Bronce en tierras valencianas, se ha hablado en ocasiones de comunidades con una estructura social fuertemente jerarquizada. La complejidad observada en las infraestructuras
de algunos poblados reflejaba la existencia de una estructura social capaz de organizar los trabajos de construcción y mantenimiento; y la información del registro, en cuanto a las dimensiones y funcionalidad de los
asentamientos, permitía plantear la hipótesis de un territorio jerarquizado (Gil-Mascarell, 1995). La alternativa
de análisis desde la perspectiva teórica de la Arqueología Social y bajo presupuestos materialistas (Jover,
1999) plantea una hipótesis que defiende la consolidación del tipo de vida campesina entre el final del III milenio y el inicio del II aC, a partir de la existencia de unidades de asentamiento de pequeño tamaño y de carácter familiar extenso, con relaciones de adhesión o filiación entre ellas. Y, más recientemente, Gómez Puche
(2004) ha presentado una nueva hipótesis dentro del marco teórico de la Arqueología Social, adoptando
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conceptos de las corrientes materialistas como explotación y conflictividad social, derivadas de los procesos de jerarquización y desigualdad. La autora propone una estructura social bajo la forma de grupos sedentarios jerarquizados, un modo de vida agrícola campesino en el cual la familia es el núcleo básico de organización socioeconómica; considerando que aún no se han establecido, entre las formaciones sociales,
relaciones claras de explotación y subordinación que nos permitan hablar de formaciones pre-clasistas, ni
tampoco de clases sociales, por lo que serían formaciones en las que el peso de las relaciones de parentesco y entre linajes continuaría siendo grande; grupos segmentarios jerarquizados con prácticas económicas determinadas basadas en una agricultura cerealística extensiva y una explotación ganadera intensiva.
Ahondando un poco más en el tema, la interpretación del registro arqueológico nos habla, en efecto, de una comunidad campesina con un núcleo estable y reducido de población que recuerda, salvando la distancia cronológica, el modelo de los poblados de la cultura Castreña Astur estudiados por
Fernández-Posse (2000), sobre todo
en su definición de la unidad doméstica, a través de la definición del grupo
familiar que permite la estructura interna de los castros. La unidad básica de
estudio es la familia y las familias campesinas se caracterizan por ser productoras y consumidoras de su propio
trabajo, es decir, el objetivo de su trabajo es el propio consumo, siendo su
exclusiva mano de obra todos sus
miembros, sin distinción de edad o
sexo. El protagonismo de la mujer en
los trabajos del campo y en la vida de
Fig. 7: Reconstrucción del espacio interior de la habitación I.
la comunidad es valorado generalmente pero la actividad dentro de la unidad de producción familiar sería paritaria para hombre y mujer. No obstante, no debemos confundir la importancia de la mujer en la unidad de producción, consumo y reproducción con su acceso a la estructura de poder, puesto que se trata de una actividad que se realiza dentro de la esfera doméstica, en paridad con otras que tradicionalmente se le atribuyen, como el tejido o la
transformación de alimentos. Fernández-Posse apunta que la tradición antropológica considera la introducción del arado como el momento del paso de la mujer horticultora al hombre agricultor pero, en su
opinión, no parece concluyente que la dificultad del trabajo de arada fuera la causa de la separación de
la mujer de esa actividad, tanto por el tamaño de las parcelas, lo ligero de los suelos, el propio tipo de
arado y la presencia de animales de tiro, por lo que es razonable pensar que se trataría de un trabajo
compartido. Y lo mismo con la ganadería, si tenemos en cuenta que el registro arqueológico contradice
una ganadería “masculina”. Los estudios zooarqueológicos revelan una ganadería de carácter acusada-
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mente doméstico y con buena compensación entre el aporte calórico a la dieta y el aprovechamiento de
productos secundarios, entre los que destaca la lana; la producción pecuaria aparece en simbiosis y
complementariedad con la agraria. Argumentos que podrían ser válidos para la Lloma de Betxí (Fig. 7).
Conclusiones
Aunque de forma breve, queremos hacer mención de aquellas líneas de investigación en las que diferentes
autoras trabajan desde hace ya varios años, sumando esfuerzos, experiencias y resultados. Sirva de ejemplo
el reconocimiento de la presencia de las mujeres en diferentes actividades tradicionalmente asociadas a lo
masculino, como la industria lítica. M. Sánchez Romero (2000) señala a la mujer como productora y usuaria
de útiles de piedra tallada en el yacimiento de los Castillejos de Montefrío (Granada), argumentando que entre
el utillaje lítico se suele destacar aquel referido a actividades marcadamente masculinas como la caza o la guerra, a pesar de que la mayoría de la tipología lítica está dedicada al trabajo de la
madera o pieles, al trabajo de la cerámica, a la producción de alimentos, o sea
actividades de mantenimiento en general, por lo que pudieron haber sido fabricados y/o utilizados por mujeres. La
autora reivindica así el hecho de que los
espacios son compartidos y el que los
dos sexos realizan tareas de igual importancia económica. “Incluso si admitieramos que en algunas sociedades prehistóricas las mujeres no fabricaron o usaFig. 8A: Campaña de 2003. Enterramiento hallado en los cuadros G-H/13-14. Reconstrucción.
