Mujeres y construcción de la prehistoria: un mundo de suposiciones
María Angeles Querol Fernández
2008
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MUJERESYCONSTRUCCIÓN
DE LA PREHISTORIA: UN MUNDO DE SUPOSICIONES
M. ÁNGELES QUEROL
Universidad Complutense de Madrid
Introducción
Es muy frecuente encontrar, en las diversas y cada vez más abundantes producciones educativas o turísticas relacionadas con la Prehistoria, presentaciones al público de museos, de yacimientos o incluso de
paisajes, en las que se emplean dibujos o construcciones virtuales de escenas sociales. Son escenas
en las que un medio ambiente determinado –y normalmente bien documentado, con flora y fauna adecuadas, con hábitats y cerámicas conocidas- es “decorado” con las figuras de hombres y mujeres de
variadas edades en actitudes sociales y, por lo tanto, interactuantes y significantes.
En muchos casos, las instrucciones de carácter “arqueológico”, dadas a quienes van a dibujar esas
escenas, tienen que ver precisamente con esa flora y esa fauna, con esos muros, calles y cerámicas,
con la existencia o no de hornos de pan, de forjas o de establos. Y en muy pocos casos existen indicaciones explícitas sobre qué personas –hombres o mujeres- y de qué edad deben representarse haciendo o no haciendo las distintas labores, en primer o en segundo plano, en qué actitudes, como protagonistas o como secundarias.
Sin embargo, si hay algo importante para las criaturas que van a visitar esos centros, o para la ciudadanía común que también los visita y que no conoce mucho sobre la naturaleza de la ciencia arqueológica, son precisamente esas personas y lo que están haciendo. Que la cerámica aparezca más o menos
exvasada, que las calles sean rectas o algo tortuosas, que los muros estén dibujados con ladrillos o con
piedras, importa poco porque no suele haber argumentos o conocimientos para establecer una actitud crítica frente a ello. Pero que en un poblado, por ejemplo, sólo haya hombres en las calles, o que una anciana aparezca arrodillada realizando una dura labor de molienda, o que unos niños y niñas acarreen agua o
leña, o por supuesto que un hombre en plenitud de la edad lleve a un bebé en brazos, son cuestiones que
importan, que se miran y de las que se comenta: o “qué barbaridad” o “qué curioso” o “qué salvajes eran”
o “qué mal trataban a la infancia” son comentarios mucho más frecuentes que “la cerámica no era tan roja”
o “en esos tiempos no había forja de hierro” o “las carreteras no se pavimentan hasta época romana”.
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Además, el público visitante establece unos lazos de “creencia” con aquello que le es mostrado por
la ciencia arqueológica: por supuesto creen que si se les presentan las calles tortuosas, es que eran así,
y que si las mujeres dibujadas están en el interior de sus cocinas, arrodilladas ante los fogones o las piedras de moler, mientras que los hombres realizan tareas mucho más interesantes y positivas –desde la
actualidad, que es desde donde se mira- como cazar, pescar, arar, sembrar o construir casas, es porque en el pasado prehistórico, eso era así. De ninguna manera se pueden imaginar que la Arqueología,
una ciencia, les esté engañando.
Sin embargo, para las personas que estamos dentro, que trabajamos en Arqueología y sabemos más
o menos sobre sus estrechos límites, está claro que el comportamiento social de la Prehistoria no deja huella arqueológica registrable salvo en casos excepcionales. Es decir, podemos llegar a saber que se tallaron
piedras, que se aprovecharon animales, que se realizaron tareas de recolección o de horticultura, que se construyeron cabañas y se trazaron calles, que
se excavaron fosos e incluso que hubo
una batalla. Pero no sabemos si quienes hicieron todas esas cosas eran los
hombres o las mujeres, las criaturas o
las personas mayores, y tampoco
sabemos, por supuesto, qué valor
social tenían, en aquel grupo, todas
esas tareas. Tal vez era importante ir a
por leña, tal vez la tarea de mayor prestigio era la de hacer cerámica, tal vez
Fig. 1.- En las escenas de construcciones no aparecen nunca mujeres. Esta es del Museo
de Galera, Granada.
sólo quien ostentaba el poder era quien
construía las cabañas…
Tal vez.
¿En qué se basan por lo tanto todas estas reconstrucciones o construcciones sociales del pasado
prehistórico? Por lo general en lo que ocurre en el presente o ha ocurrido en el pasado más inmediato,
etnológico o no o, incluso, en lo que se imagina que “debió” ocurrir. Este “actualismo imaginativo” prácticamente inevitable resulta muy peligroso desde varios puntos de vista, ya que el público en general da
gran importancia a la antigüedad de las costumbres o de los valores, y con tal antigüedad refrenda actitudes del presente que pueden llegar a ser poco recomendables, como por ejemplo, la agresividad, la
desigualdad social o la subalternalidad de unos individuos frente a otros, muy en especial de las mujeres frente a los hombres.
La constatación de este curioso y aparentemente marginal problema me llevó a realizar un proyecto de investigación sobre el papel atribuido a las mujeres en el conocido tema de los orígenes huma-
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nos (MEC-PR217/98-8113/98). Las principales conclusiones a las que llegué en aquella investigación
son las siguientes:
-Durante un siglo, al menos entre 1870 y 1970, salvo excepciones, los lenguajes empleados en el
tema de los orígenes humanos (creacionistas y evolucionistas, a favor o en contra) distinguen claramente entre hombres y mujeres. De hecho, todos los discursos, muy en especial los eclesiásticos, hablan
de los hombres, y cuando quieren referirse a las mujeres, las nombran. Pero a partir de 1970 comienza
a encontrarse cada vez más esa curiosa falacia de presentar y usar la palabra “hombre” como sinónima
de humanidad.