Infografía de A. Sánchez Molina.
ron útiles, sería insostenible deducir que
las actividades económicas desarrolladas por las mujeres no influyeron en las
decisiones sobre la producción, uso y desecho de la tecnología de los hombres. Por otra parte es tan amplio
el abanico de trabajos y situaciones en las que la mujer debió utilizar útiles de piedra que podría parecer absurdo el negarlo, situaciones que van desde cortar carne, recoger cereal, trabajar la piel, tatuar, cortar el pelo o,
incluso, cortar el cordón umbilical de un recien nacido” (Sánchez Romero, 2000: 101). Y otras perspectivas
similares de análisis recogidas en el volumen “Arqueología y Género”, editado por M. Sánchez Romero (2005),
con ejemplos de P. González Marcén y M. Picazo Gurina, en relación a la cotidianeidad como objeto de investigación histórica y la evidencia arqueológica de lo cotidiano en el caso concreto del yacimiento de Can
Roqueta (Sabadell, Barcelona); de S. Montón, sobre prácticas de alimentación, cocina y arqueología; de L.
Colomer, sobre la fabricación de cerámica argárica; de T. Orozco, sobre el utillaje lítico pulimentado; o de M.
Sánchez y A. Moreno Onorato, sobre la producción metalúrgica en Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén).
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Si bien la Arqueología nos aporta sólo determinados recursos de interpretación, no por ello debemos renunciar a conocer el proceso histórico y su desarrollo, los porqués y las causas de los cambios
y su perduración y, para ello, no es preciso ir a la individualidad ni pretender sexuar los trabajos o los instrumentos. Otras perspectivas de análisis se presentan y así, en opinión de A. Vila (2002), si queremos
ver diferencia en las actividades realizadas, en la distribución del producto, en el acceso a los recursos,
o si había consumo diferencial, debemos recurrir a los cuerpos de los/las sujetos, a los enterramientos.
O sea, recurrir a los restos humanos para ver si hay diferencias en lo referente al acceso a los bienes y
condiciones de vida; constatar si se produjeron carencias físicas, enfermedades, traumatismos; la presencia o no de ajuar; el trabajo invertido en la preparación de la tumba, etc. (Vila, 2002: 339). Poco podemos aportar acerca de la presencia de inhumaciones diferenciales en los yacimientos valencianos dada
la escasez de enterramientos bien documentados, al menos en lo que se refiere a los poblados de la
Cultura del Bronce Valenciano (Martí,
de Pedro y Enguix, 1995); además los
ajuares son casi inexistentes, a pesar
de la existencia de redes de intercambio, como prueban determinadas
materias primas y elementos de prestigio como los objetos metálicos, las
cerámicas decoradas o los botones
de marfil, presentes en el yacimiento
que ahora nos ocupa. Y del hallazgo,
hasta ahora, de dos enterramientos
humanos, ambos masculinos y sin
ningún tipo de ajuar; uno de ellos en
posición primaria (Fig. 8A-8B) y el otro
secundario (de Pedro, 2005), cuyos
Fig. 8B: Campaña de 2003. Enterramiento hallado en los cuadros G-H/13-14. Reconstrucción.
Infografía de A. Sánchez Molina.
estudio osteoarqueológico se encuentra todavía en fase de realización (de Miguel, e.p.).
Conscientes de las carencias de nuestro trabajo, hemos tratado de ofrecer una nueva lectura de los
datos aportados por un yacimiento singular como es la Lloma de Betxí. Se trata tan sólo de un avance realizado desde la perspectiva de la Arqueología del Género reevaluando la evidencia arqueológica existente,
revisando anteriores interpretaciones y aplicando la metodología necesaria para hallar en el registro arqueológico datos que se puedan correlacionar de forma unívoca con actividades y presencia de mujeres, de
acuerdo con nuestra voluntad de hacerlas visibles, tal y como lo expresaba P. González Marcén: “No obstante, el problema de base estriba en lo que Ruth Tringham (1991) definía “en cómo dar cara” a los restos
arqueológicos, cómo reeconocer en ellos seres humanos diferenciados que permitieran interpretar sus lugares y niveles de cooperación o de conflicto. Ciertamente, el registro arqueológico no permite ese reflejo más
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allá, como mucho, de los humanos fosilizados que encontramos, desde el Pleistoceno hasta el mundo clásico, en enterramientos o en representaciones iconográficas...” (González Marcén, 2000: 15). De manera
que, al menos en nuestro caso y de acuerdo con dicha autora, nos queda mucho por hacer: desarrollando nuevas estrategias de investigación, creando esquemas de categorización, discutiendo las bases epistemológicas que fundamentan las interpretaciones históricas convencionales, abordando aspectos de las
vivencias históricas de mujeres y hombres que enriquezcan la complejidad de los discursos, desarrollando
procedimientos analíticos que hagan visibles relaciones e interconexiones antes ocultas y, también, buscando datos que ilustren otras actividades, otros trabajos, otras vivencias (González Marcén, 2000: 15).
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