-Los mitos y los relatos sobre los orígenes
humanos, tanto creacionistas como evolucionistas,
han servido y aún sirven para mantener en la sociedad occidental un curioso tipo de racismo que considera inferior a la mitad de la humanidad denominada
mujeres. Incluso en los discursos más actuales, de
forma consciente o inconsciente, se continúan apoyando y reproduciendo esos estereotipos.
-El pasado –las explicaciones sobre el pasado,
tantas veces inventadas- sirve y sirve mucho para
justificar presentes (“así lo hizo Dios” para el creacionismo; “eso es propio de la naturaleza” para el evolucionismo). La posición en la que se coloca a las
mujeres desde el pasado más remoto, subordinada y
sometida, se presenta como una consecuencia o
bien de la voluntad de Dios o bien de los designios
de la naturaleza. Así podemos comprobar cómo el
transformismo de Darwin corroboró al Dios bíblico en
esto de la inferioridad de las mujeres.
Los resultados finales de este proyecto, recien-
Fig. 2.- Las mujeres con los bebés en brazos no suelen hacer nada.
Esta es una de las bellas escenas sobre el Paleolítico superior del
Museo de Altamira.
temente publicados (Querol y Triviño, 2004), recolocaron mis intereses en la investigación y en la docencia de la Prehistoria, de modo que desde hace pocos
años he comenzado a analizar las representaciones más modernas de las sociedades prehistóricas para
poner en evidencia el trato desigual y desequilibrado que reciben en ellas las mujeres, intentando con ello
añadir un granito de arena a la lucha por una educación en igualdad (ver p.e. Querol, 2000b; Querol,
2001; Querol, 2003 o Querol, 2005). El presente trabajo es un paso más en este camino.
Durante todos estos años de investigación me he encontrado con frecuencia con tres escollos
importantes que no quiero dejar de explicar aquí, porque están o deben estar en lo más profundo de una
orientación feminista de la Historia.
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1- El propio concepto de Historia. Baste recordar que la Historia que se nos ha transmitido y enseñado la han inventado y escrito los doctos hombres de los pasados siglos y es la sucesión cronológica
de hechos heroicos e importantes: batallas, conquistas, acuerdos, anexiones… todos ellos han sido realizados por hombres, firmados por hombres, conseguidos por hombres… en este concepto de la
Historia, en la Historia, las mujeres y lo que hemos hecho no están, simplemente.
Pero, ¿es así? O mejor, ¿tiene que seguir siendo así?
2- La lengua que utilizamos para escribir o representar la Historia. Es evidente que las diferencias
sexuales están ya establecidas en nuestro mundo y que no es el lenguaje el que las crea. Lo que debe
hacer ese lenguaje es nombrarlas, simplemente.
Y esto, que es tan evidente, choca de frente con esa concepción también androcéntrica de la lengua como un sistema cerrado y ajeno
a la realidad, en el que no se pueden
introducir modificaciones y que responde a reglas preestablecidas en
apariencia inmutables. Nuestra educación nos ha infiltrado una manera de
expresarnos que, aunque podamos
pensar lo contrario, no es inocente: ha
sido hecha por hombres en una sociedad patriarcal, ha evolucionado y se ha
modificado en ambientes en los que
no había mujeres, en los que su esencia de seres humanos no era reconocida. En su creación no han interveniFig. 3.- El protagonista de cualquier escena, incluso en espacios interiores como éste, es
un hombre. Tomada de un texto escolar de Sociales de 2002.
do las mujeres, ni siquiera para espacios tan suyos como el de la reproducción. Y ese espacio lingüístico cerrado
y androcéntrico, es la herramienta única que nos ha sido dada para expresarlo todo: lo que sentimos, lo
que deseamos, lo que nos gusta y lo que no, lo que descubrimos, lo que vemos, lo que no vemos...
incluso la Historia que investigamos y escribimos.
3- El tercer escollo es bastante más propio del mundo teórico en el que nos movemos, o intentamos movernos, las personas que pretendemos trabajar en investigación histórica –o en cualquier área de
las humanidades– con una orientación feminista. Se trata de recordar que, como ya se ha establecido
en muchas ocasiones por autoras feministas de la vanguardia (ver p.e. Amorós 2000), el feminismo,
expresión que hoy día se sustituye con frecuencia por “de género”, ha de ser crítico para ser. Un trabajo descriptivo sobre, por ejemplo, una nueva imagen de mujer encontrada en unas excavaciones, no es
feminista ni de “género”. Es, simplemente, un trabajo descriptivo. El feminismo ha de asumir una actitud
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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crítica destinada en todos los casos a mejorar la situación social de las mujeres, bien resaltando sus aportaciones, bien analizando sus dificultades. En este sentido el feminismo o los estudios “de género” son
siempre, aunque estemos haciendo Historia, una actividad política.
¿Qué hay en la bibliografía?
La bibliografía sobre Arqueología feminista, mucho menos abundante de lo que nos pudiera gustar, al
menos en nuestras regiones, ha producido algunos trabajos sobre el tema de las representaciones de
las mujeres “en” la Prehistoria. Es el caso de la obra de Trinidad Escoriza “La representación del Cuerpo
Femenino. Mujeres y Arte Rupestre Levantino del
Arco Mediterráneo de la Península Ibérica” (2002). Su
conclusión no es muy positiva con respecto al rol de
las mujeres en aquellas sociedades cazadoras. Para
ella, “la representación figurada de la división del trabajo en función del sexo permite hablar de situaciones de disimetría social y de explotación, independientemente de las técnicas de obtención de alimentos implementadas” (p.144).
Otro tipo de obra, tampoco muy frecuente, nos
habla de los posibles alcances de una Arqueología
prehistórica de carácter feminista analizando su historia, criticando sus intentos e incluso presentando
ejemplos. Es así en el libro “Cuerpos sexuados, objetos y prehistoria” de Encarna Sanahuja (2002), de
gran interés por su defensa de una arqueología
sexuada y por los ejemplos que la acompañan.
Pero no existen en nuestro entorno inmediato
trabajos en los que se ponga en evidencia el desigual
Fig. 4.- Una mujer arrodillada, junto a la entrada de su casa, con un bebé
y sin hacer nada. De un texto escolar de Geografía e Historia de 2002.
tratamiento dado a hombres y a mujeres en los dibujos y creaciones museográficas realizadas en el
momento actual y referidas a la época prehistórica. Sí los hay en el mundo anglosajón, e incluso alguno
de ellos ha sido publicado en castellano, como el de Jones y Pay (1999), autoras que insisten en criticar
el hecho de que las imágenes sociales representadas en los museos nos transmiten la idea de que los
roles de género no han cambiado desde la Prehistoria hasta el momento actual, pero además nos hacen
creer que tampoco ha cambiado el valor que la sociedad da a esos roles (p. 329).
Por todo ello, creo que es el momento oportuno para realizar estos análisis críticos de carácter feminista en nuestras propias regiones, donde en la última década se han multiplicado las iniciativas de difusión y divulgación del pasado más remoto a través de exposiciones, aulas arqueológicas, parques
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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arqueológicos, etc. sin que se haya trabajado apenas en una mirada crítica hacia el interior, es decir, hacia
el qué estamos contando y, sobre todo, cómo lo estamos contando.
Hombres y mujeres en las representaciones de la Prehistoria
Mi hipótesis de partida es, por lo tanto, que las representaciones sociales sobre el pasado prehistórico
son importantes en la educación de la ciudadanía actual, ya que transmiten ideas sobre roles y relaciones sociales que llevan en sí mismas el peso de la enorme antigüedad. Y que por lo tanto es fundamental hacer evidentes los mensajes que, a veces de forma inconsciente, se transmiten a las actuales generaciones sobre el papel de las mujeres en las sociedades más remotas, las que nos dieron origen.
No me parece igualmente importante trabajar en las representaciones de las sociedades históricas
porque de la naturaleza y el papel real
de las mujeres en la Historia antigua o
en la medieval tenemos suficientes
datos como para colocarlas en un
ambiente “real” o, al menos, documentado. No es así en la Prehistoria, en la
que resulta necesario recurrir a los
“paralelos etnográficos” o a la “imaginación”, las dos fuentes en las que
parecen basarse las representaciones
en estudio.
Para llevar a cabo este trabajo,
he comenzado a revisar y estudiar las
escenas sociales prehistóricas creaFig. 5.- En el Museo de Altamira hay dos personajes a tamaño natural realizando manufacturas propias del Paleolítico superior. Él está sentado en el suelo; ella, de rodillas.
das en el presente, durante los últimos
años, y representadas en los textos
escolares de Historia o Sociales y en
los Museos, exposiciones y yacimientos abiertos al público. En el futuro se añadirán los vídeos educativos sobre temas prehistóricos, los cómics o historietas sobre tales temas o de ficción prehistórica, los
libros de divulgación, juegos de ordenador, etc.
La metodología que empleo en este análisis es simple: denomino escenas a las representaciones
sobre cualquier soporte en las que puedan verse a dos o más personas en interacción, excepcionalmente una persona aislada realizando algún tipo de trabajo o actividad. Cada una de estas escenas es objeto de una descripción en la que se tienen en cuenta factores como el número de personas sexualmente reconocibles, si son hombres o mujeres, si están solas/os o acompañadas/os, qué espacio ocupan,
en qué plano están, cuál es su actitud, cuál es su postura, qué trabajo o función realizan, qué llevan en
las manos o en el cuerpo, cómo van vestidas, etc.
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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Para el análisis que presento en este artículo (ver otros análisis del mismo tipo en Querol, 2000 a, y
e.p.1, e.p. 2 y e.p. 3) he reunido un conjunto de 81 escenas, procedentes de dos yacimientos abiertos al
público (El Cerro de Las Cabezas en Ciudad Real y Los Cipreses en Murcia) y tres museos o centros de
presentación (el Museo de la Neocueva de Altamira, Chamartín de la Sierra en Ávila y Galera en Granada),
así como de una serie de textos escolares de Sociales, de los que hasta ahora he podido analizar 28 escenas gracias a la colaboración de mi alumna de doctorado Verónica Estaca, a la que agradezco su ayuda.
Lo primero que llama la atención es la mayoría numérica de hombres (63%) frente a mujeres (27%)
o a criaturas (10%). De hecho, el 33% de las escenas incluyen tan sólo a individuos del género masculino, mientras que sólo una es exclusivamente femenina. Existen así varios tipos de escenas en las que los
participantes son siempre hombres: escenas de fundición o de cualquier trabajo relacionado con los
metales, de construcciones (Fig. 1) o de ritos funerarios. Por su parte las criaturas se encuentran, en el
33% de los casos, en brazos de sus madres (Fig. 2)
y, cuando esto ocurre, esa mujer no realiza ningún trabajo. Por supuesto nunca he encontrado, hasta
ahora, a una criatura en brazos de su padre.
Respecto al espacio que ocupan, los hombres
están trabajando, cazando o recolectando en el exterior en el 80% de los casos, mientras que sólo el 50%
de las mujeres está fuera de su casa o cueva.
Lógicamente, la cifra se invierte respecto a los espacios interiores: el 7% de los hombres –y varias de las
escenas interiores con hombres tienen que ver con el
protagonismo de actividades tan prestigiosas como la
pintura rupestre (Fig. 3)- y el 23% de las mujeres. Es
curiosa una posición intermedia, situada en la puerta
Fig. 6.- Otra imagen a tamaño natural: mujer arrodillada en el interior
de la cabaña. Yacimiento de la Edad del Bronce de Los Cipreses,
Murcia.
de la vivienda o junto a la pared de la misma, posición
que sólo el 4% de los hombres ocupan, mientras que entre las mujeres alcanza el 12% (Fig. 4).
En cuanto a las posturas, la cifra más alta corresponde a los hombres de pie (62% de los casos),
mientras que las mujeres sólo lo están en el 35%. La proporción de figuras sentadas es semejante en
ambos sexos, pero no así la arrodillada, en donde las cantidades se invierten: el 22% de las mujeres lo
están (Figs. 5, 6 y 7) y el porcentaje de hombres en esta postura es sólo de un 7%. Es curioso que este
mismo porcentaje corresponde a los hombres que tienen una sola rodilla en tierra, postura que en las
mujeres sólo se da en un 5%. En cuanto a la inclinación del cuerpo, a veces casi en ángulo recto, existe también una fuerte asimetría: sólo un 1% entre los hombres y un 7% entre las mujeres (Fig. 8).
LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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Reflexiones
De este pequeño estudio podemos deducir algunas conclusiones: las sociedades prehistóricas se presentan al público actual –y recordemos que la mayoría de estas producciones museológicas o de textos
tienen como público principal a las criaturas– bastante desequilibradas, con muchos más hombres que
mujeres, con los hombres ocupando los espacios exteriores y realizando las labores “importantes” –o que
la sociedad actual considera importante–, lejos de las criaturas y de los hogares, de pie o sentados pero
pocas veces inclinados o de rodillas. Por su parte las mujeres, tan escasas en número, suelen aparecer
en los espacios interiores, realizar tareas poco valoradas en la actualidad y relacionadas con la crianza y
el mantenimiento, y en muchos casos están de rodillas o asumen posturas inclinadas.
¿Existen razones científicas para estos evidentes desequilibrios? ¿Las hay para certificar que los trabajos realizados por las mujeres en
épocas prehistóricas las obligaba a
mantenerse en el interior o junto a las
casas y en tan frecuente posición
arrodillada o inclinada?
Evidentemente la respuesta a
estas preguntas es negativa: durante
sus casi ciento cincuenta años de historia, la Arqueología –sobre todo la
prehistórica- se ha apoyado en un
discurso positivista, en apariencia inocente, centrado en las descripciones
de las formas, en la analítica de los
componentes o en la estadística de
Fig. 7.- Mujer arrodillada, moliendo. Del Museo de Galera, Granada.
los fragmentos, es decir, en la denominada “cultura material” que en reali-
dad no es más que una incompleta serie de restos materiales, o basura, de las manifestaciones culturales.
Pero a finales del siglo XX y sobre todo en nuestros días, el afán de atraer al público, de conquistar mercados turísticos, ha producido un curioso fenómeno: hay que representar a la sociedad, a la
gente, porque eso es lo que interesa, mucho más que las formas y que los resultados de las analíticas.
Como no se cuenta con medios científicos para dar el salto entre los materiales que nos quedan y las
personas que los produjeron –con sus actitudes, sus valores, sus personalidades, sus problemas y sus
pensamientos- la tarea se deja en manos de dibujantes y en alas de imaginaciones. Estas no suelen ir
muy lejos: la inspiración parece llegar de nuestras aldeas campesinas del siglo XIX, una época en la que
realmente las mujeres iban a por agua a la fuente, acarreaban leña, cocinaban e incluso hacían jabón.
Pero también labraban, plantaban y recolectaban, trataban los ganados, acudían a los mercados y se
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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responsabilizaban de la organización de actos públicos como las fiestas; y, sobre todo, muy pocas de
esas labores tan bien documentadas por la fotografía antigua, se llevaban a cabo de rodillas. ¿Qué razón
hay para esa insistente representación, símbolo de humillación, sumisión y acatamiento en la cultura
judeo-cristiana, la nuestra?
Al menos en la actualidad –ojalá en el futuro esto cambie- existen las mismas “pruebas” a favor de
que las mujeres hayan jugado un papel importante en los primeros tiempos de la historia, como de lo
contrario, es decir, apenas existen pruebas. Tan “científicas” resultan por lo tanto estas representaciones
desequilibradas y tristemente simbólicas como otras en las que, por ejemplo, aparecieran hombres y
mujeres en número equivalente y en posturas y actitudes semejantes. Y si esto es así, ¿no podríamos
modificar nuestro lenguaje y nuestras imágenes en pro de un deseo tan generalizado en la sociedad occidental como la igualdad, el respeto y
el equilibrio entre los géneros?
Lo que ganaríamos con tal representación –tan idealizada como la que
en la actualidad estamos haciendo- se
refiere a la educación, sobre todo de
las nuevas generaciones, que recibirían un mensaje distinto que les alejara,
al menos un poco, de la idea tan
general y tan peligrosa de que la invisibilidad, la inferioridad y la escasa
importancia de las mujeres y de sus
trabajos ha sido siempre igual, desde
la más remota Prehistoria.
Fig. 8.- Inclinada sobre su hogar de la Edad del Bronce. Parque Arqueológico de Los
Cipreses, Murcia.
Bibliografía
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LAS MUJERES EN LA PREHISTORIA
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QUEROL, M.A. e.p. 2: “Los discursos actualistas en las representaciones de la Arqueología prehistórica: una visión feminista”. En prensa en Actas del III Congreso Internacional de Musealización de Yacimientos Arqueológicos, de Zaragoza 2004.
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MUJERESYCONSTRUCCIÓN
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M. ÁNGELES QUEROL
Universidad Complutense de Madrid
Introducción
Es muy frecuente encontrar, en las diversas y cada vez más abundantes producciones educativas o turísticas relacionadas con la Prehistoria, presentaciones al público de museos, de yacimientos o incluso de
paisajes, en las que se emplean dibujos o construcciones virtuales de escenas sociales. Son escenas
en las que un medio ambiente determinado –y normalmente bien documentado, con flora y fauna adecuadas, con hábitats y cerámicas conocidas- es “decorado” con las figuras de hombres y mujeres de
variadas edades en actitudes sociales y, por lo tanto, interactuantes y significantes.
En muchos casos, las instrucciones de carácter “arqueológico”, dadas a quienes van a dibujar esas
escenas, tienen que ver precisamente con esa flora y esa fauna, con esos muros, calles y cerámicas,
con la existencia o no de hornos de pan, de forjas o de establos. Y en muy pocos casos existen indicaciones explícitas sobre qué personas –hombres o mujeres- y de qué edad deben representarse haciendo o no haciendo las distintas labores, en primer o en segundo plano, en qué actitudes, como protagonistas o como secundarias.
Sin embargo, si hay algo importante para las criaturas que van a visitar esos centros, o para la ciudadanía común que también los visita y que no conoce mucho sobre la naturaleza de la ciencia arqueológica, son precisamente esas personas y lo que están haciendo. Que la cerámica aparezca más o menos
exvasada, que las calles sean rectas o algo tortuosas, que los muros estén dibujados con ladrillos o con
piedras, importa poco porque no suele haber argumentos o conocimientos para establecer una actitud crítica frente a ello. Pero que en un poblado, por ejemplo, sólo haya hombres en las calles, o que una anciana aparezca arrodillada realizando una dura labor de molienda, o que unos niños y niñas acarreen agua o
leña, o por supuesto que un hombre en plenitud de la edad lleve a un bebé en brazos, son cuestiones que
importan, que se miran y de las que se comenta: o “qué barbaridad” o “qué curioso” o “qué salvajes eran”
o “qué mal trataban a la infancia” son comentarios mucho más frecuentes que “la cerámica no era tan roja”
o “en esos tiempos no había forja de hierro” o “las carreteras no se pavimentan hasta época romana”.
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Además, el público visitante establece unos lazos de “creencia” con aquello que le es mostrado por
la ciencia arqueológica: por supuesto creen que si se les presentan las calles tortuosas, es que eran así,
y que si las mujeres dibujadas están en el interior de sus cocinas, arrodilladas ante los fogones o las piedras de moler, mientras que los hombres realizan tareas mucho más interesantes y positivas –desde la
actualidad, que es desde donde se mira- como cazar, pescar, arar, sembrar o construir casas, es porque en el pasado prehistórico, eso era así. De ninguna manera se pueden imaginar que la Arqueología,
una ciencia, les esté engañando.
Sin embargo, para las personas que estamos dentro, que trabajamos en Arqueología y sabemos más
o menos sobre sus estrechos límites, está claro que el comportamiento social de la Prehistoria no deja huella arqueológica registrable salvo en casos excepcionales. Es decir, podemos llegar a saber que se tallaron
piedras, que se aprovecharon animales, que se realizaron tareas de recolección o de horticultura, que se construyeron cabañas y se trazaron calles, que
se excavaron fosos e incluso que hubo
una batalla. Pero no sabemos si quienes hicieron todas esas cosas eran los
hombres o las mujeres, las criaturas o
las personas mayores, y tampoco
sabemos, por supuesto, qué valor
social tenían, en aquel grupo, todas
esas tareas. Tal vez era importante ir a
por leña, tal vez la tarea de mayor prestigio era la de hacer cerámica, tal vez
Fig. 1.- En las escenas de construcciones no aparecen nunca mujeres. Esta es del Museo
de Galera, Granada.
sólo quien ostentaba el poder era quien
construía las cabañas…
Tal vez.
¿En qué se basan por lo tanto todas estas reconstrucciones o construcciones sociales del pasado
prehistórico? Por lo general en lo que ocurre en el presente o ha ocurrido en el pasado más inmediato,
etnológico o no o, incluso, en lo que se imagina que “debió” ocurrir. Este “actualismo imaginativo” prácticamente inevitable resulta muy peligroso desde varios puntos de vista, ya que el público en general da
gran importancia a la antigüedad de las costumbres o de los valores, y con tal antigüedad refrenda actitudes del presente que pueden llegar a ser poco recomendables, como por ejemplo, la agresividad, la
desigualdad social o la subalternalidad de unos individuos frente a otros, muy en especial de las mujeres frente a los hombres.
La constatación de este curioso y aparentemente marginal problema me llevó a realizar un proyecto de investigación sobre el papel atribuido a las mujeres en el conocido tema de los orígenes huma-
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son las siguientes:
-Durante un siglo, al menos entre 1870 y 1970, salvo excepciones, los lenguajes empleados en el
tema de los orígenes humanos (creacionistas y evolucionistas, a favor o en contra) distinguen claramente entre hombres y mujeres. De hecho, todos los discursos, muy en especial los eclesiásticos, hablan
de los hombres, y cuando quieren referirse a las mujeres, las nombran. Pero a partir de 1970 comienza
a encontrarse cada vez más esa curiosa falacia de presentar y usar la palabra “hombre” como sinónima
de humanidad.
-Los mitos y los relatos sobre los orígenes
humanos, tanto creacionistas como evolucionistas,
han servido y aún sirven para mantener en la sociedad occidental un curioso tipo de racismo que considera inferior a la mitad de la humanidad denominada
mujeres. Incluso en los discursos más actuales, de
forma consciente o inconsciente, se continúan apoyando y reproduciendo esos estereotipos.
-El pasado –las explicaciones sobre el pasado,
tantas veces inventadas- sirve y sirve mucho para
justificar presentes (“así lo hizo Dios” para el creacionismo; “eso es propio de la naturaleza” para el evolucionismo). La posición en la que se coloca a las
mujeres desde el pasado más remoto, subordinada y
sometida, se presenta como una consecuencia o
bien de la voluntad de Dios o bien de los designios
de la naturaleza. Así podemos comprobar cómo el
transformismo de Darwin corroboró al Dios bíblico en
esto de la inferioridad de las mujeres.
Los resultados finales de este proyecto, recien-
Fig. 2.- Las mujeres con los bebés en brazos no suelen hacer nada.
Esta es una de las bellas escenas sobre el Paleolítico superior del
Museo de Altamira.
temente publicados (Querol y Triviño, 2004), recolocaron mis intereses en la investigación y en la docencia de la Prehistoria, de modo que desde hace pocos
años he comenzado a analizar las representaciones más modernas de las sociedades prehistóricas para
poner en evidencia el trato desigual y desequilibrado que reciben en ellas las mujeres, intentando con ello
añadir un granito de arena a la lucha por una educación en igualdad (ver p.e. Querol, 2000b; Querol,
2001; Querol, 2003 o Querol, 2005). El presente trabajo es un paso más en este camino.
Durante todos estos años de investigación me he encontrado con frecuencia con tres escollos
importantes que no quiero dejar de explicar aquí, porque están o deben estar en lo más profundo de una
orientación feminista de la Historia.
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1- El propio concepto de Historia. Baste recordar que la Historia que se nos ha transmitido y enseñado la han inventado y escrito los doctos hombres de los pasados siglos y es la sucesión cronológica
de hechos heroicos e importantes: batallas, conquistas, acuerdos, anexiones… todos ellos han sido realizados por hombres, firmados por hombres, conseguidos por hombres… en este concepto de la
Historia, en la Historia, las mujeres y lo que hemos hecho no están, simplemente.
Pero, ¿es así? O mejor, ¿tiene que seguir siendo así?
2- La lengua que utilizamos para escribir o representar la Historia. Es evidente que las diferencias
sexuales están ya establecidas en nuestro mundo y que no es el lenguaje el que las crea. Lo que debe
hacer ese lenguaje es nombrarlas, simplemente.
Y esto, que es tan evidente, choca de frente con esa concepción también androcéntrica de la lengua como un sistema cerrado y ajeno
a la realidad, en el que no se pueden
introducir modificaciones y que responde a reglas preestablecidas en
apariencia inmutables. Nuestra educación nos ha infiltrado una manera de
expresarnos que, aunque podamos
pensar lo contrario, no es inocente: ha
sido hecha por hombres en una sociedad patriarcal, ha evolucionado y se ha
modificado en ambientes en los que
no había mujeres, en los que su esencia de seres humanos no era reconocida. En su creación no han interveniFig. 3.- El protagonista de cualquier escena, incluso en espacios interiores como éste, es
un hombre. Tomada de un texto escolar de Sociales de 2002.
do las mujeres, ni siquiera para espacios tan suyos como el de la reproducción. Y ese espacio lingüístico cerrado
y androcéntrico, es la herramienta única que nos ha sido dada para expresarlo todo: lo que sentimos, lo
que deseamos, lo que nos gusta y lo que no, lo que descubrimos, lo que vemos, lo que no vemos...
incluso la Historia que investigamos y escribimos.
3- El tercer escollo es bastante más propio del mundo teórico en el que nos movemos, o intentamos movernos, las personas que pretendemos trabajar en investigación histórica –o en cualquier área de
las humanidades– con una orientación feminista. Se trata de recordar que, como ya se ha establecido
en muchas ocasiones por autoras feministas de la vanguardia (ver p.e. Amorós 2000), el feminismo,
expresión que hoy día se sustituye con frecuencia por “de género”, ha de ser crítico para ser. Un trabajo descriptivo sobre, por ejemplo, una nueva imagen de mujer encontrada en unas excavaciones, no es
feminista ni de “género”. Es, simplemente, un trabajo descriptivo. El feminismo ha de asumir una actitud
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crítica destinada en todos los casos a mejorar la situación social de las mujeres, bien resaltando sus aportaciones, bien analizando sus dificultades. En este sentido el feminismo o los estudios “de género” son
siempre, aunque estemos haciendo Historia, una actividad política.
¿Qué hay en la bibliografía?
La bibliografía sobre Arqueología feminista, mucho menos abundante de lo que nos pudiera gustar, al
menos en nuestras regiones, ha producido algunos trabajos sobre el tema de las representaciones de
las mujeres “en” la Prehistoria. Es el caso de la obra de Trinidad Escoriza “La representación del Cuerpo
Femenino. Mujeres y Arte Rupestre Levantino del
Arco Mediterráneo de la Península Ibérica” (2002). Su
conclusión no es muy positiva con respecto al rol de
las mujeres en aquellas sociedades cazadoras. Para
ella, “la representación figurada de la división del trabajo en función del sexo permite hablar de situaciones de disimetría social y de explotación, independientemente de las técnicas de obtención de alimentos implementadas” (p.144).
Otro tipo de obra, tampoco muy frecuente, nos
habla de los posibles alcances de una Arqueología
prehistórica de carácter feminista analizando su historia, criticando sus intentos e incluso presentando
ejemplos. Es así en el libro “Cuerpos sexuados, objetos y prehistoria” de Encarna Sanahuja (2002), de
gran interés por su defensa de una arqueología
sexuada y por los ejemplos que la acompañan.
Pero no existen en nuestro entorno inmediato
trabajos en los que se ponga en evidencia el desigual
Fig. 4.- Una mujer arrodillada, junto a la entrada de su casa, con un bebé
y sin hacer nada. De un texto escolar de Geografía e Historia de 2002.
tratamiento dado a hombres y a mujeres en los dibujos y creaciones museográficas realizadas en el
momento actual y referidas a la época prehistórica. Sí los hay en el mundo anglosajón, e incluso alguno
de ellos ha sido publicado en castellano, como el de Jones y Pay (1999), autoras que insisten en criticar
el hecho de que las imágenes sociales representadas en los museos nos transmiten la idea de que los
roles de género no han cambiado desde la Prehistoria hasta el momento actual, pero además nos hacen
creer que tampoco ha cambiado el valor que la sociedad da a esos roles (p. 329).
Por todo ello, creo que es el momento oportuno para realizar estos análisis críticos de carácter feminista en nuestras propias regiones, donde en la última década se han multiplicado las iniciativas de difusión y divulgación del pasado más remoto a través de exposiciones, aulas arqueológicas, parques
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arqueológicos, etc. sin que se haya trabajado apenas en una mirada crítica hacia el interior, es decir, hacia
el qué estamos contando y, sobre todo, cómo lo estamos contando.
Hombres y mujeres en las representaciones de la Prehistoria
Mi hipótesis de partida es, por lo tanto, que las representaciones sociales sobre el pasado prehistórico
son importantes en la educación de la ciudadanía actual, ya que transmiten ideas sobre roles y relaciones sociales que llevan en sí mismas el peso de la enorme antigüedad. Y que por lo tanto es fundamental hacer evidentes los mensajes que, a veces de forma inconsciente, se transmiten a las actuales generaciones sobre el papel de las mujeres en las sociedades más remotas, las que nos dieron origen.
No me parece igualmente importante trabajar en las representaciones de las sociedades históricas
porque de la naturaleza y el papel real
de las mujeres en la Historia antigua o
en la medieval tenemos suficientes
datos como para colocarlas en un
ambiente “real” o, al menos, documentado. No es así en la Prehistoria, en la
que resulta necesario recurrir a los
“paralelos etnográficos” o a la “imaginación”, las dos fuentes en las que
parecen basarse las representaciones
en estudio.
Para llevar a cabo este trabajo,
he comenzado a revisar y estudiar las
escenas sociales prehistóricas creaFig. 5.- En el Museo de Altamira hay dos personajes a tamaño natural realizando manufacturas propias del Paleolítico superior. Él está sentado en el suelo; ella, de rodillas.
das en el presente, durante los últimos
años, y representadas en los textos
escolares de Historia o Sociales y en
los Museos, exposiciones y yacimientos abiertos al público. En el futuro se añadirán los vídeos educativos sobre temas prehistóricos, los cómics o historietas sobre tales temas o de ficción prehistórica, los
libros de divulgación, juegos de ordenador, etc.
La metodología que empleo en este análisis es simple: denomino escenas a las representaciones
sobre cualquier soporte en las que puedan verse a dos o más personas en interacción, excepcionalmente una persona aislada realizando algún tipo de trabajo o actividad. Cada una de estas escenas es objeto de una descripción en la que se tienen en cuenta factores como el número de personas sexualmente reconocibles, si son hombres o mujeres, si están solas/os o acompañadas/os, qué espacio ocupan,
en qué plano están, cuál es su actitud, cuál es su postura, qué trabajo o función realizan, qué llevan en
las manos o en el cuerpo, cómo van vestidas, etc.
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Para el análisis que presento en este artículo (ver otros análisis del mismo tipo en Querol, 2000 a, y
e.p.1, e.p. 2 y e.p. 3) he reunido un conjunto de 81 escenas, procedentes de dos yacimientos abiertos al
público (El Cerro de Las Cabezas en Ciudad Real y Los Cipreses en Murcia) y tres museos o centros de
presentación (el Museo de la Neocueva de Altamira, Chamartín de la Sierra en Ávila y Galera en Granada),
así como de una serie de textos escolares de Sociales, de los que hasta ahora he podido analizar 28 escenas gracias a la colaboración de mi alumna de doctorado Verónica Estaca, a la que agradezco su ayuda.
Lo primero que llama la atención es la mayoría numérica de hombres (63%) frente a mujeres (27%)
o a criaturas (10%). De hecho, el 33% de las escenas incluyen tan sólo a individuos del género masculino, mientras que sólo una es exclusivamente femenina. Existen así varios tipos de escenas en las que los
participantes son siempre hombres: escenas de fundición o de cualquier trabajo relacionado con los
metales, de construcciones (Fig. 1) o de ritos funerarios. Por su parte las criaturas se encuentran, en el
33% de los casos, en brazos de sus madres (Fig. 2)
y, cuando esto ocurre, esa mujer no realiza ningún trabajo. Por supuesto nunca he encontrado, hasta
ahora, a una criatura en brazos de su padre.
Respecto al espacio que ocupan, los hombres
están trabajando, cazando o recolectando en el exterior en el 80% de los casos, mientras que sólo el 50%
de las mujeres está fuera de su casa o cueva.
Lógicamente, la cifra se invierte respecto a los espacios interiores: el 7% de los hombres –y varias de las
escenas interiores con hombres tienen que ver con el
protagonismo de actividades tan prestigiosas como la
pintura rupestre (Fig. 3)- y el 23% de las mujeres. Es
curiosa una posición intermedia, situada en la puerta
Fig. 6.- Otra imagen a tamaño natural: mujer arrodillada en el interior
de la cabaña. Yacimiento de la Edad del Bronce de Los Cipreses,
Murcia.
de la vivienda o junto a la pared de la misma, posición
que sólo el 4% de los hombres ocupan, mientras que entre las mujeres alcanza el 12% (Fig. 4).
En cuanto a las posturas, la cifra más alta corresponde a los hombres de pie (62% de los casos),
mientras que las mujeres sólo lo están en el 35%. La proporción de figuras sentadas es semejante en
ambos sexos, pero no así la arrodillada, en donde las cantidades se invierten: el 22% de las mujeres lo
están (Figs. 5, 6 y 7) y el porcentaje de hombres en esta postura es sólo de un 7%. Es curioso que este
mismo porcentaje corresponde a los hombres que tienen una sola rodilla en tierra, postura que en las
mujeres sólo se da en un 5%. En cuanto a la inclinación del cuerpo, a veces casi en ángulo recto, existe también una fuerte asimetría: sólo un 1% entre los hombres y un 7% entre las mujeres (Fig. 8).
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Reflexiones
De este pequeño estudio podemos deducir algunas conclusiones: las sociedades prehistóricas se presentan al público actual –y recordemos que la mayoría de estas producciones museológicas o de textos
tienen como público principal a las criaturas– bastante desequilibradas, con muchos más hombres que
mujeres, con los hombres ocupando los espacios exteriores y realizando las labores “importantes” –o que
la sociedad actual considera importante–, lejos de las criaturas y de los hogares, de pie o sentados pero
pocas veces inclinados o de rodillas. Por su parte las mujeres, tan escasas en número, suelen aparecer
en los espacios interiores, realizar tareas poco valoradas en la actualidad y relacionadas con la crianza y
el mantenimiento, y en muchos casos están de rodillas o asumen posturas inclinadas.
¿Existen razones científicas para estos evidentes desequilibrios? ¿Las hay para certificar que los trabajos realizados por las mujeres en
épocas prehistóricas las obligaba a
mantenerse en el interior o junto a las
casas y en tan frecuente posición
arrodillada o inclinada?
Evidentemente la respuesta a
estas preguntas es negativa: durante
sus casi ciento cincuenta años de historia, la Arqueología –sobre todo la
prehistórica- se ha apoyado en un
discurso positivista, en apariencia inocente, centrado en las descripciones
de las formas, en la analítica de los
componentes o en la estadística de
Fig. 7.- Mujer arrodillada, moliendo. Del Museo de Galera, Granada.
los fragmentos, es decir, en la denominada “cultura material” que en reali-
dad no es más que una incompleta serie de restos materiales, o basura, de las manifestaciones culturales.
Pero a finales del siglo XX y sobre todo en nuestros días, el afán de atraer al público, de conquistar mercados turísticos, ha producido un curioso fenómeno: hay que representar a la sociedad, a la
gente, porque eso es lo que interesa, mucho más que las formas y que los resultados de las analíticas.
Como no se cuenta con medios científicos para dar el salto entre los materiales que nos quedan y las
personas que los produjeron –con sus actitudes, sus valores, sus personalidades, sus problemas y sus
pensamientos- la tarea se deja en manos de dibujantes y en alas de imaginaciones. Estas no suelen ir
muy lejos: la inspiración parece llegar de nuestras aldeas campesinas del siglo XIX, una época en la que
realmente las mujeres iban a por agua a la fuente, acarreaban leña, cocinaban e incluso hacían jabón.
Pero también labraban, plantaban y recolectaban, trataban los ganados, acudían a los mercados y se
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responsabilizaban de la organización de actos públicos como las fiestas; y, sobre todo, muy pocas de
esas labores tan bien documentadas por la fotografía antigua, se llevaban a cabo de rodillas. ¿Qué razón
hay para esa insistente representación, símbolo de humillación, sumisión y acatamiento en la cultura
judeo-cristiana, la nuestra?
Al menos en la actualidad –ojalá en el futuro esto cambie- existen las mismas “pruebas” a favor de
que las mujeres hayan jugado un papel importante en los primeros tiempos de la historia, como de lo
contrario, es decir, apenas existen pruebas. Tan “científicas” resultan por lo tanto estas representaciones
desequilibradas y tristemente simbólicas como otras en las que, por ejemplo, aparecieran hombres y
mujeres en número equivalente y en posturas y actitudes semejantes. Y si esto es así, ¿no podríamos
modificar nuestro lenguaje y nuestras imágenes en pro de un deseo tan generalizado en la sociedad occidental como la igualdad, el respeto y
el equilibrio entre los géneros?
Lo que ganaríamos con tal representación –tan idealizada como la que
en la actualidad estamos haciendo- se
refiere a la educación, sobre todo de
las nuevas generaciones, que recibirían un mensaje distinto que les alejara,
al menos un poco, de la idea tan
general y tan peligrosa de que la invisibilidad, la inferioridad y la escasa
importancia de las mujeres y de sus
trabajos ha sido siempre igual, desde
la más remota Prehistoria.
Fig. 8.- Inclinada sobre su hogar de la Edad del Bronce. Parque Arqueológico de Los
Cipreses, Murcia.
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